Home
  By Author [ A  B  C  D  E  F  G  H  I  J  K  L  M  N  O  P  Q  R  S  T  U  V  W  X  Y  Z |  Other Symbols ]
  By Title [ A  B  C  D  E  F  G  H  I  J  K  L  M  N  O  P  Q  R  S  T  U  V  W  X  Y  Z |  Other Symbols ]
  By Language
all Classics books content using ISYS

Download this book: [ ASCII | HTML | PDF ]

Look for this book on Amazon


We have new books nearly every day.
If you would like a news letter once a week or once a month
fill out this form and we will give you a summary of the books for that week or month by email.

Title: El Diablo Cojuelo
Author: Vélez de Guevara, Luis, 1579-1644
Language: Spanish
As this book started as an ASCII text book there are no pictures available.


*** Start of this LibraryBlog Digital Book "El Diablo Cojuelo" ***


        EL DIABLO COJUELO

        Luis Vélez de Guevara



        CLÁSICOS CASTELLANOS

        EL DIABLO COJUELO

        Luis Vélez de Guevara



        PRÓLOGO Y NOTAS DE FRANCISCO RODRÍGUEZ MARÍN

        1922



      A LA GRATA MEMORIA DEL INGENIOSÍSIMO
      ESCRITOR HISPALENSE DON FELIPE PÉREZ Y GONZÁLEZ,
      MI LEAL AMIGO DESDE LOS TAN REGOCIJADOS
      COMO FUGACES AÑOS DE LA MOCEDAD.

                   _FRANCISCO RODRÍGUEZ MARÍN_



PRÓLOGO

Luis Vélez de Guevara--como dije en otra ocasión[1]--fué tan pobre, que
bien puede dudarse si en algún tiempo de su vida llegó a tener dos
trajes en mediano uso; pero, en cambio, a los doscientos y mas años de
su muerte tiene dos biografías diversas: la que le inventaron algunos
escritores, que es la mas conocida[2], y la que despacio y a retazuelos,
como de limosna, pero sólidamente, le vamos escribiendo algunos
investigadores de nuestra historia literaria[3].

Según la primera de entrambas biografías, Vélez nació en Ecija por enero
de 1570, estudió Leyes en la Universidad de Sevilla y vino a ejercer su
profesión a la Corte, en donde muy luego ganó estimación y fama por su
sagacidad, gracejo y elocuencia. Defendiendo a cierto criminal captó a
los jueces con su donaire; pero como el fiscal apelase de la benigna
sentencia dictada, el reo fué condenado a muerte, y Luis Vélez a pagar
una multa. Tuvo noticia de ello el Rey, y cuando conversó con el festivo
abogado prendóse tanto de él, que no sólo le perdonó la multa, y la
vida al delincuente, sino que, además, ya no pudo pasar sin el trato de
Vélez de Guevara, a quien protegió sobremanera.

Esto fué lo que suele llamarse hablar de memoria, porque en todo el
relato no hay otra cosa verdadera que lo de ser Ecija la patria del
escritor. Y lo realmente sucedido y cierto es, en este caso como en
otros muchos, menos bello y agradable que la mentira. Véamoslo.

Luis Vélez de Guevara nació en Ecija, a fines de julio de 1579, de
padres hidalgos, pero pobres[4]: sabido es que la hidalguía y la
pobreza casi siempre anduvieron juntas[5]. Estudió la Gramática en su
ciudad natal, y por julio de 1596 se graduó de bachiller en Artes en la
Universidad de Osuna, eximiéndose por pobre de pagar los derechos
académicos[6]. Seguidamente entró a servir como paje a don Rodrigo de
Castro, cardenal arzobispo de Sevilla, a quien acompañó en el viaje que
hizo a Madrid y a Valencia para asistir en las bodas de Felipe III y
doña Margarita de Austria, de las cuales y de sus esplendorosas fiestas
trató el poeta adolescente en un poemita que hizo imprimir en Sevilla, a
su regreso[7].

Murió el Cardenal en septiembre de 1600; pero a esta sazón no perduraba
Vélez en su palacio, pues, ya harto talludo para paje, dos meses antes
había dejado su empleo, a fin de abrazar la profesión de las armas. Él,
en un memorial dirigido al Rey, dijo haber permanecido seis años en la
milicia[8]; pero que exageró en cuanto a la duración de su vida
soldadesca demuéstrase con otras palabras suyas, porque él mismo, muchos
años antes, había declarado que en el estío de 1603 estaba en
Valladolid, y en tal declaración, prestada en Sevilla a 26 de mayo de
1604 e inédita hasta ahora, llamábase nuestro poeta, sin mencionar para
cosa alguna la cualidad de soldado, «vecino al presente en esta ciudad,
en la collación de Santa Marina»[9].

Ya apellidándose Vélez de Guevara, en lugar de Vélez de Santander, como
se había llamado hasta poco antes[10], escribió y publicó en 1608 un
nuevo opúsculo poético intitulado _Elogio del Ivramento del sereníssimo
Príncipe don Felipe Domingo, Quarto deste nombre_, y en la portada de
esta obrita se decia criado del Conde de Saldaña. Había entrado, en
efecto, a su servicio como gentilhombre antes o poco después de enviudar
de su primer matrimonio: del primero de los cuatro con que probó su
grande afición a este santo sacramento[11].

Para sus nuevas nupcias con doña Úrsula Ramisi Bravo de Laguna[12], el
mencionado Conde le hizo donación de cuatrocientos ducados, amén de
señalarle una pensión anual vitalicia de otros doscientos; pero estas
larguezas de los grandes de antaño eran comúnmente más nominales que
efectivas, porque a la hora de cobrar--tan endeudados andaban de
ordinario--solían desvanecerse como el humo. Y en 1618, fallecida su
segunda mujer, que le dejó, amén de algún otro hijo, a Juan, sucesor de
su padre en la profesión y en el ingenio[13], nuestro escritor contrajo
nuevo matrimonio, que la muerte había de romper antes que pasaran dos
años, con doña Ana María del Valle[14]; y dejando la casa del conde de
Saldaña, pasó a la del marqués de Peñafiel, manirroto primogénito del
gran duque de Osuna, a cuyo servicio estuvo, asimismo como gentilhombre,
cerca de un bienio[15].

Los continuos apuros, la perdurable indigencia y la negra fortuna de
Luis Vélez de Guevara en los años de 1622 y siguientes están pintados de
mano maestra por él mismo en cinco memoriales en verso que salieron a
luz pocos años ha[16]. Ora pretende un humilde puesto en la servidumbre
del cardenal e infante don Fernando; ora, ya frustrado este propósito,
logra en 1623 la efímera portería de cámara del Príncipe de Gales,
nuestro huésped; ya, en 1624, obtiene, después de grande esfuerzo, la
también harto breve mayordomía del archiduque Carlos, muerto aún no
transcurrido un mes desde su llegada a Madrid, y más adelante solicita
infructuosamente del Rey, alegando sus méritos y servicios y la nobleza
de su linaje, una plaza de ayuda de su guardarropa. Al cabo, este hombre
celebrado y aplaudido de todos por sus excelentes comedias, a la par que
por su deliciosa y amenísima conversación, aludiendo a la cual había
escrito Cervantes:

        «Topé a Luis Vélez, _honra y alegría
        y discreción del trato cortesano_,
        y abracéle en la calle a medio día»,

consiguió en 1625 entrar definitivamente en la servidumbre de Palacio,
ocupando una plaza de ujier de cámara de Su Majestad. Pero esto, que
parecía algo, era muy poco, salvo en lo honorífico, pues no tuvo
señalada ración, y hasta el año de 1635, en que el infortunado poeta
entró en gajes[17], siguió condenado a vivir de lo poco que entonces
producían las obras dramáticas[18] y de lo que pedía a sus amigos; tanto
fué así, que se hicieron proverbiales su extremada pobreza y sus donosas
esquelas petitorias, casi siempre en verso.[19]

Como si compartiendo la escasez de recursos se cupiese a menos porción
de ella, Vélez se casó aún por cuarta vez, en 1626, con una viuda
llamada doña María López de Palacios,[20] bien que ésta aportó a su
nuevo enlace algunos bienes; mas pronto fueron vendidos, y juntos y
procreando y criando algunos hijos, vivieron entrambos cónyuges en
cristiana estrecheza, hasta el día 9 de noviembre de 1644, en que
falleció el donairoso autor de tantos primores literarios[21]. Su
testamento, otorgado cuatro días antes, contiene una larga lista de
pequeñas deudas. Al comienzo de este documento consignó: «Iten, declaro
que por el presente estoy muy alcançado y necesitado de hacienda, para
poder disponer y dejar las misas que yo quisiera por mi alma».[22]

Vélez de Guevara fué celebradísimo de sus contemporáneos, así por la
amenidad de su trato, que le ganaba amigos en todas partes, como por su
facundia poética y su florido e inagotable ingenio. Claramente llamábale
en 1613, en el _Inquiridion_ que va al fin de su _Letanía moral_,
«floridissimo ingenio de Ezija, de quien esperamos grandes escritos y
trabajos, y a hecho hasta oy muchas famosas comedias». Cervantes no le
elogió menos en estos dos tercetos del cap. II de su _Viage del Parnaso_
(1614):

        «Este que es escogido entre millares,
        de Gueuara Luys Vélez es el brauo,
        que se puede llamar quita pesares.

        Es Poeta Gigante, en quien alauo
        el verso numeroso, el peregrino
        ingenio, si vn Gnaton nos pinta, o vn Dauo.»

Lope de Vega le ensalzó dos veces, en sendas epístolas de _La Filomena,
con otras diversas Rimas, Prosas y Versos_ (1621):

        «Aquí de Valdivielso el santo empleo,
        De Luis Vélez, florido y elocuente,
        La lira que ya fué del dulce Orfeo.»

        «...Y el famoso Luis Vélez, que tenía
        En éxtasis las Musas, que a sus labios
        Iban por dulce néctar y ambrosía.»

Y aun volvió a loarle en la silva II de su _Laurel de Apolo_, publicado
en 1630:

        «Ni en Écija dejara
        el florido Luis Vélez de Guevara
        de ser su nuevo Apolo,
        que pudo darle solo,
        y sólo en sus escritos,
        con flores de conceptos infinitos,
        lo que los tres que faltan:
        así sus versos de oro
        con blando estilo la materia esmaltan.»

¿Para qué seguir transcribiendo frases laudatorias? Baste recordar muy
resumidamente que Tamayo de Vargas (1622) ponderó su donaire; y don
Fernando de Vera y Mendoza (1627) le llamó «el Rey de Romanos»; y Pérez
de Montalván (1632) encareció los «pensamientos sutiles, arrojamientos
poéticos y versos excelentísimos y bizarros» de sus comedias; y Salas
Barbadillo (1635) afirmó que «en el Parnaso no se conocen otras salinas
sino las de su felicissimo ingenio»....

El insigne poeta ecijano, hoy más famoso por su novela intitulada _El
Diablo Cojuelo_, aún muy leída, que por sus obras teatrales,
desterradas, como todas las antiguas, de la escena actual,
principalmente por falta de buenos cómicos y consiguiente carencia de
buenas compañías, escribió más de cuatrocientas comedias, de las cuales
ha llegado hasta nosotros un centenar escaso. Por éstas se le puede
diputar, si no como autor de señaladísima personalidad literaria, a lo
menos, como uno de los más aventajados discípulos de Lope de Vega, cuyas
huellas siguió tan constante y acertadamente, que a las veces se hace
harto difícil diferenciarlos. Tal sucede, verbigracia, con la comedia
intitulada _Los Novios de Hornachuelos_, que pasa comúnmente por obra de
Lope; pero hay alguna indicación antigua que la atribuye a Vélez de
Guevara, y, leída y estudiada, quédase perplejo el entendimiento más
avisado, sin resolverse a adjudicarla con cabal certeza a ninguno de
entrambos ingenios. La misma grande semejanza con las de Lope se echa de
ver en todas las comedias del poeta ecijano: las fuentes, unas; iguales
los procedimientos; igualmente rica la dicción; análogo el nervio en lo
dramático; parecidísimas las gracias en lo festivo, e idéntica en ambos
la propensión a avalorar lo propio entreverándolo con todos los
elementos del _folklore_ nacional; aquí, con la conseja vulgar y la
tradición legendaria; allá, con el refrán hábilmente desleído y glosado
en cuatro o seis versos; acullá, con la vieja cancioncilla histórica,
que siempre, por lo grata, parece nueva a los oídos españoles; y en otro
lado, en fin, con el sabroso cuentecillo popular, picante sin demasía.

De _El Diablo Cojuelo_, única de las obras de Vélez que ha conservado
para su nombre alguna parte de la amplia popularidad que disfrutó en
vida, se han hecho en nuestros días, amén de tal cual edición corriente,
dos eruditas y anotadas. Ambas se deben a la vasta cultura y harto
probada laboriosidad de don Adolfo Bonilla y San Martín, ventajosamente
conocido en el campo literario y en el filosófico. Enderezando un
antiguo entuerto que se había hecho a Vélez de Guevara con interpretarle
desaforadamente[23], publicó la primera de estas dos ediciones (Vigo,
1902); pero como mi antiguo camarada y docto amigo don Felipe Pérez y
González, cuyo felicísimo ingenio estaba emparentado muy de cerca, a
pesar de los siglos que se habían puesto en medio, con el del donairoso
ecijano, juntase burla burlando, artículo por artículo, en _La
Ilustración Española y Americana_, para formar un libro muy interesante
y ameno, que sacó a luz en 1903 bajo el título de _El Diablo Cojuelo:
notas y comentarios_, libro en el cual patentizó algunos errores de las
notas del señor Bonilla, éste, en 1910, año en que tras cruelísima
enfermedad pasó a mejor vida su festivo, pero amable corrector--que no
sin fundamento había usado en su mocedad el seudónimo de _Urbano
Cortés_--, dió a la estampa en Madrid una nueva edición de la obrita de
Vélez, mejoradas las notas y reconocido con nobleza el valioso auxilio
que para ello le había prestado el tan culto como donairoso escritor
hispalense[24].

Pero, aun así, _El Diablo Cojuelo_ ¿se había hecho del todo accesible a
la inteligencia de los lectores medianamente ilustrados de nuestros
días? Aun rectificadas en su segunda edición, ¿bastan las notas del
señor Bonilla para ahorrar tropiezos, en muchos lugares de la novela,
hasta a los lectores más avisados e instruidos? A estas preguntas, que
algunos aficionados a las letras nos hacíamos, respondió, como si
estuviera en nuestro pensamiento, don Enrique Nercasseau y Morán, en su
discurso de recepción leído ante la Academia Chilena, correspondiente de
la Española, el día 21 de noviembre de 1915[25]: «La novela toda de
Vélez de Guevara--dijo--es una sátira cortés de la sociedad de su
tiempo, felicísima en la mayor parte de sus cuadros, y no afeada por la
licencia y crudeza tan comunes en las novelas de la época. _El Diablo
Cojuelo_ sería una narración clásica de primer orden, y aun leíble hoy
día, si no la deslustrara el conceptismo, y si no se hallara
sobreabundante en equívocos y frases convencionales de difícil o
imposible comprensión en nuestra era. Aun después del trabajo llevado a
cabo por don Adolfo Bonilla y San Martín en su edición de Madrid de
1910, la novela de Vélez de Guevara queda aguardando un comentario que
la explique y la ponga al alcance general.» Ese comentario que el señor
Nercasseau echaba de menos es el que, con temeridad que no puede buscar
disculpa en la inexperiencia de los pocos años, he intentado en la
presente edición. ¿Habré conseguido darle cima? Nuestro señor el público
lo dirá: a su inapelable fallo me someto gustoso.

En las aprobaciones insertas en la edición príncipe de _El Diablo
Cojuelo_ elogiaron esta novela fray Diego Niseno, padre basilio, y fray
Juan Ponce de León, de la orden de los Mínimos. En sentir del primero,
la obrita contiene «muchas cosas de mucha moralidad y enseñança,
escritas con la sazón y variedad que de tal ingenio se podían esperar.
Merece--añadió--la licencia que pide, porque este linage de escritos es
difícil de enquadernar con lo honesto y recatado de nuestras christianas
leyes, y Luis Vélez ha sido en éste gloriosa excepción desta vniuersal
dolencia.» Más extremado es el parecer del segundo, que encarece el
sazonado gusto de Vélez, «por auer puesto la naturaleza en su ingenio la
elegancia del estilo, la suabidad del dezir, la aduertencia en el
colocar, la atenta circunspección en las palabras, y todo con tal modo,
que dexa suspensa la razón sobre a qual de estas partes se deba con más
justificación la primacia: en todo este discurso se corre la cortina a
los conocidos engaños deste mundo, de modo que, para penetrarlos con
sutileza, no necesita nuestra Nación de salir de sus estendidos límites,
pues dentro de sí cría sugetos que, aun en sueños y burlas, la dexan
superiormente ilustrada». Diametralmente opuesta a estas opiniones fué
la de Francisco Santos, pues dijo en _El Arca de Noé y Campana de
Belilla_[26]: «Tocó la Campana y desaparecieron todos los Autores de
viejo, siguiéndolos vno que avia venido tarde, y también llevava vn
libro en las manos, que preguntando a Noe quién era, me dixo: el libro
se intitula el Diablo Cojuelo, Aventuras de Don Cleofas Leandro Perez
Zambullo, digno de que le consumiera vn Polvorista: está sin enseñança
buena, ni moralidad, y esto, sobre acabar como la nieve....» «Ni tanto,
ni tan poco», podría haberse dicho a los tres censores, porque, en
realidad de verdad, la novelita de Vélez de Guevara, que se muestra en
ella como un buen discípulo de Quevedo, de cuyas obras cómicas y
satíricas tiene reminiscencias muy frecuentes, sin ser una maravilla, es
de agradable lectura, y más lo fuera sin la pesada y adulatoria
enumeración de todo aquel inacabable señorío que el autor, en el tranco
VIII, hace pasar por el espejo de Rufina María, dispuesto _ad hoc_ por
el redomado desenredomado.

En la visión, que pudiéramos llamar cinematográfica, de los diez trancos
o capítulos en que está dividido _El Diablo Cojuelo_, cada uno sabe a
cosa diferente de los demás: son cuadros distintos e independientes
entre sí, que no tienen de común sino la intervención, o la presencia
cuando menos, de los dos héroes de la novela. El tranco II, verbigracia,
en que entrambos, desde el capitel de la torre de San Salvador,
descubierta «la carne del pastelón de Madrid», otean después de la media
noche cuanto sucede en la coronada villa, trae a la memoria, por la
traza y manera, como indiqué en las notas de mi edición crítica del
_Quijote_[27], aquella inspección que desde la torre de la Giralda de
Sevilla, y acompañado asimismo de un _cicerone_, el maestro Desengaño,
había hecho Rodrigo Fernández de Ribera, autor de _Los Antoios de meior
vista_[28]. El desaforado poeta del tranco IV es pariente propincuo de
otros dos muy conocidos en nuestra literatura: el del _Coloquio de los
Perros_, de Cervantes, y el de la _Vida del Buscón,_ de Quevedo. A hacer
entretenida y agradable la lectura de _El Diablo Cojuelo_ contribuyen
con lo ingenioso de la invención la interesante variedad de las escenas,
la soltura y viveza del diálogo, y, especialmente, el chispeante gracejo
de Vélez de Guevara. En cambio, la elocución suele ser descuidadilla,
entre otras cosas, por la excesiva abundancia de gerundios.

Del Diablo Cojuelo, entremetido espíritu infernal que da nombre y ser a
la novela, trató el señor Bonilla en una breve nota. Mucho más merecía
el que «trujo al mundo la zarabanda, el déligo y la chacona», y yo he de
volver hoy por su negra honrilla, recordando la mucha familiaridad que
nosotros los españoles hemos tenido con él. Háyase de llamar Renfas, o
Asmodeo, o de otro cualquier modo, es lo cierto que este travieso
diablillo, con parecer de menor cuantía y ser cojo por añadidura, tomó
entre nosotros tal importancia, que nada malo se pudo hacer sin él. «_El
Diablillo Cojo_ sabe más que el otro», enseñó el refrán, y cuando en el
calor de la ira se dijo a alguno que le llevase el diablo, no faltó
quien, rectificando festivamente, respondiera: «_El Diablo Cojuelo_, que
es más ligero». En las fórmulas supersticiosas llevábanle y traíanle
como un zarandillo nuestras hechiceras de los siglos XVI y XVII, para
que les llevase y trajese sus galanes y paniaguados, y le daban prisa,
y le adulaban celebrando su ligereza. Véanse algunos ejemplos. Doña
Antonia Mexía declaró, entre otras cosas, en un proceso que se le siguió
por los años de 1633[29]: «Que habrá seis años que la dicha Beatriz dixo
a ésta que tomase un pedernal y le pusiese la mano encima y dixese:

        Estos cinco dedos pongo en este muro;
        cinco demonios conjuro:
        a Barrabás, a Satanás,
        a Lucifer, a Bercebú,
        _al Diablo Cojuelo,
        que es buen mensajero_,
        que me traigan a fulano luego
        a mi querer y a mi mandar.»

Y así, en 1668, Agueda Rodríguez, vecina de Madridejos, también
procesada por hechicería[30]:

        «..._Diablo Cojuelo,
        tráemele luego_;
        diablo del pozo,
        traémele, que no es casado; que es mozo;
        diablo de la Quintería,
        tráemele en la fería;
        diablo de la plaza,
        tráemele en danza....»

Teníase al Diablo Cojuelo, como dice el refrán, por el más listo de
todos: Esperanza Bonfilla, procesada por la Inquisición de Valencia en
1600, hizo que cierta mujer, para atraer a un hombre, «hiciese vn
conjuro en la forma siguiente: tomando vna escoba, la puso vna toca como
muger, y encendida vna bela que no fuese bendita, se arrodilló delante
de la escoba, y sin haçer cruz, juntas las manos, dixo:

        Marta, Martica,
        no la santa ni la digna,
        ni la digna de rogar,
        ni la que está en el altar,
        sino la que de noche andas por las beredas
        y los días por las encrebelladas,
        yo te conjuro con Satanás y con Barrabás,
        con Bercebú y todos los diablos,
        _y con el diablo coxo,
        que corre mas que todos_,
        que todos vais a fulano
        y le deis tiempo para vestirse
        y le traigais por puntos ante mí y mis ojos,
        sin hacerle mal»[31].

Corría más, y tenía más poder que sus iguales y superiores, o no supo lo
que se pescaba Isabel del Pozo al hacer sus conjuros, ni María
Castellanos cuando lo declaró ante la Inquisición de Toledo en 1631[32],
pues decía: «... que tomó en las manos dicha Isabel del Poço un poco de
sal de sardinas y çilantro, lo qual mezcló todo y lo echaba de una mano
en otra diciendo:

        Conjúrote, sal y çilantro,
        con Barrabás,
        _con el Diablo cojuelo, que puede más._
        No te conjuro por sal y çilantro,
        sino por el corazón de fulano;

y echando la sal y çilantro en la lumbre, proseguía diciendo:

        Así como te has de quemar,
        se queme el corazón de fulano,
        y aquí me le traygas,
        y conjúrote por la reina Sardineta,
        y con la tataranieta,
        y con los navegantes que navegan por la mar.»

Pero la cualidad de diablo bullidor y zaragatero, aficionado a bailes y
holgorios y a meter en danza a los mortales, haciéndoles ganar el
infierno alegremente, de ningún texto inquisitorial resulta tan clara
como de la manifestación de otra hechicera de Madridejos, llamada Mari
Fernández, que, procesada en 1532, al ser interrogada, trajo a colación,
como vamos a ver, un estragado fragmento de cierto curiosísimo romance,
desconocido hoy[33]: «Preguntada sy ha dicho esta declarante a alguna
persona como avia hecho çerco con ynvocacion de diablos, que eran
berzebú y satanás _y el diablo coxuelo_, diziendo esta declarante que
sin _el diablo coxuelo_ no se podía hazer aquel çerco, y que en aquel
çerco que hizo avia esta declarante visto lo quel diablo queria hazer
contra çierta persona, que diga lo que çerca desto ha dicho e fecho,
dixo que ella suele cantar vn Romance que dize:

        A caça yba bienhecho
        por Riberas de la mar,
        no por mengua de vjno
        ni menos mengua de pan;
        por miedo del Rey Ramjro
        que lo querja matar.
        Ellos en aquesto estando
        enbjaronle a llamar.
        Vamonos, dixo, amigo,
        vamonos, dixo, a çenar;
        de que ovjeremos çenado
        dios dixo lo que será;
        desque ovjeron çenado
        tomó libros en sus manos
        y començó de Rezar;
        a los pecados mayores
        enpeçolos de llamar:
        ¿Qué es de ti, berzebu,
        qué es de ti, barravas,
        _qué es de ti, diablo coxuelo,
        que eras tú el juglar_?...»

Tanto don Adolfo Bonilla como don Felipe Pérez indagaron con prolijidad
cuándo hubo de escribir su obrita Vélez de Guevara, y si la escribió
seguidamente, o a trozos y aun con largos intervalos entre unos y otros
capítulos. Convienen ambos investigadores en esta última creencia, pero
no en lo demás; porque si en opinión de Pérez y González la novela fué
escrita después de febrero de 1636 y antes de mayo de 1639, a juicio de
Bonilla, Vélez empezó a escribirla después de febrero de 1637 y la
terminó hacia julio de 1640[34]. No creo que el poner en claro este
punto, siendo corto, como lo es, dentro de la ordinaria duración de la
vida humana, el tiempo comprendido entre unas fechas y otras, merezca el
ímprobo trabajo que echaron sobre si estos denodados eruditos[35].

Unas advertencias, para terminar.

«Vélez de Guevara, como Quevedo--notó el señor Bonilla--, es un
escolástico del idioma. No hay que perder una sola de sus palabras, no
hay que confiar en el valor directo de cualquiera de sus frases, porque
lo mejor del cuento pasaría quizás inadvertido. Es preciso estar siempre
ojo avizor para saborear como es debido aquellas atrevidas metáforas,
aquellas extravagantes relaciones, aquellos estupendos equívocos,
aquellas arbitrarias licencias en que se complace. Esta indispensable
atención fatiga en ocasiones; pero hace sacar doble fruto de la lectura
de un libro cuyo atractivo consiste, más bien que en el interés de los
lances, en la ingeniosidad dé los pensamientos. Sólo el muy
familiarizado con los secretos del habla podrá darse cabal cuenta de las
bellezas de una obra semejante.» Exactísimo todo ello, y porque lo es y
a los más de los lectores falta esa extremada familiaridad a que se
refiere el señor Bonilla, no podían buenamente pasar sin nota muchas de
las frases que no la tienen en sus ediciones. Ciento treinta y cinco que
están en este caso señalé de primera intención cuando, leído el
sobredicho discurso del señor Nercasseau y Morán, me sentí deseoso de
preparar, para la simpática colección de «Clásicos Castellanos», esta
humilde edicioncita de _El Diablo Cojuelo._

Como el señor Bonilla, «procuro pecar antes por carta de más que por
carta de menos, por lo cual a veces he explicado palabras y giros que
podrán parecer a los eruditos de muy llana inteligencia. Téngase en
cuenta, sin embargo--añado con él--, que me dirijo a la generalidad y
que mi propósito es facilitar la comprensión del libro de Vélez de
Guevara a todo género de lectores.» Con mayor motivo había yo de hacer
lo propio en una edición vulgarizadora, como es la presente. Pero aun
así, he huído con mucho cuidado de escribir notas por las cuales se me
pudiese encasillar junto a Lucas de Valdés y Toro, aquel empecatado
cirujano cordobés que en 1630 dió a la estampa un opúsculo perogrullesco
intitulado así: _Tratado en que se prueba que la nieve es fría y
húmeda[36]_.

No obstantes mi buena voluntad y la diligencia con que procuré evitarlo,
se me han quedado por entender algunas frases del texto. Hay quien,
puesto a anotar uno cualquiera, explica lo que buenamente se le alcanza,
y en cuanto a lo que no, hace, como dicen, la vista gorda y pasa de
largo sin decir palabra, dando a colegir con su silencio que aquello que
no explicó no lo ha menester, por ser cosa llanísima. Jamás cometí esa
reprobable fullería: antes por el contrario, en casos tales confieso
paladinamente que aquel lugar merece y pide explicación, y que, por
malos de mis pecados, yo no acerté a dársela[37].

Por último, aunque en esta edición sigo el texto de la original de Vélez
de Guevara (Madrid, Imprenta del Reyno, 1641), no la he copiado tan
fielmente, tan servilmente, que reproduzca su endiablada ortografía,
digo, la de los bárbaros cajistas que compusieron los moldes. «Para
regalar a los lectores--escribí trece años ha[38]--con bocados como
_abaricia_, _hajo, coetes, hizquierda, voca, vobos, obtica,
valbucientes, abitos, hancas y hacechar_, como lo hizo el señor Bonilla
reproduciendo la edición príncipe de _El Diablo Cojuelo_, siempre hay
tiempo, o, dicho mejor, no debe haberlo nunca. Ya no es poco _hacer
morder el ajo_ a uno; pero hacerle morder el _hajo_ es crueldad doblada,
porque pica aún más la _hache_ que el _ajo_ mismo.»

Y con esto, lector amable, quédate a Dios, y perdóname si te causé
enfado o tedio con la lectura de mi prólogo.

FRANCISCO RODRÍGUEZ MARÍN.

_Madrid, 2 de junio de 1918_.



         EL DIABLO COJUELO



        [AL EXCMO. SR. D. RODRIGO DE SANDOVAL,
         DE SILVA, DE MENDOZA Y DE LA CERDA,
         PRÍNCIPE DE MÉLITO, DUQUE DE PASTRANA,
         DE ESTREMERA Y FRANCAVILA, ETC.]


Excelentísimo señor:

La generosa condición de V.E., patria general de los ingenios, donde
todos hallan seguro asilo, ha solicitado mi desconfianza para rescatar
del olvido de una naveta[39], en que estaba entre otros borradores míos,
este volumen que llamo _El Diablo Cojuelo_, escrito con particular
capricho, porque al amparo de tan gran Mecenas salga menos cobarde a dar
noticia de las ignorancias del dueño. A cuya sombra excelentísima la
invidia me mirará ociosa, la emulación muda, y desairada la
competencia; que con estas seguridades no naufragará esta novela y podrá
andar con su cara descubierta por el mundo. Guarde Dios a V.E., como sus
criados deseamos y hemos menester.

Criado de V.E., que sus pies besa,

LUIS VÉLEZ DE GUEVARA.



PRÓLOGO A LOS MOSQUETEROS[40] DE LA COMEDIA DE MADRID.

Gracias a Dios, mosqueteros míos, o vuestros, jueces de los aplausos
cómicos por la costumbre y mal abuso, que una vez tomaré la pluma sin el
miedo de vuestros silbos, pues este discurso del Diablo Cojuelo nace a
luz concebido sin teatro original fuera de vuestra juridición; que aun
del riesgo de la censura del leello está privilegiado por vuestra
naturaleza, pues casi ninguno de vosotros sabe deletrear; que nacistes
para número de los demás, y para pescados de los estanques[41][42], de
los corrales[43], esperando, las bocas abiertas[44], el golpe del
concepto por el oído y por la manotada del cómico, y no por el ingenio.
Allá os lo habed con vosotros mismos, que sois corchetes[45] de la
Fortuna, dando las más veces premio a lo que aun no merece oídos, y
abatís lo que merece estar sobre las estrellas; pero no se me da de
vosotros dos caracoles: hágame Dios bien con mi prosa[46], entretanto
que otros fluctúan por las maretas[47] de vuestros aplausos, de quien
nos libre Dios por su infinita misericordia, Amén, Jesús.

CARTA DE RECOMENDACIÓN AL CÁNDIDO[48] O MORENO LECTOR.

Lector amigo: yo he escrito este discurso, que no me he atrevido a
llamarle libro, pasándome de la jineta de los consonantes[49] a la brida
de la prosa, en las vacantes que me han dado las despensas[50] de mi
familia y los autores de las comedias por su Majestad[51]; y como es _El
Diablo Cojuelo_, no lo reparto en capítulos, sino en trancos[52].
Suplícote que los des en su leyenda[53], porque tendrás menos que
censurarme, y yo que agradecerte[54]. Y, por no ser para más[55] ceso, y
no de rogar a Dios que me conserve en tu gracia.

De Madrid, a los que fueren entonces del mes y del año, y tal y tal y
tal[56].


EL AUTOR Y EL TEXTO.



DE DON JUAN VÉLEZ DE GUEVARA A SU PADRE.

SONETO[57]

        Luz en quien se encendió la vital mía,
        De cuya llama soy originado,
        Bien que la vida sólo te he imitado,
        Que el alma fuera en mí vana porfía,

        Si eres el sol de nuestra Pöesía,
        Viva más que él tu aplauso eternizado,
        Y pues un vivir solo es limitado,
        No te estreches al término de un día.

        Hoy junta en el deleite la enseñanza
        Tu ingenio, a quien el tiempo no consuma,
        Pues también viene a ser aplauso suyo.

        Y sufra la modestia esta alabanza
        A quien, por parecer más hijo tuyo
        Quisiera ser un rasgo de tu pluma.



TRANCO PRIMERO


Daban en Madrid, por los fines de julio, las once de la noche en punto,
hora menguada para las calles[58], y, por faltar la luna, juridición y
término redondo de todo requiebro lechuzo y patarata de la muerte. El
Prado boqueaba coches[59] en la última jornada de su paseo, y en los
baños de Manzanares los Adanes y las Evas de la Corte, fregados más de
la arena que limpios del agua[60], decían el _Ite, río[61]_ _es[62]_,
cuando don Cleofás Leandro Pérez Zambullo, hidalgo a cuatro vientos[63],
caballero huracán y encrucijada de apellidos[64], galán de noviciado y
estudiante de profesión, con un broquel y una espada, aprendía a gato
por el caballete de un tejado, huyendo de la justicia, que le venía a
los alcances[65] por un estrupo[66] que no lo había comido ni
bebido[67], que en el pleito de acreedores de una doncella al uso estaba
graduado en el lugar veintidoseno[68], pretendiendo que el pobre
licenciado escotase solo lo que tantos habían merendado[69]; y como
solicitaba escaparse del «para en uno son[70]» (sentencia difinitiva
del cura de la parroquia y auto que no lo revoca si no es el vicario
Responso[71], juez de la otra vida), no dificultó arrojarse desde el ala
del susodicho tejado, como si las tuviera, a la buarda[72] de otro que
estaba confinante, nordesteado de una luz que por ella escasamente se
brujuleaba, estrella de la tormenta que corría, en cuyo desván puso los
pies y la boca[73] a un mismo tiempo, saludándolo como a puerto de tales
naufragios, y dejando burlados los ministros del agarro[74] y los
honrados pensamientos de mi señora doña Tomasa de Bitigudiño[75],
doncella chanflona[76] que se pasaba de noche como cuarto falso, que,
para que surtiese efecto su bellaquería, había cometido otro estelionato
más con el capitán de los jinetes a gatas que corrían las costas[77] de
aquellos tejados en su demanda, y volvían corridos de que se les
hubiese escapado aquel bajel de capa y espada[78] que llevaba cautiva la
honra de aquella señora mohatrera de doncellazgos[79], que juraba entre
sí tomar satisfacción deste desaire en otro inocente, chapetón[80] de
embustes doncelliles, fiada en una madre que ella llamaba _tía,_ liga
donde había caído tanto pájaro forastero.

A estas horas, el Estudiante, no creyendo su buen suceso[81] y
deshollinando con el vestido y los ojos el zaquizamí, admiraba la región
donde había arribado, por las estranjeras estravagancias de que estaba
adornada la tal espelunca, cuyo avariento farol era un candil de
garabato, que descubría sobre una mesa antigua de cadena[82] papeles
infinitos, mal compuestos y ordenados, escritos de caracteres
matemáticos, unas efemérides abiertas[83], dos esferas y algunos
compases y cuadrantes, ciertas señales de que vivía en el cuarto de más
abajo algún astrólogo, dueño de aquella confusa oficina y embustera
ciencia; y llegándose don Cleofás curiosamente, como quien profesaba
letras y era algo inclinado a aquella profesión, a revolver los trastos
astrológicos, oyó un suspiro entre ellos mismos, que, pareciéndole
imaginación o ilusión de la noche, pasó adelante con la atención
papeleando los memoriales de Euclides y embelecos de Copérnico;
escuchando segunda vez repetir el suspiro, entonces, pareciéndole que no
era engaño de la fantasía, sino verdad que se había venido a los oídos,
dijo con desgarro y ademán de estudiante valiente:

--¿Quién diablos suspira aquí?, respondiéndole al mismo tiempo una voz
entre humana y estranjera:

--Yo soy, señor Licenciado, que estoy en esta redoma, adonde me tiene
preso ese astrólogo que vive ahí abajo, porque también tiene su punta
de la mágica negra[84], y es mi alcaide dos años habrá.

--Luego ¿familiar eres?--dijo el Estudiante[85].

--Harto me holgara yo--respondieron[86] de la redoma--que entrara uno
de la Santa Inquisición, para que, metiéndole a él en otra de cal y
canto, me sacara a mí desta jaula de papagayos de piedra azufre. Pero tú
has llegado a tiempo que me puedes rescatar, porque este a cuyos
conjuros estoy asistiendo me tiene ocioso, sin emplearme en nada, siendo
yo el espíritu más travieso del infierno.

Don Cleofás, espumando valor, prerrogativa de estudiante de Alcalá, le
dijo:

--¿Eres demonio plebeyo, u de los de nombre?

--Y de gran nombre--le repitió el vidro endemoniado--, y el más
celebrado en entrambos mundos.

--¿Eres Lucifer?--le repitió don Cleofás.

--Ése es demonio de dueñas y escuderos--le respondió la voz.

--¿Eres Satanás?--prosiguió el Estudiante.

--Ése es demonio de sastres y carniceros--volvió la voz a repetille.

--¿Eres Bercebú?--volvió a preguntalle don Cleofás.

Y la voz a respondelle:

--Ése es demonio de tahures, amancebados y carreteros.

--¿Eres Barrabás[87], Belial, Astarot?--finalmente le dijo el
Estudiante.

--Esos son demonios de mayores ocupaciones--le respondió la voz--:
demonio más por menudo soy, aunque me meto en todo: yo soy las pulgas
del infierno, la chisme[88], el enredo, la usura, la mohatra; yo truje
al mundo la zarabanda[89], el déligo[90], la chacona[91], el
bullicuzcuz[92], las cosquillas de la capona[93], el guiriguirigay, el
zambapalo, la mariona, el avilipinti, el pollo, la carretería, el
hermano Bartolo, el carcañal, el guineo, el colorín colorado[94]; yo
inventé las pandorgas[95]; las jácaras[96], las papalatas[97], los
comos[98], las mortecinas[99], los títeres[100], los volatines[101],
los saltambancos[102], los maesecorales[103], y, al fin, yo me llamo el
Diablo Cojuelo.

--Con decir eso--dijo el Estudiante--hubiéramos ahorrado lo demás: vuesa
merced me conozca por su servidor; que hay muchos días que le deseaba
conocer. Pero, ¿no me dirá, señor Diablo Cojuelo, por qué le pusieron
este nombre, a diferencia de los demás, habiendo todos caído desde tan
alto, que pudieran quedar todos de la misma suerte y con el mismo
apellido[104]?

--Yo, señor don Cleofás Leandro Pérez Zambullo, que ya le sé el suyo, o
los suyos--dijo el Cojuelo--, porque hemos sido vecinos por esa dama que
galanteaba y por quien le ha corrido la justicia esta noche, y de quien
después le contaré maravillas, me llamo desta manera porque fuí el
primero de los que se levantaron en el rebelión[105] celestial, y de los
que cayeron y todo[106]; y como los demás dieron sobre mi, me
estropearon, y ansí, quedé más que todos señalado de la mano de Dios y
de los pies de todos los diablos, y con este sobrenombre; mas no por eso
menos ágil para todas las facciones que se ofrecen en los países bajos,
en cuyas impresas nunca me he quedado atrás, antes me he adelantado a
todos; que, camino del infierno, tanto anda el cojo como el viento[107];
aunque nunca he estado más sin reputación que ahora en poder deste
vinagre, a quien por trato[108] me entregaron mis propios compañeros,
porque los traía al retortero a todos[109], como dice el refrán de
Castilla, y cada momento a los más agudos les daba gato por demonio.
Sácame deste Argel de vidro; que yo te pagaré el rescate en muchos
gustos, a fe de demonio, porque me precio de amigo de mi amigo, con mis
tachas buenas y malas[110].

--¿Cómo quieres--dijo don Cleofás mudando la cortesía[111] con la
familiaridad de la conversación--que yo haga lo que tú no puedes siendo
demonio tan mañoso?

--A mí no me es concedido--dijo el Espíritu--, y a ti sí, por ser hombre
con el privilegio del baptismo y libre del poder de los conjuros, con
quien han hecho pacto los príncipes de la Guinea infernal[112]. Toma un
cuadrante de esos y haz pedazos esta redoma; que luego en derramándome
me verás visible y palpable.

No fué escrupuloso ni perezoso don Cleofás, y ejecutando lo que el
Espíritu le dijo, hizo con el instrumento astronómico jigote[113] del
vaso, inundando la mesa sobredicha de un licor turbio, escabeche en que
se conservaba el tal Diablillo; y volviendo los ojos al suelo, vió en
él un hombrecillo de pequeña estatura, afirmado en dos muletas[114],
sembrado de chichones mayores de marca[115], calabacino de testa y badea
de cogote, chato de narices, la boca formidable y apuntalada en dos
colmillos solos, que no tenían más muela ni diente los desiertos de las
encías, erizados los bigotes como si hubiera barbado en Hircania[116];
los pelos de su nacimiento, ralos, uno aquí y otro allí[117], a fuer de
los espárragos, legumbre[118] tan enemiga de la compañía, que si no es
para venderlos en manojos, no se juntan. Bien hayan los berros, que
nacen unos entrepernados con otros, como vecindades de la Corte, perdone
la malicia la comparación.

Asco le dió a don Cleofás la figura, aunque necesitaba de su favor para
salir del desván, ratonera del Astrólogo en que había caído huyendo de
los gatos que le siguieron (salvo el guante[119] a la metáfora), y
asiéndole por la mano el Cojuelo y diciéndole: «Vamos, don Cleofás, que
quiero comenzar a pagarte en algo lo que te debo», salieron los dos por
la buarda como si los dispararan de un tiro[120] de artillería, no
parando de volar hasta hacer pie en el capitel de la torre de San
Salvador[121], mayor atalaya de Madrid, a tiempo que su reloj daba la
una, hora que tocaba a recoger el mundo poco a poco al descanso del
sueño; treguas que dan los cuidados a la vida, siendo común el silencio
a las fieras y a los hombres; medida que a todos hace iguales; habiendo
una priesa notable a quitarse zapatos y medias, calzones y jubones,
basquiñas[122], verdugados[123], guardainfantes[124], polleras[125],
enaguas y guardapiés, para acostarse hombres y mujeres, quedando las
humanidades menos mesuradas, y volviéndose a los primeros originales,
que comenzaron el mundo horros de todas estas baratijas; y
engestándose[126] al camarada, el Cojuelo le dijo:

--Don Cleofás, desde esta picota[127] de las nubes, que es el lugar más
eminente de Madrid, malaño[128] para Menipo en los diálogos de Luciano,
te he de enseñar todo lo más notable que a estas horas pasa en esta
Babilonia española, que en la confusión fué esotra con ella segunda
deste nombre.

Y levantando a los techos de los edificios, por arte diabólica, lo
hojaldrado[129], se descubrió la carne del pastelón de Madrid como
entonces estaba, patentemente, que por el mucho calor estivo estaba con
menos celosías, y tanta variedad de sabandijas racionales en esta arca
del mundo, que la del diluvio, comparada con ella, fué de capas y
gorras.



TRANCO II


Quedó don Cleofás absorto en aquella pepitoria[130] humana de tanta
diversidad de manos, pies y cabezas, y haciendo grandes admiraciones,
dijo:

--¿Es posible que para tantos hombres, mujeres y niños hay[131] lienzo
para colchones, sábanas y camisas? Déjame que me asombre que entre las
grandezas de la Providencia divina no sea ésta la menor.

Entonces el Cojuelo, previniéndole, le dijo:

--Advierte que quiero empezar a enseñarte distintamente, en este teatro
donde tantas figuras representan, las más notables, en cuya variedad
está su hermosura. Mira allí primeramente cómo están sentados muchos
caballeros y señores a una mesa opulentísima, acabando una media
noche[132]; que eso les han quitado a los relojes no más.

Don Cleofás le dijo:

--Todas esas caras conozco; pero sus bolsas no, si no es para
servillas[133].

--Hanse pasado a los estranjeros, porque las trataban muy mal estos
príncipes cristianos--dijo el Cojuelo--, y se han quedado, con las
caponas[134], sin ejercicio.

--Dejémoslos cenar--dijo don Cleofás--, que yo aseguro que no se
levanten de la mesa sin haber concertado un juego de cañas para cuando
Dios fuere servido, y pasemos adelante; que a estos magnates los más de
los días les beso yo las manos, y estas caravanas las ando yo las más de
las noches, porque he sido dos meses culto vergonzante de la proa[135]
de uno de ellos y estoy encurtido de excelencias y señorías, solamente
buenas para veneradas.

--Mira allí--prosiguió el Cojuelo--cómo se está quejando de la orina un
letrado, tan ancho de barba[136] y tan espeso, que parece que saca un
delfín la cola por las almohadas. Allí está pariendo doña Fáfula[137], y
don Toribio su indigno consorte, como si fuera suyo lo que paria, muy
oficioso y lastimado; y está el dueño de la obra a pierna suelta en
esotro barrio, roncando y descuidado del suceso. Mira aquel preciado de
lindo, o aquel lindo de los más preciados, cómo duerme con bigotera[138]
torcidas de papel en las guedejas y el copete[139], sebillo en las
manos[140], y guantes descabezados[141], y tanta pasa[142] en el rostro,
que pueden hacer colación[143] en él toda la cuaresma que viene. Allí,
más adelante, está una vieja, grandísima hechicera, haciendo en un
almirez una medicina de drogas restringentes para remendar una doncella
sobre su palabra[144], que se ha de desposar mañana. Y allí, en aquel
aposentillo estrecho, están dos enfermos en dos camas, y se han
purgado juntos, y sobre quién ha hecho más cursos[145], como si se
hubieran de graduar en la facultad, se han levantado a matar a
almohadazos. Vuelve allí, y mira con atención cómo se está untando una
hipócrita a lo moderno, para hallarse en una gran junta de brujas que
hay entre San Sebastián y Fuenterrabía, y a fe que nos habíamos de ver
en ella si no temiera el riesgo de ser conocido del demonio que
hace[146] el cabrón, porque le di una bofetada a mano abierta en la
antecámara de Lucifer, sobre unas palabras mayores que tuvimos; que
también entre los diablos hay libro del duelo[147], porque el autor que
le compuso es hijo de vecino del infierno. Pero mucho más nos podemos
entretener por acá, y más si pones los ojos en aquellos dos ladrones que
han entrado por un balcón en casa de aquel estranjero rico, con una
llave maestra, porque las ganzúas son a lo antiguo, y han llegado donde
está aquel talego de vara y media estofado de patacones[148] de a ocho,
a la luz de una linterna que llevan, que, por ser tan grande y no poder
arrancalle de una vez, por el riesgo del ruido, determinan abrille, y
henchir las faltriqueras y los calzones, y volver otra noche por lo
demás, y comenzando a desatalle, saca el tal estranjero (que estaba
dentro dél guardando su dinero, por no fialle de nadie) la cabeza,
diciendo: «Señores ladrones, acá estamos todos»[149], cayendo
espantados uno a un lado y otro a otro, como resurreción de aldea[150],
y se vuelven gateando a salir por donde entraron.

--Mejor fuera--dijo don Cleofás--que le hubieran llevado sin desatar en
el capullo de su dinero, porque no le sucediera ese desaire, pues que
cada estranjero es un talego bautizado[151]; que no sirven de otra cosa
en nuestra república y en la suya, por nuestra mala maña.

Pero, ¿quién es aquella abada[152] con camisa de mujer, que no solamente
la cama le viene estrecha, sino la casa y Madrid, que hace roncando más
ruido que la Bermuda[153], y, al parecer, [bebe][154] cámaras de tinajas
y come jigotes de bóvedas?

--Aquélla ha sido cuba de Sahagún[155], y no profesó--dijo el
Cojuelo--si no es el mundo de agora, que está para dar un estallido, y
todo junto puede ser siendo quien es: que es una bodegonera tan rica,
que tiene, a dar[156] rocín por carnero y gato por conejo a los
estómagos del vuelo[157], seis casas en Madrid, y en la puerta de
Guadalajara[158] más de veinte mil ducados, y con una capilla que ha
hecho para su entierro y dos capellanías que ha fundado, se piensa ir al
cielo derecha; que aunque pongan una garrucha en la estrella de Venus y
un alzaprima en las Siete Cabrillas, me parece que será imposible que
suba allá aquel tonel; y como ha cobrado buena fama[159], se ha echado
a dormir de aquella suerte.

--Aténgome--dijo don Cleofás--a aquel caballero tasajo que tiene el
alma en cecina, que ha echado de ver que es caballero en un hábito[160]
que le he visto en una ropilla[161] a la cabecera, y no es el mayor
remiendo que tiene, y duerme enroscado como lamprea empanada, porque la
cama es media sotanilla, que le llega a las rodillas no más.

--Aquél--dijo el Cojuelo--es pretendiente, y está demasiado de gordo y
bien tratado para el oficio que ejercita. Bien haya aquel tabernero de
Corte, que se quita de esos cuidados y es cura de su vino, que le está
bautizando en los pellejos y las tinajas, y a estas horas está hecho
diluvio[162] en pena, con su embudo en la mano, y antes de mil
años[163] espero verle jugar cañas[164] por el nacimiento de algún
príncipe.

--¿Qué mucho--dijo don Cleofás--si es tabernero y puede emborrachar a la
Fortuna?

--No hayas miedo--dijo el Cojuelo--que se vea en eso aquel alquimista
que está en aquel sótano con unos fuelles, inspirando una hornilla llena
de lumbre, sobre la cual tiene un perol con mil variedades de
ingredientes, muy presumido de acabar la piedra filosofal y hacer el
oro; que ha diez años que anda en esta pretensión, por haber leído el
arte de Reimundo Lulio y los autores químicos que hablan[165] en este
mismo imposible.

--La verdad es--dijo don Cleofás--que nadie ha acertado a hacer el oro
si no es Dios, y el sol, con comisión particular suya.

--Eso es cierto--dijo el Cojuelo--, pues nosotros no hemos salido con
ello. Vuelve allí, y acompáñame a reír de aquel marido y mujer, tan
amigos de coche, que todo lo que habían de gastar en vestir, calzar y
componer su casa lo han empleado en aquel que está sin caballos agora, y
comen y cenan y duermen dentro dél, sin que hayan salido de su
reclusión, ni aun para las necesidades corporales, en cuatro años que ha
que le compraron[166]; que están encochados, como emparedados, y ha sido
tanta la costumbre de no salir dél, que les sirve el coche de conchas,
como a la tortuga y al galápago, que en tarascando cualquiera dellos la
cabeza fuera dél, la vuelven a meter luego, como quien la tiene fuera de
su natural, y se resfrían y acatarran en sacando pie, pierna o mano
desta estrecha religión; y pienso que quieren ahora labrar un desván en
él para ensancharse y alquilalle a otros dos vecinos tan inclinados a
coche, que se contentarán con vivir en el caballete dél.

--Esos--dijo don Cleofás--se han de ir al infierno en coche y en alma.

--No es penitencia para menos--respondió el Cojuelo--. Diferentemente le
sucede a esotro pobre y casado, que vive en esotra casa más adelante,
que después de no haber podido dormir desde que se acostó, con un órgano
al oído de niños tiples, contraltos, terceruelas[167] y otros mil
guisados de voces que han inventado para llorar, ahora que se iba a
trasponer un poco, le ha tocado a rebato un mal de madre de su mujer,
tan terrible, que no ha dejado ruda en la vecindad[168], lana ni papel
quemado, escudilla untada con ajo, ligaduras, bebidas, humazos y
trescientas cosas más[169], y a él le ha dado, de andar en camisa, un
dolor de ijada, con que imagino que se ha de desquitar del dolor de
madre de su mujer.

--No están tan despiertos en aquella casa--dijo don Cleofás--donde está
echando una escala aquel caballero que, al parecer, da asalto al cuarto
y a la honra del que vive en él; que no es buena señal, habiendo
escaleras dentro, querer entrar por las de fuera.

--Allí--dijo el Cojuelo--vive un caballero viejo y rico que tiene una
hija muy hermosa y doncella, y rabia por dejallo de ser con un marqués,
que es el que da la escalada, que dice que se ha de casar con ella, que
es papel que ha hecho con otras diez u doce, y lo ha representado mal;
pero esta noche no conseguirá lo que desea, porque viene un alcalde de
ronda, y es muy antigua costumbre de nosotros ser muy regatones[170] en
los gustos, y, como dice vuestro refrán, si la podemos dar roma, no la
damos aguileña[171].

--¿Qué voces--dijo don Cleofás--son las que dan en esotra casa más
adelante, que parece que pregonan algún demonio que se ha perdido?

--No seré yo, que me he rescatado--dijo el Cojuelo--, si no es que me
llaman a pregones del infierno por el quebrantamiento de la redoma; pero
aquél es un garitero que ha dado esta noche ciento y cincuenta barajas,
y se ha endiablado de cólera porque no le han pagado ninguna y se van
los actores y los reos con las costas en el cuerpo, tras una pendencia
de barato[172] sobre uno que juzgó mal una suerte, y los mete en paz
aquella música que dan a cuatro voces en esotra calle unos criados de un
señor a una mujer de un sastre que ha jurado que los ha de coser a
puñaladas[173].

--Si yo fuera el marido--dijo don Cleofás--, más los tuviera por gatos
que por músicos.

--Agora te parecerán galgos--dijo el Cojuelo--, porque otro competidor
de la sastra, con una gavilla de seis o siete, vienen sacando las
espadas, y los Orfeos de la maesa, reparando la primera invasión con las
guitarras, hacen una fuga[174] de cuatro o cinco calles. Pero vuelve
allí los ojos, verás cómo se va desnudando aquel hidalgo que ha rondado
toda la noche, tan caballero del milagro[175] en las tripas como en las
demás facciones, pues quitándose una cabellera, queda calvo; y las
narices de carátula, chato; y unos bigotes postizos, lampiño; y un brazo
de palo, estropeado; que pudiera irse más camino de la sepoltura que de
la cama. En esotra casa más arriba está durmiendo un mentiroso con una
notable pesadilla, porque sueña que dice verdad. Allí un vizconde, entre
sueños, está muy vano porque ha regateado la excelencia a un grande.
Allí está muriendo un fullero, y ayudándole a bien morir un testigo
falso, y por darle la bula de la Cruzada, le da una baraja de naipes,
porque muera como vivió, y él, boqueando, por decir «Jesús», ha dicho
«flux». Allí, más arriba, un boticario está mezclando la piedra
bezar[176] con los polvos de sen. Allí sacan un médico de su casa para
una apoplejía que le ha dado a un obispo. Allí llevan aquella comadre
para partear a una preñada de medio ojo[177], que ha tenido dicha en
darle los dolores a estas horas. Allí doña Tomasa, tu dama, en enaguas,
está abriendo la puerta a otro; que a estas horas le oye de amor.

--Déjame--dijo don Cleofás--: bajaré sobre ella a matarla a coces.

--Para estas ocasiones se hizo el _tate, tate_[178]--dijo el Cojuelo--;
que no es salto para de burlas. Y te espantas de pocas cosas[179]: que
sin este enamorado murciélago[180], hay otros ochenta, para quien[181]
tiene repartidas las horas del día y de la noche.

--¡Por vida del mundo--dijo don Cleofás--que la tenía por una santa!

--Nunca te creas de ligero--le replicó el Diablillo--. Y vuelve los ojos
a mi Astrólogo, verás con las pulgas y inquietud que duerme: debe de
haber sentido pasos en su desván y recela algún detrimento de su redoma.
Consuélese con su vecino, que mientras está roncando a más y mejor, le
están sacando a su mujer, como muela, sin sentillo, aquellos dos
soldados.

--Del mal lo menos--dijo don Cleofás--; que yo sé del marido
ochodurmiente[182] que dirá[183] cuando despierto lo mismo.

--Mira allí--prosiguió el Cojuelo--aquel barbero, que soñando se ha
levantado, y ha echado unas ventosas a su mujer, y la ha quemado con las
estopas las tablas de los muslos, y ella da gritos, y él, despertando,
la consuela diciendo que aquella diligencia es bueno que esté hecha para
cuando fuere menester. Vuelve allí los ojos a aquella cuadrilla de
sastres que están acabando unas vistas[184] para un tonto que se casa a
ciegas, que es lo mismo que por relación, con una doncella tarasca, fea,
pobre y necia, y le han hecho creer al contrario con un retrato que le
trujo un casamentero, que a estas horas se está levantando con un
pleitista que vive pared y medio dél[185], el uno a cansar ministros y
el otro a casar todo el linaje humano; que solamente tú, por estar tan
alto, estás seguro deste demonio, que en algún modo lo es más que yo.
Vuelve los ojos y mira aquel cazador mentecato del gallo[186], que está
ensillando su rocin a estas horas y poniendo la escopeta debajo del
caparazón, y deja de dormir de aquí a las nueve de la mañana por ir a
matar un conejo, que le costaría mucho menos aunque le comprara en la
despensa de Judas[187]. Y al mismo tiempo advierte cómo a la puerta de
aquel rico avariento echan un niño, que por partes de[188] su padre
puede pretender la beca del Antecristo[189], y él, en grado de
apelación, da con él en casa de un señor que vive junto a la suya, que
tiene talle de comérselo antes que criallo, porque ha días que su
despensa espera el domingo de casi ración[190]. Pero ya el día no nos
deja pasar adelante; que el agua ardiente y el letuario[191] son sus
primeros crepúsculos, y viene el sol haciendo cosquillas a las
estrellas, que están jugando a salga la parida[192], y dorando la
píldora[193] del mundo, tocando al arma a tantas bolsas y talegos y
dando rebato a tantas ollas, sartenes y cazuelas, y no quiero que se
valga de mi industria para ver los secretos que le negó la noche:
cuéstele brujeleallo por resquicios, claraboyas y chimeneas.

Y volviendo a poner la tapa al pastelón, se bajaron a las calles.



TRANCO III


Ya comenzaban en el puchero humano de la Corte a hervir hombres y
mujeres, unos hacia arriba, y otros hacia abajo, y otros de través,
haciendo un cruzado[194] al son de su misma confusión[195], y el piélago
racional de Madrid a sembrarse de ballenas[196] con ruedas, que por otro
nombre llaman coches, trabándose la batalla del día, cada uno con
disinio y negocio diferente, y pretendiéndose engañar los unos a los
otros, levantándose una polvareda de embustes y mentiras, que no se
descubría una brizna de verdad por un ojo de la cara[197], y don Cleofás
iba siguiendo a su camarada, que le había metido por una calle algo
angosta, llena de espejos por una parte y por otra, donde estaban muchas
damas y lindos mirándose y poniéndose de diferentes posturas de bocas,
guedejas, semblantes, ojos, bigotes, brazos y manos, haciéndose
cocos[198] a ellos mismos. Preguntóle don Cleofás qué calle era aquélla,
que le parecía que no la había visto en Madrid, y respondióle el
Cojuelo:

--Ésta se llama la calle de los Gestos, que solamente saben a ella estas
figuras de la baraja de la Corte, que vienen aquí a tomar el gesto con
que han de andar aquel día, y salen con perlesia de lindeza, unos con la
boquita de riñón[199], otros con los ojitos dormidos, roncando[200]
hermosura, y todos con los dos dedos de las manos, índice y meñique,
levantados, y esotros, de _Gloria Patri_[201]. Pero salgámonos muy
apriesa de aquí; que con tener estómago de demonio y no haberme mareado
las maretas[202] del infierno, me le han revuelto estas sabandijas, que
nacieron para desacreditar la naturaleza y el rentoy[203].

Con esto, salieron desta calle a una plazuela donde había gran concurso
de viejas que había sido damas cortesanas[204], y mozas que entraban a
ser lo que ellas habían sido, en grande contratación unas con otras.
Preguntó el Estudiante a su camarada qué sitio era aquél, que tampoco le
había visto, y él le respondió:

--Éste es el baratillo de los apellidos, que aquellas damas pasas
truecan con estas mozas albillas[205] por medias traídas, por zapatos
viejos, valonas, tocas y ligas, como ya no las han menester; que el
Guzmán, el Mendoza, el Enríquez, el Cerda, el Cueva, el Silva, el
Castro, el Girón[206], el Toledo, el Pacheco, el Córdova, el Manrique de
Lara, el Osorio, el Aragón, el Guevara y otros generosos apellidos los
ceden a quien los ha menester ahora para el oficio que comienza, y ellas
quedan con sus patronímicos primeros de Hernández, Martínez, López,
Rodríguez, Pérez, González, etcétera; porque al fin de los años mil,
vuelven los nombres[207] por donde solían ir.

--Cada día--dijo el Estudiante--hay cosas nuevas en la Corte.

Y, a mano izquierda, entraron a otra plazuela al modo de la de los
Herradores[208], donde se alquilaban tías, hermanos, primos y maridos,
como lacayos y escuderos, para damas de achaque[209] que quieren pasar
en la Corte con buen nombre y encarecer su mercadería.

A la mano derecha deste seminario andante estaba un grande edificio, a
manera de templo sin altar, y en medio dél, una pila grande de piedra,
llena de libros de caballerías y novelas[210], y alrededor, muchos
muchachos de diez a diez y siete años y algunas doncelluelas de la misma
edad, y cada uno y cada una con su padrino al lado, y don Cleofás le
preguntó[211] su compañero que le dijese qué era esto, que todo le
parecía que lo iba soñando. El Cojuelo le dijo:

--Algo tiene de eso este fantástico aparato; pero ésta es, don Cleofás,
en efeto, la pila de los dones, y aquí se bautizan los que vienen a la
Corte sin él. Todos aquellos muchachos son pajes para señores, y
aquellas muchachas, doncellas para señoras de media talla[212], que han
menester el don para la autoridad de las casas que entran a servir[213],
y agora les acaban de bautizar con el don. Por allí entra agora una
fregona con un vestido alquilado, que la trae su ama a sacar de don,
como de pila, para darla el tusón[214] de las damas, porque le pague en
esta moneda lo que le ha costado el crialla, y aun ella parece que se
quiere volver al paño[215], según viene bruñida de esmeril.

--Un moño y unos dientes postizos y un guardainfante pueden hacer esos
milagros--dijo don Cleofás--. Pero ¿qué acompañamiento--prosiguió
diciendo--es este que entra agora, de tanta gente lucida, por la puerta
deste templo consagrado al uso del siglo?

--Traen a bautizar--dijo el Cojuelo--un regidor muy rico, de un lugar
aquí cercano, de edad de setenta años, que se viene al don por su pie,
porque sin él le han aconsejado sus parientes que no cae tan bien el
regimiento. Llámase Pascual, y vienen altercando si sobre _Pascual_ le
vendrá bien el _don_, que parece don estravagante[216] de la iglesia de
los dones.

--Ya tienen ejemplar--dijo don Cleofás--en don Pascual, ese que llamaron
todos loco, y yo, Diógenes de la ropa vieja, que andaba cubierta la
cabeza con la capa, sin sombrero, en traje de profeta, por esas calles.

--Mudáranle el nombre, a mi parecer--prosiguió el Cojuelo--, por no
tener en su lugar regidor Pascual, como cirio de los regidores.

--Dios les inspire--dijo don Cleofás--lo que más convenga a su
regimiento, como la cristiandad de los regidores ha menester.

--En acabando de tomar el señor regidor--dijo el Cojuelo--el agua del
don, espera allí un italiano hacer lo mismo con un elefante que ha
traído a enseñar a la puerta del Sol.

--Los más suelen llamarse--dijo el Estudiante--don Pedros, don Juanes y
don Alonsos. No sé cómo ha tenido tanto descuido su ayo o naire, como lo
llaman los de la India Oriental; plebeyo debía de ser este animal, pues
ha llegado tan tarde al don. Vive Dios que me le he de quitar yo, porque
me desbautizan y desdonan los que veo.

--Sígueme--dijo el Cojuelo--, y no te amohines; que bien sabe el _don_
dónde está; que se te ha caído en el _Cleofás_ como la sopa en la miel.

Con esto, salieron del soñado (al parecer) edificio, y enfrente dél
descubrieron otro, cuya portada estaba pintada de sonajas, guitarras,
gaitas zamoranas, cencerros, cascabeles, ginebras[217], caracoles,
castrapuercos[218], pandorga prodigiosa de la vida, y preguntó don
Cleofás a su amigo qué casa era aquella que mostraba en la portada tanta
variedad de instrumentos vulgares[219],--que tampoco la he visto en la
Corte, y me parece que hay dentro mucho regocijo y entretinimiento.

--Esta es la casa de los locos--respondió el Cojuelo--que ha poco que se
instituyó en la Corte, entre unas obras pías que dejó un hombre muy rico
y muy cuerdo, donde se castigan y curan locuras que hasta agora no lo
habían parecido.

--Entremos dentro--dijo don Cleofás--por aquel postiguillo que está
abierto, y veamos esta novedad de locos.

Y, diciendo y haciendo, se entraron los dos, uno tras otro; pasando un
zaguán, donde estaban algunos de los convalecientes pidiendo limosna
para los que estaban furiosos, llegaron a un patio cuadrado, cercado de
celdas pequeñas por arriba y por abajo, que cada una dellas ocupaba un
personaje de los susodichos. A la puerta de una dellas estaba un hombre,
muy bien tratado de vestido, escribiendo sobre la rodilla y sentado
sobre una banqueta, sin levantar los ojos del papel, y se había sacado
uno con la pluma sin sentillo. El Cojuelo le dijo:

--Aquél es un loco arbitrista[220] que ha dado en decir que ha de hacer
la reducción de los cuartos, y ha escrito sobre ello más hojas de papel
que tuvo el pleito de don Alvaro de Luna.

--Bien haya quien le trujo a esta casa--dijo don Cleofás--; que son los
locos más perjudiciales de la república.

--Esotro que está en esotro aposentillo--prosiguió el Cojuelo--es un
ciego enamorado, que está con aquel retrato en la mano[221], de su
dama, y aquellos papeles que le ha escrito, como si pudiera ver lo uno
ni leer lo otro, y da en decir que ve con los oídos. En esotro
aposentillo lleno de papeles y libros está un gramaticón[222] que perdió
el juicio buscándole a un verbo griego el gerundio. Aquel que está a la
puerta de esotro aposentillo con unas alforjas al hombro y en calzón
blanco, le han traído porque, siendo cochero, que andaba siempre a
caballo, tomó oficio de correo de a pie. Esotro que está en esotro de
más arriba con un halcón en la mano, es un caballero que, habiendo
heredado mucho de sus padres, lo gastó todo en la cetrería y no le ha
quedado más que aquel halcón en la mano, que se las come de hambre. Allí
está un criado de un señor que, teniendo qué comer, se puso a servir.
Allí está un bailarín que se ha quedado sin son, bailando en seco. Más
adelante está un historiador que se volvió loco de sentimiento de
haberse perdido tres décadas de Tito Livio. Más adelante está un
colegial cercado de mitras, probándose la que le viene mejor, porque dió
en decir que había de ser obispo. Luego, en esotro aposentillo, está un
letrado que se desvaneció en pretender plaza de ropa[223], y de letrado
dió en sastre, y está siempre cortando y cosiendo garnachas. En esotra
celda, sobre un cofre lleno de doblones, cerrado con tres llaves, está
sentado un rico avariento, que sin tener hijo ni pariente que le herede,
se da muy mala vida, siendo esclavos de su dinero y no comiendo más que
un pastel[224] de a cuatro, ni cenando más que una ensalada de pepinos,
y le sirve de cepo su misma riqueza. Aquel que canta en esotra jaula es
un músico sinsonte, que remeda los demás pájaros, y vuelve de cada
pasaje como de un parasismo. Está preso en esta cárcel de los delictos
del juicio, porque siempre cantaba, y cuando le rogaban que cantase,
dejaba de cantar.

--Impertinencia es ésa casi de todos los desta profesión.

--En el brocal de aquel pozo que está en medio del patio se está mirando
siempre una dama muy hermosa, como lo verás si ella alza la cabeza, hija
de pobres y humildes padres, que queriéndose casar con ella muchos
hombres ricos y caballeros, ninguno la contentó, y en todos halló una y
muchas faltas, y está atada allí en una cadena porque, como Narciso,
enamorada de su hermosura, no se anegue en el agua que le sirve de
espejo, no teniendo en lo que pisa[225] al sol ni a todas las estrellas.
En aquel pobre aposentillo enfrente, pintado por defuera de llamas, está
un demonio casado, que se volvió loco con la condición de su mujer.

Entonces don Cleofás le dijo al compañero que le enseñaba todo este
retablo de duelos:

--Vámonos de aquí, no nos embarguen[226] por alguna locura qué nosotros
ignoramos; porque en el mundo todos somos locos, los unos de los
otros[227].

El Cojuelo dijo:

--Quiero tomar tu consejo, porque, pues los demonios enloquecen, no hay
que fiar de sí nadie.

--Desde vuestra primera soberbia--dijo don Cleofás--todos lo estáis; que
el infierno es casa de todos los locos más furiosos del mundo.

--Aprovechado estás--dijo el Cojuelo--, pues hablas en lenguaje
ajustado.

Con esta conversación salieron de la casa susodicha, y a mano derecha
dieron en una calle algo dilatada, que por una parte y por otra estaba
colgada de ataúdes, y unos sacristanes con sus sobrepellices[228]
paseándose junto a ellos, y muchos sepultureros abriendo varios
sepulcros, y don Cleofás le dijo a su camarada:

--¿Qué calle es ésta, que me ha admirado más que cuantas he visto, y me
pudiera obligar a hablar más espiritualmente que con lo primero de que
tú te admiraste?

--Ésta es más temporal y del siglo que ninguna--le respondió el
Cojuelo--, y la más necesaria, porque es la ropería de los agüelos,
donde[229] cualquiera, para todos los actos positivos[230] que se le
ofrece y se quiere vestir de un agüelo, porque el suyo no le viene bien,
o está traído, se viene aquí, y por su dinero escoge el que le está más
a propósito. Mira allí aquel caballero torzuelo[231] cómo se está
probando una agüela que ha menester, y esotro, hijo de quien él
quisiere, se está vistiendo otro agüelo, y le viene largo de talle.
Esotro más abajo da por otro agüelo el suyo, y dineros encima, y no se
acaba de concertar, porque le tiene más de costa al sacristán, que es el
ropero. Otro, a esotra parte, llega a volver un agüelo suyo de dentro
afuera y de atrás adelante, y a tremendallo con la agüela de otro. Otro
viene allí con la justicia a hacer que le vuelvan un agüelo que le
habían hurtado, y le ha hallado colgado en la ropería. Si hubieres
menester algún agüelo o agüela para algún crédito de tu calidad, a
tiempo estamos, don Cleofás Leandro; que yo tengo aquí un ropero amigo
que desnuda los difuntos la primera noche que los entierran, y nos le
fiará por el tiempo que quisieres.

--Dineros he menester yo; que agüelos no--respondió el Estudiante--: con
los míos me haga Dios bien[232]; que me han dicho mis padres que
deciendo de Leandro el animoso, el que pasaba el mar de Abido

        «en amoroso fuego todo ardiendo»[233],

y tengo mi ejecutoria en las obras sueltas de Boscán y Garcilaso[234].

--Contra hidalguía en verso--dijo el Diablillo--no hay olvido ni
chancillería que baste, ni hay más que desear en el mundo que ser
hidalgo en consonantes.

--Si a mí me hicieran merced[235]--prosiguió don Cleofás--, entre
Salicio y Nemoroso[236] se habían de hacer mis diligencias, que no me
habían de costar cien reales; que allí tengo mi Montaña, mi Galicia, mi
Vizcaya y mis Asturias[237].

--Dejemos vanidades agora--dijo el Cojuelo--: que ya sé que eres muy
bien nacido en verso y en prosa, y vamos en busca de un figón, a
almorzar y descansar, que bien lo habrás menester por lo trasnochado y
madrugado, y después proseguiremos nuestras aventuras.



TRANCO IV


Dejemos a estos caballeros en su figón almorzando y descansando, que sin
dineros pedían las pajaritas que andaban volando por el aire[238] y al
fénix empanado[239], y volvamos a nuestro astrólogo regoldano[240] y
nigromante enjerto, que se había vestido con algún cuidado de haber
sentido pasos en el desván la noche antes, y, subiendo a él, halló las
ruinas que había dejado su familiar en los pedazos de la redoma, y
mojados sus papeles, y el tal Espíritu ausente; y viendo el estrago y la
falta de su Demoñuelo, comenzó a mesarse las barbas y los cabellos, y a
romper sus vestiduras[241], como rey a lo antiguo. Y estando haciendo
semejantes estremos y lamentaciones, entró un diablejo zurdo, mozo de
retrete de Satanás, diciendo que Satanás su señor le besaba las
manos[242]; que había sentido la bellaquería que había usado el Cojuelo;
que él trataría de que se castigase, y que entre tanto se quedase él
sirviéndole en su lugar. Agradeció mucho el cuidado el Astrólogo y
encerró el tal espíritu en una sortija de un topacio grande, que traía
en un dedo, que antes había sido de un médico, con que a todos cuantos
había tomado el pulso había muerto. Y en el infierno se juntaron entre
tanto, en sala plena, los más graves jueces de aquel distrito, y
haciendo notorio a todos el delito del tal Cojuelo, mandaron despachar
requisitoria para que le prendiesen en cualquier parte que le hallasen,
y se le dió esta comisión[243] a Cienllamas, demonio comisionario que
había dado muy buena cuenta de otras que le habían encargado, y
llevándose consigo por corchetes a Chispa y a Redina, demonios a la
veinte[244], y subiéndose en la mula de Liñán[245], salió del infierno
con vara alta[246] de justicia en busca del dicho delincuente.

En este tiempo, sobre la paga de lo que habían almorzado habían tenido
una pesadumbre el revoltoso Diablillo y don Cleofás con el Figón[247],
en que intervinieron asadores y torteras, porque lo que es del diablo,
el diablo se lo ha de llevar, y acudiendo la justicia al alboroto, se
salieron por una ventana, y cuando el alguacil de Corte con la gente que
llevaba pensaba cogellos, estaban ya de esotra parte de Getafe, en
demanda de Toledo, y dentro de un minuto, en las ventillas de Torrejón,
y en un cerrar de ojos, a vista de la puerta de Visagra, dejando la real
fábrica del hospital de afuera a la derecha mano; y volviéndose el
Estudiante al camarada, le dijo:

--Lindos atajos sabes: malhaya quien no caminara contigo todo el mundo,
mejor que con el Infante don Pedro de Portugal, el que anduvo las
siete[248] partidas dél.

--Somos gente de buena maña--respondió el Cojuelo.

Y cuando estaban hablando en esto, llegaban al barrio que llaman de la
Sangre de Cristo y al mesón de la Sevillana[249], que es el mejor de
aquella ciudad. El Diablo Cojuelo le dijo al Estudiante:

--Ésta es muy buena posada para pasar esta noche y para descansar de la
pasada; éntrate dentro y pide un aposento y que te aderecen de cenar;
que a mí me importa llegarme esta noche a Constantinopla a alborotar el
serrallo del Gran Turco y hacer degollar doce o trece hermanos que
tiene, por miedo de que no conspiren[250] a la Corona, y volverme de
camino por los Cantones de los esguízaros[251] y por Ginebra a otras
diligencias deste modo, por sobornar con algunos servicios a mi amo,
que debe de estar muy indignado contra mí por la travesura pasada; que
yo estaré contigo antes que den las siete dé la mañana.

Y, diciendo y haciendo, se metió por esos aires como por una viña
vendimiada, meando la pajuela[252] a todo pajarote y ciudadano de la
región etérea, a fuer de los de la jerigonza crítica[253], y don
Cleofás se entró a tomar posada, que, aunque estaba llena de muchos
pasajeros que habían venido con los galeones y pasaban a la Corte, con
todo, al güésped nuevo hicieron cortesía, porque la persona de don
Cleofás traía consigo cartas de recomendación[254], como dicen los
cortesanos antiguos.

Convidáronle a cenar unos caballeros soldados aquella noche,
preguntándole nuevas de Madrid, y después de haber cumplido con la
celebridad de los brindis por el Rey (Dios le guarde), por sus damas y
sus amigos[255], y haber dado las aceitunas[256] con los palillos carta
de pago de la cena, se fué cada uno a recoger a su aposento, porque
habían de tomar la madrugada para llegar con tiempo a Madrid, y don
Cleofás hizo lo mismo en el que le señaló el Güésped, sintiendo la
soledad[257] del compañero en algún modo, porque le traía tan
entretenido; y haciendo varios discursos sobre el almohada, se quedó
como un pajarito[258], jurando al silencio de las sombras, como lo demás
del mundo, el mesón de la Sevillana el natural vasallaje con el sueño,
que solas [las][259] grullas, los murciélagos y lechuzas estaban de
posta a su cuerpo de guardia, cuando a las dos de la noche unas
temerosas voces repetían: «¡Fuego, fuego!» despertaron a los dormidos
pasajeros, con el sobresalto y asombro que suele causar cualquier
alboroto a los que están durmiendo, y más oyendo apellidar «¡fuego!»,
voz que con más terror atemoriza los ánimos más constantes, rodando unos
las escaleras por bajar más apriesa, otros, saltando por las ventanas
que caían al patio de la posada, otros que, por las pulgas u temor de
las chinches, dormían en cueros, como vinagre, hechos Adanes del
baratillo[260], poniendo las manos donde habían de estar las hojas de
higuera, siguiendo a los demás, y acompañándolos don Cleofás, con los
calzones revueltos al brazo y una alfajía que, por no encontrar la
espada, halló acaso en su aposento, como si en los incendios y fantasmas
importase andar a palos ni a cuchilladas, natural socorro del miedo en
las repentinas invasiones.

Salió, en esto, el Güésped en camisa, los pies en unas empanadas de
Frenegal[261], cinchado con una faja de grana de polvo[262] el estómago,
y un candil de garabato en la mano, diciendo que se sosegasen; que aquel
ruido no era de cuidado; que se volviesen a sus camas, que él pondría
remedio en ello. Apretóle don Cleofás, como más amigo de saber, le
dijese la causa de aquel alboroto; que no se había de volver a acostar
sin descifrar aquel misterio. El Güésped le dijo muy severo[263] que era
un estudiante de Madrid, que había dos u tres meses que entró a posar en
su casa, y que era poeta de los que hacen comedias, y que había escrito
dos, que se las habían chillado en Toledo y apedreado como viñas[264], y
que estaba acabando de escribir la comedia de _Troya abrasada_, y que
sin duda debía de haber llegado al paso del incendio, y se convertía
tanto en lo que escribía, que habría dado aquellas voces; que por otras
experiencias pasadas sacaba él que aquello era verdad infalible como él
decía; que para confirmallo subiesen con él a su aposento y hallarían
verdadero este discurso.

Siguieron al Güésped todos de la suerte que estaban, y entrando en el
aposento del tal Poeta, le hallaron tendido en el suelo, despedazada la
media sotanilla, revolcado en papeles y echando espumarajos por la boca,
y pronunciando con mucho desmayo: «¡Fuego, fuego!», que casi no podía
echar la habla, porque se le había metido monja. Llegaron a él muertos
de risa y llenos de piedad todos, diciéndole:

--Señor Licenciado, vuelva en sí y mire si quiere beber o comer algo
para este desmayo.

Entonces el Poeta, levantando como pudo la cabeza, dijo:

--Si es Eneas y Anquises, con los Penates y el amado Ascanio, ¿qué
aguardáis aquí, que está ya el Ilión hecho cenizas, y Príamo, Paris y
Policena, Hécuba y Andrómaca han dado el fatal tributo a la muerte, y a
Elena, causa de tanto daño, llevan su presa Menalao[265] y Agamenón? Y
lo peor es que los mirmidones se han apoderado del tesoro troyano.

--Vuelva a su juicio--dijo el Gúesped--; que aquí no hay almidones ni
toda esa tropelía de disparates que ha referido, y mucho mejor fuera
llevalle a casa del Nuncio[266], donde pudiera ser con bien justa causa
mayoral de los locos, y metelle en cura; que se le han subido los
consonantes a la cabeza, como tabardillo.

--¡Qué bien entiende de afectos el señor Güésped!--respondió el Poeta,
encorporándose un poco más.

--De afectos ni de afeites--dijo el Güésped--no quiero entender, sino de
mi negocio: lo que importa es que mañana hagamos cuenta de lo que me
debe de posada, y se vaya con Dios; que no quiero tener en ella quien me
la alborote cada día con estas locuras: basten las pasadas, pues
comenzando a escribir, recién llegado aquí, la comedia de _El Marqués de
Mantua_, que zozobró y fué una de las silbadas, fueron tantas las
prevenciones de la caza y las voces que dió, llamando a los perros
Melampo, Oliveros, Saltamontes, Tragavientos, etcétera, y el «¡Ataja,
ataja!» y el «¡Guarda el oso cerdoso, y el jabalí colmilludo!», que
malparió una señora preñada que pasaba del Andalucía a Madrid, del
sobresalto; y en esotra de _El Saco de Roma_, que entrambas parecieron
cual tenga la salud[267], fué el[268] estruendo de las cajas y
trompetas, haciendo pedazos las puertas y ventanas deste aposento a tan
desusadas horas como éstas, y el «¡Cierra, España!»[269], «¡Santiago, y
a ellos!», y el jugar la artillería con la boca[270], como si hubiera
ido a la escuela con un petardo, o criádose con el basilisco de
Malta[271], que engañó el rebato a una compañía de infantería que
alojaron[272] aquella noche en mi casa, de suerte, que, tocando al arma,
se hubieron de hacer a escuras unos soldados pedazos con otros,
acudiendo al ruido medio Toledo con la justicia, echándome las puertas
abajo, y amenazó a hacer una de todos los diablos; que es poeta grulla,
que siempre está en vela, y halla consonantes a cualquiera hora de la
noche y de la madrugada.

El Poeta dijo entonces:

--Mucho mayor alboroto fuera si yo acabara aquella comedia de que tiene
vuesa merced en prendas dos jornadas por lo que le debo, que la llamo
_Las Tinieblas de Palestina_, donde es fuerza que se rompa el velo de el
Templo en la tercera jornada, y se escurezca el sol y la luna, y se den
unas piedras con otras, y se venga abajo toda la fábrica celestial con
truenos y relámpagos, cometas y exhalaciones, en sentimiento de su
Hacedor; que por faltarme los nombres que he de poner a los sayones no
la he acabado. ¡Ahí me dirá vuesa merced, señor Güésped, qué fuera ello!

--Váyase--dijo el Mesonerazo--a acaballa al Calvario, aunque no faltará
en cualquiera parte que la escriba o la representen quien le crucifique
a silbos, legumbre y edificio[273].

--Antes resucitan con mis comedias los autores--dijo el Poeta--; y para
que conozcan todos vuesas mercedes esta verdad y admiren el estilo que
llevan todas las que yo escribo, ya que se han levantado a tan buen
tiempo, quiero leelles ésta.

Y, diciendo y haciendo, tomó en la mano una rima de vueltas de cartas
viejas, cuyo bulto se encaminaba más a pleito de tenuta[274] que a
comedia, y arqueando las cejas y deshollinándose los bigotes, dijo,
leyendo el título, de esta suerte:

--_Tragedia Troyana, Astucias de Sinón, Caballo griego, Amantes
adúlteros y Reyes endemoniados_. Sale lo primero por el patio, sin haber
cantado, el Paladión[275], con cuatro mil griegos por lo menos, armados
de punta en blanco[276], dentro dél.

--¿Cómo--le replicó un caballero soldado de aquellos que estaban en
cueros, que parece que se habían de echar a nadar en la comedia--puede
toda esa máquina entrar por ningún patio ni coliseo de cuantos hay en
España, ni por el del Buen Retiro, afrenta de los romanos anfiteatros,
ni por una plaza de toros?

--¡Buen remedio!--respondió el Poeta--. Derribaráse el corral y dos
calles junto a él para que quepa esta tramoya, que es la más portentosa
y nueva que los teatros han visto; que no siempre sucede hacerse una
comedia como ésta, y será tanta la ganancia, que podrá muy bien a sus
ancas sufrir todo este gasto. Pero escuchen, que ya comienza la obra, y
atención, por mi amor. Salen por el tablado, con mucho ruido de
chirimías y atabalillos, Príamo, rey de Troya, y el príncipe Paris, y
Elena, muy bizarra en un palafrén, en medio, y el Rey a la mano derecha
(que siempre desta manera guardo el decoro a las personas reales), y
luego, tras ellos, en palafrenes negros, de la misma suerte, once mil
dueñas a caballo.

--Más dificultosa apariencia es ésa que esotra--dijo uno de los
oyentes--, porque es imposible que tantas dueñas juntas se hallen.

--Algunas se harán de pasta[277]--dijo el Poeta--, y las demás se
juntarán de aquí para allí; fuera de que si se hace en la Corte, ¿qué
señora habrá que no envíe sus dueñas prestadas para una cosa tan grande,
por estar los días que se representare la comedia, que será, por lo
menos, siete u ocho meses, libres de tan cansadas sabandijas?[278]

Hubiéronse de caer de risa los oyones[279], y de una carcajada se
llevaron media hora de reloj, al son de los disparates del tal Poeta, y
él prosiguió diciendo:

--No hay que reírse; que si Dios me tiene de sus consonantes, he de
rellenar el mundo de comedias mías, y ha de ser Lope de Vega (prodigioso
monstruo español y nuevo Tostado en verso) niño de teta conmigo, y
después me he de retirar a escribir un poema heroico para mi
posteridad, que mis hijos o mis sucesores hereden, en que tengan toda su
vida que roer sílabas. Y agora oigan vuesas mercedes...:--amagando a
comenzar (el brazo derecho levantado) los versos de la comedia, cuando
todos a una voz le dijeron que lo dejase para más espacio, y el Güésped,
indignado, que sabía poco de filis[280], le volvió a advertir que no
había de estar un día más en la posada.

La encamisada[281], pues, de los caballeros y soldados se puso a mediar
con el Güésped el caso[282], y don Cleofás, sobre un _Arte poética_ de
Rengifo[283], que estaba también corriendo borrasca entre esotros
legajos por el suelo, tomó pleito homenaje[284] al tal poeta, puestas
las manos sobre los consonantes, jurando que no escribiría más comedias
de ruido, sino de capa y espada, con que quedó el Güésped satisfecho; y
con esto se volvieron a sus camas, y el Poeta, calzado y vestido, con su
comedia en la mano, se quedó tan aturdido sobre la suya, que apostó a
roncar con los Sietes Durmientes[285], a peligro de no valer la moneda
cuando despertase.



TRANCO V


Dentro de muy pocas horas lo fué de volverse a levantar los güéspedes al
quitar[286], haciendo la cuenta con ellos de la noche pasada el güésped
de por vida, esperezándose y bostezando de lo trasnochado con el Poeta,
y trataron de caminar, ensillando los mozos de mulas y poniendo los
frenos al son de seguidillas y jácaras, y brindándose con vino y pullas
los unos a los otros, ribeteándolas con tabaco en polvo y en humo,
cuando don Cleofás también despertó, tratando de vestirse, con algunas
_saudades_[287] de su dama: que las malas correspondencias de las
mujeres a veces despiertan más la voluntad; y antes que diesen las ocho,
como había dicho, entró por el aposento el camarada, en traje turquesco,
con almalafa y turbante, señales ciertas de venir de aquel país,
diciendo:

--¿Heme tardado mucho en el viaje, señor Licenciado?

El le respondió sonriéndose:

--Menos se tardó vuesa merced desde el cielo al infierno, con haber más
leguas, cuando rodó con todos esos príncipes que no han podido gatear
otra vez a la maroma de donde cayeron.

--¿Al amigo, señor don Cleofás--respondió el Cojuelo--, chinche en el
ojo[288], como dice el refrán de Castilla? ¡Bueno, bueno!

--Pocos hay--respondió el Estudiante--que en ofreciéndose el chiste,
miren esos respetos; pero esto lo digo yo en galantería[289], y la
amistad[290] que hay ya entre nosotros. Mas dejando esto aparte, ¿cómo
nos ha ido[291] por esos mundos?

--Hice todo a lo que fuí, y mucho más--respondió el genízaro recién
venido--, y si quisiera, me jurara por Gran Turco aquella buena gente;
que a fe que alguna guarda mejor su palabra, y saben decir verdad y
hacer amistades, que vosotros los cristianos.

--¡Qué presto te pagaste!--dijo don Cleofás--. Algún cuarto debes de
tener de demonio villano.

--Es imposible--respondió el Cojuelo--, porque decendemos todos de la
más noble y más alta Montaña de la tierra y del cielo, y aunque seamos
zapatero de viejo, en siendo montañeses, todos somos hidalgos[292]; que
muchos dellos nacen, como los escarabajos y los ratones, de la
putrefacción.

--Bien sé que sabes Filosofía--le dijo don Cleofás--mejor que si la
hubieras estudiado en Alcalá, y que eres maestro en primeras licencias.
Dejemos estas digresiones y acaba de darme cuenta de tu jornada.

--Con el traje del país, como ves--respondió el Diablillo--, por
ensuciallos todos, como cierto amigo que, por desaseado en estremo,
ensució el de soldado, el de peregrino y estudiante, volví por los
Cantones, por la Bertolina[293] y Ginebra, y no tuve que hacer nada en
estos países, porque sus paisanos son demonios de si mismos, y éste es
el juro de heredad que más seguro tenemos en el infierno, después de las
Indias[294]. Fuí a Venecia, por ver una población tan prodigiosa, que
está fundada en el mar, y de su natural condición tan bajel de argamasa
y sillería, que, como la tiene en peso el piélago Mediterráneo, se
vuelve a cualquier viento que le sopla. Estuve en la plaza de San
Marcos, platicando con unos criados de unos clarísimos[295], esta
mañana, y hablando en[296] las gacetas de la guerra, les dije que en
Constantinopla se había sabido, por espías que estaban en España, que
hay grandes prevenciones della, y tan prodigiosas, que hasta los
difuntos se levantan, al son de las cajas, de los sepulcros para este
efeto, y hay quien diga que entre ellos había resucitado el gran Duque
de Osuna[297]; y apenas lo acabé de pronunciar, cuando me escurrí, por
no perder tiempo en mis diligencias, y, dejando el seno adriático me
sorbí la Marca de Ancona, y por la Romanía, a la mano izquierda, dejé a
Roma, porque aun los demonios, por cabeza de la Iglesia militante,
veneramos su población. Pasé por Florencia a Milán, que no se le da con
su castillo dos blancas de la Europa. Vi a Génova[298] la bella, talego
del mundo, llena de novedades, y, golfo lanzado[299], toqué a
Vinaroz[300] y a los Alfaques, pasando el de León y Narbona. Llegué a
Valencia, que juega cañas dulces con la primavera, metíme en la Mancha,
que no hay greda que la pueda sacar, entré en Madrid, y supe que unos
parientes de tu dama te andaban a buscar para matarte, porque dicen que
la has dejado sin reputación; y lo peor es lo que me chismeó
Zancadilla, demonio espía del infierno y sobrestante de las tentaciones:
que me andaba a buscar Cienllamas con una requisitoria; y soy de
parecer, para oviar[301] estos dos riesgos, que pongamos tierra en
medio. Vámonos al Andulucía[302], que es la más ancha del mundo; y pues
yo te hago la costa, no tienes que temer nada; que, con el romance que
dice:

       «Tendré el invierno en Sevilla
       y el veranito en Granada»[303],

no hemos de dejar lugar en ella que no trajinemos.

Y volviéndose a la ventana que salía a la calle, le dijo:

--Hágote puerta de mesón. Vamos, y sígueme por ella, don Cleofás; que
hemos de ir a comer a la venta de Darazután[304], que es en
Sierra-morena, veinte y dos o veinte y tres leguas[305] de aquí.

--No importa--dijo don Cleofás--, si eres demonio de portante[306],
aunque cojo.

Y diciendo esto, salieron los dos por la ventana, flechados de sí
mismos[307], y el Güésped, desde la puerta, dándole voces al Estudiante
cuando le vió por el aire, diciendo que le pagase la cama y la posada, y
don Cleofás respondiendo que en volviendo del Andalucía cumpliría con
sus obligaciones; y el Güésped, que parecía que lo soñaba, se volvió
santiguando y diciendo:

--Pluguiera a Dios, como se me va éste, se me fuera el Poeta, aunque se
me llevara la cama y todo asida a la cola.

Ya, en esto, el Cojuelo y don Cleofás descubrían la dicha venta, y,
apeándose del aire, entraron en ella, pidiendo al Ventero de comer, y él
les dijo que no había quedado en la venta más que un conejo y un
perdigón, que estaban en aquel asador entreteniéndose a la lumbre.

--Pues trasládenlos a un plato--dijo don Cleofás--, señor Ventero, y
venga el salmorejo[308], poniéndonos la mesa, pan, vino y salero.

El Ventero respondió que fuese en buen hora; pero que esperasen que
acabasen de comer unos estranjeros que estaban en eso, porque en la
venta no había otra mesa más que la que ellos ocupaban. Don Cleofás
dijo:

--Por no esperar, si estos señores nos dan licencia, podremos comer
juntos, y ya que ellos van en la silla, nosotros iremos en las ancas.

Y sentándose los dos al paso que lo decían, fué todo uno, trayéndoles el
Ventero la porción susodicha, con todas sus adherencias y
incidencias[309], y comenzaron a comer en compañía de los estranjeros,
que el uno era francés, el otro inglés, el otro italiano y el otro
tudesco, que había ya pespuntado la comida más aprisa a brindis de vino
blanco y clarete, y tenía a orza la testa[310], con señales de vómito y
tiempo borrascoso, tan zorra[311] de cuatro costados[312], que pudiera
temelle el corral de gallinas del Ventero. El Italiano preguntó a don
Cleofás que de adonde venía, y él le respondió que de Madrid. Repitió el
Italiano:

--¿Qué nuevas hay de la guerra, señor Español?

Don Cleofás le dijo:

--Agora todo es guerra.

--Y ¿contra quién dicen?--replicó el Francés.

--Contra todo el mundo--le respondió don Cleofás--, para ponerlo todo él
a los pies del Rey de España.

--Pues a fe--replió el Francés--que primero que el Rey de España....

Y antes que acabase la razón el Gabacho, dijo don Cleofás:

--El Rey de España....

Y el Cojuelo le fué a la mano, diciendo:

--Déjame, don Cleofás, responder a mí, que soy español por la vida, y
con quien vengo, vengo[313]; que les quiero con alabanzas del Rey de
España dar un tapaboca a estos borrachos, que si leen las historias
della, hallarán que por Rey de Castilla tiene virtud de sacar demonios,
que es más generosa cirujía que curar lamparones[314].

Los estranjeros, habiendo visto callar al Español, estaban muy
falsos[315], cuando el Cojuelo, sentándose mejor y tomando la mano[316],
y en traje castellano, que ya había dejado a la guardarropa del viento
el turquesco, les dijo:

--Señores míos, mi camarada iba a responder, y a mí, por tener más edad,
me toca el hacello; escúchenme atentamente, por caridad. El Rey de
España es un generosísimo lebrel, que pasa acaso solo por una calle, y
no hay gozque en ella que a ladralle no salga, sin hacer caso de
ninguno, hasta que se juntan tantos, que se atreve uno, al desembocar
della a otra, pensando que es sufrimiento y no desprecio, a besalle con
la boca la cola; entonces vuelve, y dando una manotada a unos y otra a
otros, huyen todos de manera, que no saben dónde meterse, y queda la
calle tan barrida de gozques y con tanto silencio, que aun a ladrar no
se atreven, sino a morder las piedras, de rabia. Esto mismo le sucede
siempre con los reyes contrarios, con las señorías y potentados, que son
todos gozques con su Majestad[317] Católica; pero guárdese el que se
atreviere a besarle la cola; que ha de llevar manotada que escarmiente
de suerte a los demás, que no hallen dónde meterse, huyendo dél[318].

Los estranjeros se comenzaron a escarapelar, y el Francés le dijo:

--¡Ah, bugre, coquín español!

Y el Italiano:

--¡Forfante, marrano español!

Y el Inglés:

--¡Nitesgut español[319]!

Y el Tudesco estaba de suerte, que lo dió por recibido, dando permisión
que hablasen los demás por él en aquellas cortes.

Don Cleofás, que los vió palotear y echar espadañas de vino y herejías
contra lo que había dicho su camarada, acostumbrado a sufrir poco y al
refrán de «quien da luego, da dos veces», levantando el banco en que
estaban sentados los dos, dió tras ellos, adelantándose el compañero
con las muletas en la mano, manejándolas tan bien, que dió con el
Francés en el tejado de otra venta que estaba tres leguas de allí, y en
una necesaria de Ciudad Real con el Italiano[320], porque muriese hacia
donde pecan, y con el Inglés, de cabeza en una caldera de agua hirviendo
que tenían para pelar un puerco en casa de un labrador de Adamuz; y al
Tudesco, que se había anticipado a caer de bruces a los pies de Cleofás,
le volvió al puerto de Santa María, de donde había salido quince días
antes, a dormir la zorra[321]. El Ventero se quiso poner en medio, y dió
con él en Peralvillo[322], entre aquellas cecinas de Gestas, como en su
centro.

Volviéronse, con esto, a sentar a comer de los despojos que había dejado
el enemigo, muy de espacio, y estando en los postreros lances de la
comida, entraron algunos mozos de mulas en la venta, llamando al Güésped
y pidiendo vino, y tras ellos, en el mismo carruaje, una compañía de
representantes que pasaban de Córdoba a la Corte, con ganas de tomar un
refresco en la venta. Venían las damas en jamugas, con bohemios[323],
sombreros con plumas y mascarillas en los rostros, los chapines[324],
con plata, colgando de los respaldares de los sillones; y ellos, unos
con portamanteos sin cojines, y otros sin cojines ni portamanteos, las
capas dobladas debajo, las valonas[325] en los sombreros, con alforjas
detrás; y los músicos, con la guitarras en cajas delante de los arzones,
y algunos dellos ciclanes de estribos[326], y otros, eunucos, con los
mozos que le sirven[327] a las ancas, unos con espuelas sobre los
zapatos y las medias, y otros con botas de rodillera, sin ninguna; otros
con varas para hacer andar sus cabalgaduras y las de las mujeres. Los
apellidos de los más eran valencianos, y los nombres de las
representantas[328] se resolvían en Marianas y Anas Marías, hablando
todo recalcado[329], con el tono de la representación. La conversación
con que entraron en la venta era decir que habían robado a Lisboa,
asombrado a Córdoba y escandalizado a Sevilla, y que habían de despoblar
a Madrid[330], porque con sola la loa que llevaban para la entrada, de
un tundidor de Ecija[331], habían de derribar cuantos autores entrasen
en la Corte. Con esto, se fueron arrojando de las cabalgaduras, y los
maridos, muy severos[332], apeando en los brazos a sus mujeres, llamando
todos al Güésped,

        «y él de nada se dolía»[333].

La Autora se asentó en una alhombrilla que la echaron en el suelo; las
demás princesas, alrededor, y el Autor andaba solicitando el regalo de
todos, como pastor de aquel ganado. Y dijo el Cojuelo:

--Con el señor Autor estoy en pecado mortal de parte de mis camaradas.

--¿Por qué?--dijo don Cleofás.

Respondió el Diablillo:

--Porque es el peor representante del mundo, y hace siempre los demonios
en los autos del Corpus, y está perdigado[334] para demonio de veras, y
para que haga en el infierno los autores si se representaren comedias;
que algunas hacen estas farándulas, que aun para el infierno son malas.

--Uno he visto aquí--dijo don Cleofás--, entre los demás compañeros, que
le he deseado cruzar la cara, porque me galanteó en Alcalá una doncella,
moza mía, que se enamoró dél viéndole hacer un rey de Dinamarca.

--Doncella--dijo el Cojuelo--debía de ser de allá[335]; pero si
quieres--prosiguió--que tomemos los dos venganza del Autor y del
Representante, espera y verás cómo lo trazo; porque agora quieren
repartir una comedia con que han de secundar en Madrid, y sobre los
papeles has de ver lo que pasa.

Al mismo tiempo que decía esto el Cojuelo, el apuntador de la Compañía
sacó de un alforja los de una comedia de Claramente[336], que había
acabado de copiar en Adamuz el tiempo que estuvieron allí, diciendo al
Autor:

--Aquí será razón que se repartan estos papeles, entretanto que se
adereza la comida y parece el Güésped.

El Autor vino en ello, porque se dejaba gobernar del tal Apuntador, como
de hombre que tenía grandísima curia en la comedia, y había sido
estudiante en Salamanca, y le llamaban el Filósofo por mal nombre; y
llegando con el papel de la segunda dama a Ana María, mujer del que
cantaba los bajetes y bailaba los días de Corpus, habiéndole dado la
primera dama a Mariana, la mujer del que cobraba y que hacía su parte
también en las comedias de tramoya, arrojándole, dijo que ella había
entrado para partir entre[337] las dos los primeros papeles, y que
siempre le daban los segundos, y que ella podía enseñar a representar a
cuantas andaban en la comedia, porque había representado al lado de las
mayores representantas del mundo y en la legua[338] la llamaban
Amarilis[339], segunda deste nombre. Esotra le dijo que no sabría mirar
lo que ella con su zapato representaba[340], respondiéndole esotra que
de cuándo acá tenía tanta soberbia, sabiendo que en Sevilla le prestó
hasta las enaguas para hacer el papel de Dido[341] en la gran comedia de
don Guillén de Castro, echando a perder la comedia y haciendo que
silbasen la compañía.

--Tú eres la silbada--dijo esotra--, y tu ánima[342].

Llegando a las manos y diciéndose palabras mayores, y tan grandes, que
alcanzaron a los maridos; y sacando unos con otros las espadas, comenzó
una batalla de comedia, metiéndolos en paz los mozos de mulas con los
frenos que acababan de quitar; y dejándolos empelotados, se salieron don
Cleofás y el Cojuelo de la venta al camino de Andalucía, quedándose
abrasando a cuchilladas la compañía que fuera un Roncesvalles del
molino del papel[343] si el Ventero no llegara con la Hermandad[344] en
busca de los dos que se fueron, para prendello, con escopetas, chuzos y
ballestas; y hallando esta nueva matanza en su venta, y jarros, tinajas
y platos hechos tantos[345] en la refriega, los apaciguaron, y
prendieron a los dichos representantes para llevarlos a Ciudad Real,
habiendo de tener otra pelaza más pesada con el alguacil que los traía a
Madrid por orden de los arrendadores, con comisión del Consejo[346].



TRANCO VI


En este tiempo, nuestros caminantes, tragando leguas de aire, como si
fueran camaleones[347] de alquiler, habían pasado a Adamuz, del gran
Marqués del Carpio, Haro y nobilísimo decendiente de los señores
antiguos de Vizcaya, y padre ilustrísimo del mayor Mecenas[348] que los
antiguos ingenios y modernos han tenido, y caballero que igualó con sus
generosas partes su modestia. Y habiéndose sorbido de los siete vados y
las ventas de Alcolea, se pusieron a vista de Córdoba por su fertilísima
campiña y por sus celebradas dehesas gamonosas[349], donde nacen y
pacen tantos brutos, hijos del Céfiro más que los que fingió la
antigüedad en el Tajo portugués[350]; y entrando por el Campo de la
Verdad[351] (pocas veces pisado de gente desta calaña) a la Colonia[352]
y populosa patria de dos Sénecas y un Lucano, y del padre de la Poesía
española, el celebrado Góngora, a tiempo que se celebraban fiestas de
toros aquel día, y juego de cañas, acto positivo[353] que más
excelentemente ejecutan los caballeros de aquella ciudad, y tomando
posada en el mesón de las Rejas[354], que estaba lleno de forasteros que
habían concurrido a esta celebridad, se apercibieron para ir a vellas,
limpiándose el polvo de las nubes; y llegando a la Corredera[355], que
es la plaza donde siempre se hacen estas festividades, se pusieron a ver
un juego de esgrima que estaba en medio del concurso de la gente, que en
estas ocasiones suele siempre en aquella provincia preceder a las
fiestas, a cuya esfera no había llegado la línea recta, ni el ángulo
obtuso ni oblicuo[356]; que todavía se platicaba el uñas arriba y el
uñas abajo de la destreza primitiva que nuestros primeros padres
usaron; y acordándose don Cleofás de lo que dice el ingeniosísimo
Quevedo en su _Buscón_[357], pensó[358] perecer de risa, bien que se
debe al insigne don Luis Pacheco de Narváez haber sacado de la obscura
tiniebla de la vulgaridad a luz la verdad deste arte, y del caos de
tantas opiniones las demonstraciones matemáticas desta verdad.

Había dejado en esta ocasión la espada negra[359] un mozo de Montilla,
bravo aporreador, quedando en el puesto otro de los Pedroches, no menos
bizarro campeón, y arrojándose, entre otros que la fueron a tomar muy
apriesa, don Cleofás la levantó primero que todos, admirando la
resolución de el forastero, que en el ademán les pareció castellano, y
dando a su camarada la capa y la espada, como es costumbre, puso
bizarramente las plantas en la palestra. En esto, el Maestro, con el
montante[360], barriendo los pies a los mirones, abrió la rueda, dando
aplauso[361] a la pendencia vellorí[362], pues se hacía con espadas
mulatas; y partiendo el andaluz y el estudiante castellano uno para el
otro airosamente, corrieron una ida y venida sin tocarse al pelo de la
ropa, y a la segunda, don Cleofás, que tenía algunas revelaciones de
Carranza, por el cuarto círculo[363] le dió al andaluz con la zapatilla
un golpe de pechos, y él, metiendo el brazal, un tajo a don Cleofás en
la cabeza, sobre la guarnición de la espada; y convirtiendo don Cleofás
el reparo en revés, con un movimiento accidental[364], dió tan grande
tamborilada al contrario, que sonó como si la hubiera dado en la
tumba[365] de los Castillas. Alborotáronse algunos amigos y conocidos,
que había en el corro, y sobre el montante del señor Maestro le entraron
tirando algunas estocadillas veniales al tal don Cleofás, que con la
zapatilla, como con agua bendita, se las quitó, y apelando a su espada y
capa, y el Cojuelo a sus muletas, hicieron tanta riza[366] en el montón
agavillado, que fué menester echalles un toro para ponellos en paz: tan
valiente montante de Sierramorena, que a dos o tres mandobles puso la
plaza más despejada que pudieran la guarda tudesca y española, a costa
de algunas bragas que hicieron por detrás cíclopes a sus dueños[367],
encaramándose a un tablado don Cleofás y su camarada, muy falsos[368],
a ver la fiesta, haciéndose aire con los sombreros, como si tal no
hubiera pasado por ellos; y acechándolos unos alguaciles, porque en
estas ocasiones siempre quiebra la soga por lo más forastero[369],
habiendo dejarretado el toro, llegaron desde la plaza a caballo,
diciéndoles:

--Señor Licenciado y señor Cojo, bajen acá, que los llama el señor
Corregidor.

Y haciendo don Cleofás y su compañero orejas de mercader, comenzaron los
ministros o vaqueros de la justicia a quererlo intentar con las varas, y
agarrándose cada uno de la suya, a vara por barba[370], dijeron a los
tales ministros, quitándoselas de las manos de cuajo:

--Sigan[n]os vuesas mercedes si se atreven a alcanzarnos.

Y levantándose por el aire, parecieron cohetes voladores, y los dichos
alguaciles, capados de varas, pedían a los gorriones «¡Favor a la
justicia!»[371], quedándose suspensos y atribuyendo la agilidad de los
nuevos volatines a sueño, haciendo tan alta punta[372] los dos halcones,
salvando a Guadalcázar, del ilustre Marqués de este título, del claro
apellido de los Córdovas, que dieron sobre el rollo de Écija, diciéndole
el Cojuelo a don Cleofás:

--Mira qué gentil árbol berroqueño, que suele llevar hombres, como otros
fruta.

--¿Qué coluna tan grande es ésta?--le preguntó don Cleofás.

--El celebrado rollo[373] del mundo--le respondió el Cojuelo.

--Luego ¿esta ciudad es Écija?--le repitió don Cleofás.

--Ésta _es_ Écija, la más fértil población de Andalucía--dijo el
Diablillo--, que tiene aquel sol[374] por armas a la entrada de esa
hermosa puente, cuyos ojos rasgados lloran a Genil, caudaloso río que
tiene su solar en Sierra Nevada, y después, haciendo con el Darro
maridaje de cristal, viene a calzar de plata estos hermosos edificios y
tanto pueblo de abril y mayo[375]. De aquí fué Garci Sánchez de
Badajoz[376], aquel insigne poeta castellano; y en esta ciudad solamente
se coge el algodón[377], semilla que en toda España no nace, además de
otros veinte y cuatro frutos, sin sembrallos, de que se vale para vender
la gente necesitada; su comarca también es fertilísima[378]. Montilla
cae aquí a mano izquierda, habitación de los heroicos marqueses de
Priego, Córdovas y Aguilares, de cuya gran casa salió, para honra de
España, el que mereció llamarse Gran Capitán por antonomasia, y hoy a su
Marqués ilustrísimo se le ha acrecentado la casa de Feria, por morir sin
hijos aquel gran portento de Italia, que malogró la Fortuna, de envidia;
cuyo gran sucesor, siendo mudo, ocupa a grandezas en silencio elocuente
las lenguas de la Fama. Más abajo está Lucena, del Alcaide de los
Donceles, Duque de Cardona, en cuyo océano de blasones se anegó la gran
casa de Lerma. Luego, Cabra, celebrada por su sima[379], tan profunda
como la antigüedad de sus dueños, pregona con las lenguas de sus
almenas, que es del ínclito Duque de Sesa y Soma, y que la vive hoy su
entendido y bizarro heredero. Luego Osuna se ofrece a la demarcación
destos ilustres edificios, blasonando con tantos maestres Girones la
altivez de sus duques; y veinte y dos leguas de aquí cae la hermosísima
Granada, paraíso de Mahoma, que no en vano la defendieron tanto sus
valientes africanos españoles, de cuya Alhambra y Alcazaba es alcaide el
nobilísimo Marqués de Mondéjar, padre del generoso conde de Tendilla,
Mendozas del Ave María y credo de los caballeros. No nos olvidemos, de
camino, de Guadix, ciudad antigua y celebrada por sus melones[380], y
mucho más por el divino ingenio del doctor Mira de Mescua[381], hijo
suyo y arcediano.

Cuando iba el Cojuelo refiriendo esto, llegaron a la Plaza Mayor de
Ecija, que es la más insigne del Andalucía, y junto a una fuente que
tiene en medio del jaspe, con cuatro ninfas gigantas de alabastro
derramando lanzas de cristal[382], estaban unos ciegos sobre un banco,
de pies, y mucha gente de capa parda de auditorio, cantando la relación
muy verdadera que trataba de cómo una maldita dueña se había hecho
preñada del diablo, y que por permisión de Dios había parado una manada
de lechones, con un romance de don Alvaro de Luna y una letrilla contra
los demonios, que decía:

                  «Lucifer tiene muermo,
                    Satanás, sarna,
                  y el Diablo Cojuelo
                   tiene almorranas.
                  Almorranas y muermo,
                   sarna y ladillas,
                  su mujer se las quita
                    con tenacillas.»[383]

El Cojuelo le dijo a don Cleofás:

--¿Qué te parece los testimonios que nos levantan estos ciegos y las
sátiras que nos hacen? Ninguna raza de gente se nos atreve a nosotros si
no son éstos, que tienen más ánimo que los mayores ingenios; pero esta
vez me lo han de pagar, castigándose ellos mismos por sus propias manos,
y daré, de camino, venganza a las dueñas, porque no hay en el mundo
quien no las quiera mal, y nosotros las tenemos grandes obligaciones,
porque nos ayudan a nuestros embustes; que son demonias hembras[384].

Y sobre la entonación de las coplas metió el Cojuelo tanta cizaña entre
los ciegos, que, arrempujándose primero, y cayendo dellos en el pilón de
la fuente, y esotros en el suelo, volviéndose a juntar, se mataron a
palos, dando barato[385], de camino, a los oyentes, que les respondieron
con algunos puñetes y coces. Y como llegaron a Écija con las varas de
los alguaciles de Córdoba, pensando que traían alguna gran comisión de
la Corte, llegó la justicia de la ciudad a hacelles fiesta y a
lisonjeallos con ofrecerles sus posadas, y ellos, valiéndose de la
ocasión, admitieron las ofertas, con que fueron regalados como cuerpos
de rey; y preguntándoles qué era el negocio que traían para Écija, el
Cojuelo les respondió que era contra los médicos y boticarios, y visita
general de beatas; y que a los médicos se les venía a vedar que después
de matar un enfermo, no les valiese[386] la mula por sagrado; y que,
cuando no se saliese con esto, por lo menos, a los boticarios que
errasen las purgas, que no pudiesen ser castigados si se retrujesen[387]
en los cimenterios de las mulas de los médicos, que son las ancas[388];
y que a las beatas se les venía a quitar el tomar tabaco, beber
chocolate y comer jigote.

Parecióle al Alguacil Mayor, que no era lerdo y tenía su punta de hacer
jácaras y entremeses, que hacían burla dellos, y quiso agarrallos para
dar con ellos en la trena, y después sacudilles el polvo y batanalles el
cordobán, por embelecadores, embusteros y alguaciles chanflones[389]; y
levantando el Cojuelo una polvareda de piedra azufre y asiendo a don
Cleofás por la mano, se desaparecieron, entre la cólera y
resolución[390] de los ministros ecijanos, dejándolos tosiendo y
estornudando, dándose de cabezadas unos a otros sin entenderse, haciendo
los neblíes de la más obscura Noruega[391] puntas a diferentes partes; y
dejando a la derecha a Palma, donde se junta Genil con Guadalquivir[392]
por el vicario de las aguas, villa antigua de los Bocanegras y
Portocarreros, y de quien fué dueño aquel gran cortesano y valiente
caballero don Luis Portocarrero, cuyo corazón excedió muchas varas a su
estatura, y luego a la Monclova, bosque deliciosísimo y monte de Clovio,
valeroso capitán romano, y posesión hoy de otro Portocarrero y Enríquez,
no menos gran caballero que el pasado, y a la hermosa villa de Fuentes,
de quien fué marqués el bizarro y no vencido don Juan Claros de Guzmán
el Bueno, que, después de muchos servicios a su rey, murió en Flandes
con lástima de todos y envidia de más, hijo de la gran casa de
Medina-Sidonia, donde todos sus Guzmanes son Buenos por apellido, por
sangre y por sus personas esclarecidas, sin tocar al pelo de la ropa a
Marchena, habitación noble de los duques de Arcos, marqueses que fueron
de Cádiz, de quien hoy es meritísimo señor el excelentísimo duque don
Rodrigo Ponce de León, en quien se cifran todas las proezas y grandezas
heroicas de sus antepasados, columbrando desde más lejos a Villanueva
del Rio, de los marqueses de Villanueva, Enríquez y Riberas, y hoy de
don Antonio Álvarez de Toledo y Beamonte, marqués suyo y duque de
Güesca, heredero ilustre del gran Duque de Alba, Condestable de Navarra,
llegaron de un vuelo los dos pajarotes de camarada[393], no siendo ésta
la mayor pareja que habían corrido, al pie de la cuesta de Carmona, en
su dilatada, fértil y celebrada vega, donde les anocheció, diciéndole
don Cleofás al amigo:

--Camarada, descansemos un poco, que es mucho pajarear éste, y nos
metemos a lechuzas silvestres; que la serenidad de la noche y el verano
brindan a pasalla en el campo.

--Soy de ese parecer--dijo el Cojuelo--: tendamos la raspa[394] en este
pradillo junto a este arroyo, espejo donde se están tocando las
estrellas, porque aguardan a la madrugada visita del sol, Gran Turco de
todas esas señoras.

Y don Cleofás, poniendo el ferreruelo[395] por cabecera y la espada
sobre el estómago, acomodó el individuo, y estando boca arriba, paseando
con los ojos la bóveda celestial, cuya fábrica portentosa al más ciego
gentil obliga a rastrear que la mano de su artífice es de Dios, y de
gran Dios, le dijo al camarada:

--¿No me dirás, pues has vivido en aquellos barrios, si esas estrellas
son tan grandes como esos astrólogos dicen cuando hablan de su magnitud,
y en qué cielo están, y cuantos cielos hay, para que no nos den
papillas[396] cada día con tantas y tan diversas opiniones, haciéndonos
bobos a los demás con líneas y coluros imaginados, y si es verdad que
los planetas tienen epiciclos, y el movimiento de cada cielo, desde el
primer móvil al remiso y al trepidante, y dónde están los signos de
estos luceros escribanos, porque yo desengañe al mundo y no nos vendan
imaginaciones por verdades?

El Cojuelo le respondió:

--Don Cleofás, nuestra caída fué tan apriesa, que no nos dejó reparar en
nada; y a fee que si Lucifer no se hubiera traído tras de sí la tercera
parte de las estrellas[397], como repiten tantas veces en los autos del
Corpus, aun hubiera más en que haceros más garatusas la Astrología. Esto
todo sea con perdón del antojo del Galileo[398] y el del gran don Juan
de Espina[399], cuya célebre casa y peregrina silla son ideas de su raro
ingenio; que yo hablo de antojos abajo, como de tejas, y salvo la
óbtica[400] destos señores antojadizos que han descubierto al sol un
lunar en el lado izquierdo, y en la luna han linceado montes y valles, y
han visto a Venus _cornuta_. Lo que yo sé decir, que el poco tiempo que
estuve por allá arriba nunca oí nombrar la Bocina, el Carro, la _Espica
Vírginis,_ la _Ursa major_ ni la _Ursa minor,_ las Pléyades ni las
Helíades, nombres que los de la Astrología les han dado, y esa que
llamaron _Vía Láctea,_ y ahora los vulgares Camino de Santiago, por
donde anda tanto el cojo como el sano; que si esto fuera así, yo
también, por lo cojo, había de andar por aquel camino[401], siendo hijo
de vecino de aquella provincia.

Ya en estas razones últimas se había agradecido al sueño el tal Don
Cleofás, dejando al compañero de posta[402] como grulla[403] de la otra
vida, cuando un gran estruendo de clarines y cabalgaduras le despertó
sobresaltado, recelando que se le llevaba a otra parte más desacomodada
el que le había agasajado hasta entonces; pero el Diablillo le sosegó,
diciendo:

--No te alborotes, don Cleofás; que, estando conmigo, no tienes que
temer nada.

--Pues ¿qué ruido tan grande es éste--le replicó el Estudiante.

--Yo te lo diré--dijo el Cojuelo--, si acabas de despertar y me escuchas
con atención.



TRANCO VII


El Estudiante se incorporó entonces, supliendo con bostezos y esperezos
lo que le faltaba por dormir, y prosiguió el Diablillo, diciendo:

--Todo este estruendo trae consigo la casa de la Fortuna, que pasa al
Asia Mayor a asistir a una batalla campal entre el Mogor y el Sofí, para
dar la victoria a quien menos la mereciere. Escucha y mira; que esta que
pasa es su recámara, y en lugar de acémilas van mercaderes y hombres de
negocios que llaman, cargados de cajas de moneda de oro y plata, con
reposteros bordados encima con las armas de la Fortuna, que son los
cuatro vientos, y un harpón en una torre, moviéndose a todos cuatro,
sogas y garrotes del mismo metal que llevan, y, con ir con tanto peso,
van descansados, a su parecer. Esta tropa inumerable que pasa ahora mal
concertada es de oficiales de boca, cocineros, mozos de cocina,
botilleres, reposteros, despenseros, panaderos, veedores, y la demás
canalla que toca a la bucólica. Estos que vienen agora a pie, con
fieltros blancos terciados por los hombros, son lacayos de la Fortuna,
que son los mayores ingenios que ha tenido el mundo, entre los cuales va
Homero, Píndaro, Anacreonte, Virgilio, Ovidio, Horacio, Silio Itálico,
Lucano, Claudiano, Estacio Papinio, Juvenal, Marcial, Catulo, Propercio,
el Petrarca, Sanazaro, el Taso, el Bembo, el Dante, el Guarino, el
Ariosto, el caballero Marino, Juan de Mena, Castillejo, Gregorio
Hernández, Garci Sánchez, Camoes y otros muchos que han sido en
diferentes provincias príncipes de la Poesía.

--Por cierto que han medrado poco--dijo el Estudiante--, pues no han
pasado de lacayos de la Fortuna.

--No hay en su casa--dijo el Cojuelo--quien tenga lo que merece.

--¿Qué escuadrón es éste tan lucido, con joyas de diamantes y cadenas y
vestidos lloviendo oro y perlas--prosiguió el Estudiante--, que llevan
tantos pajes en cuerpo que los alumbran con tantas hachas blancas, y
van sobre filósofos antiguos que les sirven de caballos, de tan malos
talles, que los más son corcovados, cojos, mancos, calvos, narigones,
tuertos, zurdos y balbucientes?

--Éstos son--dijo el Cojuelo--potentados, príncipes y grandes señores
del mundo, que van acompañando a la Fortuna, de quien han recibido los
estados y las riquezas que tienen, y, con ser tan poderosos y ricos, son
los más necios y miserables de la tierra.

--¡Buen gusto ha tenido la Fortuna, por cierto!--dijo don Cleofás--.
¡Bien se le parece[404] que tiene nombre de mujer: que escoge lo peor!

--Primero lo debieron a la naturaleza--respondió el Cojuelo, y prosiguió
diciendo--; Aquel gigante que viene sobre un dromedario, con un ojo, y
ése ciego, solamente, en la mitad de la frente, con un árbol en las
manos de suma magnitud, lleno de bastones, mitras, laureles, hábitos,
capelos, coronas y tiaras, es Polifemo, que después que le cegó Ulises,
le ha dado la Fortuna a cargo aquella escarpia de dignidades, para que
las reparta a ciegas y va siempre junto al carro triunfal de la Fortuna,
que es aquel que le tiran cincuenta emperadores griegos y romanos, y
ella viene cercada de faroles de cristal, con cirios pascuales
encendidos dentro dellos, sobre una rueda llena de arcaduces de plata,
que siempre está llenándolos y vaciándolos de viento, y esotro pie, en
el elemento mismo, que está lleno de camaleones que le van dando
memoriales, y ella rompiéndolos. Ahora vienen siguiéndola sus damas en
elefantes, con sillones de oro sembrados de balajes, rubíes y
crisólitos. La primera es la Necedad, camarera mayor suya, y aunque fea,
muy favorecida. La Mudanza es esotra, que va dando cédulas de
casamiento, y no cumpliendo ninguna. Esotra es la Lisonja, vestida a la
francesa de tornasoles de aguas, y lleva en la cabeza un iris de colores
por tocado, y en cada mano cien lenguas. Aquella que la sucede, vestida
de negro, sin oro ni joya, de linda cara y talle, que viene llorosa, es
la Hermosura: una dama muy noble y muy olvidada de los favores de su
ama. La Envidia la sigue y la persigue, con un vestido pajizo, bordado
de basiliscos y corazones.

--Siempre esa dama--dijo don Cleofás--come grosura[405]: que es halcón
de las alcándaras de palacio.

--Esotra que viene--prosiguió el Cojuelo--, que parece que va preñada,
es la Ambición, que está hidrópica de deseos y de imaginaciones. Esotra
es la Avaricia, que está opilada de oro[406], y no quiere tomar el
acero[407], porque es más bajo metal. Aquellas que vienen, con tocas
largas y antojos, sobre minotauros[408], son la Usura, la Simonía, la
Mohatra, la Chisme[409], la Baraja[410], la Soberbia, la Invención, la
Hazañería, dueñas de la Fortuna. Los que vienen galanteando a estas
señoras todas y alumbrándolas con antorchas de colores diferentes son
ladrones, fulleros, astrólogos, espías, hipócritas, monederos falsos,
casamenteros, noveleros, corredores[411], glotones y borrachos. Aquel
que viene sobre el asno de oro[412] de Lucio Apuleyo es Creso, mayordomo
mayor de la Fortuna, y a su mano izquierda, Astolfo, su caballerizo
mayor. Aquellos que van sobre cubas con ruedas y velicómenes[413] en las
manos, dando carcajadas de risa, son sus gentiles hombres de la copa,
que han sido taberneros de Corte primero. Aquella escuadra de
selvajes[414] que vienen en jumentos de albarda son contadores,
tesoreros, escribanos de raciones, administradores, historiadores,
letrados, correspondientes[415], agentes de la Fortuna, y llevan manos
de almireces por plumas, y por papel, pieles de abadas. Tras dellos
viene una silla de manos, bordada de trofeos, para las visitas de la
Fortuna; los silleros son Pitágoras, Diógenes, Aristóteles, Platón, y
otros filósofos para remudar, con camisolas y calzones de tela de nácar,
herrados los rostros con eses y clavos[416]. Aquellos que vienen agora
de tres en tres, sobre tumbas enlutadas, a la jineta y a la brida, son
médicos de la cámara y de la familia, boticarios y barberos de la
Fortuna. Agora cierra todo este escuadrón y acompañamiento aquella
prodigiosísima torre andante, que es la de Babilonia, llena de gigantes,
de enanos, de bailarines y representantes, de instrumentos músicos y
marciales, de voces, de algazaras, que se ven y oyen por infinitas
ventanas que tiene el edificio, coronadas de luminarias y flechando
girándulas[417] y cohetes voladores[418]; y en un balcón grande de la
fachada va la Esperanza: una jayana vestida de verde, muy larga de
estatura, y muchos pretendientes por abajo, a pie, soldados, capitanes,
abogados, artífices y proferores de diferentes ciencias, mal vestidos,
hambrientos y desesperados, dándola voces, y con la confusión no se
entienden los unos a los otros, ni los otros a los unos. Y por otro
balcón del lado derecho va la Prosperidad, coronada de espigas de oro y
vestida de brocado de tres altos[419], bordado de las cuatro estaciones
del año, sembrando talegos sobre muchos mentecatos ricos, que van en
literas roncando, que no los han menester y piensan que los sueñan.
Ahora sigue todo este aparato una infinita tropa de carros largos,
llenos de comida y vestidos de mujeres y de hombres, que es la
guardarropa de la Fortuna; y con ir tantos como la siguen desnudos y
hambrientos, no les da un bocado que coman ni un trapo con que se
cubran, y aunque los repartiera con ellos, no les vinieran bien, que
están hechos solamente a medida de los dichosos.

Seguía este carruaje un escuadrón volante de locos, a pie, y a caballo,
y en coches, con diferentes temas, que habían perdido el juicio de
varios sucesos de la Fortuna por mar y por tierra, unos riéndose, otros
llorando, otros cantando, otros callando, y todos renegando della[420];
y no tomaba de otros parecer, diligencia para no acertar nada,
desapareciendo toda esta máquina confusa una polvareda espantosa, en
cuyo temeroso piélago se anegó toda esta confusión, llegando el día, que
fué mucho que no se perdiera el sol con la grande polvareda, como don
Beltrán[421] de los planetas, subiéndose los dos camaradas la cuesta
arriba a la recién bautizada ciudad de Carmona[422], atalaya del
Andalucía, de cielo tan sereno[423], que nunca le tuvo, y adonde no han
conocido al catarro si no es para serville[424]; y tomando refresco de
unos conejos y unos pollos en un mesón que se llama de los Caballeros,
pasaron a Sevilla, cuya giralda y torre[425] tan celebrada se descubre
desde la venta de Peromingo[426] el Alto, tan hija de vecino de los
aires, que parece que se descalabra en las estrellas.

Admiró a don Cleofás el sitio de su dilatada población, y de la que
hacen tantos diversos bajeles en el Guadalquivir, valla de cristal de
Sevilla y de Triana[427], distinguiéndose de más cerca la hermosura de
sus edificios, que parece que han muerto vírgines[428] y mártires,
porque todos están con palmas en las manos, que son las que se
descuellan de sus peregrinos pensiles, entre tantos cidros, naranjos,
limones, laureles y cipreses; llegando en breve espacio a Torreblanca,
una legua larga desta insigne ciudad, desde donde comienza su Calzada y
los caños de Carmona, hermosísima puente de arcos, por donde entra el
río Guadaira[429] en Sevilla, cuya hidrópica sed se le bebe todo, sin
dejar apenas una gota para tributar al mar, que es solamente el río en
todo el mundo que está previligiado deste pecho[430]; haciendo mayor la
belleza desta entrada infinitas granjas, por una parte y por otra, que
en cada una se cifra un jardín terrenal, granizando azahares, mosquetas
y jazmines reales. Y al mismo tiempo que ellos iban llegando a la puerta
de Carmona, atisbó el Cojuelo entrar por ella a caballo, con vara alta y
los dos corchetes que sacó del infierno, a Cienllamas; y volviéndose a
don Cleofás, le dijo:

--Aquel que entra por la puerta de Carmona es comisario de mis amos, que
viene contra mí a Sevilla: menester es guardarnos.

--No se me da dos blancas[431]--dijo don Cleofás--; que yo estoy
matriculado en Alcalá, y no tiene ningún tribunal juridicción[432] en mi
persona; y fuera de eso, dicen que es Sevilla lugar tan confuso, que no
nos hallarán, si queremos, todos cuantos hurones tiene Lucifer y
Bercebú[433].

Entrándose en la ciudad los dos a buen paso y guiando el Cojuelo, la
barba sobre el hombro[434], fueron hilvanando calles, y, llegando a una
plazuela, reparó don Cleofás en un edificio sumptuoso de unas casas que
tenían una portada ostentosa de alabastro y unos corredores dilatados de
la misma piedra. Preguntóle don Cleofás al Cojuelo qué templo era aquél,
y él le respondió que no era templo, aunque tenía tantas cruces de
Jerusalén del mismo relieve de mármol, sino las casas de los duques de
Alcalá, marqueses de Tarifa[435], conde de los Molares y adelantados
mayores de Andalucía, cuya grandeza ha heredado hoy el gran Duque de
Medina Celi, por falta de hijos herederos, que aunque fuera mayor, no le
hiciera más: que por Fox y Cerda es lo más que puede ser.

--Ya conozco ese príncipe--dijo don Cleofás--, y le he visto en la
Corte, y es tan generoso y entendido como gran señor.

Con esta plática llegaron a la Cabeza del Rey don Pedro, cuya calle se
llama el Candilejo[436], y atravesando por cal[437] de Abades, la
Borciguinería[438] y el Atambor[439], llegaron a las calles[440] del
Agua[441], donde tomaron posada, que son las más recatadas de Sevilla.

En este tiempo, a nuestro Astrólogo o Mágico se lo había llevado de una
aplopejía[442] el demoñuelo zurdo que sustituía al Cojuelo, y bajó a
pedir justicia a Lucifer en el güeso del alma, sin las mondaduras del
cuerpo, del quebrantamiento de su redoma; y doña Tomasa, no olvidando
los desaires de don Cleofás, trataba con otra requisitoria de venir a
Sevilla, con un galán nuevo que tenía, soldado de los galeones, para
tomar venganza casándose con el licenciado Vireno de Madrid la Olimpia
de mala mano[443], sabiendo que se había escapado allá. Don Cleofás y su
camarada no salían de su posada, por desmentir las espías de Cienllamas
y de Chispa y Redina, y subiéndose a un terrado una tarde, de los que
tienen todas las casas de Sevilla, a tomar el fresco y a ver desde lo
alto más particularmente los edificios de aquella populosa ciudad,
estómago de España y del mundo, que reparte a todas las provincias dél
la sustancia de lo que traga a las Indias en plata y oro (que es
avestruz de la Europa, pues digiere más generosos metales)[444],
espantándose don Cleofás de aquel numeroso ejército de edificios, tan
epilogado, que si se derramara, no cupiera en toda la Andalucía, le dijo
a su compañero:

--Enséñame desde aquí algunos particulares, si se descubren a la vista.

El Cojuelo le dijo:

--Ya por aquella torre que descubrimos desde tan lejos discurrirás que
esa bellísima fábrica que está arrimada a ella es la Iglesia Mayor y
mayor templo de cuantos fabricó la antigüedad ni el siglo de agora
reconoce. No quiero decirte por menudo sus grandezas; basta afirmarte
que su cirio pascual pesa ochenta y cuatro arrobas de cera[445], y el
candelero de tinieblas, de grandeza notable, es de bronce, y de tanta
ostentación y artificio, que si fuera de oro no hubiera costado
tanto[446]. Su custodia es otra torre de plata, de la misma fábrica y
modelo[447]; su trascoro no perdonó piedra esquisita y preciosa a los
minerales; su monumento es un templo portátil de Salomón[448].

Pero salgámonos della; que aun con las relaciones ni los pensamientos no
podemos los demonios pasealla, y vuelve los ojos a aquel edificio que se
llama la Lonja[449], cortada del pernil de San Lorenzo el Real, diseño
de don Felipe II, y a mano derecha della está el Alcázar, posada real y
antigua de los reyes de Castilla, fértil albergue de la primavera, de
quien es ilustrísimo Alcaide el Conde Duque de Sanlúcar la Mayor, gran
Adtlante[450] del Hércules de España, cuya prudentísima cabeza es el
reloj del gobierno de su monarquía; que a no estar labrado el Buen
Retiro[451], fábrica de inimitable ejemplar por el edificio, los
jardines y estanques, tuviera este palacio sevillano la primacía de
todas las casas reales del mundo, poniendo en primer lugar el real salón
que la majestad del rey don Felipe IV el Grande ha copiado de su divina
idea, donde todas las admiraciones vienen cortas, y las mayores
grandezas enjaguadas[452]. Más adelante está la Casa de la Contratación,
que tantas veces se ve enladrillada de barras de oro y de plata[453].
Luego está la casa del bizarro Conde de Cantillana, gran cortesano,
galán y palaciego, airoso caballero de la plaza[454], crédito de sus
aplausos y alegría de sus Reyes; que esto confiesan los toros de Tarifa
y Jarama cuando cumplen con sus rejones, como con la parroquia[455].
Luego está, junto a la puerta de Jerez, la gran Casa de la Moneda, donde
siempre hay montones de oro y de plata[456], como de trigo, y junto a
ella, el Aduana, tarasca de todas las mercaderías del mundo, con dos
bocas, una a la ciudad y otra al río, donde está la Torre del Oro y el
muelle, chupadera de cuanto traen amontonado los galeones en los
tuétanos de sus camarotes. A mano derecha está la puente de Triana[457],
de madera, sobre trece barcos. Y más abajo, en el margen del celebrado
río, las Cuevas, monasterio insigne de la Cartuja de San Bruno, que, con
profesar el silencio mudo, vive a la lengua del agua[458].

A estotra parte, sobre la orilla de Guadalquivir[459], está Gelves,
donde todos los romances antiguos de moros[460] iban a jugar cañas, y
hoy de sus ilustres condes[461] y del gran Duque de Veragua, hijo y
retrato de tan gran padre;

        que es, para no tener a mundos miedo,
        Portugal y Colón, Castro y Toledo[462].

--Soltáronsete--dijo don Cleofás--los consonantes, camarada.

--Cuidado fué, y no descuido--respondió el Cojuelo--, porque me deba más
que prosa el dueño destas alabanzas.

Y prosiguió diciendo:

--Allí es el Alamillo, donde se pescan los sábalos[463], albures y
sollos, y más abajo cae el Algaba, de los esclarecidos marqueses deste
título, de Ardales, y condes de Teba, Guzmanes en todo. De esotra parte
cae el Castellar, de los Ramírez y Saavedras, y a la vuelta,
Villamanrique, de las Zúñigas[464], de la gran casa de Béjar, cuyo
último malogrado marqués fué Guzmán dos veces Bueno, sobrino del gran
Patriarca de las Indias, capellán y limosnero mayor del Rey, cuya
generosa piedad se taracea con su oficio y con su sangre, y hermano del
gran Duque de Sidonia[465], cuyo solio es Sanlúcar de Barrameda, corte
suya, que está ese río abajo, siendo Narciso del Océano y Generalísimo
del Andalucía y de las costas del mar de España, a cuyo bastón y siempre
planta vencedora obedece el agua y la tierra, asegurando a su Rey toda
su monarquía en aquel promontorio donde asiste[466], para blasón del
mundo. Y pues ya llega la noche, y destas alabanzas no puedo salir menos
que callando para encarecellas, dejemos para mañana lo demás;--bajándose
del terrado a tratar que se aderezase la cena, y a salir un poco por la
ciudad a su insigne Alameda, que hizo y adornó con las dos colunas de
Hércules el Conde de Barajas[467], asistente de Sevilla, y después, de
Castilla dignísimo presidente.



TRANCO VIII


Ya, para ejecutar su disignio[468], había tomado doña Tomasa[469] (que
siempre tomaba, por cumplir con su nombre y su condición) una litera
para Sevilla, y una acémila en que llevar algunos baúles para su ropa
blanca y algunas galas, con las del dicho galán soldado, que, metiéndose
los dos en la dicha litera, partieron de Madrid, como unos
hermanos[470], con la requisitoria que hemos referido. Y a nuestro
Astrólogo no le habían dado sepultura, sobre las barajas de un
testamento que había hecho unos días antes y descubrieron en un
escritorio unos deudos suyos, y estaba la justicia poniendo en razón
esta litispendencia. Y el Cojuelo y don Cleofás, que habían dormido
hasta las dos de la tarde, por haber andado rondando la noche antes, la
mayor parte della, por Sevilla, después de haber comido algunos pescados
regalados[471] de aquella ciudad y del pan que llaman de Gallegos[472],
que es el mejor del mundo, y habiendo dormido la siesta (bien que el
compañero siempre velaba, haciendo diligencias para lisonjear a su dueño
en razón de su delito), se subieron al dicho terrado, como la tarde
antes, y enseñándole algunos particulares edificios a su compañero, de
los que habían quedado sin referir la tarde antes en aquel golfo de
pueblos, suspiró dos veces don Cleofás, y preguntóle el Cojuelo:

--¿De qué te has acordado, amigo? ¿Qué memorias te han dividido esas dos
exhalaciones de fuego desde el corazón a la boca?

--Camarada--le respondió el Estudiante--, acordéme de la calle Mayor de
Madrid y de su insigne paseo a estas horas, hasta dar en el Prado.

--Fácil cosa será verle--dijo el Diablillo--tan al vivo como está
pasando agora: pide un espejo a la Güéspeda y tendrás el mejor rato que
has tenido en tu vida; que aunque yo, por la posta, en un abrir y cerrar
de ojos, te pudiera poner en él[473], porque las que yo conozco comen
alas del viento por cebada, no quiero que dejemos a Sevilla[474] hasta
ver en qué paran las diligencias de Cienllamas y las de tu dama, que
viene caminando acá, y me hallo en este lugar muy bien[475], porque
alcanzan a él las conciencias de Indias.

A este mismo tiempo subía a su terrado Rufina María, que así se llamaba
la güéspeda, dama entre nogal y granadillo, por no llamarla mulata, gran
piloto de los rumbos más secretos de Sevilla, y alfaneque[476] de volar
una bolsa de bretón desde su faldriquera a las garras de tanta
doncelliponiente[477] como venían a valerse della. Iba en jubón de
holanda blanca acuchillado[478], con una enaguas blancas de
cotonía[479], zapato de ponleví[480], con escarpín[481] sin media, como
es usanza en esta tierra entre la gente tapetada[482], que a estas horas
se subía a su azotea a tocar[483] de la tarántula con un peine y un
espejo que podía ser de armar[484]; y el Cojuelo, viendo la ocasión, se
le pidió con mucha cortesía para el dicho efeto, diciendo:

--Bien puede estar aquí la señora Güéspeda; que yo sé que tiene
inclinación a estas cosas.

--¡Ay, señor!--respondió la Rufina María--, si son de la
nigromancía[485], me pierdo por ellas; que nací en Triana, y sé echar
las habas[486] y andar el cedazo[487] mejor que cuantas hay de mi
tamaño, y tengo otros primores mejores, que fiaré de vuesas mercedes si
me la hacen, aunque todos los que son entendidos me dicen que son
disparates.

--No dicen mal--dijo el Cojuelo--; pero, con todo eso, señora Rufina
María, de tan gran talento se pueden fiar los que yo quiero enseñar a mi
camarada. Esté atenta.

Y tomando el espejo en la mano, dijo:

--Aquí quiero enseñalles a los dos lo que a estas horas pasa en la calle
Mayor[488] de Madrid, que esto sólo un demonio lo puede hacer, y yo. Y
adviértase que en las alabanzas de los señores que pasaren, que es
mesa[489] redonda[490], que cada uno de por sí hace cabecera, y que no
es pleito de acreedores, que tienen unos antelaciones a otros.

--¡Ay, señor!--dijo la tal Rufina--, comience vuesa merced, que será
mucho de ver; que yo cuando niña estuve en la Corte con una dama que se
fué tras de un caballero del hábito de Calatrava que vino a hacer aquí
unas pruebas, y después me volvieron mis padres a Sevilla, y quedé con
grande inclinación a esa calle, y me holgaría de volverla a ver, aunque
sea en este espejo.

Apenas acabó de decir esto la Güéspeda, cuando comenzaron a pasar
coches, carrozas, y literas, y sillas, y caballeros a caballo, y tanta
diversidad de hermosuras y de galas, que parecía que se habían soltado
abril y mayo y desatado las estrellas[491]. Y don Cleofás, con tanto
ojo[492], por ver si pasaba doña Tomasa; que todavía la tenía en el
corazón, sin haberse templado con tantos desengaños. ¡Oh proclive
humanidad nuestra, que con los malos términos se abrasa, y con los
agasajos se destempla[493]! Pero la tal doña Tomasa, a aquellas horas,
ya había pasado de Illescas en su litera de dos yemas[494].

La Rufina María estaba sin juicio mirando tantas figuras como en aquel
teatro del mundo iban representando papeles diferentes, y dijo al
Cojuelo:

--Señor Güésped, enséñeme al Rey y a la Reina; que los deseo ver y no
quiero perder esta ocasión.

--Hija--le respondió el Cojuelo--, en estos paseos ordinarios no salen
Sus Majestades; si quiere ver sus retratos al vivo, presto llegaremos
adonde cumpla su deseo.

--Sea en hora buena--dijo la tal Rufina, y prosiguió, diciendo--: ¿Quién
es este caballero y gran señor que pasa agora con tanto lucimiento de
lacayos y pajes en ese coche que puede ser carroza del sol?

El Cojuelo le respondió:

--Este es el almirante de Castilla don Juan Alfonso Enríquez de Cabrera,
duque de Medina de Ríoseco y conde de Módica, terror de Francia en
Fuenterrabía.

--¡Ay, señor!--dijo la Rufina--. ¿Aquél nos echó los franceses de
España? Dios le guarde muchos años.

--El y el gran Marqués de los Vélez--respondió el Cojuelo--fueron los
Pelayos segundos, sin segundos, de su patria Castilla.

--¿Quién viene en aquella carroza que parece de la Primavera?--preguntó
la Rufina.

--Allí viene--dijo el Cojuelo--el Conde de Oropesa y Alcaudete, sangre
de Toledo, Pimentel, y de la real de Portugal, príncipe de grandes
partes; y el que va a su mano derecha es el Conde de Luna su primo,
Quiñones y Pimentel, señor de la casa de Benavides en León, hijo
primogénito del Conde de Benavente, que es Luna que también resplandece
de día. El Conde de Lemos y Andrade, marqués de Sarria, pertiguero mayor
de Santiago, Castro y Enríquez, del gran Duque de Arjona, viene en aquel
coche; tan entendido y generoso como gran señor. Y en esotro, el Conde
de Monterrey y Fuentes, presidente de Italia, que ha venido de ser
Virrey de Nápoles, dejando de su gobierno tanto aplauso a las dos
Sicilias y sucediéndole en esta dignidad el Duque de las Torres, marqués
de Liche[495] y de Toral, señor del castillo de Aviados, sumiller de
corps de su Majestad, príncipe de Astillano, y duque de Sabioneta, que
este título es el más compatible con su grandeza; a quien acompaña, con
no menos sangre y divino ingenio, en Italia, el Marqués de
Alcañizas[496], Almansa, Enríquez y Borja. Allí viene el Condestable
prudentísimo Velasco, gentilhombre de la cámara de su Majestad, con su
hermano el Marqués del Fresno. El Duque de Hijar le sigue, Silva, y
Mendoza, y Sarmiento, marqués de Alenquer y Ribadeo, gran cortesano y
hombre de a caballo grande en entrambas sillas[497], que por el último
título que hemos dicho tiene previlegio de comer con los Reyes la Pascua
deste nombre. Va con él el Marqués de los Balbases, Espinola, cuyo
apellido puso su gran padre sobre las estrellas. Allí va el Conde de
Altamira, Moscoso y Sandoval, gran señor y caballero en todo,
caballerizo mayor de su Majestad de la Reina. Allí pasa el Marqués de
Pobar, Aragón, con don Antonio de Aragón su hermano, del Consejo de
Ordenes y del supremo de la Inquisición. Los que atraviesan en aquel
coche agora son el Marqués de Jódar y el Conde de Peñaranda, del Consejo
Real de Castilla, ambos Simancas[498] de la jurispericia como de la
nobleza.

--¿Quién son aquellos dos mozos que van juntos--preguntó Rufina--, de
una misma edad, al parecer, y que llevan[499] llaves doradas?

--El Marqués de la Hinojosa--respondió el Cojuelo--, conde de Aguilar y
señor de los Cameros, Ramírez y Arellano, es el uno, y el otro es el
Marqués de Aytona, favorecedor de la Música y de la Poesía, que heredó,
hasta la posteridad, de su padre, entrambos camaristas.

--¿Qué coche es aquél tan lleno, que va espumando sangre[500]
generosísima en tantos bizarros mozos?--preguntó la tal Güéspeda.

--Es del Duque del Infantado--dijo el Cojuelo--, cabeza de los Mendozas
y Sandoval de varón, marqués de Santillana y del Cenete, conde de
Saldaña y del Real de Manzanares, hijo y retrato de tan gran padre. Los
que van con él son el Marqués de Almenara, el más bizarro, galán y bien
visto de la Corte, hijo del gran Marqués de Orani, el Almirante de
Aragón, perfecto caballero, el Marqués de San Román, caballero de veras,
heredero del gran Marqués de Velada, rayo de Orán, de Holanda y
Gelanda, y su hermano el Marqués de Salinas, que iguala el alma con el
cuerpo, copias vivas de tan gran padre, y don Iñigo Hurtado de Mendoza,
primo del Duque del Infantado, grandes caballeros todos y señores, que
ellos solos pueden alabarse a ellos mismos[501] con decir quién son; que
todas lenguas de la Fama no bastan. Va con ellos don Francisco de
Mendoza, gentilhombre cortesano, favorecido de todos y diestro en
entrambas sillas de la espada blanca y negra[502].

--¿Qué tropa es esta que viene agora a caballo?--preguntó la Rufina.

--Si pasan a espacio, te lo diré--dijo el Cojuelo--. Estos dos primeros
son el Conde de Melgar y el Marqués de Peñafiel, que llevan en sus
títulos sus aplausos; don Baltasar de Zúñiga, el Conde de Brandevilla su
hermano, hijos del Marqués de Mirabel, y que lo parecen en todo; el
Conde de Medellín, Portocarrero de varón, y el Príncipe de Arambergue,
primogénito del Duque de Ariscot; el Marqués de la Guardia, que tiene
título de ángel; el Marqués de la Liseda, Silva y Manrique de Lara, y
[don] Diego Gómez de Sandoval, comendador mayor de Calatrava, marqués de
Villazores, Añover y Humanes, don Baltasar de Guzmán y Mendoza, heredero
de la gran casa de Orgaz; Arias Gonzalo, primogénito del Conde de
Puñonrostro, imitando las bizarrías de su padre y afianzando las
imitaciones de su muy invencible agüelo. Allí vienen el Conde de Molina
y don Antonio Mesía de Tobar su hermano, siendo crédito recíprocamente
el uno del otro. Y entre ellos, don Francisco Luzón, blasón deste
apellido en Madrid, cuyo magnánimo corazón hallara[503] estrecha posada
en un gigante. Va con él don José de Castrejón, deudo suyo, gran
caballero, y ambos, sobrinos del ilustrísimo Presidente de Castilla. En
este coche que les sigue viene el Duque de Pastrana, cabeza de los
Silvas, estudioso príncipe y gran señor, con el Marqués de Palacios,
mayordomo del Rey y decendiente único de Men Rodríguez de Sanabria,
señor de la Puebla de Sanabria, mayordomo mayor del rey don Pedro; el
Conde de Grajal, gran señor, y el Conde de Galve, su hermano del Duque,
molde de buenos caballeros, y en quien se hallara, si se perdiera[504],
la cortesía. Los demás que van acompañándole son hombres insignes de
diferentes profesiones; que éste es siempre su séquito. Viene hablando
en otro coche con el Príncipe de Esquilache su tío y con el Duque de
Villahermosa don Carlos, su hermano, éste, del Consejo de Estado de su
Majestad, y esotro, príncipe de los ingenios. Va con ellos el duque mozo
de Villahermosa, don Fernando, en quien lo entendido y lo bizarro corren
parejas, y don Fernando de Borja, comendador mayor de Montesa, de la
cámara de su Majestad, con veinte y dos cursos de virrey, que se puede
graduar de Catón Uticense y Censorino. Allí viene el Marqués de Santa
Cruz, Neptuno español y mayordomo mayor de la Reina nuestra señora.
Aquél es el Conde de Alba de Liste, con el Marqués de Tabara y el
Conde de Puñonrostro. Y tras ellos, el Duque de Nochera, Héctor
napolitano y gobernador hoy de Aragón. En ese coche que se sigue viene
el Conde de Coruña, Mendoza y Hurtado de las Nueve Musas, honra de los
consonantes castellanos, en compañía del Conde de la Puebla de
Montalbán, Pacheco y Girón. Allí, el Marqués de Malagón, Ulloa y
Saavedra, y el Marqués de Malpica, Barroso y Ribera, y el de Frómista,
padre del Marqués de Caracena, celebrado por Marte castellano en Italia,
y el Conde de Orgaz, Guzmán y Mendoza, de Santo Domingo y San
Ilefonso[505], todos Mayordomos del Rey. Aquel que va en aquel coche es
el Marqués de Floresdávila, Zúñiga y Cueva, tío del gran Duque de
Alburquerque, que hoy está sirviendo con una pica en Flandes, capitán
general de Orán, donde fué asombro del África levantando las banderas de
su Rey veinte y cinco leguas dentro de la Berbería. Allí va el Conde de
Castrollano, napolitano Adonis. Allí va el Conde de Garcíes, Quesada y
andaluz gallardo, el Marqués de Velmar[506], el Marqués de Tarazona,
Conde de Ayala, Toledo y Fonseca, el Conde de Santisteban y Cocentaina y
el Conde de Cifuentes, divinos ingenios; el Conde de la Calzada, y tras
él, el Duque de Peñaranda, Sandoval y Zúñiga. Y en esotro coche, don
Antonio de Luna y don Claudio Pimentel, del Consejo de Ordenes, Cástor y
Pólux de la amistad y de la generosidad.

--¡Ay, señor!, aquel que pasa en aquel coche--dijo la Rufina--, si no me
engaño, es de Sevilla, y se llama Luis Ponce de Sandoval, Marqués de
Valdeencinas, y como que me críe en su casa.

El Cojuelo respondió:

--Es un muy gran caballero y el más bien quisto que hay en esta tierra
ni en la Corte; que no es pequeño encarecimiento. Y aquel con quien va
es el Marqués de Ayamonte, estirado título de Castilla y Zúñiga de
varón; y no menos que él es ese que viene en ese coche, el Conde de la
Puebla del Maestre, que tiene más maestres en su sangre que condes, mozo
de grandes esperanzas, y lo fuera de mayores posesiones si tuviera de su
parte la atención de la Fortuna. Allí pasa el Conde de Castrillo, Haro,
hermano del gran Marqués de Carpio, presidente de Indias, y tras él, el,
Marqués de Ladrada[507] y el Conde de Baños, padre y hijo, Cerdas, de la
gran casa de Medinaceli. Esotro es el Marqués de los Trujillos, bizarro
caballero. Y tras ellos, el Conde de Fuensalida, con don Jaime Manuel,
de la cámara de su Majestad y hermano del Duque de Maqueda y
Nájara[508], que hoy gobierna el tridente de ambos mares.

--Dígame vuesa merced, señor Licenciado--dijo la Rufina--: ¿qué casas
sumptuosas son estas que están enfrente destas joyeras?

--Son del Conde de Oñate[509]--dijo el

Diablillo--, timbre esclarecídisimo de los Ladrones de Guevara, Mercurio
Mayor[510] de España y Conde de Villamediana, hijo de un padre que hace
emperadores, y es hoy presidente de Órdenes.

--Y aquellas gradas que están allí enfrente--prosiguió la tal Rufina
María--, tan llenas de gente, ¿de qué templo son, o qué hacen allí tanta
variedad de hombres vestidos de diferentes colores?

--Aquéllas son las gradas de San Felipe--respondió el Cojuelo--,
convento de San Agustín, que es el mentidero[511] de los soldados, de
adonde salen las nuevas primero que los sucesos.

--¿Qué entierro es éste tan sumptuoso que pasa por la calle
Mayor?--preguntó don Cleofás, que estaba tan aturdido[512] como la
mulata.

--Éste es el de nuestro Astrólogo--respondió el Cojuelo--, que ayunó
toda su vida, para que se lo coman todos éstos en su muerte, y siendo su
retiro tan grande cuando vivo, ordenó que le paseasen por la calle Mayor
después de muerto[513], en el testamento que hallaron sus parientes.

--Bellaco coche--dijo don Cleofás--es un ataúd para ese paseo.

--Los más ordinarios son ésos--dijo el Cojuelo--, y los que ruedan más
en el mundo. Y ahora me parece--prosiguió diciendo--que estarán mis amos
menos indignados conmigo, pues la prenda que solicitaban por mí la
tienen allá, hasta que vaya estotra mitad, que es el cuerpo, a regalarse
en aquellos baños de piedra azufre.

--¡Con sus tizones se lo coma[514]!--dijo don Cleofás.

Y la Rufina estaba absorta mirando su calle Mayor, que no les entendió
la plática, y volviéndose a ella el Cojuelo, le dijo:

--Ya vamos llegando, señora Güéspeda, donde cumpla lo que desea; que ésa
es la puerta del Sol y la plaza de armas de la mejor fruta[515] que hay
en Madrid. Aquella bellísima fuente de lapislázuli y alabastro es la del
Buen Suceso[516], adonde, como en pleito de acreedores, están los
aguadores gallegos y coritos gozando de sus antelaciones para llenar de
agua los cántaros. Aquélla es la Victoria[517], de frailes mínimos de
San Francisco de Paula, retrato de aquel humilde y seráfico portento que
en el palacio de Dios ocupa el asiento de nuestro soberbio príncipe
Lucifer; y mire allí enfrente los retratos que yo la prometí
enseñar;--sin estar la dicha mulata en la plática que hacía don Cleofás
había dirigido el tal Cojuelo, y diciendo:

--¡Qué linda hilera de señores, que parece que están vivos!

--El Rey nuestro señor es el primero--dijo el Cojuelo.

--¡Qué hombre está!--dijo la mulata--. ¡Qué bizarros bigotes tiene, y
cómo parece rey en la cara y en el arte! ¡Qué hermosa que está[518]
junto a él la Reina nuestra señora, y qué bien vestida y tocada! ¡Dios
nos la guarde! Y aquel niño de oro que se sigue luego, ¿quién es?

--El Principe, nuestro señor--dijo don Cleofás--, que pienso que le crió
Dios en la turquesa de los ángeles.

--Dios le bendiga--replicó Rufina--, y mi ojo no le haga mal[519]; y
viviendo más que el mundo, nunca herede a su padre, y viva su padre más
siglos que tiene almenas en su monarquía. ¡Ay, señor!--prosiguió
Rufina--, ¿quién es aquel caballero que, al parecer, está vestido a la
turquesca, con aquella señora tan linda al lado, vestida a la española?

--No es--dijo el Cojuelo--traje turquesco; que es la usanza húngara,
como ha sido rey de Hungría: que es Ferdinando de Austria, cesáreo
emperador de Alemania y rey de Romanos, y la emperatriz su esposa María,
serenísima infanta de Castilla, que hasta los demonios--volviéndose a
don Cleofás--celebramos sus grandezas.

--¿Quién es aquel de tan hermosa cara y tan alentadas
guedejas[520]--preguntó la Mulata--, que está también en la cuadrilla
vestido de soldado, tan galán, tan bizarro y tan airoso, que se lleva
los ojos de todos, y tiene tanto auditorio mirándole?

--Aquél es el serenísimo infante don Fernando--respondió el
Cojuelo--questá por su hermano gobernando los estados de Flandes, y es
arzobispo de Toledo y cardenal de España, y ha dado al infierno las
mayores entradas de franceses y holandeses que ha tenido jamás después
que[521] se representa en él la eternidad de Dios, aunque entren las de
Jerjes y Darío, y pienso que ha de hacer dar grada[522] a mujeres de las
luteranas y calvinistas y protestantes que siguen la seta de sus
maridos, tanto, que los más de los días vuelve el dinero el purgatorio.

--Gana me da, si pudiera--dijo la Mulata--, de dalle mil besos.

--En país está--dijo don Cleofás--, que tendrá el original bastante
mercadería de eso; que esta ceremonia dejó Judas sembrada en aquellos
países[523].

--¡Oh, cómo me pesa--dijo la Rufina--que va anocheciendo, y
encubriéndose el concurso de la calle Mayor!

--Ya todo ha bajado al Prado[524]--dijo el

Cojuelo--, y no hay nada que ver en ella; tome vuesa merced su espejo;
que otro día le enseñaremos en él el río de Manzanares[525], que se
llama _río_ porque _se ríe_ de los que van a bañarse en él, no teniendo
agua; que solamente tiene regada la arena, y pasa el verano de
noche[526], como río navarrisco[527], siendo el más merendado y cenado
de cuantos ríos hay en el mundo.

--El más caudal[528] dél es--dijo don Cleofás--, pues lleva más hombres,
mujeres y coches que pescados los dos mares.

--Ya me espantaba yo--dijo el Cojuelo--que no volvías por tu río.
Respóndele eso al vizcaíno que dijo: «O vende puente, o compra río».

--No ha menester mayor río Madrid[529]--dijo don Cleofás--, pues hay
muchos en él que se ahogan en poca agua, y en menos se ahogara aquel
regidor que entró en el Ayuntamiento de las ranas del Molino
quemado[530].

--¡Qué galante eres--dijo el Cojuelo--, don Cleofás, hasta contra tus
regidores!

Bajándose con esto de la azutea, y la Rufina protestando al Cojuelo que
le había de cumplir la palabra al día siguiente. Todo lo cual y lo que
más sucediere se deja para esotro tranco.



TRANCO IX


Y saliéndose al ejercicio de la noche pasada, aunque las calles de
Sevilla, en la mayor parte, son hijas del Laberinto de Creta, como el
Cojuelo era el Teseo de todas, sin el ovillo de Ariadna, llegaron al
barrio del Duque, que es una plaza más ancha que las demás, ilustrada de
las ostentosas casas de los Duques de Sidonia, como lo muestra sobre sus
armas y coronel un niño con una daga en la mano[531], segundo Isaac en
el hecho, como esotro en la obediencia, el dicho que murió sacrificado a
la lealtad de su padre don Alonso Pérez de Guzmán el Bueno, alcaide de
Tarifa; aposento siempre de los asistentes de Sevilla, y hoy del que con
tanta aprobación lo es, el Conde de Salvatierra[532], gentilhombre de la
cámara del señor infante Fernando y segundo Licurgo del gobierno. Y al
entrar por la calle de las Armas, que se sigue luego a siniestra mano,
en un gran cuarto bajo, cuyas rejas rasgadas descubrían algunas luces,
vieron mucha gente de buena capa[533] sentados con grande orden, y uno
en una silla con un bufete delante, una campanilla, recado de escribir y
papeles, y dos acólitos a los lados, y algunas mujeres con mantos, de
medio ojo[534], sentadas en el suelo, que era un espacio que hacían
los asientos, y el Cojuelo le dijo a don Cleofás:

--Esta es una academia de los mayores ingenios de Sevilla, que se juntan
en esta casa a conferir cosas de la profesión y hacer versos a
diferentes asumptos[535]: si quieres (pues eres hombre inclinado a esta
habilidad), éntrate a entretener dentro; que por güéspedes y forasteros
no podemos dejar de ser muy bien recibidos.

Don Cleofás le respondió:

--En ninguna parte nos podemos entretener tanto: entremos norabuena.

Y trayendo en el aire, para entrar más de rebozo, el Diablillo dos pares
de antojos, con sus cuerdas de guitarra para las orejas, que se las
quitó a dos descorteses, que con este achaque palían su descortesía, que
estaban durmiendo, por ejercella de noche y de día, entraron muy
severos en la dicha Academia, que apatrocinaba, con el agasajo que
suele, el Conde de la Torre, Ribera, y Saavedra, y Guzmán, y cabeza y
varón de los Riberas. El presidente era Antonio Ortiz Melgarejo, de la
insignia de San Juan[536], ingenio eminente de la Música y de la Poesía,
cuya casa fué siempre el museo de la Poesía y de la Música. Era
secretario Alvaro de Cubillo, ingenio granadino que había venido a
Sevilla a algunos negocios de su importancia[537], excelente cómico y
grande versificador, con aquel fuego andaluz que todos los que nacen en
aquel clima tienen, y Blas de las Casas[538] era fiscal, espíritu
divino en lo divino y humano. Eran, entre los demás académicos,
conocidos don Cristóbal de Rozas[539] y don Diego de Rosas, ingenios
peregrinos que han honrado el poema dramático[540], y don García de
Coronel y Salcedo[541], fénix de las letras humanas y primer[542]
Píndaro andaluz.

Levantáronse todos cuando entraron los forasteros, haciéndolos acomodar
en los mejores lugares que se hallaron, y, sosegada la Academia al
repique de la campanilla del Presidente, habiendo referido algunos
versos de los sujetos[543] que habían dado en la pasada, y que daban
fin en los que entonces había leído con una silva al Fénix, que leyó
doña Ana Caro[544], décima musa sevillana[545], les pidió el Presidente
a los dos forasteros que por honrar aquella academia repitiesen algunos
versos suyos, que era imposible dejar de hacerlos muy buenos los que
habían entrado a oír los pasados; y don Cleofás, sin hacerse más de
rogar, por parecer castellano entendido y cortesano de nacimiento,
dijo:

--Yo obedezco, con este soneto que escribí a la gran máscara del Rey
nuestro señor, que se celebró en el Prado alto, junto al Buen Retiro,
tan grande anfiteatro, que borró la memoria de los antiguos griegos y
romanos.

Callaron todos, y dijo en alta voz, con acción bizarra y airoso ademán,
desta suerte[546]:

                         SONETO

        Aquel que, más allá de hombre, vestido
        De sus propios augustos esplendores,
        Al sol por virrey tiene, y en mayores
        Climas su nombre estrecha esclarecido,

        Aquel que, sobre un céfiro nacido,
        Entre los ciudadanos moradores
        Del Betis, a quien más que pació flores
        Plumas para ser pájaro ha bebido,

        Aquel que a luz y a tornos desafía,
        En la mayor palestra que vió el suelo,
        Cuanta le ve estrellada monarquía,

        Es, a pesar del bárbaro desvelo,
        Filipo el Grande, que, arbitro del día,
        Está partiendo imperios con el Cielo;

aplaudiéndolo toda la Academia con vitores y un dilatado estruendo
festivo; y apercibiéndose el Cojuelo para otro, destosiéndose como es
costumbre en los hombres, siendo él espíritu, dijo deste modo:

          A UN SASTRE TAN CABALLERO, QUE NO QUERÍA CORTAR
          LOS VESTIDOS DE SUS AMIGOS, REMITIÉNDOLOS O SU
          MASEBARRILETE[547].

                             SONETO

              Pánfilo, ya que los eternos dioses,
              Por el secreto fin de su juicio,
              No te han hecho tribuno ni patricio,
              Con que a la dignidad del César oses,

              Razón será que el ánimo reposes,
              Haciendo en ti oblación y sacrificio;
              Que dicen que no acudes a tu oficio
              Estos que cortan lo que tú no coses.

              Los ojos vuelve a tu primer estado:
              Las togas cose, y de vestillas deja;
              Que un plebeyo no aspira al consulado.

              Esto, Pánfilo, Roma te aconseja;
              No digan que de plumas que has hurtado
              Te has querido vestir, como corneja.

El soneto fué muy aplaudido de toda la Academia, diciendo los más
noticiosos della que parecía epigrama de Marcial, o en su tiempo
compuesto de algún poeta que le quiso imitar, y otros dijeron que
adolecía[548] del Doctor[549] de Villahermosa, divino Juvenal aragonés,
pidiendo el Conde de la Torre a don Cleofás y al Cojuelo que honrasen
aquella junta lo que estuviesen en Sevilla, y que dijesen los nombres
supuestos con que habían de asistilla, como se usó en la Corusca y en la
academia[550] de Capua, de Nápoles, de Roma y de Florencia, en Italia,
y como se acostumbraba en aquélla. Don Cleofás dijo que se llamaba _el
Engañado,_ y el Cojuelo, _el Engañador,_ sin entenderse el fundamento
que tenían los dos nombres; y repartiendo los asuntos para la academia
venidera, nombraron por presidente della al _Engañado_ y por fiscal al
_Engañador,_ porque el oficio de secretario no se mudaba, haciéndoles
esta lisonja por forasteros, y porque les pareció a todos que eran
ingenios singulares. Y sacando una guitarra una dama de las tapadas,
templada sin sentillo[551], con otras dos cantaron a tres voces un
romance excelentísimo de don Antonio de Mendoza[552], soberano ingenio
montañés, y dueño eminentísimo del estilo lírico, a cuya divina música
vendrán estrechos todos los agasajos de su fortuna. Con que se acabó la
academia de aquella noche, diviéndose los unos de los otros para sus
posadas, aunque todavía era temprano, porque no habían dado las nueve, y
don Cleofás y el Cojuelo se bajaron hacia el Almeda, con pretexto de
tomar el fresco en la Alamenilla[553], baluarte bellísimo que resiste a
Guadalquivir, para que no anegue aquel gran pueblo en las continuas y
soberbias avenidas suyas. Y llegando a vista de San Clemente el Real,
que estaba en el camino, a mano izquierda, convento ilustrísimo de
monjas, que son señoras de todo aquel barrio, y de vasallos fuera dél,
patronazgo magnífico de los Reyes, fundado por el santo rey don
Fernando porque el día de su advocación ganó aquella ciudad de los
moros[554], le dijo el Cojuelo a don Cleofás.

--Este real edificio es jaula sagrada de un serafín, o Serafina, que fué
primero dulcísimo ruiseñor del Tejo[555], cuya divina y extranjera voz
no cabe en los oídos humanos, y sube en simétrica armonía a solicitar
la capilla impirea, prodigio nunca visto en el diapasón ni en la
naturaleza; pero no por eso previlegiada de la envidia.

A estos hipérboles[556] iba dando carrete (verdades pocas veces
ejecutadas de su lengua), cuando, al revolver otra calle, pocas veces
paseada a tales horas de nadie, oyeron grandes carcajadas de risa[557] y
aplausos de regocijo en una casa baja, edificio humilde que se indiciaba
de jardín por unas pequeñas verjas de una reja algo alta del suelo, que
malparía algunos relámpagos de luces, escasamente conocidos de los que
pasaban. Y preguntóle al Cojuelo don Cleofás qué casa era aquella donde
había tanto regocijo a aquellas horas. El Diablillo le respondió:

--Éste se llama el garito de los pobres; que aquí se juntan ellos y
ellas, después de haber pedido todo el día, a entretenerse y a jugar, y
a nombrar los puestos donde han de mendigar esotro día, porque no se
encuentren unas limosnas con otras. Entremos dentro y nos entretendremos
un rato; que, sin ser vistos ni oídos, haciéndonos invisibles con mi
buena maña, hemos de registrar este conclave de San Lázaro.

Y con estas palabras, tomando a don Cleofás por la mano, se entraron por
un balconcillo que a la mano derecha tenía la mendiga habitación, porque
en la puerta tenían puesto portero porque no entrasen más de los que
ellos quisiesen y los que fuesen señalados de la mano de Dios[558]; y
bajando por un caracolillo a una sala baja, algo espaciosa, cuyas
ventanas salían a un jardinillo de ortigas y malvas, como de gente que
había nacido[559] en ellas, la hallaron ocupada con mucha orden de los
pobres que habían venido, comenzando a jugar al rento y limetas[560] de
vino de Alanís y Cazalla[561], que en aquel lugar nunca lo hay
razonable, y algunos mirones, sentados también, y en pie. La mesa sobre
que se jugaba era de pino, con tres pies y otro supuesto, que podía
pedir limosna como ellos, un candelero de barro con una antorcha de
brea, y los naipes con dos dedos de moho hacia cecina[562], de puro
manejados de aquellos príncipes, y el barato que se sacaba se iba
poniendo sobre el candelero. Y a estotra parte estaba el estrado de las
señoras, sobre una estera de esparto, de retorno del ivierno pasado; tan
remendados todos y todas, que parece que les habían cortado de vestir de
jaspes de los muladares. Y entrando don Cleofás y su compañero y
diciendo una pobra, fué todo uno. «Ya viene el Diablo Cojuelo», alteróse
don Cleofás y dijo a su camarada:

--Juro a Dios que nos han conocido.

--No te sobresaltes--respondió el Diablillo--; que no nos han conocido
ni nos pueden ver, como te previne; que el que ha dicho la pobra que
viene es aquel que entra agora, que trae una pierna de palo y una muleta
en la mano y se viene quitando la montera, y entre ellos le llaman el
Diablo Cojuelo por mal nombre, que es un bellaco, mal pobre, embustero y
ladrón, y estoy harto cansado con él y con ellas porque le llaman así,
que es una sátira que me han hecho con esto, y que yo he sentido mucho;
pero esta noche pienso que me lo ha de pagar, aunque sea con la mano del
gato[563], como dicen.

--Muy grande atrevimiento--dijo don Cleofás--ha sido quererlas apostar
contigo, siendo tú el demonio más travieso del infierno, y no te la hará
nadie que no te la pague.

--Estos pobres--dijo Cojuelo--, como son de Sevilla, campan también de
valientes[564], y reñirán con los diablos; pero no se alabará, si yo
puedo, éste de haber salido horro desta chanza; que en el mundo se me
han atrevido solamente tres linajes de gente: representantes, ciegos y
pobres[565]; que los demás embusteros y gente deste género pasan por
demonios como yo.

En esto, se había acomodado o sentádose en el suelo el Piedepalo, Diablo
Cojuelo segundo deste nombre, diciendo muchas galanterías a las damas, y
entró el Murciélago, llamado así porque pedía de noche a gritos por las
calles, con Sopaenvino, que le había encontrado agazapado en una taberna
y sacado por el rastro de los mosquitos que salían dél, como de la cuba
de Sahagún. Convidóles con su asiento el Chicharro y el Gallo, el uno,
que cantaba pidiendo por las siestas en verano y despertando los
lirones[566]; el otro mendigaba por las madrugadas; y tomando el suelo
por mejor asiento, porque cualquiera cosa más alta los desvanecía, y
estando en esto, entró un pobre en un carretón, a quien llamaban el
Duque, y todos se levantaron, ellos y ellas, a hacelle cortesía; y él,
quitándose un sombrerillo que había sido de un carril[567] de un pozo,
dijo:

--Por mi amor que se estén quedos y quedas, o me volveré a ir.

Temieron el disfavor, y llegándole el muchacho que le traía el carretón
a la mesa donde se jugaba, pidió cartas. Faraón, que era uno de los del
juego, llamado desta suerte porque pedía con plagas a las puertas de las
iglesias, y el Sargento, nombrado así porque tenía un brazo menos[568],
le dijeron que los dejase jugar su excelencia, que estaban picados; que
después harían lo que les mandaba; viniéndose el Duque con el Marqués de
los Chapines, que era un pobre que andaba arrastrando[569], y de la
cintura arriba muy galán, y estaba entreteniendo las damas, diciendo:

--Con vusia[570] me vengo, que está más bien parado.

Y a ninguno de los dos les habían las damas menester para nada.

La Postillona, llamada deste nombre porque pedía a las veinte[571]
limosna, no dejando calle ni barrio que no anduviese cada día, tuvo
palabras con la Berlinga, tan larga como el nombre[572], que había sido
senda de Esgueva a Zapardiel, sobre celos del Duque; y la Paulina[573],
que apellidaban ansí porque maldecía a quien no le daba limosna, se picó
con la Galeona, que llamaban desta suerte porque andaba artillada de
niños que alquilaba para pedir, sobre haber dicho unas palabras
preñadas[574] al Marqués, sin dar causa su señoría a ello, metiéndose
la Lagartija y la Mendruga a revolverlas más, y el Piedepalo a las
vueltas, con las Fuerzas de Hércules, que eran dos pobres, uno sobre
otro, que a no meterse Zampalimosnas, que era el garitero, de por medio,
y Pericón el de la Barquera, y Embudo el Temerario, Tragadardos,
Zancayo, Peruétano y Ahorcasopas, hubiera un paloteado[575], entre los
pobres y pobras, de los diablos. El Duque y el Marqués interpusieron
sus autoridades, y para quietallo de todo punto inviaron por un
particular[576], que trujo luego Piedepalo, para pagarlo de
bonete[577], que fueron unos ciegos y una gaita zamorana que muy cerca
de allí se recogían, que fué menester pagárselo adelantado porque se
levantasen, y se concertó en treinta cuartos, y dijo el Duque que no se
había pagado tan caro particular jamás, por vida de la Duquesa[578]. Y
al mismo tiempo que entró Piedepalo con el particular, se entró tras
ellos Cienllamas, con la vara en la pretina[579], y Chispa y Redina con
él, preguntando:

--¿Quién es aquí el Diablo Cojuelo? Que he tenido soplo que está aquí en
este garito de los pobres, y no me ha de salir ninguno deste aposento
hasta reconocellos a todos, porque me importa hacer esta prisión.

Los pobres y las pobras se escarapelaron viendo la justicia en su
garito, y el verdadero Diablo Cojuelo, como quien deja la capa al toro,
dejó a Cienllamas cebado con el pobrismo, y por el caracolillo se
volvieron a salir del garito él y don Cleofás.

--Este es--dijo el Duque señalando a Piedepalo--; que nosotros, ni
hombres como nosotros, no hemos de defender de la justicia a hombres tan
delincuentes;--tomando venganza de algunos embustes que les había hecho
en las limosnas de la sopa de los conventos; y agarrando con él Chispa y
Redina, comenzó a pedir iglesia[580] a grandes voces Piedepalo que en un
bodegón hiciera lo mismo, queriendo dalles a entender que era ermita, y
no garito, donde estaban, y que todos y todas habían venido a hacer
oración a ella. El tal Cienllamas y Chispa y Redina comenzaron a sacalle
arrastrando, diciéndole, entre algunos puñetes y mojicones:

--No penséis, ladrón, que os habéis de escapar con esos embustes de
nuestras manos; que ya os conocemos.

Entonces el Marqués[581], metiendo las manos en los chapines, dijo:

--¿Por qué hemos de consentir que no contradiga el Duque que lleve
preso un alguacil a un pobrete como el Cojuelo? ¡Por vida de la
Marquesa[582] que no lo ha de llevar!

Y haciéndose los demás pobres y pobras de su parte, y apagando las
luces, comenzaron con los asientos y con las muletas y bordones a
zamarrealle a él y a sus corchetes a escuras, tocándoles los ciegos la
gaita zamorana y los demás instrumentos, a cuyo son no se oían los unos
a los otros, acabando la culebra[583] con el día y con desaparecerse los
apaleados.



TRANCO X


En este tiempo llegaban a Gradas[584] su camarada y don Cleofás[585],
tratando de mudarse de aquella posada, porque ya tenía rastro dellos
Cienllamas, cuando vieron entrar por la posta, tras un postillón, dos
caballeros soldados vestidos a la moda, y díjole el Cojuelo a don
Cleofás.

--Estos van a tomar posada y apearse a Caldebayona[586] o a la
Pajería[587], y es tu dama y el saldado que viene en su compañía, que,
por acabar más presto la jornada, dejaron la litera y tomaron postas.

--¡Juro a Dios--dijo don Cleofás--que lo he de ir a matar antes que se
apee, y a cortalle las piernas[588] a doña Tomasa!

Sin riesgo tuyo se hará todo eso--dijo el Cojuelo--, ni sin tanta
demostración pública: gobiérnate por mí agora; que yo te dejaré
satisfecho.

--Con eso me has templado--dijo don Cleofás--; que estaba loco de celos.

--Ya sé qué enfermedad es ésa, pues se compara a todo el infierno[589]
junto--dijo el Diablillo--. Vámonos a casa de nuestra mulata: almorzarás
y conmutarás en sueño la pendencia; y acuérdate que has de ser
presidente de la Academia, y yo fiscal.

--Pardiez--dijo don Cleofás--, todo se me había olvidado con la
pesadumbre; pero es razón que cumplamos nuestras palabras como quien
somos.

Y habiéndose mudado de la posada de Rufina otro día[590] a otra de la
Morería[591], más recatada, pasaron los que faltaron para la Academia
en estudiar y escribir los sujetos que les habían dado y en hacer don
Cleofás una oración para preludio della, como es costumbre y obligación
de las presidencias de tales actos; y, llegado el día, se aderezaron lo
mejor que pudieron, y al anochecer partieron a la palestra, donde les
esperaban todos los ingenios con admiraciones de los suyos, y con los
mismos antojos[592] de la preñez pasada se fueron sentando en los
lugares que les tocaban; y haciendo señal con la campanilla para obligar
al silencio, don Cleofás, llamado _el Engañado_ en la Academia, hizo una
oración excelentísima en verso de silva, cuyos números ataron los oídos
al aplauso y desataron los asombros a sus alabanzas. Y en pronunciando
la última palabra, que es el _Dixi_[593], volviendo a resonar el pájaro
de plata, dijo:

--Yo quiero parecer presidente en publicar agora, después de mi oración,
unas premáticas que guarden los divinos ingenios que me han constituido
en esta dignidad;--leyendo desta manera un papel que traía doblado en el
pecho:

«PREMÁTICAS Y ORDENANZAS QUE SE HAN DE GUARDAR EN LA INGENIOSA ACADEMIA
SEVILLANA DESDE HOY EN ADELANTE.

»Y por que se celebren y publiquen con la solemnidad que es necesaria,
sirviendo de atabales los cuatro vientos y de trompetas el Músico de
Tracia[594], tan marido, que por su mujer _descendit ad inferos_, y
Arión, que, siendo de los piratas con quien navegaba arrojado al mar
por roballe, le dió un delfín en su escamosa espalda, al son de su
instrumento, jamugas para que no naufragase, _et coetus, et Amphion
Thebanae conditor urbis_[595]; y pregonero la Fama, que penetra
provincias y elementos, y secretario que se las dicte Virgilio Marón,
príncipe de los poetas, digan desta suerte:

»Don Apolo, por la gracia de la Poesía, rey de las Musas, príncipe de la
Aurora, conde y señor de los oráculos de Delfos y Delo, duque del Pindo,
archiduque de las dos Frentes del Parnaso y marqués de la Fuente
Cabalina, etc., a todos los poetas heroicos, épicos, trágicos, cómicos,
ditirámbicos, dramáticos[596], autistas, entremeseros, bailinistas[597]
y villancieres[598], y los demás del nuestro dominio, ansí seglares como
eclesiásticos, salud y consonantes.

»Sepades: como, advirtiendo las grandes desórdenes y desperdicios con que
han vivido hasta aquí los que manejan nuestros ridmos[599], y que son
tantos los que sin temor de Dios y de sus conciencias, componen,
escriben y hacen versos, salteando y capeando de noche y de día los
estilos, conceptos y modos[600] de decir de los mayores, no imitándolos
con la templanza y perífrasis que aconseja Aristóteles, Horacio y César
Escalígero, y los demás censores que nuestra Poética advierten, sino
remendándose con centones de los otros y haciendo mohatras de versos,
fullerías y trapazas, y para poner remedio en esto, como es justo,
ordenamos y mandamos lo siguiente:

»Primeramente se manda que todos escriban con voces castellanas, sin
introducillas de otras lenguas, y que el que dijere _fulgor_, _libar,
numen, purpurear, nieta, trámite, afectar, pompa, trémula, amago,
idilio_[601] ni otras desta manera, ni introdujere posposiciones[602]
desatinadas, quede privado de poeta por dos academias, y a segunda vez,
confiscadas sus sílabas y arados de sal[603] sus consonantes, como
traidores a su lengua materna.

»Item, que nadie lea sus versos en idioma de jarabe, ni con gárgaras de
algarabía en el gútur[604], sino en nuestra castellana pronunciación,
pena de no ser oídos de nadie.

»Item, por cuanto celebraron el fénix en la academia pasada en tantos
géneros de versos, y en otras muchas ocasiones lo han hecho otros,
levantándole testimonios a esta ave[605] y llamándola hija y heredera de
sí propia y pájaro del sol, sin haberle tomado una mano ni haberla
conocido si no es para servilla, ni haber ningún testigo de vista de su
nido, y ser alarbe de los pájaros, pues en ninguna región ha encontrado
nadie su aduar, mandamos que se ponga perpetuo silencio en su memoria,
atento que es alabanza supersticiosa y pájaro de ningún provecho para
nadie, pues ni sus plumas sirven en las galas cortesanas ni militares,
ni nadie ha escrito con ellas, ni su voz ha dado música a ningún
melancólico, ni sus pechugas alimento a ningún enfermo; que es pájaro
duende, pues dicen que le hay, y no le encuentra nadie, y ave solamente
para sí; finalmente, sospechosa de su sangre, pues no tiene agüelo que
no haya sido quemado; estando en el mundo el pájaro celeste, el cisne,
el águila, que no era bobo Júpiter, pues la eligió por su embajatriz, la
garza, el neblí, la paloma de Venus, el pelícano, afrenta de los
miserables[606], y, finalmente, el capón de leche[607], con quien los
demás son unos pícaros. Este sí que debe alabarse, y mátenle un fénix a
quien sea su devoto, cuando tenga más necesidad de comer. Dios se lo
perdone a Claudiano, que celebró esta necedad imaginada, para que todos
los poetas pecasen en él.

»Item, porque a nuestra noticia ha venido que hay un linaje de poetas y
poetisas hacia palaciegos, que hacen más estrecha vida que los monjes
del Paular[608], porque con ocho o diez vocablos solamente, que son
_crédito, descrédito, recato, desperdicio, ferrión, desmán, atento,
valido, desvalido, baja fortuna, estar falso, explayarse_, quieren
expresar todos sus conceptos y dejar a Dios solamente que los entienda,
mandamos que les den otros cincuenta vocablos más de ayuda de costa, del
tesoro de la Academia, para valerse dellos, con tal que, si no lo
hicieren, caigan en pena de menguados y de no ser entendidos, como si
hablaran en vascuence.

»Item, que en las comedias se quite el desmesurarse los embajadores con
los reyes, y que de aquí en adelante no le[609] valga la ley del
mensajero[610]; que ningún príncipe en ellas se finja hortelano por
ninguna infanta, y que a las de León se les vuelva su honra con
chirimías[611], por los testimonios que las han levantado; que los
lacayos graciosos no se entremetan con las personas reales si no es en
el campo, o en las calles de noche; que para querer dormirse sin qué ni
para qué, no se diga: «Sueño me toma», ni otros versos por el
consonante, como decir a _rey_, «porque es justísima ley», ni a _padre_,
«porque a mi honra más cuadre», ni las demás; «A furia me provocó»[612],
«Aquí para entre los dos» y otras civilidades, ni que se disculpen sin
disculparse, diciendo:

            «Porque un consonante obliga
            a lo que el hombre no piensa»[613].


»Y al poeta que en ellas incurriere de aquí adelante, la primera vez le
silben, y la secunda, sirva a su Majestad con dos comedias en Orán[614].

»Item, que los poetas más antiguos se repartan por sus turnos a dar
limosna de sonetos, canciones, madrigales, silvas, décimas, romances y
todos los demás géneros de versos a poetas vergonzantes que piden de
noche, y a recoger los que hallaren enfermos comentando, o perdidos en
las _Soledades_ de don Luis de Góngora; que haya una portería en la
Academia, por donde se dé sopa de versos a los poetas mendigos.

»Item, que se instituya una Hermandad y Peralvillo contra los poetas
monteses y jabalíes[615].

»Item, mandamos que las comedias de moros se bauticen dentro de cuarenta
días o salgan del reino.

»Item, que ningún poeta, por necesidad ni amor, pueda ser pastor de
cabras ni ovejas, ni de otra res semejante, salvo si fuere tan Hijo
Pródigo, que, disipando sus consonantes en cosas ilícitas, quedare sin
ninguno sobre qué caer poeta[616]; mandamos que en tal caso, en pena de
su pecado, guarde cochinos.

»Item, que ningún poeta sea osado a hablar mal de los otros si no es dos
veces en la semana.

»Item, que al poeta que hiciere poema heroico no se le dé de plazo más
que un año y medio, y que lo que más tardare se entienda que es falta de
la musa; que a los poetas satíricos no se les dé lugar en las academias,
y se tengan por poetas bandidos y fuera del gremio de la poesía noble, y
que se pregonen las tallas[617] de sus consonantes, como de hombres
facinerosos a la república. Que ningún hijo de poeta que no hiciere
versos no pueda[618] jurar por vida de su padre, porque parece que no es
su hijo.

»Item, que el poeta que sirviere a señor ninguno[619], muera de hambre
por ello.

»Y, al fin, estas premáticas y ordenanzas se obedezcan y ejecuten como
si fueran leyes establecidas de nuestros príncipes, reyes y emperadores
de la Poesía. Mándanse pregonar, porque venga a noticia de todos.»

Celebradísimo fué el papel de _el Engañado_ por peregrino y caprichoso,
sacando, al mismo tiempo que le acababa, otro del pecho _el Engañador_,
llamado así en la Academia y en los tres hemisferios[620], y fiscal de
la presente, que decía desta manera:

»PRONÓSTICO Y LUNARIO DEL AÑO QUE VIENE, AL MERIDIANO DE SEVILLA Y
MADRID, CONTRA LOS POETAS, MÚSICOS Y PINTORES. COMPUESTO POR «EL
ENGAÑADOR», ACADÉMICO DE LA INSIGNE ACADEMIA DEL BETIS, Y DIRIGIDO A
PERICO DE LOS PALOTES, PROTO-DEMONIO Y POETA DE DIOS TE LA DEPARE
BUENA»;

interrumpiendo estas últimas razones un alguacil de los veinte[621],
guarnecido de corchetes[622] (y tantos, que si fueran de plata,
pudiera[623] competir con la capitana y almiranta de los galeones cuando
vuelven de retorno con las entrañas del Potosí y los corazones de los
que los esperan y los traen), doña Tomasa y su soldado, como entraron
por la posta para estar a la vista de la ejecución de su requisitoria;
la Academia se alteró con la intempestiva visita, y el atrevido
Alguacil dijo:

--Vuesas mercedes no se alboroten: que yo vengo a hacer mi oficio y a
prender no menos que al señor Presidente, porque es orden de Madrid, y
la he de hacer de Evangelio[624].

Palotearon los académicos, y don Cleofás se espeluzó tanto y cuanto, y
el Fiscal, que era el Cojuelo, le dijo:

--No te sobresaltes[625], don Cleofás, y déjate prender, no nos perdamos
en esta ocasión; que yo te sacaré a paz y a salvo de todo[626].

Y volviendo a los demás, les dijo lo mismo, y que no convenía en aquel
lance resistencia ninguna; que si fuera menester, _el Engañado_ y él
metieran a todos los alguaciles de Sevilla las cabras en el corral[627].

--Hombre hay aquí--dijo un estudiantón del Corpus[628], graduado por la
Feria y el pendón verde[629]--, que, si es menester, no dejará oreja de
ministro a manteazos, siendo yo el menor de todos estos señores.

El Alguacil trató de su negocio sin meterse en más dimes ni diretes,
deseando más que hubiese dares y tomares, y doña Tomasa estuvo empuñada
la espada y terciada la capa a punto de pelear al lado de su soldado;
que era, sobre alentada[630], muy diestra, como había tanto que jugaba
las armas[631], hasta que vió sacar preso al que le negaba la deuda,
libre de polvo y paja. El Cojuelo se fué tras ellos, y la Academia se
malogró aquella noche, y murió de viruelas locas.

El Cojuelo, arrimándose al Alguacil, le dijo aparte, metiéndole un
bolsillo en la mano, de trecientos escudos:

--Señor mío, vuesa merced ablande su cólera con este diaquilón[632]
mayor, que son ciento y cincuenta doblones de a dos.

Respondiéndole el Alguacil, al mismo tiempo que los recibió:

--Vuesas mercedes perdonen el haberme equivocado, y el señor Licenciado
se vaya libre y sin costas, más de las que le hemos hecho; que yo me he
puesto a un riesgo muy grande habiendo errado el golpe.

El soldado y la señora doña Tomasa, que también habían regalado al
Alguacil, por más protestas que le hicieron entonces, no le pudieron
poner en razón, y ya a estas horas estaban los dos camaradas tan lejos
dellos, que habían llegado al río y al Pasaje[633], que llaman, por
donde pasan de Sevilla a Triana y vuelven de Triana a Sevilla, y,
tomando un barco, durmieron aquella noche en la calle del Altozano,
calle Mayor[634] de aquel ilustre arrabal, y la Vitigudino y su galán se
fueron muy desairados a lo mismo a su posada, y el Alguacil a la suya,
haciendo mil discursos con sus trecientos escudos, y el Cojuelo madrugó
sin dormir, dejando al compañero en Triana, para espiar en Sevilla lo
que pasaba acerca de las causas de los dos, revolviendo de paso dos o
tres pendencias en el Arenal[635].

Y el Alguacil despertó más temprano, con el alborozo de sus doblones,
que había puesto debajo de las almohadas, y, metiendo la mano, no los
halló; y levantándose a buscallos, se vió emparedado de carbón, y todos
los aposentos de la casa de la misma suerte, porque no faltase lo que
suele ser siempre del dinero que da el diablo[636], y tan sitiado desta
mercadería, que fué necesario salir por una ventana que estaba junto al
techo, y en saliendo, se le volvió todo el carbón ceniza; que si no
fuera ansí, tomara después por partido dejar lo alguacil por carbonero,
si fuera el carbón de la encina del infierno[637], que nunca se acaba,
amén, Jesús.

El Cojuelo iba dando notables risadas entre sí, sabiendo lo que le había
sucedido al Alguacil con el soborno. Saliendo, en este tiempo, por cal
de Tintores[638] a la plaza de San Francisco, y habiendo andado muy
pocos pasos, volvió la cabeza y vió que le venían siguiendo Cienllamas,
Chispa y Redina; y, dejando las muletas, comenzó a correr, y ellos tras
él, a grandes voces diciendo:

--¡Tengan ese cojo ladrón!

Y cuando casi le echaban las garras Chispa y Redina, venía un escribano
del número[639] bostezando, y metiósele el Cojuelo por la boca, calzado
y vestido, tomando iglesia, la que más a su propósito pudo hallar[640].
Quisieron entrarse tras él a sacalle deste sagrado Chispa, Redina y
Cienllamas, y salió a defender su juridición una cuadrilla de sastres,
que les hicieron resistencia a agujazos y a dedalazos, obligando a
Cienllamas a inviar a Redina al infierno por orden de lo que se había de
hacer; y lo que trujo[641] en los aires fué que, con el Escribano y los
sastres, diesen con el Cojuelo en los infiernos[642]. Ejecutóse como se
dijo, y fué tanto lo que los revolvió el Escribano, después de haberle
hecho gormar al Cojuelo, que tuvieron por bien los jueces de aquel
partido echallo fuera, y que se volviese a su escritorio, dejando a los
sastres en rehenes, para unas libreas que habían de hacer a Lucifer a la
festividad del nacimiento del Antecristo; tratando doña Tomasa,
desengañada, de pasarse a las Indias con el tal soldado, y don Cleofás,
de volverse a Alcalá a acabar sus estudios, habiendo sabido el mal
suceso de la prisión de su Diablillo, desengañado de que hasta los
diablos tienen sus alguaciles, y que los alguaciles tienen a los
diablos[643]. Con que[644] da fin esta novela, y su dueño gracias a
Dios porque le sacó della con bien, suplicando a quien la leyere que se
entretenga y no se pudra en su leyenda[645], y verá qué bien se halla.


Notas:

[Nota 1: En la conferencia leída en el teatro Español la noche del 4
de febrero de 1910, al estrenarse la refundición de _La Luna de la
Sierra_, hecha por don Cristóbal de Castro.]

[Nota 2: Narróla--mejor diría _marróla_--don Joaquín María Ferrer,
en el prólogo de su edición de _El Diablo Cojuelo_ (París, 1828), y la
extractó muchos años después don Cayetano A. de la Barrera, en su
_Catálogo bibliográfico y biográfico del Teatro antiguo español_.]

[Nota 3: Las investigaciones serias acerca de la vida del insigne
autor astigitano datan de los postreros años del siglo XIX. Yo encontré,
y publiqué muy en extracto en mi estudio sobre _Cervantes y la
Universidad de Osuna_, inserto en el tomo II del _Homenaje a Menéndez y
Pelayo en el año vigésimo de su profesorado_ (Madrid, 1899), el acta del
grado de bachiller en Artes de Vélez; en 1902 hallaba el muy diligente y
erudito don Antonio Paz y Melia, y sacábala a luz en _la Revista de
Archivos, Bibliotecas y Museos_, una carta de don Juan Vélez de Guevara,
hijo del poeta ecijano, escrita en 20 de octubre de 1645, documento
interesante, porque contiene, aunque abreviadamente y con algunos
errores de importancia, la biografía del autor de _El Diablo Cojuelo_.
Poco después, don Felipe Pérez y González, al par que comentaba con
acierto algunos de los pasajes más oscuros de esta novela, dedicóse con
feliz éxito a allegar datos para la vida de su autor, y diólos a conocer
en diversos artículos, que publicó en _La Ilustración Española y
Americana_ y reimprimió juntos en 1903, con otros de carácter crítico.
Entretanto, el meritísimo Pérez Pastor descubría y acopiaba muchas
noticias peregrinas referentes a los que en el buen tiempo fueron
próceres de nuestras letras, a Vélez de Guevara entre ellos; no menos de
cincuenta y cuatro documentos tocantes a él insertó en la tercera parte,
última publicada (Madrid, 1907), de su excelente _Bibliografía
Madrileña_ (págs. 499-515). Amén de esto, en 1902, don Adolfo Bonilla y
San Martín daba a la estampa en la _Revista de Aragón_ diversas poesías
de Luis Vélez, las más de ellas inéditas hasta entonces, y de las cuales
hay especialmente cuatro--las cuatro primeras--llenas de indicaciones
muy interesantes para la vida de su autor, razón por la cual en 1908 las
reproduje anotadas, con otra inédita, en la _Revista de Archivos,
Bibliotecas y Museos_. A la buena luz de tan valiosos hallazgos, podía
ya intentarse sin temeridad la empresa de componer una biografía
circunstanciada de Vélez, cosa que ha efectuado don Emilio Cotarelo en
el _Boletín de la Real Academia Española_, cuadernos de diciembre de
1916 y abril de 1917, no sin aportar algunos otros datos debidos a sus
investigaciones.]

[Nota 4: Fué hijo del licenciado Diego Vélez de Dueñas, nacido en
Jerez de la Frantera, y de doña Francisca Negrete de Santander, natural
de Ecija, quienes habían contraído matrimonio en esta ciudad, siendo él
vecino de Sevilla, a 10 de febrero de 1573. Vélez de Dueñas--descendiente
de don Llorente Vélez de Guevara, uno

        «de los trescientos hidalgos
        que ganaron a Jerez»,

como recordó, andando el tiempo, el autor de _Reinar después de
morir_--era hijo de Alonso Rodríguez Vélez y de doña Isabel de Dueñas, y
se llamó indistintamente Diego de Dueñas y Diego Rodríguez de Dueñas
mientras fué estudiante. Para graduarse de bachiller en Leyes en la
Universidad de Sevilla (22 de septiembre de 1570), presentó los
siguientes recaudos: casi seis meses que en la dicha facultad había
cursado en Salamanca por los años de 1563, 64 y 65; dos cursos más,
oídos en Sevilla, el último, desde 1.º de mayo de 1568 hasta 7 de mayo
de 1569, y cinco lecciones de leyes que había leído. (Archivo
universitario de Sevilla, libro 1.º de Diligencias y colaciones de
grados menores, desde 1570 hasta 1574.) Este sujeto es, como columbré
diez años ha, el mismo lincenciado Dueñas, poeta más que razonable,
autor de once de las composiciones coleccionadas en Méjico, en 1577,
bajo el título de _Flores de varia poesía_ (Biblioteca Nacional de
Madrid, Ms. 2973), y el mismo a quien se refirió el licenciado Francisco
Pacheco, jerezano como él, en su interesante composición intitulada _La
sátira apologética en defensa del divino Dueñas_, escrita en 1569,
anotada por mí y publicada en la _Revista de Archivos, Bibliotecas y
Museos_ (1907-1908). Trasladado a Écija desde su casamiento, allí vivió
pobremente ejerciendo la abogacía y criando otros hijos, entre ellos, a
Diego, nacido en 1586 y poeta como su padre y su hermano, vistiéndose y
vistiendo a su familia de fiado, de lo cual es buena muestra cierta
escritura que encontré en aquel archivo de protocolos, al buscar
documentos cervantinos (Antonio Trapel, libro 1.º de 1588, fol. 1899), y
componiendo de cuando en cuando tal cual epigrama latino, como el que
hizo en elogio de don Alvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz, para el
_Comentario en breve compendio de disciplina militar_, escrito por el
licenciado Mosquera de Figueroa (Madrid, Luis Sánchez, 1596).

Doña Francisca Negrete de Santander era hija del licenciado Diego de
Santander, oriundo de la Montaña, y de doña María de Medina, vecinos de
Écija. De estos Negretes y Santanderes, unos habían negociado en las
Indias, y otros eran hombres de estudios, como lo demuestran los
diversos datos que allegué: el doctor Pedro de Santander y su mujer doña
Inés Melgarejo, vecinos de Sevilla, él hijo del doctor Negrete, se
despacharon a la Nueva España, con los suyos, antes de mediar el siglo
XVI (Archivo general de Indias, Licencias de pasajeros, 1534 y 1554 (43,
2, 1/5), relación núm. 74 del cuaderno 9.º). En 25 de septiembre de
1553, Diego Negrete de Santander, vecino de Sevilla, hijo de Bernardo
Negrete de Santander y de Isabel Gómez Adalid, se despachó por mercader
por tres años para Tierra Firme y Popayán (_Ibid._, al fin de la primera
hoja). El bachiller Juan de Santander, natural de Écija, probó en 17 de
marzo de 1554 haber ganado un curso de Medicina, «oyendo del doctor
gudiel y del doctor ferrer» (Archivo universitario de Osuna, Pruebas de
cursos, fol. 6 del cuaderno del dicho año), y en 4 de mayo de 1555 probó
otro en la Universidad complutense (Archivo Universitario de Alcalá, hoy
en el Histórico Nacional, Pruebas de cursos de 1540 a 1555, fol. 714
vto.). Con el nombre de Juan Antonio de Santander, se graduó en Medicina
en la misma Universidad a 16 de mayo de 1555, y repitiendo en Osuna para
licenciado, se le asignaron puntos, hizo el examen secreto y se le
confirió el grado en 28 de agosto de 1568, doctorándose en 16 de mayo de
1569 (Registro 1.º de grados, fol. 22 del dicho año), a presencia del
duque de Osuna don Pedro Girón, de su hijo don Juan, marqués de
Peñafiel, de don Alonso Téllez Girón, hermano natural del Duque y de
muchos doctores y maestros. En la propia Universidad se graduó de
bachiller en Artes, a 28 de julio de 1587, Alonso de Santander (Registro
2.º de Grados, fol. 28 de este año), asimismo natural de Écija, a quien
vuelvo a encontrar en Alcalá ganando un curso de Teología escolástica en
8 de mayo de 1590. (Archivo universitario de Alcalá, pruebas de cursos
de 1590 a 1593, fol. 21 del dicho año.) Y, en fin, un Pedro de Santander
figura, para la devolución de la blanca de carne, entre los dignidades,
canónigos, racioneros y capellanes de la Iglesia Mayor de Sevilla, en el
año de 1596 (Archivo Municipal de Sevilla, Libros de Propios, asientos
de 12 de junio de 1597). Este prebendado, probable deudo de Luis Vélez
de Guevara, fué quizás quien le hizo entrar de paje en el palacio de don
Rodrigo de Castro, cardenal arzobispo de Sevilla.]

[Nota 5: Así vino a decirlo Cervantes en la jorn. III de _La gran
sultana doña Catalina de Oviedo_:

        «... hidalgo, pero no rico:
        maldición del siglo nuestro;
        que parece que ser pobre
        al ser hidalgo está anexo.»]

[Nota 6: En 1902 envié desde Sevilla copia literal del acta de este
grado a don Felipe Pérez y González, en cuyo citado libro, págs. 132 y
siguientes, puede leerla el curioso.]

[Nota 7: _Las bodas de los Católicos Reyes de España don Felipe III
y doña Margarita de Austria, celebradas en la insigne ciudad de
Valencia. Por Luis Vélez de Santander._ Sevilla, 1599.]

[Nota 8: En uno de los reimpresos por mí (_Cinco poesías
autobiográficas de Luis Vélez de Guevara_. Madrid, 1908, pági 11):

        «Esto es cuanto al Archiduque;
        cuanto a marciales papeles
        de servicios _de seis años_,
        escuchadme atentamente.
        Si busca Antonio de Losa
        soldados que a hablaros entren,
        que no sin causa el aplauso
        vuestro su atención merece,
        Saboya me vió y Milán;
        en los años diez y siete
        de mi edad, medié la pica
        al grabado peto fuerte_(a)_,
        con el tercio de Bretaña,
        siguiendo al Conde de Fuentes
        desde Baya de Zahona,
        por ambiciones de nieve,
        hasta que, treguas haciendo
        con Saboya los franceses,
        pasé a Nápoles, de donde
        a buscar en sus bajeles
        la caravana salí
        por todo el mar del Oriente,
        con don Pedro de Toledo,
        rayo español de Berzeli.
        De plomo, como de gorra,
        nos saludamos mil veces
        las turquescas escopetas
        con los cristianos mosquetes,
        descubrimos las montañas
        de la provincia que tiene
        el obelisco de Dios
        en prisión irreverente,
        hasta que el heroico brazo
        vuestro a rescatar se llegue,
        para que el número diez
        acrecentéis a los Nueve,
        y en la primera jornada
        de Argel fué mi coselete,
        espejo al sol, que, Narciso,
        por mi se negó a las fuentes,
        llegando a Valladolid
        la misma noche del viernes
        que, para dicha del mundo,
        vos nacéis y Cristo muere.»

_(a)_ Como veremos en seguida, no tenía diez y siete, sino veintiún
años, cuando dejó su plaza de paje. Trascordóse, pues, Vélez, o, lo que
más creo, le hizo escribir _diez y siete_ la fuerza del asonante.]

[Nota 9: En pleito promovido por don Jerónimo de Leyva en abril de
1604 ante el Provisor general del arzobispado de Sevilla, con motivo de
haber presentado don Francisco de Acuña, canónigo de aquella Santa
Iglesia, unas letras del Auditor de la Cámara de Su Santidad, por las
cuales le subdelegaba plenariamente sus veces para averiguar si don
Alonso de Ulloa habia sido criado del cardenal don Rodrigo de Castro,
declararon a tenor de cierto interrogatorio diversos testigos, entre
ellos Luis Vélez de Santander, o sea nuestro Vélez de Guevara, y Lope de
Vega Carpio. Mi querido amigo el docto cervantista don Adolfo Rodríguez
Jurado, que halló este pleito, sacó a la luz pública la interesante
declaración de Lope en el _Boletín de la Real Academia Sevillana de
Buenas Letras_ (septiembre de 1917), y me ha favorecido copiando para mí
la declaración de Vélez, por la cual se viene en conocimiento de algunas
cosas muy importantes para su biografía. Dijo «que es de hedad de veynte
y cinco años poco más o menos», y respondiendo a la pregunta primera,
que «conoció al Ilmo. don Rodrigo de Castro, arçobispo que fue de
Sevilla, por queste testigo le sirvio de paje quatro años, que el
postrero fue en el que murio el dicho cardenal, porque dos meses antes
que muriera salió este testigo del su servicio....» A la segunda: «que
sabe que el dicho don alonso de ulloa murió en la ciudad de toro por el
mes de agosto del año pasado de seiscientos e tres, y este testigo le
vido en valladolid quince días o veynte antes que muriese....» Y a la
sexta: «queste testigo fue con el dicho cardenal a la dicha jornada de
madrid, valencia y binaros, donde también fué el dicho don alonso de
ulloa....»]

[Nota 10: Añadió al _Vélez_ el _Guevara_ y omitió el apellido
materno, bien que en Écija siguieron llamándole _Vélez de Dueñas_, como
a su padre. En 1630, año en que escribía el licenciado Andrés Florindo
su _Addicion al libro de Eciia y svs grandezas_ (Sevilla, Luis
Estupiñán, 1631), aún le nombraba así (fol. 4): «Otro insigne Cavallero
desta Ciudad, de excelente ingenio, mui universal en todas historias
(otro don Alonso de Ercilla, o Luis _Vélez de Dueñas_)....»]

[Nota 11: Como nota el señor Cotarelo, Vélez de Guevara siempre hizo
caso omiso de este primer matrimonio, al cual tampoco se refirió su hijo
don Juan en la carta dirigida a Pellicer que publicó el señor Paz y
Melia; pero en la canción que Salcedo Coronel dedicó a la muerte de
nuestro poeta (_Cristales de Helicona_, Madrid, Diego Díaz de la
Carrera, 1649-1650, folio 31 vto.) hay una tan clara y circunstanciada
alusión a este enlace, que no sé como se desvirtúe:

        «Coronado de aplausos y victorias
        volviste a España, que fiel previno
        en agradables lazos de Himeneo
        refrenar la inquietud de tu destino.
        Ingrato el esplendor a tus memorias
        ardió en las teas que encendió el deseo,
        y entre infaustos gemidos sin aseo,
        al tálamo condujo temerosa
        pronuba Juno a tu querida esposa,
        que en dulce nudo apenas
        se vió a tu firme voluntad unida,
        cuando, de acerbo golpe interrumpida,
        sulcó estigias arenas:
        Eurídice feliz fuera, si el llanto
        no impidiera la fuerza de tu canto.»

¿Qué enlace fué éste? ¿Tuvo acaso más de arrebatado y soldadesco que de
sacramental?]

[Nota 12: 24 de septiembre de 1608. Véase la partida matrimonial en
el citado libro de Pérez y González, pág. 192.]

[Nota 13: Bautizado a 9 de febrero de 1611 (Pérez y González, obra
citada, pág. 193). A este hijo y a la unión de que fué dichoso fruto se
refirió Salcedo Coronel en la estancia que sigue a la transcrita poco
ha:


        «Segunda vez a más fecundos lazos
        rendiste la cerviz aún no domada,
        gustoso de tu mismo vencimiento,
        por quien, dichosamente dilatada,
        conseguiste en recíprocos abrazos
        la virtud que inspiró sagrado aliento,
        hijo, en fin, que formó tu entendimiento
        aún más que la común naturaleza,
        porque lograse con igual grandeza,
        agradecido el mundo,
        fénix que del primero renaciese
        y tus doctas cenizas ofreciese
        al templo en que facundo
        Apolo, por cien bocas espirante,
        tus alabanzas dignamente cante.»]

[Nota 14: Pérez y González, obra citada, pág. 196.]

[Nota 15: También le señaló pensión el Marqués de Peñafiel:
cuatrocientos ducados en cada un año, desde 1.º de enero de 1622; pero
amén de salir de ordinario inciertas las mercedes de los señores de
aquel tiempo, en las manos de Luis Vélez no había dinero, presente o
futuro, que no se volviera sal y agua.]

[Nota 16: A estos memoriales me he referido en la nota última de la
pág. IX.]

[Nota 17: Pérez y González, obra citada, pág. 203.]

[Nota 18: Sólo producían lo poco en que las compraban los autores de
compañía o las corporaciones que las habían encargado: seiscientos
reales, u ochocientos a lo sumo. Por lo menos de seiscientos no creía
Jerónimo Dalmao, en 1616, que Luis Vélez se prestase a componer cierta
comedia a lo divino _(Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos_, 1878).
Y don Pedro Calderón, en la jorn. I de _Nadie fie su secreto_, comedia
anterior al año 1651, hizo decir a dos de sus interlocutores:

        «D. ARIAS. Aquí la doncella vive....

        LÁZARO.    Ni la oigas ni la veas,
                   señor, hasta que se haga;
                   que son como las comedias:
                   sin saber si es buena o mala,
                   _ochocientos reales cuesta
                   la primera vez_; mas luego
                   dan por un real ochocientas.
                   Déjala imprimir primero;
                   que comedias y doncellas,
                   como estén dadas al molde,
                   las hallarás por docenas.»]

[Nota 19: Lope, en una de sus cartas al duque de Sessa (Barrera,
Adiciones a la _Nueva biografía de Lope de Vega_, página 616): «Hablaré,
pues V. Ex.ª lo manda, a Vallejo; que, en fin,

        Mi sotana sin reparos
        tiene, por ser de probecho,
        quatro bocas en el pecho,
        mas todas para alabaros.
        Y no es por ynportunaros
        al hablar en mi sotana,
        pues tengo por cosa llana,
        según es agradecida,
        que si os alaba rompida,
        mexor os alabe sana.

_Parece cosa de Luis Vélez;_ mas, Señor, V. Ex.ª tubo la culpa; que yo
me havía remitido a la onrra portuguesa, que en Castilla llaman
bayeta.»]

[Nota 20: Pérez Pastor, _Bibliografía Madrileña,_ tomo III, pág.
509.]

[Nota 21: Pérez y González, obra citada, pág. 207.]

[Nota 22: Pérez y González, obra citada, pág. 210.]

[Nota 23: A fines del año 1851 un señor Pianitzky, pensando en
traducir al ruso _El Diablo Cojuelo_, pidió explicaciones a la Academia
Española acerca de ciertas dudas que se le habían ofrecido. Dado encargo
al académico don Agustín Durán para que respondiese, este señor, por
abril del año siguiente, dió cuenta de haberlo cumplido, en la medida de
sus fuerzas. Pero ¡cómo lo cumplió, Dios santo! Hago gracia al lector de
los demás trámites de aquel desdichado asunto: baste decir, para que los
manes de Durán no se irriten demasiado, que en aquella ocasión durmió
Homero a pierna suelta, y durmieron con él cuantos pusieron las manos, o
formulariamente hicieron que las ponían, que es lo más probable, en las
empecatadas _ilustraciones_ de Durán. Aquella larga serie de lamentables
yerros, que el lector curioso puede examinar en el departamento de
manuscritos de la Biblioteca Nacional (Ms. 13881)--pues a ella fueron a
parar, con la del, por otra parte, meritísimo colector de nuestros
romances, los borradores de su inverosímil trabajo--, convidaba, ¿qué
digo convidaba?, requería a volver por la honra del malparado Vélez, y,
en general, por los fueros de nuestro idioma; el señor Bonilla no
resistió a tentación tan plausible, y es de justicia reconocer que en
mucha parte logró su intento, explicando bien muchas cosas de que Durán
no había sabido darse acertada cuenta.]

[Nota 24: Nota de la pág. VIII de la introducción: «Tuve entonces
[en 1902] la fortuna (que por tal la disputo) de hallar un erudito y
amable crítico en la persona del señor don Felipe Pérez y González, el
cual publicó en _La Ilustración Española y Americana_ y reunió después
en un volumen (_El Diablo Cojuelo_, Madrid, 1903) algunas _notas_ acerca
de mis Comentarios, que inmerecidamente declaró «dignos de aplauso y
alabanza». La disconformidad en que estoy con algunas de sus
apreciaciones no obsta para que reconozca la exactitud de otras, ni para
que aproveche con gratitud sus enseñanzas, como aprovecharé y agradeceré
siempre las que se me den con fundamento. Aspiro constantemente a
realizar trabajos útiles, pero jamás tuve la ridícula pretensión de que
fuesen perfectos.»]

[Nota 25: Santiago de Chile, Imprenta de San José, 1915, página 15.]

[Nota 26: Pag. 190 de la edición de Zaragoza, s.i., 1697.]

[Nota 27: Tomo IV, pág. 386, 13.]

[Nota 28: Sin lugar ni año, pero en Sevilla, hacia 1630.]

[Nota 29: Archivo Histórico Nacional, Inquisición de Toledo, legajo
91 de causas, núm. 176, fol. 85.]

[Nota 30: _Ibid_., legajo 94, núm. 226.]

[Nota 31: Archivo Histórico Nacional, Inquisición de Valencia,
legajo 25 de causas, núm. 1.]

[Nota 32: Archivo Histórico Nacional, Inquisición de Toledo, legajo
83 de causas, núm. 41.]

[Nota 33: Inquisición de Toledo, legajo 86 de causas, número 73.]

[Nota 34: El señor Bonilla, al opinar en esto contra Pérez y
González, opinó también contra sí, pues en su edición de 1902, página
XXVII, había dicho: «Podemos concluír, pues, que _El Diablo Cojuelo,_
empezado hacia 1630, hubo de terminarse después del mes de febrero de
1637, fecha de las mencionada fiestas»; refiriéndose a las celebradas en
el Retiro, en que Luis Vélez, como presidente, leyó el mismo soneto que
don Cleofás lee en la Academia Sevillana (tranco IX de la presente
edición) y, con leves variantes, las mismas _Premáticas y ordenanzas_
que lee en otra junta de la sobredicha Academia (tranco X.)]

[Nota 35: También yo caí en la tentación de hacer sobre ello algunas
pesquisas, y a este fin, pues al principio del tranco IX se nombra
como asistente de Sevilla al Conde de Salvatierra, averigüé cuándo tomó
posesión de este cargo y cuándo cesó en su ejercicio, por si lo uno o lo
otro diese alguna luz para el pleito. No la da: su asistencia duró desde
el día 24 de abril de 1634 hasta el 3 de julio de 1642, en que dió
posesión al Conde de la Puebla del Maestre, y haciéndome el razonamiento
que en el texto queda, sobreseí en la investigación.]

[Nota 36: Córdoba, Salvador de Cea, 1630. 4 hs. sin foliar.]

[Nota 37: Verbigracia, en un pasaje del tranco I y en otro del IX.]

[Nota 38: Página 237 de mi edición crítica de _Rinconete y
Cortadillo_ (Sevilla, 1905). A mayor abundamiento, vea el curioso,
porque es concluyente y _definitivo_--como dicen ahora--algo de lo que
advirtió el sabio maestro Menéndez y Pelayo para explicar por qué en la
hermosa edición académica de las _Obras de Lope de Vega_ no había de
copiar servilmente los antiguos textos: «...Publíquense
enhorabuena--observaba--con estricto rigor paleográfico (y no de otro
modo deben publicarse) todos los monumentos literarios anteriores a la
era de los Reyes Católicos; pero séanos lícito disfrutar, como de cosa
familiar y doméstica, de todo el tesoro de nuestras letras clásicas, y
no nos empeñemos en ahuyentar a las gentes de la lección de nuestros
autores de la edad de oro, presentándolos en textos de aspecto
repulsivo, sólo para que algún filólogo tenga el placer de saber a
ciencia cierta que Calderón, en _El Mágico prodigioso_ escribió (verso
754), _hedad_ con _h_.»]

[Nota 39: _Naveta_, en su antigua acepción de _gaveta_ o cajoncillo
corredizo de una papelera o escritorio: _vne leyette d'vn cabinet ou
d'autre chose_, definió César Oudin en _Le Tresor des devx langves
espagnolle et françoise_. (Sírvome de la edición de París, M.DC.XLV.)]

[Nota 40: Llamaban _mosqueteros_, como dice el _Diccionario_ de la
Academia, a los que en los antiguos corrales de comedias las veían de
pie desde la parte posterior del patio. Y a silbar a los cómicos
llamaban, consiguientemente, _mosquetear_, verbo que falta en el dicho
léxico. Ruiz de Alarcón, en el acto I de _Mudarse por mejorarse_:

    «REDONDO. ...Representante afamado
              has visto, por sólo errar
              vna sílaba, quedar
              a silbos _mosqueteado_.»

A lo que parece, o era reciente el silbar en el teatro cuando el
admirable poeta mejicano escribió _Todo es ventura_, o se había
introducido de nuevo esa grosera costumbre, pues en el acto I dicen dos
interlocutores:

    «DUQUE. ¿Tú, Fabio?

    FABIO.              Yo, en la comedia.

    DUQUE. ¿Pareció bien?

    FABIO.                No, señor,
           con ser divino su autor;
           porque si no se remedia
           _esta nueva introdución
           de los silbos_, es forzoso
           que pierda el más ingenioso
           a los versos la afición.»]

[Nota 41: Vélez de Guevara fué muy dado a buscar el donaire
acomodando a su intento los modismos y refranes vulgares, por medio del
trueque de una o más de sus palabras. Así, iremos viendo, verbigracia,
en el curso de esta novela, _Dar gato por demonio, Irse al infierno en
coche y en alma, Preñada de medio ojo, Astrólogo regoldano, Lo que es
del diablo, el diablo se lo ha de llevar, Si Dios me tiene de sus
consonantes, Siempre quiebra la soga parlo más forastero, Salud y
consonantes, Servir a su Majestad con dos comedias en Orán,_ meras
modificaciones de los refranes y frases _Dar gato por liebre, Irse al
infierno en cuerpo y alma, Tapada de medio ojo, Castaña regoldana, Lo
que es del agua, el agua se lo lleva, Si Dios me tiene de su mano,
Siempre quiebra la soga por lo más delgado, Salud y gracia_, y _Servirá
su Majestad con dos lanzas en Orán_. Tales acomodamientos pertenecen,
sin duda, a la clase de _chistes baratos_; quiero decir que cuestan
poco al ingenio de su inventor. Por fortuna, Vélez de Guevara tiene, y
sabe lucirlos, méritos de muchos más quilates que estas gracias frías.]

[Nota 42: Lo de haber nacido _para número de los demás_ puede ser
reminiscencia de aquel verso de una de las epístolas de Horacio:

    «Nos numeri sumus, _fruges consumere nati_.»

Análogamente Ruiz de Alarcón, en el acto I de _La verdad sospechosa_:

    «D. GARCÍA.  Quien vive sin ser sentido,
                 quien _sólo el número aumenta_
                 y hace lo que todos hacen,
                 ¿en qué difiere de bestia?»]

[Nota 43: Sabidísimo es que se llamaba _corral de comedias_, como
dice el _Diccionario_ comúnmente llamado _de autoridades_, «la casa,
patio o theatro donde se representan las comedias. Diósele este
nombre--añade--porque ordinariamente están descubiertos».]

[Nota 44: _Las bocas abiertas_, especie de ablativo absoluto,
frecuentemente usado por nuestros escritores.]

[Nota 45: Llamóse _corchetes_, figuradamente, a ciertos ministros
inferiores de la justicia, servidores de los alguaciles, porque, en
frase de Covarrubias, _Tesoro de la lengua castellana, o española,_
«asen como estos ganchuelos».]

[Nota 46: _Con lo mío me haga Dios merced_, decíase para indicar que
no se deseaba nada allegado con riesgo o por mal camino. Así lo dijeron,
simple o socarronamente, aquellos benéficos forajidos de la Sierra de
Cabrilla que partían con el robado lo que éste llevaba. De ellos dice
Luque Fajardo (_Fiel desengaño_ _contra la ociosidad y los juegos,
Madrid, 1606,_ fol. 291) que, habiendo tropezado con ellos un labrador
«y como no llevase más de quinze reales, que eran expensas de su viaje,
hecha la quenta cabian a siete y medio; no se hallaua a la sazon trueque
de vn real, y el buen labrador (que diera aquella cantidad, y otra de
más momento, por verse fuera de sus manos) rogauales encarecidamente
tomassen ocho reales, porque él se contentaua con siete.--De ninguna
manera (respondieron ellos): _con lo que es nuestro nos haga Dios
merced_».]

[Nota 47: _Mareta_, en la acepción figurada que registra el léxico
de la Academia: «Rumor de muchedumbre que empieza a agitarse, o bien a
sosegarse después de agitación violenta».]

[Nota 48: En los prólogos se ha solido llamar al lector _cándido,
benévolo, pió_ y otras cosas a este tono, y Vélez juega de las dos
acepciones del primero de estos vocablos, oponiendo a _cándido,_ que
etimológicamente significa _blanco_, el adjetivo _moreno_, cosa parecida
a estotro donaire que por los años de 1612 había usado Quevedo en el
prólogo de _El Mundo por de dentro_: «Al lector, como Dios me lo
deparare, _cándido_ o _purpúreo, pío_ o _cruel, benigno_ o _sin
sarna_.»]

[Nota 49: Dice _de la jineta de los consonantes_ por lo encogido que
va el poeta sujetándose al metro y la rima; _y la brida de la prosa,_
porque en ella se extiende el ingenio libremente. Sabidísimo es que el
que cabalgaba a la jineta llevaba encogidas las piernas, y estiradas a
todo su largo el que cabalgaba a la brida.]

[Nota 50: _Despensas_, más bien que _gastos o costas_, significa en
este lugar _necesidades_.]

[Nota 51: Llamábase _autores de comedias por su Majestad_ a los
empresarios teatrales que tenían licencia real para formar compañía.]

[Nota 52: Porque algunos cojos andan a _trancos_ se les suele llamar
festivamente _cojitrancos_.]

[Nota 53: _Leyenda_, en su antigua acepción de _lectura. Leenda_
dice todavía el vulgo andaluz.]

[Nota 54: _Y yo menos que agradecerte_, quiere decir.]

[Nota 55: _Por no ser para más_ era expresión usual en la respuesta
de las cartas y billetes de antaño. Véase, por ejemplo, el borrador de
una escrita al Secretario de la Universidad de Alcalá de Henares por un
su dependiente. Está al fin del libro de matrículas de 1566: Los días
pasados me hicieron merced de responderme con aquellos caballeros, los
quales vinieron de su tierra de V.m.; y _por no ser para más_ la carta
que V.m. me ynbió no escribo más a V.m. el secretario mi señor. Oi lunes
a catorze de mayo. (Archivo Histórico Nacional.) Por donaire, pasó tal
expresión a la plática verbal; así, verbigracia, en el _Quijote_ (II,
34), por boca de un supuesto demonio: «Y _por no ser para más_ mi
venida, no ha de ser más mi estada.» Y Pérez de Montalván, en la jornada
I de _La Doncella de labor_:

    «D.ª ISABEL  ...Y lo demás, finalmente,
                 es que ya las doce son,
                 y que ha venido la silla,
                 y por ser tarde me voy,
                 de vos muy enamorada, _(A D. Diego_.)
                 y muy celosa de vos; _(A D.ª Elvira_.)
                 y _por no ser para más,_
                 a buenas noches, adiós.»]

[Nota 56: _A los que fueren entonces_, es decir, _a los días del mes
que fueren_ entonces, cuando el libro salga a luz.]

[Nota 57: Don Juan Vélez de Guevara nació en Madrid y fué bautizado
en la iglesia parroquial de San Andrés, a 9 de febrero de 1611. Publicó
su partida bautismal mi inolvidable amigo don Felipe Pérez y González,
en su excelente libro intitulado _El Diablo Cojuelo: notas y
comentarios_ (Madrid, 1903), página 193.]

[Nota 58: De llamar los hechiceros _hora menguada_ a la que ya
estaba acabándose, por suponer que el resto de ella era ocasionado a
malos sucesos, se pasó a dar ese nombre al «tiempo fatal o desgraciado
en que se sucede un daño o no se logra lo que se desea». Y Vélez llama a
la de las once de la noche _hora menguada para las calles_, porque en
ella, al tiempo en que supone la acción de su relato, se vertían, por
las puertas de las casas, las aguas inmundas. Así se mandó y pregonó en
la coronada villa a 23 de septiembre de 1639, por acuerdo de los
alcaldes de casa y corte (Archivo Histórico Nacional, Libros de gobierno
de la Sala de Alcaldes, fol. 221 del dicho año): «... que ninguna
persona bacie por las ventanas y canelones agua ni ynmundicias ni otras
cosas, sino por las puertas de las calles; _en berano las puedan baciar
a las once dadas de la noche_, y en ybierno dadas las diez della, pena
de quatro años de destierro y veinte ducados a los amos que lo
consintieren, y de zien azotes y seis años de destierro a los criados y
criadas que lo hecharen, y de pagar los daños que hicieren....» Por esta
hora del «¡agua va!» Ruiz de Alarcón hizo decir a Hernando, de noche y
en la calle, en el acto III de _Los Favores del mundo_:

        «¡Poh! ¡Mal hubiesen los gatos
        que dan algalia a estos botes!
        Ya empiezan las cosas malas
        _de entre las once y las doce_.»]

[Nota 59: Con esto de _boqueaba coches_ se quiere decir que daba
las boqueadas el pasear por el Prado, del cual salían ya los pocos
coches que quedaban en él.]

[Nota 60: Porque el agua del Manzanares no cubría las desnudeces de
los que se bañaban en él, dijo Celia en _La Dorotea_, de Lope de Vega,
acto II, escena II: «... ¿cómo puedes negar la culpa que tiene [el río]
en que, siendo los veranos tan humilde, se deja entrar de mil géneros de
hombres y mujeres, hecho un valle de Josafat?»]

[Nota 61: Con los donaires que se han escrito a costa del ruín
caudal del Manzanares se podrían llenar muchas páginas. Véanse siquiera
dos muestras. Tirso de Molina, en un romance que insertó en sus
_Cigarrales de Toledo_:

        «Según arenas criáis
        y estáis ya caduco y viejo,
        moriréis de mal de orina,
        como no os remedie el cielo.
        Como Alcalá y Salamanca,
        tenéis, y no sois colegio,
        vacaciones en verano
        y curso sólo en invierno.»

Y Castillo Solórzano, _Tiempo de Regozijo, y Carnestolendas de Madrid_
(Madrid, Luis Sánchez, 1627), fol. 114 vuelto:

        «...Este, pues, charco ambulante,
        olla de tantos mondongos,
        pelador de pies de puerco,
        si no de panças de tomo,
        reseruó entre dos alisos,
        tres álamos y dos pobos,
        para retirados baños,
        cierto cristal, aunque poco.»]

[Nota 62: _Ite, rio est_, dicho macarrónicamente, a imitación del
_Ite, missa est_, como si dijeran: «¡Ea, se acabó el río!», porque la
poca agua que de él quedaba se la habían llevado los Adanes y las Evas
en las sábanas con que se habían enjugado. El señor Bonilla dice en las
notas de su edición de 1910--pocas veces aludiré a la de Vigo
(1902)--que Vélez, con las palabras _Ite, rio est_, «evidentemente se
refiere al canon de la misa». Si él está en lo cierto, no lo está el
_Diccionario_ de la Academia Española, según el cual _canon_ es aquella
parte de la misa que comienza en el _Te igitur_ y acaba con el _Pater
noster_.]

[Nota 63: A diferencia del señor Bonilla, paréceme que con la frase
_hidalgo a cuatro vientos_ no quiso decir nuestro autor que _don
Cleofás_, yendo por el tejado, «se hallaba expuesto a todos los aires»,
sino que era un hacia hidalgo, sin casa solariega, y, por tanto, a la
intemperie o a _los cuatro vientos_. Él mismo dice más adelante que por
lo de llamarse Leandro, como el infortunado amador de Hero, tenía su
ejecutoria en las obras de Boscán y Garcilaso.]

[Nota 64: Para ser encrucijada _de apellidos_ le faltaban dos, pues
no tenía más de otros tantos. Vélez contó con ellos los dos nombres de
pila.]

[Nota 65: Hoy diríamos _que le iba a los alcances_.]

[Nota 66: Decir, por metátesis, _estrupo_ fué cosa corriente en los
siglos XV, XVI y XVII. Véase algún ejemplo. Fernán Pérez de Guzmán, en
su _Confesión rimada_:

        «De aqueste mal cuerpo otro nombre es
        que se llama _estrupo_, e su propia maldad
        es en desflorar la virginidad....»]

[Nota 67: Refiérese a la expresión vulgar figurada _sin comerlo ni
beberlo_.]

[Nota 68: _Veintidoseno_, dicho en buen romance, y no _vigésimo
segundo_, que sería decirlo a la latina.]

[Nota 69: Por estas _multiestupradas_ de fines del siglo XVI y todo
el XVII decía Mateo Alemán en su _Guzmán de Alfarache_, parte I, libro
III, cap. II: «... nunca quien lo come lo paga, o por grandísima
desgracia. Siempre suele salir horro el dañador, y después lo echan a la
buena barba; siempre suele recambiar en un desdichado.» Y, más tarde,
Moreto, en la jorn. II de _Todo es enredos amor_:

    «D. FÉLIX. ...Porque hay mujeres en esta
               ciudad, de corta fortuna,
               que al cebo de su belleza
               suelen traer muchos peces,
               y al ignorante que pesca
               el anzuelo de su cara
               le echan la justicia a cuestas
               y la cruz del matrimonio.»]

[Nota 70: A las palabras _para en uno son_ pone el señor Bonilla por
comentario: «Frase del ceremonial religioso del matrimonio». Ignoro de
dónde pudo sacar esta peregrina especie. _En uno_ significa
_juntamente_, como se echa de ver en muchas cédulas reales de Don
Alfonso el Sabio, dadas _en uno_ con la reina Yolant su mujer, y en
otras de Don Fernando IV: «E nos el sobredicho rey, regnante _en uno_
con la reina doña Constanza mi mujer....» Y _para en uno son_ díjose de
los novios, desposados o por desposar, en el sentido de que están
destinados para vivir _en uno_ o _juntamente_. Así lo demuestran los
siguientes pasajes de Lope de Vega. En el acto I de _Peribáñez y el
Comendador de Ocaña_ cantan los músicos:

        «Y a los nuevos desposados
        eche Dios la bendición;
        parabién les den los prados,
        pues hoy _para en uno son_.»

Y en el acto I de _Fuente Ovejuna_:

    «LAURENCIA   ...En todo el lugar hay moza,
                 o mozo en el prado o soto,
                 que no se afirme diciendo
                 que ya _para en uno somos_.»]

[Nota 71: Llama a la muerte _el vicario Responso_, porque, como el
vicario o juez eclesiástico, tiene poder para separar a los casados.]

[Nota 72: El léxico de la Academia registra las formas _boarda_ y
_buharda_, y no la que ocurre en este lugar del texto.]

[Nota 73: Añade _y la boca_ aludiendo a la costumbre de besar la
tierra los que llegaban a ella después de haber corrido grande peligro
en el mar. Así dice el Cautivo en el _Quijote_ (I, 41): «Embestimos en
la arena, salimos a tierra, _besamos el suelo_, y con lágrimas de muy
alegrísimo contento dimos todos gracias a Dios....»]

[Nota 74: Llama _ministros del agarro_ a los que antes (7, 4)[45]
había llamado _corchetes_.]

[Nota 75: Así en la edición original, que páginas adelante estampa
_Bitigudino_. Es apellido tomado del nombre _Vitigudino_, villa de la
provincia de Salamanca.]

[Nota 76: _Moneda chanflona_ es la toscamente falsificada, difícil
de pasar sino cuando hay poca luz. Nuestros diccionarios registran el
aumentativo _chanflón,_ y no el positivo _chanfla_, muy corriente en
Andalucía con idéntico significado. Y aun de _chanfla_ dicen _¡Chanfle!_
al acabar de contar alguna cosa poco creíble, como si dijeran: _¡Pase,
como moneda chanflona_!]

[Nota 77: _A gatas_, porque andaban a cuatro pies por los tejados en
busca de don Cleofás; y _jinetes que corrían sus costas_, por alusión a
la que se llamó y llama Cervantes (_Quijote_, I, 41) _caballería de la
costa_, de la cual trató largamente Pérez y González en _El Diablo
Cojuelo: notas y comentarios_, páginas 13-17.]

[Nota 78: Toda esta alegoría es alusión a los frecuentes desembarcos
que hacían en nuestras costas los corsarios moros, y a la presa que de
ellas solían arrebatar, no obstante el cuidado de los _atajadores_ o
_jinetes de la costa_.]

[Nota 79: _Mohatrera de doncellazgos_, porque, como el mohatrero,
volvía a quedarse con lo mismo que vendía; en este caso, con la propia
fingida doncellez, vendida ya a tantos galanes. «_Mohatra_--dice
Covarrubias--es la compra fingida que se haze vendiendo el mercader a
más precio del justo y teniendo otro de manga que lo buelva a comprar
con dinero contante a menos precio.»]

[Nota 80: _Chapetón,_ significando _inocente_ o _boquirrubio_.
Llamaban _chapetón_ en Indias a los que, por recién llegados, ignoraban
las costumbres y trato de aquella tierra. El adjetivo _doncellil_ falta
en el _Diccionario_ de la Academia.]

[Nota 81: Contra lo que pudiera sospecharse, _suceso_, en
equivalencia de _éxito_ o _resultado_, no tiene nada de galicismo.]

[Nota 82: El señor Bonilla, anotando este lugar, habla de la _silla_
llamada _cadera, cadiera o cadira_, y de unas _mesas de cadera_ o _de
cadiera_; pero no de la _mesa de cadena_. Por sí, como creo, puede
aprovechar a algún investigador más afortunado que nosotros, diré que en
la almoneda de los bienes que quedaron por muerte del maestro Juan de
Mallara se lee: «yten _vna mesa vieja de cadena_ con su banco....»
(Archivo de Protocolos de Sevilla, Gaspar Romano, libro 2.º de 1571,
fol. 1991.) Y en el inventario de los bienes de don Carlos de Álava:
«yten otra mesa de nogal de gonzes _con el banco de cadena_». (Archivo
de Protocolos de Valladolid. Juan Ramos, 1604, folio 133 vto.)]

[Nota 83: Claro es que se refiere a lo que el léxico de la Academia
llama _efemérides astronómicas._]

[Nota 84: La _magia_ o _mágica negra_ a diferencia de la blanca, que
es lo que podríamos llamar mera prestidigitación y _física recreativa_,
fué siempre arte reprobado, porque nada se hace en él sin pacto expreso
o tácito con el demonio.]

[Nota 85: Era cosa general creer que los hechiceros solían tener un
demonio familiar metido en una redoma. Rojas Zorrilla en la jorn. II de
_Lo que quería ver el Marqués de Villena_:

    «ZAMBAPALO. Señor, he de hablar de veras:
                yo tengo miedo.

    MARQUÉS.                   ¿Por qué?

    ZAMBAPALO.  Porque deste hombre me cuentan
                que tiene en una redoma
                un demonio.»]

[Nota 86: _Respondieron_, plural impersonal muy frecuente en
nuestros buenos escritores de antaño, y aún hoy en el habla de nuestro
vulgo. Véase en mi edición del _Quijote_, publicada en esta colección de
_Clásicos Castellanos_, cómo lo usaba Cervantes (VI, 53, 14, 125, 3,
137, 8; VII, 14, 5, etc.).]

[Nota 87: En la superstición peninsular--como en otro lugar
indiqué--los cuatro diablos mayores del infierno son _Lucifer, Belcebú,
Satanás y Barrabás._ Así lo decía en 1512, en una de sus confesiones,
Juan de Chaves (Archivo Histórico Nacional, Inquisición de Valencia,
legajo 24 de causas, núm. 8): «... e yo lamé e cridé a satanás, y a
Amanecidos, y a la rreyna Siuilla, y algunas vezes a los quatro mayores
del Infierno, es a saber, a Lucifer, belzebuc, satanás y barrabas....»]

[Nota 88: _Chisme_ era femenino en los siglos XVI y XVII. Juan de
Castellanos, _Elegías de varones ilustres de Indias_, parte I, elegía
VI, canto I:

        «Huye _la chisme_, cesa la conseja,
        crece contento, nace regocijo....»

Covarrubias, en este artículo: «... assi el chismoso dize a hurtadillas
_la chisme_ a la oreja, que parece llegó tan solo a soplalla....»]

[Nota 89: Recónditas son las más de estas cosas que el diablillo
enredomado dice haber traído al mundo: sería preciso ser punto menos
diablo que él mismo para averiguar noticias de algunas de ellas; pero de
otras puede decirse algo, y aun de tal cual se ha dicho no poco en
libros antiguos y modernos. De la _zarabanda_ traté con bastante espacio
en mi _Loaysa de «El Celoso Extremeño»_ (Sevilla, 1901), páginas
257-287, y para su estudio aporta el señor Bonilla otros datos
estimables.]

[Nota 90: Del _déligo_ llamándole _deligo,_ sólo dice Bonilla:
«Baile de la época», y el señor Puyol y Alonso, en su edición de _La
Pícara Justina_ (Madrid, 1912), tomo III, página 155, a las palabras «en
el ayre repiqué mis castañetas de repica punto, _a lo deligo_, y di dos
vueltas a buen son», comenta: «Era un género de baile», y cita el pasaje
de _El Diablo Cojuelo_. Algo podré añadir yo. En primer lugar, este
baile se llamaba _déligo,_ y no _deligo;_ lo demuestra Lope de Vega en
el siguiente pasaje del acto II de _Los Locos de Valencia_.

        «FEDRA.   Bailemos, que estamos tristes.

        GERARDO.  Creciendo va su porfía.

                      _(Bailen.)_

        LAIDA. _Déligo, déligo, déligo_....

        GERARDO.  ¿Qué es esto, sobrina mía?

        FLORA. _Que déligo del andéligo._»

Haciendo breve a _déligo_ y _andéligo_ no constarían los versos en que
están estos nombres. _Andéligo_ llamaban también a este baile, como se
echa de ver en el ejemplo que antecede y en un pasaje del _Romancero
general_, folio 425 vto. de la edición de 1604, por la cual cito
siempre:

        «No viue ufana Seuilla
        con tantas damas de precio
        que les tiene puesto el vso,
        aunque valen mucho menos,
        ni tiene tantos deuotos
        aquel donayre inquieto
        de _andéligo_ y zarabanda
        de Guadalquiuir a Ebro....»]

[Nota 91: Del baile de la _chacona_ traté en mi citado estudio sobre
_El Loaysa_, pág. 282. Véase además la nota 124 de Amezúa en su
excelente edición crítica de _El Casamiento engañoso y el Coloquio de
los perros_. De _la zarabanda_ y _la chacona_ tomaron nombre ciertas
ropas mujeriles (_Romancero general_, fol. 387 vto.):

        «...Ni que traygan verdugados,
        alzacuellos y gorgeras,
        vrracos, bobos, _chaconas,
        çarabandas_ ni arandelas.»]

[Nota 92: Al _bullicuzcuz_ se refiere, como presume el señor
Bonilla, esta letra que trae Quevedo en _El entremetido y la Dueña y el
Soplón_, y claro es que, según por ella se infiere, el _bullicuzcuz_ era
un baile, y no un juego:

        «Zarabullí,
        Ay, bullí, bullí, de zambullí,
        _bullí, cuz, cuz_,
        de la Vera-Cruz,
        yo me bullo y me meneo,
        me bailo, me zangoteo,
        me refocilo y recreo
        por medio maravedí.
        Zarabullí.»]

[Nota 93: _La capona_ era un baile andaluz, propio de gente
apicarada, a juzga por lo que dice Quevedo en su romance intitulado
_Cortes de dos bailes_ (Musa V):

        «Muy lampiña _la Capona_
        y con ademanes brujos,
        _por Córdoba y por el Potro_
        viene calzada de triunfos.»

_La capona_ no fué sino _la chacona_ remozada, según se colige por estos
versos de Salas Barbadillo en su _Entremés del Prado en Madrid y Baile
de la Capona_:

    «D.ª JULIA. ¿Puede haber cosa buena si es _capona_?

    ROBLEDO.    Sólo una que llaman _la chacona_.

    D.ª TOMASA. _La chacona_ ¿no es baile muy antiguo?

    ROBLEDO.    Remozóla un capón con gran donaire.

    ROSALES.    Son los capones gente de buen aire.»]

[Nota 94: De algunos de estotros bailes populares, como de tal cual
de los antes nombrados, trata don Emilio Cotarelo en su introducción a
la _Colección de entremeses, loas...,_ publicada en la _Nueva Biblioteca
de Autores Españoles._]

[Nota 95: Según Covarrubias, «_pandorga_ es vna consonancia alocada
y de mucho ruido, que resulta de variedad de instrumentos.» Gómez de
Tejada, en un pasaje (que cita el _Diccionario_ de autoridades) de su
_León prodigioso_, contrapone _pandorga_ a _música._]

[Nota 96: Don Juan de Caramuel, en su _Rhytmica_ (apud _Sanctum
Angelum della Fratta; ex Typographia Episcopalis Satrianensi,
M.DC.LXV_), al tratar (pág. 135) _De versibus quos_ xacara _appellat
Hispanus_, quiere que este vocablo venga de la raíz hebrea _zacar =
meminisse_, de donde _zácara = memoria, commemoratio, narratio_. No hay
tal cosa, sino que al _rufián_ llamaron _jácaro_ o _jaque_ en el habla
germanesca, y _jacarandina_ a esta habla, y _jácara_ al cantar de los
_jaques o jácaros_.]

[Nota 97: El señor Bonilla asegura que _las papalatas_ son un
«género de juego popular», y no habría holgado añadir de dónde tomó esta
noticia. De mí confieso que no he hallado esa palabra más que en el
texto de Vélez.]

[Nota 98: Estos _comos_ no son ni parientes lejanos de otros _comos_
griegos que registra en su _Vniuersal vocabulario_ Alonso de Palencia, y
recuerda el señor Bonilla antes de venir a parar al significado que
tienen en la enumeración de Vélez de Guevara. _Como_, en esta acepción,
significa _burla, chasco_, y así lo dice en su _Diccionario_ la
Academia, si bien da por anticuada tal voz. Si no es anticuado lo que se
ha dicho con alguna frecuencia desde el tiempo de los Reyes Católicos
acá (y ésta es la norma que sigue la Academia), _como_ no es voz
anticuada, porque la han usado Tirso de Molina, Quevedo, Cubillo de
Aragón, Salas Barbadillo, Belmonte, Quiñones de Benavente y muchos
otros.]

[Nota 99: Sospecho que esta _mortecina_, que no hallo en nuestros
vocabularios, es lo que por otro nombre se llamó _culebra_, pesadísima
broma, especialmente carcelaria, de que traté en _El Loaysa de «El
Celoso Extremeño»_, pág. 175, nota, y que define el _Diccionario_
académico en la cuarta acepción de la voz _culebra_.]

[Nota 100: _Títeres,_ dicho por las figurillas que los titereros,
como el maese Pedro del _Quijote_, mostraban en sus retablos. De los
antiguos _títeres_, además de la frase figurada _No quedó títere con
cabeza_, perdura en el habla vulgar otra, que falta en el léxico de la
Academia: _Dársela a uno por boca de títere._]

[Nota 101: Hoy llamamos _volatines_ a los ejercicios del _volatín_
de años atrás, y a éste, _funámbulo_.]

[Nota 102: _Saltabanco_ llama preferentemente la Academia, aunque
registra además las formas _saltabancos, saltaembanco_ y
_saltaembancos_, a los charlatanes de plazuela que, sobre un banco o
mesilla, con aprensión escasa y cháchara abundante, engañan a la gente
popular vendiéndole fingidos medicamentos, o embaucándola con
cualesquier otras socaliñas. Como suelen ser o suponerse extranjeros, el
vulgo, a lo menos en Andalucía, extranjeriza el nombre y los llama
_saltimbanquis_.]

[Nota 103: _Maese Coral_ nombraban al que hacía juegos de manos, o
de pasa, pasa, porque, según Covarrubias, art. _coral_, «los charlatanes
y embusteros que traen estos juegos se desnudan de capa y sayo, y quedan
en vnas jaquetas o almillas coloradas, que parecen troncos de coral».
También se llamó a los ejercicios de prestidigitación _juego de Maese
Escolar o de Maese Gicomar_.]

[Nota 104: De la personalidad demoniaca llamada _el Diablo Cojuelo_
he tratado con alguna extensión en el prólogo.]

[Nota 105: _Rebelión_ era antaño del género masculino, y así Mármol
Carvajal tituló uno de sus libros _Historia_ del rebelión _y castigo de
los moriscos del reino de Granada_. Francisco Santos, que tomó algo de
la novela de Vélez de Guevara para sus _Postrimerías del hombre y
Tribunal espantoso_ (apud _Obras en prosa y verso_..., Madrid, 1723,
tomo I, pág. 332), hace decir al Diablo Cojuelo: «Yo soy aquel que,
aunque estropeado el cuerpo desde aquella batalla _del rebelión
celestial_....»]

[Nota 106: _Y todo_, significando _también,_ como en diversos
lugares del _Quijote_ (I, 176, 9; IV, 259, 11; VI, 34, 15; VII, 85, 7,
etc.)]

[Nota 107: Es refrán contrahecho, parodia de aquel que dice: _Camino
de Santiago, tanto anda el cojo como el sano_. También don Jerónimo
Cáncer parodió este refrán, en un vejamen que dió siendo secretario de
cierta Academia (_Obras poéticas de_..., pág. 107 de la edición de
Madrid, Manuel Martín, 1761): «... porque _camino del Parnaso, tanto
anda el cojo como el corcovado_.»]

[Nota 108: Como dice el _Diccionario_ de autoridades, _trato_,
«figuradamente se toma por traición oculta e infidelidad con que,
faltando a la fe debida, se ofrece entregar alguna plaza, ciudad o
fortaleza al enemigo». Aquí se refiere a persona, pero con ese mismo
significado.]

[Nota 109: Si Vélez no confundió en este lugar lo que es refrán con
lo que es modismo, parece que debe de haber, según esto, un refrán que
diga: _El Diablo Cojuelo trae a los demás al retortero_, o cosa
análoga.]

[Nota 110: La frase _con sus tachas buenas y malas_, que aquí se
aplica a sí propio el Cojuelo, es, como demostré en otra ocasión, un
tópico de las antiguas escrituras de venta de caballerías. En el Archivo
de Protocolos de Illescas, escribanía de Esquivias, encontré, al buscar
documentos cervantinos, la escritura referente a una yegua (2 de
noviembre de 1591) «que de vos compré e rezebi _con sus tachas buenas y
malas_, encubiertas o descubiertas, a vso de feria....»]

[Nota 111: _Cortesía_, en su acepción, hoy poco usada, de
_tratamiento_.]

[Nota 112: _Príncipes de la Guinea infernal_, aludiendo a ser el
infierno, como la Guinea, patria de negros habitantes.]

[Nota 113: De llamar _jigote_ a la carne asada y picada menudamente
se pasó a decir _hacer jigote_ una cosa, o de una cosa, significando
hacerla pedazos muy pequeños. Y aún, para más exagerar, como buen
andaluz, escribió don Francisco de Leiva en la jorn. II de _El Socorro
de los mantos_:

    «D. FERN.º   Por Dios que la bellaca me ha picado.

    MOSTACHÓN.   _Hecho veinte jigotes_ te ha dejado.»]

[Nota 114: En la edición príncipe, por yerro, _mulatas_.]

[Nota 115: Díjose _mayores de marca_, o _de más de la marca_, por
traslación de lo que se decía de las espadas, de los cuellos y de otras
cosas que, como éstas, no debían exceder de la longitud o anchura que se
les fijaba en pragmáticas u ordenanzas.]

[Nota 116: _Barbado en Hircania_, es decir, con los pelos de las
barbas tan recios como tienen los tigres los de sus bigotes. Sabidísimo
es que, especialmente en verso, pocas veces se nombra al tigre sin
llamarle _hircano_.]

[Nota 117: También por este pasaje se echa de ver que Francisco
Santos, aun habiendo formado tan desfavorable juicio de la novelita de
Vélez de Guevara, como recordé en el prólogo, tuvo presente en sus
_Postrimerías del hombre y Tribunal espantoso_ la pintura que del Diablo
Cojuelo hizo el escritor ecijano. Dice: «Este es Renfas, llamado por
otro nombre el Cojuelo.... Aquí noté la figura del espíritu: era
_pequeño_, y corcobado, _mala barba_, y _calvo_; descansando el cuerpo
sobre dos muletas....»]

[Nota 118: Llamar _legumbre_ a los espárragos es evidente
impropiedad. Ya había dicho Covarrubias en 1611, que «_legumbre_ es toda
mata cuyo fruto o semilla nace en baynas, como son los garbanços,
lentejas, hauas, frisoles, y otras semejantes». Aunque yo, siendo
estudiante, tuve en Sevilla unos camaradas extremeños que al pescado y a
cuanto no era carne llamaban despectivamente _legumbres_.]

[Nota 119: Como dice el _Diccionario_ de la Academia, _salvo el
guante_ es «expresión familiar de que se usa para excusarse de no
haberse quitado el guante al dar la mano a uno». Tirso de Molina, en el
acto II de _Por el sótano y el torno_:

    «DON DUARTE. ...Quiso el cielo,
                 cuando el planeta mayor
                 de púrpura entapizaba
                 su real peregrinación,
                 que tropezase mi dama
                 en un hoyo, a intercesión
                 de mis ruegos; que en Madrid
                 todo sirve a la ocasión.
                 Llegué diligente a darla
                 la mano, que recibió
                 _salvo el guante_, aunque por él
                 rayo o nieve me abrasó....»

Otras veces se rogaba que _se perdonara el guante_. Lope de Vega, en el
acto I de _El Acero de Madrid_, hace decir a Lisardo al dar la mano a
Belisa, que ha tropezado y caídose en la calle:

        _«Perdone vuesa merced
        el guante_.»

Yesto quiere decir de su metáfora Luis Vélez: _que se le perdone_.]

[Nota 120: _Tiro_, significando el cañón, y no, como hoy día, su
carga ni su disparo. Rojas Zorrilla, en la jorn. I de _El Desafío de
Carlos Quinto:_

    «D.ª LEONOR.  Ea, don Luis, vuelve en ti;
                  tu brazo la pica empuñe;
                  el coselete en tu pecho
                  al Otomano deslumbre;
                  digiere aquel hierro ardiente
                  que _el tiro de bronce_ escupe.»]

[Nota 121: La iglesia parroquial de San Salvador, que por hallarse
ruinosa fué derribada en 1842, estaba situada en la calle Mayor, frente
a la plazuela de la Villa, a la cual daba nombre. Era quizá el templo
madrileño más antiguo, pues como recuerda Jerónimo de Quintana en su
_Historia de la antigüedad, nobleza y grandeza de la villa de Madrid_
(Madrid, Imp. del Reyno, M.DC.XXIX), ya se la nombraba en la era de
1257, reinando Don Fernando III. Véase Mesonero Romanos, _Manual de
Madrid: descripción de la Corte y de la Villa_ (Madrid, 1831), pág. 137,
y _El Antigo Madrid_, edición de 1881, tomo I, página 218. En la obra
últimamente citada dice Mesonero que «la torre de la misma iglesia,
apellidada _la atalaya de la villa_, era bastante elevada»; y en otro
lugar (pág. 288), tratando del templo de Santa Cruz: «La torre ... era
llamada _la atalaya de la corte_, así como la de San Salvador, _la
atalaya de la villa_». O Mesonero tomó tal denominación de la novela de
Vélez de Guevara, o éste la había tomado del habla vulgar.]

[Nota 122: Llamábase _basquiña_ a lo que también se dijo _saya_ y
hoy nombramos _falda_. Se ponía, según Covarrubias, «encima de los
guardapieses y demás ropa».]

[Nota 123: El _verdugado_ era, como dice el _Diccionario_ de
autoridades, «vestidura que las mugeres usaban debajo de las basquiñas,
al modo que hoy los tontillos....»]

[Nota 124: Era el _guardainfante_--dice el _Diccionario_ de
autoridades--«cierto artificio muy hueco, hecho de alambres con cintas,
que se ponían las mujeres en la cintura, y sobre él se ponían la
basquiña.» Muy pintorescamente lo definió Rojas Zorrilla en la jorn. III
de _Los tres blasones de España:_

    «REY DE CAST.ª ¿Que es _guardainfante_?

    GUARDAINFANTE.                         Vn enredo
                   para ajustar a las gordas;
                   vn molde de engordar cuerpos;
                   es una plaza redonda
                   adonde pueden los diestros
                   entrar a jugar las armas,
                   por lo grande y por lo extenso;
                   es un encubre-preñadas,
                   estorbo de los aprietos,
                   arillo de las barrigas,
                   disfraz de los ornamentos;
                   y es, en fin, el _guardainfante_
                   vn enjugador perpetuo,
                   que está secando la ropa
                   sobre el natural brasero.»

Don Juan de Zabaleta dice del _guardainfante_ en el cap. II de _El Día de
fiesta por la mañana_ (apud _Obras históricas, políticas, filosóficas y
morales, escritas por.... Con el Día de fiesta por Mañana, y Tarde, y
los sucesos que en él passan_ Madrid, Antonio Gonçalez de Reyes, 1692):
«Este es el desatino más torpe en que el ansia de parecer bien ha caido.
Si vna muger tuuiesse aquella redondez de cuerpo desde la cintura abaxo,
¿huuiera quien se atreuiera a mirarla? Ponerse postizo vn defecto,
¿puedelo hazer sino quien esté sin juizio? Ponerse postizo un ojo, vaya,
porque los ojos son hermosura; pero ponerse vna hinchazón contrahecha,
¿quién lo puede hazer que no esté fuera de tino?... Échase sobre el
Guardainfante vna pollera con vnos ríos de oro por guarniciones....
Ponese sobre la pollera vna basquiña con tanto ruedo, que colgada podía
seruir de pavellon. Ahuecasela mucho, porque haga más pompa, o porque
coja mucho ayre con que hazer su vanidad mayor.»]

[Nota 125: _Pollera_ llamaban al brial o guardapiés, por su
semejanza con el cesto en que se crían los pollos.]

[Nota 126: _Engestarse_, verbo no registrado en el léxico de la
Academia, está usado aquí en la acepción de _volver el rostro_ hacia
alguna persona o cosa; _encararse_.]

[Nota 127: Aunque de ordinario se llamó _picota_ al rollo,
propiamente no es _picota_ sino la _punta_ o _pico_ en que suele
terminar. Vélez usa aquella voz en sentido figurado.]

[Nota 128: Así, _malaño,_ en la edición original, como, juntas las
palabras, escribimos _noramala_ y _norabuena_.]

[Nota 129: Llamaban _lo hojaldrado_ a la parte del pastel que cubre
la carne o dulce en él contenido.]

[Nota 130: Nombrábase _pepitoria_ a un guisado que se hacía con los
cuellos, manos y pies de las aves. Era plato propio de sábado, día en
que no se podían comer de los animales terrestres sino los despojos.
Todo esto se indica en los siguientes versos de Anastasio Pantaleón de
Ribera _(Obras de_ ... Madrid, Francisco Martínez, 1634, fol. 55 vto.):

        «Del pájaro que en Arabia
        cinco edades vive enteras,
        y naciendo de su muerte,
        cunas le arrullan sabeas,
        serán menudo jigote
        sus pechugas y caderas,
        _y en sábado, pepitoria
        sus alones, cuello y piernas_.»]

[Nota 131: _Haya_, diríamos hoy.]

[Nota 132: Era _hacer media noche_, según Covarrubias, «vn abuso
grande de aguardar a que den las doze del Viernes en la noche para comer
vna olla regalada de menudo». Tropológicamente, llamóse _media noche_ a
esa misma cena. Quevedo, dirigiéndose a una niña de quien quería ser
tercera una vieja (Musa VI):

        «Cuando quieres persuadirme,
        dices que es mujer de porte:
        mucho tiene de estafeta;
        temo que de ti la cobre.
        De docientas leguas huele
        almuerzos y _medias noches_;
        lo que come, bien lo sé;
        mas no sé con lo que come.»]

[Nota 133: _No conocer_ a uno _si no para servirle_ es frase de
comedimento que, por usual, no debiera faltar en el _Diccionario_ de la
Academia. Vélez vuelve a emplearla en los trancos VII y X. Castillo
Solórzano, en _La Garduña de Sevilla y anzuelo de las bolsas_: «¿Cómo
alguacil?--replicó el mismo alguacil--. ¿Conóceme vuesa merced? Yo le
dije:--_No conozco a vuesa merced si no es para servirle_.»]

[Nota 134: Llamóse _llave capona_ o _capona_ a secas, la que
honoríficamente se concede a ciertos gentilhombres de la cámara real,
sin ejercicio ni servidumbre, porque tal llave no tiene sino apariencia
de tal, pues con ella no se abre ni se cierra puerta alguna. Moreto, en
la jorn. III de _Antíoco y Seleuco_:

    «REINA.   Y cuando sea mi esposo,
              como es cierto, ¿te parece
              que a mí ese amor me entristece?

    FLORETA.  Pues, señora, ¿no es forzoso?

    REINA.    ¿Por qué?

    FLORETA.           ¿No es claro el indicio?
              Porque hasta aquí tu persona
              es, como _llave capona_,
              esposa sin ejercicio.»]

[Nota 135: A propósito de esta frase, Pérez y González recordó (pág.
75 de su mencionada obra) que se llamaba _proa_ a la parte delantera del
coche; que los asientos de éste se decían _de proa, de popa_ y _de
estribos_, y que «el _de proa_ era el más humilde, destinado al modesto
acompañante, ya servidor, ya devoto del personaje dueño del vehículo».
Pero si en esto de _la proa_ rectificó el erudito sevillano al señor
Bonilla, que en su edición de Vigo (1902) había sospechado que se
hubiese dicho en contraposición a la frase _jayanes de la popa_, no creo
que estuviese igualmente acertado al presumir «que _culto_ es una
errata, y debe leerse _cultor_». A mi entender, con lo de _culto
vergonzante_ se quiso aludir a que los de escasa calidad que acompañaban
a los magnates ocupando los asientos _de proa_ de sus coches solían
profesar de _cultos_, más o menos declaradamente, poniendo en tortura el
magín para hacer frases adulatorias y de ingenio que agradaran a sus
patronos.]

[Nota 136: Tanto era la barba cosa indispensable para los letrados,
que dijo Quevedo en una de las letrillas de su Musa V:

        «Deseado he desde niño,
        y antes, si puede ser antes,
        ver un médico sin guantes
        _y un abogado lampiño.»_

Y que solían llevar la barba en forma de cola de delfín lo había dicho
el mismo autor en un romance de la Musa VI:

        «Era Alejandro un mocito
        a manera de la hampa,
        muy menudo de faiciones
        y muy gótico de espaldas.
        _Barba de cola de pez_,
        _en alcance de garnacha_....»]

[Nota 137: _Doña Fáfula,_ como si dijera _doña Fulana_, o _doña
Fabulana_, nombre este último que aun suele oírse en Andalucía, y con el
cual parece tener estrecho parentesco el que ha originado esta nota.
Véase antepuesto al apellido, como se anteponen estos otros nombres.
Espinel, _Sátira contra las damas de Sevilla (Revista de Archivos,
Bibliotecas y Museos_; mayo-junio de 1904):

        «No había entonces doña Berenjena,
        _doña Fáfula_ Ortiz ni doña Paula,
        sino Francisca, Paula, Minga, Elena.»]

[Nota 138: La _bigotera_ está definida en el _Diccionario_
académico; y que los presumidos solían ponérsela para dormir, para no
descomponer sus bigotes, cuidadosamente peinados y levantados, dícenlo
acá y allá nuestros escritores de antaño. Don Guillén de Castro, _El
Narciso en su opinión_, jorn. I:

    «D. GUTIERRE.   ¿Bueno está el bigote?

    TADEO.                                 Bueno.
                    Pero sobrado le cuesta
                    al que, como tú, se acuesta
                    como braquillo, con freno.»

Y Lope de Vega, en el acto II de _El Cuerdo en su casa_:

    «GILOTE.   ...Hay mil tontos marquesotes
               con cuidados de mujer,
               que nacieron para ser
               mártires de sus bigotes;
               mil que a bestias los condeno,
               porque ellas a dormir van
               sin freno, y ellos están
               toda la noche con freno.»]

[Nota 139: El uso masculino de los _copetes_ y _guedejas_, por
denotador de vil afeminamiento, fué prohibido en 1617; pero de tal
manera continuó y aun se extendió años después, que a 13 de abril de
1639 se dió en Madrid el _Pregon en qve sv Magestad manda qve por qvanto
el abvso de las gvedejas y copetes con que andan algunos hombres, y los
rizos con que componen el cabello, ha llegado a hazer escandalo en estos
Reynos, ningun hombre pueda traer guedejas ni copete_. (Escudo real.)
(En Madrid. En la imprenta de Francisco Martínez. Año M.DC.XXXIX) Se
mandaba: «que ningún hombre pueda traer copete, o jaulilla, ni guadejas
con crespo o otro rizo en el cabello, el qual no pueda passar de la
oreja; y los barberos que hizieren qualquiera de las cosas susodichas,
por la primera vez caygan e incurran en pena de veinte mil maravedis y
diez días de carcel, y por la segunda la dicha pena doblada y quatro
años de destierro desta Corte, o del lugar donde viuiere, y por la
tercera sea lleuado por quatro años a vn presidio para que en ellos
siruan. Y a las personas que traxeren copete o guedejas y rizos en la
forma dicha no se les dé entrada en la Real presencia de su Magestad, ni
en los Consejos, y los porteros se lo prohiban, y los Ministros no les
puedan dar audiencia, ni oygan sobre sus pretensiones, reseruando a los
señores del Consejo poder hazer la demostracion y castigo que
conuenga....»]

[Nota 140: Mujeres y lindos cuidaban mucho de sus manos y de sus
rostros, y para adobar éstos y aquéllas hacían mil extravagancias, y
hasta verdaderas porquerías. En un libro inédito de recetas de afeites
(Biblioteca Nacional, Manuscrito 2019) hallas con epígrafes como éstos:
«Memoria de la manteca que doña María de Mendoza traía en las manos...»
(fol. 13). «Recepta para hazer seuo para las manos, que se ha de traer
nueve días» (fol. 52 vto.). ¡Véase qué «recepta para las manos»! (fol.
16): «Tómese suziedad de perros de la blanca y muelanla y despues
echenla con miel y con hueuo y ponganla en las manos, y no en las
palmas, y tenganlo una noche y un día....» Y ¡véase qué «recepta para el
rostro»! (fol. 66): «Tomareis tocino tanto como vn hueuo, que sea todo
gruesso, e poneldo con vinagre fuerte que esté nueue días; tomareis
sahin de culebra....»]

[Nota 141: _Descabezados_, para poder usar de las yemas de los dedos
y valerse de las manos aun teniéndolas untadas con los sebillos. Porque
es de notar que el hacer sudar las manos, enguantándolas, solía ser
obligado complemento del untarlas. Terminantemente lo declara una receta
para _muda de manos,_ que hay hacia el fin de cierto libro de cocina y
repostería (Biblioteca Nacional, Ms. 6058, fol. 167 vuelto): «Tomarás
media libra de trementina labada nuebe vezes y quatro hiemas de huebos
frescos y el agrio de dos limones redondos y seis dineros de cardenillo,
todo mezclado; vntarás las manos antes de acostarte y _sudaráslas con
guantes, y fiat confetio» (sic)_.]

[Nota 142: De estas _pasas_ hablaba Areusa en el acto IX de _La
Celestina_, levantando, por ruin envidia, mal testimonio a Melibea:
«Todo el año se está encerrada con mudas de mil suciedades, por una vez
que haya de salir donde pueda ser vista; enviste su cara con hiel y
miel, con _uvas tostadas_ y _higos pasados_, y con otras cosas....»]

[Nota 143: La colación de los ayunadores solía consistir en un poco
de pan y dos o tres docenas de pasas.]

[Nota 144: _Una doncella sobre su palabra_, es decir, una que sólo
tenía de doncella el hacerse pasar por tal.]

[Nota 145: Vélez de Guevara juega del vocablo _curso_ en dos de sus
acepciones. También en esto le había precedido Quevedo, al relatar en un
desenfadado romance (Musa IV) el _Ridículo suceso del trueco de dos
medicinas_, haciendo decir a la triste desposada:

        «Tu cuerpo, que no me goza,
        a lo menos, me gradúa,
        si los _cursos_ a las novias
        valen como a los que estudian.»]

[Nota 146: _Hacer_, en su frecuente acepción de _representar_.]

[Nota 147: Quizá se refiere a _Il Dvello del Mutio Iustinopolitano_,
libro del cual se hicieron varias ediciones, muy difundidas en España,
por nuestra constante comunicación con Italia.]

[Nota 148: Antes y más propiamente que el _Diccionario_ de
autoridades definió el _patacón_ César Oudin, en su _Tresor des devx
langves_...: «Patacón, _monnoye de cuiure en Portugali, qui vaut enuiron
deux liards, c'est aussi la grande reale d'argent de Castille de huict,
c'est à diré de quarante sols_....»]

[Nota 149: Con sus propias palabras se llama ladrón al que iba a ser
robado. La frase _acá estamos todos_ tuvo origen, según el vulgo, en un
cuentecillo relatado mil veces por las abuelas a sus nietezuelos: «Un
duende hacía tantas diabluras en una casa, escondiendo mil cosillas, y
rompiendo otras mil, que el inquilino, por huir de él, se resolvió a
mudarse a otro barrio. Pero cuando, al llevar la última carrada de
muebles, preguntó a su mujer: «--¿Falta algo?», se oyó la vocecilla del
duende, que, escondido en un palanganero, decía: «_--¡Acá estamos
todos!_» Es frase popular en Andalucía, y suele decirla el que llega a
una reunión donde no se contaba con él: _¡Aqui estamos todos!, dijo el
duende._ Ayala y Guzmán versificó este cuento, con poca fidelidad y
menos gracia, en su comedia intitulada _Las Travesuras de don Luis
Coello, primera parte_.]

[Nota 150: «Alude--dice el señor Bonilla--a los autos o misterios
populares de la Resurrección de Cristo, en que al descender el ángel del
cielo y revolver la piedra del sepulcro, se asombran los guardas y caen
a un lado y a otro como muertos (Cf. _San Mateo_, XXVIII, 1-4.»)]

[Nota 151: Algo que dije de Sevilla en el discurso preliminar de mi
edición crítica de _Rinconete y Cortadillo_ (Sevilla, 1905), página 13,
es aplicable a toda la España de los siglos XVI y XVII: «Al olor, y,
sobre todo, al sabor de estas cuantiosísimas riquezas [las que traían á
la metrópoli las flotas de Indias] vivían en la magnífica ciudad del
Guadalquivir una muchedumbre crecidísima de extranjeros, en especial, de
italianos, flamencos y franceses, cada cual en busca de su avío y en
solicitud de su medra; cada cual discurriendo medios e inventando artes,
artimañas o artificios para apropiarse, industriosa y más o menos
limpiamente, alguna mielecilla de las óptimas colmenas indianas,
consolándose así de no haber sido ellos ni sus naciones los que tuvieron
la dicha de descubrir y conquistar el Nuevo Mundo.»]

[Nota 152: _Abada_, o _bada_, que equivale a _rinoceronte_.]

[Nota 153: _La Bermuda_, como explicó Pérez y González (pág. 80 de
_El Diablo Cojuelo: notas y comentarios_), «era la isla principal del
grupo descubierto en América por el navegante español Juan Bermúdez....
Lugar peligroso para la navegación, por los frecuentes temporales y
terribles accidentes del mar y por los atrevimientos de los piratas
extranjeros, allí corrían gravísimo riesgo los barcos que a España
traían los tesoros americanos....»]

[Nota 154: En el texto original falta la palabra _bebe_, que suplo,
como el señor Bonilla.]

[Nota 155: De la renombrada _cuba de Sahagún_ dijo Covarrubias en su
_Tesoro_, compuesto en los primeros años del siglo XVII, que «cabía
_tantas_ mil cántaras, y dizen que oy sirve de echar trigo en ella,
porque devia ser costosa y peligrosa de reparar y conservar».]

[Nota 156: _A dar_, como si dijera _en dar_, que equivale a _dando_,
porque es sabido que el infinitivo con _en_ antepuesto equivale al
gerundio. Véanse algunos ejemplos análogos al pasaje del texto. Guevara,
_Menosprecio de corte y alabanza de aldea_, capítulo VIII: «... y a las
vezes gana en la corte mejor de comer vn malsin _a malsinar_ que no vn
theologo _a predicar_». Cervantes, _Quijote_, II, 38: «... y sabía hacer
una jaula de pájaros, que solamente _a hacerlas_ pudiera ganar la
vida....»]

[Nota 157: Como nota el señor Bonilla, Vélez de Guevara se refiere
«a los huéspedes que como aves de paso paran en la posada, y reparan
poco, porque no han de consumirlos por mucho tiempo, en los manjares que
les sirven».]

[Nota 158: La _puerta de Guadalajara_, que era una de las más
famosas de Madrid, estaba situada en la calle Mayor, enfrente de la
entrada o embocadura de la calle de los Milaneses y de Santiago. Aunque
se quemó por septiembre de 1582, quedó su antiguo nombre al sitio en que
tal puerta estuvo, como pasa hoy todavía con la llamada _puerta del
Sol_. En aquel lugar tenían sus tiendas ricos mercaderes, a quienes
muchas personas solían entregar sus ahorros para que se los invirtieran
y manejaran.]

[Nota 159: Es reminiscencia del refrán que dice: _Cobra buena fama,
y échate a dormir_.]

[Nota 160: _Hábito,_ en su antigua acepción de insignia con que se
distinguen las órdenes militares. «_Cauallero de abito_--dice
Covarrubias--, el que trae en el pecho la insignia de alguna orden de
Cauallería, que comunmente llaman abitos.»]

[Nota 161: La _ropilla_, como dice el _Diccionario_ de autoridades,
era «vestidura corta con mangas y brahones, de quienes penden
regularmente otras mangas sueltas o perdidas, y se viste ajustadamente
al medio cuerpo, sobre el jubón».]

[Nota 162: _Diluvio en pena_, como _alma en pena_.]

[Nota 163: _Antes de mil años_, es decir, _antes que pase mucho
tiempo_. Es hipérbole andaluza: bien se echa de ver quién habla por boca
del Cojuelo.]

[Nota 164: Como el jugar cañas era propio de caballeros, con estas
palabras indica el Diablillo que pronto había de subir de categoría el
tabernero bautizante, mudanza de que hubo, hay y habrá siempre grande
copia de ejemplos.]

[Nota 165: _Hablar en_ un asunto o negocio, que hoy decimos _hablar
de_. Era régimen usualísimo en los siglos XVI y XVII (_Quijote_, I, 193,
10; III, 17, 4; 311, 22; etc.)]

[Nota 166: También aquí sigue Vélez los pasos de Quevedo, que dijo
en su _Sátira a los coches_ (Musa VII):

            «Tras aquéllos llegó al puesto
            vn coche verde, que ha sido
            el sujeto a quien más debe
            cierta mujer y marido.
            Desde el alba hasta la noche
            les sirve de albergue y nido,
            y aunque duermen dentro dél,
            ha dicho un contemplativo:
            «Aqueste es coche imprestable,
            porque ambos han prometido
            no desamparar su popa
            por cosa de aqueste siglo.»»

A lo que parece, no había grande exageración en estas referencias. De
una tal doña Juana decía otra dama en la jorn. I de _El socorro de los
mantos_, comedia de don Francisco de Leiva y Ramírez de Arellane:

            «Yo donde vive os diré:
            y es, porque busquéis el fin
            de ese fuego que os abrasa,
            la calle Mayor su casa
            y un coche su camarín.
            En él de día y de noche
            a sus gustos se dedica,
            y aun harto se mortifica
            en no dormir en el coche.»

Y Calderón, en la jorn. II de _Nadie fíe su secreto_:

    «LÁZARO. Laura vive aquí, que dijo:
             «Con lo que la casa cuesta
             de alquiler, he de hacer coche,»
             Y respondiéndole a ella
             dónde había de vivir,
             dijo: «Cuando coche tenga,
             en el coche todo el día,
             y la noche en la cochera.»]

[Nota 167: Para el señor Bonilla, _terceruela_ «puede ser la tercera
menor o semitono». Y yo, que _tampoco_ sé lo que es _terceruela_--digo,
a qué _terceruelas_ se refiere Vélez de Guevara--y, a mayor
abundamiento, no he logrado entender que _tercera menor_ equivalga a
_semitono_, recuerdo lo que un su interlocutor dijo a cierto poeta culto
que intentaba comentar a otro, sin dejarse entender;

                «--Comentador, comentaos.»]

[Nota 168: Todos estos son remedios populares para el mal de madre,
muy usados cuando escribía Vélez y cuando, siglo y medio antes, compuso
Rojas _La Celestina_, en cuyo acto VIII, como recuerda Bonilla, enumera
la vieja protagonista las cosas con que se curaba ese mal: «Todo olor
fuerte es bueno, así como de poleo, _ruda_, axienjos, humo de plumas de
perdiz, de romero, de moxquete, de encienso, recebido con mucha
diligencia, aprovecha e afloxa el dolor, e buelve poco a poco la madre a
su lugar.» Especialmente, acudían a _la ruda_. Tirso de Molina en el
acto I de _El Celoso prudente_:

        «CAROLA ...Uno de la vecindad
                buscaba (aquesto es sin duda)
                de parte de la comadre
                _para cierto mal de madre
                unos cogollos de ruda_.»]

[Nota 169: _Y trescientas cosas más_ es frase tomada del bordoncillo
de un antiguo disparatorio que empieza:

            «Parió Marina en Orgaz,
            y tañeron, y cantaron,
            y bailaron y danzaron,
            _y trescientas cosas más.»_

Cayó en gracia esta frase, y los poetas la llevaron y la trajeron, como
a la _Inés_ de _Yo te lo diré después_, y como un siglo antes habían
llevado y traído a _la bella malmaridada_. Lope de Vega, en el acto III
de _Los Novios de Hornachuelos:_

    «BERRUECO ...Un Barrabás sois vestido,
              una fantasma calzada,
              una arpía bautizada,
              y un camello con marido....
              Longinos a pie, Caifás,
              capón molde de hacer monas,
              India de las Amazonas
              _y trescientas cosas_ más.»

Tirso de Molina, _Cautela contra cautela_, acto I:

    «ENRIQUE. ¿No es bien nuevo amar a dos?

    CHIRIMÍA.  No, señor, ni amar a mil;
               porque tú tienes criado
               que en un mismo tiempo ha amado
               un salchichón, un pernil
               y una bota de hipocrás,
               dos de Candia, cuatro griegas,
               treinta fregonas gallegas
               _y trescientas cosas más,
               que es socorro y estribillo
               de poetas de repente_.»

El señor Foulché-Delbose publicó en la _Revue Hispanique_ (tomos IX,
261, y X, 234) un curioso estudio acerca de las _Coplas de Trescientas
cosas más._]

[Nota 170: _Regatones_, que hoy más bien diríamos _regateadores_,
aunque esta palabra falta en el _Diccionario. Regatear_--dice
Covarrubias--, «procurar abaxar el precio de la cosa que compra es muy
del _regatón»_.]

[Nota 171: _Si la podemos dar roma, no la demos aguileña_, dice el
refrán, aludiendo a moza, y no a nariz, contra lo que opina el señor
Bonilla. Es dicho de ruines de alma atravesada, y lo recuerda Cervantes
en el _Quijote_ (II, 48): «... que yo he oído decir muchas veces y a
muchos discretos, que si él [el diablo] puede, _antes os la dará roma
que aguileña.»_]

[Nota 172: Refiérese a una de las muchas pendencias que se promovían
en los _mandrachos_ o casas de juego sobre dar barato a los mirones que
actuaban como jueces de las suertes dudosas.]

[Nota 173: Deslizáronsele aquí a Vélez dos versos endecasílabos:

        «..._a una mujer de un sastre que ha jurado
        que los ha de coser a puñaladas.»_]

[Nota 174: Juega del vocablo _fuga_ en sus dos acepciones musical y
de _huída_, y alude a la frecuencia con que huían los músicos callejeros
al primer asomo de peligro, por lo cual dijo Lope de Vega en la silva
III de _La Gatomaquía_:

            «Los músicos, en viendo
            el belicoso duelo comenzado,
            huyeron como suelen;
            que no hay garzas que vuelen
            tan altas por los vientos,
            dicen que por guardar los instrumentos....»]

[Nota 175: Lo más corriente era llamar _caballero del milagro_, no a
un sujeto como el que pinta Vélez, sino al que vivía bien, y hasta
aparatosamente, sin que se le conociera renta, oficio ni beneficio. Lope
de Vega, en el acto II de _El Caballero del milagro_:

    «TRISTÁN. ¡Cosa es de ver la vida deste mozo!
              ¡Qué ricamente viste, y cómo gasta!
              ¿Cómo juega tan pródigo y reparte
              lo que tiene entre todos sus amigos,
              sin que le conozcan en su tierra
              dos florines de renta o patrimonio?

    LOFRASO.  Por eso es _caballero del milagro_.»]

[Nota 176: De la _piedra bezar_, «concreción calcárea que suele
encontrarse en las vías digestivas y en las urinarias de algunos
cuadrúpedos», escribió un curiosísimo tratado el doctor Nicolás
Monardes, famoso médico y farmacólogo sevillano: _Dos libros, el vno que
trata de todas las cosas que traen de nuestras Indias Occidentales, que
sirven al vso de la Medicina, y el otro que trata de la Piedra Bezaar, y
de la Yerua Escuerçonera_. Cito por la edición de Sevilla, Hernando
Díaz, 1569, la más antigua de las tres de que poseo ejemplares. La
príncipe de estos _Dos libros_ es también de Sevilla, 1565.]

[Nota 177: Dice _preñada de medio ojo_ para indicar que ocultaba su
preñez, como ocultaban el rostro las que _se tapaban de medio ojo_. De
éstas habrá ocasión de tratar en las notas del tranco IX.]

[Nota 178: De _tate_ se hacía festivamente una persona,
anteponiéndole _Pero_, que es, a la vez que conjunción, nombre propio
(_Per, Pero, Pedro_). Calderón, en la jornada II de _El médico de su
honra_:

    «COQUÍN. _(Aparte.) ...Pero ¡tate!_
                (que es un _Pero_ muy honrado
                del celebrado linaje
                de los _Tates_ de Castilla),
                porque el Rey está delante.»]

[Nota 179: _Pocas cosas_ equivale a _cosas menudas_ o _de poco
momento_. Cervantes, _Quijote_, I, 20: «... y no querría que _pocas
cosas_ penase mi ánima en el otro mundo.» Calderón, en su _Entremés de
las Carnestolendas_:

    «VEJETE.   Hombre, ¿comes, o engulles?

    GRACIOSO.                             ¡Lindo chasco!
               _Pocas cosas_, señor, nunca las masco.»]

[Nota 180: _Murciégalo_ (de _mar_ y _caeculus_) como aún lo dice el
vulgo, más etimológicamente que los que, con una metátesis innecesaria
decimos _murciélago._]

[Nota 181: _Quien_, haciendo a plural, cosa frecuentísima en
nuestros escritores de los siglos XVI y XVII.]

[Nota 182: Como recuerda el señor Bonilla, llamaron _los Siete
Durmientes_ «a siete hermanos que se dice sufrieron martirio en Éfeso,
en tiempo del emperador Decio. Habiéndose ocultado estos hermanos en una
caverna, fueron emparedados en ella de orden del Emperador; ciento
noventa y seis años después se les encontró dormidos en el mismo sitio
(Véase la _Leyenda áurea_ de Jacobo de Vorágine)». Tirso de Molina, en
el acto I de _La Villana de la Sagra_:

    «CARRASCO  ...Nunca de dormirme acabo;
               mas con vinos excelentes,
               si son siete los durmientes,
               yo seré _durmiente octavo_.»]

[Nota 183: Es decir, _que dirá que no lo siente_. Juega del vocablo
_sentir_, en dos de sus acepciones.]

[Nota 184: «_Vistas_--dice el _Diccionario_ de autoridades--llaman
los vestidos y tocador que los novios envían a sus futuras esposas.»]

[Nota 185: Contra lo que ligeramente pudiera imaginarse, _pared y
medio_ no es errata por _pared en medio_. «Error de caja» lo creyó el
señor Fitzmaurice-Kelly al encontrar esa expresión en el capítulo XIX de
la primera parte del _Quijote_. A los ejemplos que cité en nota del
dicho capítulo podrían agregarse muchos otros: cuantos acertara a desear
el más descontentadizo.]

[Nota 186: _Del gallo_, es decir de la hora en que canta el gallo,
queriendo ya venir el día.]

[Nota 187: Porque de Judas se dice que fué despensero, y los
despenseros acaparaban muchos mantenimientos para venderlos a precios
elevadísimos. Es frecuente en nuestros escritores festivos la alusión al
oficio de Judas. Quevedo, por ejemplo, en su romance de _Los Borrachos_
(Musa VI):

        «...Y yo, que en diez y seis años
        que tengo de _despensero,
        aun no he podido ser Judas_
        y vender a mi maestro.»


Lope, aludiendo a la costumbre de ahorcar un pelele el Jueves Santo,
figurando a Judas:

    «MENDOZA. Y ¿qué importa que una dama
              tenga el cuerpo diligente...,
              las caderas como en Flandes,
              las piernas como un jinete,
              si el rostro puede ser molde
              de hacer diablos para el jueves
              en que _al despensero_ cuelgan
              que afrentó los calabreses?»

«Los despenseros de los monasterios--dije en el discurso preliminar de
mi edición crítica de _Rinconete y Cortadillo_--tomaban el pescado por
cargas, diciendo ser para aquéllos, y revendíanlo después entre sus
parroquianos; acordó el cabildo [de Sevilla] que se hablara a los
priores y guardianes para que corrigiesen el abuso; pero no se logró la
enmienda.»]

[Nota 188: _Por partes de,_ y no por _por parte de_, como habría
enmendado Clemencín si hubiese editado la presente novelita. _Por partes
de_, o _de partes de_, solía decirse antaño, como demostré en mis notas
al _Quijote_ (IV, 267, 4).]

[Nota 189: Pregunta el señor Bonilla: «¿Querrá decir Vélez que el
padre de ese niño era infiel (judío o moro)?» No, ciertamente--respondo--,
sino que ese niño, por partes de su padre, podía pretender tal beca como
hijo de clérigo. Sabido es que, según la creencia vulgar, el Antecristo
ha de ser hijo de un clérigo y una monja, y por éstas dijo Quevedo en una
de sus _premáticas:_ «Condenamos en los galanes de monjas los _antecristos
pensamientos_....»]

[Nota 190: Debiera decir Vélez _el domingo de cuasi ración_, para
que recordase mejor el de _Cuasimodo_, al cual quiso referirse.]

[Nota 191: Llamaban _letuario, lectuario, electuario_, a cierto
género de conserva, ya medicinal o ya simplemente alimenticia, como la
que solía tomarse al par que el aguardiente. Quevedo, _Vida del buscón
llamado don Pablos...,_ libro II, cap. II: «Pasamos adelante, y en una
esquina, por ser de mañana, tomamos dos tajadas de _letuario_ y
aguardiente de una picarona....» Las mujeres que vendían el _letuario_
acostumbraban a pregonarlo por las calles en las primeras horas de la
mañana. Lope de Vega, en unas décimas de la _Justa poética en la
beatificación de San Isidro_, refiriéndose a esas horas:

        «...La mula el médico ensilla,
        da la purga el boticario,
        _pregónase el letuario_....»]

[Nota 192: Contra lo que dijo Durán y copió Bonilla, el juego de
_salga la parida_ no consiste en gritar los muchachos «ese refrán(?)
cuando observan que la luna llena, atravesando grupos de nubes, va
apareciendo clara en los sitios despejados». _Salga la parida_, como
dice el _Diccionario_ de autoridades, es «juego común con que se
divierten los muchachos estrechándose y apretándose entre sí para echar
a alguno del corro, en cuyo lugar admiten otro».]

[Nota 193: Llama _píldora_ al mundo, por lo esférico.]

[Nota 194: Llaman _cruzado_, según el léxico de la Academia, a la
«mudanza que hacen los que bailan, formando una cruz y volviendo a
ocupar el lugar que antes tenían».]

[Nota 195: Ocasionales o no, ocurren aquí dos versos octosílabos
aconsonantados:

        «... _haciendo un cruzado al son
        de su misma confusión.»_]

[Nota 196: Llama a los coches _ballenas_, recordando la de Jonás,
porque tragan y vomitan personas.]

[Nota 197: ¡Qué exacta alusión a las cien mil falsedades, engañifas
y _cumplo-y-mientos_ propios del trato cortesano!]

[Nota 198: _Haciéndose cocos a ellos mismos_, o _a sí mismos_, que
diríamos hoy, esto es, gustando de sí propios y recreándose en sus
ademanes y miraduras, como unos Narcisos. _Hacer cocos_ se dijo de
_cocar_, que significa _agradar, captar la benevolencia_.]

[Nota 199: El señor Bonilla sospecha que _de riñón_ sea errata, por
_de piñón._ No hay tal cosa: la boquita que llamaban _de piñón_ era
naturalmente pequeña, como aquella a que se refiere el _Romancero
general,_ fol. 253:

        «Vna boca, chica era;
        que con _vn piñón_ se mide,
        segura de que haya otra
        que assi enamore y cautiue»;

pero el texto se refiere a una boca achicada artificiosamente. Quien ve
el riñón de un corderillo, ve una boca de esas frunciditas y amaricadas.
Para persuadirse de que no hay la errata que sospechó Bonilla basta
parar la atención en que a esta calle de espejos que pinta Vélez nadie
iba a verse como era, sino a estudiar gestos; uno de ellos, el
fruncimiento de labios. Quevedo, en _El Entremetido y la Dueña y el
Soplón_, mencionó una de estas bocas estudiadamente fruncidas: «Y al
punto, muy esparrancado de ojos, decía: «No hay sino dejar correr; Dios
lo remedie, que tal y cual, lo del camino carretero: sí por sí, no por
no»; y al decir «ello dirá», _ponía una boquita escarolada_, como le dé
Dios la salud.»]

[Nota 200: _Roncando_, como los ojos de aquella Mari Pérez de quien
dijo Quevedo (Musa VI):

        «Tus dos ojos, Mari Pérez,
        _de puro dormidos, roncan_,
        y duermen tanto, que sueñan
        que es gracia lo que es modorra.»

Cuanto a ojos, como a todo lo del mundo, cambian las modas, y por esto
decía Calderón, en la jorn. II de _Eco y Narciso_:

    «BATO     ...Vn tiempo que se dieron
              en usar _ojos dormidos_,
              no había hermosura despierta
              y todo era mirar bizco....»

Pero si Vélez aprendió en Quevedo lo de _roncar los ojos_, de puro
dormidos, una poetisa, doña Catalina Clara, aprendió de Vélez lo de
_roncar hermosura_, pues escribió, retratando a cierta dama:

        «Sus ojos, que _hermosura están roncando_,
        dormidos saben más que otros velando,
        y dice en ellos cada niña airosa:
        _Nigra sum, sed formosa_.»]

[Nota 201: _De Gloria Patri_ quiere decir, como notó el señor Pérez
y González en su citada obra, págs. 23 y 24, «inclinados como fieles que
pronuncian o escuchan el _Gloria Patri_».]

[Nota 202: Sobre las _maretas_ quedó nota páginas atrás (8, 1)[47].]

[Nota 203: _Para desacreditar la naturaleza_, porque le hacen
poquísimo favor carilindos que no acaban de semejar hombres ni mujeres;
y _para desacreditar el rentoy_, porque no parece sino que están jugando
a este juego, en que los compañeros se entienden por medio de gestos y
señas, a lo cual se refirió don Antonio Hurtado de Mendoza en estas
seguidillas de la segunda parte del _Entremés de Micer Palomo_:

        «De las damas de hogaño, ¿qué te parece?
        --Capadillo, pues juegan con seis y siete.
        --¿Y de las que se atapan en la comedia?
        _--Al rentoy, pues te muelen haciendo señas.»_]

[Nota 204: El nombre de _damas cortesanas_ era uno de los muchos que
se solían dar a las mujeres públicas. Así, en una representación de los
Alcaldes de Casa y Corte al Rey (11 de enero de 1617): «Señor: Los
Alcaldes dicen que de estar las mugeres de mala vida _que llaman damas
cortesanas_ alojadas en las calles principales desta corte y con
libertad de vivir donde quieran sean seguido y siguen muy grandes
inconuinientes....» (Archivo Histórico Nacional, Libros de gobierno de
la Sala de Alcaldes, tomo VII, fol. 470.)]

[Nota 205: _Albillas_, como las uvas llamadas así, o _tempranillas_
por otro nombre. _Tempranillas_ asimismo llama el vulgo andaluz a las
muchachas que, sobre cuajarse pronto de mujeres, dan a entender, por la
demasiada viveza y libertad con que miran y hablan, que, jovencillas y
todo, no les pesaría dejar de ser solteras.]

[Nota 206: En Bonilla, _e Giron,_ sin duda por errata.]

[Nota 207: _Vuelven las aguas_..., dice el refrán, que Vélez acomodó
aquí a su propósito.]

[Nota 208: A la _plazuela de los Herradores_, aun hoy llamada así,
concurrían los que alquilaban sus servicios. En los antedichos Libros de
gobierno de la Sala de Alcaldes he visto un auto del año 1621 por el
cual se mandó que los mozos de sillas (los que conducían las sillas de
manos) asistiesen en la _plazuela de Herradores_ y llevasen el correón
al hombro. Y Tirso de Molina, en el acto III de _Por el sótano y el
torno_, hace decir a Santillana, escudero viejo, cuando se dispone a
dejar de servir a su ama, porque le ha reprendido:

        «¡Miren, porque la doy luz
        de amantes embustidores!
        _Plazuela habrá de Herradores_
        y puerta de Santa Cruz:
        no me han de faltar dos reales
        y señoras de alquiler.»]

[Nota 209: _Damas de achaque_, o sea que se achacan o atribuyen
falsamente la damería.]

[Nota 210: Poco después dice de quiénes habían de ser pasto tales
libros: respectivamente, de pajes y doncellas.]

[Nota 211: No tachará de defectuosa la expresión _le preguntó ...
que le dijese_ quien esté advertido de que, como _preguntar_ significa
_demandar_ y _demandar_ y _pedir_ son una cosa misma, solía decirse
_preguntar_ por _pedir_, de lo cual hay en el _Quijote_ muchos ejemplos
(I, 137, 10; III, 85, 19, etc.)]

[Nota 212: Dice _de media talla_, como pudiera decir _de medio
pelo_, o _de medio mogate_.]

[Nota 213: Bien explica esto don Fernando de Loreña en su _Entremés
de los Relojes_ (Biblioteca Nacional, Ms. 17237):

    «D.ª TORRE. Mira quién llama aquí, doña Escalera.

    QUITERIA.   ¿Quién es doña Escalera?

    D.ª TORRE.                          Vna criada.

    QUITERIA.   ¿Con don?

    D.ª TORRE.  Si, _que autoriza una donada_.»

Del uso y abuso de los _dones_ traté largamente en mi estudio sobre _El
retrato de Cervantes_ (Madrid, 1917), págs. 30-53.]

[Nota 214: Por _el tusón de las damas_ (que también se llamaba
_damas_, a secas, a las _damas cortesanas_) ha de entenderse la
categoría de las que entre ellas eran de mayor calidad, a las cuales
llamaban _tusonas_.]

[Nota 215: _Quererse volver al paño_, frase que no registra el
_Diccionario_, pero que oí muchas veces en Andalucía, se dice de las
alhajas muy limpias y brillantes, legítimas o falsas, por alusión al
paño en que las tenía envueltas el platero o quincallero cuando las
vendió.]

[Nota 216: _Don extravagante_, como _clérigo extravagante_, que se
dice de aquel que vive sin incorporarse a la clerecía de ninguna
diócesis.]

[Nota 217: La _ginebra_ está bien definida en el _Diccionario_
académico. Es el mismo grosero instrumento que los andaluces llamamos
_carrasquiña._]

[Nota 218: El _castrapuercos,_ instrumentillo compuesto de algunos
cañutos, es ni más ni menos que la zampoña con que suelen representar al
Dios Pan. En el _Diccionario_ de la Academia, como en el de autoridades
y en el Tesoro de Covarrubias, _castrapuercas:_ pero en el _Trésor_ de
Oudin, _«Castra puercos, vn sifflet de chastreur_». También se llamaba
_castrador_, y debe tomarlo en cuenta la Academia Española, bajo la fe
de Quevedo y Salas Barbadillo. El primero dijo en un romance referente a
los bailes del vulgo:

        «Suéltales las seguidillas
        y a ejecutor de la vara,
        y a la capona, que en llaves
        hecha _castradores_ anda.»

Y el segundo, en el _Entremés del Prado de Madrid, y Baile de la
Capona_:

        «Para el baile previnieron
        las cuerdas de una guitarra,
        sin ver que a un baile capón
        vn _castrador_ le bastaba.»]

[Nota 219: Iba narrando Vélez de Guevara, y súbitamente y sin
preparación deja la palabra a don Cleofás. Estos cambios bruscos de la
persona que habla, y aun de la persona a quien se habla, no escasean en
nuestros escritores del buen tiempo, como de Cervantes hice notar en
diversos lugares del _Quijote_ (I, 10, 17; II, 136, 8; IV, 259, 21; VI,
70, 3, etc.)]

[Nota 220: «Entre los muchos--dije en otra ocasión--que han escrito
acerca de los arbitristas, plaga que infestó a España en los siglos XVI
y XVII, merece mención señalada don Antonio Cánovas del Castillo, que
trató de ellos en sus _Problemas contemporáneos_ (Madrid, 1884), tomo I,
págs. 305-328.... Mi querido amigo don Agustín G. de Amezúa, en su
edición crítica de _El Casamiento engañoso y el Coloquio de los Perros_,
páginas 147-151 y notas 349-351, cita algunos arbitrios notables por su
extravagancia....»]

[Nota 221: Así en la edición original. A escribir hoy, de seguro
habría dicho Vélez: «... que tiene en la mano el retrato de su
dama....»]

[Nota 222: El gramático pedante y engreído, para quien no hay en el
mundo cosa que valga dos maravedís sino sus gramatiquerías, fué siempre
odiado por los escritores. El señor Bonilla recuerda lo que contra ellos
dijo el doctor Suárez de Figueroa en su _Plaza universal de todas
ciencias y artes_ (1615). Y antes que Suárez, Barahona de Soto, en su
_Angélica,_ maltrató á los finchados gramaticones al incluírlos en la
relación de aquellas gentes que Zenagrio, en la morada de Gleoricia, no
se digna de mirar:

        «Tanto del soez _gramático_ arrogante
        que, porque punta y coma sus diciones
        y ordena lo de atrás para adelante,
        no estima los gravísimos varones....»

Yo dije a un consumado gramático, veinte años ha: «¿Qué hará usted con
toda su gramática, si no tiene nada que decir que interese al público?
Usted posee un admirable libro de cocina, cierto; pero, vacía la
despensa, ¿de qué pueden servirle sus excelentes fórmulas culinarias?»]

[Nota 223: Como _ropa_, según una de las acepciones que registra
Covarrubias, es «la vestidura suelta que traemos sobre la que está
ceñida y junta al cuerpo», llamóse _ropa_, especialmente, a la talar, y
_plazas de ropa_ a los oficios o puestos en que se vestía toga o
garnacha. Quevedo, en una de sus jácaras (Musa V), jugando de los verbos
_bogar_ y _abogar_.

        «Por buen supuesto te tienen,
        pues te envían a _bogar;
        ropa_ y _plaza_ tienes cierta,
        y a subir empezarás.»

Y _ropas_, a secas, se llamó también a los oidores, como se echa de ver
por otra jácara de Quevedo, en que dice un jaque encarcelado:

        «Porque no pueda salir,
        me engarzaron en las cormas,
        y siempre mandan que siga:
        ¿Quién entenderá las _ropas_?»]

[Nota 224: El señor Bonilla, después de recordar con Covarrubias que
_pastel_ se dijo de _pasta_, y «es como una empanadilla hojaldrada, que
tiene dentro carne picada o pistada», añade: «Los había de a real, de a
cuatro, de a ocho, de a medio real, etcétera.» Y don Américo Castro,
anotando en la _Vida del Buscón,_ de Quevedo (pág. 89 de la edición de
_Clásicos Castellanos_), aquel pasaje en que dice: «pero yo entiendo que
los pasteleros desta tierra nos consolarán, acomodándole a [un ahorcado]
en los de a cuatro», comentó: _«los de a cuatro_: pastel de a cuatro
reales.» El señor Bonilla, antes de revisar en las pruebas su nota, pudo
hacerse estas preguntas: «¿Cómo un avariento, por ahorrar, había de
gastar cuatro reales en un pastel para su comida?» Pues ¿no era el
pastel, según el invocado Covarrubias, «refugio de los que no pueden
hazer olla?» Y el costo de la olla aun para dos personas, que no para
una, ¿llegaba, ni con mucho, a _cuatro reales_? La Gerarda de _La
Dorotea_ de Lope (acto V, escena II), teniendo convidada, gastaba en su
olla: «una libra de carnero, catorze marauedis; media de baca, seis, son
veinte; de tozino, vn quarto, otro de carbón, de peregil y cebollas dos
marauedis, y quatro de aceitunas, es vn real cabal»: ¿había, pues, de
gastar el avariento cuatro reales en un pastel para sí solo, cuando,
aunque se considere que _La Dorotea_ se refiere a tiempo muy anterior al
en que se alteraron los valores de la moneda de vellón, al escribir
Zabaleta _El día de fiesta por la tarde_; publicado en 1659, «una libra
de carnero valía once cuartos, y un pan cinco, y media azumbre de vino
siete, veintitrés cuartos en junto, o sea once menos que el pastel de
Vélez de Guevara?» Y esto preguntado, o parte de ello, la bien
acreditada diligencia del señor Bonilla le habría abierto camino para
averiguar cuánto costaba un _pastel de a cuatro_ en el tiempo en que el
escritor ecijano escribió su novela.

Pues otro tanto digo del señor Castro, y aun digo más: que pudo
preguntarme sobre ese punto, como me preguntó sobre muchos otros. Esto,
amén de que buena respuesta tenía en el capítulo XI del mismo libro I de
_El Buscón,_ donde un verdugo, un animero, un mulato y otros sujetos de
esta laya comen, entre todos, después de algunas cosas de bodegón,
«cinco _pasteles de a cuatro_. ¿Habían de gastar _veinte reales_ en el
postrecillo...?»

No, ciertamente no eran _de a cuatro reales_ los _pasteles de a cuatro_,
sino de la trigésimacuarta parte de ese valor: eran pasteles _de a
cuatro maravedis._ Con dar un vistazo a los tan socorridos Libros de
gobierno de la Sala de Alcaldes, que se conservan en el Archivo
Histórico Nacional, habrían echado de ver los mencionados comentadores
que en 1596 se mandó que no se hicieran pasteles y cubiletes _de a doce
maravedís_, y sí _de a ocho y de a cuatro_; que en 1642 se trató de que
no se hicieran pasteles _de a ochavo_, y que en 1644 mandaron los
Alcaldes que no se impidiese la venta de cubiletes _de a cuatro
cuartos_. A los que hacían pasteles de _a cuatro maravedis_, por la
misma exigüidad de su precio, no se les podía exigir ninguna gollería,
ni aun siquiera una mediana pulcritud; por eso dijo Quevedo en una de
sus jácaras: (Musa V).

        «Con las manos en la masa
        está Domingo Tiznado,
        _haciendo tumbas a moscas
        en los pasteles de a cuatro_.»

Y en un romance de la Musa VI hizo decir a un manto plebeyo:

        «Con poco temor de Dios,
        pecaba en _pastel de a cuatro,
        pues vendí, en traje de carne,
        huesos, moscas, vaca y caldo_.»]

[Nota 225: Es uno de los modos de decir que quiso desterrar Quevedo
en la _Premática que este año de 1600 se ordenó_...: «... _no tiene a
nadie en lo que pisa_.»]

[Nota 226: Elíptico: _no sea que nos embarguen_, quiere decir.]

[Nota 227: _Los unos de los otros_, como también lo dice Correas en
su _Vocabulario de refranes_..., pág. 421 b, y _no los unos y los
otros,_ como malamente se suele enmendar ahora. Lope de Vega, en el acto
II de _El Caballero del Sacramento_, explica bien el sentido del refrán:

    «DORISTA. Leerla quiero, por ver
              en mi desdicha un proverbio.
              _(Lee:) «Todos somos locos,
              los unos de los otros.»_
              ¡Qué discretamente dice!
              Unos por otros hacemos
              disparates y locuras;
              todos andamos sin seso,
              ya los padres por los hijos,
              ya los deudos por los deudos,
              ya las damas por sus cuyos,
              ya por las damas sus dueños.»]

[Nota 228: _Sobrepelliezes_, dice la edición original, sin duda por
errata.]

[Nota 229: Este _donde_, equivalente a _de manera que_, quizás no se
entenderá bien por quien ignore que está dicho a la andaluza, tal como
alguna vez lo usó Cervantes: «Venida la noche, cenará con el Rey, Reina
e Infanta, _donde_ nunca quitará los ojos della, mirándola a furto de
los circunstantes....» (_Quijote_, I, 21).]

[Nota 230: _Actos positivos_ son, como dice el _Diccionario_
académica, los «hechos que califican la virtud, limpieza o nobleza de
alguna persona o familia». Para las pruebas, por ejemplo, de limpieza y
nobleza en lo escolar, tres _actos positivos_ hacían cosa juzgada, según
la _Nueva Recopilación,_ leyes XXXV-XXXVII, tít. VII, libro I.]

[Nota 231: Según Covarrubias (art. _torçuelo_), «los que saben de
cetrería dizen que comunmente la cria de los açores es de tres pollos:
los dos primeros se llaman primas y son hembras, y grandes de cuerpo; y
el _torçuelo_ es menor que ellas y es macho. Dixose _torçuelo_, quasi
terçuelo, por ser tercero en orden....» Vélez de Guevara dice
figuradamente _caballero torzuelo_, indicando su baja condición.]

[Nota 232: Páginas atrás quedó nota acerca de una frase parecida a
_con los míos me haga Dios bien_.]

[Nota 233: Este verso está impreso a renglón corrido, como prosa, en
la edición original.]

[Nota 234: Refiérese don Cleofás a su tocayo el Leandro amador de
Hero y al soneto de Garcilaso que comienza:

        «Pasando el mar _Leandro el animoso,
        en amoroso juego todo ardiendo_....».

soneto que, en efecto, figura en las diversas ediciones de _Las Obras de
Roscan y algvnas de Garcilaso de la Vega, repartidas en qvatro libros_,
fol. 121 de la de Anvers, Martín Nucio, 1556, que es la que poseo.]

[Nota 235: Elíptico: _merced de un hábito,_ quiere decir.]

[Nota 236: _Salicio y Nemoroso_, como es sabidísimo, son los
interlocutores de la más famosa de las églogas de Garcilaso.]

[Nota 237: Por aquí se averigua que don Cleofás, como de él se dijo
en el tranco I (15, 2)[63], era _hidalgo a cuatro vientos_, sin otro solar
que el muy conocido de los versos de Salicio y Nemoroso.]

[Nota 238: _Pedir las pajaritas del aire_ es una frase de
encarecimiento equivalente a _pedir gollerías._ Espinel, en su _Sátira
contra las damas de Sevilla_, tratando de las doncellitas de su tiempo:

        «Luego les duele el hígado y el bazo;
        luego _piden las paxarus del ayre_....»

Esta frase llegó a hacerse tan enfadosa, por lo repetida, que don
Francisco de Quevedo la proscribió en su _Premática_ de 1600: «Quítanse
por nuestra premática los modos de decir siguientes: _... las pajaritas
que vuelan_....»]

[Nota 239: También solían pedir _el fénix empanado_, o cosas poco
menos imposibles, bien que por broma y regodeo, los que comían en ventas
y mesones. A los ejemplos que transcribe el señor Bonilla podrían
añadirse otros, éste, verbigracia del _Entremés de los invencibles
hechos de Don Quijote de la Mancha_, compuesta por Francisco de Ávila,
publicado en 1617, y reimpreso en 1905 con prólogo y notas de don Felipe
Pérez y González:

    «MUJER.  Estánme echando todos bernardinas,
             pidiéndome imposibles por momentos.

    VENTERO. ¿Qué os piden, por mi vida?

    MUJER.                              Disparates:
             los átomos del sol, _el ave fénix,_
             y la leche de todas las cabrillas

    VENTERO. ¿No veis, mujer, que aqueso es regodeo,
             y siempre se acostumbra por las ventas
             echar pullas a todos?»]

[Nota 240: _Regoldano_ se dice del fruto del castaño silvestre, a
diferencia del que da el injerto, que es mejor. Vélez aplica estos
adjetivos al hechicero en sus respectivas cualidades de astrólogo y
nigromante.]

[Nota 241: Alude Vélez a algunos pasajes bíblicos, tales como éstos:
_«Aprehendens autem David vestimenta sua scidit, omnesque viri qui erant
cum eo_ (II _Reyes_, I, II).--_Quoe cum audisset Ezechias rex, scidit
vestimenta sua_....» (IV _Reyes_, XIX, I).]

[Nota 242: El _besar las manos_ era obligado principio en todo
mensaje verbal. Así comienza el suyo a don Quijote, en la cueva de
Montesino (II, 23), la compañera y emisaria de Dulcinea: «Mi señora
Dulcinea del Toboso _besa a vuesa merced las manos_, y suplica a vuesa
merced se la haga de hacerla saber cómo está....»]

[Nota 243: El señor Bonilla corrige _comission_ donde la edición
príncipe dijo _comisson_, y no corrige, cuatro palabras después,
_comissionario_ donde la propia edición dice _comissonario_.]

[Nota 244: _Demonios a las veinte_, como _correos a las veinte_, que
eran los que habían de andar veinte leguas cada veinticuatro horas. En
el pleito entre Salvador de Toro y Pedro de Isunza, proveedores de las
galeras reales, hay una certificación de Diego de Ruy Saenz (Puerto de
Santa María, 8 de marzo de 1593) referente a haber despachado «tres
correos, los dos a la ciudad de malaga y el otro a la villa de madrid,
_a las veynte leguas»._ (Archivo. General de Simancas, Expedientes de
Hacienda, leg. 516.)]

[Nota 245: Que _la mula de Liñán_ es el aire, no ofrece duda; pero
¿cuándo y por quién se dijo esta frase? Esto es lo que había que
averiguar, y ni Durán, ni Pérez y González, ni Bonilla, ni yo, hemos
tenido la fortuna de ponerlo en claro.]

[Nota 246: _Vara alta_, esto es, _derecha, vertical_, quiere decir
_autoridad, poder, jurisdicción._ Allí donde los investidos de autoridad
dejaban de tenerla, soltaban o _bajaban las varas_. Esto ocurrió al
entrar Felipe II en Portugal, según refiere Isidro Velázquez en _La
entrada qve en el reino de Portvgal hizo la S.C.R.M. de don Philippe,
invictíssimo Rey de las Españas, segundo deste nombre_.... (Lisboa,
Manuel de Lyra, M.D.LXXXIII), fol. 70: «Prosiguiose el camino, y a la
llegada de vn río, mojonera o diuision de los terminos de los Reynos,
salio orden que los ministros de justicia Castellana _baxassen las
varas_, o no las traxessen....»]

[Nota 247: En los siglos XVI y XVII se solía llamar _figones_ a los
que después se llamó _figoneros_, dejando aquel nombre para sus
bodegones o fondines. Por un acuerdo de la Sala de Alcaldes pregonado a
18 de mayo de 1595, se mandó que se notifique «a los que guisan de
comer, que llaman _figones_» que no diesen de comer a las personas que
fuesen a sus casas, ni manjar blanco, ni tostadas, ni pastelillos, ni
otras cosas dulces. (Archivo Histórico Nacional. Libros de gobierno de
la Sala de Alcaldes, tomo II, fol. 47.)]

[Nota 248: Como advierte el señor Bonilla, «el Infante don Pedro de
Portugal recorrió, no las _siete_, sino las _cuatro_ partidas del mundo.
Así lo dice el mismo título de la obra famosa donde se relatan sus
andanzas: _Libro del infante don Pedro de Portugal, que anduvo las
quatro partidas del Mundo_ (Çaragoça, Juan Millán, 1570).» ¿Por qué,
pues, dijo el vulgo ser _siete,_ y no _cuatro_, las tales _partidas?_
Probablemente, según observé en otro lugar, por contaminación de esa
frase con el nombre de nuestro célebre código _de las Siete Partidas_.]

[Nota 249: Estas palabras patentizan que aún en el segundo tercio
del siglo XVII perduraba con su renombre, si bien llamándose _de la
Sevillana_, aquel célebre _mesón del Sevillano_ que inmortalizó
Cervantes haciéndole lugar de la acción de _La Ilustre fregona_. Véanse
las noticias que acerca de esta posada di ha poco en el prólogo de mi
edición crítica de la mencionada novela cervantina. (Madrid, 1917.)]

[Nota 250: _Por miedo que conspiren_, diríamos hoy, omitiendo ese
_no_ que en realidad redunda, pero que antaño se usaba con los verbos
que significan temor, como noté en diversos lugares del _Quijote_ (II,
80, 15; III. 59, 24; 144, 12; 217, 8; IV, 50, 1; 126, 15, etc.).]

[Nota 251: El señor Bonilla puntuó así este pasaje: «... a otras
diligencias, deste modo por sobornar....» En la edición príncipe no hay
coma alguna después de la que sigue a la voz _esguízaros_, hasta otra
que sigue a las palabras _contra mí_. Creo que el verdadero sentido
requiere esa coma donde la he puesto: dice el Cojuelo que regresará por
Suiza _a otras diligencias deste modo,_ o sea, parecidas a la ya
indicada de hacer degollara los hermanos del Gran Turco.]

[Nota 252: _«Mearle la pajuela_--dice Covarrubias--; género de
desafío que usan los niños vnos contra otros.» Correas, en su
_Vocabulario de refranes y frases proverbiales_, publicado por la
Academia Española en 1905, explica la frase de esta manera (pág. 618
_b_): «Vsaban los muchachos luchar, y a las tres caídas, el vencedor
_cogía una pajuela_ del suelo _y la meaba_, y con ella daba por la boca
al vencido sin que lo viese, y de este modo le afrentaba, y así en otras
cosas.» Pero tal frase tiene, además del significado natural, otro
figurado, más usual, que definió así el _Diccionario_ de autoridades:
«Aventajarse, sobresalir y exceder a otro en la ejecución de alguna
cosa», y éste, como nota el señor Bonilla, «es el sentido de la frase en
el pasaje del _Cojuelo»._ E igualmente en los siguientes versos de Lope
(_Los novios de Hornachuelos_, acto III):

    «E. REY.     ¿Sois los novios mal contentos
                 que celebra este lugar?
                 Llegad. No, no tengáis miedo.

    BERRUECO.    Somos, señor; pero sepa
                 que hay otros dos en el pueblo
                 que _nos mean la pajuela_,
                 pues somos los dos con ellos
                 paloma y palomo....»]

[Nota 253: Con esto de _la jerigonza crítica_ alude Vélez al
culteranismo; a la _culta latiniparla_, como llamó Quevedo al
vocabulario que usaron Góngora y sus secuaces.]

[Nota 254: Aristóteles decía que la belleza es _una carta de favor_,
y doña Isabel la Católica, que «el hombre de buena cara lleva consigo
_carta de recomendación_ para cualquier cosa que emprendiere».]

[Nota 255: Claro que estos brindis eran _por las damas y los amigos_
de los que brindaban y no por los del Rey.]

[Nota 256: Dije en mi conferencia acerca de _El yantar de Alonso
Quijano el Bueno_ (Madrid, 1916), pág. 32: «...Pero lo más usado era
acabar de comer con aceitunas», de donde se dijo: _llegué_, o _llegó a
las aceitunas_, para significar que se llegó tarde a algún convite o
reunión. El acabar de comer con este postre se menciona con frecuencia
en nuestros libros del buen tiempo: Don Antonio Hurtado de Mendoza, en
el _Entremés del Examinador micer Palomo_:

    «VALIENTE.  Yo he tenido quinientos desafíos;
                he hecho sobre el duelo dos comentos;
                seiscientos antuviones he pegado
                y he reñido cien veces en ayunas.

    MR. PALOMO. ¿Qué fuera _al fenecer las aceitunas_...?»

Y por lo que hace al _palillo_, dije en la citada conferencia que «entre
los abuelos de nuestros tatarabuelos era el _palillo_ o mondadientes
obligado postre último de toda comida; tanto, que entre gente hidalga el
comer podía faltar, y aun faltaba, en efecto, muchas veces; pero el
_palillo_ no».]

[Nota 257: En el _Quijote_ (II, 44), apenas se hubo partido Sancho
para su ínsula, «cuando don Quijote sintió su _soledad_», y de esta
_soledad_ dije en las notas de mi edición crítica de la inmortal novela
de Cervantes lo que, aunque ésta peque por harto extensa, voy a
transcribir: «Sintió, no la _soledad en que_ le había dejado Sancho,
como entendió malamente Unamuno, sino la _soledad de él;_ la _soledad
con que_ lo había dejado; que aquí _soledad_ no significa «falta de
compañía», sino «pesar que se siente por la ausencia de una persona, y
deseo de volverla a ver». Esta _soledad_ es, ni más ni menos, la
_saudade_ portuguesa que en todo tiempo han pretendido imponernos los
que ignoraban que acá la teníamos castellana, tan rancia, a lo menos,
como la de nuestros vecinos. Véanse algunos ejemplos:

«De _sentir soledad_ de una persona o cosa, como en el lugar que anoto.
Rivadeneyra, _Flos sanctorum_, en la Ascensión del Señor....» Los
apóstoles también sentían la huerfanidad de tal padre, _la soledad de
tal maestro_, de tal pastor y de tal capitán, especialmente viéndose
entre tantos y tan crueles enemigos.» Lope de Vega, en el acto I de _El
Animal de Hungría:_

    «TEODOSIA. Rezien casada, y venida
               a Ungría de Ingalaterra,
               _sentí soledad notable
               de mi tierra_ en tierra agena.»

«Lo mismo _tener soledad de_. Un cantarcillo del siglo XV:

           «Aldea donde nací,
           _soledad tengo de_ ti.»»

En el capítulo cxxvij del libro primero de _Don Clarian de Landanis,_
fol. clxxxiiij: «_Teniendo_ [Gradamisa] gran _soledad_ de su buen amigo
don clarian, dio vn sospiro y dixo consigo....» Don Felipe II, en carta
escrita en Lisboa a 16 de abril de 1582 (Gachard, _Lettres de Philippe
II à ses filles....):_ «Y de lo que más _soledad he tenido es del cantar
de los ruiseñores,_ que ogaño no les he oydo, como esta casa es lexos
del campo.»

»También se decía _hacer soledad_ una persona o cosa, en equivalencia de
apesadumbrar por su ausencia o falta. Santa Teresa, en carta a fray
Jerónimo Gracián (Ávila, 10 de junio de 1579): «¡Oh, qué _soledad me
hace_, cada día más, para el alma estar tan lexos de vuestra
paternidad...!» En carta autógrafa de _Margareta_ (doña Margarita de
Austria) al rey don Felipe III (11 de octubre de 1599) decíale: «Señor,
no puedo dejar describir a V. Md. para pasar con algún consuelo la
_soledat q me ase_, q con aber tan pocas horas q se fui V.M. me pariçe q
a mil años....»

»Muchos portugueses, y aun algunos españoles, verbigracia, don Adolfo de
Castro en su _Himno a una palabra_ (apud _Estudios prácticos de buen
decir y de arcanidades del habla española,_ Cádiz, 1880, pág. 293), han
querido y creído que nuestra _soledad_ no signifique enteramente lo que
la _saudade_ lusitana, o por lo menos, que sea mera traducción de ésta,
afirmaciones contra las cuales protestó nuestro españolísimo Menéndez y
Pelayo _(Orígenes de la Novela_, tomo I, pág. CCXXI) en estas palabras:
_«Soledad,_ en el sentido de melancolía que se siente por la ausencia de
una persona amada o por el recuerdo del bien perdido, es palabra tan
legítimamente castellana como es portuguesa _saudade_; se ha usado en
todos los tiempos, da nombre a un género especial de cantares andaluces,
y nuestro _Diccionario_ académico consigna esta voz como de uso
corriente.» Y en las _Adiciones y rectificaciones_ del mismo tomo (pág.
DXXVI) insertó la notable carta, ya publicada en la _Revue Hispanique_
(1901), en que don Juan de Silva, portugués de origen, sostuvo y
demostró que nuestra _soledad_ expresa tanto y aún más que la _saudade_
de nuestros vecinos.

»¿Se usa aún hoy en tal acepción la palabra _soledad_? En España no
recuerdo haberla oído; pero en Colombia todavía llaman _soledades_ a los
pesares amorosos causados por la ausencia. Véase una linda copla popular
de Casanare, publicada por fray Pedro Fabo del Corazón de María,
cultísimo agustino recoleto, en su interesante libro intitulado _Idiomas
y etnografía de la región oriental de Colombia_ (Barcelona, 1911), pág.
228:

            «Empréstame tus ojitos
            para completar dos pares;
            que con los míos no puedo
            llorar tantas _soledades_.»]

[Nota 258: Para el léxico de la Academia, _quedarse como un
pajarito_ significa «morir con sosiego, sin hacer gestos ni ademanes.»
Sea eso; pero sea también _quedarse muy dormido_, como en este lugar del
texto, y así, dije en las _Mil trescientas comparaciones populares
andaluzas_ (Sevilla, 1899), páginas 104 y 105: _«Se queó como un
pajarito...: Dormido,_ y más a menudo, _muerto_; del que se duerme
profundamente también se dice: _Se queó frito_ o _fritito_.»]

[Nota 259: Suplo un _las_ que falta en el texto original, por
omisión mecánica de una de dos sílabas iguales e inmediatas.]

[Nota 260: Con lo de _Adanes del baratillo_ quizá se referiría Vélez
a alguna tienda de baratijas en que se vendiesen figurillas de barro, y
entre ellas la de nuestro primer padre.]

[Nota 261: «Alusión--como dice el señor Bonilla--a unos zapatos de
cuero.» Eran famosos los cueros curtidos en Fregenal de la Sierra, por
lo cual, en una jácara de Quevedo, refiriéndose a _la penca_ o azote del
verdugo, dice Lampuga a la Perala:

        «Más me cuestas de pregones
        y _suela de Fregenal_
        que valen seis azotados
        si los llegas a tasar.»]

[Nota 262: _De grana de polvo,_ es decir, teñida con el polvo de los
gusanillos que llaman _grana_. También decían, a secas, _teñido,_ o
_teñida, de polvo_. Entre los regalos que los padres trinitarios de la
Redención de cautivos hicieron al Rey de Argel en 1591 figuraba «una
manta fraçada de la marca maior _teñida de polvo_, con su franxa de oro
y seda», que había costado 19.550 maravedís. (Archivo Histórico
Nacional, Libros de la Orden Trinitaria, 121 _b_, fol. 50 vto.)]

[Nota 263: _Severo_, en su acepción de _grave, serio, mesurado_.]

[Nota 264: Dice de las comedias de este loco que _se las habían
apedreado como viñas,_ recordando la frecuencia con que el pedrisco daña
los viñedos.]

[Nota 265: _Menalao_, por _Menelao_, no es errata; solían decirlo
así, por asimilación de vocales. Francisco Santos, en _Los Gigantones en
Madrid por de fuera_, apud _Obras en prosa y verso_..., tomo I, pág.
396: _«A Menalao_, por aver entrado en su casa Paris....»]

[Nota 266: La _Casa del Nuncio_ llamaban al hospital de dementes de
Toledo, porque lo fundó, a fines del siglo XV, mi nuncio apostólico
llamado don Francisco Ortiz. También solían llamarlo _el Nuncio_, a
secas, y por las celdas o jaulas en que se encerraba a los locos
furiosos, _los alberguillos de Toledo_.]

[Nota 267: _Cual tenga la salud_, es decir, _mal_. Era corriente
esta comparación imprecatoria. Véase algún ejemplo. Lope de Vega, en el
acto II de _El Caballero de Illescas_:

    «ROBERTO  ...Y tengo gracia en hacer
              versos, que canto a un laúd.

    JUAN.     _Cual tengáis vos la salud_
              todo eso debe ser.»]

[Nota 268: Parece que debiera decir: _fué tal_....]

[Nota 269: En mis notas al _Quijote_ (VIII, 56, 10) expliqué por qué
debe escribirse _¡Cierra, España!_, y no _¡Cierra España!_, como
generalmente se estampa y se dice. _España_ en esta locución es un
vocativo, y exclamar _¡Cierra, España!_ equivale a exclamar: _¡España,
cierra_, o _faja, con los enemigos_!]

[Nota 270: Exaltarse los poetas hasta el punto de tomar sus
imaginaciones por realidades y parecer locos, nunca fué cosa harto rara:
ya decía de Horacio su siervo: _«Aut insanit homo, aut versas facit_.»
Ni fué raro tampoco el exagerarlo festivamente nuestros escritores.
Pérez de Montalván, en la jorn. I de _No hay vida como la honra_.

    «TRISTÁN. Señor, mi amo es poeta
              y los tales, cuando escriben,
              mudan más de cuatrocientas
              caras en una hora sola;
              porque, si es de cosa tierna,
              se retozan ellos mismos,
              se miman y se gorjean;
              si de guerras se ensayonan,
              se encolerizan y emperran
              de manera, que tal vez,
              llevados de aquella idea,
              encasquetando el sombrero,
              al primero con que encuentran,
              como si fuera de Holanda,
              de Francia o Inglaaterra,
              diciendo: «¡Santiago, a ellos!
              »¡Cierra, España! ¡Todos mueran!»,
              le dan dos o tres puñadas,
              o le quiebran la cabeza.»]

[Nota 271: _El basilisco de Malta_ debió de ser, como conjetura el
señor Bonilla, nombre vulgar de una pieza de artillería que tuviese la
Orden de San Juan en la isla de Malta.]

[Nota 272: _Alojaron_, refiriéndose a _compañía,_ que, como _gente,
manada_, y los demás nombres colectivos, puede concertar, por silepsis,
con un adjetivo o verbo en plural, cuando concurren los dos requisitos
que menciona Bello en el §818 de su _Gramática,_ anotada por Cuervo
(pág. 215 de la edición de 1908).]

[Nota 273: Por _legumbre_ ha de entenderse aquí, aunque
impropiamente, cosas arrojadizas de huerta, como tronchos, pepinos,
nabos, etc. Las comedias de Cervantes--él lo dice--«se recitaron sin que
se les ofreciese ofrenda de pepinos ni de otra cosa arrojadiza». Y con
lo de _edificio_ alude Vélez, como supone el señor Bonilla, a _cascote_
o _escombros_.]

[Nota 274: _A pleito de tenuta_, o sea a pieza de autos judiciales
tan abultada como solían ser las en que se trataba de la tenuta o
posesión provisional de las rentas y frutos de un mayorazgo en litigio.]

[Nota 275: Puigblanch, en sus _Opúsculos gramático-satíricos_ (tomo
1, pág. 30), sostiene fundadamente que, contra lo que creyeron muchos
autores, el _Paladión_ no fué el caballo de Troya, sino una pequeña
imagen de la diosa Palas.]

[Nota 276: «_Armado de punta en blanco_ quiere decir armado de pies
a cabeza, con todas las piezas de un arnés, y las demás armas defensivas
y ofensivas, desnudas, a punto y guisa de acometer y pelear.» (Correas,
_Vocabulario de refranes_..., página 31 _a_).]

[Nota 277: El socorrido expediente de hacer de pasta las dueñas que
faltaran para completar el número de once mil parece reminiscencia de lo
que cuenta Cervantes (_Quijote,_ II, 48) de aquella señora «de quien se
dice que tenía dos dueñas de bulto con sus antojos y almohadillas al
cabo de su estrado, como que estaban labrando, y tanto le servían para
la autoridad de la sala aquellas estatuas como las dueñas verdaderas».]

[Nota 278: También Quevedo llamó _sabandijas_ a las dueñas, pues
hizo decir a una del gremio (Musa VI):

            «Fué Dios servido después
            de que yo me convirtiese
            en _sabandija_ tocada,
            en un lechuzo de _réquiem.»_

En ranas dijo el mismo autor, en _Las Zahurdas de Plutón,_ haberlas
visto convertidas: «Así supe como las dueñas de acá son ranas del
infierno, que eternamente como ranas están hablando, sin ton y sin son,
húmedas y en cieno, y son propiamente ranas infernales; porque las
dueñas ni son carne ni pescado, como ellas. Diome grande risa el verlas
convertidas en _sabandijas_ tan pierniabiertas....»]

[Nota 279: _Oyones_, dicho en tono festivo por _oyentes_.]

[Nota 280: _Saber_, o _entender, poco de filis_, frase que falta en
el _Diccionario_, significa no ser capaz de ciertas delicadezas o
finuras. Calderón, en la jorn. II de _Guárdate del agua mansa_:

    «D. TORIBIO.       Pues de mi cuidado
                 ¿en qué estriban los desvelos?

    EUGENIA.     Preguntádselo a los cielos,
                 a los astros y a los hados,
                 que no inclinan mi albedrío.

    D. TORIBIO.  Pues en algo está el busilis.

    EUGENIA.     En que vos no tenéis _filis_
                 para ser esposo mío.»

Picado don Toribio por esta expresión, aun sin entenderla, dice poco
después a don Alonso:

          «Y para que se averigüe
        si los hombres como yo
        tienen o no tienen _filis_,
        por no obligarme a retarla
        en extranjeros países,
        haced que me compren luego
        cuantos _filis_ sean vendibles,
        y cuesten lo que costaren.»]

[Nota 281: Por analogía con las _encamisadas_ a que se refieren los
diccionarios, llama Vélez _encamisada_ a los sujetos que acudieron a las
alarmantes voces del Poeta; bien que si los más de ellos estaban «hechos
Adanes del baratillo, poniendo las manos donde habían de estar las hojas
de higuera», más podía llamarse _descamisada_ que _encamisada_ a su
junta o reunión.]

[Nota 282: _Mediar el caso_, como _mediar la causa_ (_Quijote_, I,
46), y _médiese la partida_ (II, 26).]

[Nota 283: Se refiere a un ejemplar de alguna de las diversas
ediciones que antes de mediar el siglo XVII se habían hecho del _Arte
poética española_ de Diego García Rengifo, publicada a nombre de Juan
Díaz Rengifo, y cuya edición príncipe es de Salamanca, Miguel Serrano de
Vargas, 1592.]

[Nota 284: «_Omenaje_ tanto quier dezir--según la ley V, título XXV
de la partida IV--como tornarse ome de otro, e fazerse suyo por darle
segurança sobre la cosa que prometiere de dar o de facer, que la
cumpla.» Se hacía _pleito homenaje_ metiendo la mano derecha, o las dos
manos, entre las del que lo recibía, y jurando hasta tres veces cumplir
aquello a que se obligaba. Véase, por ejemplo, un pleito homenaje tan
ecijano como el mismo Vélez de Guevara y como el gran poeta Garci
Sánchez de Badajoz, en manos de cuyo padre se hizo. En Écija, a 20 de
marzo de 1475, ante el escribano Alfón de Aguilar, estando ayuntados en
la casa del cabildo los honrados señores concejo, asistente, alcaldes,
alguaciles, regidores, jurados y caballeros, y presente el comisario
Francisco Velasco, en nombre y con poderes de «la muy alta y muy
esclarecida Princesa, Reyna e señora nuestra señora la Reyna doña
Isauel», habiendo recibido del concejo y el asistente «la fidelidad,
juramento e omenaje que eran tenudos de fazer a la dicha señora Reyna
como primogenita heredera destos Reynos de Castilla y de Leon, e al muy
alto e esclarecido principe don Fernando su legitimo marido, luego el
dicho Comisario en el dicho nombre e por virtud de los dichos poderes
dixo que juraba e juró por el nombre de Dios e de Santa María e por las
palabras de los santos evangelios e por la señal de la Cruz, en que puso
su mano derecha, e fizo pleito omenage en manos de Fernan Sanchez de
Badajoz, cauallero fijodalgo, una, dos e tres veces segun fuero e
costumbre de España, so cargo del qual prometió e juró en el ánima e
persona de la dicha señora Reyna de confirmar e guardar los privilegios
e buenos usos e costumbres e ordenanzas, esenciones e libertades desta
cibdad....» (Archivo Municipal de Écija).]

[Nota 285: Esto se cuenta de los Siete Durmientes, de quienes ya
traté en nota del tranco II (59, 16)[182]. Pérez de Montalván, en la
jornada I de _Santo Domingo en Soriano_, se hizo eco de la vulgar
conseja:

    «CHOCOLATE. Si a la venganza saliesen
                quantos ay en Sorïano,
                y lloviera Dios valientes,
                con solo un dedo meñique,
                sin mover essotros nueve,
                los arrojara tan altos,
                _que quando a baxar bolviessen,
                hallassen otra moneda,
                como los Siete Durmientes_.»]

[Nota 286: Asemejándolos a los censos, Vélez llama _güéspedes al
quitar_ a los hospedados en el mesón, porque al ausentarse, dejaban de
ser huéspedes, y _güésped de por vida_ al mesonero, porque lo había de
ser hasta su muerte. En este pasaje pudo echar de ver don Antonio de
Valbuena que, contra lo que, sin duda ofuscado, defendió en algún
periódico, _huésped,_ como _hospes_ latino, significa, y así lo advierte
Covarrubias, tanto el forastero que viene a nuestra casa, o a nuestro
pueblo, como el mesonero o el que tiene casa de posadas. En el cap. LIX
de la segunda parte del _Quijote_ ocurren juntas, como en el texto que
anoto, las dos acepciones de esta voz: «¡Por Dios--respondió el
_huésped_ (el hospedador)--que es gentil relente el que mi _huésped_ (el
hospedado) tiene!»

El decir _al quitar_ de cosas extrañas a los censos no fué original de
Vélez de Guevara: ya se leía en el _Romancero general_ (fol. 257 vto.):

        «Teneys vn custodio falso,
        vn Argos astuto artero,
        más velador que velado,
        _novio al quitar, como censo_.»

Y en Tirso de Molina, acto II, de _La Villana de la Sagra_:

    «CARRASCO. No hay tal pariente en el mundo
               como el dinero en la mano;
               éste es pariente de veras;
               que lo demás es quimeras:
               él es padre, primo, hermano.

    D. Luis.   Carrasco, lo propio pienso
               que se usa en cualquier lugar.

    CARRASCO. _Hay parientes al quitar_,
              _que son de casta de censo_.»]

[Nota 287: En cuanto a la voz _saudade_, véase lo dicho acerca de
_soledad_ en nota del tranco IV (95, 4)[257]. Aquí se ocurrió a Vélez usar
el vocablo portugués, corriente en España; pero lo mismo pudo decir
_soledad_.]

[Nota 288: El refrán dice: _De amigo a amigo, chinche en el ojo_, y
enseña que no es discreto confiar en todos los que se nos venden por
amigos. En lugar de _chinche_, algunos dijeron _chiz_ (significando
_agraz_), y otros, _chincha, china, chinilla_ o _chineuela, chispa,
chispe_, etc. _Sangre_ dice el léxico de la Academia.]

[Nota 289: _Galantería,_ en la acepción de _broma_ o _chanza_, no
registrada en los diccionarios.]

[Nota 290: Parece faltar un _por: y por la amistad_....]

[Nota 291: Algunos editores corrigieron: _¿cómo te ha ido_...? por
no parar mientes en que el plural del texto es de frecuente uso popular:
_¿Cómo andamos_?, decimos al preguntar a uno por su salud.]

[Nota 292: No hay montañés que no se tenga por hidalgo: «Montañés,
hidalgo es», dice un refrán, que yo supongo inventado por ellos.]

[Nota 293: Se refiere a la Valtetina, comarca situada entre el lago
de Como y el Adda.]

[Nota 294: En la edición príncipe hay coma después de la palabra
_infierno_, y también después de _Indias_ en el reclamo del folio 49
recto, si bien a la vuelta se omitió. El señor Bonilla puntúa así: «...
y este es el juro de heredad que más seguro tenemos en el infierno;
después, de las Indias fuí a Venecia...»; pero como no ha dicho que
fuese a las Indias, sino a Suiza, muy cercana a Italia y a la Valtelina,
que era italiana, colígese que a tal puntuación es preferible la mía,
aun siendo mía, máxime cuando con ella es clarísimo el sentido del
pasaje. Y dijo el Diablillo que los suizos y valtelinos eran el mejor
juro de heredad del infierno, _después de las Indias_, porque éstas no
podían dejar de ser campo fertilísimo para aquél, por lo mal que los que
iban allá solían cumplir con sus conciencias. Cabalmente por eso, en el
tranco VIII, dice el Cojuelo, estando en Sevilla: «... y me hallo en este
lugar muy bien, porque alcanzan a él las conciencias de Indias».]

[Nota 295: _Clarísimo_--dice el _Diccionario_ de autoridades--«es
también renombre y título honorífico con que en algunas repúblicas, y
especialmente en la de Venecia, se distinguen algunas familias o sujetos
de conocida nobleza».]

[Nota 296: _Hablar en_, como en el tranco II, donde quedó nota (50,
5)[165].]

[Nota 297: Refiérese a don Pedro Girón; a aquel a quien, como dijo
Quevedo en un soneto admirable, _faltó su patria_, y de quien escribió
Lope de Vega, celebrando su vuelta de Italia (_Vega del Parnaso_, parte
I):

          «Tú solo, claro príncipe de Osuna,
        de las armas de España en pie tuviste
        la ofendida opinión, y a los gigantes
        contrarios a su próspera fortuna,
        Júpiter español, castigo diste,
        y en sus aguas gimieron arrogantes....»]

[Nota 298: Entre tantos extranjeros como venían a España con la
golosa determinación de catar la miel indiana de que hablé en nota del
tranco II (46, 8)[151], los genoveses fueron las más escondedoras urracas
de nuestro dinero, por lo cual dijo Quevedo de él en una de sus
letrillas:

          «Nace en las Indias honrado,
        donde el mundo le acompaña;
        viene a morir en España,
        _y es en Génova enterrado_.»]

[Nota 299: _Golfo lanzado_, ablativo absoluto, o _de golfo_, o _a
golfo lanzado_, modo adverbial, son frases italianas, muy corrientes en
España en otro tiempo, por nuestra continua comunicación con Italia.
«_Navigare, o Andare a golfo lanciato, vale Navigare per linea retta, a
dirittura; contrario di Costeggiare.» (Vocabolario degli Accademici
della Crusca_, 4.ª ed., Firenze, M.DCC.XXXI.)]

[Nota 300: Los que venían a España desde Génova solían desembarcar
_en Vinaroz_. Así aquel supuesto conde italiano de Tirso de Molina, en
el acto II de _La Huerta de Juan Fernández_:

    TOMÁS.         De Génova me sacó
                   la capitana o sargenta....
                   Desembarqué en _Vino-arroz_....

    D.ª PETRONILA. _Vinaroz_ se llama.]

[Nota 301: _Oviar_, que es _obviar_, escrito como generalmente se
pronuncia: el grupo _bv_ es poco acomodado para labios españoles.]

[Nota 302: _Andulucía,_ por asimilación de vocales, como _purtugués,
munumento, resulución_, etc.]

[Nota 303: «La copla íntegra--nota Bonilla--se lee al final del
_Entremés y baile del Invierno y el Verano_, de Benavente:

        _«Tendré el invierno en Sevilla
        y el veranito en Granada_,
        en Motril la caña dulce
        y en Málaga la patata.»]

[Nota 304: En la edición príncipe, _de Durazután._ Téngolo por
yerro, pues _de Daraçután_ la llama el _Reportarlo de todos los caminos
de España_ ... de Juan Villuga (Medina del Campo, Pedro de Castro,
M.D.XIVI), en el itinerario de Toledo a Córdoba; y aun llamándola en
otro _venta dalaruçatan_, se echa de ver que es errata, por _de
daraçutan_ o _de laraçután;_ que también pudieron llamarla así,
convertida la _d_ en _l_, como en _lucho_ por _ducho, litado_ por
_ditado_, etc.]

[Nota 305: Pérez y González llamó la atención acerca del evidente
yerro que hay en el señalamiento de esta distancia. En efecto, según el
citado _Reportario_, de Toledo a Córdoba hay veintinueve leguas y media,
que empiezan a contarse así:

    «a las ventas de diezma           ii. m.
    a horgaz                          ij. y media.
    a yuenes                          j.
    a la venta guadalerce             ij.
    a la venta daraçutan              ij.»

Son, pues, _diez leguas_, y no las _veintidós o veintitrés_ que, quizás
por andaluzada, dijo el Cojuelo. Por andaluzada, si no se lo hizo decir
el cajista, porque es de notar que en la edición príncipe el número de
leguas está en guarismo, y no habría sido difícil leer _22_ ó _23_ donde
Vélez hubiese escrito confusamente _12_ ó _13_.]

[Nota 306: Sabidísimo es que se llama _portante_ aquel paso de las
caballerías en que mueven a un tiempo la mano y el pie del mismo lado.
Por extensión se dice del paso ligero de las personas.]

[Nota 307: _De si mismos_, porque ningún arco los había lanzado al
aire, y, con todo, salieron rápidos como saetas.]

[Nota 308: _Salmorejo_--dice Covarrubias--es «vn cierto género de
salsa o escabeche con que suelen adereçarse los conejos, echándoles
pimienta, sal y vinagre, y otras especies.»]

[Nota 309: _Lo de las adherencias e incidencias_ es frase escribanil
que solía usarse en las escrituras de poder, expresando que éste se daba
no sólo para lo principal que era su objeto, sino también para sus
_adherencias e incidencias_, o _para todo lo incidente y dependiente_, o
_para todas sus anexidades y conexidades_; que de estas y aun de otras
maneras se decía.]

[Nota 310: «_ir el nauio a orça_ es--dice Covarrubias--ir recostado
a vn lado para poder tomar el viento que no le viene derecho y assi se
pone la vela diferentemente.» De aquí, en sentido figurado, _tener a
orza la testa_, significa, como dice el señor Bonilla, _tenerla
inclinada_.]

[Nota 311: _Zorra_ es uno de los nombres familiares de la
_borrachera_, de donde, como registra Oudin en su _Tresor_, se dijo
_estar hecho zorra, estre yure_, y _caçar vna zorra, s'enyurer. Tan
zorra,_ pues, es elíptico, por _tan hecho zorra_.]

[Nota 312: De llamarse _costados_, refiriéndose a una persona, a las
líneas de sus abuelos paternos y maternos (_noble por todos cuatro
costados_, etc.), vino a significar por extensión _de todo en todo,
enteramente_.]

[Nota 313: _Con quien vengo, vengo_ es máxima que indica que cada
cual debe seguir el partido de aquel a quien acompaña, auxiliándole en
cualquier peligro. Calderón tiene una comedia con tal frase por título,
y a cuyo final don Juan, _por venir con quien viene_, llega a reñir con
su mismo padre, admirado de lo cual el gobernador de Verona, dice
Vrsino:

        «A aquesto obliga el honor
        de quien a campaña sale
        con otro; que este es precepto
        de la ley del duelo.»

El mismo autor en la jorn. II de _Cada uno para si_:

    «D. FÉLIX   ...Pero sí sé, pues que sé
                que la ley del duelo dijo
                que yo _con quien vengo, vengo_
                y así, a don Enrique sigo.»]

[Nota 314: Sobre estas virtudes curativas que se atribuyeron
respectivamente a los reyes de Francia y a los de España, debe leerse
una de las _Cartas eruditas y curiosas_ del padre Feijoó, la XXV del
tomo I. «Es hecho constante--dice en ella, y adviértase que la escribía
aun no mediado el siglo XVIII--que a la Corte de Francia concurre de
varias partes gran número de los que padecen la enfermedad dicha
[lamparones], y que anualmente, el día de Pentecostés, el Rey
Christianíssimo, haviendose confessado y comulgado en el convento de San
Francisco, los toca a todos en la frente, puesta la mano en forma de
Cruz, pronunciando aquellas palabras: _Rex tangitte, Deus sanat te, in
nomine Patris, & Filij & Spiritus Sancti_. En unos autores he leído
_sanat_, en otros _sanet_.» Y en cuanto a nuestros reyes: «Sepa más v.
mrd. que el mismo Gaspar de los Reyes cita no menos que doze autores que
afirman que los Reyes de Hespaña gozan la admirable prerogativa de
expeler los Demonios de los cuerpos de los Energúmenos; y esto, sin más
diligencia que ponerse en presencia de ellos.» Feijoó dice claramente
que no creía en tales virtudes curativas de los monarcas de allá ni de
los de acá, y, en efecto, o esa virtud se ha perdido, o, lo que es más
probable, no la hubo nunca.]

[Nota 315: _Falso_ parece dicho aquí en una acepción que no
registran los diccionarios. Quiere decir que los extranjeros se sonreían
disimuladamente.]

[Nota 316: «_Tomar la mano_ se dize--según Covarrubias--el que se
adelanta a los demás para hazer algún razonamiento.» _Quijote,_ I, 29:
«... y aunque luego quisiera el Cura consolarla y aconsejarla, _tomó_
primero _la mano_ Cardenio, diciendo....»]

[Nota 317: _Con su Majestad_, elíptico: _comparados con su Majestad_
ha de entenderse.]

[Nota 318: Este derramar juncia y poleo ensalzando hasta las nubes
el poder de España era muy del tiempo de Luis Vélez de Guevara. Quevedo,
en la reseña de una fiesta de toros (Musa VI):

        «Iba el Rey nuestro señor
        con su talle y con su cara
        repitiendo hasta el Hermoso
        los Filipes de su casta.
        Lleva el Segundo en el seso,
        lleva el Tercero en el alma,
        y en el Cuarto lleva el Quinto,
        en victorias que le aguardan.
        Dije (no sé si lo oyó):
        «Glorioso León de España,
        no tienes para un pellizco
        en cien mil fardos de Holandas.
        Si en Italia los franceses
        ya volvieron las espaldas
        a los graznidos de un ganso,
        ¿dónde pararán si bramas?»]

[Nota 319: Las injurias que profieren el Francés y el Italiano,
aunque españolizadas un tanto, se entienden fácilmente: _bugre (bougre)_
significa _sodomita; coquín, bergante, belitre; forfante (furfante),
bribón;_ pero ¿y _nitesgut?_ ¡Aquí de los diccionarios y de las
conjeturas eruditas! Para el señor Bonilla, en sus notas a la edición de
1902, _Nitesgut_ era «vocablo que procede de la corrupción del alemán
_Nichtsgut_, compuesto de _nicht--_nada, y _gut_ = bueno». Pérez y
González observó, con su discreción acostumbrada, lo uno, que
_«¡Nitesgut!--_o como sea--es una frase ofensiva que Vélez de Guevara
pone en boca de un inglés para insultar, seria y airadamente, a su
contradictor»; y lo otro, que «no parece propio que, insultando al
españolizado diablillo el francés en francés y el italiano en italiano,
tuviera el inglés que recurrir a _inventar_ dicterios alemanes, como si
en su idioma no los hubiera; ni resulta natural que después de llamarlo
el francés _pícaro y sodomita_, y el italiano, _traidor o judío y
bribón,_ el inglés se contentara con decirle: _¡Nada bueno español!,_
porque esto, después de aquellos improperios, más que para encolerizar a
don Cleofás y al diablo y sacarlos de sus casillas, hubiera servido, por
el contraste, para hacerlos destornillar de risa». Hasta aquí iba bien y
rebién mi antiguo camarada y queridísimo amigo Felipe Pérez; pero, por
no ser menos que su comentado comentador, quiso, como él, echar su
cuarto a filologías, y creyó sacar en claro que pues _nitty_ significa
en castellano _lleno de liendres_, y _goose_ (léase _gus) mentecato,
«niti gus_ bien pudo convertirse, por obra y gracia del cajista, en ese
_nitesgut_ incomprensible». Últimamente, al volver al asunto el señor
Bonilla en la edición de 1910, abandona su alemán de antaño y conjetura
que _nitesgut «puede ser_ un vocablo compuesto de _naughty_ = revoltoso,
malvado, y _guest_--huésped, palabras ambas--añade--que vienen de
perilla al Cojuelo, y que Vélez juntó, escribiéndolas sin ortografía y
atendiendo principalmente al sonido _(noti-guest)»._

No entraré yo por terreno donde es tan fácil desbarrar como revolver
diversos diccionarios de lenguas que no se conocen, o, lo que suele ser
peor, no se conocen bien; pero sí diré, abriendo camino para otros, que
no me parece muy seguro que _nitesgut_, aun puesto en boca de un inglés,
sea locución inglesa, porque mientras que Castillo Solórzano la hace
decir a _un gabacho,_ Lope la atribuye a _un tudesco_, por cierto
pronunciándola _ni te gote_. Véanse los textos a que aludo, el primero,
de un romance a una mujer roma (apud _Donayres del Parnaso. Segunda
parte_, Madrid, Diego Flamenco, 1625, fol. 26):

        «Si te condenas, bien puedes
        fiar tu romanitud
        de Lucifer, que ha de hazerte
        entre demonios Monsiur.
        Y dirás mascando brasas
        (siendo palo de su flux)
        _tan bien como el más gauacho,
        «nitifiston, nites gut._»

Y Lope, en el acto II de _El Caballero del Sacramento_:

    «CRISPÍN. Mucho encubren los vestidos;
              mas si me llegan a hablar
              ¡pardiez que yo quedo fresco!
              Que sólo sé _de tudesco_
              esto que llaman _brindar_
              y el tener donde me quepa;
              porque _brindis y caraus_,
              _Deo gloria et santis laus,_
              no hay niño que no lo sepa.
              Como me traten de vino,
              diré _«trinque, non denece_»,
              _y «ni te gote fortece_»,
              y pasaré mi camino.
              Y si en alguna ocasión,
              tales el tiempo las fragua,
              me convidaren con agua....

    Luis.     ¿Qué dirás?

    CRISPÍN.  _«Niti fiston.»_

Con todo esto, Vélez, a no dudar, tenía por inglesa la injuriosa
expresión _nitesgut_ o _nitis gut_, pues alterándola festivamente, la
había empleado como tal muchos años antes de escribir su novela, en un
soneto que compuso _cuando le nombraron portero del de Gales_ (1623),
soneto que descubrí en el Ms. 3796 de la Bibliota Nacional y publiqué en
1908 en la _Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos_, con otras
poesías autobiográficas del mismo autor. Dice el último terceto:

        «No tengo a _nitis brut_ por buen lenguaje;
        sáqueme Dios desta empanada _inglesa_,
        y deme para España buen viaje.»]

[Nota 320: Alude el autor satíricamente a los hábitos sodomíticos,
antaño muy extendidos en Italia, por lo cual, en 1578, había dicho
Vicente Espinel en su _Sátira contra las damas de Sevilla_, después de
pintar muy al vivo a un mozuelo melifluo y alcorzado:

        «Todo el negocio va _por lo de Italia_.
        ¡Volved, oh juventud bárbara y ciega,
        a aquel antiguo ser de la Vandalia!»

A la cuenta, don Pedro Francisco Lanini recordaba este pasaje de _El
Diablo Cojuelo_ cuando, al tratar de los disciplinantes en el _Entremés
de la Tataratera_, hace decir a dos de sus interlocutores:

    «ITALIANO. En la Italia no azotamo
               en la antífona.

    COSME.                   _Es que pagan_
               _por donde pecan_.»]

[Nota 321: Toda esta reyerta con unos extranjeros es, como advirtió
Pérez y González, reminiscencia e imitación de un pasaje quevediano de
_La Hora de todos y la Fortuna con seso_: «Venían tres franceses por las
montañas de Vizcaya a España, el uno con un carretoncillo de amolar
tijeras y cuchillos por babador, el otro con dos corcovas de fuelles y
ratoneras, y el tercero con un cajón de peines y alfileres. Topólos en
lo más agrio de una cuesta descansando un español que pasaba a Francia a
pie, con su capa al hombro. Sentáronse a descansar a la sombra de unos
árboles: trabaron conversación.» Departen largamente, y en la plática
sale a relucir el sanar de lamparones el Rey de Francia, y al cabo los
cogió _la hora_ y desatinando la cólera al español, dijo: «Los demonios
me están retentando de mataros a puñaladas, y abernardarme, y hacer
Roncesvalles estos montes. Los _bugres_, viéndole demudado y colérico,
se levantaron con un zurrido _monsiur_, hablando galalones, pronunciando
el _mon diú_ en tropa, y la palabra _coquin_». Y enrédase gran batahola,
hasta que unos pasajeros los desparten y se llevan al español a las
ancas de una mula.]

[Nota 322: De _Peralbillo_ o _Peroalbillo_, lugar cercano a Ciudad
Real en donde la Santa Hermandad ajusticiaba, asaeteándolos, a los
malhechores, dijo Pedro de Medina en su _Libro de grandezas y cosas
memorables de España_ (Sevilla, M.D.xlix, fol. lxxxiij): «Saliendo yo
desta ciudad para Toro, vi junto al camino en ciertas partes hombres
asaetados en mucha cantidad, mayormente en vn lugar que se dize
Peraluillo, y más adelante en vn cerro alto a donde está el arca, que es
vn edificio en que se echan los huesos destos asaetados después que se
caen de los palos....» Por esto último llama Vélez _cecinas_ a tales
despojos humanos, añadiendo de _Gestas_, en recuerdo del Mal Ladrón.]

[Nota 323: _Bohemio_, según el _Diccionario_ de autoridades, era
«especie de ropa o capa pequeña al modo de capotillo, que pudo traher su
nombre de la provincia de Boemia». Franciosini, en su _Vocabulario
español e italiano_, había dicho de esta prenda: «un _mantelleto
cortissimo, che in Ispagna soglion portar le donne quando vanno di
fuora_.»]

[Nota 324: Era el _chapín_--según Covarrubias--«calcado dé las
mugeres, con tres o quatro corchos: y algunas ay que llevan treze por
dozena....» Dice Vélez _con plata_, porque acostumbraban poner a los
chapines virillas de plata, tan anchas a las veces como indicó Tirso en
el acto I de _La Huerta de Juan Fernández:_

    «TOMASA    ...No gastara la mulata
               manto fino de Sevilla,
               _ni cubriera la virilla
               el medio chapín, de plata_....»

Y llegó a ser tan general lo de las _virillas de plata_, que los tenían
con tal adorno hasta las cortesanas de medio pelo. Quevedo pinta con
chapines de esta clase a una cortesana ociosa (Musa VI):

        «A la jineta sentada
        sobre un bajo taburete,
        con su avantalillo blanco
        y su vestidillo verde,
        en valoncilla redonda
        y perlas con brazaletes,
        con apretador de vidro
        y rizas entrambas sienes,
        con herraduras de plata
        y faldellín de ribetes....»

Los chapines se ponían sobre los zapatos; pero, pues yendo las
comediantas en sus jamugas, no los habían de llevar puestos, llevábanlos
_colgando de los respaldares_, como dice el autor.]

[Nota 325: Refiérese a los cuellos que llamaron _valonas_. Los
llevaban estos comediantes en los sombreros, para no ajarlos ni
ensuciarlos por el camino.]

[Nota 326: Dice festivamente _ciclones de estribos,_ para indicar
que llevaban uno, y no dos. _«Ciclán_--Dice Oudin en su _Tresor--vn qui
n'a qu'vn testicule, que nous disons leger d'vn grain.»_]

[Nota 327: Así, _le sirven_, en la edición original. El señor
Bonilla añadió entre corchetes la _s_ que gramaticalmente falta; yo no,
porque más bien que a supresión mecánica de una de dos letras iguales e
inmediatas, hubo de deberse esta omisión a emplear el _le_ como dativo
de plural, fenómeno sobre el cual, anotando el _Quijote_, llamé la
atención más de una vez (II, 217, 6; III, 106, I; VII, 329, II, y VIII,
67, 3).]

[Nota 328: _Representantas_, como lo dijo Lope en el epígrafe de uno
de sus sonetos, mal que pese a los feministas de hoy, que quieren que se
diga _la consejero, la catedrático y_ aun la _maestro_. Cervantes decía
_preguntanta (Quijote,_ II, 62).]

[Nota 329: _Recalcado_, como adverbio: _recalcadamente_. Otro autor,
no recuerdo cuál (quizás Quevedo), llamó _hablar jeringado_ al hablar
así, y está muy propiamente dicho, porque denota bien que salen las
palabras premiosamente alquitaradas y como empujadas por el émbolo de
una jeringa. _Recalcado_ y _jeringado_, lo mismo que en otras calendas,
siguen hablando hoy los malos cómicos, dentro y fuera del teatro.]

[Nota 330: Los escritores de la última moda _(dernier cri_, suelen
decir ellos) omitirían hoy la preposición y escribirían galicadamente:
«... _que habían robado Lisboa, asombrado Córdoba y escandalizado
Sevilla_, y que _habían de despoblar Madrid_....» Y es lo peor que, como
todo se pega, menos lo bonito, hasta periódicos que siempre blasonaron
de escribir a lo castizo han entrado por la pésima costumbre de
prescindir de esa preposición en tales casos.]

[Nota 331: Probablemente sería persona de carne y hueso este
_tundidor de Écija,_ poeta a ratos. A vivir todavía mi buen amigo
ecijano don Manuel Ostos y Ostos, él, con aquella grande afición que
siempre tuvo a la historia de su ciudad, buscaría y rebuscaría, hasta
hallar noticias de este autor de loas mencionado por su ilustre paisano
Luis Vélez de Guevara.]

[Nota 332: _Severo_, en la acepción de _grave, serio, mesurado_,
como y indiqué en otro lugar (99, 8)[263].]

[Nota 333: Este verso, que en la edición original está impreso a
renglón tirado, como prosa, es del conocidísimo romance de Nerón:

        «Mira Nero de Tarpeya
        a Roma cómo se ardía;
        gritos dan niños e viejos,
        _y él de nada se dolía.»_]

[Nota 334: _Perdigado_ es, ciertamente, como dice el señor Bonilla
con Covarrubias, «el que está señalado para hacer alguna justicia del».
Pero, siendo eso, es también algo más: pruébalo el no convenir al
_perdigado_ del texto la definición del _Tesoro. Perdigarse_ es,
figuradamente, «disponerse a hacer bueno o malo», como dice Correas en
su _Vocabulario de refranes_ ...» página 601 _a_, y _perdigar_, según el
léxico de la Academia, «disponer o preparar una cosa para un fin». Ahora
sí se entiende el lugar del texto.]

[Nota 335: _De allá: de Dinamarca_, dicho irónicamente por alusión a
Oriana, la fiel amada y amante de Amadis de Gaula, a la cual se suele
llamar _la Doncella de Dinamarca_ en la historia de este caballero
andante. Asimismo la recuerda Tomás en _La Ilustre fregona_ de
Cervantes, a propósito de las desenvueltas mozas de la posada del
Sevillano: «¡Mirad qué _doncellas de Dinamarca_ nos había ofrecido la
suerte esta noche!»]

[Nota 336: Refiérese a Andrés de Claramente y Corroy, famoso
escritor y representante murciano.]

[Nota 337: En la edición príncipe, por errata, _entre los dos_.]

[Nota 338: _En la legua_, o, lo que es lo mismo, _entre los cómicos
de la legua_, a la manera que se decía _en el siglo_ y _en la
religión._]

[Nota 339: _Amarilis_, nombre con que era conocidísima la célebre
comedianta María de Córdoba, mujer de Andrés de la Vega, autor de
comedias, es decir, director y empresario de compañía.]

[Nota 340: La expresión es elíptica al par que hiperbólica: quiere
decir que no sabría, no ya representar lo que representaba ella aun con
lo más humilde: con su zapato; pero _ni mirarlo_ siquiera.]

[Nota 341: Se refiere, como dice el señor Bonilla, a la comedia del
bizarro ingenio valenciano intitulada _Dido y Eneas_.]

[Nota 342: Devolviendo una imputación ofensiva, o rechazando una
exigencia inadmisible, solía y suele añadirse, por énfasis _y tu alma_,
o _y su alma_, bien que no lo registre el _Diccionario_. Véanse algunos
ejemplos. Pérez de Montalván, en la jorn. I de _Santo Domingo en
Soriano_:

    «PIERRES.    ...Pero llégate al difunto
                 y pregúntale a qué viene.

    CHOCOLATE.   _Llegue el francés y su alma_.»

Don Francisco de Leiva, en la jorn. III de _La Dama presidente_:

    «ANGELA.      Otro criado....

    MARTÍN.                      (Aquí entro yo.)

    ANGELA.       Que allá tuvisteis declara
                  lo mismo.

    CÉSAR.                   Ese es un borracho.

    MARTÍN.       _(¡Tú lo eres y tu alma_!)»

Nuestro Vélez mismo, en _La Sarna de los banquetes_, apud _Flor de
entremeses y sainetes de diferentes autores_ (1657), página 20 de la
edición de Menéndez y Pelayo, Madrid, 1903:

    «TARJETA.   ¿Habrá un jarro de agua?

    CRIADO 1.º  Y bueno.

    TARJETA.    _Pues bébale él y su alma_.»]

[Nota 343: Esta expresión es una de las más malas de entender que
hay en _El Diablo Cojuelo_, con haber otras muy oscuras y difíciles. Por
lo de Roncesvalles alude a la memorable batalla en que nuestro Bernardo
del Carpio derrotó a los franceses y en que murieron los doce pares de
Francia. _Molino del papel_ se llama al edificio donde, para fabricarlo,
se comienza por moler y reducir a pasta los trapos de que se hace.
¿Habría _en Roncesvalles_ cuando se escribió _El Diablo Cajuela_, o poco
antes, algún _molino de papel_? Porque si se averiguara que lo hubo,
sería fácil de entender la afirmación, ya claramente burlona, de que la
venta, a no llegar el Ventero con la Hermandad, habría sido _un
Roncesvalles del molino del papel_; esto es, una parodia de la batalla
de Roncesvalles.]

[Nota 344: Con la _Hermandad_, o sea con algunos _cuadrilleros de la
Santa Hermandad_, que, como es bien sabido, era una de las _tres santas_
de quienes se dijo: «Tres Santas y un Honrado traen al Reino agobiado».]

[Nota 345: _Tantos_, en la acepción de fichas o pedrezuelas menudas,
propias para señalar los puntos que se ganan en ciertos juegos. Nuestro
autor quiere decir que los jarros, tinajas y platos quedaron hechos
tiestos menudos, tan pequeños como para servir de tantos a los
jugadores. Lo mismo Quevedo, en la primera de sus jácaras (Musa V):

        «Sobre el pagar la patente,
        nos venimos a encontrar
        yo y Perotudo el de Burgos:
        acabóse la amistad.
        _Hizo_ en mi cabeza _tantos_
        un jarro que fué orinal
        y yo, con medio cuchillo
        le trinché medio quijar.»]

[Nota 346: Como una parte del producto de los teatros, en Madrid y
en muchos pueblos, se aplicaba al sostenimiento de las casas de
beneficencia, cuando estas mismas no eran propietarias de los coliseos,
y las de la Corte necesitaban siempre esta importante ayuda de costa,
cuidábase de que no faltaran compañías, requiriendo de orden del Consejo
de Castilla a tales o cuales comediantes de los que andaban por otras
regiones de España, para que acudiesen a Madrid, y hasta despachando
algún alguacil que los condujese. Vea el curioso el citado libro de
Pérez y González, págs. 87 y siguientes.]

[Nota 347: Sabido es que de los camaleones cree el vulgo que se
mantienen del aire.]

[Nota 348: En lo _del mayor Mecenas_ se refiere nuestro autor al
Conde Duque de Olivares, hijo, en efecto, de don Diego López de Haro,
quinto marqués del Carpio.]

[Nota 349: Aunque la edición príncipe estampa _gamenosas_, y así,
dicho de esas mismas dehesas, recuerdo haberlo leído en la comedia _El
amigo hasta la muerte_, de Lope de Vega, ha de leerse _gamonosos,_ de
_gamón (asphodelus ramosas_), planta espontánea por la cual se dijo «Año
de _gamones_, año de montones», bien que otros, burlándose del vaticinio
refranesco, lo modifican así: «Año de _gamones_, año de hambrones» (pág.
5 de mi libro intitulado _Los Refranes del Almanaque_; Sevilla, 1896).]

[Nota 350: Esta fábula de la antigüedad había sido creída por hombre
de tan buen entendimiento como Ambrosio de Morales, pues dijo en Las
_Antigvedades de las civdades de España_ (Alcalá de Henares, Juan Núñez
de Lequerica, M.D.LXXV), fol. 32: «De tal manera son celebrados sobre
todos los del mundo [los caballos españoles], que nadie les sale a la
competencia. No es en ellos encarecimiento fabuloso de nuestros
cauallos, aunque a Iustino le parezca tal, que las yeguas en Portugal y
cerca de Lisboa se empreñauan del viento. Que clara verdad es de Plinio,
que lo pudo ver estando acá, y de Marco Varron, que dize ser cosa
aueriguada, y trae sus conueniencias, para que a nadie parezca estraña
ni impossible. Más de propósito lo prueua con razones naturales
Columela, y como español, que bien lo sabía, lo da por cosa manifiesta,
y en que nadie dudaua.... El potrico que desta preñez nacía sacaua la
ligereza de su padre el viento; mas no era de prouecho, pues jamás
passaua de tres años.»]

[Nota 351: Los cordobeses llaman _Campo de la Verdad_ al barrio del
Espíritu Santo, unido a lo demás de la población por un antiquísimo
puente de diez y seis arcos bajo el cual corre el Guadalquivir. Cuéntase
que tal nombre se originó de una frase dicha por don Alonso Fernández de
Córdoba en 1367, cuando don Pedro I de Castilla fué sobre aquella
ciudad, auxiliado por el Rey de Granada (Don Teodomiro Ramírez de
Arellano, _Paseos por Córdoba,_ Córdoba, 1873-1877, tomo III, págs. 370
y siguientes). Por el nombre de este barrio y por otras particularidades
de topografía y nomenclatura local, se dijo festivamente que los
cordobeses tienen _la Verdad en el Campo, la Salud en el Cementerio, la
Caridad en el Potro y el punto en un cuerno_. Esto último se refiere a
un altar llamado _del punto_, inmediato a un gran colmillo de elefante
(cuerno según el vulgo) que, como símbolo de la fortaleza, pende de la
bóveda de una de las naves de la Iglesia Catedral.]

[Nota 352: Así el texto en la edición príncipe; pero probablemente
falta una palabra: _a la Colonia Patricia_, diría el original, porque
éste fué el nombre de la Córdoba romana, según vemos en sus monedas
autónomas de aquella época.]

[Nota 353: Acerca del significado de _acto positivo_ quedó nota en
el tranco III (83, 4)[230].]

[Nota 354: Escribí preguntando por este antiguo mesón a don Enrique
Romero de Torres, mi docto y amable _paisano_ (porque él es natural de
Córdoba y yo soy cordobés adoptivo), y ha satisfecho mi curiosidad,
comunicándome que por el libro primero de padrones de confesiones de
aquella iglesia catedral (1604-1609) consta que el _Mesón de las Rexas_
era la segunda casa de la calle de la Herrería, hoy núm. 83 de la del
Cardenal González. Y añadió mi amigo en su carta: «La casa es muy
hermosa y por su aspecto debió de ser uno de los mejores mesones de
aquella época; está situada cerca de la Puerta del Puente y en la vía
principal de Córdoba, que era desde esta puerta hasta la que llamaban
Puerta Nueva (que ya no existe), y que constituía la carretera de
Sevilla a Madrid.» En el _mesón de las Rejas_ solían hospedarse las
compañías de comediantes que representaban en Córdoba: allí se alojaban
en 1610 Pedro de Castro Jerónima de la Fuente, de la compañía del famoso
Granados, cuando se desposaron. (Véanse mis _Aportaciones para la
historia del histrionismo español en los siglos_ XVI y XVII, Madrid,
1914, pág. 34.)]

[Nota 355: De la _Corredera_, sita en el barrio de San Pedro, dijo,
entre otras cosas, el citado autor de los _Paseos por Córdoba,_ tomo II,
pág. 105: «Su nombre es el que en general se daba en muchas poblaciones
al punto en que, por su extensión, se celebraban los actos más
concurridos, y en particular las corridas de toros, cintas y cañas.
Tiene una superficie de siete mil cuatrocientas noventa y seis varas
cuadradas, es cuadrilonga y mide trescientos sesenta y dos pies de
longitud por ciento treinta y ocho de latitud en la parte inferior, o
sea el Arco bajo, y ciento cincuenta y seis en la superior; los balcones
llegan, en sus tres filas, a cuatrocientos treinta y cinco, y los arcos
de sus portales a cincuenta y nueve....»]

[Nota 356: Esta _linea_ y estos ángulos son términos de lo que aún
al mediar el siglo XVII se llamaba _nuevo arte de la destreza_, debido
principalmente a los estudios y las obras de Jerónimo de Carranza y don
Luis Pacheco de Narváez, su continuador.]

[Nota 357: Alude Vélez--como dice Bonilla--al diestro retratado por
Quevedo en su donosísima _Historia de la vida del buscón llamado don
Pablos_. Quevedo, acérrimo enemigo de Pacheco de Narváez, se burlaba de
su _nueva destreza_; no así Cervantes, que en el _Quijote_ (II, 19) la
ensalza y hace quedar vencido por ella al bachiller Corchuelo.]

[Nota 358: Este _pensar_, o _creer_, siempre usado en pretérito y
ante infinitivo y equivalente a _imaginar_, es popularísimo en
Andalucía, donde a menudo se oye: «_Pensé_ morirme»; _«Creí_ reventar de
risa». Cervantes lo usó con frecuencia en el _Quijote: «Pensó_ perder el
juicio» (II, 23); «_me pensé_ caer muerta de puro gozo» (II, 52).]

[Nota 359: Llamaban _espadas negras_, porque tiraban a ese color, a
las de hierro, sin lustre ni corte, que servían para los ejercicios de
esgrima, y a las cuales, a fin de que no hiriesen con la punta, se les
ponían en ella botones de cuero, dichos comúnmente _zapatillas_. Tirso,
en el acto II de _La Huerta de Juan Fernández:_

    «TOMASA   ...Dele al gusto puerta franca;
              quiera bien, que eso me alegra;
              ensaye en la _espada negra_
              tretas que logre en la _blanca_.»]

[Nota 360: Dirigía los juegos de esgrima un maestro de destreza, con
un _montante_, o espada grande de dos manos, con el cual, atravesándolo
entre los luchadores cuando era menester, ponía fin a la contienda.
También lo usaba, como dice el texto, haciendo ademán de _barrer los
pies a los mirones_, para que, dando algunos pasos atrás, agrandasen la
palestra.]

[Nota 361: _Aplauso_, equivaliendo a _solemnidad_ o _pompa_,
acepción no registrada en el _Diccionario_.]

[Nota 362: El _vellorí o vellorín,_ era según el _Diccionario_ de
autoridades, un «paño entrefino de color pardo ceniciento, u de lana sin
teñir». Vélez llama _vellorí_ a la pendencia, por alusión al color de
las espadas, a las cuales, seguidamente y por la misma razón, da el
nombre de _mulatas_.]

[Nota 363: _Cuarto círculo_ es un término de la destreza, que yo no
he de definir, porque estas y otras voces técnicas que ocurren poco
después se encuentran en cualquier diccionario. A estos círculos y a
Pacheco de Narváez se refería el anónimo autor del _Entremés del
Estudiante_:

    «PEROTE.   Rebano y corto en _círculos pachecos_
               varas y plumas como cardos secos.»]

[Nota 364: _Movimiento accidental_ es otro término de la llamada
pomposamente _esgrima científica y filosofía de las armas_.]

[Nota 365: Dice Covarrubias, en el artículo _tvmba_ de su _Tesoro_:
«Del ilustre linage de los Castillas se cuenta que en el entierro que
tienen en Santa Clara de Valladolid dentro del coro de las Monjas,
quando alguno dellos muere, se oyen muchos golpes que se dan en la tumba
que está sobre la boueda do se entierran: y cuentan que en cierta
ocasión, despues de auer oido estos golpes passó mas de vn año que no se
supo quien era muerto, hasta que con vna armada que vino de las Indias
se entendió auer muerto allá vn cauallero de la casa, el mesmo día que
las Religiosas auian oido los golpes de la tumba....»]

[Nota 366: Si nuestros periodistas no hubieran olvidado que en
castellano tenemos la palabra _riza_, que significa «destrozo o estrago
que se hace en una cosa», y la frase _hacer riza_, equivalente a «causar
gran destrozo y mortandad en una acción de guerra», es seguro que no
acudirían a cercado ajeno por la palabra _razzia_ ni por la frase _hacer
razzia_, con lo cual lograrían tres cosas buenas: hablar en castellano,
ahorrarse comillas o letra cursiva, y evitar que algún malpensado
sospeche que el decir _razzia_ es indicio de no conocer la palabra
_riza_. ¿Ejemplos del uso de este vocablo? Hailos en abundancia; pero
bástame citar dos. Lope de Vega, en el canto VIII de _La Dragontea:_

        «... y como tero que la frente eriza,
        en ellos _hace_ sanguinosa _riza_.»

El padre Baltasar Gracián, en _El Criticón,_ primera parte, crisi V:
«... de modo que en los más principales, como más lucidos, _auían hecho_
las fieras mayor _riza_».]

[Nota 367: Porque tales desbragados quedaron de suerte, que dejaron
ver aquello en que dió el sol al don Bueso del antiguo romance.]

[Nota 368: Sobre la frase _muy falsos_ quedó nota en el tranco V
(123, 4)[315].]

[Nota 369: Modifica por donaire el conocidísimo refrán _Siempre
quiebra la soga por lo más delgado_.]

[Nota 370: _Por barba_, como dice nuestro _Diccionario_, equivale a
«por cabeza, o por persona». Así, como pudieran decir unos soldados
cristianos, convidándose a matar moros, _¡A moro por barba!,_ dijeron
valientemente unos aficionados a la mesa: _«¡A perdiz por barba_, y
caiga el que caiga!»]

[Nota 371: _¡Favor a la justicia_!, porque éste era de ordinario el
grito de alguaciles y corchetes, cuando no clamaban «_¡Favor al Rey!_»,
de lo cual vino el decirse que tales ministros siempre llevaban el Rey
en el cuerpo.]

[Nota 372: _Coger, dar, hacer_ o _tomar puntas_ es volar el ave de
cetrería de un lado para otro, en diversas direcciones, pero subiendo
siempre, en espera de sazón para caer sobre el animal en que quiere
hacer presa.]

[Nota 373: Para Covarrubias, _rollo_ era «la picota o horca hecha de
piedra en forma redonda, quasi _rótulo»._ El _Diccionario_ de la
Academia lo define: «Columna de piedra ordinariamente rematada por una
cruz, y que en lo antiguo era insignia de la jurisdicción de la villa».
El rollo de Ecija, fué, como afirma Vélez, celebradísimo, y así, decía
cierto poeta apicarado del _Romancero general_ (fol. 470 vto.):

        «De Cordoua he visto el Potro,
        que ha engendrado pocos asnos;
        también la fuente del Toro,
        que hizo a Lazarillo cauto;
        _de Ezija he visto el rollo,
        que el mundo celebra tanto_,
        el Arenal de Seuilla
        y Corral de los Naranjos.»

Don C. Bernaldo de Quirós nombra como aún existente el _rollo de Ecija_,
en su interesante librito intitulado _La Picota_ (Madrid, 1907), pág.
13; pero ni lo describió, ni lo dió a conocer como otros, por medio del
grabado, bien que no hubiera podido efectuarlo, por lo que ahora diré.

Como para estudiar las cosas de un pueblo debe empezarse--y Pero Grullo
patrocinaría esta verdad--por consultar los libros que de aquel pueblo
tratan, eso hice yo, y tomando el intitulado _¡¡Alfajores de Ecija_!!
(Sevilla, 1909), de mi difunto amigo don Manuel Ostos, leí en la pág.
68: «Potente y grande debía ser la curia ecijana, cuando el signo de la
Justicia en Ecija, el altar en que se ofrecían los sacrificios a la
diosa Justicia, _el Rollo_, con su hijillo _el Rolluelo_, que aún
existe, o _Mesa del Rey,_ como a los restos del _Rollo_ denominábamos
los ecijanos hace treinta años, tenía resonancia universal....» Y en
otro libro del mismo malogrado autor (cuyo mérito no supieron apreciar
los ecijanos tanto como debieran, quizá, y sin quizá, porque _nemo
propheta est in patria sua_), en su _Bartolomé de Góngora_ (Sevilla,
1913), pág. 84, volvió a recordar _el Rolluelo_, en unos renglones en
que rebosa el amor a la patria chica, y que no resisto al deseo de
copiar, por honrar a un ecijano moderno en las notas del libro de un
ecijano antiguo: «¿Puede existir--decía Ostos--algo menos artístico que
_El Rolluelo_, y que más nos recuerde la bárbara época en que usaban ese
_pimponote_ para colgar los restos de los pobres reos que eran
descuartizados?... Cuando cansados de zascandilear por la capital nos
metemos en el tren y tras parada y parada llegamos molidos y maltrechos
a las angosturas de la Argamasilla, lo primero que hace un buen ecijano
es asomarse a la ventanilla de su departamento, y, ojo avizor, desde
ella va señalando los caseríos, los predios, los accidentes del terreno
que señalan la proximidad de Ecija: «_El Rolluelo_ ... La Casilla Alta
... El pozo de la Argamasilla ... Las arquillas del agua ...» Y luego,
al minuto, si es de noche, se exclama: «Ya se ven las luces»; y si es de
día: «Ya se ven las torres...: El Carmen ... La Victoria ... San Gil ...
Santa María....» Y más adelante (pág. 69), por unos _Apuntes de lo
ocurrido en Ecija desde el día 23 de Septiembre de 1868_, se viene en
conocimiento de que el día 20 de octubre el Ayuntamiento acordó
derribar, entre otras cosas, «_la Mesa del Rey_, o _el Rollo_, donde se
descuartizaba en la antigüedad a los ahorcados para poner los miembros
por los caminos». Y poco después: «Día veintisiete, se echa abajo _el
Rollo_ o _Mesa del Rey_.» No existía, pues, el famoso _rollo de Ecija_
cuando el señor Bernaldo de Quirós escribió y publicó su libro.

Deseoso de más noticias, las pedí a mi antiguo y culto amigo donjuán de
los Reyes Sotomayor, quien, con amabilidad y presteza que cordialmente
le agradezco, respondió a mi interrogatorio en unas cuartillas que
quisiera yo publicar íntegras; pero que no podré sino extractar, porque
ya esta nota va siendo demasiado larga. El _Rollo_ se elevaba cerca de
la margen derecha del Genil, a la salida del puente, en dirección a
Córdoba. Consistía en una gran columna de granito azul y negro, como de
cinco a seis varas de altura, y de unas tres cuartas de diámetro. En su
parte superior tenía una losa de piedra tosca, blanca, caliza, como de
una vara en cuadro, puesta a modo de plato o bandeja, y sobre esta losa
se veía un león sentado sobre sus patas traseras, que con las garras
sujetaba contra su cuerpo, mirando al norte, el escudo de la ciudad de
Ecija. ¡El escudo--glosaré yo--a que se refirió Vélez de Guevara
diciendo: «Esta es Ecija, la más fértil población de Andalucía, _que
tiene aquel sol por armas a la entrada de esa hermosa puente!»_ La
menguada cultura de unos ecijanos destruyó, por culpas del
_rollo_--¡como si cupiera culpa en las cosas! y ¡como si el _rollo no
fuera emblema_ glorioso de libertad y de autonomía municipal!--,
destruyó, decía, aquel escudo de piedra nombrado y celebrado por el
insigne autor de _La Luna de la Sierra_. Derruido todo el monumento, la
columna quedó tendida y medio enterrada a un lado de la carretera
general de Madrid á Cádiz, y en tal estado continúa a la hora presente.]

[Nota 374: En efecto, son las armas de Ecija un sol radiante, con la
leyenda _Civitas solis vocabitur una_, tomada del _Libro de Isaías,_
XIX, 18.]

[Nota 375: Dice _pueblo de abril y mayo_ por la muchedumbre de
flores que _pueblan_ en ese tiempo los prados andaluces.]

[Nota 376: De Garci Sánchez de Badajoz he hallado peregrinas
noticias, y pronto las publicaré en el _Boletín de la Real Academia
Española;_ de Juan Bermudo, de don Diego de Avalos, de Núñez de Navarro,
de don Pedro Manuel Prieto, de tantos otros hombres eminentes que, como
éstos, vieron la primera luz en Ecija, y de los modernos Pacheco, Mas y
Prat, Giles, etcétera, acuérdese la _ciudad del sol_, ya que al presente
cuenta con una juventud muy culta y activa.]

[Nota 377: Esta especie de cogerse en Ecija el algodón estaba muy
sabida; porque la divulgaron Pedro de Medina y su ampliador Pérez de
Mesa en la _Primera y segunda parte de las grandezas y cosas más
notables de España_ (Alcalá de Henares, 1595), folio 128: «Cógese en
ella [en Ecija] grande quantidad de algodón, de que se prouee mucha
parte del reyno». Pero que sólo se cogiera el algodón en Ecija, no lo he
visto sino en Florindo, _Addicion al libro de Eciia i svs grandezas_
(Sevilla, Luis Estupiñan, 1631), fol. 31, donde dice, tratando de la
especial influencia del sol en las tierras ecijanas: «Porque me consta
por vista de ojos que en Marchena i Sevilla se a sembrado algodón, i
llega a tener capullo, i no a madurar, ni abrir, ni ser de provecho. Lo
cual es cierto que nace de la falta de calor, requisito para su
perfección. Y pues en Ecija es tan perfecto y tan bueno....» Durante la
dominación árabe se cultivó mucho el algodón en aquella ciudad; tanto
que por él la llamaron algún tiempo _Medina Alcotón_ (Varela y Escobar,
_Bosquejo histórico de la ciudad de Ecija_, Sevilla, 1906, pág. 52).]

[Nota 378: El humanista Francisco Cascales, en su _Discurso de la
ciudad de Cartagena_ (Valencia, Juan Chrysostomo Garriz, M.D.XCVIII)
decía: «El campo, fertilíssimo, que de su bella gracia ofrece
copiosissimamente caracoles, setas, hongos, criadillas, esparragos,
salutíferas tortugas, infinidad de palmitos, grandes colmenares de buena
miel y cera. A cuyo respeto dice bien el refrán: Cabritos y palmitos
miel y cera, de Cartagena». Pues bien, Ecija, a juzgar por el dicho de
Vélez, se aventajaba a Cartagena con mucho. Mas ¿cuáles son los
veinticuatro frutos que, «Sin sembrallos», da aquella campiña y vendía
la gente necesitada? Probaré a enumerarlos, por los del campo de Osuna,
mi pueblo natal, cuyo término linda con el de la _ciudad de las torres_.
De primer intento anoto los frutos siguientes: setas, macucas o
criadillas de tierra, espárragos, palmitos, uvas de palma o palmiches,
moras de zarza, cardillos, tagarninas, morrillas o alcachofas de púas,
higos chumbos, berros, alcaparras, alcaparrones, orégano, poleo,
hinojos, almoradux, tomillo salsero, palo dulce o regaliz, flor de
manzanilla. Son veinte, y para las cuatro que me faltan, se me ocurren
el esparto, algunas hierbas tintóreas, como la gualda, y diversas
plantas medicinales, como las malvas, la borraja, el culantrillo, etc.]

[Nota 379: Esta renombrada sima está a cinco kilómetros de la
ciudad, en la falda oriental de la sierra. Tiene de profundidad 146
varas castellanas. Mencionáronla, entre otros autores, el cartujano don
Juan de Padilla, en _Los doze triumphos de los doze Apostoles_ (1521);
Gonzalo Gómez de Luque, en su _Celidon de Iberia_ (1583), y Cervantes,
en _El Celoso extremeño (Novelas ejemplares_, 1613), en la _Adjunta al
Parnaso (Viage del Parnaso_, 1614) y en el cap. XIV de la segunda parte
del _Quijote_ (1615).]

[Nota 380: A la celebridad de los melones de Guadix aludía el
guadijeño Ginés, en la jorn. III de _La Niña de Gómez Arias_, de
Calderón:

            «Pues ¿hasme gozado a mi,
            ni yo te he desagradado
            siendo _melón de Guadix_
            de mala calaña, para
            que tu me vendas así?»]

[Nota 381: Del doctor Mira de Amescua (así firmaba él, y no
_Mescua_) y de su arcedianato di algunas noticias hasta entonces
ignoradas en mi libro acerca de Pedro Espinosa (págs. 91-96) y otras en
mi folleto intitulado _El apócrifo «secreto de Cervantes_» (Madrid,
1916), págs. 60-64.]

[Nota 382: Esta fuente databa de principios del último tercio del
siglo XVI: don Manuel Varela y Escobar (_Bosquejo histórico de la ciudad
de Ecija_, pág. 107) vió y copió una inscripción por la cual consta que
reinando Felipe II, año de 1567, «Ecija, truxo el agua y mandó hazer las
fuentes». De las ninfas trató don Juan M.ª Garay y Conde en sus _Breves
apuntes histórico-descriptivos de la ciudad de Ecija_ (Ecija, 1851),
pág. 436, diciendo: «A un estremo de este paseo [del de la Plaza Mayor]
se encuentra una hermosa fuente, circundada también de arbolado y
asientos de piedra: su mar es un gran polígono de nueve varas de
diámetro y una de profundidad; cuatro ninfas de altura más que natural y
de buena escultura, que se dicen las Amazonas, dan un caño de agua por
medio de un cantarillo, y este lindo grupo sostiene un gran tazón de
jaspe de una sola pieza, con dos varas y media de diámetro y cuatro
caños a su borde....» ¿Qué ha sido de esta fuente? Al hacerse en 1866 la
reforma de la Plaza Mayor, fué desmontada y «sus piedras o bloques de
jaspe encarnado, con las ninfas y demás componentes de la obra fueron
enterrados al lado Sur de la Plaza, a poca distancia y profundidad de
donde antes se levantaba, y allí yacen esperando que una mano caritativa
y amante del arte y del embellecimiento de la ciudad las desentierre y
erija de nuevo....» Esto me dicen de Ecija, y yo escribí a don Eduardo
García de Castro, actual alcalde de aquella ciudad, que, pues tal
fuente, cualquiera que sea su mérito, debe conservarse en sitio céntrico
y muy transitado, por haber hecho mención de ella un ecijano tan ilustre
en una tan famosa novela, celebraría poder asentar en mis notas a _El
Diablo Cojuelo_ «que la Ecija de hoy, lejos de ser la que ayer
_enterraba_ sus preseas más estimables, por cierto sin reemplazarlas con
otras mejores o tan buenas, enmienda antiguos yerros y vuelve por el
buen nombre de su cultura». Las respuestas han sido dos: la primera,
«Allá veremos»; y la segunda, «No hay consignación para _exhumar_ la
fuente». ¡Pero la hubo para _inhumarla_! Repare en ello, por su honra,
_la ciudad del sol_: ¡es una vergüenza tener enterrado ese monumento!]

[Nota 383: Quizá son auténticamente de ciego estas seguidillas, y
no obra de Vélez de Guevara; a lo menos, muy de ciegos era acabar sus
relaciones con algún villancico contra el Diablo Cojuelo, a juzgar por
lo que, refiriéndose a un ciego relacionista, dice Rojas Zorrilla en la
jorn. I de _El más impropio verdugo por la mas justa venganza_:

    «COSME. Para un ciego en verso y prosa
            era «relación famosa
            (diciendo a voces) que trata
            como, dando testimonio
            de corazón paladín,
            vn mancebo florentín
            peleó con el demonio,
            y, haciendo a su ardor lisonjas,
            a arrojarle se dispuso
            por una escala que puso
            a un monasterio de monjas;
            y después, dando en el suelo,
            volvió a acometellas bravo;
            _con un villancico al cabo
            contra el Diablillo Cojuelo_.»]

[Nota 384: En nota del tranco IV (107, 6)[278] vimos cómo Quevedo en
_Las Zahurdas de Plutón_ pinta a las dueñas convertidas en ranas, y
cierto es que se las tenía por lo peor y más abominable del mundo. En un
ejemplar apostillado de mano (letra del siglo XVII) del libro intitulado
_Vida política de todos los estados de mugeres_, de fray Juan de la
Cerda, diciendo el autor, al folio 394, con referencia a unas palabras
de cierta mujer que estaba en el cielo, «y así lo hizo la devota
_dueña_, el apostillador, sin parar mientes en que esta palabra estaba
usada en la acepción de _matrona_, escribió al margen: «¿_Dueñas_ en la
gloria?, linda cosa».]

[Nota 385: _Dando barato_, es decir, repartiendo entre los
concurrentes algo de lo que traían entre manos. Algunos _baratos_ de
esta clase quedaron en proverbio, como _el barato de Juan del Carpio_,
que aporreó a su mujer pidiéndole barato, y _el barato de Cordobilla_,
que explica así Correas (_Vocabulario de refranes_..., pág. 88 _a_):
«Vno que se llamaba Cordovilla alumbró toda una noche a unos que
jugaban, porque le diesen barato, y después tuvieron enfado y diéronle
con el candelero».]

[Nota 386: _A vedar que ... no les valiese.... Hoy lo_ diríamos sin
ese _no_ que en lo antiguo acompañaba a los verbos de negación o
privación.]

[Nota 387: _Aunque se retrujesen_, quiere decir. El _si_ suele
equivaler a _aunque_, como noté en diversos lugares del _Quijote_ (II,
216, 10; VIII, 125, 10, etc.).]

[Nota 388: Según advirtió Pérez y González (págs. 56 y 57 de su tan
citado libro), el mismo Vélez explicó este pasaje en la jorn. I de _El
Diablo está en Cantillana_, de donde es el siguiente diálogo:

      «PERAFÁN.   ¿Cómo dejas a Sevilla?

      RODRIGO.    Como siempre: buena y brava,
                  dime un filo en el Corral
                  de los Olmos, y una mandria
                  tuvo un no sé qué conmigo,
                  sobre si pasa o no pasa:
                  llevó una mohada a cuenta,
                  siguióme la gurullada,
                  no pude tomar iglesia
                  ni embajador, y en _las ancas
                  de la mula de un doctor_
                  me salvé con linda gracia.

      PERAFÁN.    ¿En las ancas de la mula
                  de un doctor?

      RODRIGO.   Pues dime, ¿hay casa
                 de embajador, hay iglesia,
                 hay torre, hay tierra del Papa,
                 de preeminencias mayores,
                 pues hay médico que acaba
                 de matar cuarenta enfermos
                 y no hay quien le pida nada
                 en poniéndose en la silla?
                 _Pues lo mismo son las ancas_;
                 que el platicante más zurdo,
                 en asiendo la gualdrapa,
                 _aunque mate, es como asirse_
                 _de una iglesia a las aldabas_;
                 que hay aquestos privilegios
                 en las mulas doctoradas.»]

[Nota 389: _Alguaciles chanflones_, como _doncella chanflona_ en el
tranco I (18, 5)[76], donde quedó nota.]

[Nota 390: Pérez y González creyó errata _resolución:_ «Debe ser
_revolución;_ inquietud, alteración, alboroto».]

[Nota 391: Los buenos neblíes eran de Noruega, tierra donde apenas
luce el sol; pero el Cojuelo era neblí de otra Noruega aún más obscura:
del infierno.]

[Nota 392: Aquí supone nuestro autor que el Genil y el Guadalquivir
se juntan o casan por _el vicario de las aguas_, como habló del _vicario
Responso_ en el tranco I, donde quedó nota (17, 2)[71].]

[Nota 393: Pues en el uso actual _camarada_ sólo significa
_compañero,_ y con tal significado ocurre poco después, podría parecer
que no hace buen sentido esta expresión. _Camarada_, en este lugar,
significa _compañía._]

[Nota 394: _Tender la raspa_, o _tender raspa_, es acostarse para
dormir o descansar. Quevedo, en una de sus jácaras:

        «Llegamos a Babilonia
        un miércoles por la noche;
        _tendí raspa_ en el mesón
        de Catalina de Torres.»]

[Nota 395: El _ferreruelo_ o _herreruelo_ era una capa sin capilla.]

[Nota 396: Como advierte Covarrubias, _dar papilla_ a uno, o
_papillas_, es «engañarle o tratarle como a niño». «No piense vuesa
merced _darme papilla_», dice un ventero en el _Quijote_ (I, 32).]

[Nota 397: Dijolo, verbigracia, el maestro Valdivielso, en el auto
de _El Hospital de los locos_:

    «LUZBEL.  Tres partes había de estrellas
              encima la impírea bola,
              siendo yo de las más bellas;
              _mas derribé con la cola
              la tercera parte dellas_.»]

[Nota 398: _Del Galileo_, antepuesto el artículo al nombre propio, a
la manera italiana.]

[Nota 399: Acerca de este hombre extravagante, sus aficiones y su
museo, puede verse el libro de don Emilio Cotarelo, intitulado _Don Juan
de Espina_, Madrid, 1908.]

[Nota 400: Así, _óbtica,_ en la edición príncipe, tal como el vulgo
solía y suele pronunciarlo. «Conocida es--dice don Rufino José Cuervo
(_Apuntaciones críticas sobre el lenguaje bogotano_, §756 de la 6.ª
edición, París, 1914) la repugnancia que tiene el castellano a usar las
explosivas sordas en fin de sílaba. ... y hoy es comunísimo pronunciar
... con _b optar, opción, aptitud_.»]

[Nota 401: Para hacer su chiste, Vélez de Guevara, por boca del
Cojuelo, confunde el _camino de Santiago de Compostela_, que es el
aludido en el refrán, con el otro _camino de Santiago_ o _Vía láctea._
Es curiosa la conjetura de Faria y Sousa acerca del nombre vulgar
castellano de la _Vía láctea._ Dice, comentando una octava de los
_Lusiadas_, de Camoens: «En griego se llama _Galaxia_, que vale _vía de
leche_, i es lo que el vulgo llama _Camino de Santiago_; que devia
principiarse en dezir _Camino de Galicia,_ por corrupción de
_Galaxia_.»]

[Nota 402: _De posta_, equivalente a _de centinela_. Rey de Artieda,
en un soneto de los _Discvrsos, epístolas_ y _epigramas de Artemidoro_
(Zaragoza, Angelo Tavanno, 1605), fol. 104, usa las dos formas, _hacer
centinela_ y _hacer la posta_:

        «Como a su parecer la bruxa vuela
        y vntada se encarama y precipita,
        assi un soldado, dentro vna garita,
        esto pensaua, _haziendo centinela_....

       *       *       *       *       *

        Con esto, se acabó de _hazer la posta_,
        y hallóse en cuerpo, con la pica al hombro.»]

[Nota 403: Pues el Diablillo era cojo, píntalo nuestro autor velando
sobre un solo pie, como cuentan de la grulla, que, en efecto, duerme con
un pie levantado, y añaden que la que está de centinela para avisar a
las demás de cualquier peligro tiene sujeta una piedra en ese pie, a fin
de no dormirse; de donde dijo Mateo Alemán en su _Guzmán de Alfarache_,
parte II, libro II, cap. IX: «No hay duda que siempre continuaba velando
su honestidad, _como la grulla, la piedra del amor de Dios levantada del
suelo_....»]

[Nota 404: _Parecer_, significando, más bien que _ver, notar_ o
_advertir_.]

[Nota 405: _Grosura_, en una acepción no registrada en el léxico de
la Academia, es, como dice Covarrubias, «lo interno y estremo de los
animales; conuiene a saber, cabera, pies, y manos, y asadura». En las
condiciones que se pusieron para el obligado de la carne en la villa y
corte de Madrid, año de 1624, hay una referente a los despojos, que dice
(Libros de Gobierno de la Sala de Alcaldes, tomo XIV, fol. 732): «Con
condición que no sea obligado a dar despojos de carnero, que se entiende
cabezas y asaduras y vientres, los sábados de cada semana que fueren _de
grossura_ más de tan solamente al Rey y Reyna nuestros señores y al
señor ynfante y a los señores del Consejo Real....»]

[Nota 406: Dice el señor Bonilla «que se recomendaban como remedios
de ella [de la opilación] _comer barro_....» No sé de dónde pudo sacar
tal especie, cuando precisamente el _comer barro_ era causa de aquella
enfermedad. Zabaleta, en _El día de fiesta por la tarde_, capítulo
referente a _El estrado_: «Apéanse a este tiempo de vn coche en la
puerta de la casa vna muger mayor, que tiene el marido en vn govierno en
las Indias, y vna hija suya donzella _opilada_, tan sin color como si no
viuiera. Nadie juzgará que salia del coche para la visita, sino para la
sepultura. _Comía_ esta doncella _barro_, linda golosina. ¿Quánto diera
esta moça por estar enterrada, por tener la boca llena de tierra? Dios
hizo a esta muger de barro, y ella con el barro se deshaze.» Quevedo, en
su musa VI, tiene un soneto dirigido _A Amarili, que tenía unos pedazos
de búcaro en la boca, y estaba muy al cabo, de comerlos_.]

[Nota 407: _Tomar el acero_, como dice el _Diccionario_ de
autoridades, era «remedio que se da a los que están opilados, que se
compone del acero, de diversas maneras preparado».]

[Nota 408: Llamó _Minotauro_ la mitología clásica al monstruo que
nació de la unión de Pasifae, mujer de Minos, con un toro. Según
Apolodoro, Higinio y otros, tenía de hombre el cuerpo y de toro la
cabeza. Matóle Teseo en el famoso laberinto de Creta.]

[Nota 409: _Chisme_, femenino, como en el tranco I, donde quedó nota
(23, 4)[88].]

[Nota 410: _Baraja_, en su acepción de _contienda_ o _reyería_; de
donde se dijo _barajar_, «reñir, altercar o contender unos con otros».]

[Nota 411: En la edición príncipe, por mera errata, que copió el
señor Bonilla, _coredores_.]

[Nota 412: Sabidísimo es que este asno no era _de oro_, aunque se
llamara así al libro en que de él se trata, cosa que parece haber
olvidado Vélez de Guevara al hacerlo, por su nombre, cabalgadura del
riquísimo Creso.]

[Nota 413: _Velicómen_, palabra que intrigó grandemente al señor
Bonilla en su primera edición de _El Diablo Cojuelo_, y que antes que
Vélez había usado Quevedo en _La Hora de todos_, significa _copa_ o
vaso, del alemán _Wilkommenbecher_. No todos se habían olvidado del
texto del Señor de la Torre de Juan Abad: el maestro Cávia, después de
cenar con unos amigos, como otros que llegaron les preguntasen qué
hacían, respondió:

        «Ya repletos los abdómenes,
        alzamos los _velicómenes._»]

[Nota 414: _Selvajes_, que hoy, menos etimológicamente, decimos
_salvajes_.]

[Nota 415: _Correspondientes_, dicho por lo que ahora llamamos
_corresponsales_. Castillo Solórzano, _La Garduña de Sevilla y anzuelo
de las bolsas_, cap. IV: «Había Marquina tomado por una deuda a un
_correspondiente_ suyo, que había quebrado, una heredad fuera de la
ciudad....»]

[Nota 416: Entre las diversas marcas con que solía herrarse a los
esclavos en los siglos XVI y XVII, era la más frecuente la de una S y un
clavo, para indicar _esclavo_. Gestoso, en su interesante artículo sobre
_La compraventa de los esclavos en Sevilla_, apud _Curiosidades antiguas
sevillanas_ (Sevilla, 1910), págs. 83 y siguientes, reseña algunos
documentos en que hay referencias a esta marca. Indicaré uno: en el
testamento de Pedro García de Quesada (9 de marzo de 1520) se menciona
«vn esclabo moro del cabo, de hedad de quinze a diez y seys años
herrado en la cara, en vn carrillo con vna _S_, y en otro vn clavo, que
se dize abrahem....» La S y el clavo pasaron pronto a la literatura.
Baltasar del Alcázar, pág. 5 de mi edición de sus _Poesías_ (Madrid,
1910):

        «Pusome en el alma _el clavo_,
        su dulce nombre _y la S_,
        porque ninguno pudiese
        saber de quién soy esclavo.»

Lope de Vega, en la jorn. III de los _Trabajos de Jacob_:

    «RUBÉN. Señor, todos queremos, pues es justo,
            quedar por tus esclavos:
            _eses_ imprima _y clavos_
            en todos nuestros rostros hierro adusto....»

Y, figuradamente, se dijo _echar_ a uno _una ese y un clavo_ en la
acepción de tenerle cautivada con beneficios su voluntad. Así en _La
Pícara Justina_: «Por cierto, señora, en lo que toca al ofrecerme el
empréstito, usted _me ha echado una ese y un clavo,_ y una argolla, y un
virote, y una cadena, y unos grillos....»]

[Nota 417: _Girándula_ es, como dice Covarrubias, «cierta rueda
llena de cohetes, que dando bueltas a la redonda, y girándose, despide
de sí rayos de fuego a modo de cometa, con muy grandes tronidos».]

[Nota 418: Dice _cohetes voladores_ para diferenciarlos de los
_rastreros_, también llamados _buscapiés._]

[Nota 419: El mejor _brocado_ era _de tres altos_, como dije en mis
notas al _Quijote_ (V, 186, 20).]

[Nota 420: Esta pintura de la instabilidad de la fortuna trae a la
memoria aquella otra muy notable de Lope, en el acto II de _Porfiando
vence amor_:

    «FABIO.     ¿Sabes cómo es la fortuna?
                Como un baile de comedia:
                ella toca, y bailan todos;
                ya están aquestos aquí,
                y ya los otros allí,
                mudándose de mil modos.
                Donde aquél tiene la cara,
                éste las espaldas tiene;
                uno pasa, y otro viene,
                y hasta el fin ninguno para.
                Nadie tiene lugar cierto
                donde le piensa tener,
                porque todo viene a ser
                desconcertado concierto.
                Aquí dos bailando están,
                y cuando suelen volver
                el rostro, ya la mujer
                baila con otro galán.
                El que en este sitio estaba,
                ya no está; que siempre vi
                andar de aquí para allí
                hasta que el baile se acaba.»]

[Nota 421: Popularizado sobremanera aquel romance sobre la muerte de
don Beltrán en Roncesvalles, en que se lee:

        «_Con la mucha polvareda,
        perdimos a don Beltrane_...»,

se hizo esta frase topiquillo vulgar y con frecuencia nuestros poetas la
acomodaron festivamente en sus versos, más o menos variada. Así, por
ejemplo, Lope de Vega, en la jorn. II de _El Buen vecino_:

    «BITONTO.   ...Que son bastantes indicios
                desto el haberme dejado,
                entre el marcial alarido
                y la confusa arboleda
                de las armas, sin sentido,
                _con la mucha polvareda,
                como don Beltrán perdido_.»

Tirso de Molina, en el acto I de _Desde Toledo a Madrid_:

    «CARREÑO.   ...Hasta que en una vereda,
                _con la grande polvareda,
                perdimos a don Beltrane_:
                digo que a Madrid perdimos
                de vista....»

Y, en fin, dejando atrás muchas otras citas, Quevedo, en su romance
sobre los cuellos (Musa VI):

        «Los polvos azules truje
        del rebelado Flamenco,
        _y con la gran polvareda,
        perdimos a don Dinero_.»]

[Nota 422: Refiérese, como nota el señor Bonilla, al título de
ciudad concedido a Carmona por Felipe IV en 1630.]

[Nota 423: Juega de la voz _sereno_, adjetivo en una parte y
sustantivo en otra: _que nunca le tuvo_, es decir, que por ser Carmona
de cielo tan _sereno_, no se conoce en ella el _sereno_ o humedad
atmosférica propia de la noche. A esto atribuye seguidamente el no
padecerse allí el catarro.]

[Nota 424: De la frase de comedimiento _no conocer_ a uno _sino para
servirle_ traté en nota del tranco II (38, 14)[133].]

[Nota 425: Aunque hoy, generalmente, llamamos _la Giralda_ a la
torre de la Catedral de Sevilla, este nombre no es sino el de la esbelta
y por todos estilos _airosa_ figura que le sirve de remate y veleta: una
hermosa imagen de la Victoria. He aquí lo que de ella y de la torre dijo
Alonso Morgado en su _Historia de Sevilla_... (Sevilla, Andrea Pescioni
y Juan de León, 1583), pág. 285 de la reimpresión hecha por la efímera
Sociedad del «Archivo Hispalense» (Sevilla, 1887): «...Toda ella [la
torre] es quadrada, y cado un lienço en igual proporción de cincuenta
pies de ancho y en vn mismo nivel de quadro, sin desmenguar ni crecer
por la parte de afuera poco ni mucho en toda la altura donde vemos las
campanas.... Desde el suelo hasta en altura de ochenta y siete pies es
todo raso y sin alguna moldura. Mas desde allí hasta lo más alto, sube
por medio de cada lienço vna orden de ventanas, y tantas galanterias,
que hazen hermosissima la vista....» Trata después del cuerpo de
campanas, y añade: «... y luego vna bola dorada de cinco pies de altura,
y encima vna Victoria, que es vna hermosa imagen de bronze, en que se
remata [la torre], dorada y a partes encarnada, do lo ha menester, que
tiene de altura quatro varas y media de medir, y de peso veynte y ocho
quintales, con vn ramo en la mano derecha, tambien de bronze, que pesa
dos quintales, que en tanta distancia de altura le da mucha gracia. Y en
la mano yzquierda, vna grande vela de quatro quintales, y también de
bronze, que denota y señala qualquiera viento que corra y sople, tras la
qual se va la misma Victoria con tanta facilidad y ligereza como si
fuera vna pluma: tal es el artificio maravilloso sobre que está
puesta.»]

[Nota 426: Los últimos lugares del itinerario de Córdoba a Sevilla,
según el citado _Reportorio_ de Juan Villuga son:

    «a la venta ronquera                ij
    a la venta _peromingo_              j
    a la venta de lorsa                 media
    a las ventas de las talleras        m
    a las ventas de torre blanca        j
    a seuilla                           j.»

E igualmente en otras _Guias o Reportorios_ que no hicieron sino copiar
a Villuga, con tal cual ligera modificación, verbigracia, la _Guía de
caminos para ir y venir por todas las provincias de España_ que precede
al _Nuevo estilo y formulario de escrivir cartas missivas, y responder
en ellas en todos géneros, y especies de correspondencia a lo
moderno_.... (Barcelona, Jayme Ossét, 1765).]

[Nota 427: _Senda de plata_ había llamado Lope de Vega al
Guadalquivir (_La Esclava de su galán_, acto I):

    «ELENA. Divídese Sevilla, como sabes,
            por este ilustre y caudaloso río,
            senda de plata por quien tantas naves
            le reconocen feudo y señorío.»

«A la verdad--dije en el discurso preliminar de mi edición crítica de
_Rinconete y Cortadillo_ (pág. 15), quien desde la esbelta torre de la
Giralda mira hacia el río por el sitio del puente y de la del Oro, si ha
leído alguna vez la comedia _El Diablo está en Cantillana_, del famoso
ecijano Luis Vélez, no puede menos de recordar aquellos versos de la
jornada I, en que, después de encarecer la nobleza y bizarría de
Sevilla, alábala por otras excelencias y dice:

        «... tan populosa, que, haciendo
        montes de soberbias casas,
        impedir quiso que el Betis
        tributase al mar de España;
        y él, rompiendo por en medio,
        parece que agora aparta
        de la una parte a Sevilla,
        de la otra parte a Triana,
        cuyos edificios bellos
        le presentan la batalla,
        y, a no estar en medio el río,
        pienso que escaramuzaran.»]

[Nota 428: _Virgines_, a la latina, aún frecuente en el siglo XVII,
como _imágines, volúmines_, etc.]

[Nota 429: Hoy, en Sevilla, y hasta en la misma Alcalá, que tiene
por sobrenombre el nombre de este río, no es raro oír llamarle
_Guadaira_, en lugar de _Guadaíra_, que es como ha de decirse y como se
dijo por nuestros abuelos. En una _Relación_ del recebimiento de Felipe
II en Sevilla (1570), por Gaspar Rodríguez:

    «Alcalá de _Guadayra_
    estaua y tambien Utrera;
    mostrandose placentera,
    con ojos alegres mira
    la gran ganancia que espera.»

Igualmente Tirso de Molina, en el acto II de _En Madrid y en una casa_:

    «D.ª MANUELA  ...Aquella estancia, pues, que caudalosa
                  de esquilmos de Amaltea,
                  regalo a los sentidos, los recrea,
                  en nombre y en efectos deleitosa,
                  y por el logro que en sus ondas mira,
                  el Betis ronda y baña _Guadaíra_,
                  ocasionaba amena mis recreos.»]

[Nota 430: ¿De dónde pudo sacar Vélez de Guevara la errada noticia
de que el Guadaíra, por medio de los caños de Carmona, surte de agua
potable a Sevilla, y esto, tan enteramente, que aquel río es el único
que no paga tributo al mar...? Presumo que lo tomaría, por
inadvertencia, del epígrafe del capítulo en que Alonso Morgado, en su
citada _Historia de Sevilla_, trata «De los caños de Carmona _y río que
entra por ellos en Sevilla_, y se reparte en fuentes por toda la ciudad»
(pág. 148 de la edición moderna). Morgado llamó figuradamente _río_ al
gran caudal de agua que se conduce por los tales caños, y Vélez, que
aunque había vivido en Sevilla mucho tiempo, no conocería bien los
pormenores de su abastecimiento de aguas, vió el dicho epígrafe, y lo
entendió a la letra. No lo hubiera entendido así a leer el muy raro
libro del maestro Juan de Mallara intitulado _Recebimiento que hizo la
muy noble y muy leal Ciudad de Seuilla, a la C.R.M. del Rey D. Philipe
N.S.... Con vna breve descripcion de la Ciudad y su tierra_ (Sevilla,
Alonso Escriuano, 1570), en cuyo fol. 132 dice, tratando de Alcalá de
Guadaíra: «Entre las cosas que tiene de notar es la fuente de los caños
que llaman de Carmona, no porque vengan de Carmona, sino porque desde
Torreblanca hasta Sevilla vienen por el mesmo camino y calçada que van a
Carmona. Ay vna peña leuantada en vn cerro, con vna profunda cueua a
donde baxan por sus gradas, y halla se siempre allí vn manantial de agua
tan gruesso como vn cuerpo de vn buey, que de tiempos sin memoria a esta
nuestra edad ante de Romanos, y despues en todos los siglos esta fuente
ha estado con el golpe de agua que aora tiene, sin apocarse o
enturuiarse.... Esta sale por vna canal de piedra tosca. Tiene sus
acequias, que duran mas de legua y media, yendo algun espacio por dentro
de los montes, lleuando sus lumbreras a trechos, hasta que viene a dar
en Torreblanca do passa vn molino, y despues va por vn lado del camino
hasta la Cruz y allí buelue a mano yzquierda, y comiença a subir desde
el suelo por arcos de vna vara, y dos, y estado, hasta otro molino donde
se parte la tercia parte para la huerta del Rey, y de allí van los caños
leuantandose todo lo que la ciudad tiene de baxa, llegando al peso y
sitio de Seuilla. Subiendo por cima de la puerta donde está el
repartimiento del agua, y de allí va por los muros que encaminan a la
puerta de la Carne hasta el Alcaçar mucha desta agua; en fin, _es vn
grande río_ [de esto debió de tomar su expresión figurada Alonso
Morgado] que todo se consume dentro de la ciudad sin salir gota, ni
bastar Guadalquiuir a no quitar la falta que estos caños hazen, quando
ay algun impedimento en ellos. El principio desta agua en Alcalá está
con grande guarda, y tiene su llaue....»]

[Nota 431: La _blanca_ valía medio maravedí, y no huelga advertirlo,
porque muchas personas cultas, dejándose llevar por lo que suena el
nombre, imaginan que la _blanca_ era una moneda de plata. Por alusión a
su escasísimo valor se dijeron algunas frases, que registra Covarrubias
en su _Tesoro_: «No aver _blanca_, no tener dinero. No valer vna
_blanca_, valer poco. Pagar _blanca_ a _blanca_, muy poco a poco. De
tres a _blanca_, cosa muy vil....»]

[Nota 432: Alude a la exención del fuero ordinario de cuantos
estaban matriculados en la Universidad de Alcalá, como, generalmente, en
cualquiera otra de las del reino.]

[Nota 433: El mismo Vélez de Guevara había llamado a Sevilla, en la
jorn. I de _Más pesa el rey que la sangre_:

        «Este _Cairo español_, esta
        _Babilonia castellana_,
        este ejército de almenas,
        este escándalo de casas....»

Y Ruiz de Alarcón, por boca del gracioso, en el acto II de _Ganar
amigos_:

        «¡Válgate Dios, confusión
        y embeleco de Sevilla!...
        Un hombre conozco yo
        que es tahur, y desde el día
        que a un desdichado inocente
        en el garito empestilla,
        se va al de otro barrio, que es
        como pasarse a Turquía:
        cursa en él hasta pegarle
        a otro blanco con la misma,
        y va visitando así
        por sus turnos las ermitas,
        y en acabando la rueda,
        se vuelve a la más antigua,
        donde, como los tahures
        se trasiegan cada día,
        o no va ya su acreedor,
        o él hace del que se olvida,
        o tiene conchas la deuda,
        del tiempo largo prescripta.»]

[Nota 434: Como escribe Covarrubias, _traer la barba sobre el
hombro_ es «viuir recatado y con rezelo, como hazen los que tienen
enemigos, que van bolviendo el rostro a vn lado y a otro....» Es uno de
los modos de decir que proscribió Quevedo en la _Premática_ de 1600. Y
Quiñones de Benavente, en su _Entremés de las Civilidades_:

        «Dícenme por asombro:
        «Señor, _traé la barba sobre el hombro_.»
        No es buen consejo ése,
        porque si yo trajese
        la barba sobre el hombro solo un día
        cordero de _agnus Dei_ parecería.»

Bien que esto último ya se lo tiene Quevedo en el prólogo de su _Cuento
de cuentos_: «_Andar la barba sobre el hombro_, quien lo tuviere por
buen consejo lo pruebe, y andará hecho corderito de _agnus dei_.»]

[Nota 435: Este edificio, que aun hoy subsiste, es la famosa _Casa
de Pilatos_, visitadísima de cuantos curiosos van a Sevilla, por las
notables riquezas artísticas que contiene. De este nombre ha inducido
recientemente un escritor italiano, Rosadi, que Pilatos fué natural de
Sevilla, pues tenía y aun tiene casa en ella(!!!). La Casa de Pilatos
fué edificada por don Fadrique Enríquez de Ribera, marqués de Tarifa y
duque de Alcalá, cuando volvió de Tierra Santa en 1520. Devotísimo de la
Pasión de Jesucristo, hizo en Sevilla una _Vía Sacra_, que empezando en
su nuevo palacio, que recuerda la fortaleza de la Torre Antonia,
residencia del gobernador militar de Roma en Jerusalén, terminaba en el
monumental humilladero de la llamada Cruz del Campo.]

[Nota 436: Esto no era ni es así enteramente: no se nombraba _el
Candilejo_ a la calle en que está _la cabeza del Rey don Pedro_, pues,
como dice Pérez y González, «la _calle del Candilejo_ llamábase antes
_de los Cuatro Cantillos_, y a la _Cabeza del Rey don Pedro_ le decían
_calle del Velador_». El suceso de marras, tan universalmente conocido,
que holgaría el contarlo una vez más, ocurrió junto a la esquina que
forman ambas calles. Y añade el docto escritor sevillano que, contra lo
que creyeron algunos historiógrafos hispalenses, «sábese hoy de modo
cierto que la primitiva cabeza que mandó hacer y poner el rey don Pedro
(y que era sólo una cabeza como cortada y separada del cuerpo por el
hacha del verdugo) no era de piedra. Según testimonio de quien la
poseyó, recogido por el canónigo doctor don Ambrosio de la Cuesta en un
tomo de _Memorias históricas sevillanas_, la cabeza era «de barro,
cocida y pintada, con el pelo corto, que sólo le cubría el cuello,
cortado alrededor y cercenado por la frente como entonces se usaba, sin
bigotes ni barbas, el rostro algo abultado y en la cabeza un bonete
redondo, traje de aquel tiempo». En dichas _Memorias_ léese también que
«cuando desapareció aquella cabeza, la Ciudad acordó que se hiciese una
efigie de piedra, que representase la persona del rey don Pedro en traje
e insignias reales y se pusiesen las armas de Castilla y León en un
escudo a costa de la Ciudad y se colocase en un nicho el bulto del Rey,
de medio cuerpo».

De todo ello trató eruditamente don José Gestoso en su _Sevilla
monumental y artística,_ tomo III, pág. 396, y a esta obra remite Pérez
y González, y yo con él. En las frecuentes investigaciones que hice
durante mucho tiempo en el Archivo Municipal de Sevilla, encontré,
examinando las actas capitulares (escribanía segunda), diversas noticias
referentes a la nueva _Cabeza del rey don Pedro_: Cabildos de 30 de
julio y 24 de septiembre de 1599: Peticiones del escultor Marcos de
Cabrera para que se le pague su hechura.--Cabildo de 15 de octubre de
1604: «... y la echura de la caueza del Rey don Pedro que está en poder
del jurado Juan de Perea se ponga en el sitio que está mandado.»--Cabildos
de 10 de septiembre de 1607 y 26 de septiembre de 1608: Nuevo acuerdo de
que se ponga en el Candilejo, como estaba prevenido.--Cabildo de 19 de
agosto de 1609: Propuso don Fernando de Ulloa que se pusiera en el sitio
en que está mandado la cabeza del Rey don Pedro.--Cabildos de 17 y 20 de
octubre de 1612: Otros acuerdos sobre lo mismo. La piedra de que se hizo
tal busto se había pagado en 1598. (Libros de Propios, 8 de junio de aquel
año.)]

[Nota 437: _Cal_, por _calle_, como más adelante (tranco X) _cal
de Tintores_. Y fueron tan para en uno, a las veces, la calle y su
nombre, que se escribieron como una sola palabra (_Caldebayona,
Calderredes_), y aun olvidando que el _cal_ no era del nombre,
rebautizaron en Osuna, mi pueblo natal, la _cal de Negros_ o
_Caldenegros_, llamándola _calle de Caldenegros_.]

[Nota 438: _Borciguinería_, por asimilación de vocales, en lugar de
_Borceguinería_. Esta fué una de las muchas calles que tomaron su nombre
del repartimiento hecho por San Fernando, porque la señaló para los
fabricantes de borceguíes. Los modernos, sin tener en cuenta la
venerable antigüedad del nombre, lo han sustituído por el de _Mateos
Gago_.]

[Nota 439: _El Atambor_, como dice don Félix González de León en su
_Noticia histórica del origen de los nombres de las calles de Sevilla_
(Sevilla, 1839), pág. 127, era una plazoleta muy pequeña, situada en la
Borceguinería. La llamarían _el Atambor_ por alusión a su figura y aun
quizás a su reducido espacio. En ella, al mediar el siglo XVI, había un
arquillo con una imagen: en 1547 Juan Alemán, deudo propincuo del autor
del _Guzmán de Alfarache_, arrendó a Bernardino de Morales unas casas
«que son el arquillo de la ymagen del _alambor_». (Archivo de protocolos
de Sevilla, García de León, libro 3.º de 1547, fol. 2554.) En esta
plazuela tuvieron su antigua casa los condes de Gelves, hasta que
trasladaron su morada a la collación de la Magdalena.]

[Nota 440: _Calles_, y no _calle_, porque se refiere a la
propiamente llamada _del Agua_ y a la inmediata _del Chorro_, ambas de
la collación de Santa Cruz y pertenecientes a la antigua Alhamía de
Sevilla. Cerca de ellas, como dice González de León, está el muro de la
ciudad por donde pasan las aguas de los Caños de Carmona que van al
vecino Alcázar.]

[Nota 441: «La calle del Agua--dice el señor Bonilla--distaba mucho
de ser recatada, y este vocablo, como advierte el señor Pérez y González
(obra citada, pág. 113), está empleado por Vélez con intención
satírica.» Y copia, para demostrarlo, un texto de Cristóbal de Chaves en
que se habla de cierto rufián que sacó una doncella y «la puso _en el
lugar más público de Sevilla,_ que era una calle que la llaman _del
Agua_, donde había otras muchas mujeres que vivían como las del
partido». Pero nótese que el mismo texto alegado demuestra que Pérez y
González y Bonilla no estuvieron en lo cierto. La _casa pública_ se
llamó así, no porque estuviese en sitio muy _público_ o transitado, sino
por la condición de sus mujeres. Al contrario, estaba, en todas las
ciudades y villas, y bien se alcanza por qué, en los lugares más
escondidos y secretos. Aún hoy no hay mejor medio para lograr que se
mude a otra casa una mujer de mala nota que tenerle muy alumbrada la
calle, cosa que retrae a los que hubieran de buscarla. El vicio requiere
oscuridad, cuando todavía no ha llegado al límite de la desvergüenza.]

[Nota 442: _Aplopejía_, metátesis vulgar de _apoplejía._]

[Nota 443: La historia de los amores de _Vireno_ y _Olimpia_ y del
consiguiente abandono de ella, está contada por Ludovico Ariosto en los
cantos IX y X del _Orlando furioso_. En el _Romancero general_ hay un
romance (fol. 41 vto.) en que Olimpia, ya abandonada, se lamenta de la
deslealtad de su amante:

         «Svbida en vn alta roca
         donde bate el mar insano,
         del engañoso Bireno
         Olimpia se quexa en vano.
             Traidor tirano.»

Y Altisidora, en el _Quijote_ (II, 57), apostrofa en burlas al desdeñoso
Caballero manchego, diciéndole:

        «_Cruel Vireno_, fugitivo Eneas,
        Barrabás te acompañe, allá te avengas.»

La frase _de mala mano_, que falta en el _Diccionario_ de la Academia,
se decía de los malos pintores y de sus obras, y de ahí se pasó a
decirlo figuradamente de otras muchas cosas, equivaliendo a _de mala
calidad_ o _de poco mérito._ Véanse algunos ejemplos. _Quijote_, II, 52:
«Las nuevas deste lugar son que la Berrueca casó a su hija _con un
pintor de mala mano...._» Lope de Vega, en el acto I de _Santiago el
Verde_, por boca de Celia, refiriéndose a que se solían pintar buenas
manos en los retratos:

        «Los pintores dan en eso,
        porque, por lo menos, digan
        _que es de buena mano el lienzo_.»

Y Castillo Solórzano, en el _Entremés del Casamentero_:

    «MUJER. ¿Un poeta en crepúsculo? Bien dijo:
            que hay versos que, con ser _de mala mano_,
            por escuros parecen del Ticiano.»]

[Nota 444: Alude nuestro autor a la vulgar creencia de que el
avestruz digiere el hierro. A lo propio se refirió Rojas Zorrilla en la
jorn. I de _El Desafío de Carlos Quinto_:

    «D.ª LEONOR. Ea, don Luis, vuelve en ti;
                 tu brazo la pica empuñe;
                 el coselete en tu pecho
                 al Otomano deslumbre;
                 _digiere aquel hierro ardiente_
                 _que el tiro de bronce escupe,
                 y sean para sus balas
                 tus entrañas avestruces_.»]

[Nota 445: A ser esto así, se habría acrecentado su peso en ocho
arrobas desde el tiempo en que Morgado escribió su _Historia de
Sevilla_, pues dijo en ella (pág. 317 de la reimpresión): «En lo que
menos se imagina, se manifiesta también la gran magestad y riqueza de la
Sancta Iglesia. Pues ¿quién dirá que el Cirio Pascual (que a su tiempo
se pone en la Capilla Mayor muy dorado y labrado) tiene de peso _setenta
y seys arrobas de cera_?»]

[Nota 446: De este famoso candelero dice Morgado en su _Historia_
_de Sevilla_ que «es la mayor parte de bronze», y que lo juzgan «por el
más curioso y que más tiene que ver (con quinze figuras de Sanctos de
bulto por el alto) que otro ninguno. El qual por su mucho peso tiene en
los assientos sus ruedas de bronze, con que lo llevan dende la
sachristia, donde se guarda, al choro por las semanas sanctas». Con
hipérbole andaluza trató del cirio pascual y del tenebrario de la
Catedral de Sevilla aquel _cicerone_ que figura en _Los Antoios de meior
vista_ de Rodrigo Fernández de Ribera (fol. 6 de la edición príncipe):
«¿A visto v.m., dijo, un Candelero de Tinieblas, en que se ingieren las
velas con que se dicen? Pues dos mil i sietecientos i treinta i seis
quintales, docientas arrobas i diez libras de bronce tiene, i creo que
cinco onças. Poco cree v.m. de tanto peso, repliqué yo. Pero todo me le
[e]chó encima quando me lo acabó de decir, i sin dejarme respirar,
aunque dejó el Candelero, prosiguió: Pues si v.m. aguarda a la Pasqua
Florida, que bien podrá por esto solo (i era por san Iuán), verá un
Cirio, que de solo cera, sin el pavilo, que es de algodon de la India de
Portugal, i se trae para solo esto cargada una nave.... Ahorrele la
traída de la cera, i quedeme a descansar entre tanto algodon....»]

[Nota 447: De esta famosa custodia dice Morgado (pág. 313 de su
_Historia de Sevilla_) que Juan de Arfe tardó seis años en hacerla, y
añade: «Tiene de altor tres varas y media, sin la Cruz de vna quarta que
lleva por remate. Tiene de peso mil y trezientos marcos, que hazen
veynte y seys arrobas de plata, y de costa treynta y seys mil ducados,
con todas hechuras....»]

[Nota 448: El antiguo monumento de la Catedral de Sevilla, al
cual--dice Morgado (pág. 314)--«con razonable conjetura se le da el
nombre de Templo de Salomón..., es de forma octógona, con quatro vistas
principales, de a nueve pies de coluna a coluna, y otras quatro vistas
menores con la mitad de claro de las mayores».]

[Nota 449: Nuestro autor juega del vocablo, por el doble significado
de _lonja_, y alude a que la de Sevilla, como San Lorenzo del Escorial,
fué traza de Juan de Herrera. La universidad de mercaderes sevillanos
acordó en 1585 levantar este soberbio edificio frente a la puerta de San
Cristóbal, de la Catedral, y en él se empezó a negociar a 14 de agosto
de 1598.]

[Nota 450: Así, _Adtlante_, en la edición príncipe, y aun pudo decir
_Adlante_, sin la _t_, porque así solía y suele pronunciarlo el vulgo.
En otro lugar (tranco X) leeremos _ridmo_, por _ritmo_.]

[Nota 451: Acerca del _Retiro_, o _Buen Retiro_, el curioso puede
ver el interesante capítulo que le dedicó Mesonero Romanos en _El
Antiguo Madrid_, tomo II, págs. 161-175. Para una nota baste decir que
la fundación de este real sitio se empezó el año de 1631, por lo que se
llamó _el Gallinero_, junto a la huerta de San Jerónimo; que en 1632 se
terminaron la plaza y cuerpo principal del palacio; que en octubre del
mismo año se efectuó en ella algún juego de cañas, y que de entonces en
adelante el Retiro fué lugar de frecuentes y fastuosos divertimientos
cortesanos, entre los cuales tuvieron preferencia las representaciones
de obras de los más celebrados autores de aquel tiempo: Calderón de la
Barca, Mendoza, Solís, etc. De los antiguos edificios del Retiro sólo
uno resta en pie: el vulgarmente llamado _el Casón,_ donde al presente
está instalado el Museo de Reproducciones Artísticas.]

[Nota 452: Muchas ediciones leyeron _enjauladas_, siguiendo a la de
Zaragoza, 1671. En la de Vigo, 1902, el señor Bonilla declaró que
«_enjaguadas_ está por _purificadas_ o _depuradas_», e intentó apoyarlo
en Covarrubias y el _Diccionario_ de autoridades. Pérez y González,
entendiendo que en el pasaje del texto «ni el _enjaguar_ ni el
_enjuagar_ ni el _enjaular_ encajan», conjeturó que se trataba de una
errata y que debía leerse _amen-guadas_ donde la edición príncipe
estampó _enja-guadas_, «y cuando menos--añadió--, el sentido de la frase
quedará completo y claro, sin necesidad de meter las grandezas en jaulas
como si fueran loros, ni de echarlas en lavaderos como si se tratara de
ropa sucia». En su edición de 1910 Bonilla insiste en que «_enjaguadas_
(metátesis de _enjuagadas_) encaja perfectamente en el texto», pues al
decirse del Real Salón del Buen Retiro que «todas las admiraciones
vienen cortas, y las mayores grandezas _enjaguadas_, se da a entender
«que toda alabanza era escasa, y que las mayores grandezas se
encontraban allí _mejoradas, depuradas, purificadas,_ elevadas a un
grado superior».

Creo que serán contados los que acompañen al señor Bonilla en la
persuación de que, entendido como él propone, queda claro el sentido del
pasaje, y por ello he de probar a explicarlo. _Enjaguar_, de donde por
metátesis se dijo _enjuagar_, proviene de _ex aquare_, y ante todas
cosas significa _ensaguar_, o _enaguar_, esto es, _aguar_, una de cuyas
acepciones vulgares, regístrela o no el _Diccionario_, equivale a
aminorar de calidad alguna cosa, como sucede al vino cuando se agua.
Entendido así, está clara la expresión, y se conserva el paralelismo o
correlatividad que existe (siquiera no la viese el señor Bonilla) entre
la afirmación de que «todas las admiraciones vienen cortas», y la otra
afirmación de que «las mayores grandezas [vienen] _enjaguadas_», o
_aguadas_, que es como decir, _bastardeadas_, o _desmejoradas:
frustradas_; que esta acepción, figuradamente, suele tener el verbo
_aguar_, y así se dice _se aguó la fiesta; me aguaron el contento_.
Quien dude que _enjaguar o ensaguar_ significa ante todo _aguar_, vea si
_ensangostar_ y _ensanchar_ (de _ex angustare_ y _ex ampliare_) no
significan respectivamente _angostar_ y _anchar_, verbo este último que,
como _enanchar_, se usa en Andalucía y en algunas repúblicas
hispanoamericanas.]

[Nota 453: De la enormidad de riquezas que solían pasar por la Casa
de la Contratación de Indias dije algo en el discurso preliminar de mi
edición crítica de _Rinconete y Cortadillo_, pág. 11.]

[Nota 454: Tratando de la Plaza de la Universidad y Colegio de Maese
Rodrigo, dice don Félix González de León en su _Noticia artística,
histórica y curiosa de todos los edificios públicos, sagrados y profanos
de ... Sevilla, y de muchas casas particulares_ ... (Sevilla, 1844),
tomo I, pág. 146: «La casa oriunda de los señores Vicentelos de Leca,
hoy Condes de Cantillana, es otro de los edificios que están en esta
plaza, como ya se dijo. Esta casa, comúnmente conocida por la _del
Corzo_..., es una de las magníficas de esta gran población. Se entra por
un patio zaguán en que, como en todas las principales, están las
cocheras, caballerizas y cuartos de criados, y se pasa al patio,
cuadrado, diáfano y alegre, con sus respectivos corredores bajos y altos
formados de arcos sobre iguales y hermosas columnas de mármol. En él
están las multiplicadas y amplias habitaciones, muchas de ellas,
cubiertas sus paredes de ricos alicatados de buenos azulejos, y el piso
de losas de Génova. Hay también ameno y delicioso jardín y las piezas
del piso alto están cubiertas de muy costosos artesonados.»]

[Nota 455: Quiere decir que así como es forzoso a las personas
cumplir con la parroquia, esto es, confesar y comulgar, a lo menos una
vez en el año, así también era forzoso a los toros tarifeños y jarameños
experimentar cada año los rejones del Conde de Cantillana. Es juego de
palabras revesado, sobre irreverente.]

[Nota 456: Pedro de Medina, corregido y ampliado por el rondeño
Diego Pérez de Mesa, _Primera y segunda parte de las grandezas y cosas
notables de España_ (Alcalá de Henares, 1590), fol. 128 vto.: «Ay en
Seuilla vna casa de moneda que a mi parecer es la mexor del mundo, y
donde más moneda se labra. Porque ordinariamente andan labrando y
batiendo la moneda ciento y ochenta hombres: de manera, que cada día se
labran setecientos marcos de oro y plata. Haze admiracion ver los
montones de moneda que en ella ay. Desta casa salen continuamente requas
cargadas de oro y plata amonedada, como si fuesse otra mercaduría
común.... Cárganse en esta ciudad [de mercaderías] para solamente las
Indias más de cien naos cada año, y la mayor parte de las mismas naos
vueluen cargadas de oro y plata y otras riquezas....»]

[Nota 457: De la antigua puente de barcas de Sevilla dijo Lope de
Vega en el acto I de _La Esclava de su galán_, refiriéndose al casco de
la ciudad y a su populoso y alegre barrio de Triana:

    «ELENA   ... en esta puente de maderos graves,
             sin pies que toquen a su centro frío,
             mano que las dos partes divididas
             por una y otra orilla tiene asidas.»]

[Nota 458: Por estar el monasterio de las Cuevas a _la lengua del
agua_, llamaban vulgarmente _espantaalbures_ a la campana con que sus
monjes tocaban a maitines. Lope de Vega, en el acto III de _El Amigo
hasta la muerte_:

    «GUZMÁN  ...Cené y brindé por tu salud en tanto,
             incitado de almejas temerarias;
             pero apenas sonaba _espantaalbures_
             (ya sabes que es campana de las Cuevas),
             cuando, llamando un envarado destos
             con seis esbirros, me metió en la cárcel.»]

[Nota 459: El señor Bonilla, por muy disculpable distracción, leyó
_del Guadalquivir_. De ordinario no se ponía artículo a los nombres de
los ríos, como indiqué en mis notas a _El Licenciado Vidriera (Novelas
ejemplares de Cervantes_, tomo II, 9, 3, edición de _Clásicos
Castellanos_).]

[Nota 460: No _todos_ los romances de moros; pero sí algunos,
especialmente los de la serie de Gazul, incluída en el _Romancero
general_. Al fol. 4, verbigracia:

        «Por la playa de Sanlucar
        galan passeando viene
        el animoso Ganzul _(sic)_,
        de blanco, morado y verde.
        Quiérese partir el moro
        _a jugar cañas a Gelues_....»]

[Nota 461: En la edición príncipe, _da sus ilustres condes_,
evidentemente por errata.]

[Nota 462: Estos dos versos están impresos corridamente, como prosa,
en la edición original.]

[Nota 463: Refiérese a la huerta del Alamillo, que estaba próxima a
las Cuevas y, como este monasterio, a la orilla derecha del
Guadalquivir. Eran famosos los _sábalos del Alamillo_, y Lope de Vega,
en la jorn. I de _Los Vargas de Castilla_, los recordó por boca de
Millán:

        «Adiós, Sevilla soberbio...,
        pan de Gandul de mi vida,
        roscas de Utrera del cielo,
        alcaparrón como el puño,
        aceitunas como el cuerpo,
        _sábalos del Alamillo_....»]

[Nota 464: Así la edición príncipe; pero quizá es errata, por _los
Zúñigas_.]

[Nota 465: _De Medina Sidonia_, quiere decir.]

[Nota 466: Cuando estos elogios salieron a luz, el duque don Gaspar
Alonso de Guzmán el Bueno había dejado de merecerlos de todo en todo,
por un hecho harto deplorable: por la traidora confabulación para
separar a Portugal y Andalucía de la obediencia de Felipe IV. Véase
resumida esta negra historia en mi libro intitulado _Pedro Espinosa_
(Madrid, 1906), págs. 313 y siguientes.]

[Nota 467: A don Francisco Zapata, conde de Barajas, se debió, en
efecto, el saneamiento de aquella parte de la ciudad que se llamaba la
Laguna, convertida por él en deleitosa alameda, hermoseada con tres
copiosas fuentes, que en 1587, cuando Morgado publicó su _Historia de
Sevilla_, regaban todo el año «los mil y setecientos árboles que, entre
alisos, alamos blancos, naranjos, cipreses y árboles de parayso, fueron
en esta Laguna plantados....» A la entrada de la nueva Alameda, sobre
grandes pedestales, se colocaron dos esbeltas columnas, gruesas de
catorce palmos en redondo y altas de cuatro estados, y encima de ellas,
respectivamente, las estatuas de Hércules, fundador de la ciudad, y
Julio César, que la cercó de murallas. Toda esta obra se acabó el año de
1574, y ha de reconocerse que salió mal su cuenta al Conde de Barajas,
pues queriendo que la hermosa Alameda sirviese para honesto solaz y
esparcimiento de Sevilla, no lo vió conseguido; antes cargó sobre ella,
especialmente en las noches de la primavera y el verano, tal turba de
mujeres perdidas y de mancebillos boquirrubios y hombres pícaros y
arrufianados, que cuatro años despues, en 1578, Vicente Espinel, que
vivió muy desbaratadamente una temporada en la ciudad del Betis, comenzó
así la _Sátira contra las damas de Sevilla_:

        «Invicto César, Hércules famoso,
        espeio y luz de valerosos pechos,
        patrones deste suelo venturoso,
        ya que permite el hado que estéis hechos
        de la Alameda vigilantes guardas,
        injusto premio a tan gallardos pechos....»

Y dijo después:

        «Vuelva Zapata y su jardín reforme;
        que pues le hizo al culto de Diana,
        no es bien que en putería se transforme.»]

[Nota 468: _Disignio_, dicho un poco a la italiana; y aun
enteramente en italiano _(disegno)_ lo escribió tal cual vez el
sevillano Juan de la Cueva:

                         «... quel Francés furioso
      viene a nosotros con _diseños_ fieros.»]

[Nota 469: Era Tomasa, en lo tornajona, como la célebre Marica del
romance de Quevedo:

        «Tomando estaba sudores
        Marica en el hospital;
        _que el tomar era costumbre_
        y el remedio era sudar.»]

[Nota 470: _Como unos hermanos_, es decir, como unos cuadrilleros de
la Santa Hermandad que fuesen con requisitoria en busca de algún
malhechor.]

[Nota 471: _Regalados_, en la acepción de _agradables_ y
_deleitosos_ como dijo Lope de Vega:

        «Pan de Sevilla, _regalado_ y tierno,
        masado por la blanca y limpia mano
        de alguna que os quisiera para yerno.»]

[Nota 472: Hasta ahora han sido inútiles cuantas diligencias se han
practicado para averiguar por qué se llamara _de Gallegos_ este
celebrado pan. Presumo que se apellidaría _Gallegos_ el panadero que lo
fabricaba.]

[Nota 473: _En él,_ refiriéndose _al Prado_, y claro que no _al
espejo_ como en rigor gramatical podría colegirse.]

[Nota 474: Ocurren aquí, como en el tranco II (56, 3)[173] dos versos
en decasílabos ocasionales:

        «... _comen alas del viento por cebada,
        no quiero que dejemos a Sevilla_....»]

[Nota 475: El hallarse muy bien el Cojuelo en Sevilla conviene con
lo que Santa Teresa de Jesús dijo de esta ciudad en el cap. XXV de su
_Libro de las Fundaciones_: «No sé si la misma clima de la tierra, que
he oído siempre decir _los demonios tienen más mano allí para tentar_,
que se la debe de dar Dios, y en esto me apretaron a mí, que nunca me vi
más pusilánime y cobarde en mi vida que allí me hallé: yo, cierto, a mí
mesma no me conocía.»]

[Nota 476: _Alfaneques_ se llamaban unos halcones muy usados por los
cazadores de cetrería, y _volar_ está dicho, no en la acepción
germanesca de _hurtar_, como creyó el señor Bonilla, sino, aunque
figuradamente, en la cinegética de hacer que el ave se levante y vuele.
_Bretón_ sí está usado en la genérica y germanesca de _extranjero_. Así,
la frase _alfaneque de volar una bolsa de bretón_ equivale a tercera a
propósito para trasponer la bolsa de cualquier extranjero incauto desde
la faldriquera de éste a las sonrosadas uñas de cualquiera doncellita de
alquiler.]

[Nota 477: _Doncelliponiente_, a imitación de _barbiponiente_ o
_barbipungente_, que se dice del mancebo a quien empieza a salir la
barba, pero también del principiante en una facultad u oficio. Nuestro
autor, pues, llama _doncelliponientes_ a las jóvenes aún poco
experimentadas en la venta y reventa de su doncellez, y necesitadas, por
tanto, de los sabios consejos de la experta mulata.]

[Nota 478: _Acuchillado_, esto es, abierta a trechos la tela y
puestos en las aberturas piezas fusiformes de otro tejido, de color
diferente de aquélla.]

[Nota 479: Llamaban y llamamos _cotonía_ a cierta tela hecha de hilo
de _algodón._ Son tan añejos esta tela y su nombre, que nuestro vulgo,
cuando quiere ponderar la antigüedad de un dicho o costumbre, suele
decir: «Eso es más viejo que la _cotonía._»]

[Nota 480: _Ponlevi_, del francés _pont levis, puente levadiza_.
«Forma especial--dice el _Diccionario_ de la Academia--que se dió a los
zapatos y chapines, según moda traída de Francia. El tacón era de
madera, muy alto, inclinado hacia adelante y con disminución progresiva
por su parte semicircular, desde su arranque hasta abajo.» A mi ver,
huelga en esta definición la referencia a los chapines, pues éstos jamás
tuvieron tacón; al contrario, el zapato con tacón vino a sustituírlos,
dando, aunque sólo en el carcañal, la altura que el chapín daba a todo
el pie. Al tacón solían llamar _talón._ Lope, en el acto I de _El
Desprecio agradecido_:

    «D. BERNARDO. Cien escudos tenéis ciertos
                  por un zapatillo suyo.

    INÉS.         ¿Tan prestísimo?

    D. BERNARDO.                  Soy tierno.

    INÉS.         Pues ¿para qué le queréis?

    D. BERNARDO.  Para traerle aquí dentro.

    INÉS.         Son _de ponleví: el talón_
                  os hará mal en el pecho.»

Como el _tacón,_ terminado en semicírculo pequeño, venía a acabar hacia
la mitad del largo del zapato, tal como hoy, los pies mayores parecían
diminutos, especialmente en la huella. El mismo Lope, en el acto I de
_Las Bizarrías de Belisa_:

    «TELLO. ...Hay enanas; las hay con larga trampa:
            unas con pie de apóstol, _consoladas
            del ponleví, que imprime poca estampa_.»]

[Nota 481: «_Escarpín_--dice el _Diccionario_ de autoridades--,
funda pequeña de lienzo blanco con que se viste y cubre el pie, y se
pone debaxo de la media o calza.»]

[Nota 482: _Tapetado_, según Covarrubias, es el cuero envesado, dado
color negro. En el auto de _La Paciencia de Job_, de autor anónimo, dice
el bobo a Satán:

        «¿Mi hermano sois vos? Si tal ha parido
        mi madre, yo muera vestido y calzado:
        mi madre era blanca, vos sois _tapetado_....»

Y Quevedo, describiendo una _Boda de negros_ (Musa VI):

            «Iba afeitada la novia
            todo el _tapetado_ gesto
            con hollín y con carbón
            y con tinta de sombreros.»]

[Nota 483: _Se subía a tocar_, es decir, a _tocarse_, a arreglar su
tocado; pero, jugando del verbo _tocar_, añade lo de _tocar de la
tarántula,_ por alusión a que se hacía _tocar_ o tentar el cabello por
la _tarántula_ de sus dedos; que eso semejaban con el teclear por toda
la cabeza. No hay aquí, pues, contra lo que imaginaron los señores Durán
y Bonilla, referencia alguna a la música o tonada llamada _de la
tarántula._]

[Nota 484: _Espejo de armar_, expresión que el léxico de la Academia
da por anticuada, siendo así que se usó mucho en los siglos XVI y XVII,
es--dice el _Diccionario_ de autoridades--«el que es de bastante grandor
para poder verse e él todo el cuerpo humano u la mayor parte de él».]

[Nota 485: Leo _nigromancía_ (y no _nigromancia_, al uso de hoy),
porque en el siglo XVII aún se pronunciaba así. Calderón, en la jorn. 1
de _El Jardín de Falerina_:

    «LISIDANTE. Tú, que, sabia, la gran _piromancía_
                escribes en pirámides de fuego....

    MARFISA.    Tú, que en el aire, a los conjuros ciego,
                das a las aves la _eteromancía_....

    LISIDANTE.  Tú, que en sepulcros la _nigromancía_
                ejecutas....»]

[Nota 486: Visto que el _Diccionario_ de la Academia sólo dice que
_echar las habas_ es «hacer hechizos o sortilegios», el señor Bonilla ha
reparado muy justamente: «Pero claro es que los _hechizos_ o
_sortilegios_ se podían hacer de muchas maneras, y una de ellas era
_echando las habas_.» Y esto advertido, cita dos versos de Quevedo, que
dicen:

        «En mi vida _eché las habas_;
        antes me echaba a mí propia»,

y con ellos da por terminada su nota. Nos quedamos, por tanto, sin saber
qué era _echar las habas_, aun después de ver bien rectificada la
definición de la Academia.

_Echemos las habas_: quiero decir, veamos cómo y para qué se echaban,
aunque esta nota exceda de la extensión que de ordinario tienen las del
presente libro. Y para lograr bien nuestro propósito, tomemos por
maestras a las mismas gitanas que poco antes del año 1633 (tiempo en que
ya la Rufina María del texto practicaba esas habilidades) tenían por
discípula, en la villa y corte de Madrid, a doña Antonia Mexía, la cual,
pesarosa, después, de su aprendizaje, se denunció al Tribunal del Santo
Oficio (Archivo Histórico Nacional, Inquisición de Toledo, legajo 91 de
causas, número 176), manifestando, entre otras cosas: «Que las dichas
gitanas le enseñaron _la suerte de las habas_ en esta manera...: que
tomase nueue hauas, un poco de carbon, un grano de sal, un poco de çera,
un ochauo, un poco de piedra lumbre, un poco de açufre, un poco de pan,
un poco de paño colorado, un poco de paño açul, y que las dos de las
hauas las señalase mordiendolas, o las más que quisiese, diciendo este
es Juan (su marido), este es Francisco, y esta Catalina, y que si
saliese la mordida, que es la persona que se quiere, junto al carbon,
significa noche; si junto a la sal, gusto; junto a çera, martelo, que
quiere deçir golpe, porraço o cosa semejante; junto al ochauo, que abrá
dinero; junto a la piedra alumbre, con lo colorado, sangre; y junto a
lo açul, çelos; y junto al açufre, si sale con la sal, oro, y si sale
solo, pesadumbre; junto al pan, que abrá comida....»

La sentencia de otro proceso inquisitorial, dictada en 1638, acaso en
los mismos días en que Vélez de Guevara revelaba las aficiones
hechicerescas de Rufina, nos permite ver en funciones a Isabel Bautista,
natural de Sevilla, quizá trianera como la mulata huéspeda del Cojuelo y
de don Cleofás (Inquisición de Toledo, legajo 82, núm. 26): «... sacó una
bolsilla colorada con unas habas, y las echó, y entre ellas un poco de
paño azul, y alumbre, y un poco de carbon, y un medio real, y otro
pedazo de grana, diciendo que el paño azul significaba celos, y el
alumbre, y el carbón, noche, y el medio real, que les habían de dar
plata, y echó vn maravedí, que significaba que les habían de dar
cuartos, y el paño de grana, alegría, todo lo qual echó sobre vn paño
colorado, y las dichas habas traya a la mano halagándolas «hijitas mias,
decid la verdad», y luego las soltaba, y en cayendo las habas las decía:
«Rociadas con el rocio del cielo», y hablaba entre dientes, que no se le
entendía lo que decía, y volvió a decir: «Vosotras decid la verdad, que
la decis más que el Evangelio»; y a la dicha muger le dijo señalando
vnas habas: «Este es tu padre, esta eres tú y esta tu madre; ya viene
por el camino; muy pronto le verás», señalando entre las habas y las
demás cosas el camino que decía por donde venía.» La propia Isabel
Bautista había declarado en su confesión «... que era verdad que echó
las habas, y que eran nueve pares, todas señaladas cuál era macho y
hembra; que echaba además una haba partida y que las palabras que decía
entre dientes eran santas y buenas, porque decía:

          «Con San Pedro y San Pablo
          y el apostol Santiago
          y con el bienaventurado San Cebrian,
          suertes echasteis en la mar;
          muertas las echasteis,
          vivas las sacasteis;
          así me saqueis
          vivas y verdaderas estas suertes.
          Si fulano ha de venir,
          salga en camino»;

que era hacer camino las habas, apartándose unas de otras, que era que
venía la persona que esperaban, y si se juntaban, era que no venía, y si
salía el haba junto al carbón, era que venía de noche, y si junto al
paño colorado, era alegría, y si junto a la sal, que habían de tener
gusto, y si junto al ochavo, que le darían dineros, y si salía el haba
junto al haba partida, era ropa que le habían de dar....» También solían
echar entre las demás cosas un pedazo de yeso blanco, que significaba
dolor, y un cantillo redondo de haba, que representaba a la iglesia.
Algunas echadoras de habas, antes de empezar a practicar con ellas, las
bautizaban, metiéndolas en las pilas del agua bendita de tres templos, y
el conjurarlas antes de echarlas era constante, metiéranlas o no en la
boca. Doña Catalina Márquez de Avalos, mujer del capitán Francisco
Alonso de la Serna (Madrid), compareciendo a delatarse de su voluntad en
1631 (Inquisición de Toledo, leg. 90, núm. 161), manifestó, entre otras
cosas, que decía a las habas, teniéndolas en la boca:

        «Hijas amadas,
        hijas queridas,
        por el labrador que os sembró,
        por la tierra en que estuvistes,
        por San Pedro, por San Pablo,
        por el apostol Santiago,
        por el mar, por las arenas,
        por San Cebrian,
        que echó suertes en la mar,
        que ansí como le salieron ciertas y verdaderas,
        ansí me digáis lo que os quiero preguntar.»]

[Nota 487: Para el señor Bonilla, _andar el cedazo_ es «lo mismo que
_adivinar por tela de cedazo_», especie que quiso justificar con el
_Diccionario_ de autoridades, según el cual es «el ejercicio de la arte
mágica, cuando el demonio hace que los profesores de esta diabólica
ciencia, mirando por un cedazo, vean las cosas que están muy distantes,
ocultas, o por venir, a lo cual llamó la gentilidad _coscinomancia_».
Pero no sólo ahí está la frase con que el señor Bonilla intentó explicar
lo de _andar el cedazo: «adivinar por tela cedaço_--dice Covarrubias,
art. _cedaço_--es dezir lo que claramente se ve y se entiende ser assi,
porque como dize otro Proverbio, muy ciego es el que no ve por tela de
cedaço.» Con todo esto, pues _ver_ uno una cosa _por tela de cedazo_
significa, según el léxico actual de la Academia, «verla o entenderla
confusamente, o juzgarla, no como es en sí, sino como se la presenta su
pasión o preocupación», voy a demostrar que en este punto el
_Diccionario_ de autoridades y cuantos le han seguido _vieron por tela
de cedazo_. Con acudir a nuestra literatura bastaría, y aun sobraría
mucho, para convencerse de que _andar el cedazo_ no es ni lejano
pariente de _adivinar_, ni de _ver, por tela de cedazo_, y aun el
mencionárselo casi siempre con el _echar las habas_ da, por sí solo,
clara sospecha de ser otra especie de sortilegio. Cervantes, en la
cantaleta del acto I de _El Rufián dichoso_:

        «...La que en darse a sí excedió
        a las godeñas más francas;
        _la que echa por cinco blancas
        las habas y el cedacillo_....»

Tirso de Molina, en el acto 1 de _En Madrid y en una casa_:

    «MAJUELO. ¡Lo de Toledo ha sabido
              también! ¡Vive Dios que _ha habido
              haba y cedazo_!»

Y Ruiz de Alarcón, en el acto II de _La Cueva de Salamanca_:

    «LUCÍA. ¿Hay alguna que no tenga,
            si ausente o celosa está,
            un poco de _echar las habas_
            y un mucho de conjurar
            _el cedacillo_, el rosario
            (que de eso les sirve ya)
            el chapín y la tijera,
            espejo de agua o cristal....»

Pero si estos ejemplos indican sobradamente que lo _del cedazo_ era un
sortilegio, que jamás podría hacerse mirando al través de la tela,
estotras citas demostrarán muy claro que tal sortilegio se hacia
_moviendo_ o _moviéndose, el cedazo_, cosa que ya se echaba de ver por
la expresión _andar el cedazo_, usada por Vélez de Guevara. Agustín de
Rojas, en el libro I de _El Viaje entretenido_, cuenta que las
hechicerías de una vieja su amiga vinieron a parar en que la
encorozaron, y después, ida a Antequera, «cogiéronla _haciendo bailar un
cedazo y echando unas habas_, y diéronle otros doscientos tocinos».
Mateo Alemán dice en su _Guzmán de Alfarache_, parte II, libro III, cap.
III: «Respóndame por vida de sus ojos..., si pasando la raya sin rebozo
ni temor de Dios, _no dejó cedazo con sosiego, ni habas en su lugar, que
todo no lo hizo bailar_, por malos medios y con palabras detestadas y
prohibidas por nuestra santa religión....» Y, en fin, Quevedo, en el
soneto referente a una hechicera antigua, que deja sus herramientas a
otra reciente (Musa VI):

        «Esta redoma rebosando babas,
        _el cedazo que sabe hacer corvetas_,
        estas que se metieron a profetas,
        con poco miramiento, siendo _habas_....»

Ahora bien, ¿quiere el lector ver qué corvetas eran las que sabía hacer
el cedazo de la vieja de Quevedo? Pues sin ninguna clase de hechicería
nos lo va a revelar María López, que era vecina de Malagón por los años
de 1625; la cual, dando su declaración en causa contra Ana Hernández
(Inquisición de Toledo, legajo 88, núm. 117), manifestó que esta Ana le
pidió un cedazo y unas tijeras, y preguntándole para qué los quería,
dijo que tenía un mozo en Almagro y deseaba saber si la esperaba o si
había de venir; «y tomó las tisseras y las hincó en el aro del çedazo la
una punta, asiendo en la mano el anillo de la misma punta de la tissera,
y la otra tissera puesta en cruz, colgando el çedazo dellas, y diciendo
unas palabras que esta declarante no entendió, anduvo el çedazo muy
reçio a la redonda, y le dixo la susodicha: «Yo me voy mañana, que «me
esperan»; y quando no era ansi lo que quería, se estaba quedo el
çedazo».

Las palabras que María López no había entendido eran el conjuro propio
del sortilegio. Tengo hasta cuatro o cinco versiones de él, halladas en
otros tantos procesos inquisitoriales; pero las dejo a un lado,
prefiriendo una recogida de la tradición oral en nuestros días, de boca
de ciertos gitanos errantes, por mi buen amigo don Pedro Díaz Cassou,
excelente folklorista murciano, con el nombre de _Orasión der seaso_.
Dice así:

        «San Simón,
        suerte quiero arcansá,
        que me digas la berdá,
        las tijeras están agarrás;
        en er seaso están clavás;
        personas que reselo boy a nombrá;
        que ande er seaso si la sospecha es berdá.
        San Simón que lo sabe lo declarará.
        Entro y consiento en er pauto creminá.»

¿Está ahora bien claro que _andar el cedazo y adivinar por tela de
cedazo_ son dos casos distintas, aunque el cedazo sea un solo cedazo
verdadero?]

[Nota 488: Ruiz de Alarcón, en el acto I de _Mudarse por mejorarse_,
explicaba así la razón del nombre de esta calle:

    «LEONOR.   ¡_Calle Mayor_! ¿Tan grande es,
               que iguala a su nombre y fama?

    D.ª CLARA.  Diréte por qué se llama
               _la calle Mayor_.

    LEONOR.                 Di, pues.

    D.ª CLARA.  Filipo es el rey mayor,
               Madrid, su corte, y en ella
               la mayor y la más bella
               calle es la _calle Mayor_.
               Luego ha sido justa ley
               _la calle Mayor_ llamar
               a la mayor del lugar
               que aposenta al mayor rey.»]

[Nota 489: Hoy diríamos _es mesa_, sin repetir el _que_ de la línea
anterior. De este _que_ superfluo traté largamente en una nota del
_Quijote_ (I, 229, 16).]

[Nota 490: Por eso se llamaron caballeros _de la Tabla Redonda_
aquellos de que se acompañaba el rey Artús.]

[Nota 491: Bien se echa de ver que el Cojuelo mostró a Rufina María
la calle Mayor en una de las tardes que en Madrid llamaban _de rua_.
Mesonero Romanos, en _El Antiguo Madrid_, tomo I, pág. 265, tratando de
la estancia del Príncipe de Gales en la coronada Villa, cuando en 1623
vino a ofrecer su mano a doña María, hermana de Felipe IV, dice: «El
domingo siguiente hubo _rua o paseo por la calle Mayor_, a que asistió
gran concurso de príncipes y magnates en sus carrozas, y todas las
hermosas de la Corte».]

[Nota 492: _Con tanto ojo_, elíptico, por _con tanto ojo abierto_,
frases que faltan en el _Diccionario_.]

[Nota 493: Ocasionalmente ocurren aquí, como pocas páginas atrás
(205, 23)[474], dos versos endecasílabos:

        «... _que con los malos términos se abrasa,
        y con los agasajos se destempla_!»]

[Nota 494: Dice _de dos yemas_, como de los huevos nombrados así,
bien que la _litera_, por lo común, tenía dos asientos. «Es--nota el
_Diccionario_ de autoridades--de la misma hechura que la silla de manos,
algo más prolongada, y con dos assientos, aunque algunas veces no los
tiene, y en su lugar se tienden colchones, y en este caso va recostado
el que la ocupa. Llévanla dos machos, mulas o caballos, afianzadas las
varas en dos grandes sillones.»]

[Nota 495: Así en la edición príncipe, por _Eliche_.]

[Nota 496: _Alcañizas_ en la edición original, por _Alcañices._]

[Nota 497: Mejor sintaxis fuera ésta: y _grande hombre de a caballo_
en entrambas sillas. Alude a las dos maneras de cabalgar: la brida y la
jineta. Recuérdese lo dicho en nota de los preliminares (9, 6)[49].]

[Nota 498: Dice _Simancas_, por decir con alguna novedad
_archivos_.]

[Nota 499: En la edición original, sin duda por yerro, _de vna misma
edad y al parecer que lleuan_....]

[Nota 500: _Espumando sangre generosísima_, como _espumando valor_
en el tranco I (22, 5) [Nota del transcriptor: "Don Cleofás, espumando
valor, prerrogativa de estudiante de Alcalá, le dijo:"].]

[Nota 501: _A sí mismos_, diríamos hoy.]

[Nota 502: Hace aplicación, algo violentamente, del cabalgar en
ambas sillas, de la brida y de la jineta, a la destreza en ambas
espadas, negra y blanca. Deslizáronsele aquí a Vélez no menos de cinco
versos octosílabos involuntarios:

        «_... don Francisco de Mendoza,
        gentilhombre cortesano,
        favorecido de todos
        y diestro en entrambas sillas
        de la espada blanca y negra._»]

[Nota 503: _Hallará_, en la edición príncipe, pero sin duda es
errata, por _hallara_.]

[Nota 504: Es manera tópica de alabanza. En el _Quijote_ (II, 17),
dice el Caballero del Verde Gabán al Ingenioso Hidalgo: «... entiendo
que si las ordenanzas y leyes de la caballería andante _se perdiesen, se
hallarían_ en el pecho de vuesa merced como en su mismo depósito y
archivo.»]

[Nota 505: El señor Bonilla corrigió _Ildefonso_, notando al pie de
la página que el texto original dice _Ilefonso_. E _Ilefonso_ se decía,
y se escribía, y se estampaba. Rector del Colegio de San _Ilefonso_, de
Sanlúcar de Barrameda, se llamó Pedro Espinosa en las portadas de sus
obras _Espejo de cristal (1625), El Perro y la Calentura (1625), Elogio
al retrato de ... don Manuel Alonso Perez de Guzman el Bueno ... (1625),
Panegírico a la ... ciudad Antequera_ (1626) y _Pronostico
judiciario_ ... (1627).]

[Nota 506: _Velmar_, por _Bedmar_.]

[Nota 507: _Ladrada,_ por _la Adrada_.]

[Nota 508: _Nájara_, por _Nájera._]

[Nota 509: Jerónimo de Quintana, en su _Historia de la antigüedad,
nobleza, y grandeza de la villa de Madrid_ (Madrid, Imprenta del Reyno,
M.DC.XXIX), fol. 376 vto., menciona muchas casas «de grandes señores
fabricadas con sumptuosidad, hermosura y grandeza», y, entre ellas, «las
del Conde de Oñate, en la calle Mayor». Y Mesonero Romanos, en _El
Antiguo Madrid_, tomo I, pág. 259, dice: «Esta casa-palacio, una de las
más espaciosas e importantes de la grandeza, debió ser construída a
fines del siglo XVI, si bien la portada y balcón principal son obra del
XVII o principios del pasado, al estilo apellidado _churrigueresco_».
Demolido este edificio pocos años ha, para ensanchar la calle Mayor, su
portada, sueltas pero numeradas las piedras de que se compone, espera,
en el jardín del Museo Arqueológico Nacional, que se determine dónde ha
de levantarse de nuevo, para conservarla como preciada muestra del
estilo arquitectónico a que pertenece.]

[Nota 510: Como antes (230, 22) dijo _Simancas_, por decir con
novedad _archivos_, ahora dice _Mercurio Mayor_, por no decir _Correo
Mayor_. Sabido es que Mercurio fué, no ya el correo, sino hasta el
correveidile y terceruelo de los dioses.]

[Nota 511: Se refiere al célebre _mentidero_ de Madrid, del cual, en
el cap. I del _Viage del Parnaso_, fol. 3 vto. de la edición príncipe,
se había despedido Cervantes diciendo:

        «A Dios de san Felipe el gran passeo,
        donde si baxa o sube el Turco galgo
        como en Gazeta de Venecia leo.»

Moreto, en la jorn. I de _De fuera vendrá_..., pinta admirablemente, por
boca de un alférez, cuan rápidamente crecía la diaria almáciga de
embustes en las famosas Gradas:

    «ALFÉREZ. Mas al despique apelo;
              que yo con estas gradas me consuelo
              de San Felipe, donde mi contento
              es ver luego creído lo que miento.

    LISARDO.  ¡Que no sepáis salir de aquestas gradas!

    ALFÉREZ.  Amigo, aquí se ven los camaradas.
              Estas losas me tienen hechizado;
              que en todo el mundo tierra no he encontrado
              tan fértil de mentiras.

    LISARDO.                         ¿De qué suerte?

    ALFÉREZ.  Crecen tan bien aquí, que la más fuerte
              sembrarla por la noche me sucede,
              y a la mañana ya regarse puede.

    LISARDO.  De vuestro humor, por Dios, me estoy riendo.

    ALFÉREZ.  Por la mañana yo, al irme vistiendo,
              pienso una mentirilla de mi mano,
              vengo luego, y aquí la siembro en grano,
              y crece tanto, que de allí a dos horas
              hallo quien con tal fuerza la prosiga,
              que a contármela vuelve con espiga.
              Aquí del Rey más saben que en palacio;
              del Turco, esto se finge más de espacio,
              porque le hacen la armada por diciembre,
              y viene a España a fines de setiembre....»]

[Nota 512: En la edición principe, sin duda por yerro del impresor,
se lee así, y lo mismo en las del señor Bonilla: «¿Qué entierro es este
tan sumptuoso, _preguntó don Cleofás, que passa por la calle Mayor, que
estaua tan aturdido...._»]

[Nota 513: El lujoso entierro del Astrólogo sería, _plus minusve_,
como aquel que pinta Quevedo en _El mundo por de dentro_: «En esto,
llegamos a la calle Mayor.... Tomamos puesto conveniente para registrar
lo que pasaba: fué un entierro, en esta forma: venían envainados en unos
sayos grandes de diferentes colores unos pícaros, haciendo una taracea
de muñidores. Pasó esta recua incensando con las campanillas; seguían
los muchachos de la Dotrina, meninos de la muerte y lacayuelos del
ataúd, chirriando la calavera; seguíanse luego doce galloferos,
hipócritas de la pobreza, con doce hachas, acompañando el cuerpo y
abrigando a los de la Capacha, que, hombreando, testificaban el peso de
la difunta....»]

[Nota 514: Como si dijera, tal como suele decirse: _¡Con su pan se
lo coma!_]

[Nota 515: Vendíase, en efecto, mucha fruta en la Puerta del Sol.]

[Nota 516: El antiguo Hospital Real de Corte se llamó, como su
iglesia, _del Buen Suceso_, por una imagen de la Virgen que bajo tal
advocación se veneraba en ella. «Esta plaza--dice Mesonero Romanos _(El
antiguo Madrid_, tomo II, pág. 115)--, o más bien espaciosa encrucijada
de las diversas calles principales de la población, presentaba la figura
que todos recordamos, de un prolongado trapecio, y se hallaba dominada
en su frente principal, entre las calles de Alcalá y San Jerónimo, por
la modesta fachada de la iglesia del Buen Suceso, la cual, antes de la
ocupación francesa, estaba algo más decorada, y tenía una pequeña lonja
o atrio con verjas de hierro. Delante de ella estaba la famosa fuente
churrigueresca de principios del siglo pasado, y que reemplazó a otra no
menos extravagante, si hemos de creer a la vista de ella que estampa
Álvarez Colmenar en la obra titulada _Annales d'Espagne et de Portugal_.
Una y otra estuvieron coronadas por la estatua de Venus, no la Medicea,
de Pafos o de Citeres, sino la célebre _Mariblanca_, que hoy yace
relegada a la plazuela de las Descalzas.»]

[Nota 517: Dice Mesonero (_El antiguo Madrid_, tomo I, pág. 291) que
el convento de la Victoria, con su iglesia, huerta y tahona ocupaba gran
parte de una manzana, y dió lugar con su derribo (1836) a la formación
de la calle de Espoz y Mina, al ensanche de la de la Victoria, y a la
construcción entre ambas de las manzanas de casas de los señores
Mariátegui y Mateu, pasaje o galería cubierta, y otros varios edificios.
Los lugares respectivos de la Victoria y de la fuente del Buen Suceso
están bien indicados en los siguientes versos de Tirso de Molina (_Por
el sótano y el torno_, acto II):

    «D. DUARTE. Salieron las dos hermanas,
                que, a ser tres como eran dos,
                las tres Gracias en mentira
                fueran verdaderas hoy.

                De las manos y tapadas,
                hacia la Puerta del Sol
                echaron, y yo tras ellas
                siguiendo sus pasos voy.
                Llegamos al Buen Suceso
                (bueno me lo dé el amor),
                por las gradas de la fuente
                ellas, por la puerta yo
                frontera de la Victoria....»

Hartzenbusch, al llegar aquí, pone esta nota. «_Ventana_, dice la
edición que seguimos; pero es claro que se habla de la puerta del Buen
Suceso, frente a la calle de Espoz y Mina, cuya entrada era antes la
lonja del convento de la Victoria.»]

[Nota 518: _Estar_, por _ser_, como en más de un lugar del _Quijote_
(I, 292, 7; III, 333, 16, etc.).]

[Nota 519: Así solían decir al ver a un niño, refiriéndose al mal de
ojo, las que iban, o podían ir, para brujas. Esto, cuando con el propio
intento no le daban una higa, porque, como decía Covarrubias, «también
es cosa vsada al que ha parecido bien darle vna higa diciendo: tomá para
que no os ahogen (_aojen_)». Igualmente se hacía y se decía esto por vía
de pulla, y así Feliciano de Silva, por boca de Elicia, en la cena XXXIX
de la _Segunda comedia de Celestina_: «¡Al diablo la vieja, que no se
contenta con cuanto ha ganado conmigo, sino que si tengo amor a uno, no
le tengo de osar mirar! _¡Toma para tus ojos_: que yo le hablaré aunque
te pese...!»]

[Nota 520: En la edición príncipe, _guedegas_, por evidente errata,
que copia el señor Bonilla.]

[Nota 521: _Después que_, equivaliendo a _desde que_, usadísimo en
los siglos XVI y XVII, como advertí más de una vez en mis notas al
_Quijote_ (I, 265, 8; II, 74, 4; III, 124, 17; IV, 282, 12, etc.).]

[Nota 522: Siguiendo su alegoría, dice _dar grada_, por alusión a la
_grada_ o escaño corrido que en el teatro ocupaban las mujeres.]

[Nota 523: Alude a la costumbre, general en algunas naciones, de
saludarse besándose públicamente hombres y mujeres, de la cual decía
Juan Minsheu, por boca de Guillermo, en el sexto de sus _Pleasant and
delightfvll dialogves in Spanish and English_ ... (Londres, Edm.
Bellifant, 1599), pág. 51: «Yo para mi tengo que la mayor causa de la
desoluçion en algunas mugeres de Ynglaterra es esta costumbre de
besallas en público, por que con esto pierden la verguença y a el
tocamiento del beso, les entra vn veneno que las ynficiona». Y poco
después:

«EGIDIO. ¿En España no se vsa besar los hombres a las mugeres?

DIEGO. Sí, besan los maridos a sus mugeres, y esto allá detrás de siete
paredes, donde aun la luz no los pueda ver.

GUILLERMO. Es porque los españoles son demasiadamente celosos.

ALONSO. No, sino porque somos tan trabiessos, que no hemos menester este
apetito para hacer mil malos recaudos. ¿Qué sería si tubiessemos essa
ocasion?»]

[Nota 524: _La calle Mayor_ y _el Prado_: en estas dos universidades
estudiaban discreción y cortesanía los galanes y las damas de Madrid.
Lope de Vega, en el acto II de _El Desconfiado_:

    «PEDRO. ...Que una mujer en la Corte
            es imposible ser necia,
            y más cuando ella se precia
            de que esta fama le importe;
            pues para tomar el grado
            de doctas, gastan, señor,
            _cursos de calle Mayor
            y cuodlibetos del Prado»_.

El enamorado, pues, tenía ambos lugares, _la calle Mayor_ o _Carrera_ y
_el Prado de San Jerónimo,_ por estaciones principalísimas de su diaria
devoción. Calderón de la Barca, en la jorn. I de _Hombre pobre todo es
trazas_:

    «D. DIEGO.  Por la mañana estaré
                en la iglesia a que acudís;
                por la tarde, si salís,
                en _la Carrera_ os veré;
                al anochecer, iré
                _al Prado_, al coche arrimador
                luego, en la calle embozadador
                ved si advierte bien mi amor
                horas de _calle Mayor_,
                misa, reja, coche y _Prado_.»

De este paseo se lee en la _Primera y segunda parte de las grandezas y
cosas notables de España_, de Pedro de Medina, corregidas y ampliadas
por Pérez de Mesa, fol. 205: «A la otra mano derecha del mismo
monasterio [de San Jerónimo], saliendo de las casas, ay otra alameda
tambien muy apacible, con dos órdenes de árboles, que hazen vna calle
muy larga hasta salir al camino que llaman de Atocha.... Llaman a estas
alamedas _el prado de san Hieronymo_, donde de invierno al sol y de
verano a goçar de la frescura, es cosa muy de ver y de mucha recreacion
la multitud de gente que sale, de viçarrisimas damas, de bien dispuestos
caualleros, y de muchos señores y señoras principales, en coches y
carroças. Aqui se goza con gran deleyte y gusto de la frescura del
viento todas las tardes y noches del estío, y de muchas buenas
musicas....»]

[Nota 525: Así en la edición príncipe, aunque sin acentuar el
pronombre, pues no se acostumbraba hacerlo. El señor Bonilla leyó
equivocadamente: «que otro día le enseñaremos en el río de Mançanares»,
diciendo abajo en nota: «El texto repite «el». Claro es que no se
trataba de enseñar _el espejo en el río_, como parece haber entendido el
señor Bonilla, sino de enseñar _el río en el espejo_.]

[Nota 526: _Y pasa el verano de noche_, es decir, _y pasa durante el
verano de noche_.]

[Nota 527: Compara Vélez el Manzanares con la moneda de Navarra, o
_navarrisca_, que no era de curso legal en Castilla, pero que solía
pasarse de noche, a favor de la poca luz, como las monedas chanflonas de
que traté en nota del tranco I (18, 5)[76]. La voz _navarrisco_ falta en
el _Diccionario_ de la Academia, aun habiendo sido de uso muy corriente.
Juan de Castellanos, _Elegías de varones ilustres de Indias_, parte II,
_Elogio de Rojas,_ canto IV:

        «... y el _navarrisco_, que por ellas muere,
        dijo que le dará cuanto pidiere.»]

[Nota 528: _Caudal_, como adjetivo, equivalente a _caudaloso_.]

[Nota 529: Otros dijeron que el Manzanares, tan merendado, cenado y
concurrido de gente, era río que lo tenía todo, excepto río. Calderón,
en la jorn. I de _Fuego de Dios en el querer bien_, refiriéndose á las
orillas del Manzanares en una tarde de julio:

    «D. ALVARO. Aquí cantan, allí bailan,
                aquí parlan, allí gritan,
                aquí riñen, allí juegan,
                meriendan aquí, allí brindan:
                país tan hermoso y vario,
                que para ser la Florida
                estación de todo el orbe
                la más bella, hermosa y rica,
                _sólo al río falta el río_;
                mas ya es objeción antigua.»

Y Lope de Vega había comenzado así un soneto de _Burguillos_ en que
_Laméntase Manzanares de tener tan gran puente:_

        «Quítenme aquesta puente que me mata,
        señores regidores de la villa;
        miren que me ha quebrado una costilla:
        que, aunque me viene grande, me maltrata.»]

[Nota 530: No sé a qué conseja o cuentecillo se refiere aquí don
Cleofás. A no pedir lo del ahogarse que las ayuntadas fuesen _ranas_, se
podría sospechar que estaba errado el texto, por _ratas_. A lo menos, en
Andalucía es muy vulgar la desenfadada expresión: _¡Al ... diablo,
ratas; que se quemó el molino_!]

[Nota 531: A este escudo se había referido Lope de Vega en el acto
II de _El Anzuelo de Fenisa_:

    «ALBANO  ...Tiene el Duque de Medina
             (ya entenderás que es Sidonia)
             justo a su casa en Sevilla
             un corredor de pelota....
             Tiene aqueste corredor,
             no enfrente, sino en la popa,
             las armas de los Guzmanes,
             y sobre el timbre y las hojas
             que con diversos penachos
             cercan el escudo y orlas,
             al gran don Alfonso Pérez
             de Guzmán que el Bueno nombran,
             sobre el muro de Tarifa,
             que al moro la daga arroja
             para que mate a su hijo
             (¡divina hazaña española!),
             y debajo de las armas,
             aquella sierpe espantosa
             que mató en África, haciendo
             la hazaña de Hércules corta....»]

[Nota 532: Del Conde de Salvatierra traté en el prólogo.]

[Nota 533: _De buena capa_, es decir, _de buena apariencia_. También
se decía _de buena ropa_.]

[Nota 534: Puntúo como la edición príncipe: _«... con mantos, de
medio ojo_, sentadas en el suelo»; esto es, _tapadas de medio ojo_, que
era una de las maneras de taparse, y no _con manto de medio ojo_, como
lee el señor Bonilla, porque nunca hubo tal suerte de mantos. De las
mujeres sevillanas decía Alonso Morgado (pág. 142 de su _Historia de
Sevilla_): «Vsan el vestido muy redondo, precian se de andar muy
derechas y menudo el passo, y assi las haze el buen donayre y gallardia
conocidas por todo el Reyno, en especial por la gracia con que se
loçanean _y se atapan los rostros con los mantos, y miran de vn ojo»_.
¿De dónde vino el taparse de esta manera? A esto responde fray Juan de
la Puente, recordado por Antonio de León Pinelo en su curioso libro
_Velos Antiguos i modernos en los rostros de las mugeres, sus
conueniencias, y daños_ ... (Madrid, Juan Sánchez, 1641), fol. 47 vto.:
«De los Árabes tomaron las mugeres españolas el _taparse de medio ojo_,
de lo qual las alaba Tertuliano....» Y añade León Pinelo (fol. 48) que,
«como las Moriscas siempre andavan tapadas con sus almalafas o sabanas
blancas..., en vistiéndose a lo Español, convirtiéndolas en los mantos
negros, dieron en taparse con ellos del modo que solian con las
sabanas.... I como es uso garvoso, lascivo, alegre i (como dezimos) de
garavato, i las Moriscas, por ser todas de excelentes ojos, andavan assi
más briosas i apuestas que las Españolas, i estas avian començado, ya
desde antes del año de MDxxvj, a agradarse del Tapado, i a usarle
también, confundiendose por este modo las unas con las otras, llegó a
introduzirse del todo por este de sesenta i seis o sesenta i siete
[alude a una pragmática sobre mudar de trajes los moriscos, promulgada
en 1566]: i fue con tanto excesso, que veinte años después, en las
Cortes de Madrid de MDxxxvj, se trató de su prohibicion, que se promulgó
la vez primera por ley el de noventa....» El _taparse de medio ojo_,
aunque se extendió por casi toda España y fué comunísimo en la Corte,
era señaladamente sevillano. Así Lope, en el acto I de _Las Bizarrías de
Belisa_:

        «Ponte _el manto sevillano;
        no saques más de una estrella_....»

Y Tirso de Molina, en el acto I de _El Amor médico_, cuya acción pasa en
Sevilla:

        «¿Qué quieres que diga?
        Cada cual su rumbo siga:
        tu amor, tú; yo, a la tapada;
        que el diablo del sombrerete,
        que parece tajador
        de aldea, para mi humor
        tiene no sé qué sainete
        que alienta mis disparates.
        ¡Oh anascote, oh caifascote,
        oh basquiña de picote,
        oh ensaladas de tomates
        de coloradas mejillas,
        dulces a un tiempo y picantes!
        ¡oh chapines, no brillantes,
        mas negros y con virillas!
        ¡Oh _medio ojo_ que me aojó!
        ¡Oh atisbar de basilisco!
        ¡Oh _tapada a lo morisco_!
        ¡Oh fiesta, y no de la O!»

La costumbre de taparse las mujeres, de medio ojo, o derribando el manto
hasta la barba, y aun hasta el pecho, arraigó tanto, que en balde fué
objeto de reiteradas prohibiciones en el último tercio del siglo XVI y
en el primero del siguiente. Por el citado capítulo de Cortes de 1586 se
prohibió que las mujeres anduviesen tapadas, y sobre su observancia y
cumplimiento se publicó una pragmática en 1594, mandada guardar por otra
de 1600, que es la ley XIV, cap. XX, tít. XII, libro VII de la _Nueva
Recopilación_; pero como, aun así, esto no se cumplia, por otra
pragmática, dada en Madrid a 12 de abril de 1639, se mandó «que en estos
Reinos y Señoríos todas las mugeres de qualquier estado y calidad que
sean anden descubiertos los rostros, de manera que puedan ser vistas y
conocidas, sin que en ninguna manera puedan tapar el rostro en todo ni
en parte con mantos ni otra cosa...,» y que, además de la pena de tres
mil maravedís que se había impuesto por las pragmáticas y leyes
anteriores, «por la primera vez caigan e incurran en perdimiento del
manto y de diez mil marauedis, aplicados por tercias partes, y por la
segunda, los dichos diez mil marauedis sean veinte, y se pueda imponer
pena de destierro, segun la calidad y estado de la muger».]

[Nota 535: La academia sevillana a que alude Vélez debió realmente
de existir; pero de ella no han quedado más noticias que las que aquí da
nuestro autor. Así, pues, mi docto amigo don Joaquín Hazañas, en su
_Noticia de las Academias Literarias, Artísticas y Científicas_ de los
siglos XVII y XVIII (Sevilla, 1888), se limitó, en cuanto a la de la
calle de las Armas, a reseñar el pasaje del escritor ecijano.]

[Nota 536: Antonio Ortiz Melgarejo había nacido en 1580, pues al
declarar (diciembre de 1637) en las pruebas de Juan Antonio del Alcázar
y Zúñiga para el hábito de Calatrava, dijo tener cincuenta y siete años.
Por esta declaración consta que, en efecto, era presbítero y del hábito
de San Juan (Archivo Histórico Nacional, Pruebas de Calatrava, núm. 72,
fols. 81 y 82).]

[Nota 537: Qué negocios fueran éstos no se sabe; pero sí que por los
años de 1635 y 1637 se representaron en Sevilla algunos autos del Corpus
compuestos por Cubillo de Aragón, por los cuales la ciudad le libró
ciertos dineros (Sánchez-Arjona, _Noticias referentes a los anales del
Teatro en Sevilla desde Lope de Rueda hasta fines del siglo XVII_,
Sevilla, 1898, páginas 300 y sigts.).]

[Nota 538: Lo poco que se sabía de Blas de las Casas Alés, y algo
más que logré averiguar, está resumido en mi libro _Pedro Espinosa_
(Madrid, 1906), págs. 270 y 277. Además, de un curioso papel inédito
suyo di noticia, y aun copia, al fin de las _Obras de Pedro Espinosa_
(Madrid, 1909), págs. 409 y sigts.]

[Nota 539: Don Cristóbal de Rozas, quizás antequerano, fué autor de
tres obras dramáticas citadas por Barrera en su _Catálogo bibliográfico
y biográfico del Teatro antiguo español_.... De don Diego de Rosas puede
presumirse que sea el don Diego de Rosas y Argomedo citado en el mismo
_Catálogo_ como autor de la comedia _Donde hay valor, hay honor_, cuyo
manuscrito poseyó don Agustín Durán, bien que la misma obra fué impresa
con otras de diversos autores en Zaragoza, 1640, bajo el nombre de _don
Diego de Rojas_.]

[Nota 540: _Dragmático_ en la edición original.]

[Nota 541: Don García de Salcedo y Coronel es escritor muy conocido
en nuestra república de las letras por sus diversas colecciones de
poesías, y aún más que por ellas, por sus comentos de Góngora. Tuvo
estrecha amistad con Vélez, cuya muerte lamentó en dos composiciones
insertas en sus _Cristales de Helicona_ (1649).]

[Nota 542: _Primero_, en la acepción de _sobresaliente_.]

[Nota 543: _Sujeto_, en su acepción, hoy poco usada, de _materia_,
_tema_ o _asunto_.]

[Nota 544: Llamábase esta celebrada poetisa doña Ana Caro de Mallén,
y de ella dió curiosas noticias don Manuel Serrano y Sanz en sus
_Apuntes para una Biblioteca de Escritoras españolas desde el año 1401
al 1833_ (Madrid, 1903), y aun reprojo algunos de sus trabajos.]

[Nota 545: _Décima musa andaluza_ se la llama en el epígrafe de su
comedia _El Conde de Partinuplés,_ publicada en el _Laurel de Comedias
de diferentes autores. Quarta parte_ (Madrid, Imprenta Real, 1653). Fué
muy frecuente esta denominación de _décima musa_. Garcilaso, al
principio de uno de sus sonetos:

        «Ilustre honor del nombre de Cardona,
        _décima moradora del Parnaso_...»;

y dijo el Brocense en su comento: «Muchos han usado esta frasi, de
llamar a la damas doctas _Décima Musa_ o _Quarta Gracia,_ siendo las
Musas nueve y las Gracias tres....» Lope de Vega había escrito en 1604,
en la _Representación moral del Viaje del alma_:

        «...Doña Oliva de Nantes, _musa décima_,
        y doña Valentina de Pinedo,
        la _cuarta gracia_, o verso o prosa escriba.»

Y años después, en la silva II del _Laurel de Apolo_, dijo de Juliana
Morella:

        «...Porque mejor por ti, _que has hecho cuatro
        las Gracias, y las Musas diez_, pudiera
        que por Safo Antipatro
        decir aquella hipérbole....»]

[Nota 546: En efecto, el soneto que a continuación lee don Cleofás
había sido escrito por Vélez a la máscara que indica, celebrada en la
noche del domingo 15 de febrero de 1637, y lo leyó por vía de
introducción a la oración que hizo en el certamen literario que presidió
el viernes siguiente.]

[Nota 547: Comentó Durán y copió Bonilla, acerca de este
_masebarrilete:_ «Según el sentido del período, puede entenderse que
habla del Sota u oficial mayor del sastre. Acaso Barrilete sea algún
personaje que haga papel de oficial de sastre en algún entremés o en
alguna jácara. Si así fuere, el autor habrá usado de dicha palabra
aludiendo al personaje popularizado en la escena cómica o en el romance
popular.»]

[Nota 548: De las acepciones de _adolecer_ que hallo en los léxicos,
la que menos desconviene a este pasaje es la de «aficionarse o
apasionarse por alguna cosa o por algún sujeto», y aun ésta no
satisface.]

[Nota 549: A lo que creo, _Doctor_ es errata, por _Rector_, pues sin
duda se refiere a Bartolomé Leonardo de Argensola, que tuvo esa
_rectoría._]

[Nota 550: Refiérese Vélez de Guevara a la renombrada _Academia de
la Crusca_, fundada en Florencia en el siglo XVI.]

[Nota 551: _Templada sin sentillo_ es gentil encarecimiento, pues el
oír templar un instrumento fué siempre cosa harto molesta, por lo cual
don Guillén de Castro hizo decir a un rey en la jornada I de _El Amor
constante_:

    «Cante, pues, lo que cantare,
    muy melancólico sea,
    _y no temple, porque es cosa
    que nunca esperarla pude_....»

Este y otros fastidiosos preliminares del tañer y el cantar resumió
Quiñones de Benavente en su _Entremés de los Mariones:_

    «MARÍA.  Músico, desabrigue la guitarra
             y haciéndola sonar como chicharra,
             _sin templar, sin toser, sin escombrarse,
             ni aguardar a la súplica o al ruego_,
             cante un romance, y pagaréle luego.»]

[Nota 552: Se refiere a don Antonio Hurtado de Mendoza, excelente
autor dramático y lírico.]

[Nota 553: González de León, en su citada _Noticia histórica_...,
página 472, dice de _la Almenilla_: «La puerta inmediata [a la de San
Juan], que pertenece al mismo cuartel y parroquia de Omnium Sanctorum,
se llama de la Barqueta, por estar junto a ella la barca pública que
tiene la ciudad para facilitar el tránsito del río por esta parte.»
Antiguamente se llamó _de la Almenilla_, por una que tenía encima.
También se llamó de Vib-arragel, por el nombre de la plaza que tiene
junto. Pero por extensión se nombró _la Almenilla_ a esta plaza, en la
cual--dice el mismo autor--«está el sitio que llaman el Blanquillo, que
es un pedazo de la muralla que da sobre el río, muy ancho, al cual se
sube por dos cómodas escaleras de piedra, y su suelo está ladrillado y
muy cómodo, por lo que en otro tiempo habla en él muchas funciones y
bailes en las noches de verano.»]

[Nota 554: El real monasterio de San Clemente, de Sevilla, en la
collación de San Lorenzo, siempre se tuvo, como dice Morgado (pág. 435),
«por el más antiguo y primero que de Monjas en ella fué fundado después
de ganada de poder de los Moros...», y su compás, «llamado (por ser
suyo) de San Clemente, que tiene poco menos de trezientos vezínos,
posseen y an posseído continuamente sus Monjas, con verdadero título y
real donación».]

[Nota 555: El señor Bonilla leyó _del Tejo_, como la edición
príncipe; pero rectificó al pie de la página: «Por _Tajo_.» Y yo,
releyendo el pasaje de Vélez y viendo asociado a lo del _Tejo_ (que me
traía a la memoria aquellos versos del preclaro poeta Camoens:

        _«Vejo o puro, suave e brando_ Tejo,
        _Com as concavas barcas, que nadando
        Vão pondo em doce effeito seu desejo_...,»)

lo de la _estranjera voz_ de aquel _Seraphin_ o _Seraphina_, me di a
sospechar si en San Clemente habría habido, por el tiempo en que Vélez
escribía su novela, o poco antes, alguna monja portuguesa, tan famosa
por su buena voz como aquella otra monja de Santa Paula, también en
Sevilla, de que habló Cervantes en _La Española inglesa_. Y esto
pensado, acudí una vez más, como en otros casos, á la bondadosa voluntad
de mi antiguo amigo y compañero de aulas don José María de Valdenebro,
rogándole que hiciera en San Clemente la deseada investigación. Hecha
está, y véase cuán acertada ha salido mi conjetura. En 30 de octubre de
1630, el doctor Alonso Jofre de Loaysa, visitador de monjas de aquella
ciudad, estando a la reja del comulgatorio del convento de San Clemente
el Real, exploró a doña Mariana, a doña Ana María _Serafina_ y doña
Isabel Bravo, de diez y nueve, diez y siete y quince años
respectivamente, hijas de González Gómez Bravo y de Leonor Rodríguez,
_vecinos de Lisboa_, antes de darles el hábito de novicias del dicho
convento. Y dado en el mismo día, las tres hermanas profesaron en 16 de
abril de 1632. La que nos interesa firmó en el acta de la profesión _Ana
Sarafina_. Esta monja era, pues, el _serafín_, o _Serafina_, que había
sido primero dulcísimo ruiseñor _del Tejo_. Y conviene añadir que al
practicarse tal búsqueda, con el inmejorable resultado que acabamos de
ver, las monjas de San Clemente, enteradas del objeto de ella, han
manifestado que por referencia venida de unas en otras saben que hubo en
su convento una cantora tan admirable, «que se llenaba la iglesia por
oírla, y a más, el compás, cundiendo por toda la ciudad sus elogios».]

[Nota 556: _Hipérbole,_ femenino hoy, fué masculino en otras
calendas. Tirso de Molina, en sus _Cigarrales de Toledo_: «Buscando
estoy comparaciones para las mexillas de quien ellas son _el hypérbole,_
y no las hallo....»]

[Nota 557: _Carcajadas de risa_, pleonasmo aun muy usado por el
vulgo, especialmente en Andalucía. También lo tiene Espinel en sus
_Relaciones de la vida del escudero Marcos de Obregón._]

[Nota 558: Como dice el léxico de la Academia, _señalado de la mano
de Dios_ es frase «con que se suele zaherir al que tiene un defecto
corporal».]

[Nota 559: Se dice _nacido en las malvas_ del que tuvo humilde
origen, y aun añaden tal cual vez _criado en las ortigas_. Góngora, en
una de sus letrillas burlescas:

        «Al que pretende más salvas
        y ceremonias mayores
        que se deben por señores
        a los Infantados y Albas,
        siendo _nacido en las malvas
        y criado en las ortigas_,
        cinco higas.»]

[Nota 560: Por _limeta_ nunca se entendió _vaso_ sino genéricamente;
es y fué siempre _botella, redoma_. Oudin, en su _Tresor des devx
langues...: «Limeta, vne espece de phiole de verre comme ce que l'on
appelle á París vn bocal_.» Y Franciosini, en su _Vocabolario_, la da
por equivalente de _guastada_ o _caraffa_.]

[Nota 561: Entre los vinos andaluces eran muy celebrados los de
_Alanis_ y _Cazalla_. Cervantes, en el _El Licenciado Vidriera: «_...
ofreció a Esquivias, _a Alanis, a Cazalla_, Guadalcanal y la
Membrilla....» Sería bien fácil citar veinte o más autores que celebran
estos vinos.]

[Nota 562: Como si dijera: _de moho que tiraba a cecina_. Quevedo,
en la _Visita de los chistes_: «Y diles a todos los _dones_ a teja vana,
caballeros chirles, _hacia hidalgos_ y casi dones, que hagan bien por
mi....» _Hacia_, así antepuesto, es menos que _semi_ y mucho menos que
casi, porque no denota sino tendencia ó dirección.]

[Nota 563: Llaman figuradamente _sacar la sardina con la mano del
gato_ a servirse de otro para que se arriesgue, o haga la costa, en
costa de nuestra utilidad.]

[Nota 564: De la proverbial valentía--o, mejor,
_valentonería_--sevillana dije en el discurso preliminar de mi edición
crítica de _Rinconete y Cortadillo_ (pág. 71): «Mas ¡también singular
cosa! con esa propensión al ocio coexistían, en los hombres de todas las
clases sociales, una altivez y un como orgullo, provenientes en mucha
parte de ser hijos de la magnífica ciudad, y aun de solo residir en
ella, que solían traducirse, cuando no en actos de ostensible valor, en
contiendas verbales llenas de interjecciones, pésetes, mentises e
hiperbólicas amenazas, en que ponía lo menos el propósito de hacer daño
a nadie, y ponían lo más la exuberancia de fantasía y la facundia
retórica que da pródigamente a sus naturales aquella noble y
privilegiada tierra.» Y añadí poco después: «Quien lo hereda, no lo
hurta, y como de herencia tenían los sevillanos aquel decoro, y aquella
noble arrogancia. «Todos, hasta los niños--escribía el bachiller Luis de
Peraza, cabalmente hacia el año referido (1540)--, presumen de hombres,
y andan con sus «espadicas» a los lados, y aun se las pegan a las veces
con «el diablo». Con razón, pues, decía Castillo Solórzano en _La
Garduña de Sevilla y anzuelo de las bolsas_, capítulo III: «... demás
desto era un poco dado a la valentía, cosa en que pecan todos los más
hijos de Sevilla que se crían libres como este que decimos». No había,
pues, de ser una excepción de la regla la pobrería hispalense.]

[Nota 565: Aquí parece aludir el Cojuelo a las seguidillas y
villancicos en que los ciegos solían burlarse de él, como dije en nota
del tranco VI (158,4)[383].]

[Nota 566: _Hasta a los lirones_, quiere decir.]

[Nota 567: _Carril_ o _carrillo_ llaman en Andalucía a la garrucha
por donde pasa la soga con que se saca el agua del pozo; y para que el
eje, que es de hierro, no se entorpezca con las lluvias, suelen cobijar
la tal polea con una esportilla de palma o un sombrerillo viejo. Uno de
ese jaez era el que lucía el Duque.]

[Nota 568: No he logrado hallar explicación a esto de llamar el
Sargento a un mendigo «porque tenía un brazo menos». Creo que ha de
referirse alguna insignia (lazo, capona, o cosa semejante) que los
sargentos llevarían en un solo brazo. Con todo, a más señores.]

[Nota 569: El andar arrastrando, por solo ello, no explica el por
qué del mote de este marqués. Le llamaban Marqués de los Chapines porque
para andar se ayudaba de las manos, calzados en ellas unos chapines
viejos. Así dice Vélez poco después (265, 12). «Entonces el Conde [es
errata, por _Marqués_], metiendo las manos en los chapines....»]

[Nota 570: _Vusia,_ contracto de _vuestra señoría._ Falta en el
_Diccionario_ de la Academia, que registra, entre otros, _vueseñoría,
useñoría y usiría._]

[Nota 571: Recuérdese lo dicho en nota del tranco IV a propósito de
la frase _demonios a las veinte_ (89, 18)[244].]

[Nota 572: Pérez y González recuerda que estos dos ríos eran famosos
por lo sucios y mal olientes, tanto, que Salas Barbadillo, en una jácara
inserta en su novelita picaresca titulada _La Ingeniosa Elena, hija de
Celestina_, pone asimismo juntos sus nombres, «como en competencia de
suciedad»;

            «A Valladolid la rica,
            con quien el sol suele hacer
            tal divorcio, que el invierno
            de sus ojos no le ve,
            donde _el espeso Esguevilla,
            émulo de Zapardiel,
            portador de malas nuevas
            para las narices es_....»

Y pregunta Pérez y González: «Al decir Vélez de Guevara que la Berlinga
había sido _senda de Esgueva a Zapardiel_, ¿quería referirse a la
distancia que media entre ambos ríos, o quería indicar que aquella pobre
mendiga era sucia en extremo, como si hubiera reunido la suciedad de
Zapardiel y de Esgueva?» A mi parecer, con todo ello quiso decir de esta
pordiosera que era tan sucia como larga, aun llamándose la Berlinga.]

[Nota 573: _Paulina_, como dice el _Diccionario_ de autoridades, es
«la carta o edicto de excomunión que se expide en el Tribunal de la
Nunciatura, u otro Pontificio. Llamóse assi porque en tiempo del papa
Paulo III tomó fuerza la costumbre de estos edictos. Por extensión se
dice por el conjunto de palabras injuriosas con que uno zahiere a
otro».]

[Nota 574: _Palabra preñada_, según el _Diccionario_ de autoridades,
es «el dicho que incluye en si más sentido del que manifiesta, y se dexa
al discurso del que lo oye».]

[Nota 575: Hoy lo diríamos con más clara sintaxis: «hubiera entre
pobres y pobras un paloteado de los diablos». Esta pobrería lisiada y
mendigante, por serlo, nunca podría menos de parecerse mucho a la que
esbozó Quevedo en su _Boda de pordioseros_ (Musa V):

            «...Quando por una calle
            el Manquillo de Ronda
            entró, dando chillidos,
            recogiendo la mosca:

            «Denme, nobles cristianos,
            por tan alta señora,
            ansí nunca se vean,
            su bendita limosna.»

            Columpiado en muletas
            y devanado en sogas,
            Juanazo se venía
            profesando de horca.

            En un carretoncillo,
            y al cuello unas alforjas,
            Pallares, con casquete
            y torcida la boca,

            y el Ronquillo a su lado,
            fingiendo la temblona,
            cada cual por su acera
            desataron la prosa,

            y levantando el grito,
            dijeron con voz hosca
            lo del aire corruto
            y aquello de la hora.

            Con sus llagas postizas,
            Arenas el de Soria
            pide para una bula,
            que eternamente compra.

            Romero el estudiante,
            con sotanilla corta,
            y con el _quidam pauper_,
            los bodegones ronda.

            Con niños alquilados,
            que de continuo lloran
            a poder de pellizcos,
            por lastimar las bolsas,

            la taimada Gallega,
            más bellaca que tonta,
            entró de casa en casa,
            bribando la gallofa....»]

[Nota 576: Como dice el _Diccionario_ de autoridades, se llamaba
_particular_ «la comedia que se representa por los farsantes fuera del
theatro público». Agustín de Rojas decía en _El Viaje entretenido:_
«Hacen _particulares_ a gallina asada, liebre cocida, cuatro reales en
la bolsa, dos azumbres de vino en casa, y a doce reales una fiesta con
otra». Y Quiñones de Benavente, en el _Baile de los Zarrapastrones_:

   «BRAS. Prega a Dios que no seais Menga
          con quien los poetas anden
          de día con las comedias,
          de noche en _particulares_.»]

[Nota 577: _Para pagarlo de bonete_, esto es, de la limosna que para
ello se recogiera entre la pobrería; _echando_, como dicen, _un
guante._]

[Nota 578: Entre personas principales era cosa muy frecuente el
jurar por la vida del cónyuge--así, verbigracia, la Duquesa en el
_Quijote_ (II, 31)--, y Vélez, donosamente, pone tal juramento en boca
de este Duque de los Andrajos.]

[Nota 579: En la pretina o cinto solían llevar la vara los
alguaciles, para tener desembarazadas y libres entrambas manos. Lo mismo
hacen los arrieros, como dice esta copla popular:

            «Echemos la despedida,
            la que echan los harrieros:
            _con la vara en la cintura_,
            «¡Harre, borrico platero!»]

[Nota 580: _Por iglesia_, en una de sus acepciones, se entiende el
refugio, favor e inmunidad que da a quien se vale de su sagrado.
Dijeron, pues, _pedir iglesia_ a alegar esa inmunidad, bien por estar
acogido a lugar que tenía ese privilegio, o bien por haber sido sacado
de él por fuerza. Pero como a todo criminal a quien detenía la justicia
importaba mucho hacer entender que tenía ganado el derecho de asilo, por
estar, o haber estado, acogido, era frecuente el _llamarse Iglesia,_ es
decir, el empeñarse en no responder otra palabra que _Iglesia_ a cuanto
le preguntaban. Quevedo, en una de sus jácaras:

            «Tienen gran tirria conmigo
            los confesores de historias;
            mas sólo _iglesia me llamo_
            pueden hacer que responda.»

Y Lope de Vega, en el acto III de _El Alcalde mayor_, donde Rosarda hace
llamar a Dinardo, que está preso en la cárcel, y cuando le traen con
grillos, dicen:

    «ROSARDA. ¿Conocías a Camilo?

    DINARDO.  _Iglesia_.

    ROSARDA.          (Pluguiera a Dios
              que nos viésemos los dos
              a su puerta.) ¡Lindo estilo
              de delincuentes! El día
              que al campo salió contigo,
              ¿no llevabas otro amigo?

    DINARDO.  _Iglesia_.

    BERNARDO. Verdad sería.»]

[Nota 581: Como nota el señor Bonilla, _el Conde_, ahora, y _la
Condesa_ cinco líneas después, que así se lee en la edición príncipe,
son manifiestas erratas, por _el Marqués_ y _la Marquesa_.]

[Nota 582: Nuevo juramento aristocrático, como atrás el del Duque.]

[Nota 583: Dar _culebra_--dice el _Diccionario_ de autoridades--«es
dar algún chasco pesado, que suele ser con golpes».]

[Nota 584: Eran y son los famosísimas _Gradas_, según a fines del
siglo XVI las describió Mateo Alemán _(Guzmán de Alfarache_, parte I,
libro I, cap. II), «un andén o paseo hecho a la redonda della [de la
Iglesia Mayor o Catedral] por la parte de afuera, tan alto como a los
pechos, considerado desde lo llano de la calle, todo cercado de gruesos
mármoles y fuertes cadenas». Durante el siglo XVI y casi todo el
siguiente--advertí en mi edición crítica de _Rinconete y Cortadillo_,
pág. 383--«_las Gradas_ fueron el sitio más concurrido de Sevilla:
tienda donde se vendía y se compraba de todo lo que no eran cosas de
comer; almoneda de cuanto la muerte y la pobreza hacían salir de las
casas; mentidero de toda la ciudad; lugar en que los ciegos rezaban o
mascullaban sus oraciones; punto de cita para todo sevillano, y plaza de
curiosidad para todo forastero.»]

[Nota 585: Hoy no sería de buen pasar decirlo así: diríamos _don
Cleofás y su camarada_.]

[Nota 586: _La calle de Bayona_--dice González de León, _Noticia
histórica del origen de los nombres de las calles de Sevilla,_ pág.
204--«es otra de las calles que tomaron el nombre después de la
conquista, de la nación o provincia que pasó a habitarlas.... No es muy
ancha; sus casas son cómodas y grandes, y pasa, tomando una vuelta, de
las Gradas de Poniente de la catedral, pasada la callejuela de la Mosca,
a la puerta del Arenal». En esta calle tuvo su casa de posadas el ex
farandulero y notable amigo de Cervantes Tomás Gutiérrez, de quien hemos
sacado a luz curiosas noticias mi querido amigo don Adolfo Rodríguez
Jurado y yo en diversos trabajos cervantinos. Recientemente han mudado
el nombre de esta calle, llamándola de _Federico Sánchez Bedoya_.]

[Nota 587: La antigua calle _de la Pajería,_ también nombrada en
otro tiempo _del Mesón de los Caballeros_, se llama desde años ha _de
Zaragoza_, en conmemoración del bizarrísimo comportamiento de los
zaragozanos durante nuestra gloriosa guerra de la Independencia.]

[Nota 588: Era grande agravio cortar la cara a una mujer, porque
esto, sobre menoscabar su hermosura, hacía público para siempre la
afrenta, por ir indeleblemente marcada en el sitio más visible; pero a
las malas mujeres se las solía amenazar además con _cortarles las
piernas_, dando a entender con ello que por su torpe oficio las tenían
poco menos a la vista que el rostro.]

[Nota 589: Así lo dijo Andrés de Claramonte, en la jorn. III de _De
lo vivo a lo pintado_:

    «LISBELLA. Cuando yo no os conocía,
               viles y bárbaros celos,
               como engañáis, como cielos,
               por deidades os tenía;
               mas después que he conocido
               vuestros rigores eternos,
               _veo que sois los infiernos_,
               en que padece el sentido.»]

[Nota 590: _Otro día,_ en equivalencia de _al día siguiente_, como
en muchos lugares del _Quijote_ (II, 331, 4; III, 30, 15; IV, 91, 6; VI,
26, 1, etc.).]

[Nota 591: La calle de _la Morería,_ que va desde la de San Pedro a
la plaza de los Descalzos, perteneció al barrio que se llamó _del
Adarvejo_ y habitaron los moros hasta que en 1503 se les expulsó por
mandado de los Reyes Católicos.]

[Nota 592: Refiriéndose Vélez a los _antojos_ o _anteojos_ con que
el Cojuelo y don Cleofás concurrieron a la academia anterior, juega de
aquel vocablo en sus dos acepciones.]

[Nota 593: Con el _dixi_, en efecto, del cual nos queda el _he
dicho_ de hoy, solían terminarse las oraciones académicas. En el
_Quijote_ (II, 36), Trifaldín el de la Barba Blanca no acaba el discurso
que hace en casa de los Duques sin el _Dije_ de rúbrica.]

[Nota 594: Claro es que se refiere a Orfeo y a su mujer Eurídice.
Quizá Vélez le llamó _el Músico de Tracia_ recordando aquellos versos de
Lope, en _La Gatomaquia_, silva I:

        «...Cantó un soneto en voz medio formada
        en la arteria bocal, con tanta gracia
        como pudiera _el músico de Tracia_....»

Pero antes que Lope, le había llamado así Camoens en una de sus elegías:

        «E o musico de Thracia, _ja seguro
        De perder sua Eurydice tangendo,
        M'ajudara ferindo o ar escuro_.»]

[Nota 595: Reminiscencia de una de las epístolas de Horacio, citada
por el señor Bonilla.]

[Nota 596: Nuevamente se lee _dragmáticos_ en la edición original,
como _dragmático_ en el tranco anterior (245, 2)[540].]

[Nota 597: Llamaban _bailinistas_ a los que escribían la letra para
los bailes. A continuación de las _Pregmáticas y Ordenanzas_ de la
academia que se celebró en el Buen Retiro en 1637, presidida por Luis
Vélez de Guevara, que no son sino estas mismas, con ligeras variantes
(Biblioteca Nacional, Ms. 10293), hay algunas _cédulas_, una de las
cuales comienza así: «A un poeta _bailinista_ nuevo se le han perdido
dos seguidillas y unas mudanças de cruzado....»]

[Nota 598: Dice festivamente _villancieres_, por _poetas de
villancicos_, como se decía, al uso de Borgoña, _panetier_, _salsier_,
_grefier_, etc. Tirso de Molina, en el acto II de _Privar contra su
gusto_:

      «CALVO.  Ha dado en mudar los nombres
               el palacio a sus oficios,
               en nuestra España novicios;
               ya llama a sus gentilhombres
               _acroyes_; ya hay _sanserván,
               furriel, costiller, salsier,
               guardamangel, sumiller,
               panatiel_, que guarda el pan,
               y otros mil; con que deseo
               que el palacio me sustente
               y ocupe principalmente
               entre aquestos del bureo,
               por holgarme y burear.
               Quisiera yo, pues, señora,
               que, siendo mi intercesora,
               el Duque me hiciera dar
               uno que, acabado en _el_,
               a los demás imitara
               y de nuevo se criara.

      INFANTA. Y ¿cuál es?

      CALVO.               _Murmuratiel_.»

_El Titeretier_ (por _El Titerero_ o _El Titiritero_) se titula una
mojiganga de don Francisco de Avellaneda, núm. 3260 del _Catálogo de las
piezas del Teatro que se conservan en el departamento de Manuscritos de
la Biblioteca Nacional_. Y el mismo Vélez, en un romance dirigido al Rey
(véase mi folleto intitulado _Cinco poesías autobiográficas de Luis
Vélez de Guevara_):

        «... que agora son más que nunca
        sus escudos menesteres,
        para caminar con Vos
        desde aquí a Jerusalén,
        protestando que será
        en todo el Pentecostés
        de las alabanzas vuestras
        eterno _versifiquier_....»]

[Nota 599: Así, _ridmos_, en la edición príncipe, cambiada la _t_ en
_d_, como en _atmósfera_, _atlántico_, etc., que el vulgo, por la ley
del menor esfuerzo, pronuncia _admósfera_, _adlántico_, etc.]

[Nota 600: El señor Bonilla leyó distraídamente _modo_.]

[Nota 601: De estas once voces que reprobaba por nuevas y exóticas
Vélez de Guevara, diez son hoy de uso corriente, y aun _purpurear_, que
se emplea poco, está, como las otras, en todos los diccionarios. Cuando
al hojear nuestros libros del siglo XVII encuentro listas de palabras
que entonces se rechazaban por nuevas, y ahora estamos a pique de
arrinconarlas por antiguas, la resistencia que mi clásica educación
literaria opuso siempre al habla modernista que va cundiendo tira a
ceder, de tal manera, que me desconozco. Veo, además, que entre estas
novedades con que quieren regalarnos hay muchas que no lo son sino
porque cayeron en desuso cuatro o cinco siglos ha, y recuerdo aquel
_Multa renascentur_ ... de Horacio, que aprendí en la adolescencia y que
el cordobés Rosal acomodaba en verso, en esta guisa:

            «Muchos vocablos serán
            estimados, que cayeron,
            y muchos que florecieron
            otro vez se olvidarán.»

Vea el curioso, para demostración de ello, algunas listas de palabras
cuyo uso o abuso afeaban nuestros antiguos dramáticos. Lope de Vega, en
el acto I de _El Desprecio agradecido_:

    «FLORELA. ¡Qué bueno estuvo esta tarde
              el Prado!

    LISARDA.            La procesión
              de los coches fué notable.

    FLORELA.  ¡Bravo humo, brava gloria,
              brava prosa de galanes!
              Muy valido anduvo _riesgo,
              superior, inexcusable,
              valimiento, acción, despejo,
              ruidoso, activo, desaire,
              lucimiento_ y _carabanas_.

    LISARDA.  ¡Caso extraño! ¡Que el lenguaje
              tenga sus tiempos también!

    FLORELA.  Vienen a ser novedades
              las cosas que se olvidaron.»

Lo de _bravo humo_ y _brava gloria_ se refiere--y dígolo porque hoy no
es fácil de entender--a los mantos que se llamaron _de humo_ y _de
gloria_. Tirso de Molina, en el acto III de _Celos con celos se curan_:

    «GASCÓN  ...Miren vuesirías dos
             cuál anda ya nuestro idioma:
             todo es _brilla, emula, aroma,
             fatal_.... ¡Oh! Maldiga Dios
             al primer dogmatizante
             que se vistió de _candor_.»

Y Rojas Zorrilla, en la jorn. I de _Entre bobos anda el juego, don Lucas
del Cigarral_:

    «ANDREA.   ¿Habla culto?

    D.ª ISABEL.              Nunca entabla
               lenguaje disparatado;
               antes, por hablar cortado,
               corta todo lo que habla.
               Vocablos de estrado son
               con los que a obligarme empieza:
               dice _crédito, fineza,
               recato, halago, atención_....»]

[Nota 602: _Posposiciones_, o sea _transposiciones_, pues en ellas
siempre hay palabra o expresión _pospuesta_, que con buena sintaxis no
lo estaría. Llegó a arraigar tanto el abuso de esta licencia, por poetas
y aun por prosistas, en la primera mitad del siglo XVII, que ni las
mayores burlas fueron freno que los contuviese. En vano escribió Quevedo
contra Góngora y sus secuaces aquella _receta para hacer soledades en un
día_, que empezaba:

        «Quien quisiere ser culto en solo un día,
        _la jeri_ (aprenderá) _gonza_ siguiente...»,

y en balde Lope de Vega, en la silva IV de _La Gatomaquia_:

         «...Y con estas demencias y furores,
         _en una de fregar cayó caldera_
         (trasposición se llama esta figura)
         de agua acabada de quitar del fuego....»

Pero en todo nuestro parnaso no se hallará una burla tan donosa contra
el hipérbaton gongorino como aquel soneto que el mismo Lope insertó en
el acto I de _El Capellán de la Virgen_. Dice así:

        «Inés, tus bellos ya me matan ojos
        y al alma roban pensamientos mía,
        desde aquel triste que te vieron día
        con tan crueles por tu causa enojos.

        Tus cabellos, prisiones de amor, rojos
        con tal me hacen vivir melancolía,
        que tu fiera en mis lágrimas porfía
        dará de mis la cuenta a Dios despojos.

        Creyendo que de mi no amor se acuerde,
        temerario levántase deseo
        de ver a quien me por desdenes pierde.

        Que es venturoso si se admite empleo
        esperanza de amor me dice verde,
        viendo que te desde tan lejos veo.»

Este soneto está, además, con leves variantes, en una colección de
_Poesías manuscritas_ (letra del siglo XVII), procedente de la librería
de Usoz y que hoy para en la Biblioteca Nacional, Mss. 3795-97, tomo I,
fol. 103.]

[Nota 603: _Sembrados de sal_, quiere decir, como se acostumbraba
hacer con el solar de las casas de algunos traidores, después de
derribarlas, a fin de que ni hierbas produjese aquel terreno.]

[Nota 604: Lo dice en latín, por donaire: _guttur = garganta_.]

[Nota 605: Bien se echa de ver que Vélez, al decir todo esto del
fénix, tenía en memoria el romance de Quevedo: uno de los cuatro
referentes a otros tantos animales fabulosos (_la phénix_, el pelícano,
el basilisco y el unicornio). Lo de «hija y heredera de sí propia» y lo
de que «en ninguna región nadie ha encontrado su aduar» son
reminiscencias de estos versos de aquel romance:

        «Tú, a quien ha dado la aurora
        una celda y una ermita,
        _y sólo saben tu nido
        las coplas y las mentiras_;
        tú, _linaje de ti propria,
        descendiente de ti misma_,
        abreviado matrimonio,
        marido y esposa en cifra....»]

[Nota 606: _Afrenta de los miserables_, porque, según la fábula, se
abre el pecho para alimentar con su sangre a sus hijos.]

[Nota 607: _El capón de leche_ citábase como el más apetitoso de los
manjares. Lope de Vega, en una epístola, hablando de la muerte:

        «Tan presto se merienda los ayunos
        como los hartos del _capón de leche_,
        y pasados por agua sorbe algunos.»]

[Nota 608: _El Paular_ fué un famoso monasterio de Cartujos, en la
provincia de Madrid.]

[Nota 609: Acerca del _le_ usado como dativo de plural quedó nota en
el tranco V (131, 5)[327].]

[Nota 610: Un antiguo romance de Bernardo del Carpio vulgarizó
sobremanera lo que se suele llamar _la ley del mensajero_, en los versos
siguientes, recordados por Cervantes en el _Quijote_ (II, 10), y por
otros muchos escritores:

            «Con cartas un mensajero
            el Rey al Carpio envió;
            Bernardo, como es discreto,
            de traición se receló.
            Las cartas echa en el suelo,
            y al mensajero ansí habló:
            «_Mensajero sois, amigo:
            non mereceis culpa, non_....»

En la escena II de la _Comedia llamada Florinea_, del bachiller Juan
Rodríguez Florián (1554) dice Belisea al paje de Floriano: «... y en
saber cúyo eres entiendo cúya será la carta, y en saber cúya ella sea,
sé que busco de mi enojo su daño y tu perdicion por mensajero: dado que
diz que _los mensajeros no merescen culpa_....» Y en la escena VI (fol.
23) dice la misma Belisea: «Vengas, paje, en buen hora: y porque _de ley
de mensajero no meresces pena_, aunque no te limpias de la culpa....»
Con todo esto, para tal exención el mensajero había de ser de casa
extraña, porque del de la propia decía otra cosa el refrán: «Mensajero
de casa, palos demanda.» Así, en el _Diálogo de los pajes_, de Diego de
Hermosilla, escrito hacia el año de 1575, aunque nunca impreso hasta el
de 1901, rogando Lorza a Godoy, criado del Duque, que recuerde a éste
que ha de pagar cierta deuda, respóndele Godoy: «Id, señor, con Dios...;
y en esotro, vos por carta se lo acordad al Duque, porque mensajero de
casa, palos demanda; que sienten mucho que sus criados les traigan a la
memoria ninguna cosa de las que ellos están obligados a hacer....»]

[Nota 611: Así se acostumbraba volver la honra a los deshonrados
injustamente, bien que el remedio, como dicen, solía ser peor que la
enfermedad. Cuéntase--y lo tiene referido en una de sus comedias uno de
nuestros mejores ingenios, no recuerdo cuál--que habiendo sido azotado
injustamente un sujeto, él logró que se reconociese el error, por lo
cual le sacaron en público a caballo y con chirimías, proclamando el
pregonero su inocencia; mas con ello sólo se consiguió que todo el mundo
le llamase _el azotado_, siendo así que antes del ruidoso desagravio muy
pocos habían tenido noticia de la injusta pena.]

[Nota 612: Esto de _a furia me provoco_ es un ripio de cuyo uso
pocos poetas del tiempo de Vélez se escaparían, ni él mismo quizás. Sólo
de Lope, del gran Lope, versificador correcto y facilísimo, podrían
citarse muchos ejemplos. Véanse dos. En el acto III de _Contra valor no
hay desdicha_:

    «Rey      ...Di, villano, al otro infame
              que mi nieto no se llame:
              que _a más furor me provoco_.»

En el acto II de. _Dineros son calidad_:

    «CAMILA   ...Ya el mundo dello se admira:
              que es, _si a furia me provoco_,
              espada en manos de loco
              lengua en la mujer con ira.»

Y _a risa_, porque lo que importaba era el _provoco_, para la
consonancia con _loco, poco, toco_, etc. El mismo Lope, en el acto III
de _Santiago el Verde_:

   «CELIA.     Yo, Teodora, haré muy poco
               en dejarte un hombre tal;
               pues _a risa me provoco_,
               de ver que siendo oficial
               tuviese intento tan loco.»]

[Nota 613: Estos dos versos, estampados como prosa en la edición
original, tienen curiosa historia. Cuando, antes de terminar el siglo
XVI, ciertos percances amorosos de que fueron consecuencia algunos
desahogos satíricos dieron con Lope de Vega, desterrado de Madrid, en la
hermosa ciudad del Turia, compuso, entre otros romances, uno que se
encuentra en el _Romancero general_, fol. 153 de la edición de 1604, y
que empieza así:

        «Hortelano era Belardo
        de las huertas de Valencia
        _que los trabajos obligan
        a lo que el hombre no piensa_.»

Vulgarizóse la sentencia contenida en los dos versos últimamente
copiados, y, corriendo el tiempo, al escribir en 1620 un largo romance
para la conclusión de la justa poética celebrada con motivo de la
beatificación de San Isidro, los parodió su mismo autor en la forma
siguiente:

        «En la glosa del soneto
        fué mayor la diferencia,
        porque el acabar en _fruto_,
        adonde tan pocos quedan,
        hizo buscar consonantes
        que, aun referidos, disuenan;
        _porque un consonante obliga
        a lo que el hombre no piensa_.»]

[Nota 614: _Servir con dos comedias en Orán_, como _con dos lanzas_,
que era condena que solía imponerse a algunos nobles.]

[Nota 615: Hace adjetivo a _jabalí_, y lo es, en efecto, aunque por
tal no lo tenga el _Diccionario_. En Andalucía rara vez dicen _jabalí_ a
secas, sino _cochino jabalí_.]

[Nota 616: _Sobre qué caer poeta_, dicho a imitación de _no tener
sobre qué caer_, o _caerse, muerto_, que equivale a haber llegado a la
más extremada pobreza.]

[Nota 617: _Talla_, en la acepción de premio que se ofrece por la
prisión de un criminal.]

[Nota 618: Hoy omitiríamos el _no_, diciendo: «Que ningún hijo de
poeta ... pueda jurar...»; pero en otro tiempo solía decirse con ese
_no_, que bien se echa de ver que en realidad no redunda, ordenando de
otra manera las palabras: «Que _no_ pueda jurar ningún hijo de
poeta....»]

[Nota 619: _Ninguno_, equivaliendo a _alguno_. «Los negativos de
origen positivo--dice Bello, _Gramática,_ anotada por Cuervo (París,
1908)--se emplean a veces en su significado antiguo ... y aun sucede que
por analogía se extiende el mismo uso a los que son negativos de suyo y
lo han sido siempre: «Las más altas empresas que hombre _ninguno_ haya
acabado en el mundo, esto es, _hombre alguno, nadie_.»]

[Nota 620: Nuestro mundo no puede tener más de dos _hemisferios,_ o
miente la etimología del vocablo; pero Vélez cuenta por otro, del mundo
ultraterreno, la región infernal.]

[Nota 621: _Alguacil de los veinte_.--«Frase--dice el señor Bonilla
en su comento--con la cual alude Vélez al número de los alguaciles de
Sevilla». No, no eran _veinte_ los alguaciles de aquella ciudad; sino
que, además de otros muchos de diferentes clases y categorías (alguacil
mayor, sus tenientes, alguacil de las entregas, alguacil de Triana, y
alguaciles de los tribunales y juzgados), había unos alguaciles de a
caballo, llamados _de los veinte_, porque éste, por tasa, era su
número.]

[Nota 622: Juego de las acepciones del vocablo _corchete_.]

[Nota 623: En la edición príncipe, por errata, _pudieran_.]

[Nota 624: _Y la he de hacer de Evangelio_. Juega de la palabra
_orden_, dando a entender que siendo _orden_ (mandato) de Madrid, la ha
de convertir en _orden_ (grado sacerdotal) de Evangelio, es decir, la ha
de hacer tan verdadera (por lo bien cumplida) como el Evangelio.]

[Nota 625: _No_, antepuesto a un subjuntivo, suele equivaler a _no
sea que. Quijote_, I, 34: «Acaba, corre, aguija, camina, _no se esfogue_
con la tardanza el fuego de la cólera que tengo....»]

[Nota 626: _Sacar a paz y a salvo_ a uno es, como dice el
_Diccionario_ de la Academia, «librarle de todo peligro y riesgo». Tal
frase nació del objeto de aquellas escrituras en que, habiendo una
persona, en otras anteriores o simultáneas, salido por fiador de otra
persona, ésta se obligaba a sacarla con bien de cualquiera reclamación o
procedimiento que con tal motivo se intentara o siguiera. Tales
escrituras se llamaban de _a paz y a salvo_.]

[Nota 627: _Meterle_ a uno _las cabras en el corral_ es, como dice
el léxico de la Academia, _atemorizarle, infundirle miedo_.]

[Nota 628: A este _académico_ llama Vélez _un estudiantón del
Corpus_, no como conjeturaba el señor Puyol y Alonso y decía el señor
Bonilla, porque estudiase el _Corpus juris civilis_ o el _Corpus juris
canonici_, sino refiriéndose, tal cual lo notó Pérez y González, a su
corpulencia y aspecto, lo mismo que pudo llamarle _un giganton del
Corpus_, por alusión a los que sacaban en la procesión del Sacramento,
que por cierto solían ir vestidos con sotana, manteo y valona, a lo
estudiante. «La paronomasia--añade el malogrado escritor
hispalense--entre _estudiantón_ y _gigantón_ bien puede servir para
hacer la frase sin que lo _del Corpus_ tuviera más alcance, o acaso con
la intención de referirse más claramente a la estatura y fortaleza,
teniendo en cuenta que el _estudiantón_ no sería pequeño ni desmirriado,
cuando ofrecía «no dejar oreja de ministro a manteazos.»]

[Nota 629: En el tan citado libro de Pérez y González, págs. 33, 41
y 140, hay para colmar las medidas al más deseoso de entender a derechas
y cabalmente qué sea esto de _graduado por la Feria y pendón verde_. Se
llamó _de la Heria y pendón verde_ una sublevación popular que ocurrió
en Sevilla por los años de 1521, porque los amotinados, en su mayoría
gente avalentada del barrio de _la Heria_ o _Feria_, para llevar alguna
insignia o bandera, sacaron de la inmediata iglesia parroquial de Omnium
Sanctorum un estandarte verde cogido a los moros, que por trofeo estaba
colgado en la capilla de Jesús Nazareno. La gente de _la Heria_ tenía
merecida fama de ahigadada y pendenciera, por lo cual, en la jorn. I de
_El Rufián dichoso_, de Cervantes, una mujer alaba a Lugo diciendo:

        «¿Hay más que ver que le dan
        parias los más arrogantes,
        _de la Heria los matantes_,
        los bravos de San Román?»

Y desde aquel motín de 1521, para nombrar gente del bronce y
arrufianada, fuera o no de Sevilla y del dicho barrio, se la llamó, tal
cual vez _gente de la Feria y pendón verde_. En uno de los romances de
germanía publicados por Juan Hidalgo:

          «Un hombre que ser solía
          tenido hace algunos meses
          por uno de los que llaman
          _de la Heria y pendón verde_,
          vino huyendo de Sevilla,
          que es Chipre de los valientes,
          por no sé qué niñerías,
          robos, capeos y muertes.»

Y hasta a los ojos salteadores se les dió ese dictado. Quiñones de
Benavente, en su _Entremés de los Cuatro galanes_:

        «... ojos de rastro y estafa,
        jiferitos y corchetes,
        que son rufianes azules
        _de la Heria y pendón verde_.»]

[Nota 630: Hoy lo diríamos sin posponer la oración causal: «que,
como había tanto que jugaba las armas, era, sobre alentada, muy
diestra....» En los siglos XVI y XVII fué muy frecuente esa posposición,
cosa que demostré con diversos ejemplos en mis notas al _Quijote_ (VII,
41, 2).]

[Nota 631: _Que jugaba las armas_, frase satírica, de cuya intención
y alcance sabrá darse cuenta el lector.]

[Nota 632: El _diaquilón_ era--dice el _Diccionario_ de
autoridades--«emplasto compuesto de varios zumos viscosos de hierbas,
que usa la Cirujía para ablandar tumores».]

[Nota 633: Morgado, en su _Historia de Sevilla_, pág. 174: «... y
assi mismo [pueden contarse por excelencia de la ciudad] los muchos
barqueros que biven de solo passar gente de vna a otra vanda en _el
Passaje_ de Sevilla a Triana, aun con estar a pocos pasos por cima la
puente....»]

[Nota 634: _El Altozano_ de Triana no era calle, sino una plaza a la
salida del puente de barcas. Mal-lara, _Recebimiento_..., fol. 48:
«... la Puente está armada sobre barcos grandes, es de gruessos maderos y
tablas, que viene a parar al _Altoçano_ de Triana, junto al Castillo
adonde está el Sancto officio de la Inquisición....» Vélez, al decir
«_la calle del Altozano_, calle Mayor de aquel ilustre arrabal»,
comparándola con la calle Mayor de Madrid, se refirió, sin duda, a la
que en 1839, cuando González de León publicó su _Noticia histórica del
origen de los nombres de las calles de ... Sevilla_, se llamaba calle
_Larga,_ y de la cual dijo: «No tiene la ciudad una calle en su
longitud, anchura y rectitud que pueda igualarse con esta. Llega desde
_el altosano_ al puerto de camaroneros, que es casi la mitad de la
estensión de toda Triana.»]

[Nota 635: Nombraban _el Arenal_ a una grande explanada que había
entre la ciudad y el río, y en la cual se labró después todo el que hoy
llaman barrio de la Carretería. Lope de Vega tiene una comedia
intitulada _El Arenal de Sevilla_, porque una buena parte de su acción
sucede en este sitio, concurridísimo antaño de gente de todas las
naciones del mundo, y por eso mismo, de la flor de la picaresca
andaluza.]

[Nota 636: Más comúnmente se dice de los tesoros de los duendes lo de
convertirse en carbón; así Cervantes, en el _Quijote_ (II, 67): «... y
los tesoros de los caballeros andantes son, _como los de los duendes_,
aparentes y falsos....» Y Tirso de Molina, en el acto II de _Cautela
contra cautela_:

   «CHIRIMÍA. Lo que da mujer es viento:
              _tesoros de duende son.
              ¡No se nos vuelva carbón!_
              ¡Abre la caja con tiento!»]

[Nota 637: Alude a la conseja según la cual en medio del infierno
hay una encina de cuyas ramas se hace todo el carbón que allí se
consume, sin que se amengüe jamás en este menester la leña de aquel
gigantesco árbol.]

[Nota 638: Hasta pocos años ha conservaba su antiguo nombre esta
calle, que sale por uno de los extremos a la llamada hoy _de Fernández y
González_, antes _de Vizcaínos, y de Castro_ en tiempo de Cervantes, y
por el otro extremo a la calle _de Zaragoza_, que se nombró _de la
Pajería_. Hoy la calle de _Tintores_ se llama de _Joaquín Guichot_.]

[Nota 639: _Un escribano del número,_ que quiere decir uno de los
veinticuatro escribanos que por tasa había en Sevilla, ante quienes se
otorgaban las escrituras públicas. Había, además, muchos otros
escribanos: los de los juzgados, los de provincia, los de rentas reales,
etc.]

[Nota 640: De la moralidad de los escribanos y de estar perdigados
para el infierno se escribió tanto, que sería bien prolija tarea
resumirlo. Vea el lector un texto, por todos. Mateo Alemán _(Guzmán de
Alfarache_, parte I, libro I, cap. I), después de enumerar las proezas
escribaniles, dijo: «Y así, me parece que cuando alguno se salva..., al
entrar en la gloria dirán los ángeles unos a otros, llenos de alegría:
«_Laetamini in domino_: ¡escribano en el cielo, fruta nueva, fruta
nueva!»]

[Nota 641: Así en la edición original; pero quizás _lo que trujo_ es
errata, por _la que trujo_.]

[Nota 642: La opinión vulgar siempre hizo de una misma camarada a
escribanos y sastres, y de ahí la conocida copla:

          «_Un sastre y un escribano
          fueron al infierno juntos:_
          el sastre se fué por varas,
          y el escribano por puntos.»

Que es alusión a los puntos de la pluma. Quevedo, con quien siempre
estuvieron muy malquistos los sastres, dijo en la _Visita de los
chistes_: «Pues sastres, ¿a quién no matarán las mentiras y largas de
los sastres, y hurtos? Y son tales, que para llamar a la desdicha peor
nombre, la llaman _desastre_, del sastre....» E hizo decir a Escarramán
en una de sus jácaras (Musa V):

           «Como el ánima del sastre
           suelen los diablos llevar,
           iba en poder de corchetes
           tu desdichado jayán.»

Años después, Tirso de Molina, recordó estos versos de Quevedo en su
comedia _Santo y sastre_:

    «PENDÓN. Mira que te han de agarrar
             cuando la muerte te arrastre,
             _como el ánima del sastre
             suelen los diablos llevar_.»]

[Nota 643: Juega del verbo _tener_ en dos de sus acepciones: la de
_poseer_ y la de _asir_.]

[Nota 644: Este _con que_ equivale a _con lo que_ o _con lo cual_, y
aunque poco usado ahora, ocurre con frecuencia en nuestros escritores de
antaño.]

[Nota 645: _No se pudra en su leyenda_, es decir, _no se enfade_, o
_aburra, con su lectura_.]



    ÍNDICE


    Dedicatoria de esta edición

    Prólogo de la misma

    Dedicatoria de Vélez de Guevara

    Prólogo a los mosqueteros de la comedia de Madrid

    Carta de recomendación al cándido o moreno lector

    Soneto de don Juan Vélez de Guevara a su padre


    Tranco    I
             II
            III
             IV
              V
             VI
            VII
           VIII
             IX
              X





*** End of this LibraryBlog Digital Book "El Diablo Cojuelo" ***

Copyright 2023 LibraryBlog. All rights reserved.



Home