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Title: Historia de las Indias, Volume 3 (of 5)
Author: Casas, Bartolomé de las
Language: Spanish
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*** Start of this LibraryBlog Digital Book "Historia de las Indias, Volume 3 (of 5)" ***


                        NOTA DEL TRANSCRIPTOR:

—Los errores obvios de impresión y puntuación han sido corregidos.

—Se ha mantenido la acentuación del libro original, que difiere
notablemente de la utilizada en español moderno.



                               HISTORIA

                                  DE

                              LAS INDIAS.



                               HISTORIA

                                  DE

                              LAS INDIAS

                              ESCRITA POR

                      FRAY BARTOLOMÉ DE LAS CASAS

                           OBISPO DE CHIAPA

                   AHORA POR PRIMERA VEZ DADA Á LUZ

                                  POR

                 EL MARQUÉS DE LA FUENSANTA DEL VALLE

                        Y D. JOSÉ SANCHO RAYON.

                               TOMO III.

                                MADRID

                      IMPRENTA DE MIGUEL GINESTA
                     calle de Campomanes, núm. 8.

                                 1875.



ADVERTENCIA PRELIMINAR.


El Argumento del libro II de esta Historia, que nos dejó hecho su
Autor, y que, adicionado con el número del capítulo en que cada uno de
los sucesos en él extractados se refiere, imprimimos á continuacion,
facilitará á nuestros lectores el uso del Índice del presente tomo.

Varios de los capítulos no han tenido cabida en dicho Argumento, por
resultar en él omitido lo que aquellos contienen; para subsanar esta
falta indicaremos aquí ligeramente la materia de que tratan:

Vuelto Cristóbal Colon á Sevilla, despues de muerta su protectora la
Reina Católica, hace vivas gestiones con el Rey para que le mande
guardar sus privilegios, restituyéndolo, en su hijo, en las mercedes y
en la posesion de sus títulos y dignidad (37), muriendo, sin conseguir
nada, en 20 de Mayo de 1506, en Valladolid(38). Concede el Papa á los
Reyes los diezmos de Indias; descubrimiento de una gran parte de la
costa de Yucatan por Juan Diaz de Solís y Vicente Yañez Pinzon(39).
Estado de la isla Española, durante la gobernacion del Comendador Mayor
(40 al 42), y despues, en tiempo del segundo Almirante, D. Diego Colon,
con noticia de varias intrigas movidas contra él por sus enemigos,
hasta que le llamaron los Reyes (53). Relacion bastante extensa de las
expediciones de Hojeda y Nicuesa, á Urabá y Veragua, de cuyo principio
se dió noticia en el cap. 52, concluyendo el libro con el desgraciado
fin de ambos conquistadores y de casi todos los que fueron con ellos
(57 al 68).

En los veinticuatro capítulos del libro III, incluidos tambien en este
tomo, despues de darse curiosas noticias sobre las primeras Iglesias
Catedrales y Obispados de Santo Domingo y San Juan de Puerto Rico (1.º
y 2.º), se refiere el malísimo efecto producido entre los españoles
de la primera de aquellas islas por dos sermones que predicó el padre
fray Antonio Montesino, quejándose del mal tratamiento que daban á los
indios (3 al 5); de resultas de lo cual vienen á Castilla el padre
Montesino y fray Alonso del Espinal, y, despues de varias consultas y
pareceres encontrados, se promulgan en Búrgos en 27 de Diciembre de
1512 unas leyes sobre el repartimiento de los indios, para que fuesen
convertidos y bien tratados, las cuales censura amargamente nuestro
Autor, y poco despues, en 28 de Julio de 1513, una «Declaracion y
moderacion» de las mismas (6 al 19). Dáse noticia del descubrimiento
de la Florida por Juan Ponce de Leon (20) y de varios sucesos en la
isla de Cuba (21), de la cual se hace una curiosa descripcion(22 al 24).

Acompaña á este volúmen un _facsimile_ foto-litografiado de la
Dedicatoria al Colegio de San Gregorio de Valladolid, con que Las Casas
encabeza el segundo libro de su Historia, igual en un todo, hasta en la
fecha, á la del libro I, para que nuestros lectores conozcan la letra
del Obispo.



ARGUMENTO DEL LIBRO SEGUNDO


El libro II conterná la historia de diez años, comenzando del año de
1501, por todo el de 10 inclusive, puesto que algunas de las cosas
que al principio contaremos comenzaron ántes que saliese el de 500,
pero porque ésto acaeció pocos dias por andar del año, y duraron por
el de 501, pareció, por evitar confusion compartillas, comenzallas y
continuallas hasta darles fin, en este libro II.

Tratarse há del estado desta isla despues que al Almirante llevaron
preso á Castilla, gobernándola Bobadilla (capítulo 1.º). De algunos
descubrimientos, ó por decir más propiamente, segun arriba dijimos,
seguimientos, de lo que el Almirante habia descubierto (2). De cómo los
Reyes mandaron restituir al Almirante sus bienes y escripturas, y todo
lo que le habia tomado Bobadilla (4). De la provision que hicieron los
Reyes de otro Gobernador, que fué un Comendador de Lares, de la Órden y
Caballería de Alcántara, que se llamó don fray Nicolás de Ovando (3 y
6). De la venida de la Orden de Sant Francisco á esta isla (3). Del fin
que hizo el comendador Bobadilla y Francisco Roldan (5).

Del cuarto viaje que hizo el Almirante, de la costa de la mar que
anduvo, hasta dónde llegó, y de la provincia de Verágua (5, y 20 al
29). De como á la vuelta que hizo, y llegó á Jamáica, se le alzaron
ciertos rebeldes, y de las angustias y aflicciones que allí pasó (29
al 36). De como el Comendador de Lares repartió á los españoles todos
los indios desta isla, sin dejar alguno, contra la intincion y mandado
de la reina Doña Isabel, por lo cual fué causa de perecer toda la
gente desta isla, y por la misma causa que por ésto dió se introdujo
el repartimiento de los indios á los españoles, que despues llamaron
Encomiendas, en todas las Indias, y, por consiguiente, fué principio y
causa eficacísima que hayan perecido en todo este orbe tantos millones
de gentes, como abajo parecerá (13 y 14). De las guerras injustas que
el dicho Comendador de Lares hizo á los vecinos naturales dellas, y las
crueldades que en ellas se hicieron (7 al 10 y 15 al 18).

Como desta isla Española salió y procedió la pestilente y mortífera
ponzoña causativa de todos los males y estragos, y perdicion, que ha
vaciado de sus pobladores todas estas Indias, conviene á saber, las
conquistas y el repartimiento de los indios, dos cosas que, si en todo
lo poblado del mundo se hobieran introducido y durado lo que en estas
Indias dura hoy, no hobiera ya memoria del linaje humano (11, 12 y 19).
De cómo engañaron al rey D. Hernando para que diese licencia para traer
los moradores de las islas de los Lucayos á ésta, para servirse dellos,
y de los estragos y perdicion que en aquellas inocentísimas gentes se
hicieron, y como al cabo perecieron todas en muy breves dias (43 al 45).

De la ida primera de los cristianos á conquistar y repartir la gente
de la isla de Sant Juan (46). De como el Comendador de Lares, que ya
era Comendador Mayor, envió á bojar y rodear la isla de Cuba, que hasta
entónces no se sabia si era isla ó tierra firme (41). De la venida del
almirante D. Diego Colon, hijo y primer sucesor del Almirante primero
que este mundo descubrió (47 al 51). De la venida y armada de Nicuesa
para ir á conquistar y poblar á la provincia de Verágua (52). De la
armada que le vino á Hojeda de Castilla, estando él en esta isla, para
ir á conquistar y poblar la provincia y golfo de Urabá (52). De como
envió el almirante D. Diego á poblar de españoles á la isla de Sant
Juan (55). De como envió el almirante D. Diego á poblar á la isla de
Jamáica (56). De la venida de la Orden de Sancto Domingo á esta isla, y
de la primera Misa nueva que se cantó en ella (54). De como se acordó
enviar procuradores á Castilla, sobre que concediese el Rey á los
españoles desta isla el repartimiento perpétuo, quiero decir, que les
diesen los indios perpétuos, que los Gobernadores no se los pudiesen
quitar una vez dados, ó por ciertas vidas (52).

[Illustration]



HISTORIA

DE LAS INDIAS.



LIBRO SEGUNDO.



CAPÍTULO PRIMERO.


Despues de la partida de las dos carabelas, en que envió presos
el comendador Bobadilla al Almirante y á sus hermanos, trabajó de
contentar en cuanto pudo á los españoles que aquí estaban, que serian
por todos hasta 300 hombres, porque este era el número que el Almirante
habia informado á los Reyes que bastaban, para tener la isla y las
gentes della sojuzgadas; y así, mandaron los Reyes que aquestos 300
hombres con su sueldo, y parte con el del Almirante, como arriba ha
parecido, se sustentasen: porque bastaban y sobraban estos, y muchos
ménos que estos, para no sólo tener los indios pacíficos, sino llevaran
el camino que llevaron, pero áun para sojuzgallos y matallos á todos,
como al cabo los mataron, porque, teniendo 20 ó 30 caballos, bastaban
para los hacer á todos pedazos, mayormente habiendo amaestrado los
perros que tenian, porque con un perro, que un español consigo llevase,
iba tan seguro como si fuesen con él 50 y 100 cristianos. Y esto es,
áun á los ciegos de sus errores y pertinacia, más que claro, porque
una gente en cueros desnuda, sin otras armas defensivas ni ofensivas
más de sus flechas y arcos y unas varas tostadas, y sin fortalezas
ni muros de piedra tajada, sino en casas de paja, ¿qué ofensa pueden
hacer, ni defensa podrán tener contra gente armada de hierro, de
que son nuestras armas, con arcabuces, y entónces espingardas, con
caballos y lanzas, que en dos horas alcanza y alancea un mil y dos mil
hombres, y desbarrigan y despedazan cuantos quieren con las espadas?
Por lo dicho parece ser error el de Oviedo en su Historia, libro III,
cap. 4.º, donde dice que sin la gente que vino con los tres navíos
que despachó el Almirante desde la Gomera, cuando fué á descubrir á
Paria, esta isla se despoblara, quiere decir de cristianos, y que se
puede afirmar que por aquel socorro fué restaurada la vida de los
que acá estaban, y se sostuvo y no se perdió totalmente esta isla,
porque dicen que no osaban salir desta ciudad, ni pasar el rio desta
otra parte. Todo este encarecimiento endereza Oviedo, como todas sus
historias, para excusar las tiranías de los españoles, y acusar y
abatir estas tristes gentes desmamparadas. Manifiesto es, por infinitos
testimonios y argumentos arriba traidos, la mansedumbre, y pacífica
y modesta natural cualidad y condicion de los habitadores naturales
desta isla, y las pocas y leves, y cuasi ningunas, armas que tenian, y
cuánto nosotros con las nuestras les excediamos, y que, si viviéramos
con ellos segun cristianos, no tuviéramos necesidad de armas, ni
arcabuces, ni caballos, ni perros bravos, para todos atraellos. Despues
ya de, habiéndolos así exacerbado, estragado, muerto, despedazado y
destruido, que probasen á matarnos si pudiesen, uno aquí y otro allí
(porque muchos de nosotros juntos, ni que fuesen 30 juntos, si no los
tomaban durmiendo por ninguna industria podian), no era maravilla;
y así es cierto esto, que pocas veces se vido en todas estas Indias
que 50 ni 40 hombres juntos los matasen los indios, como adelante,
placiendo á Dios, se verá, mayormente habiendo entre ellos algunos de
caballo, si estuvieron sobre aviso. Así que, 300 hombres eran muchos
para defenderse y para matar todos los indios desta isla, los cuales
acá estaban ántes que aquellos que el Almirante envió y él llegase,
y si los envió y trujo, no fué porque fuesen más de 300 necesarios,
sino para enviar los flacos y enfermos, y los que morian por se ir á
Castilla, como arriba ha parecido. Tornando, pues, al propósito, como
el comendador Bobadilla quisiese agradar los 300 hombres que en esta
isla quedaban, lo primero determinó en breve los procesos de los que
estaban para ahorcar, y de Francisco Roldan y los demas que se habian
alzados, los cuales yo vide, no muchos dias despues, sanos y buenos, y,
como si no hobieran hecho nada, en sus casas contentos y honrados; no
supe ni oí que les hobiese dado alguna pena, porque en aquel tiempo no
tenia yo tal cuidado, ni se me dió nada por sabello. Con las libertades
y favores que á todos aquellos 300 dió el comendador Bobadilla, de
que no pagasen del oro que cogiesen, sino de 11 pesos uno, y ellos no
hobiesen ni pensasen de irlo á cavar, pedíanle que les diese indios
para que se lo sacasen y hiciesen labranza del pan. Mandó ó aconsejó
que se juntasen de dos en dos, haciendo compañía en las haciendas
y ganancias que granjeasen, para las cuales les señaló la gente de
tal y tal Cacique y señor, y así á todos, muy á placer dellos, los
contentó. Aquí viérades á la gente vil, y á los azotados y desorejados
en Castilla, y desterrados para acá por homicianos ó homicidas, y que
estaban por sus delitos para los justiciar, tener á los Reyes y señores
naturales por vasallos, y por más que bajos y viles y criados. Estos
señores y Caciques tenian hijas ó hermanas, ó parientas cercanas, las
cuales luego eran tomadas, ó por fuerza ó por grado, para con ellas
se amancebar; y así, todos estos 300 hidalgos estuvieron algunos años
amancebados y en continuo pecado mortal de concubinaria maldad, sin los
grandes pecados que cada dia y hora cometian, por ser opresores destas
gentes y tiranos. Estas señoras, que tenian por mancebas, llamaron sus
criadas, y así, tan sin vergüenza, delante unos de otros, decian, mi
criada fulana, y la criada de fulano, como si dijera, mi mujer y la
mujer de fulano. El Comendador hacia desto, al ménos para remediallo
y evitallo, poco caudal; deciales muchas veces: «aprovechaos cuanto
pudiéredes, porque no sabeis cuánto este tiempo os durará», de los
trabajos y sudores, aflicciones y muertes de los indios, haciendo
poco caso. Ellos, por tales favores y ayuda, esfuerzo y consejos, lo
adoraban y era dellos muy amado; cognoscian cuán más larga licencia
tenian agora, para vivir en la ley que escogian, que en el tiempo del
Almirante, porque el triste del Almirante, aunque por la ceguedad que
tenia, como todos entónces tuvieron, y que hasta estos tiempos nos ha
penetrado, y por el ánsia de contentar á los Reyes, como arriba se ha
explanado, de grandes é irreparables males y daños hechos á los indios,
fué causa, empero, si algunos daños que los españoles les hacian,
disimulaba, y tambien si dió licencia ó señaló á Francisco Roldan y á
otro alguno, que algun Cacique y señor, con su gente le hiciese alguna
labranza, y que le cogiesen algunos indios oro, parece ser esto raro
y muy raro, y cuasi por fuerza, por verse constreñido á contentallos,
por los levantamientos pasados, al ménos aquellos pecados viles, y la
vida tan suelta y tan ancha que tenian los que se llamaban cristianos,
no dejaba de abominalla; y porque no puede un hombre pecador, ni una
gente inficionada en uno ó en más pecados, parar en aquellos, sino que
la fuerza dellos, en mayor gravedad y número, ha de derrostrallos, no
hicieron por muchos años más cuenta ni escrúpulo de guardar cuaresmas,
ni viérnes, ni sábados, cuanto al ayunar y comer carne, que los dias de
Pascua. Como se vian ya señores de los señores y naturales, y servidos
y temidos de todas sus gentes, chicos y grandes, porque delante
dellos les temblaban las carnes, por las crueldades hechas en las
guerras pasadas, que cuando se les antojaba las renovaban presentes,
mayormente si la señora, hija ó hermana del señor, el español la tenia
para sí ocupada por criada, creyendo que, segun sus costumbres, eran
casados, cada dia iban creciendo en desconocerse á sí mismos, y en
mayor soberbia y presuncion, y regalos y menosprecio destas naciones
humílimas; levantándose, ya no curaban de andar á pié camino alguno,
aunque no tenian mulas ni caballos, sino á cuestas de los hombros de
los desventurados, si iban de priesa, ó como en literas, metidos en
hamacas, si iban despacio, y los que los llevaban remudándose, con todo
eso, habian de ir volando. Iban junto con él, indios que les llevasen
unas ojas grandes de árboles para hacelles sombra, y otros unas alas de
ansar, para hacelles aire; la recua de indios cargados, para las minas,
de pan caçabí, con cargas de asnos, yo vide muchos, y muchas veces
los hombros y las espaldas dellos, como de bestias, matadas. Donde
quiera que llegaban, en pueblos de los indios, en un dia les comian y
gastaban lo que á 50 indios abundara; el Cacique y todos los del pueblo
habian de traer lo que tuviesen y andar bailando delante. No sólo
estas obras de señorío y fausto vanísimo mostraban, pero tenian otras
mujeres, sin la criada principal, oficialas, como fulana, la camarera,
y fulana, la cocinera, y otros oficios semejantes. Yo cognoscí un
oficial carpintero de hacer órganos, de los de aquel tiempo y en
aquellos dias, que tenia destas mujeres oficialas. Dos maneras tenian
de sirvientes; una, todos los indios, muchachos comunmente y muchachas,
que habian tomado á sus padres andando por la isla matando y robando,
los cuales tenian continos noches y dias en sus casas, y estos se
llamaban naborías, que quiere decir en la lengua desta isla, criados;
la otra era, los indios que les hacian las labranzas y cogian el oro,
á temporadas, y se iban á sus pueblos despues de bien hambrientos,
molidos, flacos y cansados. Y era cosa de reir ver su presuncion y
estado vano como se aprobaba y autorizaba, con que no tenian una camisa
de lienzo de Castilla que se vestir, ni capa, ni sayo, ni calzas, sino
solamente una camisa de algodon encima de otra de Castilla, si la
alcanzaban, y si nó, la de algodon sola y las piernas de fuera, y en
lugar de borceguíes y zapatos, unas alpargates y unas antíparas. El
tractamiento y consuelo que hacian y siempre hicieron á los tristes, en
remuneracion de sus continos servicios y trabajos, era muchos azotes
y palos, y otra palabra no oian de su boca sino, perro, y pluguiera
á Dios que como á sus perros los tractaran, porque no mataran un
perro por mil castellanos, y no tenian en más matar 10 y 20 indios
cuando se les antojaba, á cuchilladas, y probando, por su pasatiempo,
las fuerzas, ó los filos de las espadas, que si fuera matar gatos. A
estos mismos acaeció, que dos muchachos, de hasta doce años, traian
sendos papagayos, y tomáronselos dos que tenian nombre de cristianos,
y por su placer, cortaron las cabezas á los muchachos. Otro tirano,
porque se enojó de un Cacique, porque no le trujo ó no le dió lo que le
demandaba, ahorcó 12 indios de sus vasallos, y otro 18, todos en una
casa. Otro asaeteó un indio, con pregon, diciendo que lo sentenciaba
porque no se dió priesa en traelle una carta que le enviaban. Deste
jaez son infinitos los casos y hazañas que han en estas gentes nuestros
cristianos celebrado. Padeciendo las gentes desta isla, estas y
otras tales, segun arriba se ha mostrado, obras, no de hombres sino
de diablos encarnados, como ellas eran mansísimas, humilísimas y en
paciencia, nunca otras semejantes, desque más no podian hacer, habiendo
probado sus guerrillas para se defender, huyéndose, principalmente
á los montes, y teniendo experiencia que en ninguna parte podian de
los españoles escaparse, sufrian y morian en las minas y en los otros
trabajos, cuasi como pasmados, insensibles y pusilánimes degenerando,
y dejándose morir, callando, desesperados; no viendo persona del mundo
á quien se pudiesen quejar ni que dellos se apiadase. Provino de
aquí, que ciegos hechos é insensibles los hombres desalmados, de no
sentir en sí tan inexpiables pecados, faltándoles todo amor y temor de
Dios, ni de hombres que los estorbase, no sólo los mataban sin algun
escrúpulo ni pensar que en ello pecaban, pero, usando perversamente,
de la paciencia, simplicidad natural, bondad, obediencia, mansedumbre
y servicios destas gentes, tan continos é incesables, en lugar
de admirarse, apiadarse y confundirse, y templar sus crueldades,
menospreciáronlas y apocáronlas en tanto grado, que de bestias
irracionales, en cuanto en sí fué, por todo el mundo las infamaron,
y así fueron causa que se pusiese duda por los que no los habian
visto, si eran hombres ó animales. De aquí sucedió otro peor error
y ceguedad, lamentable, que hobo quien dijese que de la fe católica
eran incapaces; herejía bestialísima, que con fuego se vengaría en
el que con pertinacia la porfiase. Sucedieron muchos inconvenientes
otros, como decir que habian menester tutores como niños, porque no
sabian gobernarse, porque si los dejaban no trabajarian y morirse
hian de hambre, todo enderezado á que de su poder no se los sacasen,
y como nunca hobo quien volviese por ellos ni clamase, ántes todos
han bebido de su sangre y comido de sus carnes, entablóse aquesta
perniciosa infamia de tal arte, que, por muchos tiempos y años, los
Reyes de Castilla y sus Consejeros, y todos géneros de personas,
los tuvieron, estimaron y tractaron por tales, hasta que Dios puso
á quien, como abajo parecerá, este sueño y tupimiento de juicio y
falsedad averiguada, á los Reyes y al mundo declarase; no por ser
ella de sí escura ni que tuviese necesidad de nuevo milagro y lumbre
sobrenatural para alcanzarse, pues no hay rústico de sayago, que, no
sólo la conozca, pero que de enseñalla á otros no pudiese jactarse,
sino que, descubriendo la causa della ser y haber sido la vehemente,
ciega y desordenada cudicia, de que proceden todos los daños y males,
se fué advirtiendo el pasmo que se habia echado por los primeros
tiranos y por todos los que en la misma damnacion sucedieron, que con
las mismas obras nefandas lo confirmaron, y hobiese alguna esperanza
que en algun tiempo se atajase. ¿Quién de los que algo saben ignora
que áun los animos de los muy sábios y generosos hombres, degeneren
y se hagan pusillos y tímidos y apocados, si son puestos en áspera y
diuturna servidumbre, opresos, afligidos, amedrentados, atormentados, y
siempre, por diversas vías ó maneras, maltratados, en tanto grado que
se olviden de ser hombres, no pudiendo alzar sus pensamientos á otra
cosa sino á la infelice, y dolorosa, y amarga vida que pasan? Y esta es
la principal de las industrias de los tiranos, para en sus usurpados
reinos sustentarse: oprimir y angustiar de contino á los más poderosos
ó más sabios, porque, ocupados en llorar y gemir sus calamidades, no
tengan tiempo ni corazon para pensar en su libertad, y así se acobardan
y degeneran en tímidos y pusilánimos, como en los capítulos 27 y 36
de nuestra otra Apologética historia se dijo largamente. Pues si los
sabios, y muy sabios, aunque fuesen griegos y romanos (como están
llenas las historias), muchas veces temieron esta adversidad por la
misma causa y la padecieron, y otras muchas gentes la experimentaron,
y los filósofos della hablaron, ¿qué podiamos pedir á estas
humildes, mansas, suaves y desnudas naciones, que tantos tormentos,
miedos, temores, servidumbres, muertes y diminucion padecian, sino
pusilanimidad inmensa, descorazonamiento profundo, aniquilacion en su
estima de su ser humano, admirándose y dudando de sí mismos, si eran
hombres ó eran gatos? ¿Quién, tambien, no juzgará de ciegos de pura y
profunda malicia, aunque sea un idiota de sayago, á los que hobiesen
osado sembrar, é infamar estos tan innúmeros pueblos, diciendo haber
menester tutores porque no se sabian gobernar, teniendo sus Reyes y
Gobernadores sus pueblos y casas, y gozando cada vecino y persona de
lo suyo, puesto que fuese poco, y comunicando unos con otros en los
actos humanos, así económicos como políticos y populares, viviendo en
tanta órden, concierto y toda paz? Poco y bajo entendimiento alcanza
el que no estima ser imposible vivir en congregacion mucha gente junta
(como esta es innumerable), sin justicia, órden y paz. Finalmente, se
arguye y manifiesta la ya dicha industriosa maldad de aquellos que
fingian y blasfemaban de la verdad, diciendo que los tutores les eran
necesarios para hacellos trabajar, porque no muriesen de hambre, y
será bien preguntarles que ¿en tantos mil años que estas Indias están
pobladas, si les enviaron de comer los españoles desde allá? Item,
¿si cuando acá, en fuerte hora para muchos de nosotros, llegamos, los
hallamos flacos y trasijados, y les dimos industria para que comiesen,
porque vivian no comiendo, y les trujimos de Castilla los manjares y
los hartamos, ó ellos á nosotros nos mataron nuestra hambre y libraron
millares de veces de la muerte, dándonos, no sólo los mantenimientos
necesarios, pero los supérfluos y demasiados? ¡Oh ceguedad maliciosa!
¡Oh ingratitud inícua, insensible y detestable! Destos, pues, primeros
destruidores desta isla, procedió esta mentirosa y perniciosa infamia,
y cundió todo este orbe contra estas multitudes de hijos de Adan, sin
razon y sin causa, tomando achaque y ocasion de la bondad, mansedumbre,
obediencia y simplicidad natural dellos, la cual debiera más movellos á
los amar y alabar, y áun aprender dellos estas naturales virtudes, que
no á los menospreciar, publicar por bestiales, robar, afligir, oprimir
y aniquilarlos, porque no hicieron más cuenta dellos que si fueran
estiércol de las plazas. Y esto baste, cuanto á dar noticia y razon
del estado de esta isla en tiempo del comendador Bobadilla, despues de
haber enviado á Castilla preso al Almirante.



CAPÍTULO II.


En este año de 500, como cada dia creciese la nueva de que la tierra
firme tenia oro y perlas, y los que iban por la costa della, por
rescate de cosillas de poco valor, como cuentas verdes y azules, y
otras colores, y espejuelos, y cascabeles, cuchillos y tijeras, etc.,
traian mucho provecho, y por poco que fuese, segun entónces estaba
España pobre de dinero, era tenido en mucho, y haciase mucho con ello,
y así crecia el ánsia de ser ricos en los nuestros, y hacia perder el
miedo de navegar mares tan profundas y de tan luenga distancia, nunca
jamás navegadas, mayormente los vecinos de Triana, que por la mayor
parte, ó cuasi todos, son marineros, un Rodrigo de Bastidas, vecino
de Triana, hombre honrado y bien entendido que debia tener hacienda,
determinó de armar dos navíos é ir á descubrir, juntamente con
rescatar oro y perlas, que era de todos el fin principal; concertóse
con algunos, y en especial con Juan de la Cosa, vizcaino, que por
entónces era el mejor piloto que por aquellas mares habia, por haber
andado en todos los viajes que habia hecho el Almirante; y alcanzada
de los Reyes licencia, ó del obispo don Juan de Fonseca, que todo, en
aquellos tiempos lo rodeaba y áun lo mandaba, hecho el dicho Bastidas
capitan, partió de Cáliz, porque allí entónces, comunmente, los
navíos se despachaban: no supe cuándo (lo pudiera bien saber dél),
por qué mes ó á cuántos, mas de que debia ser al principio del año.
Navegaron á la tierra firme por los rumbos y caminos que el Almirante,
cuando la descubrió, habia llevado, hasta que, tomado el hilo della,
fuéronla costeando. Por toda ella llegaban á los puertos y playas
donde podian llegar, con las gentes infinitas, que vian en la tierra,
contractando y rescatando, que es vocablo que nuestros españoles,
por trocar unas cosas con otras, han usado; y llegados al golfo y
provincia de Cuquibacoa, que agora llamamos Venezuela, que arriba en
el cap. 167 haberla descubierto Alonso de Hojeda mostramos, navegaron
la costa abajo, y pasaron por la ribera de la mar, de lo que nombramos
al presente Sancta Marta y Cartagena, y lo demas hasta la culata ó
ensenada, que es el golfo de Urabá, la última sílaba luenga; dentro
del cual se contiene la provincia del Darien, que por algunos años fué
por estas islas y en Castilla muy celebrada. Salieron del golfo de
Urabá, y fueron la costa del Poniente abajo, y llegaron al puerto que
llamaron del Retrete, donde agora está la ciudad y puerto que nombramos
del Nombre de Dios. De allí se tornaron, habiendo rescatado mucho
oro y perlas por toda la costa que anduvieron, y vinieron á parar al
golfo de Xaraguá desta isla, donde los navíos perdieron, y de allí se
fueron por tierra, la gente, á Sancto Domingo, que está 70 leguas, y
allí los vide yo entónces y parte del oro que habian habido. Decíase
que traian dos ó tres arcas de piezas de oro, que entónces se tenia
por riquezas grandes, y nunca tantas imaginadas. Trujo consigo ciertos
indios, no sé si tomados por fuerza ó vinieron con él de su grado,
los cuales andaban por la ciudad de Sancto Domingo, en cueros vivos,
como en su tierra lo usaban, y por paños menores traian sus partes
vergonzosas metidas dentro de unos canutos de fino oro, de hechura de
embudos, que no se les parecia nada. Tampoco sé si hizo en la tierra
ó costa de mar, por donde Bastidas anduvo, algunos daños y escándalos
á los indios, vecinos della, como hicieron siempre todos los que por
aquella costa y en aquellos rescates y tratos andaban; pudiéralo bien
saber entónces, y despues, si en ello mirara, pero porque despues
tuve mucha conversacion y amistad con el dicho Rodrigo de Bastidas, y
siempre le cognoscí ser para con los indios piadoso, y que de los que
les hacian agravios blasfemaba, tuve concepto dél que, cerca dello,
andando por allí en aquellos tiempos y tractos, sería moderado. El
comendador Bobadilla le prendió, porque, diz que, habia rescatado oro
con la gente de Xaraguá, que es donde desembarcó. Finalmente, salió
desta isla para España, año de 502, por Julio, en la flota que abajo
se dirá; desembarcado en Cáliz, fué á la corte, que á la sazon estaba
en Alcalá de Henares, donde pagó el quinto á los Reyes del oro y
perlas que traia, de que todos los que oian llevar de la tierra firme
aquellas riquezas, no poco se alegraban. Díjose haberle hecho merced
los Reyes de 50.000 maravedís de juro de por vida, en la dicha tierra
del Darien, cuando se poblase, porque la descubrió; dellos creo yo que
pocos hobo. Todo lo que arriba dicho habemos de Rodrigo de Bastidas y
de aqueste su viaje, por muchos testigos en el proceso de que arriba
en el libro precedente habemos hecho mencion, que se formó entre el
fisco y el Almirante, fué probado. Cuando Rodrigo de Bastidas partió
para hacer aquel su viaje, aparejaba el suyo segundo, Alonso de Hojeda,
y, partido de Cáliz, fué por los mismos rumbos y camino que Rodrigo
de Bastidas, no sabiendo que el Bastidas iba por allí; llegó Hojeda
al golfo de Urabá, y, al principio ó ántes de la entrada dél, acordó
hacer una fortaleza de madera ó de tapias, para, desde allí, entrar
á descubrir, ó la tierra adentro, ó por la mar, de donde mandó ir un
navío por la costa abajo, y llegó hasta el puerto dicho del Retrete,
que llamamos al presente, del Nombre de Dios, que Bastidas habia ya
descubierto. Esto dice Alonso de Hojeda mismo en cierto artículo, á
instancia del Fiscal, en el susodicho proceso. En este viaje segundo
de Hojeda, con quien otra vez navegó á estas Indias Américo Vespucio,
tornó á persistir en el engaño que quiso hacer, aplicando á sí mismo el
descubrimiento, tácitamente, de la tierra firme, usurpando la gloria
que al Almirante, porque lo hizo, se le debia, Vespucio, porque puso en
su segunda navegacion, que partieron de Cáliz á 11 dias de Mayo del año
1499. Pudo ser decir verdad en el dia y en el mes, pero no es verdad
lo del año, porque no fué sino el de 500. Esto queda claro en los
capítulos 141, y 163, y 166, y 167, donde se probó, que para el primero
viaje que hizo Alonso de Hojeda, en el cual trujo consigo al Américo
Vespucio, partió de Castilla y del puerto de Sancta María despues que
el Almirante envió las nuevas á los Reyes de como habia descubierto
á Paria, que es tierra firme, y las perlas, por la cual nueva Hojeda
se movió á venir á descubrir, y vino por la misma figura y caminos
ó rumbos que habia enviado el Almirante á los Reyes, y estas nuevas
llevaron los cinco navíos que partieron desta isla á 18 dias de Octubre
del año de 98, y llevaron á Castilla por Navidad, como queda, en el
cap. 155, dicho; luego, imposible fué haber partido en el primer viaje,
Hojeda y Vespucio, el año de 97, sino el año de 99, ya que diga verdad
en lo del mes y del dia, porque dice que partieron á 20 de Mayo: en el
cual viaje, dice tambien, que tardaron diez y ocho meses, aunque arriba
queda declarado que no fueron sino cinco meses, luego, concluido queda,
contra Vespucio, que el segundo viaje que hizo con Alonso de Hojeda,
no fué año 99, sino de 500. De donde parece como Américo pretendió
tácitamente aplicar á su viaje y á sí mismo, el descubrimiento de la
tierra firme, usurpando al Almirante lo que tan justamente se le debia.
Parece tambien, que, por este intento y por los que más, quizá, le
movieron, trastrocó las cosas que vieron é hicieron en el primer viaje,
con las del segundo, y las del segundo, á las del primero; y por esto,
y por muchos argumentos en los capítulos dichos traidos, creo que los
diez y ocho meses que dice haber tardado en el primer viaje, y lo que
dél cuenta que vieron y trataron con diversas gentes, hobiese sido
en el segundo y no en el primero. Y que esto sea verdad, y Américo
haya escrito falsamente, atribuyendo lo del un viaje al otro, y por
consiguiente, se deba presumir dél todo lo que se ha probado en los
susodichos capítulos, y que á sabiendas haya querido aplicar á sí el
descubrimiento de la tierra firme, pruébase evidentemente por lo que
afirma de la isla de los Gigantes, haberla visto en el segundo viaje,
como haya sido en el primero; y, que haya sido en el primero, parece
por lo que articula el Fiscal, por el fisco, y dice así en la quinta
pregunta: «Item, si saben que en este tiempo Alonso de Hojeda é Juan
de la Cosa, piloto, y los que fueron en su compañía, descubrieron en
la costa de la tierra firme, hácia el Poniente de los Frailes y los
Gigantes, hasta la parte que agora se llama Cuquibacoa, etc.;» los
Frailes llamaron á unas isletas muy bajas que están junto á la isla de
la Margarita. Dice Andrés de Morales, testigo y piloto, «que de Paria
fueron de puerto en puerto hasta la isla de los Gigantes, y de allí
discurrieron á la provincia de Cuquibacoa, hasta el cabo de la Vela,
el cual nombre le pusieron los dichos Juan de la Cosa y Hojeda, etc.»
Item, el mismo Hojeda, tomado por testigo por el Fiscal, dice á la
misma pregunta: «Alonso de Hojeda dice que la verdad desta pregunta es,
que este testigo (y es el dicho Alonso de Hojeda), vino á descubrir, el
primer hombre que vino á descubrir despues que el Almirante descubrió
al Mediodia la tierra firme, y corrió por ella cuasi 200 leguas, hasta
Paria, y salió por la boca del Drago, y allí cognosció que el Almirante
habia estado en la isla de la Trinidad, junto á la boca del Drago, y,
yendo su camino, fué descubriendo, desde los Frailes hasta en par de
las islas de los Gigantes, el golfo de Venezuela, etc.» Todas estas
son palabras de Hojeda. Otro testigo que fué con ellos á aquel viaje
primero, y dice que vido las islas de los Frailes y de los Gigantes,
y todo lo que la pregunta pide, y otros dos ó tres, dicen lo mismo,
etc.; luego, no en el segundo, sino en el primer viaje que Hojeda
hizo, descubrió la isla de los Gigantes, y no en el segundo, como
Américo Vespucio afirma; y por consiguiente, queda probado lo en los
dichos dos viajes acaescido; y así, con razon, en lo demas se le debe
dar poco crédito. Y que viniese con el dicho Hojeda el Américo en el
segundo viaje, él mismo lo confiesa en su segunda navegacion, al cabo
della, donde dice que arribaron á la isla Española, que llama Antiglia,
que Cristóbal Colon hobiera descubierto pocos dias habia; desta su
llegada, y los escándalos que Hojeda hizo en ella, en el cap. 167 queda
escrito. Quiero aquí referir lo que dice Américo de los gigantes que
vido, entrando, que entraron en una isla, la mayor de seis que hay,
no más desde Paria hasta Cuquibacoa, que hoy decimos Venezuela, dejada
aparte la Margarita y otras isletas no de cuenta, y aquella debia ser
la que llaman los indios Curaçáo, la penúltima luenga; estas son seis
isletas que están en renglera, que distan de la tierra firme cuasi 15
y 20 leguas. Entraron, pues, nueve hombres dellos en ella, obra de una
legua, donde vieron ciertas casas; hallaron en ellas cinco mujeres,
dos viejas y tres muchachas, las cuales eran de tan grande estatura,
que hacian ventaja á los más altos hombres que dellos habia, y señala
uno, que debia ser demasiadamente alto entre ellos, por manera que
quedaron admirados de verlas; ellas, vistos los nuestros, quedaron
llenas de miedo, y una de las viejas, con grandes halagos, ofrece á los
cristianos muchas cosas de sus comidas. Estando hablando ellos en que
sería bien llevarlas á los navíos para Castilla, como cosa de grande
admiracion digna, sobrevienen 35 ó 36 hombres mucho más espantables de
cuerpos que las mujeres, y de tan hermosa disposicion, que era cosa
deleitable verlos, los cuales vistos, dice Américo, que tanta turbacion
y miedo tuvieron él y sus compañeros, que quisieran harto más estar en
los navíos que cabe ellos; hablaban entre sí como que querian dar en
los nuestros. Los nuestros tractaban si darian primero en ellos, pero
acordaron de salirse disimuladamente y dar la vuelta hácia los navíos;
y los indios, algo desviados, iban tras ellos, y así llegaron á la
mar, y embarcados en los bateles y apartados de tierra, lánzanse los
indios al agua, y de allí tiráronles muchas flechas, y, con esto, los
unos y los otros quedaron ilesos. Aquella isla, que cuasi es redonda,
y terná de circuito 20 leguas, está poblada hoy de indios, y siempre
lo estuvo, no de gigantes, sino como los otros; no cognoscí hombre, en
aquellos tiempos, ni despues acá, que hobiese visto aquellos gigantes,
ni supe aquellos gigantes qué se hayan hecho, más que desde entónces
acá llamamos las islas de los Gigantes aquellas, no sé por qué, ni si
en las otras cinco los habia. Resta por decir de lo tocante á estos
viajes de Alonso de Hojeda, lo que más siento, allende lo dicho, y es
que ningun viaje hizo Alonso de Hojeda á la tierra firme, que, de
tornada, por esta isla Española no volviese, como abajo se dirá; y así,
tengo por cierto, que lo hizo estos dos, primero y segundo, puesto que
Américo lo calle y no lo refiera, él quizá supo por qué. Y lo que yo
dello siento es, que como Hojeda fuese muy estrecho, segun se decia,
en repartir con su compañía los mantenimientos, como abajo diremos,
siempre los que gobernaba estaban mal con él, y era tanto, que algunas
veces sus mismos súbditos lo prendieron y echaron en grillos; y porque
hasta este tiempo de que vamos hablando yo no me acuerdo, ni de ninguno
entendí, en aquellos años ni despues, que hobiese Hojeda hecho mas
destos dos viajes á tierra firme: y una vez lo prendieron, yendo él por
Capitan como siempre lo iba, y lo trujeron con dos pares de grillos
en el navío, viniendo aportar al puerto de Yaquimo, que el Almirante
llamaba del Brasil, que está 80 leguas del puerto y ciudad de Sancto
Domingo, en esta isla, y confiando de su gran ligereza, una noche se
echó á la mar, lo más secreto que pudo, pensando en tierra escaparse de
los que preso le traian, que estaba un gran tiro de piedra y áun quizá
de ballesta, que babia de nadar (tengo pensamiento que fué en aqueste
su segundo viaje su prision y este caso de echarse á la mar, con dos
pares de grillos, y quizá por esta causa, Américo Vespucio, trastrueca
las cosas destos dos viajes, como ha parecido); yendo, pues, nadando
con sólos los brazos, como los dos pares de grillos le llevaban al
fondo, dió voces que le socorriesen, porque se ahogaba; fueron luego
con la barca, y tomáronle, y así escapó: extraño caso. El proceso que
alego que hobo entre el Fiscal del Rey y el segundo Almirante, hallarse
há, si menester fuere, con mis escrituras, en un libro encuadernado, en
el colegio de Sant Gregorio que en Valladolid está; las navegaciones de
Américo, en el libro que se dice _Novus Orbis_ andan.



CAPÍTULO III.


En este tiempo y año de 500, por las grandes quejas que el Almirante
á los Reyes daba, de los agravios que decia haber recibido del
comendador Bobadilla, pidiendo justicia, y cosas que, para imputarle
culpas, delante los Reyes alegaba, y por otras razones que á los
Reyes movieron, determinaron Sus Altezas de proveer y enviar nuevo
Gobernador á esta isla Española; y, por consiguiente, lo era entónces,
gobernándola, de todas las Indias, porque hasta entónces, y despues
algunos años, ninguno habia otro en isla ni tierra firme, ni parte
otra de todas ellas. Este fué don fray Nicolás de Ovando, de la órden
de Alcántara, que á la sazon era Comendador de Lares; despues, algunos
años, vacó en Castilla la Encomienda mayor de Alcántara, estando él
acá gobernando, y le hicieron merced los Reyes de la dicha Encomienda
mayor, enviándole acá su título, y dende adelante le llamamos el
Comendador mayor, como de ántes Comendador de Lares. Este caballero era
varon prudentísimo y digno de gobernar mucha gente, pero no indios,
porque, con su gobernacion, inestimables daños, como abajo parecerá,
les hizo. Era mediano de cuerpo, y la barba muy rubia ó bermeja, tenia
y mostraba grande autoridad, amigo de justicia; era honestísimo en su
persona en obras y palabras, de cudicia y avaricia muy grande enemigo,
y no pareció faltarle humildad, que es esmalte de las virtudes; y,
dejado que lo mostraba en todos sus actos exteriores, en el regimiento
de su casa, en su comer y vestir, hablas familiares y públicas,
guardando siempre su gravedad y autoridad, mostrólo asimismo, en que
despues que le trajeron la Encomienda mayor, nunca jamás consintió que
le dijese alguno señoría. Todas estas partes de virtud y virtudes,
sin duda ninguna, en él cognoscimos. Este tal varon, pues, los Reyes
católicos acordaron enviar y enviaron por Gobernador á esta isla é
Indias, con largas provisiones é instrucciones para todo lo que habia
de hacer, señalándole dos años que durase su gobernacion. Diéronle
poder para que tomase residencia al comendador fray Francisco de
Bobadilla, y examinase las causas del levantamiento de Francisco Roldan
y sus secuaces, y los delitos que habian hecho; item, las culpas de
que era notado el Almirante, y la causa de su prision, y que todo á la
corte lo enviase. Entre otras cláusulas de sus instrucciones fué una
muy principal, y muy encargada y mandada, conviene á saber, que todos
los indios vecinos y moradores desta isla fuesen libres y no sujetos á
servidumbre, ni molestados ni agraviados de alguno, sino que viviesen
como vasallos libres, gobernados y conservados en justicia, como lo
eran los vasallos de los reinos de Castilla, y mandándole asimismo, que
diese órden, como en nuestra sancta fe católica fuesen instruidos; y
cerca deste cuidado, del buen tratamiento y conversion destas gentes,
siempre fué la bienaventurada Reina muy solícita. Trujo consigo por
Alcalde mayor un caballero de Salamanca y licenciado, llamado Alonso
Maldonado, persona muy honrada, prudente y amigo de hacer justicia, y
humano. Despacharon este Gobernador los Reyes de la ciudad de Granada,
donde la corte á la sazon estaba. Hízose una flota de 32 naos y
navíos, entre chicos y grandes; la gente que se embarcó, llegaron á
2.500 hombres, muchos, entre ellos, y los más, eran personas nobles,
caballeros y principales. Vino Antonio de Torres, hermano del ama del
príncipe D. Juan, de quien arriba hemos hablado, por Capitan general,
el cual habia de venir é ir siempre por Capitan de todas las flotas.
Vinieron con él 12 frailes de Sant Francisco, personas religiosas, y
trajeron un Prelado, llamado fray Alonso del Espinal, varon religioso
y persona venerable, y entónces vino acá la órden de Sant Francisco
para poblar de propósito. Partió de Sant Lúcar á 13 dias de Febrero,
primer domingo de Cuaresma, entrante año de 1502. Desde á ocho dias,
que fué domingo segundo de Cuaresma, ya que quedaba poca mar de andar
para llegar á las islas de Canaria, comenzó á venir un vendabal, que es
viento Austro ó del Austro colateral, tan recio y desaforado, que causó
tan grande tormenta en la mar, que ninguno de todos 32 navíos pensó
escapar. Perdióse allí entónces una nao grande con 120 pasajeros, sin
los marineros, segun creo llamada la _Rábida_. Todos los 31 navíos se
desparcieron sin parar uno con otro, alijando, que es echando á la mar
toda cuanta ropa, vino y agua llevaban encima de cubierta, por escapar
las vidas, y unas fueron á Berbería y cabo de Aguer, que es tierra
de moros vecina de las Canarias, otras á una isla dellas, Tenerife,
Lanzarote, La Gomera y Gran Canaria, cada uno donde mejor guiarse pudo.
Y porque acaeció salir de Canaria dos carabelas cargadas de azúcar y
otras cosas, y perderse, y como la misma tormenta echó toda la cajería
y maderas y pipas dellas, y de la nao _Rábida_, á la costa ó ribera
de Cáliz y de los otros marítimos lugares, todos creyeron que toda la
flota era ya perdida y sumida en el agua, segun la fuerza del viento
y braveza de la mar. Van las nuevas luego á los Reyes, á Granada; fué
inextimable el dolor que en oirlo recibieron, y pesar; supimos que
habian estado ocho dias retraidos, sin que hombre los viese ni hablase.
Finalmente plugo á Dios, que, á cabo de grandes peligros y trabajos,
escaparon, y se juntaron todos 31 navíos en la isla de la Gomera;
tomó en Gran Canaria otro navío para la gente que de allí quiso acá
venir, no me acuerdo por qué otras causas. Allí dividió la flota en
dos partes, porque algunos dellos andaban muy poco, y escogió los 15 ó
16 más veleros para que fuesen consigo, y los demas llevase Antonio de
Torres. Llegó á esta isla, y entró en este puerto de Sancto Domingo, á
15 dias de Abril; Antonio de Torres, con la otra media flota, despues,
doce ó quince dias, así como el Comendador mayor con su media flota,
entró por este rio y echaron anclas los navíos. La gente española y
vecinos desta ciudad, que entónces era villa y estaba de la otra parte
del rio, allegáronse á la ribera con grande alegría. Viendo los de
tierra y conociendo á los que venian, algunos de los que habian estado
acá, preguntaban estos por nuevas de la tierra, y aquellos por nuevas
de Castilla, y por quién á gobernar venia; los que venian respondian
que buenas nuevas, y que los Reyes enviaban por su Gobernador destas
Indias al Comendador de Lares, de la órden de Alcántara, y que quedaba
buena Castilla; los de tierra decian, que la isla estaba muy buena,
y, dando razon de su bondad y regocijo, añidian el por qué, conviene
á saber, porque habia mucho oro, y se habia sacado un grano sólo que
pesaba tantos mil pesos de oro, y porque se habian alzado ciertos
indios de cierta provincia, donde captivarian muchos esclavos. Yo lo
oí por mis oidos mismos, porque yo vine aquel viaje con el Comendador
de Lares á esta isla, por manera que daban por buenas nuevas y materia
de alegría, estar indios alzados, para poderles hacer guerra, y, por
consiguiente, captivar indios para los enviar á vender á Castilla, por
esclavos. Abajo se dirá, placiendo á Dios, por qué se alzaron, y la
guerra que, desde á pocos dias que llegamos, se les hizo. El grano que
dije, de que dieron nueva, fué cosa monstruosa en naturaleza, porque
nunca otra joya tal, que la naturaleza sola formase, vieron los vivos;
pesaba 35 libras, que valian 3.600 pesos de oro; cada peso era ó tenia
de valor 450 maravedís; era tan grande como una hogaza de Alcalá (que
hay en Sevilla, y de aquella hechura, que pesa tres libras), y yo lo
vide bien visto. Juzgaban que ternia de piedra, mezclada y abrazada con
el oro (la cual, sin duda, habia de ser por tiempo en oro convertida),
los 600 pesos, y porque la piedra que está entrejerida y abrazada con
el oro en los granos que se hallan, son como manchezuelas menudas,
cuasi todo el grano parece oro, aunque con cantidad de piedra: este,
cierto, era hermosísima pieza. Hallólo una india, desta manera,
conviene á saber: habia dado el comendador Bobadilla, Gobernador,
tan larga licencia á los españoles que se aprovechasen de los indios
y echasen á las minas, cada dos compañeros, sus cuadrillas de 15, y
20, y 30, y 40 indios, hombres y mujeres; Francisco de Garay é Miguel
Diaz (de quien algo se ha tocado, y abajo se dirá más, si á Dios
pluguiere), eran compañeros, y traian su cuadrilla ó cuadrillas en
las minas que dijimos Nuevas, porque se descubrieron despues de las
primeras, que llamaron por esto Viejas, de la otra parte del rio Hayna,
cuasi frontero, ocho leguas ó nueve, desta ciudad de Sancto Domingo;
una mañana, estando la gente almorzando, estaba una india de las de la
misma cuadrilla, sentada en un arroyo, comiendo, y descuidada, pensando
quizá en sus trabajos, captiverio y miseria, y daba con una vara, ó
quizá una barreta, ó almocafre, ó otra herramienta de hierro en la
tierra, no mirando lo que hacia, y, con los golpes que dió, comenzóse á
descubrir el grano de oro que decimos; la cual, bajando los ojos, vido
un poquito dél relucir, é, visto, de propósito descubre más, y, así
descubierto todo, llama al minero español, que era el verdugo que no
los dejaba resollar, y dícele: _ó cama guaxeri guariquen caona yari_.
_Ó cama_, dice oyes, _guaxeri_, señor, _guariquen_, mira ó ven á ver,
_yari_, el joyel ó piedra de oro; _caona_ llamaban al oro. Vino el
minero, y con los vecinos hacen grandes alegrías, quedando todos como
fuera de sí en ver joya tan nueva y admirable y tan rica; hicieron
fiesta asando un lechon ó cochino, lo cortaron y comieron en él,
loándose que comieron en plato de oro muy fino, que nunca otro tal lo
tuvo algun Rey. El Gobernador lo tomó para el Rey, dando lo que pesaba
y valia á los dos compañeros, Francisco de Garay y Miguel Diaz. Pero,
sin pecado, podemos presumir que á la triste india que lo descubrió,
por hallazgo no se le dieron de grana ni de seda faldrillas, y ¡ojalá
le hayan dado un sólo bocado del cochino!



CAPÍTULO IV.


Dejemos agora, llegado no más á esta isla Española, el Comendador de
Lares, y despues Mayor, y tornemos á tractar del principio de otros
nuevos trabajos que ocurrieron al Almirante. En este tiempo y año de
501, despues que los Reyes le mandaron soltar, y vino á la corte,
y lo recibieron benignísimamente, y le consolaron, y certificaron
su prision no haber procedido de su voluntad real, en especial, la
serenísima reina Doña Isabel, que era, como ya se ha dicho, la que
más lo favorecia y estimaba, porque mejor sentia, por ventura, que el
Rey, el servicio inextimable que les habia hecho en haber descubierto
este mundo de acá indiano; el Almirante, siempre les suplicaba que
le tornasen á restituir en su estado, guardándole sus privilegios de
las mercedes que le habian prometido, pues él habia cumplido lo que
prometió, y mucho más, sin comparacion, como era notorio, y no les
habia deservido por obra ni por voluntad, para que desmereciese y
hobiese de perder las mercedes prometidas, ántes, por su servicio,
habia sufrido en esta isla grandes angustias, tolerando y haciendo
comedimientos grandes con Francisco Roldan y los alzados, á los cuales
no dió causa ni ocasion para que le fuesen rebeldes, pues estando él
en su servicio en Castilla, y en el descubrimiento de la tierra firme,
se rebelaron á su hermano; y que no diesen lugar á los émulos que ante
Sus Altezas le calumniaban, y otras muchas razones que en favor de la
justicia que creia tener, alegaba. Item, que aunque ya era viejo, y muy
cansado de tan inmensos trabajos, todavía tenia propósito de gastar
la vida que le quedaba en descubrir, por su servicio, muchas otras
tierras más de las que habia descubierto, y que creia hallar estrecho
de mar en el paraje del puerto del Retrete, que agora es el Nombre
de Dios, por las cuales, sobre todos los reinos del mundo, fuesen los
más esclarecidos y ricos los de España. Los Reyes lo sustentaban con
benignas y dulces palabras, certificándole que tuviese por cierto
que sus previlegios y las mercedes en ellos contenidas, le serian
cumplidas, guardadas, y conservadas, y no sólo las prometidas, pero
de nuevo le serian aquellas confirmadas, y otras hechas y aumentadas.
Y porque mostraba querer ir á descubrir de nuevo, los Reyes se lo
agradecieron, y comenzaron á tratar dello y exhortalle que lo pusiese
por obra, entre tanto que el Comendador mayor la declaracion de las
cosas pasadas en esta isla enviaba, y que le mandarian dar todo
recaudo. Dió sus memoriales, pidió cuatro navíos y bastimentos para dos
años; fuéle todo concedido cuanto dijo serle necesario, prometiéndole
Sus Altezas, que si Dios dél algo en aquel viaje dispusiese, á que no
tornase, de restituir á su hijo el mayor, llamado D. Diego Colon, en
toda su honra y estado. Mandaron al Comendador de Lares que restituyese
al Almirante y á sus hermanos, todo el oro y joyas, y las haciendas
de ganados y bastimentos de pan y vino, y libros, y los vestidos y
atavíos de sus personas, que el comendador Bobadilla les habia tomado,
y que le acudiesen sus oficiales con el diezmo y ochavo del oro, y
de todas las otras ganancias y provechos, segun que sus privilegios
rezaban. Diéronle licencia para que en esta isla Española, tuviese una
persona que entendiese y tuviese cargo de su hacienda, y recibiese las
rentas y lo que hobiese de haber, conforme á sus privilegios, y que
estuviese presente, con el Veedor del Rey, en las fundiciones, para que
viese fundir y marcar el oro que della y de las otras islas y tierra
firme se fundiese y marcase, de todo lo cual rescibiese la décima
parte, y tambien asistiese, con el Factor del Rey, en las cosas de las
mercaderías, y negociacion y ganancias dellas, de las cuales habia de
llevar el Almirante la ochava parte. La persona que señaló el Almirante
para esto, y los Reyes admitieron, fué un caballero nombrado Alonso
Sanchez de Carvajal, creo que natural de Úbeda ó de Baeza. Sobre todas
estas cosas, hicieron los Reyes declaracion, por muchos capítulos, la
cual yo vide, mandando al Comendador de Lares, Gobernador, y Contador,
y Oficiales, y Justicias, y personas destas islas y tierra firme, que
la guardasen y cumpliesen como en ella se contenia, que es lo que
arriba, en suma, queda dicho. Allende la cual dicha declaracion y
mando, que fué hecha en la ciudad de Granada, á 27 dias de Setiembre de
501, mandaron despachar la siguiente Cédula:

«El Rey é la Reina: Comendador de Lares, nuestro Gobernador de las
Indias, Nos habemos mandado y declarado la órden que se ha de tener
en lo que se ha de hacer con don Cristóbal Colon, nuestro Almirante
del mar Océano y sus hermanos, cerca de las cosas que el comendador
Bobadilla les tomó, y sobre la forma que se ha de tener en el acudir al
dicho Almirante con la parte del diezmo y ochavo, que ha de haber de
los bienes muebles de las islas y tierra firme del dicho mar Océano,
y de las mercaderías que Nos de acá enviáremos, segun vereis por la
dicha nuestra declaracion y mandamiento, firmado de nuestros nombres,
que sobre ello les mandamos dar. Por ende vos mandamos que veais la
dicha declaracion, y, conforme á ella, les fagais entregar los dichos
sus bienes, y acudir al dicho Almirante con lo que le pertenece de
lo susodicho; por manera, que el dicho Almirante y sus hermanos, ó
quien su poder hobiere, sean de todo ello entregados, y si el oro y
otras cosas que así el dicho comendador Bobadilla les tomó, lo hobiere
gastado ó vendido, que se lo fagais luego pagar; lo que fuere gastado
en nuestro servicio se les pague de nuestra facienda, y lo que el dicho
comendador Bobadilla hobiere gastado en sus cosas propias, se les pague
de los bienes y facienda del dicho Comendador, y no fagades ende al.
Fecha en Granada, á 28 dias del mes de Setiembre de 1501 años.--Yo
el Rey.--Yo la Reina.--Por mandado del Rey é de la Reina, Gaspar de
Grisio.»

Despacharon finalmente los Reyes al Almirante, mandándole dar todas
las provisiones que para Sevilla y Cáliz eran necesarias para la
expedicion de su flota ó armada; salió con ellas de la ciudad de
Granada, en el mes de Octubre, para Sevilla, donde luego, con mucha
diligencia, entendió en su despacho. Compró cuatro navíos de gavia,
cuales convenian, el mayor no pasaba de 70 toneles, ni el menor de 50
bajaba; juntó 140 hombres, entre chicos y grandes, con los marineros
y hombres de tierra, entre los cuales fueron algunos de Sevilla;
llevó consigo á D. Bartolomé Colon, el Adelantado, su hermano. Toda
esta gente fué á sueldo de los Reyes, como habian venido, por la
mayor parte, los españoles primeros á esta isla. Proveyóse de muchos
bastimentos y de armas, y de toda manera de rescates. Desde Cáliz,
donde tenia los navíos y se aparejaba, ó quizá desde Sevilla, escribió
á los Reyes suplicándoles algunas cosas que le parecieron convenir
para su viaje, algunas, y otras que á él tocaban y á sus hijos y
hermanos. Una fué, que le diesen licencia para entrar en el puerto
desta isla Española, la cual, ántes les habia suplicado, por proveerse
allí de refresco y de cosas que suelen ocurrir, necesarias en todas
las navegaciones, por cortas que sean, cuanto más en viaje tan largo;
pero no se la quisieron dar, diciendo que porque no se detuviese,
sino que lo más presto que pudiese navegase. Pidió tambien tuviesen
por bien que llevase consigo á su hijo el menor, D. Hernando, el cual
era de trece años; concediéronselo de buen grado. Pidió eso mismo que
pudiese llevar dos ó tres hombres que supiesen arábigo, porque siempre
tuvo opinion, que pasada esta nuestra tierra firme, si estrecho de mar
hallase, que habia de topar gente del Gran Khan ó de otras que aquella
lengua ó algo della hablasen, y no era muy remota parte de providencia;
concediéronselo los Reyes, con que no se detuviese por buscallos ó
esperallos. Envió ciertos memoriales suplicando á los Reyes sobre sus
negocios y favor de sus hijos y de sus hermanos, porque si él muriese
los tuviesen por encomendados; á todas estas suplicaciones respondieron
los reyes Católicos con la siguiente Cédula, que fué la final cerca
deste viaje, y áun la postrera que de Sus Altezas rescibió:

«El Rey é la Reina: D. Cristóbal Colon, nuestro Almirante de las islas
y tierra firme, que son en el mar Océano á la parte de las Indias.
Vimos vuestra letra de 26 de Febrero, y las que con ella enviastes y
los memoriales que nos distes, y á lo que decís que para este viaje á
que vais querríades pasar por la Española, ya os dijimos, que, porque
no es razon que para este viaje á que agora vais se pierda tiempo
alguno, en todo caso vais por este otro camino, que, á la vuelta, si os
pareciere que será necesario, podeis volver por allí de pasada, para
deteneros poco; porque, como veis, convendrá que vuelto vos del viaje
á que agora vais, seamos luego informados de vos en persona de todo lo
que en él hobiéredes hallado y hecho, para que, con vuestro parecer y
consejo, proveamos sobre ello lo que más cumpla á nuestro servicio,
y las cosas necesarias para el rescate de acá se provean. Aquí vos
enviamos la instruccion de lo que, placiendo á Nuestro Señor, habeis de
facer en este viaje, y á lo que decís de Portugal, Nos escrebimos sobre
ello al rey de Portugal, nuestro hijo, lo que conviene, y vos enviamos
aquí la Carta nuestra que decís, para su Capitan, en que le facemos
saber vuestra ida hácia el Poniente, y que habemos sabido su ida hácia
el Levante, que si en camino vos topáredes, vos trateis los unos á los
otros como amigos, y como es razon de se tractar Capitanes y gentes de
Reyes, entre quien hay tanto deudo, amor y amistad, diciendo que lo
mismo habemos mandado á vos; y procuraremos que el rey de Portugal,
nuestro hijo, escriba otra tal carta al dicho su Capitan, etc. (y,
pasados ciertos capítulos en respuestas de las cosas que arriba dijimos
quel Almirante suplicaba, dicen los Reyes abajo): Cuanto á lo otro
contenido en vuestros memoriales y letras, tocantes á vos y á vuestros
hijos y hermanos, porque, como vedes, á causa que Nos estamos en camino
y vos de partida, no se puede entender en ello hasta que paremos de
asiento en alguna parte, y si esto hobiésedes de esperar se perdería
el viaje á que agora vais, por esto es mejor, que, pues de todo lo
necesario para vuestro viaje estais despachado, vos partais luego sin
detenimiento alguno, y quede á vuestro hijo el cargo de solicitar lo
contenido en los dichos memoriales; y tened por cierto, que de vuestra
prision nos pesó mucho, y bien lo vistes vos y lo cognoscieron todos
claramente, pues que luego que lo supimos lo mandamos remediar, y
sabeis el favor con que vos habemos mandado tractar siempre, y agora
estamos mucho más en vos honrar y tractar muy bien, y las mercedes
que vos tenemos fechas vos serán guardadas enteramente, segun forma y
tenor de nuestros privilegios, que dellas teneis, sin ir en cosa contra
ellas, y vos y vuestros hijos gozareis dellas como es razon, y, si
necesario fuese confirmarlas de nuevo, las confirmaremos, y á vuestro
hijo mandaremos poner en la posesion de todo ello, y en más que esto
tenemos voluntad de vos honrar y facer mercedes, y de vuestros hijos
y hermanos Nos ternemos el cuidado que es razon, y todo esto se podrá
facer, yéndovos en buena hora, y quedando el cargo á vuestro hijo, como
está dicho; y así vos rogamos que en vuestra partida no haya dilacion.
De Valencia de la Torre, á 14 de Marzo de 502 años.--Yo el Rey.--Yo la
Reina.--Por mandado del Rey y de la Reina, Almazán.»

Ciertamente, para la alteza que tenian y acostumbrada gravedad y
autoridad de que los reyes de Castilla solian y suelen, con sus
súbditos, aunque sean los de mayores estados, usar, grande humanidad y
favores usaban con el Almirante, y no sin razon, pues nunca algun otro
tal servicio hizo, chico ni grande, á sus Reyes, jamás.



CAPÍTULO V.


Concluido todo lo que convenia para su despacho, y sus navíos bien
bastecidos y aparejados, hízose á la vela el Almirante con sus cuatro
navíos, á 9 dias del mes de Mayo de 1502 años, y, porque supo el
Almirante que habian los moros cercado y en gran estrecho puesto la
villa y fortaleza de Arcila, en allende, que tenian los portugueses,
acordó de ir á socorrella, porque viendo los moros cuatro navíos de
armada, podian creer que iba socorro de propósito para los hacer mal, y
así alzar el cerco; el cual llegó desde á dos ó tres dias, y halló que
ya eran descercados. Envió el Almirante al Adelantado, su hermano, y
á los Capitanes de los navíos con él, que fuesen á visitar en tierra,
de su parte, al Capitan de Arcila, que estaba herido de los moros, y
á ofrecerle todo lo que él podia de su armada. El Capitan le tuvo en
mucha merced la visita y ofrecimiento, y envió á visitalle y dalle las
gracias, con algunos caballeros que con él estaban, algunos de los
cuales eran deudos de Doña Felipa Moñiz, mujer que fué del Almirante,
en Portugal, como en el primer libro dijimos. Hízose aquel mismo dia
á la vela, y llegaron á la Gran Canaria en 20 del mismo mes de Mayo;
tomaron agua y leña, y, creo que á 25, alzaron las velas para su
viaje. Tuvieron muy próspero tiempo, de manera que sin tocar en las
velas vieron la isla que llamamos y se llama por los indios Matininó,
la última luenga, en 15 dias de Junio. Allí dejó el Almirante saltar
en tierra la gente, para que se refrescasen, y holgasen, y lavasen
sus paños, y cogiesen agua y leña á su placer, todo lo que desean en
largas navegaciones los mareantes; estuvieron allí tres dias, y de allí
partieron, yendo por entre muchas islas, harto frescas y señaladas,
como quien va por entre vergeles, aunque están unas de otras 5 y 6,
y 10 y 12 leguas desviadas. Y porque llevaba uno de los cuatro navíos
muy espacioso, así porque era mal velero que no tenia con los otros,
como porque le faltaba costado para sostener velas, que con un vaiven,
por liviano que fuese, metia el bordo debajo del agua, tuvo necesidad
de llegar á Sancto Domingo á trocar aquel con alguno de los de la
flota que habia llevado el Comendador mayor, ó comprar otro. Llegó á
este puerto de Sancto Domingo á 29 de Junio, y, estando cerca, envió
en una barca del un navío, al Capitan dél, llamado Pedro de Terreros,
que habia sido su Maestre-sala, á que dijese al Comendador de Lares
la necesidad que traia de dejar aquel navío, que tuviese por bien que
entrase con sus navíos en el puerto, y, no sólo por cambiar ó comprar
otro, pero por guarecerse de una gran tormenta, que tenia por cierto
que habia presto de venir. El Gobernador no quiso dalle lugar para
que en este rio y puerto entrase, y creo yo que así lo habia traido,
por mandado de los Reyes, porque en la verdad, estando áun allí el
comendador Bobadilla, de quien tantas quejas él tenia, y Francisco
Roldan y los que con él se le alzaron, y que tanto mal habian dicho
y escrito á los Reyes dél, y otras razones que se podian considerar,
y de donde pudieran nacer algunos y graves escándalos, y los Reyes
proveyeron en ello prudentísimamente, no dándole licencia para que
aquí entrase, y mandallo tambien al Comendador y Gobernador, que no
lo admitiese; y, que no se lo mandaran los Reyes, no admitiéndolo
él lo hiciera como prudente. Finalmente, viendo que no le dejaban
entrar, y sabiendo como la flota de las 32 naos, en que habia venido
el Comendador de Lares, estaba para se partir, envióle á decir que no
la dejase por aquellos ocho dias, porque tuviese por cierto que habia
de haber una grandísima tormenta, de la cual huyendo, él se iba á
meter en el primer puerto que más cerca hallase. Fuése á meter en el
puerto que llaman puerto Hermoso, 16 leguas deste de Sancto Domingo,
hácia el Poniente. El Comendador de Lares, no curó de creerlo, cuanto
á no dejar salir la flota, y los marineros y pilotos, desque oyeron
que aquello habia enviado á decir el Almirante, unos burlaron dello, y
quiza dél, otros lo tuvieron por adivino, otros, mofando, por profeta,
y así no curaron de se detener; pero luego se verá cómo les fué. Y
para esto, es aquí de saber, que no es menester ser el hombre profeta
ni adivino para saber algunas cosas por venir, que son efectos de
causas naturales, sino basta ser los hombres instructos y doctos en
filosofía natural, ó en las cosas que por la mayor parte suele acaecer
tener experiencia. De los primeros son los astrólogos, que dicen,
ántes muchos dias que acaezca, que ha haber eclipse, porque teniendo
ciencia de los cursos y movimientos de los cuerpos celestiales, que
son causas naturales de los eclipses, cognoscen que, de necesidad, de
aquellas causas han de proceder aquellos efectos, y así de otras muchas
cosas naturales, como que ha de haber en aquel año muchas lluvias, ó
sequedad, etc.; de los segundos son los marineros, y que han navegado
muchas veces, por las señales naturales que por la mar en el ponerse
ó salir el sol de una ó de otra color, en la mudanza de los vientos,
en el aspecto de la luna, que vieron y experimentaron muchas veces. Y
una señal muy eficaz de haber de venir tormenta, y que por maravilla
yerra, es cuando sobreaguan muchas toninas, que son, creo que, los
que llaman por otro nombre delfines, y los lobos marinos; y esta es
la más averiguada, porque andan por lo hondo buscando su comida, y la
tempestad de la mar se causa de cierta conmocion y movimientos que se
hace abajo en el profundo de la mar, en las arenas, por los vientos que
allá entran, y, como aquestas bestias lo sienten, van luego huyendo
con gran estruendo, de aquellos movimientos, arriba á la superficie
del agua, y á la orilla, y, si pudiesen, saldrian á tierra; y así,
dan cierta señal de que ha de venir tempestad por la causa que dello
sintieron. Y así, como el Almirante, destas causas y efectos y señales,
de haberlas visto infinitas veces, tuviese larguísima experiencia, pudo
cognoscer y tener por cierta la tormenta; y haber dicho verdad, y tener
dello buen cognoscimiento, pareció luego, desde á no muchas horas,
por sus efectos. Embarcóse el comendador Bobadilla y Francisco Roldan,
el alzado, con otros de su ralea, que tantos daños y escándalos habian
causado y hecho en esta isla; embarcáronse estos y mucha otra gente
en la nao _Capitana_, que era de las mejores de toda la flota, donde
iba Antonio de Torres, el hermano del ama del Príncipe, por Capitan
general. Metieron allí tambien, preso y con hierros, al rey Guarionex,
Rey y señor de la grande y real Vega, cuya injusticia que padeció
bastaba para que sucediera el mal viaje que les sucedió, sin que otra
se buscara, como en el primer libro declaramos, cap. 121. Metieron
en esta nao _Capitana_ 100.000 castellanos del Rey, con el grano que
dijimos, grande, de 3.600 pesos ó castellanos, y otros 100.000 de los
pasajeros que iban en la dicha nao. Estos 200.000 pesos, entonces,
más eran y más se estimaban, segun la penuria que habia entónces de
dinero en España, que agora se estiman y precian 2 millones, y áun, en
la verdad, más se hacia y proveia y sustentaba, en paz ó en guerra,
en aquellos tiempos con 200.000 castellanos, que agora con todas las
millonadas; y así les conviene, millonadas, porque son cuasi nada.
Así que salió por principio de Julio nuestra flota de 30 á 31 navíos,
aunque algunos dijeron que eran 28, entre chicos y grandes; y desde á
treinta ó cuarenta horas vino tan extraña tempestad y tan brava, que
muchos años habia que hombres, en la mar de España ni en otras mares,
tanta, ni tal, ni tan triste, habian experimentado. Perecieron con ella
las 20 velas ó naos, sin que hombre, chico ni grande, dellas escapase,
ni vivo ni muerto se hallase; y toda esta ciudad que estaba de la otra
banda del rio, como todas las casas eran de madera y paja, toda cayó en
el suelo, ó della muy gran parte; no parecia sino que todo el ejército
de los demonios se habian del infierno soltado. Al principio della,
con la gran escuridad, que llaman los marinos cerrazon, los navíos
del Almirante se apartaron los unos de los otros, y cada uno padeció
gran peligro, estimando de los otros que seria milagro si escapasen.
Finalmente, tornáronse á juntar en el dicho puerto Hermoso ó el de
Açua, que está de aquel cuatro ó cinco leguas; ó quizá alguna más; y
así escapó el Almirante y sus navíos, y los de la flota perecieron por
no creelle. Allí hobo fin el comendador Bobadilla, que envió en grillos
presos, al Almirante y á sus hermanos; allí se ahogó Francisco Roldan
y otros que fueron sus secuaces rebelándose, y que á las gentes desta
isla tanto vejaron y fatigaron; allí feneció el rey Guarionex, que,
gravísimos insultos, y violencias, daños y agravios habia rescibido
de los que se llamaban cristianos, y, sobre todos, la injusticia que
al presente padecia, privado de su reino, mujer é hijos, y casa,
llevándolo en hierros á España, sin culpa, sin razon y sin legítima
causa, que no fué otra cosa sino matallo mayormente siendo causa que
allí se ahogase. Allí se hundió todo aquel número de 200.000 pesos de
oro, con aquel monstruoso grano de oro, grande y admirable. Aqueste tan
gran juicio de Dios no curemos de escudriñallo, pues en el dia final
deste mundo nos será bien claro. En esta flota fué Rodrigo de Bastidas,
pero escapóse en un navío de los ocho ó seis que escaparon; y así erró
Gonzalo Hernandez de Oviedo, en el capítulo 8.º del lib. III de su
Historia, donde dijo que lo habia enviado preso el comendador Bobadilla
con el Almirante: yo sé que esto no es verdad.



CAPÍTULO VI.


Quédese partido del puerto Hermoso, ó del de Açua, ó puerto Escondido,
como algunos lo llamaron, con sus cuatro navíos, el Almirante, y vaya
enhorabuena su viaje hasta que á él volvamos; agora, tornemos sobre
lo que se siguió despues que el Comendador de Lares fué á esta isla y
puerto llegado. Salido á tierra, estábale con toda la gente, vecinos
desta ciudad, el comendador Bobadilla, en la ribera, esperando, y
despues de los comedimientos acostumbrados, lleváronlo á la fortaleza
de tapias, que allí habia, que no era tal, como la de Salsas, donde
lo habian aposentado; presentó sus provisiones ante Bobadilla, y
Alcaldes, y Regidores y Cabildo de la villa; obedeciéronlas todos, y
pusiéronlas sobre sus cabezas, y, cuanto al cumplimiento, hicieron la
solemnidad que se suele hacer, tomándole juramento, etc. Comenzó luego
á gobernar prudentemente, y á su tiempo mandó apregonar la residencia
del comendador Bobadilla, en la cual era cosa de considerar ver al
comendador Bobadilla cuál andaba sólo y desfavorecido, yendo y viniendo
á la posada del Gobernador, y parecer ante su juicio, sin que hombre lo
acompañase de los á quien él habia favorecido y dicho, «aprovechaos,
que no sabeis cuánto este tiempo os durará,» y todo este inícuo
provecho no se entendia sino del sudor y trabajos de los indios. Y en
la verdad, él debia ser, de su condicion y naturaleza, hombre llano
y humilde; nunca oí dél, por aquellos tiempos, que cada dia en él se
hablaba, cosa deshonesta, ni que supiese á cudicia, ántes todos decian
bien dél; y, puesto que por dar larga licencia que se aprovechasen de
los indios los 300 españoles, que en esta isla, entónces, sólos, como
se dijo, habia, les diese materia de querello bien, todavía, si algo
tuviera de los susodichos vicios, despues de tomada su residencia, y
desta isla ido y muerto, alguna de las muchas veces que hablábamos en
él, algun pero, ó si nó, dél se dijera. Hizo tambien el Comendador de
Lares las informaciones de las cosas pasadas en esta isla, en lo de
Francisco Roldan y su compañía, y, segun creo (porque no me acuerdo
bien dello), preso lo envió, aunque sin prisiones, á Castilla, para que
los Reyes determinasen la justicia de lo que merecia; pero entremetióse
la divina Providencia de prima instancia, llamándolo más presto para
su alto y delgado juicio. Ya dije, arriba, en el primer capítulo deste
segundo libro, como el comendador Bobadilla ordenó que todos los que
quisiesen llevar indios á coger oro á las minas, pagasen á los Reyes,
de 11 pesos, uno; pero porque, ó los Reyes allá lo sintieron mucho,
como se hobiese hecho sin su poder y comision, y por eso mandaron al
Comendador de Lares, que hiciese lo que luego diré, ó porque á él acá
le pareció que debia hacerlo así, mandó que todos los que habian cogido
de las minas oro, no embargante que hobiesen pagado el onceno, pagasen
el tercio sin aquello; y porque las minas entónces andaban ricas, como
estaban vírgenes, y todos se apercibian de haber herramientas y tener
del caçabí, ó pan desta isla, para poder echar indios y más indios
á las minas, y valia un azadon 10 y 15 castellanos, y una barreta,
de dos ó tres libras, 5, y un almocafre, 2 y 3, y 4 ó 5.000 matas de
las raíces que hacen el pan caçabí, 200 y 300 y más castellanos ó
pesos, los más cudiciosos de coger oro, gastaban en estas pocas cosas
2 y 3.000 pesos de oro que cogian; cuando les pidieron el tercio
del oro que habian cogido, y, por mejor decir, los indios que ellos
oprimian, no se hallaron con un maravedí; y así, vendian por 10 lo que
habian comprado por 50, por manera, que todos los que más oro habian
cogido, más que otros quedaron perdidos. Los que se habian dado á las
granjerías y no á coger oro, quedaron segun las riquezas de entónces,
como no pagaron, quedaron ricos; y esta fué regla general en estas
islas, que todos los que se dieron á las minas, siempre vivian en
necesidad, y áun por las cárceles, por deudas; y por el contrario,
tuvieron más descanso y abundancia los dados á las granjerías, sino
era por otros malos recaudos de excesos en el vestir, y jaeces y otras
vanidades que hacian, con que al cabo no medraban ni lucian, sino, como
aire, todo se les iba, porque fuese argumento de, cuán injustamente,
con las fatigas y sudores de los indios, lo adquirian, puesto que
ellos, poco y nada del castigo advertian. Las granjerías de entónces
no eran otras sino de criar puercos y hacer labranzas de las del pan
caçabí y las otras raíces comestibles, que son los ajes y batatas.
Cerca de los que hobiesen de sacar oro de las minas, ordenaron los
Reyes que, desde adelante, de todo lo que sacasen, les acudiesen con
la mitad, y como ninguno acá pasaba, sino para, cogiendo oro, desechar
de sí la pobreza, de que España en todos los estados abundaba, luego
que desembarcaron, acordaron todos de ir á las minas viejas y nuevas,
que distan desta ciudad ocho leguas, como se ha dicho, á coger oro,
creyendo que no habia más de llegar y pegar. Allí veríades hacer sus
mochilas cada uno de vizcocho de la harinilla que les habia sobrado ó
traian de Castilla, y llevarlas á cuestas con sus azadones y gamellas
ó dornajos, que acá llamaban y hoy llaman bateas, y los caminos de
las minas como hormigueros, de los hidalgos, que no traian mozos,
ellos mismos con sus cargas á cuestas, y los caballeros que algunos
trujeron. Aquellos, llegados á las minas, como el oro no era fruto de
árboles, que llegando lo cogiesen, sino que estaba debajo de la tierra,
y sin tener cognoscimiento ni experiencia, cómo ni por qué caminos ó
vetas iba, hartábanse de cavar y de lavar la tierra que cavaban los
que nunca cavar supieron; cansábanse luego, sentábanse, comian muchas
veces, como digerian la comida, con el trabajo, presto, tornaban á
cavar, y al cabo no vian relucir, de sus trabajos, premio. A cabo de
ocho dias, no quedando cosa ya de comer en las talegas, volvíanse á
esta ciudad, ó villa que era, tan vacíos de una señal de oro, por
chica que fuese, como de bastimentos; tornaban á comer de lo poco que
les quedaba, traido de Castilla. Comenzáronse á descorazonar viéndose
defraudados del fin que los habia traido, con esto probábalos la
tierra dándoles calenturas; sobre aquellas, fáltales la comida y la
cura y todo refugio; comiénzanse á morir en tanto grado que á enterrar
no se daban á manos los clérigos. Murieron más de los 1.000, de 2.500,
y los 500, con grandes angustias, hambres y necesidades, quedaban
enfermos; y desta manera les ha acaecido á todos los más de los que
despues acá han querido venir por oro á tierras nuevas. Otros que
traian vestidos y ropas, y cosas algunas de valor, y herramientas, como
los 300 que acá estaban andaban desnudos, que apenas tenian camisa de
lienzo, sino sola de algodon, sin sayo ni capa, y en piernas, vendian
les vestidos, y con aquello se sustentaron más tiempo. Había otros,
que hicieron compañía con algunos de los 300, comprándoles la mitad
ó el tercio de sus haciendas, dándoles luego, en vestidos y cosas
que trujeron, parte del precio, y adeudándose en 1.000 y en 2.000
castellanos, que era el resto, porque como los 300 estaban apoderados
en la tierra, y tenian las señoras dellas por criadas, como en el
primer capítulo deste libro segundo referimos, eran poderosos en tener
comida en abundancia y servicio de indios, y muchas haciendas de la
tierra, y eran señores y Reyes, aunque, como dije, andaban en piernas.
En todo este tiempo estábanse los indios pacíficos en sus casas, algo
resollando de las tiranías y angustias que de Francisco Roldan y los
demas habian pasado, sacados los que de los 300 españoles tenian á
las señoras por criadas, que trabajos no les faltaban; habia una sola
provincia levantada y puesta en armas, esperando cuando habian de ir
sobre ella los cristianos, de que haremos, placiendo á Dios, mencion
abajo. Un hidalgo llamado Luis de Arriaga, vecino de Sevilla, que
habia estado con el Almirante en esta isla, ofrecióse á los Reyes de
traer 200 casados de Castilla, para poblar con ellos en esta isla
cuatro villas, con que los Reyes les diesen pasaje franco y otras
exenciones harto débiles; la una, que les diesen tierras y términos
convenientes para las villas y para que labrasen ellos, reservada
la jurisdiccion civil y criminal para los Reyes y sucesores de Sus
Altezas, y excepto los diezmos y primicias, que, concedidos del Papa,
tenian los Reyes, no les pusiesen derecho otro ni inposicion alguna,
por término de cinco años. Reservaron tambien todos los mineros de
oro, plata y cobre, y hierro, y estaño, y plomo, y azogue, y brasil, y
mineros de azufre, y otros cualesquiera que fuesen, y las salinas, y
los puertos de mar, y todas las otras cosas que á los derechos reales
pertenecen, que hobiese dentro de los términos de las dichas villas.
Item, que de todo el oro que cogiesen, ellos y los indios que con
ellos anduviesen, diesen la mitad de todo ello para los Reyes, y que
no pudiesen rescatar oro alguno de los indios. Item, que no pudiesen
tomar brasil, y, si tomasen, acudiesen á los Reyes con todo ello.
Item, que de todo lo que hobiesen de los indios que no fuese oro,
como algodon y otras granjerías en que los enseñasen ó industriasen,
fuera de los términos de las dichas villas, fuesen obligados á dar el
tercio á los Reyes, fuera de las cosas que fuesen de comer. Item, que
si descubriesen algunos mineros á su costa, de todo el oro que dellos
cogiesen, sacadas las costas, diesen la mitad á los Reyes, quedando
los mineros tambien para Sus Altezas, y creo que esto se entendia, si
los hallasen dentro de los términos de los pueblos ó villas que habian
de hacer. Item, que si descubriesen islas ó tierra firme, que hasta
entónces no fuesen descubiertas, de todo el oro y perlas diesen la
mitad, pero de las otras cosas pagasen el quinto. El pasaje franco,
se les dió sólo á sus personas, y no para cosa chica, ni grande,
de las que llevasen de su casa y ropa. Fué otra merced, que en las
dichas villas no pudiesen morar ni vivir persona alguna de las que de
Castilla se desterrasen para las Indias, ni que hobiesen sido judíos,
ni moros, ni reconciliados, por honra de los dichos 200 vecinos;
habian de ser obligados á residir cinco años en esta isla, y servir
en ella y hacer cumplir lo quel Gobernador della, de parte de los
Reyes, les mandase, sin sueldo alguno, especialmente si algunos de los
españoles no obedeciesen sus mandamientos reales, ó algunas provincias
se rebelasen, ó algunos indios se alzasen contra su servicio, á sus
propias costas les hiciesen la guerra, y si ántes de los cinco años
quisiesen volverse á Castilla, lo pudiesen hacer, pero que no pudiesen
vender lo que por razon de la vecindad se les hobiese dado, sino que lo
perdiesen, y los Reyes hiciesen dello lo que por bien tuviesen. Esta
fué la capitulacion que los Reyes mandaron tomar con Luis de Arriaga,
la cual se extendió á todos los españoles que á esta isla viniesen á
poblar. Despues no pudo hallar 200 casados, sino 40; suplicó desde
Sevilla, que aquellos gozasen de aquellas mercedes, los Reyes se lo
concedieron. Venidos á esta isla, Arriaga con sus 40 casados, como lo
habian ellos de sudar y trabajar, y no venian á esto, sino á holgar y
volverse con muchos dineros, ni hicieron villas, ni castillos, sino
entre los demas se mezclaron, y lo que de los más fué dellos. Algunos
dias despues, los que cogian oro, de los 300 que acá hallamos, y los
que de nuevo vinieron, que con ellos hicieron compañía, quejábanse al
Gobernador, que era mucho y muy oneroso dar á los Reyes, del oro que
sacasen de las minas, la mitad, por el mucho trabajo y costa con que
se sacaba, y, por tanto, que escribiese á los Reyes se contentasen con
recibir el tercio; escribiólo, y concediéronselo, y esta libertad se
concedió por un capítulo de una Carta real para el Gobernador. Otra
vez se suplicó á los Reyes, que así como por la dicha capitulacion se
habia de pagar la tercia parte del algodon, y otras cosas que no fuesen
metales, que tuviesen por bien que no pagasen sino la cuarta, y esta,
por Provision real, hecha en Medina del Campo, á 20 de Diciembre de
503. Despues, hallando tambien por oneroso pagar á los Reyes el tercio
del oro, tornaron los españoles desta isla á suplicar que no quisiesen
llevarles tanto, y enviaron, por Procurador, á los Reyes, sobre ello,
á un caballero de Sevilla, llamado Juan de Esquivel; y en fin, los
Reyes les concedieron que no pagasen, de cualesquiera metales, más del
quinto, y esto fué por Provision real, que comenzaba: «D. Hernando y
Doña Isabel, por la gracia de Dios, etc.;» y la fecha della fué á 5 de
Febrero de 504, en Medina del Campo. Habemos querido poner aquí estas
menudencias pasadas, de que ninguno de los que escriben podrá dar
noticia particularizada, para que se vea cuán estrechos andaban los
Reyes por aquel tiempo en abrir mano de los derechos reales, y en hacer
mercedes cuán limitados, por la pobreza grande que habia en Castilla en
aquel tiempo, y los Reyes católicos, no ménos que sus reinos, carecian
de riquezas y abundancia, con toda la cual, no empero, por eso, dejaban
de hacer, en ellos y fuera dellos, hazañas.



CAPÍTULO VII.


En este tiempo, cesada la tormenta que sumió en los abismos la flota,
determinó el Gobernador de poblar una villa en el puerto de Plata,
que está á la parte del Norte en esta isla, por buenos respectos;
y el uno, principal, fué por ser puerto donde podian venir, como
vinieron, navíos, despues, y volver á Castilla con ménos dificultad
que á éste, y deste puerto. Lo otro fué por estar en comedio de la
isla, 10 leguas de la gran Vega, donde habia dos villas principales,
la de Santiago, que está 10 leguas, y la Concepcion, 16, dél, y las
mismas 10 ó 12 leguas de las minas de Cibao, que fueron tenidas por
las más ricas de toda esta tierra; y así, dieron mucho más oro y más
fino que las de Sant Cristóbal y todas las otras. Otra razon y motivo
tuvo, y esta fué, acompañar la isla de pueblo por aquella parte, donde
habia mucha multitud de indios; en aquel puerto no habia más que un
vecino de la villa de Santiago, que tenia una granja, que llamaban
Estancia, donde criaba puercos y gallinas, y otras granjerías ántes
desto. Así que, acordado de enviar á poblallo, envió ciertos vecinos,
en un navío, por la mar, los cuales despachados, hízose á la vela el
navío, y llegaron á la isleta de la Saona, 30 leguas deste puerto, y
que está una legua ó poco más desta isla, cuasi apegada, la gente de
la cual, con toda la provincia de Higuey, que es en esta isla y á la
isleta comarcana, era la alzada, que daban por buenas nuevas á los
que veniamos, cuando llegamos, como arriba queda declarado. Llegado
el navío á la isleta, salieron á tierra ocho hombres á pasearse y
recrearse; los indios, viendo venir el navío, estimando que era de los
que allí habian estado poco ántes, y hecho la obra que luego se dirá,
no tardaron en aparejarse, y así como los ochos salieron en tierra,
puestos los indios en celada, dieron sobre ellos y matáronlos. La
justicia y derechos que para ello tuvieron, es la siguiente, la cual
hobe de personas de aquellos tiempos, y así la refiero con verdad, sin
añadir, ántes creo, que, cuanto á la esencia del caso, quito mucho
encarecimiento y ahorro muchas palabras. Entre la gente de aquella
isleta de la Saona y los españoles que vivian en este puerto y villa
de Sancto Domingo, habia mucha comunicacion y amistad, por lo cual
enviaban los vecinos desta villa una carabela, cada y cuando que tenian
necesidad, y sin ella, y los indios desta isleta se la cargaban,
principalmente de pan, porque era dello abundante. Entre otras, una
vez, pocos dias ántes que con el Comendador de Lares llegásemos, fué
la carabela por el pan; el señor y Cacique de la isleta, con toda su
gente, recibieron á los españoles como tenian de costumbre, como si
fueran ángeles, ó cada uno su padre y su madre. Pusieron luego por obra
de la cargar, con todo el regocijo y alegría que puede mucho pensarse,
y, porque como entre los españoles seglares, se acostumbra de no ir de
una parte á otra sin llevar consigo su espada, de aquella manera no
se mudaban los españoles sin llevar consigo un perro, y perros de los
bravos, muy bien doctrinados á desgarrar y hacer pedazos á los indios,
á los cuales temian los indios más que á los mismos diablos. Andaban,
pues, mucho número de indios acarreando cargas del pan caçabí, y
echábanlo en la barca que á la carabela lo llevaba; el señor y Cacique
de la isla traia una vara en la mano, andando de una parte á otra,
dando priesa á sus indios, por hacer placer á los cristianos. Estaba
por allí un español que tenia el perro por la cadena, y como el perro
via al Cacique con la vara, y mucho menearse, cebábase muchas veces
á querer arremeter á él, como estaba en desgarrar indios tan bien
amaestrado, y con dificultad el español lo podia refrenar, y dijo á
otro español, «¿qué cosa sería si se lo echásemos?» y, dicha aquella
palabra, él ó el otro, revestidos del diablo, dijo al perro: «tómalo»,
burlando, creyendo podello tener. Oido el perro, «tómalo», arremete
con tanta fuerza como si fuera un poderoso caballo desbocado, y lleva
tras sí al español, arrastrándolo; y, no pudiéndolo tener, suéltalo,
y va tras el Cacique, y dale un bocado de aquellos ijares, y creo, si
no me he olvidado, que le asió de las tripas; y el Cacique huyendo
á una parte, y el perro con ellas en la boca, y tirando hácia otra,
las iba desliando. Toman los indios su desventurado señor, que desde
allí á poco espiró, y llévanlo á enterrar, con gritos que ponian en el
cielo, lamentando; los españoles, toman su buen perro y compañero, y
luego, vánse á la carabela, y en ella viénense á este puerto, dejando
hecho aquel buen recaudo. Sábelo á la hora, ó en breve, la provincia
de Higuey, en especial un señor llamado Cotubáno ó Cotubanamá, la
penúltima sílaba del primer vocablo y la última del segundo luengas,
el cual era el más cercano, y tambien harto más que otros esforzado;
pónense todos en armas, con propósito de, cada y cuando que pudiesen,
se vengar, y porque ántes no pudieron hasta que aquellos ocho que
iban al puerto de Plata vinieron, que creo que todos eran marineros,
ó los más, su propósito y justicia no ejecutaron. Estos eran los
indios alzados y de guerra, que nos daban por buenas nuevas, los que
acá estaban, cuando veniamos, porque terniamos donde hacer esclavos.
Agora puede cualquiera leyente que tenga algun juicio de razon, y mejor
si teme á Dios, juzgar, no con mucha dificultad, si en matar á los
ocho, aunque ellos por entónces no los ofendieron, tuvieron derecho,
justicia y razon; y dije «por entónces no los ofendieron», porque quizá
los habian ofendido ántes otras veces, segun que alguno dellos que yo
cognoscí habia por allí andado. Y puesto que aquellos todos hayan sido,
cuanto á este hecho, inocentes, no por eso injustamente los mataron,
porque la nacion que justa guerra tiene contra otra, no es obligada á
andar discerniendo, si aquel es inocente ó aquel nó; si no fuese que
ser inocente alguno pareciese al primer aspecto ó con poco discurso
manifiesto; así como los niños, ninguno dudará en que sean inocentes
al primer aspecto y con poco discurso, como los labradores que andan
ocupados en sus labranzas, y los que estuviesen apartados, como en una
isla, de su propio señor, que mueve la guerra injusta, como suponemos,
de los cuales se puede presumir, con poco discurso de consideracion,
que ni saben della, ó al ménos no ayudan, ni tienen en ella culpa.
Todo el contrario desto es en el presente caso, porque ningun español
hobo en aquellos tiempos, de los que habia en esta isla, que no fuesen
de los indios ofensores, y les hiciesen grandes é irreparables daños;
y, por consiguiente, racionabilísimamente podrian presumir y juzgar,
sin pecado, que cuantos viesen venir á su isleta eran nocentes, y sus
enemigos, y que les venian á hacer las obras que los otros, puesto que
entónces de Castilla llegasen, y así tambien, sin pecado, matallos.
Pero dejemos este derecho y justicia para delante el divino juicio, que
se lo há para sí reservado.



CAPÍTULO VIII.


Sabido este hecho, quedos vecinos indios de la Saona hicieron en
aquellos ocho cristianos luego el Comendador de Lares determinó de
envialles á hacer guerra (porque para se la mover poco achaque bastaba,
segun la costumbre que todos los españoles por entónces tenian), á más
de haber rescibido el agravio de habellos muerto tan inhumanamente á
su señor; porque ya sabian todos los españoles desta isla, que los
indios habian de quedar lastimados y llenos de toda amargura, y que
se habian de alzar, y matar los españoles que pudiesen. De manera,
que haberles hecho grandes injurias, insultos y daños irreparables,
cada y cuando que agravios, y robos y muertes les hacian, tenian por
justa causa y jurídico título para los mover guerra; y el título que
luego publicaban, era que se habian alzado, y su alzamiento, muchas y
diversas veces, cierto, era huirse á los montes y esconderse solamente
dellos. Apercibió, pues, los pueblos de los españoles que habia en
esta isla, que eran, no más de cuatro villas, Santiago, la Concepcion
el Bonao y esta de Sancto Domingo, mandando, que de cada uno saliese
cierta gente, y de la gente que habia venido de Castilla, con él, los
que se hallaron sanos; todos, con el ánsia de hacer esclavos, fueron
de muy buena voluntad. Apregonada ya la guerra á fuego y sangre,
juntarse hian 300 ó 400, segun yo creo; nombró por Capitan general, á
Juan de Esquivel, de quien dijimos en el capítulo precedente, haber
traido del Rey, que del oro que se sacase de las minas no se pagase
más del quinto, y con la gente de cada villa de los españoles, iba
tambien su Capitan. Acostumbrábase tambien llevar toda la gente de
indios que estaban sujetos, con sus armas, en su ayuda, que no era
poca la guerra, que, por miedo de los españoles y por contentarlos,
estos á aquellos hacian, y así se acostumbró despues en todas estas
Indias. Llegados á la provincia de Higuey, que, por comun nombre,
llamamos á mucha de aquella tierra (y es la tierra más oriental desta
isla, y que primero vemos y topamos viniendo de Castilla), hallaron
los indios aparejados para pelear y defender su tierra y sus pueblos,
si así pudieran como querian; pero como todas sus guerras eran como
juegos de niños, teniendo las barrigas por escudos para rescibir
las saetas de las ballestas de los españoles, y las pelotas de las
escopetas; como peleasen desnudos en cueros, no con más armas de sus
arcos y flechas, sin hierro, y con piedras donde las habia, poco sosten
podian tener contra los españoles, cuyas armas son hierro, y sus
espadas cortan un indio por medio, y las fuerzas y corazones tienen
de acero; pues de los caballos no digo, que en una hora de tiempo
alancea uno sólo 2.000 dellos. Finalmente, hacian cara un rato en los
pueblos, y, no pudiendo sufrir las ballestas y escopetas, y tambien
las espadas, cuando se llegaban cerca, deshechos sus escuadroncillos,
y desjarretados y muertos muchos dellos, toda su guerra era huir á los
montes, y por las breñas esconderse. Los cuales, aunque desnudos en
cueros vivos, y sin armas ofensivas ni defensivas, hicieron algunos
hechos señalados, y contaré uno: Dos de caballo, personas señaladas
en la gineta, que yo bien cognoscí, llamados Valdenebro y Pontevedra,
vieron un indio en un bueno y grande campo; dijo el uno al otro:
«déjamele ir á matar;» arremete con el caballo y alcánzalo; el indio,
de que vido que lo alcanzaba, vuélvese á él, no sé si le tiró algun
flechazo, el Valdenebro, encuéntralo con la lanza, y pásalo de parte á
parte, el indio, toma con las manos la lanza, y métela más, y váse por
ella hasta tomar las riendas en la mano; saca el espada el de caballo
y métesela por el cuerpo, el indio quítale de las manos el espada,
teniéndola en el cuerpo; saca el puñal y méteselo en el cuerpo, el
indio, quítaselo de las manos: ya quedó el de caballo desarmado. Vélo
el otro, de donde estaba, bate las piernas al caballo, encontrándolo
con la lanza, y, tomada por el indio, hace lo mismo del espada y del
puñal; hélos aquí ambos desarmados, y el indio con seis armas en el
cuerpo, hasta que se apeó el uno, y sácale el puñal con una coce que le
dió, y luego cayó muerto el indio en el suelo. Esto acaesció en esta
guerra, y fué público y notorio. Idos á los montes, luego era cierto
irlos á montear en cuadrillas, donde, hallándolos con sus mujeres y
hijos, hacian crueles matanzas en hombres y mujeres, niños y viejos,
sin piedad alguna, como si en un corral desbarrigaran y degollaran
corderos. Tenian por regla los españoles, como arriba queda dicho, en
las guerras que hacian á los indios, ser siempre, no como quiera, sino
muy mucho y extrañamente crueles, porque jamás osen los indios dejar
de sufrir la aspereza y amargura de la infelice vida que con ellos
tienen, y que ni si son hombres conozcan, ó en algun momento de tiempo
piensen; muchos de los que tomaban cortaban las manos ambas, á cercen,
ó, colgadas de un hollejo, decíanles: «anda, lleva á vuestros señores
esas cartas;» conviene á saber, esas nuevas. Probaban en muchos las
espadas, quién tenia mejor espada ó mejor brazo, y cortaba el hombre
por medio, ó le quitaba la cabeza de los hombros de un piquete, y sobre
ello hacian apuestas; á los señores que prendian, no escapaban del
fuego. Creo que á la gran señora vieja, que arriba dijimos llamarse
Higuanamá, la última sílaba luenga, presa, la ahorcaron, si bien me
acuerdo. Traian una carabela por la mar, por allí cerca, para cuando
fuese menester, en la cual pasaron á la isleta de la Saona; hicieron
los indios un rato cara, y luego dieron á huir, como suelen, y aunque
es toda montes espesos, y hay algunas cuevas en las peñas, pero no se
pudieron esconder. Juntaron presos sobre 600 á 700 hombres, y métenlos
en una casa, y allí los meten todos á cuchillo; y mandó el Capitan
general, que era, como dije, aquel caballero Juan de Esquivel, que
sacasen todos aquellos muertos y los pusiesen al rededor de la plaza
del pueblo, y que contasen cuántos eran, y halláronse los que dije; y
así vengaran los ocho cristianos, que ántes, pocos dias, los indios
habian allí, con tan justa causa, muerto. Hicieron todos los que
tomaban á vida, esclavos, que es lo que principalmente los españoles,
aquí en esta isla, y despues en todas las Indias, pretendieron, y á
esto enderezaron siempre sus pensamientos, sus deseos, sus industrias,
sus palabras y sus buenos hechos. Desta manera dejaron aquella isleta,
destruida y desierta, siendo el alholi del pan, por ser muy fértil.
Viéndose las gentes de aquel reino tan lastimadas, tan corridas, tan
perseguidas, y de remedio alguno tan desesperados, y que ni en las
entrañas de la tierra podian escaparse, comenzaron á enviar mensajeros
los señores de los pueblos, diciendo que no querian guerrear, que
ellos los servirian, que más no los persiguiesen; rescibiéronlos de
paz, el Capitan general y los Capitanes, benignamente, afirmándoles
que no se les haria más mal, y por eso, que no hobiesen miedo de venir
á morar á sus pueblos. Concertaron y pusieron con todos ellos que
hiciesen allí, en cierta parte, una gran labranza de su pan para el
Rey, y que cumpliendo ellos esto, estarian seguros de que no vernian
á esta ciudad de Sancto Domingo á servir, como ellos temian y pedian,
y de que de algun español mal ni daño rescibiesen. Entre otros que
vinieron á visitar los cristianos y hacer reverencia al Capitan general
y Capitanes, fué uno de los mayores señores, y más valeroso, por ser
muy esforzado entre ellos, y aunque su persona daba noticia de quién
era, por la gran persona que tenia y autoridad que representaba, como,
si Dios quisiere, se dirá más largo, cuando hablaremos otra vez dél;
este fué Cotubanamá ó Cotubáno, segun ya dijimos, que frontero de la
dicha isleta Saona tenia su estado y tierra. A este, como á señor
principal y señalado, el Capitan general dió su nombre, trocándolo por
el suyo, diciendo que se llamase desde adelante Juan de Esquivel, y
que él se llamaria Cotubáno, como él. Este trueque de nombres en la
lengua comun desta isla, se llamaba ser yo y fulano, que trocamos los
nombres, guatiaos, y así se llamaba el uno al otro; teníase por gran
parentesco, y como liga de perpetua amistad y confederacion, y así, el
Capitan general y aquel señor quedaron guatiaos, como perpétuos amigos
y hermanos en armas, y así los indios llamaban al Capitan, Cotubáno, y
al señor, Juan de Esquivel. Hizo edificar una fortaleza de madera en
cierto pueblo de indios, algo cerca de la mar, metido en la tierra,
donde le pareció convenir, y dejó allí nueve hombres con un Capitan
llamado Martin de Villaman; y, despedida la gente de los españoles,
cada uno se tornó á la villa de donde habia venido con la parte que le
venia de los esclavos. En tanto que la guerra se hacia, el Gobernador
mandó que esta villa de Sancto Domingo, que está en la otra parte del
rio, se pasase á esta, donde agora está. Tuvo sola esta consideracion,
conviene á saber, porque todos los pueblos que habia de españoles en
toda esta isla, estaban y hoy están, desta parte acá, y porque los que
viniesen de la tierra dentro á negociar y tratar con el Gobernador, y
con los vecinos desta ciudad y con las naos, no tuviesen impedimento,
por estar en medio el rio, esperando á pasar ellos y sus caballos en la
barca ó barcas que habia de haber, porque aún entónces no las habia,
porque no pasaban de una parte á otra sino en canoas; barquillos de
los indios. Pero en la verdad, para la sanidad, mejor la asentó el
Almirante donde estaba de la otra parte ó banda, por estar al Oriente
del rio, y en saliendo el sol llevaba delante de sí los vapores,
nieblas y humedades, aventándolas del pueblo, y agora todas las echa
sobre él. Item, de la otra banda está una fuente de buen agua, que aquí
no hay sino de pozos muy gruesa, y no todos los vecinos pueden enviar
por ella; y que puedan, todavia es con trabajo y dificultad, habiendo
de esperar la barca á la ida y á la venida, ó de tener cada uno canoa
ó barco propio, lo cual todo causa trabajo y tardanza, y áun peligro
cuando el rio viene avenido ó hay tormenta en la mar. Por todas estas
razones, la ciudad estaba más saludablemente á la otra parte. Pasados
acá todos los vecinos, hicieron sus casas de madera y de paja, pero
desde algunos meses comenzaron, cada uno segun podia, á edificarlas de
piedra y cal. Tiene la comarca desta ciudad los mejores materiales
para edificios que se pueden hallar en alguna parte, así de cantería
como de piedra para cal, y la tierra para tapias, y, para ladrillo y
teja, barriales. De los primeros que edificaron fué el mismo Comendador
de Lares, que hizo sus casas honestas sobre el rio, en la calle de
la Fortaleza, y tambien hizo en la otra acera, que despues dejó á su
órden y al hospital que hizo de Sant Nicolás. El piloto Roldan edificó
una renglera de casas, para su morada y para alquilar, en las cuatro
calles. Luego, un Hierónimo Grimaldo, mercader, y otro llamado Briones
y otros, y cada dia fueron creciendo los edificios, cuanto cuasi
cada año, aunque con alguna interpolacion; algunas veces venian de
aquellas tempestades que acaecia derrocar todas las casas de la ciudad,
sin dejar alguna enhiesta, sino eran las pocas que de piedra eran
edificadas. Despues las guerras de Francia, y áun tambien el demasiado
número de negros esclavos, han causado que de muro bueno se cercase ó
comenzase á cercar. De los monesterios, el primero se edificó el de
Sant Francisco, despues el de Sancto Domingo, y muchos años pasados el
de la Merced. La fortaleza tambien se comenzó luego á edificar, y no
cesó la obra hasta que fué acabada. Dió el alcaidía della el Comendador
de Lares á un sobrino suyo, llamado Diego Lopez de Saucedo, persona muy
cuerda y de autoridad, y muy honrada. Fundó tambien un hospital de Sant
Nicolás, y dotólo de buena renta para rescibir y curar en él cierto
número de pobres, ó creo que todos los que en él se pudiesen curar. Y
porque ya en este tiempo éramos el año de 1503, y los reyes Católicos,
vacando la comendadoría mayor de Alcántara, le hicieron merced della en
este año, de aquí adelante le nombraremos Comendador Mayor.



CAPÍTULO IX.


En este tiempo, estaban ciertos españoles, de los que se alzaron
con Francisco Roldan, en el pueblo y provincia de Xaraguá, donde,
como arriba, en el primer libro, dijimos, era la corte y reino del
rey Behechío, y de Anacaona, su hermana, mujer muy valerosa, y,
por muerte de Behechío, ella el Estado gobernaba. Estos españoles,
cuanto más podian, se apoderaban en los indios, haciéndoles servir en
hacer labranzas, con título que querian poblar allí, fatigándolos y
obrando de aquellas obras, y usando de la libertad á que con Francisco
Roldan estaban acostumbrados. La señora Anacaona y los señores de la
provincia, que eran muchos, y, en su ser, y autoridad, y señorío, muy
nobles y generosos, y que en polideza y lengua, y en muchas otras
cualidades, hacian, como, hablando de aquel reino, en el primer
libro dijimos, á todos los señores desta isla, ventaja, sentian,
por demasiadamente onerosos, á los españoles, y por perniciosos, y
por todas maneras intolerables; y debió de haber algun movimiento
en los indios con alguno ó algunos españoles, no queriendo hacer lo
que les demandaban, ó los señores reñir con ellos, ó amenazallos.
Y cualquiera cosa, por chica que fuese, de resistencia, en obra ó
palabra, que no se cumpliese la voluntad del más astroso y vicioso,
y áun azotado en Castilla, bastaba para luego decir que los indios
eran táles y cuáles, y que se querian alzar; por esta causa, si fué
de algo desto el Comendador Mayor por ellos avisado, ó por visitar
los mismos españoles que en aquella provincia estaban, que eran todos
cerreros y mal domados, y puestos en costumbre de no obedecer, sino
andar en todo á sabor de su vicioso paladar, ó por visitar aquel
reino, que era donde habia gran multitud de gentes y señores grandes,
y aquella señora, sobre todos, que era tan nombrada; y aquella
provincia estaba desta ciudad 70 leguas, y así, más que otras de las
desta isla, tras mano, acordó el Comendador Mayor de ir allá. Llevó
consigo 300 hombres de pié y 70 de caballo, porque entónces habia en
esta isla pocas yeguas, y ménos caballos, y muy rico habia de ser el
que alcanzase una yegua en que andar, y en estas andaban los que las
tenian, y en ellas jugaban cañas, y en ellas peleaban, porque para
todo esto las enseñaban; y áun hombre hobo, de los que vinieron en
el viaje del Comendador Mayor, que, al son de una vihuela, hacian su
yegua bailar ó hacer corvetas ó saltar. Sabido por la reina Anacaona
que el Comendador Mayor la iba á visitar, como mujer muy prudente y
comedida, mandó convocar todos los señores de aquel reino, y gentes de
los pueblos, que viniesen á su ciudad de Xaraguá á rescebir y hacer
reverencia y festejar al Guamiquína de los cristianos, que habia
venido entónces de Castilla. Guamiquína, la penúltima luenga, quiere
decir en su lenguaje, el señor grande de los cristianos. Allegóse una
corte maravillosa, de gentes tan bien dispuestas, hombres y mujeres,
que era cosa de considerar. Ya se ha dicho que las gentes de aquel
reino, en hermosura de gestos, eran en gran manera, sobre todas las
otras desta isla, señaladas. Llegado el Comendador Mayor y su compañía
de pié y de caballo, sale Anacaona é innumerables señores (porque se
dijo venir 300 señores), y gentes infinitas, á lo recibir, con gran
fiesta y alegría, cantando y bailándole delante, porque así era su
costumbre, como se vido en el libro I, cap. 114, en el rescibimiento
que hicieron cuando fué á aquella provincia y entró en aquel pueblo
y ciudad, viviendo Behechío, el Adelantado, hermano del Almirante.
Aposentado el Comendador Mayor en un caney ó casa grande y principal,
y muy labrada, de las que allí solian hacer muy hermosas, puesto que
de madera y cubiertas de paja (como notificamos en la otra nuestra
Historia apológica ó apologética), y la otra gente que traia, por las
otras casas cerca dél, con los españoles que allá estaban, Anacaona
y todos los señores hacíanle mil servicios, mandándole traer de comer
la caza de la tierra, y del pescado de la mar, que legua y media ó dos
de allí distaba, y pan caçabí (esto era lo que ellos alcanzaban), y
de todas las otras cosas que tenian y podian, y gente que sirviesen,
cuanto era menester, para su mesa, y para las de los demas, y para sus
yeguas, y si alguno llevaba caballo; areytos, que eran sus bailes, y
fiestas, y alegrías, y juegos de pelota, que era cosa de ver, no creo
que faltaban. Poco quiso gozar desto el Comendador Mayor, porque luego,
en breve, determinó de hacer una obra, por los españoles en esta isla
principiada, y en todas las Indias muy usada y ejercitada; y esta es,
que cuando llegan ó están en una tierra y provincia donde hay mucha
gente, como ellos siempre son pocos al número de los indios comparados,
para meter y entrañar su temor en los corazones, y que tiemblen como
de los mismos diablos en oyendo el nombre de cristianos, hacer una
muy cruel y grande matanza. Tuvo este señor Gobernador voluntad de
ir por aquel camino y hacer un hecho bien sonado, aunque no, cierto,
romano, y mucho ménos cristiano; y no dudo yo, sino que por parecer,
y persuasion, y importuno inducimiento de aquellos romanos, que, de
aquella simiente de Francisco Roldan, allí quedaron y estaban. Un
domingo, despues de comer, como tenia concertado, mandó cabalgar á
todos los de caballo, con título que querian jugar á las cañas, y á
todos los de pié, allí junto, aparejados; dice Anacaona al Comendador
Mayor, que ella y aquellos señores Caciques, quieren ver con él el
juego de las cañas; dello al Comendador Mayor mucho place, pero que
haga llamar todos los señores, y con ella vengan juntos, que les quiere
hablar en su posada. Tenia concertado que los de caballo cercasen la
casa, y los de fuera y dentro estuviesen aparejados, y que, cuando él
pusiese la mano en una pieza de oro que tenia á los pechos colgada,
comenzasen á atar á los señores que dentro estaban y á Anacaona;
primero sacadas todas sus espadas, y despues hiciesen lo que más les
estaba mandado. _Ipse dixit et facta sunt omnia._ Entra la señora y
reina, noble, Anacaona, y que muchos y grandes servicios habia hecho á
los cristianos, y sufrídoles hartos insultos, agravios y escándalos;
entran 80 señores que por allí más á mano se hallaron, ella y ellos con
su simplicidad y descuidados; esperan la habla del Comendador Mayor.
No habla, sino pone en la joya que á los pechos tenia, la mano; sacan
los satélites sus espadas, tiémblanles á Anacaona y á todos aquellos
señores las carnes, creyendo que los querian allí despedazar. Comienzan
á dar gritos Anacaona, y todos á llorar, diciendo, que por qué causa
tanto mal; los españoles dánse priesa en los maniatar, sacan sola á
Anacaona maniatada, pónense á la puerta del caney ó casa grande, gentes
armadas, que no salga nadie; pegan fuego, arde la casa, quémanse vivos
los señores y Reyes en sus tierras, desdichados, hasta quedar todos,
con la paja y la madera, hechos brasa. Sabido por los de caballo, que
comenzaban los de pié á atar, comienzan ellos, encima de sus caballos,
y con sus lanzas, por todo el pueblo corriendo, á alancear cuantos
hallaban; los españoles de pié, con sus espadas, no dormian entónces,
sino cuantos podian desbarrigaban, y como se habia llegado infinito
número de gente de diversas partes, al rescibimiento, negro para ellos,
del nuevo Guamiquína de los cristianos, fueron grandes los estragos
y crueldades que en hombres, viejos y niños inocentes hicieron, y
el número de gentes que mataron; y acaecia, que algunos españoles,
ó por piedad ó por cudicia, tomaban algunos niños y muchachos, para
escapallos y que no los matasen, y poníanlos á las ancas de los
caballos, venia otro por detrás y pasábalo con una lanza. Otro, si
estaba el muchacho en el suelo, aunque lo tuviese otro por las manos,
le cortaba las piernas con el espada; á la reina y señora Anacaona,
por hacelle honra, la ahorcaron. Alguna gente, que pudo desta inhumana
matanza huir, pasáronse á una isleta llamada el Guanabo, que está ocho
leguas de allí, dentro, en la mar, en sus barquillos ó canoas, por
escapar; á todos los cuales, porque se huyeron de la muerte, condenó á
que fuesen esclavos, é yo tuve uno dellos que me lo dieron por tal.
Estas obras se hicieron por mandado del Comendador Mayor de Alcántara,
don fray Nicolás de Ovando, para pagar á aquellas gentes, señores y
súbditos de la provincia de Xaraguá, el buen recibimiento y servicio
que le habian hecho, y en recompensa de los infinitos agravios y daños
que habian rescibido de Francisco Roldan y de los otros sus aliados.
La causa que publicó y publicaron fué porque, diz que, se querian
alzar y los querian matar, teniendo 70 de caballo, los cuales, con
verdad hablo, bastaban para asolar cien islas como esta y toda la
tierra firme, porque, donde quiera que en estas Indias no habia rios
grandes, ó lagunas, ó pasos malos de sierras ásperas, 10 de caballo lo
pueden todo asolar, cuanto más estando esta triste gente desarmada,
en cueros, descuidada y sin pensamiento de mal. Y que esto sea así,
¿cómo no habian muerto á 40 ó 50 españoles, que allí con ellos estaban
haciéndoles diez mil agravios, sin otras armas ni caballos, más de sus
espadas, dos ó tres años, solos, que fácilmente los pudieran matar, y
acordaban matar á cerca de 400 hombres juntos y 70 de caballo que allí
estaban, y sabian que habian venido á este puerto treinta y tantas
naos, lo que nunca jamás hasta entónces oyeron, sino de una, dos, tres
ó cuatro, y todas aquellas llenas de cristianos? ¡Bien clara está la
inocencia de aquellos corderos y la injusticia y crueldad de quien
así los estirpó y mandó matar! Porque se vea esto más claro, sépase y
considérese esta verdad, conviene á saber: que cuando el año de 505,
muerta la reina Doña Isabel, vino el rey D. Felipe y la reina Doña
Juana á reinar, hobo vehemente fama en esta isla, que proveian otra
cierta persona para que la viniese á gobernar. Entonces el Comendador
Mayor, temiendo la residencia que deste hecho se le habia de tomar,
entendió en que se hiciese proceso contra tantos señores, que, sin
proceso, y sin ser oidos ni defendidos, ni propuesto cargo y dado
descargo, habia quemado, y aquella tan grande señora y tan benemérita
de los cristianos ahorcado, y con tanta inhumanidad la provincia
estirpado; y así lo mandó hacer, á cabo de muchos meses que era pasado,
y quizá de un año, porque no me acuerdo, aquí en esta ciudad y en
la villa de Santiago, y en otras partes desta isla, y los testigos
fueron los mismos verdugos españoles, capitales enemigos de los indios,
que habian hecho aquel y otros estragos, porque se vea cuán bien y
jurídicamente iria el proceso sustanciado. Díjose en esta isla, que
la reina Doña Isabel, ántes que muriese, habia sabido desto hecho tan
notable, y que lo habia sentido mucho y abominádolo. Tambien se dijo,
que D. Álvaro de Portugal, que á la sazon era Presidente del Consejo
real, habia amenazado al dicho Comendador Mayor, diciendo: «yo vos le
faré tomar una residencia, cual nunca fué tomada», y parece que no lo
pudo decir sino por estos daños tan grandes hechos á estas gentes,
porque, en la verdad, en muchos años que yo estuve aquí, él gobernando,
nunca cognoscí ni oí decir que á españoles hiciese notables agravios, y
que con razon dél se quejasen. Por lo mostrado, tambien podrá parecer
la verdad que contiene la historia de Oviedo, cuando y doquiera que
habla de los indios, condenándolos siempre y excusando los españoles
en las perdiciones y despoblaciones que por todas estas tierras han
hecho, como en la verdad haya sido en ellas uno dellos. Porque, en
este caso hablando, dice que se supo la verdad de la traicion que
tenian ordenada, y como estaban alzados de secreto, por lo cual fueron
sentenciados á muerte. Yo ruego á Dios, que nunca yo tenga parte en
semejante justicia ni sentencia, ántes todas mis obras sean contrarias
della. Dice más Oviedo, loando al Comendador Mayor, entre otras sus
bondades, que favoreció mucho á los indios; habia como hombre ciego, y
que hinche todo su escribir de ripio, sea cualquiera: el amor que este
caballero tuvo á los indios, parece ha parecido y parecerá mucho más,
por lo que con verdad se dirá, bien manifiesto.



CAPÍTULO X.


Hecho aquel prodigio, con tanta impiedad como se ha referido, que
llamaban los españoles castigo, para que temblasen los corazones de
aquellos tristes púsilos, y destruida cuasi toda esta provincia,
vánse huyendo todos á los montes los que se hallaron presentes, que
escaparon de aquel fuego y cuchillo, y los que dello tuvieron nueva
por oidas. Un señor, llamado Guaorocuyá, la última luenga, sobrino de
la reina Anacaona, que se escapó de allí, con los que le quisieron
seguir, fué huyendo á las sierras de Baoruco, que están frontero de
aquella provincia á la parte de la mar, la vuelta al Sur, ó Mediodia;
sabido por el Comendador Mayor, diciéndole los españoles que iba alzado
(porque huirse los indios de sus crueldades, como hacen las vacas y
toros de la carnicería, llamaban y hoy llaman que se rebelan contra la
obediencia de los reyes de Castilla), envió gente tras él, y hallado
en las breñas metido, luego lo ahorcaron, porque tambien llevase parte
de aquel nombrado castigo. Oidas estas nuevas por todas aquellas
dos partes desta isla, que por allí se abre como si abriésemos los
dedos primeros de la mano, el pulgar excepto, donde habia otras dos
grandes provincias, sus vecinas, una llamada Guahába, la media sílaba
luenga, que está en la banda del Norte, y la otra la de Hanyguayába,
luenga la misma sílaba media, hácia el Poniente, temiendo que les
viniese lo mismo, pónense en armas, ó por mejor decir en armillas,
para defenderse. Luego envió dos Capitanes principales que con él
andaban, de los experimentados en derramar sangre de indios en esta
isla, llamado el uno Diego Velazquez, y el otro Rodrigo Mexía Trillo;
el primero envió á Hanyguayába y cabo desta isla occidental, y el
segundo á Guahába, que es la tierra y provincia felicísima desta
isla, que primero fué descubierta por el Almirante. Ambos Capitanes
hicieron en aquellas gentes sus obras acostumbradas, y despues de hecha
cara los indios, un ratillo, dan luego de huir; van los nuestros á
monteallos, ejecutan en muchos sus ordinarios castigos; prenden los de
Diego Velazquez al señor y rey de Hanyguayába, y hácenlo, por honra,
luego ahorcar. Lo que hizo Rodrigo Mexía con su compañía, no lo supe
cuando pudiera, más de que al fin, como siempre, han de quedar los
indios, por su desnudez y carencia de armas, y más por su infelicidad,
lastimados y vencidos; viniéronse todos, los unos y los otros, á
dar á los españoles, sólo por salvar las vidas de su cuchillo. Dice
tambien Oviedo, que los indios de aquella provincia de Hanyguayába, que
guerreó Diego Velázquez, eran salvajes y vivian en cuevas; mal supo lo
que dijo, porque no vivian sino en pueblos y tenian sus señores que
los regian, y á su modo como los demas, su comunal policía; porque
áun la misma tierra, por ser como un jardin, aunque quisieran vivir
selváticamente, no se lo consintiera, y ni habia cuevas ni espeluncas,
como él dice, presumiendo demostrar que sabe nominativos, sino muy
graciosos campos y arboledas, donde tenian sus asientos de pueblos y
sembraban y cogian; é yo comí hartas veces de los frutos del pan y de
otras cosas que de su industria y trabajos procedian. La Guacayarima,
que dice ser otra distinta provincia (lo que no es), porque tiene la
punta della, junto á la mar, ciertas entradas ó peñas, que llaman
xagueyes los indios, como en la provincia de Higuey, que los habia
tan grandes, que podian vivir en ellos muchos vecinos, pero no vivian
sino en sus grandes pueblos; allí se escondian cuando la calamidad de
los españoles los perseguia, y porque, huyendo dellos, algunos allí
escondidos hallarian, quién á Oviedo se lo dijo (si no lo puso, quizá,
de su casa, como suele, añidiendo á su historia, como dije, ripio), por
aquello lo diria. Mandó el Comendador Mayor que se asentase y poblase
allí en Xaraguá una villa, y llamóla villa de la Vera Paz. Diego
Velázquez constituyó tambien otra en la provincia de Haniguayába,
en la costa de la mar del Sur, y llamóla Salvatierra de la Çabana, y
así, los españoles llamaron á la provincia, de Çabana, porque çabana
en lenguaje de los indios quiere decir llano, y aquella tierra es
llana y hermosa por mucha parte, al ménos lo cercano á la mar. Pobló
tambien otra villa, por mandado del Comendador Mayor, en la misma
costa de la mar del Sur, y es puerto donde dije que se habia echado
Alonso de Hojeda con dos pares de grillos á nadar, y el Almirante
llamaba la tierra y puerto del Brasil; los indios lo llamaban Yáquimo,
la media sílaba breve, y así llamó la villa de Yáquimo; hízose encima
del puerto una fortalecilla, no tan fuerte como la de Fuenterrabía.
Mandó eso mismo el Comendador Mayor, edificar otra villa 30 leguas de
Xaraguá, y otras 30 ó más desta ciudad de Sancto Domingo, entre los
dos rios poderosos llamados Neiba y Yaquí, á que puso nombre Sant Juan
de la Maguana, donde reinaba el rey Caonabo, que dijimos en el libro
I, haberle prendido Alonso de Hojeda con cierta maña, y ahogarse en
los navíos que se perdieron en el puerto de la Isabela, estando para
partirse á España. De allí 14 leguas más hácia esta ciudad, y 23 ó
24 della; pobló otra que se llamó la villa de Açua en Compostela,
por un Comendador gallego que allí estuvo ántes que fuese pueblo.
Açua, la sílaba del medio breve, es nombre del lugar que allí tenian
los indios. De todas estas cinco villas hizo Teniente suyo al Diego
Velasquez, tanta gracia tuvo con él. Rodrigo Mexía hizo en la otra
parte ó ramo desta isla llamada Guahába, la media sílaba luenga, otras
dos villas, la una nombrada Puerto Real, que hoy está viva, puesto que
cuasi perdida, y la otra llamó Lares de Guahába, por haber sido el
Comendador Mayor Comendador de Lares; y él fué teniente dellas. Esta
traza de asentar estas villas en los ya dichos lugares y mantenimientos
de los españoles, no era con las azadas que tomaban en las manos
los españoles, ni con sus trabajos y sudores, porque ninguno dellos
sabia abajar el lomo, sino que los indios, constreñidos por ellos, y
por miedo de las mantanzas pasadas, lo trabajaban, haciéndoles las
casas con todo el pueblo y labranzas con que se sustentaban; y así el
Comendador Mayor comenzó á ir por el camino que Francisco Roldan habia
comenzado, y el Almirante sufrídole, y el comendador Bobadilla mucho
ampliado y dado licencia larga, conviene á saber, señalar y forzar los
indios que hiciesen las casas y labranzas que los españoles querian, y
todos los otros servicios que habian menester, no sólo los necesarios,
pero los demasiados, y para hacer estado, como si fueran ellos los
señores naturales, y los indios, no solamente sus súbditos y vasallos,
pero mucho más que si todos fueran sus esclavos vendidos y comprados:
y esto corroboró y confirmó despues, como más que si le echara clavos,
el Comendador Mayor, desque cierta ocasion le vino á las manos muy
mal por él rodeada y buscada, y peor aplicada. Y todo esto que está
dicho hizo el Comendador Mayor sin autoridad alguna, ántes contra lo
que en su Instruccion trujo de los Reyes mandado, conviene á saber,
que los indios fuesen libres, y á ninguna servidumbre obligados, y él,
no solamente sufrió el señorío que tenian sobre los indios los 300
españoles que acá hallamos, la cual, por ser pocos y los indios muchos,
se toleraba, pero añidió los muchos que consigo trujo, y echóles á los
que estaban apartados, como los de la Çabana de Haniguayába y de la
provincia de Guahába, la dicha carga, y á los que alguna tenian con
los pocos españoles, doblósela excesivamente, y hízosela intolerable;
y pluguiera á Dios, que en estos trabajos y males de los indios su
desdichada suerte parara: y que parar en aquellos trabajos la suerte
de los indios, por entónces fuese deseable, la historia lo dirá en los
capítulos de adelante.



CAPÍTULO XI.


Como el Comendador Mayor vido, cuando luego luego vino, que, acabada
la harinilla y vizcocho, que la gente mucha que trujo comenzó á
hambrear, y parte dellos á morir, y muchos más á enfermar, y que, por
la instruccion que traia y mando de los Reyes, los indios eran libres
(y sin ella lo debia él adivinar), y que no tenia poder de los Reyes
para los obligar (ni áun de Dios nunca lo tuvo, ni los Reyes para se
lo dar), estábanse los indios en sus pueblos, pacíficos, haciendo sus
labranzas, y curando de sus mujeres ó hijos, sin ofensa de nadie, y
sirviendo y obedeciendo á sus señores naturales, y á los españoles que
tenian á las hijas de sus señores, ó á las mismas señoras, por criadas,
y como mujeres, y ellas pensaban que eran con ellas casados; puesto
que destos no les faltaban hartas vejaciones y angustias, que, como
gente humílima y pacientísima, con ellas pasaban y las toleraban: sola
la provincia de Higuey, como arriba dije, estaba alzada, y tambien
signifiqué la causa. Así que, viendo el Comendador Mayor en aquel
tiempo aquellas dificultades, y que habia traido más gente de la que
podia remediar (y esta fué siempre una de las principales causas que
han asolado estas Indias, como parecerá, dejar venir á ellas gente
demasiada de España), escribió á los Reyes cierta carta, harto más
alargándose que la prudencia que tenia, y áun la conciencia recta y no
errónea, le debiera dictar, y miedo tengo, si quizá le dictaban, puesto
que todavía, siguiendo el juicio de menor peligro, creo que más lo hizo
errando y lleno de mucha ceguedad, de la cual, pocos se han en Castilla
escapado. Y digo que escribió él, no porque yo lo viese ni los Reyes
lo declaran, mas que fueron informados, sino porque no habia entónces
acá persona ó personas á quien los Reyes diesen crédito, para hacer
mudanza de cosa de tan gran importancia, sino á él. Escribió, pues, ó
fueron los Reyes informados dél ó de otros: lo primero, que á causa de
la libertad que á los indios se habia dado, huian y se apartaban de la
conversacion y comunicacion de los cristianos; por manera, que, áun
queriéndoles pagar sus jornales, no querian trabajar, y que andaban
vagabundos, y que ménos los podian haber para los doctrinar y traer á
que se convirtiesen á nuestra sancta fe católica, etc. Es aquí agora
de notar, ántes que pasemos adelante, que la libertad que se les dió,
fué la que está contada con verdad, porque ni supieron, ni á su noticia
jamás llegó que los Reyes los mandasen libertad; y así, no huian ni
se apartaban de los españoles más que de ántes, por la libertad que
se les hobiese dado, sino siempre huian dellos por sus infinitas ó
implacables vejaciones, furiosas y rigurosas opresiones, condicion
feroz, brava, y á todos los indios espantable, como huyen y se apartan,
y alebrastan los pollitos y pajaritos chiquitos cuando ven ó sienten el
milano. Esta fué, y es siempre y será, la causa de huir los indios de
los españoles, y meterse en las entrañas de la tierra y sus soterraños,
y no la libertad, que jamás nunca se les dió, ni la tuvieron despues
que cognoscieron cristianos; y esta es la pura y verdadera realidad
de la verdad, y lo que á los Reyes se escribió fué falsísima maldad
y perniciosa falsedad, y por tanto, con justísima causa, no sólo
parecer ante ellos para con sus trabajos servirles, y rescibir dellos
jornal, pero si para hacelles fiestas y mil regalos los llamasen y
rogasen, ántes escogerian padecer cualesquiera penas y trabajos, y áun
tanto tiempo tratar con tigres, que conversarlos. Item, ¿qué ley les
mostraron que fuese conforme á la razon natural, por la cual hobiesen
sido convencidos y se cognosciesen obligados á dejar sus casas, sus
mujeres é hijos, y venir 50 y 100 leguas á trabajar en lo que los
españoles les mandasen, aunque les quisiesen pagar su jornal? ¿por
ventura, fueron las guerras que les hizo el Almirante y su hermano,
el Adelantado? ¿el enviar los navíos á Castilla llenos de esclavos,
prender y enviar en hierros á los dos mayores reyes desta isla,
Caonabó, rey de la Maguana, y Guarionex, de la Vega real, y ahogarse en
las naos? ¿ó los insultos y tiranías que hicieron en gran parte desta
isla Francisco Roldan y sus secuaces? Creo que no habrá hombre sabio ni
cristiano que ose afirmar, que á obra de las dichas, á venir á trabajar
en las obras y haciendas de los españoles por su jornal, y mucho ménos,
la ley natural y divina los obligase. La misma falsedad contiene
decir, que no los podian haber para los doctrinar y traer á que se
convirtiesen á nuestra sancta fe católica, porque yo digo verdad,
y lo juro con verdad, que no hobo en aquellos tiempos ni en otros
muchos años despues, más cuidado y memoria de los doctrinar y traer á
nuestra fe ni que fuesen cristianos, que si fueran yeguas, ó caballos
ó algunas bestias otras del campo. Dijeron más, que de allí resultaba
que los españoles no hallaban quien trabajase en sus granjerías, y
les ayudasen á sacar el oro que habia en esta isla, etc. Pudieron
responder los indios, que si habian ellos de llorar aquellos duelos;
que si granjerías querian que las trabajasen, y si ser ricos de oro
deseaban, que echasen mano á las herramientas y lo cavasen y sacasen, y
no quisiesen ellos ser los vagabundos y ociosos y haraganes, lo que los
indios no eran, pues no comian sino del sudor de sus manos, y cumplian
muy mejor que ellos el segundo precepto que Dios puso á los hombres,
y así, caian en la culpa de que á los indios acusaban; y mayormente
eran ménos obligados á sacar el oro, que, con intolerables trabajos,
y con muerte de la gente, se sacaba, como los españoles querian que
los indios lo sacasen. Y tambien aquí engañaron á los Reyes diciendo,
que no les querian ayudar á sacar el oro, como si ellos pusieran en
algo la mano, más de moler á palos, á azotes á los desventurados
indios, porque no se daban priesa y les sacaban tanto cuanto su cudicia
insaciable los instigaba. Y puesto que por razon de para que se les
predicara la fe, si tal intento y propósito acá se tuviera, aunque
los Reyes sin duda lo tenian, y de hecho se les predicara y no los
hobieran diminuido con las crueles guerras, y hecho daños tantos y
tan irreparables, debieran de contribuir con algo para ayuda á los
gastos que los Reyes hacian acá para que los españoles, no todos,
sino cierto número, que bastara, se sustentáran, no habia de ser esta
contribucion quitándoles su libertad, privando los señores naturales
de sus señoríos, desbaratándoles y desordenándoles toda su órden, sus
pueblos y manera de regirse y de vivir, entregándolos á los españoles
para que dellos se sirviesen absolutamente en sus minas y granjerías,
y esto todo en universal, hombres y mujeres, mozos, niños y viejos,
preñadas y paridas, como si fueran atajos de vacas ó de ovejas, ó de
otros animales. Lo que en el caso propuesto arriba fueran obligados á
contribuir habia de ser cosa muy moderada, y que, sin grandes angustias
y peligros, ó daños de sus personas y casas, y repúblicas les fuera
posible, porque ellos no se disminuyeran, y les fué onerosa y odiosa
la fe. Pero porque la entrada de los españoles en esta isla fué tan
violenta y sangrienta, y con tantos estragos, muertes y perdicion de
tantas gentes y con tan manifiestas injusticias, daños y agravios, que
nunca tuvieron reparacion, y con tan graves activos escándalos de la
fe, que fué el fin ó causa final de poder venir los españoles á morar
á estas tierras, nunca y en ningun tiempo de todos los pasados, y hoy
si fueran vivos, fueron ni fueran obligados á dar, ni contribuir con
un maravedí; y desto, tengo por cierto que cualquiera persona, que
alguna inteligencia mediana tuviere de las reglas de la razon y ley
natural, y de la ley divina positiva, y áun de las leyes humanas, bien
y como deben ser entendidas, no dudará, sino que lo afirmará y firmará.
Quise poner aquí, á vueltas desta historia, estas razones, porque son
principios y fundamentos deste negocio, por ignorancia de los cuales se
han destruido todas estas Indias.



CAPÍTULO XII.


Agora será bien que declaremos, rescibida la letra é informacion
susodicha, y falsa, que el Comendador Mayor hizo á los Reyes, ó quien
quiera que haya sido el informador, qué fué lo que la Reina sobre ello
proveyó. ¡Oh, Reyes, y cuán fáciles sois de engañar, debajo y con
título de buenas obras, y de buena razon, y cómo debríades de estar más
recatados y advertidos de lo que estais, y tan poco dejaros creer de
los Ministros, á quien los negocios árduos y gobernaciones confiais,
como de los demas! Porque, como vuestros reales oidos sean simples y
claros, de vuestra propia y real naturaleza ser todos los otros hombres
estimais, no temiendo que alguno os pueda decir, como no la diríades,
otra cosa sino verdad; y por esto, ningun género de hombres hay que
ménos la oigan que vuestra excelencia real; desto se halla escrito
en la Escriptura sagrada, en el fin del libro de Ester, y tractaron
tambien dello los sabios. Respondió, pues, la reina Doña Isabel,
persuadida de las razones fingidas ya dichas, teniéndolas por verdades,
que, por cuanto ella deseaba, y pudiera decir que era obligada, y en
ello no le iba ménos que el alma, que los indios se convirtiesen á
nuestra sancta fe católica, y fuesen doctrinados en las cosas della,
y que porque aquesto se podria mejor hacer comunicando los indios con
los españoles, y tractando con ellos, y ayudando los unos á los otros,
para que la Isla se labrase y poblase y aumentasen los frutos della,
y se cogiese el oro para que los reinos de Castilla, y los vecinos
dellos, fuesen aprovechados, por tanto, que mandaba dar aquella su
Carta en la dicha razon. Por lo cual mandaba al Comendador Mayor,
su Gobernador, que: «del dia que viese aquella Carta en adelante,
compeliese y apremiase á los indios que tratasen y conversasen con los
españoles, y trabajasen en sus edificios, en coger y sacar oro y otros
metales, y en hacer granjerías y mantenimientos para los cristianos,
vecinos y moradores de la isla, y que le hiciese pagar á cada uno, el
dia que trabajase, el jornal y mantenimiento, que, segun la calidad
de la tierra y de la persona y del oficio, le pareciese que debia
haber; mandando á cada Cacique que tuviese cargo de cierto número de
los indios, para que los hiciese ir á trabajar donde fuese menester,
y para que, las fiestas y dias que pareciese, se juntasen á oir y ser
doctrinados en las cosas de la fe, en los lugares deputados, y para
quel Cacique acudiese con el número de indios que le señalase á la
persona ó personas que él nombrase, para que trabajasen en lo que las
tales personas mandasen, pagándoles el jornal que por él fuese tasado,
lo cual hiciesen y cumpliesen como personas libres, como lo eran, y no
como siervos; y que hiciese que fuesen bien tratados, y los que dellos
fuesen cristianos mejor que los otros, y que no consintiese ni diese
lugar que ninguna persona les hiciese mal ni daño, ni otro desaguisado
alguno, y que los unos y los otros no hiciesen ende al, etc.» Todas
estas palabras son formales de la reina doña Isabel, de felice memoria,
en su Carta patente, que abajo á la letra se porná. En todas las
cuales, cierto, parece la intincion que al bien y conversion destas
gentes tenia, y tuvo hasta la muerte, como pareció en su testamento,
cuya cláusula, tocante á esto, abajo se porná, y que si alguna cosa
proveyó disconveniente al bien dellas, fué por falsas informaciones,
y tambien por la ignorancia y error de los del Consejo que tuvo, los
cuales debieran considerar muchas cosas tocantes al derecho, pues
lo profesaban, y les daba de comer por letrados y no por gentiles
hombres ó por caballeros. Y despues, hartos años, conversé é informé
á algunos de los del Consejo, que firmaron esta Carta patente de la
Reina, y favorecieron en el contrario de lo que habian firmado á los
indios, entendiendo más el derecho y alcanzando noticia del hecho.
Ocho cosas, pues, parece pretender la Reina en esta Patente, segun se
colige della. La primera, que el fin principal que era obligada á
pretender, pretendia, y este mandaba, que el Gobernador pretendiese,
conviene á saber, la conversion y cristiandad destas gentes. Para
lo cual dijo: Primero, «y porque Nos deseamos que los dichos indios
se conviertan á nuestra sancta fe católica, y que sean doctrinados,
etc.», y luego añade: «y porque esto se podrá mejor hacer, comunicando
los indios con los cristanos, etc.»; por manera, que todo lo que más
ordenaba y mandaba que se hiciese, habian de ser medios convenientes y
proporcionados para conseguir el dicho fin, y esto es regla natural y
del mismo derecho divino. Y en esta primera parte, donde dispuso que
los indios comunicasen con los cristianos, presupuso la sancta Reina
y los de su Consejo, que los que acá pasaban eran cristianos, pero no
lo fueron, porque si lo fueran, muy bien, cierto, lo habia proveido
Su Alteza; porque gran medio y harto propincuo es, segun los santos,
cuando viesen los gentiles é infieles las obras cristianas de los
cristianos, para que, por ellas cognosciendo la limpieza, rectitud,
blandura, suavidad y sanctidad de la ley cristiana, se volviesen
luego á glorificar al dador della, Jesucristo, y, por consiguiente,
no tardarian en convertirse. Así lo testifica él mismo por Sant Mateo
en el cap. 5.º Pero como nuestros españoles, á estas gentes, tantas
injusticias y daños irreparables hiciesen, y con tan malas y viciosas
obras y tan contrarias á la ley de Cristo viniesen, es verdad, cierto,
que uno de los principales humanos medios, que despues de la sancta
doctrina, necesariamente para la conversion y recibimiento de la
católica fe destas gentes se requiere, era y es que nunca uno ni
ninguno de nosotros congosciesen, conversasen ni viesen; y esto bien
claro y patente lo mostrará nuestra historia, si el mismo Jesucristo,
por cuya gloria todo esto se dice y escribe, tiempo para la acabar nos
concediere. Así que, la cristianísima Reina se engañó, y los de su
Consejo, creyendo que la conversacion de los indios con los españoles,
para su conversion, era cosa conveniente. Lo segundo que pretendió
la Reina, fué que se mandase á cada señor y Cacique que señalase
cierto número de gente para que fuesen á alquilarse y ganar jornal,
entendiendo en las haciendas y granjerías de los españoles. Manifiesto
es que la Reina entendió que aqueste número no habian de ser todos
cuantos vecinos habia en un pueblo y pueblos, sino algunos, y aquellos
los que pudiesen trabajar y tuviesen oficio dello; y así, no viejos, ni
niños, ni mujeres, ni los señores y principales que eran entre ellos,
y que unos fuesen un tiempo, y otros en otro, y aquellos venidos,
fuesen otros; y que esto pretendiese la Reina, y el Comendador Mayor
lo debiese entender así es claro, porque, si el contrario mandara,
fuera mandamiento injusto y contra ley natural, y por consiguiente,
obligado era él por la misma ley á no cumplillo. Lo tercero, que
habia de tenerse respeto á las necesidades de los mismos indios, y
de sus mujeres y hijos, y de sus casas y hacendejas, de que habian
de mantenerse y vivir. Item, que aquellos habian de ir á alquilarse
cerca, de donde pudiesen irse á las noches á sus casas con sus mujeres
é hijos, como lo hacen los que se alquilan para trabajar en Castilla,
y ninguno es compelido que vaya á trabajar de una ciudad á otra; y, ya
que á más se alongasen, al ménos que no pasase la ausencia de sus casas
de sábado á sábado, aunque esto contenia no poca injusticia. Lo cuarto,
que aquellos alquilarse habia de ser no siempre, sino en algun tiempo,
como parece por aquella palabra de la Reina: «y fagais pagar á cada uno
el dia que trabajare, etc.»; y esto habia de ser dulcemente inducidos,
para que lo hiciesen con alegría y voluntad, para que les fuesen
ménos duros los trabajos, y aunque la Reina decia, «los compelais»,
porque fué dicho por la falsedad y testimonio que levantaron á los
indios, y le escribieron, que andaban ociosos y vagabundos, siendo,
como queda dicho, gran maldad. Lo quinto, que los trabajos habian
de ser moderados, y que ellos los pudiesen sufrir, y los dias de
trabajo, y no los domingos y fiestas; porque aunque la Reina mandase
que se alquilasen para ir á trabajar, su intincion no era, ni debia,
ni podia ser, que si los trabajos eran táles y tan grandes, que les
eran perniciosos y perecian con ellos, les forzasen á trabajarlos.
Lo sexto, que el jornal que se les habia de pagar, fuese conveniente
y conforme á los trabajos, para que de sus sudores y fatigas
reportasen algun galardon, para que se consolasen y proveyesen á sí
y á sus mujeres y hijos, y casas, recompensando con el jornal lo que
perdian por absentarse de sus casas, y dejar de hacer sus haciendas y
labranzas, de donde habian, á sí y á los suyos, de mantener. Lo sétimo,
que los indios eran libres, y que aquello hiciesen como personas libres
que eran, y no como siervos que no eran, y que fuesen bien tractados,
y no consintiese que les fuese hecho agravio alguno, y debajo de esta
libertad, es claro que se entendia que se alquilasen como lo suelen
hacer las personas libres en nuestra Castilla, que tienen libertad para
primero proveer y ocurrir á las necesidades de sus casas y haciendas,
y por irse á alquilar no desmamparan sus mujeres, si las tienen malas,
y otros muchos inconvenientes, como, cuando están cansados, descansar,
y cuando enfermos, curarse, porque de otra manera, ¿qué les prestaria
su libertad, si teniendo los dichos y otros impedimentos, á alquilarse
los forzasen, que áun á los esclavos no se puede, sin gravísimo pecado,
tal compulsion hacer? Lo octavo, que se colige y debe colegirse y
entenderse, que la Reina pretendia por la dicha su Carta patente, es,
que aquella órden y manera que mandaba, que se pusiese (la cual sólo
estribaba en la falsa relacion que se le habia hecho), era imposible
á los indios, y tan perniciosa, que no podia estar ni sufrirse sin
destruccion y total acabamiento dellos, que por dar oro á los españoles
no la habia el Comendador Mayor de sustentar, ni consentir que un sólo
dia en tal opresion ni captiverio estuviesen, porque no era tal su
intencion, y, aunque lo fuera y mandara, él, en aquello, no la habia
de obedecer, ni mandar cumplir; cuanto más que es manifiesto, que si
la Reina supiera la calidad de la tierra, y la fragilidad y pobreza
y mansedumbre, y bondad de los indios, y la gravedad y dureza de los
trabajos, y la dificultad con que se sacaba el oro, y la vida amarga,
triste y desesperada que les sucedió, por la cual muriendo vivian,
y, finalmente, la imposibilidad de vivir, y de no perecer todos
como perecieron, sin fé y sin sacramentos, nunca tal le mandara ni
cometiera, porque ni tenia poder para se lo cometer y mandar; y que si
alcanzara á saber que la dicha manera que habia puesto el Comendador
Mayor, era á los indios tan perniciosa, ¿quién podrá dudar que no la
abominara y detestara? Mas por la infelicidad de los indios, despachada
esta Carta en fin del año de 503, porque fué á 20 de Diciembre, luégo
desde á pocos meses murió, y así quedaron de todo auxilio y remedio
humano desmamparados, como parecerá.



CAPÍTULO XIII.


Dicha la sustancia de la Carta de la reina doña Isabel, dirigida al
Comendador Mayor, sobre la órden que habia de tener, si órden fuera,
en hacer á los indios trabajar, fundada sobre la falsa informacion
que se le habia escrito, y declaradas las ocho partes que la carta
contenia, y que la Reina pretendia que se pusiesen en ejecucion, será
bien consiguientemente dar noticia cómo el dicho Comendador Mayor
entendió la Carta, ó al ménos, si no la entendió, cómo la ejecutó.
Cuanto, pues, á lo primero y principal que la Reina pretendia, y era
obligada pretender por fin, conviene á saber, la instruccion, doctrina
y conversion de los indios, ya dije arriba, y torno á decir y afirmar
con verdad, que por todo el tiempo que el Comendador Mayor esta isla
gobernó, que fueron cerca de nueve años, no se tuvo más cuidado de
la doctrina y salvacion dellos, ni se puso más por obra, ni hobo más
memoria ni cuenta della ni con ella, que si los indios fueran palos, ó
piedras, ó gatos, ó perros, y esto no sólo por el mismo Gobernador, y
á los que dió los indios que les sirviesen, pero ni por los religiosos
de Sant Francisco, que con él vinieron, que eran buenas personas,
los cuales, cerca dello, ninguna cosa hicieron ni pretendieron, sino
vivir en su casa, la desta ciudad, y otra que hicieron en la Vega,
religiosamente. Sólo esto ví que hicieron, conviene á saber, que
pidieron licencia para tener en sus casas algunos muchachos, hijos
de algunos Caciques, pero pocos, dos, ó tres, ó cuatro, y así, á los
cuales enseñaron á leer y escribir, pero no sé que más con ellos de
la doctrina cristiana y buenas costumbres aprendieron, mas de dalles
muy buen ejemplo, porque eran buenos y vivian bien. Cuanto á lo
segundo, que fué que señalase cierto número de gente á cada Cacique,
etc., deshizo los grandes y muchos pueblos que habia en esta isla,
y da á cada español de los que él quiso, á uno 50, y á otro 100, y
á otro más y á otro ménos, segun la gracia que cada uno alcanzaba
con él; y en este número entraban niños y viejos, y mujeres preñadas
y paridas, hombres principales y plebeyos, y los mismos señores y
Reyes naturales de los pueblos y de la tierra. Este repartir entre
los españoles los indios, vecinos y moradores de los pueblos, llamó y
llamaron el repartimiento. Dió tambien al Rey su repartimiento en cada
villa, como á un vecino que hacia sus labranzas y granjerías, y cogia
oro para el Rey; y porque de cada pueblo de indios se hacian muchos
repartimientos, dando á cada español cierto número, como es dicho,
dellos, con el uno dellos asignaba que fuese el señor ó Cacique, y
este daba al español á quien él más honrar y aprovechar queria; á los
cuales daba una Cédula de su repartimiento, que rezaba desta manera: «A
vos, fulano, se os encomiendan en el Cacique fulano, 50 ó 100 indios,
para que os sirvais dellos, y enseñaldes las cosas de nuestra sancta
fe católica.» Item, decia otra: «A vos, fulano, se os encomiendan en
el Cacique fulano, 50 ó 100 indios, con la persona del Cacique, para
que os sirvais dellos en vuestras granjerías y minas, y enseñaldes las
cosas de nuestra sancta fe católica,» y así todos cuantos habia en el
pueblo, por manera, que á todos, chicos y grandes, niños y viejos,
hombres, y mujeres preñadas y paridas, señores y vasallos, principales
y plebeyos, condenaba absolutamente á servidumbre, donde al cabo,
como se verá, morian. Esta fué la libertad, que de su repartimiento
consiguieron. Cuanto á lo tercero, que debiera tener respeto á las
grandes necesidades de las mujeres y hijos, y á que se ayuntaran cada
noche, ó al ménos cada sábado, aunque esto era injusto, como dijimos,
consintió que llevasen los españoles á los maridos á sacar oro, 10,
y 20, y 30, y 40, y 80 leguas, cierto, y las mujeres quedaban en las
estancias ó granjas, trabajando en las labores de la tierra, cavando,
no con azadas, ni arando con bueyes, sino, con unos palos tostados,
rompiendo la tierra, y sudando, en trabajos que no son iguales, con
mucho, á los mayores que los cavadores trabajan en Castilla. Estos
eran, hacer unos montones para el pan que se come; y esto, es alzar de
la tierra que cavan, cuatro palmos en alto, y doce piés en cuadro, y
destos hacer diez y doce mil juntos, que gigantes se molieran; y otros
oficios y trabajos no menores, ó poco ménos que estos, cualesquiera
que vian los españoles serles más provechosos para sacar dineros.
Por manera, que no se juntaba el marido con la mujer, ni se vian en
ocho ni en diez meses, ni en un año; y cuando al cabo deste tiempo
se venian á juntar, venian de las hambres y trabajos tan cansados
y tan desechos, tan molidos y sin fuerzas, y ellas, que no estaban
acá ménos, que poco cuidado habia de comunicarse maridalmente; desta
manera, cesó en ellos la generacion. Las criaturas nacidas, chiquitas
perecian, porque las madres, con el trabajo y hambre, no tenian leche
en las tetas; por cuya causa murieron en la isla de Cuba, estando yo
presente, 7.000 niños en obra de tres meses; algunas madres ahogaban
de desesperadas las criaturas; otras, sintiéndose preñadas, tomaban
hierbas para malparir, con que las echaban muertas. Por manera, que
los maridos morian en las minas, y las mujeres en las granjas, con los
trabajos dellas, y las criaturas nascidas por se les secar la leche,
y cesando la generacion para las por nacer, de necesidad habian, como
perecieron todos, en breve de perecer, y así se despobló esta tan
grande, y poderosa y fertilísima, aunque desdichada isla. Y es aquí
de considerar, que si en todo el mundo las dichas causas hobieran
concurrido, si haberse todo evacuado de todo el linaje humano, en tan
breves dias, fuera maravilla. Cuanto á la cuarta, que habia de ser
el alquilarse algun tiempo, y no siempre, é inducidos con dulzura y
piedad, etc; diólos el Comendador para que contínuamente trabajasen sin
darles descanso alguno, como parece por la Cédula del repartimiento, y
si alguna limitacion despues puso, de que yo, cierto, no me acuerdo,
al ménos esto es cierto, que se les daba por resuello, y que muchos y
los más servian y trabajaban en aquel tiempo, contínuamente; y, sobre
los trabajos importables, permitió ponellos y mandallos unos verdugos
españoles crueles, á los que andaban en las minas, unos llamados
mineros, y á los que andaban y trabajaban en las granjas ó estancias,
estancieros. Estos, tratábanlos con tanto rigor y austeridad, y por
modo tan inhumano, que no parecia sino que eran los ministros del
infierno, que de dia ni de noche no dan de holganza un momento.
Dábanles de palos ó varazos, de bofetadas, de azotes, de puntilladas,
nunca oyendo dellos otra más dulce palabra que perros, y porque por
las continuas impiedades y aspereza de los malos tractamientos de los
estancieros y mineros, y por los trabajos continuos, no tolerables, que
sin resollar sufrian, y con tener por cierto que nunca dellos habian de
salir, sino en ellos de morir, como vian que sus vecinos y compañeros
morian, que es lo que á los dañados en el infierno hace desesperar,
íbanse huyendo por los montes á esconder, criaron ciertos alguaciles
del campo, que los iban á montear y á traellos. Y en las villas y
lugares de los españoles, señaló y crió el Comendador Mayor un vecino,
el más honrado y caballero del pueblo, al cual puso nombre Visitador,
y á quien, por sólo el oficio, como por salario, sin el repartimiento
que le habia cabido de indios, le daba otros cien indios, que como los
otros le sirviesen. Estos eran los verdugos mayores ordinarios, y así,
como más honrados en el pueblo, tanto más que los otros eran crueles.
Ante estos presentaban los alguaciles del campo á los desventurados
indios huidos que de los montes traian; iba el acusador luego allí,
y este era el que los tenia en repartimiento, y les habian dado por
piadoso maestro, y acusábalos diciendo, que aquel indio ó indios era ó
eran unos perros que no le querian servir, y que cada dia se le iban
de puro bellacos haraganes, que los castigase bien. Luego el Visitador
los hacia amarrar á un poste, y él mismo, por sus propias manos, como
el más honrado, tomaba un rebenque de marineros alquitranado, que
llaman en las galeras anguilla, el cual es como una verga de hierro,
y dábale tantos de azotes y tan crueles al cuerpo desnudo, flaco,
en los huesos, hambriento, hasta que por muchas partes le reventaba
la sangre y lo dejaba por muerto, con protestacion y amenazas, que,
si otra vez se huia, que habia de hacer y acontecer. Nuestros ojos
vieron algunas veces muchas y grandes inhumanidades destas, y Dios es
testigo, que tantas fueron las que cometian y cometieron en aquellos
corderos, que, por mucho que dellas se diga, no pueden ser, de muchas
partes una, encarecidas. Cuanto á lo quinto, que habian de ser los
trabajos moderados, etc.; estos eran sacar oro, el cual es tal, que há
menester para sacallo de las entrañas de la tierra, ser los hombres
de hierro, porque se trastornan las sierras, lo de abajo arriba y de
arriba abajo, mil veces, cavando, y quebrando peñas y meneando piedras,
y para lavallo en los rios llevan la tierra acuestas, y allí están
los lavadores siempre metidos en el agua, y corvados los lomos, que
se quiebran por el cuerpo, y cuando la mina hace agua, sobre todos
los trabajos es, con los brazos y ciertas gamellas, de abajo arriba,
echalla fuera; y finalmente, para conjeturar y entender qué trabajo es
coger oro y plata, débese considerar, que los gentiles la mayor pena
que daban á los mártires, despues de la muerte, era condenallos para
sacar los metales. Y los reyes de Egipto no echaban en las minas á
sacar oro sino á los condenados por sus delitos, y á los que captivaban
en las guerras ó á los que levantaban algun grave testimonio, ó á los
que, por algun de servicio, incurrian en la ira del Rey, y tal era
el trabajo, que, porque no se huyesen, les echaba prisiones, y era
grande el número de la gente que en ello ocupaban, á los cuales, sin
descanso alguno, dias y noches, forzaban á trabajar, con injurias,
azotes y palos. Todo esto dice Diodoro, lib. IV, cap. 2.º: _Egipti
enim Reges, crimine damnatos omnes ac ex hostibus captos, insuper ob
aliquam falsam calumniam aut Regum iram in carcerem detrusos, aura
defodiendo deputant simul sumpta facinorum pena e magno quæstu ex
eorum labore percepto: illi compedibus vincti magnus hominum numerus
absque ulla intermissione, die nocteque exercentur nulla neque requie
concessa, omnique ablata fugiendi facultate_, Y más abajo: _Ab hoc
labore nunque conquiescunt, contumeliis verberibusque ad continuum
opus coacti_, etc. Tambien dice allí que les ponian propósitos, que
debian ser los verdugos, como acá dijimos, de los mineros; y, en el
lib. VI, cap. 9.º, el mismo Diodoro, del trabajo que es sacar oro nos
trae otros testigos, á nosotros los españoles, más cercanos, y estos
son la misma gente de España. Cuenta que los romanos, despues de haber
sojuzgado á España, compraban muchos esclavos, y de creer es que debian
ser dellos algunos españoles, y quizá todos, y que los enviaban y
tenian en las minas, y que era increible la riqueza que sacaban para
sus señores, aunque con grandes angustias y calamidad suyas; porque
de dia y de noche los constreñian á que cavasen, y que muchos, por el
excesivo trabajo, perecian, como quiera que ninguna holganza les diesen
ni tiempo para que resollasen, ántes, con azotes, á que de contino
estuviesen en la obra eran forzados; los cuales, raro, podian vivir
mucho, sino eran los muy robustos de fuerzas y vigor de ánimo; aquestos
más tiempo duraban en esta calamidad, y á los tales, por la grandeza
y gravedad de la miseria que padecian, más deseada era la muerte que
la vida. _Verum cum die noctuque in labore perseverent multi ex nimio
labore moriuntur: cum nulla eis ab opere detur requies aut laboris
intermissio, sed verberibus ad continuum opus coacti, raro diutius
vivunt. Robustiori quidam corporis et animi vigore, plurimum temporis
in ea versantur calamitate, quibus tamen ob miseriæ magnitudinem mors
est vita optabilior_, etc. Todo esto es de Diodoro, y lo que más se ha
dicho en romance. Por lo dicho parece que de naturaleza le debe ser
al oro apropiado morir los hombres del trabajo que generalmente hay
en sacallo, y ser tanto, que precian más la muerte que la vida por no
pasallo; y por consiguiente, queda probado, que no son imposibles las
calamidades, que, padecer los indios en sacallo, contamos; y plugiera á
Dios que no fueran necesarias, pues, en verdad, son pasadas y pasan hoy
donde quiera que los españoles con indios el oro sacan.



CAPÍTULO XIV.

En el cual se prosiguen la quinta y las otras tres partes de la carta
de la Reina, de que mal usó el Comendador Mayor, en perdicion de los
indios.


Duraban en las minas y en los trabajos dellas, al principio, seis
meses; despues ordenaron que ocho, que llamaban una demora, hasta el
tiempo que traian todo el oro cogido á la fundicion, y, fundido, tomase
el Rey su parte, y daban al que tenia repartimiento lo demas, puesto
que, por muchos años, nunca entraba en su poder ni áun un castellano,
porque todo lo debia á mercaderes ó á otros acreedores, y, con cuantas
angustias y tormentos á los indios, por sacar aquel infernal oro,
causaba, Dios se lo consumia todo, y nunca hombre dellos medraba. En
el tiempo que habia fundicion, les daban licencia que se fuesen á sus
pueblos, los que los tenian á dos, y á tres, y á cuatro jornadas.
¡Bien se puede juzgar cuáles llegarian, y qué descanso hallarian
en sus casas, habiendo estado ocho meses fuera dellas, dejando sus
mujeres y hijos desmamparados, si quizá no las habian llevado tambien
á los trabajos, y tornaban juntos maridos y mujeres, á llorar su vida
desventurada! ¿Qué refrigerio hallarian, habiendo de ir á buscar de
comer y trabajar en sus hacendejas, que hallaban hechas heriazos y
llenas de hierba, y faltándoles todo consuelo y recaudo? Los que de
40 ó 50 y 80 leguas habian venido, nunca tornaban á sus casas de 100,
10, sino que en las minas y en los otros trabajos, hasta que morian
estaban. Muchos de los españoles no tenian escrúpulo alguno de,
domingos y fiestas, trabajallos, y cuando ménos los trabajaban, era
que no sacasen aquel dia oro, sino en otras cosas, que no faltaban,
como hacer las casas ó remendallas de paja, y traer leña, y otras mil
semejantes en que los ocupaban; la comida que para sufrir tantos y
tales trabajos les daban, era pan caçabí, el cual, puesto que con harta
carne y otras cosas se pueden pasar bien los hombres, pero para sin
carne ó pescado, y manjar otro que le acompañe, tiene poca sustancia.
Así que su comida era de aquel pan caçabí, y mataba el minero un puerco
cada semana; comíase él los dos cuartos y más, y, para 30 y 40 indios,
echaba de los otros dos cuartos cada dia á cocer un pedazo, y repartia
entre los indios á cada uno una tajadilla, que seria como una nuez, y
con aquella, gastándola toda emplingando el caçabí, y con sopear en el
caldo, se pasaban; y es verdad, que estando el minero comiendo, estaban
los indios debajo la mesa, como suelen estar los perros y los gatos,
para, en cayéndose el hueso, arrebatallo, el cual chupaban primero, y,
despues de bien chupado, entre dos piedras lo majaban, y lo que dél
podian gozar con el caçabí lo comian, y así de todo el hueso no perdian
nada; y esta tajadilla de puerco, y los huesos dél, no lo alcanzaban
sino solamente los indios que en las minas á sacar oro andaban, porque
los de las estancias que cavaban y tenian otros grandes trabajos, en
su vida, mujeres ni hombres, nunca supieron, despues de entregados á
los españoles, qué cosa fuese carne, más del caçabí y otras raíces.
Personas hobo en la isla de Cuba (porque si tratando della se me
olvidare), que no teniendo, por su avaricia, qué dar de comer á los
indios que les hacian las labranzas, los enviaban á pacer al campo y
á los montes las frutas de los árboles que habia, dos y tres dias, y
con lo que traian en los vientres, les hacian trabajar otros dos ó
tres dias sin comer otro bocado; y desta manera hizo uno una labranza
que le valió 500 y 600 pesos de oro ó castellanos, y esto, él mismo
por su boca, en presencia de mí y de otros, lo contó por industriosa
hazaña. Cuanto á lo sexto, que era que el jornal fuese conforme á los
trabajos, etc., mandó el Comendador Mayor que les pagasen por jornal,
por la vida y trabajos y servicios que padecian y hacian que de suso se
han referido, no sé si podrá ser creido, pero yo digo verdad, y así
lo afirmo, que les mandó dar tres blancas en dos dias, y áun no fué
tanto, sino media blanca ménos, porque cada año ordenó que á cada un
indio se diese medio peso de oro, que son 225 maravedís, y estos que
se los pagasen en lo que bastase á comprar cosillas de Castilla, que
los indios llamaban cacóna, la media sílaba luenga, que quiere decir
galardon. Destos 225 maravedís, se podia comprar hasta un peine y un
espejuelo, y una sartilla de cuentas verdes ó azules, y es tambien
cierto que muchos años pasaron, que ni áun esto no les pagaban; y poco
hacian á su bien ni á la mitigacion de sus angustias, y hambres, y
calamidades; las cuales eran tantas, que ni ellos se dieran ni daban
nada por ello, porque todos sus deseos no subian más de comer y verse
hartos, porque siempre rabiaban de hambre, y de cómo saldrian de
vida tan desesperada. Este fué, pues, el premio y jornal que por tan
grandes trabajos y daños (que no eran ménos que perder los cuerpos y
las ánimas), les mandó pagar, conviene á saber, por dos dias, áun no
tres blancas; despues el tiempo andando, á cabo de muchos años, se les
aumentó el jornal hasta un peso de oro, por ciertas leyes que hicieron
hacer al rey D. Hernando, como, si Dios quisiere, se dirá, que no es
otro, que el dicho, menor escarnio. Cuanto á lo sétimo, que la Reina
pretendia, conviene á saber, que todo aquello cumpliesen los indios,
como personas libres que eran, y que no consintiese hacerles daño ni
agravio alguno, y que tuviesen libertad para entender en sus haciendas,
y descansar, y curarse, etc., bien claro ha parecido, segun creo, por
lo dicho, como totalmente les quitó su libertad y consintió ponellos
en la más áspera, y fiera, y horrible servidumbre y captiverio, que
ninguno puede entender sino la viera por sus ojos, no siendo libres
para cosa desta vida; y áun las bestias suelen tener libertad algunos
tiempos para ir á pacer al campo, y nuestros españoles no daban para
esto, ni para otra cosa, lugar á los indios miserandos, y así, los dió,
en la realidad de la verdad, perpétuamente por esclavos, pues nunca
tuvieron libre voluntad para hacer de sí nada ó algo, sino donde la
crueldad y cudicia de los españoles queria echarlos, no como á hombres
captivos, sino como bestias, que sus dueños, para lo que quieren
hacer dellas, las tienen atadas. Cuando algunas veces los dejaban ir
á su tierra á descansar, no hallaban vivas á sus mujeres ni hijos, ni
hacienda alguna de que comiesen, como se dijo, por no se las dejar
labrar; y así, no tenian otro remedio sino buscar raíces ó hierbas
del monte y del campo, y en el campo morir. Si enfermaban, que era
frecuentísimo en ellos, por los muchos y graves, y no acostumbrados
trabajos, y por ser de naturaleza delicadísimos, no los creian, y sin
alguna misericordia los llamaban perros, y que de haraganes lo hacian
por no trabajar, y, con estos ultrajes, no faltaban coces y palos; y
desque vian crecer el mal ó enfermedad, y que no se podian aprovechar
dellos, dábanles licencia que se fuesen á sus tierras, 20, y 30, y
50, y 80 leguas distantes, y para el camino, dábanles algunas raíces
de ajes y algun caçabí. Los tristes íbanse, y al primer arroyo caian,
donde morian desesperados; otros iban más adelante, y, finalmente, muy
pocos, de muchos, á sus tierras llegaban, y yo topé algunos muertos
por los caminos, y otros debajo de los árboles boqueando, y otros
con el dolor de la muerte dando gemidos, y, como podian, diciendo
«¡hambre! ¡hambre!», y esta fué la libertad y los buenos tractamientos
y cristiandad, y el no recibir agravios ni daños, que estas gentes con
la gobernacion y órden que puso el Comendador Mayor, cobraron. Cuanto á
la octava y final parte de la Carta de la reina doña Isabel, y que por
ella mostraba pretender, conviene á saber, que los indios comunicasen
con los españoles para que fuesen doctrinados y cristianos, y por
medio daba que los Caciques señalasen cierto número de gente para que
se alquilasen, en sí era difícil ó imposible y no proporcionada á que
los indios fuesen cristianos, ántes les era perniciosa y mortífera,
y se convertia en total destruccion de los indios; manifiesto es que
no se le daba poder ni se le podia dar, porque la Reina no lo tenia
para destruccion, sino para edificacion destas gentes, y esto habia el
Comendador Mayor de considerar. Item, debiera tambien mirar, que si la
Reina estuviera presente para que le constara tanto mal, no habia duda
sino que aquella órden la prohibiera y abominara. Cosa fué maravillosa
en aqueste tan prudente caballero, que cada demora que era de ocho
á ocho meses, y fué de año á año cuando se hacian las fundiciones
del oro, morian gran multitud de gente con aquellos trabajos, y no
cognosciese que la órden y gobernacion que cuanto á los indios habia
puesto era mortífera pestilencia, que con vehemencia estas gentes
consumia y asolaba, y que nunca la revocase y enmendase, por lo cual
no pudo él ignorar que no fuese pésimo é inícuo todo lo que habia en
esto constituido y ordenado, y, por consiguiente, ni ante Dios ni ante
los Reyes era excusado. Ante Dios, porque lo que constituyó era de sí
malo y contra la ley divina y natural, poner en áspera servidumbre y
captiverio y perdicion á hombres racionales libres, cuanto más que
via por experiencia, que de la perdicion dellos, aquella desórden era
la causa; ante los Reyes, porque totalmente salió y excedió, haciendo
todo el contrario de lo que por la Reina le era mandado. La enmienda
que desta perdicion hacia, es la siguiente: como via que las gentes se
apocaban, matando en las minas y estancias, cada demora ó cada año,
cada español los de su repartimiento, la mitad ó alguna buena parte, y
los mismos españoles, tambien, viendo que se les disminuian los indios
y acababan, no teniendo confusion de sus pecados, se lo suplicaban,
tornaba á echar todos los indios que habia en la isla, como dicen, en
la baraja, y esto era hacer nuevo repartimiento, en el cual rehacia el
número de los que habian muerto, que primero les habia dado, y esto á
los españoles más principales y dél más favorecidos; y, porque no habia
para todos de aquel paño, dejaba á muchos que no tenian tanto favor
sin repartimiento y sin dalles algo, y desta manera, cuasi cada dos ó
tres años, los repartimientos remendaba ó renovaba. Y porque despachada
esta Carta real, la Reina, como se dijo, murió luego, no supo de esta
cruel perdicion nada. Sucedió luego venir á reinar el rey D. Felipe y
la reina Doña Juana, y ántes que cosa de las Indias entendiese, murió
el rey D. Felipe, por cuya muerte estuvo el reino de Castilla sin Rey
presente, dos años; y así se entabló y calló la diminucion y perdicion
destas gentes miserables. Despues desto, vino á gobernar los reinos
el rey católico D. Hernando, al cual, ó se le encubrió, ó no se le
encareció como debiera, y áun porque pocas veces, ó ninguna, desto
se le dijo verdad, pasaron ocho años, muy poco ménos, que gobernó el
dicho Comendador Mayor, en los cuales se entabló y echó sus raíces esta
pestilente desórden, sin haber hombre que en ella hablase ni mirase, ni
pensase, y así se fueron consumiendo las multitudes de vecinos y gentes
que habia en esta isla, que, segun el Almirante escribió á los Reyes,
eran sin número, como arriba en el primero libro queda ya dicho, y en
tiempo de los dichos ocho años de aquel gobierno, perecieron más de
las nueve, de diez partes. De aquí pasó esta red barradera á la isla
de Sant Juan y á la de Jamáica, y despues á la de Cuba, y despues á la
tierra firme, y así cundió y inficionó y asoló todo este orbe, como
parecerá, placiendo á Dios, en sus lugares. Por manera, que del asiento
y desórden que aquel Comendador Mayor de Alcántara hizo y asentó en
esta isla, repartiendo los indios entre los españoles de la manera
dicha, por ilusion, cierto, y arte diabólica, procedió la perdicion y
acabamiento tan violento vehementísimo, que ha yermado y consumido, en
estas Indias, la mayor parte del linaje humano que en ellas estaba y
hallamos.

«La Reina: Doña Isabel, por la gracia de Dios, reina de Castilla,
de Leon etc.: Por cuanto el Rey, mi señor, é yo, por la Instruccion
que mandamos dar á don frey Nicolás de Ovando, comendador mayor de
Alcántara, al tiempo que fué por nuestro Gobernador á las islas y
tierra firme del mar Océano, hobimos mandado que los indios vecinos
y moradores de la isla Española fuesen libres y no subjetos á
servidumbre, segun más largamente en la dicha Instruccion se contiene,
y agora soy informada que, á causa de la mucha libertad que los dichos
indios tienen, huyen y se apartan de la conversacion y comunicacion de
los cristianos, por manera que, áun queriéndoles pagar sus jornales,
no quieren trabajar y andan vagabundos, ni ménos los pueden haber para
los doctrinar y traer á que se conviertan á nuestra sancta fe católica,
y que, á esta causa, los cristianos que están en la dicha isla, y
viven y moran en ella, no hallan quien trabaje en sus granjerías y
mantenimientos, ni les ayudan á sacar ni coger el oro que hay en la
dicha isla, de que á los unos y á los otros viene perjuicio; y porque
Nos deseamos que los dichos indios se conviertan á nuestra sancta fe
católica, y que sean doctrinados en las cosas della, y porque esto se
podria mejor facer comunicando los dichos indios con los cristianos que
en la dicha isla están, y andando tratando con ellos, y ayudando los
unos á los otros, para que la dicha isla se labre, y pueble, y aumenten
los frutos della, y se coja el oro que en ella hobiere, para que estos
mis reinos, y los vecinos dellos, sean aprovechados, mandé dar esta mi
Carta, en la dicha razon: por la cual mando á vos, el dicho nuestro
Gobernador, que, del dia que esta mi Carta viéredes en adelante,
compelais y apremieis á los dichos indios, que traten y conversen con
los cristianos de la dicha isla y trabajen en sus edificios, en coger
y sacar oro y otros metales, y en facer granjerías y mantenimientos
para los cristianos vecinos y moradores de la dicha isla, y fagais
pagar á cada uno, el dia que trabajare, el jornal y mantenimiento,
que, segun la calidad de la tierra, y de la persona, y del oficio, vos
pareciere que debieren haber, mandando á cada Cacique que tenga cargo
de cierto número de los dichos indios, para que los haga ir á trabajar
donde fuere menester, y para que, las fiestas y dias que pareciere, se
junten á oir y ser doctrinados en las cosas de la fe, en los lugares
deputados para que cada Cacique acuda con el número de indios que vos
les señaláredes, á la persona ó personas que vos nombráredes para que
trabajen en lo que las tales personas les mandaren, pagándoles el
jornal que por vos fuere tasado, lo cual hagan é cumplan como personas
libres, como lo son, y no como siervos; é faced que sean bien tratados
los dichos indios, é los que dellos fueren cristianos mejor que los
otros, é non consintades ni dedes lugar que ninguna persona les haga
mal ni daño, ni otro desaguisado alguno, é los unos ni los otros no
fagades nin fagan ende al, por alguna manera, so pena de la mi merced,
y de 10.000 maravedís para la mi Cámara, á cada uno que lo contrario
ficiere; y demás mando al home que les esta mi Carta mostrare, que los
emplacen y parezcan ante Mí en la mi corte, do quier que yo sea, del
dia que los emplazaren, fasta quince dias primeros siguientes, so la
dicha pena, so la cual mando á cualquier Escribano público que para
esto fuere llamado, que de, ende, al que se la notificare testimonio
sinado con su sino, porque yo sepa cómo se cumple mi mandado. Dada en
la villa de Medina del Campo, á 20 días del mes de Diciembre, año del
nascimiento de Nuestro Señor Jesucristo de 1503 años.--Yo la Reina.--Yo
Gaspar de Gricio, Secretario del Rey y de la Reina, nuestros señores,
la fice escrebir por su mandado de la Reina, nuestra señora.» Y en
las espaldas de la dicha Carta está escripto y firmado lo siguiente:
«_Jo. Eps. Cartha. Franciscus, licenciatus. Jo. licenciatus, Fidus
Tello, licenciatus, Licenciatus Caravajal, Licenciatus de Santiago_.
Registrada: _Licenciatus Polanco_. Francisco Diaz, Chanciller.»



CAPÍTULO XV.


Dada cuenta de dónde y cómo y cuándo tuvo principio abierto y formal
el repartimiento de los indios á los españoles, y quién fué el que con
solemnidad y autoridad, aunque propia y no de los Reyes, le dió nombre,
que tanto despues fué por todas estas Indias celebrado, y que ha sido
causa de su despoblacion y destruicion de las gentes, naturales dellas,
como si place á Dios se verá, lo que viene luego de aquel tiempo
que deba contar la historia, que fué pocos meses más ó pocos ménos,
contemporáneo, es la guerra que se tornó á hacer contra los indios de
la provincia de Higuey; aquella provincia, que, cuando llegamos con
el Comendador Mayor, estaba agraviada por haber muerto al señor de la
isleta de Saona, y, segun la estima de los españoles, estaba alzada y
rebelada, contra la cual se hizo la guerra, que arriba en el cap. 8.º
hicimos mencion. Esta se movió por esta ocasion: ya dijimos, dónde
arriba, que el fin de la primera fué con cierto asiento que hizo Juan
de Esquivel, Capitan general, y los otros Capitanes, con aquella gente
de la provincia, que hiciesen ciertas labranzas de pan para el Rey, que
era lo que entónces mucho valia, y áun siempre ha sido la principal
riqueza desta isla, y que no vernian á esta ciudad de Sancto Domingo
á hacer algun servicio, ni saliesen de su tierra; porque esto es y
ha sido de los indios en todas partes siempre aborrecido y temido.
Dijimos tambien como habia quedado allí, en una fortaleza de madera,
por Capitan, un hombre llamado Martin de Villaman, con nueve otros
españoles. Este, segun dije, y los que con él quedaron, como estaban
bien vezados á tener en poco los indios, y mandarlos con austeridad
y potencia, forzábanlos á traer el pan que habian sembrado para el
Rey, á esta ciudad; ó á que viniesen á hacer acá alguna labranza,
y, lo que yo tengo por cierto, por la luenga y contínua experiencia
que tengo, y no hay hombre en todas las Indias que esto no sepa ni lo
niegue, por las grandes importunidades y rigurosos malos tratamientos
que les hacian, tomándoles las hijas ó parientas, y quizá las mujeres,
porque esto es lo primero y que más en poco se tiene por los nuestros
en estas tierras, finalmente, por lo uno y por lo otro, ó por todo,
no pudiéndolos sufrir, juntóse mucha gente, y vinieron sobre ellos y
matáronlos, y quemaron la fortaleza. Pienso, si no me he olvidado, que
escapó, de los nueve, uno, que trujo las nuevas dello á esta ciudad
de Sancto Domingo. Sabido por el Comendador Mayor, manda apregonar
la guerra contra los de aquella provincia, á fuego y á sangre; mandó
apercibir toda la gente que se pudo sacar de las villas de los
españoles, instituyó por Capitan general, y por Capitan de la gente
de la villa de Santiago, juntamente, al ya nombrado caballero Juan de
Esquivel. Desta ciudad fué por Capitan un Juan Ponce de Leon, de quien,
abajo, si pluguiere á Dios, habrá que decir, y por Capitan de la Vega,
conviene á saber, de la villa de la Concepcion, que en aquel tiempo era
el principal pueblo de españoles desta isla, nombró por Capitan á Diego
de Escobar, de quien arriba, en el primer libro, dijimos haber sido uno
de los de la compañía de Francisco Roldan. De la villa del Bonao no me
acuerdo quién fué por Capitan. Creo que se juntarian por todos obra
de 300, y no llegarian á 400 hombres, como en la otra de que hablamos
en el cap. 8.º Fuéronse á juntar todos, por diversos y distantes
caminos, á cierta provincia, creo que llamada Ycayágua, la media sílaba
luenga, propincua de la de Higuey, cuyos vecinos llevaban el yugo de
la servidumbre de los españoles, con más paciencia y más equanimidad.
Lleváronse de allí cierto número de indios de guerra, con sus armas,
los cuales, en los de Higuey, alzados, no hicieron poca guerra, ni poco
daño. Las gentes de la provincia de Higuey tenian sus pueblos dentro,
en los montes, y estos montes son llanos como una mesa llana, y sobre
aquella mesa comienza otra mesa, de la misma manera llana y montuosa,
más alta 50 y más estados, al cual se subia con gran dificultad, que
apénas pueden subir gatos. Estas mesas son de 10 y 15 leguas de largo y
ancho, y todas soladas, como si lo fuesen á mano, de lajas de peña viva
muy áspera, como puntas de diamante. Tienen infinitos ojos ó hoyos,
de cinco y seis palmos en torno, llenos de tierra colorada, la cual,
para su pan caçabí, es fertilísima y admirable, porque poniendo una
rama ó dos de la planta de donde salen las raíces de que se hace, todo
aquel agujero ó hoyo se hinche de sola una raíz, cuanto el cabe, y áun
sembrando en aquellos agujeros ó hoyos dos ó tres pepitas de nuestros
melones, se crian de la misma manera, tan grandes, que no hay botijas
de media arroba, de las de España, mayores, finísimos y odoríferos, y,
como sangre, colorados. Por esta fertilidad tenian aquellas gentes sus
pueblos en aquellas montañas llanas. Dentro de aquellos montes llanos
talaban los árboles cuanto era menester, para hacer una plaza, segun el
pueblo era chico ó grande; y, hecha la plaza, ella en medio, talaban
y hacian cuatro calles en cruz, muy anchas y de un tiro de piedra en
largo. Estas calles hacian para pelear, porque sin ellas no se pudieran
menear, segun los montes son espesos, y las rocas ó peñas y piedras
que hay, tambien muy ásperas, aunque llanas. Así que, llegada la gente
de los españoles á los límites de aquella provincia, y sentida por las
gentes della, hacen por todas partes muchas ahumadas, unos pueblos á
otros avisándose, y luego ponian las mujeres, y los hijos, y viejos
en cobro, en lo más secreto que ellos hallar podian y sabian de los
montes. Lléganse más los españoles, y en cierto lugar llano y monte
desembarazado, asientan su real para que se pudiesen aprovechar de los
caballos, y, desde allí, proveer á dónde y cómo habian de guerrear.
Allí asentados, todo su principal cuidado era y es, á los principios,
como debe ser en todas las guerras, prender alguno de los contrarios
para que descubran los secretos propósitos y disposicion, y gente y
fuerzas que en ellos hay; y así se tomaban, y, tomados, atormentaban,
y algunos descubrian, y otros ántes se dejaban morir que descubrir
la verdad, si sus señores se lo mandaban. Entrados del todo los
españoles y llegando á los pueblos, hallaban los indios de los pueblos
comarcanos, juntos en un pueblo, que era el más apropiado, y, en las
calles, aparejados con sus arcos y flechas, pero desnudos, en cueros, y
las barrigas por broqueles, para pelear; y era estraña su grita, que,
si así como ponian miedo con sus alaridos, lo pusieran con las armas,
no les hobiera ido con los españoles tan mal. Esperaban el primer
ímpetu de los españoles, aventando sus flechas, harto de léjos, que,
cuando llegaban, iban tan cansadas, que apénas mataran un escarabajo.
Desarmadas en los cuerpos desnudos las ballestas principalmente, porque
por entónces, pocas eran ó ningunas las espingardas, viendo caer muchos
dellos, luego se iban retrayendo, y pocas veces ó ninguna esperaban
las espadas. Algunos habia, que así como le daban la saetada, que le
entraba hasta las plumas, con las manos se sacaba la saeta y con los
dientes la quebraba, y, escupida, la arrojaba con la mano hácia los
españoles, como que con aquella injuria, que les hacia, se vengara, y
luego, allí, ó poco despues, caia muerto. Pasados aquellos primeros
tiros, viendo lo poco que con las ballestas de los españoles ganaban,
todo su refugio y defensa no era sino huir cada casa ó vecindad por su
parte. Allí, por la espesura de los montes y aspereza de la tierra,
porque todo se andaba sobre peñas, como es dicho, muy ásperas, poco
duraba tras ellos el alcance. Pero porque siempre, ó las más de las
veces, ó allí en el conflicto, ó mayormente andando cuadrillas de
españoles á cazar indios por los montes, se tomaban algunas espías,
ó algunos que de una parte á otra pasaban, á estos tales dábanles
increibles tormentos para que descubriesen dónde se habia huido la
gente, y en qué lugares y en cuántas partes. Llevaban estos por
guías, con cordeles al pescuezo atados, y algunos, desque llegaban
á algun despeñadero, por llevar tras sí al español que lo llevaba
del cordel, se despeñaba, porque así se lo habia el señor ó Cacique
mandado. Llegada la cuadrilla de los españoles á donde los infelices
tenian arrinconados sus ranchos, daban en ellos, donde veríades hacer
sus efectos, en aquellos cuerpos desnudos, las espadas. Allí no se
perdonaba á hombre viejo ni niño, ni mujer parida ni preñada. Despues
de hechos grandes estragos, prendian muchos por los montes, destos que
del cuchillo se habian escapado, á todos los cuales les hacian poner
sobre un palo la una mano, y con el espada se la cortaban, y luego la
otra, á cercen, ó que en algun pellejo quedaba colgando, y decíanles,
«andad, llevad á los demas esas cartas.» Por decir, «llevad las nuevas
de lo que se ha de hacer dellos, segun que con vosotros se ha obrado»;
íbanse los desventurados, gimiendo y llorando, de los cuales, pocos ó
ningunos, segun iban, escapaban, desangrándose, y no teniendo por los
montes, ni sabiendo donde ir á hallar alguno de los suyos, que les
tomase la sangre ni curase; y así, desde á poca tierra que andaban,
caian sin algun remedio ni mamparo.



CAPÍTULO XVI.


Desbaratados y desparcidos los de los pueblos, que se habian juntado
en alguno de los más convenientes para resistir á los españoles, iban
á dar en otro pueblo donde sabian que estaban los indios esperándolos.
Entre otros, fueron al más principal, que era el del rey y señor
Cotubanamá ó Cotubáno, que dijimos en el cap. 8.º que habia trocado
el nombre con Juan de Esquivel, Capitan General, y era su guatiao,
como hermano en armas; este Cacique y señor era estimado por el más
esforzado de toda aquella provincia, y era el más lindo y dispuesto
hombre, que, entre mil hombres de cualquiera nacion, creo yo que se
hallara; tenia el cuerpo mayor que los de los otros, creo tambien
que tenia una vara de medir entera de espalda á espalda, la cintura
la ciñeran con una cinta de dos palmos ó muy poquito más; tenia la
llave de las manos de un gran palmo; los brazos, y las piernas, y
todo lo demas, á los otros miembros muy proporcionado, el gesto no
hermoso, sino de hombre fiero y muy grave; su arco y flechas era de
doblado gordor que los de los otros hombres, que parecian ser de
gigante. Finalmente, este señor era de tan señalada disposicion, que
los españoles, todos, de velle se admiraban. Guardé para este lugar
hablar dél, así en particular, lo que parece que tenia su lugar en
el cap. 8.º, porque no entónces yo lo vide, sino en esta temporada y
guerra segunda que se les hizo. Asi que, determinados los españoles
de ir al pueblo deste señor, donde tenian nueva que habia mucha gente
ayuntada para les resistir, y por ser entre todos, y más que ninguno,
por su persona y esfuerzo, nombrado y estimado, fueron todos derechos
allá, y llegados á cierto pedazo de la ribera de la mar, hallaron dos
caminos, que iban por el monte, al pueblo. El uno, muy escombrado,
cortadas las ramas y todo lo que podia embarazar; en este, á la entrada
del pueblo, tenian los indios una celada, para dar á los españoles en
las espaldas, donde no recibieran poco daño; el otro camino estaba muy
cerrado, lleno de árboles cortados y atravesados, que ni áun gatos
pudieran por él andar, pero los españoles, como siempre saben darse á
recaudo, sospecharon luego aquello haber sido de industria ordenado; y
así, sospechando algun engaño, dejaron el camino abierto, y vánse, con
muy gran dificultad, por el cerrado. De una legua ó legua y media, que
habria al pueblo desde la mar, la media legua estaba el camino, de la
manera dicha, con madera ocupado, y, en pasarla, los españoles, tirando
y cortando palos se cansaron harto, y así pasaron; todo lo demas del
camino estaba sin embarazo, de donde tomaron mayor indicio que los
indios, industriosamente los echaban por el otro camino para les hacer
daño. Yendo por el camino adelante, muy sobre aviso, acábanlo de andar,
y, junto al pueblo, dan en los indios que estaban en la celada, por
las espaldas, y desarman en ellos las ballestas, donde todas ó las más
emplearon; saltan luego todo el resto de los indios, recogiéndose á
las calles, y allí tiran infinitas flechas, desde léjos, como suelen,
por miedo de las espadas, como juego de niños, y así hicieron en los
españoles ningun daño; dellos fueron hartos, de las saetas, heridos y
bien lastimados. Con todo esto se acercaban y peleaban con piedras,
no con hondas tiradas, sino con las manos, porque hondas nunca las
usaron ni las alcanzaron, de que allí habia grande abundancia, con su
grita, que ponian en el cielo, mostrando siempre grande gana de pelear
y echar de su tierra los que destruidores de su nacion estimaban. No
desmayaban porque vian caer muchos de sí mismos asaeteados, ántes
parecia que cobraban vigor, y otra cosa fuera si las armas tuvieran
á las de los españoles iguales. Contaré una hazaña digna de ser oida
y alabada, que allí vide hacer á un indio, cierto, señalada, si la
pudiera dar á entender cómo pasó contándola. Apartóse de todos los
otros, que, como dicho es, con piedras y sus flechas peleaban, un
indiazo, bien alto, desnudo en cueros como los otros, desde arriba
hasta abajo, con sólo un arco y una sola flecha, haciendo señas, como
desafiando que saliese á él algun cristiano. Estaba por allí cerca un
español llamado Alejos Gomez, muy bien dispuesto y alto de cuerpo, y en
matar indios harto experimentado, y que tenia grande ventaja á todos
los españoles desta isla, en cortar de un espada, porque cortaba un
indio por medio de una cuchillada. Este, apartóse de los demas, y dijo
que lo dejasen con el indio, que lo queria él ir á matar. Las armas
que llevaba eran, una espada ceñida y una daga ó puñal, y una media
lanza, y cubierto bien con una grande adarga de juego de cañas. Como
el indio lo vido apartarse, váse á él como si fuera armado de punta
en blanco y el español algun gato. El Alejos Gomez, pone la media
lanza en la mano del adarga, y pelea con el indio con piedras, que,
como dije, habia hartas. El indio no hacia más, sino amagalle con la
flecha como que queria soltalla, y andaba de una parte á otra, dando
saltos, guardándose de las piedras, con tanta ligereza como si fuera
un gavilan. Desque todos los españoles los vieron pelear desta manera,
y los indios asimismo, cesaron de la pelea por mirallos; unas veces el
indio daba un salto contra el Alejos Gomez, que parecia que lo queria
clavar, él cobríase todo con el adarga, temiendo que ya era clavado.
Tornaba á tomar piedra el Alejos Gomez y á tiralle, y el indio saltando
y amagándole; todo esto él desnudo en cueros, como su madre lo parió,
y con sola una flecha, puesta en su arco; y, porque duró la pelea un
muy gran rato, fueron sin número las piedras que le tiró, estando cada
momento ambos cuasi juntos, y es cierto que con ninguna le acertó.
Finalmente, andando desta manera ambos á dos, tuvo el indio en tan poco
al español, que se fué acercando á él en tanto grado, que arremetió á
él y púsole la flecha cuasi al arquillo del adarga, hizo harto Alejos
Gomez en hacerse como un ovillo, cubriéndose con su adarga, y como lo
vido tan junto á sí, deja las piedras y toma la lanzuela, y arrojasela
creyendo que ya lo tenia clavado, pero da el indio un salto á través,
y váse riendo y mofando con su arco y flecha sin la haber soltado de
la mano, y con su cuerpo desnudo, sano y salvo. Acuden los indios
todos con gran grita y risa, escarneciendo de Alejos Gomez y de los
demas de su compañía, dando grandes favores á su comiliton, por su
soltura y ligereza, y no ménos esfuerzo, digno de ser loado. Quedaron
los españoles admirados, y el mismo Alejos Gomez más alegre que si lo
matara, y no poco todos al indio loando. Fué, cierto, espectáculo de
grande alegría, y que no hobiera Príncipe alguno, de los nuestros de
España ni de otra nacion, que no se holgara de verlo y de remunerar al
indio con merced señalada. Todo lo que he dicho es verdad, porque yo lo
vide de la manera que lo he contado. Duró la pelea toda entre indios y
españoles, de la manera dicha, desde las dos de la tarde que llegaron,
hasta que los despartió la noche.



CAPÍTULO XVII.


Otro dia no pareció hombre ninguno de los indios, sino, como vian que
no podian prevalecer contra los españoles, mostrada la primera vista,
y gana de se defender y pelear, como está dicho, luego á los montes
huian, donde habian puesto las mujeres y hijos, y los demas que no
eran para pelear. Pues como este señor Cotubanamá, fuese, como dicho
queda, el más fuerte para entre ellos, y más estimado, y no hobiese
sacado más fruto para contra los españoles que los demas, no hobo ya
de aquí adelante señor, ni gente, que en su pueblo osase esperar, sino
que todos trabajaron de retraerse y esconderse donde mejor podian,
en los más breñosos y escondidos montes; ya no restaba qué hacer á
los españoles sino desparcirse por cuadrillas, y andar á montear los
indios que podian escudriñar y prender por los montes, y lo principal
que inquirian era topar con los Caciques y señores, y á Catubanamá,
sobre todos. Salian cuadrillas por diversas partes, y escudriñaban
los rastros por los caminos, que eran harto ciegos y angostos. Habia
hombres tan diestros en buscar indios, que de una hoja de las del
suelo, podrida, caidas de los árboles, vuelta de la otra parte, sacaban
el rastro é iban por él á dar donde habia juntas mil ánimas; porque
los indios, andando por aquellos montes, con tanta sotileza andaban,
como anduviesen desnudos y descalzos, que no hacian 20 ni 30 juntos,
más rastro, que si pasara un sólo gato, pero no les bastaba. Otros
españoles habia, que de sólo el olor del fuego, porque los indios,
donde quiera que están, tienen fuego, de mucho trecho, y de léjos,
tomaban el rastro. Desta manera, las cuadrillas de los españoles,
andando, muchas veces cazaban algun indio, y á tormentos descubria
dónde la otra gente estaba; llevándolo atado iban allá, hallábanlos
descuidados, daban en ellos, y cuantos huir no podian, como mujeres,
niños y viejos, metian á espada, porque lo principal que pretendian
era hacer grandes crueldades y estragos, para meter miedo por toda
la tierra y viniesen á darse. Todos los que tomaban á vida, como los
mancebos y hombres grandes, cortaban ambas á dos manos, y enviaban,
como se dijo, con cartas; fueron sin número á los que cortaron desta
manera las manos, y más los que mataron. Holgábanse por extraña
manera en hacer crueldades, unos más crueles que otros en derramar,
con nuevas y diversas maneras, sangre humana. Hacian una horca luenga
y baja, que las puntas de los piés llegasen al suelo, porque no se
ahogasen, y ahorcaban 13 juntos, en honor y reverencia de Cristo,
Nuestro Redentor, y de sus doce Apóstoles; y así, ahorcados y vivos,
probaban en ellos sus brazos y sus espadas. Abríanlos de un revés por
los pechos, descubríanles las entrañas; otros hacian de otras maneras
estas hazañas. Despues de así desgarrados, áun vivos, poníanles fuego
y quemábanlos; liaban el indio todo con paja seca, y poníanle fuego y
quemábanlo. Hombre hobo que á dos criaturas, que serian hasta de dos
años, les metió por la hoya de la garganta una daga, y así degollados
los arrojó en las peñas. Todas estas obras y otras, extrañas de
toda naturaleza humana, vieron mis ojos, y agora temo decillas, no
creyéndome á mí mismo, si quizá no las haya soñado. Pero en la verdad,
como otras tales y peores, y muy más crueles y sin número, se hayan
perpetrado en infinitas partes destas Indias, no creo que de aquestas
me he olvidado. Algunas veces, siguiendo algunas cuadrillas algunos de
los rastros que se han dicho, sin otra guia, iban á dar donde habia
mucha gente ayuntada, que no quisieran hallar tanta, porque los indios,
viendo que los españoles eran pocos, desque los contaban tornaban sobre
sí, y con piedras y á flechazos, de cerca, los fatigaban: y así fué una
vez, que 13 españoles siguieron un rastro, y fueron á dar con 1.000 ó
2.000 ánimas entre mujeres y niños, chicos y grandes; llevaban cuatro
ballestas, y sus rodelas y lanzas y espadas, á los cuales acometen
los indios muy denodados; los españoles sueltan las ballestas y
hácenseles luego las cuerdas pedazos. Los indios fatíganlos á pedradas
y flechazos, los cuales rescibian en las rodelas y adargas, pero no
llegaban junto á ellos, para con las porras ó mancanas hundilles los
cascos, porque sólo que el de la ballesta, que tenia siempre armada,
les amagaba como que la queria soltar, ninguno habia que se les osase
acercar, y con solos aquellos ademanes de la ballesta, se libraron,
que no los matasen, dos horas ó tres que duró el combate, hasta que,
por maravilla, se oyó la grita en el Real de los españoles, que yendo
de paso, habia cerca de allí, aquella tarde, parado. Entónces ocurrió
toda la más gente del Real, y van por el rastro de los 13 españoles, y
llegan allá; dan en los indios de fresco, desmayan los indios, ponénse
en huida, hácese gran matanza, y la presa de los captivos, mujeres y
niños, y de otras edades, fué grande. En estos comedios, todos los
españoles padecieron grandes hambres, porque regla general en estas
Indias es, que como entran y han entrado siempre guerreando y huyen
los indios dellos, y ellos no traen la comida de España, ni se dan
maña para hacer el pan destas tierras, ni haber los otros manjares,
que padezcan grandes hambres y mueran muchos dellos, como han muerto
infinitos, ésles necesario. Las gentes que se captivaban repartian por
los españoles los Capitanes, dándoselos por esclavos. Cada uno echaba
en cadenas, si las tenia, los que le daban, ó de otra manera tenia
cuidado de guardallos; iban dos ó tres españoles juntos, llevando 10 ó
12 y 15 y 20 esclavos, apartándose del Real, por los montes, á sacar
ciertas raíces, llamadas guayagas, la media sílaba breve, de que en
aquella provincia sola, se hacia cierto pan; y una vez descuidáronse
los tres ó cuatro españoles, y, aunque tenian sus espadas y rodelas,
arremeten á ellos los esclavos, y, con los ramales de las cadenas y con
piedras, matáronlos: ellos, despues unos á otros se desherraron, y, en
señal de su victoria, llevaron las cadenas y las espadas á presentar
al señor Cotubanamá. A todos los indios que se prendian y cortaban
las manos, y en quien se ejercitaban las susodichas crueldades,
decíaseles que así los habian á todos de lastimar y matar si no se
daban. Respondian que si vernian, sino que temian las amenazas del rey
Cotubanamá, que les enviaba siempre á decir que no se diesen á los
españoles, si nó, que, despues de idos, los habia de matar. Lo uno,
por esto, y lo otro, por la persona que era tan señalada, y porque era
cierto, que sino se prendia, ó de otra manera se daba ó venia de paz,
que la tierra no habian de poder sujetar, todo el intento principal
de los Capitanes y españoles era preguntar dónde Cotubanamá estaba, y
dónde se podia hallar. Finalmente, se tuvo nueva que se habia pasado
á la Saona, y que allí estaba sin gente con su mujer y hijos, pero
muy vigilante y á buen recaudo. De allí adelante acordó el Capitan
general, Juan de Esquivel, de pasar allá, como le pareció que allí le
habia ido bien con la matanza que habia hecho en aquella isla, y así,
trabajó de irse acercando hácia la tierra del mismo Cotubáno, que, como
dicho queda, era de la isla dicha, la tierra frontera y más cercana,
solas dos leguas de mar en medio. En este tiempo, prendieron ciertos
señores principales, y mandólos el Capitan general quemar vivos,
y creo que fueron cuatro, porque de tres no tengo que dudar. Para
quemallos, hicieron ciertos cadalechos sobre cuatro ó seis horquetas,
puestas unas varas á manera de parrillas, y en ellos los Caciques muy
bien atados; debajo pusieron muy buen fuego, y comenzándose á quemar,
daban gritos extraños, que oirlos, las bestias me parece que no lo
pudieran tolerar. Estaba el Capitan general en un aposento, apartado
de allí alguna distancia, donde tambien oia sus dolorosos gemidos y
gritos lamentables, y porque de oillos rescibia pena, ó por quitalle el
reposo, ó quizá de lástima y piedad, envió á mandar que los ahogasen;
pero el alguacil del Real, que ejecutaba la inícua sentencia, y era
el verdugo de aquel acto, hízoles meter palos en las bocas, porque no
sonasen ni oyese el Capitan los alaridos y gemidos que daban, y así se
quemasen abrasados, como si le hobieran muerto á todo su linaje. Todo
esto yo lo vide, con mis ojos corporales mortales.



CAPÍTULO XVIII.


Ya se tenia entendido por los españoles que no se habian de subjectar
los indios de la provincia, en tanto que el rey Cotubanamá no se
hobiese tomado, é ya que sabia que se habia pasado á la isleta de
Saona, el Capitan general, Juan de Esquivel, determinó de seguille y
pasar allá, para lo cual proveyó, que una carabela que proveia el Real
de pan caçabí, y vino, y quesos, y otras cosas de Castilla, que desta
ciudad de Sancto Domingo se les enviaba, viniese á cierta parte, siendo
de noche, para que allí tomase la gente que con él habia de pasar en la
dicha isleta, de manera que el Cotubanamá ni sus espías lo sospechasen.
Tenia el dicho Cacique y señor esta costumbre y aviso, despues que á
ella pasó, para se guardar de los españoles: en medio de la isleta
estaba una cueva grande, donde tenia su mujer y sus hijos, y él estaba,
desque vido que la carabela andaba por allí, aunque era ordinario
verla, por la razon que se dijo de proveer el Real, tenia sus espías en
los lugares donde se podrian desembarcar, y él, cada dia, al cuarto del
alba, iba, con 12 indios, de los más dispuestos y valientes que consigo
tenia, á la mar y el puerto ó desembarcadero, de donde más temia que la
carabela podia echar gente en tierra y hacelle mal. Una noche embarcóse
Juan de Esquivel, con 50 hombres, en la tierra frontera de la isla,
que, como he dicho, estaba della dos leguas de mar, y fué á desembarcar
ya cuasi que amanecia. Las espías, que eran dos indios, tardáronse, por
manera, que saltaron en la isla, primero, 20 ó 30 españoles, y subieron
cierta peña, muy alta, poco ántes que las espías, á especular la mar
y carabela, llegasen. Ciertos españoles ligeros, que iban delante,
prendieron las espías, trujéronlas al capitan Juan de Esquivel, y
preguntados dónde quedaba ó estaba el rey Cotubanamá, dijeron que
allí cerca venia; sacó un puñal el Capitan, y dió de puñaladas al
uno, triste indio espía, y el otro, átanlo y llévanlo por guía. Iban
delante algunos españoles, corriendo, y sin órden, cada uno presumiendo
de señalarse en la prision de Cotubanamá; hallan dos caminos, van por
el de á mano derecha, los más de los españoles, sólo uno acertó á
tomar el de la izquierda, porque, como toda la isla es montes bajos,
no se puede ver hombre á otro, aunque esté medio tiro de herron dél.
Aqueste sólo hombre, que tiró por aquel camino, se llamaba Juan Lopez,
labrador, harto bien alto y dispuesto, y de fuerzas, y no ménos
ejercitado en desgarrar indios, ó, al ménos, era de los que andaban en
estas estaciones, porque era de los viejos que en esta isla Española
se habian en las tales obras ejercitado. El cual, áun poco entrado en
el camino, topó 12 indios, grandes y valientes, desnudos, como todos
andaban, con sus arcos y flechas, en renglera, uno tras otro (porque
así andan todos, y, tambien, aunque quisieran, por la estrechura del
camino y espesura del monte, no pudieran venir de otra manera), y el
postrero era Cotubanamá, que traia un arco, segun ya dije, como de
gigante, y una flecha, con tres puntas de hueso de pescado, como un pié
de gallo, que si él la empleara en algun español, sin corazas, bien
pudiera, de vivir más, descuidarse. Como los indios que venian delante
al español vieron, enmudecieron, pensando que sobre ellos venia todo el
mundo, pudiendo, con las flechas, clavallo y huir; pero preguntándoles
por su señor Cotubanamá, respondieron al Juan Lopez: «véelo, aquí
viene detras,» y diciendo esto, apartáronse para que pasase. Pasa Juan
Lopez, con su espada desnuda; como no lo habia visto ántes, y vídolo de
súbito, quiso flechar su arco; pero arremetió Juan Lopez con su espada,
y tírale un estocada; recógesela Cotubanamá, con ambas manos, pensó que
debia ser algun palo blanco, como no lo habia experimentado; corrió
Juan Lopez la espada, y sególe las manos; entónces, acudíale con otra.
Díjole Cotubanamá: _mayanimacaná, Juan Desquivel daca_; «no me mates,
porque yo soy Juan de Esquivel.» Luego, todos los indios, 11 ó 12,
huyeron, dejando al triste de su señor con Juan Lopez, que lo pudieran
muy bien matar, y el señor y ellos salvarse. Ya dijimos en el cap. 8.º,
como habian trocado los nombres él y el Capitan General. Púsole Juan
Lopez la punta del espada á la barriga, y la mano en el hombro, ó en
los cabellos, y como estaba sólo Juan Lopez, no sabia qué se hacer;
estando así rogándole que no lo matase que él era Juan de Esquivel,
aunque las manos tenia cortadas, corriendo sangre, con la derecha da
un vaiven al espada desviándola de la barriga, y juntamente arremete
con el Juan Lopez, que, como dije, tenia harto gran cuerpo y miembros y
fuerzas, y dá con él de espaldas sobre las peñas y cae sobre el espada,
y échale mano, con la mano, cuya llave dije ser de un gran palmo, de la
garganta y ahogábalo. Estando así, gaznando y quejándose como podia,
oyéronlo ciertos españoles, que iban por otro camino, que áun distaba
poco el uno del otro; tornaron hácia atras donde los caminos se habian
apartado, y entran por él, donde el Cacique á Juan Lopez maltrataba,
y llegó primero un ballestero, y con toda la ballesta desarmada, dió
un gran golpe al Cacique, que estaba encima del Juan Lopez, sobre todo
el cuerpo, que cuasi lo aturdió, y, levantándose, levantóse tambien
Juan Lopez, medio muerto, y allí lo prendieron con otros españoles que
luego llegaron. Maniatáronlo y lleváronlo á cierto pueblo que estaba
despoblado, donde acordaron los españoles de ir en busca de la mujer
y de los hijos del Cotubáno. Los 12 indios que vinieron con él, como
huyeron, fueron á dar aviso á la mujer y á los hijos de Cotubanamá, que
estaban en la cueva, del estado en que dejaban á su señor; creyendo que
ya sería muerto, creo que dejaron la cueva y huyeron á otros rincones
de la isla; pero tomados ciertos indios por los españoles, y traidos
donde Cotubanamá estaba, mandó que llevasen á ciertos españoles á la
cueva, y á otros indios que le trujesen á su mujer y hijos, y así fué.
Trajéronle su mujer y hijos, y de la cueva trujeron las alhajas que
allí tenia, como hamacas en que dormia y cosas de su servicio, que
tenian poco valor, porque, arriba de lo muy necesario, las gentes desta
isla Española, más que otras algunas, ninguna cosa poseian ni poseer
querian. Hallaron allí tambien tres ó cuatro espadas, y la cadena en
que llevaban los indios que habian hecho esclavos, y mataron á los
dos ó tres españoles que arriba dije, la cual, traida, echaron al
mismo Cotubanamá; al cual se trató de quemar vivo allí, como habian
quemado en parrillas á otros, sino que pareció que era mejor enviallo
á esta ciudad, en la carabela, porque aquí lo atenazasen, y así
recibiese mayores tormentos, como que hobiera cometido atroces delitos,
defendiendo su persona y Estado, y su tierra, de las opresiones que
comenzaban á padecer del Martin de Villaman y de sus compañeros, y
que eran comienzo y principio de las que sabian que todas las otras
gentes infinitas desta isla, padecian y habian padecido, por las
cuales habian ya perecido muchas dellas. Finalmente, lo metieron en
la carabela con sus prisiones, y trujeron á esta ciudad de Sancto
Domingo, y el Comendador Mayor se hobo con él menos cruelmente que
Juan de Esquivel y los españoles deseaban ó pensaban, porque lo hizo
ahorcar y no atenazarlo. Gloriábase Juan de Esquivel mucho, que tres
cosas habia hecho en esta isla buenas, la una traer merced de los
Reyes á esta isla, que no se pagase, del oro que se cogiese, más del
quinto; la otra, la matanza que habia hecho en la isleta Saona, en
la guerra pasada, de que arriba en el cap. 8.º hicimos mencion; la
tercera hazaña suya, de que se jactaba Juan de Esquivel, fué la prision
deste señor Cotubanamá. Algo más justa y más digna de fama loable,
fué la que hicieron el conde de Cabra y el Alcaide, de los donceles
del Rey Chiquito, y así lo nombraban, de Granada. Preso y muerto este
señor Cotubáno, y hechas las crueldades que, por ocho ó diez meses que
esta guerra duró, en ella se perpetraron, cayeron todas las fuerzas
de todas las gentes desta isla, que todas juntas eran harto pocas, y
los pensamientos y esperanza de nunca tener remedio, y así quedó toda
esta isla pacífica, si pacífica se pudiera con verdad decir, quedando
los españoles en tanta guerra con Dios, por la gran libertad en que
quedaron para poder oprimir estas gentes á su placer, sin embargo ni
impedimento alguno, chico ni grande, que se les pusiese y nadie les
resistiese, y así, las consumieron y aniquilaron de tal manera, que
los que vienen á esta isla pueden preguntar si los indios della eran
blancos ó prietos. Esta consumacion lamentable, y de tantas gentes,
todo el mundo sabe y la confiesa, y no dudan áun los que nunca á estas
tierras vinieron, por ser la fama tan vehemente; y es certísima, porque
mucho mayor fué la verdad de lo acaecido, que lo que ella suena. El
número de la gente que habitaban en esta isla era sin número, y así
lo escribió á los Reyes el Almirante viejo, y díjome el Arzobispo de
Sevilla, D. Diego de Deza, que fué de aquellos tiempos, que le habia
dicho el mismo Almirante, que habia contado un cuento y cien mil
ánimas. Pero estas fueron solas aquellas que estaban al rededor de
las minas de Cibao, como eran las que moraban en la gran Vega y otras
cercanas dellas, á las cuales impuso el cascabel de oro que diesen
por tributo, como arriba se dijo, en el primer libro, y con ellas
pudieron entrar alguna parte de la provincia de Xaraguá, que dieron
por tributo pan caçabí y algodon hilado y en pelo. Pero segun creo,
sin temor de que creyéndolo me engañe, más habia en toda la isla de
tres millones, porque en aquellos tiempos no se tenia cuenta con esta
provincia de Higuey, ni hombre habia ido á ella, ni á la de Haniguayába
y Guaycayarima, ni con la de Guahába, y con otros pedazos de esta isla.
Mandó poblar el Comendador Mayor, dos pueblos ó villas de españoles,
para tener esta provincia del todo segura, que más cabeza no alzase;
una, cerca de la mar, que fué nombrada Salvaleon, y la otra, dentro de
la tierra, llamada Sancta Cruz de Aycayágua, y, entre ambas, repartió
todos los pueblos de los indios, que sirviesen á los cristianos, que al
cabo los consumieron. Y así hobo en esta isla 17 villas de españoles,
que todas las gentes della asolaron, y fueron estas: esta de Santo
Domingo; otra en las minas viejas, ocho leguas de aquí, que se llamó
la Buenaventura; la tercera, el Bonao; la cuarta, la Concepcion; la
quinta, Santiago; la sexta, Puerto de la Plata; la sétima, Puerto Real;
la octava, Lares de Guahába; la novena, el Arbol gordo; la décima, el
Cotuy; la undécima, la villa de Azua; la duodécima, Sant Juan de la
Maguana; la décimatercera, Xaraguá; la décimacuarta, villa de Yaquimo;
la décimaquinta, la villa de Salvatierra; la décimasexta, de Salvaleon;
y la décimasétima, Sancta Cruz de Aycayágua, la penúltima sílaba
luenga.



CAPÍTULO XIX.


En estos tiempos habian mandado los Reyes, por su Carta y patente real,
y por la Instruccion de suso dicha que dió al Comendador de Lares, que
ningun español fuese osado á inquirir, ni agraviar, ni escandalizar
los indios vecinos y moradores de ninguna destas islas, ni de alguna
parte de tierra firme, ni prendiese, ni captivase indio alguno, ni lo
llevase á Castilla, ni llevar á otras partes, ni les hiciesen otro mal
ni daño alguno en sus personas y bienes, so graves penas, por celo
que tenian de que las gentes destas tierras recibiesen buen ejemplo y
buenas obras, para que pudiesen con facilidad ser traidas á nuestra
sancta fe católica, y fuesen cristianos; y, con este fin y propósito,
dieron licencia á algunos de España, que armasen para ir á rescatar
y contratar, y á que comunicasen de paz con ellos, porque, con la
comunicacion y amor de los cristianos, se aficionasen é induciesen á
las cosas de la cristiana religion. Pero como habian sido los años
pasados, escandalizados y gravemente damnificados de Alonso de Hojeda
y de Cristóbal Guerra, y de otros que con título de venir á rescatar
oro y perlas, pidieron á los Reyes licencia, muchas ó algunas islas
y partes de tierra firme, y señaladamente la tierra que despues se
llamó y hoy nombramos Cartagena, donde Cristóbal Guerra hizo grandes
violencias y tiranías; en algunas partes, comunicaron los indios con
los cristianos, pacíficamente, y otras, cognosciendo ya sus obras, no
los dejaron saltar en sus tierras, ántes les resistieron, y, peleando
con ellos, algunos mataron. De uno, ó de dos, ó de diez, que apénas
subian de tres los que mataban, hacian grandes quejas á los Reyes,
que por ser caníbales, que entónces llamaban los que ahora decimos
caribes, que son los que comen carne humana, no querian conversar con
los cristianos, ni los acogian en sus tierras, ántes los mataban; y
no decian las obras que ellos á los indios hacian, por las cuales, no
sólo matallos, pero bebelles la sangre y comelles la carne, segun la
manera que los hombres, algunos, tienen para vengarse de sus enemigos,
podian tener por justísima, por la causa eficacísima que ellos les
daban. Y como los desventurados indios no tenian, como nunca tuvieron,
quien por ellos abogase y defendiese, y dijese la verdad á los Reyes,
movidos por aquellas falsas informaciones, como siempre fueron en
estos negocios, muy nocivamente, de todos engañados, la Reina mandó
dar su Carta patente, toda en contrario de la primera, dando licencia
á todos los que quisiesen armar é ir á todas las islas y tierra firme,
y á los que fuesen á descubrir otras tierras de nuevo, que si no los
recibiesen y quisiesen oir para ser doctrinados en las cosas de nuestra
sancta fe católica, ni estar á su servicio y en su obediencia, los
pudiesen captivar y llevar á Castilla y á otras cualesquiera partes,
y vendellos, y aprovecharse dellos, sin que incurriesen en pena, de
las que se habian puesto en la prohibicion desto, alguna. Señaló la
Reina, en especial, las islas de Sant Bernardo, y la isla Fuerte y
las islas de Barú, todas las cuales han perdido su nombre, y no sabré
decir cuáles son, sino las de Barú, que están junto á Cartagena;
señaló tambien los puertos de Cartagena, que deben ser Cartagena la
que hoy nombramos, y por ventura el puerto de Sancta Marta. Y en la
dicha Carta real, dice la Reina, que mandó á los de su Consejo que
lo viesen y platicasen, y visto por ellos como los Reyes, con celo
que los dichos indios caníbales fuesen reducidos á nuestra sancta fe
católica, los habian requerido muchas veces que fuesen cristianos y se
convirtiesen, y estuviesen incorporados en la comunion de los fieles,
y so su obediencia, y viviesen seguramente, y tratasen bien á los
otros sus vecinos de las otras islas, los cuales, no solamente no lo
habian querido hacer, mas habian buscado y buscaban de se defender,
para no ser doctrinados ni enseñados en las cosas de nuestra sancta fe
católica, que contínuamente hacian guerra á sus súbditos, y habian
muerto muchos cristianos de los que iban á las dichas islas, por estar
como estaban, endurecidos en su mal propósito, idolatrando y comiendo
los dichos indios, fué acordado que debia mandar dar esta Carta, etc.
Todas estas son palabras de la dicha Carta de la reina doña Isabel,
de buena memoria, en las cuales, cierto, bien parece cómo suelen ser
engañados los Reyes, áun en el derecho, puesto que finjan los juristas
quel Príncipe tiene todas leyes y derecho dentro de su pecho, porque,
segun dicen ellos, tiene cabe sí grandes varones que florecen y abundan
en la ciencia y pericia dellos; parece tambien la grande ignorancia
y ceguedad que, desde su principio del descubrimiento destas Indias,
cayó en los ánimos y entendimientos, que tuvieron los del Consejo de
los reyes de Castilla, cerca desta materia. La que tuvieron los de
aquel tiempo es asaz, por lo dicho, manifiesta. ¿Qué mayor ignorancia
pudo ser de los del Consejo, que atribuir por culpa á una gente, nunca
ántes vista ni oida, y ella, que nunca imaginó haber otra sino ella en
el mundo, ni saber qué cosa fuese fe católica, ni convertirse, y ni
qué queria decir cristianos, mas de gente malvada, cruel, robadora,
matadora, ni comunion de fieles, y que nunca hombre de los nuestros,
por aquellos tiempos, supo palabra de su lengua, ni ellos de la
nuestra? Y que dijesen los del Consejo en la dicha Carta que les
habian requirido muchas veces que fuesen cristianos y se convirtiesen,
y que estuviesen incorporados en la comunion de los fieles, ¿era
decilles que el sol era claro, ya que supieran vocablos de su lengua
para decírselo, y que ellos lo entendieran, era tan fácil como si les
dijeran, dos y dos son cuatro? Item, ¿ya que lo entendieran, eran
obligados, luego luego, sin más razon y persuasion, ni deliberacion,
dar crédito á tales requirimientos, y sino luego creyesen, incurriesen
las penas de la dicha Carta? Item, ¿la fe católica, suélese dar á los
que nunca la recibieron ni oyeron, ni fueron obligados á la adivinar,
por requirimientos, aunque sean millares de veces hechos, de manera,
que si no la quisieren recibir, incurran en tan graves ó en algunas
penas? ¿Dejólo así ordenado Cristo, el dador principal de la fe? Item,
¿será obligada alguna nacion del mundo á creer á los que con armas,
robando y matando las gentes que estaban en sus tierras y casas,
seguros, sin les haber ofendido, como los españoles, primero que otra
cosa hiciesen, hicieron, como desto está el mundo lleno? Item, ¿no más
de porque los españoles les dijesen que obedeciesen por señores á los
reyes de Castilla, ya que tuvieran lengua para se lo decir, y ellos
lo entendieran, eran obligados á los creer, y por consiguiente, á se
sujetar á los Reyes, y á los obedecer, teniendo ellos sus naturales
Reyes? ¿No fueran juzgados por insipientes y por bestias, si tal
subjeccion concedieran y obedecieran? Item, ¿si los Reyes suyos
naturales, se dieran á los reyes de Castilla, no tuvieran los pueblos
derecho, por el mismo caso, de deponellos? ¿Y si los pueblos sin los
Reyes lo hicieran, no tuvieran mucha razon de tenellos por traidores
y arallos de sal como en España los Reyes, justamente, en tal caso,
lo hicieran? Item, ¿buscar vías y caminos, para de los españoles, que
tantos daños, y robos, y muertes recibian, se defender, era crímen
grande, como, áun á las bestias brutas, el derecho natural, la defensa
de su ser, les concede? Item, ¿no fué perniciosísimo testimonio
falso, decir contra ellos, que buscaban para se defender por no ser
doctrinados, ni enseñados en las cosas de la fe? ¿Y cuándo supieron, ó
quien les dió noticia, qué cosa era ser doctrinados ni enseñados, ni
qué cosa era fe? Manifiesta queda la ignorancia que los del Consejo de
la Reina y de los Reyes tuvieron del derecho, en cosa tan jurídica,
tan importante, tan peligrosa, tan dañosa, y tan provechosa si su
impericia del Consejo, tan irreparablemente, no lo errara. Y así,
tan grandes daños é injusticias, y nunca jamás reparables, á los del
Consejo de los Reyes se los imputó Dios, porque no les era lícito á
ellos ignorar derecho tan claro, pues los Reyes les dan honra y de
comer, por letrados y no por gentiles hombres, ni por muy hidalgos que
fuesen, porque otros habria más que ellos; y así, la ficcion de los
juristas, que todos los derechos residen dentro del pecho del Príncipe,
es harto incierta y débil, pues los de sus Consejos hicieron y hacen
cada dia tan intolerables yerros. Podemos tambien aquí notallos de
muy injustos, pues no guardaron la órden del derecho, ya que tuvieran
jurisdicion para hacer lo que hicieron, la cual por entónces los Reyes
no tuvieron, y en esto los engañaron, y mucho desirvieron, y esto fué,
condenar aquellas gentes, sin ser oidas ni defendidas, ni convencidas,
sino sólo por dicho y testimonio falsísimo de sus capitales enemigos,
que eran los españoles, que nunca otra cosa, sino roballos, oprimillos,
y captivallos, y destruillos, pretendieron. Nunca juicio tan pervertido
ni tan inícuo, en toda la redondez del orbe, jamás se vido, como la
historia presente, con verdad, delante de Dios, que sabe que verdad
aquí se escribe, será el verdadero testigo.



CAPÍTULO XX.


Dejemos esta isla en el estado que habemos dicho, y volvamos á tomar la
historia del viaje del Almirante, que dejamos. En el cap. 6.º y en el
cap. 5.º dijimos cómo partió de junto á este puerto de Sancto Domingo,
huyendo de la tempestad grande, que dijo ántes que habia de venir, y se
fué á salvar, despues de haber padecido todos sus cuatro navíos gran
daño y peligro, de la misma tormenta, que luego sobrevino, al puerto
Hermoso, ó Escondido; salido de allí, y tomada la vía del Poniente,
fué á dar al puerto de Yaquimo, que él llamaba del Brasil, que está
80 leguas deste de Sancto Domingo. De aquí salió á 14 de Julio, y,
queriendo ir hácia la tierra firme, tuvo muchas calmas, que no podia,
por falta de viento, andar nada; y acercóse á unas isletas, cerca de la
isla de Jamáica, las cuales no tenian agua, pero hicieron unas hoyas,
cerca de la mar, y hallaron agua dulce, de la cual tomaron la necesaria
para servicio de los cuatro navíos. Crescióle tanto la calma y falta de
viento, que las grandes corrientes lo llevaron á cerca de las muchas
isletas que están junto á la isla de Cuba, que él llamó, cuando desta
isla, el año de 494, fué á descubrir á la de Cuba, el Jardin de la
Reina. De allí, haciéndole tiempo, tornó sobre la tierra firme, y,
navegando, salieron vientos contrarios y corrientes terribles, á que no
podia resistir; anduvo forcejando sesenta dias con grandísima tormenta
y agua del cielo, truenos y relámpagos, sin ver sol ni estrellas, que
parecia que el mundo se hundia. No pudo ganar de camino, en todos
aquellos dias, sino 60 leguas; con esta grande tormenta, y forcejando
contra viento y corriente, como los navíos rescibian de la mar y de los
vientos, grandes golpes y combates, abríanseles todos; los marineros,
de los grandes trabajos y vigilias, y en mares tan nuevas, enfermaron
casi todos, y el mismo Almirante, de desvelado y angustiado, enfermó
cuasi á la muerte. Al cabo, con grandes dificultades, peligros y
trabajos inefables, llegó y descubrió una isla pequeña, que los indios
llamaban Guanaja, y tiene por vecinas otras tres ó cuatro islas menores
que aquella, que los españoles llamaron despues las Guanajas; todas
estaban bien pobladas. En esta isla mandó el Almirante á su hermano
D. Bartolomé Colon, Adelantado desta isla, que iba por Capitan del un
navío, que saltase en tierra á tomar nueva; saltó, llevando dos barcas
llenas de gente, hallaron la gente muy pacífica, y de la manera de
las destas islas, salvo que no tenian las frentes anchas, y, porque
habia en ella muchos pinos, púsole el Almirante por nombre la Isla de
Pinos. Esta isla dista del cabo que agora llaman de Honduras, donde
está ó estuvo la ciudad de españoles que llamaron Trujillo, y que agora
terná cinco ó seis vecinos, obra de 12 leguas; y porque algunos que,
despues que por aquí anduvo el Almirante, quisieron por aquí descubrir,
aplicaron ó quisieron aplicar á sí el descubrimiento de hasta aquí,
yo he visto muchos testigos presentados por parte del Fiscal, en el
proceso arriba dicho, los cuales fueron con el mismo Almirante en
este viaje, que afirman que el Almirante descubrió estas islas, ó la
principal destas de los Guanajes. Todas estas islas, y muchos puertos
y partes de la tierra firme, están ya descognoscidas, por mudalles los
nombres los que hacen las cartas de marear, en que no poca confusion
engendran, y áun son causa de hartos yerros y perdicion de navíos
rescibir la relacion de cada marinero. Así que, habiendo saltado el
adelantado en esta isla de los Guanajes, ó Guanaja, llegó una canoa
llena de indios, tan luenga como una galera, y de ocho piés de ancho;
venia cargada de mercaderías del Occidente, y debia ser, cierto, de
tierra de Yucatán, porque está cerca de allí, obra de 30 leguas, ó poco
más; traian en medio de la canoa un toldo de esteras, hechas de palma,
que en la Nueva España llaman petates, dentro y debajo del cual venian
sus mujeres, y hijos, y hacendejas, y mercaderías, sin que agua del
cielo ni de la mar les pudiese mojar cosa. Las mercaderías y cosas que
traian eran, muchas mantas de algodon, muy pintadas de diversas colores
y labores, y camisetas sin mangas, tambien pintadas y labradas, y de
los almaizares con que cubren los hombres sus vergüenzas, de las mismas
pinturas y labores. Item, espadas de palo, con unas canales en los
filos, y allí apegadas, con pez y hilo, ciertas navajas de pedernal,
hachuelas de cobre para cortar leña, y cascabeles, y unas patenas, y
grisoles para fundir el cobre; muchas almendras de cacao, que tienen
por moneda en la Nueva España, y en Yucatán, y en otras partes. Su
bastimento era pan de maíz y algunas raíces comestibles, que debian ser
las que en esta Española llamamos ajes y batatas, y en la Nueva España
camotes; su vino era del mismo maíz, que parecia cerveza. Venian en la
canoa hasta 25 hombres, y no se osaron defender ni huir, viendo las
barcas de los cristianos, y así los trujeron en su canoa á la nao del
Almirante; y, subiendo los de la canoa á la nao, si acaecia asillos
de sus paños menores, mostrando mucha vergüenza, luego se ponian las
manos delante, y las mujeres se cobrian el rostro y cuerpo con las
mantas, de la manera que lo acostumbraban las moras de Granada con sus
almalafas. Destas muestras de vergüenza y honestidad quedó el Almirante
y todos muy satisfechos, y tratáronlos bien, y, tomándoles de aquellas
mantas y cosas vistosas, para llevar por muestra, mandóles dar el
Almirante de las cosas de Castilla, en recompensa, y dejólos ir en
su canoa á todos excepto un viejo, que pareció persona de prudencia,
para que les diese aviso de lo que habia por aquella tierra; porque lo
primero que el Almirante inquiria, por señas, era, mostrándoles oro,
que le diesen nuevas de la tierra donde lo hobiese, y, porque aquel
viejo le señaló haberlo hácia las provincias de Oriente, por eso lo
detuvieron, y lleváronlo hasta que no le entendian su lengua. Despues,
diz que, lo enviaron á su tierra, no sé yo cómo pudo volver á ella
quedando sólo y sin canoa, y, quizá 100 leguas y 200 de mar, léjos de
su casa. Andando por aquí el Almirante, todavía creia que habia de
hallar nueva del Catay y del Gran Khan, y que aquellas mantas y cosas
pintadas comenzaban á ser principio de aquello que tanto él deseaba;
y como le vian los indios, con tanta solicitud, preguntar dónde habia
oro, debíanle de hartar de muchas palabras, señalándole haber mucha
cantidad de oro por tales y tales tierras, y que traian coronas de
oro en la cabeza, y manillas dello á los piés y á los brazos, bien
gruesas; y las sillas, y mesas, y arcas enforradas de oro, y las mantas
tejidas de brocado, y esto era la tierra dentro, hácia el Catayo.
Mostrábales corales, si los habia; respondian los indios que las
mujeres traian sartas dellos, colgados de las cabezas á las espaldas;
mostrábales pimienta y otras especerías, respondian que sí habia
en mucha abundancia; de manera, que cuanto vian que les mostraban,
tanto, por les agradar, les concedian, sin haber visto ni sabido ni
oido ántes cosa de las que les pedian. Decíanles más, que aquellas
gentes de aquellas tierras tenian naos y lombardas, arcos y flechas,
espadas y corazas, de todo lo que vian que los cristianos allí traian.
Imaginaba más el Almirante, que le señalaban que habia caballos, los
que nunca habian visto, ni el Almirante llevaba entónces consigo. Item,
que la mar bojaba á Cyguare, que debia ser alguna ciudad ó provincia
de los reinos del Gran Khan, y que de allí á diez jornadas estaba el
rio de Ganjes; y porque una de las provincias, que le señalaban los
indios ser rica de oro, era Veragua, creia el Almirante que aquellas
tierras estaban con Veragua, como está Tortosa con Fuenterrabía, cuasi
entendiendo que la una estuviese á una mar y la otra á la otra: y así
parece que imaginaba el Almirante haber otra mar, que agora llamamos
del Sur, en lo cual no se engañaba, puesto que en todo lo demas sí. Lo
cual todo, como se platicaba por señas, ó los indios de propósito le
burlaban, ó él ninguna cosa dellos, sino lo que deseaba, entendia. Todo
lo que está dicho escribió á los Reyes, quedando aislado, como se dirá,
en Jamáica, y el treslado de la carta tengo conmigo.



CAPÍTULO XXI.


Habiéndole señalado aquel indio viejo las provincias de Veragua y
otras, por ricas, y que estaban al Oriente, dejó de proseguir la vía
que llevaba del Poniente (la cual, si prosiguiera, ninguna duda debe
haber que no topara el reino de Yucatán y luego los de la Nueva España,
turándole los navíos), dió la vuelta por la vía de Levante y Oriente.
La primera tierra que de la firme vió, y se llegó á ella, fué una punta
que llamó de Caxinas, porque habia muchos árboles cuyo fruto es unas
manzanillas buenas de comer, que en la lengua de los indios desta isla
Española, llamaban, segun decia el Almirante, caxinas, aunque yo, que
supe algo della, no me acuerdo que tal nombre oyese. Las gentes que
moraban más cercanas de aquella punta de Caxinas traian vestidas unas
jaquetas pintadas, sin mangas como las dichas, y los almaizares con
que se cubrian las vergüenzas, que debian ser habidos de mercaderes de
la tierra de Yucatán, de donde la canoa que dijimos creemos que venia.
Salió el Adelantado, un domingo, á 14 de Agosto, con mucha gente de los
españoles, á tierra, á oir misa, y el miércoles siguiente tornó á salir
en tierra para tomar la posesion en nombre de los reyes de Castilla,
y estaban ya en la playa cien personas ó más, cargadas de bastimentos
y comidas de la tierra, como pan de maíz, gallinas, venados, pescados
y frutas, y, presentadas ante el Adelantado y los cristianos, se
retrajeron atrás sin hablar palabra. El Adelantado les mandó dar de
los rescates, como cascabeles, y sartas de cuentas y espejuelos y
otras menudencias. Otro dia, siguiente, amanecieron en el mismo lugar
más de doscientas personas, todos cargados de gallinas, y ansares y
pescado asado y de diversas especies de fríxoles, que son como habas,
y otras frutas. Es la tierra muy fresca, verde y hermosa, en la cual
habia infinidad de pinos, encinas de más de seis ó siete especies, y
de los árboles que llamaban en esta isla hobos, que nosotros llamamos
mirabolanos, fruta odorífera y sabrosa. Sintieron que habia leones
pardos, y ciervos, y otros animales, y pudieran sentir que habia hartos
tígres. Las gentes de por aquellas comarcas no tenian las frentes
anchas como las destas islas, eran de diversas lenguas; totalmente
desnudas algunas, otras, solamente las vergüenzas cubiertas, otras,
vestidas de unas jaquetas como las cueras, que les llegaban hasta el
ombligo, sin mangas. Tenian labrados los cuerpos con fuego, de unas
labores como moriscas, unos figurando leones, otros ciervos y otros
de otras figuras; los señores, ó más honrados entre ellos, traian por
bonetes unos paños de algodon blancos y colorados; algunos tenian en la
frente unos copetes de cabellos como una flocadura. Cuando se ataviaban
para sus fiestas, teñíanse algunos los rostros de negro, otros de
colorado, otros hacíanse rayas por la cara de diversas colores, y otros
teñian el pico de la naríz, otros se alcoholaban los ojos y los teñian
de negro, y estos atavíos tenian por mucha gala; y, porque habia otras
gentes por aquella costa que tenian las orejas horadadas, y tan grandes
agujeros, que cupiera un huevo de gallina bien por ellos, puso nombre
á aquella ribera la costa de la Oreja. De aquella punta de Caxinas
navegó el Almirante hácia el Oriente con muy grandes trabajos, contra
viento y contra las corrientes, á la bolina, como dicen los marineros,
que apénas se andan cada dia cinco leguas, y ni dos muchas veces; van
los navíos dando vueltas cuatro y cinco y más horas hácia una parte,
y otra hácia otra, y desta manera se ahorra lo poco que se anda, y
algunas veces se pierde lo que se ha ganado en dos, de una vuelta. Y,
porque habiendo 60 leguas de la punta de Caxinas á un cabo de tierra
que entra mucho en la mar, tardó, con estos trabajos, en llegar el
Almirante, y de allí vuelve la tierra y se encoge hácia el Sur, por lo
cual, los navíos podian mejor y bien navegar, púsole nombre á aquel
cabo, el cabo de Gracias á Dios; y esto dice el Almirante que fué
á 12 de Setiembre del mismo año de 502. Pasado el cabo de Gracias á
Dios, tuvieron necesidad de tomar agua y leña; mandó el Almirante ir
las barcas á un gran rio que allí parecia, donde, por la creciente de
la mar y la corriente del rio que se combatian, se perdió la una de
las barcas, con toda la gente que traia, y, por este desastre, púsole
nombre del Desastre, al rio. El Domingo, á 17 de Setiembre, fueron
á echar anclas entre una isleta llamada Quiribri, y en un pueblo en
la tierra firme, llamado Cariarí. Allí hallaron la mejor gente, y
tierra, y estancia que habian hasta allí hallado, por la hermosura de
los cerros y sierra, y frescura de los rios y arboledas, que se iban
al cielo de altas, y la isleta verde, fresquísima, llana, de grandes
florestas, que parecía un vergel deleitable; llamóla el Almirante
la Huerta, y está del dicho pueblo Cariarí, la última luenga, una
legua pequeña. Está el pueblo junto á un graciosísimo rio, á donde
concurrió mucha gente de guerra, con sus armas, arcos y flechas, y
varas, y macanas, como haciendo rebato, y mostrando estar aparejados
para defender su tierra. Los hombres traian los cabellos trenzados,
revueltos á la cabeza, y las mujeres cortados, de la manera que los
traen los hombres nuestros; pero, como los cristianos les hicieron seña
de paz, ellos no pasaron adelante, mas de mostrar voluntad de trocar
sus cosas por las nuestras. Traian mantas de algodon y jaquetas de
las dichas, y unas águilas de oro bajo, que traian al cuello. Estas
cosas traian nadando á las barcas, porque aquel dia, ni otro, los
españoles no salieron á tierra. De todas ellas no quiso el Almirante
que se tomase cosa, por, disimulando, dalles á entender que no hacian
cuenta dello, y cuanto más dellas se mostraba menosprecio, tanta mayor
cudicia é importunidad significaban los indios de contratar, haciendo
muchas señas, tendiendo las mantas como banderas, y provocándolos á
que saliesen á tierra. Mandóles dar el Almirante cosas de rescate
de Castilla, mas desque vieron que los cristianos no querian de sus
cosas, y que ninguno salia é iba á contratar con ellos, todas las
cosas de Castilla, que habian rescibido, las pusieron liadas junto
á la mar, sin que faltase la menor dellas, casi diciendo, «pues no
quereis de las nuestras tomaos las vuestras», y así las hallaron todas
los cristianos otro dia, que salieron en tierra. Y como los indios,
que por aquella comarca estaban, sintieron que los cristianos no se
fiaban dellos, enviaron un indio viejo, que parecia persona honrada,
y de estima entre ellos, con una bandera puesta en una vara, como que
daban seguridad; y traia dos muchachas, la una de hasta catorce años,
y la otra de hasta ocho, con ciertas joyas de oro al cuello, el que
las metió en la barca, haciendo señas que podian los cristianos salir
seguramente. Salieron, pues, algunos á traer agua para los navíos,
estando los indios modestísimos y quietos, y con aviso de no se mover,
ni hacer cosa por donde los españoles tomasen ocasion de tener algun
miedo dellos. Tomada el agua, y como se entrasen en las barcas para
se volver á los navíos, hacíanles señas que llevasen consigo las
muchachas y las piezas del oro que traian colgadas del cuello; y, por
la importunacion del viejo, lleváronlas consigo, y era cosa de notar
las muchachas no mostrar señal de pena ni tristeza, viéndose entregar
á gente tan extraña, y feroz, y de ellos, en vista, y habla y meneos,
tan diversa, ántes mostraban un semblante alegre y honesto. Desque el
Almirante las vido, hízolas vestir, y dalles de comer y de las cosas
de Castilla, y mandó que luego las tornasen á tierra, para que los
indios entendiesen que no eran gente que solian usar mal de mujeres,
pero llegando á tierra, no hallaron persona á quien las diesen; por
lo cual las tornaron al navío del Almirante, y allí las mandó aquella
noche tener, con toda honestidad, á buen recaudo. El dia siguiente,
juéves, á 29 de Setiembre, las mandó tornar en tierra, donde estaban
ya 50 hombres, y el viejo que las habia traido las tornó á rescibir,
mostrando mucho placer con ellas, y volviendo á la tarde las barcas
á tierra, hallaron la misma gente con las mozas, y ellas y ellos
volvieron á los cristianos todo cuanto se les habia dado, sin querer
que dello quedase alguna cosa. Otro dia, saliendo el Adelantado á
tierra, para tomar lengua, y hacer informacion de aquella gente,
llegáronse dos indios de los más honrados, á lo que parecia, junto á
la barca donde iba, y tomáronlo en medio por los brazos hasta sentarlo
en las hierbas muy frescas de la ribera, y preguntándoles algunas
cosas por señas, mandó al escribano que escribiese lo que decian; los
cuales se alborotaron de tal manera viendo la tinta y el papel, y que
escribian, que los más echaron luego á huir, creyóse que por temor que
no fuesen algunas palabras ó señales para los hechizar, porque, por
ventura, se usaban hechizos entre ellos, y presumióse, porque, cuando
llegaban cerca de los cristianos, derramaban por el aire unos polvos
hácia ellos, y de los mismos polvos hacian sahumerios, procurando que
el humo fuese hácia los cristianos, y por este mismo temor, quizá, no
quisieron que quedase con ellos cosa de las que les habian dado de las
nuestras. Reparados los navíos de lo que habian menester y oreados los
bastimentos, y recreada la gente que iba enferma, mandó el Almirante
que saliese su hermano el Adelantado con alguna gente á tierra, para
ver el pueblo, y la manera y trato que los moradores dél tenian; donde
vieron que dentro de sus casas, que eran de madera cubiertas de cañas,
tenian sepulturas en que estaban cuerpos muertos, secos y mirrados, sin
algun mal olor, envueltos en unas mantas ó sábanas de algodon, y encima
de la sepultura estaban unas tablas, y en ellas esculpidas figuras de
animales, y en algunas la figura del que estaba sepultado, y con él
joyas de oro y cuentas, y cosas que por más preciosas tenian. Mandó el
Almirante tomar algunos de aquellos indios, por fuerza, para llevar
consigo y saber dellos los secretos de la tierra. Tomaron siete, no
sin gran escándalo de todos los demás, y, de los siete, dos escogió,
que parecian los más honrados y principales; á los demas dejaron ir
dándoles algunas cosas de las de Castilla, dándoles á entender por
señas, que aquellos tomaban por guías, y despues se los enviarian. Pero
poco los consoló este decir, por lo cual, luego, el siguiente dia, vino
á la playa mucha gente, y enviaron cuatro por embajadores al navío del
Almirante; prometian de dar de lo que tenian, y que les diesen los dos
hombres, que debian ser personas de calidad, y luego trujeron dos
puercos de la tierra, en presente, que son muy bravos, aunque pequeños.
No quiso restituirles los dos presos el Almirante, sino mandó dar á
los mensajeros que habian venido algunas de las bujerías de Castilla
y pagarles sus porquezuelos que habian traido, y saliéronse á tierra
con harto desconsuelo de aquella violencia é injusticia de tomalles
aquellos por fuerza, y llevárselos contra voluntad de todos ellos,
dejando sus mujeres y hijos huérfanos. Y quizá eran señores de la
tierra ó de los pueblos, los que les detenian, injustamente, presos;
y así, tuvieron de allí en adelante justa causa y claro derecho de no
se fiar de ningun cristiano, ántes razon jurídica para hacelles justa
guerra, como es manifiesto.



CAPÍTULO XXII.


Entre otros lugares que el indio viejo, que habian tomado y detenido
de la canoa, en la isla de los Guanajes, y otros indios, nombraron al
Almirante, que habia ó eran tierras de oro, fué uno llamado Caravaró.
Levantó, pues, las anclas desta provincia ó pueblos de Cariarí, 5 de
Octubre, y navegó á la de Caravaró, la última luenga, hácia el Oriente,
donde habia una bahía de mar, de seis leguas de longura y de ancho más
de tres, la cual tiene muchas isletas, y tres ó cuatro bocas, para
entrar los navíos y salir muy buenas con todos tiempos, y por entre
aquellas isletas van los navíos, como si fuesen por calles, tocando las
ramas de los árboles, en la járcia y cuerdas de los navíos; cosa muy
fresca y hermosa. Despues de haber surgido y echado anclas los navíos,
salieron las barcas á una de aquellas isletas, donde hallaron 20 canoas
ó navecitas de un madero, de los indios, y la gente dellas vieron en
tierra desnudos, en cueros del todo, solas las mujeres cubierto lo
vergonzoso; traia cada uno su espejo de oro al cuello, y algunos una
águila, y comenzándoles á hablar los dos indios que traian de Cariarí,
perdieron el temor, y dieron luego un espejo de oro, que pesaba 10
ducados, por tres cascabeles, diciendo que allí, en la tierra firme,
habia mucho de aquello, muy cerca de donde estaban. El dia siguiente, á
7 de Octubre, fueron las barcas á tierra firme, y toparon diez canoas
llenas de gente, todas con sus espejos al cuello, de oro. Tomaron
dellas dos hombres que parecian ser dellos los más principales, para,
con los dos de Cariarí, saber los secretos de la tierra. Dice cerca
desto un testigo, llamado Pedro de Ledesma, piloto señalado, que yo
cognoscí, que salieron á los navíos 80 canoas, con mucho oro, y que
no quiso el Almirante rescibir alguna cosa. Su hijo del Almirante,
D. Hernando Colon, que allí andaba, puesto que niño de trece años, no
hace mencion de 80 canoas, pero pudo ser que viniesen 80, una vez 10,
y otras 20, y así llegasen á 80, y es de creer que mejor cuenta ternia
desto el piloto dicho, que era de cuarenta y cinco y más años, que no
el niño de trece. Los dos hombres que aquí desta canoa tomaron traian
al cuello, el uno, un espejo que pesó 14 ducados, y el otro un águila
que pesó 22, y estos afirmaban, que de aquel metal, pues tanto caso dél
hacian, una jornada y dos de hallí habia harta abundancia. En aquesta
bahía era infinita la cuantidad que habia de pescado, y en la tierra
muchos animales de los arriba nombrados. Habia muchos mantenimientos
de las raíces y de grano, y de frutas. Los hombres andaban totalmente
desnudos, y las mujeres de la manera de las de Cariarí. Desta tierra
ó provincia de Carabaró, pasaron á otra, confin della, que nombraban
Aburená, la última luenga, la cual es, en todo y por todo, como la
pasada. Desta salieron á la mar larga, y, 12 leguas adelante, llegaron
á un rio, en el cual mandó el Almirante salir las barcas, y, llegando
á tierra, obra de 200 indios, que estaban en la playa, arremetieron
con gran furia contra las barcas, metidos en la mar hasta la cinta,
esgrimiendo con sus varas, tañendo bocinas y un atambor, mostrando
querer defender la entrada en su tierra de gente á ellos tan extraña;
echaban del agua salada con las manos hácia los españoles, y mascaban
hierbas y arrojábanlas contra ellos. Los españoles disimulaban,
blandeándolos y aplacándolos por señas, y los indios que traian
hablándolos, hasta tanto que, finalmente, se apaciguaron, y se llegaron
á rescatar ó contratar los espejos de oro que traian al cuello, los
cuales daban por dos ó tres cascabeles; hobiéronse allí entónces 16
espejos de oro fino, que valdrian 150 ducados. Otro dia, viérnes, á
21 de Octubre, tornaron las barcas á tierra, al sabor del rescate;
llamaron á los indios desde las barcas, que estaban cerca de allí, en
unas ramadas que aquella noche hicieron, temiendo que los españoles no
saliesen á tierra y les hiciesen algun daño, pero ninguno quiso venir
á su llamado. Desde á un rato, tañen sus bocinas ó cuernos, y atambor,
y, con gran grita, lléganse á la mar de la manera que de ántes, y,
llegando cerca de las barcas, amagábanles como que les querian tirar
las varas si no se volvian á sus navíos, y se fuesen, pero ninguna
les tiraron; mas á la buena paciencia y humildad de los españoles, no
pareció que era bien sufrir tanto, por lo cual sueltan una ballesta
y dan una saetada á un indio dellos, en un brazo, y tras ella pegan
fuego á una lombarda, y dando el tronido, pensando que los cielos se
caian y los tomaban debajo, no paró hombre de todos ellos, huyendo
el que más podia, por salvarse. Salieron luego de las barcas cuatro
españoles, y tornáronlos á llamar, los cuales, dejadas sus armas, se
vinieron para ellos como unos corderos seguros, y como si no hobieran
pasado nada. Rescataron ó conmutaron tres espejos, excusándose que no
traian al presente más, por no saber que aquello les agradaba. Desta
tierra pasó adelante á otra llamada Catiba, y echando anclas en la boca
de un gran rio, la gente della, con cuernos y atambores, se andaba
toda moviendo, y apedillando. Enviaron á los navíos una canoa con
dos hombres, para ver qué gente nueva era, y qué queria. Habláronles
los indios que se habian tomado atras, y luego entraron en la nao
del Almirante, con mucha seguridad, y, por induccion del indio de
Cariarí y de los otros, se quitaron los espejos de oro, que traian al
cuello, y diéronlos al Almirante, y el Almirante les mandó dar de las
cosas y rescates de Castilla. Salidos estos á tierra, vino luego otra
canoa con tres hombres, y sus espejos al cuello, los cuales hicieron
lo mismo que los primeros. Conciliada ya desta manera el amistad,
salieron las barcas á tierra, donde hallaron mucha gente con el Rey
de aquella provincia, ó pueblos, el cual, ninguna diferencia mostraba
tener de los otros, salvo estar cubierto con una hoja de árbol, porque
llovía, y el acatamiento y reverencia que todos le tenian. Él fué el
primero que rescató su espejo, y dió licencia que los suyos tambien
rescatasen con los cristianos. Fueron por todos 19 espejos, de fino
oro. Pedro de Ledesma, el piloto que arriba dije, depuso en el pleito,
de que ya he hecho algunas veces mencion, presentado por el Fiscal,
que en uno de los puertos por donde andaban entónces, llamado Hurira,
se rescataron 90 marcos de oro por tres docenas de cascabeles; y este
debia ser uno de cinco pueblos, ó todos cinco, donde, salido de la
boca de aquel gran rio, el Oriente arriba, fué luego el Almirante, y
segun dijo D. Hernando Colon, su hijo, allí habia mucho rescate, y
entre ellos estaba Veragua, donde los indios de atras decian que se
cogia el mucho oro, y se labraban los espejos que rescataban. Destos
pueblos fueron á una poblacion llamada Cubija ó Cubiga, donde, segun
la relacion que los indios daban, se acababa la tierra del rescate, la
cual comenzaba desde Carabaró y fenecia en aquella poblacion Cubiga ó
Cubija, que serian obra de 50 leguas de costa de mar. De aquí subió el
Almirante la mar arriba, por el Oriente, como venia, y fué á entrar, en
2 dias de Noviembre, en un puerto mucho bueno, que por ser tal lo llamó
puerto Bello, que estaba obra de seis leguas del que agora llamamos el
Nombre de Dios. El puerto es muy grande y muy hermoso; entró en él por
medio de dos isletas, y, dentro dél, pueden llegarse las naos, muy en
tierra, y salir voltejando si quisieren. Toda la tierra de la redonda
del puerto es la tierra graciosísima, estaba toda labrada y llena de
casas, á tiro de piedra y de ballesta la una de la otra, que parecia
todo una huerta pintada, y de las más hermosas que se habian por toda
aquella costa visto. Allí estuvieron siete dias, por las muchas lluvias
y matos tiempos que les hizo, y en todos ellos vinieron canoas de toda
la comarca, á contratar con los cristianos las comidas y frutas que
tenian, y ovillos de algodon hilado, muy lindo, lo cual, todo, daban
por cosillas de laton, como eran, alfileres y cabos de agujetas, y si
tuvieran oro tambien por ellos lo dieran.



CAPÍTULO XXIII.


Pasados los siete dias, salieron de Bel puerto ó puerto Bello, en 9
de Noviembre, y fueron ocho leguas, y, con malos tiempos, volvieron
atras y entraron en el puerto que llamamos el Nombre de Dios, al
cual llamó el Almirante puerto de Bastimentos, porque todas aquellas
comarcas y tres isletas, que estaban por allí, eran llenas de labranzas
y maizales. Vieron una canoa de indios, y adelantóse una barca llena
de españoles tras ella, por tomar lengua de alguno dellos, pero los
indios, huyendo, dábanse priesa á remar, temiendo si les querian
hacer mal, y como los alcanzasen, llegando la barca como á un tiro
de piedra, echáronse todos á la mar para huir nadando, y cuanto los
marineros remaban, y llegaba la barca junto á ellos, zabullíanse, como
hacen las aves de agua, é iban á salir por debajo del agua un tiro
de ballesta y dos desviados de la barca, por una parte ó por otra; y
esto duró más de grande media legua. Era una fiesta bien de ver, y
de harto pasatiempo y alegría, ver lo que trabajaban los marineros
en su barca por tomar alguno, y cuan en valde, pues á ningun indio
tomaron, y los indios todos se fueron riendo y mofando, á tierra, de
los marineros, y los marineros, vacíos y corridos, se volvieron á las
naos. Estuvieron aquí hasta 23 de Noviembre, adobando los navíos y
la vasija del agua, y, salidos, fueron hácia el Oriente, y llegaron
á una tierra llamada Guija ó Guiga, y salidas las barcas á tierra,
estaban ya esperando los cristianos sobre trescientas personas con
deseos de rescatar sus mantenimientos, y algunas joyuelas de oro que
traian en las orejas y narices; pero no quiso el Almirante parar allí
mucho, más sábado, á 26 del mismo mes, entraron en un portezuelo,
al cual puso el Almirante nombre Retrete, por su estrehura, porque
no cabian en él arriba de cinco ó seis navíos juntos, y la entrada
era por una boca de hasta quince ó veinte pasos de ancho, y de ambas
partes los arracifes que sobreaguaban, que son peñas como puntas de
diamantes, y la canal entre ellos era tan hondable, que, á allegarse
un poco á la orilla, pueden saltar en tierra desde las naos; y esto
fué principal remedio para no se perder los navíos, segun el angostura
era, y la causa deste peligro fué la relacion falsa que hicieron los
marineros que en las barcas entraron primero adelante á sondar ó
conocer la hondura que por allí habia y peligros, por el ansia que
tenian siempre de salir á tierra á rescatar ó contratar con los indios
de la tierra. Por esto parece que el puerto del Retrete no es el que
agora llamamos del Nombre de Dios, como arriba dijimos por relacion de
otros, sino más adelante, hácia el Oriente. Estuvieron aquí los navíos
nueve dias, por los vientos que corrian muy forzosos y contrarios. Al
principio de estos dias, venian los indios muy pacíficos y mansos,
con toda simplicidad, á hacer sus rescates con los cristianos, pero
despues que los españoles se salian sin licencia del Almirante de los
navíos, escondidamente, y se iban por las casas de los indios, y, como
gente disoluta y cudiciosa, les hacian mil agravios, diéronles causa
á que se alterasen de tal forma, que se hobo de quebrar la paz con
ellos, y pasaban algunas escaramuzas; y como ellos, de cada dia se
juntasen en mayor copia, osaban ya venir hasta cerca de los navíos,
que, como dijimos, estaban con el bordo á tierra, pareciéndoles que
podian hacer el daño que quisiesen, aunque les saliera bien por el
contrario, si el Almirante no tuviera siempre respecto á mitigallos
con sufrimiento y buenas obras. Todo esto dice don Hernando, hijo del
Almirante; donde parece quién fué y era la causa de que los indios
se escandalizasen y tuviesen por mala gente á los cristianos, y no
quisiesen con ellos paz. Parece tambien, si aquellas gentes, desde
su descubrimiento, fueran tractadas por amor y justicia, segun dicta
la razon natural, y prosiguiera siempre adelante con ellos la vía de
comercio y contratacion pacífica y moderada, y mucho más si fuera
cristiana, como justamente hobiéramos dellos todo lo que de oro y
riquezas tenian y abundaban, por nuestras cosillas de no nada, y cuánta
paz y amor entre nosotros y ellos se conciliara, y, por consiguiente,
cuán cierta y fácil fuera su conversion á Cristo, y cuánto la Iglesia
universal se gozara de tener tan infinitos hijos cristianos. Añide más
D. Hernando: «que, visto su demasiado atrevimiento, por espantallos,
mandaba tirar el Almirante alguna lombarda de cuando en cuando, y
que ellos respondian con gran grita, dando con sus bastones en las
ramas de los árboles, haciendo grandes amenazas y mostrando no tener
temor del sonido ó estruendo de las lombardas, pensando que debian
ser como los truenos secos sin rayos, no más de para causar espanto;
y, que porque no tuviesen tan gran soberbia, ni menospreciasen á los
cristanos, mandó que una vez tirasen una lombarda contra una cuadrilla
de gente que estaba junta y apeñuscada en un cerrito, y dando por medio
dellos la pelota, hízoles cognoscer que aquella burla era tambien rayo
como trueno, por tal manera, que despues, áun tras los montes, no se
osaban asomar.» Esto dice D. Hernando, y así parece que debia de haber
muerto algunos dellos la pelota de la lombarda; y, cierto, harta mal
enmienda de los escándalos que los españoles habian causado á aquellas
pacíficas gentes, y poco sufrimiento y ménos buenas obras en esto hizo
el Almirante, por no más de porque no tuviesen tan gran soberbia, y
no menospreciasen los cristianos, con la lombarda matallos, siendo
ellos primero escandalizados y agraviados, mostrándose tan pacíficos
y amigos, y los españoles, por el contrario, haber sido culpados, y
quizá muy culpados, lo que, por ventura, D. Hernando calla. Cierto,
mejor sufrimiento fuera castigar con rigor el Almirante á los que
los habian agraviado y escandalizado en presencia dellos, para que
pareciera pesarle dello, y ser sólos culpados aquellos, y con palabras
ó señas, y mucho más con dádivas y buenas otras obras, satisfacellos,
que no á grandes pecados añadir otros más detestables, con que mayores
daños les hicieron. Dice tambien D. Hernando, que la gente de aquella
tierra era la más bien dispuesta que hasta entónces se habia visto en
estas Indias; eran altos de cuerpo y enjutos, de muy buenos gestos. La
tierra toda rasa, y de mucha hierba y poca arboleda. En el puerto habia
grandísimos lagartos que salian á dormir en seco, los cuales lanzan de
sí un olor que parece que allí está todo el almizcle del mundo, y son
tan carniceros, que si hallan un hombre durmiendo en tierra, lo llevan
arrastrando al agua para comello, puesto que son muy cobardes y huyen
cuando son acometidos. Estos son los verdaderos cocodrilos de los que
se dice abundar el rio Nilo; hay muchos en los rios que salen á esta
mar que decimos del Norte, pero muchos más, sin número, en los que
corren á la mar del Sur.



CAPÍTULO XXIV.


Andando en esto habia grandes tempestades y contrarios tiempos, cuasi
siempre, unos dias más que otros; y viendo el Almirante impedirle los
tiempos Levantes y Nordestes, que son brisas fuertes, de ir adelante,
siguiendo la vía que llevaba del Oriente, lúnes, 5 dias de Diciembre,
determinó de volver atras, para certificarse de las minas del oro,
que ser muy ricas, en la provincia de Veragua, le habian dicho; así
que, aquel mesmo dia, llegó á Bel puerto, que serian hasta 10 leguas
al Occidente. Siguiendo su camino, el dia siguiente asoma un viento
gueste, que es Poniente, contrarísimo al camino que habia querido tomar
de nuevo, y próspero para el que llevaba y habia deseado por tres
meses, que lo puso en muy grande aprieto. No quiso tornar la vía del
Oriente, para la cual bien le sirviera, por la incertidumbre que cada
dia experimentaba de los vientos. Forcejó contra los vientos, crecióle
la tormenta, y anduvieron nueve dias sin esperanza de vida. Dice el
Almirante en la carta, que desde la isla de Jamáica escribió á los
Reyes, que nunca ojos vieron la mar tan alta ni tan brava, y la espuma
della que parecia arder en fuego. El viento estorbaba ir adelante y no
daba lugar para correr á la mar larga, ni para socorrerse con alguna
punta de tierra ó cabo. Un dia y una noche pareció que ardia en vivas
llamas el cielo, segun la frecuencia de los truenos y relámpagos y
rayos que caian, que cada momento esperaban de ser abrasados todos, y
los navíos hundidos á pedazos, segun los vientos eran espantables. Los
truenos eran tan bravos y tan espesos, que pensaban los de un navío que
los de los otros disparaban el artillería, demandando socorro porque
se hundian. Con todo esto eran tantas y tan espesas las lluvias y
aguas del cielo, que, en dos ni en tres dias, no cesaba de llover á
cántaros, que no parecia sino que resegundaba otro Diluvio. La gente de
los navíos estaba tan molida, turbada, enferma y de tantas amarguras
llena, que, como desesperada, deseaba más la muerte que la vida; viendo
que todos cuatro elementos contra ellos tan cruelmente peleaban. Temian
el fuego, por los rayos y relámpagos; los vientos unos contrarios de
otros tan furiosos y bravos y desmensurados; el agua de la mar que los
comia, y la de los cielos que los empapaba; la tierra por los bajos
y roquedos de las costas no sabidas, que, hallándose cabe el puerto,
donde consiste el refugio de los mareantes, por no tener noticia
dellos ó por no les saber las entradas, escogen los hombres ántes
pelear y contrastar con bravos vientos y con la espantosa soberbia
de la mar, y con todos los otros peligros que hay, que llegarse á la
tierra, que, como más propicia y á nosotros más agradable y natural,
entónces más deseamos. Sobrevínoles otro peligro y angustia, sobre
todos los relatados, y esta fué una manga que se suele hacer en la mar.
Esta es como una nube ó niebla que sube de la mar hácia el aire, tan
gruesa como una cuba ó tonel, por la cual sube á las nubes el agua,
torciéndola á manera de torbellino, que cuando acaece hallarse juntas
las naos, las anega y es imposible escapar. Tuvieron por remedio decir
el Evangelio de San Juan, y así la cortaron, y creyeron por la virtud
divina haber escapado. Padecieron en estos dias terribles trabajos, que
ya no habia hombre que pensase, por solos los cansancios y molimientos,
con vida escapar. Dióles Dios un poco de alivio dándoles un dia ó dos
de calmas, en los cuales fueron tantos los tiburones que acudieron á
los navíos, que les ponian espanto y no ménos en gran temor, tomándolos
por agüeros, algunos, que no fuese alguna mala señal. Pero, sin ser
agüero, podia ser señal natural, como las toninas ó delfines lo es de
tormenta cuando sobreaguan, como arriba en el capítulo 5.º dimos alguna
relacion. Hicieron grande matanza dellos con anzuelos de cadena, que
no les fueron poco provechosos para hacer bastimento, porque tenian
ya falta de viandas, por haber ya ocho meses que andaban por la mar,
y así consumido la carne y pescado que de España habian sacado, dello
comido y dello podrido por los calores y bochorno, y tambien la humedad
que corrompe las cosas comestibles por estas mares; pudrióseles tanto
el bizcocho, y hinchióseles de tanta cantidad de gusanos, que habia
personas que no querian comer ó cenar la maçamorra que, del bizcocho y
agua, puesta en el fuego, hacian, sino de noche, por ver la multitud
de los gusanos que dél salian y con él se cocian. Otros estaban ya tan
acostumbrados por la hambre á comerlos, que ya no los quitaban, porque
en quitarlos se les pasaria la cena; tantos eran. En este camino hácia
Veragua, en obra de 15, 20 ó 30 leguas, fueron cosas espantosas las
que con los tiempos contrarios les acaecieron. Salian de un puerto,
y no parecia sino que el viento contrario, de industria, los estaba
esperando como tras un canton, para resistillos. Volvian con la fuerza
dél hácia el Oriente; cuando no se cataban, venia otro que los volvia
impetuosamente al Poniente, y esto tantas y tan diversas veces, que no
sabia el Almirante ni los que con él andaban qué decir ni hacer. Por
todos estos temporales tan adversos y diversos, que parece que nunca
hombres navegantes padecieron en tan poco camino, como desde Bel puerto
hasta Veragua, otros tales, puso por nombre á aquella costa, la costa
de los Contrastes. En todo este tiempo, el Almirante padecia enfermedad
de gota, y sobre ella estas angustias y trabajos, y la gente, lo mismo,
enferma y fatigada, y la más desmayada. Finalmente, dia de los Reyes
del año siguiente de 1503, entraron en un rio, al cual los indios
llamaban Yebra, y el Almirante le puso por nombre Belem, por honra de
aquel dia que los tres Reyes Magos aportaron á aquel Sancto Lugar.
Adelante deste rio está otro, una legua ó dos, que los indios decian
Veragua; mandó el Almirante sondar la entrada del primero, que es con
cierto plomo mirar qué tantos palmos ó brazas tiene de hondo, y tambien
el de Veragua, y hallaron tener catorce palmos el de Belem, cuando es
llena la mar, y mucho ménos el de Veragua. Subieron las barcas por el
de Belem arriba, hasta llegar á la poblacion, donde tuvieron noticia
que las minas del oro estaban en Veragua, puesto que los vecinos della
se pusieron al principio en armas, no queriendo oir á los españoles
ni hablarles, ántes resistirles la entrada; el dia siguiente fueron
las barcas por el rio de Veragua, y los vecinos tambien dél hicieron
lo mismo apedillándose unos á otros con sus armas; no sólo por tierra
trabajaban de defender que no pasasen adelante, pero entrando en el
agua, mas como iba con los españoles un indio de aquella costa, que
entendia su lenguaje, apaciguólos, afirmándoles que aquellos eran buena
gente, y que no les querian tomar cosa de las suyas sin pagársela,
y así se aseguraron y comenzaron á rescatar y contratar con los
cristianos, de los cuales se hobieron hasta 20 espejos de oro y algunos
cañutos, como cuentas y granos de oro, por fundir. Los cuales, para más
lo encarecer, fingian que se cogia muy léjos en unas sierras ásperas, y
que cuando lo cogian, no comian, ántes se apartaban de sus mujeres, y
otros encarecimientos semejantes.



CAPÍTULO XXV.


Visto que el rio de Belem era más hondo para entrar los navíos, acordó
el Almirante de entrar en él, y así, lúnes, 9 de Enero, entraron los
dos navíos, y otro dia siguiente, por esperar que fuese plena mar,
entraron los otros dos que pedian más agua, puesto que no crece ni
mengua, con la mayor marea, más de dos palmos. Vinieron luégo los
indios á contractar con los cristianos de lo que tenian, especialmente
pescado, el cuál entra de la mar tan inmenso número á temporadas,
que parece cosa increible á quien no lo haya visto; traian tambien
oro que daban por alfileres, y lo que era de más cantidad y precio
trocaban por cuentas y por cascabeles. Y como toda la fama de la
riqueza de las minas, los indios atribuyesen á Veragua, el tercero
dia, despues de la entrada, salió el Adelantado á la mar con las
barcas, para subir por el rio de Veragua hasta el pueblo donde residia
el Rey de la tierra, llamado Quibia, el cual, sabiendo la ida de los
cristianos, descendió él y gentes con él, en sus canoas, á rescebirlos,
el rio abajo. Llegadas las canoas á las barcas, hiciéronse todos buen
rescibimiento, como si fueran hermanos. Dió el Rey al Adelantado de
las joyas de oro que traia, y el Adelantado al Rey de las bujerías
y rescates de Castilla, por manera, que los unos quedaron de los
otros muy contentos y amigos, y volvióse con sus canoas el Rey á su
pueblo, y el Adelantado con sus barcas á los navíos. El dia siguiente
vino el Rey á ver al Almirante á los navíos, y como habia poco que
platicar, por no entenderse las lenguas, despues de obra de una hora,
el Almirante le dió algunas cosas de Castilla, y los suyos rescataron
algunas joyas de oro por cascabeles, y sin muchas ceremonias se
despidió, y se fué como se vino. Estando así, los españoles muy
contentos y alegres, un mártes, 24 de Enero, súbitamente vino aquel
rio de Belem de avenida tan crecido, que, sin poderse reparar echando
amarras á los navíos, dió el ímpetu del agua en la nao del Almirante
con tanta violencia, que le hizo quebrar la una de las dos anclas que
tenia, y fué á dar con terrible furia sobre uno de los otros navíos,
que le rompió la contramesana, que es uno de los mástiles, y entena,
donde va cierta vela, y van garrando ambas á dos (esto es llevar las
anclas arrastrando), y daban los golpes y relanzaduras ó vaivenes de
una parte á otra del rio, que no perderse allí todos cuatro navíos
fué negocio divino. Esta súbita venida é inundacion deste rio debió
ser algun grande aguacero (como los hace muchos en estas Indias), que
debió llover en las montañas muy altas que están sobre Veragua, que
llamó el Almirante de Sant Cristóbal, porque el pico de la más alta
parece exceder á la region del aire, porque nunca se ve sobre aquel
nube alguna, sino todas quedan muy más bajas, y, á quien lo mira,
parece que es una ermita. Estará, por lo ménos, á lo que se juzga,
20 leguas la tierra dentro, todas de grandísima espesura. No sólo
este peligro grande allí tuvieron, pero, ya que quisieran salir á la
mar, que estaba de los navíos no media milla, era tanta la tormenta
y braveza de la mar, que habia fuera, que no se hobieran movido del
rio, cuando fueran hechos los navíos pedazos á la salida de la barra;
en la cual eran tantas las rebentazones que hacia la mar, que ni las
barcas pudieron salir, por muchos dias que duró, para ir á ver por la
costa el asiento y disposicion de la tierra, para hacer un pueblo de
españoles que el Almirante hacer determinaba, y haber nueva de las
minas, que era lo que hacia á su caso. Pasados los dias destos tiempos
adversos, y de afliccion harta para todos, y más para el Almirante,
ya que abonanzó la mar, lúnes, á 6 de Febrero envió al Adelantado con
68 hombres por la mar, hasta la boca del rio de Veragua, que distaba
una legua ó poco más, á la parte del Occidente, y fueron por el rio
arriba otra legua y media, hasta el pueblo de aquel señor que dijimos
llamarse Quibia, donde estuvieron un dia informándose del camino de
las minas. De allí, fueron cuatro leguas y media á dormir en par de
un rio, que pasaron cuarenta y tres veces; y otro dia legua y media,
y llegaron á las minas que les mostraron tres indios quel señor mandó
que con ellos fuesen por guias. Llegados, segun dice el Almirante en
la carta que escribió á los Reyes desde Jamáica, que las guías les
señalaron muchas partes alrededor, que abundaban en oro, hácia el
Poniente, en especial por 20 jornadas. Finalmente, los españoles, en
obra de dos horas que allí quisieron tardar, cada uno cogió su poquillo
de oro entre las raíces (porque todo es gran espesura de arboledas),
con lo cual todos se contentaron y vinieron muy alegres aquel dia al
pueblo, y otro á los navíos; estimando ser gran señal de las riquezas
de aquella tierra, por sacar tanto, aunque poco, en tan poco tiempo, y
careciendo de industria, que se requiere mucha para sacallo. Despues se
supo que aquellas minas no eran las de Veragua, que más cerca estaban,
sino las de Urirá, que era otro pueblo de sus enemigos, á las cuales,
diz que, por hacerles enojo, mandó guiar allá los cristianos; y añide
otra razon D. Hernando, conviene á saber, porque se aficionasen de
pasarse allá, y dejasen su tierra sin embarazos. Tornó el Almirante á
enviar al Adelantado otra vez á que entrase por la tierra, y la costa
abajo, hácia el Poniente, á especular lo que por la tierra habia; y
así, salió el Adelantado, juéves, á 16 de Febrero del dicho año de 503,
con 59 hombres, y una barca por la mar con 14. Los cuales, otro dia
por la mañana, llegaron á un rio llamado Urirá, seis ó siete leguas
de Belem á la parte del Occidente. Sabido que iban por el señor de
aquella tierra, salió á recibillos una legua, con hasta 20 personas,
y presentóles mucha comida y bastimento, y rescataron algunos espejos
de oro. Estando un rato allí donde se toparon, fuéronse todos juntos
al pueblo, indios y cristianos, de donde salió gran número de gente á
recibillos; y teníanles aparejada una gran casa, donde los aposentaron
y les presentaron muchas y diversas cosas de comer. Desde á poco vino
á visitallos el señor de Dururi, otro pueblo de aquel cercano, con
mucha gente que traian algunos espejos para rescatar. De los unos y
de los otros, se supo que habia, la tierra dentro, señores de pueblos
que tenian gran riqueza de oro, y que era gente armada como nosotros,
pero esto postrero, ya pareció que, ó los indios mintieron porque no
entrasen los españoles más dentro, ó no los entendieron como hablasen
por señas. En lo que toca lo primero, que tuviesen mucha suma de oro,
harta verdad fué, segun pareció despues cuando por aquella tierra
dentro, hácia la mar del Sur, anduvo la gente de Pedrarias, como, si
Dios quisiere, se dirá. Otro dia siguiente, determinó el Adelantado de
entrar por la tierra más ahorrado, vista la bondad y mansedumbre de los
indios y caridad con que rescibian los cristianos; para lo cual mandó
volver por tierra toda la gente á los navíos, y, con hasta 30 hombres,
prosiguió su camino hácia un pueblo llamado Cobraba, donde habia más de
seis leguas de labranzas de maizales, y de allí fué á otro pueblo que
se decia Cateba; en los cuales se les hizo buen rescibimiento, dándoles
mucho de comer, y rescatando algunos espejos de oro. Estos espejos
eran como unas patenas de cálices, algunas grandes, otras menores, que
pesarian 12 ducados, y algunas más, y otras ménos, las cuales traian
colgadas al cuello, con una cuerda de algodon, como nosotros traemos un
_Agnus Dei_. Y porque ya el Adelantado se alejaba mucho de los navíos,
y por aquella costa ó ribera de la mar, no se hallaba puerto ni rio
que fuese más hondable que el de Belem, para hacer asiento de pueblo,
volvióse por el mismo camino con mucha cantidad de oro que habia de los
indios rescatado. El cual fué rescibido con harta alegría de su hermano
el Almirante, como trujese tan buenas nuevas, y mejor muestra de haber
por aquella tierra tanta riqueza de oro.



CAPÍTULO XXVI.


Con este contentamiento, y esperanza del mucho bien que se creia
alcanzar de tierra tan opulenta, como esta se les habia mostrado ser,
y en la verdad lo era y agora lo es, deliberó el Almirante dejar su
hermano, el Adelantado, en ella, con la mayor parte de los españoles,
para que poblasen y sojuzgasen la gente della, entre tanto que él
volvia á Castilla, para les enviar socorro de gente y bastimentos.
Estas son palabras de su hijo D. Hernando, con las que se siguen.
Dióse, pues, luégo con suma diligencia, en la quedada del Adelantado,
señalándole 80 hombres que con él quedasen. Acompañáronse de 10 en 10,
más ó ménos, segun entre sí se concertaban, y comenzaron á hacer sus
casas en la orilla ó ribera del rio dicho, Belem, cerca de la boca que
salia á la mar, obra de un tiro de lombarda, pasada una caleta que está
á la mano derecha, como entramos en el rio, sobre la cual entrada está
un morro ó montecillo más alto que lo demas. Las casas eran de madera,
cubiertas de hojas de palma, entre las cuales hicieron una casa grande,
para que fuese alhóndiga y casa de bastimentos. En esta se metió
mucha municion y artillería, con todo lo demas que para el servicio y
sustentacion de los pobladores se requeria, puesto que lo principal
de los bastimentos, como era bizcocho, y vino, y aceite, y vinagre, y
quesos, y legumbres, porque otra cosa de comer no habia, se dejaba,
como en lugar más seguro, en uno de los navíos que habia de quedar
con ellos, así para servicio de la mar, como para la segundad de la
tierra (y este fué el primer pueblo que se hizo de españoles en tierra
firme, puesto que luego desde á poco vino en nada).[1] Quedábales
tambien mucho aparejo de redes y anzuelos para las pesquerías, que,
segun se dijo, eran maravillosas, por la infinidad del pescado que
aquella tierra abunda en los rios y en la mar, que, á tiempos, vienen
de paso diversas especies de pescados. Péscanlos los indios de diversas
maneras, que muestran en ellos industria y mejor ingenio; hacen muy
buenas y grandes redes, y anzuelos de hueso y conchas de tortugas, y,
porque les falta hierro, córtanlos con unos hilos de cierta especie
de cáñamo que hay en estas Indias, que en esta Española llamaban
cabuya, y otra más delicada, nequen, de la manera que los que hacen
cuentas cortan con una sierra de hierro delgada los huesos; y no hay
hierro que de aquella manera no corten. Tienen otra manera de pescar
unos pececitos, tan menudos como unos fideos que se hacen de masa
en Castilla, y en esta isla llamaban tití, la última aguda. Estos
acuden cada luna, por sus temporadas, á la costa, huyendo de los peces
grandes, hasta que llegan á la orilla, y allí los atajan los indios
con unas esterillas ó muy menudas redes, y toman cuantos quieren,
los cuales envuelven en unas hojas de árboles, de la manera que los
boticarios hacen los confites en papeles; pónenlos en el fuego y así
se asan como si fuesen en horno cocidos, y los guardan mucho tiempo
para sus comidas, mayormente para cuando andan camino. Tienen otra
pesquería de sardinas, cuasi como la dicha: vienen á sus temporadas
infinitos cardumes de sardinas, huyendo de los peces mayores que las
persiguen, y con tanta velocidad que saltan en la playa, dos y tres
pasos, infinitas, y así no tienen más trabajo de cogella, como hacian
el maná los judíos. Tómanla tambien por otro artificio, conviene á
saber, que hacen un seto de hojas de palma en sus canoas, desde la proa
hasta la popa, medio por medio, de altura de tres codos, y paséanse los
indios por el rio, golpeando con los remos en el borde de la canoa, y
la sardina, con temor que no sea otro pescado que anda por comella,
salta, por salvar la canoa, y topa en el seto, y cae dentro, y con esta
industria tomaban cuanta querian. De los xureles, sábalos, liças, y
otras especies de pescados, vienen de paso, á temporadas, infinitos,
que es maravilla lo que hay por aquellos rios; toman dellos abundancia,
y muy asado lo conservaban mucho tiempo. Hacian de maíz vino blanco y
tinto, como se hace la cerveza en Flandes ó en Inglaterra, echando en
él de las que ellos tienen por buenas especias; es de muy buen sabor,
aunque como unos vinos bruscos ó de Gascuña. Hacian tambien otro
vino de árboles, que parecen palmas, y así son especie dellas, los
troncos ó mástiles son lisos, muy llenos de espinas, como de puerco
espin; del cogollo destas palmas, que es como palmito, rallándolo y
esprimiéndolo sacan el zumo, de que hacian el vino, hirviéndolo con
agua y mezclándole sus especias; tiénenlo por muy precioso vino, y
por más costoso, y, si lo hobieran de vender, llevaran por ello mayor
precio; hacian otro de piñas, una fruta preciosa y odorífera, de que
hablamos largo en nuestra Historia apologética. Item, otros de otras
frutas hacian, en especial, de una que nasce en árboles altísimos, que
es como toronjas ó pequeñas cidras; tiene cada una dos y tres cuescos
como nueces, aunque no redondos, sino de la forma de ajos ó castañas,
la cáscara de la cual es como de granada, y viéndola fuera del árbol,
luégo luégo parece granada, salvo que no tiene coronilla, el sabor es
como de durazno ó de buena pera; dellas son buenas, dellas mejores,
como acaece en todas las otras frutas. Estando ya las casas hechas y
lo demas que convenia para el pueblo de los españoles que allí habian
de quedar, y el Almirante para salir del rio, y tomar su viaje de
Castilla, como aquel rio de Belem los habia puesto en gran peligro con
las inundaciones y sobra excesiva de agua, que por él venia, que por
poco les hobiera destruido los navíos todos, por el contrario, la falta
del agua que con las muchas bonanzas de los tiempos y sequedad que
sucedió, y la poca que el rio traia, la resaca y olas de la mar, tapó
con arena tanto la boca que, habiendo cuando entraron 14 palmos de
hondo, la cual hondura era tasada para que los navíos nadasen, cuando
querian salir hallaron no más de 10, y así se hallaron cercados y
aislados, sin algun remedio, sino sólo de Dios, suplicándole que diese
lluvias y abundancia de agua, como los dias pasados rogaban que diese
seca y no lloviese tanto; porque, con llover, esperaban que el rio,
trayendo más agua, desazolvaria la entrada ó salida y boca del rio á la
mar, como cada dia se ve y experimenta en los rios semejantes.



CAPÍTULO XXVII.


Como los indios vieron que los españoles hacian casas y pueblo, para se
quedar y morar en aquella tierra, sin con ellos comunicarlo ni pedilles
licencia, sino como en suelo y cosa suya edificar, y conociendo ya
sus importunidades, y los atrevimientos y daños que dellos ya habian
rescibido, y haber tomado algunos indios, en las tierras de atras,
por fuerza, que traian en los navíos, no sintieron bien de su nueva
poblacion, y así, dice aquel piloto, arriba nombrado, Pedro de Ledesma,
en el proceso susodicho, que los indios se alteraron en ver tomar
posesion en su tierra, y lo mismo dijo el Almirante en la carta que
escribió á los Reyes desde Jamáica, como ninguna gente hobiera del
mundo, por bárbara é inculta que fuera, que muy mucho mal no sintiera
dello y que lo consintiera, y que con armas y todas sus fuerzas no
lo resistiera: esto no há menester prueba, porque ningun hombre de
razon hay que no lo acepte y á boca dello no lo conceda. Y porque,
por ventura, conocieron de los indios algunas señales de descontento,
acordaron de adoballo con añidir mayores agravios y más injustos y
violentos, y éstos fueron prender al señor de la tierra, y su mujer y
hijos, para dalles las gracias del buen acogimiento que les hicieron,
y así D. Hernando, como hombre que alcanzó poco del derecho destas
gentes, y de tener por injusticias las primeras que su padre comenzó
en esta isla, contra los naturales della, segun que en el primer
libro queda declarado, dice aquí, que se tuvo noticia por vía del
intérprete, que, «Quibia, rey de Veragua, tenia deliberado de venir
secretamente á poner fuego á las casas y matar los cristianos, porque
á todos los indios pesaba mucho que poblasen en aquel rio, y pareció
que para castigo suyo, y escarmiento y temor de los comarcanos, era
bien prendello con todos sus principales, y traellos á Castilla,
y que su pueblo quedase en servicio de los cristianos.» Estas son
formales palabras de don Hernando. ¿Qué mayor insensibilidad puede ser
boqueada ni pensada? ¿Qué injuria hicieron los indios á los españoles,
pesándoles á todos mucho que quedasen á poblar en su tierra gente
barbada, inquieta, fiera, cuyas obras no sanctas ni de virtud, ántes
escandalosas, injustas y malas, habian ya experimentado? ¿Era medicina
para aplacar aquel pesar, prender al Rey y á su mujer y hijos, y á
sus principales, y que el pueblo quedase para servilles, para que
á él fuese castigo y ejemplo á los comarcanos? ¿Qué delitos habian
cometido? ¿Eran, por ventura, dalles de comer y con alegría recibillos
en sus casas? ¿Y quién habia constituido juez al Almirante, y con qué
jurisdiccion para castigallos? ¿Con qué autoridad y jurisdiccion, con
cuál causa legítima y con qué justicia el Almirante condenaba todo
aquel pueblo á que á los españoles sirviese, siendo tanto y quizá más,
sacada la fe y cristiandad, que ellos, libres? ¿Por ventura, no tenian
más potestad y jurisdiccion, y más jurídica y justa sobre él y sobre
los suyos, pues eran Reyes y señores naturales, y ellos les ofendian
en su territorio y violaban la fe ó fidelidad que debian al buen
hospedaje que en su tierra y casas se les hacia? Y por consiguiente,
si quemalles el pueblo, y hacelles guerra, y matallos deliberaban,
justamente hacer no lo podian. Cuanto más, que porque el intérprete
les dijese que hacer aquello querian, no se seguia, que verdad fuese,
como el Adelantado, despues, cuando los fué á prender, vido que no
tenian ese brio. El remedio que eran obligados á tomar ya que fuera
verdad, lo que el intérprete dijo, si lo dijo, porque quizá no lo
entendieron, pues ninguna cosa, sino por señas le entendian, fuera
procurar de aplacar al Rey y á sus indios, con obras buenas, y dádivas
que le dieran, y lo más seguro y obligatorio que hacer debieran era
salirse de la tierra y dejarlos, lo mejor que pudieran, contentos, y
hecho esto, irse á Castilla y dar nuevas á los Reyes, para que despues,
cuando volvieran rescatadores y tambien predicadores de la fe, los
hallaran tambien quietos y satisfechos, y, con alegría, como á ellos
los recibieron, los recibieran. Pero no fueron dignos de ser alumbrados
para no caer en tan intolerable yerro, pues no pretendian sino buscar
oro por su propio interés y cudicia, errando cerca de los primeros
principios. Tornando á la historia que D. Hernando prosigue diciendo,
que para el efecto de la seguridad de aquellos que querian quedar en
aquel pueblo, el Adelantado con 74 hombres, á 30 de Marzo, fué al
pueblo de Veragua, que no tenia las casas juntas, sino desparcidas
como en Vizcaya, y como el rey Quibia supo que estaba el Adelantado
cerca, envióle á decir que no subiese á su casa, la cual estaba en un
altillo sobre el rio de Veragua. El Adelantado no curó de lo que se le
decia, y porque no se le huyese de temor suyo, acordó de ir con solos
cinco, dejando mandado á los que quedaban, que á trechos, de dos en
dos, se fuesen acercando, y que en sintiendo el sonido de la escopeta,
que agora llaman arcabuz, haciendo ala, rodeasen la casa porque nadie
se les escapase ni huyese. Aquí parece si aparejaba el Rey de matar
los españoles, pues el Adelantado llegó seguro con cinco compañeros, y
hizo lo que hizo. Así que, como ya llegase cerca de la casa del cacique
Quibia, envió otro mensajero diciéndole que no entrase en ella, porque
él saldria aunque estaba herido, y esto, diz que, hacian ellos porque
no viesen sus mujeres, que son celosos sobre manera, y así salió á
la puerta y se asentó diciendo, que sólo el Adelantado se allegase;
el cual fué, dejando proveido que cuando viesen que le asía por el
brazo, arremetiesen, y como llegó, comenzóle á hablar, preguntándole
de su indisposicion y de otras cosas de la tierra, mediante un indio
que traian tomado atras, que les parecia que algo lo entendian. El
Adelantado, fingiendo que señalaba dónde la herida tenia el Rey, asióle
de una muñeca, y como ambos fuesen de grandes fuerzas, túvolo tanto
cuanto bastó para que llegasen los cuatro españoles, y el otro soltase
la escopeta, y así acudieron todos los demas de la celada, y, llegados,
entran en la casa, donde habria 50 personas, entre chicas y grandes,
de los cuales fueron presos los más, entre los cuales hobo algunos
hijos y mujeres del mismo rey Quibia, y otras personas principales, que
ofrecian gran riqueza, diciendo que en el monte ó cierto lugar estaba
el tesoro, y que todo lo darian por su rescate. Esta fué la hazaña que
allí entónces hizo el Adelantado, con otras más. Pero porque ántes que
la tierra se apedillase, dióse priesa en enviar la presa, tan injusta
de aquellos inocentes, á las naos, él quedó, con la mayor parte de
la gente, para correr y perseguir y prender los demas parientes y
vasallos que se habian de sus violentas manos escapado. Platicando con
los que consigo tenia, quién llevaria la cabalgada á los navíos en
una barca, ofrecióse un piloto, tenido por hombre de buen recaudo, al
cual entregaron el Rey atado de piés y manos; y, avisándole que mirase
mucho no se le soltase, respondió quél lo tomaba á su cargo, y que,
si se le fuese, que le pelasen las barbas. Partido con él, y con los
demas, por el rio abajo, no faltando más de media legua de la boca para
entrar en la mar, comenzóse mucho á quejar el Rey del atadura de las
manos, y él, de lástima, desatóle del banco de la barca donde venia
reatado, teniéndolo de la trailla con buen recaudo, mas desde á poco
dió de presto consigo en el agua; él, no pudiendo retener la trailla,
por no ir tras él, acordó de soltallo, y así se escapó de sus manos. Y
porque ya era anochecido y con el rumor y movimientos de los demas que
llevaban en la barca, no pudieron ver ni oir á dónde iba á salir, por
manera, que nunca más dél pudieron saber cosa, y porque no le acaeciese
otro desman con los otros que llevaban presos, acordaron de no parar
hasta los navíos, harto avergonzados de haberles así el Cacique
burlado. El dia siguiente, que fué 1.º de Marzo, viendo el Adelantado
que sería trabajo demasiado seguir por tierra montuosa, como aquella
es, el alcance, acordó volverse á los navíos muy alegre de su hazaña,
con el despojo que habia robado en la casa del rey Quibia, que serian
obra de 300 ducados, en espejos y aguilillas y cañutillos, como cuentas
de oro, que se ponen á los brazos y piernas en hilos ensartados, y en
unas tiras de oro que traen al rededor de las cabezas, en manera de
corona, todo lo cual presentó al Almirante. De lo cual, diz que, sacado
el quinto para Sus Altezas, repartióse lo demas por los que fueron á la
entrada, como si fuera de muy buena guerra, contra turcos, apregonada;
y lo bueno es que añide D. Hernando, que, por señal de aquella tan
singular victoria, se dió una corona al Adelantado. Maravillosa,
cierto, fué por aquellos tiempos la ceguedad que, cerca del venir
á estas tierras y tratar á las gentes dellas como si fueran las de
África, en los entendimientos, primero del Almirante, y despues de los
demas, se hobo enjendrado. Pero pluguiera á Dios que en aquellos siglos
parara, y no estuviera hoy el mundo della estragado.



CAPÍTULO XXVIII.


En estos dias envió Dios muchas lluvias, y creció el rio y abrió la
entrada en la boca para que los navíos pudiesen salir á la mar, y así,
determinó el Almirante de se volver á Castilla con los tres navíos,
dejando el uno á su hermano el Adelantado, y á los que con él quedaban
en el pueblo, que allí, en Veragua, determinaron hacer, como es dicho.
Tambien pensó venir por esta isla Española, y de aquí enviarles el
socorro que pudiese. Salió, pues, con los tres navíos, fuera del
rio, á la mar, despedido de su hermano y de los demas, echadas sus
anclas una legua de la boca, esperando que hiciese buen viento para
proseguir su viaje. No faltó cierta ocasion, para, entre tanto, enviar
la barca á tierra el rio arriba, y esta fué tomar agua y otras cosas
que debiera el Almirante querer á su hermano proveer; y como el rey
Quibia, que de la prision en el rio, llevándolo á los navíos, se habia
escapado, quedase della y de la de su mujer y hijos, y los otros
suyos tan lastimado, y de los otros agravios, y viese salidos los
tres navíos y el Almirante, ó, por ventura, no esperaba que saliesen,
sino, cuando tuvo su gente recogida y aparejada, vino sobre el pueblo
de los españoles, al mismo punto que llegaba por allí la barca, y
hízolo tan secreto que no fué sentido hasta que estaba del pueblo
diez pasos, por la mucha espesura del monte que al pueblo cercaba, y
arremeten con tan gran ímpetu y alarido, que parecian romper los aires.
Y como los españoles estaban descuidados, lo que no debieran, pues
sabian los daños tan graves que habian cometido á quien no les habia
hecho agravio, ántes recreado, y debieran temer que los agraviados
no se descuidaban, y las casas eran cubiertas de paja ó de palmas,
tirábanles las lanzas, que eran palos tostados con puntas de huesos
de pescado, que las clavaban áun por las mismas paredes de las casas,
que pasaban de claro en claro, y así, en breve tiempo, habian á algunos
bien lastimado. El Adelantado era hombre valeroso y de mucho ánimo,
y, con siete ó ocho españoles que á él se allegaron, hizo varonil
rostro, animándolos de manera que retrujeron á los indios, hasta que,
en el monte, que estaba, como se dijo, cerca, los encerraron. De allí
tornaban los indios á hacer algunas arremetidas tirando sus varas y
recogiéndose, como suelen hacer los que juegan, entre nosotros, cañas;
y cierto, sus guerras, como carezcan de hierro y de todas armas que
de hierro se hacen, poco más sangrientas son que juegos de cañas, si
no es cuando los españoles son tan pocos y tan desarmados, y en pasos
peligrosos, y todo es acaso y muy pocas veces en muchos años. Pero como
siempre, por la dicha causa, los tristes desnudos y desarmados, han
de llevar, como siempre llevaron, la peor parte, como los españoles
los lastimasen con las espadas, donde quedaban sin piernas y barrigas,
y cabezas, y sin brazos, y en especial de un perro lebrel que tenian
los españoles, que rabiosamente los perseguia y desgarraba, pusiéronse
en huida, que es su principal arma, dejando un español muerto y siete
ú ocho heridos, pero de ellos bien se puede creer, que no recibieron
chico estrago. Uno de los heridos fué el Adelantado, á quien hirieron
por los pechos con una de sus lanzas, y al cabo no le hizo mucho
daño. Los de la barca paráronse á mirar la pelea, no queriendo salir
á ayudallos estando cuasi junto á la orilla del rio, respondiendo
el Capitan dellos á los que lo reprendian, que por temor que los de
tierra, queriendo huir á la barca, la anegaran y así se perdieran
todos, y tambien porque, como aquella barca fuese de la nao del
Almirante, perdiéndose quedaba el Almirante á gran peligro en la mar,
donde estaba, siendo costa brava; y en la verdad, cualquiera barca, ó
navío sin barca, grandes y ciertos son los peligros que pasa, y así,
decia que no queria hacer otra cosa más de lo que el Almirante le
mandaba, que era llevar agua. El Capitan, queriendo despacharse presto
con su agua, para llevar al Almirante la nueva de lo que pasaba,
subióse el rio arriba, hasta donde no llegaba ni se mezclaba con la
dulce el agua salada, puesto que, por el peligro que habia de las
canoas de los indios, le amonestaron algunos que no pasase adelante;
respondió que aquel peligro él no lo temia pues á él habia salido, y
fuera, por el que le podia mandar, enviado. Prosiguió el rio arriba,
que es muy hondable, de una parte y de otra de monte y arboledas, hasta
dentro del agua, muy cerrado, si no es algunas senditas que los indios
tienen hechas para descender á pescar, y donde meten y esconden sus
canoas. Como los indios viesen la barca una legua desviada del pueblo,
el rio arriba, salieron de una parte y de la otra, de lo más espeso de
las riberas, con muchas de sus canoas, que son muy ligeras, con grandes
alaridos y bocinas, muy seguros, y comenzaron á cercar la barca, que no
llevaba sino siete ó ocho remadores, y el Capitan con otros dos ó tres
sobresalientes, que no podian mampararse de la lluvia de las lanzas
que los indios les echaban, con las cuales hirieron los más de ellos,
y entre ellos al Capitan, al cual dieron muchas heridas, y, con ellas,
de animar los suyos valientemente no cesaba; pero, como eran combatidos
de todas partes, sin se poder menear ni aprovecharse de las lombardas
que en la barca llevaban, ninguna industria ni esfuerzo del Capitan,
ni las fuerzas de todos juntos, les aprovechó nada. Finalmente, dieron
con una lanza por el ojo derecho al Capitan, de que cayó muerto, y así
los demas, infelicemente, allí acabaron. Uno sólo, por caer al agua en
el hervor de la pelea é irse por debajo nadando, salió á la orilla,
donde los indios no lo vieron, y éste llevó al pueblo la nueva del
desastre de la barca. Sucedió en ellos tan gran descorazonamiento y
desmayo, viéndose tan pocos y los más heridos, y aquellos muertos, y el
Almirante fuera, en la mar, sin barca, y á peligro de no poder tornar
á parte donde les pudiese venir ó enviar socorro, que, perdida toda
esperanza, determinaron de no quedar en la tierra; y sin obediencia ni
deliberacion, ni mando del Adelantado, pusieron su ida por obra, y se
entraron en el navío para salirse fuera á la mar, pero no pudieron
salir porque la boca se habia tornado á tapar. Tampoco pudieron enviar
barca ni persona que pudiese dar aviso al Almirante de lo que pasaba,
por la gran resaca y quebrazon ó reventazon de las olas de la mar,
que á la boca quebraba, y el Almirante no padecia chico peligro donde
estaba surto con su nao, por ser aquella costa toda brava, y estar sin
barca, y la gente que tenia ménos, que los indios en la barca mataran;
y así, todos, los de tierra y los de la mar, estaban puestos en grande
angustia, peligro y sospecha, y demasiado cuidado. Añadióse, al temor
y daños rescibidos de los que estaban en tierra, ver venir á los de la
barca muertos el rio abajo, con mil heridas, y sobre ellos numerosa
cantidad de cuervos, ó unas aves hediondas y abominables, que llamamos
auras, que no se mantienen sino de cosas podridas y sucias, las cuales
venian graznando y revolando, comiéndolos, como rabiando; cada cosa
destas era tormento, á los de tierra, intolerable, y no faltaba quien
cada una dellas tomase por agüero, y estuviese con sospecha de que, con
desastrado fin, la vida se le acabase. Y ésto más se lo certificaba
ver los indios, que, con la victoria, mayor esfuerzo y confianza de
los acabar, de hora en hora, cobraban, no dejándolos resollar un sólo
credo, por la mala disposicion del pueblo, que mucho los desayudaba;
y todavía los acabaran, si no tomaran por remedio de pasarse á una
gran playa escombrada, á la parte oriental del rio, á donde hicieron
un baluarte de sus arcas y de pipas de los bastimentos, y asestaron á
trechos su artillería, y así se defendian, porque no osaban los indios
asomar fuera del monte, temiendo el daño que las pelotas les hacian,
tiradas con las lombardas.



CAPÍTULO XXIX.


No sin gran cuidado, sospecha y angustia estaba el Almirante viendo que
habia diez dias que la barca enviara, y que della ni de los del pueblo
sabia cosa ninguna, temiendo tambien su gran peligro, por el lugar, tan
ajeno de seguridad, donde tenia su nao y los otros navíos, mayormente
careciendo de su barca, que, como queda dicho, es uno y quizá el sumo
de los peligros. Esperaba que amansase la mar para enviar otra barca,
que supiese la causa de la tardanza de la primera, y tambien saber de
la disposicion de los del pueblo, temiendo siempre no les hobiese algo
adverso acaecido. Sobrevínole otro dolor que acrecentó los cuidados
que ántes tenia; que los hijos y deudos del rey Quibia, que estaban
presos en uno de los dos navíos para llevarlos á Castilla, se soltasen
por gran maravilla. La industria que tuvieron para se soltar, fué
aquesta: como los encerraban de noche debajo de cubierta, y cerraban el
escotilla (que es la boca cuadrada, de obra de cuatro palmos en cuadro,
con su cobertura, y por encima della echan una cadena con su candado y
llave, de manera, que es como si metiesen los hombres en un pozo ó en
una sima, y los tapasen con cierta puerta con su llave por encima); en
aquel navío, y comunmente en los grandes, la escotilla está más alta
que un estado, y algunas veces que dos, y como los indios no podian
alcanzar á lo alto de la escotilla, llegaron muy sotilmente muchas
piedras, del lastre del navío, en derecho de la boca del escotilla,
de que hicieron un monton, cuanto los pudo levantar á que alcanzasen
arriba, y porque dormian ciertos marineros encima de la escotilla, no
echaban la cadena, porque les lastimara si la pusieran: júntanse todos
los indios una noche, y, con las espaldas afirmando por debajo, dan
un gran rempujon, que dieron con la escotilla, y con los marineros
que dormian encima, de la otra parte del navío, y saltando muy de
presto, dieron consigo en la mar, los principales de todos ellos, pero
acudiendo la gente del navío al ruido, muchos dellos, no tuvieron lugar
de saltar, y así, cerrando prestamente la escotilla los marineros,
echaron la cadena, y quedaron debajo los tristes, los cuales, viéndose
desesperados, y que ya no podian tener remedio para escaparse de las
manos de los españoles, y que nunca verian ya sus mujeres y hijos, ni
se verian en libertad, con las cuerdas que pudieron haber, los hallaron
por la mañana todos ahorcados, teniendo los más dellos los piés y las
rodillas por el plan, que es por las postreras tablas del navío, y
por el lastre, que son las piedras que están sobre ellas, porque no
habia tanta altura para poderse ahorcar, y, en fin, desta manera se
ahorcaron, y así, de los presos de aquel navío, ninguno se escapó de
muerto ó huido. Todo esto dice D. Hernando, de donde parece que más
presos debian tener en los otros navíos. Dice más D. Hernando: «que,
aunque la falta de aquellos muertos é idos no hiciese en los navíos
mucho daño, parecia que, demás de acrecentarse las desdichas, podria á
los de tierra recrecerse, que, porque quizá el Cacique ó señor Quibia,
por razon de haber sus hijos, holgara de tomar paz con los cristianos,
y viendo que no habia prenda por quien temer, les haria más cruda
guerra.» Por lo cual parece la poca cuenta que D. Hernando hace de los
crímenes que allí se hicieron, prendiendo tan injustamente aquella
gente, y de haber sido causa de que aquellos tristes se ahorcasen, y
de tan grande escándalo como quedó por toda aquella tierra, é infamia
del nombre cristiano. Y es aquí de no pasar sin hacer alguna reflexion,
y considerar qué aparejo hallaran los predicadores del Evangelio,
que despues á predicar por ella fueran, y qué fama de cristianos;
y si fueran culpables, porque á todos los mataran, no queriendo, y
aborreciendo oir nuevas ni palabras de Jesucristo, por ser Dios de
los cristianos. Tambien se considere aquí, si Quibia, rey de aquella
tierra, tuvo derecho y justicia de hacer la guerra que hizo á los
del pueblo y á su Capitan, el Adelantado. Item, si era maravilla
que ocurriesen las desdichas que D. Hernando dice, al Almirante y á
toda su compañía, y que todos los elementos y cielos, y lo que en
ellos se contiene, le fuesen contrarios, haciendo él y los suyos á
aquellas gentes inocentes, que nunca le hicieron injuria ni daño, tan
irreparables daños y execrables injurias é injusticias. Tornemos al
hilo de lo que refiere D. Hernando. Como el Almirante y los que con él
estaban, con tantos adversos acaecimientos y sospechas estuviesen tan
atribulados y á merced de las amarras, que era, como dicho es, grande
peligro, sin saber de la barca y de los del pueblo, no faltó quien
se ofreciese á decir, que, pues aquellos indios, por sólo salvar sus
vidas, se habian atrevido á echarse á la mar, estando más de una legua
de tierra, que ellos, por salvarse á sí y á tanta gente, se atreverian
á salir á nado, si con una barca que quedaba los llevasen hasta donde
las ondas no reventaban. Visto por el Almirante la buena voluntad y
ánimo de aquellos marineros, holgóse mucho, y aceptó su ofrecimiento;
mandó que fuese la barca y los llevase hasta un tiro de escopeta, de
tierra, porque sin gran peligro no podia llegarse más cerca de la
tierra, por las grandes ondas que en la playa reventaban. Desde allí,
Pedro de Ledesma, piloto de Sevilla, de que arriba hemos hecho mencion,
fué el que osó echarse á nado, y, con varonil ánimo, cuándo encima y
cuándo debajo de los andenes, ó rengleras de las ondas de la mar, que
iban reventando, hobo de salir á tierra, donde supo el estado todo de
la gente, y como afirmaban generalmente, que ningunos quedarian en
ella tan vendidos y á tanto peligro, sin remedio, como allí estaban,
y por esta causa suplicaban al Almirante que no se partiese sin
recogerlos, porque era dejallos condenados á la cierta muerte, si
allí los dejaba, los cuales ninguna cosa trataban sino de aparejarse,
para en ablandando el tiempo meterse en algunas canoas que tenian de
indios, é irse á los navíos, porque con sola una barca que les habia
quedado no lo podian hacer; y protestaban, que si el Almirante no lo
hiciese, que ellos se meterian en el navío que les quedaba, y se irian
por esa mar, poniéndose á cualquiera peligro, donde la ventura los
echase, y no faltaban ya entre ellos algunos motines y desobediencias
al Adelantado y á los otros Capitanes. Con estas nuevas, y respuesta ó
disposicion dellos, se volvió como vino aquel piloto, Pedro de Ledesma,
nadando, á la barca que por allí le esperaba, y lo tomaron, y fué á dar
relacion de todo lo que pasaba al Almirante. Sabido por el Almirante el
desbarate y muertes de los que perecieron en la barca, y la indignacion
de los indios contra ellos, y que no se podia fácilmente aplacar como
estuviesen tan lastimados y agraviados, la disposicion y propósito de
no querer quedar los Españoles, que le movió principalmente más que
otro de los dichos inconvenientes, determinó de los recoger, aunque
no sin gran peligro, por tener los navíos en costa tan brava, sin
algun abrigo ni esperanza de salvarse á sí y á ellos, si el tiempo
más arreciara. Quiso Dios, por su bondad, que dentro de ocho dias que
allí estuvo, á beneficio sólo de las amarras, el tiempo abonanzó, y
los de tierra, con su barca y con dos canoas grandes, atadas una con
otra porque no se trastornasen, pudieron comenzar á recoger sus cosas,
procurando cada uno de no se dormir para el embarcar; y así, en obra
de dos dias, no quedó cosa en tierra de cuanto tenian, si no fué el
casco del navío, que por la mucha bruma estaba innavegable. Todos así
embarcados, se hicieron á la vela en los tres navíos, tomando el camino
por la costa arriba del Levante; llegaron á Bel puerto, y allí fueron
forzados á desmamparar el un navío, por la mucha agua que hacia, que no
podian vencer ni agotar. De allí pasaron arriba del puerto del Retrete,
á una tierra que tenia junto muchas isletas, que el Almirante llamó las
Barbas, y creo que hoy es el que pintan en las cartas el golfo de San
Blás; y cuando no nos cataremos, estos que hacen cartas les pornán de
Sant Nicolás, segun cada dia se escriben novedades. Pasaron más diez
leguas adelante, y aquí fué lo postrero que de tierra firme vieron,
y aquí la dejaron. De lo cual parece que no puso el Almirante nombre
al puerto que hoy llamamos de Cartagena, segun algunos han dicho; lo
uno, porque de donde dice D. Hernando que dejaron la tierra firme al
puerto de Cartagena hay buenas 60 leguas, lo otro, porque es claro que
si allí hobieran llegado, y pusiera nombre puerto de Cartagena á aquel
puerto, como fuese cosa harto señalada, que, pues decia otros nombres
que ponia el Almirante á lugares no tan principales, D. Hernando este
no callara. Yo creo que aquel nombre debió poner Rodrigo de Bastidas, y
Juan de la Cosa, ó quizá Cristóbal Guerra, que fueron los que aquella
tierra, primero que otros, descubrieron y cognoscieron, y tambien la
escandalizaron. Dejada, pues, la tierra firme, 1.º de Mayo de 1503,
volvieron la vía del Norte, para tomar la isla Española, y á cabo de
diez dias, ó á 10 del dicho mes, fueron á dar sobre dos isletas, que
ellas llenas, y la mar en rededor della, eran cuajadas de tortugas,
que parecia todo unos peñascales, por cuya causa les puso el Almirante
por nombre las Tortugas. Estas isletas, son las que hoy llaman en las
cartas del marear, los Caimanes que están, al Poniente, 25 leguas
ó poquitas más, de Jamáica, y 45 al Sur de la isla de Cuba, porque
en todo aquel camino que el Almirante agora anduvo no hay otras.
Yendo todavía el camino del Norte, adelante de las isletas dichas,
30 leguas, fueron á surgir al Jardin de la Reina, que son un gran
número de isletas, juntas á la isla de Cuba por la parte del Sur ó
Mediodia. Estando allí surtos, casi á 10 leguas de Cuba, con mucha
hambre y trabajo porque no tenian que comer sino bizcocho y algun
aceite, y muy poco vinagre, trabajando de dia y de noche, con tres
bombas, echando agua fuera, porque se iban los navíos á fondo, comidos
de bruma, sobrevínoles una noche tan grande tormenta, que garró el un
navío sobre el del Almirante, que es arrastrar las anclas, y juntarse
un navío sobre otro, que hizo pedazos toda la proa, y á sí mismo, el
navío, la popa; rompiéronse los cables ó maromas de las anclas, y fué
grande el peligro y riesgo que padecieron aquella noche. Salieron de
allí, é llegáronse á la tierra de Cuba, y aportaron á un pueblo de
indios, llamado Macáca, la media sílaba luenga, donde tomaron refresco
de caçabí, y otras cosas que los indios les dieron, creo que de buen
grado, porque tal era la gente de aquella isla, no ménos que las otras.
Salidos de allí, fueron en demanda de la isla de Jamáica, porque los
vientos y corrientes no los dejaban ir á la Española; iban los navíos
tan abiertos, que se les iban al fondo, que por ninguna fuerza ni
industria bastaba á vencer el agua con tres bombas cada navío, y en
alguno llegaba el agua cerca de la cubierta. La víspera de Sant Juan
llegaron á un puerto de Jamáica, llamado Puerto Bueno, y aunque bueno
para contra la tormenta de la mar, pero malo para se mamparar de la
sed y de la hambre, porque ni agua ni poblacion de indios alguna
tenia. Pasado el dia de Sant Juan partieron para otro puerto, llamado
Santa Gloria, con el mismo peligro y trabajo, en el cual entrados, no
pudiendo ya más sostener los navíos, encalláronlos en tierra lo más
que ser pudo, que seria un tiro de ballesta della, juntos el uno con
el otro, bordo con bordo; y con muchos puntales, de una parte y de
otra, los firmaron de tal manera, que no se podian mover, los cuales
se hinchieron de agua casi hasta la cubierta, sobre la cual, y por
los castillos de popa y proa, se hicieron estancias donde la gente se
aposentase.



CAPÍTULO XXX.


Puestos sus navíos así á recaudo, y haciendo dellos su morada, luego
los indios, que era buena gente y mansa (éstas son palabras de D.
Hernando, que allí estaba), vinieron en sus canoas á venderles de
sus cosillas é bastimentos, con deseo que tenian de haber de las de
Castilla, y, porque no hobiese debates ó rencillas entre los españoles,
por las compras, y unos tomasen más de lo que habia menester, y á otros
faltase lo necesario, constituyó el Almirante dos personas que tuviesen
cargo de la compra ó rescate de lo que los indios trujesen, y que cada
tarde, por sus suertes, dividiesen por la gente de los navíos lo que
hobiesen aquellos rescatado, porque ya en los navíos no tenian cosa con
que se mantener. Habiánseles gastado los bastimentos, dellos que habian
comido, dellos que se les habian podrido, y dellos que se perdieron
al embarcar con la prisa en el rio de Belem; y dice D. Hernando,
que les suplió Nuestro Señor aquella falta con llevarlos á aquella
isla, que entónces estaba muy poblada de indios, y floreciente de
mantenimientos, y deseosos de sus rescates, con cuya codicia de todas
las comarcas venian á rescatar de lo que tenian. Para efecto desto, y
porque los españoles no se desmandasen por la isla, quiso el Almirante
fortalecerse en la mar y no hacer asiento en tierra, porque segun
somos, dice D. Hernando, descomedidos, ningun castigo, ni mandamiento
bastara para detener la gente que no se fuera por los lugares y casas
de los indios, y les tomaran lo que tenian, y provocaran á sus mujeres
é hijas, de modo que no pudieran dejar de haber con ellos muchas
contiendas y revueltas, y se perdiera nuestra amistad, é hobiéramos
de tomar por fuerza la comida, y nos viéramos en gran necesidad ó
aprieto, lo cual no hobo por estar la gente encastillada en los
navíos, de donde no podian salir sino por cuenta y con licencia, lo
cual fué á los indios más agradable, que por cosa de muy poco precio,
nos traian lo necesario, porque si eran una ó dos hutias, que son como
conejos, dábaseles tanta hoja de laton como el cabo de una agujeta, y
si eran tortas de pan, á que llaman caçabí, hecho de raíces ralladas,
dábaseles dos ó tres contezuelas verdes ó amarillas, y si era cosa
de más calidad lo que traian, dábanles un cascabel. Á las veces, á
los Reyes y principales señores se les daba un espejuelo ó un bonete
colorado, ó unas tijeras, por tenelles muy contentos; remediados y
fuera de laceria quedaban con estas dádivas. Rescató el Almirante diez
canoas para servicio de los navíos encallados, y de la gente que en
ellos con él estaba. Con esta órden de rescate y manera de conversar
con los indios, estaba la gente española bien proveida y abastada
de mantenimientos, y los indios, sin pesadumbre de la vecindad y
conversacion dellos, los comunicaban. Concertada su vida de la manera
dicha, tractaba el Almirante con los principales españoles, qué remedio
tendrian para salir de aquella cárcel, y al ménos llegar hasta esta
isla Española. Veíanse casi de todos los remedios humanos privados; de
venir navío por allí alguno, por entónces, no se podia esperar, sino
sólo por divino milagro; hacerlo de nuevo, faltábales todo lo más de
lo que para hacello era necesario, mayormente oficiales. Despues de
muchos dias, y muchas veces los convenientes ó inconvenientes peligros
y remedios platicados y comunicados, fué la final conclusion, en que
el Almirante se resolvió, hacer saber al Comendador Mayor, que aquesta
isla gobernaba, y al hacedor que el mismo Almirante aquí tenia, de la
manera que en Jamáica él y su gente aislado quedaba, para que se le
enviase un navío de las rentas que tenia en esta isla, proveido de
bastimentos y de lo demas necesario, para en que acá pasasen. Para este
negocio, no poco dificultoso, nombró dos personas de cuya fidelidad y
esfuerzo, y cordura, él tenia confianza, porque para ponerse á tanto
peligro, entrando en canoas, barquillos de un madero, para pasar un
golfo tan grande, que de punta á punta, de Jamáica á esta isla, tiene
20 y 25 leguas, sin otras 35 que habia desde donde estaban hasta la
dicha punta oriental de Jamáica, necesario era esfuerzo de buen ánimo,
y prudencia, y fidelidad no ménos para lo que se les encomendaba. En
este golfo hay sólo una isleta ó peñol, que está ocho leguas desta
isla Española, llamada Navasa. Fué aquesta empresa, de pasar á esta
isla de aquella, obra de gran esfuerzo y generoso ánimo, porque las
canoas facilísimamente se trastornan poco ménos que una calabaza,
como sean un palo cavado y no tengan un palmo de vivo; los indios
no padecen en ellas casi peligro, porque si se trastornan, échanse
á nado, y con calabazas echan el agua fuera, y tórnanse á entrar en
ellas, porque no se hunden, sino andan sobre el agua, como sean de
un palo. Estas personas fueron, un Diego Mendez de Segura, que habia
venido por Escribano mayor de aquella flota, persona bien prudente, y
honrada, y muy bien hablada, la cual yo muy bien cognoscí, é la otra,
un Bartolomé de Flisco, ginovés, tambien digno de aquel mensaje. Cada
uno destos dos se metió en su canoa con seis españoles de compañía y 10
indios que remasen; al Diego Mendez mandó que, llegado á esta ciudad
de Sancto Domingo, pasase á Castilla, con sus cartas, á dar cuenta á
los Reyes de su viaje; al Bartolomé Flisco, que llegase hasta tomar
tierra de esta isla Española, y de allí se volviese á Jamáica, para
dar cuenta como Diego Mendez habia pasado adelante. Habia desde do
quedaba el Almirante con su gente, á esta ciudad de Sancto Domingo, 200
leguas largas. Escribió á los Reyes una larga carta, cuyo traslado yo
tengo al presente, dándoles cuenta de todo su viaje, de las angustias,
trabajos, peligros y grandes adversidades que le habian ocurrido, de
la tierra que de nuevo habia descubierto, y de las minas ricas de
Veragua, repitiendo los servicios que habia hecho á Sus Altezas en el
descubrimiento deste mundo nuevo, y trabajos en él pasados, llorando
su prision y de sus hermanos, y haberles tomado todo lo que tenian de
hacienda, en su prision, juntamente con haber sido despojado de su
honra y estado, que con tan señalado, y nunca otro tal, servicio hecho
á Reyes del mundo, lo hobo merecido y ganado. Estas postreras palabras,
no el Almirante las dijo en su carta, sino yo las añido, porque me
parece semejante encarecimiento serle debido; y mucho más adelante,
suplicóles por la restitucion de su Estado, y satisfaccion de sus
agravios, y castigo de los que injustamente le habian sido contrarios.
Invoca sobre esto al cielo, y la tierra que lloren sobre él, diciendo:
«yo he llorado hasta aquí, haya misericordia el cielo, llore por mí la
tierra, llore por mí quien tiene caridad, verdad y justicia», cuasi
diciendo, de aquí adelante. Encarecia la pobreza que tenia, diciendo
no tener en este siglo una teja donde se metiese, ántes, si queria
comer ó dormir, se habia de ir al meson á cabo de veinte años que les
habia servido, y con tan inauditos trabajos, los cuales, á él y á sus
hermanos, habian poco aprovechado; muestra tener dolor de carecer de
los Santos Sacramentos de la Iglesia, mayormente quedando enfermo,
como quedaba, lleno de gota, especialmente, si en aquel destierro y
aislamiento el ánima le saliese del cuerpo; afirma, que este postrero
viaje, no lo hizo para ganar honra, ni hacienda, como si dijera,
porque ya la tenia ganada, sino sólo por servilles con sana intencion
y celo. Suplícales, finalmente, que desque á Castilla llegue, le den
licencia y tengan por bien su ida á Roma, y á otras romerías, y con
esto acaba su carta, suplicando á la Sancta Trinidad su vida y alto
estado guarde y acreciente; hecha en las Indias, en la isla de Jamáica,
á 7 de Julio de 1503. Escribió tambien el Almirante al Comendador
Mayor, que aquesta isla gobernaba, notificándole la necesidad en
que quedaba y encomendándole sus mensajeros, que los aviase para su
despacho, y favoreciese para que se le enviase algun navío á su costa,
en que pudiese á esta isla pasar con la gente que con él quedaba. Con
estas cartas, y otras para Castilla, y lo demas que convenia escribir,
despachó al Diego Mendez, y á Bartolomé Flisco, con sus dos canoas,
metida en cada una, cada indio, su calabaza de agua y algunos ajes y
pan caçabí, é los españoles con solas sus espadas y rodelas, y el
bastimento de agua y pan, y carne de las hutias ó conejos que pudo
caber en las canoas, que no podia ser mucho demasiado. Y porque para
entrar en tan gran golfo de la mar brava, como es toda la deste Océano,
y mayormente entre islas, en tan flaca especie de barcos para nosotros,
porque para los indios, como dije, ménos peligro y daño reciben que
nosotros en naos grandes, fué necesario, despues que llegaron á la
punta de la isla de Jamáica, y distaba de donde quedaba el Almirante 30
leguas, esperar que la mar amansase, y hiciese alguna gran calma, para
atravesar y comenzar su viaje, fué, hasta la dicha punta, el Adelantado
por tierra, con alguna gente, para si por caso, los indios de por
allí, no impidiesen á las dichas canoas, ó les hiciesen algun daño.
Despues se volvió poco á poco á los navíos, viniendo por los pueblos
alegremente conversando, dejándolos todos en su amistad.



CAPÍTULO XXXI.


Estando así en la punta ó cabo oriental de la isla de Jamáica las dos
canoas, sobrevínoles una muy buena calma, como la deseaban, y una
noche, ofreciéndose á Dios, partiéronse del Adelantado, y comenzaron
á navegar á costa de los brazos de los 10 indios, que voluntariamente
quisieron ayudallos con sus trabajos, y áun peligro de sus vidas, como
parecerá. Hízoles aquella noche y el dia siguiente buena calma, y
navegaron, remando los indios con unas palas, de que usan por remos,
de muy buena voluntad, y, como el calor era muy grande y llevaban poca
agua para se refrigerar, echábanse los indios de cuando en cuando en la
mar, nadando; tornaban de refresco al remo, y así caminaron tanto, que
perdieron de vista la tierra de Jamáica. Llegada la noche, remudábanse
los españoles y los indios, para el remar, y hacer la vela ó guardia.
Velaban los españoles, porque los indios, con el trabajo y sed, no se
tornasen ó hiciesen otro algun daño; llegados, al siguiente dia, ya
todos estaban muy cansados, pero animando cada cual de los Capitanes
á los suyos, é tomando ellos tambien sus ratos el remo, y mandándoles
que almorzasen, para recobrar fuerzas y aliento de la mala noche,
tornaron á su trabajo no viendo más que cielo y agua, y puesto que
aquello bastase para ir muy desconsolados y afligidos, podríase decir,
lo de Tántalo, que tenia el agua á la boca, y de sed rabiaba, y así
estos, iban junto al agua y cercados de agua, y bañados con agua, pero,
para matar la sed, poco les prestaba, como fuese de la mar y salada.
Los indios, con el sol y gran calor, y continuo trabajo de remar,
diéronse más priesa de la que convenia en beber de sus calabazas, y
así de presto las vaciaron, y como la sed, con sol recio y calma, sea
trabajo intolerable, cuanto más entraba el segundo dia de su partida,
tanto crescia más el calor y la sed á todos, por manera, que á medio
dia ya les faltaban las fuerzas para poder trabajar. Los Capitanes que
llevaban sus barriles de agua, los socorrian y esforzaban con dalles,
de cuando en cuando, algunos tragos y así los sostuvieron hasta el
frescor de la tarde. Allende la sed que padescian con el gran trabajo
de haber remado dos dias y una noche, lo que más los atormentaba, era
el temor de haber errado el camino derecho, donde habian de topar la
isleta llamada Navasa, que, segun dijimos, estaba de la punta desta
Española ocho leguas, donde creian repararse. Aquella tarde habian
echado ya un indio á la mar, de pura sed, ahogado, y otros estaban
echados en el plan ó suelo de la canoa, tendidos de desmayados. Los que
más vigor y ánimo y mejor subjecto tenian, estaban inestimablemente
tristes y atribulados, esperando cada momento la muerte que al otro
habia llevado. El refrigerio último que tenian, era tomar en la boca
del agua salada, para refrescarse, que más les angustiaba al cabo;
anduvieron con sus pocas fuerzas lo que pudieron, y ansí les anocheció
la segunda vez, sin vista de la isleta, que fué doblado el desmayo.
Plugo á Dios de los consolar, con que el Diego Mendez, al salir de
la luna, vido que salia sobre tierra, y el islote cobria la media
luna, como cuando hay éclipse, porque de otra manera no la pudieran
ver, por ser pequeño y á tal hora. Entónces todos, con gran placer
y excesiva alegría, esforzaron los indios, mostrándoles la tierra y
dándoles más tragos de agua, y tomaron tanto esfuerzo, que remaron y
fueron á amanecer con la isleta, y en ella desembarcaron; hallaron
la isleta toda de peña tajada, que bojará ó terná de circuito media
legua; dieron gracias á Dios, que los habia socorrido en tan gran
peligro y necesidad. Y como lo primero que pretendian era buscar agua,
no hallaron árbol en ella que fuese vivo, sino todo roquedo, pero,
andando de peña en peña, en los agujeros que los indios, en lengua
desta isla, llamaban jagueyes, hallaron del agua llovediza cuanta les
bastaba para henchir las barrigas sedientas, y las vasijas todas que
tenian; la cual todavía les fué perniciosa, porque, como venian tan
secos de la sed pasada, diéronse tanta priesa á beber, que algunos
de los míseros indios, allí murieron y otros incurrieron en graves
enfermedades, de manera que pocos ó ninguno fué dichoso de volver á su
tierra. Reposaron aquel dia hasta la tarde, los que estuvieron para
ello, recreándose como podian, comiendo marisco que hallaban por la
ribera, y encendieron fuego para lo asar, porque Diego Mendez llevaba
para lo encender aparejo; y porque ya estaban á vista del cabo desta
isla, que el Almirante llamó de Sant Miguel, y despues llamamos del
Tiburon, con codicia de acabar la jornada, y porque no les sobreviniese
algun tiempo contrario, caido el sol, tornaron al camino y á remar y
fueron á amanecer al dicho cabo, y esto fué al principio del cuarto dia
despues que partieron. Holgaron allí dos dias, y queriéndose volver
á Jamáica el Bartolomé Flisco, como el Almirante le habia mandado,
temieron los indios y los españoles de tornar á verse otra vez en los
peligros pasados, y así no se pudo tornar. No supe lo que despues se
hizo dél y de los indios, ni dónde pararon. Diego Mendez, que llebaba
priesa de pasar adelante, pasó en la canoa todo aquello que pudo por
mar; no supe dónde al cabo acordó de dejalla, bien creo que los indios
llevó consigo con sus cosas cargados, y así es muy verisímile que
ninguno dellos volvió á su mujer é hijos, ni vivió sino en servidumbre
triste y desconsolada. Finalmente, aportó á la provincia y pueblo de
Xaraguá, donde estaba el Comendador Mayor y habia hecho pocos dias de
ántes la crueldad é injusticia quemando tantos señores é ahorcando la
reina Anacaona, segun queda, en el cap. 9.º, declarado. Llegado Diego
Mendez á Xaraguá y dada la carta del Almirante al Comendador Mayor,
y hecha relacion de dónde y cómo venia, y de su mensaje, mostró el
Comendador Mayor haber placer de su venida; puesto que fué muy largo
en despachallo, porque, no sabiendo la simplicidad con que andaba el
Almirante, temia ó fingia temer que, con su venida, no hobiese en esta
isla algun escándalo cerca de las cosas pasadas, y que para ello venian
con Diego Mendez aquellos á tentar la disposicion de la tierra y de
la gente que con el Comendador Mayor estaba, por lo cual quiso primero
indagar ó escudriñar el pecho de Diego Mendez y los demas, ántes que á
dejallos ir adelante se determinase. Finalmente les dió licencia, con
importunidad, para pasar á esta ciudad y puerto de Sancto Domingo, al
ménos á Diego Mendez, para que hiciese lo que el Almirante, su amo, le
mandaba. Llegado Diego Mendez á esta ciudad, compró luégo un navío de
las rentas que el Almirante aquí tenia, y, bastecido de los bastimentos
y cosas necesarias, lo envió á Jamáica por fin de Mayo de 1504, y se
embarcó luégo para España, como traia ordenado por el Almirante.



CAPÍTULO XXXII.


Despachados aquellos dos Capitanes de las canoas, y partidos de Jamáica
en demanda desta isla, como dicho queda, los españoles que quedaban
comenzaron á enfermar, por los grandes trabajos que habian en todo el
viaje padecido; allegóse tambien la mudanza de los mantenimientos,
porque ya no tenian cosa que comiesen de las de Castilla, mayormente
no bebiendo vino, ni tenian tanta carne cuanta ellos quisieran, que
era la de aquellas hutias, y otros refrigerios que habian menester que
les faltaban. Los que dellos estaban sanos, tener aquella vida sin
esperanza de salir della presto, y tambien por estar inciertos del
cuándo saldrian, érales intolerable y cada hora se les hacia un año,
y, como estaban ociosos, de otra materia contínuamente no hablaban,
teniéndose por desterrados y de todo remedio alongados; de aquí pasaban
á murmurar del Almirante, diciendo que él no queria ir á Castilla, como
si le vieran que se estaba en grandes deleites recreando, padeciendo
como ellos las mesmas necesidades y enfermedad de gota de que por todos
los miembros era atormentado, que no podia mudarse de una cámara, y
hartas otras miserias y angustias que lo cercaban. Y alegaban que los
Reyes lo habian desterrado, y tampoco podia entrar en la Española,
como paresció, cuando llegó á este puerto, de Castilla, le fué vedado
que en él entrase, y que los que habia enviado en las canoas iban á
negociar sus cosas y no para traer ó enviar navíos y socorro para que
saliesen de aquella isla que tenian ellos por cárcel, y él no, sino
que de voluntad se queria estar allí, en tanto que aquellos con los
Reyes negociaban, y que si este artificio no hobiera, el Bartolomé
Flisco hobiera ya vuelto, segun que se habia ya publicado. Dudaban
tambien si hobiesen llegado á esta isla ó perecido en la mar, como
fuesen á tanto peligro, en aquellas canoas, tan luengo viaje, lo cual
si así acaeciese, nunca sería posible tener algun remedio, si ellos
por sus personas no lo procurasen, porque el Almirante no curaba de
buscarlo, por las razones dichas, y tambien porque, aunque quisiese,
no podia ponerse á algun peligro, por la gota que, como dicho es, lo
atormentaba, y que debian procurar pasar á esta isla, pues que estaban
sanos, ántes que como los otros enfermasen; no dejando de parlar más
adelante, conviene á saber, que ellos, en esta isla puestos, serian
mejor rescebidos del Comendador Mayor, cuando en más peligro al
Almirante dejasen, por estar el dicho Comendador Mayor mal con él: y
esta parece ser malévola invencion dellos, porque no es de creer que el
Comendador Mayor quisiese tanto mal al Almirante, y no ménos creible
es que el Almirante no le hobiese dado á ello jamás causa. Añadian
más, que idos á España, hallarian al obispo D. Juan de Fonseca, que
los libraría de cualquiera pena por desfavorecer al Almirante. Otras
razones harto maliciosas y dígnas de buen castigo alegaban, para se
persuadir á rebelion unos á otros, afirmando que siempre la culpa se
imputaria al Almirante, como lo habia sido en lo desta isla, cuando
las cosas de Francisco Roldan, y que ántes lo tomarian los Reyes por
achaque para quitalle lo que lo quedaba, y no guardalle cosa de los
privilegios que le habian dado. Estas y otras razones daban y conferian
entre sí; de los cuales fueron, de los principales, dos hermanos
llamados Porras, el uno que habia ido por Capitan de un navío de los
cuatro, y el otro por Contador de toda el Armada. Conjuráronse con
ellos 48 hombres, levantando por Capitan al un Porras; concertaron que,
para cierto dia y hora, todos estuviesen, con sus armas, aparejados.
Este dia fué á 2 de Enero de 1504 años, por la mañana: el Capitan
Francisco de Porras subió á la popa del navío, donde el Almirante
estaba, y dijo muy desatinadamente: «parécenos, señor, que no quereis
ir á Castilla, y que nos quereis tener aquí perdidos.» Y como el
Almirante oyese palabras de tan poca reverencia y con insolencia
dichas, y no acostumbradas, sospechando lo que podia ser, disimulando
la desvergüenza, con blandura respondióle: «ya veis la imposibilidad
que todos tenemos para nuestro pasaje, hasta que los que envié en las
canoas nos envien navíos en que vayamos, y Dios sabe cuánto yo lo
deseo, más que ninguno de los que aquí estamos, por mi bien particular
y por el de todos, pues estoy obligado á dar cuenta á Dios y á los
Reyes por cada uno; y ya sabeis que os he juntado muchas veces para
platicar en nuestro remedio, y á todos no ha parecido algun otro, pero,
si otra cosa os parece, juntaos y de nuevo se platique, y determínese
tomar el medio que mejor pareciere.» Respondió el Porras, que ya no
habia necesidad de tantas pláticas, sino que ó se embarcase luégo, ó
se quedase con Dios, y volvió las espaldas, con alta voz diciendo:
«porque yo me voy á Castilla con los que seguirme quisieren.» Entónces,
todos los conjurados con él, como estaban apercibidos, dijeron á voces:
«yo con él, yo con él, yo con el»; y saltando unos por una parte,
y otros por otra, tomaron los castillos y gabias, con sus armas en
la mano, sin tiento ni órden, clamando unos, «¡mueran!» otros, «¡á
Castilla!» y otros, «señor Capitan, ¿qué haremos?» Entónces, oyendo
tal barbarismo, el Almirante que estaba en la cama tullido de la gota,
pensando aplacallos, salió de la cama y cámara, cayendo y levantando,
pero tres ó cuatro personas de bien, criados suyos, arremetieron
y abrazáronse con él, porque la gente desvariada no lo matase, y
metiéronlo por fuerza en su cámara. Tornaron tambien al Adelantado,
que como valiente hombre, se habia puesto á la fresada, que es la viga
ó palo que atraviesa toda la nao junto á la bomba, con una lanza, y
por fuerza se la quitaron y metieron con su hermano en la cámara,
rogando al capitan Porras que se fuese él con Dios y no permitiese mal
de que á todos cupiese parte. Y que bastaba que para su ida no habia
quién lo estorbase, pues, siendo causa de la muerte del Almirante, no
podia ser que no hobiese sobre ella gran castigo, sin que aventurasen
ellos á conseguir por ella provecho alguno. De manera que, siendo
algo aplacado el alboroto, tomaron los conjurados hasta 10 canoas de
las que el Almirante á los indios habia comprado, en las cuales se
embarcaron con tanto regocijo y alegría, como si ya desembarcaran en
Sevilla; lo cual no hizo poco daño á los demas que no tuvieron parte en
la rebelion, porque viéndose quedar allí enfermos como desmamparados,
yéndose los que estaban sanos, crescióles la tristeza, y angustia,
y el ánsia de salir de allí, que de súbito arrebataban su hato y se
metian con ellos en las canoas, como que consistiera en sólo aquello
salvarse. Esto se hacia viéndolo y llorándolo todo, y á sí mismos y al
Almirante, aquellos muy pocos fieles que hobo de sus criados, y los
muchos enfermos que quedaban, los cuales perdian del todo la esperanza
de ser remediados; ninguna duda se tuvo, sino que si todos estuvieran
sanos, pocos ó ninguno dellos quedara. Salió el Almirante como pudo
de la cámara, y como mejor pudo, con dulces palabras, diciendo que
confiasen en Dios, que lo remediaria, y que él se echaria á los piés
de la Reina, su señora, que les galardonase muy bien sus trabajos,
y más aquella su perseverancia. El Porras con sus alzados, en las
canoas, tomaron el camino de la punta oriental de aquella isla, de
donde se habian partido Diego Mendez, y Bartolomé Flisco y los demas.
Por donde quiera que pasaban perpetraban mil desafueros y daños á los
indios, tomándoles los mantenimientos por fuerza, y todas las otras
cosas que les agradaban, diciendo que fuesen al Almirante que se las
pagase, y que sino se las pagase que lo matasen, porque, matándolo,
harian á sí mismos gran provecho, y excusarian que él á ellos no los
matase, como habia muerto á los indios desta isla y de la de Cuba, y á
los de Veragua, y que con este propósito para poblar allí se quedaba.
Llegados á la punta, con las primeras calmas acometieron su pasaje
para esta isla, con los indios que pudieron haber para remar en cada
canoa; pero como los tiempos no estuviesen bien asentados, y las canoas
llevasen muy cargadas, y, áun no andadas cuatro leguas, comenzase el
viento á turbarlos, y las oletas á los remojar, fué tanto su miedo,
que acordaron de se tornar, y porque áun no cognoscian el peligro de
las canoas para españoles, cuando vieron que el agua les entraba,
tomaron por remedio alivianarlas, y echar cuanto en ellas traian,
salvo una poquilla de comida y agua para tornarse, y solas las armas;
y porque el viento arreció, y la mar los mojaba más, pareciéndoles
estar en algun peligro, para aplacar á Dios y que los librase, acuerdan
con su devocion ofrecerle un sacrificio agradable, y éste fué echar
todos los indios que, les remaban á la mar, matándolos á cuchilladas.
Muchos dellos, viendo las espadas y la obra que pasaba, se lanzaron
á la mar, confiados de su nadar, pero despues de mucho nadar, dello
muy cansados, llegábanse á las canoas, para, asiéndose del bordo,
descansar algo; cortábanles con las espadas las manos y les daban
otras crueles heridas, por manera, que mataron 18, no dejando vivos
sino cual y cual, que las canoas les gobernasen, porque ellos no las
supieran gobernar: porque sino fuera por aquel interese propio, ningun
indio escapara que no lo mataran, en pago del buen servicio que los
hacian y habellos metido por fuerza ó por engaño, para servirse dellos
en aquel viaje. Vueltos á tierra, hobo entre ellos diversos pareceres
y votos, decian unos que sería mejor pasarse á la isla de Cuba, y que
tomarian los vientos Levantes y las corrientes á medio lado, y desde
allí atravesarian á esta isla, tomando el cabo de Sant Nicolás, que
no está de la punta ó cabo de Cuba, segun se ha dicho, 18 leguas;
otros afirmaban ser mejor volverse á los navíos y reconciliarse con el
Almirante, ó tomalle por fuerza lo que le quedaba de armas y rescates;
otros fueron de parecer, que ántes que cosa de aquellas se atentase,
debian esperar otra bonanza de calmas, para tornar otra vez á acometer
aquel pasaje, y en este asentaron. Estuvieron esperando las calmas
en el pueblo que estaba cerca de la punta, más de un mes, comiendo y
destruyendo toda la tierra comarcana, y, en fin, se embarcaron con
bonanza, y salieron una vez á la mar, y tornaba el viento á avivar, y
tornáronse; salieron otra vez, y de miedo, tambien se tornaron, y así,
viéndose desesperados de la pasada, dejaron las canoas y volviéronse
al pueblo muy desconsolados, y de allí, de pueblo en pueblo, unas veces
comiendo por rescatar, otras tomándolo aunque á los indios pesaba,
segun el poder ó resistencia en los pueblos y señores dellos hallaban.



CAPÍTULO XXXIII.


Despues que los alzados se fueron y andaban ocupados en la porfía de su
pasaje, procuró el Almirante de curar los enfermos que con él quedaban,
y en cuanto le era posible consolallos; trabajaba tambien de que se
conservase con los indios la paz y amistad, porque, con ella y con los
rescates, fuesen todos los españoles proveidos de mantenimientos, como
los indios lo hacian sin faltar, y así convalecieron los enfermos, y
los indios, por algunos dias, en las provisiones que solian traer,
perseveraron. Pero como los indios nunca tengan ni trabajen tener más
mantenimientos de los que les son necesarios, y hacer más de aquellos
tengan por trabajo, y los españoles gasten, y áun desperdicien más en
un dia que ellos comen en diez y en quince, y D. Hernando dice que en
diez y siete, hacíaseles carga no chica sustentarlos, como de ántes,
con abundancia; y así, acortábaseles la comida y no tenian tanto.
Allegóse á esto, ver como parte no chica de los españoles habian
alzádose contra el Almirante, y que los mismos los habian exhortado que
lo matasen, porque no queria quedar á poblar allí sino para matallos;
comenzaron á tenerlo en poco y á los que con él quedaron, por todo
lo cual, cada dia, en traer bastimentos aflojaban. De donde sucedió
verse no en poco aprieto y trabajo, porque, para se lo tomar por
fuerza, era menester salir todos con armas y por guerra, y dejar sólo
al Almirante; pues dejallo sólo á su voluntad, era padecer necesidad
grande, y que á poder de mucho rescate no pudieran remediarse. Plugo
á Dios, que los proveyó por nueva manera, con cierta industria del
Almirante, que lo que hobiesen menester no les faltase. Cuéntalo de
esta manera D. Hernando: que sabia el Almirante, que, desde á tres
dias, habia de haber eclipse de la luna, y envió á llamar los señores
y Caciques, y personas principales de la comarca, con un indio que
allí tenia desta isla, ladino en nuestra lengua, diciendo que les
queria hablar largo. Venidos un dia ántes del eclipse, díjoles que
ellos eran cristianos y vasallos y criados de Dios, que moraba en el
cielo, y que era señor hacedor de todas las cosas, y que á los buenos
hacia bien, y á los malos castigaba, el cual, visto que aquellos de
nuestra nacion se habian alzado, no habia querido ayudarles para que
á esta isla pasasen, como habian pasado los que él habia enviado;
ántes habian padecido, segun era en la isla notorio, grandes peligros,
pérdidas de sus cosas, y trabajos. Y lo mismo estaba enojado Dios
contra la gente de aquella isla, porque en traerles los mantenimientos
necesarios por sus rescates habian sido descuidados, y, con este enojo
que dellos tenia, determinaba de castigallos, enviándoles grande hambre
y hacelles otros daños; y que, porque por ventura no darian crédito á
sus palabras, queria Dios que viesen de su castigo en el cielo cierta
señal, y porque aquella noche la verian, que estuviesen sobre el aviso
al salir de la luna, y verian como salia muy enojada, y de color de
sangre, significando el mal que sobre ellos queria Dios envialles.
Acabado el sermon fuéronse todos; algunos con temor, otros quizá
burlando. Pero como, saliendo la luna, el eclipse comenzase, y cuanto
más subida fuese mayor el amortiguarse, comenzaron los indios á temer,
y tanto les creció el temor, que venian con grandes llantos, dando
gritos, cargados de comida á los navíos, y rogando al Almirante que
rogase á su Dios que no estuviese contra ellos enojado, ni les hiciese
mal, que ellos, de ahí adelante, traerian todos los mantenimientos que
fuesen menester para sus cristianos. El Almirante les respondió, que
él queria un poco hablar con Dios; el cual se encerró, entre tanto que
el eclipse crescia, y ellos daban gritos llorando é importunando que
los ayudase, y desque vido el Almirante que la creciente del eclipse
era ya cumplida, y que tornaria luego á menguar, salió diciendo que
habia rogado á Dios que no les hiciese el mal que tenia determinado,
porque le habia prometido de parte dellos, que de allí adelante
serian buenos, y tratarian, y proveerian bien á los cristianos, y que
ya Dios los perdonaba, y, en señal dello, verian cómo se iba quitando
el enojo de la luna, perdiendo la color y encendimiento que habia
mostrado. Los cuales, como viesen que iba menguando y al cabo del todo
se quitaba, dieron muchas gracias al Almirante, y maravillándose y
alabando las obras del Dios de los cristianos, se volvieron con grande
alegría todos á sus casas, y, allá llegados, no fueron negligentes
ni olvidaron el beneficio que creian haberles hecho el Almirante,
porque tuvieron grande cuidado de los proveer de todo lo que habian
menester con abundancia, loando siempre á Dios, y creyendo que les
podia hacer mal por sus pecados, y que los eclipses que otra vez habian
visto, debia ser como amenazas y castigo, que, por sus culpas, Dios
les enviaba. Tornando al propósito de la historia, como despues de
partidos Diego Mendez y Bartolomé Flisco, en las dos canoas, hobiesen
pasado ocho meses sin que hobiesen tenido nuevas de haber á esta isla
allegado, ó si fuesen muertos ó vivos, la gente que con el Almirante
quedó, que no se habia alzado, estaban con gran pena y cuidado, cada
hora haciéndoseles un año, y por tanto crecíales la impaciencia de
estar allí aislados, y estaban como desesperados. Sospechaban siempre
lo peor, como los que en angustias y trabajos muchos dias están
ejercitados, si Dios no les provee de algun consuelo interior con que
puedan sobrellevados; y así, unos decian que ya eran anegados en la
mar, otros que los indios los habian muerto en esta isla cuando por
alguna parte della pasasen, otros que de enfermedad y trabajo ó hambre
habrian perecido en el camino, como fuese tan largo y de mar trabajosa,
con vientos y corrientes, y de tierra muchas sierras ásperas.
Añadíase á la sospecha, que afirmaban los indios haber visto un navío
trastornado que lo llevaban las corrientes por la costa de Jamáica
abajo; lo cual, por ventura, fué industria y nueva que sembraron los
alzados, para quitar del todo la esperanza de remedio á los que con
el Almirante habian quedado. De manera que, teniendo casi por cierta
la imposibilidad de ser remediados, un maestre Bernal, boticario
valenciano, y unos dos compañeros, llamados Zamora y Villator, con
todos los demas que habian quedado enfermos, en mucho secreto hicieron
otra conjuracion para hacer lo mismo que los primeros; pero Nuestro
Señor tuvo por bien de proveer y obviar al peligro grande que deste
segundo levantamiento se le habia de recrecer al Almirante, y á sus
hermanos, y criados, y remediólo la divina Providencia con llegar un
carabelon que envió el Comendador Mayor, Gobernador desta isla, el cual
llegó una tarde cerca de donde los navíos encallados estaban. Vino en
él un Capitan, un Diego de Escobar, muy conocido mio, que habia sido
de los que en los tiempos de Francisco Roldan con él se habian, contra
el Adelantado, alzado; á este Diego de Escobar envió, porque sabia de
cierto que no se habia de hacer con el Almirante, porque le habia sido
enemigo por las cosas pasadas. Mandóle que no se llegase á los navíos
ni saltase en tierra, ni tuviese ni consintiese tener plática con
alguno de los que estaban con el Almirante, ni diese ni tomase carta.
No lo envió sino á ver qué disposicion tendria el Almirante y los que
con él estaban; el Almirante, quejándose dél, dijo que no lo envió á
visitar sino para saber si era muerto. Dejó el carabelon en la mar,
apartado, y saltó en la barca el Diego de Escobar, y llegó á echar una
carta del Comendador Mayor para el Almirante, y apartó la barca luégo,
y, desde léjos, dijo de palabra que el Comendador Mayor lo enviaba á
visitar de su parte, y que se le encomendaba mucho, pesándole de sus
trabajos, y porque no le podia enviar recaudo de navíos tan presto,
para en que fuese su persona y los demas, se sufriese hasta que se lo
enviase; presentóle un barril de vino y un tocino para entre tanto:
y desto me espanto, por ser el Comendador Mayor tan prudente y no
escaso, que no fuese en le enviar refresco más largo. Apartóse luégo
la barca, y fuése al galeon. Todos estos reguardos estimo que hizo y
mandó hacer el Comendador Mayor, porque como habia en esta isla de los
que habian sido sus criados, y de sus amigos, y tambien de los que le
habian sido rebeldes y enemigos, temia que por cartas ó por su persona,
siendo presente, hobiese algun escándalo en la tierra; el Almirante,
ó al ménos sus deudos, atribuíanlo á otro mal fin, conviene á saber,
á que muriese en Jamáica el Almirante, porque si fuese á Castilla los
Reyes le restituirian en su estado pristino, y entónces quitársele ya
la gobernacion desta isla y destas Indias. Esta intencion haber tenido
el Comendador Mayor, afirmar yo, cierto, no osaria, como quiera que
fuera malísima, y en la verdad, hablando más claro, todavía se tenia
la opinion que yo siempre tuve por falsa y maliciosamente fingida, ó
que contra el Almirante se envió por sus enemigos, conviene á saber,
que se queria alzar contra los Reyes y dar estas Indias á ginoveses,
ó á otra nacion fuera de Castilla, y á esto parece que el Comendador
Mayor proveia; pero si así fué, harto claro se muestra no haber razon
tan aparente para que tal sospecha se tuviese. Y desto se queja mucho
el Almirante á los Reyes en la carta que les escribió de Jamáica, donde
dice: «¿Quién creerá que un pobre extranjero se hobiese de alzar en tal
lugar contra Vuestras Altezas, sin causa y sin brazo de otro Príncipe,
y estando sólo entre sus vasallos y naturales, y teniendo todos mis
hijos en su real corte?» Estas son sus palabras y razones, las cuales,
cierto, no son frívolas.



CAPÍTULO XXXIV.


Debió decir Escobar al Almirante, que luégo se queria tornar á dar
nuevas al Comendador Mayor del estado en que quedaba, y si queria
escribir; el cual, luégo le escribió la carta siguiente: «Muy noble
señor: En este punto recebí vuestra carta, toda la leí con gran gozo;
papel ni péndolas abastarian á escribir la consolacion y esfuerzo
que cobré, yo y toda esta gente, con ella. Señor, si mi escribir con
Diego Mendez de Segura fué breve, la esperanza de suplir más largo,
por palabra, fué causa dello; digo de mi viaje, que en mil papeles no
cabria á recontar las asperezas de las tormentas y inconvenientes que
yo he pasado, etc.» Donde le cuenta muchas cosas de su viaje, y de la
riqueza de las tierras que dejaba descubiertas, y de como, llegando á
Jamáica, la gente que traia le hizo juramento de lo obedecer hasta la
muerte, y de como se le alzaron, etc. Y más abajo dice así: «Cuando
yo partí de Castilla, fué con grande contentamiento de Sus Altezas,
y grandes promesas, en especial, que me volverian todo lo que me
pertenece, y acrecentarian de más honra; por palabra y por escrito se
pasó esto. Allá, señor, os envió un capítulo de su carta, que dice
de la materia; con esto y sin ello, desque les comencé á servir yo
nunca tuve el pensamiento en otra cosa. Pídoos, señor, por merced, que
esteis cierto desto, dígolo porque creais que he de hacer y seguir
en todo vuestra órden y mandado sin pasar un punto. Escobar me diz,
señor, el buen tratamiento que han rescebido mis cosas, y que es sin
cuento, rescíbolo todo, señor, en grande merced, y agora no pienso
salvo en qué podia negar tanto; si yo hablé verdad en algun tiempo,
esto es una, que despues que os ví y cognoscí, siempre mi ánima estuvo
contenta de cuanto allá y en todo cabo á donde se ofreciese, por mí,
señor, haríades; con esta razon he estado siempre aquí alegre y bien
cierto de socorro, si las nuevas de tanta necesidad y peligro en que
estaba y estoy llegasen á su oido. No lo soy ni puedo escribir tan
largo como lo tengo firme; concluyo, que mi esperanza era y es, que
para mi salvacion gastaríades, señor, fasta la persona, y soy cierto
dello que ansí me lo afirman todos los sentidos. Yo no soy lisonjero
en fabla, ántes soy tenido por áspero, la obra, si hubiere lugar, fará
testimonio. Pídoos, señor, otra vez por merced, que de mí esteis muy
contento, y que creais que soy constante; tambien os pido por merced,
que hayais á Diego Mendez de Segura, mi encomendado, y á Flisco, que
sabe qué es de los principales de su tierra, y por tener tanto deudo
conmigo, y creed que no los envié, ni ellos fueron allá con artes,
salvo á haceros saber, señor, el tanto peligro en que yo estaba y
estoy hoy dia. Todavía, estoy aposentado en los navíos que tengo aquí
encallados esperando el socorro de Dios y vuestro, por el cual, los que
de mí descendieren, siempre le serán á cargo.» He querido poner aquí
estos pedazos de aquella carta, para que se vea con cuánta simplicidad
el Almirante andaba y escribia, y tambien como en aquellos tiempos no
habia el modo de escribir tan levantados de illustres y magníficos que
agora se usa en el mundo, que faltan vocablos para engrandecer los
títulos que se ponen en las cartas, no sólo á las personas illustres
y señaladas, pero á cualesquiera y de estados bajos. Rescebida esta
sola carta, partióse luégo el carabelon, y aunque con su venida todos
se holgaron y se suspendió el segundo trato y conjuracion, que querian
los que estaban con el Almirante contra él hacer, todavía, vista la
priesa que tuvo en partirse y sin rescibir carta ni hablar, ni querer
responder el capitan Diego de Escobar, ni otros de su compañía, á cosa
ninguna de las que les preguntaban, no quedaron sin sospecha que el
Comendador Mayor no quisiese que el Almirante no viniese á esta isla,
sino que allí quedase sin remedio, y, por consiguiente, los que con él
estaban; lo cual sintiendo el Almirante, trabajó de cumplir con ellos
diciendo que aquella presteza de la partida del galeon á él placia,
porque más aína viniesen navíos para los llevar á todos, pues él, sin
ellos, no habia de salir de aquella isla, y aquel galeon ó carabelon
para todos no bastaba; y, finalmente, con la vista del carabelon, y
con las nuevas que en él vinieron, que Diego Mendez habia llegado en
salvo, quedaron todos algo alegres y consolados, y con esperanza de su
remedio. El Almirante, que deseaba la reversion y reduccion de los que
andaban alzados, por él estar dellos seguro, y porque no alborotasen y
damnificasen las gentes de aquella isla, determinó de hacelles saber lo
que pasaba para que cesasen sus sospechas, rogándoles encarecidamente
tornasen á su obediencia y amor, perdonándoles todo lo que contra
él habian en su rebelion cometido, y ofreciéndoles todo el buen
tratamiento que se les pudiese hacer de su parte; para este mensaje,
nombró dos personas de bien, que que con él estaban, y que con los más
dellos tenian crédito y amistad; y porque creyesen haber venido el
carabelon, les envió parte del tocino, el cual no habian visto hartos
dias, ni pensaron verlo tan presto. Llegados estos dos mensajeros,
salió luégo al camino el Porras, su Capitan, con algunos pocos de los
que más se fiaba, porque no se moviese ni provocase la demas gente
al pesar y arrepentimiento de lo que habian hecho; pero no lo pudo
tanto encubrir, que no entendiesen todos las nuevas de la venida del
carabelon, y de la llegada de Diego Mendez, y de la salud de los que
con el Almirante estaban, y de la renovacion de la esperanza de salir
de aquella isla, con la venida que se esperaba de los navíos, que Diego
de Escobar profirió que vernian por parte del Comendador Mayor. Oida,
pues, su embajada, y despues de muchas consultas de los principales de
quien más se fiaba, en fin, se resolvieron en que no querian fiarse del
Almirante, ni del perdon y promesas que les enviaba, pero que habian
por bien de andarse pacíficamente por la isla, si les prometiese de
darles navío en que se fuesen si dos viniesen, ó si fuese uno sólo que
les diese el medio; y que entre tanto, porque ellos habian perdido
sus ropas y rescates por la mar, partiese con ellos lo que tenia.
Respondiendo los mensajeros no ser aquellas honestas ni razonables
condiciones, los atajaron diciendo, que sino se las concedia por amor
y de su voluntad, que ellos lo tomarian á su pesar y á discrecion; y,
con este recaudo, se vinieron vacíos los mensajeros, quedando diciendo
á su compañía, el Porras y otros, que el Almirante era persona cruel
y vindicativa, y que todos aquellos cumplimientos eran engaños, y que
puesto que no tuviesen temor dél, porque no osaria hacerles daño alguno
por el favor que ellos en la corte tenian, habia razon de temer la
venganza que so color de castigo en los comunes haria; y que por esta
causa Francisco Roldan, y los que le siguieron, cuando se alzaron en
esta isla, no se habian fiado ni de sus ofertas, lo cual les salió
á bien, y fueron tan favorescidos que le hicieron llevar en hierros
á Castilla, y que menor causa ni esperanza tenian ellos para hacer
lo mismo. Y porque la venida de la carabela no moviese los ánimos de
los que consigo tenia, diciendo las nuevas de la llegada de Diego
Mendez y lo demas, decíales que no habia sido carabela verdadera,
sino fantástica, y por nigromancia fabricada, ó que la habia visto el
Almirante y los suyos en sueños, porque el Almirante sabia mucho de
aquellas artes; pues no era cosa creedera, que si fuera carabela no
comunicara con ella la gente que tenia consigo, y no se hobiera tan
presto desaparecido: y corroboraban sus razones con esta, que si fuera
carabela, el Almirante y su hijo y hermano se metieran en ella, y se
fueran, pues tanta necesidad tenian dello. Con estas y otras razones y
persuasiones, los tornaron á afirmar en su rebelion y desobediencia, y
que todos determinasen de ir á los navíos á tomar por fuerza las armas,
y rescates, y lo que más tomar les conviniese, y, sobre todo, prender
al Almirante, hermano é hijo.



CAPÍTULO XXXV.


Averiguada verdad es, y sellada en las Sagradas letras, que cuando
Dios determina de atajar la maldad con presente castigo, permite que
ni basten ruegos, ni ofrecimientos, ni amenazas, para que los malos
se diviertan de sus perversos caminos, sino que, viendo no vean, y
oyendo no oigan, porque incurran en las penas decretadas por el divino
juicio. Así fué de aquestos alzados contra el Almirante, con tanto
escándalo y daño de la gente natural de aquella isla, los cuales,
como hobiesen gravemente ofendido, y cada dia ofendiesen á Dios, así
en la desobediencia contra el Almirante y causándole tantas amarguras
sin razon ni causa justa, mayormente si le habian hecho el juramento
que arriba se dijo, y le hobiesen hecho tantas injurias, y de nuevo
quisiesen hacelle duras injusticias proponiendo de irle á robar lo que
tenia, los indios que mataron á cuchilladas en las canoas, y por toda
la isla violencias y agravios infinitos, los cuales determinó la divina
justicia que no pasasen inpunidos, áun en esta vida, por eso los cegó
y ensordeció Dios, para que ni oyesen ni viesen las ofertas y ruegos
humildes del Almirante, porque padeciesen la caida de su soberbia y
jactura que poco despues les vino. Así que, prosiguiendo su furibunda
y estulta porfía, caminaron la vía de los navíos, y llegando hasta un
cuarto de legua dellos, en pueblo de indios, que llamaban Mayma, donde
despues, algunos años pasados, cuando allí fueron á poblar españoles,
hicieron un pueblo que llamaron Sevilla, sabido por el Almirante con
el propósito que venian, envió á su hermano el Adelantado, para que
con buenas razones pudiese de aquella maldad desviallos, y traellos ó
obediencia y al amor del Almirante; llevó consigo 50 hombres, no del
todo todos sanos, sino algunos flacos, y en lo demas bien armados. Y
como ya llegasen por una ladera un tiro de ballesta del pueblo dicho,
envió á los mismos dos mensajeros que les habia enviado ántes, para
que les persuadiesen y requiriesen con la paz, y que hobiese por bien
Francisco de Porras, su Capitan, que en cosas de concierto y de paz se
hablase; pero como ellos eran muchos más y más sanos, y ejercitados
más en trabajos, por ser marineros, y cognosciesen los que iban con el
Adelantado ser muchos ménos, y gente de palacio, más delicada, y no del
todo bien sanos, elevándose sobre sí en soberbia y menospreciándolos,
porque se cumpliese la escriptura, _ante ruinam exaltabitur cor_, no
dieron lugar que los mensajeros llegasen á hablallos, ántes, todos
juntos, hechos un escuadron, con sus lanzas y espadas desenvainadas,
y con gran grita, clamando «muera, muera», arremetieron á la gente, y
con ella el Adelantado, habiéndose primero juramentado, seis de los
principales, de no se apartar uno de otro, yendo contra la persona
del Adelantado hasta matallo, porque él muerto, de los demas no se
hacia caso. Pero de otra manera les sucedió, de sus pensamientos muy
contraria, porque hallaron en el Adelantado tan buen recaudo, que á
los primeros encuentros cayeron cinco ó seis, y los más dellos fueron
de los juramentados contra el Adelantado. El Francisco de Porras, su
Capitan, que era hombre esforzado, vínose derecho al Adelantado y
tiróle una cuchillada que le hendió toda la rodela hasta la manija y
llegó á herille la mano, y cuando quiso no pudo sacar el espada, y así,
llegaron y lo prendieron, tomándolo á vida; no supe, cuando lo pudiera
saber, qué heridas le hobiesen dado. El Adelantado, que era valentísimo
hombre, da en los demas con mucho ánimo, que en poco espacio fueron
muertos muchos, y, entre ellos, el Juan Sanchez de Cáliz, á quien se
habia soltado el rey Quibia llevándolo preso en la canoa de Veragua, y
un Juan Barba, que fué el primero que se vido cuando se alzaron sacar
contra el Almirante espada. Cayeron algunos otros muy mal heridos; por
manera que fueron todos desbaratados, y, como gente vil y traidores,
volvieron las espaldas. El Adelantado quiso ir en seguimiento dellos,
si algunos de los más honrados que con él fueron no se lo estorbaran
diciendo que aquello bastaba por castigo, y que no convenia llevallo
hasta el cabo; y dejado por esta razon de ir en alcance, volvióse el
Adelantado y los que le ayudaron, con esta victoria, á los navíos,
llevando preso al Francisco de Porras y á otros, donde fueron con
alegría rescibidos del Almirante y de los que con él habian quedado,
y daban gracias á Dios por aquel vencimiento, por el cual tenian por
cierto que todos de la muerte se habian librado, ó de grandes afrentas
y trabajos: y así fueron aquellos, de su soberbia, humillados. De
los del Adelantado, sólo él fué herido, como se dijo, en la mano,
y un maestresala del Almirante, que, de un muy chico bote de lanza
que le dieron en una cadera, murió; no muriendo el piloto Pedro de
Ledesma, de quien dijimos arriba que salió á tierra nadando en Belem ó
saber qué se habian hecho los del pueblo y de la barca, y era de los
alzados, á quien dieron tan terribles heridas, que parece, á hombre,
imposible poderse más fieras ni peores dar. E tenia una en la cabeza,
que se le parecian los sesos, otra en el hombro, que, como perdiz,
le tenian descoyuntado y le colgaba del aslilla todo el brazo, y la
una pantorrilla, á raíz del hueso, desde la corva, cortada y colgando
hasta el tobillo, y el un pié, como quien le pusiera una suela ó
chinela, cortado desde el calcañar hasta los dedos; y así, caido en el
suelo, llegaban los indios del pueblo á él, y con palillos habríanle
las heridas para ver las llagas que hacian las espadas, y cuando le
molestaban decia, «pues si me levanto», y con sólo aquello botaban á
huir como asombrados, y no era maravílla, porque era un hombre fiero y
de cuerpo muy grande, y la voz gruesa. Como era valentísimo, debíase
de defender validísimamente, y por eso pudo ser muchos tener lugar
de así desgarrado. Estuvo aquel dia de la pelea y el siguiente hasta
la tarde, sin que ninguno supiese dél ni le diese una gota de agua,
donde parece ser de subjecto admirable. Sabido en los navíos, fueron
por él, y pusiéronlo allí cerca, en una casa de paja, que sola la
humedad y los mosquitos bastara para matallo; comenzólo á curar un
cirujano, el cual, por falta de trementina, segun la que era menester,
le quemó las heridas con aceite, las cuales fueron muchas más de las
dichas, que juraba el cirujano que cada dia, de los ocho primeros que
le curó, heridas nuevas le hallaba, y finalmente, con todas escapó, y
yo le vide despues desto en Sevilla, sano como si no hobiera padecido
nada, pero no muchos dias pasados, desque yo lo vide, oí decir que lo
habian muerto á cuchilladas. Pasada la pelea, otro dia, lúnes, á 20
de Mayo de 1504, todos los que habian della escapado, viéndose así de
Dios castigados y humillados, enviaron una peticion firmada de todos
al Almirante, confesando en ella todas sus maldades y crueldades, y
la mala intencion con que lo hacian, y suplicándole que, usando con
ellos de misericordia, los perdonase, porque ellos se arrepentian muy
de corazon de su rebelion y desobediencia pasada, y que cognoscian
haberles dado Dios, por ella, el pago, y por tanto querian tornar á
su obediencia, y prometiendo serville fielmente desde adelante; lo
cual, juraban y juraron sobre un crucifijo, y un misal, con pena,
que si lo quebrantasen, que ningun sacerdote ni otro cristiano los
pudiese oir de confesion, y que no les valiese la penitencia, y que
renunciaban los Sanctos Sacramentos de la Iglesia, y que al tiempo de
su muerte no les valiesen bulas ni indulgencias, y que se hiciese de
sus cuerpos como de malos y renegados cristianos, no enterrándolos en
sagrado, sino en el campo, como herejes, y renunciaron y quisieron que
el Sancto Padre no les absolviese, ni Cardenales, ni Arzobispos, ni
Obispos, ni otro sacerdote, etc.: á todas estas execrables penas los
pecadores se obligaron, si este juramento quebrantasen. El Almirante
se holgó de recebillos y perdonallos, con tal condicion, que Francisco
de Porras, su Capitan, quedase siempre en la prision, bien guardado,
como estaba, y porque en los navíos no estarian tanto á su contento,
y porque no faltarian entre los alzados y no alzados, palabras y
resabios, y afrentas, por las culpas perdonadas, y tambien porque era
difícil tanta gente junta estar bien aposentada y proveida de las
comidas necesarias, determinó el Almirante de envialles un Capitan con
rescates, para que anduviesen por la isla, y él los gobernase hasta
tanto que viniesen los navíos que cada dia esperaban, y Dios sabe en
cuánto perjuicio y escándalo de los indios andaban.



CAPÍTULO XXXVI.


Estando las cosas de Jamáica en este dicho estado, y en ella cumplido
un año desque allí llegaron, llegó el navío que Diego Mendez habia
fletado y proveido de lo necesario; vino tambien una carabeleta
con él. Trajo el navío un Diego de Salcedo, criado del Almirante,
que creo tenia en esta ciudad para cobrar sus rentas, con el cual
escribió al Almirante el Comendador Mayor. Quejábase mucho el
Almirante del Comendador Mayor, porque tan tarde le proveyó de navíos,
atribuyéndoselo á industria dolosa, porque allí pereciese, pues en un
año entero nunca fué proveido; y dijo que no lo proveyó hasta que por
el pueblo desta ciudad se sentia y murmuraba, y los predicadores en los
púlpitos lo tocaban y reprendian. Embarcáronse el Almirante y todos
los demas, y hiciéronse á la vela á 28 de Junio de 1504; navegaron con
mucho trabajo por ser los vientos y corrientes contínuamente contrarios
que vienen con las brisas. Llegando á la isleta que llamamos Beata,
que está junto á esta isla, 20 leguas de Yaquimo, que el Almirante
llamaba el puerto del Brasil, pasar desta isleta, para venir á este
puerto de Sancto Domingo, es muy difícil, porque allí son más recias
las corrientes, que acaecia estar un navío detenido allí, sin poder
pasalla, ocho meses. Miéntras estaba forzosamente allí el Almirante
detenido, quiso hacer saber al Comendador Mayor, como iba por deshacer
cuanto en sí era la vehemente sospecha, puesto que vana y frívola, que
dél sentia. La carta envió ó con algun marinero por tierra, que está
desta ciudad cerca de 50 leguas, ó envió delante, que, como más ligera,
pudo pasar las corrientes, la carabeleta. La carta fué del tenor
siguiente:

«Muy noble señor: Diego de Salcedo llegó á mí con el socorro de los
navíos que vuestra merced me envió, el cual me dió la vida y á todos
los que estaban conmigo; aquí no se puede pagar á precio apreciado. Yo
estoy tan alegre, que, despues que le vide, no duermo de alegría; no
que yo tenga en tanto la muerte como tengo la victoria del Rey y de
la Reina, nuestros señores, que han rescebido. Los Porras volvieron á
Jamáica, y me enviaron á mandar que yo les enviase lo que yo tenia,
so pena de venir por ello á mi costa, y de hijo y de hermano y de los
otros que estaban conmigo, y, porque no cumplí su mando, pusieron en
obra, por su daño, de ejecutar la pena; hobo muertes y hartas feridas,
y en fin, nuestro Señor, que es enemigo de la soberbia é ingratitud,
nos los dió á todos en las manos: perdonélos y los restituí, á su
ruego, en sus honras. El Porras, Capitan, llevó á sus Altezas, porque
sepan la verdad de todo. La sospecha de mí, se ha trabajado de matar á
mala muerte, mas Diego de Salcedo todavía tiene el corazon inquieto;
lo por qué, yo se que no lo pudo ver ni sentir, porque mi intencion
es muy sana, y por esto yo me maravillo. La firma de vuestra carta
postrera folgué de ver, como si fuera de D. Diego ó de D. Fernando; por
muchas honras y bien vuestro, señor, sea, y que presto vea yo otra que
diga «el Maestre.» Su noble persona y casa, nuestro Señor guarde. De
la Beata, á donde forzosamente me detiene la brisa. Hoy sábado, á 3 de
Agosto. Fará, señor, vuestro mandado.»

La firma que hacia era desta manera:

       S.
    S. A. S.
    X. M. Y.
  Xp̅o̅. ferens.

Dice que Diego de Salcedo, su criado, tenia el corazon inquieto,
porque via que no podia quitar ó matar la sospecha que del Almirante,
su señor, áun se tenia. Lo que dice, que vista la firma de aquella
postrera carta del Comendador Mayor, se habia holgado, díjolo porque
fué la primera, para él, en que habia Comendador Mayor, como ántes
Comendador de Lares firmase y fuese; parece que entónces le llegó la
nueva de como le habian hecho los Reyes Comendador Mayor. Finalmente,
llegó á este puerto y ciudad de Sancto Domingo á 13 dias de Agosto del
dicho año de 1504. Salióle á rescibir el Comendador Mayor con toda
la ciudad, haciéndole reverencia y fiesta. Dejóle su casa en que se
aponsetase, y allí le hizo servir muy complidamente. Quejóse mucho
dél el Almirante, porque con todas estas obras que mostraban amistad
y benevolencia, le hizo muchos agravios y obras que tuvo el Almirante
por afrentas; y así, creia que todos los cumplimientos que con él hacia
eran hechos fingidamente. Uno fué, que, trayendo él preso al Francisco
de Porras, Capitan de los alzados, y teniéndolo en el navío en hierros,
lo hizo sacar y quitalle las prisiones y ponello en libertad en su
presencia. Intentó eso mesmo de castigar á los que habian sido con
el Almirante, y tomado armas para su defensa, y prendido á aquel, y
á los otros herido y muerto, y de cognoscer destas causas y delitos
que en aquel viaje y armada se habian hecho, no perteneciéndole á
él, sino al Almirante, como á Capitan general della, aquel juicio.
Presentaba el Almirante sus provisiones, y no las admitia ni cumplia,
diciendo que aquellas no se entendian hablar con él; y, diz que, todo
esto hacia el Comendador Mayor con falsa disimulacion y risa. Duraron
estas vejaciones hasta tanto que se adobó aquel navío que los trujo de
Jamáica y se fletó una nao en que el Almirante y su hermano, y hijo y
criados, fuesen á Castilla; toda la otra gente se quedó en esta isla, y
desta pasaron algunos á la de Sant Juan, cuando fueron á poblalla, ó,
por mejor decir, destruilla. Hízose á la vela en 12 dias de Setiembre
del mismo año de 1504, y luégo, en saliendo deste rio, á dos leguas,
se rajó al navío el mástel, á raíz de la cubierta, por lo cual el
Almirante lo mandó volver á este puerto, y prosiguió él su viaje en la
nao; y habiéndoles hecho buen tiempo hasta cuasi el tercio del golfo,
dióles una tan terrible tormenta que se vieron en gran peligro de
perderse. Un sábado, 19 de Octubre, siendo ya la tormenta cesada, y
ellos con algun sosiego, vínoseles todo el mástel abajo, hecho cuatro
pedazos, pero el esfuerzo del Adelantado y la industria del Almirante,
aunque por la gota en la cama muy fatigado, lo remediaron, haciendo
un mastelete de la entena, engrosando y fortaleciendo la mitad della
con las latas y madera de los castillos que deshicieron. Quebróseles
despues, en otra tormenta que padecieron, la contramesana, por manera
que parecia perseguir al Almirante muy particularmente la fortuna, sin
dalle algun descanso, para que toda su vida fuese trabajos y angustias.
Navegó de aquesta manera 700 leguas, y al cabo, por la voluntad de
Dios, llegó y entró en el puerto de Sant Lúcar de Barrameda, y de allí
fué á parar y descansar por algunos dias en Sevilla.



CAPÍTULO XXXVII.


Llegado el Almirante á Sevilla, para que sus adversidades rescibiesen
el colmo que más le podia entristecer y amargar en la vida, supo
luégo como la reina doña Isabel, que tenia por todo su mamparo y
su esperanza, era fallecida pocos dias habia; ningun dolor, ningun
trabajo, ninguna pérdida, ni perder la misma vida, le pudo venir,
que mayor afliccion, tristeza, dolor, llanto y luto le causara, que
oir tales nuevas, porque aquella señora y felice Reina, así como fué
la que principalmente admitió su primera empresa del descubrimiento
destas Indias, como en el primer libro queda visto, así ella fué la
que lo favorecia, esforzaba, consolaba, defendia, sostenia, como
cristianísima y de tan inestimable servicio, como del Almirante
rescibió, muy agradecida. El Rey católico, no se con qué ó con cuál
espíritu, por el contrario, no sólo no le mostraba obras ni señales
de agradecimiento, pero en cuanto en sí era, lo desfavorecia en las
obras, puesto que no le faltaban cumplimientos de palabra. Creyóse,
que si él con buena consciencia y no con detrimento de su honra y
fama pudiera, que pocas ó ninguna de las cláusulas de los privilegios
que al Almirante por él y por la Reina, tan debida y justamente se
habian concedido, le guardara. No pude atinar ni sospechar cuál fuese
deste desamor y no real miramiento, para con quien tantos y tan
egrégios y nunca otros tales á algun Rey hechos, servicios le hizo, la
causa, sino fuese haber hecho mayor impresion en su ánimo los falsos
testimonios que al Almirante se levantaron, y dar más crédito á los
émulos del Almirante, que siempre tuvo cabe sí, que darles debiera,
de los cuales yo alcancé á sentir algo de personas muy privadas del
Rey, que le contradecian. Así que, habiendo reposado algunos dias en
Sevilla, de tanta frecuencia de trabajos, el Almirante partióse para
la corte por el mes de Mayo, año de 1505, la cual estaba en Segovia;
y llegando él y su hermano el Adelantado, á besar las manos al Rey,
rescibióles con algun semblante alegre, no tanto cuanto requerian sus
luengas navegaciones, sus grandes peligros, sus inmensos trabajos y
aspérrimos. Hízoles relacion el Almirante, de lo que habia navegado,
de la tierra que dejaba descubierta, de la riqueza de la provincia de
Veragua, y de su destierro y aislamiento que tuvo en Jamáica, entero
un año, de la desobediencia y levantamiento de los Porras y de los
demas, y finalmente, de todas las particularidades y acaescimientos,
peligros y trabajos del viaje. Pasados algunos dias, cuando vido que
era tiempo, suplicóle diciendo así: «Muy alto Rey, Dios, nuestro
Señor, milagrosamente me envió acá porque yo sirviese á Vuestra
Alteza; dije milagrosamente, porque fuí á aportar á Portugal, á donde
el Rey de allí entendia en el descubrir más que otro, él le atajó
la vista, oido y todos los sentidos, que en catorce años no le pude
hacer entender lo que yo dije. Tambien dije milagrosamente, porque
hobe cartas de ruego de tres Príncipes, que la Reina, que Dios haya,
vido y se las leyó el doctor de Villalon, Vuestra Alteza, despues que
hobo cognoscimiento de mi decir, me honró y fizo merced de títulos
de honra; agora mi empresa comienza á abrir la puerta y dice que es
y será lo que siempre yo dije. Vuestra Alteza es cristianísimo, yo y
todos aquellos que tienen noticia de mis fechos, en España y en todo
el mundo, creerán que Vuestra Alteza, que me honró al tiempo que no
habia visto de mí salvo palabras, que agora que ve la obra, que me
renovará las mercedes que me tiene fechas con acrescentamiento, y así
como me prometió por palabra y escripto y su firma: y si esto hace,
sea cierto que yo le serviré estos pocos de dias que Nuestro Señor
me dará de vida, y que espero en él, que segun lo que yo siento y me
parece saber con certeza, que yo haré sonar mi servicio, que está por
hacer, á la comparacion de lo hecho, ciento por uno, etc.» El Rey
le respondió, que bien via él que le habia dado las Indias, y habia
merecido las mercedes que le habia hecho, y que para que su negocio se
determinase sería bien señalar una persona; dijo el Almirante, «sea la
que Vuestra Alteza mandaré», y añidió: «¿quién lo puede mejor hacer
que el Arzobispo de Sevilla, pues habia sido causa, con el Camarero,
que Su Alteza hobiese las Indias?» Esto dijo, porque este Arzobispo de
Sevilla, que era D. Diego de Deza, fraile de Sancto Domingo, siendo
maestro del Príncipe D. Juan, insistió mucho con la Reina que aceptase
aquesta empresa, y lo mismo hizo el camarero Juan Cabrero, aragonés,
que fué muy privado del Rey, segun dijimos en el libro I. Respondió
el Rey al Almirante, que lo dijese de su parte al Arzobispo; el cual
respondió, que para lo que tocaba á la hacienda y rentas del Almirante,
que se señalasen letrados, pero no para la gobernacion; quiso decir,
segun yo entendí, porque no era menester ponello en disputa, pues era
claro que se le debia. Como en esto el Rey pusiese dilaciones, tornóle
á suplicar el Almirante, que su Alteza se acordase de sus servicios
y trabajos, y de su injusta prision, y con cuánto abatimiento de su
persona y honor del estado, en que Sus Altezas por sus servicios le
levantaron y honraron, sin culpa suya habia sido despojado. Y por
tanto mostrase, como Rey justo y agradecido, su real benignidad, en
mandalle guardar y cumplir sus privilegios, que Su Alteza y la Reina
le habian concedido, restituyéndolo en su hijo, en las mercedes y en
la posesion de sus oficios, dignidad y estado que le habian hecho;
de todo lo cual habia sido de hecho, sin ser oido, ni defendido, ni
convencido y sin sentencia, y así contra todo derecho, privado; y
mayormente se acordase de las recientes promesas que Su Alteza y la
Reina le hicieron por su Carta real, cuando se queria partir para
este postrero viaje, conviene á saber, que tuviese por cierto que
sus privilegios le serian guardados enteramente, y cumplirian las
mercedes en ellos contenidas, y se le harian otras de nuevo, porque
estaban de propósito de lo más honrar y acrecentar, como parescia por
la carta que de Valencia de la Torre, le mandaron escribir, firmada
de sus reales nombres, la cual pusimos en el cap. 4.º, á la letra,
como la tenemos en nuestro poder, autorizada. Hablando con el Rey otra
vez en Segovia, le dijo, á cierto propósito, que no queria pleito ni
pleitear, sino que Su Alteza tomase sus privilegios y escripturas, y,
de lo que por ellas le pertenecia, le diese lo que mandase, y porque
él estaba muy fatigado y se queria ir á un rincon que pudiese haber,
á descansar; el Rey, recognosciendo que él le habia dado las Indias,
le dijo que no se fuese, porque él estaba de propósito, no solamente
darle lo que por sus privilegios le pertenecia, pero que de su propria
y real hacienda, le queria hacer mercedes. Favorecíale tambien mucho
el Arzobispo de Toledo, don fray Francisco Jimenez, fraile de Sant
Francisco, y otras personas principales en la corte. Remitieron su
negocio al Consejo de los descargos de la consciencia de la Reina ya
muerta, y de la del Rey mismo; hobo dos consultas, y no salió nada;
creyó el Almirante, que por ser su negocio de tan gran importancia,
no queria el Rey determinar sin la Reina, su hija, que cada dia la
esperaban con el rey D. Felipe, y con esta creencia tuvo un poco
de esperanza, pero no cesaba de dar peticiones al Rey. Entre otras
muchas, hallo la presente, que decia desta manera. «Serenísimo y muy
alto Rey, en mi pliego se escribió lo que mis escripturas demandan,
ya lo dije, y que en las reales manos de Vuestra Alteza estaba el
quitar ó poner, y que todo seria bien hecho. La gobernacion y posesion
en que yo estaba, es el caudal de mi honra, injustamente fuí sacado
della, grande tiempo há que Dios, nuestro Señor, no mostró milagro tan
público, que el que lo hizo le puso con todos los que le fueron en
ayuda á ésto. En la más escogida nao que habia en 34, y en la mitad
dellas, é á salida del puerto, le enfundió, que ninguno de todos ellos
le vido en qué manera fué ni cómo. Muy humildemente suplico á Vuestra
Alteza que mande poner á mi hijo, en mi lugar, en la honra y posesion
de la gobernacion que yo estaba, con que toca tanto á mi honra, y en
lo otro haga Vuestra Alteza como fuere servido, que de todo rescibiré
merced; que creo que la congoja de la dilacion deste mi despacho,
sea aquello que más me tenga así tullido.» Estaba ya muy tollido en
la cama, de la gota. Lo que dice del hundimiento de la nao y de los
que allí perecieron, dícelo por el Comendador Bobadilla que le envió
preso, y por Francisco Roldan y los demas que le habian perseguido.
Dió cierto memorial, en el cual referia los daños y pérdidas de
sus rentas, y provechos que se le habian recrecido por no le haber
guardado y cumplido sus privilegios, que eran grandes intereses; y
entre muchos, dice aqueste; «que los indios desta isla Española eran
y son, dice él, la riqueza della, porque ellos son los que cavan y
labran el pan y las otras vituallas á los cristianos, y los sacan el
oro de las minas, y hacen todos los otros oficios é obras de hombres
y de bestias de acarreto. Dice que está informado, que despues que
salió desta isla, son muertos de los indios della, de siete partes
las seis; todos por mal tratamiento é inhumanidad, que se habia usado
con ellos; unos á cuchillo, otros muertos á palos y mal tratamiento,
otros de hambre y mala vida que les era dada, la mayor parte muertos
en las sierras y arroyos, á donde iban huidos por no poder sufrir los
trabajos, de la cual falta de los dichos indios, se perdia grandísima
renta; y dice más, que bien que hobiese enviado á Castilla muchos
dellos y se hobiesen vendido, pero que era con propósito, que, despues
que fuesen instruidos en nuestra sancta fe y en nuestras costumbres y
artes y oficios, los tornarian á cobrar, y los volver á su tierra para
enseñar á los otros.» Todas estas son palabras del Almirante; y donosa
ignorancia fué la suya, si ignorancia fué y no cudicia, la cual tengo
yo por cierto que le acarreó las angustias que le vinieron, y lo que
agora en sus despachos y negocios padece ó padecia. En lo demas verdad
dijo, porque así fueron muertos y menoscabados los vecinos y moradores
naturales desta isla; pero él lloraba el diezmo del oro que sacara, si
no murieran, y los otros intereses temporales que por aquella causa
perdia. Tornando al propósito, D. Diego Colon, su hijo mayor, dió al
Rey la peticion siguiente: «Muy alto y muy poderoso Príncipe Rey,
nuestro señor: D. Diego Colon, en nombre del Almirante, mi padre,
humildemente suplico á Vuestra Alteza, se quiera acordar con cuántos
trabajos de su persona y peligros de su vida, el dicho Almirante,
mi padre, ganó las mercedes que Vuestra Alteza y la Reina, nuestra
señora (que santa gloria haya), le hicieron, y en cuánto servicio y
provecho de Vuestra Alteza suceden sus servicios, y mande que las
dichas mercedes le sean guardadas, mandándole restituir en lo que le
está tomado y ocupado, sin él merecerlo, segun que Vuestra Alteza se
lo tiene dicho de palabra, y escripto por carta, segun que verá por
este capítulo que aquí va, que fué en una carta que Vuestra Alteza
le escribió, al tiempo que se partió para ir á descubrir; y en esto
Vuestra Alteza administrará justicia, y descargará la Real consciencia
de la Reina, nuestra señora y la suya, y al Almirante y á mí nos hará
señalada y gran merced. Y si de volvelle la gobernacion de las Indias
fuere servido, el dicho Almirante le suplica sea servido en que vaya
yo, con que vayan conmigo las personas que Vuestra Alteza sea servido,
cuyo consejo y parecer yo haya de tomar.» Cuanto más peticiones al
Rey daban, tanto mejor respondia dando palabras y se lo dilataban.
Entre aquestas dilaciones, quiso el Rey que le tentasen de concierto
y partidos, para que hiciese renunciacion de los privilegios que le
habian concedido, y que por Castilla le harian la recompensa, y creí
que se le comenzó á apuntar que le darian á Carrion de los Condes y
sobre ello cierto estado. Desto fué muy mal contento el Almirante, y
vido indicios de que el Rey no le habia de cumplir lo que le habia con
la Reina tantas veces, de nuevo, por cartas y por palabras, allende lo
que rezaban sus privilegios, largamente prometido, y por este concepto
que tuvo, desde la cama, donde ya estaba muy enfermo, por una carta
se quejó al Arzobispo de Sevilla, diciendo así: «Y pues se parece que
Su Alteza no há por bien de cumplir lo que ha prometido por palabra
y firma, juntamente con la Reina (que haya sancta gloria), creo que
combatir sobre el contrario, para mí que soy un arador, sea azotar el
viento, y que será bien, pues que yo he hecho lo que he podido, que
agora deje hacer á Dios, nuestro Señor, el cual he siempre hallado muy
próspero y presto á mis necesidades, etc.» Estas son sus palabras; por
manera que lo remitia, como quien ningun otro remedio creia tener, al
divino juicio, é yo bien creo, cierto, que le habrá hecho justicia.
Estando el Rey en estas largas dilaciones con el Almirante, y el
Almirante, con ellas, puesto en gran tribulacion y angustia, con gran
enfermedad de la gota, que se le aumentaba y afligia más cada dia, el
Rey, que ya habia venido á Valladolid, se partió para Laredo á esperar
al rey don Felipe, su yerno, y la reina doña Juana, nuestra señora,
su hija. Luégo, desde á pocos dias, llegaron de Flandes los dichos
Reyes, y el Almirante rescibió grande alegría, oidas las nuevas, porque
se le resucitó la esperanza de alcanzar su justicia, que del rey D.
Hernando tenia perdida; puesto que quedó con harto dolor y afliccion
de su corazon, por no poder ir, ni poder enviar á D. Diego, su hijo,
por el impedimento de la enfermedad que padecia. Envió al Adelantado,
su hermano, que besase las manos á los Reyes por él y por su hijo, y
los escusase, y escribióles con él la presente epístola: «Serenísimos
é muy altos é muy poderosos señores Príncipes, Rey y Reina, nuestros
señores: Yo creo que Vuestras Altezas creerán que en ningun tiempo tuve
tanto deseo de la salud de mi persona, como he tenido despues que supe
que Vuestras Altezas habian de pasar acá, por la mar, por venirles á
servir, y ver la experiencia del cognoscimiento que con el navegar
tengo. A Nuestro señor le ha placido así; por ende, muy humilmente
suplico á Vuestras Altezas, que me cuenten en la cuenta de su real
vasallo y servidor, y tengan por cierto, que bien que esta enfermedad
me trabaja así agora sin piedad, que yo les puedo áun servir de
servicio que no se haya visto su igual. Estos revesados tiempos é otras
angustias en que yo he sido puesto, contra tanta razon me han llegado
á gran extremo; á esta causa no he podido ir á Vuestras Altezas, ni
mi hijo. Muy humildemente les suplico que resciban la intencion y
voluntad, como de quien espera de ser vuelto en mi honra y estado, como
mis escripturas lo prometen. La Sancta Trinidad guarde y acreciente el
muy alto y Real Estado de Vuestras Altezas.» Bien creo, cierto, que si
el Almirante viviera y el rey D. Felipe no muriera, que el Almirante
alcanzara justicia y fuera en su estado restituido.



CAPÍTULO XXXVIII.


Despachado su hermano el Adelantado para ir á besar las manos á los
Reyes nuevos, agravóse cada hora más al Almirante su enfermedad de
la gota, por el aspereza del invierno, y más por las angustias de
verse así desconsolado, despojado, y en tanto olvido sus servicios y
peligro su justicia, no embargante que las nuevas sonaban y crecian de
las riquezas destas Indias, yendo á Castilla mucho oro desta isla, y
prometiendo muchas más de cada dia. El cual, viéndose muy debilitado,
como cristiano, cierto, que era, rescibió con mucha devocion todos
los Sanctos Sacramentos, y llegada la hora de su tránsito desta vida
para la otra, dicen que la postrera palabra que dijo: _in manus
tuas, Domine, comendo spiritum meum_. Murió en Valladolid, dia de la
Ascension, que cayó aquel año á 20 de Mayo, de 1506 años; llevaron
su cuerpo ó sus huesos á las Cuevas de Sevilla, monasterio de los
Cartujos, de allí los pasaron y trujeron á esta ciudad de Sancto
Domingo, y están en la capilla mayor de la Iglesia catedral enterrados.
Tenia hecho su testamento, en el cual instituyó por su universal
heredero á D. Diego, su hijo, y, si no tuviese hijos, á D. Hernando,
su hijo natural, y si aquel no los tuviese, á D. Bartolomé Colon,
Adelantado, su hermano, y sino tuviese su hermano hijos, á otro su
hermano; y en defecto de aquél, al pariente más cercano y más llegado
á su línea, y así, para siempre, mandó que habiendo varon, nunca
le heredase mujer, pero no lo habiendo, instituyó que heredase su
estado mujer, siempre la más cercana á su línea. Mandó, á cualquiera
que heredase su estado, que no pensase ni presumiese de menguar el
mayorazgo, sino que ántes trabajase de lo acrecentar, mandando á sus
herederos, que con sus personas y estado y rentas dél sirviesen al
Rey y á la Reina, y al acrecentamiento de la religion cristiana.
Dejóles tambien obligacion de que todas las rentas que de su mayorazgo
procedieren, den y repartan la décima parte á los pobres en limosna.
Entre otras cláusulas de su testamento, se contiene esta: «Al Rey y á
la Reina, nuestros señores, cuando yo les serví con las Indias, digo
serví, que parece que yo por la voluntad de Dios, nuestro Señor, se
las dí como cosa que era mia, puédolo decir, porque importuné á Sus
Altezas por ellas, las cuales eran ignotas y escondido el camino, é
cuanto se falló dellas; é para las ir á descubrir, allende de poner el
aviso y mi persona, Sus Altezas no gastaron ni quisieron gastar para
ello, salvo un cuento de maravedís, é á mí fué necesario de gastar
el resto. Despues plugo á Sus Altezas, que yo hobiese en mi parte de
las dichas Indias, islas y tierra firme, que son al Poniente de una
raya que mandaron marcar sobre las islas de los Azores, y aquellas
del Cabo Verde, 100 leguas, la cual pasa de Polo á Polo, que yo
hobiese en mi parte, tercio y el ochavo de todo, y más el diezmo de
lo que resta en ellos, como más largo se amuestra por los dichos mis
privilegios é Cartas de merced, etc.» Estas son sus palabras, en el
dicho su testamento. Y así pasó desta vida, en estado de harta angustia
y amargura y pobreza, é sin tener, como él dijo, una teja debajo de
qué se metiese para no se mojar ó reposar en el mundo, el que habia
descubierto por su industria otro nuevo y mayor que el que de ántes
sabíamos felicísimo mundo. Murió desposeido y despojado del estado y
honra que con tan inmensos é increibles peligros, sudores y trabajos
habia ganado, desposeido ignominiosamente, sin órden de justicia,
echado en grillos, encarcelado, sin oirlo ni convencerlo, ni hacerle
cargos ni recibir sus descargos, sino como si los que lo juzgaban
fuera gente sin razon, desordenada, estulta, estólida y absurda, y más
que bestiales bárbaros. Esto no fué sin juicio y beneplácito divino,
el cual juzga y pondera las obras y fines de los hombres, y así los
méritos y deméritos de cada uno, por reglas muy delgadas, de donde
nace que lo que nosotros loamos él desloa, y lo que vituperamos alaba;
quien bien quisiere advertir é considerar lo que la historia, con
verdad, hasta aquí ha contado de los agravios, guerras é injusticias,
captiverios y opresiones, despojos de señoríos y estados y tierras,
y privacion de propia y natural libertad, y de infinitas vidas que á
Reyes y á señores naturales, y á chicos y á grandes, en esta isla, y
tambien en Veragua, hizo y consintió hacer absurda y desordenadamente
el Almirante, no teniendo jurisdiccion alguna sobre ellos, ni alguna
justa causa, ántes siendo él súbdito dellos por estar en sus tierras,
reinos y señoríos, donde tenian jurisdiccion natural, y la usaban y
administraban, no con mucha dificultad, ni áun con demasiada temeridad,
podrá sentir que todos estos infortunios y adversidades, angustias y
penalidades fueron, de aquellas culpas, el pago y castigo. Porque,
¿quién puede pensar que cayese tan gran señal, y obra de ingratitud
en tan reales y cristianísimos ánimos como eran los de los Reyes
católicos, que á un tan nuevo y tan señalado, y singular y único
servicio, no tal otro hecho á Rey alguno en el mundo, fuesen ingratos,
y de las palabras y promesas reales, hechas y afirmadas muchas veces
por dicho y por escripto, faltos? No es, cierto, creible, que no
cumplirle sus privilegios y mercedes por ellos debidamente prometidas
y concedidas por sus tan señalados servicios, por falta de los Reyes
quedase, sino solamente por la divina voluntad, que determinó, que de
cosa dello en esta vida no gozase, y así, no movia á los Reyes que lo
galardonasen, ántes los impidió, sin los Reyes incurrir en mácula de
ingratitud, y sin otro defecto que fuese pecado; de la manera que, sin
culpa de los mismos Reyes, y sin su voluntad y mandado, el comendador
Bobadilla, ó por ignorancia ó por malicia, violando la órden del
derecho y justicia, permitió que lo prendiese, aprisionase, despojase
de la dignidad y estado, y hacienda que poseia y al cabo desterrase
á él y á sus hermanos. Y lo que más se debe notar es, que no paró en
él ni en ellos la penalidad, sino que ha comprendido hasta la tercera
generacion en sus sucesores, en que está hoy, como, si place á Dios,
por la historia será declarado. Estos son los juicios altísimos y
secretísimos de Dios, de los nuestros muy distantes; y por esto será
cordura, para el dia postrimero, donde todo en breve se discutirá y
será claro á todo el orbe, reservallo. A la bondad y misericordia
de Dios plega de contentarse, rescibiendo por satisfaccion de las
culpas que en estas tierras que descubrió contrajo, las tribulaciones,
angustias y amarguras, con los peligros, trabajos y sudores, que toda
su vida padeció, porque en la otra vida le haya concedido perpétuo
descanso. Ninguno, cierto, de los que sus cosas supimos y supieron,
pudo negar que no tuviese buena y simple intencion, y á los Reyes
fidelidad, y esta fué tan demasiada, que, por servirlos, él mismo
confesó con juramento en una carta que les escribió de Cáliz, cuando
estaba para se partir para el postrer viaje, que habia puesto más
diligencia para los servir, que para ganar el Paraíso, y así parece
que, por permision de Dios, que le dieron el pago; y tengo yo por
cierto, que aqueste demasiado cuidado de querer servir los Reyes, y
con oro y riquezas querer agradallos, y tambien la mucha ignorancia
que tuvo, fué la potísima causa de haber en todo lo que hizo contra
estas gentes errado; aunque en los que aconsejaron por aquellos tiempos
á los Reyes, como ya queda dicho, fué mucho más culpable. Es aquí de
saber, que el Almirante murió tambien con otra ignorancia, y esta fué,
que tuvo por cierto que esta isla Española era la tierra de donde á
Salomon se traia el oro para el templo que la Sagrada Escriptura llama
Ofir ó Társis; pero en esto es manifiesto haberse engañado, porque en
esta isla nunca hobo tan gran copia de oro como de allí se llevaba, y
tambien, porque con el oro llevaban pavones y marfil, que son dientes
de elefantes, lo que nunca por este orbe indiano nuestro se vido ni
halló, mas se cree haber sido la gran isla Taprobana, de donde aquellas
cosas preciosas se llevaron á Jerusalen. Tambien dijo, que estas islas
y tierra firme estaban al fin de Oriente y comienzo de Asia; bien creo
yo que, sino hallara atravesada esta nuestra tierra firme, que llegara
ó pretendiera navegar y llegar al fin de Oriente, y principio de Asia,
que es la China, ó Malucos ó otras tierras por allí, á donde agora
navegan los portugueses, y para esto, bien le quedaban por navegar
más de otras 2.000 leguas para llegar á donde es el fin de Oriente y
principio de Asia, como él decia ser estas islas y tierra firme. Murió
tambien ántes que supiese que la isla de Cuba fuese isla, porque como
anduvo mucho por ella, y áun no llegó á pasar de la mitad, por las
grandes tormentas que padesció por la costa della, y de allí se tornó
á esta isla, y de camino descubrió á la de Jamáica, como en el libro
primero dijimos, siempre creyó que Cuba era punta ó cabo de tierra
firme; y para en aquellos tiempos, que parecia que de la obscuridad del
Océano pasada el mundo se abria, no fué maravilla.



CAPÍTULO XXXIX.


Concluida la historia del primer Almirante, que aquestas Indias mostró
primero que otro al mundo, conviene tornar al camino que la historia
llevaba, y despues á proseguir la gobernacion del Comendador Mayor en
esta isla Española, de donde la dejamos, y contar lo que en ella por
estos tiempos sucedió, y ver de allí adelante lo que por estas partes,
dentro de los diez años, fuere de memoria digno; y aunque sea tornar
un poco atras, pues perdió su lugar con la frecuencia de las cosas
referidas, todavía no perderá sazon aquí decillo. Esto es, que en el
año de 1501, los Reyes católicos suplicaron al Papa Alejandro VI, que
les habia concedido estas Indias, que les concediese los diezmos de
las islas de las Indias, no señalando cuáles, puesto que la intencion
de los Reyes fué pedir los desta isla Española, donde habia entónces
españoles, y de las otras partes donde creian que habian españoles de
poblar. Finalmente, les hizo gracia y donacion de los diezmos con tal
carga y condicion, que primero asignasen dote suficiente realmente,
y con efecto, segun la ordenacion de los diocesanos (sobre lo cual
encargó la consciencia á los diocesanos mismos), de los bienes de los
Reyes á todas las iglesias que se erigesen en las dichas islas, con
que se pudiesen mantener los Presidentes y Rectores dellas, y llevar
la carga que en ellas y para ejercer el culto divino, fuese necesario,
etc., donde dice así: _Hujusmodi supplicationibus inclinati, vobis et
successoribus vestris pro tempore existentibus ut insulis prædictis
ab illarum incolis et habitatoribus, etiam pro tempore existentibus,
postquam ille acquisitæ et recuperatæ fuerint ut præfertur, assignata
prius realiter et cum effectu juxta ordinationem tunc diocesanorum
locorum (quorum conscientias super hoc oneramus), ecclesiis in
dictis insulis erigendis, per vos et successores vestros præfatos,
de vestris et eorum bonis dote sufficienti, ex qua illis Presidentes
earumque Rectores se commode sustentare, et onera dictis ecclesiis pro
tempore incumbentia perferre ac cultum divinum ad laudem omnipotentis
Dei debite exercere, juraque episcopalia persolvere possint, decima
hujusmodi percipere et levare libere ac licite valeatis, auctoritate
apostolica tenore presentium de specialis dono gratiæ indulgemus_,
etc. Por esta gracia del Papa y auctoridad, llevaron los Reyes los
diezmos de esta isla por algunos años, sin que hobiese Obispos ni
erigidas iglesias catedrales; y proveian las iglesias, que era una
choza de paja, de ornamentos y de lo necesario, de su real hacienda,
y, en cada pueblo ó villa de españoles, ponian un clérigo por cura,
al cual mandaban dar de su hacienda 100 pesos de oro cada año, de á
450 maravedís cada peso, de valor. Hasta agora no he podido saber qué
auctoridad y jurisdiccion hobiesen tenido aquellos clérigos para ser
curas, y absolver de los pecados y administrar los Sacramentos á los
españoles, como fuesen puestos por el Rey, ó por su mando, siendo
persona seglar. Valieron los diezmos, cuando más valieron en esta isla,
por aquellos tiempos, hasta 20.000 castellanos, ó pesos de oro que
era lo mismo. Despues, muerta la reina doña Isabel (que haya gloria),
hízosele al Rey pesada y costosa carga proveer las iglesias y clérigos
de la manera dicha; y, por otras causas que le debieron de mover, abrió
mano de los diezmos y de la dicha obligacion, y suplicó al Papa que
criase Obispos, y así los crió, como en el principio del libro III, si
pluguiere á Dios, se dirá, porque aquel es su lugar. Tornando, pues, á
lo demas, despues que el Almirante salió del aislamiento y trabajos que
padeció en Jamáica, y fué á Castilla, sabido lo que habia descubierto,
acordaron luégo, un Juan Diaz de Solís y Vicente Yañez Pinzon, el
hermano de Martin Alonso Pinzon, de quien dijimos que ayudó al despacho
del Almirante en la villa de Palos, y fué con él y llevó consigo
al Vicente Yañez y á otro hermano, cuando vino el primer viaje á
descubrir estas Indias, segun que en el primer libro queda explicado,
de ir á descubrir é proseguir el camino que en el cuarto viaje, y
descubrimiento postrero, dejaba hecho el Almirante, los cuales fueron
á tomar el hilo desde la isla ó islas de los Guanajes, que dijimos
haber descubierto el Almirante en su postrer viaje, y dellas tornarse
hácia el Oriente. Estos dos descubridores navegaron, segun se puede
colegir de los dichos de los testigos, que el Fiscal presentó en el
pleito que trató con el Almirante segundo, de que habemos muchas veces
hecho mencion, hácia el Poniente, desde los Guanajes, y debieron llegar
en paraje del golfo Dulce, aunque no lo vieron porque está escondido,
sino que vieron la entrada que hace la mar entre la tierra que contiene
el golfo Dulce y la de Yucatán, que es como una gran ensenada ó bahía
grande. Llaman bahía los marineros, á la mar que está entre dos tierras
á manera de puerto, no muy guardado, la cual seria puerto, si no fuese
muy grande, y por ser muy capaz y no cerrado, llaman bahía, las letras
_i_ é _a_ postrera leidas, divisas. Así que, como vieron aquel rincon
grande que hace la mar entre las dos tierras, la una que está á la
mano izquierda, teniendo las espaldas al Oriente, y esta es la costa
que contiene el puerto de Caballos, y adelante dél el golfo Dulce,
y la otra de la mano derecha que es la costa del reino de Yucatán,
parecióles grande bahía, y por eso el Vicente Yañez en la deposicion
que con juramento hizo en el dicho proceso, presentado por testigo por
el Fiscal, dijo: que navegando desde la isla de los Guanajes, yendo la
costa de luengo, descubrieron una gran bahía, á la cual pusieron nombre
la gran bahía de la Navidad, y que de allí descubrieron las sierras de
Caria, y otras tierras mas adelante, y segun los otros testigos dicen,
volvieron al Norte. Y por todo esto parece que sin duda descubrieron
entónces mucha parte del reino de Yucatán, sino que como despues no
hobo alguno que prosiguiese aquel descubrimiento, no se supo más de
los edificios de aquel reino, de donde fácilmente fuera descubierta la
tierra y grandezas de los reinos de la Nueva España, hasta que, acaso,
se descubrió desde la isla de Cuba, como parecerá, si pluguiere á
Dios, en el libro III desta historia. Y es aquí de notar, que estos
descubridores principalmente pretendian descubrir tierra, por emulacion
del Almirante, y pasar de lo que él habia descubierto adelante, para
echar cargo á los Reyes, como si no hobiera sido el Almirante el
primero que abrió las puertas del Océano, de tantos millares de siglos
atras cerradas, y el que para descubrir dió á todos lumbre; y el Fiscal
del Rey todo su estudio ponia en probar que las partes de tierra firme,
que los otros descubridores descubrian, eran distintas tierras de las
que el Almirante habia descubierto, y diera mucho porque no fuera
tan luenga la tierra firme, á fin de disminuille sus privilegios,
para hacer á los Reyes ménos obligados á le agradecer los servicios
inestimables que les habia hecho, y á cumplir las mercedes que le
habian prometido, á él tan justamente y con tanta razon debidas; y esto
era grande injusticia. Á aquel propósito puso una pregunta, ¿si sabian
que lo que aquellos descubridores habian descubierto, era apartado
de lo que el Almirante descubriera? y allí tiraban los dichos de los
marineros, por la mayor parte, diciendo que era otra tierra; pero no
les preguntaban si era toda una tierra firme, ni ellos lo decian. Pero
otros, en especial dos honrados hombres que yo bien cognoscí, el uno
Rodrigo de Bastidas, de quien ya arriba hemos tratado, y un piloto,
Andrés de Morales, entendiendo el agravio que hacer al Almirante el
Fiscal pretendia, depusieron muchas veces, en diversos artículos del
dicho proceso, que la tierra que aquellos habian descubierto estaba
más al Occidente de lo que el Almirante habia descubierto, pero que
toda era una tierra. Item, que Vicente Yañez y Juan de Solís fueron á
descubrir abajo de Veragua, por aquella costa, pero que todo lo que
los unos y los otros, y todos cuantos habian descubierto de la tierra
que dicen firme, era todo una costa con lo que el dicho Almirante
primero descubrió. Otro, sin los dos, dice que era toda una costa desde
Paria, sino que son diversos nombres de las provincias, así como son
diversas lenguas. Esto declaraban los testigos entónces, porque lo
vian y sabian muy claro por sus mismos ojos, y agora no será menester
buscar testigos, sino á los especieros de Sevilla. Por manera, que no
se le puede negar al Almirante, si no es con gran injusticia, que así
como fué el primero descubridor destas Indias, lo fué de toda esta
nuestra tierra firme, y á él se le deben las gracias, descubriendo la
provincia de Paria, que es una parte de toda ella, porque él puso en
las manos á todos los demas el hilo, por el cual, puesto que durara
mucho más y estuviera en muy mayor distancia, hallaran el ovillo; y
así, justísimamente se le debian de cumplir las mercedes y guardar sus
privilegios en toda la tierra firme, aunque fuera mayor, como en esta
Española y en las otras islas, porque no era obligado á pasealla toda,
como ni el que toma posesion de una heredad, segun tratan los juristas.



CAPÍTULO XL.


Gobernaba el Comendador Mayor en esta isla los españoles con mucha
prudencia; era tenido y amado, y reverenciado dellos en gran manera
en estos dias. Tuvo una industria muy buena para tenellos á todos
muy subjectos, entre los cuales habia muchas personas principales y
caballeros, y fué esta: tenia mucho cuidado de saber cómo cada uno,
en el pueblo que era vecino, vivia, preguntando muy particularmente
á los que, de los pueblos á negociar con él, ó á esta ciudad, donde
él por la mayor parte del año residia, por sus negocios venian; si
sabia que alguno era inquieto ó de mal ejemplo, y mayormente si era
informado que ponia los ojos en alguna mujer casada, aunque no supiese
más dél de que pasaba por su calle algunas veces, y dello se concebia
en el pueblo alguna sospecha, ó que tuviese otro defecto que fuese
nocivo, y aunque no fuese mucho escandaloso al pueblo, enviábale muy
disimuladamente á llamar, y, venido, recibíalo con rostro alegre, y
mandábale que viniese á comer con él, como si le hobiera de hacer
nuevas mercedes. Preguntábale de los otros vecinos, de las haciendas
de cada uno, cómo se habian unos con otros, y de otras cosas que
él fingia querer saber; el que era venido estimaba de sí, que, por
tenelle por más virtuoso y mostralle más amor, y querelle tener por
privado y dalle más indios, el Comendador Mayor se informaba dél y en
aquello le favorescia. Y porque siempre llamaba los tales en tiempo
que habia navíos en el puerto, cuando ya estaban para se partir,
decíale: «fulano, mirad en qué navío destos quereis ir á Castilla;» y
el otro íbasele una color y veníale otra, y decía, «¿señor, por qué?»
Respondia, «no cureis de hacer otra cosa.» Replicaba, «señor, no tengo
con qué, ni áun para el matalotaje.» Decia el Comendador Mayor, «por
eso no quedará, porque yo os lo daré,» y hacíalo así. Desta manera, con
pocos que envió, tenia toda la isla tan sosegada, donde hobo, segun
oí, 10 ó 12,000 españoles, y muchos de ellos, como dije, hijodalgos y
caballeros, que por no enojallo no osaban menearse; yo cognoscí dos
caballeros, harto personas señaladas, y del Comendador mucho estimadas,
que, habiéndose topado en cierta parte de noche, y descalabrádose, no
fué menester que alguno los concertase, porque ellos se perdonaron,
abrazaron y concertaron, sólo porque el Gobernador no lo alcanzase á
saber ni lo sospechase. Y esto todo lo hacian y sufrian, solamente
porque á los que habia dado indios no se los quitase, desterrándolos á
Castilla, y á los que no los habia dado, porque se los diese; y ansí el
oro que venian á buscar, y consistia en que les diesen indios, no se
estorbase. Por manera, que toda la paz y concierto y obediencia que los
españoles acá al Gobernador tenian, y no osar cometer cosa que fuese
por el foro exterior castigable, sólo se fundaba en el interés y temor
de no perder los bienes temporales que esperaban, y todo esto sobre
los desventurados indios cargaba. Y es aquí de saber, que desterrar
de la manera dicha en aquellos tiempos alguno á Castilla, ninguna
muerte ni daño se le igualaba, y, á lo que por entónces estimábamos,
algunos escogieran ser ántes muertos, que, por aquella manera, desta
isla echados; la razon era, por no ir á sus tierras pobres, perdida la
esperanza de alcanzar acá lo que deseaban; y así el estado desta isla,
en aqueste tiempo, fué muy al revés del que tuvo los tiempos pasados,
porque la mayor pena que daban á los malhechores de Castilla, sacada
la muerte, era desterrados de allá para acá, como en el libro primero
mostramos, pero por el contrario, la más grave que agora se temia y
podia dar, fué desterrar los hombres de acá para allá. En este comedio
andaba la priesa muy encendida, en sacar el oro de las minas, y los
otros trabajos que para lo sacar se ordenaban (porque aquel era el
fin de los españoles y de todos sus cuidados), y por consiguiente, la
diminucion y muerte de los indios era necesaria, porque como ellos
eran acostumbrados á poco trabajo, por la fertilidad de la tierra,
que con casi ninguno la cultivaban y de sus fructos tenian abundancia
para sustentarse, y tambien por contentarse con solamente lo á la vida
necesario, allende ser de su naturaleza gente delicada, metidos en tan
duros y acerbos trabajos, de un extremo á otro, no poco á poco sino de
súbito, acelerados, forzado era que no podian con la vida, en ellos,
mucho tiempo durar; y bien pareció, pues cada demora, que eran los
seis ó ocho meses que tenian las cuadrillas de indios en las minas,
sacando oro, hasta que se traia todo á fundir, se morian la cuarta y
áun la tercia parte. ¿Quién podrá contar las hambres y aflicciones,
malos y crueles tratamientos, que, no sólo en las minas, pero en las
estancias y donde quiera que trabajaban, padecian los desventurados?
Los que enfermaban, ya queda dicho que no eran creidos, diciendo que lo
hacian de haraganes y bellacos por no trabajar; y cuando la calentura
y la enfermedad hablaba por ellos, clamando estar enfermos de verdad,
dábanles un poco de pan caçabí, é unas pocas de ajes, raíces como
turmas de tierra, y enviábanlos á su tierra que estaba 10, y 15, y 20,
y 50 leguas, que se curasen, y áun no con pensamiento que se curasen,
sino que se fuesen donde quisiesen por no curallos; lo que, cierto,
no hacian, cuando alguna yegua de las suyas, porque entónces no habia
caballos, enfermaba. Viéndose así aquestas gentes, en tan infelice y
abatido y mortífero estado, por salir presto dél, muchos se mataban,
bebiendo de aquel agua ó zumo, que arriba dijimos salir de las raíces
de que hacen el pan caçabí, que tiene virtud de matar bebiéndola sin
dalle un hervor al fuego, y si se lo dan queda como vinagre muy bueno,
y llámanlo bien; las mujeres, si se empreñaban, tomaban hierbas para
echar las criaturas muertas, y desta manera, perecieron en esta isla
muchas gentes. Hombre hobo casado, que tomaba una vara ó vardasca, y
se iba á donde los indios cavando trabajaban, y á los que no hallaba
sudando, dábales de varazos diciendo; «¿no sudais, perros? ¿no sudais?»
La mujer se iba por su parte con su vara en la mano á donde las
mujeres indias trabajaban en hacer pan, mayormente cuando las raíces
rallaban, y á las que no hallaban sudando, daban de varazos, diciendo
las mismas palabras: «¿no sudais, perras? ¿no sudais?» Y, por justo
juicio de Dios, ellos despues más dolorosamente sudaron, porque
ambos á dos, con hijos é hijas, niños que parecian unos ángeles, y
con otras personas hermanas y cuñadas, y con el oro que con aquellas
obras buenas y justicia habian ganado, que era no poca cantidad, los
vide por mis ojos en el Puerto de Plata, desta isla, embarcar para
se ir á Castilla, creyendo ir á gozar dello y descansar, y nunca más
parecieron, habiéndose hundido con todo ello en la mar; destos castigos
que Dios ha hecho en reprobacion y venganza destas crueldades, que con
estas gentes se han obrado, habemos visto hartos, y, si place á Dios,
algunos dellos, notables, abajo se referirán. Y, porque el licenciado
Alonso Maldonado tenia gran trabajo en el ejercicio de la justicia de
toda esta isla, envió el Comendador Mayor á Castilla que le enviasen
un letrado para que llevase parte de sus trabajos, y así vino en este
tiempo un bachiller, llamado Lúcas Vazquez de Ayllon, natural de
Toledo, hombre muy entendido y muy grave, al cual hizo el Comendador
Mayor, Alcalde mayor de la ciudad de la Concepcion, con todas las otras
villas que están por aquella parte desta isla, como fueron, la villa
de Santiago, Puerto de Plata, Puerto Real, y Lares de Guahába. Este
bachiller Ayllon despues fué á Castilla, y tornó licenciado y por Oidor
de la Audiencia que aquí está. Dióle, luégo que vino, el Comendador,
400 ó 500 indios, porque éste era el principal salario con que pagaban
todos los servicios, los cuales al cabo mató, ó la gran parte dellos,
en sus minas y granjerías.



CAPÍTULO XLI.


En todo este tiempo faltó Rey en Castilla, desde el año de 504 hasta el
de 507, porque como en el de cuatro murió la reina doña Isabel, y el
de cinco vinieron á reinar el rey D. Felipe y la reina doña Juana, y
el rey D. Felipe murió luégo en aquel año, y la Reina, por su perpétua
enfermedad, no estuvo para gobernar, siguióse de aquí estar los reinos
de Castilla sin Rey y sin dueño, presente al ménos, desde el año de
cuatro, al fin dél, hasta el de siete, que vino el rey D. Hernando,
de Nápoles; porque aunque desque murió la reina doña Isabel estuvo
presente aquel año el rey D. Hernando, y lo gobernaba, pero cada dia
esperaba la reina doña Juana al rey D. Felipe, y no faltaron embarazos
y ocupaciones al Rey, y no tuvo noticia entera de la perniciosa
desórden que el Comendador Mayor habia puesto en esta isla, repartiendo
los indios de la manera dicha, y como por ella perecian todos: y si la
tuvo, porque, en la verdad, el Almirante le avisó dello, como arriba ya
dejamos dicho, ó no la creyó, ó con otros más vehementes pensamientos,
que entónces le ocupaban la intencion ó atencion, no la entendió, ó
della no curó. Venido el rey D. Felipe, fuése el rey D. Fernando á
Nápoles; murió luégo el rey D. Felipe, vacó la gobernacion, hasta
que el año de siete tornó de Nápoles el rey D. Hernando. Y así, con
estos embarazos y mudanzas, tuvo lugar de se entablar y asentar esta
pestilencia del repartimiento, sin que se sintiese ni hobiese persona
que en ella mirase, pereciendo cada dia, como es dicho, tantos, porque
no habia otro fin á que la intencion y cuidados se enderezasen, sino
á sacar oro; de la perdicion, y como se consumian los indios, ninguna
cosa curando, y el que debia más que los otros mirar en ello, que era
el Comendador Mayor, que lo habia ciegamente ordenado, y le incumbia
remediallo, aunque via cada hora morir estas gentes y despoblarse esta
isla, como ligado de su insensibilidad, ó no advertia ó no se le daba
nada. Venido el Rey el año de siete de Nápoles, no siendo informado
del estrago que acá destas gentes míseras pasaba, no se tractaba sino
del oro que se sacaba, que por entónces era mucho, pero de los tristes
que por sacallo morian, y de la sangre humana que costaba, y, lo que
más doloroso es, de las ánimas, que, sin fe y sin Sacramentos, salian
desta vida, ni se decia ni se preguntaba. Solamente sonó en los oidos
de muchas gentes, que tras el Rey vinieron de Nápoles, que allá le
habian servido y no pagado, y con importunidades le pedian la paga,
que en las Indias se sacaba mucho oro, y que quien alcanzase á tener
un repartimiento de indios ternia oro, y sería bienaventurado. Cayeron
algunos y quizá muchos, viendo que el Rey no los hacia mercedes, en
suplicarle que les hiciese merced de dalles indios en esta isla,
porque se querian venir á vivir acá. El Rey, por cumplir con ellos
y echallos de sí, no sabiendo lo que daba, ni, dando los indios, en
qué paraban, dió á algunos Cédulas para el Gobernador, mandando que
les diese 200 indios, como á los otros vecinos desta isla los daba,
muchas de las cuales el Comendador Mayor no cumplia, puesto que las
obedeciese, mayormente si aquellos eran personas principales, que
enviaban las Cédulas, y en Castilla se quedaban, diciendo que aquellos
no servian, quedando allá, en nada, y otras razones que le movian para
no aceptallas; pero que diese indios á éstos de nuevo venidos, ó no
los diese, ninguno los rescibia que no los mataba. En estos dias el
Comendador Mayor mandó á un piloto llamado Andrés de Morales, de que
arriba hemos hecho alguna mencion, que anduviese todos los rincones
desta isla y pusiese por escripto cuántos rios, y cuántas sierras, y
cuántos montes, y cuántos valles, con la dispusicion de cada uno, que
en ellos hallase. No pude ver yo esta descripcion despues que caí en
buscarla, puesto que muchos años ántes, si cayera en ello, me la diera
el mismo Andrés de Morales. Pienso que la terná Alonso de Sancta
Cruz, cosmógrafo, vecino de Sevilla, porque destas cosas tiene en su
poder hartas. Acordó tambien por este tiempo, que era el año de 508,
el Comendador Mayor, enviar á descubrir del todo á la isla de Cuba,
porque hasta entónces no se sabia si era isla ó tierra firme, ni hasta
dónde su longura llegaba, y tambien á ver si era tierra enjuta, porque
se decia que lo más era lleno de anegadizos, ignorando lo que el
Almirante, cuando la descubrió el año de 94, habia visto en ella, como
se dijo en el libro I. Para este descubrimiento, envió por Capitan á un
hidalgo gallego, llamado Sebastian de Campo, criado de la reina doña
Isabel, de los que habian venido con el primer Almirante, cuando vino á
poblar esta isla el segundo viaje. Partió este Sebastian de Campo con
dos navíos, y en cada uno sólos marineros, porque no iba sino á saber
si aquella tierra era isla ó cabo de tierra firme, como es dicho; el
cual, segun creo, fué por la parte del Norte, y la rodeó toda y entró
en algunos puertos, y creo que porque uno de los navíos, ó ambos,
tuvieron necesidad de darse carena, que es renovalles ó remendalles las
partes que andan debajo del agua, y ponelles pez y sebo, entraron en
el puerto que agora decimos de la Habana, y allí se la dieron, por lo
cual se llamó aquel puerto, el Puerto de Carenas. Este puerto es muy
bueno y donde pueden caber muchas naos, en el cual yo estuve de los
primeros, despues deste descubrimiento. De allí prosiguió adelante, al
Poniente, y halló el cabo de la isla, que hoy se llama el Cambo ó punta
de Sant Anton (no sé quién se lo puso, ni por qué ocasion), y está de
aquel puerto 50 leguas, pocas más ó ménos; tornó hácia el Oriente por
la costa del Sur, doblando el dicho cabo, y entró en el puerto que
llamamos de Xagua, porque así llamaban los indios aquella provincia;
este puerto es de los mejores y más seguros para mil naos, que pueden
hallar en el mundo. Aquí estuvo Sebastian de Campo con sus dos navíos,
muy á su placer, bien servido de los indios, de infinitas perdices como
las de Castilla, salvo que son algo menores; tuvo tambien abundancia
de lizas, porque no podia encarecerse la multitud que dellas hay en
este puerto. Tenian los indios corrales dellas, como el puerto es tan
quieto, donde contenian millones dellas, no ménos ciertas que si las
tuvieran dentro en sus casas, en un estanque ó alberca; en su mano era
sacar muchas ó pocas, segun querian. Los corrales eran de cañas juntas
unas con otras, hincadas en el cieno que tiene allí la mar, como sea,
segun dije, tan quieta, que no puede salir una ni ninguna dellos, y
son tan grandes cuanto quieren hacerlos, aunque lleguen á un tiro de
piedra. De allí se vino costeando la isla, y trujo al Comendador las
nuevas de ser isla; en lo cual gastó, sino me he olvidado, ocho meses.
Bien creo, que si más el oficio el Comendador Mayor tuviera, que la
enviara á poblar de españoles muy presto, sabido que era tierra enjuta
y buena. Por este tiempo se descubrió junto á la villa de Puerto Real,
en cierta sierra, cobre muy rico, porque tenia una buena parte de oro
á vueltas, y parecíasele en la tez ó superficie por de fuera; envió el
Comendador Mayor á cierto oficial que dello se le entendia para que
lo viese, y éste se lo encareció tanto y afirmó con tanta eficacia su
riqueza, que, dándole crédito el Comendador Mayor, lo escribió al Rey
con el mismo encarecimiento, afirmando que se habia descubierto cierta
sierra de cobre, del cual se sacaria más provecho y riquezas que de
todas las minas de oro, y no era entónces lo que se sacaba dellas poco.
El Rey, por ventura, concibió destas nuevas grande esperanza, de que
á España vernian grandes tesoros; y, si no me he olvidado, escribió
tambien al Rey, que mandase proveer de muchos oficiales de aquello,
y de herramientas y diversos instrumentos otros, en lo cual se gastó
mucho, y él acá puso diligencia é hizo muchos gastos, comenzando á
derrocar sierras y trastornar montes, segun que pedia y ordenaba aquel
susodicho hombre. Pero con todos los gastos, y trabajos y angustias
que padecieron los indios, al cabo hallóse tan poco del cobre, que,
con mucha cuantidad, el fructo que de allí sacaron no llegó al costo;
y venidos los instrumentos que el Rey envió, fué harta la pena que
rescibió el Comendador Mayor, porque hobo de escrebir al Rey el
contrario de lo que habia certificado, de que no quedó poco corrido,
segun su mucha prudencia y autoridad, y el Rey, quizá, no sin alguna
displicencia dél. Ya dijimos en el primer libro, cerca del fin, como
los 300 españoles, que cuando el Comendador vino acá estaban, vivian
vida muy á la larga, y entre otras licencias que para ella escogieron
y se tomaron, fué, por grado ó por fuerza, tomar las señoras de los
pueblos ó sus hijas por amigas, que llamaban criadas, con las cuales
estaban en pecado; los padres ó madres dellas y sus vasallos creian
que las tenian por sus legítimas mujeres, y con esta opinion se las
daban, y así pasaban, y eran de todos adorados. En estos dias estaban
buenos religiosos de Sant Francisco, en especial uno llamado fray
Antonio, creo, de los Mártires, que reprendia mucho aquel pecado
de tener aquellos aquellas señoras por mancebas, é insistia con el
Comendador Mayor que se las quitase, ó que les mandase que con ellas
se casasen; y así lo mandó que lo hiciesen dentro de cierto tiempo,
donde no, que las dejasen. Esta fué una de las grandes tribulaciones
que poderles venir estimaron, porque habia ya muchos dellos que estaban
en figura de muy honrados, aunque no de demasiada generosidad y casta,
y otros, que, aunque hijodalgos eran, y pudieran muy á honra suya
vivir con los padres de aquellas señoras y con ellas, como fuesen
Reyes y Reinas y de noble sangre cuanto á lo natural, pero era tanta
su amencia presuntuosa, y soberbia destestable, y menosprecio que
tenian destas gentes, viniendo á sus tierras andrajosos y á matar la
hambre, que en Castilla no se hartaban de pan, que no les pudo venir
mayor tormento, despues de la muerte, que mandallos con ellas casar,
teniéndolo por grandísimo deshonor y afrenta. Pero por no perder el
servicio y abundancia y señorío que con ellas poseian, hobieron de
pasar carrera; que no les fué menos áspera que si la pasaran, como
suele decir el refran. Ellos casados, y que en la verdad sucedian en
el estado y señorío de sus mujeres (y ningun derecho hobo en esta isla
para rescibir justamente servicio y provecho de los indios, si este
no), el Comendador Mayor debiera por ello de favorecerlos, pero hizo
una grande injusticia y disparate con cuanta prudencia tenia; esta
fué, que así como se casaron, los quitó los indios de sus mujeres, y
diólos á otros, y en otra parte dióles á ellos. ¿Qué mayor ceguedad,
despues de las pasadas, ni cosa más irracional? Movióse, segun se dijo,
porque los tales españoles no tuviesen presuncion, viéndose señores y
se alzasen á mayores, ó no sé qué otras cosas no bien consideradas, y
así añidió injurias á injusticias, y agravios á agravios, privando á
las señoras naturales de sus estados y vasallos, y consiguientemente
á los españoles, sus maridos, que sucedian en la administracion del
señorío, y tambien á los indios sus vasallos, que con servir á su
natural señora, fueran mejor tractados, aunque los maridos fueran
ruines; y no ménos agravió y privó á los hijos, que dellas y dellos
procedieron, de lo que de derecho natural y de las gentes, y áun por el
divino, por la sucesion se les debia, los cuales yo vide desposeidos, y
sin memoria ni vestigio de ser viva persona, de muchas gentes vasallos
de sus madres. Y así fué causa que más aína muriesen, que murieran, los
tristes indios.



CAPÍTULO XLII.


Cuando el Comendador Mayor, siendo Comendador de Lares, vino, segun
es dicho, á gobernar esta isla, vinieron con él cuatro oficiales de
la Hacienda real, que enviaron los Reyes, conviene á saber, Tesorero,
llamada Villacorta, creo que natural de Olmedo, Contador, cuyo nombre
fué Cristóbal de Cuéllar, y de Cuéllar natural, que habia servido de
Copero al príncipe D. Juan, natural de Cuéllar, y el Veedor, llamado
Diego Marque, natural de Sevilla; del nombre del Factor no me acuerdo.
Vino tambien allí por fundidor y marcador del oro un platero de los
Reyes, llamado Rodrigo del Alcázar, hombre muy prudente, que pudiera
tan bien gobernar pueblos como hacer joyas ó piezas de plata; éste
trujo de merced, que de todo el oro que se fundiese y marcase hobiese
de ciento uno, no creyendo los Reyes que le daban tanto como le dieron,
como hasta entónces las minas no sonasen y fuese poco el oro que se
hobiese sacado, y todo el estado destas Indias, en la estimacion de
todos, por no haber henchido á Castilla de tesoros en tres dias,
estaba muy caido y cuasi menospreciado, no haciendo mucho caudal de
los tesoros espirituales destas infinitas ánimas, que para que se las
salvásemos, nos habia Dios puesto en las manos. Así que, vino aquel
platero, Rodrigo del Alcázar, por fundidor ó marcador, con la centena
parte de todo el oro que se sacase de renta, con la cual, si le durara,
comprara en Castilla un buen Estado; pero como los Españoles, despues
que se les repartieron los indios, se dieron priesa en echallos á las
minas, y tan copiosamente dieron las riquezas y abundancia de oro que
tenian en sus entrañas, y el Rodrigo del Alcazar, por consiguiente,
adquiriese tanto de su centena parte, los oficiales y quizá tambien
el Comendador Mayor, avisaron á los Reyes haber sido aquella merced
exorbitante; y así, los Reyes, ó el Rey sólo, siendo la Reina muerta,
revocó la merced á Rodrigo del Alcázar. Cuatro fundiciones se hicieron
á los principios, cada año, dos en el pueblo de la Buenaventura, ocho
leguas desta ciudad, en la ribera de Hayna, donde se fundia el oro que
de las minas nuevas y viejas se sacaba; las otras dos se hacian en
la ciudad de la Vega ó Concepcion, y allí se traia á fundir todo el
oro que se sacaba de las minas de Cibao, y de todas aquellas partes,
que eran hartas, porque de muchos rios se sacaba. En cada fundicion
de las que se hacian en la villa de Buenaventura, se fundia 110.000,
y 112.000, y 116.000, y 18, y no pasaba de 120.000, pesos de oro; en
las fundiciones de la Vega comunmente se fundian, 125 y 130.000, y
treinta y tantos mil, y no llegaban á 40.000 pesos. Por manera, que
las fundiciones de la Vega hacian ventaja á las de la Buenaventura, en
15 y 20, y algunos más millares de castellanos, y así se sacaban por
entónces de toda esta isla cada año, 450 y 60.000 pesos, ó castellanos
de oro, pocos más ó pocos ménos; y así tenia Rodrigo del Alcázar,
platero del Rey, 4.500 pesos de oro de renta en cada un año, muy pocos
ménos; que para en aquel tiempo fué merced señalada, por lo cual le
duró poco, y así le fué quitada. Cada dia se iban disminuyendo las
fundiciones, como iban muriendo los desdichados que con sus sudores
y hambres y vida desesperada lo sacaban; y esta diminucion de los
pesos de oro debiera de advertir y estimular al Comendador Mayor, y
á los mismos cudiciosos que por sacar oro los mataban, á considerar
cuánto mejor les fuera, para sus haciendas, y para haber oro, sacarlo
despacio, y dar de comer á los indios para que más tiempo les duraran,
ya que compasion de verlos perecer, con su gran crueldad, no les
moviera, pero la ceguedad de todos los privó deste cuidado. Otra
ocasion les ofrecia Dios para que advirtieran su grande pecado (aunque
suele ser muy más escura y ménos pensada de los que con robos y daños
ajenos enriquecerse trabajan), y esta fué, por juicio manifiesto de
Dios, que con cuanto oro de contino sacaban, nunca hobo hombre que
medrase; traian sus 500, 800 y 1.000 pesos de oro á la fundicion, cada
uno, y ninguno salia della con un sólo peso de oro, ántes muchos della
iban presos á la cárcel, por las deudas en que, ó por los gastos que
en vestidos ó jaeces y otros excesos hacian, ó porque en comprar parte
de haciendas unos de otros se adeudaban; porque sacado el quinto para
el Rey, lo demas se repartia entre los acreedores, cada uno por su
antigüedad, y así se salian vacías las manos, con sólo la triste ánima,
por las muertes y aflicciones y crueldades que habian dado y usado con
los indios, á las penas infernales obligada. Túvose por gran maravilla
que salió uno sólo, llamado Juan de Villoria, de la fundicion, con
dos ó tres barras de oro, descubiertas, y dando en unas con otras en
las manos, y atribuyéronlo á que era hombre piadoso, y trataba los
indios ménos mal; puesto que tambien concurrieron algunas otras causas,
como es, que habia venido poco habia de Castilla y traido hacienda de
allá, y entró en los indios, que le dieron, sin necesidad; y áun éste
no se escapó del mismo juicio y castigo de Dios, despues, el tiempo
andando, si Dios quisiere, se declarará. Finalmente, nunca, con cuanto
oro sacaron y por sacallo con cuantas gentes murieron, ninguno se
halló que medrase. Fué tambien una regla, en esta isla, general, que
los que no echaban los indios á las minas, sino que los ocupaban en
otras granjerías y trabajos, como ménos reprobados y ménos aflictivos
de los inocentes indios, tuvieron ménos necesidad y más medraban.
Tornando al propósito de la historia de los oficiales del Rey, que con
el Comendador Mayor vinieron, murió desde á poco tiempo el Tesorero
Villacorta, el cual habia traido consigo, por oficial de sus cuentas,
un mancebo cuerdo, llamado Sancta Clara, natural de Salamanca, muy
hábil, gran contador, y en muchos otros dones, para entre hombres,
gracioso; por los cuales, todos, y más el Comendador Mayor, le amaba
y daba todo favor; muerto su amo, el Tesorero, quiso hacer en él el
Comendador Mayor, confiando de su habilidad y cordura, por manera, que
depositó en él el oficio de Tesorero, hasta tanto que lo proveia el
Rey desde allá. Túvolo algunos años el Sancta Clara, y porque entónces
no habia arca de tres llaves, como agora la hay, tenia el Tesorero sólo
todo el oro del Rey debajo de una sola llave suya, tomando el Contador
solamente la razon del oro, que en poder del Tesorero entraba; por
cuya causa tuvo el Sancta Clara lugar de gastar de los dineros del Rey
cómo y cuando queria y le parecia. Compró muchas y grandes haciendas
en esta isla, y hizo banquetes y fiestas al Comendador Mayor, y otros
gastos, que no pudiera, ni tenia de que los hacer, sino tuviera los
dineros del Rey. Un convite hizo, creo que dia del Corpus Christi, al
Comendador Mayor y á caballeros y personas principales, en esta ciudad
de Sancto Domingo, en gran manera excesivo y muy costoso, y entre otras
cosas señaladas que en él hobo, fué, que los saleros se sirvieron, por
sal, llenos de oro menudo, como lo sacaban de las minas de Cibao. Con
esta desórden de gastar, padecia mucha jactura la hacienda del Rey, y
era cosa de maravillar que el Comendador Mayor, siendo la persona que
habemos dicho, y no dejaremos de decir, ser muy prudente, no poner
con tiempo remedio en exceso tan descubierto, como aquel hacia en la
hacienda del Rey, habiéndosele de imputar por haber confiádola dél.
Pero no faltó quien al Rey avisase, como eran los oficiales del Rey,
en especial el Contador, que se llamaba Cristóbal de Cuéllar, que era
hombre de valor, y criado antiguo de los Reyes, y que no estaba muy
bien con el Comendador Mayor, porque no le habia dado los indios que
él queria, ó cuantos, ó donde queria. Envió el Rey un Contador de
cuentas, mandando que la tomasen al Sancta Clara, con cuanto rigor
conviniese. Tomáronle las cuentas y alcanzáronle por 80.000 pesos de
oro; secrestáronle todas sus haciendas, y mandó el Comendador Mayor
que se vendiesen en almoneda, en la cual siempre se halló presente, y
usó en ella de tanta prudencia é industria, que la hizo valer mucho
más de lo que valiera. Tenia una piña en la mano, que es fruta muy
excelente, y comenzaba entónces á darse en esta isla, y apregonándose
un atajo de yeguas, ó otras cosas de mucho precio, poníanselas en 500
ó 1.000 pesos; decia el Comendador Mayor, quien la pusiere en 1.500
le daré esta piña. Respondia el que más presto podia, mia es, señor,
la piña; y habia muchos que lo dijeran, y decian, porque, no por las
piezas que pujaban, que quizá no valian la mitad de lo que daban por
ellas, ni tampoco por la piña, sino porque sabian que agradaban al
Comendador Mayor y le compraban su gracia para, despues, les diese más
indios, ó más provechos sobre los que tenian. Desta manera y con esta
industria, hizo valer la hacienda de Sancta Clara 92.000 pesos de oro,
por manera que hizo pago al Rey de los 80.000 que le habia alcanzado
y sobráronle 12.000; y porque todos los tomaron para el Rey, porque
dió en pago algunas deudas que le debian, que se fueron, ó murieron
los deudores, y así faltaban al Rey ciertos millares de pesos de oro,
despues, muchos años, andaba el Sancta Clara, y, muerto él, su hijo,
suplicando que le satisfaciesen algo, pero no alcanzó nada, porque no
se debió de averiguar qué se le debia. Este Sancta Clara fué vecino
mucho tiempo y bien honrado en esta ciudad de Sancto Domingo. Entre
otros, que escribieron al Rey el mal recaudo de su hacienda, fué
Rodrigo del Alcázar, platero susodicho, cognoscido por prudente y que
tenia crédito con el Rey, éste juzgando ser el oficio de Tesorero en
esta isla de mucha calidad y requirirse gran cordura y fidelidad en la
persona que lo tuviese, escribió al Rey que debia enviar Su Alteza,
para que lo tuviese, una tal persona, como era Antonio de Fonseca, en
Castilla. Fué Antonio de Fonseca, en Castilla, un caballero valeroso,
muy señalado y muy prudente, y muy estimado, privado de los Reyes
católicos, contador mayor de Castilla, que es el más preeminente oficio
que en su casa y corte Real tienen, y era hermano del obispo D. Juan
de Fonseca, que tuvo, desde que se descubrieron estas Indias, por
muchos años cargo dellas, de quien arriba en muchas partes se ha hecho
mencion y se hará abajo, si Dios quisiere. El Rey católico, entendiendo
ser así encarecido el cargo en esta isla, de Tesorero, acordó enviar
para él una persona, cierto, veneranda, de grande cordura, prudencia,
experiencia y autoridad, aragonés, criado suyo viejo, llamado Miguel
de Pasamonte, señaladamente honesto, y de quien se tuvo opinion
haber sido casto toda su vida. Este llegó á esta isla en el mes de
Noviembre de 1508; diósele tanta honra, que lo llamaban en las Cartas
y Cédulas reales, Tesorero general de todas estas Indias, habiendo
Tesoreros en tierra firme y en las otras islas; esto no se si procedia
de voluntad del Rey, ó de solos los Secretarios que el Rey entónces
tenia. Finalmente, por ser la persona tal como es dicho, cobró aquel
oficio, en estas tierras, más nombre y mayor estimacion que el oficio
de Contador, como quiera que sea el contrario en Castilla. Tuvo tanto
crédito con el Rey miéntras el Rey vivió, que casi toda la disposicion
y gobernacion destas Indias por su relacion y parecer se ordenaba y
disponia. Cuando este Tesorero vino, que fué, como dije, año de 508,
habia, contados en esta isla todos los indios, 60.000 personas; de
manera, que desde el año de 494, en el cual comenzó su desventura,
como pareció en el libro I, capítulo 90, hasta el de 508, que fueron
catorce años, perecieron en las guerras y enviar por esclavos á vender
á Castilla, y en las minas y otros trabajos, sobre tres cuentos de
ánimas que en ella habia. Esto ¿quién lo creerá de los que en los
siglos venideros nacieren? yo mismo que lo escribo y vide, y sé lo más
dello, agora me parece que no fué posible; pero ya es hecho necesario
por nuestros grandes pecados, y será bien que con tiempo lo lloremos.



CAPÍTULO XLIII.


Viendo los españoles que tenian cargo de consumir los indios en las
minas, sacando oro, y en las otras sus granjerías y trabajos, con
que los mataban, que cada dia se les hacian ménos, muriéndoseles, no
teniendo más consideracion de á su temporal daño, y lo que perdian
de aprovecharse, cayeron en que sería bien suplir la falta de los
que perescian, naturales desta isla, trayendo á ella de las otras
islas la gente que se pudiese traer, para que su negocio y granjería
de las minas y otros intereses no cesasen; y para esto pensaron con
esta industriosa falsedad de engañar al Rey D. Hernando. Fué aquesta
cautela dolosa tal, conviene á saber, que le hicieron saber, ó por
cartas ó por procurador que á la corte enviaron (lo cual no es de creer
que se hizo sin parecer y consentimiento del Comendador Mayor), que
las islas de los Lucayos, ó Yucayos, vecinas desta Española y de la
de Cuba, estaban llenas de gente, donde estaban ociosos y de ninguna
cosa aprovechaban, y que allí nunca serian cristianos, que Su Alteza
diese licencia á los vecinos españoles desta isla, para que armasen
algunos navíos en que los trujesen á ella, donde serian cristianos y
ayudarian á sacar el oro que habia, y sería de mucho provecho aquella
traida, y Su Alteza sería muy mucho servido. El Rey se lo concedió
que así lo hiciesen, con harta culpa y ceguedad del Consejo que tal
le aconsejó y firmó la tal licencia, como si fueran los hombres
racionales alguna madera que se cortara de árboles y la hobieran de
traer para edificar en esta tierra, ó quizá manadas de ovejas ó otros
animales cualesquiera, que aunque murieran en el camino por la mar,
muchos, poco se perdia. ¿Quién no culpará error tan grande como era,
las gentes, naturales vecinos de tantas islas, de verse sacar por
fuerza dellas, y llevarlas 100 y 150 leguas por la mar, á otras nuevas
tierras, por causa buena ó mala que ofrecer se pudiera, cuanto ménos
á sacar oro de las minas, donde, cierto, habian de morir, para el
Rey ni para los extraños, á quienes nunca ofendieron? Si por ventura
no quisieron justificar la tal traida y despoblacion de las propias
patrias, con aquella engañosa y falsa color con que al Rey engañaron,
que traidos á esta isla serian instruidos y hechos cristianos; pero
aunque fuera esto verdad, lo cual no fué, porque ni lo pretendieron,
ni lo hicieron, ni lo pensaron hacer jamás, no queria Dios aquella
cristiandad con tanto estrago, porque no suele á Dios aplacer bien
alguno, por grande que sea, perpetrando los hombres gravísimos pecados,
y, aunque sean chicos, cualesquiera daños hechos contra sus prójimos;
y en esto los pecadores muchas veces, mayormente en estas Indias, se
han engañado y cada dia se engañan. Y para condenacion entera desta
fingida color y excusa, nunca los Apóstoles hicieron sacar por fuerza
de sus tierras las gentes infieles y llevarlas para las convertir á
donde ellos estaban, ni la Iglesia universal, despues dellos, jamás lo
usó, como cosa perniciosa y detestable; así que, el Consejo del Rey
tuvo gran ceguedad, y por consiguiente, ante Dios, fué muy culpable,
porque no debiera él ignorar esto ser malo, pues tenian oficio de
letrados los que en él entraban. Venida, pues, la licencia del Rey D.
Hernando para traer á esta isla las gentes que vivian en las islas que
llamábamos de los Lucayos, concertábanse 10 ó 12 vecinos de la ciudad
de la Vega ó Concepcion y de la villa de Santiago, y juntaban hasta 10
ó 12.000 pesos de oro, de los cuales compraban dos ó tres navíos, y
cogian á sueldo 50 ó 60 hombres, con marineros y los demas, para ir á
saltear los indios que aquellas islas en su paz, y quietud y seguridad
de su patria, descuidados moraban. Estas gentes, llamadas lucayos,
como en el primer libro dejamos dicho, y en otra nuestra Historia,
llamada Apologética, muy más largo, fueron, sobre todas las destas
Indias y creo sobre todas las del mundo, en mansedumbre, simplicidad,
humildad, paz y quietud, y en otras virtudes naturales, señaladas,
que no parecia sino que ellos no habian pecado en Adan; no he hallado
en todas las naciones del mundo, de que las historias antiguas hayan
hecho mencion, á quien sino á las que llaman Séres comparallas, que
son pueblos de Asia, de quien Solino, cap. 63, dice ser mansos, y
entre sí quietísimos, y segun Pomponio Mela, libro III, cap. 6.º, es
linaje de hombres lleno de justicia; y segun Eusebio, libro VI, cap.
8.º, de _Preparatione Evangelica_, ni matar, ni fornicar saben, ni
hay entre ellos mala mujer alguna, ningun adulterio, ni ladron, ni
homicida se halla, ni adoran ídolos; á estas naciones fueron desta
isla, nuestros españoles, y hicieron las obras siguientes. Díjose,
que, al principio, los primeros nuestros que á esta vendimia llegaron,
en estas islas de los Lucayos, sabiendo la simplicidad y mansedumbre
destas gentes (que se pudo saber de la práctica que se tenia de cuando
el Almirante primero las descubrió, y trató con ellas, y experimentó
su bondad natural y condicion mitísima), llegados dos navíos á ellas,
y ellas rescibiéndolos, como siempre tuvieron, ántes que nuestras
obras cognosciesen, que eran venidos del cielo, dijéronles que iban
desta isla Española, donde las ánimas de sus padres y parientes, y de
los que bien querian, estaban en holganza, y que si querian venir á
vellos, que en aquellos navíos los traerian; esto era y es, cierto,
en todas estas indianas naciones, tener opinion que las ánimas eran
inmortales, y que, despues de muertos los cuerpos, se iban las ánimas
á ciertos lugares, amenos y deleitables, á donde ninguna cosa de
placer y consuelo les faltaba, y en algunas partes tenian, que primero
padescian algunas penas por los pecados que en esta vida habian pecado.
Así que, con éstas persuasiones y malvadas palabras, los primeros que
allí fueron, segun se dijo, engañaron aquellas inocentísimas gentes,
á que se dejasen meter en los navíos, hombres y mujeres, como la ropa
y ajuar de sus casas, ni las raíces de sus heredades les hiciese poco
embarazo; pero despues de traidos á esta isla, como no viesen á sus
padres, ni madres, ni á los que amaban, sino las herramientas de azadas
y azadones, y barras y barretas de hierro, y otros instrumentos tales,
y las minas donde las vidas en muy breve acababan, dellos desesperados,
viéndose burlados, con el zumo de la yuca se mataban, dellos de hambre
y trabajos se morian, como personas en grande manera delicadas, y que
nunca imaginaron haber tales trabajos. Despues, el tiempo andando,
tuvieron otras industrias, y hicieron otras maneras de fuerzas y
saltos para traellos, que ninguno se les escapaba. Traidos á esta
isla, y desembarcados hombres y mujeres, niños y viejos, en especial
en el Puerto de Plata y Puerto Real, que están en la costa del Norte,
fronteros de las mismas islas de los Lucayos, hacian ciertos montones
dellos, cuantos eran los que en los navíos y gastos ponian sus partes,
viejo con mozo, enfermo con sano (porque por la mar enfermaban y morian
muchos con el angustia, viniendo apretados debajo de cubierta, como
es region caliente, que de sed se ahogaban, y tambien de hambre); en
aquellos montones no se miraba que fuese la mujer con el marido, ni
el hijo con el padre, porque no se hacia más cuenta dellos, que si
verdaderamente fueran vilísimos animales. Así, los inocentes, _sicut
pecora occisionis_, repartidos por sus montones ó manadas, echaban
suertes sobrellos, y cuando cabia por la suerte algun viejo y enfermo,
decia el que le llevaba: «este viejo dadlo al diablo, ¿para qué lo
tengo de llevar, para dallo de comer y despues enterrallo? y éste
enfermo, ¿para qué me lo dáis, para curallo?» Y acaecia, estando en
estas partijas, caerse muertos de hambre, y de la flaqueza y enfermedad
que traian, y del dolor viendo los padres apartar de sí á sus hijos, y
los maridos á las mujeres llevárselas. ¿Quién podia sufrir que tuviese
corazon de carne, y entrañas de hombre, á ver tan inhumana crueldad?
¿Qué memoria debia entónces de haber de aquel precepto de la caridad,
«amarás tu prójimo como á tí mismo», en aquellos que tan olvidados de
ser cristianos, y áun de ser hombres, así tractaban en aquellos hombres
la humanidad? Ordenaron tambien, que para los gastos que se hacian, y
para pagar el sueldo á los 50 ó 60 que iban en los navíos á hacer estas
cabalgadas, que pudiesen vender, puesto que ellos decian traspasar de
uno á otro, cada indio de aquellos que ellos tambien nombraban piezas,
cada pieza, como si fueran piezas ó cabezas de ganado, por cuatro pesos
de oro, y no más; y ésta tenian por honra que les hacian, vendellos y
traspasallos por precio tan barato, como en la verdad, si el precio
fuera grande, tuviéranlos en mucho más, y por consiguiente tratáranlos
mejor por su propio interese, y duraran más.



CAPÍTULO XLIV.


Tuvieron, como dije, muchas maneras de sacarlos de sus islas y casas,
donde vivian verdaderamente aquella vida que vivieron las gentes de la
Edad dorada, que tanto por los poetas é historiadores fué alabada, y
unas cautelas usaban en unas islas y partes, y otras en otras; y las
primeras veces asegurándolos, como los indios estaban sin sospecha,
descuidados, y los rescibian como á ángeles; otras, salteándolos
de noche; otras, entrando á la clara como dicen, _aperto Marte_,
matándolos á cuchilladas, cuando algunos dellos, teniendo experiencia
ya de las obras de los españoles, y que venian á llevallos, se
defendian con sus arcos y flechas, de las que usaban, no para hacer
guerra á alguien, sino para matar pescados de que tenian siempre
abundancia. En obra de cuatro ó cinco años trujeron á esta isla, de
hombres, y mujeres, y chicos, y grandes, sobre 40.000 ánimas; y desto
hace mencion Pedro Mártir, en el capítulo 1.º, de su sétima Década,
diciendo: _Et quadraginta, utriusque sexus, millia in servitutem ad
inexhaustam auri famen explendam uti infra latius dicemus, abduxerunt:
has una denominatione Jucayas appellant, scilicet insulas, et incolas,
jucayos_. Donde tambien dice, como se mataban de desesperados, y otros
que tenian mejor ánimo, con esperanza de en algun tiempo se huir á sus
tierras, sufrian su vida desesperada, escondiéndose hácia la parte del
Norte, por algunos lugares montuosos que les parecia estar fronteros
de sus islas, para desde allí, algun dia, tener algun remedio como á
ellas pasarse. _Jucaya suis sedibus abrepti desperatis vivunt animis,
dimisere spiritus inertes multi á cibis aborrendo per valles, in vias
el deserta nemora rupesque abstrusas latitantes; alii vitam exosam
finierunt. Sed qui fortiore pectore constabant, sub spe recuperandæ,
libertatis muere mallebant. Ex his plerique non inertioris, forte si
fugæ locus dabatur, partes Hispaniolæ petebant septentrionales, unde
ab eorum patria venti flabant, ac prospectare arcton licebat: ibi
protentis lacertis et ore aperto halitus patrios anhelando absorvere
velle videbantur; et plerique spiritu deficiente languidi præ inedia
corruebant exanimes_, etc. Esto dice Pedro Mártir. Una vez, un indio
de aquellos (y allí lo refiere Pedro Mártir), tomó cierto árbol muy
grueso, que se llamaba, en lengua desta isla Española, yaurúma, la
penúltima sílaba luenga, el cual es muy liviano y todo hueco, y sobre
él debia de armar con otros palos alguna balsa, muy bien atados con
bejucos, que son ciertas raíces muy recias, como si fuesen cordeles.
En lo hueco de los palos metió algun maíz que pudo hallar, y que, por
ventura, él habia sembrado y cogido, y ciertas calabazas llenas de agua
dulce, asimismo dejando algun maíz fuera para comer algun dia, y tapó
bien con hojas los cabos de los palos, y admitió á su compañía otro
indio, y á unas indias, parientes ó vecinos suyos, grandes nadadores,
porque todos lo eran; y pónense encima de su balsa, y con otros palos,
como remos, échanse á la mar y andan camino de sus islas y tierras, y,
andadas 50 leguas, toparon por su desdicha con un navío que venia, de
hácia donde ellos iban, con cierta presa. Tomáronlos y volviéronlos,
llorando y lamentando su infelicidad, y la balsa en que iban para
esta isla, donde al cabo con los demas perecieron. De creer es, que
otros muchos intentaron buscar y tomaron este remedio, sino que no
lo sabemos, pero poco les aprovechó si lo hicieron, porque una vez
que otra, los tomaban y traian, si á sus tierras llegaban, pues que
ningunos, como parecerá, dejaron en todas aquellas islas. Escudriñaban
entre muchas dellas, cuál era la que mas fuerte ó cercada de peñas
estaba, y prendian toda la gente de las otras comarcanas, y traian á
aquella, quebradas ó tomadas todas las canoas ó barquillos que ellos
tenian, porque no se huyese, ponian para guardallos los españoles
que necesarios eran, entre tanto que los navíos tornaban desta isla,
dejando acá las barcadas que de gente habian traido. Acaeció tener
en una isleta de aquellas llegadas 7.000 ánimas, y estaban siete
españoles guardándolos muchos dias, como si fueran otras tantas ovejas
ó corderos, y como los navíos se tardasen, acabóseles el caçabí, ó
laceria que tenian para comer; y venidos ya dos navíos que traian
caçabí para los indios, porque otra cosa no les daban á comer, y si
otros bastimentos traian eran para los españoles, así como llegaron
los navíos á la isleta, levantóse una terrible tormenta que hundió los
navíos, ó los desbarató, por manera, que de hambre pura perecieron las
7.000 ánimas de indios, y los siete españoles sin tener remedio, ni
escapar alguno. De la gente de los navíos, no me acuerdo qué fué lo que
oí que se hobiese hecho dellos. Destos juicios de Dios, y castigos que
cada dia Dios hacia, no se miraba, ni que por los pecados, los enviase
Dios, que allí se cometian sino que acaso, y sin que hobiese Rector en
los cielos que lo viese y tuviese cuenta de tan crueles injusticias,
aquellos infortunios venian. Destas hazañas y crueldades que con estas
inocentes ovejas se usaron, y que fueron infinitas, pudiera saber y
agora referir muchas en particular, si en aquellos tiempos, que yo
estaba en esta isla, mirara en querellas saber de los mismos que las
obraban. Quiero aquí decir lo que uno dellos me dijo en la isla de
Cuba: Éste habia pasado de aquellas islas á la de Cuba, creo que en
una canoa de indios, no sé si quizá por huir de su Capitan, ó de algun
peligro que allí se le hobiese ofrecido, ó por salir de tan reprobados
tratos, por sentirse andar en mal estado; díjome, que, como metian
en los navíos mucha gente, 200, 300 y 500 ánimas, viejos y mozos, y
mujeres y niños, echábanlos todos debajo de cubierta, cerrando las
bocas que llaman escotillas, porque no se huyesen, los cuales quedaban
sin lumbre y sin soplo de viento, y la regiones caliente, y como no
metian en los navíos mantenimientos, en especial agua, más, ó poco más,
que bastase para más de los Españoles que en estos tractos andaban,
y así, por la falta de la comida, y más por la sed grande, que por
el gran calor y angustia y apretamiento de estar unos sobre otros, ó
muy junto á otros, padecian muchos muriesen y los echasen á la mar,
que eran tantos que un navío, sin aguja ni carta ó arte de navegar,
pudiera, solamente por el rastro de los que lanzaban muertos, venir
desde aquellas á esta isla. Estas fueron sus palabras. Y esta fué cosa
cierta, unas veces mayor y otras menor, que nunca navío fué á saltear
indios destos lucayos, y de la tierra firme donde mucho se usó esta
inhumanidad, como se dirá, que no echasen á la mar, muertos, la tercia
ó la cuarta parte de los que salteaban y embarcaban, por las susodichas
causas. Por esta órden, si órden se sufriera llamarla, en obra de
diez años trujeron á esta isla Española, hombres, y mujeres, niños, y
viejos, sobre un cuento de ánimas y muchas más; algunas barcadas dellos
hicieron los Españoles que vivian en la isla de Cuba, donde, al fin,
todas perecieron en las minas, de trabajos, y hambres, y angustias.
Pedro Mártir afirma haber sido informado, que de aquellas islas de
los Lucayos, que eran 406, habian los Españoles traido y puesto en
captiverio para echar en las minas, 40.000 ánimas; y dellas, y de las
demas, un cuento y 200.000; y dice así en el cap. 1.º de la sétima
Década: _Ut ego ipse, ad cujus manus quæcumque emergunt afferuntur,
de illarum insularum numero vix ausim credere quæ prædicantur. Ex
illis sex et quadringentas ab annis viginti amplius, quibus Hyspaniolæ
Cubæque habitatores hispani eas pertractarunt, percurrise inquiunt, et
quadraginta utriusque sexus millia in servitutem ad inexhausti auri
famem explendam adduxerunt: has una denominatione Jucayas appellant,
et incolas jucayos_, etc. Y en el cap. 2.º de la misma Década dice:
_Sed has scilicet insulas fatentur habitatoribus quondam fuisse
refertas, nunc vero desertas, quod ab earum densa congerie perductos
fuisse misseros insulares ad Hyspaniolæ Fernandinæque aurifodinarum
triste ministerium inquiunt deficientibus ipsarum incolis, tum variis
morbis et inedia, tum præ nimio labore, ad duodecies centena millia
consumptis. Piget hæc referre sed oportet esse veridicum, sui tamen
exitij vindictam alicuando sumpsere jucay, raptoribus interfectis:
cupiditate igitur habendi jucayos, more venatorum, per nemora montana
perque palustria loca feras insectantur_, etc. Todo es de Pedro
Mártir; cuanto á lo que añide, que los lucayos algunas veces mataron
españoles, acaecia cuando algunos pocos hallaban descuidados, porque
desque cognoscieron que los destruian, y que aquella era su venida y
demanda, los arcos y flechas, que usaban para matar pescado, acordaron
emplearlos para matar á los que los mataban, pero todo era en vano,
porque nunca podian matar sino dos ó tres, ó cuatro cuando más se
estiraban. Y, cuanto á lo que dice más, que eran 400 islas, metió en
aquel número las islas del Jardin de la Reina, y del Jardin del Rey,
que son unas rengleras de islas pequeñas, que están á la costa del
Sur y del Norte, pegadas con la isla de Cuba, y aunque las gentes
de que estaban pobladas aquellas isletas de los Jardines, eran de
aquella simplicidad y bondad natural que las de los Lucayos, pero no
acostumbramos llamarlas isletas de los Lucayos, sino las grandes que
comienzan desde cerca desta isla Española y van hácia cerca de la
Florida, desviadas algo de la de Cuba; y éstas serán 40 ó 50, entre
chicas y grandes, y á éstas llamamos propiamente Lucayos, ó por mejor
decir, Yucayos. Dice más Pedro Mártir, que se le presentaban las cosas
que de nuevo acaecian y iban destas Indias; ésto se hacia, por que
por aquel tiempo que esto escribia era del Consejo de las Indias, y
entró en él el año de 518, estando yo, á la sazon que presentó él su
provision real, en el mismo Consejo, presente: proveyóle deste oficio
el Emperador, luégo que vino á reinar, en la ciudad de Zaragoza.



CAPÍTULO XLV.


Despues que se consumieron en las minas y en los otros trabajos, y vida
durísima y desventurada, muy grande número de los lucayos, y de todos
la mayor parte, inventó el enemigo de la naturaleza humana otro modo de
codicia en los españoles, para del todo acaballos. Comenzaron á asomar
las perlas que habia en la mar, al rededor de la isleta de Cubagua, que
está junto á la isla Margarita, en la costa de tierra firme, que se
llama de Cumaná, la última sílaba aguda, y juntamente las minas en esta
isla iban aflojando. Acordaron los españoles de enviar á sacar perlas
los indios lucayos, por ser grandes nadadores todos ellos en universal,
como las perlas se saquen zabulléndose los hombres dos y tres y cuatro
estados, donde las ostias, que las perlas contienen, se hallan; por
cuya causa, se vendian cuasi públicamente, con ciertas cautelas, no á
4 pesos como al principio se habia ordenado, sino á 100 y á 150 pesos
de oro, y á más cada uno de los lucayos. Creció tanto el provecho, que,
sacando con ellos perlas, los nuestros hallaban, puesto que con gran
riesgo y perdicion de las vidas de los lucayos, como aquel oficio de
sacar perlas sea infernal, que por maravilla se halló en breves dias
que en esta isla quedase algun lucayo. Hay desta isla hasta la isleta
de Cubagua, por el camino que de necesidad se ha de llevar rodeando,
cerca de 300 leguas largas, y así los llevaron todos en navíos allá, y
en aquel duro y pernicioso ejercicio, muy más cruel que el sacar oro
de las minas, no en muchos años, finalmente, los mataron y acabaron; y
así fenecieron tanta multitud de gentes que habia en tantas islas, como
queda dicho, que llamamos de los Lucayos ó Yucayos. Estaba en aquesta
sazon ó tiempo, en esta ciudad de Sancto Domingo, un hombre honrado,
temeroso de Dios, llamado Pedro de Isla, que habia sido mercader, y,
por recogerse y vivir vida más sin peligro de la conciencia, dias habia
que hobo aquellos tractos dejado, y sustentábase de lo que justamente
creia que de las mercaderías pasadas, y con segura consciencia, le
pudo quedar. Este varon virtuoso, sabiendo los estragos y crueldades
que se habian hecho en aquellas gentes simplicísimas de los lucayos,
y como se despoblaron tantas y tales islas, y que ya no se curaban de
ir navíos á ellas, por tenellas por vacías, movido de celo de Dios, y
de lástima de tanta perdicion de ánimas, y por remediar los indios que
en aquellas islas se hobiesen de aquel fuego infernal y pestilencia
vastativa escapado, creyendo que algunos habria, para, en esta isla
ó en aquellas, hacer dellos un pueblo, y allí en las cosas de la
fe instruillos, y áun tambien por impedir á otros, que, con el fin
contrario, y para se servir dellos, procurasen lo que él pretendia,
fuése á los que gobernaban esta isla, y pidióles con mucha instancia le
diesen licencia para enviar un bergantin, ó lo que más fuese necesario,
á su costa, para rebuscar por todas aquellas islas los que se hallasen,
y los pudiese traer á ésta, y hacer un pueblo dellos y lo demas que
está dicho. El cual intento cristiano, por los que gobernaban oido y
entendido, con toda voluntad le concedieron lo que pedia. Habida esta
licencia, compró un bergantin ó carabela pequeña y puso en ella ocho
ó diez hombres, con abundancia de mantenimientos para mucho tiempo,
todo á sus espensas, y enviólos, encargándoles mucho anduviesen y
escudriñasen todas aquellas islas, buscando los indios que en ellas
hobiese, y los asegurasen y consolasen cuanto les fuese posible, que no
les sería hecho mal alguno, que no los iban á buscar para captivallos,
como se habia hecho á sus parientes y vecinos, ni que habian de ir á
sacar oro á las minas, sino que habian de estar en su libertad y á su
placer, como ellos verian, y otras palabras que, para que perdiesen el
miedo de tan grandes calamidades como habian padecido, y se consolasen,
puestos en tanta tristeza y amargura como estaban, convenia. Fueron y
hicieron lo que les fué mandado por su amo, ó que les daba su salario,
el buen Pedro de Isla, y anduvieron todas las islas, buscadas y
escudriñadas cuanto les fué posible. Tardaron en ello tres años, y al
cabo dellos, hecha la diligencia dicha, solamente hallaron 11 personas,
que yo con mis ojos corporales vide, porque vinieron á desembarcar al
Puerto de Plata, donde yo al presente vivia. Estos eran hombres, y
mujeres, y muchachos, no me acuerdo cuántos fuesen de unos y de otros,
mas de que uno dellos era un viejo que debia ser de sesenta y más
años; todos y él en cueros vivos, y con tanto sosiego y simplicidad,
como si fueran unos corderitos. Parábamelos á mirar de propósito, en
especial al viejo, que era de un aspecto muy venerable, bien alto de
cuerpo, el rostro grande, autorizado y reverendo. Parecíame ver en él
á nuestro padre Adan, cuando estuvo y gozó del estado de la inocencia,
y acordándome cuántos de aquellos habia entre tantas gentes, como,
en aquellas y de aquellas islas, en tan breves dias y en cuasi mi
presencia, sin culpa alguna en que nos hobiesen ofendido, se habian
destruido, no restaba sino alzar los ojos al cielo y temblar de los
divinos juicios. Así que, aqueste fué el rebusco que halló Pedro de
Isla de la pasada vendimia. Despues dió nuestro Señor, Dios, el pago de
su buen celo y virtud al Pedro de Isla, porque lo metió en la órden de
Sant Francisco, y allí, viviendo sanctamente, le ordenaron de órdenes
sagradas hasta ser Diácono ó de Evangelio, y, por su gran humildad,
rogó que no le forzasen á ser de Misa, por tenerse por indigno,
acordándose de lo que habia hecho su glorioso padre Sant Francisco; y
así, despues de muchos años, le llevó Dios para sí, donde yo creo que
goza de la vision divina, y gozará para siempre sin fin. Tornando á
los lucayos, esta fué gente, como en otra nuestra Historia dijimos,
felicísima, y creemos ciertamente, que fué de las más aparejadas para
cognoscer y servir á Dios, que en la masa del linaje humano por alguno
hobiese sido vista; yo confesé y comulgué, y me hallé á la muerte de
algunos dellos, despues que fueron baptizados é instruidos, y digo que
suplico á nuestro Señor, Dios, que tal devocion y tales lágrimas y
contriccion de mis pecados me dé al tiempo cuando su cuerpo y sangre
rescibiere, y de mi fin y muerte, como en ellos me parece que sentia
y cognoscia. Y con esto, cierro la Historia que toca á los lucayos,
que tan infelices fueron en caer en manos de quien así, tan sin culpa
y razon y justicia, los destruyeron, aunque ser nosotros, que lo
cometimos, mas sin buenaventura que ellos, que lo padecieron, ninguna
duda tengo.



CAPÍTULO XLVI.


En este año de 508, ó al fin de 507, el Comandador Mayor envió á ver y
considerar, con intencion de poblar de españoles, la isla que llamamos
de Sant Juan, que por vocablo de la lengua de los indios, vecinos
naturales della, se nombraba Boriquén, la última sílaba aguda. Esta
isla es toda ella, ó lo más della, sierras y montañas altas, algunas de
arboledas espesas, y otras rasas de muy hermosa hierba como la de esta
isla. Tiene pocos llanos, pero muchos valles y rios, por ellos, muy
graciosos, muy fértiles, y toda ella muy abundosa; está, de la punta
oriental desta isla Española, la punta ó cabo occidental della, obra
de 12 leguas; véese una isla de otra, cuando hace claro, estando en
lo alto de las dichas puntas ó cabos dellas. Tiene algunos puertos no
buenos, si no es el que llaman Puerto-Rico, donde la ciudad y cabeza
del Obispado tiene su asiento; terná de luengo 40 largas leguas, y
15 ó 16 de ancho, y en circuito bojará 115 ó 120. Toda la costa del
Sur della está en 17° y la del Norte en 18° de la línea equinoccial,
á la parte del Ártico, por manera que su ancho es cuasi un grado,
tomándolo de Norte á Sur. Tuvo mucho oro, no tan fino como el de esta
isla, pero no tenia de quilates y valor ménos que no valiese 450
maravedís el peso; estaba plenísima de gentes, naturales, vecinos
y moradores della, y muy mansas y benignas, como las de esta; era
combatida de los caríbes, ó comedores de carne humana, y para contra
ellos eran valerosos y defendian bien su tierra. La ocasion de la
enviar el Comendador Mayor á explorar, para la poblar de españoles,
fué la siguiente: Despues de la postrera guerra que los españoles
hicieron á los vecinos de la provincia de Higuey, que tambien fué la
postrera de toda esta isla, de la cual hablamos en el cap. 18, en la
villa de Salvaleon, que mandó el Comendador Mayor poblar en aquella
provincia, puso por su Teniente y Capitan á Juan Ponce de Leon, el
que fué por Capitan de la gente desta ciudad de Sancto Domingo, en la
dicha postrera guerra, segun dijimos en el cap. 15; éste tuvo noticia
de algunos indios de los que le servian, que en la isla de Sant Juan
ó Boriquén habia mucho oro, porque como los vecinos indios de aquella
provincia de Higuey, fuesen los mas propincuos, y en la más propincua
tierra viviesen á la dicha isla de Sant Juan, y no hobiese sino 12 ó 15
leguas de distancia, cada dia se iban en sus canoas ó barquillos los de
esta isla á aquella, y los de aquella á esta venian, y se comunicaban,
y así pudieron bien saber los unos y los otros lo que en la tierra de
cada uno habia. Dió, pues, parte Juan Ponce de Leon al Comendador Mayor
de las nuevas que habia sabido, y es de creer que le pidió licencia
para pasar allá con algunos españoles, á inquirir la verdad y tomar
trato y conversacion con los indios vecinos della, y ver la dispusicion
que habia para poderla ir á poblar, porque hasta entónces ninguna cosa
de lo que en la isla dentro habia se sabia, más de verla por de fuera
ser hermosísima, y que parecia mucha gente de cada vez que pasaban
por allí navíos. Finalmente, que Juan Ponce lo suplicase, ó que el
Comendador Mayor se lo mandase, aparejó un carabelon, y metióse con
ciertos pocos españoles y algunos indios que habian estado en la isla
con él, y fué á desembarcar en una parte della, donde señoreaba un Rey
é señor, llamado en su lengua dellos Agueíbana, la í letra luenga, el
mayor señor de toda ella. Este los rescibió con grande alegría, y los
aposentó y trató y hizo servir como si fueran del cielo venidos, como
todas estas gentes destas Indias, á los principios, de nosotros creian;
tenia este señor madre y padrastro, los cuales tambien mostraron
rescibir mucho gozo con su venida, y les hicieron todas buenas obras
de amor y amistad, mandándoles proveer abundantemente de comida, y
dándoles de todo lo que tenian, y haciendo todo lo que sentia que
hacia placer á Juan Ponce y á los cristianos. Trocaron los nombres,
y hiciéronse guatiaos, llamándose Juan Ponce, Agueíbana, y el Rey
Agueíbana, Juan Ponce, que, como arriba dijimos, era una señal entre
los indios destas islas de perpétua confederacion y amistad. A la madre
del Rey, dió Juan Ponce, doña Inés por nombre, y al padrastro, don
Francisco, porque así lo tenian de costumbre los españoles, dando los
nombres que se les antojaban, de cristianos, á cualesquiera indios,
con los cuales hasta la muerte se quedaban, sin que le diesen baptismo
ni doctrina, porque dello se tenia poco cuidado, como arriba queda
tocado. Este rey Agueíbana, era de muy humana y virtuosa condicion,
y no ménos su madre y padrastro, los cuales siempre le aconsejaban
que fuese amigo de los cristianos. Y porque la negociacion á que Juan
Ponce iba era la que á todos los que á estas tierras vienen hace pasar
acá, preguntóles luégo dónde habia minas de oro, y si lo sacaban ó
sabian sacar; el Cacique, con toda y larga voluntad, lo llevó consigo
por la tierra, y le mostró los rios donde sabia que dello habia mucha
cuantidad, ignorando el inocente que les descubria el cuchillo con
que á él y á su reino y gentes dél habian de matar; entre otros, le
mostró y llevó á dos rios muy ricos, de los cuales, despues se sacó
mucha riqueza de oro, el uno se llamaba en aquella lengua Manatuabón,
en la última el acento, y el otro, Çebúco, la media luenga. En éstos
hizo hacer catas Juan Ponce, con el buen aparejo que para ello llevaba,
como no fuese para otro fin, de donde llevó una buena muestra de oro al
Comendador Mayor. Dejó en la isla ciertos españoles muy encomendados
al señor ó cacique Agueíbana y á su madre, los cuales los tuvieron y
tractaron como si fueran sus hijos, y de su misma gente y naturaleza,
y estuvieron alli hasta que tornó más gente de españoles, para de
propósito poblar y gozar del fin que todos acá traen, como más largo,
placiendo á Dios, se referirá.



CAPÍTULO XLVII.


Estando en el estado, que por la relacion dicha se ha visto, acá las
cosas destas Indias, D. Diego Colon, hijo legítimo del almirante
D. Cristóbal Colon, primero descubridor dellas, despues que el Rey
católico de Nápoles vino, no cesaba de suplicarle que le restituyese y
mandase poner en la posesion de todo el Estado, y dignidad, y oficios
de que su padre habia sido despojado, conforme á sus privilegios, y á
muchas cartas que el Rey y la Reina, por ellos, se lo habian prometido,
segun que algunas veces se ha tocado. Y como el Rey le trujese siempre
suspenso con sus dilaciones, como habia hecho á su padre, y un dia
se le quejase diciendo que por qué Su Alteza no le hacia merced de
dalle lo suyo, y confiar del que le serviria con ello fielmente, pues
lo habia en su corte y casa criado, el Rey le respondió: «Mirad,
Almirante, de vos bien lo confiaria yo, pero no lo hago sino por
vuestros hijos y sucesores.» Luégo él dijo al Rey: «Señor, ¿es razon
que pague y pene yo por los pecados de mis hijos y sucesores, que por
ventura no los terné?» Esto me dijo un dia el Almirante, hablando
conmigo en Madrid cerca de los agravios que rescebia, el año de 516,
que con el Rey habia pasado. El cual, visto que por vía de suplicacion
y de merced no le aprovechaba con el Rey nada, pidióle licencia para
se lo pedir por justicia, y ponerle por demanda que le guardase sus
privilegios y restituyese en la posesion de los oficios y dignidad y
jurisdiccion, que su padre, con tantos trabajos y servicios hechos
á la Corona real de Castilla y Leon, habia merecido y ganado, y de
que habia sido injustamente desposeido, y por consiguiente, en ello
muy agraviado; el Rey le dió licencia para que pidiese y siguiese su
justicia como á él bien visto le fuese. Puso su demanda y representó
sus querellas; pidió justicia, dióse la voz al Fiscal, dió en diversos
tiempos diversas y muchas peticiones sobre muchos artículos de lo que
se sentia dañificado, respondia el Fiscal en muchos artículos harto
ineptamente, y algunas veces, no con mucha decencia y honestidad. Pidió
el Almirante que le pusiesen en la posesion de Visorey y Gobernador
perpétuo de las islas y tierra firme, descubiertas y por descubrir,
de todo el mar Océano, occidental y meridional, segun que los Reyes
lo habian concedido á su padre ántes que él fuese á descubrir, por
contracto que él habia hecho con los Reyes, y su padre, habiendo
cumplido de su parte lo que ofreció, y los Reyes, dándole lo que le
prometieron, usó y ejercitó los dichos oficios reales, de los cuales
habia sido, de hecho y no de derecho, con gran daño y deshonor de su
persona, despojado, sin haber hecho culpa porque hobiese merecido ser
así tractado; pidió que en los términos de su Almirantazgo le dejasen
usar del oficio de Almirante, con las preeminencias y jurisdiccion que
lo usaban los Almirantes de Castilla, porque así lo tenia concedido por
los Reyes, y que llevase los mismos derechos que ellos llevar solian.
Pidió que le diesen la décima del oro y plata y perlas, y otras cosas
de valor que viniesen y se hobiesen de todas estas Indias, islas y
tierra firme; tambien el ochavo de todas las ganancias que, destas
Indias, para el Rey resultasen, pues, cuando fué á descubrir su padre,
contribuyó con la ochava parte, y con más en todos los gastos. Pidió
que, para la gobernacion y regimiento de todas las islas y tierra firme
de su Almirantazgo, eligiese el Almirante tres personas para cada
oficio, y que el Rey escogiese uno que aquel oficio administrase como
lo rezaban sus privilegios. Pidió la gobernacion de tierra firme, y la
del Darien; pidió el repartimiento de los indios, conviene á saber,
que ya que se hacia que á él pertenecia tener cargo de hacello, como
fuese oficio de preeminencia y tocase á gobernacion. Pidió, por otros
42 capítulos, otras preeminencias, de algunas de las cuales abajo se
hará mencion. Estas y otras muchas cosas y diversas pidió en diversos
tiempos, segun que de nuevo nacian, y succedian en estas Indias, y
tocaban ó pertenecian á gobernacion y preeminencia, por ser Visorey y
Gobernador perpétuo en todas ellas por sus privilegios; pidió tambien
que no hobiese jueces de apelacion, diciendo que era en perjuicio de su
vireinado y superioridad, que él sólo debia tener. Y porque el Fiscal
alegaba que no habia descubierto su padre más de la costa de Paria y
á Veragua, y por consiguiente no le pertenecia gozar de los bienes de
lo demas, ni se entendia extenderse sus privilegios en toda la tierra
firme, recibidos á prueba, probó el Almirante con muy muchos testigos,
haber sido su padre el primero descubridor della, como lo fué destas
islas y todas las Indias, y lo mismo resultó de la probanza y testigos
que el Fiscal hizo, y á todas las réplicas del Fiscal respondió el
Almirante muy copiosamente, cuyo proceso yo he visto. Y harta ceguedad
y malicia era calumniar, y ofuscar, y disminuir, y querer aniquilar
una obra tan ilustre y hazañosa, y que en el mundo nunca otro tal, á
Reyes, servicio se hizo, debiéndola todos de agradecer y remunerar en
mucho más de lo que se le habia concedido y prometido, pues él cumplió
y dió á los Reyes, en infinito, más de lo que se habia ofrecido, como
los mismos Reyes confesaron parte, por una carta que le escribieron
de Castilla el año de 1494 á esta isla, y despues se ha visto asaz.
Andando en este pleito, el Consejo de las Indias, en diversos tiempos,
hizo ciertas declaraciones, una en Sevilla, y otra en la Coruña, sobre
algunos de los artículos que el Almirante por sus peticiones pedia.
En la de Sevilla, se contiene lo siguiente. «Que al Almirante y á sus
sucesores pertenecen la gobernacion y administracion de la justicia,
en nombre del Rey é de la Reina, nuestros señores, é del Rey é Reina,
que por tiempos fueren en estos reinos de Castilla, así de la isla
Española como de las otras islas, que el almirante D. Cristóbal Colon,
su padre, descubrió en aquellas mares, é de aquellas islas que por
industria del dicho su padre se descubrieron, con título de Visorey
de juro y de heredad, para siempre jamás, para que por sí ó por sus
Tenientes é oficiales de justicia, conforme á sus privilegios, pueda
ejercer y administrar la jurisdiccion civil é criminal, de las dichas
islas, como é de la manera que los otros Visoreyes é Gobernadores lo
usan, é pueden y deben usar en los límites de su jurisdiccion, con
tanto que las provisiones que por el dicho Almirante é sus sucesores se
libraren y despacharen, hayan de ir agora por D. Hernando y doña Juana,
é despues de los dias del Rey é Reina, nuestros señores, por el nombre
de Rey ó Reina que por tiempos fueren en estos reinos de Castilla, é
las provisiones é mandamientos que por Tenientes é Alcaldes, y otros
oficiales, ansí del mismo Almirante como de sus sucesores se libraren
ó firmaren, ó cualquiera ejercicio de justicia que en las dichas islas
se hagan, digan: Yo, fulano, Teniente ó Alcalde de tal lugar é isla,
por el Almirante Visorey ó Gobernador de la tal isla ó islas, por el
rey D. Hernando é reina Doña Juana, nuestros señores, y despues de sus
dias por el tal Rey ó Reina que por tiempo fueren, como dicho es, y
que si en otra manera fueren las dichas provisiones y mandamientos,
que no sean obedecidas ni cumplidas.» En la Coruña se tornó á declarar
el mismo artículo, por la forma siguiente: «Mandamos y declaramos que
el dicho Almirante tiene derecho de Gobernador é Visorey, así de la
isla Española, como de las otras islas que el almirante D. Cristóbal
Colon, su padre, descubrió en aquellas mares, é de aquellas islas, que
por industria del dicho su padre se descubrieron, conforme al asiento
que se tomó con el dicho Almirante, su padre, al tiempo que se hizo la
capitulacion para ir á descubrir, é conforme á la declaracion que fué
hecha por los del Consejo en la ciudad de Sevilla.»

Declaracion de Sevilla. «Que la décima parte del oro é de las otras
cosas que pertenecen al dicho almirante D. Diego Colon, en las dichas
islas, por virtud de la dicha capitulacion, que el Rey, nuestro
señor, é la Reina, nuestra señora, que hayan gloria, hicieron con
el dicho D. Cristóbal Colon, su padre, en el Real de sobre Granada,
que pertenece al dicho almirante D. Diego Colon y á sus sucesores,
por juro de heredad, para siempre jamás, para que pueda hacer dello
lo que quisiere y por bien tuviere. Item, que de los diezmos
eclesiásticos, que á Sus Altezas pertenecen en las dichas islas, por
bulas apostólicas, así del oro como de las otras cosas, que al dicho
Almirante, D. Diego Colon, ni á sus sucesores no pertenece parte ni
cosa alguna. Item, que de las penas que pertenecen ó pertenecieren á
la Cámara de Sus Altezas é á la de los Reyes, que por tiempo fueren en
estos reinos de Castilla, así por leyes destos reinos como arbitrarias,
que se han impuesto ó impusieren para la dicha Cámara, que al dicho
Almirante, ni á sus sucesores, no les pertenece cosa alguna, salvo que
todas enteramente pertenecen á Sus Altezas; pero que las penas que,
por leyes destos reinos, pertenecian á las justicias é jueces dellos,
que éstas enteramente pertenecen al dicho Almirante y á sus oficiales.
Item, declaramos que al dicho Almirante no se le debe, ni ha de haber,
décima de aquellas cosas que Nos rescebimos, y podemos rescebir en las
dichas islas é tierra firme, por derecho de superioridad ó dominio, en
tal manera que el dicho Almirante no debe de haber décima de aquello
que Nos rescebimos ó podemos rescebir, á causa de las imposiciones
hechas ó que de aquí adelante se hicieren, así como son gabelas, que
comunmente se llaman almoxarifazgo, con otros servicios.» Item, dice la
de Sevilla: «Declaramos que las apelaciones que se interpusieren de los
Alcaldes ordinarios de las ciudades, villas é lugares, que agora son, ó
por tiempo fueren en las dichas islas, que fueren Alcaldes por eleccion
é nombramiento de los concejos, que aquellas vayan primeramente al
dicho Almirante ó á sus Tenientes, é dellos vayan las apelaciones á Sus
Altezas é á sus Audiencias, ó á aquellos que por su mandado hobieren de
cognoscer de las causas de las apelaciones de las dichas islas. Item,
que Sus Altezas puedan poner en las dichas islas, cada y cuando les
pareciere que conviene á su servicio, jueces de apelacion estantes en
ellas ó fuera dellas, los cuales puedan cognoscer de las dichas causas
de apelaciones, contenidas en su primer capítulo, é que para ésto no
embarguen los privilegios del dicho Almirante.»

Declaracion de la Coruña, dice así: «Que de las sentencias que los
dichos nuestros Alcaldes ordinarios, por Nos nombrados, dieren y
pronuciaren, así en las causas criminales como en las civiles, se
puedan apelar y apelen para los dichos Alcaldes, nombrados por el
dicho Almirante, nuestro Visorey. Item, que de las sentencias dadas
por los dichos Alcaldes, nombrados por el dicho Almirante, como
nuestro Visorey, se pueda apelar y apele para delante de los jueces de
apelacion por Nos nombrados en las dichas ínsulas é tierra firme, para
cognoscer y determinar las dichas causas. Item, que de las sentencias
que los dichos nuestros jueces de apelacion dieren ó pronunciaren, sea
lícito é puedan apelar é suplicar para ante Nos, para que Nos mandemos
determinar é determinemos las dichas causas, por Nos é por los de
nuestro Consejo real, residente en estos nuestros reinos de Castilla,
con tanto que las causas sean de la cuantidad que por Nos está ordenado
y mandado.»

En Sevilla. «Que las apelaciones que se interpusieren de los Alcaldes
ordinarios de las ciudades, villas é lugares, que agora son, ó por
tiempo fueren, en las dichas islas, que fueren Alcaldes por eleccion é
nombramiento de los concejos, que aquellas vayan primeramente al dicho
Almirante, ó á sus Tenientes, y dellos vayan las apelaciones á Sus
Altezas, ó á sus Audiencias, ó á aquellos que por su mandado hobieren
de cognoscer de las causas de las apelaciones de las dichas islas.»

Declaracion de la Coruña. «Que en las dichas islas y tierra firme, y
en las ciudades, villas y lugares dellas, donde se extiende el dicho
Almirantazgo, Nos podamos criar é nombrar, é nombremos, é criemos
Alcaldes ordinarios, y en nuestro nombre los elijan y nombren los
pueblos, como hasta aquí se ha hecho; los cuales puedan cognoscer y
cognoscan, en prima instancia, cualesquiera causas civiles é criminales
pertenecientes á su jurisdiccion. Item, que los Jueces ante quien se
principiaren cualesquier causas é negocios, que aquellos jueces las
determinen hasta la sentencia definitiva, é no se puedan entremeter
otros jueces, si no fuere por apelacion.»



CAPÍTULO XLVIII.

En el cual se prosiguen las declaraciones del Consejo, en Sevilla y en
la Coruña.


Declaracion de la Coruña. «Que el dicho Almirante, si quisiere, pueda
deputar y enviar una persona en la casa de la Contractacion de las
Indias, la cual asista con los nuestros oficiales, por Nos nombrados y
deputados en la dicha casa, para ver lo que así se hace en el tracto y
negociacion de las dichas Indias y tierra firme, donde su Almirantazgo
se extiende, porque tenga cuenta y razon de los que al dicho Almirante
pertenecen; con tanto, que la tal persona sea idónea y suficiente, y
presentada y notificada á Nos.»

Declaracion en Sevilla. «Que cada y cuando á Sus Altezas pareciere
que conviene á su servicio é á la examinacion de su justicia, é á los
dichos Rey é Reina, que por tiempo fueren en estos dichos reinos,
puedan mandar tomar residencia al dicho Almirante é á sus oficiales,
conforme á las leyes destos Reinos.»

Y porque el Almirante dió en cierto tiempo cuarenta y dos capítulos de
las cosas de que se agraviaba, respondiósele á algunos en Sevilla, y
despues en la Coruña.

Una respuesta en Sevilla fué, «que á Sus Altezas ó á quien su poder
hobiere pertenecer el repartimiento de los indios de las dichas Indias,
y no al Almirante.»

Respuesta en la Coruña. «Que pues Dios crió á los indios libres, é no
subjectos ni obligados á ninguna servidumbre, que de aquí adelante se
guarde lo que sobre ello está acordado é determinado.» En la márgen
dice ésto: «Declarado por los del Consejo, en la Coruña, que de
aquí adelante no se deputen y nombren Visitadores con jurisdiccion,
sino solamente que visiten los indios, y hagan pesquisa si han
hecho algunas cosas malas contra nuestra fe, para que se aparten y
abstengan dellas; y si hallaren algunos haber hecho y cometido algunas
cosas ilícitas y prohibidas, las declaren y notifiquen á sus jueces
competentes, para que sobre todo puedan debidamente proveer como más
convenga.» Aquesto se proveyó porque un Visitador pidió el oficio
de Visitador en Castilla, y lo hobo por una mula que dió á cierta
persona, nunca se habiendo proveido el tal oficio, en Castilla ni
acá, de aquella manera, sino como arriba dejamos dicho. Este vino á
esta isla, y, en muy pocos dias, robó dos ó tres mil castellanos, no
á los indios, porque no tenian más de los pellejos á cuestas, y los
trabajos donde los mataban, sino á los españoles, de cohechos, porque
disimulasen los malos tratamientos que á los indios hacian. Argúyese
aquí la ceguedad del Consejo en decir que solamente visitasen los
indios é hiciesen pesquisa si los indios hacian cosas malas contra
nuestra fe, etc. Ignoraba el Consejo lo que no le era lícito ignorar,
conviene á saber, que los desdichados opresos de los indios si sabian
qué hacer contra nuestra fe, como nunca hobiesen tenido doctrina ni
cognoscimiento de Dios, más que cien años ántes, ni aunque quisieran
no podian, como, dias y noches, otro espacio ni movimiento tuviesen,
sino morir en los trabajos de las minas, y en los que por ellas y á
ellas se conseguian. El mayor pecado de los tristes otro no era, sino
desear comer quequiera, porque, de pura hambre, aunque no trabajaran,
murieran como morian. Así que los Visitadores que se proveyeron en esta
isla, no se proveyeron para pesquisar si los indios hacian cosas contra
la fe, porque bien se sabia que no las hacian, sino para los afligir
cruelmente á azotes si se iban de las minas, ó si, á los en quien
estaban repartidos, á sabor de paladar no servian, y tambien para que
no consintiesen que los tuviesen más en las minas, y en otros trabajos,
de lo que ordenado estaba; pero desto segundo ningun cuidado se tenia,
de lo primero sí, porque no faltasen un punto en el servicio á los
que los destruian. Así que de todo esto, el Consejo, poca ó ninguna
noticia tenia, pues creia que los Visitadores se ordenaban para que
hiciesen pesquisa si los indios algunas cosas malas contra nuestra fe
cometian; de donde asaz parece, que las ignorancias del Consejo, así
del hecho como del derecho, tienen asoladas las Indias. Tornando al
propósito de las declaraciones, respondióse á lo mismo que el Almirante
pedia, de que le pertenecia el repartimiento de los indios, en lo cual
pedia para su alma el cuchillo, que el nombre de Visorey é título de
Almirante, y provision de Gobernador, no impide ni contradice para
que el Rey no pueda proveer y mandar las cosas que convengan para la
buena gobernacion de sus reinos y estados, como arriba es dicho, y por
esto no es agravio lo contenido en este capítulo; cuanto más que los
Visitadores, por leyes destos reinos, son permitidos para que puedan
visitar y cognoscer y determinar en las cosas pertenecientes á su
visitacion. Dice más cerca desto en la márgen de la declaracion de la
Coruña, que Su Alteza mandó y proveyó ésto, por los inconvenientes que
habia entre los oficiales de justicia, así para los indios que tenian
ellos, como para sentenciar en lo de los otros; y que así lo entiende
Su Alteza mandar en todos los otros oficiales de justicia, porque ansí
conviene para el buen tractamiento de los indios, y para la buena
gobernacion de aquella tierra. No he podido caer á qué propósito se
diga desta declaracion, porque no está más desto en aquel proceso.

Declaróse en la Coruña tambien: «Que á cada uno sea lícito acusar
al juez del dicho Almirante, si se tuviese por agraviado dél, ó
pretendiere haber hecho y perpetrado alguna cosa digna de castigo
y punicion. Item, que Nos podamos nombrar y deputar, é nombremos é
deputemos juez de residencia que resciba residencia contra los jueces
nombrados y deputados por el dicho Almirante, é por virtud de sus
privilegios constituidos; el cual pueda á los dichos jueces suspender
ó quitar de sus oficios, si á él bien visto fuere, con tanto que en
lugar de los dichos jueces, que así fueren suspendidos é removidos, el
dicho Almirante pueda nombrar y constituir otros, que usen la misma
jurisdiccion é oficio que usaban los suspendidos é removidos, ántes de
su suspension é remocion, é que no puedan volver las varas á aquellos
hasta que hayan hecho residencia. Item, que contra el dicho Almirante
no se tome residencia, sino de los modos é formas pasadas en los
capítulos ántes deste.»

En la Coruña. «Que los delitos que se cometieren y contractos que se
hicieren en la mar, do es el Almirante, entre las personas que fueren
á las dichas Indias, á donde se ejerce el dicho oficio, que pueda
cognoscer. Item, que si el Almirante lleva algunos derechos, que esté
pendiente el pleito sobre ello entre el reino y el Almirante, y que
se determine en el Consejo. Que de lo que se trujere de las partes
que descubrió el Almirante, su padre, se le acuda conforme á la
Capitulacion.»

Item, en la Coruña se declaró: «Que en las dichas ínsulas é tierra
firme, donde el dicho su Almirantazgo se extiende, no se puedan hacer
ni se hagan ayuntamientos generales, sin intervencion del dicho nuestro
Visorey, ó de la persona por él nombrada, y de los del Consejo ó jueces
de apelacion por Nos nombrados. Pero que los oficiales reales de las
ciudades, villas é lugares, siendo llamados algunos buenos y probos
varones de los mismos lugares, si á ellos bien visto fuere, puedan
hacer y hagan ayuntamientos particulares, para los negocios que tocaren
particularmente á la utilidad é provecho de los dichos lugares; y que
en tanto que el Visorrey ejerciere el oficio por su persona, donde se
hallare presente que se haga.» Y aquesto de juntarse el Almirante con
los jueces é oficiales, Su Alteza lo mandó por honrar su persona, que
así no se entiende á sus Tenientes.

Item, declaróse en Sevilla. «Que la provision de sus escribanías de los
concejos, y del número, de los lugares, pertenecer al Rey, pero las
del juzgado del Almirante, pertenecer al Almirante ó á quien su poder
tuviese, con tanto que los escribanos que pusiese tuviesen títulos de
escribanos del Rey.»

Otras cosas muchas pidió y fueron declaradas por el Consejo de las
Indias, pero porque no fueron pedidas por vía de pleito y por tela de
juicio, sino por vía de negociacion y expediente, fueron despues dadas
por ningunas, por ciertos jueces que el Rey señaló, ante los cuales
anduvo muchos años el pleito. Esto se ha referido aquí, porque sepan
los venideros algunas cosas, de toda especie, de las pasadas, y porque
vean cuán transitorias son las mercedes que los Reyes hacen, y con
cuántos trabajos y dificultad se alcanzan, y cómo en este mundo los
grandes servicios se pagan; y todo ésto áun se verá más claro adelante.



CAPÍTULO XLIX.


Las peticiones y capítulos y pleitos que aquí quedan señalados hemos
referido por anticipacion, por no tornar despues á repetillos, porque,
como se ha dicho, fueron propuestos en diversos tiempos; año de 511
algunos, y en él se hicieron en Sevilla las declaraciones; año de
12 otros, en Burgos, y otros año de 16, en Madrid, y año de 20 se
declararon en la Coruña, y otros año de 524. Pero los primeros y el
primer pleito se comenzó el año de 508, en el cual, como el Almirante
áun no se hobiese casado esperando que se determinase su justicia,
porque de allí dependia casar bien ó mejor, acordó, finalmente, casarse
con Doña María de Toledo, hija de D. Hernando de Toledo, Comendador
Mayor de Leon, hermano de D. Fadrique de Toledo, duque de Alba,
primos hijos de hermanos del Rey católico, el cual, de los grandes de
Castilla, era el que más en aquellos tiempos con el Rey privaba. Y
no pudo el Almirante llegarse á casa de grande del Reino, que tanto
le conviniese, para que con favor expidiese sus negocios, ya que no
le valia justicia, que la del duque de Alba, allende que cobró por
mujer una señora prudentísima y muy virtuosa, y que en su tiempo, en
especial en esta isla y donde quiera que estuvo, fué matrona ejemplo
de ilustres mujeres. Celebrado, pues, aqueste casamiento, el duque de
Alba insistia mucho con el Rey que pusiese al almirante D. Diego en la
posesion de la dignidad y oficios que habia ganado su padre, pero el
Rey, cuanto podia, complia con el Duque de palabras, con las cuales
el Duque, y con la dilacion, algunas veces rescibia mucho enojo, y
como privado y tan conjunto en sangre, y tambien, porque estando el
Rey en Nápoles, y muerto el rey D. Felipe, le sirvió mucho, y para
que á estos reinos tornase fué grande parte, no dejaba de mostrárselo.
Y áun díjose que ántes que viniese de Nápoles, ó estando en Nápoles
el Duque, se lo habia por cartas suplicado, y el Rey prometídoselo,
porque debia desde aquel tiempo el casamiento de tractarse. Finalmente,
de grado, ó vencido de las suplicaciones del Duque y tambien del
Comendador Mayor de Leon, su hermano, que despues del Duque no era
poco su privado y su cazador mayor, el Rey determinó enviar á esta
isla, con nombre solamente de Almirante y Gobernador de las Indias, al
dicho D. Diego Colon, segundo Almirante. Pero primero que le diese los
poderes, quiso poner el Rey aqueste resguardo, como si no tuviera el
Almirante privilegios ya de ello ganados, y adquirido derecho á todo
aquel Estado, y tractara de nuevo con algun estraño. El resguardo fué
protestar que no era su intincion, por los poderes que le habia de
dar, concedelle más derecho del que tenia pleiteando, y por esto mandó
despachar una Cédula del tenor siguiente:

El Rey:--«Por cuanto yo he mandado al Almirante de las Indias que vaya
con poder á residir y estar en las dichas Indias, á entender en la
gobernacion dellas, segun en el dicho poder será contenido, háse de
entender que el dicho cargo y poder ha de ser sin perjuicio del derecho
de ninguna de las partes. Fecha en la villa de Arévalo á 9 dias del mes
de Agosto de 508 años.--Yo el Rey.--Por mandado de Su Alteza, Miguel
Perez de Almazán.»--Y en las espaldas de la dicha Cédula, «Acordada», y
estaba hecha una señal.

Bien parece con la gana que el Rey le despachaba, que áun no dice con
mi poder, sino con poder, etc. Por manera, que no le dió mayor ni más
poder que habia dado al comendador Bobadilla y al Comendador Mayor,
que, al presente, aquesta isla gobernaba, que no se les habia dado más
de como á postizos y temporales que no habian de durar sino cuanto
fuese su voluntad. Y así, llevó el mesmo salario que el Comendador
Mayor tenia, y mandó que en Sevilla se le diese su pasaje, ó ayuda para
él, de la manera que al dicho Comendador Mayor se habia dado; y sobre
aquesta razon, el Rey le dió esta Cédula:

El Rey:--«Nuestros oficiales de la casa de la Contractacion de las
Indias, que residís en la ciudad de Sevilla, ya sabeis como he proveido
de nuestro Gobernador de las dichas Indias al almirante D. Diego Colon,
el cual va á usar del dicho cargo, y porque mi voluntad es que en lo de
su pasaje se haga con él como se hizo con el Gobernador que agora es,
al tiempo que paso á las dichas Indias, por ende yo vos mando que veais
los libros que teneis del dicho tiempo, y todo lo que halláredes que se
hizo con el dicho Gobernador, así en el pagar de su pasaje y licencia
de bestias y otras cosas, lo hagais y cumplais con el dicho Almirante,
sin que falte cosa alguna, que yo por la presente, si necesario es,
doy licencia para ello por esta vez. Hecha en el Realejo, á 13 dias de
Diciembre de 1508.--El Rey.--Por mandado de Su Alteza, Lope Conchillos.»

Entre otras Cédulas le mandó dar la siguiente, la cual puesto que
pareció favorable, y quizá la pidió el Almirante, porque supo que tenia
otra tal el Comendador Mayor, pero á lo que cognoscimos le fué harta
ocasion para que le durase poco la gobernacion, é se viese en muchos
lazos, por no cumplir la voluntad é interese de los privados del Rey, y
que estaban á su lado:

El Rey:--«D. Diego Colon, Almirante de las Indias y nuestro Gobernador
dellas, porque podria ser que por yo no ser bien informado, mande
despachar algunas cartas para las dichas Indias, en cosa que viniese
perjuicio á nuestro servicio, yo vos mando que veais las tales cartas
y las obedezcais, y en cuanto al cumplimiento nos lo hagais luégo
saber, para que sobre ello os envie á mandar lo que se haga; pero
en recibiendo nuestro segundo mandado, obedeceldas y complildas
enteramente como os lo enviare á mandar, sin poner en ello dilacion
alguna. Fecha en el Realejo, á 13 de Diciembre de 1508. Yo el Rey.--Por
mandado de Su Alteza, Lope Conchillos.»

Dióle poder para tomar residencia al Comendador Mayor y á sus dos
Alcaldes mayores. Habidos los despachos y besado las manos al Rey,
se partió el Almirante con su mujer, Doña María de Toledo, para
Sevilla, con mucha casa; trujo consigo á sus dos tios, el Adelantado D.
Bartolomé Colon, y D. Diego Colon, hermanos de su padre, de quien ya en
el libro I hablamos muy largo. Trujo tambien consigo á su hermano don
Hernando Colon, y algunos caballeros é hijos dalgo, casados, y algunas
doncellas para casar, como las casó despues en esta isla con personas
honradas y principales; trujo por Alcalde mayor á un licenciado,
Márcos de Aguilar, natural de la ciudad de Ecija, muy buen letrado y
experimentado en oficios de judicatura, en especial habia sido Alcalde
de la justicia en Sevilla, que es en ella muy principal cargo; trujo
á un licenciado Carrillo, tambien de quien abajo se dirá. Partió de
Sant Lúcar con una buena flota, creo que por fin de Mayo, ó principio
de Junio; trujo muy próspero tiempo y felice viaje, y entró por este
puerto desta ciudad de Sancto Domingo, por el mes de Julio, año de
1509.



CAPÍTULO L.


A la sazon que el Almirante llegó á este puerto, el Comendador Mayor
estaba en la tierra dentro, en la villa de Santiago, 40 leguas desta
ciudad, porque holgaba estar allí alguna parte del año, cuando podia,
por la sanidad y alegría del pueblo, y tener una legua de allí aquel
rio muy gracioso, llamado Yaquí; allende tambien que se iba allí,
por estar más cerca de las otras villas dichas, para, los que con él
quisiesen venir á negociar, escusarles el trabajo de venir á esta
ciudad. Ya dijimos tambien arriba, como habia puesto á un sobrino
suyo, llamado Diego Lopez de Salcedo, por Alcaide desta fortaleza, el
cual tambien acaeció estar fuera de aquí en una hacienda ó estancia
suya, cerca de aquí, por ventura para volver á dormir á ella, cuando
el Almirante vino. Pues como ninguno hobiese en la fortaleza, que
tuviese cargo de guardalla, aquel dia, sino fuesen gente de servicio,
así como lo supo el Almirante y desembarcó, fuése derecho con su mujer
y casa á aposentar en ella. Cuando el Alcaide vino, halló que otro la
poseia y mandaba la tierra. Escribióse luégo al Comendador Mayor como
el Almirante era venido, el cual, sabido el descuido de su sobrino
en la fortaleza, hobo gran enojo, y reprendiólo ásperamente, y tuvo
razon. Llegado á esta ciudad, fué luégo á ver al Almirante y á doña
María de Toledo, su mujer, los cuales le hicieron grande y gracioso
recibimiento, y él no menor reverencia á ellos. Hobo grandes fiestas
y representaciones, estando todos tres y los tios y hermano del
Almirante presentes, donde tambien ocurrieron de toda la isla muchos
caballeros y muy lucida gente. Acabadas las fiestas ó casi en ellas,
para las aguar, porque no haya en esta vida consuelo ni alegría sin
mezcla, sobrevino una tormenta y tempestad de las que hay por estas
mares y tierras, que los indios llamaban huracán, la última luenga, que
no dejó de toda esta ciudad cuasi casa enhiesta. Eran entónces las
casas de paja y de madera, y habia pocas de piedra. Destruyó las más
de las naos que estaban en este puerto, y entre ellas la en que habia
venido el Almirante, que fué muy grande y muy hermosa, con 500 ó 600
quintales de bizcocho que áun no se habia desembarcado, y otras cosas
que allí en ella se perdieron. Tomóse la residencia al Comendador Mayor
y á sus dos Alcaldes mayores; bien creo que la dieron buena, porque
como el Comendador era tan prudente, amigo de justicia y bueno, no les
consintiera hacer cosa que no debiesen, y tambien porque el licenciado
Alonso Maldonado era muy hombre de bien, justiciero y que se holgaba
siempre más de concertar los pleiteantes que no que viniesen ante él á
pedir su derecho. El otro bachiller Ayllon, que presidia en la Vega,
no era tan humano, y algunas injusticias hizo. Y es aquí de considerar
juntamente y de reir, aunque con más verdad podríamos afirmar que con
justa razon era cosa de llorar, que no se hacia entónces, y, en muchos
años despues, cuenta ninguna, en las residencias, de los agravios y
perdicion que padecian los indios, y que todos los jueces eran en
destruillos, y los consentian oprimir é destruir, más que si aquellos
delitos fueran ir á cortar madera de los árboles que nunca tuvieron
dueño. Todas las culpas que venian á parar á las residencias, y que
eran por culpas tenidas, no eran otras sino si el juez habia dicho
alguna mala palabra segun la soberbia entónces habia, ó si lo echó
en la cárcel por palabras que dijo á otro que de tanta pena no eran
dignas, ó si le impidió que no echase tan aína los indios á las minas.
Estas y otras culpas semejantes se acusaban y ponian por cargos á los
Gobernadores y jueces en las residencias, no que hobiesen asolado
y muerto en las minas y trabajos, cada demora, 100 y 200 indios,
hécholos azotar, y apalear y matar de hambre, muy más cruelmente
que los otros crueles vecinos. Y debiérase tomar residencia y dar
por cargo al Comendador Mayor, haber inventado el cruel y tiránico
repartimiento, por el cual desposeyó á los señores naturales de sus
señoríos, privóles de su natural libertad, y hízolos servir, habiendo
de ser servidos; deshizo los pueblos, y todos los indios desta Isla
entregó en servidumbre, desparcidos, á sus capitales enemigos, que los
consumieron, y que cada demora via que se acababan, y no curaba dellos
ni á ponelles remedio se movia. De cómo los dejó morir sin fe y sin
Sacramentos, y otras infinitas injusticias que les hizo y les consintió
hacer, dignísimas de capital y durísimo castigo. Si estos cargos se le
pusieran y se hobieran de castigar en él y en sus Alcaldes mayores,
pero en él principalmente, manifiesto es á quien tuviera juicio, que no
pagara, aunque, siendo suyos, vendiera los reinos de Castilla y con mil
vidas que tuviera; pero miedo tengo que no fué digno que destas culpas
hiciese residencia en esta vida, plega á Dios, que la que Dios le tomó
en su divinal juicio, le haya sido favorable, porque, en verdad, yo le
amaba, fuera destos yerros en que ciegamente incurrió. Y porque se vea
más claro la ceguedad suya ó de los jueces suyos y de aquel tiempo,
quiero referir una cosa, que mostrará la rectitud de la justicia, ó,
por mejor decir, la estulticia de que aquellos usaban, y en qué estima
tenian á los inocentes indios, que pecaban los pecadores y pagaban la
pena los justos y que eran sin culpa. Hacia un delito grave, ó ménos
grave, un español, no porque matase indio ni lo tractase mal, porque
éstas no eran culpas ni jamás se castigó por ellas hombre alguno, sino
por otras causas que ofendiesen unos españoles á otros, la pena comun
y cuotidiana que cada dia se daba, era, que aquel hiciese á su costa
tal camino, ó diese tantos peones, ó hiciese otras obras públicas. La
costa era, que enviaba á los tristes opresos indios que tenia, para que
derrocasen y allanasen las sierras y levantasen los valles, con sus
sudores y trabajos, hambreando y llorando, y algunos exalaban allí el
espíritu. Estas eran las sentencias que los jueces daban y las penas
que padecian los españoles por sus delitos, no haciendo más caso de
las ánimas de los indios, que si fueran caballos ó otros animales, y
los condenaban en que dieran tantas bestias para traer tantas cargas,
ó carretadas, etc. Esta ceguedad, con las demas que arriba se han
notado, ¿cómo pudieron al Comendador Mayor y á sus jueces por alguna
causa ó color escusar? pero pasemos adelante. Tomada la residencia
tal cual, porque en lo demas que no tocase á indios no hallo cosa
(porque yo estuve aquí lo más del tiempo que él gobernó), en que con
razon algun español dél pudiese quejarse, aparejó para se partir para
Castilla, como el Rey le envió á mandar. Este Comendador Mayor tuvo sus
repartimientos de indios que tomó para sí; no creo que echó algunos
á las minas, sino para que le hiciesen labranzas de caçabí é de los
fructos de la tierra, para mantener la gente de su casa, porque para
su persona todo le venia de Castilla, y así tenia estancias ó granjas,
como las llaman en España. Yo cognoscí una con muchos indios en la
Vega, junto á la ciudad de la Concepcion, y otra ó otras creo yo que
tenia cerca desta ciudad de Sancto Domingo; la que yo cognoscí en la
Vega, no tuvo más doctrina para los indios, ni hobo mayor cuidado
dellos en ella, que tuvieron los otros españoles vecinos, que ni por
pensamiento les pasaba tenerlo. Cosa fué aquesta digna de maravilla,
que tanta ceguedad hobiese, aunque no se sirvieran de los indios, en
olvidar aquel precepto divino que todos tenemos, de enseñar é instruir
á los que ignoraban las cosas divinas, sin el cognoscimiento de las
cuales salvarse los hombres es imposible, cuanto más sirviéndose
destas gentes que con sus trabajos y angustias, y con perdicion de
su libertad y de sus propias vidas, parecian comprar la doctrina
de Cristo. Tuvieron tambien repartimientos de indios sus Alcaldes
mayores, y ninguno los dejaba de tener de los que acá tenian del Rey
oficios. La hacienda principal que el Comendador Mayor acá tuvo, que yo
sintiese, era una renglera de casas que hizo edificar en la calle de la
Fortaleza, que está más propincua al rio, en ambas á dos aceras; las de
una acera dejó para el Hospital de los pobres de esta ciudad de Sancto
Domingo, y las de la otra para su órden de Alcántara, que milita debajo
de la bandera de Sant Benito. Díjose que pidió dineros prestados para
salir desta isla. Finalmente, fué, cierto, ejemplo de honestidad y de
ser libre de cudicia este buen caballero en esta isla, donde pudiera
con mucha facilidad, en lo uno y en lo otro, corromperse. Despachó el
Almirante á su hermano don Hernando, que seria de edad de diez y ocho
años, para que fuese á estudiar á Castilla, porque era inclinado á
las ciencias y á tener muchos libros, y enviólo por Capitan general
de la flota, donde fué el Comendador Mayor por súbdito suyo cuanto
duró la navegacion; cosa fué notada, que una persona tan señalada y
digna de veneracion, y en dignidad de Comendador Mayor constituido,
y que habia sido Gobernador mayor de todas las Indias, fuese subjeta
de un muchacho de diez y ocho años; no pareció bien áun á los mismos
que querian bien al Almirante. A la sazon era Presidente del Consejo
real D. Alvaro de Portugal, hermano del duque de Berganza, portugués,
pariente de la reina doña Isabel, y que fué privado de los Reyes, que
se vino á Castilla en tiempo de las guerras y discordias que hobo en
aquellos tiempos entre Castilla y Portugal; oí decir, que habia dicho
el D. Alvaro, que habia de hacer tomar una residencia al Comendador
Mayor, que otra tal no se hobiese tomado, amenazándolo. Sospeché yo que
lo habia dicho por haber tenido noticia del estrago que habia hecho el
Comendador Mayor en la provincia de Xaraguá, quemando tantos señores
juntos, y ahorcando á Anacaona, hermana de Behechío, rey de allí; no
se si en la sospecha me engañé. De aquella matanza é injusticia tan
inhumana, en el cap. 9.º hicimos mencion. Finalmente, partió desta isla
el Comendador Mayor, por el mes de Setiembre del mismo año de 509, y
llegó á Castilla, bueno, al cabo del año. De cómo lo rescibió el Rey,
no lo supe, mas de que estando el Rey en Sevilla, y mandando celebrar
Capítulo la órden de Alcántara, en el mismo Capítulo, en cuatro dias,
murió, muy pocos dias despues que hobo de acá llegado. Ya habrá visto
cómo acertó en inventar ó entablar el repartimiento de los indios, y
desparcillos entre los españoles como si fueran cabras, pestilencia
vastativa y cruel que todas estas Indias ha estirpado, y las otras
obras que cerca y contra los indios hizo.



CAPÍTULO LI.


Lo que conviene aquí tractar, segun la órden de nuestra historia, es
de la persona y gobernacion del segundo Almirante, llamado D. Diego
Colon; el cual, segun parece por lo que vivió, más fué heredero de
las angustias é trabajos y disfavores de su padre, que del Estado
honras y preeminencias que con tantos sudores y aflicciones ganó.
Fué persona de grande estatura, como su padre, gentil hombre, y los
miembros bien proporcionados, el rostro luengo, y la cabeza empinada,
y que representaba tener persona de señor y de autoridad; era muy
bien acondicionado, y de buenas entrañas, más simple que recatado ni
malicioso; medianamente bien hablado, devoto y temeroso de Dios, y
amigo de religiosos, de los de Sant Francisco en especial como lo era
su padre, aunque ninguno de otra órden se pudiera dél quejar, y mucho
ménos los de Sancto Domingo. Temia mucho de errar en la gobernacion
que tenia á su cargo, encomendábase mucho á Dios suplicándole lo
alumbrase para hacer lo que era obligado; trujo poder de encomendar
los indios desta isla; porque, fuera desta, no habia poblacion de
españoles en otra parte, ni habian en otra parte destas Indias entrado
de asiento á los sojuzgar y estragar. Tomó indios para sí y para Doña
María de Toledo, su mujer, y diólos á sus tios el Adelantado y D.
Diego y á sus criados y personas honradas que vinieron de Castilla con
él, aunque algunos trujeron para que se los diese Cédulas del Rey.
Fueron tractados los indios, en este tiempo primero del Almirante,
con la priesa de sacar oro, y con el descuido de proveellos de comida
y remedio, y para sus corporales necesidades, y en dalles doctrina y
cognoscimiento de Dios, de la manera y peor que de ántes en tiempo del
Comendador Mayor. Habia en esta isla cuando el Almirante vino 40.000
ánimas, que no restaban ya, de tres ó cuatro cuentos, más que matar;
por manera, que en obra de un año, desque vino el tesorero Pasamonte,
que dijimos haber 60.000, eran perecidos los 20.000 dellos. Proveyó,
luégo como vino, sabido las nuevas que habia traido Juan Ponce de
haber oro en la isla de Sant Juan, de enviar gente y un Teniente
suyo y Gobernador para que la poblase y gobernase; por su Teniente y
Gobernador, envió un caballero, natural de la ciudad de Ecija, llamado
Juan Ceron, y á Miguel Diaz, criado que habia sido del Adelantado,
su tio, los tiempos pasados, y le habia caido en suerte la mitad del
grano de oro grande, segun referimos arriba, por Alguacil Mayor; fuese
tambien á vivir á aquella isla el ya dicho Juan Ponce con su mujer é
hijos, y un caballero gallego, D. Cristóbal de Sotomayor, hijo de la
condesa de Camina, y hermano del conde de Camina, Secretario que habia
sido del rey D. Felipe, que habia venido con el mismo Almirante. Fueron
tambien otras muchas personas que habian venido con el Almirante,
desque vieron que ya en esta isla no habia indios para tantos, ni
sabian donde ir á parar yéndoseles gastando la laceria que habian
traido de Castilla. Deste caballero, D. Cristóbal de Sotomayor, se
dijo que el Rey enviaba por Gobernador de esta isla de Sant Juan, y
que el Almirante acá no lo consintió, pero esto parece no poder ser
por estas razones: una es, porque aún en Castilla no habia memoria
de que fuera desta Española se hobiese de poblar tierra alguna, ni
se sabia della si era tierra para poblarse de españoles ó no, porque
no habia entrado hombre de los nuestros por ella, mas de saltar en
la costa para tomar agua y leña; lo otro, porque las nuevas del oro
della trujo Juan Ponce al Comendador Mayor, y nadie las supo fuera
desta ciudad, porque cuando él vino con ellas, era ya desembarcado
el Almirante aquí; lo otro, porque el dicho D. Cristóbal vino sólo y
mondo, como dicen, con solos sus criados, harto pocos, y no traia de
Castilla un cuarto para gastar; lo otro, porque el Rey enviaba por
Gobernador al Almirante de todas estas Indias, y no habia luégo de
enviar juntamente Gobernador de parte dellas; lo otro, porque quedaba
pleito pendiente sobre la gobernacion y vireinado de todas ellas,
mayormente destas islas, de que ninguna duda habia en que fueron
descubiertas personalmente por su padre, y no haria el Rey luégo, sin
haber habido sentencia en ello, innovacion. Lo que yo creo, y entónces,
yo estando presente en esta ciudad, me parece haber sentido, sino me
he olvidado, que queria el D. Cristóbal que el Almirante lo enviara
por su teniente de Gobernador, y pienso que al principio lo envió,
y despues proveyó á Juan Ceron; y paréceme que aquesto es lo ménos
dudoso, si, como dije, la memoria de cerca de cincuenta años que han
pasado no me dejó. Finalmente, el uno ó otro duraron en el oficio un
año ó poco más, y ellos comenzaron á repartir los indios, y fueron
los primeros que aquesta pestilencia del repartimiento sacaron de
esta isla y llevaron á la de Sant Juan, y así fué la primera, despues
desta, que padeció esta plaga y calamidad. Llegado el Comendador Mayor
á Castilla, ó por hacer bien á Juan Ponce, ó al Almirante mal, hizo
relacion al Rey de como habia enviado á Juan Ponce á la isla de Sant
Juan, y habia descubierto mucha cantidad de oro, y que era hombre muy
hábil y que le habia servido en las guerras mucho, que Su Alteza le
debia proveer de aquella gobernacion, ó de cargo que en ella mandase.
El Rey le proveyó de la dicha gobernacion, pero como Teniente del
Almirante sin que el Almirante le pudiese quitar. Tomada la gobernacion
por provision del Rey, no le faltaron achaques, ó él se los buscó,
como es comun costumbre de los jueces acá, cuando quieren vengarse de
alguno sin tener temor de Dios ni del Rey, como está léjos el recurso;
prendió al Juan Ceron, y á Miguel Diaz, Alguacil mayor, y enviólos
presos á Castilla para que se presentasen en la corte, y esta fué la
primera sofrenada y disfavor que el Almirante, despues de acá llegado,
rescibió. Luégo, desde á pocos dias, rescibió otra poco menor: Tambien
vinieron con el Almirante dos hermanos, Cristóbal de Tapia, uno, por
Veedor de las fundiciones, el cual tenia la marca y sello con que se
marcaba, despues de fundido, el oro; y el otro, Francisco de Tapia,
por Alcaide de esta fortaleza, criados entrambos del obispo D. Juan
Rodriguez de Fonseca, de quien, muchas veces, arriba en el primer libro
y en éste, habemos hablado. Llegados á esta ciudad y entrado, como se
dijo, el Almirante y su casa en la fortaleza, presentó Francisco de
Tapia su provision de como era ya la tenencia della por el Rey; el
Almirante dilató cuanto pudo el cumplimiento de la provision, estándose
dentro, reacio, della, pareciéndole, por ventura, que á él pertenecia
por sus privilegios proveer ó señalar tres personas, y que el Rey
escogiese una dellas, como en los otros oficios se habia de hacer, y,
entre tanto, pensó escribir sobre ello. Avisaron los Tapias, segun es
verisímile, al obispo Fonseca, como el Almirante se habia entrado en
la fortaleza, y que presentada la provision del Alcaidía de Francisco
de Tapia, no habia querido complilla; no hobo llegado á noticia del
Obispo esta carta, cuando por los aires viniera la sobre carta real,
si fuera posible, pero baste que vino en los primeros navíos; envió
á mandar el Rey al Almirante, so graves penas, que luégo saliese de
la fortaleza y la entregase al tesorero Miguel de Pasamonte, para que
la tuviese hasta que mandase lo que se habia de hacer della; y de
creer es, que la Cédula desto, no vino poco reprensiva, porque no se
haria sino como quisiese y ordenase el Obispo. El Almirante luégo se
salió de la fortaleza, y fuése á posar á un cuarto de casa, que fué lo
primero que en esta ciudad, Francisco de Garay, criado del Almirante
primero, y que fué uno de los dos que hallaron el grano grande que
arriba dijimos, edificó la más propincua del desembarcadero sobre el
rio; estando allí el Almirante, procuró de hacer casa en que viviese,
y comenzó y acabó un muy buen cuarto, en el mejor lugar que por cerca
del rio habia, el cual posee agora el almirante don Luis, su hijo.
Pasados algunos meses, despues que el tesorero Pasamonte rescibió en
depósito la fortaleza, le vino mandado del Rey para que la entregase al
Francisco de Tapia, como Alcaide que hacia della, y con ella le mandó
dar 200 indios; éste era el principal salario que á los oficiales del
Rey se daba, y por haber éstos morian, y eran los que primero que los
de los particulares, por su grande cudicia y crueldad, y por tener más
favor, perecian; y despues de muertos la mitad ó el tercio de aquellos
200, en cada demora, presentaban la Cédula diciendo que el número que
el Rey les mandaba dar no lo tenian complido, y así tornábanse á echar
en la baraja todos los indios de la isla, y tornábanse á repartir, y
complíase aquel número de 200 indios, dejando sin indios á las personas
particulares que no tenian favor, segun que arriba se dijo.



CAPÍTULO LII.


Estando las cosas desta isla y de la de Sant Juan, y del Almirante
segundo, en el estado dicho, sucedió luégo, en este año de 509,
lo siguiente: Hobo un vecino en esta isla y en la ciudad de la
Concepcion, que decian de la Vega, de que muchas veces habemos á la
memoria repetido, llamado Diego de Nicuesa, que habia venido con
el Comendador Mayor, hijodalgo, que habia servido de trinchante á
D. Enrique Enriquez, tio del Rey católico, persona muy cuerda y
palanciana y graciosa en decir, gran tañedor de vihuela, y sobre todo
gran ginete, que sobre una yegua que tenia, porque pocos caballos en
aquel tiempo áun habian nacido, hacia maravillas. Finalmente, era uno
de los dotados de gracias y perfecciones humanas, que podia haber
en Castilla; sólo tenia ser mediano de cuerpo, pero de muy buenas
fuerzas, y tanto que, cuando jugaba á las cañas, el cañazo que él daba
sobre la adarga los huesos decian que molia. Este hidalgo, luégo que
llegó á esta isla, se acompañó con un vecino de los 300 que en esta
isla estaban, y que más hacienda de labranzas de la tierra, hecha
con indios, tenia, comprándole la mitad ó el tercio della, en 2 ó en
3.000 pesos de oro, fiada, á pagar sacando de los fructos de ella, que
entónces era gran deuda, y poniendo, el Diego de Nicuesa, los indios
de repartimiento que el Comendador Mayor le dió, en la compañía. El
tiempo andando, á costa de los sudores y trabajos de los indios, y
de la muerte de algunos dellos, sacó tanta cantidad de oro de las
minas, que pagó las deudas y quedó con 5 ó 6.000 castellanos de oro,
y mucha hacienda; y éstos por aquel tiempo era mucha riqueza en esta
isla y en estas Indias, porque, como queda muchas veces dicho, no
habia otra tierra poblada de españoles, sino ésta y la de Sant Juan,
que comenzó, como dije, poco habia. Cayeron en un aviso los vecinos
españoles desta isla, segun su parecer muy sotil, conviene á saber,
enviar procuradores al Rey que les concediese los indios perpétuos ó
por tres vidas, como los tenian por voluntad del Rey la cual no duraba
más de cuanto al que gobernaba placia. Este reguardo procuraban porque
no fuese en manos del Gobernador, cada y cuando que se le antojase,
quitarles los indios, como cada dia hacian. Para este mensaje y
procuracion, escogieron al dicho Diego de Nicuesa por procurador, y
á otro hidalgo muy prudente y virtuoso, llamado Sebastian de Atodo,
tambien, de aquella ciudad de la Vega, vecino. Estos, idos á Castilla,
propuesta su embajada y suplicacion al Rey, concedióles, creo que
entónces, que los tuviesen por una vida, pero despues se enviaron otros
procuradores que alcanzaron dos vidas, y despues se dieron priesa
por alcanzar tres vidas. Y esta fué cosa digna de admiracion, y no
sé si diga más digna de risa, ver la ceguedad que en todos, chicos y
grandes, habia, que se les morian cada dia los indios por sus crueles
tiranías, por las cuales, todos los indios de esta isla se acabaron,
no pasada, de muchos, la media vida, y toda su solicitud era que
el Rey se los diese perpétuos ó por tres vidas. Destos tupimientos
de los entendimientos, para sí mismos, y para los que los daños y
perdiciones padecian, tan nocivos, que los nuestros siempre tuvieron
en estas Indias, y comprendieron á muchos géneros de personas en
Castilla, verá innumerables cualquiera prudente lector, si leyendo
esta historia estuviese advertido. Así que Diego de Nicuesa, negociado
aquesta buena demanda para esta isla, negoció para sí otra tan buena
empresa, donde sudase y pagase los dineros, que, de los sudores y
trabajos y captiverio de los indios, habia adquirido; esta fué pedir
la gobernacion de la provincia de Veragua, por el olor de las nuevas,
que de la riqueza della, el Almirante primero que la descubrió, habia
dado y él oido, la cual se le concedió, aunque cierto era y notorio
haberla el Almirante descubierto, y estar sobre el cumplimiento de sus
privilegios pleito movido. A la sazon tambien se despachaba y despachó
la gobernacion de la provincia del golfo de Urabá, que es al rincon
que hace la mar en la tierra firme, pasada la tierra de Cartagena, de
que arriba hemos algo dicho, en el primero y en el presente libro,
para Alonso de Hojeda, que estaba en esta isla esperándola, porque
como el obispo D. Juan de Fonseca lo amase y tuviese como por criado,
aunque nunca lo fué, por ser valiente hombre y muy suelto, y lo hobiese
siempre favorescido, como arriba hemos alguna vez referido, en su
ausencia, le proveyó de la dicha gobernacion; la cual creo yo, que fué
á mover y negociar el piloto Juan de la Cosa, que con él habia andado
rescatando perlas y oro, y áun inquietando las gentes por aquella
costa de tierra firme, los años pasados, segun arriba queda dicho.
Así que, concedidas estas dos gobernaciones, que fueron las primeras
con propósito de poblar dentro de la tierra firme, señaló por límites
de la de Hojeda, desde el cabo que agora se dice de la Vela, hasta
la mitad del dicho golfo de Urabá, y á la de Nicuesa, desde la otra
mitad del golfo hasta el cabo de Gracias á Dios, que descubrió el
Almirante viejo, como en el cap. 21 queda escripto; dióseles á ambos
Gobernadores la isla de Jamáica, para que de allí se proveyesen de los
bastimentos que hobiesen menester: Dios sabe si habian de ser bien
ó mal habidos. Púsoles el Rey títulos á las gobernaciones; á la de
Hojeda nombró, el Andalucía, y Castilla del Oro á la de Nicuesa, las
cuales ambas dieron mucha pena al Almirante, mayormente la de Diego
de Nicuesa, por la causa dicha, y lo que más sintió fué dalles á la
isla de Jamáica, que el Rey y todo el mundo sabia haberla descubierto
su padre, con todas estotras islas, de lo cual ningun litigio habia.
Y porque Alonso de Hojeda era muy pobre, que no tenia, ó muy poco lo
que haber podia, para los gastos de navíos y bastimentos y gente que
traer se requeria, creo que Juan de la Cosa, con su hacienda y de
amigos y compañeros, allegó á fletar una nao, y uno ó dos bergantines,
dentro de los cuales, metidos los bastimentos que pudo y obra de 200
hombres, vino á esta ciudad y puerto de Sancto Domingo, donde fué de
Hojeda bien rescibido. Diego de Nicuesa, como más poderoso de dineros
y de haciendas, que tenia en esta isla, engrosó más su armada y trujo
cuatro navíos grandes y dos bergantines, y mucho más aparato y gente,
y llegó y entró en este puerto desde á pocos dias; pero de camino,
para que Dios hiciese sus hechos, vínose por la isla de Sancta Cruz,
que está 12 ó 15 leguas de la de Sant Juan, y salteó ciento y tantos
indios que vendió por esclavos, aquí y en Sant Juan, de camino, y
dijo que trujo licencia del Rey para hacerlo. Estaba entónces aquí un
bachiller llamado Martin Hernandez de Anciso, que habia ganado á abogar
en pleitos 2.000 castellanos, que por aquel tiempo valian más que hoy
valen 10.000; viendo á Hojeda con tan poca sustancia para su empresa,
ó el mismo Alonso de Hojeda le rogó que le ayudase ó favoreciese con
su industria y dinero, el bachiller luégo lo hizo, porque compró un
navío y cargólo de bastimentos, segun pudo, y para ésto quedó en esta
isla, para luégo con alguna gente seguille; Hojeda le constituyó desde
luégo por su Alcalde mayor en todo el distrito de su Andalucía. Juntos
en esta ciudad los dos nuevos Gobernadores, Hojeda y Nicuesa, cada
uno procurando su despacho de llevar gente y bastimentos, comenzaron
á rifar sobre los límites de sus gobernaciones y sobre la isla de
Jamáica; queria cada uno dellos que la provincia del Darien cayese
dentro de sus límites; y así andaban cada dia de mal en peor, de tal
manera que, que se matasen un dia, creiamos los que los viamos. Hojeda
como era pobre y tan esforzado, echaba luégo el negocio á puñadas y á
desafíos, el Nicuesa, como se tenia por más rico, y era sabio, decidor
graciosísimo, díjole un dia: «dad acá, pongamos cada 5.000 castellanos
en depósito, que os matareis conmigo, y no nos estorbemos agora nuestro
camino.» Todo el mundo sabia que Hojeda, un real que pusiese, no tenia;
en fin, con parecer de Juan de la Cosa, se concertaron con que el rio
grande del Darien, los dividiese, que el uno tomase al Oriente, y el
otro al Occidente; como el Almirante de ambas gobernaciones por muy
agraviado se sintiese, mayormente, como se dijo, de la de Veragua
y Jamáica, todo cuanto pudo contrarió al despacho dellos, y, para
impedilles lo de Jamáica, determinó de enviar á poblalla, y á aquel
caballero de Sevilla, Juan de Esquivel, de quien dijimos arriba que
habia sido Capitan en las guerras de Higuey, por su Teniente della,
al cual dijo cuando se iba á embarcar, como era osado, Hojeda, «que
juraba que si entraba en la isla de Jamáica, que le habia de cortar la
cabeza.» Partióse de este puerto con dos navíos y dos bergantines, y en
ellos 300 hombres, de los venidos para esto de Castilla, y los que se
llegaron de esta isla, y doce yeguas, á 10 ó 12 dias de Noviembre del
mismo año de 509. Y porque Diego de Nicuesa tenia más gruesa armada, y
se le llegó desta isla mucha gente isleña, lo uno, porque habia sido
casi por todos amado por su buena conversacion y por sus gracias, lo
otro, y que más los movió, porque de riqueza volaba, más que la de
Urabá, la fama de Veragua, fuéle necesario comprar otra nao, allende
cuatro y dos bergantines que trujo de Castilla, para llevarlos, y así
tardar más que Hojeda en su despacho; y porque, para cumplir con tanta
nao y tanta gente, tuvo necesidad de adeudarse, así en Castilla como
en esta isla; despues de llegado aquí, tuvo grandísimas angustias y
trabajos ántes que se despachase. La razon desto fué, porque como al
Almirante pesase tan íntimamente de que Nicuesa ni otro fuese á gozar
de Veragua, como de tierra que habia personalmente descubierto su
padre, y sus privilegios fuesen violados, ó él, ó por hacelle placer
á él, ó su Alcalde mayor ó otras personas movian á los acreedores que
impidiesen la partida de Nicuesa echándole embargos; de manera, que,
cuando cumplia con uno con prendas de sus haciendas ó dando fianzas,
salia otro y mostraba una obligacion ó cognoscimiento suyo con que
lo embargaba. Ultimamente, un dia, creyendo que ya lo tenia todo
averiguado, y 700 hombres muy lucidos, y embarcados, y seis caballos (y
por su Capitan general nombró á un Lope de Olano, que habia sido con
las cosas de Francisco Roldan, contra el Almirante viejo, los tiempos
pasados), despacha todas sus cinco naos que se hagan á la vela, con él
un bergantin, y deja el uno, para meterse en él, y ir luégo á tomallas,
quedando entendiendo en cierto despacho, y aquella misma tarde que las
naos salieron, yéndose al rio á embarcar, viene tras él la justicia
y échanle un embargo de 500 castellanos, y áun creo que le sacaron
de la barca, si no me he olvidado, porque yo vide lo que he contado.
Vuélvenlo á casa del Alcalde mayor del Almirante, que era el licenciado
Márcos de Aguilar, y allí mándanle que pague, sino que habrá de ir á la
cárcel; hace sus requerimientos al Alcalde mayor que le deje ir, pues
via ya salidas del puerto sus naos, y que iba en servicio del Rey, y
que si lo detenia, se perdia su armada, donde se arriesgaba más que 500
castellanos, los cuales él pagaria en llegando, y que al presente no
le era posible pagalles; respondia el Alcalde mayor que pagase, porque
el Rey no queria que ninguno la hacienda de otro llevase, y en esto
pasaban cosas muchas, que al triste de Nicuesa gravemente atribulaban,
y aunque pareció que industriosamente aquellos impedimentos se
rodeaban, valiérale mucho que allí lo detuvieran y muriera encarcelado,
segun el triste fin le estaba esperando. Estando en esto, sin saber
qué remedio tener, y fué maravilla no perder allí el seso aquella
tarde, segun estaba angustiado, sale de través un muy hombre de bien,
escribano desta ciudad, cuyo nombre me he olvidado y no quisiere
olvidado, y dice, «¿qué piden aquí al señor Nicuesa?» Respóndesele,
«500 castellanos»; dijo él, «asentá, escribano, que yo salgo por su
fiador de llano en llano, y vayan luégo á mi casa, que yo los pagaré de
contado.» El Nicuesa calla como espantado, de tan tempestivo consuelo
y socorro dudando; asienta el escribano la obligacion del que se
obligaba, y fírmala de su nombre, y desque Nicuesa vido que de veras se
hacia el acto, váse derecho á él casi sollozando, y dice, «dejáme ir
abrazar á quien de tanta angustia me ha sacado,» y así lo abraza. Esto
hecho, váse á embarcar en su bergantin para sus naos, que lo estaban
fuera del puerto esperando barloventeando, mirando siempre atras, si
venia tras él algun otro embargo. Salió despues de Alonso de Hojeda,
ocho dias, deste puerto, á 20 ó 22 dias de Noviembre del dicho año;
díjose, que en entrando en su nao la _Capitana_, comenzó á llamar de
borrachos á los pilotos y echar el punto en las cartas de marear, y
á querer guiar la danza; si ésto fué verdad, yo creo que llevaba el
juicio trastornado, porque no solian ser aquellas sus palabras, segun
la prudencia de que lo cognoscimos adornado. Partióse luégo tras ellos
Juan de Esquivel, con 60 hombres, á poblar la isla de Jamáica, y
éstos fueron los primeros que llevaron las guerras, y el pestilencial
repartimiento á aquella isla, y la destruyeron; dejó Nicuesa proveido
en sus haciendas que tenia en esta isla, que de 500 puercos, suyos ó
comprados, le hiciesen 1.000 tocinos en la Villa y puerto de Yaquimo,
80 leguas de este puerto abajo, como ya se ha dicho, que estaban en muy
buen paraje para dar con ellos en Veragua en cinco ó seis dias, yo los
vide hacer en la villa de Yaquimo, donde yo fuí, despues de Nicuesa
partido, y eran de los grandes y hermosos tocinos que en mi vida he
visto.



CAPÍTULO LIII.


Dejemos partidos los dos Gobernadores de esta isla para sus infelices
gobernaciones, que tales fueron al cabo, hasta que sea tiempo de tornar
á tratar de lo que, en tierra firme, por aquellos tiempos, á ellos y
á la tierra sucedió, que hay bien que recontar, y prosigamos lo que
concerniere al tiempo y gobernacion del segundo Almirante. Para que
sea, lo que adelante se dirá, más claro, es de presuponer, que despues
que el rey católico D. Hernando, el año de siete vino acá, á gobernar
los reinos de Castilla, por muerte del rey D. Felipe, desde Nápoles,
toda la gobernacion de estas Indias pendió principalmente del Obispo de
Búrgos, D. Juan Rodriguez de Fonseca, y del secretario Lope Conchillos,
los cuales eran muy privados del Rey, cada uno en su grado. Ya se ha
dicho en el primer libro, y en muchas partes destos libros ambos, como
el dicho Obispo, desde que fué Arcediano de Sevilla y se descubrieron
estas Indias, hasta este tiempo, y despues muchos años más, siempre
el dicho D. Juan Rodriguez de Fonseca, despues de Obispo que pasó por
diversos Obispados, tuvo de la gobernacion dellas todo el cargo, y con
él, principalmente por su autoridad y gran crédito que los Reyes dél
tuvieron, y tambien por su prudencia y capacidad, en lo que tocaba á
esto, se descuidaban, mayormente despues que el Rey vino de Nápoles,
como era viejo y enfermo, y bien cansado, puesto que con él se juntaban
otras personas de Consejo, notables letrados y no letrados, pero él era
el principal y presidia sobre todos, y su parecer se seguia en todo lo
que parecia tener color de bueno, por la mayor parte, por su autoridad
y por la experiencia que del hecho tenia de tantos años. El secretario
Conchillos, que entónces comenzaba, llegóse á él y seguia su voluntad,
como le via del Rey tan viejo privado, y finalmente, se hacia por acá
lo que ambos rodeaban, al ménos en aquellas cosas ordinarias y donde
no ocurrian nuevas dificultades. Ya se ha dicho tambien, como el dicho
Obispo, siempre tuvo acedía y no tomó sabor en los negocios y obras
de estos Almirantes; no se yo, que vide y oí mucho de esto, cuáles
hobiesen sido la causa ó causas, sino algunos puntos que arriba hemos
dado, que fueron harto livianos. Por ventura, sintiendo ésto los que
acá estaban, cobraban atrevimiento á no tener en cuanto debieran al
Almirante, así como dió lo mismo alguna y quizá mucha causa, en los
tiempos pasados, á la desvergüenza y alzamiento de Francisco Roldan,
contra su padre, primer Almirante, pues se jactaban que escribirian
al Obispo; y despues, cuando vino Alonso de Hojeda y alborotó la
provincia de Xaraguá, todos estribaban en el favor del Obispo, teniendo
por cierto que el Almirante no estaba en su gracia, segun que parece
arriba en el primer libro en algunos lugares. De aquí, creo que
se originó algo de lo que vamos hablando, conviene á saber, haber
engendrádose en esta isla, mayormente en esta ciudad, parcialidades;
una que volvia por el Almirante, y otra cuya cabeza era el tesorero
Pasamonte, y ésta se jactaba ser del Rey, como era muy favorescido
dél y del Obispo y de Conchillos, porque, segun creo, ambos, Tesorero
y Conchillos, eran aragoneses. Ayudaba mucho al bando del Tesorero,
ser su persona muy cuerda y de mucho ser y autoridad, y, á lo que
yo entendí ó creí cierto, por lo que cognoscí del Almirante y de su
condicion, noble y sin doblez, sin culpa suya todo esto se le rodeaba,
quizá, por algunas personas de las que habian sido desobedientes á su
padre de las reliquias de Francisco Roldan, ó de las que aquí quedaron
y despues vinieron, que querian bien al Comendador Mayor, todos los
cuales, sospecho que, pretendian deshacer al Almirante y quedarse con
la gobernacion, y hacer cada uno su casa. Y lo que sin gran ceguedad
de pasion, ó sin mayor malicia no pudo imaginarse, fué que, ó pensaban
ó fingian que el Almirante se podria ó querria en algun tiempo con
esta isla contra el Rey alzar, como á su padre levantaron, no teniendo
apénas que comer ni favor de ninguna parte. Y que esta maldad pensasen
ó fingiesen pareció, porque pasando por esta isla, para la de Cuba, uno
que iba por Contador del Rey, llamado Amador de Lares, muy diestro en
las cosas de la guerra, y que habia gastado muchos años en Italia, le
rogaron que fuese á ver las casas ó cuarto de casa que habia hecho el
Almirante, para ver si era casa fuerte de que pudiese tener sospecha
de algo. Fué á vella, y vido que estaba toda aventanada, ó llena por
todas partes de ventanas, porque así lo requeria la tierra por el
calor, y otras particularidades de casa muy llana; y burlo della y
más de los que aquello pensaban. Yo se lo oí esto al dicho contador
Amador de Lares. Creció cada dia más la malicia y envidia ó ambicion de
los de acá y de los de Castilla, ayudando algo, y quizá mucho, que el
Almirante no cumplia algunas Cédulas del Rey, que tocaban al interese
de los de Castilla y de los de acá, puesto que las obedecia, porque
le parecia que no convenia cumplillas, lo cual hacia por autoridad de
la Cédula que trujo, y arriba pusimos, y ansí escribian al Rey, y al
Obispo, y al secretario Conchillos lo que á sus paladares bien sabia,
y en disfavor del Almirante con sus colores y confitura del servicio
Real; lo que por todas estas Indias para corroborarse los oficiales del
Rey é ministros de su justicia en sus tiranías, se habia asaz usado.
Por estas invenciones y falsedades, á Castilla por cartas enviadas,
determinóse que se pusiesen ciertos jueces en esta isla y ciudad, que
se llamasen jueces de apelacion, á los cuales se apelase del Almirante
y de sus Alcaldes mayores; y aunque, si ellos fueran justos y usaran
sus oficios sólo para bien y guarda de la justicia, no parecia ser no
prudente provision (puesto que el Almirante la sintió mucho, porque
via que era para mayor daño suyo, y en perjuicio de sus privilegios
ponelle superior), pero ellos fueron siempre tales, que no tomaran
aquellos aquel oficio, sino por armas para destruir al Almirante y
echalle de esta isla, para mandalla ellos solos, los que despues
vinieron para señorear y robar la tierra y afligir y oprimir los que
poco podian y hoy pueden, no digo indios, porque muchos há que no
hay dellos memoria, sino los mismos españoles, como ellos afligieron
y oprimieron, y acabaron los indios. Proveyéronse por Jueces tres
licenciados, un licenciado llamado Marcelo de Villalobos, el licenciado
Juan Ortiz de Matienzio, y el bachiller Ayllon, que fué Alcalde mayor
de la Vega, como queda dicho en el capítulo 40, por el Comendador
Mayor, el cual venia ya licenciado, ó se llamó licenciado. Esta fué
la ponzoña principal que, de allí adelante lo que el cargo le duró,
entró en esta isla, en especial contra las cosas del Almirante, porque
renovó ó quiso vengar las cosquillas ó desabrimientos que hobo entre
el Almirante y el Comendador Mayor, ó los que quizá rescibió cuando
le tomó el Almirante residencia. Este se juntó con el Tesorero y con
otros criados del Obispo, que ya era de Búrgos, y con amigos y criados
del Comendador Mayor, los cuales, abierta ó casi abiertamente decian y
mostraban querer y seguir en destruir la casa y estado del Almirante;
y así lo hicieron grandes afrentas, y causaron muchas turbaciones con
la voz del servicio del Rey, de tal manera, que ya ni criados, ni
deudos, ni amigos osaban parecer ni hablar por miedo dellos. Envió
sus querellas el Almirante al Rey, suplicándole que enviase quien los
tomase residencia y á su Alcalde mayor, Márcos de Aguilar, y á los
demas sus oficiales; vino por juez de residencia un licenciado, que se
llamó Juan Ibañez de Ibarra, el cual, luégo que llegó, murió, y algun
rumor y sospecha hobo que se le dió con que muriese; murió tambien
el secretario Zabala, que con él vino para entender en la residencia
y negocios. Finalmente, tanto prevalecieron aquellos, todos, que se
llamaban servidores dél, contra el Almirante, que al cabo lo hobo de
enviar á llamar el Rey; y pasados grandes trabajos, angustias y gastos,
al cabo con ellas, desterrado de su casa, lo mataron, como dijo un
religioso en Sant Francisco desta ciudad, predicando á sus honras, como
abajo parecerá.



CAPÍTULO LIV.


Por este tiempo, en el año de 1510, creo que por el mes de Setiembre,
trujo la divina Providencia la Órden de Sancto Domingo á esta isla,
para lumbre de las tinieblas que entónces habia, y en todas estas
Indias se habian despues de engrosar y ampliar. El movedor primero, y
á quien Dios inspiró divinalmente la pasada de la Órden acá, fué un
gran religioso de la Órden, llamado fray Domingo de Mendoza, hermano
del padre fray García de Loaysa, que despues fué Maestro general de
la Órden, y confesor del Emperador y rey de España, Cárlos V, de este
nombre, y despues subió á ser Obispo de Osma, y despues Arzobispo de
Sevilla, y Cardenal y Presidente del Consejo destas Indias, y que por
más de veinte años las gobernó. Aquel hermano de este señor, llevó Dios
por otros pasos y caminos, y por otros grados más firmes y de mayor
seguridad lo levantó. Fué celosísimo de ampliar la religion, y que se
conservase en el prístino rigor, segun las antiguas sus constituciones,
y éste fué su principal fin, como fin que primero se ha de procurar,
no dejando de pretender el segundario, que es la salud y provecho de
las ánimas. Este padre fué muy gran letrado, casi sabia de coro las
partes de Sancto Tomás, las cuales puso todas en verso, para tenerlas
y traerlas más manuales, y, por sus letras, y más por su religiosa,
y aprobada y ejemplar vida, tenia en España grande autoridad. Para
su sancto propósito, halló á la mano un religioso llamado fray Pedro
de Córdoba, hombre lleno de virtudes y á quien Dios, nuestro Señor,
dotó y arreó de muchos dones y gracias corporales y espirituales.
Era natural de Córdoba, de gente noble y cristiana nacido, alto de
cuerpo y de hermosa presencia; era de muy escelente juicio, prudente
y muy discreto naturalmente, y de gran reposo. Entró en la órden de
Sancto Domingo, bien mozo, estando estudiando en Salamanca, y allí
en Santistéban se le dió el hábito; aprovechó mucho en las artes
y filosofía y en la teología, y fuera sumo letrado, si por las
penitencias grandes que hacia no cobrara grande y contínuo dolor de
cabeza, por el cual le fué forzado templarse mucho en el estudio, y
de quedarse con suficiente doctrina y pericia en las Sagradas letras,
y lo que se moderó en el estudio, acrecentólo en el rigor de la
austeridad y penitencia, todo el tiempo de su vida, cada y cuando las
enfermedades le dieron lugar. Fué tambien, con las otras gracias que
Dios le confirió, devoto y excelente predicador, y á todos daba, con
sus virtuosas y loables costumbres para en el camino de la virtud y de
buscar á Dios, loable y señalado ejemplo, tiénese por cierto que salió
desta vida tan limpio como su madre lo parió. Fué llevado de Salamanca,
con otros religiosos de mucha virtud, á Sancto Tomás de Avila, donde
por entónces resplandecia mucho la religion. A este bienaventurado
halló el padre fray Domingo de Mendoza dispuesto para que le ayudase á
proseguir aquesta empresa, y movió á otro, llamado el padre fray Anton
Montesino, amador tambien del rigor de la religion, muy religioso y
buen predicador. Persuadieron á otro santo varon, que se decia el padre
fray Bernardo de Sancto Domingo, poco ó nada experto en las cosas del
mundo, pero entendido en las espirituales, muy letrado y devoto y gran
religioso. Estos movidos y dispuestos para le ayudar, fué á Roma para
negociar con el Gaetano, que era entónces Maestro general de la Órden,
y trujo recaudos para pasar la Órden á estas partes, y, habida licencia
tambien del Rey, porque tuvieron necesidad que otra vez se tornase
ó hablar con el Maestro general para sus cosas de órden, quedóse el
padre fray Domingo de Mendoza para las negociar, y envió al dicho
padre fray Pedro de Córdoba, que tenia entónces edad de veintiocho
años, por Vicario de los otros dos, aunque más viejos, y un fraile
lego que les añidió. Estos cuatro religiosos trujeron la Órden á esta
isla; el fraile lego se tornó luégo á Castilla y quedaron los tres,
los cuales, comenzaron luego á dar de su religion y santidad suave
olor, porque rescibidos por un buen cristiano, vecino desta ciudad,
llamado Pedro de Lumbreras, dióles una choza, en que se aposentasen,
al cabo de un corral suyo, porque no habia entónces casas sino de
paja, y estrechas. Allí les daba de comer caçabí de raíces, que es pan
de muy poca sustancia, si se come sin carne ó pescado; solamente se
les daba algunos huevos, y de en cuando en cuando, si acaescia pescar
algun pescadillo, que era rarísimo. Alguna cocina de berzas, muchas
veces sin aceite, solamente con axí, que es la pimienta de los indios,
porque de todas las cosas de Castilla era grande la penuria que habia
en esta isla. Pan de trigo ni vino, áun para las misas, con dificultad
lo habia. Dormian en unos cadalechos, de horquetas y varas ó palos
hechos, y por colchones paja seca por encima; el vestido era de jerga
aspérrima, y una túnica de lana mal cardada. Con esta vida y deleitable
mantenimiento, ayunaban sus siete meses del año arreo, segun de su
Órden lo tenian y tienen constituido. Predicaban y confesaban como
varones divinos; y porque esta isla toda estaba (los españoles digo),
en las costumbres de cristianos pervertida, en especial en los ayunos y
abstinencias de la Iglesia, porque se comia carne los sábados y áun los
viérnes y todas las Cuaresmas, y habia, todas ellas, las carnecerías
tan abiertas, y tan sin escrúpulo y con tanta solemnidad, como las
hay por Pascua Florida, con sus sermones, y más creo que con su dura
penitencia y abstinencia, los redujeron á que se hiciese consciencia
dello y se quitase aquella glotonería en los tiempos y dias que la
Iglesia determina. Habia, esomismo, gran corrupcion en los logros y
usuras, tambien los desterraron é hicieron á muchos restituir; otros
efectos grandes, dignos de la religion y Órden de Sancto Domingo, se
siguieron de su felice venida. Y porque á la sazon que vinieron y
desembarcaron en este puerto y ciudad de Sancto Domingo, el Almirante
habia ido, con su mujer doña Maria de Toledo, á visitar la ciudad de
la Concepcion de la Vega, y estaban allí, fué luégo á dalles cuenta
de su venida el bienaventurado padre fray Pedro de Córdoba, no con
más fausto de ir á pié, comiendo pan de raíces y bebiendo agua fria
de los arroyos, que hay hartos, durmiendo en el campo y montes en el
suelo con su capa á cuestas, 30 leguas de harto trabajoso camino.
Rescibiólo el Almirante y doña María de Toledo, su mujer, con gran
benignidad y devocion, y hiciéronle reverencia, porque el venerable
y reverendo acatamiento, y sosiego y mortificacion de su persona,
aunque de veintiocho años, daba á entender á cualquiera que de nuevo lo
viese, su merescimiento. Creo que llegó sábado, y luégo domingo, que
acaecia ser entre las octavas de Todos Santos, predicó un sermon de la
gloria del Paraíso que tiene Dios para sus escogidos, con gran fervor
y celo; sermon alto y divino, é yo se lo oí, é por oírselo me tuve por
felice. Amonestó en él á todos los vecinos, que, en acabando de comer,
enviasen á la iglesia cada uno los indios que tenia en casa, de que se
servia. Enviáronlos todos, hombres y mujeres, grandes y chicos; él,
asentado en un banco y en la mano un crucifijo, y con algunas lenguas
ó intérpretes, comenzóles á predicar, desde la creacion del mundo
discurriendo, hasta que Cristo, Hijo de Dios, se puso en la Cruz. Fué
sermon dignísimo de oir é de notar, de gran provecho, no sólo para los
indios (los cuales nunca oyeron hasta entónces otro tal, ni áun otro,
porque aquel fue el primero que á aquellos y á los de toda la isla se
les predicó acabo de tantos años, ántes todos murieron sin haber oido
palabra de Dios), pero los españoles pudieran dél sacar mucho fructo. Y
si muchos de los tales se les hobieran predicado, algun más fructo se
hobiera hecho en ellos que se hizo, y más hobiera sido Dios cognoscido
y adorado, y mucho ménos ofendido. Finalmente, habiendo dado parte al
Almirante de lo que habia que dalle, y negociado en breves dias, se
tornó á esta ciudad, dejando á todos los que lo habian visto y oido
presos de su amor y devocion. Luégo, en los primeros navíos, segun
creo, vino el primer inventor desta hazaña, el padre fray Domingo de
Mendoza, con una muy buena compañía de muy buenos frailes; todos los
que entónces venian eran religiosos señalados, porque á sabiendas y
voluntariamente se ofrecian á venir, teniendo por cierto que habian
de padecer acá sumos trabajos, y que no habian de comer pan ni beber
vino, ni ver carne, ni andar los caminos cabalgando, ni vestir lienzo
ni paño, ni dormir en colchones de lana, sino con los manjares y rigor
de la Órden habian de pasar, y áun aquello muchas veces les habia de
faltar; y con este presupuesto se movian con gran celo y deseo de
padecello por Dios, con júbilo y alegría, y por ésto no venian sino
religiosos muy aventajados. Díjose, que cuando este padre fray Domingo
de Mendoza llegó, con su religiosa compañía, en la isla de la Gomera,
que es una de las de Canaria, hobo allí una mujer endemoniada, y rogado
que la visitase y conjurase, hízolo de grado; y hechos los conjuros y
forzando al espíritu inmundo que de allí saliese, trabadas pláticas,
preguntóle y forzóle que le dijese de dónde venia; respondió el demonio
que venia de las Indias; dijo entónces el padre: «¡Ah, don traidor,
que ya no os cale parar allá, pues la fé católica se lleva, y va en
ellas á predicarse, donde habeis rescibido gran daño, y ser dellas
desterrado.» Respondió el demonio: «Bien está, que algun daño me han
hecho y me hacen, pero por eso bien que no se sabrá el secreto en estos
cien años.» Esto se publicó que allí pasó, no me acuerdo quién me lo
dijo, y por mi descuido no lo supe del mismo padre fray Domingo, ó del
padre fray Pedro de Córdoba, y de otros muchos religiosos lo pudiera
bien saber y averiguar, porque tuve harto tiempo para ello. Si dijo
verdad el demonio, como la puede decir, cumpliendo la voluntad de Dios,
el tiempo lo declarará desque pasen cuarenta años, contando los ciento,
desde que estas Indias se descubrieron; y, por ventura, el secreto es
la claridad del engaño y ceguedad que hay cerca de las injusticias é
impiedades que estas gentes de nosotros han rescibido, no teniéndose
por pecados, que ha comprendido á todos los estados de España. En
fin, yo soy cierto que el tiempo, ó al ménos el dia del Juicio, se
declarará. Llegado, pues, el padre fray Domingo de Mendoza á este
pueblo y ciudad con su compañía, holgáronse inestimablemente el padre
fray Pedro de Córdoba y los que con él estaban, y como eran ya algun
número, y creo que pasaban de 12 ó 15, acordaron de consentimiento
de todos, con toda buena voluntad, de añadir ciertas ordenaciones y
reglas sobre las viejas constituciones de la Orden (que no hace poco
quien las guarda), para vivir con más rigor. Por manera que, ocupados
en guardar las nuevas y añididas reglas, estuviesen ciertos que las
constituciones antiguas, que los Santos padres de la Orden ordenaron,
estaban inviolablemente en su fuerza y vigor; y de una, entre otras,
me acuerdo que determinaron, que no se pidiese limosna de pan, ni de
vino, ni de aceite, cuando estuviesen sanos, pero si sin pedillo se lo
enviasen que lo comiesen, haciendo gracias á Dios: para los enfermos
podíase por la ciudad pedir. Y así les acaesció, dia de Pascua Florida,
no tener de comer sino una cocina de berzas, sin aceite, guisada con
sólo axí y sal. Vinieron muchos años guardando este rigor, al ménos
todo el tiempo que el felice padre fray Pedro de Córdoba vivió, y
pasaron grandes trabajos de penitencia, y florecia mucho la religion
en obediencia y pobreza, y, cierto, la primitiva del tiempo de Sancto
Domingo, aquí se renovó; y en tanto creció la fama de su santidad, que
el rey de Portugal escribió al Rey ó á los Prelados de la Orden, que
le enviasen de los frailes de Sancto Domingo destas Indias, ó para
reformar á Portugal, ó para poblar de nuevo la Orden en la India ó en
otra parte. Ordenaron que cada domingo y fiesta de guardar, despues de
comer, predicase á los indios un religioso, como el siervo de Dios,
fray Pedro de Córdoba, en la iglesia de la Vega habia principiado, y
á mí, que esto escribo, me cupo algun tiempo este cuidado; y así era
ordinario henchirse la iglesia, los domingos y las fiestas, de indios
de los que en casa á los españoles servian, lo que nunca en los tiempos
de ántes habian visto. En este mismo año, y en estos mismos dias que
el padre fray Pedro de Córdoba fué á la Vega, habia cantado misa nueva
un clérigo llamado Bartolomé de las Casas, natural de Sevilla, de los
antiguos de esta isla, la cual fué la primera que se cantó nueva en
todas estas Indias; y por ser la primera, fué muy celebrada y festejada
del Almirante y de todos los que se hallaron en la ciudad de la Vega,
que fueron gran parte de los vecinos desta isla, porque fué tiempo
de fundicion, á la cual, por traer cada uno el oro que habia, con
los indios que tenia, á fundirlo, ayuntábanse muchos, como cuando se
llegan las gentes á los lugares donde hay ferias, para sus pagamentos,
en Castilla; y porque no habia moneda de oro alguna, hicieron ciertas
piezas de oro, como castellanos y ducados contrahechos, que ofrecieron,
de diversas hechuras, en la misma fundicion donde se fundia y pagaba el
quinto al Rey, y otros hicieron arrieles para ofrecerle, segun que cada
uno queria ó podia. Moneda de reales se usaba, y destos le ofrecieron
muchos, y todo lo dió el misa-cantano al padrino, si no fueron
algunas piezas de oro, por ser bien hechas. Tuvo una calidad notable
esta primera misa nueva, que los clérigos que á ella se hallaron, no
bendecian, conviene á saber, que no se bebió en toda ella una gota de
vino, porque no se halló en toda la isla, por haber dias que no habian
venido navíos de Castilla.



CAPÍTULO LV.


Dejando la Órden de Sancto Domingo en el santo y religioso estado
que habemos contado, que fué una de las cosas pertenecientes á esta
isla, tornemos sobre lo que sucedió en la isla de Sant Juan, despues
de haber pasado á ella cristianos, y venida la gobernacion á Juan
Ponce, de quien se dijo arriba. Llegado, pues, el poder del Rey para
que Juan Ponce gobernase aquella isla, edificó un pueblo luégo de
españoles, que llamó Caparra, no sé á qué propósito, nombre de indios,
en la costa del Norte, las casas todas de paja; él para sí hizo una de
tapias, que bastó para fortaleza, como quiera que los indios no tengan
baluartes de hierro ni culebrinas, y la mayor fuerza que pueden poner
para derrocar la casa hecha de tapias es á cabezadas; despues otra
de piedra, todo á costa de los indios, y ellos todo lo trabajaban.
Este pueblo asentaron una legua de la mar, dentro la tierra, frontero
del puerto que llaman Rico, por ser toda aquella legua de un monte ó
bosque de árboles, tan cerrado y tan lodoso, que bestias y hombres
atollaban, cuando más enjuto estaba, hasta media pierna; por esta
causa era ésto averiguado, que las mercaderías de harina y vino, de
aceite y vinagre y ropa, y otras cosas que traian de Castilla, costaba
más desde la lengua del agua llevarlas al pueblo, sólo aquella legua,
que habian costado de Castilla traer hasta el puerto. Con toda esta
costa y trabajos, que cargaban todos sobre los indios, estuvieron tan
ciegos y ocupados en sacar oro, que no cayeron en diez ó doce años en
salir de allí, é mudar el pueblo, hasta que ya se les acababan los
indios, y convenia llegarse á la mar para suplir con el agua y barcos,
por ella, lo que la sangre de los indios derramada faltaba, y así
se pasaron donde agora el pueblo ó ciudad está. Donde al presente
está, es una isleta estéril, apartada de la misma isla grande por
un estero que allí hace la mar, pero angosto, que con una puente de
madera se pasa y trae todo lo que es menester de la isla, porque en
ella tienen todas las labranzas y ganados, y se sirven de todo lo
demas; hicieron otro pueblo cuasi al cabo de la isla, en un valle á la
misma costa del Norte, donde agora está el que se dice Sant Germán,
puesto que más arriba ó más abajo, y á aquel llamaron Guanica, por
razon que hallaron allí ciertos rios de oro; de allí lo mudaron cuatro
leguas la costa arriba, donde llaman el Aguada, porque sale allí un
buen rio, de donde se toma para las naos buen agua, y pusiéronle por
nombre Sotomayor; despues lo pasaron otra vez al mismo valle, poco
más ó poco ménos, más dentro ó más fuera, y llamáronlo Sant Germán.
Nunca hobo más de éstos dos pueblos en la isla de Sant Juan, puesto
que algunos más se comenzaron, pero en breve fueron despoblados por
ciertas causas; como, pues, los nuestros españoles, nunca en estas
Indias pueblen ó hagan pueblos, para ellos cavar y arar, y Juan
Ponce, que tenia la gobernacion, estuviese bien acostumbrado de las
poblaciones desta isla, y á cuya costa los españoles solian poblar,
llevó aquel camino que en aquesta isla él con los demas habia usado;
éste fué, repartir los indios señalando á cada uno tantos, cada uno
de los cuales tuvo cargo de que no se le pasase, en las minas, y en
las otras granjerías, el tiempo en balde; y así, todos los indios de
aquella isla, estando pacíficos y en su libertad, y rescibiendo á los
españoles como si fueran todos sus hermanos (yo me acuerdo que el año
de 502, saltando nosotros en tierra, vinieron pacíficos, alegres, á
vernos y nos trajeron de lo que tenian, como de su pan, y no me acuerdo
si pescado), súbitamente se vieron hechos esclavos, y los señores de
sus señoríos privados, y todos forzados á morir en los trabajos, sin
esperanza que en algun tiempo habian de cesar. ¿Qué se debia esperar
que los indios habian de hacer, mayormente habiendo tenido noticia que
las gentes desta Española, por aquel camino se habian ya acabado? Por
aquí se verá la ceguedad tupida de los que, por escrito ó por palabra,
llaman ingratos y malos á los indios, porque matan á los españoles,
durmiendo ó velando, juntos ó apartados y como quiera que puedan
tomallos. ¿Qué obras han sido las que de los españoles han rescibido
para que les deban ser agradecidos? ¿O habellos todos, donde quiera
que han entrado, consumido, matando ó destruyendo, como quiera que lo
puedan efectuar, no es usar de su natural defension que á los animales
brutos, y á las mismas piedras insensibles es natural y lícito? Grande
infelicidad y peligro es de todos aquellos que ésto no miran. Así que,
viendo las gentes de la isla de Sant Juan, que llevaban el camino para
ser consumptos como los de esta isla, acordaron de se defender, segun
que podian, y concertaron que cada señor con su gente, para cierto
tiempo, tuviese cargo de matar los españoles que pudiese haber por sus
comarcas, en las minas ó en las otras sus granjerías, que andaban ya
todos derramados, y en ellas bien ocupados. Mataron, por esta manera,
bien 80 hombres, y luégo van 3 ó 4.000 indios, sobre el dicho pueblo,
llamado Sotomayor, y, sin que fuesen sentidos, pusiéronle fuego, que
era todo de casas de paja, y juntamente mataron algunos de los vecinos
como estaban descuidados, los cuales, viéndose apretados y en gran
peligro, pelearon varonilmente contra los indios, por manera que no les
pudieron hacer más mal; pero hiciéronlos retraer y dejar el pueblo con
todo el hato que en él tenian, quemado y lo no quemado, y fuéronse á
juntar con Juan Ponce, por entónces su Gobernador, al pueblo llamado
Caparra. Y porque D. Cristóbal de Sotomayor, tuvo por su repartimiento
al Rey ó señor mayor de la tierra, llamado Agueíbana, no el que habia
rescibido á Juan Ponce y á los españoles la primera vez, como en el
capítulo 46 dijimos, sino un su hermano, que, despues de su muerte, en
el señorío le sucedió, y á la sazon estaba en el pueblo de aquel señor
que tenia él por siervo ó sirviente, acordólo allí matar. Dijeron que
desta determinacion le avisó una hermana del mismo señor, que tenia el
D. Cristóbal por manceba, pero que no lo creyó; y súpolo tambien de
otro español que tenia consigo, que sabia la lengua de los indios, y
se desnudó en cueros, y pintó con las colores que los indios estaban
pintados, y, cantando y haciendo bailes, fué donde cantaban la muerte
de D. Cristóbal que habian de hacer, de manera que no lo cognoscieron,
y le dijo como se tractaba de su muerte, y que aquella noche se podian
huir, pero tampoco aprovechó, hasta que, finalmente, otro dia lo
mataron con otros cuatro españoles. El Juan Ponce recogió y aparejó
lo mejor que pudo la gente de españoles que por la isla quedaba, que
eran pocos más de la mitad, porque todos los otros habian ya muerto los
indios, y donde sabia que habia gente junta, iba á buscarlos y peleaba
con ellos varonilmente, porque tuvo consigo hombres muy esforzados,
y, en muchas batallas ó recuentros, hicieron en los indios grandes
estragos; y así asolaron aquella isla, matando infinitos indios, los
señores y súbditos que podian armas tomar. Despues de los cuales
muertos, los demas sojuzgados, repartiéronlos entre sí, que es el
fin de sus guerras que llaman conquistas, (y ésto llama Oviedo en su
Historia pacificar, y todos los que se jactan de conquistadores), para
los echar á las minas y ocuparlos en las otras granjerías y trabajos,
donde al cabo los consumieron y acabaron, de la misma manera que los
desta isla Española fueron estirpados. Quien principalmente hizo la
guerra y ayudó más que otros, fué un perro que llamaban Becerrillo,
que hacia en los indios estragos admirables, y cognoscia los indios
de guerra y los que no lo eran, como si fuera una persona, y á éste
tuvieron, los que asolaron aquella isla, por ángel de Dios. Y cosas,
se dice, que hacia maravillosas, por lo cual temblaban los indios dél
que fuese con 10 españoles, más que si fuesen 100 y no lo llevasen;
por esta causa le daban parte y media, como á un ballestero, de lo que
se tomaba, fuesen cosas de comer, ó de oro, ó de los indios que hacian
esclavos, de las cuales partes gozaba su amo; finalmente, los indios,
como á capital enemigo, lo trabajaban de matar, y así lo mataron de un
flechazo. Una sola cosa, de las que de aquel perro dijeron, quiero aquí
escribir. Siempre acostumbraron en estas Indias los españoles, cuando
traian perros, echarles indios de los que prendian, hombres y mujeres,
ó por su pasatiempo y para más embravecer los perros, ó para mayor
temor poner á los indios que los despedazasen; acordaron una vez echar
una mujer vieja al dicho perro, y el Capitan dióle un papel viejo,
diciéndole, lleva esta carta á unos cristianos, que estaban una legua
de allí, para soltar luégo el perro desque la vieja saliese de entre
la gente; la india toma su carta con alegría, creyendo que se podria
por allí escapar de manos de los españoles. Ella salida, y llegando
un rato desviada de la gente, sueltan el perro, ella como lo vido
venir tan feroz á ella, sentóse en el suelo y comenzóle á hablar en su
lengua: «Señor perro, yo voy á llevar esta carta á los cristianos, no
me hagas mal, señor perro,» y estendíale la mano mostrándole la carta
ó papel. Paróse el perro muy manso, y comenzóla de oler, y alza la
pierna y orinóla, como lo suelen hacer los perros á la pared, y así no
la hizo mal ninguno; los españoles, admirados dello, llaman al perro
y átanlo, y á la triste vieja libertáronla por no ser más crueles que
el perro. Desde algunos dias, el Almirante, dando quejas desde acá,
que contra sus privilegios el Rey proveyera por Gobernador á Juan
Ponce, habiendo aquella isla descubierto personalmente su padre, en el
segundo viaje, y Juan Ceron y Miguel Diaz, que habia enviado presos
Juan Ponce, estando y negociando allá, fué movido el Rey á dejar la
eleccion de Teniente de aquella isla al Almirante, y dar licencia que
se volviesen Juan Ceron y Miguel Diaz á sus oficios, por el Almirante,
y á sus casas. Despues fué á la isla el Almirante, y por causas que le
movieron quitó á Juan Ceron la gobernacion, y puso á un caballero que
llamaron el Comendador Moscoso, que habia venido de Castilla con él.
Pasados algunos dias, quitó aquel y puso á otro caballero, Cristóbal
de Mendoza, y despues otros y otros; todos los cuales ayudaron á
destruir aquellas gentes, por todos holgarse de sacar oro, y no carecer
de la ceguedad que todos, hasta que los acabaron. Despues de muertos
los naturales vecinos della, dejó Dios para ejercicio y castigo de
los españoles, reservados, las gentes de los caríbes de las islas
de Guadalupe, y de la Dominica, y otras de por allí, que infestaron
muchas veces aquella isla, haciendo saltos, mataron algunos españoles,
y robaron y destruyeron algunas estancias ó haciendas, y llevaron
captivos algunos; lo que no osaran venir á hacer, si la isla estuviera
con sus habitadores en su prosperidad. Así dejó Dios ciertas naciones,
por los pecados de los hijos de Israel, para que los inquietasen,
turbasen, infestasen, robasen y castigasen, como parece por el libro
de Josué y de los Jueces. Y pluguiese á Dios que, con aquellos daños y
castigos, pagásemos solos los estragos, y calamidades, y destruyciones
que habemos causado en aquella isla, y los pecados que por ello habemos
cometido, dejados aparte los de las otras partes.



CAPÍTULO LVI.


Por aquellos mismos términos se destruyó y despobló la isla de Jamáica,
por aquellos que fueron con Juan de Esquivel, y por él ir á la poblar,
y ciertamente más verdad es que la fueron á despoblar; los cuales,
como se comenzaron á servir de los indios con el imperio y rigor que
siempre han acostumbrado, y á los indios se les hiciese tan nuevo y tan
pesado, mayormente teniendo experiencia de quién los españoles eran y
de sus obras, de cuando allí estuvo el Almirante viejo, viniendo del
descubrimiento de Veragua, comenzáronse por los montes á absentar.
Van tras ellos á montearlos, defendíanse y descalabraban algunos
españoles, porque matar, pocos ó ninguno pudieron matar; y nunca oí
que en Jamáica matasen los indios hombre, porque, en la verdad, era la
gente de aquella isla muy más pacífica y mansa que otra, que casi eran
como lo que habemos dicho de los lucayos. Y tanto anduvieron tras ellos
con perros bravos, que los cazaban y desbarrigaban, que, muertos con
extrañas crueldades, todos los principales y gente infinita que podia
tomar arcos en las manos, subjetaron los demas. Repartiéronlos entre
sí, ocupáronlos, no en las minas porque no las hallaron, ó era, como
despues fué, el oro tan poco, que dellas no curaban, sino en sembrar
las labranzas del pan caçabí y del grano maíz, y grandes algodonales,
porque allí se da mejor y más el algodon que en otra parte, aunque en
las más tierras destas Indias se da en abundancia, al ménos en las
que están desta parte de la equinoccial. Y ésta del algodon fué la
primera granjería que aquellos españoles en aquella isla tuvieron,
porque hacian hacer á las gentes della, en especial á las mujeres,
grandes telas de algodon, y camisas y hamacas, de que usábamos por
camas, y traíanlas á esta isla y á la de Cuba, y á la tierra firme,
desque fueron españoles á ellas, y las vendian, de donde llevaban
vino y harina de Castilla, y aceite, y vinagre, y ropa de lienzo y de
paño, y otras cosas que de Castilla venian y ellos habian menester;
y desta isla llevaban ganados y yeguas, de que allí se han bien
multiplicado. Llevaban ó venian de tierra firme á les comprar caçabí,
maíz é hamacas, y telas que compraban los marineros, para hacer velas,
de los indios, y carabelas, que por estas islas y tierra firme andaban
al tracto. En aquellos trabajos se hobieron tan cruel é inhumanamente
con aquellas inocentes gentes, que en ninguna parte, hasta entónces,
destas Indias se les habia, en crueldad y malos tractamientos, hecho
ventaja; los hombres en el sembrar y poner las labranzas y algodonales
y otras muchas maneras de trabajos; las mujeres en el hilar y tejer,
preñadas y paridas, haciéndolas en ello tan importunamente trabajar,
que un momento no las dejaba parar. No les daban de comer sino caçabí
y ajes, que son raíces de que ya hemos hablado, y con los continos
trabajos, enflaquecidos, morian. Fué regla general, que los indios de
los repartimientos que daban para las granjerías del Rey, eran siempre
los más cruelmente, por sus oficiales, afligidos y tractados, y así
más aína que otros perecian en todas las partes destas Indias, y hoy
lo son más opresos y más mal aventurados. Doctrina ninguna tuvieron,
ni se les dió en Jamáica, ni más cuidado dello se tuvo que si fueran
brutos animales, siendo de la gente más aparejada del mundo para ser
cristianos. Por lo cual, murieron todos sin fe y sin Sacramentos, sino
fueron algunos niños que se baptizaron, y sin baptismo perecieron
hartos. Habrá hoy, de todos los vecinos que allí habia, que estaba como
una piña de piñones, de gente toda poblada, obra de cien personas,
y no se si llegan á tantos. Este fructo sale de la pacificacion que
dice Oviedo á cada paso, y los que de conquistadores se jactan, que
nuestros españoles en nuestras Indias hacen; y es de ver cómo los
encarece y sublima Oviedo, como quien ha hecho grandes hazañas, y todos
son caballeros y gente noble, segun él, los que á hacer estas obras
acá pasan. Cierto, fueron hazañas y tan grandes y tan señaladas, que
despues que Dios crió á Adan, y permitió en el mundo pecados, otras
tales ni tantas, ni con tan execrables, y creo que, inespiables ofensas
de Dios, ni fueron jamás hechas, ni pudieron ser pensadas, ni áun
soñadas. Pero temprano nos quejamos, vamos adelante.



CAPÍTULO LVII.


La órden de nuestra Historia requiere que tornemos á los dos
Gobernadores primeros, que fueron á la tierra firme, conviene á saber,
Alonso de Hojeda y Diego de Nicuesa, que, en el cap. 52, desta ciudad
partidos dejamos; y, porque Alonso de Hojeda partió deste puerto
primero, dél primero y de sus desastres será bien que digamos. Fué á
echar sus anclas en cuatro ó cinco dias al puerto de Cartagena, donde
la gente de aquella tierra estaba muy alborotada, y siempre aparejada
para resistir á los españoles, por los grandes males que habian
rescibido de los que fueron los años pasados, con título de rescatar,
como fueron Cristóbal Guerra, y otros, segun en el libro I, cap. 172
dejamos relatado, y porque, como en el capítulo 19 deste libro II
dijimos, las gentes de por allí habian por esta causa descalabrado
y muerto algunos de los nuestros, porque tenian hierba ponzoñosa y
brava, y hicieron relacion á los Reyes, que allí no querian rescibir
los cristianos, ántes los mataban, callando los insultos, violencias
y maldades que ellos en aquellos hacian, y no habia en la corte quien
volviese por los que estaban en sus casas, y gente tan inquieta y
mal mirada como hemos sido con ellos, por lo cual, dieron los Reyes
licencia que pudiesen ir á aquella tierra y hacelles guerra á fuego y
á sangre, y hacellos esclavos, con harta ceguedad y culpa de los que
tenian en su Consejo, como allí probamos, debia el Alonso de Hojeda
llevar esta misma licencia y allí determinó de usalla. Cuenta ésto, un
Cristóbal de la Tovilla, en una historia que llamó _La Barbárica_, el
cual anduvo por aquella tierra mucho tiempo, puesto que no entónces
sino despues, muchos años; pero súpolo de los mismos que con el Hojeda
fueron, ó de los que á aquellos inmediatamente sucedieron, y dice así
en el principio, cap. 1.º: «Aquí en Cartagena, echadas sus anclas,
porque el Rey católico le mandaba (conviene á saber, á Hojeda), que
hiciese guerra en aquella parte, por los muchos males que los indios
della hacian á los que con ellos rescataban. Esto procuraban ellos,
porque, como todo el tiempo que esta tierra firme estuvo sin poblarse
de cristianos, las cuales ínsulas habitaban, venian cada dia á rescatar
con los naturales della, dándoles por el rescate mucho oro que tenian,
y gallinas, por cuentas y cuchillos y otras cosas semejantes de España,
con que volvian á sus casas cargados de riqueza, y pasaban con descanso
la vida. Mas despues que esta contratacion se fué adelgazando, y su
codicia poco á poco extendiendo, debajo deste nombre rescate hacian
armadas con que captivaban gran suma de indios, que en la Española
y las demas ínsulas, sin más justo título, por esclavos vendian,
por donde los indios, sentido el daño, de paz y de guerra mataban á
cuantos se descuidaban; á cuya causa, el rey D. Hernando mandó que
se les hiciese cruel guerra, siendo cierto que, si la verdad dello
supiera, ni lo mandara ni lo permitiera.» Estas son palabras formales
del dicho Tobilla, que no es chico testimonio para lo que, en el
dicho cap. 19, dijimos, y lo que demás en este artículo dijéremos,
porque siendo uno de los que en esta ceguedad estuvieron y murieron,
y hablador y encarecedor, como Oviedo, de las dichas hazañas de los
españoles, y abatidor de los tristes indios, que han sido y son tan
injustamente agraviados, la misma verdad, con todo esto, le constriñe
á que no la calle. Tornando pues al propósito, acordó allí Alonso
de Hojeda de saltar en tierra y dar de súbito en un pueblo llamado
Calamar, por haber de presto algunos indios, y enviarlos á esta isla á
vender por esclavos, para pagar muchas deudas que acá dejaba. Juan de
la Cosa, gran piloto, y que llevaba por Capitan general, acordándose
de lo que, viniendo con el mismo Hojeda los años pasados á rescatar,
cognoscieron de aquellos indios, ser valientes y tener hierba mortífera
y demasiadamente ponzoñosa, prudentemente le dijo: «Señor, paréceme
que sería mejor que nos fuésemos á poblar dentro del golfo de Urabá,
donde la gente no es tan feroz, ni tienen tan brava hierba, y aquella
ganada, despues podriamos tornar á ganar ésta con más propósito»; pero
Hojeda, que fué siempre demasiadamente animoso, confiando que nunca en
millares de pendencias y peligros que en Castilla y en estas Indias
se habia hallado, le sacó jamás hombre sangre, no curó de tomar su
parecer, sino con cierta gente va sobre el pueblo al cuarto de alba,
diciendo: «Santiago», acuchillando y matando y cautivando cuantos en
él hallaba, y que huyendo no se escapaban; ocho indios que no fueron
tan deligentes en huir, metiéronse en una de estas casas de paja, y
de tal manera se defendieron, con las muchas y ponzoñosas flechas que
tiraban, que ninguno de los españoles osaba llegárseles á la casa.
El Hojeda dando voces reprendiólos, y dijo: «grande vergüenza es que
vosotros, tales y tantos, no oseis allegaros á ocho desnudos que así
burlan de vosotros.» Confuso de estas palabras uno de aquellos, que
en aquella obra solícito andaba, con ímpetu grande arremetió por
medio de infinitas flechas y entró por la puerta de la casa, pero al
entrar dióle una por medio de los pechos, que luégo lo derrivó y dió
el ánima. El Hojeda, de ésto más exacerbado, mandó poner fuego á la
casa por dos partes, donde, con ella, en un credo fueron los ocho
indios quemados vivos; tomó allí 60 personas captivas, y enviólas á los
navíos, que las guardasen. Luégo acordó ir, con esta su vitoria, tras
los que iban huyendo, en su alcance, y á un gran pueblo que de allí
cuatro leguas distaba, llamado Turbaco; los vecinos dél, entendidas
sus nuevas, de los que huyeron habian sido avisados. Alzaron todas sus
mujeres y hijos y alhajas, y pusiéronlas en los montes á recaudo, y
entrando en el pueblo, de madrugada, no hallaron persona que matasen
ni captivasen; y como descuidados y no experimentados de que los
indios eran hombres, y que la vejacion y la misma naturaleza les habia
de enseñar, y así, menospreciándolos, y su misma cudicia y pecados
cegándolos, despareciéronse por los montes, buscando cada uno qué
robar. Los indios, por sus espías, sintiéndolos derramados, salen de
los montes y dan en ellos, con una grita que á los cielos llegaba, y
con tanta espesura de flechas herboladas, que parecia escurecerse los
aires; y como los españoles creyesen, con su descuido, que no habia
quien los enojar osase, y ésta fuese avenida súbita, espantados, como
si fueran venados cercados, no sabian donde guarecese ni huir, como
atónitos; huyendo para una parte, daban en gente que los aguardaba, si
para otra parte, caian en la que los acababa, y con unas mismas flechas
emponzoñadas, que habian muerto á unos, que los indios de los cuerpos
les sacaban, herian y mataban á otros, que vivos y en pié hallaban.
Juan de la Cosa, con ciertos españoles que recogió consigo, hízose
fuerte á la puerta de un cierto palenque, donde Hojeda con ciertos
compañeros, defendiéndose, peleaba, hincándose de rodillas muchas veces
para rescibir las flechas en la rodela, en la cual, como era chico de
cuerpo, y con su ligereza y destreza, casi todo se escudaba; mas desque
vido caidos todos los más de los suyos, y á Juan de la Cosa, con los
que le ayudaban, muy al cabo, confiando de la ligereza grande que tenia
(y fué admirable como en el primer libro dejamos declarado), sale por
medio de los indios, corriendo, y áun huyendo, que parecia ir volando;
metióse por los montes donde más oscuros los hallaba, encaminándose
cuanto más le parecia hácia la mar, donde sus navíos estaban. Juan de
la Cosa metióse en una choza que halló sin hierba descobijada, ó él,
segun pudo, con algunos de los suyos la descobijaron porque no los
quemasen, arrimado á la madera, y peleando hasta que ante sus ojos
vido todos sus compañeros caidos muertos, y él que sentia en sí obrar
la hierba de muchas saetadas que tenia por su cuerpo, dejóse caer de
desmayado: vido cerca de sí uno de los suyos, que varonilmente peleaba,
y que no lo habian derrocado, y díjole: «pues que Dios hasta agora os
ha guardado, hermano, esforzaos y salvaos, y decid á Hojeda como me
dejais al cabo.» Y éste sólo, creemos que de todos escapó, y Hojeda,
que debian ser más de 100 los que en aqueste salto se hallaron; algunos
dijeron que fueron 70 los que allí murieron. Los de los navíos, como
vian que de Hojeda, su Gobernador, y de su gente no sabian nada ni vian
que alguno venia, ni á quien preguntar, sospechando no fuese acaecido
algun desastre, van con los bateles por la costa arriba y abajo, á
buscar si viesen alguno que viniese de allá, que les diese buenas
nuevas ó malas; poniendo en ello mucha solicitud, llegaron á donde
habia junto al agua de la mar unos manglares, que son unas arboledas
inputribles, que siempre nacen y crecen y permanecen en el agua de
la mar, con grandes raíces, unas con otras asidas y enmarañadas;
allí metido y escondido hallan á Hojeda con su espada en la mano, y
la rodela en las espaldas, y en ella sobre trescientas señales de
flechazos. Estaba casi transido y descaecido de hambre, que no podia
echar de sí el habla, pero hicieron fuego y escarentáronle y diéronle á
comer de lo que llevaban, y así volvió á tener aliento y á esforzarse;
y como en esta tristeza y dolor estuviesen, oyéndole contar su
desventurado alcance y trabajo, vieron asomar el armada de Nicuesa, de
que no le sucedió poco dolor y angustia, temiendo que Nicuesa quisiese
de él vengarse por los desafíos y pendencias que, pocos dias y áun no
muy muchas horas ántes, en esta ciudad entre ambos habian pasado, por
lo cual mandó que todos se fuesen á los navíos, y le dejasen sólo, no
diciendo dél nada en tanto que Nicuesa en el puerto tardase.



CAPÍTULO LVIII.


Salieron los bateles de la armada de Hojeda á rescibir á Nicuesa, que
en el puerto mismo de Cartagena con la suya entraba, y con gran dolor
y tristeza le dijeron, como habia tantos dias que Hojeda y Juan de la
Cosa salieron en tierra con tanta gente, y habian destruido el pueblo
de Calamar, y presos tantos esclavos, y entrado la tierra dentro en
el alcance, y no habia ninguna persona; que tenian vehemente sospecha
ser por mal dellos y de todos los que consigo llevaba, pero que, por
hacer lo que debian, determinaban de irlo á buscar y traerlo si lo
hallasen, si les aseguraba, como caballero, de no mirar en tan gran
necesidad á cosa de las entre ambos pasadas. Diego de Nicuesa, que
era hijodalgo, se enojó de oirles aquellas palabras, y díjoles que
fuesen luégo á buscallo, y que si fuese vivo lo trujesen, al cual
no solamente no entendia enojalle, pero que les prometia como quien
era de le ayudar en todas sus necesidades, como si fuese su hermano.
Trujéronlo, pues, y lo primero que hizo Nicuesa, segun es de creer, fué
abrazarlo diciéndole: «Mucha diferencia debe haber en las obras que los
hombres hijosdalgo deben hacerse, cuando ven á los que en algun tiempo
quisieron mal de ayuda necesitados, de las que cuando riñen hicieran,
teniendo facultad de vengarse, porque allende ser bajeza y vileza de
ánimo, y degenerar de la bondad de sus pasados, crueldad sería, y de
hombres no razonables, añadir afliccion al que las aflicciones hán en
angustias postrado. Por ende, señor Hojeda, puesto que en la Española
hayamos habido palabras, y allí el uno al otro amordazado, ahora es
tiempo del todo olvidallas, y así, haced cuenta que no ha pasado
cosa entre nosotros que nos apartare de ser hermanos, y guialdo vos
como mandardes, que yo con mi gente os seguiré hasta que Juan de la
Cosa, y los que con él murieron, sean vengados, sin pretender más de
solamente ayudaros.» Hojeda fué muy consolado y le hizo muchas gracias,
reagradeciéndole tan grande obra de bondad y socorro, estimándolo
cuanto era posible á hombre que en estado de tanta adversidad estaba;
y cabalgaron ambos en sendos caballos, y tomados 400 hombres, á los
cuales por pregon público mandaron, so pena de muerte, que ninguno
indio á vida tomase, partiéronse de noche al pueblo de Turbaco, y
llegando cerca partiéronse en dos partes. Hay por allí unos papagayos
grandes, colorados, que llaman guacamayas, que dan muchos gritos y
hacen grandes alharacas, éstos, en sintiendo la gente, comenzáronlos
á dar; los indios entendieron lo que era, y como pensaron que ya
los españoles eran acabados, descuidáronse, y del grande miedo que
tuvieron, de súbito, saliéronse de sus casas huyendo, dellos con armas
y dellos sin ellas, y no sabiendo por donde andaban, daban en el golpe
de los españoles que los desbarrigaban; huian de aquestos, y daban en
los otros de la otra parte que los despedazaban. Tórnanse á meter en
las casas, y allí los españoles, poniendo fuego, vivos los quemaban.
Con el horror y tormenta del fuego, las mujeres, con sus criaturas en
los brazos, se salian de las casas, pero luégo que vieron los caballos,
los que nunca jamás habian visto, se tornaban á las casas que ardian,
huyendo más de aquellos animales, que no los tragasen, que de las vivas
llamas. Hicieron los españoles allí increible matanza, no perdonando
mujeres, ni niños, chicos ni grandes. Dánse luégo á robar: díjose que
á Nicuesa, ó á él y á los suyos, cupieron 7.000 castellanos. Andando
por diversos lugares, buscando qué robar, toparon con el cuerpo de Juan
de la Cosa, que estaba reatado á un árbol, como un erizo asaetado; y
porque de la hierba ponzoñosa debia estar hinchado y disforme, y con
algunas espantosas fealdades, cayó tanto miedo en los españoles, que
no hobo hombre que aquella noche allí osase quedar. Vueltos al puerto,
Hojeda y Nicuesa confederados, Hojeda se despidió de Nicuesa y mandó
alzar sus velas para el golfo de Urabá, que era el fin de su jornada,
donde gozar de los bienes ajenos pensaba. Será bien aquí considerar,
porque por las cosas no pasemos como pasan los animales, ¿qué injuria
hicieron los vecinos del pueblo de Calamar á Hojeda y á Juan de la
Cosa, y á los que consigo llevaron? ¿qué haciendas les usurparon?
¿qué padres ó parientes les mataron? ¿qué testimonios les levantaron,
ó qué culpas otras contra ellos cometieron, estando en sus tierras y
casas pacíficos? Item, ¿fué alguna culpa, los del pueblo de Turbaco
matar á Juan de la Cosa y á los demas, yendo á hacer en ellos lo que
habian hecho los españoles á los del pueblo de Calamar? ¿y fuera culpa
vengable que lo hicieran, solamente por castigar y vengar la matanza
que los nuestros hicieron en los vecinos inocentes de Calamar? ¿Hobiera
gente ó nacion alguna en el mundo, razonable, que por autoridad de la
ley y razon natural, que no hiciera otro tanto? Todas las Naciones del
mundo son hombres, y de cada uno dellos es una no más la definicion,
todos tienen entendimiento y voluntad, todos tienen cinco sentidos
exteriores y sus cuatro interiores, y se mueven por los objetos dellos,
todos se huelgan con el bien y sienten placer con lo sabroso y alegre,
y todos desechan y aborrecen el mal, y se alteran con lo desabrido y
les hace daño, etc. Todo esto dice Tulio en el libro I, _De legibus:
Namet voluptate capiuntur omnes. ¿Quæ autem natio, non comitatem non
benignitatem non gratum animum et benefitii memorem diligit? ¿Quæ
superbos, quæ maleficos, quæ crudeles, quæ ingratos non aspernatur, non
odit?_ ¿Qué nacion hay que no ame y loe la mansedumbre, la benignidad,
el agradecimiento y el bien hacer? ¿Quién no aborrece ó le parecen mal
los soberbios, los crueles hombres y malos? Todo esto es de Tulio.
Item más, ¿Si mereció Diego de Nicuesa premio, ante Dios, en ayudar á
Hojeda con su gente para ir á vengar la muerte de Juan de la Cosa y
á su muerta compañía, y si tuvo algun título justo y derecho natural
que á ejercer aquella venganza lo obligase ó excusase, ó si fué la paz
y amistad de ambos, la del rey Herodes y del injusto juez Pilatos?
Pregunto tambien, si fué buena preparacion la que hizo Hojeda, y
tambien allí Nicuesa, para despues predicar la ley de Jesucristo,
evangélica, justa, sin mácula, mansa, pacífica y quieta, como algunos
pecadores sábios del mundo y segun el mundo, por sus escriptos y
palabras decir osan y enseñan. Tanto derecho adquirieron los vecinos
de aquella tierra, solamente por aqueste hecho que hicieron Hojeda y
Nicuesa (que fueron los primeros que de toda la tierra firme hasta
entónces descubierta, de propósito saltaron en tierra con ejército
á robar, y matar y captivar los vecinos della), que desde entónces,
hasta el dia del juicio, cobraron derecho de hacer contra todo español
justísima guerra, adquirieron razonable impedimento y causa probable
de, por muchos años, no rescibir la fe de Jesucristo, en tanto que
creyeran que la profesaban y guardaban aquellos. Infelices, cierto, en
ésto fueron, y bien lo probó Dios por el fin que todos hicieron.



CAPÍTULO LIX.


Salido Hojeda con sus navíos del puerto de Cartagena para su golfo de
Urabá, por vientos que tuvo contrarios paró en una isleta que está
de Cartagena, la costa abajo, 35 leguas, que se llamó isla Fuerte;
y allí, para enmendar el avieso de lo que habia en Cartagena hecho,
y porque Dios le ayudase para lo de adelante, captivó la gente que
pudo, y que no pudieron huir, é robó algun oro que tenian, con todo
lo demas que hallaron que les podia aprovechar. De allí entró en el
golfo de Urabá, y por él buscó el rio del Darien, que entre los indios
era muy celebrado de riqueza de oro y de gente belicosa, pero no lo
hallando, buscó por allí cierto lugar y desembarcó la gente, y sobre
unos cerros asentó un pueblo, al cual llamó la villa de Sant Sebastian,
tomándolo por abogado contra las flechas con hierba mortífera, que
por allí se tiraban y tiraron hartas. Pero como Dios ni sus Sanctos
no suelen dar ayuda á las injusticias é iniquidades, como eran en las
que éstos andaban, Sant Sebastian no curaba ni curó de guardallos, ni
al mismo Hojeda, como se verá; y ésta fué la segunda villa ó pueblo
de españoles, que en toda la gran tierra firme se pobló (la primera,
fué la que el Almirante viejo, que estas Indias descubrió, comenzó
á poblar en Veragua, como en el cap. 26 queda declarado), el cual,
aunque no se poblara, no se ofendiera Dios, ántes infinitos pecados se
excusaran. Andando por allí buscando asiento para edificar su pueblo,
salió de un rio un grande cocodrilo, que por error llaman lagarto,
y tomó con la boca de la pierna de una yegua que halló cercana, y
llevósela arrastrando al agua, y, allí ahogada, tuvo buena pascua.
Viéndose Hojeda con tan poca gente para sustentar la negra villa de
Sant Sebastian, y con miedo de la gente que él iba á inquietar, robar
y captivar, despachó el un navío de los que trujo á esta isla, con
el oro que habia robado y los indios captivado, para vendellos por
esclavos, para que le trujesen gente á fama de robar, y armas y otras
cosas necesarias; todo ésto se hacia en principio del año de 510.
Hizo en la villa de Sant Sebastian, que toda era de chozas ó casas de
paja, una fortaleza de madera muy gruesa, que, para contra indios,
si los españoles están sobre aviso, con poca resistencia que hagan,
mayormente si fuese cubierta de teja ó de tablas de palma, que cuasi
se hallan hechas, con no más de cortallas con una hacha, suele ser
como contra franceses Salsas; y como el principal y final cuidado, y
al que todos los otros cuidados se enderezan, de los que vienen de
España á estas partes, y entónces tan copiosamente se tractaba, sea
hoy y fuese entónces escudriñar donde habia más oro, supo Hojeda,
de ciertos indios que habia captivado, que cerca de allí estaba un
Rey, señor de mucha gente, llamado Tirufi, el cual tenia mucho oro.
Acordó de ir allá y no perder tan buen lance, y dejando la gente
que le pareció, para guarda del pueblo y fortaleza, llevó consigo
los demas; y porque ya era extendida la fama por todas las tierras,
de muchas leguas adentro, de las obras de los cristianos, y cuáles
paraban las gentes inocentes que estaban quietas en sus casas, sabiendo
que venian, saliéronles á rescibir despidiendo de sí, como si fuera
lluvia, tantas venenosas flechas; de las cuales, muchos de los de
Hojeda heridos, y que luégo rabiando morian, y ninguno dañificado de
los indios, acuerdan todos, y más diligentemente Hojeda, de volver las
espaldas, y corriendo y áun huyendo irse al refugio de su fortaleza.
Desde á pocos dias, comenzóles á faltar la comida que Juan de la Cosa
trujo de Castilla, y algun caçabí que cogieron desta isla, y, por no
esperar que del todo se les acabase, acordó Hojeda de hacer saltos
y entradas por la tierra, para buscar y traer comida, tomándola por
fuerza á los indios; y si oro hallasen de camino, de creer es que no
le desecharian. Llegaron á cierto pueblo y pueblos, salíanlos luégo al
camino los indios á rescibir, y con sus armas acostumbradas hirieron
y mataron algunos de los españoles, y por no perdellos todos, y á su
persona poner en peligro, dió la vuelta con los suyos, huyendo, á su
fuerza, siguiéndolos hasta encerrallos dentro los indios. Llegados
á su villa y fortaleza, tenian harto, los que en ella quedaron, que
hacer en enterrar los que morian, y curar los que no venian tan mal
tratados, y pocos de los que con hierba venian heridos, escapaban.
Desde á pocos dias acabarónsele todos los mantenimientos, y no osaban
salir de la fortaleza un paso, á buscallos á los pueblos de los indios,
segun de la hierba de las flechas estaban escarmentados; en tanto grado
estaban sin remedio de comida, que los sustentase, que comian hierbas
y raíces, áun sin cognoscer dellas si eran buenas ó mataderas y malas,
las cuales les corrompieron los humores, que incurrieron en grandes
enfermedades, de que murieron muchos; y estando uno por centinela ó
guardia, de noche velando, se le salió el alma, y otros tendíanse en el
suelo, sin otro dolor alguno, más de pura hambre, espiraban: no tenian
cosa que menor dolor y angustia les diese que la muerte, porque con
ella tenian estima que descansaban. Estando, pues, padeciendo, más que
viviendo, esta infelice vida, quiso Dios, sacando de los males de otros
algun consuelo, no desmamparallos; fué desta manera, que un vecino de
la villa de Yaquimo, esta isla abajo, llamado Bernardino de Talavera,
que tenia muy muchas deudas, como otros muchos en esta isla hobo (como
arriba hemos dicho, que, con cuantos indios en las minas mataban, nunca
Dios les hacia merced ni medraban); por huir de las cárceles, acordó
de se salir huyendo desta isla, y porque no habia donde, sino á una
de las dos gobernaciones de que vamos hablando, y, por ventura, se
habia con Hojeda concertado, ó por las nuevas que habian dado los que
Hojeda envió en el navío por bastimentos, de que ya Hojeda quedaba en
tierra rica poblado, concertóse con otros tramposos y adeudados, que
habia hartos, y otros tambien que por sus delitos andaban, por ventura,
absentados, de hurtar un navío que estaba en el puerto de la punta del
Tiburon, dos leguas del pueblo ó villa de Salvatierra de la Çabana,
al cabo occidental desta isla, que era de unos ginoveses que cargaban
de pan cacabí é de tocinos, para traer á esta isla é llevar á otras
partes; el cual así lo hizo con 70 hombres que á ello le ayudaron, los
cuales asomaron un dia donde Hojeda y los suyos perecian de hambre.
Fué no decible ni estimable el gozo y consuelo que rescibieron sus
ánimas, como si de muerte á vida resucitaran. Sacaron los bastimentos
que traia el navío, de pan y de carne, los cuales pagó Hojeda, en oro
ó en esclavos, á la persona que allí debia venir, que del navío tenia
cargo; y, segun la fama, que Hojeda tenia de mal partidor, porque dicen
que decia que temia, muchos años habia, de morir de hambre, debió de
partillo mal segun la hambre que todos padecian. Comenzaron á murmurar
los que ménos parte habian, contra Hojeda, y á tratar de se salir de
la tierra, y venir en los bergantines ó en el navío recien venido;
Hojeda complia con ellos, dándoles esperanza de la venida del bachiller
Anciso, que cada dia esperaban. En este tiempo no dejaban los indios
de venir á darles rebates, y cada dia dellos descalabraban; y como
cognoscian ya la ligereza de Hojeda, que el primero que salia contra
ellos era él y los alcanzaba, y que jamás flecha le acertaba, acordaron
de armarle una celada para lo herir é matar. Vinieron cuatro flecheros
con sus flechas bien herboladas, y pusiéronse tras ciertas matas, y
ordenaron que otros diesen grita é hiciesen rebato á la otra parte; lo
cual, puesto en obra, como lo habian concertado, dada la grita en la
parte contraria, sale Hojeda el primero de la fortaleza como volando,
y llegando frontero de los cuatro, que estaban en celada, desarman sus
arcos, y el uno dale por el muslo y pásaselo de parte á parte; vuélvese
Hojeda muy atribulado, esperando cada hora morir rabiando, porque
nunca, hasta entónces, hombre le habia sacado sangre, habiéndose visto
en millares, como ya se ha dicho, de ruidos, en Castilla y en estas
partes. Creyó aquella era la que le bastaba; y con este temor mandó
luégo que unas planchas de hierro en el fuego las blanqueasen, y, ellas
blancas, mandó á un cirujano que se las pusiese en el muslo herido,
ambas, el cirujano rehusó, diciendo que lo mataria con aquel fuego;
amenazóle Hojeda haciendo voto solemne á Dios, que si no se las ponia
que lo mandaria ahorcar. Esto hacia Hojeda, porque la hierba de las
flechas, ser ponzoñosa de frio excesivo, es averiguado. El cirujano,
pues, por no ser ahorcado, aplicóle las planchas de hierro blanqueadas,
la una á la una parte del muslo, y la otra á la otra, con ciertas
tenazas, de tal manera que no sólo le abrasó el muslo y la pierna, y
sobrepujó á la maldad de la ponzoña de la hierba, y la echó fuera, pero
todo el cuerpo le penetró el fuego en tanto grado, que fué necesario
gastar una pipa de vinagre, mojando sábanas y envolviéndole todo el
cuerpo en ellas; y así se tornó á templar el exceso que habia hecho el
fuego en todo el cuerpo. Esto sufrió Hojeda voluntariamente, sin que lo
atasen ni lo tuviesen; argumento grande de su grande ánimo y señalado
esfuerzo. Sanó desta manera, consumiendo la ponzoña fria de la hierba
con el vivo fuego.



CAPÍTULO LX.


Comidos tambien los bastimentos que trujo el navío que hurtó Bernardino
de Talavera, tornaron á hambrear y verse en el estrecho de hambre y
miseria que ántes tuvieron, y como se morian cada dia de hambre, y el
bachiller Anciso, con el socorro que esperaban, no venia, daban voces
contra Hojeda, diciendo los sacase de allí, pues todos perecian, y de
secreto murmuraban y trataban de hurtar los bergantines y venirse á
esta isla, y otras cosas que como aborridos y desesperados decian y
hacian. Visto por Hojeda su inquietud y miseria, determinó decilles y
poner por obra, que pues Anciso no venia, que él mismo determinaba de
venir á esta isla en la nao que habia llevado Bernardino de Talavera,
y llevalles mantenimiento y todo socorro, y que no tomaba de término,
para tornar á vellos ó para les enviar remedio, más de cincuenta
dias, los cuales pasados, sino hobiese venido ó enviado, les daba
licencia para que despoblasen el pueblo y se viniesen á esta isla en
los bergantines, ó hiciesen de sí lo que quisiesen; plugo á todos su
determinacion y salida de la tierra, para venir á esta isla, esperando
que más presto serian socorridos. Dejóles por su teniente é capitan á
Francisco Pizarro, que era uno dellos, y el que despues fué Marqués en
el Perú, hasta que Anciso viniese, que ya tenia elegido por su Alcalde
mayor; los 70 hombres ó la mayor parte dellos que habian venido con el
Bernardino de Talavera, viendo la miseria y peligros de las vidas que
los de Hojeda pasaban, no quisieron quedar en la tierra, sino volverse
á esta isla, escogiendo por menor mal lo que aquí les sucediese, que el
que allí, quedando, tenian por cierto que padecerian. Embarcóse, pues,
Hojeda con el Bernardino de Talavera y con los demas en aquel hurtado
navío, y no pudiendo tomar esta isla, fueron á dar á la de Cuba, y creo
que á la provincia y puerto de Xaguá, de que arriba en el cap. 41,
algunas cosas dijimos, donde áun no habian pasado á poblar españoles;
en la cual, saltando en tierra y desmamparando el navío, diéronse á
andar por la isla, camino del Oriente, para se acercar más á ésta.
Acaeció que ó en el navío, por el camino, ó ántes que se embarcasen, ó
despues de salidos á tierra en Cuba, ó sobre quién habia de capitanear,
ó por otras causas, que yo no curé de saber cuando pudiera saberlas,
revolviéronse Hojeda y Bernardino de Talavera, ó quizá que venian en
el navío alguno de los súbditos del mismo Hojeda, por vengarse de
algunos agravios que estimasen haber dél rescibido; finalmente, hechos
todos á una con el Talavera, prendieron al Hojeda, y preso lo llevaban
cuando iban por Cuba, camino, salvo que iba suelto porque tuvieron
muchas bregas y recuentros con los indios, y valia más Hojeda en la
guerra que la mitad de todos ellos; y como era tan valeroso en fuerzas
y ligereza y esfuerzo, trayéndolo preso los deshonraba á todos, y los
desafiaba, diciendo: «bellacos traidores, apartaos ahí, de dos en
dos, y me mataré con todos vosotros.» Pero ninguno habia que le osase
hablar ni llegarse á él; y porque como muchos indios, de los vecinos
de aquella isla de Cuba, eran naturales desta isla, y se habian huido
della por la destruccion y muerte que los españoles hacian y causaban
á las gentes de ésta, y cognoscian bien sus obras por experiencia,
item, las matanzas y despoblaciones que hacian en las gentes inocentes
de las islas de los Lucayos, cuando los vieron tantos juntos, creyendo
y temiendo que venian á les hacer otro tanto, salíanles al camino á
resistillos que no entrasen en sus pueblos, y, si pudieran, tambien
matallos, aunque eran tan pocas y tan débiles sus armas, que no tenian
sino unos simples arcos, y ellos gente pacífica y no osada á reñir con
nadie, que todos juntos aunque eran muchos les pudieran hacer como les
hicieron poco daño; pero porque los españoles venian flacos, y con gran
trabajo, por no pelear con los indios huian de los pueblos, llegándose
siempre á la costa de la mar, y habiendo andado más de 100 leguas,
hallaron junto á la mar una ciénaga que les llegaba á la rodilla y poco
más, y pensando que presto se acababa, proseguian su camino adelante;
andados dos ó tres dias, íbase ahondando la ciénaga, y, esperando que
no podria durar mucho más y por no tornar á andar lo que quedaba atras,
como habia sido muy trabajoso, todavía andaban más, la ciénaga crescia
más, así en la hondura como en alejarse. Desta manera anduvieron ocho
y diez dias por ella, con esperanza de que se acabaria, y con temor
de andar lo que dejaban atras andado, habiendo padecido incomparable
trabajo de sed y hambre, siempre á la cinta el lodo y el agua, noches
y dias, y para dormir subíanse sobre las raíces de los árboles mangles
y allí dormian algun sueño, harto inquieto, triste y amargo. La comida
era el caçabí y algun bocado de queso, si alguno lo alcanzó, y axí, que
es la pimienta de los indios, y algunas raíces de ajes ó batatas, como
zanahorias ó turmas de tierra, crudas, que era lo que cada uno llevaba
sobre sus cuestas en su mochila ó talega, y bebian del agua salobre
ó salada. Anduvieron más adelante, con la dicha esperanza de que se
acabaria camino tan mortal, y tanto más la ciénaga se les ahondaba
cuanto se dilataba más. Llegaban muchas veces á lugares, por ella, en
los cuales les llegaba el cieno y agua hedionda á los sobacos, y otras
que les subia sobre las cabezas, y otras más alto, donde se ahogaban
los que no sabian nadar. Mojábaseles la comida como las talegas andaban
nadando, y el caçabí, mojado, es luégo perdido, que de ningun provecho
puede ayudar, como lo podian ser obleas en un charco echadas. Traia
Hojeda en su talega, con la comidilla, una imágen de Nuestra Señora,
muy devota, y maravillosamente pintada, de Flandes, que el obispo D.
Juan de Fonseca, como lo queria mucho, le habia donado, con la cual
Hojeda tenia gran devocion, porque siempre fué devoto servidor de la
Madre de Dios; en hallando que hallaba algunas raíces de los dichos
árboles mangles, que suelen estar sobre el agua levantadas, parábanse
sobre ellas un rato á descansar, los que por allí se hallaban, porque
no todos venian juntos, sino unos que no tenian tantas fuerzas ni tanto
ánimo, quedábanse atras, y otros desmamparados, y otros más adelante;
sacaba Hojeda su imágen de su talega y poníala en el árbol, y allí la
adoraba y exhortaba á que los demas la adorasen, suplicando á Nuestra
Señora los quisiese remediar; y ésto hacia cada dia y muchas veces cada
y cuando hallaba oportunidad. Y porque les era imposible tornar atras,
por no reandar lo que con tantas angustias y daños habian andado, ya no
pensaban en volver hácia atras, sino en morir todos allí ahogados, ó de
hambre y sed, como ya muchos muertos quedaban, con sola la esperanza
de que la ciénaga se habia de acabar. Duróles la ciénaga 30 leguas, y
anduvieron por ella treinta dias con los trabajos y miseria que dichos
se están; murieron de hambre, y sed y ahogados, creo que de todos
ellos, que eran 70, la mitad. Cierto, que, aunque los trabajos que en
estas Indias los españoles han querido pasar, por buscar riquezas, han
sido los más duros y ásperos que hombres en el mundo nunca pasaron,
éstos que aquí Hojeda y los que con él venian padecieron, fueron de
los más grandes. Plugo á Dios que llegaron algunos, los más recios
y ligeros, y que más pudieron sufrir calamidad tan grande, hasta al
cabo, y hallaron un camino seguido, por el cual se dieron á andar, y
á obra de una legua llegaron á un pueblo de indios llamado Cueyba,
la y letra luénga, y llegados, cayeron como muertos de flacos. Los
indios de vellos quedaron espantados; dijéronles como atras quedaban
los demas en aquel doloroso trabajo, ó por señas, ó porque allí
venian algunos que de la lengua desta isla, que con la de aquella era
toda una, sabian algunos vocablos. Hallaron tanta piedad y compasivo
acogimiento en los indios, que no lo hallaran alguno dellos mejor en
casa de sus padres; á los que allí llegaron diéronles luégo de comer de
todo lo que tenian, que no era en poca abundancia, porque la isla de
Cuba en gran manera era de mantenimientos abundante, como, placiendo
á Dios, se dirá. Laváronlos, limpiáronlos, recreáronlos. El señor del
pueblo envió luégo mucha gente, con comida para los otros que en la
miseria y tristeza quedaban, mandándoles que los ayudasen á salir, y
los recreasen y alegrasen, y los que no pudiesen venir los trujesen
á cuestas, y entrasen por la ciénaga y buscasen los que faltaban.
Hiciéronlo los indios tan bien y mejor que les fué mandado, porque
cuando no son exacerbados y maltratados de nosotros ántes, siempre
así lo hacen. Traidos y llegados todos los que escaparon, fueron allí
servidos muchos dias, mantenidos, recreados y consolados, como si los
indios estimaran que fueran ángeles, y es cierto, que si 1.000 ó 10.000
fueran los españoles, si los indios quisieran matallos, segun venian,
uno ni ninguno dellos no quedara; y porque Hojeda, con la devocion que
á Nuestra Señora tenia, se habia mucho á su misericordia encomendado,
y hecho voto que saliendo salvo al primer pueblo, dejaría en él su
imágen, dióla al señor del pueblo, é hízole hacer una ermita ó oratorio
con su altar, donde la puso, dando alguna noticia de las cosas de Dios
á los indios, segun que él pudo hablarles, diciéndoles que aquella
imágen significaba á la Madre de Dios, que estaba en el cielo, Dios
y Señor del mundo, llamada Sancta María, de los hombres muy abogada.
Fué admirable la devocion y reverencia que á la imágen tuvieron desde
adelante, y cuán ornada tenian la iglesia de paños hechos de algodon,
cuán barrida y regada; hiciéronle coplas en su lengua, que en sus
bailes y regocijos que llamaban areítos, la i letra luenga, cantaban, y
al son de las voces bailaban. Yo llegué, algunos dias despues de este
desastre de Hojeda y su compañía, y vide la imágen puesta en el altar,
y la iglesia ó oratorio, de la manera dicha, compuesta y adornada. Y
cuando habláremos, si á Dios pluguiere, de las cosas de aquella isla,
en el libro III, contaré otras cosas cerca de la devocion que los
indios tenian con esta imágen, no dignas de ser calladas.



CAPÍTULO LXI.


Estuvieron en aquel pueblo los españoles todo lo que les plugo y
quisieron estar, sirviéndoles los indios como si fueran padres y
hermanos; y, despues de sanos y hartos y recreados, dadas las gracias
al Señor y á los demas, y con muchos indios cargados de comida y de sus
hatillos, que el Cacique ó señor les dió, que los guiasen y acompañasen
hasta ponellos en otros pueblos, pasado un despobladillo que por allí
hay, por ser tierra muy baja, que creíamos, los que despues por allí
pasamos, que otro tiempo debia ser aquello mar, finalmente, llegaron
á la provincia y pueblo llamado Macáca, la media sílaba luenga; allí
los rescibieron muy bien los indios, y hospedaron, como los indios
universalmente lo suelen hacer donde no han sido primero agraviados.
Los españoles, como se vian aislados, y no remedio para salir de
aquella para esta isla, y redujesen á la memoria estar españoles en
la de Jamáica, la cual distaba de donde habian llegado obra de 20
leguas, tractaron entre sí de quién se atreveria pasar en una canoa
ó barquillo de indios, á dar nuevas en Jamáica dellos, y del estado
en que estaban y habian venido. Ofrecióse luégo un Pedro de Ordás,
diciendo que él iria, (no me acuerdo si fué solo él ó le acompañó
alguno de los otros), rogaron al Cacique ó señor del pueblo que les
diese una canoa esquifada ó proveida de indios, para que pasasen á
Jamáica; hízolo de muy buena voluntad, y proveyóles de comida con
todo lo necesario, cuanto fué posible. Partiéronse y llegaron á la
isla, y dieron noticia á Juan de Esquivel, Teniente, que el Almirante
habia enviado allí, pocos dias habia, como en el capítulo 52 dijimos,
el cual proveyó luégo de una carabela que allí tenia proveida de
lo que habian menester, para que trujesen á Hojeda y á todos los
demas; y en ella envió á Pánfilo de Narvaez por Capitan, de quien
abajo hay bien que decir é de su desastrado fin. Llegada la carabela
al puerto de Macáca, como la vieron fué grande el alegría que todos
rescibieron, y Hojeda pidió al Cacique una canoa para que le llevase á
la carabela, y así como Pánfilo de Narvaez le vido, díjole con mucha
gracia: «Señor Hojeda, lléguese vuestra merced por esta parte, tomalle
hemos.» Respondió Hojeda: «Señor, mi remo no rema,» dando á entender
los desacatos y agravios que de Bernardino de Talavera y de los otros
habia rescibido. Rescibido en el navío, Pánfilo de Narvaez, que era
hombre honrado y de bien, y cognoscia bien á Hojeda, y lo que segun
la estimacion de los hombres merescia, le hizo grande acatamiento, y
trató como la persona que era; despues rescibió en el navío á todos
los otros, y llevólos á la isla de Jamáica. Juan de Esquivel, como
era caballero y se habia visto próspero, y despues muy caido, porque
habia seguido muchos años los vaivenes de la fortuna, como nos contó
algunas veces á ciertas personas que estábamos en esta isla con él
juntos, no curando de acordarse de las palabras de amenazas que Hojeda
le dijo en esta ciudad, al tiempo que se partia para esta su desdichada
empresa, que le cortaria la cabeza si á Jamáica iba, le hizo grande
acogimiento y hospedaje benigno, y mostró dulce y graciosa y familiar
conversacion, aposentándole en su casa y haciéndole servir como á su
persona misma. Pasados algunos dias, que descansó de tan trabajosa vida
como desde que salió desta isla Hojeda habia tenido, pasóse á ésta,
quedando Juan de Esquivel y él muy grandes amigos. Quedáronse allí
todos los más de aquellos que con Hojeda venian, no osando pasarse á
esta isla por miedo de la justicia, por el hurto de la nao y por las
afrentas que dellos habia Hojeda rescibido; pero sabido por la justicia
del Almirante, quedar en Jamáica, envióse por ellos en especial por
el Bernardino de Talavera. Trujéronlo preso, y creo que á otros con
él, que debian ser los culpados ó más culpados, y convencidos por su
ordinario juicio, sentenciaron á ahorcar á Bernardino de Talavera,
y ejecutóse la sentencia en él, y creo que tambien ahorcaron ó
afrontaron á otros con él, si no me he olvidado, por el mismo delito;
por lo que á Hojeda hicieron no creo que hubo castigo, porque no era
hombre Hojeda que los acusaria. Estuvo Hojeda en esta ciudad despues
desto muchos dias, y creo que fué más de un año, y yo lo vide; algunos,
que debian ser de los que con él mal estaban, y quizá de los que con
él habian desto viaje venido, lo aguardaron para lo matar una noche
que venia de pasar tiempo en conversacion buena con amigos, pero aína
les hobiera pesado de haberle acometido, porque creo que los corrió
por una calle adelante á cuchilladas, segun que siempre hacer solia en
semejantes refriegas. Al cabo, cuando plugo á Dios, no mucho despues
de lo dicho, que fuesen cumplidos sus dias, murió en esta ciudad de
su enfermedad, paupérrimo, sin dejar un cuarto, segun creo, de cuanto
habia rescatado y robado, para su entierro, de perlas y oro á los
indios, y dellos hechos esclavos muchas veces que á tierra firme habia
venido; mandó que lo enterrasen á la entrada, pasado el lumbral, luégo
allí, de la puerta de la iglesia y monasterio de Sant Francisco; y así
no acertaron los que dijeron que el Almirante queriendo prenderlo, se
habia retraido á Sant Francisco, y allí habia muerto de la herida que
en Urabá rescibido habia, porque, como dije, yo lo vide suelto, y libre
y sano, pasear por esta ciudad, y despues, yo salido de aquí, oí ser
fallecido. Este fué el fin de Alonso de Hojeda, que tantos escándalos
y daños en esta isla (como en el primer libro queda dicho), hizo á
indios; éste fué el primero que hizo la primera injusticia en esta
isla, usando de jurisdiccion que no tenia, cortando las orejas á un
señor Rey y Cacique, que con mayor y más cierto derecho, jurisdiccion y
justicia propia, por el derecho natural concedido, pudiera á él y los
que con él iban, y al mismo Almirante que los envió (como á injustos
y violentos tiranos, invasores de los reinos y tierras, y señoríos
ajenos), justiciar y hacer pedazos. Hojeda fué tambien el que por maña
y cautela, ó por manera ilícita, prendió y trujo á la Isabela preso
al rey Caonabo, que se ahogó estando en cadenas en cierto navío, para
llevar á Castilla contra toda justicia y razon. Este fué asimismo
el que infestó á tierra firme, y á otras destas islas, que nunca le
ofendieron, y llevó dellas muchos indios á vender por esclavos á
Castilla, como queda en el primer libro dicho. Y finalmente, lo que
agora en éste su postrero viaje por la provincia de Cartagena y el
golfo de Urabá hizo, y fué causa que Nicuesa hiciese, con otros muchos
insultos, que, si yo cayera en los tiempos pasados en ello, pudiera
dél mismo sabellos, y de otras muchas personas que con él anduvieran,
para referirlos; y porque no cometió ménos que otros (al ménos que los
de aquellos primeros tiempos, porque de los que despues sucedieron
otros le excedieron ciento por uno), pudiera y debiera padecer otro más
desastrado fin, pero yo lo atribuyo que por honra de la Madre de Dios,
de quien se afirmaba ser muy devoto, quiso dispensar con él la divina
justicia en que muriese en su paz, y en su cama, quito de barahundas,
para que tuviese tiempo de llorar sus pecados, en esta ciudad do Sancto
Domingo. Y plega ó haya placido á Dios de haberle dado cognoscimiento,
ántes de la muerte, de haber sido pecados los males que hizo á indios.



CAPÍTULO LXII.


Tornemos á tractar de los que quedaron en la fortaleza de Urabá, los
cuales, despues de partido Alonso de Hojeda, padeciendo extremas
angustias y hambres, esperaron todavía los cincuenta dias que
de término les habia dejado, y viendo que ni venia ni enviaba,
determinaron deshacer y dejar el pueblo, y en los bergantines, para
esta isla, embarcarse; y haciendo cuenta de los que podrian caber en
ellos, vieron que para llevar á todos, que debian de ser hasta 60,
no eran capaces; por lo cual no hallaron otro remedio, sino esperar
que la hambre y enfermedades, y tambien los indios con sus flechas,
los menoscabasen hasta quedar tantos cuántos los bergantines pudiesen
llevar. No pasaron muchos dias que la hambre y las angustias, y los
indios peleando contra ellos, porque iban á sus pueblos á tomalles
la comida, de tal manera los apocaron, que pudieron bien caber y
tener lugar en los bergantines, y que les sobrase. Habian dejado
cuatro yeguas vivas, para su defensa, porque con ellas los indios se
asombraban, éstas hicieron tasajos y echaron en sal, y metido lo que
más pudieron meter, entraron en los dos bergantines, yendo por Capitan
del uno, Francisco Pizarro, y del otro, un Valenzuela. Hiciéronse á la
vela, seis meses despues que allí habian entrado; salidos del golfo de
Urabá, y siendo, cerca de la isla Fuerte, obra de 20 leguas, salidos á
la mar, dió un golpe de mar al bergantin de Valenzuela, que lo metió
con todos los que llevaba debajo del agua, donde, á vista de Pizarro y
de los que con él iban y oyendo los gritos dellos, todos se ahogaron;
dijeron los del otro bergantin, que vieron una ballena ó otro pece muy
grande, que con la cola les hizo pedazos el timon ó gobernario. Pizarro
fuése con su bergantin á entrar y escaparse en el puerto de Cartagena,
y él que entraba vido venir un navío y un bergantin; esperóle, y era
el bachiller Anciso, el cual lo traia cargado de bastimentos, y 150
hombres y doce yeguas, y algunos caballos, y puercas con sus berracos
para criar. Traia tambien muchos tiros de pólvora, y lanzas, y espadas
y otras armas, y trujera más de la gente que habia en esta isla, muy
adebdada, porque concertó con muchos que se saliesen á la costa de
la mar del Sur, en los puertos que habia hasta el cabo de la isla, y
que él iria con su navío y bergantin por ellos, y los iria tomando
cuantos hallase; pero, sabido por el Almirante, mandó que fuese una nao
armada con él, hasta dejallo pasado desta isla, porque los acreedores
se lo requirieron. Con toda la diligencia que se puso, no dejó Vasco
Nuñez de Balboa de ir en el navío, metido en una pipa vacía; díjose
que contra voluntad y sin saberlo Anciso. Este Vasco Nuñez era uno de
los que muchas deudas debia, vecino del postrero pueblo desta isla,
al Occidente, llamado Salvatierra de la Çabana, donde tenia indios de
repartimiento, natural de Badajoz. Era mancebo de hasta treinta y cinco
ó pocos más años, bien alto y dispuesto de cuerpo, y buenos miembros y
fuerzas, y gentil gesto de hombre muy entendido, y para sufrir mucho
trabajo; éste habia venido á la tierra firme, cuando vino á descubrir
é rescatar Bastidas, de quien arriba hicimos mencion. Salidos á la
mar, salió él de su pipa, y dijeron que desque lo vido Anciso se movió
á mucha ira contra él, certificándole que lo habia de hacer echar en
una isla despoblada, pues merecia muerte por las leyes; pero, dello
por se humillar, y dello porque otros á Anciso rogaron, se aplacó
Anciso, y así Vasco Nuñez se quedó porque tenia Dios determinado de
hacer otra cosa dél, por su mal. Así que, llegado Anciso al bergantin,
y cognoscido que era de la gente de Hojeda, creyó que se venian sin
licencia y huyendo se absentaban; y como era Alcalde mayor por el
Hojeda, como se dijo atras, quiso luégo prendellos y castigallos, no
curando ni creyendo que Hojeda fuese salido de allí, ni de lo que
más de sus infortunios alegaban. Pero referidos en particular los
trabajos, hambres y muertes que habian pasado, y mostrada la provision,
que Hojeda, de Capitan, dejó á Francisco Pizarro, comenzó á creer
Anciso lo que le parecia no poder haber pasado. Sintiendo y mostrando
de lo acaecido gran dolor, díjoles, que ya que aquello era pasado, que
por la postura y contrato que él con Hojeda habia puesto, era todavía
obligado á llegar hasta Urabá, y allí esperalle y entre tanto hacer lo
que pudiese de su parte; ellos, como de tan desesperada vida y peligros
se habian escapado, tornarse á ellos como de la misma muerte reusaban,
rogándole que por ninguna vía se lo mandase, y que él no lo debia
hacer, porque como ellos no se viese y desease, y que si no quisiese
que á esta isla se tornasen, que se fuese á la gobernacion de Veragua,
donde Nicuesa estaba. Finalmente, dello por ruegos y persuasiones,
y poniéndoles delante cebo para movellos, que saltarian en tierra
y harian esclavos para traer ó enviar á esta isla, dello mostrando
imperio como Justicia mayor, hobo de hacer que á Urabá tornasen, pero
ántes que de Cartagena partiesen, tuvo necesidad el navío de Anciso
de tomar agua y adobar la barca del navío, que se le habia quebrado.
Para ésto echó cierta gente en tierra con los oficiales, y, estando
adobando la barca, vinieron muchas gentes de los indios (como estaban
hostigados de los estragos que habian hecho en aquella provincia Hojeda
y Nicuesa), con sus arcos y flechas, y cercáronlos, y ni los indios les
acometieron, ni tampoco á los indios los cristianos, y así los tuvieron
tres dias cercados. En todos tres dias cada gente estaba sobre aviso,
velándose y aparejada para si la otra intentaba algo, puestos los
ojos en la otra, sin descuidarse. Estando en esta disposicion ambas,
salieron dos españoles dentre los otros á henchir y traer del rio,
que allí estaba junto, una botija de agua, á los cuales, como viesen
los indios moverse, arremetieron muy de presto 10 indios, con uno que
parecia ser su Capitan, y cercan los dos españoles y apuntan en ellos
las flechas con ojos airados, amagándoles como que los querian tirar,
pero no desarmaban los arcos. Visto esto, el uno de los dos da de
huir donde los muchos estaban adobando la barca, quedando el otro sin
temor, y con palabras de afrenta llamándolo. Tornó el otro, y dícele
que hablase á los indios en su lenguaje, porque habia ya, de los indios
que por allí habian captivado y robado, aprendido algunos vocablos de
su habla. Comenzólos á hablar, y como los indios oyeron palabras de su
lengua, espantados, comienzan á blandear y segurarse, y preguntáronle
que quién eran sus Capitanes, y qué querian ó buscaban. Respondió el
español, que eran gente que venían de otras tierras sin hacer mal á
nadie, y que se maravillaban que ellos les perturbasen, saltando en
aquella costa con necesidad, y mirasen lo que hacian, porque vernian
dellos mucha gente armada y los harian mucho daño. Avisado Anciso
que los indios tenian presos ó no dejaban venir los dos cristianos,
salió del navío con mucha gente armada, con harto miedo de las flechas
venenadas, su poco á poco yendo para ellos; el que los entendia hizo
señal que no acometiesen nada, porque los indios no querian sino paz,
porque creian que eran Hojeda y Nicuesa, que sin culpa suya les habian
hecho tan grandes daños, matándolos, y quemándolos, y llevando tantos
captivos como les habian llevado, en los cuales venian á vengarse,
pero, pues no eran dellos ni les habian hecho agravio, que á los que
no les dañaban no era su intencion dañarles, porque hacer el contrario
era malo. Y para señal dello dejaron los arcos y las flechas, y van
de presto y traénles pan de su maíz y pescado salado, y vino de sus
brebajes, y así quedaron pacíficos y en amistad de los cristianos.
Este caso refiere tambien Pedro Mártir, en su segunda Década, cap. 1.º
la cual escribió al Papa Leon X. Buena señal es ésta de que aquellas
gentes de Cartagena, que ante los Reyes habian sido de bravas, y que
hacian, sin causa, mal á los cristianos, infamadas, como en el cap.
19 contamos, que si no se les hobieran hecho daños, poco habia que
trabajar para, por amor y obras cristianas, y de hombres de razon,
ganallas; pues habiendo tan pocos dias que rescibidos de Hojeda y
Nicuesa tan irreparables males y estragos, y áun teniendo justísima
guerra por ellos contra todo español, tuvieron tanto sufrimiento y
moderacion á no acometer á estos luégo, saltando en su tierra sin su
licencia, hasta ver si eran de los que les habian tan injustamente
maltratado, ó si de nuevo los venian á infestar como los pasados.
Y estas particularidades fuera bien que los del Consejo del Rey
examinaran, como, segun Dios y razon áun humana, eran obligados;
pero por su gran ignorancia, como queda dicho, y áun presumpcion de
ser letrados, erraron mil veces en el derecho que no les era lícito
ignorarlo, y así tuvieron, de lo que tanto importaba, ningun cuidado.



CAPÍTULO LXIII.


Tornando al propósito de la historia, partióse Anciso de Cartagena
para Urabá, llevando consigo el bergantin, con Francisco Pizarro, y
los que de tantos infortunios se habian con él escapado; el cual,
entrando en el puerto, por descuido del marinero que llevaba el timon
ó gobernario, dió la nao en cierta arena ó bajo, que está en la punta
oriental de aquella entrada, la cual, con la resaca, que son las olas
que quiebran en la ribera, y con la corriente que allí hace, cuasi en
un momento fué hecha la nao pedazos; en el bergantin y en la barca,
con mucho peligro, se salvó la gente, cuasi desnudos todos, y con
algunas armas, de los bastimentos salvaron una poca de harina, y algun
bizcocho, y algunos quesos; las yeguas, y caballos y puercas, todas se
ahogaron. Todos estos argumentos y claras señales de aprobar Dios las
estaciones en que los ciegos pecadores andaban. Salidos de éste modo á
tierra comenzaron á hambrear, comian palmitos y fructos ciertos de las
palmas, socorriólos Dios, con topallos con muchas manadas de puercos
monteses de la misma tierra, que son más pequeños que los nuestros,
de cuyas carnes por algunos dias se mantuvieron; acabados los puercos
monteses, y faltándoles lo suyo, era por fuerza que habian de ir á
tomar lo ajeno, y no es excusado ante Dios, quien se pone y expone á
tal peligro. Acuerda luégo Anciso ir con 100 hombres, á inquietar y
robar y matar los que en sus casas, sin haberle injuriado ni hecho
otro daño alguno, pacíficos vivian, por tomarles violentamente su
comida, pero no sin riesgo de su propia vida; lo que tocaba al alma,
por entónces, poco escrúpulo ni cuidado habia. Salidos ciertas leguas,
toparon, no 100, como ellos iban, ni 1.000 ni 2.000 armados con
arcabuces, ni otra especie de artillería, sino con sólos desnudos y
tres indios; los cuales con tanto denuedo y esfuerzo acometieron á los
100 que llevaba Anciso, como si fueran dos, y los indios 1.000; sueltan
sus flechas llenas de ponzoñoso veneno, tan de presto, que ántes que
los españoles tuviesen lugar de revolverse, tenian clavados muchos,
y muchos rabiando muertos, y gastadas ó vacías las aljabas de sus
flechas, sin errar alguna, botaron á huir que parescian viento. Tórnase
Anciso con los que quedaron vivos, por muchas maneras atribulados é
infelices, torna la opinion y las voces y consejos, que ántes habia,
de salir é dejar aquella tierra, como á enemiga de sus vidas, y es de
creer que Francisco Pizarro y los de su compañía zaheririan é acusarian
su porfia de venir á ella al bachiller Anciso; ayudaba la opinion que
la dejasen, haber ya quemado los indios la fortaleza que Hojeda hizo,
y treinta casas que los españoles allí tenian, y áun díjose que el
mismo Anciso se quiso hurtar de su gente y venir á esta isla en los
bergantines, aunque despues, segun dijeron, con juramento aquesta culpa
satisfizo. Estando todos en aquesta extrema tristeza, no sabiendo qué
hacerse, oyendo cada uno á cada cual su sentencia, dijo Vasco Nuñez
de Balboa: «Yo me acuerdo que los años pasados, viniendo por esta
costa con Rodrigo de Bastidas, á descubrir, entramos en este golfo, y
á la parte del Occidente, á la mano derecha, segun me parece, salimos
en tierra, y vimos un pueblo de la otra banda, de un gran rio, y muy
fresca y abundante tierra de comida, y la gente della no ponia hierba
en sus flechas.» Todos, sin dudar en cosa de lo que Vasco Nuñez dijo,
concurrieron en un parescer, que luégo se fuese á buscar el rio y el
pueblo que Vasco Nuñez decia; este rio es el que los indios llamaban
el Darien, que dicen que es otro Nilo en Egipto. Salta luégo Anciso y
Vasco Nuñez con los que más cupieron en los bergantines y en la barca
del navío perdido, van allá, y hallan verdad, todo lo que Vasco Nuñez
habia dicho; pero desque los indios vieron, y el señor dellos que
se llamaba Cemaco, los bergantines españoles, como habian oido sus
obras, mujeres y niños, que no eran para pelear, enviados huyendo,
de los varones juntáronse obra de 500, y esperaron á los españoles
en un cerrillo. Como Anciso y los suyos vieron á los indios así
aparejados para pelear, temiendo más la ponzoña de la hierba que las
personas, (porque sin ella, para contra españoles, poco y nada pueden),
hincáronse de rodillas y con mucha devocion, segun la que les parecia
que tenian, encomendáronse á Dios y hicieron voto á Nuestra Señora,
como en Sevilla dicen, del Antigua, con cuya imágen toda la ciudad
tiene gran devocion, de, si les diese vencimiento, la primera iglesia
é pueblo que hiciesen por allí, intitulalla que se llamase Sancta
María del Antigua, y más desto, que enviarian un romero á Sevilla para
que le ofreciese, por todos, algunas joyas de oro y plata que con él
enviarian. Hízoles obligar á todos, con juramento que les tomó, que
ninguno huyese ni volviese las espaldas, á muerte ó á vida; hechas
todas estas diligencias, armados de sus espadas, lanzas y rodelas,
arremeten á los indios, y los indios, desnudos, á ellos, tirando sus
flechas, como de niños, como les faltase hierba; ellos con las espadas,
cortándolos por medio, y con las lanzas, en un credo alanceando cada
uno 20, pusieron al cabo en huida los que quedaron vivos. Entraron en
el pueblo, y halláronlo todo, como lo habian menester, lleno de comida;
otro dia entraron por la tierra y los montes que por ella habia, y
hallaron algunos barrios ó casas vacías de gente, por haber todas
huido, pero llenas de vasos, y otras alhajas de casa para el cuotidiano
servicio, y de cosas hechas de algodon, como naguas para las mujeres,
que son como medias faldillas, donde hobieron mucho algodon hilado y
con pelo, y lo que más ellos deseaban y andaban á buscar, con tantos
peligros del ánima y del cuerpo, muchas piezas de oro, que se ponian
en los pechos y en las orejas, y en otras partes, joyas de diversas
hechuras, que hasta 10.000 castellanos de oro fino pesarian.

De diferente manera hallo en mis memoriales viejos, habida relacion de
los que creo que se hallaron en ésto, conviene á saber, que el cacique
Cemaco, señor de aquella tierra, luégo se aplacó y rescibió de paz
los españoles, y les dió graciosos, de su voluntad, entendiendo lo
que buscaban 8 ó 10.000 pesos de oro, pero que le preguntaron donde
se cogia de aquello, y respondió que les venia del cielo; forzándolo
que dijese la verdad, dijo, que las piezas grandes las cogian de 25
leguas de allí, y lo menudo, de unos rios de por allí cerca. Dijéronle
que fuese á mostrallos, respondió que le placia, pero que queria ir
primero á llamar unos indios suyos, que fuesen con él; notificó á los
indios, lo que los españoles pretendian, respondiéronle los indios que
no lo descubriese, porque nunca saldrian de aquella tierra, por lo cual
el Cacique se fué á esconder á un pueblo ó tierra de un vasallo suyo.
Fueron tras él, y prendiéronlo; pregúntanle que dónde cogian aquel oro,
respondió, como ántes, que le venia del cielo. Dánle grandes tormentos,
por los cuales descubrió las minas; finalmente, soltóse despues, y
recogió sus gentes y amigos, y viene contra los españoles, y entónces
debian hacer sus oraciones y voto el bachiller Anciso.....[2].

Con este gran triunfo muy alegres, Anciso envió por los otros
compañeros que quedaron á la otra banda oriental de aquel golfo, por
no caber en los bergantines, los cuales, como los vieron, y oidas las
nuevas de la abundancia de la comida y fertilidad de las tierras, y más
de ser de oro ricas, ¿quién podrá encarecer el regocijo que hobieron,
bañados de alegría? Con este favor de haber salido verdad lo que Vasco
Nuñez dijo, y siendo él la guía sucedelles tan próspero, que mejor
esperallo no podian, cobró Vasco Nuñez mucha reputacion entre todos
aquellos españoles, y á tener amigos, y en sí mismo más estimacion de
la que debia. No es razon de pasar de aquí sin alguna consideracion de
cristiandad, y no insensiblemente como lo harian los gentiles, que ni
áun los cuerdos dellos, por semejantes cosas, fácilmente, sin mirar
en ellas, pasarian. ¡Que hobiese tan tupida ceguedad en aquellos, y
mayormente en el bachiller Anciso, que paresce que por sus leyes
debiera más presto sentilla, que disponiendo de infestar, matar, y
captivar, y robar á una gente apartada, en su tierra y casas segura sin
les haber ofendido, no ménos que las otras inocentísimas, que ni los
indios á españoles, ni españoles á los indios habian visto, hiciesen
oracion á Dios, y hiciesen votos á la Vírgen Maria del Antigua, porque
les ayudasen y favoresciesen á perpetrar tan impías, tan crueles,
tan violentas, tiránicas, y de Dios tan ignominiosas y afrentosas
injusticias! ¿Qué otra cosa era lo que allí en aquellas oraciones y
votos hacian, sino hacer ó tomar por compañero á Dios y su Madre Sancta
María, de los robos, homicidios, y captiverios é infamias de la fe, y
sangre que derramaban, y rapiñas que perpetraban, partícipes? Daban á
Dios y á su Sancta Madre oficios, que no son de otros propios, sino
de los demonios y de sus ministros. Los que en las obras del diablo
andan ocupados, como estos andaban, matando, captivando, robando y
escandalizando los inocentes que mal nunca les merescieron, é infamando
la fe de Jesucristo, y, por consiguiente, impidiendo que gentes no se
convirtiesen, no tienen necesidad de ayuda de Dios, sino del diablo; y
aquel, por las obras tales, con el diablo vive, y aunque busque y pida
la ayuda de Dios, no la hallará, como el ladron que vá á hurtar, que
se encomienda á Dios que le ayude á que salga en salvo con el hurto, y
el que entre en algun lugar para cometer fornicacion, porque no sabe
la Justicia de Dios dar favor á los crímenes é injusticias. Todo ésto
es de Sant Crisóstomo, sobre San Mateo: _Qui in diaboli iniquitatibus
ambulat diaboli adjutorium necessarium habet. Colonus diaboli auxilium
si quæsierit non inveniet. ¿Vidisti aliquando euntem ad furtum, Deum
orare ut bene prosperetur in furto? ¿Aut qui vadit ad fornicationem
numquid signum crucis ponit sibi in fronte, ut non comprehendatur
in crimine? Quod si fecerit non juvatur, quia nescit justitia Dei
patrocinium dare criminibus._ Esto es de Sant Crisóstomo; véalo bien
el cristiano lector, y determine si hobo lugar la sentencia de Sant
Crisóstomo en Anciso y en su compañía. Considere tambien, si nombrar la
iglesia del título de Sancta María del Antigua, y enviar á la capilla
de la Vírgen, que está en Sevilla, las joyas que le prometieron por
voto, si fué á Dios y á su Sancta Madre acepto sacrificio. No debiera
de ignorar Anciso aquello que en el Eclesiástico está escripto, y áun
en los «Decretos», si los profesó, lo pudiera haber visto: _Immolantes
ex inicuo oblatio est maculata_. _Dona iniquorum non probat Altissimus,
nec respicit in oblationibus iniquorum_, etc. Y que aunque Dios les
permitió hacer los grandes pecados que allí cometieron, y quiso que
saliesen con victoria, los tristes inocentes indios vencidos, no se
debieran de tener por sanctos y devotos de Dios, estimando que por
sus oraciones fueron oidos y favorescidos, porque Dios suele sacar de
nuestras maldades los fructos para su gloria y honra que determina,
porque, de otra manera, nunca los permitiria. El fructo que de aquellos
insultos y obras infernales Dios sacaria, sería algun predestinado
que allí tenia, puesto que no fuese más de sólo uno; pero no por eso
se sigue que apruebe las obras de los que, haciendo contra su ley é
mandamientos, inexpiablemente le desirven. Y cabe bien aquí lo que
refieren las historias de aquel Alexandre Magno, que traia en el mundo
el mismo oficio que los españoles han traido y traen por todas estas
Indias, infestando, escandalizando, matando, robando, captivando,
subjetando y usurpando los reinos ajenos y gentes que nada les debian.
Este, siendo infiel idólatra, enemigo del linaje humano, infernalísimo,
llegando á los montes Caspios, donde habian sido puestos y desterrados,
llevados captivos, los diez tribus de Israel, por Teglaphalasar y
Salmanazar, reyes de los Asirios, del cual captiverio se tracta en
el capítulo 15 y 17 del IV de los Reyes, los cuales no podian salir
de allí por edicto público, que se les puso por los mismos Reyes
ya dichos, enviáronle á suplicar, como lo vieron que señoreaba el
mundo, les diese licencia para salir y volverse á su tierra, que era
Jerusalen y la de promision; y como Alexandre preguntase la causa de
su destierro, fuéle respondido, que porque apostataron, dejando á su
Dios de Israel por adorar los becerros de oro, que les constituyó por
dioses Jeroboan, y les ofrecieron sacrificio, y que por los profetas
les estaba profetizado que nunca habian de salir, por aquel pecado,
de captiverio. Entónces respondió Alexandre, que dignos eran de ser,
más de lo que estaban, encerrados, y que él queria más estrechamente
los encerrar. Mandó luégo á su ejército que, con tierra y cal y otros
materiales, hiciesen otras sierras ó montes para cerrar los montes
Caspios, que debian tener alguna abertura ó entrada, para donde los
diez tribus desterrados estaban; pero como viese Alexandre ser obra que
sobrepujaba las fuerzas humanas, hizo oracion á Dios de Israel, que él,
con su poder, aquella obra perficcionase. Luégo se juntaron las dos
sierras ó montes, por manera que ya no se puede aquel lugar andar, ni
entrar ni salir nadie. Señal manifiesta, que no es la voluntad de Dios
que aquellos diez tribus, ni alguna persona dellos, de allí salgan;
saldrán cerca de la fin del mundo, y harán en los hombres grandes
estragos. Todo esto dice el Maestro de las Historias escolásticas
sobre Esther, cap. 5.º, y el Vicentio en el «Speculo historial», libro
V, cap. 43, y otros historiadores. El Burgense, en las adiciones al
Nicolao de Lira, expone á la larga el cap. 18 de Esaías de aquellos
diez tribus, conforme á lo que queda dicho. Tambien refiere Josepho,
en el fin del libro II, de las «Antigüedades», que yendo Alexandre
contra Dario, y no habiendo camino por donde pasase su ejército, se le
abrió la mar que llaman Pamphilica ó mar Pamphilico, por voluntad de
Dios, porque determinó de destruir por manos de Alexandre el reino de
los Persas. Esto es de Josepho. Así que, aplicando todo ésto á nuestro
propósito, pues oyó Dios la oracion de Alexandre, infiel y turbador
sangriento del linaje humano, y por ella quiso hacer aquel señalado
milagro, para cumplir su divina voluntad en lo que tenia determinado,
sin merecimiento ni provecho suyo, pues se fué á los infiernos al
cabo, no debió de presumir Anciso, ni los que con él estaban, que,
porque orasen y Dios les diese victoria, que pareciese, y lo fuese,
milagro, que de allí se siguiese que aquellas obras, y las semejantes
que hacian, Dios las aprobase, siendo tan injustas y por su ley tan
reprobadas; y por tanto, si penitencia en el artículo de la muerte no
les valió, yo temo que se han visto en trabajo, y plega á Dios que no
sea peor que el de Alexandre, porque más que los infieles y en mayor
grado de gravedad pecan los cristianos, en cualquiera género de pecado.
Lo mismo deben temer de sí todos los que por estas Indias en tales
estaciones andan.



CAPÍTULO LXIV.


En cumplimiento, pues, de su voto, acordó Anciso y todos de asentar
luégo allí una villa que se llamase Sancta María del Antigua del
Darien, que era nombre propio del pueblo de los indios, ó del rio
grande que por allí pasa ó pasaba, porque ya todo está por allí, como
en lo demás, asolado; y para prueba de su sanctidad, por quien Dios
hacia milagros, comenzó luégo á crecer la grande ambicion, entre
aquellos nuevos pobladores, que tenian en sus pechos, y que con sus
compañeras los habia llevado allá, y, segun se dijo, el principio
de todas las disensiones fué Vasco Nuñez de Balboa. Como ya tenia,
como se dijo, entre los otros autoridad, trabajaba de secreto con
los que sentia tener amistad, que quitasen la obediencia á Anciso,
diciendo no tener ya jurisdiccion, pues habian salido de los límites
de la gobernacion de Hojeda, cuyo era en ellos Alcalde mayor; y no
decian mal, si verdad era que aquella tierra salia de los dichos
términos, como creo ser verdad, si lo demás fuera agua limpia, que no
pretendiera él mandar. Pero, cierto, mejor dijeran que ni Anciso con
todos ellos, ni juntado con ellos Hojeda, tenian una punta de alfiler
de jurisdiccion, pues estaban en reinos y tierras ajenas, donde habia
y señoreaban propios y naturales Reyes y señores, con justa é legítima
y natural jurisdiccion, á la cual Hojeda y todos ellos eran subjectos,
aunque les pesara, y eran obligados, so pena de incurrir en grandes
pecados de inobediencia, de obedecer á los Caciques, señores y Reyes
de aquellos reinos, y cumplir sus mandamientos, y vivir segun sus
leyes miéntras en la tierra estuvieran, en todo aquello que no fuera
contrario á nuestra santa fe y cristiana religion. Y ésto verán los que
quisieren leer nuestro libro, escripto en latin, cuyo título es: _De
unico vocationis modo omnium gentium ad veram religionem_, más claro
que el sol. Tornando al propósito, andando en estos secretos tractos
unos con otros, mandó Anciso, presumiendo de Alcalde mayor, que ninguno
fuese osado, so pena de muerte, rescatar con los indios oro alguno;
Dios supo con qué intento, al ménos todos creian ó murmuraban, que por
haberlo él para sí todo. De ésto indignados todos, porque aquel daño
tuvieron por comun, acuerdan de quitalle la obediencia y el mando,
diciendo que no tenia poder ni jurisdiccion sobre ellos, por la causa
dicha y otras razones que alegaron; Anciso privado é impedido del
mando y gobierno, acuerdan entre todos elegir Alcaldes y Regidores, y
cayó la suerte de Alcaldes, al Vasco Nuñez, y creo que á uno llamado
fulano Çamudio, y por Regidor un Valdivia, y otros de que no tuve
noticia. No contentos con los Alcaldes y gobierno que habian elegido,
ó descontentos de su manera de regir, ó arrepentidos de haber dejado
ó excluido al Anciso, no contentos ni asosegados sus corazones, como
quien andaban fuera de la vida cristiana que debieran vivir, tornaron
á tener contenciones sobre la gobernacion, alegando algunos que no
convenia estar sin superior, uno sólo, que los gobernase, y así,
algunas veces estaban para peligrosamente reñir. En estas sus porfías
se dividieron todos en tres partes: la una decia que se restituyese
á Anciso en su grado prístino, hasta que el Rey los proveyese de
Gobernador, teniendo dello aviso; la otra, defendia otra opinion,
diciendo que á Nicuesa se habian de subjectar, pues aquella tierra
caia dentro de sus límites; la tercera, era de los amigos de Vasco
Nuñez, que contendian que estaba bien así, ó que si habia de ser único
que aquel fuese nombrado y elegido; los cuales, con estas contiendas
y opiniones, así divisos, llegó un Rodrigo de Colmenares, desta isla,
que puso fin por algun tiempo á estas porfías. Á este Colmenares, segun
creo, dejó Nicuesa en esta isla para que fuese despues dél recogiendo
los bastimentos, que dejaba haciendo en sus haciendas que en esta isla
tenia, ó por ventura lo dejó para este fin en Castilla. Este, partido
de aquí con dos navíos de bastimentos y provisiones otras necesarias,
y 60 hombres que iban dedicados al mesmo oficio, llegó con sus navíos,
despues de haber padecido gran tormenta en el camino, al puerto de
Sancta Marta, obra de 50 ó 60 leguas del de Cartagena, el cual los
indios llamaban Gayra, la y letra luenga. Quisieron allí tomar agua,
y como los indios vieron los navíos, y habian entendido las obras que
los españoles habian hecho á los de Cartagena, sus vecinos, acordaron
de hacellos alguna burla, porque descuidándose no les acaesciese
rescibilla. Saltaron en las barcas de los navíos, ó en la una dellas,
de los españoles 50, y llegados al rio, dijeron que salió el señor
de aquella tierra con 20 de sus allegados, vestido de cierta manera
con manta de algodon, como quiera que todos los indios anden por allí
desnudos, y llegando cerca díjoles por señas, que no tomasen de allí
agua, porque no era buena, señalándoles abajo (ó arriba), otro rio,
al cual yendo los españoles, con la resaca y braveza de la mar, no
pudieron llegar y tornáronse al de donde habian venido; y estando
embasando sus pipas ó vasijas, saltan de súbito, segun les pareció,
hasta 70 indios, y ántes que los españoles se revolviesen, los tenian,
á 47 dellos, con hierba ponzoñosa, heridos. Tomáronles la una barca ó
barcas y hácenlas pedazos luégo; creo que de los heridos huyeron al
navío, nadando, ó en la una barca, pero llegados á los navíos todos los
heridos murieron, que no se escapó sino sólo uno vivo. Escondiéronse
siete dellos en unas concavidades de cierto árbol grande hasta que
anocheciese, para se ir despues á las naos, ó nadando, ó que viniesen
por ellos; pero como en aquella noche, por no rescibir más daño y por
creer que aquellos serian muertos, se hiciesen á la vela, no hobo más
memoria dellos. Partióse, pues, del puerto de Sancta Marta, Colmenares,
con la pérdida dicha de los españoles, y con extrema tristeza, para el
golfo de Urabá derecho, por tomar de allí alguna nueva donde hobiese
parado Diego de Nicuesa, el cual, no viendo ni oyendo persona ninguna
en la parte de Oriente del golfo, donde creia que podian estar Hojeda
ó los suyos, quedó espantado, si eran todos muertos ó á otra parte
idos, no sabiendo qué fuese dellos. Acordó de tirar muchos tiros de
artillería, porque si por allí estaban lo oyesen, y hacer muchas
hogueras ó ahumadas de noche y de dia sobre unas altas peñas. Atruénase
todo el golfo de una parte á otra, que tiene de ancho seis leguas;
oyéronlo con espanto los del pueblo de Sancta María del Antigua, y las
ahumadas tambien vieron; responden con otras tales muchas veces, por
manera que atinó Colmenares, que cristianos debieran estar á la parte
del golfo de la mano derecha ó del Occidente; finalmente, hobo de
llegar á ellos, cuasi mediado Noviembre, año de 1510. Fué inestimable
la alegría y gozo que con su venida todos rescibieron, con todos los
trabajos y muertes y adversidades que cada uno dellos habian padecido.
Preguntando por Nicuesa ninguna nueva le dieron; todo el gozo de los
unos y de los otros, de tristeza y dolor tenia harta mezcla. Repartió
de los bastimentos que traia con todos aquellos, por manera que
contándose los unos á los otros sus duelos, con el pan y comida que
de nuevo á los que estaban venia, les fueron tolerables y buenos. Con
esta liberalidad, que Colmenares de los bastimentos con ellos hizo,
ganó las voluntades de los más que resistian que no se llamase para
los gobernar Nicuesa, y así ganada la opinion contraria, ó la mayor
parte, acordóse que fuesen á buscar á Nicuesa, y hallado lo convidasen
y rogasen tuviese por bien de venir á gobernallos, porque ellos se le
querian subjectar. Enviaron para ello con Colmenares á uno llamado
Diego Albitez, y al bachiller Corral, y el cargo principal dieron á
Colmenares.



CAPÍTULO LXV.


Dejemos partidos á los mensajeros ó procuradores que van á buscar y
á llamar á Diego de Nicuesa, sin saber dónde estaba ó qué habia sido
dél, y contémoslo aquí hasta el punto que Colmenares y los mensajeros
le hallaron, y será referir una tragedia de las más infelices y
desastradas que acaescieron despues en estas partes. Metióse, pues,
Diego de Nicuesa en una carabela, y mandó que con él junto fuesen
siempre los dos bergantines, en uno de los cuales mandó que fuese por
capitan Lope de Olano, que era su Capitan general en toda la armada;
y las naos grandes ordenó que fuesen más metidas en la mar, por miedo
de los bajos, y él se iria más llegado á tierra, todos en demanda de
Veragua, hízose á la vela é del puerto de Cartagena, desde á poco
que salió de él Alonso de Hojeda, con el intento y órden que se ha
contado. Comenzó luégo la mar y vientos á serle contrarios, porque se
levantó gran tormenta, y llegando sobre la costa ó ribera de Veragua,
una noche, por huir de los peligros que padescen los navíos andando
de noche cerca de tierra, y el remedio general es hacerse á la mar,
tomólo para sí tambien Nicuesa, y en anocheciendo apartóse de la tierra
con su carabela, estimando, como se debia estimar, que los seguia, con
los dos bergantines, Lope de Olano; pero no lo hizo ansí, ántes, cerca
de una isleta, estuvo aquella noche (como dicen los marineros), al
reparo. Aquello dijeron que hizo por miedo de la tormenta, y algunos,
y el mismo Nicuesa, tuvieron sospecha, que por alzarse con el armada
y gobernacion lo hizo Lope de Olano; alguna presuncion se pudo tener
de ésto contra él, porque fué uno de los que anduvieron en esta isla,
con Francisco Roldan, contra el Almirante, alzados, de los cuales
arriba, en el libro I, escribimos largo, é yo se que fué dellos uno
Lope de Olano. Así que como amaneció y no pareció la carabela donde
iba Nicuesa, no curó de ir á buscarlo, ántes se arrimó á buscar las
naos, las cuales halló en un rio que llamaron el rio de los Lagartos,
y así se nombra hoy en las cartas de marear, y hoy se llama comunmente
rio de Chagre; está, de lo que llamamos hoy el puerto y ciudad del
Nombre de Dios, 20 leguas largas. Llegado allí, halló las naos cuasi
descargadas de todos los bastimentos y hacienda que tenian, porque de
la bruma estaban todas comidas que se anegaban; allí echó fama Lope
de Olano que Nicuesa era perdido y ahogado, y que por gran ventura él
se habia escapado, y como fuese Capitan general de Nicuesa, ó porque
todos lo eligieron de nuevo, ellos le obedecian y él los mandaba; y
dijeron algunos, que, de industria, dejó las naos en cierta punta
del rio de Belem, donde las hizo pasar con la gente para buscar allí
asiento para poblar, que dista cuatro ó cinco leguas del de Veragua,
porque se perdiesen, porque de salir de allí los españoles, como
andaban hambrientos y atribulados, perdiesen el ánsia. Y porque las
naos quedaban en la dicha punta, que no podian entrar en el rio por
ser baja la entrada, él embarcado en una barca de gente bien esquifada
(quiere decir llena y bien aparejada), en la entrada del rio, con la
resaca y braveza de la mar, se le anegó la barca y se le ahogaron 14
hombres, salvándose él por gran maravilla, con otros que supieron
bien nadar; estuvo en tierra con los demas, sin comer cuatro dias,
porque por la tormenta no pudieron sacar bastimento ninguno de las
naos del rio de Belem, que está, como dije, cuatro leguas de Veragua,
al Oriente. Metido en los bergantines, y una barca, con la gente que
pudo caber en ellos, entró por el rio de Veragua, en el cual mandó
que hiciesen catas para saber si habia oro, y hallando mucha muestra
dello, negábanlo diciendo que no habia oro ni comida, sino que era
tierra desesperada; ésto hacian y decian porque andaban todos ya muy
angustiados, y porque no pensase de perseverar en aquella tierra Lope
de Olano, y buscar remedio para se pasar á esta isla, por escapar de
donde temian perecer de trabajos y hambre. Los que quedaron en el rio
de Belem, como comian por tasa, y por no tener convinientes moradas,
porque estaban en chozas, que la humedad de la mar, y por las muchas
aguas que llovia, y de llagas que se les hacian de los muchos mosquitos
que habia, y más de verse atajados y sin esperanza de salir de allí,
atribulados moríanse muchos, notaron, en estas angustias estando, que
nunca moria alguno, sino cuando la mar menguaba; y como los enterraban
en el arena, experimentaron que en ocho dias eran comidos los cuerpos
como si hobiera cincuenta años que los hobieran enterrado, lo cual
tomaban por mala señal, entendiendo que áun el arena se daba priesa
á acabarlos. Añidióseles otro no chico trabajo, que una noche hizo
tanta tormenta en la mar, que les comió el arenal donde tenian hechas
sus chozas, por donde tuvieron necesidad de hacerlas más dentro, que
les fué desconsuelo doblado. Volvió Lope de Olano de Veragua al rio
de Belem, donde la otra gente de que agora hablamos estaba, y comenzó
á mandar que se hiciese una carabela de las tablas de las naos que la
mar habia hecho pedazos; la fama ó título que se publicó era, que la
carabela queria hacer para que se pasasen á esta isla, pero tambien
se dijo que era para se aprovechar della por allí, é no para salir de
aquella tierra, donde pensaba quizá ser rico. Comenzada la carabela, y
andando en la obra della adelante, acabáronseles los mantenimientos, y
fué tanta la hambre que padecieron que no puede ser creida; acabando de
parir una yegua, que allí tenian, como lobos hambrientos arremetieron
á comer las parias que hechó con el hijo, y se las comieron. Entre
estas angustias que Lope de Olano y la gente que con él andaba padecia,
no faltaban desventuras misérrimas y terribles tormentos al infelice
Nicuesa, el cual, como amaneciese, pasada la noche de la tormenta, y
no viese á los bergantines que traia Lope de Olano á par de sí, como
creia que tras él venian, fué grande su tristeza temiendo no fuesen
perdidos. Volvió luégo con su carabela sobre la costa, y visto un rio,
metióse por él hallando abundante fondo, porque venia, de las grandes
lluvias que hacia en las sierras, muy avenido, el cual, en muy breves
horas menguó tanto, sin cuasi sentillo, que la carabela tocó en el
arena, y no teniendo sosten dió de lado consigo. Viendo un marinero
que la carabela se abria, saltó de presto en el agua con un cabo, que
llamamos los hombres de tierra soga, para la atar en algun árbol en
tierra, pero fué tan vehemente la corriente que el rio traia, que, no
teniendo fuerzas para nadando vencerla, lo llevó y sacó á la mar, donde
no pudo ser de ninguno socorrido. Saltó luégo otro, no curando de la
muerte del pasado, con aquella ó otra soga, y vencida la corriente,
salió á tierra y á un árbol atóla, y por ella salió Nicuesa y los demas
como por puente, aunque no tan enjutos ni tan alegres como si fueran
por la de Alcántara, ni áun como por la de Sevilla. Perdióse allí
con la carabela cuanto bastimento y cosas traian, y así quedaron sin
comer y sin vestidos, mojados, angustiados y más que tristes. Acuerda
Nicuesa tomar por remedio, sólo uno que habia, que fué caminar por sus
piés al Occidente, buscando á aquella negra de Veragua que tanto caro,
áun hasta entónces, costado le habia; y pluguiera á Dios que allí sus
trabajos se le fueran concluidos. Tomada la barca de la carabela, mandó
ir cuatro marineros en ella por la mar, con inmenso peligro, para pasar
los esteros y rios que no pudiesen pasar á pié, y comiendo hierbas y
marisco que tomaban de la ribera, y muchos descalzos y cuasi todos
desnudos, andan los tristes y atribulados su camino, pasando ciénagas
muy lodosas, y anegadizos, y muchos rios y arroyos, y muchas veces
sin camino, y lo que mayor dolor les causaba no saber dónde Veragua
era, y si bien ó mal iban. Una mañana, cuando de donde habian dormido
se querian partir, llevando un paje de Nicuesa un sombrero blanco en
la cabeza, algunos indios, que debian espiallos, creyendo que el que
llevaba el sombrero blanco debia ser principal, ó Capitan entre ellos,
desde el monte le tiraron una vara, y diéronle en tal lugar que fué
luégo muerto con ella; causóles este desastre, mayormente á Nicuesa,
mucha angustia, sobre las que llevaban y tenian. Llegaron un dia de su
peregrinacion á la punta ó cabo de una ensenada, ó abra grande, que
hacia la mar, y por ahorrar camino acordaron de pasar en la barca,
su poco á poco á la otra punta. Ellos pasados, hallaron que aquellas
puntas, ó la una, eran de una isleta despoblada de todo consuelo y
remedio, que ni áun agua no tenian; viéndose así aislados, sobrevínoles
gran desmayo, y cuasi estuvieron puestos en total desesperacion de
remedio. Los cuatro marineros que iban en la barca, viendo que siendo
isla quedaban del todo perdidos, acordaron una noche, sin decir á
Nicuesa nada, volver atras, creyendo más al Poniente, por buena razon,
estarian. Ida la barca, y constando al triste Nicuesa con su desdichada
compañía, cada uno puede considerar cuál y cuánto sería el dolor,
la tristeza, caimiento de espíritu, amargura y perdimiento de toda
esperanza, sobre tantos males y angustias que habian padecido, que se
les acrecentaria. Díjose que andaban, como personas sin juicio, á un
cabo y á otro, dando alaridos, pidiendo á Dios misericordia, que se
doliese de sus desventuradas vidas, y tambien de sus ánimas. Comian
hierbas sin cognoscer si eran malas ó buenas, comian marisco que
hallaban por la ribera de la mar; y el mayor tormento fué faltalles
el agua, que en toda la isla no la hallaron, si no fué un charco de
ciénaga, lodoso y de agua salobre. Probaron muchas veces á hacer una
balsa de palos ó ramas de árboles para salir de aquella isla á tierra
firme, pero no les aprovechó nada, porque como no tenian fuerza para
nadar, los que nadar sabian, ni remos para la balsa, sacábala la
corriente grande á la mar, y así tornábanse. Estuvieron en aquella isla
muchos dias, y, segun entendí, más de tres meses, muriéndose dellos
cada dia, de pura hambre y sed, y de las hierbas que comian y del agua
salobre, y los que quedaban vivos andaban ya á gatas, pasciendo las
hierbas y comiendo crudo el marisco, porque no tenian vigor para poder
andar enhiestos. Bien puede juzgar cada uno, de los que esta Historia
leyeren, que lo que Nicuesa, para mayor dolor suyo vivia, segun lo que
padeció con los que con él en aquella carabela vinieron, fué una de
la más triste, dolorosa y amarga vida, por ser tan larga, que hombres
vivieron.



CAPÍTULO LXVI.


Llegó la barca con los cuatro marineros, despues de muchos trabajos
y peligros, donde Lope de Olano estaba y la demas gente, y diéronle
cuenta, como, por volver Nicuesa en su carabela á buscallo, se habia
perdido, y por extenso refiriéronle los trances, hambres y miserias
que habian padecido, y en el estado que quedaba en la isla, y que
ellos, sin le dar parte, se habian venido á buscar las naos para le
poder llevar remedio, porque si se lo dijeran entendian que no les
diera licencia, y así perecieran más aína. No hicieron buen sabor á
Lope de Olano las nuevas que habia oido, temiendo la ira de Nicuesa,
por se hallar reo del desastre acaecido; pero haciendo lo que en sí
era, despachó luégo el un bergantin, y dentro los cuatro que habian
en la barca venido, con algunos palmitos, y de la miseria, que los
que allí estaban con él tenian y comian. Ya que estaban todos los que
vivos quedaban en la isleta en el extremo para morirse, vieron venir el
bergantin con su refresco de palmitos, con cuya vista comenzaron como
á resucitar de muerte á vida, y á tener esperanza de no morir. Rogaban
á Dios, cada uno segun podia, que llegase á ellos el bergantin, é que
no se le siguiese algun impedimento, que desviase su vía; finalmente,
plugo á nuestro Señor consolallos con su llegada y vista. Bien se
puede aquí juzgar, no tener comparacion el gozo que los unos con los
otros hobieron, aunque harto mezclado de lágrimas y de tristeza, en
verse así, los unos y los otros, cercados de tantas miserias, y tan
disminuidos de las calamidades, en todas partes por todos, padescidas,
y las que tenian estarles por venir. Sacados los palmitos, comenzaron
á dar en ellos y del agua dulce que trujo el bergantin con la comida
y bebida, de lo cual no tuvieron chico peligro sobre los pasados;
Nicuesa proveyó que en ello tuviesen moderacion y tasa, puesto que no
era el que ménos de comida y de bebida tenia necesidad. Embarcáronse
todos en el bergantin, al cual no faltaron bravezas de la mar y
peligros grandes, ántes que al rio de Belem donde Lope de Olano y los
demas estaban, llegase. Ya Lope de Olano, temiendo la ira de Nicuesa,
tenia rogado á todos los que con él estaban, intercediesen por él, y á
Nicuesa aplacasen. Llegado Nicuesa, mandó prender á Lope de Olano, á
título y como á traidor, que lo habia dejado en los peligros tan graves
de la mar y de tierra que habia pasado, sin lo ir á buscar y socorrer
en tanto tiempo, como era obligado, por se alzar con la gobernacion,
de donde habian suscedido tan grandes daños, atribuyéndole las muertes
de tantos como habian muerto en ambas á dos partes, porque desde el
principio, si presente Nicuesa estuviera, diera otra órden como se
remediaran. Increpó con gran enojo, ásperamente, á los principales,
que con el Olano habian vivos quedado, imputándoles parte de aquella
maldad, porque no lo indujeron y forzaron á que fuese á buscallo.
Aquellos se excusaron diciendo, que no pudieron ni osaron más de
obedecelle, pues él lo habia constituido por su Capitan general,
y, porque temieron que luégo mandara justiciarlo, juntáronse todos
suplicándole que, pues Dios le habia hecho merced, y á todos ellos, en
traelle vivo, y de tantos peligros haberlo librado, les hiciese merced
de perdonallo, en lo cual cada uno de todos ellos la rescibian por
suya, y para su servicio los ternia con mayor vínculo de obligacion
aparejados. No bastó esto por entónces para blandeallo, sino que le
habia de dar de su traicion, segun merecia, el pago. Habíanle todos,
echándose á sus piés, con razones más lastimeras, y que el corazon le
penetraron: «Deberia bastar, señor, las desventuras que todos habemos
pasado, viniendo con vos este viaje, en el cual los 400 de nosotros ya
son acabados, y los que restamos vamos camino de acabarnos; para que
Dios á vos y á nos, en la vida poca que nos queda, no nos desampare,
bien será que vuestra merced perdone, de lo que se le debe, algo, pues
el deudor ya no tiene otra cosa, sino tan poca vida como nosotros, con
que pagarle. Porque si las hambres y tanta frecuencia de calamidades
nos desminuyen y apocan por una parte, y la justicia rigurosa por otra
nos mata, ¿quién señor, esperais que os sirva y acompañe? No hay duda
ninguna, sino que vuestra suerte no será bienaventurada, ni carecereis
de mayores trabajos.» Movieron á Nicuesa todas estas lástimas, y dejó
de justiciar á Lope de Olano, determinando de, en el primer navío,
desterrallo y enviallo preso á España. Y porque ni á Nicuesa, ni á
ninguna parte de su compaña, cuando se dividian, ninguna especie de
tribulacion y adversidad les faltaba, y ninguna de las que les ocurrian
les menguaba, sino que siempre les crecian y se les iban acrecentando,
viéndose así caer Nicuesa más y más cada dia, y cada hora, en peor
estado, hízose de aquí adelante muy impaciente, mal acondicionado é
inconversable; y así trataba muy mal y con aspereza á los pocos que
ya le quedaban, no considerando que las hambres, ni angustias que
padecian, y verse cada dia morir unos á otros, por tormento contínuo
les bastaba y sobraba. Enviábalos, á chicos y á grandes, enfermos y
sanos, á la tierra dentro por ciénagas y aguas, por montes y valles,
á saltear los pueblos de los indios y sus labranzas, para traer á
cuestas las cargas de la comida que hallaban, donde hacian y padecian
intolerables males. Creian que de industria les tractaba mal, por
vengarse dellos, por haberlo dejado de ir á buscar, pero ésto no lo
creo, por estar él asimismo en la misma extrema necesidad. Ya no
hallaban en toda la tierra que robar; los indios todos, puestos en
armas viéndose dellos así inquietar, hacian tambien contra ellos sus
saltos, para si pudiesen acabarlos. Morian cada dia, de hambre y de
enfermedades, y á tanta estrechura ó penuria vinieron, que 30 españoles
que fueron á hacer los mismos saltos, padeciendo rabiosa hambre y
hallando un indio, que ellos ó otros debian haber muerto, estando ya
hediendo, se lo comieron todo, y de aquella corrupcion quedaron todos
tan inficionados que ninguno escapó. Vistos y padecidos, y padeciendo
tambien tanta miseria y trabajos, determinó Nicuesa dejar aquel
asiento y tierra, como desafortunada, y mandó que cada uno aparejase
su carguilla de alhajas, si algo tenia, porque queria ir á buscar otro
asiento hácia el Oriente, donde poblase. Rogáronle todos, que, porque
cada uno tenia sembrado su poquillo de maíz, y otras hierbas para
remediarse, y desde á pocos dias se habia de madurar, que hasta que
lo cogiesen la partida dilatasen; no quiso aceptarlo. Mandó embarcar
los que le pareció, en la carabela que habia hecho Lope de Olano y
en los dos bergantines, y dejólos allí, señalándoles por Capitan un
Alonso Nuñez, que ya, por Alcalde mayor suyo, habia nombrado; embarcado
Nicuesa, con sus velas manda que guien hácia el Levante, y que vayan
mirando por la ribera donde parezca algun puerto y buena disposicion
de tierra, y andadas cuatro leguas, dijo un marinero á Nicuesa que
se queria acordar de un puerto que cerca de allí estaba, el cual
vido cuando los años pasados, con el Almirante primero que estas
Indias descubrió, vino, y se halló en el descubrimiento de aquella
provincia, y de la de Veragua, descubriendo por la costa de aquella
tierra firme, y la señal desto, que daba, era que allí en la arena
hallarian una ancla medio enterrada, que dejó el Almirante perdida, y
cerca de allí, debajo de un árbol, una fuente de agua dulce muy fresca.
Fueron allá, y hallaron el ancla y la fuente; y este puerto era al
que nombró el Almirante viejo, puerto Bello, como en el cap. 22 dicho
queda. Fué loado el marinero de hombre de buena memoria é ingenio,
llamábase Gregorio Ginovés. Aquí en este puerto Bello, salieron á
tierra ciertos españoles á buscar de comer, porque venian flaquísimos
de hambrientos, que no se podian tener sobre las piernas, y en él, y
en otras partes que atras en tierra saltaron, por el mismo fin, los
indios les resistian y peleaban con ellos, y mataron en aquel camino,
de los españoles, 20; porque, no pudiéndose tener de flaqueza ni tener
las armas en la mano, ¿cómo podian pelear, aunque sus enemigos fueran
las grullas que pelean con los pigmeos? De este puerto Bello se
pasó adelante, al Levante, seis ó siete leguas, á otro puerto, cuyos
moradores se llamaban chuchureyes; y porque le pareció que habia en
aquel lugar disposicion para hacer una fortaleza, determinó de poblar,
y dijo: «paremos aquí en el nombre de Dios»; y desde allí le quedó el
nombre, hasta hoy, el puerto y ciudad del Nombre de Dios, que asaz es
bien celebrado su nombre hoy, no tanto por la devocion, cuanto por la
extraña y nunca vista ni oida, ni áun soñada cuantidad de oro que se
ha embarcado para España, venida del Perú; y este puerto fué al que
puso el Almirante primero, puerto de Bastimentos, como arriba, en el
cap. 23, se declaró. Allí el mismo Nicuesa, con su misma espada, hizo
actos de tomar posesion por los reyes de Castilla; comenzó á hacer
una fortalecilla para resistir á los primeros ímpetus que los indios
diesen, para la obra de la cual no perdonó á chico ni á grande, ni á
enfermo, flaco, ni hambriento, como, en fin, lo eran. Hacíales ir á
puerto Bello por bastimentos y traellos á cuestas, blasfemaban dél y
aborrecíanlo, teníanlo por enemigo cruel, ni en obras ni en palabras
suyas no hallaban una palabra de consuelo; íbanle á pedir de comer, que
morian de hambre, ó á suplicalle que no los hiciese trabajar, porque no
podian de descaecidos; respondíales, «andá, idos al moridero.» Moríanse
cada dia de hambre en los trabajos, cayéndose de su estado, que era
verlos una intolerable miseria; despues que salió de Belem, dellos en
el camino, dellos de los que dejó en el mismo Belem, dellos haciendo la
fortaleza en el Nombre de Dios, se le murieron 200 hombres, y así se le
consumieron poco á poco los 785 hombres que sacó desta isla Española,
de todos los cuales no le quedaron arriba de 100 cuando hizo ésta
fortaleza. Y esto era fin del año de 1510, por el mes de Diciembre. La
gente que dejó en Belem no andaba en añazcas ni en fiestas, sino, en
cinco meses que allí estuvieron, por no poder enviar por ellos á causa
de los vientos vendabales, que prohibian que no fuesen los bergantines,
vinieron á tanta hambre y penuria, que ni sapos, ni ranas, ni lagartos,
ni otras cosas vivas, por sucias que fuesen, no dejaban de comellas.
Cayó uno de ellos en un grande aviso, que fué rallar los palmitos,
como si fuera yuca, y hacer harina dellos, y despues, echado en un
horno, hacíanlo tortas, de la manera propia como se hace el pan caçabí
en esta isla; desque vieron hecha una torta, todos los demas corrieron
á ella, y como si viniera del cielo así la recibieron. Fuéles á todos
aquella invencion, singularísimo remedio, para que todos no muriesen;
al cabo, envió por ellos la carabela, Nicuesa, y así vinieron al Nombro
de Dios. Venidos, envió á un Gonzalo de Badajoz, con 20 hombres, á las
poblaciones de los indios á saltear y captivar los que pudiese, para
enviar á esta isla por esclavos, porque con este sacrificio le ayudase
Dios en lo porvenir, como le habia ayudado y ayudaba en lo presente.
Acordó de enviar y envió á un deudo suyo, en la carabela, para esta
isla, que le llevase los mil tocinos que dejó haciendo en la villa ó
puerto de Yaquimo, y otros bastimentos, pero nunca gozó dellos, y se
perdieron, porque, segun se dijo, el almirante Don Diego impidió que
no se los llevasen, y puesto que se los llevaran no le hallaran vivo;
y áun no supe si llegó acá la carabela. Envió al dicho Badajoz, con 50
hombres á robar bastimentos por las comarcas de aquella tierra, donde
habia hartos escándalos, y mataba y le mataban gente. Comidas todas las
labranzas de toda aquella tierra, y los indios corridos por los montes,
huyendo y juntándose para defenderse, y siempre aparejándose para
guerra, ni sembraban ni cogian, y así los unos ni los otros no tenian
remedio; pero porque los indios se contentaban con poco, y tienen y
hallan fácilmente, de sus hambres, cuando anclan sueltos, remedio, y
nosotros no así nos contentamos, ni pasar como ellos podemos, llegó
Nicuesa, y los pocos que con él estaban, á necesidad de hambre y
enfermedades tan extrema, que no se hallaba uno que velase de noche,
que llaman centinela los hombres de guerra. Desta manera cada dia se le
morian y consumian los pocos que ya eran.



CAPÍTULO LXVII.


Estando Nicuesa y su poca gente, que de tantas miserias y hambres y
calamidades le habia quedado, en el extremo y angustia que habemos
contado, llegaron los mensajeros, con Colmenares, de los del Darien,
con quien lo enviaban á llamar para que los gobernase; y porque,
como ya se dijo, venian á buscallo sin saber dónde estaba, pasábanse
con su nao de luengo de costa, y del puerto del Nombre de Dios, sino
fuera por un bergantin que Nicuesa habia enviado á las isletas que
allí junto estaban por bastimento, que tambien se llamaban islas del
Bastimento, por ser fértiles y tener muchas labranzas. Los que estaban
en el bergantin vieron venir la nao, que no poco consuelo y alegría,
de verla, tomaron; fueron luégo á ella, donde los unos á los otros
de su propio estado y propósito informaron. Fuéronse luégo al puerto
del Nombre de Dios, donde Colmenares y los que con él venian, de ver
á Nicuesa y á 60 personas (que ya no le quedaban más de 700 y tantos
que trujo), que haciendo la fortaleza con él estaban, tan flacos, tan
descaecidos, rotos y cuasi desnudos y descalzos, y en toda miseria y
tristeza puestos, quedaron espantados. No faltaron lágrimas, llantos
grandes y espesos, de ambas á dos partes, mayormente oidas las hambres,
las muertes y tan infelices desastres; Colmenares, con gran compasion,
cuanto podia, con palabras dulces y amorosas, dándoles esperanza de
que Dios los remediaria, en cuanto le era posible á Nicuesa consolaba,
mayormente diciéndole como los del Darien le enviaban á suplicar que
fuese á gobernarlos, donde habia buena tierra y tenian de comer, y
oro no faltaba, y allí descansaria mucho de los muchos y grandes
trabajos pasados. Con ésto, Nicuesa tomó algun resuello y descanso,
y con los mantenimientos que le traia y trujo, desterró de su pobre
casa la hambre, dando increibles gracias, por tanto consuelo y socorro
tan tempestivo, á Colmenares; y dijeron que aquel dia, guisada una
gallina de las que Colmenares trujo, por el alegría la cortó en el
aire, porque, como arriba se tocó, era Nicuesa muy gran trinchante,
oficio y gracia en casa de los grandes señores, los tiempos pasados,
no poco estimada. Pero como la prudencia de los hombres, cuando Dios
no la infunde, ser prudentes cuanto hombres muchas veces les aprovecha
poco, y otras muchas les daña, á Diego de Nicuesa, á quien cognoscí
yo, que en esta isla, de prudente fué muy estimado, y era en ella uno
de los más principales, hobo, al mejor tiempo, de faltalle. ¿Quién
pudiera pensar, de los que á Nicuesa cognoscieron, que estando en
tan desventurado estado, donde cada hora morir infelicísimamente, no
como quiera, sino en amarguras grandes, y de angustias dolorosísimas
cercado, esperaba, enviándolo á llamar para subjectársele los que
pudieran bien dejarlo, sacándolo de todos aquellos males, que acabadas
las lágrimas y llantos que tuvo con Colmenares, luégo públicamente
dijese que los habia de tomar el oro que habian en aquella tierra, sin
su licencia y beneplácito, habido, y sobre todo ellos castigallos?
¿Qué mayor imprudencia pudo hallarse, y qué yerro, en tal tiempo, á
éste puede ser comparado? É ya que los otros fueran dignos, como eran,
de ser despojados del oro que habian robado y por ello castigados
(no por la injuria que hicieron en ello á Nicuesa, pues él tambien
robaba, y por ésto castigallos él muy poco curaba, como ciego como
los otros, sino por roballo á sus dueños, y las muertes y escándalos
que en la tierra y gentes della causaban, por los cuales tambien Dios
á él castigaba), al ménos, hasta que fuera rescibido, disimulara.
Pero como nuestro Señor tenia determinado de lo castigar con su total
fenecimiento, por la matanza que hizo en Cartagena, y por las que
tenia en la intencion de hacer por aquella su gobernacion de Veragua,
y áun por los sudores que llevó á los indios desta isla, y las vidas
de los que por sacarle oro murieron, y por los saltos que hizo en
la isla de Sancta Cruz, captivando injustamente los indios que allí
tomó y vendió en ésta ó en la de Sant Juan por esclavos, por eso, para
cumplirse la voluntad y sentencia de Dios en él, no habian de faltar
ocasiones ni achaques. Hizo tambien otro yerro grande, y éste fué
dejar ir una carabela, y los que en ella fueron, delante, diciendo que
él queria ir á visitar ciertas isletas, que por aquella mar, en el
camino, estaban. Díjose que aquella noche Lope de Olano, que Nicuesa
traia siempre preso, habló con algunos de los que vinieron del Darien,
indignándolos, y que dijo al tiempo del embarcar públicamente: «¿Piensa
que le han de rescibir los de Hojeda como nosotros le rescibimos,
cuando venia perdido en Veragua?» Embarcóse, pues en el Nombre de Dios
en un bergantin, enviando la carabela delante, donde iba el bachiller
Corral y Diego Albitez, y otros, que avisaron de lo que habia dicho
de tomarles el oro y castigarlos, y de como era cruel y riguroso, y
tractaba, los que consigo traia y estaban, mal, y otras cosas, cuantas
pudieron para mudarles los ánimos; y llegado á las isletas, envió
delante al Veedor del Rey, llamado Juan de Cayzedo, ó Quizedo, en una
barca, que de secreto era su enemigo por ciertas cosas de su honra,
en que de Nicuesa se tenia por muy agraviado, para que dijese á los
del Darien como ya iba, como si le hobieran de salir á rescibir con
arcos triunfales. El veedor Quizedo no via la hora de verse fuera de
su poder, lo que muchos dias habia que deseaba, y, llegado al Darien,
impropera mucho á todos los que pretendian que Nicuesa los gobernase,
diciendo, ¿que cómo habian osado incurrir en tan grande error como
era, siendo libres, quererse someter á la gobernacion de Nicuesa, que
era un tirano, el cual era el peor hombre del mundo y más cruel, y que
peor tracta los que consigo trae, á los cuales toma todo lo que en
la guerra contra los indios se toma, diciendo que todos los despojos
son suyos, como traia propósito de hacer con ellos, como verian, y
por ello castigallos, porque todo lo habian tomado en aquella tierra
que era de su gobernacion? y otras palabras y razones terribles que
los asombraban. Pues como los del Darien oyesen tan duras nuevas,
por tantos testigos relatadas, temiendo ser maltratados, y amigos de
libertad y de no tener sobre sí yugo y superioridad, que, para su robar
y adquirir oro, les fuese á la mano, poca persuasion era menester para
movellos y alborotallos. Convertíanse contra sí mismos, de sí mismos
quejándose, porque tan inconsideradamente determinaron llamarlo. Quien
más en no rescibirlo á todos solicitaba fué Vasco Nuñez, porque más
que otro creia que, aceptándolo, aventuraba. Díjose que llamó á todos
los principales uno á uno, sin que el uno supiese del otro, y los
persuadió á que, pues habian errado en llamalle, que lo remediasen con
no rescibillo; llamó al escribano secretamente la misma noche, é hizo
una protestacion, y pidióle testimonio como él no era en lo que contra
Nicuesa se hacia, ántes estaba presto y aparejado para obedecelle y
hacer lo que le mandase, como Gobernador del Rey.



CAPÍTULO LXVIII.


Detúvose Nicuesa por aquellas isletas ocho dias, captivando algunos
indios de los que vivian en ellas, y quizá todos cuantos podia, sin
haberle á él ni á otro alguno ofendido, para que Dios hiciese bien
sus hechos. Llegado, pues, Nicuesa al desembarcadero del Darien,
vido á Vasco Nuñez á la ribera con muchos españoles armados, y uno,
que debia ser procurador del pueblo, que á altas voces le requeria,
que no desembarcase saltando en tierra, sino que se tornase á su
gobernacion, ó Nombre de Dios, donde ántes estaba; lo cual oido por
Nicuesa, quedó como pasmado, sin poder por un rato hablar palabra,
de ver tan súbita y contraria, de lo que traia en el pecho asentado,
mudanza. Recogido en sí, díjoles: «Señores, vosotros me habeis enviado
á llamar, y yo á vuestro llamado vengo, dejadme saltar en tierra y
hablaremos, y oirme heis, y oiros hé, y entendernos hémos, y despues
haced de mí lo que por bien tuviéredes.» Ellos, repitiendo los mismos
requirimientos, y protestando, que si descendia en tierra, que habian
de hacer y acontecer, y áun soltándose cada uno con más libertad de
la que era decente en algunas palabras, porque era ya tarde apartóse
aquella noche á la mar, desviado de la tierra, dejándolos para ver
si otro dia estarian de aquel intento; los cuales, no sólo no se
mudaron de su primera determinacion, pero, empeorándose, deliberaron
de prendello y echallo donde dañar no les pudiese. Otro dia llamáronlo
para prendelle; salió en tierra, y arremetiendo como desvariados á
tomallo, dió á huir por la playa ó ribera del rio adelante, é, como
era gran corredor, ninguno le pudo alcanzar, por mucho que corriese.
Ocurrió luégo Vasco Nuñez impidiendo al pueblo no prosiguiese más
adelante su desvarío, porque temió que pusieran las manos en él. Y
así, arrepentido de habelle sido contrario en su rescibimiento, de allí
adelante hizo por él, y reprendió mucho á todos su descomedimiento,
y refrenó al otro Alcalde ó Capitan, su compañero, Juan de Çamudio,
que era el que más se mostraba contra Nicuesa, y con él era todo el
pueblo. Rogábales Nicuesa, que si no lo querian por Gobernador, que lo
tomasen por compañero; respondian, que no querian, porque se entraria
por la manga y al cabo saldria por el cabezon. Replicaba Nicuesa, que
si no por compañero y en su libertad, lo tuviesen aprisionado con
hierros, porque más queria morir entre ellos que no en el Nombre de
Dios de hambre, ó á flechazos de indios ser muerto. Añidia más, que
se doliesen de 12.000 castellanos que habia gastado en aquel viaje y
armada, y los grandes infortunios que habia padescido por ello. Ningun
partido ni razon le admitieron ántes, cada uno mofaba dél y le decia
sus baldones y afrentas. Vasco Nuñez trabajaba mucho con el pueblo que
le admitiesen; uno, llamado Francisco Benitez, que era más que otro
locuaz, y que mucho se allegaba con Çamudio, el otro Alcalde, dando
voces, dijo que no se habia de rescibir tan mal hombre como Nicuesa.
Vasco Nuñez, muy de presto, ántes que su compañero se lo pudiese
impedir, mandóle dar cien azotes, los cuales llevó á cuestas, y viendo
que no podia ir contra el torrente y furia de todo el pueblo, envió
á decir á Nicuesa que se recogiese á sus bergantines, y que, si no
viese su cara, no saliese á tierra dellos. Nicuesa, temiendo que no le
prendiesen, mandó á ciertos ballesteros suyos que estuviesen metidos
en cierto cañaveral, mandándoles que cuando él hiciese la señal,
diesen en ellos. Sacó poco fruto de sus ballesteros, porque vinieron,
un Estéban de Barrantes, y Diego Albitez y Juan de Vegines, á decirle
de partes de todo el pueblo, que habiendo tractado de aquel negocio,
habian determinado de recibille por Gobernador, como lo era, con que
les perdonase la resistencia que hasta entónces se le habia hecho,
porque en fin era pueblo, y que á los primeros ímpetus no se suele
tener tanto acuerdo y miramiento. Nicuesa, no siguiendo el consejo
que Vasco Nuñez le habia dado, deste ofrecimiento fingido fué, más
de lo que debiera, crédulo, y no llamando á los suyos, salió de sus
bergantines, y púsose en las manos de los que morian por deshacelle.
Vino luégo Çamudio con mucha gente armada y prendióle, mandándole, so
pena de muerte, que luégo se partiese y no parase hasta presentarse en
España ante el Rey y los de su Consejo; y díjose que le constriñeron á
jurar, con amenazas que le hicieron que lo matarian, que se presentaria
en la corte ante el Rey. Visto Nicuesa claro su perdimiento, díjoles la
maldad y traicion que contra él cometian, porque aquella tierra donde
estaban entraba en los límites de su gobernacion, y que ninguno podia
en ella poblar ni estar sin su licencia, y el que allí estuviese era
su súbdito y subjecto á su jurisdiccion, porque él era en todo aquello
Gobernador por el Rey, é porque le querian echar donde muriese con tan
mal recaudo de navío y bastimentos, que protestaba de se quejar ante
el juicio de Dios de tan gran crueldad, como contra Dios y contra el
Rey, y contra él cometian, cuando no pudiese quejarse ante el Rey.
Ninguna cosa les movió á que templasen su furibundo y barbárico tumulto
y confusion, y así, lo llevaron preso hasta metello en el más ruin
bergantin que allí estaba. No sé si de industria escogieron el peor,
pero al ménos fué un bergantin viejo y harto mal aparejado, no sólo
para llegar á España, como ellos le mandaban, ni para esta isla, pero
ni áun para poder, seguramente, al Nombre de Dios, que de allí estaba
50 leguas, ir con él. Embarcáronse con él 16 ó 17 personas, de 60 que
le habian quedado, criados suyos, y otros, que, de lástima, seguir y
acompañarlo quisieron. Hízose á la vela con su bergantin, primer dia
de Marzo de 1511 años, el cual nunca jamás paresció, ni hombre de los
que con él fueron, ni dónde, ni como murió; algunos imaginaron que fué
á aportar en la isla de Cuba, y que allí los indios lo mataron, y que,
andando ciertos españoles por la isla, hallaron escrito en un árbol,
con letras esculpidas ó cavadas: «Aquí feneció el desdichado Nicuesa»;
pero yo creo que esto es falso, porque yo, uno de los primeros en
aquella isla, y que anduve por ella con otros, en sus principios, mucha
tierra, nunca ví ni oí que hobiese tal nueva. Lo que por más cierto se
puede tener es, que como él llevase tan mal recaudo de navío, y las
mares de por estas tierras sean tan bravas y vehementes, la mesma mar
le tragaria fácilmente, ó tambien, de pura hambre y de sed, muriese,
como no llevase sobrado, ni áun el necesario bastimento. Díjose que,
ántes que Nicuesa partiese de Castilla, uno que trataba de juzgar y
pronosticar las cosas venideras por astrología, dijo á Nicuesa, que
no partiese tal dia ó en tal signo; respondíole Nicuesa, que pues más
cuenta tenia con las estrellas que con Dios, Hacedor dellas, que no
traeria consigo á un hijo suyo que consigo traia. Tambien yo me acuerdo
haber, por aquellos tiempos, cierta cometa sobre esta isla, y, si no
me he olvidado, era de forma de un espada, y como que ardia, y dijeron
que un fraile habia entónces avisado á alguno de los que con él iban:
«Huid deste Capitan, porque los cielos muestran que ha de ser perdido.»
Lo mismo pudiera decir de los que iban con Alonso de Hojeda, puesto que
la misma persona de Hojeda no padeció tan calamitoso fin, pues murió en
esta ciudad, en su cama, como dicen, pero su gente harta mala ventura
tuvo, pues tantos rabiando, de la hierba ponzoñosa, murieron. Considere
aquí el lector el fin que hicieron estos dos primeros Capitanes, que
de propósito procuraron pedir gobernacion y autoridad del Rey, para
entrar en la tierra firme, á inquietar, infestar, turbar, robar, matar,
captivar, y destruir las gentes della, que, viviendo en sus tierras
tan apartadas de las nuestras, ni nos vieron, ni oyeron, ni buscaron,
ni en cosa nos ofendieron. Advierta eso mesmo, qué postremería fué la
de 800 hombres que consigo trujo Nicuesa, pues no le quedaron sino 60
cuando vino al Darien, y de aquellos se ahogaron ó perdieron con él
16 ó 17, y de aquellos 43 que restan, el uno fué Francisco Pizarro,
que mataron á estocadas en el Perú, que descubrió y destruyó, y los
demas, Dios sabe el fin que hicieron, y cuán amargas y tristes y
desventuradas muertes, y con cuántas angustias y trabajos, hambres y
sedes, cansancios y aflicciones, murieron. Y de la gente de Hojeda,
no escaparon, de 300, 30 ó 40, porque los que asentaron en el Darien,
todos eran, ó los más, de los que trujo el bachiller Anciso, y de los
que con Colmenares vinieron. Es bien, no ménos, mirar y notar si estas
muertes y perdiciones de estos Capitanes, ó Gobernadores primeros y
de sus gentes, si fueron milagros con los que Dios y su recto juicio
y justicia, quiso aprobar y justificar las demandas que traian, y los
fines que pretendian; item, si por ellos se aprobaron y justificaron
las obras semejantes, y los fines é intentos mismos que los
Gobernadores y Capitanes, que despues destos, en aquella tierra firme
sucedieron, perpetraron, trujeron, cometieron y pretendieron; creerá
cualquiera cristiano que no, porque áun las mismas sus postrimerías
de todos ellos dieron fiel testimonio dello, como referirá toda esta
historia, si place á Dios, en todos los libros que por escribir quedan.
Y porque todo lo que resta de decir destas Indias, sale del año décimo,
y, por consiguiente, pertenece al libro tercero, por ende á gloria de
Nuestro Señor, con lo dicho aquí, el segundo fenecemos.

  _Laus Deo, pax vivis, requies defunctis._



  HISTORIA

  DE LAS INDIAS.


  LIBRO TERCERO.



EN EL NOMBRE DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD

Comienza el libro tercero de la Historia general de las Indias escripta
por el Obispo de Chiapa, de la Órden de Sancto Domingo.



CAPÍTULO PRIMERO.


Referidas y explanadas quedan las cosas, que dignas fueron de poner
en historia, acaecidas en estas Indias, desde su descubrimiento, por
enteros diez y ocho años, contados desde el de 492 hasta el entero
año de 510; requiere la órden del decir y escribir, que al principio,
en el prólogo del primer libro, prometimos, contar lo que en los diez
años siguientes, desde el de 511 hasta el de 20 acaeció, que convenga
tener perpétua memoria. Y porque en esta tan difusa y general historia,
hobo muchas interpolaciones y pasaron muchos años, en los cuales se
interrumpia, por las inmensas y continuas ocupaciones que dentro y
fuera de la celda me ocurrieron, por cuya causa, de algunas cosas
escritas en los dos libros precedentes, que convenia hacer mencion, y
de los capítulos y lugares donde quedan puestas, lo mismo, y tambien
otras que ofrecian decir en éste tercero y en los demas, por ventura,
se podrán trastrocar, poniendo en un lugar lo que debiera poner en otro
por ende los benévolos lectores, aunque culpen la memoria, topando con
este defecto, pasen adelante á rescibir noticia de la verdad, que
aquí dárseles pretende, de la cual se ha tenido más cuidado que de
afeitar ni endulzorar palabras, y ni ocupar papel para cumplimientos
que no pasan de la superficie. Tenga, pues, nuestro tercero libro
principio, con el favor divino, de una provision espiritual que hizo
en estas Indias el Papa, en este undécimo año; ésta fué erigir las
primeras iglesias catedrales y criar los primeros Obispos que las
gobernasen. Para noticia de lo cual débese saber, que viviendo la
reina doña Isabel, que haya sancta gloria, y creo que por el año de
1503, al principio del pontificado del Papa Julio II, suplicaron
los Reyes al Papa proveyese de erigir iglesias y criar Obispos en
esta isla Española, porque habia ya mucha poblacion de españoles en
17 villas, como en el precedente libro referimos, puesto que con la
ceguedad del avaricia y priesa que todos tenian de haber oro y ser
ricos, no echaban de ver cómo cada dia los indios iban, de golpe, á
acabarse, haciendo grandes asonadas á los Reyes, que habia en ella
muchos pueblos, de españoles, poblados. Como quiera que no duraban
más tiempo las villas de los españoles de cuanto acababan de consumir
los indios, y dejados los pueblos ó villas dichas desiertas, luégo,
en viendo puerta abierta; y esta era determinar de pasar á la isla de
Sant Juan, y la de Jamáica ó Cuba, ó á la tierra firme, á sojuzgar,
con sus guerras crueles, los indios vecinos dellas, para el mismo fin
que tuvieron en ésta, conviene á saber, para echallos á las minas.
Luégo se salian desta isla lo mismo; y por la misma manera, despues
que habian muerto y destruido las gentes de las otras islas y partes
de tierra firme, las dejaban y se iban á otras á matar y á asolar las
gentes que en ellas habia, como pestilencia que, cosa que oliese á ser
hombre, habia de dejar viva. Así que, los Reyes, creyendo que tanto
pueblo y villas de españoles fueran en crecimiento, y la multitud de
los indios del todo no pereciera, porque siempre los encubrieron su
disminucion, ántes creian, segun yo creo, que iban en aumento, y con el
celo de la conversion dellos, suplicaron al Papa Julio II, como dije,
que erigiese iglesias y criase Obispos, el cual erigió una iglesia
metropolitana y cabeza de arzobispado, que llamó Hiagutensis; é no
pude atinar en qué provincia é lugar fuese la intencion de los Reyes
señalalla y pedilla, y del Papa constituilla, sino en la provincia
de Xaraguá, que como en la prosperidad desta isla era como la corte
della, como en el libro precedente dijimos, debieron creer los Reyes
que aquella fuera la más próspera, y así merecia ser cabeza de toda
ella. Por obispado erigió otra que nombró Vainensis; y ésta, no sé á
donde la situase, sino fué en la provincia de Vaynoa, hácia la parte
del Norte, donde estaba la villa de Lares de Guaháma, y la otra iglesia
catedral nombró Maguatensis, que debió ser en la Vega, que los indios
en su lengua llamaban Maguá, la última sílaba aguda, donde estaba
la villa de la Concepcion. Esto conjeturo por la conformidad de los
vocablos, que el Papa en su bula puso, con los de las mismas provincias
en lenguaje de los indios, si quizá los Reyes, informados desde esta
isla, nombraron al Papa los dichos lugares, mas siguiéndose por las
provincias y cantidad de la tierra, y gentes naturales della que á cada
iglesia aplicaban, que por los pueblos que de españoles entónces habia.
Hiagutensis, que fué el nombre de la del arzobispado, parece confinar
con el vocablo de la Yaguana, dentro del término de la provincia de
Xaraguá, ó quizá se tomó aquel nombre de la provincia de Higuey, que
es la más oriental desta isla que hallamos viniendo de Castilla. Para
estas tres iglesias, metropolitana una, y dos catedrales, presentaron
los Reyes al Papa tres personas cognoscidas por buenas, virtuosas y
religiosas; el uno fué el doctor, creo, en cánones, Pedro de Deza,
sobrino, segun entendí, de D. Diego de Deza, arzobispo de Sevilla,
fraile de Sancto Domingo, de quien arriba, en el libro I, hicimos
mencion; este Doctor nombraron para arzobispo Hiagutensis. El otro para
obispo de la iglesia Vainensis, fué un religioso de Sant Francisco,
llamado fray García de Padilla, no supe de qué provincia ó familia.
El tercero, para obispo Maguatensis, presentaron á un licenciado en
teología, canónigo de Salamanca, que se nombraba Alonso Manso; éste
cognoscí yo mucho, y era varon muy religioso y tenido por justo,
puesto que en las cosas temporales no muy experto. Cognoscí tambien al
primero, doctor Pedro Deza, no mucho, persona tenida por buena. Estos,
para Prelados, Arzobispo y Obispos, así nombrados para esta isla,
dilatóse la expedicion de las bulas por algunas causas, y, por ventura,
los Reyes no dieron priesa en ello, porque se les iba más luciendo,
de la disminucion y muerte destas gentes, algo. Entre tanto falleció
la reina doña Isabel, digna de memoria, y quedando el rey católico D.
Hernando, marido suyo, por Gobernador y Administrador de los reinos
de Castilla, por su hija, la reina doña Juana, impedida para reinar
ó gobernar, comenzándose á descubrir que no se podia ya encubrir ni
disimular el estrago y matanza que nuestros españoles hacian en los
vecinos, desta isla naturales, consumiéndolos en las minas, como en el
precedente libro se ha explicado, y que la isla se iba despoblando,
cognosció que en los sitios de las iglesias que el Papa tenia erigido
y señalado ya no habia á quien convertir ni predicar, sino era á los
pájaros y árboles: tornó el dicho Rey católico á informar y suplicar al
Papa, que porque aquellos sitios para las dichas iglesias señalados,
ya no eran dispuestos ni aptos para en ellos las edificar, lo uno,
por la misma disposicion de la tierra y sitio della, lo otro, por la
dificultad de los mantenimientos y cosas necesarias, (y estas dos
causas refiere en su bula el Papa, diciendo así: _Cum autem nuper
nobis constiterit, insulas et loca prædicta, ac ecclesiarum hujusmodi
existentiam, tum propter locorum situs, tum etiam comeatum et rerum
necessariarum difficultates nequaquam ac comoda existere_, etc.), y
pudiera mejor informar el Rey católico al Papa, que por haber muerto
las gentes de aquellos sitios y lugares, y estar despoblados de sus
naturales habitadores, ya no habia lugar, porque, en la verdad, no
habia, ni hoy hay en esta isla paso, donde no se pudiesen poblar y
asentar ciudades grandes y en ellas erigir catedrales, iglesias y
metropolitanas, segun es toda felice, y para dar fruto en ella, todas
las cosas á la vida necesarias, muy en abundancia, si hobieran los
nuestros usado della segun debian, y no las gentes della estirpado.
Así que, informando el Rey al Papa de que convenia mudar la órden de
los obispados ya dada, suplicóle que tuviese por bien, para en esta
isla, erigir dos iglesias catedrales y cesase la metropolitana, y otra
en la isla de Sant Juan, tambien catedral, las cuales fuesen sujetas á
la metropolitana de Sevilla, hasta que otra cosa Su Santidad ó la Sede
apostólica, en algun tiempo, ordenase. Los lugares para las iglesias
desta isla señaló el Rey, la villa de la Concepcion, que es en la Vega
grande, y el otro en la del puerto de Sancto Domingo, y para el tercero
obispado, el pueblo principal que habia en la isla de Sant Juan. El
Papa lo concedió así, como el Rey lo suplicó, suprimiendo y anulando
primero, de consentimiento expreso de los mismos tres electos, las
dichas tres iglesias erigidas en los dichos tres sitios y lugares,
y señaló y dió por título á la iglesia de la Vega, la Concepcion, y
á la de Sancto Domingo, Sancto Domingo, y á la de Sant Juan, Sant
Juan; á cada una de las cuales que eran villas, adornó con títulos y
privilegios de ciudades. Asignó por diócesi é subjetas del obispado
de Sancto Domingo, las villas de la Buena Ventura, la de Açuá, la de
Salvaleon, la de Sant Juan de la Maguána, la de Vera Paz, que era la
de Xaraguá, y la villa nueva de Yaquimo. Al obispado de la Concepcion,
subjetó y dió por término de diócesi, la villa de Santiago, la de
Puerto de Plata, la de Puerto Real, la de Lares de Guahába, la de
Salvatierra de la Çabana, y la de Sancta Cruz; olvidaron la villa
del Bonao, que no era la ménos que otras principal. A la iglesia de
Sant Juan dió por diócesi toda la isla, é fueron Obispos primeros
los mismos; de Sancto Domingo, el fray García de Padilla, y éste
murió en Castilla ántes que viniese acá, y creo que no consagrado; de
la Concepcion, fué el Doctor Deza, el cual vino consagrado y vivió
pocos años en la ciudad de la Concepcion, donde murió. El licenciado
Alonso Manso vino tambien Obispo consagrado, y vivió muchos años en
la dicha isla de Sant Juan, siendo siempre canónigo de Salamanca,
porque aceptó el obispado con retencion de la canongía. Concedió
los diezmos y primicias, el Papa, de todas las cosas, con toda la
autoridad, jurisdiccion espiritual y temporal, y todos los derechos y
preeminencias que á los obispos de España pertenecen de derecho y de
costumbre, de todo lo cual, excepto el oro y la plata, y otros metales,
y perlas y piedras preciosas en que ninguna parte tuviesen.



CAPÍTULO II.


Antes que las bulas destos obispados viniesen, ó ántes que los Obispos
primeros susodichos se consagrasen, hizo el Rey con ellos cierto
asiento y capitulacion; el primer capítulo de la cual fué, que les
hacia donacion de los diezmos, como los tenia del Papa concedidos,
segun en el precedente libro, capítulo 39, referimos, que el Papa
Alexandre á los dichos Reyes habia concedido; y esta donacion, porque
ellos y sus sucesores, con su clerecía, tuviesen cargo de rogar á Dios
por su vida y ánima, y de los Reyes sus sucesores, y por todos los
cristianos que, en descubrir é adquirir las dichas islas, murieron, y
que los dichos diezmos se repartan por los Obispos, clerecía, fábricas
y hospitales, y que á ello se obligasen por sí é por sus sucesores, y
en nombre de sus iglesias, que se guardará y complirá lo susodicho,
y lo que se dijere. El segundo capítulo fué, que las dignidades,
canongías y raciones y otros beneficios, sean á presentacion de Sus
Altezas. El tercero, que los beneficios que vacaren, ó se proveyeren
despues de la primera vez, se provean á los hijos legítimos, que
nacieren allá, de los españoles que de acá fueren á vivir á las
dichas islas, no los hijos de los indios, hasta que Sus Altezas ó
sus sucesores otra cosa determinen ó provean, por su suficiencia,
procediendo por oposicion y exámen, como en el obispado de Palencia;
con tal condicion, que los tales hijos de los vecinos, dentro de un año
y medio despues de proveidos, sean obligados de llevar ratihabicion y
aprobacion de Sus Altezas, y de sus sucesores de los tales beneficios,
no la llevando dentro del dicho término fuesen vacos, y Sus Altezas
los proveyesen á otras nuevas personas. Lo cuarto, que los Obispos,
por virtud de la bula del Papa Julio, declarasen la manera de traer
corona, y del hábito que habian de traer los de prima tonsura, la
cual fuese de grandor de un real castellano, y el cabello dos dedos
debajo de la oreja, y poco más bajo por detrás; la ropa de fuera fuese
tabardo, ó capuz cerrado, ó loba cerrada, ó abierta, tan larga que, á
lo ménos con un palmo, llegase al empeine, y que no fuesen coloradas,
ni verdes, ni amarillas, ni de otra color deshonesta. Item, que no
ordenasen de corona á ninguno si no supiese hablar y entender latin,
y que no puedan ordenar á quien tuviere dos ó tres hijos varones, más
de uno, porque no es que ninguno quiera todos los hijos para clérigos.
Item, en el guardar de las fiestas, se guarden las ordenadas por la
Iglesia, y no otras, aunque sean por voto y promesa, ni en los sínodos
se ordene que se guarden más de las que entónces se guardaban en la
isla Española, sino fuere cuanto á la solemnidad, y no para que los
cristianos las guarden. Item, que los Obispos no lleven diezmos de oro
y plata perlas, ni piedras preciosas, sino de las otras cosas, conforme
á la bula del Papa, y aquello, no en dineros, sino en los frutos, como
se llevaba en Castilla, y que ni por esta causa, ni por otra, _directe_
ni _indirecte_, no apartaran los indios de aquello que agora hacian
para el sacar el oro, ántes los animaran y aconsejaran que sirvan
mejor que hasta aquí en el sacar del oro, diciéndoles que es para
hacer guerra á los infieles, y las otras cosas que vieren que pueden
aprovechar para que los indios trabajasen bien. Item, que el arzobispo
de Sevilla, como metropolitano, ó su Fiscal, puedan estar é residir
en cualquiera de los dichos obispados, y ejercer su oficio, y que no
pueda poner el metropolitano por oficial á ninguno de los Prelados de
las dichas islas. Item, que ninguna persona pueda sacar oro ni traer
personas que lo saquen, sino estuvieren sometidos á la jurisdiccion
de Sus Altezas, y á las ordenanzas que allá se guardan, y paguen los
derechos que los seglares. Item, que los que tuvieren indios en las
minas, ni los mismos indios, no puedan ser convenidos ni traidos, ni
arrastrados, ni llamados por sus causas, ni ajenas, por ningun Juez,
durante las demoras, porque ésto se les dá por inducias de pan y
vino coger, por cuanto aquel es fructo de la tierra y se ha de dar en
lugar del oro, segun se da en Castilla. Item, en las causas civiles,
profanas, los que se eximieren por la corona, pierdan los indios y lo
que tuvieren en las minas, sino fuere la causa eclesiástica, porque
ésta se puede ventilar ante el Juez eclesiástico, sin pena. Esta fué la
capitulacion celebrada entre los Reyes y los primeros Obispos, parte
de la cual, cierto, muestra la ceguedad que en los del Consejo del Rey
entónces habia, y la poca noticia que el Rey tenia de la perdicion de
aquestas gentes míseras, y no ménos la ignorancia de los Obispos, y la
ceguedad de los del Consejo en que aconsejasen al Rey que forzase por
vía de contrato, cuasi violento, á que los Obispos se obligasen á no
impedir á los indios _directe_ ni _indirecte_ dejar de sacar oro, y,
lo que más es, á que los animasen y aconsejasen á que lo sacasen, como
quiera que de sí sea manifiesto por las leyes de los Emperadores que
ellos leian, y por historias que debieran haber leido, sacar metales
haberse dado por pena y muerte, cuasi natural, por gravísimos delictos,
como por experiencia harto larga, y no sé si se hobiese áun entónces
visto, que al cabo y al efecto de por sacar oro, ser destruidos y
muertos todos los innumerables vecinos indios desta isla, y de todas
estas islas. Item, el poco cuidado que los del Consejo habian tenido
en saber cómo, en el sacar del oro, á los indios les iba, si morian ó
vivian, como en la verdad, el año de 511 y 12, cuando ésto se trataba,
segun se dijo, habian, toda la mayor parte de la gente desta isla,
perecido; y porque digo la mayor parte, fué muy mal dicho, porque
parece cosa de escarnio, fué tanto la mayor parte, que de tres cuentos
de ánimas no habian quedado obra de 20.000. Razon fuera que el Consejo
del Rey tuviera cuenta con saber desta vendimia, y no de obligar á los
Obispos á aquello, á cuyo contrario, impugnar, y resistir, y extirpar,
como pestilencia vastativa de todas sus ovejas, eran obligados de
precepto natural y divino; más parece, cierto, haberse desvelado en
cómo habria oro el Rey, que en descargalle la conciencia, y de la
salvacion de aquestas gentes, cuya carga tenian ellos más que el
Rey sobre sí mismos, los entendimientos de los cuales, no sólo de la
ignorancia del derecho, pero de la del hecho, eran entenebrecidos.
Tambien fué poca lumbre, ántes parte de gruesas tinieblas, asentar en
la dicha capitulacion que los Obispos dijesen á los indios, para los
animar á sacar oro, que era para hacer guerra á los infieles, como
quiera que fuese cosa impertinente y ántes muy nociva, dar cuenta á los
indios que habia en el mundo otros algunos infieles sin ellos. La poca
y ninguna noticia que el Rey tenia de la perdicion destas gentes, asaz
se sigue de lo dicho, porque cuando los ciegos guian, ¿de los que van
tras ellos, qué se espera? Y así, cuando los de los Consejos de los
Reyes andan en tinieblas, ¡guay de los Reyes! y, por mejor decir, ¡guay
de los reinos!; y ésto así, más que en toda la redondez del mundo, ha
acaecido en estos infelicísimos reinos deste orbe todo destas Indias.
La ignorancia de los Obispos no ménos queda de lo dicho manifiesta,
pues se obligaban, á ojos ciegas, á no apartar por alguna causa á los
indios de sacar oro, como quiera que debian estar recatados en no se
obligar á lo que podia ser injusto y malo, que de cierto no sabian,
cuanto más que la misma obra les pudiera dar sospecha, diciendo sacar
oro y servir; si quizá no imaginaron que sacar oro no era otra cosa,
sino que, como fructa de los árboles, se cogia. Otorgóse la dicha
capitulacion en presencia de Francisco de Valenzuela, canónigo de
Palencia, y Notario público apostólico, en 3 dias de Mayo, año de 1512.



CAPÍTULO III.


En este tiempo ya los religiosos de Sancto Domingo habian considerado
la triste vida y aspérrimo captiverio que la gente natural desta isla
padecia, y cómo se consumian, sin hacer caso dellos los españoles que
los poseian, más que si fueran unos animales sin provecho, despues de
muertos solamente pesándoles de que se les muriesen, por la falta que
en las minas del oro y en las otras granjerías les hacian; no por eso
en los que les quedaba usaban de más compasion ni blandura, cerca del
rigor y aspereza con que, oprimir, y fatigar y consumirlos, solian. Y
en todo ésto habia entre los españoles más y ménos, porque unos eran
crudelísimos, sin piedad ni misericordia, sólo teniendo respeto á
hacerse ricos con la sangre de aquellos míseros, otros, ménos crueles,
y otros, es de creer, que les debia doler la miseria y angustia
dellos, pero todos, unos y otros, la salud y vidas, y salvacion de los
tristes, tácita ó expresamente á sus intereses solos, y particulares y
temporales, posponian. No me acuerdo cognoscer hombre piadoso, para con
los indios que le sirviesen, dellos, sino solo uno, que se llamó Pedro
de la Rentería, del cual abajo, si place á Dios, habrá bien que decir.
Así que, viendo y mirando, y considerando, los religiosos dichos,
por muchos dias, las obras que los españoles á los indios hacian,
y el ningun cuidado que de su salud corporal y espiritual tenian,
y la inocencia, paciencia inextimable y mansedumbre de los indios,
comenzaron á juntar el derecho con el hecho, como hombres de los
espirituales y de Dios muy amigos, y á tractar entre sí de la fealdad
y enormidad de tan nunca oida injusticia, diciendo así: «¿Estos no son
hombres? ¿Con éstos no se deben guardar y cumplir los preceptos de la
caridad y de la justicia? ¿Estos, no tenian sus tierras propias, y sus
señores y señoríos? ¿Estos, hánnos ofendido en algo? ¿La ley de Cristo
no somos obligados á predicársela, y trabajar con toda diligencia de
convertillos? Pues, ¿cómo siendo tantos y tan innumerables gentes las
que habia en esta isla, segun nos dicen, en tan breve tiempo, que
es obra de quince ó diez y seis años, han tan cruelmente perecido?»
Allegóse á ésto, que uno de los españoles que se habian hallado en
hacer las matanzas y estragos crueles que se habian hecho en estas
gentes, mató su mujer á puñaladas, por sospecha que della tuvo que le
cometia adulterio, y ésta era de las principales señoras naturales de
la provincia de la Vega, señora de mucha gente; éste anduvo por los
montes tres ó cuatro años, ántes que la Órden de Sancto Domingo á esta
isla viniese, por miedo de la justicia, el cual, sabida la llegada de
la Órden y el olor de sanctidad que de sí producia, vínose una noche
á la casa que, de paja, habian dado á los religiosos, para en que se
metiesen, y hecha relacion de su vida, rogó con gran importunidad
y perseverancia que le diesen el hábito de fraile lego, en el cual
entendia, con el favor de Dios, de servir toda su vida. Diéronselo con
caridad, por ver en él señales de conversion y detestacion de la vida
pasada, y deseo de hacer penitencia, la cual, despues, hizo grandísima,
y al cabo tenemos por cierto que murió mártir, porque suele Dios, en
los grandes pecadores, mostrar su inmensa misericordia, haciendo con
ellos maravillas; de su martirio diremos abajo, si á Dios pluguiere
que á su lugar lleguemos con vida, y será cuasi al cabo deste tercero
libro. Este, que llamaron fray Juan Garcés, y en el mundo Juan Garcés,
asaz de mí cognoscido, descubrió á los religiosos muy en particular
las execrables crueldades que él y todos los demas en estas inocentes
gentes habian, en las guerras y en la paz, si alguna se pudiera paz
decir, cometido, como testigo de vista. Los religiosos, asombrados de
oir obras, de humanidad y costumbre cristiana, tan enemigas, cobraron
mayor ánimo para impugnar el principio, y medio y el fin de aquesta
horrible y nueva manera de tiránica injusticia, y encendidos del calor
y celo de la honra divina, y doliéndose de las injurias que contra su
ley y mandamientos á Dios se hacian, de la infamia de su fe que entre
aquestas naciones, por las dichas obras, hedia, y compadeciéndose
entrañablemente de la jactura de tan gran número de ánimas, sin haber
quién se doliese ni hiciese cuenta dellas, como habian perecido y
cada hora perecian, suplicando y encomendándose mucho á Dios, con
contínuas oraciones, ayunos y vigilias, les alumbrase para no errar
en cosa que tanto iba, como quiera que se les representaba cuán nuevo
y escandaloso habia de se despertar á personas que en tan profundo y
abisal sueño, y tan insensiblemente dormian; finalmente, habido su
maduro y repetido muchas veces consejo, deliberaron de predicarlo en
los púlpitos públicamente, y declarar el estado en que, los pecadores
nuestros que aquestas gentes tenian y oprimian, estaban, y muriendo
en él, donde, al cabo de sus inhumanidades y cudicias, á rescibir su
galardon iban. Acuerdan todos los más letrados dellos, por órden del
prudentísimo siervo de Dios, el padre fray Pedro de Córdoba, Vicario
dellos, el sermon primero que cerca de la materia predicarse debia,
y firmáronlo todos de sus nombres, para que pareciese como no sólo
del que lo hobiese de predicar, pero que de parecer y deliberacion,
y consentimiento y aprobacion de todos procedia; impuso, mandándolo
por obediencia el dicho padre Vicario que predicase aquel sermon, al
principal predicador dellos despues del dicho padre Vicario, que se
llamaba el padre fray Anton Montesino, que fué el segundo de los tres
que trajeron la Órden acá, segun que arriba, en el libro II, cap. 54,
se dijo. Este padre fray Anton Montesino tenia gracia de predicar; era
aspérrimo en reprender vicios, y sobre todo, en sus sermones y palabras
muy colérico, eficacísimo, y así hacia, ó se creia que hacia, en sus
sermones mucho fructo; á éste, como muy animoso, cometieron el primer
sermon desta materia, tan nueva para los españoles desta isla, y la
novedad no era otra sino afirmar, que matar estas gentes era más pecado
que matar chinches. Y porque era tiempo del adviento, acordaron que
el sermon se predicase el cuarto domingo, cuando se canta el Evangelio
donde refiere el Evangelista Sant Juan: «Enviaron los fariseos á
preguntar á San Juan Baptista quién era, y respondióles: _Ego vox
clamantis in deserto_.» Y porque se hallase toda la ciudad de Sancto
Domingo al sermon, que ninguno faltase, al ménos de los principales,
convidaron al segundo Almirante que gobernaba entónces esta isla, y á
los oficiales del Rey, y á todos los letrados juristas que habia, á
cada uno en su casa, diciéndoles que el Domingo en la iglesia mayor
habria sermon suyo, y querian hacerles saber cierta cosa que mucho
tocaba á todos, que les rogaban se hallasen á oirlo. Todos concedieron
de muy buena voluntad, lo uno por la gran reverencia que les hacian,
y estima que dellos tenian, por su virtud y estrechura en que vivian,
y rigor de religion, lo otro, porque cada uno deseaba ya oir aquello
que tanto les habian dicho tocarles, lo cual, si ellos supieran ántes,
cierto es que no se les predicara, porque ni lo quisieran oir, ni
predicar les dejaran.



CAPÍTULO IV.


Llegado el domingo y la hora de predicar, subió en el púlpito el
susodicho padre fray Anton Montesino, y tomó por tema y fundamento de
su sermon, que ya llevaba escripto y firmado de los demas: _Ego vox
clamantis in deserto_. Hecha su introduccion y dicho algo de lo que
tocaba á la materia del tiempo del adviento, comenzó á encarecer la
esterilidad del desierto de las conciencias de los españoles desta
isla, y la ceguedad en que vivian, con cuánto peligro andaban de su
condenacion, no advirtiendo los pecados gravísimos en que con tanta
insensibilidad estaban contínuamente zabullidos y en ellos morian.
Luégo torna sobre su tema, diciendo así: «Para os los dar á cognoscer
me he subido aquí, yo que soy voz de Cristo en el desierto desta isla,
y por tanto, conviene que, con atencion, no cualquiera, sino con todo
vuestro corazon y con todos vuestros sentidos, la oigais; la cual
voz os será la más nueva que nunca oisteis, la más áspera y dura y
más espantable y peligrosa que jamás no pensasteis oir.» Esta voz,
encareció por buen rato con palabras muy pungitivas y terribles, que
los hacia estremecer las carnes, y que les parecia que ya estaban en el
divino juicio. La voz, pues, en gran manera, en universal encarecida,
declaróles cuál era ó qué contenia en si aquella voz. «Esta voz, dijo
él, que todos estais en pecado mortal y en el vivís y morís, por
la crueldad y tiranía que usais con estas inocentes gentes. Decid,
¿con qué derecho y con qué justicia teneis en tan cruel y horrible
servidumbre aquestos indios? ¿Con qué autoridad habeis hecho tan
detestables guerras á estas gentes que estaban en sus tierras mansas
y pacíficas, donde tan infinitas dellas, con muertes y extragos nunca
oidos, habeis consumido? ¿Cómo los teneis tan opresos y fatigados, sin
dalles de comer ni curallos en sus enfermemades, que de los excesivos
trabajos que les dais incurren y se os mueren, y por mejor decir los
matais, por sacar y adquirir oro cada dia? ¿Y qué cuidado teneis de
quien los doctrine, y conozcan á su Dios y criador, sean baptizados,
oigan misa, guarden las fiestas y domingos? ¿Estos, no son hombres?
¿No tienen ánimas racionales? ¿No sois obligados á amallos como á
vosotros mismos? ¿Esto no entendeis, ésto no sentís? ¿Cómo estais en
tanta profundidad, de sueño tan letárgico, dormidos? Tened por cierto,
que en el estado que estais, no os podeis más salvar, que los moros
ó turcos que carecen y no quieren la fe de Jesucristo.» Finalmente,
de tal manera se explicó la voz que ántes habia muy encarecido,
que los dejó atónitos, á muchos como fuera de sentido, á otros más
empedernidos, y algunos algo compungidos, pero á ninguno, á lo que yo
despues entendí, convertido. Concluido su sermon bájase del púlpito
con la cabeza no muy baja, porque no era hombre que quisiese mostrar
temor, así como no lo tenia, ni se daba mucho por desagradar los
oyentes, haciendo y diciendo, lo que, segun Dios, convenir le parecia;
con su compañero váse á su casa pajiza, donde, por ventura, no tenian
qué comer, sino caldo de berzas sin aceite, como algunas veces les
acaecia. Él salido, queda la iglesia llena de murmuro, que, segun yo
creo, apenas dejaron acabar la misa. Puédese bien juzgar, que no se
leyó leccion de menosprecio del mundo á las mesas de todos, aquél
dia. En acabando de comer, que no debiera ser muy gustosa la comida,
júntase toda la ciudad en casa del Almirante, segundo en esta dignidad
y real oficio, D. Diego Colon, hijo del primero que descubrió estas
Indias, en especial los oficiales del Rey, Tesorero y Contador, Factor
y Veedor, y acuerdan de ir á reprender y asombrar al predicador y á
los demas, sino lo castigaban como á hombre escandaloso, sembrador
de doctrina nueva, nunca oida, condenando á todos, y que habia dicho
contra el Rey é su señorío que tenia en estas Indias, afirmando que
no podian tener los indios, dándoselos el Rey, y estas eran cosas
gravísimas é irremisibles. Llaman á la portería, abre el portero,
dícenle que llame al Vicario, y aquel fraile que habia predicado tan
grandes desvaríos; sale sólo el Vicario, venerable padre, fray Pedro
de Córdoba, dícenle con más imperio que humildad, que haga llamar al
que habia predicado. Responde, como era prudentísimo, que no habia
necesidad, que si su señoría y mercedes mandaban algo, que él era
Prelado de aquellos religiosos, y él responderia. Porfian mucho con él
que lo hiciese llamar; él con gran prudencia y autoridad, con palabras
muy modestas y graves, como era costumbre hablar, se excusaba y evadia.
Finalmente, porque lo habia dotado la divina Providencia, entre otras
virtudes naturales y adquísitas, era de persona tan venerable y tan
religiosa, que mostraba con su presencia ser de toda reverencia digno;
viendo el Almirante y los demas, que, por razones y palabras de mucha
autoridad, el padre Vicario no se persuadia, comenzaron á blandear
humillándose, y ruéganle que lo mande llamar, porque, él presente,
les quieren hablar, y preguntarles cómo y en qué se fundaban para
determinarse á predicar una cosa tan nueva y tan perjudicial, en
deservicio del Rey y daño de todos los vecinos de aquella ciudad y de
toda esta isla. Viendo el sancto varon que llevaban otro camino é iban
templando el brío con que habian venido, mandó llamar al dicho padre
fray Anton Montesino, el cual maldito el miedo con que vino; sentados
todos, propone primero el Almirante por sí é por todos su querella,
diciendo, que cómo aquel padre habia sido osado á predicar cosas en tan
gran deservicio del Rey, é daño de toda aquella tierra, afirmando que
no podian tener los indios, dándoselos el Rey que era señor de todas
las Indias, en especial habiendo ganado los españoles aquellas islas
con muchos trabajos, y sojuzgado los infieles que las tenian, y porque
aquel sermon habia sido tan escandaloso y en tan gran deservicio del
Rey é perjudicial á todos los vecinos desta isla, que determinasen que
aquel padre se desdijese de todo lo que habia dicho, donde no que ellos
entendian poner el remedio que conviniese. El padre Vicario respondió,
que lo que habia predicado aquel padre habia sido de parecer, voluntad
y consentimiento suyo y de todos, despues de muy bien mirado y
conferido entre ellos, y con mucho consejo y madura deliberacion se
habian determinado que se predicase como verdad evangélica, y cosa
necesaria á la salvacion de todos los españoles y los indios desta
isla, que vian perecer cada dia sin tener dellos más cuidado que
si fueran bestias del campo; á lo cual eran obligados, de precepto
divino, por la profesion que habian hecho en el bautismo, primero de
cristianos, y despues de ser frailes predicadores de la verdad, en lo
cual no entendian deservir al Rey, que acá los habia enviado á predicar
lo que sintiesen que debian predicar necesario á las ánimas, sino
serville con toda fidelidad, y que tenian por cierto que, desque Su
Alteza fuese bien informado de lo que acá pasaba, y lo que sobre ello
habian ellos predicado, se ternia por bien servido, y les daria las
gracias. Poco aprovechó la habla y razones della, que el sancto varon
dió en justificacion del sermon, para satisfacellos y aplacallos de la
alteracion que habian rescibido en oir que no podian tener los indios,
como los tenian, tiranizados, porque no era camino aquello porque su
cudicia se hartase, porque, quitados los indios, de todos sus deseos y
suspiros quedaban defraudados; y así, cada uno de los que allí estaban,
mayormente los principales, decia, enderezado al propósito, lo que se
le antojaba. Convenian todos en que aquel padre se desdijese el domingo
siguiente de lo que habia predicado, y llegaron á tanta ceguedad, que
les dijeron, si no lo hacian, que aparejasen sus pajuelas para se ir
á embarcar é ir á España; respondió el padre Vicario, por cierto,
señores, en eso podremos tener harto de poco trabajo. Y así era,
cierto, porque sus alhajas no eran sino uno hábitos de jerga muy basta
que tenian vestidos, y unas mantas de la misma jerga con que se cobrian
de noche; las camas eran unas varas puestas sobre unas horquetas que
llaman cadalechos, y sobre ellas unos manojos de paja, lo que tocaba al
recaudo de la misa, y algunos librillos, que pudiera quizá caber todo
en dos arcas. Viendo en cuán poco tenian los siervos de Dios todas las
especies, que les ponian delante, de amenazas, tornaron á blandear como
rogándoles que tornasen á mirar en ello, y que, bien mirado, en otro
sermon lo que se habia dicho se enmendase para satisfacer al pueblo,
que habia sido y estaba en grande manera escandalizado. Finalmente,
insistiendo mucho en que, para el primer sermon, lo predicado se
moderase y satisfaciese al pueblo, concedieron los padres, por
despedirse ya dellos y dar fin á sus frívolas importunidades, que fuese
así en buena hora, que el mismo padre fray Anton Montesino tornaria el
domingo siguiente á predicar, y tornaria á la materia, y diria sobre lo
que habia predicado lo que mejor le pareciese, y, en cuanto pudiese,
trabajaria de los satisfacer, y todo lo dicho declarárselo; ésto así
concertado, fuéronse alegres con esta esperanza.



CAPÍTULO V.


Publicaron ellos luégo, ó dellos algunos, que dejaban concertado con
el Vicario y con los demas, que el domingo siguiente, de todo lo
dicho se habia de desdecir aquel fraile; y para oir aqueste sermon
segundo, no fué menester convidallos, porque no quedó persona en toda
la ciudad que en la iglesia no se hallase, unos á otros convidándose,
que se fuesen á oir aquel fraile, que se habia de desdecir de todo
lo que habia dicho el domingo pasado. Llegada la hora del sermon,
subido en el púlpito, el tema que para fundamento de su retractacion y
desdecimiento se halló, fué una sentencia del Sancto Job, en el cap.
36, que comienza: _Repetam scientiam meam á principio, et sermones
meos sine mendatio esse probabo_. Tornaré á referir desde su principio
mi sciencia y verdad, que el domingo pasado os prediqué, y aquellas
mis palabras, que así os amargaron, mostraré ser verdaderas. Oido
éste su tema, ya vieron luégo los más avisados á dónde iba á parar,
y fué harto sufrimiento dejalle de allí pasar. Comenzó á fundar su
sermon y á referir todo lo que en el sermon pasado habia predicado,
y á corroborar con más razones y autoridades lo que afirmó, de tener
injusta y tiránicamente aquellas gentes opresas y fatigadas, tornando á
repetir su sciencia, que tuviesen por cierto no poderse salvar en aquel
estado, por eso, que con tiempo se remediasen, haciéndoles saber que
á hombre dellos no confesarian, más que á los que andaban salteando,
y aquello publicasen y escribiesen á quien quisiesen á Castilla; en
todo lo cual, tenian por cierto que servian á Dios, y no chico servicio
hacian al Rey. Acabado su sermon fuése á su casa, y todo el pueblo en
la iglesia quedó alborotado, gruñendo, y muy peor que ántes indignado
contra los frailes, hallándose, de la vana é inícua esperanza que
tuvieron, que se habia de retractar de lo dicho, defraudados, como si
ya que el fraile se desdijera, la ley de Dios, contra la cual ellos
hacian en oprimir y estirpar estas gentes, se mudara. Peligrosa cosa
es, y digna de llorar mucho de los hombres que están en pecados,
mayormente los que con robos y daños de sus prójimos han subido ó
mayor estado del que nunca tuvieron, porque más duro les parece, y áun
lo es, decaer dél, que echarse de grandes barrancos abajo; yo añido,
que es imposible dejallos por vía humana, si Dios no hace grande
milagro; de aquí es tener por muy áspero y abominable oirse reprender
en los púlpitos, porque miéntras no lo oyen, paréceles que Dios está
descuidado, y que la ley divina es revocada, porque los predicadores
callan. Desta insensibilidad, peligro y obstinacion y malicia, más
que en otra parte del mundo, ni género de gente, consumada, tenemos
ejemplos sin número y experiencia ocular, en estas nuestras Indias,
padecer cada dia la gente, de nuestra España. Tornando al propósito,
salidos de la iglesia furibundos, é idos á comer, tuvieron la comida no
muy sabrosa, sino, segun que yo creo, más que amarga; no curan más de
los frailes, porque ya tenian entendido que hablar en ésto con ellos
les aprovecha nada. Acuerdan, con efecto, escribillo al Rey en las
primeras naos, como aquellos frailes que á ésta isla habian venido,
habian escandalizado al mundo sembrando doctrina nueva, condenándolos á
todos para el infierno, porque tenian los indios y se servian dellos en
las minas y los otros trabajos, contra lo que Su Alteza tenia ordenado,
y que no era otra cosa su predicacion, sino quitalle el señorío y las
rentas que tenia en estas partes. Estas cartas, llegadas á la córte,
toda la alborotaron; escribe el Rey y envió á llamar al Provincial de
Castilla, que era el Prelado de los que acá estaban, porque aún no
era ésto provincia por sí, quejándose de sus frailes que acá habia
enviado, que le habian mucho deservido en predicar cosas contra su
estado, y alboroto, y escándalo de toda la tierra, grande, que luégo
lo remediase, si nó que él lo mandaria remediar. Veis aquí, cuán
fáciles son los Reyes de engañar, y cuán infelices se hacen los reinos
por informacion de los malos, y cómo se oprime en tierra que no suene
ni respire la verdad. Las cartas de más eficacia que á Castilla y al
Rey llegaron, fueron las del Tesorero Miguel de Pasamonte, de quien
arriba en el libro II hablamos, por tener con el Rey grande autoridad,
y ser Lope Conchillos, Secretario, ambos aragoneses, y el Rey viejo
y cansado, calidades que, para que el Rey entendiese la verdad, no
poco desayudaban. Enviadas las cartas, proveyeron de otra industria
harto eficaz para contra los frailes, y ésta fué la que los demonios
tienen muy usada para que su reino prevalezca, y el de Cristo y la
verdad, que es los nervios que lo sustentan, estén siempre combatidos
y amortiguados y anden bambaleándose, y para ésto, por ministros de
sus maldades, aunque con especie de bien y bondad, trabaja con todo su
poder de poner personas espirituales, porque tomar los malos y de vida
depravada, fácil cosa seria, las cautelas y maldades artificiosas, que
para salir con su propósito emprende, entendérselas y desbaratárselas.
Ya se dijo arriba, en el libro II, cap. 3.º, como en el año de 502
vinieron á esta isla ciertos buenos religiosos de la Orden de Sant
Francisco, cuyo Prelado y caudillo era un padre de presencia y religion
harto venerable, llamado fray Alonso del Espinal; éste, como se dijo,
era celoso y virtuoso religioso, pero no letrado, mas de saber lo que
comunmente muchos religiosos saben, y todo su estudio era leer en la
Suma angélica para confesar; á este venerable padre persuadieron todos
los Próceres de la ciudad que fuese á Castilla, por ellos, para hablar
y dar á entender al Rey, lo que los frailes dominicos habian predicado
contra lo que el Rey tenia ordenado, de tener los indios, y que,
teniéndolos, la isla estaba poblada de españoles, y se sacaba el oro y
á Sus Altezas las rentas se enviaban, y que, de otra manera, la tierra
no se podia sustentar, y que ésto habia causado grande escándalo y
alboroto en toda la isla é inquietud de las conciencias, y suplicase á
Su Alteza, por todos ellos, lo mandar remediar, y otras muchas cosas,
cuantas vieron que para la perseverancia de sus tiranías les podian
aprovechar. Finalmente, trabajaron enviar frailes contra frailes, por
meter el juego, como dicen, á barato. El bueno del padre francisco,
fray Alonso del Espinal, con su ignorancia no chica, aceptó el cargo
de la embajada, no advirtiendo que lo enviaban á detener en captiverio
é injusta servidumbre, en la cual era cierto perecer tantos millares
y cuentos de hombres, prójimos inocentes, como habian perecido, y al
cabo fenecieron sin quedar uno ni ninguno, como abajo parecerá, en lo
cual pecaban mortalísimamente, y eran obligados, _in solidum_, de todos
los daños y de lo que con esta tiranía adquirian, á total restitucion.
No sé yo cómo la ignorancia del padre dicho lo podrá excusar de no ser
partícipe de todos aquellos tan calificados pecados mortales. No osaré
afirmar que lo que aquí diré ayudase á aceptar tal cargo, y ésto fué
que en los repartimientos de los pasados, dieron uno á lo ménos, y yo
lo sé, al monesterio de Sant Francisco de la ciudad de la Concepcion,
en la Vega, para con que se mantuviese los religiosos que allí moraban,
y creo, que pues al de la Concepcion lo daban, que lo debieran de
dar al monesterio de la ciudad de Sancto Domingo, porque estos dos
monesterios habia de Sant Francisco en esta isla; otra casa hobo en la
villa de Xaraguá, pero no tenia sino dos, ó tres ó cuatro frailes, y
por eso no debieron de dalles indios. Del repartimiento de indios que
yo sé que dieron al monesterio de la Vega, no lo daban á los mismos
frailes, (lo cual áun fuera mejor para los indios, porque los tractaran
los religiosos con más piedad), sino que los quedaba á un vecino
español del pueblo, para que se aprovechase dellos, y enviase á los
frailes él la comida de cada dia; enviábales pan caçabí é ajes, que son
otras raíces, y carne de puerco, que todo era laceria (porque ni pan
de trigo, ni vino, sino era para las misas, ni lo comian, ni bebian,
ni lo vian), á seis ó ocho frailes que habia, y no creo que llegaban á
ocho, y echaba el vecino los indios á las minas, y era voz y fama muy
clara, que le cogian cada demora, que duraba ocho ó diez meses, 5.000
castellanos ó pesos de oro, de las minas, y por ventura tenia más de
otras granjerías. Por manera, que, por título que daba de comer á los
frailes, perecian los desventurados de los indios, como los demas, en
las minas y en las otras granjerías. Tambien fué aquesta, no chica
ceguedad de aquellos religiosos, aunque buenos, cierto, no caer en el
gran peligro y daño que incurrian, pues, aunque no era cuasi nada de
valor lo que á ellos en aquella comida se les recrecia, todavía morian
los indios teniéndolos aquél con su título, y así digo, que no sé si
con la simplicidad de aquel padre, Prelado de todos ellos, aquello de
tener con nombre de Sant Francisco, de aquella manera aquellos indios,
para que aceptasen la embajada por los españoles contra los indios
y contra los frailes de Sancto Domingo, algun más motivo, y lo que
yo creo por cierto es, que todo lo que aquel padre hizo y hacia, era
con simplicidad é ignorancia, no advirtiendo en la maldad é iniquidad
que el mensaje y cargo que sobre sí tomaba contenia, y afirmo que,
de su bondad y religion, nunca duda tuve, porque él de mí, y yo dél,
teniamos y tuvimos mucha noticia. Ha llegado el tiempo de la partida:
no tuvo necesidad de andar con el alforja á mendigar las cosas que
habia menester, para su matalotaje, porque á él se lo aparejaron tal,
que si el mismo Rey se hobiera de embarcar no le fuera más, y quizá,
ni tan proveido, ni tan abundantemente aparejado, porque pensaban y
esperaban todos que por él habian de ser redimidos y remediados; y
el remedio era persuadir al Rey, que les dejase los indios en sus
repartimientos, sin que ninguno les fuese á la mano hasta acaballos,
como los acabaron. Escribieron todos en su favor, haciéndolo ya santo
canonizado, á quien Su Alteza podia dar todo el crédito que un santo, y
tan experimentado de los dominicos, que no sabian lo que se decian, que
ayer habian venido, y de los indios ni de la tierra tenian experiencia
de nada. Todo su bien y negocio creian que pendia de acreditar al padre
fray Alonso del Espinal, y desacreditar los dominicos, que contra sus
pecados habian predicado. Escribieron al obispo de Búrgos, D. Juan de
Fonseca, y á Lope Conchillos, Secretario, que todo lo gobernaban,
en favor del dicho padre, y al camarero Juan Cabrero, aragonés, del
Rey muy privado, y á todos los demas que sabian para con el Rey poder
ayudalle, y á los del Consejo Real, que para en las cosas de las Indias
se juntaban; porque no habia entónces Consejo de las Indias formado y
del Consejo real apartado.



CAPÍTULO VI.


Viendo los frailes de Sancto Domingo la diligencia y orgullo que toda
la ciudad traia, en enviar al padre fray Alonso del Espinal á Castilla,
para excusar las excusaciones de sus pecados y á ellos culpallos,
tractaron en su acuerdo (bien creo yo cierto, que no sin muchas y
afectuosas oraciones y lágrimas), que, ¿qué harian sobre este caso
no poco árduo? Deliberaron, al cabo, que fuese tambien á Castilla el
mismo padre fray Anton Montesino, que lo habia predicado, porque era
hombre, como se dijo, de letras, y en las cosas agibles experimentado,
y de gran ánimo y eficacia, para que volviese por sí é por ellos, y
diese cuenta y razon de su sermon, y de las razones que los habian
movido á determinarse de predicarlo. Esto determinado, salieron á pedir
limosna por el pueblo para la comida de su viaje; bien pueden creer
todos los que ésto leyeren, que no se le guisó tan presto como al dicho
padre, y que algunos baldones rescibirian de algunos desconcienciados,
aunque segun la santidad con que vivian, y dellos por la ciudad era
clara, en gran manera reverenciados. Y finalmente, no faltaron algunas
personas cuerdas y timoratas que les ayudaron para que el padre fray
Anton Montesino llevase que comer para su viaje. Partidos los padres
sobredichos, cada uno en su navío, el uno con todo el favor del mundo,
que por hombres se le podia dar, y el otro desfavorecido de todos, pero
puesta toda su confianza en Dios, por las oraciones de los que acá
quedaban, llegaron á Castilla sanos y salvos, y de allí fuéronse cada
uno por su camino á la corte, bien es de creer que primero fué cada uno
á dar cuenta á los Prelados de su Órden de su venida y negociacion. Y
como el Rey habia mandado llamar al Provincial de Castilla, y se le
quejó de los frailes que habia enviado á esta isla de haber predicado
cosas contra su servicio, y en escándalo de la tierra, encargándole que
lo remediase, como se dijo, luégo el Provincial escribió al Vicario
fray Pedro de Córdoba, y á todos, como el Rey estaba informado contra
ellos, haber predicado cosas contra su servicio y muy escandalosas, que
mirasen bien lo que habian dicho, y que, si eran cosas que convenia
retractarse, lo hiciesen, porque cesase tan grande escándalo como en
el Rey y en la corte se habia engendrado, diciendo primero que estaban
maravillados haber ellos afirmado cosa en el púlpito que no fuese digna
de sus letras y prudencia y hábito. Finalmente, la carta del Provincial
fué prudentemente moderada, por la mucha confianza que tenia de la
prudencia, religion y letras, del dicho padre fray Pedro de Córdoba, y
de los demas religiosos que con él estaban, segun el Rey habia mostrado
estar indignado por las informaciones que le habian hecho los de acá
por sus sacrílegas cartas. Llegado el padre francisco, fray Alonso del
Espinal á la corte, y entrado en palacio, recibióle el Rey como si
fuera el ángel Sant Miguel, que Dios le enviara, por la gran estima que
dél tenia ya el Rey, y por las cartas que de acá se le habian enviado,
y el secretario Conchillos, y el obispo de Búrgos, quizá, le habian
encarecido su persona y auctoridad; mandóle el Rey traer silla y que
se asentase, y, asentado, créese que favoreció la parte izquierda de
los que lo enviaban contra los frailes dominicos y contra los indios
desdichados, y la razon que para ésto se puede traer es, porque ni el
Rey le mandara sentar, ni desde allí fuera de todos tan venerado y áun
celebrado, porque siempre que venia á hablar al Rey le traian silla,
y el Rey le mandaba sentar; mandó asimismo, que siempre se hallase en
los Consejos, cada y cuando desta materia de los indios se tractase.
Cognoscido el favor que el Rey le daba, por todos los de palacio y
los de fuera de palacio, y que traia tan justa demanda, conviene á
saber, que los indios sirviesen á los españoles, y se sacase el oro de
las minas, y desta isla á España las riquezas se derivasen, no habia
puerta cerrada ni otro algun obstáculo para que las veces que quisiese
hablar al Rey no hablase, ni reverencia, ni besar de las manos y del
hábito, que por toda la corte no le sobrase. Llegó despues á la corte,
algunos dias, cuando pudo, el padre dominico fray Anton Montesino,
y sabido por todos que venia en contrario del padre francisco,
afirmando que no podian tener los indios, por ser contra razon y ley
divina, y violarse la natural justicia, todos lo aborrecian, ó al
ménos desfavorecian, y hablaban dél como de inventor de novedades y
escandaloso, y áun algunos de los favorecidos, y que por teólogos y
predicadores del Rey se tenian, presumieron de le decir palabras harto
soberbias y descomedidas. Llegaba á la puerta de la cámara del Rey, por
hablarle y darle cuenta y relacion de lo que habia predicado, y de la
ceguedad y crueldad que cerca de la injusta servidumbre y perdimiento
que los indios padecian, y la multitud que dellos en tan poco tiempo
habian perecido, y en llegando á la puerta, dábale el portero con la
puerta en lo ojos, y, con palabras no muy modestas, diciendo que no
podia hablar al Rey, le despedia. Esta es averiguada costumbre del
mundo, y áun regla general que Dios en todo él tiene, ó permitida ó
establecida, conviene á saber, que todos aquellos que pretenden seguir
y defender la verdad y la justicia sean desfavorecidos, corridos,
perseguidos y mal oidos, y, como desvariados y atrevidos, y monstruos,
entre los otros hombres tenidos, mayormente donde interviene pelea de
arraigados vicios; y la más dura suele ser la que impugna el avaricia y
codicia, y, sobre todas, la que no puede sufrirse como terribilísima,
si se le allega resistencia de tiranía. Por el contrario, los que
dan favor _directe_ ó _indirecte_, ó por ignorancia y simplicidad,
ó por agradar con buen ó mal intento, ó tambien, quizá, por su gran
malicia, á los negocios temporales y útiles que los hombres pretenden
para su crecimiento, segun lo que ellos en sí imaginan, puesto que
rebosen de falsedad y de injusticia, manifiesto es á todos, sin que se
produzcan testigos, cuánta parte suelen tener en todo lugar y entre
todas personas grandes y chicas, cuán estimados, cuán honrados y
venerados, cuán tenidos por cuerdos y prudentes; de lo cual se podrán
traer y colegir muchos ejemplos, asaz claros en esta Historia de las
Indias. Tornando al hilo, andando el dicho padre fray Anton Montesino
muy afligido y corrido, y así, desechado de todos, como he dicho,
principalmente de no poder hablar al Rey, llegóse un dia á la puerta
de la cámara del Rey, á rogar al portero que lo dejase entrar como
entraban otras personas, porque tenia cosas que informalle, que tocaban
mucho á su servicio; pero el portero, lo que las otras veces solia
hacer con él, hizo, el cual, como abriese á otro la puerta, no cuidando
que el religioso á tanto se atreveria, descuidado un poquito, el padre
fray Antonio y su compañero, que era un fraile lego, religioso, bueno,
con gran ímpetu entran dentro de la puerta en la cámara del Rey, á
pesar del portero, donde se hallaron cuasi junto al estrado del Rey;
dijo luégo el padre Montesino: «Señor, suplico á Vuestra Alteza, que
tenga por bien de me dar audiencia, porque lo que tengo que decir son
cosas muy importantes á vuestro servicio.» El Rey, benignamente le
respondió: «Decid, padre, lo que quisiéredes.» Llevaba el dicho padre
un pliego de papel, escripto por capítulos, de las crueldades, en
particular, que se habian hecho, en las guerras y fuera dellas, en los
indios vecinos desta isla, que habia bien visto y hallándose en ellas
el fraile que dijimos arriba, que, de los pecadores que las habian
perpetrado, habia el hábito de fraile lego rescibido. Llevaba tambien
por memoria en su pliego los tratamientos que, despues de los estragos
de las guerras, en el servicio y trabajos de las minas, y en los demas
les hacian. Hincóse, pues, de rodillas el padre fray Antonio, ante los
píes del Rey, y saca su memorial, y comiénzalo á leer, y refiere como
los indios, estando en sus casas y tierras sin ofender á ninguno desta
vida, entraban los españoles y les tomaban las mujeres, y las hijas, y
los hijos para servirse dellos, y á ellos, llevándolos cargados con sus
camas y haciendas, haciéndoles otros muchos agravios y violencias, los
cuales, no pudiéndolos sufrir, huíanse á los montes, y cuando podian
haber algun español desmandado, matábanlo como á capital enemigo; iban
luégo á hacelles guerra, y, para metelles el temor en el cuerpo,
hacian en ellos, desnudos, en cueros y sin armas ofensivas, estragos
nunca oidos, cortándolos por medio, haciendo apuesta sobre quién le
cortaba la cabeza de un piquete, quemándolos vivos, y otras crueldades
esquisitas; entre otras, le dijo, que burlando unos españoles entre
sí, estando cabe un rio, tomó uno dellos un niño de obra de un año ó
dos, y echólo por encima de los hombros en el rio, y porque el niño
no se sumió luégo, sino que estuvo encima del agua un poquito, volvió
la cabeza y dijo: «¿Aún bullís, cuerpo de tal, bullís?» Dijo el Rey:
«¿Eso es posible?» Respondió el religioso: «Ántes es necesario, porque
pasó así, y no puede dejar de ser hecho, pero como Vuestra Alteza es
piadoso y clemente, no se le parece que haya hombre que tal pudiese
hacer; ¿Vuestra Alteza, manda hacer esto? bien soy cierto que no lo
manda.» Dijo el Rey: «No, por Dios, ni tal mande en mi vida.» Acabados
los estragos y matanzas de las guerras, refiere las crueldades de
los repartimientos y mactamientos que se hacian en las ánimas, y los
otros trabajos, la falta de los mantenimientos y olvido de la salud
corporal, ni cura en sus enfermedades; de cómo las mujeres que se
sentian preñadas tomaban hierbas para echar muertas las criaturas, por
no vellas ó dejallas en aquellos infernales trabajos; el ningun cuidado
de dalles algun cognoscimiento de Dios, ni consideracion de las ánimas
más que si sirvieran de animales. Leido su memorial, y el Rey algo
lastimado y enternecido de oir cosas tan inhumanas, suplicóle que se
apiadase de aquestas gentes, y mandase poner el remedio necesario ántes
que del todo se acabasen; el Rey dijo que le placia y mandaria entender
con diligencia luégo en ello, y así, el padre fray Antonio se levantó,
y, besadas al Rey las manos, se salió, habiendo aquel dia, á pesar del
portero, bien negociado.



CAPÍTULO VII.


El Rey mandó luégo que con los de su Consejo, que para ésto mandó
señalar, se juntasen algunos teólogos; los del Consejo fueron en
aquel tiempo el obispo de Palencia, que despues fué de Búrgos, D.
Juan Rodriguez de Fonseca, de quien arriba se ha hecho hartas veces
mencion, y á quien, desde su descubrimiento, los Reyes cometieron la
gobernacion destas Indias, y era como Presidente, aunque no habia
Consejo por sí de Indias, como se ha dicho. El otro fué Hernando de
Vega, varon prudentísimo, y por tal estimado en toda Castilla; el
otro fué el licenciado Luis Zapata, persona prudente y principal
entre los licenciados, y más del Rey, que otro, querido, y que por la
auctoridad que alcanzaba con el Rey, con quien, segun era opinion de
muchos, sólo consultaba las mercedes que habia de hacer, por lo cual le
llamaban algunos el Rey chiquito; aunque éste y Hernando de Vega, y el
licenciado Móxica, no estoy cierto que entrasen en esta junta, despues
sí, muchas veces. Otro fué, de los que á esta junta concurrieron, el
licenciado Sanctiago, varon cristiano, y de muy buena voluntad. Fué
otro el doctor Palacios Rubios, doctísimo en su facultad de jurista,
estimado en ella más que todos, y por bueno y buen cristiano tambien
tenido, éste, como muy letrado é inclinado á escribir en derecho,
como muchas otras obras en derecho escribió, comenzó desde entónces
á escribir cierto libro que intituló: _De insulis Occeanis_, el cual
despues prosiguió y acabó siguiendo en el error de _Hostiensis_,
fundando sobre él el título que los reyes de Castilla tienen á las
Indias; y, cierto, si sobre aquella errónea y áun herética opinion,
sólo, estribara el derecho de los Reyes á las Indias, harto poco les
cupiera jurídicamente de lo que en ellas hay. Y ciertamente, mucho
parece que se alargó en el dicho su libro, pretendiendo dar sabor al
Rey, más que desabrille, por lo cual, quizá, permitió Dios que el Rey
le hiciese pocas mercedes, puesto que dél era harto bien querido.
Con todo esto, siempre, como de su natura era bueno, en cuanto pudo
favoreció á los indios, como abajo parecerá. Señalóse otro del Consejo
para esta congregacion, que fué el licenciado Móxica, tambien hombre
letrado y de virtud. Otro fué tambien nombrado, conviene á saber, el
licenciado de Sosa, que despues murió obispo de Almería, persona de
mucha virtud, y que favoreció mucho los indios, el tiempo adelante
desque fué más instruido, como el licenciado Santiago y el doctor
Palacios Rubios; estos fueron los de quien me acuerdo, no sé si me
olvido alguno. Con estos juristas mandó el Rey que se juntasen los
teólogos siguientes, conviene á saber: el maestro fray Tomás Durán, y
el maestro fray Pedro de Covarrubias, frailes de Sancto Domingo; fué
tambien nombrado un clérigo, predicador tambien del Rey, llamado el
licenciado Gregorio. Y porque por aquellos tiempos era estimado por más
señalado letrado el padre fray Matías de Paz, catedrático de teología
en la Universidad de Salamanca, fraile de la misma Órden de Sancto
Domingo, trabajó muy mucho el dicho padre fray Antonio Montesino que el
Rey lo enviase á llamar, que residia, siendo catedrático, como dijimos,
en Salamanca. La corte, cuando ésto se tractaba, estaba en Búrgos; de
los que estaban cabe el Rey, algunos, impedian que aquel padre maestro
fray Matías de Paz no se llamase, porque no querian tanta luz cuanta
creian que habia de dar en esta materia el dicho padre, y siempre se
cognosció, cada dia más y más, los que al Rey aconsejaban, huir este
negocio de los indios de claridad de la verdad, mayormente desque
los del Consejo comenzaron á tener parte interesal en los trabajos
y sudores, y muertes de los indios, como parecerá. Bien creo que no
eran todos, pero tambien sospecho que eran algunos, y quizá los más.
Finalmente, por la suma solicitud y diligencia del padre fray Antonio
Montesino, el Rey hobo de mandar que se enviase á llamar el dicho
padre maestro fray Matías de Paz; y como el padre fray Antonio fuese de
todos tractado por muy extraño, y todos los de la corte, al ménos de
los de palacio y de los oficiales y que desto tractaban, no lo pudiesen
ver ni áun pintado, vivia muy penado, porque todo se le encubria y no
sabia dónde atinar, ni á qué portillo acudir, ni qué remediar, temiendo
que en las juntas que se hacian, donde cada dia entraba el dicho padre
francisco, fray Alonso del Espinal, no habiendo quien volviese por
los indios, alguna cosa en su mayor perjuicio se determinase. Acordó
un dia de ir á Sant Francisco y esperar á la portería que saliese el
dicho padre fray Alonso para ir á la junta, de quien, como se ha dicho,
se hacia grande caudal, como ni del derecho ni del hecho supiese nada
para aprovechar, puesto que pudiera bien testificar muchas y grandes
tiranías, y crueldades, y obras inhumanas, que él y yo que ésto
escribo vimos juntamente, en destruccion de las gentes desta isla,
perpetrar. Saliendo, pues, del monasterio de Sant Francisco el padre
fray Alonso, llegóse á él el padre fray Antonio Montesino, y dijo que
le queria hablar; paróse á oille, y el padre fray Antonio hácele una
vehemente y cominatoria plática, diciéndole con vehemencia, como él
solia predicar: «Vos, padre, ¿habeis de llevar desta vida más deste
hábito andrajoso lleno de piojos que á cuestas traeis? ¿Vos, buscais
otros bienes más de servir á Dios? ¿Por qué os enfuscais con estos
tiranos? ¿Vos no veis que os han tomado por cabeza de lobo, para en sus
tiranías se sustentar? ¿Por qué sois contra aquellos tristes indios
desmamparados? ¿En ésto les pagais los sudores de que, hasta agora, vos
y vuestros frailes habeis comido? ¿Vos no habeis visto mejor que yo las
detestables crueldades, que, en las injustas guerras, contra ellos han
cometido, en las cuales os habeis presente hallado? ¿No sabeis y habeis
visto, y no dudais que hoy y cada dia los matan en las minas y en los
otros trabajos, con tanto olvido de humanidad, que á las mismas bestias
no pueden peor tratar? ¡y pluguiese á Dios que como á sus bestias los
tractasen! ¿Por qué, padre, quereis perder tantos años que habeis
traido á cuestas ese hábito, en tanta penitencia y religion, por cosa
que no echais en vuestra bolsa nada, sino por agradar, yendo los ojos
cerrados, á los que no se hartan de beber sangre humana, no viendo el
daño tan manifiesto que haceis á aquellos desventurados, sin persona
viviente que vuelva por ellos, haciendo obra como haceis, tan contra
justicia y caridad?» Estas y otras muchas palabras le dijo, con las
cuales le hizo temblar las carnes, porque, ciertamente, tenia especial
gracia y hervor en persuadir las cosas que tocaban al ánima, y tenia en
ello tanta eficacia, que pocos le oian que no saliesen compungidos ó
enmendados. En la ciudad de Sancto Domingo estaba una mujer sentenciada
á que la ahorcasen, y de tal manera sentia la muerte con impaciencia,
que no queria confesarse, y así iba impenitente y desesperada; llamaron
al padre fray Antonio Montesino, un poco ántes que la sacasen para la
justiciar, el cual le dijo así como entró, aspérrimamente aquestas
palabras: «¡Vos no os quereis confesar, mujer perdida! ¿No sabeis que
os habeis de ver dentro de un hora, delante el riguroso juicio de
Dios, que luégo os ha para siempre de condenar á las penas infernales?
¿Qué haceis, decid? Tornad, triste de vos, sobre vos, no os perdais.»
De tanta eficacia fueron estas palabras, que la mujer, como atónita
y asombrada, como si ya ardiera en las eternales llamas, pide que se
quiere confesar y comulgar, y ansí, contrita y contenta de morir, fué
ahorcada. Cuasi desta manera acaeció al padre fray Alonso del Espinal,
que tornando sobre sí (como en fin fuese buen religioso y no pecase
sino por ignorancia), dijo al padre fray Antonio Montesino: «Padre,
sea por amor de Dios la caridad que me habeis hecho en alumbrarme; yo
he andado engañado con estos seglares, ved vos lo que os parece que yo
haga y así lo compliré.» Respondióle: «Padre, que en todas vuestras
obras, pareceres y palabras defendais desta y desta manera los indios,
y siempre sed contra esos pecadores españoles, que sabeis vos cuánto
por destruillos con sus codicias trabajan; y cuando se tractare ésto,
responded ésto, y cuando viéredes cosa que convenga decirme, avisadme.»
Finalmente, desde adelante le fué buen amigo, y le daba aviso de lo
que en la congregacion se tractaba, de donde colegia el padre fray
Antonio lo que le convenia negociar y avisar á alguno ó algunos de los
que habia que le ayudaban, como era el doctor Palacios Rubios, y el
licenciado Santiago, y el licenciado Sosa.



CAPÍTULO VIII.


Estaban en la corte á la sazon, segun creo, Francisco de Garay, de los
antiguos desta isla, de quien habemos hecho arriba mencion, y haremos
más si á Dios pluguiere, y Juan Ponce de Leon, y un Pero García de
Carrion, mercader, hombre de auctoridad en su manera, y otros vecinos
desta isla, y que tenian en la servidumbre muchos indios, y habian
muerto hartos dellos por sus propias codicias é intereses; destos
algunos habian sido enviados por Procuradores sobre que el Rey les
diese los indios perpétuos, ó por tres vidas, como en el precedente
libro se dijo; otros, que habian ido por sus particulares negocios.
Todos estos, ó algunos dellos, fueron los primeros, segun yo entendí
y siempre tengo entendido, que infamaron los indios en la corte de no
saberse regir, é que habian menester tutores, y fué siempre creciendo
esta maldad, que los apocaron, hasta decir que no eran capaces de la
fe, que no es chica heregía, y hacellos iguales de bestias, como si
tantos millares de años que estas tierras estaban pobladas, llenas de
pueblos y gentes, y teniendo sus Reyes y señores, viviendo en toda paz
y sosiego, en toda abundancia y prosperidad, aquella que la naturaleza,
para vivir y multiplicarse _in immenso_ los hombres, requiere, hobieran
habido menester nuestras tutorías, las cuales, plugiera á Dios, que ni
ellos hobieran cognoscido, ni nosotros usurpádolas y usado dellas tan
contra justicia, porque dellos inmensos, en cuerpos y en ánimas, no
hobieran perecido, y de nosotros no se viera como se ha visto alguno, y
se verá muy mayor terrible castigo. Este menosprecio é infamia destas
gentes, por respeto de nosotros inocentísimas, les sucedió por nuestra
grande soberbia é inhumanidad, y por su gran mansedumbre, paciencia,
humildad y obediencia, que á todas las cosas las hallábamos á la mano,
y para cualquiera, por difícil que fuese, que las queríamos. Estos
hombres pecadores, ó algunos dellos, introdujeron esta mancilla,
informaron á la larga á los que entraron en la junta, y de creer es, y
yo así lo creo, que algunos de los que allí entraron, más propincuos á
las orejas del Rey, le informaban contra los indios lo que á los otros
oian, ó por que pensaban en ello defender, ó favorecer el título del
Rey, ó porque no les faltaba propósito, como al cabo pareció, de haber
y tener, siendo ellos absentes y viviendo en la corte, para embolsar
oro, indios. Este fué siempre, desde aqueste tiempo principalmente,
aunque tambien comenzaron desde el año de 500, como pareció en el
libro II, cap. 1.º, hasta hoy que es el año de 1559, el fin de los
españoles; y así lo entablaron por todo este orbe, conviene á saber,
infamar y decir cuantos males podian hacer creibles de los indios, y
por principal, que eran bestias y holgazanes y amaban la ociosidad, y
que no se sabian regir, por fingir necesidad que pareciese convenir
tenerlos y servirse dellos en aquella infernal servidumbre en que los
pusieron, diciendo ponerlos en policía y para los hacer trabajar, y
que así Dios y el Rey serian dellos servidos. Ya está visto arriba,
en los dos libros precedentes, la policía en que los pusieron, y el
fructo que Dios y el Rey por sus tutorías de los indios sacaron, como
sea ya manifiesto, y áun confesado por los mismos destruidores de los
indios, cuán justamente, en muchas partes destas Indias, pudieran los
indios poner á los españoles en más razonable y humana policía, y mejor
regimiento que ellos traian y áun tenian en Castilla. Juntados, pues,
los letrados muchas veces, y platicado sobre la gobernacion que debia
ponerse á los indios desta isla, porque de las demas partes deste orbe
no se tractaba, porque no habia españoles si no en ésta y en la de
Sant Juan, y de Jamáica, y ninguno en la tierra firme; habidas todas
las falsas informaciones que los seglares quisieron dar, y la cierta,
que el padre fray Antonio Montesino dar pudo, (y ésta consistia en
que las gentes infieles, mayormente aquestas, debian ser traidas á
la fe con dulzura, y amor, y libertad, y dádivas, y no con aspereza,
servidumbre y tormentos como estos padecian, como se lee de Sant
Silvestre, que atraia los gentiles á la fe con dones que les daba, y
que la servidumbre que estas padecian, era condenada por Dios, como
parecia por Ecequiel, cap. 34, _Væ pastoribus Israel qui pascebant
semet ipsos_, que eran amenazas contra el Rey, si no los remediaba;
decia, eso mesmo, que decir que aquestas gentes eran incapaces de la
doctrina y de la fe, era contradecir á la bondad y omnipotencia de
su Hacedor, etc.), determinaron los susodichos teólogos y juristas,
al cabo, las siguientes proposiciones, que, aunque hervia la infamia
contra los indios, no pudieron negar en las dos primeras ser libres los
indios, y deber ser como libres tractados, aunque en las siguientes van
oliendo y sabiendo á la sustentacion de la tiranía, que era el fin que
los infamadores y los que los oian de grado, y favorecian, y esperaban
tener tambien sus provechos, pretendian.

«Muy Poderoso Señor: Vuestra Alteza nos mandó que entendiésemos en ver
en las cosas de las Indias, sobre ciertas informaciones, que cerca
dello á Vuestra Alteza se habian dado por ciertos religiosos que habian
estado en aquellas partes, así de los Dominicos como de los Franciscos,
y vistas aquellas, y oido todo lo que nos quisieron decir, y áun habida
más informacion de algunas personas que habian estado en las dichas
Indias, y sabian la disposicion de la tierra y la capacidad de las
personas, lo que nos parece á los que aquí firmamos, es lo siguiente:
Lo primero, que pues los indios son libres y Vuestra Alteza y la Reina,
nuestra señora (que haya sancta gloria), los mandaron tractar como á
libres, que así se haga. Lo segundo, que sean instruidos en la fe,
como el Papa lo manda en su bula, y Vuestras Altezas lo mandaron por
su Carta, y sobre ésto debe Vuestra Alteza mandar que se ponga toda
la diligencia que fuere necesaria. Lo tercero, que Vuestra Alteza les
puede mandar que trabajen, pero que el trabajo sea de tal manera, que
no sea impedimento á la instruccion de la fe, y sea provechoso á ellos
y á la república, y Vuestra Alteza sea aprovechado y servido por razon
del señorío y servicio que le es debido por mantenerlos en las cosas
de nuestra sancta fe y en justicia. Lo cuarto, que este trabajo sea
tal, que ellos lo puedan sufrir, dándoles tiempo para recrearse, así en
cada dia como en todo el año, en tiempos convenibles. Lo quinto, que
tengan casas y hacienda propia, la que pareciere á los que gobiernan
y gobernaren de aquí adelante las Indias, y se les dé tiempo para que
puedan labrar, y tener, y conservar la dicha hacienda á su manera.
Lo sexto, que se dé órden, como siempre tengan comunicacion con los
pobladores que allá van, porque con esta comunicacion sean mejor y
más presto instruidos en las cosas de nuestra sancta fe católica. Lo
setimo, que por su trabajo se les dé salario conveniente, y ésto no en
dinero, sino en vestidos y en otras cosas para sus casas.--_Johannes,
Episcopus Palentinus, Comes._--_Licenciatus Sanctiago._--_El Doctor
Palacios Rubios._--_Licenciatus de Sosa._--_Frater Thomas Duran,
Magister._--_Frater Petrus de Covarrubias, Magister._--_Frater Mathias
de Paz, Magister._--_Gregorius, Licenciatus._»

Por estas siete proposiciones parece cuán buena intencion tuvieron
los letrados, y cuánto se desviaban de las infamias que se habian
levantado á los indios por los que los tenian y querian tener opresos
en servidumbre perpétua. Todavía en la tercera, cuarta, y quinta, y
sétima, pareció que suponian que los indios habian de estar repartidos
y en poder de los españoles como los tenian; pero poníanles algunas
limitaciones, porque les faltó clara y particular informacion, la
cual, áun el mismo padre fray Antonio Montesino, como habia poco que
era venido á esta isla, complida no tenia, como despues la pudiera
dar muy más larga. Faltóles noticia de las multitudes de los pueblos
pacíficos, y señores, y Reyes desta isla, y la gobernacion natural,
y policía ordenada, cuanta, sin fe y cognoscimiento del verdadero
Dios, puede tenerse para vivir en paz, y abundancia, y prosperidad,
y crecimiento _in immenso_, como dije, que tenian. Faltóles tambien
cognoscimiento de la imposibilidad de poder vivir, y no perecer como
perecieron, teniéndolos los españoles repartidos, y así ignoraron que
aquella manera de servidumbre despótica ó de esclavos, y no de hombres
y gentes, como ellos determinaron, que eran libres, y así carecieron
totalmente de la lumbre y claridad, y verdad del hecho. Contra lo cual,
mirando el maestro fray Matías de Paz más en esta materia, compuso un
tractado en latin, en obra de quince dias, desterrando é impugnando
el modo de servirse de los indios despótico, y probando que habian
de ser gobernados como personas y gentes libres, donde pone aquesta
conclusion y es la tercera: _Auctoritate Summi Pontificis el non aliter
licebit Catholico atque invictissimo Regi nostro supradictos indos
regali imperio seu politico, non autem despotico, regere, atque sic
perpetuo sub suo dominio retinere_. Y en el primer corolario de aquella
conclusion, dice así: _Unde quicumque eos hactenus servitute despotica
premuit, postquam sunt ad fidem conversi, ad restitutionem de damno
et lucro propter talem servitutem dumtaxat necessario tenetur_. Por
manera, que reprobó y condenó la manera de servirse de los indios, por
el repartimiento, por despótico y de esclavos, como en verdadera verdad
lo era, y, por consiguiente, el mismo repartimiento, y determinó ser
obligados los españoles, que así de los indios se habian servido, á
restitucion de todo lo que con ellos habian adquirido, y de los daños
que por ello rescibieron. ¿Y quién de ellos, aunque el Rey les ayudara
con su Estado, pudiera restituir los daños que, tan innumerables gentes
como habia en esta isla, de los españoles padecieron, pues todas, por
los trabajos y amargos é inhumanos tractamientos, en las minas y en los
otros pestilentes ejercicios, por sus cudicias, perecieron?



CAPÍTULO IX.


Determinadas estas siete proposiciones, dijeron de partes del Rey á
los dichos letrados, teólogos y juristas, que hiciesen ó ordenasen
leyes, esplicándolas, porque eran como principios que incluyen dentro
de sí muchas particulares reglas. Los letrados no quisieron, porque no
se atrevieron, diciendo que ellos habian determinado aquellas reglas
universales, que hiciesen las leyes ellos, las cuales tanto serían más
justas cuanto más se acercasen y conformasen con aquellos principios, y
tanto injustas cuanto se desviasen dellos, por consiguiente. Y porque
todos anhelaban y todo su cuidado y solicitud era que los indios no
saliesen de poder de los españoles, sino que los repartimientos se
perpetuasen, (todos, digo, los que desta isla que tenian indios,
estaban en la corte, y muchos de la corte que pensaban rodear de tener
en ellos parte, quizá por los mismos desta isla, poniéndoles interese
grande delante, porque fuesen en que los indios siempre se repartiesen,
de lo cual yo nunca dudé, ni agora dudo), despues de haber muy bien
informado de las infamias de los desmamparados indios á todos los de la
corte, y en especial al licenciado Gregorio, que se habia hallado en
hacer las susodichas siete proposiciones, y á otro predicador del Rey,
fraile de Sancto Domingo, llamado fray Bernardo de Mesa, que despues
fué nombrado para Obispo de la isla de Cuba, puesto que nunca fué allá,
y al cabo murió obispo de Elna, en Cataluña, gracioso predicador,
á los cuales dos hallaron, para rescibir sus falsas informaciones,
más benévolos y aparejados, rodeóse por los ministros, creo yo, de
Satanás, que el Rey les mandase ó de su parte se les mandó ó cometió,
que cada uno destos dos predicadores reales, diese por escripto, en la
materia, su parecer. El dicho padre fray Bernardo de Mesa comprendió
el suyo dentro de siete proposiciones. La primera fué, que el Rey era
obligado á trabajar con gran diligencia, tanta y mayor que habia puesto
en adquirir el estado de acá, en que los indios, moradores naturales
destas Indias, se convirtiesen á la fe y la amasen, no solamente
enviando Prelados, más áun otros predicadores celosos, si aquellos no
bastasen, para su conversion é instruccion en las buenas costumbres;
y ésto por el estrecho mandamiento que el Papa le puso por su bula
de la donacion, en la cual se mostraba claramente, que una de las
principales cosas que le movió á hacer la dicha donacion, fué para que
la fe se plantease en aquellas tierras, y con ella las otras virtudes,
tanto cuanto fuese posible. La segunda, que siendo los indios, como
lo eran, súbditos vasallos de Su Alteza y no siervos, justamente se
les podrán imponer y pedir servicios tales, que fuesen dentro de los
límites de vasallos, porque los indios no eran siervos por derecho,
porque no fueron conquistados al principio por la introduccion de la
fe, ni por razon de su infidelidad, porque la infidelidad en ellos no
era pecado; ni ménos son siervos por compra, ni ménos son siervos por
natividad, porque naturalmente todos los hombres son libres, ni ménos
eran siervos por la estimacion de Su Alteza, ni de la reina doña Isabel
de gloriosa memoria, que siempre los llamaron libres, y era manifiesta
señal de libertad. Y dice que él no via otra razon de servidumbre sino
la natural, que era falta de entendimiento y capacidad, y la falta de
la firmeza para perseverar en la fe y buenas costumbres, porque aquella
es una natural servidumbre, segun el filósofo, ó por ventura, son,
dice él, siervos por la naturaleza de la tierra, porque hay algunas
tierras á las cuales el aspecto del cielo hace siervas, y no podrian
ser regidas si en ellas no hobiera alguna manera de servidumbre, como
en Francia, Normandía, parte del Delfinazgo, siempre han sido regidas
mucho á semejanza de siervos; mas como quiera que sea, los indios no
se pueden llamar siervos, aunque para su bien hayan de ser regidos con
alguna manera de servidumbre, la cual no ha de ser tanta que les pueda
convenir el nombre de siervos, ni tanta la libertad que les dañe, pues
para su bien fueron dados, principalmente á los reyes de Castilla, y no
para el de los Reyes, puesto que justamente se les piden á estos los
servicios, y ellos son obligados á los dar, etc. La tercera, que pues
los indios habian de dar el dicho tributo y servicio á su Príncipe, y
no tienen manera para le dar otro, sino el personal, que aquel se les
debe pedir y ellos lo deben de dar, por cuanto el tributo ó servicio
que al Rey se hace, ó ha de ser de las riquezas ó de la persona; los
indios no poseen riquezas naturales ni artificiales, como saben los
que han visto su tierra, resta luégo que el servicio ha de ser hecho
con la persona en las cosas que más convenientes fueren á su Rey y
señor. La cuarta, que pues los indios eran dados al Rey para su bien,
y la ociosidad es el mayor mal que ellos pueden tener, que debia Su
Alteza con gran estudio trabajar de les quitar el daño depravado
de la ociosidad, mandándolos siempre ocupar en algunos ejercicios
espirituales ó corporales, que en la verdad, aunque la ociosidad sea
madrastra de todas las virtudes en todas las naciones, mucho más lo es,
dice él, en los indios, que eran habituados y criados en el pecado de
la idolatría y en otros pecados, los cuales reverdecen y crecen con la
ociosidad, y por ésto fueron reprendidos ágriamente por el Señor, los
que fueron hallados ociosos todo el dia en el mercado; y Sant Pablo
dice: «El que no quiere trabajar no coma, etc.» La quinta proposicion,
que para evitar el dicho vicio de la ociosidad y los otros vicios que
della se siguen, era lícito que Su Alteza repartiese los indios entre
los fieles de buena conciencia y de buenas costumbres, los cuales,
allende de los ocupar, les enseñen las cosas de la fe y de las otras
virtudes; bien parece ser ésto lícito, porque los indios no conviene
que sean ocupados por otros de su misma nacion, que seria incurrir en
los inconvenientes que deseamos huir, é asimismo porque no podrán ser
enseñados por sus Caciques, que son ignorantes, como ellos, en las
cosas de la fe, de donde se sigue que han de ser puestos en manos de
quien los pueda aprovechar, ansí en la doctrina como en la ocupacion
y ejercicio, y desta proposicion, muy poderoso señor (dice el padre
fray Bernaldo), se sigue un corolario, que á mi parecer, ser necesario
á la seguridad de la conciencia de Vuestra Alteza, y es, que los
indios no han de ser dados indiferentemente á todos, sino á personas
calificadas, con tales cualidades, que se pueda conseguir el efecto
de la buena ocupacion y buena doctrina, que, para los indios, Vuestra
Alteza es obligado á procurar. La sexta es, que los fieles, á quien
los indios por el repartimiento fueren concedidos, son obligados á les
dar suficiente mantenimiento, y moderar sus trabajos de tal manera que
no sean exasperados, ni aborrezcan la fe, ni las buenas costumbres
de los fieles. La sétima es, que Vuestra Alteza les debe tasar los
trabajos y el mantenimiento, y darles propia hacienda, como á libres,
y casas, é imponerles en la policía conveniente á su capacidad, y pues
Dios les hizo merced de los traer al servicio de Vuestra Alteza, debe
procurar que sientan que no son siervos, sino libres debajo del yugo
de Jesucristo, nuestro Salvador. Y al presente, muy poderoso señor,
ésto es lo que se me ofrece en esta materia, mayormente que sé que
por lo que otros han escripto, está la materia asaz suficientemente
declarada, aunque en palabras breves. Resta agora satisfacer á algunas
auctoridades que á algunos les parece que hacen en contrario de lo
que habemos dicho, y especialmente á una auctoridad de Ezequiel, cap.
34, en que son los superiores reprendidos, que apacientan á sí mismo
de la leche del ganado, olvidando apacentar las ovejas; y, cierto, yo
no dudo, muy poderoso señor, sino que si Vuestra Alteza descuidase de
proveer de pasto espiritual á los indios, y de justicia y remedios
posibles para su salvacion, que la conciencia de Vuestra Alteza
podria tener escrúpulo, por la auctoridad sobredicha, en la cual se
dice: «Væ», que es señal de pena eterna en la Sagrada Escriptura.
Mas con la provision de los Prelados y otros predicadores, y con el
Consejo y justicia que Vuestra Alteza allá tiene, y con las ordinarias
provisiones que Vuestra Alteza acá me parece que hace, creo que es
libre de la maldicion de la dicha auctoridad. Asimismo dicen, que
los indios y todos los nuevamente convertidos han de ser tractados
con dulzura y libertad, lo cual prueban con muchas auctoridades, las
cuales todas son de conceder, si la dicha dulzura y libertad no empece
á la conversion y perseverancia de los indios; mas siendo verdad que
libertad absoluta daña á los indios, por su mala disposicion, como
probamos en la segunda proposicion, digo que las auctoridades no
harian al propósito, porque todas ellas hablan en caso que aproveche
la dulzura de la libertad, que, en la verdad, no hay otra libertad
verdadera, sino aquella servidumbre que nos estorba el pecado, el cual
verdaderamente nos hace siervos. A lo que dicen que el Papa Silvestre
y otros sanctos parece que han prometido y dado dones á los nuevamente
convertidos, digo, que este ejemplo presupone que los indios tengan
aficion á las riquezas, y habilidad para distinguir entre rico y
pobre, como lo tenian aquellos á quien Sant Silvestre hablaba, mas no
gozándose los indios con los dones, más que los perricos y corderos con
el bocado que bien les sabe, no há lugar el ejemplo. Dicen más, que
esta incapacidad que ponemos en los indios, contradice á la bondad y
potencia de su Hacedor, porque es cierto que, cuando la causa produce
efecto tal que no pueda consegir su fin, que es alguna falta de la
causa, y así, será falta de Dios haber hecho hombres sin capacidad
bastante para rescibir fe y para salvarse; y así, por cierto, yo creo,
que ninguno de sano entendimiento podrá decir que en estos indios no
haya capacidad para rescibir la nuestra fe, y virtud que baste para
salvarse y conseguir el último fin de la bienaventuranza. Mas yo
oso decir que hay en ellos tan pequeña disposicion de naturaleza y
habituacion, que, para traerlos á rescibir la fe y buenas costumbres,
es menester tomar mucho trabajo, por estar ellos en tan remota
dispusicion, y dado que reciban la fe, la naturaleza dellos no les
consiente tener perseverancia en la virtud, quier por ser insulares,
que naturalmente tienen ménos constancia, por ser la luna señora de
las aguas, en medio de las cuales moran los insulares, quien por
los hábitos viciosos, que siempre inclinan á actos semejantes; así,
de donde se sigue, que aunque ellos tengan capacidad para rescibir
la fe, no por eso se quita que no sea necesario tenerlos en alguna
manera de servidumbre, para mejor disponerlos y para constreñirlos á
la perseverancia, y ésto es conforme á la bondad de Dios, etc. Esto es
todo el parecer que dió el dicho padre fray Bernaldo de Mesa.



CAPÍTULO X.


En todo lo cual, que dicho ha, parece cuán bien informado fué de los
que desta isla en la corte á la sazon se hallaron, y cuánto crédito
les dió al abatimiento é infamia destas gentes, que todo cuanto en
estos capítulos dijo lo fundó en la inhabilidad, y cuasi aniquilacion
de hombres, quitándoles todo cuasi el ser humano, nunca habiendo
visto indio alguno, más de la relacion de los seglares que morian por
matallos, chupándoles por sus codicias la sangre, no curando de se
informar del padre fray Antonio Montesino, á quien debiera dar más
crédito, como á hombre religioso y letrado, y cognoscido en el reino
por tal, y de su Órden, que cognoscia los indios é iba de acá, y que no
pretendia interese temporal alguno, más de volver y defender aquestas
gentes inocentes, de todos desmamparadas, y de todos destruidas y
consumidas, sólo por la excesiva y ardiente llama del ambicion y
codicia de los de nuestra nacion, ántes buscó soluciones frívolas para
responder á las razones y auctoridades que el dicho padre fray Antonio
alegaba, y defender su error, concebido solamente de aquellos que en
cualquiera juicio meritísimamente fueran repelidos como capitales
enemigos, interesales, y lobos hambrientos despedazadores, con verdad
hablo, destas ovejas mansísimas, que, de tan inmenso número, habian
destruido y disminuido. Fuera bien preguntar á aquel padre, y yo se
lo preguntara cuando lo cognoscí despues, si supiera que tal parecer
habia dado, si los insulares de Inglaterra, y de Sicilia, y de Candía,
ó los más cercanos de España, los baleares, ó mallorquinos, fuera bien
repartillos entre otras gentes, porque la luna señorea las aguas.
Item, los de Normandía y parte del Delfinado, si los repartieron como
atajos de ganados, por razon de predicarles la fe ó poner en policía,
y otras virtudes dotarlos. No imaginó aquel padre, sino que las gentes
desta isla debian ser algunas manadas de salvajes de hasta 3 ó 4.000,
como ganado en alguna dehesa, que se podian repartir entre algunas
buenas personas para que las enseñasen, y de la vida salvaje reducillos
á vida y costumbres más urbanas; y si él no fuera tan crédulo á los
seglares, y cegarse ó cerrarse con sólo aquello que les referian, en
lo cual debiera estar recatado y sospechoso si á aquellos les iba
en lo que decian algo, debiera de interrogar (pues que la cosa era
de tan gran importancia, y á dar parecer sobre lo que no sabia se
determinaba), cuántas gentes habia en esta isla, y si tenian pueblos y
quien los rigiese y gobernase, y si vivian en paz, y si comian ó morian
de hambre, ó si vinieron los españoles á hartallos, y haciendo esta
inquisicion, hallara que en esta isla habia sobre tres ó cuatro cuentos
de ánimas, que tenian sus pueblos y poblaciones ordenadas, como habia
cinco Reyes, y cinco reinos principales, y otros infinitos señores que
á aquellos obedecian, la abundancia de los mantenimientos y las grandes
labranzas, con las cuales infinitas veces hartaron las hambres y dieron
las vidas á los holgazanes españoles, que de ociosos y holgazanes
los infamaron, como todo lo dicho queda en los libros superiores
asaz probado y declarado. Y cosa es ésta maravillosa, y con verdad
hablo, que ninguna gente del mundo jamás se vió tan ociosa, inútil,
ni holgazana, que los españoles que á esta isla vinieron y vienen,
y á todas estas partes, y que del vicio pestilencial que ellos son
maculados y señoreados, hayan tan falsamente y tan perniciosa á estas
gentes infamado. Estas gentes, como no pretendian más de naturalmente
vivir y sustentarse y no atesorar, lo que la perfeccion evangélica
reprueba y daña, y las tierras tenian tan felices y abundantes, que con
muy poco trabajo, todo lo necesario alcanzaban, todo el demas tiempo
en sus cazas, y pesquerías, y sus fiestas y bailes, y en ejercicios de
sus manos, en cosas que hacian harto delicadas, careciendo de hierro
y instrumentos, como en el primero libro, pero más largo y muy claro
en nuestra Historia apologética demostramos, se ocupaban, y así no
estaban del todo ociosos mano sobre mano; tenian tambien sus guerras
de cuando en cuando, unas provincias ó reinos con otros, sobre algunas
causas. Concedemos que, segun la diligencia y solicitud ferviente,
y infatigable cuidado que nosotros tenemos de atesorar riquezas, y
amontonar bienes temporales por nuestra innata ambicion y codicia
insaciable, que podrán ser aquestas gentes por ociosas juzgadas,
pero no segun la razon natural y la misma ley divina y perfeccion
evangélica, que, como dije, la parcidad y contentamiento, con sólo lo
necesario, destas gentes aprueba y loa, y nuestra ánsia y demasiada
soberbia, solicitud y codicia detesta, y da por condenada; y como á
gente acostumbrada á poco trabajar, por las razones dichas, viviendo
en abundancia, sobrevino tanta priesa y tanto cuidado de los españoles
por ser ricos, á lo cual se siguieron los intolerables trabajos como se
pasan en sacar oro, que son trabajos infernales, y los indios fuesen
forzados á pasar de un extremo á otro, juzgue quien quiera que sea,
si tuvieron razon de sentir los trabajos y tenerse por agraviados,
por lo cual se huian á los montes, como el buey ó la res huye de la
carnicería por instinto natural, cuanto más los hombres racionales que
habian experimentado su reposo, y trabajo para sí moderado, siendo
señores de sí mismos y de sus casas, y se vian puestos en tantos
tormentos y amarguras, de la vida pasada tan exorbitantes, y morir
para provecho de aquellos que cognoscian no tener otro fin, sino, por
haber oro, consumillos, gastallos y acaballos, y de aquesta huida de
aquella vida infernal y desesperada, nació y tomaron los españoles
su principio para de ociosos y holgazanes infamallos. Y porque se
conozca claro si tuvieron causa y razon de huir á los montes, é si
pudieran meterse debajo de la tierra y dentro de sus entrañas, y no
parezca que encarecer tanto los trabajos de las minas es cosa fingida
y demasiadamente exagerada, quiero traer aquí lo que dice Diódoro,
antiguo historiador y de mucho crédito entre los antiguos, de los
trabajos que trae consigo el oficio de sacar el oro, puesto que en
el libro II, cap. 3.º, queda tambien relatado. Cuenta en el libro
IV, cap. 2.º, que los Reyes de Egipto á todos los que cometian crímen
alguno digno de muerte, y á los enemigos que prendian en las guerras,
y á los que calumniaban falsamente á otros, y á los que, por ira del
Rey, eran condenados á cárcel, por pena los echaban á las minas á sacar
oro; á estos, porque por los trabajos intolerables no se huyesen, los
echaban en hierros, y poníanles soldados de diversas lenguas, que
con suma diligencia los guardaban, para que, no entendiéndose, unos
con otros no hablasen, y así no cobrasen amistad con alguno, y por
ruegos, ó por amor, ó compasion lo soltasen, á los cuales se daba
tanta priesa y tan importuno trabajo, que de noche ni de dia no se les
daba chica ni grande holganza. Sobre los trabajos añidíanles injurias,
afrentas, azotes y palos; allí no perdonaban á viejos, ni á mujeres,
ni á muchachos, y á niño y á cada uno daban su oficio, unos cavaban,
otros molian las piedras que suelen estar con el oro entrañadas.
Andaban todos desnudos sin tener con que sus partes secretas se
tapasen, todos sucios y enlodados, tanto, que ninguno los via, que
tuviese alguna parte de humanidad, que de tanta calamidad no hobiese
lástima, porque ninguna piedad, ningun descanso, ninguna holganza se
les daba, que fuese viejo, que estuviese enfermo, que la fiebre ó otro
dolor y mal le fatigase, fuese mujer ó hombre, con carnes ó flaco,
ninguna misericordia con ellos se usaba, ántes con palos y azotes al
continuo trabajo eran forzados, hasta que de flaqueza y angustia los
desventurados echaban el ánima; muchos, por temor de vivir vida tan
amarga, escogian la muerte por más descanso, y así se mataban. Así lo
dice Diódoro: _Ægipti enim reges crimine damnatos, omnes ac ex hostibus
captos, insuper ob aliquam falsam calumniam aut regum iram in carcerem
detrusos, auro effodiendo deputant, simul sumpta facinorum pæna, et
magno quæstu ex eorum labore percepto, illi compedibus vincti, magnus
hominum numerus absque ulla intermissione die nocteque exercentur,
nulla neque requies concesa; omnique ablata fugiendi facultate, nam
barbari milites diversa invicem lingua, eorum custodiæ præsunt, quorum
nullus sermonis comercio sublato aut precibus aut amore potest
corrumpi._ Et infra: _Ab hoc labore nunquam conquiescunt, contumeliis
verberibusque ad continuum opus coacti._ Et parum infra: _Omnibus
horum corporis illuvies neque veste ulla operiente pudenda, nemo est
quin eo aspectu fedo tetroque motus, tantæ misereatur calamitatis.
Sed nulla pietas, nulla requies, nulla venia illis datur, sive æger,
sive febricosus, sive senes, sive feminæ debiles fuerint, sed plagis
omnes ad continuum opus coguntur quoad miseri ex debilitate deficiant.
Sunt qui timore futuræ vitæ, quæ presenti putant pena deteriorem,
mortem vitæ preferant._ Y porque más copiosamente se pruebe qué vida
y descanso suceda el oficio de sacar oro á los que lo sacan, quiero
tambien traer aquí lo que el mismo Diódoro, libro VI, cap. 9.º, refiere
que con esta obra y ejercicio padeció España. Despues que los romanos
sojuzgaron á España, los italianos, con ánsia de se enriquecer, como
lo hicieron, entrar en la misma granjería acordaron; compraron gran
copia de esclavos españoles que habian captivado los romanos, y
metiéronlos en las minas de oro y plata; los esclavos que en aquellas
minas trabajaban traian á sus señores grande ganancia, mas como de dia
y de noche ocupados estuviesen en los trabajos, muchos morian por el
demasiado y excesivo trabajo, como quiera que ninguna holganza se les
daba, ántes, con azotes y palos, al continuo ejercicio los forzaban,
y muy raros eran los que vivian vida larga, sino eran los que de
fuerzas y vigor del ánimo hacian á los otros alguna ventaja, á los
cuales, empero, la muerte, mucho más que la vida, por la grandeza de la
miseria, era deseada. _Postea cum Romani Iberiam subegissent, Italici,
qui lucri cupiditate id sibi opus sumpsere, maxime ex eo ditati sunt;
emptam enim servorum copiam ad effodienda metalla deputant, qui variis
locis metallorum venas scructati._ Et infra: _Servi qui ad hæc metalla
deputati sunt, incredibilem quæstum afferunt dominis, verum cum die
noctuque in labore perseverent, multi ex nimio labore moriuntur,
cum nulla eis ab opere detur requies, aut laboris intermissio, sed
verberibus ad continuum opus coacti, raro diutius vivunt. Robustiori
quidam corpore et animi vigore, plurimum temporis in ea versantur
calamitate, quibus tamen ob miseriæ magnitudinem mors est vita
optabilior._ Yo digo verdad, como cristiano, que lo mismo que Diódoro
dice en estos dos ambos lugares, sin alguna cosa faltar, se cumplió y
cumplia en las gentes desta isla que traian los españoles en las minas,
y así, porque huian desta pestilente calamidad, decian los españoles
que de haraganes y ociosos lo hacian; y ésto entendió y creyó el padre
fray Bernardo dellos mismos, más de lo que debiera, y por eso trabaja
en su parecer dar remedio para que no estén ociosos los indios.



CAPÍTULO XI.


Debiera tambien considerar el padre fray Bernardo, habiendo primero
hecho la dicha indagacion é interrogacion, que pues tenian sus pueblos
y grandes poblaciones, y tenian sus Reyes y señores muy grandes, y de
grande tierra, y gentes y señorío, y vivian en paz, y tenian tanta
abundancia de provisiones, y cada uno estaba contento con lo suyo, que
aquesto era señal de guardarse entre ellos justicia, porque la paz y
sosiego de los pueblos, y vivir cada uno seguro, y ser señor de lo
suyo, donde concurre multitud de gente, no suele conseguirse sino donde
hay órden y justicia, segun el Filósofo, y tambien Sant Agustin lo
afirma y es claro de sí. Pues donde hay Reyes y señores, y obediencia
grande á ellos, y hay órden, justicia y paz, y cada uno está en su
casa seguro, contento con lo que tiene, y ésto tiene en abundancia
para sustentar la naturaleza humana, y cada dia crece la gente, como
estas naciones crecian en inmenso, y las vimos con nuestros ojos ser
sin número, no debia ser desordenada ni mala su policía; y si contenia
su policía todas las partes que están dichas, como es verísimo y fué
manifestísimo, y á una voz todos lo confiesan, muertos y vivos, que
ninguno lo niega, áun los que no lo vieron, por ser cosa manifestísima,
despues áun de asolada esta isla, no tenian falta de entendimiento,
ni por consiguiente eran siervos por natura por ello, y tampoco por
la naturaleza de la tierra, ni por el aspecto del cielo, como los
destruidores dellos levantaron, y el padre fray Bernardo, dándoles
algun crédito, en su proposicion segunda dice; y fué harto demasiado,
y temerario en lo que en la postrera solucion que dió, dijo, afirmándo
lo que nunca vido ni supo, conviene á saber, que osaba decir haber en
los indios tan pequeña dispusicion de naturaleza, que, para traerlos á
la fe y buenas costumbres, era menester tomar mucho trabajo, por estar
en tan remota dispusicion. Mala, y no prudentemente dicho; y bien dijo
que osaba decir, porque osar decir es atreverse, y el atrevimiento
importa vicio digno de reprension, donde parece cuánto crédito dió á
los capitales enemigos de los indios. Esto es verdad, cierto, que tanto
entendimiento y capacidad tenian las gentes desta isla, cuanto les era
necesario para regirse y bien regirse, así los particulares vecinos
para regir sus casas, como los Reyes y señores para gobernar sus
pueblos, repúblicas, reinos y señorios, cuanto sin fe y cognoscimiento
del verdadero Dios se pudo hallar entre otras muchas naciones, en lo
cual, á muchas otras excedieron; y si fuéramos nosotros tan dichosos,
que, como Dios nos dió noticia dellos para que á ellos y á nosotros
salvásemos, los instruyéramos segun cristianos debiamos, por su buena
innata y natural complexion é inclinacion, en cristiandad y virtudes
morales, y pacífica, y ordenada policía, hicieran ventaja á muchas
gentes del mundo, pero, por nuestros grandes pecados de ambicion,
crueldad y cudicia, no fuimos dignos. Faltó tambien el dicho padre fray
Bernardo en no considerar que, pues aquestas gentes tenian sus Reyes y
señores, ¿con qué derecho y con qué conciencia podian ser despojados
de sus estados y señoríos? lo cual supone en su tercera proposicion,
no haciendo mencion alguna dellos, sino llamando Príncipe que era el
rey de Castilla, tratando de los tributos; y aunque confesamos que el
rey de Castilla y Leon, por la concesion de la Sede apostólica, para
fin de convertir aquestas gentes es Príncipe soberano en todo aqueste
orbe, pero no por eso se sigue que sean privados de sus estados y
señoríos los Reyes y señores naturales destas gentes, porque ésto
seria desbaratar todas las policías humanas, y escandalizar y turbar
el mundo, y así contra ley natural y divina, como en nuestro libro,
_De unico trahendi modo universas gentes ad veram religiones_, habemos
evidentemente probado y declarado; y la ignorancia ha hecho caer en
grandes y perniciosos errores á muchos, y no se escapó dellos el padre
fray Bernardo, y así debiera de hacer cuenta de los señores naturales,
cuando hablaba de dar tributo al Príncipe. Erró tambien no ménos en
decir que los indios eran obligados á dar servicios personales al
Rey, suponiendo una cosa falsa, que estas gentes no tenian riquezas
naturales. Manifiesto es que las riquezas naturales, segun el Filósofo
en su libro de la Política, no son otra cosa sino las labranzas y
frutos que dá la tierra, con que naturalmente, sin oro y sin plata,
nos sustentamos y vivimos, y destas, más ricos los hallamos y eran,
que otras muchas naciones, por la abundancia que de labranzas y
mantenimientos tenian, como ya queda probado y muchas veces dicho, y
bastaba dar destas por tributos al Rey, segun el padre fray Bernardo
dice deber al Príncipe. De las artificiales riquezas, que son oro y
plata, ni las tenian ni eran dignas de ser tenidas, pues la perficcion
evangélica, y áun la verdadera y natural filosofía, las estima por
estiércol, y por tanto no se les puede dar á estas gentes carecer
dellas por vicio; y bastábales, y áun sobrábales, para cumplir con el
Príncipe, tener en sus tierras muy ricas minas, y dar lugar y conceder
el Rey, en cuya tierra y señorío estaban las minas, que si el Príncipe
queria allegar muchas artificiales riquezas, enviase gente de Castilla
que las cavase y sacase de las minas, porque ni por la concesion
apostólica perdieron los Reyes las minas, ni cosa alguna de las que
justamente dentro de sus reinos y provincias poseian. Y más añidimos,
que los súbditos indios de los Reyes naturales desta isla, ni de las
demas, no eran obligados á dar tributo cada uno al rey de Castilla, su
Principe, sino los Reyes naturales bastaba que diesen ciertas parias,
ó ciertas joyas, ó otras cosas, por chicas y de poco valor que fuesen,
para en recognoscimiento de su universal señorío; y con ceder ó abrir
mano de las minas y las salinas, y otros derechos generales que parece
ser derechos reales del Príncipe, habian mucho más de lo que debian
con el Príncipe cumplido: y esta algarabía, no le ocurrió al padre
fray Bernardo en aquellos dias. Y lo que no carece de gran sospecha,
que quisiese aquel padre agradar al Rey más de lo que debia, es lo
que concluyó en su proposicion tercera, que pues los indios no tenian
riquezas naturales ni artificiales, que el servicio que debian dar era
con las personas en aquello, en las cosas que más convinientes fuesen
á su Rey y señor; palabra inícua y horrible, dentro de la cual estuvo
incluido para estas gentes el cruel cuchillo, el cual al cabo los
degolló y consumió á todos, como se ha visto, porque allí parece dar á
entender que los podia echar á las minas, como parecerá despues en las
leyes que por este parecer y por otros semejantes se hicieron. Faltóle
otra consideracion al dicho padre fray Bernardo, y hizo no chica
ceguera y gravísimo error en la quinta proposicion, diciendo que era
lícito al Rey repartir los indios entre los fieles de buena conciencia,
para evitar que los indios no estuviesen ociosos, y aquellos fieles
tuviesen cargo de los ocupar y de enseñallos en las cosas de la fe, y
en las otras virtudes. Ya dije arriba que debia pensar aquel padre que
los indios desta isla debian ser cuales que 3 ó 4.000 descarriados,
como los ganados del campo, porque si toda España viniera acá para
que se les repartieran los indios, era poca segun el infinito número
habia de gente en esta isla; y agora digo, que debia tambien pensar
que los españoles que acá pasaron y pasan eran y son ermitaños, y que
venian y vienen por acá para dejar el mundo y recogerse á vivir por
las montañas. Y cuánto en aquella quinta proposicion haya errado aquel
padre, parece, lo primero por lo que acaba agora de decir; lo segundo,
en contradecirse diciendo arriba, en la segunda proposicion, que no
halla por qué los indios son siervos por ninguna razon de servidumbre
civil, sino libres, y que como súbditos y vasallos los debia tener y
estimar el Rey, y en la quinta los hace todos esclavos, diciendo que
los deben repartir, porque, ¿qué libertad pueden tener los hombres
repartidos, subjectos noches y dias al mando y voluntad de otro
inmediato, y que siempre tienen sobre sí, el cual los ha de ocupar en
trabajos continuos, y mayormente los trabajos mortíferos de las minas?
Item, si siempre habian de estar subjectos á la voluntad de aquellos
á quienes fuesen repartidos y ocupados, poniéndolos en los dichos
trabajos, ¿cómo dice en la sétima, que el Rey debe mandar que tengan
propia hacienda y casas, é imponerlos en policía? Y ¿qué policía se
puede poner á los hombres repartidos de 20 en 20, y 30 en 30, y 50 en
50, como se hizo? Y si Dios les hizo merced de traerlos al servicio
de Su Alteza, como dice, ¿cómo se les puede dar á sentir que no son
siervos, sino libres debajo del yugo de Jesucristo, sacándolos de sus
tierras, pueblos y casas, quitándoles sus naturales señores, y viéndose
repartidos y forzados á servir en los trabajos que se han dicho, y áun
llevando un español los padres, y otros las mujeres, y otro los hijos,
como acaecia cada dia? Parece, cierto, quimera, lo que aquel padre fray
Bernardo en su parecer dijo. Mas lo tercero, se muestra su error en
aquella su quinta proposicion, en que hacia á los seglares apóstoles y
doctores de los indios; veamos, ¿son indóneos predicadores de infieles,
que han de ser enseñados desde los primeros rudimientos y principios de
la fe, y que hablan su lengua oscurísima y distintísima de todas las
que en el mundo ha habido, y que para sabella y penetralla se requiere,
como es necesario para predicalles la fe, no tener otro negocio y
emplear en ello toda su vida, los seglares que vienen rabiando y
hirviendo en cudicia de ser ricos, y los más, quizá, pospuesta toda
razon y toda ley, con propósito de haber lo que desean, sin diferencia
de lugar ni de persona, ni de modo, sino como lo pudieren haber? Item,
¿son idóneos predicadores los seglares, ya que las lenguas y lo demas
tuviesen, y á sola la conversion destas gentes, de Castilla viniesen,
que por la mayor parte ni saben el credo, ni los mandamientos, ni lo
que para su salvacion necesario les es? Más, ¿son idóneos apóstoles
y doctores de las gentes simplicísimas, infieles, que por la mayor
parte, al ménos los destas islas, vivian segun la ley natural, los
seglares que, por la mayor parte, y sacando muy poquitos, y quizá no de
ciento uno, vimos vivir vida profanísima y llena de todas maneras de
vicios, que los aires, cuanto más los simples ánimos y costumbres de
los infieles, que eran como tablas rasas, para pintar en ellos lo que
quisiéremos, corrompian? Y esto es verdad, que acaecia decir el indio,
«pese á tal,» y reprendelle alguna persona que lo oia, y responder el
indio: «¿pues ésto es malo? ¿no lo dicen los cristianos?»; y así de
los otros malos ejemplos y vicios. De aquí es el grande engaño que
los Reyes, entre otros, rescibieron, y tambien los letrados que en la
junta primera, que arriba se dijo, se ayuntaron, que determinaban,
que, para ser los indios más presto cristianos, se diese manera para
que siempre tuviesen con los españoles conversacion. Esto es verdad,
que segun lo que en aquellos tiempos por nuestros ojos vimos, y lo que
despues por muchos años habemos experimentado, que se debe tener por
regla cierta moral, que para que los indios de todas estas Indias sean
cristianos, es necesario que nunca tuviesen conversacion, ni viesen,
si posible fuese, á ninguno de todos ellos, por la corrupcion que con
sus malos ejemplos les causan; y escriptóseme há por persona religiosa,
prudente y letrado, y bien experimentado, que tiene por cierto que el
mayor milagro que Dios en aquellas tierras hace, es que los indios
crean y resciban nuestra fe, viendo las obras de los nuestros viejos
cristianos: y así, parece la ceguedad de aquel padre, que hacia
apóstoles de los indios, repartidos entre ellos, á los seglares. Lo
cuarto, parece su yerro no por ambajes, porque para que alguna ley
se instituya y ponga á los hombres, en ellos dos condiciones son
necesarias; la una, que sea pueblo ayuntado, porque la ley es precepto
comun, y que para el bien comun es ordenado; la otra, que los hombres
vecinos del pueblo tengan libertad con efecto, y no de palabras, porque
los siervos, como estén á mando y disposicion de otro, no son parte de
pueblo ni de ciudad á quien la ley comun se deba de dar, como prueba
el Filósofo en el tercero de su «Política»; y por esta causa no dió
Dios la Ley vieja en tiempo de Abraham, porque no era pueblo, ni en
tiempo de la captividad de Egipto, aunque los hebreos habian en inmenso
multiplicádose; pero dióseles cuando era pueblo, y salidos de Egipto,
donde gozaron de su libertad. Nunca hobo religion en el mundo, ni ley
se dió á gente alguna, que tanto requiriese ser pueblo y gozar de
libertad los que la han de recebir, como la religion cristiana y Ley
evangélica, por el ejercicio frecuente, activo y pasivo de los Sanctos
Sacramentos, en los cuales siempre se han de ocupar; y así al propósito
parece, que si halláramos estas gentes desparcidas como vacas por
los campos, para instruillas en la fe y dalles la ley de Cristo era
necesario que los juntáramos y hiciéramos pueblos dellos, como ellos
estaban, y si fueran todos esclavos, los habiamos de poner en libertad;
pero no lo hicimos así, ántes, hallándolos en pueblos y poblaciones
grandes, viviendo en policía y ordenados, los desparcimos, haciendo
á ellos manadas como de ganados, repartiéndolos, á uno 20, y á otro
30, etc., como dejamos probado. Hallámoslos en grande y conveniente
sosiego y libertad, subjectámoslos, hechos, cierto, mucho más captivos
que jamás fueron esclavos; y á este fin se ordenó el parecer que tan
inconsideradamente dió aquel padre, por no acertar en la teología y áun
filosofía moral, clara y razonable, que hallára en Sancto Tomás, _Prima
secundæ, quæst._ 98, art. 6.º, y en la tercera parte, _quæst._ 70, si
la buscara.



CAPÍTULO XII.


Otro predicador del Rey, que fué aquel licenciado Gregorio, que
arriba dijimos haberse con los letrados juntando y hecho las siete
proposiciones en el cap. 8.º asentadas, dió tambien su parecer, harto
diforme de la moderacion que las proposiciones mostraban, y muy á
la clara quiso mostrar su ignorancia y temeridad, en perdicion de
los indios y en favor del ambicion y cudicia de los que cada hora
le hablaban, que desta isla en la corte su condenacion negociaban.
Este dijo así: «Muy alto y muy poderoso Señor: Ví una informacion que
á Vuestra Alteza escribió un padre religioso de la órden de Sancto
Domingo, cerca de la subjeccion que tienen á Vuestra Alteza los indios
de la isla Española, y en ella prueba que Vuestra Alteza no se puede
servir dellos de mandarlos que sirvan á los cristianos de España en
cavar y sacar oro, porque son libres, y por tales Vuestra Alteza
los ha tenido, y así los nombra, y no siervos; y pruébalo por una
auctoridad de Ezequiel, en el cap. 34, la cual trae Sancto Tomás en
un libro que hizo _De Regimine Principum_, en el libro III, cap. 10 y
11; y porque por parte de Vuestra Alteza me fué mandado que yo dijese
mi parecer, lo diré aquí. Y para declaracion de la verdad presupongo
lo que Aristóteles dice y todos los doctores; que hay dos maneras de
principado, uno es real, y otro es dominico ó despótico, el primero es
gobernar libres y súbditos, para el bien y utilidad dellos, el segundo
es como de señor á siervo, y, aunque Vuestra Alteza sea Rey y tenga el
justo dominio de las Indias, digo que puede muy bien y justamente, como
señor, gobernarlos, y que sirvan por su mandado á los cristianos de la
manera que sirven, con tanto que sean bien tractados y gobernados;
y pruébolo brevemente y por la misma auctoridad que el dicho padre
religioso alega de Sancto Tomás, en el libro III del Regimiento de los
Príncipes, en el cap. 11 cuasi en fin: _Interdum enim dum populus non
cognoscit beneficium boni regiminis expedit exercere tiranides, quia
et hæc sunt instrumentum divinæ justitiæ, unde et quædam insulæ et
provinciæ (ut historiæ narrant) semper habent tirannos propter malitiam
populi, quia aliter nisi in virga ferrea regi non possuit. In talibus
ergo regionibus sic discolis, necesarius est regibus et principibus
principatus despoticus, non quidem juxta naturam regalis dominii,
sed secundum merita, et pertinacias subditorum: et ista es ratio
agendi in libro de Civitate Dei, et Philosophus in tertio Politicæ,
ubi distinguit genera regni, ostendit apud quasdam barbaras nationes
regale dominium esse omnino despoticum, quia aliter regi non posunt._
Donde parece que, por la malicia y barbaria dispusieron del pueblo,
se pueden y deben gobernar como siervos. Esto mismo dice Aristóteles
en el libro I, de República, tít. II, cap. 2.º, donde, segun los
exponentes, allí, dicen, que entónces la gobernacion dominica, _id
est_, tiránica, es justa, donde se hace en aquellos que naturalmente
son siervos y bárbaros, que son aquellos que faltan en el juicio y
entendimiento, como son estos indios, que, segun todos dicen, son como
animales que hablan. Esto mismo infieren los doctores sobre el primer
libro de República, donde dicen que los siervos naturalmente, como los
bárbaros y hombres silvestres que del todo les falta razon, les es
provechoso servir á señor sin ninguna merced ni galardon. Item, hace
para nuestro caso lo que Scoto dice en el libro IV, en la distincion
treinta y seis, art. 1.º, donde, poniéndoles modos de servidumbre,
dice, que el Principe que justamente es señor de alguna comunidad, si
cognosce algunos así viciosos que la libertad les daña, justamente
les puede poner en servidumbre; pues así es que estos indios son muy
viciosos y de malos vicios, son gente ociosa, y ninguna inclinacion ni
aplicacion tienen á virtud ni bondad, justamente Vuestra Alteza los
puede y tiene puestos en servidumbre. Ni obsta que Vuestra Alteza los
llame libres, y la Reina de gloriosa memoria, porque su intincion fué
y es, declarar que no fuesen así siervos que se pudiesen vender, y que
ninguna cosa pudiesen poseer, pero en disponer y mandar que sirviesen
á los cristianos, quiso ponerlos en una servidumbre cualificada como
es ésta, ó cual les convenia, pues la total libertad les dañaba;
mayormente que es medio muy más conveniente para rescibir la fe, y
continuar y perseverar en ella, comunicando y participando con los
cristianos, que dejándolos apartados dellos en libertad, donde luégo
se tornaran á la idolatría y vicios que primero tenian. Item, hace
para corroboracion desto lo que dice Agustino de Anchona, en su libro
_De Potestate Papæ_, y tráelo el arzobispo de Florencia en su tercera
parte, donde dice, que, aunque el Papa ni otro señor no pueden punir á
los infieles por razon de la infidelidad que tienen, queriendo ellos
obedecer, y no haciendo daño á los cristianos, pero á los que pecan
pecados contra natura, los puede punir porque resciban la ley natural,
y haciendo contra ella pueden ser punidos; y como idolatría sea contra
razon y ley natural, por razon de la idolatría pueden ser punidos
y castigados, y pues estos indios fueron idólatras pudo justamente
Vuestra Alteza castigarlos, con pena de servidumbre cualificada como
es ésta, mayormente que estos indios no tienen con qué dar tributo á
Vuestra Alteza, que le deben por razon de ser su Rey y señor, sino
por esta manera, y por tanto, me parece que es justo lo que Vuestra
Alteza manda, con tanto que sean bien tratados y mantenidos, y para
esto mande Vuestra Alteza poner mucha vigilancia y visitadores que
los visiten cómo son tratados, puniendo y castigando á los que en
contrario hicieren, y quitándoselos á quien no los tractare, y no debe
mandar Vuestra Alteza hacer otra innovacion: y ésto, so correccion
del que mejor sintiere.» Todo esto dió por su parecer aquel venerado
licenciado Gregorio, el cual no parece por todo él sino que, quedar
los indios en la servidumbre mortífera en que estaban, era su propio
negocio, y le iba en ello la salvacion de su ánima. Pareció tambien su
aficion depravada, en que un dia, ó estando en consejo ó delante de
algunas personas graves, si no me he olvidado, tomando y defendiendo
el negocio por suyo, afrentó al susodicho padre fray Antonio Montesino
de palabra, resistiendo á lo que el padre por los indios decia. «Yo
(dijo él) os mostraré por vuestro Sancto Tomás, que los indios han de
ser regidos _in virga ferrea_, y entónces cesarán vuestras fantasías.»
El dicho padre le respondió: _Juxta stultitiam suam ne sibi sapiens
esse videretur_, como dice Salomon, proverbio 26. Asaz parece como
los matadores de los indios lo tenian bien persuadido y ganado, pero,
¿qué escusa terná éste y los demas, ánte el juicio de Dios, que sólo
por dar crédito á los tiranos, sin haber visto ni sabido cosa de los
indios, y desechar, no queriendo ser informado de la verdad que traia,
el religioso y padre fray Antonio, que no pretendia más de volver por
Dios y por aquestas infelices gentes desmamparadas, ántes lo afrentaba
para acobardallo, tomando el negocio por suyo, dejase el Rey, por
parecer deste y de los demas, los indios en la tiranía que padecian sin
remediallos, donde al cabo se acabaron? Bien creo yo que ningun cuerdo
cristiano quisiera, por todo el mundo, haber sido el que llevase á la
otra vida este cargo. Y aunque, por lo respondido al parecer del padre
fray Bernardo, queda confundido el deste venerable licenciado, todavía
quiero, tocando algunos puntos, responder á las auctoridades y razones
que él da, brevemente, y primero á la auctoridad de Sancto Tomás, en
el libro _De Regimine Principum_. Decimos que no entendió, ó ciego de
la informacion que le habian hecho los enemigos y opresores de los
indios, y afeccion que les tuvo para favorecellos contra los opresos,
no pudo entender la intencion de Sancto Tomás, aplicándola inepta y
harto impropiamente á los indios, que no les convenia más que al negro
el nombre de Juan Blanco; la razon es, porque Sancto Tomás habla de las
gentes soberbias, duras de cerviz é indómitas, y que muchas veces se
rebelan contra la obediencia de sus Reyes y señores, por lo cual, para
que no busquen novedades y se levanten, los cargan de tributos, pechos
y exacciones, y los rigen con gran rigor para metelles en miedo y en
cuidado y ocupallos en que hagan servicios grandes, lo que no harian
ni podrian justamente los tales Reyes hacer, si ellos fuesen humildes
y pacíficos y blandos en obedecer; y desta manera, el principado real
se les convierte á aquellos en despótico y servil ó dominativo, no
segun la naturaleza dél que es benigno y blando y para provecho del
pueblo, no imponiéndole sino lo justo y no más, sino segun la malicia
y protervia de aquellos, porque no podrian en otra manera ser bien
regidos, por su protervia, soberbia, dureza y mala disposicion, y áun
á estos tales, primero se ha de poner gobernacion de libres, y cuando
aquella y beneficio della no cognociesen, siendo protervos, inquietos y
mal asentados, entónces se les habia de imponer la despótica y tiránica
para su mal: y ésto es lo que allí dice Sancto Tomás de los judíos,
que porque no cognoscieron el beneficio de Dios que inmediatamente
los gobernaba y pidieron Rey, merecieron oir las leyes tiránicas que
se ponen en el primero de los Reyes, cap. 8.º, y desta hechura fueron
los de la isla de Sicilia y otras que apunta Sancto Tomás, aunque no
las señala pero parece por las historias. Las gentes, pues, desta
isla y de las cercanas á ella, eran mansísimas, humílimas, pacíficas,
obedientísimas como todo el mundo sabe y clama, y los mismos que las
destruyeron lo publicaban, y desto las alababan; ¿cómo les podria
convenir la gobernacion despótica, servil, onerosa, rigurosa y
tiránica de que Sancto Tomás habla?, porque, segun el Sancto Doctor
y el Filósofo, y la misma razon lo dicta y enseña, la gobernacion se
ha de adaptar y conformar con la condicion y dispusicion de la gente
que ha de ser gobernada. Luego engañado y errado y aficionado fué el
licenciado Gregorio, y no entendió, ó no quiso entender la intencion
y palabras de Sancto Tomás. Item, fuera bien preguntar al licenciado
Gregorio, y que él respondiera, y si yo cuando lo cognoscí hobiera
visto su parecer, quizá se lo preguntara, ¿si supo que á las gentes
desta isla ó islas se les hobiese puesto otra mas blanda, humana y
benigna gobernacion, la cual no cognosciendo, se hicieron indignos
della, por ser protervos y duros de cerviz, y les pusieron la dominica
y tiránica que padecian, ó si, desde el dia que los españoles entraron
en ella, los trataron como tigres y lobos hambrientos y feroces,
entrando en aprisco de mansas ovejas?; ésto notorio es, y así parece
la ceguedad, ó temeridad del licenciado Gregorio. A la auctoridad que
alega del Filósofo, en el primero de la Política, se responde, que
ignoró el licenciado Gregorio cuatro diferencias que hay de bárbaros,
que tenemos declaradas en el fin de nuestra Apologética historia, y de
la que habla el Filósofo allí no conviene ni tiene que hacer con estas
gentes, puesto que sean bárbaros, porque aquellos son silvestres, sin
casas y sin pueblo, y sin obediencia, y sin Rey quien los gobierne,
amigos de guerra y que hacen mal á otros como allí parece por el
Filósofo. Lo que trae del Scoto más es contra él, porque el Scoto
tracta que el que gobierna puede condenar á servidumbre y ser esclavo,
así como á muerte natural, á algunos hombres viciosos y que son nocivos
á la república, uno ó dos, ó tres ó pocos, pero no á todo un reino
podria hacer esclavos, sino que el que tuviese justa guerra contra
aquel reino podria lo punir de otra manera en tributos y exacciones,
pero no en servidumbre como de la que aquí tractamos, en que los indios
perecian. Fuera bien que respondiera el licenciado Gregorio, ¿en qué
habian ofendido estas gentes á los españoles, ó á otra persona alguna,
para que á tal servidumbre ni á otra alguna, por liviana que fuese,
los condenasen? Item, ¿cómo cognosció el licenciado que la libertad
les dañaba, sino por los falsos testimonios que los que los mataban, y
al cabo mataron, les levantaron? Y sino obstaba llamallos el Rey y la
Reina libres, ¿aquel vocablo libres qué les prestaba, pereciendo en las
minas y en los otros trabajos? No los llamaron libres declarando que
no se podian vender, como dice el licenciado, sino porque los tuvieron
por tan libres como á los españoles, sus vasallos, como parece en el
libro II, en fin del cap. 14, y en siete proposiciones que hicieron
los letrados, puestas en el capítulo 8.º, porque no podian justamente
por otro nombre llamallos, ni de otra manera ni gobierno gobernallos
ni tractallos. Lo que más dice que el Papa los pudo condenar á
servidumbre por la idolatría, es un gran disparate, y como á muy claro,
para entre letrados, de responder á ello no curamos; y cuanto á éste su
parecer tan errado cesemos de decir más, dejándolo por más que vano,
aunque hizo harto daño como parecerá.



CAPÍTULO XIII.


Por estos pareceres destos letrados y predicadores, y otros que se
pidieron á los españoles que á la sazon estaban en la corte, y la suma
diligéncia que estos tuvieron, informando cada dia y cada hora á los
del Consejo y á los demas que entraban en las juntas que se hacian,
como frailes teólogos, conviene á saber, de Sancto Domingo, acordaron
los del Consejo que para ello el Rey mandaba entrar, de hacer leyes,
supuestos y determinados ya, como fundamento, que los indios convenia
que estuviesen repartidos, para que fuesen convertidos y bien tratados,
ignorando que la raíz de la llaga mortal que mataba los indios é
impedia que fuesen doctrinados, y cognosciesen á su Dios verdadero, era
tenerlos los españoles repartidos, y que, aquesto supuesto, ninguna
ley, ninguna moderacion, ningun remedio bastaba ni se podia poner para
que no muriesen, y la isla, como se despobló, se yermase. Y estas
leyes fueron generales para todas estas islas y tierra firme, aunque
no habia españoles sino en esta Española y Sant Juan y la de Jamáica,
pero á todas las demas, con tierra firme, parece que por ellas ya
condenaban, suponiendo que todos los vecinos naturales dellas habian
de ser repartidos y á los españoles encomendados. Destas leyes, que
fueron treinta y tantas, para que en breve digamos sus calidades,
unas fueron, y todas las mas, inicuas y crueles, y contra ley natural
tiránicas, que con ninguna razon, ni color, ni ficcion pudieron ser por
alguna manera excusadas; otras fueron imposibles, y otras irracionales
y peores que barbáricas; finalmente, no fueron leyes del Rey, ántes
fueron de los dichos seglares, enemigos capitales, como se ha dicho,
de los inocentísimos indios, que á la sazon en la corte, negociando
el captiverio, la perdicion y vastacion de los tristes indefensos,
estaban. Esto por ellas mismas se cognoscerá; y comenzando por el
prólogo, se adivinará sin trabajo en qué reputacion y estima pusieron
aquellos buenos cristianos á los indios ante el Rey. Comienza, pues, el
prólogo así:

«Doña Juana, por la gracia de Dios, reina de Castilla, etcétera: Por
cuanto el Rey, mi señor y padre, é la Reina, mi señora madre (que
haya sancta gloria), siempre tuvieron mucha voluntad que los Caciques
é indios de la isla Española viniesen en cognoscimiento de nuestra
sancta fe católica; y para ello mandaron hacer é se hicieron algunas
ordenanzas, así por Sus Altezas, como, por su mandado, el comendador
Bobadilla, y el comendador de Alcántara, gobernadores que fueron de
la dicha isla Española, é despues D. Diego Colon, nuestro Almirante,
Visorey é Gobernador della, é nuestros oficiales que allí residen;
y segun se ha visto por luenga experiencia, diz que, todo no basta
para que los dichos Caciques é indios tengan el cognoscimiento de
nuestra fe, que sería necesario para su salvacion, porque de su
natural son inclinados á ociosidad é malos vicios de que nuestro
Señor es deservido, y no á ninguna manera de virtud ni doctrina, y
el principal estorbo que tienen para no se enmendar de sus vicios, é
que la doctrina no les aproveche, ni en ellos imprima ni la tomen, es
tener sus asientos y estancias tan léjos como los tienen é apartados
de los lugares donde viven los españoles, que de acá han ido y van á
poblar á la dicha isla; porque, puesto que al tiempo que los vienen á
servir los doctrinan y enseñan las cosas de nuestra fe, como despues de
haber servido se vuelvan á sus estancias, con estar apartados y la mala
intencion que tienen, olvidan luégo todo lo que les han enseñado, y
tornan á su acostumbrada ociosidad y vicios, y cuando otra vez vuelven
á servir, están tan nuevos en la doctrina como de primero, porque
aunque el español que va con ellos á sus asientos, conforme lo que
allá está asentado y ordenado, se lo trae á la memoria y los reprende,
como no le tienen temor no aprovecha, y responden que los deje holgar,
pues para aquello van á los dichos asientos, y todo su fin y deseo
es tener libertad para hacer de sí lo que les viene á la voluntad,
sin haber respeto á ninguna cosa de virtud; y viendo que ésto es tan
contrario á nuestra fe, y cuánto somos obligados á que por todas vías
y maneras que ser pueda se busque algun remedio, platicado con el Rey,
mi señor y padre, por algunos del mi Consejo é personas de buena vida
y letras y conciencia, habida informacion de otros que habian mucha
noticia y experiencia de las cosas de la dicha isla, é de la vida y
manera de los dichos indios, pareció que lo más provechoso que al
presente se podria proveer, sería mandar las estancias de los Caciques
é indios cerca de los lugares y pueblos de los españoles, por muchas
consideraciones, porque por la conversacion continua que con ellos
ternán, como con ir á las iglesias los dias de fiesta á oir misa y los
oficios divinos, y ver cómo los españoles lo hacen, y con el aparejo
é cuidado que, teniéndolos junto consigo, ternán de les mostrar é
industriar en las cosas de nuestra sancta fe, está claro que más presto
las aprenderán, y despues de aprendidas no las olvidarán como agora;
é si algun indio adolesciere, sería brevemente socorrido é curado, y
se dará vida, con ayuda de nuestro Señor, á muchos que por no saber
dellos é por no curarlos mueren, y á todos se les excusará el trabajo
de las idas y venidas, que como son léjos sus estancias de los pueblos
de los españoles, les será harto alivio, y no morirán los que mueren
en los caminos, así por enfermedades como por falta de mantenimiento,
y los tales no pueden rescibir los Sacramentos, que como cristianos
son obligados, segun se les darán adolesciendo en los dichos pueblos,
los niños que nascerán serán luégo baptizados, y todos servirán con
ménos trabajo y á más provecho de los españoles, por estar más continuo
en sus casas, y los Visitadores que tuvieren cargo de los visitar,
los visitarán mejor y más á menudo, y les harán proveer de todo lo
que les falta, y no darán lugar que les tomen sus mujeres é hijas,
como lo hacen estando en los dichos sus asientos apartados, y cesarán
otros muchos males y daños que á los dichos indios les hacen por estar
apartados, que porque allá son manifiestos aquí no se dicen, y se les
seguirán otros muchos provechos, así para la salvacion de sus ánimas
como para el pró y utilidad de sus personas y conservacion de sus
vidas. Por las cuales cosas, y por otras muchas que á este propósito
se podrian decir, fué acordado que, para el bien é remedio de todo lo
susodicho, sean luégo traidos los dichos Caciques é indios cerca de los
lugares é pueblos de los dichos españoles que hay en la dicha isla, é
para que allí sean tractados é industriados é mirados como es razon y
siempre lo deseamos, mando que de aquí adelante se guarde y cumpla lo
que adelante será contenido, en esta guisa.» Este fué el prólogo de las
dichas leyes.

Agora será bien declarar algunas de las grandes falsedades, mentiras
y testimonios que supone este prólogo, por la maldad y ánsia de
tiranía de los que, á la sazon desta isla estaban en la corte, que
informaban falsamente al Rey é á los del Consejo, y que en él entraban,
de cuanto podian fingir de males contra los indios, alegando tambien
necesidades en ellos, para no sólo tenerlos repartidos como de ántes,
pero tenerlos más cerca y más á la mano, y servirse dellos sin que
cosa les estorbase. Esto urdieron y acabaron que fuese lo primero que
el Rey ordenase, conviene á saber, que se sacasen de su naturaleza y
pueblos donde habian nacido y criádose con todos sus linajes, desde
quizá millares de años atras, y se trujesen cerca de los pueblos de los
españoles donde un dia ni una hora resollasen, ántes con esta mudanza
los acabaron. Y ésta es y ha sido regla general é infalible, que en
sacando ó mudando estas gentes de donde nacieron y se criaron á otra
parte, por poca distancia que sea, luégo enferman y pocos son los que
de la muerte se escapan; la razon que nos parece ser desto causa, es la
delicadeza de sus cuerpos y complision delicada, ser de muy poco comer,
y andar desnudos en muchas partes, y en otras cubiertos con sola una
manta de algodon, por manera, que mudándose de un asiento á otro, por
poca diferencia que la region en la tierra ó en los aires haga, ó en
las aguas, fácilmente les son los cuerpos transmudados y el armonía de
los humores desproporcionada. Lo mismo les han causado los trabajos,
porque acostumbrados todos á poco trabajar, por tener las tierras
tan fértiles y abundantes para haber dellas fácilmente lo á la vida
necesario, puestos en tan exorbitantes y desproporcionados trabajos,
de necesidad les era imposible mucho tiempo en ellos durar; y ésta ha
sido, de su tan breve y lamentable acabamiento, la causa, allende que,
como arriba hemos dicho alguna vez ó veces, son por la mayor parte
de miembros delicados, áun los labradores y plebeyos dellos, que no
parecen sino hijos de Príncipes criados en todo regalo, y ésto tambien
debe proceder de la susodicha causa.



CAPÍTULO XIV.

En el cual se prosigue la declaracion de algunos puntos del prólogo de
las leyes.


Parece la falsedad del supuesto del prólogo, y la maldad de los que
informaron al Rey, é á los que habia el Rey mandado que del remedio
de los indios tractasen, lo primero en darle á entender que el
comendador Bobadilla hobiese hecho ordenanzas para que estas pobres
gentes viniesen en cognoscimiento de Dios; este remedio y ordenanzas
del comendador Bobadilla, para que viniesen en cognoscimiento de Dios,
véase arriba en el precedente libro, cap. 1.º, y las que el Comendador
Mayor de Alcántara constituyó, en el cap. 12 y los siguientes, y por
todos los años, ocho y algo más, de su gobernacion, donde queda bien á
la larga, con verdad, explicado. Ya dijimos y certificamos arriba, en
aquellos dichos lugares, que por aquellos tiempos no hobo más memoria
de enseñar estas gentes en las cosas de la fe, ni de su salvacion,
verdaderamente, que si fueran perros ó gatos, porque no hervia en los
seglares otra solicitud ni otro cuidado, sino solamente de los trabajos
y sudores, y vidas de los indios aprovecharse, por todas las vías y
maneras que ellos podian alcanzar; y como no habia religiosos, y los
de Sanct Francisco que vinieron á esta isla el año de 1502, como ya se
refirió, eran pocos, y áun, para decir verdad, tampoco tuvieron ese
cuidado, de todo remedio espiritual quedaron los indios desmamparados:
pues hablar en clérigos, como no pasen acá sino con el fin de los
seglares, y pluguiese á Dios que con sólo aquesto el negocio pasase,
no es menester gastar tiempo en valde. Las ordenanzas del Almirante
segundo, D. Diego Colon, y de los Oficiales no fueron otras sino
llevar adelante la servidumbre tiránica comenzada y arraigada, en que
perecian cada dia estas gentes desventuradas, sin que uno ni ninguno
se doliese de ellos, ni en su perdicion, sino sólo en lo que se les
disminuia de ganancia temporal, por su muerte, mirase. Veis aquí el
fundamento sobre que estribó el prólogo de las leyes, que el Rey para
que los indios fuesen cristianos hacer mandó. Y que diga luégo allí,
que segun se ha visto por luenga experiencia, que todo lo proveido por
lo susodichos no bastaba para que los dichos Caciques é indios tengan
el cognoscimiento de nuestra fe que necesario era para su salvacion,
porque de su natural eran inclinados á ociosidad y malos vicios, etc.;
pluguiera á Dios que no los tuvieran peores los españoles, dejada la fe
aparte, la cual, áun ellos, con su mala vida y ejemplos corruptísimos,
infamaban, y ofendian más á Dios con ellos y con su ociosidad, que los
indios á quien ellos tan falsa y perniciosamente infamaban. Es otra
cosa aquí de notar, conviene á saber, la ceguedad de los del Consejo
del Rey, y de los teólogos que para ésto se juntaban mucho más, que
no advirtiesen á considerar, que aunque presupusieran por verdad,
lo cual fué malvada falsedad, que los españoles tenian cuidado de
doctrinar á los indios, ¿qué doctrina podian dar hombres seglares y
mundanos, idiotas y que apénas, comunmente y por la mayor parte, se
saben santiguar, á infieles de lengua diversísima de la castellana,
que nunca aprendieron sino tres vocablos, «dáca agua, dáca pan, vé á
las minas, torna á trabajar,» y que habian de ser instruidos desde los
primeros principios de la fe y religion cristiana, que no son el Ave
María, y Paternoster ni Credo mostrado en latin, como quien lo enseña á
urracas ó papagayos, pues no ignoraron los del Consejo ni los teólogos
que con ellos se juntaban, que aquellos tiempos no habia en esta isla
frailes ni teólogos que á los indios enseñasen? Pues se dice en el
dicho prólogo que en el tiempo que les venian á servir los doctrinaban,
lo que es falso, pero ya que los doctrinasen, ¿qué doctrina les podian
dar?; y que el español que iba con ellos á sus asientos se lo traia á
la memoria y los reprendia, ¿qué podia traerles á la memoria un gañan
ú otro peon vicioso que con ellos enviaban (cuyo oficio no era otro
sino ser verdugo de los desdichados, que llamaban estanciero y minero,
como en el cap. 13, del libro II, tocamos, género de hombres en estas
Indias, el más vil é más infame, como todo el mundo de acá sabe), sino
los vicios en que él andaba embriagado y anegado, y echar el ojo á la
hija ó á la mujer, no sólo de cualquiera indio, pero áun del mismo
Cacique y señor? A lo que refiere tambien el prólogo que respondian
los indios que los dejase holgar, cuando les decia el español que
rezasen, podria ser que alguna vez lo respondiesen así, pero tenian en
ello mucha razon, porque cuando alguna vez les decian el Paternoster,
ó Ave María, ó el Credo en latin, ó tambien, aunque raro, en nuestro
romance castellano, como no entendian en la una ni en la otra lengua
cosa dello alguna, ni para qué fin se lo enseñaban, creyendo que los
querian enseñar á hablar la dicha lengua, como quien lo enseña á
papagayos, que tomasen aquello de coro, respondian los viejos y los
hombres de edad «ya yo soy viejo, ó soy hombre de edad, ¿para qué me
quieres á mí enseñar á hablar?, enseña á los niños que no tienen tantos
cuidados ni están cansados como yo,» desta respuesta colegian luégo
y murmuraban los españoles diciendo: «Mirad el perro como no quiere
rescibir la fe, éste nunca en su vida será buen cristiano.» Todo esto
es verdad. Júzguese aquí, si desta manera, puesto que aquellos vivieran
cien años, fueran cristianos, y si les imputara Dios por no sello algun
pecado. Item, como abajo se referirá que se hizo algunas veces despues
que estas leyes se promulgaron, cuando las noches salian ó cesaban de
los trabajos de las minas y de los otros en que los ocupaban, molidos
y cansados y muertos de hambre, hacíanlos ir á la iglesia ó pajar que
allí tenian para ésto hecha, hincar de rodillas, y que rezasen por
un buen rato el Credo, Paternoster, Ave María y la Salve, y como lo
hacian con dificultad y de mala gana, porque quisieran más cenar y
descansar luégo, blasfemaban dellos aquellos pecadores verdugos que los
atormentaban, y algunas veces les daban por ello de palos, diciendo:
«de perros lo hacen, á osadas que nunca estos perros en su vida sean
cristianos.» Será bien aquí de considerar, que ¿qué fraile criado toda
su vida en religion, en obediencia y doctrina ó disciplina monástica,
viniera de trabajar todo el dia, hecho pedazos y la barriga pegada
de pura hambre al espinazo, y que sabia el fructo que la oracion le
prestaba, si le mandara el Prelado que, cesando, á la noche, de los
diurnos y grandes trabajos, fuese á la iglesia á hincarse de rodillas
y rezar por media hora y más, no se le hiciera de mal? Y pudiera
responder con razon al Prelado: «Padre, mándame dar de cenar, y dáme
lugar para que descanse.» ¿Cuánto con mayor justicia y razon, estas
gentes, no sabiendo ni sintiendo cosa chica ni grande, para qué fin
aquellas palabras les mandaban que dijesen, por carecer totalmente
del cognoscimiento de Dios, y cuando lo oian nombrar, ni sabian si
nombraban piedra ó palo ó algun árbol, podian responder al minero
ó estanciero ó verdugo ordinario las palabras que dice el prólogo,
déjanos holgar, pues para ésto venimos á nuestras casas? Veis aquí el
fundamento de verdad sobre que estriba el prólogo de las leyes, y ellas
y toda substancia. ¡Oh ceguedad de los del Consejo del Rey, que así se
prendaron de las informaciones que aquellos pecadores les hacian en
favor de sus propias cudicias y tiránicas, y en perdicion de aquellas
ánimas, y que el Consejo les diese crédito siendo enemigos de los
indios, lo cual traian escripto en las frentes, y los del Consejo no lo
podian ignorar, condenándolos á perpétua servidumbre y á la muerte que
della sucedió, y que suceder era necesario, sin oirlos ni convencerlos,
y sin admitir por ellos alguno que se mostrase parte, ántes, por el
contrario, al religioso fray Antonio Montesino, á quien la caridad
movia que hablase por ellos, desechando por apasionado, y á los tiranos
por justos y razonables! Vean aquí los juristas si todo aquel juicio
y leyes ó ordenanzas, de derecho, tuvo alguna entidad ó valió algo;
y deste vigor, jaez y sustancia han sido todas las determinaciones,
leyes y ordenanzas que se han hecho por los Reyes cerca de todas estas
Indias, y gentes dellas, conviene á saber, hechas en inreparable
perjuicio y perdicion dellas, sin llamarlas, y sin oirlas, é sin
convencerlas, siendo partes más principales que ningunas otras, porque
más á ellas, y á solas ellas, y á todo su estado, lo que se ordenaba
y determinaba tocaba; y así, todo lo que se hizo y ordenó fué hecho y
ordenado sin parte, contra todo derecho natural, divino y humano. Estos
errores, ceguedad y daños irreparables, tuvieron los del Consejo de los
Reyes, y á ellos se les imputan todos los males y daños, que por estas
leyes á estas gentes destas islas se les recrecieron, que de su final
acabamiento fueron causa, como se verá, y por todos ellos fueron á
restitucion y satisfaccion, _in solidum_, obligados; porque no les era
lícito ignorar el derecho, pues el Rey los hacia de su Consejo y comian
su pan, no por gentiles hombres, como se dijo, sino por letrados,
_quia paria sunt scire aut debere scire quantum ad culpam et penam, ut
in c. Si culpa de injur,_ etc. _Et turpe est patritio et nobili viro
et causas oranti, jus in quo versatur ignorare._ §. _De orig. jur.
lib. II._ En la misma culpa, error y obligacion, ó en muy poca ménos,
incurrieron los teólogos, que por el Rey fueron llamados para la dicha
junta, en dar el voto en tan grande perjuicio, detrimento y perdicion
de tantas gentes, con harta temeridad, porque aunque no llevaban
salario del Rey por aquello, pero ya que el Rey les encomendaba que
diesen su parecer en cosa tan árdua, no tenian menor obligacion á ver
y escudriñar la verdad con suma diligencia, y declaralla al Rey, y no
creer á quien, como dije, traia el interese y la maldad escripta en la
frente, que los que les incumbia por oficio. De aquí parece que el Rey
católico quedó sin culpa ni obligacion alguna de los daños y muertes
y despoblacion, que por estas leyes en estas islas se cometieron,
porque hizo todo lo que en sí era, poniendo en Consejo el remedio
dellas, y toda cargó sobre los de su Consejo; y ésto es cierto, que si
le aconsejaran, segun debian, que los indios salieran de la tiránica
servidumbre que con los españoles padecian, y se pusieran en libertad,
y otro cualquiera remedio que para ellos conviniera, desde entónces
quedaran todas las Indias remediadas, extirpada del todo aquella
tiranía que llamaban repartimiento. Lo mismo afirmo en lo sucedido
despues acá, que de no haberse remediado, sino perdido, inficionado y
extragado y despoblado todo este orbe, aquel há, vastativo é infernal
repartimiento, que baptizaron con nombre de encomiendas, la culpa de
todo; y la obligacion á la restitucion y satisfaccion, _in solidum_,
que quiere decir cada uno al todo, de todos los daños, y muertes, y
robos, y vastaciones, y despoblaciones, siempre cargó sobre los del
Consejo y no sobre los Reyes. Y en especial afirmo ésto del Emperador
Cárlos, quinto deste nombre, que fué el rey de España que hizo en
ello lo que debia hacer, y estuvo aparejado muchas veces, para que,
si los del Consejo le dieran parecer, que sacara todas estas gentes
de la opresion y perdicion en que siempre han estado, y restituillas
en su libertad, y ponelles todo cristiano gobierno, y áun abrir mano
del señorío destas Indias, lo hiciera, y desto soy yo, más que otro,
testigo, como abajo más largo, con el favor de Dios, se dirá.



CAPÍTULO XV.

En el cual se comienzan á referir las leyes, y á notar los defectos, y
puntos, y males que contienen, etc.


La ley primera fué la que los españoles, despues de ser ciertos que
habian de tener perpétuos los indios repartidos, más deseaban, conviene
á saber, que los indios todos se sacasen de sus pueblos y tierras donde
habian nacido y se habian criado, á otras que estuviesen cerca de los
pueblos y lugares de los españoles, á ellos harto desproporcionadas.
Ya queda dicho como en todas estas Indias es perniciosa á la salud y
vida destas gentes la tal mudanza, pero por tenerlos los españoles más
á mano para servirse dellos, que fuese la primera ley ésta trabajaron;
mandó la ley que para cada 50 indios hiciesen, los á quien estaban
repartidos, cuatro bohíos ó casas de paja, en los asientos donde
hobiesen de pasarlos, de treinta piés de largo y quince de ancho; item,
5.000 montones, los 3.000 de yuca, que son las raíces de que hacian el
pan, y los 2.000 de ajes, que son raíces que se comen por fructa; item,
250 piés de axí, que es la pimienta que sirve de poner sabor á lo que
se guisa, si es algo, y por este respecto, creciendo y menguando, segun
la cantidad de los indios que aquel tuviese encomendados, que se les
sembrase media hanega de maíz y se les diese una docena de gallinas
con un gallo. Nótese aquí qué ménos se pudiera ordenar ni proveer si
fueran los hombres ovejas ó vacas (para tantas reses, tantos corrales
y tanto pasto), sacándolas de unas dehesas para otras, y así los
desparcian en muchas partes, deshaciéndoles los pueblos y vecindad,
en que ellos vivian en su policía ordenada y natural, y sin hacer
mencion y cuenta que el hijo fuese con su padre, ó la hija con su
madre, ni la mujer con su marido; finalmente, ni más ni ménos sino como
si fueran animales. Otro defecto desta ley, entre los dichos y otros
más, fué, que manda á los españoles á quien estuviesen repartidos ó
encomendados, que les hiciesen las casas y las dichas labranzas, y no
declara bien, puesto que della se puede colegir, á cuya costa se habian
de hacer, que segun razon y justicia debiera ser á costa dellos, pero
no fué así, sino que las hicieron con sus sudores los malaventurados;
y así, esta ley fué con escuridad. Fué lo mismo imposible segun
natura, conviene á saber, segun razon natural, y segun la costumbre,
conviene á saber, contra la costumbre de los vecinos naturales y de
su patria, fué disconveniente al tiempo y al lugar; fué supérflua é
inútil, ántes nociva y destruitiva destas gentes, sacándolos de sus
asientos y pueblos propios y naturales; fué, sobre todo, hecha para
provecho é interese particular de los españoles, contraria del bien
destas gentes, comun y universal, y así, llena de toda injusticia é
iniquidad, porque tuvo todas las condiciones, y cualidades, de las que
la ley justa debe tener, contrarias, como pone Sant Isidro en el libro
V, de las Etimologías, y tráctase en los Decretos, distincion cuarta.
Por la segunda ley encargaba mucho el Rey, que los Caciques fuesen
sacados de sus pueblos para los dichos asientos nuevos, por la mejor
manera que ser pudiese, porque recibiesen ménos pena atrayéndolos por
halagos y persuasiones blandas á ellos; ¿pero tal, qué aprovechaba para
su consuelo, viéndose privados de su señorío, y sus vasallos muertos,
y teniendo certidumbre que brevemente habian ellos, y los que de sus
vasallos restaban, de morir? Por la tercera ley se mandaba que cada uno
de los españoles que tenian indios hiciese una casa de paja, para que
fuese iglesia, junto con el asiento, en la cual se pusiesen imágenes
de Nuestra Señora, y una campanilla para llamar los indios á rezar
en anocheciendo, venidos de trabajar, y en las mañanas, ántes que á
los trabajos fuesen, y que fuese una persona con ellos para les decir
el Ave María, y el Paternoster, y el Credo y la Salve Regina; esta
persona era el minero en las minas, y el estanciero en las estancias ó
granjas, para escarnio de la fe y religion cristiana, que, como arriba
dijimos, las dijesen las dichas oraciones en latin ó en romance, que
no entendian más que si en algaravía se las dijeran, ni más ni ménos,
como si á papagayos instruyeran; y dado que las palabras entendieran
(lo que no entendian), ¿qué les aprovechaba para rescibir la fe á gente
que se habia de instruir desde sus primeros principios, que consisten
en la explicacion de los artículos de la fe, para creer, y en la de
los diez mandamientos para saber lo que para guardar la ley de Dios,
habian de hacer, pero ignoraban el primer principio, que es saber que
hay un Dios, cuya substancia y ser divino es fuera de todas las cosas
que vemos y oimos, los cuales, empero, ni supieron si habia Dios, y si
alguna vez nombrarlo oian, si era el sol ó las estrellas, ó, como se
dijo, de palo ó de piedra?; algunas veces, aquel que los llevaba á la
iglesia á rezar, era un muchacho indio que habian criado en sus casas
los españoles y enseñado las dichas oraciones, y aquel se las referia.
En las leyes siguientes, hasta la docena, se proveia y mandaba que en
término de una legua en conveniente comarca, se hiciese una iglesia
donde ocurriesen los indios de al rededor á oir misa, y otras cosas
enderezadas para este fin, buenas; pero ni ésto ni lo demas que á
ésto se enderezaba se pudo cumplir, é así fueron todas inútiles y sin
provecho é imposibles. La tercia décima fué, por la cual se ordenó y
mandó que los indios trabajasen en sacar oro de las minas cinco meses,
y, cumplidos cinco meses, holgasen cuarenta dias, con tanto que alzasen
los montones de la labranza, que comian, en aquel tiempo; que bastaba
poco ménos que por trabajo principal, aunque no tuvieran otro, porque
los indios que no iban á las minas no tenian cuasi en todo el año otro
mayor. Dije cuasi, porque mayor era de nuevo hacer de tierra vírgen
aquellos montones al principio, cuando se hacia la labranza, y ésta
era la huelga que á los que habian cinco meses continuos en las minas
padecido trabajos, como están dichos, intolerables, les daban. Este
alzar los montones, era levantar la tierra con unos palos tostados,
por azadas y azadones, poco ménos de altor que hasta la cinta, y de
grandeza cuatro pasos en redondo; finalmente, era cavar y trabajar, y
sudar el agua mala, como dicen, por manera, que áun aquellos cuarenta
dias no quisieron, los que ésto aconsejaron, que del todo resollasen.
Dentro destos cuarenta dias eran obligados los oficiales del Rey de
tener hecha la fundicion, conviene á saber, haber fundido el oro todo
que en los cinco meses se habia sacado, y cobrado el quinto para el
Rey, y luégo tornar otros cinco meses á gastar las vidas de los indios
en las minas. La injusticia desta ley parece en echar los indios en las
minas el tiempo dicho, que eran los nueve meses del año, y algo más,
contra su voluntad, siendo libres, á trabajos á que los facinerosos
malhechores que merecian muerte eran condenados, ó los esclavos, segun
arriba queda declarado. Fué tambien injusta esta ley, juntamente con
ser cruel, mandando que en aquellos cuarenta dias no tuviesen del todo
holganza. Otra hobo que comienza así: «Porque en el mantenimiento de
los indios está la mayor parte de su buen tractamiento, y augmentacion,
ordenamos y mandamos que todas las personas que tuvieren indios sean
obligadas de les dar á los que estovieren en las estancias, é de les
tener contino en ellas, pan y ajes, é axí, abasto, é que, á lo ménos,
los domingos é Pascuas y fiestas, les den sus ollas de carne guisadas
al respecto que á los de las minas, é á los indios que anduvieren
en las minas les den pan é axí, todo lo que hobieren menester, y
les den una libra de carne cada dia, y que el dia que no fuere de
carne, les den pescado ó sardinas, ó otras cosas con que sean bien
mantenidos, etc.» Esta es la ley que proveyó cerca del mantenimiento
de los indios; la iniquidad y crueldad della juzgue la persona que
tuviere algun juicio, aunque no por reglas de cristiandad, juzgue
tambien la insensibilidad de los del Consejo y de algunos teólogos,
que al hacer destas leyes con ellos se hallaron. ¿Dónde pudo concurrir
mayor ceguedad que á los indios que trabajaban en las estancias ó
granjas, que tenian trabajos iguales y áun mucho mayores que los
cavadores padecen en Castilla, ordenasen que les diesen por comida
cuotidiana pan caçabí, que no tiene cuasi más sustancia que hierbas,
y ajes, que son como turmas de tierra, y axí, que es la pimienta, en
fin, es hierba, (como si dijeran, dénles paja y heno abasto), y que
los domingos, y fiestas y Pascuas, como si los mandaran dar vestidos
nuevos ó camisas lavadas, mandasen dar una libreta de carne? ¡Y que
confiese la ley en su principio, que porque en el mantener de los
indios está la mayor parte de su buen tractamiento y augmentacion!,
¿qué tractamiento se puedo decir aquel, y qué augmentacion pudieron
rescibir los desventurados, cavando y trabajando todo el dia sin
descansar, y comiendo sólo hierbas y raíces asadas y cocidas, y una
libreta de carne (no libra, porque no era sino la cuarta parte de un
arrelde), de domingo á domingo, y Pascuas y fiestas? El tractamiento
que en ésto se les hizo, y el augmentacion que rescibieron, pareció
bien desde á pocos dias, porque todos, en breve, perecieron. Exagerando
yo en Valladolid despues, la tiranía destas leyes con un maestro en
teología, que se halló en hacellas, y creo que las firmó de su nombre,
y él justificándolas, cuando le referí ésta dijo: «No me hicieron esa
relacion á mí, que la comida era esa.» Repliqué yo: «¿Por qué no os
informásteis vos, padre Maestro, del padre fray Anton Montesino, de la
tal comida, pues tanto iba en ello, y pasásteis con sola la informacion
que los enemigos de los indios hacian, yéndoles tanto interese á ellos
como les iba?, ó, ¿por qué firmábades materia que no entendíades?»
Tambien tuvo esta ley otro defecto, que de palabra se justificó y no
en efecto, en mandar que los dias que no fuesen de carne les diesen
libreta de pescado ó sardinas, y añidiendo, ó otras cosas, parece cuasi
abiertamente que entendian que la ley era solo para complir, porque
aunque en la mar habia y hay abundancia de pescado, y lo mismo en los
rios, pero como todo su fin de los españoles no era sino amontonar oro,
no habia uno ni ninguno que se ocupase en pescar, ni en otra granjería
fuera de las minas ó de aquello que se enderezaba para sacar oro de
las minas. Así que, pescado, nunca de los ojos lo vieron los indios,
y ménos sardinas, que habian de venir de Castilla. Por manera, que los
dias que no eran de carne pasaban con las raíces y hierbas dichas su
triste vida, tambien los indios de las minas; y estas eran las otras
cosas que la ley con disimulacion dice, y bien sabian los susodichos
españoles, que se hallaron presentes al hacimiento destas leyes, que
dalles pescado ó sardinas era imposible. Y así parece, por todo lo
dicho, que aquesta ley fué iniquísima, llena de injusticia.



CAPÍTULO XVI.

En el cual se prosigue la relacion y declaracion de los defectos que
tuvieron las dicha leyes.


Otra ley hobo que trujo consigo clara la injusticia y tiránica
iniquidad, que fué cuasi el fin de todas las demas, y á que todas las
otras se ordenaban, conviene á saber, que por fuerza y con cierta pena
se mandó á los que tenian indios de repartimiento, que de todos ellos
echasen la tercera parte, ó, si quisiesen, trujesen más de la tercera
parte á sacar oro, pero permitimos, dice la ley, que los vecinos de
la Çavana (que estaba cien leguas y más de las minas), y los de la
Villa nueva de Yaquimo (que estaba 80), no sean obligados de traer
indios en las minas, porque están muy léjos dellas, pero mandamos que
hagan hamacas, etc. Pero por otra ley que tras ésta se sigue, y es la
veintiseis, que concedió que los que tenian las casas y haciendas léjos
de las minas, que no podian proveer de mantenimientos á los indios,
pudiesen hacer compañía con los vecinos que tuviesen las haciendas
cerca ó en comarca, y que aquestos pusiesen los mantenimientos,
y aquellos los indios, y despues partiesen el oro que los indios
sacasen, fué causa que los vecinos de la villa de Yaquimo trujesen los
indios á las minas, hecha compañía con otros que tenian las haciendas
comarcanas, y estos yo los vide; por manera, que los traian de 30,
y 40, y 50 y 60 leguas, sacados de sus propias tierras y casas, que
sola esta mudanza bastaba para matarlos, cuanto más los trabajos y
hambres que padecian, porque, como se dirá, nunca cosa de las dichas en
favor de los indios se cumplió, sino como de ántes ó muy poquito más.
Enfermaban en las minas por las susodichas causas, no los curaban,
sino dábanles un poco de caçabí é ajes, y enviábanlos á sus tierras á
que se curasen, los cuales se iban cuánto más podian durar, y cuando
el mal les crecia, ó la comida les faltaba, echábanse en un monte ó
arroyo donde se acababan; yo los vide algunas veces, y digo verdad.
Otra ley trata del jornal que les habian de dar, y éste fué un peso
de oro cada año, á cada persona, para con que, segun dice la tal ley,
tuviesen los indios con que se vestir; podíase comprar en aquellos
tiempos con un peso de oro, que vale 450 maravedís, un par de peines y
un espejo, y un paño de tocar, ó una sola caperuza colorada, y andando
todos desnudos desde la cabeza hasta los piés mirad con qué se habian
de vestir é ataviar. Ya dijimos, en el cap. 14 del libro II, como el
Comendador Mayor les mandó dar por jornal medio peso de oro, que salian
tres blancas en dos dias, y agora, por leyes del Rey, se les mandó
asignar tres maravedís en dos dias, y áun no sé si llega á tanto. Ved
el escarnio de las leyes, y cuán llenas fueron de iniquidad. Otra ley
hobo, que mandó que ninguna mujer preñada que pasase de cuatro meses
la preñez, no la enviasen á las minas, ni á hacer montones, sino que
las tuviesen los españoles en sus estancias, y se sirviesen dellas en
las cosas de por casa, que son de poco trabajo, así como hacer pan, y
guisar de comer, y desherbar; véase qué crueldad é inhumanidad, que
hasta cuatro meses pudiese trabajar la mujer preñada en las minas y
hacer montones, que son trabajos para jigantes, como queda declarado,
y que hasta que eche la criatura sirva en casa de hacer pan, que es no
chico sino grande trabajo, y mayor el desherbar las labranzas; clara
está, como de las otras, la injusticia desta ley, y cuán indigna fué
que mano real la firmase. Otras muchas fueron constituidas con las
referidas, que suenan favor de los indios, y en sí eran justas, pero,
supuesto estar los indios en poder de los españoles, y el fin que
dellos pretendian, y las leyes ya declaradas, que á la clara favorecian
todo lo que ellos andaban, y hoy andan los demas á buscar, si no fueron
injustas, fueron, empero, vanísimas y supérfluas, y más para complir
con el mundo que para remedio alguno de los indios; con efecto y con
verdad, vano es todo aquello, segun el Filósofo, que no alcanza su fin.
Entre las demas, hobo algunas que mandaban que en cada lugar ó pueblo
de españoles hobiese dos Visitadores que visitasen cada año dos veces
los indios, y viesen si rescibian agravios, y para que las leyes se
guardasen, y lo bueno fué, que una ley mandaba que á los Visitadores
les diesen indios de repartimiento, demás áun de los que como vecinos
les habian de ser dados; mirad que ceguedad de los del Consejo y de
los reverendos teólogos, que no vieron que, teniendo indios, eran
parte, y que habian de ser más tiranos que los otros, como lo fueron, y
ménos dignos de ser remunerados, ántes, de mayor castigo merecedores y
capaces. Y una de las grandes eficaces causas de no haber aprovechado
para remediar las calamidades de los indios, en todas estas partes,
muchas ordenanzas y cédulas y provisiones que los Reyes han proveido y
enviado, ha sido tener los jueces y Gobernadores destas Indias, en los
indios ó en los intereses que dellos salen, parte ó arte, y ésto, cada
dia, hasta hoy, lo hemos llorado, y hoy lo lloramos, y abajo parecerá
más claro. Es bien aquí de considerar, que en la constitucion de todas
estas leyes se hallaron presentes y se admitieron todos los españoles
principales que arriba dejamos nombrados; esto es cosa evidente, porque
como entónces no se sabia cuasi nada de las cosas destas Indias, ni qué
era yuca y ajes, axí, ó caçabí, ó montones; la villa de la Çavana y la
villa nueva de Yaquimo estar léjos de las minas; hamacas y areytos,
que son los bailes que los indios tenian, los cuales, por una de
las leyes, se prohiben; que los quitados, y otros vocablos y avisos
que no se podian saber si las personas idas de acá no las avisaran
y manifestaran, manifiestamente se arguye haberse los dichos, en el
hacer de las dichas leyes, hallado. De donde queda luégo manifiesta
la ceguedad ó malicia de los del Consejo, que admitian, al constituir
de las dichas leyes, los enemigos de los indios, como se ha dicho
arriba, tan interesados en los sudores y calamitosa servidumbre de
los inocentes indios, rabiando por sacalles la sangre. Con ésto quiero
este capítulo acabar, que se hizo entre las otras leyes una, conviene á
saber, que porque los Caciques tuviesen quien los sirviese y hiciesen,
diz que, lo que les mandasen para cosas de su servicio, que si los
indios del tal Cacique se hobiesen de repartir en más de una persona y
tuviese 40 personas, le fuesen dadas dellas dos para que le sirviesen,
y si tuviese 70, le diesen tres, y si 100, se le diesen cuatro, y si
hasta 150, le diesen seis, pero desde allí adelante, aunque más gente
tuviese, no se le diesen más personas. ¿Qué mayor injusticia ni más
confuso desórden pudo ser imaginada que desposeer á los naturales
señores de sus súbditos, señoríos y estados, sin culpa alguna, y de
millares de gentes que poseian dalles seis personas que les sirviesen,
y de pueblos ordenados, en que política y pacíficamente vivian juntos
infinitos vecinos, repartillos y desparcillos así, haciendo de cada
pueblo tantos pedazos? Yo cognoscí señor dellos, cuyo padre habia, los
tiempos pasados, hartado la hambre muchas veces á los cristianos y
librado de la muerte, que juntaba 10 y 12.000 hombres de pelea, y no le
dejaron sino las seis personas para que le sirviesen como á los demas.
Pues si ésto parece grave, véase lo que la misma ley dice un poco más
abajo, ésto es, que el mismo Cacique, Rey y señor natural, con las seis
personas que le daban, fuese con el español que en los indios suyos
tuviese por repartimiento el mayor número y mayor parte, con que fuesen
muy bien tratados, no les mandando trabajar salvo en cosas ligeras con
que ellos fuesen ocupados, porque no tuviesen ociosidad, por evitar
los inconvenientes que podian suceder; de la ley son todas estas
palabras. Por manera, que áun el señor y Rey natural, con los seis que
le daban para que le sirviesen, habian de servir al español en cosas
ligeras, por temor de la ociosidad; debajo de aquella palabra fingida
y colorada, muchas veces repetida en las leyes, y con que Dios fué
irritado, conviene á saber, que sean bien tractados, este tractamiento
siempre fué aquel con que á todos los estirparon, y nunca faltó hasta
hoy la dicha palabra, que sean bien tractados; cuánta iniquidad dentro
de sí contuviese aquella ley, y cuán tiránica fuese, y cuanta ceguedad
en el Consejo cayese, y en los otros señores teólogos y letrados, no
creo que hay necesidad de declararlo. Y promulgáronse las dichas leyes
en la ciudad de Búrgos, á 27 de Diciembre de 1512 años.



CAPÍTULO XVII.


Ya dijimos arriba, en el cap. 5.º, como despues que el Rey católico
supo por cartas y relacion del Almirante y oficiales desta isla, lo
que los religiosos de Sancto Domingo, contra esta tiranía y opresion
de los indios habian predicado, mandó llamar al Provincial de Castilla
de la dicha Órden, á quien áun estaban subjetos los que acá vinieron,
y se quejó á él dellos, diciendo haber sido muy deservido en lo que
habian predicado, etc.; por lo cual, el Provincial les escribió lo que
el Rey le dijo, y por tanto mirasen lo que habian dicho, etc., segun
ya dijimos arriba. Vista esta carta del Provincial por el Vicario y
padre fray Pedro de Córdoba, determinó de ir á España y dar cuenta de
todo á sus Prelados ó al Rey, é para ayudar, si fuese menester, al
padre fray Anton Montesino, en lo que conviniese. Púsolo así por obra,
y, llegado á España, cumplió primero con lo que debia á su Órden, y
de parecer del Provincial, fué á la corte, la cual estaba ya, segun
creo, en Valladolid. Cuando llegó, halló que se acababan de hacer
las dichas leyes, y vistas luégo, vido en ellas la perdicion de los
indios, como quedasen so el poder de los españoles repartidos como
ganados, y lo que más lloraba era cognoscer que se habian hecho por
tantas y tales personas y de tanta auctoridad, solemnidad, y con tanto
acuerdo, que parecia que ninguno podia decir en contrario cosa alguna,
que no fuese tenido ó por presuntuoso y temerario, ó por loco; pero
finalmente trabajó de hablar al Rey, para dalle su disculpa de lo que
acá se habia predicado. Habló al Rey largo, dándole cuenta de todo el
hecho y del derecho, y lo que les habia movido á predicallo, en lo
cual le dió á entender cuánto los frailes habian servido á Su Alteza,
y hecho bien á esta tierra. El Rey le oyó benignísimamente, y segun
el padre fray Pedro era de grande auctoridad y persona reverenda en
sí, que fácilmente, quien quiera que lo via y hablaba y oia hablar,
cognoscia morar Dios en él, y tener dentro de sí adornamiento y
ejercicio de santidad, concibió dél grandísima estima, y tractábalo
como á sancto, y, cierto, el Rey no se engañaba. Y tratando en el
remedio de los indios, y de las leyes recientemente hechas, y por
tales y tantas personas acordadas, díjole, segun creimos, que le
parecia que no quedaban remediadas las fatigas y perdicion de los
indios, quedando debajo de la mano de los españoles, y que otros
remedios requerian más que aquellos, para, de los daños que padecian,
librallos; finalmente, con estas ó con otras palabras, dificultando
el negocio y poniendo en duda que con las dichas leyes la dificultad
se remediase, le dijo el Rey con la reputacion en que lo habia ya
tomado: «Tomad, vos, padre, á cargo de remediarlas, en lo cual me
hareis mucho servicio, é yo mandaré que se guarde y cumpla lo que vos
acordáredes». El santo varon, como era muy nuevo en esta tierra, que no
habia aún dos años que á ella habia venido, y carecia de experiencia,
que para semejante cargo era necesaria, ó por otras causas, que como
era humilde podia considerar que le hacian sentir no ser bastante, no
se atrevió, y respondió al Rey: «Señor, no es de mi profesion meterme
en negocio tan arduo, suplico á Vuestra Alteza que no me lo mande.»
Esta fué, segun creo, la primera vez que se ofreció estar en un punto
los indios remediados y en manos de quien los remediara, porque si
en tal persona su remedio estuviera, como estuvo tan á la mano si lo
aceptara, no se dudó sino que aquesta tiranía, ántes que echara más
raíces, se estirpara; pero fueron infelices los indios en no querello
el padre fray Pedro aceptar, y más infelices los españoles que por
aquellos tiempos en esta granjería andaban, y los que despues hasta
hoy con ella se han inficionado. Todavía el dicho padre venerando puso
al Rey en escrúpulo y cuidado, por lo cual mandó que se tornasen á
juntar algunos del Consejo y teólogos, de nuevo, para que declarasen
y moderasen las leyes, si fuese necesario; uno de los teólogos fué
su confesor, llamado el padre maestro fray Tomás de Matiencio, y otro
fray Alonso de Bustillo, maestro tambien en teología, y el susodicho
licenciado Gregorio, clérigo y predicador del Rey. Los del Consejo
fueron: el licenciado Santiago, el doctor Palacios Rubios, y estos
dos, siempre, sin duda, fueron favorecedores de los indios, yo soy
testigo, porque eran personas de virtud. Juntáronse todos con el
obispo D. Juan de Fonseca, muchas veces nombrado, y que se nombrará si
Dios quisiere, obispo á la sazon de Palencia, sin el cual no se hacia
ni se tractaba cosa que tocase á estas Indias. Mandó el Rey que se
informasen del dicho padre fray Pedro de Córdoba, cerca de las recien
hechas leyes, y rescibiesen su parecer. El cual informó segun vido
que convenia al tiempo y á las personas, y al lugar y á la sazon de
cosas que le pareció, y agravió algunas que las leyes habian ordenado,
principalmente darles los indios á españoles, debiendo vivir por sí,
y traer en las minas y los otros trabajos las mujeres preñadas hasta
cuatro meses; y que no convenia que trabajasen las mujeres, bastaba los
maridos; y que tampoco era justo trabajar los niños como trabajaban, y
que era contra la honestidad cristiana consentir que anduviesen mujeres
y hombres desnudos, y otras cosas desta manera que le pareció decirles.
Y á lo que creimos, ó no informó de todo lo que al Rey habia dicho, por
ver cuán asentados y determinados estaban en que las leyes que habian
hecho eran convenientes, ó si los informó, pasaron con lo que habian
en las leyes determinado, con ciertas pocas cosas que añidieron, ó por
ventura, como fué nuevo en esta tierra, no supo del todo las maldades
della, ni responder á las objecciones y argumentos que le movian, por
no haber tenido de las cosas pasadas y áun presentes, plena noticia; y
como los dos teólogos añididos no sabian dónde consistia la mortífera
enfermedad de aquestos tristes enfermos, que era la tiránica detencion
y servidumbre de los indios por aquel condenado repartimiento, ni la
imposibilidad del cumplimiento de algunas de las leyes, y la inutilidad
y superfluidad de otras, (y muchas dellas son en sí justas, y suenan
en favor de los indios, si no supieran la fístula y llaga mortal que
todo lo canceraba, como en el precedente capítulo se dijo), pasaron
con lo que los juristas y el licenciado Gregorio les dijeron. Pero no
sé cómo se pudieron excusar los juristas, al ménos los teólogos, de
no caer en la iniquidad y crueldad de la ley, que se hizo sobre la
comida, que á los indios que trabajasen en hacer montones, y los otros
trabajos de las estancias, les diesen una libreta de carne de domingo
á domingo, y sobre esta ley hobimos el un maestro, que fué Bustillo, y
yo, la brega que, arriba en el cap. 15, dije. Finalmente, que, ó porque
la malicia de los seglares que á la sazon se hallaron en la corte, que
fueron los que mayor parte sin duda tuvieron en el hacer de las leyes,
impidió que Dios no tuviese por bien de dar lumbre á los letrados que
cayesen en ello, porque escripto está, _qui nocet noceat ad huc_, ó
porque por el divino juicio estaba determinado que aquestas humildes
gentes así padeciesen, porque, aunque inocentes, cuanto á nosotros, son
y siempre lo fueron, no lo son cuanto á Dios ni jamás hombre alguno
lo fué, pasaron todos con las leyes hechas, con ciertos aditamentos,
con los cuales respondieron al Rey que los habia mandado juntar, desta
manera:

«Muy alto y muy poderoso Príncipe, Rey é señor: Vuestra Alteza nos
mandó, que porque algunos religiosos[3] y personas de conciencia, que
tenian alguna noticia de las cosas de las Indias, habian informado
á Vuestra Majestad, que en las ordenanzas que mandó hacer para el
buen tractamiento y conversion y doctrina de los indios de la isla
Española, y de las otras islas Indias y tierra firme del mar Océano,
habia algunas cosas que para el saneamiento de la conciencia de Vuestra
Alteza convenia enmendarse, y porque nosotros, los que de yuso firmamos
nuestros nombres, vistas las ordenanzas, y oidas otras personas[4]
que de las Indias tenian mucha noticia y experiencia, y despues de muy
bien visto y platicado, y haber estudiado sobre ello, lo que en Dios
y en nuestras conciencias nos parece que se debe añadir y enmendar en
las dichas ordenanzas, son las cosas siguientes: Primeramente, que las
mujeres indias, casadas, no sean obligadas de ir ni venir á servir con
sus maridos á las minas ni á otra parte ninguna, sino fuere por su
voluntad dellas, ó si sus maridos las quisiesen llevar consigo, pero
que las tales mujeres, sean compelidas á trabajar en sus haciendas
propias, ó en las de los españoles, dándoles sus jornales que con ellas
y con sus maridos se convinieren, salvo si las tales mujeres estuvieren
preñadas, porque con estas tales, Vuestra Majestad debe mandar que
se guarde lo contenido en la ordenanza que sobre ésto está hecha.
Que Vuestra Majestad debe mandar, que los niños y niñas, menores de
catorce años, no sean obligados á servicio en cosas de trabajo hasta
que hayan la dicha edad de catorce años, pero que sean compelidos á
hacer y servir en las cosas que los niños pueden bien comportar, como
en desherbar las heredades y cosas semejantes en las haciendas de sus
padres, los que los tuvieren; y los mayores de catorce años, estén
debajo del poder de sus padres, hasta que tengan legítima edad ó sean
casados, y los que no tuvieren padres ni madres, lo hagan debajo de
las personas á quien Vuestra Alteza los mandare encargar, conforme al
parecer de los Jueces, así en la edad, como en el trabajo que han de
hacer, con tanto que por ésto no sean impedidos á ser doctrinados y
enseñados en las cosas de la fe, á las horas que lo han de aprender,
dándoles de comer y pagándoles sus jornales que fueren tasados por
los dichos Jueces, y si alguno dellos quisiere aprender oficio, pueda
libremente hacerlo, y estos no sean compelidos á otra cosa, estando en
el oficio. Asimismo debe Vuestra Alteza mandar que las indias que no
fueren casadas, las que están so el poderío de sus padres ó madres,
que trabajen con ellos en sus haciendas ó en las ajenas, conveniéndose
con sus padres, y las que no estuvieren debajo del poder de sus padres
ó madres, porque no anden vagabundas, ni sean malas mujeres, y que
sean apartadas de vicios, que sean doctrinadas y constreñidas á estar
juntas con las otras, y á trabajar en sus haciendas, si las tuvieren,
y si no las tuvieren, en las haciendas de los indios y de los otros,
pagándoles sus jornales, como á las otras personas que trabajan por
ellos. Que asimismo Vuestra Alteza debe mandar que los dichos indios
sean obligados á servir nueve meses del año, como por Vuestra Alteza
en las dichas ordenanzas cuasi lo tiene declarado y mandado, y que los
tres meses contenidos en la dicha ordenanza, que á los dichos indios se
les dá de huelga, porque no tornen á sus vicios y á su manera de vida
ya costumbrada, sean compelidos á trabajar en sus haciendas mismas, ó
por jornales en las de los otros vecinos, y que esta manera de servir
sea por el tiempo que á Vuestra Alteza paresciere, y porque los dichos
indios podrian, con el tiempo y con la conversacion de los cristianos,
hacerse tan políticos, y tan entendidos, y capaces, y tan aparejados
á ser cristianos, para que por sí sepan regirse, y vivan, y sirvan
como acá lo hacen los otros cristianos, Vuestra Alteza ha de mandar
que anden vestidos, y como se fuere cognosciendo la habilidad para
ser cristianos, y éste capítulo se entiende de los hombres; y sobre
todo, Vuestra Alteza debe mandar que las mujeres se vistan dentro de
cierto término, so alguna pena. Este servicio que á Vuestra Majestad
es debido por los dichos indios de la manera susodicha, Vuestra Alteza
puede hacer merced dello, á quien fuere servido, por vida ó por el
tiempo que Vuestra Majestad fuere servido de hacer dello merced. Y con
estos aditamentos, suso contenidos, decimos que en Dios y en nuestras
conciencias, Vuestra Alteza tiene muy justas y moderadamente ordenadas
las cosas de las dichas Indias, así para el buen tractamiento y
conversion y doctrina de los dichos indios, como para la gobernacion
de aquellas partes, y que debe Vuestra Alteza mandar que, en todo y
por todo, se guarden las dichas ordenanzas que Vuestra Majestad tiene
mandadas hacer con estos dichos aditamentos, y que haciéndose así,
su real conciencia será enteramente descargada. Y así, firmamos aquí
nuestros nombres.--_Episcopus Palentinus_, Conde.--_Frater Tomás de
Matienzo._--_Fray Alonso de Bustillo._--_Licenciado Santiago._--_El
doctor Palacios Rubios._--_El licenciado Gregorio._»



CAPÍTULO XVIII.


Placer es de ver cómo el Rey católico quedó libre de los pecados que
en la perdicion destas gentes se cometieron, porque, ciertamente, hizo
lo que en sí era, poniendo en manos y determinacion de tantos y tales
letrados, teólogos y juristas, que hiciesen las leyes, y despues, por
los escrúpulos que le puso el varon santo, fray Pedro de Córdoba, tornó
á mandar que se juntasen, y que en esta junta interviniese su confesor,
para que las corrigiesen y enmendasen si viesen ser necesario. Los
Reyes, como no sean letrados, ni á ser letrados sean obligados, no
tienen más que hacer para gobernar los reinos con buenas conciencias,
sino elegir para sus Consejos personas notables, no por afeccion y
amor, sino por méritos, y elegidas, seguir en las cosas árduas, y donde
hay peligro en el errar, su consejo, no descuidándose de visitar el
Consejo á sus tiempos, para saber si los elegidos en el estado que
dellos al principio se estimó perseveran. Cuánto, pues, es de gozarse
el hombre con la diligencia que el Rey puso para justificarse, y quedar
de este negocio, tan árduo y peligroso, sin culpa, tanto es de lamentar
la ceguedad é ignorancia que en los consultores hobo; si en todos,
los unos y los otros, ó en algunos dellos, hobo culpa chica ó grave,
pues eran letrados, ó fueron excusados por las falsedades perniciosas
y horribles de que los tiranos contra los indios les informaron, Dios
lo sabe. Porque, segun por todo el discurso que desta materia, en
los capítulos pasados, se ha dicho, parece todo lo que los letrados
hicieron, determinaron, y al Rey respondieron, fué fundado en el
crédito que aquellos que, contra los indios les informaron, dieron;
y dar crédito á quien tanto interese pretendia en la servidumbre, y
trabajos, y sudores, y opresion destas gentes, sin oillas ni oir,
como se debieron oir, ó al ménos, no dar igual crédito á los dos y
tales religiosos de Sancto Domingo que las defendian, no sé yo cómo
los tales consultores, aunque fuesen buenos y con buena intincion
tractasen dello, de culpa quedasen libres. Haberles dado en todo
crédito á los susodichos, y negado á los religiosos, á quien darlo con
justa razon debieran, bien ha parecido en las leyes todas, pasadas, y
agora no ménos en estos aditamentos. Y es cosa ésta maravillosa, que
habiendo vivido estas gentes tantos millares de años en sus pueblos,
y policía ordenada, y pacífica, y con tanta copia y abundancia de las
cosas necesarias, como las hallamos y vimos con nuestros ojos, y es á
todos áun hoy notorio, cuanto más entónces, cuando desto el año de 11
se tractaba, que así se creyese ó se cegasen en creer, contra ellas,
estos dos tan torcidos de razon y absurdos defectos, conviene á saber,
que no se sabian regir, por lo cual pusiesen en el cuarto aditamento,
que, porque con el tiempo y con la conversacion de los cristianos se
podrian hacer capaces y políticos para vivir por sí, é por sí regirse,
se les diese, á los que tales se cognosciesen, facultad para por sí
vivir. Esto es cierto, y puede constar por muchas de las cosas que
arriba se han probado, que si hasta hoy, y de hoy hasta el dia del
juicio, las gentes destas islas vivieran, nunca se les diera facultad
ni libertad para poder vivir por sí, porque á la ambicion y cudicia de
los españoles no convenia, por no dejallos de su poder. Y esta cláusula
deste aditamento nunca se pusiera si el padre fray Pedro de Córdoba,
detestando el repartimiento de los indios á los españoles, no lo
dijera; y en ponella, como la pusieron, más infamaron estos consultores
á los indios, que los españoles, sus enemigos, porque lo puso el Rey
luégo por ley. El otro defecto segundo, que al primero se endereza,
de que los infamaron, fué la ociosidad, como si se dejaran morir de
hambre, y, como arriba se há ya dicho, nosotros viniéramos de España á
dalles de comer. Que tanta diligencia pongan los consultores, imbuidos
de los pecadores, sobre que los indios no estén ociosos, que los tres
meses que se les daban de huelga, fuesen compelidos á trabajar en
sus haciendas, ó por jornal á las de los otros vecinos, por manera
que, al fin, trabajando, habian de morir, y de morir en nueve meses
sirviendo á los españoles, y morir en los tres trabajando en las suyas
por fuerza, ó por jornal en las ajenas, ¿qué utilidad se les seguia
de toda su vida, ó cuándo habian de vivir? Admirable cosa fué ésta.
Soltáranlos y dejáranlos estar en sus tierras y en sus pueblos en su
libertad, y regirse como se regian, y la fe diéraseles como Cristo dejó
establecido que á los infieles se diese, y ellos tuvieran la comida en
tanta copia y abundancia que á nosotros hartaran la hambre, como la
hartaron veces infinitas, segun arriba queda dicho, y recibieran la fe
y religion cristiana mucho ántes que la hobieran aborrecido. Y la razon
que los consultores dieron en este artículo fué, porque, diz que, no
tornasen á sus vicios; yo torno á repetir que pluguiera á Dios, dejando
la infidelidad á parte, la cual en estos no era culpa, sino pena
deribada de los primeros padres, no tuvieran los españoles, á quien
les daban por predicadores, y ejemplos de cristiandad, más horribles
y detestables en fealdad, y en número mayor multitud de vicios.
Tambien será bien no pasar callando una tan señalada y manifiesta
injusticia. ¿Qué Rey ni qué república, por bárbara é inculta é injusta
que fuese, hobo en el mundo que de doce meses del año constriñese á
los súbditos libres á que sirviesen con servicios personales, con sus
propios cuerpos y sudores, en trabajos insoportables, los nueve? ¿Qué
mayor servidumbre? ¿Qué mayor y más duro, qué más injusto y tiránico
captiverio? Fuera bien que los consultores, por buenos y religiosos que
fuesen, consideraran ésto. Vamos á la postrera limitacion ó aditamento
de las leyes, que toda fué fundada en la injusticia y tiranía, y para
confirmacion y perpetuidad del detestable repartimiento; item, para que
los privados del Rey tuviesen parte y arte cruel, que es lo que mucho
desde arriba se viene oliendo; y ésto es lo que dijeron: que aquel
servicio que los indios daban, de nueve meses, al Rey, que su Alteza
podia hacer merced, y dallo á quien quisiese, por vida ó por tiempo, y
en ésto fueron estos postreros consultores engañatísimos, porque no
sintieron la madriguera donde se acogia la liebre. De los cuales, yo
fuí siempre seguro, que no añadieron ésto último pretendiendo interese,
sino que los que lo pretendian, informados y persuadidos, quizá con
buen fin, aunque no lo creo, se lo persuadieron. Desta postrera junta y
de los cuatro aditamentos que en ella se hicieron, fué causa el dicho
sancto varon y padre fray Pedro; de la última ni por pensamiento, la
causa fueron los que, como dije, para que la pusiesen trujeron sus
rodeos. Luégo el Rey, presentándole los cinco susodichos aditamentos,
que estos postreros consultores le ofrecieron, mandó autorizallos
y promulgallos por leyes, escepto el quinto pues los letrados lo
instituyeron, sino fué porque á los privados que despues tuvieron
indios de repartimiento, quizá, se temió que sería imputado por cosa
rodeada y no muy honesta. Llamáronse estas cuatro leyes, declaracion y
moderacion de las ordenanzas hechas, y promulgáronse en Valladolid, á
28 de Julio de 1513 años, y fueron en molde impresas.



CAPÍTULO XIX.


Declaradas y promulgadas estas postreras cuatro leyes, y por mejor
decir, entendido el quinto aditamento que decia, que el servicio de los
nueve meses que los indios eran obligados á servir al Rey, lo podia
conceder, haciendo merced, á quien quisiese, luégo procuraron los
privados de pedir al Rey les hiciese merced á cada uno de repartimiento
de indios, teniendo por cierto y determinado que con buena conciencia
los podian tener, pues los letrados desta postrera junta lo afirmaron,
y firmaron en Dios y en sus conciencias, guardando las leyes dichas con
sus cinco limitaciones ó aditamentos. Y de los primeros fué, el obispo
de Palencia, D. Juan de Fonseca, de quien se ha dicho, que, desde el
descubrimiento destas Indias, siempre fué principal y Presidente en
el gobierno dellas; este señor Obispo tuvo 800 indios, en cada una
destas cuatro islas, Española, la de Cuba, la de Sant Juan, y de la de
Jamáica, 200. El secretario Lope Conchillos, tuvo 1.100, segun tuvimos
entendido. Hernando de Vega, que fué notable persona en prudencia
y muy estimado del Rey, y fué del Consejo de las Indias, cuando el
Consejo de los otros Consejos se distinguió, tuvo 200. El camarero Juan
Cabrero, aragonés, muy antiguo de la cámara del Rey, otros 200. El
licenciado Moxica, que era del Consejo real, tuvo no sé cuantos, y creo
que no eran ménos de 200. Sospecha hobo que algunos otros del Consejo
real los tuvieron de secreto, puestos en cabeza de otras personas,
que enviaban con cargos y oficios á esta isla; nunca del licenciado
Santiago, ni del doctor Palacios Rubios, que fueron los que más destas
Indias tractaron por aquellos tiempos, cosa de interese, ni cosa que
no debiesen hacer, se sospechó. Estos fueron los que tuvieron indios
en estas islas, estando ellos en Castilla, y no los caballeros de
Castilla, como dice Oviedo en su historia. Desta buena limitacion y
quinto aditamento, que los postreros consultores, sin saber el daño que
con ello hacian, escribieron, tuvieron tambien ocasion los oficiales
del Rey, Tesorero, y Contador, y Factor, y Veedor, de pedir y tener
cada uno su repartimiento; lo mismo hicieron los Jueces de apelacion,
que por estos tiempos, entre el año de 11 y 12 se proveyeron y á esta
isla vinieron; el uno fué el licenciado Marcelo de Villalobos, el otro,
el licenciado Juan Ortiz de Matiencio y el licenciado Lúcas Vazquez
de Ayllon, el que arriba, en el libro II, dijimos haber sido, en
tiempo del Comendador Mayor, Alcalde mayor de la Vega y sus comarcas.
Estos fueron enviados por Jueces de apelacion, para que del Almirante
y de sus Alcaldes mayores y Tenientes, para ante ellos, como Jueces
inmediatos del Rey, se apelase por la relacion quel Rey tuvo que habia
en esta isla disensiones y bandos entre el Almirante y el tesorero
Pasamonte, y los otros oficiales del Rey, que maldito aquel provecho
para Dios ni para dellos jamás salió, y estos se tuvo por cierto, que
revolvieron al Almirante con el Rey, é le persiguieron hasta la muerte,
como se dirá. Así que fueron proveidos aquellos tres licenciados por
Jueces de apelacion, y éste fué su primer nombre, despues se les dió
auctoridad y oficios de Oidores y de Audiencia y Chancillería real,
como hoy la tienen los que sucedieron. Estos tambien pidieron y
tuvieron sus repartimientos, como personas de más preeminentes oficios,
y todos ellos y los Oficiales no dejaban de llevar sus salarios del
Rey, puesto que no eran tan crecidos como despues de que mataron los
indios los tuvieron, y así los tristes indios, con sus angustias,
trabajos y sudores, eran parte de los salarios, y la justicia que les
guardaron abajo será manifiesta. Viendo el padre fray Pedro de Córdoba,
varon sancto y prudentísimo, las leyes hechas, y despues las adiciones
que habian poco limitado y moderado, cognosciendo quedar los indios sin
algun remedio, y viendo ántes con su prudencia, que los indios habian
en breve de perecer, como perecieron, y que esta muerte y destruccion
destas gentes, no se causaba sino por tenerlos en servidumbre los
españoles, y en lo que tocaba á su conversion ninguno la impidia sino
ellos, lo uno por sus tiranías, y lo otro por sus perniciosos ejemplos,
acordó de suplicar al Rey que le diese licencia, y ayuda, y favor, para
que él con los frailes de su Orden, que consigo le pareciese llevar,
pasasen á la tierra firme más cercana desta isla, que es la de Cumaná,
donde despues fué la priesa de sacar perlas, para predicar á aquellas
gentes, sin estorbo de los españoles, creyendo que nunca hombre dellos
asomara jamás por allí. El Rey católico, lo uno por la obra ser tal
y tan apostólica, y lo otro, la gran estima y devocion que dél habia
cobrado, fué dello muy contento y servido, y mandó que le diesen los
despachos á su voluntad, muy cumplidos, y así fué, que todo lo que
pidió para que en esta isla se le diese de navíos y bastimentos, y
otras cosas que llevar convenia, como herramientas, y aparejos para
edificar una casa, le fué concedido y cumplido, como abajo, placiendo
á Dios, será dicho. Habria en esta isla, á la sazon cuando andaba la
solicitud y barahunda de hacer las leyes en Castilla, obra de 20.000
indios, con hombres y mujeres, grandes y chicos, y creo, cierto, que
áun no los habia. Estos habian quedado de tres y cuatro cuentos,
que, en sus pueblos, pacíficos con sus señores y Reyes, y en toda
abundancia, sobrándoles todas las cosas necesarias, sino era lumbre
de fe, digo verdad porque yo los vide, vivian. Alcanzados del Rey los
repartimientos por los susodichos privados y residentes en la corte,
luégo entraron sus criados y mayordomos acá, no los más negligentes que
en sus casas tenian. Estos, ó porque conocieron en sus amos hervir la
cudicia de rescibir oro y todo provecho de los indios, ó por su propia
crueldad y malicia, dábanles en los trabajos, y en especial en los de
las minas, sin guardar ley ni ordenanza, ni razon, ni justicia, que
en cada demora, que duraba, como se dijo, cinco meses, que de hambre,
y trabajo, y angustia y afliccion, la mitad ó el tercio de los indios
de su repartimiento, perecia. Aquellos muertos, presentaba luégo la
Cédula del Rey al que gobernaba, ó á los Jueces de apelacion, diciendo
que á su amo, por aquella Cédula, mandaba el Rey dar en repartimientos
200 ó 300 indios, y que no tenia sino tantos, por lo cual pedia que se
la hinchiesen, y porque no habia en esta isla quien de barro hiciese
indios, con tanta priesa como á matar se daban, ó los quitaban á los
que favor no tenian y dejábanlos sin repartimiento, para cumplir la
Cédula, ó echaban en la baraja todos los indios de la isla, y hacian
general repartimiento, y dejaban los de poco favor sin indios, y
cumplíase con los privados del Rey que estaban en Castilla. Un cruel
tirano, criado y mayordomo de uno de los de la corte arriba referidos,
habiendo muerto en una demora de los cinco meses, 70 ó setenta y tantos
indios, reprendiéndole aquella su crueldad un religioso de Sancto
Domingo, respondió sin temor ni vergüenza: «Andad, padre, que si yo
matare todos los indios en un dia, amo tengo yo á quien el Rey le dará
otros tantos para otro dia.» La razon de la desvergüenza deste fué,
porque no habia ley, ni habia pena ni estorbo, ni justicia que tocase
á estos verdugos que tenian acá los de Castilla, como quiera que les
enviasen oro y fuesen bien servidos, aunque matasen todos los indios en
un dia, ántes todos los que acá estaban, Jueces y Oficiales, para ello
los ayudaban y favorecian cuanto en el mundo podian. Pues los Jueces y
Oficiales desta isla, en quien no hervia ménos el ánsia de amontonar
oro, no habiendo superior alguno que á la mano les fuese, ¿qué tal
era la moderacion y justicia que con los indios de sus repartimientos
usaban, y qué estragos en ellos hacian?; los cuales tambien usaban
de la presentacion y hinchimiento de sus Cédulas, cada demora que el
número de los indios que mataban se les disminuia. Los particulares
vecinos, viendo la tiranía de los unos y de los otros, y temiendo
que, como aquellos se daban priesa á matar, para suplir sus Cédulas
se los habian á ellos de quitar un dia que otro, tambien á trabajar y
matar sus indios no se daban poca priesa; yo fuí avisado, en tiempo
que yo tuve cargo de mirar y estorbar los agravios de los desdichados
indios, que habia escripto un vecino á un estanciero, ó minero suyo,
que se diese priesa á trabajar los indios y que no perdonase mujeres
preñadas y paridas, porque cada hora, que se los habian de quitar,
temia. Algunos Visitadores, conforme á lo que las dichas leyes
disponian, pusieron, pero, de más carga y pesadumbre para los indios
y de disimular las tiranías y de robar su parte, sirvieron. Todo lo
que está dicho de los Jueces y Oficiales, y de los de Castilla que acá
tenian indios, y de los particulares, y de todas sus tiranías, y muerte
y perecimiento de los indios en las minas y en los otros trabajos desta
isla, se hacia con la misma impiedad y crueldad, y sin misericordia
alguna en las otras tres islas, la de Sant Juan, la de Cuba, como della
presto diremos, y en la de Jamáica. Veis aquí el fruto que salió de las
dichas leyes, y de sus cinco aditamentos que hicieron los postreros
ó engañados consultores, y que juraron en Dios y en sus conciencias,
que con aquellas limitaciones y declaraciones, el Rey tenia muy justas
y moderadamente ordenadas las cosas de las Indias. Y lo bueno fué, y
que adorna y hermosea todo lo arriba dicho, que los del Consejo dieron
forma de cómo habia de rezar la Cédula de los repartimientos que á cada
uno se daban, y decia así el Gobernador, ó que tenia cargo de repartir
los indios, que despues llamaron, como se dirá, Repartidor: «Yo,
fulano, en nombre del Rey é de la Reina, nuestros señores, por virtud
de los poderes que de Sus Altezas tengo, encomiendo á vos, fulano, tal
Cacique y tantas personas en él, para que os sirvais dellos en vuestras
haciendas, minas y granjerías, segun y como Sus Altezas lo mandan,
conforme á sus ordenanzas, guardándolas, y no de otra manera, porque de
otra manera Sus Altezas no vos los encomiendan, ni yo en su nombre; y
si no lo hiciéredes os serán quitados, y lo que os hobiéredes servido
dellos, será á cargo de vuestra conciencia y no de la de Sus Altezas,
ni de la mia, etc.» Esta era la sustancia y forma de la Cédula, por lo
cual creian que ya quedaba todo llano y santo, y fuera bien preguntar
á alguna de las justicias, si quitaron á uno ó alguno los indios por
los malos tractamientos. Pero mejor preguntados deben ya de estar,
porque todos son muertos. Las Cédulas antiguas decian, que se los
encomendaba para que se sirviesen dellos en sus granjerías y minas,
y que los enseñasen en las cosas de nuestra sancta fe católica, pero
estotras, ordenadas por el Consejo, añidian, «y sea á cargo de vuestra
conciencia y no de la de Sus Altezas ni de la mia, ó con ésto descargo
la conciencia de Sus Altezas, y la mia en su nombre»; y con estas
palabras creian los insensibles que quedaban las tiranías y muerte de
los indios justificadas y sanctificadas, y su conciencia y la del Rey
salvas y excusadas. Y llamo aquí la conciencia del Rey, la de los de
su Consejo, porque la de la misma persona real, yo no dudo sino que no
tuvo culpa alguna, porque hizo todo lo que en sí era, como arriba queda
declarado, y así fué, de todos estos errores y daños, excusado.



CAPÍTULO XX.

 En el cual se contiene una grande ingrata inhumanidad que los
 españoles, que iban á saltear hombres en las islas de los Lucayos, á
 ciertas gentes de la tierra Florida, hicieron.--Y parece ser éstos
 los primeros que aquella tierra descubrieron.--Y como Juan Ponce de
 Leon fué á descubrir por lo más alto, y descubrió el cabo Grande de la
 Florida, al cual le puso aquel nombre.--Y como fué á Castilla y vino
 por Adelantado della y Gobernador, y al cabo murió miserablemente.


Dejemos agora por un rato perecer cada dia y cada hora los indios
desta isla, y de la de Sant Juan, y la de Jamáica (porque en la de
Cuba no habia áun entrado en este año de 11 la pestilencia de que
hablamos), con las leyes y aditamentos tan saludables, de que dijeron
los postreros consultores, juristas y teólogos, que con ellas quedaban
justas y moderadamente ordenadas las cosas destas Indias, afirmándolo
en Dios y en sus conciencias, y prosigamos en nuestra historia, lo
que por estos años sucedió en esta isla y en estas tierras. Por este
tiempo, aunque ya se andaba por el rebusco de las gentes yucayas,
de que mucho habemos arriba, en el libro II, hablado, cómo nuestros
españoles las vendimiaron, todavía, como vieron los vecinos desta isla
que los indios della se les acababan (pero no por eso de matar cesaban
los que se hallaban), con algunos dineros, que con la sangre de los
ya muertos habian allegado, se juntaban en compañía y armaban uno ó
dos navíos ó más, para ir á rebuscar los inocentes que por las isletas
donde moraban, escondidos por los montes, se habian del furor pasado
escapado. Entre otros, se juntaron siete vecinos de las villas de la
Vega y Sanctiago, á lo que creo, y de otros lugares, y no faltaban
mercaderes que les ayudaban, los cuales armaron dos navíos, metiendo
en cada uno 50 ó 60 hombres, en aquellas romerías bien ejercitados,
con sus bastimentos de pan, caçabí é carne, y sus pipas de agua,
con todo lo demas necesario. Salieron de Puerto de Plata, de donde
luégo, otro dia, ó poco más, llegan á las islas de los Lucayos, á las
cuales llegados, y buscadas muchas dellas con diligencia suma, pero
no hallaron nada, porque ya, los que ántes dellos por aquellas islas
habian andado, los habian todos acabado con la priesa que arriba, en el
libro II, queda bien demostrado; y porque les pareció que si se volvian
vacíos sin presa, no sólo perdian los dineros que habian gastado, y el
peligro, y trabajo, pero áun afrenta se les recrecia tornarse á esta
isla sin sacar fruto alguno de su viaje, acordaron de se ir hácia el
Norte á descobrir tierra, cuanto los bastimentos les durasen, y, si
la hallasen, hacer en ella algun buen salto, aunque despues negaban
que hobiesen navegado por su voluntad, sino que los habia forzado
una gran tempestad, y arrebatado la fuerza della, que les duró dos
dias, y que el postrero vieron cierta tierra á la cual se allegaron.
Esta, cierto, fué la tierra y costa de mar, de la que agora llamamos
la Florida, que debia estar de las islas de los Lucayos, de donde
salieron, obra de 150 leguas, por mucho que con la tormenta anduviesen,
y así sería la bahía que agora se llama de _Sancti Spiritus_, y desta
isla Española estará 230 leguas, ó poco más; y si fueron sin tormenta,
y por su voluntad, en dos dias con sus noches no andarian arriba de
80 leguas, y, por consiguiente, llegarian al cabo de Sancta Elena, ó
poco más, que es harto más cerca de acá. Llegados los navíos á tierra,
la cual hallaron poblatísima, y como la gente vido los navíos, corren
infinitos á la ribera de la mar espantados de ver los navíos y gente
en ellos tan de otra manera de sí, que nunca visto habian, que no se
hartaban de mirar. Salieron en tierra en sus barcas los nuestros, á los
cuales como vieron salir, huyen todos de miedo, sin quedar persona que
osase esperar. Siguieron ciertos mancebos más ligeros, y alcanzaron
un hombre y una mujer, que no corrian tanto; lleváronlos á los navíos
y vistieron sendas camisas, y diéronles de comer y otras cosillas de
Castilla, que fué como carne de buitrera, que suele bien pagar el
escote quien á comerla viene. Soltáronlos, llevándolos á tierra;
perdido el miedo fuéronse muy seguros y contentos. Llegados éstos á
donde la gente estaba, viéndolos así ataviados, confiando que todo
era oro lo que relucia, y que debia ser buena y pacífica gente la que
daba de lo que tenia, tórnanse sin miedo á venir todos seguros á la
playa. El Rey dellos envia luégo 50 hombres á los cristianos, cargados
de comida. Fueron algunos de los españoles al pueblo, recibiólos el
Rey con gran reverencia y placer, dáles personas que los acompañen y
guien para que vean los otros pueblos; donde quiera que llegaban, las
gentes, con presentes de comida y de lo que tenian, como á hombres
venidos del cielo, los salian á rescibir. Despues de andado por la
tierra algunos dias, y visto lo que habia en ella, y el ojo vivo á
si hallaran señal de oro acordaron nuestros españoles de pagarles la
posada y benigno rescibimiento en la moneda que en los Lucayos y en
otras partes lo solian hacer. Un dia, con astucia y mañas que tuvieron,
convidaron á mucha gente, hombres y mujeres, á que á los navíos fuesen;
ellos, con su simplicidad, esperando que serian tractados y hospedados
con la fidelidad que lo habian hecho, por ir á ver los navíos fué
tanta la jente que ocurrió, que no cabian en las barcas ó bateles, y
hechos muchos barcajes y caminos, hinchiéronse de jentes, de mujeres
y hombres, los dos navíos, y lo mismo hicieran si fueran ciento. Los
navíos así llenos, alzan las anclas y sueltan las velas, y viénense
camino desta isla, quitando los hijos á los padres, y las mujeres á los
maridos, y por el contrario, los maridos á las mujeres, y los padres á
los hijos; y desta manera dejaron aquella tierra, que tan amigablemente
los habian rescibido, con tanta inhumana é ingrata obra escandalizada y
agraviada, y con justa razon contra ellos hecha enemiga. Volviendo con
su tan bien ganada presa los dos navíos, apartado el uno del otro, sin
verse nunca más, pareció para testigo de su justicia; creyeron que por
ser viejo se habia perdido, pero mejor creyeran que el divino juicio,
por dalles luégo por tan gran maldad el castigo, quiso hundillo, y
dejó el otro para que fuesen manifiestas las facinerosas obras que
los españoles, contra estas inocentes naciones, perpetraban cada
dia. Llegó aquel navío á este puerto y ciudad de Sancto Domingo con
su presa, y sabido por los Jueces de apelacion, mostraron haber enojo
dello y reprendieron los tiranos raptores, pero no los hicieron cuartos
como merecian, porque su costumbre fué, ántes á los tales favorecer,
como parecerá, si Dios quisiere, que hacer justicia dellos; allende que
el uno dellos habia puesto en la compañía de los dos navíos, para ir
á robar yucayos, su parte, y ésto bastaba para que todo aquello y más
se disimulase, y verse há tambien la justicia que Dios hizo dél, quizá
por sólo ésto, porque fué á morir á la misma tierra, ó á la cercana
della, harto infelicemente; tractaron de los tornar á enviar á su
tierra en el navío que los habian traido, pero no les faltó achaques ó
inconvenientes que fingian para hacello, y bastaba, como dije, haber
tenido el uno de los Jueces, en el armazon y granjería de los navíos,
parte. Y es la verdad, que ya que vieron y cognoscieron la nefanda obra
é injusticia con que los habian traido, que los pusieran en libertad y
los ayudaran con casas y mantenimientos, y las otras cosas necesarias
con que viviesen, y pareciese que les hacian alguna enmienda, pero
no fueron dignos que acertasen alguna vez en hacer justicia y lo que
debian, sino siempre al revés, y en todo errasen; lo que hicieron,
para recompensa y consuelo de los que así habian sido agraviados, fué
repartillos á quien quisieron, y quizá todos se quedaron en sus casas,
mayormente del uno que puso la parte, como otras veces hicieron, para
que sirviesen en las minas y haciendas, donde de angustia y tristeza,
y trabajos no acostumbrados, en breve todos perecieron. Esta gente
era más blanca que los demas; las mujeres venian vestidas de cueros
de leones bien adobados, y los hombres, de otros animales. Deste
salto hace mencion Pedro Mártir, en la Década 7.ª capítulo 2.º, donde
da cuenta de muchas cosas que oyó referir por dichos de los indios
que de allí trujeron; así de las costumbres y ritos de las gentes de
allí, como de la calidad de la tierra y cosas que en ella habia, en
especial perlas. Al olor, por ventura, desta nueva, en este tiempo, al
principio del año de 511, debió moverse Juan Ponce de Leon, algunas
veces nombrado, y el que arriba en el libro II dijimos que habia
sido el primero que habia ido á inquietar y tiranizar los vecinos
naturales de la isla de Sant Juan, porque como el almirante D. Diego
Colon le hobiese quitado la gobernacion de aquella isla y puesto otro
Gobernador, y se hallase rico de los sudores, sangre y angustias de
tantos hombres y gentes que habia tenido en servidumbre, así en esta
isla, en la provincia de Higuey, como en la dicha isla de Sant Juan,
fué necesario que para que mostrase Dios la justicia y razon con que lo
habia todo hecho y ayudado á hacer, emprendiese negocio y empresa donde
malgastase lo robado y en muchos dias amontonado, y al cabo, con mala
muerte, feneciese. Este armó dos navíos bien proveidos y aparejados
de gente, que por la mayor parte, para descubrir, son marineros, y
bastimentos de las otras cosas necesarias, y viniendo hácia el Norte
desta isla Española, pasando las islas de los Lucayos, quiso tomar más
arriba á mano izquierda del viaje que los dichos dos navíos habian
llevado, y á pocos dias vido tierra, y ésta fué un cabo muy grande
que sale á la mar del Norte, hácia el Sur, más de noventa leguas de
toda la otra tierra, el cual hace el estrecho que llamamos agora la
canal de Bahama, entre él y la isla de Cuba; luégo, como la vido,
llegóse á reconoscella y púsole por nombre la tierra Florida, porque
debiera parecerle fresca y florida como esté en 25° de la equinocial,
como lo están las islas dichas de los Lucayos, que son fresquísimas
y felicísimas. Esta misma tierra llamó el mismo Juan Ponce Bimine,
no supe de dónde ó por qué causa tal nombre le puso, ó de dónde le
vino, ó si la llamaron así los indios, porque no creo que saltó en
tierra ni tuvo deste viaje habla con indios. Descubierta esta tierra,
tornóse á la isla de Sant Juan, donde tenia sus haciendas, y de allí
fué á Castilla y pidió al Rey merced, por el descubrimiento de nueva
tierra que habia hecho, le hiciese Adelantado de Bimine y le diese la
gobernacion della, porque él á su costa la queria poblar, con otras
más preeminencias y provechos que debiera de pedir, como hombre acá
experimentado, que yo no supe; lo cual, todo le concedió el Rey. Tornó
de Castilla muy favorecido con título de Adelantado y Gobernador de
Bimine, que él llamó por otro nombre la Florida, y que agora llamamos
tambien Florida, aunque deste nombre decimos toda la tierra y costa de
la mar que comienza desde aquel cabo grande que él descubrió, hasta
la tierra de los Bacallaos, y por otro nombre la tierra del Labrador,
que no está muy léjos de la isla de Inglaterra. Llegado á la isla de
Sant Juan, tomó de allí de sus haciendas todo lo que habia menester y
vínose á esta isla y puerto de Sancto Domingo, donde se rehizo de gente
y navíos. Partióse deste puerto en el año de 512, y váse á su Bimine, y
queriendo entrar en la tierra como habia entrado en estas islas, y las
nuevas del salto que hicieron más abajo, en la misma tierra, los que
habemos dicho, que debieran todas aquellas regiones de haber cundido
y alborotado, los de Bimine defendieron su patria cuanto pudieron,
y, peleando con sus pocas armas y flacas fuerzas, entre los primeros
hirieron con una flecha al Juan Ponce, Adelantado y Gobernador. Parece
que aunque no tienen hierba ponzoñosa por aquella tierra, fué la herida
en tal lugar, que juzgó de sí mismo tener peligro, por lo cual mandó
que todos se recogiesen á los navíos, y dejasen la tierra y lo llevasen
á la Isla de Cuba, que era la tierra más propincua de donde estaban.
En llegando á ella, y creo, si no me he olvidado, al puerto que hoy se
llama del Príncipe, que es en la dicha isla, pasó desta vida puesto en
tanto trabajo; y por esta manera perdió el cuerpo, gastó gran suma de
pesos de oro, que, como dije, habia allegado con muchas muertes y vidas
dolorosas y amargas de indios, y padeció trabajos muy grandes yendo y
viniendo á Castilla, y á descubrir, y á querer poblar, y el ánima no
sabemos cómo le ha ido. Y así feneció el adelantamiento de Bimine con
todo lo demas.



CAPÍTULO XXI.


En este año de 1511 determinó el almirante D. Diego Colon, que estas
islas y tierras gobernaba, de enviar á poblar la isla de Cuba, porque
hasta entónces no se sabia más de que era isla, y buena tierra y
abundante de comida, y estaba llena de gente, y como Diego Velazquez,
de quien en el libro II, cap. 10, hicimos mencion, el Comendador Mayor
le habia hecho su Capitan, en las crueldades que se hicieron en las
provincias de Xaraguá, y las por allí comarcanas, y despues su Teniente
de cinco villas de españoles que por ellas se poblaron; este Diego
Velazquez, digo, como fuese el más rico y muy estimado entre los que
acá de los antiguos desta isla, cuando el almirante D. Diego vino á
gobernar, estaban, y habia tenido tan señalados cargos, y habia sido
criado del adelantado D. Bartolomé Colon, tio del mismo Almirante,
hermano de su padre, como arriba, en el libro I y II, queda muchas
veces tractado, puso los ojos en él, y acordó enviallo á que poblase
la dicha isla de Cuba, porque, en la verdad, ninguno otro en esta isla
se hallara, ya que se habia de enviar á poblar segun el modo, y leyes,
y camino, que en poblar, ó por, con muy mayor verdad decir, despoblar,
y destruir estas tierras de que se usaba y acostumbraba, que tuviese
tales ni tantas partes. Una era ser más rico que ninguno otro, otra
era que tenia mucha experiencia en derramar ó ayudar á derramar sangre
destas gentes malaventuradas, otra era, que de todos los españoles que
debajo de su regimiento vivian era muy amado, porque tenia condicion
alegre y humana, y toda su conversacion era de placeres y gasajos,
como entre mancebos no muy disciplinados, puesto que á sus tiempos
sabia guardar su auctoridad y queria que se la guardasen, otra era que
tenia todas sus haciendas en Xaraguá, y en aquellas comarcas, junto á
los puertos de la mar los más propincuos á la isla de Cuba, que habia
de ser poblada. Era muy gentil hombre de cuerpo y de rostro, y así
amable por ello, algo iba engordando, pero todavía perdia poco de su
gentileza; era prudente, aunque tenido por grueso de entendimiento,
pero engañólos con él. Sabido por esta isla que Diego Velazquez iba
por poblador de Cuba, hobo mucha gente que se moviese á ir con él, lo
uno por las razones declaradas, pero mucho más, cierto, porque cuantos
en esta isla habia, por permision y castigo de Dios por haber muerto
los indios, estaban y vivian necesitados, que con cuanto oro habian
sacado nunca medraron ni quiso Dios que medrasen, y así estaban todos
adeudados y trampeados, y muchos que no salian de las cárceles, ó de
hecho ó con temor que allí habian de ir á parar, y por esta causa no
dudo yo sino que, como tuviesen esta isla por cárcel, por salir della
con el turco se fueran, yendo á poblar tierras de nuevo, y de que les
habia de repartir los indios teniendo esperanza. Y generalmente fué
aquesta la manera de ir adelante de unas islas en otras, y de unas de
la gran tierra firme en otras, que nunca salian ni dejaban unas sin
que primero no las hobiesen destruido y muertos los indios dellas, y
despues que allí no enriquecian, porque Dios no consentia que, como
dije, con cuanto robaban y mataban, medrasen, iban á robar y matar las
gentes de adelante. Así fué, que desta isla salieron á la de Sant Juan,
y á la de Jamáica, el año de 9, y tambien á tierra firme con Nicuesa
y Hojeda, y agora, el año de 11, desta salieron para la de Cuba, y de
allí á la Nueva España y á otras partes, como, placiendo á Dios, se
verá. Finalmente, se allegaron, segun creo, hasta 300 hombres para ir
con Diego Velazquez en tres ó en cuatro navíos, y recogiéronse todos
en la villa y puerto que se llamaba Salvatierra de la Çavana, que es
al cabo desta isla, como en el libro II queda declarado. Pero ántes
que pasemos, en la partida y viaje de Diego Velazquez, y los que con
él fueron, adelante, será bien referir lo que en la misma isla de Cuba
pasaba. Para ésto es de saber, que por las persecuciones y tormentos
que las gentes de esta isla de los españoles padecian, los que podian
huir, ya está dicho arriba en el libro II, que huian á los montes,
y si se pudieran meter en las entrañas de la tierra se metieran, y
porque los de las provincias de Guahába estaban más propincuas á la
isla de Cuba, porque no hay sino 18 leguas de mar en medio de punta á
punta, muchos indios se metian en canoas, que son sus barquillas de
un madero, como en el libro I se vido, y se pasaban huyendo á la isla
de Cuba, entre los cuales se pasó un señor y Cacique de la provincia
de Guahába, con la gente que pudo, llamado en su lengua Hatuéy, la é
letra luenga, hombre prudente y bien esforzado, y en la tierra que
está más propincua á la punta ó cabo desta isla, que se llamaba en su
lengua Maycí, la última sílaba luenga, ó por la provincia por allí
comarcana, hizo su asiento, por grado, ó por fuerza quizá de los que
por allí vivian, y más parece que por grado, porque toda la más de la
gente de que estaba poblada aquella isla, era pasada y natural desta
isla Española, puesto que la más antigua y natural de aquella isla era
como la de los Lucayos, de quien hablamos en el libro I y II ser como
los Séres, que parecia no haber pecado nuestro padre Adan en ellos;
gente simplicísima, bonísima, careciente de todos vicios, y beatísima,
si solamente verdadero cognoscimiento de Dios tuviera. Esta era la
natural y nativa de aquella isla, y llamábanse en su lengua cibonéyes,
la penúltima sílaba luenga, y los desta, por grado ó por fuerza, se
apoderaron de aquella isla y gente della, y los tenian como sirvientes
suyos, no como esclavos, porque nunca en todas estas Indias se halló
que hiciesen diferencia, ó muy poca, de los libres y áun de los hijos á
los esclavos, cuanto al tractamiento, cuasi por la mayor parte, si no
fué en la Nueva España y en las otras provincias donde acostumbraban
sacrificar hombres á sus dioses, que sacrificaban comunmente los que
en las guerras captivaban por esclavos, pero desto estaban libres los
destas islas. Así que, aquel señor Hatuey, cognosciendo la costumbre de
los españoles, de cuya cruel servidumbre habia huido, y desterrádose
de su propia patria y señorío para otra, tenia siempre, parece que,
sus espías, que sabian y le traian las nuevas del estado desta isla,
porque debia de temer que algun dia habian de pasarse los españoles á
aquella de Cuba. Y, finalmente, parece que supo la determinacion de los
españoles, que estaban para pasarse á ella. Tenida esta nueva, un dia
juntó su gente toda, y debia ser los hombres de guerra, y comiénzales á
hacer un sermon, reduciéndoles á la memoria las persecuciones que los
españoles habian hecho á la gente desta isla Española, diciéndoles:
«Ya sabeis cuáles los cristianos nos han parado, tomándonos nuestras
tierras, quitando nuestros señoríos, captivando nuestras personas,
tomando nuestras mujeres y hijos, matando nuestros padres, hermanos,
parientes y vecinos; tal Rey, tal señor de tal provincia y de tal
pueblo, mataron; todas las gentes súbditas y vasallos que tenian, las
destruyeron y acabaron; y si nosotros no nos hobiéramos huido, saliendo
de nuestra tierra y venido á ésta, tambien fuéramos muertos por ellos
y acabados, ¿vosotros sabeis por qué todas estas persecuciones nos
causan, ó para qué fin lo hacen?» Respondieron todos: «Hácenlo porque
son crueles y malos.» Respondió el señor: «Yo os diré por qué lo hacen,
y ésto es, porque tienen un Señor grande á quien mucho quieren y aman,
y ésto yo os lo mostraré.» Tenia luégo allí encubierta una cestilla
hecha de palma, que en su lengua llamaban haba, llena, ó parte della,
con oro, y dice: «Veis aquí su Señor, á quien sirven y quieren mucho,
y por lo que andan; por haber este Señor nos angustian, por éste nos
persiguen, por éste nos han muerto nuestros padres y hermanos, y toda
nuestra gente, y nuestros vecinos, y de todos nuestros bienes nos han
privado, y por éste nos buscan y maltratan, y porque, como habeis oido
ya, quieren pasar acá, y no pretenden otra cosa sino buscar este Señor,
y por buscallo y sacallo han de trabajar de nos perseguir y fatigar,
como lo han hecho en nuestra tierra de ántes, por eso, hagámosle
aquí fiesta y bailes, porque cuando vengan les diga ó les mande que
no nos hagan mal.» Concedieron todos que era bien que le bailasen
y festejasen; entónces comenzaron á bailar y á cantar, hasta que
todos quedaron cansados, porque así era su costumbre, de bailar hasta
cansarse, y duraban en los bailes y cantos desde que anochecia, toda
la noche, hasta que venia la claridad, y todos sus bailes eran al son
de las voces, como en esta isla, y que estuviesen 500 y 1.000 juntos,
mujeres y hombres, no salian uno de otro con los piés ni con las
manos, y con todos los meneos de sus cuerpos, un cabello del compás;
hacian los bailes de los de Cuba á los desta isla gran ventaja en ser
los cantos á los oidos muy más suaves. Así que, despues que bailando
y cantando ante la cestilla de oro, se cansaron, tornóles el Hatuey
á hablar, diciendo: «Mirad, con todo ésto que he dicho, no guardemos
á este Señor de los cristianos en ninguna parte, porque, aunque lo
tengamos en las tripas, nos lo han de sacar; por eso, echémoslo en este
rio, debajo del agua, y no sabrán dónde está.» Y así lo hicieron, que
allí lo ahogaron, ó echaron; ésto fué despues por los indios dicho,
y entre nosotros publicado. Otras cosas notables hay que decir desde
Cacique y señor Hatuey, que despues, á su tiempo y lugar, se dirán.



CAPÍTULO XXII.


Tambien parece ser cosa conveniente, que ántes que refiramos la pasada
y obras de los españoles á la isla y en la isla de Cuba, tractemos
de la grandeza, sitio y hechura della, y sus calidades, y las cosas
que contiene, y lo tocante á las costumbres y religion de las gentes
naturales della, lo que no hicimos desta isla Española en esta
historia, porque era cosa muy larga, pero explicámoslo en nuestra
Historia Apologética muy en particular, y en general de la de Cuba,
y por eso será razon de la de Cuba en este lugar particularizarlo.
Cuanto, pues, á lo primero, la isla de Cuba tiene de longura pocas
ménos de 300 leguas, andadas por tierra, puesto que por el aire y por
el agua no haya tantas. De ancho tiene, tomándola del cabo ó punta
primera oriental, que llamamos de Maycí, cuasi al tercio della, 55 ó 60
leguas, y luégo se comienza á ensangostar y va siempre de allí hasta
el cabo postrero ó punta occidental, poco más ó poco ménos angosta
de 20 leguas. Su sitio es dentro del trópico de Cáncer en 20 y 20 y
medio y hasta 21°. Es cuasi toda tierra llana y llena toda de montes
ó florestas; desde la punta oriental de Maycí, 30 leguas ó más, tiene
altísimas sierras, y al Poniente, pasadas las dos tercias partes de
toda ella, tambien las hay, y al medio della, eso mismo, hay otras,
puesto que no muy altas. Salen muy graciosos rios de una parte al
Norte, y de otra á la del Sur, llenos de pescados, mayormente lizas y
sávalos, y estos entran y suben de la mar. Cuasi en el medio de la isla
tiene infinitas isletas juntas por la banda del Sur, que, como dijimos
en el libro I, el Almirante, cuando la descubrió al segundo viaje, las
llamó el Jardin de la Reina. Otras tiene, aunque no tantas, por la del
Norte, que nombró el Jardin del Rey, Diego Velazquez; á la parte ó
costa del Sur, ó austral, sale cuasi al medio della un rio poderoso que
los indios llamaban Cauto, de muy hermosa ribera, en el cual se crian
infinitos cocodrilos, que abusivamente llamamos lagartos, de los mismos
que cria el rio Nilo, que suelen ser muy nombrados, ó por ventura se
crian en la mar y suben el rio arriba, y los que pasan por este rio es
menester no descuidarse, mayormente si les toma la noche en la ribera
dél, porque salen fuera del agua y andan por tierra, y llevan el hombre
que hallan durmiendo ó descuidado arrastrando al agua, donde lo matan
y comen, sin dejar dél nada; y al pasar el rio suelen echar mano de
los que van á pié, y tambien de los caballos. Esto mismo hacen donde
quiera, en estas Indias, que los hay, mayormente en la tierra firme
á la costa del Sur, en unas partes más y en otras ménos, son bravos
segun están encarnizados. En todas estas islas, cuatro, no hay, ni ha
habido, destos cocodrilos, sino en la de Cuba, y en ella, sólo en el
dicho rio y á la banda austral, porque á la del Norte, ni en ella, ni
en otra, excepto en la tierra firme como en el rio de Cumaná y en los
de por abajo, que hay hartos. Los tiempos pasados, agora cincuenta
años, pareció uno dellos en esta isla, á la misma banda del Sur,
hácia la villa de Salvatierra de la Çavana, que es, como se ha dicho,
al cabo desta isla, no me acuerdo bien si lo mataron. Al propósito
tornando, muchos rios y arroyos tuvieron mucho oro, dello de marca
que el castellano valia 450 maravedís; otro habia más fino y de más
quilates que valia á 470 maravedís, y ésto solamente lo habia en las
sierras y rios que salen al puerto de Xagua, que se dirá; otro habia
bajo que valia á ducado el peso por tener mucho cobre. La dicha isla de
Cuba es, como dije, muy montuosa, que cuasi se pueden andar 300 leguas
por debajo de árboles; estos son diversos como los desta Española, y
entre otros hay muy hermosos cedros, odoríferos y colorados, gruesos,
como gruesos bueyes, de que hacian grandes canoas los indios, que
cabian 50 y 70 hombres, para navegar por la mar, y destas era Cuba muy
rica en su tiempo y abundante. Hay otros árboles de estoraque, los
cuales no cognoscemos, mas que, si nos ponemos en algun alto en las
mañanas, es cosa maravillosa el olor tan suave que se siente, que no
parece sino que junto con el hombre, se quema preciosísimo estoraque,
y ésto se siente por las mañanas, por los vapores de la tierra que lo
suben, saliendo el sol, de los fuegos que los indios hacian de noche,
como siempre tengan fuego de noche, no porque haga frio, sino fresco
para ellos que no tienen como nosotros las camas, sino unas hamacas.
Hay unos árboles que dan una fruta que se llamaban xáguas, la primera
sílaba luenga, que son tan grandes como unos riñones de ternera, las
cuales, quitadas del árbol, aunque no estén maduras, y aporreadas, y
dejadas en un rincon de casa tres ó cuatro dias madurar, se hinchen
todas de miel, y todo lo que tienen dentro, que es cierta carne, ó
no sé á qué la compare, no es ménos sabrosa, y podré decir más que
una pera enmelada y sazonada. Hay en toda la isla de Cuba tantas de
parras monteses y de uvas en ellas, que hay lugares donde en un tiro
de ballesta en rededor, se podrian coger cien cargas, y doscientas de
uvas, y hacer vino dellas, puesto que ágrio, y yo lo bebí no muy ágrio,
por manera, que si se cultivasen y les diese el sol y el viento, sin
duda se harian domésticas y suaves, pero como están entre los montes y
grandes árboles, ni el sol las calienta, ni refresca el aire; y como
ya dije, la isla tiene de luengo cerca de 300 leguas, y se puede andar
toda por debajo de los árboles, y en todos los montes haya parras,
soliamos decir que habiamos visto viña tan grande que duraba 300
leguas. El gordor de muchas parras dellas, las vimos mucho mayor de un
hombre, y no es encarecimiento decir ésto, y no es maravilla, pues los
cedros y otros árboles son tan gruesos como arriba decimos, lo cual
causa la gran humidad y fertilidad y grosedad de la isla. Toda ella es
más fresca y más templada que esta isla Española, y es tierra muy sana.
Tiene puertos admirables, muy más cerrados y seguros para muchas naos,
que si los hobieran hecho á mano, en especial en la costa ó ribera del
Sur, como es el de la ciudad de Santiago, el cual es de la forma de
una cruz, pero el de Xágua no creo yo que puede ser otro mejor, y ni
quizá tal en todo el mundo. Entran las naos por aquella angostura, que
terná un tiro de ballesta ó poco más, si no me he olvidado, y dentro
hay 10 leguas de agua con tres isletas que á la una ó á las dos de las
cuales pueden atar las naos en un estaca sin que se meneen de allí,
porque toda aquella anchura y capacidad del puerto está cerrada de
sierras como, si estuviesen dentro de una casa. Es tanta la multitud
de pescado que en él hay, mayormente de lizas, que tenian los indios
dentro del mismo puerto, en la misma mar, corrales hechos de cañas
hincadas, dentro de los cuales estaban cercadas y atajadas 20, y 30 y
50.000 lizas, que una dellas no se podia salir, de donde con sus redes
sacaban las que querian, y las otras dejábanlas de la manera que las
tuvieran en una alberca ó estanque. En la ribera ó costa del Norte hay
buenos puertos, y el mejor y mucho bueno es el que llaman de Carenas
y agora de la Habana; éste es él mucho bueno y capaz de muchas naos,
y pocos hay en España, y quizá ni en muchas partes del mundo, que se
le iguale, y éste cae casi al cabo de la isla, hácia el Poniente; y
20 leguas de allí, más al Levante, hay otro llamado el de Matanzas,
pero no es muy seguro ni guardado. El puerto que llaman del Príncipe
tambien es muy bueno, y éste cuasi está al medio de la isla, y cuasi al
cabo hay otro llamado de Baracoa, razonable, y otros en medio destos,
algunos, que son buenos surgideros para navíos no muy grandes. Las
aves que hay en aquella isla son muchas, como palomas, y tórtolas, y
perdices naturales como las de España, pero son menores, y fuera de las
pechugas, en lo demas tienen poca carne, y, si no es en aquella isla,
ni en esta Española, ni en otra destas islas, perdices no las hay. Lo
mismo decimos de grullas, que en sola Cuba se hallan, sino en la tierra
firme hay tambien otras aves que en ninguna parte destas Indias, islas
ni tierra firme no se han hallado, á cuanto yo tengo entendido; estas
son unas aves de la misma forma y grandor de grullas, las cuales al
principio son blancas como una paloma bien blanca, y poco á poco se
van haciendo coloradas, y al cabo ninguna pluma tienen que no sea
muy colorada, cosa hermosa es de ver. Y si estas aves alcanzaran los
indios de la Nueva España, por ser tan curiosos artífices de hacer
cosas de pluma, lo que ningunas gentes del mundo hasta hoy se hallaron
que tales obras hiciesen, tuviéranlas por cosa muy preciada; y es cosa
de ver cuando se comienzan á colorar, que como siempre están 500 y
1.000 juntas, no parecen sino greyes de ovejas señaladas ó almagradas,
comunmente no andan volando como las grullas, sino que siempre están en
la mar, todas las zancas ó piernas metidas en el agua salada, los piés
en el suelo que no les llega á la pluma el agua, y ésto es porque no se
mantienen sino de las hierbas, ó quizá pescadillos que están dentro de
la mar, y deben beber de la misma agua, porque si los indios tomaban
alguna dellas para tenerla en casa, le han de echar el caçabí ó lo
que les dan de comer en un vasija de agua, y en ella echalles un puño
de sal. Hay inmensidad de muy graciosos papagayos muy verdes, y sólo
tienen sobre el pico, en la frente, una poquita de pluma colorada, y en
ésto difieren de los desta isla Española, porque los desta, aquello de
sobre el pico es blanco ó cuasi como pelado. Por Mayo, y desde adelante
cuando ellos son nuevos, son de comer, cocidos y asados, muy mejores
que zorzales en su tiempo, ni otras buenas aves. Tomaban los indios
por ésta manera cuantos querian sin que uno se les fuese; sobíase un
niño de diez ó quince años en un árbol con un papagayo vivo, poníase
sobre la cabeza una poca de hierba ó paja, y en tocando con la mano
en la cabeza del papagayo dá luégo voces como quejándose, luégo todos
los papagayos que andan en el aire, que son innumerables, en oyendo
al papagayo atado, se vienen, sin quedar ninguno, y asiéntanse en el
árbol; el muchacho tiene una varilla muy delgada con un hilo delgado,
y al cabo hecho un lazo, y su poco á poco echa el lazo al pescuezo de
cada papagayo, porque no se asombra de la varilla, ántes piensa que es
cosa del mismo árbol, y tira y traelo á la mano, tuércele la cabeza y
échalo abajo; y así hace á todos los que quiere, hasta que ve abajo el
suelo cubierto de papagayos, que le parece que no podrá llevar más á
cuestas de los echados, y si de una vez quisiese llevar mil, y diez
mil, podria matallos, porque por demas es que los papagayos se levanten
del árbol, en tanto que el papagayo atado se quejare ó graznare.
Hay unas aves que vuelan cuasi junto con el suelo, que los indios
llamaban biáyas, la média sílaba luenga, que los indios corriendo las
alcanzaban, y tambien con perros, si no me he olvidado, las cuales,
cocidas, hacen el caldo como azafranado; son muy sabrosas y teniamos
en lugar de faisanes. Habia en aquella isla una especie de caza harto
provechosa y abundante, que los indios nombraban guaminiquinájes, la
penúltima luenga; éstos eran tan grandes como perrillos de halda,
tenian muy sabrosa carne, y, como dije, habia dellos grande abundancia.
Tenian dos hombres que comer en uno, al ménos dos para entre tres
bastaba; matábanse por piés y con un garrote, y mucho más con perros,
porque eran en correr muy torpes. Despues que hobo puercos de los
nuestros los acabaron todos, como en esta isla las hutias, que era
otra especie de caza; la hechura era, y en especial la cola, como de
ratones. Habia y hay en aquella isla culebras admirables, gruesas como
una gorda pierna de hombre, y muy grandes, todas de pintura pardas, muy
torpes, que las pisaba el hombre, hechas roscas, y cuasi no lo sentian.
Habia eso mismo iguanas, que son propias sierpes, de hechura de
lagartos, tan grandes como unos perrillos de halda, pintadas. El comer
dellas, dicen los nuestros, que exceden á faisanes, pero nunca pudieron
conmigo que las probase. De pescado es aquella isla muy demasiadamente
copiosa y abundante por ambas á dos costas ó partes, lizas, mojarras
de las de Castilla y sávalos muy grandes, y agujas, y otros muchos
pescados; pero por la banda ó costa del Sur, como hay infinitas
isletas, como dije llamarse Jardin de la Reina, y la mar hace mucho
remanso entre ellas y la grande, críanse por allí tantas de tortugas
que no tienen número, cuya pesquería es admirable: las tortugas son tan
grandes como una gran rodela, y áun como una adarga, pesa cada una, con
la carne ó pescado y manteca que tiene, comunmente cuatro arrobas, que
es un quintal. Es muy buena de comer y cosa muy sana, la manteca della
es como enjundia de gallina, muy amarilla, que parece, derretida, como
oro. Es buena para limpiar lepra y sarna, y enfermedad semejante. Hay
para comer en una tortuga 10 hombres que se harten, y más; tiene 500 y
600 huevos como de gallina; no tienen cáscara, sino una tela delgada;
salen de la mar á poner los huevos en tierra, y entiérranlos en el
arena, y el sol con el arena los ampolla, y de cada huevo sale una
tortuguita y luégo van todas á buscar la mar por instinto natural. La
pesca dellas es con este arte; tomaban los indios un pece que llaman
los marineros pece reveso, que será como una buena y gorda sardina en
el tamaño, y atábanle un cordel bien delgado á la cola, y de largo 30 y
50 brazas, segun convenia ser largo, y echábanlo á la mar, el pececillo
va luégo á buscar las tortugas, y en hallándolas pegábasele á una en la
concha de abajo, y cuando el indio via que sería tiempo, tiraba de su
hilo ó cordel su poco á poco, y traia por el agua la tortuga que pesaba
un quintal, como si trujera una chica calabaza; el pezecillo reveso, en
pegándose, donde quiera que se pegue, nunca se puede de allí quitar,
sino haciéndolos pedazos. Desta manera se tomaban tantas tortugas, que
á cada paso se podia hacer y se hacia una carnicería de tanta carne, ó
lo que es, como se podria hacer de cien vacas; y así, acaecia venir 300
ó 400 indios de aquella carne ó pescado cargados, que nos presentaban.
Porque así como decimos que tenian de lizas corrales, así tambien los
tenian, entre aquellas isletas, de tortugas, quinientas y mil juntas,
que ninguna salia ni se podia ir de los cercados hechos de seto de
cañas. Allende de todo lo dicho, cuanto al pan caçabí, hallamos aquella
isla llena de aquellas sus labranzas, y nunca se ha hallado tierra en
estas Indias, que en abundancia de comida y de las cosas necesarias, le
hiciese ventaja.



CAPÍTULO XXIII.


Dicho de aquella isla lo que toca á la grandeza, sitio y cualidades,
y de lo que en sí contenia, como está declarado, consiguientemente
se sigue deber decir lo que concierne á la gente de que la hallamos
poblada. Las gentes que primero la poblaron eran las mismas que tenian
las islas de los Lucayos pobladas, gentes simplicísimas, pacíficas,
benignas, desnudas, sin cuidado de hacer mal á nadie, ántes bien, unas
á otras, como parece asaz claro en el libro I, cuando las descubrió
y anduvo entre ellas muchos dias el primer Almirante, se favorecian.
Despues pasaron desta isla Española alguna gente, mayormente despues
que los españoles comenzaron á fatigar y á oprimir los vecinos
naturales desta, y, llegados en aquella, por grado ó por fuerza en
ella habitaron, y sojuzgaron por ventura los naturales della, que,
como dije arriba, llamábanse cibunéyes, la penúltima luenga, y, segun
entónces creimos, no habia cincuenta años que los desta hobiesen pasado
á aquella isla. Finalmente, la gente que hallamos en ella era poco más
ó poco ménos como la de ésta, escepto la de los dichos cibunéyes, que,
como dije, muy modesta y simplicísima. Tenian sus Reyes y señores, y
sus pueblos de 200 y 300 casas, y en cada casa muchos vecinos, como
acostumbraban los desta isla. Vivian todos pacíficos, no me acuerdo
que oyésemos ni sintiésemos que unos pueblos contra otros, ni señores
con otros, tuviesen guerra. Estaban, como dije, abundantísimos de
comida y de todas las cosas necesarias á la vida; tenian sus labranzas,
muchas y muy ordenadas, de lo cual, todo tener de sobra y habemos con
ello matado la hambre, somos oculares testigos. Tambien dije que sus
bailes y cantos eran más suaves y mejor sonantes, y mas agradables
que los desta isla. La religion que tenian ninguna era, porque ni
tenian templos, ni ídolos, ni sacrificios, ni cosa que cerca desto
pareciese á idolatría, sólo tenian los sacerdotes, ó hechiceros, ó
médicos que en nuestra Apologética Historia dijimos tener las gentes
desta isla, los cuales se cree que hablaban con los demonios, ó los
demonios les declaraban sus dudas y les daban, de lo que pedian,
respuestas. Y para ser dignos de aquella vision ó comunicacion
diabólica, desta manera que diremos se disponian: ayunaban tres y
cuatro meses, y más, continuos, que cuasi cosa no comian, si no era
cierto zumo de hierbas que sólo bastaba para no espirar y salírseles
el ánima, despues que así quedaban flaquísimos y macerados, eran ya
dignos y aptos para que les apareciese aquella vision infernal, y
con ellos comunicase, y apareciéndoles, notificaba si habia de haber
buenos ó malos temporales, si enfermedades, si hijos les nacerian ó
vivirian los ya nacidos, y otras cosas que le preguntaban; y estos
eran sus oráculos, como fué costumbre en todas las naciones del mundo,
que carecieron del cognoscimiento del verdadero Dios, tener ciertos
hechiceros ó sacerdotes, hombres ó mujeres, que llamaban pythios ó
pythias, que de tal manera tenia pacto con el diablo, que, ó se le
revestia en el cuerpo, ó le aparecia en alguna manera ó forma, del
cual tenian sus respuestas, y sabian las cosas por venir que los
demonios podian saber por vía natural ó experiencia, como que desde á
tantos dias lloveria ó cosas semejantes. Y es de saber, que siempre
los demonios tuvieron industria de ganar algunas personas en toda la
gentilidad, que tenian por principales ó inmediatos ministros, con
los cuales engañaban á toda la otra gente, y estos escogian segun las
inclinaciones cognoscian tener para las supersticiones más aparejadas,
á los cuales por diversas vías, permitiéndolo Dios por sus pecados,
engañaban y ganaban, y despues obligábanlos con pacto expreso ó tácito
de serles subjectos y obedientes, y los demonios á ellos, para hacer
lo que les mandasen. Desto hablamos muy largo en nuestra Historia
Apologética, descubriendo grandes cautelas de los demonios, astucias
y engaños con que señorearon por esta vía todo el linaje humano. Así
era en estas gentes, de gracia y de doctrina, como todas las otras
del mundo, desmamparadas, y por medio destos, que los indios llamaban
en la lengua desta Española y de Cuba behíques, la media sílaba
luenga, debian sembrar en toda la otra gente muchas supersticiones y
agorerías, y ramos, ó señales de idolatría, que nosotros por aquellos
tiempos de escudriñarlo no curamos, y así los tuvieron en esta isla
Española, como en el susodicho libro declaramos. Hacíanse aquellos
behíques ó hechiceros, médicos, y curaban soplando, y con otros actos
exteriores, y hablando entre dientes algunas palabras. De cualquiera
destas supersticiones, y de tener respuestas del demonio echan luégo
mano los españoles para blasfemar destas gentes, y piensan que por
aquellas supersticiones tienen mayor derecho á roballas oprimillas y
matallas, lo cual les proviene por grande ignorancia de la ceguedad
y errores, supersticiones y idolatría de la gentilidad antigua, en
las cuales no estuvo ménos zabullida España, y á aquella ignorancia
no faltó ni falta en los nuestros malicia grande, que la acompaña,
por justificar sus crueles obras si pudiesen algo; y sepan lo que
debian de considerar, que donde quiera que doctrina y la palabra de
Dios falta, por muy políticos, y sábios, y áun cristianos que sean
los hombres, se olvidan y depraban, y hallarán por experiencia que en
los pueblos donde hay frecuencia de sermones, la gente suele haber
morigerada, compuesta y bien ordenada, y donde más mucho más; por el
contrario, donde hay pocos ó ningunos, verán los hombres, por la mayor
parte, sueltos, descompuestos, desbaratados en las costumbres, y poco
á poco se tornan insensibles para las cosas espirituales como animales
y brutales, y así, una de las mayores plagas y azotes que Dios suele
dar á los pueblos, que determinan desmampararse de la palabra de Dios
es de sermones privallos, y así lo amenaza Dios por los profetas:
_Mittant famem in terram, non famem panis sed audiendi verbum Dei_,
etc. Así que, ninguno se maraville ni haga contra estas gentes ascos,
porque, donde quiera que gracia y doctrina falta, no hay causa de
nos maravillar de los defectos y pecados que tienen y hacen, sino
de los que no tienen y no hacen hay razon y materia de nos espantar.
Cognoscimiento tenian estas gentes de Cuba, de que habia sido el cielo
y las otras cosas criadas, y decian que por tres personas, y que la
una vino de tal parte, y la otra de tal, con otras patrañas; yo les
decia que aquellas tres personas eran un verdadero Dios en Trinidad,
etc. Tuvieron noticia grande del Diluvio, y que se habia perdido el
mundo por mucha agua. Decian los viejos de más de setenta años, que un
hombre, sabiendo que habia de venir el Diluvio, hizo una nao grande, y
se metió en ella con su casa, y muchos animales, y que envió un cuervo,
y no volvió por comer de los cuerpos muertos, y despues envió una
paloma, la cual volvió cantando y trujo una rama con hoja que parecia
de hovo, pero que no era hovo; el cual salió del navío, y hizo vino
de las parras monteses que hay en Cuba, y se embriagó, y teniendo dos
hijos, el uno se rió y dijo al otro, echémonos con él, pero el otro le
riñó y cubrió al padre; el cual, despues de dormido el vino y sabida la
desvergüenza del hijo, lo maldijo, y al otro dió bendiciones, y que de
aquel habian procedido los indios destas tierras y por eso no tenian
sayos ni capas, pero los españoles, del otro que no se rió, por lo cual
andaban vestidos y tenian caballos. Esto refirió un indio viejo de
más de setenta años, á un español llamado Gabriel de Cabrera, porque
un dia, riñendo con él y llamándole perro, respondió el indio: «¿Por
qué me riñes y llamas perro? ¿Por ventura, no somos hermanos todos?
¿Vosotros no procedeis del un hijo de aquel que hizo la nao grande por
salvarse del agua, y nosotros del otro?» Esto refirió despues el mismo
indio delante de muchos otros españoles, publicado por el dicho Cabrera
su amo, y el mismo Cabrera me lo dijo á mí, despues muchos años, haber
así acaecido; era hombre prudente y honrado. Cerca de las costumbres
y leyes que tenian, como duraron poco por la causa que los desta isla
Española, ni los primeros que allí fuimos, ni los que despues aquella
isla asolaron no entendimos dellas nada. Lo que podemos con más
seguridad dellos juzgar es, que pues los hallamos en sus pueblos, y
con sus señores y Reyes pacíficos y ordenados, que, _manu regia_, como
antiguamente se rigieron sin leyes, al principio, los romanos, por
alvedrío y prudencia del Rey, así estos debian en aquella isla entre
sí, en justicia y paz, ser gobernados. Y éste es muy claro y averiguado
argumento, y señal de haber justicia y ejercicio della en algun reino,
ciudad ó pueblo, ó de la gente ser en sí virtuosa, cuando entre los
vecinos hay paz, y cada uno vive y está contento con lo suyo porque sin
justicia, segun el Filósofo y Sant Agustin, en el libro II, capítulo
21, _De Civitate Dei_, ninguna comunidad de gente junta, aunque sea
en una casa, puede permanecer ni mucho durar. Pues como estas gentes
desta isla y de la de Cuba, y de todas estas Indias, las hayamos
hallado vivir en pueblos y en ayuntamientos grandes, como lugares y
ciudades, aunque más dellos no sepamos, podemos razonablemente juzgar
que, ó eran con justicia por sus mayores gobernadas, ó que de su propia
y natural condicion vivian cada uno sin ofensa y daño de los demas.
Como dijimos en nuestra Apologética Historia, las gentes destas cuatro
islas, Española, Cuba, Sant Juan y Jamáica, y las de los Lucayos,
carecian de comer carne humana, y del pecado contra natura, y de hurtar
y otras costumbres malas; de lo primero ninguno dudó hasta hoy, de lo
segundo, tampoco aquellos que tractaron y cognoscieron estas gentes,
solamente Oviedo que presumió de escribir historia á lo que nunca vió,
ni cognosció, ni vido algunas destas, las infamó deste vicio nefando,
diciendo que eran todos sodomitas, con tanta facilidad y temeridad,
como si dijera que la color dellas era un poco fusca, ó morena más que
la de los de España. Es verdad, lo que aquí digo, que por muchos años
que en esta isla estuve, y vide, y cognoscí las gentes della, y tracté
con los españoles y con religiosos, y españoles que con el primer
Almirante la primera vez vinieron, y con mi mismo padre que con él
entónces vino, y que nunca jamás oí ni sospeché, ni sentí que hombre
hablase, ni sospechase, ni sintiese dellas cosa deste vicio, más que se
habla, ni entiende, ni se siente, ni sospecha de los de España que son
los nuestros, ántes oí decir algunas veces á los mismos españoles que
los oprimian y acabaron de matar, «¡oh, qué gente tan bienaventurada
era ésta si fueran cristianos!» cognosciendo la bondad natural que
tenian y carecian de vicios; y despues, mirando yo de propósito en
ello, y preguntando á personas que pudieran saber ó sospechar algo
dello, si lo hobiera, y me fué siempre respondido, que ninguna memoria
ni sospecha se tuvo desto. Y entre otras personas fué una mujer vieja,
india, Cacica ó señora, que habia sido casada con un español de los
primeros en esta isla, estándola yo confesando, miré en preguntarle si
ántes que los españoles á esta isla viniesen habia entre los hombres
alguna costumbre, ó mácula deste vicio, y me respondió: «Padre, no,
porque si la hobiera entre los indios, las mujeres, á bocados, los
comiéramos y no quedara hombre dellos vivo.» En la isla de Cuba, cuando
allí fuimos, hallamos un indio sólo que traia unas naguas, que es
vestidura de mujeres, con que se cubren desde la cinta á la rodilla,
de lo cual tuvimos alguna sospecha si habia algo de aquello, pero no
lo averiguamos, y pudo ser que por alguna causa, aquel ó otros, si
quizá los habia, se dedicasen á hacer oficios de mujeres y trujese
aquel vestido, no para el detestable fin, de la manera que refiere
Hipócrates y Galeno, que hacen algunas gentes cithias, los cuales por
andar mucho á caballo, incurren cierta enfermedad, y para sanar della
sángranse de ciertas venas, de donde finalmente les proviene á que
ya no son hombres para mujeres, y, cognosciendo en sí aquel defecto,
luégo mudan el hábito, y se dedican, ofrecen y ocupan en los oficios
que hacen las mujeres, y no para otro mal efecto, así pudo ser allí,
é en otras partes destas Indias donde aquellos se hallasen, ó por
otras causas, segun sus ritos y costumbres, y no para fin de aquellas
vilezas. Afirmar, pues, como hace Oviedo que todos eran sodomitas
los que aquella y desta isla, bien creo, que de haberlo escripto,
donde quiera que hoy está le pesa, y plega á Dios que sea pesar con
fruto de conciencia; levantóles á estos destas islas y á otros muchos
destas Indias, falsísimos testimonios, cierto, infamándolos de grandes
pecados y de ser bestias, porque nunca abrió la boca, en tocando en
indios, sino para decir mal dellos, y estas infamias han volado cuasi
por todo el mundo, como há dias que temerariamente publicó su falsa
historia, dándole el mundo crédito, el cual él no merecia por sus
falsedades grandes y muchas que dijo destas gentes, pero el mundo no
considera más de que se ponga en molde, cualquiera que sea, con que
tenga cosas nuevas y sabrosas, ó conformes á lo que para sostener los
suyos mundanamente desea, y porque costumbre vieja suya es rescibir é
creer más fácilmente lo malo que lo bueno. Puesto que si la historia
de Oviedo llevara en la frente escripto como su autor habia sido
conquistador, robador y matador de los indios, y haber echado en las
minas gentes dellos, en las cuales perecieron, y así ser enemigo cruel
dellos, como se dirá, y él mismo lo confiesa, al ménos entre los
prudentes y cristianos cuerdos, poco crédito y auctoridad su historia
tuviera.



CAPÍTULO XXIV.


Era gente pacífica, como dije, y benigna la de Cuba como la desta isla
Española, y creo que podia decir que á la desta, en ello, excedia,
puesto que no se qué mayor señal de benignidad puede decirse que la
que al Almirante primero, y á los primeros cristianos que con él,
al descubrimiento desta tierra, vinieron, el rey Guacanagarí en su
hospedaje y tractamiento, por muchos dias, como en el libro I dijimos,
hizo. Igual desta parece la benignidad y caritativo acogimiento, que
los vecinos de la provincia ó pueblo de Cueyba, en la isla de Cuba,
hicieron à Alonso de Hojeda y á su compañía, cuando salieron de la
gran ciénaga cuasi muertos, como en el libro II, capítulo 60, se dijo,
donde los pudieran matar á todos sin que hobiera memoria dellos, como
lo pudiera hacer el dicho Rey Guacanagarí al Almirante viejo cuando
se le perdió la nao en aquel puerto que llamó de la Navidad. Lo
mismo hicieron los mismos indios vecinos de la dicha isla de Cuba al
bachiller Anciso, y á Çamudio y á Valdivia, cuando vino echado Anciso
de tierra firme, como se dirá, con un navío y ciertos marineros, harto
sólo y desbaratado, y en especial le fué hecho amorosísimo acogimiento
por un gran señor y Rey de la provincia ó pueblo que se llamaba Macáca,
la media sílaba luenga, que es á la costa de la mar del Sur, y tiene
un puerto 15 ó 20 leguas del de Santiago, si no me he olvidado. Este
Rey ó Cacique se nombró el Comendador, la razon de su nombre diremos
luégo, el cual hizo y su gente, á Anciso y á los que con él venian,
tantas y tales obras, que en su misma casa no le fueran hechas mejores.
Y otros españoles habian venido ántes por allí, (porque todos los
desbaratados que venian de tierra firme aportaban á aquella isla), que
habian rescibido las mismas; de los cuales se quedó un marinero en
aquel pueblo de aqueste señor, enfermo, por no estar para pasar con
los demas en canoas, á lo que creo, á esta isla. Este marinero, con
lo que sabia de cristiano, aprendido algo de aquella lengua, enseñó
al Cacique y á su gente algunas cosas de Dios, en especial los impuso
en devocion de Nuestra Señora, diciendo que era Madre de Dios, y que
habia quedado despues del parto vírgen, mostrándoles una imágen de la
Vírgen que en papel traia, la cual le pidió el Cacique, y recitábales
muchas veces el Ave-María. Inducióle que hiciese hacer una iglesia como
casa de Nuestra Señora, la cual hicieron y un altar en ella; la cual,
luégo adornaron con cosas hechas de algodon, segun que mejor pudieron.
Pusiéronle muchas vasijas de comida y de agua, creyendo que de noche ó
de dia, si tuviese hambre, comeria; enseñóles como á las mañanas y á
las tardes fuese el Cacique y los vecinos á saludar á Nuestra Señora,
diciendo la oracion angélica. El Rey y todos entraban en la iglesia
y se hincaban de rodillas, las cabezas bajas, juntas las manos, muy
humildes, diciendo: «Ave-María, Ave-María, Sancta María, ayúdanos»
porque más adelante destas palabras, si no eran pocos, de coro aprender
no podian. Quedóles esta costumbre despues que el marinero sanó y se
pasó á esta isla, que no pasaba dia que su devocion y oraciones no
proseguian; y cuando llegó el bachiller Anciso y los que con él iban,
luégo el Cacique y Rey Comendador los tomó por la mano con grande
alegría y llevó á la iglesia, señalándoles con el dedo la imágen,
diciendo que aquello era gran cosa, y que la querian mucho porque era
la Madre de Dios, Sancta María. Fué inestimable la devocion que el
Cacique y toda su gente tuvieron á Nuestra Señora, en cuyo honor lo
compusieron cantares y bailes, repitiendo en ellos muchas veces Sancta
María; y, segun Anciso referia, vieron patentes milagros que Nuestra
Señora con ellos hizo, de donde procedió devocion á otros pueblos con
quien tuvieron ciertas pendencias, segun dijo Anciso. Hace mencion de
todo ésto Pedro Mártir, en su Década segunda, cap. 6.º, escribiéndolo
al Papa Leon X, habiéndolo oido en Valladolid del mismo Anciso. El
cual dice al Papa por estas palabras en el fin de aquella epístola:
_Hæc volui, Beatissime Pater, de incolarum religione recensuisse, quæ,
non ab Anciso solum verum et a pluribus aliis auctoritate pollentibus
viris, scrutatus sum, que intelligat Beatitudo tua quam docile sit hoc
genus hominum, quamque facilis pateat eis ad nostræ religionis ritus
imbuendos aditus. Nequeunt ista fieri repente; paulatim ad Christi
legem Evangelicam, in cujus culmine sedes, trahentur omnes, et tui
gregis oves multiplicatas in dies magis ac magis, Beatisime Pater
intelliges._ El nombre del Cacique, Comendador, lo hobo desta manera,
que como de los españoles que por allí venian supiese que era bien
ser cristiano baptizándose, y pidiese el baptismo, no supe quién lo
baptizó, mas de que cuando el nombre se le habia de dar, preguntó que
cómo se llamaba el señor grande de los cristianos que aquesta isla
Española gobernaba; dijéronle que se llamaba el Comendador, y entónces
dijo que aquel queria que fuese su nombre; de donde parece, que en
tiempo del Comendador Mayor de Alcántara, que gobernó esta isla, fué
aquél Cacique cristiano, y ésto no parece que pudo ser sino el año de
508, y por Sebastian de Ocampo, que envió el dicho Comendador Mayor á
que bojase y rodease aquella tierra de Cuba, porque áun no se sabia
si era isla ó tierra firme, porque ántes del año de 8, ninguno llegó
por allí, si no fué cuando la quiso rodear, el año de 4, el Almirante,
si quizá llegó allí entónces y lo hizo baptizar, porque llevaba
consigo clérigo capellán, y le hizo poner otro nombre y despues tomó
el del Comendador Mayor de Alcántara, pero creo que no, porque por
allí tuvo muchos trabajos de tormentas y vientos contrarios. Despues
del año de 8, ya no habia Comendador Mayor en esta isla, sino el
segundo Almirante; pudo tambien ser, que alguno de los que venian de
tierra firme, despues del año de 509, clérigo, y áun quizá seglar,
se atrevió á baptizarlo y ponelle aquel nombre por ser aficionado al
dicho Comendador Mayor. Por las cosas ya dichas de la benignidad y
buen tratamiento que los indios, vecinos de aquella isla de Cuba, con
Hojeda y con Anciso usaron, y así tambien con los de ántes ó despues
destos españoles que por aquella isla de tierra firme pasaron, parece
claro ser falso lo que refiere allí Pedro Mártir, conviene á saber,
que cuando llegaron á aquella isla Colmenares y Caicedo, procuradores
que los del Darien á Castilla enviaron, hallaron la carabela en que
Valdivia habia venido, cuando lo envió Vasco Nuñez la segunda vez á
esta isla Española, como se dirá, en la costa de la mar, hecha pedazos
en el agua, y juzgaron que los indios los habian muerto, la cual pudo
perderse como se perdió, segun diremos, en la mar, y ahogarse todos,
y despues echar la tormenta donde la hallaron. Cuanto más, que si á
aquellos mataran, y los de Cuéyba mataran á Hojeda y á los demas, y el
Comendador y su gente hicieran pedazos á Anciso y á los de su compañía,
y á todos los que ántes destos por allí pasaron, justamente lo hacian,
como á gente de cruel y tiránica infamada, y de quien sabian que
habian destruido esta isla Española, y tantas islas de los Lucayos, de
todos los cuales se habian ido huyendo á aquella isla de la tiránica y
horrible servidumbre con que los oprimian y mataban, como en el libro
precedente, cap. 60, fué declarado, y así podian racionabilísimamente
temer que á ellos les habian de hacer otro tanto, como lo hicieron
al cabo, hasta que, como á ésta, toda la despoblaron, y, pues no lo
hicieron pudiéndolo hacer tan á su salvo, señal es que pudo ser que ni
á Valdivia ni á Nicuesa, como algunos tambien pensaron, los de Cuba
mataron. Dice allí tambien Pedro Mártir, que como no hallaron cuerpo
ninguno, que los matadores los debian de haber echado en la mar, ó dado
á los caribes que comen carne humana, que por allí debian de navegar;
pero ésto no tiene señal de verdad, porque nunca jamás se halló que los
caribes, si los hay, descendiesen tanto abajo de sus islas, que son
las de Guadalupe y Dominica, que están más al Oriente que la de Sant
Juan, y áun á esta Española creo que no bajaban sino quizá de cuando
en cuando, y los que informaban desto á Pedro Mártir hablaban lo que
no sabian, sino lo que se les figuraba ó antojaba. Oviedo dice muchas
cosas, como suele, que no vido, de costumbres malas de la gente de
aquella isla, que ni yo supe, que fuí de los primeros y estuve allí
algunos años, ni jamás oí á hombre que lo alcanzase; porque, como está
dicho y se dirá, fué tan presta y violenta la destruccion de aquella
isla, que no fué posible los indios usar cosa de las que dice, ni los
españoles verlo para lo alcanzar, porque despues que allí entramos
nunca tuvieron un dia de alivio, sino que toda su ocupacion era en los
trabajos que los mataban, y la hora que dellos cesaban no tenian otro
cuidado que lamentar y gemir su desventura y calamidad. Dice Oviedo
que cuando alguno se casaba, señor ó principal, ó de los plebeyos y
bajos, todos los convidados, primero que el novio, habian de tener con
la novia mala parte; yo creo que el que lo dijo á Oviedo no le dijo
verdad, porque nunca hobo tiempo para que aquello de los indios se
alcanzase. Y si verdad fuese, naciones hobo entre las antiguas, que
vivian sin cognoscimiento de Dios, que acostumbraron lo mismo, como á
la larga en nuestra Apologética Historia mostramos. Y por ésto no es
de maravillar que quien carece de doctrina y de gracia caiga en estos
defectos y en otros mayores y más.


                         FIN DEL TOMO TERCERO.



                                ÍNDICE.


                                                                Páginas.

  ADVERTENCIA PRELIMINAR                                               V

  ARGUMENTO DEL LIBRO SEGUNDO                                         IX

  FACSÍMILE                                                          XII

  LIBRO SEGUNDO.--Capítulo I.                                          1

  Cap. II.                                                            10

  Cap. III.                                                           17

  Cap. IV.                                                            22

  Cap. V.                                                             28

  Cap. VI.                                                            33

  Cap. VII.                                                           40

  Cap. VIII.                                                          44

  Cap. IX.                                                            50

  Cap. X.                                                             56

  Cap. XI.                                                            60

  Cap. XII.                                                           64

  Cap. XIII. 70

  Cap. XIV.--En el cual se prosiguen la quinta y las otras tres
  partes de la carta de la Reina, de que mal usó el Comendador
  Mayor, en perdicion de los indios                                   76

  Cap. XV.                                                            84

  Cap. XVI.                                                           89

  Cap. XVII.                                                          93

  Cap. XVIII.                                                         97

  Cap. XIX.                                                          103

  Cap. XX.                                                           108

  Cap. XXI.                                                          112

  Cap. XXII.                                                         118

  Cap. XXIII.                                                        122

  Cap. XXIV.                                                         126

  Cap. XXV.                                                          130

  Cap. XXVI.                                                         134

  Cap. XXVII.                                                        138

  Cap. XXVIII.                                                       143

  Cap. XXIX.                                                         147

  Cap. XXX.                                                          153

  Cap. XXXI.                                                         158

  Cap. XXXII.                                                        162

  Cap. XXXIII.                                                       168

  Cap. XXXIV.                                                        173

  Cap. XXXV.                                                         177

  Cap. XXXVI.                                                        182

  Cap. XXXVII.                                                       186

  Cap. XXXVIII.                                                      194

  Cap. XXXIX.                                                        199

  Cap. XL.                                                           204

  Cap. XLI.                                                          208

  Cap. XLII.                                                         214

  Cap. XLIII.                                                        220

  Cap. XLIV.                                                         225

  Cap. XLV.                                                          230

  Cap. XLVI.                                                         234

  Cap. XLVII.                                                        237

  Cap. XLVIII.--En el cual se prosiguen las declaraciones del
  Consejo, en Sevilla y en la Coruña                                 243

  Cap. XLIX.                                                         248

  Cap. L.                                                            252

  Cap. LI.                                                           257

  Cap. LII.                                                          262

  Cap. LIII.                                                         269

  Cap. LIV.                                                          273

  Cap. LV.                                                           280

  Cap. LVI.                                                          286

  Cap. LVII.                                                         289

  Cap. LVIII.                                                        294

  Cap. LIX.                                                          298

  Cap. LX.                                                           303

  Cap. LXI.                                                          308

  Cap. LXII.                                                         312

  Cap. LXIII.                                                        317

  Cap. LXIV.                                                         325

  Cap. LXV.                                                          329

  Cap. LXVI.                                                         334

  Cap. LXVII.                                                        340

  Cap. LXVIII.                                                       344

  LIBRO TERCERO.--Capítulo I.                                        351

  Cap. II.                                                           357

  Cap. III.                                                          361

  Cap. IV.                                                           365

  Cap. V.                                                            370

  Cap. VI.                                                           376

  Cap. VII.                                                          381

  Cap. VIII.                                                         386

  Cap. IX.                                                           391

  Cap. X.                                                            397

  Cap. XI.                                                           403

  Cap. XII.                                                          410

  Cap. XIII.                                                         417

  Cap. XIV.--En el cual se prosigue la declaracion de algunos
  puntos del prólogo de las leyes                                    422

  Cap. XV.--En el cual se comienzan á referir las leyes, y á
  notar los defectos, y puntos, y males que contienen, etc.          428

  Cap. XVI.--En el cual se prosigue la relacion y declaracion de
  los defectos que tuvieron las dichas leyes                         434

  Cap. XVII.                                                         439

  Cap. XVIII.                                                        446

  Cap. XIX.                                                          450

  Cap. XX.--En el cual se contiene una grande ingrata inhumanidad
  que los españoles, que iban á saltear hombres en las islas
  de los Lucayos, á ciertas gentes de la tierra Florida,
  hicieron.--Y parece ser éstos los primeros que aquella tierra
  descubrieron.--Y como Juan Ponce de Leon fué á descubrir por
  lo más alto, y descubrió el cabo Grande de la Florida, al
  cual le puso aquel nombre.--Y como fué á Castilla y vino por
  Adelantado della y Gobernador, y al cabo murió miserablemente
                                                                     456

  Cap. XXI.                                                          462

  Cap. XXII.                                                         467

  Cap. XXIII.                                                        474

  Cap. XXIV.                                                         481



FOOTNOTES:

[1] Lo que está dentro del paréntesis se halla al márgen, de puño y
letra de Las Casas.

[2] Hasta aquí, desde «De diferente manera», es de letra de Las Casas,
y no pueden leerse las últimas palabras por haber sido cortadas al
encuadernar el libro.

[3] Y este fué el varon sancto fray Pedro de Córdoba, como se dijo.
(_Nota al márgen, de letra de la época, pero no de Las Casas._)

[4] Y estos eran los tiranos que pretendian tener los indios por
siervos, y que habian hecho las leyes. (_Nota al márgen, de letra de la
época, pero no de Las Casas._)





*** End of this LibraryBlog Digital Book "Historia de las Indias, Volume 3 (of 5)" ***

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