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Title: Los Ladrones de Londres
Author: Dickens, Charles
Language: Spanish
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Project ID: COALESCE/2017/117 (Irish Research Council)



[Transcriber's Notes:

This is an indirect translation of Oliver Twist through a French
translation by Émile de La Bédollière that was first published in 1850
as Les voleurs de Londres.

The table of contents was moved from the end of the book to the beginning
to better suit the ebook format.

Footnotes appearing throughout the text were numbered sequentially and
collected at the end of the ebook under _Notas del traductor_ as they are
marked in the book.]



LOS
LADRONES DE LONDRES.



LOS
LADRONES DE LONDRES

POR

CARLOS DICKENS,

TRADUCCION LIBRE

_de J. J. y C._

BARCELONA.

IMPRENTA DE JOAQUIN BOSCH,

8. SIMPLICIO DEL REGOMIR, 4.

1857.



ÍNDICE
DE LAS MATERIAS DE ESTA OBRA.


Prólogo.

Cap. I. --Del lugar en que Oliverio Twist recibió por primera vez la luz
del dia y de las circunstancias que concurrieron á su nacimiento.

Cap. II. --Del modo con que fué criado Oliverio Twist, de su infancia,
de su educacion.

Cap. III. --Como Oliverio Twist estuvo próximo á coger una plaza que
podia muy bien llamarse una prebenda.

Cap IV. --Habiéndose ofrecido á Oliverio otra colocacion efectua su
entrada en el mundo.

Cap. V. --Oliverio adquiere relaciones con nuevos personajes.

Cap. VI. --Oliverio puesto fuera de quicio por las burlas amargas de Noé
se enfurece y sorprende á este por su audacia.

Cap. VII. --Oliverio es un refractario completo.

Cap. VIII. --Oliverio se dirige á Londres, y encuentra en el camino un
jóven singular.

Cap. IX. --Algunos detalles concernientes al viejo chistoso y sus alumnos
sobresalientes.

Cap. X. --Oliverio se entera mejor del carácter de sus nuevos
compañeros, y adquiere esperiencia á costas suyas. --Importancia de los
detalles contenidos en este capítulo.

Cap. XI. --De la manera que administra la justicia el Magistrado Mr. Fang.

Cap. XII. --Oliverio recibe el buen tratamiento que nunca habia recibido
hasta ahora. --Particularidades referentes á un retrato.

Cap. XIII. --Como por medio del viejo chistoso el lector instruido va á
adquirir relaciones con un nuevo personage. --Particularidades y hechos
interesantes pertenecientes á esta historia.

Cap. XIV. --Detalles referentes á la permanencia de Oliverio en casa Mr.
Brownlow. --Prediccion notable de un cierto Mr. Grimwig con motivo de un
mensaje confiado al niño.

Cap XV. --En el que se demuestra hasta que punto el viejo judío y la
señorita Nancy amaban á Oliverio.

Cap. XVI. --Donde fué á parar Oliverio despues de haber sido reclamado
por Nancy.

Cap. XVII. --La suerte que no se cansa de perseguir á Oliverio lleva á
Londres un personage ilustre que anonada su reputacion.

Cap XVIII. --De que modo Oliverio pasa el tiempo en la sociedad de sus
apreciables amigos.

Cap. XIX. --Se discute un gran proyecto y se determina su ejecucion.

Cap. XX. --Oliverio es entregado á Guillermo Sikes.

Cap. XXI. --Espedicion.

Cap. XXII. --Robo de noche con fractura.

Cap. XXIII. --Siguen las aventuras de Oliverio.

Cap. XXIV. --En el que se dá cuenta de una conversacion agradable entre
Monsieur Bumble y una señora, para probar que un pertiguero (por mas que
se diga) alguna vez es susceptible de algun sentimiento.

Cap. XXV. --Detalles oscuros en apariencia; pero que no dejan de ser de
alguna importancia en esta historia.

Cap. XXVI. --Aun Fagin y compañia.

Cap. XXVII. --Se presenta en la escena un nuevo personaje.
--Particularidades inseparables de esta historia.

Cap. XXVIII. --Enmienda honrosa de una descortesía hecha á una señora,
que hemos dejado de la manera mas impolítica en el capítulo 25.

Cap. XXIX. --Carácter de los comensales do la casa en que se encuentra
Oliverio. --Lo que piensan de él.

Cap. XXX. --Posicion critica.

Cap. XXXI. --De la vida feliz que Oliverio lleva con sus amigos.

Cap. XXXII. --Un acontecimiento imprevisto viene á turbar la dicha de
nuestros tres amigos.

Cap. XXXIII. --Entra en la escena un nuevo personage. --Sucede á
Oliverio otra nueva aventura.

Cap. XXXIV. --Resultado poco satisfactorio de la aventura de Oliverio,
entrevista de alguna importancia entre Enrique Maylie y la señorita Rosa.

Cap. XXXV. --El que aunque corio no por eso deja de ser de cierta
importancia para esta historia, pues que es continuacion del capítulo
precedente y conduce necesariamente al que sigue.

Cap. XXXVI. --En el que transportándose al capítulo 33 de esta obra, se
notará un contraste por desgracia demasiado comun en el matrimonio.

Cap. XXXVII. --De lo que pasó entre Monks y los consortes Bumble, la
noche de su entrevista.

Cap. XXXVIII. --El lector vuelve á encontrarse con conocidos antiguos.
Monks y Fagin se confabulan entre ellos.

Cap. XXXIX. --Singular entrevista á consecuencia de lo acaecido en el
capítulo anterior.

Cap. XL. --Nuevos descubrimientos, en prueba de que las sorpresas lo
mismo que las desgracias, rara vez vienen solas.

Cap. XLI. --Una antigua relacion de Oliverio dando pruebas de un genio
superior, llega á ser un personage público en la metrópoli.

Cap. XLII. --El Camastron se enreda en un mal negocio.

Cap. XLIII. --Llega para Nancy el tiempo de cumplir su promesa á Rosa.
--No la cumple. --Fagin emplea á Noé Claypole en una comision secreta.

Cap. XLIV. --Nancy es exacta á la cita.

Cap. XLV. --Consecuencias fatales.

Cap. XLVI. --Monks y Mr. Brownlow se encuentran al fin, entrevista que
tuvieron juntos, y de que modo fué interrumpida.

Cap XLVII. --Sikes es perseguido. --Como escapa á la policía.

Cap. XLVIII. --Aclaracion de mas de un misterio. --Propuesta de
matrimonio sin dote y sin arras.

Cap. XLIX. --El último dia de un reo de muerte.

Cap. L. --Conclusion.

FIN DEL ÍNDICE.



PLANILLA PARA LA COLOCACION DE LAS LÁMINAS.


Un ataud á medio hacer estaba colocado en el centro de la tienda.

El Camastron explota el bolsillo del Caballero anciano á la vista de
Oliverio estupefacto.

Y cogiendo al chico por el cuello de la casaca le introdujo por los piés
dentro de la habitacion.

En lugar de un bandido de aspecto feroz vieron á un pobre muchacho
rendido de dolor y de fatiga.

Mis Rosa.

Mr. Bumble, Pertiguero de la parroquia.

Sikes apoderándose de un enorme garrote, descargó un golpe sobre el
cráneo de la jóven, y la tendió muerta á sus piés.

Muerte de Sikes.



PRÓLOGO.

Cuatro palabras del traductor.


ENTRE las concepciones mas celebradas del genio literario moderno, merece
sin disputa lugar preferente la novela del fecundo y fantástico autor
cuya version hemos osado hacer en el lenguage patrio. En efecto, con ella
el célebre inglés Cárlos Díckens ha hecho inmarcescible la corona
gloriosa que ciñe su frente. Digno discípulo del gran Schakspeare y
émulo aventajado del inmortal Cervantes, ha logrado reunir en la
presente obra los dos tipos sublimes de estos padres de la literatura
actual.

Nada mas seductor, nada mas terrible á un tiempo que el desarrollo
consecutivo de tan interesante produccion. Dejando á parte el interés
siempre creciente de la accion desde la primera página, los carácteres
de los personages en ella descritos, cautivan la mente del lector hasta
el punto de considerarlos como seres reales á quienes vé todos los dias
en su práctica de la vida social, aun cuando velados con el vapor que
engendran en ella el disimulo y las conveniencias individuales.

En fin, el cuadro brillante de todas las virtudes de todos los vicios; de
la mas simpática belleza y de la mas repulsiva fealdad moral, está
delineado en esta obra maestra de la inspiracion y del arte con pincel
tan delicado , que el ojo del alma descubre á la vez toda la magestad y
toda la miseria de esta criatura predilecta que como angel caído arde en
el fuego calzinador, que se titula malamente civilizacion.

Cierto es que el no menos fecundo novelista francés Eugenio Sue con su
pluma poética logró ya una vez patentizar la carcoma anterior que
devora esos círculos sociales, tan seductores mirados desde sus
estremos, pero que tanto hielan al corazon penetrando en su centro. Sin
embargo nos atrevemos á afirmar que en la presente novela , Cárlos
Dickens ha roto del todo el misterio que encubre tanta agonía. Cada
página de este libro magico es una prueba evidente de que las costumbres
sociales en su mas refinada ilustracion; cuando no las alienta el aura de
la virtud modesta, alma de la verdadera perfeccion humana, hacen al
individuo tan ó mas miserable que la estupida fatalidad de la
ignorancia. Tal es el pensamiento filosófico del autor. Anatómico
profundo, critico severo sin ser mordaz, con la risa y el terror
mezclados, análiza una por una todas las fibras de ese corazon inmenso
del mundo que se denomina Sociedad!

Conocemos asaz las dificultades insuperables del lenguage original
empleado en la mayor parte de esta obra, y tememos no haber logrado
nuestro afan de trasladar al idioma español su elocucion con la pureza y
ecsactitud que requieren las producciones de su clase; pero nos ha
alentado hasta concluir nuestro trabajo, la esperanza en la benevolencia
que nos dispensará el lector considerando el gran bien que de todos
modos resultará, dando á conocer á muchos de nuestros compatricios una
de las joyas mas brillantes de la literatura moderna.

    _J. J._ y _C._



CAPÍTULO PRIMERO.

DEL LUGAR EN QUE OLIVERIO TWIST RECIBIÓ POR PRIMERA VEZ LA LUZ DEL DIA Y
DE LAS CIRCUNSTANCIAS QUE CONCUBRIERON Á SU NACIMIENTO.


ENTRE los establecimientos públicos de cierta ciudad de Inglaterra, que
por muchas razones tendré la prudencia de no designar, ni tampoco
prestaré nombre alguno imaginario; hay uno comun á cuasi todas las
ciudades grandes ó pequeñas que aquella tiene por gloria poseer: una
_Casa de Caridad_ . En este asilo filantrópico pues, en cierto dia y en
cierta época que no juzgo necesario precisar, tanto mas no siendo de
utilidad ninguna para el lector al menos por ahora, nació el diminuto
mortal cuyo nombre está en el epígrafe de este capítulo.

Habia ya cerca de cinco minutos que el cirujano de los pobres de la
parroquia le habia introducido en este mundo de miserias y de
sufrimientos, cuando se dudaba aun que pudiera vivir para llevar un
nombre cualquiera. Sin embargo, despues de muchos esfuerzos, respiró,
estornudó y por un grito tan penetrante como podia esperarse
razonablemente de un niño, que no poseia un gage tan útil como es el
don de la voz sino desde cinco minutos y algunos segundos antes, anunció
á los comensales de la Casa de Caridad, el hecho de una nueva carga que
su entrada en el mundo iba á imponer á la parroquia.

En el mismo instante que Oliverio daba esta primera prueba nada equívoca
de la fuerza y de la libertad de sus pulmones, la manta estropeada que
cubría la cama de hierro, hizo un ligero zurrido y dejó ver el rostro
pálido y lívido de una jóven que levantando penosamente la cabeza,
dijo con voz languida estas palabras que á penas pudieron oirse: ―Que
yo vea á mi hijo antes de morir . . ?

El cirujano que estaba ante la chimenea, presentando ambas manos al fuego
y frotándolas alternativamente; se levantó á la voz de la jóven, y
acercándose al lecho dijo con mas dulzura de la que podia esperarse en
él:

―Oh! no es el caso de hablar aun de morir! . .

--Bien seguro que no pobre jovencita! . . Que Dios no lo permita! . .
--añadió la enfermera, metiendo de prisa en su faltriquera una botella,
de la que acababa de apurar parte de su contenido en un rincon, con un
placer evidente.--Que Dios no lo permita! . . Cuando habrá llegado á mi
edad, querido caballero, y habrá tenido como yo trece niños de su
propiedad de los cuales el buen Dios se me ha llevado once y los dos
restantes están conmigo en la casa, entonces en vez de dejarse aniquilar
por la tristeza, obrará de muy diferente modo. ―Y dirijiéndose á la
parida: ―Vamos zalamerilla, pensad en la dicha de ser madre y en que es
necesario vivir para vuestro hijuelo. Pensadlo como una buena muchacha.

Esta prospectiva consoladora de las delicias de una madre, no produjo
todo el efecto que era de esperar: la enferma sacudió la cabezaen señal
de duda y estendió los brazos hacia su hijo. Habiéndoselo presentado el
cirujano, imprimió con pasion sobre la frente del inocente sus labios
frios y descoloridos; luego, pasando sus manos sobre su frente como para
recordar una idea confusa, arrojó á su alrededor una mirada fija y
estraviada, se estremeció de horror, volvió á caer sobre su lecho y
murió . . . Los asistentes le frotaron las manos y las sienes para
procurar volverla á la vida; pero inútilmente: la sangre se habia
helado para siempre!! Hablaron de esperanzas y de socorros: estas cosas
le habian sido estrañas por un tiempo demasiado largo! . . --Todo ha
concluido madre enfermera! --dijo entonces el cirujano.

--Pobre jóven! Sin embargo es la pura verdad! . . --repuso la vieja
recojiendo el tapon de la botella que habia caido sobre la almohada, al
inclinarse para recoger el niño --Pobre juventud! Que hacemos nosotros
ahora?

―No teneis necesidad de enviarme á buscar si el niño chilla: lo
entendeis Señora enfermera? ―dijo el cirujano metiéndose sus guantes
con aire petulante. ―Es probable que será malo; entonces le dareis un
poco de gachas. ―Diciendo esto, tomó su sombrero y parándose al pié
de la cama antes de dirijirse hacia la puerta añadió: --A fé mia, era
una joven muy hermosa! De donde venia? . .

―La llevaron aqui ayer tarde de órden del director, --dijo la vieja.
―Se la ha encontrado tendida al medio de la calle. Hay motivo para
creer que habia hecho un largo camino, porque sus zapatos están del todo
estropeados; pero nadie sabe de donde venia y á donde iba.

El cirujano se inclinó sobre la cama y levantando la mano izquierda de
la difunta: --Siempre la misma historia! . . --dijo balanceando la
cabeza; --á lo que veo, no tiene recomendacion. Vamos, buenas noches! . .

El facultativo se fué á comer y la enfermera recurriendo de nuevo á la
botella, se sento en una silla baja delante del fuego, y emprendió la
tarea de vestir al niño.

Que efecto notable del poder de la vestidura ofrecia en este instante el
pequeño Oliverios Twist! Envuelto en el cobertor que hasta entonces
habia formado su unico vestido, hubiera podido ser el hijo de un noble
señor, asi como el de un pobre mendigo. El hombre mas presumtuoso que no
le hubiera conocido, hubiera tenido mucho embarazo en señalarle un rango
en la sociedad. Pero apenas fué embozado en la vieja tela de indiana,
vuelta de un color indecifrable á fuerza de servir; cuando se halló
como quien dice empaquetado y rotulado, se encontró de pronto en su
esfera: esto es el pobre niño de la parroquia, el huérfano de la casa
de caridad; mas tarde el humilde galopo reducido á faltar de lo mas
estrictamente necesario; destinado á los golpes y á los malos
tratamientos; despreciado de todo el mundo, y por nadie compadecido.

Oliverio chilló bastante alto. Si hubiera sabido que era huérfano,
abandonado á la merced de mayordomos, é inspectores, tal vez hubiera
gritado mas fuerte.



CAPÍTULO II.

DEL MODO CON QUE FUÉ CRIADO OLIVERIO TWIST, DE SU INFANCIA, DE SU
EDUCACION.


DURANTE los ocho ó diez primeros meses, Oliverio fué víctima de un
curso sistemático de engaños y de decepciones: fué criado con la
papilla. Las _autoridades_ de la casa de la caridad, espusieron fielmente
á las _autoridades_ de la parroquia el estado raquitico del huerfanito,
causado por la privacion de un alimento natural. Las _autoridades de la
parroquia_, pidieron informe con dignidad, á las _autoridades de la casa
de la caridad_ sobre si en la dicha casa habria alguna muger que se
hallase, en estado de prodigar al parvulillo el consuelo y el alimento de
que tenia necesidad; y atendida la respuesta negativa hecha humildemente
por las _autoridades de la casa de la caridad_, las _autoridades de la
parroquia_ siguiendo el impulso de su corazon en favor de la humanidad
doliente, resolvieron de comun acuerdo, que Oliverios seria _arrendado_;
ó hablando mas claro, que seria enviado á dos ó tres millas lejos, en
una sucursal de la casa donde veinte ó treinta jóvenes, _infractores_
de la ley sobre la mendicidad, se revolcaban todo el dia sin riesgo de
ser incomodados por el exceso de alimento ó por la estrechez de
vestidos. La direccion de esta sucursal estaba confiada á los desvelos
del todo maternales de una vieja que recibia á los _jóvenes culpables_
á razon de O 75 c. por semana, cada uno.

Quince sueldos por semana, por el alimento de un niño forman todavia una
suma demasiado redonda. Se pueden procurar muchas dulzuras con 15
sueldos, las suficientes al menos para sobre cargar el estomago hasta
caer enfermo. La vieja en cuestion sabia muy bien lo que convenia á los
niños, y aun mas lo que le convenia á ella misma; de consiguiente, se
apropiaba para su uso propio la parte mayor de sus reditos semanales y
sometia á la generacion creciente de los pobres de la parroquia á una
pitanza, todavia mas flaca que la que se les daba por buena
parroquialmente; encontrando por este medio en el abismo del cálculo mas
profundo, un abismo mas profundo todavia, y dando prueba de vastos
conocimientos en la filosofia experimental cuya práctica llevaba tan
lejos.

Todo el mundo sabe la historia de ese filósofo experimental que habiendo
encontrado el medio de hacer vivir un caballo sin darle de comer, hizo el
ensayo con el suyo llevándole hasta no comer mas que una hebra de paja
por dia, y del que sin duda hubiera hecho el animal mas ligero y
vivaracho no dándole absolutamente nada, si la pobre bestia no hubiese
tenido la humorada de morirse cabalmente veinte y cuatro horas antes de
recibir su primer pienso de aire puro.

Por desgracia de la filosofia experimental de la vieja de los tiernos
cuidados á quien fué confiado Oliverio Twist, un resultado semejante
acompañaba ordinariamente á su sistema de operacion; porque desde el
momento en que un niño habia llegado al punto de poder existir con la
mas minima racion del mas flaco alimento posible, sucedia por una de
estas fatalidades perversas de la suerte y esto, ocho veces sobre diez
que caía enfermo de necesidad y de frío, ó bien se tumbaba en el fuego
por falta de vigilancia, ó bien se ahogaba por accidente; en el uno ó
en el otro de cuyos casos el pobre pequeñuelo iba cuasi siempre á
reunirse en el otro mundo con los padres que no habia conocido jamás en
este.

No debe esperarse un exceso de gordura en los muchachos criados según el
sistema que acabo de describir. Oliver tenía ya nueve años, y apesar de
su edad era encanijado raquítico y diminuto; pero había recibido de la
naturaleza ó de sus padres un alma fuerte y un juicio sano que se
habían desarrollado en él gracias a la dieta a la que estaba sometido;
debiendo tal vez á esta circunstancia el haber alcanzado por novena vez
el aniversario de su nacimiento. Sea lo que fuera, aquel día era el
aniversario de su nacimiento y lo celebraba tristemente en la bodega en
compañía de dos de sus pequeños camaradas, quienes después de haber
compartido con él una lluvia de golpes, habian sido encerrados en ella
por haber osado pretender que tenían hambre; cuando la señora Mann, la
amable dueña de la habitación, divisó de repente al Señor Bumble, el
pertiguero, que acumulaba todos sus esfuerzos para abrir la pequeña
puerta del jardín.

―Dios me perdone! Creo que es el Señor Bumble! ―dijo con afectada
alegria y sacando la cabeza á la ventana; --Susana, --prosiguió
dirijiéndose á la criada ―corre á abrir á Oliverio y á los otros
dos tunantuelos y limpialos pronto. Cielos! Señor Bumble! cúan contenta
estoy de veros!

Es preciso saber que el señor Bumble era uno de esos hombres corpulentos
e irracibles, que en vez de responder como debia á este recibimiento
afectuoso, sacudió con violencia el cerrojo, y dió a la puerta un golpe
que no podia provenir sino del pié de un pertiguero.

--Caramba! ―dijo la Señora Mann corriendo á habrir la puerta (porque
durante este intervalo los tres chicos habían sido puestos en libertad)
―Hase visto nunca cosa igual! Haberme olvidado de que la puerta estaba
cerrada, por causa de estos chicuelos! Ya lo veis! Tened la bondad de
entrar Señor Bumble, os lo ruego!

Apesar de ser hecha esta invitacion con una cortesia capaz de ablandar el
corazon de un _obrero_ de parroquia no hizo ningun efecto al pertiguero.

--Creeis Señora Mann --dijo Mr. Bumble, oprimiendo fuertemente su
baston. ―Creeis vos que sea muy respetuoso ó conveniente hacer esperar
á la puerta de vuestro jardin á los _ministros parroquiales_ cuando
vienen para _asuntos parroquiales_? Ignorais Señora Mann, que sois si
asi puedo esplicarme una delegada parroquial, asalariada por la
parroquia? . .

--Cier . . .ta . . .mente, Señor Bumble! ―respondió la Señora Mann,
con acento melifluo, -cabalmente habia ido á anunciar á dos ó tres de
esos chicuelos que tanto os aman, vuestra llegada, Señor Bumble.

Mr. Bumble, tenia en mucho su importancia y sus facultades oratorias.

--Esta bien; esta bien Señora Mann! ―replicó con tono mas dulce. --Es
posible y no digo lo contrario; pero entremos en vuestra casa, tengo algo
que comunicaros.

La Señora Mann introdujo al pertiguero en una salita baja embaldosada y
le tomó su baston que depositó con mucho cuidado sobre una mesa
colocada frente de él.

―No vayais á incomodaros por lo que os diga Señor Bumble, --aventuró
la Señora Mann con una gracia encantadora, ―Habeis hecho una buena
caminata, y es natural que tengais calor Señor Bumble, no siendo así me
guardaría muy bien . . . Quereis tomar un vasito de cualquier cosa
Señor Bumble? . .

--Muchas gracias! Ni pizca. --dijo agitando su mano con aire de benevola
dignidad.

--No me rehusareis --dijo la Señora Mann que adivinaba un consentimiento
fácil tanto en el tono de la negativa como en el movimiento que la
acompañaba ―nada mas que una gotita con un poco de agua fria, y un
pedazo de azu . . .

Mr. Bumble tosió.

--Una lagrimita!-- añadió ella con acento agraciado.

―¿Que vais á darme? . . ―preguntó el pertiguero.

―Lo que me veo obligada á tener en casa algunas veces para meterlo en
el caldo de los pequeñuelos cuando están enfermos. ―dijo la Señora
Mann abriendo una pequeña alacena colocada en un rincon y sacando de
ella una botella y un vaso. --Es ginebra Señor Bumble.

--Acaso dais caldo á los niños Señora Mann? --preguntó este siguiendo
con los ojos, la accion atractiva de la mezcla.

-- Vaya si les doy; apesar del precio que me cuesta!

A fé mia carezco de valor para verlos sufrir ante mis ojos. Señor
Bumble!

--Sin duda, hizo el otro con un signo de aprobacion. ―Estoy convencido
de ello.

Señor Mann ya lo sé; sois una muger compasiva . . . (ella coloca el
vaso sobre la mesa.) Señora Mann, deslizaré alguna palabra á esos
señores de la administracion, (acerca el vaso.) Señora Mann teneis
entrañas de madre, (mezcla el agua y el ginebra.) Señora Mann tengo el
honor de beber á vuestra salud. (Bebe la mitad.) Ah! . . volviendo al
objeto de mi visita; --dijo sacando de su bolsillo una cartera de badana.
--El niño que fué bautizado con el nombre de Oliverio Twist tiene hoy
nueve años.

―Dios lo tome bajo su santo amparo! --esclamó la Señora Mann
frotándose el ojo izquierdo con la punta de su delantal.

--Sin embargo, ―prosiguió el pertiguero --á pesar de la recompensa de
diez libras esterlinas elevada luego hasta veinte; á pesar de las
indagaciones _excesivas_ y hasta _sobrenaturales_ si me es licito hablar
así, por parte de los administradores de esta parroquia, jamas hemos
podido descubrir quien es su padre ni aun el nombre y la patria de su
madre.

La Señora Mann plegó sus manos en señal de asombro, y despues de un
instante de reflecsion, preguntó --¿Entonces como es que tiene un
apellido?

El pertiguero incorporándose con dignidad respondió --Porque yo le he
inventado.

--Vos Señor Bumble? . .

--Yo mismo Señora Mann. Tengo la costumbre de nombrar á nuestros
espésitos por orden alfabetico. El anterior estaba en la S, y le llamé
Swubble; este estaba en la letra T, y le dí el apellido de Twist; el que
llegó despues se dijo Unwin; el que le siguió Vilkins, y asi
sucesivamente. Tengo apellidos, acomodados hasta el turno de la Z, y
luego el buen cuidado, de volver á empezar cuando se ha agotado el
alfabeto.

--No es adular Señor Bumble, pero es preciso reconocer en vos una
instruccion caudalosa.

--Es muy posible Señora Mann; --dijo el pertiguero plenamente satisfecho
del cumplimiento --es muy posible; --y vació su vaso. --Ahora bien;
siendo ya Oliverio demasiado grande para permanecer aquí, la
Adminstracion ha decidido que vuelva á la casa, y yo mismo he venido á
buscarlo; con que hacedle venir para que yo le vea.

--Voy á llevaroslo al instante. --dijo la Señora Mann saliendo de la
sala.

Oliverio á quien se había desembarazado de una gruesa capa de grasa que
formaba una costra en su rostro y en sus manos, (al menos, toda la que
era posible quitar en una sola vez,) entró en la sala conducido por su
benevola protectora.

--Saludad Señor Oliverio --dijo la Señora Mann.

El niño hizo un saludo, dividido entre el pertiguero sentado en la
silla, y su sombrero de tres picos colocado sobre la mesa.

--¿Quieres venirte conmigo Oliverio? --dijo con magestad Mr. Bumble.

Este iba á responder que seguiria con sumo contento al primer venido,
cuando alzando los ojos que por respeto había tenido hasta entonces
inclinados al suelo, su mirada se encontró con la de la Señora Mann,
que colocada tras la silla del pertiguero, le mostraba el puño con
ademan furioso. Al momento comprendió perfectamente la insinuacion; ese
puño habia oprimido demasiado amenudo su espalda para no tenerlo
profundamente grabado en su memoria.

―Y ella vendrá conmigo? --preguntó el pobre Oliverio.

--No; no pueda ser. --respondió Mr. Bumble --pero vendrá á verte
alguna vez.

Esto no era muy satisfactorio para Oliverio; pero apesar de su niñez
tuvo bastante buen discernimiento para fingir un vivo pesar de marcharse.
Tampoco le fué muy difícil llamar las lágrimas á sus ojos; el hambre
y los golpes aun recientes son causas poderosas para excitar el llanto, y
así lloró muy naturalmente. La Señora Mann le dió mil besos, y con
ellos la cosa de que tenía mas necesidad; una rebanada de pan con
manteca, temerosa de que no se mostrára demasiado famélico al llegar á
la casa.

Con su pedazo de pan en una mano, y enganchándose con la otra á la
manga de Mr. Bumble, Oliverio seguia como podia preguntando continuamente
_si iban á llegar pronto_. Mr. Bumble respondia con tono breve y
regañon; porque la dulzura momentánea que inspira el _grog_ en ciertos
espíritus, se había evaporado en el corazon de Mr. Bumble, y habia
vuelto á ser pertiguero. Apenas trascurrido un cuarto de hora despues de
su llegada á la casa, Mr. Bumble vino á anunciarle que el _consejo_
estaba reunido, y que le esperaba en el _estrado_. Le mandó que lo
siguiera, acompañando esta recomendacion con dos bastonazos. Oliverio
llegó á una sala donde diez señores gruesos y gordos estaban sentados
alrededor de una mesa.

―Saluda al _estrado_. ―Oliverio saludó.

―Como te llamas hijo?

Oliverio que no había visto nunca á tantos personages, y que ademas
habia recibido de Bumble una fuerte bastonada por via de animacion, se
puso á llorar. Todos aquellos señores le declararon idiota. Luego se le
notificó que era huérfano, acogido por la parroquia; que estaba
destinado á tomar un oficio, reducido á deshilar cuerdas viejas para
hacer estopa. El pertiguero le condujo á una cuadra donde se durmió
sobre un lecho muy duro, pues que las leyes suaves de ese buen país
permiten á los pobres el dormir, poco es cierto; pero al cabo alguna vez.

En este mismo dia, mientras que Oliverio dormitaba en el seno de la
inocencia, el consejo tomaba una resolucion que debia influir en su
porvenir. En efecto, la Administracion se convenció de que los pobres
estaban demasiado regalados; que la _casa_ era el _punto de reunion_ de
los pasatiempos agradables, donde los almuerzos, las comidas y las cenas
llovian durante todo el curso del año; un Eliséo en fin donde todo era
placer. Entonces hicieron un reglamento por el que los pobres tenian el
libre arbitrio, ó de morirse de consumcion y de hambre en la casa, ó
mas prontamente fuera de ella. A este fin hicieron un contrato con la
administracion de las aguas, para tener de ellas una provision ilimitada,
y otro con un mercader de trigo que debia proporcionar de cuando en
cuando una pequeña cantidad de harina de maiz, con la que ellos
compusieron tres comidas de puches claros por dia, con una cebolla dos
veces la semana, y la mitad de un panecillo el domingo.

Seis meses despues de la llegada de Oliverio á la casa el nuevo sistema
estaba en plena práctica. Al principio se hizo costoso por causa del
aumento de la cuenta del Empresario de entierros; pero el numero de los
pensionistas disminuia considerablemente y la Administracion estaba
encantada. A la hora de la comida cada muchacho recibia una escudilla
rasa de puches y _pare V. de contar_; escepto los dias de fiesta, en los
que recibia de plús dos onzas y cuartillo de pan. Nunca habia necesidad
de lavar las escudillas, pues que los muchachos las pulian con sus
cucharas hasta que eran bien brillantes; y cuando habian concluido esta
operacion que no ecsijia mucho tiempo, fijaban sobre el caldero miradas
tan avidas que parecian querer devorar hasta las baldosas que lo
sostenian. Los desdichados comian tan poco, y se habian tornado tan
voraces y tan salvages, que uno de ellos dió á entender á sus
compañeros que á menos que no se le concediese otra escudilla de puches
por dia, se veria en la necesidad de comerse una hermosa noche á su
camarada de lecho. Diciendo esto tenia los ojos hoscos, y le creyeron
capaz de hacerlo; por lo que se hicieron á las pajitas quien de ellos
durante la cena iría á pedir al Escanciador una segunda escudilla de
puches. La suerte cayó á Oliverio.

Apesar de ser un niño el hambre le habia exasperado. Se le vantó pues
de la mesa, y alarmado el mismo de su temeridad, se adelantó hacia el
Escanciador.

―Caballero; quereis hacerme el favor de otra?

El Escanciader se puso pálido y tembloroso. Miró al jóven _rebelde_
con un asombro estúpido. Los ayudantes quedaron estupefactos de sorpresa
y los niños de terror.

--Que quieres? ―preguntó con voz alterada.

―Quisiera mas si os place, caballero. --respondió Oliverio.

El Escanciador asestó en la cabeza del muchacho un golpe con su cuchara
de barro, lo cojió por el cogote y llamó al pertiguero á grandes voces.

Los Administradores estaban reunidos en _gran conclave_, cuando Mr.
Bumble se precipitó fuera de si en la sala del consejo.

―Señor Limbkins! ―dijo dirijiéndose al caballero gurdo que ocupaba
la silla de la presidencia. ―Perdon, si os interrumpo! Señor Limbkins,
Oliverio ha pedido mas puches!

Un murmullo general se levantó en la asamblea; una expresion de horror
se pintó en todos los semblantes.

―Ha pedido mas? ―dijo Mr. Limbkins. ―Calmaos Bumble, y respondedme
claramente.

―Quereis decir que ha pedido mas despues de haber comido la racion que
la regla de esta casa le señala?

―Si Señor! ―replicó Bumble.

―No cabe duda! Ese niño algun dia colgará de una horca. ―dijo otro
hombre mas gordo y con chaleco blanco.

Nadie contestó á la profecía del orador. Se empeñó un vivo debate
por resultado del cual se condenó á Oliverio á ser encerrado al
momento, y á la mañana siguiente se fijó en el exterior de la puerta
de la casa un anúncio en el que se prometían cinco libras esterlinas de
recompensa al que desembarazara la parroquia del jóven Oliverio Twist ó
en otros términos, se ofrecian cinco libras esterlinas con Oliverio
Twist, á cualquiera (hombre ó mujer) que tuviese necesidad de un
aprendiz para el comercio los negocios, ó todo otro oficio y estado
fuera el que fuera.

--En mi vida estuve mas cierto de una cosa. --dijo á la mañana
siguiente el hombre del chaleco blanco recorriendo con la vista el
anúncio y llamando á la puerta de la casa de la caridad. --En mi vida
estuve mas cierto de una cosa y es que ese niño algun dia colgará de
una horca.

Proponiéndome hacer saber por la continuacion de esta historia si el
hombre del chaleco blanco iba bien ó mal fundado en su suposicion,
creeria destruir el interés del relato (suponiendo que lo haya,)
aventurándome á insinuar desde ahora, si la vida de Oliverio Twist tuvo
ó no este fin trájico.



CAPÍTULO III.

COMO OLIVERIO TWIST ESTUVO PROCSIMO Á COJER UNA PLAZA QUE PODIA MUY BIEN
LLAMARSE UNA PREBENDA.


OCHO dias despues que Oliverio se hizo culpable del _crimen nefando_ de
pedir mas puches, habitaba un camarachon obscuro, donde estaba encerrado
en clase de prisionero, gracias á la _clemencia_ y á la _sabiduria_ de
la Administracion. No seria fuera del caso suponer desde ahora, que por
poco sentimiento de respeto que le hubiera merecido la prediccion del
hombre del chaleco blanco, hubiera podido solidar una vez para siempre la
reputacion profética de ese sabio individuo, atando á un gancho de la
pared uno de los cabos de su pañuelo de faltriquera, y en seguida
pasando el otro al rededor de su cuello. Con todo; para llegar á este
resultado habia un inconveniente. Considerados los pañuelos como
_artículos de mero lujo_ se habian suprimido para entonces y para
siempre; y de consiguiente se habían eliminado de la nariz de los pobres
por órden expresa emanada de la Administracion reunida á este efecto en
consejo pleno; cuya órden se dió solemnemente, se aprobó, firmó y
rubricó por cada uno de los miembros del consejo y se revistió con el
sello de la Administracion.

Otro obstáculo mayor para Oliverio era su juventud y su inexperiencia.
El pobre niño se contentaba con llorar amargamente todo el dia, y cuando
llegaba la noche fria y lenta, estendia sus manecitas ante sus ojos para
no ver la obscuridad y se acurrucaba en un rincon para poder lograr el
sueño.

Guárdense de suponer los enemigos del _nuevo sistema_ que se privó á
Oliverio de la gracia del ejercicio, del goce de la sociedad y de las
ventajas reales de un consuelo religioso, durante el tiempo de su
reclusion. En cuanto al ejercicio, le era permitido ir cada mañana con
un frío helado, pero sano, á un patio empedrado para lavarse bajo el
chorro de una bomba, en presencia de Mr. Bumble, quien para impedir que
le cogiera un reumatismo, le facilitaba una viva sensacion en todo el
cuerpo, distribuyéndole algunos bastonazos con una liberalidad poco
comun. En cuanto á la sociedad; cada dos dias venia al refectorio
durante la comida de los niños para ser azotado públicamente, con el
fin de servir de ejemplo y de leccion en el porvenir; y muy lejos de
privarle de las ventajas de un consuelo religioso, se le introducia á
punta pies en el mísmo sitio á la hora de la oracion de la noche,
durante la cual podia á su gusto beatiticar su alma prestando oidos á
una _formula_ añadida á la oracion ordinaria, por órden expresa de la
Administracion. Por medio de este suplemento de rogativa, los niños
pedian á Dios con fervor, les hiciera la merced de ser buenos,
virtuosos, contentos y obedientes, y les preservára de las culpas de
Oliverío Twíst, á quien la formula conceptuaba sujeto al patronato
esclusivo, á la proteccion y al poder del demonio y como salido el mismo
de la fábrica de Satanas.

Mientras que los asuntos de Oliverio se hallaban en este estado
faborable, y se presentaban bajo tan hermoso aspecto, sucedió que Mr.
Gamfield, limpia chimeneas, se dirijía á la calle Mayor pensando
seriamente en los medios de pagar muchos plazos vencidos de alquileres,
por los cuales su casero, se iba haciendo cada dia mas cocora. A pesar de
los vastos conocimientos de Mr. Gamfield en aritmética , no podia llegar
á la resolucion de la suma de cinco libras esterlinas (montante de su
deuda); y en un rapto de frenesí matemático, golpeaba alternativamente
su frente y á su jumento, cuando al llegar frente la casa de Caridad,
sus ojos se encontraron con el anuncio fijado en la puerta.

―So! o . . . o . . . o . . . so! ―dijo el limpia chimeneas
dirigiéndose á su burro.

--El _caballero_ del chaleco blanco estaba en el lindar de la puerta con
las manos tras la espalda, viniendo de pronunciar sin duda un discurso
soberbio en la sala del consejo. Habiendo sido testigo de la pequeña
discusion entre Mr. Gamfield y su asno, sonrió graciosamente al ver al
primero leer el anúncio, pues pensó al momento que ese era el género
de amo que convenia á Oliverio. Mr. Gamfield sonrió tambien para sus
adentros recorriendo el anúncio; porque cabalmente cinco libras
esterlinas formaban la suma justa que necesitaba; y por lo que toca al
niño que era necesario cargarse á cuestas, el limpia chimeneas pensó
que con el régimen de vida, á que habia sido ajustado , debia tener una
talla capaz para pasar las chimeneas mas estrechas. Releyó pues por
segunda vez desde la cruz á la fecha el anúncio y llevando la mano á
su gorra de pelo de nutria se arrimó con el mas profundo respeto al
_caballero_ del chaleco blanco y le habló en estos términos:

―Perdon, caballero! ¿No es aqui que hay un niño á quien la parroquia
quisiera colocar de aprendiz?

--Si buen hombre. --dijo el otro con una sonrisa graciosa --Que le
quereis?

--Si la parroquia quisiera darle un oficio agradable y muy fatigoso en el
arte de limpiar chimeneas por ejemplo; yo lo tomaria de muy buena gana;
porque cabalmente necesito un aprendiz.

--Entrad. --dijo el hombre del chaleco blanco.

Mr. Gamfield despues de haber retrocedido algunos pasos para soplar á su
rucio un nuevo golpe en la cabeza y una nueva sacudida en la quijada, por
via de advertencia de que no se meneara durante su ausencia, siguió al
_caballero_ del chaleco blanco basta la sala, donde Oliverio Twist lo
habia visto por primera vez.

--Es un oficio bastante sucio! --dijo Mr. Limbkins despues que Gamfield
hubo expuesto de nuevo su pretension.

--Parece que ya ha habido muchachos ahogados en las chimeneas. --dijo
otro.

--Porque se mojaba la paja antes de encenderla para hacerlos bajar de
ellas --dijo Gamfield. --Todo era humo sin llama . . . Además, de nada
sirve el humo para hacer bajar un muchacho de una chimenea; al contrario
no es bueno sino para adormecerle que es lo que quiere. Los niños, como
saben Vds. señores, son perezosos y obstinados como el diablo; nada
mejor que una buena llama para afufarles. Sobre todo es hacerles un gran
favor por que á la verdad Señores, el asarles una miaja las plantas de
los pies cuando se han aletargado en la chimenea, es muy del caso para
hacerles deslizar con mas rapidez.

El hombre del chaleco blanco se mostró muy satisfecho de esta
esplicacion; pero una mirada de Mr. Limbkins reprimió instantáneamente
su contento. Los miembros del consejo continuaron hablando entre si por
algunos momentos; pero tan bajo que estas palabras: _procuremos la
economia_ . . . _veamos el libro de cuentas_ . . . _hagamos imprimir una
informacíon_, fueron las solas que pudieron oirse; porque se repitieron
muy amenudo y con mucho enfasis.

Al cabo cesó el cuchicheo y habiendo recobrado los miembros del consejo,
cada uno su silla y su dignidad, Mr. Limbkins tomó la palabra:

--Hemos discutido vuestra proposicion y no la admitimos. --dijo á
Gamfield.

―De ningun modo. --añadió el caballero del chaleco blanco.

--Despues de bien meditado; no. --concluyeron los demas miembros.

Como Mr. Gamfield tenia fama de haber apaleado á tres ó cuatro
muchachos hasta matarlos, le vino á las mientes que tal vez los miembros
del consejo por un capricho inconcebible se habian imaginado que esta
circunstancia, (de ningun valor para ellos) debia con todo influir sobre
su conducta en esta ocasion. No siendo así hubiera sido muy contrario á
su modo acostumbrado, de obrar y de pensar. Además, como no tenia
ningunas ganas de atizar la fama publica, se alejó lentamente de la mesa
revolviendo su gorra entre sus manos.

--Con que no quereis dármelo caballeros? --dijo parándose en el lindar
de la puerta.

--No. --contestó Mr. Limbkins. --Siendo un oficio sucio, nos parece que
deberiais tomar algo menos de la suma ofrecida en el anuncio.

Los ojos del limpia chimeneas brillaron de gozo y dijo volviendo atrás:

--Veamos caballeros, que es lo que Vds. quieren dar? Que diablos! No sean
Vds. tan duros para un pobre diablo como yo. Que quieren Vds. dar?

―Creo que tres libras diez chelines, son bastantes. --dijo Mr. Limbkins.

--Vamos --repuso Gamfield --sean cuatro libras y quedan Vds.
desembarazados de una vez para siempre. Vamos caballeros!

--Tres libras diez chelines. --repitió Mr. Limbkins con firmeza.

--Pues bien! partamos la diferencia caballeros. --insistió Gamfield.
--Digamos tres libras quince chelines.

--Ni un _liard_ de mas! --Tal fué la respuesta de Mr. Limbkins.

--Están Vds. conmigo azás rigurosos caballeros! --dijo el limpia
chimeneas titubeando.

En fin, despues de un ligero debate se acordó la venta, y Mr. Bumble
recibió el encargo de llevar Oliverio Twist con una acta de aprendizage,
que debía ser aprobada y firmada por el magistrado en la tarde del mismo
dia.

Por resultado de esta determinacíon el pequeño Olíverio fué librado
de su cautiverio con gran asombro de su parte, y recibió la órden de
ponerse una camisa blanca. Apenas había concluido este ejercicio
gimnástico, (al que se entregaba rara vez) cuando Mr. Bumble le
presentó con sus propias manos una escudilla de puches, y la racion de
los dias festivos; esto es, dos onzas y cuartillo de pan, lo que viendo
Oliverio se puso á llorar amargamente, considerando naturalmente que era
necesario una resolucion de matarlo para algun fin ventajoso; pues de lo
contrario no se empezaría por engordarlo de tal modo.

--No te hagas el cariacontecído. --dijo Mr. Bumble afectando un aspecto
magnánimo ―Come y sé agradecido Oliverio . . . Vas ha entrar de
aprendiz hijo mio!

--De aprendiz caballero! --preguntó el niño con voz temblorosa.

―Si Oliverio! Los hombres _sensibles_ y _generosos_ que son para ti
cual otros nuevos padres, pues que te ves privado de los tuyos, van á
colocarte de aprendiz; á lanzarte en el mundo y hacer de ti un hombre,
apesar de las tres libras diez chelines que ello cuesta á la parroquia!
Tres libras diez chelines Oliverio! Sesenta y dos chelines! Ciento
cuarenta monedas de seis sueldos! Y todo esto por quien? Por un bergante,
un mal espósito á quien todo el mundo detesta!

Mr. Bumble se paró para recobrar el aliento, despues de haber recitado
esta arenga con tono magistral; copiosas lágrimas rodaron por las
mejillas del pobre niño y sollozó amargamente.

―Vamos! --dijo Mr. Bumble con acento mas cariñoso, ufano del efecto
producido por su elocuencia --vamos Oliverio; enjuga tus ojos con la
manga de tu chaqueta, y no llores de este modo sobre tus puches. Es una
bestialidad el llorar como lo haces en tus puches! ―(efectivamente era
una bestialidad) sobraba el agua en sus puches.

Mientras se dirijian al tribunal, Mr. Bumble insinuó á Oliverio que
debia mostrarse muy contento, y cuando el caballero magistrado le
preguntase si era de su gusto el entrar de aprendiz responder que lo
deseaba de todo corazon. Oliverio prometió conformarse á una y á otra
de las dos recomendaciones, tanto mas porque el pertiguero le dió á
entender con mucha destreza que si fallaba no respondía de los
resultados. Llegados al despacho del magistrado, el niño fué encerrado
y dejado solo en un gabinete con la órden de esperar la vuelta de Mr.
Bumble. Allí quedó durante media hora con el corazon palpitante de
temor, pasada la cual aquel entreabrió la puerta y alargando su cabeza
desprovista del sombrero de tres picos dijo de modo que pudiera ser
oído: ―Amigito? ven á presentarte al Señor Magistrado. ―Luego
tomando un aspecto amenazador añadió en voz baja ―Bribonzuelo!
cuidado con olvidar lo que te tengo dicho!

Oliverio miró á Mr. Bumble con aire de babiéca, sorprendido de un modo
de hablar tan contradictorio; pero ese digno sujeto no le dió tiempo
para hacer comentario alguno sobre este punto y le introdujo en una pieza
vecina cuya puerta estaba abierta. Esta era una sala espaciosa alumbrada
por una gran ventana. Detras de la balustrada dos viejos señorones con
la cabeza empolvada estaban sentados en un bufete. El uno leía un
periódico, y el otro con la ayuda de un par de anteojos de concha,
recorria una oja pequeña de pergamino colocada ante el. A un lado y
frente el bufete, se mantenía tieso Mr. Limbkins, y en el otro, Mr.
Gamfield con su cara embadurnada de hollin; dos ó tres cara de pascuas
con botas de vueltas de ante (ó a la Imperial.) se pavoneaban en el
mismo centro de la sala.

El viejo de los anteojos se adormeció por grados sobre el pergamino y
reinó un momento de silencio despues que Mr. Bumble hubo colocado á
Oliverio frente el bufete.

―Aquí está el niño Señor Magistrado. ―dijo Bumble.

El viejo que leia el periódico, se ladeó un poco y logró despertar al
otro tirándole de la manga.

―Ah! ¿es el niño? ―dijo este.

--El mismo. ―respondió el pertiguero. --Amigito; saluda al Señor
Magistrado!

Oliverio se revistió de valor é hizo el mejor saludo posible en él.
Fijos sus ojos sobre las cabezas empolvadas de los magistrados, se
preguntaba á si mismo, si acaso todos los miembros del tribunal de
justicia nacian con esa materia blanca en los cabellos, y por esto
llegaban á ser magistrados.

--Esta bien. --repuso el de los anteojos ―Creo que tendrá aficion á
limpiar chimeneas.

--Se muere por lograrlo Señor Magistrado. --replicó Bumble pellizcando
de lo lindo á Oliverio para insinuarle que obraria bien en no decir lo
contrario.

--Con que _quiere_ ser raspa hollines? ―preguntó el magistrado.

--Por mas que hiciéramos para obligarle á tomar otro oficio á la
mañana siguiente nos dejaria burlados. --respondió Mr. Bumble.

--Y es ese hombre quien vá á ser su maestro? Vos Señor? Es cierto que
lo tratareis bien? que lo alimentareis bien y que tendreis mucho cuidado
de él?

--Cuando se dice que se hará; prueba que hay intencion de hacerlo.
--repuso Gamfield con aire bestial.

--Teneis la palabra viva y el tono brusco amigo; pero me pareceis franco
y honrado. --dijo el magistrado apuntando sus anteojos al pretendiente á
la prima prometida en el anúncio, cuyo semblante innoble llevaba impreso
el sello de la crueldad; pero como el magistrado era medio ciego y medio
niño, no hay que asombrarse de que no discerniera, lo que cualquiera
podia distinguir al momento.

--Lo soy una miaja, con mucha vanagloria! --dijo el limpia chimeneas con
una sonrisa espantosa.

--No lo dudo. --dijo el magistrado fijando sus anteojos en la punta de
las narices, y buscando con la vista el tintero.

Este era el momento crítico para la suerte de Oliverio. Si el tintero
hubiese estado en el sitio en que le creia el magistrado, indudablemente
hubiera sumerjido en el su pluma, hubiera firmado el acta, y Oliverio
hubiera sido llevado sin mas dilacion; pero como cabalmente estaba bajo
sus ojos, es de aqui que naturalmente lo buscó por todo el pupitre sin
poder encontrarlo. En esta pesquiza fijó la vista en linea recta ante si
y su mirada se encontró con el rostro pálido y lívido de Oliverio,
quien apesar de los guiños significativos y las advertencias
_edificantes_ de Mr. Bumble, que continuaba en pelliznarle, contemplaba
con una espresion de horror mezclada de espanto la fisonomía repugnante
de su futuro patron. Esta espresion era demasiado significativa para que
un magistrado por ciego que fuera dejase de apercibirla.

El viejo cesó en sus pesquizas; dejó su pluma sobre la mesa y miró
alternativamente á Oliverio y á Mr. Limbkins, quien tomó un polvo
afectando un aire candido é indiferente á la vez.

--Hijo mio! --dijo el magistrado inclinándose sobre el pupitre.

Oliverio Se estremeció al sonido de esta voz. En ello tenia escusa;
estas palabras eran dictadas por la benevolencia, y ordinariamente los
sonidos estraños nos espantan. Tembló de pies á cabeza y rompió en
copioso llanto.

--Hijo mio! --prosignió el magistrado --estais pálido y pareceis
espantado!

Decid; que teneis?

Oliverio cayó de rodillas, juntó sus manos y esolamó con tono
suplioante:

--Volvedme a la prision, al aposento negro! Dejad que me muera de hambre
. . . azotadme, matadme si quereis; pero por piedad, no me envieis con
ese hombre espantoso!

--No esperaba menos! --dijo Mr, Bumble elevando los ojos y las manos con
el aire mas mistico ―Entre los espósitos falsos é hipócritas que
conozco, tu Oliverio te llevas la palma.

--Callaos pertiguero! --esclamó el segundo magistrado despues que aquel
hubo desembuchado este doble epíteto.

--Perdon señor magistrado. --dijo Mr. Bumble creyendo haber oido mal.
--Acaso me habeis dlrijido la palabra?

--Si; Sin duda. Os he dicho que os calleis.

Mr. Bumble quedó estupefacto. Imponer silencio á un pertiguero! Que
revolucion moral!!!!

El magistrado de los anteojos de concha miró á su colega, é hizo un
movimiento de cabeza significativo.

--Rehusamos sancionar esta acta! --dijo rechazando la hoja de pergamino.

--Espero Señores Magistrados --balbuceó Mr. Limhkins --que el simple
testimonio de un niño no inducirá á creer que las autoridades de la
casa de Caridad se han portado mal en esta ocasion.

--Los Magistrados no son llamados para dar su dictámen sobre este asunto
--repuso el segundo magistrado. --Volved este niño á la casa y tratadlo
con dulzura, pues parece tiene de ella mucha necesidad.

Aquella tarde misma el hombre del chaleco blanco afirmó con mas
conviccion que nunca, que no solo Oliverio seria ahorcado, si que tambien
descuartizado por añadidura. Mr. Bumhle sacudió la cabeza con aire
sombrío y misterioso y dijo deseaba que el muchacho _tuviera buen fin_,
á lo que Mr. Gamlield añadió que desearia fuera _en sus manos_, deseo
que pareció de naturaleza muy diferente aunque en muchos puntos el
limpia chimeneas estuviera acorde con el pertiguero.

A la mañana siguiente se hizo saber de nuevo al público que Oliverio
Twist estaba aun para alquilar, y que se le contarian 5 libras esterlinas
al que quisiera encargarse de él.



CAPÍTULO IV.

HABIÉNDOSE OFREGIDO Á OLIVERIO OTRA COLOCACION EFECTUA SU ENTRADA EN EL
MUNDO.


EN las familias numerosas de Inglaterra cuando no hay esperanza de lograr
un empleo ventajoso para un jóven que empieza á entrar en edad sea por
derecho de sucesion ó de futura, es costumbre comun el hacerlo marino.
Los Administradores estimulados por una conducta tan razonable y
ejemplar, se reunieron en consejo á fin de obviar los medios para
embarcar á Oliverio Twist en un buque mercante de poco porte que
estuviera á la carga para un puerto mal sano y adaptaron este partido
como el mas conveniente para el muchacho. De este modo era probable que
el dia menos pensado el patron del buque, con el fin de distraerse
despues de comer ó con el objeto de proporcionarse un ejercicio
favorable á la digestion, le haria saltar los cesos con una barra de
hierro. (Pasatiempo á que como sabe mos son muy aficionados los señores
marinos.)

Mr. Bumble encargado de hacer algunas diligencias preliminares para
lograr el encuentro de cualquiera capitan que necesitara á bordo de su
buque un grumete sin parientes ni amigos, volvia á la casa para dar
cuenta de su comision, cuando en el lindar de la puerta se encontró cara
á cara con un personage que era nada menos que Mr. Sowerberry empresario
_parroquial_ de los entierros.

--Ola Mr. Bumble! Vengo de tomar la medida de dos mugeres muertas ayer
noche. --dijo el empresario.

--Hareis fortuna Señor Sowerberry. --dijo el pertiguero introduciendo
con destreza el pulgar y el index en la caja de polvo que le presentó el
empresario y que era un hermoso y diminuto modelo de ataud. --Os digo que
hareis fortuna. --continuó dando un golpecillo de baston en muestra de
amistad sobre la espalda de este último.

--Así lo creeis? ―dijo el otro con un acento que parecía admitir y
rechazar á la vez la probabilidad del hecho. --Señor Bumble; los
precios que me abona la Administracion de la casa de caridad son muy
pequeños!

--Así son vuestros ataudes! --replicó el pertiguero con aire zumbon;
pero sin traspasar los límites de la gravedad anexa á un hombre de
posicion.

--Esta respuesta tan á propósito de Mr. Bumble, exitó como quien dice
la hilaridad de Mr. Sowerberry. No era menester otra cosa para provocar
su buen humor, así es que soltó una carcajada que parecía de nunca
acabar. --Vaya! En honor de la verdad Señor Bumhle ―dijo despues de
recohrada su serenidad ―confieso francamente, que despues del sistema
de alimentacion nuevamente adoptado en esta casa las cajas son un poco
mas estrechas y menos profundas que antes. Pero ya se vé, es preciso una
miaja de beneficio Señor Bumble. No ignorais que la madera tal como la
empleamos es algo cara, y los manojos de hierro tienen que venir de
Birmingham por el canal.

--Si, sin duda --replicó Mr. Bumble. --Cada oficio tiene su buen y mal
lado y un beneficio modesto no es para desdeñarse.

--Pues ya! --dijo el otro --Y si no gano gran cosa en tal ó cual
artículo . . . Caramba! siempre hay recompensa en la bondad del hecho
¿no es cierto? he! he! he!

--Justamente. --profirió Mr. Bumble.

--Sin embargo, podria qnejarme de la lucha desigual que sostengo pues que
siempre son las personas fomidas las que se _largan_ primero despues de
haber probado el régimen de esta casa. --prosiguió el empresario
reanudando el hilo de las reflecsiones que el pertiguero había
interrnmpido --Si Señor Bumble; acá internos, tres ó cuatro pulgadas
de mas en la cuenta de un individuo, abren una famosa brecha en sus
beneficios, sobre todo cuando tiene una familia que mantener.

Como Mr. Sowerberry decia esto con el aire de indignacion propia del
contratista engañado y Mr. Bumble conoció que insistiendo sobre este
punto podía acarrear alguna observacíon desagradable respecto el honor
de la parroquia, consideró prudente el mudar de conversacion y Oliverio
le proporcionó el medio.

--Conoceriais casualmente alguno ―dijo ―que necesitara un aprendiz?
Hay en la parroquia un niño, que actualmente es una carga monstruosa
para ella ó mejor una rueda do molino suspendida de su cuello. Señor
Sowerberry buenas condiciones! Una verdadera ganga! --Así hablando dió
con sn baston tres golpecitos muy marcados sobre las palabras: _cinco
libras esterlinas_ impresas en el anúncio en mayúsculas romanas de una
talla gigantesca.

--Por vida de . . . ―esclamó el empresario cogiendo á Bamble por el
faldon de su levita de uniforme --justamente quería hablaros de esto. No
ignorais . . . Diantre! Que hermoso escudo llevais Señor Bumble!
Paréceme que no os lo habia visto an teriormente?

--Si; hace bastante buen efecto. ―dijo el pertiguero envane­cido de la
observacion. --El asunto es identíco al del sello parroquial: (_el buen
Samaritano curando las llagas de un pobre enfermo_) Señor Sowerberry; es
un regalo que me hizo la Administracion el primer dia del año. Lo llevé
por primera vez si no me engaño el dia que asistí á la vista del
proceso formado con motivo de aquel comerciante arruinado que murió al
pié de una puerta cochera en medio de la noche.

--Ah! ya recuerdo. --dijo el otro. --El jurado espresó su veredicto en
estos términos: _Muerto de hambre y de frio_, no es cierto?

Mr. Bumble hizo una señal afirmativa.

--Y añadió de un modo enérgico que si el oficial de vigilancia hubiese
. . .

--Ta . . . ta . . . ta . . . ta! --hizo el pertiguero con tono acre --Si
la Administracion tuviese que prestar oídos á toda la ojarazca que
esparcen esos _jurados ignorantes_ ¿donde iria á parar?

―Es cierto. --dijo Sowerberry.

―Los jurados ―prosiguió Mr. Bumble oprimiendo fuertemente con su
mano el baston, costumbre que tenia cuando estaba colérico. --Los
jurados son unos seres _viles, bajos y rastreros_ hasta la quinta
escencia.

--Tambien es cierto. --dijo el otro.

--Todos ellos no saben lo que es filosofía, ni _economía política_.
--añadió el pertiguero haciendo castañear sus dedos en señal de
desprecio.

--Sin duda. --repuso el otro.

--Yo los desprecio! --prosiguió el pertiguero con el rostro encendido
por el coraje.

--Y yo lo mismo! --añadió Sowerberry.

--Quisiera ver á uno de esos jurados _tan presuntuosos_ solo por quince
dias en nuestro establecimiento; el régimen y los estatutos de la
Administracion domarian pronto su espíritu de independencia.

--Es preciso dejarlos por lo que son Señor Bumble. --dijo Sowerberry
sonriéndose con aire de aprobacion para calmar el enojo creciente del
funcionario indignado.

--Mr. Bumble quítándose el sombrero sacó de él su pañuelo, enjugó
su frente que la irritacion habia inundado de sudor, colocó de nuevo
sobre su cabeza el tricornio, y volviéndose á Mr. Sowerberry dijo con
tono mas calmado:

--Y bien, que querias decirme respecto á ese muchacho?

--Nada Señor Bumble. Ya sabeis que pago una fuerte contribucion por
causa de los pobres.

--Hem! --hizo el pertiguero --¿y que?

―Creo, --repuso Sowerberry --que puesto que pago tanto por ellos, es
muy justo saque de ello todo el provecho posible. He aquí porque bien
refleccionado, no seria malo tomar ese niño para mi.

Mr. Bumble cojíó el _zampa―muertos_ por el brazo y lo hizo entrar en
la casa. Mr. Sowerberry estuvo encerrado con los Administradores por
espacio de cinco minutos durante los cuales se convino en que tomaria á
Oliverio por vía de prueba y que á este efecto este último iria
aquella noche misma á su casa.

Cuando al comparecer Oliverío en la propia tarde ante aquellos señores,
supo que iba á entrar de aprendiz en casa un fabricante de ataudes y que
si se quejaba de su condicion ó bien volvia otra vez á cargo de la
parroquia, se le embarcaria con peligro de ser machucado ó anegado,
demostró tan poca emocion que todos á una esclamaron que era un
pilluelo de corazon endurecido y Mr. Bumble recibió la órden de
llevarlo al momento.

Este acatándola sin demora, condujo al pobre Oliverío á casa su nuevo
patron, administrándole por vía de despido algunos bastonazos y algunos
consejos propios de un digno pertiguero. El niño lloraba y se
consideraba tan solo y abandonado que no pudo menos de hacerlo notar á
Mr. Bumble. Cualquier otro mortal se hubiera tal vez enternecido al ver
el dolor candoroso del infortunado. Pero un pertiguero! Mr. Bumhle creia
á la sensibilidad indigna de su dignidad parroquial.

El empresario acababa de cerrar las puertas de su tienda y se preparaba
para inscribir algunas entradas en su gran libro á favor de una vela
cuya claridad sombría se adaptaba muy bien con la tristeza del sitio,
cuando entró Mr. Bumble.

--Ah! ah! --dijo alzando la vista de sobre su libro y parándose á la
mitad de una palabra --Sois vos Mr. Bumble?

--Yo mismo Señor Sowerberry. --contestó este --Aquí teneis el
muchacho. (Oliverio saludó.)

--Ah! Bien venido; --dijo el otro levantando el candelero sobre su cabeza
para inspeccionar mejor á Oliverio --Señora Sowerberry. ¿Podeis
llegaros por un momento querida?

La Señora Sowerberry salió de la trastienda y presentó la forma de una
muger baja, delgadita y de talante ceñudo y regañon.

--Querida! --dijo su marido con deferencia --Este es el muchacho de la
casa de caridad de quien os he hablado. (Oliverio saludó de nuevo.)

--Buen Dios! y que pequeño! --dijo esta.

--Un poco es verdad! --replicó Mr. Bumble mirando á Oliverio con aire
de reconvencion, como si hubiera sido culpa del niño el no ser mas
grande --Es algo pequeño sí, Señora Sowerberry; pero el crecerá no lo
dudeis.

--Ah! sin duda que crecerá -- repuso secamente la señora --con nuestra
bebida y nuestra comida.

--Maliciosa! --Ya lo sabeis; ninguna ganancia hay en los muchachos de la
parroquia, ellos siempre cuestan mas caros de lo que valen.

--A pesar de esto los hombres se imaginan que siempre tienen mas razon
que sus mugeres. Adelántate tu pequeño esqueleto!

Al mismo tiempo abrió una puertecita y empujó á Oliverio hacia una
escalera rápida que conducía á una pequeña habitacion sombría y
húmeda adherida al lañero que se llamaba la _cocina_, y en la que
estaba sentada una jóven haraposa calzando zapatos destalonados y
llevando unas medias de estambre azules todas horadadas.

--Carlota! --dijo la Señora Sowerberry que habia seguido á Oliverio --
Dad á ese muchacho algunos de los pedazos de fiambre que habeis apartado
esa mañana para Frip: pues que no ha vuelto á casa en todo el dia se
pasará sin ellos. Creo que no te sabrá mal el comerlos, no es verdad?

Oliverio, cuyos ojos chispearon al oir hablar de fiambre, y que
anticipadamente se estremecia con el deseo de devorarlos, respondió
inmediatamente que no y fué colocado ante él un plato de fiambre
compuesto de los pedazos mas groseros y heterogéneos.

En un minuto Oliverío engulló todo lo que habia en el plato sin darse
la pena de mascarlo. La Señora Sowerberry le contemplaba con horroso
silencio considerando este apetito como de siniestro augurio para el
porvenir. Luego le condujo en medio de los ataudes y con su agasajo
ordinario le encajó debajo el mostrador que era el dormitorio destinado
al novel aprendiz.



CAPÍTULO V.

OLIVERIO ADQUIERE RELACIONES CON NUEVOS PERSONAGES.


OLIVERIO solo y entregado á si mismo en la tienda del empresario de
entierros, colocó su lámpara sobre el _banco de obra_ y poseído del
miedo arrojó una mirada timída en torno suyo. Un ataud recien acabado y
puesto en medio de la tienda sobre dos caballetes negros se parecía
tanto á la imágen de la muerte que el pobre jóven sentia recorrer por
todos sus miembros un frio glacial acompañado de un temblor convulsivo,
cada vez que su vista se fijaba involuntariamente sobre este horrible
objeto esperando á cada momento ver un espectro espantoso levantar de el
su cabeza repugnante hasta volverle loco de terror.

A la mañana siguiente le despertó un ruido redoblado de punta piés
dados á la parte exterior de la puerta de la tienda. Estos se renovaron
por cerca veinte y cinco ó treinta veces mientras se vestía á tientas;
pero cuando empezaba á descorrer los cerrojos los piés cesaron de
golpear oyendose una voz.

--Abrirás esta puerta? --dijo la voz perteneciente á los piés que
habian golpeado.

--Al instante señor. --respondió Oliverio descorriendo los cerrojos y
volviendo la llave.

--Sin duda serás el aprendiz que se esperaba? --repuso la voz á travez
del agujero de la cerradura.

--Si señor. --replicó Oliverio.

--Que edad tienes?

--Diez años señor.

--Siendo así voy á estrangularte en cuanto entre. --prosiguió la voz
--Ya lo verás aborto de la inclusa!

Despues de una promesa tan galante la voz se puso á silvar.

Oliverio estaba harto acostumbrado á la realizacion de tales amenazas
para tenor ninguna duda de que el dueño de la voz fuera qnien fuera
cumpliese en palabra. Dcscorrió los cerrojos con mano trémula y abrió
la puerta. Miro por algun tiempo al frente á derecha y á izquierda
persuadido de que el incógnito que acababa de hablarle por el ojo de la
llave, habia dado algunos pasos de mas para calentarse; porque no vió á
nadie mas que un gordo muchacho de la escuela de la caridad, sentado
sobre un guarda canton frente la tienda y ocupado en comer una rebanada
de pan con manteca que cortaba en pedazos de la medida de su boca con una
mala navaja y que tragaba en seguida con mucha voracidad.

―Perdon caballero. --dijo al cabo Oliverio no viendo parecer á nadie
mas ―Sois vos el que habeis llamado?

--He dado punta piés. --respondió el otro.

--Necesitais un ataud? --repuso Oliverio con ingenuidad.

A esta pregunta el muchacho de la caridad se puso furioso en grado
superlativo y juró que Oliverio antes de poco necesitaria uno si se
permitia bromear así con sus _superiores_.

--Mal espósito! Ignoras acaso quien soy yo? --dijo levantándose de
guarda canton y adelantándose manos en la faltriquera y con insigne
gravedad.

--No señor. --respondió Oliverio.

--Soy el _Señor_ Noé Claypole. --prosiguió el otro --y tu estás bajo
mi dependencia. Al avío! abre la tienda y saca las muestras. --Al mismo
tiempo el _señor_ Claypole administró un punta pié á Oliverio, entró
en la tienda con un ademan magestuoso que le dió mucha importancia y se
dirijió á la cocina para almorzar.

--Noé, acercaos á la lumbre. --dijo Carlota --He apartado para vos este
pedacito de tocino que he eliminado del almuerzo del amo. Tu Oliverio
--dijo á este que acababa de entrar despues de haber cumplido la
comision de Noé --cierra esta puerta y coje esos mendrugos de pan que
son para tí. Toma tu thé sobre ese cofre que está en aquel rincon y
despacha pronto pues tienes que ir á guardar la tienda; ¿lo entiendes?

--Oyes espósito? --dijo Noé Claypole.

--Noé, sois muy terco. --repuso Carlota --Vaya! Dejareis tranquilo á
ese niño?

--Que lo deje tranquilo? Pues ya escampa! No hay peligro de que su padre
ni su madre vengan á limpiarle los mocos . . . Todos sus parientes le
han dado carta blanca para gobernarse á su modo . . . he! he! he!

--Sois un truhan! --replicó Carlota soltando una carcajada imitada por
Noé y ambos á dos arrojaron una mirada de desden al pobre Oliverio que
sentado sobre un cofre en el rincon mas frio de la cocina comia
titiritando los mendrugos de pan que se habian señalado especialmente
para él.

Noé era un niño de la escuela de la caridad; pero no un espósito de la
casa de caridad. Tampoco era el niño del _acaso_; porque podia trazar su
genealogía subiendo hasta sus padres que vivían cerca de aquel sitio.
Su madre era lavandera ysu padre un soldado veterano, viejo, borracho,
con una pierna de palo y una pension diaria de cinco sueldos seis
dineros. Los aprendices de las tiendas de la vecindad habian tenido por
largo tiempo la costumbre de insultar á Noé en medio de la calle
motejándole de lo lindo y él lo había sufrido con la mayor paciencia
del mundo; pero ahora que la fortuna habia arrojado en su camino á un
pobre huérfano sin nombre á quien el ser mas abyecto podia señalar con
el dedo é insultar impunemente; le hizo expiar con usura las faltas de
que los otros se habian hecho culpables para con él.



[Illustration: Un ataud á medio hacer estaba colocado en el centro de la
tienda.]



CAPÍTULO VI.

OLIVEIRO PUESTO FUERA DE QUICIO POR LAS BURLAS AMARGAS DE NOÉ SB
ENFURECE Y SORPRENDE Á ESTE POR SU AUDACIA.


TRASCUBRIDO el mes de _prueba_ se firmó el acta de aprendizaje con todos
los requisitos convenientes. Cabalmente habia llegado una estacion
favorable á las defunciones y para servirme de una espresion comercial
la venta de ataudes estaba _á la alza_; de modo que en poco tiempo
Oliverio adquirió muchos conocimientos en el arte. El éxito de la
industria ingeniosa de Mr. Sowerberry traspasaba los límites de sus
pretenciones. Desde tiempo inmemorial no se habia visto al serampion
ejercer con tanta violencia sus estragos funestos sobre los muchachos.
Así es, que se velan montones de cortejos mortuorios llevando á su
frente al pequeño Oliverio, cubierto con un sombrero adorado con un
largo crespon que le llegaba hasta los jarretes, todo con grande
estupefaccion de las madres con movidos por la novedad del espectáculo.

Como Oliverio acompañaba tambien á su maestro en la mayor parte de sus
espediciones de cuerpos mayores para adquirir esa _firmeza_ de carácter
y ese ascendiente sobre la sensibilidad que distingue al enterrador de
las demás clases de la sociedad, mas de una vez tuvo ocasion de observar
con que _resignacion_ y con que _noble_ valor ciertos _espíritus
animosos_ suportaban sus pruebas y sus pérdidas.

Era digno de notarse que las personas de uno y otro sexo que mientras
tenia efecto el entierro se entregaban á la mas violenta desesperacion,
eran las que al regresar á la casa mortuoria se en contraban mucho mejor
presentándose ya perfectamente tranquilas despues de la comida
acostumbrada. Oliverio contemplaba con grande asombro todos estos hechos
á la vez satisfactorios é instructivos.

Si Oliverio Twist adquirió la resignacion por el ejemplo de esas _buenas
gentes_ es cosa que no puedo afirmar con confianza; á pesar de ser su
biógrafo. Solo puedo decir que por espacio de muchos meses continuó
sometiéndose con dulzura á la tiranía y á los malos tratos de Noé
Claypole quien hacia de ellos un uso mas continuado que antes, celoso
como estaba al ver el recien llegado promovido al basten negro y al
sombrero con crespon, cuando el _primer_ venido se habia quedado con la
gorra redonda y calzon de piel. Carlota por su parte lo maltrataba porque
así lo hacia Noé y la Señora Sowerberry era su enemiga declarada,
porque Mr. Sowerberry le demostraba proteccion. De modo que Oliverio
viéndose obligado á luchar por un lado contra esos tres individuos y
por otro contra la repugnancia á los entierros estaba muy lejos de
encontrarse a su gusto.

Pero héme aquí llegado á un pasaje importante de su historia; debo
citar un hecho que si bien fué de poca importancia, no dejó de producir
un cambio total en su porvenir.

Un dia que Oliverio y Noé habian bajado á la cocina á la hora
acostumbrada de comer para tomar cada uno su parte de una libra y media
de mala comida, encontrándose Carlota ausente en aquel entonces tuvieron
que esperar un momento durante el cual Noé Claypole que era la vez
famélico y vicioso creyó pasar mejor el tiempo hostigando y
atormentando al jóven Twist. En efecto, empezó por poner los piés
sobre los manteles, tiró los cabellos de Oliverio, le pellizcó las
orejas, le insinuó que era un maulon y llegó hasta á manifestar el
placer que tendria en verlo colgar un dia de la horca. En suma, no hubo
maldades que no pusiera en ejercicio contra ese pobre muchacho haciendo
con ello honor á su natural perverso de niño de la caridad que era.
Pero viendo que todo esto no producía el efecto que esperaba, que era
hacer llorar á Oliverio, cambió sus baterías y para hacerse aun mas
gracioso hizo lo que hacen muchas almas de cieno personas mas
_encopetadas_ que Noé cuando quieren hacerse el _mono_; lo atacó
personalmente.

--Expósito! dijo --¿cómo se encuentra tu mamá?

--Ha muerto. --respondió Oliverio. --Os ruego no me hableis de ella!

Al decir esto un vivo encarnado apareció en el rostro del niño, su
respiracion se hizo dificultosa, hubo en sus labios y en sus narices un
juego estraño que el _Señor_ Claypole tomó por el preludio de unas
fuertes ansias de llorar. Poseido de esta idea, volvió á la carga.

--Y de que ha muerto expósito? --preguntó.

--De pesar! Esto al menos es lo que me han dicho algunas viejas de la
casa de caridad --repuso Oliverio mas bien dirijiéndose a sí mismo que
respondiendo a Noé --Adivino azás lo que es morir de pesar.

--La titiridon, la titirindaina! --gorgeó Noé viendo rodar una lágrima
en la megilla del niño. --Vaya . . . que es lo que te hace lloriquear
ahora?

--No _vos_ al menos! --replicó Oliverio pasando su mano con rapidez
sobre su mejilla para enjugar una lágrima prócsima á caer. --No
penseis que seais _vos_!

--Nunca jamás he pensado ni pensaré tal cosa! --repuso Noé con aire
chocarrero.

--Entonces hasta sobre este punto! --replicó vivamente Oliverio
--Guardaos de hablarme mas de ella; es lo mejor que podeis hacer.

--Lo mejor que puedo hacer! --esclamó Noé. --Mil perdones! Lo mejor que
podré hacer! Largaos que allá viene mata muertos! ah! ah! ah! Paquete
de contrabando! no te insolentes ó me enojo! Tú respetable mamá era un
buen pedazo de moza, he?

Esto diciendo Noé sacudió la cabeza con malicia y frunció su pequeña
nariz roja todo lo que sus músculos le permitieron en esta ocasion.

--Te consta positivamente. --continuo envalentonado por el silencio de
Oliverio y afectando un aire de piedad maligno. --Sabes bien que ya no
hay remedio ahora: tu mismo nada podrias lo que siento y te aseguro que
te compadezco de todo corazon al igual de todos los que te conocen; con
todo es preciso confesar que tu madre era una verdadera mugerzuela.

--Una verdadera que? --preguntó Oliverio levantando súbitamente la
cabeza.

--Una verdadera mngerzuela. --Repuso friamente Noé --Y vale mas que haya
muerto así que no verse encerrada en Bridewell ó transportada á
Botany-Bay ó bien . . . (que era lo mas probable) hacerse colgar ante
Newgate?

Ebrio de cólera Oliverio saltó de su sitio, derribó mesa y sillas,
cogió á Noé por el cogote y en un movimiento de rabia lo sacudió con
tal violencia que sus dientes crugieron en su cabeza; luego reuniendo
toda su fuerza le asestó un golpe tan furioso que lo derribo á sus
piés.

Aun no hacia un minuto que este mismo niño anonadado por los malos
tratos era la misma dulzura; pero su corage al fin se habia dispertado.
La afrenta hecha á la memoria de su madre hizo hervir la sangre en sus
venas; su pecho latia con violencia; su aspecto era fiero; su ojo vivo y
brillante. Ya no era el mismo niño desde que miraba á su vil
perseguidor tendido á sus pies y lo desafiaba con una enerjia que no se
le habia conocido hasta entonces.

--Socorro! --gritó Noé -- Cár . . . lota! Se . . ño . . ra! Oliverio
me asesina! Socorro! socorro!

Los aullidos de Noé fueron oidos por Carlota que respondió á ellos con
un grito penetrante y por la Señora de Sowerberry cuya voz se elevó á
un diapason todavía mas alto. La primera se abalanzó á la cocina por
una puerta lateral, y su ama se paró en la escalera hasta estar segura
de que sus dias no corrian peligro.

--Miserable pilluelo! --gritó Carlota sacudiendo á Oliverio con toda su
fuerza que igualaba cuando menos á la del hombre mas robusto --Ingrato!
infame! asesino! --y á cada silaba asestaba un famoso puñetazo y un
robusto chillido todo por el bien de la sociedad.

A pesar de que el puño de Carlota no era muy ligero, la Señora
Sowerberry temiendo sin duda que no produjera todo el efecto necesario
para calmar la cólera de Oliverio se precipitó en la cocina lo cogió
con una mano por el cuello y con la otra le arañó el rostro mientras
que Noé aprovechándose de esta ventaja _inmensa_, se incorporó y le
dió sendos golpes por detrás.

Este ejercicio demasiado violento no podia prolongarse mucho; tendidas de
fatiga las dos mugeres á fuerza de sacudir y arañar, arrastraron al
niño que gritaba y se debatia mas bien por furor que por miedo hasta la
carbonera y allí lo encerraron con llave. Despues de este esfuerzo
supremo la Señora Sowerberry se dejó caer en una silla y prorumpió en
copiosa llanto.

--Bondad divina! El ama se pone mala! --dijo Carlota --Noé! pronto
querido, un vaso de agua.

--Ay! Dios mío! Carlota! --dijo la Señora Sowerberry con voz
balbuciente á causa de una fatiga de respiracion y de una cantidad de
agua fria que Noé le habia arrojado á la cara y espaldas --Oh! Carlota!
Por dicha no hemos sido asesinados todos en la cama.

--Ah! si; ha sido una gran fortuna señora! --respondió esta. --Esto le
enseñará al amo á no introducir jamás en su casa á esos _seres
horribles_ que han nacido ladrones y asesinos desde su cuna. En cuanto á
Noé, poco ha faltado que no haya sido muerto al entrar yo en la cocina.

--Pobre muchacho! --dijo la Señora Sowerberry dirijiendo una mirada
compasiva á su aprendiz.

Noé que era mas grande que Oliverio á lo menos de cabeza y hombros,
viéndose el objeto de la conmiseracion de _las señoras_ se frotó los
ojos con las palmas de las manos en ademan de llorar.

--Qué hacemos ahora? --esclamó la Señora Sowerberry --Mi marido no
está en casa; no hay aquí nadie y antes de diez minutos el malvado
hundirá la puerta.

Las violentas sacudidas que Oliverio daba á la susodicha puerta hacian
al temor muy fundado.

--Dios mio! Dios mio! A la verdad no sé señora! --dijo Carlota --á
menos que no vayamos á buscar los agentes de policia.

--O bien la guardia. --Propuso el _señor_ Claypole.

--No; no. --repuso la Señora Sowerberry pensando de pronto en el antiguo
amigo de Oliverio --Noé; corre á buscar á Mr. Bumble; díle que venga
aquí sin dilacion, sin perder un minuto. No importa tu gorra; despachate
y por una oja de cuchillo sobre tu ojo durante el camino; esto calmará
la hinchazon.

Noé sin cuidarse de responder se precipitó fuera de la casa y corrió
con toda la ligereza permitida á sus piemas. Las gentes que encontró en
el camino no se sorprendieron poco al ver un muchacho de la escuela de la
caridad corriendo desalentado por las calles sin gorra en su cabeza y con
una hoja de cuchillo sobre su ojo.



CAPITULO VII.

OLIVERIO ES UN REFRACTARIO COMPLETO.


NOÉ corrió como un galgo por las calles y no se paró para tomar
aliento hasta que hubo llegado al portal de la Casa de caridad. Allí
esperó algunos minutos á que vinieran en su ayuda las lágrimas y los
sollozos y pudiera prestar á su fisonomía un aire de espanto y de
terror. Luego llamó bruscamente á la puerta y, manifestó un semblante
tan lastimoso al viejo pobre que vino á abrirle, que este aunque muy
acostumbrado á no ver á su alrededor mas que semblantes lastimosos aun
en los mas bellos dias del año retrocedió asombrado.

--Que te pasa muchacho?-- preguntó.

--Mr. Bumble! Mr. Bumble!-- gritó Noé fingiendo terror y alzando tanto
la voz que su acento no solo llegó á los oidos de Mr. Bumble que se
hallaba distante algunos pasos si que tambien lo espantó hasta el
estremo de precipitarse en el patio sin su fiel tricorne (circunstancia
tan rara como curiosa que nos convence de que un pertiguero cuando es
presa de un impulso repentino y poderoso, puede muy bien caer en una
fascinacion momentánea y olvidarse á la vez de si mismo y de su
dignidad personal.

--Señor Bumble!-- dijo Noé --si supierais señor . . . Oliverio, ha . . .

--Y bien! que? que ha hecho Oliverio? --preguntó el pertiguero brillando
un rayo de placer en sus ojos metálicos --¿Se ha fugado?

--No Señor; muy al contrario; en vez de fugarse se ha vuelto _asesino_!
--replicó Noé --Ha querido asesinarme á mi y luego á Carlota y luego
á la señora . . . Oh! la . . . la . . . la . . . la. ¡Dios mio, que
dolor! Señor si supierais . . . Oh! hu! ah! (al mismo tiempo se
retortigaba en todas direcciones, removiendo el vientre con ambas manos y
haciendo contorsiones y visajes horribles, para hacer creer á Mr. Bumble
que por el ataque violento que habia sufrido se le habia desarreglado
algo en el cuerpo que le hacia sufrir cruelmente en aquel momento.)

Viendo que habia logrado su objeto y que su relacion habia paralizado al
pertiguero, juzgó oportuno añadir al efecto producido una serie de
lamentaciones sobre una octava y media mas alta que antes. En esto
apercibió á un caballero de chaleco blanco que atravesaba el patio y le
vino la feliz idea de llamar la atencion y excitar el enojo del susodicho
caballero gritando mas recio que nunca.

En efecto el caballero no hubo dado dos pasos cuando retrocedió y se
informó del motivo que hacia _aullar_ de tal modo á aquel _cachorro de
presa_; amonestando á Mr. Bumble porque no le habia administrado dos
buenos bastonazos para hacerle llorar por alguna cosa.

--Es un pobre muchacho de la escuela de la caridad --dijo Bumble --que ha
estado muy cerca de ser asesinado por el jóven Twist.

--No lo dije! --esclamó el hombre del chaleco blanco parándose
secamente --Estaba yo bien seguro! Desde el momento tuve el extraño
presentimiento de que ese pilluelo algun dia se haria colgar de una horca.

--Tambien ha intentado asesinar á la criada! --dijo Bumble pálido de
terror.

--Y luego á su ama! --añadió Noé.

--No habeis dicho que tambien á su amo? --repuso el pertiguero.

--No señor; porque habia salido de otro modo le hubiera asesinado
--replicó Noé --Así lo ha dicho.

--Hijo mio! con que ha dicho que lo quería asesinar? --dijo el caballero
del chaleco blanco.

--Si. --repuso Noé --Y á propósito mi ama me envía para suplicar á
Mr. Bumble venga por un momento á casa si puede para zurrar á Oliverio
ya que mi amo está ausente.

--Tienes razon amiguito! tienes razon! --dijo el caballero del chaleco
blanco con aire melifluo, y pasando su mano sobre la cabeza de Noé que
era mas alto que el á lo menos de tres pulgadas añadió --Toma ahi
tienes un sueldo para tí. Bumble! corred con vuestro baston á casa
Sowerberry y ved vos mismo lo que hay que hacer. No haya cuartel Bumble;
lo entendeis?

--Perfectamente. --replicó el otro encajando un látigo que se adaptaba
al estremo de su baston y del que se servia para imponer correcciones
_parroquiales_.

--Decid á Sowerberry que tampoco le perdone. Solo á golpes se podrá
algo con él. --dijo el hombre del chaleco blanco.

Ajustados el baston y el tricorne cada uno en su lugar y sitio con gran
satisfaccion de su comun dueño, Mr. Bumble y Noé Claypole se dirijieron
precipitadamente á la casa de Sowerberry.

En ella el estado de los asuntos no habia mejorado lo mas mínimo. Mr.
Sowerberry aun no habia vuelto y Oliverio continuaba dando puñetazos á
la puerta de la carbonera con brio igual. El fiel relato que Carlota y la
Señora Sowerberry hicieron de la _ferocidad_ del niño fue le un
carácter tan alarmante que Mr. Bumble

juzgó prudente parlamentar antes de abrir la puerta. De consiguiente
dió por si mismo un puntapié en ella á guisa de exordio, y aplicando
sus labios al ojo de la llave dijo con tono grave é imponente.

--Oliverio!

--Abrid esta puerta! --respondió el niño.

--Oliverio reconoces esta voz? --preguntó el pertiguero.

--Si. --repuso Oliverio.

--Y no os da miedo? No temblais, mientras os hablo?

--No. --respondió Oliverio con resolucion.

--Una respuesta tan diferente de la que tenia derecho á esperar y á la
que no estaba acostumbrado, desconcertó en gran manera á Mr. Bumble.
Dió tres pasos atrás, se empinó todo derecho y paseó alternativamente
sus miradas sobre los tres espectadores sin poder proferir una palabra.

--Ya lo veis Señor Bumble! --dijo la Señora Sowerberry --Es necesario
que esté loco. Otro muchacho que no poseyera mas que la mitad de su
razon, so guardaría muy bien de hablaros de este modo.

--No es la locura señora! --dijo Mr. Bumble despues de algunos instantes
de refleccion --Es la comida!

--Que me decís? --esclamó la Señora Sowerberry.

--La comida señora! --repuso el pertiguero con tono enfático --No mas
que la comida. Lo habeis sobrecargado de alimento; habeis _erijido_ en
él un alma y una inteligencia _artificiales_ que de ningun modo
convienen á las personas de su clase; como o lo dirán por su propio
labio los Administradores que son filósofo experimentales señora
Sowerberry. Que necesidad tienen los _pobres_ de poseer una inteligencia
y un alma? No basta el que les hagamos vivir? Si vos señora no le
hubieseis dado mas que puches no hubiéramos llegado á este caso.

--Dios mio! Dios mio! --esclamó la Señora Sowerberry elevando
piadosamente sus ojos al techo do la cocina --Es posible que esto dimane
de un exceso do liberalidad!

La liberalidad do la Señora Sowerberry para con Oliverio consistia en
una prodigalidad confusa de escamochos que ningun otro que el hubiera
querido comer; por lo que habia mucha abnegacion y deferencia en soportar
voluntariamente la _pesada acusacion_ de Mr. Bumble de la que (sea dicho
con justicia) era inocente de pensamiento, de palabra y de accion.

--Ahora bien --dijo el pertiguero cuando la Señora vuelta de su éxtasis
dirijió de nuevo sus ojos á la tierra --lo que conviene por el momento
en mi sentir es dejarle veinte y cuatro horas aquí hasta que el hambre
empiece á hacerle cosquillas; luego le pondreis en libertad y lo
sujetareis á los puches claros durante todo el tiempo de aprendizage.
Señora Sowerberry tened entendido que procede de _mala semilla_. El
cirujano y la enfermera me han dicho que su madre vino á la casa entre
dificultades y penas que hubieran acabado mucho antes con una _muger
virtuosa_.

A este punto del discurso Oliverio que habia comprendido lo bastante para
saber que se hacia de nuevo alusion á su madre, volvió á golpear con
tal fuerza que aturrullaba los oidos. En medio de esta bataola entró Mr.
Sowerberry y habiéndole _las señoras_ contado el crímen de Oliverio
con toda la exajeracion que creyeron á propósito para exitar su enojo,
en un abrir y cerrar de ojos abrió la carbonera é hizo salir de ella á
su _rebelde_ aprendiz cojiéndole por el cogote.

Durante la lucha los vestidos de Oliverio habian sido rasgados, su rostro
estaba magullado y arañado, sus cabellos caian en desórden sobre su
frente. El rojo de la cólera no habia desaparecido aun de sus megillas,
y al salir de su prision lejos de manifestarse acobardado dirigió una
mirada amenazadora á Noé.

--Ola! bravo mozo! --dijo Sowerberry sacudiendo la cabeza de Oliverio y
dándole luego un bofeton en la oreja.

--Porque ha hablado mal de mi madre. --replicó el niño.

--Y aun que así fuera pillastron! --dijo la Señora Sowerberry --No ha
dicho todo lo que ella merece!

--No lo merece! --dijo Oliverio.

--Lo merece. --objetó la Señora Sowerberry.

--Es mentira!

La Señora Sowerberry derramó un torrente de lágrimas. Este torrente de
lágrimas privaba á Mr. Sowerberry de toda alternativa. El lector
prevenido comprenderá fácilmente que si este último hubiese titubeado
un solo momento en castigar severamente á Oliverio, hubiera sido bajo el
aspecto de los usos establecidos cuando se trata de disputas conjugales,
un bruto, un marido desnaturalizado, una ridícula imitacion del hombre y
tantos otros hermosos epitetos demasiado numerosos para insertarlos en
este capítulo. Para hacerle justicia tenia á favor del niño toda la
buena disposicion que le permitia su poder muy limitado: pueda tambien
que le impulsara el propio interés; ó bien porque su muger no lo podia
sufrir. Asi es que como tengo dicho ese torrente de lágrimas no le
dejaba alternativa y de consiguiente lo zurró de lo lindo para
satisfacer á su ultrajada esposa y hacer al mismo tiempo inútil el
_baston parroquial_. Nuestro jóven héroe fué encerrado por todo el
resto del dia en la carbonera en compañía de un jarro de agua y un
mendrugo de pan. Por la noche la Señora Sowerberry lo abrió no sin
haber hecho antes algunas observaciones poco lisongeras respecto á su
madre y entre las burlas y sarcasmos de Noé y de Carlota fué á echarse
en su lecho de dolor.

Solo cuando se vió aislado en el taller del Zampa-muertos, dió libre
curso á la emocion que el tratamiento del dia debió dispertar en su
pecho de niño. Habia escuchado los sarcasmos con desprecio; habia
sufrido los golpes sin proferir un solo lamento, por que sintiara nacer
en el esa noble fiereza capaz de ahogar el menor grito aun cuando le
hubieran quemado vivo; pero ahora que nadie podia verle ni oirle se dejó
caer de rodillas sobre el pavimento y ocultando su rostro con sus manos
derramó tales lágrimas que Dios quiera que para el bien de nuestro
espíritu ningun niño tan jóven haya tenido ocasion de derramarlas por
nosotros ante él!

Oliverio permaneció largo tiempo en esta postura: la vela iba á
consumirse del todo en el tubo de su candelera cuando se levantó; y
habiendo mirado con precaucion á su alrededor y escuchando con suma
ansiedad tiró los cerrojos de la puerta de entrada y fijó su vista á
la calle.

La noche estaba sombria y fria y las estrellas parecieron á los ojos del
niño mas lejanas de la tierra que no las habia visto antes. No soplaba
el menor aire y las sombras negras de los árboles por su inmobilidad
tenian algo de sepulcral como la misma muerte. Volvió á cerrar
suavemente la puerta y aprovechándose de la luz vacilante del cabo de la
vela que finia para envolver en un pañuelo los pocos harapos que tenia
se sentó sobre su jergon esperando el dia.

A los primeros rayos de la aurora que empezaron á filtrar al través de
las rendijas de la puerta de la tienda, Oliverio se levantó y abrió de
nuevo la dicha puerta. Una mirada temerosa en torno suyo; un momento de
vacilacion . . . la cerró tras si y hele ah en medio de la calle. Miró
á derecha é izquierda no sabiendo por que lado huir. Recordó haber
visto los carros cuando dejaban el pais subir lentamente la colina . . .
se dirije por este lado y habiendo llegado á un sendero que sabia iba á
desembocar en la carretera un poco mas lejos le tomó y marchó á buen
paso.

Al hallarse en este mismo sendero Oliverio recordó haber trotado por el
al lado de Mr. Bumble cuando este le volvia de la sucursal á la casa de
Caridad. Este camino conducia á aquella. Su corazon latia muy fuerte
pensando en ello y le vinieron ganas de retroceder. Sin embargo habia ya
andado un largo trecho y perdía mucho tiempo obrando asi; además era
tan de mañana que no habia peligro de que se le viera. Continuó pues y
llegó delante de la casa. No habia apariencia de que los comensales
estuvieran ya levantados en una hora tan matinal. Se paró y miró con
precaucion al jardín. Un niño estaba en el ocupado en arrancar las
malas yerbas de un cuadro y al levantar la cabeza pare descansar Oliverio
reconoció en él á uno de sus camaradas de la infancia. Tuvo mucha
satisfaccion de verle antes de partir; porque aunque mas jóven que él,
este niño habia sido su amigo y compañero de juego. Habian tenido
hambre, habian sido golpeados y encerrados juntos tantas y tantas veces!

--Silencio Ricardo! --dijo Oliverio viendo al muchacho correr á la
puerta y pasar sus bracesitos al traves de la verja para recibirle --Se
han levantado ya aquí?

--No; yo solo! --respondió el niño.

--Que no digas que me has visto; lo entiendes Ricardo? --dijo Oliverio
--Yo me escapo: me golpeaban y me maltrataban muchísimo! Voy á buscar
fortuna lejos, muy lejos de aquí; no se donde. ¿Que pálido estás?

--He oido decir al médico, que me muero. --repuso el niño con una
lánguida sonrisa --Estoy tan contento de verle querido amigo! Pero no te
entretengas; vete pronto!

--No, no! quiero decirte hasta la vista. --prosiguió Oliverio --Volveré
á verte Ricardo; estoy seguro de ello. Entonces estarás bueno y serás
mas feliz.

--Asi lo espero! --dijo el niño --pero cuando habré muerto; no antes.
Se bien que el médico tiene razon Oliverio; porque sueño muy amenudo en
el cielo y en los ángeles y veo fisonomías dulces cual no las he visto
nunca cuando estoy dispierto. Abrázame! --continuó encaramándose en la
puerta del jardin y pasando sus bracecitos alrededor del cuello de
Oliverio --Hasta la vista allá arriba amigo! Que Dios te bendiga!

Aunque dada por un niño, esta bendicion era la primera que Oliverio
sentia invocar sobre su cabeza y en medio de los sufrimientos y de las
vicisitudes de su vida futura, no la olvidó una sola vez.



CAPÍTULO VIII.

OLIVERIO SE DIRIJE Á LONDRES, Y ENCUENTRA EN EL CAMINO UN JÓVEN
SINGULAR.


OLIVERIO despues que hubo llegado al estremo del sendero, se encontró en
la carretera. Eran las ocho de la mañana: á pesar de haber andado ya
cinco millas, corrió y se ocultó como pudo tras las hayas hasta el
medio dia temiendo ser cojido en el caso de que se le persiguiera.
Entonces se sentó en un mojon y se puso á pensar per la primera vez en
el punto donde debia ir para poder ganarse la subsistencia.

Muchas veces habia oido decir á los viejos de la casa de Caridad que un
muchacho de corazon no podia dejar de pasarlo bien en Londres y que habia
en esa gran ciudad recursos de que los habitantes de las provincias no
podian formarse una idea. Este era justamente el punto propio para el
niño sin asilo y que podia morirse en medio de la calle si alguno no
venia á su socorro. Se puso pues en marcha con valor acostándose por la
noche al aire libre, viviendo ya de limosnas, ya de los restos arrojados
por los caminantes; despreciado y rechazado por todas partes.

El séptimo dia de su partida entró muy de madrugada fatigadísimo en la
pequeña ciudad de Barnet. Las puertas de las casas estaban cerradas, las
calles desiertas, nadie se habia levantado aun para prepararse á los
trabajos del dia. El sol se elevaba radiante; pero su luz solo demostraba
al niño de una manera mas sensible su abandono y su miseria. Se sentó
en las gradas de una iglesia con los piés llenos de sangre y polvo.

Poco á poco se abrieron las puertas, se estendieron los toldos y la
gente empezó á circular por las calles. Algunas personas (en número
muy pequeño) se detuvieron un momento para contemplarle ó solo se
volvieron al pasar á toda prisa; pero nadie le socorrió ni se tomó
siquiera la pena de indagar porque se encontraba de tal modo en aquel
sitio. El pobre niño no se sentia con ánimo para mendigar y estaba
sentado allí sin saber lo que seria de él.

Habia ya algun tiempo que permanecía en tal posicion asombrándose del
gran número de tabernas que veia, (pues que cas todas las casas de
Barnet lo son) y mirando con displicencia los carruajes públicos que
pasaban rápidamente ante él, cuando le sacó de su reflexion la vista
de un jóven que hacia pocos instantes acababa de pasar sin mostrar haber
reparado en él y que retrocediendo luego y colocándose al otro lado de
la calle le miraba con la mayor atencion. De pronto no hizo caso de ello;
pero viendo que el tal muchacho permanecia tanto tiempo en la misma
actitud, levantó la cabeza y le miró del mismo modo. Entonces este
atravesó la calle y dirijiéndose directamente á él dijo:

--Y bien monigote! Que haces ahí hecho un estafermo?

El individuo que hizo tal pregunta á nuestro jóven viagero, era poco
mas ó menos de su edad, pero tenia el aspecto de una originalidad nunca
vista por Oliverio.

--Y bien! De que se trata? --prosiguió.

--Me muero de hambre y estoy sumamente fatigado! --respondió Oliverio
con las lágrimas en los ojos --He hecho un largo camino; he andado
durante siete dias.

--Durante siete dias! --dijo el jóven --Ah! ya caigo. De órden del
_pico_ . . . he! --luego añadió notando la sorpresa de Oliverio.
--¿sabes acaso lo que es un _pico_ mi jóven camarada?

Oliverio respondió ingenuamente que siempre habia oido decir que un
_pico_ era la boca de un pajaro.

--Vaya un _zopo_! --esclamó el jóven --El _pico_ es el magistrado.
_Marchar de órden del pico_, no es andar en derechura, sino _trepando
siempre sin jamás volver á descender_. ¿No has estado nunca sobre el
_molino_.

--Qué molino? --preguntó Oliverio.

--Que molino! que molino! Por vida de . . . el molino que rueda cien
veces mas rápido cuando _son bajas las aguas_, es decir cuando la bolsa
está en seco, que cuando están _altas_ porque en este último caso
siempre hay menos _obreros_ . . . Esto se comprende perfectamente sin
romperse los cascos. Ven conmigo; no tienes nada que meter bajo el diente
y es necesario que _rumies_. No hay gran cosa en la faltriquera solo un
_rond_ y un _Jaime_ pero no le hace ello vendrá. --Vamos en movimiento
las _canillas_!

El jóven, ayudó á Oliverio á levantarse y lo condujo hácia una
revenderia donde compró un poco de jamon y un pan de dos libras; hizo en
este un agujero é introdujo por él el jamon para preservarlo del polvo;
luego metiéndolo bajo el zobaco se dirijió hácia una taberna de sucia
apariencia y entró en una sala trasera. Allí; puesta sobre la mesa una
botella de cerveza de órden del _misterioso jóven_, Oliverio á una
señal de este emprendió un espléndido almuerzo durante el cual el
_estraño muchacho_ le observaba por intervalos con la mayor atencion.

--Vas á Londres? --dijo el jóven cuando Oliverio hubo concluido.

--Si.

--Tienes posada?

--No.

--Y dinero?

--Tampoco.

--El jóven se puso á silvar metiéndose las manos en las faltriqueras
todo lo que le permitieron las mangas de su casacon.

--Vivís vos en Londres? --preguntó Oliverio.

--Si; cuando estoy en mi casa! --respondió el otro --Supongo que no
sabrás donde acostarte esta noche he?

--Es cierto. --repuso Oliverio. --No he dormido bajo tejado desde que
abandoné mi pais.

--No te inundes de mocos por ello! Haces mal en atormentarte de este modo
las pestañas. --replicó el jóven mozalvete. --Yo tambien tengo que
estar en Londres esa noche y allí conozco un anciano _respetable_ que te
dará alojamiento de valde, entendámonos siendo presentado por alguno de
sus amigos . . . Por que de lo contrario! ya escampa! No es lerdo el tal
vejete!

Esto diciendo el jovenzuelo sonrió para dar á entender que la última
parte de su soliloquio era puramente irónico y vació incontinenti su
vaso.

Este ofrecimiento inesperado de un alojamiento era demasiado seductor
para ser rehusado, sobre todo cuando fué seguido inmediatamente por la
seguridad de que una vez conocido del _anciano caballero_, este no
dejaria pasar mucho tiempo sin proporcionar á Oliverio alguna colocacion
bastante ventajosa. Esto llevó á una conversacion mas confidencial en
la que Oliverio descubrió que su amigo que se llamaba Jaime Dawkins era
el amigo íntimo y el protegido del viejo señor en cuestion.

El exterior de Mr. Jaime no hablaba mucho que digamos en favor de las
ventajas que su _patronato_ obtenia pava aquellos que tomaba bajo su
proteccion; pero como tenia un modo de espresarse _pronto y obscuro_ á
la vez y como confesó además que entre sus _camaradas_ era mas bien
conocido bajo el apodo de _fino camastrón_, Oliverio concluyó de ahí
que su compañero siendo tal vez _insustancial y ligero_ la moral del
_viejo señor_ no babia fructificado en él. Con tai pensamiento
resolvió por su parte aprovecharse de ella lo mas pronto posible y si
encontraba al Camastrón incorregible como tenia motivos para creerlo,
renunciaria al honor de ser su camarada.

Como Jaime Dawkins habia declarado no querer entrar en Londres hasta la
noche, eran cerca las once cuando llegaron á la barrera de _Islington_.
Pasaron por diferentes calles hasta llegar á _Great-Saffron-Hille_ que
el camastrón atravesó mas que de prisa previniendo á Oliverio le
siguiera de cerca.

Este estaba pensando seriamente si se escaparia, cuando llegaron al
estremo de la calle. Su compañero cojiéndole entonces por el brazo
empujó la puerta de una casa cerca de F_ield-Lane_, y metiéndole en el
pasadizo cerró la puerta tras de ellos.

--Quien va! --gritó una voz que venia de abajo, respondiendo á un
silvido del Camastron.

--Plumy y Slám! --tal fué su respuesta.

Este era probablemente el santo y seña ó el aviso de que nada habia que
temer, porque la débil luz de una vela se reflejó en la pared al
extremo opuesto del pasadizo y se mostró una cabeza á flor de tierra en
el punto donde estaba antes el antiguo tramo de la escalera de la cocina.

--Sois dos? --dijo un hombre cuya era la cabeza avanzando algo mas la
vela y estendiendo su mano sobre los ojos para ver mejor --¿Quien es el
otro?

--Un _neófito_ --respondió Jaime empujando á Oliverio hacia adelante.

--De donde viene?

--Del pais de la _Ganuza_. ¿Fajin está arriba?

--Si; acomoda los _desperdicios_. Ea; subid.

La luz se hundió y con ella la cabeza.

Oliverio buscando su camino á tientas con una mano y con la otra
cojiendo los faldones del casacon de su compañero llegó no sin trabajo
á lo alto de la escalera sombria y medio rota que el Camastrón trepó
con una seguridad y ligereza que probaban serle muy conocido el camino.
Este abrió la puerta de un aposento situado en la parte trasera de la
casa, é hizo entrar á su nuevo compañero.

En él estaban reunidos alrededor de una mesa, un viejo judío
cadavérico y asqueroso, dos muchachos muy semejantes en aspecto al
_Camastron_ y dos jovencitas vivarachas. Cada uno tenia ante sí un plato
con una tajada de tocino frito que cortaba en pedazos y los comia con
mucha voracidad.

--Fagin! --dijo el Camastrón dirijiéndose al viejo --Os presento mi
amigo Oliverio Twist.

Aquel sonrió, y haciendo un profundo saludo á Oliverio, le cojió la
mano diciéndole tendria el honor de relacionarse con él.

--Estamos muy contentos de verte. --añadió --Camastrón! Saca esas
salsichas de la sarten y acerca ese taburete á la lumbre para que
Oliverio se sienta, coma y se caliente. Ah! miras los pañuelos de
faltriquera de sobre aquel cofre amiguito? Algunos no son malejos he?
Justamente acabamos de contarlos para mandarlos á lavar . . . esto es
todo; todito . . . Ah! ah! ah!

La risita del judío exitó la hilaridad de sus jóvenes comensales y en
medio de carcajadas estrepitosas continuaron la cena.

Oliverio tomó su parte de ella. Luego el judío le llevó un vaso de
ginebra y agua caliente recomendándole lo bebiera de una sola vez para
pasar el cubilete á otro; pero á penas lo hubo tragado se sintió
atraer suavemente sobre unos sacos amontonados en un rincon y se durmió
profundamente.



CAPÍTULO IX.

ALGUNOS DETALLES CONCERNIENTES AL VIEJO CHISTOSO Y SUS ALUMNOS
SOBRESALIENTES.


ERA ya tarde cuando Oliverio se dispertó á la mañana siguiente. En el
aposento no habia mas que el viejo ocupado en hacer hervir café y
silvando por lo bajo mientras lo removia con una cuchara de hierro. De
vez en cuando se paraba para escuchar al menor ruido que oia y cuando
habia satisfecho su curiosidad volvia á remover el café y á silvar de
lo lindo.

Despues que el café estuvo hecho, puso la cafetera en el suelo y no
sabiendo como matar el tiempo, se volvió maquinalmente hacia Oliverio y
le llamó por su nombre. Era probable que el niño dormia, porque no
respondió. Luego que se hubo asegurado de ello se dirijió de puntillas
á la puerta y la cerró con los cerrojos. En seguida á lo que le
pareció á Oliverio (que realmente no dormia) levantó un ladrillo del
pavimento; sacó de un hoyuelo practicado debajo de el una cajita, y la
colocó sobre la mesa. Sus ojos brillaron al levantar la tapadera y al
sumerjir dentro de ella su mirada. Por último acercando una silla vieja,
se sentó y sacó de la caja un reloj de oro magnífico y resplandeciente
de diamantes.

--Ah! ah! --dijo encojiéndose de hombros y haciendo una mueca horrible
--Eran ellos unos famosos conejos! unos verdaderos hurones! Firmes hasta
el fin! Incapaces de decir al _negro bonete_ donde esto se encontraria!
Jamás, jamás han vendido al viejo Fagin! Además ¿les hubiera servido
esto acaso para librarse del balanceo? Pamema! Tampoco se hubiera
aflojado el nudo escurridizo. No, no! Ah! Eran buenos vivientes! Famosos
conejos!

Haciendo estas reflecciones y otras de la misma naturaleza, el judío
volvió el reló á su sitio primitivo. Otros cinco ó seis por lo menos
fueron sacados sucesivamente de la misma caja y pasados en revista con la
misma satisfaccion, como tambien sortijas, alfileres, braceletes y otros
artículos de joyeria de una materia tan magnífica y de un trabajo tan
precioso que su vista tenia á Oliverio en babia.

Despues de haber colocado el judío estas joyas en su sitio anterior
tomó otra tan pequeña que la tenia en el hueco de su mano. Esta parecia
tener cincelada una inscripcion muy diminuta, porque la puso sobre la
mesa y garantizándola de la falsa luz poniendo la mano ante ella, la
examinó largo tiempo con la mas viva atencion. En fin renunciando á la
esperanza de descifrar aquella leyenda remitió la joya en la cajita
inclinándose en el respaldo de su silla.

--Magnífica cosa la _pena capital_! --murmuró entre dientes-- Los
muertos no regresan para _bachillerear_. Oh! Es una gran garantia para el
comercio! lineó de ellos enfilados en la misma cuerda y ninguno tan ruin
para desembuchar el secreto!

Al decir esto el judío que hasta entonces habia tenido sus ojos negros y
penetrantes sobre la joya en un estado de fijeza estática los dirijió
á Oliverio y viendo que el niño le miraba con muda curiosidad,
comprendió que habia sido observado. Entonces cerrando bruscamente la
cajita, se apoderó de un cuchillo que estaba sobre la mesa y se levantó
furioso. Sin embargo no estaba seguro, pues Oliverio á pesar de su
espanto pudo notar que el cuchillo temblaba en la mano del viejo.

--Por vida de! --esclamó el judío --¿Me espiabas? Estabas dispierto?
Que has visto? Oh! habla . . . niño! responde pronto! va en ello tu vida!

--No he podido dormir mas tiempo señor! --respondió Oliverio --siento
haberos interrumpido.

--Tu no estabas dispierto hace media hora he? --preguntó el viejo con
acento estraviado.

--No señor es la pura verdad! --repuso Oliverio.

--Estás de ello seguro? --gritó el judío dando á su mirada una
espresion mas feroz y tomando una actitud amenazadora.

--Si, si señor! lo juro! --replicó el niño con ansia --Os aseguro que
no estaba dispierto! de toda verdad! de toda verdad!

--Cállate; cállate! --dijo el judío recobrado de repente sus maneras
ordinarias y aparentando jugar con el cuchillo antes de volverlo sobre la
mesa para dar á entender que no lo habia cojido mas que por broma --Ya
lo sabia buen amigo y esto no era mas que para darte miedo, para reirme.
Sabes hijuelo mio que eres un valenton! Ah! ah! eres un valenton
Oliverio! --Mientras decia esto frotaba sus manos con falsa sonrisa y no
dejando de mirar la cajita con alguna inquietud. Luego poniendo su mano
sobre la tapadera añadió despues de un momento de silencio. --Has visto
tu algunas de esas cosas hermosas amigo mio?

--Si señor. --respondió Oliverio.

--Ah! --hizo el judío cambiando de color --Estos son . . . es mi
pequeño haber Oliverio; es mi propiedad, todo lo que tengo para
descansar en mis viejos días! El mundo dice que soy avaro; si amigo mio,
solamente avaro; nada mas que esto.

Oliverio pensó que efectivamente el _viejo señor_ debia ser avaro pues
que vivia en un sitio tan miserable con tantos relojes; imaginándose
luego que tal vez su ternura por el _fino camastron_ y los demás
muchachos le costaba mucho dinero no dejó de tenerlo en mayor estima y
le preguntó respetuosamente si podia levantarse.

--Ciertamente amigó mio! ciertamente! --respondió él viejo judío
--Espera; detras de la puerta hay un cantaro de agua: traelo aquí: voy
á darte una cofaina para lavarte.

Oliverio se levantó, atravesó el aposento y se bajó para tomar el
cantaro; cuando se volvió la cajita habia desaparecido.

Apenas habia concluido de lavarse y poner cada cosa en su sitio despues
de haber arrojado el agua de la cofaina por la ventana á tenor de las
órdenes del judío, cuando el _fino camastron_ Volvió á entrar
acompañado de uno de sus amigos, jóven alegrillo que Oliverio habia
visto la víspera anterior. Este le fué presentado con todas las
fórmulas debidas, como que era el Señor Cárlos Bates. Cada uno se
sentó á la mesa y comió con el café bollos todavia calientes y jamon
que el Camastron habia traido en la copa de su sombrero.

--Y bien amigos! --dijo el judío lanzando sobre Oliverio una mirada
maligna el propio tiempo que se dirijia al Camastron --Espero que habreis
estado en el _taller_ esta mañana.

--Un poco abuelo! --respondió el Camastron.

--Y con unas ganas deliciosas! --repuso Cárlos.

--Vaya, vaya! sois buenos chicos; muy buenos chicos! --dijo el judío
--Que es lo que tu has traido Jaime?

--Dos _agenda_ --respondió este.

--Guarnecidos he! --preguntó él viejo con interes.

--Asi asi . . . --replicó el Camastron sacando de su faltriquera dos
_agenda_ la una colorada y la otra verde.

--No tan macisos como deberian! --esclamó el viejo despues de haber
examinado el interior con una atencion escrupulosa --Pero con todo no
deja de ser un trabajo exquisito: de _mano maestra_.

No es así Oliverio?

--Oh! de un trabajador muy hábil os cierto señor! --respondió Oliverio.

--Aquí el Señor Cárlos esplotó en una estrepitosa carcajada con
grande asombro de Oliverio que no veia en ello ningun motivo de risa.

--Y tu viejecito! --dijo Fagin á Cárlos --Que es lo que tu nos traes?

--_Pingajos_. --respondió maese Bates sacando cuatro pañuelos de
faltriquera.

--Bravo! --repuso el judío despues de haberles pasado revista --No son
malejos á fé mia! Si; pero no los has señalado bien; será preciso
quitarles estas marcas con una aguja, y ya enseñaremos á Oliverio como
es preciso gobernarse para ello.

--Te gustará aprenderlo Oliverio! he?

--Si señor! --respondió Oliverio.

--Gustarias de hacer el _moscardon_ con tanta maestría como Cárlos
Bates ¿no es así amigito? --preguntó el judío.

--Oh! si señor: me gustaria mucho. Si quisierais enseñarmelo?

--Maese Bates vió en esta peticion algo de chistoso, pues esplotó en
una nueva carcajada que habiéndole hecho tragar el café malamente, poco
faltó para que no le ahogase.

--A la verdad es bien _nuevo_! --dijo luego que se hubo repuesto, como
para excusar su conducta impolítica.

El Camastron pasando su mano por la cabeza de Oliverio y aplanándole los
cabellos sobre su frente dijo que pronto sabria bastante. En esto el
judío viendo que el rostro del niño se ponia colorado, cambió de
conversacion preguntando si habia habido mucha gente en la sentencia de
muerte que habia tenido lugar en aquella misma mañana. Esto sorprendió
tanto mas á Oliverio comprendiendo por las respuestas de los dos
muchachos que habian asistido á ella y no podiendo darse razon como
habian tenido tiempo bastante para haber sido tan laboriosos.

Despues de levantada la mesa, el viejo chistoso y los dos muchachos
empezaron un juego tan curioso como poco comun. El primero metió una
petaca en uno de los bolsillos de su pantalon y una cartera en el otro;
en la faltriquera de su chaleco un reloj unido á una gruesa cadena de
seguridad que pasó al rededor de su cuello y clavando en la pechera de
su camisa una aguja de quincalla se abotonó hasta debajo la barba; luego
colocando el estuche de sus anteojos y su pañuelo en los bolsillos de su
leviton, se paseó arriba y abajo del aposento empuñando un baston, del
mismo modo que vemos á nuestros viejos señores en las calles á cada
momento del dia. Unas veces se paraba ante la chimenea; otras á la
puerta finjiendo examinar las mercaderias en los aparadores de las
tiendas. En ciertos momentos, miraba á su alrededor y tentaba
alternativamente sus faltriqueras para asegurarse de que no le habian
hurtado nada y esto lo hacia tan naturalmente que Oliverio se
desternillaba de risa. Durante este tiempo los dos _mozalvetes_ le
seguian de cerca evitando tan diestramente sus miradas cada vez que se
volvia, que era imposible al ojo seguir sus movimientos. Al fin, el
Camastron le picó los talones y Cárlos, tropezó con él (se entiende
sin hacerlo expresamente) y en el propio instante le birlaron en un decir
Jesus y con la mas asombrosa destreza, petaca, cartera, reló, cadena de
seguridad, ajuja, pañuelo de faltriquera y hasta el estuche de los
anteojos. Si el viejo señor sentia una mano en una de sus faltriqueras,
decia en cual y volvia á empezar el juego.

Rato habia que se estaba repitiendo esta diversion, cuando dos _jóvenes
señoritas_ entraron á hacer visita á los dos _señoritos_. La una se
llamaba Betsy y la otra Nancy. Sus cabelleras naturalmente espesas, se
ostentaban algo descuidadas del peine; sus zapatos no llevaban cordones y
sus medias iban tiradas con mucha negligencia. Tal vez no eran lo que
puede llamarse precisamente bonitas; pero tenian subidos colores,
abultadas mejillas y parecian bastante alegrillas. Como manifestaban
ademanes excesivamente libres y desenvueltos, Oliverio pensó que debian
ser muy amables (y lo eran sin ninguna clase de duda.)

Las tales _señoritas_ se quedaron un buen rato y habiéndose traido
algunas botellas de licores en atencion á haberse quejado una de ellas
de que tenia el estómago _seco_, la conversacion se hizo viva y animada.
Al fin Cárlos dijo era de opinion que habia ya llegado el buen tiempo de
_trillar la cemilla_, expresion que Oliverio entendió por salir; porque
inmediatamente el Camastron, Cárlos y las dos _señoritas_ se marcharon
juntos provistos de algun dinero que les dió el bueno del judío para
refocilarse durante el camino.

--Y bien amigito! No te parece agradable esta vida? --dijo Fagin --Ya se
han marchado por todo el dia!

--Y han concluido su trabajo Señor? --preguntó Oliverio.

--Si; á menos que no encuentren ocupacion en el camino; entonces, no se
estarán con las manos plegadas, está seguro. Toma ejemplo de ellos hijo
mio: toma ejemplo de ellos! --continuó golpeando el suelo del hogar con
el badil como para dar mas fuerza á sus palabras --Haz todo lo que te
digan y consúltales en todo, especialmente al Camastron. Este llegará
muy alto y tú lo mismo si lo tomas por modelo. ¿Acaso sale el pañuelo
de mi faltriquera amiguito? --dijo interumpiéndose secamente.

--Si señor. --respondió Oliverio.

--Prueba pues un poquito si podrias sacarlo sin que yo lo advirtiese, del
mismo modo que has visto hacerlo, cuando nos divertíamos hace poco.

Oliverio levantó la faltriquera con una mano como habia visto hacerlo al
Camastron y con la otra tiró ligeramente el pañuelo.

--Esta hecho? --preguntó el judío.

--Ahí lo teneis señor! --contestó Oliverio enseñándoselo.

--Eres un muchacho muy diestro amiguito! --dijo el viejo adulador pasando
su mano cadavérica sobre la cabeza de Oliverio en señal de aprobacion
--No he visto un chico mas hábil. Toma é aquí un _schelling_ para ti.
Si continuas de este modo serás el mas grande hombre de tu siglo. Ahora
ven aquí para que te enseñe á quitar las señales de los pañuelos.

Oliverio se preguntó á sí mismo que tenia de comun la accion de
escamotear divirtiéndose el pañuelo del viejo con la espectativa de
llegar á ser un grande hombre; pero refleccionando que por ser el judío
de muchísima mas edad que el debia ser mas sabedor de ello, se arrimó
á la mesa y pronto fué entregado profundamente á su nuevo estudio.



CAPÍTULO X.

OLIVERIO SE ENTERA MEJOR DEL CARÁCTER DE SUS NUEVOS COMPAÑEROS, Y
ADQUIERE EXPERIENCIA Á COSTAS SUYAS. --IMPORTANCIA DE LOS DETALLES
CONTENIDOS EN ESTE CAPITULO.


DURANTE muchos dias Oliverio permaneció en la estancia del judío
quitando las señales á los pañuelos de faltriquera que llegaban en
tumulto al domicilio y algunas veces tomando tambien parte en el
susodicho juego, en el que este y los dos mozalbetes se ejercitaban
regularmente todas las mañanas. Al fin; comenzó á tener ansia de
respirar el aire libre y buscó muchas ocasiones para pedir al viejo le
dejará salir para _trabajar_ junto con sus camaradas.

Deseaba con tanto mas ardor el ser puesto en actividad por haber visto un
canto de la moral austera del _viejo señor_. Cada vez que el Camastron
ó Cárlos Bates volvian por la noche con las manos vacias, les
suministraba una larga Filipica, estendiéndose largamente sobre los
males que engendran la pereza y la ociosidad, y para gravar mas
fuertemente esta verdad en su memoria, los enviaba á la cama sin cenar.
Una vez entre otras los arrojó escaleras abajo; pero este esceso de celo
en el _virtuoso_ viejo, no siempre era llevado hasta este punto.

En fin una hermosa mañana obtuvo el permiso tan ardientemente anhelado.
Habia ya dos ó tres dias que faltaban pañuelos para quitar las señales
y las comidas eran flacas. Tal vez estos fueron los motivos que
dicidieron á Fagin á que diera su permiso. Que fueran ó no; dijo á
Oliverio que podia salir y le colocó bajo la salvaguardia de Cárlos
Bates y de su amigo el Camastron.

Los tres compañeros se marcharon: el Camastron con las mangas
arremangadas y el sombrero en el cogote segun costumbre; maese Cárlos
con las manos en las faltriqueras y meneándose á lo lechugino y
Oliverio entre ambos cavilando á donde podian ir y en que ramo de
industria iban á lanzarse por de pronto.

Andaban con tanta calma y parecian tan inciertos en cuanto al camino que
debian tomar; que Oliverio pensó que sus camaradas engañaban al _viejo
señor_ no yendo al taller. El Camastron tenia un instinto maligno, y era
quitar todas las gorras de los párvulos y hechárselas en seguida en las
entradas. Cárlos por su parte demostraba principios mas relajados en
cuanto al respeto que se debe á la propiedad ageua, escamoteando de los
cestos de las fruteras cebollas y manzanas que metia en sus faltriqueras
tan grandes que parecian invadir su traje en todos sentidos. Esto
pareció tan inconveniento á Oliverio que estuvo á punto de declararles
su intencion de dejarles para volverse á casa como pudiera, cuando sus
pensamientos fueron dirijidos de improviso hácia otro objeto por un
cambio misterioso en la conducta del Camastron.

Acababan de salir de un estrecho callejon cerca de Clerkenwell, que se
llama aun hoy dia por una estraña corrupcion de palabras Boulingrin,
cuando el Camastron se paró de repente y poniendo su dedo sobre sus.
labios hizo retroceder á sus compañeros con la mayor cautela.

--Que significa!

--Chut! --dijo el Camastron. --Ves esa _panza vieja_ delante de la parada
del librero?

--El señor anciano del otro lado de la calle? contestó el niño. --Si;
le veo.

--Pues atencion que va sacar la tripa!

--Y gorda que será! --dijo Cárlos.

Oliverio los miró alternativamente ya al uno ya al otro con suma
sorpresa; pero no tuvo tiempo de hacer pregunta alguna, porque sus dos
compañeros atravesaron la calle y se deslizaron furtivamente tras el
caballero sobre quien estaba fija su atencion. El á su vez dió algunos
pasos en la misma direccion y no sabiendo si debia adelantar ó
retroceder, los miró con un silencio de estupefaccion.

Este caballero que llevaba la cabellera empolvada y anteojos de oro,
parecia ser respetable; vestia una casaca color verdebotella con cuello
de terciopelo negro y un pantalon blanco sosteniendo por debajo el sobaco
un elegante bambú. Acababa de tomar un libro de la parada y estaba allí
como en su casa leyendo tan tranquilamente lo mismo que si estuviera
sentado en su sillon y es probable que se creia realmente en el porque
era claro que absorvido como estaba en su lectura no veia ni la parada
del librero, ni la calle, ni los dos muchachos, ni otra cosa en fin que
el libro que recorria letra por letra volviendo la hoja cuando llegaba á
lo último de la página, empezando la primera línea de la siguiente y
así consecutivamente, con el mas vivo interes y el mayor afan.

Cuales fueron la sorpresa y el horror de Oliverio, cuando abriendo tantos
ojos como le permitieron sus párpados vió al Camastron sumergir su mano
en la faltriquera del caballero y retirar de ella un pañuelo que pasó
á Cárlos y luego volver la esquina de la calle y correr á toda pierna.

En un momento se descifró en su alma todo el misterio de los pañuelos,
de los relojes, de las joyas y hasta el del mismo judío. Permaneció
allí un instante absorto; su sangre herbia en sus venas con fuerza tal,
que se creia dentro un brasero ardiente; luego confuso y aterrorizado á
la vez echó á correr, y sin saber lo que hacia ni donde iba, huyó
desatentado.

Todo esto fué obra de un segundo. En el mismo instante que Oliverio
emprendia la fuga dió la casualidad que el caballero buscó en su
faltriquera el pañuelo y no encontrándolo se volvió bruscamente, y
como vió al niño escaparse con tanta rapidez concluyó de ello que era
él quien habia cometido el hurto y se puso á perseguirlo con el libro
en la mano gritando con todas sus fuerzas: Al ladron! Al ladron!

--No era él solo quien gritaba favor! contra Oliverio: el Camastron y
Cárlos Bates temiendo llamar la atencion sobre ellos corriendo, se
habian ocultado de pronto trás la primera puerta cochera que encontraron
al paso; pero no bien hubieron oido el grito y visto correr al muchacho
cuando adivinando lo que era ello se mezclaron con los perseguidores
(como buenos ciudadanos que eran.) gritando como los demás. Al ladron!
Al ladron!

Oliverio aunque educado por _filósofos_ ignoraba en teoría su mácsima
sublime de que: _el cuidado de sí mismo es la primera ley de la
naturaleza_. Si la hubiera conocido aquel percance tal vez le hubiera
hallado prevenido; pero como no lo estaba, no hizo mas que aumentar su
espanto; asi es que corria como el viento llevando al anciano caballero y
á los dos muchachos trás sus talones.

--Al ladron! Al ladron!

Hay algo de sublime en este grito. El mercader deja su mostrador y el
carretero su carro, el carnicero abandona su trabajo, el panadero su
canasto, la lechera sus jarros, el fajin su bulto, el estudiante su
carambola, el empedrador su martillo, el muchacho su pelota; todos corren
revueltos gritando, ahullando, arrollándose, derribando los transeuntes
al revolver las esquinas, excitando á los perros, alborotando las
gallinas y haciendo retemblar las calles, los callejones, las plazas y
las plazuelas con este grito:

--Al ladron! Al ladron!

Este grito es repetido por cien voces y la multitud crece á cada
esquina. Ella lo dilata chapoteando en el lodo y haciendo resonar el
estrépito de sus pasos sobre las aceras. Las ventanas se abren, los
vecinos salen de las casas, la gente se empuja, todo un auditorio
abandona polichinela en el momento mas interesante de la comedia y
juntándose al tropel aumenta el ruido prestando nuevo vigor á los
gritos repetidos de:

--Al ladron! Al ladron!

Existe en el hombre un instinto fuertemente arraigado de correr trás
cualquiera cosa. Un niño infeliz, sofocado y llenó de fatiga, con el
terror en los ojos y la agonía en el corazon, llevando el rostro
inundado de sudor, redobla sus esfuerzos para conservar el avance sobre
sus perseguidores, mientras estos á medida que se aprocsiman de su
alcance saludan sus fuerzas desfallecidas con _hurras_ y vociferaciones
de alegria: Al ladron! Al ladron! Detenedle! por amor de Dios detenedle!
aunque no sea mas que por piedad detenedle!

Al fin ya está detenido! Golpe famoso! Helo allí tendido sobre la
acera; rodeado por la apiñada multitud y cada recien llegado codeando y
empujando para poder verle! --Haceos atrás! Dejadle un poco de aire! Que
bestialidad! No lo merece. Donde está el caballero? Allá viene. Abrid
paso al caballero! Caballero es este el pilludo? Si.

Oliverio cubierto de lodo y polvo, con la boca ensangrentada miraba con
aire estraviado todas aquellas figuras que le rodeaban, cuando el anciano
caballero fué introducido por no decir llevado dentro el círculo por la
vanguardia de los perseguidores.

--Si! --dijo con acento bondadoso --Temo que sea él!

--Teme! --murmuró la muchedumbre --Esta si que es buena!

--Pobre diablillo! --dijo el caballero --Se ha hecho daño!

--Yo soy quien le ha arreglado como esta --dijo un solemne _paja larga_
adelantándose --Me he corlado lindamente la mano contra sus dientes. Yo
soy señor quien le ha cojido.

Esto diciendo, el individuo llevó la mano á su sombrero sonriendo
bestialmente, y esperando sin duda recibir algo por el trabajo que se
habia tomado; pero el caballero examinándole con aire de desprecio,
echó una mirada inquieta á su alrededor sin duda para buscar un medio
de evadirse; lo que tal vez hubiera hecho, dando con ello lugar á otra
persecucion si en este momento un agente de policía (la última persona
que llega siempre en semejantes casos) no hubiese atravesado la multitud
y cojido á Oliverio por el cuello.

--Yo no he sido señor! Estad seguro! Es la verdad! Fueron otros dos
muchachos! --dijo Oliverio plegando las manos en ademan suplicante y
mirando á su alrededor --Deben estar aquí ó no lejos.

--Oh! que no . . . que no están aquí! --repuso el agente de policía
con acento burlon.

Oliverio decia verdad sin saberlo. El Camastron y Cárlos se habian
escabullido en la primera escalera que habian encontrado al paso.

--Ea! levántate!

--No le hagais daño! --dijo el anciano caballero con compasion.

--Oh! no pretendo hacerle daño alguno. --replicó el otro rasgando el
chaleco del niño, al obligarle á levantarse, en prueba de lo dicho.
--Vamos . . . ven . . . Te conozco . . . estos colores no me la pegan.
Quieres tenerte sobre tus piés pillastrón?



[Illustration: El Camastron explota el bolsillo del Caballero anciano á
la vista de Oliverio estupefacto.]



CAPÍTULO XI.

DE LA MANERA QUE ADMINISTRA LA JUSTICIA EL MAGISTRADO MR. FANG.


EL hurto habia sido perpetrado dentro la jurisdiccion y de hecho en las
inmediaciones de un tribunal de policía metropolitana muy celebrado. Los
curiosos tuvieron la única satisfaccion de acompañar á Oliverio un
corto trecho; es decir hasta un sitio llamado _Multon-Hill_ donde le
hicieron pasar bajo una bóveda sombría y baja que conducia á un patío
súcio al detrás del que estaba ese dispensador de la pronta justicia.
Alli encontraron un _regordete_ con enormes favoritos en las megillas y
un grueso manojo de llaves en la mano.

--Que hay de nuevo? --preguntó con suma displicencia.

--Un jóven _pégre_ [1] --contestó el agente de policía.

--Sois vos el robado? --preguntó el carcelero al anciano caballero que
estaba trás Oliverio.

--Si; --dijo este --yo soy; pero no estoy seguro que sea este niño quien
ha cojido el pañuelo y por eso quisiera mas que la cosa no pasára
adelante.

--Ya es tarde! Es preciso que se presente ante el magistrado. --repuso el
carcelero --Pronto vá á ser puesto en libertad. --y dirijiéndose á
Oliverio. --Ola in _pasto de horca_! Al avio!

Esto era para el niño una invitacion de entrar en una celdilla cuya
puerta habia abierto el hombrecillo y donde le encerró despues de
haberle registrado y no encontrándole nada sobre él.

El anciano caballero al oir rechinar la llave en la cerradura se puso tan
triste como Oliverio y dirijió suspirando sus ojos sobre el libro causa
inocente de todo aquel fracaso.

--Hay algo en la fisonomía de ese niño --se dijo á sí mismo dando
algunos pasos y golpeándose frente con el libro, completamente absorvido
en sus reflecciones --algo que me choca y me interesa. Será tal vez
inocente? Paréceme . . . Por vida de! --esclamó parándose en seco y
mirando fijamente á las nubes-- ¿Dónde he visto yo una fisonomía
semejante á la suya?

Despues de haber reflecsionado algunos momentos, se adelantó en ademan
pensativo hácia una pequeña sala que daba al patio y allí retirado y
á solas pasó revista en su memoria á un gran número de rostros que
hacia muchos años habia perdido de vista, y sobre los cuales se habia
estendido un velo sombrío.

El carcelero le dispertó de sus sueños dándole un golpecillo sobre la
espalda y haciéndole señal de que le siguiera: cerró inmediatamente su
libro y pronto se vió á la presencia imponente del célebre Mr. Fang.
La sala de audiencia que daba á la calle tenia el techo artesonado. Mr.
Fang estaba sentado mas allá de una pequeña balustrada y en une de los
estremos. A un lado de la puerta y en un banquillo colocado al efecto,
estaba sentado el pobre Oliverio espantado de la gravedad de esta escena.

El anciano caballero se inclinó profundamente, se adelantó hacia el
bufete del magistrado y dijo añadiendo la accion á la palabra:

--Esta es mi direccion caballero --y dando tres pasos atrás se inclinó
de nuevo y esperó que se le preguntase.

Cabalmente Mr. Fang leia en este momento con profunda atencion en el
_Morning Chronicle_ un artículo concerniente á una sentencia que habia
dado, el cual artículo le recomendaba por la milésima vez á la
atencion particular del ministro del interior. Estaba á mas de mal humor
y levantando la cabeza con ademan uraño:

--Quien sois? --preguntó.

El anciano caballero algo sorprendido señaló con el dedo su tarjeta.

--Oficial de policía! --dijo Mr. Fang sacudiendo con desprecio la
tarjeta y el periódico. --Quien es ese individuo?

--Mi nombre --dijo el anciano caballero espresándose con cortesia --mi
nombre es Brownlow. Que me sea permitido á mi vez preguntar el nombre
del magistrado que bajo el escudo de la ley insulta gratúitamente á un
hombre respetable sin haber sido provocado. --Esto diciendo Mr. Brownlow
dirijió una mirada á su alrededor como buscando quien quisiera
responder á su pregunta.

--Oficial de policía! --dijo Mr. Fang tirando el periódico de revés
--De que se acusa á ese individuo?

--No es él el acusado señor juez. --respondió el agente de policía
--Comparece contra este muchacho.

El magistrado, lo sabia bien; pero era un medio como cualquier otro para
vejar impunemente á las gentes.

--Ah! Comparece contra ese muchacho . . . no es oso? --replicó Mr. Fang
examinando á Mr. Brownlow de la cabeza á los piés con aire de duda.
--Recibid su juramento.

--Antes de prestar juramento --dijo Mr. Brownlow --me permitiré decir
una sola palabra y es que sin una prueba tan convincente jamás hubiera
podido crer . . . .

--Silencio caballero! --dijo Mr. Fang con tono brusco.

--No me callaré señor magistrado! --replicó Mr. Brownlow.

--Silencio digo ó mando poneros á la puerta! Sois un impertinente, un
bribon, al atreveros á desafiar un magistrado en el ejercicio de sus
funciones!

--Que decís? --esclamó el anciano caballero palideciendo de cólera.

--Haced prestar juramento á ese hombre! --dijo Mr. Fang al escribano
--Nada mas oiré! Hacedle prestar juramento!

La indignacion de Mr. Brownlow estaba á su colmo; pero reflexionando que
dándola salida podria hacer daño al muchacho, se contuvo y prestó
inmediatamente el juramento.

--Ahora --dijo Mr. Fang --decid: de que se acusa á esto muchacho? Qué
teneis que deponer contra él?

--Estaba ante la parada de un librero --empezó Mr. Brownlow.

--Silencio caballero! --interrumpió Mr. Fang --Agente de policía! Donde
está el agente de policía? Acercaos. Escribano hacedle prestar
juramento. Ahora hablad. ¿Que teneis que decir?

El agente de policía relató con tono humilde: que el habia preso al
muchacho y que habiéndole registrado, nada habia encontrado encima de
él; añadiendo que esto era todo lo que tenia que decir.

--Hay testigos? --preguntó Mr. Fang.

--No; señor magistrado. --respondió el agente de policía.

Mr. Fang guardó silencio por algunos instantes; luego volviéndose á la
parte acusadora dijo con tono irritado --Quereis esplicar los motivos de
vuestra querella contra ese muchacho; si ó nó? Si rehusais administrar
pruebas voy á castigaros por falta de respecto á un _magistrado_! Oh!
Lo haré por . . . ..

Por quien ó porque nadie lo sabe; pues que en este mismo momento el
escribano y el carcelero tosieron con fuerza muy á propósito sin duda;
y el primero dejando caer por _descuido_ un voluminoso libro, privó que
el resto pudiera oirse.

Entre las numerosas interrupciones y los insultos reiterados de Mr. Fang,
Mr. Brownlow procuró relatar el hecho,

observando que en el primer momento de sorpresa corriera trás el niño
porque lo habia viste huir. Y --añadió --me atreveré á esperar que en
el caso en que el Señor Magistrado considerára á este muchacho sino
como ladron al menos como afiliado con ladrones, se dignára obrar
respecto á él tan suavemente como se lo permita la justicia? Además
está herido y temo mucho --prosiguió, con aire de compasion
dirijiéndose á la barra --temo realmente que se encuentra malo.

--Oh! sin duda! Esto se comprende. --Observó Mr. Fang con acento burlon.
--Ea tu . . . pequeño vagabundo! Tus pillerias están cosidas con hilo
blanco. A mi no me la pegarás. Como te llamas?

Oliverio procuró responder; pero la lengua se le pegó en el paladar.
Estaba horriblemente pálido y todo parecia dar vueltas á su alrededor.

--Como te llamas bribonzuelo? --clamó Fang con voz de trueno --Oficial!
Cual es su nombre?

Esta pregunta se dirigia á un _inoflelude_ de chaleco rayado que estaba
en pié cerca de la barra. Se inclinó hacia el niño y repitió la
pregunta; pero viendo que realmente se hallaba incapaz de comprenderla y
sabiendo que su silencio no haria mas que escitar la cólera del
magistrado y de consiguiente aumentar la severidad de la sentencia,
respondió al acaso: --Se llama Tomás White señor magistrado.

--Ola! no quiere hablar ¿no es esto? --dijo Fang --Muy bien! Donde
habita?

--Donde puede señor magistrado. --respondió el digno oficial fingiendo
recibir la respuesta de Oliverio.

--Tiene padres? --preguntó Mr. Fang.

--Dice que se le murieron cuando niño. --replicó el otro del mismo modo.

En este punto del interrogatorio Oliverio levantó la cabeza y lanzando
á su alrededor una mirada suplicante, pidió con voz moribunda que se le
hiciera el favor de un vaso de agua.

--Todo eso son maulerias. --dijo Fang --No pienses cojerme por tonto.

--Señor magistrado creo que verdaderamente se encuentra malo. --dijo el
oficial de policía.

--Se algo mas que vos en esta materia --replicó Fang.

--Cuidado señor oficial de policía! --dijo el anciano caballero,
estendiendo instintivamente sus brazos --Cuidado! . . . vá á caer.

--Retiraos de aquí oficial de policía! --gritó Fang con acento brutal
--y que caiga si bien le place.

--Oliverio se aprovechó del asiduo permiso y cayó desmayado en el
suelo. Los hombres de servicio en la sala se miraron unos á otros pero
ninguno osó menearse.

--Sabia bien que lo hácia adrede. --dijo Fang. (como sí este accidente
hubiese sido para el una prueba incontestable de su eserto) pero pronto
tendría su galardon.

--Que fallais señor? --preguntó en voz baja el escribano.

--Le condenó sumariamente --dijo Fang --á tres meses de prision, con
mas al _treadmill_ [2] Despojad la sala!

La puerta estaba abierta á este fin y dos hombres se preparaban para
llevar al pobre Oliverio todavia sin sentidos á la prision, cuando un
sujeto de alguna edad y de esterior decente aun que pobre á juzgar por
sus pantalones negros un tanto deslustrados, se precipitó dentro la sala
y acercándose á la barra. --Deteneos . . ? --dijo sofocado y sin darse
tiempo de respirar --no le lleveis! Suspended la sentencia!

A pesar del mal humor y las groserías del juez Fang, le fué preciso
escuchar al testigo. Este era el librero que lo habia visto todo. Contó
el hecho y Oliverio fué puesto en libertad. Mr. Brownlow estaba
indignado de la conducta de Fang. Quiso protestar, pero fué hechado de
la sala. Una palidez mortal cubria las mejillas de Oliverio, á penas
podia tenerse. El compasivo anciano hizo acercar un fiacre y habiéndole
colocado sobre las almohadas del mismo, partieron.



CAPÍTULO XII.

OLIVERIO RECIBE EL BUEN TRATAMIENTO QUE NUNCA HABIA RECIBIDO HASTA AHORA.
--PARTICULARIDADES REFERENTES Á UN RETRATO.


EL fiacre rodó á lo largo de _Mont-Plaisir_, enfiló la calle de
_Exmouth_, recorriendo a poca diferencia el mismo camino que Oliverio
debió seguir la primera vez que entró en Lóndres en compañía del
Camastrón y tomando diferente camino cuando hubo llegado á la taberna
del Angel en _Islington_, se paró al fin ante una casita de hermosa
apariencia en una calle decente y retirada de _Pentouville_. Allí sin
retardo se preparó un lecho en el que Mr. Brownlow, hizo colocar al
pobre niño, que fué cuidado con una solicitud y una ternura sin igual.

Durante muchos dias Oliverio permaneció sin conocimiento pendiente entre
la vida y la muerte. Al fin salió de este estado y lanzó una mirada
inquieta á su alrededor:

--Que aposento es este? --Donde me han traido? --dijo.

Como estaba muy abatido, pronunció estas palabras con voz débil; pero
ellas fueron oidas desde el momento; porque la cortina de su cama fué
levantada incontinenti y una buena señora ya de edad vestida
decentemente se levantó al mismo tiempo de un sillon en que estaba
sentada cerca el lecho y haciendo dalzeta.

--Chiton amigo mio! --dijo la anciana con dulzura --Es preciso estarse
quieto, ó vendrá una recaida; ya habeis estado malo, muy malo . . .
Vaya! volveos á acostar como un buen muchacho! --Esto diciendo la buena
señora volvió á colocar suavemente la cabeza de Oliverio sobre la
almohada, y apartando los mechones de cabellos que caian sobre su frente
le miró con un aire tan cariñoso, que él no pudo menos de colocar su
manecita descarnada sobre la suya y de atraerla al rededor de su cuello.

--Dios mio! --dijo la anciana con las lágrimas en los ojos --Que buen
corazoncito! Que agradecido! Qué diria su madre, si despues de haberte
vigilado dia y noche como yo lo he hecho pudiera verle ahora?

--Pueda que me vé! --balbuceó Oliverio plegando sus manos. --Tal vez ha
estado sentada cerca de mi, señora . . . Oh! si; me parece haberla visto
á mi lado.

--Esto es efecto de la fiebre amigo mio! --dijo la buena señora.

--Es posible --repuso Oliverio con aire pensativo --porque hay mucha
distancia de aquí al cielo y si es allí demasiado dichoso para bajar
cerca el lecho de un pobre niño! Sin embargo si ella ha sabido que yo
estaba enfermo, me habrá compadecido desde allá arriba; porque ella ha
sufrido tambien tanto antes de morir! Con todo no puede saber nada de le
que me sucede --añadió despues de un momento. de silencio --porque si
me hubiera visto padecer, se hubiera puesto triste, y su rostro era tan
dulce y risueño cada vez que la he visto en sueños!

La anciana nada respondió; pero enjugando primero sus párpados y luego
sus anteojos que estaban sobre la bánova, dió al niño una pocion
refrescante y pasándole la mano por sobre la mejilla le encargó
estuviera tranquilo en su lecho sino volveria á caer malo.

Oliverio se mantuvo quieto, ya porque queria obedecer en todo á la
señora; ya tambien porque estaba completamente fatigado por lo que habia
dicho. Pronto se entregó á un sueño reparador del que fué dispertado
por la luz de una vela que acercándose á su cama le permitió ver á un
señor que le tentaba el pulso consultando al mismo tiempo un grueso
reló de oro de _tic-tac_ muy fuerte que tenia en la mano: el cual dijo
que lo encontraba mucho mejor.

--No es verdad que os encontrais mucho mejor amiguito? --dijo á Oliverio.

--Si, señor! y os doy gracias! --contestó este.

--Ya se bien que debeis encontraros mejor. --repuso el otro --Teneis
apetito no es cierto?

--No señor. --respondió el niño.

--He! --esclamó el caballero --No! Ya sabia yo bien que no podeis tener
apetito. No tiene apetito señora Bedwin. --continuó con aire de
importancia volviéndose á la señora.

Esta hizo una señal de cabeza respetuosa, por la que parecia decir que
creia al doctor un sujeto muy hábil: este por su parte pareció tenor de
si la misma opinion.

--Teneis sueño no es cierto amiguito? prosiguió el doctor.

--No señor. --respondió Oliverio.

--No. --repuso el otro con ademan de inteligente --no teneis sueño.
Tampoco teneis sed?

--Si señor; estoy un poco sediento.

--Justamente lo que pensaba Señora Bedwin. A la verdad es muy natural
que esté sediento; muy natural. Podréis darle un poco de thé y una
tostada de pan sin manteca. Que no sea demasiado caliente Señor Bedwin;
pero tened cuidado de que no sea demasiado frio. Ya comprendeis ¿no es
cierto?

La buena señora hizo una reverencia y el doctor despues de haber probado
la pocion refrescante, se alejó haciendo crujir sus botas sobre el piso
con aire de importancia y dignidad. Oliverio poco despues volvió á
dormirse y era ya cerca de media noche cuando se dispertó. La Señora
Bedwin le deseó entonces una buena noche y le dejó bajo el cuidado de
una vieja gordinflona que acababa de entrar llevando dentro su _ridiculo_
un librito de oraciones y una larga gorra de dormir.

La mañana estaba ya bastante adelantada cuando Oliverio se dispertó
despejado y risueño. La crísis de la enfermedad habia pasado, estaba ya
fuera de peligro y pertenecia aun á este mundo. En menos de tres dias se
halló capaz para sentarse en un sillon reclinado sobre almohadas y como
estaba aun demasiado débil para poder andar, la señora Bedwin lo habia
bajado á su propio aposento donde se sentaba á su lado frente el hogar
y encantada á lo sumo de una mejoría tan notable, derramaba lágrimas
de ternura.

--No hagais caso queridito; esto es á pesar mio --dijo --Caramba! Ahora
ya pasó aquello y yo me encuentro del todo aliviada!

--En verdad señora sois muy buena para mi. --dijo Oliverio.

--Está bien amiguito! no hablemos mas de ello. Nada tiene que ver con
vuestro caldo y es ya hora de que lo tomeis, porque el doctor dice que
Mr. Brownlow podria venir á visitaros esta mañana y es necesario que
nosotros estemos sobre nuestros _cuarenta y ocho_ pues que cuanto mejor
aspecto tengamos mas estará él contento.

Esto diciendo la buena señora hizo calentar en una caserola una porcion
de un caldo bastante fuerte; capaz reducido á la fuerza señalada en las
casas de Caridad, para suministrar una opípara comida á trescientos
pobres por lo menos.

--Os gustan los cuadros amigo mio? --preguntó la buena señora viendo
que Oliverio tenia los ojos fijos con una atencion particular sobre un
retrato colgado en la pared justamente frente de él.

--No podria decíroslo señora! --respondió éste sin apartar la vista
del retrato --He visto tan pocos que á la verdad no sé . . . Que
semblante tan dulce y tan bello tiene esa señora!

--Ah! --dijo la anciana --Los pintores hacen siempre á las mugeres mas
hermosas de le que son; de otro modo hijo mio no tendrian parroquianos.
El que ha inventado la máquina para reproducir fisonomías por obra de
la sola naturaleza, el buen Monsieur Daguerre hubiera debido saber que
ella no tendria écsito! Hay demasiada fidelidad; demasiada! --repuso
riéndose de todo corazon por la malicia con que habia dicho esto.

--Esa pintura se parece á alguno? --preguntó Oliverio.

--Si. --contestó la buena señora levantando los ojos un instante --Es
lo que se llama un retrato.

--De quien? --volvió á preguntar el niño con curiosidad.

--Ah! eso es lo que no podré deciros amiguito! --repuse ella con aire
jovial --Probablemente (al menos que yo sepa) será de alguno que ni vos
ni yo conocemos. --Parece que es complaceis en mirarlo queridito?

--Es tan hermoso! tan bello!

--Creo que no as dará miedo he? --dijo la buena señora sorprendida del
aire de respeto con que el niño miraba el retrato.

--Oh! no seguramente! --respondió este con prontitud --Pero la mirada de
esa señora se me presenta tan triste desde este sitio! Parece que se
dirije á mi! Esto me hace latir el corazon como si estuviera animado
--prosiguió con tono mas bajo --y como si quisiera hablarme y no pudiera.

--Bendito seais de Dios! --esclamó la buena señora estremeciéndose
--Niño no hableis así! Despues de la enfermedad que acabais de pasar
estais débil y nervioso; dejad que vuelva vuestro sillon del otro lado y
entonces no veréis esto. --dijo juntando la accion á la palabra --Ahora
al menos ya no podeis verlo!

Oliverio lo veia en su imaginacion tan perfectamente como si no se le
hubiere movido de sitio; pero pensó que haria mejor en no enfadar á la
buena señora y así sonrió graciosamente cuando ella le miró. La
Señora Bedwin por su parte contenta de ver que se encontraba mas á
satisfaccion, echó sal á su caldo y puso en el pequeñas cortezas de
pan tostado con todo el aparato conveniente á un preparativo tan
solemne. El lo despachó con una prontitud extraordinaria y apenas habia
tragado la última cucharada cuando llamaron suavemente á la puerta.

--Entrad! --dijo la buena señora.

--Mr. Brownlow (porque era él) entró tan listo como le fué posible;
pero no bien hubo levantado sus anteojos sobre su frente y puesto sus
manos trás su bata para examinar mejor á Oliverio, cuando su fisonomía
cambió varias veces de espresion, haciendo muchas contorciones tan
grotescas las unas como las otras. Oliverio débil por la enfermedad,
hacia por respecto á su bienhechor esfuerzos inútiles para ponerse en
pié cayendo siempre otra vez en el sillon y Mr. Brownlow que de toda
verdad era mas sensible que media docena de hombres de su calibre, no
pudo contener las lágrimas que se escaparon de sus ojos como por medio
de un proceder hidráulico, que nosotros no nos croemos bastante
filósofos para poder esplicar.

--Pobre niño! pobre niño! --dijo esforzando su voz --Señora Bedwin;
esta mañana estoy un poco ronco; temo haber cojido un resfriado.

--No digais tal cosa señor. --repuse esta. --Toda la ropa blanca que os
he entregado estaba muy soca.

--No sé Bedwin; no se que diga --prosiguió Mr. Brownlow --pero me
parece que la servilleta que me disteis ayer en la comida estaba algo
húmeda. Pero no importa! Como os encontrais amigo mio?

--Muy feliz señor --respondió Oliverio --y muy reconocido á vuestras
bondades para conmigo.

--Niño encantador! --dijo Mr. Brownlow repuesto de su emocion. --Señora
Bedwin; le habeis dado algun alimento? Algunos caldos he?

--Acaba de tomar una píldora de excelente gelatina --respondió la
Señora Bedwin irguiéndose de toda su altura y prenunciando estas
últimas palabras con énfasis para dar á entender que entre un caldo y
una gelatina no habia la menor relacion.

--Puha! --hizo Mr. Brownlow encojiéndose de hombros. --Dos ó tres vasos
de vino de Oporto le hubieran hecho mas bien ¿no es cierto Tomás White?

--Yo me llamo Oliverio. Señor! --contestó el jóven convaleciente con
asombro.

--Oliverio! --dijo Mr. Brownlow --Oliverio que? Oliverio White he?

--No señor. Twist; Oliverio Twist.

--Picaro de nombre! --dijo el anciano --¿Porque dijisteis al juez que os
llamabais White?

--Jamás le dije tal cosa señor! --respondió Oliverio con mayor asombro.

Esto se parecia tanto á una mentira, que el anciano no pudo menos de
mirar fijamente á Oliverio. Era imposible no creerle; el sello de la
verdad estaba impreso sobre todos los rasgos finos y delicados de su
fisonomía.

--Esto será sin duda un error! --dijo Mr. Brownlow y aunque no tenia
motivo para examinar á Oliverio, la idea de semejanza entre sus
facciones y algun rostro que le era conocido le preocupaba de tal modo
que no podia apartar la vista de él.

--No estais enfadado conmigo no es cierto señor? --dijo Oliverio con una
mirada suplicante.

--No, no! --respondió Mr. Brownlow. --Por vida de . . . mirad Bedwin
mirad allí.

Mientras esto decia comparaba con el dedo el retrato y el rostro del
niño. Habia entre ellos una semejanza completa. Los ojos, la boca, la
espresion y la forma de la cabeza eran absolutamente las mismas. Los
rasgos de la fisonomía eran tan iguales en este momento que las menores
líneas parecian copiadas en él con una exactitud que no tenia nada de
terrestre.

Oliverio ignoró la causa de aquella esclamacion súbita, porque estaba
tan débil que no pudo suportar el estremecimiento que le produjo y se
desmayó.



CAPÍTULO XIII.

COMO POR MEDIO DEL VIEJO CHISTOSO EL LECTOR INSTRUIDO VA Á ADQUIRIR
RELACIONES CON UN NUEVO PERSONAGE. --PARTICULARIDADES Y HECHOS
INTERESANTES PERTENECIENTES A ESTA HISTORIA.


CUANDO el Camastron y su digno amigo maese Bates se juntaron á los que
persiguian á Oliverio despues de su atentado á la propiedad de Mr.
Brownlow, obraban por interés propio porque como la libertad individual
es el primer derecho de que se envanece un inglés de raza pura, no tengo
necesidad de demostrar al lector que esta accion debia ensalzarles á la
vista de todo buen patriota.

Solo despues de haber recorrido un laberinto de callejones, nuestros dos
muchachos se detuvieron de comun acuerdo bajo una bóveda baja y
sombría. Habiendo permanecido en ella y en silencio el tiempo preciso
para cobrar aliento, maese Bates dió un grito de satisfaccion y de
alegria y arrancando una estrepitosa carcajada se dejó caer en el lindar
de una puerta para desahogarse á discrecion.

--Que . . . que es esto? --preguntó el Camastron.

--Ah! ah! ah! --hizo Cárlos.

--Te callarás? --prosiguió el Camastron mirando á su alrededor con
precaucion. --Tienes ganas de que nos _pellizquen_ animal!

--Ello es mas fuerte que yo. --dijo Cárlos --No puedo impedirlo. Me
parece que lo estoy viendo correr y pegar de narices en las esquinas de
las calles y luego como si fuera de piedra como ellas volver á picar con
los talones las espaldas de un modo tan gracioso y yo con el _pingajo_ en
mi faltriquera gritando tras él como los otros: Ah! ah! ah! . . que
chistoso!

La imaginacion activa de maese Bates le representaba la escena con
colores demasiado vivos, pues al llegar á este punto de su discurso se
revolcó sobre el lindar de la puerta y arreció su risa de un modo
aturrullador.

--Que vá á decir Fagin? --preguntó el Camastron aprovechándose de un
instante en que su amigo no podiendo mas guardó silencio.

--Que? --reposo Cárlos.

--Si; que! --dijo el Camastron.

--Caramba! --esclamo Cárlos, un tanto afectado del modo con que el
Camastron hizo esta observacion: --¿y que puede decir?

El Camastron á guisa de respuesta se divertió silvando, luego
quitándose el sombrero se rascó la cabeza haciendo dos ó tres muecas.

--No te comprendo. --dijo Cárlos.

--Tara ri ra la . . . _la tia Miguela ha perdido su_ . . . --moduló el
Camastron con aire truanesco.

Esto era esplicativo; pero no satisfactorio. Maese Bates lo comprendió
así y preguntó á su amigo que es lo que queria decir.

El Camastron no respondió; pero dan lo una rápida cabezada para volver
el sombrero á su sitio y pasando por sobre sus codos los largos faldones
de su casaca, se hizo un bulto en la meg illa con su lengua, se dió
algunos capirotazos en la nariz con un aire familiar el mas espresivo y
haciendo una pirueta se precipitó dentro la entrada. Maese Bates le
siguió con ademan pensativo. El ruido de sus pasos en la vieja escalera
llamó la atencion del judío sentado en este momento ante el hogar con
una salsicha y un panecillo en su mano izquierda, un cuchillo en su
derecha y un jarro de estaño sobre el taburete. Era de notar una sonrisa
innoble en sus labios descoloridos al volverse para escuchar atentamente
dirijiendo el oido hacia la puerta y lanzando una mirada salvaje por
debajo sus cejas rojas.

--Que significa? --murmuró cambiando de espresion. --No son mas que des
ahora! Donde está el tercero? Les habrá sucedido algo? Escuchemos!

Los pasos se oyeron mas distintamente. Los dos _caballeritos_ llegaron á
la maseta, la puerta re abrió suavemente y volvió á cerrarse tras de
ellos.

--Dónde está Oliverio? --prorumpió el judío con furia --Qué habeis
hecho de él?

Los dos pilluelos se miraron uno á otro perturbados como si temieran la
cólera del viejo; pero se callaron.

--Qué ha sido de Oliverio? --dijo el judío cojiendo al Camastron por la
garganta y amenazándole con imprecaciones horribles. --Habla ó te
estrangulo! Hablarás? --clamó con voz de trueno y sacudiéndole con
fuerza.

--Canario! Ha sido pellizcado y nada mas. --dijo al fin el Camastron con
tono áspero --Vaya, dejadme ya! --continuó y de un solo empujo
desprendiéndose de su casaca que quedó entre las manos del judío,
cojió la aguja del azador y asestó al chaleco del viejo chistoso tal
bote que si lo alcanza le hubiera privado de sus gracias al menos por
seis semanas sino por dos meses.

El judío en tai percance retrocedió con mas ligereza de la que era de
esperar en un hombre de su edad y apoderándose del jarro de estaño se
preparaba para arrojarlo á la cabeza de su adversario, cuando Cárlos
Bates llamando en este momento su atencion por un ahullido espantoso
cambió el destino del jarro y Fagin lo arrojó lleno de cerveza á la
cabeza de este último.

--Ea! Que diablos pasa ahora aquí? --murmuró una voz gruesa --Quién me
ha tirado esto á la cara? Puede darse por muy feliz que haya recibido
solo la cerveza y no el jarro, pues de otro modo hubiera hecho mi negocio
con alguno. Jamás me hubiera pasado por el magin que un viejo ladron de
judío pudiera arrojar otra cosa que agua . . . Que significa todo esto
Fagin? El diablo me lleve si mi corbata no está llena de cerveza . . .
Vén acá tu . . . Que tienes que hacer pegado á esa puerta? Como si
debieras avergonzarte de tu amo!

El hombre que refunfuñó estas palabras era un moceton de treinta y
cinco años poco ó menos, vestido con un redingote de terciopelo de
algodon negro, unos calzones de paño burdo muy estropeados, borcejies y
medias de algodon gris que cubrian unas piernas macisas adornadas por
gruesas pantorrillas; piernas en fin de aquellas á quienes parece faltar
algo sino van guarnecidas de grilletes.

--Ven acá ¿lo entiendes? --dijo con acento nada lisongero.

Un perro blanco de pelo largo y sucio y con la cabeza llena de cicatrices
entró arrastrándose en el aposento.

--Os haceis rogar mucho! --continuó el hombre --Os costaba acaso
reconocerme en medio de tan honrada compañía? Acostaos alli!

Esta órden fué acompañada de un puntapié que envió al animal al otro
estremo del aposento.

--De que proviene pues esa batalla? Viejo ladronazo ¿porque maltratais
á los muchachos? --dijo el hombre sentándose con mucha prosopopeya.
--Me estraño que no os hayan asesinado. Si fuera yo de ellos lo haria.
Si hubiera sido vuestro aprendiz largo tiempo ya que esto estaria hecho y
que . . . pero no, no hubiera podido sacar un sueldo de vuestra piel,
porque no sois bueno mas que para meteros en una botella para enseñaros
como un fenómeno de fealdad y creo que no se soplan de bastante grandes
para conteneros.

--Silencio! Silencio Señor Sikes! --dijo el judío tembloroso --No
hableis tan alto.

--Si os place no tantos cocos --prosiguió el bandido --llamándome
_Señor_. Comprendo donde quereis ir á parar cuando tomais ese tono; á
nadie bueno por cierto. Llamadme por mi nombre, le teneis muy conocido.
No creais que lo deshonre cuando llegue mi hora!

--Está bien; está bien Guillermo! --dijo el judío, con abyecta
humildad --Parece que estais de mal humor?

--Pueda que si. --replicó Sikes --Tambien á mi se me figura que vos no
estais de buen temple cuando os ocupais en arrojar jarros de estaño á
la cabeza de las gentes, á menos que vuestra intencion no sea hacerles
mas daño que cuando los denunciais y cuando . . .

--Habeis perdido la cabeza? --dijo el judío tomando al otro por la mano
y señalándole con el dedo á los muchachos.

Sikes por toda respuesta hizo ademan de pasar un nudo corredizo al
rededor del cuello y dejó caer la cabeza sacudiéndola sobre la espalda
derecha; pantomina que el judío pareció comprender perfectamente. Luego
en términos de _caló_ de que su conversacion estaba llena; pero que es
inútil trasladar aquí porque no serian comprendidos, pidió un vaso de
licor.

--Espero que no le echaréis veneno! --dijo poniendo su sombrero sobre la
mesa.

Esto fué dicho con tono de broma; pero si él hubiera podido ver la
sonrisa amarga con que el judío se mordió el labio al dirijirse hacia
el armario, hubiera pensado que la precaucion no era del todo inútil ó
que el deseo de practicarse en el arte del destilador no estaba lejos en
aquel momento del corazon del _chistoso_ viejo.

Despues de haber tragado dos ó tres vasos de licores, Sikes se dignó
fijar su atencion en los dos _jóvenes caballeros_, condescendencia por
su parte que llevó á una conversacion en la que la causa del arresto de
Oliverio fué relatada con tales detalles y comentarios que el Camastron
juzgó conveniente obrar segun las circunstancias.

--Tengo mucho miedo de que nos haga un flaco servicio si llega á
_bachillerear_.

--Es muy posible. --repuso Sikes con una sonrisa maligna. --Fagin vos
estais hecho un _ascua_.

--Tambien tengo mucho miedo --prosiguió el judío mirando al otro
fijamente y sin dar muestra de haber parado la atencion en la _chufleta_
que acababa de lanzar --tengo mucho miedo de que si el _pastel_ se
descubre para mi, no lo sea tambien para muchos otros y esto querido
Sikes tendria _maldita la gracia_ mas para vos que para mi.

--Es preciso que alguno vaya á saber lo que ha pasado en el tribunal de
policía. --dijo Sikes con tono mas bajo del que habia usado á su
llegada.

El judío hizo una señal de aprobacion.

--Sino ha _garlado_ y está en la prision no hay peligro hasta que salga
de ella --repuso Sikes --y entonces será necesario no perderle de vista.
Es preciso poner manos á la obra de un modo á otro.

El judio hizo una nueva señal de cabeza aprobativa.

La prudencia de este plan de conducta era evidente sin duda alguna; pero
desgraciadamente obstaba un grande impedimento para ponerlo en ejecucion.
Fué el caso que él Camastron, Cárlos, Fagin y el mismo Sikes afirmaron
cabalmente á una, que tenian la mas grande antipatia en acercarse á un
tribunal de policía por cualquier causa y pretexto que fuera.

Difícil seria calcular cuanto tiempo hubieran podido estarse mirando uno
á otro en un estado de incertidumbre nada agradable. Además tampoco es
necesario formar ninguna conjetura sobre este punto porque la entrada
repentina de dos _señoritas_ que Oliverio habia visto ya la primera
noche de su llegada al domicilio del judío reanimó la conversacion.

--Ya está resuelta la dificultad! --dijo Fagin --Betty irá. ¿No es
cierto querida?

--Dónde? --preguntó esta.

--No mas que hasta el tribunal de policía. --contestó el judío con
tono dulce.

Es preciso hacer justicia á la jóven diciendo que positivamente no
rehusó; pero que expuso sencillamente el deseo de _darse al diablo_
antes que ir allá; excusa honesta y delicada que prueba que la
_señorita_ estaba dotada de esa cortesia natural que no permite afligir
á su semejante con una negativa formal.

El judío un si es ó no es desconcertado por la respuesta de esa
_Señorita_ que iba _graciosamente_ (por no decir _magnificamente_)
engalanada con un vestido colorado, botitas verdes y rizos rubios, se
dirijió á la otra.

--Querida Nancy que dices á esto? --preguntó con aire melifluo.

--Que no me va ni me viene --respondió Nancy --y así que no vale la
pena de dirigirse á mi.

--Que quieres decir con eso? --dijo Sikes levantando bruscamente la
cabeza.

--Lo que digo Guillermo. --replicó la jóven con la mayor sangre fria.

--Porqué? --añadió Sikes --Tu eres justamente la persona que nos
conviene; nadie te conoce en aquel barrio.

--Per eso no tengo ningunas ganas de que me conozcan. --continuó Nancy
en el mismo tono.

--Ella irá Fagin. --dijo Sikes.

--No; ella no irá Fagin! --esclamó Nancy.

--Os digo que ella irá Fagin! --replicó Sikes.

Este tenia razon; á fuerza de amenazas, de promesas y de dadivas
alternadas, la _Señorita_ en cuestion se dejó persuadir al fin. No
militaban para ella las mismas consideraciones que retenian á su amable
amiga; habiendo poco que habia dejado el barrio de _Ratcliffe_ para venir
ha habitar el cuartel de _Field-Lane_ que le es del todo opuesto no habia
miedo de que fuera reconocida por ninguno de sus numerosos conocidos.

De consiguiente habiéndose puesto un delantal blanco y escondido sus
rizos dentro un gorro de paja (dos artículos de adorno sacados del
almacen inagotable del judío.) Nancy se dispuso para llenar su comision.

--Espera un momento querida. --dijo el judio trayendo una cesta pequeña
con tapadera --Toma esto que infunde un aspecto mas respetable.

--Fagin dadle tambien una llave gruesa para llevarla en la otra mano.
--dijo Sikes --Asi se parecerá mas á una cocinera que vá al mercado.

--Es muy cierto por vida mia! --repuso el judío pasando una gruesa llave
por el index de la mano derecha de la jóven. --Ah! ah! Esto es!
--continuó frotándose las manos.

--Oh! hermano! querido hermano! hermanito de mi alma! --esclamó Nancy
fingiendo dolor y retorciéndose las manos en señal de desesperacion
--¿Qué ha sido de él? Donde lo han llevado? Ah! por misericordia,
decidme señores ¿que se ha hecho este niño? os lo suplico señores!
decídmelo!

Habiendo pronunciado estas palabras en el tono mas lastimoso con gran
satisfaccion de sus oyentes, Nancy se calló, lanzó una mirada á la
compañía, dirigió una sonrisa de inteligencia á cada uno y
desapareció.

--Ah! Es una muchacha muy diestra hijos mios! --dijo el judío sacudiendo
la cabeza con ademán grave como una muda advertencia de seguir el
_ilustre_ ejemplo que acababan de tener ante sus ojos.

--Es la gloria y el honor de su _sesco_ --añadió Sikes llenando su vaso
y dando un golpe sobre la mesa con su puño enorme --A su salud! Quiera
Dios que todas las mugeres se le parezcan!

Mientras que en su ausencia se hacia de ella tal elogio, la incomparable
jóven se dirijia ligera hácia el tribunal de policía donde llegó al
cabo de poco tiempo con toda seguridad á pesar de la timidez natural en
su secso de andar solo por las calles.

Entrando por la parte trasera del edificio, llamó suavemente con su
llave á la puerta de una de las celdillas y puso el oido atento; como no
oyó ningun ruido dentro, tosió, escuchó otra vez y viendo que nadie la
respondia dijo con tono dulce:

--Oliverio! Oliverio! amigo mio!

--Quien está ahí? --respondió desde el interior una voz débil y
desmayada.

--No hay aquí un muchacho? --preguntó Nancy suspirando.

--No! --replicó la misma voz --Que Dios le libre de ello!

Como ninguno de los presos respondió al nombre de Oliverio, ni pudo dar
razon de él, Nancy se dirijió en derechura al carcelero (el mismo
gordinflon con chaleco rayado de que se ha hablado ya) y con lamentos y
gritos que hizo todavia mas dignos de lástima agitando su cesta y su
llave, pidió á su hermano adorado.

--No está aquí querida! --dijo aquel.

--Donde se halla? --preguntó con acento estraviado.

--El caballero se lo ha llevado.

--Que caballero? Oh! Dios mio! que caballero?

En contestacion á esas preguntas incoherentes el Carcelero relató á la
buena _hermana_ afligida, que habiéndose desmayado Oliverio en el
despacho del magistrado y presentándose luego un testigo que probó
haber sido cometido el hurto por otro niño, habia sido absuelto y
llevado por el querellante á su domicilio situado en algun sitio allá
por el lado de Pentonille segun la direccion que el susodicho querellante
habia dado al cochero en el acto de subir al fiacre.

Poseida por él terror de la duda y de la incertidumbre la bella
exploradora se retiró tambaleándose; pero apenas hubo pasado el lindar
de la puerta volviendo á tomar su paso firme y seguro se dirijió muy de
prisa á la habitacion del judío por el camino mas largo é intrincado.

No bien Guillermo Sikes tuvo conocimiento del resultado de las pesquisas
de Nancy, llamó á su perro bruscamente y poniéndose el sombrero se
fué sin despedirse de la compañía.

--Hijos mios! Es preciso que averigüemos donde se halla; es preciso que
lo encontremos! --dijo el judío sumamente turbado --Cárlos! no hagas
otra cosa mas que ir en su busca hasta que nos traigas noticias suyas.
Nancy, querida mia! De todos modos es necesario que yo le encuentre! Para
ello cuento contigo querida; contigo y con al Camastron.

--Esperad! esperad! --añadió abriendo los cajones de la cómoda con
mano trémula --Tomad este dinero amigos! --Esto diciendo los empujó
fuera del aposento y cerrando cuidadosamente la puerta con los cerrojos y
la llave, sacó de su escondrijo la caja que á pesar suyo habia puesto
á la vista de Oliverio y ocultó todos los relojes y joyas entre sus
vestidos.



CAPÍTULO XIV.

DETALLES REFERENTES Á LA PERMANENCIA DE OLIVERIO EN CASA MR. BROWNLOW.
--PREDICCION NOTABLE DE UN CIERTO MR. GRIMWIG CON MOTIVO DE UN MENSAGE
CONFIADO AL NIÑO.


OLIVERIO volvió pronto del desmayo que le habia causado la exclamacion
brusca de Mr. Brownlow, y habiéndose evitado con cuidado todo lo
perteneciente al retrato, como tambien lo que podia tener referencia á
la historie ó al porvenir del niño la conversacion versó sobre cosas
capaces de alegrarle sin excitar su sensibilidad. Estaba aun demasiado
débil para poderse levantar á la hora del almuerzo; pero la mañana
siguiente cuando bajó al aposento del ama de llaves su primer cuidado
fué lanzar una mirada á la pared esperando volver á ver el rostro de
la bella señora.

--Ah! --esclamó el ama de llaves siguiendo con su vista la mirada de
Oliverio. --Ya lo veis; se afufó.

--Si lo veo señora! --respondió Oliverio suspirando --¿Porqué lo han
quitado de allí?

--Lo han bajado al salon hijo mio; porque Mr. Brownlow, dice que la vista
de ese retrato os hace daño sin duda y esto podria retardar vuestro
restablecimiento.

--Oh! que no señora! Os aseguro que no me hacia ningun daño; tenia
tanto placer en verle!

--Está bien! está; bien! --dijo el ama con acento jovial --Restableceos
lo mas pronto que podais y se le volverá á su sitio; yo os lo aseguro!
Ahora hablemos de otra cosa.

Esto es todo lo que Oliverio pudo saber por esta vez del cuadro
misterioso y la anciana que se habia manifestado tan buena para él
durante su enfermedad, procuró trasladar la atencion á otro objeto y de
consiguiente le espetó algunas noticias respecto á su hija; una buena
moza á fé mia casada con un bravo muchacho habitando ambos en
provincia, cuales noticias aquel escuchaba con oido atento.

Mr. Brownlow mandó comprarle un traje nuevo _y_ le dejó en libertad de
disponer á su gusto de sus viejos harapos. El los dió á un criado que
el mismo dia los vendió á un judío ropavejero.

Una tarde despues de algunos dias despues de la aventura del retrato,
estando Oliverio hablando con la señora Bedwin M. Brownlow envió
recado, que si aquel se sentia bien tuviera la bondad de pasar á su
gabinete para hablarle un instante.

--Vírgen de Dios madre! --esclamó la Señora Bedwin --Lavaos pronto las
manos y venid luego á que os arregle un poco el cabello! Dios mio! Dios
mio! Si hubiese podido preveer eso, os hubiera puesto un cuello blanco
haciéndoos un ramito de flores.

Oliverio obedeciendo á la buena señora se lavó las manos y aunque esta
se plañia mucho de no tener siquiera el tiempo de plegar la pequeña
gorguera de su jóven protegido, tenia con todo tan buen aspecto que no
pudo menos de decir mirándole de la cabeza á los piés que realmente no
sabia si le hubiera sido posible operar en el mayor cambio en mejora aun
que hubiese estado prevenida desde mucho tiempo antes.

Oliverio animado por estas lisonjas de la buena señora, entró en el
gabinete de Mr. Brownlow despues de haber llamado suavemente á la
puerta. Este era una hermosa piezecita llena de libros y mirando á
soberbios jardines. El anciano estaba sentado ante una mesa con un tomo
en la mano. Al ver á Oliverio dejó el libro sobre la mesa y le dijo
viniera á sentarse cerca de él.

Mr. Brownlow tomando un tono mas dulce pero sin embargo mas serio dijo:
--Amigo mio! En este momento necesito que pongais atencion á lo que voy
á deciros. Os hablaré con el corazon abierto persuadido como estoy de
que sois mas capaz de comprenderme que muchas personas de mas edad que
vos.

--Oh! no hableis de alejarme señor; os lo ruego! --esclamó el niño
aterrorizado por el tono con que Mr. Brownlow pronunció este exordio.
--No me expongais á divagar de nuevo por las calles! Guardadme aqui como
criado! No me volvais al horrible sitio de que he venido! Caballero! Os
suplico que tengais piedad de un pobre niño!

--Querido Oliverio! --dijo el anciano afectado por el acento con que
aquel hizo ese llamamiento súbito á la sensibilidad --No temais que os
abandone mientras no me dais motivo para ello.

--Jamás caballero! Jamás; os lo aseguro! --replicó Oliverio.

--Tengo razones para creerlo --repuso á su vez el anciano --y asi lo
espero. Es verdad que antes de ahora he sido engañado por personas á
quienes queria hacer bien; pero á pesar de ello estoy dispuesto á
dispensaros mi confianza y me intereso por vos mas de lo que yo mismo
puedo darme razon. Los que han poseido mi efecto mas tierno, descansan en
paz en la tumba y á pesar de que la alegria y la felicidad de mi vida
las han seguido, no he hecho de mi corazon un ataud, ni lo he cerrado
para siempre á las emociones mas dulces. Una afliccion profunda no ha
hecho mas que volverlas mas fuertes y asi debe ser porque ella depura
nuestro corazon! Vaya, vaya. --prosiguió con aire jovial. --Esto lo digo
porque vos teneis un pecho jóven y subiendo que yo he tenido grandes
tristezas evitareis con mas cuidado el renovarlas. Decís que sois
huérfano sin un solo amigo en lo tierra; todas las pesquizas que he
hecho sobre este punto confirman vuestras palabras; contadme vuestra
historia. De donde venis? Quien os ha educado y donde habeis encontrado
á los compañeros que he visto con vos. Decidme la verdad y si veo que
no habeis cometido ningun crímen, mientras vivais no os faltará un
amigo.

Las sollozos privaron á Oliverio de la palabra por algunos momentos;
pero al finita á contar como habia sido educado en la granja y de alli
llevado por Mr. Bumble á la Casa de Caridad, cuando retumbaron dos
aldabazos dados por una mano impaciente á la puerta de la calle y casi
al mismo tiempo una criada vino á anunciar á Mr. Grimwig.

--Sube? --preguntó Mr. Brownlow.

--Si señor. --respondió aquella. --Ha preguntado si estabais en casa y
como le he respondido que si, ha dicho que venia á tomar el thé con vos.

Mr. Brownlow se sonrió y volviéndose á Oliverio --Mr. Grimwig --dijo
--es un conocido antiguo. Es necesario no parar la atencion en sus
maneras algo bruscas; fuera de esto es un sujeto honrado y yo le estimo
sinceramente.

--Mandais que me retire Señor? --preguntó Oliverio.

--No. --contestó Mr. Brownlow --Prefiero que os quedeis.

En este momento apareció un individuo gordo cojeando de una pierna y
apoyándose en un enorme baston. Hablando tenia la costumbre de inclinar
la cabeza de un lado y volverla en espiral como hace un papagayo. En esta
postura pues y teniendo en la mano un pedazo de cascara de naranja que
enseñaba con el brazo tendido, esclamó con voz ronca y triste:

--Tened! veis esto? No es la cosa mas extraordinaria y sorprendente que
no pueda entrar en ninguna casa sin encontrar en la escalera una cáscara
de naranja! Ya una vez he sido estropeado por la cáscara de naranja y no
dudo que la cáscara de naranja será mi muerte! Si; estoy cierto de
ello: la cáscara de naranja me causará la muerte! Me _comeria la
cabeza_ que la cáscara de naranja será mi muerte!

Este era el ofrecimiento con que Mr. Grimwig apoyaba todos sus asertos.
Lo mas extraordinario en este caso era que aun admitiendo (en favor del
argumento) que les progresos científicos fuesen llevados hasta el punto
de dar al hombre el poder de comerse su propia cabeza, por muy resuelto
que estuviera á ello la del susodicho caballero era tan grande que por
muy afanoso que estuviese de probar esa posibilidad física, jamás
podria prometerse el logro de tan temerario empeño en una sola comida,
aun haciendo abstraccion de una gruesa capa de polvo que la guarnecia.

--_Me comeria mi cabeza_! --repitió Mr. Grimwig golpeando con su baston
sobre el pavimento y al ver á 




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