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Title: Naturaleza de las cosas - Versión en prosa del poema «De rerum natura»
Author: Caro, Tito Lucrecio
Language: Spanish
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*** Start of this LibraryBlog Digital Book "Naturaleza de las cosas - Versión en prosa del poema «De rerum natura»" ***


produced from images generously made available by Biblioteca
Digital Hispánica/Biblioteca Nacional de España.)



NOTA DE TRANSCRIPCIÓN

  * Las cursivas se muestran entre _subrayados_, las negritas entre
    =iguales= y las versalitas se han convertido a MAYÚSCULAS.

  * Los errores de imprenta han sido corregidos.

  * Se ha respetado la ortografía del original impreso, que difiere
    ligeramente de la actual.

  * Se han añadido tildes a las mayúsculas que las necesitan y se han
    espaciado las rayas.

  * Las páginas en blanco han sido eliminadas.

  * Las notas a pie de página han sido renumeradas. Cada una aparece
    al pie del párrafo que aloja su llamada.

  * Las correcciones de errata declaradas en la página 116 han sido
    incorporadas al texto.



  TITO LUCRECIO CARO

  NATURALEZA DE LAS COSAS

  VERSIÓN EN PROSA DEL POEMA «DE RERUM NATURA»

  POR

  MANUEL RODRÍGUEZ-NAVAS

  ——

  MADRID: 1892



  Es propiedad del traductor.


  AGUSTÍN AVRIAL.--Impr. de la Comp. de Impr. y Libreros.
  S. Bernardo, 92.--=Teléfono núm. 3.674.=



NOTICIA BIOGRÁFICA


Según los datos más fidedignos que se han podido reunir, Tito Lucrecio
Caro nació, hace ahora 1988 años, en el 658 de la fundación de
Roma, correspondiente á la Olimpiada 171.ª, en ocasión en que eran
cónsules Cn. Domicio Ahenobarbus y C. Cassius Longino: después de
estudiar en Roma pasó á Atenas, donde siguió con Filodemo y uno de
los dos Ptolomeos de Alejandría, las lecciones de Zenón, discípulo
de Apolodoro, sucesor, este último, de Basílides y de Dionisio en la
dirección de la escuela epicúrea: volvió á Roma cuando su amigo C.
Memmio obtuvo el cargo de pretor, y acompañó á este mismo, en unión
con el poeta Catulo y el gramático Curcio Nicetas, al gobierno de
Bitinia: bien pronto, deseoso de entregarse completamente al estudio
de los fenómenos de la Naturaleza y de la vida, regresó á Roma, donde,
entristecido con el espectáculo que ofrecía la sociedad, agitada por
mezquinos intereses, preocupaciones, odios, ambiciones desenfrenadas
y guerras intestinas, vivió alejado en absoluto de las contiendas
públicas hasta la edad de cuarenta y tres años en que murió. Eusebio de
Cesarea cree que se suicidó, pero este parecer no descansa en ningún
sólido fundamento.

El poema didáctico _De Rerum Natura_, de Lucrecio, es la obra más
notable, más bella, más grandiosa y de más difícil empeño que nos legó
la antigüedad clásica; porque antes de Lucrecio y después de él hubo
en Grecia y en Roma poetas que trataran asuntos agradables en versos
harmoniosos llenos de encanto y sonoridad; pero no hubo quien penetrara
en los misterios de la Naturaleza é intentara, como él, desvanecerlos
con observaciones profundas, muchas de las cuales han sido confirmadas
en nuestros días por la Física, la Química, la Astronomía y la
Geología; también abundaron los poetas que utilizaran y fomentaran las
supersticiones del paganismo, pero solamente Lucrecio las combatió con
denuedo en forma poética y supo arrostrar con ese motivo las iras y el
encono de los interesados en sostenerlas: ¿quién duda que los poetas,
lo mismo en Grecia que en Roma, siempre halagaron á los poderosos y á
los ignorantes, desfiguraron la verdad con ficciones de todo género,
inventaron fábulas que eran mejor recibidas cuanto más extravagantes
eran, y de hechos naturales interpretados arbitrariamente crearon una
multitud de fantásticos genios que producían cuantiosas utilidades
á los mismos sacerdotes y pontífices que de ellos se reían? Pero
Lucrecio no quiso vender su adhesión ni aun siquiera su silencio al
poder ó á la ignorancia, ni quiso valerse de su talento en propio
beneficio, ni entregar su maravilloso estro á disposición de la mentira
sistematizada, y, por lo contrario, puso todo su empeño en estudiar sin
prejuicios y en comunicar sin ambigüedades á sus conciudadanos el fruto
de sus laboriosas investigaciones, aunque sabía que al llevar á cabo
su empresa, por lo que ésta perjudicaba á los intereses constituidos,
había de ser blanco de toda clase de injuria y había de perder todo
reposo y la esperanza de todo bienestar; pues entonces, como hoy y como
siempre, los goces de la fortuna y los beneficios sociales estaban
reservados al adulador envilecido y al defensor más ó menos ingenuo,
pero interesado siempre, de las costumbres y de las instituciones
dominantes. En Grecia y en Roma los poetas atendían en primer término
á sus personales conveniencias; Lucrecio fué el único, sin duda, que
sirvió desinteresadamente á la verdad; pudo estar equivocado, pero fué
siempre sincero.

Ahí está su obra literaria: en ella se muestra como filósofo moralista
que no puede transigir con los vicios y con los dolores sociales
creados al amparo de fantásticos dioses capaces para favorecer la
hipocresía, la falsedad, la guerra, la injusticia, la opresión del
fuerte sobre el débil, pero inútiles para el bien y para el progreso
de la humanidad, y dirige incesantes y certeros golpes contra toda
forma de superstición y contra todo pretendido infalible dogma.
Cuanto Lucrecio combatió --los dioses del paganismo, la avaricia de
sacerdotes que defendían en público lo que en secreto censuraban, la
creencia en la perpetuidad de nuestro planeta y en la intervención
de númenes caprichosos en los actos humanos-- cayó por tierra cuatro
siglos después de la muerte de aquel egregio poeta; y mucho de lo que
Lucrecio afirmó --la composición atómica y la porosidad de los cuerpos,
las atracciones y repulsiones moleculares, la gravitación universal,
la existencia de muchos mundos en el espacio infinito, las leyes
constantes y eternas de la vida-- probado está por la ciencia moderna.
Jamás, jamás negaron Lucrecio ni otro alguno de los fieles discípulos
de Epicuro, la existencia de un Supremo Principio de todo ser, origen
de toda realidad y fundamento de todo conocer; pero en cambio, en la
exposición de su doctrina se encuentran máximas de moral purísima que
San Ambrosio y San Agustín copiaron, y que hicieron á Lucrecio lo
mismo que á Epicuro, merecedores de honores divinos que los pueblos
de la antigüedad les tributaron. ¿Dónde, en qué lugar, en qué sitio,
con qué ocasión hizo consistir Lucrecio la felicidad humana en los
deleites materiales, según han afirmado en los últimos tiempos, desde
el cardenal Polignac y el abate Delille hasta nuestro eximio Castelar,
y con éstos una caterva de hombres ignorantes con pretensiones de
eruditos?

La obra de Lucrecio consta de siete mil cuatrocientos treinta y
un versos distribuidos en seis cantos ó libros, en los que hay
descripciones bellísimas, cuadros maravillosos presentados con una
fuerza de colorido y una riqueza de imágenes que arroban el ánimo:
solamente Virgilio puede ser comparado con Lucrecio; si aquél es más
elegante, más harmonioso, éste es más expresivo, más severo; si el uno
fascina la imaginación, el otro subyuga el entendimiento. El sacrificio
de Ifigenia en el canto I; la ansiedad de la vaca abandonada que
busca intranquila su novillo, en el canto II; las reprensiones que la
Naturaleza dirige al hombre temeroso de la muerte, en el tercer canto;
las atrevidas é intraducibles descripciones eróticas del libro IV;
la formación de las sociedades en el libro V; los efectos del rayo,
de las erupciones volcánicas y de la peste de Atenas en el libro VI
son cuadros admirables, grandiosos, en que palpita la vida. Bien pudo
Virgilio decir de Lucrecio:

      _Felix, qui potuit rerum cognoscere causas_
    _Atque metus omnes et inexorabile fatum,_
    _Subjecit pedibus, strepitumque Acherontis avari._

Y Ovidio:

      _Carmina sublimis tunc sunt peritura Lucreti_
    _Exitio terras cum dabit una dies._

       *       *       *       *       *

La versión que sigue á esta breve nota, es la primera que se hace
en lengua castellana y contiene, sin duda, numerosos defectos: el
traductor ha tenido, sin embargo, en cuenta para realizar su difícil
empeño, los comentarios del filósofo inglés Creech, los estudios de
Gassendi, las citas de Lagrange, las observaciones de Pongerville,
la traducción de Marchetti y las dos portuguesas de Lima Leitao y de
Machado Ferraz.

  Madrid 6 de Octubre de 1892.



NATURALEZA DE LAS COSAS


LIBRO PRIMERO


1. _Æneadum genitrix, hominum Divumque voluptas..._

Madre de los Romanos, encanto de los dioses y de los hombres, pulcra
Venus[1]: Tú alientas los astros que en el ámbito de los cielos giran,
las fértiles tierras y el inmenso Océano; todo animal por ti vive y
por ti goza de la acción benéfica del Sol; ante la presencia tuya
el cielo viste galas, huyen los vientos, la tierra produce olorosas
flores, el mar se riza, el espléndido Olimpo llena de luz el Universo,
la primavera brilla y el céfiro fecundo, libre, vuela; todos los seres
que llenan los espacios, nutridos por tu influencia, festejan tu venida
¡oh diosa!; la gente alegre baila en el ameno prado ó á nado pasa
arrebatados ríos; cuanto vive y siente, atraído por tus goces, te sigue
hacia donde tú lo impulsas; y lo mismo en el dilatado mar que en los
empinados montes, en los intranquilos ríos que en los pacíficos campos,
y en el obscuro bosque, mansión de aves, todos los corazones por ti
arden en irresistible llama de amor, y con estímulo deleitoso los
siglos se propagan.

  [1] Según Plutarco, Venus representa la fecundidad; y Marte,
  citado algunas líneas después, la fuerza destructora.


21. _Quæ quoniam rerum naturam sola gubernas..._

Y puesto que influyes en el mundo soberanamente, de tal modo que en él
sin ti nada tendría vida y nada sería agradable, inspira estos versos
que escribo destinados al estudio de la _Naturaleza de las cosas_, y
dedicados á nuestro Memmio[2], á quien adornar quisiste en otros días
con tus más nobles dones: por él ¡oh diosa! demando tu favor. Haz,
entre tanto, que los horrores militares duerman en la tierra y en el
mar, y como tienes poder para conservar á los mortales paz tranquila,
ya que el gran Mavorte[3] que á su gusto rige las batallas suele
quedar en tus brazos preso y de intenso amor herido, cuando sediento
de contemplar tu albo pecho, inclinada la cabeza y embebecido en tus
ojos en éxtasis prolongado tenga de tus labios pendiente su voluntad,
y cuando desfallecido en tu regazo yazga y tu dulce persuasión le
quebrante la ira, pídele que conceda á los Romanos paz serena; porque
ni yo podría en época de aflicciones para mi patria dedicarme con ánimo
reposado á entonar mis cantos, ni tampoco el ilustre Memmio podría
oirme, impulsado á las armas por la común defensa.

  [2] Memmio Gemelo, ciudadano romano que fué pretor de Bitinia y
  después vivió desterrado en Atenas, donde es fama que recibió
  algunas cartas de M. T. Cicerón.

  [3] Marte (Mars) es síncopa de Mavorte (Mavors).


44. _Quod superest, vacuas aures mihi, Memmiada, et te..._

Para las lecciones que en forma de dádivas te dedico, reclamo
tu atención libre de prejuicios y reposada, querido Memmio; no
desprecies las enseñanzas que en ellas se contienen sin haberlas
antes contrastado con razón serena: voy á disertar contigo acerca del
orden de lo infinito y de la esencia de los dioses; voy á explicarte
lo que entiendo respecto á los elementos de que la Naturaleza[4] ha
constituido las cosas y á los cuales éstas revierten cada vez que
pierden una forma, y considera que doy el nombre de elementos á esos
simplicísimos cuerpos generadores que son los primeros principios de
todo cuanto existe[5].

  [4] Lucrecio usó en muchos lugares de su poema la palabra
  Naturaleza para significar la vida universal, el principio del
  Ser, es decir, Dios, Dios único, potencia infinita, posibilidad
  absoluta, fundamento de toda realidad.

  [5] Deliberadamente, sin duda, Lucrecio no empleó ni una sola vez
  en todo su extenso poema la palabra átomo, que encierra el asunto
  más detenidamente estudiado en su obra.


56. _Omnis enim per se Divum natura necesse est..._

Por su esencia, los númenes deben disfrutar eterna vida en ocio
imperturbable: indiferentes á nosotros y á nuestras cosas, exentos de
peligros y de aflicciones, ricos por su propia naturaleza puesto que
nada necesitan, son insensibles á nuestras virtudes é indiferentes á
nuestra ira[6].

  [6] De igual modo Séneca se expresó en su epístola XCV.


63. _Humana ante oculos fœde cum vita jaceret..._

Cuando la humanidad, abatida por el terror, se humillaba ante el
aspecto horrible del fanatismo que desde las regiones aéreas dirigía á
los mortales tremendas amenazas, un sabio de Grecia fué el primero[7]
que se atrevió á resistir al monstruo y á levantar contra él los
ojos: ni la fama de los dioses, ni rayos, ni temeroso estruendo de
las concavidades del espacio pudieron abatirlo; por lo contrario, los
obstáculos estimularon su energía y abrió las cerradas puertas de
la Naturaleza; su genio vencedor pasó adelante y arrojó á distancia
las murallas flamígeras del mundo: entonces escrutó la inmensidad con
mirada vigorosa, y vencedor de ella nos dió á conocer lo que existe
y lo que no puede existir en el mundo, así como descubrió que toda
potencialidad de los seres está limitada por su peculiar esencia; de
este modo la superstición fué á su vez subyugada y la victoria nos
elevó á lo infinito.

  [7] Epicuro, natural de Samos, donde nació el año 341 antes de la
  Era cristiana.


71. _Illud in is rebus vereor ne fortè rearis..._

Temo, sin embargo, te figures que voy á iniciarte en protervas
doctrinas y á franquearte el camino del mal; por lo contrario, la
superstición ha producido muchas veces crímenes y sucesos execrables:
por ella varones famosos de Grecia, capitanes fuertes, profanaron en
Aulide[8] con la sangre de Ifigenia el altar de Diana. La cabellera
virginal recogida con fúnebre banda fluctuante; junto al altar el
afligido padre; al lado los sacerdotes que ocultan los puñales;
alrededor el pueblo que lloroso contempla á la joven; ésta, muda por
el terror y agobiada por el espanto, cae sobre sus rodillas... á la
infeliz no sirve ser la primera que diera nombre de padre al rey...
impías manos de ministros la levantan y la conducen trémula ante las
aras, no para que celebre solemnes ritos de Himeneo acompañada por
lucido cortejo, sino para que muera casta pero deshonestamente bajo los
golpes de su mismo padre, en el instante en que amor la destinaba á
tierno esposo; y muere para que el viento no estorbe la feliz partida
de la flota griega. ¡Á qué horribles males la superstición puede llevar
á los hombres!

  [8] Aulide, puerto de Beocia, donde se celebró el sacrificio de
  Ifigenia, hija de Agamenón y de Clitemnestra. Agamenón, jefe de
  los ejércitos griegos en la guerra de Troya.


103. _Tutemet à nobis jam quovis tempore, vatum..._

Tú mismo, dominado por los discursos terroríficos de los vates,
¿querrás separarte de mi lado? ¿Supondrás acaso que también yo puedo
fingirte delirios que cambien las reglas de tu vida ó turben tus
dichas con temores? Y no te he de censurar; porque si los hombres
comprendiesen cuál es el término cierto de sus infortunios, bien
podrían resistir á las religiones y despreciar las amenazas de los
vates; pero en la actualidad no hay saber bastante ni motivo suficiente
para rechazarlas, mucho más cuando se temen penas eternas después de
la muerte; pues todavía se ignora cuál sea la naturaleza del alma,
si es creada con el cuerpo ó si á éste se agrega en algún momento,
é igualmente se ignora si con el cuerpo fallece ó si va á visitar
las extensas y negras lagunas del Orco[9], ó bien si merced á divina
disposición emigra para el cuerpo de varios animales, como cantó
nuestro Ennio, primero digno de eterno renombre que del risueño Helicón
bajó á Italia coronado con laurel inmarcesible. En versos inmortales
Ennio describió el tenebroso infierno, donde no existen almas ni
cuerpos, sino espectros y pálidas imágenes: allí se le acercó la sombra
del siempre floreciente Homero, y con efusión cariñosa entre lágrimas
de recuerdos le explicó la naturaleza de las cosas[10].

  [9] El Orco, obscuridad, muerte, infierno. La India suministró
  á Grecia y á Italia elementos para su lenguaje y base para su
  mitología.

  [10] Dante Alighieri debió tomar de estas palabras de Lucrecio la
  idea para el _Infierno_ de su _Divina Comedia_.


126. _Quapropter bene cum, superis de rebus, habenda..._

Antes de investigar las leyes referentes á las etéreas regiones, al
curso del Sol y de la Luna y á los fenómenos terrestres, debemos
inquirir la naturaleza de nuestra alma, la de nuestra vitalidad y la
de todos los objetos que de cerca se nos ofrecen cuando estamos en
posesión de nuestras facultades, y que después, cuando nos hallamos
abatidos por enfermedad ó subyugados por el sueño, nos perturban hasta
el punto de que lleguemos á pensar que ven y oyen después de muertos
aquellos seres cuyos despojos cubren ya la tierra.


137. _Nec me animi fallit, Graiorum obscura reperta..._

Ni me engaño si pienso cuán difícil sea explicar en versos latinos las
investigaciones de los Griegos consideradas obscuras (propósito que
ha de obligarme á emplear palabras nuevas), ya por deficiencias del
idioma, ya por la novedad del asunto. Pero tu virtud por una parte, y
por otra el suave goce que me promete el trato de tu amistad, me animan
á emprender la difícil labor y me inducen á velar durante las apacibles
noches para escoger las frases que he de emplear en mis versos,
destinados á iluminar tu inteligencia con clara luz que te permita
penetrar en las cosas ocultas.


147. _Hunc igitur terrorem animi, tenebrasque necesse est..._

Y pues no se disipan aquel terror y aquellas tinieblas del espíritu
ni con el lucir del Sol, ni con la brillantez del día, sino con el
estudio reflexivo de la Naturaleza en cuanto ésta se nos ofrece,
sírvanos de exordio este principio: _De nada nunca puede producirse
maravillosamente algo._ Ahora, muchas veces, los mortales, dominados
por el temor, cuando no pueden explicarse las causas de los fenómenos
que se realizan en la tierra ó en la inmensidad del espacio, las
suponen dependientes de la voluntad de númenes; pero cuando se
persuadan de que nada puede formarse de nada, emprenderán obra de
investigación que les hará conocer cómo pueden producirse los seres sin
la intervención de dioses.


160. _Nam si de nihilo fierent, ex omnibus rebus..._

Y si de nada surgiesen los seres, también de éstos confusamente
podrían formarse diversos géneros, sin necesidad de gérmenes: así,
del mar podrían nacer hombres y de la tierra la estirpe de escamas y
los volátiles; en los aires se producirían tímidos corderos, toros y
caballos; las fieras, originadas por el acaso, poblarían desiertos y
tierras cultivadas; los mismos frutos no se producirían siempre de los
mismos árboles, sino todos aquéllos de todos éstos brotarían; porque
si no existieran elementos formativos diferenciados, ¿qué orden podría
suponerse en la generación? Pero cada ser es creado, nace y toma rumbo
en los espacios de la vida merced á un propio determinado germen, y
tiene la peculiar naturaleza que corresponde á los elementos que lo
constituyen; luego todo, no de todo indiferentemente se produce, sino
cada ser de otro que tenga adecuada virtualidad.


175. _Præterea, cur Vere rosam, frumenta calore..._

Después de todo, ¿por qué en primavera vemos la rosa, las espigas en
tiempo de calor, en el húmedo otoño las vides, si no es porque en
épocas fijas se congregan los elementos propios de cada especie y
permiten á las jóvenes plantas exponer impunemente á la luz del día
sus tiernos tallos, porque las condiciones del medio que les rodea
son adecuadas para su vida? Es lo cierto que si de nada los seres se
formasen, nacerían súbitamente en épocas inciertas y en todos sitios,
porque la potencia productora funcionaría sin orden.


185. _Nec porrò augendis rebus spatio foret usus..._

Y por igual motivo, si éstos á la nada se debieran, no sería necesaria
la acción del tiempo sobre las semillas; entre la infancia y la
juventud no habría relación continua; de la tierra los árboles ya
corpulentos brotarían. Pero es patente que no es ese el orden natural:
todo crece paulatinamente de germen propio y con sujeción á las
condiciones de su especie; de tal modo, que puedes comprobar cómo el
desarrollo íntegro de cada ser es dependiente del crecimiento de la
materia de que el mismo ser está constituido.


195. _Huc accedit, uti sine certis imbribus anni..._

Aún más sucede: la tierra no podría dar buenos productos si careciera
del beneficio de lluvias periódicas, y los animales, privados de
alimentos, no podrían propagar su especie ni sostener la vida. Puedes
reconocer que son muchos los elementos simples, comunes á innumerables
cuerpos, de modo igual que integran á muchas palabras unas mismas
letras, antes que admitir la existencia de cosa alguna independiente de
aquellas substancias primarias. ¿Por qué no ha producido la Naturaleza
hombres que atravesasen á pié el Océano, como si éste fuera un vado,
ó que pudieran deshacer con las manos las montañas, ó que mantuvieran
la vida largos siglos, si no es porque todas las creaciones de la
materia[11] han de tener entre sí regular adaptación? Preciso es,
pues, declarar que nada se forma de la nada, y que todas las cosas que
participan de la vida presuponen el desarrollo de un germen.

  [11] Burnet dice que á los Hebreos, á los Griegos y á los Latinos
  jamás ocurrió una palabra equivalente á las actuales de _crear_ y
  de _aniquilar_. San Jerónimo consideraba sinónimas las dicciones
  _crear_, _formar_ y _construir_.


209. _Postremo, quoniam incultis præstare videmus..._

Vemos, por último, que los terrenos labrados producen más que los
faltos de cultivo y que la mano del agricultor mejora los frutos:
luego es evidente que las tierras se nutren de elementos primarios y
aumentan su fecundidad cuando aquellos principios de vida se renuevan
mediante la remoción del suelo por el corvo arado. Si tales elementos
no existiesen, los productos naturales mejorarían espontáneamente, sin
auxilio de trabajo nuestro.


216. _Huc accedit, uti quidque in sua corpora rursum..._

Ocurre que la Naturaleza en tiempos sucesivos descompone los cuerpos
y los reduce á sus elementos simples; no aniquila, empero, á ningún
ser. Pues si los elementos fuesen destructibles, las cosas perecerían
repentinamente; una débil acción bastaría para separar sus partes
y para anular el nexo que las uniera; por lo contrario, podemos
comprobar que los elementos son eternos y que la muerte no es más que
una descomposición de concreciones materiales por efecto de natural
impulso, que al obrar sobre los cuerpos ensancha los poros de éstos y
disgrega sus moléculas.


226. _Præterea, quæcumque vetustate amovet ætas..._

Demás de lo dicho, si el tiempo que todo lo transforma consumiese
la materia, ¿de dónde la potencia generadora restablecería en la
existencia las especies de animales? ¿De dónde la tierra derivaría
alimentos para nutrir y perfeccionar los seres? ¿De dónde caudalosos
ríos y manantiales ingenuos extraerían las aguas para pagar á los mares
su tributo? ¿Cómo el éter sostendría la gravitación de los astros? Si
los elementos se extinguieran, ya se habrían consumido, agotados por
los siglos; pero si han superado al tiempo y desde la eternidad no
cesan de actuar en transformaciones continuas, ciertamente su esencia
es inmortal. Luego ningún ser puede extinguirse totalmente.


239. _Denique res omnes eadem vis causaque volgo..._

Las cosas, finalmente, serían destruidas por una misma fuerza natural
si los elementos componentes de ellas no fuesen eternos ó estuviesen
ligados con débil cohesión; para deshacerlas bastaría un contacto,
que aunque leve, fuera suficiente para inutilizar la resistencia de
moléculas desprovistas de perpetua fuerza de atracción. Como la materia
no muere, subsiste en una forma hasta que circunstancias complejas
debilitan la adaptación de cada objeto con el medio en que se mueve;
cuando este caso llega, los cuerpos se descomponen y sus elementos
vuelven dispersos al Todo universal de que procedían.


251. _Postremo, pereunt imbres, ubi eos pater Æther..._

También se confunden las lluvias en el seno materno de la tierra,
adonde el próvido éter las precipita; por su influencia las brillantes
mieses dan brotes, reverdecen los árboles, cuyas ramas, después de
crecer, se inclinan encorvadas por el fruto que sirve de alimento á los
hombres y de pasto á los animales; de esa fecundidad surge la juventud,
y las ciudades se renuevan; las aves canoras, en las florecientes
selvas, entonan sus cantos harmoniosos; los ganados se esponjan, y
de sus hinchadas ubres mana sabrosa leche con la que se embriagan
retozones corderillos en la pradera alegre. Lo que desaparece de
nuestra vista no se extingue, sino se transforma: la vida surge de la
muerte.


266. _Nunc age, res quoniam docui non posse creari..._

Si bien es cierto que los seres en actualidad nunca de la nada han
brotado ni se aniquilan totalmente, debes también tener por cierto que
aun cuando para los sentidos carezcan de apariencias muchos cuerpos
elementales, la existencia de éstos se halla comprobada por la razón.


272. _Principio, Venti vis verberat incita pontum..._

El tormentoso viento con inmenso impulso revuelve los mares, sumerge
los buques, dispersa las nubes y forma fuertes formidables torbellinos
que los campos barren, árboles talan, arbustos destrozan, llenan las
planicies con los despojos de victorias obtenidas en las montañas y
agitan los mares con aterrador estruendo. Pero aunque notas el viento,
no ves los principios elementales de que se compone; es como un soplo
que conmueve las nubes, el mar y la tierra; es también como río cuyo
caudal enriquecen aguas torrenciales que bajan de las montañas con
impulso asolador, y á las veces destruye los puentes más sólidos, y
á las veces con impetuoso movimiento se desborda, combate y arrastra
cuanto se opone á su furia; cuando los fuertes vientos dominan, empujan
á todo lo que les resiste, lo acometen, lo rodean, lo envuelven en
remolinos y lo elevan á la atmósfera. Por sus efectos, los aires y los
ríos se nos muestran como sensibles en cierto grado.


302. _Tum porro varios rerum sentimus odores..._

Tampoco son visibles las emanaciones odoríficas que afectan nuestro
olfato, ni vemos el sonido, el calor, ni el frío, que indudablemente
son fenómenos de cuerpos que se ponen en inmediata relación con
nuestros órganos; y todo y cualquier contacto sólo puede realizarse
mediante la intervención de substancias corpóreas.


309. _Denique fluctifrago suspensæ in littore Vestes..._

Ropas colocadas á orillas del mar fácilmente se humedecen, y expuestas
luego á la acción del Sol pronto pueden quedar secas: no se habrá visto
la manera cómo el fluido acuoso penetrara en ellas y después saliera
evaporado por el calor; pero es indudable que uno y otro fenómeno se
deben á la influencia de mínimas partículas, imperceptibles para la
vista.


315. _Quim etiam multis Solis redeuntibus annis..._

Después de muchos años de uso el anillo se desgasta en el dedo; con
el tiempo gota á gota el agua horada la piedra; la reja del arado se
desbasta con el trabajo en los campos; las piedras de los caminos
con el rozamiento de los piés se pulimentan; la diestra mano de las
estatuas de bronce colocadas en las puertas de la ciudad disminuye
de volumen con los repetidos besos de los devotos. La deficiencia de
nuestros sentidos no nos permite penetrar en la íntima labor que se
realiza en la Naturaleza y que da por resultado un desvanecimiento
gradual de varios cuerpos, la formación de algunos por la acumulación
de corpúsculos imperceptibles, y la disgregación de otros por la
ruptura de los vínculos que unen sus partes componentes, de modo
parecido al socavamiento que la sal de las aguas marinas produce con
lentitud en enormes promontorios que amenazan al mar con su elevada
cumbre. Luego en la Naturaleza obra la agregación y disgregación de
partes mínimas é invisibles.


326. _Postremo, quæcumque dies, Naturaque rebus..._

Pero no de concreciones corpóreas se compone solamente la Naturaleza;
también en ella existen espacios desocupados: y te será útil conocer
los fundamentos de esta verdad, porque en la investigación de las cosas
no conviene proceder con divagaciones, y mi opinión respecto de la
extensión no ocupada por cuerpos compuestos, á la que llamaré vacío, es
de fácil comprobación.


339. _Quod si non esset, nulla ratione moveri..._

Porque si así no fuera, no sería explicable la razón de movimiento;
y si los cuerpos no pudieran cambiar de posición, no sería posible
que se cumpliera aquella ley; pero es indudable que presenciamos el
movimiento, lo mismo en el mar que en la tierra y en las alturas: y ese
mudar constante de los seres en sí mismos y con relación á los demás, y
aun la misma generación, no se efectuarían si no existiera espacio: la
materia acumulada yacería en perpetuo reposo.


350. _Præterea quamvis solidæ res esse putentur..._

Añadiré que todos los cuerpos, aun los más duros, son porosos: las
piedras poseen intersticios por entre los cuales corre el agua que
después gotea en los antros; las substancias alimenticias disueltas
se distribuyen por todas las partes del animal; los árboles crecen y
dan frutos en sazón oportuna, porque los jugos nutricios suben por el
tronco y luego se reparten por las ramas; los sonidos se transmiten á
las casas á través de los muros; el frío penetra hasta lo interior de
los huesos: tales efectos de penetración de los cuerpos se deben al
vacío.


362. _Denique cur alias aliis præstare videmus..._

Además, ¿cómo podremos explicarnos el peso diferente que tienen cuerpos
de igual volumen? Si en la báscula se colocasen un vellón de lana y un
trozo de plomo de idéntico tamaño, pesarían lo mismo si tuvieran igual
densidad, porque es propiedad de la materia la pesantez que al vacío
negó la Naturaleza; por este motivo afirmamos que de dos cuerpos de
igual volumen y de diferente peso el más leve ha de tener mayor espacio
vacío entre sus moléculas[12]; luego la razón demuestra con toda
claridad que el vacío existe en la Naturaleza.

  [12] La Física moderna demuestra por medio del tubo comprobante
  de la porosidad y de la máquina pneumática lo mismo que acerca de
  este punto sostenía Lucrecio hace veinte siglos.


374. _Illud in his rebus, ne te deducere vero..._

Para que no te subyugue un error que acerca de este punto sostienen
algunos, voy desde luego á combatirlo. Dicen que así como los peces
nadadores pueden abrirse paso por entre las masas líquidas, las cuales
vuelven á cerrarse detrás de ellos, así también los diferentes cuerpos
moverse pueden y cambiar de lugar en el espacio aunque éste no se halle
vacío: pero la razón patentiza la falsedad de esta argumentación;
¿cómo podrían los peces avanzar si las ondas no se replegasen ante el
paso de ellos? ¿Y cómo podrían las masas acuosas precipitarse hacia
donde los peces no pueden ir? Será, pues, necesario reconocer que los
cuerpos están privados de movimientos ó que las concreciones corpóreas
existen en el vacío, donde ejercitan su potencia motriz.


388. _Postremo duo de concurso corpora lata..._

En fin, si dos superficies planas en contacto repentinamente quedan
separadas, dejan entre sí un vacío que no se puede llenar de improviso,
porque el aire, aunque sutil, no ocupa un espacio sin haber circulado
antes por alrededor. El que pretendiese que después de separados los
dos cuerpos que han estado próximos, el espacio que resulta entre ellos
se llenara por dilatación del aire que antes existiera condensado
entre los dos planos superpuestos, se equivocaría ciertamente: el
vacío se formó al quedar separados los cuerpos; antes no existía,
y cuando lo hubo se llenó de aire, y no antes. Ni del modo que se
imaginan algunos el aire puede reducirse, ni dado el supuesto de que
así pudiera condensarse, el hecho se efectuaría sin la mediación de
espacios vacíos. Necesario es, pues, confesar que el vacío existe en
la Naturaleza.


404. _Multaque præterea tibi possum commemorando..._

Muchos otros argumentos podría exponerte en confirmación de la tesis
que sustento; pero lo anotado basta para que tu clara inteligencia te
descubra lo demás que omito. Así como canes montívagos hallan entre
apretados ramajes el escondido lugar que sirve de refugio á la fiera,
después que el olfato les da á conocer la pista que aquélla siguió en
su huida, así también unas reflexiones te conducirán á otras que te
permitan descubrir secretos de la Naturaleza, y consiguientemente la
verdad.


414. _Quod si pigraris, paulumve abscesseris ab re..._

Pero si vacilaras en la empresa y no te decidieras á hacer por ti mismo
ese trabajo de investigación, prometo ¡oh Memmio! darte á conocer con
suave frase y decisión firme todo lo que á grandes sorbos he bebido
en copiosas fuentes de verdad, si bien temo que la vejez con su lenta
labor consiga consumir el soplo de nuestra vida antes de que yo pueda
exponerte en versos harmoniosos la serie de argumentos que he reunido á
tal asunto pertinentes; pero ahora comenzaré por repetirte la síntesis
de lo ya dicho.


423. _Omnis, ut est, igitur per se Natura duabus..._

Todo lo que la Naturaleza es en sí, está constituido por los cuerpos y
por el vacío en que aquéllos se hallan y se mueven: los sentidos, que
son fundamento de certeza y auxiliar de la razón, porque sin ellos ésta
se vería envuelta en numerosas dificultades para explicarse las causas
de los fenómenos, dan testimonio de que los cuerpos existen por sí; y
la reflexión demuestra que todos esos cuerpos tienen precisa colocación
y necesariamente se mueven con distintas direcciones en un lugar ó
espacio al que denominamos vacío, como antes he dicho[13].

  [13] El moderno positivismo no puede gloriarse de contar á
  Lucrecio entre sus precursores.


434. _Præterea nihil est, quod possis dicere ab omni..._

Por lo mismo, nada existe que no se halle comprendido en los cuerpos
compuestos ó en el vacío donde están disueltos los elementos simples;
no hay una tercera especie en la Naturaleza; todo cuanto concreto es,
aunque mínimo y exiguo, tiene su peculiar extensión, grande ó pequeña,
y al ser perceptible para el tacto, está incluido en la suma de los
cuerpos: todo lo demás que pueda ser atravesado por éstos ó les sirva
de residencia, pertenece al espacio que llamamos vacío.


444. _Præterea, per se quodcumque erit, aut faciet quid..._

Aún añadiré que todo lo que se mueve por sí mismo, permanece sujeto
á la acción de agentes ó facilita espacios que permitan colocación y
movimiento á otros cuerpos; nada que no sea cuerpo goza del derecho
de moverse ó ser movido; el vacío le deja campo libre; así, además
de los cuerpos, además del espacio, no hay una tercera clase de
entidades que tengan existencia en la Naturaleza: ni nuestros sentidos
perciben ni la razón alcanza lo contrario; lo que no es materia ni
espacio es propiedad ó accidente; propiedades de los cuerpos son
aquellas condiciones que están dadas conjuntas con las cosas de las
que no pueden separarse y á las que no se pueden arbitrariamente
agregar, tal como el calor respecto del fuego, el peso respecto de las
piedras, la fluidez del agua, la tangibilidad de todos los cuerpos,
la intangibilidad del espacio; pero por lo contrario, la esclavitud,
libertad, riqueza, pobreza, guerra, paz y todos los modos de la
existencia que pueden variar sin que se altere la naturaleza de las
cosas reciben el nombre de accidentes.


463. _Tempus item per se non est, sed rebus ab ipsis..._

El tiempo tampoco existe por sí; lo percibimos con relación á las
cosas, como atravesado en la continuación, desde el origen, por el
momento actual y por la secuencia. Nadie puede sentir el tiempo en el
instante en que desligado lo considere del movimiento de las cosas ó de
la plácida quietud.


468. _Denique Tyndaridem raptam, belloque subactas..._

También cuando se habla de la robada Tindárida[14] y de la guerra
que arruinó á las troyanas gentes, debemos reconocer que esos hechos
no existieron por su propia virtualidad: cuando el curso de los
acontecimientos deja atrás irrevocablemente unos cuantos siglos de los
hombres, lo que ocurre es que unos hechos han dado lugar á otros; así
se prueba que todos los sucesos accidentes son de los cuerpos ó del
espacio.

  [14] La robada Tindárida: se trata de Helena, hija de Júpiter
  y de Leda; esta última era esposa de Tíndaro, rey de Occalia.
  Helena fué robada por Teseo, rey de Atenas; después casó con
  Menelao, rey de Lacedemonia, y fué robada nuevamente por Páris,
  hijo de Príamo, rey de Troya.


475. _Denique materies si rerum nulla fuisset..._

Si no existiese la materia de las cosas ni tampoco el lugar ó espacio
en que las cosas tienen su lugar, ni el fuego amoroso que la hermosura
de Helena despertó en el corazón del frigio raptor habría encendido
una guerra que produjo muchas batallas, ni la célebre máquina
construida por los Griegos habría vomitado ejércitos que á sangre y
fuego destruyeron á Troya. Bien puedes ver que los acontecimientos no
tienen una existencia real como los cuerpos y el espacio, sino son
modificaciones de esos dos principios.


487. _Corpora sunt porro partim primordia rerum..._

Bajo el nombre de cuerpos comprendemos los elementos simples de la
Naturaleza y también todos los seres que de ellos pueden formarse.
Los elementos son indestructibles, y su indivisibilidad en todo se
demuestra. Difícil, sin embargo, es concebir su perfecta solidez cuando
consideramos que el sonido, la voz y el rayo atraviesan las paredes de
las casas; que el hierro metido en el fuego se hace incandescente; que
del seno de los volcanes saltan desmenuzadas duras piedras; que el oro,
por la acción del fuego, se liquida y el hielo se deshace; que el frío
y el calor se transmiten á la plata; que si tenemos en las manos un
vaso, nos impresionamos de la temperatura de los cuerpos líquidos que
en él vertemos. Luego en los objetos no existe solidez perfecta. Pero á
fin de que mejor domines estas verdades que la Naturaleza muestra y la
razón demuestra, voy á auxiliarte con algunas reflexiones encaminadas
á hacerte observar que aunque todos los cuerpos no sean completamente
sólidos, lo son los elementos simples que los integran.


508. _Principio, quoniam duplex natura duarum..._

Primeramente, considero ya probado que la Naturaleza consta de
dos porciones entre sí diversas: los cuerpos y el espacio en que
aquéllos residen; es necesario que ambas regiones existan puras,
independientemente la una de la otra; donde hay cuerpo no hay espacio;
donde hay espacio no hay materia: y es indudable que si los elementos
simples son perfectamente sólidos, no pueden contener vacío.


516. _Præterea, quoniam genitis in rebus Inane est..._

En segundo lugar, si hay vacíos entre las moléculas de que los cuerpos
se componen, preciso es afirmar que esos vacíos están limitados por la
materia que los rodea; luego no tiene razonable fundamento la opinión
de que todo cuerpo encierra vacíos no determinados por materia sólida:
todos los cuerpos son, en suma, agregados de elementos simples, en
los que no es posible confundir la materia con el vacío. La materia,
pues, consta de sólidos principios eternos, aunque sean disolubles los
cuerpos que constituyen.


525. _Tum porro si nil esset, quod Inane vacaret..._

Por cierto que si no existiese espacio susceptible de quedar
desocupado, todo sería sólido; y si por lo contrario, no hubiera
substancias sin determinaciones corporales que llenaran los sitios,
que constituyeran las cosas, todo lo que forma el espacio quedaría
desocupado y vacío[15]. Distintos son, pues, cuerpo y espacio: ni todo
es materia, ni todo está vacío; luego la propia fluidez de las esencias
corporales establece perfecta distinción entre la materia y el espacio.

  [15] Lucrecio emplea las palabras _spatium_ (espacio, escenario
  de la vida); _vacuum_ (vacío, entre cuerpos determinados), é
  _inane_ (extensión desocupada).


533. _Hæc neque dissolvi plagis extrinsecus icta..._

Los elementos simples de la materia no pueden ser perjudicados en su
exterior ni penetrados de modo alguno; por lo mismo, ninguna acción
puede alterarlos, según ya te he demostrado en líneas anteriores. Y
como la ruptura de los cuerpos, su descomposición, su fraccionamiento,
su penetración por el agua, su modificación por el fuego, su
destrucción por agentes de diversa especie sólo pueden efectuarse
mediante el vacío, hasta el punto de que más propensos á pronta
descomposición son los cuerpos que tienen más concavidades entre sus
moléculas, es evidente que si los elementos primarios son, como ya te
he enseñado, sólidos, también han de ser eternos.


545. _Præterea, nisi materies æterna fuisset..._

Además, si la materia no fuese eterna, hace ya muchos siglos que
todas las cosas habrían sido aniquiladas y habrían vuelto á surgir
espontáneamente; pero si es cierto, como he procurado hacer patente,
que de nada no puede crearse algo y que los seres se transforman pero
no se pierden totalmente, debe ser también cierto que los cuerpos
generadores han de ser inmortales, para que disueltas unas concreciones
corpóreas en tiempos oportunos, de ellos puedan reproducirse otras. Es
decir, que los siglos tienen duración y los seres se renuevan, merced á
la perdurabilidad y solidez de los elementos de la materia.


556. _Denique, si nullam finem Natura parasset..._

En fin, si en la Naturaleza no tuviesen límites las divisiones de los
cuerpos, también las substancias materiales llegarían á una tenuidad
indefinida; con el recorrer de los siglos quedarían agotadas, y los
cuerpos que de ellas se formasen no tendrían firmeza ni duración, y
podrían quedar extinguidos antes de alcanzar pleno desarrollo; porque
la muerte sería más rápida que la reproducción, y las pérdidas del
tiempo ya pasado no podrían ser reparadas por el tiempo futuro; pero
como vemos que los siglos corren y que las sucesiones se realizan con
un equilibrio siempre igual y proporcionado á las fuerzas consumidas,
hemos de considerar que la división de la materia tiene un límite de
contrapeso regular.


570. _Huc accedit, uti solidissima materiai..._

Admitido que los elementos de la materia sólidos y simples son,
pueden, sin embargo, tener una consistencia débil y constituir el
fuego, el aire, el agua, la tierra, mediante una movilidad especial
de las moléculas que generan esos cuerpos entre cuyas partes
existen igualmente espacios vacíos[16]; por lo contrario, si los
principios de las cosas tuvieran de propia naturaleza débil cohesión
y deleznable estructura, no podrían formar las grandes masas pétreas
que constituyen el armazón de nuestro mundo, ni servirían para la
composición del hierro y otros cuerpos duros. Luego los elementos
primarios deben ser sólidos y simples, y la diversa condensación que en
sus combinaciones experimenten deberá ser el origen de los diferentes
seres y de los distintos grados de resistencia y densidad que éstos
ofrecen.

  [16] Las palabras de Lucrecio prueban que éste consideraba que
  la tierra, el aire, el agua y el fuego eran cuerpos compuestos:
  la doctrina de los cuatro elementos, aunque tenía algunos
  partidarios entre Griegos y Latinos, no se generalizó hasta la
  Edad Media.


582. _Denique jam quoniam generatim reddita finis..._

La Naturaleza se determina en hechos constantes que regularizan el
crecimiento y la duración de los seres y circunscriben la acción de las
especies vivientes en esfera que no pueden franquear: muchas clases de
pájaros se distinguen de otras análogas únicamente por la presencia
constante de algunas pintas en su plumaje. Indudablemente se da en
todos los seres un complejo invariable de materia; si los elementos que
los integran no fuesen fijos, la Naturaleza no se mostraría en leyes,
es decir, en hechos constantes, y carecería de orden. Cada ser tiene
aptitudes acomodadas á su constitución, y por ese motivo se reproducen
las especies, entre las cuales se conservan y se transmiten hábitos,
gestos, estaturas, instintos y predilecciones por tales ó cuales
alimentos.


597. _Tum porrò, quoniam extremum cuiusque cacumen..._

Y ciertamente el elemento primordial de los cuerpos es tan tenue,
que los sentidos no pueden apreciarlo; no consta de partes; es
lo más infinitamente pequeño que hay en la Naturaleza, y apenas
puede considerarse como cuerpo, ya que nunca existe por sí solo é
independiente de otros que constituyen la masa de la materia; unidos
entre sí fuertemente hasta el punto de resistir la acción de toda
fuerza, los elementos de la materia son considerados como sólidos y
simples, aunque constan de mínimas porciones homogéneas enlazadas
entre sí con vigor imperecedero: así es que mientras la Naturaleza
sea, serán, sin disminuir en nada, esos principios, propios de toda
generación y de todo crecimiento.


615. _Præterea nisi erit minimum parvissima quæque..._

Además, si no hubiese un término mínimo infranqueable en la
composición de los cuerpos, éstos constarían de infinitas partes, y
cualquiera de ellas se podría dividir en mitades y éstas en otras
indefinidamente; entonces, ¿qué diferencia última se daría entre las
masas grandes y pequeñas? Ninguna, porque todas serían igualmente
fraccionables infinitamente. Pero como á la razón repugna esa
conclusión absurda, preciso es reconocer que los elementos simples son
las últimas divisiones posibles de los cuerpos de la Naturaleza, y
consiguientemente por este motivo debe también confesarse que los tales
elementos son sólidos y eternos.


626. _Denique si minimas in partes cuncta resolvi..._

Últimamente, si la Naturaleza creadora al descomponer los seres no los
redujera á sus partes mínimas indivisibles, no podría reparar la vida,
porque los cuerpos compuestos carecen de las condiciones de atracción,
peso, repulsión, concurso y movimiento adecuadas para engendrar los
seres. Luego si la división de los cuerpos fuera infinita, aún nos
veríamos obligados á reconocer que á lo menos algunos que existen
de toda eternidad, todavía no han sido alterados por los peligros y
accidentes anexos á la vida; y si todos los cuerpos fuesen frágiles,
la Naturaleza habría sido inconstante en favor de los que han podido
resistir los embates de los siglos.


640. _Quapropter, qui materiem rerum esse putarunt..._

Por tanto, los que afirmaron que el fuego es elemento de la materia y
origen del Universo estaban desprovistos de razón; Heráclito fué el
primero que defendió esta doctrina y obtuvo alto renombre entre los
Griegos superficiales, prendados de un obscuro lenguaje, pero no entre
los sensatos que buscaban la verdad. Aquéllos sólo admiraban lo que se
les decía con palabras misteriosas, y consideraban como cierto cuanto
se les exponía en frases gratas al oído por su encantadora sonoridad.


650. _Nam cur tam variæ res possent esse, requiro..._

Y ¿cómo tan variadas especies existentes han podido ser creadas,
pregunto, sólo del fuego? El fuego en estado de condensación ó de
rarefacción, muestra siempre una igual naturaleza en sus partes y en
su conjunto: será más intenso cuanto más condensado éste se halle,
pero ni de su condensación ni de su rarefacción podría originarse la
extraordinaria variedad de seres que puebla el mundo: á pesar de todo,
si los apóstoles de la doctrina que impugno admitieran la teoría de la
materia en el espacio, podrían hallar alguna explicación relativa á la
real existencia de seres de diversa atracción molecular: pero como no
aceptan esa opinión, marchan entre vacilaciones y dudas, y al cabo se
alejan cada vez más del conocimiento de la verdad, quizá abrumados por
las dificultades que su investigación ofrece. Ni aun reparan en que si
los cuerpos estuvieran separados completamente del espacio en que se
concretan, no habría en el mundo más que una sola masa y de esta nada
se desprendería: lo contrario sucede con el fuego, del cual se derivan
centellas y chispas bastantes para hacer patente que el fuego no es una
masa compacta sino reunión de partes rodeadas de espacio.


670. _Quod si fortè ulla credunt ratione potesse..._

Si por acaso creyeran que las moléculas del fuego, al apretarse
mutuamente, podían mudar la naturaleza de los cuerpos, este aserto
equivaldría á la negación del fuego como principio elemental, porque
sucedería que todo el fuego quedaba reducido á la nada y de la nada
todas las cosas se crearían; y pues todo aquello que muda, se altera
con el tiempo hasta que deja de existir, hay que renunciar al fuego
originario, ó admitir que los cuerpos no se reducen á la nada ni de la
nada las generaciones se suceden.


680. _Nunc igitur, quoniam certissima corpora quædam..._

Ahora, pues, si los elementos simples conservan siempre su propia
naturaleza y forman diferentes cuerpos, no por su distinta esencia,
sino por las combinaciones que constituyen, preciso es afirmar que
tales elementos de los cuerpos no son de fuego, ya se junten ó se
retiren ó se disgreguen ó se muden sin faltar al orden; si la base
primordial fuese fuego, nada más que fuego habría en el mundo. Lo
que hay de cierto es, según pienso, que existen en la Naturaleza
corpúsculos simplicísimos, los cuales por su forma, por sus
atracciones, sus movimientos y el orden en que se colocan, producen
el fuego y otras muchas cosas más ó menos similares á éste, así como
otros cuerpos que no tienen semejanza alguna con aquél y aun algunos
que pueden emitir emanaciones que afecten á nuestros sentidos ó que
exclusivamente nos son conocidas por relación de tactilidad.


695. _Dicere porrò ignem res omnes esse, neque ullam..._

Decir, por tanto, que del fuego proceden todos los seres y que no
existe cosa alguna independiente de ese origen, es caer en un delirio
que nuestra inteligencia rechaza como contrario á las pruebas que
nos da el testimonio de nuestros sentidos; y admitir como primordial
materia el fuego porque se cree conocerlo perfectamente, y recusar al
mismo tiempo la existencia de otros seres que con suficiente claridad
se muestran ante nosotros, me parece inconsecuencia y error grave.
Para conocer la verdad, ¿qué mejor guía que nuestra razón auxiliada
por los sentidos, los cuales nos hacen distinguir lo falso de lo
verdadero y nos dan principio de certeza? Además, ¿por qué hemos de
negar la existencia de todas las cosas y admitir solamente la del
fuego, ó negar que éste exista y dar como reales solamente los demás
cuerpos? Parece que afirmar cualquiera de estos dos extremos es
incurrir en igual demencia.


712. _Quapropter qui materiem rerum esse putarunt..._

Así, los que han afirmado que el conjunto del Universo tiene su
fundamento en el fuego y los que han entendido que en el aire se
encuentra el origen de todos los seres, lo mismo que aquellos otros
que han sostenido que en el agua reside el principio creador, ó bien
que la tierra puede germinar todas las cosas ó determinarse en las
infinitas diferenciaciones corpóreas existentes, según mi parecer,
todos han caído en grave error, no menos que aquellos otros que suponen
combinaciones dualísticas formadas con los elementos de todas las
cosas, y al fuego juntan el aire, y á la tierra el agua; y también, por
último, los que entienden que de esos cuatro materiales, fuego, tierra,
aire y agua se han podido producir todos los seres.


723. _Quorum Acragantinus cum primis Empedocles est._

Entre aquellos pensadores cumple colocar primero á Empedocles, nacido
en Agrigento, isla famosa en triángulo cortada, á la que cercan
azuladas ondas del mar Jónico y adornan con sinuoso regazo rocas
salpicadas de reluciente sal; separada por canal estrecho y tortuoso de
los promontorios de la tierra de Italia, oye el rugir de la espantosa
Caribdis y siente el tremer del ruidoso Etna que, irritado, amenaza
acumular en sus entrañas materiales de fuego y de aluvión hirviente
para lanzar después, con fiero arrojo, de sus hórridas fauces,
encendidas lavas cuyos fulgores en espiral lleguen al cielo; región
admirable llena de prodigios, fecunda en bellezas contempladas con
extático embeleso por la humana especie, enriquecida con dones copiosos
naturales, guardada por varones esforzados, nunca produjo nada más
grande y excelente que este filósofo, cuyos versos patentizaron su
divino genio y le acreditaron de investigador conspicuo que parecía
imposible fuera hijo de mortales.


741. _Hic tamen et superà, quos diximus, inferiores..._

Este, sin embargo, y otros muchos ya citados que aunque egregios le
son inferiores y varios que menos renombre han obtenido, hicieron
públicas útiles averiguaciones por su genio desentrañadas, más divinas,
más santas y mucho más conformes con los dictados de la razón que los
oráculos de la Pitonisa coronada con hojas de laurel y apoyada en
el trípode apolónico; pero todos erraron al discurrir acerca de la
naturaleza de las cosas, porque no supieron salvar un escollo que ha
sido causa de varios naufragios.


749. _Primum quod motus, exemplo rebus Inani..._

Primeramente, porque reconocen el movimiento y no comprenden el vacío;
creen que existen cuerpos suaves aislados entre sí, tales como el aire,
el sol, el fuego, las tierras, los animales, los frutos, y no admiten
intersticios ó vacíos en la masa de esos cuerpos.


753. _Deinde quod omnino finem non esse secandis..._

En segundo lugar, porque entienden que es indefinida la división de los
cuerpos y aun de las partes de éstos y no se explican la existencia de
un mínimo indivisible; pero como nuestros sentidos nos dan testimonio
de un último grado en las cosas, el cual es un mínimo no susceptible
de fraccionamiento, creo que has de considerar que cuanto existe se
compone de partes muy pequeñas pero indivisibles aunque escapen á la
percepción de nuestros órganos terminales.


760. _Huc accedit item, quod jam primordia rerum..._

Añaden, además, que los elementos primordiales de las cosas son
blandos; pero la cualidad de la blandura nos parece propia de lo que
nace y muere, y si todo estuviera sujeto á esas alteraciones, la
Naturaleza habría ya aniquilado muchas veces el mundo y aun éste habría
vuelto á nacer de nada, aserciones que ya habrás visto cuán distantes
de la verdad se hallan.


766. _Deinde inimica modis multis sunt, atque venena._

Además, debe considerarse que aquellos supuestos principios de los
seres son enemigos entre sí; como venenos los unos para los otros, se
combaten de muchos modos, se aniquilan, se disipan, y por su acción
mutua desaparecen como el rayo, el viento y la lluvia en deshecha
tempestad.


770. _Denique quatuor ex rebus si cuncta creantur..._

Últimamente: si todas las cosas fuesen formadas de aquellos cuatro
cuerpos considerados como elementos y todas en ellos se resolviesen,
¿qué razón tendríamos para afirmar que son el principio de todos los
seres y no de ellos resultado, ya que alternativamente se confunden,
se disgregan y mudan su naturaleza? Si por lo contrario piensas que
el aire, el agua, la tierra y el fuego no se confunden ni mudan de
esencia, no podrás comprender que de su combinación resulte ningún
vegetal ni animal, porque en esa conjunción se haría ostensible la
propiedad inherente á cada substancia y se hallarían mezclados la
tierra con los aires y las aguas con el fuego. Pero es lo cierto que
todos los seres deberán tener determinadas propiedades no reveladas en
los componentes, para evitar que prepondere ninguno, sino que, por lo
contrario, cada cuerpo tenga un carácter propio.


788. _Quim etiam repetunt a Cœlo atque ignibus ejus..._

Los partidarios de aquellas doctrinas derivan del cielo y de los
cuerpos ígneos el fuego; éste, según ellos, se convierte en aire, el
aire origina el agua, y ésta, por condensación, se modifica en tierra;
después, en sentido inverso, hacen nacer de la tierra el agua y de ésta
el fuego. Estas transformaciones no se alteran nunca ni se interrumpen,
y consideran que siempre los elementos viajan de la tierra al cielo y
del cielo á la tierra; pero tales metamorfosis son incompatibles con la
probada esencia de los elementos simples, los cuales por su condición
han de ser inmutables para que todas las cosas no puedan quedar
aniquiladas, porque ningún objeto podrá ultrapasar las condiciones de
su esencia sin dejar de ser lo que antes era. Los principios, pues, de
que ya hemos hablado, por su naturaleza están exentos de toda mudanza,
y por este motivo no quedan totalmente deshechos los seres que de ellos
se forman. Es racional admitir que todos los cuerpos se componen de
elementos, los cuales en virtud de energías, atracciones y repulsiones,
unas veces constituyen el fuego y otras el aire, y siempre sirven para
las transformaciones y la continuada sucesión de todos los seres.


809. _At manifesta palam res indicat, inquis, in auras..._

Pero es patente, dices, que de la tierra, bajo la influencia del
aire, los cuerpos nacen y se alimentan; y si en tiempo favorable la
copa de los árboles no fuera agitada por las lluvias y los arbustos
no se inclinaran bajo su propio peso, el Sol por su parte no daría
calor, y los árboles y los animales no podrían nacer y desarrollarse.
Y ciertamente; si los alimentos sólidos con líquidos saludables no se
ayudasen, pronto nuestros miembros se debilitarían y se extinguiría
la energía de nuestro ser y la vitalidad de nuestros órganos y de
nuestros nervios. Añadiré que si el hombre y los animales necesitan
propio adecuado alimento, y si los seres viven á expensas los unos
de los otros, es porque está constituido cada uno por principios
comunes á los demás, en relación con el total del Universo. Importa,
pues, que investiguemos no solamente la naturaleza de esos principios
elementales, sino también sus leyes, sus aproximaciones, sus
movimientos recíprocos; pues es de toda evidencia que los principios
que forman los ríos, el sol, el cielo, el mar, la tierra, son los
mismos que contienen los árboles, los animales y los frutos de toda
especie; todo se mueve según sus elementos constitutivos.


829. _Quim etiam passim nostris in versibus ipsis..._

Sin duda notarás que en muchos de estos versos míos hay varios
elementos ó letras simples comunes á numerosas palabras, y, sin
embargo, ni los versos ni las palabras tienen igual significado y
sonido igual: varía el valor de las letras sólo al cambiar éstas de
orden. Y como los elementos primordiales de las cosas en mayor número
son que las letras, pueden producir mayor suma de seres diferentes.


836. _Nunc et Anaxagoræ scrutemur Homœomeriam..._

Examinemos ahora la homeomería[17] de Anaxágoras, como los Griegos
llaman, con una palabra expresiva de que nuestra lengua carece,
la doctrina de aquel filósofo; aunque es difícil de exponer la
homeomería en cuanto apenas trata de dar acerca del origen de todas
las existencias una explicación, según la cual cada hueso es formado
por un cierto número de huesos pequeños, cada víscera de otras muy
tenues; mínimas gotas de sangre componen la sangre; moléculas de oro
constituyen el oro; la tierra de pequeñas porciones de tierra procede;
el fuego del fuego; y en general todas las cosas se forman por igual
procedimiento.

  [17] Homeomería, semejanza de todas las partes.


849. _Nec tamen esas ulla parte idem in rebus Inane..._

Pero el mencionado autor en parte alguna admite el vacío ni concibe
límites en la división de los cuerpos: entiendo que acerca de estos
asuntos incurrió en error lo mismo que otros pensadores cuyas ideas ya
dejo refutadas.


854. _Adde quod imbecilla nimis primordia singit..._

También aprecia como deleznables los elementos primarios y de igual
naturaleza que las concreciones constituidas; y considera, por tanto,
que están expuestos á fenecer bajo la violencia de ataques exteriores;
¿cuál de aquellos cuerpos ofrecerá entonces resistencia á la acción
destructora de la muerte? ¿el fuego ó el agua? ¿por acaso el oro? ¿cuál
de éstos? ¿la sangre ó los huesos? Ninguno, sin duda; porque todos esos
cuerpos se descomponen como otros muchos que á nuestra vista perecen
todos los días. Y ya queda antes probado que ni las cosas pueden nacer
de nada ni completamente aniquilarse.


867. _Præterea quoniam cibus auget corpus, alitque..._

Cierto es que todos los cuerpos se nutren y crecen por la virtud de
substancias primarias diluidas en los alimentos, y que nuestras venas,
nuestra sangre, nuestros huesos y nervios de partes diferentes se
componen; pero afirmar que los elementos de los cuerpos son la esencia
de los huesos, de la sangre y de los nervios en proporción adecuada,
no es decir que los principios que integran los cuerpos sólidos y
líquidos hayan de constar de partes heterogéneas proporcionadas á las
venas, la sangre y los huesos; porque si los cuerpos que vemos nacer
de la tierra estuviesen dentro de ella en pequeña cantidad tales como
se nos muestran, constaría la tierra de todas las diversas porciones
que de ella surgen: y si aplicamos esta idea general á todos los casos
particulares, habríamos de creer que el fuego, el humo y la ceniza
están en la leña, y que ésta contiene en sí aquellos materiales en
diversas porciones.


882. _Linquitur hic tenuis latitandi copia quædam..._

Apenas hay salida para escapar de esta conclusión; y sin embargo, de
esa clase de argumentos usa Anaxágoras, el cual sostiene que todos
los cuerpos llevan en sí, como en germen, otros que de ellos se
derivan, y de los cuales son visibles los que principalmente están
en la superficie; pero estas ideas repugnan á la sana razón, y para
admitirlas sería preciso ver que el trigo, en el polvo á que lo reduce
la piedra del molino, mostraba señal de la sangre ó de otras partes
de nuestro cuerpo que con él se nutren, ó bien que dejase correr la
sangre al ser molido entre dos piedras; y que por igual razón la
hierba destilase leche tan pura y tan grata como la que se extrae de
las ubres de las ovejas; menester sería también que en los terrones
se hallasen legumbres, árboles, plantas en partes imperceptibles, y
que los quebrados troncos descubriesen humo, ceniza, fuego y llama,
en ellos ocultos; pero nada de esto sucede y es preciso confesar que
en los cuerpos no se contienen otros iguales mínimos ya determinados,
sino que en todos existen elementos simples que son comunes á otros
muchos seres, los cuales son diferenciados por virtud de las variadas
combinaciones en que aquellos elementos intervienen.


904. _At sæpe in magnis sit montibus, inquis, ut altis..._

Y sin duda has observado que en las elevadas montañas las fustigadas
copas de árboles, mecidas por tempestuoso vendaval, arden con fuego
que deja brillar largos torbellinos de movientes llamas; pero no por
eso has de entender que en la madera existe el fuego, sino que en ella
hay partes que por efecto del rozamiento se inflaman y comunican el
incendio á todo un bosque; pues si tanta llama hubiera estado escondida
en la selva no existirían árboles que pudieran preservarse del fuego
durante mucho tiempo ni bosques habría que no se hubiesen convertido ya
en ceniza.


914. _Jam ne vides igitur, paulo quod diximus ante..._

¿No comprendes, como poco antes ya te he dicho, la importancia que
tienen las combinaciones de que son los elementos susceptibles, según
la diferente posición y cantidad en que intervengan, y los distintos
movimientos que engendren ó que reciban? ¿No sucede con esos fenómenos
lo mismo que con las palabras _lignis_ é _ignis_ latinas, compuestas
cuasi de las mismas letras aunque representan ideas muy diferentes?


922. _Denique jam quæcumque in rebus cernis apertis..._

En fin, si juzgas que no se puede explicar la causa de los fenómenos
sin atribuir á los elementos que los producen iguales propiedades,
necesario es conceder que se ríen como nosotros y que se bañan de
amargas lágrimas.


928. _Nunc age, quod superest, cognosce, et clarius audi..._

Ahora, escucha y oye verdades que voy á descubrirte, y que, si no me
engaño, son de exposición difícil, pero que exploraré estimulado por
el premio de la gloria é impulsado por suave amor que me inspiran
las Musas; animado por este sentimiento, me elevaré á las cimas del
Parnaso y recorreré campos, hasta ahora no hollados por ninguna
planta; iré á beber grato licor de fuentes vírgenes y me apresuraré
á coger desconocidas flores con las que tejeré para mi cabeza corona
insigne mejor que todas las que hasta hoy las Musas han concedido:
primeramente porque enseño altas verdades é intento romper la dura
esclavitud con que las religiones han abatido los ánimos, y además,
porque suavizaré un estudio árido con las gracias de la poesía que
convierte en agradable un asunto obscuro; así obraré conforme á razón.
De igual modo que los médicos al propinar á los niños amarga medicina,
untan de sabrosa miel los bordes de la copa en que la administran á fin
de que inexpertos y atraídos por la dulzura que paladean sus labios,
sin recelo beban el licor amargo y deban la vida á traición agradable,
así yo ahora que he de explicar asuntos ásperos y desabridos para
los que no están acostumbrados á ellos y fastidiosos para el vulgo,
quiero exponerte mi doctrina en el ameno lenguaje de las Piéredes y con
acentos de dulce harmonía, para que al buscar recreo en la lectura de
mis versos, adquieras conocimiento de las leyes de la vida y del orden
universal.


958. _Sed quoniam docui, solidissima materiai..._

Ya he dicho que los elementos de la materia son siempre sólidos y se
mueven en toda eternidad sin que la destrucción los alcance; pero ahora
deberemos de inquirir si las concreciones corpóreas tendrán fin ó no lo
tendrán, y si el espacio indefinido, en que incesantemente se mueven
los principios eternos, está encerrado en límites y es susceptible de
medición en algún sentido.


965. _Omne quod est igitur nulla regione viarum..._

El Universo es infinito; de lo contrario tendría extremos: pero no
pueden concebirse límites sino por quien está fuera de ellos mismos y
puede llevar su consideración más allá de los puntos en que termina lo
limitado. Creeríamos que el Universo tiene límites, cuando pudiéramos
señalar sus extremos; pero el mundo no puede tener esas fronteras,
porque en cualquiera parte de él que ocupáramos habríamos de ver que
teníamos por delante para contemplar espacios infinitos.


975. _Præterea si jam finitum constituatur..._

Además, si consideramos limitado el espacio y suponemos que en
sus extremos alguien se coloque y dispare una flecha con violento
impulso, ¿piensas que el objeto así lanzado habría de recorrer el
aire constantemente, ó supones que algún obstáculo se opondría á su
vuelo? Hay que decidirse por uno de los términos de ese dilema; pero
cualquier partido que sigas te ha de obligar á reconocer que no hay
extremos finales en el Universo; porque ya supongas que la flecha sea
detenida por un obstáculo ó ya imagines que incesantemente vuele, es
lo cierto que nunca podrás figurarte que llega á tocar el límite del
mundo; y si por acaso creyeras que alguna vez terminaría su marcha,
habré de preguntarte: ¿qué se haría entonces de la flecha? Forzosamente
nunca podrá tocar el fin del espacio y siempre le quedará una ilimitada
extensión que recorrer.


991. _Præterea spatium summai totius omne..._

Aún hay más: si el Universo estuviese incluido ó colocado en una
determinada porción del espacio, tendría necesarios límites; las
grandes masas por su propia gravedad ocuparían el fondo y allá en las
mayores alturas no podría subsistir ningún ser ni habría aire ni Sol:
toda la materia yacería confusa en caótica eternidad; pero no es esto
lo que ocurre; los cuerpos, en el orden harmónico universal, no pueden
permanecer en constante quietud porque no existe ese lugar profundo en
que se hacinaran para el reposo: en movimiento incesante los seres se
reproducen y se organizan en virtud de los subsidios que reciben de
los elementos eternos activos universales que forman las concreciones
corpóreas.


1005. _Postremo ante oculos rem res finire videtur..._

En fin, es patente que la Naturaleza ha determinado los límites de los
cuerpos; las colinas están circunscriptas por el aire, el aire por los
montes, las tierras altas por el mar y el mar está encerrado entre las
tierras altas. No tiene, sin embargo, el Universo nada que lo termine;
la Naturaleza y el espacio ocupado por los mundos, forman como un río
que perpetuamente corre y que avanza sin encontrar límites: así el
Universo no tiene término alguno; es infinito.


1015. _Ipsa modum porro sibi rerum summa parare..._

El Universo de ningún modo puede quedar circunscripto; la Naturaleza
está en todas partes; con la materia se limita el vacío y el vacío
con la materia; pero espacio ocupado y espacio vacío todo es materia
con mayor ó menor rarefacción; el Universo infinito así se muestra.
Si tanto el espacio como la concreción corpórea no determinasen
recíprocamente sus respectivos límites, ni el mar, ni la tierra, ni la
bóveda brillante del espacio, ni la progenie humana, ni los cuerpos
sacrosantos de los númenes podrían durar un solo instante; las partes
simplicísimas de la materia, faltas de cohesión, se elevarían por el
infinito espacio desocupado, sin orden ni harmonía, y nunca llegarían
á formar cuerpos determinados concretos por estar siempre separadas.
Ciertamente los elementos de la materia no se han movido por reflexivo
determinado impulso en las direcciones en que hoy se hallan, ni han
establecido por cálculo convencional ó por concierto libre el orden
que constituye el Universo; lo que ha sucedido es que fluctuantes
por toda eternidad en el inmenso espacio y agitados con impulsiones
recíprocas, después de seguir toda clase de movimientos y toda especie
de combinaciones, han llegado por adaptaciones recíprocas y por
harmonía derivada de sus propias condiciones á constituir esta Suma
total del Universo; y del cumplimiento de la ley emanada necesariamente
de su acción invariable en el transcurso de innumerables siglos, se
ha establecido el orden existente, en cuya virtud las aguas de los
ríos abundosas proveen al mar de las pérdidas sufridas; la tierra,
fertilizada por el Sol y por la reversión de sus vapores, renueva
la pompa de sus producciones; florecen las especies de animales,
y los cuerpos fulgurantes etéreos envían siempre sus destellos.
Ese concierto de la Naturaleza sería con facilidad interrumpido si
infinitos elementos no trabajasen continuamente en la renovación de los
organismos; porque así como los seres individuales mueren cuando están
privados de alimento, así también el Universo llegaría á aniquilarse
cuando la materia interrumpiese la constante labor que le da movimiento
y vida.


1049. _Nec plagæ possent extrinsecus undique Summam..._

Y no por efecto de presiones exteriores podría conservarse el orden
en que el Universo está constituido; impulsos de fuera para adentro,
repetidos con frecuencia, engendrarían otros nuevos que en unos casos
mantendrían la harmonía del Universo; pero otras veces las partes
de la materia, forzadas por el choque, saltarían y dejarían espacio
suficiente para que las porciones aglomeradas pudieran desprenderse de
todo enlace y dispersarse. Es, pues, necesario que la acción de los
primeros cuerpos obre sin interrupción; y debe reconocerse que esas
presiones exteriores al existir suponen y demuestran que los elementos
de la materia son infinitos.


1059. _Illud in is rebus longe fuge credere, Memmi..._

Con relación á estas ideas, no debes de creer ¡oh Memmio! que todos
los cuerpos tiendan, como algunos dicen, hacia un centro del Universo,
y que nuestro mundo no sienta influencias exteriores que coadyuven á
la gravitación general, porque todas sus regiones por sí mismas buscan
el centro del equilibrio (opinión ideada en favor de la teoría que
sostiene la acción de la pesantez ejercida de abajo hacia arriba, y de
que algunos cuerpos vivan en la tierra en dirección contraria á los
que están en la superficie en una posición parecida á la que tiene con
nuestro cuerpo su propia imagen proyectada en las tranquilas ondas).
Con esas ideas pretenden algunos explicarse el hecho de que animales
de varia especie puedan residir en las regiones inferiores del mundo;
de que nosotros mismos no podamos elevarnos á las alturas, y el hecho
de que haya sobre la tierra individuos que ven el Sol cuando nosotros
contemplamos las estrellas, y que tengan con nosotros las estaciones
cambiadas, aunque disfruten como nosotros de días y noches.


1075. _Sed vanus stolidis hæc omnia finxerit error..._

En aquel error han caído los que atrevidamente dedujeron falsas
conclusiones de hechos exactos. No es posible imaginar un punto medio
en el espacio ilimitado, y aunque nos lo figuráramos no podríamos
reconocerle una acción propia y especial sobre los cuerpos. Todo y
cualquier lugar del espacio que llamamos vacío, ya sea designado con el
nombre de centro ó con otro distinto, deja paso á los cuerpos graves;
porque no hay un sitio donde al llegar un cuerpo arrastrado por su
propio peso este cuerpo sea obligado á permanecer estático en el vacío;
el espacio no puede impedir que un cuerpo cualquiera pesado lo penetre
con arreglo á las leyes de la Naturaleza. Por ese motivo, la atracción
del centro no es bastante para conservar la harmonía de la creación.


1090. _Præterea, quoque jam non omnia corpora fingunt..._

Fingen también que la tendencia hacia el centro no es propia de todos
los cuerpos, sino de aquellos especialmente compuestos de tierra ó
de agua, tales como los ríos que se despeñan desde altos montes para
confundirse en el vasto Océano, ó como la sólida porción del mundo; por
lo contrario, las tenues auras y los cálidos vapores siempre tienden
á separarse del centro, y si vemos que la bóveda celeste de fulgores
brilla y que su claridad nos alumbra, es porque en ella se reunen
elementos que por ser ligeros de la tierra escapan, aunque desde allí
contribuyen á la nutrición de los seres animados y á la fructificación
frondosa de los árboles. Así también suponen que por encima de las
estrellas existe un firmamento que todo lo rodea, el cual, mediante
eficaz presión ejercida sobre nuestro mundo, evita que salga del
centro fuego celeste que franquee los términos de la mansión humana;
impide que todo sea invadido por completo desorden; que el cielo caiga
sobre nuestras cabezas y la tierra se abra debajo de nuestros piés;
que nuestros cadáveres, destrozados y envueltos entre las ruinas del
cielo y de la tierra, se confundan en profundo caos; que los elementos
primarios queden sin energía, y rotas las puertas de la disolución, se
precipiten por ellas en turba amontonada todos los seres, y de cuanto
existe no quede más que universal desierto.


1114 _á_ 1118. _Hæc si pernosces parvâ perfunctus opellâ._

Pero si comprendes bien las razones que te expongo, ya que las unas
auxilian á las otras, no ha de robarte más negra noche la claridad que
te ilumine para que puedas penetrar en el arcano de la Naturaleza;
porque de unas cosas brotará luz bastante para que distingas otras.



LIBRO SEGUNDO


1. _Suave, mari magno turbantibus æquora ventis..._

Grato ha de sernos contemplar desde la playa el vasto mar agitado
por el aquilón, y presenciar desde tierra la desesperada lucha que
el náufrago sostenga con la tempestad, no porque gocemos con el
infortunio ajeno, sino porque nos consideremos libres de peligros que
tan próximos veamos: también será grato asistir desde lejos sin temores
ni zozobras á las contiendas inhumanas de dos ejércitos que en el campo
se destrocen; pero todavía ha de ser más agradable estar en posesión
de las doctrinas de los pensadores, y observar serenamente desde
esas alturas del saber las agitaciones de los hombres que sin guía
buscan á tientas los caminos del bienestar, y para hallarlos pretenden
supremacías de nobleza ó distinciones de genio y pasan días y noches
entre afanes é inquietudes que les permitan acumular riquezas.


14. _Ô miseras hominum mentes, ô pectora cæca!_

¡Oh pobre inteligencia de los hombres! ¡Oh energías mal empleadas!
¡Entre cuántas densas tinieblas y entre cuántos inútiles peligros la
vida corre! ¿Cómo no se comprende que las leyes naturales permiten la
vida sin dolor del cuerpo, y sin preocupaciones y sobresaltos del alma?


20. _Ergo corpoream ad naturam pauca videmus..._

Por lo que se refiere al cuerpo, cuyas necesidades son escasas, debo
decir que no es difícil eximirlo de muchos dolores y proporcionarle
varios placeres en harmonía con las reclamaciones de la Naturaleza: si
no disfrutas de festines nocturnos alumbrados por lámparas igníferas
sostenidas en la mano derecha por estatuas juveniles; si en tu casa
no brilla el oro ni resuena por doradas bóvedas el sonido harmonioso
de las cítaras, aun así podrás tener alguna dicha si te decides á
disfrutar de la frescura de las hierbas junto al río, á la sombra de
los árboles dadivosos de goces que nada cuestan; y principalmente
en los risueños prados, cubiertos durante la primavera de matizadas
florecillas. Lo mismo inquieta la fiebre ardiente de ambición al rico
potentado que vive entre púrpuras y riquezas, que al infeliz que yace
tendido en burdo lecho.


37. _Quapropter, quoniam nil nostro in corpore gazæ..._

La opulencia, las distinciones sociales y el poder no libran de dolores
al cuerpo ni proporcionan felicidad al alma: aunque mandes innumerables
ejércitos extendidos por la campiña y cobijados por amplias banderas, y
aunque dispongas de fuerte escuadra esparcida por dilatados mares, las
preocupaciones del fanatismo no huirán de tu ánimo amedrentado ni la
idea de la muerte y sus terrores darán sosiego á tu corazón.


46. _Quod si ridicula hæc, ludibriaque esse videmus..._

Son las grandezas ilusiones insensatas: los temores y sobresaltos de
los hombres ignorantes no se ahuyentan con estruendo de armas, ni
con esplendor de corona reluciente, ni con la majestad de purpurino
manto, ni con la altura de soberbio trono. ¿Aún puedes dudar de que
esos terrores que agobian á los hombres son producidos únicamente por
la ignorancia? Como niños que de todo tienen miedo por la noche, así
nosotros, durante el día, nos vemos rodeados por ilusorias sombras
y fantasmas vanos que no se disipan con el rayo solar ó con la luz
diurna, pero que se desvanecen mediante el uso de la razón tranquila y
el estudio reflexivo de la Naturaleza.


61. _Nunc age, quo motu genitalia materiai..._

Voy ahora á explicarte la causa del movimiento é impulso que
reciben los elementos de la materia para engendrar los cuerpos y
descomponerlos, y también te explicaré la fuerza y la rapidez con
que nadan sin cesar en el inmenso espacio; sigue, pues, la ilación
de mis discursos. Nuestro mundo material no forma un todo inmóvil:
hay diminución en todos los cuerpos, los cuales están sujetos á
emanaciones, pérdidas y rozamientos que los rebajan, los reducen y aun
los ocultan á nuestros ojos; pero estos fenómenos en nada perjudican á
la suma universal, porque los sumandos no desaparecen sino cambian de
sitio: cuando la vejez por una parte se inclina, por otra la juventud
se yergue: no hay descanso en la Naturaleza; el mundo siempre con
incesantes mudanzas se renueva; la vida de los que mueren se transmite
á los que nacen; pomposas generaciones se elevan, mientras otras se
desvanecen; todas las cosas mudan de perspectiva, y todos los que
participamos de la existencia tomamos de unos en otros el turno de la
vida, como los corredores en los juegos sagrados se pasan de mano en
mano la antorcha luminosa.


79. _Si cessare putas rerum primordia posse..._

Si piensas que los principios de las cosas pueden tener descanso para
recibir de éste un nuevo impulso y movimiento, incurres en error[18];
todos los cuerpos elementales que existen en el espacio han de obedecer
la dirección propia de su peso y de su esencia ó la dirección á que
los obligue la influencia de otros elementos: así unos y otros se
encuentran en el vacío y obran entre sí por su propia gravedad y por
su peculiar dureza y solidez, sin que nada extraño á ellos modifique
su rumbo. Y para que más claramente comprendas el perpetuo movimiento
de los principios de la materia, te he de recordar que en el Universo
no hay lugar alguno que pueda considerarse inferior y sirva de asiento
á los cuerpos que sean precipitados por la acción de la pesantez, pues
el espacio es infinito y tiene por límites la inmensidad, como ya he
demostrado en otra ocasión.

  [18] Lucrecio refuta aquí minuciosamente la doctrina de
  Aristóteles sobre la inmovilidad de la materia.


94. _Quod quoniam constat, nimirum nulla quies est..._

Los primeros cuerpos ningún reposo tienen en el vacío inmenso:
impelidos por constante fuerza de atracción y de repulsión á movimiento
perenne, se alejan á largas distancias ó se aproximan hasta confundirse
con arreglo á la especial fuerza en ellos dominante; cuando la
atracción molecular es grande, se produce una concentración corpuscular
que sirve de base al hierro, á las duras peñas y á otras substancias de
análoga naturaleza; y cuando la atracción es muy débil, las moléculas
tienden á dispersarse en el espacio y con su movilidad originan el
fluido aéreo que nos beneficia y el rutilante esplendor del Sol que nos
ilumina.


108. _Multaque præterea magnum per Inane vagantur..._

Muchos mínimos cuerpos, no obstante, vagan por el espacio en perpetua
agitación y disociados siempre al parecer del movimiento general;
de este hecho diariamente se muestra ante nuestros ojos una imagen
sensible cuando en estancia obscura penetran por un pequeño resquicio
los rayos de luz solar; entonces se ven corpúsculos sin cuento que
de mil modos se agitan y en todas direcciones se mueven, como si
entre ellos hubiera oposición tenaz y cruda guerra, porque jamás
cesan de combatir entre sí, de unirse y de separarse. Su actividad no
tiene término, y del hecho que menciono puedes conjeturar cuál sea
el movimiento de los cuerpos engendradores de los seres, ya que el
ejemplo recordado ha de servirte de medio para comprender vestigios de
fenómenos importantes.


124. _Hoc etiam magis hæc animum te advertere par est..._

Tales corpúsculos, cuya movilidad y cuyas agitaciones son perceptibles
á nuestra vista merced al contraste de los rayos de Sol en la
obscuridad, tienen un movimiento causado por impulsiones clandestinas
que determinan separaciones y afluencias producidas por su propia
acción imperceptible, que obran sobre ellos mismos y que también
comunican á otros cuerpos de masas más tenues, los cuales influyen
sobre otros más fuertes; y así, el movimiento de los cuerpos simples se
propaga de unos en otros, de igual forma que pasa con esas moléculas
hechas perceptibles por la luz del Sol: pero las causas de ese
movimiento aún nos son desconocidas.


140. _Nunc, quæ mobilitas sit reddita materiai..._

Ahora, con pocas palabras que al asunto dedique ¡oh Memmio! podrás
comprender la gran movilidad de que los elementos están dotados: cuando
la aurora esparce sobre la tierra sus primeros arreboles, y las aves,
esparcidas por el bosque, saltan de rama en rama y llenan los aires
de suaves melodías, vemos el Sol que de súbito aparece y baña con
torrentes de luz toda la Naturaleza; las emanaciones de aquel astro
no atraviesan un espacio completamente vacío; en su paso encuentran
obstáculos que retardan la carrera de las ondas luminosas, las cuales
se hacen para nosotros visibles á medida que se ponen en contacto con
el fluido del aire. Pero los cuerpos simples que en el vacío se mueven
y no encuentran obstáculo alguno independiente de ellos mismos, deben
correr con rapidez mil veces mayor que las ondas luminosas emanadas del
Sol, á no ser que se retarden por su propia acción; y sería insensato
suponer que los primeros cuerpos concertaran entre sí un plan para
regularizar sus movimientos.


167. _At quidam contra hæc, ignari, materiai..._

Pero hay quien juzga, ignaro, que la materia sin la voluntad de dioses
puede, por condición propia, proveer á las necesidades humanas, formar
las estaciones, producir los frutos y facilitar la reproducción de
las especies todas; no reparan en que por impulso natural todo ser
ciegamente contribuye á la propagación de su especie y que estímulos de
atracciones y de goces naturales contribuyen á la generación. Por eso
han imaginado la intervención de dioses creadores, desmentida por la
razón y contrariada por los hechos. No basta que nosotros desconozcamos
la propia naturaleza de los elementos para figurarnos creaciones
fantásticas: la vista del inmenso espacio y la contemplación de los
fenómenos que constituyen el mundo, son bastantes para probar que el
mundo no ha podido ser obra de fuerza directiva inteligente, porque no
pocos defectos lo deforman; pero ya te probaré estas verdades[19] ¡oh
Memmio!; continuemos ahora la exposición de nuestro asunto.

  [19] En el principio del canto V.


184. _Nunc locus est, ut opinor, in his illud quoque rebus..._

Entiendo que ahora es ocasión de hacerte comprender que ningún cuerpo
es capaz de elevarse por su propia fuerza: y no incurras en error
ante la presencia de las llamas que al formarse de repente se dirigen
hacia arriba; también suben los árboles y las mieses que al brotar del
suelo siguen en su crecimiento dirección contraria á la que parece
exigida por la gravedad. Si la llama se eleva hasta alcanzar el techo
del edificio, cuyo maderamen devora con insaciable afán, ciertamente
no lo hace por gusto, sino porque una fuerza extraña obra sobre ella.
Así también, la sangre que se escapa de vena abierta en nuestro cuerpo
tiñe de púrpura todo lo que toca. ¿No has observado la violencia con
que el agua arranca empalizadas firmes? Habían sido formadas con
grandes precauciones; fuerzas enormes se habían empleado en esa obra;
pero las aguas trabajaban con tanto más ardor para destruirla, cuanto
más sobresalían de la superficie líquida las estacas, y al cabo éstas
fueron vencidas. Pero según mi opinión, esos datos no nos autorizan
para dudar de que los cuerpos bajen cuando fuerza mayor no contraría
el efecto de su propio peso: una acción extraña obliga á la llama
á elevarse en las regiones atmosféricas, á pesar de que en cuanto
dependiera exclusivamente de ella tendría inclinación á bajar. ¿No ves
nocturnos meteoros de fuego que se muestran en el infinito espacio y
forman diversas ondulaciones por entre las cuales parece que se abre
una comunicación con la Naturaleza? ¿No te figuras que en ocasiones
se inclinan hacia la tierra estrellas y astros? También el Sol, desde
las inmensas alturas, por todas partes prodiga su calor y su luz que
los campos fertilizan, y su acción se ejerce hacia abajo; igualmente
puedes notar que el rayo se abre camino á través de las nubes é
impetuosamente cae sobre la tierra.


216. _Illud in his quoque te rebus cognoscere avemus..._

Ardientemente deseo que de estas observaciones derives el principio
de que, por su propia gravedad, los cuerpos tienden á caer, pero
que en circunstancias especiales de lugar y tiempo, en su caída se
apartan de la línea recta, aunque su retirada apenas merezca el nombre
de desviación; sin esas declinaciones, los cuerpos simples caerían
pesadamente en el vacío, como vemos que se precipitan sobre la tierra
las gotas de lluvia; los elementos de la materia no coincidirían nunca,
y la Naturaleza sería improductiva.


225. _Quod si fortè aliquis credit graviora potesse..._

Alguien ha supuesto que los cuerpos más pesados caen en línea recta
sobre los más ligeros, y que así originan movimientos productores; pero
esa teoría repugna á la razón. Cierto es que en el agua y en el aire
caen los cuerpos con una velocidad proporcionada á su peso, porque más
pronto es vencida la resistencia de las ondas acuosas y fluidas, cuanto
mayor es la potencia representada por el cuerpo que las penetra; pero
no sucede lo mismo en el espacio desocupado; éste puede ser invadido
sin obstáculo por todos los seres, y, por lo mismo, en el vacío todos
los cuerpos se mueven con igual celeridad é independientemente de
su volumen y de su peso. De estas afirmaciones se deduce que nunca
los cuerpos más graves podrán caer sobre los más leves, ni rozarlos
ni cambiar sus movimientos, de modo adecuado para que la Naturaleza
produzca los seres.


243. _Quare etiam atque etiam paulùm clinare necesse est..._

Necesario es repetir una y mil veces que los cuerpos simples en su
caída tienen una mínima declinación. No trato de inventar movimientos
oblicuos que la observación no haya revelado; es patente, y de ello
la vista nos da testimonio, que los cuerpos no siguen en su caída una
dirección oblicua; pero ¿quién puede afirmar sólo por la autoridad de
sus imperfectos sentidos, que los cuerpos al caer no se aparten algo de
la línea recta[20]?

  [20] En esta parte de su doctrina es donde Lucrecio, lo mismo que
  Epicuro, se muestra más débil é indeciso; parece que él mismo
  desconfía de la solidez de sus argumentos.


251. _Denique si semper motus connectitur omnis..._

Si es cierto que entre todos los movimientos ó manifestaciones de la
vida hay una regular perpetua conexión, y que todas las cosas en el
mundo se producen dentro de un orden inquebrantable, cierto ha de ser
también que la declinación de los cuerpos simples no puede originar
combinación alguna que rompa los lazos del destino y perturbe la ley
que á cada hecho convierte en causa de lo infinito, pero engendra la
libertad de que gozan los seres animados para dirigirse hacia donde el
deseo los incita, aunque en nuestras acciones domine un agente motriz,
que es origen de los movimientos voluntarios, en cuya virtud nos
determinamos, no por las atracciones de tiempo fijo ó de lugar cierto,
sino por los impulsos de nuestra alma. Es indiscutible que la voluntad
es la fuerza propulsora del movimiento, cuyos estímulos se extienden
por todo el cuerpo. ¿No has tenido ocasión de observar que los caballos
dispuestos para la carrera, en el instante en que se abren las puertas
del circo, se inquietan y se estremecen, porque no pueden lanzarse
desde luego hacia donde los empuja su ardoroso instinto? Extendidas
por todo el cuerpo las energías de la vida, han de auxiliarse
recíprocamente para realizar, en conexión estrecha, las determinaciones
de la voluntad. Por tanto, en el corazón surge el principio del
movimiento, la voluntad imprime á éste la dirección, y seguidamente se
comunica á todo el organismo.


272. _Nec simile est, ut cum impulsi procedimus ictu..._

No sucede lo mismo cuando, obligados por fuerza extraña y movidos por
coacción poderosa, tomamos dirección que nos repugna; es evidente que
en este caso y á pesar nuestro toda la materia de que constamos cede
por de pronto á las circunstancias, y se deja subyugar hasta que la
voluntad recobra su imperio sobre los miembros y puede refrenarlos: ¿no
ves, por tanto, que si á los hombres empuja en muchos casos una fuerza
extraña que es contraria á su voluntad y que los impele en dirección
determinada, siempre queda en nosotros mismos una energía que puede
resistirla, y á su arbitrio hacerse obedecer por los miembros, hasta
rechazar la violencia y ponerla en fuga?


284. _Quare in seminibus quoque idem fateare necesse est..._

Debemos, pues, confesar que en los elementos de la materia, aparte de
la acción de la gravedad y de las atracciones que en ellos reside, hay
otra fuerza de la que el movimiento se origina y de la que surge para
nosotros el principio de la facultad volitiva. No hay efecto sin causa:
y así como la gravedad se opone á que las series de los movimientos
de los cuerpos sean producidos por impulso ajeno á los cuerpos
mismos, sino que han de ser consecuencia necesaria de las propiedades
de los seres, así también el alma no ha de obrar sólo por extraños
impulsos, ni ha de permanecer pasiva obediente á acciones recibidas de
fuera, sino ha de tener una declinación de propia energía creadora de
libres determinaciones independientes de las tornadizas é inciertas
circunstancias de lugar y de tiempo.


294. _Nec stipata magis fuit unquam materiai..._

Nunca han sido los elementos de la materia más densos ni más raros.
Ni aumentar ni disminuir les es lícito; así, igual movimiento que
hoy tienen, han tenido en los siglos pasados y conservarán en los
venideros: por iguales causas, por ley constante, se producirán en lo
sucesivo los mismos seres que hasta hoy en las mismas condiciones, y
existirán, y crecerán, y tendrán las cualidades que les son propias en
el concierto de la Naturaleza. No hay ninguna fuerza que pueda cambiar
el orden universal: tampoco hay sitio para donde pueda escapar del Todo
alguna parte de la materia, ni entrada por donde penetren en el mundo
cuerpos extraños y trastornen los movimientos de la Naturaleza.


308. _Illud in his rebus non est mirabile: quare..._

Y no es de admirar que esto ocurra; también á pesar del continuo
movimiento de los cuerpos simples parece que todo el Universo yace
en inmóvil quietismo, excepto aquellos seres que tienen actividad
propia; como los elementos de la materia están fuera de la penetración
de nuestros sentidos, es indudable que aun cuando no podamos ver
sus agitaciones, éstas existirán, si bien ocultas para nosotros, de
igual modo que en ocasiones dadas no podemos precisar los movimientos
que ejecutan algunos seres que vemos á largas distancias. El ganado
lanar sube á las altas colinas atraído por las viciosas hierbecillas
donde centellean perlas de luciente rocío, en tanto que los tiernos
corderillos, saciados del dulce lácteo licor, se ejercitan alegres y
retozones en luchas inocentes. Si reparamos en este cuadro desde lejos,
lo veremos todo confuso, y sólo distinguiremos lo blanco del ganado que
se destaca de lo verde obscuro de la colina. Observemos dos grandes
ejércitos que llenan vasta extensión de los campos y se ocupan en
simulacros de guerra; ya se mueve la audaz caballería en torno de las
legiones; ya recorre con variables ímpetus campos que se estremecen;
el fulgor de las armas llega hasta el cielo; el reflejo del bronce
brilla en la tierra; el suelo retumba con el paso militar; el clamor
del combate resuena en los montes y se transmite á los vecinos lugares:
pues estas escenas, vistas desde elevadas montañas, parecen mudas,
reposadas, y su centelleo se considera procedente de los mismos campos.


333. _Nunc, age, jam deinceps cunctarum exordia rerum..._

Medita ahora acerca de las cualidades de los cuerpos simples en cuanto
aquéllas se refieren á su peculiar forma, que puede ser algo variada,
como lo atestigua el hecho de que los seres, aun los que pertenecen á
la misma especie, no son idénticos. No es de admirar que los elementos
sean algo distintos en su figura, porque son numerosísimos, y no todos
han de tener igual forma é iguales condiciones; la especie humana, los
escamosos y mudos habitantes de las aguas, los árboles corpulentos,
las fieras, las varias aves que plumadas trinan en las lindas y
frescas márgenes de arroyos, en las proximidades de las fuentes y de
los lagos, y que se mueven con vuelos circulares por los desiertos
bosques, se componen de muchos individuos que, comparados entre sí
dentro de cada especie, revelan diferencias varias; si así no fuera,
entre nosotros mismos la madre no conocería sus hijos ni los hijos á
sus madres; y como podemos ver, entre los hombres no existen notables
signos diferenciales. Cuando en los templos, junto á los altares de los
dioses, muere sacrificado el novillo, de cuyo pecho palpitante corre
caliente sangre, la madre, desamparada, recorre los bosques, y deja en
el húmedo terreno grabada la huella de su pesuña hendida, y escruta
con indagadores ojos el espacio entero para ver si encuentra á su
perdido hijo, y se detiene en los bosques, y de bramidos llena la selva
umbrosa, y vuelve para el corral, y queda inmóvil, atormentada por los
recuerdos de su hijo: ni los tiernos pimpollos de los árboles, ni las
hierbas adornadas con reluciente aljófar, ni los arroyos que corren
entre amenas márgenes, le dan placer ni le hacen olvidar su tormento;
otros novillos que saltan mientras alegres pastan, no le quitan su
tristeza, porque ninguno es el que ella ansiosa busca. Los cabritillos
de trémulas voces reconocen á sus cornígeras madres, y lo mismo que los
corderos de tiernos balidos, cada uno conducido por la Naturaleza, se
dirige á las atractivas ubres que ha de alimentarlos con su dulce leche.


371. _Postremo quodvis frumentum, non tamen omne..._

Si comparas los granos de una espiga hallarás entre ellos diferencias,
aunque todos sean semejantes; lo mismo observarás en las conchas que
á algunos terrenos cubren, en las argentadas olas del Océano, en las
arenas de la playa, y, por último, en todas las especies creadas, cuyos
individuos no son completamente idénticos, porque ninguna mano los
ha tallado con sujeción á un molde; la Naturaleza los hizo, y por el
espacio vagan, con diversas formas.


381. _Perfacile est jam animi ratione exsolvere nobis..._

Así es fácil de explicar por qué es más intenso el fuego del rayo
que el producido por nuestra industria ó por la combustión de hachas
resinosas: quizá el celeste fuego del rayo conste de elementos más
sutiles que otro cualquiera, y por este motivo puede penetrar en poros
inaccesibles para llamas que tengan otro origen: la luz se comunica
á través de córnea lámina, pero no así el agua; ¿por qué? Porque los
cuerpos simples componentes de la luz son más sutiles que los asociados
para formar el transparente líquido.


391. _Et quamvis subito per colum vina videmus..._

Vemos que el vino pasa rápidamente por el filtro, pero que el aceite
penetra con mucha lentitud: se efectúa este fenómeno porque los
elementos del líquido oleoso componen moléculas más compactas que los
del jugo de la vid, ó bien porque aquéllas se entrelazan y por su
densidad ofrecen mayor resistencia á la división.


398. _Huc accedit, uti mellis lactisque liquores..._

Además, leche y miel afectan el órgano gustativo con grata sensación,
mientras que amargo ajenjo y ruda centaura hieren el paladar con sabor
repugnante: de este hecho y de otros parecidos puedes inducir que el
gusto agradable se produce cuando moléculas esféricas y lisas pasan
por las membranas sápidas; y que la impresión desagradable se origina
por el rozamiento que en las fibras papilosas efectúan cuerpos ásperos
enlazados con nexo indisoluble.


408. _Omnia postremo bona sensibus, et mala tactu..._

Las diferentes sensaciones de dolor y de placer que experimentamos, se
deben á las impresiones que en nuestros órganos terminales producen los
cuerpos, según la forma y condición de sus moléculas componentes; y tú
no supondrás que el chirrido estridente de áspera sierra se produce lo
mismo que las dulces melodiosas notas halladas en las fecundas cuerdas
de la lira por los dedos flexibles de músico hábil. Ni considerarás
que iguales son las moléculas productoras de los miasmas fétidos
procedentes de cadáver consumido por el fuego, que las emanaciones del
azafrán mimoso de Cilicia[21], ó los aromas de Pancaya[22], utilizados
para perfumar los templos.

  [21] Cilicia, provincia del Asia Menor.

  [22] Pancaya, región arenosa de la Arabia Feliz.


418. _Neve bonos rerum simili constare colores..._

Ni pensarás que los agradables colores que nuestra vista alegran tienen
los mismos principios materiales que aquellos que nos molestan y hasta
provocan lágrimas ó que hacen retirar los ojos con horror; todo, pues,
lo que agrado produce á los sentidos, consta de moléculas suaves; pero
lo que ocasiona incomodidad ó disgusto, se compone de elementos ásperos
y rudos. Pero también hay primarios cuerpos, que ni son perfectamente
lisos ni ásperos del todo, sino rodeados de ángulos salientes que
producen algún escozor, pero que no dañan, los cuales se hallan en la
fécula y en la ínula[23]. El fuego ardiente y el granizo helado afectan
nuestros órganos de un diferente modo por la especial estructura de sus
elementos, de lo que nos da claro indicio el tacto.

  [23] Ínula, planta sinantérea, pequeña y amarga.


444. _Tactus enim, Tactus, pro Divum lumina sancta..._

El tacto, pues, el tacto ¡oh, espléndido tesoro de númenes! es el
sentido universal del cuerpo, ya cuando se excita por causa exterior,
ya cuando se estimula por impulso interno, bien si motiva gozosas
efusiones de amor, bien si por violencia sufrida engendra en nuestro
ser incomodidad ó pena; hecho este último que puedes comprobar por
ti mismo al sentir el contacto de un objeto sobre cualquiera parte
de tu cuerpo. Según mi entender, las diferentes sensaciones que
experimentamos, sólo se explican por la variedad de los principios
materiales que las provocan.


454. _Denique quæ nobis durata ac spissa videntur..._

Los cuerpos duros y compactos deberán estar compuestos de partículas
ganchudas, muy unidas y entrelazadas, como si formasen ramas. En este
género figura, en primer lugar, el diamante, superior en dureza á todos
los cuerpos; después, la fuerte piedra, el inflexible hierro y el
bronce, de que se forman los goznes que al abrir de las puertas gimen.


461. _Illa autem debent ex lævibus atque rotundis..._

Los líquidos, masas fluidas, deben estar compuestos de partículas
esféricas y pulimentadas, que no se entrelazan, y en superficies
inclinadas con rapidez ruedan.


465. _Omnia postremo quæ puncto tempore cernis..._

Los fluidos que fácilmente se disipan, como el humo, las nubes y
las llamas, han de estar formados de partes exactamente redondas y
pulidas, y poco encorvadas para que puedan agujerear y penetrar las
piedras; esas partículas no tienen entre sí completo enlace, según
nos demuestran los sentidos, y, como puedes fácilmente conocer, las
moléculas de esos cuerpos, si bien agudas, no pueden tener forma de
gancho.


473. _Sed quod amara vides eadem, quæ fluvida constant..._

No te extrañe el ver cuerpos líquidos que son igualmente amargos,
tales como las aguas del Océano: sus elementos componentes de la parte
fluida, serán lisos, redondeados, pero unidos á otros que por sus
cualidades producen dolor, aunque no tengan la trabazón de ganchos.
Así, cuando fácilmente ruedan y causan desagradable impresión en
nuestros órganos, los elementos de estos cuerpos han de ser redondos y
ásperos.


480. _Et quo mista putes magis aspera lævibus esse..._

Para que puedas fácilmente persuadirte de que en la salada ninfa de
Neptuno se mezclan substancias ásperas y suaves, observa el resultado
que ofrece la separación de sus moléculas; el agua del mar recalada en
la tierra se hace dulce porque sus partículas amargosas más densas y
menos redondeadas que las otras quedan suspendidas en los sitios por
donde el agua penetra y se filtra.


487. _Quod quoniam docui, pergam connectere rem, quæ..._

Á las razones que te he expuesto debo añadir otra, ligada á las
anteriores y que en sí misma contiene su prueba; las formas de las
moléculas no pueden ser variables en número indefinido, porque si lo
fueran habrían ya conseguido un incremento ilimitado; y en verdad,
cuerpos de tan mínimo tamaño no pueden ser susceptibles de muchas
formas: figúrate los cuerpos divididos en tres ó más partes, y combina
éstas de todos los modos que te sean posibles; varíalas de abajo á
arriba, de derecha á izquierda, y pronto habrás terminado tu empeño;
si quieres darles nuevas formas tienes que fraccionarlas más. No es
posible, por tanto, ampliar el número de las combinaciones sin que
aumente el volumen de los cuerpos; y así nada hay que permita creer en
la infinidad de formas de las moléculas, sino mediante la suposición
de que estas últimas fueran de tamaño considerable, y ya he procurado
probarte que esto es imposible.


509. _Jam tibi Barbaricæ vestes, Melibœaque fulgens..._

Si no fuera así, los ricos trajes del Oriente, la hermosa púrpura de
Melibea, teñida con las conchas de Tesalia y la dorada belleza del pavo
real quedarían olvidados fácilmente por otros colores más brillantes;
el sabor de la miel, el grato aroma de la mirra, el canto del cisne,
y la cítara de Febo con sus melodiosos arpegios, quedarían olvidados
por otros mejores, pues nuevas series de sensaciones más agradables
las unas que las otras habrían de sucederse. Un semejante progreso
indefinido se daría en todas las cosas, y los ojos, los oídos, el
olfato, nunca se acomodarían á un orden de impresiones. Pero como
nada sucede parecido á esto que acabo de indicar, y las cualidades de
los cuerpos tienen límites invariables, es necesario confesar que las
moléculas no pueden adoptar formas infinitas.


522. _Denique ab ignibus ad gelidas, hiemisque pruinas..._

Finalmente, del fuego á la nieve, y de ésta á aquél existe un espacio
limitado; el frío y el calor están en los extremos de esta clase de
sensaciones, y entre ellos ocupa el medio la temperatura templada en
distintos grados. Luego debemos de convenir en que esas cualidades
tienen límites invariables, cuyas fronteras son la llama y el hielo.


529. _Quod quoniam docui, pergam connectere rem, quæ..._

Y todavía he de añadir alguna reflexión que sirve de base á lo que
después ha de seguir. Aun cuando las moléculas varían en número de
formas limitado, son infinitas las que en cada una de ellas figuran. Si
el número de formas es finito, ha de haber infinitos elementos que las
revistan, porque de lo contrario sería finito el Universo, afirmación
esta última contraria á lo que ya he demostrado.


537. _Quod quoniam docui, nunc suaviloquis, age, paucis..._

Voy ahora inmediatamente á exponerte en suaves, aunque pocos versos,
cómo por ser infinitos, los elementos pueden, por sus atracciones y
repulsiones recíprocas, sostener el orden universal.


541. _Nam quod rara vides magis esse animalia quædam..._

Si reparas en que hay comarcas donde escasean notablemente los animales
de alguna especie, como si la Naturaleza con ellos fuera poco generosa,
te haré observar que esos mismos animales abundan en otras regiones más
adecuadas para ellos, como sucede á los cuadrúpedos gigantes de trompa
anguímana[24], de los cuales en India hay bastantes para formar en
torno de las ciudades ebúrneo impenetrable muro; tan numerosas allí son
esas fieras como escasas entre nosotros.

  [24] Mano en forma de culebra.


550. _Sed tamen id quoque uti concedam, qua libet, esto..._

Pero te concederé la existencia ideal de un ser único de singular
forma que no tenga semejante en toda la redondez de la tierra: si
los principios naturales que lo constituyen no fueran infinitos, no
podría ser producido, ni vivir, ni sostenerse. Imaginemos que nuestros
ojos pueden percibir los elementos finitos de ese ente singular que
vagaran en los ámbitos del Universo: ¿cuándo, dónde, con qué fuerza,
de qué modo podrían reunirse adecuadamente aquellos cuerpos simples
dispersos en tan confuso piélago? Según mi parecer, tal asociación no
puede racionalmente concebirse. Así como después de borrasca tormentosa
causante de naufragios el mar arroja á la playa en toda la extensión
del globo remos, timones, antenas, velas, mástiles y flotantes cuerdas,
ante cuya vista los mortales comprenden las traiciones de las pérfidas
ondas y de ellas desconfían más tarde aun cuando las vean plácidas,
argentadas y risueñas, así también los finitos elementos de un ser
revueltos con otros y repelidos por las olas de la materia, nadarían
dispersos eternamente en ellas; y si por un acaso improbable pudieran
juntarse alguna vez, su unión sería momentánea por incapacidad para
sostenerse. Pero la experiencia nos hace ver que es necesaria la
formación de los seres é indispensable su crecimiento; luego es
racional admitir que en toda especie de seres se dan igualmente
elementos infinitos en adecuada proporcionalidad.


578. _Nec superare queunt motus utique exitiales..._

Ni los movimientos destructores pueden prosperar continuamente hasta
sepultar en sueño eterno la vida, ni tampoco los movimientos creadores
pueden conceder á los cuerpos constante duración; así podemos observar
que unos y otros, desde tiempo inmemorial, mantienen entre sí guerra
abierta con variable éxito, de tal modo, que ya son unos derrotados
ya vencedores; también notamos que se mantiene cierto equilibrio en
los nacimientos y las muertes, y nunca la noche ha ocultado al día,
ni la aurora ha descorrido el velo de las sombras sin que al mismo
tiempo se haya oído el grito desgarrador del niño que viene á la vida
y los sollozos lastimeros de los que otorgan á la amistad los últimos
deberes impuestos por la muerte.


590. _Illud in his obsignatum quoque rebus habere..._

Preciso es tener en cuenta y en la memoria conservar grabado el
principio de que todos los cuerpos que podemos conocer constan de
varios elementos, y que no hay uno solo del que fundadamente creamos
que se halla constituido por una sola clase de elementos. Y el número
de éstos es mayor, y sus especies más distintas en aquellos cuerpos
dotados de más diferentes propiedades.


599. _Principio tellus habet in se corpora prima..._

Primeramente, la Tierra en sí posee los elementos generadores de las
corrientes líquidas que nutren los ríos y renuevan los mares, y también
contiene los principios de que se alimenta el fuego que le devora las
entrañas, como hace el Etna, que algunas veces, con furia impetuosa,
expulsa de sus entrañas materiales encendidos. Igualmente posee los
gérmenes de nítidos frutos, de dorados granos útiles á las humanas
gentes, y de los pastos que sirven de alimento á las bestias que vagan
por los montes.


608. _Quare magna Deum mater, materque ferarum..._

Por este motivo, la consideran madre de los dioses y de los animales,
y creadora de la especie humana: los poetas de la antigua Grecia, al
dedicarle sus cantos, se la figuraban sentada sobre un carro tirado
por leones; decían que se hallaba flotante en el espacio para darnos
á entender que nuestro Mundo no puede tener otro mundo por base: las
fieras obedientes del carro, significaban que las mayores energías
deben abatirse al celo afectuoso de los padres; fingían que llevaba la
frente adornada con mural corona para recordar los sitios elevados que
guarnecen las ciudades. De este modo sacan en procesión la imagen de
la Madre divina que aún hoy mismo causa terror á ciertas gentes: por
uso de antiguos ritos lleva nombre de Madre Ida[25], y se la considera
acompañada por catervas frigias, porque las gentes de aquella región
fueron las primeras que enseñaron al mundo el cultivo de los cereales;
en las procesiones de la Santa Madre, siguen á ésta castrados
sacerdotes, que por su origen hacen pensar que aquellos que traten
mal á la diosa é ingratos sean para sus progenitores, son indignos de
tener posteridad: los acompañantes de la simbólica imagen atruenan el
aire con redoblados repiquetes de tambor, ruidos de timbales, ecos
amenazadores de corneta retorcida y desapacibles rumores de la flauta
frigia que llenan de terror el ánimo; traen también los ministros picas
y dardos que son instrumentos de muerte, y con los cuales aterran al
meticuloso vulgo y á los perversos é ingratos que no rinden adoración á
la majestad de la diosa.

  [25] Ida, monte de Frigia ó de la Troade, lugar en que se
  tributaba especial adoración á la Tierra, simbolizada por
  Cibeles, nombre griego. De la unión de la Tierra y el Tiempo
  (Saturno), según los poetas, surgieron el movimiento (Júpiter),
  la vida (Juno), los mares (Neptuno), y otras fuerzas naturales.


634. _Ergo cum primum magnas invecta per urbes..._

Llevada así la muda estatua y paseada por las ciudades populosas
produce no pocas utilidades debidas á la generosidad de los devotos:
de oro y de plata se adornan las calles; ricos tesoros y abundantes
olorosas flores se dedican á la Santa Madre y á su cortejo; una tropa
de hombres armados, á quienes los Griegos dan el nombre de _curetas
frigios_, bailan al mismo tiempo que hacen vibrar cadenas, y juegan
hasta verter sangre; en la cabeza esos hombres llevan terroríficos
penachos que recuerdan los que dicen que usaban en Creta los antiguos
sacerdotes para encubrir con su ruido los lloros de Júpiter, mientras
que varios niños danzaban en torno de la cuna y con metálicos
instrumentos, de que estaban provistos, atronaban el espacio para
evitar que Saturno devorase al joven dios y produjera incurable herida
en el tierno corazón de la divina Madre. Este es el origen de la
costumbre de llevar gente armada en las procesiones de la diosa, y tal
vez ese rito obedezca igualmente á la idea de recordar que los hombres
deben estar dispuestos para defender la patria y para ser amparo de sus
parientes.


653. _Quæ bene, et eximiè quamvis disposta ferantur..._

Aunque estas fábulas nos encanten por la brillantez de las formas con
que han sido expuestas, la recta razón las rechaza. Por su esencia los
númenes deben disfrutar eterna vida en ocio imperturbable: indiferentes
á nosotros y á nuestras cosas, exentos de peligros y de aflicciones,
ricos por su propia naturaleza, puesto que de nada necesitan, son
insensibles á nuestras virtudes é indiferentes á nuestra ira[26].

  [26] Lucrecio repite aquí los versos 56 al 62 del primer canto.


661. _Terra quidem vero caret omni tempore sensu..._

Y en verdad la Tierra ha carecido en todo tiempo de sensaciones, y
todos los diversos frutos que bajo la acción del Sol existen se forman
de los variados y múltiples elementos que aquélla contiene. Á pesar de
todo, si alguien quiere llamar Neptuno á los mares, Ceres á los frutos
farináceos, y Baco al vino, usará así nombres extraños á los que posee
nuestra lengua, pero puede hacerlo, y también puede llamar divina Madre
á la Tierra, aunque sepa que es falso lo que dice.


669. _Sæpe itaque ex uno tondentes gramina campo..._

Desde tiempos remotos el ganado lanígero, la estirpe guerrera de
caballos, y la especie bovina han vivido bajo una misma temperatura,
han usado los mismos pastos y han bebido en iguales surtidores de
agua y respirado los mismos aires; no obstante, sus especies han sido
siempre muy distintas, y cada individuo de ellas ha conservado por
herencia los instintos y las costumbres de sus respectivos padres.
También entre las hierbas, lo mismo que entre las aguas, hay diferentes
clases, porque sus principios constitutivos no son idénticos. Es todo
animal un compuesto de huesos, músculos, sangre, venas, calor, humores,
vísceras y nervios, substancias que entre sí difieren porque están
formadas de distintos elementos. Además, debemos suponer que en los
cuerpos combustibles existan diversos principios que originen luz,
chispas, ceniza y humo; y en general, de todos los cuerpos conocidos
debemos pensar que constan de diversos elementos generadores de los
múltiples fenómenos en que se manifiestan.


688. _Denique multa vides, quibus est odor, et sapor una..._

Hay muchos seres de los que parten emanaciones que afectan igualmente
al paladar y al olfato como si estos sentidos fueran uno solo; entre
aquellos seres se cuentan los que inmola ante el ara de los dioses
la hipocresía cuidadosa de ocultar sus crímenes: indudablemente
esos cuerpos han de contener elementos de forma diferente. Llegan
á la membrana pituitaria las emanaciones odoríferas que no tocan
ó tocan inútilmente el velo del paladar, y afectan las papilas de
ese último órgano moléculas sápidas que no tienen entrada en el
sentido olfatorio: de estos hechos puede inducirse que los principios
materiales que afecten distintos órganos, tienen diferentes formas.
En una aglomeración, pues, de materia hay la conjunción de variados
cuerpos simples; y los seres son el resultado de una mezcla general de
distintos elementos.


697. _Quin etiam passim nostris in versibus ipsis..._

Sin duda, en estos mismos versos que lees encontrarás muchas letras que
son comunes á numerosas palabras y vocablos que son idénticos, pero
que en diferentes casos desempeñan distinto oficio: hay verdaderamente
en estas líneas muchas letras iguales, sílabas idénticas, versos que
contienen unas mismas determinadas palabras, pero á pesar de todo hay
diferencia en las dicciones y en los períodos, porque sus elementos no
están igualmente combinados. De igual modo, aunque varios cuerpos de la
Naturaleza tengan elementos comunes no serán iguales si tienen distinta
composición; así también la raza humana, las frutas y los gallardos
arbustos se diferencian notablemente aunque tengan elementos comunes.


709. _Nec tamen omnimodis connecti posse putandum est..._

Pero no ha de pensarse que los elementos de la materia se puedan
ligar indiferentemente: si ocurriera así, el mundo se compondría de
innumerables monstruos; habría seres mitad hombres y mitad fieras;
del cuerpo de algunos animales brotarían especies vegetales; juntos
se verían productos de la tierra y del mar, y se encontrarían
Quimeras[27] que arrojarían de su negra boca horrible fuego para
devorar al mundo. Pero es patente que nada ocurre parecido á las
suposiciones citadas, y debemos afirmar, por tanto, que todos los seres
se forman de elementos fijos é invariables para cada especie, y con
regularidad se conservan y se propagan.

  [27] Una montaña volcánica de Licia, llamada Quimera, en la cual
  habitaban fieras de distinta especie, sirvió á los poetas para
  inventar las Quimeras, horribles monstruos que vomitaban fuego.


719. _Scilicet id certa fieri ratione necesse est._

Este orden permanece siempre igual; los alimentos dan á todos los
animales substancias que, esparcidas por todo el cuerpo de aquéllos,
contribuyen al sostenimiento de su vida y al movimiento engendrador
de sus acciones vitales; pero todo lo que el animal ingiere y no
sirve para que se le asimile mediante las funciones de nutrición, la
Naturaleza lo restituye á la tierra ó del cuerpo se escapa sin ser
notado; carece de las propiedades adecuadas, y, por tanto, no participa
de todas las funciones de la vida orgánica. Pero no entiendas que
solamente los animales estén sujetos á las leyes indicadas; todos los
seres se regulan por ellas: mas como son diferentes entre sí las cosas
que la Naturaleza ha producido, necesariamente los principios que las
constituyen no pueden ser iguales, no porque haya moléculas de muchas
diferentes formas, sino porque se combinan en distintas proporciones.


734. _Semina cum porro distent, disserre necesse est..._

Como los principios difieren, necesario es que también sean varias sus
propiedades de distancias, direcciones, conexión, gravedad, atracción,
repulsión y movimiento: estas cualidades no solamente nos dan medios
para distinguir unos animales de otros, sino también para comprender la
separación que hay entre la tierra y las aguas, y entre la atmósfera y
la tierra.


739. _Nunc age, dicta meo dulci quæsita labore..._

Medita ahora acerca de las observaciones que voy á exponerte en forma
sencilla: no entiendas que son blancos los elementos de los cuerpos
que tú ves blancos; lo mismo te digo respecto á los objetos que nos
parecen negros ó de cualquier otro color; ningún color existe en los
cuerpos de la materia, ni parecido ni diferente al que vemos en los
objetos. Y si piensas que no serían perceptibles los seres privados de
color, te equivocas en verdad; los ciegos de nacimiento, que nunca han
logrado percibir la luz del Sol, por el tacto conocen los cuerpos cuyo
color nunca han podido apreciar; mediante este ejemplo, fácil nos será
comprender la existencia de cuerpos sin color. Nosotros mismos en las
tinieblas palpamos como ciegos los objetos, y adquirimos representación
de ellos, aunque no distingamos su color.


757. _Quod quoniam vinco fieri, nunc esse docebo..._

Ahora te explicaré el fundamento de la observación precedente:
cualquier color puede mudarse en otro, pero los principios materiales
no pueden sufrir cambio alguno; es necesario que éstos permanezcan
inmutables cuando el mundo no ha quedado ya reducido á la nada. Todo
cuanto puede transformarse, por el mismo hecho está sujeto á la muerte,
á dejar de ser lo que antes era. Guárdate, pues, de creer que los
cuerpos simples sean teñidos, si no quieres admitir que el mundo pueda
quedar aniquilado.


767. _Præterea, si nulla coloris principiis est..._

Con todo, si la Naturaleza ha negado color á los cuerpos simples,
los ha enriquecido con formas varias, por las cuales, mediante
circunstancias múltiples, pueden mostrarse diversamente colorados,
según las distintas posiciones que entre sí guarden las combinaciones
en que intervienen, y los movimientos á que son impelidos; todas estas
son condiciones que influyen para que un cuerpo que en ciertos casos
como negro se nos ofrece, en otros tenga brillante blancura; así vemos
que las aguas marinas, cuando son agitadas por furiosa tempestad, se
muestran como blancas en las rizadas ondas. Puedes objetar que si los
elementos de un cuerpo que nos parece negro se adicionan á otros, con
los cuales se confunden, ó si pierden alguna cantidad, ó si cambian
de posición, adquirirán, quizá, blancura; pero observa que si el mar
constase de principios materiales azules, en ninguna ocasión aparecería
blanco, aun cuando lo perturbase agitación violenta, porque moléculas
azules nunca darían apariencia de brillante mármol.


786. _Sin alio atque alio sunt semina tincta colore..._

Si los elementos que forman el mar, aunque de varios colores teñidos,
pudieran dar un solo color, de manera igual que varias figuras pueden
componer un cuadrado perfecto en dimensiones, necesario sería que
en el mar se descubriesen los distintos colores que intervinieran
para la formación de uno solo, como en el cuadrado se perciben las
distintas figuras que lo forman; y en los demás cuerpos también se
notarían los matices desemejantes que compusieran un color determinado.
Pero la diferencia de las figuras, convenientemente colocadas, no
es un obstáculo para la composición de líneas exteriores que formen
cuadrado perfecto, mientras que la diferencia de colores elementales
perjudica la composición de un color brillante; además, si con arreglo
á estas ideas el color blanco ó negro no resulta de elementos que
son exclusivamente blancos ó solamente negros, sino de una alianza
de principios distintamente coloridos, no hay razón para suponer que
los cuerpos simples tengan color; más creíble sería que la blancura
dimanara de elementos sin color que no de cuerpos negros ó de otro
color contrario.


805. _Præterea, quoniam nequeunt sine luce colores..._

Como no existen colores sino por la acción de la luz, y ésta no puede
llegar á los principios elementales de las cosas, lícito es afirmar que
los cuerpos simples no tienen color. Y ¿cómo sería posible que pudiera
existir un color permanente en la obscuridad, cuando observamos que
aun durante el día los colores de las cosas experimentan mudanzas,
según que éstas son bañadas por un rayo de luz vertical ú oblicuo?
Este fenómeno se observa en el plumaje que adorna la cerviz de la
paloma y corona su cuello: cuando el Sol lo envuelve, en unas ocasiones
ostenta el puro color del rubí, en otras una verde mezcla de esmeralda
y de azul cerúleo: la cola del pavo real, bañada por la luz, muda
frecuentemente sus matices, según la forma en que recibe los rayos
luminosos. Luego es preciso reconocer que los colores se engendran
por el contacto de la luz, y sin esta condición no existen ni pueden
concebirse.


820. _Et quoniam plagæ quoddam genus excipit in se..._

Más fuertemente se impresiona la pupila en presencia de los objetos
bañados de blancura, que ante el negro ó cualquier otro color; pero
éste es inútil en aquellas cosas de las cuales tomamos conocimiento por
medio del tacto, en las que lo esencial es la forma. Por este motivo
debe justamente afirmarse que los elementos primitivos, cuyas funciones
se realizan por contacto y proximidad, para nada necesitan la cualidad
del color.


827. _Præterea, quoniam non certis certa figuris..._

Además de lo dicho, si los colores no dependen en verdad de la figura
de los cuerpos, y éstos, al formarse, pueden revestir cualquiera
coloración, ¿por qué no se muestran teñidos indiferentemente de varios
modos? En este caso, muchas veces el cuervo, al atravesar el espacio
con su vuelo, debería impresionar gratamente nuestros ojos con la
albura brillante de su plumaje, y los cisnes en ocasiones ostentarían
el color negro, ó una diversidad de matices. Puede notarse el hecho
de que el color de los cuerpos se pierde al mismo tiempo que éstos
sufren distintas divisiones, y llega el caso de que, en objetos muy
fraccionados, el color se extingue: pruebas de este fenómeno ofrecen el
oro cuando se reduce á suave polvo, y la púrpura cuyo luciente color
de escarlata se pierde cuando se convierte en delgados hilos: de estas
observaciones puedes inferir que las cosas pierden su color á medida
que se acercan á la menor división de que sean susceptibles.


844. _Postremo, quoniam non omnia corpora vocem..._

Por último, si admites la existencia de cuerpos incapaces de producir
sonido ó de emitir corrientes odoríferas, no podrás atribuir á todos
los cuerpos cualidades que afecten al oído y al olfato; y de igual modo
has de reconocer que los objetos no perceptibles por la vista deberán
estar privados de color, como aquellos otros que no dan olor ni sonido
han de carecer de las cualidades necesarias para afectar nuestros
órganos correspondientes; por este motivo, el ánimo sagaz conoce que si
hay cuerpos á los que faltan condiciones para impresionar algunos de
nuestros sentidos, también los habrá desprovistos de color.


852. _Sed ne fortè putes sole spoliata colore..._

Pero no creas que solamente de color carecen los cuerpos simples; falta
á ellos también condiciones para ser modificados por la acción del frío
ó del calor y para impresionar nuestros nervios auditivos, gustativos y
olfatorios. Tú mismo, si pretendes componer suave esencia con extracto
de olorosa mejorana, de licor de mirra y de la flor de nardo, que
difunde exhalaciones de néctar, buscarás sin duda para que te sirva de
base el aceite más inodoro, á fin de que no altere el perfume de las
flores que utilizas.


863. _Propterea demum debent primordia rerum..._

Los elementos primarios que entran en la composición de todos los
cuerpos no desprenden emanaciones; por tanto, no dan olor, ni color,
ni son fríos, templados, calientes ó sabrosos, ni tienen los otros
accidentes que implican descomposición, tales como fragilidad,
flexibilidad, porosidad, corruptibilidad y blandura. Debemos de
confesar que los elementos simples carecen de todas esas cualidades,
ante la consideración que nos suministra el hecho evidente de que la
Naturaleza nunca se pierde en la nada.


875. _Nunc ea, quæ sentire videmus cunque necesse est..._

Después de estas observaciones, es de exigencia el reconocer que todos
los cuerpos, y entre ellos los que están dotados de sensaciones, de
principios materiales insensibles proceden: no hay ni siquiera un dato
que sirva para refutar esta afirmación: la experiencia nos lleva como
por la mano para que ante los hechos patentes nos veamos obligados á
reconocer que todos los animales se producen de substancias insensibles.


881. _Quippe videre licet, vivos existere vermes..._

Facilísimo es ver que de restos corrompidos nacen gusanos cuando
abundantes lluvias dan excesiva humedad á la tierra. Parecidos cambios
sufren todos los cuerpos de la Naturaleza. Las aguas de ríos, los
frutos de selvas frondosas, los fértiles prados de sonrientes praderas,
en ganados se convierten; los ganados contribuyen á la formación y
crecimiento de nuestro cuerpo, y éste, en no pocas ocasiones, ha
servido para nutrir las fieras y darles energía.


887. _Ergo omnes Natura cibos in corpora viva..._

La Naturaleza convierte en cuerpos vivos las partes principales de que
los alimentos constan, y de ellas también da vitalidad á los sentidos
de los seres animados; no de manera distinta, en llamas transforma la
leña y reduce á fuego muchos materiales. ¿Notas ahora la importancia
que tendrá para nuestro estudio el fijar la posición que los elementos
primitivos pueden tener entre sí, y el orden en que realizan sus
movimientos mutuos? ¿Qué es lo que influye en nuestro ánimo, lo que
mueve nuestro ser, lo que da actividad á nuestros sentidos, si no crees
que lo insensible de lo sensible se produce? Este aserto no quiere
decir que, en ocasión alguna, las piedras, la madera y la tierra en
confusión mezcladas, puedan engendrar las sensaciones de la vida.


899. _Illud in his igitur fœdus meminisse decebit..._

Nunca he pretendido afirmar que todos los elementos, sin restricción
alguna, puedan en cualquier instante producir cuerpos sensibles: lo
que sostengo es que el hecho de las sensaciones y del movimiento
proviene del orden, número, disposición, forma, colocación y otras
circunstancias de los elementos primarios componentes de los cuerpos.
Lo mismo sucede en la organización especial propia de la hierba de
nuestros campos y de los árboles de nuestras florestas: cuando estos
vegetales, penetrados por la acción continua de las lluvias, se
descomponen y pierden algunas de sus antiguas propiedades, originan
múltiples gusanillos, porque sus principios materiales constitutivos
experimentan una combinación nueva adecuada á la producción de aquellos
animáculos.


910. _Deinde ex sensilibus cùm sensile posse creari..._

Además, como observamos que la facultad de sentir es dependiente de
los nervios, de las vísceras y de las venas, que son partes blandas
destructibles, si entendiéramos que los cuerpos dotados de sensibilidad
sólo se formaban de elementos sensibles, supondríamos que eran
igualmente blandos. Y si creyéramos que esos elementos sensibles eran
imperecederos, deberíamos imaginar que cada una de las partes del ser
que integran era susceptible de sentir ó que ellos tenían vida propia
semejante á la de los animales: pero es evidente que ningún miembro
aislado puede tener sensaciones ni recibir de otros impresiones de
ninguna clase: la mano ú otra cualquiera parte del cuerpo, si de éste
queda separada, es incapaz de moverse y de sentir. Consideremos ahora
la suposición de que los elementos primitivos que integran los seres
animados tuviesen como éstos vida propia: ¿de qué manera podrían ser
llamados principios de las cosas, cuando tendrían francas las puertas
de la muerte y por ellas se precipitarían, como vemos que perecen
continuamente los animales de cuya naturaleza participaban?


927. _Quod tamen ut possint, ab cœtu, concilioque..._

Y si fuera posible que los principios generadores tuviesen la misma
condición de seres animados, la conjunción que entre ellos se
estableciera no podría originar más que un acervo inconmensurable de
animales, de modo igual que los hombres, los rebaños y las fieras
por Venus impulsados sólo engendran hombres, rebaños y fieras de su
misma especie. En el caso de que supusiéramos que los elementos al
congregarse perdían la facultad sensorial que les fuese inherente y
en cambio adquirían otra resultante de la masa, ¿no sería necesario
indagar la causa que les obligara á despojarse de sus condiciones
propias? Pero si vemos, como ya antes he dicho, que huevos de aves en
aves se transforman, y que la descomposición de restos inanimados
expuestos en la tierra á la acción de las lluvias crea camadas
palpitantes de gusanos, forzoso es reconocer que de cuerpos insensibles
surgen los seres dotados de sensibilidad.


939. _Quòd si fortè aliquis dicet, duntaxat oriri..._

Si alguno pretendiera que lo sensible puede surgir de lo insensible
sólo en virtud de mudanza efectuada en esto último durante una
evolución parecida á la que experimenta el animal desde el estado
embrionario hasta que se muestra á luz, sería preciso hacerle saber
que á todo nacimiento precede indeclinablemente la formación de un
organismo, que no hay mudanza donde no hay un ente capaz de ser mudado,
y que no pueden surgir las sensaciones sino en seres sensibles; luego
antes de que haya una determinación corpórea cualquiera, los materiales
que han de integrarla se hallarán confundidos en el aire, en el agua,
en la tierra y en el fuego, y no podrán de modo alguno establecer entre
sí mutuas relaciones que den por resultado la vida manifestada en
sensaciones y movimiento.


952. _Præterea, quamvis animantem grandior ictus..._

Choques violentos que repentinamente conmuevan la constitución de un
animal, pueden variar la posición de los elementos materiales de éste,
y consiguientemente confundir las facultades de su alma y trastornar
las funciones de su cuerpo, hasta el punto de que la acción de la vida
se anule y la materia sacudida en los miembros rompa los lazos del alma
y ésta sea lanzada fuera por todos los poros. Aun así, esas contrarias
fuerzas ¿podrán hacer algo más que apartar y disolver?


962. _Fit quoque, uti soleant minus oblato acriter ictu..._

Pero si los choques son menos rudos, la energía vital puede
resistirlos, calmar el desorden que produzcan sobre el cuerpo atacado,
reconstituir éste, dominar la acción destructora de la muerte, la cual
podría haberse apoderado en un momento de cuasi todo el organismo,
y sostener la vida próxima á desvanecerse. ¿Cómo, si así no fuera,
habría de ocurrir que en ciertas ocasiones los sentidos cercanos á la
extinción pudieran reverter á la vida y consolidar la unidad del alma,
sin ceder al movimiento de inmediata disolución que los empujara?


970. _Præterea, quoniam dolor est, ubi materiai..._

Es también cierto que el cuerpo vivo experimenta dolor cuando los
principios materiales que integran sus vísceras son perturbados en su
posición ordinaria; pero cuando éstos recuperan su estado normal, aquél
vuelve á sentir bienestar agradable. Y como los elementos no constan de
partes que puedan separarse y volverse á reunir, lícito será afirmar de
ellos que no pueden ser ofendidos por el dolor ni lisonjeados por el
placer: luego son incapaces de sensaciones.


981. _Denique, uti possint sentire animalia quæque..._

En fin, si para explicarse las sensaciones de los animales hubiera
que atribuir á éstos una composición de principios sensibles, ¿qué
sucedería? Deberíamos admitir que los elementos constitutivos del
hombre eran agitados por trémula risa, vertían lágrimas que les
inundasen boca y mejillas, perspicuamente investigaban las causas de
los fenómenos y hasta indagaban su propia íntima estructura: porque si
los elementos que componen al hombre han de ser equiparados al hombre
mismo, deberán constar de principios materiales y éstos de otros, y
así indefinidamente. Según estos datos, si me hablas de un ser que
se comunica, ríe y sabe, deberé pensar que dicho ser está compuesto
de substancias simples que hagan lo mismo. Pero si pensamos que esta
afirmación es un delirio de mente perturbada porque un ser puede reir
aunque no esté formado por elementos que rían; y saber y comunicar
sus ideas con docto razonamiento, sin que sus principios constitutivos
sean elocuentes ni sabios, ¿cómo podremos negar que los seres sensibles
resulten de componentes insensibles?


999. _Denique cœlesti sumus omnes semine oriundi..._

Todos somos originarios del Cielo; éste, padre de todos, envía gérmenes
creadores á nuestra madre la Tierra que, fecundada, produce nítidas
frutas, lozanos arbustos, el género humano y toda clase de animales á
cuyas necesidades provee con alimentos útiles para la vida individual y
para la propagación de las especies: por este motivo con razón se da á
la Tierra nombre de madre. Cuanto de la Tierra dimana vuelve otra vez
á ella; y cuanto proviene de las regiones celestiales otra vez tiene
entrada en las mansiones etéreas. Los cuerpos simples de la materia,
aun cuando los veamos convertidos en inútiles sobrantes excretados,
son eternos: la muerte, que destruye las formaciones compuestas, deja
incólumes los componentes; cuando más, los separa á fin de que la
Naturaleza vuelva á asociarlos de otro modo, en nuevas formas, con
diferentes colores, en integraciones dotadas de sensibilidad ó sin
esta condición. Los hechos apuntados te harán conocer que es necesario
estudiar con detenimiento las combinaciones variadas, las diversas
posturas y los diferentes cambios que experimentan los primeros
elementos, ya que de ellos y de sus mudanzas de posición surge la vida
y dependen el nacimiento y la muerte. En estos mismos versos puede
observarse que la significación de ellos depende ciertamente del orden
en que están colocadas las palabras que los componen: con las mismas
letras se forman vocablos representativos de las ideas de cielo, mar,
tierra, astros, sol, frutos, árboles y animales: en muchas ocasiones la
inversión de letras determina significados muy distintos. Así también
sucede con los elementos de la materia: si cambian de lugar, posición,
orden, cantidad y proporciones, cambian las cosas que integran, y la
figura de ellas, y su peso, y sus relaciones recíprocas.


1031. _Nunc animum nobis adhibe veram ad rationem..._

Dispón ahora tu ánimo para escuchar nuevos razonamientos: otra serie
de consideraciones pugnan vehementemente por llegar á tus oídos, y
verdades no generalizadas voy á darte á conocer. Así como nada hay
tan fácil que al iniciarse no parezca de concepción difícil, así
también nada hay grande ni admirable en un principio que no pierda
poco á poco su importancia cuando lo contemplamos mucho tiempo: si
el color puro y brillante del espacio sideral, las estrellas que la
noche adornan, y la luz esplendorosa del Sol y de la Luna apareciesen
á nuestra vista de improviso por vez primera, ante sus maravillas
quedaríamos sorprendidos; ¿qué cosa podría ser comparada con tan
admirables portentos y qué personas se hubieran atrevido á imaginar,
antes de presenciarlos, tan soberbios espectáculos? pero hoy los vemos
sin asombro alguno, y tan acostumbrados á ellos estamos, que apenas hay
alguien que se digne levantar los ojos para contemplar la arquitectura
del cielo. Así la novedad de las reflexiones que voy á presentarte, no
debe causar prevenciones en tu ánimo; por lo contrario, debe estimular
tu atención á fin de que medites en los hechos que voy á exponerte y
admitas mis razones si crees que son verdaderas, ó las rechaces si
las consideras falsas. Trato de indagar si el infinito espacio puede
traspasar el ámbito del mundo, y lo que puede haber más allá de la
redondez de la tierra hasta donde la mente pueda alcanzar, y el ánimo,
libre de prevenciones, consiga elevar su vuelo.


1056. _Principio, nobis in cunctas undique partes..._

Primeramente, al considerar todas las cosas, ya sea de un lado para
otro, ya de arriba para abajo, no se hallan límites al Todo, y como ya
te he dicho, esta evidencia se proclama por sí misma y se demuestra
por todo el orden natural. De ningún modo ha de juzgarse verosímil que
en el infinito espacio donde en número ilimitado con movimiento eterno
vuelan gérmenes de muchas formas, se hayan creado solamente este orbe
terráqueo y ese cielo que lo rodea; y haya, por tanto, muchísimos
elementos primitivos encerrados en perpetuo ocio. Todo cuanto existe
ha sido hecho por la Naturaleza, y los principios de las cosas, por su
propia condición, después de movimientos varios inútiles, discordantes,
destructivos, casuales, han originado este conjunto de tierras, mares,
cielo, y el género de animales: luego es preciso reconocer que en el
infinito espacio existirán sin duda otros muchos agregados semejantes á
este que forma nuestro mundo.


1075. _Præterea, cùm materies est multa parata..._

Además, siempre que en la Naturaleza haya una cantidad conveniente de
materia y sitio que le sea adecuado, si no hay causa que se le oponga,
por necesidad han de producirse algunos seres. Ahora bien; como los
elementos de la materia se dan constantemente en número que no podría
contarse durante los siglos, y todos han de poseer igual aptitud para
moverse en el espacio y unirse en combinaciones varias, debemos creer
que en la inmensidad habrá otros mundos como el nuestro y otros hombres
y otras fieras.


1085. _Huc accedit, ut in summa res nulla sit una..._

Ocurre también que en el mundo ningún ser hay único en su especie que
nazca aislado y crezca en la soledad; de cada género hay numerosos
individuos: puedes comprobar esta afirmación sólo con observar lo
que sucede entre los animales, pues lo mismo que abundan las fieras
errantes en los montes y la progenie humana y las mudas especies
escamosas y las razas volátiles, es racional suponer que de igual
modo la Tierra, el Sol, la Luna, los mares y todas las entidades que
nosotros vemos no han de ser únicos en el concierto universal, sino
pertenecerán á un orden numeroso, y estarán sujetos á las leyes de
vida y muerte, lo mismo que los demás grupos formados por numerosos
individuos.


1098. _Multaque post Mundi tempus genitale, diemque..._

Después del génesis del Mundo y del día de la creación de mar y tierra,
formado ya el Sol, quedaron en torno de aquél muchos elementos surgidos
del Todo universal que los contenía: de ellos el mar y las tierras
obtuvieron sucesivo aumento, el espacio se embelleció con el templo
del cielo cuyos elevados techos están situados muy lejos de la tierra,
y se originó la circulación del aire. Los elementos, por la acción
de sus atracciones y repulsiones, se reparten por todos sitios, y se
juntan entre sí los que son de la misma especie: los propios del agua
al agua; con adiciones de tierra la tierra aumenta; el fuego se aviva
con el fuego; el éter con el éter, hasta que la Naturaleza, creadora
siempre, haya elevado el crecimiento á su límite normal; y cuando se
dé el caso de que en las corrientes de la vida, plenamente ocupadas,
no puedan tomar curso nuevas adiciones, habrá proporcionalidad entre
las restituciones y las pérdidas: en el apogeo de la vida la Naturaleza
habrá de restringir sus fuerzas productoras.


1115. _Nam quæcumque vides hilaro grandescere adauctu..._

Y los cuerpos que ves llegar á su madurez con paulatino é incesante
crecimiento se asimilan más que gastan, porque el producto de las
substancias alimenticias circula en ellos sin obstáculo por las venas y
los vasos, en tanto que los poros no se dilatan cuanto sería necesario
para que dichos cuerpos sufrieran grandes pérdidas; es indudable que
éstas siempre existen, pero el ser las repara fácilmente mientras que
no llega al término del crecimiento. Desde que alcanza esa altura,
empieza á descender y poco á poco el vigor se le agota y las fuerzas se
le extinguen: cuanta más extensión ocupe un cuerpo vivo que haya tocado
la meta del regular desarrollo, mayores pérdidas ha de experimentar:
ya el jugo de las substancias nutricias no circula bien por sus venas;
ya le es insuficiente la alimentación; ya la Naturaleza no renueva en
aquel ser las fuerzas que el mismo consume diariamente; entonces el
cuerpo debe perecer porque lentamente ha disminuido en densidad todo lo
que ha perdido en emanaciones, y de este modo ha entibiado la energía
de la vida: los seres en la vejez no pueden suplir lo que les falta, y
abatidos, incapaces para resistir los choques de todos los cuerpos que
giran á su alrededor, necesariamente sucumben.


1138. _Sic igitur magni quoque circùm mœnia Mundi..._

Así, combatido por todos lados, el edificio del Mundo quedará alguna
vez destruido; porque si bien no cesará de improviso la renovación de
los medios que sirven para rehacer y sustentar los seres, como las
corrientes de la vida poco á poco dejarán de recibir los recursos que
enriquecen su caudal, porque la Naturaleza extinguirá los manantiales
tributarios, los siglos morirán por consunción. Observemos que hoy
la Tierra mantiene animales exiguos, cuando en el principio de la
vida organizada creó individuos corpulentos, razas fuertes; pensemos
también que las actuales especies no descenderían de los espacios
por dorada cuerda ni serían producidas por los mares que baten con
furor las rocas; la Tierra pudo antes crearlas y ahora sólo puede
sostenerlas; espontáneamente hacía surgir del suelo tallos de doradas
mieses, sonrientes viñas que utilizaban los mortales, viciosos pastos
y sabrosas frutas; pero hoy esos vegetales, para dar buenos productos,
exigen el auxilio del trabajo nuestro: los bueyes sufren bajo el peso
del arado; los agricultores consumen sus fuerzas en la ruda tarea de
labrar los campos; las cosechas disminuyen, los esfuerzos aumentan: el
viejo campesino apenado considera la esterilidad de sus continuadas
fatigas, compara los tiempos actuales con los pasados y envidia la
fortuna que disfrutaban sus abuelos; refiere que en aquellos remotos
días los hombres respetaban lo ajeno y estaban satisfechos con el
producto de sus terrenos, que aunque muy reducidos, producían abundosos
frutos. Lo que ese humilde labrador no ve, es que todo cuanto existe
consume lentamente su propio vigor, hasta que extenuado se pierde en el
piélago de la decrepitud.


1167 _á_ 1181. _Quæ bene cognita si teneas, Natura videtur..._

Si de estas verdades te penetras, considerarás desde luego á la
Naturaleza como libre del dominio de soberbios señores, gobernada
por sí propia, y de númenes completamente desligada. ¡Oh, dioses que
en dulce paz vivís con tranquila, sosegada calma! ¿cuál de vosotros
rige el Universo y sustenta en su mano vigorosa el poder moderador de
todo cuanto existe? ¿cuál gobierna los espacios siderales? ¿cuál hace
fructíferas las tierras con la mediación de fenómenos etéreos y provee
oportunamente en todos sitios á la vida? ¿cuál extiende las tinieblas,
condensa las nubes, desata las tempestades y fulmina rayos que muchas
veces destruyen vuestros mismos templos y con frecuencia recorren
extensiones dilatadas en la que dejan ilesos á muchos malvados y matan
á hombres virtuosos no merecedores de tan fatal desastre[28]?

  [28] En todas las antiguas ediciones del poema de Lucrecio este
  pasaje aparece en otro lugar del mismo canto segundo; pero el
  traductor ha creído que Lagrange estuvo muy acertado al colocarlo
  en este sitio, de donde tal vez lo separaron en tiempos remotos
  copistas poco expertos.

       *       *       *       *       *

Erratas. En la nota última de la pág. 7, donde dice _su Infierno_, debe
decir _el Infierno_ de su _Divina Comedia_.

Y en la línea undécima de la pág. 81, donde dice _aspergios_ debe decir
_arpegios_.



LIBRO TERCERO


1. _E tenebris tantis tam clarum extollere lumen..._

Á ti ¡oh varón ilustre, gloria de las gentes griegas, primero que de
tenebrosa obscuridad supo extraer clara luz que iluminase los senderos
de la vida! á ti sigo. Sobre las huellas de tus pasos coloco mis piés,
no porque pretenda rivalizar contigo, sino porque deseo imitarte. ¿Cómo
podría la golondrina contender con el cisne, ó cómo débil cordero de
miembros trémulos podría disputar en la carrera con fogoso caballo? ¡Oh
genio creador de la ciencia! Tus sabias lecciones son para nosotros
rico patrimonio, y en tus discursos, lo mismo que en el floreciente
prado la abeja liba miel de color de rosa, nosotros tomamos áureos
conceptos, áureos y dignos de ser repetidos eternamente. Bastó que
tu razón clamara que el orden universal no era obra de inteligencia
divina, para que se disiparan los terrores del ánimo y el Mundo
quedara abierto á nuestra investigación: vemos el Todo formarse en el
vacío, y se nos aparece el poder de los dioses en sede neutral jamás
sacudida por los vientos ni rociada por nubes tempestuosas, ni violada
por los copos de nieve que penetrante frío condensa, pero rodeada
siempre del límpido éter lleno de sonriente luz difundida á largas
distancias. La Naturaleza todo lo da hecho á los dioses; éstos no
sienten alterada en ningún tiempo y con motivo alguno la paz del ánimo:
por lo contrario, nunca ven los antros aquerusios, y pueden siempre
observar, sin que bajo sus piés les estorbe el suelo, todas las escenas
que se ejecutan en el vacío. Ante esas consideraciones experimento
divino placer y cierto asombro, porque, merced á tus investigaciones,
están para nosotros de manifiesto los arcanos todos y toda la obra de
la Naturaleza.


31. _Et quoniam docui, cunctarum exordia rerum..._

Hasta aquí he discurrido acerca de los elementos que son principios
constitutivos de todas las cosas, y acerca de las distintas figuras de
las moléculas que espontáneamente giran en el espacio con movimiento
eterno. Ahora debemos estudiar la naturaleza del ánimo, aclarar en
qué consiste la esencia del alma, y poner en ruinas el temible
Aqueronte[29], que turba todo bienestar de la vida humana, tiñe todas
las cosas con las preocupaciones de la muerte, y no permite el goce
tranquilo de ningún placer puro y honesto.

  [29] Aqueronte, río de Epiro, llamado hoy Veliqui; río del
  infierno, según los poetas; el infierno mismo.


41. _Nam, quod sæpe homines morbos magis esse timendos..._

Porque si bien no faltan hombres que alardean de considerar más
temibles la infamia y las enfermedades que los abismos de la muerte,
y entienden que el origen de nuestra alma es el mismo que el de la
sangre[30], y dicen, por último, que nuestras lecciones les son
inútiles, advierte que hacen esas afirmaciones, más por vana presunción
y deseo de renombre, que por tener firmes convicciones. Esos mismos
hombres, si proscriptos de la patria se encuentran, ó si retirados de
la vida social se hallan, ó si les abruma torpe acusación, ó viven,
finalmente, afligidos por numerosas desdichas, adondequiera que,
míseros, se retiran, celebran funerales, inmolan ovejas negras, dedican
sacrificios á los Manes, y cuanto más el infortunio los agobia, tanto
más inclinan su ánimo á la superstición. En tiempos de adversidades, es
cuando conviene observar á los hombres, porque entonces se dan éstos
fácilmente á conocer: proceden como sienten, la máscara se les cae y se
muestran como son.

  [30] Alusión á ciertas ideas defendidas por Critias y por
  Empedocles, según las cuales el alma es sangre pura del cuerpo
  vivo: también en el versículo 23, cap. 12 del Deuteronomio y
  en el Levítico, cap. 17, vers. 11 y 13 se hacen indicaciones
  análogas con referencia á los animales.


59. _Denique avarities, et honorum cæca cupido..._

La avaricia y el ciego afán de honores que á tantos míseros hombres
empujan á traspasar los linderos de la justicia, á hacerse criminales
ó encubridores de crímenes, y á pasar días y noches engolfados en
inquietud penosa que les permita acumular riquezas, son calamidades
que afligen la vida, y que se deben en mucha parte al temor de la
muerte[31]. El menosprecio, la indigencia y la ignominia, se consideran
estados incompatibles con la dulzura de la vida, y casi como antesalas
de la muerte. Para huir de tales situaciones, y colocarse lejos de
ellas, los hombres, desatentados, compran honores con sangre que
vierten de sus conciudadanos, amontonan crímenes para multiplicar
ávidos sus tesoros, se alegran, impíos, de los funerales del hermano,
y aun odian y temen, recelosos, los festines de sus próximos parientes.

  [31] Según la antigua Mitología, la pobreza figuraba en el
  cortejo de la muerte. Virgilio (_Eneida_, canto VI) coloca en la
  puerta de los infiernos al hambre y la pobreza.

La envidia, por igual razón, con temores mortificantes, se despierta
en muchos, ante cuya vista se muestra el poder como la presa de unos
cuantos que disfrutan riquezas y distinciones brillantes, mientras que
ellos viven en las tinieblas y se arrastran por el lodo: algunos mueren
con la preocupación de las estatuas y el renombre, y otros, á quienes
el temor de la muerte inspira odio contra la vida y la luz, llevan el
infierno en su triste pecho; se olvidan de que es manantial de todos
los males ese miedo que veja la inocencia, rompe los vínculos entre
amigos y arranca de los corazones la piedad. ¡Y aun muchas veces ha
habido hombres que por vivir, para retardar las penas del Aqueronte,
han hecho traición á sus padres y á su patria! Como niños que de todo
tienen miedo por la noche, así nosotros, durante el día, nos vemos
rodeados por ilusorias sombras y fantasmas vanos que no se disipan con
el rayo solar ó con la luz diurna, pero que se desvanecen mediante el
uso de la razón tranquila y el estudio reflexivo de la Naturaleza[32].

  [32] Lucrecio repite los versos 51 al 61 del canto II.


94. _Primum Animum dico, mentem quem sæpe vocamus..._

Primeramente digo que el ánimo, al que damos con frecuencia el
nombre de entendimiento, es régimen y consejo de la vida, y forma
parte de nosotros no menos que las manos, los piés y los ojos.
Muchos sabios piensan que el ánimo no reside en lugar determinado,
por cuanto es la exteriorización de la vitalidad del cuerpo ó la
harmonía de los sentidos, según dicen los Griegos; y aunque nos hace
vivir consciamente, no es susceptible de ocupar espacio, como sucede
respecto á la salud que no es parte del cuerpo, sino modo regular de la
existencia de éste, y no se halla fija en sitio alguno; pero entiendo
que esa opinión es errónea. Algunas veces el cuerpo exteriormente sufre
mientras que se experimenta bienestar interno; otras veces el ánimo se
halla triste y el cuerpo disfruta salud, y en ocasiones el dolor que
ofende los piés no daña la cabeza. Además, aunque blando sueño debilita
los miembros y priva al cuerpo del uso de los sentidos, hay personas
que en ese estado se agitan de muchos modos, y tienen sensaciones de
alegría, de inquietud y de tristeza.


118. _Nunc animam quoque ut in membris cognoscere possis..._

Ahora puedes conocer que también el alma se halla en los miembros
del ser sensible, y que no es la harmonía el sostén del cuerpo. Desde
luego se observa que si á éste se priva de algunas partes, la vida
subsiste muchas veces conservada por el resto del organismo; pero si
decrece la temperatura de nuestro cuerpo, ó si se espira una cantidad
de aire mayor que la conveniente, en el momento las venas saltan y
se descomponen los huesos. Puedes inducir de repetidas observaciones
de esta clase, que no todas las partes del cuerpo son de igual
importancia, ni todas contribuyen igualmente á la salud, y que los
vapores cálidos y el aire vital son los primeros agentes de la vida y
las últimas resistencias que escapan de los miembros moribundos.


131. _Quapropter, quoniam est Animi natura reperta..._

Por tanto, averiguada ya la naturaleza del ánimo y del alma que son
partes constitutivas del hombre, la palabra Harmonía debe devolverse
á los Griegos, que faltos de expresiones adecuadas para representar
ciertos pensamientos nuevos, quizá la derivaron de ignoradas
fuentes ó la adquirieron de la elevada cima del sonoro Helicón[33];
guárdenla ellos y sigamos nuestro discurso. Opino que el ánimo y
el ánima entre sí mantienen unión estrecha, de la que resulta una
substancia distribuida en todo el cuerpo; ésta, en cuanto dirige los
actos humanos, recibe el nombre de ánimo y también entendimiento ó
inteligencia, y tiene su centro en lo íntimo del pecho, donde laten
las emociones de pavor y miedo, y se originan los estímulos del
placer; pero el alma se extiende por todo el cuerpo, y aun cuando
recibe impulsos del ánimo, tiene conciencia de sí misma, y en sí
propia se ocupa cuando ninguna cosa exterior la solicita. Y así como
la cabeza y los ojos, en muchos casos duelen, pero no hacen partícipes
de su malestar á todo el cuerpo, así también la mente alguna vez
sufre daño ó goza beneficio, y no transmite al alma las sensaciones
correspondientes; empero, cuando terror extraordinario perturba el
ánimo, también el alma en todos los órganos se impresiona; todo el
cuerpo se cubre de sudor y palidez, la lengua vacila, se extingue la
voz, los ojos se nublan, los oídos zumban, los miembros se relajan.

  [33] Helicón, monte de Beocia consagrado á las artes rítmicas
  (Apolo y Musas).

Muchas veces vemos que los hombres sucumben al peso del terror del
ánimo: por este hecho observado, fácilmente puede conocerse cuál sea la
conjunción que hay entre el ánimo y el ánima; ésta, golpeada por la
fuerza del ánimo, inmediatamente comunica á todo el cuerpo la impresión
recibida.


161. _Hæc eadem ratio naturam Animi, atque Animai..._

Las consideraciones precedentes nos enseñan que el ánimo y el alma
son corpóreos; porque si agitan los miembros, si privan de reposo al
cuerpo, si alteran nuestro semblante y dirigen al hombre (ya que la
observación nos hace ver que ninguno de aquellos hechos se realizan
sino mediante un contacto, y que no puede haber contacto sino entre
cuerpos), ¿no estaremos obligados á confesar que el ánimo y el alma son
de naturaleza corpórea?

Pero es, además, seguro que las funciones del cuerpo y del ánimo se
corresponden, y que este último no recibe más impresiones que las
comunicadas por aquél; si horrible dardo que hiere nuestros nervios
y punza nuestros huesos, no nos roba la vida, nos producirá, cuando
menos, un desfallecimiento invasor del organismo y una dulce pesadez
que nos obligará á inclinarnos, á pesar de los esfuerzos que hagamos
para erguirnos. Luego indudablemente es corpórea la naturaleza del
ánimo ya que experimenta los efectos de penetrante arma.


177. _Is tibi nunc Animus quali sit corpore, et unde..._

Voy ahora á tratar de explicarte lo que entiendo acerca de la esencia
del ánimo y de las substancias que lo componen. Desde luego afirmo que
es un concreto sutil de elementos sutilísimos: considera reflexivamente
esta opinión, y la hallarás confirmada. Nada hay que tenga la rapidez
con que el ánimo concibe y realiza sus proyectos; la Naturaleza no
ha formado ningún cuerpo más activo. Como es tan móvil, debe estar
integrado por glóbulos muy tenues que pueden ser agitados por cualquier
débil impulso; el agua, apenas tocada, se mueve y fluctúa por estar
compuesta de elementos sutiles; más consistente la miel, es más pesada,
corre con lentitud, sus moléculas se adhieren entre sí porque son poco
pulidas, algo pesadas, menos globosas; el viento más leve dispersa
con prontitud una grande cantidad de simiente de adormideras, pero no
produce efecto sobre pesadas masas de hierro ó de piedra. Los cuerpos
son movedizos en proporción al pulimento y tenuidad de sus moléculas,
y son más resistentes aquellos que contienen elementos ásperos y
voluminosos.

Ahora bien: como la naturaleza del ánimo es notablemente movible,
necesario es que esté formada por corpúsculos simplicísimos, muy
ligeros y redondos. Y el conocimiento de este postulado ¡oh querido
amigo! te será muy útil y de oportunas aplicaciones.


208. _Hæc quoque res etiam naturam deliquat ejus..._

De otra observación se infiere cuál sea la tenue contextura del ánimo
y en qué reducido lugar se contendría si pudiera condensarse: cuando
el hombre llega al reposo de la muerte, después de quedar deshecho el
tejido propio del ánimo y del alma, bien podrás ver que el cuerpo no
pierde forma ni peso: la muerte se lleva la sensibilidad y el aura de
la vida, pero deja intacto lo demás. Luego es necesario que el alma,
unida á las venas, vísceras y nervios, esté formada por principios
muy tenues, ya que al desvanecerse ella el cuerpo no pierde gravedad
ni pierde su forma: también, cuando por evaporación se disipan la
esencia del vino, el aroma de los perfumes ó el delicado sabor de los
manjares, los cuerpos respectivos conservan la misma apariencia y el
mismo peso, porque los elementos que les daban color y sabor, diluidos
en el conjunto, eran extraordinariamente sutiles. Ante la consideración
de estos hechos, una y muchas veces deberemos de afirmar que el ánimo y
el ánima constan de principios materiales mínimos, cuya desaparición
de un cuerpo, en que se manifiestan, no disminuye en nada el peso y el
volumen del cuerpo mismo.

No por eso ha de pensarse que el alma sea simple; el moribundo exhala
cierta aura tibia que supone especial combinación de calor y de aire
frío: las moléculas del calor están muy separadas, y entre ellas pueden
penetrar y situarse elementos primordiales aéreos.


237. _Jam triplex Animi est igitur natura reperta._

Hasta ahora hemos hallado que la naturaleza del ánimo tiene tres
componentes[34], pero no son bastantes por su condición para engendrar
las sensaciones: no se puede concebir que aquellos principios, por
sí solos, puedan crear movimientos sensoriales y dar actividad á la
inteligencia: es necesario que admitamos un cuarto principio impulsor,
aunque no sepamos darle nombre, si bien consideremos que ha de ser
movedizo, de elementos muy finos, pequeños y veloces: este agente
innominado imprime en nuestros nervios la acción y la energía de la
vida; puesto en agitación, transmite su corriente al calor y al aura
vital, y establece el movimiento para todo el organismo; entonces la
sangre late en las venas; las vísceras devienen sensibles, y los huesos
y la médula se hallan capacitados para sentir impresiones de dolor y de
placer.

  [34] Principio frío (aire); principio cálido (calor); principio
  templado (aura vital).

Pero si en esa cuarta esencia substancial del ánimo penetra el dolor,
se produce una conmoción general del cuerpo, y en éste no queda sitio
donde la vida se refugie; por tanto, las partes del alma tienden á
salir por todos los poros: sin embargo, las más de las veces, el
trastorno ocasionado por efecto del dolor no traspasa la superficie del
cuerpo, y la vida se repone para nueva larga duración.


258. _Nunc ea quo pacto inter sese mista, quibusque..._

Defectos de nuestra lengua patria no me permiten, á pesar de mis
deseos, explicarte claramente las relaciones que entre sí mantienen
aquellos elementos mezclados; intentaré, no obstante, dilucidar el
asunto, aunque sea sumariamente y hasta donde me sea posible. En
concertada indestructible unión se mueven los primeros principios;
nada hay que pueda separarlos; son como varias fuerzas unidas en un
solo cuerpo; la potencia de todos en ningún caso puede ser ejercida
por cualesquiera de ellos aisladamente. De igual modo que en las
vísceras de los animales se producen condiciones adecuadas para la
percepción del olor, calor y sabor, y constituyen facultades propias,
no de órganos aislados, sino de un cuerpo que sea perfecto; así también
el calor, el aire y el aura vital, combinados, integran una sola
substancia, en la cual surge aquel agente que da impulso al movimiento
de todo el organismo y dota de sensibilidad á las vísceras: este poder
motor se encarna en lo interior de nuestros miembros: nada hay más
íntimo en nuestro cuerpo que ese agente; es como el alma de nuestra
alma, que ejerce influencia en todo nuestro ser; es la fuerza impulsora
del ánimo y la esencia del alma, fuerza y esencia ocultamente unidas;
en su formación entran elementos muy pequeños y muy pocos, pero aun así
late y domina en todo el cuerpo, y es, volveré á decirlo, el alma de
nuestra alma. Deberemos, pues, afirmar que el aura, el aire y el calor
se extienden, combinados, por todo el cuerpo en regular proporción;
porque si alguno de esos elementos preponderase, no formarían un solo
todo. Si el nexo entre el aire, el calor y el aura vital se rompiese,
de su desequilibrio sobrevendría la muerte.


288. _Est etiam calor ille Animo, quem sumit in irâ..._

El calor enciende, además, en ira el ánimo: con su ardiente impulso la
sangre hierve y los ojos brillan: por su parte el aire, que es frío
extremadamente, provoca el temor y por excitación de éste se agita
en convulsiones; por último, el aura, que es tibia, de plácida calma
nos llena el corazón y lleva la serenidad á todo el organismo. El
calor predomina en aquellos seres que se distinguen por temperamento
efervescente dispuesto á la ira, entre los cuales figura en primer
término el león que es todo bravura y valentía; de su pecho brotan
pavorosos rugidos; no puede contener los ímpetus de la violencia: el
aire influye especialmente en los venados, los cuales, agitados por el
frío que hiela sus vísceras, tiemblan por cualquier motivo: por efecto
del aura templada los bueyes gozan vida apacible; ni los torbellinos de
ciegas cóleras los arrebatan con accesos de ira, ni del hálito helado
los entorpecen con temores los miasmas que penetran hasta la médula;
es, por tanto, el buey, animal que tiene su propia situación entre el
tímido venado y el fogoso león.


307. _Sic hominum genus est: quamvis doctrina politos..._

Así pasa al género humano: la educación puede modificar la índole de
algunos hombres; pero éstos conservan siempre vestigios de la señal
que en su constitución les marcó Naturaleza. No creas posible arrancar
la propensión á los vicios que en algunos se manifiesta, ni evitar
que otros dejen arrebatarse por la ira, aquél sucumba á injustificado
temor, ó éste se dedique excesivamente á determinadas complacencias:
mucho difieren entre sí los caracteres de los hombres y las costumbres
que de ellos se derivan. No pretendo hacer ahora una disquisición
acerca de las causas ocasionales de esos fenómenos que señalo, ni
tampoco á exponer los dictados que corresponden á las figuras de los
elementos que tantas variedades crean; pero por inducción de los
hechos observados me atrevo á decir que las naturales inclinaciones se
modifican notablemente con auxilio de la enseñanza y con auxilio de la
razón; nada hay que nos incapacite para gozar vida propia de dioses.


325. _Hæc igitur natura tenetur corpore ab omni..._

La naturaleza ó manera de ser de cada individuo está constituida por
todo el cuerpo, del cual es norma y regla de vida: entre el cuerpo
y su propia naturaleza no hay diferencias de origen ni puede haber
separación: la muerte los disuelve. De igual modo que no es factible
desligar el incienso y su propio olor sin destruir la naturaleza de
ambos, así también no es posible extraer del cuerpo los constitutivos
del ánimo y del ánima sin que los tres se deshagan: sus respectivos
elementos desde el principio de cada existencia determinada, se hallan
de tal modo enlazados, que por igual contribuyen á la vida íntegra del
ser: en nada puede revelarse el ánimo sin el cuerpo, y nada puede éste
sentir sin la impulsión del ánimo: sus acciones combinadas encienden la
vida y dan sensibilidad á los órganos.


339. _Præterea, corpus per se nec gignitur unquam..._

Además, cuerpo sin alma nunca es engendrado, ni crece, ni subsiste
después de la muerte: podrá el agua por la acción del calor evaporarse
en parte y en parte quedar incólume; pero los órganos corporales no
pueden tener vida sin alma: cuando ésta falta es cuando aquéllos
perecen penetrados de corrupción. Desde la iniciación vital del ser, el
alma y el cuerpo con movimientos mutuos están íntimamente unidos, de
tal manera que si en el útero materno quedaran desligados sería cuando
el ser muriera: luego si una y la misma es la causa de la existencia
del cuerpo y del alma, una y la misma ha de ser su naturaleza.


352. _Quod superest, si quis corpus sentire renutat..._

Aún más: si alguien supusiera que el cuerpo no experimenta sensaciones
y pensara que solamente el alma, por todo aquél extendida, es capaz
de ese movimiento á que damos el nombre de facultad de sentir,
sostendría una opinión opuesta á la verdad; y, por lo contrario,
¿quién se atreverá á decir que el cuerpo siente por sí propio, sin la
intervención del alma, cuando ésta se revela constantemente? El cuerpo
deja de ser sensible cuando el alma de él se retira: pierde el cuerpo
durante la vida muchas cosas que no le son adecuadas, y en el momento
de la muerte pierde otras. Decir, pues, que los ojos no pueden objeto
alguno distinguir porque son meras aberturas que sirven al ánimo para
hacer sus observaciones, es delirar y proceder contra el dictamen de
los sentidos: con auxilio de los ojos se forman las imágenes para las
representaciones. Muchas veces la presencia de una luz muy viva, al
molestarnos, perturba también el fenómeno de la visión; pero si los
ojos no fuesen más que ventanas para mirar, no podrían influir en las
funciones visuales. Además, si los trastornos que en ocasiones sufrimos
no pasaran de los ojos, sin ellos el alma podría distinguir las cosas y
nunca experimentaría contrariedades.


372. _Illud in is rebus nequaquam sumere possis..._

Acerca de este orden de ideas no debes admitir como verdaderas
todas las que afirmaba el ilustre Demócrito, el cual entendía que
los elementos primarios del cuerpo en precisa relación corresponden
á otros iguales del alma; porque es lo cierto que los principios de
ésta han de ser más tenues y en número más reducido que los del cuerpo
en el cual aquéllos se encuentran esparcidos. Lo que podemos asegurar
es, que los elementos constitutivos del alma son todos los que en los
órganos existen capaces de sensaciones. No nos produce molestia el
polvo que á nuestros piés se adhiere, ni el color gredoso que tiñe el
semblante[35], ni la niebla nocturna; tampoco nos afectan los débiles
filamentos que las arañas en los caminos colocan, ni los despojos
que lanzan al suelo, ni las plumas de las aves, ni el vilano que del
cardo se desprende y después de fluctuar en el aire cae lentamente con
vacilaciones debidas á su levedad; ni aun siquiera notamos el paso de
los insectos que se arrastran ó el de los débiles mosquitos que sobre
nosotros se posan. Por tanto, las partes de que se compone la textura
de nuestros miembros deben ser impresionadas con cierta relativa
intensidad para que los elementos del alma dispersos en todo el cuerpo
reciban la sensación correspondiente, se activen, choquen y ejerciten
sus acciones concertadas.

  [35] Horacio y Petronio escribieron acerca de las mujeres que se
  embadurnaban el rostro con greda.


394. _Et magis est Animus vitai claustra coercens..._

Más decisiva influencia ejerce el ánimo que el alma en la función
de moderar la vida y dirigir las acciones de los seres racionales:
inmediatamente que falta el ánimo, no puede el alma permanecer ni un
solo instante en nuestros miembros y abandona el cuerpo al frío de
la muerte para elevarse por las regiones del infinito espacio; pero
disfrutan de la vida los seres que del ánimo gozan, aunque el cuerpo
sufra incomodidades y haya perdido parte del alma entre dolorosos
estremecimientos de próxima descomposición: mientras exista la potencia
sensitiva que reside en el ánimo, no se extingue el aliento vital:
por muy contrariados que se encuentren los miembros, es posible la
reposición de la vida que se les escapa, en tanto conserven un pequeño
lazo con el alma; como es fácil que subsista la facultad de la visión
aunque los ojos se hallen lesionados. Puedes ofender las órbitas,
cortar los párpados, herir el globo ocular, pero si dejas intacta la
pupila, conservarás la vista sin grave modificación; por lo contrario,
si dañas la parte central del ojo, á pesar de ser tan pequeña y aun
cuando todos los demás órganos exteriores de aparato visual se hallen
en buen estado, perderás la vista, y la obscuridad te envolverá quizá
para siempre: de modo igual se cumplen las leyes relativas al ánimo y
al ánima.

Ahora debes de considerar que juntamente con los animales nacen y
mueren sus respectivos ánimos y almas[36]. Procuraré explicarte en
versos dignos de tu atención, esa verdad que he adquirido en virtud
de continuados é incesantes estudios; pero ten desde ahora en cuenta
que aquellas dos substancias, por su unión indisoluble, constituyen
una sola y voy á comprenderlas también bajo una sola denominación;
así, cuando en lo sucesivo te hable del alma y te diga que es mortal,
entiende que me refiero lo mismo al ánimo que al alma.

  [36] La inmortalidad del alma, ó mejor dicho, la perpetuidad
  del alma fué enseñada, según Cicerón, por Phereces, de Siria, y
  adoptada por Tales de Mileto, Anaxágoras, Platón, Diógenes, etc.
  Ptolomeo Filadelfo, el mismo que reunió en Alejandría sabios de
  todas las escuelas filosóficas para formar una sola doctrina que
  fuese confesada por todo el mundo, prohibió (hace 2177 años)
  la propaganda de aquella idea por creerla peligrosa para el
  reposo público. En Grecia y en Roma tendría seguramente muchos
  partidarios, cuando tanto empeño mostraron en combatirla Epicuro
  (hace 2150 años) y Lucrecio (hace 1980 años).


427. _Principio, quoniam tenuem constare minutis..._

Ya he procurado hacer patente que en la formación del alma sólo entran
elementos muy delicados y aún más sutiles que los componentes del agua,
de las nubes y del humo, supuesto que su movilidad característica se
exalta prontamente por la más sencilla causa, aunque ésta no sea más
que la mera representación de atmosféricos vapores, como sucede cuando
en sueños nos emocionan el simulacro de los perfumes de los altares
y el humo de las víctimas sacrificadas en honor de los dioses. Así
como se extiende por todas partes el agua contenida en un vaso que se
quiebra, y como en los aires el humo y las nieblas se disipan, cree que
de igual manera nuestra alma, cuando del cuerpo se aleja, se desvanece
en menos tiempo del que los miembros necesitan para su descomposición.
Y si el cuerpo, que es como el vaso del alma, queda abatido por un
golpe mortal ó extenuado por falta de sangre, ¿podrá retener el alma
aunque sea con auxilio de la presión del aire, fluido que al cabo es
más fácil de penetrar que nuestros músculos?


447. _Præterea, gigni pariter cum corpore, et una..._

El alma y el cuerpo se forman simultáneamente; á la vez se desarrollan
y al mismo tiempo envejecen: si tierno y endeble es el cuerpo durante
los primeros años de la vida, tenue y débil es el alma; cuando
la edad fortalece los miembros, el alma se activa y la razón se
muestra ampliada; cuando el desgaste de las fuerzas durante los años
transcurridos encorva el cuerpo y embota los órganos, también se
rebaja el ingenio, se entorpece la lengua y se apaga el entendimiento;
y, por último, cuando el instante de la muerte llega, todo acaba. En
esta ocasión el alma como humo se desvanece, confundida en las etéreas
auras: viene á la vida juntamente con el cuerpo, con él crece, y
juntamente sucumbe con él bajo el peso de las fatigas acumuladas por
los años.


461. _Huc accedit uti videamus corpus ut ipsum..._

Podemos también observar que al cuerpo atacan excesivos males y duros
dolores, y al alma afligen cuidados, tristezas y sobresaltos; luego
están igualmente sujetos á la muerte.

Muchas veces, por causa de las dolencias que ofenden al cuerpo, el
ánimo se turba, el juicio se extravía, la razón desfallece: cae el
cuerpo abatido por letargo invencible que le obliga á cerrar los ojos
é inclinar la cabeza, y en tanto el ánimo yace en sopor imperturbable;
en ese estado el paciente no oye la voz ni conoce las facciones de
los circunstantes que junto á su lecho se esfuerzan, entre suspiros
profundos y lágrimas que les bañan el rostro, por restituirlo al goce
de la vida. Luego si la enfermedad afecta íntegramente á todo el ser
que la sufre, es indispensable confesar que el alma se disuelve cuando
en ella penetra el contagio morboso. El dolor y los padecimientos son
precursores de la muerte: nos lo ha enseñado la experiencia.


470. _Denique, cur hominem, cùm vini vis penetravit..._

Finalmente, cuando al hombre domina la fuerte acritud del vino, cuyo
intenso ardor se extiende por sus venas, ¿por qué los miembros lo
abaten, las piernas le flaquean, la lengua le vacila, el entendimiento
le falta, los ojos le lloran? ¿Por qué ese hombre, rendido por la
embriaguez, exhala gritos, vierte llanto, profiere injurias, comete
excesos? ¿Cuál es el motivo inmediato de esos fenómenos sino la
fuerza del vino, que perturba el alma cuando también trastorna las
funciones del cuerpo? Y todo lo que puede ser alterado con seguridad
perece cuando una causa extraña modifica radicalmente las necesarias
condiciones de su existencia.


487. _Quin etiam, subita vi morbi sæpe coactus..._

Más aún; no pocas veces ante nuestros ojos se presenta el triste
espectáculo de un infeliz que atacado repentinamente por grave mal
cae al suelo como herido por un rayo: de la boca le salen espumas á
borbotones; temblor convulsivo se apodera de sus miembros; estertores
pavorosos de su pecho brotan; se agita con violencia, se retuerce con
angustias, se arquea con frenesí: la enfermedad ha invadido todo el
cuerpo, ha penetrado en el organismo, y el alma, afectada, manifiesta
su estado por estremecimientos epilépticos, de igual manera que las
más inferiores capas de agua cuando en el mar penetra el viento se
mueven, se arremolinan y se muestran á la superficie convertidas en
espumosas irritadas olas: el dolor de aquel desdichado tiene un cierto
desahogo en los gemidos que exhala; cuando menos disminuye al escapar
algunos gases del modo que tienen salida los elementos de la voz:
algunas veces, perturbaciones de esa clase ocasionan la demencia cuando
el ánimo y el ánima sorprendidos por un daño imprevisto en su primer
movimiento rompen el concierto de su unión. Al disminuir la causa
del ataque sufrido por el enfermo, el humor corrompido se restituye
á los vasos linfáticos de donde proviniera, el paciente comienza
á incorporarse, tembloroso y vacilante se yergue y recobra poco á
poco el uso de la razón y de los sentidos. Puedes conocer, ante la
consideración de casos como el que te he presentado, que el alma es
combatida por diferentes quebrantos, muy penosos, y que en ocasiones
se agita dolorosamente en el cuerpo cuya vida integra. ¿Y creerás que
si la vida se ausenta de un cuerpo subsistirá por sí sola en medio del
aire expuesta á todos los vientos?


510. _Et quoniam mentem sanari, corpus ut ægrum..._

Cuando podemos comprobar que el entendimiento y el cuerpo que en
enfermedad caen se curan por la Medicina, tenemos que reconocer que
ese hecho da testimonio de la condición mortal del ánimo, el cual, si
experimenta modificaciones, ha de estar sujeto á pérdidas y aumentos
como todas las demás substancias que pueden cambiar; pero lo que es
inmortal no es susceptible de alteraciones, porque si alguna vez dejara
de ser lo que antes ha sido, ó perdiera la más mínima parte de su
estructura, al traspasar los límites de su naturaleza, podría también
llegar hasta la muerte; luego el ánimo ya padezca ó ya sea curado con
auxilio de la Medicina, como perecedero se nos muestra en ambos casos.
De esta manera la verdad combate los sofismas, cierra el camino á todo
subterfugio y con razonados argumentos alcanza victoria sobre los
errores.

Muchas veces presenciamos la muerte lenta de un hombre cuyos miembros
pierden poco á poco la sensibilidad; primeramente quedan lívidas
sus extremidades inferiores; después la muerte, desde los piés se
apodera de las piernas; luego sube, avanza y en todas partes deja
las señales de su letal aliento. Como el alma, por su naturaleza, no
existe reducida á un lugar sino se halla en todo el cuerpo, ante la
consideración del caso precedente, debe calificarse de mortal, porque
si piensas que puede refugiarse y encogerse en órganos que no están
invadidos por la destrucción que adelanta, habrías de admitir que las
sensaciones se acumulan en aquellos puntos donde las energías anímicas
se concentran; pero como nada que autorice esta suposición se ha
observado hasta ahora, hay que reconocer que el alma queda lacerada en
los miembros dañados, y, por consiguiente, es víctima de la muerte;
pero aun en el caso de que el alma pudiera replegarse para huir de los
miembros atacados, deberíamos también considerarla mortal, porque, en
definitiva, lo mismo importa que perezca dispersada en los aires ó
encogida en una masa. De todas maneras, siempre resulta que para el
hombre las sensaciones poco á poco se extinguen y la vida poco á poco
se consume.


548. _Et quoniam mens est hominis pars una, locoque..._

El entendimiento forma parte del hombre, y en la constitución de
éste ocupa lugar determinado, como los oídos, los ojos y los demás
órganos que ejercen funciones propias en circunstancias dadas para el
cumplimiento de las leyes de la vida. Así como no sería posible que
las manos, la nariz y los ojos gozaran de sensaciones separados del
cuerpo correspondiente, sino que en este caso, corrompidos caerían en
disolución, así también el ánimo no puede tener existencia real fuera
del cuerpo en que está contenido; aunque más exacto fuera decir que el
ánimo y el cuerpo forman una sola substancia que mutuamente se integran.

En fin; el cuerpo y el alma viven en cuanto están unidos: alma
sin cuerpo, aun admitida la suposición de que pudiera existir, no
produciría las sensaciones de la vida; y cuerpo sin alma carece de
energías y de movimientos voluntarios: si de la órbita queda separado
el globo ocular, no servirá para la función de ver; igualmente el
alma y el ánimo por sí mismos nada son, porque sus partes componentes
se hallan distribuidas por las vísceras, venas, huesos y nervios,
están adaptadas al cuerpo adecuadamente constituido, y no pueden
vivir independientes: si la actividad anímica y el cuerpo rompieran
sus antiguas relaciones, se dispersarían y no podrían volver á la
vida; pero inmediatamente después que el alma se aleja del cuerpo,
los principios formativos de una y de otro disueltos quedan: si el
alma pudiera ser en el aire como era antes en un cuerpo organizado,
también funcionaría en el aire y éste llegaría á ser animado. Cuando
en los aparatos de los animales hay algún desequilibrio, sobreviene
la espiración del aura vital y se extinguen la sensación del ánimo
y la actividad del alma, sensación y actividad que son dos efectos
dependientes de una misma causa.


580. _Denique cùm corpus nequeat perferre Animai..._

Además, es un hecho que no puede soportar el cuerpo la ausencia del
alma: inmediatamente que ésta falta, aquél presenta pestilenciales
síntomas de próxima descomposición: ¿es posible dudar de que la
vitalidad anímica escapa, y en el espacio se desvanece como el humo?
La alteración que sufre todo cuerpo vivo cuando es alcanzado por la
muerte, ¿no es claro indicio de que el alma, fundamento de la vida,
en un momento descompuesta, huye por todos los poros y conductos del
cuerpo? Debes declarar que son muchas las pruebas de que deshecha la
estructura del alma, sus elementos se ausentan del cuerpo y disgregados
se confunden en las auras etéreas.

Frecuentemente el alma, sacudida por violencias extrañas y aun dentro
de las condiciones ordinarias de la vida, conmueve los órganos y parece
que va á abandonar repentinamente el cuerpo: una extrema languidez
altera el semblante como si la muerte fuera inmediata; una debilidad
excesiva se apodera de los miembros que amenazan con una inminente
dislocación; los sentidos suspenden sus funciones; las fuerzas del
organismo carecen de suficiente energía para mantener los lazos de
la existencia; el ánima y el ánimo perturbados, parecen próximos á
perecer, y positivamente dejarían el cuerpo si el choque experimentado
por ellos adquiriera alguna mayor violencia. Y si convulsiones y
trastornos tales sufre el alma dentro del cuerpo, ¿cómo puedes pensar
que fuera de él y confundida en el inmenso espacio, sea capaz de
resistir los embates exteriores y vivir, no ya perpetuamente, sino un
solo instante?


607. _Nec sibi enim quisquam moriens sentire videtur..._

No parece que el moribundo note que el alma se le escape íntegra del
cuerpo, ni que le suba por el tubo aéreo hasta la faringe, sin duda
porque la parte existente en cada órgano en él se extingue, como
desaparece la actividad de todos los sentidos en la misma región donde
se manifiesta; pero si fuera inmortal nuestra potencia de conocer, al
desprenderse del cuerpo inspiraría alborozo y no tristeza al moribundo,
porque gozaría de verse libre de la vestimenta que la había envuelto,
así como la serpiente se alegra al dejar la piel que la cubre ó como el
venado se regocija cuando pierde las viejas astas.

¿Por qué la reflexión y la inteligencia no se ofrecen jamás como
originadas solamente en la cabeza, ó en los piés ó en las manos, sino
en sede establecida á la vez en todas las regiones corporales, ya
que desde el momento en que se produce un ser cada sentido surge y
permanece en un determinado sitio del cuerpo, de tal modo, que nunca
se da el caso de que se interrumpa el orden existente y todas las
funciones indiferentemente se ejecuten por todos los órganos? Entre
las cosas hay correlación estable, y nunca en las aguas de los ríos
estallará un incendio ni el agua se helará entre voraces llamas.

Si fuera inmortal la naturaleza del alma y ésta pudiera sentir del
cuerpo separada, en ese estado independiente poseería, según mi
entender, cinco sentidos que le fueran propios; no de otra manera
podemos suponer que las almas vaguen en los infiernos, y así lo
han pensado los pintores y los poetas de todos los siglos cuando
representan á las almas revestidas de sentidos corporales; pero si
es cierto que el alma sin cuerpo no puede tener ojos ni conservar
la nariz, ni las manos, ni la lengua ni los oídos, cierto ha de ser
también que no puede tener sensaciones ni existir.


635. _Et quoniam toto sentimus corpore inesse..._

Es indudable que las funciones vitales residen en todo el cuerpo y
que todo éste se encuentra igualmente animado; si repentinamente un
golpe divide en dos porciones á un ser vivo, y cada una de esas partes
cae en diferente dirección, no debe dudarse de que también el alma
quede fraccionada en dos mitades, cada una de las cuales acompañará
á la parte correspondiente del cuerpo; empero, si puede partirse no
puede ser eterna. Frecuente es que, en los combates, carros falcíferos
con rapidez extraordinaria separen miembros que siguen calientes y
palpitantes sobre el suelo, ya porque sobrecogida el alma por lo
instantáneo del golpe no ha sentido el dolor del daño, ya porque
absorta en los accidentes de la pelea no ha cuidado más que de valerse
de los miembros como instrumentos de batalla. Un guerrero no se
entera durante algunos instantes de que arrebatadoras hoces y rápidos
carros lo han privado ¡infeliz! del brazo izquierdo y del escudo con
que se amparaba de los golpes; otro, empeñado en escalar un muro, no
advierte por un momento que ha perdido el brazo derecho; otro intenta
apoyarse en un pié que le falta y que á su lado ve tendido en el
suelo, donde, moribundos, tartalean los dedos; también la cabeza, del
cuerpo separada, rueda, cubierta en sangre, y mueve los ojos y muda
el semblante, mientras que el tronco vida y calor conserva hasta que
se evaporan las reliquias del alma. Si de una serpiente que vibra la
lengua y te amenaza cortas la cola en varias partes con afilado hierro,
pero de manera que la porción anterior le quede intacta, notarás que
durante algún tiempo cada pedazo se agita, se retuerce y despide
substancias venenosas, en tanto que la cabeza se vuelve y clava los
dientes en el sitio herido para atenuar el dolor. ¿Supondremos que hay
tantas almas como partes separadas? Entonces cada ser animado tendría
á su disposición un número de almas no determinable. Lo que podemos
afirmar es que el alma se fracciona al dividirse el cuerpo; y en este
caso alma y cuerpo, igualmente divisibles, son igualmente mortales.


671. _Præterea, si inmortalis natura Animai..._

Si el alma fuere de inmortal naturaleza y se uniera al cuerpo en el
instante en que éste apareciera á luz, ¿cómo no sabemos de propia
experiencia absolutamente nada anterior á la vida y no conservamos el
menor vestigio de las acciones pasadas? Y si tanto se altera el alma
que llega á olvidar todo lo pasado, entiendo que el estado á que se
reduce difiere poco de la muerte. Conducidos por estas observaciones
hemos de vernos obligados á confesar que todas las almas que antes
hayan vivido murieron, y que las ahora existentes ahora se han
producido.

Además de lo expuesto, si el cuerpo ya formado recibe la potencia
vivificadora del alma cuando traspasa los umbrales de la vida,
entonces, con seguridad, no la sentiríamos crecer con los miembros en
todo el cuerpo, en la sangre toda, sino viviría, como en una jaula,
indiferente á las mudanzas que el cuerpo tiene durante la edad, y no se
desenvolvería con el desarrollo del cuerpo. Así, dígase y repítase que
las almas tienen principio y están sujetas á las leyes de la muerte. Y
tampoco puede racionalmente pensarse que una substancia determinada,
sólida, se junte estrechamente al cuerpo y no siga la suerte de éste;
lo contrario es lo que los hechos manifiestan, porque el alma se halla
en todas las partes del cuerpo, en las vísceras, en las venas, en
los nervios, en los huesos y hasta en los dientes, como lo patentiza
el dolor que en éstos experimentamos frecuentemente, las sensaciones
desagradables que sufrimos cuando se toma en la boca agua helada y las
molestias que al masticar se tienen cuando en los alimentos se hallan
algunas asperezas. Y como la unión es tan perfecta, no es creíble que
el alma se salve de las incomodidades que padecen las articulaciones,
los nervios y los huesos, que tan íntimamente la poseen.


699. _Quod si fortè putas extrinsecus insinuatam..._

Y si llegaras á suponer que la substancia extraña que se une al cuerpo
es líquida, aumentarás los motivos de precisa disolución, porque ésta
será más rápida cuanto más extendida se considere el alma, ya que los
líquidos se evaporan y luego desaparecen transformados: divididos
el ánimo y el alma entre todos los órganos, así como los alimentos,
después de la digestión, convertidos en nueva substancia se reparten
por todos los miembros, de igual modo si aquéllos, aunque íntegros,
penetran en el cuerpo, en él se disolverán pronto, y sus partículas
circularán en todos los vasos y venas; se formará así nueva alma, que,
originada por la anterior, se extenderá en los miembros, y distribuida
entre éstos, perecerá también. Según puede conjeturarse por lo
expuesto, el alma, aun considerada como un líquido, tendría su día de
nacimiento y su día de muerte.

¿Por acaso algunos elementos del alma permanecen en el cuerpo después
de la muerte de éste? Entonces no puede gozar del beneficio de la
inmortalidad, porque tendrá que sufrir diminución en sus partes
componentes. Y si en toda su perfecta unidad se retira del cuerpo, y
en éste no queda la más mínima porción de ella, ¿por qué motivo de
los cadáveres descompuestos brotan numerosos gusanos? ¿Cómo se forman
tantos insectos sin huesos y sin sangre, que bullen en los entumecidos
miembros?

Si entiendes que esos animálculos reciben de fuera sus respectivas
almas, las cuales se unen á sus cuerpos, deberás observar que es
muy sorprendente el hecho de que tantos miles de almas de insectos
vermiculares concurran á un sitio donde se halla un cadáver en
descomposición; pero aún hay en este asunto para estudiar una cuestión
que se divide en dos: si las almas de esos gusanos escogen por su
propia iniciativa los embriones que les sirven de materiales para
fabricar las casas en que se han de introducir; ó si desde luego se
introducen en cuerpos ya formados. No se comprende por qué motivo las
almas de los gusanos, que sin cuerpos transitan libremente, exentas de
frío, de hambre y de otras molestias, se decidan á construir un cuerpo,
donde, al encerrarse, han de sufrir no pocas incomodidades, mediante
el contacto que tengan con el cuerpo que les sirva de envoltura; pero
si las almas hubieran de construir las moradas en que se aposentasen,
deberían recibir fuerzas útiles, acomodadas á ese fin. No es lícito
creer que las almas fabriquen para su uso los cuerpos y los órganos
en que han de residir, ni tampoco es admisible la idea de que se
introduzcan ó establezcan en cuerpos formados con anterioridad; pues no
hay conexión ni enlace que puedan existir por consentimiento común del
cuerpo y del alma.


749. _Denique cur acris violentia triste Leonum..._

En fin; ¿por qué la cruel ferocidad de los leones se conserva en su
especie? ¿Por qué entre las zorras es hereditaria la astucia y entre
los gamos el temor que les obliga á estar siempre fugitivos? Y con
respecto á los demás géneros de animales, ¿por qué en todos los grupos
hay cualidades permanentes que se transmiten, si no es porque hay
elementos especiales que de igual modo contribuyen á la formación del
alma que á la del cuerpo? Si aquélla fuese inmortal y residiera ya en
un cuerpo, ya en otro, no habría costumbres propias de cada especie
animal, y se vería muchas veces al perro de origen hircano esquivar
temeroso la presencia del cornígero ciervo, y al rapaz gavilán temblar
y huir al ver que se le aproximaba una paloma; los hombres perderían la
racionalidad y brillaría el saber de las fieras.

Incurren en grave error los que suponen que sin dejar de ser inmortal
el alma, se acomoda á los cuerpos en que se aposenta; pero lo que muda
se disuelve, luego muere: si las partes cambian desaparece el orden
que constituyen; y por tanto, se perderían en los miembros y morirían
juntas con el cuerpo. Si dicen que las almas de las personas siempre á
otros cuerpos humanos pasan, preguntaré también que cómo puede suceder
que el alma de un sabio esté oculta en un necio, y cómo los potros no
tienen la destreza del caballo, si no es porque se origina cada alma de
germen propio de su especie y se desarrolla con el total del cuerpo;
y si piensan que al habitar en cuerpos nuevos el alma se rejuvenece,
implícitamente declaran que el alma es mortal porque la mudanza supone
desaparición de las sensaciones y extinción de la vida.


771. _Quove modo poterit pariter cum corpore quoque..._

¿Y cómo podrían el alma y el cuerpo alcanzar una igual fuerza y
perfección si no tuvieran un solo y el mismo origen? ¿Por qué en la
senectud las almas todas, sin excepción, abandonan á los miembros?
¿Acaso temen que encerradas en un cuerpo cercano ya á la corrupción, ó
metidas en un edificio vetusto puedan ser víctimas de la ruina? Pero
tales peligros no podrían alcanzar á seres inmortales.

Además, parece ridículo imaginarse que las almas, evocadas por
Venus, acudan presurosas al acto de la generación y del nacimiento y
contiendan entre sí en número considerable con extraordinario celo para
disputarse el nuevo cuerpo; á no ser que entre las almas exista un
pacto federativo en cuya virtud la primera que llegue con vuelo rápido
sea la preferida, y de este modo aquéllas no consuman sus fuerzas en
inútiles batallas.

Finalmente; ni en el aire se encuentran árboles, ni en el mar nubes, ni
los peces viven en los campos, ni en la madera hay sangre, ni en las
piedras savia: un propio lugar es adaptado para la vida y crecimiento
de cada ser, y no hay alma sin cuerpo dotado con sangre y nervios. Si
pudiera haber energía anímica sin aquellos órganos, también sería fácil
que el alma tuviera su residencia en la cabeza, en los hombros, en
los piés ó en cualquiera otra parte del cuerpo, supuesto que de todas
maneras siempre quedaría en la misma persona ó en el mismo vaso. Pero
si no podemos dar por cierto que en nuestro cuerpo exista un lugar
fijo donde el ánimo y el alma puedan residir y crecer, tampoco debemos
admitir como verdadera la idea de que puedan existir fuera del cuerpo:
necesario es, pues, afirmar que cuando el cuerpo muere también el alma
se disipa.


802. _Quippe etenim mortale æterno jungere, et unà..._

Y ciertamente, unir lo mortal con lo eterno y suponer una recíproca
influencia entre lo uno y lo otro es delirar. ¿Puede haberse discurrido
mayor absurdo que el de juntar cosas tan diversas y contrarias como
son las comprendidas en lo perecedero y perdurable, y pretender que
soporten en continua repugnancia daños comunes?

Para que un cuerpo subsista eternamente es necesario, ó que sus
componentes sean por completo sólidos y resistan el choque, la
penetración y la disociación producidos por otros cuerpos, como sucede
á los elementos de la materia, de los cuales con extensión hemos
tratado anteriormente, ó que no sea susceptible de choques, como el
vacío, que permanece siempre intacto y nunca puede ser destruido, ó,
por último, que no esté rodeado por un espacio al que sean lanzados
sus fragmentos; de esta manera última es eterna la Suma de las sumas,
fuera de la cual no hay nada que pueda alterarla ó disolverla, ni
lugar en que se disipe, ni agentes que la disminuyan ó quebranten.
Pero, como ya he demostrado, el alma no tiene solidez absoluta, porque
en todas las concreciones hay que admitir intersticios; ni tiene las
condiciones del vacío, porque hay en la Naturaleza otros cuerpos que
pueden producir trastornos en su composición y rodearla de invencibles
peligros; existe, además, un espacio infinito donde la energía anímica
puede anularse y los elementos del alma pueden ser precipitados á la
disolución. Luego para el alma no están cerradas las puertas de la
muerte.


829. _Quod si fortè ideò magis inmortalis habenda est..._

Si por acaso fuera considerada inmortal porque resguardada se encuentra
de agentes exteriores que intenten combatirla, ó porque no puede ser
directamente atacada, y si lo fuera podría rechazar el golpe antes
de ser herida, el que así pensara se colocaría en una posición muy
distinta de la verdad. Además de las dolencias que afligen al cuerpo y
que interesan al alma, ésta sufre amarga incertidumbre por los sucesos
futuros que le producen no pocos sobresaltos, y tiene remordimientos
por los errores cometidos en épocas pasadas: añade el delirio, que es
propia enfermedad del alma, la falta de memoria y el terror de ser
arrojada en las negras ondas del letargo.

Nada es la muerte y nada nos importa desde que se considera inmortal la
naturaleza del alma; y así como no sufrimos ahora por los padecimientos
pasados en el tiempo ni por motivo de las luchas sostenidas con los
invasores cartagineses en las guerras que con hórrido tumulto hicieron
estremecer hasta á los astros, y mantuvieron en espectación al mundo,
que dudaba acerca de cuál de los dos pueblos había de dominarlo por mar
y tierra, así también, cuando la vida se haya extinguido en nosotros
por la separación del alma y del cuerpo, nada tendrá influencia sobre
nosotros, ni causa alguna despertará nuestras sensaciones aunque se
confundan la tierra con el mar y el mar con el cielo.


854. _Et si jam nostro sentit de corpore, postquam..._

Y si después de separados de nuestro cuerpo el ánimo y la actividad
anímica aún conservaran la facultad de sentir, nada podría importarnos
ese hecho, supuesto que somos producto de íntima unión constituida por
el cuerpo y el alma. Si transcurrido algún tiempo después de nuestra
muerte pudieran volverse á unir del modo que ahora lo están nuestras
partes integrantes, y por segunda vez nos fuera dada la luz de la
vida, tal suceso en nada podría afectarnos por haberse interrumpido la
continuidad de nuestra existencia. Nada que nos haya pasado antes de
que tuviéramos conciencia de nosotros mismos, puede importarnos, como
no debe afligirnos preocupación alguna por lo que hagan de nuestros
restos las futuras generaciones. Si meditamos acerca de las mudanzas
y movimientos que indudablemente ha experimentado la materia durante
una serie de pasados siglos, habremos de convenir en que los elementos
pueden haberse combinado en otras ocasiones lo mismo que lo están hoy;
pero la memoria no puede conservar recuerdos acerca de esos cambios
por las pausas que ha habido en la existencia y por los distintos
movimientos extraños á las sensaciones á que pueden haber estado
sometidos los elementos del alma. La muerte exime y libra de todo
sufrimiento á aquel individuo que sin duda habría de padecer cualquier
daño en el supuesto de que viviera dentro de algún tiempo como ahora
vive. Debemos considerar, por tanto, que en la muerte nada hay que
nos inspire legítimo temor, porque no puede sufrir quien no existe; y
para el efecto de las sensaciones no hay diferencia entre el objeto
que nunca ha sido capaz de tenerlas, y el ser á quien la muerte eterna
salvó de mortal vida.


882. _Proinde ubi se videas hominem indignarier ipsum..._

Cuando veas que un hombre se indigna al considerar lo que hagan de
él después de muerto, porque teme que su cadáver sea arrojado á un
pudridero ó consumido por las llamas ó devorado por las fieras, lícito
ha de serte suponer que no habla con sinceridad y que en el corazón
abriga ciertas preocupaciones, aunque niegue creer que alguien sienta
después de muerto. Opino que no dice lo que piensa, porque entiendo
que el tal individuo, si habla de su muerte con temores, es porque se
figura que asiste á ella, que una parte de su propio ser le sobrevive,
que su cadáver se destina para pasto de las fieras voladoras ó de las
vivíparas, que se apena de sí mismo, que no se resuelve á desprenderse
definitivamente de sus restos, ante los cuales él mismo en posesión de
su juicio se encuentra colocado, y se indigna por haber sido creado
mortal; se considera de pié junto á su propio cadáver, y sin pensar
en que la muerte no deja otro él existente, deplora su desaparición,
y llora y se queja herido por el dolor. Desagradable juzgan muchos la
idea de ser devorado por las fieras; pero no comprendo que se considere
mejor el ser quemado por las voraces llamas que rodean el cuerpo
yacente, ó ser envuelto en miel, ó congelado por el frío, ó encerrado
en sepulcro marmóreo, ó ser comprimido por montón de tierra apisonado.


906. _At jam non domus accipiet te læta, neque uxor..._

Pero ya familia alegre y excelente esposa no saldrán á recibirte, ni
cariñosos hijos correrán á buscar tus besos y á inflamar tu pecho con
mal contenido placer; ya no podrás realizar empresas gloriosas para
ti y para las personas de tu amor: «infeliz, ¡oh infeliz! dirán, un
solo día infesto destruyó los goces de tu vida,» y no añadirán á esas
palabras «pero también te libró de una vez de toda clase de pesares;»
porque si meditaran libres de prevenciones y reflexionaran acerca de
lo que piensan, desterrarían toda congoja del ánimo y todo miedo. Sin
duda alguna, cuando yazgas inanimado por la muerte estarás exento,
para toda eternidad, de dolores y pesares; pero nosotros, junto á ti,
aun después de convertido en cenizas, verteremos tristes lágrimas y
abrigaremos en el pecho para siempre la pena que nos devore. Pero hay
motivo para preguntar: ¿qué es lo que en este suceso hay de amargo para
el que muere, si queda reducido á quietud y puede consumirse en el
tiempo que dure el luto de sus parientes y deudos?

Muchas veces en los festines, los comensales, recostados, con las copas
levantadas y con la frente oculta por las coronas, exclaman: «Breve es
la dicha del pobre hombre, y cuando se marcha no es posible hacerla
volver.» Tal vez les amargará lo dulce de aquel momento la idea de la
muerte, con las ansias de ardiente sed que les devore y les abrase, ó
con algún otro deseo que les atormente.

Cuando la inteligencia y el cuerpo entregados al sueño descansan, nadie
de sí cuida ni de su existencia: de igual modo, cuando eterno sueño nos
subyugue ningún deseo nos ha de volver á atormentar; pero los elementos
de las sensaciones, aun cuando en el sueño se hallan detenidos, no se
disuelven y pueden funcionar nuevamente. La muerte es todavía menos que
el sueño, si es que se puede llamar menos que algo lo que nada es. Á
la muerte sigue la disolución de la materia; y por esa causa nadie que
haya sido asaltado por el frío intenso que sigue á la desaparición de
la vida, ha vuelto á despertar.


943. _Denique si vocem rerum Natura repente..._

En suma, si la Naturaleza emitiera voz inteligible y de este modo se
expresara: «¿Por qué te entregas, mortal, con tanto exceso al dolor
y á la aflicción? ¿por qué gimes y lloras ante la idea de la muerte?
Si hasta ahora te ha sido grata la vida y los placeres para ti no
se han perdido como si hubieran sido puestos en vaso taladrado y se
hubieren extinguido ó escapado fácilmente, ¿por qué no te separas de
la vida como convidado satisfecho, y por qué, necio, no te entregas
con ánimo tranquilo al reposo? Y si los placeres que pudieras tener
ya se han extinguido y la vida sólo te proporciona sinsabores, ¿por
qué deseas aumentar tus días que te producirán nuevos disgustos, y al
cabo concluirán sin hacerte ningún bien, y por qué no anhelas el fin
de la vida que será también el término de tus trabajos? Considera que
desde ahora en adelante, por mucho que me esforzara, nada encontraría
que te proporcionara placer, porque las cosas siempre son las mismas.
Si tu cuerpo ha resistido el desgaste de los años y tus miembros aún
no vacilan, también deberás pensar que las cosas continuarán siempre
lo mismo, aunque vivas largos siglos y aunque nunca mueras,»--¿qué
responderíamos, sino que era justa la demanda interpuesta por la
Naturaleza y fundado el motivo de sus palabras?

Pero si fuera un desdichado el que se lamentara de la llegada próxima
de la muerte, ¿con cuánto mayor motivo y con cuánta mayor dureza no
le podría decir llena de indignación: «Oculta esas lágrimas, hombre
insaciable, son inútiles tus quejas?» Y si fuera un anciano rendido
bajo el peso de la edad el que temiera la muerte, la Naturaleza podría
decirle: «Has gustado todos los placeres, ¿y todavía te quejas? Tu
inmoderado afán por despreciar lo que posees y desear lo que no tienes
ha mermado en la mitad los goces que has podido tener en la vida, y
ahora te alcanza la muerte antes de que tu avidez quede satisfecha: lo
que ya en turno has disfrutado en tu larga edad, déjalo para que lo
usufructúen los que vienen detrás de ti en la vida; es necesario.»

Con razón, según pienso, con razón hablaría, acusaría y reprendería de
este modo la Naturaleza. La vejez, decrépita, cede siempre el paso á
la juventud: los seres á costa los unos de los otros se suceden. Nada
se pierde en los profundos abismos del Tártaro; la materia de hoy es
necesaria para el advenimiento de las generaciones futuras; y éstas
pasarán muy pronto, como aquélla no tardará en seguirte: los seres
que ahora son perecerán de igual modo que sucumbieron los que gozaron
antes de la vida: cada ser nace de otro y á ninguno es dada la vida á
perpetuidad.


984. _Respice item quam nil ad nos anteacta vetustas..._

Reflexiona, además, cuán nula es para nosotros la edad pasada antes de
nuestro nacimiento. La Naturaleza nos muestra en lo que ha existido
hasta ahora lo que será en lo sucesivo: ¿y qué encontramos de horrible
y de triste en la muerte de los que fueron? ¿no es, por acaso, un sueño
muy tranquilo?

Todos los tormentos, sin excepción alguna, de los que se dice que son
propios del profundo Aqueronte, á esta nuestra vida real pertenecen. El
mísero Tántalo que teme ser aplastado por masa enorme suspendida en el
aire, según la fábula, en su vano temor que le agobia representa á los
hombres necios que, aterrorizados, atribuyen á los dioses todo lo que
es obra del acaso[37].

  [37] También refiere la fábula que Tántalo (personificación de
  la perfidia) fué sumergido hasta la barba en un lago, á cuyas
  orillas había árboles de frutas deliciosas; tanto las aguas del
  lago como las frutas huían de Tántalo, cuando éste, sediento ó
  con hambre, pretendía utilizarlas.

No hay Ticio yacente[38] en las orillas de un río del infierno, y no
hay buitres que le coman constantemente las entrañas: habían de ser
éstas de un tamaño suficiente para cubrir toda la tierra y ocupar la
inmensidad del espacio, y no serían bastantes para servir de pasto
durante la eternidad á aquellas insaciables fieras aladas; ni puede
ser interminable el dolor, ni cuerpo alguno puede servir de inacabable
alimento. Pero en realidad, Ticio es imagen de aquellos á quienes amor
tiraniza, ansiedades atormentan y pasiones devoran.

  [38] Ticio (el fatuismo), hijo de Júpiter (el poder) y de Elara
  (la coquetería), según los poetas estaba condenado á que los
  buitres (las pasiones) le picotearan perpetuamente las entrañas,
  por haber galanteado á Latona (la vanidad) madre de Apolo (el
  ritmo) y de Diana (la caza).


1007. _Sisyphus in vitâ quoque nobis ante oculos est..._

Ante nuestros ojos tenemos también la alegoría de Sísifo, aplicable
á aquellos que resuelven pedir al pueblo los haces y las cortantes
segures[39], y siempre tienen que retirarse tristes y desairados.
Solicitar honores que en rigor nada valen, pero cuya consecución es
muy difícil, es lo mismo que luchar esforzadamente por llegar hasta la
cumbre de una montaña, cargado con una piedra enorme, que siempre, al
ser acercada á la cima se resbala, y después de recorrer el inclinado
plano del monte, con la violencia adquirida rueda por la llanura.

  [39] Alude á los haces de varas con segures, que llevaban los
  lictores encargados de preceder á los magistrados.

Satisfacer todas las exigencias del deseo; dar al ánimo cuantiosos
dones, sin conseguir nunca dejarlo saciado; gozar los frutos y
aprovechar los beneficios de las estaciones anuales que en rueda se nos
presentan alternativamente, sin que basten á contentar los caprichos,
todo esto se me figura que está representado en las Doncellas, de las
cuales se cuenta que en su florida edad se ocupan en llenar de agua
vasos que no tienen fondo, y nunca logran su objeto.

El Cerbero, las Furias y el obscuro Tártaro, cuyas fauces despiden
espantosas aceleradas llamas, nunca han existido ni pueden existir.
Como consecuencia de los crímenes perpetrados y de las maldades hechas,
aquí, en la vida, el malvado padece temores y castigos; la cárcel,
la horrible pena de ser arrojado á un precipicio desde alta roca,
los azotes, los verdugos, la flecha, la pez, la tea; y si para el
criminal faltasen aquellos suplicios, la propia conciencia, que hasta
las intenciones penetra, se encargaría de castigarlo. Si á todas las
aflicciones ordinarias se juntan las preocupaciones que infunde la
inseguridad en una vida posterior, el desconocimiento de los males que
se padecen y el temor de que éstos puedan ser aumentados con la muerte,
bien puede afirmarse que la vida es verdadero infierno de los necios.


1036. _Hoc etiam tibi tute interdum dicere possis..._

Sin vacilar, tú mismo puedes reconvenirte del siguiente modo: «Anco
el bueno[40] que fué mejor que tú, malvado, en muchas cosas, cerró
sus ojos á la luz; todos los reyes y potentados que en otros tiempos
gobernaron á muchas gentes sucumbieron á pesar de su poder: aquel mismo
que en remotos días supo atravesar los mares y enseñó á sus legiones
á pasarlos sin riesgo, y salvó en la obscuridad los abismos de las
aguas y despreció los estruendos del Océano[41], también murió por la
separación del alma y el cuerpo: Escipión, rayo de la guerra, terror
de Cartago, entregó sus huesos á la tierra, lo mismo que el más vil
de sus esclavos: los investigadores de las ciencias, los ordenadores
de las artes, y los compañeros de las Musas, entre los cuales Homero
lleva el cetro, en sueño eterno reposan: Demócrito, cuando advirtió
que su inteligencia se debilitaba por el natural efecto de la edad,
voluntariamente rindió su cabeza á la muerte: el mismo Epicuro, aquel
que por su genio superó á todos los individuos de la raza humana,
y como brillante Sol eclipsó todas las estrellas que en el cielo
del saber hasta su época habían lucido, también llegó al término de
la vida. ¿Y tú, asustado y temeroso, te indignas porque tienes que
morir, cuando tu vida es una lenta agonía? ¿Pues no consumes una parte
de tu existencia en el sueño? Y aun despierto, ¿no sueñas muchas
veces, y en otras tampoco dispones de tu inteligencia perturbada con
preocupaciones? ¿Cómo quieres vivir si no sabes hallar, desdichado, los
motivos de los males que te rodean, y cuando la incertidumbre y los
prejuicios te oprimen el ánimo que vacila entre errores?»

  [40] Anco Marcio, cuarto rey de Roma (hace 2530 años).

  [41] Jerjes I, rey de Persia (hace 2380 años).


1065. _Si possent homines, proinde ac sentire videntur..._

Si los hombres pudiesen conocer el origen de sus desdichas, no
sufrirían en el ánimo la abrumadora pesadumbre, que oprime su pecho.
Cada cual procura distraerse, y entre agitaciones y afanes vive con
inquietud, ignora lo que desea, no sabe lo que busca, y como si
quisiera librarse de sus propias preocupaciones, incesantemente cambia
de sitio aunque no encuentra el que le sirva para deponer su carga.

Uno abandona su palacio suntuoso porque no halla en él tranquilidad,
é inmediatamente regresa porque no se considera lejos de su casa más
feliz que en ella; otro corre á una quinta de su propiedad con la
precipitación que llevaría si fuera á apagar un incendio, y apenas pasa
los umbrales de su nueva residencia se encuentra incómodo y procura con
el sueño olvidarse de sí mismo, ó vuelve con la misma agitación á su
habitual morada: parece que todos pretenden huir de su propia persona,
y como no lo consiguen se resignan á sufrir sus ansias y desasosiegos:
ninguno conoce las causas de su malestar; pero si cada cual pensara
con reposo, dejaría preterida toda clase de vanos empeños y buscaría
remedio para su desdicha en la investigación de los fenómenos
naturales, pues no se trata de arreglar intereses del momento, sino
de conocer lo que sea de los hombres después de la muerte y por toda
eternidad.


1088 _á_ 1106. _Denique tantopere in dubiis trepidare periclis..._

Finalmente, ¿por qué el deseo de vivir nos abate con tantos males, y
por qué nos hacen temblar tan dudosos peligros? Ciertamente el fin de
la existencia, para todos los mortales, ha de llegar, y no es posible
evadirse de él ni evitarlo; hay que morir.

Sabemos además que aquí, donde siempre hemos residido, ningún completo
goce hemos de tener, aunque se prolongara nuestra existencia, porque
siempre nos ha de parecer mejor que lo presente aquello que no tenemos,
y después que lo hubiéramos conseguido con el mismo afán desearíamos
otra cosa; de este modo, siempre nos ha de abrasar la misma sed de
prolongar la vida, y nunca dispondremos de un solo instante en que deje
de preocuparnos la suerte futura y el destino que en lo por venir nos
aguarda.

Y, por último, no ha de pensarse que la duración de la eternidad sea
menor cuanto más vivamos; aunque lográsemos aumentar el número de los
días de nuestra existencia, y aunque pudiéramos vivir muchos siglos,
siempre nos esperará eterna muerte. Aquél que hoy mismo haya alcanzado
el término de su vida, no estará muerto menos tiempo que los que
sucumbieron hace ya muchos meses y muchos años.



LIBRO CUARTO


1. _Avia Pieridum peragro loca, nullius antè..._

Voy á elevarme á las cimas del Parnaso, y á recorrer campos hasta ahora
no hollados por ninguna planta; iré á beber grato licor de fuentes
vírgenes, y me apresuraré á coger desconocidas flores, con las que
tejeré para mi cabeza corona insigne mejor que todas las que hasta hoy
las Musas han concedido; primeramente, porque enseño altas verdades, é
intento romper la dura esclavitud con que las religiones han abatido
los ánimos, y, además, porque suavizaré un estudio árido con las
gracias de la poesía, que convierte en agradable cualquier asunto
obscuro; así obraré conforme á razón. De igual modo que los médicos, al
propinar á los niños amarga medicina, untan de sabrosa miel los bordes
de la copa en que la administran, á fin de que, inexpertos y atraídos
por la dulzura que gustan sus labios, sin recelo beban el licor amargo
y deban la vida á traición agradable, así yo, ahora que he de explicar
asuntos ásperos y desabridos para los que no están acostumbrados á
ellos, y fastidiosos para el vulgo, quiero exponerte mi doctrina en
el ameno lenguaje de las Piéredes, y con acento de dulce harmonía,
para que, al buscar recreo en la lectura de mis versos, adquieras
conocimiento de las leyes de la vida y del orden universal[42].

  [42] Repetición de los versos 933 á 957 del canto primero.


26. _Sed quoniam docui, cunctarum exordia rerum..._

Ya he considerado los principios elementales de las cosas y las
diferentes formas que afectan, los movimientos á que se hallan sujetos
eternamente los cuerpos simples por su propia condición y la manera
como de ellos pueden ser creados todos los seres, y, por último, la
naturaleza del alma, síntesis de las fuerzas que al cuerpo animan, y la
reversión de ésta á sus primeros principios, cuando se disgrega de un
cuerpo cuya vida sensible había constituido. Ahora deseo comunicarte
algunas otras ideas pertinentes á los mismos temas, y para hacerlo con
fruto debo empezar por decirte que hay algunas entidades, á las que
vamos á dar el nombre de simulacros de las cosas, las cuales son como
unas membranas que rodean á todos los cuerpos, cada cual á aquel de
que procede, en forma de emanaciones vaporosas que lo circundan, que
vuelan hacia uno y otro lado á impulso de las auras, y que, unas veces,
cuando estamos despiertos, se nos ofrecen con terrorífica apariencia,
y otras, cuando el sueño nos abate, se nos muestran con figuras
horribles, de tal manera, que en la obscuridad nos producen terror y
cierta soporífera languidez, y dan ocasión para que algunos entiendan
que los simulacros son almas escapadas del Aqueronte, ó sombras de los
difuntos errantes entre los vivos, ó restos que después de la muerte
de cada individuo permanecen entre nosotros; como si el cuerpo y el
alma no perecieran juntos y no se resolvieran en los elementos que los
constituían.

Digo, pues, que los simulacros, tenues membranas producidas por
desprendimientos de la totalidad del cuerpo de los seres, forman
una especie de substancia cortical, libre, aérea, que reproduce con
exactitud la imagen ó efigie de los cuerpos de que se derivan[43].

  [43] Pensaba Epicuro que de los cuerpos surge un tejido
  imperceptible, que es elemento de los dioses, origen de nuestras
  ideas y causa de la visión: el filósofo griego dió á esas
  emanaciones los nombres de εἴδωλα y τύποι. Lucrecio las llama
  _simulacra_, _effigies_, _imagenes_.


51. _Id licet hinc quamvis hebeti cognoscere corde._

Esta explicación es fácil de entender aun para aquellos que tengan
rudo ingenio, porque todos pueden ver y sentir á cada momento densas
emanaciones de algunos cuerpos difundidas en el aire, como el humo
que de la leña se desprende y el calor que se origina del fuego; pero
todavía existen otras de contextura más condensada y viva, como la
túnica de abrigo que la cigarra suelta en la estación ardiente, las
membranas que los novillos de su cuerpo despiden al nacer y el vestido
que lúbrica serpiente deja entre los espinos á merced del viento. Esas
observaciones demuestran que de las superficies de los cuerpos emanan
propias sutiles imágenes, las cuales unas por condensación de sus
moléculas componentes se hacen ostensibles, mientras que otras, por
disgregación de estas mismas, no adquieren apariencias fenomenales;
permiten asegurar los hechos estudiados que esas partes desprendidas de
la superficie de todos los objetos en cierto modo conservan la forma de
sus cuerpos generadores, de los cuales más se apartan á medida que más
obstáculos se les oponen en el momento de su aparición.

Porque no solamente de lo interior de los seres se exhalan esos
corpúsculos sino también de lo exterior, como antes he dicho y como
podemos comprobar con los colores: las colgaduras amarillas, rojas ó
moradas que ondean pendientes de las vigas de los teatros tiñen de su
color la escena, las decoraciones, á los senadores, á las matronas y
las estatuas de los dioses; y cuanto más se evita que en el teatro
penetre la plena luz del día, más encantos ofrece á la vista el reflejo
movedizo de los colores[44]. Si éstos se desprenden, como creemos
notar, de la superficie de los paños, también habrá otros cuerpos
que de igual modo emitan sus propias imágenes, pero muy sutiles y
finísimas, tanto que sean imperceptibles para nuestra vista, aunque
ofrezcan fieles vestigios de los cuerpos que las hayan producido.

  [44] Tres clases de colgaduras usaban los romanos en los teatros:
  cortinas, tapices y paños; éstos servían para proteger de los
  rayos del Sol á los espectadores.


88. _Præterea, omnis odos, fumus, vapor, atque aliæ res..._

Los olores, el humo, el calor, y otras emanaciones similares á éstas,
se difunden fácilmente en el aire porque tienen su origen en lo
interior de los cuerpos, y al salir de éstos hallan obstáculos que
los obligan á separarse de la línea recta y á esparcirse por donde
logran abrirse camino; pero la tenue película de los colores, puede, al
extenderse, conservar la misma forma que tiene en los cuerpos de que
procede, porque, de lo exterior surgida, nada se le opone para que siga
la dirección recta.

Los simulacros se muestran en los espejos, en el agua, en las
superficies pulimentadas; y pues tienen la misma apariencia de
los seres que representan, han de ser imágenes de estos mismos.
Es indudable que los cuerpos sensibles de fáciles emanaciones se
reflejarán mejor que aquellos otros de moléculas muy tenues cuyo poder
para manifestarse ha de ser muy escaso.

Cuerpos hay, no obstante, que nos dan sus imágenes muy disipadas,
y, por lo extendidas, invisibles; pero si las emanaciones que
repetidamente exhalan chocan en un espejo, se recogen, se reunen, se
reflejan y se hacen perceptibles para el sentido de la vista: por esta
causa los espejos representan fielmente la figura de las cosas que
tienen delante.

Ahora debes considerar cuán delicadas y sutiles han de ser las
imágenes de cuerpos que existen sumamente pequeños, tanto que la vista
más perspicaz apenas distinguirlos consigue. Con este motivo voy á
confirmarte en pocas palabras lo que ya sabemos acerca de la tenuidad
de los primeros principios de las cosas.


113. _Primum animalia sunt jam partim tantula, eorum..._

Animales hay tan pequeños que son como la tercera parte del tamaño que
tienen los cuerpos más diminutos que puede la vista dominar. ¿Cómo
calcularemos el volumen de los intestinos de esos animales? ¿Cómo será
el tejido muscular de su corazón? ¿Cómo sus ojos, sus miembros, sus
articulaciones? ¡Qué pequeñez! ¿Y podremos concebir la sutileza de los
elementos que componen su ánimo y su alma? ¿Podrás imaginar algo más
pequeño y más delicado?

La panace, el amargo ajenjo, el suave abrótano y la triste centáurea
exhalan penetrante olor, significativo de los simulacros que de esas
plantas brotan y luego vuelan de muchos modos, aunque sin energía para
hacerse perceptibles á la vista; pero nadie podrá apreciar la relación
que existe entre el tamaño de las moléculas componentes de esas
emanaciones y el de los cuerpos de que se han producido.

Pero no pienses que en el aire vagan solamente los simulacros que de
los cuerpos se desvían; hay también otros que se forman espontáneamente
y residen en ese cielo, que es llamado aire, en el cual afectan
distintas figuras y no cesan de moverse de muchos modos: son los que
forman las nubes que crecen y cambian de apariencias en el cielo,
cuya extensión visible muchas veces cubren; en unas ocasiones parecen
gigantes que vuelan y poco á poco extienden la obscuridad por todas
partes; en otras semejan grandes montes, que de la tierra se desprenden
para acompañar al Sol en su curso; y algunas veces se muestran con la
forma de bestia feroz, que guía y distribuye las nubes.


140. _Nunc ea quam facili, et celeri ratione genantur..._

¡Con cuánta facilidad los simulacros de esa clase emanan continuamente
de las cosas, y con cuánta rapidez se desvanecen! Unos penetran en
cuerpos de condiciones análogas al paño; otros son detenidos por
objetos como la madera y las piedras, incapaces para reflejarlos;
pero otros simulacros emitidos por seres colocados frente á un espejo
ó cuerpo diáfano, lúcido y compacto, si bien no entran en éste como
en el paño, tampoco se desvanecen como si estuvieran en presencia de
cuerpos opacos y antes de ser reproducidos en imagen, por virtud del
fenómeno de la reflexión. Tan pronto como un cuerpo se halla enfrente
de una superficie pulimentada, en ésta aparece la efigie de aquél;
este hecho, repetido muchas veces, te demostrará que de los objetos
se derivan tenues figuras de textura tenue. Luego los simulacros se
producen con rapidez incomparable.

Y así como la luz solar en breve tiempo se propaga en el espacio
mediante emanaciones innumerables, de igual modo es preciso que los
simulacros se emitan incesantemente en todas direcciones para que
sea posible que en cualquier sitio donde se coloque un espejo, éste
reproduzca la imagen de las cosas que se le presentan, con su forma
peculiar y con su propio color.

En ocasiones, cuando el cielo está claro y limpio, de repente la
obscuridad reemplaza á la luz, como si todas las imaginadas tinieblas
del infierno se hubieran precipitado para ocupar las cavidades
celestes; todo lo envuelve noche tempestuosa; ruidos procedentes de las
alturas llenan de pavor á los mortales. Pues bien; nadie podrá explicar
la relación exacta que exista entre la imagen que se nos muestra y el
cuerpo que produce el fenómeno que absortos contemplamos.


211. _Quare etiam atque etiam mitti hæc fateare necesse est..._

Preciso es declarar con insistencia que esas emanaciones, al ponerse
en contacto con nuestros ojos excitan el fenómeno de la visión[45].
Constantemente de ciertos cuerpos se desprenden olores, como de los
fluidos surge frío, del Sol calor y de los mares sal que socava los
edificios situados en las playas: por el aire vagan siempre muchos
sonidos; cuando paseamos por las orillas del mar notamos el gusto
á salobre que nos impresiona débilmente; cuando asistimos á la
preparación del absintio paladeamos el amargor de esa planta perenne.
Luego es indudable que de todos los cuerpos se desprenden mínimas
partes que se diseminan por el espacio; no permanecen en reposo, ni
pueden ser detenidas en su curso; por su medio experimentamos continuas
sensaciones, y en todo caso podemos ver, oir y oler.

  [45] Parece que hay contradicción entre lo que ahora sostiene
  Lucrecio y lo que expuso en los versos contenidos en los números
  739 al 852 del canto segundo; pero debe tenerse en cuenta que,
  según Epicuro, cuya doctrina siguió Lucrecio, para que se efectue
  el fenómeno de la visión se necesita la concurrencia de dos
  clases de emanaciones, una procedente de todos los cuerpos y otra
  de la luz que se mezcla con la anterior.

Además, si en la obscuridad reconocemos por el tacto un cuerpo que
antes hubiéramos visto á la luz, deben ser muy semejantes las causas
inmediatas del tacto y de la visión; por igual motivo, si en las
tinieblas tocamos un objeto de figura cuadrangular y de él adquirimos
idea, ¿lo podremos confundir á la luz con otro de distinta forma? Luego
la principal causa para la visión la dan las mismas imágenes, sin las
cuales no podríamos tener representaciones de las cosas.


234. _Nunc ea, quæ dico, rerum Simulacra, feruntur..._

Los simulacros de que ahora hablo se emiten de todos los cuerpos y se
dispersan por todas partes; y como los ojos no nos sirven más que para
ver, cualquiera cosa á la cual los convertimos solamente nos da la
imagen de su propio color y de su propia forma, único medio de conocer
los cuerpos á distancia, pues tocan á nuestros ojos las emanaciones que
los cuerpos exhalan y de las cuales se llena el espacio: la corriente
de esas emanaciones circula por el aire, se desliza junto á los órganos
visuales, roza levemente la pupila y sigue su curso. También de ese
modo conocemos las distancias que nos separan de las cosas; porque á
medida que es mayor la masa de aire movida por las emanaciones al tocar
nuestros ojos, más velozmente se aleja y más distante se nos figura
el objeto que miramos. Ese movimiento es sumamente rápido, y por esta
razón simultáneamente formamos juicio de las cosas y de las distancias
á que se encuentran.

Y no debe producir extrañeza el hecho de que los simulacros, si bien
formados por pequeñísimas partes invisibles afecten el órgano de la
visión y nos permitan percibir las cosas: también sentimos el aire
frío, no por la influencia de cada una de sus moléculas componentes,
sino por el efecto que nos comunica la totalidad del fluido aéreo.
Parecida impresión recibimos por el contacto con cualquier otro cuerpo:
si ponemos un dedo sobre una piedra tocaremos de ella un punto de la
superficie colorada; pero la representación que en el acto nos formemos
será correspondiente á la cualidad y dureza de toda la piedra.


264. _Nunc age, cur ultra speculum videatur Imago..._

Ahora considera por qué motivo en el espejo se ve la imagen de las
cosas, y por qué parece reflejada á cierta distancia de aquél: ese
fenómeno obedece á la misma causa que nos hace ver á lo lejos desde
lo interior de la casa, cuya puerta esté abierta, los objetos que se
hallan fuera, aunque fronteros. Dos corrientes de aire hieren la vista;
se extiende una entre la puerta y el observador, y conduce á los ojos
de éste la imagen de la puerta y la de las cosas que se hallan á los
dos lados de esta última; la otra que impresiona en segundo lugar, y es
procedente de fuera, guía las imágenes de los objetos exteriores. Lo
mismo se nota en el espejo, cuya imagen viene á nosotros conducida por
el aire existente en el espacio que media entre él y nuestros ojos. Así
la vemos de seguida, lo primero; y después, en segundo término, cuando
la vista puede fijarse en el espejo, percibimos en él reflejada nuestra
propia imagen, que otra corriente de aire nos trae. Queda así explicada
la causa que nos hace ver la imagen á cierta distancia del espejo. Dos
corrientes de aire, una después de otra, producen este resultado.

Todas las cosas que están á nuestra derecha, en el espejo se ven á la
izquierda, porque la imagen del cuerpo que de frente se halla ante el
metal bruñido, también de frente se refleja, y, por tanto, en posición
cambiada. Igualmente, si en una mascarilla de greda aplicas barro
humedecido y lo aprietas fuertemente, obtendrás una figura, en la cual,
además de aparecer las partes salientes como entrantes, notarás que el
ojo derecho se muestra como izquierdo, y el izquierdo como derecho.

Sucede también que la imagen transmitida por unos espejos á otros,
cinco ó seis veces se reproduce. Todo lo que detrás de ti queda, ó
debajo ó á los lados, aun cuando se halle muy distante, lo puedes ver
reflejado varias veces en los espejos con que adornas tu casa; cada
uno copia la imagen proyectada en otro, y si uno la presenta hacia tu
derecha, otro la da á la izquierda, y en un tercero la verás restituida
á su primera posición.

No obstante lo dicho, las imágenes aparecen iguales en un espejo
compuesto de varias facetas; al mismo lado ofrecen todas la parte
correspondiente á nuestra mano derecha; pero también sucede que las
imágenes reflejadas se encuentren, se junten y den otra en la forma
primitiva, ya porque la simetría se deshaga por la conjunción de unas y
otras, ó ya porque la figura se cambie al convertirse para nosotros.

Los simulacros avanzan y se alejan con nosotros, é imitan nuestros
movimientos; pero si nos retiramos definitivamente del sitio en que
se halle el espejo, éste deja de dar nuestra efigie. Es ley de la
Naturaleza, en todo caso, que la imagen recibida en el espejo sea igual
á la reflejada.


319. _Splendida porrò oculi fugitant, vitantque tueri._

La presencia de cuerpos brillantes ofende á los ojos, los cuales
procuran evitarla; el Sol ciega á aquel que lo mira de frente, porque
sus rayos son intensos y porque los simulacros que emite con rapidez
atraviesan las distancias, y con sus fulgores lesionan los ojos y
trastornan el aparato visual; una claridad viva contiene moléculas de
fuego, y como éste, quema los ojos al penetrar en ellos.

Los ictéricos ven todas las cosas teñidas con el color amarillo, como
si de su organismo dimanaran partículas de aquel color, las cuales se
mezclaran con los simulacros, ó bien porque sus ojos están saturados
de moléculas de esa coloración é impresionan las imágenes que se les
aproximan.

Desde un sitio obscuro vemos los objetos que se encuentran rodeados
por la luz, porque si bien las sombras que se hallan próximas á los
ojos invaden á éstos, son inmediatamente rechazadas por los rayos
luminosos que también penetran en los órganos de la vista, y por su
acción enérgica, viva y veloz, disipan las tinieblas; cuando todas
las partes de los ojos que habían sido ocupadas por la obscuridad
quedan iluminadas, los simulacros de los cuerpos que están en la luz
se introducen en ellas y se efectúa el fenómeno de la visión. Por lo
contrario, desde un sitio bañado por la claridad no se puede ver lo
que haya en un próximo lugar obscuro, porque las sombras, al llegar
en segundo término, obstruyen los órganos de la visión y no dejan que
pasen los simulacros emanados por los cuerpos.


348. _Quadratasque procul turres cùm cernimus urbis..._

Muchas veces desde lejos contemplamos las cuadradas torres de las
ciudades, y se nos figura que son redondas, porque los ángulos rectos
de sus lados contiguos se nos representan como obtusos, ó bien porque
se desvanecen á nuestra vista y no los podemos precisar: á proporción
que aumentan las distancias los simulacros pierden poco á poco su forma
por el choque de los cuerpos que flotan en el aire; y cuando el ángulo
degenera lentamente á nuestra vista, nos imaginamos ver el volumen de
un cilindro de piedra, no perfecto, sino algo desvanecido y confuso.

Parece que nuestra sombra se mueve en el Sol, imita nuestros
movimientos y sigue nuestros pasos, como si fuera posible que el aire,
de luz privado, tuviese idoneidad para repetir los actos de los hombres
y copiar sus gestos, ya que nada más que aire envuelto en la obscuridad
es lo que llamamos sombra: falta el Sol en algunos puntos de la Tierra
porque nuestros cuerpos impiden el libre acceso de los rayos del astro
luminoso; pero cuando el obstáculo se retira, el Sol luce y por ese
motivo creemos que la sombra nos acompaña siempre. Constantemente se
dispersan los haces luminosos que se forman sin cesar, como se encogen
y consumen los hilos de lana que sucesivamente se arrojan al fuego.
Es fácil de explicar, pues, que la Tierra pierda la luz y que al
recobrarla desvanezca las negras sombras que la hubieran envuelto.

No concedemos que los ojos se engañen: propio de ellos es distinguir
si hay luz ú obscuridad y en qué sitio; pero incumbe á la razón el
discernir si la sombra que vemos en un lugar es la misma que estuvo en
otra parte, ó si es diferente, como he dicho antes de ahora: los ojos
no pueden conocer la Naturaleza de las cosas: no atribuyas, por tanto,
á los ojos defectos propios del ánimo.


382. _Qua vehimur navi, fertur, cùm stare videtur..._

Nos parece que está inmóvil el barco en que navegamos, y se nos figura
que marchan cosas que están fijas: cuando con velas hinchadas la nave
que nos conduce hiende las ondas y nos transporta velozmente, creemos
que huyen de nosotros los campos y las colinas: las estrellas se nos
muestran como estacionadas en la bóveda etérea, aunque siempre están
en movimiento y aparecen en un lado para ir á perderse en el opuesto
después de haber lucido su brillante masa en los espacios siderales: de
igual manera creemos ver en reposo el Sol y la Luna, aunque la razón
nos dice que se mueven: desde el mar se observa, como si formaran
una sola isla que brotase de las aguas, varias montañas entre cuyas
gargantas podría maniobrar numerosa flota: los niños, después de dar
muchas vueltas creen al pararse que la casa anda con movimiento de
rotación, y que giran las columnas de la sala en que juegan, y aun
temen que el edificio se desplome sobre ellos.

Cuando en cumplimiento de las leyes de la Naturaleza el Sol comienza
á dirigir sus trémulos rayos por encima de las montañas, y crees ver
que el rojo disco reposa en ellas y con su manto de fuego las toca,
repara que esos montes no distan de nosotros dos mil tiros de saeta,
y muchas veces ni aun quinientos; entre esas montañas y el Sol median
muchos mares que tienen por cubierta el cielo, é innumerables tierras
ocupadas por diversas clases de gentes y muchas especies de fieras. En
un charco de agua de muy escasa profundidad, formado entre las piedras
de la calle, parece que se ven un cielo abierto, nubes aglomeradas, un
profundo abismo y muchos cuerpos escondidos bajo la tierra.


416. _Denique ubi in medio nobis equus acer obhæsit..._

Cuando en medio de un río que pasamos por un vado se detiene el caballo
que montamos y dirigimos la vista hacia las aguas, nos parece que el
cuadrúpedo, aunque inmóvil, es llevado contra la corriente; y si á
cualquiera otra parte convertimos la mirada creeremos que todos los
objetos son arrastrados de igual manera.

Si contemplamos un pórtico de columnas paralelas é iguales, de modo que
nuestra vista domine toda su extensión en sus dimensiones de longitud
y latitud, notaremos que las columnas parecen juntarse cada vez más;
que se estrecha el espacio que las separa; que el techo se aproxima al
suelo; que los dos lados se tocan; y por último, veremos una capacidad
confusa de forma cónica: los navegantes, que no ven más que cielo y
agua, piensan que el Sol nace en las ondas y que en ellas oculta su
fulgor. No creas, temerario, por estos hechos que los sentidos engañen.

Las naves en el mar batidas por el oleaje parecen destrozadas y con las
banderolas deshechas, al ignorante que desde el puerto las mira; porque
observa que una parte de los remos y del timón es recta, pero otra
parte, sumergida en las aguas, por efecto de la refracción de la luz,
á sus ojos se ofrece como si estuviera rota: durante la noche suelen
verse espléndidos astros que más allá de las nubes se mueven, por el
viento impelidos, en dirección opuesta á aquéllas; y claro es que
vemos lo contrario de lo que es en realidad: si con un dedo te haces
presión en la parte inferior del globo ocular podrás ver duplicadas las
cosas; contemplarás dos luces en cada luz que mires, dobles los muebles
de tu casa y los hombres con dos rostros y dos cuerpos.


449. _Denique, cùm suavi devinxit membra sopore..._

Finalmente; cuando el sueño domina los sentidos con dulce sopor y el
cuerpo yace en completo reposo, nos parece en ocasiones que estamos
vigilantes y que nuestros miembros se mueven: en noche envuelta
por densa obscuridad, creemos ver el Sol y gozar de la luz diurna;
que varían de lugar los astros, el mar, los ríos, los montes; que
recorremos á pié campos extensos; que de noche en el silencio oimos
varios ruidos, y por último, que respondemos cuando estamos callados.
Aunque muchos hechos de esa especie sean, en verdad, sorprendentes, no
deben servir para quebrantar la confianza que tengamos en el testimonio
de los sentidos, por más que den como realidades ilusiones fantaseadas
por el ánimo y en algunas veces creamos distinguir cosas que no pueden
existir. Difícil es, ciertamente, el fijar la diferencia que existe
entre las apariencias fenomenales y la realidad de las cosas, pero no
debe el ánimo dejarse vencer por las dudas.

Quien dice que nada se sabe, afirma contra su propia opinión; pues
nada podrá saber aquél que confiesa que no puede saberse nada[46]. No
pretendo contender con el que se pone en desacuerdo consigo mismo; pero
si concediese como probado el principio de que nada se sabe, aún habría
de preguntar al que negase toda seguridad en el juicio formado: ¿De qué
medio se vale para diferenciar lo que sea saber y no saber, y dónde
pudo adquirir noticia de la verdad y del error, ya que no es posible
discriminar la duda y la certeza?

  [46] Aristóteles decía á los escépticos: Ó sabéis ó no sabéis: si
  sabéis que no sabéis, algo sabéis; si no sabéis que no sabéis no
  podéis afirmar que no sabéis.


474. _Invenies primis ab sensibus esse creatam..._

Comprenderás que las ideas fundamentales provienen de los sentidos,
que si no pueden engañar deben inspirarnos confianza, porque mediante
la investigación de verdades nuevas ellos mismos pueden vencer sus
antiguos errores. ¿Hay algo que nos merezca mayor fe que los sentidos?
¿Puede suponerse que la razón deponga contra ellos cuando todos los
datos de que se vale solamente de los sentidos proceden? Si fueran
falsos los antecedentes que ministran á la razón, falso ha de ser el
juicio que ésta forme acerca de las cosas. ¿Podrá el oído corregir á
los ojos, ó el tacto al oído? ¿Podrá el sabor rectificar al tacto,
ó á los ojos el paladar? Entiendo que no, porque tiene cada aparato
sensitivo su acción privativa y su peculiar energía; por esta causa
ocurre que la blandura, la dureza, la frialdad y el calor se determinan
por el órgano adecuado, el cual da también á conocer cómo sea lo
blando, lo duro, lo frío y lo caliente; los colores de las cosas y todo
lo que á los colores pertenece afectan á otro órgano, y separadamente
el sabor, el olor y el sonido se originan en esfera propia. Es un
hecho que unos sentidos no pueden corregir á otros ni reprenderse á sí
mismos; luego todos deben inspirarnos igual confianza: lo que para los
sentidos es verdad confirmada por el transcurso del tiempo, verdad es.

Y si la razón no pudiese alcanzar la causa de que los objetos realmente
cuadrados nos parezcan redondos vistos á distancia, vale más traducir
equivocadamente la defectuosa idea que tengamos de ambas figuras, que
dejar escapar de la mano los hechos patentes, negar el principio de
toda certeza y destruir los fundamentos en que descansa todo nuestro
bienestar y nuestra vida. No solamente se trata de evitar que la razón
por falta de base caiga arruinada, sino que la vida misma se haga
imposible como sucedería en el instante en que dejáramos de confiar
en los sentidos: hay que tramontar los precipicios que amenazan la
existencia racional, poner en fuga los daños que puedan perjudicarla y
atraer todo lo que la beneficie. Debes, pues, considerar como palabras
baldías todas las que sirvan para declamar contra los sentidos.

Así como en la construcción de un edificio, si imperfectos son los
planos que sirven de guía, ó si alguno de los muros que se levantan en
la fábrica se aparta de la perpendicular, ó si el nivel es falso en
alguna parte, la obra resulta disforme, defectuosa, inclinada, torcida,
sin gracia, de techos peligrosos, y amenazará ruina, ó al cabo se
desplomará como levantada contra las reglas más elementales del arte de
las construcciones, así también la razón habrá de admitir errores si
funciona sobre falsos datos de los sentidos.


519. _Nunc alii sensus quo pacto quisque suam rem..._

No me parece difícil de explicar ahora el proceso que sigue para
manifestarse la acción de los otros sentidos: en primer término, las
ondulaciones sonoras y la voz afectan el oído cuando los elementos
correspondientes llegan al pabellón de la oreja y penetran por el
conducto auditivo: luego si las vibraciones excitadas por la voz y
cualquier otro sonido obran sobre nuestros órganos propios, no puede
negarse que son de naturaleza corpórea. En ocasiones la voz emitida
ofende la garganta y los gritos lanzados con violencia irritan la
tráquea, porque los principios materiales que forman la voz se
precipitan en número considerable por el estrecho tubo aéreo, lo
llenan, y luego al salir dañan el orificio laríngeo por donde se
esparce la voz en las auras: luego si la voz y el sonido en ocasiones
pueden producirnos dolor, sus elementos, no podemos negarlo, han de
ser corpóreos. Y no ignoras que si alguien comienza á hablar desde que
la aurora dibuja en el horizonte su tenue luz, y no cesa hasta que las
sombras de la noche se extienden, experimenta cansancio de fuerzas,
debilidad de nervios, languidez en todo el cuerpo, y mucho más si
mantuvo la conversación en voz alta: luego es indudable que la voz es
corpórea si produce detrimento mayor cuanto más se ejercita.

De elementos rudos procede la aspereza de la voz y su dulzura de
elementos suaves; también corresponden á otros apropiados el atronador
ruido que la trompeta envía á largas distancias, el áspero zumbido
que retumba de corneta retorcida y los amargos quejidos con voz
lúgubre lanzados por los cisnes que habitan los helados valles del
Helicón. Cuando intentamos representar por medio de palabras nuestro
pensamiento, formamos voces que los órganos bucales emiten, la lengua
articula y los labios moldean con su especial configuración. Siempre
que la voz articulada no tiene que recorrer un largo espacio desde los
órganos que la producen hasta los oídos que la reciben, las palabras
se oyen claras, distintas, con su propio sonido; pero cuando atraviesa
dilatada extensión se descompone, se desvanece en las corrientes de
aire; así, aun cuando oigas la voz, no podrás precisar sus inflexiones,
y, por tanto, no comprenderás el significado que tengan, porque habrá
llegado confusa á tu oído.


561. _Præterea, Edictum sæpe unum perciet aures..._

No pocas veces un edicto publicado por el pregonero llega á los oídos
de varias personas como si una sola voz se dividiera en muchas y cada
una fuera distintamente conducida por el aire al órgano apropiado de
cada individuo. Las voces que no encuentran oído que las recoja,
siguen su camino y se pierden esparcidas por los aires ó chocan en
algunos cuerpos que las devuelven por repercusión: en este último caso
producen muchas ilusiones porque las palabras se propagan en el espacio
que las rechaza de un modo parecido á la manera como los espejos
reflejan las imágenes. Enterados en las causas que producen este
fenómeno, bien podremos comprender y explicar á los demás, por qué en
ciertos lugares solitarios las peñas repiten los gritos articulados con
que llamamos á los demás compañeros perdidos. Hay sitios, y yo conozco
alguno, que reproducen seis ó siete veces las palabras que una sola vez
hayamos pronunciado; inmediatamente que son emitidas, de otero en otero
vuelan fielmente reflejadas. Los pueblos que residen en las cercanías
de esos lugares, suponen que éstos se hallan ocupados por sátiros de
piés de cabra, ninfas y faunos, los cuales bailan en las soledades,
interrumpen de los bosques el silencio con nocturnos conciertos,
y exhalan quejumbrosas voces acompañadas por el sonido suave de
instrumentos de cuerda, y por la plañidera flauta que muy hábiles
manejan. Dicen, además, que los habitantes de esos campos reciben la
visita del dios Pan, el cual se les presenta con la semisalvaje cabeza
adornada por pínea corona, con el caramillo entre sus labios ondulados
que de los cañutos hacen brotar interminables notas, para recordar
la harmonía perenne de la campestre musa. Otros varios prodigios nos
cuentan los vecinos de aquellas comarcas, ya para que entendamos que su
país merece las atenciones de los dioses, ó ya con otros fines, pues es
muy cierto que á los hombres seduce el misterio.


593. _Quod superest, non est mirandum, quâ ratione..._

Después de lo dicho, no deberá sorprender que las ondas sonoras
penetren en lugares que no pueden los ojos invadir. Nadie ignora que
podemos conversar con otra persona que se halle detrás de una puerta
cerrada. La voz se transmite intacta en corrientes que pasan por
canales tortuosos á través de los objetos, pero los simulacros de los
seres no pueden circular de ese modo, porque los obstáculos que se
les oponen los disgregan; en línea recta, se propagan lo mismo que
las imágenes se ofrecen intactas en los espejos. Los sonidos pueden
ser llevados en todas direcciones, porque de una vibración sonora se
forman otras muchas, á la manera como la fugaz chispa ígnea se divide
en varias que se dispersan. La voz, reproducida considerablemente,
llena todos los sitios que están á nuestro alrededor, y pasa por todas
partes; pero los simulacros sólo en línea recta pueden impresionar
los ojos: por ese motivo nadie ve lo que hay encima de su cabeza, en
tanto que ésta conserve su posición normal: si bien percibimos la
voz, cualquiera que sea la dirección en que se emita, la distancia la
desvanece, y al tocar nuestro oído llega confusa, por haber perdido las
modulaciones características de cada palabra.

El proceso de las sensaciones gustativas es más complicado y de más
difícil explicación. Como en la mano se exprime una esponja, así en
el acto de la masticación extraemos de la materia alimenticia el jugo
que desde luego penetra en los conductos absorbentes del paladar y
en los sinuosos é intrincados que existen en la substancia porosa de
la lengua: si esos jugos se componen de moléculas suaves y lisas,
estimulan agradablemente los órganos del gusto al extenderse por
toda la húmeda región del aparato lingual; pero si esas moléculas
son ásperas, ofenden el paladar, tanto más fuertemente, cuanto mayor
sea su rudeza. El placer que los sabores nos proporcionan tiene su
asiento en el fondo del paladar; cuando los sucos estimulantes de la
sensación gustativa, después de haber pasado por las fauces llegan al
esófago, el placer desaparece, porque entonces quedan anuladas todas
las cualidades sápidas de los alimentos y actúan las que sirven para
la digestión, para la asimilación y para el útil entretenimiento del
estómago.


633. _Nunc aliis alius cur sit cibus, ut videamus..._

Tratemos ahora de indagar por qué los mismos alimentos no convienen á
todos los animales, ya que unos encuentran agradable y dulce lo que
á otros molesta por amargo y áspero. Desde luego es notable que hay
substancias muy útiles para el sostenimiento de algunos seres vivos,
pero que son irremediablemente venenosas para otros; por el sólo
contacto del humor salival humano, la serpiente se enfurece, y después
de inferirse varias mordeduras muere entre congojas; para nosotros es
veneno acre el eléboro que á las cabras y á las codornices nutre. Á
fin de que puedas conocer el fundamento natural de esas diferencias,
debes el recuerdo traer á tu memoria de lo que ya hemos dicho acerca
de la distinta composición elemental de los cuerpos; si todos los
animales en su forma exterior, en sus miembros, en su aspecto, son
desemejantes y constituyen especies variadas, necesario es también que
sean distintos sus principios integrantes, su estructura, sus vasos,
todos sus órganos, su misma boca y aun su mismo paladar; lo que en unos
sea pequeño, en otros será de gran volumen; lo triangular en éstos,
será cuadrado, redondo ó de muchos lados en aquéllos; los conductos
y sus orificios serán proporcionales, y las moléculas que en ellos
se ingieran corresponderán á la figura de los órganos. Ha de haber
un perfecto enlace entre la posición de los cuerpos elementales y la
forma y movimiento de las moléculas, y, por tanto, la textura de los
órganos de cada animal, y sus poros y sus venas han de guardar relación
completa. Luego no es para extrañar el hecho de que unos hallen dulces
substancias alimenticias que otros encuentran amargas, porque en los
conductos del paladar de los primeros entrarán elementos muy finos,
mientras que en los de los segundos se introducirán moléculas toscas,
ásperas, que lesionarán las fauces.

Ahora te será fácil con estos datos resolver muchos problemas: así,
cuando la abundancia de bilis origina fiebre, ó cuando cualquiera otra
causa produce trastorno en el organismo, se experimentan los efectos
del malestar en todo el cuerpo, sencillamente porque los elementos
primarios cambian de posición; antes se hallaban dispuestos como
convenía á la condición del ser que informan; ahora, dislocados, no
funcionan regularmente y en ellos dominan influencias morbosas. Ya en
otra ocasión hemos podido considerar que de la conjunción de elementos
contrarios resulta el sabor de la miel.


675. _Nunc age, quo pacto nares adjectus odoris..._

Voy á explicar ahora el procedimiento seguido por las emanaciones
odoríferas para influir en el aparato olfatorio. Necesario es que de
los cuerpos se desprendan y se evaporen muchas partículas que inunden
con sus efluvios extensos espacios, supuesto que los percibimos como
provenientes de todas direcciones. En verdad, las aptitudes y los
estímulos que con relación á los olores tienen los animales, han
de ser variadas tanto como sus especies; las abejas, desde largas
distancias son atraídas por el perfume de las flores apropiadas para la
elaboración de la miel; el buitre es guiado por la fetidez cadavérica;
el olor que deja en su fuga la fiera de hendida pesuña despierta la
especial disposición de los perros; el cándido pato, guardador del
romúleo alcázar, presiente por las corrientes del aire la aproximación
del hombre. Así, por el olfato los animales se sienten obligados á
buscar el alimento que les sea propio, y á huir de aquellos que les
perjudiquen; de ese modo se conservan las razas vivientes.


699. _Hic odor ipse igitur, nares cuicunque lacessit..._

Este mismo olor, pues, irrita las fosas nasales, y aunque las moléculas
que lo producen tienen bastante alcance, no pueden ir tan lejos como
las del sonido y la voz, y especialmente, según ya he dicho, como los
simulacros que hieren los ojos y excitan la visión, porque aquéllas
se esparcen, se propagan lentamente, se descomponen con facilidad
en las auras y mueren con rapidez. Este fenómeno se realiza, en
primer término, porque las emanaciones se originan sólo de la parte
superficial de los cuerpos, y no admite duda que la energía de los
efluvios de lo interior procede, como lo prueba el hecho de que más
olor den los cuerpos que se fracturan, se machacan ó se descomponen
al fuego; y en segundo lugar, se nota que las partículas estimulantes
del olfato son más gruesas que las del sonido, por cuanto aquéllas no
pueden penetrar á través de los muros, mientras que éstas fácilmente se
transmiten. Demás de lo dicho, fácil es comprobar que las emanaciones
odoríferas no dan á conocer el lugar en que se hallan los cuerpos de
que dimanan; las auras los contrarían y marchan con lentitud ó se
disipan; nunca proceden como diligentes mensajeros que llevan rápidas
noticias de las cosas al sentido correspondiente: por esa causa muchas
veces los perros pierden el rastro que siguen.

Y no solamente las emanaciones sápidas y olfatorias tienen
acomodamiento desigual para los seres; también unas mismas imágenes y
unos mismos colores impresionan de manera distinta á diferentes ojos,
y aun á algunos produce afección dolorosa lo que á otros no molesta;
por ejemplo, el gallo, que ahuyenta la noche con sus alas y saluda
con vibrante voz la aurora, causa terror á los leones, que ante su
presencia huyen, tal vez porque del cuerpo de aquella ave doméstica
surgen substancias moleculares que se introducen en la pupila de los
ojos del león, el cual, á pesar de su ferocidad, sufre con ellas dolor
fuerte é irresistible; sin embargo, á nosotros no nos causan daño, bien
porque las mencionadas partículas no tienen acceso en nuestros ojos,
bien porque si en ellos penetran encuentran fácil salida sin ofender
nuestro aparato visual.


734. _Nunc age, quæ moveant Animû res, accipe; et unde..._

Aprende ahora, pues, aprende á conocer en pocas palabras las
substancias que mueven el ánimo, de dónde proceden y cómo á él llegan.
Primeramente digo que en toda la extensión del espacio vagan y giran
de variados modos innumerables y muy tenues simulacros de las cosas,
los cuales al encontrarse en las auras fácilmente se coaligan, como los
hilos de araña y las hojuelas de oro; es su levedad aún mayor que la de
las efigies, cuyas finísimas partículas tocan en los ojos y motivan la
visión, y de seguida penetran por el aparato visual, mueven la íntima
naturaleza del ánimo y excitan de éste la potencia sensible; merced
á ese proceso podemos representarnos Centauros, personificaciones de
Escilas, triplicadas cabezas de cerberos, y aun imágenes de personas
cuyos huesos cubre ya la tierra. En todas partes existen simulacros
de variadas especies; unos que espontáneamente se forman en el aire,
otros que son procedentes de las cosas y fuera de ellas se combinan
de múltiples modos: ciertamente la imagen del Centauro no responde á
ningún ser real, porque nunca ha existido un animal de su figura; pero
las imágenes del hombre y del caballo pueden fácilmente encontrarse,
y unirse como antes he dicho, á causa de su naturaleza sutilísima,
apropiada para conjunciones sutiles. De manera igual se han formado
otras representaciones; porque los simulacros por su agilidad se mueven
instantáneamente y con su delicado impulso pueden mover la acción del
ánimo, dotado también de admirable movilidad y de sutileza extrema.

Fácilmente puedes comprender la manera cómo se realizan esos hechos
de que ya he hablado, si consideras que nuestros ojos son capaces
de ver lo que en nuestra alma se halla, supuesto que la percepción
de la imagen y la representación en nuestra alma son dos instantes
de un mismo fenómeno; y si no podemos ver leones, como ya he dicho,
sino por medio de simulacros que nuestros ojos impresionen, lícito
ha de ser pensar que los simulacros de los leones llegarán á nuestro
entendimiento como otros de la misma especie tocan á nuestros ojos,
si bien aquéllos deben ser más tenues que los segundos. Y no por otra
razón es posible que el ánimo se halle vigilante cuando el sueño abate
los miembros, á no ser porque los simulacros estimulen nuestro ánimo
lo mismo que si estuviéramos despiertos, y así, dormidos nos figuramos
ver á personas que llegaron al término de la vida y de las cuales se
apoderó la muerte. En la Naturaleza se realizan esas ilusiones por
causa del profundo sueño de los sentidos que imposibilita á éstos para
conocer la verdad, y del abatimiento de la memoria que, adormecida, no
distingue que pertenece á la muerte algo de lo que la imaginación nos
da revestido con las apariencias de la vida.

Tampoco debe extrañar que los simulacros se muevan y al parecer agiten
con regularidad los brazos y otros órganos; forman una imagen más fugaz
que el mismo sueño, porque en éste, apenas una primera ilusoria efigie
se disipa, otra quizá muy diferente le sucede, tal vez sin solución de
continuidad, y por esta causa varias imágenes sucesivas parecen una
sola que cambia y varía repentinamente de gesto. Aún respecto á este
orden de ideas tenemos que hacer muchas indagaciones y muchos puntos
obscuros tenemos que aclarar si deseamos exponer con claridad el asunto
que ahora nos preocupa.


788. _Quæritur imprimis quare, quod quoique libido..._

Averigüemos antes de todo la causa de los deseos que en el alma
se despiertan y de las determinaciones que ésta adopta entre dos
extremos. ¿Acaso los simulacros, obedientes á las excitaciones
de nuestro apetito, combinan imágenes á nuestro gusto? ¿Quizá la
Naturaleza para complacernos forma en nuestra mente, sin la presencia
de objeto, fantásticas efigies del cielo, de la tierra, de los mares,
de asambleas, ceremonias, festines y combates, y tal vez las crea en
la misma región y en el mismo lugar donde el ánimo encuentra cosas muy
diferentes?

En verdad, cuando en sueños distinguimos simulacros que marchan
acompasadamente, que emplean los miembros con gallardía, que usan con
ligereza las extremidades torácicas y abdominales y que acompañan
esos movimientos con gestos adecuados, ¿hemos de suponer que han
aprendido un arte á cuyas reglas sujetan sus juegos nocturnos; ó
más acertadamente creeremos que en nuestra imaginación se presentan
confundidos muchos instantes diversos, como sucede con las palabras
de un discurso que en gran número se juntan en sucesión apenas
diferenciada por los sentidos, pero discriminada por la razón? De
igual modo se presentan confundidos simulacros de muy variadas formas
y especies relativas á circunstancias múltiples de tiempo y de lugar:
¡tanta es su movilidad y tanto es su número! Y como la tenuidad de
esas partículas es muy grande, el ánimo para distinguirlas necesita
concentrarse: todas las imágenes que una vez han sido presentes para el
ánimo han desaparecido si éste no se ha dispuesto para retenerlas; con
esta última condición podemos ver en lo futuro alguna cosa ya pasada, y
así en efecto sucede.

¿No observas que cuando queremos ver objetos muy pequeños tenemos que
fijar en ellos los ojos con atención sostenida, porque de lo contrario
no llegaríamos á adquirir de los mismos una bastante representación? Y
si para conocer las cosas que tenemos presentes necesitamos predisponer
el ánimo á fin de que éste las contemple como si hubieran estado
siempre á largas distancias, y este es un hecho comprobado por la
experiencia de todos los días, ¿debe admirar que los simulacros, aun
cuando existan, sean perdidos para el que no los estudia? No pocas
veces aumentamos en la fantasía el tamaño de los signos de las cosas, y
de este modo caemos en error y el ánimo se engaña.


824. _Fit quoque ut inter dum non suppeditetur Imago..._

Muchas veces en sueño vemos que de repente mudan las imágenes y el
sexo á que pertenecen, hasta el punto de que en ocasiones una hermosa
mujer se transforma en hombre: cambian el semblante y la edad. Y no
debe sorprendernos esa metamorfosis, porque es lo cierto que el sueño
y el olvido se parecen. En todo lo que se refiera á las ilusiones
que fácilmente nos forjamos, debes proceder con mucha cautela para
no incurrir en error: no creas que las pupilas de los ojos, claras
y luminosas, fueron creadas precisamente para que nos sirvieran de
órganos auxiliares de la visión; ni que las piernas descansan en los
piés á fin de que alarguen los pasos que éstos inician; ni que los
brazos se ostentan provistos de robustos músculos y terminan en manos
obedientes para que realicemos los usos á que los destinamos en la vida.

Quien de ese modo interpretara los hechos que ve y ejecuta, daría
pruebas de no haber comprendido las causas y los efectos del orden
universal; no se hicieron los miembros para los usos á que los
destinamos, sino hemos adquirido costumbres adecuadas á nuestros
órganos: antes de ver no hubo ojos, como no se formaron palabras antes
de que hubiera lengua que las modulase; por lo contrario, la existencia
de la lengua precedió en mucho á la combinación de idiomas; antes de
que hubiera sonido existiría el oído, y todos los miembros han de
haberse adelantado al uso que de ellos hacemos, porque es indudable que
no surgieron para un fin predeterminado[47].

  [47] Combate Lucrecio la teoría sobre las causas finales; algunos
  filósofos, y entre ellos Buffón y Condillac, han desenvuelto los
  argumentos que Lucrecio señaló, no siempre con buena fortuna,
  aunque sí con estro poético admirable.

De toda certeza es que los hombres sostuvieron combates á puñadas y se
lastimaron y se hirieron antes, mucho antes de que luciente flecha
rasgara el aire; la Naturaleza había enseñado al hombre á evitar
las heridas antes de que el arte suspendiese del brazo izquierdo el
defensivo escudo; más antigua es la necesidad de entregar el cuerpo al
reposo que la fabricación de los mullidos colchones de nuestro lecho;
ya se sabía mitigar la sed antes de que se inventara el vaso: todos
los descubrimientos han sido fruto de la experiencia y se han hecho
bajo la inspiración y para satisfacciones de la necesidad. Luego si los
sentidos y los órganos que les sirven de instrumentos fueron anteriores
á las funciones que desempeñan, podemos decir repetidas veces que no se
formaron para que sirvieran de utilidad.


864. _Illud item non est mirandum, corporis ipsa..._

Tampoco debe nadie admirarse de que los seres animados busquen los
alimentos que más se adaptan á su naturaleza. Ya te he dicho que de los
cuerpos fluyen y brotan numerosas moléculas en cantidad proporcionada
al movimiento que los mismos desarrollan: por la transpiración, desde
lo más íntimo del organismo, salen muchas; otras por la boca se escapan
en la respiración anhelante. Esas derivaciones continuas representan
pérdidas que abaten el cuerpo hasta sumirlo en postración seguida por
cierto dolor estimulante que obliga al ser vivo á buscar los alimentos
necesarios para calmar las molestias sufridas, para reponer las
fuerzas gastadas y para renovar las energías de los miembros y de las
venas; también los fluidos se reparten por el cuerpo, y con su humedad
se calman los ardores provocados por la combustión efectuada en el
estómago, y se restringe el fuego que trata de invadir el organismo: de
esta manera se apaga la ardiente sed y se calma la famélica ansiedad.

Ahora trato de inquirir la causa que nos permite andar y mover nuestros
miembros de varios modos, con sujeción á nuestra voluntad, agente que
impulsa la pesada masa de nuestro cuerpo; escucha, pues, mi discurso.
Digo que los simulacros rozan nuestro ánimo, y, como ya expuse más
arriba, le comunican cierto movimiento, del que se originan las
determinaciones volitivas, que son requisito indispensable de todo lo
que se proyecta ó se ejecuta; luego la formación de la imagen ante
la presencia del objeto, es la primera condición para todo hacer. En
cuanto el ánimo se resuelve á seguir una dirección, la energía del
alma, que extendida está en los órganos y en los miembros, compele á
éstos; el fenómeno se realiza sin dificultad, porque siempre el alma,
unida al cuerpo, impulsa á éste, que se pone en movimiento y avanza;
también el aire, que nunca deja de agitarse, en cumplimiento de su
propia función, penetra en los dilatados poros del cuerpo activo, y
va á esparcirse hasta por las más pequeñas partes del ser. Hay, pues,
dos clases de substancias que imprimen al cuerpo el movimiento, como
dos fuerzas combinadas, la del viento y la de las velas, son las que
ponen en marcha la nave. Y no debe sorprender el hecho de que elementos
delicadísimos puedan mover y conducir á su arbitrio el cuerpo con
toda su gravedad: también el ligero viento, á pesar de su composición
tenuísima, puede empujar velozmente una pesada nave, á la cual una
sola mano rige en el mar, por arrebatado que esté, y un solo timón da
la dirección conveniente: de igual modo las gruas y los tornos elevan
masas enormes, aunque sean movidas por un débil esfuerzo.


913. _Nunc quibus ille modis somnus per membra quietê..._

Ahora, para explicarte el modo con que el sueño difunde la quietud por
los miembros[48] y expulsa los temores del ánimo, emplearé dulces,
aunque pocos versos, pues más grato es el débil cantar del cisne que el
graznar de las grullas, oído hasta en las nubes[49]. Concédeme atento
oído y ánimo reflexivo, y no rechaces sin meditación las razones que
voy á exponerte, ni con prevenciones caprichosas niegues demostradas
verdades: tuya, de todas maneras, será la culpa, si no adquieres
aptitud para discernir con acierto.

  [48] La frase de Lucrecio es: _somnus per membra quietem
  inriget_. Virgilio dijo después: _fessos sopor irrigat artus_.

  [49] Repetición de los versos 175, 176 y 177 de este mismo canto.

Cuando la energía anímica dispersa por los órganos llega á
descomponerse, de tal modo que una parte de ella sale fuera del
cuerpo, mientras que otra parte en el interior de éste se condensa, el
sueño sobreviene. En este caso, las relaciones que entre los miembros
existen se quebrantan, y todos éstos caen en laxitud: el alma nos da
las sensaciones, pero no puede privarnos del sueño sin que la misma
substancia pensante ó racional se perturbe y sea lanzada fuera del
organismo, aunque no completamente, porque el frío de la muerte se
extendería por todo el ser, si en él no quedaran, como ascua entre
cenizas, partículas del alma que pudieran esparcirse en los miembros
á manera de súbita explosión, como del fuego latente surge la llama.
Pero ahora voy á explicarte las causas que producen languidez para el
cuerpo y turbación para el alma; procura que yo no vierta mis palabras
en el viento.

En primer lugar, es evidente que el cuerpo, siempre en contacto
con las auras aéreas, ha de recibir de éstas en su parte exterior
repetidos rozamientos, que puede sufrir sin contrariedades por estar
cubierto de cuero, de cerda, de concha, de piel callosa ó de cáscara;
y en su parte interior ha de sentir el aire aspirado que luego por
la espiración exhala; así el cuerpo, batido por dentro y por fuera,
recibe choques á través de los poros hasta en sus elementos primarios
constitutivos, y experimenta poco á poco abatimiento y cansancio. De
este modo conturbados y dislocados de su posición normal los principios
integrantes del ser, el alma se fracciona en partes, una que del cuerpo
sale, otra que oculta permanece en lo interior de éste y otra que se
esparce por todos los órganos; y no pueden reunirse las tres ni ejercer
movimientos mutuos, porque la Naturaleza les ha cerrado las entradas
y los caminos: consecuencia de este desorden es el desvanecimiento de
la sensación. Cuando este caso llega, el organismo pierde su vigor,
el cuerpo se debilita, languidecen todos los miembros, los brazos y
los párpados decaen, las piernas se abaten extenuadas, las fuerzas
desaparecen.

Y en segundo lugar, si después de la comida sobreviene el sueño, es
porque el alimento cuando se distribuye disuelto en las venas, produce
en éstas un efecto parecido al que en las mismas engendra el aire;
el sueño es pesado cuando al dolor del hambre sigue el placer de la
satisfacción, porque entonces son muchos los elementos que se reunen
para activar las funciones de la vida: en esta ocasión el alma penetra
en el cuerpo con mayor intensidad, se manifiesta al exterior con mayor
amplitud, y sus elementos componentes más se apartan y más se esparcen.


968. _Et quoi quisque ferè studio devincius adhæret..._

Las cosas que más nos inquietan durante el sueño son las que
constituyen especialmente nuestras habituales ocupaciones, las que
más tiempo nos han entretenido, las que más han solicitado nuestra
atención. Entonces el abogado instruye causas é interpreta leyes,
el general trata de combates y de asaltos, el piloto lucha con el
desencadenado viento y yo indago las causas del orden universal para
enseñar á mis conciudadanos los secretos de la Naturaleza; otros
hombres, en fin, mientras están dormidos, tienen la ilusión de varios
estudios y de artes varias. Aquellos que frecuentan los espectáculos
públicos, durante mucho tiempo conservan como introducidos en su alma
los simulacros de las impresiones recibidas en las fiestas á que
asistieron: ven reproducidos en su imaginación los mismos ejercicios, y
aun en estado de vigilia se representan el bailarín que salta y mueve
el flexible cuerpo, los acordes sonidos de la lira y el dulce lenguaje
de las cuerdas; creen asistir á las mismas reuniones á que en alguna
ocasión han concurrido y se figuran reproducidas las escenas que una
vez presenciaron: ¡grande es el poder que la voluntad crea, el uso
desarrolla y el hábito afirma entre los individuos de la especie humana
lo mismo que entre los animales! Pueden verse caballos briosos que en
profundo sueño sumidos se estremecen, se cubren de sudor, se mueven con
inquietud y dan fuertes resoplidos, como si en su imaginación vieran
expeditas las puertas del circo y desearan lanzarse por ellas en busca
del premio de la victoria: no pocas veces se ven perros de caza que en
sueño se agitan bruscamente, aullan, aspiran con ansia el aire como
si buscaran el rastro de las fieras, y aun en ocasiones, al despertar
en ese estado, corren detrás de los simulacros de ciervos que se
figuran fugitivos, hasta que recobran la posesión de sus sentidos y se
desvanecen sus errores; la mansa especie de los cachorros, acostumbrada
al domicilio de sus dueños, de repente abre sus ojos, sacude el
sopor que la embarga y asustada se pone de pié como si delante se le
ofreciera un desconocido rostro del que tuviera que defenderse; porque
tanto más incomodan las imágenes cuanto más ásperos son los elementos
que las forman: por último, algunas aves, entregadas á sosegado
sueño sin duda se figuran que otras rapaces se dirigen contra ellas
para destruirlas entre sus garras y devorarlas en el acto, cuando de
repente se lanzan presurosas en vuelo rápido y buscan refugio en los
impenetrables bosques.

¡Y cuán variados movimientos agitan profundamente el alma humana!
Mientras duermen, unos hombres combinan proyectos y realizan grandes
empresas; otros dan batallas, vencen reyes, caen prisioneros; no
pocos exhalan clamores, como si fueran degollados; muchos se quejan y
profieren dolorosos gemidos, porque se imaginan que se hallan entre
los dientes de una pantera ó que son despedazados por león implacable;
algunos se denuncian en sueños por faltas cometidas; éstos se creen ya
esclavos de la muerte; aquéllos se figuran que desde elevados montes
son precipitados á un abismo y se despiertan asustados y como fuera
de juicio hasta que recobran lentamente su tranquilidad; un sediento
piensa que se halla junto á un río ó en las proximidades de amena
fuente y que bebe el agua en abundantes sorbos; los niños, muchas
veces bajo el sueño, se creen próximos á pila ó vasija conveniente, se
levantan los vestidos y dejan escapar de su cuerpo líquidos sobrantes
que manchan el magnífico esplendor de las bordadas estofas. También
aquellos jóvenes para quienes empieza á surgir el vigor de la edad y
á sus miembros da el tiempo gérmenes fecundos ven simulacros de varia
especie que representan figuras bellas de color y de forma, las cuales
despiertan deseos y producen efusiones que dejan abundantes señales en
las ropas[50]. Cada objeto ejerce influencia sobre su órgano propio, y
solamente la imagen humana tiene poder para obligar al germen humano á
escaparse de su natural residencia.

  [50] Desde este punto hasta el final del canto cuarto Lucrecio
  trata un asunto muy difícil, con una viveza de expresión poco
  grata para las exigencias de nuestra cultura. El traductor se ha
  visto obligado á velar algunas frases y á rodear de obscuridad
  algunos pensamientos del autor.


1043. _Sollicitatur id in nobis, quod diximus antè..._

El fluido generador, como antes he dicho, ejerce en nosotros cierto
influjo cuando la edad adulta fortalece los órganos: entonces se
reparte por todo el cuerpo, se acumula en los nervios é irrita los
aparatos propios que determinan arranques pasionales de amor ansioso de
emociones tranquilizadoras. En los combates se lucha cuerpo á cuerpo,
salta la sangre de allí donde se dirige enconado golpe y el vencedor
tan cerca de la víctima se halla que puede sacar manchado su vestido.

Así, pues, el que recibe el dardo punzante de Venus, ya sea éste
lanzado por mancebo de afeminada apariencia, ya por mujer que provoque
amor con todo su porte, desea aproximarse á quien lo hiere para
colmarlo de halagos: de este modo se despierta la pasión, que no es
otra cosa más que el ansia de conseguir un goce apetecido: ese deseo,
llamado Venus, lleva también el nombre de amor, penetra gota á gota en
el corazón y nos inunda con suaves dulzuras y férvidos cuidados; pues
aun cuando esté ausente la persona á quien amemos los simulacros suyos
estarán con nosotros y llevaremos su grato nombre en los oídos.

Pero si los simulacros encienden en nosotros exagerada pasión, debemos
huir de ellos, separarnos de todo lo que favorezca su concentración, y
distraer nuestra inteligencia entre objetos varios: si una exclusiva
pasión nos produce cuidados y tormentos que pueden acortar nuestra
vida, porque obra como llaga que se amplía por momentos, ó como frenesí
que aumenta por grados, ó como enfermedad que se agrava incesantemente,
es necesario que se busquen nuevas emociones para apaciguar la
anterior, y en una prudente inconstancia hallar medios para dar al
sentimiento rumbo distinto.

No se priva de las dulzuras de Venus aquel que evita el amor; por lo
contrario, obtiene frutos sin pasar quebrantos; pueden los individuos
sanos alcanzar dichas completas, pero no aquellos miserables que tienen
la razón trastornada, fluctúan con frenético ardor, fijan sus ojos y
no distinguen, lastiman con sus manos crispadas y hacen daño con sus
labios convulsos: todas esas rabiosas manifestaciones son incompatibles
con el verdadero amor; pero Venus con delicias quebranta las penas
y ahuyenta las amarguras. Se espera equivocadamente que tenga poder
bastante para apagar la llama del amor el mismo ser que ha podido
encenderla; pero esa pretensión es contraria al orden natural: es el
amor un vivo afán que más se excita cuanto más se lisonjea. Cierto es
que las substancias alimenticias sólidas ó líquidas, al asimilarse á
nuestros órganos fácilmente matan la necesidad que de ellas tenemos;
pero un semblante agraciado y un color bello no dan de sí más que
simulacros tenuísimos que solamente producen una vaga esperanza con
facilidad desvanecida en el aire: como el sediento se esfuerza en beber
durante el sueño y no consigue extinguir la sed en que sus miembros
arden, porque los simulacros del agua no llegan á sus labios aunque el
necesitado se imagina que se halla dentro del agua, así Venus burla
con los simulacros á los apasionados que no pueden apagar su deseo
con la mera contemplación del objeto que aman; ni tampoco mediante el
movimiento de las manos que errantes vagan inciertas por el cuerpo
amado como si en él buscaran algo que los satisficiera.


1107. _Denique, cùm membris conlatis flore fruuntur..._

Finalmente, cuando en la flor de la edad se unen dos amantes y
el cariño los aproxima ante la presencia de Venus que preside la
fecundación femenina, se estrechan y se halagan como si quisieran ambos
confundirse en una sola alma y en solo un cuerpo; crecen sus arrebatos
amorosos y sus violentos ardores, que se resuelven en efluvios de
delicias; pero los afanes que se amortiguan por la satisfacción renacen
después de corta pausa; vuelven el mismo frenesí, el mismo furor
y la misma rabia; los amantes anhelan llegar al fin que los atrae;
pero no encuentran medio de extirpar el mal que padecen, hasta que
desfallecidos caen agobiados por oculto fuego que los consume ó por
dardo penetrante que los hiere.

Añádase, además, que las fuerzas se consumen agotadas por anhelos
eróticos; que se pasa la vida sujeta á ajena esclavitud; que se
extingue la fortuna, y después se contraen deudas; que el crédito se
pierde; que los deberes se olvidan; que se cae en la deshonra: se
adquieren perfumes, lindo calzado procedente de Sición[51], joyas de
oro y de verde esmeralda, ropas delicadas que se humedecen con el sudor
de la persona amada; los bienes que los antepasados supieron juntar y
legaron á sus herederos se disipan en fajas, tocas, estofas de Malta y
de Cea[52], opíparos banquetes, dulces vinos, suaves perfumes, recreos,
guirnaldas y coronas; y á pesar de tantos dispendios nada es bastante
para endulzar la amargura que se experimenta, y de cuyo fondo surgen
flores que se convierten en espinas, ya porque la propia conciencia
acusa de que se lleva una vida ociosa ó perjudicial, ya porque alguna
frase equívoca de la persona amada penetra hasta el fondo del corazón,
ora porque en sus ojos se descubre una mirada furtiva en favor de
un rival, bien porque en su fisonomía se cree hallar alguna vez una
expresión de mortificante menosprecio.

  [51] Ciudad del Peloponeso.

  [52] Cea, isla del mar Egeo.

Si grandes son los males que nos acarrea una pasión correspondida,
mayores son los que trae consigo un amor desgraciado: es, pues,
conveniente, vivir alerta para librarse de tantos peligros. Más fácil
es precavernos de las celadas de amor, que romper las mallas de su red
y cortar los apretados nudos con que Venus las estrecha.


1151. _Et tamen implicitus quoque possis, inque peditus..._

Pero aun cuando ya estés dominado por el amor, todavía podrás
librarte de su imperio si quieres dejar de ser esclavo y observar
con ojos serenos los defectos del cuerpo y los vicios del ánimo de
la persona que te subyuga. Bien sé que los hombres ofuscados por la
pasión atribuyen á la beldad amada todas las perfecciones imaginables
que seguramente no tiene; hasta las mujeres viciosas y repugnantes
reciben mimos, respetos, atenciones y caricias de algunos hombres.
Tales individuos se escarnecen los unos á los otros, se aconsejan
mutuamente para pedir á Venus que los libre de su extravagante amor,
y los miserables, que ven el ajeno mal, ni siquiera aciertan á
comprender sus propios errores. Si la mujer amada es muy morena, para
el enamorado es trigueña agraciada; si es sucia y exhala mal olor,
es poco aficionada á afeites; si tiene los ojos azules, es rival de
Palas; si nerviosa y seca, es como la corsa de Menelao; si enana, es
una de las tres Gracias, toda encantos; si larga y desproporcionada,
es la personificación de la majestad; si torpe de lengua, no quiere
hablar; si muda, prudente es; si colérica y charlatana, es luz perenne;
si de enfermiza constitución, es delicada; si peligrosa tos padece,
es una dulce hermosura; si es gorda y de pechos abultados, es Ceres
amante de Baco; si chata, es como los sátiros; si de labios gruesos, es
encantadora. Jamás terminaría si hubiera de relatar todo lo que se dice
en este género.

Pero aun cuando posea todas cuantas bondades quiera suponérsele y tenga
de Venus toda la gracia y la belleza, ¿será la única de su especie? ¿No
habrá vivido antes el mundo sin ella? ¿No estará sujeta á las mismas
necesidades que afligen á las más feas, y la infeliz no se impregnará
de fétidos olores que harán á los fámulos huir, al mismo tiempo que se
burlan furtivamente de la hermosa?

El amante que tiene prohibida la entrada en la casa de su deidad coloca
en las puertas coronas y flores, perfuma el umbral con valiosos
ungüentos para ver si consigue ablandarlo y besa el inflexible quicio;
pero si al cabo llega á penetrar y de ciertos olores siente algún
vestigio, inmediatamente busca un pretexto para ausentarse, olvida las
quejas que por tanto espacio de tiempo lanzara y se acusa de loco por
no haber considerado antes que á ningún mortal pueden suponerse dones
incompatibles con su naturaleza: nuestras beldades saben á qué atenerse
respecto de este asunto, y ocultan con exquisito cuidado á aquellos á
quienes pretenden ligarse con vínculos de amor muy estrechos, todo lo
que se refiere á escenas íntimas de la vida faltas de pulcritud; pero
inútilmente las ocultan, porque sin duda, cualquiera puede suponerlas
mentalmente; quizá por este motivo hay mujeres amables y no fatuas
que en ocasiones dadas te sabrán tolerar algunas faltas propias de la
humana flaqueza.

No siempre, aunque sí algunas veces, la mujer suspira amor sin
fingimiento: en esa ocasión, estrechada al cuerpo de su amante, ofrece
á éste sus húmedos labios y con transportes solicita un largo espacio
en la carrera del amor: de igual modo hay momentos en que todas las
hembras, lo mismo las volátiles que las terrestres, las feroces que
las mansas, con docilidad se someten á los férvidos ardores de sus
compañeros. La Naturaleza impone esta sumisión de la que resultan
fecundos goces. ¿No ves algunas veces que se martirizan aquellos á
quienes une mutuo deleite? ¿No ves en los trivios cómo luchan para
divorciarse canes enlazados por atracciones genéticas? Este caso nunca
se daría si un mutuo instinto de común placer no los hubiera hecho sus
cautivos.


1208. _Et commiscendo cùm semen fortè virile..._

Al recibir el seno de la mujer la influencia generadora masculina, la
descendencia adquiere mayor semejanza con el padre ó con la madre,
según de quien proceda la mayor suma de principios generativos;
pero si tiene parecido con los dos, señal es de que, excitado el
organismo de ambos con igual energía, uno y otro aportaron los mismos
elementos para la obra común: se da el caso de que las personas se
parecen á sus abuelos cuando los padres en su constitución han reunido
principios materiales, dispersos en su inmediata ascendencia. Por este
procedimiento, Venus reproduce las facciones de los antepasados, su
voz, su cabello, su estatura; y este hecho es una prueba de que los
seres constan de elementos fijos. Da origen el padre al sexo femenino
y al varonil la madre: cierto es que la prole consta de gérmenes
del uno y de la otra; pero en todo caso hay un principio dominante,
derivado ya de la mujer, ya del varón.


1232 _á_ 1288. _Nec divina satum genitalem Numina quoiquam..._

Ni evitan númenes divinos la reproducción de los seres ni se oponen á
que reciba el dulce nombre de padre ningún hombre, ni tienen eficacia
las súplicas dirigidas á Venus, como suponen los ilusos que vierten
sangre de sacrificios en los altares y dedican obsequios á dioses,
mientras que piden abundantes medios para que su matrimonio sea
fecundo. Se fatigan inútilmente con tales súplicas y tales ofrendas: es
inevitable la esterilidad cuando la simiente es muy densa ó demasiado
tenue; si es débil resulta inútil por falta de adherencia; si es crasa
tiene gravedad inconveniente para la invasión de las células apropiadas
y para la identificación consiguiente en ellas. Es indudable que
para la eficacia de las funciones regidas por Venus son necesarias
condiciones de adaptación entre los esposos: no todos los enlaces
producen el mismo resultado: mujeres hay que han sido estériles en
varios himeneos, y al celebrar otro, han podido rodearse de numerosos
juguetones hijos; y también hay hombres que no han logrado sucesión con
varias compañeras, y de un nuevo contrato han conseguido varios hijos
que les alegren su vejez. Estos hechos, por su repetición, prueban que
el humor espermático masculino y femenino debe tener adecuidad y no
ser más craso ni más tenue que lo conveniente para que su conjunción
no sea baldía. Los alimentos contribuyen mucho á la calidad del fluido
generador, pues con unos se forma pesado y denso y con otros suave
y ligero; y, por último, en los efectos de la función influye la
forma de realizarla; según dicen, ésta es más eficaz _more ferarum
quadrapedumque ritu_, porque la eyaculación se facilita cuando el pecho
femenino está inclinado y alzada la región lumbar. Ciertos movimientos
impúdicos son perjudiciales para la generación; hay cansancio inútil,
fuerzas perdidas, la reja del arado fuera del surco, la simiente
arrojada en terreno yermo: hagan lo que gusten las meretrices para
producir mayores alucinaciones y para evitar resultados futuros, pero
nuestras esposas no deben caer en deshonestidades.

La mujer menos hermosa consigue hacerse amar sin la intervención de
dioses y sin las saetas de Venus; pues una conducta morigerada, unos
modales dignos y un cuidado honesto de su persona harán apetecible
su trato; después el hábito creará el amor. Golpes sucesivos, aunque
débiles, triunfan de los cuerpos duros: ¿no ves de qué manera gotas de
agua que sin cesar caen, al cabo de algún tiempo llegan á horadar las
peñas?



LIBRO QUINTO


1. _Quis potis est dignum pollenti pectore carmen..._

¿Quién puede cantar dignamente con inspirado estro en honor de tales
asuntos y de investigaciones tales? ¿Quién tiene bastante elocuencia
para expresar los elogios que merece el esclarecido genio del que nos
enriqueció con dones tan preciados? Nadie, pues creo que varón tan
ilustre no tuvo mortal naturaleza, y todo el que aprecie la sublimidad
de su obra sin duda habrá de exclamar, ínclito Memmio: «Un dios fué, un
dios[53] el que descubrió las causas de la vida cuyo conocimiento se
llama ahora Sabiduría, el que por arte propia separó nuestra existencia
de las agitadas olas y profundas tinieblas que la rodeaban y la
transportó á mar sereno por clara luz iluminado.»

  [53] Sin duda Lucrecio usa aquí de la palabra _dios_ en su
  acepción primitiva: sabido es que el vocablo _deus_ latino,
  como el griego θεός, provienen de la raíz sanscrita _div_ que
  significa _brillar_; en este sentido es dios, y por tanto
  inmortal, aquel que por sus hechos vive siempre en la memoria
  de los hombres. Lucrecio juzga que Epicuro no era de naturaleza
  mortal y debe ser considerado como dios supremo, porque entiende
  que el filósofo de Samos, por sus enseñanzas, brilla en la
  historia más que los otros genios de la mitología griega y romana.

Compara con las suyas las empresas antiguas realizadas por otros que se
estiman como dioses. Ceres, según dicen, dió á los hombres los cereales
y Baco el vino; dos regalos sin los cuales bien podríamos vivir, como
pasan muchas naciones que aun hoy mismo no los poseen; pero nadie puede
ser feliz si carece de virtudes, y por tanto, debe ser considerado como
dios supremo aquel que entre las gentes divulgó lecciones que endulzan
las amargas aflicciones de la vida.

Si pensaras que Hércules por sus trabajos merece tan distinguida
preferencia, te colocarías á mucha distancia de la razón: ¿qué terror
pueden causarnos hoy el león de Nemea con su inmensa boca siempre
abierta, y el horrendo jabalí de Arcadia? ¿qué valdrían en nuestro
tiempo el toro de Creta y la hidra de serpientes venenosas que
representa la peste de Lerna? ¿qué importancia tendrían para nosotros
la triple fuerza del tricorpóreo Gerión, y los caballos de Diómedes
que por la nariz lanzaban fuego en Tracia, en la comarca de Bistania
próxima al monte Ismaro? ¿y las temibles garras de las aves que
habitaban las riberas del lago Estínfalo en Arcadia? ¿y el furioso
dragón de encarnizados ojos que enroscado en el árbol correspondiente
guardaba las manzanas de oro del jardín de las Hespérides, situado
en el litoral Atlántico, á cuyos puertos ni nosotros ni los Bárbaros
pretenden arribar? ¿qué daño nos podrían causar los otros monstruos de
parecida especie si vivieran hoy como eran antes de ser vencidos? Creo
que ninguno: en toda la tierra hay animales feroces que invaden los
elevados montes y las profundas selvas, y fácilmente podemos evitar su
arriesgado encuentro.

Pero si los vicios penetran en el corazón ¡qué rudas batallas nos dan y
qué peligros nos crean! ¡Cuántos anhelos, temores é inquietudes produce
la sórdida avaricia! ¡cuántos males corroen nuestra alma evocados por
la soberbia, la deshonestidad, la petulancia, la ociosidad y el lujo!

Y el haber subyugado á tantos enemigos, no con el empuje de las armas,
sino con las enseñanzas de la razón, ¿no es motivo suficiente para que
un hombre sea colocado entre los dioses? Pero hizo todavía más: habló
divinamente acerca de los dioses inmortales y puso de relieve ante el
mundo los arcanos de la Naturaleza.


57. _Quojus ergo ingressus vestigia, nunc rationes..._

De este genio he de seguir la senda, y desde luego continuaré la
exposición de mis razonamientos, destinados á patentizar que tienen
todos los seres criados una cierta necesaria duración, porque nada
hay que pueda substraerse á las leyes de la vida. He tratado ya del
alma, que se forma con el cuerpo y no puede ser eterna, y también de
los simulacros ó imágenes que en sueños se nos presentan como sombras
de personas que han existido y nos asustan: ahora el orden exige
que te hable de la creación y descomposición del mundo; acerca de
las atracciones y repulsiones de los cuerpos simples que han podido
originar la Tierra, el Cielo, el Mar, las Estrellas, el Sol y el globo
de la Luna; de qué modo nacieron los animales terrestres y tenemos
representaciones de otros que nunca han existido; de la manera cómo
los individuos de la especie humana comenzaron á comunicarse mediante
la palabra modulada por inflexiones de la voz; de cómo el temor de lo
ignorado engendró en nuestra alma la idea de los dioses y dió motivo
para la invención de los sagrados bosques, lagos, templos, altares y
simulacros de los númenes.

Te explicaré, además, las causas del curso del Sol y de los movimientos
de la Luna y de la energía con que la Naturaleza gobernante los dirige,
para que no entiendas que entre el Cielo y la Tierra han surgido por
libre determinación de ellos mismos y bajo la inspección de dioses con
el fin de favorecer el desarrollo de los animales y de los frutos.
Muchos hombres que llegaron á considerar imposible la existencia de
esas divinidades en las regiones celestes, cuando tratan de conocer
la marcha regular del Universo, y especialmente en lo que se refiere
al etéreo espacio, empujados por su ignorancia se despeñan de nuevo
en las obscuridades profundas de las religiones y consideran cómodo
admitir los tiranos dioses que á su gusto reparten el bien y el mal:
los desgraciados no saben distinguir entre lo que puede ser y lo que no
puede ser, y no conocen que todo lo existente en cierto grado participa
de la potencia universal.


93. _Quod superest, ne te in promissis plura moremur..._

Ahora, pues, para no cansarte más con promesas, observa primeramente
los mares, las tierras y el cielo, tres cuerpos que son, ¡oh Memmio!
de naturaleza desemejante, de especie diferente, de textura diversa,
pero que serán arruinados en un día y así quedará deshecha la máquina
del mundo, por tantos años conservada. No se me oculta lo extraña que
parecerá la teoría de la subversión futura y lo difícil que me ha
de ser la divulgación de verdades nunca enunciadas y que no pueden
comprobarse con los sentidos, únicas puertas por donde es posible
que la evidencia penetre en nuestra alma; pero las expondré, á pesar
de estos inconvenientes, pues quizá no esté muy lejano el día en que
pruebas claras apoyen mis enseñanzas, y aun tal vez que nuestro mundo
llegue á trastornarse entre convulsiones: ¡ojalá no sucedan así las
cosas, y no sean los hechos sino la reflexión despertada por mis ideas
el medio que te demuestre que es posible la demolición del mundo!

Antes de que empiece á explicarte las leyes en que descansa el orden
universal, leyes más sagradas y más ciertas que los oráculos dictados
por la Pitonisa de laurel coronada y subida en el trípode apolónico,
voy á ofrecerte algunas consideraciones que tu ánimo levanten: no
caigas en la debilidad de creer que en consonancia con lo que las
religiones dicen, la Tierra, el Sol, el cielo, el mar, las estrellas
y la Luna sean cuerpos divinos que han de permanecer como ahora se
muestran, eternamente, y que son impíos como los Gigantes[54], y
merecedores de horribles penas aquellos malvados que afirman la
posibilidad de que se deroguen los fundamentos del mundo, se apague el
rutilante luminar del día y mueran los llamados seres inmortales.

  [54] Los Gigantes que pretendieron escalar el cielo, es decir,
  los hombres atrevidos que desearon conocer la ciencia del mal y
  del bien.

Tan distantes se hallan de la condición divina esos cuerpos y tan
indignos son de figurar colocados entre los dioses, como que, según
cuanto puede comprenderse, constan solamente de una materia bruta
incapaz de sensaciones; porque no puede suponerse que á todos los
cuerpos sea dado poseer alma inteligente y sensible: así como no pueden
existir árboles en el aire, nubes en el mar, peces en el campo, en
la madera sangre y savia en la piedra, de igual modo no puede nacer
alma sin cuerpo ni existir sin nervios y sangre, porque el orden
consiste en la determinación de cada ser con arreglo á sus condiciones
constitutivas; y si otra cosa fuera posible, también sería fácil que el
ánimo surgiese en la cabeza, en los hombros ó en otra parte del cuerpo,
si de cualquier modo estaba en el mismo individuo, en el mismo vaso;
pero como ya sabemos que el ánimo y el alma crecen y se desarrollan en
esfera propia, no tenemos razón para afirmar que fuera de los seres
animados puedan existir, ya sea en las profundidades de la Tierra ó en
el fuego del Sol, ya en las masas de agua ó en la extensión del aire.
Luego no tan solamente aquellos cuerpos carecen de esencia divina, sino
también de sensaciones que les den vitalidad animada.

Y por este motivo no debes creer que en alguna parte del mundo haya
mansiones destinadas para residencia de númenes: si éstos son delicadas
substancias que los sentidos no pueden percibir y la inteligencia
apenas comprender, y si escapan además á nuestro tacto, deberán tener
relaciones con algo que del orden sensible exceda, porque no puede
tocar lo que es incapaz de ser tocado. Luego la morada propia de los
dioses debe ser muy diferente de la nuestra y tan sutil como su cuerpo;
afirmación que en otro lugar te demostraré extensamente[55].

  [55] Es opinión generalmente admitida que Lucrecio no cumplió su
  promesa, quizá por su prematura muerte.


157. _Dicere porrò hominum causâ voluisse parare..._

Decir, pues, que para bien de los hombres quisieron los dioses formar
el mundo y que por este favor les debemos gratitud; pensar que eterno
es é inmortal ha de ser lo existente; añadir que es un crimen aportar
razones encaminadas á probar que es destructible ese edificio labrado
por inteligencia divina, y fingir otras invenciones de esa especie ¡oh
Memmio! es delirar. ¿Qué beneficio habría de producir á los inmortales
nuestra gratitud, para que ese incentivo los moviera á realizar una
obra destinada solamente para nuestra dicha? ¿Qué motivos podrían tener
los dioses que desde toda eternidad habían vivido en reposo, para
concebir deseos de cambiar de vida en un momento dado? Aspira á una
mudanza de posición aquel que en su antiguo estado se encuentra mal;
pero el que no ha sufrido nunca daño y en serenidad pasa ilimitado
tiempo, ¿cómo puede sentir impulsiones para alterar su calma? Y si la
eternidad yacía en triste confusión hasta que brilló el origen creador
de las cosas, á nosotros ¿qué mal podía causarnos el no haber nacido?
Puede apetecer la vida el que felicidades goza desde que participa de
ella; pero el que nunca gustó delicias, ¿qué pierde si no es creado?

¿Cómo pudo germinar para los dioses el modelo de todas las cosas y la
idea del hombre? ¿cómo los númenes concibieron la obra que después
llevaran á cabo? Si la Naturaleza misma en desdoblamientos sucesivos no
dió la creación hecha, ¿de qué modo los dioses conocieron la fuerza
de los elementos simples y las aplicaciones que ofrecía? En todo
tiempo los primeros principios atraídos y repelidos mutuamente, por la
acción de su propia gravedad se han agitado con movimientos múltiples
en el espacio y de variadas maneras se han asociado en combinaciones
creadoras: no es, pues, admirable el hecho de que en el transcurso de
los tiempos, como resultado preciso de sus mudanzas y movimientos,
hayan constituido una Suma total con energías bastantes para ser
renovada perpetuamente.

Pero aunque no conociera las cualidades propias de los principios
generadores de todas las cosas, aún me atrevería á asegurar, mediante
la contemplación del cielo y de todas las cosas existentes en el
espacio, que de ningún modo el Universo ha podido ser hecho para
nosotros por inspiración divina: ¡tantos defectos contiene!


202. _Principio, quantùm Cœli tegit impetus ingens..._

Primeramente, en todo cuanto cubre la inmensa extensión del cielo hay
una parte considerable ocupada por altas montañas, por bosques donde
las fieras dominan, por estériles rocas, inmensos lagos, y el mar,
que en su dilatada extensión comprende muchas regiones, y además, dos
partes vedadas al hombre por insufrible calor y asiduo hielo[56];
aun lo restante sería convertido por la Naturaleza espontáneamente en
selva si la acción humana, estimulada por las necesidades de la vida,
no acometiera trabajos muy penosos para remover la tierra con el rudo
arado, para excitar los gérmenes asimilables del suelo y promover
la fecundidad de las glebas; porque sin esta labor la tierra no se
desenvolvería para dar producto útil; todavía en muchas ocasiones,
después de costosos esfuerzos cuando las plantas florecen ó cuando
fructifican son quemadas por ardiente sol, ó azotadas por fuertes
huracanes, ó destruidas por los hielos, ó dispersados sus frutos por
tempestades violentas.

  [56] Consideraban los antiguos que la tierra estaba dividida
  en cinco regiones: Lucrecio se apartó de esa opinión; Ovidio y
  Virgilio la sostuvieron.

¿Por qué en el mar y en la tierra nacen y se propagan razas de
horribles fieras, enemigas crueles de la especie humana? ¿por qué
las estaciones del año vienen acompañadas de un propio séquito de
enfermedades? ¿por qué hay tantas muertes prematuras?

También el niño, como náufrago arrojado á la playa por embravecidas
olas, yace desnudo en el suelo, necesitado con urgencia de todo
auxilio, desde el momento en que la Naturaleza lo arranca del seno
materno para presentarlo á la clara luz: con tristes lamentos llena el
lugar en que se halla, y motivadamente, pues el desgraciado comienza
desde aquel instante una carrera de infortunios[57]. En cambio los
mansos ganados y las armadas fieras crecen cómodamente, no experimentan
necesidad de juguetes ni aun siquiera de aprender el medio expresivo
de que se vale su cariñosa nodriza; tampoco tienen que preocuparse con
los vestidos que han de usar en las varias estaciones, y no echan de
menos armas para defenderse ni fortalezas que los guarden, porque, para
ellos, abundantemente la tierra produce y la Naturaleza es pródiga.

  [57] Todos los pueblos pensaban que el nacer era una desgracia;
  de esta creencia surgió la idea del celibato como virtud, entre
  los egipcios, entre las sectas hebraicas de esenios y nazarenos,
  y en algunas escuelas de India, Persia y Grecia.

Y pues los cuerpos sólidos, los líquidos, las leves auras, los cálidos
vapores y cuanto constituye el Universo nacen y mueren, también nuestro
mundo ha de estar sujeto á la misma ley; porque no puede un todo
substraerse de la condición que afecta por igual á todas sus partes.
Si veo que todos los miembros y todos los organismos del mundo perecen
y se remueven, lícito ha de serme afirmar que también el Cielo y la
Tierra habrán tenido un tiempo de aparición y caerán en ruina.

No supongas, Memmio, que discurro precipitadamente al afirmar que la
Tierra y el fuego serán consumidos por la muerte, y que el agua y el
aire también perecerán: he dicho que desaparecerán para renacer y
crecer de nuevo.

Una parte de la Tierra abrasada por el fuego del Sol y pisada por
nuestros piés se convierte en torbellinos de polvo que la violencia de
los vientos dispersa; otra parte es destruida por las lluvias y aun las
márgenes de los ríos son continuamente devoradas por el batir de las
corrientes; y, por último, como todo cuerpo que sirve de alimento á
otro necesariamente ha de sufrir diminución, y la Tierra no solamente
es sepulcro sino también es madre de muchos seres, indudable es que la
Tierra ha de estar sujeta á pérdidas y reposiciones continuas.


262. _Quod superest, humore novo mare, flumina, fontes..._

Con sucesivas renovaciones de agua el mar, los ríos, las fuentes
siempre abundan y se perpetúan; y no es menester decir que su caudal es
favorecido por continuos tributos que de varias partes les llegan, pero
también disminuido por incesantes evaporaciones que causa el Sol con
su ardiente influencia y por otras pérdidas que ocasionan los vientos
con su fuerte soplo: otras porciones de agua penetran en la tierra por
medio de filtraciones ó en sal se convierten, ó vuelven sobre su curso
y se juntan al nacimiento de los ríos para correr límpidas por los
cauces que les facilitan paso.

Tratemos ahora del aire, el cual en todos los momentos sufre numerosas
variaciones: los efluvios que brotan de los cuerpos en ese vasto Océano
se pierden y á la vez éste da materiales para la renovación de todas
las cosas; de lo contrario, todo cuanto existe con el tiempo en aire
se convertiría: contribuyen, pues, todos los cuerpos mediante sus
continuas emanaciones á la formación del aire, y éste da elementos para
la composición de todos los seres.

El Sol, perenne foco de claridad, etéreo astro que baña el cielo con
su brillo continuamente renovado, sin cesar enriquece su corriente
luminosa con no interrumpidas producciones de luz, porque siempre sus
rayos se extinguen al llegar á su destino. Te será fácil convencerte
de la exactitud de esa observación si reparas en que al ponerse las
nubes entre el Sol y nosotros el manantial luminoso queda cortado é
inmediatamente desaparece en su parte inferior; entonces la Tierra se
obscurece en la porción correspondiente á las nubes interpuestas: de
este hecho puedes inferir que los cuerpos necesitan luz de renovación
no interrumpida, que todo rayo luminoso al momento en que surge se
consume, y que no podríamos ver los objetos si faltasen las continuas
emisiones de luz solar.

También las luces de que nos valemos por la noche, artificialmente
obtenidas en lámparas y antorchas de las que se derivan torrentes de
humo y de llamas, dan fulgores vacilantes pero no interrumpidos, porque
la rapidez con que su corriente se renueva es tal que súbitamente
reemplaza á la luz que va á extinguirse por otra nueva que se forma.
Algo parecido sucede con el Sol, la Luna y las estrellas, y, por tanto,
lejos de considerar inalterables esos cuerpos debes creer que nos
alumbran por efecto de sus continuas emisiones tan pronto consumidas
como renovadas.

Finalmente; ¿no ves de qué manera el tiempo deja marcado su paso
en las piedras, y cómo torres elevadas sucumben, rocas se deshacen
en polvo, templos y estatuas de dioses se destruyen y acaban en
ruinas, sin que esos dioses puedan salvar los límites de las cosas ó
contrariar las leyes de la Naturaleza? ¿No vemos que otros monumentos
levantados en honor de los hombres también se quebrantan como cuerpos
minados por vejez? ¿No sabemos que de lo alto de algunas montañas se
desprenden enormes bloques de granito incapaces para sufrir inmutables
la demolición del continuo suceder? Pues no caerían como arrancados
repentinamente ó bajo la acción de un choque si hubieran resistido los
continuados asaltos del tiempo.


319. _Denique jam tuere hoc circùm supràque, quod omnê..._

Considera esa inmensa capa que rodea la Tierra, la cual, según algunos
dicen, en sí contiene y absorbe todo cuanto existe; principio también
tuvo y tendrá fin porque toda materia que sirve para nutrir á otros
seres se desgasta, así como aumenta cuando varios elementos se le
incorporan.

Además, si el Cielo y este mundo que habitamos carecieran de principio
y siempre hubieran existido, ¿por qué no se conoce algún poeta que
haya cantado hechos gloriosos anteriores á la guerra de Tebas y á la
destrucción de Troya? ¿por qué no se conserva de otras nobles acciones
el recuerdo engalanado con fama inmortal?

Con certeza el Universo tiene cierta novedad y nuestro mundo aún está
en sus comienzos; su edad es muy corta: por este motivo aún las artes
no han adelantado y algunas hay que ahora se inventan; hasta hoy
no ha empezado la marina á hacer progresos y la harmonía musical á
perfeccionarse; en fin, el conocimiento de la naturaleza de las cosas
hace muy poco tiempo que se ha iniciado, y soy el primero que lo puede
comunicar en nuestra lengua patria.

Porque si crees que todas estas cosas han existido antes de ahora,
pero que la razón humana pereció consumida por fuego devorador y que
las ciudades fueron arruinadas por los trastornos del mundo, ó que
torrentes copiosos de lluvias han podido sobre éste furiosos descargar
hasta sumergirlo, más fácil te será creer en la futura destrucción del
Cielo y de la Tierra; pues si una vez cayeron tantas desdichas sobre el
mundo y éste pasó tantos peligros, el efecto sería más destructor si
la causa que lo combatiese fuera más enérgica: y, en verdad, nosotros
mismos para creernos mortales el único fundamento que tenemos es el de
saber que participamos de la misma condición que otros á quienes la
Naturaleza arrebató la vida.

Para que un cuerpo subsista eternamente es necesario, ó que sus
componentes sean por completo sólidos y resistan el choque, la
penetración y la disociación producidos por otros cuerpos, como sucede
á los elementos de la materia, de los cuales con extensión hemos
tratado anteriormente, ó que no sea susceptible de choques, como el
vacío, que permanece siempre intacto y nunca puede ser destruido, ó,
por último, que no esté rodeado por un espacio al que sean lanzados
sus fragmentos; de esta manera última es eterna la Suma de las sumas,
fuera de la cual no hay nada que pueda alterarla ó disolverla, ni
lugar en que se disipe, ni agentes que la disminuyan ó quebranten.
Pero como ya he demostrado, el mundo no tiene solidez absoluta, porque
en todas las concreciones hay que admitir intersticios; ni tiene las
condiciones del vacío porque hay en la Naturaleza otros cuerpos que
pueden producir trastornos en su composición y rodearlo de invencibles
peligros; existe, además, un espacio infinito donde el globo terráqueo
puede anularse y sus elementos ser precipitados á la disolución[58].
Por tanto, el Cielo, el Sol, la Tierra y los mares no tienen cerradas
las puertas de la muerte, sino franqueadas de par en par. Y si el mundo
está sujeto á muerte no ha podido existir sin tener comienzo; alguna
vez debió salir de la indeterminación durable de los tiempos.

  [58] Lucrecio repite los versos 808 al 827 del canto III, si bien
  con algunas pequeñas variaciones.


381. _Denique tantopere inter se cùm maxima Mundi..._

Y la impía guerra que los más importantes organismos del mundo entre
sí mantienen desde tiempos muy remotos, ¿crees que nunca tendrá fin?
Tienden el Sol y otros focos de calor á absorber todos los líquidos y
á obtener sobre ellos una victoria hasta ahora no alcanzada á pesar
de sus esfuerzos; intentan acumuladas aguas caer en aluvión sobre el
Océano y ocasionar un diluvio ó producir extensa inundación, pero los
vientos arrebatadores y los ardientes rayos de Sol secarían los mares
antes de que las aguas llegaran á conseguir aquel resultado. Con igual
constancia sostienen los dos rivales guerra llevada á todas las cosas;
pero consideremos que, si la tradición no miente, ya una vez se dió el
caso de que el fuego dominase victorioso en toda la Tierra y otra vez
ocurrió que las aguas la invadieron casi por completo. Cuando el fuego
venció, parte del mundo fué abrasado por causa de la inexperiencia del
jovenzuelo Faetonte, que dejó marchar en fogosa carrera los caballos
del Sol por todas las tierras y considerable extensión del espacio;
pero el Padre Omnipotente, impulsado por terrible indignación, disparó
rayo certero sobre el atrevido mozo, y éste cayó herido; entonces Febo,
después de la desgracia de su hijo se presentó en el Cielo, tomó
la dirección del eterno luminar del mundo, sujetó los caballos, aún
jadeantes, los colocó en el camino que debían recorrer y restableció el
orden: esta fábula y otras semejantes cantadas por los poetas griegos
de la antigüedad son desechadas con desprecio por la razón, porque
ésta comprende que si el fuego hubiera llegado á dominar en la Tierra
mediante una inmensa cantidad de moléculas ígneas por todas partes
extendidas, forzosamente ó el fuego habría sido apagado por contraria
fuerza ó el mundo habría quedado consumido por voraz incendio. Y cuando
las aguas resultaron vencedoras, según dicen, muchas ciudades fueron
destruidas y en su trabajo demoledor las contuvo una opuesta energía
procedente de fuera del Universo; entonces las lluvias cesaron y los
ríos disminuyeron su furia.


417. _Sed quibus ille modis conjectus materiai..._

De cuál sea el proceso que los principios de la materia hayan seguido
para la formación del Cielo, de la Tierra, del profundo Océano y del
curso del Sol y de la Luna, trataré ahora con método; pues ciertamente
ni por deliberación se han colocado en orden los elementos de las
cosas, ni por combinaciones concertadas han adoptado los movimientos
que siguen: por su propia gravedad impelidos, por choques numerosos
empujados los unos por los otros, de múltiples maneras atraídos, se
juntaron, se repelieron, se combinaron, se desunieron, y después de
variaciones indefinidas, llegaron á asociarse en masas y éstas formaron
el protoplasma que se desenvolvió en tierra, mar, cielo y seres
animados.

Aún el disco del Sol no iluminaba con su espléndida luz el espacio,
ni existían las estrellas del mundo, ni mar, cielo, tierra ó aire ni
cosa alguna semejante á las que nos rodean; había solamente confusión
caótica de elementos. Pero algunas partes comenzaron á disgregarse de
esa masa; por afinidad se formaron moléculas, se configuró el mundo,
seguidamente en la continuación del propio desenvolvimiento de éste
se determinaron sus miembros, y de toda clase de cuerpos simples se
constituyeron sus órganos; entonces la discordia de los principios
materiales, motivada por la diversidad de sus atracciones, movimientos,
gravedad y resistencia, se hizo más cruda; sus varias formas sirvieron
de obstáculo para que en unidad indiferenciada se mantuviesen, y por
necesidad se formaron masas homogéneas disgregadas del conjunto; de la
tierra quedó separado el alto cielo; todas las aguas constituyeron el
mar y el fuego etéreo brilló aparte.

Primeramente, los elementos más graves y más intrincados se unieron
y se colocaron en medio de las capas inferiores, y cuanto más se
enredaron apretadamente, con mayor rapidez se desprendió de ellos la
materia idónea para la formación del mar, las estrellas, el Sol, la
Luna y el ámbito del mundo; de estos últimos los principios generadores
son más ligeros, más redondos y más pequeños que los de la Tierra,
y por la misma causa, el éter, con algunas partículas ígneas que le
acompañaron, fueron los primeros cuerpos determinados que por los
poros de la masa térrea pudieron escapar y constituirse; así como
frecuentemente vemos brillantes gotas de rocío que bajo la acción de
matutina áurea luz de claro sol centellean sobre las hierbas, ó como
exhalan suaves nieblas los lagos y los ríos, ó como de la tierra se
desprenden emanaciones vaporosas que forman en las alturas una especie
de tejido que oculta á nuestra vista el cielo, así también el éter,
aunque fluido y ligero, por condensación formó una especie de envoltura
que rodea nuestro mundo. Siguió la formación del Sol y de la Luna,
globos que en los espacios giran entre el éter y la Tierra; ni ésta ni
aquél pudieron atraerlos, porque dichos globos no son bastante pesados
para quedarse en la parte inferior, ni tan ligeros que puedan volar por
las mayores alturas: así han permanecido en una intermedia situación
donde se revuelven como cuerpos vivos y partes que son del mundo;
también algunos órganos de nuestro cuerpo no pueden cambiar de posición
mientras otros se mueven.

Ya esta obra cumplida, la Tierra, de repente, en el sitio en que existe
la inmensa extensión cerúlea, abrió amplias fosas donde se recogió el
líquido salado: en el decurso de los días, condensada la tierra cada
vez más y batida por los rayos solares en la dirección del centro á la
periferia quedó libre de los elementos acuosos y los mares aumentaron
su volumen; también las moléculas de aire y fuego se acumularon en
las alturas hasta muy lejos del mundo; al mismo tiempo los montes se
levantaron y aparecieron formadas las llanuras; porque no es posible
que las rocas sobresalgan sino cuando el resto de la tierra queda
abatido. Así el globo terrestre en concreción diferenciada por su
peso y consistencia se constituyó, y el limo del mundo por su propia
gravedad se precipitó, como heces, á su fondo.

Primeramente está el mar, por encima el aire, después el éter y el
fuego, fluidos todos que si bien constan de elementos puros simples,
por su composición resultan unos más ligeros que otros; el menos denso
de todos es el éter, que se acumula sobre las ondas del aire, con las
cuales nunca se confunde, y libre les deja el dominio de las peligrosas
tempestades y de las violentas borrascas; y con marcha regular circula
de su brillante luz acompañado. Una muestra del movimiento con que el
éter puede moverse, nos da el mar que en constante flujo y reflujo se
agita.


510. _Motibus Astrorum nunc quæ sit causa, canamus._

La causa del movimiento de los astros canto é investigo ahora. Si lo
que en realidad gira es el vasto recinto que los contiene[59], será
necesario suponer que los dos polos del mundo se hallan comprimidos
y estrechados por corrientes de aire que tienden á encontrarse; una
superior, que empuja á nuestro cielo en la misma dirección que siguen
los cuerpos relucientes del mundo, y otra inferior, que en sentido
contrario casi los arrastra, como vemos que en los ríos se mueven las
ruedas y los cangilones de noria. Si el cielo permanece inmóvil[60],
será necesario admitir que los astros giran con movimientos circulares,
ya porque el fluido etéreo, elástico y sutil como es, tienda á
escaparse y en movimiento rápido siga la dirección de la superficie
curva, fenómeno que daría motivo á la revolución de los cuerpos
siderales, ya porque el movimiento sea dado á éstos por el aire
exterior, ó bien porque esos mismos seres estén dotados de propias
energías para buscar de una parte á otra del espacio el alimento
ígneo que los atrae[61]. Difícil es declarar cuál de estos sistemas
que tratan de explicar el movimiento del mundo sea el más conforme á
la realidad; y por mi parte, después de atender á los hechos que la
observación nos da á conocer, referentes á tantos mundos parecidos al
nuestro como la Naturaleza ha constituido, me limito á exponerte las
causas, admitidas como bastantes, que pueden poner en movimiento á los
astros: una ha de haber, sin duda, que desempeñe funciones tan graves;
pero cuál sea ella, no se atreverá á afirmarlo quien proceda cautamente
en asunto de tanta importancia.

  [59] Esta era opinión de Anaxágoras, según testimonio de Diógenes
  Laercio.

  [60] Así pensaba Anaxímenes, si hemos de creer á Plutarco.

  [61] Algunos griegos y romanos suponían que los astros eran seres
  vivos necesitados de alimento.

Nos veremos obligados á admitir que la Tierra pierde poco á poco su
volumen y disminuye en la misma proporción su gravedad si la suponemos
inmóvil en el centro del Universo y asentada sobre capas de aire, á
las cuales se halle unida en relación perfecta, como lo testifica el
hecho de que no actúe sobre ellas de modo que las haga descender, de
igual modo que los miembros del hombre no oprimen á éste, ni la cabeza
ejerce presión sobre el cuello, ni el peso de todo el cuerpo abruma á
los piés, aunque un objeto extraño menos grave que su propio individuo
cause molestia á cualquiera persona. Para apreciar el equilibrio que
resulta entre varias cosas, debe tenerse en cuenta el lazo de unión
que las liga: la Tierra no es un cuerpo extraño que de repente se haya
colocado encima de masas de aire, sino un ser que en todo tiempo se ha
desenvuelto con ellas, y de este modo es del Universo un sumando, lo
mismo que todo miembro de un cuerpo es parte de este mismo[62].

  [62] El sistema acariciado por Lucrecio para explicarse las leyes
  de la gravitación, que hasta Newton no fueron más que entrevistas
  confusamente por los pensadores, es el mismo que sostuvo Plinio,
  no más exacto, pero no menos erróneo que los admitidos por
  Jenófanes, Empedocles, Anaximandro y Aristóteles.

Tan pronto como la Tierra sufre el sacudimiento de una tempestad
comunica el impulso recibido á todo lo que se halla en su propia
superficie, fenómeno que no se podría efectuar si no estuviese ligada
en unión íntima con los fluidos aeriforme y eterino: los tres cuerpos
tienen raíces entrelazadas y las mismas desde toda la duración de los
tiempos. ¿No ves de qué manera, aun siendo el cuerpo con su pesantez
carga abrumadora para el alma con su delicadeza, lo puede ésta sostener
en virtud de la íntima unión que entre ellos existe? ¿Y qué fuerza
puede regir los veloces movimientos del cuerpo, sino el poder del alma,
que gobierna los miembros? ¿No has notado que siempre la unión de una
débil substancia y de un cuerpo muy pesado ofrece como producto una
considerable energía, según se observa en la combinación del aire con
la Tierra y en la formación del alma con el cuerpo?


565. _Nec nimiò Solis major rota, nec minor ardor..._

Ni el disco del Sol puede ser mayor ni menor su fuego de lo que á los
sentidos se muestran. Si de un foco ígneo surgen luz y calor que hasta
nosotros llegan con toda la plenitud de su influencia á pesar del
espacio que hayan recorrido, parece que en el trayecto no han debido
perder volumen ni intensidad; y puesto que el calor y la luz del Sol
mueven nuestras sensaciones y tiñen de color los objetos, el tamaño y
la forma de aquel astro serán, con escasa diferencia, tales como los
vemos[63].

  [63] Los errores de Epicuro y de Lucrecio acerca de esta materia
  sorprenden, porque están en contradicción con los principios que
  sostenían respecto á las apariencias fenomenales.

La Luna, ya se mueva en el espacio iluminada con luz propia, ya
brille con fulgores reflejados, como quiera que sea, no tiene mayor
volumen, según parece, que el que distinguimos desde la Tierra. Todos
los cuerpos que á distancia colocados vemos á través de grandes masas
de aire, se nos muestran confusos y como si no tuvieran delineadas
sus márgenes; pero la Luna se nos ofrece claramente con forma bien
determinada y con límites perfectamente marcados: luego necesario
es que sea, allá en las alturas, tal como desde aquí la percibimos.
Últimamente, los puntos brillantes que ves en el etéreo espacio (ya
que distinguimos en la Tierra su luz y notamos su claro centelleo y
su ardor, y por tanto, nada han de haber perdido en la distancia,
cualquiera que sea ésta, que los separa de nosotros), lícito es pensar
que no han de ser mucho mayores ni menores que los contemplamos.

Y no te admire el hecho de que el Sol, aunque no sea muy grande, pueda
emitir luz bastante para llenar los mares, la Tierra, el cóncavo Cielo,
y esparcir por todas partes su calor; tal vez sea como un manantial
único de donde proceda toda la luz de este mundo, ó sea foco donde
los elementos ígneos se acumulen para repartirla después por toda la
Naturaleza. ¿No ves cómo una fuente, quizá pequeña, riega extensos
prados y á veces inunda las campiñas? Puede suceder que el fuego del
Sol, aunque escaso, toque en las capas de aire que rodean al astro
luminoso, y éstas conviertan en llamas el fuego que reciben, como
las mieses y la paja son devoradas por incendio que produce una sola
chispa; y acaso el Sol, aunque resplandece mucho con luz rosácea, en el
espacio del éter esté rodeado por abundantes fuegos sin brillantez, los
cuales cumplan la función de aumentar, los rayos y el calor del astro
luminoso.

Ni es fácil de explicar ni aún se conoce perfectamente la causa que
al Sol obligue á pasar desde las calientes regiones á las heladas de
Capricornio y después se traslade al signo de Cáncer para volver al
solsticio del estío; ni por qué la Luna emplee un solo mes en recorrer
el mismo espacio que representa la carrera del Sol durante un año: no
es simple ni conocida, vuelvo á decir, la causa de este fenómeno,
si bien es verosímil la explicación que Demócrito da acerca de este
asunto: según aquel pensador, los astros, cuanto más se aproximan á la
Tierra, tanto menos pueden ser envueltos en las corrientes etéreas,
porque la velocidad y fuerza de éstas decrecen á medida que descienden;
por este motivo el Sol, colocado en la parte inferior de las
constelaciones ardientes, se atrasa en su carrera con relación á otros
cuerpos sobre los cuales se encuentra, y la Luna, que aún está más
baja, más distante de los cielos y más aproximada á la Tierra, acompaña
mucho menos á los signos en sus movimientos; y como el torbellino la
arrastra levemente, con facilidad es alcanzada por los astros que la
exceden en sus giros. Por tanto, aunque parece que llega muy pronto á
los signos, lo que en realidad sucede es que éstos llegan á ella más
pronto.

Quizá haya en el mundo corrientes alternativas de aire procedentes de
regiones diversas que puedan á tiempos fijos empujar al Sol desde los
signos del estío hasta el solsticio del invierno, y después desde los
helados climas hacia los cálidos signos; si fuera exacta la teoría
esta, sería necesario suponer que la Luna y las estrellas, impelidas
por esas corrientes alternas de aire, describen una revolución en los
grandes años[64].

  [64] Tal vez se refiera Lucrecio á los años comprendidos en un
  ciclo de revolución sideral de que hablan las tradiciones de más
  remoto origen. Los Brahmanes de la India admitían el año cósmico
  formado por doce mil años divinos, cada uno de los cuales se
  componía de algunos millares de años solares. Pueden consult.
  págs. 101 y sigs. de _El Alma según las esc. fil. de la Ind._,
  por M. R. Navas.

¿No ves que las nubes impulsadas por los vientos contrarios ya suben,
ya bajan, y siempre siguen opuestas direcciones? ¿Y por qué los astros
no han de ser llevados de igual modo por diversas corrientes y con
distinto rumbo?


649. _At nox obruit ingenti caligine terras..._

La noche cubre de impenetrable obscuridad la Tierra, ya porque el Sol
llega disipado al término de su curso, y deja apagar sus fuegos que en
el camino se han debilitado por el rozamiento con el aire, ya porque
la misma fuerza que obliga á los rayos del Sol para remontarse tanto,
podrá también obligarlos á prolongar su marcha por debajo de nosotros
en dirección contraria.

La Aurora se presenta en tiempos fijos en los vastos dominios del éter
y descubre la luz, ya porque el Sol tienda á anticipar su regreso de
las regiones que debajo de nosotros quedan, y dore con sus rayos el
cielo; ya porque diariamente en períodos regulares se junten fuegos
y corpúsculos ígneos, y todos los días formen un nuevo Sol[65]; así
pueden verse, como la tradición dice, desde las elevadas cumbres del
monte Ida, algunos fuegos dispersos que se juntan por las madrugadas y
forman un globo luciente que recorre el espacio[66].

  [65] Opinión de Heráclito: Jenófanes pensaba también que había un
  Sol para cada clima.

  [66] Diodoro de Sicilia, Estrabón y Juvenal hablan de esa
  tradición.

Y no debe causarte admiración el hecho de que en épocas fijas puedan
reunirse tantas partículas de fuego que restauren el brillo y el calor
del Sol, porque vemos que otros muchos fenómenos ocurren también en
tiempos fijos: en las mismas épocas todos los años florecen los árboles
y maduran las frutas; en la vejez se caen los dientes debilitados,
y á tiempos fijos los jóvenes se cubren de menudo vello y sienten
en el rostro los empujes de la barba; la lluvia, la nieve, el rayo,
los vientos y las nubes siguen movimiento regular en las estaciones.
Al determinarse cada ser muestra una propia energía que puesta en
acción sigue invariablemente el turno que le corresponde en el orden
universal. Aumenta la duración de los días cuando la de las noches
disminuye y ésta crece cuando aquélla se acorta, porque el Sol, que
siempre es el mismo, sobre las tierras y debajo de ellas, describe
arcos desiguales que cortan el Cielo en porciones diferentes, y lo hace
con tal regularidad, que da á cada parte del mundo la porción de luz de
que ha privado al hemisferio opuesto, hasta que en su curso llega al
fin del signo donde las noches son iguales á los días, porque la parte
del espacio en que se halla se encuentra á igual distancia del aquilón
y del austro, término de la rotación anual del Sol, y punto desde donde
con igualdad esparce su fuego, tanto por el Cielo como por la Tierra:
así á lo menos lo enseñan aquellos que han representado por medio de
imágenes las regiones del cielo. Puede también suceder que el aire, muy
denso en algunos sitios, no dé acceso á los vacilantes rayos del Sol,
y éstos no puedan penetrar con facilidad en los rumbos del Oriente,
y por este motivo las noches del invierno son muy lentas y parecen
interminables por lo mucho que se retarda la aparición de la luz
diurna; ó puede suceder que del año en partes alternas corren, ya más
despacio, ya más aprisa, las moléculas de fuego que reunidas componen
el Sol, y determinan así las estaciones.


703. _Luna potest Solis radiis percussa nitere..._

Quizá brilla la Luna porque en ella se reflejan los rayos de la luz
del Sol: en este supuesto, la claridad que nos comunique ha de ser
más amplia cuanto más distante se halle del Sol, hasta que al estar
enfrente de ese astro su bello y redondo aspecto brille con plena luz
en el horizonte, donde contempla la desaparición del Sol por el mismo
sitio en que ella se levanta. Después, en dirección contraria ocultará
su luz poco á poco y esconderá su brillo á medida que se acerque al
disco del Sol y camine por la mitad opuesta á la posición de los
signos. Así piensan los que en la Luna no ven otra cosa más que una
esfera que tiene los movimientos por debajo del Sol; y entiendo que esa
opinión es aceptable.

Y puede ser que la luz que nos muestra sea propia y que en la emisión
de los fulgores ofrezca distintas formas. En ese caso deberá admitirse
la intervención de un cuerpo opaco que se mueva al mismo tiempo que la
Luna y paralelo á ésta, á la cual tape su luz en ocasiones; y también
puede la Luna ser considerada como una esfera que tenga una sola
mitad iluminada y al girar en movimiento de rotación presente varios
aspectos, porque primeramente nos ofrecería su parte iluminada y poco
á poco ésta se ocultaría hasta desaparecer totalmente de nuestra vista;
en esta opinión descansa el sistema que los Caldeos sostienen en contra
del parecer de los Griegos; pero ambas explicaciones son verosímiles, y
no hay bastantes datos para considerar una cualquiera de esas doctrinas
superior á la otra.

No es imposible que una nueva Luna sea creada con variadas formas,
de las cuales se destruya en un día la que en el anterior se haya
formado, se dé otra para el siguiente día y reemplace cada una á la
anterior. Es difícil negar este aserto, porque se conforma con el
régimen del Universo, en el cual se rehacen las cosas: aparece la
primavera acompañada por el Amor y precedida del Céfiro que bate las
alas, mientras que la madre Flora le prepara camino de flores y de
perfumes: después síguese el calor, tras éste la aridez y luego viene
Ceres llena de polvo por el soplo de los vientos etesios[67]; sigue el
otoño, compañero de Baco, en cuyo séquito vienen tempestades, vientos,
el altisonante Vulturno[68] y el ruidoso Austro[69] que anuncian las
tormentas. Después de ellos nos visitan la nieve, el entorpecedor
frío y el insufrible invierno que hace batir los dientes. Y si en
tiempos fijos y con regular orden se suceden esos hechos, ¿habríamos de
admirarnos si naciera y muriera la Luna en tiempos dados?

  [67] Etesios, vientos del Nordeste.

  [68] Vulturno, viento entre el euro (Levante) y el noto (del Sur).

  [69] Austro, vendaval fuerte del Sur.

Los eclipses de Sol y los de Luna pueden ser atribuidos á varias
causas: quizá pueda la Luna substraer á la Tierra la claridad del Sol
y ocultar el brillo de éste por medio de la interposición de su opaca
masa que absorba ó intercepte los rayos del foco luminoso: ¿y no podría
existir otro cuerpo, opaco igualmente, que produzca ese efecto? ¿y no
puede suceder también que el Sol en ciertas ocasiones se amortigüe y
pierda su brillo que después recupere cuando haya pasado por regiones
donde el aire no ofrezca adecuadas condiciones para hacer luminosas
las emanaciones de aquel astro? Y si alternativamente puede la Tierra
privar de luz á la Luna, y tener por debajo el Sol, mientras que el
astro de revolución mensual se muestra obscurecido por la cónica sombra
que se le pone delante, ¿no podrá suceder que otro cuerpo cualquiera
se coloque frente al Sol, interrumpa su fulgor y nos despoje de su
brillante luz? Pero si la luz de la Luna es propia, y no reflejada del
Sol, ¿no podrá languidecer al pasar por ciertas regiones donde haya
algún fluido contrario que apague todos sus fuegos?


770. _Quod superest, quoniam magni per cærula Mundi..._

Como ya he dilucidado el proceso de formación del mundo en las
regiones cerúleas, los varios giros que el Sol y la Luna tienen en el
espacio y la fuerza que puede impulsarlos, así como la causa probable
de que algunas veces pierdan su luz y por algún tiempo nos dejen á
obscuras como quien ya cierra, ya abre los ojos, y con la sombra apaga
la claridad y con la claridad extingue las tinieblas; ahora debo
retroceder á los comienzos del mundo, inquirir lo que en los tiempos
de su antigua evolución obró la Tierra, y cuáles fueron las primeras
producciones que expuso á la inconstancia de los vientos y á la
influencia de la luz.

En un principio, la Tierra dió á las colinas toda clase de hierbas
y de verdor; los campos fueron esmaltados de flores y de musgo; los
árboles de varias especies después de crecer levantaron sus ramas á
las auras; así como á las aves y cuadrúpedos, cuando se hallan en la
primera edad, les brotan respectivamente plumas, pelo y cabello, así
también la Tierra empezó á dar hierbas y arbustos, y después produjo la
especie animal con diferentes destinos y agrupados sus individuos en
clases distintas; ciertamente los animales no caerían del Cielo, ni los
habitantes de la Tierra brotarían de las saladas aguas. Por esta razón
con motivo se da nombre de Madre á la Tierra, porque es el origen de
todo lo existente sobre ella. Si vemos que aun hoy nacen de la Tierra
bajo la acción de la humedad y del Sol muchos animales, no deberá
sorprendernos la consideración de que en la época de efervescencia de
sus energías, la Naturaleza pudiera producir seres vivientes de gran
volumen y muy numerosos.

Primeramente nacieron los pájaros y toda la variada especie de
volátiles, los cuales comenzaron á salir de los huevos con el calor
primaveral, de igual modo que las cigarras aun en nuestros días dejan
sus envolturas en el estío y de seguida se lanzan á buscar su alimento.
En aquel tiempo apareció también la raza humana: moléculas adecuadas
existentes en el agua y en el fuego, atraídas por lugares apropiados en
los campos, sirvieron para promover el crecimiento de ovarios fecundos
unidos á la tierra por especiales raíces, y cuando el embrión formado
llegó á la época de madurez, su energía propia le permitió salir de la
humedad para respirar el aire libre, y la Naturaleza, abierta por todas
partes, introdujo en las venas del nuevo ser zumos sabrosos parecidos
á la leche.

Así como las mujeres después del parto sienten en los pechos
exuberancia de agradable jugo que sirve de grato alimento para sus
recién nacidos, la Tierra de esta manera sustentaba á sus criaturas
humanas; la plácida temperatura hacía innecesario todo abrigo, y el
suelo cubierto de menudo césped les preparaba agradable y cómodo lecho.
No sufría el mundo en aquella remota edad el penetrante frío, ni los
nimios calores, ni los fuertes vientos; esos fenómenos han tenido
también su época de aparición. Justamente merece la Tierra el nombre
de madre, porque ella fué la que dió vida al género humano, cuasi á
la vez que formó á los animales de toda especie, lo mismo á los que
viven errantes por las tierras que aquellos otros de variadas formas
que vuelan por los aires. Pero la energía prolífica de la Tierra había
de tener un término; así como los años esterilizan á la mujer también
consumieron la fecundidad de la Tierra; el tiempo muda la naturaleza
del mundo; los estados se suceden; nada permanece estacionario; todo
cambia; todo se transforma para que todo tenga vida. Se consume un
cuerpo en putrefacción ó sucumbe herido por la vejez, al mismo tiempo
que otro se levanta por el lado opuesto y se fortifica; así en el
transcurso de los días se muda la naturaleza del mundo; incesantemente
cambia de estado; no puede hacer hoy lo que antes hiciera; hoy hace lo
que antes no podía hacer.


858. _Multaque tum interiisse animantû sæcla necesse est..._

Muchas especies de animales debieron forzosamente perecer: las que
ahora existen se han conservado, unas por la virtud de su energía, de
su astucia, de su ligereza, y otras por el auxilio que les concedemos
en cambio de la utilidad que nos reportan; el cruel león y otras
bestias feroces, á su fuerza deben su propia conservación; la zorra á
sus ardides; el ciervo á su carrera; pero el fiel y vigilante perro,
los animales de carga, la sufrida oveja y el laborioso buey están
sostenidos por nuestra protección; siempre se veían perseguidos por
las fieras, anhelantes de paz, deseosos de entregarse á los pastos sin
peligros, y nosotros les ofrecemos esas ventajas en recompensa del
provecho que nos proporcionan. Pero los animales á quienes su propia
constitución ha negado fuerza de resistencia y condiciones de utilidad,
¿por qué habían de ser nuestros protegidos? Condenados á ser víctimas
de las otras razas, así vivirán hasta que la Naturaleza los extinga
completamente.

Entonces la Tierra tendía á producir animales de tamaño y de figura
monstruosos: el más notable de éstos fué quizá el andrógino, que tenía
formas propias de los dos sexos y que difería igualmente de uno y de
otro: unos animales aparecían en la vida sin piés, otros sin manos,
aquéllos sin boca, éstos sin ojos; y aun se producían cuerpos en que
los miembros estaban mutuamente adheridos y correspondían á seres
incapaces para avanzar ó retroceder, para huir de los peligros y para
proporcionarse alimentos.

Como éstos surgían otros monstruos en tanto que la Naturaleza
establecía un orden; pero no pudieron avanzar en la edad ni
desarrollarse ni reproducirse. Para el cumplimiento de esta última
función y transmitir á otros seres la vida recibida, son necesarias
algunas circunstancias: en primer lugar la adecuación de los alimentos;
en segundo lugar la formación de gérmenes fecundos esparcidos en todo
el cuerpo y la constitución de apropiados canales conductores; y en
tercer término la adaptación de los órganos sexuales con mutuos goces.

Pero ni han existido Centauros ni podían formarse especies de
naturaleza doble y de cuerpo doble con miembros de razas distintas;
combinación de elementos heterogéneos es imposible. Á nadie ha de ser
difícil comprender esta verdad.

En primer término, el caballo á los tres años de su vida se halla en
la fuerza de su edad; pero no así el hombre, que todavía en ese tiempo
busca el pecho que lo amamanta; el número de años que disminuye la
fuerza de los caballos y obliga á éstos á rendirse bajo el peso de la
vejez, es el mismo que representa la juventud del hombre y la época en
que éste fortifica sus miembros y en que su rostro se cubre de vello.
No creas que de la unión de semillas de caballos y de hombres pueda
formarse centauros, ni que haya sido posible la existencia de Escilas
que tuviesen la mitad inferior del cuerpo de figura y forma de perro,
ni otros monstruos de este género compuestos de miembros incompatibles
porque pertenezcan á seres que tienen diferente desarrollo, diversa
juventud, muy distinta índole, son excitados por Venus, de maneras
varias, tienen otras costumbres y se alimentan con substancias
diferentes; pues ya sabemos que nutre á las cabras la cicuta que es
veneno mortífero para los hombres.

Las llamas queman y consumen el rojizo cuerpo de los leones, lo mismo
que las vísceras y sangre de todos los animales. ¿Cómo pudiera suceder
que ese monstruo de triple constitución llamado Quimera, con cabeza de
león, cuerpo de cabra y cola de dragón, pudiera arrojar de su cuerpo
fuego á llamaradas? Afirmar que por ser nueva la Tierra, y el Cielo
reciente, era muy posible que se produjesen tantos monstruos, sin que
en apoyo de esta idea se halle más razón que la vana y frívola de la
novedad, es dar motivo para las fantásticas y absurdas suposiciones de
la fábula: debe decirse lo mismo respecto de la suposición de que por
las tierras circulasen ríos de oro; de que las flores de los arbustos
fuesen de diamantes, y de que los hombres dotados estuviesen de fuerza
y de estatura bastantes para saltar de un paso la vasta superficie
de los mares y para hacer girar con las manos todo el cielo. Aunque
la Tierra contenía innumerables gérmenes productores, de los cuales
se formaron muchas especies de animales, no por eso hemos de creer
que pudiese producir seres de elementos opuestos, y unir en un mismo
individuo miembros de animales diferentes; es lo cierto que plantas,
mieses y arbustos que la faz de la tierra cubren, nunca nacen juntos y
confundidos, sino tiene cada uno su peculiar esfera y conservan todos
las diferencias que la Naturaleza les ha señalado.


923. _Et genus humanum multò fuit illud in arvis..._

El género humano, en aquel tiempo en que andaba por los campos
vagabundo, tenía más vigor que hoy, lo cual debería suceder porque la
Tierra que lo había producido era también más vigorosa; los huesos
del hombre eran más sólidos y más robustos; sus nervios más fuertes,
sus vísceras más enérgicas; el frío no le molestaba, el calor no
le afligía; ni le inquietaba la alimentación ni le preocupaban las
dolencias; para él pasaban los años con indiferencia mientras vivía
errante y formaba rebaño como las fieras; no trabajaba con el duro
arado, ni mullía la tierra con el hierro, ni sembraba arbustos ni
manejaba la hoz para podar las ramas de los altos árboles; aplacaba
su hambre con lo que espontáneamente le daban el Sol, la lluvia, la
Tierra; las encinas glandíferas le ofrecían abundante sustento, y las
madroñeras que en el invierno se cargan de frutos de color purpurino,
eran entonces más numerosas y más fecundas; el mundo, en fin, en los
albores de su concreción, daba clases variadas de alimentos que, para
los míseros mortales, estaban siempre de sobra. Para saciar la sed
convidaban los ríos y las fuentes, y, como ahora, las aguas descendían
murmuradoras desde elevadas montañas y á los animales advertían que
de ellas podían beber hasta saciarse. Por la noche los hombres se
acomodaban en grutas que después se llamaron templos de las ninfas,
donde brotaban claros manantiales que lavaban las húmedas rocas; las
húmedas rocas de centelleante musgo cubiertas, desde las cuales caían
las aguas lentamente sobre las planicies para correr después abundantes
por los campos.

Ni sabían utilizar el fuego ni aprovechar las pieles y otros despojos
de los brutos para cubrir su desnudez; se refugiaban de la inclemencia
del tiempo en lo hueco de los montes, en las selvas y florestas, y
apiñados afrontaban el ímpetu de los vientos y de las lluvias. No
comprendían los intereses comunes, y por tanto no habían regulado
sus relaciones y tratos; cada cual se apoderaba de lo que tenía á
mano: la Naturaleza no había despertado en ellos más deseo que el
de vivir cada uno para sí mismo. Venus en las selvas juntaba á los
amantes; á veces un mutuo ardor los conciliaba; en ocasiones el hombre
acudía á la violencia para satisfacer su encendido afán, ó ganaba
la condescendencia femenina por dádivas de bellotas, de madroños ó
de selecta pera. De las manos y de los piés se valían para hacer
guerra á los feroces animales y lanzarles pedradas á distancia, ó de
cerca darles golpes con palos; de esta manera vencían á algunos,
pero con frecuencia tenían que huir de ellos y buscar refugio en las
cavernas. Cuando llegaba la noche, se tendían desnudos en el suelo
como los jabalíes y se tapaban con hojas y ramas; no es de creer que
temerosos de la noche[70] errantes por las selvas, invocaran entre
gritos y lamentos la claridad del día: por lo contrario, silenciosos
y entregados á profundo sueño, esperaban que el Sol con su espléndido
fulgor bañase de luz el cielo: acostumbrados á ver desde la infancia
que en tiempos continuados la luz y las sombras se suceden, no se
admiraban de que así ocurriera, ni temían que una interminable noche
sepultase al mundo en las tinieblas después de apagar la claridad
diurna. Les ocasionaban, sí, positivo temor las fieras que invadían
sus moradas, perturbaban su reposo y les causaban graves daños: muchas
veces, intempestivamente, durante la noche, eran visitados por el fiero
león ó por el cerdoso jabalí, y llenos de temor se veían precisados
á escaparse por el techo de piedra y dejar su lecho de hojas á tan
incómodos huéspedes.

  [70] Tradición india.

Y no por lo dicho ha de suponerse que la muerte hiciera más estrago
que ahora entre los hombres; cierto es que muchos eran cogidos y
devorados por las fieras, á las cuales ofrecían continuado banquete con
su cuerpo, mientras con lamentos llenaban los bosques y las montañas;
verdad es que algunas veces veían cómo sus miembros palpitantes eran
encerrados en viviente sepulcro; también es cierto que no pocos
hombres, aunque lograban escapar de las garras feroces, llevaban el
cuerpo lleno de heridas, cuyos bordes oprimían con mano convulsa entre
horribles dolores que les arrancaban gritos para llamar la muerte, y
que al cabo, sin obtener alivio y sin saber curar sus heridas, de las
que se apoderaban los gusanos, perdían la vida. Pero no eran como ahora
llevados á la guerra millares de soldados que mueren en un solo día,
en un solo instante; ni los buques arrojaban á muchas personas contra
los escollos; entonces, sin peligro alguno para los hombres, el mar
levantaba airado sus ondas ó apacible las calmaba: la tranquilidad de
las aguas no era bastante seducción para nadie; el arte de navegar,
tan homicida, no había comenzado; en la nada estaba sumido. Tal vez
en remotos días la muerte era consecuencia de falta de alimentación;
hoy la abundancia es causa del mismo efecto; quizá entonces, por
ignorancia, los hombres morían envenenados; hoy el arte los envenena.


1009. _Indè casas postquam, ac pelles, ignemque parârunt..._

Tan pronto como fué conocido el uso de las chozas, de las pieles y del
fuego, y vivieron en mutuo consorcio una mujer y un hombre, y éstos
saborearon las honestas delicias del matrimonio y vieron prole de ellos
mismos formada, el linaje humano comenzó á adquirir suaves costumbres;
el fuego permitió que sobrellevaran las molestias del frío aquellos
que ya no podían sufrir los rigores del invierno bajo la techumbre del
cielo; Venus templó las rudezas y luego los hijos ablandaron fácilmente
la dura índole de los padres: en esta situación se creó amistad entre
los hombres que se habían establecido en lugares inmediatos, y fruto de
ella fué el respeto mutuo y la protección concedida á la debilidad de
las mujeres y de los niños, pues con voces inarticuladas y con gestos
debieron de convenir en que la conmiseración por conveniencia de todos
se debía otorgar á la flaqueza. Sin duda alguna este último acuerdo
no fué general, pero innegablemente fué observado con lealtad por los
más y los mejores, pues de lo contrario la raza humana se hubiera
extinguido y no habría llegado hasta nuestros días.

La Naturaleza enseñó á usar de la lengua para emitir diferentes
sonidos, y la necesidad sugirió la idea de dar nombres á las cosas,
como vemos que incita á los niños que aún no saben hablar para que
señalen con el dedo los objetos que desean. Cada ser experimenta
impulsos acomodados á las energías de que dispone; aún el novillo
no tiene astas y ya da topetazos inofensivos con la frente; los
cachorros de la pantera y de la leona, antes de que dispongan de uñas
y de dientes, tratan de morder y de rasgar; los hijuelos de todas
las aves ensayan temblorosos vuelos antes de que las alas auxilien
sus esfuerzos. Por tanto, sería locura el pensar que un solo hombre
pudiera denominar todas las cosas, y luego los otros no hicieran más
que imitarle; pues evidente es que si un hombre pudo articular palabras
y emitir varios sonidos, los otros hombres podrían hacer lo mismo en
igual tiempo.

Añadamos que si los hombres en sus relaciones no hubieran hecho uso
de palabras, no habrían llegado á conocer la importancia de ellas, y
por este motivo el que las hubiese inventado no habría podido llevar
adelante su proyecto en favor de un lenguaje. Ningún hombre tendría
fuerza bastante para hacer aprender á los otros los nombres que hubiera
querido aplicar á las cosas, ni habría podido hacerse entender por
medio de signos orales que los otros no conocían. Nadie prestaría
oídos y dedicaría su atención á lecciones explicadas con sonidos
completamente extraños, los cuales herirían sus órganos auditivos
inútilmente. Y ¿por qué ha de sorprendernos que la raza humana,
poseedora de órganos apropiados para significar las impresiones que
la afectan, haya designado con voces especiales todas y cada una de
las cosas que le rodean ó le interesan, cuando vemos que los animales
domésticos y aun las mismas fieras con gritos de inflexiones distintas
representan el dolor que los embarga, el miedo que los oprime, el gusto
que los seduce? Estos hechos están patentes para la observación: el
mastín, de formidables mandíbulas, cuando en un primer acceso de ira,
contraídos los labios, muestra los temibles dientes que castañetean,
lanza ladridos amenazadores que se diferencian mucho de los que emplea
en otras ocasiones para significar su alarma; y cuando acaricia á sus
cachorros, á los cuales da golpes con las patas desuñadas, lame con
languidez y muerde con dientes amorosos, también da gritos de alegría
que no pueden confundirse con los aullidos que deja oir en la soledad,
ni con los gañidos que emite cuando temeroso evita el látigo de su
dueño.

¿Relincha el caballo de igual modo cuando impulsado por ardoroso
instinto pasa con gallardo brío por entre las yeguas, ó cuando el
estrépito de las armas lo conmueve, ó cuando otra causa excita sus
miembros? Por último, los pájaros, las aves de toda clase, como el
halcón, el quebrantahuesos y el mergo que busca en las olas marinas
su necesario sustento, dan gritos diferentes según varían las
circunstancias en que se encuentran; el graznido que usan cuando toman
su alimento no es el mismo que emiten cuando porfiadamente defienden
una presa. También hay algunas aves que modifican su canto con arreglo
al estado atmosférico: se encuentran en ese caso la antigua especie de
la corneja y la grey del cuervo, los cuales, según dicen, crascitan
de modo especial para anunciar viento, lluvia ó tormentas. Y pues
los animales, aunque mudos sean, disponen de variedad de tonos en
la voz con arreglo á las impresiones que reciben, ¿por qué no ha de
considerarse natural el hecho de que los hombres hayan designado las
cosas diferentes con palabras diversas?


1090. _Illud in his rebus tacitus ne fortè requiras..._

Para que en silencio no te quede alguna duda, te diré desde luego que
el rayo pudo proporcionar fuego á los mortales y ser el foco de llamas
que nosotros utilizamos, como aún hoy vemos que á veces en la Tierra
arden muchos cuerpos encendidos por el rayo formado en las alturas;
pero también observamos que largas ramas de copudos árboles azotados
por el viento rozan con otras ramas de árboles vecinos, y de empeñada
colisión, entre unas y otras sostenida, brotan centellas luminosas que
llevan el incendio á la arboleda; pudo, pues, el fuego tener también
este origen.

El Sol nos enseñó á cocer y á ablandar las substancias dedicadas para
nuestras comidas, porque los hombres notaron que los rayos del astro
luminoso maduran los frutos de la Tierra; y desde que adquirieron
ese conocimiento introdujeron en las costumbres y en los alimentos
sucesivos cambios para los cuales el fuego sirvió de motivo fundamental.

Los señores comenzaron á edificar ciudades y á erigir castillos que les
sirviesen para defensa y para refugio: los ganados y los campos fueron
distribuidos, y en el reparto obtuvieron beneficio los hombres que
sobresalían por su belleza, por su fuerza ó por su ingenio, que fueron
en el comienzo de las sociedades los únicos signos de distinción:
fué después inventada la riqueza, y apareció el oro que asumió todo
valimiento y todo honor; pues sabido es que la belleza y la fuerza se
rinden humildes ante el poder convencional del oro.

Regla de conducta debe ser para el hombre que arregla su vida á los
dictados de la razón el considerar que las mayores riquezas consisten
en la moderación y en la justicia; no es pobre el que poco desea.
Hombres hay, no obstante, que hacen depender su tranquilidad y su
fortuna de la opulencia y del poder; ¡error grave!: tan numeroso es
el concurso de los que aspiran á obtener riquezas, que se ha hecho
difícil y peligrosa la empinada senda que á ellas conduce, y aun muchas
veces los que alcanzan sus alturas sirven de blanco á los dardos de
la envidia que los precipita, con desprecio, al Tártaro profundo. Más
vale obedecer en paz que gobernar en guerra. Dignos de lástima son
los que envueltos en sudor y en sangre luchan ciegos en la estrecha
vía de la ambición; no comprenden que la envidia, como el rayo, ataca
principalmente los puntos elevados, y como se guían por ajeno parecer,
ajustan sus actos más á lo que oyen que á sus propios pensamientos. Así
los hombres son y han sido siempre, y así en lo sucesivo habrán de ser.

Pero después de las matanzas hechas por los reyes, la majestad de
ellos, sus tronos, sus cetros, y los adornos ensangrentados con que
la frente cubrían fueron arrojados al suelo, escarnecidos y pisoteados
por las multitudes, porque llega un día en que se conculca aquello que
en el anterior por miedo se adoraba; el poder volvió entonces á los
pueblos, y como todos los hombres no podían gobernar, se eligieron
algunos magistrados que ejercieran esa función, y se dictaron órdenes,
á las cuales, por conveniencia general, todos los individuos de las
tribus se hubieron de someter, pues cansados de vivir entre violencias,
odios é inquietudes, estimaron agradable el yugo de la ley como
garantía del derecho. Terribles eran los resultados de las meditadas
venganzas (que nuestras justas leyes no toleran), y los hombres,
ansiosos de salir de aquella situación de zozobras y desconfianzas,
establecieron penas y castigos que engendran temores. La injusticia y
la iniquidad caen en sus propios lazos; sus efectos revierten á los que
las producen, pues no hay descanso ni reposo para aquel que infringe
las leyes sociales, el cual, por más que se oculte de los dioses y de
los hombres, vivirá siempre con recelo de que su delito se divulgue,
supuesto que han existido muchos malvados que durante el sueño ó en el
delirio de la fiebre de aguda enfermedad han declarado los crímenes
que hubieran cometido y que habían sabido ocultar durante muchos años.


1160. _Nunc quæ causa Deum per magnas numina gentes..._

No es difícil de explicar ahora la serie de ideas que llevaron á las
gentes á admitir en el mundo la intervención de dioses, en cuya honra,
y por cuyo temor los pueblos levantaron altares, establecieron ritos,
instituyeron ceremonias que forzosamente han de preceder y acompañar
al desarrollo de toda empresa; erigieron templos, dedicaron días de
fiesta, inventaron cultos. La raza humana en aquellos tiempos, aun
durante la vigilia, creía ver en todas partes egregias imágenes de
dioses que alcanzaban proporciones gigantescas bajo las ilusiones
del sueño, y á las cuales suponía dotadas ya de sensaciones, ya
de actividad, porque se le figuraba que movían los miembros y que
hablaban con arrogancia como correspondía á su majestuosa figura y
amplias fuerzas; les atribuía la inmortalidad, porque siempre se las
representaba con igual belleza y forma, y consideraba que los dioses no
habían de estar sujetos á mudanzas, porque á su volumen y resistencia
no habría poder capaz de producir daño; al mismo tiempo, la prole
humana tenía por muy felices á los dioses, porque los suponía exentos
del temor de la muerte y se imaginaba que habían de estar con agrado
entretenidos en labores maravillosas.

Cuando, además, consideraba el orden constante y regular del Cielo y
el cambio periódico de las estaciones y no sabía explicarse la causa
de esos fenómenos, hallaba cómodo el pensar que eran árbitros de la
Naturaleza unos dioses que disponían de todas las cosas á su antojo.
Y supuso colocada la residencia de esos dioses allá en las mismas
alturas donde entendía que el Sol y la Luna habitan y se mueven; donde
creía ver que surge la luz, nacen las sombras, se forman los meteoros,
giran las noctívagas estrellas, vuelan fuegos errantes, se condensan
las nubes, soplan los vientos, se forja el rayo y tienen su origen las
heladas nieves, los destructores granizos, las furiosas tempestades,
los horrísonos truenos que le parecían espantoso eco de las amenazas de
los dioses.

Infeliz especie humana, que atribuye tales hechos á seres imaginarios,
á los cuales considera influidos por acerbas iras. ¡Cuántos gemidos ha
arrancado, cuántas heridas ha abierto, cuántas lágrimas ha producido
á la descendencia de los hombres esa invención! La piedad no puede
consistir en cubrirse la cabeza con espesos velos, dar vueltas
alrededor de una estatua y visitar altares; ni tampoco en prosternarse
y levantar las manos ante los templos de los dioses, y menos en inundar
las aras con la sangre de cuadrúpedos, ni en hacer votos con juramento,
sino en observar atentamente con ánimo sereno los sucesos todos.
Cuando se levanta la vista y se contemplan los palacios celestiales
del Universo, las regiones etéreas tachonadas de estrellas rutilantes
y el movimiento regular del Sol y de la Luna, siente el pecho cierta
vaga inquietud que anubla la abrumada frente, porque se recela que
exista un alto poder capaz de gobernar á su gusto los astros; pero las
dudas que asaltan la mente engendradas son por la ignorancia, la cual
hace temer que el mundo haya tenido principio y tenga, por tanto, fin;
que sus murallas no puedan resistir el movimiento y los choques á que
están expuestas, y que, aun admitido un divino creador de la mansión
terrestre, ésta no pueda vencer las inmensas dificultades de una eterna
duración.

Y, además de lo dicho, ¿á quién no apoca el ánimo el espanto de los
dioses, y á quién no causa estremecimientos de pavor el trepidar de
la Tierra cuando ruge el estruendo formidable de horrísona tormenta
y retumba el rayo en los ámbitos del Cielo? ¿No se asustan en esas
ocasiones los pueblos y los individuos? Los soberbios reyes, por
el temor poseídos, ¿no se abrazan temblorosos á las imágenes de sus
dioses, de las que esperan que aplacen el momento en que hayan de
sufrir el temido castigo correspondiente á sus crímenes? Y cuando
viento impetuoso encrespa las ondas del mar y barre de la cubierta
de los buques las legiones y los elefantes que llevan, el jefe de la
flota, ¿no procura con súplicas, votos y promesas, aplacar la ira de
los dioses para que el viento deponga su furor, se calmen las olas y
el tiempo abonance? Pero clama en vano, y tal vez envuelto en agitado
torbellino sea lanzado sobre las rocas donde halle infausta muerte.
Parece, sin duda, que un poder oculto se burla de las preocupaciones
humanas y considera despreciables las hoces y las segures que los
hombres tienen en tanta estima[71]. Y si el hombre observa que bajo
sus piés la Tierra se estremece y que en ocasiones las ciudades se
convierten en ruinas, ¿tiene algo de extraño que de su propia debilidad
persuadido crea en poderes misteriosos de ilimitada fuerza que
gobiernen arbitrariamente el Universo?

  [71] En opinión del traductor, Lucrecio se expresa aquí (versos
  1232 á 1235 del canto V) en sentido irónico. Bayle, Gassendi,
  Molière, Pongerville y Lima Leitao interpretan de otro modo el
  pasaje transcrito.


1240. _Quod superest, æs, atque aurû, ferrûque repertû est..._

Más adelante se descubrieron el bronce, el oro, el hierro, la pesada
plata y la esencia del plomo cuando las ingentes selvas de los elevados
montes quedaron consumidas por el fuego, ya fuera éste prendido por el
rayo, bien propagado en las florestas por los guerreros para combatirse
los unos á los otros, ya encendido por hombres pacíficos deseosos de
convertir las selvas en prados y tierras de labor, ó quizá utilizado
por esos mismos para destruir las fieras, con cuyos despojos intentaran
enriquecerse, pues el foso y el fuego se emplearon en las empresas
venatorias antes de que se destinaran para ellas la engañadora red
y la ruidosa jauría. Como quiera que fuese, cuando las llamas con
chisporroteos crujientes devoraron los bosques y consumieron desde las
altas ramas hasta las profundas raíces de los árboles, la Tierra, lo
mismo que si hubiera sido cocida por el fuego, de sus abrasadas venas
produjo ríos de oro, de plata, de bronce y de plomo que se precipitaron
á los sitios cóncavos, donde, enfriados, ofrecieron color brillante,
lustre, gracia, y al solidificarse tomaron la forma de las cavidades
que los contenían. Al observar este último fenómeno, los hombres
tuvieron la idea de fundir los metales y hacer con ellos objetos de
distinta figura, después de batidos y adelgazados; de esta manera
llegaron á fabricar unas armas que sirvieron para ataque y defensa en
las batallas, otras para labrar las tierras y otras para serrar, pulir,
cortar, abrir á golpes, romper y taladrar. Quisieron hacer del oro y de
la plata el mismo uso que del bronce, pero inútilmente, porque ninguno
de esos metales tenía la dureza necesaria para el áspero trabajo á que
lo destinaban: por este motivo el bronce era muy estimado, mientras que
el oro se miraba como inútil, porque fácilmente se embotaba la punta
de las armas que se fundían con él; hoy, por lo contrario, el bronce
ha caído en depreciación, y el oro es tenido en alta estima. Así todo
muda en el tiempo: lo que un día estuvo en auge, al siguiente cayó en
descrédito; lo que una vez estuvo en olvido, otra vez fué muy celebrado
y de todos los hombres mereció alabanzas, honores y agasajos.

Ahora, mediante los datos que ya tienes, puedes comprender cómo se
llegó al uso del hierro: las primeras y más antiguas armas fueron las
manos, las uñas, los dientes, las piedras, las ramas de los árboles,
y, por último, las llamas y el fuego tan pronto como fueron conocidos:
poco tiempo después se descubrieron el hierro y el bronce, pero el
bronce fué primeramente utilizado porque se ofrecía en abundancia y
era fácil de trabajar: de bronce eran los instrumentos para labrar la
tierra, las armas usadas en los combates y las empleadas para llevar la
muerte por todos los sitios y proteger el hurto de ganados, pues los
hombres, desnudos é inermes, se veían en la precisión de ceder ante los
que llevaban armas. El hierro fué después convertido en espada; la hoz
de bronce perdió la preferencia; la tierra se trabajó con férreo arado,
y la voluble suerte de los combates fué encomendada al hierro.

Antes de que se usara el carro tirado por dos corceles montaban los
guerreros en caballos cuyos frenos dirigían con la mano izquierda
mientras con la derecha peleaban; después de la biga se inventaron la
cuadriga y los carros falcíferos; más adelante, el Cartaginés astuto
adiestró para los combates el torreado elefante de trompa anguina
que soporta las heridas y pone en dispersión á las turbas de Marte:
poco á poco la discordia acumuló medios destructores y la guerra se
hizo cada vez más horrorosa; en ella tomaron parte enfurecidos toros,
crueles jabalíes enseñados para atacar á los enemigos, y aun leones
poderosos usados por los Partos en las avanzadas de su ejército. Esos
terribles animales, sujetos por fuertes frenos y conducidos por
hombres convenientemente armados para moderar la bravura de las fieras,
cuando sentían la sangre humeante se enardecían, dispersaban los
ejércitos de un lado y de otro, sacudían la melena, y, sin que nadie
pudiese contenerlos, se lanzaban á la matanza; entonces los caballos,
aterrorizados con los rugidos, no obedecían al jinete, se revolvían
y en carrera desenfrenada huían hacia el campo enemigo. Las leonas
con furia corrían indistintamente de un ejército á otro, destruían
cuanto encontraban á su paso, atacaban por la espalda á sus víctimas,
y después de herirlas y de arrojarlas á tierra se entretenían en
despedazarlas con sus terribles dientes y sus corvas uñas. Los toros
embrocaban y pisoteaban á los jabalíes y amurcaban á los caballos,
á los cuales, todavía después de muertos embestían con rabia. Los
jabalíes, de prolongados colmillos, mataban á sus propios aliados, y
cuando las flechas teñidas en sangre se quebraban en su cuerpo, con
nueva irritación hacían destrozos entre infantes y caballeros: en vano
era que los corceles para evitar las dentelladas de esas fieras se
encabritaran, porque pronto sucumbían con las extremidades posteriores
destrozadas. Aun los mismos brutos domesticados, cuando se hallaban
en el foco de la batalla y de la furia, entre lamentos, gritos,
horrores, heridas, estrago, recobraban su olvidada ferocidad, y sin que
nadie pudiera sujetarlos se dispersaban, como vemos que los elefantes
gravemente heridos en las guerras de nuestros días, después de hacer
muchos destrozos en el ejército á que pertenecen, huyen despavoridos.
Así en los tiempos ya pasados sucedió, y así hoy ocurre; pero creo que
los hombres no habrán dejado quizá de presentir y de ver que tantos
desastres producen grandes sufrimientos, no sólo para los que han sido
sus causantes, sino también para las generaciones futuras. Y puedes
creer que este mal no ha de limitarse á nuestro mundo, sino á todos los
mundos formados con vario origen. Tal vez la fiereza revelada en esas
luchas no haya sido inspirada por el exclusivo deseo de la victoria,
sino por el instinto de propia defensa que mueve á hacer el mayor daño
posible al enemigo que fiado en su fuerza amenaza con la muerte.


1349. _Nexilis antè fuit vestis, quam textile tegmen..._

Vestidos anudados se usaban antes de que fuera inventado el telar;
los tejidos fueron posteriores á la aplicación del hierro, porque las
telas usadas ahora se prepararon con auxilio del hierro, que permitió
la construcción de instrumentos delicados, tales como el cilindro, las
cárcolas, el huso, el peine y la ruidosa lanzadera.

La Naturaleza indujo al hombre antes que á la mujer á trabajar la
lana, porque el hombre es más ingenioso y más apto para las artes que
la mujer; pero el agricultor, después de reconvenirse por dedicar su
tiempo á delicadas labores, entregó éstas á su compañera y se reservó
los ejercicios penosos que, después de todo, se acomodaban á la
contextura de sus miembros y de sus manos.

Igualmente enseñó la Naturaleza en el principio de las sociedades á
hacer las operaciones de siembra y de injerto, porque pudo observarse
que de los árboles caían al suelo semillas que después, en apropiados
tiempos, daban numerosos retoños; también se ensayó el ingerir brotes
de una planta en otra y trasladar los arbustos: de este modo, por
medio de multiplicadas tentativas, el cultivo de los campos se mejoró,
y con las esmeradas labores de las tierras se consiguió ablandar
los frutos salvajes. Los bosques reducidos quedaron á los más altos
montes, al mismo tiempo que por las planicies y colinas se extendieron
los campos cultivados, el prado, el lago, el arroyo, y con pujante
lozanía el trigo, la viña y el verdoso olivar que ocupó las llanuras
y montículos. Este sistema de trabajo por muchos años seguido ha dado
vida á esos amenos lugares que ves llenos de árboles frutales de
variedad encantadora.

Mucho antes de que los hombres supieran con harmonioso acento entonar
versos agradables para el oído, habían intentado imitar con su voz
el suave gorjeo de los pájaros; el céfiro que, al introducirse en lo
hueco de las cañas, silba, guió al hombre para inventar los cálamos
agrestes; la flauta, luego, animada por dedos flexibles y acompañada
por el canto, se usó en las apartadas selvas, en los bosques, en las
sombrías soledades que dieron á los pastores los primeros motivos
musicales para entretener sus ocios, pues indudable es que el tiempo da
ocasión para que se creen las artes que después el ingenio perfecciona.
En estos dulces recreos se entretenían, con ellos alegraban su ánimo
después de haber satisfecho la necesidad de alimentarse, pues todas
las aspiraciones eran entonces muy sencillas: muchas veces, reunidos
los pastores en sitio agradable, tendidos junto á la fuente, bajo
la sombra de un árbol, gozaban del placer más puro, especialmente
cuando la alegre primavera cubría los verdes prados con matizadas
flores; conversaban con ingenuidad, jugaban con inocencia, reían
candorosamente y en sus entretenimientos daban vida á la musa agreste;
se adornaban la cabeza con brillantes coronas de flores y los hombros
con guirnaldas; con rudos piés sin medida ni concierto golpeaban la
tierra, madre de todos, y entre carcajadas se divertían de su propia
impericia y se aconsejaban para dar novedad á sus pasatiempos. En
ocasiones, á fin de estar vigilantes y defenderse del sueño, cantaban
con variaciones de tono y recorrían con los labios á medio cerrar los
agujeros del cálamo. También hoy pasamos distraídos las veladas, y
aunque ajustamos nuestros recreos á reglas de buen gusto no saboreamos
con certeza el agrado y la dulzura de nuestros ratos de solaz en mayor
proporción que la gente rústica de otros días.

En mucho estimamos lo que está presente, si antes no hemos conocido
algo mejor; pero lo nuevo perjudica á lo antiguo, y cambia las
costumbres; así hemos despreciado el fruto de la encina, el lecho de
hojas secas y el uso de las pieles: también el vestido formado con
restos de fieras fué en su tiempo una extraña novedad, y no me atreveré
á decir que su inventor no fuera objeto de enconada envidia; quizá el
infeliz sucumbiera víctima de la traición de algunos que se apoderaran
de sus despojos teñidos en sangre, aunque los asesinos fueran de
cierto incapaces para aprovechar útilmente el fruto de su maldad[72].

  [72] La amarga ironía de Lucrecio deja comprender los
  sufrimientos morales que debería tener por vivir en lucha contra
  el convencionalismo religioso de su época.

En aquellos tiempos remotos se luchaba por la posesión de pieles de
animales; hoy se combate por obtener el oro y la púrpura; más culpables
somos indudablemente que nuestros antecesores, porque ellos necesitaban
las pieles para preservarse del frío, y nosotros para ningún objeto de
verdadera precisión utilizamos el oro, la púrpura y los ricos bordados,
ya que para vestirnos serían suficientes las plebeyas telas. ¡Es triste
que la raza humana gaste la vida en contiendas y disgustos motivados
por cosas fútiles, y no ponga freno á la codicia que la corroe, quizá
porque aún no sabe que los goces puros tienen un límite que no se puede
franquear sin peligro! Las vanidades quebrantan la existencia de los
individuos, crean perturbaciones entre los pueblos y originan guerras
que destruyen las sociedades.


1435 _á_ 1456. _At vigiles Mundi magnum et versatile templum..._

El Sol y la Luna, antorchas luminosas que con luz perenne recorren toda
la extensión del movedizo templo del mundo, enseñan á los hombres que
los tiempos se repiten en constantes estaciones, porque todo en la
Naturaleza existe con sujeción á leyes fijas y con orden invariable.

Ya el hombre vivía abrigado en sus palacios, ya en la Tierra se habían
constituido las naciones, y el mar era surcado por numerosos buques, y
en vigor había pactos federativos entre los pueblos, cuando los poetas
comenzaron á consignar en versos los hechos pasados; pero como los
elementos de la escritura eran de muy reciente invención, nuestra Edad
apenas conoce de los pueblos antiguos más sucesos que los indagados por
el raciocinio, apoyado en los vestigios existentes.

Las artes de la navegación, del cultivo de los campos, de las
fortificaciones, de la aplicación de las leyes, de la fabricación
de armas, apertura de caminos, tejidos de telas y otras de igual
utilidad, y también las artes recreativas como la poesía, la pintura
y la escultura, de la necesidad y de la experiencia han sido fruto.
Paulatinamente el tiempo, en oportuna sazón, ha producido inventos
que la industria humana ha mejorado; más adelante las artes se han
concedido mutuo auxilio, y de este modo se elevarán hasta la cumbre de
la perfección.



LIBRO SEXTO


1. _Primæ frugiferos fœtus mortalibus ægris..._

La primera ciudad que á los hombres facilitó con abundancia los frutos
de los campos y proporcionó comodidades por virtud de sabias leyes
que supo dictar fué Atenas, de nombre esclarecido, ciudad insigne
que hizo placentera la vida al producir aquel varón ilustre, nacido
solamente para anunciar verdades, el cual, aunque fallecido ya hace
mucho tiempo, como recompensa por las investigaciones divinas que hizo
y divulgó conserva su gloria hasta los cielos elevada. Ese genio,
cuando vió que los hombres, aun con el uso de muchas cosas originarias
de satisfacciones, riquezas, honores, grandezas, reputación distinguida
transmisible á los descendientes, llevaban el corazón á duras penas
reducido y el ánimo sujeto á esclavitud de tristes incertidumbres,
pensó que el mal no estaba en las cosas, sino en el hombre mismo, es
decir, no en el líquido, sino en el vaso, que por estar envenenado
corrompe todo lo que en él se vierte, ó que nunca se llena por ser
excesivamente permeable, ó que da ingrato sabor á su contenido por
estar manchado interiormente. Con sanas verdades empezó á limpiar el
corazón de los seres humanos; encerró la codicia y el temor de éstos
en reducida esfera; hizo conocer en qué consiste el sumo bien á que
todos podemos aspirar y el camino que á su posesión en línea recta
nos lleva; investigó la causa de los males que los hombres sufren;
explicó los motivos de que todas las personas, según sus peculiares
condiciones, estén sujetas á contingencias engendradas necesariamente
por la Naturaleza y atribuidas por necedad al acaso ó á la fortuna;
hizo patente el medio libertador de todas las preocupaciones, y mostró
al género humano cuán vanos y fútiles son los temores que inquietan el
pecho. Como niños que de todo tienen miedo por la noche, así nosotros
durante el día nos vemos rodeados por ilusorias sombras y fantasmas
vanos que no se disipan con el rayo solar ó con la luz diurna, pero
que se desvanecen mediante el uso de la razón tranquila y el estudio
reflexivo de la Naturaleza[73]: investiguemos con perseverancia sus
arcanos.

  [73] Hay aquí siete versos del canto II, repetido también en el
  III.

Y como ya he demostrado que el mundo es perecedero, que el cielo ha
tenido principio y que los cuerpos todos por cuanto nacieron han de
caer en disolución, escucha, pues, el resto de mi discurso, ya que he
limpiado de estorbos mi camino y tengo la esperanza de poder recorrerlo
con mi carro victorioso. En presencia de los fenómenos que se
desarrollan en el Cielo y en la Tierra, los hombres, sobrecogidos por
el temor, con ánimo humillado han creído en dioses, y ante la fingida
representación de éstos se han postrado, porque la ignorancia de las
causas de los fenómenos les ha permitido pensar que todo lo existente
podía estar sometido al imperio de seres arbitrarios y que todo lo que
no se podían explicar era obra de númenes. Aquellos mismos que están
convencidos de que los dioses por nada se preocupan y de que todas
las cosas de la Naturaleza se realizan dentro de un orden invariable,
cuando los ojos levantan para contemplar las etéreas regiones vuelven
á caer en superstición religiosa y admiten la existencia de tiranos á
los cuales ¡míseros! atribuyen supremo y despótico poder para repartir
á su capricho el bien y el mal, porque ignoran las condiciones de lo
que puede ser y de lo que no puede ser, y los límites en que toda
energía se encierra: este error fundamental trasciende á toda la esfera
de su pensamiento. Si no apartas de tu mente esas ideas, si no crees
que tales cuidados son impropios de los dioses é incompatibles con la
paz de que gozan, tendrás presentes sus imágenes en todo momento, no
porque pura substancia de dioses pueda ser de enconos susceptible y de
entretenerse en preparar crueles castigos, sino porque tú mismo, si
crees que hay dioses movidos por resentimientos, no tendrás un instante
de paz, no entrarás sosegado en los templos, y los simulacros de sus
cuerpos santos como nuncios de sus divinas formas, á ti no llegarán sin
que la inquietud y el temor te agiten. De este proceder ¡qué vida tan
triste se origina! Aunque en servicio de la razón he expuesto ya muchas
verdades, me restan por declarar otras de las que te hablaré en pulidos
versos, con especialidad referentes á los fenómenos del Cielo. Trataré,
pues, de los efectos de las tempestades y del rayo, para que te
abstengas de considerar el Cielo dividido en partes, y de indagar cuál
es la que dió origen al fuego, dónde estaba éste escondido, la manera
cómo pudo rasgar las capas del espacio y salir de ellas sin hallar
obstáculo, efectos que sólo puede atribuir á seres imaginarios el que
desconoce la causa de que proceden. Y para que pueda llegar felizmente
al término de mi carrera, muéstrame el camino que debo recorrer, hábil
Musa Calíope, recreo de los hombres y encanto de los dioses, pues si tú
me guías ganaré corona insigne de alto aprecio.


95. _Principio Tonitru quatiuntur cærula Cœli..._

El cerúleo firmamento es perturbado con ruidoso trueno cuando nubes
impelidas por contrarios vientos se mueven en las altas regiones del
aire y chocan entre sí: el sonido, sin embargo, no parte del sitio en
que sereno el Cielo se muestre; allí donde las nubes se condensan y
se amontonan es donde se engendra el estampido redoblante del bronco
trueno. Las nubes son cuerpos cuya densidad es extraordinariamente
menor que la de la madera ó de las piedras, pero mayor que la de
la nieve y la del humo, como lo hace patente el hecho de que no se
rinden bajo su propia gravedad como ceden las piedras, y reunen en sí
materiales para la formación del granizo y de la nieve, que el humo no
podría contener.

Unas veces en la ilimitada extensión del espacio producen las nubes
ruido semejante al que ocasionan en los teatros los fluctuantes paños
pendientes de las vigas y columnas de esos edificios; otras veces
lo mismo que si fuesen rotas violentamente por los vientos crepitan
como tenues láminas que se rasgan, y éste es el crujido propio de los
truenos, ó como hojas de papiro que vuelan llevadas por el viento, ó
como ropas colgadas sacudidas por el vendaval; también algunas veces
no chocan las nubes unas con otras, sino corren juntas en la misma
dirección y se tropiezan y rozan con ruido seco y prolongado que
lastima nuestro oído y dura hasta que se desenlazan.

También ocurre otro fenómeno que origina fragoroso estruendo bastante
para ocasionar un horrible temblor en todo el mundo, como si los
fundamentos de éste se derrumbaran por tan violenta acción: cuando
una corriente de viento huracanado se halla contrariada y envuelta
por las nubes, pretende escapar de la prisión, forma torbellinos que
desarrollan mayor energía mientras más obstáculos encuentran en las
nubes, y, por último, en éstas el viento abre una salida por donde huye
precipitadamente con atronador ruido. Y no debe sorprender este hecho,
cuando vemos que el aire contenido en una vejiga que de repente se
rompe, al salir de ella causa una explosión atronadora.

Hay otra razón que explique el fuerte ruido que ocasiona en las nubes
el viento impetuoso: vemos que muchas veces se muestran como divididas
en forma arborescente y tal vez entonces produzca el viento en ellas un
resultado parecido al que origina en las ramas y las hojas de un espeso
bosque. También los vientos pueden acometer de frente y con violencia á
las nubes hasta romperlas; pues podemos comprender que su ímpetu en las
altas regiones sea muy enérgico si tenemos en cuenta que en las capas
inferiores ha de ser más moderada, y no obstante, descuaja los árboles.
Nubes hay, además, acumuladas á manera de ondas que al separarse
batidas por el viento braman horrísonas como río desbordado que halla
obstáculos á su paso, ó como el Océano agitado por una tempestad.

También en ocasiones el fuego del rayo caerá de unas nubes en otras,
y si estas últimas contienen extraordinaria cantidad de vapor acuoso,
aquél se extinguirá con estruendo, así como el hierro incandescente
arrojado al agua en el momento en que extraído es de la forja se apaga
con estridente chirrido; pero si el rayo cae en nube seca ésta se
inflamará con estrépito, lo mismo que monte laurífero en que se prenda
fuego animado por torbellinos de viento impetuoso; porque no hay
combustible que arda en llamas voraces con más crepitante ruido que el
délfico laurel á Febo consagrado.

Muchas veces el hielo y el granizo se forman cuando el viento condensa,
empuja y amontona las nubes, las cuales en este caso ruidosamente se
deshacen en lluvia congelada.

El relámpago se produce mediante la inflamación de moléculas de fuego
procedentes de contrarias nubes; y puede cualquiera representarse este
fenómeno si observa que del choque violento del hierro ó de una piedra
contra otra piedra surgen chispas que brillan á distancia: aunque
el relámpago y el trueno son simultáneos, llega á nuestra vista el
fenómeno óptico antes que á nuestro oído el fenómeno acústico, porque
la marcha de las ondas luminosas es mucho más rápida que la de las
ondas sonoras; y de esta verdad puedes convencerte si observas desde
lejos el trabajo del podador que corta las ramas inútiles de un árbol,
pues verás el ademán del golpe antes que oigas el sonido que éste
ocasione, y de igual modo y por la misma causa ves el relámpago antes
de que oigas el trueno.

Otra explicación puede también darse del relámpago que las nubes colora
con luz trémula durante la tempestad: cuando el viento se introduce en
cualquier nube y mediante agitación continua llega á abrir en el centro
de ella una salida como hace pocos momentos he dicho, en su vertiginosa
movilidad se inflama, porque, según puedes comprobar, todo cuerpo que
en virtud del movimiento alcance una temperatura muy elevada arde; y
aun una bala de plomo se funde cuando voltea por un largo trayecto.
Entonces el aire comprimido, al romper la nube obscura, con estrépito
se desparrama convertido en relámpagos cuyos fulgores ofuscan la
vista; el estruendo atronador llega al oído algún tiempo después que
la luz haya impresionado los ojos, pero tales fenómenos suponen una
aglomeración de nubes impelidas con violencia.


184. _Nec tibi sit fraudi, quod nos infernè videmus..._

Pero no te engañes en el juicio que formes de las nubes, y considera
que desde aquí vemos su longitud y su anchura pero no su volumen
ni la distancia á que se hallan de nosotros; hay que representarse
las nubes como si fuesen masas enormes parecidas á montañas que se
transportaran de un lado á otro por el ímpetu de los vientos, ó se
acumulasen y comprimiesen en las alturas cuando el aire está encalmado:
podrás de este modo tener idea de la importancia de sus moles en las
cuales aparecen huecos que semejan cavernas abiertas en las rocas
aéreas: aquellas cavidades son ocupadas por el viento engendrador de
tempestades, el cual, como si no pudiera permanecer encerrado ruge
amenazador á manera de fiera cautiva, corre en todas direcciones,
produce dentro de las nubes espantosos ruidos, se traslada de una parte
á otra, extrae chispas de fuego del lugar en que se halla, las reune, y
en los cóncavos hornazos las agita hasta que rompe la nube y escapa con
brillantes ráfagas de luz.

También el relámpago con su color dorado y su velocidad extraordinaria
dirigida hacia la Tierra podrá originarse de la substancia formativa
de las nubes que estará mezclada con elementos ígneos, si bien cuando
las nubes están secas y tienen el color y el brillo de la llama deben
ese aspecto á la luz del Sol que las colora y les comunica alguna parte
del fuego que el astro luminoso esparce. Después, cuando el viento
reune las partículas de fuego dispersas y comprime las nubes, aquellas
partículas se escapan y presentan los colores brillantes de la llama.

Y aun solamente la rarefacción de las nubes puede originar la formación
del relámpago, porque el viento, al separarlas y disolverlas, de ellas
deriva los elementos capaces de producir fulgores; pero en este caso
el destello que se engendra no va acompañado por terrorífico tumulto.


216. _Quod superest, quali naturâ prædita constent..._

Los efectos del rayo dan á conocer la naturaleza de éste: la violencia
que lleva en su caída, el destrozo que ocasiona en los cuerpos con
que choca, el vapor sulfúreo de que satura la atmósfera por el sitio
que recorre, son indicios de fuego y no signos de viento ni de agua.
Al caer incendia los tejados de las casas y luego la llama que en
ellos se levanta quema los edificios: en la Naturaleza se forma el
rayo de los más sutiles elementos ígneos existentes, los cuales fuerza
tienen bastante para que nada los pueda resistir; el rayo atraviesa,
como el sonido, los más sólidos muros, traspasa los metales, funde
instantáneamente el oro y el bronce, impresiona de tal modo los vasos
llenos de vino, que obliga á éste á disiparse porque las paredes de la
vasija se relajan, sus poros se agrandan y por ellos los elementos del
vino se escapan fácilmente, efecto que no podría seguramente producir
el Sol en el espacio de muchos años; ¡tanto en potencia calórica y en
actividad el rayo excede al Sol!

Ahora, acerca de la formación del rayo y del ímpetu con que destroza
de un solo golpe las torres, arruina los edificios, arranca techos y
vigas, desmocha y demuele monumentos levantados por los hombres, deja
exánimes á éstos, mata ganados y hace otras cosas de este género, voy á
hablar; y sin detenerme en promesas entro desde luego en el asunto.

En las nubes amontonadas y condensadas allá á grandes alturas se forma
el rayo; así es que no hay motivo para recelar de él ó temerlo cuando
el Cielo está sereno ó ligeramente intranquilo; y la experiencia nos lo
testifica: pero cuando las nubes se ennegrecen y se acumulan en toda
la extensión de la atmósfera, crecen las tinieblas, el aqueronte llena
todas las cavidades del Cielo, pavorosa noche nos llena de temor y el
miedo nos embarga, entonces la tempestad se prepara y el rayo comienza
á formarse.

Negra nube se resuelve en copiosa lluvia como río de pez del cielo
descendido que en abundantes ondas al mar se precipita; allá á
distancia densas tinieblas se extienden acompañadas por tempestades,
y con ellas, rayos, huracanes, fuegos, terribles remolinos, y en la
Tierra las gentes asustadas, transidas de temor, buscan refugio en
sus casas; debemos creer que el volumen de las nubes que por encima
de nosotros se forma es tal que deja la Tierra á obscuras y con su
extraordinaria mole tapa la luz del Sol: en la Tierra no caería tan
enorme cantidad de agua, bastante para llenar los campos y los ríos, si
la etérea región no hubiera sido invadida por las nubes.

Todo, pues, está lleno de elementos ígneos y aéreos, y por este motivo
en todas partes se oyen roncos truenos y se ven los esplendores del
relámpago, pues según ya te he dicho, elementos innumerables de fuego
que se dilatan y se encienden con el Sol, llenan algunas cavidades
de las nubes, y cuando el viento empuja á éstas, las arroja unas
sobre otras y las oprime, también segrega de ellas una cantidad de
corpúsculos de fuego, con los cuales se confunde: así el huracán
estalla y en fragua ardiente el rayo se forja.

El viento se inflama de uno de estos dos modos: ó bien por causa de la
rapidez con que se mueve, ó bien porque roza con el fuego; cuando este
hecho ocurre, ya por causa de su propio movimiento, ya por el contacto
del fuego, el rayo se completa, rasga las nubes desde la parte alta á
la inferior, esplendor instantáneo ilumina el cielo con luz sulfúrea
que deslumbra á los mortales, y con rudo estruendo el trueno ruge como
si la bóveda celeste se derrumbara sobre la Tierra; una trepidación
sacude nuestro globo, y por todo el espacio en repercusión repetida
se transmite el estruendo, propagado por las nubes en contacto: sigue
fuerte aguacero, como si el Cielo se deshiciera en lluvia, ó como si un
nuevo diluvio sobre nosotros viniera; ¡tanto es el terror que producen
el soplar furioso del viento, el rasgarse de las nubes, el correr
impetuoso del encendido rayo!

Puede ocurrir que una corriente de aire en su rápida carrera encuentre
una voluminosa nube poseedora del rayo, la rompa con su violencia, y de
este modo abra libre paso á un torbellino de fuego al que llamamos rayo
en nuestra lengua. Y sucesivamente acontecerá lo mismo con otras nubes
al impulso de los vientos.

También puede suceder que el viento, desprovisto de calor durante
su carrera, se inflame después de perder en su curso partículas
groseras que en sí contenga y no puedan atravesar las auras, y después
de apropiarse elementos ígneos que mezclados á los de su propia
composición produzcan fuego; como vemos que acontece con los cuerpos
glandiformes de plomo lanzados con violencia á largas distancias y
que en su veloz marcha dejan elementos fríos, y de otros cálidos se
apoderan.

Quizá la violencia de mismo choque excite el fuego, aun cuando en
su primer impulso esté frío el viento, ya que éste por su propio
ímpetu puede producir moléculas de fuego y extraerlas, además, de
otro cuerpo con el que se ponga en contacto: de igual modo que de un
pedernal golpeado con hierro se arrancan chispas, y aun cuando el metal
se halle frío el choque es suficiente para que de él broten ígneas
partículas, así también el impulso de los vientos podrá ser bastante
para que los objetos que reciban su acción se inflamen si contienen
moléculas apropiadas. Sería una temeridad el decir que el viento, capaz
de recorrer inmensas distancias, por su propia naturaleza ha de ser
necesariamente frío; aunque no se inflamara en su curso, al término de
su carrera debería llegar, cuando menos, entibiado por el calor.


320. _Mobilitas autem fit fulminis, et gravis ictus..._

La velocidad del rayo, la potencia que desarrolla en su caída y la
rapidez con que ejerce su acción provienen de la energía natural de
sus elementos desde que se asociaron en el seno de la nube, energía
aumentada y desenvuelta en su lucha con el medio vaporoso en que se
hallaron: cuando la nube no puede resistir el redoblado empuje que
sobre sus paredes internas ejerce el fuego destructor, abre una salida
por donde el rayo se escapa como piedra lanzada por la catapulta.

No debe olvidarse que los elementos componentes del rayo han de ser
muy fríos y muy diminutos y sus efectos irresistibles supuesto que se
introducen por todas partes; no hay nada capaz de contener su marcha;
pero todos los cuerpos más pesados que el aire tienden á caer, y si á
esa propiedad se añaden los efectos de la impulsión, se comprenderá que
el rayo, mientras desciende, aumente su velocidad como si aumentara
su peso: de esta manera es fácil de explicarse que aquel meteoro con
energía poderosa destruya todos los obstáculos que para su marcha
encuentre en su camino.

Además, como la velocidad de los cuerpos que caen aumenta en proporción
al espacio recorrido, y el ímpetu de ellos crece á medida que se
hace mayor su velocidad, es evidente que el choque de esos mismos
cuerpos, de grandes alturas procedentes, ha de ser muy enérgico, porque
durante su carrera habrán logrado agregar á su masa muchos elementos
dispersos. Por consiguiente, el rayo podrá asimilarse del aire, durante
su descenso rápido, algunos principios que aumenten su potencia y su
velocidad. Conviene recordar que hay algunos cuerpos que permanecen
incólumes á la acción del rayo, pues como éste es fuego, se abre
su camino por los más imperceptibles poros y sólo destruye aquellos
cuerpos formados de moléculas que no se descomponen fácilmente y
reciben el choque de la exhalación: el bronce bajo su acción se funde
sin resistencia y el oro se liquida porque son metales compuestos de
cuerpos simples cuyos apretados lazos se desatan mediante la influencia
del calor.

Las regiones aéreas y la Tierra son frecuentemente agitadas por
fúlgidos fuegos en el otoño y durante los floridos y alegres días de la
primavera. No hay en el invierno condensación de calórico; no hay en el
estío vendavales ni acumulación de nubes; y en cambio en las estaciones
medias se reunen todas las condiciones apropiadas para la formación del
rayo: el calor y el frío se presentan en lucha, entablan discordia,
originan corrientes impetuosas de los aires y producen tormentas: la
primavera es la transición del frío al calor, ó bien el período en que
el frío y el calor combaten; el otoño, que es también la transición del
calor al frío, igualmente es otra época de lucha entre aquellos dos
estados de la temperatura; por ese motivo ambas estaciones se llaman de
guerra del año; y si épocas de guerra son, no ha de extrañarse que en
ellas los rayos y las borrascas perturben el espacio como consecuencia
de la discordia etérica mantenida por el fuego de un lado, y de otro
por los vientos y las nubes.


376. _Hoc est igniferi naturam fulminis ipsam..._

Cuando se indaga sin prevenciones es fácil conocer las causas del
ignífero rayo y sus efectos; pero nada se aprende con las inútiles
canturías del fanatismo tirreno que pretende averiguar intenciones
de misteriosos númenes mediante la observación de la llama del fuego
y de la forma con que el rayo penetra en el muro y sale de él por el
opuesto lado, y aun supone vaticinar lo porvenir por las circunstancias
concurrentes en aquel meteoro.

Porque si es Júpiter ó cualquiera de los otros dioses el autor del
terrorífico estruendo que hace temblar la bóveda celeste y de los rayos
que por todas partes caen, ¿por qué estos últimos no se dirigen contra
los criminales que impunemente cometen infamias sin que el fuego divino
les traspase el pecho, castigo que serviría de ejemplaridad para los
mortales, y en cambio el hombre justo que nunca ha hecho el menor daño
y no tiene falta alguna que expiar se encuentra muchas veces envuelto
en llamas y devorado por el fuego del Cielo? y ¿por qué en ocasiones
caen los rayos en lugares desiertos y se pierde su acción? ¿será para
que se ejerciten y den luego certeros golpes? y ¿por qué el Padre
divino se ha de entretener en disparar dardos que se embotan en la
tierra y no los reserva para lanzarlos contra sus enemigos? ¿por qué
el mismo Júpiter jamás en tiempo tranquilo fulmina rayos ni produce
truenos? ¿acaso condensa las nubes para bajar en ellas y disparar
sus dardos con más certera puntería? entonces ¿para qué los hace
caer algunas veces en el mar y con ellos traspasa las ondas, líquido
insensible, cuerpo acuoso?

Pero si quiere que precavidos evitemos el rayo ¿por qué no permite
que los hombres lo vean cuando es lanzado? Y si quiere sorprendernos
desprevenidos ¿por qué lo arroja en ocasiones en que podemos evitarlo?
¿por qué permite que se extienda la obscuridad y haya estruendos
y ruido precursores? ¿Y puedes creer que al mismo tiempo dispare
rayos con direcciones diversas, ya que es conocido el hecho de que
simultáneamente caigan en distintos sitios? Luego, indudablemente, la
misma razón hay para que á diferentes lugares bajen rayos al mismo
tiempo como para que llueva á la vez en varias regiones.

Finalmente, ¿qué argumentos serán bastantes para justificar la
resolución de los númenes, si de ellos depende que el rayo destroce
templos, soberbios edificios que para honra suya fueron erigidos, y
caigan por tierra sus primorosas estatuas, destinadas exclusivamente
para su culto? ¿por qué especialmente ataca el rayo las alturas, según
puede comprobarse por los vestigios que de ellos siempre se encuentran
en la cima de las montañas?

Por lo expuesto fácil es comprender la formación de los torbellinos
ígneos que desde las nubes al mar descienden, y á los cuales dieron los
Griegos el nombre de serpientes de fuego, por su aspecto; figuran á
veces columnas que parecen poner en comunicación las nubes y los mares
y se ven rodeados de numerosas olas movidas por viento huracanado;
los buques sorprendidos por el meteoro corren grave peligro: cuando
la violencia del viento no es bastante para romper las nubes que lo
envuelve, se extiende poco á poco hacia la parte inferior en forma de
columna que descansa en el mar, ó como una masa que mediante la tensión
conseguida por un brazo poderoso, desde las nubes llegara hasta las
olas y por ellas se esparciera. Cuando el viento consigue penetrar en
la nube con ella desciende y se introduce en las olas, que se agitan
y revuelven horriblemente; la nube lo sigue en todos sus movimientos
y cuando la masa que ambos forman se apodera del Océano, levanta
espantoso huracán en el cual parece que el mar hierve con estrépito
extraordinario.

Pero también ocurre que el torbellino del viento después que contribuye
para que en los aires se junten los elementos que forman la nube, en
ésta se envuelve, y en la Tierra forma una columna como la tromba
marina: la nube cuando llega hasta las planicies se resuelve en huracán
terrible, en viento fuerte que todo lo arrasa á su paso: verdad es que
en la Tierra son raros estos meteoros porque las montañas oponen á los
vientos innumerables obstáculos, en tanto que son frecuentes en los
mares porque su plana superficie deja á los vientos campo libre.

Se forman las nubes cuando muchos cuerpos ásperos que vuelan
diseminados por la región del Cielo se asocian de repente, y á pesar de
su débil ligadura forman un tejido apretado. Al principio constituyen
solamente ligeras nubes, pero éstas se reunen, se estrechan, se
acumulan, é influidas por la acción del viento producen una tempestad.

Observa, además, que mientras más elevadas son las montañas, más
obscurecida con una especie de vapor amarillento se nos presenta su
cima, sin duda porque las nubes en el primer momento de su formación
no son para nosotros perceptibles hasta que el viento las condensa;
y cuando se reunen en número considerable, se aglomeran y desde los
húmedos vértices de las montañas se elevan y se extienden por las
aéreas planicies; la razón nos hace, por tanto, comprender que son más
ventosos los sitios más elevados, y fácilmente podemos comprobar la
verdad de este aserto si ascendemos á elevados montes.

De la amplia superficie de los mares la Naturaleza segrega un crecido
número de corpúsculos, como lo testifica la saliginosa humedad que se
apodera de los trajes colocados en la playa: esos cuerpos que del mar
proceden en forma de vapores también contribuyen á la composición de
las nubes; de la misma sangre se desprende vapor acuoso; de los ríos y
de la Tierra surgen emanaciones cálidas que se elevan, invaden el Cielo
y forman espesas nubes que por las ondas etéreas son impelidas para
abajo y condensadas, y de esto modo el azul del Cielo queda obscurecido.

Puede también suceder que partículas propias de nubes y tempestades
vengan de otros mundos para reunirse á las del nuestro; pues ya he
demostrado que los cuerpos simples son innumerables, que son eternos,
y que dotados están de suma agilidad, condición esta última por la
cual en poco tiempo recorren un dilatado espacio: no te sorprenderá
seguramente, el hecho de que las tempestades se desaten y las tinieblas
se extiendan, desde el lugar en que empiezan á condensarse por las
tierras llanas, por los montes y por el mar, supuesto que los elementos
encuentran expeditas las entradas y las salidas por la mediación del
fluido etéreo que forma para las moléculas aéreas como una especie de
canales conductores.


492. _Nunc age, quo pacto pluvius concrescat in altis..._

Ahora intento explicarte el fenómeno de acumulación de vapores en
las altas nubes y la manera de condensarse y formar las lluvias que
riegan toda la superficie de la Tierra. Observa primeramente que de
los cuerpos terrestres se desprende vapor acuoso que unido con otras
materias apropiadas forman las nubes con las cuales crecen de modo
parecido á lo que sucede en nuestro organismo, en el que al mismo
tiempo que los miembros crecen, también aumentan los elementos del
sudor, de la sangre y de otros humores: las emanaciones del mar
en cantidad considerable llevadas por el viento, como vemos que
algunas veces suben movidos por el aire pequeños flequillos de lana,
constituyen las nubes en unión con los vapores de los ríos, y de otros
muchos corpúsculos de agua provenientes de varios sitios: cuando
los vapores acumulados se condensan por el soplo de los vientos, se
desvanecen en lluvia, ora por la presión que el aire sobre ellos ejerce
de continuo, bien porque el mismo peso de los vapores condensados
aumenta la gravitación de las nubes y determina las lluvias.

Pero cuando la acción del aire ha separado mucho las nubes, por efecto
del calor del Sol, la lluvia es simplemente como una destilación
parecida á la que se nota en la cera, cuando impresionada por el fuego
se deshace en gotas: el fuerte aguacero sobreviene cuando á la gravedad
propia de los vapores condensados se une la presión y el ímpetu
iracundo de los irritados vientos que obran sobre las masas de agua.

Si muchos elementos de agua en las nubes se congregan, la lluvia es muy
pertinaz, y, mientras cae, los hombres se ven obligados á permanecer
largo tiempo refugiados en las casas, especialmente si en una región se
amontonan voluminosas nubes procedentes de varios lados y si la Tierra
por medio de los vapores restituye á la atmósfera la humedad que de
ella recibe y á medida que la recibe.

Cuando en días tempestuosos los rayos solares se hallan en oposición á
las nubes que se deshacen en lluvia, del fondo obscuro de la atmósfera
se destacan los colores del arco iris. Y cuanto á los otros meteoros
que en las alturas se ofrecen y tienen relación con las nubes y los
vientos, como las nieves, el granizo y el hielo que las aguas endurece
y con frecuencia anula el ímpetu de veloces ríos, fácil es por sus
efectos determinar sus orígenes, especialmente cuando se conocen las
propiedades de los elementos simples y por ellas el poder que éstos
desarrollan.

Ahora escucha mis razonamientos acerca del origen de los terremotos:
sin duda la Tierra es interiormente lo mismo que en el exterior, y
así como en la superficie suya hay vientos, cavernas, lagos, lagunas,
precipicios y rocas, también se hallarán en el seno de la Tierra: ríos
internos habrá en gran número, los cuales con su impetuosa corriente
arrastrarán sumergidas rocas; y razonable es afirmar que cosas iguales
dondequiera que se hallen han de parecerse.

Admitidas como conformes á la realidad estas ideas, se comprenderá
que la Tierra sufra estremecimientos cuando se derrumben en su seno
enormes cavernas abatidas por la acción del tiempo: montañas que
en lo interior de la Tierra se desploman han de producir profundos
sacudimientos que en lo exterior se dejen sentir como temblores á
veces espantosos: de igual manera un carro aunque no sea muy pesado
hace tremer los edificios de las calles por donde pasa, y lo mismo
acontece cuando brioso caballo arrastra una carroza cuyas ruedas están
férreamente guarnecidas.

Quizá masa enorme de tierra por la vejez quebrantada caiga en depósito
de aguas subterráneo y con su caída ocasione á la Tierra un movimiento
de trepidación; como vemos que un vaso lleno de agua agitada vacila y
no queda inmóvil hasta que el líquido en él contenido entra en reposo.

Cuando el viento reunido en los profundos subterráneos hacia un lado se
acumula con todas sus fuerzas y con toda su violencia, la Tierra oscila
en igual dirección; y los edificios que sobre ella se encuentran,
igualmente se inclinan tanto más cuanto más elevados sean; amenazan
ruina; pierden la línea vertical: los hombres ante aquellos indicios
temen sucumbir y que la Naturaleza no pueda ya contener la demolición
del mundo. Y con efecto, si los vientos no necesitaran reponerse,
nada habría capaz de refrenarlos y nada sería suficiente para evitar
sus destructores efectos; pero como unas veces se contraen y otras se
dilatan, no siempre los peligros se convierten en funestas realidades;
la Tierra se levanta después de haberse inclinado; pierde el
equilibrio, pero pronto lo recupera por su propio peso. De esta manera
se explica que los edificios vacilen más cuanto más elevados son, hasta
el punto de que los más bajos apenas sienten las trepidaciones del
suelo.

Algunos temblores pueden ser ocasionados por vientos súbitos,
impetuosos, que soplan en la superficie de la Tierra; pero otros son
producidos por grandes masas de aire que se acumulan en cavernas
subterráneas, donde se agitan de mil maneras hasta que abren en la
corteza terrestre una salida que se convierte en un abismo: así fueron
destruidas la fenicia Sidón y Egina del Peloponeso: innumerables
ciudades han sucumbido en grandes terremotos; muchas otras con
todos sus habitantes han sido también sorbidas por los mares. Pero
si el viento permanece en lo interior de la Tierra, con furioso
ímpetu penetra por todas las cavidades que en ella existen y origina
fuertes movimientos sísmicos: de modo parecido á éste el frío que
penetra en nuestro cuerpo se introduce en nuestros miembros todos y
temblor convulsivo nos produce aun contra nuestra voluntad. Durante
los terremotos, los moradores de las ciudades, embargados por el
miedo, temen que debajo de sus piés y encima de su cabeza la muerte
amenazadora se presente: creen que va á hundirse el techo de sus
casas y que la Naturaleza de un solo golpe va á desquiciar el mundo
para henchir con sus despojos los abiertos é insaciables abismos.
Y aun cuando tales temerosas gentes creen que el Cielo y la Tierra
son incorruptibles y destinados, por consiguiente, á vida eterna, la
presencia del peligro hace vacilar su fe y lleva á su alma el temor de
que en la Tierra se abran cavernas profundas en las que el mundo entero
se precipite y la Naturaleza de este modo quede convertida en montón
informe de ruinas.


605. _Nunc ratio reddunda, augmen cur nesciat æquor_...

Debo ahora explicar de qué depende que el mar nunca aumente su volumen:
causa, en efecto, sorpresa á primera vista, la consideración de que el
caudal de aguas que en él penetra, ya procedente de ríos numerosos,
ya de tempestades, ora de lluvias, ora de manantiales, no determine
crecimiento en el Océano; pero se desvanece la admiración cuando se
observa que todas esas masas líquidas que en el mar se pierden con
relación á la importancia de éste son como una gota imperceptible.

En cambio, el calor del Sol evapora del mar una cantidad de agua no
pequeña; y si los rayos solares pronto dejan secos los vestidos mojados
sometidos á su influencia, ¿cuál no será el efecto que produzcan en
toda la dilatada extensión de los mares? Hemos, pues, de pensar que
el Sol, aunque débil se muestre, por más que en cada sitio del mar
produzca escasa evaporación, en el total del Océano ha de causar
enormes pérdidas.

También los vientos que barren toda la superficie de los mares han
de arrebatar á éstos alguna parte de su caudal: pues observamos que
durante una sola noche con su fuerte soplo secan los encharcados
caminos y endurecen el barro acuoso.

Te he informado igualmente de que las nubes se apoderan de una cantidad
de agua del mar, con la cual riegan todas las tierras cuando á impulso
de los vientos se deshacen en lluvias.

Y, por último, si la tierra es un cuerpo innegablemente poroso y está
en contacto con el mar, éste recibe de aquélla tributos que reponen
su caudal; también da á la tierra aguas que, bien por filtraciones,
bien por retrocesos abundantes, en los manantiales se acumulan, y ya
purificadas suben á la superficie y corren por los cauces que les
facilitan paso.


637. _Nunc ratio quæ sit, per fauces montis ut Ætnæ_...

Ahora me propongo inquirir la causa de que el Etna por sus espantosas
fauces arroje torbellinos de fuego: no creas que la terrible tempestad
ardiente que abrasó los sicilianos campos fuese prevista por los
pueblos vecinos y que éstos después de contemplar el Cielo envuelto en
amenazadoras llamas y torbellinos de humo que henchían el espacio y con
sus horrores presagiaban una próxima ruina esperasen, aunque llenos de
temor, los sucesos que la Naturaleza les deparara.

Á fin de que puedas comprender esos fenómenos, será necesario que
estudies todo el orden natural en sus múltiples manifestaciones, que
medites reposadamente acerca de la Suma de todas las cosas y consideres
que la inmensidad del Cielo es apenas una partícula del Universo, como
el hombre es una molécula de nuestro mundo. Cuando te hayas penetrado
bien de estas verdades, muchos hechos naturales que hoy te admiran
dejarán de sorprenderte.

¿Quién de nosotros se extraña de que haya personas cuyos órganos
sean embargados por el ardor de la fiebre ó cuyos miembros padezcan
dolores sintomáticos de acerba enfermedad? De pronto los piés del
enfermo se entumecen; agudo malestar ataca sus dientes, invade sus
ojos; erisipela gangrenosa lentamente se apodera de su cuerpo y lo
quema: hechos de esta clase á nadie admiran, porque es general la
creencia de que emanaciones procedentes de muchos cuerpos, vapores
de la Tierra derivados y exhalaciones del aire engendran numerosos
males que al crecer y progresar causan funestos accidentes. Hay, pues,
motivos suficientes para afirmar que la Naturaleza, infinita como es
en la Tierra y en el Cielo, ha acumulado elementos en número bastante
para que en ocasiones puedan sacudir el mundo, producir tempestades en
el mar y en la Tierra, proveer de fuego el Etna é incendiar el Cielo.
De este modo se comprende bien que el celeste espacio pueda arder en
llamas como sucede en días tormentosos cuando, estrechada la cohesión
de las moléculas del agua, lluvias torrenciales inundan la Tierra.
Grande se considera ese incendio: también parece grande un río á aquel
que no haya visto otro mayor; grande parece un hombre, un árbol, un
cuerpo de cualquiera especie si no se conocen otros que los excedan en
tamaño; pero todos los seres y aun el Cielo, el mar y la Tierra no son
más que pequeñas partes de la Suma universal.

Voy ahora á explicar de qué modo el Etna, repentinamente irritado,
arroja llamas que suben al espacio desde los hornos encendidos en su
seno: la montaña del volcán no es una masa compacta; cavernas profundas
formadas entre enormes piedras la componen; esas cavernas están llenas
de viento, y por tanto, de aire, porque el viento no es más que el
aire violentamente agitado; cuando éste se inflama comunica su calor
á las piedras, á la Tierra, de donde rápidas llamas y fuego devorador
se elevan, hasta las gargantas de la montaña y por ellas salen para
invadir una extensión inmensa entre espeso y negro humo y piedras de
gran tamaño: no debe dudarse de que tanta fuerza desarrollada proviene
del viento inflamado.

Nótese además que esa montaña arranca de las proximidades del mar cuyas
olas van á batir el principio de su base; algunas de sus cavernas se
comunicarán con el lecho de las aguas y desde allí subirán hasta la
cima del encendido monte; por esas aberturas penetrarán vientos que
motivarán la formación de llamas, levantarán torbellinos de arenas,
desprenderán de las cuevas corpulentas rocas, y dispararán á las nubes
esa mezcla que sale de los abiertos cráteres, palabra griega que
equivale á las dos latinas de _bocas y fauces_.

Hay hechos cuya causa ocasional no puede precisarse, aunque desde luego
se comprende que estará entre varias conocidas; por ejemplo, si desde
cierta distancia vieses un hombre muerto en el suelo tendido, no podrás
afirmar con seguridad de acierto el motivo originario de la desgracia;
pensarás que la muerte habrá sido causada por hierro, frío, enfermedad
ó veneno, y solamente los testigos oculares de ella podrán determinar
entre esas causas posibles y necesarias la única verdadera: esta
observación tiene muchas aplicaciones.

Un caso á este propósito digno de atención nos ofrece en Egipto el
Nilo, único río que después de crecer en el verano se desborda y se
extiende por los campos: sin duda sus periódicas inundaciones han de
proceder de una de las causas que á continuación expongo:

Tal vez en la estación estival el viento aquilón sople en las bocas del
río en dirección contraria al curso de éste y al de los vientos etesios
que dominan durante la misma época del año en toda aquella región; en
este supuesto, las aguas, repelidas, acumuladas, llenarán sus cauces,
rebosarán de ellos é inundarán los campos: sirve de apoyo á este
aserto el hecho de que la corriente del viento Norte, que viene de las
constelaciones heladas, es opuesta á la dirección del río, que sigue
la del austro, originado en clima cuyos habitantes por la influencia
del extremado calor son negros.

Quizá en la desembocadura del río durante una época en que el mar
es agitado por fuertes vientos se acumulen montones de arena que
levanten en esa parte el lecho del Nilo, é impidan el curso libre de la
corriente y aun el desagüe de ésta.

Puede suceder que las nubes procedentes de las regiones septentrionales
en tiempos dados sean impelidas por los vientos etesios, hacia las
comarcas donde el río tiene sus fuentes, y acumuladas y condensadas
allí, por su propia gravedad descarguen abundantes lluvias.

Y, por último, es posible que las nieves de las altas etiópicas
montañas, derretidas por el calor del Sol cuando este astro dirige á la
Tierra más directamente sus rayos, sirvan para acrecentar el caudal del
Nilo.


736. _Nunc age, Averna tibi quæ sint loca cumque, lacusque..._

Ahora te explicaré la procedencia de las tradiciones referentes á
los terrenos y lagos conocidos por _avernos_[74]. Desde luego, el
nombre vale tanto como sitios dañosos para las aves, porque, en
efecto, inmediatamente que en su vuelo llegan á los parajes que fueron
designados con aquella denominación, impresionadas por los aires que
de ellos se desprenden, olvidan el vuelo, pierden la fuerza de las
alas, se precipitan con la cabeza para abajo, hacia la tierra ó hacia
el agua, según el averno de que se trate. En Cumas del monte Vesubio
hay uno de esta clase del cual se exhalan vapores calientes, espesos
como el humo: en los muros de Atenas, precisamente en la cima de la
ciudadela, hay otro cerca del cual se erigió el templo de la tritonia
Palas: á él no se atreven á acercarse las rudas cornejas aun cuando
el humo de los holocaustos las convide, y no porque teman el furor de
la diosa Minerva, á cuyo servicio están destinadas según los poetas
griegos han fingido y cantado, sino porque huyen de las exhalaciones de
aquel lugar para ellas muy perjudiciales.

  [74] Averna, pl. de avernus = ἄορνος = α (sin) + ὄρνιξ, χος (ave).

Se cuenta que en Siria existe otro averno á cuyas proximidades no
pueden los cuadrúpedos impunemente llegar, porque al intentarlo, vapor
mefítico los envenena y los deja muertos de improviso como si hubieran
sido inmolados por fuerza oculta en honor de los dioses que en ellos
residen. Todas las cosas han sido creadas por leyes naturales; el
estudio de sus causas nos da á conocer su origen, y es necedad el creer
que aquellos sitios sean las entradas del Orco por donde los manes
atraen hacia las márgenes del Aqueronte á las almas de este mundo,
como piensa el vulgo que la aspiración de los ciervos arrastra á las
serpientes por escondidas que se hallen; escucha y sabrás que esas
opiniones repugnan á la razón: acerca de este asunto me propongo hablar
ahora.

Ya en otras ocasiones he dicho que la Tierra contiene un crecido número
de corpúsculos de variadas figuras, que son origen de la vida, causa de
enfermedades, motivo de muerte: esos principios elementales según las
diferencias de su forma, de su naturaleza y de su disposición para las
combinaciones, son más ó menos beneficiosos á los animales; algunos hay
que nos lastiman los oídos; otros con emanaciones picantes nos dañan el
órgano olfatorio; varios son peligrosos al tacto; muchos molestan al
paladar; no pocos ofenden el aparato de la visión, y además hay otros
cuerpos simples en escaso número que influyen en todas las sensaciones,
algunas muy dolorosas, que experimentamos.

Algunos árboles con sus emanaciones producen fuerte dolor de cabeza al
inadvertido que bajo su engañadora sombra se recuesta en la hierba:
en los altos montes de Helicón se halla un árbol cuyas flores matan á
los hombres que las huelen, y sin duda esas peligrosas exhalaciones
surgen de la Tierra, la cual contiene elementos de formas diferentes,
de varias propiedades, y aptos para muy distintas combinaciones. El
humo de la pavesa que resulta en lámpara recién apagada tiene un olor
tan incómodo é ingrato que á veces provoca ataques nerviosos á los que
lo perciben; las mujeres dejan escapar de las manos la delicada labor
en que se entretenían, por causa de una extremada languidez que de
ellas se apodera al aspirar el fuerte olor del castóreo, especialmente
si se hallan en uno de los períodos en que pagan á la Naturaleza el
tributo mensual; hay también otras substancias que relajan los miembros
y hacen languidecer el alma en su residencia: si se toma un prolongado
baño caliente, ó bien si en él se entra después de haber asistido
á opíparo banquete, hay peligro de sufrir grave daño: el olor del
carbón encendido, ¿no puede perturbar nuestro cerebro si no tomamos
la precaución de beber agua antes de aspirarlo? Las emanaciones del
vino matan al que está abatido por fiebre ardiente: ¿no ves también
que de la Tierra se deriva el azufre y en ella se conglutina el betún
de infecto olor? Cuando el duro hierro descubre las minas de oro y
plata, ¿no deja también paso á envenenados vapores que del fondo de
ellas se exhalan? ¿dónde tienen los auríferos metales esos miasmas que
tanto ofenden? ¡qué rostros, qué colores tienen los mineros! ¿no has
visto, no has oído que mueren en poco tiempo y en muy temprana edad los
infelices que se ven reducidos á trabajos tan duros? Necesario es que
la Tierra expulse esos vapores y que éstos se dispersen por el espacio.

Esos lugares, llamados avernos, de los cuales se derivan exhalaciones
mortíferas que se elevan por los aires y corrompen las auras
respirables, son focos de infección hacia los que se precipitan
las aves que en su atmósfera penetran influidas por la acción del
veneno que aspiran, y cuando caen sus miembros se relajan y su vida
se extingue: en el primer momento las domina especial angustiosa
convulsión, pero después cuando sin fuerzas descienden hasta el mismo
sitio donde tienen salida los venenosos vapores, sofocadas por el aire
denso que las rodea exhalan el último aliento.

Puede ser también que las exhalaciones del averno corrompan el aire de
tal manera que formen una especie de atmósfera viciada ó rarificada, y
tan pronto como las aves lleguen á ese lugar pierdan las fuerzas y sus
alas claudiquen: en ese estado no pueden las aves usar del aire ni de
las alas, y caen á tierra, donde yacen después que sus almas les salen
por los poros y se esparcen por el vacío.


838. _Frigidior porrò in puteis æstate fit humor..._

El agua de los pozos refresca en el verano porque el calor afloja
las tierras y por los dilatados poros de ésta da salida á los ígneos
elementos que ella misma encierra; por consiguiente, cuanto más denso
es el calor que en el suelo de un lugar se experimenta, más fresca está
el agua que en lo interior se oculta; y, por lo contrario, si el frío
oprime y contrae la superficie de un terreno, las moléculas de calor
extendidas por todas partes entran en los pozos donde permanecerán como
sujetas por compresión.

Cerca del templo de Júpiter Ammón hay un surtidor de agua que, según
vulgar opinión, es fría mientras brilla luz diurna y caliente por la
noche: ese manantial es objeto de admiración para los hombres capaces
de creer que oculto el Sol por debajo de la Tierra llena la fuente
con sus fuegos mientras la noche nos envuelve con sus sombras. Pero
la razón rechaza esa hipótesis; porque si el Sol, con la fuerza de
sus rayos, cuando está sobre nuestro horizonte no puede por contacto
directo calentar el agua, mucho menos lo podrá hacer cuando se halla
debajo de nosotros, y cuando tendría que atravesar con sus fulgores
una masa de espesor considerable: ¿pues no vemos que los rayos del Sol
apenas dan razón de su presencia á través de los muros de nuestras
casas? ¿Cuál será, pues, la causa productora de ese fenómeno? Sin duda
la tierra en que se halla ese manantial es más permeable que otras y
compuesta de moléculas más impresionables al calor; durante el tiempo
en que las tinieblas dominan, la tierra se enfría y se contrae como si
por la mano fuese apretada; entonces las moléculas de fuego se recogen
en el agua y comunican su calor á ésta, que á su vez lo transmite al
paladar y al tacto; y cuando el Sol naciente con sus rayos abre los
poros de la tierra, pasan por ésta las ígneas moléculas y el calor
escapa del agua; por este motivo es fresca durante el día la de aquella
fuente. Pero además debe notarse que el agua por la influencia del
calor se enrarece y pierde mediante la evaporación muchas partículas
ígneas que encierra, de igual modo que otras veces expulsa las de frías
nieves que en sí contiene, disuelve el hielo y desata los vínculos con
que éste la retuviera.

Un manantial hay cuyas aguas, aunque al tacto son frías, hacen arder
la estopa y encienden las hachas resinosas que en ellas se arrojen:
esas aguas deben contener una cantidad extraordinaria de principios
ígneos, y aun así, no tienen bastante actividad para calentar sus
raudales. Una especial influencia obliga á sus moléculas á elevarse
desde el fondo de la fuente á la superficie del agua y dispersarse en
los aires, como surtidor de agua dulce que brota en el mar y separa á
un lado las ondas salíferas. Hay, con efecto, regiones en que el mar
ofrece á los navegantes sedientos un surtidor de agua dulce, libre de
sal: de un modo parecido en aquellos otros sitios se escaparán de los
manantiales algunos elementos ígneos que sirvan para inflamar la estopa
y las teas, pues tanto la una como las otras se componen también de
partículas comburentes. ¿No has reparado que si á una lámpara apagada
aproximas una luz vuelve á encenderse aun antes de que ésta la toque?
¿No sucede lo mismo con la tea? Otros muchos cuerpos hay que arden
sólo por las exhalaciones del fuego y sin necesidad de ponerse en
contacto con éste: una cosa parecida á la que indico debe ocurrir en la
mencionada fuente.


904. _Quod superest, agere incipiam quo fœdere fiat..._

Ahora trato de inquirir la ley de atracción que sobre el hierro ejerce
la piedra por los Griegos llamada magnética del nombre de la provincia
de Magnesia en que tiene su nacimiento; á los hombres causa admiración
el ver que varios trozos de la citada piedra forman una cadena de
anillos, que se sostienen por recíprocas atracciones, y que algunas
veces cinco piedras ó más, adheridas las unas á las otras, aunque
agitadas por el viento no se desunan: tan activa es la energía que
desarrollan.

Para explicar cierto orden de hechos hay que establecer algunos
principios elementales que faciliten los medios para llegar á la
posesión de la verdad: te pido, pues, que me concedas atento oído y
ánimo sereno.

Si vemos los cuerpos es porque de todos surgen emanaciones que se
extienden por nuestro alrededor, tocan nuestros ojos y determinan la
visión: de muchos se exhalan moléculas odoríferas como del agua se
desprende frío, del Sol calor y de las olas del mar el vapor saliginoso
que socava los edificios situados en la playa: las ondas sonoras nunca
dejan de impresionar nuestro oído; paladeamos el sabor de sal mientras
pasamos por las orillas de los mares, y nos incomoda el amargor del
ajenjo cuando asistimos á su preparación. Luego es indudable que todas
las cosas tienen desprendimientos moleculares que afectan nuestros
sentidos; y no hay quien no admita que alguna vez sufran intermitencias
esas emisiones, pues es un hecho que en todo momento la vista, el
olfato y el oído pueden impresionarse.

Repetiré ahora para auxiliar tu memoria que todos los cuerpos son
porosos como he demostrado al principio de la presente obra poética:
esta afirmación envuelve un dato fundamental para el conocimiento de
muchas verdades, y especialmente para la dilucidación del asunto que
voy ahora á tratar: necesario se hace, por tanto, que insista en la
prueba de que las moléculas componentes de todos los cuerpos están
separadas por pequeños intersticios. Por las bóvedas de las grutas
se filtra el agua gota á gota; en todas las partes de nuestro cuerpo
hay conductos para la transpiración; de nuestra piel brota la barba
y el vello; el alimento diluido en los conductos venosos lleva la
vida y el sostenimiento á todos los miembros y órganos del cuerpo
y no priva de su influencia ni aun á las uñas; el calor y el frío
se transmiten á través del bronce, y pasan la plata y el oro, como
puede comprobarse en vasos de uno de esos metales que tengamos en la
mano y en los que hayamos vertido cualquiera substancia líquida; los
sonidos y algunos olores fuertes atraviesan gruesos muros; el calor
y el frío traspasan las corazas de hierro que sirven para ceñir el
cuerpo; muchas enfermedades infecciosas penetran en nosotros por las
puertas de nuestros poros porque la Tierra y los aires están llenos
de corpúsculos que se insinúan en nosotros y nos dañan. Después de
fijarnos en esos detalles, convendremos en que ningún cuerpo carece
de poros. También sucede que las emanaciones de los seres no tienen
todas las mismas propiedades, y, por tanto, no producen igual efecto en
todos los cuerpos sobre los cuales obran: el Sol que seca y endurece
la tierra también derrite el hielo, liquida enormes témpanos de nieves
aglomerados en la cima de las montañas y disuelve la cera; el fuego que
licua el oro y el bronce, aprieta y condensa las carnes y las pieles;
el agua que endurece el hierro ablandado por el calor, ablanda la piel
y la carne por el calor endurecidas: el pino silvestre, cuyas hojas son
para las barbudas cabras manjar delicioso preferible al néctar y á la
ambrosía, para los hombres tiene insufrible sabor amargo: el cerdo huye
de la mejorana y de toda substancia olorosa como de venenos mortíferos
que á nosotros nos deleitan, y, por lo contrario, nosotros consideramos
abominable y repugnante el lodo que para el cerdo es delicioso baño, de
cuyo disfrute nunca se encuentra satisfecho.

Aún añadiré otra observación antes de entrar de lleno en el estudio del
asunto que me he propuesto poner en claro. Los innumerables poros que
en el cuerpo hay, por cuanto sirven para funciones diversas, han de
ser entre sí desemejantes: es innegable que todos los animales poseen
varios sentidos, cada uno de los cuales tiene su especial esfera de
actividad: la impresión del sonido se recibe en un propio órgano, en
otro la del gusto, en otro la del sabor, con arreglo á muy complejas
circunstancias; pero si es cierto que algunos simulacros atraviesan
las piedras, otros se introducen por los poros de la madera y otros,
como los del calor, pasan á través del oro, de la plata y del vidrio,
mientras hay muchos incapaces para comunicarse de ese modo, también
debe ser cierto que tan variadas apariencias de un mismo fenómeno en
una principalísima parte sean debidas, como ya en otra ocasión he
demostrado, á las diferencias de los huecos ó poros que la Naturaleza
deja abiertos entre las moléculas de todos los cuerpos. Conocidos estos
antecedentes, se nos muestra al descubierto la causa que origina la
atracción del hierro.

Primeramente, es necesario que de la piedra magnética se desprenda
una especie de fluido muy activo que tenga la propiedad de rarificar
el aire que media entre la misma piedra y la anilla ó cualquier otro
objeto de hierro; luego que de ese modo queda entre los dos cuerpos un
espacio vacío las exhalaciones de los elementos férricos se precipitan
en él y la anilla de que proceden seguirá la misma dirección. No hay
cuerpo que tenga sus moléculas más apretadas ni sus elementos más
estrechamente unidos que el hierro, cuya estructura, por lo densa, es
más inaccesible para el calor: por ese motivo no es de admirar que si
las partículas componentes de una anilla de hierro se dirigen hacia el
vacío, la anilla íntegra siga la misma ruta hasta encontrar la piedra
magnética á la cual quede unida por invisibles lazos. Las emanaciones
magnéticas forman alrededor de la piedra que las produce una especie
de circuito y quedan sujetos á su acción todos los cuerpos de hierro
que en él se hallen, los cuales, como no pueden por su propia gravedad
elevarse en las auras, han de recibir sucesivas impulsiones del aire.

Otro motivo hay que favorece la progresión y aumenta el movimiento de
la anilla, la cual, no bien se halla dentro del vacío formado por la
piedra magnética es empujada hacia adelante por las capas de aire que
la rodean; y como el mismo aire penetra también en los intersticios
del hierro, obra en la anilla de igual modo que el viento cuando
hincha las velas de un buque é impulsa la marcha de éste. Los cuerpos
contienen aire en sus poros; y ese fluido sutilísimo que permanece
oculto en el hierro, agitado por la influencia del imán que sobre la
anilla obra contribuirá también de varias maneras á que ésta siga la
dirección que la atrae.

Pero la piedra magnética unas veces atrae al hierro y otras lo rechaza:
en Samotracia tuve ocasión de ver una cubeta de bronce en la cual
habían introducido trozos y limaduras de hierro y encima de ellos
una piedra imán: el hierro se movía de un lado á otro como fugitivo
impaciente; parecía que el bronce había provocado una discordia entre
aquellos cuerpos: este fenómeno que observé quizá proviniera de que
las exhalaciones vaporosas del bronce habían ocupado los intersticios
del hierro antes de que las de la piedra de Magnesia hubieran podido
en ellos penetrar, y tal vez estas últimas pugnaran por apoderarse de
la substancia férrica y henchir su tejido: lo cierto es que mediante
la interposición del bronce el hierro siempre rechaza al imán, al cual
fácilmente se adhiere en otras circunstancias.

Y se comprende bien que la piedra magnética no atraiga á todos los
cuerpos: el oro, por su densidad, no es accesible á su influencia; la
madera tiene poros muy abiertos y por ellos pasan las emanaciones del
imán sin producir efecto; pero el hierro, con respecto á su textura, se
halla colocado entre aquellas dos substancias; y cuando está impregnado
en moléculas de bronce la piedra magnética lo rechaza.

Pero no todos los cuerpos son extraños á especiales uniones, y pudiera
citarte muchos casos de afinidad íntima entre cosas diferentes: la cal
sirve de lazo para juntar unas piedras con otras; con la pasta hecha
de piel de toro los trozos de madera se unen de tal modo, que podrán
romperse por cualquiera parte más bien que por los bordes adheridos
con auxilio de la cola; el jugo de la uva se mezcla muy bien con los
raudales cristalinos de murmuradoras fuentes, alianza que no puede
aquélla efectuar con la pez, que es muy pesada, ni con el aceite, que
es muy ligero; el color purpúreo del conchil se identifica notablemente
con la tela de lana, y no pueden separarse con el agua, aunque ésta
se emplease en la misma cantidad que los mares juntos contienen; el
oro y la plata perfectamente se incorporan; varias clases de cobre
con el plomo forman distintas especies de bronce. De muchos otros
enlaces y de otras varias aleaciones pudiera hablarte; pero considero
que una detenida relación de este género sería inútil y además te
produciría cansancio y enojo, cuando persigo el objeto de hablarte
poco para decirte mucho. La alianza de cuerpos que tienen prominencias
correspondientes á depresiones de otros afines resulta perfecta y
durable: también los cuerpos se ligan fuertemente por medio de anillos
ó de ganchos; y de esta manera última es como se establece la unión
entre las moléculas de la piedra de Magnesia y las del hierro.


1087. _Nunc, ratio quæ sit morbis, aut unde repentè..._

Ahora te explicaré el origen de las epidemias que de improviso invaden
muchas veces algunas comarcas y causan horrible mortandad entre los
hombres y entre las bestias. En primer término, existen en el espacio,
como ya te he demostrado, muchísimos corpúsculos, de los cuales unos
son favorables á la vida y otros son auxiliares de la muerte. Cuando
estos últimos se congregan casualmente en gran número, inficionan el
aire y perturban la marcha regular de la existencia. Los gérmenes de
enfermedades pestilentes, ó vienen transportados por las nubes y las
tempestades, quizá desde lejanos climas, ó surgen del mismo país
mediante alteraciones producidas en el cielo y en la atmósfera, por
intempestivas lluvias y calores excesivos. ¿No has observado que los
productos de una región llevados á otra se resienten y se corrompen con
la mudanza de clima y de aguas? La influencia del aire es evidente: ¿es
el mismo el cielo británico y el de Egipto por donde el eje del mundo
se abate[75]? ¿Es igual la temperatura media del Ponto, y la que desde
las poblaciones gaditanas se extiende hasta los territorios en que el
calor del Sol ennegrece á la raza humana? Aunque esas cuatro regiones
se hallan expuestas á todos los vientos, bajo un mismo cielo, hay tanta
diferencia en el color y la fisonomía de sus respectivos habitantes,
como en las dolencias á que estos últimos están expuestos.

  [75] Lucrecio entendía que el eje del mundo se levantaba hacia el
  Norte y se bajaba en el Sur; y, por tanto, creía que en Egipto
  comenzaba su declinación.

La elefantiasis es una molestia que domina en las proximidades del
Nilo, en medio del Egipto, y no en otra parte; en Ática se padecen
dolores de piernas, y en Acaya mal de ojos. De igual modo hay otros
muchos lugares que son propensos á varios dolores, sin duda por la
influencia del aire. Cuando éste, saturado ya de miasmas infectos,
forma corrientes que invaden algunas comarcas, se extienden por ellas
con lentitud como las nubes y corrompen su atmósfera; al llegar á la
nuestra, la inficiona, se la asimila, pero la hace extraña á nosotros
mismos.

El contagio de la nueva calamidad prontamente se apodera de las aguas,
se posesiona de los frutos de la tierra y de otras substancias que
sirven de alimento á los hombres y de pasto á los animales, y se
mezcla con el aire que nos vemos precisados á respirar, aun cuando
conozcamos el peligro de absorber el veneno que lo emponzoña. Con igual
energía que á los hombres, la pestilencia ataca á la especie bovina
y á los baladores rebaños. El mismo efecto nos produciría el aspirar
voluntariamente un aire viciado, que el apropiarnos por necesidad el
que la Naturaleza nos proporciona, dañado con substancias nocivas para
nuestra salud y para nuestra vida.

Una epidemia de esa clase causada por vapores mortíferos ocasionó
horribles estragos en Cecropia, y dejó desiertos sus campos y ciudades;
hizo su aparición en el centro de Egipto; por el aire atravesó el
espacio, por el mar recorrió las distancias, y se estableció en los
muros de Pandión, cuyos habitantes fueron víctimas de repugnante
dolencia ó de angustiosa muerte[76]. La enfermedad se iniciaba por
una intensa fiebre, á la que seguía fuerte dolor de cabeza; después
los ojos de los pacientes se entumecían é inflamaban, su laringe se
llenaba de úlceras que brotaban negra sangre y obstruían los conductos
de la voz; su lengua, intérprete del ánimo, rodeada por ensangrentada
costra purulenta, quedaba inmóvil aunque penetrada por dolor agudo;
con las secreciones ponzoñosas que se escurrían por el esófago de
los enfermos, éstos sentían que el mal se amparaba de su pecho, se
apoderaba de su corazón y entorpecía todos los hilos de la vida; su
boca exhalaba hedor no menos fétido que el de cadáveres corrompidos;
su alma carecía de fuerzas para manifestarse, y su cuerpo, como
desmadejado, parecía yacer tendido á las puertas de la muerte. Pero
luego sobrevenían aflicciones y tormentos nuevos, estertores profundos,
gemidos redoblados por el día y por la noche, rigidez en los miembros,
nerviosas contracciones, extenuación, abatimiento, fatigas; los
pacientes no tenían mucho calor en su piel, y sus extremidades estaban
templadas, y eso no obstante, su cuerpo lleno de profundas llagas,
parecía rojo, como si lo hubiese invadido la erisipela; fuego interior
consumía á los desdichados, y les penetraba los huesos; en su estómago,
como si fuese encendida hornaza, ardía llama devoradora; les abrumaba
el peso de las ropas, y se exponían desnudos al frío y al aire;
algunos, impelidos por el ardor que les quemaba las entrañas, en su
furor desesperado se precipitaban á helados ríos; otros, rabiosamente,
con la boca abierta, se arrojaban á los pozos, como si quisieran
beberse toda el agua que en ellos encontraran, aun cuando la sed que
sufrían tan insaciable era con un torrente como con la que pudiera
contener un pequeño vaso; el malestar no les permitía punto de reposo;
sus miembros se rendían abatidos; ningún bienestar les proporcionaba
la medicina, que ante la epidemia se declaraba impotente; faltos de
sueño, movían con frenesí los ojos desencajados, sufrían mortales
angustias, horror y espanto perturbadores de la mente, ira y tristeza
manifestadas con fruncimientos de cejas y convulsiones del rostro,
zumbido en los oídos, respiración anhelante, sudor que les bañaba el
cuello, tos violenta que entre ahogos les arrancaba tenues y escasos
esputos de color amarillento y de sabor salado, retorsiones de las
manos, temblor intenso, frío helado, que desde los piés avanzaba poco
á poco hasta dominar el tronco. Ya en el último período, los enfermos
tenían la nariz comprimida y afilada, los ojos y las sienes hundidos,
la piel fría y dura, los labios estirados, el semblante horroroso. Y
en ese estado morían; á los ocho ó diez días de enfermedad exhalaban
el último suspiro. Si alguno de los atacados podía librarse de la
muerte, porque sus abiertas llagas supurasen todo el humor corrompido
que en ellas se contenía, ó porque expulsara abundante cantidad de
negras materias excrementicias, al cabo, en una próxima recaída perdía
la existencia; de la nariz le brotaba sangre fétida, penosos dolores
de cabeza le torturaban, y de este modo sus fuerzas se extinguían.
Si la hemorragia se contenía pronto, la dolencia aparecía en los
nervios, se extendía á los miembros todos, y se fijaba especialmente
en los órganos de la generación; algunos enfermos, guiados por el
instinto de conservar la vida, entregaban al cortante hierro la parte
de su cuerpo elegida por el mal; unos perdían la característica de
su viril sexo, otros las manos, otros los piés; ¡tan grande era el
horror que la muerte inspiraba! Había personas que perdían totalmente
sus facultades intelectuales, y ni aun siquiera conservaban idea de
su propia personalidad. Aunque los cadáveres quedaban insepultos y
yacían amontonados, ni los cuadrúpedos ni las aves de rapiña se les
aproximaban por no poder resistir el pestilente olor que despedían;
si los tocaba algún animal, éste era en el acto víctima de la muerte:
ni ave alguna osaba mostrarse á la luz del día, ni las fieras dejaban
por las noches el obscuro bosque; la epidemia había debilitado á todas
y mataba á muchas; los perros, animales fieles, caían abatidos en las
calles, y entre fatigas y horribles tormentos, quedaban sin vida, que
la dolencia les arrebataba. Los cadáveres eran sacados sin pompa alguna
de las casas. No había remedio conocido contra el mal; la medicina que
había asegurado á unos enfermos el goce de la vida y el disfrute de la
luz del Sol, precipitaba la ruina de otros.

  [76] La peste de Atenas, con sujeción á los datos que se hallan
  en el segundo libro de Tucídides, es descrita magistralmente por
  Lucrecio, que dió á Virgilio el modelo para pintar la peste de
  los animales en el tercer libro de sus _Geórgicas_.


1227 _á_ 1283. _Illud in his rebus miserandum et magnopere unum..._

Lo más aflictivo y terrible en aquel período calamitoso, era que
todo el que se hallaba acometido por la dolencia, sabía desde luego
que iba á morir; y, como criminal sentenciado á la última pena, veía
de continuo ante sus ojos la amenaza de la muerte y perecía entre
desesperaciones y terrores. Numerosas víctimas hacía el contagio;
la enfermedad se propagaba fácilmente de unos individuos á otros;
aquellos que por miedo á la muerte huían de la vista de sus deudos
y amigos sucumbían también, pero sin recibir el menor socorro,
abandonados, lo mismo que ganado vacuno ó rebaño lanígero; y los que
auxiliaban á parientes y amigos y por decoro ó compasión entraban
en lucha con la pestilencia, entre dolores, quejas, lamentos y ayes
eran arrollados por la asoladora catástrofe, que de este modo la
vida se llevó de los mejores ciudadanos; muchos, después de haber
inhumado los restos de todas las personas de su estima, fatigados,
tristes, lacrimosos, dominados por el espanto, abatidos, cansados y
sin fuerzas, se tendían en el lecho donde, rendidos, se entregaban
á la muerte. En aquel tiempo no se veían por todos sitios más que
enfermos desesperados, cadáveres en montón, enlutados que arrastraban
su pena. Lo mismo el pastor de cualquiera clase de animales que el
robusto conductor del corvo arado eran vencidos por la epidemia, y
allá, ocultos en sus chozas, languidecían de dolores y de miseria
y espiraban. Revueltos yacían los cadáveres de los padres y de los
hijos: éstos daban el último suspiro sobre el cuerpo, inanimado ya,
de la madre ó del padre. El mayor contingente que á la enfermedad se
ofrecía era procedente de los campos, cuyos moradores, tan pronto como
experimentaban los primeros síntomas de la dolencia, se acogían á la
ciudad, en la cual la muerte hallaba juntas numerosas víctimas en todas
las casas.

Muchos hombres, tocados por la peste, morían en las calles; otros,
movidos por sed abrasadora, á rastras, con mil trabajos, llegaban á
las fuentes públicas donde bebían con ánimo de hartarse, pero antes
de conseguirlo, morían sofocados. Los caminos se hallaban invadidos
por enfermos, desfallecidos, moribundos, cubiertos de harapos y llenos
de podredumbres, con los huesos descarnados en algunos sitios y en
otros con la piel lívida, llena de llagas que manaban asqueroso pus y
ya con la corrosión misma de la tumba. Despojos impuros de la muerte
habían sido con profusión depositados en los alcázares de los dioses;
cadáveres en gran número eran llevados á los templos, cuyos guardas
á su antojo disponían de sus improvisados huéspedes sin tratar de
inquirir cuál fuese la religión y cuáles fueran los dioses de cada uno,
porque el dolor excedía á toda preocupación; las ceremonias fúnebres,
con tanto rigor observadas en otro tiempo, se habían dejado olvidadas:
la consternación era general; los habitantes, como dislocados, en todas
sus acciones daban pruebas de la perturbación que les trastornaba el
juicio; cada uno enterraba á sus parientes como podía; de hogueras
preparadas por unas familias, otras extrañas se apoderaban á viva
fuerza para sus difuntos, y entre clamores ingentes sostenían
sangrientos combates á fin de impedir que arrojaran de la pira los
cadáveres antes de que fueran consumidos por el fuego[77].

  [77] Es probable que Lucrecio dejara sin terminar su poema, como
  se advierte que lo dejó sin corregir.


FIN DE LA OBRA



ÍNDICE


                                                                   Págs.

  _Noticia biográfica._                                              III

  NATURALEZA DE LAS COSAS

  LIBRO I. -- Invocación: dedicatoria: asunto del poema. -- El
  ser no se origina de la nada, ni en la nada se disipa. -- Cuerpos
  simples. -- Materia y vacío. -- Propiedades
  esenciales y accidentales de los cuerpos.                            1

  LIBRO II. -- Movimiento y mudanza. -- Excelencia de la
  razón. -- Lo sensible surge de lo insensible. -- El Universo
  infinito: el Mundo, como parte del Universo.                        57

  LIBRO III. -- El alma y el ánimo.                                  117

  LIBRO IV. -- Simulacros: imágenes: sensaciones. -- Los
  sentidos. -- Las ideas. -- Los sueños. -- El amor.                 173

  LIBRO V. -- Formación y desenvolvimiento del mundo:
  el hombre: las sociedades humanas. -- Progresos: artes
  é industrias.                                                      233

  LIBRO VI. -- Meteoros. -- Terremotos: volcanes. -- Inundaciones
  del río Nilo. -- Avernos. -- Imán. -- Enfermedades:
  peste de Atenas.                                                   301





*** End of this LibraryBlog Digital Book "Naturaleza de las cosas - Versión en prosa del poema «De rerum natura»" ***

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