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Title: El Jayón - Drama en tres actos
Author: Espina, Concha, 1869-1955
Language: Spanish
As this book started as an ASCII text book there are no pictures available.


*** Start of this LibraryBlog Digital Book "El Jayón - Drama en tres actos" ***


created from images of public domain material made available
by the University of Toronto Libraries
(http://link.library.utoronto.ca/booksonline/).)



  Nota del Transcriptor:

  Errores obvios de imprenta han sido corregidos.
  Páginas en blanco han sido eliminadas.
  Letras itálicas son denotadas con _líneas_.
  Letras oscuras son denotadas con =signos de igual=.



  OBRAS

  DE CONCHA ESPINA


  LA NIÑA DE LUZMELA (novela). Segunda edición.

  DESPERTAR PARA MORIR (novela). Segunda edición.

  AGUA DE NIEVE (novela). Segunda edición.

  LA ESFINGE MARAGATA (novela). Segunda edición. Obra
    premiada por la Real Academia Española.

  LA ROSA DE LOS VIENTOS (novela). Segunda edición.

  AL AMOR DE LAS ESTRELLAS (mujeres del _Quijote_).

  RUECAS DE MARFIL (novela). Segunda edición.

  EL JAYÓN (drama en tres actos).



  EL JAYÓN



  EL JAYÓN


  DRAMA EN TRES ACTOS

  ORIGINAL DE

  CONCHA ESPINA


  ESTRENADO EN EL TEATRO DE ESLAVA, DE MADRID,

  EL DÍA 9 DE DICIEMBRE DE 1918.


  MADRID
  EDITORIAL PUEYO
  Calle del Arenal, 6.
  1919



     Esta obra es propiedad de su autora, y nadie podrá, sin su
     permiso, reimprimirla ni representarla en España ni en los
     países con los cuales se hayan celebrado o se celebren
     tratados internacionales de propiedad literaria.

     La autora se reserva el derecho de traducción.

     Los comisionados y representantes de la Sociedad de Autores
     Españoles son los encargados exclusivamente de conceder o
     negar el permiso de representación y del cobro de los derechos
     de propiedad.

     Queda hecho el depósito que marca la ley.


  IMPRENTA HELÉNICA, PASAJE DE LA ALHAMBRA, 3, MADRID



     AL INSIGNE DRAMATURGO DR. MAX NORDAU


_Amigo y maestro: Usted que ha tenido para esta obra, cuando apareció en
novela, singulares alabanzas; que la supo alentar hacia el teatro con
generosas profecías, y en público la quiso aplaudir con inolvidable
favor, me permite, ahora, encender en la portada de este libro, como una
lámpara gloriosa, un nombre universal: el claro nombre de usted._

_Al prender su lumbre refulgente sobre el obscuro don que aquí le
ofrezco, siento la mano un poco temblorosa, empañados los ojos con el
vaho del alma, torpe la pluma al peso del corazón._

_A usted, que tanto sabe de las humanas dolencias, de los ideales
sublimes, del arte y de la vida, estas páginas, niñas aún, le llevan, a
falta de otros encantos, los matices de una existencia ya saturada por
los vientos del mundo. Ellas nacieron en las cumbres, en la augusta paz
de los montes; bajaron a la calle en manos humildes, a merced de una
revista popular; subieron a la escena, empujadas por móviles distintos,
en una noche buena para mí, y hoy vienen a doblarse plácidamente, bajo
el nombre luminoso de usted, esperando nuevas andanzas._

_Conocen, pues, deleites de la robusta soledad; hervores de la multitud;
fiebres de la exaltación; contactos de las cosas turbias y malignas que
nos hacen huir. Y sobre todas las emociones, el alto gozo de este
homenaje lleno de admiración para el gran artista y de gratitud para el
noble amigo..._

_Que en la ausencia le sirvan a usted de afectuoso recuerdo español, si
no como rosas de cultivado jardín, como flores agrestes de mi huerto
montaraz..._

     CONCHA ESPINA.

  Madrid, 1.º de Enero de 1919.



AUTOCRÍTICA

Publicada en «La Tribuna».


_El Jayón_ es un drama rústico, amargo, lo mismo que la vida, fatal como
un _karma_ que se cumple.

Se desarrolla entre pasiones desnudas, entre criaturas buenas, en un
medio primitivo, dentro del cual intervienen los elementos, con sus
voces y su poder misterioso, como un personaje más. No está hecho a la
medida de ningún actor; así los de Eslava, que lo desempeñan con patente
gallardía, pregonan la condición de su talento, dócil y flexible.

No es _El Jayón_ una obra regional, o por lo menos, es muy secundario su
regionalismo; la acción puede suceder en todos los rincones del mundo
donde el Amor y el Dolor vayan de la mano, como suelen ir; si yo la
sitúo en mi tierra de Cantabria, es porque de ella conozco, con más
entrañado sentimiento que de ninguna otra, el paisaje y las costumbres,
el lenguaje culto y señoril, modelo popular de buen castellano, con
todos sus ritmos y matices.

En este drama no trato de decir nada nuevo, de plantear problema alguno,
ni mucho menos de resolverle. Aspiro sólo a llevar a la escena un pedazo
palpitante de vida, un bloque de la cantera humana, labrado por mi
corazón. Para darle forma no me preocuparon ardides técnicos y me dejé
conducir por la emoción y la realidad, creyendo que este camino, si no
fácil y corto, es el único que logra llegar a un alto fin.

Cuanto a la incertidumbre que pueda causarme esta primera obra teatral,
confesaré que, teniendo yo del público un elevadísimo concepto y dándole
siempre lo mejor de mi alma en mi arte, espero su fallo con la serenidad
de quien, al ofrecer con pura intención su dádiva más noble, merece,
siquiera, un poco de gratitud...

  Madrid, 8 de Diciembre de 1918.



REPARTO


         PERSONAJES                       ACTORES

  _Marcela_     (21 años)            JOSEFINA MORER.
  _Irene_       (22  »  )            HERMINIA PEÑARANDA.
  _Luisa_       (28  »  )            ANA SIRIA.
  _Remedios_    (50  »  )            ANA MARÍA QUIJADA.
  _Carmen_      (20  »  )            JOAQUINA ALMARCHE.
  _Flora_       (16  »  )            ISABEL GARCÉS.
  _Andrés_      (29  »  )            FRANCISCO HERNÁNDEZ.
  _Antonio_     (38  »  )            RICARDO DE LA VEGA.
  _Elías_       (30  »  )            PABLO HIDALGO.
  _Manuel_      (31  »  )            ANDRÉS TOBÍAS.
  _Cándido_     (19  »  )            JUAN BERINGOLA.
  _Serafín_ y _Jesús_. (Niños de la
     misma edad que en el primer
     acto aparecen en las cunas).

La escena en una aldea montaraz de Santander. Época actual.

Los trajes como los usa en el Norte la gente del pueblo, sin marcado
color regional que ya no existe. En el acto segundo, casi todos los
personajes llevan abarcas de madera a estilo del país. Los hombres usan
boina. Se habla el castellano correctamente, con escasas alteraciones,
según el texto y la realidad.



ACTO PRIMERO


     Un portal rústico, sostenido por vigas, abierto al campo
     en casa de ANDRÉS, sobre un paisaje agreste que descubre
     la alta sierra y el hondo río. El techado ocupa la escena
     por el lado derecho, de través. Al fondo corre la
     empalizada de un huerto con portilla, y a la izquierda,
     en terreno que lo mismo puede ser campo que corralada y
     que linda con el camino vecinal, hay un pozo con brocal
     alto, torno y cadena. A un extremo del portal dos
     escanillas--las cunas pobres de la Montaña--donde duermen
     los niños. Un banco, algunas sillas de madera, una cesta
     de costura y los útiles de un pequeño taller de abarcas,
     dan la impresión de que allí se vive al aire libre la
     mayor parte del tiempo. Varias puertas comunican con el
     interior del hogar. Es verano. La tarde empieza a caer.


ESCENA PRIMERA

MARCELA Y ANDRÉS

Al levantarse el telón aparecen MARCELA cosiendo cerca de las cunas y
ANDRÉS labrando unas abarcas en medio del portal.

MARCELA

(_Suspirando_.) No acabas de estar alegre, no... Ni sabes disimular que
tienes siempre una pena. ¡Dime al menos cuál es!

ANDRÉS

Aprensiones tuyas. Te he repetido muchas veces que soy feliz, que no hay
hombre en el pueblo con más suerte que yo: tengo lucios ganados, buenas
cosechas, una mujer como tú...

MARCELA

(_Interrumpiéndole_.) Y un hijo que merece su nombre.

ANDRÉS

También...

MARCELA

Serafín está cada día más hermoso.

ANDRÉS

Se asemeja a ti.

MARCELA

(_Con prontitud_.) No; a mí no.

ANDRÉS

(_Sonriendo_.) Pues entonces ¿a quién?

MARCELA

(_Algo brusca_.) A ti, será...

ANDRÉS

(_Reflexivo_.) Es robusto como nosotros dos, y junto a ese pobre Jesús,
parece talmente un serafín.

MARCELA

(_Quejosa_.) ¿Te pesa?

ANDRÉS

¡Mujer, qué cosas se te ocurren!

MARCELA

¡Es que lo dices con una lástima!... Tú quieres más al jayón.

ANDRÉS

¡Marcela!

MARCELA

(_Ansiosa y dolida_.) No me lo niegues, Andrés... Si ya todo el pueblo
sabe de quién es el niño; si está corrupto por los alrededores...

ANDRÉS

(_Impaciente_.) Habíamos quedado en no hablar más de eso.

MARCELA

(_Decidida, con voz sorda_.) ¡Es tuyo y de Irene!

ANDRÉS

(_Se levanta bruscamente y ruedan algunos instrumentos del taller_.) ¡Te
prohibo que vuelvas a nombrar a esa infeliz!

MARCELA

(_Sollozando_.) ¡Ay, Andrés!... ¡La quieres, la quieres!... Ahora lo
comprendo mejor que nunca... El hijo «es vuestro»... ¡La quieres! Todo
lo que se decía era verdad.

ANDRÉS

(DESARMADO Y PESAROSO.) ¿Qué se dijo? Vamos a ver.

MARCELA

Lo que yo misma vi.

ANDRÉS

Pero ¿qué viste?

MARCELA

A ella la tuvo su madre escondida algún tiempo; contó que la muchacha
estaba en la ciudad, pero se murmuraron otras cosas... Y cuando nuestro
nene cumplía un mes... ¿te acuerdas?

ANDRÉS

Sí; una noche te desperté para decirte:--Escucha; parece que a la puerta
balita un corderín... Contestaste:--Es un niño que llora; abre: es un
jayón... ¡Habías acertado! Te le llevé a la cama y le diste cobijo...

MARCELA

No le había de dejar morir de frío y de hambre, como una hereje; pero al
ser de día quise llevarle a la inclusa y te opusiste.

ANDRÉS

(_Confuso_.) Después de haberle recogido...

MARCELA

La caridad de una hora no nos obligaba para toda la vida. Como no
atendías mis razones, empecé a sospechar.

ANDRÉS

¡Y los chismes de los vecinos!...

MARCELA

No, Andrés, no; que sin ver a nadie aquella mañana, porque llamé bribona
a la madre del niño abandonado, te pusiste furioso... (_Indignada y
celosa_.) ¡Saliste a defenderla!

ANDRÉS

Y ahora también. Aunque una moza tenga un desliz y pretenda ocultarle,
no me parece justo insultarla.

MARCELA

La verdad no es un insulto. La madre que abandona su criatura es...

ANDRÉS

(_Interrumpiéndola exaltado_.) ¡No lo digas!

MARCELA

¡Ay, Andrés!...

ANDRÉS

(_Conmovido_.) Si le pone a la puerta de una mujer tan buena como tú, no
es más que una desgraciada.

MARCELA

¡La sigues defendiendo!

ANDRÉS

A una sola como tú dices, no. A todas las que sufran el mismo penar.

MARCELA

¡Dios mío!... ¡Cómo te descubres! Ya quedo bien segura de que aquella
noche estabas despierto aguardando al jayón.

ANDRÉS

(_Volviendo a impacientarse_.) ¡Otra vez!...

MARCELA

Querías recogerle antes de que el frío le dañara... Te dolía su llanto
como si te clavasen un puñal... Sí, sí; es carne tuya y de esa...

ANDRÉS

(_Violento_.) ¡No la nombres!

MARCELA

(_Entre lágrimas_.) ¡Qué desdichada soy!

ANDRÉS

(_Compadecido y acercándose a ella_.) Porque te empeñas tú. Te dejas
llevar por cuentos de comadres como si no valieras más que todas ellas
juntas... (_Acariciándole el pelo y separándole las manos con que se
cubre la cara_.) ¡Vamos, no llores!... ¿Qué motivos tienes para
sospechar de mí?... Di la verdad.

MARCELA

(_Con deseos de que la consuelen_.) Sí que los tengo. Fuiste novio suyo;
os ibais a casar cuando fuiste a mi pueblo y me conociste a mí... ella
dicen que... te quiere todavía...

ANDRÉS

(_Incrédulo_.) Dicen... dicen...

MARCELA

No se le ha conocido otro rondador...

ANDRÉS

Y eso, ¿qué?

MARCELA

(_Vacilando_.) El niño se parece a ti.

ANDRÉS

(_Irónico_.) ¿En lo derecho?

MARCELA

(_Con amargura_.) ¡No te burles!

ANDRÉS

¡Pero si una pizca de crío a los ocho meses no se parece a nadie!

MARCELA

(_Con cierto despecho_.) ¿No decías antes que Serafín?...

ANDRÉS

Le comparo contigo porque es fuerte y galán, mientras que el otro
pobre, contrahecho y enfermizo...

MARCELA

(_En desconsolada actitud_.) Sí; ¡es una compasión!...

ANDRÉS

(_La mira en silencio. Coloca junto a ella el taburete donde antes
trabajaba y se sienta muy pensativo. Sale al cabo de su meditación_.)
¡Qué buena eres!... ¡Cuando cavilo que te hago llorar, alguna vez, como
ahora, por ser yo torpe y brusco!

MARCELA

(_Conmovida_.) Calla, calla...

ANDRÉS

(_Buscándole las manos y los ojos_.) ¡Perdóname, Marcela!... No hay en
el mundo otra criatura tan santa y generosa como tú... Creíste que ese
niño era mío; desconfiaste de mí... y le diste la sangre y el calor; le
aselaste en tu pecho como a un pajaruco sin nidal...

MARCELA

(_Muy turbada_.) ¡Calla, por Dios, Andrés!

ANDRÉS

(_Vehemente_.) Por lo que haces, a la vera de lo que dudas, ¡bendita
seas!

MARCELA

(_Bajo inexplicable confusión_.) ¡No me hables así!

ANDRÉS

Más mereces tú, y yo soy hombre de poca labia... Hoy tengo que decirte
para toda la vida: es cierto que quise a esa mujer... pero te quise a ti
más y la dejé por ti. Nada tengo que ver con ella. Si la encuentro me
voy por otro camino. No la hablo nunca; no la miro jamás... ¿Qué otra
cosa me pides?

MARCELA

(_Siempre atribulada_.) ¡Ay, ni yo misma lo sé!

ANDRÉS

Y en lo tocante al nene, no me puedes decir que te obligo a guardarle,
porque le tienes tanta ley como yo... Le estás criando como a tu propio
hijo; pusiste juntas las escanillas en tu alcoba; los confundes a los
dos en un mismo desvelo y tanta lástima sientes por Jesús...

MARCELA

(_Ansiosa_.) ¿Qué?

ANDRÉS

Como si le hubieras echado al mundo.

MARCELA

(_Bajando los ojos muy confusa_.) ¡Pobre chiquitín!

ANDRÉS

Si te afligen sus cuitas, ¿por qué te pasma que le compadezca yo?

MARCELA

¡Me haces unas preguntas!...

ANDRÉS

(_Triunfante_.) ¿Quieres que le llevemos al hospicio?

MARCELA

(_Con pánico_.) ¡Qué atrocidad!

ANDRÉS

(_Muy cariñoso_.) ¿Qué puedo hacer para verte contenta?

MARCELA

Estarlo tú.

ANDRÉS

¡Si lo estoy!

MARCELA

No; eso no, Andrés... Llevas siempre una arruga aquí (_Tocándole en la
frente_.), un tajo que se te hunde hasta el mismo corazón...

ANDRÉS

(_Bromista_.) ¡Pues no has dicho tú poco!

MARCELA

Digo la verdad... Y en la mirada una pesadumbre que no la sabes
esconder.

ANDRÉS

Tienes, tienes explique... (_Se levanta y va recogiendo las herramientas
caídas_.)

MARCELA

No he ido a la escuela tanto como tú, no entiendo de finuras ni de
sabidurías; pero en las cosas del sentir...

ANDRÉS

Para eso no hace falta aprender... (_Quedan un momento silenciosos_.)

MARCELA

(_Mirando hacia el camino_.) Ahí vienen Carmen y Flora.

ANDRÉS

Y Cándido detrás. (_Acabó de ordenar el taller y se dirige al pozo para
llenar una regadera grande que habrá junto al brocal_.)


ESCENA II

Dichos, CARMEN, FLORA y CÁNDIDO

CARMEN y FLORA llevan, debajo del brazo y en la mano, botijos de barro
al uso del país. CÁNDIDO, en mangas de camisa, con el dalle al hombro y
la colodra en la cintura, llega detrás de las mozas.

CARMEN Y FLORA

Buenas tardes. (_Posan los botijos en la piedra que con ese objeto hay
cerca del pozo_.)

MARCELA

Muy buenas.

ANDRÉS

Hola, muchachas.

CÁNDIDO

(_Sin acercarse del todo_.) A la paz de Dios.

ANDRÉS

(_Alusivo_.) ¡Hombre, qué milagro tú por aquí!

CARMEN

(_Con malicia_.) Un milagro patente... ¡Como que él y Flora no se
encuentran nunca!

FLORA

No mucho.

MARCELA

(_A_ CÁNDIDO.) Llégate, Cándido. (_Está recogiendo la costura y las
muchachas se le acercan_.)

CARMEN

(_Adelantándose hacia las cunas_.) Yo voy a ver los crios. (_Observando
a uno y a otro_.) ¡Si están despiertos! (_Las tres mujeres se reúnen
junto a los niños hablando en voz baja_.)

ANDRÉS

(_A_ CÁNDIDO.) Vamos, no te quedes ahí como un hito. (_Con la regadera
llena hace ademán de dirigirse al huerto_.)

CÁNDIDO

(_Aproximándose_.) Pues, yo venía al tanto de la siega: que si voy para
ti mañana al prao de la Coteruca.

ANDRÉS

Sí, hombre, cuento contigo.

CÁNDIDO

Se estima.

FLORA

(_Que atiende a lo que hablan los dos hombres se acerca a ellos_.) Y
nosotras, Andrés, ¿iremos por la tarde a eslombillar? (_Se pone a sacar
agua_.)

ANDRÉS

Si «tiran» el prao por la mañana podéis ir.

CÁNDIDO

Escajudo es; pero... ¡madrugando bien d'ello!...

ANDRÉS

A todos los segadores de la cuadrilla os cunde la labor... y si con el
alba salís...

CÁNDIDO

(_Dándose importancia_.) Se saldrá. (_Andrés entra en el huerto_.)

CÁNDIDO

(_A_ FLORA _indeciso_.) Conque, ¿os aguardo ahí alante?

FLORA

Bueno...

CÁNDIDO

(_A las otras mujeres_.) Vaya, condiós.

MARCELA y CARMEN

Adiós. (FLORA _sigue sacando agua y llenando los botijos_.)

MARCELA

(_A_ CARMEN. _Hablando de los niños_.) Tienen buena pasta, que si no me
darían mucha guerra... El uno porque está sano y rollizo llora poco...
el otro apenas tiene resuello para llorar.

CARMEN

En santas manos cayó el inocente... ¡Mira que ser un infeliz jayón y
salir jiboso además!

MARCELA

(_Suspirante_.) ¡Pobre criatura!

CARMEN

¡No tan pobre que dió contigo!

FLORA

(_Termina su labor y se acerca a las otras mujeres secándose las manos
con el delantal_.) Sí, Marcela, no es por alabarte, pero lo que estás
haciendo con ese chiquillo es como para ponerlo en los libros de misa.

MARCELA

(_Azorada_.) ¡Por Dios!

CARMEN

(_Ponderativa_.) ¡Ahí es nada...! Recoger al hijo de otra mujer que le
abandona a la santimperie, y criarle como si fuera de las propias
entrañas, y quererle más, según se le ve endeble y cativo, hecho un
pingajo... ¡ahí es nada!

FLORA

(_Con calor a_ MARCELA.) ¡Eso no lo hace nadie más que tú!...

MARCELA

¡Si lo contáis así!... No hay que aumentar... Le hemos tomado ley y en
vez de un hijo tenemos dos...

CARMEN

(_Intencionada_.) Ya, ya... ¡dos hijos!... razón llevas.

FLORA

(_En el mismo tono_.) Para disimular y sufrir eres la única.

MARCELA

(_Pesarosa_.) ¡Ay, no me habléis de ello! (ANDRÉS _vuelve con la
regadera vacía a buscar más agua_.)

FLORA

¿Vamos, Carmen?

CARMEN

Sí, vamos. (_Se dirigen a coger los botijos_.)

ANDRÉS

(_A_ FLORA.) Ahí te esperan, muchacha.

FLORA

Deja que esperen.

CARMEN

Hay algunos que no tienen otro oficio.

FLORA

(_Sentida_.) ¡Vaya, mujer!

FLORA Y CARMEN

(_Despidiéndose_.) Hasta luego.

MARCELA Y ANDRÉS

Adiós.


ESCENA III

MARCELA y ANDRÉS

MARCELA

(_Sale del portal hacia su marido que se dirige al pozo_.) Oye, Andrés,
¿no estás disgustado conmigo?

ANDRÉS

(_Complaciente y triste_.) No, Marcela, no.

MARCELA

(_Afanosa_.) ¿Me quieres mucho?

ANDRÉS

¡Haga Dios que algún día te lo pueda probar!

(_Vacila un momento, luego habla como si tomase una determinación_.) Y,
dime, si se puede saber: ¿por qué hoy, así tan de súpito, saliste con
esa cuestión que al cabo de los meses no habíamos mentado... ni falta
que le hacía?

MARCELA

Porque ahora «ella»... (_Con timidez_.) bien sabes quién te digo, desde
que volvió al pueblo al fallecer su madre, se acerca mucho por aquí. No
se conforma con mirarnos desde su ventana, la que da al camino por el
lado de allá (_Señalando detrás de la casa_.) enfrente de la mía, sino
que ronda estos brañales... y me hacen temblar sus ojos que relucen como
dos luciérnagas, tan hondos, tan tristes...

ANDRÉS

(_Inquieto_.) ¿Y qué más?

MARCELA

Pasa por ahí (_Indicando los alrededores_.) como una sombra, casi
siempre al oscurecer, sin decir ni «buenas tardes».

ANDRÉS

¡Si no sois amigas!

MARCELA

Algo lo fuimos. Cuando me trajiste a la aldea, de recién casada, me
amigué con todas las mozas, pero «ella» siempre huída, como una res que
la persiguen, no se dejó tratar. Al cabo del tiempo desaparecióse y...
no la he vuelto a ver hasta el otro día...

ANDRÉS

(_Tratando de parecer indiferente_.) ¿Qué pasó?

MARCELA

Dejé a los nenes solos un instante para coger un poco de hierbabuena, y
al volver del huerto la encontré aquí, entre las dos cunas, muy
descolorida, muy asombrada. Di un grito, creyendo que era una aparición.
Ella dió otro, como si la despertasen de un sueño... Quedóse muy cobarde
y dijo:--Pasaba por aquí... y entré a mirar los niños. (ANDRÉS _oye el
relato muy absorto, con la cabeza baja_.) Conque, yo, fuí y le dije:
«Mira lo que quieras.» Y me metí adentro; pero volví en seguida,
temerosa no sé de qué.

ANDRÉS

(_Con voz sorda_.) ¿Y ella?

MARCELA

Se había marchado lo mismo que un fantasma... Desde entonces me cela
como si quisiera hablarme. Y yo tengo mucho miedo a sus ojos verdes
igual que el río del ansar; a su cara sin colores; a su voz llena de
agruras...

ANDRÉS

¿Sólo por eso te acuerdas hoy de tus sospechas, y sufres, y me haces
sufrir? (_Hace un movimiento para volver a su tarea_.)

MARCELA

(_Siguiéndole_.) Es que te encuentro más preocupado que nunca, más
pesaroso... Según «ella» quiere acercarse a mí, parece que te me alejas
tú... y pierdo la razón.

ANDRÉS

Pues no receles nada que te nuble; no llames a las penas ni hagas caso
de sombras y fantasmas.

MARCELA

(_Con deseos de retenerle_.) ¿Adónde vas?

ANDRÉS

A seguir regando el plantío que hice ayer.

MARCELA

(_Insinuante_.) ¿Y voy a verte un poco más gozoso?

ANDRÉS

(_Condescendiente_.) ¡Pero, hija mía!

MARCELA

¡Casi nunca te ríes ni te alegras!

ANDRÉS

Se me habrá pegado a la cara la neblina del monte, la tristeza del
país... ¡Yo no lo puedo remediar!

MARCELA

No siempre está nublado... ¡mira, mira qué sol!

ANDRÉS

(_Melancólico_.) ¡Sí; ya traspone!

MARCELA

(_Apoyada en el hombro de su marido, contemplando con él el horizonte
crepuscular_.) Mira cómo se hunde en la mies.

ANDRÉS

Parece un ascua.

MARCELA

Parece, talmente, la hostia cuando relumbra en el viril...


ESCENA IV

Dichos y REMEDIOS, luego LUISA.

ANDRÉS vuelve a llenar su regadera.

REMEDIOS

(_Viene por el camino, llamando_.) ¡Flora... Flora!

MARCELA

(_Volviéndose al portal_.) Fuése con Carmen, tía Remedios.

REMEDIOS

¡Si en juntándose las dos es el acabóse!... Pues a casa no ha llegado.

ANDRÉS

(_A_ REMEDIOS.) Déjela que se esparza, mujer.

REMEDIOS

No; que las mozas están muy bien arrecogidas. (ANDRÉS _vuelve a entrar
en el huerto_.) ¡Ay Marcela, con el aquel de que tu agua es la mejor no
te dejamos vivir!

MARCELA

Al contrario, me gusta ver aquí a la mocedad.

REMEDIOS

(_Acercándose misteriosa_.) Sí, hijuca, sí; más te valen esas visitas
que no otras.

MARCELA

(_Con inquietud_.) ¿Cuáles dice usted?

REMEDIOS

(_Mirando hacia el camino y en voz baja_.) Por estos andurriales pena
Irene igual que un ánima.

MARCELA

(_Disimulando su zozobra_.) ¡Como vive ahí detrás!

REMEDIOS

Pero ronda por aquí delante.

MARCELA

¿Ahora mismo?

REMEDIOS

Veníame a la zaga y se me oscureció no sé por dónde... Paéz que pisa en
el aire: no le suenan los pasos ni siquiera el respiro: ¡Jesús qué
mujer! (_Curiosa y confidencial_.) ¿Sabías que estuvo para casarse con
el tu marido?

MARCELA

(_Algo brusca_.) Sí, señora: y a pesar de saberlo... quise a Andrés...

REMEDIOS

Por ti la dejó.

MARCELA

Y por su gusto.

REMEDIOS

(_Cada vez más insinuante_.) ¡Ay, los primeros amores, dicen que suelen
retoñar!

MARCELA

(_Dolida y orgullosa_.) ¡Qué le vamos a hacer!

LUISA

(_Desde el camino, llamando_.) ¡Marcela!

MARCELA

(_Asomándose fuera del portal_.) Pasa, Luisa.

LUISA

(_Entrando_.) Buenas tardes, tía Remedios.

REMEDIOS

Buenas te las dé Dios y quedaros con Él, que yo me marcho; no venía más
que a buscar a la muchacha.

LUISA

(_A_ REMEDIOS.) Ahí la encontré con el serroján ¡mucho platican!...

REMEDIOS

¡Bah, cosas del mocerío!... ¿Quién hace caso d'ello?

MARCELA

(_Que aparece muy preocupada_.) Es verdad.

REMEDIOS

Conque adiós. (_Sale despacio_.)

LUISA

Adiós.

MARCELA

Que le vaya bien.

LUISA

Quería que me prestases el mandil de color de rosa para hacer uno igual.

MARCELA

Sí, mujer.

LUISA

(_Reparando en la preocupación de_ MARCELA _que se ha sentado en una
silla de través y apoya los brazos en el respaldo_.) Pero, oye, ¿qué te
pasa?

MARCELA

(_Suspirante_.) Lo de siempre.

LUISA

¿Está peor Jesusín?

MARCELA

Lo mismo sigue.

LUISA

Tan ruinuco ¿verdad?... Para el primer ahijado que tuve me lucí.

MARCELA

Lleva nombre de mártir.

LUISA

¡Vaya, y de rey!

MARCELA

¡Si su mal tuviera remedio!

LUISA

Claro que no le tiene: nunca habrás visto un jiboso... que se le quite
la jiba...

MARCELA

Ya lo sé: no me lo asegures.

LUISA

(_Algo extrañada_.) ¡Cuidado Marcela que te duele el jayón!

MARCELA

(_Se levanta suspirando_.) Hay que tener caridad.

LUISA

Harto hiciste por él: bien puedes decir que te debe la vida.

MARCELA

¡Una vida que vale tan poco!

LUISA

¿Y qué culpa tienes tú?

MARCELA

¡Que va a ser un tormento!

LUISA

¡Dale! ¡Si lo tomas así! ¡Mira que tienes una cara de angustia!

MARCELA

(_Queriendo justificarse_.) No es por eso, mujer.

LUISA

¿Pues qué, sigue el tu hombre con la melancolía?

MARCELA

Y otra cosa además.

LUISA

Chismes y cuentos, de seguro. Desde que Irene volvió al pueblo te están
mortificando entre unos y otros.

MARCELA

Si es ella misma que...

LUISA

¿Ella?

MARCELA

Sí; me ronda la casa, me persigue...

LUISA

(_Incrédula_.) Tú ves visiones.

MARCELA

No; que la tía Remedios la sorprendió ahora poco, ahí cerca...

LUISA

Pero el camino es de todo el mundo. Irene es vecina tuya.

MARCELA

Ya te dije que la encontré la otra tarde entre las escanillas.

LUISA

No importa... Sentiría un poco de curiosidad... Debes ponerte en su
caso...

MARCELA

(_Muy alterada_.) Le tengo miedo.

LUISA

¿Miedo?

MARCELA

Sí.

LUISA

¿Piensas que va robarte el hijo?

MARCELA

¡Qué sé yo!

LUISA

¡Vamos, no estás en tus cabales!... Ya ves tú, a mí esa moza me da mucha
lástima: tiene cara de hambre; está muy pobre, sola en el mundo, sin un
consuelo, sin un arrimo... ¡y tan cerca de la dicha tuya!... ¡Su madre
dicen que se murió de pena al ver a la hija deshonrada!

MARCELA

(_Muy conmovida_.) ¡No me lo mientes, no!

LUISA

A ti ya, ¿qué daño te puede hacer?

MARCELA

¡Bastante me hizo!... Estoy segura de que Andrés no la olvida, de que la
quiere más que a mí; de que está prendado de ella como nunca; ¡para
siempre!: ¡los primeros amores suelen retoñar!

LUISA

(_Maliciosa_.) ¡Juraría que eso te lo acaban de decir!

MARCELA

¡Puede ser!... Pero el amor que a mí me tuvo fué un capricho y ya se le
pasó.

LUISA

¿Y en qué lo conoces?

MARCELA

(_Obstinada_.) En todo: debiendo ser feliz, está siempre sombrío,
amargurado; si la nombran se altera, si la ve se aturde... ¡Esas son
malas señales!

LUISA

¡No seas aprensiva! Si es verdad que Andrés volvió a buscarla fué sólo
por compasión, sin dejar de quererte... ¡Así acabó de perderla!

MARCELA

¡Por eso la compadece más!

LUISA

Ahora, considerando lo que estás haciendo por esa criatura (_Indicando
al niño_.) te venera lo mismo que a una imagen.

MARCELA

(_Muy huraña_.) No basta que me venere... si se acuerda de la otra...
Además... yo no merezco esa veneración.

LUISA

(_Con asombro_.) ¿Qué dices?

MARCELA

(_Evadiéndose_.) Nada, nada... Te estoy entreteniendo... Iré a buscarte
el delantal. (_Entra en la casa_.)

LUISA

(_Suspirante_.) Pues, señor, esta moza se consume: ¡tan guapa, tan
buena!... Y la otra lo mismo... Todo por un hombre; ¡no tenemos remedio
las mujeres!... Voy a ver a este crío infeliz. (_Se acerca a la cuna de
Jesús_.) ¡Ay, qué ojos luce más implorantes!

MARCELA

(_Saliendo con el delantal en la mano_.) Estará despierto ¿verdad? Se
pasa horas enteras con los ojos abiertos, sin moverse, sin quejarse:
parece que escucha, que discurre y cavila... (_Entrega la prenda a_
LUISA.) Toma.

LUISA

Tú sí que cavilas, mujer.

MARCELA

(_Bajo su preocupación_.) El otro se despierta y se vuelve a dormir...

LUISA

Me voy. Ya es tarde y Antonio me estará esperando para cenar. (_Va
anocheciendo_.)

MARCELA

Yo voy a recoger las cunas y a cerrar las puertas: hace frío.

LUISA

(_Asombrada_.) ¿Frío?

MARCELA

(_Estremecida_.) Sí; en cuanto se va el sol, siento un aire helado que
no sé si baja del monte o sube del valle...

LUISA

Nada, hija, que estás perdiendo la salud.

MARCELA

(_Sombría_.) ¡Puede ser!

LUISA

Vaya, que no te mortifiques; que mires algo por ti, y hasta mañana.
(_Sale_ LUISA.)

MARCELA

Vete con Dios...


ESCENA V

Se acentúa en el campo la sombra del crepúsculo. MARCELA; luego IRENE y
ANDRÉS.

MARCELA

(_En actitud de profunda desolación_.) Sí; tengo frío, tengo miedo;
¡tengo una pesadumbre y unas ansias!...

IRENE

(_Llega despacio, con mucha timidez, vestida pobremente de negro y habla
con la voz contenida y cobarde_.) ¡Marcela!

MARCELA

(_Con un grito de espanto_.) ¡Ah!... ¿Qué?

IRENE

¿Te causo miedo?

MARCELA

¡Venías tan callando!... (_Dominándose entre brusca y medrosa_.) ¿Qué
quieres?

IRENE

No tengo trabajo ni qué comer... Sé que mañana segáis el alto de la
Coteruca, y venía a pedirte un jornal.

MARCELA

(_Sin mirarla_.) Se lo diré... a mi marido, y ya te avisaré...

IRENE

(_Que no ha entrado en el portal_.) Dios te lo pague... con razón dicen
que eres tan generosa... (_Vacilando_.) ¿Me dejas... dar un beso a los
niños?

MARCELA

(_Se yergue muy altiva, con un ímpetu bárbaro de crueldad, y apunta
hacia la cuna de Jesús, quedándose de pie junto a la de Serafín, con
orgulloso gesto_.) Sí; entra, entra; mira; acércate más: ese desgraciado
que no duerme ni llora... ¡ese es el jayón!... (IRENE _se acerca a la
cuna señalada, y arrodillándose reverente, se inclina con suprema
ternura a besar al niño. En la puerta del huerto aparece_ ANDRÉS _que
observa a las dos madres_.)

TELÓN.



ACTO SEGUNDO


     La misma decoración. Han pasado nueve años, nieva y es
     media tarde en el mes de febrero.


ESCENA PRIMERA

MARCELA, después LUISA

MARCELA

(_Con un chal obscuro atado a la cintura, se asoma al borde del portal
en atisbo impaciente de la borrasca, muy afligida_.) ¡Virgen Santa!...
Arrecia el temporal y Andrés no vuelve con los niños... ¡Buena locura
haberlos dejado ir!... ¿Qué será de ellos, Señor?

LUISA

(_Envuelta en un mantón, con abarcas, llega muy arrebujada, llamando
desde el camino_.) ¡Marcela!... ¿Dónde estás?

MARCELA

Aquí, ¿dónde quieres que esté? Clavada en esta linde, esperando que pase
la cellisca, pidiéndole a Dios que «aquellos» vuelvan sin mal ninguno.

LUISA

(_Desembarazándose un poco del chal_.) Ya sabía yo que estarías así, con
el alma en un hilo, hecha una calamidad... Por eso vine.

MARCELA

(_Agradecida_.) Hiciste bien.

LUISA

(_Mirándola con aire de reproche_.) No; si tú no vas a llegar a vieja:
¡lo digo yo!

MARCELA

(_Pesimista_.) ¡Poco me falta!

LUISA

(_Con indignación_.) Pues, hija, ¡te luciste! Vieja tú, a los treinta
años, con una salud como un roble; con esa cara; con ese pelo... ¿qué
diremos, entonces, las demás?

MARCELA

¡Ay Luisa, he sufrido tanto!...

LUISA

(_Animosa_.) Para todo da el tiempo.

MARCELA

¡Y lo que me espera!

LUISA

Mira, si te pones de pésame me vuelvo a mi casa.

MARCELA

(_Sentándose y poniéndole otra silla_.) ¡Si supieras lo que estoy
padeciendo!

LUISA

(_Sentándose_.) Pero criatura, atiéndete a razones: Andrés salió con los
muchachos ayer a media tarde.

MARCELA

Sí; estaba el día nublado y sereno.

LUISA

¡Ya lo sé!... Pensaban dar la vuelta hoy, tal como a estas horas.

MARCELA

Eso mismo.

LUISA

Y como nieva, y como en el invernal están asubio, con torta caliente y
leche abundante... ¡pues no vuelven hasta que mejore el tiempo!

MARCELA

(_Sin persuadirse_.) Es que Jesús está cada día peor... Yo creo que
tiene calentura: no come, no duerme... y tiemblo por él.

LUISA

¿No decís que el monte le prueba, y que el médico le manda subir?

MARCELA

Por eso subió; porque arriba duerme y come algo más, y Andrés le lleva a
menudo.

LUISA

(_Convencida_.) Pues habrá dormido y habrá cenado anoche.

MARCELA

¡Pero el frío le hace mucho daño!

LUISA

Tendrán buena lumbre. Además ha calentado un poco la tarde. Mira: ya me
sobra el mantón. (_Echándole para atrás sobre la silla_.) Todo eso que
ves (_Señalando hacia fuera)_ no va a durar ni veinticuatro horas. Va a
saltar el ábrego y a barrer la nevada en un periquete.

MARCELA

(_Que permanece ensimismada_.) ¡Ay, tú me animas!

LUISA

A eso he venido.

MARCELA

Pero no sabes...

LUISA

¿Qué es ello, di?: vamos a ver.

MARCELA

(_Con voz sorda_.) No... no.

LUISA

Bueno: pues no lo dices y en paz.

MARCELA

(_Pasándose las manos por la frente_.) ¡Dios mío! (_Para esconder su
pensamiento se levanta y vuelve a escrudiñar los horizontes_.) Cunde la
nieve; se rasan las veredas... todas las lejuras parecen una sola
mortaja... (LUISA _se asoma también a mirar_.) Oye, oye los frémitos del
aire, los clamores del agua en el fondo de la hoz...

LUISA

(_Le interrumpe_.) Sí, Marcela, sí; ya veo, ya oigo... Cuando hay un
temporal aquí, en el mes de febrero, suele suceder que cae la nieve; que
la tierra parece mismamente una difunta; que el viento muge igual que un
toro; que el río se pone ronco de dar voces...

MARCELA

Tú lo dices así porque no tienes un hijo en medio de la borrasca.

LUISA

¡Mujer, ni tú tampoco! El tu muchacho, valiente y robusto, que salta y
brinca lo mismo que un rebeco, está con su padre en la cabaña; no en
medio de la sierra...

MARCELA

(_Confusa_.) Pero Andrés se verá muy mal con el otro, enfermo...

LUISA

El otro... el otro...


ESCENA II

Dichas y REMEDIOS

REMEDIOS aparece en el camino con la falda por la cabeza, descubriendo
un refajo rojo. Lleva abarcas y una toquilla cruzada a la cintura.

REMEDIOS

¡Eh, Marcela, aquí estoy yo!

MARCELA

(_Asomándose a encontrarla_.) Pase, pase, tía Remedios.

LUISA

Venga con Dios.

REMEDIOS

(_Dejando caer el vestido_.) ¡Ah, tienes buena compaña! Pues, hijuca,
lleguéme acá pensando que estarías sola.

MARCELA

Se lo agradezco. (_Acerca otra silla para_ REMEDIOS _y las tres se
sientan_.)

REMEDIOS

Y a saber si habían venido los del invernal. (_Saca de una gran
faltriquera una media empezada y unos espejuelos que se pone y comienza
a tejer_.)

MARCELA

¡No fuera malo!

LUISA

Ya le digo yo, que vendrán así que escampe.

REMEDIOS

¡Eso es!... Y en el ínterin, no te apures, que buena cabaña tienen.

MARCELA

(_Sin tranquilizarse_.) ¿Y si les ha cogido fuera la nevisca, ya en el
retorno, es un suponer?

LUISA

(_Impaciente_.) ¿Y si llega el día del juicio final?

MARCELA

¡Ay, Dios mío!

REMEDIOS

(_Sacando de la faltriquera un mazo de algodón_.) Miray, y si no hacéis
nada, devanarme esta madeja.

LUISA

(_Cogiendo el mazo y desdoblándole_.) Venga; no nos ha de sobrar mucha
luz, por eso no traje labor.

MARCELA

Yo no puedo hacer nada: me sería imposible.

LUISA

(_Alargándole la madeja para que le ayude_.) ¿Ni tener aquí?

MARCELA

¡Ni eso!

LUISA

¡Válgame el Señor! (_Se levanta, cuelga la madeja en el respaldo de la
silla y se pone a devanar_.)

REMEDIOS

(_A_ LUISA.) Bien considero lo que padece esta infeliz, que el que tiene
un hijo solo, está siempre si le ve o no le ve.

LUISA

Yo, ¡como no tengo ninguno!

REMEDIOS

¡Y no estarás conforme!

LUISA

¡Qué remedio me queda!

MARCELA

¡Dichosa de ti!

REMEDIOS

(_Suspirando_.) ¡Ay, una sola he criado yo, de seis que tuve, y quisiera
meterla en un fanal!

LUISA

Tú, Marcela, no has pensado siempre como ahora.

MARCELA

Tienes razón.

LUISA

Esperaste a Serafín como si fuera el premio gordo.

MARCELA

Mucho más: hubiese dado media vida por él.

LUISA

Como tardaba en venir, toda te volvías ofertas y peregrinaciones...

REMEDIOS

¡No sabe una lo que pide!

MARCELA

(_Evocadora_.) Sí; me puse muchas veces en cruz a los pies de la Virgen
de la Esperanza, y fuí sola, cuando llenó la luna, a beber agua en la
fuente del argomal...

REMEDIOS

Dicen que tiene mucha virtud.

LUISA

(_Incrédula_.) Puede ser.

REMEDIOS

(_A_ LUISA.) ¿Tú no has hecho la prueba?

LUISA

No, señora; yo no.

MARCELA

(_Embargada en sus recuerdos_.) Una noche, la última que fuí, campaba la
luna, para mi cuenta, más grande y más luciente... Era por el mes de
mayo; estaban las árgomas en flor, olía todo el valle a madurez y un
malvís cantaba como un loco en el ansar... (_Ni_ LUISA _devana ni_
REMEDIOS _teje_.) Llegué a la fuente, me hinqué a beber en la misma boca
del manantío, y al levantarme vi una mujer a mi lado.

REMEDIOS

¡Te quedarías como lela!

LUISA

¿No sería tu sombra?

MARCELA

Una sombra muerta me pareció... pero estaba viva... Tenía los ojos del
color del bosque; los pasos, chitos; el habla, muda...

REMEDIOS

No digas más: ya sabemos quién era.

LUISA

¿Y qué hiciste?

MARCELA

Eché a correr sin buscar el sendero. El vestido se me enganchaba en las
púas de la ramazón, y pensaba yo que «la otra» corría detrás de mí; que
me quería detener, que me iba a matar... rodé por la tierra, volví a
levantarme...

REMEDIOS

Sólo de oirlo se me acorta el resuello, muchachas.

LUISA

Y se pone un ñudo en el corazón.

MARCELA

Pasaron nueve años, y tengo patente en el alma, como si fuera hoy,
aquella noche blanca de luna y de miedo, llena de flores amarillas, que
me tiraban de la ropa... (_Va anocheciendo. Se oyen pasos en el corral._
LUISA, _que sigue de pie, se asoma a ver quién llega, sin soltar el
ovillo que devana_.)

LUISA

Aquí viene Antonio.

REMEDIOS

(_A_ MARCELA, _volviendo a su labor_.) ¡No sé cómo lograste el hijo, con
el susto y la caída!

MARCELA

(_Aparte_.) ¡Lograrse! ¡Más se logró el de «ella»!


ESCENA III

Dichas y ANTONIO

ANTONIO con abarcas y tapabocas y un paraguas grande, de color, abierto.

LUISA

(_Esperando a su marido al borde del portal_.) ¿Venías a buscarme?

ANTONIO

No; vengo a preguntar por Andrés.

LUISA

No ha llegado.

MARCELA

(_Levantándose muy impaciente. Va al encuentro de_ ANTONIO.) ¿Sabes tú
algo de ellos?

ANTONIO

Ni una palabra. Pero oí decir que bajaban ahora dos pastores con el
serroján, y acerquéme por si habían traído algún mandado.

LUISA

No hemos visto a nadie. (_Vuelve a devanar_.)

MARCELA

¿Qué pastores dices?

ANTONIO

Manuel y Elías, de la cabaña de Cos.

LUISA

Y el serroján será Cándido, ¿eh?

ANTONIO

El mismo.

REMEDIOS

(_Sin dejar su calceta_.) ¡Diez años hace que espera subir hasta pastor!

MARCELA

(_Siempre muy preocupada_.) ¿Y a qué vienen?

ANTONIO

A buscar harina para la borona por si se cierra el tiempo a nevar.

MARCELA

(_A_ LUISA.) ¿Lo ves?

LUISA

(_A su marido_.) Está empeñada en que va a durar la tormenta hasta el
verano.

ANTONIO

Pues yo barrunto que será cuestión de pocas horas; ahí ves tú.

LUISA

(_A_ MARCELA.) ¡Claro, mujer!

MARCELA

Entonces, ¿por qué bajan con una tarde así?

ANTONIO

Porque se equivocaron, si a mano viene... En el monte se hacen las horas
siglos y parecen los temporales el cuento de nunca acabar.

MARCELA

¿Habrán pasado por Bustarredondo?

ANTONIO

Camino derecho no lo es...

MARCELA

(_Con recelo_.) ¿No dijiste que podrían traerme alguna razón?

ANTONIO

¡Como poder...!

LUISA

(_A_ ANTONIO.) ¡No la metas en confusiones!

ANTONIO

Es que podían. En la sierra todo está cercano, al respetive... Si se
enciende una fogata en el tu invernal (_A_ MARCELA_)_ los otros
invernales se dan por entendidos y los pastores se ponen al habla; se
ayudan, si lo han menester...

MARCELA

(_Que escucha recelosa_.) Yo voy a hablar con esos hombres.

REMEDIOS

¡Ay, qué súpita eres!

LUISA

Pero, ¿qué te van a decir?

ANTONIO

Si es por eso, iré yo.

MARCELA

(_Resuelta_.) No; yo misma. Voy de un pronto y vuelvo a escape.

ANTONIO

Y, ¿adónde?

LUISA

¡Eso digo!

MARCELA

Adonde estén.

REMEDIOS

¿Vas a buscarlos por todo el lugar?

ANTONIO

Habrán ido cada uno a su casa o, juntos, a la taberna.

LUISA

(_A_ REMEDIOS.) Cándido puede ser que esté con Flora, tía Remedios, que,
por lo visto, la corteja de viuda también.

REMEDIOS

¡Dióle por ahí...!

MARCELA

(_Coge el mantón de_ LUISA.) Me voy; llevo tu chal.

LUISA

(_A su marido_.) Anda, hombre; vete tú.

ANTONIO

(_Deteniendo a_ MARCELA.) Voy ahora mismo.

MARCELA

Es que me quedo más conforme si los hablo yo.

ANTONIO

Te los traigo aquí.

LUISA

Muy bien.

REMEDIOS

¡Así se hace!

MARCELA

(_Cediendo_.) ¿Y no tardarás?

ANTONIO

De la que los tope doy la vuelta.

MARCELA

Bueno, pues anda, sí... (ANTONIO _recoge el paraguas y sale_.)


ESCENA IV

Dichas menos ANTONIO

REMEDIOS

(_Acomodando sus gafas y su labor en la faltriquera_.) Y yo, muchachas,
voy a dejaros; porque cavilo que ese mozón igual se me cuela donde la
hija, y se quedó sola.

MARCELA

Además se está haciendo tarde para usted.

LUISA

(_Devanando las últimas vueltas de la madeja_.) Sí; que van los caminos
muy malos. Ya está el ovillo hecho.

REMEDIOS

(_Coge la mano que le ofrece_ MARCELA _para levantarse_.) ¡Aúpa!... ¡Ay,
hija, estoy muy torpe! (_Se cubre otra vez la cabeza con la falda,
ayudada por_ MARCELA.)

LUISA

¿Conque el bueno de Cándido sigue pretendiendo a Flora?

REMEDIOS

No sé qué te diga, mujer. Es como si hubiera nacido de suyo con esa
condición; serroján y cortejo de la mi muchacha: de ahí no sale...
Pasaron los años, ella se cansó de esperar y casóse con otro. Ahora
enviuda, con dos rapaces, y ya le tienes ahí.

MARCELA

Se conoce que la quiere.

REMEDIOS

¿Sabrálo él...?

LUISA

(_A_ REMEDIOS, _dándole el ovillo_.) Tenga.

REMEDIOS

Dios te lo pague. (_Le mete en la faltriquera_.) Y tú, hijuca (_A_
MARCELA_)_, no te apures; que ni al hombre ni al hijo tuyo les puede
suceder ningún percance. Son fuertes y sanotes; conque, si alguno lo
pasa mal, será el jayón...

MARCELA

(_Sin poderse contener_.) ¡No le llame usted así!

REMEDIOS

Al fin y al cabo nada te toca, y un ser tan ruino poco vale...

MARCELA

(_Aparte_.) ¡Dios de mi alma!

REMEDIOS

Tú bastante sufriste por causa «de otros»... que tienen muchas culpas
que pagar.

MARCELA

(_Abstraída, desesperada_.) ¡Culpas...! ¡culpas...!

REMEDIOS

Vaya, adiós.

LUISA

Adiós, y tenga cuidado dónde pisa. (_Va con ella hasta el corral._
MARCELA _se deja caer en una silla y se cubre la cara con las manos_.)

REMEDIOS

(_Alejándose despacio_.) Sí; que la nieve resbala mucho.

LUISA

¡Ahinque bien las abarcas...!


ESCENA V

LUISA y MARCELA

LUISA

(_Vuelve al portal y queda muy sorprendida ante la actitud de_ MARCELA.)
Pero, ¿vas a llorar ahora?

MARCELA

(_Con desolación_.) ¿Tú sabes lo que me ha dicho esa mujer?

LUISA

Nada nuevo.

MARCELA

(_Exaltada_.) Nada nuevo, ¿verdad?

LUISA

¡Claro que no!

MARCELA

(_Con impulso irrefrenable_.) Aquel hijo que aguardé tres años, de
rodillas a la vera del altar y de la fuente, aquel hijo que había de
servir de orgullo a Andrés y me iba a vengar para siempre de «la
otra»... es Jesús, ¿sabes?... Es Jesús, el niño maltrecho y ruin, ese
que vale poco, ese a quien llamáis con desdeño el jayón...

LUISA

(_Con asombro inmenso_.) Pero... ¿qué dices?

MARCELA

(_Delirante lanzada a la confidencia como en un vértigo_.) Que los
cambié en la cuna, que sentí el bochorno de confesar por mío al
jorobado, al que mira todo el mundo con burlas o con lástima, y mentí...
los troqué... ¡Soy una criminal!

LUISA

¿Te has vuelto loca?

MARCELA

No, Luisa; estoy en mi sana razón.

LUISA

(_Sentándose al lado de_ MARCELA.) Pero... ¿cómo pudiste?...

MARCELA

Yo sola conocí la desgracia de mi criatura. Tenían los niños tres meses
cada uno; eran como dos mellizos de semejantes y únicamente yo los
diferenciaba, cuando un día palpé en el pecho de Serafín las costillas
viciosas, los huesos retorcidos... Nublé de espanto.

LUISA

¿Y, entonces?

MARCELA

Llamé al médico. Le examinó con señales de compadecerse mucho, y sin
decir el mal que tenía, va y me pregunta:--Este niño, ¿cuál es? Yo
conocí que le iba a sentenciar para siempre, y como la comedianta que
representa una mentira, salté y repuse:--Este es el jayón.

LUISA

¡Te creyó a pies juntos!

MARCELA

Igual que al Evangelio. Aun quiso echarme flores tratándome de generosa
y buena porque criaba yo misma al infeliz... Y le sentenció a padecer
doblado y enfermo, toda la vida...

LUISA

¡Vaya un trance!

MARCELA

(_Con desesperada tristeza_.) Desde aquella hora, Serafín, el pobre hijo
de mi alma, se llamó Jesús, y ya solo fué mío en las entrañas obscuras
de mi corazón...

LUISA

¡Te creímos todos!

MARCELA

Y el primero Andrés... Así empezó mi castigo... Tuve que cuidar al niño
ajeno como si fuera el mío, y esconder para el otro el amor y la
misericordia...

LUISA

No lo escondiste mucho...

MARCELA

¡Por eso me creisteis llena de virtudes y me ensalzasteis más!

LUISA

¡Dabas un ejemplo tan noble!

MARCELA

Sí; ¡mintiendo...! Andrés me mira como a las efigies de los santos...
(_Con infinita amargura_.) sin conseguir «olvidarla»... Por bien
agradecido huye de Irene y quisiera tratar al hijo sano con todas las
finuras, creyendo que me premia... A veces le registra los ojos con
afán... (_Clavando mucho la mirada_.) así... así... como un loco... Es
que los tiene lo mismo que su madre, verdes, tristes, pungidos de penas
y de brasas... ¿te has fijado?

LUISA

En que son muy hermosos; pero en la semejanza no... ¡Cómo se me iba a
ocurrir...!

MARCELA

Pues el padre los teme y los busca sin saber por qué... Debe pensar que
engendró en mí un hijo lleno de la pasión de la otra, dueño de aquellos
ojos y de aquella mirada... En tanto se me oculta para consolar al
enfermo imaginando que es el de «ella» y que me duele ese cariño.

LUISA

Por desgraciado le prefiere.

MARCELA

¡Y también porque en él la sigue queriendo todavía!...

LUISA

Tú discurres demasiado. Al cabo del tiempo, Andrés no se acuerda de
Irene, que está, la pobre, acabada, consumida...

MARCELA

(_Con sombría expresión_.) ¡No; que le quedan los ojos!

LUISA

¿Querías que estuviese ciega?

MARCELA

(_Misteriosa_.) Pero los tiene llenos de lumbre, llenos de esperanza...
le viven, allá en la hondura, unos secretos que Andrés no puede olvidar.

LUISA

(_Fascinada_.) ¿Y tú los descubriste?

MARCELA

No, no... parecen cosa de brujería...

LUISA

(_Con la misma inquietud_.) ¡Cosa de sortilegio!

MARCELA

Es como si otras almas que sufrieron de amores y de olvidos se asomaran
al semblante de esa mujer, para rogar clemencia.

LUISA

(_Levantándose y sacudiendo la obsesión_.) La mitad de lo que hablas es
porque la compadeces y porque...

MARCELA

(_Interrumpiendo_.) Sí, dilo, dilo: porque tengo remordimientos...

LUISA

¡Mujer!

MARCELA

(_Atendiendo a rumores del camino_.) Se oyen pasos: viene gente.

LUISA

(_Asomándose al corral_.) ¡Si ya es de noche!

MARCELA

(_Observando también_.) Y ha dejado de nevar.

LUISA

Sin duda Antonio vuelve con los pastores.

MARCELA

(_Estrechando las manos de su amiga_.) ¡Guárdame el secreto, por Dios!

LUISA

Descuida, mujer.

MARCELA

¡Nadie en el mundo lo sabe más que tú! (_Llega_ ANTONIO _con los
pastores_.)


ESCENA VI

Dichas, ANTONIO, ELÍAS y MANUEL.

Los dos últimos llevan zajones a estilo del país, cayados y abarcas.

ANTONIO

(_A_ MARCELA.) Aquí tienes a éstos.

ELÍAS

Buenas noches.

MANUEL

Dios os guarde.

MARCELA

Ya disimularéis el incomodo...

ELÍAS

¡Bah! ¡Siendo cosa tuya y de Andrés!

MANUEL

¡Lástima fuera!

MARCELA

¿Y el serroján?

ANTONIO

Está en casa de Flora y dijo, dice: Dile que no puedo ir.

LUISA

¡Qué zoquete!... Pero no os quedéis al raso. (_Viéndoles a la orilla
del portal_.) Adelante. Voy a encender luz.

MANUEL

(_A_ LUISA.) Déjalo: se ve bastante así.

MARCELA

No, no; os vais a sentar. Ahora sacaré un farol. (_Entran bajo el
techado y se sientan todos menos las mujeres_.)

LUISA

Yo entro por él. (_A su marido_.) Alúmbrame tú.

ANTONIO

Voy. (_Sin levantarse enciende la mecha con mucha calma._ LUISA _aguarda
de pie_.)

MARCELA

(_A los pastores_.) Conque no pasasteis por Bustarredondo ¿verdad?
(_Sentándose_.)

ELÍAS

No.

MANUEL

No es camino ni menos pensarlo.

MARCELA

¡Tengo una inquietud!... Quería saber si es muy recio allá arriba el
temporal.

MANUEL

Pues... no sé qué decirte. (ANTONIO _alumbra a su mujer y entran en la
casa_.)

MARCELA

¡Ay, Dios mío; será tremendo!

ELÍAS

De todas suertes ya pasó lo peor.

MARCELA

(_Ansiosa_.) ¿Si?

MANUEL

¡Toma! Como que saltó el ábrego ¿no le oyes bufar? (_Se oye un trueno
sordo_.)

MARCELA

(_Escuchando_.) Me parece que lo que oigo es un trueno.

ELÍAS

Eso mismo es.

MARCELA

Entonces vuelve la tormenta.

MANUEL

Al contrario, se va hacia la costa.

ELÍAS

El viento la sorbe. (_Luce un relámpago_.)

MARCELA

(_Se santigua_.) ¡Virgen santa!

MANUEL

Todo ese aparato es música celestial.

MARCELA

¿Y en el monte cayó mucha nieve?

ELÍAS

¡Bastante!

MARCELA

¿Como cuanta?

MANUEL

Era nevasca, ¿sabes? de esa que cae en torbellinos y le ciega a uno.

MARCELA

¡Eso temía yo!

ELÍAS

Fué esta mañana; de repente: mostróse el cielo gacho y turbio y empezó
una cellisca que tenía que ver.

MARCELA

¡Ay, Señor! (_Se levanta y se acerca a la puerta por donde entraron_
LUISA _y_ ANTONIO.) ¡Luisa!

LUISA

(_Desde dentro_.) Allá vamos.

MARCELA

Trae un jarro de vino; haz el favor: ya sabes dónde está. (_Volviendo a
sentarse_.) ¡Yo no vivo de incertidumbre!

MANUEL

¡Pero si ya está desnevando!

ELÍAS

¡Y que va por la posta!

MARCELA

(_Bajo su preocupación_.) ¿De modo que esta mañana hubo remolinos y
ventisca?

MANUEL

¡Con fuerza!

MARCELA

¿A qué hora empezó?

ELÍAS

Sobre eso de las diez.

MARCELA

¿Y duró mucho?

ELÍAS

Hasta media tarde. Así que me amainó bajamos nosotros para acá. Ya
rodaba la nube contra la llanura y en los pliegues del monte remanecía
el ábrego.

MARCELA

En el valle escampó bien anochecido; ahora poco. (_Salen_ ANTONIO _y_
LUISA_. Él lleva en la mano, encendido, un farol pequeño, de cuatro
vidrios, uno de los cuales gira para servir de puerta._ LUISA _lleva una
jarra de loza con ramos de colores y un solo vaso_.)

LUISA

Aquí tenéis.

MARCELA

Sentaros. (_A_ LUISA.) Anda, sirve tú, ¿quieres? (_Se sienta_ ANTONIO.)

LUISA

Ahora mismo. (_Escancia y ofrece vino blanco a los pastores y luego a su
marido. Beben mientras sigue la conversación; lían cigarrillos en hojas
de maíz y los encienden en la mecha del farol, descolgándole del clavo
donde_ ANTONIO _le habrá puesto en una viga próxima. Durante la escena,
hasta el final del acto, se siguen sucediendo algunos truenos y
relámpagos de la tormenta ya lejana_.)

MARCELA

Estarán cubiertos los caminos allá arriba, ¿eh?

MANUEL

¡Hazte cargo!

MARCELA

¿Y será fácil perderse?

MANUEL

A todo nevar, sí.

ANTONIO

Porque le envuelven a uno el viento y los copos, y se nubla el sentido.

ELÍAS

Hasta puede uno ahogarse, si se tercia.

LUISA

(_Con censura_.) ¡Tan grave lo ponéis!

MARCELA

(_A_ LUISA.) ¿Ves cómo yo tengo razón en afligirme?

ANTONIO

Dicen estos que no.

MANUEL

¡Quiá!

ELÍAS

Andrés no sale con los muchachos de la cabaña hoy.

MARCELA

Pero, ¿si salió antes que empezara a nevar?

ELÍAS

(_Muy complaciente_.) ¡Todo pudiera suceder!

MARCELA

(_Alarmadísima_.) ¿Cómo dices?

LUISA

¡Hombre, qué ocurrencia!

ANTONIO

¡Qué había de salir!

MANUEL

En lo tocante a eso...

MARCELA

¿Qué?

MANUEL

(_Con mucha parsimonia_.) ¡Sábelo Dios!

ANTONIO

¡Vaya una salida!

MARCELA

Sí; ¡Dios lo sabe! (_A los pastores_.) ¿Y no supisteis nada del nuestro
invernal?

MANUEL

Nada, hija... Considera que el vuestro cae ponentino y el de nosotros
cara al sur.

ELÍAS

¡Si hubiéramos barruntado que andaba por allí Andrés!

MARCELA

Pero la bajada al pueblo es la misma.

ANTONIO

Desde medio camino sí...

MARCELA

(_A los pastores_.) ¿Y no hallasteis huella ninguna?

LUISA

¡Marcela, no te mortifiques más!

MARCELA

¡No puedo remediarlo!

ELÍAS

Ni vimos alma viviente: ¡estaba el monte frío y solo como un muerto!

MANUEL

Y nos sucedió un caso.

ELÍAS

Es verdad.

MARCELA

¿Qué fué?

ANTONIO

No me lo habíais dicho.

ELÍAS

Vale poco la pena.

LUISA

A ver qué es ello.

MARCELA

¡Sí!

MANUEL

Pues, veníamos por el soto de la Cruz, cuando, en esto, va el serroján y
echa un relincho que retumbó en la nieve por todas las camberas abajo. Y
quien os dice que a tal tiempo, oímos unas voces como si fueran cosa del
otro mundo.

MARCELA

¡Virgen de la Esperanza!

LUISA

¿Y qué hicisteis?

MANUEL

Pararnos a escuchar.

MARCELA

¿Entonces?

MANUEL

¡Todo estaba mudo, igual que antes!

MARCELA

¿Pero, aquel clamor?...

ANTONIO

La quejumbre del ábrego...

ELÍAS

O el eco del ijujú...

LUISA

¡Claro está!

MARCELA

¿No sería la voz de Andrés?

ELÍAS

¿Por aquellos rodales?

MARCELA

¿O el llanto de un niño?

LUISA

(_A_ MARCELA.) ¡Lo que tú amontonas, criatura!

MANUEL

¡Cosa muy amarga parecía!

MARCELA

(_Desolada_.) ¡Me consume el miedo!

ELÍAS

Para mi cuenta fueron los crujidos del invernal ruinoso.

ANTONIO

Justo: que se hundía al peso de la nieve.

MARCELA

¿Y no fuisteis allá?

ELÍAS

¿A qué habíamos de ir?

MARCELA

(_Dominada por su inquietud_.) Por si algún caminante se hubiera
guarecido y demandara socorro.

ANTONIO

No, mujer; por el monte no transita ningún forastero.

ELÍAS

Y los del país no asubiamos en el soto de la Cruz.

MARCELA

(_A_ MANUEL_, que parece reservado_.) ¿Tú qué piensas, Manuel?

LUISA

(_A_ MANUEL _aparte_.) ¡No la atemorices!

MANUEL

(_Después de pensarlo_.) Pues... en finiquito: yo pienso... que todos
tenéis razón.

ELÍAS

(_Riendo_.) Está bien.

ANTONIO

(A MARCELA.) Mira: el invernal ese que cruje y se está hundiendo, no es
camino de Bustarredondo, ni semejante cosa.

MARCELA

(_Con recelo, a los pastores_.) ¿No?

ELÍAS

No; queda muy a trasmano.

MANUEL

¡Mucho!

LUISA

(_A_ MARCELA.) ¡Bien lo sabes tú!

MARCELA

(_Con desaliento_.) ¡No sé nada!

ELÍAS

(_Haciendo ademán de levantarse_.) Conque, Marcela, si no mandas más...

MANUEL

Sí; nos iremos.

ANTONIO

(_A su mujer_.) Y también nosotros.

LUISA

Sí. (_Todos se levantan_.)

MARCELA

(_Dominándose_.) ¿No queréis otro vaso de vino?

ELÍAS

Ya basta.

MANUEL

Se agradece.

ANTONIO

(_A_ MARCELA.) A la mañanuca temprano yo vendré por aquí a ver lo que se
te ocurre.

LUISA

Y yo lo mismo. (_Vacilando_.) ¿Tendrás miedo esta noche?

MARCELA

Para la soledad no soy medrosa.

ANTONIO

(_A su mujer_.) Puedes quedarte con ella.

LUISA

Eso estaba cavilando.

MARCELA

No. (_Ante el ademán insistente de_ LUISA.) No he de ceder. Que mañana
madrugues, eso sí. (_Los pastores han recogido sus cayados y aguardan en
el corral.) (_LUISA _se pone el mantón_.)

MANUEL

(_Desde fuera_.) Si hacia el mediodía no ha bajado Andrés, iremos a
buscarle.

ELÍAS

(_A_ MARCELA.) Tú dispones.

MARCELA

Gracias por todo... ¡Ah! llevaros el farol. (_Le descuelga y se le
ofrece a la orilla del portal_.)

LUISA

¿Te íbamos a dejar a oscuras?

MARCELA

Encenderé el candil.

ELÍAS

No es menester luz, no.

ANTONIO

La nieve nos alumbra.

ELÍAS y MANUEL

Buenas noches.

MARCELA

Que descanseis.

LUISA

(_Volviendo unos pasos atrás._) A ver si te acuestas y duermes.

MARCELA

(_A media voz_.) ¡Ay, pídele a Dios por mí!

LUISA

(_En el mismo tono_.) Sosiégate, mujer, ten confianza...

ANTONIO

(_Ya en el camino esperando a_ LUISA.) ¿Vamos?

LUISA

(_A su marido_.) Allá voy. (_A_ MARCELA _abrazándola_.) Adiós...

MARCELA

Adiós... (_Desaparecen en el campo_.)


ESCENA VII

MARCELA, luego IRENE

MARCELA permanece al borde del portal con el farol en la mano, inmóvil,
aterrados los ojos. No se sabe si escucha o aguarda. La noche se aclara
con la nieve; brillan algunos relámpagos; suena el toque de las
oraciones.

MARCELA

(_Sale de su quietud con un largo suspiro y se santigua_.) ¡Las
oraciones! ¡Si yo pudiera rezar!... ¡Y un poco he desahogado el corazón
que se me quería partir! (_Apaga el farol y le deja en el suelo_.) No me
hace falta luz: ¿para qué? He de estarme en esta orilla de cara al cielo
y a la nieve, esperando, esperando... ¿Qué espero?... Aquí se me figura
que sufro, más cerca del inocente que sufre... más lejos del castigo...
¡Aquellas voces del soto de la Cruz! (_Levanta la cabeza, mira al campo
y se estremece. Una sombra enlutada va acercándose con sigilo._ MARCELA
_se recoge al fondo del portal_.) ¡Ah...! ¡Una sombra, Dios mío!... La
sombra de una mujer... No es un fantasma, no: bien cierta la descubro...
Es «ella»... siempre «ella»... Padece por la misma criatura que yo; la
empuja hacia mí esta misma inquietud que me consume... ¡Nos come un solo
penar! (_Con vehemente impulso de compasión, llamando, ensordecida la
voz_.) ¡Irene... Irene!

IRENE

(_Estremecida, adelantándose_.) ¡Marcela! ¿Eres tú?

MARCELA

Ven.

IRENE

(_Acercándose dudosa_.) ¿Es verdad que me llamas?... ¿Estás ahí?

MARCELA

Te llamo: aquí estoy.

IRENE

¡No te veo!

MARCELA

Porque llegas de la claridad... En cambio a mi se me hace que vienes
toda llena de luz. (_Sale a recibirla_.)

IRENE

(_Pasándose las manos por los ojos_.) Me ciega la blancura de la
nieve... ¿Estás sola?

MARCELA

Sí.

IRENE

(_Trémula, con la voz tapada_.) ¿Han vuelto?

MARCELA

(_Con tono igual_.) ¡No!

IRENE

¿Y qué hacías?

MARCELA

Esperar... ¿y tú?

IRENE

Yo también.

MARCELA

Esperaremos juntas.

IRENE

¡Si me dejas!

MARCELA

Ven. (_Al salir a buscarla atisba otra vez el celaje_.) Has traído la
bonanza. Ya se afinan las nubes... Repara cómo se hiende el cielo y las
estrellas se asoman a ese retal azul...

IRENE

(_Fijándose donde_ MARCELA _dice_.) Parece que se miran y que
tiemblan...

MARCELA

(_Muy conmovida_.) ¡Lo mismo que nosotras! (_Luce un relámpago; a su
resplandor las dos mujeres se miran temblorosas con suprema ansiedad_.)

IRENE

¡Marcela!

MARCELA

(_Tendiéndole la mano_.) ¡Ven!

TELÓN



ACTO TERCERO


     Una cocina montañesa con el llar en el suelo, gran
     campana, espetera brillante, de cobre, colmada botijera y
     bancos rústicos de nogal. Hay varios taburetes de la
     misma madera, una puerta lateral que comunica con el
     interior, y otra grande, abierta sobre el portal con una
     ventana pequeña en la misma dirección. Ha pasado la noche
     y ha salido el sol encima de la nieve: su luz debe
     asomarse a la escena.


ESCENA PRIMERA

LUISA y ANTONIO

LUISA

(_Trajinando_.) ¡Qué cosas se ven en este mundo!... ¡Mira que llegar yo
aquí al amanecer y encontrarme a Irene y a Marcela juntas en un mismo
banco!

ANTONIO

(_Con alguna suficiencia, mientras pasea y fuma_.) Las mujeres sois así:
tan repentinas para aborrecer como para perdonar.

LUISA

Ellas no se aborrecen...

ANTONIO

Pues esa es la cuestión; que en los quebraderos de esta casa todo el
personal es de valía... Marcela una venturada que no hay más que
pedirle; ya lo estamos viendo; mejor criatura no cabe. Andrés, bueno a
carta cabal, amigo de los pobres y pronto a sacarnos de un apuro al que
más y al que menos... ¡Da en cara verle padecer el humor de la
melancolía!

LUISA

(_Cavilosa_.) ¡Sí; llevas razón!

ANTONIO

Y si vamos a Irene, otra infeliz. Desde el percance aquel no ha vuelto a
dar qué hablar ni ese es el camino... Ella trabaja, sola y enferma, dale
que dale, y puja con la vida siempre clavando los ojos en este llar,
donde le recogieron al hijo.

LUISA

¡Por ahí duele! (_Acabó de ordenar la cocina y atiende con mucho
interés a la conversación: hablan en voz discreta_.)

ANTONIO

¿Y van a estar los tres como en el Purgatorio, talmente, hasta el sin
fin de los años?

LUISA

(_Desanimada_.) ¡Qué sé yo!

ANTONIO

¡Es el sino de las personas, no digas!... Nacen con la negrura de un
desvelo, como quien saca una pinta en la piel, y arrastran aquella nube
hasta que vuelven a la tierra.

LUISA

¡Será... será! (_Pausa_.)


ESCENA II

Dichos y MARCELA

MARCELA

(_Saliendo del interior, siempre con aire inquieto_.) ¡Qué largas se me
van a hacer las horas de aquí al mediodía!

ANTONIO

Paréceme que antes no pueden venir. Porque Andrés aguardará a que el
sol caliente para traer a los muchachos poco a poco.

LUISA

Y si no llegan a eso de las doce, suben a buscarlos.

ANTONIO

(_A_ MARCELA.) No sé si habrán subido ya; porque todo el pueblo está
pendiente de tus cavilaciones.

MARCELA

Nos queréis bien.

ANTONIO

Merecido estará.

LUISA

(_A_ MARCELA.) ¿Por qué no te acuestas un rato y yo me quedo aquí a la
mira?

MARCELA

No estoy cansada... Después de calentarme a la lumbre maté el frío y el
sueño y no me importaría quedarme en vela otra noche.

LUISA

¡Gastas recia salud!

MARCELA

¡Si la pudiera repartir!...

ANTONIO

(_A_ MARCELA.) Ya que no mandas ninguna cosa voy a soltar el ganado y
volveré más tarde.

LUISA

Es lo mejor.

MARCELA

Sí; comeréis con nosotros.

ANTONIO

Hasta luego. (_Sale despacio_.)

LUISA

(_A_ ANTONIO.) ¿Sabes qué hora es?

ANTONIO

(_Deteniéndose en la puerta a mirar hacia delante quitándose el sol con
la mano_.) Las ocho dadas, que ya cayó la sombra en la cerca del
maestro.


ESCENA III

MARCELA y LUISA

MARCELA

Entonces, si te puedes quedar aquí voy un rato a la iglesia. Se me hará
el tiempo más corto y aprovecharé la blandura que siento en el corazón.

LUISA

Yo te aguardo lo que necesites, y contenta, porque te veo más animosa.

MARCELA

¡Qué buena eres conmigo!

LUISA

Si te sirvo de algo no haré más que corresponderte.

MARCELA

Me sirves de mucho. Desde ayer puedo rezar y no se me endurecen los
pensamientos, cerrados en la esclavitud... Es como si te diese un poco
de este peso que me agobia.

LUISA

Me lo diste y se me aposentó aquí. (_Señalándose el pecho_.)

MARCELA

Pues con llevarlo tú me alivias. Me consuela saber que tengo a quién
decirle hasta dónde se me hunde la compasión y la ternura por Jesús;
como le quiero de un modo diferente a las otras madres que en el hijo
disfrutan bienandanzas y goces... En mí todo el amor es una cuita que me
consume... un dolor que me parte las entrañas...

LUISA

¡Así será para Irene!

MARCELA

¡Te acordaste de ella!, ¿verdad? ¿Qué haré yo, Luisa?

LUISA

¡Bien lo considero!...

MARCELA

Muchas veces en tantos años de padecer, tuve tentaciones de confesar a
gritos mi culpa, que a todos nos aflige.

LUISA

¡Es un caso muy fuerte!

MARCELA

(_Con pasión_.) ¡Y está Andrés por el medio!

LUISA

Pero él es tu marido.

MARCELA

(_Sordamente_.) ¡Por gratitud!

LUISA

¡No, mujer!

MARCELA

¡Por Serafín!

LUISA

¿No dices que quiere más al otro?

MARCELA

En el hijo dañado le tira la pasión; en el saludable el orgullo...

LUISA

Andrés es bueno...

MARCELA

Sí, pero no la olvida; no la puede olvidar, ¡y si supiera!...

LUISA

¿Y cómo anoche la diste arrimo?

MARCELA

No te lo sé decir... Toda la lástima y el sentimiento subiéronse a mi
boca de un pronto. «Estaba» ahí esperando como yo: la llamé y vino.
Juntas lloramos y yo sentí consuelo al cobijarla. Pero si nos hallaste
juntas... ¡nos apartaban muchas cosas!...

LUISA

¡Se te haría la noche un siglo!

MARCELA

Al revés... se me pasó como un vuelo. Las penas se me pasmaron aturdidas
y ya no supe si yo era yo.

LUISA

Estarías trasoñada.

MARCELA

Estuve con los ojos abiertos como ahora.

LUISA

(_Con mucho interés_.) ¿Y ella?

MARCELA

Ella, igual.

LUISA

¿Hablasteis?

MARCELA

(_Con voz sorda_.) No: lloramos.

LUISA

¿Y no te dió recelo su mirada como otras veces?

MARCELA

Ninguno: con el llanto se le apagó la lumbre de los ojos...

LUISA

Parece mentira... Ahí en la soledad oscura, yo lo que tú me traspaso de
miedo.

MARCELA

Había mucha luz. Como está creciendo la luna, quebró las nubes y se puso
cada vez más blanca la noche... Según el ábrego iba deshaciendo la
nieve, llenóse el valle con el vocerío de la riada...

LUISA

(_Interrumpiéndola_.) ¡Ya lo creo! Estaban rotos los azutes del ansar y
los saetines del molino.

MARCELA

Y bajaban despeñados los chortales del monte. ¿Los oíste?

LUISA

¡Qué había de hacer!

MARCELA

(_Con honda evocación_.) Pues yo no sabía si aquel llorar tan grande era
de Irene o mío, o de todas las tristezas de la vida juntas.

LUISA

Es que soñabas sin dormir.

MARCELA

Con todo y eso, no se me despertaron las agonías tan duras como ayer y
ahora parece que se me derrite un poco la pesadumbre con el sol.

LUISA

(_Alentándola_.) Sí, Marcela, a ver si te recobras: Dios te ayudará.

MARCELA

(_Con alguna esperanza_.) ¡Ay!, mucho se lo tengo que pedir... Voy a
buscar la mantilla. (_Entra en la casa_.)

LUISA

(_Sola_.) Y yo a sacar unos cántaros de agua y a gobernar allá dentro.
(_Hay un silencio, mientras el cual_ LUISA _dispone los cántaros_.)

MARCELA

(_Sale con la mantilla en la mano y se la va poniendo_.) Si algo ocurre
te acercas a llamarme, ¿eh?

LUISA

Vete sin cuidado. (_Se va_ MARCELA.) ¡Pobre criatura! ¡Lo que ella pena
y se martiriza por el amor del su hombre!... Y él, tan amargo y
sobrecogido como si la ventura le supiera a hieles. ¡Qué vida, Señor!


ESCENA IV

CARMEN y LUISA

CARMEN

(_Llega con un cántaro y un botijo a sacar agua también. Habla con tono
de misterio y emoción_.) Una que va por ahí delante, ¿es Marcela?

LUISA

Lo será, porque acaba de salir.

CARMEN

Víla al doblar la cerca del maestro y no pude fijarme bien. ¿Iba a la
parroquia?

LUISA

Eso mismo.

CARMEN

Entonces, ¿no sabéis lo que pasa?

LUISA

(_Con inquietud_.) No..., ¿qué?

CARMEN

Pues dicen que bajó Andrés con un muchacho sólo entre los brazos y que
al otro le dejó muerto encima de la nieve.

LUISA

(_Muy apurada_.) ¿Cuándo? ¿Quién lo dice?

CARMEN

El serroján lo habló en la mi cambera.

LUISA

Pero, ¿dónde están?

CARMEN

Venía Cándido de casa de Flora y decía que estaban allí; que llegaban
aterecidos y los querían fortalecer un poco, antes que los viese
Marcela.

LUISA

¿Será verdad?... ¡Era lo que faltaba!... ¿Y cuál niño dicen que pereció?

CARMEN

Eso no lo sé.

LUISA

¡Ay, no quisiera encontrarme aquí!

CARMEN

Yo me vine a buscar agua para enterarme de si era cierto.

LUISA

(_Perpleja_.) ¿Y qué hago yo ahora?... No; a Marcela no la llamo hasta
saber...

CARMEN

(_Mirando hacia el camino_.) ¡Ahí vienen!

LUISA

(_En la misma actitud_.) ¡Andrés!... ¡Si parece más viejo!... ¿Qué habrá
sucedido?


ESCENA V

Dichas, ANDRÉS, MANUEL, ELÍAS; después ANTONIO.

ANDRÉS

(_Con la cabeza descubierta. En zapatos; traje de pana con remonta.
Aspecto de fatiga y desesperación. A_ LUISA.) ¿Marcela?

LUISA

(_Temblando_.) No está.

ANDRÉS

¿Cómo?...

LUISA

Fué a la iglesia y vendrá en seguida... Pero, ¿qué te pasa?

ANDRÉS

(_Se deja caer en una silla, con la frente entre las manos. Todos le
rodean en actitud solícita y penosa_.) ¡El jayón!... (_Con amarguísimos
acentos_.) No era más que eso..., ¡un pobre jayón!...

LUISA

(_A los pastores_.) ¿Qué dice?

CARMEN

(_Comprendiéndolo_.) ¡Es Jesús el que ha perecido!

ELÍAS

Sí.

LUISA

¡Virgen de los Dolores!

MANUEL

¡Y del mal, el menos!

ANDRÉS

(_Levantando la cabeza; saturada la voz de amargura_.) ¡Eso es!... Un
niño sin padres, raquítico, inútil, para nada sirve en el mundo.

MANUEL

Hombre, eso no... (_Alusivo_.) Bien consideramos la pena tuya.

ELÍAS

(_En el mismo tono_.) Y conocemos que él y tú... ¡Claro está!

CARMEN

(_Corroborando_.) ¡Las cosas de la vida!...

LUISA

(_Aparte_.) ¡El hijo de las dos madres!...

ANTONIO

(_Llega buscando a_ ANDRÉS _y le abraza contristado_.) Andrés: supe
ahora mismo la desgracia...

ANDRÉS

(_Con honda intención_.) Una desgracia, sí... aunque no lo parezca.

ANTONIO

¿Quién lo había de pensar? Ibamos a subir a buscarte sólo por tu mujer.
(_Mirando alrededor_.) ¿Dónde está ella?

CARMEN

Yo iré a llamarla.

LUISA

(_Deteniéndola con viva ansiedad_.) No vayas, no... Ahora viene...

ANDRÉS

¡A tiempo llegará!

ANTONIO

(_A los pastores_.) ¿Dónde le encontrasteis vosotros?

ELÍAS

Vímosle bajar por la calzada y fuimos a ayudarle.

MANUEL

Venía con cara de difunto, cargado con el hijo.

ANTONIO

¿Y Serafín?

ELÍAS

La tía Remedios le está aliñando para traérsele a su madre.

LUISA

(_Aparte_.) ¡Pobre Marcela!

ANTONIO

(_A_ ANDRÉS, _que permanece absorto en un dolor sombrío_.) Pero ¿cómo
fué eso?

ANDRÉS

¡Por mi culpa!

ANTONIO

A ver: dilo.

MANUEL

Sí, hombre, cuenta. (_Todos se preparan a escuchar con mucho interés_.)

ANDRÉS

¿Qué voy a deciros? No vale para contado. (_Pausa_.) Cuando ayer
barrunté la nieve en los cielos y en el aire, quise venir antes que
reventara la nube, creyendo que había lugar...

ELÍAS

¿Y salisteis?

ANDRÉS

Esa fué mi torpeza. Jesús no había querido almorzar. Ardía y temblaba, y
me entró la prisa de traerle. Como a la hora de camino, en la mitad del
monte, nos alcanzó la lluvia de través, un cierzo helado que se volvía
nevasca, todo envuelto en huracanes. Entonces quise volverme al
invernal... Pero ya estaban rasas las veredas: nos cegaba la nieve;
perdí el tino y erré el sendero.

MANUEL

¡No hay mucho que asombrarse!

ELÍAS

¡El temporal aturde al más valiente!

ANTONIO

¡El monte es cosa muy seria!

ANDRÉS

(_Con la voz traspasada por el desaliento_.) ¡Para qué voy a contaros
más!

ANTONIO

Sí: acaba.

CARMEN

¿Cómo fué lo del niño?

LUISA

¡Dilo pronto, Andrés!

ANDRÉS

¡Que le roían la tristeza y la enfermedad y no pudo resistir como el
otro!... Fuí tirando por ellos monte arriba igual que un orate, pensando
acertar con la cabaña. Puse en los hombros a Jesús y llevé de la mano a
Serafín no sé qué tiempo... Era todo el aire una pura cellisca y la
tormenta rodaba con tronidos y relámpagos.

MANUEL

¡Pues no bregaste tú poco!

ELÍAS

Sí; que empezó a tronar a media tarde.

ANDRÉS

¡Y a escampar también!

ELÍAS

Eso.

ANDRÉS

Pero ¿sabéis dónde estábamos a aquella hora?

MANUEL

¿Dónde?

ANDRÉS

En el soto de la Cruz.

MANUEL

(_Alteradísimo_.) ¿En el invernal?

ANDRÉS

Sí.

ELÍAS

¿Y diste unas voces?

ANTONIO

¡Marcela acertó!

LUISA

¡Fué una corazonada!

ANDRÉS

(_A los pastores, muy asombrado_.) ¿De qué sabéis?...

MANUEL

¿Oíste el ijujú?

ANDRÉS

(_Levantándose, con tremenda ansiedad_.) Me lo pareció: ¿erais vosotros?

ELÍAS

(_Desolado_.) Sí; ¿cómo íbamos a pensar que eras tú?

ANDRÉS

Pero ¿escuchasteis mi grito?

MANUEL

¡El tuyo fué; no le tuvimos por cosa humana!

ELÍAS

Contamos que al hundirse gemía el invernal...

MANUEL

¡Que aullaba el viento!...

ANDRÉS

(_Entre dolido y desesperado_.) ¡No me disteis socorro!

MANUEL Y ELÍAS

(_Muy afligidos, abrazándole_.) ¡Andrés!

ANTONIO

(_Con cierta pavura_.) El monte es así, como una madriguera...

MANUEL

(_En el mismo tono_.) ¡Igual que una sima!...

ELÍAS

(_A_ ANDRÉS.) Repara que tampoco tú fiaste en nuestra voz.

ANDRÉS

(_Muy abatido_.) Tampoco; asubié en la cabaña porque ya no podía Serafín
andar ni yo mismo debatirme contra la fatiga y la inquietud. Esperaba
allí una ayuda de Dios: ¡llegó el milagro y no tuve fe!... Respondí con
un grito a otro apagado entre la nieve y el vendaval; pero respondí sin
confianza, como quien sueña o tiene calentura, y no hallé amparo...

ANTONIO

(_Profético_.) ¡Es el destino de cada cual!

LUISA

(_Llorosa_.) ¡Qué lástima!

CARMEN

(_Lo mismo_.) Da mucha compasión.

ANDRÉS

(_Vuelve a sentarse, caído en su quebranto_.) ¡Sí; la suerte suya!...
¡Tenía que morirse a las inclemencias del cielo, según había nacido!

LUISA

¿Fué allí en el invernal?

ANDRÉS

Ni eso siquiera. Toda la noche padeció sin lamentarse, con los ojos más
despiertos que nunca, mientras Serafín, deshambrido y cansado, acabó por
dormirse. Bajo las hendeduras abiertas a los temporales no les hallé
apenas el abrigo de un rincón y ni un puñado de rozo o de escamonda para
mullirles una cama. Quise darles calor con mi cuerpo y no logré que
Jesús dejara de temblar...

MANUEL

A lo menos tuviste luna.

ANDRÉS

Sí; muy grande y muy amarilla; ¡más triste que las mismas tinieblas!...

LUISA

¿Y después?

ANDRÉS

De amanecida empezó a crujir la techumbre con señales de hundirse. Saqué
a los niños fuera, de un brazado, y se vino abajo lo que quedaba del
invernal.

ANTONIO

¡Miray que es mala suerte!

MANUEL

¡Apañado estuvo!

LUISA

(_A_ ANDRÉS, _apremiante_.) ¿Y qué?

ANDRÉS

Era en el valle de noche, pero hacía bonanza y ya en las cumbres quería
salir el sol. Cobré ánimo, tomé rumbo de cara a la llanura y volví a
cargar con Jesús; ya no le ardían más que los ojos y parecíame que
estaba mejor. Pero Serafín, al despertar, sintió hambre y empezó a
dolerse, muy cansado y lloroso. Y va y me dice:--Me quieres menos que a
Jesús; por eso le llevas siempre a él... (_Con la voz muy ensordecida_.)
¡Tenía razón!... Yo entonces preguntéle al dañado. ¿Puedes andar? Y fué
y contestó:--Sí. Le posé y cargué al otro... Al poco tiempo rodaba en la
nieve Jesús detrás de mí. Conté que se había resbalado y quise
levantarle, pero no se movía; estaba yerto. Me hinqué al lado suyo; le
llamé:--¡Jesús... Jesusín!... y comenzó a reirse... ¡ja ja ja!... (_Ríe
de un modo siniestro_.)

LUISA

(_Con asombro mientras todos se alarman_.) ¿A reirse?

ANDRÉS

(_Poseído por la profunda emoción de su relato, se obsesiona con el
recuerdo de la risa fatal, y la repite aunque con la mano sobre la boca
la quiere contener_.) ¡Ja ja ja!... Así ríen los que se hielan. (_Sigue
riendo_.)

CARMEN

¡Se trascorda!

ANTONIO

(_Asustado_.) Pero, hombre; ¿estás en ti?

ANDRÉS

(_Se domina, se levanta y continúa con la más elevada pesadumbre_.) ¡Lo
estoy!... Íbase la risa del niño por el monte abajo sin dejar de
oirse... ¡todavía se oye!... y los ojos le relucían como un cristal,
llenos de lágrimas, abiertos contra las nubes, mirando al sol... Dentro
de ellos el alma fuese apagando como un cirio cuando se consume; hasta
que se le nublaron los últimos ardores con una sombra muy fría, y toda
la carne de la criatura se cuajó en cera mortal... (_Las mujeres
sollozan; los hombres se muestran muy enternecidos_.) Eché a correr con
el hijo que me quedaba y dejé allí solo al inocente... No le sirvieron
estos brazos míos para nacer ni para morir... Una noche, hace ya nueve
años, temiendo que pereciese de frío y de hambre, le abrí esa puerta y
le calenté en ese llar... ¡Bendita sea la mujer que le remedió!... Pero
Jesús traía consigo la condena, arrastraba una culpa, y luego de padecer
toda su vida, tenía que morir de hambre y de frío, sin un regazo, sin un
consuelo... ¡delante de mí!...


ESCENA VI

Dichos, IRENE, después MARCELA

IRENE

(_Llega en silencio cuando_ ANDRÉS _pronuncia las últimas palabras.
Demuestra una ansiedad desgarradora_.) ¡Andrés... Andrés!... ¿Qué es lo
que dices?

ANDRÉS

(_Con un grito inexplicable_.) ¡Irene!... ¿Tú?...

IRENE

(_Mirándole con suprema angustia_.) ¿Es verdad que dejaste a Jesús
muerto en el monte, solo, encima de la nieve?

ANDRÉS

(_Bajando la cabeza al peso de toda su amargura_.) ¡Es verdad!

IRENE

(_Trastornada por la pena_.) ¡Ah! ¿Qué has hecho de él?... ¿Qué has
hecho, di?

ANDRÉS

¡Lo quiso Dios!

IRENE

(_Desesperada_.) ¡Mi hijo... mi hijo! (ANDRÉS _hace un generoso
movimiento para recibirla en sus brazos pero se detiene con un sollozo
y_ LUISA _y_ CARMEN _la reciben en los suyos piadosamente_.)

LUISA

(_A_ IRENE _y_ ANDRÉS.) ¡Se os escapa a gritos el secreto!

MARCELA

(_Sin aparecer, llamando con ansia_.) ¡Luisa!... ¡Luisa!...

ANTONIO

¡Ahí viene Marcela!

ANDRÉS

(_Dominándose_.) Mucho la debo, pero algo se lo voy a pagar.

IRENE

(_En medio de su llanto_.) ¡Sí; con mi carne!...

ANDRÉS

(_Mordiendo la frase con pasión_.) ¡Y con la mía!

LUISA

(_Ha salido a recibir a_ MARCELA _que llega desolada, con la mantilla
caída en los hombros_.) ¡Detente... aguarda!

MARCELA

(_Desasiéndose_.) ¡No... no!... ¿Dónde está Andrés?

ANDRÉS

(_Acogiéndola en un abrazo_.) ¡Aquí!

MARCELA

(_Mirando en torno suyo como una loca_.) ¿Pero qué sucede? ¿Dónde están
los niños, dónde?

ANDRÉS

(_Solemnemente_.) ¡Salvé al hijo tuyo, mujer!

MARCELA

(_Convulsa_.) ¿Al mío?... ¿al mío?... ¿A cuál?

ANDRÉS

Al tuyo: ¡a Serafín!

MARCELA

(_Con un grito indecible_.) ¡Hijo de mi alma! (_Oculta la cara entre las
manos con infinita desolación... Después de una pausa habla
exaltadamente_.) ¡No, ese no es el mío, no; el mío es el otro, el otro!

IRENE

(_Absorta_.) ¿Qué dices?

ANDRÉS

(_Asombradísimo_.) ¿Cómo?

TODOS

(_Con vivísima ansiedad_.) ¿Qué?

MARCELA

(_A_ ANDRÉS.) Dime tú qué fué del infeliz. ¿Dónde está?... ¿No
alienta?... ¿No le veré ya nunca, nunca?

ANDRÉS

(_Angustiado_.) ¡Vivo, nunca!

MARCELA

(_Abrumadísima_.) ¡Ah!

ANDRÉS

(_Siempre con voz opaca_.) Le alcanzaron la nieve y el mal... y le dobló
la muerte allá arriba.

MARCELA

(_Delirante_.) ¡El castigo, el castigo!


ESCENA VII

Dichos, REMEDIOS y SERAFÍN

REMEDIOS

(_Llevando de la mano al niño, que viste blusa y pantalón largo y
representa nueve años muy gentiles_.) Aquí tenéis al muchacho tan
campante.

MARCELA

(_Mira al niño con extravío y le empuja al medio de la escena_.) Pues
éste, éste es Jesús, el jayón... Te le devuelvo, Irene, toma: ¡no llores
más por él!

IRENE

¿Que este es Jesús?... ¡Mi hijo!... ¿No me engañas?

ANDRÉS

(_A Marcela, con ansiosa inquietud_.) ¿Pero es verdad?

LUISA

(_Suplicante_.) ¡Marcela, por Dios!

MARCELA

(_A su marido_.) ¡Es verdad! (_A_ IRENE.) ¡No te engaño! (_Señalando al
niño_.) Quise valerme de él contra ti, y no quiso el que todo lo
puede!... Este niño es _el vuestro_, el saludable y dulce, el de los
ojos verdes que embrujan como los tuyos. (_Habla con pasión y violencia,
arrepentida y desesperada a un tiempo, mientras_ IRENE _se sacia mirando
al hijo y le tiende los brazos_.) ¡Fíjate! Cuando Andrés le mira, es
igual que si te mirase a ti.

IRENE

(_Mirando y abrazando al niño, que se resiste asustado_.) ¡Yo no pienso
en Andrés!

MARCELA

(_Con lógica brutal_.) ¡La que se lleva al hijo se lleva al hombre!

IRENE

No; al hijo nada más; al hijo, sí; ¡ven! (_Muy codiciosa_.)

JESÚS

(_Lloroso, muy aturdido, queriendo irse con_ MARCELA.) ¡Madre!

ANDRÉS

(_Aparte_.) ¡No acabo de creerlo!

MARCELA

(_Echando al niño con brusquedad en brazos de_ IRENE.) ¡Esa es tu madre!
(_A ella_.) ¡Tómale!... Te le doy y me quedo sola en el mundo, como
estabas tú...

ANDRÉS

¡Calla, calla, te confiesas a voces!

MARCELA

(_Con infinita amargura_.) ¡Como los sentenciados a muerte! (_Haciendo
un ademán de huída_.) Ahora... ¡adiós!

ANDRÉS

(_Adelantándose a detenerla_.) ¿Que te vas? ¿adónde?

MARCELA

(_Pugnando por soltar la mano con que la sujeta su marido_.) Por la
nieve adelante, por los caminos altos donde las criaturas perecen de
frío y pesadumbre...

IRENE

(_Aparte_.) ¡Como el hijo suyo!

ANDRÉS

(_Compasivo_.) ¡No, eso no!

MARCELA

(_Con obscura intención_.) Si cada alma vuelve a su estrella, yo quiero
acercarme a la mía sola y en paz.

ANDRÉS

Y yo no puedo abandonarte.

MARCELA

(_Imperiosa, magnífica en su terrible desesperación_.) ¡Déjame, Andrés!
Ya oíste mi culpa: no te acuerdes más de mí!

ANDRÉS

(_Muy sombrío_.) ¡No sé lo que oigo!

MARCELA

¡Sí; lo que no sabes lo adivinas!... Nada me preguntes ni me prometas:
me duele tu caridad... ¡Quédate con ellos!

ANDRÉS

(_Vacilante_.) ¡Pero, aguarda!

MARCELA

¡No! ¡Quiero acabar de arrancarme el corazón! (_Volviéndose a la gente
que escucha con murmullos de inquietud y compasión_.) Que nadie me siga:
¡Que nadie me busque!

ANDRÉS

(_Porfiando débilmente_.) ¡Marcela!

MARCELA

(_Empujándole hacia_ IRENE _y_ JESÚS _con un sollozo que más parece un
rugido_.) ¡Quédate ahí! (_Huye desatinadamente, mientras_ IRENE _y_
ANDRÉS _se miran con infinita ansiedad_.)

IRENE

(_Dando un paso hacia el hombre como para retenerle, con descubierta
pasión_.) ¡Andrés!...

TELÓN.



  LA PRENSA Y EL ESTRENO DE «EL JAYÓN»



De "El Debate":


La Sra. Concha Espina figura en primera línea entre los novelistas
españoles contemporáneos. En las columnas de _El Debate_ hemos rendido
pleitesía a la alcurnia literaria de la egregia escritora al estudiar
dos libros suyos: _Agua de nieve_ y _La Esfinge Maragata_. Hoy tenemos
la satisfacción de volver a aplaudirla con motivo del estreno de su
primera obra teatral, _El Jayón_.

La rutina suele clasificar a los publicistas inapelablemente. Al que lo
encasilla entre los poetas no le reconoce aptitudes para la novela; al
que lo diputa novelista, no lo aguanta dramaturgo. Diríase que la rutina
es envidiosa y la ofenden la ductilidad y el proteísmo del talento
ajeno. Por esta vez, la rutina habrá de resignarse con que una novelista
ilustre haya triunfado en la escena de Eslava, desde la que hubo de
saludar, al fin de los tres actos, a los espectadores que la aclamaban.

       *       *       *       *       *

La Sra. Espina ha acertado a poner en su obra una intensidad emotiva
extraordinaria; y como el arte esencialmente es emoción, se deduce que
_El Jayón_ merece los aplausos con que fué acogido por el público.
Añádase que los caracteres de Marcela, Irene, Andrés y Luisa están
trazados con habilidad; que el diálogo es sobrio y el estilo primoroso,
y se comprenderá que la crítica debe asociarse al fallo de la opinión.

       *       *       *       *       *

En la autocrítica publicada en _La Tribuna_, afirma la autora:

«En este drama no trato de decir nada nuevo, de plantear problema
alguno, ni mucho menos de resolverle. Aspiro sólo a llevar a la escena
un pedazo palpitante de vida, un bloque de la cantera humana, labrado
por mi corazón. Para darle forma no me preocuparon ardides técnicos, y
me dejé conducir por la emoción y la realidad, creyendo que este camino,
si no fácil y corto, es el único que logra llegar a un alto fin.»

Completamente de acuerdo con la teoría que este párrafo expone. La Sra.
Espina ha conseguido realizar sus propósitos, y éstos son noblemente
artísticos.

En la interpretación, la Srta. Morer, admirable de vis trágica, puso a
contribución su gesto natural, fuerte, elegante y su voz privilegiada,
cuyas vibraciones emocionan por sí mismas, aun descartado el contenido
de lo que exprese. El Sr. Hernández, adusto, seco, pensativo o
fogosamente dramático, según las exigencias de las situaciones. Muy bien
las Sras. Peñaranda y Siria y la Srta. Almarche.

Mignoni ha pintado para _El Jayón_ dos bellas decoraciones.

     RAFAEL ROTLLAN.


De "A B C":

La primera manifestación teatral del temperamento literario de Concha
Espina ha respondido al prestigio de que goza desde hace mucho tiempo
como novelista la ilustre autora de _La Esfinge Maragata_.

_El Jayón_, drama en tres actos, estrenado anoche en el teatro de
Eslava, obtuvo un éxito franco, unánime, cordial y justísimo. No podía
esperarse otra cosa de quien tan ponderadamente ha sabido interpretar
momentos y sensaciones de un realismo doloroso y vivo, descubriendo la
llaga de lo trágico, no con la grosera tenacidad de los gusanos, sino
con la solícita atención de un psicólogo.

_El Jayón_ es un afortunado ensayo dramático. Concha Espina ha tenido el
acierto, además, de mostrarse como dramaturgo femenino de sutiles y
vibrantes percepciones estéticas y humanas.

Su primera obra escénica es, como la obra de una madre, la exaltación
del más puro sentimiento de la maternidad, y esta postura sentimental
tan simpática y tan excepcional en este ciclo literario en que la mujer
propende a sentir como el hombre, fué acogida con visible complacencia
por el público, sugestionado al mismo tiempo por la plasticidad del
cuadro, del ambiente, de la luz local; la riqueza de la expresión en su
poética rusticidad, y, finalmente, la tembladura de bondad, de
sencillez, de almas buenas, que circula, como la sangre caliente y
generosa por las venas, por todos los instantes del drama.

Es el jayón un niño prohijado, una criatura con paternidad adoptiva,
según la lexicografía vulgar montañesa.

En la obra de la exquisita y gentil escritora, el jayón es un niño
tullido, una lacra fisiológica, un rollito santo donde la Fatalidad se
ha complacido en grabar una arruga deforme. Y este niño, hijo aparente
del infortunio, cuando es el infortunio mismo, viene a ser el eje de la
delicada trama, es como la línea de primer término de la linda, de la
sugestiva acuarela dramática que ha compuesto Concha Espina.

De su triunfo absoluto y clamoroso le hablarían anoche con clara
elocuencia las ovaciones cerradas que le prodigó el entusiasmo de la
concurrencia.

La Srta. Morer tuvo ocasión de contrastar sus admirables aptitudes,
dando la máxima sensación de la ternura, de la abnegación, del
sacrificio y, finalmente, del desgarrante dolor maternal, interpretando
la figura dulce y bondadosa de Marcela, la madre del jayón, la madre
secreta para todo el mundo, menos para sus entrañas laceradas por la
suprema adversidad.

La Sra. Peñaranda y el Sr. Hernández se hicieron una vez más acreedores
a la legítima complacencia con que el público de Eslava sabe
justipreciar sus méritos artísticos indiscutibles.

Para los tres, como para sus estudiosos auxiliares, hubo muchos y
merecidos aplausos.

Concha Espina fué llamada al palco escénico multitud de veces.

El decorado, de Mignoni, de justo verismo.

     J. SAN GERMÁN OCAÑA.


De "El Sol":

Nosotros tenemos que recibir complacidos siempre cualquier ensayo
escénico de los novelistas, seguros de que han de llevar a la dramática,
con la sinceridad de sus análisis, graves preocupaciones de lenguaje y
de estilo. En este último aspecto, principalmente, tiene un innegable
valor la aparición ante la batería de una obra de Concha Espina, la
interesante autora montañesa.

       *       *       *       *       *

La sugestión innegable de esa fábula tiene aún menor importancia que la
pintura del ambiente. La Sra. Espina ha llevado al teatro todo el color
y todo el encanto descriptivo de la novela. Y, atenta al paso que daba,
cuidó de conceder a los episodios una sobriedad plausible, que los hacía
resaltar vivamente. El diálogo sostenía, en tanto, sus prestancias, y
los actos se deslizaban bajo un innegable encanto literario.

       *       *       *       *       *

El público aplaudió los tres actos del drama, reclamando en todos la
presencia de la autora. Josefina Morer exteriorizó una vez más su alto
temperamento dramático en la interpretación de Marcela. Y fué secundada
con acierto por la Sra. Siria, y por los Sres. Hernández y Vega,
especialmente.


De "La Vanguardia", de Barcelona:

Otra producción no sólo interesante por sí misma, sino reveladora de
aptitudes dramáticas ciertas ha sido _El Jayón_, primer trabajo escénico
de la insigne novelista Concha Espina. Se trata de una bella narración
publicada ya y adaptada perspicazmente al teatro por su autora. El
público percibía con claridad los dos elementos indispensables: el
ambiente montañés que envuelve el episodio, y la curiosa experimentación
del amor maternal que se intenta realizar. Así la potencialidad de la
fábula destacaba sus vigores y la emoción surgía eficazmente. El dolor
de aquella madre que en lejano día señalara al hijo legítimo como
espurio, como hallado, como el _jayón_, avergonzado del raquitismo y de
la fealdad del niño, adquiere una alta significación en el momento de
perecer el muchacho víctima de un accidente fortuito. El verdadero
_jayón_, el muchacho sano y hermoso se salva. Quien perece es el
muchacho aquel que todos creían no era el de la triste. Ved por lo
apuntado cómo en el drama de la Sra. Espina asoma mejor que una
Fatalidad ciega o una Fatalidad hecha de determinismos, una decisiva
acción providencial, pronta a ejercer sus justicias inexorables. La
sencillez de los personajes que conocemos, el tono misterioso, recogido
y apacible de la obra y la necesidad que tienen aquellos campesinos
humildes del amparo constante de lo alto, concluyen de establecer las
condiciones especiales de _El Jayón_. Y todo esto forma un conjunto
organizado cuyas finalidades idealistas arriban sin mengua de la
realidad viva y palpitante. Prueba, además, que la insigne autora de _La
Esfinge Maragata_ y de _La Rosa de los Vientos_ puede caminar por la
escena. Y a la par afirmaba, con el ejemplo ante nosotros, que no son
tan insondables como se cree los abismos separadores de la novela y de
la dramática.

     JOSÉ ALSINA.


De "El Liberal":

«El Jayón», por Concha Espina.

La excelente novelista y escritora ha demostrado con ese su primer
ensayo teatral que tiene todas las condiciones de un buen dramaturgo.

_El Jayón_ es una obra dramática, trágica más bien, llena de emoción y
de fuerza, cuyo fondo es hondamente patético. Y que por la forma y el
ambiente--escenas de la montaña santanderina--está llena de verdadera
poesía real.

Fué muy aplaudida.

     MANUEL MACHADO.


De "La Acción":

Concha Espina es una escritora que goza de grandes simpatías entre las
damas. El arte de sus novelas y la ejemplaridad que resplandece en la
vida de esta mujer iluminan su personalidad con los prestigios más
ingentes. Concha Espina ha sabido ser una gran escritora y una dama
amante de su hogar, términos no antitéticos, pero, en realidad, no muy
avenidos en la vida corriente y moliente. Por eso sus lectores muestran
hacia su autora predilecta, tanta simpatía como admiración.

_El Jayón_ es el primer intento teatral de la Sra. Espina. Nadie lo
diría al ver el dominio técnico de que da gallardas muestras esta
escritora en el drama estrenado anoche en Eslava.

En _El Jayón_, a través de una trama simplicísima y de gran fuerza
patética, Concha Espina exalta con toda la vehemencia de su corazón
femenino, dotado de una gran sensibilidad, el sentimiento de la
maternidad, que es eje y esencia del drama.

No queremos hurtar a nuestros lectores el interés que en ellos ha de
despertar el argumento del drama. Por eso, contrariando nuestros deseos,
nos abstenemos de relatar las incidencias del asunto.

Hay en esta primera obra de Concha Espina verdaderos alardes de
sagacidad psicológica, que delatan un gran temperamento dramático en la
ilustre escritora. La acción de la obra se desarrolla en la montaña
santanderina, y los personajes, a pesar de su rusticidad, se expresan
con la sobria elegancia de lenguaje que es característica en aquella
comarca castellana. Sorprenden en _El Jayón_, la fluidez y naturalidad
del diálogo y la elevación literaria de los giros, por cuyo extremoso
celo merece sinceros plácemes esta ilustre autora.

El interés del drama no desmaya un solo instante. La obsesión amarga de
que están embargados los personajes de la obra se transmite al público,
poniendo en tensión sus nervios en espera del desenlace. Y éste
sobreviene, sencillo, noble y patético, coronando con los rigores de la
adversidad definitiva la gama de torturas en que han venido
consumiéndose las almas.

El público rindió pródigos homenajes a Concha Espina, la cual hubo de
salir a escena al final de cada jornada, requerida por los insistentes
aplausos.

Josefina Morer, en la protagonista de la obra, puso de relieve sus
grandes aptitudes para los papeles dramáticos. La bella y gentil actriz,
que es todavía una niña, si, como es de esperar, persevera en el
estudio, será muy pronto una de las figuras culminantes de nuestra
escena.

Asimismo merecen un sincero aplauso el Sr. Hernández, que cada día añade
mayores perfecciones a su arte, y la Sra. Siria, siempre ajustada y
excelente actriz.

     ALBERTO MARÍN ALCALDE.


De "El Universo":

Las delicadezas del estilo de Concha Espina no son nuevas para nuestros
lectores.

Esta escritora, quizás la más espiritual de las de su sexo, ha triunfado
en el cuento, en la novela y en el comentario sentimental, con estilo
propio, y con triunfos tan rotundos como generales. Sus artículos,
gustados por el público y consagrados, como sus novelas, por la
crítica, la han granjeado una reputación literaria de las más sólidas.

Pero si como creadora de las más bellas farsas poéticas es estimada por
los lectores, quizás las exquisiteces de su estilo, por lo raras y
escogidas, por lo depuradas literariamente, la han conquistado, en el
mundo de los artistas una personalidad sobre todas original.

Concha Espina, aplaudida y mimada del público por toda su labor
anterior, va ahora al teatro con una obra dramática de ambiente rústico.

En declaración autocrítica nos dice la ilustre autora que en su nuevo
drama no pretende ni enseñar ni demostrar nada, y que el público está
libre de todo intrincado problema moral de complicada solución.

El ensayo dramático de la ilustre autora de _La Esfinge Maragata_
pertenece a lo que pudiéramos llamar teatro poético. _El Jayón_ es la
poética exaltación de la maternidad y el canto a las sublimes y
misteriosas profundidades y siniestros de las montañas. Allá arriba, en
las cimas donde las ventiscas y las tempestades se forjan, la nieve
entierra, quitando antes el último suspiro, al jayón.

       *       *       *       *       *

El diálogo, que es el oro puro de esta narración novelesca, tiene
primores poéticos y de estilo verdaderamente espléndidos.

El lenguaje florido de aquellas montañesas toma color con la acción, y
nos sabe más a mieles que en las lecturas.

La Srta. Moner, en primer lugar, y Hernández, prestan el calor de su
arte sincero y conmovedor a aquellas ternísimas escenas sentimentales.

La Sra. Siria y Ricardo de la Vega, en papeles episódicos, admirables de
carácter.

Hidalgo y los demás intérpretes, muy bien.

Concha Espina salió a escena al final de todos los actos a recibir los
aplausos numerosos y entusiastas.

     FEDERICO LEAL.


De "El Fígaro":

Los intérpretes del drama.

El drama estrenado anoche por la compañía que acaudilla D. Gregorio
Martínez Sierra no va a los artistas del teatro Eslava. Sinceramente
estimamos que merece otra interpretación más de emoción, de más nervio,
que la que le dieron, con la mejor intención, la Srta. Morer, la Sra.
Peñaranda y Paco Hernández, principales intérpretes de _El Jayón_.

Y es que, acostumbrados al género diametralmente opuesto que cultiva el
director artístico del teatro, no sienten, no viven, no cultivan el
drama intenso que con tan buena fe les ha entregado la Sra. Espina, de
quien teníamos un alto concepto literario por sus novelas y cuentos, y a
la que debemos desde ahora una mayor consideración escénica.

Esta misma opinión nuestra sustentaba el público que acudió al estreno
del drama, otorgando con afecto prolongados aplausos a la autora y
reclamando su presencia en escena al finalizar cada uno de los tres
actos en que la obra está desarrollada.


«El Jayón».

_El Jayón_, el niño hallado sin padres, recogido por caridad, es al
contrario de lo que estamos acostumbrados a ver en teatros, el motivo
del drama íntimo que ahoga la felicidad del matrimonio montañés, eje de
la obra.

Este hijo del amor adúltero, hijo del marido y de una moza del valle, es
encontrado una noche de nieve y de frío junto a la puerta de la casa del
padre.

La esposa, que sospecha la tragedia de aquel hombre, acoge con amor a la
criatura y procura hermanarla con su hijo, el legítimo, recién nacido
también. Pero un día descubre que éste es defectuoso, enfermizo,
contrahecho, y en un arranque de orgullo, sintiéndose humillada,
vencida, viendo al _jayón_ fuerte y sano, cambia a los niños de cuna
para no avergonzarse ante la gente del fracaso de su amor.

Y como un castigo ultrahumano, fingiendo siempre, eternamente dolorida,
ve sucumbir, poco a poco, a su hijo verdadero, hasta que una noche
trágica, también de fríos y nieves, perdidos en la montaña, el padre de
los dos niños abandona, muerto, helado, al enfermo, para salvar al otro
sano...

Este es el drama fatal, sombrío, en el que interviene, como una sombra
acusadora, la madre del _jayón_, errante y triste, para recobrarlo al
final, en una escena de extremada intensidad, de un agobio profundo,
dislacerante, amargo.


El drama.

Se desarrolla fácilmente, sin complicaciones, muy ponderado y muy
interesante. Un momento, cuando acaba la obra, pesa algo, por la
extensión del momento que, una vez expuesto, no debiera prolongarse con
la desesperación y el dolor de la madre.

Literariamente merece algo más que el ligero comentario que podríamos
hacerle. A nuestro juicio, modestísimo, hace tiempo que no se
representaba una comedia tan fácilmente dialogada ni tan elegante de
expresión.

Sin perder un momento el ambiente rústico, sin un alarde, se escucha con
verdadera complacencia por el buen gusto de la escritora, que, a no ser
mujer, seguramente hubiese alcanzado los honores de la Academia hace
tiempo.


Presentación.

Así como los efectos escénicos del acto primero nos causaron una
impresión de espanto, de desesperación, por los tonos chillones del
decorado, por la falsedad absoluta del paisaje, por la colocación, en
general, en cambio tenemos que confesar el acierto del escenógrafo
Mignoni al presentar la misma, exacta decoración de paisaje en el
segundo, con un efecto de nieve verdaderamente originalísimo. El
decorado del tercer acto es de escasa, nula originalidad. Su
indumentaria, aceptable nada más.

     JOSÉ MAIRAL.


De "La Correspondencia de España":

«_El Jayón_, nos dice su autora, es un drama rústico, amargo, lo mismo
que la vida, fatal como un _karma_ que se cumple.

Se desarrolla entre pasiones desnudas, entre criaturas buenas, en un
medio primitivo, dentro del cual intervienen los elementos, con sus
voces y su poder misterioso, como un personaje más. No está hecho a la
medida de ningún actor», etc.

Esto nos dice la Sra. Espina, y aun algo más, y en verdad no nos
defrauda.

Es _El Jayón_ uno de esos dramas humanos que, por lo mismo, por lo
humanos, pueden pasar en cualquier parte, en cualquier época, allí donde
latan dos humanos corazones... ¿Qué decimos dos? No; aquí son necesarios
más; cinco por lo menos: tres _activos_, digámoslo así (los de dos
mujeres madres y un hombre padre), y dos _pasivos_ (los de los hijos):
el _jayón_ y el legítimo.

En la vida se han dado sin duda muchos casos como el que presenciamos
ayer en la escena. La novedad en estos asuntos nada importa; su
verdadera novedad no está en el motivo, sino en el modo de
desarrollarlo, y la distinguida y laureada autora de _La Esfinge
Maragata_ ha demostrado un tacto escénico admirable.

Sobriamente y con creciente interés en cada escena, va desenvolviéndose
el drama, que tiene instantes felicísimos de emoción y poesía.

Es verdad que ninguno de los papeles está hecho _a la medida de ningún
actor_; pero es cierto también que todos estos papeles de la vida real,
con sus palabras y sus sentimiento comunes, _caen_ siempre como hechos a
la medida para nuestros cómicos, que son insuperables en cuanto se les
hace caminar por la superficie terrena y no se les obliga a explorar en
psicologías subterráneas o aéreas.

Anoche, todos los actores de Eslava que tomaron parte en la obra lo
hicieron a maravilla. Hasta los más secundarios; por ejemplo, aquellos
dos pastores, llegados al llano de las alturas nevadas, parecían tipos
arrancados de la propia sierra.

Todos dignos de plácemes, y sobre todos hemos de mencionar especialmente
y en justicia a la Sra. Peñaranda, que dió la nota dramática más
emocionante, sin gritos desentonados, gestos extemporáneos, sin
aspavientos, sino con una sobriedad en la actitud y en la palabra,
palabra cálida, humana, de dolor profundo y contenido, mil veces más
emocionante y trágica que un coro de voces plañideras.

La Sra. Espina salió al final de todos los actos, reclamada por los
aplausos unánimes del público. Reciba también el nuestro fervoroso.

     GOY DE SILVA.


De "El Imparcial":

Con motivo del estreno de «El Jayón».

_Hablando con Concha Espina._

Dulzura; todo en ella es dulzura: los ojos puros que miran siempre _más
allá_, el pliegue de la boca cansada, los gestos pausados, la voz
igual...

Entra en el saloncillo del teatro, donde la espero; el ancho sombrero de
terciopelo negro proyecta una sombra suave sobre su rostro, cubriendo
los cabellos negros; los largos pendientes de coral rojo no son en ella
una extravagancia, ni siquiera una fantasía: son un adorno encantador e
inmóvil, porque su cabeza apenas se mueve.

--Vengo a molestarla--la digo--con motivo del estreno de esta noche; la
actualidad manda, y usted es hoy una figura de actualidad de primer
orden...

--¡Oh, no!--protesta casi intimidada--: de primer orden, no.

--Un estreno teatral femenino--prosigo--es aquí un acontecimiento, y
tratándose de una firma, como la de usted... Pero esto es un pretexto;
hace mucho que yo deseaba hablar con usted para poder luego hablar de
usted a mis lectoras. Y antes de tratar de su nueva personalidad
literaria, yo quisiera que me hablase usted de su vida.

Y me habló de su vida muy sencillamente, con su voz dulce e igual,
parándose a menudo, como si cada palabra evocase algo ante sus ojos, que
miran siempre _más allá_...

       *       *       *       *       *

--Y ahora hablemos un poco de su última encarnación literaria. ¿Cómo se
le ocurrió escribir para el teatro?

--Paso de la novela al teatro con la misma naturalidad y lógica que pasé
del periodismo a la novela, o de los versos a la prosa. Hace algún
tiempo escribí _El Jayón_ en novela para _La Novela Corta_. Mis pocos
amigos intelectuales me aseguraron que los tres capítulos de _El Jayón_
eran más bien tres actos de un drama. Y un buen día me decidí a seguir
su consejo y, en efecto, a medida que escribía me parecía que mi novela
iba adquiriendo su verdadera forma, realizando su verdadera misión.

--Volviendo al motivo _de actualidad_ de mi visita, ¿cuáles son sus
impresiones de autora dramática en día de primer estreno?

--Estos días confieso que en los ensayos sufrí un poco; es doloroso el
oir las frases que nos dictó la emoción, cien veces remachadas,
indiferentemente, desapasionadamente. Yo comprendo que esto es una
sensación algo pueril, de autora novicia.

--No sé si es pueril, pero me parece que debe ser muy justa. ¿Y hoy?

--Hoy estoy muy tranquila; soy muy optimista.

Y sus ojos, y su actitud toda, confirman tan sinceramente sus palabras
que la miro algo desconcertada, y no temiendo ya turbar tan robusta
serenidad, insisto:

--Sin embargo, descontado el valor seguro de una obra de usted, hay
obras muy hermosas y hasta de gran éxito más tarde, que fueron, el día
de su estreno...

--... ¿Un fracaso?--concluye tranquilamente--. Pues bien, yo me pongo
perfectamente en el caso; de todas maneras no será culpa mía. Yo he
escrito un drama que yo misma he presenciado y hondamente sentido,
entregándome en mi obra con toda pasión, con toda fe. Yo no podía hacer
más; luego, sean las cosas como sean, mi trabajo es el mismo; yo
también...

¡Admirable Concha Espina, inmortal autora de _La Esfinge Maragata_; el
éxito de su primer drama ha debido llenarla de una alegría digna, sin
nervosidad, como sin nervosidad también fué la espera! Porque usted en
la gloria como en el arte, como en la vida misma, permanece siempre
fuerte con dulzura, optimista sin vanidad, y sin pasividad, serena.
Porque usted, como sus ojos claros, está siempre _más allá_...

     MAGDA DONATO.


De "La Unión", de Sevilla:

Anoche, en el escenario de Eslava, se representó una obra teatral debida
al ingenio de Concha Espina, la de la prosa correcta y clara como agua
de manantial serrano, la novelista que sabe tejer realidades de nuestra
propia vida con finos hilos de ensueño, dando a la labor un tono suave,
de verdad y de ilusión, tan perfectamente armonizado, que logra poner un
suspiro en nuestros labios, al mismo tiempo que, embebecidos, pensando
en unas dulces quimeras, miramos a las lejanías más azules.

Y la representación de _El Jayón_--que así se denomina la nueva comedia
dramática--nos proporcionó aquella hora grata que el espíritu nos
demandaba, cansado de tanta aridez y de tanto mezquino prosaísmo como
estamos viviendo estos días en este nuestro buen pueblo español.

Concha Espina, dotada de un exquisito temperamento artístico,
escribiendo para el teatro como escribe sus novelas, tuvo el
singularísimo acierto de subyugar a los espectadores, brindándoles
generosamente aquellas exquisiteces de que estamos tan ayunos y que, en
verdad, hemos echado de menos en tantas temporadas teatrales perdidas
para la cultura, para el buen gusto y para el arte, nuestro supremo
soberano.

_El Jayón_, que tiene por fondo un brioso panorama de vidas rurales, que
exalta hasta un sacrificio eterno--el de dejar el amor al hombre
único--, el santo cariño maternal, está enmarcado en una pureza de
lenguaje y en una simplicidad de tecnicismo que constituyen la triunfal
ejecutoria de la pluma que anoche fué aclamada, no ya por el aplauso de
los selectos, sino por el público de la galería, que, abierta el alma a
la llegada de la emoción, supo gustar ésta y apropiársela,
agradeciéndola como una señalada merced.

Los periódicos madrileños relatarán, de seguro, el argumento de la obra
que de modo tan definitivo triunfó anoche en Eslava, y por ello, para no
hacer demasiado extenso este apunte, no he de meterme en tal detalle;
pero, por si no te lo dijesen los críticos de teatros al hacer el
comentario del estreno, yo he de manifestarte, amigo lector, que _El
Jayón_ tiene una escena tan intensa y tan sublime, tan generosa y tan
llena de dulzores de alma de mujer, tan ungida por la gracia de las que
fueron madres, que la diputo como uno de los mayores aciertos de nuestro
teatro.

       *       *       *       *       *

Cuando _El Jayón_ siga su camino por todos los teatros de España, que la
ruta es amplia y reclaman las gentes de todos los lugares beber en el
mismo fresco y grato manantial, Concha Espina recogerá el fruto de la
gratitud, pues ha puesto en el duro surco de nuestra vida semilla de
arte noble y grande.

Y bien haya quien así atiende la sed de nuestro espíritu, que ya
empezaba a mostrar grietas producidas por la hosca resequedad que
hubieron de proporcionarnos los que se propusieron extraviarnos en
nuestro camino hacia lugares de cordialidad, de ternuras, de realidades
suavizadas por el dulzor del ensueño.

     LEOCADIO MARTÍN RUIZ.





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