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Title: Haaksihylky y.m. kertomuksia
 - Kokoelmasta "De fyra elementerna"
Author: Hallström, Per
Language: Finnish
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 - Kokoelmasta "De fyra elementerna"" ***


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  Nota del Transcriptor:


  Se ha respetado la ortografía y la acentuación del original.

  Errores obvios de imprenta han sido corregidos.

  Páginas en blanco han sido eliminadas.

  Letras itálicas son denotadas con _líneas_.

  Las versalitas (letras mayúsculas de tamaño igual a las minúsculas)
  han sido sustituidas por letras mayúsculas de tamaño normal.

  Ilustraciones han sido eliminadas.

  Letras oscuras son denotadas con =signos de igual=.



                               HISTORIA

                                  DE

                                AMÉRICA


                     DESDE SUS TIEMPOS MÁS REMOTOS

                          HASTA NUESTROS DÍAS

                                  POR

                         D. JUAN ORTEGA RUBIO

                CATEDRÁTICO DE LA UNIVERSIDAD CENTRAL.


                               TOMO II.


                                MADRID
                 LIBRERÍA DE LOS SUCESORES DE HERNANDO
                       CALLE DEL ARENAL, NÚM. 11
                                 1917



                             TERCERA ÉPOCA

                              CONQUISTAS



CAPITULO I

  LA GROENLANDIA: SU SITUACIÓN.--LOS DINAMARQUESES EN
  GROENLANDIA.--EL CANADÁ: SUS LÍMITES.--LUCHA ENTRE IROQUESES
  Y HURONES.--AGRAMUNT, CORTEREAL Y CARTIER EN EL CANADÁ.--LA
  CIUDAD DE MONT-ROYAL.--ROBERVAL Y CARTIER.--EL COMERCIO DE
  TERRANOVA.--EL MARQUÉS DE LA ROCHE.--PEDRO DE MONTS.--CHAMPLAIN,
  POUTRINCOURT Y PONTGRAVÉ EN AQUELLAS TIERRAS.--POUTRINCOURT
  EN PORT-ROYAL.--CHAMPLAIN EN SAINTE CROIX.--LA MARQUESA DE
  GUERCHEVILLE Y LOS JESUÍTAS.--LOS PADRES BIARD Y MASSE EN
  AMÉRICA.--LUCHA ENTRE IROQUESES Y HURONES.--FUNDACIÓN DE
  QUEBEC.--LA COLONIZACIÓN.--EL FUERTE PLACE ROYALE.--LOS FRANCESES
  EN SAINT SAUVEUR.--LOS FILIBUSTEROS.--LOS MISIONEROS.--EL
  COMERCIO.--COMPAÑÍA DE NUEVA FRANCIA.--GUERRA ENTRE INGLATERRA
  Y FRANCIA.--LOS INGLESES EN QUEBEC.--EL CANADÁ EN PODER DE LOS
  INGLESES.--MUERTE DE CHAMPLAIN.--COLONIA DE SANTA MARÍA.--FIEREZA
  DE LOS IROQUESES.--FLORECIMIENTO DE QUEBEC.--LA SOCIEDAD DE NUESTRA
  SEÑORA DE MONTREAL: EL CAPITÁN MAISONNEUVE.--ODIO DE LOS IROQUESES
  A LOS JESUÍTAS.


Daremos comienzo a la época que denominamos de conquistas por la del
Canadá. Bien será advertir que las conquistas realizadas por los
franceses y en particular por los anglo-sajones, difieren notablemente
de las que los españoles llevaron a cabo en México, Perú y demás
posesiones de la Corona de Castilla. Tanto los franceses como los
anglo-sajones buscaron sólo una gran factoría donde ejercitar su
comercio; los españoles se fijaron en las minas de oro y de plata, en
las arenas auríferas de los ríos y en las pesquerías de madreperlas.
Tampoco debemos olvidar que los franceses y anglo-sajones apenas
hallaron oposición en los indígenas, y los españoles tuvieron que
pelear con enemigos poderosos; aquéllos encontraron en su camino tribus
débiles e ignorantes, y los últimos imperios fuertes y civilizados.

De los países situados al Norte de la América Septentrional apenas
citaremos los nombres del Archipiélago polar, de Alaska, de Groenlandia
y de Terranova. Todos estos territorios carecen de historia y apenas
conocemos su geografía. Escasas, confusas y aun contradictorias son
las noticias que se tienen de los habitantes del Archipiélago (islas
que se hallan en la dirección del Polo Norte y situadas casi todas
en el círculo polar) y de Alaska (territorio que forma una península
al Noroeste de la América del Norte y que pertenece a los Estados
Unidos). Acerca de la Groenlandia (Tierra Verde), recordaremos[1] que
es un país intermedio entre Europa y el Nuevo Mundo, y su distancia
de la tierra europea de Islandia es poco mayor que la que hay al
Archipiélago antes citado. No ignoramos que, después de los viajes de
Colón, realizaron exploraciones navegantes ingleses hacia los mares
comprendidos entre Groenlandia y el Archipiélago. Corría el siglo XVII
cuando los marinos dinamarqueses reanudaron sus tentativas, deseosos de
encontrar las minas de metales preciosos que Frobisher había anunciado.
Los extranjeros Hudson y Baffin reconocieron gráficamente aquellos
extensos pasajes del Norte, no debiéndose olvidar que mientras el
primero siguió en 1607 la costa oriental hasta los 73° de latitud,
el segundo bordeó la occidental, desde la punta del Sur hasta el
Estrecho de Smith. Respecto a Terranova (_Hellu-land_ o _Mark-land_),
depende directamente del gobierno inglés. Es la isla de Terranova la
colonia más antigua de la Gran Bretaña, y su interior ha permanecido
inexplorado hasta una época reciente. Aún es Terranova la _tierra de
los bacalaos_. Consultada varias veces, y con empeño, para que formase
parte integrante del _Dominión_ del Canadá, se ha negado a ello.

       [1] Véase tomo I, capítulo III de esta obra.

Vamos a relatar los hechos más importantes del Canadá (_población_ o
_cabaña_ en el idioma indígena). Dice Reclus que «el Canadá propiamente
dicho, es decir, la parte del valle de San Lorenzo comprendida entre
los Grandes Lagos y el estuario fluvial, es la región poblada y de la
que se tienen mapas detallados»[2]. La frontera que separa el Canadá
de los Estados Unidos es puramente convencional en gran parte de su
trayecto[3]. No procede estudiar en este lugar las altas montañas y los
profundos valles del Canadá, ni sus varias islas, ni sus muchos lagos.
Llaman profundamente la atención los caudalosos ríos, interrumpidos
por formidables obstáculos que el agua salva precipitándose desde gran
altura y formando las renombradas cataratas del Niágara y del Otawa. En
este país si es rica la fauna, también es rica la flora.

       [2] _Nueva Geografía Universal._--_América Boreal_, pág. 244.

       [3] Ibidem, pág. 243.

Antes que los blancos llegasen al país y lo conquistaran, los indígenas
se exterminaban entre sí. De ello pudieron convencerse los primeros
misioneros que se establecieron en el Canadá. Iroqueses y hurones con
implacable hostilidad se declararon guerra a muerte. Las matanzas
entre los indígenas, a falta de historia escrita, se recuerdan en las
canciones populares, como puede verse en los siguientes versos:

      Volando un negro cuervo a la ventura
    vino a posarse de mi hogar no lejos;
    le grité: «Comedor de carne humana,
    no busques en mi carne tu alimento.
    Huye de aquí; entre charcos y malezas
    encontrarás los iroqueses cuerpos;
    en sus malditos huesos y en su carne
    cébate bien, y deja en paz mi techo.»[4]

       [4] Ernest Gagnon, _Chansons populaires du Canadá_.


Hállanse además otros indios, como los sioux, Vabanaki (pueblo de la
Aurora), y los algonquines, raza poderosa, dividida en diferentes
tribus. De todos los algonquines que habitan en la vertiente
laurentina, los de la montaña casi se encuentran en su primitivo estado
a causa de vivir en los bosques o lejos de las ciudades. Los hurones
ocupaban las orillas orientales de la «mar dulce», y al Sudeste, vivían
en las cuencas del _Erié_ y del _Ontario_. A mediados del siglo XVII,
la población huronesa, al Oeste del lago _Simcoe_, llegó a su apogeo y
tenía 32 aldeas. Indican ciertas señales que antes de la fecha citada
poblaban comarca mucho más extensa. Desapareció toda aquella grandeza,
destruída por los valientes iroqueses, hasta el punto que en los mapas
franceses del siglo XVIII, en vez de los nombres de las aldeas, se
lee «nación destruída.» Las tribus neutrales, gentes que intentaron
mantener el equilibrio entre hurones e iroqueses, se hallaban
establecidas en las costas septentrionales del lago Erié y del valle
del Niágara.

Más adelantados los iroqueses que los otros indígenas, construían
cabañas con alguna perfección y cultivaban la tierra. Hallábase el
centro principal de la raza iroquesa en el Sur del lago _Ontario_,
y eran superiores a los otros salvajes, ya por su valor, ya por su
astucia. En ellos se ha querido ver al indio por excelencia. Aunque
los primeros europeos que lograron visitar el Canadá--según algunos
cronistas--fueron los genoveses Cabot (padre e hijo), los españoles
reivindican la prioridad de su descubrimiento para el catalán Agramunt
o Agramonte, a quien siguieron los hermanos portugueses Gaspar y Miguel
Cortereal. Ya en el año 1454, Joâo Var Cortereal, gobernador de la isla
Terceira (una de las Azores en el Océano Atlántico) hubo de visitar la
_terra do Bacalhao_ (Islandia o tal vez Terranova)[5]. De los viajes
de los hermanos Gaspar y Miguel Cortereal, hijos de Juan, se tienen
pocas y vagas noticias. Gaspar debió hacer en 1501 una expedición
hasta la costa del Labrador; se retiró a causa de la insalubridad
del clima, viniendo a parar a las rocas de Terranova. Encuéntrase la
tierra descubierta por Cortereal en los mapas antiguos entre los 50 y
53° de latitud Norte. Al año siguiente volvió Gaspar a continuar sus
descubrimientos con tres buques, teniendo la dicha de tocar en las
playas de la Nueva Escocia o en las de Nueva Inglaterra. Desde allí
mandó dos buques con unos 50 indios. Uno de los buques llegó el 8 y
el otro el 11 de octubre a Lisboa; pero ni de Cortereal ni del tercer
buque volvió a tenerse noticia. Entonces Miguel, también con tres
buques, fué en busca de su hermano y se aproximó asimismo a las costas
del continente, al Noroeste, no volviendo tampoco. Con el objeto de
averiguar lo que había sido de los Cortereal, el rey Manuel de Portugal
envió dos buques; mas todo fué inútil, siendo de creer que murieron a
manos de los indios o víctimas de la furia del mar.

       [5] Reclus, _Geografía Universal._--_América Boreal_, pág. 23.

Francisco I de Francia, siguiendo la política de los españoles y
portugueses, dispuso que continuasen las lejanas expediciones. Habiendo
mandado algunas a los Estados Unidos, luego, a instancias de Felipe de
Brion-Chabot, encargó a Jacobo Cartier, viejo e inteligente marino de
Saint-Maló, que se hiciese a la vela (1535). Cartier llegó después de
atravesar mares tempestuosos, a la costa del Labrador, dirigiéndose
desde allí a la pequeña bahía que denominó San Lorenzo, nombre que
luego hubo de aplicarse a todo el golfo y al caudaloso río que en ella
desemboca. Llamóse luego Canadá al país adyacente. Donde hoy se levanta
la ciudad de Quebec, sobre el río San Lorenzo, había grupo de chozas
indias llamado _Stadaconé_, cuyo cacique tenía el nombre de Donacona.
Tierra adentro estaba la capital _Hochelaga_ y que Cartier denominó
_Mont-Royal_ (Montreal). Después de grandes penalidades, pudo regresar
a Francia, partiendo de las playas americanas (16 julio 1536).

Deseando un hijo de Picardía fundar una Nueva Francia en América,
recibió del Rey los recursos necesarios para armar otra expedición.
Llamábase Juan de la Roque, señor de Roberval, y obtuvo el nombramiento
de virrey, nombrando él a su vez capitán general al intrépido Cartier.
Salió Cartier en el año 1541, quedando convenido que Roberval le
seguiría con otros buques. Cuando el virrey entró en el puerto de San
Juan, capital de la isla de Terranova, llegó de regreso su capitán
general. Disgustados ambos jefes, en tanto que Cartier abandonaba
aquellos mares, Roberval tomaba rumbo al Norte, subía por el río San
Lorenzo y echaba anclas junto al Cabo Rojo, donde hizo construir una
fortaleza, molino harinero, horno de pan y almacenes para víveres. Se
echó encima el crudo invierno y con él el hambre y las enfermedades.
Nada más se sabe de la colonia.

Barcas pescadoras francesas, españolas, portuguesas e inglesas, como
también buques balleneros vizcaínos, visitaron las playas de Terranova,
donde adquirieron pieles de oso y de castor o colmillos de foca,
a cambio de cuchillos, abalorios, etc. Tan lucrativo resultó este
comercio, que verdaderas flotas de barcas procedentes de Saint-Maló
acudieron a Terranova, mientras otros especuladores europeos fueron en
busca de los mismos artículos; también iban a la pesca del bacalao, de
cuyo pez, además de la carne, aprovechaban el aceite que se extraía del
hígado.

Por último, constituyóse otra empresa de colonización. El marqués de
la Roche, noble bretón, obtuvo de Enrique IV de Borbón (1589-1610) el
privilegio de colonizar la Nueva Francia y el monopolio del comercio
(1598). Debía posesionarse del Canadá y de otros países comarcanos,
«que no hubieran sido poseídos por ningún príncipe cristiano.» Llegó
a América, estuvo en Sable Island y recorrió otras tierras, volviendo
a Francia y muriendo en la pobreza. Al fallecimiento de la Roche,
Pontgravé, comerciante de Saint Maló, y Chauvin, oficial de marina
emprendieron (1600) el lucrativo comercio de peletería, consiguiendo
grandes utilidades. En el año 1603 se otorgó una patente a Pedro
de Monts, caballero hugonote y gentil hombre de cámara del Rey,
concediéndole la Acadia, esto es, el territorio comprendido desde lo
que hoy se llama Filadelfia hasta más allá de Montreal o desde los 40
hasta los 46 grados de latitud Norte. Obtuvo el monopolio del comercio
de pieles. Anuláronse todas las concesiones análogas anteriores, lo
cual disgustó mucho a los comerciantes de Saint-Maló, Ruán, Dieppe
y la Rochela. Con el objeto de encontrar gente que fuese a tierras
tan lejanas, se le autorizó para llevar, ya a los perseguidos por la
justicia, ya a los encerrados en las cárceles. A bordo de sus buques
iba el barón de Poutrincourt, oficial de la expedición, individuos de
la nobleza, espadachines y ladrones. También le acompañaban sacerdotes
católicos, pues Pedro de Monts se había obligado, sin embargo de sus
ideas calvinistas, a consentir que los indígenas fuesen educados en
la religión católica. El 7 de abril de 1604 zarpó para su destino la
expedición.

En el mismo año de 1603 comerciantes de Ruán organizaron una compañía
y la compañía una expedición. El mando de ella se le confirió al
caballero Samuel de Champlain[6].

       [6] Samuel de Champlain (1567-1635) nació en Brogage (Charenta
       inferior).

En tanto que el barón de Poutrincourt recibía en calidad de feudo el
puerto y comarca de Annapolis, que él llamó de _Port-Royal_, Champlain,
habiendo explorado la bahía de Fundy, entró en un río en cuya
desembocadura halló pequeña isla; al río le denominó de _Saint-John_:
(San Juan) y a la isla _Sainte-Croix_ (Santa Cruz). En la isla y en
pobres viviendas protegidas por un fuerte se instaló Champlain con 80
hombres, siendo de notar que fué el único lugar habitado por la raza
blanca desde las colonias españolas hasta el polo. Posteriormente
Champlain, en compañía de Monts y de otros caballeros, salió de
Sainte-Croix, y habiendo recorrido toda la costa del actual estado del
Maine sin encontrar sitio a propósito para establecerse, regresó al
punto de partida para marchar hacia Port-Royal, lugar--como antes se
dijo--concedido a Poutrincourt, y donde definitivamente establecieron
la colonia. En rigor, bien puede afirmarse que Port-Royal fué la
primera colonia francesa establecida en el continente americano.

[Ilustración: Samuel de Champlain.]

Habiendo tenido noticia Monts de que en la corte de Francia se le
quería quitar su privilegio, salió del Canadá y llegó a París, donde
pudo convencerse de que no le habían engañado. Por entonces también
Pontgravé abandonó las playas americanas para retirarse a Francia.

Entretanto Poutrincourt, acompañado de Marcos Lescarbot (abogado, poeta
e historiador de excelente relación de los primeros establecimientos
franceses en América), salió en mayo de 1606 y a últimos de julio echó
anclas en el Puerto de Port Royal. Aunque el privilegio concedido a
Monts había sido anulado por las reclamaciones de los comerciantes y
navieros de los puertos de Normandía, Bretaña y Gascuña, sin embargo,
pudo lograr Poutrincourt que Enrique IV le confirmara en su posesión
de Port Royal. Los jesuítas, con su celo catequista, encontraron en
América nuevo y vasto campo de actividad. Asesinado Enrique IV y
habiendo quedado gobernadora del reino su viuda María de Médicis, los
hijos de Loyola contaron con apoyo en la corte. Declaróse protectora
de ellos Antonieta de Pons, marquesa de Guercheville, dama de honor
de la reina, la cual pudo conseguir que el joven Biencourt, hijo de
Poutrincourt, se llevase a América a los dos jesuítas Biard y Masse.
Inmediatamente que Biencourt llegó a América, Poutrincourt marchó a
Francia en busca de recursos. Tuvo que aceptarlos de la citada marquesa
de Guercheville, que también consiguió para Monts la confirmación
de los derechos concedidos a éste sobre la Acadia. Del mismo modo
Luis XIII dió a la marquesa todo el territorio desde el río San
Lorenzo hasta la Florida. La citada dama, o mejor dicho, sus amigos
los jesuítas, eran dueños nominales de la mayor parte de los futuros
Estados Unidos y de las posesiones británicas en la América del Norte,
quedando reducido el señorío del barón de Poutrincourt a una pequeña
isla en aquel vasto imperio.

Convenidos y en la mejor armonía Champlain y Pontgravé, en tanto que
este último se ocupaba en el comercio con los indígenas para cubrir los
gastos de la expedición, Champlain construyó varias casas de madera
protegidas por una empalizada en la parte interior y por una zanja en
el exterior (1608) que fueron el comienzo de la ciudad de Quebec y
también de la colonización en el Canadá. La nueva población se levantó
a orillas del San Lorenzo. Los iroqueses, que ocupaban las cuencas del
Mohawh, Onondaga y Genesee, ríos que se hallan en el actual Estado de
Nueva York, continuaron luchando con sus enemigos hurones. Victoriosos
los primeros, los segundos pidieron auxilio o formaron alianza con
Champlain. Salió Champlain a últimos de mayo de 1609, y subiendo por
el río San Lorenzo y su afluente el Otawa, llegó al campamento de los
hurones. Franceses y hurones pelearon juntos contra sus enemigos.
Los iroqueses, que nunca habían visto guerreros europeos, quedaron
asombrados, dándose a la fuga cuando vieron caer algunos de los suyos
por las balas de los arcabuces franceses. Desde aquel momento iroqueses
y franceses se declararon guerra a muerte, que duró mucho tiempo y
ocasionó horribles crueldades.

Champlain, por su cuenta y riesgo, sin recibir auxilio de la metrópoli,
aunque había ido a París con dicho objeto, construyó a su vuelta en
el sitio que al presente ocupa la ciudad de Montreal un fuerte que
llamó _Place-Royale_. Comprendiendo que el gobierno francés ni se
cuidaba de las colonias ni de los nuevos descubrimientos en América,
se entendió con Monts y con sus competidores, ya para la conservación
y engrandecimiento de las colonias, ya para hacer en común el comercio
de pieles. Entraron en la nueva compañía los comerciantes de Ruán y
de Saint Maló, no los de la Rochela, que eran hugonotes y prefirieron
hacer ellos solos el comercio. El 12 de mayo de 1613 salió para la
Nueva Francia un buque llevando a bordo a los padres jesuítas Quentin
y Du Thet, y al llegar a Port-Royal recibió a los otros padres Biard
y Masse, dirigiéndose todos a la costa de Maine, donde dieron fondo
en una bahía de la isla _Mount-Desert_, cuyo país denominaron _Saint
Sauveur_. Cuando los franceses acababan de establecerse en Saint
Sauveur, el contrabandista Samuel Argall, con su buque de 14 cañones y
con una tripulación de 60 hombres, cayó sobre los nuevos pobladores de
Mount-Desert y después de corta lucha, en la que murió como un héroe el
jesuíta Du Thet, se hizo dueño del campamento y llevó prisioneros a
algunos a Virginia, cuyo gobernador Tomás Dale los trató como si fuesen
filibusteros, y no contento con ello, dió pequeña escuadra a Samuel
Argall, quien redujo a cenizas, no sólo el campamento de Mount-Desert,
sino las colonias de Sainte Croix y Port-Royal. Así terminó la obra de
la marquesa de Guercheville y de los hijos de la Compañía de Jesús.

Creyendo Champlain que el único medio para lograr su objeto--pues poco
podía esperar de la metrópoli--era echarse en brazos de la religión,
acudió al prior del convento de recoletos franciscanos, situado cerca
del pueblo natal del dicho Champlain, con el fin de fundar misiones en
la Nueva Francia. Champlain, al ver que la orden carecía de recursos,
marchó a París; allí pudo conseguir pequeña cantidad de dinero para
comprar objetos sagrados y celebrar con esplendor el culto. Habiendo
el Papa autorizado la misión y concedido el Rey varios privilegios,
partió Champlain, acompañado de los frailes Dionisio Jamet, Juan
Dolbeau, José Le Caron y Pacífico Duplessis, llegando a Quebec a fines
de 1615. Después de encontrar sitio a propósito, Champlain hizo erigir
un convento, en él se levantó un altar y los Padres dijeron misa, la
primera que se celebró en el Canadá.

Comenzaron en seguida los franceses y los indios amigos la guerra
contra los iroqueses. Pasado algún tiempo, el P. Le Caron por un lado
y Champlain con algunos compatriotas suyos y unos cuantos pieles
rojas por otro, emprendieron un viaje de exploración al territorio
amigo de los hurones. Champlain y los suyos visitaron el gran lago
Hurón, pasando luego a la ciudad de Oluacha y a la capital Cahiagué,
encontrando ya instalado en una ermita al misionero P. Le Caron.
Siguieron adelante y pasaron el río Onondaga hasta penetrar en
territorio de los iroqueses. Franceses y hurones pelearon algunos
días, no logrando por cierto ventaja alguna, contra sus enemigos,
retirándose Champlain a Quebec el 11 de junio de 1616. Prosperó poco
la colonia, a pesar de los viajes anuales que hacía Champlain a París
para arbitrar recursos. No pasaremos en silencio que los misioneros
católicos, llevados de su celo religioso, penetraron en el país
valiéndose de sus «mensajeros del bosque» y de los indios convertidos;
pero también conviene no olvidar que al mismo tiempo que predicaban
el Evangelio cuidaban de sus intereses materiales, acaparando en
gran parte el comercio de aquellas comarcas[7]. «Aunque las Patentes
reales iban dirigidas a una verdadera colonización, los individuos que
tomaban parte en tales empresas--exceptuando quizás a Champlain--sólo
se cuidaban del comercio de pieles. Decían aquellos aventureros que
los colonizadores, en lugar de dar vida al comercio, lo mataban.
No procuraban establecer hogares felices para pacíficos colonos, ni
ponían los medios para formar una comunidad mediante leyes justas y
cierto estado de responsabilidad por parte de sus gobernantes; sólo
querían estaciones comerciales exclusivamente para ellos. La colonia
de Champlain, si en sus comienzos se componía de unas 30 personas,
en 1628 ya tenía 150, sucediendo lo mismo con las otras colonias de
_Trois-Riviéres_, _Saint-Louis_ y _Tadoussac_.

       [7] Francis Parkman, _The Jesuits in North-América_.

Corría el año 1627 cuando el cardenal Richelieu, ministro de Luis
XIII, prestando oidos a las justas quejas de Samuel de Champlain sobre
el estado miserable de la colonia, su porvenir y la poca confianza
que debía esperarse de los esfuerzos meramente comerciales para el
desarrollo del país, decidió encargarse de los intereses de dicha
colonia. Su plan era crear poderosa compañía que actuase bajo su
inmediata autoridad. De aquí data la existencia de la _Compañía de
Nueva Francia_, más comúnmente conocida con el nombre de la «Compañía
de los bien asociados.» Hacíase notar en el preámbulo del edicto el
fracaso de las anteriores asociaciones comerciales, comprometiéndose
los nuevos asociados a llevar desde el mismo año de 1628 de 200 a
300 colonos, y en los quince años consecutivos un total no menor de
4.000 personas entre hombres y mujeres. El edicto contenía, además,
otras disposiciones útiles, como el mantenimiento del clero para las
necesidades espirituales de los colonos e indígenas. Cumpliendo las
condiciones dichas, la Compañía sería soberana, bajo la autoridad del
rey de Francia, de todas las posesiones comprendidas entre la Florida
y las regiones árticas, y desde Terranova hasta la parte de Occidente
de que pudieran apoderarse[8]. De la Compañía formó parte Champlain,
siendo pronto la primera figura, pues ninguno tuvo las cualidades de él.

       [8] También concedió el Gobierno a la Compañía el monopolio
       perpetuo del comercio de pieles, y por quince años el de todo
       otro comercio.

Aconteció por entonces algo importante. Carlos I de Inglaterra
declaró la guerra a Francia y dirigió contra ella dos expediciones:
una se encaminó a La Rochelle, que tuvo desastroso fin, y otra a las
posesiones francesas del Canadá, bajo el mando de David Kirke. A
principios de 1628, Kirke, con su pequeña flota, consiguió apoderarse,
en la desembocadura del río San Lorenzo, de 18 barcos franceses
que transportaban nuevos colonos y también provisiones, géneros y
pertrechos militares para los de Quebec. Tenemos como cosa cierta que
si el capitán inglés se hubiera decidido a remontar el San Lorenzo con
un par de navíos bien acondicionados, es muy probable que Quebec se
hubiese rendido en el verano de 1628; pero Kirke no deseaba entablar
lucha si podía evitarla, y calculando que la falta de provisiones
reduciría a la corta guarnición en unos cuantos meses al último
extremo, aplazó la acción militar hasta el siguiente año. Sucedieron
las cosas como él esperaba, hasta el punto que cuando se presentó ante
Quebec en julio de 1629, Champlain no tuvo más remedio que capitular.

Durante unos tres años fueron dueños los ingleses de Quebec, bajo el
mando de un hermano de Kirke, teniendo que regresar a Francia Champlain
con la mayor parte de su gente. El 21 de julio de 1629 se izó la
bandera inglesa en la casa de Champlain; pero como anteriormente se
había firmado la paz entre Francia e Inglaterra, el Canadá fué devuelto
a sus antiguos poseedores, haciéndose entrega formal del territorio
en el verano de 1632. La compañía formada por Richelieu hizo poco
de provecho, sin embargo de las sobresalientes dotes que adornaban
a Champlain. Regresó el ilustre francés a Quebec en mayo de 1633,
llevando consigo más de 100 colonos; pero falleció a la edad de sesenta
y ocho años (25 diciembre 1635). Alzóse modesto sepulcro en Quebec a
una de las glorias más legítimas que ha tenido Francia en América.

Recordaremos algunos hechos acerca de las misiones de la Compañía de
Jesús entre los hurones. El superior de los Padres se llamaba Le Jeune.
No sería aventurado decir que la obra civilizadora de los jesuítas
franceses fué más simpática que la de los católicos españoles y la de
los protestantes ingleses. Ellos, con la bondad y el cariño, procuraron
ganarse, aunque frecuentemente no lo consiguieron, las simpatías de
los indígenas. Como tiempo adelante terrible epidemia diezmase las
aldeas iroquesas, los salvajes llegaron a sospechar que los hijos de
Loyola, a quienes consideraban dueños de la vida y de la muerte, habían
introducido las epidemias para exterminar a los pueblos indígenas de
América. Desde entonces fueron los jesuítas objeto de insultos y de
persecuciones.

La casa-residencia que fundaron los Padres hacia el año 1640, a
orillas del río Wye, junto a su desembocadura en una bahía del gran
lago Hurón, era también hospicio, hospital, depósito de mercancías
y fortaleza. Designóse con el nombre de _Santa María_ la citada
colonia. A ella acudían los hurones convertidos, buscando alivio á
sus males, y en el año del hambre (1647) muchos infelices encontraban
alimento en la colonia de Santa María. Pero los enemigos terribles
de los misioneros y de los hurones eran los iroqueses. Cuadrillas de
iroqueses, que aullaban como fieras, penetraban en los pueblos hurones
o en las estaciones de los jesuítas, martirizando con los tormentos más
horribles a los que caían bajo su poder. Llevaban doquiera el espanto
y el terror. El pueblo hurón quedó exterminado en el año 1650, después
de largas y sangrientas guerras con los iroqueses. Muchos misioneros,
entre otros Isaac Joques y Juan de Brébvent, murieron mártires de su
fe. La colonia de Santa María, que ya no tenía objeto, fué destruída
por los mismos misioneros franceses, marchando a Francia algunos pocos
y quedando en el país unos veinte individuos, que sucumbieron no mucho
después.

Mejor suerte tuvo la colonia de Quebec. Sucedió a Champlain en el
gobierno el caballero de la Orden de San Juan, Carlos de Montmagny, el
superior de los jesuítas y un síndico. Al mismo tiempo que se fundaba
en Quebec el Instituto de segunda enseñanza y varias comunidades
religiosas, se echaban los cimientos de la Sociedad de _Nuestra Señora
de Montreal_, con un capital de 75.000 pesetas. Dicha Sociedad alcanzó
de la _Compañía de la Nueva Francia_ la cesión de Montreal, «que venía
a ser--como escribe el Dr. Ernesto Otón Hopp--la llave de los ríos
San Lorenzo, con sus innumerables afluentes desde aquel punto, y el
Ottava»[9]. El Rey confirmó la donación y concedió otros derechos a
la Sociedad; pero le prohibió el comercio de pieles. Los seis socios
contrataron 40 hombres armados y nombraron Jefe de la fuerza al noble
y devoto Maisonneuve, los cuales desembarcaron el 17 de mayo de
1642. El gobernador de Quebec, Montmagny, en nombre de la Compañía
de la Nueva Francia, acudió para entregar al capitán Maisonneuve,
representante de la Sociedad de Nuestra Señora de Montreal, el país
conocido con este último nombre. De la dirección espiritual de la nueva
colonia se encargó el P. Vimont, sucesor de Le Jeune. Comenzóse en
seguida a construir un hospital, fundación piadosa que debía servir
para curar franceses e indios enfermos, lo mismo a unos que a otros.
Tranquilamente se desarrollaba la colonia, hasta que los iroqueses
tuvieron de ello noticia. En acecho estaban aquellos salvajes, y cuando
se presentaba ocasión, caían sobre algún padre jesuíta o sobre algún
otro individuo de la colonia, y le mataban de una manera cruelísima.

       [9] _Los Estados Unidos de la América del Norte_, pág.
       34.--_Historia Universal de Oncken_, tomo XII.



CAPITULO II

  ESTADOS UNIDOS DE LA AMÉRICA DEL NORTE.--EXPEDICIÓN DE VÁZQUEZ
  DE AYLLÓN, GÓMEZ, NARVÁEZ Y SOTO A LA FLORIDA.--LUCHA ENTRE
  FRANCESES Y ESPAÑOLES.--VERRAZAIN EN LA CAROLINA DEL NORTE Y
  EN OTROS PAÍSES.--DRAKE EN CALIFORNIA.--VIZCAÍNO, CARDONA Y
  OTROS.--WALTER RALEIGH EN VIRGINIA: GUERRA ENTRE INDÍGENAS E
  INGLESES.--GOSNOLD EN NUEVA INGLATERRA, PRING EN LOS ESTADOS DEL
  MAINE Y MASSACHUSSETTS, Y WEYMOUTH EN LAS MISMAS COSTAS.--COLONIA
  FUNDADA POR NEWPORT.--JAMESTOWN.--COMPAÑÍA DE LONDRES.--GOBIERNO DE
  VIRGINIA.--LA ESCLAVITUD.--ESTADO DE LAS RESTANTES COLONIAS.--LOS
  HOLANDESES.--EXPEDICIONES DE HUDSON Y DE BLOCK.--COMPAÑÍA
  OCCIDENTAL.--NUEVA AMSTERDAM.--COMPAÑÍA SUECA.--FIN DEL DOMINIO
  HOLANDÉS.--COMPAÑÍA DE PLYMOUTH.--LOS PURITANOS EN NUEVA
  INGLATERRA.--COLONIAS DE MASSACHUSETTS, MARIANA, LACONIA, NUEVA
  ESCOCIA, SALEM, RODE-ISLAND, CONCORD Y CONNECTICUT.--LA CORONA
  Y LAS COLONIAS.--MARYLAND.--LAS CAROLINAS.--CONSTITUCIÓN DE
  LOCKE.--COLONIAS DE CABO FEAR Y DE CHARLESTOWN.--ESTADO INTERIOR DE
  LAS COLONIAS DE CHARLESTOWN Y DE LAS CAROLINAS.--PENSILVANIA: PENN
  EN AMÉRICA.--GEORGIA.--GUERRA ENTRE INGLESES Y ESPAÑOLES.--LUISIANA.


Después de los descubrimientos de los Cabot en la América del
Norte[10], y después del viaje de Ponce de León a la _Florida_[11],
procede insistir en el estudio de este último país y en todas las
expediciones y conquistas realizadas en la extensa comarca conocida
hoy con el nombre de Estados Unidos. El primer asunto que trataremos
será el viaje a la Florida de Vázquez de Ayllón, al que seguirán los de
Gómez, Narváez y Soto.

       [10] Véase capítulo XXV del primer tomo.

       [11] Idem, capítulo XXVI

El oidor Lucas Vázquez de Ayllón, vecino de Santo Domingo, y otros
seis compañeros, partieron acompañados de algunos indios de Jeaga, a
descubrir y apoderarse de nuevas tierras. Llegaron a un país pobre,
donde los indígenas se alimentaban de pescado, ostiones asados y
crudos, venados, corzos y otros animales. Mientras los hombres se
dedicaban a matar dichos animales, las mujeres acarreaban leña y
agua para cocerlos o asarlos en parrillas. Cogíanse perlecillas en
algunas conchas, y si hallaron algún oro sería procedente de lejanas
tierras[12]. Vieron el río de Santa Elena y dos pueblos: _Oritza_
(llamado por ellos Chicora) y Guale (que nombraron Gualdape). No
encontraron minas de ninguna clase; pero les dijeron que a unas sesenta
leguas de distancia al Norte las hallarían de oro y cobre. Cerca de un
río y de unas lagunas vieron algunos pueblos de indios, entre ellos
_Otapali_ y _Olagotano_. El cacique en aquella tierra gozaba de tanta
fama como Moctezuma en México. Vázquez de Ayllón, que desembarcó en la
Florida (1522), murió el 1525.

       [12] Véase la descripción de la Florida en la _Colección de
       documentos inéditos del Archivo de Indias_, tomo V, págs.
       532-546.--_Memoria de las cosas y costa y indios de la
       Florida_, etc. Colección de Muñoz, tomo LXXXIX.

Gómez, buscando una comunicación marítima hacia la India, llegó hasta
donde al presente se levanta Nueva York, según se muestra en mapas
españoles antiguos y cuyo país se conoce con el nombre de _Tierra de
Gómez_.

Poco después, Pánfilo de Narváez, aquel capitán que por orden de
Velázquez quiso arrebatar a Cortés la gloriosa empresa de México,
habiendo recibido autorización de Carlos V para llevar a cabo la
conquista de la Florida, reunió 300 hombres y desembarcó en el citado
país, del cual tomó posesión en nombre del rey de España (1528). Anduvo
vagando durante dos meses por entre selvas y pantanos, sosteniendo
continuas luchas con los salvajes. Después de perder gran parte de sus
tropas, se decidió a dar la vuelta a Cuba, pereciendo a causa de una
tempestad él y los suyos, pues sólo cuatro pudieron llegar a tierra y
unirse a sus compatriotas de la Nueva España, no sin sufrir grandes
trabajos.

No había pasado mucho tiempo cuando Fernando de Soto, noble militar
que se distinguió en la conquista del Perú, fué nombrado por Carlos
V gobernador de la Florida y de la isla de Cuba (1538). Desembarcó
el 10 de junio de 1539 en la bahía del Espíritu Santo (hoy _Tampa
Bay_), y dirigiéndose al interior del país, cuya marcha fué sumamente
penosa, ya por lo escabroso del terreno, ya por la continuada guerra
con los indígenas, llegó en los comienzos de noviembre a la bahía de
Apallachee, marchando en seguida más al Norte, donde le habían dicho
que abundaba el oro y la plata (marzo de 1540). Aguardábanle no pocas
aventuras y muchos sufrimientos en las regiones occidentales de la
Florida, teniendo la dicha de llegar al caudaloso Mississipí (1541).
A causa de una fiebre maligna murió el 31 de mayo de 1542, siendo
su cadáver arrojado en el citado río para que los indígenas no se
percatasen de tamaña desgracia. Tras largas y penosas peregrinaciones
regresaron con vida 311 individuos a los establecimientos españoles de
México.

Del mismo modo fué desgraciada una misión de Padres Dominicos (1547),
los cuales sucumbieron, antes de convertir a los indios de la Florida.

Durante el reinado de Carlos IX de Francia, una colonia de hugonotes,
organizada por el almirante Coligny, pudo acercarse al sitio (1562)
que actualmente ocupa San Agustín, una de las ciudades más antiguas de
los Estados Unidos. La expedición estaba dirigida por Juan Ribault,
marino de Dieppe; recorrieron los expedicionarios lo que actualmente
se llama Florida, Georgia y Carolina, construyeron el _Fuerte Carlos_
en la embocadura de un río, donde establecieron una guarnición,
volviendo a Francia extenuados de hambre. Otra expedición de hugonotes
que se organizó dos años después, mandada por Laudonnière, consiguió
algunas ventajas. Habiendo recibido algunos auxilios los emigrantes
hugonotes, se dedicaron a la piratería, apresando buques españoles.
Pedro Menéndez de Avilés, marino arrojado y cruel, por orden de Felipe
II, cayó de improviso (septiembre de 1565) sobre la colonia y fortaleza
de los franceses hugonotes, los hizo prisioneros y los mandó ahorcar,
poniendo en el pecho de las víctimas la siguiente inscripción: «No
como franceses, sino como herejes.» Menéndez comenzó la colonización
del país. Pronto se vengaron los franceses de las crueldades de
Menéndez. Un caballero gascón, llamado Domingo de Gourgues, vendió
sus bienes, equipó tres embarcaciones y se embarcó con 80 marineros y
100 arcabuceros. Cayó sobre las viviendas de los españoles (1568) y
cuéntase que a los prisioneros, en no corto número, los hizo ahorcar
en los mismos árboles que antes lo fueran los franceses, y también,
como entonces, a los prisioneros les hizo poner una inscripción que
decía: «No como españoles, sino como asesinos». Gourgues dió la vuelta
a Francia y los castellanos continuaron la colonización de la Florida.
«De suerte--escribe el Dr. Ernesto Otón Hopp--que a los españoles
pertenece la gloria de haber fundado en la Florida la primera colonia
permanente, en la cual también había corrido la primera sangre de
europeos vertida por el fanatismo religioso, llevado de Europa a
América»[13].

       [13] _Los Estados Unidos de la América del Norte_, pág.
       3.--_Historia Universal_, de Oncken, tomo XII.

Francisco I, rey de Francia, a fines del año 1523, prestó todo su apoyo
al marino florentino Juan de Verrazani para que procurase descubrir
un camino al reino de Catay por el Oeste. Terrible tempestad puso en
peligro a los valerosos marinos, quienes tuvieron que regresar. Volvió
Verrazani a hacerse a la mar en enero de 1524, echando anclas algunos
días después en una costa baja de la _Carolina del Norte_, cerca de la
actual ciudad de Wilmington. Hombres blancos pisaban por primera vez
aquella tierra. Dirigiéronse desde allí a la bahía de Nueva York, luego
adonde hoy se halla Newport, y, por último, a Terranova, regresando
a Dieppe, punto de partida. La parte que conocemos de la relación
que de su viaje hizo el marino italiano a Francisco I indica el buen
gusto de su autor, siendo notable por la claridad y delicadeza de sus
descripciones.

Después de las expediciones dispuestas por Hernán Cortés, que
produjeron el descubrimiento de la _Baja California_, según carta del
mismo conquistador de México (15 octubre 1524) al emperador Carlos V, y
después de otras tentativas, que dieron por resultado el reconocimiento
de las costas de la Baja y _Alta California_, el aventurero y pirata
Francisco Drake (entre los años 1577 y 1580, y en el reinado de
Isabel, la _buena Bess_) hubo de saquear las poblaciones españolas de
la costa del Pacífico. Drake fué el primer europeo que desembarcó en
California; pero el viaje que ofrece interés no escaso, es el del hábil
y experimentado piloto español Sebastián Vizcaíno.

En el reinado de Felipe III, siendo virrey de la Nueva España D. Gaspar
de Zúñiga y Acevedo, conde de Monterrey, salió del puerto de Acapulco
una escuadra al mando del almirante Toribio Gómez de Corbán, llevando a
sus órdenes al navegante Sebastián Vizcaíno (5 de mayo de 1602)[14]; se
presentó en el cabo Mendocino (20 de enero de 1603), tornó a Acapulco,
donde entró el 21 de marzo de 1603. Reconoció Sebastián Vizcaíno la
costa de la Baja y de la Alta California hasta los 42°, y visitó
los puertos de San Diego, Monterrey, y tal vez el de San Francisco.
Arrojado uno de sus buques a los 43° cerca del cabo Blanco, se vió una
entrada o río muy caudaloso, que llamaron de Martín de Aguilar, nombre
de un alférez que intentó reconocerlo y no pudo a causa de la fuerza de
la corriente de dicho río. Vizcaíno, al desembarcar en la bahía de San
Bernabé, publicó un bando imponiendo pena de la vida al que maltratase
á los indios. Fray Antonio de la Ascensión, cosmógrafo de la expedición
emprendida en 1602 por Vizcaíno, redactó una relación de ella que,
según copia del original hecha en México a 12 de octubre de 1620, se
encuentra entre los manuscritos de la _Biblioteca Nacional_, y cuyo
título es como sigue:

       [14] Véase _Colec. de doc. inéd._, etc., tomo VIII, págs.
       537-574.

«Relación breve en que se da noticia del descubrimiento que se hizo
en la Nueva España en la mar del Sur desde el puerto de Acapulco hasta
mas adelante del cabo Mendocino en que se da cuenta de las riqueças y
buen temple y comodidades del Reyno de Californias y de como podrá Su
Mag. a poca costa pacificarle y encorporarle en su Real Corona y hazer
que en el se pedrique el Santo Ebangelio, por el padre fray Antonio de
la Ascension, Religioso Carmelita descalço que se hallo en el y como
cosmografo lo demarco.»

Vizcaíno consideraba necesario dos navíos pequeños de a 200 toneladas,
y «se han de proueer--dice--con abundancia assi de municiones y
pertrechos de guerra, como de bastimentos, jarcias y belame..., en
México se han de levantar hasta 200 soldados que sean buenos marineros
juntamente, adbirtiendo que sean soldados biejos, curtidos y bien
experimentados así en las armas como en el marinaje, porque todos con
uniformidad y sin diferencia acudan a todo segun las ocassiones se
ofrecieren... hombres de bien y de berguença porque en el viaje assi
por la mar como en tierra aya paz union y hermandad entre todos» al
mando de «uno o dos capitanes que sean buenos cristianos y temerosos
de Dios y personas de meritos y que ayan con fidelidad en otras
occassiones servido a su Magestad assi en guerras por tierra como
Armadas por la mar.» Estima que el jefe debe ser persona de valor
y prendas «y se aya de atras de estar esperimentada y cursada en
semejantes cargos, para que sepa tratar a todos con amor y ymperio...
temerosa de Dios, cuydadosa de su conciencia y celosa del seruicio de
S. M. y de cosas de la conuersion de estas almas.»

«A todos los que fueren de esta jornada se les ha de dar expressa orden
y mandado que tengan grande obediencia y sujecion á los religiosos
que fueren en su compaña, y que sin su orden, consejo y parecer no
se haga guerra y otra molestia alguna a los indios ynfieles, aunque
ellos den alguna occassion, porque asi las cosas se hagan en paz y con
cristiandad y con amor y quietud, que es el modo que se ha de tener en
la pacificacion de aquel reino y en la predicacion del santo Evangelio,
fin y blanco a que se endereçan estos gastos y estas preuenciones,
porque de no hazerse ansi sino lo contrario, sera malograrlo todo
y perder el tpo y la hazienda en balde, como por la esperiencia se
ha visto muchas veces en esta Nueva España en otras conquistas y
pacificaciones de nuevas tierras en que Dios nro. Señor a sido mas
ofendido que seruido.»

Considera conveniente hacer dádivas a los indios, adquiriendo para
ello «cantidad de cosillas de dijes de Flandes, como son quentas de
vidrio de colores, granates falsos, cascaueles, espejuelos, cuchillos y
tijeras baladíes y trompas de París y algunas cosas de vestidos, y de
estas cosas se haga reparticion entre los religiosos y soldados, para
que en los puertos que saltaren ó escojieren para hacer assiento en las
tierras de los ynfieles las repartan de gracia con muestras de amor y
voluntad en nombre de su Magestad con los yndios que vinieren á verles,
para que con estas dadivas graciosas los yndios conserven amor y
afficion a los cristianos y conozcan aun a su tierra a darles de lo que
llevan y no a quitarles lo que tienen, y que entiendan aun a buscar el
bien de sus almas. Este es un medio de grande ymportancia para que los
yndios se aquieten sumamente y pacifiquen y obedezcan a los españoles
sin contradiccion ni repugnança, y reciban con gusto a los que ban a
predicarles el Sagrado Evangelio y los misterios de Ntra. Santa fe
Catholica, de mas que los yndios de este paraje son reconocidos y
agradecidos, y en recompensa y paga de lo que se les diere, acudiran
con las cosas que ellos tubieren de estima en su tierra, como lo
hicieron con nosotros con esta preuencion.»

Opinaba que el sitio más adecuado para el primer pueblo, era la bahía
de San Bernabé, donde debían hacerse casas «construídas de tal suerte,
que las unas casas sean guarda y amparo de las otras», levantándose
tambien iglesia y casa fuerte, que sirviera de castillo y atalaya para
casos adversos, «en puerto fuerte, eminente y señoril», y si fuera
posible con paso seguro a la mar «para reciuir socorro y enviarle
a pedir por mar en caso que alguna necessidad se ofreciere, como
comunmente lo han vsado los portugueses en los puestos que an hecho
asiento en la India y les a sucedido muy bien el vsar de este ardid y
advertencia.»

Recomienda la necesidad de la vigilancia y de la prevención continua,
«porque en tierra de yndios infieles, aunque se hayan dado por amigos
y de paz, no ay que fiar mucho, antes se ha de uiuir con ellos y entre
ellos con notable recato y bigilancia y adbertencia», y propone el
establecimiento de un mercado o Casa de Contratación «para que allí
acudan los yndios a rescatar lo que quisieren de los españoles, y para
que ellos entre sí, unos con otros, traten y contraten, que con esto se
facilitará mucho la comunicacion de ellos con los nuestros, de que se
vienen a enjendrar el amor y la amistad.»

Juzga que es conveniente para poblar la tierra y para el sustento,
«llevar vacas, ovejas, carneros, cabras, yeguas y lechones... Estos
animales se criaran y multiplicaran muy bien en esta tierra, por ser
para ello acomodada y fertil, y tambien se podran hazer algunas lauores
de trigo y de maiz y plantar biñas y huertas, para que se tenga el
sustento de las puertas adentro, sin que sea necesario traerlo de
acarreto y de fuera, ymponiendo y enseñando a los yndios para que ellos
hagan lo mismo, que todo lo tomaran bien redundando en su probecho.»

Proponía despertar el espíritu del salvaje enseñándole a cantar y a
tañer los instrumentos músicos.

Recomendaba con insistencia «que de los yndios se vayan escojiendo
algunos de los mas aviles, entresacando entre los muchachos y niños
los que parecieren mas dociles y ingeniosos y aviles, y estos se uayan
doctrinando y al mismo tiempo que se fuera enseñando la doctrina
cristiana y a leer en cartillas españolas para que juntamente con el
leer aprendan la lengua española, y que aprendan a escriuir... porque
_el buen fundamento tiene firme el edificio_.»

Termina su relación Fray Antonio de la Ascensión condenando el sistema
de las encomiendas. «Conviene que su Magestad haga estas pacificaciones
a su costa, y que no las encomiende a nadie, y porque los soldados
vayan con sujecion y obediencia a sus mayores, a los españoles que
fueren enviados por su Magestad a esta jornada para la pacificacion
y poblacion de este reino, se les a de advertir que no van a ganar
tierras para si ni vasallos, sino para los Reyes de Castilla que los
embian porque no conviene que su Magestad haga mercedes de pueblos ni
de yndios que se fueren pacificando y convirtiendo a nuestra santa fe
a ningun español por grandes servicios que aya hecho en estos reinos
a S. M., porque su Magestad lo podra saber con buena conciencia, y
sera la total ruyna y destruccion de todos los yndios, como sucedio en
los principios que se conquistaron estos reynos de la Nueva España, y
se vió sucedio en las yslas de barlouento y en tierra firme, como lo
cuenta y trata muy por extenso el Sr. Obispo de Chiapa D. Fr. Bartolomé
de las Casas.»

Sucediéronse diferentes viajes que no carecen de importancia,
hallándose, entre otros, el realizado por el capitán Nicolás de Cardona
el 21 de marzo de 1615, cuyo original se conserva en la sección
correspondiente de la Biblioteca Nacional, y cuyo largo título es como
sigue:

«Descripciones Geograficas e Hidrograficas de muchas tierras y mares
del Norte y Sur en las Indias, en especial del descubrimiento del
reino de la California, hecho con trabajo e industria por el capitan
y cabo Nicolas de Cardona, con orden de nro. sor. Don Phelipe II de
las Españas. Dirigidas al Excmo. Sr. D. Gaspar de Guzman, conde de
Olivares, duque de San Lucar la Mayor, etc.» 24 de junio de 1632.
Cardona consideraba a _California_ como la tierra más rica en minas de
oro y plata de todas las Indias.

El almirante D. Pedro Porter de Casanate ofreció el año de 1636,
por servir a S. M., hacer viaje a la California para saber si era
isla o tierra firme y descubrir lo occidental y septentrional de
la Nueva España, fabricando a su costa navíos, conduciendo gente y
llevando pertrechos, bastimentos y todo lo necesario. Dice Porter que
«California, de buen temple, sana, fértil, con aguas, dispuesta para
labores y sementeras, tiene ganados, frutos y yerbas saludables, muchas
arboledas, frutos y flores de España, hasta higueras y rosas.» Hasta
el 8 de agosto de 1640 no le concedió S. M. la autorización pedida;
pero le detuvo todavía tres años «honrándome--dice Porter--con parecer
que podía ser de algun util en sus armadas...» El Consejo de Indias
dispuso que se aprestase a salir con toda celeridad, como lo verificó
el 2 de agosto de 1643. Salió de Cartagena y llegó a Veracruz el 22
de dicho mes. En México se presentó al virrey, buscó amigos y dinero,
comenzando la construcción de buques. Con _Nuestra Señora del Pilar_ y
_San Lorenzo_ navegó los años 1648 y 1649, descubriendo y demarcando
las costas e islas del golfo de California.

Reinando Carlos II se ofreció a conquistar la California el almirante
D. Isidro Atondo y Antillón, mediante escritura de diciembre de 1678,
que fué aprobada por Real Cédula de 29 de dicho mes de 1679. Salió la
expedición del puerto de Chacala el 18 de marzo de 1683, llevando por
cosmógrafo al Padre Francisco Eusebio Kunt o Kino, alemán, profesor de
Ingolstad. Llegaron al puerto de la Paz y trataron de establecerse en
el interior; pero los indios se aprestaron a la resistencia y tuvieron
que dirigirse a Sinaloa. Volvieron otra vez y eligieron la bahía de San
Bruno como punto de desembarco, y como tampoco pudieran sostenerse, se
retiraron a últimos de 1685.

En vista del poco éxito de los conquistadores, los misioneros tomaron
la determinación de incorporarla a España mediante la civilización y
el sentimiento religioso. En obra tan humanitaria ayudaron al Padre
Kunt los misioneros Salvatierra, Tamaral y otros. El P. Juan María
Salvatierra fué conocido después con el dictado de _Apóstol de la
California_. Los jesuítas predicaron el Evangelio y consiguieron que
los perezosos californios se dedicasen a la agricultura y a levantar
diques o presas a las inundaciones ocasionadas por los torrentes.
Cuando con más celo que prudencia combatieron la poligamia, estallaron
crueles rebeliones en las misiones del Sur (1734), hasta tal punto
que soldados y algunos frailes fueron muertos, experimentando notable
retroceso la obra de las misiones.

Si en el siglo XVI se consideró a California como península y en el
XVII se creyó que era isla, en el año 1746 se probó que sólo estaba
separada de la parte continental por el lecho de la corriente del río
Colorado.

Cuando más trabajaban los jesuítas en su obra civilizadora, les
sorprendió la orden de expulsión de la colonia, dictada en 25 de junio
de 1767 y hecha efectiva en 3 de febrero siguiente.

Encargados los franciscanos de las misiones, el P. Fray Junípero Serra
fué el continuador de Salvatierra. Si al primero se debe la conquista
de la _Alta_ California, el segundo realizó la de la _Baja_. Monterrey,
San Diego de Alcalá, San Antonio de Padua, San Gabriel y San Luis de
Tolosa fueron las primeras misiones realizadas por los franciscanos
en la Alta California. El 17 de septiembre de 1776 se inauguró la
fortaleza o presidio de San Francisco, hoy capital del Estado. Los
frailes tenían el gobierno espiritual y temporal de las misiones. «Sus
armas eran un crucifijo colgado al cuello, el breviario bajo el brazo,
una pintura de la Virgen y el Niño Dios por un lado y un condenado
por el otro, y cuadrante y brújula para hacer observaciones»[15]. Los
franciscanos, con patriotismo digno de alabanza, trabajaban por la
extensión de los dominios españoles. Extendieron la cultura por todas
partes. La ganadería y la agricultura adelantaron mucho. California
bajo el poder español prosperó de modo extraordinario.

       [15] Torres Campos, _España en California_, Conferencia dada
       en el Ateneo de Madrid el 17 de mayo 1892, pág. 35.

Sucediéronse después otras expediciones, ganando con ellas no poco la
ciencia. Debemos también consignar que en la explotación del comercio
fuimos más torpes que en obras de exploración y de atracción de
indígenas.

Después que los Estados Unidos arrebataron Tejas (1845) y California y
Nuevo México (1848) a la república mejicana, ha cambiado completamente
la manera de ser de los citados países. Por lo que a California se
refiere, los mejicanos, primeros emigrantes en el país, fueron en gran
parte expulsados, quedando en el interior algunos no muy queridos
de los hijos de Norte América. Los indígenas han sido perseguidos y
tratados sin compasión, siendo entre ellos proverbio corriente que
todas sus desgracias provienen del blanco, del whisky, de la viruela,
de la pólvora y de las balas. No puede negarse, sin embargo, que los
americanos han operado extraordinaria revolución en el país formando
un Estado poderosísimo. Ellos han hecho de pueblos pobres y pequeños
ciudades ricas y populosas. Las artes, la industria, todo adelanta y
progresa en aquella tierra maravillosa. Vías de comunicación cruzan
todo el país. Se multiplican cada día las bibliotecas, las escuelas,
todos los centros de cultura[16].

       [16] Ibidem, pág. 52.

Consideremos ya el descubrimiento de _Virginia_. La Gran Bretaña,
y en particular la reina Isabel, tenían puestos sus ojos en las
expediciones a la América del Norte. Sir Humphrey Gilbert, natural del
condado de Devon, hizo desde el 1576 al 1578 tres viajes. Autorizóle
la citada Reina para descubrir y tomar posesión de todas las remotas
tierras habitadas por bárbaros, confiriéndole poderes para apoderarse
de dichos países. Habiendo muerto en el último viaje Gilbert, su
hermano político, Sir Walter Raleigh, obtuvo de dicha Reina en el
año 1581 la confirmación de los mismos privilegios concedidos a su
pariente. Envió Raleigh (1584) una expedición compuesta de dos buques
bien tripulados, a las órdenes de Armidas y Barlow, a las costas de
la América del Norte. Volvieron los expedicionarios e hicieron exacta
descripción de la hermosa tierra que acababan de descubrir. Raleigh
dió al nuevo país el nombre de Virginia, perpetuando de este modo
la fama de virgen de la reina Isabel, concediéndole ella a dicho
Raleigh el título y dignidad de caballero. Otra expedición preparó
el mismo Sir Walter en el año 1585, dando el cargo de comandante a
Ricardo Grenville y el nombramiento de gobernador de la colonia a
Ralph Lane. Volvióse Grenville, dejando en la colonia a Lane y a
108 individuos. Los indígenas deseaban por momentos librarse de tan
molestos huéspedes. Cayeron en el abatimiento los colonos, a pesar de
los auxilios que desde las Antillas les llevó el famoso pirata Drake.
Cada vez más desalentados los colonos, éstos, con Lane a la cabeza,
abandonaron al fin su establecimiento en junio de 1586. No habían
transcurrido dos semanas, cuando se presentó Grenville con abundantes
provisiones, llamándole la atención que sus compatriotas hubiesen
abandonado la colonia. Habiendo dejado 50 hombres según Smith, o 15
según Bancroft, en la isla de Roanoke para guardar la nueva posesión,
él se retiró de aquellas ingratas playas. El año siguiente, esto es,
en 1587, volvió White con una flota cargada de provisiones; mas sólo
encontró los huesos de aquellos infelices. Comenzó entonces guerra
a muerte entre indígenas e ingleses. White cayó sobre los indios y
mató a muchos, abandonando aquellas tierras, sin embargo de que los
colonos, presintiendo su triste fin, le suplicaban que no les dejase
allí. Cuando el año 1590 volvió White, únicamente encontró en la isla
de Roanoke huellas de la colonia. Respecto a Raleigh, después de
gastar en su empresa el capital que tenía, consistente en un millón de
pesetas, fué acusado, quizá falsamente, de alta traición, muriendo en
el cadalso. Era a la sazón rey Jacobo I, sucesor de Isabel.

Ya en el siglo XVII, después de las expediciones de Bartolomé Gosnold
a la Nueva Inglaterra (1602), de la de Martín Pring hacia las costas
de los actuales Estados de Maine y de Massachusetts (1603), y de la
de Jorge Weymouth, que visitó las mismas costas (1605), expediciones
que no dieron resultado alguno satisfactorio, volvió a pensarse en
proyectos de conquistas y de colonización. Reuniéronse para propagar
las ideas de conquistas y de colonización el citado Gosnold, Wingfield,
Hunt, Smith, Georges, Sir John Popham y el propagador más activo de
estos proyectos, Ricardo Hackluit. Jacobo I, conociendo la importancia
del asunto, dictó el 10 de abril de 1606 una Ordenanza, por la cual
dividía en dos partes la extensión de costas y tierras: la primera,
comprendida entre los grados 34 y 38 de latitud Norte; y la segunda,
entre los grados 41 y 45 de la misma latitud, quedando entre los dos
territorios un tercero a disposición de una y otra Sociedad; de modo
que entre ambos siempre había de permanecer una zona neutral de 100
millas inglesas (170 kilómetros). Una Sociedad o Compañía de Londres
debía colonizar Virginia o el territorio comprendido entre los grados
34 y 38; otra Sociedad o Compañía llamada de Plymouth se encargó de
colonizar Nueva Inglaterra o el territorio comprendido entre los
grados 41 y 45. El Rey, para el gobierno de las colonias, nombró dos
consejos: el uno, residente en Inglaterra; y el otro, en las mismas
colonias. En los comienzos del 1607--al cabo de 110 años transcurridos
desde que Cabot descubrió la costa de la América del Norte--llegó
el capitán Newport con tres buques y 105 emigrantes; desembarcó en
la bahía de Chesapeake y fundó la ciudad de _Jamestown_, en honor
de Jacobo I. La nueva tierra pareció a los emigrantes un paraíso. A
excepción de unos cuantos trabajadores y comerciantes, el resto de
los colonos se componía de señores que en su vida habían trabajado
y de vagos que sólo se ocupaban en promover pendencias aumentando
el mal a la llegada del verano, a causa de las fiebres malignas
producidas por el agua corrompida de los pantanos y por las recientes
roturaciones. Apenas abandonó el país el capitán Newport, sobrevino
el abatimiento más grande en los colonos, y antes de llegar el otoño
fallecieron muchos por la influencia del clima, entre ellos Gosnold. En
el mando de la colonia le sucedió Smith, hombre dotado de excelentes
cualidades. Enérgico, castigó a los indios rebeldes, a los cuales
se atrajo luego con prudencia para que le proporcionasen víveres.
Hizo a la aproximación del invierno una excursión por la bahía de
Chesapeake, subió por los ríos Chickahominy, Pamunkey y Rappahannock,
siendo hecho prisionero por una tribu india y logrando, no sin grandes
trabajos, su libertad. Cuéntase--y cuento es seguramente--que la joven
Pocahontas, hija de un cacique llamado Powhatan, se interpuso entre su
padre y Smith cuando el primero iba con su maza a partir el cráneo al
segundo. Encontró a su vuelta en situación poco lisonjera la colonia
de Jamestown, aumentando el mal con la llegada de 120 individuos,
gente que únicamente pensaba en el oro que podía encontrar en el país
y no en el cultivo de las tierras. Smith emprendió un segundo viaje y
recorrió los ríos de Potomac y Susquehana, encontrándose a su regreso
con el nombramiento de presidente del Consejo colonial, nombramiento
que le llevó Newport con 70 nuevos emigrantes. Decíale la Compañía
de Londres que la colonia pagaría, por lo menos, los gastos de la
última expedición; que enviase oro; que procurara encontrar el paso
marítimo al Océano Pacífico; y, por último, que hiciera toda clase
de sacrificios para hallar a los ingleses de la colonia de Raleigh,
prisioneros tal vez de los indios. Contestó Smith que en lugar de
los mil emigrantes que hasta entonces habían llegado, prefería
treinta agricultores, carpinteros, albañiles, herreros, hortelanos y
pescadores. Como presidente del Consejo colonial dispuso que todos
habían de trabajar seis horas diarias, único modo de recibir víveres.

En el año 1609 obtuvo la Compañía de Londres importantes reformas
en su constitución. El Rey cedió a la Compañía muchos derechos que
hasta entonces él se había reservado, como el nombramiento por los
socios del Consejo y la facultad de hacer leyes y reglamentos para las
colonias. En virtud de la nueva organización fué nombrado gobernador
general de Virginia lord Delaware. Mientras que Delaware se disponía a
marchar a la colonia, se dirigió a ella el capitán Newport, llevando
a bordo a Sir Tomás Gates y Sir Jorge Somers, que debían encargarse
del gobierno hasta la llegada de Delaware. La Compañía adquirió gran
desarrollo, pues entraron a formar parte muchos propietarios rurales
y comerciantes, como también altos empleados, entre ellos el poderoso
Cecil.

Embarcáronse unos 500 para Virginia, en tanto que Smith abandonaba la
colonia y se dirigía a Inglaterra. Vióse entonces que Smith poseía
cualidades relevantes como gobernador, por cuanto después de su
marcha llegó la colonia a la decadencia más completa. Algo bueno hizo
también Gates, conteniendo a los que deseaban incendiar las viviendas
y volver a Inglaterra. Reinó otra vez la paz con la llegada de lord
Delaware, que traía colonos y provisiones en abundancia; pero habiendo
enfermado el gobernador hubo de regresar a Inglaterra, siendo entonces
nombrado para sustituirle Sir Tomás Dale, quien se hizo cargo de la
colonia en el año 1611. Dignas de alabanza fueron las primeras medidas
tomadas por el nuevo gobernador; también contribuyó al bienestar la
llegada de Gates con buen número de colonos y bastantes provisiones
procedentes de Inglaterra. Bastará decir que en 1612 llegó a 700 el
número de habitantes. Por entonces se dispuso ceder en propiedad
cierta porción de tierra a cada colono, pues antes todos trabajaban
para el común o para la compañía colonizadora. También en el dicho
año se acordó que muchas atribuciones y autoridad del Consejo colonial
residente en Inglaterra, pasasen a una asamblea que sería nombrada por
los colonos de Virginia. Del mismo modo se ordenó trasladar mujeres
jóvenes, de conocida honradez, a la colonia, único medio del aumento
rápido de población y medida segura para que los nuevos matrimonios
no abandonaran fácilmente aquellas tierras. A la sazón la famosa
Pocahontas, que había sido robada por el capitán inglés Argall, se
casó con un colono llamado Rolfe[17]. Con las plantaciones de tabaco
comenzó la prosperidad del país y se mejoraron las condiciones sociales
y políticas. Tras el corto y tiránico gobierno del capitán Argall fué
nombrado, en 1619, Jorge Yeardley, en cuyo tiempo se reunió la primera
Asamblea colonial, la cual con sus innovaciones y reformas hizo de
Virginia un pueblo libre e independiente. La Compañía de Londres hubo
de sancionar todo lo hecho por la Asamblea parlamentaria de Virginia.

       [17] Pocahontas y su marido pasaron a Inglaterra, donde fueron
       obsequiados, mereciendo aquélla la señalada distinción de ser
       recibida en la corte. Tuvo un hijo y ella murió el año 1617.
       Hónranse descender de Pocahontas distinguidas familias de
       Virginia.

Nombrado Edvin Sandys tesorero de la Compañía de Londres, recibió
la colonia extraordinario impulso, merced a los muchos emigrantes.
A Sandys sucedió, no obstante la oposición del Rey, el conde de
Southampton, el amigo de Shakspeare, y con su poderoso auxilio se
dió a la colonia una carta constitucional bastante parecida a la
inglesa. «Según esta constitución, la Asamblea general de Virginia
debía componerse de los miembros vitalicios del Consejo de la colonia,
nombrados por la Compañía de Londres, y de dos representantes de cada
grupo de colonos o de cada lugar, y las órdenes de la Compañía sólo
adquirían fuerza de ley después de ratificadas por la Asamblea general
de Virginia, sobre cuyas resoluciones tenía, sin embargo, el gobernador
el derecho de veto»[18].

       [18] Oton Hopp, _Los Estados Unidos de la América del Norte_,
       pág. 7.

Al paso que tales concesiones contribuían al progreso de la colonia, es
de lamentar que Jacobo I mandase deportar (1619) a Virginia unos 100
penados, que allí hubieron de casarse y formar familias. Todavía es
más censurable el siguiente hecho: en el año 1620 varios comerciantes
holandeses comenzaron a importar negros de Africa que los colonos
compraban para el cultivo de los campos. Este fué el origen de la
esclavitud en el Norte de América[19].

       [19] Desde el citado año no cesó el comercio de carne humana.
       Si primeramente se limitó a la compra de negros, después
       se extendió a los blancos. Prisioneros de guerra, tanto
       escoceses como irlandeses, se vendieron durante la centuria
       XVII en Virginia. Diferenciábanse los esclavos negros de
       los blancos en que los primeros no recobraban su libertad
       mientras no fuesen manumitidos por sus amos y los segundos
       podían rescatarse de la esclavitud. La pronta introducción de
       la esclavitud en Virginia y en todos los Estados del Sur se
       debe a la necesidad de brazos para cultivar el tabaco en las
       grandes haciendas o latifundios, mientras en los Estados del
       Norte el clima obligaba al agricultor a dedicarse al cultivo
       de pequeñas propiedades a modo de alquerías.

Si no prosperó el cultivo de la morera para la cría del gusano de seda,
ni la vid, en cambio desde que se introdujo el cultivo del algodón
(1621) fué adquiriendo cada año mayor incremento.

El sistema de gran cultivo y de grandes haciendas se extendió a las dos
Carolinas, a la Georgia y, por último, a todos los Estados del Sur.

Cuando se hallaban más enconadas las luchas religiosas en Inglaterra
y cuando era cada vez mayor el odio entre unas y otras sectas,
los puritanos solicitaron de la compañía de Londres concesión de
terrenos en Virginia, con el objeto de trasladarse allí y practicar
tranquilamente su religión[20]. No se opuso a ello Jacobo I y en 1620
se embarcaron para Virginia más de cien puritanos.

       [20] Allá por el año 1582 los puritanos se separaron de la
       Iglesia oficial (anglicana), formando una secta aparte, que no
       reconocía más autoridad eclesiástica que la Biblia e intentaba
       restablecer la sencillez primitiva del cristianismo. Fundaron
       comunidades en Escocia e Inglaterra, cuya organización era
       democrática; distinguiéronse por su severa moralidad y por la
       rectitud en todas sus acciones.

Conviene no olvidar que algunos años antes (1607), el capitán Newport
había desembarcado en Virginia, a orillas del río James, los primeros
colonos ingleses. Reeligido (1623) el conde de Southampton tesorero
de la compañía de Londres, Jacobo I, disgustado por la conducta
política y por las escisiones interiores de la sociedad, como
también por el citado nombramiento, dispuso--no sin largo y ruidoso
proceso--encargarse del gobierno de la colonia (1624). Durante el
gobierno de Carlos I (1625-1649), Virginia dependió directamente de la
Corona, siendo de notar que al Rey sólo le preocupaba la explotación
del monopolio del tabaco. Guardóse la mayor tolerancia con los
puritanos; pero en el año 1643 se prohibió todo culto público y todo
establecimiento de enseñanza no dirigido por la Iglesia anglicana
ortodoxa. El número de los habitantes de la colonia llegó a veinte mil
en 1648. El gobierno republicano (1649-1660) no hizo innovación alguna
en la colonia, si bien se estipuló que los habitantes de Virginia
gozarían de las mismas libertades que los ingleses en la madre patria.
Reinando Carlos II (1660-1685) se creó (1662) un consejo de 32 miembros
para la dirección de las colonias. Este consejo, que levantó vivas
protestas en Nueva Inglaterra, fué respetado y querido por los colonos
de Virginia. Aumentaba rápidamente la población, hasta el punto que en
1665--según el gobernador Berkeley--llegó a cuarenta mil habitantes.
Algunos perjuicios sufrió por entonces Virginia: bajó el precio del
tabaco, porque al cultivo de dicha planta se dedicaron también y
le hicieron competencia los colonos de la Carolina y de Maryland.
Además, los holandeses, en guerra con Inglaterra, cayeron varias
veces sobre la colonia y echaron a pique algunos buques mercantes, y
un huracán devastó el país y destruyó numerosos edificios. Lo peor
de todo fué la conducta del gobernador Berkeley, hombre codicioso e
injusto. Si aparentemente tenía buenas relaciones con los indios (a
quienes, por medio de sus amigos, compraba gran cantidad de pieles,
en particular de castor), era, sin embargo, poco querido. Estalló,
al fin, la guerra entre indígenas y colonos, cometiendo unos y otros
las más horribles crueldades. Igualmente, la guerra civil trajo días
de luto a la colonia. Un tal Bacon se puso en frente de Berkeley.
La fortuna favoreció a los revoltosos, teniendo que huir Berkeley
y siendo incendiada la población de Jamestown. Muerto por entonces
Bacon, se disolvió su partido y pudo volver Berkeley a encargarse del
gobierno. ¿Cuál fué la causa de esta guerra civil? Que Carlos II, para
recompensar los servicios de los lores Arlington y Culpepper, les dió
Virginia por treinta y un años, oponiéndose a ello, como era natural,
los colonos. Al fin reinó la paz, mediante el pago de una suma anual,
que se aumentó con un impuesto especial sobre el tabaco.

Berkeley, en su segunda época de mando, trató con mano de hierro a los
vencidos, hasta el punto que Carlos II--según cuentan--hubo de decir:
«Este viejo loco ha quitado más vidas en aquel país despoblado que
yo en Inglaterra por la muerte de mi padre». Reunida la asamblea de
la colonia rogó al tirano que no derramara más sangre. Por su parte
el gobierno de la metrópoli envió tres comisarios con quinientos
individuos de tropa para restablecer la tranquilidad y hacer una
información acerca de los sucesos. Tuvo Berkeley que marchar a
Inglaterra con objeto de dar cuenta de su conducta. Murió al poco
tiempo, sucediéndole sucesivamente Chicheley, Culpepper, Howard
y Nicholson. «Las facultades del gobernador--dice Bancroft--eran
extraordinarias, pues resumía a la vez los cargos de teniente general
y almirante, tesorero, canciller, presidente de todos los tribunales
del Consejo y hasta obispo, de modo que, la fuerza armada, las rentas,
la interpretación de la ley y la administración de justicia, todo
estaba sometido a su autoridad»[21]. Aunque las disposiciones de
la madre patria, del Consejo y de la Asamblea general limitaban en
cierto sentido los citados poderes, no debe olvidarse que las órdenes
procedentes de Inglaterra eran secretas, y por lo que respecta a la
Asamblea sus individuos se hallaban en una posición subalterna o
inferior a la del gobernador.

       [21] _Historia de los Estados Unidos_, tom. IV, pág. 26.

Las colonias de la América del Norte, durante el reinado de Carlos II,
gozaron de algunas mercedes. Bien es verdad que el Rey debía mostrarse
agradecido a las colonias, las cuales recibieron voluntariamente la
monarquía restaurada, con la sola excepción de la de Massachusetts,
que tardó un año en reconocer los hechos consumados. Uniéronse en una
sola colonia los de Hartford y de Newhaven, recibiendo, como algunas
otras, real patente, en la cual se otorgaban completas libertades, que
hicieron de ella una especie de república independiente. En cambio, es
censurable la exagerada liberalidad de Carlos II, que hubo de regalar
territorios a sus favoritos. En virtud de esta liberalidad, Virginia
fué cedida por treinta y un años; Nueva York la dió a su hermano el
duque de York; Pensilvania a Penn; parte de Maine y de New-Hampshire,
al duque de Monmouth; Nueva Escocia, a Tomás Temple, y el monopolio del
comercio de los territorios aledaños de la bahía de Hudson al príncipe
Ruperto.

Poco a poco iba aumentando el número de habitantes en las colonias; el
año 1875 contaba la de Plymouth 7.000; la de Connecticut, 14.000; la
de Massachusetts, 22.000; las de Maine, New-Hampshire y Rhode-Island,
4.000 cada una. Los productos de las colonias eran, especialmente,
agrícolas; también pieles, pescado y maderas de construcción.

Inmediatamente que subió al trono Jacobo II (1685-1688), decretó
la agregación de _Nueva Jersey_ a la de Nueva York. El Rey nombró
gobernador general de todas las colonias del Norte a Andros, quien
habiendo llegado a Boston el 1686, lo primero que hizo fué establecer
el culto de la iglesia anglicana, sin hacer caso de las protestas de
los puritanos. Cuando se disponía a empresas mayores, la revolución
en la metrópoli arrojó del trono a Jacobo II, sucediéndole María
(1689-1695) y Guillermo III (1689-1702). Más que María y Guillermo, el
verdadero soberano de Inglaterra fué el Parlamento. Lo mismo sucedió
durante el reinado de Ana (1702-1714).

La misma conducta que Inglaterra y Francia siguieron los holandeses
y suecos. El inglés Enrique Hudson, al servicio de Holanda, intentó
descubrir un paso para la India por el Norte de América. Auxiliado por
el comercio holandés, pudo hacerse a la vela en abril de 1609 con el
buque _Media Luna_. Tuvo que dirigirse al Oeste porque grandes masas de
hielo le impidieron continuar hacia el Norte y llegó a la embocadura
del Penobscot, en el estado actual de Maine, pasó al Cabo Cod, siguió
su marcha hacia el Sur, y al tocar en la costa de Virginia volvió al
Norte y entró en la bahía de Nueva York, subiendo por el río que lleva
su nombre y reconociendo la citada bahía. Dice el Dr. Hopp que «de
todas partes acudieron los indios, que jamás habían visto nave alguna
europea, y creían ver gigantesca ave de blancas alas»[22]. De regreso a
Holanda no logró apoyo de los comerciantes y marchó con pocos recursos
a continuar las exploraciones, muriendo en la helada bahía ya dicha y
que también lleva su nombre. De 1610 a 1614, organizaron los holandeses
diferentes expediciones a aquella región, y con el objeto de comerciar
con los indígenas construyeron viviendas en la playa de la isla de
Manhattan y últimamente un fuerte (1614). El marino Adrián Block (cuyo
nombre lleva pequeña isla en el puerto de Nueva York), exploró las
costas de Long-Island, situadas delante de Nueva York. Block descubrió
el río Connecticut, construyó (1615) el fuerte que llamó de Orange,
donde hoy se halla la ciudad de Albany, y dícese que, perdido su buque,
construyó otro, el primero que se hizo en aquellas playas.

       [22] Op., cit., pág. 14.

Cuando con tanta fortuna comenzó a funcionar el Banco de Amsterdam
(1609); cuando fué decapitado Barneveldt (1619) y encerrado en dura
prisión Grocio, la Compañía holandesa de la India Occidental (casi tan
poderosa como la de la India Oriental) autorizada en 1621, recibió el
permiso de establecer fuertes y factorías en América. Así comenzó la
ciudad de _Nueva Amsterdam_[23], cuya primera iglesia se construyó el
1623. Tres años después el tercer gobernador o director general de
la colonia, Pedro Minnewit (o Minuit) compró a los indios la isla de
Manhattan, donde se halla la ciudad de Nueva York. Minnewit fomentó la
agricultura y el comercio, siendo de advertir que en 1628 contaba 270
habitantes la colonia y exportó pieles por valor de 124.500 pesetas, y
tres años después llegó la exportación a 277.400, construyéndose en la
misma fecha en el arsenal de la colonia un buque de 800 toneladas.

       [23] Nueva Amsterdam cambió el nombre por el de Nueva York, en
       el año 1664.

En la Nueva Neerlandia--como los holandeses llamaban al país--, no
progresó la agricultura como debiera, por la razón siguiente. La
Compañía de la India Occidental daba extenso territorio al que fundaba
una colonia de cincuenta habitantes, y como sólo hombres muy ricos
podían establecer tales colonias, casi todo el país comprendido entre
las actuales poblaciones de Nueva York y Albany, como también no
pequeña parte del Estado llamado hoy de Nueva Jersey, pasó a manos de
familias poderosas, pudiendo citarse entre otras las de Van Rensselaer,
Pauw, Godyn y Bloemart. No huelga decir que el acaudalado propietario
e historiador De Vries, extendió el dominio holandés por el territorio
que forma al presente el estado de Delaware. Destituído del Gobierno de
la colonia Pedro Minnewit, por la Compañía de las Indias Occidentales,
marchó a Suecia, donde el holandés Usselinx había hecho propaganda en
favor de una empresa colonizadora.

Constituida la Compañía sueca del Sur (1626), cuando murió Gustavo
Adolfo (1632), el canciller Oxenstiern se dedicó a la formación de
la citada empresa. «La nueva colonia--decía el folleto _Argonáutica
Gustaviana_, publicado en 1633 por Usselinx--estaba destinada a ser
refugio para los perseguidos, lugar seguro para el honor de las mujeres
e hijas de los expulsados de su país a causa de las guerras y del
fanatismo religioso, y tierra bendita donde debían vivir tranquilos los
hijos del pueblo y todos los heterodoxos.» La esclavitud debía quedar
proscripta de la colonia, «porque el trabajo del hombre libre vale más
que el del esclavo; además, que el esclavo no es consumidor, porque
no conoce ni puede satisfacer las necesidades del hombre libre». En
1636, Oxenstier aceptó las proposiciones que le hizo Minnewit--pues
Usselinx se había retirado de los asuntos--marchando entonces el
ilustre marino con cincuenta emigrantes. Compró terreno a los indios,
construyó una fortaleza y estableció su colonia donde actualmente se
levanta la ciudad de Wilmington, en la confluencia del río Cristiana
con el Delaware. Protestó contra dicha ocupación Kieft, gobernador
holandés de Nueva Amsterdam. Minnewit, lejos de hacer caso de la
protesta, reemplazó los postes holandeses que señalaban los límites de
su territorio, con otros que tenían escrito en una tabla: _Cristina,
Reina de Suecia_. Inmensa fué la alegría en Suecia cuando, procedente
de la colonia, llegó un cargamento de pieles. La Nueva Suecia, que se
extendía desde la embocadura del Delaware hasta los saltos de Trentón,
se desarrolló mucho, comenzando a decaer, ya por la muerte de Minnewit
(1641), ya porque había pasado el apogeo político del reino de Suecia.
Tanto decayó, que catorce años después la colonia sueca fué absorbida
por Pedro Stuyvesant, gobernador holandés de Nueva Amsterdam[24].

       [24] El sucesor de Minnewit en Nueva Amsterdam fué Wonter von
       Tiviller, a éste sucedió Kieft (1637-1647), y después Pedro
       Stuyvesant (1647-1664).

Durante el gobierno de Stuyvesant, los colonos de la Nueva Inglaterra
se apoderaron de la cuenca del Connecticut y de una parte de la isla
de Long-Island. En la colonia holandesa de _Nueva Amsterdam_ faltaba
poderosa clase media que defendiera el territorio contra los invasores
ingleses. Los grandes propietarios contribuyeron a la ruina de dicha
colonia. Desde el año 1650 al 1660, llegaron varias expediciones de
inmigrantes (hugonotes franceses, judíos, ingleses, etc.), las cuales
iban borrando poco a poco el carácter nacional holandés. En 1660
fué aumentando la inmigración inglesa, llegando el caso de que las
autoridades tuvieron que publicar los edictos y demás disposiciones
en inglés y holandés. Que el sistema colonial inglés era superior al
holandés, se manifestaba considerando que en Boston y en todas las
poblaciones de la Nueva Inglaterra apenas había mendigos y vagabundos,
mientras estaban infestadas de unos y de otros Nueva Amsterdam y las
aldeas inmediatas. También se debe tener en cuenta que el comercio de
esclavos tenía mucho más incremento en Nueva Amsterdam que en otras
partes. La decadencia de la colonia holandesa era cada día más grande.
Nueva Amsterdam debía caer en manos de los ingleses. Ni el gobernador
Stuyvesant, ni los habitantes de la ciudad, se hallaban dispuestos a
derramar una gota de sangre por la Compañía holandesa de las Indias
Occidentales. Cuando Inglaterra ocupó la ciudad, se cruzaron de brazos,
lo mismo los holandeses de pura raza que los suecos y holandeses de
Delaware y Nueva Jersey. Nueva Amsterdam se llamó Nueva York, el
fuerte Orange recibió el nombre de Albany y la bandera inglesa ondeó
en toda la costa, desde el Maine hasta Georgia. Desde 1664 hasta 1667,
desempeñó el cargo de gobernador de la antigua colonia holandesa,
Ricardo Nicolls, protegido del duque de York; desde 1667 hasta 1673,
Francisco Lovelace. Si durante la guerra anglo-holandesa volvió a caer
la capital de la colonia en poder de Holanda, sólo fué por quince
meses; al cabo de ellos desapareció para siempre de la América del
Norte el dominio holandés.

La Compañía de Plymouth, organizada al mismo tiempo que la de Londres,
no se dió prisa en sus proyectos de colonización. Después del
establecimiento, en el año 1607, de una pequeña colonia en _Sagahadoc_
(Kénébec), habiendo muerto Jorge Pophan, jefe de ella, volvieron á
Europa los colonos, sin cuidarse ya la citada compañía de que se
hallaba una tierra llamada Nueva Inglaterra. Luego, numeroso grupo de
emigrantes puritanos desembarcaron (16 diciembre 1620) en ese sitio,
donde fundaron _Nueva Plymouth_, como recuerdo de la hermosa ciudad
inglesa del mismo nombre. Nombraron gobernador, por un año, a Juan
Carver, y también, para si de ello había necesidad, un lugarteniente.
La epidemia hizo terribles estragos en la colonia, falleciendo más de
la mitad, incluso el mismo Carver, encargándose entonces del gobierno
Guillermo Bradford y de la defensa militar Miles Standish. Poco después
llegaron 35 colonos conducidos por Cushman. Durante el invierno de
1621 a 1622 se dejó sentir el hambre de un modo considerable, pudiendo
salvarse los colonos merced al auxilio de algunos indios pescadores de
a orillas del Maine, los cuales les proporcionaron maíz, pescados y
mariscos.

En el citado año arribaron otros colonos de la metrópoli, que,
expulsados luego, se retiraron a orillas del golfo de _Massachusetts_,
formando una nueva colonia. La miseria les obligó después a
dispersarse.

Dos colonias, llamadas _Mariana_ y _Laconia_, fundadas la una por
Gorges y la otra por Mason, arrastraron vida lánguida y quedaron
reducidas a pesquerías.

La _Nueva Escocia_, concedida al poeta cortesano Alexander (conde luego
de Stirling) fué dividida en 150 partes con título de otras tantas
baronías. Vendiéronse los títulos; pero los indios conservaron siempre
el territorio. Entretanto los pobres, honrados y rígidos puritanos de
la Nueva Inglaterra, vivían contentos con su suerte. Fué para ellos una
contrariedad la presencia de un eclesiástico predicador de la Iglesia
anglicana, que llegó el año 1624, y a quien expulsaron, como también
a dos partidarios suyos. En _Nueva Plymouth_, mientras los colonos
trabajaron por el común, no cesó la escasez, comenzando la prosperidad
cuando se dió una parte de terreno a cada individuo. Si a los cuatro
años de su fundación tenía 184 habitantes, ya en 1630 no bajaban de 300.

En el mismo año fué reconocida como colonia, por el rey Carlos I, la
de _Salem_, en la bahía de Massachusetts. Intransigente en asuntos
religiosos, arrojó de su seno a los que se separaban poco o mucho de
las doctrinas luteranas. La colonia de Salem entró pronto en relaciones
con la de Nueva Plymouth y con los holandeses establecidos en las
orillas del Hudson. Las noticias que se recibieron en Inglaterra
fueron tan buenas, que nuevos emigrantes salieron de la metrópoli
para la colonia. Reformas políticas y administrativas contribuyeron
al engrandecimiento de la colonia de Salem, y el lazo que a todos los
colonos unía era la religión, y no la libertad, como en la de Maryland.
Los colonizadores de la Nueva Inglaterra habían abandonado a su patria
llevando en el corazón odio eterno, lo mismo a la Iglesia anglicana
que a la religión católica, como escribió el reverendo Jorge E. Ellis,
predicador puritano. «Jamás--dijo--entró en la mente de nuestros
mayores el hacer de su territorio, comprado con su dinero y garantido
legalmente por patente real, un asilo para toda clase de religiones,
sino que lo destinaron a ser una mansión de paz, de reposo y de
costumbres puras para los que tienen los mismos sentimientos, la misma
creencia y los mismos intereses.»

Roger Williams fundó en 1635 una colonia que abarcaba el territorio que
a la sazón constituye el Estado de _Rhode-Island_. Williams, predicador
puritano, fué proscripto de Salem porque se atrevió a decir que el
gobierno no tenía derecho a exigir que los ciudadanos asistiesen al
culto en la iglesia.

Es también de notar que en el mencionado año se fundó la colonia de
_Concord_, en el actual Estado de New-Hampshire, y la de _Conneticut_
en un lugar de la cuenca feraz del río del mismo nombre.

No pasaremos adelante sin referir que Mistress Ana Hutchinson, mujer de
uno de los individuos más respetables de la colonia, muy estimada por
Enrique Vane, gobernador de Nueva Inglaterra, y respetada por numerosos
colonos, fué perseguida por sus ideas religiosas, pues se atrevió «á
censurar á algunos de los ministros del culto como heterodoxos, y hasta
añadió ideas y opiniones propias, fundadas todas ellas en el sistema
denominado _antinomiano_ por los teólogos, é impregnadas del más
profundo entusiasmo religioso»[25]. Tan acaloradas y violentas fueron
las discusiones religiosas, que llegaron a amenazar la existencia de
la colonia. Condenadas las opiniones de la innovadora, se le impuso la
pena de destierro, viéndose obligada a retirarse a Aquiday, en la isla
de Rhodes, donde sufrió toda clase de privaciones y trabajos, habiendo
provocado el gobernador Kieft, con sus crueldades, la terrible venganza
de los indios, venganza que llegó al extremo de incendiar y matar a
todos los blancos que encontraban. La casa de Mistress Hutchinson fué
incendiada, pereciendo ella con toda su familia, o entre las llamas, o
degollada por los salvajes.

       [25] Spencer, _Hist. de los Estados Unidos_, tomo I, pág. 75.

En tanto que el rey Carlos I perseguía con encarnizamiento a los
presbiterianos y puritanos que emigraban a millares de su país, llegó
también en su fanatismo anglicano a querer imponer su voluntad a las
colonias americanas; pero los colonos se aprestaron a la lucha y las
cosas quedaron en el mismo estado. Por su parte, los puritanos de la
Nueva Inglaterra, cada vez más intolerantes, persiguieron con crueldad
a los cuákeros (que no querían ni iglesias ni clérigos); luego dejaron
de perseguirles, restableciéndose la paz.

Como los fanáticos anglicanos, y a la cabeza de ellos el arzobispo
Laud, no cesaran de excitar a Carlos I contra la colonia de
Massachusetts, presintiendo los colonos todos de la Nueva Inglaterra
que pudiera llegar un día en que tuvieran que defenderse de las
tiranías de la metrópoli, proyectaron formar una unión (1637), y cuyo
proyecto se realizó el 1643, en cuyo año las colonias de Massachusetts,
Plymouth, etcétera, formaron, con el nombre de _Colonias unidas de la
Nueva Inglaterra_, «una liga sólida y perpetua, ofensiva y defensiva,
de mutuo consejo y apoyo en todas las causas justas, lo mismo para la
conservación y propagación de la verdad y de los derechos basados en
el Evangelio, que para su prosperidad y seguridad.» Tan arraigada se
hallaba la convicción de unirse, que en el año siguiente (1644) se
proyectó general federación de todas las colonias inglesas de América.
Hace notar muy acertadamente el historiador Bancroft, que la poderosa
colonia de Massachusetts fué la primera que quiso realizar la primera
liga, y la que después se manifestó más impaciente por sacudir el yugo
británico.

Comenzaron a prosperar las colonias, llegando en poco tiempo a un
verdadero estado de esplendor. Exportaban trigo a las Antillas;
pieles, maderas y pescado seco a Europa. Los habitantes de Nueva
Inglaterra ordenaron (1647) que cada pueblo de cincuenta vecinos
se hallaba obligado a tener un maestro de instrucción primaria, «a
fin--dijeron--de que la instrucción de nuestros mayores no quede
sepultada con sus restos mortales», añadiendo en la parte expositiva
de ley que «la ignorancia es equivalente a la barbarie, y todo niño
debe saber leer y escribir el idioma de sus padres.» Todo grupo de cien
vecinos tenía también la obligación de mantener una escuela. Antes
se había proyectado la fundación de una Universidad (1636), y dos
años después, al morir Juan Harvard, rico colono, dejó su biblioteca
y la mitad de su propiedad inmueble a la Universidad. Lo mismo la
instrucción elemental que la superior recibieron frecuentemente
cariñosas muestras de parte de los ciudadanos. La imprenta comenzó
en el año 1639. Si pueriles son algunas ideas de los puritanos y si
censurables son algunos hechos, no puede negarse la sencillez de
costumbres y la bondad de aquella raza que se estableció en el Norte de
América.

Guillermo Clayborne obtuvo de Carlos I, en 1631, una patente para
comerciar con los habitantes del golfo de Chesapeake, los cuales
daban las pieles de animales a cambio de productos de la metrópoli.
Poco después cedió el Rey a título de propiedad perpetua todo lo
que actualmente es el Estado de _Maryland_, a Jorge Calvert (lord
Baltimore). El territorio citado se llamaría Maryland (tierra de
María), en honor de la mujer de Carlos I. Cuando Baltimore se disponía
a pasar a sus nuevos dominios, le sorprendió la muerte (1632),
sucediéndole su hijo Cecilio, que en 1633 marchó con 200 emigrantes.
Fundó una colonia a orillas del río Saint-Mary, no sin tener oposición
de Virginia, que reclamaba como suyo el territorio de Maryland.
Prosperó rápidamente la nueva colonia, sin embargo de la guerra que
tuvo que sostener con Clayborne y también de las disensiones entre los
colonos y el propietario, siendo todavía más de extrañar, considerando
su origen aristocrático-feudal, el engrandecimiento de Maryland, pues
ya en 1660 contaba con 12.000 habitantes. El año 1663, por patente
de Carlos II, se concedió el país que se extendía entre la Virginia
de entonces y el río de San Mateo, en la Florida, a los personajes
siguientes: el historiador y ministro gran canciller conde de
Clarendon, Monk, duque de Albermale, lord Craven, lord Ashley Cooper
(después conde de Shaftesburg), Juan Colleton, los dos Berkeley y
Jorge Carteret. Es de advertir que ya en 1629 Carlos I había cedido
el mismo territorio a Roberto Heath, si bien no se estableció en él
ninguna colonia permanente. También advertiremos que cuando en 1663 la
cedió Carlos II, había colonos en la Carolina procedentes de la vecina
Virginia, de la Nueva Inglaterra y hasta de las Antillas inglesas, en
particular de las Barbadas. Los que procedían de Virginia se fundieron
posteriormente con los de Nueva Inglaterra y fundaron la colonia de
la _Carolina del Norte_; los de las Barbadas, con los procedentes
directamente de Inglaterra, la de la _Carolina del Sur_. En el citado
año, Berkeley, uno de los concesionarios que allí funcionaba como
gobernador, obtuvo autorización para nombrar dos subgobernadores: uno
para las colonias del Nordeste, y otro para las del Sudeste, separadas
por pantanos intransitables. El primer gobernador especial de la
Carolina del Norte fué Guillermo Drummond, a quien sucedió Stephens.

Para la colonia escribió (1670) el insigne filósofo Juan Locke una
constitución feudal tan absurda e impracticable que, aun modificada
varias veces, nunca pudo ponerse en práctica. Sólo por el nombre del
autor daremos a conocer algunas de sus disposiciones: «El gobierno
debía estar en manos de la aristocracia territorial, a cuya cabeza
figuraban los ocho concesionarios primeros, de los cuales el de más
edad tendría el título de palatino, que a su muerte pasaría al que le
siguiera en edad. A este título iban afectas ciertas prerrogativas. Se
mandaba dividir todo el territorio en condados, subdivididos cada uno
en ocho señoríos, ocho baronías y veinticuatro colonias o municipios
en una extensión de 12.000 acres (4.856 hectáreas). Los señoríos
pertenecerían a los propietarios, las baronías a la nobleza y las
colonias o municipios al común de colonos. Debían nombrarse de entre
la nobleza cuatro condes, uno por cada condado; de entre los barones,
dos por cada condado, y de entre los caciques otros dos. Al palatino
correspondía nombrar cuatro condes y ocho caciques, siendo los demás
nombrados por los otros siete concesionarios primitivos. Los títulos
y los territorios eran declarados hereditarios e inenagenables. El
poder judicial y el ejecutivo pertenecían a los propietarios, que
con los altos funcionarios formaban el gran Consejo o Senado; todos
los propietarios, nobles y comunes o sus representantes, formaban
la Cámara de los Comunes, en la cual para tener voto bastaba ser
propietario de cincuenta acres. Tocante a la parte religiosa se
inclinaba esta constitución al sistema que se ha dado en llamar de
intolerancia modificada». Todas las religiones estaban permitidas, con
tal que tuviesen culto público y reconociesen la existencia de Dios
y la santidad del juramento. Para que una comunidad religiosa fuera
autorizada y protegida por la ley, debía contar de siete miembros por
lo menos, y en ninguna reunión religiosa debía permitirse hablar contra
el gobierno ni sobre su política. La esclavitud estaba permitida desde
un principio y lo mismo la servidumbre. Los amos eran dueños absolutos
de sus esclavos, y los siervos no podían abandonar la gleba sin permiso
de su amo, y sus descendientes continuaban en la misma servidumbre
hasta la última generación»[26].

       [26] Ernesto Oton Hopp, _Los Estados Unidos de la América del
       Norte_, págs. 16 y 17.

Subleváronse los colonos en 1678 contra las autoridades, sublevación
que hubo de coincidir con la de Virginia, capitaneada por Bacon.
Sofocada la revolución, volvió diez años después a levantar la cabeza.
Antes de pasar adelante recordaremos que el nombre de Carolina del
Norte apareció por vez primera en un escrito correspondiente al año
de 1691. Lento y difícil fué el desarrollo de la colonia, pues el
suelo era arenoso, los habitantes indolentes y refractarios a todo
gobierno. Casi toda la riqueza se reducía a caballos y cerdos, que en
manadas corrían semi salvajes por las llanuras. Edenton, capital de la
colonia, prosperó poco. Mr. Bancroft dice de la colonia Carolina del
Norte, que «era el santuario de los fugitivos y desertores, donde cada
uno hacía lo que quería, sin adorar a Dios ni al César.» Continuó la
anarquía algún tiempo; pero desde que en 1729 cesó el gobierno nominal
de los concesionarios del territorio, el cual pasó a ser propiedad de
la Corona, adelantó bastante la colonia, como se prueba considerando
que en 1755 contaba con más de 50.000 habitantes. Del mismo modo la
industria adquirió no escasa importancia.

Pronto llegó a una situación próspera la colonia fundada en el
_Cabo Fear_, siendo de advertir--según la estadística de aquellos
tiempos--que en el año de 1665 ya contaba con 800 habitantes.
Procedente de las Barbadas, el primer gobernador, Juan Yeamans,
introdujo en ella los usos y costumbres de aquellas islas. Los
concesionarios de las Carolinas mandaron a su secretario, Sandford
(1666) a fundar otras colonias en Carolina del Sur. Sandford encontró
en mal estado la del Cabo Fear, la cual había decaído rápidamente, y
propuso, a orillas del río Charles, la fundación de otra que recibió
el nombre de _Charlestown_ (1670). Posteriormente llegaron nuevos
inmigrantes a Charlestown, ya procedentes de las islas Lucayas, ya de
Nueva York, y también directamente de Inglaterra.

A causa de que tres galeras españolas procedentes de tierra americana y
cuya capital era San Agustín, cayeron sobre Edisto, colonia escocesa,
saqueándola y destruyéndola (1680), los demás colonos del país se
dispusieron a tomar el desquite. Tuvieron que desistir porque así lo
mandaron los ocho señores propietarios, y también para no exponerse a
mayores males.

No faltaba motivo a los españoles para estar disgustados con la colonia
de Charlestown, madriguera de piratas y refugio de contrabandistas.
Llegó el caso que hasta el mismo gobierno inglés propuso, en 1695,
la agregación de la Carolina del Norte a la de Virginia, y la de la
Carolina del Sur al gobierno de las islas Lucayas, «como único medio
de acabar con las plagas de la piratería y del contrabando.» Turbóse
el orden tiempo adelante por cuestiones religiosas en la Carolina del
Sur. Luego se rompieron las hostilidades entre carolinos y españoles,
llegando el gobernador inglés Moore a dirigir una expedición contra
la ciudad de San Agustín, a la cual saqueó, retirándose después.
Continuó la guerra, y Moore, siendo ya gobernador Johnson, realizó
otra expedición (1702). Aunque en el año 1706, los españoles, deseosos
de tomar venganza, armaron una escuadra que, en unión de la francesa,
atacó a Charlestown, los habitantes de la ciudad se defendieron
bizarramente y llevaron la mejor parte. La intolerancia religiosa fué
motivo de serios disgustos y de grandes contrariedades en la colonia,
pues el partido anglicano ortodoxo se declaró enemigo mortal de todas
las sectas disidentes, teniendo que imponer su veto el gobierno de la
metrópoli. Comenzó a florecer la colonia con el cultivo del arroz, que
en 1691 prosperó y tomó gran incremento, siendo de sentir que al mismo
tiempo aumentara de tal modo la esclavitud, que en el año 1708, de
10.000 habitantes sólo 1.360 eran libres.

En los primeros años del siglo XVIII estalló terrible insurrección de
los indios contra los blancos en la Carolina del Sur. Apenas salía la
Carolina del Norte de las devastaciones de los indígenas, comenzaba la
misma calamidad en la del Sur. El día 15 de abril de 1715 se rompieron
las hostilidades, y los indios llevaron por todas partes la desolación
y la muerte. Los escritores de aquellos tiempos hacen subir las fuerzas
insurrectas a seis o siete mil hombres. La Carolina del Norte, Virginia
y Nueva York, prestaron los auxilios que pudieron buenamente. Esta
guerra, que vino a durar un año, costó la vida a algunos centenares
de habitantes, calculándose en 100.000 libras los daños y perjuicios
ocasionados, sin contar una deuda que venía a importar la misma
cantidad. Ensoberbeció a los blancos o propietarios el triunfo sobre
los indios y colonos, y los abusos de aquéllos obligaron al pueblo a
tomar sus medidas contra la conducta y opresión de los dueños de las
tierras. También por entonces la fortuna había vuelto la espalda a los
piratas, quienes huyeron de aquellas costas. Como es natural, habiendo
aumentado la deuda pública por estas guerras, tuvo la colonia que
emitir papel moneda por valor de unos dos millones de pesetas, lo cual
originó una crisis monetaria. En la necesidad de arbitrar recursos,
la asamblea legislativa de Charlestown (Carolina del Sur) tomó las
siguientes medidas: votar un impuesto de entrada sobre los negros
que el comercio introducía en la colonia, y otro impuesto sobre la
importación de las mercancías inglesas. A esta última ley opusieron su
veto los dueños de la Carolina, cuya conducta y otros actos dieron por
resultado, en 1719, general descontento, llegando a decir los colonos
que «los señores sólo querían tener derechos y no deberes, y que en los
momentos de peligro no enviaban remedios ni auxilios.» Tantos fueron
los odios de los colonos a los dueños del territorio, que poco después
se encargó la Corona de la Carolina y nombró un gobernador. Ya no quedó
otro recurso a los concesionarios que ceder sus derechos en favor de
la Corona de Inglaterra mediante una indemnización de 437.500 pesetas.
Depuesto el gobernador Johnson y elegido el coronel James Moore para
que gobernase la colonia en nombre del Rey, se envió un agente a
Inglaterra que abogase en favor de los colonos, dando esto origen a que
se entablase un proceso legal para invalidar la Carta de la Carolina.
Durante la instrucción del proceso, se encargó la Corona del gobierno
de la Carolina del Sur. En calidad de gobernador real interino marchó
a Carolina del Sur, Sir Francisco Nicholson, quien deseando ganar la
voluntad del pueblo, eligió presidente del Consejo a Middleton, y
presidente del Tribunal a Mr. Allen, los cuales se habían distinguido
en el último movimiento contra los propietarios. Sancionó (1722) para
salir de apuros económicos, una emisión de papel moneda, que ocasionó
durante algunos años gran confusión en el país.

Aunque en la Carolina del Norte los colonos no se habían rebelado
contra los propietarios, pasado algún tiempo los últimos vendieron sus
derechos a la Corona por unas 22.000 libras. Burrington fué repuesto
en el gobierno de la Carolina del Norte, sucediéndole, en 1737,
Guillermo Bull, presidente del Consejo. En la Carolina del Sur quedó
Roberto Johnson encargado del gobierno. Poco a poco comenzaron ambas
Carolinas a llamar la atención de los Estados europeos, acudiendo a
ellas muchos emigrantes alentados por el bienestar que se gozaba. El
mayor contingente salió de Irlanda. La colonia irlandesa se estableció
en las riberas del Santee y constituyó una población que se llamó
Williamburgh. Aumentó el poder de las Carolinas, llegando a acometer
algunas empresas contra los españoles. Aumentó también la riqueza del
país, dándose el caso de que muchos habitantes mandaban sus hijos a
Inglaterra para que se educasen e instruyesen.

Guillermo Penn, en el año 1681, adquirió, con otros once cuákeros,
la parte oriental de _Nueva Jersey_, donde se hallaban establecidos
puritanos[27]. Además, en el mismo año el gobierno de Carlos III le
concedió, mediante el precio de 16.000 libras esterlinas (400.000
pesetas), adelantadas por el padre de Penn al gobierno, una extensión
de territorio a orillas del río Delaware. Influyeron a resultado tan
favorable los personajes North, Halifax, Sunderland y otros amigos
del padre de Penn. Dícese que el mismo Carlos II, al saber que el
nuevo propietario quería dar al país que acababa de comprar el nombre
de Silvania, tuvo empeño en llamarlo _Penn-Silvania_ (Pensilvania).
Pasó Penn a América en 1682 a tomar posesión de su territorio, y en
1683 fundó la ciudad de _Filadelfia_ (amor fraternal), que a los dos
años contaba 600 casas, una escuela y una imprenta. En la asamblea
convocada por Penn se sancionaron los 24 artículos de sencilla
constitución, artículos que casi un siglo después (1776) sirvieron de
base al proyecto de constitución de la gran República de los Estados
Unidos del Norte. Tan rápidamente se desarrolló la Pensilvania, que en
1688 contaba con unos 12.000 habitantes, y en 1755, con inclusión del
Delaware, 220.000.

       [27] Nació Penn en Londres el 1644. Era hijo del almirante
       que conquistó para Inglaterra la isla de Jamaica y peleó en
       la guerra marítima contra Holanda. El duque de York (después
       Jacobo II) fué padrino del niño Guillermo en el acto del
       bautismo. A los quince años ingresó en la Universidad de
       Oxford, dándose a conocer por su severidad de costumbres y por
       su resistencia a cumplir ciertos actos religiosos. Convirtióse
       a la secta cuákera.

       El cuákero no quería iglesias, ni sacerdotes, ni culto
       exterior; huía de los litigios y detestaba la guerra; amaba la
       sencillez y practicaba la caridad.

       No pudo conseguir su padre, aunque lo intentó varias veces,
       que su hijo se presentara en la corte y frecuentara la alta
       sociedad.

       Dedicóse a propagar sus doctrinas religiosas, recorriendo
       ciudades y aldeas, pronunciando discursos y publicando
       folletos. A petición del obispo de Londres, por haber
       publicado el folleto intitulado _The sandy foundation shaken_
       (Los cimientos de arena conmovidos), fué encerrado en la
       Torre el año 1668; y durante los siete meses de su prisión
       escribió otro que llamó _No cross no crown_ (Sin la cruz no
       hay corona), que vió la luz el 1669.

       Reconciliáronse padre e hijo cuando el primero se convenció
       de las profundas convicciones del segundo. El padre, en su
       lecho de muerte (1670), hubo de decir: «Hijo mío, si tú y tus
       amigos continuais firmes viviendo y predicando conforme a
       vuestros sencillos principios, acabareis por hacer desaparecer
       para siempre toda clerecía.» Casóse el año 1672 con Julia
       Springett. Oprimidos y vejados los cuákeros, dirigieron sus
       miradas, como los puritanos, a la América del Norte. La
       secta hizo muchos prosélitos en varias colonias, merced a la
       propaganda de Fox, fundador de aquella doctrina religiosa, el
       cual recorrió desde Rhode-Island hasta la Carolina. Bastará
       decir que en 1677 los cuákeros redactaron una constitución
       para Nueva Jersey; el 1678 contaba la colonia 400 habitantes,
       y el 1681 se verificó la primera asamblea legislativa.

_Georgia_ fué la última colonia inglesa establecida en la América del
Norte. Jorge II autorizó en 1732 al general Oglethorpe para colonizar
los territorios situados entre los ríos Savannah y Alatamaha durante
veintiún años, al cabo de cuyo tiempo debían ser propiedad de la
Corona de Inglaterra. Oglethorpe, hombre de carácter tan enérgico
como humanitario, se propuso, ante la crueldad de las leyes penales
inglesas, fundar una colonia que sirviese de refugio a los desgraciados
delincuentes y también para poner coto a la esclavitud. Oglethorpe
hizo grabar en el sello de la sociedad que formó el siguiente lema:
_Non sibi, sed aliis_. A la colonia, en honor de Jorge II, dió el
nombre de _Georgia Augusta_, y en ella eran admitidas todas las
religiones cristianas, exceptuando solamente la católica. Llegó a
Charlestown en los comienzos de 1733 con 120 emigrantes, fundando la
primera población donde hoy se levanta Savannah, a orillas del río del
mismo nombre. Trazóse el plano de la ciudad con calles anchas, largas
y rectas; pero progresó muy lentamente. Llegaron en 1734 inmigrantes
moravos, los cuales fundaron el pueblo de Ebenezer, dedicándose al
cultivo de árboles frutales europeos; también se dedicaron al cultivo
de la morera, que dió felices resultados, pues a los pocos años
presentaron en el mercado 10.000 libras de seda. Oglethorpe marchó a
Inglaterra, y a su vuelta, en 1736, trajo más inmigrantes. Guerra tenaz
estalló entre ingleses y españoles. Quisieron los ingleses, mandados
por Oglethorpe, apoderarse de San Agustín, en la Florida, cuya empresa
fracasó; y a su vez, los españoles atacaron la Georgia, de donde fueron
rechazados con bastantes pérdidas. Retiróse definitivamente Oglethorpe
de la Georgia (1743), deseando pasar los últimos años de su vida, que
fué larga, en Inglaterra. Cambió entonces completamente la manera de
ser de la Georgia, y aquella tierra paradisiaca fué como otras de
América. Los pequeños cultivos fueron reemplazados por los grandes, se
arraigó la esclavitud y desapareció para siempre el bienestar y las
virtudes. Oglethorpe vivió en Inglaterra el tiempo suficiente para ver
la proclamación de la independencia de los Estados Unidos, acabando sus
días el 1.º de julio de 1785, a la avanzada edad de noventa y siete
años.

Pondremos remate a este capítulo dando a conocer algunos hechos
realizados por el viajero normando Cavelier de la Salle. Tan difíciles
y tan peligrosas fueron sus expediciones, que algunas veces parecen
legendarias. Personaje tan activo y emprendedor visitó con varia
fortuna muchos lugares; mas hubo de encontrar, tal vez sin motivo
alguno, grandes contrariedades de parte de los jesuítas. Aquel hombre
inteligente y enérgico de carácter, después de tres viajes por las
regiones situadas más allá de los lagos, donde le sucedieron aventuras
sin cuento, pudo embarcarse en la primavera de 1682 en el _Père des
Eaux_, y habiendo navegado cincuenta días, llegó al delta y reconoció
los pasos que comunican con el golfo de México. Pasados dos años,
volvió de Francia con una pequeña flota y en calidad de virrey de
_Luisiana_; pero habiéndose conferido el mando de la escuadra a un
enemigo personal suyo, éste, queriendo él sólo explorar las bocas del
Mississipí, dejó a Cavelier casi sin víveres en la costa de Tejas.
El insigne y desafortunado viajero, más fuerte ante la desgracia,
emprendió la exploración por tierra. Cuando se hallaba más decidido a
colonizar la fértil región que acababa de descubrir, el infame Duhaut
le descargó con su mosquete un tiro en la cabeza, matándole en el
acto. Esto sucedía el 19 de marzo de 1687. Dice Mr. Gayarré que fué
asesinado donde ahora se levanta Washington, cuya fundación se debe a
los compañeros de aquel infeliz, y que la bandera estrellada ondea allí
donde el primer mártir de la civilización regó con su sangre la futura
tierra de la libertad[28]. Tiempo adelante los Estados Unidos de Norte
América compraron a Francia la Luisiana.

       [28] _Historia de la Luisiana_, vol. I, pág. 28.

[Ilustración: HERNÁN CORTÉS.]



CAPITULO III

  CONQUISTA DE MÉXICO.--HERNÁN CORTÉS.--CORTÉS Y VELÁZQUEZ EN
  SANTIAGO DE CUBA.--CORTÉS EN TRINIDAD, EN LA HABANA EN EL CABO
  DE SAN ANTONIO, EN LA ISLA DE COZUMEL Y EN LA DESEMBOCADURA
  DEL GRIJALBA.--LLEGA Á TABASCO: MARINA.--CORTÉS EN SAN JUAN
  DE ULÚA.--EMBAJADA DE MOCTEZUMA.--EL GOBERNADOR PILPATOE Y
  EL GENERAL TEUTILE.--OBSEQUIOS DE MOCTEZUMA Á CORTÉS Y DE
  CORTÉS Á MOCTEZUMA.--«VILLA RICA DE LA VERA CRUZ.»--CORTÉS EN
  ZEMPOALA Y EN QUIABISLÁN.--POLÍTICA DE CORTÉS.--NUEVA EMBAJADA
  DE MOCTEZUMA.--CORTÉS «QUEMA LAS NAVES», PASA Á ZOCOTHLÁN Y
  LLEGA Á TLASCALA.--GUERRA ENTRE ESPAÑOLES Y TLASCALTECAS: EL
  GENERAL XICOTENCAL.--PORTOCARRERO Y MONTEJO EN SEVILLA Y EN
  MEDELLÍN: ENEMIGA DE FONSECA Á CORTÉS.--CORTÉS EN CHOLULA
  Y EN MÉXICO: SU ENTREVISTA CON MOCTEZUMA.--DESCRIPCIÓN DE
  MÉXICO.--GUERRA ENTRE QUELPOPOCA Y ESCALANTE.--SUPLICIO DE
  QUELPOPOCA.--PRISIÓN DE MOCTEZUMA.--QUETLAVACA EMPERADOR.--«NOCHE
  TRISTE».--OTUMBA.--QUANHTÉMOC, EMPERADOR.--GUERRA ENTRE ESPAÑOLES Y
  MEJICANOS.


Si Juan de Grijalba tuvo la dicha de pisar el primero tierra de
México, la gloria de la conquista pertenece a Hernán Cortés, natural
de Medellín (Badajoz), hijo de familia distinguida y aficionado a
grandes y maravillosas empresas. Ganoso de gloria y de riquezas y en
busca de ellas se embarcó camino de la Española llevando cartas para
el gobernador Don Nicolás de Ovando. Estuvo a las órdenes de Don Diego
Velázquez y se distinguió en la conquista de Cuba. Enemigos después los
dos y reconciliados al poco tiempo, Velázquez, gobernador de la isla
de Cuba, le nombró capitán general de la flota que se destinaba a la
conquista de México. Cortés gastó su fortuna, que no era pequeña, en
armar una flota, y, cuando pudo lanzarse a la mar, después de dar el
último adiós a su mujer Doña Catalina Suárez, embarcó sus tropas y al
amanecer del 18 de noviembre de 1518 salió del puerto de Santiago de
Cuba con 6 carabelas y 300 soldados. Cuando Velázquez, que ya andaba
receloso de la conducta del valeroso extremeño, corrió presuroso al
muelle, encontró la armada dándose a la vela. Cortés, embarcado en
una lancha, se aproximó al sitio donde estaba su jefe, quien le dijo:
_«¡Pues cómo, compadre, así os vais?» Buena manera es esa de despediros
de mí.--Señor, respondió Hernán Cortés, perdóneme Vuestra Merced, pues
estas cosas y las semejantes, antes han de ser hechas que pensadas;
vea, Vuestra Merced, qué me manda[29]._ Mientras Cortés volvía a
sus buques y se lanzaba a la mar, Diego Velázquez, viendo tanto
atrevimiento y resolución, no supo qué contestar.

       [29] Herrera, _Década_ II, libro III, capítulo XII.

Dispuso Hernán Cortés que uno de sus barcos marchase a Jamáica a
comprar víveres, ordenándole que se incorporase a la escuadra en
el cabo de San Antonio. El tomó bastimentos en Macaca y fondeó en
Trinidad. Allí, delante de su posada, mandó poner su estandarte y
pregonar la jornada. En dicha villa de la Trinidad hubo de reclutar
unos doscientos soldados procedentes de las expediciones de Córdova
al Yucatán y de Grijalba a México, logrando también que se le
uniesen algunos nobles caballeros, entre otros, Gonzalo de Sandoval,
Pedro de Alvarado y Juan Velázquez de León, deudo del Gobernador.
Sumadas las fuerzas que sacó de Santiago de Cuba a las reclutadas en
Trinidad, componían: 110 marineros, 508 soldados, 32 ballesteros y 13
arcabuceros. Como maestre de campo llevaba Cortés a Cristóbal de Olid.

Desde Trinidad se dirigió Cortés a la Habana y desde la Habana salió
en la noche del 10 de febrero de 1519 hacia el cabo de San Antonio. Lo
mismo en Trinidad que en la Habana se recibieron órdenes de Velázquez
por las cuales se destituía a Cortés del mando de la flota; pero ni
las autoridades de las citadas poblaciones mostraron gran voluntad en
ejecutarlas, ni el futuro conquistador de México estaba dispuesto a
obedecerlas. En cabo San Antonio pasó revista á sus tropas, las arengó
y se hizo a la vela para las costas de Yucatán el 18 de febrero.

[Ilustración: MOCTEZUMA.]

Detúvose en la isla de Cozumel, fondeó en la desembocadura del río
Grijalba, e internándose en el país se apoderó de la ciudad de Tabasco.
De ella salió para vencer en las llanuras de Ceutla a 30.000 indios.
Desde Tabasco continuó su viaje, llevando ricos presentes, entre ellos
el de una joven y agraciada india, a quien se dió el nombre de _Marina_
en el bautismo. Marina, que comenzó siendo intérprete de Cortés, pasó
luego a ser su confidente y secretaria, terminando por hacerse dueña
del corazón del valeroso caudillo. Mujer tan singular, amó con toda su
alma a Cortés y siempre guardó fidelidad a los españoles[30].

       [30] Marina era--según Bernal Díaz del Castillo--hija del
       cacique de Oluta, pasando luego a ser esclava del cacique de
       Tabasco, y después, ora por venta, ora por despojo, vino a
       parar al poder de Cortés. Su nombre era _Mallinalli Tenépal_ y
       vulgarmente la llamaban la _Malinche_.

Siguiendo Cortés la costa llegó a la isla de los Sacrificios y a otros
lugares ya descubiertos por Juan de Grijalba, y por último, a San
Juan de Ulúa, donde vió acercarse dos canoas (piraguas) y en ellas
algunos indios, los cuales le dijeron lo siguiente: «Que Pilpatoe
y Teutile, gobernador el uno y capitán general el otro de aquella
provincia, por el grande emperador Moctezuma, los enviaban a saber
del capitán de aquella Armada, con qué intento había surgido en sus
costas, y a ofrecerle el socorro y la asistencia de que necesitase para
continuar su viaje.» Moctezuma era el segundo Emperador de este nombre
y el undécimo de México. Hernán Cortés hubo de contestar lo que al
tenor copiamos: «Que su venida era a tratar sin género de hostilidad
materias muy importantes a su Príncipe y a toda su Monarquía, para cuyo
efecto se vería con sus gobernadores y esperaba hallar en ellos la
buena acogida que el año antes experimentaron los de su nación»[31].

       [31] Solís, _Conquista de la Nueva España_, lib. I, cap. XXI,
       págs. 71 y 72.

Ordenó Cortés que desembarcase toda su gente y estableciera el
campamento en la costa llamada Chalchiuhcuencan. Con la ayuda de muchos
indios que mandó Teutile, se levantaron barracas que fueron de no poca
utilidad en aquellos días calurosos. Los indios, con sus instrumentos
de pedernal, cortaban las estacas y las fijaban en tierra; ramas de
árboles y hojas de palmera colocaban entre las estacas, formando
también con aquellas el techo. Las barracas mejores o las destinadas
a los jefes fueron cubiertas por los indios, para defenderlas de los
rayos solares, de mantas hechas con algodón. En la mejor de todas
ordenó Cortés que se levantara un altar y sobre él se puso la imagen de
la virgen María: a la entrada se colocó una cruz.

Llegó el momento en que el gobernador Pilpatoe y el general Teutile,
con numeroso acompañamiento, se presentaron al capitán español en
nombre de Moctezuma. Antes de comenzar la conferencia, los llevó Cortés
a la barraca que hacía veces de templo, donde todos oyeron misa, que
celebró Fray Bartolomé de Olmedo. Después les invitó a un banquete;
luego les dijo que estaba resuelto--pues así lo había ordenado su
Rey--a no salir de aquel país sin ver antes al emperador Moctezuma.
Y habiendo dispuesto remitir a Moctezuma un regalo (algunas cosas
de vidrio, una camisa de Holanda, una gorra de terciopelo carmesí,
adornada con una medalla en que estaba la imagen de San Jorge, y una
silla labrada de taracea), despidió a los embajadores.

En tanto que Teutile remitía a su Emperador la respuesta de Hernán
Cortés, Pilpatoe, a poca distancia de los españoles, levantaba algunas
barracas, formando con ellas un lugar para que residiesen allí los
indios destinados a cuidar de las provisiones y necesidades de nuestro
ejército. Aunque Cortés comprendió que la idea era muy diferente, no se
mostró ni receloso ni desconfiado.

Llegó la respuesta de Moctezuma a los siete días. Antes de dar cuenta
de ella creyó Teutile mejor entregar el obsequio que había mandado su
Emperador. Manifestó el ilustre extremeño su agradecimiento por el rico
presente de Moctezuma, que consistía en finísimas telas de algodón,
penachos de plumas de diferentes colores, dos láminas grandes, la una
de oro, en la que se destacaba la imagen del Sol, y la otra de plata,
en la que venía figurada la Luna; y por último, muchas joyas y piezas
de oro con alguna pedrería. En seguida Teutile, en nombre de Moctezuma,
le dijo que no se le concedía permiso para pasar a México. No se dió
por vencido el general español y despidió a los indios con otro regalo
para el Emperador, insistiendo con más energía en su propósito de
visitar la corte. Mientras que esperaba la respuesta, envió dos bajeles
a reconocer la costa.

Moctezuma contestó a la última embajada mandando otros regalos y
negándose decididamente a conceder la licencia pedida. Así lo dijo
Teutile. El futuro conquistador de México insistió en su demanda, no
sin indicar la bárbara idolatría en que estaba sumido el Imperio. Entre
turbado y colérico replicó Teutile que, si Moctezuma hasta entonces
le había tratado como huésped, en adelante lo trataría como enemigo;
retirándose inmediatamente, seguido de Pilpatoe y de los demás que le
acompañaban. En aquella misma noche los indios, que bajo las órdenes de
Pilpatoe se habían establecido cerca de nuestro campamento, abandonaron
sus viviendas y se retiraron tierra adentro.

Hernán Cortés, después de atraerse a algunos descontentos partidarios
de Velázquez y después de aceptar la amistad que le brindaba el
cacique de Zempoala, se fijó en un hecho de suma importancia. Aquellas
barracas donde habitaban, se convirtieron en una población a la que
dieron el nombre de _Villa Rica de la Vera Cruz_. Se llamó _Villa
Rica_, en memoria del oro que se encontró en aquella tierra, y _de la
Vera Cruz_, porque a ella llegaron el viernes de la Cruz. Nombróse
Ayuntamiento, única y legítima autoridad representante de la Corona en
aquellos remotos países, y ante él renunció el mando que le diera Diego
Velázquez, saliendo poco después elegido y nombrado Gobernador del
ejército de México.

Con la autoridad y poder que le daba este nombramiento, castigó con
alguna severidad a varios sediciosos y turbadores de la quietud
pública. Inmediatamente dispuso la marcha. En tanto que los bajeles se
dirigían a la ensenada de Quiabislán, él siguió por tierra el camino
de Zempoala, atravesó el río de este nombre, pasó por poblaciones
abandonadas y luego por prados amenos, teniendo la suerte de encontrar
a doce indios que venían en su busca, con un regalo de gallinas y pan
de maíz que le mandaba el cacique; continuó su marcha y por fin llegó
a Zempoala, población situada entre dos ríos y en campiña fértil.
Las casas eran de piedra, cubiertas las paredes con cal blanca y
brillante. Los españoles atravesaron calles y plazas llenas de gente,
llegando a Palacio, en cuya puerta estaba el cacique, obeso y ridículo
personaje, quien recibió a Cortés con señaladas muestras de cariño.
Cuando el cacique hubo alojado convenientemente a sus huéspedes,
se dispuso a visitar al jefe español haciéndole antes un regalo de
alhajas de oro y otras cosas. Presentóse en unas andas, que traían
sobre sus hombros jóvenes principales. La entrevista fué afectuosa y
en ella el cacique reveló que tenía deseos de libertar su país de las
violencias y tiranías de Moctezuma; a ello contestó Cortés que él no
temía las fuerzas del Emperador y que su misión era ponerse al lado de
la justicia y de la razón. Desde este momento los españoles pudieron
contar con un poderoso aliado entre los indios.

Salieron los nuestros para Quiabislán auxiliados en su camino por los
fieles zempoalos. Era Quiabislán un lugarcillo situado sobre altos
peñascos con calles estrechas y pendientes. El cacique y los vecinos
se habían retirado bastante lejos, no fiándose de las intenciones
de nuestra gente; mas pronto acudieron algunos, en seguida otros y
últimamente el mismo cacique en compañía del de Zempoala. También el
cacique de Quiabislán se puso al lado de los futuros conquistadores de
México, deseoso de vengarse de Moctezuma. Durante estas conferencias
pasaron por el mismo cuartel de los españoles seis ministros reales,
quienes solo se ocupaban en cobrar los tributos de Moctezuma. Venían
adornados de plumas y pendientes de oro, vestidos de fino algodón,
seguidos de muchos criados que movían grandes abanicos para comunicar
el aire o la sombra a sus señores. Los tales ministros, habiendo puesto
su audiencia en la casa de la Villa, hicieron llamar a los caciques, a
quienes reprendieron por haber admitido en sus pueblos gente forastera,
enemiga de Moctezuma; además del servicio ordinario les pidieron como
castigo de su delito, veinte indios para sacrificarlos a los dioses.
Al tener noticia Cortés de estas cosas, llamó a los dos caciques y les
dijo que no sólo habían de negarse a entregar indios destinados a los
sacrificios, sino que les ordenaba mandasen gente a prender y encerrar
a los ministros en las cárceles. Así se hizo. Pensó el jefe español
que si le convenía tener contentos a los caciques, también debía
atraerse a Moctezuma. Fijo en este día, y sin que los caciques pudieran
sospecharlo, dejó en libertad a dos de los ministros e hizo llevar a su
armada a los otros. Mientras los mencionados dos ministros se dirigían
a dar cuenta del suceso a Moctezuma y mientras más de treinta caciques,
que habitaban en las próximas montañas, se ponían bajo las órdenes
del caudillo español, se trató de dar asiento fijo a la Villa Rica de
la Vera Cruz, que hasta entonces se movía con el ejército. A media
legua de Quiabislán y próxima al mar, en tierra fértil, _abundante
de agua y copiosa de árboles_, como escribe Solís[32] comenzó a
levantarse aquella población, que había de servir de apoyo para futuras
operaciones y de puerto para la armada.

       [32] Op. cit., lib. II, cap. X, pág. 113.

La llegada a México de los dos ministros y la relación hecha por ellos
a Moctezuma de las bondades de nuestro caudillo, hicieron que se
trocasen en la corte mejicana los vientos de guerra en aires de paz.
Mandó el Emperador nueva embajada con su correspondiente regalo; pero
el destinado por la fortuna a conquistar el imperio de los aztecas, sí
se mostró cariñoso con los representantes de Moctezuma, a quienes dió
algunas _bujerías castellanas_, no desistió de pasar a México.

Con el objeto de poner paz entre el cacique de Zimpazingo y el de
Zempoala, Cortés, al frente de 400 soldados, se dirigió a aquel pueblo,
asentado en lo alto de una colina, entre grandes peñascos. Ajustada
la paz entre ambos enemigos, pensó Cortés acabar de una vez con la
idolatría de los zempoales. Más arrojado que prudente, en presencia
del cacique y de los indios más principales, mandó que varios soldados
subieran las gradas del templo, arrojando desde allí el ídolo principal
y otros, no sin el asombro de los sacerdotes y el terror de la
muchedumbre. En el sitio en que había estado colocado el citado ídolo,
se levantó un altar y se colocó en él una imagen de la virgen María.

A la sazón ocurrieron dos hechos que demandan nuestra atención.
Consistía el primero en la llegada a Vera Cruz de un bajel, procedente
de la isla de Cuba, a cargo del capitán Francisco de Saucedo, natural
de Medina de Rioseco (Valladolid), a quien acompañaban el capitán Luis
Marín y diez soldados; además, traía un caballo y una yegua. Fué el
otro hallar el medio de precaverse contra la enemistad de Velázquez,
a cuyo fin despachó a España un buque con diferentes regalos para
el emperador Carlos V y una carta en la que pedía el nombramiento
de capitán general. Castigó de un modo ejemplar a algunos soldados
partidarios de Velázquez, y, por último, barrenó los bajeles, _quemó
las naves_, para acabar de este modo las conjuraciones de los soldados.
Ya no quedaba más camino que vencer ó morir. «Resolución dignamente
ponderada por una de las mayores de esta conquista, y no sabemos
si de su género se hallará mayor alguna en todo el campo de las
historias»[33].

       [33] Solís, Ob. cit., lib. II. cap. XIII, pág. 127.

Dispuso luego mandar un navío a la isla de Cuba, y en él podrían
marcharse los que no quisieran acompañarle en la conquista de México.
Dió licencia a todos los que la solicitaron, exclamando: «Porque yo
determino de ganar de comer en esta tierra o morir en ella, échense
todos los demás navíos al través, demás de los que se habían echado, e
los que no quisieren seguir mi opinión, ahí queda ése en que se vayan.»
Después--añade Andrés de Tapia--«que los otros fueron echados al
través, echó también éste, e quedó certificado de quienes eran los que
no querían su compañía»[34].

       [34] _Relación_, etc., _Colec. de doc. para la Hist. de
       México_, publicada por García Icazbalceta, tomo II, pág. 563.

Después de dejar Hernán Cortés al capitán Juan de Escalante como
gobernador de la guarnición (150 hombres y dos caballos) de Vera
Cruz, y después de encargar a los caciques de las inmediaciones que
respetasen al dicho gobernador, al frente de 500 infantes, 15 caballos
y 16 piezas de artillería se preparó a penetrar en el corazón del
imperio mejicano[35]. Acompañábanle, además, unos 400 indios de
Zempoala y entre ellos algunos nobles de los más influyentes en aquella
tierra. Todavía le detuvo algunas horas la presencia de un escribano
que con sus correspondientes testigos acababa de llegar en un bajel;
venía a notificarle que Francisco de Garay, gobernador de la isla de
Jamaica, había tomado posesión de aquel país por la parte del río de
Pánuco e intentaba hacer una población cerca de Nauthlán, intimándole
y requiriéndole para que no se alargase por aquel paraje. No haciendo
caso de requerimientos, ni de autos judiciales del tenaz y testarudo
escribano, emprendió la marcha el 16 de agosto de 1519. Atravesó
con gran trabajo la sierra y llegó al valle, donde se levantaba la
ciudad de Zocothlán con sus numerosos y blancos edificios; el cacique
se llamaba Olinteth y en sus visitas a Cortés procuró encarecer las
grandezas de Moctezuma.

       [35] No se olvide que Cortés con los pilotos y marineros de
       su destruída armada había aumentado su ejército en más de 100
       hombres.

Pasados cinco días de descanso en Zocothlán continuó su camino. El
cacique Olinteth le aconsejaba que fuese por la provincia de Cholula
y los indios principales de Zempoala que iban con él insistían en que
el camino mejor era el de la provincia de Tlascala. Aceptó Cortés la
última opinión y penetró en la provincia de Tlascala, cuyos términos
confinaban con los de Zocothlán. En el lugar de Zimpazingo[36] hizo
alto para adquirir noticias exactas del país. Por entonces llegaron
a presencia de Cortés algunos indios y presentándole cinco de los
suyos, le dijeron: «Si eres dios de los que se alimentan de sangre e
carne, cómete estos indios, e traerte hemos más: e si eres dios bueno,
ves aquí encienso e plumas; e si eres hombre, ves aquí gallinas
e pan e cerezas.» «Yo e mis compañeros--contestó Cortés--hombres
somos como vosotros; e yo mucho deseo tengo de que no me mintáis,
porque yo siempre os diré verdad, e de verdad os digo que deseo mucho
que no seais locos ni peléis, porque no recibáis daño[37].» Como
posteriormente se presentasen otros indios y confesaran, ante las
recriminaciones del capitán español, que eran espías, se les hizo
cortar las manos, volviendo de esta manera ante los suyos, los cuales
no se atrevieron ya a poner obstáculos a la marcha de los españoles.
Antes de seguir adelante, Hernán Cortés llamó a Teuche, indio que le
había acompañado desde la costa, para conocer su opinión. «Señor--le
dijo--, no te fatigues en pensar pasar adelante de aquí, porque yo,
siendo mancebo, fuí a México, y soy experimentado en las guerras, e
conozco de vos y de vuestros compañeros que sois hombres e no dioses, e
que habéis hambre y sed y os cansáis como hombres; e hágote saber que
pasado desta provincia hay tanta gente, que pelearán contigo cient mill
hombres agora, y muertos o vencidos éstos vernán luego otros tantos, e
así podrán remudarse o morir por mucho tiempo de cient mill en cient
mill hombres, e tú e los tuyos, ya que seáis invencibles, moriréis de
cansados de pelear, porque como te he dicho, conozco que sóis hombres,
e yo no tengo más que decir de que miréis en esto que he dicho, e si
determináredes de morir, yo iré con vos.»

       [36] Otros dicen Xacacingo.

       [37] _Relación de Andrés de Tapia_, Ibidem, páginas 569 y 570.


Era a la sazón Tlascala ciudad populosa y floreciente, cabeza de la
provincia de su nombre, enclavada en medio del imperio. La ciudad
estaba asentada sobre cuatro eminencias, con estrechas calles de casas
de un sólo piso; la fábrica de las casas era de piedra, y en vez de
tejados tenían azoteas. Aunque el país era montuoso y quebrado, no
carecía de cultivo ni de fertilidad en las llanuras y en las cañadas;
abundaba el maíz y varias clases de frutas. La caza en los campos era
mucha. Tierra toda ella montuosa y desigual, tenía varios pueblos
en los sitios más elevados. Tuvieron reyes al principio, cuyo yugo
sacudieron. Formaron entonces especie de República y la formaron del
siguiente modo: dividieron sus pueblos en varios partidos o cabeceras,
y cada partido o cabecera nombraba uno de sus magnates para que
residiese en Tlascala. Estos magnates constituían un Senado, que era la
autoridad suprema y a la cual todo el país prestaba obediencia.

Una embajada, compuesta de cuatro indios zempoales, mandó Cortés
a Tlascala. Cuando parecía que el Senado se iba a inclinar a la
paz, uno de los senadores, general del ejército y joven valeroso,
proclamó la guerra. Llamábase Xicotencal y era digno de pelear con
los españoles. El 5 de septiembre de 1519 se hallaron los españoles
enfrente de los tlascaltecas, Cortés enfrente de Xicotencal. Comenzó
la batalla, y cuando se convencieron los indios del poco efecto que
hacían las flechas y piedras arrojadas sobre los españoles, echaron
mano de los chuzos y de las espadas. En cambio nuestra caballería,
y artillería hacían grandes estragos en las apiñadas masas de los
indios. Habiéndose separado de los suyos el soldado Pedro de Morón,
_que iba en una yegua muy revuelta y de grande velocidad_, cayeron
sobre él algunos tlascaltecas, quienes lograron matar al animal y
cortarle la cabeza; Morón pudo escapar, merced al auxilio que recibió
de otros soldados de caballería. Retiróse Xicotencal, dejando el campo
en poder de los nuestros. Aunque vencido, se creía victorioso, pues
consideraba como triunfo que uno de los suyos llevara la cabeza de la
yegua sobre la punta de una lanza. Iba a continuar la guerra con más
fuerza. Presentáronse unos después de otros y por diferentes sendas y
rodeos los cuatro indios zempoales que en calidad de embajadores había
mandado Cortés a Tlascala. Dijeron que cuando ya estaban destinados
a morir en los altares de sus dioses, lograron escaparse de estrecha
prisión. Xicotencal, no atendiendo otras proposiciones de paz que le
hizo Cortés, hubo de presentarse a la cabeza de unos cincuenta mil
hombres, decidido a vencer o morir en la contienda. Cuando parecía
que llevaban la mejor parte los tlascaltecas, las rencillas y aun
la enemiga de unos caciques a otros fueron causa de turbaciones y
tumultos, viéndose obligado Xicotencal a ponerse en salvo, dejando
a los españoles el campo y la victoria. No amedrentados los indios
por las derrotas, aconsejados por sus magos, se decidieron a atacar
de noche el campamento enemigo, pues a dicha hora lograrían que el
Sol, como padre de los españoles, no comunicaría a sus hijos fuerza
superior a la naturaleza humana. No encontró Xicotencal desprevenidos
a los españoles; antes, por el contrario, los halló dispuestos a la
lucha, que fué tenaz y sangrienta. Convencidos los tlascaltecas del
valor de los nuestros, lo mismo el Senado que el pueblo clamaron por la
terminación de la guerra; Xicotencal se negó decididamente a obedecer.
Mandó espías al campamento español, quienes fueron descubiertos y
castigados con bastante rigor. Entonces, separado del mando por el
Senado, no tuvo más remedio que dejar las armas, retirándose a la
ciudad, acompañado solamente de sus parientes y amigos.

Ajustóse la paz entre el Senado y Cortés, no sin que tratase de
impedirla Moctezuma, que temeroso de lo que podía sucederle, intentaba
echar leña al fuego de las pasiones de tlascaltecas y españoles. Tal
vez comprendiendo esto mismo Xicotencal, se presentó a Cortés al frente
de una embajada y le dijo que si prolongó la guerra fué creyendo que
los españoles eran amigos de Moctezuma, cuyo nombre aborrecía.

Antes de narrar la larga y enconada lucha de los nuestros con
Moctezuma, recordaremos un hecho que se relaciona con la política de
España en sus posesiones ultramarinas. En el navío que desde las aguas
de México mandó a España Hernán Cortés venían, como representantes
del citado caudillo, los capitanes Alonso Hernández Portocarrero y
Francisco de Montejo, quienes llegaron a Sevilla por octubre de 1519.
Hallábase a la sazón en la ciudad andaluza el capellán Benito Martín,
amigo y representante de Diego Velázquez; Martín se querelló ante
los ministros de la Casa de la Contratación de Sevilla del futuro
conquistador de México y de los que venían en su nombre. Mal vieron el
asunto los citados capitanes cuando se encaminaron a Medellín con ánimo
de visitar a Martín Cortés, padre del héroe.

Portocarrero, Montejo y Martín Cortés, acompañados de Alaminos, piloto
del barco que desde Veracruz había llegado a Sevilla, tuvieron la dicha
de hablar al Emperador en Tordesillas (Valladolid), adonde estaba para
despedirse de su madre y emprender en seguida, al mismo tiempo que se
organizaba la guerra de las Comunidades, la jornada a Alemania y ceñir
en sus sienes la corona del imperio.

Camino de Alemania D. Carlos, ni el gobernador Adriano, ni el
presidente del Consejo de Indias D. Juan Rodríguez de Fonseca,
obispo de Burgos, se mostraron benévolos con los citados comisarios,
los cuales más de dos años estuvieron en la corte «siguiendo los
Tribunales, como pretendientes desvalidos.»

Explícase la influencia poderosa de Diego Velázquez, del siguiente
modo: «Este Diego Velázquez, teniendo la dicha gobernación (de la isla
de Cuba) se hizo rico, e habiéndose muerto su mujer, procuró amistad
con D. Juan de Fonseca, obispo de Burgos, que a la sazón era presidente
en el Consejo de Indias, e sañaló a algunos de los del consejo del
rey pueblos de indios en la dicha isla, para los aprovechar. El dicho
obispo pretendía casalle con una parienta suya, e así estaba hablado e
concertado, e desta manera el dicho Diego Velázquez se creia que en el
consejo del rey tener mucho favor...»[38].

       [38] Andrés de Tapia. Ibidem, pág. 564.

Prosiguiendo el hilo de la conquista de México, comenzaremos
consignando que cuando Hernán Cortés se convenció que nada tenía que
temer de los valerosos hijos de la provincia en que residía, mandó
alzar el real y se dirigió a la ciudad de Tlascala; en ella hizo su
entrada el 23 de septiembre de 1519. Aposentóse en un adoratorio o
lugar donde había diferentes ídolos.

Grande era el empeño de Cortés de acabar con la idolatría. Si los
tlascaltecas se allanaron desde luego a ser vasallos de Carlos V,
negáronse a abandonar sus dioses. Cuando se proponía derribar los
ídolos, como en otro tiempo había hecho en Zempoala, el P. Fray
Bartolomé de Olmedo, más prudente o menos fanático, hubo de decir que
se compadecían mal la violencia y el Evangelio.

A los veinte días de su permanencia en Tlascala, en cuyo tiempo hubo
de despachar a los embajadores mejicanos, retenidos en su campamento
para que se convencieran del poder de los españoles, tomó el camino
de Cholula[39]. Antes dió permiso a Diego de Ordaz para que con dos
soldados de su compañía y algunos indios principales se dirigiera a la
cumbre de una sierra para observar de cerca el volcán de Popocatepec.

       [39] Chitrula escribe Tapia.

Los tlascaltecas, como antes los zampoales, le rogaron que no penetrase
en la provincia de Cholula. Por el contrario, nuevos embajadores de
Moctezuma, le dieron a entender que ya tenía prevenido alojamiento en
la citada ciudad. Cumplióse al pie de la letra el refrán que dice _Del
enemigo el consejo_. Cortés, para que no se dijese que recelaba del
Emperador, se dirigió a Cholula, _ciudad de tan hermosa vista, que la
comparaban a nuestra Valladolid_, según Solís[40], y penetró en ella
con gran regocijo de sus habitantes.

       [40] Ob. cit., lib. III, cap. VI, pág. 197.

Mensajeros de Moctezuma anunciaban a los españoles que no debían seguir
adelante porque no tendrían alimentos para comer; otras veces decían
que no había caminos para llegar a México, añadiendo también que el
Emperador soltaría gran número de leones, tigres y otras fieras que
despedazarían y se comerían a los españoles. Como Cortés no hacía caso
de tales amenazas, se prepararon los indios a realizar mayores empresas.

Terrible conjuración, dispuesta según todas las señales por Moctezuma,
fué descubierta y denunciada por Marina. Cortés, dejándose llevar de su
natural fiero, mató, incendió y entró a saco en las casas principales.
Murieron entre naturales y mejicanos--según Solís--más de 6.000
hombres[41]. Antes de salir de Cholula, Cortés pudo escribir a Carlos
V lo siguiente: «Después de este trance pasado, todos han sido y son
muy ciertos vasallos de V. M. y muy obedientes a lo que yo en su real
nombre les he requerido y dicho, y creo lo serán de aquí en adelante.»

       [41] Ibidem, lib. III, cap. VII, pág. 204. Parécenos excesivo
       el número.

Todo dispuesto para emprender la marcha, llegaron nuevos embajadores
de Moctezuma y se presentaron al caudillo español, a quien dieron las
gracias--pues estos eran los deseos del Emperador--por haber castigado
con severidad a los sediciosos de Cholula, ofreciéndole, como siempre,
ricos presentes.

Salió al fin nuestro ejército, y penetrando en la provincia de
Guajocingo, después de atravesar la sierra, llegó a la llanura y se
alojó en pequeño lugar de la provincia de Chalco, donde acudieron
varios caciques y--según Solís--todos ellos se quejaron de las
crueldades y tiranías de Moctezuma[42]. ¡Desgraciado Emperador que
era aborrecido de todos los caciques que Cortés encontró en su
camino! Continuó su marcha, llegando a una inmensa laguna en cuyas
inmediaciones se veían espesas alamedas y artísticos jardines. Cuatro
caballeros mejicanos llegaron al cuartel de los nuestros para notificar
a Cortés que Cacumatzín, señor de Tezcuco y sobrino de Moctezuma,
venía de parte de su tío a visitarle. En efecto, se presentó con otros
nobles de su señorío y dió la bienvenida al jefe español. Después que
tuvo la dicha de acompañar a los españoles á la capital de su Estado,
se dirigió presuroso a dar cuenta al Emperador de su embajada. Entre
tanto Hernán Cortés, siguiendo la calzada oriental de México, pasó
la noche en un lugar situado sobre la misma calzada, que se llamaba
Quitlabaca. «Registrábase desde allí--escribe Solís--mucha parte de la
laguna, en cuyo espacio se descubrían varias poblaciones y calzadas que
la interrumpían y la hermoseaban; torres y capiteles que, al parecer,
andaban sobre las aguas; árboles y jardines fuera de su elemento, y una
inmensidad de indios que, navegando en sus canoas procuraban acercarse
á ver los españoles, siendo mayor la muchedumbre que se dejaba reparar
en los terrados y azoteas más distantes»[43]. También--y nadie debe
extrañarse de ello--el cacique de Quitlabaca manifestó a Cortés el poco
afecto que tenía a Moctezuma y el deseo de sacudir el yugo intolerable
del gobierno imperial.

       [42] Ob. cit., libro III, cap. IX, pág. 213.

       [43] Ob. cit., libro III. cap. IX, pág. 216.

Al día siguiente, poco después de amanecer, se puso la gente en
marcha sobre la misma calzada, llegando a la grande y hermosa ciudad
de Iztacpalapa y siendo recibida por el cacique de dicha población,
acompañado de los príncipes de Magicalzingo y Cuyoacán; los tres traían
sus correspondientes regalos. El ejército, que a la sazón contaba con
unos 450 españoles y 6.000 indios (tlascaltecas, zempoales, etc.), hizo
su entrada en Iztacpalapa. Causó a los españoles no poca admiración el
palacio y una extensa huerta con un gran estanque del cacique. Solís
confiesa que en dicho lugar se alababa el gobierno de Moctezuma, tal
vez--añade--porque los de aquella región eran parientes del cacique o
porque estaban más cerca del tirano.

Faltaban dos leguas para llegar a México. Emprendióse muy de mañana el
viaje, y dejando a un lado la ciudad de Magicalzingo y en la ribera la
de Cuyoacán, sin contar otras grandes poblaciones que se descubrían en
la laguna, dió vista a la hermosísima ciudad de México.

Numerosas comitivas salieron a recibirle, y en medio de la principal
venía Moctezuma en unas andas de oro bruñido llevadas en hombros de
señores del imperio; delante de él iban tres magistrados con varas de
oro en las manos, que levantaban en alto para que todos se humillasen;
detrás seguían el paso de las andas cuatro personajes, que le llevaban
debajo de un palio, hecho de plumas verdes entretejidas y que formaban
tela, con algunos adornos de plata. Arrojóse Cortés del caballo, al
mismo tiempo que Moctezuma se apeó de sus andas. Frisaba Moctezuma
en unos cuarenta años, de pequeña estatura, más delgado que robusto,
aguileño el rostro y menos obscuro que el natural de aquellos indios,
el cabello largo, los ojos vivos y el semblante magestuoso. Consistía
su traje en un largo manto de finísima tela de algodón, sembrado de
joyas de oro, perlas y piedras preciosas; su corona era de oro en forma
de mitra y sus sandalias consistían en unas suelas de oro macizo, cuyas
correas, tachonadas de lo mismo, ceñían el pie y abrazaban parte de la
pierna.

Cuando Cortés estuvo cerca de Moctezuma, se quitó una cadena de
vidrio, compuesta vistosamente de varias piedras, que imitaban los
diamantes y las esmeraldas y se la echó sobre los hombros al Emperador.
Correspondió Moctezuma del mismo modo, pues hizo traer un collar de
conchas carmesíes, engarzadas con tal arte, que de cada una de ellas
pendían cuatro cangrejos de oro, imitados perfectamente del natural, y
con sus manos se lo puso a Cortés en el cuello.

Entró el ejército español en México el 8 de noviembre de 1519 y fué
alojado en un grandioso palacio. En la primera visita que Moctezuma
hizo al capitán español, le obsequió con diferentes piezas de oro,
ropas de algodón y alguna cantidad de plumas. Devolvió al día siguiente
Cortés la visita, llevando consigo a los capitanes Pedro de Alvarado,
Gonzalo de Sandoval, Juan Velázquez de León y Diego de Ordaz, con
unos pocos soldados, entre los cuales se encontraba Bernal Díaz del
Castillo, _que ya trataba de observar para escribir_. Entrábase en el
palacio de Moctezuma por treinta puertas que daban a diferentes calles.
La fachada principal, hecha de jaspes negros, rojos y blancos, daba a
espaciosa plaza; sobre la portada había un escudo con las armas de los
Moctezumas. Pasados tres patios se llegaba al cuarto donde residía el
Emperador. Los pavimentos se cubrían con esteras de diferentes labores;
las paredes con telas de algodón y con plumas, y los techos estaban
formados de madera de ciprés, cedro, etc. Moctezuma recibió a los
jefes del ejército español con señaladas muestras de cariño. Empeño
tuvieron Cortés y el P. Olmedo en traer al Emperador a la religión
verdadera, contestando siempre el soberano indio que sus dioses eran
buenos en aquella tierra como el de los cristianos era bueno en su
país. En una visita que los españoles, estando presente Moctezuma,
hicieron a un templo, Cortés se atrevió a decir que aquellos dioses
eran imágenes del demonio; palabras imprudentes que disgustaron a los
indios, muy especialmente a los sacerdotes. Por consejo del P. Olmedo y
del licenciado Juan Díaz resolvió Cortés no hablar por entonces más de
religión, logrando--y esto es una prueba de tolerancia y aun de bondad
que no tenían los nuestros--que Moctezuma dispusiera que a su costa se
levantase por sus alarifes una iglesia católica. El mismo Emperador con
los príncipes y ministros asistió alguna vez a las funciones religiosas
que celebraban los españoles.

Llegados a este punto, bien será decir que la ciudad de México,
llamada antiguamente _Tenuchtitlán_, se hallaba, cuando los españoles
penetraron en ella, dividida en dos barrios: el uno tenía el nombre
de _Tlatehullo_, habitado por gente popular o del pueblo; el otro,
denominado _México_, residencia de la corte y de la nobleza. Población
tan importante estaba situada en una llanura, rodeada de altísimas
montañas, de las cuales bajaban ríos al valle, donde se formaban
diferentes lagunas, y en lo más profundo los dos lagos mayores,
divididos por un dique de piedra. Este pequeño mar vendría a tener
30 leguas de circunferencia. El asiento de la ciudad estaba casi en
el medio del lago más pequeño. El clima era benigno y saludable. La
población se comunicaba con la tierra por sus calzadas o diques, y
las calles estaban bien niveladas y eran espaciosas; por los lados
o aceras pasaba la gente y por enmedio las canoas. Los Templos o
Adoratorios se elevaban sobre los demás edificios, hallándose el mayor
de aquéllos dedicado al Dios _Virtcilipuztli_ (Dios de la guerra). La
plaza tenía cuatro puertas, una en cada uno de sus cuatro lienzos, y
encima de ellas una estatua de piedra. En el centro de la plaza se
levantaba especie de pirámide bastante gruesa y alta; en la parte
superior se verificaban los sacrificios humanos. Además del palacio,
tenía Moctezuma algunas casas de recreo, siendo las principales la de
las Aves de rapiña, la de las Aves que se distinguían por la pluma o
por el canto, la Fábrica de armas, el Depósito de armas y la Casa de la
tristeza. Había diferentes tribunales: Tribunal de Hacienda, Tribunal
de Justicia, Consejo de Guerra y Consejo de Estado; este último era el
principal de todos.

Pronto iba a comenzar la guerra entre Moctezuma y los españoles.
Mientras que el Emperador se desvivía por obsequiar a Cortés; mientras
que los nobles, a imitación de su Príncipe, deseaban mostrarse, más que
obsequiosos, obedientes; y mientras que el pueblo doblaba las rodillas
ante el español más humilde, llegaron dos soldados tlascaltecas con
una carta de la Vera Cruz. Decíase en ella que el general mejicano
Quelpopoca, con objeto de cobrar los impuestos para el emperador
Moctezuma, había invadido las tierras de los indios confederados;
Juan de Escalante, nuestro gobernador de Vera Cruz, se creyó en el
deber de salir a la defensa de los indios rebeldes, castigando, por
consiguiente, al citado General. Cerca de un lugar pequeño, que se
llamó después Almería, diéronse vista los dos ejércitos. Los españoles
compraron cara la victoria, porque Juan de Escalante quedó herido
mortalmente, con otros siete soldados; de los últimos se llevaron los
indios a Juan de Argüello, cuya cabeza fué paseada triunfalmente por
los pueblos, llegándose a decir que se mandó como rico presente a
Moctezuma.

Sea de ello lo que quiera--pero creyendo siempre en el natural
bondadoso de Moctezuma--decidióse el capitán español a tomar resolución
tan enérgica como audaz, cual fué apoderarse del Emperador y llevarle
a su campamento. Acompañado de Pedro de Alvarado, Gonzalo de Sandoval,
Juan Velázquez de León, Francisco de Lugo y Alfonso Dávila, y seguido
de treinta soldados de su satisfacción, llegó a palacio, conversó
con Moctezuma, a quien engañó al fin--influyendo en ello el talento
y discreción de Doña Marina--para que marchase al cuartel de los
españoles. También se pudo lograr, sin gran esfuerzo, que Moctezuma
impusiera pena de la vida a los que tomasen las armas para sacarle del
poder de los españoles. Del mismo modo ordenó el Emperador la prisión
de Quelpopoca.

Moctezuma fué trasladado a la morada de Hernán Cortés. Cometió tan
grande desacato el capitán español, pretextando--pretexto fútil por
cierto--de que el Emperador había sido cómplice de Quelpopoca. Confióse
la guarda del Emperador a Juan Velázquez de León. Posteriormente entró
en México el general Quelpopoca con su hijo y otros, quienes para
escapar de la muerte hubieron de confesar--según dijeron luego los
españoles--que habían dado muerte a los dos castellanos por orden de
Moctezuma. Llevados Quelpopoca y los suyos a una de las plazas de la
ciudad, fueron arrojados a la hoguera.

Llegó el turno a Moctezuma. Hernán Cortés mandó ponerle grillos.
Cuando Moctezuma se vió en aquel estado, mostró grandísima tristeza:
sus deudos y los señores del imperio, «estando--dice Herrera--como
atónitos, lloraban»[44]. Creyendo Cortés que había conseguido lo
que deseaba, sin temor alguno ni a propios ni a extraños, fingiendo
una compasión y un amor que no sentía, dispuso quitar los grillos al
Emperador mejicano, o (como escriben algunos cronistas) se puso de
rodillas para quitárselos él mismo por sus manos. Acerca del juicio
que tales hechos merecen al historiador, diremos con Solís: «Dejémonos
cegar de su razón, ó no la traigamos al juicio de la Historia,
contentándonos con referir el hecho como pasó, y que una vez ejecutado,
fué de gran consecuencia para dar seguridad á los españoles de la Vera
Cruz, y reprimir, por entonces, los principios de rumor, que andaban
entre los nobles de la ciudad»[45].

       [44] _Década II_, lib. VIII, cap. IX.

       [45] Ob. cit., lib. III, cap XX, pág. 278.

Prisionero Moctezuma; nombrado gobernador de Vera Cruz, por muerte
de Juan de Escalante, el capitán Gonzalo de Sandoval; declarado el
Emperador azteca feudatario del rey de España; dueños los españoles
de los impuestos del imperio, y en manos de Cortés el absoluto poder,
parecía haberse concluído la conquista. Sólo en asuntos religiosos
estaban decididos a no ceder Moctezuma ni los suyos. Sin embargo,
Cortés, con una tenacidad como no hay ejemplo, se dispuso a acabar
con la idolatría de los mejicanos. Penetró en un Adoratorio, y al
contemplar tantos ídolos, exclamó: «¡Oh Dios! ¿por qué consientes que
tan grandemente el Diablo sea honrado en esta tierra?» Mandó llamar
a los intérpretes, y ante ellos y ante otros muchos que acudieron,
dijo lo siguiente: «Dios que hizo el cielo y la tierra os hizo á
vosotros y á nosotros é á todos, é cría lo con que nos mantenemos, é
si fuéremos buenos nos llevará al cielo, é si no, iremos al infierno,
como más largamente os diré cuando más nos entendamos; é yo quiero que
aquí donde teneis estos ídolos, esté la imagen de Dios y de su Madre
bendita, é traed agua para lavar estas paredes, é quitaremos de aquí
todo esto.» Ellos se reían; pero Cortés, dirigiéndose a los sacerdotes
indios, añadió: «Mucho me holgaré yo de pelear por mi Dios contra
vuestros dioses, que son nonada»; y tomando una barra de hierro que
estaba allí, comenzó a dar golpes a un ídolo. Cuando Moctezuma tuvo
noticia del hecho, le mandó un enviado para que no hiciese mal a los
ídolos. Presentóse luego el Emperador y pidió los ídolos, con el objeto
de llevarlos a otra parte. Accedió Cortés, si bien dispuso que se
levantasen dos altares, colocando en uno la imagen de Nuestra Señora,
y en otro la de San Cristóbal. Al poco tiempo llegaron algunos indios
trayendo varias manadas de maíz verde y muy lacias, diciendo: «Pues que
nos quitastes nuestros dioses, á quien rogábamos por agua, haced al
vuestro que nos la dé, porque se pierde lo sembrado.» Ordenó Cortés que
los cristianos pidiesen a su Dios que lloviese, y en efecto, con gran
sorpresa de los indios, los campos se regaron completamente.

Apartando por un momento la vista de los sucesos ocurridos en México,
veamos lo que se trataba contra el valeroso Hernán Cortés. Enterado
Velázquez de los tratos que traían en la corte Alonso Hernández
Portocarrero y Francisco de Montejo, comisarios de Hernán Cortés,
y habiendo recibido las cartas de su capellán Benito Martín, con
nombramiento de Adelantado, no sólo de aquella Isla, sino de las
tierras que se descubriesen y conquistasen por su inteligencia,
reunió fuerte ejército (800 infantes, 80 caballos y 10 ó 12 piezas de
artillería) mandado por el valisoletano Pámfilo de Narváez; diez y ocho
navíos condujeron al ejército citado al puerto de San Juan de Ulúa. El
clérigo Juan Ruiz de Guevara, con un escribano real y tres soldados, en
nombre de Narváez, se dirigió a conferenciar con el gobernador Gonzalo
de Sandoval. De la conferencia salió el rompimiento entre ambas partes,
llegando al extremo Sandoval de reducir a prisión al sacerdote, a
quien, en unión de sus tres compañeros, resolvió enviar a México para
que Cortés tomase la determinación que creyera conveniente. En efecto,
llegaron a México y Cortés salió á recibirlos con más que ordinario
acompañamiento, les agasajó y les hizo algunos regalos, despachándolos
a los cuatro días para que volviesen al lado de Narváez. Como esto
pudiera no darle resultado y pensando siempre en hacer la paz con
Narváez, mandó como mensajero a Fray Bartolomé de Olmedo, sacerdote que
gozaba con justicia de mucho prestigio.

Como era de esperar, Pámfilo de Narváez, que tenía su cuartel
establecido en Zempoala, recibió primero al licenciado Guevara, el
cual, como se inclinase a la paz, fué arrojado de su presencia con
desabrimiento. Llegó su turno al P. Olmedo, quien nada pudo conseguir
del duro corazón de Narváez.

Cuando Cortés tuvo noticia de todo por el P. Olmedo, se decidió a
vencer o morir. No le quedaba otro camino. Dejó en México hasta 80
españoles a cargo de Pedro de Alvarado, y mandó un correo a Vera
Cruz, ordenando a Gonzalo de Sandoval que saliese a recibirle a sitio
determinado. Despidióse de Moctezuma. Ofrecióle el Emperador no
desamparar a los españoles que quedaban con Alvarado, ni hacer mudanza
en su habitación durante su ausencia. Ambas cosas cumplió fielmente el
bueno e inocente Moctezuma. Cortés pasó por Cholula, llegó a Tlascala
y recibió en Matalequita a Gonzalo de Sandoval con la gente de su
cargo. Siempre deseando la paz, despachó segunda vez al P. Olmedo, que
pronto hubo de avisarle del poco efecto que producían sus diligencias.
Deseando hacer algo más por la razón, o ganar algún tiempo, determinó
enviar al capitán Juan Velázquez de León, que tampoco pudo traer al
buen camino a Narváez. Entonces, cuando se convenció que no había
esperanza alguna de concordia, movió su ejército y asentó su cuartel
a una legua de Zempoala y en las riberas del río Canoas, llamado
también Chachalaca. Dividió su fuerza en tres pequeños escuadrones, uno
al mando de Gonzalo de Sandoval con la orden de caer sobre Narváez;
otro dirigido por Cristóbal de Olid para apoyar a Sandoval; y el
tercero, bajo su propia autoridad, que acudiría donde su presencia
fuera necesaria. Pasó el citado río y entró en Zempoala atacando
valerosamente a su enemigo. Narváez fué vencido y hecho prisionero.
Cuando Cortés visitó a Narváez (si damos crédito a Solís) el prisionero
le dijo: «Tened en mucho, señor capitán, la dicha que habéis conseguido
en hacerme vuestro prisionero.» «De todo, amigo--respondió el
vencedor--se deben las gracias a Dios; pero sin género de vanidad os
puedo asegurar que pongo esta victoria y vuestra prisión entre las
cosas menores que se han obrado en esta tierra.»

Sometidas las tropas de Narváez y habiendo recibido malas nuevas de
México, al frente de 1.000 soldados de infantería y 100 de caballería,
se encaminó a la corte con ánimo de salvar a Alvarado y castigar a los
revoltosos mejicanos. Llegó a México, día de San Juan, siendo recibido
por Moctezuma con afectos de copiosa alegría, «que tocó en exceso y
se llevó tras sí la Magestad.» Correspondió Cortés con desabrimiento
y aspereza a tales manifestaciones de cariño. Los motivos que tuvo
el general español para mostrarse enojado con el emperador azteca,
fueron los siguientes. Parece ser que Pedro de Alvarado, durante la
ausencia de su jefe, creyó o aparentó creer en una conjuración de los
mejicanos contra los españoles, y para castigarla, cuando se hallaban
celebrando una fiesta en el Adoratorio principal, se puso al frente de
cincuenta de los suyos y cayó sobre los indios, a quien atropelló con
poca o ninguna resistencia, hiriendo y matando a los que no pudieron
huir o tardaron más en arrojarse por las ventanas del templo. No huelga
decir que los españoles despojaron de sus joyas a los heridos y a los
muertos. El pueblo mejicano vió el estrago de los suyos y el despojo de
las joyas, irritándose, al extremo de tomar las armas y lanzarse á la
pelea.

Presentóse Cortés durante la insurrección, que ya llevaba algunos
días, y encargó a Diego de Ordaz el castigo de los rebeldes. Portóse
muy bien Ordaz; pero los enemigos, cada vez más valerosos, pusieron en
cuidado a Cortés, quien dividió sus fuerzas en tres escuadrones y peleó
como un león, hasta que huyeron por entonces para volver a la carga al
día siguiente. No atendidas las proposiciones de paz hechas por el
capitán español, volvióse al combate con más furia. Aunque la victoria
acompañaba siempre a los nuestros, no por eso dejaban de hacer mella
las pérdidas sufridas. Fueron éstas las siguientes: 40 muertos, la
mayor parte tlascaltecas; considerable número de heridos y maltratados,
contándose entre ellos más de 50 españoles.

Tampoco era tranquilizadora la conducta de Moctezuma. Dícese--y
queremos ser parcos en el relato--que Cortés, cuando la lucha estaba
más empeñada, rogó a Moctezuma que, adornado de las vestiduras reales,
para atajar tanta sangre, aconsejara la paz a los suyos. Accedió el
Emperador, subió al terrado, arengó a los sediciosos, no fué atendido,
y una piedra lanzada por sus mismos súbditos--según cuentan nuestros
historiadores--le dió en la sien y le derribó en tierra, sucumbiendo
poco después. Era el 30 de junio de 1520. En sus últimos momentos,
lo mismo Cortés que el P. Olmedo le rogaban que se volviese a Dios y
asegurase la Eternidad recibiendo el Bautismo. «Sintió Cortés esta
desgracia tan vivamente, que llegó a tocar su dolor en congoja y
desconsuelo»[46]. Dice Herrera que Moctezuma se dirigió a sus vasallos
mandándoles que no continuasen la batalla. Alguno de los suyos hubo de
contestar al Emperador: _calla_, _bellaco_, _afeminado_, _nacido para
tejer é hilar_; _esos perros te tienen preso_; _eres una gallina_.
«Quiso la desgracia que le acertó una piedra en las sienes: bajó a su
aposentó, echóse en la cama, y estuvo tan avergonzado y corrido, que
aunque la herida no era mortal, por el sentimiento, y por no querer
comer ni ser curado, en cuatro días se murió». Más adelante añade el
mismo cronista: «Jamás consintió paño ni cosa sobre la herida: y si
se los ponían, muy enojado se los quitaba, deseándose la muerte»[47].
Dijeron algunos cronistas que la flecha o piedra que hirió gravemente
a Moctezuma fué arrojada por su primo Cuauhtémoc o Guatimozín. Reinó
diez y siete años. «No faltaron plumas, añade el historiador Solís,
que atribuyesen a Cortés la muerte de Moctezuma, o lo intentasen
por lo menos, afirmando que le hizo matar para desembarazarse de
su persona»[48]. Considera Solís semejante afirmación como una
calumnia[49].

       [46] Solís, ob. cit., lib. IV, cap. XV, pág. 367.

       [47] Herrera, _Década II_, lib. X, cap. X. Debió ser enterrado
       en el monte de Chapultepeque.

       [48] Ob. cit., lib. IV, cap. XV, pág. 369.

       [49] Dos hijos que le asistieron en sus últimos momentos
       fueron muertos por los mejicanos; dos o tres hijas se casaron
       con españoles y se convirtieron al catolicismo. El principal
       de los hijos se redujo también a la religión católica y tomó
       el nombre de Pedro en el bautismo. Era hijo de una de las
       reinas, natural de la provincia de Tula, la cual, a imitación
       de don Pedro, se bautizó y se llamó desde entonces doña María
       de Niagua Suchil.--Solís, Ob. cit., lib. IV, cap. XV, pág. 371.

Fué elegido emperador Quetlavaca, rey de Iztapalapa y segundo elector
del imperio[50]. Quetlavaca era digno sucesor de Moctezuma. Renovóse
la guerra con verdadero furor en toda la ciudad, especialmente en el
gran Adoratorio, ocupado por los mejicanos. Comprendiendo Hernán Cortés
que su situación era muy difícil y cada vez más peligrosa, ordenó
que inmediatamente se reuniesen sus capitanes y les consultó lo que
en semejante apuro debía hacerse, decidiéndose, por último, salir de
México aquella misma noche (1.º julio 1520). Formó su vanguardia con
200 soldados españoles, buen número de tlascaltecas y 20 caballos, bajo
el mando de Gonzalo de Sandoval, asistido por Acevedo, Ordaz y otros;
el centro, parte de la artillería, los hijos de Moctezuma y varios
prisioneros de importancia, con el tesoro real; y la retaguardia con
el grueso de la fuerza y el resto de la artillería a las órdenes de
Pedro de Alvarado, Vázquez de León y otros. Cortés se reservó unos 100
soldados escogidos y los capitanes Alonso Dávila, Cristóbal de Olid y
Bernardino Vázquez de Tapia.

       [50] Otros le llamaban Cuitlahuactzin.

Molestados por menuda lluvia, los españoles abandonaron sus cuarteles
y cruzaron la silenciosa ciudad. Llegaron a la calzada de Tlacopan, y
habiendo encontrado a su entrada una cortadura, arrojaron sobre ella
el único puente volante que habían tenido tiempo de construir. Tanto
penetró el puente en las piedras, a causa del peso de la artillería
y caballería, que ya fué imposible mudarlo a las demás cortaduras.
Tampoco por el pronto hubieran pensado en ello, pues los españoles y
tlascaltecas se vieron atacados por todas partes. La laguna estaba
cubierta de millares de canoas, y desde ellas lanzaban los mejicanos
espesas granizadas de flechas y dardos sobre sus enemigos. Una segunda
cortadura vino a detener la marcha de la columna, que pasó al fin
por un vado o a nado, según unos historiadores, o por una viga de
bastante latitud, que dejaron de romper los indios, según otros. Una
tercera y última cortadura, más larga que las anteriores, aunque menos
profunda, también pudieron salvar, no sin sangrientos combates. Llegó
el ejército a tierra con la primera luz del día e hizo alto en Tacuba.
Murieron casi 200 españoles, más de 1.000 tlascaltecas, los prisioneros
mejicanos que llevaban y 46 caballos. Dióse con razón el nombre de
_Noche Triste_ a la citada de 1.º de julio de 1520.

Encaminóse Cortés, primero, hacia el Norte, pasando por Cuantillón
y Tepotzolán, y luego, dirigiéndose al Este, por entre la laguna de
Tzonpango y el lago de Xaliotán, a Teotihuacán en los llanos de Apán,
siempre por caminos ásperos y estériles, luchando con los habitantes
del país; al séptimo día de marcha, encontró las montañas que dominan
el valle de _Otumba_. Cuarenta mil guerreros--si damos crédito a las
crónicas--esperaban a los españoles en el citado valle. Arremetió
contra ellos Cortés, encontrando una resistencia como no podía
esperar; pero no había más remedio que la victoria o la muerte. Estaba
el general mejicano sobre ricas andas y con el estandarte real al lado.
Nuestro caudillo, volviéndose a los suyos, ayudado de los capitanes
Gonzalo de Sandoval, Pedro de Alvarado, Cristóbal de Olid y Alonso
Dávila, se dirigió a ganar aquella insignia, que cayó bajo su poder,
y muerto a sus pies, atravesado de un lanzazo, el citado jefe de los
indios. Diéronse entonces a la fuga. Cortés se coronó de gloria en la
batalla de Otumba (8 julio 1520). Al día siguiente entró en Tlascala
con grande alegría de su ejército y más todavía de los tlascaltecas.
Cuando se hallaron los heridos, entre ellos el mismo Cortés, en buena
disposición, y cuando el ejército obtuvo refuerzos de Vera Cruz y del
Senado de Tlascala, la provincia de Tepeaca debía sufrir severo castigo
porque en ella fueron asesinados algunos soldados españoles.

Habiendo muerto de viruela el emperador Cuitlahuactzin, fué elegido
sucesor Cuauhtémoc, joven belicoso y de grandes arrestos[51]. La
guerra iba a continuar con más fuerza. Envió el nuevo Emperador una
embajada al Senado de Tlascala ofreciendo de su parte paz y alianza
perpetua entre los dos pueblos, libertad de comercio y comunicación
de intereses, con la sola condición de que tomase la República las
armas contra los españoles. La respuesta fué negativa, a disgusto por
cierto de Xicotencal el _Mozo_, quien, sin embargo de su enemiga a
los españoles, hubo de callar, ya porque temió la indignación de sus
compañeros, ya porque le detuvo el respeto a su padre.

       [51] Otros le llaman Guatimocin.

No dejó de poner en cuidado a Cortés la actitud de algunos de sus
soldados, procedentes del ejército de Narváez, los cuales deseaban
retirarse a Vera Cruz, para solicitar desde allí recursos de Santo
Domingo y Jamaica. Muchos deseaban aproximarse a la costa, tal vez con
la idea de abandonar a México. Recordaban seguramente las granjerías
que dejaron en la isla de Cuba.

Aunque la situación de Hernán Cortés era poco halagüeña, decidido
a llevar adelante su empresa, penetró en territorio tepaocano por
Teompantzinco, Zacatepec y Guecholac. En Acatzinco atacó y venció al
enemigo, logrando después derrotarle completamente, hasta el punto que
los españoles pudieron entrar en Tepeaca. En seguida mandó expediciones
contra algunos pueblos que se mantenían fuera de su obediencia, siendo
los principales Tecamachalco, Cuauhtichán y Tepexic. Habiendo sometido
toda la provincia, no pocos caciques de las cercanías llegaron al
cuartel general de Cortés, establecido en Tepeaca, alistándose bajo sus
banderas.

No fuera aventurado el indicar que de todos sus cuidados, el mayor
sin duda alguna, estaba en México. Cuauhtémoc ganó el corazón del
pueblo mejicano y se dispuso con verdadero entusiasmo a luchar por
la independencia y la libertad. El joven Emperador, pariente y
yerno de Moctezuma, merecía ocupar el trono de sus antepasados. A
los caciques de las fronteras les exhortó a la fidelidad y procuró
atraérselos con ofertas y dádivas. Poniendo manos a la obra el
Emperador, mandó un ejército a pelear con los españoles. Cortés lo
destruyó en _Guacachula_, mas no convenía dormirse en los laureles,
y comprendiéndolo así el general español, se decidió a emprender la
vuelta a México, recordando, sin duda, la Noche Triste y la batalla de
Otumba. Por entonces llegó un bajel a San Juan de Ulúa con 13 soldados
españoles mandados por Pedro de Barba; traía también dos caballos,
algunos bastimentos y municiones. Dicha fuerza, que por orden de Diego
Velázquez venía a ponerse al servicio de Narváez--pues ignoraba el
gobernador de Cuba los sucesos de México--pasó a aumentar el ejército
de Cortés. Lo mismo sucedió con otro bajel que llegó a la costa con
nuevo socorro, dirigido al citado Narváez; conducía ocho soldados a
cargo del capitán Rodrigo Morejón de Lobera, una yegua y buena cantidad
de armas y municiones.

Ya decidido Cortés a reconquistar la ciudad de México, comprendió que
necesitaba 12 o 13 bergantines que pudieran resistir a las canoas de
los indios y transportar su ejército a la ciudad. Sabía por experiencia
el mal resultado de los pontones levadizos. Se comenzó a cortar madera
y ordenó que se trajesen de Vera Cruz la clavazón, jarcias y demás
adherentes de los bajeles que él hizo echar a pique cuando formó la
resolución de conquistar la citada ciudad.

Nuevos e importantes auxilios recibió Cortés por entonces. Francisco de
Garay, que intentaba introducirse en el corazón del imperio mejicano
por la parte de Pánuco, tuvo que desistir de su empresa; luego la
armada del mencionado Garay, después de andar perdida algunos días por
el mar, llegó a la costa de Vera Cruz, donde la gente pasó al servicio
de Cortés. Arribó primero un navío con 60 soldados, que mandaba el
capitán Camargo; en seguida otro con más de 50, a cargo del capitán
Miguel Díaz de Auz, y, por último, un tercero con más de 40 soldados y
cuyo capitán se llamaba Ramírez. Habiendo aumentado el número de los
españoles, pudo ya Cortés--dada la insistencia de los soldados que
vinieron con Narváez, cada vez más deseosos de volver a Cuba--publicar
en el Cuerpo de Guardia y en los alojamientos lo siguiente: _que todos
los que se quisiesen retirar desde luego a sus casas, lo podrían
ejecutar libremente y se les daría embarcación con todo lo necesario
para el viaje_. No todos, aunque sí la mayor parte, usaron del permiso.

[Ilustración:

                      FOTOTIPIA LACOSTE.--MADRID
                         QUAUHTEMOC.]

En tanto que Cortés mandaba a España como comisarios a los capitanes
Alonso de Mendoza y Diego de Ordáz para que diesen noticia al emperador
Carlos del estado de la conquista, y llevando también una carta, en la
cual se resumía lo más substancial de los despachos que remitió el año
antecedente con Fernández Portocarrero y Montejo; en tanto que los dos
ayuntamientos de la Vera Cruz y de Segura de la Frontera escribían sus
correspondientes cartas, representando a Su Majestad lo que importaba
mantener a Cortés al frente de aquel gobierno; en tanto que el valeroso
hijo de Medellín fletaba un bajel para que los capitanes Alonso Dávila
y Francisco Alvarez Chico pasasen a la isla de Santo Domingo y dijeran
a los religiosos de San Jerónimo cuánto importaba enviar sacerdotes
de probada virtud que ayudasen al P. Olmedo en la conversión de los
indios; en tanto que los cuatro procuradores de Cortés (Portocarrero,
Montejo, Ordáz y Mendoza), acompañados y dirigidos por Martín, padre
de nuestro héroe, conseguían audiencia del Cardenal Gobernador
Adriano--pues el Emperador estaba por entonces en Alemania--, en la
que hubieron de representar los motivos que tenían para desconfiar de
la justicia del Obispo de Burgos, presidente del Consejo de Indias,
motivos que fueron atendidos, puesto que consiguieron su recusación;
en tanto que el Emperador, de vuelta de Alemania, nombraba una Junta
compuesta, entre otros, de Mercurino de Gatinara y del Dr. Lorenzo
Galíndez de Carvajal, Comendador Mayor de Castilla, para que estudiase
detenidamente el pleito que tenían el Gobernador de Cuba y el futuro
conquistador de Nueva España, y que se decidió en favor del último; y
en tanto o antes que éstas y otras cosas ocurrían, Cortés, en el mismo
día que se celebraba la fiesta de los Inocentes del año 1520, se puso
a la cabeza de su ejército, compuesto de unos 600 hombres, de ellos 80
arcabuceros y ballesteros y 40 ginetes con 9 cañones y alguna pólvora;
además llevaba numeroso ejército de aliados. Pernoctó nuestro héroe
el primer día en Texmeliuán, el segundo en la sierra de Telapón, y
el tercero descendió a la llanura. Continuó su camino, descubriendo
a largo trecho el ejército enemigo, el cual hubo de retirarse poco a
poco. No quiso seguir el alcance, porque le importaba ocupar lo antes
posible la populosa ciudad de Tezcuco, lugar ventajoso para establecer
allí plaza de armas y necesario para la realización de su empresa.
Penetró en Tezcuco, destituyó del señorío al tirano Cacumazin y nombró
en su lugar a Ixtlixoquedalte, quien, a ruegos de Fr. Bartolomé de
Olmedo, se dejó bautizar, tomando el nombre de D. Hernando Cortés, en
obsequio de su padrino.

De Tezcuco pasó a Iztapalapán, populosa ciudad de 50.000 habitantes,
situada en la misma calzada por donde hicieron su primera entrada los
españoles. Cortés, llevando consigo a los capitanes Pedro de Alvarado y
Cristóbal de Olid, se situó en parte de la ciudad edificada en tierra
firme, teniendo que abandonarla a toda prisa, porque los enemigos,
rompiendo las acequias, consiguieron inundar aquella parte de la
población. Acamparon nuestras tropas en próxima y pequeña montaña,
retirándose a Tezcuco, no sin ser molestadas por los mejicanos.

Chalco, provincia situada en la extremidad oriental del lago de su
nombre, se entregó a Gonzalo de Sandoval, y la provincia de Otumba, ya
famosa en esta crónica, prestó vasallaje a Francisco de Lugo. Otras
provincias pidieron, del mismo modo, protección a los españoles.

Cuando Cortés vió llegar a Tezcuco el maderamen de los bergantines,
tuvo momentos de verdadera alegría. En un grande astillero, que se
formó cerca de los Canales, comenzó la tablazón, herraje y demás
operaciones de la marinería. Sin embargo de la prisa que todos se
daban, dijeron los maestros que se necesitaban más de veinte días
para poder servirse de las embarcaciones. En este tiempo se propuso
reconocer personalmente las poblaciones próximas, observando los sitios
que debía ocupar para impedir los socorros de México y castigando a los
rebeldes del pueblo de Yaltocán y de otras poblaciones.

Llegó por este tiempo a Vera Cruz un navío (lo cual era señal casi
evidente--según Solís--de que corría por cuenta del cielo esta
conquista) dirigido a Hernán Cortés, y en él Julián de Aldrete, natural
de Tordesillas (Valladolid) y algunos religiosos y soldados con un
socorro considerable de armas y pertrechos. Pasó la gente a Tlascala y
luego a Tezcuco.

No cesaba la guerra entre españoles y mejicanos. El odio era mayor cada
día. Cuauhtémoc, a diferencia de sus antepasados, se hallaba decidido
a vengar cara su libertad y la de su pueblo. Verdad es que ya sabía de
lo que eran capaces los españoles. El esforzado Gonzalo de Sandoval
por un lado y el mismo Cortés por otro, pelearon valerosamente. Vióse
este último en gran peligro al tomar la ciudad de Suchimilco (distante
cuatro leguas de México), hasta el punto que cayó del caballo, y cuando
iba a ser presa de los mejicanos, el soldado Cristóbal de Olea, natural
de Medina del Campo, poniéndose a la cabeza de algunos tlascaltecas
dió muerte por sus manos a los que oprimían al héroe, restituyéndole
la libertad. Retiróse a Tezcuco, muy descontento de su jornada a
Suchimilco, habiendo perdido nueve o diez españoles.

Poco después le causó profunda pena la noticia de que un soldado
español llamado Antonio de Villafaña se había puesto al frente de una
conjuración. Dicha conjuración se disponía matar a Cortés y a los
principales jefes, único medio de abandonar la conquista y retirarse
a Cuba. Villafaña fué preso y colgado en una ventana de su mismo
alojamiento.

Otro embarazo, aunque de diferente género, se ofreció en seguida.
Dícese que el general Xicotencal (a cuyo cargo--según Solís--estaban
las primeras tropas que vinieron de Tlascala) se decidió a desamparar
el ejército, sirviéndose de la noche para su retirada; y también se
dice que Cortés mandó a su alcance dos o tres compañías de españoles,
con suficiente número de indios fieles, llevando la orden de que le
prendiesen o le matasen. Ejecutóse lo último y su cadáver apareció
colgado de un árbol[52].

       [52] Ob. cit., lib. V, cap. XIX, págs. 510 y 511.

En la mañana del 28 de abril de 1521 Hernán Cortés formó sus tropas
y pasó revista a su ejército, compuesto de 818 infantes (118 entre
arcabuceros y ballesteros), 87 soldados de caballería, 3 grandes
cañones de hierro y 11 falconetes, con abundantes municiones. El P.
Olmedo bendijo la flotilla y los bergantines resbalaron en el canal,
descendiendo por sus aguas hasta entrar en el lago Tezcuco.



CAPITULO IV

  CONQUISTA DE MÉXICO (CONTINUACIÓN).--CORTÉS, ALVARADO, OLID Y
  SANDOVAL CAEN SOBRE MÉXICO.--LUCHA ENTRE LAS PIRAGUAS MEJICANAS Y
  LOS BERGANTINES ESPAÑOLES.--DESASTRE DE LOS ESPAÑOLES.--VICTORIA
  DE CORTÉS.--CUAUHTÉMOC ES HECHO PRISIONERO.--CAÍDA DE
  MÉXICO.--REPARTICIÓN DEL BOTÍN.--SUPLICIO DEL REY DE TACUBA Y
  DE CUAUHTÉMOC.--CÉDULA DEL 26 DE JUNIO DE 1523.--DÚDASE DE LA
  FIDELIDAD DE CORTÉS.--MUERTE DE CATALINA SUÁREZ.--CORTÉS EN
  ESPAÑA.--SU ENTREVISTA CON EL EMPERADOR.--EL OBISPO ZUMÁRRAGA.--LA
  AUDIENCIA.--LEVANTAMIENTO DE LOS CHICHIMECAS.--CONQUISTA DE
  YUCATÁN.--CORTÉS EN MÉXICO.--RELACIONES ENTRE CORTÉS Y LA
  AUDIENCIA.--FUNDACIÓN DE QUERÉTARO Y DE OTRAS POBLACIONES.--LOS
  REYES Y LA COLONIA MEJICANA.


Dividió Hernán Cortés el ejército en tres columnas: la primera bajo
las órdenes de Pedro de Alvarado, la segunda la dirigiría Cristóbal de
Olid, y al frente de la tercera puso a Gonzalo de Sandoval. Contaba
la primera de 168 infantes, 30 caballos y unos 25.000 tlascaltecas;
la segunda, de 168 infantes, 33 caballos y 25.000 tlascaltecas; y la
tercera de 167 infantes, 24 caballos y 30.000 indios de todos los
contingentes aliados. El se reservó para las primeras operaciones el
mando de los bergantines. Determinó ocupar al mismo tiempo las tres
calzadas de Tamba, Cojohuacán e Iztapalapán, operación que encomendó
respectivamente a Alvarado, Olid y Sandoval. Cortés, con su flotilla,
se dispuso a echar a pique el número considerable de canoas que
aparecía por todas partes en la laguna. Memorable fué el triunfo que
logró nuestra escuadra sobre la mejicana. Las canoas y piraguas que
pudieron salvarse buscaron refugio en los canales de la capital. En
todas partes se peleaba con la misma furia, mostrando su valor y
pericia los citados jefes. Satisfecho Cortés de la parte que tomaron
en la victoria los bergantines, envió cuatro a Alvarado, otros cuatro
a Sandoval y él con los cinco restantes pasó a incorporarse con el
maestre de campo Cristóbal de Olid. Mostrábase cada vez más risueña la
fortuna en nuestro campo, llegando Alvarado, Sandoval, Olid y Cortés a
arruinar los burgos o primeras casas de la ciudad.

La guerra, sin embargo, se iba a recrudecer más. Comprendiendo
los mejicanos que las canoas no podían resistir el empuje de los
bergantines, construyeron piraguas, grandes y fuertes embarcaciones. Se
repitieron los ataques en los días sucesivos. Nuestra artillería dió
al través, tiempo adelante, con las piraguas; pero es de sentir que
los nuestros cayesen en una emboscada que trajo fatales resultados.
En algunas partes de la laguna se hallaban densos y elevados bosques
de cañas, palustres o carrizales, en los cuales se escondieron varias
piraguas. Llevaron del mismo modo cuatro canoas de bastimentos para
que sirviesen de cebo a la emboscada, colocando debajo del agua
gruesas estacas para que chocasen en ellas los bergantines. Dos de
estos, mandados por Pedro Barba y Juan Portillo (de los cuatro que
asistían a Gonzalo de Sandoval) vieron las canoas, se arrojaron con
todo el ímpetu de los remos sobre ellas, quedando al poco tiempo en los
carrizales, sin poder retroceder ni pasar adelante. Entablóse entre las
piraguas y los bergantines lucha desesperada. En ella murió el capitán
Juan Portillo y de resultas de las heridas, tres días después, Pedro
Barba. No lejos del sitio de la desgracia se valieron los españoles
de la misma estratagema y se vengaron con creces de la muerte de los
nuestros, pues rompieron enteramente la escuadra enemiga.

Convocó el Emperador azteca a sus ministros, a sus generales y a sus
sacerdotes y a todos hizo presente el estado miserable de la ciudad,
la gente de guerra que se perdía y el hambre de gran parte del pueblo.
Inclinóse a la paz, como se inclinaron en seguida ministros y cabos;
pero enérgicamente y con tesón se opusieron a ella los sacerdotes.
También los españoles estaban cansados de lucha tan larga.

Cuauhtémoc y Hernán Cortés se decidieron a terminar pronto y con
toda energía la contienda. Alvarado y Sandoval unidos atacarían por
la calzada de Tacuba, apoyados por los bergantines, hasta llegar
al mercado de Tlatelolco que tenían a su frente; Cortés, desde sus
cuarteles de Xoloc se propuso el mismo objetivo y dividió sus fuerzas
en tres trozos: uno, a las órdenes de Alderete; otro, a las de Andrés
Tapia y Jorge Alvarado (hermano de Pedro), y el tercero, a las suyas.
Los pocos obstáculos que las tres columnas encontraron en el avance
hizo sospechar al capitán español que Cuauhtémoc quería atraerlas al
corazón de la ciudad. Si prudentemente se detuvo Cortés, Alderete
cayó en el lazo. Su columna se entregó a la fuga perseguida por los
guerreros aztecas y acobardada por los proyectiles que le arrojaban
desde las azoteas. Cortés, lleno de terror, intentó detener al enemigo.
Cayeron sobre él e hicieron no pocos esfuerzos para arrastrarle a las
canoas. Cuando se puso fuera de combate, a causa de una herida en el
muslo y parecía perdida toda salvación, Cristóbal de Olea se arrojó
como un león a la pelea y también un jefe de Tlascala. Salvóse Cortés;
pero Olea fué herido mortalmente. Quiñones, capitán de su guardia, y
Guzmán, su paje, acudieron también a su auxilio. En el momento que el
citado paje le ayudaba a montar en un caballo, fué cogido aquel infeliz
y arrastrado a las canoas enemigas; Quiñones pudo retirarse con su
jefe, el cual, ganando tierra firme en la plaza frente a la calle de
Tacuba, reunió los restos de la columna de Alderete a la de Tapia y la
suya, marchando, acosado por todas partes, al real de Xoloc. Mandóse
a Andrés Tapia a la calzada de Tacuba para que Alvarado y Sandoval
tuviesen noticia del desastre y ajustaran a él su manera de obrar.
Verificóse la retirada.

No puede negarse que Cuauhtémoc dió prueba de excelente Capitán. Grande
fué el triunfo que consiguió sobre sus enemigos.

Aunque en el campo español se echó la culpa de la desgracia a Alderete,
Cortés, habiéndole preguntado Sandoval por las causas del desastre,
contestó: «Es por mis pecados a lo que debo esta desgracia, Sandoval,
hijo mío.» «Pasaron de 40 los españoles--escribe Solís--, que
llevaron vivos para sacrificarlos a los Idolos; perdióse una pieza de
artillería; murieron más de 1.000 tlascaltecas, y apenas hubo español
que no saliese maltratado.»[53].

       [53] Ob. cit., lib. V, cap. XXII, pág. 530.

Al poco tiempo volvió la fortuna a mostrarse risueña con Hernán Cortés.
Vino por aquellos días a Vera Cruz un barco con municiones, ya escasas
en el campo español. Curados de sus heridas capitanes y soldados, y
reforzado el ejército con gruesos contingentes de aliados, resolvió
Cortés tomar la ofensiva. Salieron Alvarado, Sandoval y Hernán Cortés,
el primero por el camino de Tacuba, el segundo por el de Tapeaquilla
y el tercero por el de Cojohuacán. Penetraron en la ciudad y ganaron
en seguida las calles arruinadas, porque los enemigos las defendían
flojamente. Los tres se dirigieron a la plaza de Tlatelolco, llegando
el primero Alvarado, que se apoderó de un gran Adoratorio, donde estaba
el dios de la guerra. El segundo que penetró en la plaza fué Cortés,
con Olid a sus órdenes; el tercero y último fué Gonzalo de Sandoval. La
lucha entre españoles y mejicanos no pudo ser más feroz ni sangrienta.
Los indios huyeron desalentados a guardar la persona de su Rey, que se
hallaba bastante comprometida.

El 13 de agosto de 1521 condujo Cortés a su ejército contra la
parte de la ciudad ocupada todavía por el enemigo. En apuro tan
grande--dícese--que los mejicanos pidieron la paz para entretener a
Cortés, escapándose entretanto Cuauhtémoc. Conoció el engaño el capitán
español, quien dispuso que García Holguín con su bergantín, que era el
más velero, diera caza a la piragua que iba delante y parecía superior
a las demás. Dada por García Holguín la orden de acometerla, levantóse
para rechazar el asalto un joven guerrero; pero al gritar los mejicanos
que era el Emperador, dejó caer sus armas y dijo: «Yo soy Cuauhtémoc;
conducidme a Malintzin (Cortés); soy su prisionero; pero que no se
haga daño a mi mujer y a los míos.» Llevado a presencia de Cortés,
manifestó «que había hecho cuanto había podido para defenderse a sí y a
los suyos; y que si los dioses le habían sido contrarios, que no tenía
la culpa, que su prisionero era, que hiciese su voluntad, y poniendo
la mano en el puñal de Cortés, le dijo que le matase, que iría muy
consolado adonde sus dioses estaban, especialmente habiendo muerto á
manos de tal capitán»[54]. Rogóle Cortés que mandase a los suyos que
se dieran a partido o que cesara tanto derramamiento de sangre. Así lo
hizo y fué obedecido inmediatamente. «Y aquí acabó--añade Herrera--la
guerra y el gran imperio mejicano.»

       [54] Herrera, _Década_ III, libro II, capítulo VII.

Esa guerra--decimos nosotros--constituye una epopeya, en la cual
brillaron dos héroes, dignos igualmente de las alabanzas de la
historia: Cuauhtémoc, vencido, y Hernán Cortés, vencedor. Si tuviéramos
que decidirnos por alguno, nuestras simpatías estarían por el mejicano.
Y para que a nadie cause extrañeza nuestra manera de pensar, más
adelante diremos, cuando de Santo Domingo se trate en el capítulo XX
de este tomo, que, entre Napoleón el Grande y Toussaint Louverture,
preferimos también al que muere defendiendo a su patria, que al tirano
conquistador. Ante el tribunal de la historia, blancos y negros,
españoles y americanos, son iguales.

Refieren nuestros cronistas que el capitán español estuvo cariñoso
con los deudos de Cuauhtémoc. Por espacio de muchos años, el 13 de
agosto, día de San Hipólito, se hacían solemnes fiestas en México,
como recuerdo de batalla tan señalada. En la procesión religiosa se
llevaba el pendón de aquel ejército. El sitio de México había durado
tres meses y medio. Los días siguientes a la rendición se invirtieron
en limpiar la ciudad de montones de cadáveres, dejando Cortés la
guarnición a Sandoval y a Pedro de Alvarado, en tanto que él se
retiraba con los prisioneros a Cojohuacán. Poco después volvió Cortés
a la ciudad. Celebróse la conquista de México con banquetes y gran
recepción oficial, a la cual asistió Pánfilo de Narváez, hasta entonces
preso en Vera Cruz y ya en completa libertad para que pudiese--como lo
hizo--regresar a España. Murieron en el sitio y toma de México--según
las estadísticas más exactas--unos 67.000 hombres; por el hambre y
las enfermedades, 50.000. Los españoles tuvieron el 9 por 100 de su
efectivo. Las pérdidas de los aliados llegaron a 30.000. Repartido el
botín--unos 130.000 castellanos de oro--, las alegrías se convirtieron
en tristezas. No correspondieron, ni con mucho, las riquezas a las
esperanzas de capitanes y soldados. Pidieron los más descontentos a
Cortés que les fueran entregados Cuauhtémoc y el rey de Tacuba para
obligarles a declarar dónde habían escondido sus tesoros. Cedió Cortés,
y puestos a tormento sobre unas parrillas, bajo las cuales había fuego,
como el rey de Tacuba, mirando a Cuauhtémoc, lanzase un grito de dolor,
exclamó el Emperador: _Y yo ¿estoy acaso en algún lecho de rosas?_
Cortés mandó suspender el suplicio para encerrarlos en miserable
prisión.

Pasado algún tiempo llegó a Cojoacán la mujer de Hernán Cortés, D.ª
Catalina Suárez de Marcayda. Aunque Cortés celebró la presencia de
su esposa con regocijos y fiestas de cañas, no debió sentirse muy
contento. A los pocos meses, en la casa de dicha población llamada del
Conquistador, Hernán Cortés halló muerta a dicha D.ª Catalina, como se
dirá con más detenimiento en este mismo capítulo.

Sosegado el país al cabo de borrascas tan bravas, ocupóse el
Conquistador en enviar expediciones a pueblos lejanos, no olvidándose
de la organización de _Nueva España_[55]. Preocupábanle con alguna
razón los continuos alzamientos de los naturales; pero lo que le puso
en más cuidado fué la rebelión de Cristóbal de Olid, quien se dejó
ganar por los partidarios de Velázquez. El conquistador de México
en persona salió, llevando consigo a Cuauhtémoc y a los reyes de
Acolhuacan y de Tlacopan, en persecución de Olid. Luego, cansado de
vigilar a los reyes prisioneros, con pretexto de ser fautores de una
conjuración, les hizo matar, colgándoles de los pies de una frondosa
ceiba (25 de febrero de 1525), no sin que Cuauhtémoc, protestando de su
inocencia, amenazase a Cortés con la justicia de Dios.

       [55] «La primera vez--escribe León Pinelo--que se nombra
       _Nueva España_ es en una cédula de 10 de octubre de 1522, en
       que se da licencia para pasar a ella a los que quisieren,
       porque antes se llamaba _Youcatán_, _Coloacán_ y _Uloa_.»
       Academia de la Historia.--_Indice general de los papeles del
       Consejo de Indias_, fol. 314.

Aunque el ilustre historiador americano Guillermo Prescott afirme que
la caída del imperio de los aztecas fué beneficiosa a la humanidad,
dada la crueldad y el canibalismo en los citados indios, nosotros
guardamos silencio y condenamos a todos los que en nombre del
cristianismo y de la civilización cometieron hechos semejantes.

No tardaron en someterse las provincias de aquel vasto imperio. Todas
las tribus establecidas entre las grandes cordilleras occidentales
del primitivo Anahuac (imperio de México) y el gran Océano Pacífico
prestaron obediencia al rey de España. No les quedaba otro recurso.
Cuando vieron caer uno tras otro, a sus hijos, a sus hermanos y a sus
padres; cuando se encontraron sin Emperador y sin caciques; cuando
contemplaron saqueadas sus poblaciones y sus campos, bajaron la cabeza
y se entregaron, víctimas de su abatimiento, al vencedor.

Habremos de recordar que algún tiempo antes encargó el rey de
España--según Cédula de 26 de junio de 1523--, «que Don Hernando
Cortés, virrey de México, procurase descubrir en la costa abajo de
aquella tierra un Estrecho que había para pasar del mar del Norte al
del Sur--pues convenía mucho al Real servicio saberlo--, poniendo
toda diligencia en enviar personas que le trajesen larga y verdadera
relación de lo que hallasen para dar cuenta a S. M., quien igualmente
estaba informado que hacia la parte del Sur de aquella tierra había mar
en que estaban depositados grandes secretos y cosas de que Dios era muy
servido y estos reinos acrecentados, y esperaba practicase lo mismo a
fin de saberlo con certeza»[56].

       [56] _Arch. hist.º nacional.--Ced. indico de Ayala_, letra D.

Creemos conveniente trasladar aquí, sin embargo de su mucha extensión,
la citada cédula. Tiene verdadero interés, porque en ella vemos con
toda exactitud las ideas y sentimientos que animaban a nuestros
monarcas. Dice así:

                                   _Valladolid 26 de Junio de 1523._

  El Rey. La orden que es mi merced y voluntad que vos Hernando
  Cortés, nuestro Capitan general y Gobernador de la Nueva España,
  tengais así en el tratamiento y conversion de los Naturales y
  moradores de la dicha tierra, que es debajo de vuestra governacion,
  como en lo que toca a nuestra Hacienda, y a la poblacion de la
  dicha tierra, y a su bien noblecimientos y pacificacion, de que
  dareis parte a los nuestros oficiales que en ella avemos proveído:
  es lo siguiente.


                                  1.

  Primeramente sabed, que por lo que principalmente avemos holgado, y
  dado infinitas gracias a nuestro Señor de nos aver descubierto esa
  tierra, y provincias della, ha sido, y es, porque segun buestras
  relaciones y de las personas que de esas partes han venido, los
  Indios habitantes y naturales della, son más hábiles y capaces
  y razonables que los otros Indios naturales de la Tierrafirme e
  Isla Española y S. Juan, y de las otras que hasta aquí se han
  hallado y descubierto y poblado, por muchas cosas, experiencias
  y muestras que se han hallado y visto y conocido en ellas, y por
  estas causas hay en ellos más aparejo para conocer a nuestro Señor
  y ser instruídos y vivir en su santa Fe Católica como Christianos,
  para que se salven, que es nuestro principal deseo e intencion: y
  pues como veis todos somos obligados a les ayudar, y trabajar con
  ellos, a este propósito. Yo vos encargo y mando quanto puedo que
  tengais especial y principal cuidado de la conversion, y Doctrina
  de los Jecles e Indios de esas partes e Provincias que son debaxo
  de vuestra governacion, y que con todas vuestras fuerzas, supuestos
  todos otros intereses y provechos, trabajeis por vuestra parte
  quanto en el mundo os fuere posible, como los Indios naturales de
  esa Nueva España sean convertidos a nuestra Santa Fe Católica, e
  industriados en ella, para que vivan como Christianos y se salven;
  y porque como saveis a causa de ser los dichos Indios tan sujetos
  a sus Jecles y señores y tan amigos de seguirlos en todo, parece
  que sería el principal camino para esto comenzar a instruir a los
  dichos señores principales, y que tambien no sería muy provechoso
  que de golpe se hiciese mucha instancia a todos los dichos Indios
  a que fuesen Christianos y que recivieran dello desabrimiento: ved
  allá lo uno y lo otro, y juntamente con los Religiosos y personas
  de buena vida que en esas partes residen, entender en ello con
  mucho hervor, teniendo toda la templanza que convenga.


                                  2.

  Asimismo por las dichas causas parece que los dichos Indios tienen
  maña y razon para vivir política y ordenadamente en sus Pueblos que
  ellos tienen, aveis de trabajar como lo hagan así y perseveren en
  ello poniéndolos en buenas costumbres y toda buena orden de vivir.


                                  3.

  Asimismo porque por las relaciones e informaciones que de esa
  Tierra tenemos, parece que los naturales della tienen Idolos donde
  sacrifican criaturas humanas y comen carne humana, comiéndose
  unos a otros, y haciendo otras abominaciones contra nuestra santa
  Fe Católica y toda razon natural; y que ansímismo quando entre
  ellos hay guerras los que captivan y matan los toman y comen, de
  que nuestro Señor ha sido y es muy deservido, aveis de defender y
  notificar a todos los naturales de esa tierra que no lo hagan por
  ninguna vía, defendiéndoselo só graves penas, y para selo testar
  busqueis todas las buenas maneras que para ello pueda ayudar y
  aprovechar diciendo quanto contra toda razon dibina y humana, y
  quan grande abominacion es comer carne humana, que para que tengan
  carnes que comer y de que se sustentar, demás de los ganados que
  se han llevado a la dicha Tierra mandaremos contino llevar, porque
  multipliquen y ellos escusen la dicha abominacion: y ansímismo les
  amonestad que no tengan Idolos, ni mezquitas, ni Casas de ellos
  en ninguna manera; y despues que así selo hayais amonestado y
  notificado muchas veces, a los que contra ello fueren los castigad
  con graves penas públicas, teniendo en todo la templanza que vos
  pareciere que conviene.


                                  4.

  Otrosí por quanto por la larga experiencia avemos visto que aver
  hecho repartimientos de Indios en la Isla Española, y en las otras
  Islas que hasta aquí están pobladas y averse encomendado y tenido
  los Christianos Españoles que la han ido a poblar, han venido
  en grandísima disiminucion por el mal tratamiento y demasiado
  trabajo que les han dado: lo qual allende del grandísimo daño y
  perdida que en la muerte y disminucion de los dichos Indios ha
  avido, y el gran deservicio que nuestro Señor dello ha recibido,
  ha sido causa y estorvo para que los dichos Indios no viniesen en
  conocimiento de nuestra Santa Fe Católica para que se salvasen:
  por lo qual, visto los dichos daños que del repartimiento de los
  dichos Indios se siguen, queriendo proveer y remediar lo susodicho,
  y en todo cumplir con lo que debemos principalmente al servicio
  de Dios Nuestro Señor, de quien tantos bienes y mercedes avemos
  recibido y recivimos cada día, y satisfacer a lo que por la Santa
  Sede Apostólica nos es mandado y encomendado por la Bula de la
  donacion y concesion, mandamos platicar sobre ellos a todos los
  del nuestro Consejo, juntamente con los Theologos, Religiosos y
  personas de muchas letras, y de buena y santa vida, que en nuestra
  Corte se hallaron y pareció que nos con buenas conciencias, pues
  Dios Nuestro Señor crió los dichos Indios libres y no sugetos, no
  podemos mandar los encomendar, ni hacer repartimiento de ellos
  a los Christianos, y así es nuestra voluntad que se cumpla: Por
  ende Yo vos mando que en esa dicha tierra no hagais, ni consintais
  hacer repartimientos, encomienda, ni deposito de los Indios della,
  sino que los dejeis vivir libremente, como nuestros Vasallos viven
  en estos nuestros Reynos de Castilla, y si quando esta llegare
  tuvieredes hecho algun repartimiento, o encomendado algunos Indios
  a algunos Christianos, luego que la recivieredes revocad qualquier
  repartimiento o encomienda de Indios que hayais hecho en esa tierra
  a los Christianos Españoles que a ella han ido e estuvieren,
  quitándolos dichos Indios de poder de qualquier persona o personas
  que los tengan repartidos o encomendados, y los dejeis en entera
  libertad, e para que vivan en ella, quitandolos e apartandolos de
  los vicios y abominaciones en que han vivido y están acostumbrados
  a vivir como dicho es: Y aveisles de dar a entender la merced
  que en esto les hacemos, y la voluntad que tenemos a que sean
  bien tratados y enseñados, para que con mejor voluntad vengan en
  conocimiento de nuestra Santa Fe Católica e nos sirvan e tengan
  con los Españoles que a la dicha tierra fueren, la amistad y
  contratacion que es razon.


                                  5.

  Y porque es cosa justa y razonable que los dichos Indios naturales
  de la dicha tierra nos sirban, y den tributo en reconocimiento del
  señorío y servicio que como nuestros subditos y vasallos nos deben,
  e somos informados que ellos entre sí tenían costumbre de dar a
  sus Jecles y señores principales cierto tributo ordinario, Yo vos
  mando que luego que los dichos nuestros Oficiales llegaren todos
  juntos, vos informeis del tributo o servicio ordinario que daban a
  los dichos sus Jecles, e si hallaredes que es ansí que pagaban el
  dicho tributo, aveis de tener forma y manera, juntamente con los
  dichos nuestros Oficiales, y asentar con los dichos Indios, que
  nos den y paguen en cada un año otro tanto dinero y tributo como
  deban o pagaban hasta agora a los dichos sus Jecles y señores, y
  si hallaredes que no tenían costumbre de pagar el dicho quinto y
  tributos, asentareis con ellos que nos den y paguen reconocimiento
  del vasallage, que nos deben como á sus soberanos señores
  ordinariamente lo que vos pareciere que buenamente podrían cumplir
  y pagar, y ansimismo vos informeis demas de lo susodicho, en que
  otras cosas podemos ser servidos y tener renta en la dicha Tierra,
  asi como salinas, mineros, pastos, y otras cosas que oviere en la
  tierra.


                                  6.

  Y porque una de las principales causas por donde los indios
  naturales de esa dicha tierra y Provincias della han de venir en
  conocimiento delo suso dicho, es tomando exemplo en los Christianos
  Españoles que á esa dicha tierra fueren, y con su conversacion y
  testo ha de ser tratando y rescatando y conversando los unos con
  los otros, aveis demandar y ordenar de nuestra parte. E nos por
  la presente mandamos y ordenamos que entre los dichos Indios y
  Españoles haya contratacion y comercio voluntario, á contentamiento
  de partes, trocando los unos con los otros las cosas que tuvieren;
  pero habeis de defender só buenas penas que ninguno só color de la
  dicha contratacion, tome de los dichos Indios cosa alguna contra
  su voluntad, ni por engaño, sino por limpia y libre contratación y
  rescate, porque demas de los dichos provechos, será esto causa que
  tomen amor con vosotros.


                                  7.

  Y para que todo mejor se pueda hacer y encaminar, y con mas
  conformidad y amor, aveis de procurar por todas las maneras y
  vías que vieredes y pensaredes, que para ello pueden aprovechar
  de atraer con buenas obras y con buenos tratamientos a que los
  Caciques é Indios que en esas dichas tierras é Islas á ella
  comarcanas esten con los Christianos en todo amor y amistad y
  conformidad, y que por esta vía se haga todo lo que se oviere de
  hacer con ellos, así en el rescate y contratacion y comercio que
  con ellos ovieren de tener como en todo lo demás. Y para que mejor
  se haga, la principal cosa que aveis de procurar y no consentir que
  por vos, ni por otras personas algunas se les quebrante ninguna
  cosa que les fuere prometida, sino que antes que se les prometa
  se mire con mucho cuidado si se les puede guardar, y sino se les
  pudiere bien guardar, que no se les prometa en manera alguna; pero
  despues que así les fuere prometido, se les guarde y cumpla muy
  enteramente sin ninguna falta aquello que así se les prometiere, de
  manera que les pongais en mucha confianza de vuestra verdad.


                                  8.

  Otrosí aveis de prohibir, escusar y no consentir, ni permitir que
  se les haga guerra, ni mal, ni daño alguno, ni se les tome cosa
  alguna de lo suyo, sin se lo pagar (como dicho es), porque de miedo
  no se alboroten, ni se lebanten, antes aveis de castigar á los que
  les hicieren mal tratamiento ó daño alguno sin buestro mandado,
  porque por esta vía estarán en más conversacion de los Christianos,
  que es el mejor camino para que ellos vengan en conocimiento
  de Nuestra Santa Fe Católica, que es nuestro principal deseo é
  intencion, é más se gana en convertir ciento de esta manera que
  cien mil por otra vía.


                                  9.

  En caso que por esta vía no quisieren venir á nuestra obediencia, é
  se les obiese de hacer guerra, aveis de mirar que por ningun caso
  se les haga guerra, no siendo ellos los agresores, é no aviendo
  hecho ó provado á hacer mal ó daño á nuestra gente, y aunque ellos
  hayan cometido, antes de romper con ellos, les hagais de nuestra
  parte los requirimientos necesarios para que vengan á nuestra
  obediencia, una, é dos, é tres y más veces, quantas vieredes que
  sean necesarias, conforme á lo que se os havia ordenado é firmado
  de Francisco de los Cobos, mi secretario y de mi Consejo. E pues
  allá habrá con vos algunos Christianos que sabrán la lengua, con
  ellos les dareis primero á entender el bien que les verná de
  ponerse debaxo de nuestra obediencia, y el mal y daño y muertes
  de hombres que les verná de la guerra, especialmente, que los que
  se tomaren en ella vivos han de ser esclavos. Y para que de esto
  tengan entera noticia y que no puedan pretender ignorancia, les
  haced la dicha notificacion, porque para que puedan ser tomados
  como esclavos, é los Christianos los puedan tener con sana
  conciencia, está todo el fundamento en lo susodicho, aveis de estar
  sobre el aviso de una cosa que todos los Christianos porque los
  Indios se les encomienden, como lo han sido en las otras islas que
  hasta aquí se han poblado, ternan mucha gana que sean de guerra, y
  que no sean de paz, y que siempre han de hablar á este propósito; E
  porque no podais escusar de hablar con ella, es bien estar avisado
  desto para el crédito que en este se les debe dar, y para remediar
  que en ninguna manera se haga.


                                  10.

  Y porque soy informado que una de las más principales cosas, y
  que más les ha alterado en la Isla Española, y que más les ha
  enemistado con los Christianos ha sido tomarles las mugeres é hijas
  é criadas que tienen en sus casas contra su voluntad, é usar de
  ellas como de sus mujeres, aveis de defender que no se haga en
  ninguna manera, ni por ninguna color que sea, por quantas vías
  é maneras pudieredes, mandándolo pregonar só graves penas las
  veces que os pareciere que sean necesarias, executando las penas
  en las personas que quebrantaren vuestros mandamientos con mucha
  diligencia, é ansí lo debeis mandar hacer en todas las otras cosas
  que os parecieren necesarias para el buen tratamiento de los Indios.


                                  11.

  Item, juntamente con los dichos nuestros oficiales, pondreis
  nombre general á toda la dicha Tierra é Provincias della, é á
  las Ciudades, Villas y Lugares que se hallaren, y en la dicha
  tierra oviere, en las cosas concernientes al aumento de Nuestra
  Santa Fé Católica é á la conversion de los Indios. Una de las más
  principales cosas que aveis de mirar mucho es, en los asientos
  de los Lugares que allá se ovieren de hacer é asentar de nuevo.
  Lo primero es ver en quantos Lugares es menester que se hagan
  asientos en la costa de la mar para seguridad de la navegacion, y
  para la seguridad de la tierra; y los que han de ser para asegurar
  la navegacion sean en tales Puertos, que los Navíos que de acá de
  España fueren, se puedan aprovechar dellos en refrescar de agua, é
  de las otras cosas que fueren menester para su viaje. E si en el
  lugar que agora estan hechos, como en los que de nuevo se hicieren,
  se ha de mirar que sea en sitios sanos y no anegadizos, é de buenas
  aguas, y de buenos ayres, y cerca de montes, y de buenas tierras
  de labranzas, é donde se puedan aprovechar de la mar para cargar
  é descargar, sin que haya trabajo é costa de llevar por tierra
  las mercaderías que de acá fueren; é si por respetos de estar más
  cercanos á las Minas se oviere de meter la tierra adentro, débese
  mucho mirar que sea en parte que por alguna rivera se puedan llevar
  las cosas que de acá fueren desde la mar hasta la poblacion,
  porque no aviendo allá vestias, como no las hay, será grandísimo
  el trabajo para los hombres llevarlas (mercaderías) á cuestas, que
  ni los de acá, ni los Indios lo podrán sufrir. E de estas cosas
  susodichas, las que más pudieren tener, se deben procurar.


                                  12.

  Vistas las cosas que para los asientos de los Lugares son
  necesarios y escogidos, y el sitio más provechoso, é que incurran
  más de las cosas que para el Pueblo son menester, aveis de repartir
  los solares del Lugar para hacer las Casas, y estos han de ser
  repartidos segun la calidad de las personas, y sean de comienzo
  dadas por orden, de manera que hechas las casas en los solares, el
  Pueblo parezca ordenado, así en el lugar que dejaren para la Plaza,
  como en el lugar que oviere de ser la Iglesia, como en la orden que
  tuvieren los tales Pueblos y calles de ellos; porque en los Lugares
  que de nuevo se hacen, dando la orden en el comienzo, sin ningun
  trabajo ni costa quedan ordenados, y los otros jamás se ordenan.
  Y en tanto que nos hicieremos merced de los oficios de Regimiento
  perpetuo, é otra cosa mandamos proveer, aveis de mandar que en cada
  Pueblo de la dicha nuestra gobernacion elijan entre sí para un
  año para cada uno de los dichos oficios, tres personas, y destas
  tres, vos con los dichos nuestros oficiales, tomareis una, la que
  más hábil ó mejor os pareciere que sea qual conviene; ansí mismo
  se han de repartir los heredamientos, segun la calidad y manera
  de las personas, y segun lo que ovieren servido, así los creced y
  mejorad en heredad, repartiéndolas por peonías ó caballerías, y el
  repartimiento ha de ser de manera que á todos quepa parte de lo
  bueno y de lo mediano y de lo menos bueno, segun la parte que á
  cada uno se le oviere de dar en su calidad.


                                  13.

  E a las personas y vecinos que fueren recibidos por vecinos de los
  tales Pueblos, les deis sus vecindades de caballerías o peonías,
  segun la calidad de la persona de cada uno, residiéndola por cinco
  años le sea dada por servida la tal vecindad, para disponer della
  a su voluntad como es costumbre: al repartimiento de las quales
  dichas vecindades y caballerías que se ovieren de dar a los tales
  vecinos, mandamos que se halle presente el Procurador de la ciudad
  o villa donde se le oviere de dar y ser vecino.


                                  14.

  Ansí mismo vos mando que señaleis a cada una de las Villas y
  Lugares que de nuevo se han poblado y poblaren en esa tierra, las
  tierras y solares que vos parezca que han menester, y se les podrán
  dar sin perjuicio de tercero para propios, y enviarme bien la
  relacion de lo que a cada uno ovieredes dado y señalado, para que
  Yo se lo mande confirmar.


                                  15.

  Aveis de procurar con todo cuidado de tener fin en los Pueblos que
  hicieren en la tierra adentro, que los hagais en parte y asiento
  que os podais aprovechar dellos para poder hacerlo. Y porque desde
  acá no se puede dar regla particular para la manera que se ha de
  tener en hacerlo, sino la experiencia de las cosas que de allá
  sucedieren, os han de dar la abilantera e aviso de cómo y quándo se
  han de hacer, solamente se os puede decir esta generalmente; que
  procureis con mucha instancia y diligencia, y con toda brevedad
  que pudieredes certificaros dello, y certificado que es ansí
  verdad, todas las cosas que ordenaredes y hicieredes, las hagais y
  determineis con pensamiento que os han de servir e aprovechar para
  aquello, porque habrá mucho dello que agora sin ninguna cosa ni
  trabajo los podeis hacer, porque no costará más, sino determinar
  los que se hagan de la parte que sean provechosas, como se avian
  de hacer en otra parte que no lo fuesen, de donde si despues las
  oviesedes de mudar para este propósito, sería muy trabajosa costa,
  y algunas tan dificultosas que serían imposibles.


                                  16.

  Y porque soy informado que en la costa abajo de esa tierra hay
  un trecho para poder pasar del mar del Norte a la mar del Sur, e
  porque a nuestro servicio conviene mucho saberlo, Yo os encargo
  y mando que luego con mucha diligencia procureis de saber si
  hay el dicho estrecho, y envieis personas que lo busquen, y os
  traigan larga y verdadera relacion de lo que en ello hallaren, y
  continuamente me escrivireis y enviareis larga relacion de lo que
  en ello se hallare, porque como veis esto es cosa muy importante a
  nuestro servicio.


                                  17.

  Ansí mismo soy informado que hacia la parte Sur de esa tierra
  hay mar en que hay grandes secretos y cosas de que Dios Nuestro
  Señor será muy servido, y estos Reynos acrecentados, Yo vos
  mando y encargo que tengais cuidado de enviar personas cuerdas
  y de experiencia para que lo sepan y vean la manera dello, e os
  traigan la relacion larga y verdadera de lo que hallaren, lo
  qual así mismo me enviareis continuamente todas las veces que me
  escrivieredes.


                                  18.

  De todas las otras cosas concernientes al servicio de Dios
  Nuestro Señor y ampliacion de su Santa Fe Católica, y bien y
  acrecentamiento y poblacion de esa tierra, y buen tratamiento de
  los habitantes y moradores della, vos encargo y mando que tengais
  siempre gran cuidado, lo qual de acá, no se os puede decir, ni
  especificar.


                                  19.

  Las cosas de nuestra hacienda y el recaudo que en ella se ha de
  poner, se hará conforme a las Instrucciones que los dichos nuestros
  oficiales llevan, con los quales vos encargo y mando tengais mucha
  conformidad, y lo mismo hagais que haya entre ellos, porque de otra
  manera las cosas de nuestro servicio no podrán ir bien guiadas.

  Lo qual todo haced y cumplid con aquella diligencia, fidelidad y
  buen recaudo que al servicio de Nuestro Señor, e bien e poblacion
  de la dicha tierra convenga, e Yo de vos confío.--Yo el Rey.--Por
  mandado de S. M.--_Francisco de los Cobos_[57].

       [57] _Arch. hist. nac._, tomo XXXIV, núm. 237, págs. 267 v.ª á
       274 v.ª.


Posteriormente, una expedición al Sur de Tapeaca, dirigida por
Alvarado, llegó hasta Guatemala, país que conquistó tan valeroso
caudillo.

Por lo que respecta a Cortés, cuando anticipándose a los Pizarros
y a Valdivia se dirigía al Imperio de los Incas, hubo de volver a
México, donde se fraguaban conspiraciones para sacudir el yugo de
sus dominadores. Procede que recordemos en este lugar que desde
Pamplona, el 22 de octubre de 1523, mandó S. M. a Cortés que informase
acerca del repartimiento que hizo entre los conquistadores de México
del oro y joyas, después de pagado el quinto que correspondía a la
Corona[58]. Pasados dos años, el Rey desde Toledo decía (4 noviembre
1525) al licenciado Luis Ponce de León en importante, larga y curiosa
_Instrucción_, lo siguiente contra Hernán Cortés:

       [58] _Cedulario indico_, tomo I, pág. 178.

  «Primeramente, que no teme á Dios, ni tiene respeto á la obediencia
  y fidelidad que nos debe, y piensa hacer todo lo que quisiere, y
  que confía en los indios y en la mucha Artillería que tiene, y que
  para ello tiene conjuradas ciertas personas amigos allegados suyos
  para le servir y morir con él, en todo lo que quisiere hacer.

  Que sus muestras y apariencias son que está muy aparejado para
  desobedecer y ponerse en tiranía.

  Que ha usado é usa todas las ceremonias r.^s eceptto de corttinas.

  Que ha siempre estado mui puesto en desovedecer y no cumplir mis
  Provisiones, poniendo muchas cavilaciones y estorbos, y dando
  entendimientos y formas para lo hacer mas disimuladamente y que
  para ello tiene mucha cantidad de Artillería gruesa y de ttodas
  suerttes, y muchas municiones de escopettas, ballestas y lanzas.

  Que ha hecho fundir mucha suma de oro escondida y secrettamente sin
  pagar nuestro quintto.

  Que ha siempre llenado el dicho quintto de ttodo el oro demas de el
  que para nos se cobraba, diciendo pertenescerle, como á Capittan
  general, de lo qual diz que los conquistadores y Pobladores se
  agraviasen mucho y reclamasen del.

  Que ha siempre tenido formas y maneras para que no senos enviase el
  oro nuestro, que en la dicha tierra ttenemos y nos pertenesce.

  Que para este propositto siempre ha ttenido Navios que han de
  Castilla con mercadurias quando se querían volver hasta hacer sus
  cosas ha su placer, así para enviar dineros, como para ottras cosas
  que el querría hacer con probecho.

  Que nos tiene ttomados tres o quattro millones de oro que ha
  cobrado de ttoda la tierra, desfruttandola, pertteneciendo ttodo á
  Nos, que de quarentta Provincias que tiene la una sola le rentta
  cada día 50 castellanos, sin lo que se saca de las Minas y ottras
  que lo renttan mucho más, sin las Provincias de Michoacán, y sin
  más de 300 leguas que tiene desde alli hasta donde anda Albarado,
  y que en ttres ó quattro parttes tiene Tesoro encerrado, y que hay
  hombre que sabe la una cerca de la ciudad en que tiene un millon,
  é más el Tesoro que hubo de Motezuma, y que en las Provincias de
  Cacatula que es Puertto de la Mar del sur donde tiene echos los
  Navios para descubrir la especeria á enviado muchas cargas de oro,
  y que estos Navios, aun que ha echado siempre fama que son para
  descubrir el Estrecho, ha sido con ottra inttencion para irse por
  alli con los Thesoros que tiene á donde no se pudiese haver, lo
  qual diz que parece mui claro por las conjetturas y señales que se
  han visto por que ha mas de año y medio, ó dos, que tenia alli los
  Navios, y nunca los ha despachado haviendo echo muchas armadas por
  Mar y por Tierra.

  Que cierttas Provincias se señalaron por reparttimientto para Nos,
  los tornó á quittar y ttomó para si, y las tiene agora, ecetto
  Taxcaltile.

  Que de la Ciudad de Tezcuco estando encomendada á Nos, y
  por merced hubo 603 casttellanos, y de ottra Provincia 803
  casttellanos, y assi mismo se ha llebado el probecho de los ottros
  Lugares que nos han estado encomendados, sin darnos dello partte,
  cuentta, ni razon, y que de Taxcaltile obo 113 p.^s y questo saben
  Alonso de Prado y Bernardino Bazquez de Tapia, Contador y Fattor
  que fueron en la dicha tierra.

  Que el señorio que D. Fernando Corttes allá tiene es mui grande, y
  que tiene de vasallos Yndios que ha tomado para si, mas de millon
  y medio de anímas, y que de solo lo sugetto tiene de rentta mas de
  200 quenttos agora si se le dexáse lo que tiene, sin que dello Nos
  ayamos cosa alguna.

  Que es fama mui nottoria enttre ttodos que tiene grandissimo
  thesoro, assi por el gran num.º que ha tenido é tiene de Yndios,
  como por los grandes é conttinuos servicios que cada dia le vienen
  de ttodas parttes.

  Y que en la salida que hizo en la Ciudad de Tenucotitán quando
  le desbarataron y echaron della, ttomó de nuestro oro 453 p.^s y
  que hizo ciertta Probanza falsa en que probaron que ottra ciertta
  cantidad de oro que les tomaron los Yndios era lo nuestro, por
  salbar lo suyo.

  Que ttomó de poder de Diego de Sotto á quien el hizo nuestro
  Tesorero anttes que nos probeyesemos nuestros offs. 603 castellanos
  so color que los queria para armadas.

  Esto es lo que en las dichas relaciones contra el dicho Hernando
  Corttes se ha dicho, asi vos con mucha prudencia, é sagacidad,
  é secretto como veis que la calidad del caso lo requiere, vos
  informad de la verdad dello mui partticularmente, y me hareis luego
  saver lo que en cada cosa dello hallaredes.

  Porque si por las Ynformaciones que hovieredes haredes que el
  dicho Hernando Corttés no nos ha tenido é tiene aquella fidelidad
  é ovediencia, que bueno y leal subditto y vasallo debe tener, que
  es lo principal que del queremos, nuestra voluntad es que salga de
  aquella tierra; llebais una cartta nuestra por donde le mandamos
  que luego venga; por ende caso que le halleis desleal como está
  dicho notificarle eis la dicha nuestra cartta, y hacerle eis
  cumplir no pareciendoos que dello podría suceder inconviniente ó
  desasosiego grande en la tierra, y en lo que ttoca á lo de los
  tesoros grandes que dicen que nos tiene tomados, y ttodas las
  ottras culpas que tocan á la Hacienda, enviarnos eis la relacion
  de todo lo que en ello hallaredes haviendolo primeramente bien
  averiguado, y entretanto procurareis por ttodas las vias é maneras
  que buenamente pudieredes de cobrar, é poner en recaudo, todo lo
  que á Nos perttenesciere, en caso que de presentte no lo podeis
  cobrar.

  Y porque podrá ser, que para egecucion y cumplimiento de lo
  susodicho fuese menester alguna fuerza, llebais Carttas nuestras
  para los oydores de la Audiencia Real que reside en la Isla
  Española, y nuestros offs. della é de las ottras Islas queriendole
  por vos pedido, vos den é hagan dar ttodo el favor que ovieredes
  menester á pie é á cavallo como se lo pidieredes, y assí mismo
  una Provision Patente nuestra de poder para lo egecuttar, usareis
  della en caso que vieredes que conviene, y es menester para ser
  vos recivido al dicho oficio, y no de ottra manera, y en caso que
  halleis para ello contrariedad con aquella templanza y cordura que
  de vos se fia.

  Y porque como arriva se os ha dicho Yo soy informado que el dicho
  Fernando Corttés tiene en encomienda, y para si señalado mui gran
  partte de la dicha Nueva España, y Nos tenemos mui poca y menos
  probechosa, y es razon que se conttentte con una buena partte y que
  no sea tan excesiba; Yo escribo al dicho Fernando Corttés que dege
  para Nos de la dicha tierra que al presente tiene señalada para
  sí, la partte que sea razon, por ende Yo vos mando que si despues
  de pasada la residencia vos pareciese que esto se puede hacer sin
  escandalo ni alteracion le deis mi Cartta que sobre ello llebais, y
  vos le ableis de mi parte lo mas dulcemente que convenga para que
  assi lo cumpla; pero estad sobre aviso que no se able en esto hasta
  que sean pasados los tres meses de la residencia.

  Y por que como arriva digo tambien soy informado que el dicho
  Fernando Corttés tiene echa mucha Artillería de hierro y como
  sabeis enviamos á Pedro de Salazar para que sea nuestro Alcayde
  y Tenedor de la Forttaleza de Tenustitán, México, y á Nuestro
  servicio conviene que ttoda la Artillería que el dicho Fernando
  Corttés tiene echa, se metta y recoja en la dicha Fortaleza
  luego como llegaredes os informad é sabed donde está cualquier
  Artillería, assí nuestra como del dicho Fernando Corttés, como de
  ottras cualesquier personas, y la hagais ttoda junttar, recoger y
  enttregar al Alcayde de ella por Inventario, el qual la tenga alli
  para las cosas de su servicio, y para que mexor lo podais hacer sin
  mostrar esta instruccion llebais Cartta particular nuestra para
  ello, ablad primero sobre ello al dicho Fernando Corttés, porque
  pudiendose hacer, mi voluntad es que se haga con su voluntad,
  y embiarme eis relacion de las Piezas que son, y mias y lo que
  costaron para que lo mandemos pagar á sus Dueños, dexando alguna
  partte della para la defensa de la Ciudad y de los Españoles que
  hai residencian.

  Anttes que se acordase de enviar á tomar Residencia al dicho
  Fernando Corttés, Yo le havia echo merced del Títtulo de Adelantado
  de la Nueva España y del Avitto de Santiago por la confianza que
  del he tenido y tengo que ha sido y es mui ciertto que fué servidor
  mío, y que ha servido con ttoda lealtad, y havía mandado dar las
  Provisiones de esto á un Asesor suio, despues como detterminé
  enviaros á vos para saver la verdad de ttodo las mandé tomar para
  que vos las llebaredes, y ansi las llevais, é vos mando que si por
  la dicha Informacion é Residencia que ttomaredes le allaredes,
  que ha sido y es fiel y ovediente á nuestro servicio, pasados los
  dichos tres meses de la dicha Residencia darle eis las dichas
  Provisiones diciendole mi volunttad para le honrrar y hazer merced.
  Y asimismo ottra cédula que llebais para que pasados los 90 días de
  la Residencia tenga el oficio é cargo de nuestro Capitan general
  como antes, y sino cumpliereis lo que arriva se vos dice del
  notificalle la cédula que convenga.

  Vos llebais algunas cédulas mias, en blanco los nombres, para lo
  que se ofreciere que convenga de Nuestro servicio usareis dellas á
  los tiempos é segun vieredes que más conviene sin hazer en ellas
  alteracion.

  Porque Yo quería saver de la nuestra que usan mis aff.^s sus
  oficios, hacedme saver particular y secretamente lo que hallaredes
  de cada uno, y tened cuidado que usen en sus oficios é aquellas
  cosas que les perttenecen sin que se entremettan en la gobernacion,
  y porque por una Informacion que me enviaron que vos llebais,
  parece que Alonso de Estrada, nuestro thesorero de la dicha tierra,
  ha comettido los delittos que vereis informar, oseis de ello, y
  si le hallaredes culpado, darle traslado, y proceded contra él,
  conforme á Justicia como hallaredes por dro., y ansimismo contra
  los ottros que allaredes culpanttes, en lo qual enttendereis
  con aquella prudencia y fidelidad que Yo de vos fío.--Yo el
  Rey.--Refrendado del Sr. Cobos.--Señalada del Gran Chanciller y
  Obispo de Osma, y Comendador Mayor de Castilla, y Dr. Carvajal[59].

       [59] Véase _Cedulario indico_, tomo VIII, núm. 190, págs.
       129-131

Un hecho hubo de desacreditar más a Cortés en la opinión pública. El 4
de febrero de 1529 María de Marcayda y Juan Suárez, madre y hermano de
Catalina Suárez, presentaron un escrito de querella y acusación contra
D. Hernando Cortés, porque estando con su mujer, la citada Catalina,
en una cámara donde dormían «le echó unas acallas á la garganta é le
apretó hasta que la ahogó é murió naturalmente, é después de muerta,
la abaxó é llamó á sus criados...»[60]. El presidente y oidores de la
Audiencia y Chancillería Real, vista la querella y denuncia, mandaron
que se notificase a la parte de D. Hernando Cortés. En el mismo día,
considerando la avanzada edad de doña María Marcayda, dispusieron que
hasta que se nombrase procurador pueda representar a dicha doña María
su hijo Juan Suárez.

       [60] Murió en el año 1522.

Hernán Cortés había tenido cuidado, antes de dirigirse a España, dar
poder al licenciado Juan Altamirano, a Diego de Ocampo y a Pedro
González, con fecha de 17 de enero de 1528, vecinos de la ciudad
de Temistlan, para que le representasen en pleitos, demandas y
acusaciones. Diego de Ocampo otorgó el poder que tenía de Hernán Cortés
a favor de Pedro Muñoz Maldonado, procurador de causas, y de García de
Llerena y de Francisco de Serrera.

Verificadas otras diligencias, declararon los testigos Ana Rodríguez,
Elvira Hernández, Antonia Hernández, Violante Rodríguez, Isidro Moreno,
María de Vera y María Hernández. Todas las declaraciones concuerdan
en lo principal, y por ellas algunos escritores han dicho que Hernán
Cortés dió muerte a su mujer.

Violante Rodríguez declaró haber encontrado muerta a Doña Catalina, la
cual tenía unos cardenales en la garganta, y habiendo preguntado a D.
Hernando la causa de dichos cardenales, hubo de contestar «que ella se
había amortecido.» Añadió Violante «que quando este testigo vido los
dichos cardenales, sospechó é creyó que dicho Don Hernando abía ahogado
á la dicha doña Catalina, su muxer, é ansí lo dixo á María de Vera...»

Isidro Moreno dijo «que estando cenando el dicho Don Hernando é la
dicha Doña Catalina su muxer é los otros caballeros é dueñas que allí
estaban... la dicha Doña Catalina dixo á Solís, un capitan de la
Artillería, que á la sazon hera: «Vos, Solís, no queréis sino ocupar
á mis indios, en otras cosas de lo que yo les mando, é no se face lo
que yo quiero», é que á estas palabras, respondió el dicho Solís: «Yo,
señora, no los ocupo, ay está su Merced que los manda é ocupa»; é que
ella respondió: «yo os prometo que antes de muchos días, haré de manera
que no tenga nadie que entender con lo mío», quel dicho Don Hernando
respondió é dixo, «con lo vuestro, Señora, yo no quiero nada», é que
esto que lo dixo como por pasatiempo, é que desto se riyeron las otras
dueñas, é la dicha Doña Catalina se avergonzó ó se entró corrida...; é
que después queste testigo bolvió del mensaxe donde le abian mandado
ir, halló á la dicha Doña Catalina sacada fuera de la cama, donde
murió, é que la vido amortaxada; é que después desto vino mucha xente.»

María de Vera dixo «que le vido un cardenal en la garganta; é queste
testigo preguntó á Ana Rodríguez, muxer de Juan Rodríguez, albañil,
«que qué era aquello de la garganta», é quel dicho Don Hernando le
respondió, «que él había asido á la dicha Doña Catalina de allí, para
que tornase á su acuerdo».

María Hernández declaró que en el año 1522 y en uno de los días del mes
de octubre, fiesta de todos los Santos, le dijo su marido Francisco de
Quevedo que Doña Catalina Suárez había ido a la iglesia aquel día más
gentil mujer que otras veces, y que aquella noche, después de cenar con
otros hombres y mujeres, Doña Catalina había danzado muy contenta, y
que a las once Cristóbal Corral, capitán de la guarda de Don Hernando,
le dijo que Doña Catalina era muerta. «Este testigo sospechó é tuvo
por cierto quel dicho Don Hernando Cortés había muerto á la dicha Doña
Catalina Suárez, su muxer, porque la dicha Doña Catalina tenía mucha
conversacion é amistad con este testigo, porque se conoscian de _Cuba_;
é contándole la dicha Doña Catalina muchas vezes á este testigo la mala
vida que pasaba, secretamente, con el dicho Don Hernando Cortés, é como
la echaba muchas vezes de la cama abaxo, de noche, é la facia otras
cosas de mal tratamiento, le dixo á este testigo: «Ay, Señora, algun
dia me habeis de hallar muerta». A la mañana, segund lo que pasó con el
dicho Don Hernando, é que dello tenía temor, é tambien porque en esta
Cibdad se dixo públicamente, que un Xoan Bono, maestre de una nao, vino
á donde estaba el dicho Don Hernando, un día, viniendo de _Castilla_, é
dixo al dicho Don Hernando: «Há, Capitán, si no fueras casado, casaras
con sobrina del obispo de Burgos». E que diz que traya cartas del dicho
Obispo, é que desta sospecha, este testigo é la dicha Gallarda (amiga
y vecina suya) fueron á las casas del dicho Don Hernando, á la ora
de las ocho, é hallaron á la dicha Doña Catalina Suárez amortaxada,
y echada en una camilla en una sala; é questa testigo con la dicha
sospecha, se llegó á ella, é le atentó los pies, que tenía de fuera,
los quales aún no estaban elados, que parescía estar recien muerta; y
este testigo dixo á la dicha Gallarda, que la atentase bien, porque les
parescia que aun no estaba muerta, é queste testigo, en presencia de la
dicha Gallarda é de otras muxeres que allí estaban, quitó el rrebozo
de una toca que la dicha Doña Catalina Suárez tenía por el rostro, é
la vido que tenía los oxos abiertos é tiesos, é salidos de fuera, como
persona que estaba ahogada, é tenía los labios gruesos é negros, é
tenía ansí mesmo dos espomaraxos en la boca, uno de cada lado, é una
gota de sangre en la toca encima de la frente, é un rrasguño entre las
cexas; todo lo qual paresció á este testigo é á la dicha Gallarda, que
era señal de ser ahogada la dicha Doña Catalina, é no ser muerta de
su muerte; é ansí se dixo públicamente quel dicho Don Hernando Cortés
había muerto á la dicha Doña Catalina, su muxer, por casar con otra de
más estado. Quel dicho Cristóbal Corral, Capitán de la guarda del dicho
Don Hernando, dixo á este testigo, quel dicho Don Hernando se había
ido á una huerta después de muerta la dicha Doña Catalina Suárez, su
muxer, otro día con un sayo de terciopelo, é andándose paseando por la
dicha huerta, dixo al dicho Corral: «Pues paréceos que casára agora,
hombre, con quien quisiere»; é que por esto, este testigo sospechó é
tiene sospecha, quel dicho Don Hernando Cortés mató á la dicha Doña
Catalina Suárez, su muxer; é ansí se tiene por cierto en esta _Nueva
España_»[61].

       [61] Documentos inéditos relativos al descubrimiento, etc.,
       tomo XXVI, págs. 298-351.

Obligado Hernán Cortés a dejar a México, el teatro de sus glorias, ya
porque en toda Nueva España se tenía por cierto que él había muerto a
su mujer, ya para defenderse de las persecuciones de Velázquez y del
obispo Fonseca--pues ellos habían contribuído a desacreditarle con el
Rey--embarcó en Vera Cruz para España y desembarcó en el puerto de
Palos (mayo de 1528), pasando al convento de la Rábida, donde hubo de
recibir la visita de Francisco Pizarro, futuro conquistador del Perú.

Desde Palos, el _cortesísimo_ Cortés, como le llama Cervantes[62],
se dirigió a Toledo, donde se hallaba Carlos V, siendo recibido
afectuosamente por el César. Entre otras muestras de aprecio, el
Emperador le concedió--con fecha 6 de julio de 1529--el título
de _Marqués del Valle de Guaxaca_[63]; pero de ningún modo quiso
darle--como el conquistador de México deseaba--el gobierno y
administración de la colonia. Embarcóse, sin embargo, para las Indias,
en la primavera de 1530.

       [62] _Don Quijote de la Mancha_, parte 2.ª, cap. VIII.

       [63] _Colec. de doc. inéd._, etc., tomo XII, págs. 381-383.

[Ilustración: Fray Juan de Zumárraga, Arzobispo de México.]

Para poner término a los males de México, que no eran pocos, influyó
Carlos V para que fuese nombrado primer obispo de aquella ciudad (12
diciembre 1527) Fray Juan de Zumárraga, de la orden de San Francisco,
natural de Durango (Vizcaya) y guardián del convento del Abrojo
(Valladolid)[64]. Con el mismo objeto, el Emperador, por cédula del 13
de diciembre del mismo año, ordenó el establecimiento de una Audiencia,
compuesta de un presidente (Nuño Beltrán de Guzmán) y de cuatro oidores
(Diego Delgadillo, Juan Ortiz de Matienzo, Alonso de Parada y Francisco
Maldonado). El obispo Zumárraga y oidores llegaron a Vera Cruz el 6
de diciembre de 1528. Allí se les reunió Nuño Beltrán de Guzmán, a
la sazón gobernador de Pánuco. Ni el prelado, que además de su cargo
episcopal, ostentaba el nombramiento de _Protector general de los
indios_, ni la Audiencia, pusieron orden en aquel mar de revueltas
pasiones. Porque Zumárraga y los religiosos se declararon defensores de
Hernán Cortés, Guzmán, Delgadillo y Matienzo--pues Parada y Maldonado
murieron a poco de haber llegado--se pusieron al lado de los enemigos
del conquistador de México. Entre los procesos que se formaron a
Cortés, hubo dos que dieron no poco escándalo: por el primero se le
acusaba de haber peleado con Narváez, y por el segundo se le quería
hacer responsable de la muerte de su citada mujer Doña Catalina. No
solamente los oidores de la Audiencia intentaron despojar de sus bienes
a Cortés, sino que persiguieron con singular encono a Pedro de Alvarado
(que por entonces regresó de España a México), sin embargo de que en
el año 1528 había sido confirmado en la gobernación de Guatemala. Por
motivos harto pueriles, dispuso la Audiencia que fuesen presos García
de Llerena, apoderado de Cortés, y el clérigo Cristóbal de Angulo.
Cuando ellos tuvieron noticia de la orden de prisión, ni tardos ni
perezosos, buscaron asilo en San Francisco; pero la Audiencia, sin
respeto alguno a lo sagrado del lugar, dispuso la extradición en la
noche del 4 de marzo de 1530. Reclamaron los franciscanos y medió
el obispo; mas todo fué en vano. A tal punto llegaron las cosas,
que el mismo Delgadillo acometió a los religiosos, viéndose en no
poco peligro el prelado. Inmediatamente la Audiencia hizo ahorcar a
Angulo, disponiendo también que fuese azotado y se le cortara un pie
a García de Llerena. Fray Juan de Zumárraga puso entonces la ciudad
en entredicho, de la cual salió con todo el clero para Tezcuco (7 de
marzo), volviendo a los pocos días.

       [64] Se ignora el año de su nacimiento; sólo puede afirmarse
       que nació antes de 1468.

Cuando Nuño de Guzmán supo que las quejas del obispo Zumárraga habían
llegado a oídos del Rey, como también las de varios particulares,
y cuando le dijeron que Cortés había sido recibido cariñosamente
en Toledo por Carlos V--según acabamos de decir en este mismo
capítulo--entonces, para dar largas al asunto, a la cabeza de lucido
ejército, salió de México (últimos de 1529) para emprender la conquista
de los chichimecas. Audaz y valeroso se mostró Nuño de Guzmán, fundando
tiempo adelante (1535) la ciudad de _Santiago de Compostela_ y dando el
nombre a la tierra conquistada de _Castilla la Nueva_.

Daráse cuenta en este lugar que, mediante capitulación celebrada con el
emperador Carlos V, en Granada a 8 de diciembre de 1526, Don Francisco
de Montejo, lugarteniente de Hernán Cortés y ascendiente de la Casa
de Montellano, conquistó la península de Yucatán (1528) y otras
tierras[65]. También por entonces Alonso Dávila fundó a Villa-Real.

       [65] Véase _Archivo de la Duquesa de Fernán Nuñez_, inventario
       del Ducado de Montellano, índice del Adelantamiento del
       Yucatán, legajo 438 y siguientes.

Por lo que respecta a Hernán Cortés, desembarcó en Veracruz el 15 de
julio de 1530, pasando a Tlaxcala y Tezcoco, en cuyas poblaciones
obtuvo entusiástico recibimiento. Tampoco fueron cordiales las
relaciones de Cortés con la segunda Audiencia. Componíase de los
oidores Juan de Salmerón, Alonso de Maldonado, Vasco de Quiroga y
Francisco Ceynos, bajo la presidencia de D. Sebastián Ramírez de
Fuenleal, obispo de la Española. Los oidores llegaron a Veracruz en los
comienzos del año 1531, y el Presidente el 23 de septiembre del citado
año. Hemos dicho que no terminaron los disgustos entre la Audiencia y
Cortés, añadiendo a la sazón que aquel Tribunal tampoco vivió en paz
con el siempre descontentadizo obispo Zumárraga. Del mismo modo la
Audiencia, que tenía el encargo de residenciar á Nuño de Guzmán, se
cruzaba de brazos, teniendo el Rey que nombrar más adelante (1536) al
licenciado Pérez de la Torre, gobernador de Nueva Galicia. Preso en la
ciudad de México el año 1537, fué encerrado en las Atarazanas y luego
trasladado á España, muriendo en Torrejón de Velasco (1544).

Injustos seríamos si no dijésemos que la segunda Audiencia hizo
mucho por la paz de México y procuró colonizar aquellas hermosas
tierras. Fray Toribio de Benavente o Motolinía fundó en el valle de
Cuitlaxtoapán (16 abril 1531) una población a la cual dió el nombre de
_Puebla de los Angeles_[66].

       [66] «Noticioso el Rey (Carlos V) de haber formado (una
       población) los Españoles Christianos entre las provincias de
       Cholula y Tlaxcala, con el nombre de _Puebla de los Angeles_,
       y queriendo ennoblecerla, para animar a que otros fuessen
       a habitarla, mandó se intitulasse _Ciudad de los Angeles_,
       relevando a sus vecinos del derecho de Alcabala por término de
       30 años. Céd. de 20 de marzo de 1532. Vid. tom. 8 de ellas,
       fol. 377 v.º, núm. 461»[66a].

          [66a] _Archivo histórico nacional._--_Cedulario índico de
          Ayala_, letra P, tomo II, núm. 13.

Pasando a otro asunto haremos notar que el oidor Vasco de Quiroga, por
orden de la Audiencia, marchó al reino de Michoacán, logrando con tino
y prudencia atraerse a los levantiscos indios. También hizo una cosa
buena y fué la fundación del hospital de Santa Fe de la Laguna. El
oidor Vasco pudo volver a México satisfecho de su viaje.

Por entonces se consolidó la fundación de _Querétaro_ (1531) en el
sitio que hoy ocupa y--según cuentan piadosos devotos--se apareció el
apóstol Santiago, como tantas veces se apareció en España; también
en el cielo se vió una cruz, erigiéndose en memoria de milagro tan
singular una cruz de piedra, que todavía se halla en el mismo lugar.

Mucho interés despertó una expedición que hizo un hijo de Francisco
Montejo, del mismo nombre que el padre. Penetró por Tabasco y
Champotón, venciendo toda clase de dificultades y fundando, en 1541, a
Campeche, y en 1542 a Mérida. (Apéndice A.)

Las siguientes noticias no interesan a la historia de México, ni aun
a la de América; pero se hallan en el _Cedulario Indico_ e indican
las relaciones entre aquella colonia y la madre patria. El día 1.º de
marzo de 1535, el Rey, que a la sazón se hallaba en Madrid, se dirigió
al Presidente de la Audiencia de México, diciéndole que Barbarroja
desde Túnez se disponía a hacer guerra a la cristiandad, especialmente
a los reinos de España y que él (D. Carlos) había dispuesto una gran
armada para dirigirse desde Barcelona a castigar al corsario[67].
Posteriormente la Reina, según carta escrita en Madrid el 13 de agosto
del mismo año, dijo al citado Presidente que el Emperador marchó a
Barcelona, embarcándose para Africa. Dícele también que ha escrito a
los prelados y religiosos de su diócesis para que hagan plegarias,
sacrificios y otras oraciones a su Divina Majestad, a fin de que
guarde, guíe y dé la victoria al Emperador[68]. Desde Madrid (27 de
agosto de 1535) la Reina dió noticia detallada al mismo Presidente de
la conquista de Túnez[69].

       [67] _Cedulario indico_, tom. IX, núm. 53, págs. 45 y 46.

       [68] Ibidem, núm. 75, págs. 59 y 59 v.ª

       [69] Ibidem, núm. 76, págs. 59 v.ª y 60.



CAPITULO V

  CONQUISTA DE LA AMÉRICA CENTRAL.--PEDRO DE ALVARADO
  EN GUATEMALA: BATALLA DE OLIMTEPEQUE.--ALVARADO EN
  CUSCATLÁN.--ALMOLONGA.--GUATEMALA, SEGÚN HERRERA.--PEDRO DE
  ALVARADO EN ESPAÑA Y SU HERMANO JORGE EN GUATEMALA.--LAS CASAS
  EN EL PAÍS.--ALVARADO EN GUATEMALA.--EL SALVADOR: ENEMIGA DE
  LOS INDIOS A ALVARADO Y A MARTÍN ESTETE.--HONDURAS: EL CAPITÁN
  ALONSO ORTIZ.--ANARQUÍA.--EL OBISPO PEDRAZA.--CERECEDA, ALVARADO,
  MONTEJO Y ALVARADO (SEGUNDA VEZ).--PEDRAZA EN EL PAÍS.--ALONSO
  DE CÁCERES.--EL VEEDOR GARCÍA DE CELIS.--NICARAGUA: SU
  CONQUISTA.--TIRANÍA DE PEDRARIAS.--DOMINACIÓN DE CASTAÑEDA.--EL
  OBISPO OSORIO.--TIRANÍA DE CONTRERAS.--LAS CASAS.--COSTA RICA:
  ESPINOSA EN BURICA.--EL CACIQUE URRACA.--GUATEMALA: ALVARADO EN
  MÉXICO.--DON FRANCISCO DE LA CUEVA.--VOLCÁN DE AGUA.--GRANDES
  ANTILLAS: ISLA ESPAÑOLA (SANTO DOMINGO Y HAYTÍ).--CUBA, JAMAICA Y
  PUERTO RICO: COLONIZACIÓN.


Pedro de Alvarado, natural de Badajoz (Extremadura) e hijo de D. Diego,
comendador de Lobón, que en la conquista de México se había cubierto de
gloria peleando bajo las órdenes de Hernán Cortés, pasó al frente de
algunas fuerzas y se hizo dueño del territorio que hoy constituye la
república de _Guatemala_. Refieren los cronistas que Cortés encomendó
a Alvarado que conquistase el citado territorio, y procurara vivir en
paz con los _toltecas_, a quienes traería a la religión cristiana.
Emprendió su marcha el 13 de noviembre de 1523 con un ejército de 300
soldados de infantería y 120 de caballería. Llevaba cuatro cañones
pequeños que se cargaban con balas de piedra. Además, completaban sus
fuerzas 20 tlaxcaltecas y 100 mejicanos. Venían con el ejército varios
españoles de distinción y los clérigos Juan Godínez y Juan Díaz.

Sometió a los habitantes de Tehuantepec y también a los de la populosa
villa de Soconusco. De las tres monarquías establecidas en el país
(la de _quiché_, la de los _cakchiqueles_ y la de los _tzutohiles_)
la primera se aprestó a desesperada lucha. Alvarado penetró (febrero
de 1524) en el territorio de Quiché, triunfó en varios encuentros,
especialmente en Quetzaltenango y en los barrancos de Olimtepeque,
haciendo tanto estrago en el último punto que--según Oviedo y Baños,
cronista guatemalteco del siglo XVII--«la sangre de ellos (indios)
corría a manera de un arroyo», denominándose desde entonces aquel
paraje _xequiquel_ (barranco de la sangre). Terror pánico se apoderó de
los habitantes de la capital del Quiché. El rey Oxib-Queh y su adjunto
Beleheb-Tzy reunieron en consejo a los príncipes de la familia y a los
grandes dignatarios del Estado para deliberar lo que debía hacerse en
circunstancias tan críticas. Acordaron, mediante protestas de sumisión,
llevar a Alvarado y a su ejército a Utatlán, y una vez encerrado en
la ciudad pegar fuego a ésta y exterminar a los _teules_ (españoles).
Cuando todo se hallaba dispuesto para la realización de semejante
empresa, pasaron a Xelahuh los embajadores de los reyes de Quiché a
ofrecer vasallaje a Alvarado. De Xelahuh marchó Alvarado a Utatlán,
donde, después de atravesar ásperas serranías, entró acompañado de
cortesanos y de guerreros. Noticioso el capitán español de la traición
que le tenían preparada los indios, reunió a los principales jefes de
su ejército y les informó de todo lo que se tramaba, acordándose salir
inmediatamente de la ciudad, no dando a entender desconfianza alguna. A
la vista de Utatlán estableció su campamento y allí, sin sospechar la
suerte que les estaba reservada, fueron a visitarle los reyes Oxib-Queh
y Beleheb-Tzy, a quienes recibió con mucho cariño. Cuando hubo tomado
toda clase de precauciones, mandó que una partida de soldados cargase
de cadenas a los reyes, a los príncipes y a los principales señores
de la corte. Un Consejo de guerra les sentenció a ser quemados vivos,
sentencia que se cumplió al pie de la letra[70].

       [70] En una carta de Alvarado a Cortés, se lee: _Determiné
       quemar a los señores_; y más abajo añade: para el bien y
       sosiego de esta tierra, _yo los quemé_ y mandé quemar la
       ciudad... _Colección de Barcia._

Los quichés, al saber la muerte de sus monarcas, se lanzaron a la
guerra con más desgracia que fortuna. Alvarado despachó entonces
embajadores a la ciudad de Iximché, capital de los cakchiqueles, cuyos
soberanos enviaron cuatro mil hombres, no sospechando que, al cooperar
a la ruina de sus antiguos rivales, labraban también la suya. Utatlán
fué destruido hasta los cimientos y sus habitantes castigados.

Llegó el turno a Belché-Gat y Cahi-Imox, reyes de los cakchiqueles[71].
Alvarado se dirigió a Iximché y se alojó en Tzupam, residencia o
palacio de los mismos soberanos indígenas. Aunque el capitán español
comenzó a sospechar de la fidelidad de sus aliados, se puso al lado de
ellos en la guerra que los citados reyes tenían con Tepepul, señor de
Atitlán o rey de los tzutohiles. A la cabeza Alvarado de 150 infantes,
60 caballos y un cuerpo de indios mejicanos y tlaxcaltecas, con otro
cuerpo de cakchiqueles dirigido por sus mismos reyes, marchó a la
guerra. Costeó la laguna, venció a sus enemigos y entró en Atitlán,
cuya ciudad se hallaba edificada sobre las inmediatas rocas del citado
lago. El reino de los tzutohiles se entregó al vencedor. Recorrió
Alvarado el país, llevando por todas partes la destrucción y la muerte.
Ayudóle en la empresa su hermano Jorge de Alvarado.

       [71] Los cronistas españoles hacen un solo personaje de los
       dos príncipes cakchiqueles y le dan el nombre de Sinacan.

En una de sus excursiones Pedro de Alvarado llegó a Atehuán, «la
primera de las poblaciones sujetas al grande y poderoso señorío de
Cuscatlán, que comprendía una gran parte de lo que hoy constituye la
República del Salvador»[72]. En Atehuán se presentó a Alvarado una
comisión de los señores del reino ofreciendo obediencia al soberano
de Castilla. Pasó a la capital de Cuscatlán, y receloso también de
aquellos habitantes, formó un proceso por el cual condenó a muerte
de horca a los señores de aquella población y vendió a muchos como
esclavos, para con el precio pagar la compra de once caballos que
habían muerto en el combate, como también las armas y útiles de guerra
perdidos[73]. «Y yo vide--dice el obispo Las Casas--al fijo del señor
principal de aquella ciudad herrado.» No cabe duda alguna que los
prisioneros hechos en Cuscatlán fueron herrados como esclavos[74].
Animo valeroso y sobresalientes dotes militares mostró el capitán
español en esta campaña; y «en ninguna parte, quizá--escribe ilustre
historiador--se verificó la conquista con mayor brutalidad; en ninguna
parte los indios fueron maltratados más inútilmente. El carácter
violento de Alvarado y su codicia sin freno fueron la causa de todo el
mal.»

       [72] Milla, _Historia de la América central_, tomo I, pág. 93.

       [73] Segunda carta de Alvarado a Cortés.--Colección de Barcia.

       [74] Proceso de residencia en el año 1529 contra Pedro de
       Alvarado. México, 1847.

Emprendió la marcha de regreso, dejando para más adelante la conclusión
de la conquista de Cuscatlán y la de otras grandes ciudades que estaban
más al interior, y llegó el 21 de julio a Iximché, capital de los
cakchiqueles, donde se detuvo, y en nombre del rey de España, echó
los cimientos de la ciudad que llamó _Santiago de los Caballeros_ (25
julio 1524)[75]. En seguida procedió a constituir el Ayuntamiento,
nombrando a Diego de Rojas y Baltasar de Mendoza, alcaldes; a D.
Pedro y Hernán Carrillo regidores, y todos juntos eligieron por
escribano del cabildo a Alonso de Reguera. Ya el 12 de agosto del
mismo año se recibieron como vecinos cien españoles. Posteriormente, y
desconociendo los motivos que debió haber para ello, la ciudad--según
varios y auténticos datos--se hubo de trasladar a otro lugar. También
Pedro de Alvarado, en el año 1525, fundó el pueblo que se llamó _San
Salvador_. Dos años después, esto es, el 22 de noviembre de 1527, Jorge
de Alvarado--pues su hermano D. Pedro se hallaba en España--[76],
defendiendo ante la corte su conducta como político y administrador,
fundó nueva ciudad en _Almolonga_. Cuéntase que Jorge, rudo soldado,
dijo al escribano: «Asentá, escribano, que yo por virtud de los poderes
que tengo de los gobernadores de Su Majestad, con acuerdo y parecer
de los alcaldes y regidores que están presentes, asiento y pueblo
aquí en este sitio ciudad de Santiago, el cual dicho sitio es término
de la provincia de Guatimala.» Dispuso Alvarado la traza de la nueva
ciudad en dirección de Norte a Sur y de Este a Oeste. Colocó la plaza
en el centro, y dando a ella dispuso la fábrica de la iglesia, bajo
la advocación de _Santiago_, prometiendo festejarlo «con vísperas y
su misa solemne, conforme a la tierra y al aparejo de ella, y más que
la regocijaremos con toros _cuando los haya_, y con juegos de cañas y
otros placeres.» Señaló además sitio para un hospital, para una capilla
y adoratorio de Nuestra Señora de los Remedios, para cabildo, cárcel y
propios de la ciudad. Luego, poco a poco, los vecinos de la primitiva
población de Santiago se trasladaron a la nueva. Perfectamente situada,
creció de un modo extraordinario el número de sus habitantes.

       [75] Remesal y otros cronistas antiguos, como también
       historiadores modernos, dicen, con error manifiesto, que la
       primera ciudad de Guatemala se fundó en Almolonga.

       [76] Llegó el citado año de 1527.

Creemos de alguna utilidad trasladar aquí varios hechos relatados
por el cronista Herrera. Después de decir que la guerra de Pedro
de Alvarado en Guatemala terminó el 25 de abril de 1524, añade lo
siguiente: «Es aquella provincia rica de mucha gente, muchos pueblos
y grandes, y abundante de mantenimientos, y de un licor que parece
aceite, y de tan buen azufre, que sin refinar hicieron los soldados
excelente pólvora...»[77]. Añade el laborioso cronista que la
ciudad de Guatemala era muy fuerte, las calles angostas y las casas
espesas; tenía dos puertas a las cuales se llegaba, a una, subiendo
30 escalones, y a la otra por una calzada...[78]. Alvarado fué bien
recibido y hospedado en dicha población, recorriendo la tierra y
sujetándola por la fuerza de las armas, no sin la eficaz ayuda de su
hermano Jorge. Usaban los indios grandes flechas y lanzas de treinta
palmos. Escribe el citado cronista que Guatemala, llamada por los
indios _Guautemallac_, significa _árbol podrido_. Hace notar que la
ciudad de Santiago se halla entre dos montes de fuego o volcanes, cerca
de ella uno, y a dos leguas el otro. También dice que la tierra es
sana, fértil, rica y de mucho pasto; produce gran cantidad de maíz,
cacao, algodón, etc. Las mujeres son honradas y excelentes hilanderas;
los hombres, muy gruesos, y diestros flecheros[79].

       [77] _Década_ III, lib. V, capítulo X.

       [78] Ibidem.

       [79] _Década_ III, lib. V, cap. XI.

En tanto que Jorge de Alvarado se ocupaba en dar vida a la nueva
población de Santiago y en tanto que los misioneros iban de una
a otra parte predicando la religión cristiana y extendiendo la
cultura, Pedro de Alvarado continuaba en la corte de España. Si en
Guatemala encontró muchos censores de su conducta--y por ello hubo
de dirigirse a España--en la corte se hallaba, entre otros enemigos,
Gonzalo Mexía, quien le acusó de haber tomado gran cantidad de oro,
plata, perlas y otros objetos valiosos, sin dar cantidad alguna a los
demás conquistadores, y sin pagar el quinto que correspondía al Rey.
Igualmente le hacía cargos de no haber dado cuenta de su residencia en
los diferentes empleos o servicios que desempeñó. Alvarado, conocedor
de tribunales y de empleados, procuró ganar la voluntad del comendador
Francisco de los Cobos, secretario del Consejo de Indias y gran privado
del Emperador. Consiguió semejante apoyo porque hubo de casarse con
doña Francisca de la Cueva, sobrina del duque de Alburquerque, familia
a la cual protegía Cobos. Se alzó el embargo de su haber, se le dió el
título de _Don_, se le agració con la cruz de comendador de la Orden
de Santiago y se le nombró por Real Despacho, librado en Burgos el 18
de diciembre de 1527, gobernador y capitán general de Guatemala y sus
provincias con 572.500 maravedises de salario. También debió recibir
entonces el título de Adelantado, pues desde aquella época comenzó a
usarlo. A mediados del año 1528 se embarcó para Vera Cruz.

Entretanto, habían ocurrido sucesos de alguna importancia en la América
Central. Sostenía Pedrarias que lo mismo Nicaragua que Honduras
pertenecían al distrito de Castilla del Oro, y todo esto fué motivo de
discordias y guerras.

Arribó Pedro de Alvarado a Vera Cruz, acompañado de su mujer doña
Francisca y de varios altos empleados, teniendo la desgracia de que
muriese aquélla poco después de su llegada. En México tampoco encontró
amigos capitán tan valeroso, viéndose obligado a delegar la dirección
política de Guatemala en su hermano Jorge.

Arreglados luego sus asuntos, en abril de 1530 salió de México y se
puso al frente de su citado gobierno de Guatemala. Su idea constante
era preparar una expedición que saliese por el Océano Pacífico en
busca de las islas de la Especería, variando luego de opinión ante las
noticias que tuvo de los brillantes resultados obtenidos en el Perú por
los Pizarros. Entre las seguras riquezas que encontraría en el Perú y
las poco seguras que ofrecían las islas de la Especería, se decidió por
lo primero.

En los últimos días del año 1533 o comienzos del 1534--como se dirá más
extensamente en el capítulo VII--hizo una expedición al Perú. Durante
su ausencia se encargó del gobierno y de la capitanía general de
Guatemala, como cuatro años antes, su hermano Jorge. Llegó a Riobamba,
retirándose desde allí después de celebrar un convenio con Almagro.

Hacia fines del año 1535 volvió el Adelantado Don Pedro a Guatemala de
regreso de su expedición, siendo recibido con públicas demostraciones
de alegría, aunque no había motivo para tales regocijos. Por entonces,
Bartolomé de Las Casas, el protector de los indios, acompañado de
algunos religiosos dominicos, pasó de Nicaragua a Guatemala. Si
Alvarado había pacificado a los indígenas por el terror, Las Casas
se proponía atraérselos por el amor. Es el caso que en las tierras
vecinas al golfo de Honduras, los españoles habían sido rechazados por
los belicosos indios, hasta el punto que aquella región se le llamaba
_tierra de guerra_. El _Apóstol de los indios_ hizo componer en lengua
quiché sencillas canciones, las cuales aprendieron a cantar algunos
indígenas sometidos. Aquellos indígenas, haciendo de mercaderes, se
presentaron en la _tierra de guerra_, llamando pronto la atención por
la variedad de objetos que vendían, por la novedad del canto y de
la música. Ocasión tuvieron los nuevos discípulos de los dominicos
para hablar a los salvajes de unos hombres que miraban en poco las
riquezas y los placeres, pensando únicamente en predicar su religión y
consolar a los desgraciados. De este modo Las Casas y sus misioneros
lograron penetrar en el interior del país, atrayendo aquellas gentes al
cristianismo y convirtiéndolas a la civilización. Con razón la _tierra
de guerra_ fué llamada desde entonces _provincia de Vera-Paz_.

Alvarado, para asuntos particulares, hizo un viaje a España. Durante
su estancia en la metrópoli solicitó la mano de Doña Beatriz, hermana
de su primera mujer. A su vuelta a Guatemala vivieron con una
magnificencia y suntuosidad propias de reyes. «Las joyas que poseía la
señora--escribe Remesal--eran tan numerosas y ricas, que no las tendría
más y mejores un grande de España de muy distinguida casa.»

Alvarado, a su gobierno de Guatemala, unió el de la provincia de
Honduras, que hasta entonces había sido independiente. Contrariedad
no pequeña fué para el Adelantado cuando supo, que, a los pocos días
de haber salido de Guatemala para Honduras, llegó a aquella ciudad el
visitador Maldonado, quien presentó los despachos y fué recibido al
ejercicio de su cargo el 11 de mayo de 1536.

Por lo que se refiere al territorio que al presente denominamos
República del _Salvador_, según queda apuntado arriba, formaba en el
siglo XVI el señorío de Cucatlán, cuya población más importante era
Atehuán. Aunque Alvarado fué recibido con toda clase de respetos y
consideraciones de parte de los _chontales_ y de los _pipiles_, tribus
que gozaban del mayor prestigio, él, como también se indicó en este
mismo capítulo, hizo herrar como esclavos a muchos indígenas, peleando
luego con los que le hicieron resistencia. Si por lo riguroso de la
estación se retiró a la capital de los cakchiqueles el 21 de julio de
1523, volvió en el año 1525 y se hizo dueño de todo el país. Dícese que
en el mencionado año de 1525 ya existía en aquel país una villa con
el nombre de San Salvador, cuyo alcalde se llamaba Diego Holguín[80].
Posteriormente, Martín Estete, por orden de Pedrarias, se dirigió
con 110 infantes y 90 caballos hacia San Salvador. Estete fundó una
población que denominó _Ciudad de los caballeros_; pero su carácter
agrio y tiránico se atrajo la enemiga de sus soldados y el odio de los
indios.

       [80] _Libro de Actas del Ayuntamiento de Guatemala_, sesión
       del 6 de mayo de MDXXV años. Juarros y otros escritores
       afirman que la fundación de San Salvador no se verificó hasta
       abril de 1528.

Cuando en los comienzos del siglo XVI descubrieron los españoles
las costas de _Honduras_[81], encontraron los siguientes pueblos:
1.º los _chortises de Sesenti_, pertenecientes a la familia de los
quichés, cachimeles y mayas. 2.º los _lencas_, que bajo los nombres
de chontales, payas e hicaques o xicaques habitaron después en los
distritos de Olancho, Comayagua, Choluteca y Tegucigalpa. 3.º los
salvajes de la costa de Mosquitos.

       [81] El nombre del país se debe--según se dice--a las honduras
       o fondos que los primeros pobladores hallaron en sus costas.
       Cuando salieron a tierra llana, exclamaron: _¡Bendito sea
       Dios, que hemos salido de estas Honduras!_

Ya sabemos que Cristóbal Colón, en su cuarto y último viaje, llegó a la
isla de los Pinos (hoy de Guanaja) «primera tierra centroamericana que
descubrieron los europeos en el siglo XVI» (30 julio 1502); tocó tierra
firme donde a la sazón se halla el puerto de Trujillo, pasando tiempo
adelante a las orillas del Río Tinto, y allí tomó posesión de aquella
tierra, que llamó de Honduras. Continuó navegando a lo largo de la
costa de los Mosquitos y de la actual República de Costa Rica, llegando
hasta los confines de la provincia de Veragua.

Realizáronse sucesos que no demandan atenta consideración, y sólo
apuntaremos que allá por el año 1530 los indígenas de Honduras se
hallaban contentos bajo el mando del capitán Alonso Ortiz porque «los
trataba bien»[82]. Pasados dos años, el contador Andrés de Cereceda
y el licenciado Vasco de Herrera dirigieron la administración de
Honduras, si bien encontraron ruda oposición en los regidores de la
ciudad, quienes hubieron de destituir al citado Vasco de Herrera.
Motivo fué esto de serios disgustos entre Vasco y Diego Méndez, y que
terminaron con el asesinato del primero. Apoderado Méndez del gobierno
(1532), hizo jurar a todos fidelidad y mandó reducir a prisión a
Cereceda. Tanta fué la tiranía de Méndez, que se conjuraron veinte
hombres, _los mejores y más honrados_, según frase del historiador
Herrera, para matarle[83]. Los veinte conjurados, partidarios de
Cereceda, asaltaron la casa del Gobernador y le redujeron a prisión, no
sin que de aquéllos hubiese cuatro heridos y de la parte de Méndez un
muerto. Mediante un proceso, Méndez fué condenado a muerte, y otros,
sin proceso alguno, sufrieron la misma pena. Cereceda, hombre cruel y
vengativo, se atrajo el odio de los castellanos y de los indígenas.
Parecía que Dios había abandonado a Honduras, por cuanto en este año
de 1532 las enfermedades y el hambre ocasionaron muchas víctimas en el
país.

       [82] Herrera, _Década IV_, lib. VII, cap. IV.

       [83] _Década V_, lib. I, cap. X.

Acertado estuvo el Rey al presentar para el obispado de Honduras a D.
Cristóbal de Pedraza. También pensó lo conveniente que sería establecer
una Audiencia, considerando la mucha distancia que había a la de Santo
Domingo (1534).

En el año siguiente llegó a Honduras Cristóbal de la Cueva, mandado
por Jorge de Alvarado. Mediaron varias pláticas entre D. Cristóbal y
Cereceda, hasta que al fin vinieron a un acuerdo, que fué roto poco
después (1535). Cereceda era cada día más cruel, y por ello Pedro de
Alvarado, que residía en Santiago de los Caballeros (Guatemala), se
decidió a socorrer a los de Honduras, coincidiendo este hecho con
el nombramiento que hizo el Rey de gobernador de Honduras a favor
de Francisco de Montejo. En tanto que Montejo se disponía a ir a
Honduras, llegó Pedro de Alvarado (1536), quien recibió por renuncia
de Cereceda la gobernación de dicha provincia. Cuando Alvarado comenzó
a pacificar la tierra y en el Puerto de Caballos echó los cimientos
de una población que llamó _San Juan_, y Juan de Chaves, uno de sus
servidores, dió principio a una buena población, por medio de la
cual pudieran comunicarse las provincias de Honduras y Guatemala,
se presentó Francisco de Montejo. La población que hizo Chaves se
llamó _Gracias a Dios_, y se cuenta que después de recorrer sierras y
montañas, halló tierra buena, exclamando entonces su gente: _Gracias a
Dios que habemos hallado tierra llana_. Aquella gente recordaba que el
Almirante en su cuarto viaje dió al próximo cabo el nombre de _Gracias
a Dios_.

Respecto al gobierno de Montejo, lo primero que hizo fué quitar la
representación a las personas nombradas por Alvarado, tomando él lo
mejor para sí y lo demás lo dió a sus amigos (1536)[84]. Tuvo que
sofocar un levantamiento de los indios, cuyo jefe, llamado Lempira,
hombre prudente y valeroso, puso en gran aprieto a los castellanos,
acabando al fin sus días por un tiro de arcabuz (1537). Con la muerte
de Lempira entró la confusión entre los indios; unos se despeñaron por
aquellas sierras próximas a la ciudad de Gracias a Dios, y otros se
rindieron.

       [84] Véase Herrera, _Década VI_, lib. I, cap IX.

Cuando creía Montejo que iba a gozar de paz y de tranquilidad, se
presentó, procedente de Castilla, en Puerto de Caballos, el Adelantado
Don Pedro de Alvarado. Venía con su mujer y mucha gente de guerra.
«Traía--escribe Herrera--el obispado de aquella provincia de Honduras
para el licenciado Cristóbal de Pedraza, protector de los indios»[85].
En seguida se encargó de la gobernación de Honduras, no sin disgusto
de Montejo, quien hubo de resignarse cuando vió la provisión real.
Ajustóse la paz entre ambos gobernadores por mediación del dicho
prelado. Montejo tuvo que pagar buena cantidad de ducados; pero recibió
el gobierno de Chiapa, población que era de Guatemala. A su vez
Alvarado dejó la gobernación de Honduras al capitán Alonso de Cáceres,
«y desde entonces--según Herrera--hubo paz en Honduras, porque en
muchos años siempre sucedían en aquella provincia robos, opresiones y
tiranías, por los malos e injustos gobernadores»[86]. Inmediatamente
salió para Guatemala Pedro de Alvarado (1539), donde los Padres Fr.
Bartolomé de las Casas y Fr. Rodrigo de Andrade predicaban el Evangelio
a los indios.

       [85] _Década VI_, lib. VII, cap. IV.

       [86] _Década VI_, lib. VII, cap. IV.

Por algún tiempo tuvieron el mismo gobernador Honduras y Guatemala;
luego, cuando D. Antonio de Mendoza, virrey de Nueva España, dispuso
que las dos provincias recibiesen al licenciado Alonso Maldonado,
los de Honduras no quisieron y nombraron al veedor Diego García de
Celis (1542). Posteriormente, sublevados los negros del territorio de
Honduras, no pudieron hacer frente a las fuerzas que contra ellos mandó
la Audiencia, siendo pronto vencidos y castigados con rigor (1548).

Habiendo tratado de las expediciones a _Nicaragua_ realizadas por
Gil González Dávila y por Francisco Hernández de Córdoba[87],
consideremos la conquista del país. Tomó parte en ella la Audiencia
de Santo Domingo. Los oidores de dicha Audiencia, que sabían que
Gil González era el descubridor de Nicaragua, no tomaban a bien que
Pedrarias Dávila la ocupase, pareciéndoles más justo que continuara
gobernándola, en nombre de aquel alto Tribunal, Francisco Hernández.
Conociendo Pedrarias el caso, determinó ir a Nicaragua, ya para
castigar á Hernández, ya para que no se metiese en el país Hernán
Cortés. En efecto, al comenzar el año 1526, Pedrarias salió de Panamá
para Nicaragua, llegó a la ciudad de León, puso preso á Francisco
Hernández y le hizo cortar la cabeza. Después de dejar el mejor arreglo
que pudo en Nicaragua, en cuya tierra se hallaban establecidos los
_chapanecas_, se volvió a Panamá, en tanto que Diego López de Salcedo
pasó desde Trujillos a Nicaragua o al _Nuevo Reino de León_, como él
llamaba al país; también Pedro de los Ríos, gobernador de Castilla del
Oro, se presentó en la misma provincia, de la cual le hizo salir el
citado López de Salcedo, quien hubo de realizar reformas importantes
lo mismo en el orden administrativo que en el religioso. Así las
cosas, Pedrarias Dávila mandó detallada relación al Rey del estado
de Nicaragua, no sin declarar las causas que tuvo para degollar a
Francisco Hernández; también manifestó que Gil González Dávila era
muerto. Como Pedrarias prometía sacar de la provincia grandes riquezas,
se le envió el título de Gobernador, ordenando a Diego López de Salcedo
y a Pedro de los Ríos que no se metiesen en las cosas de Nicaragua.
Fué presentado por obispo de Nicaragua Diego Alvarez de Osorio; se
dispuso que se hiciese un convento de frailes dominicos y allá se
dirigió con la idea de convertir a los naturales Fray Bartolomé de Las
Casas. Duro en su gobierno se manifestó Pedrarias. Puso preso a Diego
López de Salcedo y disgustó a los indios. Tanta ojeriza habían cobrado
los indios a sus dominadores, que hacía dos años que no dormían con
sus mujeres para que éstas no diesen esclavos a dichos castellanos.
No sólo odiaban á Pedrarias los indios; los castellanos se quejaban
del mismo modo de su conducta. Hasta en las elecciones de alcaldes y
regidores se notaba la arbitrariedad del Gobernador, el cual elegía
aquellas autoridades entre sus criados y dependientes. Cuando le
censuraban por ello, decía que tenía cédula del Rey para hacerlo. Como
escribe Herrera, en Nicaragua no se vivía con justicia ni quietud[88].
Murió Pedrarias en los últimos días de julio de 1531, en la ciudad
de León «a tiempo que se le había concedido licencia de dos años
para venir a Castilla, y que se le había hecho merced de la vara de
alguacil mayor de Nicaragua para sus herederos, en la cual nombró a su
hijo Arias Gonzalo y por alcalde de una de las fortalezas de aquella
provincia...»[89].

   [87] Tomo I, cap. XXIX.

   [88] _Década VI_, lib. VII, cap. IV.

   [89] Herrera, _Década IV_, libro IX, capítulo XV.

Desempeñó interinamente el cargo de Gobernador el licenciado Castañeda,
hombre injusto, inmoral y altanero. Continuó el malestar en la
provincia, que aumentó por las epidemias y el hambre, hasta el punto
que lo mismo en dicha provincia, que en la de Honduras, se recordó
por mucho tiempo el tristísimo año de 1532. Ausentóse del país el
licenciado Castañeda, dejando en su lugar al obispo Garci Alvarez
Osorio; pero el regimiento de la ciudad de León suplicó al Rey que el
nombramiento de Gobernador se hiciese en persona que hubiera estado en
las Indias, y proponía al capitán Francisco de Barrionuevo, gobernador
de Castilla del Oro, o al licenciado de la Gama.

En la corte se trató por el año 1534 de establecer Audiencias, no sólo
en Honduras--como antes se dijo--, sino también en Nicaragua y en
alguna otra provincia. Demás de esto, deseoso el Rey en dar paz a la
mencionada provincia de Nicaragua, nombró como gobernador a Rodrigo
de Contreras, que casó con Doña María de Peñalosa, hija de Pedrarias
Dávila, la misma que estuvo prometida a Vasco Núñez de Balboa. Apenas
tomó posesión de su destino, comenzó a entender en la residencia
del licenciado Castañeda, quien, como viese mal el asunto, hubo de
marcharse a Castilla, adonde la Audiencia le mandó prender y secuestrar
los bienes. Por entonces se presentó en Nicaragua, procedente de
México, el P. Las Casas, que no tardó en declararse enemigo del
Gobernador y protector de los indios. A tal extremo llegaron las cosas,
que habiendo intentado el obispo Alvarez Osorio poner paz entre el
Gobernador y el fraile, sólo logró que se encendieran más las pasiones,
teniendo Rodrigo de Contreras que acudir en queja al Rey, mientras el
P. Las Casas marchó a Castilla decidido a favorecer a los indios en
contra de la _demasiada libertad de los gobernadores y soltura de los
soldados_[90]. Al obispo Alvarez Osorio, que murió por entonces, le
sucedió Fray Antonio de Valdivieso. No hay palabras para reprobar la
conducta de Rodrigo de Contreras. «Si á V. M.--dice atenta y razonada
Exposición--hobiesemos de facer relacion de todo lo que en esta
tierra ha subcedido de nueve años á esta parte, que ha que Rodrigo de
Contreras ha gobernado, sería facer un proceso muy grande, é de cosas
que dudamos V. M. pudiese creer»[91]. Por su ineptitud, torpeza o malas
inclinaciones, su nombre fué aborrecido de los indígenas. Por mucho
tiempo se recordó en el país la mala administración de dicho gobernante.

       [90] Herrera, _Década VI_, libro I, capítulo VIII.

       [91] _Colec. de doc. inéd._, etc., tomo VII.

Descubierta _Costa Rica_ por Cristóbal Colón en el año 1502[92],
fué la primera de las provincias del antiguo reino de Guatemala que
conquistaron los españoles. Dentro de la provincia llamada Castilla del
Oro, provincia que se extendía desde el golfo de Urabá hasta el cabo
de Gracias a Dios, se hallaba el territorio de Costa Rica. Bajo el
punto de vista etnográfico, las razas primitivas de Costa Rica eran:
los _chorotegas_ o _mangues_, que habitaban la región del Noroeste,
hacia el golfo de Nicoya, que se corrían hacia el Salvador, Chiapas
y Nicaragua; los _cotos_ o _bruncas_ debieron vivir al Sur y al
Sudeste de la cordillera; y los _güetares_ al Oeste de Nicoya y de los
chorotegas[93].

       [92] Véase capítulo XXIII del tomo I.

       [93] _Enciclopedia Universal Ilustrada_, tomo XV, pág. 1.208.

A Diego de Nicuesa, nombrado gobernador de Castilla del Oro (1508), le
sucedió Pedrarias Dávila (1513), y poco después el licenciado Gaspar
de Espinosa, alcalde mayor[94]. En busca de oro, allá por el año 1520,
se dirigió Espinosa hacia _Burica_ (hoy Boruca) en la actual República
de Costa Rica. Llamábase Urraca el cacique de Burica, hombre tan osado
como valiente. Reñido fué el combate entre los castellanos de Espinosa
y los indios de Urraca, y mal lo hubieran pasado los primeros sin el
auxilio de Hernando de Soto, que, por orden de Francisco Pizarro, hacía
a la sazón una correría por aquellas inmediaciones. Embarcóse Espinosa
y siguió la costa, tocando tierra en seguida, no sin encontrar tenaz
resistencia en otros indios, aunque la vista sólo de los caballos les
aterraba, creyendo que eran monstruos marinos. Retiróse Espinosa a
Panamá, llamado por Pedrarias, dejando en Burica al capitán Francisco
Campañón con un destacamento.

       [94] A la sazón el ducado de Veragua quedó separado de
       Castilla del Oro.

Cuando Urraca tuvo de ello noticia, cayó sobre Campañón, en tanto que
el citado capitán enviaba dos mensajeros a Pizarro dándole cuenta de
su apurada situación. En buen hora llegaron los refuerzos, porque ya
se hallaba sitiado por el valeroso Urraca. Posteriormente el mismo
Pedrarias con ciento cincuenta hombres y algunas piezas de artillería,
se dirigió contra los indios, llevando por capitán de su guardia a
Francisco Pizarro, tan famoso en la Historia del Nuevo Mundo. Urraca,
con la ayuda del cacique Exqueguá, se dispuso a la pelea. Casi todo
un día duró el combate, retirándose al fin los indios, que fueron
perseguidos. Pedrarias, habiendo dejado al capitán Diego de Albitez
por teniente suyo, regresó a Panamá (1520). Entre Albitez y Urraca
no cesaron las hostilidades. Al año siguiente, Campañón, sucesor de
Albitez, continuó la guerra contra Urraca; pero cansado el capitán
español de luchar un día y otro día, le propuso honrosa paz. Fiado
Urraca en la palabra de Campañón, se presentó en el pueblo y al momento
fué reducido a prisión y cargado de cadenas. Evadióse de la prisión y
sostuvo larga guerra, muriendo al fin con la pena de no haber podido
arrojar a los invasores[95]. No dejó de ser Costa Rica campo abonado
para las conquistas de los españoles. Cuando Pedro de Alvarado, allá
por el año 1527, se defendía en España de los cargos que se le hacían,
su hermano Jorge penetró hasta Costa Rica, sometiendo algunos pueblos
de indígenas. Tiempo adelante, el año 1542, hizo Diego Gutiérrez un
asiento o convenio con el Rey para conquistar y poblar la provincia de
Cartago, desde la bahía de Cerebaro hasta el cabo Camarón, en el río
Grande (el San Juan)[96]. (Apéndice B.)

       [95] Herrera, _Década II_, lib. IV, cap. IX.

       [96] Recuérdese que en el año 1534 Felipe Gutiérrez fué
       nombrado gobernador de Veragua, cuyos límites eran «desde
       donde se acaban los de la gobernación de Castilla del Oro,
       llamada Tierra Firme, y fueron señalados a Pedrarias Dávila
       y a Pedro de los Ríos, gobernadores que fueron de la dicha
       provincia, hasta el cabo de Gracias a Dios.» Un pleito
       contra la corona por D. Diego Colón, hijo del Almirante
       D. Cristóbal (comenzado en 1508 y terminado en 1537) se
       resolvió, adjudicándose a D. Luis Colón un territorio de 25
       leguas en cuadro desde el río Belén al Occidente y Sur. En
       nuestros días la República de Costa Rica intentó probar que
       el ducado de Veragua estuvo incluído durante la dominación
       española en dicho Estado, sosteniendo lo contrario la
       República de Colombia y decidiendo la cuestión en contra de
       las pretensiones de Costa Rica el Presidente de la República
       francesa.

Terminaremos la conquista de la América Central, recordando los
siguientes hechos. Tranquilo se hallaba Pedro de Alvarado en su
gobierno de Guatemala, cuando la resolución de asuntos interiores le
obligaron a trasladarse a México para consultar con el virrey Don
Antonio de Mendoza. Sucedió á la sazón un levantamiento de chichimecas
en el distrito de Guadalajara (Reino de la Nueva Galicia). Los
indómitos chichimecas, por no pagar los tributos a sus señores, se
subieron a las cumbres de las sierras y se dispusieron a pelear como
bravos. Contra ellos fué Pedro de Alvarado, quien encontró allí la
muerte (24 junio 1541)[97]. El virrey Mendoza, cediendo a los deseos
de la viuda, Doña Beatriz, conocida desde la muerte de su marido con
el nombre de _La Sin Ventura_[98], nombró gobernador interino de
Guatemala a Don Francisco de la Cueva, hermano de la citada señora.
Del gobierno de Honduras se encargó el tesorero Diego García de Celis.
Terrible desgracia ocurrió en Guatemala bajo el gobierno de la Cueva.
Cuentan las crónicas de aquellos tiempos que copiosa y abundante lluvia
comenzó a caer sobre la ciudad y en sus inmediaciones desde el 8 de
septiembre del año 1541. El día 10 bajó de la montaña, conocida desde
aquella época con el nombre de _Volcán de agua_, terrible inundación,
que destruyó gran parte de Santiago de Guatemala, encontrándose entre
los ahogados Doña Beatriz de la Cueva, viuda del adelantado Don Pedro
de Alvarado, una hija natural del dicho Don Pedro, llamada Ana, de edad
de cinco años, y otras personas distinguidas. Los daños causados por la
tormenta fueron muchos y muy importantes. Don Francisco de la Cueva,
que hacía oficio de gobernador, y el obispo, se portaron perfectamente
en aquel día tristísimo. Los supervivientes, aterrados por desgracia
tan inmensa, se trasladaron una legua más al Norte, donde se encuentra
el valle de Panchoy, fundando allí la tercera ciudad, capital del reino
y hoy arruinada, y a la cual se la conoce con el nombre de la _Antigua_.

       [97] De esta campaña se tratará en el capítulo XV de este tomo.

       [98] Tanta fué su tristeza, que en adelante no quiso ser
       conocida sino con dicho nombre.

Pasamos a relatar ciertos hechos referentes a la conquista de las
Grandes Antillas. Dijimos en el primer tomo de esta obra que Cristóbal
Colón, en su primer viaje, salió el 19 de noviembre de 1492 de Puerto
Príncipe, camino de Babeque, Bohio y Haytí o Baytí. De Puerto Príncipe
no se dirigió directamente a Babeque, pues se entretuvo hasta el 5 de
diciembre en las costas de Cuba. Fondeó en la extremidad occidental
de _Haytí_, isla a la que dió Colón el nombre de _Española_ el
día 6 de dicho mes, comenzando el 7 a explorar sus costas. Tenía
entonces la isla--según Colón--cerca de un millón de habitantes[99],
y estaba habitada por los _cebuneyes_ al Oeste, y por los _aravacos_
en el Centro y Este. Dividíase en cinco partes, gobernadas por sus
respectivos caciques: Caonabo era señor de _Maraguana_, Bohechio de
_Xaragua_, Garionez del país donde se fundó después _Concepción de la
Vega_, Guanagari de la tierra que estaba a orillas del _Artibonito_, y
Cayacoa del _Higuey_. Recordaremos que, habiendo fundado el Almirante
la _Isabela_, primera ciudad europea del Nuevo Mundo, Bartolomé Colón
echó los cimientos de Santo Domingo en el año 1498, sobre la costa
del río Ozama. Dicen unos escritores que el hermano del Almirante dió
el citado nombre a la ciudad en honor de su padre, llamado Domingo;
según otros, por la devoción que tenía a Santo Domingo de Guzmán. En el
correr de los tiempos el nombre de la capital Santo Domingo sustituyó
al de Española, aplicándose después únicamente a la parte oriental de
la isla. El P. Las Casas, cariñoso por demás con los indios, hace subir
a 3.000.000 el número de víctimas que los conquistadores españoles
hicieron en el país[100].

       [99] Reclus, _América Central_, pág. 688.

       [100] Ibidem.

Descubierta la isla de _Cuba_ por Colón en su primer viaje, y poblada
por los _siboneyes_, fué conquistada en el año 1511 por Diego
Velázquez, gobernador de la Española. Velázquez, con 300 soldados y
acompañado del sacerdote (no fraile a la sazón), Bartolomé de las
Casas, conquistó la isla, no sin derrotar y quemar vivo al cacique
Hatuey. Encargó luego la pacificación del Camagüey al capitán Narváez,
cuyos soldados lo llevaron todo a sangre y fuego. Velázquez fundó las
ciudades de _Baracoa_, _Sancti-Spíritus_, _Puerto Príncipe_, _Santiago
de Cuba_ y la _Habana_. Murió en el año 1524.

Al S. de Cuba se encuentra _Jamaica_, descubierta por Cristóbal Colón
en su segundo viaje, el año 1494. El Almirante la llamó _Santiago_,
nombre que se olvidó pronto. Es una de las grandes Antillas, y en ella
se establecieron los españoles en 1509. Los indígenas, pertenecientes
a la misma raza que los de las otras grandes Antillas, se sometieron
fácilmente; pero a Esquivel, su primer Gobernador, hombre bueno y
compasivo, sucedieron malos conquistadores, cuya obra se redujo a
exterminar a los aborígenes. Una flota que envió Cromwell, se apoderó
de la isla (1655), en la cual sólo se contaban 3.000 habitantes, la
mitad españoles y la otra mitad negros.

Consideremos la isla, que los indios llamaron _Borinquén_, Cristóbal
Colón, _San Juan Bautista_[101], y los españoles, _Puerto Rico_[102].
Se dijo en su lugar correspondiente, que Cristóbal Colón, en su segundo
viaje, descubrió la isla de Puerto Rico. En el año 1508, Juan Ponce de
León, que se hallaba en la Isla Española, solicitó de Nicolás Ovando
permiso para ir a la de San Juan de Puerto Rico. Concedido el permiso,
se dirigió a la citada isla y desembarcó en un sitio, cuyo señor, el
más poderoso de aquella tierra, se llamaba Agueinabá. Los habitantes
tenían color cobrizo, más obscuro que el común de los naturales de
América. Afirman antiguos escritores que era una tierra muy poblada
de gente, y cultivada con tanto esmero, que parecía una huerta. Ponce
de León fué recibido perfectamente por el cacique Agueinabá, y por él
supo que algunos ríos conservaban oro abundante en sus arenas. La isla
tenía pocos llanos, aunque sí muchos valles y altas montañas, numerosos
ríos y algunos puertos, el mejor de ellos el de Puerto Rico. Ovando,
inmediatamente que llegó a España, manifestó al Rey el servicio que
le había hecho Ponce de León con su expedición a la isla. El Monarca
premió a Ponce de León, nombrándole gobernador de Puerto Rico (1510),
_sin que el Almirante_, como dice Herrera, _le pudiese quitar_[103].

       [101] El 19 de noviembre de 1493 tomó el Almirante tierra en
       la ensenada de Mayagüez, y de la misma isla se hizo a la vela
       dicho Almirante el 22 de noviembre de aquel año.

       [102] Ya por la mucha riqueza de oro que se halló en ella, ya
       porque el puerto era bueno, cerrado y seguro de tormentas.

       [103] _Década I_, libro VII, capítulo XIII.

El Gobernador envió presos a España a Juan Cerón y Miguel Díaz,
hechuras del Almirante; fundó una población que llamó _Caparra_ y
otras menos importantes, e hizo el repartimiento de los indios. Entre
los castellanos e indios comenzó la guerra, teniendo la desgracia
Cristóbal de Sotomayor y otros cuatro castellanos de morir a manos de
sus enemigos. Juan Ponce, comprendiendo la gravedad del caso, nombró
tres capitanes para castigar a los revoltosos; los capitanes eran:
Diego de Salazar, Miguel de Toro y Luis de Añasco, los cuales, cada uno
al frente de treinta hombres, triunfaron de los indios. Ponce puso en
paz la isla de Puerto Rico, aunque los indígenas, en su desesperación,
llamaron en su ayuda a los caribes de las islas cercanas.
Posteriormente, disgustado Juan Ponce de León por la vuelta a la isla
de Juan Cerón y Miguel Díaz, se dispuso a realizar descubrimientos de
otras tierras. Al efecto, salió de la isla de San Juan en los primeros
días de marzo de 1512, y pasando por la isla del Viejo, por Caycós
(isleta de los Lucayos), por Amaguayo, por Maneguá, por Guanahani,
llegó a la Florida[104]. Orgulloso con sus descubrimientos, pensando
siempre que eran islas y no tierra firme, marchó a Castilla, esperando
recibir mercedes de la corte. Tantas y tan grandes fueron las quejas
que se dieron al Almirante acerca de Juan Cerón y Miguel Díaz, que,
aconsejado de los Jueces de Apelación y de los Oficiales Reales, les
quitó los Oficios y envió de gobernador al comendador Moscoso. Como
tampoco se portara bien el citado Moscoso, pasó él a la isla, donde
dejó por nuevo Gobernador, al tiempo de marcharse, a Cristóbal de
Mendoza. Mendoza era persona discreta y contuvo las invasiones de los
caribes, cada vez más atrevidos e insolentes.

       [104] Véase esta expedición en el tomo I, capítulo XXVI.

Premió el Rey los servicios de Juan Ponce nombrándole Adelantado de
la isla de Bimini y también de la Florida (considerada entonces como
isla); además le ordenó que levantase una fortaleza en la isla de San
Juan para la defensa de los caribes. Tanto miedo llegaron a inspirar
dichas gentes, que se mandó armar tres navíos para correr las islas
que eran guarida de los caribes, dándose el mando de la escuadrilla
al citado Ponce (año de 1514). En los comienzos de mayo de 1515 se
dirigió Ponce a la isla de Guadalupe, donde hizo desembarcar algunos
hombres para recoger agua y leña, y algunas mujeres para que lavasen
la ropa. Los salvajes, que estaban emboscados, mataron á los hombres
y cautivaron las mujeres. Corrido por este suceso Ponce de León, se
retiró con sus naves a San Juan de Puerto Rico, mientras el Gobierno
dió licencia para que todos pudieran armarse contra los caribes y
hacerles esclavos. Disgustado Ponce de León porque la fortuna no se
había mostrado propicia ni en Guadalupe ni en la Florida, volvió a
Cuba, acabando sus días en el año 1521. El Rey dió el Adelantamiento
y las demás mercedes del padre al hijo, cuyo nombre era Luis. Como
diremos al tratar del gobierno de Puerto Rico, la colonización se
hizo con más lentitud que en la Española. «Los comienzos de la
colonización--según Reclus--fueron muy difíciles: huracanes, una
invasión de caribes y la destrucción de los primeros cultivos por las
hormigas, hicieron abandonar la isla, que se repobló lentamente»[105].
(Apéndice C).

       [105] _Geografía Universal, América Central, México_, etc.,
       pág. 732.



CAPITULO VI

  CONQUISTA DEL PERÚ.--FRANCISCO PIZARRO: SU PATRIA.--PIZARRO
  EN EL NUEVO MUNDO: SUS PRIMEROS HECHOS.--EXPEDICIÓN DE
  ANDAGOYA.--SOCIEDAD DE PIZARRO, ALMAGRO Y LUQUE.--PRIMERA Y
  DESGRACIADA EXPEDICIÓN DE PIZARRO.--VUELTA A PANAMÁ.--SEGUNDA
  EXPEDICIÓN: DESCUBRIMIENTOS DE RUIZ.--PIZARRO EN EL IMPERIO
  Y ALMAGRO EN PANAMÁ.--PIZARRO Y ALMAGRO EN LA ISLA DEL
  GALLO.--ALMAGRO EN PANAMÁ Y PIZARRO EN LA ISLA DE GORGONA.--LOS
  ESPAÑOLES EN TUMBEZ.--PIZARRO SE EMBARCA PARA ESPAÑA.--PIZARRO
  Y HERNÁN CORTÉS EN TOLEDO.--CAPITULACIÓN.--PIZARRO EN TRUJILLO:
  SU FAMILIA.--PIZARRO VUELVE AL NUEVO MUNDO.--DESCONTENTO
  DE ALMAGRO.--TERCERA EXPEDICIÓN.--EL IMPERIO EN AQUELLA
  ÉPOCA.--HUAYNA CAPAC.--HUASCAR Y ATAHUALLPA.--GUERRA Y TRIUNFO
  DE ATAHUALLPA.--PIZARRO EN TUMBEZ: FUNDA A SAN MIGUEL.--PIZARRO
  Y HERNANDO SOTO EN EL INTERIOR DEL IMPERIO.--LOS ESPAÑOLES EN
  LOS ANDES.--EMBAJADAS DEL INCA.--EL INCA ATAHUALLPA.--ATREVIDO
  PLAN DE PIZARRO.--EL P. VALVERDE ANTE ATAHUALLPA.--ATAQUE DE LOS
  ESPAÑOLES.--PRISIÓN DEL INCA.--MUERTE DE HUASCAR.--MUERTE DE
  ATAHUALLPA.


Francisco Pizarro nació por el año 1471 en Trujillo (Cáceres), y era
hijo ilegítimo de Gonzalo, capitán de infantería[106] y de Francisca
González, mujer de humilde condición. Un día--se ignora el motivo de
ello--desapareció de su pueblo y se embarcó para el Nuevo Mundo. Debió
ir a Santo Domingo, donde permaneció ignorado, hasta que a fines de
1509, cuando contaba treinta años de edad, se alistó bajo las banderas
de Alonso de Ojeda. Tiempo adelante tuvo Ojeda necesidad de ir a
buscar recursos a la Española[107], y durante su ausencia, encargó del
gobierno de San Sebastián, villa que acababa de fundar en Urabá, a
Francisco Pizarro. Posteriormente, nuestro héroe se unió a Balboa, y
con él iba cuando se descubrió el mar del Sur. Acompañó luego a Gaspar
Morales, deudo de Pedrarias, en una expedición, cuyo resultado fué
desastroso, y más lo hubiese sido sin los servicios de Pizarro. En
esta ocasión, un cacique del archipiélago de las Perlas, le hubo de
señalar la dirección en que se hallaba un país muy rico (Perú). Cuando
Pedrarias se declaró enemigo mortal de Vasco Núñez de Balboa, Pizarro
se puso al lado del primero, prefiriendo el poderoso al humilde.
Cuéntase que al trasladarse el gobierno de la colonia de Darién,
atravesando el istmo, a Panamá, Pizarro no se separó de Pedrarias.
En Panamá combatió á los indios y también en Panamá se decidió a
realizar en la región del Sur las hazañas que en el Norte llevó a cabo
Cortés. Se asociaron a Pizarro para la realización de su proyecto,
Diego de Almagro y el sacerdote Hernando de Luque; Almagro era natural
del pueblo de su nombre, y Luque cura de Panamá (Apéndice D). Es de
advertir, que además de los datos que Pizarro pudo por sí mismo hallar
del Perú, los tenía seguros y recientes. En aquel tiempo, un caballero
llamado Pascual de Andagoya, organizó una expedición en Panamá (1522),
y, haciéndose a la vela hacia el Sur, llegó hasta las riberas del río
de San Juan, donde adquirió importantes noticias acerca del imperio de
los Incas. Andagoya, después de comerciar con los indígenas, volvió a
Panamá por el mal estado de su salud[108].

       [106] Murió de Coronel en Navarra.

       [107] Véase tomo I, cap. XXVI.

       [108] Véase tomo I, cap. XXIX.

[Ilustración:

FOTOTIPIA LACOSTE.--MADRID.

FRANCISCO PIZARRO.]

Pizarro, Almagro y Luque compraron dos buques pequeños, de los
cuales el mayor era uno de los construídos por Balboa para la misma
expedición. En este buque y con 80 hombres de los 100 que se habían
reclutado y cuatro caballos, salió Pizarro (mediados de Noviembre de
1524); Almagro debía seguirle cuando estuviese aparejado el buque
menor. Tocó Pizarro en el archipiélago de las Perlas, atravesó el
golfo de San Miguel, se dirigió al puerto de las Piñas y entró en el
río Birú, internándose unas dos leguas. Continuaron recorriendo la
costa, encontrando sólo pantanos, bosques y peñascos. Casi agotadas las
provisiones, el único alimento de cada hombre consistía en dos mazorcas
de maíz. Renegaban de la hora que habían salido de Panamá. Hasta las
mazorcas se iban concluyendo y el hambre comenzaba a dejarse sentir de
una manera aterradora. Pizarro, en aquella situación, dispuso que parte
de la tripulación, a las órdenes de Montenegro, marchara a las islas de
las Perlas en busca de provisiones, mientras que la otra, hallándose
él a la cabeza, se estableció en un lugar de la costa y entró en
relaciones con los indígenas. Volvió Montenegro, trayendo carne, fruta
y maíz; durante su viaje, Pizarro hizo construir algunas barracas y
buscó raíces para alimentar a los suyos, raíces que muchas de ellas
eran venenosas, ocasionando la muerte de 27. Inmediatamente que llegó
Montenegro, abandonaron aquel sitio, al que denominaron _Puerto del
Hambre_. Recorrieron algunos puntos de la costa, deteniéndose en
un paraje que llamaron _Pueblo Quemado_, donde hubieron de sostener
frecuentes luchas con indios feroces, en una de las cuales salió mal
herido Pizarro. Reembarcáronse para Chicamá, punto inmediato a Panamá,
pues deseaban enterarse del paradero de Almagro.

No era censurable, aunque otra cosa pareciese, la conducta de Almagro.
En el momento que pudo se lanzó a la mar, siguiendo el mismo derrotero
que Pizarro; derrotero que trató de conocer por las señales puestas
en montes y playas. Desembarcó en _Pueblo Quemado_, sitio donde, si
Pizarro fué herido, él, luchando con los salvajes, perdió un ojo.
Continuó recorriendo la costa y, cuando creyó que Pizarro y los que le
acompañaban habrían muerto, tocó en la isla de las Perlas. Allí supo el
paradero de ellos, tomando inmediatamente el rumbo de Chicamá. Cuando,
reunidos en Chicamá, trataron de continuar la expedición, vieron que
los barcos se hallaban en mal estado y los recursos eran muy escasos.
Hubieron de convenir que Almagro marchase a Panamá y pidiera auxilio.
En efecto, se presentó en Panamá; pero encontró ruda oposición de parte
del gobernador Pedrarias, como tampoco logró despertar entusiasmo en
la mayor parte de la gente; sólo Luque no perdió la fe en aquellos
momentos tan críticos. Consiguió lo que quería, esto es, que el
Gobernador levantara su prohibición para el embarque de los que lo
solicitasen, aunque no sin conceder a dicha autoridad parte de las
ganancias que se obtuvieran, como también que se nombrase un adjunto a
Pizarro que, por indicación de Luque, fué designado el mismo Almagro, a
quien se dió el título de _Capitán_. Tal nombramiento supo a vinagre a
Pizarro, y fué el comienzo del odio que tiempo adelante se tuvieron.

Reunidos en Panamá los tres socios (Pizarro, Almagro y Luque), hicieron
las paces, jurando en nombre de Dios y por los Santos Evangelios
ejecutar lo que prometían. Acordaron que se celebrase una misa para
pedir a Dios la protección divina en la próxima expedición. El pacto
que hicieron lo hubieron de sellar comulgando los tres con la misma
hostia, siendo de notar que el celebrante fué el mismo Luque. Firmóse
el contrato el 10 de marzo de 1526, y por él se comprometían al
descubrimiento y conquista del Perú, debiendo Pizarro y Almagro tomar a
su cargo la parte militar, mientras Luque se encargaría de suministrar
los fondos necesarios[109]; los productos se repartirían por iguales
partes.

       [109] Parece cosa probada que el encargado de suministrar los
       fondos era el licenciado Gaspar de Espinosa, residente a la
       sazón en Panamá, pues Luque sólo tenía la representación del
       mencionado Espinosa. Veáse Prescott, _Hist. del Perú_, tom. I,
       pág. 233.

La segunda expedición fué más afortunada, contribuyendo seguramente
a ello la inteligencia y habilidad del piloto Bartolomé Ruiz. Los
asociados compraron dos buques y dos canoas, algunos caballos, armas
y municiones. Salieron de Panamá y llegaron hasta el río San Juan.
Mientras que Pizarro se situaba a las orillas del dicho río, Almagro
volvía a Panamá en busca de nuevos socorros, y Bartolomé Ruiz pasaba
adelante con una nave explorando la costa; y, por cierto, con alguna
suerte, puesto que descubrió la isla del Gallo, la bahía de San Mateo,
la tierra de Coaque, llegando hasta la punta de Pasaos, debajo del
Ecuador. En alta mar alcanzó a ver una especie de carabela, o mejor
dicho una balsa, en la cual iban algunos indios, tanto hombres como
mujeres, procedentes de Tumbez, al parecer mercaderes, que llevaban
muchos objetos de plata y oro, trabajados con bastante perfección. Lo
que más le sorprendió fueron las camisetas de algodón y lana, tejidas
con no poco primor y delicadeza. Traían además balanzas pequeñas para
pesar los metales preciosos. Hicieron grandes ponderaciones del mucho
oro y plata que se encontraba en su país, especialmente en Cuzco, la
capital.

Por su parte Pizarro emprendió su marcha al interior; pero, como dice
Herrera, «todo era montañas, con árboles hasta el cielo»[110]. En las
colínas cubiertas de bosques encontró olorosas flores matizadas de
diferentes colores; pájaros, especialmente de la familia de los loros;
monos; reptiles de todas clases; la boa rodeando el tronco de algún
árbol y el caimán tomando el sol a orilla de los ríos. Muchos españoles
fueron víctimas de los caimanes y de los salvajes, en particular de
los últimos, que les acechaban y caían sobre ellos al menor descuido.
Vino el hambre a aumentar las desgracias de la gente de Pizarro; en
los bosques sólo hallaban patatas silvestres y cocos, y en la playa el
fruto del mango.

       [110] _Historia general, Década III_, lib. VIII, cap. XIII.

Almagro tuvo la suerte de encontrar en Panamá nuevo Gobernador.
Llamábase D. Pedro de los Ríos, que dispensó a la empresa decidida
protección, tanta que Almagro pudo volver pronto y reunirse con Pizarro
llevando pequeño cuerpo de aventureros militares que acababan de llegar
de la metrópoli.

Después de algunos días en que Pizarro y Almagro fueron juguete de
las olas, arribaron a un puerto seguro en la isla del Gallo, visitada
antes por el piloto Ruiz. Pasaron luego a la bahía de San Mateo,
observando--como dice el citado Ruiz--que los habitantes eran más
civilizados que los de otras partes y que las tierras estaban mejor
cultivadas. En la costa veían grandes árboles de ébano, de una especie
de caoba y de otras maderas duras; también el sándalo y muchos árboles
olorosos. En los repechos de las colinas crecía el maíz y se criaba la
patata, y en las llanuras magníficos plantíos de cacao. Anclaron en
el puerto de Tacamez, población de más de 1.000 casas, con calles y
plazas, donde los hombres y las mujeres lucían adornos de oro y piedras
preciosas. Allí se halla el río de las Esmeraldas, llamado así por
las minas de esta piedra preciosa. No dejaron de observar el espíritu
belicoso de los naturales del país, comprendiendo que necesitaban
mayores refuerzos.

Tan acalorada fué la discusión entre Almagro y Pizarro acerca de la
marcha del primero a Panamá y de la estancia del segundo en aquellas
tierras, que llegaron a injuriarse y echar mano a las espadas; mas
el tesorero Ribera y el piloto Ruiz lograron apaciguarlos. Almagro
marchó a Panamá y Pizarro se quedó en la pequeña isla del Gallo.
Los aventureros que se quedaron con Pizarro comenzaron á manifestar
su profundo disgusto. Estaban rendidos de luchar con los horribles
temporales de los trópicos, con terrenos escabrosos, con salvajes y
caribes, con el hambre y las enfermedades. Llegaban a decir que en
aquellas tierras ni siquiera había «lugar sagrado para sepultura de sus
cuerpos.» Tanto creció el disgusto, que algunos soldados escribieron a
sus parientes y amigos, dándoles noticia del miserable estado en que se
hallaban; pero Almagro, comprendiendo la gravedad de este paso, dispuso
apoderarse de las cartas y que no llegasen a su destino. Noticiosos
de ello algunos soldados, acordaron escribir una carta y exponer con
vivos colores sus desastres. Colocaron dicha carta dentro de un ovillo
de algodón, que debía recibir, como muestra de los productos del país,
la mujer del gobernador de Panamá. Terminaba la carta con una cuarteta
escrita por Sarabia, natural de Trujillo, y en ella se pintaba a los
dos jefes como socios de una carnicería; uno se ocupaba en traer el
ganado (Almagro) y otro en degollarlo (Pizarro). La copla decía así:

      Pues, señor Gobernador,
    mirelo bien por entero,
    que allá va el recogedor
    y aqui queda el carnicero.

La carta, la vuelta de Almagro y la llegada del único buque que quedaba
a Pizarro causaron profundo desaliento en Panamá. Exageróse por todas
partes el contenido de la carta y mostrábanse tristes y abatidos los
que habían venido con Almagro. El barco en aguas de Panamá, ¿necesitaba
composición, como públicamente se decía, o era un pretexto para
librarse Pizarro de gente levantisca y desobediente? Teniendo todo
esto en cuenta, el gobernador D. Pedro de los Ríos se negó a escuchar
las súplicas de Almagro y de Luque, y envió dos buques para recoger a
los expedicionarios. Cuando llegaron los dos buques, la alegría de los
compañeros de Pizarro fué general; mas él viendo que nada conseguía
con sus súplicas y ruegos, tiró de la espada y haciendo una raya en el
suelo de Oriente a Poniente, extendió el brazo hacia el Sur y dijo:
_Camaradas y amigos: este es el camino de las penalidades, pero por él
se va al Perú a ser ricos_; y señalando en otra dirección, añadió: _por
allí vais al descanso, a Panamá, pero a ser pobres. Escoged._ Y pasó
la raya. Sólo 13 le siguieron y se llamaban Bartolomé Ruiz, Pedro de
Candía, Cristóbal de Peralta, Domingo de Soria Luce, Nicolás de Ribera,
Francisco de Cuéllar, Alonso de Molina, Pedro Alcón, García de Jeréz,
Antón de Carrión, Alonso Briceño, Martín de Paz y Juan de la Torre.
«Estos fueron--escribe Montesinos--los trece de la fama; éstos los que
cercados de los mayores trabajos que pudo el mundo ofrecer a hombres, y
los que estando más para esperar la muerte que las riquezas que se les
prometían, todo lo pospusieron a la honra, y siguieron a su capitán y
caudillo para ejemplo de lealtad en lo futuro»[111]. Volvieron los dos
buques a Panamá con los que se negaron a seguir hacia el Perú, y entre
ellos el piloto Ruiz, que debía ayudar a Almagro y a Luque en aquellos
momentos críticos.

       [111] _Anales_, M. S., año 1527.

Pizarro determinó abandonar la isla del Gallo. Hizo construir una
balsa y se retiró con sus doce compañeros a otra isla distante 5 o
6 leguas de la costa, a la cual, recordando la mitología, dieron el
nombre de Gorgona. Aunque tenían agua buena y abundante, y no les
faltaba pesca ni caza, las exhalaciones maléficas de aquel suelo y la
plaga de insectos venenosos abatieron el espíritu de aquellos héroes.
Alentábanles sus sentimientos religiosos y en Dios pusieron toda
su esperanza. Miraban al mar y por todas partes se veía la líquida
llanura, excepto por el lado oriental, que quebraba la monotonía del
horizonte prolongadísima línea de fuego. Era la reverberación del sol
en las nevadas crestas de la cadena de los Andes.

Pasados siete meses, un día vieron aparecer las velas de un buque en el
horizonte. Era el piloto Ruiz, que en pequeño barco con provisiones,
armas y pertrechos llegaba a la isla Gorgona. En dicho barco Pizarro y
los suyos se apresuraron a embarcarse, abandonando aquella miserable
tierra, no sin profunda pena, porque en ella dejaban dos enfermos al
cuidado de algunos indios amigos. Pasaron cerca de la isla del Gallo,
descubrieron la punta de Tacumez, penetraron en mares hasta entonces no
surcados por quillas europeas, admiraron el Chimborazo y el Cotopaxi,
fondeando en la isla de Santa Clara, que se halla a la entrada de la
bahía de Tumbez.

Al día siguiente continuaron la navegación, llegando, en fin, a
Tumbez, hermosa ciudad con casas de piedra y cal, colocada en el
centro de fértil campo. Acudieron a la playa los habitantes de Tumbez
y contemplaron con tanta curiosidad como sorpresa a los extranjeros y
al barco. Dieron cuenta de lo que veían al _curaca_ (gobernador) del
distrito, quien sumamente generoso les mandó en muchas balsas plátanos,
yucas, piñas, cocos, batatas, maíz y otros productos de la tierra,
como también caza y pescado; además, algunas llamas (carnero peruano)
vivas. Encontrábase a la sazón en Tumbez un noble indio (_orejón_), que
fué a bordo con objeto de ver a los españoles[112]. Lo que importaba
al jefe peruano era saber de dónde y con qué objeto habían venido a
aquellas tierras. Contestóle Pizarro que habían venido para asegurar
la _legítima supremacía_ de su Rey y para enseñar a los indios la
verdadera religión. Guardó profundo silencio el peruano, aunque es de
creer que no le convencieran las razones del capitán español. Comió
el noble indio con Pizarro, y al despedirse, nuestro héroe regaló al
peruano una hacha que le había llamado mucho la atención, pues el
uso del hierro era desconocido lo mismo a los hijos del imperio de
los incas que al de los aztecas. Al día siguiente Pizarro obsequió
al curaca con cerdos y gallinas, animales que no eran indígenas del
Nuevo Mundo. Los españoles que visitaron a Tumbez quedaron admirados
de la grandeza de la ciudad, que era frontera del Norte del imperio y
contigua a la reciente adquisición de Quito. Despidióse Pizarro de los
naturales de Tumbez y prosiguió su rumbo hacia el Sur.

       [112] Ya sabemos que los españoles llamaban _orejones_ a los
       indios pertenecientes a la nobleza.

Dobló el cabo Blanco y entró en el puerto de Paita, siendo recibido con
el mismo espíritu de hospitalidad que en Tumbez. Recorrió la orilla de
las llanuras arenosas de Sechuza, dobló la Punta de Aguja y siguió la
costa en su dirección hacia el Este, «no perdiendo nunca de vista la
cadena colosal de los Andes, que a medida que navegaban hacia el Sur
casi siempre a la misma distancia de tierra, se iba presentando cumbre
tras cumbre con sus estupendas crestas de hielo como un inmenso Océano
que se hubiera detenido y helado de repente en medio de su tumultuosa
carrera»[113].

       [113] Prescott, _Hist. del Perú_, tomo I, págs. 269 y 270.

Por todas partes que pasaba Pizarro era recibido por los naturales
con generosa hospitalidad. Ellos, los indígenas, llamaban a los
españoles _hijos del Sol_ y les llamaban así por su blancura, por el
brillo de sus armaduras y por los rayos que manejaban. Creían que
los españoles eran dulces, cariñosos y buenos. «El corazón de hierro
del soldado--como escribe Prescott--no había presentado aún su lado
sombrío. Era demasiado pronto para hacerlo. Aún no había sonado la
hora de la conquista»[114].

       [114] Ob. cit.

No es extraño que los peruanos amasen a los españoles. Comenzaron
muy bien. «Sin haber querido recibir el oro, plata y perlas que les
ofrecieron, a fin de que conociesen no era codicia, sino deseo de su
bien el que les había traído de tan lejanas tierras a las suyas»[115].
Siguiendo Pizarro su derrotero al Sur, pasó no lejos del punto en que
había de levantarse la ciudad de Trujillo y llegó al puerto de Santa.
Convencido de la existencia de un gran imperio indio, volvió por el
mismo camino. En un pueblo que los españoles llamaron Santa Cruz,
aceptó el convite de rica peruana; en Tumbez dejó a Alonso de Molina
y él se llevó el peruano _Felipillo_ y algún otro, y recogió en la
isla de Gorgona a uno de los enfermos, pues el compañero había muerto,
volviendo a anclar en el puerto de Panamá después de diez y ocho meses
de ausencia[116].

       [115] Padre Naharro, _Relación sumaria_, M. S.

       [116] _Felipillo_ hizo importante papel en la historia de
       sucesos posteriores.

Orgullosos podían estar los tres socios con el nuevo descubrimiento,
aunque el gobernador Pedro de los Ríos, no convencido de la importancia
o tal vez desanimado por su misma magnitud, se negó a prestar auxilio a
la empresa. Entonces acordaron los tres socios acudir al Rey.

Designóse para ello a Pizarro, por empeño de Almagro y contra la
opinión de Luque. Quería el sacerdote que se diera el encargo al
licenciado Corral, funcionario dignísimo y que iba a marchar a España
por asuntos de público interés. Sostuvo Almagro con cierta energía que
Pizarro debía ser el designado, pues nadie--según él--podía desempeñar
tan bien la misión como la persona más interesada. Accedió Luque; mas
conocedor del carácter de sus dos amigos y del corazón humano, exclamó:
«Plegue á Dios que no os hurtéis uno á otro la bendición, como Jacob
á Essaú.» Reunidos con alguna dificultad 1.500 pesos de oro, Pizarro,
acompañado de Pedro de Candía, y llevando consigo algunos indígenas,
dos o tres llamas, adornos y vasos de oro y plata, y varios tejidos de
lana, se embarcó en el puerto llamado _Nombre de Dios_ en la primavera
de 1528, llegando a Sevilla a principios del verano y trasladándose
a Toledo, donde fué recibido con mucha bondad por el Emperador. El
relato que hizo de su viaje causó la admiración de todos. No le inmutó
ni la majestuosa presencia de Carlos V, ni la legendaria figura de
Hernán Cortés, con quien se encontró en los salones regios, ni la
brillante corte de Toledo. Cuando Hernán Cortés terminaba su carrera,
Pizarro comenzaba la suya: el primero había conquistado el Norte y el
segundo aspiraba a conquistar el Sur, los dos imperios más poderosos
y ricos del Nuevo Mundo. Orillados algunos obstáculos, se firmó la
capitulación entre el gobierno y Pizarro el 26 de julio de 1529. Por
el citado documento se nombraba a Pizarro, por vida, gobernador y
capitán general de 200 leguas de costa en la _Nueva Castilla_, nombre
que se dió entonces al Perú (como el de Nueva España se había dado a
México). Obtuvo, además, el título de Adelantado y de alguacil mayor de
la tierra; dignidades ambas que se había comprometido a obtener para
Almagro. Al citado Almagro se le nombró comandante de la fortaleza de
Tumbez, y al Padre Luque, tiempo adelante, se premiarían sus servicios
con el obispado de la citada población peruana: entretanto se le dió
el título de _Protector general de los Indios de Nueva Castilla_[117].
No se olvidó Pizarro de los compañeros que quedaban vivos de la isla
del Gallo, recibiendo Bartolomé Ruiz el título de Piloto mayor de la
Mar del Sur, y los restantes, unos fueron nombrados hijosdalgo y otros
caballeros. Diéronse algunas disposiciones para estimular la emigración
a aquel país. Se mandó a Pizarro que tuviese en su gobernación los
religiosos eclesiásticos y oficiales reales que por su Majestad fuesen
nombrados[118]. Entre otras disposiciones, no deja de ser curiosa la
prohibición de que no hubiese Letrados ni Procuradores en la nueva
colonia, considerándose que la presencia de ellos era perjudicial para
el sosiego, paz y armonía de aquellos habitantes. Pizarro, a su vez,
se comprometió a levantar en el término de seis meses una fuerza de
250 hombres perfectamente equipados, pudiéndose sacar 100 de ellos de
las colonias. También se obligaba a emprender la expedición a los seis
meses de su vuelta a Panamá.

       [117] Véase Herrera, _Década IV._ lib. VI, capítulo V.

       [118] Ibidem.

Para la compra de artillería y todos los pertrechos militares obtuvo
del Gobierno algunos fondos, aunque no todos los que necesitaba.
Consiguiólos con dificultad y tal vez le ayudara en este particular su
amigo--y pariente según algunos--Hernán Cortés. No dejó de costarle
del mismo modo gran trabajo la reclutación de gente. Con esta idea--ó
más bien con el deseo de visitar el lugar de su nacimiento--salió
de Toledo para Trujillo. Allí se le reunieron cuatro hermanos que
tenía: el mayor, llamado Hernando, era legítimo; los otros tres eran
ilegítimos (Gonzalo y Juan Pizarro, por parte de padre, y Francisco
Martín de Alcántara, por parte de madre). Es de sentir que Hernando,
tan feo de cuerpo como de alma, ya por ser el mayor de todos, ya por la
circunstancia de ser legítimo, ejerciese poderosa influencia sobre los
demás y aun sobre el mismo que enaltecía su apellido. «Todos--escribe
Oviedo--eran pobres, y tan orgullosos como pobres, e tan sin hacienda
como deseosos de alcanzarla.»[119] No encontró Pizarro en sus paisanos
el apoyo que esperaba.

       [119] _Hist. de las Indias_, M. S., parte III, lib. VIII, cap.
       I.

De cualquier modo que sea, se dió la expedición a la vela (enero de
1530) y llegó felizmente a Nombre de Dios. Grande fué--como era de
esperar--el disgusto de Almagro cuando supo que todos los cargos
importantes se habían dado a Pizarro y a él uno de escaso valor, que
no estaba en relación con sus servicios. Vino a agriar más la cuestión
el orgulloso é insensato Hernando Pizarro. Sin embargo, los prudentes
consejos de Luque y del licenciado Espinosa, influyeron de tal modo en
el ánimo de los dos jefes, que se verificó aparente reconciliación, no
sin ofrecer Pizarro ceder a Almagro el empleo de Adelantado y solicitar
del Monarca que confirmara dicha cesión.

¿Se quejaba con razón Almagro? El cronista militar Pedro Pizarro
sostiene que su pariente pidió para Almagro el empleo de Adelantado, a
lo cual no accedió el Gobierno, que no quería separar dicho cargo del
de gobernador y capitán general. Enseñaba la experiencia que, empleos
tan importantes, no debían confiarse a distintos individuos. Si tales
razones, y otras que dió Pizarro, convencieron o no a su rival, nada
importa.

Lo cierto es que, con los refuerzos de España, con los de Panamá y con
algunos de la provincia de Nicaragua (colonia que era una rama de la de
Panamá), y después de bendecir el estandarte real y la bandera de los
expedicionarios, de predicar un sermón Fr. Juan de Vargas, de celebrar
una misa y de administrar la comunión a todos los soldados, Pizarro,
al frente de 180 hombres y 27 caballos, salió de Panamá y emprendió
su tercera y última expedición en los primeros días de enero de 1531.
Almagro, como de costumbre, se quedó allí para reunir refuerzos. A
los trece días de navegación, fondearon en el puerto de San Mateo,
emprendiendo desde dicho puerto el viaje por tierra a lo largo de la
costa, en tanto que los buques seguían su rumbo a cierta distancia.
Después de muchas penalidades, llegaron a un pueblo de la provincia
de Coaque, donde encontraron regular cantidad de plata, oro y piedras
preciosas, llamando la atención entre éstas, hermosa esmeralda, del
tamaño de un huevo de paloma, que tomó Pizarro. Con el oro y la plata
adquiridos, se hizo un montón, del cual se dedujo la quinta parte para
la Corona, distribuyéndose el resto en la proporción convenida entre
los oficiales y soldados. Este fué el sistema que se observó durante la
conquista. Mandó Pizarro a Panamá el valor de veinte mil castellanos de
oro. Siguió su marcha por la costa; pero no acompañado de los buques,
que habían vuelto a Panamá en busca de refuerzos. Encontróse Pizarro
en situación muy triste. La arena de la playa, removida por el viento,
cegaba a los soldados, al mismo tiempo que los rayos de sol abrasador
casi les ahogaba de calor. Para mayor desgracia, se vieron acometidos
de una enfermedad que consistía en grandes verrugas que se presentaban
en el cuerpo, y al abrirlas con lanceta, echaban tal cantidad de
sangre, que el enfermo moría de resultas. Por otra parte, desde que
los españoles cometieron tantos excesos en Coaque, las cosas habían
variado por completo. Ya no se les consideraba como seres superiores
bajados del cielo, sino como ladrones y criminales. Antes se les
ofrecía hospitalidad, y a la sazón se huía de ellos para guarecerse en
las montañas próximas. El clima, las enfermedades y la enemiga de los
naturales del país, abatieron el ánimo de los soldados, particularmente
de los de Nicaragua, que habían dejado el paraíso de Mahoma, por una
tierra miserable e ingrata[120].

       [120] Véase Pedro Pizarro, _Descub. y Conq._, M. S.

Afortunadamente recibieron en Puerto Viejo un refuerzo de 30 hombres,
mandados por Belalcázar. Algunos hubieran deseado establecerse en
Puerto Viejo; mas Pizarro deseaba por momentos llegar a Tumbez, y
con este objeto se trasladó a la isla de Puna, próxima á la citada
población y en la embocadura del río de Guayaquil. Incorporóse a
Pizarro otro refuerzo de 100 voluntarios y algunos caballos, que
dirigía el capitán Hernando de Soto, descubridor tiempo adelante del
río Mississipí.

[Ilustración:

FOTOTIPIA LACOSTE.--MADRID.

HUASCAR.]

Antes de narrar la conquista del imperio de los Incas por Pizarro,
daremos a conocer, aunque muy sucintamente, la situación de dicho
imperio en aquella época. Hacía como unos siete años que el inca
Huayna Capac, hijo de Tupac Inca Yupanqui, había conquistado el reino
de Quito. La capital del Perú era el Cuzco, población admirablemente
situada, muy rica y asiento del gran templo del Sol. Huayna Capac, como
los príncipes peruanos anteriores a él, tenía muchas concubinas que le
dieron numerosa posteridad. El heredero de la Corona, hijo de su mujer
legítima y hermana, se llamaba Huascar; seguía en el orden de sucesión
Manco Capac, hijo de otra mujer prima del Monarca; y el tercero de los
hijos, de nombre Atahuallpa, habido en una hija del último _Scyri_ de
Quito, si no tenía derecho a la Corona, gozaba del cariño más profundo
de su padre. Es de notar que habiendo vivido Huayna Capac sus últimos
tiempos en Quito, tuvo a su lado a Atahuallpa, a quien crió y educó con
verdadera solicitud. En la hora de su muerte Huayna Capac hizo llamar
a los altos funcionarios de la Corona y declaró que su última voluntad
era que el reino de Quito pasase a Atahuallpa y el del Perú a Huascar;
luego encargó a sus dos hijos que viviesen en paz y amistad. Si en
los últimos momentos de su vida, para tranquilidad de su conciencia,
quiso dar al nieto lo que había robado al abuelo, también derogó las
leyes fundamentales del imperio y arrojó la manzana de la discordia a
los herederos de su autoridad. Debió ocurrir la muerte a fines de 1525,
seis años largos antes de la llegada de Pizarro a Puna[121].

       [121] Robertson dice que murió en 1529, y otros que en 1523.

Cuando Huayna Capac, poco antes de morir, tuvo noticia de la primera
aparición de los españoles en el país, dijo a los magnates del
imperio--según escribe Garcilaso de la Vega--las siguientes palabras:
«Mucho ha que por revelación de nuestro padre el Sol tenemos, que
pasados doce reyes de sus hijos, vendrá gente nueva y no conocida en
estas partes, y ganará y sujetará a su Imperio todos nuestros reinos
y otros muchos. Yo me sospecho que serán de los que sabemos que han
andado por la costa de nuestro mar: será gente valerosa que en todo
os hará ventaja. También sabemos que se cumple en mí el número de los
doce Incas. Certifícoos que a los pocos años que yo me haya ido de
vosotros, vendrá aquella gente nueva y cumplirá lo que nuestro padre el
Sol nos ha dicho, y ganará nuestro Imperio y serán señores de él. Yo os
mando que les obedezcais y sirvais como a hombres que en todo os harán
ventaja: que su ley será mejor que la nuestra, y sus armas poderosas
e invencibles más que las vuestras. Quedaos en paz, que yo me voy a
descansar con mi padre el Sol que me llama.»

Sólo unos cuatro o cinco años vivieron en paz Huascar y Atahuallpa. Era
el primero hombre de carácter pacífico, bueno y generoso; y el segundo,
por el contrario, se distinguía por su pasión por la guerra, por su
perfidia y crueldad. Atabalipa--pues así llaman también otros cronistas
a Atahuallpa--, con sus ejércitos dirigidos por sus valerosos generales
Quzquiz y Challenchina, llevó la guerra hasta el corazón del imperio
de su hermano. Comenzó triunfando en la falda del Chimborazo, tomó a
Tumebamba, cuya ciudad, como otras del distrito de Cañaris, entró a
sangre y fuego; se estableció en Caxamalca, cruzó el río _Apurimac_,
acampando cerca de la capital del Perú. En la llanura de Quipaypan se
iba a decidir el término de la lucha y que duró desde la mañana hasta
la noche. La fortuna se declaró en favor de Atahuallpa, siendo hecho
prisionero el inca Huascar. Dióse la batalla en la primavera de 1532.

Atahuallpa recibió en Caxamalca la noticia de la victoria, y ordenó
al punto que su hermano fuese trasladado a la fortaleza de Xauxa.
Garcilaso de la Vega, que era de la raza Inca y sobrino por parte de
madre de Huayna Capac, dice que Atahuallpa hizo reunir en el Cuzco
a todos los nobles Incas esparcidos en el país, con el objeto de
deliberar acerca de la división del Imperio entre él y su hermano.
Cuando estaban reunidos les rodeó la soldadesca y los mató a todos. De
esta manera fueron exterminados todos los individuos que podían alegar
mejores títulos que Atahuallpa a la Corona, llegando en su locura a
matar a sus hermanos de padre, esto es, a todos los que tenían en sus
venas sangre inca. «A las mujeres, hermanas, tías, sobrinas, primas
hermanas y madrastras de Atahuallpa, colgaban de los árboles y de
muchas horcas muy altas que hicieron; a unas colgaron de los cabellos,
a otras por debajo de los brazos y a otras de otras maneras feas, que
por la honestidad se callan; dábanles sus hijuelos que los tuviesen en
brazos; teníanlos hasta que se les caían y aporreaban»[122]. Contaron
todas estas cosas a Garcilaso su misma madre y un tío suyo, hermano de
su madre, llamado D. Fernando Huallpa Tupac Inca Yupanqui, que tuvieron
la dicha de salvarse de la matanza general de la familia. Pero si
realmente--como escribe con mucho acierto Prescott--trató Atahuallpa
de exterminar la raza Inca, ¿cómo es que el mismo historiador confiesa
que setenta años después de la supuesta matanza existían cerca de
seiscientos descendientes de la raza pura por cuyas venas corría la
sangre real?[123] ¿Por qué esta matanza, en lugar de ceñirse a las
ramas legítimas del tronco real, que tenían más derechos a la Corona
que el usurpador, se extendió a todos los que estuviesen enlazados
con él, aun en el grado más remoto? ¿Por qué incluyó a las ancianas y
a las doncellas y por qué se las sometió a tormentos tan refinados y
supérfluos, cuando es evidente que unos seres tan poco poderosos nada
podrían hacer que excitase los celos del tirano? ¿Por qué cuando se
sacrificaron tantos a una vaga aprensión de riesgo futuro se dejó vivir
a su rival Huascar y a su hermano menor Manco Capac, los dos hombres
de quienes más tenía que temer el vencedor? ¿Por qué, en fin, ninguno
de los que escribieron medio siglo antes que Garcilaso refieren suceso
semejante?[124].

       [122] Garcilaso, _Com. Real_, parte I, lib. IX, cap. XXXVII.

       [123] Esto resulta de una petición en que se solicitaban
       ciertas inmunidades, remitida a España en 1603, y firmada
       por 567 indios de la raza real de los Incas (Ibid. parte
       III, lib. IX, cap. XI). Oviedo dice que Huayna Capac dejó
       cien hijos e hijas, y que la mayor parte de ellos vivían aún
       cuando él escribía, _Historia de las Indias_, M. S., parte
       III. lib. VIII, cap. IX. Del mismo modo haremos notar que por
       Real cédula de 9 de mayo de 1545, habiendo sido informado S.
       M. de los buenos servicios de D. Cristóbal Tupac Inca, hijo
       de Huayna Capac, señor natural que fué de las provincias del
       Perú, y deseando darle a conocer el aprecio que le merecían
       sus lealtades, le concedió un escudo dividido en dos partes,
       y puesto en una de ellas una águila negra rabipante en campo
       de oro con dos palmas verdes a los lados, y debajo un tigre,
       y encima de él una borla colorada como tenía su hermano
       Atabalipa, y a los lados del tigre dos culebras coronadas de
       oro en campo azul y por orla _Ave María_, y entre letra y
       letra una cruz dorada, y por timbre un yelmo cerrado y por
       divisa una águila negra rapante con tres colas, y dependencia
       de follajes de azul y oro. _Archivo histórico nacional.
       Cedulario indico de Ayala_, letra A, tomo II, documento 6.

       [124] En vano hemos buscado alguna confirmación de este cuento
       en Oviedo, Sarmiento, Xerez, Cieza de León, Zárate, Pedro
       Pizarro, Gomara, que todos vivían en aquella época y tenían
       a su disposición todos los medios posibles de averiguar la
       verdad: y todos, debemos añadir, estaban dispuestos a hacer
       severa justicia a las malas propensiones del monarca indio.

No cabe duda que en la relación de Garcilaso la leyenda ha sustituído
a la historia. La madre y un tío del historiador, de la raza Inca,
y de menos de diez años de edad cuando se realizaron las supuestas
crueldades de Atahuallpa, no son testigos a quienes podamos seguir sin
recelo alguno. Bastará decir que Atahuallpa destronó al inca Huascar y
fué enemigo mortal de la citada raza. Si cronistas españoles repitieron
y aun exageraron lo dicho por Garcilaso, quisieron con ello justificar
la conducta inhumana y cruel que siguió Pizarro con Atahuallpa.

Continuando el hilo de la historia del vencedor de Quipaypan, haremos
notar que ya pudo tomar la borla encarnada, diadema de los incas,
olvidándose seguramente de que los extranjeros blancos iban a llegar
pronto y a destruir el imperio, como en los últimos momentos de su vida
había anunciado Huayna Capac.

Pizarro había salido de la isla de Puna y desembarcado en Túmbez.
Vió con sorpresa que aquella población, donde antes fuera agasajado
con tanta solicitud, se hallaba desierta y casi destruída. Pudo, sin
embargo, apoderarse de algunos fugitivos, entre los cuales se hallaba
el curaca de Túmbez, quienes le dijeron que la ruina del pueblo era
consecuencia de la guerra civil que destrozaba el imperio. Militaban en
opuestos bandos las tribus feroces de Puna y los de Túmbez, logrando
aquéllas la victoria y con la victoria terrible castigo de sus
enemigos. Grande era el desaliento de los españoles, sin embargo de las
brillantes pinturas que les hicieron los indios acerca de la riqueza
del país y de la magnificencia de la Corte imperial. Creían que todo
era leyenda.

Comprendió Pizarro que no había que perder tiempo. A principios de
mayo de 1532, habiendo dejado a los menos fuertes y a los enfermos en
Túmbez, él se dirigió por el camino más llano hacia el interior, en
tanto que Hernando de Soto marchó a explorar las faldas de la sierra.
Ordenó, bajo severas penas, que a los indígenas _no les fuese hecha
fuerza ni descortesía_. A unas 30 leguas al Sur de Túmbez encontró el
rico valle de Tangarala, cuyas condiciones le parecieron buenas para
el establecimiento de la colonia. Tan buenas le parecieron que, sin
perder tiempo, dispuso que se trasladasen allí los que había dejado
en Túmbez. En cuanto llegaron se comenzó a edificar la colonia de
San Miguel, la cual se abandonó después por un sitio más sano en las
márgenes del Piura. El nombre de _San Miguel de Piura_ recuerda la
primera fundación colonial de los españoles en el imperio de los incas.
Habiendo esperado en vano refuerzos, a los cinco meses de desembarcar
en Túmbez, salió Pizarro (24 septiembre 1532) al frente de su pequeño
ejército, dejando en San Miguel algunas fuerzas al mando del contador
Antonio Navarro. Llevaba 100 infantes (entre ellos tres arcabuceros y
unos 17 ballesteros) y 77 caballos; con hueste tan escasa penetró en el
corazón del país y se dirigió al campamento de Atahuallpa. Atravesaba
hermosas y bien cultivadas tierras; canales y acueductos cruzaban de
una parte a otra, regando árboles frondosos y deliciosas huertas.
Flores de diferentes clases despedían puros aromas, que saturaban
la atmósfera. Por todas partes eran recibidos con contento por los
sencillos habitantes. En todos los pueblos de alguna importancia se
encontraba alguna fortaleza o posada real, residencia del Inca en sus
viajes; también en ella había cómodo alojamiento para las tropas y
almacenes para los víveres.

Comprendiendo Pizarro que el desaliento comenzaba a cundir entre los
suyos, tomó una resolución atrevida. Con el pretexto de pasar revista á
su pequeño ejército, dijo a los soldados que si alguno no tenía valor
para seguir adelante, podía volverse a S. Miguel, cuya guarnición
era corta, ofreciéndoles desde luego la misma cantidad de tierras y
vasallos que los repartidos a los nuevos colonos. Consiguió Pizarro lo
que se había propuesto; sólo cuatro infantes y cinco de caballería se
aprovecharon del permiso general.

Volvió a emprender su marcha y se detuvo en un pueblo llamado Zaran,
en tanto que Hernando de Soto se dirigió hacia Caxas en busca de
noticias sobre el estado de las cosas. Volvió Soto a los ocho días de
haber salido, acompañado de un embajador del Inca y de otros indios de
inferior condición. Hízole el embajador por orden del Inca, un regalo
de poca valía y le invitó, en nombre también de su amo, a pasar al
campamento de Caxamalca. Pizarro del mismo modo obsequió al Inca con un
gorro de paño encarnado, algunas bagatelas de vidrio y otros juguetes,
mandándole a decir que deseaba llegar pronto a su presencia. Hernando
de Soto, habiendo visitado a Caxas y a la ciudad vecina de Guancabamba,
volvió á dar cuenta de su misión á Pizarro; díjole, entre otras cosas,
que el Inca estaba acampado con poderoso ejército en Caxamalca y los
muchos recursos con que contaba.

Prosiguió su marcha, se detuvo en Motupe y llegó por fin al pie de los
Andes. Reconoció un camino en dirección al sur que iba al Cuzco, y que
muchos deseaban seguir; pero se opuso a ello Pizarro, importándole
poco los grandes peligros, porque _la ayuda de Dios es mucho mayor_.
Emprendióse la subida de los Andes, marchando a la cabeza Pizarro con
60 infantes y 40 caballos; su hermano Hernando debía seguirle con
la demás fuerza. Estrechas y muy pendientes sendas en los ásperos
costados de los precipicios que formaban las altas montañas, peñascos
que se levantaban en medio del camino, escalones hechos de la misma
piedra y por los cuales tenía que subir el soldado, llevando los
caballos por la brida, y allá, en la cumbre de una garganta, una
fortaleza, hecha de piedra, donde un puñado de hombres hubieran podido
disputar el paso a un ejército entero, y todavía más arriba otra
fortaleza más fuerte que la anterior. En ella se alojó Pizarro para
pasar la noche. Al día siguiente, sin esperar á su hermano que le
seguía de cerca, emprendió su marcha por los intrincados desfiladeros
de la sierra. El frío era horroroso y la vegetación pobre. En lugar de
las diferentes clases de animales que antes habían visto, ahora sólo
contemplaban la vicuña, que desde encumbrado pico parecía mofarse del
cazador; y en lugar de los brillantes pájaros que eran la alegría de
los espesos bosques de los trópicos, ahora únicamente miraban el condor
«que cerniéndose en los aires--como dice Prescott--á una elevación
inmensa, seguía con melancólicos gritos la marcha del ejército, como si
el instinto le guiara por el sendero de la sangre y de la carnicería...»

Llegaron, tras penosa marcha, a la cumbre de la cordillera. Desde
allí se extiende árida y dilatada llanura, cubierta de _pajonal_,
hierba amarilla, que vista desde abajo ciñendo la base de los picos
cubiertos de nieve, e iluminada con los rayos de ardiente sol, parece
pináculos de plata engarzados en oro. Detuvóse Pizarro para esperar
la retaguardia. Estando reunidos los dos hermanos, llegó una embajada
india trayendo un regalo de llamas al jefe español. Dijo el embajador
que su señor deseaba verle cuanto antes, y que a la sazón se encontraba
cerca de Caxamalca, en un sitio donde había manantiales de agua
caliente. Con cierto orgullo hubo de hacer alarde del poder militar
y de los recursos de Atahuallpa. Pizarro, por su parte, no negó las
proezas militares de Atahuallpa, si bien dijo que el soberano español
se hallaba tan por encima del Inca, como lo estaba el Inca del último
de los curacas.

Continuaron la marcha los españoles, empleando todavía dos días para
atravesar aquellas elevadas cordilleras. Comenzó en seguida la bajada,
que no dejó de ser dificultosa. Presentóse otro embajador del Inca con
otro regalo de llamas y con las mismas promesas que el anterior.

Al séptimo día de camino avistaron el valle de Caxamalca. Pizarro
conocía por las noticias que iba recibiendo la falsa actitud del Inca;
pero él había formado el plan que debía seguir y resuelto estaba a
ello, tal vez siguiendo el ejemplo de Hernán Cortés y acaso por los
consejos que el conquistador de México le diera en España. Sabía que la
organización del Imperio era completamente autoritaria y que el Inca
personifica la religión, la patria, el ejército y todos los elementos
sociales; de modo que el éxito de la empresa consistía en apoderarse
de Atahuallpa. Decidióse a realizar empresa tan temeraria. A su vez el
Inca formó el propósito de apoderarse de los aventureros, haciéndolos
caer en una celada que había dispuesto. Si eran superiores los soldados
extranjeros a los suyos, la superioridad dependía exclusivamente de sus
armas y de sus caballos; por lo demás, tenían las mismas flaquezas y
las mismas pasiones. No recordaba Atahuallpa las tristes predicciones
que al fallecer salieron de los labios de Huayna Capac sobre la
destrucción del Imperio. Además, acababa de hacer prisionero a su
hermano Huascar y dominaba en absoluto lo mismo en Quito que en el Perú.

Era pintoresco el valle de Caxamalca; estaba cultivado con suma
habilidad y la vegetación se manifestaba espléndida. Como a una
legua de distancia se elevaban columnas de vapor, producidas por
las aguas termales, en mucha estima a la sazón por el Inca. En el
declive de las colinas se descubrían multitud de blancas tiendas de
campaña, donde estaba acampado ejército numeroso. Dividió Pizarro
en tres divisiones su ejército y penetró en Caxamalca, que se
hallaba completamente desierta. En una ciudad de 10.000 habitantes
sólo encontraron tres o cuatro mujeres que les miraron con ojos de
compasión. Estaban construídas las casas con arcilla endurecida al sol
y los techos eran de paja o madera; algunas se distinguían porque era
de piedra su fábrica. Entraron en ella el 15 de noviembre de 1532.
Impaciente Pizarro por averiguar las intenciones del Inca, mandó
primero a Hernando de Soto con 15 jinetes al campamento imperial y
en seguida a su hermano Hernando con 20 caballos más. Habían andado
una legua escasa, cuando llegaron al campamento. Hallaron al Inca
rodeado de sus nobles, de sus oficiales y de las mujeres de la casa
real. Estaba sentado en un almohadón, a la manera de los musulmanes,
distinguiéndose, no por su traje, que era más sencillo que el de sus
cortesanos, sino por la borla encarnada que le caía sobre la frente.
Hernando Pizarro y Hernando de Soto, con dos o tres de los que les
acompañaban, se colocaron en frente del Inca, y el primero, en nombre
de su hermano, le dió cuenta de su misión, invitándole a que visitase
a los españoles en su residencia actual. Atahuallpa no contestó una
palabra, ni aun hizo un gesto, aunque se lo tradujo todo el intérprete
Felipillo; sólo uno de los nobles que le rodeaban, contestó: «está
bien.» Insistió Hernando Pizarro en que él diese la respuesta. Entonces
le miró sonriéndose, y le dijo que al día siguiente, con algunos de sus
principales vasallos, pasaría a ver al capitán español. Refieren los
cronistas españoles que Soto metió espuelas y dió rienda a su hermoso
caballo, haciéndole luego caracolear alrededor del Inca, quien conservó
su inmutable serenidad, añadiendo que algunos soldados, llenos de
temor, huyeron a la desbandada. Hasta tal punto disgustó a Atahuallpa
la cobardía de los fugitivos, que les hizo luego matar. Así lo cuentan
nuestras historias. En seguida los criados del Inca ofrecieron algunas
cosas de comer a los españoles, los cuales no las aceptaron, aunque sí
bebieron un poco de _chicha_, servida en grandes vasos de oro por las
bellezas del harén imperial.

El regreso de los embajadores a Caxamalca produjo profundo desaliento
en sus compañeros, cuando oyeron referir el esplendor de la corte, lo
numeroso y disciplinado de su ejército y la civilización del país.
Comprendieron entonces que había sido temeridad el penetrar en el
corazón del imperio, sin poder avanzar ni retroceder. Estaban perdidos
sin remedio, si Dios no les ayudaba en la empresa. En Dios puso toda
su esperanza Francisco Pizarro. Confiad--les dijo--en el auxilio de
la Providencia, y si cumplís exactamente mis instrucciones, estoy
seguro de que triunfaremos. Convocó a sus oficiales para decirles que
se proponía llevar allí al Inca y cogerle prisionero a presencia de
todo su ejército. El proyecto sería desesperado; pero no quedaba otro
camino. Todo estaba reducido a anticiparse a lo que Atahuallpa trataba
de hacer con ellos. Pizarro quería hacer con el soberano del Perú lo
que Cortés había hecho con el monarca de México. Pero la prisión del
azteca tenía algo de voluntaria y la del Inca era violenta. Además, las
fuerzas de Cortés eran mayores que las de Pizarro, y las de Moctezuma
eran menores que las de Atahualpa. Ante tantos peligros como rodeaban
a los españoles, no es de extrañar que los sacerdotes que iban en la
expedición pasasen orando toda la noche.

Amaneció el 16 de noviembre de 1532. Sonaron las trompetas al romper el
alba. Pizarro colocó la caballería en la plaza, dividiendo aquélla en
dos porciones, una a las órdenes de su hermano Hernando y otra a las
de Soto. La infantería la situó en otro edificio de la misma plaza.
Pedro de Candía, con unos cuantos soldados y dos falconetes se apostó
en una fortaleza de piedra situada en la extremidad de la citada plaza.
El tomó 20 hombres escogidos para acudir donde hubiese necesidad. Las
tropas comieron abundantemente, las armas se afilaron y en los pretales
de los caballos se pusieron muchas campanillas para que aumentasen
con su ruido el espanto de los indios. Celebróse solemne misa por
los eclesiásticos que iban en la expedición, los cuales aseguraron
en nombre de Dios y de su Madre Santísima la victoria; luego todos,
sacerdotes y soldados, cantaron el _Exurge, Domine, et judica causam
tuam_.

Ya entrado el día recibió Pizarro un mensaje de Atahuallpa anunciando
su visita y diciendo también que llevaría a la gente armada
como los españoles habían ido a su campamento. «De la manera que
viniere--contestó el Gobernador al mensajero--lo recibiré como amigo
y hermano»[125]. Cuando llegó el Inca como a un cuarto de legua de
Caxamalca, determinó establecer allí el campamento, aplazando la visita
para el día siguiente; determinación que hubo de contrariar mucho
a Pizarro, hasta el extremo que rogó al Inca, por medio del mismo
mensajero que trajo la noticia, que cambiase de propósito, pues deseaba
cenar con él aquella noche. Accedió el Inca, lo cual prueba, dígase lo
que quiera en contrario, que obraba de buena fe. Tampoco damos crédito
á lo que dice Hernando Pizarro en carta dirigida a la Audiencia de
Santo Domingo un año después de los sucesos, y es que acompañaban a
Atahuallpa unos 5 o 6.000 indios, quienes llevaban escondidas porras
pequeñas, hondas y bolsas con piedras. ¿Cómo podía concebir el Inca que
en el centro de su imperio, rodeado de su corte y de algunas tropas,
teniendo cerca numeroso ejército, hubiese un hombre tan temerario que
se atreviera apoderarse de su persona?

       [125] _Carta de Hern. Pizarro_, M. S.

Faltaba poco para ponerse el sol cuando la comitiva llegó al pueblo.
Venían primero algunos centenares de criados destinados a limpiar el
camino que debía recorrer el Inca y en cantar himnos de triunfo que
en nuestros oídos--dice uno de los conquistadores--sonaban cual si
fuesen canciones del infierno[126]. Venían después otras compañías de
indios: unos vestidos con tela blanca y colorada; otros sólo de blanco
con martillos o mazas de plata y cobre en las manos; últimamente los
guardias del inmediato servicio de Atahuallpa con su rica librea azul
y profusión de ornamentos de alegres colores, indicando su nobleza
los largos pendientes que colgaban de sus orejas. El Inca venía sobre
unas andas y el asiento que traía era un tablón de oro que pesó un
quintal[127]; el palanquín estaba cubierto de chapas de oro y plata,
y adornado con delicadas plumas de pájaros tropicales[128]; entre las
alhajas que llevaba el monarca sobresalía un collar de esmeraldas y
brillantes de tamaño extraordinario[129]. Llegó a la plaza, mandó
hacer alto y no viendo a los españoles, preguntó: _¿dónde están los
extranjeros?_ En aquel instante Fr. Vicente de Valverde, religioso
dominico, capellán de Pizarro (después obispo de Cuzco), llevando en
una mano un _Crucifijo_ y en la otra el _Breviario_, se acercó al
Inca, le hizo una reverencia, le santiguó con la Cruz y le explicó
algunos misterios de nuestra religión. Impasible estuvo Atahuallpa
oyendo cosas que no entendía; pero cuando dijo Valverde que su
reino estaba dado por el Papa al emperador Carlos V, de quien debía
reconocerse tributario y vasallo, el rostro del Inca se demudó y sus
ojos centellearon de ira, preguntando, entre otras cosas, con qué
autoridad se le hablaba de aquella manera. Por toda respuesta el fraile
le presentó el Breviario. Atahuallpa lo cogió, pasó algunas hojas
y lo arrojó al suelo. El bueno del fraile se apresuró a cogerlo y
corrió a referir al Gobernador el ultraje hecho al sagrado libro[130].
Pizarro agitó entonces una bandera blanca, que era la señal convenida;
sonó un tiro de la fortaleza y todos se lanzaron a la plaza gritando
_¡Santiago y a ellos!_ La caballería y la infantería en columna cerrada
cayeron sobre la muchedumbre de indios. Los gritos de los españoles,
el estrépito de los caballos, el sonido de los cascabeles puestos en
los pretales, el ruido de la artillería y arcabucería y el humo de la
pólvora, daban verdadero carácter de terror a la escena. Los indios,
cogidos de sorpresa, amontonados, oprimiéndose unos a otros, dejábanse
matar. En torno del Inca la mortalidad era mayor. Los fieles nobles
ofrecían sus pechos por escudo de su querido soberano. Cuentan--y de
cuento puede calificarse el relato de los cronistas españoles--que los
nobles indios, como antes se dijo de la tropa, llevaban armas ocultas
bajo los vestidos. Parece ser que alguno de los nuestros intentó matar
a Atahuallpa y que el Gobernador gritó entonces: _Nadie hiera al indio
so pena de la vida_[131]. Aproximóse al Inca, que cayó al suelo,
rodando con él la borla imperial. El sol desaparecía del horizonte.
¿Creerían los indios que les abandonaba para siempre?

       [126] _Relación del primer descubrimiento_, M. S.

       [127] Naharro, _Relación sumaria_, M. S.

       [128] Xerez. _Conq. del Perú_, ap. Barcia, tomo III, pág. 198.

       [129] Pedro Pizarro, _Descub. y Conq._, M. S.

       [130] Pedro Pizarro y Xerez así lo dicen.

       [131] Pedro Pizarro. _Descub. y Conq._, M. S.

Los españoles mataron--según un descendiente de los Incas--unos diez
mil indios[132]. De los nuestros sólo hubo un herido, Francisco
Pizarro; y lo fué involuntariamente (cuando se disponía a coger
prisionero a Atahuallpa) por uno de sus soldados. En el rodar de
los tiempos habría de repetirse el mismo hecho; aunque en sentido
contrario. El 3 de julio de 1898 los españoles, además de perder toda
su escuadra en aguas de Santiago de Cuba, tuvieron 350 muertos, 160
heridos y 1.600 prisioneros. Los americanos sólo perdieron un hombre y
dos heridos.

       [132] _Instruc. del Inca Titucussi._ M. S.--Herrera dice que
       murieron dos mil. _Década V._ lib. II. cap. XI.

Cundió el terror por todo el imperio. Nadie se atrevió a protestar.
A su vez los españoles se hicieron dueños de los inmensos rebaños de
llamas que pastaban en las cercanías y destinados para el consumo de
la corte[133]; saquearon la quinta de Atahuallpa, donde encontraron
preciosas joyas y rica bajilla de oro y plata, y se apoderaron en
Caxamalca de almacenes llenos de géneros de lana y de algodón.
No se olvidó Pizarro de erigir una iglesia y en ella con toda
solemnidad decían diariamente misa los padres dominicos. Comprendiendo
Atahuallpa la sed de oro de los españoles y temeroso de que su hermano
Huascar--prisionero en Andamarca a las órdenes de Pizarro--pudiera
escapar de sus guardias y ponerse a la cabeza del imperio, dijo un
día al Gobernador que él se obligaba, si se le concedía la libertad,
a cubrir de oro todo el piso del aposento en que estaban. Como los
presentes le oyeran con incrédula sonrisa, añadió que no sólo cubriría
el suelo, sino que llenaría el cuarto hasta que el oro llegase a su
altura, y levantándose sobre las puntas de los pies hizo una señal
con la mano en la pared todo lo más alto que pudo. Accedió Pizarro a
la oferta, y tirando una línea encarnada en la pared a la altura que
el Inca había dicho, mandó a un escribano que tomase nota de todo.
La habitación--según el secretario Xerez--tenía 17 pies de ancha
por 22 de larga; la altura era de nueve pies. El metal no había de
fundirse y transformarse en barras, sino en la forma de los artículos
manufacturados. Convínose del mismo modo que se llenara de plata y de
igual manera el aposento próximo que era más pequeño[134]. Despachó el
Inca correos a Cuzco y a otras principales ciudades con orden de llevar
a Caxamalca todos los ornamentos y utensilios de oro de los reales
palacios, de los templos y demás edificios públicos. Entre tanto gozaba
de alguna libertad dentro de su rigurosa prisión y debía hallarse
agradecido a Pizarro, el cual, en compañía del fraile Valverde, cuidaba
de que su alma no se perdiese, enseñándole las verdades de la religión
cristiana.

       [133] «Se matan cada día 150». Xerez. _Conq. del Perú_. ap.
       Barcia. tom. III, pág. 202.

       [134] El oro de la suma total ascendió a 1.326.539 pesos o
       castellanos, y la plata a 51.610 marcos, suma que representaba
       por entonces en España tanto como en el día otra tres ó cuatro
       veces mayor.


Refieren graves historiadores que pensó Pizarro reunir en Caxamalca
a Huascar y a Atahuallpa con el objeto de examinar y decidir por él
mismo quién tenía más derecho al cetro de los incas, medida que puso en
cuidado al último de los pretendientes, quien mandó ahogar a su hermano
en el río de Andamarca. No queremos manchar la memoria de Atahuallpa
con semejante crimen; ni tampoco queremos divagar acerca de un suceso
que se presta a censuras tan amargas.

[Ilustración:

                      FOTOTIPIA LACOSTE.--MADRID

                         ATAHUALPA.]

Iba a tocar el turno a Atahuallpa. Pizarro y los suyos tenían miedo
al pobre prisionero. En la ciudad de Pachacamac, que era para los
peruanos como la Meca para los musulmanes o Cholula para el pueblo de
Anahuac, se levantaba un santuario de los más opulentos de la tierra;
Xauxa tenía fama de población opulenta, y en el Cuzco había un templo
dedicado al sol cuyas paredes se hallaban cubiertas de planchas de
oro. La llegada de Almagro a Caxamalca (mediados de febrero de 1533)
con gran refuerzo de tropas, influyó desgraciadamente en la suerte
del Inca. Los soldados de Almagro reclamaban igual parte que los de
Pizarro en el tesoro de Atahuallpa. Todos tenían prisa de recibir su
parte. Ya había aumentado mucho dicho tesoro, si bien no llegaba a la
señal que el Inca hizo en la pared. Determinóse hacer la distribución,
siendo necesario antes reducirlo a barras de igual tamaño, peso y
calidad. La suma total del oro fué de un millón trescientos veinte
y seis mil quinientos treinta y nueve pesos de oro, que en el valor
actual de la moneda equivaldría a cerca de tres millones y medio de
libras esterlinas o poco menos de quince millones y medio de duros. La
cantidad de plata se calculó en cincuenta y un mil seiscientos diez
marcos. Hízose en paz la distribución, pues los soldados de Almagro
desistieron de sus pretensiones y se contentaron con una pequeña
cantidad que se estipuló. Por cierto que Pizarro, antes de hacer dicha
distribución, _con todo temor de Dios_ invocó el auxilio divino para
ejecutar aquel acto con toda justicia. ¡Hacer que Dios intervenga en
las maldades de los hombres! Nada se dice en la repartición de Almagro,
ni del licenciado Espinosa, a quien Luque antes de morir le había
legado sus derechos.

Presentóse a la sazón un problema que corría prisa resolver. ¿Qué
convenía hacer con Atahuallpa? Entre los enemigos del Inca, el más
encarnizado era Felipillo. Es verdad que Atahuallpa le correspondía con
la misma moneda, pues había descubierto que dicho joven se hallaba en
íntimas relaciones con una de las concubinas reales. Llegó a decir «que
le era más doloroso todavía que su prisión, el ultraje que le había
hecho una persona de tan baja esfera.» Felipillo y otros comenzaron
a decir que Atahuallpa tramaba una sublevación contra los españoles.
Pizarro lo creyó o aparentó creerlo. De nada valieron las protestas
de inocencia del Inca. Hernando de Soto, entre otros, se declaró
defensor del real prisionero; pero Pizarro dispuso que aquél marchase
con un destacamento a Guamachucho. Entonces se formó un tribunal
que presidieron Pizarro y Almagro; se nombró un fiscal y se dió al
prisionero un defensor. Oviedo dice que el proceso estaba «mal ideado
y peor escrito, inventado por un clérigo turbulento y sin principios,
por un ignorante escribano sin conciencia y por otros de la misma
estofa cómplices en esta infamia»[135]. Se le hicieron doce cargos, y
los más importantes fueron: Que había usurpado la Corona y asesinado a
su hermano Huascar.--Que había disipado las rentas públicas desde la
conquista del país por los españoles para enriquecer a su familia y
favoritos.--Que había cometido los crímenes de idolatría y adulterio
viviendo públicamente casado con muchas mujeres.--Que había tratado de
sublevar a sus vasallos contra los españoles. La Historia no registra
un proceso más inicuo; testigos sin conciencia declararon lo que
quisieron Pizarro y Almagro, y aun sus declaraciones fueron falseadas
por el malvado Felipillo. El único cargo que podía tener importancia
era si había alentado a los indios a la insurrección, y Hernando de
Soto probó, a su vuelta de Guamachucho, que era falso. Fué sentenciado
a ser quemado vivo en la plaza de Caxamalca aquella misma noche.
Levantáronse en aquel tribunal militar algunos hombres de conciencia
protestando del crimen que se quería cometer; sus razones no fueron
atendidas. Rogó, lloró, ofreció doble rescate del que había pagado;
todo fué en vano. Las lágrimas del infeliz monarca no ablandaron el
duro corazón de Pizarro y Almagro. Deseábase tener la aprobación del
Padre Valverde y el necio fraile la firmó sin vacilar.

       [135] _Historia de las Indias_, M. S., parte III, lib. VIII,
       cap. XXXII.

El 29 de agosto de 1533 salió Atahuallpa encadenado y a pie para el
lugar del suplicio, llevando a su lado al Padre Valverde, que le quería
convencer de las verdades de la religión católica. No entendía el
infeliz Inca una palabra de aquellas teologías y misterios: pero cuando
vió el lugar del suplicio y contempló los haces de leña que había de
incendiar su pira funeral, manifestó gran decaimiento y angustia.
Aprovechándose de aquellos momentos de pena, el fraile Valverde levantó
en alto la cruz, rogó al Inca que la abrazase y se dejara bautizar,
prometiéndole, en cambio, que la terrible muerte de hoguera se
conmutaría en la más suave de garrote.

Confirmó Pizarro la afirmación del religioso y el Inca se convirtió al
catolicismo y fué bautizado con el nombre de Juan de Atahuallpa, porque
en aquél mismo día la Iglesia conmemora _La degollación de San Juan
Bautista_. Antes de morir manifestó su deseo de que sus restos fuesen
trasladados a Quito y conservados al lado de los de sus antecesores,
por línea materna, y a Pizarro suplicó que tuviese compasión de sus
hijos. Toda la noche permaneció el cuerpo del último rey de los incas
en el sitio de la ejecución. A la mañana siguiente lo trasladaron a
la Iglesia de San Francisco, donde se celebraron solemnemente sus
exequias. Entonó el oficio de difuntos el Padre Valverde. Penetraron
de repente en la iglesia, llorando a lágrima viva, gran número de
indias, esposas y hermanas del difunto, decididas a sacrificarse y
acompañar a su Rey al país de los espíritus. Les dijeron los españoles
que Atahuallpa había muerto en el seno del cristianismo, y que el
Dios de los cristianos aborrecía tales sacrificios, y al intimarlas
que abandonasen el templo, muchas de ellas se suicidaron con la
esperanza de acompañar a su señor a las brillantes mansiones del
Sol. Los restos de Atahuallpa se depositaron en el cementerio del
convento de San Francisco, y luego, cuando los españoles salieron de
Caxamalca, los indios, deseosos de cumplir la voluntad de su Rey, los
trasladaron secretamente a Quito y los arrojaron donde yacían los de
sus antepasados.

Cuando Hernando de Soto volvió de su expedición y supo todo lo
ocurrido, manifestó--y no dudamos de la sinceridad del insigne
capitán--profunda pena. Dijo a Pizarro que lo de la conspiración
de Atahuallpa era una infame calumnia, y que lo procedente hubiera
sido trasladar al Inca a Castilla a las órdenes del Emperador.
Mostróse--según dicen--pesaroso y aun arrepentido Pizarro, echando
la culpa al tesorero Riquelme, al dominico Valverde y a otros.
Disculpáronse los acusados, quienes con toda claridad y firmeza dijeron
que Pizarro y sólo Pizarro era el culpable. Es cierto que dicho jefe se
manifestó apenado al cumplir la sentencia de muerte y luego se vistió
de luto; mas todo ello fué una ridícula farsa.

«Las demostraciones que después se vieron bien, manifiestan lo muy
injusta que fué... puesto que todos cuantos entendieron en ella
tuvieron después muy desastrosas muertes»[136]. En efecto, ya veremos
en el curso de esta historia que los autores de tantas maldades
acabaron mal. De Felipillo diremos que, por orden de Almagro, fué
ahorcado en la expedición a Chile, confesando entonces haber variado
el sentido de las declaraciones, haciendo que las favorables al Inca
resultasen condenatorias.

       [136] Naharro, _Relación sumaria_, M. S.



CAPITULO VII

  CONQUISTA DEL PERÚ (CONTINUACIÓN).--ANARQUÍA DESPUÉS DE LA
  MUERTE DE ATAHUALLPA.--EL INCA TOPARCA.--LUCHA EN LA SIERRA
  DE VILCACONGA.--MUERTE DE TOPARCA.--SOTO, ALMAGRO Y PIZARRO
  EN EL VALLE DE XAQUIXAGUANA.--MUERTE DE CHALLCUCHIMA.--EL
  INCA MANCO.--LOS ESPAÑOLES EN EL CUZCO Y BOTÍN QUE
  RECOGIERON.--CORONACIÓN DE MANCO.--EL MUNICIPIO DEL CUZCO.--LA
  RELIGIÓN.--DERROTA DE QUIZQUIZ.--PEDRO DE ALVARADO EN EL
  PERÚ.--FUNDACIÓN DE LIMA.--PIZARRO GOBERNADOR DEL PERÚ Y ALMAGRO
  DE CHILE.--PIZARRO Y EL INCA MANCO.--ESTADO DEL PERÚ EN LA
  SEGUNDA MITAD DEL AÑO 1535.--EVASIÓN DEL INCA MANCO.--SUBLEVACIÓN
  DE LOS INDIOS: BATALLA EN EL RÍO YUCAY.--TOMA DEL CUZCO POR
  LOS ESPAÑOLES.--SITIO DEL CUZCO POR LOS INDIOS.--ALMAGRO
  EN CHILE.--ENTREVISTA DE ALMAGRO CON MANCO.--ALMAGRO EN EL
  CUZCO.--CARTAS DE LA EMPERATRIZ Y DEL EMPERADOR A PIZARRO.--GUERRA
  ENTRE ALMAGRO Y LOS PIZARROS.--ACCIÓN DE ABANCAY.--SENTENCIA DEL P.
  BOBADILLA.


Muerto Atahuallpa, se apoderó del país espantosa anarquía. Creyó
Pizarro restablecer el orden nombrando Emperador al joven Toparca,
hermano de Atahuallpa. Pizarro y Almagro, acompañados del Inca y del
antiguo jefe Challcuchima, tomaron el camino que se extendía entre las
elevadas regiones de las cordilleras hasta el Cuzco, pasando por varias
poblaciones, siendo las principales Gruamachucho y Guanuco. Después de
fatigosa marcha, dieron vista al rico valle de Xauxa, en cuya ciudad
hicieron alto por algunos días. No carecía de fama un templo de Xauxa;
pero--como dice Prescott--el fuerte brazo del Padre Valverde y de sus
compatriotas derribó los ídolos de su elevado puesto, poniendo en su
lugar las imágenes de la Virgen y del Niño[137].

       [137] Ob. cit., tom. I., pág. 461.

Dispuso Pizarro que se adelantara Soto con 60 caballos para reconocer
el país y recomponer los puentes destruídos por el enemigo, cuyas
huellas eran más frecuentes a medida que avanzaba. Pasó cerca de la
ciudad de Bilcas y sostuvo en un desfiladero ligera escaramuza con los
indios, cruzó el río Abancay y las caudalosas aguas del Apurimac, y
en los desfiladeros de la sierra de Vilcaconga peleó con un cuerpo
considerable de indios, tal vez dirigidos por el valiente jefe
Quizquiz, que andaba en aquellos tiempos recorriendo las inmediaciones
del Cuzco. La noche interrumpió el combate, y gran fortuna fué para
los españoles la llegada de Almagro con casi todo el resto de la
caballería. Huyeron entonces los indios y los dos jefes de nuestro
ejército acordaron tomar seguras posiciones y esperar a Pizarro. No
se explicaban los nuestros quién anduviera organizando la resistencia
de los indígenas, recayendo por fin las sospechas en el cautivo jefe
Challcuchima. Pizarro acusó a dicho jefe de mantener correspondencia
secreta con su confederado Quizquiz, echándole en cara, como antes
había hecho con Atahuallpa, su ingratitud con los españoles, y
amenazándole, si sus compañeros no deponían las armas, con quemarle
vivo. Bien será decir que Challcuchima, lo mismo que Atahuallpa, eran
inocentes.

Antes de salir Pizarro de Xauxa tuvo el sentimiento--así lo dicen
sesudos historiadores--de ver morir al inca Toparca, y si poco antes
se consideró a Atahuallpa autor de la muerte de Huascar, a la sazón
recayeron sospechas de que Challcuchima había sido el asesino del
joven monarca. Bien puede asegurarse que corría parejas la inocencia
de los dos acusados. En carta dirigida al Emperador Carlos V por el
Ayuntamiento de Xauxa, se dice «que ni aun las tropas llegaron á
convencerse del crimen de Challcuchima.»

Marchó Pizarro a reunirse con Soto y Almagro. Los tres penetraron
en el valle de Xaquixaguana, a unas cinco leguas del Cuzco. Regaba
un río aquel valle encantador, cubierto siempre de verde alfombra,
y cuya vegetación era tan rica como lozana. En las laderas de los
montes próximos los nobles peruanos tenían casas de campo, en
las cuales, durante los calores del verano, «salían á tomar sus
plazeres y solazos»[138]. Detúvose en aquel paraíso Pizarro algunos
días, no sólo para dar descanso y municionar las tropas, sino para
formar causa a Challcuchima, «si causa puede llamarse--como escribe
Prescott--un procedimiento en que la sentencia se dió la mano con la
acusación»[139]. Fué condenado a ser quemado vivo, «sentencia--dice
Herrera--que pareció á algunos demasiado cruel, pero los que se rigen
por razones de alta política no atienden á ninguna otra», y Prescott
hace el siguiente comentario: «No sabemos por qué adoptaban los
españoles con preferencia este método cruel de ejecución, á no ser
que fuese porque el indio era infiel, y el fuego, desde muy antiguo,
parece haber sido considerado el elemento más á propósito para dar
muerte á los infieles, como tipo de la inextinguible llama que les
esperaba en las regiones infernales.»[140] El Padre Valverde acompañó a
Challcuchima al patíbulo, deseoso de conquistar un alma para el cielo.
A las religiosas teorías de que el bautismo le abriría las puertas
del paraíso, y si no recibía aquellas aguas estaba condenado sin
remedio, el indio sólo respondió «que no entendía la religión de los
blancos.» Mientras las llamas lo consumían, murió invocando el nombre
de Pachacamac.

       [138] Cieza de León, _Crónica_, cap. XCI.

       [139] _Historia del Perú_, tom. I, pág. 468.

       [140] Ob. cit., tom. I, págs. 468 y 469.

En seguida de suceso tan trágico, se presentó a Pizarro, acompañado
de brillante séquito, el príncipe Manco, hermano de Huascar. Anunció
que le pertenecía la Corona y reclamó la protección de los españoles.
Pizarro se apresuró a concederla en nombre del soberano de Castilla.

Todos continuaron su camino hacia Cuzco. El 15 de noviembre de 1533,
al frente de su ejército, penetró Pizarro en el Cuzco, ciudad hermosa,
residencia de la corte y de la nobleza principal. Los edificios eran de
piedra, y las calles largas y estrechas. Por el centro de la población
pasaba un río, o más bien un canal y sobre él muchos puentes para poner
en comunicación todos los barrios de aquélla. Entre los edificios más
suntuosos sobresalía el templo dedicado al Sol, la fortaleza y los
palacios de los incas. La soldadesca entró a saco en los palacios,
llegando hasta profanar los sepulcros. Luego se hizo de todo el tesoro
un fondo común, exactamente lo mismo que en Caxamalca; Pedro Sancho,
notario real y secretario de Pizarro, dice que no pasó de quinientos
ochenta mil doscientos pesos de oro y doscientos quince mil marcos
de plata[141]. Hízose la división del botín del mismo modo que la
anterior. Al Rey se le remitió la parte que le correspondía. Después
se ocupó el jefe español en la coronación de Manco, hijo legítimo de
Huayna Capac, heredero del citado hermano y monarca de la antigua rama
del Cuzco. Celebráronse todas las ceremonias de la coronación. El
fraile Valverde dijo la misa y Pizarro dió a Manco la diadema del Perú.
Hiciéronse grandes fiestas con tal motivo.

       [141] Rel., ap. Ramusio, tom. III, fol. 409.

Inmediatamente quiso Pizarro organizar el gobierno municipal del Cuzco
a la manera de Castilla. Se nombraron dos alcaldes y ocho regidores;
entre los últimos estaban Gonzalo y Juan, hermanos de Pizarro. Todos
juraron solemnemente su oficio el 24 de marzo de 1534. Muchos españoles
comenzaron a establecerse en los palacios y edificios de los incas
con grandes ofertas de tierras y casas. Por lo que respecta al Padre
Valverde no descuidó los intereses de la religión y los suyos propios.
Ya obispo del Cuzco se preparó a desempeñar las funciones de su
ministerio. Eligióse para la catedral un sitio en la plaza, y adosado a
ella un espacioso convento. El altar mayor de la iglesia se colocó en
el mismo lugar donde estuvo la imagen del Sol, y los frailes dominicos
vinieron a habitar los claustros del templo indio. De igual manera, en
la casa de las Vírgenes del Sol se estableció un convento de monjas
católicas. En todas partes los antiguos templos se convirtieron en
iglesias y conventos cristianos. Los dominicos, los mercenarios y otros
religiosos se dieron prisa en la obra de la conversión, pudiéndose
asegurar que los ingleses, franceses y holandeses no miraron con el
interés que los frailes españoles la salvación de las almas de los
indígenas.

Durante la estancia en Cuzco de Pizarro, se reunieron algunas
fuerzas indias bajo las órdenes de Quizquiz, uno de los generales de
Atahuallpa. En su persecución destacó Pizarro a Almagro con una pequeña
fuerza de caballería y numeroso cuerpo de indios mandados por el inca
Manco, quien en esta ocasión iba a pelear contra soldados de Quito
y contra Quizquiz, antiguos enemigos del rey Huascar. Quizquiz fué
derrotado cerca de Xauxa, retirándose a las elevadas montañas de Quito,
donde, como en otro tiempo, según cuentan las crónicas cristianas,
nuestro Pelayo en las fragosidades de las sierras de Asturias, dió
el grito de _Dios_, _patria_ y _libertad_; pero el general español
encontró patriotas que le siguieron, mientras el general peruano sólo
halló miserables que le mataron a sangre fría. Así pereció el último
de los grandes generales de Atahuallpa, o mejor dicho, el único que
hubiese podido defender hasta el último momento la independencia del
Perú.

Otro asunto que demanda más consideración que las hostilidades de los
indios ocupó por entonces al gobernador español. El asunto fué la
llegada a la costa de gran número de españoles mandados por Pedro de
Alvarado, valeroso capitán que a las órdenes de Hernán Cortés había
adquirido fama inmortal en la guerra de México. Salió Alvarado de
México el 13 de noviembre de 1523 con el encargo que le dió Cortés de
conquistar la rica región de Guatemala. Sometió (como se dijo en el
capítulo V de este tomo) a los indígenas, fundó ciudades, marchó a
España (1527) y ganó la confianza del Monarca, volviendo a Guatemala.
Excitado por las relaciones que le hacían de las conquistas de
Francisco Pizarro, levantó un cuerpo de tropas y marchó al Perú[142].
Tenía noticia Alvarado de que las conquistas de Pizarro se habían
limitado al Perú propiamente dicho, y que la parte del Norte, donde se
hallaba el reino de Quito, antigua residencia de Atahuallpa, estaba sin
explotar, pudiéndose adquirir, por tanto, muchas riquezas. La flota
que tenía destinada a las islas de la Especia tomó la dirección de la
América del Sur, desembarcando (marzo de 1534) en la bahía de Caracas
con 500 soldados, de los cuales 230 eran de caballería, provistos todos
de armas y municiones.

       [142] El número de tropas era de 500 hombres bien armados y le
       acompañaba el piloto Juan Fernández.

Sin tener en cuenta que invadía un territorio concedido por la Corona
a Pizarro, marchó, a través de las montañas, sobre Quito. Cruzó el río
Dable, penetró en las intrincadas malezas de la sierra y comenzó a
franquear una y otra cordillera, en medio de nieves y ventiscas, con
un frío cada vez mayor. Aunque la infantería iba avanzando a fuerza de
trabajo, muchos de los soldados de caballería se quedaron helados sobre
sus caballos. Los indios que llevaba, acostumbrados al cálido clima de
Guatemala, padecieron horriblemente y murieron muchos. Parecía que el
hambre y el frío iban a acabar con infantes y caballos. Como si todo
esto fuera poco, el aire se llenó de espesas nubes de tierra y ceniza
que cegaban y hacían dificilísima la respiración de los hombres; nubes
de tierra y ceniza procedentes de una erupción del volcán Cotopaxí,
que se halla a 12 leguas al Sudoeste de Quito. Por fin llegó Alvarado,
después de salir de Puertos Nevados, a las inmediaciones de Riobamba;
pero habiendo perdido una cuarta parte de su ejército, cerca de 2.000
indios auxiliares y considerable número de caballos. Tal fué el
desastroso paso de los Puertos Nevados. Emprendió después su marcha por
la llanura, causándole no poco asombro ver impresas en el suelo huellas
de herradura. Era evidente que caballería española había pasado por
allí, siendo de pensar que otros le habían precedido en la conquista de
Quito.

Merece el hecho clara explicación. Cuando Pizarro salió de Caxamalca,
conociendo que el único puerto para entrar en el país era San Miguel,
dispuso nombrar a Sebastián Belalcázar, persona en quien él tenía gran
confianza por su inteligencia, valor y severidad, gobernador de la
colonia. Belalcázar tomó posesión de su gobierno, recibió noticias de
las riquezas de Quito, y por su propia voluntad y sin contar con el
permiso de Pizarro, a la cabeza de unos 140 soldados, entre infantes
y jinetes, auxiliado con un cuerpo considerable de indios, marchó por
la ancha cordillera de los Andes, por un camino más corto y seguro que
el que después llevó Alvarado. En los llanos de Riobamba peleó varias
veces con el general indio Ruminabi, triunfando al fin y penetrando en
la capital, que en honor de Francisco Pizarro, llamó San Francisco de
Quito. Tuvo el sentimiento de no encontrar las riquezas que esperaba y
tomó la vuelta de su colonia, noticioso de la aproximación de Almagro.

Sucedió lo que era de esperar. Cuando Almagro tuvo noticia en Cuzco
de la expedición de Belalcázar, sospechando alguna traición, salió
para San Miguel, donde le informaron de todo. Desde San Miguel, sin
darse punto de reposo, marchó al encuentro de Belalcázar, con el cual
se reunió en Riobamba, no sin sostener antes sangrientas luchas con
los indígenas. Las explicaciones que mediaron entre los dos fueron
afectuosas, convenciéndose Almagro de que no había traición de parte
del gobernador de San Miguel. Reunidos Almagro y Belalcázar, esperaron
la llegada de Alvarado. Al encontrarse frente a frente en las llanuras
de Riobamba, antes de lanzarse a la lucha, acordaron resolver el
asunto por medio de negociaciones. Si Almagro y Alvarado sostenían
sus respectivos derechos a la conquista del país, vinieron por último
a un acomodo, que consistió en que Pizarro pagaría cien mil pesos de
oro a Alvarado, cediendo éste su flota, sus tropas y sus municiones y
almacenes[143].

       [143] Decía Alvarado que la suma recibida no alcanzaba a
       cubrir los gastos de la expedición, a la vez que Almagro
       aseguraba que los buques y el armamento se habían pagado tres
       veces más de lo que valían.

Entretanto el gobernador, habiendo dejado encargado del gobierno de
Cuzco a su hermano Juan, llevando consigo a Manco, se dirigió a Xauxa,
donde el citado inca obsequió a Pizarro con una cacería al estilo del
país. En Pachacamac celebraron cariñosa conferencia Alvarado y Pizarro,
despidiéndose el primero para su gobierno de Guatemala[144].

       [144] Dispuso el Rey que Alvarado fuese sometido a juicio por
       la Audiencia de México, la cual dió la comisión al licenciado
       Alfonso de Maldonado; pero él se fugó a Honduras, fundó nuevas
       colonias y se embarcó para España. Habiendo justificado su
       conducta en la corte, volvió a Honduras, cuya provincia agregó
       a su gobierno.

Nombrado Belalcázar, poco tiempo después, gobernador de Quito, y
deseoso de ensanchar los límites de su nuevo gobierno, comenzó sus
conquistas hacia el Norte.

Por su parte, preocupaba á Pizarro dónde había de edificarse la futura
capital de aquel vasto imperio colonial. El Cuzco se hallaba lejos de
la costa, y el pequeño establecimiento de San Miguel estaba situado
muy al Norte. En el cabildo celebrado en Xauxa el 29 de noviembre
de 1534, se trató de la necesidad de trasladar la población a sitio
más conveniente. Manifestaron su opinión algunos vecinos de Xauxa,
acordándose el nombramiento de comisionados que examinasen, en el valle
del cacique de Lima, dónde podía hacerse la fundación. El comendador
Francisco Pizarro, adelantado y capitán general y gobernador en las
provincias de la Nueva Castilla, nombró a Ruy Díaz, a Juan Tello y a
Alonso Martín para que eligiesen el asiento del dicho pueblo.

Elegido el asiento, se dispuso la fundación de la nueva ciudad
(1535), trasladándose luego a ella los pueblos de Xauxa y el de San
Gallán. Pizarro puso la primera piedra de la iglesia edificada bajo
la advocación de Nuestra Señora de la Asunción, nombró alcaldes y
regidores del Cabildo[145]. Aunque no pudo ser más acertada la elección
de sitio, el obispo Valverde, en carta escrita al Rey (20 marzo 1539)
le decía lo siguiente: «la ciudad de Lima está mal situada; porque
podiendo estar junto á la mar, adonde tuviera muy buen sitio y no
oviera trabajo en traer las mercaderías, está dos leguas buenas de la
mar, y, allende desto está situada sobre el río que va muy tendido y
hace muy gran cascajal, y gente de caballo por aquella parte, no la
puede defender.»

       [145] Véase _Libro primero de Cabildos de Lima_, parte 1.ª,
       págs. 1-15. Año 1888.

El sitio que se eligió para la fundación de la ciudad fué el valle
de Rimac, por el que corría ancho río, y cuyo clima era delicioso.
Acordóse dicho sitio en la Epifanía o Adoración de los Reyes (6 enero
1535), y por ello se llamó _Ciudad de los Reyes_; pronto se olvidó el
nombre castellano, para ser reemplazado por el de Lima, que es una
corrupción del nombre primitivo indio de Rimac. Las calles debían
ser muy anchas y perfectamente alineadas, cruzándose unas a otras en
ángulos rectos y bastante apartados, con la idea de dejar ancho espacio
para plazas públicas y jardines. Se le dió forma triangular, teniendo
por base el río, cuyas aguas, llevadas por acueductos de piedra, debían
atravesar las principales calles y regar los jardines de las casas. La
plaza estaría formada por la catedral, el palacio del virrey, la casa
de ayuntamiento y otros edificios públicos. El soldado se convirtió en
agricultor y la espada en instrumentos del albañil, del herrero y del
carpintero. A ayudar a los españoles acudieron indios de más de 100
millas a la redonda.

A la sazón, Almagro el _Mariscal_, como le llamaban comunmente los
cronistas, por orden del gobernador Pizarro, había marchado al Cuzco
para encargarse del mando de dicha capital y también para conquistar
los países situados hacia el Sur y que formaban parte de Chile.

También por aquellos mismos tiempos llegaba Hernando Pizarro a Sevilla
(enero de 1534) con el quinto real[146]. Causó no poca admiración las
barras de oro y plata, los vasos de diferentes figuras y los varios
objetos representando fuentes, animales y flores. Después de corta
estancia de Pizarro en Sevilla, partió para Calatayud, donde se hallaba
el Emperador y donde estaban reunidas las Cortes aragonesas. Refirió
Hernando ante el Emperador las arriesgadas empresas de su hermano, en
particular la prisión del Inca y su magnífico rescate. Nada dijo de
la muerte de Atahuallpa, porque suceso tan trágico ocurrió después de
su partida del Perú. Carlos V oyó con satisfacción el relato que se
le hacía; pero vió con más gusto el oro que venía a llenar el tesoro
imperial, agotado a causa de sus ambiciosos proyectos. Tanto fué su
contento que concedió todo lo que el afortunado aventurero le pedía.
Según las concesiones que hizo el Emperador, Francisco Pizarro debía
ocupar el país que en el documento real se llamó _Nueva Castilla_
(Perú), y Diego de Almagro el designado con el nombre de _Nueva Toledo_
(Chile). Sospéchase que no hubiera salido tan bien librado Almagro
sin la ayuda que le prestaron en la corte algunos agentes suyos.
Hernando Pizarro recibió del mismo modo importantes mercedes; se le
dió alojamiento como individuo de la corte, se le hizo caballero de
Santiago y se le autorizó para armar una escuadra y tomar el mando de
ella.

       [146] Sacra Cesarea Catholica Real Magestad. Yo llegué á este
       puerto de Sanlúcar oy miercoles á catorce de henero, de la
       _Nueva Castilla_, ques la tierra que por mandado de Vuestra
       Magestad, fué á conquistar é governar Francisco Pizarro.

       Vengo á ynformar á Vuestra Magestad de lo que fasta agora se
       á fecho en su servycio en aquella tierra. Traygo para Vuestra
       Magestad de sus quintos cien mill castellanos y cinco mill
       marcos de plata: vienen en cántaros é ollas, é otras prendas
       que son de ver.

       Suplico á V. M. que sea servido de mandar que la Casa de
       Contratacion de Sevilla no ponga ympedimiento ninguno, porques
       cosa que fasta oy no se ha visto en _Indias_ otro semejante ni
       creo que lo hay en poder de ningun Príncipe.

       Nuestro Señor la vida é Real Estado de Vuestra Magestad por
       largos tiempos guarde é acreciente con muy mayores Reinos é
       Señoríos. Deste puerto de Sanlúcar, á catorce de henero de
       mill é quynientos é treinta é cuatro años. De Vuestra Sacra,
       Cesarea, Catholica Magestad. Humilde criado é servidor que
       los Reales pies é manos de Vuestra Magestad besa.--_Hernando
       Pizarro._

       EL REY.

       Nuestros Ofyciales de la Casa de la Contratacion de las
       Indias que rresyden en la Ciudad de Sevilla: por cartas de
       los del Nuestro Consejo de las Indias é de Hernando Pizarro,
       hermano de Francisco Pizarro, Gobernador de la Provincia del
       Perú, E seydo avisado como a llegado de la dicha Provyncia en
       salvamento, al puerto de Sanlúcar, é que trae para Nos cien
       mill castellanos é cinco mill marcos de plata en cántaros é
       ollas é otras piezas: é pues ya estara todo en esa Casa, como
       quiera que quisiera verlo todo, pero por dylacion que abrá en
       traerlo é ser tan largo el camino. Me a parescido que bastará,
       por aber algunas piezas ansí de oro como de plata, de las más
       estrañas, é que todo lo demás se faga moneda.

       Por ende Yo vos Encargo é Mando, que luego ansí el oro como
       la plata, fagais facer moneda, é como E dicho, queden algunas
       piezas de las mas estrañas é de poco peso, de las quales
       Me ymbiad particular rrelacion por donde se pueda entender
       bien de la manera que son é lo que cada una dellas pesa: é
       entregallas al dicho Pizarro para que las traiga: é las otras,
       como E dicho, proveereis que se fagan moneda.--De Calatayud
       á veinte e uno de henero de mill é quinientos é treinta é
       cuatro años.--_Yo el Rey._--Refrendada del Comendador mayor é
       señalada de Carvaxal, Xuarez, Beltran é Bernal. _Libro primero
       de Cabildos de Lima._ Parte Tercera, págs. 127 y 128.

Formó la escuadra, se lanzó a la mar y llegó, después de luchar con
las tempestades y borrascas, al puerto de Nombre de Dios. Si muchos
murieron en el puerto por las enfermedades y el hambre, otros con el
citado Hernando Pizarro cruzaron el istmo de Panamá y llegaron al
Perú. Inmediatamente que supo Almagro las importantes concesiones que
le había hecho la Corona, se hizo cargo del gobierno del Cuzco, que
sin reparo alguno le entregaron Juan y Gonzalo Pizarro. Pero el Cuzco,
¿caía en la jurisdicción de Pizarro o en la de Almagro?

Por lo pronto Pizarro, fundándose en que todavía no se habían recibido
las credenciales, dispuso que sus hermanos volvieran a encargarse del
gobierno. Cayó la noticia como una bomba. Entre Almagro y Pizarro
renacieron los antiguos odios; entre los partidarios del uno y del otro
las disputas eran cada día más acaloradas. Ya iban a llegar a las manos
cuando se presentó el Gobernador. Comprendiendo los dos que no convenía
un rompimiento que podía traer graves consecuencias, hicieron un
contrato que se obligaron a cumplir con solemne juramento pronunciado
ante los Sacramentos, y concluyó la ceremonia celebrando la misa el
Padre Bartolomé de Segovia (12 junio 1535)[147].

       [147] El original del contrato se halla en el _Archivo de
       Simancas_, y una copia de él en Prescott. Ob. cit., tomo II,
       págs. 465-469.

Arregladas sus diferencias, Pizarro volvió a la costa para continuar
fundando poblaciones, siendo la más importante despues de Lima, la
que llamó _Truxillo_ en honor del pueblo de su nacimiento. Almagro,
entretanto, levantó bandera para Chile, pudiendo reclutar mucha gente
atraída por la generosidad del viejo capitán.

Ante Pizarro se presentaba dócil y sumiso el inca Manco; pero en el
fondo aquél despreciaba a éste, y a su vez el monarca peruano odiaba a
su rival. Motivos tenía para ello el último Emperador de la dinastía
de Manco Capac y Mama Ocllo. Veía su reino en poder de los españoles,
menospreciada la aristocracia y siervo el pueblo de los conquistadores.
Los templos se habían convertido en cuadras para los caballos y los
palacios reales en cuarteles para los soldados. Una esposa favorita
del Inca había sido seducida por los oficiales castellanos. Unas 6.000
mujeres que vivían en casta reclusión, habían sido arrojadas de sus
establecimientos conventuales, siendo algunas presa de la licenciosa
soldadesca y otras vinieron a caer en la prostitución. «El señor
perdone--escribe el autor de la Conquista i Poblacion del Pirú--á quien
fué la causa desto i á quien no la remedió pudiendo»[148]. Llegó a
agotarse la paciencia del joven Inca y decidió sublevarse, aconsejado
del gran sacerdote Villac Umu y de muchos nobles peruanos. Salió del
Cuzco; mas espías que vigilaban sus movimientos, dieron parte de su
evasión a Juan Pizarro, quien marchó inmediatamente a la cabeza de
alguna fuerza de caballería, teniendo la suerte de encontrarlo en
espeso cañaveral, cerca de la ciudad, donde había procurado ocultarse.
Manco fué preso y encerrado en una fortaleza del Cuzco bajo la
vigilancia de numerosa guardia.

       [148] M. S.

Volvió por entonces a la Ciudad de los Reyes Hernando Pizarro,
trayendo, además de la real concesión por la cual se señalaba el
territorio que correspondía a su hermano Francisco y a Diego de
Almagro, el nombramiento confiriendo a su citado hermano el título de
_Marqués_[149].

       [149] No de Marqués de los Atabillos (una provincia del Perú),
       ni de las Charcas, como dicen algunos historiadores. El título
       de Marqués concedido fué sin denominación, si bien, en una
       carta del Emperador, del 10 de octubre de 1537, se le ofrece
       nombrar de las tierras que eligiese en una de las provincias
       del Callao ó de los Atabillos. Uno de los párrafos de la dicha
       carta copiamos á continuación: «En lo que nos suplicais que
       teniendo respeto a lo que nos habeis servido vos, haga merced
       de alguna cantidad de tierras en la provincia del Callao o
       de los Atabillos, con título, acatando lo que Nos habeis
       servido y la fidelidad y limpieza con que habeis gobernado y
       gobernais esa tierra, y el celo que a las cosas de nuestro
       real servicio y real hacienda teneis de que estoy certificado,
       he habido por bien de vos hacer merced de veinte mil vasallos
       en esa provincia con título de Marqués. Y porque no se tiene
       relacion de la parte donde se os podrán señalar que a vos os
       estuviese bien, envío a mandar a Don Fray Vicente Valverde,
       obispo del Cuzco, y a nuestros oficiales de esa provincia que
       me informen de ello, como vereis por las cédulas que van con
       ésta. Solicitareis que con brevedad se haga, para que venida,
       Yo vos mande el título y la provision de la dicha merced, y
       entre tanto llamareis Marqués como yo os lo escribo, que por
       no saber el nombre que tendrá la tierra que se os dará, no se
       envía ahora el dicho título. _Libro Primero de Cabildos de
       Lima._ Segunda parte, pág. 161.

En tanto que el nuevo Marqués lograba que Almagro se dirigiese a la
conquista de Chile--no resolviéndose por entonces el litigio de si el
Cuzco formaba parte del territorio del uno o del otro--, determinó que
su hermano Hernando se encargara del gobierno de la citada ciudad. Es
de advertir que el hermano mayor de los Pizarros, aunque por demás
altivo y arrogante, tenía ciertas simpatías por los indios, no faltando
quien dijese que sintió de todo corazón la muerte de Atahuallpa, y
aun añadían que la habría evitado si él por entonces se hallara en
Caxamalca. Consecuente con la generosa conducta que se había trazado,
puso en libertad al astuto Inca. Con el pretexto Manco de ir a traer
algunos tesoros que--según decía--estaban ocultos en las asperezas de
los Andes, engañó a Hernando Pizarro, quien le dejó marchar en compañía
de dos soldados españoles. Como pasasen seis o siete días y el fugitivo
no pareciera, comprendió Hernando que había sido engañado, y entonces,
sin pérdida de tiempo, ordenó a su hermano Juan que al frente de 60
caballos fuera en busca del príncipe. Se puso en camino Juan Pizarro
y notó que los indios habían huído de las cercanías del Cuzco; mas
al aproximarse a las montañas que rodean el valle de Yucay, como a
seis leguas de la ciudad, encontró a los dos españoles acompañantes
del Inca, quienes le dijeron que todo el país estaba sublevado y al
frente de la insurrección se había puesto Manco. Añadieron--y esto
no debe olvidarse para juzgar al príncipe--que les había tratado
perfectamente y les había concedido el permiso de volverse a su campo.
Llegó Juan Pizarro al río Yucay, encontrando en la opuesta orilla al
ejército indio mandado por Manco. Bajo una nube de piedras y de flechas
atravesaron el río los españoles; ya en tierra, se encontraron rodeados
por los indios. La batalla fué encarnizada. Retiráronse los indígenas
al aproximarse la noche. «Es gente--dice Oviedo--muy belicosa é muy
diestra; sus armas, picas é ondas, porras é alabardas de plata é oro
é cobre»[150]. A la mañana siguiente, desde la cima de las montañas,
les retaba el enemigo a continuar el combate. Hallándose Juan Pizarro
en situación tan embarazosa, le sorprendió una orden de su hermano
mandándole volver al Cuzco, que estaba sitiado por el enemigo. Volvió
a pasar el Yucay, seguido del ejército de Manco, que celebraba su
victoria con gritos de triunfo y llegó al anochecer á la vista de la
capital, que estaba rodeada de numerosísimo ejército de indios. Llamóle
la atención que le dejasen la entrada libre hasta el Cuzco. Reunidos
los refuerzos de Hernando y de Juan Pizarro, sumaban unos 200 hombres
entre infantes y caballos, además de 1.000 indios auxiliares.

       [150] _Historia de las Indias_, parte III, lib. VIII, cap.
       XVII, M. S.

Comenzó el sitio del Cuzco en los comienzos de febrero de 1536. Indios
y europeos pelearon valerosamente. Consiguieron los indios pegar fuego
a la ciudad, la cual en gran parte quedó reducida a cenizas. Templos y
palacios, edificios públicos y particulares quedaron consumidos por las
llamas. Salváronse, por fortuna, el templo del Sol y la inmediata Casa
de las Vírgenes. En el Cuzco y fuera del Cuzco se peleaba cada vez con
más fiereza. Peleando como un bravo, recibió Juan Pizarro una pedrada
en la cabeza, cayendo al suelo, y de resultas de la herida falleció
a los quince días. De las los torres de la fortaleza había caído una
en poder de los españoles; pero la otra se hallaba defendida por un
inca, cuyo valor rayaba en la temeridad. Hernando Pizarro se puso a la
cabeza de los combatientes, decidido a vencer o morir en la demanda. El
valiente indio recorría las almenas llevando coraza y escudo españoles,
armado de enorme maza guarnecida de puntas o clavos de cobre y matando
con ella lo mismo al que quería forzar el paso hasta lo interior de
la fortaleza, como al que le hablaba de rendición, pues para él era
más peligroso el indígena cobarde que el arrojado soldado de Pizarro.
Dispusieron los españoles tomar la torre por asalto. Pusiéronse escalas
en los muros y comenzaron a subir nuestros soldados; pero conforme
iban subiendo caían heridos por el arma terrible del héroe. Entonces
se dispuso poner varias escalas en la torre y dar el asalto por
diferentes puntos a la vez. Así se hizo. «Y mandó Hernando Pizarro a
los españoles que subían, que no matasen a este indio, sino que se lo
tomasen á vida, jurando de no matalle si lo havía bivo»[151]. Cuando el
inca se convenció que no podía resistir por más tiempo, antes de caer
prisionero, se subió a una almena, arrojó las armas, se tapó la cabeza
y el rostro en su manto y se precipitó desde una altura de más de cien
estados, haciéndose pedazos. ¿Para qué quería la vida si su patria iba
a caer en poder de los tiranos?

       [151] Pedro Pizarro, _Descub. y Conq._, M. S.

Todavía los españoles tenían que pelear. Llevaban sitiados cinco
meses. ¿Cómo les dejaba abandonados Francisco Pizarro? No les dejaba
abandonados; pero no podía hacer nada por ellos. Tuvo que vencer dos
ejércitos de indios. Uno se presentó delante de Xauxa, y el otro ocupó
el valle de Rimac y puso sitio á Lima. Al mismo tiempo no dejó de
pensar en el estado angustioso de la guarnición del Cuzco, hasta el
punto que por cuatro veces mandó destacamentos dirigidos por valientes
oficiales en socorro de la plaza, los cuales fueron deshechos en los
intrincados pasos de las cordilleras. Apenas pudo salvarse alguno para
volver a Lima y dar la noticia.

Un suceso--y por cierto que nadie podía pensar en él--vino a salvar
a los españoles. Llegó el mes de agosto. Creyó el inca Manco que se
acercaba el día en que faltasen las provisiones a los suyos. Ante
semejante temor y habiendo llegado la estación de la siembra, mandó
que la mayor parte de sus fuerzas se retirasen a sus hogares, no
volviendo hasta que los trabajos del campo estuvieran terminados. El
marchó a Tambo, lugar fuerte, situado al Sur del valle de Yucay, con
fuerzas considerables para guardar su persona. E hizo perfectamente,
porque Hernando Pizarro intentó al poco tiempo sorprender y coger
prisionero al Inca en los reales de Tambo. No salió bien la aventura
a los nuestros, que se vieron sorprendidos y rechazados, teniendo que
retirarse, no sin que el enemigo les picase la retaguardia.

Del sitio que en el año 1536 pusieron los indios al Cuzco,
registraremos el siguiente hecho: Los 18 españoles de a pie y de a
caballo que la guarnecían, ¿cómo pudieron por tres veces consecutivas
apagar el incendio iniciado por los indígenas y que amenazaba destruir
la plaza? Atribúyese por todos a favor divino, especialmente a la
protección de la Santísima Virgen María, a la cual vieron con sus
propios ojos, rodeada de celestiales esplendores, lo mismo españoles
que indios. Este poético episodio constituyó el argumento de la comedia
_La Aurora en Capocavana_, de Calderón de la Barca. El Santuario de
Nuestra Señora de Capocavana se hizo famoso, no sólo en el Perú, sino
en Madrid[152] y en toda España.

       [152] En la parroquia de San Ginés y en el derruido templo de
       San Antonio del Prado, se erigieron altares á la citada Virgen
       de Capocavana.

Después de los aciertos de los Pizarros y Almagro, nos ocuparemos de
los descaminos de capitanes tan valerosos. En tanto que los citados
hermanos peleaban un día y otro día con el inca Manco y los indígenas,
el mariscal Almagro andaba ocupadísimo en su expedición a Chile. El
frío, el hambre y aquella marcha por escabrosas cordilleras y profundos
barrancos, causaron gran desaliento a los expedicionarios. Pobre era
el reino vegetal y del reino animal sólo se veía el condor, que se
cernía en el límite de las nieves perpetuas, para caer luego sobre
los cadáveres de los que perecían por el hambre o por los rigores del
clima. Y sin embargo, por todas partes dejaban huellas de su crueldad;
todo lo llevaban a sangre y fuego. Bastará decir que Almagro estaba
considerado como uno de los más humanos de los jefes, y sin embargo,
porque los indios dieron muerte a tres españoles, él en desquite hizo
quemar vivos a treinta jefes indígenas.[153]

       [153] _Conquista i Pob. del Perú_, M. S. Oviedo, que disculpa
       las crueldades con la excusa de la necesidad, dice que _fué
       necesario este castigo_, añadiendo que después de realizado se
       podía mandar un mensajero de un extremo a otro del país sin
       temor de que le maltratasen. _Hist. de las Indias_, parte III,
       lib. IX, cap. IV. M. S.

Prescott, después de decir que el europeo considera siempre como un
bruto al hombre semicivilizado y que la resistencia de éste a aquél se
castiga con la muerte, añade lo que a continuación vamos a copiar, y
por cierto, con gran contentamiento nuestro: «Tales crueldades no se
limitaban a los españoles; dondequiera que se han puesto en contacto el
hombre civilizado y el salvaje, así en Oriente como en Occidente, la
historia de la conquista ha sido escrita muchas veces con sangre»[154].

       [154] _Historia de Méjico_, tomo II, pág. 78.

Por fin llegó Almagro al verde valle de Coquimbo, como a unos 30 grados
de latitud Sur. Mientras que en aquellas abundantes llanuras daba
descanso a sus tropas, dispuso que un oficial con algunos soldados se
dirigiese hacia el Sur para explorar el país; el mensajero volvió con
noticias poco satisfactorias. «No le pareció bien la tierra por no
ser quajada de oro»[155]. A la sazón sirvióle de contento la llegada
del resto de sus fuerzas a las órdenes de su teniente Rodrigo de
Orgóñez, natural de Oropesa, excelente soldado y de larga y brillante
historia militar. Tanto llamaron la atención los servicios de Almagro
en la corte, que fué elevado a la categoría de mariscal de la _Nueva
Toledo_. Por cierto, que también por entonces recibió Almagro el
decreto--retenido tanto tiempo por los Pizarros--en el cual se le
señalaba su jurisdicción territorial. La creencia de que el Cuzco caía
dentro de los límites de su gobierno, las noticias de que el oro no
parecía por ninguna parte y el cansancio que sentían después de largo
viaje por aquellas terribles asperezas, decidieron a Almagro a marchar
hacia el Norte. Además, era ya viejo y quería dedicarse a la educación
de su hijo natural Diego, joven que prometía grandes esperanzas.
Recordando las penalidades que había sufrido en el paso de los montes,
emprendió el camino a lo largo de la costa. Casi llegó a arrepentirse,
pues no son para contar los trabajos que sufrió al cruzar el desierto
de Atacama. ¡Recorrer cerca de cien leguas sin encontrar vegetación
alguna! Llegó a la ciudad de Arequipa, distante del Cuzco unas 60
leguas. Allí supo que el inca Manco y todo el país se habían sublevado
contra los Pizarros. Recordando su antigua amistad con el joven Inca,
le envió una embajada solicitando una entrevista. Gustoso accedió Manco
y designó el valle de Yucay. Almagro, tomando la mitad de sus fuerzas,
se presentó en el punto señalado, dejando el resto de sus tropas en
Urcos, a seis leguas del Cuzco[156]. Procede no pasar por alto que
antes de celebrarse la conferencia entre Almagro y el Inca, Hernando
Pizarro, sorprendido por la aparición del nuevo cuerpo de tropas
españolas, salió del Cuzco y se acercó a Urcos, donde se enteró, con
profundo disgusto, de las intenciones de Almagro. Cuando los peruanos
vieron unidos a los soldados de Pizarro con los de Almagro en Urcos,
sospecharon--y motivos tenían para ser suspicaces--que estaban de
acuerdo para apoderarse del Inca. También lo creyó de buena fe Manco.
Por esto cayeron los peruanos repentinamente sobre los españoles en el
valle de Yucay; pero los veteranos de Chile no se dejaron sorprender,
y arremetieron con furia a sus enemigos, quienes fueron rechazados, no
sin ruda resistencia. En el combate se vió en bastante peligro Orgóñez.

       [155] _Conq. i poblacion del Pirú._ M. S.

       [156] El total de las fuerzas de Almagro ascendía a unos 500
       hombres.

Llegó el momento en que Almagro, con la división que tenía en Urcos
se dirigiera al Cuzco. Exigió primero al ayuntamiento que se le
reconociese como Gobernador; presentó copia de las credenciales que
acababa de recibir de la corte. Las autoridades del Cuzco aplazaron la
respuesta hasta informarse de personas entendidas. ¿Se hallaba el Cuzco
dentro del territorio de Almagro? Oviedo dice que sí y esta era la
creencia general; no pocos también afirmaban lo contrario.

Antes de pasar adelante, habremos de notar lo que preocupaba á la
corte. La Emperatriz, desde Valladolid, y con fecha de 6 de noviembre
de 1536, se dirigió a Francisco Pizarro, gobernador y capitán general
de la provincia de la Nueva Castilla, llamada Perú, y después de
manifestar su disgusto por el levantamiento que los naturales del
país habían hecho contra Hernando Pizarro[157], le rogaba que si el
citado Hernando no pudiese venir á España «con el oro nuestro que
allá teníamos y el servicio que procurastes que se nos hiciese»... lo
mandase a la ciudad de Panamá «al obispo D. Fray Tomás de Berlanga,
o al nuestro gobernador o juez de residencia e oficiales de aquella
provincia» para que sea remitido a estos reinos[158]. Al poco tiempo,
esto es, el 1.º de enero de 1537, el mismo Emperador escribió a Pizarro
mandándole que enviase «el oro e plata con la más brevedad que se pueda
porque las necesidades de acá lo requieren»[159].

       [157] Se refiere a la sublevación del inca Manco.

       [158] _Libro I de Cabildos de Lima_, parte tercera, págs. 217
       y 218.

       [159] Ibidem, pág. 219.



CAPÍTULO VIII

  CONQUISTA DEL PERÚ (CONTINUACIÓN) Y DE BOLIVIA (ALTO PERÚ).--GUERRA
  ENTRE ALMAGRO Y LOS PIZARROS: ACCIÓN DE ABANCAY.--SENTENCIA DEL
  P. BOBADILLA.--GUERRA CIVIL: BATALLA DE SALINAS.--EJECUCIÓN DE
  ALMAGRO.--PRISIÓN DE HERNANDO PIZARRO.--VACA DE CASTRO.--EXPEDICIÓN
  DE GONZALO PIZARRO POR EL AMAZONAS.--MUERTE DE FRANCISCO
  PIZARRO.--VACA DE CASTRO EN QUITO.--SEGUNDA GUERRA CIVIL.--BATALLA
  DE CHUPAS.--EJECUCIÓN DEL JOVEN ALMAGRO.--POLÍTICA DE VACA DE
  CASTRO.--DISGUSTO GENERAL EN EL PAÍS.--CONQUISTA DE BOLIVIA (ALTO
  PERÚ).--BOLIVIA BAJO LA DOMINACIÓN DE ESPAÑA.--DIEGO DE ALMAGRO EN
  COLLASUYO.--LUCHAS DE GONZALO PIZARRO CON LOS INDIOS.--FUNDACIÓN DE
  CHUQUISACA.--GONZALO PIZARRO DESOBEDECE AL EMPERADOR.--FUNDACIÓN DE
  LA PAZ.--ESCUDO DE ARMAS QUE CARLOS V CONCEDIÓ A CHRISTOBAL TOPA
  INGA.--CONQUISTA DEL PAÍS DE LOS CHIQUITOS POR LOS ESPAÑOLES.--LOS
  MISIONEROS.


Procede tratar de la guerra entre los dos conquistadores del Perú.
Entre los Pizarros y los Almagros el odio era mayor de día en día. A
tal punto llegaron las cosas, que el 8 de Abril de 1537, aprovechándose
Almagro de la obscuridad de la noche, entró en la plaza del Cuzco, se
apoderó de la iglesia principal, estableció fuertes avanzadas para
evitar una sorpresa y despachó a su fiel amigo y valiente Orgóñez a
forzar el alojamiento de Hernando Pizarro. Dueño Almagro del Cuzco,
hizo prisioneros a los Pizarros (Hernando y Gonzalo). Nombró gobernador
a Gabriel de Rojas y el ayuntamiento, convencido de la validez de las
pretensiones de Almagro, reconoció sus derechos a la posesión de la
ciudad. Conocimiento tenía la Corona de la enemiga de los dos valerosos
capitanes, cuando, con fecha 31 de mayo de 1537, encomendó al Padre
Fray Tomás de Berlanga, obispo de Tierra Firme, llamada Castilla del
Oro, que mediase en el asunto, señalando los límites de la gobernación
lo mismo de Pizarro que de Almagro[160]. No sólo Pizarro y Almagro,
sino los parientes y amigos del uno y del otro se habían declarado
guerra mortal. Es tan cierto lo que decimos, que el primer acto de
Almagro en Cuzco, fué enviar un mensaje a Alonso de Alvarado, que
estaba acampado con unos 500 hombres de infantería y caballería en
Xauxa, exigiéndole obediencia; mas el mencionado capitán puso presos a
los emisarios y dió aviso de todo lo que pasaba al gobernador de Lima.

       [160] Véase Comisión conferida al obispo D. F. Tomás de
       Berlanga para demarcar las gobernaciones de Pizarro y Almagro.
       _Libro primero de Cabildos de Lima._ Parte 3.ª, págs. 167 y
       168.--1888.

Antes de salir Almagro contra Alvarado, oyó los consejos de Orgóñez
que consistían en decirle que cortase la cabeza a los Pizarros y le
recordaba el proverbio español de que _el muerto no muerde_. No se
atrevió a ello el Mariscal, ya porque repugnase a su carácter medida
tan violenta, ya porque todavía conservaba algún afecto á su antiguo
socio Francisco Pizarro. Contentóse con ponerles presos en uno de los
edificios pertenecientes a la casa del Sol, en tanto que él marchaba a
castigar a Alvarado. En las márgenes del _río de Albancay_ se dió la
batalla el 12 de julio de 1537. Si Orgóñez defendió admirablemente la
bandera de su jefe, Pedro de Lerma le hizo traición, pasándose al campo
enemigo. Alvarado, no sabiendo de quién fiarse, hubo de rendirse con
los que le habían permanecido fieles. La victoria de Almagro no pudo
ser mayor a menos costa.

Mientras que ocurrían tales sucesos, Francisco Pizarro continuaba en
Lima, esperando refuerzos para marchar en auxilio del Cuzco. Entre
otros vino con 250 hombres el licenciado D. Gaspar de Espinosa, aquel
amigo del sacerdote Luque, cuyo dinero--no sabemos si era del uno ó
del otro--se empleó en la conquista del Perú. Había dejado Espinosa su
residencia de Panamá, para venir a reanimar las fuerzas decaídas de sus
antiguos amigos. También Hernán Cortés, el conquistador de México, en
la hora del peligro acudía a prestar su generoso concurso á su pariente
y amigo. Al frente de 450 hombres, la mitad de caballería, emprendió
el gobernador de Lima su marcha hacia la capital de los incas. A poco
de salir de Lima supo la vuelta de Almagro, la toma de Cuzco con la
prisión de sus hermanos, la derrota y la entrega de Alvarado. Volvió
a Lima y la puso en estado de defensa. Entonces fué cuando el cabildo
de dicha ciudad (22 septiembre 1537), presidido por Francisco Pizarro,
acordó lo que sigue: «En este día los dichos señores dixeron que por
quanto el Adelantado D. Diego de Almagro vino a la cibdad del Cuzco
y está en ella por fuerza e aprendió al capitán Hernando Pizarro e a
Gonzalo Pizarro su hermano, e se hicyeron en la dicha cibdad por las
gentes del dicho Adelantado muchas fuerzas e Robos e malos tratamyentos
a los vezinos e así mysmo Aino sobre el capitan Alonso de Alvarado e
los desbarató y tomó su gente e agora tienen nueva que viene camyno
desta cibdad, e porque convyene que de todo esto su magestad sea
ynformado, que mandaban quel procurador desta cibdad haga ynformazion
de todo ello ante los dichos señores alcaldes e que asy mysmo pedía se
escriba para que su majestad sea de todo ynformado e asy dixeron que lo
mandaban e mandaron.»[161]

       [161] _Libro Primero de Cabildos de Lima._ Parte primera,
       págs. 152 y 153. 1888.

Francisco Pizarro, sin embargo de que se preparaba a la guerra, se
dispuso a entrar en negociaciones con su enemigo, y, al efecto, mandó
una embajada al Cuzco, a cuya cabeza puso al licenciado Espinosa.
Orgulloso por demás se presentó Almagro, atreviéndose a decir que no
sólo aspiraba a la posesión del Cuzco, sino a la de la misma Lima como
parte de su jurisdicción. No es de extrañar que el Licenciado repitiese
entonces el siguiente proverbio castellano: _el vencido vencido y el
vencedor perdido_. Cuando todavía se esperaba resolución satisfactoria,
dado el carácter bondadoso de Espinosa, murió repentinamente este
hombre ilustre, digno por todos conceptos de figurar entre los mejores
de aquellos tiempos.

Almagro, no pensando ya en negociaciones de ninguna clase, concibió
la idea de fundar una ciudad, a la que daría su propio nombre, en
el valle de Chincha. Antes, para no dejar expuesto el Cuzco a las
molestias del inca Manco, envió a Orgóñez a Tambo, retirándose entonces
el monarca indio a las montañas de los Andes. Parece cierto que
Orgóñez, antes de salir a campaña, volvió a insistir con Almagro para
que mandase dar muerte a los Pizarros. Vino a sacarle de la duda en
que se hallaba la opinión del mariscal Diego de Alvarado, hermano de
aquel don Pedro, tan famoso en la guerra de México bajo las órdenes
de Cortés, y tan poco afortunado después en su expedición a Quito. El
tal Don Diego de Alvarado gozaba de mucho ascendiente sobre su jefe.
Parece ser--y los cronistas están conformes en este punto--que Don
Diego visitaba con frecuencia a Hernando Pizarro en su prisión, donde
se entretenían en el juego más de lo justo. Sucedió que a Alvarado le
persiguió de tal modo la fortuna, que hubo de perder la enorme suma
de ochenta mil castellanos de oro; pero cuando llegó el momento de
pagar, Hernando Pizarro se negó decididamente a recibir el dinero.
Alvarado correspondió a tanta generosidad oponiéndose con toda energía
a los consejos de Orgóñez, pues dijo a Almagro que si mandaba matar a
Hernando Pizarro se disgustaría el ejército y lo miraría mal la corte.
Cedió el Mariscal a los consejos de Alvarado, terminando Orgóñez asunto
tan enojoso con estas palabras: «Un Pizarro jamás perdona una injuria,
y la que éstos han recibido de Almagro es demasiado grave para que la
perdonen.»

El Mariscal, después de encargar que Gonzalo Pizarro y los demás
presos fuesen guardados estrechamente, llevando consigo a Hernando,
bajó la costa y se detuvo en el valle de Chincha, donde echó los
cimientos de nueva población. Recibió, cuando estaba ocupado en estas
cosas, la noticia de que Gonzalo Pizarro, Alonso de Alvarado y otros
presos, habían sobornado a sus guardias, logrando fugarse y llegar al
campo del Marqués.

Volvieron los tratos entre los ambiciosos rivales (Francisco Pizarro
y Diego de Almagro), acordando someter la disputa a Fray Francisco de
Bobadilla, religioso mercenario, residente en Lima y hombre que gozaba
de mucho prestigio por su amor a la justicia. Orgóñez expresó que no
tenía confianza en la imparcialidad del fraile. Ya encargado Bobadilla
de tan delicada misión, celebróse por los dos jefes (13 noviembre
1537) una conferencia en Mala. Refieren los cronistas que Almagro,
quitándose el sombrero, se adelantó a saludar a Pizarro, quien, sin
contestarle apenas al saludo, le preguntó, con cierta altivez, porqué
había invadido su ciudad del Cuzco y aprisionado a sus hermanos.
Contestó el Mariscal en el mismo tono, convirtiéndose la discusión en
reñida disputa. De pronto--habiendo entendido por las señas de uno de
los presentes, que se tramaba una traición--salió de la estancia, montó
a caballo y se volvió a galope a sus cuarteles de Chincha[162]. El
Padre Bobadilla, sin cuidarse del inesperado rompimiento de los jefes,
dió su sentencia, diciendo que se mandase un buque, «en el cual vayan
dos pilotos, de cada parte, é un escribano de cada parte, é una ó dos
personas que conozcan el dicho pueblo de Santiago» y tomen fielmente la
altura de dicha población. Manda que se entregue a Francisco Pizarro
la ciudad del Cuzco y se pongan en libertad los presos hechos en ella.
Añadía que hubiera paz entre los dos. Estas eran las principales
disposiciones de la sentencia[163].

       [162] Pedro Pizarro y otros escritores creen que Gonzalo
       Pizarro, con fuerzas considerables, quiso apoderarse del
       Mariscal, y no realizó su proyecto porque se opuso a ello el
       Gobernador. _Descubrimiento e Conquista_, M. S.

       [163] _Libro primero de Cabildos de Lima._ Parte tercera.
       Págs. 174-178.--1888.

La sentencia dada por el P. Provincial Francisco de Bobadilla, debió
agradar a Francisco Pizarro, disgustando, en cambio, a Diego de
Almagro. Decían generalmente y en público los partidarios del Mariscal
que el fraile estaba vendido al Gobernador; Espinall, tesorero de
Almagro, se atrevió a escribir que el fraile probó con este fallo
que era un verdadero demonio[164] y Oviedo cita las palabras de un
caballero, las cuales eran que «no se había pronunciado sentencia tan
injusta desde los tiempos de Poncio Pilatos»[165].

       [164] _Carta al Emperador_, M. S.

       [165] _Hist. de las Indias_, parte III, libro VIII, cap. XXI,
       M. S.

Los soldados, obedientes a las indicaciones de Orgóñez, pidieron la
cabeza de Hernando Pizarro, y, como siempre, Alvarado salió a su
defensa y logró libertarle de la soldadesca. Comprendiendo Francisco
Pizarro que la vida de su hermano Hernando estaba en peligro, se
decidió a hacer toda clase de concesiones. Después de algunos tratos,
se dió otra sentencia, lográndose con ella calmar a los descontentos
del partido de Almagro: consistía en que hasta la llegada de
instrucciones definitivas de Castilla continuaría en poder de Almagro
la ciudad del Cuzco y su territorio, y que Hernando Pizarro recobraría
su libertad con la condición de salir para España y presentarse a
S. M. o ante el Presidente e oidores del Real Consejo en el término
de seis meses[166], dejando como fianza 50.000 pesos de oro[167].
Refieren algunos historiadores que cuando supo Orgóñez con exactitud
los artículos del convenio hizo lo siguiente: «I tomando la barba con
la mano izquierda, con la derecha hizo señal de cortarse la cabeza
diciendo: _Orgóñez, Orgóñez, por el amistad de D. Diego de Almagro
te han de cortar ésta_»[168]. En cambio, Almagro estaba satisfecho.
Visitó en persona a Hernando Pizarro y le anunció que se hallaba en
libertad, luego le convidó a comer, y, por último, Diego de Almagro,
hijo del Mariscal, y otros oficiales le acompañaron hasta el campo del
Gobernador, que se había trasladado a la población de Mala.

       [166] No seis semanas, como escribe Prescott. _Descubrimiento
       y conquista del Perú_, tomo II, página 94.

       [167] _Libro primero de Cabildos de Lima._ Parte tercera, pág.
       183.--1888.

       [168] Herrera, _Hist. General_, Dec. VI, lib. III, cap. IX.

Cuando Francisco Pizarro vió en su cuartel de Mala a su hermano
Hernando, olvidó todos sus compromisos para recordar sólo los agravios
recibidos de Almagro. Aunque intentó Hernando--según dicen--cumplir sus
promesas, tuvo que ceder a las órdenes del Gobernador, el cual estaba
decidido a vencer o morir en la contienda. Y poniendo manos a la obra,
avisó al Mariscal para que abandonase el Cuzco inmediatamente y se
retirara a su territorio.

Recibió Almagro la noticia cuando se hallaba aquejado de grave
enfermedad. Encargó a Orgóñez la dirección de los negocios; mas
la fortuna se iba a mostrar esquiva lo mismo al Mariscal que a su
teniente. Habiendo recobrado Almagro un poco la salud, pudo llegar
a mediados de abril de 1538 al Cuzco. Quiso, en vez de lanzarse a
la guerra, negociar la paz. Orgóñez hubo entonces de decirle: «Es
demasiado tarde; habéis dado libertad a Hernando Pizarro, y ya no os
queda otro remedio que pelear.» Prevaleció la opinión de Orgóñez,
quien, poniéndose al frente de las tropas, salió del Cuzco y tomó
posición en las _Salinas_, a menos de una legua de la capital. Tenía
unos 500 hombres, más de la mitad de caballería. No se explica que
eligiese un terreno escabroso cuando su verdadera fuerza estaba en
la caballería; observación que le hicieron sus oficiales y que él se
negó a atender. Apareció Hernando Pizarro a la cabeza de su ejército
y sentó sus reales cerca de su enemigo. El 26 de abril--no el 6 como
dice Garcilaso--de 1538, Hernando Pizarro lanzó a la pelea sus 700
hombres. Si su caballería era inferior a la de Orgóñez, su infantería,
en cambio, llevaba mejores armas. La caballería la dividió en dos
cuerpos: uno a las órdenes de Alonso de Alvarado y otro a las suyas.
La infantería tenía por jefe a su hermano Gonzalo, sostenido por Pedro
de Valdivia, el futuro héroe de Arauco. Después de la misa y de una
breve alocución de Hernando Pizarro, Gonzalo atravesó un riachuelo que
separaba ambos ejércitos, no sin que la artillería de Orgóñez causara
algún desorden en las primeras filas; mas Pedro de Valdivia, amenazando
a unos y animando a otros, consiguió seguir adelante y apoderarse
de pequeña eminencia, desde la cual causó grandes molestias a los
alabarderos y a la caballería de Orgóñez. Hernando, al mismo tiempo,
al frente de sus escuadrones, pasó el río y cargó sobre la caballería
de Orgóñez. El choque fué terrible. Los unos al grito de _el Rey y
Pizarro_, y los otros al de _el Rey y Almagro_, pelearon como fieras.
Sobre todos descollaba Orgóñez, cuyas proezas--como dice Prescott--son
dignas de un paladín de romance. Recibió una herida de bala de arcabuz
que, penetrando por la visera, le hirió en la frente, privándole por
un momento de sentido. Le mataron el caballo, y habiendo vuelto en sí,
logró desembarazarse de los estribos, no pudiendo escapar acosado por
multitud de enemigos. Entonces preguntó si entre los que le rodeaban
había algún caballero a quien rendirse. Se presentó como tal un soldado
llamado Fuentes, criado de Pizarro, a quien Orgóñez le entregó la
espada; pero el miserable sacó su daga y la hundió en el corazón de uno
de los capitanes más insignes que han ido de España al Nuevo Mundo. El
desaliento cundió en las filas de los almagristas, que huyeron a toda
prisa al Cuzco.

Almagro, que desde una altura inmediata miraba la batalla, pudo montar
en una mula y buscar asilo en la fortaleza. De allí le sacaron, y
cargado de hierros, se le encerró en el mismo edificio en que habían
estado los Pizarros. Diego, el hijo de Almagro, fué separado de su
padre, y Hernando le mandó al lado de su hermano el Gobernador. Formóse
causa al Mariscal, que se terminó el 8 de julio de 1538. Fué condenado
a muerte como traidor, debiéndosele cortar la cabeza en la plaza
pública. Rogó a Hernando «que perdonase sus canas y no privase de la
poca vida que le quedaba a un hombre de quien nada tenía ya que temer.»
No hizo caso de las lágrimas de Almagro, terminando Hernando Pizarro
con las siguientes palabras: «I que pues tuvo tanta gracia de Dios que
le hizo christiano, ordenase su alma i temiese á Dios»[169].

       [169] Herrera, ob. cit., _Década VI_, lib. V, cap. I.

Nombró Almagro sucesor--pues a ello estaba autorizado por real
concesión--a su hijo, y durante la menor edad de éste, designó
administrador del territorio a Diego de Alvarado, persona en quien
tenía gran confianza. De todas sus propiedades y posesiones en el Perú,
dejó por heredero al Emperador.

Diego de Alvarado, el tesorero Espinall y otros que a la sazón estaban
en el Cuzco, se presentaron a Hernando Pizarro rogándole que perdonase
la vida a Almagro; y hasta el obispo Valverde llegó a Lima a pedir
gracia en favor del ilustre prisionero[170]. Todo fué en vano. No
comprendían muchos cómo un hombre investido de autoridad provisional se
atrevía a condenar a muerte--dado que el tribunal que le condenó era
fiel ejecutor de las órdenes de Pizarro--al más bueno de los primeros
conquistadores de América. Adorábanle sus soldados y le respetaban
los mismos de Pizarro. Los indios declaraban que entre los blancos no
habían tenido mejor amigo que él, y eso que una vez--como en anterior
capítulo hicimos notar--cometió un acto cruel con los indígenas. El
héroe de cien batallas sufrió la pena de garrote en su prisión y su
cadáver fué llevado a la plaza, donde, en cumplimiento de la sentencia,
se le separó la cabeza del cuerpo. Inmediatamente los restos mortales
fueron trasladados a la casa de Hernán Ponce de León, uno de los que
habían sido amigos suyos, y al día siguiente se condujeron a la iglesia
de Nuestra Señora de la Merced. Tenía en la época de su muerte unos
setenta años de edad.

       [170] Fray Vicente de Valverde, nombrado obispo del Cuzco,
       presentó las bulas y reales cédulas referentes a su episcopado
       al Cabildo de Lima, presidido por Francisco Pizarro, el 2
       de abril de 1538. También presentó «una provisión del señor
       arzobispo de Sevilla en que le comete que sea inquisidor
       destas partes». _Libro primero de Cabildos de Lima_, parte
       primera, p. 181, 1888.

¡Qué hombres tan feroces! El marqués Francisco Pizarro, al mismo tiempo
que decía al joven Almagro «que no tuviese ninguna pena, porque no
consentiría que su padre fuese muerto»[171] y al mismo tiempo que decía
también al obispo Valverde que «perdiese cuidado, que bolvería á tener
el antigua amistad con él (Almagro)»[172], cuando ocurrían tales cosas,
á un mensaje de Hernando, consultándole sobre lo que debía hacerse con
el preso, hubo de contestar «que hiciese de manera que el Adelantado no
los pusiese en más alborotos»[173].

       [171] Herrera, _Historia general, Década VI_, lib. VI, cap.
       III.

       [172] Ibidem, cap. IX.

       [173] Ibidem, cap. VII.

Aunque algunos cronistas hayan indicado la inocencia de Francisco
Pizarro, la historia le hace responsable en primer término de la muerte
de Almagro. De su interior satisfacción dió pruebas en seguida. «En
este medio tiempo vino á la dicha cibdad del Cuzco el governador D.
Francisco Pizarro, el qual entró con trompetas i chirimias vestido
con ropas de martas, que fué el luto con que entró»[174]. Asperamente
contestó a Diego de Alvarado, cuando, en nombre del joven Almagro, le
pidió las provincias asignadas al Mariscal por la Corona. Al paso que
trataba con manifiesto desprecio a los partidarios de Almagro, a manos
llenas daba riquezas y repartía territorios a los que le habían ayudado
para conseguir el triunfo.

       [174] _Carta de Espinall_, M. S.

Ya era tiempo de pensar cómo mirarían en Castilla todas estas cosas.
Desde la ejecución de Almagro había pasado cerca de un año. Diego
de Alvarado y otros amigos del Mariscal se agitaban en la corte
sosteniendo las reclamaciones del joven Almagro y pidiendo reparación
de los agravios hechos al ajusticiado en Cuzco. Noticiosos los Pizarros
de tales hechos, embarcóse Hernando para España en el verano de
1539, no sin aconsejar a su hermano que se guardase de los soldados
de Almagro[175]. Mal hizo--como después veremos--el Gobernador en
no atender aquellos prudentes consejos. Llegó Hernando a las playas
españolas, marchando inmediatamente a Valladolid, donde entonces
se hallaba la corte. Aunque se encontró con Diego de Alvarado, más
decidido cada día a vengarse de la muerte de su general, Hernando venía
cargado de riquezas, las cuales constituían el argumento más poderoso
de su defensa. Ganoso el leal Alvarado de terminar pronto el asunto,
hubo de citar a singular combate a Hernando Pizarro; pero la muerte
repentina de aquél, _no sin sospecha de veneno_, según la frase de
Herrera, dió fin a la contienda. No cesaron las acusaciones contra
Pizarro y como resultado de ellas fué encarcelado en el castillo de
Medina del Campo (Valladolid), donde estuvo por espacio de veinte años
y donde recibió las tristes noticias del fallecimiento de sus hermanos
y de sus amigos. Se le concedió la libertad cuando ya era viejo y
achacoso, muriendo a la edad de cien años.

       [175] A la sazón, «noticioso el Rey (Carlos I) de la grande
       escasez de ella (leña) que havia en las Provincias del Perú,
       especialmente en los llanos, y que si no se acudiesse,
       vendría á ser inhabitable aquella tierra Mandó al Gobernador
       dispusiesse que los que tuviessen Indios encomendados,
       plantassen dentro de breve término, y en los Lugares mas
       convenientes, Arboles, y saaces, segun la calidad de la tierra
       y los Indios que cada uno tuviesse, procurando sobre todo que
       estos no fuessen en ello maltratados.» Ced. de 22 de noviembre
       de 1539.--Vid. tomo 9 de ellas, folio 140 b.º, núm. 257[175a].

          [175a] Archivo histórico nacional.--_Cedulario indico de
          Ayala_, letra L, núm. 10.

Reinaba espantoso desorden en el Perú. El Marqués, confiado en su
fortuna, se mostraba orgulloso y a veces imprudente. No respetaba los
derechos del español, ni los del indio. La ley era su capricho. El
gobierno de Castilla, aunque no queriendo disgustarle, comprendió que
era preciso poner coto a tantas demasías. Con este objeto se eligió
comisionado regio al licenciado Vaca de Castro, magistrado de la Real
Chancillería de Valladolid, juez instruído, íntegro y prudente, y
hombre que tenía gran conocimiento del mundo. Dejó su residencia de
Valladolid y se embarcó en Sevilla (otoño de 1540), llegando a América
después de un viaje penoso y asaz largo.

Entre tanto, cansado Pizarro de la lucha sostenida con el inca Manco,
que a la sazón residía entre el Cuzco y la costa, le envió un mensaje
invitándole a entrar en tratos; mas no fué posible que se entendieran
por las suspicacias de ambos.

Se ocupó--y esto enaltece el nombre del Gobernador--en echar los
cimientos de ciudades (_Guamanga_, _La Plata_ y _Arequipa_); fomentó
la industria, especialmente la minera; y mandó a Pedro de Valdivia a
la memorable expedición de Chile, y a su hermano Gonzalo le señaló el
territorio de Quito con órdenes de explorar las comarcas desconocidas
del Este, en las cuales--según se decía--abundaba el árbol de la canela.

En los comienzos del año 1540 salió Gonzalo llevando 200 infantes,
150 caballos y 4.000 indios. Atravesó la tierra de los incas, entró
en el territorio de Quixos, cruzó la barrera de los Andes sufriendo
terribles fríos, calor sofocante y fuertes aguaceros y estuvo en el
país de la canela. Extenuados por el hambre y para saciar en parte su
apetito, hubieron de matar los muchos perros que destinados a cazar
indios sacaron de Quito. Tuvieron inmensa alegría al ver al Napo, uno
de los grandes ríos tributarios del de las Amazonas, caminaron por sus
márgenes hasta llegar a magnífica y soberbia catarata, cruzaron el
río por un puente que ellos hicieron, viéronse obligados a comer las
correas y el cuero de las sillas de los caballos, e hicieron un barco
que Gonzalo confió a Francisco de Orellana, caballero de Trujillo.
Gonzalo resolvió hacer alto en el sitio donde se hallaba, en tanto
que Orellana salía con el bergantín para proporcionar provisiones al
ejército. Viendo Gonzalo que pasaban semanas y semanas sin recibir
noticias de Orellana, determinó pasar adelante. A los dos meses de
viaje, después de recorrer unas 200 leguas, llegó al punto donde el
Napo desemboca en el Amazonas, sin haber encontrado a sus compañeros.
Cuando les creía muertos, encontró casi perdido y desnudo en medio de
los bosques a Sánchez de Vargas, caballero de ilustre linaje. Dijo
Sánchez de Vargas que el barco, impelido por la rápida corriente,
había recorrido en tres días lo que Gonzalo y su gente habían tardado
dos meses. No pudiendo Orellana volverse atrás, teniendo que luchar
contra la corriente y pensando que el viaje por tierra tenía no menos
peligros, se decidió lanzar el barco al río de las Amazonas, bajar
hasta su desembocadura, salir al grande Océano, pasar a las islas
inmediatas y volver a España, reclamando la gloria del descubrimiento.
Prometíase en este viaje visitar los pueblos que--según los indios--se
hallaban en las márgenes del Amazonas. Aceptaron la idea de Orellana
sus compañeros, oponiéndose sólo Sánchez de Vargas; oposición que la
castigó el jefe, dejándole abandonado en aquellas desoladas regiones.

En tanto que Orellana realizaba una de las expediciones más famosas, si
no la más famosa, que registra la historia de los descubrimientos[176],
Gonzalo Pizarro, después de recordar a los suyos la constancia que
habían manifestado al recorrer las 400 leguas desde Quito al punto
en que se hallaban, les dijo que no quedaba otro remedio que volver
a la citada capital. Los soldados mostraron gran confianza en su
jefe y comenzaron su marcha retrógrada hacia Quito. En los últimos
días de junio de 1542, después de un año de horribles padecimientos,
divisaron con inmensa alegría las elevadas llanuras que se extienden
a las inmediaciones de la citada ciudad, pudiendo al fin abrazar a
sus mujeres e hijos, «pues hombres humanos no se hallan haver tanto
sufrido, ni padecido tantas desventuras»[177].

       [176] De ella se trató en el tomo I, capítulo XXIX de esta
       obra.

       [177] Herrera, _Hist. general, Década VII_, libro III, cap.
       XIV.

Veamos lo que había sucedido en el Perú durante la ausencia de Gonzalo
Pizarro. Recordaremos que cuando Hernando Pizarro volvió a España,
su hermano Francisco se dirigió a Lima, donde continuó ocupándose en
hermosear su querida ciudad. Privó el Gobernador al joven Almagro
de sus indios y tierras; redujo a la miseria a los partidarios del
Mariscal, _a los de Chile_, como les continuaban llamando. Por demás
confiado el Marqués, no vió la nube que se cernía sobre su cabeza.
Cuando le hablaban de conjuraciones de sus enemigos, se contentaba
con decir: _¡Pobres diablos! ¡Bastante desgracia tienen! No les
molestaremos más!_

Estaba en un error el Marqués. Los enemigos eran hombres valientes
y decididos. Confiaban en que Vaca de Castro, nombrado--como
sabemos--comisionado regio, les haría justicia. Al saber que nada se
sabía de su llegada, se decidieron a tomarse la justicia por su mano.
Designaron el domingo 26 de junio de 1541 para asesinar a Francisco
Pizarro. Eran los conjurados 18 o 20; debían reunirse en la casa de
Almagro, situada en la plaza mayor y cerca de la catedral. Cuando
el Gobernador saliese de oir misa, ellos abandonarían dicha casa
y le asesinarían, acudiendo los demás conjurados a auxiliar a los
encargados inmediatamente de la ejecución del hecho. Una bandera
blanca, desplegada desde alta ventana de la casa de Almagro, sería la
señal para que los segundos conjurados se presentasen en la plaza,
que era el sitio destinado para cometer el crimen. El jefe de los
conjurados se llamaba Juan de Herrada o Rada, que de soldado había
llegado a los más altos puestos del ejército, ciego partidario del
Mariscal y a la sazón del hijo. Uno de los conspiradores, sintiendo
remordimientos de conciencia por su participación en el crimen, reveló
todo el plan a su confesor, quien comunicó la noticia a Picado,
secretario de Pizarro, llegando inmediatamente a oidos del Gobernador.
La respuesta del Gobernador fué: «Ese clérigo, obispado quiere»[178].

       [178] Pedro Pizarro, _Descub. y Conq._, M. S.

Reunidos en el día señalado los conjurados en casa de Almagro, supieron
que el Marqués no había salido a misa por estar enfermo. Creyendo que
la conjuración estaba descubierta, resueltos a jugar el todo por el
todo, Rada, seguido de los demás, salió a la calle gritando: _¡Viva el
Rey! ¡Muera el tirano!_, y, dirigiéndose al palacio del Marqués, en
ocasión que estaba comiendo, pasó la primera puerta que estaba abierta
y entró en el primer patio, llegando a la segunda puerta. En tanto que
Pizarro y su hermano Alcántara se ponían las armaduras, aquél mandó a
su oficial Francisco de Chaves que cerrase la segunda puerta, encargo
que no cumplió, intentando entrar en tratos con los revolucionarios.
Cortaron el debate los de Chile matando a Chaves y arrojando el cuerpo
por la escalera. Locos de furia penetraron en lo interior gritando:
_¿Dónde está el Marqués? ¡Muera el tirano!_ Si intentó Martínez de
Alcántara, con otros pocos, cerrarles el paso, tuvieron que ceder al
mayor número. Cuando Alcántara cayó mal herido al suelo, Pizarro, con
la capa al brazo y con la espada en la mano, se precipitó como furioso
león sobre sus enemigos, repartiendo mandobles a derecha y a izquierda
y por de frente, no sin exclamar: _¡Cómo!, traidores, ¿habéis venido
á matarme á mi propia casa?_ Los conjurados, a grandes empujones,
echaron sobre el Marqués a uno de sus compañeros, llamado Narváez,
diciendo: _¿Qué tardanza es ésta? Acabemos con el tirano._ Mientras
Pizarro y los suyos herían a Narváez, los conjurados cayeron sobre
el valeroso Marqués, quien cayó al suelo, pronunciando el nombre de
Jesucristo, «y caído, Juan Rodríguez Borregán, con un alcarraz lleno de
agua, le dió tan gran golpe en el rostro, que se le quebrantó con él,
con que espiró en edad de sesenta y tres años»[179]. También murieron
Francisco Martínez de Alcántara y los dos pajes, Escandón y Vargas.
«Fuera señalado capitán--añade Herrera--si á la postre no se perdiera
con el ambicion, y escureciera sus hechos con la muerte de su amigo y
compañero Don Diego de Almagro, en que mostró mucha ingratitud...»[180].

       [179] Herrera, _Década VI_, lib. X, cap. VI.

       [180] Ob. cit.

Inmediatamente los conjurados salieron corriendo a la calle, con las
armas en la mano y dando gritos de: _Ya es muerto el tirano. Las
leyes están restablecidas. ¡Viva el Rey nuestro Señor y su gobernador
Almagro!_ Unos 300 se unieron a la bandera de Rada. El secretario
Picado se refugió en casa del tesorero Riquelme, y allí fueron algunos
de Chile. Escribe Herrera que Riquelme decía: «_No sé adonde está el
señor Picado_, y con los ojos le mostraba y le hallaron debajo de la
cama»[181]. A saco fueron entradas las casas de Pizarro y de Picado.
Reconoció el ayuntamiento la autoridad de Almagro, el cual recorrió las
calles a caballo, siendo proclamado gobernador y capitán general del
Perú. Los restos de Pizarro se colocaron en un rincón de la Catedral;
posteriormente fueron trasladados bajo un monumento que se levantó en
sitio preferente de dicha iglesia, y el 1607 se llevaron a la nueva
Catedral para que reposasen al lado de los de Mendoza, el muy digno
virrey del Perú. Pizarro permaneció soltero. De una hija de Atahuallpa
y nieta del gran Huayna Capac tuvo una hija y un hijo. Después de
la muerte del Marqués, su amiga casó con un caballero español, y el
matrimonio se trasladó a España. El hijo no llegó a la edad viril, y
la hija casó con su tío Hernando, preso a la sazón en Medina. Reinando
Felipe IV se restableció el título en favor de D. Juan Hernando
Pizarro, pues en atención a los servicios de su antecesor fué creado
_marqués de la Conquista_, recibiendo también considerable pensión del
gobierno. El conquistador del Perú no aprendió a leer ni a escribir. No
era aficionado al lujo, sobrio en la comida y bebida, laborioso, poco
amigo de atesorar riquezas; sólo le dominaba el vicio del juego. Hombre
de valor a toda prueba, exponía frecuentemente su vida. El peligro a
que se expuso Pizarro al hacer prisionero a Atahuallpa fué mayor que el
de Hernán Cortés cuando se apoderó de la persona de Moctezuma. Mostró
su perfidia con el tratamiento que dió a Atahuallpa y luego a Manco,
como también con la conducta que siguió con Almagro. Ni el conquistador
de México ni el del Perú fueron hombres políticos; menos el último que
el primero. Más religioso Cortés que Pizarro, aquél dió a su expedición
el carácter de cruzada.

       [181] Ibidem., _Déc. VI_, lib. X. cap. VII.

Para remedio de tantos males, en la primavera de 1541 desembarcó Vaca
de Castro en el puerto de Buena Ventura, y por tierra--pues huía de los
peligros de la mar--se encaminó a Popayán, donde recibió la noticia de
la muerte de Pizarro, dirigiéndose inmediatamente a Quito. (Apéndice
E). Recibióle el segundo de Gonzalo Pizarro, porque el jefe se hallaba
en la expedición al río de las Amazonas. Belalcázar, el conquistador
de Quito, se presentó y le ofreció su apoyo. Vaca de Castro envió
emisarios a las principales ciudades, exigiendo la obediencia como
legítimo representante de la Corona. Continuó su marcha hacia el Sur.

A vuelta de todo en el Norte mostróse risueña la fortuna, aunque por
poco tiempo, con el joven Almagro. La prudente política de Rada--pues
Rada era el alma de todo--contribuyó a que fuese mayor cada día el
partido de Almagro. Sólo con Picado usaron de excesiva severidad los
conjurados, hasta el extremo que le pusieron a tormento para que
declarase el sitio donde Pizarro tenía depositados sus tesoros, y como
nada pudiera decir, determinaron cortarle la cabeza en la plaza de
Lima. Intervino en favor de Picado el obispo del Cuzco, fray Vicente de
Valverde, según él mismo asegura en carta desde Tumbez. Llegó su turno
al fanático prelado. Poco tiempo después, a últimos del año 1541, se le
permitió embarcarse en Lima con el juez Velázquez y otros partidarios
de Pizarro, cayendo inmediatamente todos en poder de los indios y
asesinados en Puna sin que nadie derramase una lágrima por ellos. Si el
Padre Olmedo usó algunas veces de su influencia en favor de los indios
de México, el Padre Valverde no tuvo nunca una palabra de consuelo para
los indígenas del Perú.

En aquellas circunstancias tan críticas fué para Almagro inmensa
desgracia la muerte del anciano y leal Juan de Rada. No tenían la
prudencia de Rada los capitanes Cristóbal de Sotelo ni García de
Alvarado, los cuales, además, se odiaban mútuamente. Se dió el caso que
Sotelo fué asesinado por García de Alvarado y García de Alvarado por el
mismo Almagro. Con dos enemigos poderosos se dispuso a luchar Almagro:
formaban el primero los restos del partido de Pizarro dirigidos por
Holguín y Alonso de Alvarado; era el otro el del comisionado regio Vaca
de Castro. Cuando se disponía a comenzar la campaña supo que Holguín y
Alonso de Alvarado se habían puesto bajo las órdenes de Vaca de Castro.
Confiaba, sin embargo, en la ayuda del inca Manco, quien, si detestaba
hasta la memoria de Pizarro, no debía olvidar su antigua amistad con
el Mariscal y recordaría también que sangre peruana corría por las
venas de Almagro. Este joven capitán llenó su tesoro del metal que
sacó de las minas de La Plata. Fabricó pólvora, sirviéndose del azufre
que en abundancia se hallaba en las inmediaciones del Cuzco. Construyó
cañones y otras armas de fuego, corazas y yelmos, bajo la dirección de
Pedro de Candía, el griego, uno de los primeros que llegaron al país
con Pizarro. Antes de lanzarse a la guerra envió al comisionado regio
Vaca de Castro (verano de 1542), una embajada a Lima, manifestándole
lo mucho que sentía el tomar las armas contra un representante de la
Corona. Manifestábale, además, que su único deseo era asegurar la
posesión de la _Nueva Toledo_, que le correspondía por herencia de su
padre y despojado de ella por Pizarro, añadiendo que nada tenía que
decir con respecto a _Nueva Castilla_ como país asignado al Marqués.
Proponía, por último, que Vaca de Castro y él permaneciesen dentro de
los límites de su respectivo territorio hasta que la corte de España
resolviese definitivamente la cuestión. No habiendo tenido respuesta
y perdidas las esperanzas de amistoso arreglo, Almagro reunió sus
tropas, y después de protestar que el paso que sus compañeros y él
iban a dar no era acto de rebelión contra la Corona, sino que a ello
se veían obligados por la conducta del comisionado regio, volvió a
repetir que el territorio de Nueva Toledo fué cedido a su padre, y
a la muerte de su padre pasó a él como heredero. Todas sus tropas
ascenderían a unos 500 hombres: tanto la caballería como la infantería
estaban perfectamente equipadas; pero la principal fuerza consistía en
la artillería, compuesta de ocho piezas de grueso calibre y de ocho
falconetes. A la cabeza del valiente y disciplinado ejército salió
Almagro del Cuzco (mediados del verano de 1542) y dirigió su marcha
hacia la costa, esperando encontrar al enemigo.

Entretanto, Vaca de Castro, después de salir de Quito, entró en
las ciudades de San Miguel y de Trujillo en medio del regocijo
popular y luego se detuvo en Huaura, teniendo la satisfacción de ver
reconciliados a Holguín y Alonso de Alvarado, antiguos partidarios
de Pizarro. De Huaura mandó la mayor parte de sus fuerzas a Xauxa,
mientras él con un pequeño cuerpo se encaminaba a Lima. Animado con el
recibimiento entusiástico que le hicieron y habiendo obtenido de los
habitantes más ricos considerable empréstito, abandonó el Cuzco, tomó
la vuelta de Xauxa y pasó revista a sus tropas, que ascendían a unos
700 hombres. La caballería era más numerosa, aunque no tan bien armada
como la de Almagro; la infantería, además del número correspondiente
de alabardas, no carecía de bastantes armas de fuego; la artillería
estaba reducida a tres o cuatro falconetes mal montados. En suma, si el
ejército real era inferior por su armamento al de Almagro, en cambio
aventajaba por su mayor número de plazas. Importa decir que hallándose
Gonzalo Pizarro de vuelta de su célebre expedición a la tierra de las
_canelas_, escribió a Vaca de Castro, residente entonces en Xauxa,
ofreciendo sus servicios en la próxima lucha con Almagro. Contestó el
comisionado regio que agradecía el ofrecimiento y que si por entonces
no lo aceptaba, no dejaría de utilizar sus servicios cuando la ocasión
lo exigiese. Salió Vaca de Castro de Xauxa y a marchas forzadas caminó
30 leguas, apoderándose de la plaza fuerte de Guamanga; Almagro
permanecía en Bilcas, a 10 leguas de distancia. En Guamanga recibió el
comisionado regio otra embajada de Almagro, proponiéndole lo mismo que
en la primera, a la cual se sirvió contestar en tales términos que la
avenencia se hizo de todo punto imposible. Bastará decir que Vaca de
Castro exigía que Almagro disolviese su ejército y le entregara los que
estaban inmediatamente complicados en el asesinato de Pizarro.

En las llanuras de _Chupas_ se encontraron Vaca de Castro y Almagro
el 16 de septiembre de 1542. Faltaban unas dos horas para ponerse el
sol. En la duda de si comenzar o no la batalla, como insistiese por
la afirmativa Alonso de Alvarado, cuentan que el representante de la
Corona vino en ello exclamando: «¡Quién tuviera el poder de Josué para
detener el curso del sol!»[182].

       [182] Zárate, _Conq. del Perú_, lib. IV, cap. XVIII.

El orden de batalla del ejército leal fué el siguiente: En el centro se
colocó la infantería; en los flancos la caballería, cuya ala derecha
la mandaba Alonso de Alvarado, llevando el estandarte real, y del ala
izquierda se encargó a Holguín; también ocupó el centro la artillería,
aunque sin darle mucha importancia. Vaca de Castro hubo de mandar
un cuerpo de reserva compuesto de 40 caballos, destinado a acudir a
donde la necesidad lo exigiese. La alocución dirigida por Vaca de
Castro hizo tal efecto, que los soldados marcharon al combate «como
si fueran a fiestas donde estuvieran convidados»[183]. Las tropas de
Almagro estaban de la manera que a continuación diremos. En el centro
se colocó la artillería protegida por los alabarderos y arcabuceros;
en los flancos formaba la caballería. Almagro guiaba la izquierda.
Comenzó a jugar la artillería de Almagro con bastante acierto, viéndose
obligado Vaca de Castro, por consejo de Francisco de Carbajal--uno de
los veteranos discípulos de Gonzalo de Córdoba--a conducir las tropas
por un camino que rodeaba las colinas. Si en la marcha fué acometido su
flanco izquierdo por los batallones indios de Paullo, hermano del inca
Manco, un cuerpo de arcabuceros dirigió contra aquéllos sus certeros
tiros. Cuando las tropas leales subieron a la cima de la eminencia,
volvieron a encontrarse en frente de la artillería de Almagro. Llamó
la atención que sin embargo de dirigir los cañones a un punto que
presentaba buen blanco, la mayor parte de los tiros pasaban sobre las
cabezas de los soldados de Vaca de Castro. No sabemos si esto fué
traición o torpeza. Sólo se sabe que mandaba la artillería Pedro de
Candía, uno de los trece que se pusieron al lado de Pizarro en la isla
del Gallo y con el cual hizo toda la conquista, separándose luego y
tomando partido por Almagro. Tal vez, deseando volver a sus primitivas
banderas o para vengarse de los asesinos de su antiguo jefe, entró en
correspondencia con Vaca de Castro. Parece ser que convencido Almagro
de la traición de Candía, le reconvino por su conducta y le atravesó
con la espada, dejándole muerto en el campo. Después, lanzándose a uno
de los cañones y dándole nueva dirección disparó con tanto acierto
que echó por tierra a muchos soldados de la caballería enemiga. Pensó
Carbajal oponer sus cañones a los del enemigo, variando pronto de
opinión y decidiéndose a dar una carga con la caballería. Almagro, en
vez de esperar el ataque a la defensiva, mandó a su gente salir al
encuentro. El choque fué terrible. «Se encontraron de suerte que casi
todas las lanzas quebraron, quedando muchos muertos y caídos de ambas
partes»[184]. «Después de la de Ravena--dice otro escritor--no se ha
visto entre tan poca gente más cruel batalla...»[185]. La caballería
de Almagro pudo resistir la superioridad del número de sus enemigos,
si bien los del ejército real lograron alguna ventaja, dirigiendo
sus golpes a los caballos en vez de dirigirlos a los hombres. La
infantería de una y de otra parte sostenía vivo fuego de arcabuz, así
en las filas respectivas como en las de caballería. La artillería de
Almagro, por último, bien dirigida a la sazón, causaba muchas bajas en
las columnas de la infantería real que querían adelantarse. «Estas,
no pudiendo ya sufrirlo, comenzaban a retroceder, cuando Francisco de
Carbajal, lanzándose a la cabeza de todos gritó: _¡Mengua y baldón
para el que ceda! Yo soy un blanco doble mejor para el enemigo que
ninguno de vosotros._ Era, en efecto, hombre corpulento, y arrojando
de sí el acerado yelmo y la coraza para no tener ventaja alguna sobre
sus soldados, se quedó armado a la ligera con su coleto de algodón. En
seguida, blandiendo su partesana, se entró atrevidamente por entre las
columnas de fuego y humo que brotaban los cañones, y seguido entre una
lluvia de balas por los más salientes de sus tropas, se lanzó sobre
los artilleros y se hizo dueño de las piezas»[186]. Las sombras de la
noche comenzaban a extenderse por el campo, y todavía continuaba la
lucha, distinguiéndose los de Vaca de Castro por las divisas rojas, y
los de Almagro por las blancas, como también por los gritos de _¡Vaca
de Castro y el Rey! ¡Almagro y el Rey!_ Ambos ejércitos invocaban el
auxilio del apostol Santiago. Aún no se había declarado la victoria por
ninguno. No debe olvidarse que en los primeros momentos de la batalla,
Holguín, que mandaba el ala izquierda de los realistas, fué atravesado
de dos balas de arcabuz, y por lo que respecta a la derecha, cuyo
jefe era Alonso de Alvarado, iba perdiendo terreno ante las repetidas
cargas del valeroso Almagro. En este momento crítico, Vaca de Castro,
que desde una altura contemplaba el combate, se lanzó al lugar de más
peligro para socorrer a su valiente oficial. Aquellos soldados de
refresco decidieron la suerte de la batalla. El ánimo que recobraron
los soldados de Alvarado lo perdieron los de Almagro. Retrocedieron los
de Almagro, y aunque el joven jefe hizo esfuerzos para contenerlos,
no pudo, huyendo a la desbandada a las nueve de la noche, infantería,
caballería y artillería. Muchos pudieron huir favorecidos por la
obscuridad de la noche, y algunos, arrancando los distintivos de sus
enemigos muertos, se los colocaron y se unieron a los vencedores.

       [183] _Palabras del capitán Francisco de Carbajal acerca de
       la información que en favor de Vaca de Castro se hizo en el
       Cuzco_, el año 1543. M. S.

       [184] Zárate, _Conquista del Perú_, lib. IV, cap. I.

       [185] _Carta del cabildo de Arequipa al Emperador_, M. S.

       [186] Prescott, ob. cit., tomo II, págs. 202 y 203.

El número de muertos por ambas partes fueron, según Garcilaso y
Uscategui, 500; según Zárate, 300. Los de Vaca de Castro tuvieron más
pérdidas que los de Almagro. El número de heridos fué mucho mayor.
Almagro, seguido de unos pocos soldados, se retiró al Cuzco. Luego
salió de la ciudad y fué hecho prisionero por Rodrigo de Salazar y
otros en el camino de Yucay.

Nombró Vaca de Castro una comisión en Guamanga para juzgar a los
prisioneros, siendo condenados 40 a la pena de muerte y 30 a destierro.
Pasó Vaca de Castro al Cuzco, en cuya ciudad se le presentaba resolver
acerca de la suerte de su prisionero Almagro. Un consejo de guerra no
tuvo compasión y le condenó a muerte; fué ejecutado en la plaza del
Cuzco, en el mismo sitio donde su padre lo había sido algunos años
antes. Digno de mejor suerte era Almagro. Joven, valiente, generoso y
de mucho talento, si algunas veces dió muestras de exagerada severidad,
no olvidemos que sangre india corría por sus venas y no olvidemos las
circunstancias de su situación. «Si la conspiración puede justificarse
alguna vez--escribe Prescott--, es sin duda en un caso semejante, en
que, desesperado por los ultrajes hechos a él y a su padre, no podía
obtener reparación del único de quien tenía derecho a reclamarla.»[187].

       [187] Ob. cit., tomo II, pág. 209.

Cuando ocurrían estos sucesos, supo Vaca de Castro que Gonzalo Pizarro
había llegado a Lima y no se recataba de mostrar su descontento por la
política que se seguía en el Perú. El representante real envió fuerzas
considerables a Lima para guarnecer dicha capital, y ordenó a Gonzalo
Pizarro que se le presentase en el Cuzco. Obedeció el audaz caudillo,
y poco después se hallaba en presencia del vencedor de Chupas. Vaca
de Castro oyó con gusto la relación que le hizo Gonzalo de su última
expedición, aconsejándole luego que se retirase a sus haciendas a
buscar el reposo. Aunque el consejo no fuese del agrado de Pizarro,
juzgó prudente retirarse a La Plata, para ocuparse únicamente en el
trabajo de aquellas ricas minas.

Tranquilo por este lado Vaca de Castro, se dedicó a la organización del
ejército y dió varias leyes para el mejor gobierno de la colonia, entre
ellas, una que tenía por objeto la disminución de los _repartimientos_.
Túvose noticia por entonces del famoso Código publicado por Carlos
V en el año 1543, y del cual hablaremos en su lugar respectivo. En
el dicho Código se dieron leyes favorables a los indios con disgusto
de los colonos. También se dispuso enviar un virrey al Perú y con él
una Real Audiencia, estableciéndose el uno y la otra en Lima[188].
Procuró Vaca de Castro calmar la agitación del país; pero sus consejos
no fueron oídos, y los más impacientes o revolucionarios se fijaron
en Gonzalo Pizarro, único individuo que quedaba de aquella familia de
conquistadores.

       [188] Suprimióse en cambio la Audiencia de Panamá.

El territorio de Bolivia o Alto Perú formó primitivamente parte del
imperio de los Incas. Bajo la dominación española, desde el siglo XVI
al XVIII dependió del virreinato del Perú, siendo gobernado por la
Audiencia de Charcas, hasta que, habiéndose creado en el año 1776 el
virreinato de Buenos Aires, fué agregado a este último. Durante la
guerra de separación, se declaró en República independiente, con el
nombre de Bolivia, que se dió en honor de Bolívar.

La primera expedición a Bolivia la realizó Diego de Almagro, compañero
de Pizarro, cuya vanguardia iba a cargo de Juan de Saavedra. Eligió
Almagro la ruta de Collasuyo en su marcha hacia Chile y Saavedra fundó
en Paria, a pocas millas de Oruro, la primera ciudad española en
territorio boliviano. La expedición hizo alto en Tupiza, siguió hacia
el Sur, dejando sin explorar las minas de Charcas, continuando su viaje
a través de los Andes. El desgraciado Almagro expresó luego profundo
sentimiento por no haber permanecido en Charcas, en lugar de emprender
el camino de más sufrimientos y privaciones que se registra en los
anales de la conquista.

También Hernando y Gonzalo Pizarro invadieron el país. Luego, Hernando
volvió a Cuzco, y Gonzalo, después de su atrevida expedición con
Orellana, se fijó en la conquista de Bolivia, consiguiendo su primera
victoria en el valle de Cachabamba, y la segunda sobre los indios
charcas. Pedro Antúnez, por encargo de Francisco Pizarro, fundó en el
sitio de un pueblo indígena la ciudad de _Chuquisaca_, llamada también
_Charcas_ y _La Plata_, que fué asiento de la Real Audiencia y Sede
Arzobispal. Dicha ciudad es conocida hoy con el nombre de _Sucre_,
en honor del héroe de la independencia. Gonzalo Pizarro se dirigió
a sus posesiones del Sur en el territorio de Charcas, con el objeto
de explotar allí las minas de plata. Dejó la productiva industria
para ponerse a la cabeza de una revolución contra el virrey Blasco
Núñez de Vela, sin tener en cuenta que la mencionada autoridad había
sido nombrada por Carlos V para reformar los abusos del sistema de
encomiendas. Las guerras entre el virrey Blasco y Gonzalo Pizarro,
entre dicho Gonzalo Pizarro y el licenciado La Gasca, se tratarán en
el capítulo XXIII. En este lugar sólo recordaremos que, si poco antes
Diego Centeno y Alonso Santandía echaron los cimientos de la villa
imperial de Potosí, población que había de ser tiempo adelante una
de las más famosas del mundo, a la sazón La Gasca ordenó al capitán
Alonso de Mendoza la fundación de una ciudad en el valle de Chuquiapu,
conforme a la frase del historiador Tácito: _Con mayor número de buenas
costumbres que de leyes_. Comenzó su fundación el 20 de octubre de
1545, y se le dió el nombre de _Nuestra Señora de la Paz_.

En este mismo año de 1545, el Emperador mostró su generosidad con el
heredero del imperio del Perú. Imperio tan rico merecía ser pagado con
tan flamante Escudo. «Armas: Informado S. M. de los buenos servicios
de D. Christóbal Topa Inca, hijo de Guayna Capac, señor natural que
fué de las Provincias del Perú, y deseando darle a conocer el aprecio
que le merecían sus lealtades; le concedió un Escudo dividido en dos
partes, y puesto en una de ellas una Aguila negra rampante en Campo de
Oro con dos palmas verdes a los lados, y debajo un tigre y encima de
él una borla colorada, como tenía su hermano Atabalipa, y a los lados
del Tigre dos culebras coronadas de oro en campo azul, y para orla
_Ave María_, y entre letra y letra una Cruz dorada, y por timbre un
Yelmo cerrado, y por divisa una Aguila negra rampante con tres colas, y
dependencia de follages de azul y oro.»[189]

       [189] Biblioteca particular de S. M. el Rey de España. _Cédula
       de 9 de mayo de 1545._ Vid. tomo V de ellas, fol. 72 n.º 67.

Cuando los españoles llegaron á Bolivia la raza _aimerá_, la principal
del país, estaba bastante decaída, pues se hallaba supeditada a
los _quechuas_ desde mucho tiempo antes. Aunque sus abuelos habían
construído magníficos edificios en la península de Tiahuanuco, ellos
lo ignoraban por completo. Como los conquistadores españoles no les
trataron mejor que los quechuas, la raza aimerá disminuyó de un modo
considerable y hasta se temió su completo fin. Además de los aimerás y
quechuas se hallaban los _chiquitos_, habitantes de las sierrecillas
cristalinas que corren por la divisoria de las aguas del Mamoré y del
Paraguay, y los _mojos_, que vivían más al norte en las campiñas, mucha
parte del año anegadas, por donde corren el Machupa, el San Miguel,
el Río Blanco y el Baurés, afluentes ó subafluentes del Guaparé. Los
nombres de estas naciones son españoles, lo que prueba que estuvieron
en buenas relaciones con los conquistadores.[190] Los chiquitos y las
tribus vecinas recibieron la religión cristiana, merced al celo de la
Compañía de Jesús. La gloriosa muerte del P. Arce y demás compañeros de
religión, la invasión de los Paulistas y de los mercaderes de esclavos
y la disolución de la Compañía de Jesús, son hechos importantes en esta
parte de América. Sucediéronse pronto acontecimientos luctuosos que
extinguieron en gran parte las aldeas de _chiquitos_ y de los _mojos_.

       [190] _Geografía unversal. América del Sur_, pág. 597 y 598.



CAPITULO IX

  CONQUISTA DE CHILE.--ESTADOS EN QUE SE DIVIDÍA EL PAÍS.--LOS
  ARAUCANOS.--NOTICIAS FABULOSAS DE CHILE.--EXPEDICIÓN DE
  ALMAGRO.--COMIENZO DE LA CONQUISTA.--ALMAGRO SE RETIRA
  DE CHILE.--VALDIVIA: SU VIDA Y CARÁCTER.--CONTINÚA LA
  CONQUISTA.--FUNDACIÓN DE SANTIAGO.--VALDIVIA GOBERNADOR.--LUCHAS
  DE VALDIVIA CON LOS ESPAÑOLES Y CON LOS INDIOS.--ORGANIZACIÓN
  DEL PAÍS.--VALDIVIA EN EL PERÚ.--CARTA DE VALDIVIA AL
  EMPERADOR.--FUNDACIÓN DE POBLACIONES.--SUBLEVACIÓN DE LOS
  ARAUCANOS: CAUPOLICÁN.--GUERRA Y MUERTE DE VALDIVIA.--VIDA
  Y COSTUMBRES DE LOS CHILENOS.--EL GOBERNADOR QUIROGA.--EL
  CABILDO Y LA AUDIENCIA.--ALDERETE.--HURTADO DE MENDOZA.--CUESTA
  DE VILLAGRA.--MUERTE DE LAUTARO.--LA POLÍTICA Y LA
  GUERRA.--CAUPOLICÁN: BATALLA DE MILLARAPUÉ.--ERCILLA.--MUERTE DE
  CAUPOLICÁN.--SUMISIÓN DE CHILE.


Dividíase Chile en cuatro Estados o gobiernos principales:
_Languen-mapu_ (comarca marítima), _Lelbun-mapu_ (de los llanos),
_Mapirez-mapu_ (de las laderas) y _Pire-mapu_ (de la montaña). Mandaban
los _toquís_ (jefes superiores) y los _apoulmens_ y _ulmens_ (hombres
ricos). Además de la lengua araucana o _chilli-sugu_, se hablaba en
muchas tribus el _puelche_.

Los primitivos pobladores fueron los araucanos o moluchos que se
subdividían en diferentes tribus. Descríbelos Ercilla en su _Araucana_
al tenor siguiente:

      «Son de gestos robustos, desbarbados,
    bien formados los cuerpos y crecidos,
    espaldas grandes, pechos levantados,
    recios miembros, de nervios bien fornidos,
    ágiles, desenvueltos, alentados,
    animosos, valientes, atrevidos,
    duros en el trabajo y sufridores
    de fríos mortales, hambres y calores.»

Corrían entre los indígenas del Perú noticias fabulosas acerca de
Chile. Decíase que en el país de la Araucania existía un Rey que se
llamaba _Leuchengorma_, dueño de una isla dedicada al culto de los
ídolos con un templo y 2.000 sacerdotes. Leuchengorma estaba siempre
en guerra con otro Rey vecino suyo, siendo de advertir que cada uno
de ellos tenía un ejército de 200.000 hombres. Contaban también que
50 leguas más adelante, había, entre dos ríos, una provincia habitada
únicamente por mujeres, las cuales sólo admitían hombres durante
un período de tiempo determinado; luego se quedaban con las hijas
y mandaban los hijos con sus padres. La provincia o reino de las
Amazonas, que tenía por reina a _Goboimilla_ (que quería decir oro) era
dependiente y tributario del monarca citado Leuchengorma.

Con semejantes leyendas se proponían los peruanos que los españoles
abandonasen en todo o en parte el país en que estaban asentados y
buscaran la riqueza de Chile, de aquella nueva tierra de promisión.
Francisco Pizarro, por otra parte, deseaba desembarazarse de la
presencia de su rival Diego de Almagro, y le animaba a realizar la
expedición. Por último, el mismo Almagro no necesitaba estímulos, dado
su carácter aventurero y no escaso de atrevimiento. En el momento que
supo, aunque no oficialmente (primavera de 1535), que se le había
concedido, con el título de _Nueva Toledo_[191], una extensión de 200
leguas al Sur del Perú, comenzó sus preparativos para la expedición.
Parece ser que Pizarro y Almagro convinieron en que el último iría "a
descubrir la costa y tierra de hacia el Estrecho de Magallanes, porque
decían los indios ser muy rica tierra el Chili, que por aquellas partes
estaba, y que si buena y rica tierra hallase, pedirían la gobernación
de ella para él, y si no que partirían la de Pizarro."

       [191] No ha prevalecido la denominación de _Nueva Toledo_, ni
       la de _Nueva Extremadura_ que se dió a Chile, como tampoco la
       de _Nueva España_ a México y la de _Nueva Castilla_ al Perú.

Almagro organizó la expedición en el Cuzco, logrando atraerse a muchos.
Pidió ayuda al emperador Manco Capac, quien generosamente dispuso que
le acompañasen su hermano Panllu Iupac y su tío Villac Umu (Villaoma),
que era sumo sacerdote, con algunos nobles y muchos «indios honrados y
de carga,» haciéndose subir a 15.000 el número de auxiliares armados.
Creemos que debe haber exageración en esta cifra y que el número debió
ser bastante menor. Los primeros que marcharon a Chile fueron los dos
delegados peruanos con tres soldados de a caballo y el consiguiente
séquito de indios armados y de carga. Posteriormente, fué Juan de
Saavedra con 100 españoles y proporcionado acompañamiento de indios.
Últimamente, se puso en camino Almagro (3 julio 1535) a la cabeza de
430 hombres españoles y todos los indios que aún quedaban en el Cuzco.
Juan de Rada se quedó reclutando más gente. Almagro encontró a Saavedra
en las Charcas, y después de un mes de descanso, continuaron juntos
hasta Tupiza, donde aguardaban Panllu Iupac y Villac Umu, debiéndose
advertir que los tres soldados españoles siguieron adelante con menos
prudencia que juicio. Dos meses permanecieron en Tupiza, en cuyo tiempo
entregaron rico presente de oro adquirido en el camino para halagar las
esperanzas de los españoles; pero en seguida desapareció Villac Umu y
lo mismo hubiera hecho Panllu Iupac, sin la estrecha vigilancia a que
se le sometió.

Dos caminos se ofrecían a los expedicionarios para apoderarse de Chile:
los llanos y costa con 80 leguas de desierto de Atacama y la sierra
Nevada con 40 leguas de travesía por los Andes. Aunque los dos eran
malos, ofrecía más peligros el segundo; Almagro, sin embargo, hubo de
preferir el último por ser más corto. Salieron para Iujui, y, después
de grandes trabajos, de hambres y de emboscadas de los naturales,
llegaron a Chicoana, 250 leguas del Cuzco. Al cabo de dos meses de
descanso, se dispusieron a emprender el paso de los Andes 200 jinetes y
más de 300 infantes. Atravesaron aquel terreno escabroso y pendiente,
lleno de precipicios, cruzado por estrechos valles, caudalosos ríos
y ruidosos torrentes escondidos entre maleza o escollos de peñas,
cubiertos de nieve los escarpados picachos y ásperos barrancos, nieve
que caía de día y de noche, y que era indispensable quitar para no
perder los senderos. Almagro hubo de adelantarse con los veinte jinetes
más animosos y en tres días llegó a Copiapó, pudiendo mandar víveres
y ropas a los infelices que, desnudos y hambrientos, habían quedado
atrás. Habían muerto el 30 por 100 de españoles, y dos terceras partes
de indios o murieron o se desertaron.

Hallándose los expedicionarios en Copiapó, vino a incorporarse Rodrigo
de Orgóñez con algunos soldados. El cacique de Copiapó, desposeído de
su cargo por un pariente suyo, andaba fugitivo, no teniendo valor para
volver a su país. En semejante apuro, pidió auxilio a los españoles,
ofreciéndoles que si era repuesto, les haría dueños de su territorio.
En efecto, habiendo logrado el cacique lo que deseaba, los naturales
prestaron sumisión e hicieron voluntario donativo del tributo que
tenían prevenido para el Inca a los españoles. Consistía dicho tributo
en 200.000 ducados y entregaron 300.000 más por indicación de Panllu.

Andaban retraídos los habitantes de los vecinos valles de Huasco y
Coquimbo, retraimiento que se explicaba porque allí fueron asesinados
los tres españoles que habían acompañado a Panllu y Villaoma hasta
Tupiza. Almagro, por medio de _Felipillo_, les notificó el perdón.

Pero es el caso que Felipillo, en quien los españoles tenían tanta
confianza, era un traidor. Lejos de brindar a los indígenas la paz que
les ofrecía Almagro, les indujo a sublevarse, como lo verificaron,
ya recogida la cosecha, la cual se llevaron consigo. Coincidió con
esto la desaparición de todos los indios de carga y de servicio o
_yanaconas_ que estaban en el campo español. Además de la resistencia
pasiva, pasaron los indígenas a vías de hecho, comenzando por la
intentona de prender fuego una noche al alojamiento de los españoles.

Aceptaron el reto los nuestros. Quemaron vivos a treinta principales
indígenas que cayeron en su poder, encontrándose entre ellos el cacique
usurpador de Copiapó y los asesinos de los tres soldados españoles que
acompañaron a Panllu Iupac y a Villac Umu. Sobrecogidos de terror los
indios, dejaron de conspirar por entonces; pero tan buenos propósitos
les duró poco tiempo. Al día siguiente de llegar los españoles a Chile,
se ausentaron los indios en masa, hasta el punto de no encontrar
Almagro quien le diese explicación del suceso. El mismo Felipillo, con
unos cuantos indios de armas que aún quedaban, se marchó del campamento
español. Cogido luego prisionero, confesó su delito, indicando también
que Manco estaba en abierta insurrección en el Perú. Tantos crímenes
cometidos por Felipillo le valieron la pena de ser descuartizado.
Sucedía todo esto en los comienzos del año 1536. Recibió Almagro por
entonces un refuerzo de 100 hombres, los cuales se hallaban mandados
por Rui Díaz.

Para caminar con pie firme y seguro, dispuso Almagro lo siguiente: el
_Santiago_, barco pequeño, que había llegado a un puerto cerca de Chile
con armas y otras cosas necesarias, le ordenó que reconociese la costa;
envió a Gómez de Alvarado con 80 jinetes a explorar por el Sur, y mandó
un destacamento al Oriente con objeto de averiguar lo que hubiese al
otro lado de los Andes. Volvió el buque con malas noticias acerca de
los criaderos de oro, aunque muy buenas sobre la fertilidad del país;
Alvarado regresó, no habiendo hallado minas ni nada digno de contar, y
el destacamento hubo de retroceder en cuanto experimentó las asperezas
de la cordillera.

En semejante estado las cosas, apareció Juan de Rada con otros 100
hombres, trayendo las provisiones reales, y por ellas era nombrado
Almagro gobernador de Nueva Toledo, que era una extensión de 200
leguas al Sur de los límites de Nueva Castilla, adjudicada esta última
a Pizarro. Las noticias de la insurrección del Perú, la creencia de
que el Cuzco pertenecía a Almagro y los pocos criaderos de oro que se
presentaban en Chile, influyeron para el inmediato regreso. Gómez,
Diego de Alvarado y Rodrigo Orgóñez, fueron los que con más empeño
inclinaron a Almagro a abandonar el país. Acerca de la ruta que debían
seguir, los pareceres fueron diferentes: los españoles acordaron dar la
vuelta por la costa y los indios reprobaron semejante determinación.
Aunque se tomaron muchas precauciones, no faltaron hambres y
enfermedades, teniendo también que sostener no pocas luchas con los
indios. No huelga decir que Panllu continuaba, si bien a disgusto suyo,
al lado de los españoles. Salieron de Arequipa a mediados de marzo de
1537 en dirección al Cuzco, encontrándose enfrente de los parciales de
Pizarro. Las luchas que se originaron y la muerte de Almagro (8 agosto
1538), se trataron con la suficiente extensión en la historia del Perú;
ahora sólo procede decir que se paralizó por algún tiempo, como era
natural, la conquista de Chile.

[Ilustración: Pedro de Valdivia.]

El destinado a continuar dicha conquista, que Almagro dejó abandonada,
fué Pedro de Valdivia, natural de Villanueva de la Serena (Badajoz),
tan ambicioso de gloria como entendido en las cosas de milicia. El
capitán Alonso de Góngora Marmolejo, uno de sus compañeros de armas,
hizo el siguiente retrato de Valdivia. «Era--dice--hombre de buena
estatura, de rostro alegre, la cabeza grande conforme al cuerpo,
que se había hecho gordo, espaldudo, ancho de pecho, hombre de buen
entendimiento, aunque de palabras no bien limadas, liberal y hacía
mercedes graciosamente. Después que fué señor, recibía gran contento
en dar lo que tenía; era generoso en todas sus cosas, amigo de andar
bien vestido y lustroso, y de los hombres que lo andaban, y de comer
y beber bien; afable y humano con todos; mas tenía dos cosas con que
obscurecía todas estas virtudes: que aborrecía a los hombres nobles, y
de ordinario estaba amancebado con una mujer española, a lo cual fué
dado.» Había comenzado Pedro de Valdivia su carrera militar en las
guerras de Italia, y allí hubo de mostrar varias veces su valor. Cuando
contaba unos treinta y seis años de edad, como tantos otros españoles
de aquellos tiempos, se trasladó, ya corriendo el año 1532, a América,
con el propósito de trabajar por Dios, por el Rey y principalmente en
beneficio de sí mismo. Asistió el valeroso capitán al descubrimiento de
Venezuela y a la conquista del Perú, distinguiéndose en la batalla de
las Salinas, donde ya era Maestre de Campo de las tropas de Francisco
Pizarro.

Nombrado por Pizarro su teniente de gobernador y capitán general de
Chile, comenzó Valdivia sus preparativos en el año 1539. A la sazón
llegó al Cuzco Pedro Sánchez de la Hoz, provisto de Real cédula,
por la cual se le autorizaba a hacer conquistas en el extremo Sur
del Continente. Trataron, como era natural, del asunto, y, no
entendiéndose, partió Valdivia y luego La Hoz, quienes se encontraron
en Alacama. Dícese--y nada tendría de particular que la leyenda hubiera
sustituído a la historia--que La Hoz intentó matar a Valdivia; mas no
pudiéndolo lograr, le cedió todos sus derechos a cambio del perdón,
siguiéndole a la conquista como uno de tantos.

La expedición de Valdivia salió a mediados del año 1540 y se componía
de unos 150 soldados españoles y un cuerpo de 10.000 indios auxiliares,
llevando sacerdotes, artesanos, mujeres, animales domésticos,
herramientas y todo lo necesario para colonizar el país. Llegó Valdivia
a la orilla del río Mapocho, en cuyo valle echó los cimientos (25
febrero 1541) de la ciudad _Santiago de Extremadura_, que le recordaba
el nombre de su patria; tiempo adelante sólo prevaleció el de Santiago,
capital hoy de Chile. No se explica cómo eligió, para levantar la
ciudad, las márgenes del Mapocho a las del Maipó, cuando el primero
es afluente del segundo y cuando desde la embocadura del último hasta
Santiago hubiera podido, a poca costa, hacerse navegable. En seguida se
dotó a la nueva población de su correspondiente cabildo. Supo Valdivia
que en el Perú el joven Almagro había dado muerte a Pizarro, y también
le dijeron que el inca Manco aconsejaba a los indios del Perú, como
igualmente a los de Chile que matasen a los españoles.

El cabildo o concejo de Santiago, que desde el principio trató de
extralimitarse en sus atribuciones, acordó emancipar todo el país de
la dependencia del Perú, nombrando a Valdivia gobernador y capitán
general de Chile (1542) hasta que S. M. determinase otra cosa. Aparentó
no querer el cargo y si lo aceptó fué con la protesta ante escribano
de que lo hacía a la fuerza y por evitar mayores males. Los cronistas
no tienen inconveniente en afirmar que Valdivia se hizo nombrar a la
fuerza gobernador de la ciudad. De cualquier modo que sea, lo cierto es
que en seguida tuvo que luchar con españoles rebeldes y con los indios.
Sofocó una conjuración de los primeros, mandando ahorcar al jefe de
ellos llamado don Martín de Solier y a cuatro de los más principales; y
rechazó a los indígenas, que se atrevieron a atacar a la misma ciudad
de Santiago.

Convencidos los indios de que no tenían elementos para luchar con
los españoles, abandonaron el país, llevándose lo que pudieron y
destruyendo completamente todo lo demás. Entonces tuvieron que
ocuparse nuestros compatriotas en la reedificación de Santiago y sus
fortificaciones, en las labores agrícolas para procurarse el sustento y
en los quehaceres domésticos, no sin que de cuando en cuando tuvieran
que tomar las armas para rechazar las agresiones de los indios.

Era preciso salir de situación tan apurada. Para proveerse de socorros,
Monroy y Pedro de Miranda con cuatro soldados marcharon al Perú (enero
de 1542). Los socorros llegaron veinte meses después (septiembre
de 1543) en un buque que fondeó en Valparaíso, y a fines de año se
presentó Monroy con 60 ó 70 jinetes. Después de varias tentativas
que no dieron resultado alguno, se pudo conseguir que algunos indios
bajasen de las montañas y se dedicaran a sembrar maíz y algún trigo.
No debemos pasar en silencio, que Valdivia por entonces mandó a Pedro
Bohón con diez españoles al valle de Coquimbo, con el objeto de fundar
la ciudad de _La Serena_ y que llamó así recordando aquella en que él
había nacido. También debe registrarse que Valdivia dispuso reconocer
la costa hacia el Sur (en los barcos que poco antes vinieron los
auxilios y Monroy) a Jerónimo de Alderete, asistido de Rodrigo de
Quiroga y del escribano Juan de Cárdenas. Llegaron hasta muy cerca del
archipiélago de Chiloé, tomando a la vuelta posesión del continente
en varios puntos en nombre del rey de España y de Valdivia, pasando
en toda esta operación el mes de septiembre de 1544. Por cierto
que encontraron el país fértil, agradable y abundante en minas, al
contrario de lo que pensaron poco antes los capitanes de Almagro.
Dedicóse Valdivia con verdadero empeño a organizar la dominación
española, para cuyo objeto creyó necesario mandar a Monroy y al piloto
Pastenes al Perú para reclutar gente y adquirir recursos. Al mismo
tiempo ordenó que Antonio de Ulloa marchase a España a solicitar del
Gobierno la confirmación del mando que antes le confiriera el cabildo
de Santiago. Monroy, Pastenes y Ulloa encontraron en el Perú, como
representantes de la autoridad, al virrey Núñez Vela y a la Audiencia,
y a Gonzalo Pizarro que se hallaba al frente de poderosa insurrección.
Monroy falleció a su llegada; por lo que respecta a Pastenes y a Ulloa
olvidaron pronto las órdenes de Valdivia. Ulloa sólo pensó en suplantar
a Valdivia, tratando antes de inutilizar a Pastenes porque se oponía a
sus planes. No debieron dar resultado las intrigas de Ulloa, por cuanto
vemos que cada uno por su lado volvieron a Chile a la cabeza de algunas
fuerzas.

En 1547 los araucanos destruyeron la ciudad de La Serena que poco antes
fundó Valdivia. Reedificada posteriormente, se la denominó también
_Coquimbo_.

No había pasado mucho tiempo cuando Valdivia, habiendo anunciado
públicamente que se dirigía a España, marchó (diciembre de 1547) al
Perú. Del gobierno de Chile dejó encargado a Francisco de Villagra.
Poco antes (13 junio 1547) hubo de desembarcar en Tumbez el sacerdote
D. Pedro de la Gasca, el cual, aunque sólo llevaba el título de
presidente de la Real Audiencia del Perú, iba revestido de toda la
autoridad del Rey. Púsose Valdivia al lado de la Gasca y fué uno de los
que dirigieron la famosa batalla de Saquixaguana (18 abril 1548).

La Gasca, en nombre del Rey, instituyó a Valdivia gobernador de todo
el país comprendido desde los confines del Perú hasta el grado 41, con
la anchura de 100 leguas, autorizándole para levantar tropas y dirigir
expediciones por mar y tierra. Marchó el nuevo Gobernador al frente de
la gente que acababa de reclutar, hallándose entre los expedicionarios
algunos condenados por la justicia, los cuales cometieron por el
camino tales excesos, que Pedro de Hinojosa, general de las tropas
reales, con diez arcabuceros, recibió orden de hacer prisionero a dicho
jefe. Obedeció Valdivia y se volvió con Hinojosa, justificándose muy
cumplidamente de todos los cargos que se le hicieron. A causa de grave
enfermedad permaneció inactivo algún tiempo, saliendo luego de Arica
para Valparaíso con 200 hombres.

Durante la ausencia de Valdivia habían ocurrido sucesos de no escaso
interés en Chile. Aquel Pedro Sánchez de la Hoz, que--como en este
mismo capítulo se dijo--cedió sus derechos a la conquista del Sur
de Chile a cambio de la vida, urdió una conspiración para matar á
Villagra y apoderarse del gobierno. Descubierta la trama por una carta
que se interceptó, y que iba dirigida a varios cómplices, La Hoz fué
degollado, y un tal Juan Romero, que llevaba la citada carta, mereció
la pena de horca.

En sus relaciones con los indios tampoco podía vivir tranquilo el
valiente extremeño. En los comienzos del año 1549 se sublevaron los
de Coquimbo y Copiapó, matando 40 españoles y otros tantos caballos;
también casi arruinaron la mencionada ciudad de La Serena. Villagra
salió á castigarlos, tomando antes la precaución de coger en rehenes a
varios caciques o indios importantes de Santiago.

Cuando se andaban en todos estos sucesos, se presentó Valdivia. Dispuso
inmediatamente que Villagra marchara al Perú para dar cuenta a La
Gasca del estado de las cosas y allegar recursos; ordenó igualmente a
Francisco de Aguirre la pacificación de Coquimbo y la reedificación
de La Serena, lo cual se realizó en agosto del citado año. En su
constante afán de organizar el país, declaró a Santiago capital de
Chile, estableció allí un mercado para facilitar las transacciones de
los indios, hizo adoptar por moneda el oro sellado, castigó con la
amputación del miembro genital a los negros que violasen a las indias
y dió otras leyes también severas contra los negros por delitos menos
graves.

A últimos del año 1549 salió Valdivia, con 200 hombres, a extender la
conquista por el Sur, siendo atacado, antes de llegar al Biobio, varias
veces por los valerosos promacaes, a quienes siempre tuvo la fortuna
de rechazar. Echó los cimientos de _La Concepción_ el 5 de marzo de
1550, cerca del mar, cuya ciudad fué atacada--según los cronistas--por
unos 40.000 araucanos, y que Alderete con 90 caballos la defendió,
consiguiendo derrotar con gran carnicería a sus enemigos. Contaban los
indios--y el cuento seguramente fué cosa de los españoles--que les
habían vencido una mujer de Castilla y un viejo caballero en blanco
corcel, que se aparecieron en los aires. Como puede suponerse, la
mujer era la Virgen, a quien estaba dedicada la ciudad, y el caballero
era Santiago, patrón de España. El sistema de Valdivia para que se
sometiesen los belicosos indios, lo dice el mismo en el siguiente
documento:

Carta de Pedro de Valdivia al Emperador acerca del descubrimiento,
conquista y población de Chile (25 septiembre 1551)[192].

       [192] _Colec. de doc. inéd. relativos al descubrimiento_, etc.
       Tomo IV, págs. 5-69.

«Mataronse hasta mill é quinientos ó dos mill indios, y alanceáronse
otros muchos, y prendiéronse algunos, de los cuales mandé cortar
hasta docientos las manos y narices, en rebeldía, de que muchas veces
les había enviado mensajeros y hécholes los requerimientos que V. M.
manda»[193].

       [193] Ibidem, pág. 53.

En su deseo Valdivia de fundar poblaciones, echó los cimientos de
la Imperial, a orillas del Cautín (1551) y las de _Valdivia_ y
_Villa-Rica_ (1552). Trasladóse en seguida á Santiago, en cuyo punto
recibió los refuerzos que le trajeron, primero Villagra y luego Miguel
de Avendaño. En tanto que hacía fundar la ciudad de los _Confines_
o de la frontera, en el valle de Angel (año de 1552) y en tanto que
disponía se diese comienzo a la de _Santa Marina de Gaeta_, en honor
de su mujer, organizaba las cuatro expediciones siguientes: una al
mando de Francisco de Aguirre, para Tucumán; dos dirigidas á los Andes
y mandadas por respectivos capitanes; y la cuarta había de ir por mar
al Estrecho de Magallanes, siendo su capitán Francisco de Ulloa. No
fijándonos en la expedición a Tucumán, porque dicha región no pertenece
al verdadero territorio de Chile, la segunda y tercera sólo sirvieron
para descubrir los respectivos pasos de la cordillera, y la cuarta
regresó desde la mitad del Estrecho.

Si por un momento reinaba la paz con los promacaes y con los
araucanos, ciertos síntomas indicaban próxima rebelión. Llegó el
día del levantamiento cuando vieron que los españoles no eran seres
sobrenaturales y manifestaban las debilidades y pasiones de la
humana naturaleza, cuando se persuadieron que no eran invencibles ni
inmortales y cuando tuvieron un capitán de ánimo fuerte y arrojado. El
capitán, gloria de su raza, se llamaba Caupolicán. Veamos cómo tuvo
comienzo aquella guerra, de la cual dice Ercilla en su _Araucana_ lo
siguiente:

      Todo ha de ser batallas y asperezas,
    discordia, fuego, sangre, enemistades,
    odios, rencores, sañas y bravezas,
    desatino, furor, temeridades,
    rabias, iras, venganzas y fierezas,
    muertes, destrozos, riñas, crueldades,
    que al mismo Marte ya pondrán hastío,
    agotando un caudal mayor que el mio.

El primer aviso de próxima rebelión lo dió (diciembre de 1553), Martín
de Ariza, que con cinco soldados guarnecía el fuerte de Tucapel,
erigido por los españoles en territorio araucano. Penetraron en el
fuerte bastantes indios--según costumbre--con cargas de forraje. En
seguida embistieron á la pequeña guarnición, que hubo de defenderse y
arrojar a los insurrectos; pero acudiendo Caupolicán con el grueso de
sus fuerzas se trabó sangrienta lucha. Quedaron heridos tres de los
nuestros y el capitán; de los araucanos murieron bastantes. Valiéndose
de la obscuridad de la noche, Ariza y los cinco soldados se retiraron
al fuerte de Puren, donde podían estar más seguros, en tanto que los
indígenas quemaban y destruían la fortaleza.

Conviene recordar que los araucanos habían cambiado de táctica en sus
combates, gracias á Lautaro, hijo de un cacique y ex-paje muy querido
de Valdivia. Dícese que Lautaro, muy adicto á la causa española, al ver
derrotados a los araucanos en una batalla y que huían delante de la
artillería de la metrópoli, se sintió avergonzado y corrió hacia sus
compatriotas decidido á conducirles á la victoria.

A vengar la derrota acaecida a los nuestros salió Valdivia de la
Concepción con 50 soldados y unos tres mil indios auxiliares camino de
Tucapel. Los españoles no hicieron caso de las palabras del yanacona
Agustinillo, que les aconsejaba no pasasen adelante y llegaron a las
ruinas del citado fuerte. Españoles y araucanos pelearon con singular
coraje, venciendo al fin el número. De los españoles y sus auxiliares
sólo se salvaron escondidos entre la maleza tres indios peruanos,
quienes llevaron la fatal noticia, uno a Diego Maldonado, gobernador
de Arauca, y los otros dos a Villagra, que estaba en la Concepción.
Ante Caupolicán, Lautaro y otros jefes fueron conducidos Valdivia,
su capellán Pozo y el fiel Agustinillo; los tres sufrieron cruel
martirio. El sitio donde murieron ha conservado el nombre de _Cerro
de Valdivia_. Desde entonces Lautaro pasó a ser jefe principal de los
suyos y Villagra sucedió a Valdivia. En lo tocante a las cualidades de
Valdivia, es preciso reconocer que en los cuatro años de su mando dió
señaladas pruebas de valiente militar y de inteligente gobernador, si
bien convienen todos en que era orgulloso, injusto y cruel.

En tanto que los araucanos celebraban la muerte de Valdivia con juegos
y danzas, en el campo español todo fué incertidumbre y confusión.
El Cabildo de Santiago tomó la determinación de confiar el gobierno
del país a Rodrigo de Quiroga, sin tener en cuenta que el valeroso
capitán había designado a Jerónimo de Alderete, a falta de Alderete
a Francisco de Aguirre, y en último término a Francisco de Villagra.
Ausentes a la sazón Alderete y Aguirre, creyó el Cabildo arreglar el
asunto disponiendo que Quiroga mandaría en la capital y sus términos, y
Villagra en el Sur. Ante la oposición de Villagra, el Ayuntamiento se
constituyó en autoridad suprema con el título de Cabildo-Gobernador.
Vino a complicar más el asunto la vuelta de Aguirre de Tucumán, quien
habiendo reclamado su derecho en La Serena, también fué proclamado
Gobernador. Era tal el desorden, que para remedio de los males se
sometió la cuestión al dictamen de un consejo de letrados, cuyo fallo
sería irrevocable, siendo los nombrados D. Antonio de las Peñas y D.
Juan Gutiérrez de Altamirano (14 octubre 1554). Insistía Villagra en su
mejor derecho y también Aguirre, resultando que el primero gobernaba
de hecho en el Sur y el segundo en el Norte. El 13 de mayo de 1555
la Audiencia de Lima dispuso que las cosas volviesen al punto en que
estaban al tiempo de la muerte de Valdivia. A pesar de que en ello
estaban conformes los dos contendientes, los ayuntamientos de las
ciudades, reunidos en Santiago por medio de representantes, acordaron
(14 de agosto) pedir por Gobernador a Villagra, lo que no se cumplió,
pues prevaleciendo la opinión de los de Santiago, se pidió a Quiroga.
Pocos meses después, esto es, en mayo de 1556, se supo que el Rey hizo
el nombramiento de Gobernador en favor de Jerónimo de Alderete, con
arreglo a la disposición testamentaria de Valdivia. Habiendo muerto
Alderete en el camino, el virrey del Perú, marqués de Cañete, nombró
Gobernador a su hijo D. García Hurtado de Mendoza, recibiéndose la real
aprobación en el año 1557.

Volviendo al asunto de la guerra, después de la muerte de Valdivia,
recordaremos que Villagra (febrero de 1554), llevando como maestre
de campo a Alonso de Reinoso, pasó el Biobio con 180 hombres y seis
falconetes. Tomando por la marina, traspuso la cuesta de Marigueñu,
que tomó el nombre de _Cuesta de Villagra_, llegando al límite entre
Andalican y la Araucania. Sobre ellos cargaron los araucanos, cada
vez más conocedores del arte de la guerra, y se apoderaron de los
pequeños cañones. Huyeron los nuestros hasta el Biobio, el que pasaron,
sirviéndose de un barco que allí estaba amarrado, y penetraron en la
Concepción, cuyos habitantes hubieron de abandonar en masa la ciudad,
siguiéndoles Villagra con su gente hasta Santiago. Los indios se
entregaron al saqueo e incendio del citado pueblo y lo mismo intentaron
hacer después en la Imperial (primeros días de abril de 1554).
Los indios se dispusieron a atacar también la ciudad de Valdivia.
Continuó la guerra con varia fortuna, hasta que un indio, amigo de los
españoles, dijo a Villagra que Lautaro había establecido su campamento
cerca de Itaca. Sorprendido el valeroso Lautaro, allí murió con todos
los araucanos, pues ninguno quiso rendirse (1557). Sólo se salvó
Guacolda, la mujer del héroe, que enamorada del citado y traidor indio,
quiso a toda costa la muerte de su marido.

Comenzó su gobierno D. García Hurtado de Mendoza llevando por consejero
al licenciado Santillana, oidor de la Chancillería de Lima, y además le
acompañaban su hermano natural Felipe de Mendoza, el insigne poeta D.
Alvaro de Ercilla y Zúñiga, Juan Ramón, Hernán Pérez, Osorio, Cáceres y

      Don Miguel y Don Pedro de Avendaño,
    Escobar, Juan Zufré, Cortés y Aranda,
    sin mirar el peligro y riesgo extraño,
    sustentan todo el peso de su banda.
    También hacen efeto y mucho daño
    Losada, Peña, Córdoba y Miranda,
    Bernal, Lasarte, Castañeda, Ulloa,
    Martín Ruiz y Juan López de Gamboa.

Con los elementos que dió a su hijo el virrey del Perú se pudo formar
un ejército expedicionario de 250 hombres, que por mar fué a Chile
en cuatro embarcaciones, anclando (a mediados de 1557) en La Serena.
Lo primero que hizo el nuevo Gobernador fué enviar al Perú á los
dos competidores Villagra y Aguirre, pudiendo desde este momento
desarrollar su política.

Mendoza destinó 100 hombres a Tucumán al mando de D. Juan Pérez de
Zurita, dispuso que la caballería se dirigiera al Sur por Santiago
con orden de recoger en dicha ciudad la gente que pudiese, y él
se hizo a la vela con los 150 hombres que le quedaban hacia la
Concepción, desembarcando en la isla de Quiriquina, situada en la
bahía de Talcahuana. Recibió después D. García un refuerzo de hombres
y pertrechos, acordando entonces construir junto a la costa un fuerte
que se llamó de Penco. En seguida se presentó una embajada de araucanos
prometiendo la paz, si eran bien tratados, aunque el objeto de
aquéllos era inspeccionar la fortaleza. Tan cierto es lo que decimos
que inmediatamente atacaron de improviso y con desesperación a Penco,
dirigidos por Caupolicán. Llevaron tremendo castigo. Sin embargo, si
desistieron de atacar la fortaleza fué porque llegaron nuevas fuerzas
de españoles. El 1.º de noviembre de 1557, D. García, a la cabeza de
600 hombres, penetró en territorio enemigo; parte de su fuerza entró
por el río Biobio, cerca de la embocadura, y parte por el mar. La
primera batalla en que D. García lució sus dotes de general se llamó de
la Lagunilla, distinguiéndose Alonso de Reinoso, Juan Ramón y Rodrigo
de Quiroga; entre los prisioneros se cogió al cacique Galvarino, a
quien D. García hizo cortar las manos y le dió libertad. Conocióse en
esta batalla que faltaba a los indios el consejo y la dirección de
Lautaro, el más ilustre de sus capitanes.

Llegó nuestro ejército al llano de Millarapué, donde Caupolicán tenía
preparada nueva sorpresa. Mandó decir el guerrero indio a D. García
que «se lo había de comer como se había comido a Valdivia.» El día
de San Andrés, santo del padre de Mendoza, se dió otra gran batalla,
que duró ocho horas, muriendo--según cuentan--4.000 araucanos y 800
fueron hechos prisioneros, de los cuales una docena de caciques
«que eran--como escribe el mismo Mendoza--los que traían la tierra
desasosegada,» merecieron ser ahorcados de los árboles. Después de esta
victoria, D. García, con el grueso de su gente se volvió a Tucapel,
ocupándose de la repoblación de Villa Rica y los Confines, y de la
reedificación de Cañete, en honor de su padre (comienzos del año 1558),
y luego levantó, en memoria de su abuelo, la plaza de _Santa Marina_
con la denominación de Osorno. Por entonces Jerónimo de Villegas
reedificó la Concepción. D. García marchó después a descubrir el Sur,
llegando a la vista del archipiélago de Chiloé (del que tomó posesión
bajo el nombre de Ancud), mereciendo cariñoso recibimiento de los
naturales. Como dato curioso habremos de notar que el poeta y soldado
D. Alonso de Ercilla, fué uno de los primeros españoles que pasaron en
una lancha a la isla de Chiloé y dejó escrita en la corteza de un árbol
la fecha de aquel día, que era el último de febrero de 1558. Envió a
Pedro del Castillo al otro lado de los Andes a fundar la ciudad de
_Mendoza_, perpetuando de este modo su apellido. A últimos de 1557,
mandó una expedición a reconocer las costas y límites por el Sur. Su
política generosa y de atracción no fué estimada por Caupolicán, quien
buscaba siempre ocasión para caer sobre los españoles cuando éstos se
hallaban más confiados. Los soldados no debían dejar las armas de la
mano, pues como dice Ercilla hablando de sí mismo:

    ...armado siempre y siempre su ordenanza,
    la pluma ora en la mano, ora la lanza.

El caudillo Caupolicán, que vagaba oculto por el país, fué delatado por
uno de los suyos y cogido por Pedro de Avendaño. Juzgado y condenado
a muerte, la sufrió siendo empalado y asaetado ante muchedumbre de
indios. Refiere la leyenda que Caupolicán fué hecho prisionero con
otros indios. Los españoles no le reconocieron, ni los indígenas dieron
a conocer su nombre. Cuando los nuestros--y la novela ha sustituído a
la historia--llevaban los presos a Cañete, divisaron una india que,
con un guagua (niño de teta) en los brazos, corría a internarse en un
bosque vecino. Corrieron tras ella y la trajeron donde se hallaban los
demás indios. Aquella mujer fijóse en uno, le llamó por su nombre,
Caupolicán; le increpó su cobardía por no haberse hecho matar antes que
rendirse, y furiosa arrojó al niño, diciendo: _¡no quiero ser madre del
hijo de ese infame!_ Llamábase Fresia, mujer de Caupolicán.

Todavía intentaron los indígenas continuar la lucha, mas ya no era
posible. Entonces, por mediación de Colocolo, se ajustó la paz y Chile
se consideró enteramente sometido.



CAPITULO X

  CONQUISTA DE VENEZUELA Y DE LAS GUAYANAS.--LOS INDÍGENAS.--EL
  BANQUERO WELSER: ALFINGER, SAYLER Y FEDERMANN.--HOHERMUTH Y
  HUTTEN.--EL DORADO.--FRÍAS Y CARVAJAL EN CORO.--CONCEPCIÓN DE
  TOCUYO.--CRUELDAD DE CARVAJAL.--GOBIERNO DE PÉREZ DE TOLOSA:
  ENCOMIENDAS.--VILLEGAS: LOS BUCANEROS: BURBURUATA: NUEVA
  SEGOVIA.--EL REY MIGUEL.--INSURRECCIÓN DE LOS JIRAHARAS.--GOBIERNO
  DE VILLACINDA.--VALENCIA DEL REY.--GARCÍA DE PAREDES: TRUJILLO:
  LOS INDIOS.--LOS GOBERNADORES RUIZ Y COLLADO: FAJARDO.--FUNDACIÓN
  DE ROSARIO Y COLLADO.--VENEZUELA EN 1560.--LOPE DE AGUIRRE,
  EL TIRANO.--RODRÍGUEZ.--LOS GOBERNADORES BERNÁLDEZ Y PONCE DE
  LEÓN.--LOSADA Y LOS INDIOS: FUNDACIÓN DE CARACAS.--NUESTRA SEÑORA
  DE CARAVALLEDA.--LOS GOBERNADORES SERPA Y MAZARIEGO.--FUNDACIÓN DE
  SANTIAGO Y DE SAN JUAN.--LOS INDÍGENAS.--LOS GOBERNADORES PIMENTEL,
  ROJAS Y OSORIO.--LA GUAIRA: GUANARÉ.--DRAKE EN CARACAS.--EL
  GOBERNADOR PIÑA.--VERSOS DE CASTELLANOS.--CONQUISTA DE LAS
  GUAYANAS.--ESPAÑOLES, INGLESES, HOLANDESES Y FRANCESES EN LAS
  GUAYANAS.


Consideremos la provincia que se llamó primeramente _Venezuela_ y
después _Caracas_, y que se extendía por el Norte desde un punto
indeterminado de la costa de Cumaná hasta el Cabo de la Vela. Los
_caracas_, _arbacos_, _caribes_ y otras tribus bárbaras establecidas,
ora en las fragosidades de la sierra, ora en las costas, resistieron
valerosamente las acometidas de los primeros conquistadores de España.

Poco tiempo después, la Audiencia de Santo Domingo, para impedir
que los indígenas de las islas vecinas cayesen sobre las costas
venezolanas, mandó (1527) a Juan de Ampués, factor de la Real Hacienda,
con 60 hombres. Desembarcó Ampués en la costa de Coriana, territorio
del cacique Manaure o Anaure, y fundó en seguida una población que
llamó _Santa Ana de Coro_. El comportamiento de Ampués con los indios
fué generoso y dulce.

Por entonces, el emperador Carlos V dió _licencia y facultad_ (27
marzo 1528) a los alemanes Enrique Ehinger (o Alfinger, según la
ortografía tradicional) y Jerónimo Sayler, para que por sí, ó en
su defecto Ambrosio y Jorge Ehinger, hermanos de Enrique, pudiesen
_descubrir y conquistar y poblar_ las tierras de la costa comprendida
entre el Cabo de la Vela (límite de la gobernación de Santa Marta) y
Maracapana «con todas las yslas que están en la dha. costa, eçeptadas
las que están encomendadas y tiene a su cargo el fator Joan de
Ampués.» El 23 de octubre del citado año, Enrique Alfinger y Sayler
delegaron todos sus poderes en Ambrosio Alfinger, quien se encontraba
ya en la Isla Española como factor de los Welser[194], banqueros de
Augsburgo. La mencionada capitulación estipulaba lo siguiente: que
los alemanes, en el plazo de dos años, fundarían dos poblaciones, que
cada una había de tener lo menos 300 hombres; llevarían 50 mineros
alemanes para repartirlos en Tierra Firme y en las islas; edificarían
tres fortalezas. Se les concedía el 4 por 100 de _todo el provecho
de la conquista_, exención de los derechos de almojarifazgo para los
mantenimientos llevados de España, a condición de no venderlos; doce
leguas cuadradas de tierra para explotarlas por cuenta propia; derecho
de introducir de las islas Española, Cuba y San Juan, los caballos y
cualquier otro ganado que quisieran; exención del impuesto sobre la
sal; no pagar al Tesoro, durante los cuatro primeros años, más que el
décimo del impuesto sobre el producto de minas (gracia que se aumentó
en 1531 a diez años); sacar del arsenal de Sevilla todo lo necesario
para equiparse; autorización para reducir a la esclavitud a los indios
rebeldes, conformándose en esto a las leyes y pagando el quinto al
Rey. Se concedió además, al que cumpliese la obligación, el cargo de
Gobernador y Capitán general de las tierras conquistadas «para todos
los días de su vida,» con el sueldo anual de 300.000 maravedises; a
Alfinger y Sayler el título hereditario de Alguacil mayor de S. M., y
el de Adelantado, también hereditario, a uno de los dos, designado por
ellos mismos. No pasó mucho tiempo, después de hecha la capitulación,
sin que Alfinger y Sayler solicitasen de Carlos V que sus derechos
en la provincia de Venezuela pasaran a Antonio y Bartolomé Welser;
lo que se acordó en el año 1531 por otra capitulación semejante a la
anterior[195].

       [194] Belzar, escriben otros.

       [195] _Archivo general de Indias_ en Sevilla. Est. 1, caj.
       1, leg. 1/27, ramo 12: _Descubrimientos, descripciones y
       poblaciones tocantes al nuevo reino de Granada_, años de 1526
       a 1591.--Gil Fortoul. _Historia Constitucional de Venezuela_,
       tomo I, págs. 4 y 5.

Bartolomé Welser, el _Rothschild del siglo_ XVI, como le llama el
historiador Scherr[196], tenía entre sus principales deudores al
emperador Carlos V. El César empeñó o vendió Venezuela al citado
banquero. Ambrosio Dalfinger, natural de Ulma, agente de los Welser
cerca de la corte de Madrid, dejando en representación suya a sus
compatriotas Federmann y Bartolomé Sayler, se izo a la vela en octubre
de 1529 con 780 hombres (alemanes, españoles y portugueses) y 80
caballos, dirigiéndose a Venezuela, de cuyo territorio, con objeto de
colonizarlo, tomó posesión para la casa Welser. Entonces tuvo Ampués
que retirarse a su primera gobernación de las islas de Oruba, Curazao y
Bonaire.

       [196] _Germania_, pág. 210.

Dalfinger se dirigió á explorar el lago de Coquibacoa, en cuyas riberas
fundó un pueblo o ranchería de unos 60 españoles, dándole el nombre
indígena de _Maracaibo_. Regresó a los ocho meses a Coro, encontrándose
con Federmann y con Hans Seissenhoffer (llamado por los españoles Juan
el alemán). A Federmann le entregó el gobierno, retirándose él (junio
de 1530) a Santo Domingo a curarse de una enfermedad.

Federmann salió en el mes de septiembre del mencionado año de 1530 con
rumbo al Sur, acompañándole unos cien blancos y otros tantos indios.
Habiendo descubierto la provincia de Varaquecemeto (Barquisimeto),
dió la vuelta a Coro en marzo de 1531. Dalfinger, que por entonces
había sido confirmado en su cargo de Gobernador, juzgó que Federmann
no le era fiel, obligándole por ello a embarcarse para España. En
seguida emprendió segunda expedición hacia Maracaibo, llegando hasta
el territorio del Nuevo Reino de Granada. Recorrió mucha tierra y dió
en todas partes pruebas de su indomable valor. En una gran batalla que
tuvo con los indios, fué herido en la garganta, decidiendo entonces
volverse a Coro. Dalfinger en esta jornada destruyó y devastó todo
lo que hallaba a su paso. «No tenía nada que envidiar este _Cortés
alemán_ al famoso jefe español en valor y energía; pero le aventajaba
en dureza y crueldad»[197]. Según nuestro cronista Herrera, valiéndose
de su maestre de campo Francisco del Castillo, ahorcó, azotó y afrentó
a muchos hombres de bien[198]. Llevaba dos años en Coro, cuando a
consecuencia de las heridas que recibiera en su lucha contra los
indígenas, murió (1532).

       [197] Scherr, _Germania_, pág. 210.

       [198] _Década V_, lib. II. cap. II.

Cuando en España se recibió la noticia de la muerte de Dalfinger,
se nombró a Federmann (julio de 1533); pero hallándose este último
y sus protectores los Welser en litigio, se convino (diciembre de
1534) en reemplazarle con Jorge Hohermuth (de Spira). Sin embargo de
ello, Federmann, ya porque no supiera oficialmente el nombramiento de
Hohermuth, ya porque se creyese autorizado por los Welser, emprendió
su viaje a Venezuela (comienzos de 1535), encontrándose en Coro con el
Gobernador. Ambos, considerando que la colonia sólo existía de nombre,
acordaron repartirse la gente y marchar cada uno por su lado en busca
de oro.

Federmann, acompañado de Pedro de Limpias, se internó por Maracaibo,
Carora, Barquisimeto, los llanos hasta el Meta, traspasando los Andes
y llegando a la altiplanicie de Bogotá. Encontróse allí con otras dos
expediciones: la de Belalcázar que llegaba de Quito, y la de Gonzalo
Jiménez de Quesada que venía de la costa de Santa Marta. Después de
larga disputa sobre los mejores derechos de cada uno, acordaron marchar
a España y defender sus pretensiones ante el Consejo de Indias (1539).
El Consejo falló en favor de Quesada.

Entretanto el gobernador Hohermuth y Felipe de Hutten, con 361 hombres
y 80 caballos, salieron de Coro (mayo de 1535) en busca de _El Dorado_,
tomando el camino de Barquisimeto, Portuguesa y Barinas. En enero del
siguiente año se hallaban por las orillas del Apure, en abril por las
del Arauca y en agosto por las del Mota. Intentaron subir los Andes y
no pudieron, regresando al cabo de tres años a Coro, bastante diezmados
por cierto, pues sólo eran 86 hombres y 24 caballos.

Los empleados y colonos españoles continuaban en Coro quejándose
amargamente de los alemanes porque les vendían a precios excesivos los
caballos, las armas, la sal, todo. Para averiguar el fundamento de
semejantes quejas, la Audiencia de Santo Domingo mandó (1536) como juez
de residencia a un Dr. Navarro, quien suspendió de su empleo y declaró
culpable a Hohermuth. No era Navarro el hombre que necesitaba Coro en
aquellas circunstancias, y a tal punto llegaron sus abusos, que el
Cabildo y los vecinos pidieron su destitución. En efecto, fué llamado
por la Audiencia (1540) y habiendo muerto por entonces Hohermuth, se
encargó provisionalmente del gobierno el obispo Rodrigo de Bastidas.

Tiempo adelante, Felipe de Hutten se puso al frente del gobierno, y
soñando como poco antes el gobernador Hohermuth con la leyenda de _El
Dorado_, marchó a descubrirlo (agosto de 1541) en compañía de Pedro de
Limpias, Bartolomé Welser, Sebastián de Amescua, Martín de Arteaga,
el Padre Frutos y unos 150 soldados. En tanto que Hutten, siguiendo
el mismo camino que Federmann, recorría tierras y más tierras,
importándole poco la enemiga de los hombres, los ataques de las fieras
y los bruscos cambios del clima, la Audiencia de Santo Domingo nombraba
juez de residencia al fiscal Juan de Frías, quien inmediatamente
que llegó a Coro (octubre de 1544) condenó a los Welser a perder el
gobierno y a devolver al Tesoro 30.000 pesos oro.

Coincidió también con estos hechos la presencia de Juan de Carvajal
en Coro, nombrado--según rezaban los papeles que presentó--gobernador
interino. Algunos llegaron a creer, quizá con razón, que los citados
papeles estaban falsificados. Juan de Carvajal, llevando de teniente
a Juan de Villegas, al frente de 200 hombres, tomó nueva dirección,
deseoso de descubrir nuevos países y adquirir riquezas. Carvajal y
Villegas, ayudados de Diego de Losada y de Diego Ruiz de Vallejo,
fundaron (7 diciembre 1545) la ciudad de _Nuestra Señora de la
Concepción del Tocuyo_. Por cierto que como llegase a tocar por allí
la última expedición que se dirigió al fantástico El Dorado, Carvajal,
decidido a hacerse dueño del gobierno, hizo asesinar a Felipe de
Hutten, Bartolomé Welser, Diego Romero y Gregorio de Placencia (1546).
Puede afirmarse que con la tragedia del Tocuyo terminó de hecho la
dominación de los Welser[199].

       [199] Durante nueve años no cesaron los Welser de solicitar
       de la corte la renovación de sus privilegios, decidiéndose al
       fin el 13 de abril de 1556, que no tenían derecho a nombrar
       Gobernador, puesto que dejaron de cumplir algunas cláusulas de
       la capitulación.

No estará demás recordar aquí que en Venezuela, para dirigir los
asuntos políticos, hubo gobernadores y capitanes generales, nombrados
los primeros por cinco años y los segundos por siete[200].

       [200] En las provincias de Cumaná, Margarita, Guayana,
       Maracaibo y Mérida sólo hubo gobernadores; en la de Caracas
       el Gobernador adquirió el título de capitán general,
       extendiéndose su autoridad a todo el territorio venezolano
       desde 1777.

Después de la administración de los banqueros alemanes Belzares,
Carlos V nombró gobernador de Venezuela al segoviano Juan Pérez de
Tolosa, hombre instruído, generoso y prudente. Lo primero que hizo fué
restablecer el orden y el imperio de la ley; se dedicó en seguida a
hacer nuevo repartimiento de encomiendas, no sin manejarse con justicia
y desinterés, y posteriormente dispuso expediciones militares. Dirigió
la primera Alonso Pérez, hermano del Gobernador, saliendo del Tocuyo
en los primeros días de febrero de 1547, al frente de cien hombres.
Empleó en ella dos años y medio, perdió bastante gente y nada adelantó
ni consiguió de provecho. Otra expedición realizó Juan de Villegas,
mandando ochenta hombres, que también salió del Tocuyo en septiembre
de 1547. Recorrió dilatados países y el 24 de diciembre del citado año
tomó posesión de la laguna de Tacarigua con las formalidades usadas a
la sazón. «Llegó (Villegas)--dice el escribano Francisco de San Juan--á
la ribera de la laguna y cogió agua della, y con una espada cortó ramas
y se paseó por la dicha ribera de la dicha laguna, y por otras partes,
y se mandó poner y se puso junto á la dicha laguna una cruz de madera
hincada en el suelo; lo cual todo dijo que hacía é hizo en señal de
posesión, la cual tomó quieta y pacíficamente, sin contradicción de
persona alguna que yo el dicho escribano viese ni oyese; y de todo
ello como pasó el dicho señor teniente del gobernador lo pidió por
testimonio, siendo presentes por testigos á lo susodicho el capitán
Luis de Narváez, é Per Alvarez, teniente de veedor de S. M. en la dicha
jornada, é Pablos Xuárez, alguacil mayor, é Juan Domínguez Antillano,
y Gonzalo de los Ríos, y Sancho Briceño, y Juan de Escalante, y otros
muchos.» Trasladó Villegas su campamento a la costa y dispuso (24
febrero 1548) la fundación de una ciudad que se llamaría de _Nuestra
Señora de la Concepción de Burburuata_.

Por muerte de Pérez de Tolosa se encargó interinamente de la
gobernación de la provincia Juan de Villegas (comienzos de 1548).
Deseando que su gente adquiriese hábitos de tranquilidad y sosiego,
determinó fundar ciudades y repartir la tierra por encomiendas. Para
la realización de lo primero, mandó al veedor Pedro Alvarez a poblar
la Burburuata, quien dió comienzo a su obra el 26 de mayo de 1549.
Algunos de los nuevos vecinos la abandonaron pronto, molestados por las
hostilidades de los _filibusteros_ o _bucaneros_, piratas establecidos
en las pequeñas Antillas y que se ocupaban en robar los navíos que
regresaban de las Indias. Quitaban la vida a los españoles que caían en
sus manos para vengar--decían--las ofensas cometidas por aquéllos con
los indígenas tomándoles como esclavos. Dichos filibusteros, hez de las
sociedades europeas, de tal modo acosaron a los vecinos de Burburuata
que, estos últimos, posteriormente, y siendo D. Pedro Ponce de León
gobernador de la provincia, la abandonaron por completo. También Juan
de Villegas, habiendo tenido la fortuna de encontrar rico venero de
mineral en las riberas del Buria, fundó en el valle de Barquisimeto, a
mediados del año 1552, la ciudad de _Nueva Segovia_, nombre que después
se olvidó. Los vecinos de dicha ciudad la trasladaron al sitio que al
presente tiene la de Barquisimeto.

Uno de los negros que trabajaban en las minas, llamado Miguel, a la
cabeza de algunos de sus compatriotas, se declaró en abierta rebelión,
cayendo sobre los mineros y matando a varios. Orgulloso con su
victoria, y apoyado también por algunos indios, se retiró a la montaña,
donde formó una población cercada de empalizadas y trincheras. Tomó el
título de Rey y dió el de Reina a una negra llamada Guiomar, juró como
sucesor a un hijo suyo pequeño, nombró obispo a otro negro y estableció
las dignidades y empleos de aquella reciente y ridícula monarquía.
Cuando se creyó fuerte, salió con su ejército, e intentó una sorpresa
contra Nueva Segovia, siendo derrotado y teniendo que retirarse a su
guarida. Los vecinos de Nueva Segovia y de Tocuyo cayeron sobre el
audaz reyezuelo, que murió peleando valerosamente y castigados con el
suplicio o esclavitud los restantes rebeldes.

Movidos por el ejemplo de los negros esclavos, se levantaron en armas
los indios _jiraharas_, tribu belicosa que habitaba en las tierras
de Nirgua, próximas a las minas. Ni Villegas, ni Alonso Arias de
Villacinda, su sucesor en el gobierno el año 1554, pudieron vencer a
los bravos jiraharas.

Villacinda, con los vecinos que pudo conseguir de Coro, Tocuyo y
Segovia, y poniendo al frente de ellos a Alonso Díaz Moreno, hizo que
en el año 1555 se fundase una ciudad que se llamó _Valencia del Rey_
en el valle de Tacarigua. Murió Villacinda el 1556, hallándose en
Barquisimeto.

Los alcaldes del Tocuyo se encargaron del gobierno de la ciudad y
dispusieron importante expedición a la provincia de los _cuicas_, que
se hallaba al poniente de aquella capital. Encargóse la empresa a
Diego García de Paredes, natural de Trujillo (Extremadura), quien, con
70 infantes, 12 jinetes y muchos indios yanaconas, atravesó el país
de los cuicas, llegando a un villorrio de indígenas llamado Escuque,
en las vertientes del río Motatan. Allí hizo levantar la ciudad de
Trujillo, como recuerdo del lugar de su nacimiento[201]. Regresó
García de Paredes al Tocuyo a dar cuenta de su encargo. Entretanto los
españoles de Trujillo, sin temor a Dios ni a los naturales del país,
robaron bienes y abusaron de las mujeres, respondiendo los indios a
tamaños ultrajes matando a cuantos españoles encontraban desprevenidos
y poniendo cerco a dicha población. Si acudió García de Paredes en
auxilio de la nueva ciudad y derrotó a los indios, rehechos los últimos
al poco tiempo, obligaron al extremeño a volverse al Tocuyo (1557).

       [201] Tres veces cambiaron de sitio sus vecinos,
       estableciéndose por fin (1570) donde a la sazón se levanta la
       ciudad. Nadie ignora que las primeras casas que se construían
       entonces eran de maderas atadas con bejucos; después, si el
       sitio parecía seguro, los habitantes levantaban casas de tapia
       y las cubrían con teja.

En el mismo año que acabamos de citar, la Audiencia de Santo Domingo
nombró gobernador interino de Venezuela a Francisco Ruiz, que continuó
la reedificación de Trujillo, si bien cambiando el nombre por el de
_Miravel_.

No carece de curiosidad la expedición realizada por Francisco Fajardo,
natural de Margarita, hijo de un hidalgo español y de una india
guaiqueri, la cual descendía de Charaima, señor del valle de Maya.
En abril de 1555 salió Fajardo de Margarita en compañía de tres
paisanos suyos, descendientes de españoles, y 20 indios que tenían el
mismo origen que su madre. Recorrió, haciendo el oficio de mercader,
dilatados países hasta que llegó al río Chuspa, encontrando en todas
partes amoroso recibimiento, que aumentó cuando los indios supieron que
por las venas del comerciante corría sangre indiana. Volvió a Margarita
para volver el año 1557 en compañía de su madre y de 100 indios
quaiqueries, que eran vasallos de ella, y de seis españoles y mestizos.
En Piritu hizo escala, donde se le reunieron cinco españoles y 100
indígenas más, y, continuando su camino, desembarcó un poco a sotavento
del puerto de Chuspa (hoy _Panecillo_). Cuando los caciques de la
tierra y los indígenas vieron a Fajardo acompañado de su madre, para
obligarles a que viviesen entre ellos, les ofrecieron graciosamente
el valle del Panecillo. Antes de decidirse Fajardo, volvió sobre sus
pasos y se presentó en Tocuyo para dar cuenta de todo a Gutiérrez de la
Peña (1557-1559), gobernador en aquella época de la provincia, mientras
su gente se ocupaba en el Panecillo de levantar casas donde poder
alojarse. Peña alabó la resolución de Fajardo y le dió título para que
pudiese gobernar toda la costa y levantara las poblaciones que juzgase
necesarias al progreso de la conquista. Despidiéronse Fajardo y Peña,
marchando el primero al Panecillo, donde edificó una villa, que llamó
del _Rosario_. A la paz sucedió pronto la guerra, teniendo Fajardo que
abandonar dicha villa y retirarse a Margarita, llegando en los últimos
días del año 1558. Perdió Fajardo a su madre en Rosario y se atrajo
el odio de los indios, porque, con falsas palabras, citó al cacique
Paisana a una entrevista en aquella población, y allí, pretextando
avisos secretos, le hizo ahorcar en su propia casa.

Habiendo llegado a Venezuela Pablo Collado (1559), gobernador
propietario, encargó a García de Paredes que continuase la conquista
del territorio de los cuicas. Lo primero que hizo García de Paredes
fué sustituir su primer nombre (Trujillo) a la ciudad y la trasladó a
otro sitio, pasando luego a un tercero, hasta que el 1570 se fijó en un
valle formado por dos montes que se apoyaban en los Andes. Del mismo
modo el pueblo de Nirgua, fué pasando de un sitio á otro. También, bajo
el gobierno de Pablo Collado, el intrépido Fajardo, por tercera vez,
se dirigió a Costa-Firme, con 200 indios y 11 españoles. Presentóse al
cacique Guaimacuare, señor de Cernao y amigo suyo. Dejando su gente al
cuidado del cacique, dió la vuelta a Valencia, pudiendo conseguir de
Collado la autorización para conquistar, poblar y gobernar. Volvió en
los primeros días del año 1560, recorriendo dilatados países y fundando
en el puerto de Caravalleda una villa, a la que dió el nombre de
_Collado_, en obsequio del Gobernador. Lo que creyó Fajardo que iba a
ser su felicidad fué su perdición. Descubrió veneros de oro en tierras
de los teques, cuyas muestras mandó a Collado; mas el gobernador
español, revocando los poderes que antes le diera, le mandó llevar
preso a Burburuata y le quitó el nombramiento de teniente general
conquistador, para dárselo á Pedro Miranda. Después puso en libertad a
Fajardo, convencido de su lealtad y le nombró justicia mayor de Collado.

Por su parte Miranda, que tenía buena cantidad de oro en polvo, se
embarcó para Burburuata. Cuando el gobernador Collado vió el oro y se
enteró de lo muy pobladas que estaban las tierras de Caracas, mandó al
extremeño Juan Rodríguez Suárez, con 35 hombres. Rodríguez, después de
atravesar la loma de los arbacos, entró en la de los teques. Pronto
tuvo que combatir con Guaicaipuro, a quien venció completamente. No
temiendo ya al mencionado cacique, dejó en las minas la gente que creyó
necesaria, y con ella tres hijos suyos pequeños, y salió a recorrer
la provincia entrando por las tierras de los quiriquires y de los
mariches. Al regresar por el valle de San Francisco, se le presentó un
indio y le dijo: «Señor, los que trabajaban en las minas son muertos
y con ellos tus hijos.» En efecto, Guaicaipuro cayó una noche sobre
los mineros, degollándolos a todos y también a los tres pequeñuelos.
Poco después Paramaconi, cacique de los taramainas, por sugestiones de
Guaicaipuro, penetró en el valle de San Francisco, donde Fajardo se
había establecido, y allí destruyó un ato de ganado, dispersando las
reses, quemando las cabañas y matando á los pastores. Noticioso Juan
Rodríguez del ataque de Paramaconi, volvió al socorro de los suyos y en
el mismo sitio donde habían estado las cabañas, levantó una villa, que
llamó, como el valle, de _San Francisco_.

Aunque en el año 1560 era deplorable el estado de las comarcas
venezolanas, hallándose decaídas completamente la agricultura, el
comercio y la industria en general, como también abandonada la
administración pública, por orden de D. Antonio Hurtado de Mendoza,
marqués de Cañete y virrey del Perú, se dirigió poderosa expedición a
conquistar rica provincia de los omaguas. Después de varias revueltas y
muertes de los jefes de la expedición, Lope de Aguirre, natural de la
villa de Oñate (Guipúzcoa), hombre aficionado a motines, feroz y más
loco que cuerdo, marchó a Margarita. «Su persona--dice Oviedo--a la
vista muy despreciable, por ser mal encarado, muy pequeño de cuerpo,
flaco de carnes, grande hablador, bullicioso y charlatán.» Venía desde
el Perú, habiendo dado muerte a su jefe Pedro Ursúa. Gonzalo de Zúñiga
dice que acostumbraba mostrarse caballeroso con las mujeres, tal vez
por influencia de su hija «que era--añade--mestiza, que trujo del Pirú,
a la cual quería y tenía en mucho: nunca jamás se halló hacer fuerza ni
deshonra a ninguna, antes las tenía muy á recaudo y siguras de ningun
mal; y de sus honras tenía el tirano una cosa por extremo, que las que
eran honradas mujeres las honraba mucho, y a las malas las deshonraba y
trataba muy mal.» No respetaba ni leyes ni autoridades. Acostumbraba a
decir que las tierras de Indias le pertenecían lo mismo que al Rey. Con
razón las crónicas de la conquista le denominaban _el tirano_. Arribó
a uno de los puertos de la isla Margarita, y allí cometió terribles
crueldades, pues mató al gobernador Villandrando, a un alcalde, a
un regidor, al alguacil mayor, a dos señoras principales y a otros
españoles. Pasó con tres fustas que tenía prevenidas a Burburuata y la
saqueó, puso cerco a Valencia, y temiendo un choque con Gutiérrez de la
Peña y García de Paredes, se dirigió a Barquisimeto, en la que entró el
22 de octubre de 1561, con las banderas desplegadas y al estruendo de
salvas de mosquetería. Según su costumbre saqueó la ciudad, y cuando
vió que los suyos desertaban, aumentando en cambio los soldados de
Peña y García de Paredes, resolvió volver a Burburuata para embarcarse
allí y llegar al Perú. Abandonado de todos los marañones, con la sola
excepción de Antón Llamoso, cuando comprendió que su fin se acercaba,
para que su hija no le sobreviviese y la infamaran después, le quitó
la vida a puñaladas. Llegó García de Paredes, siendo muerto el tirano
a arcabuzazos el 27 de octubre de 1561. Cuéntase que el loco Lope de
Aguirre hubo de escribir a Felipe II una carta y en ella, entre otras
cosas, le decía lo siguiente: «Por cierto tengo que van pocos reyes
al cielo, porque creo fuérades peores que Luzbel, segun tenéis la
ambición, sed y hambre de hartaros de sangre humana»[202].

       [202] Oviedo y Baños, _Historia de Venezuela_, tomo I, pág.
       325.

Volvemos a continuar la historia del extremeño Juan Rodríguez, que
interrumpimos para tratar de otros asuntos. Cuando Juan Rodríguez,
con algunos de los suyos, se encaminó a Valencia, dejando su gente
en San Francisco, después de llegar al río de San Pedro, al subir
la montaña de las Lagunetas, le salió al encuentro gran golpe de
arbacos capitaneados por Terepaima, al mismo tiempo que Guaicaipuro
subía tras él la cuesta. Rodríguez y los que le acompañaban pelearon
como buenos, cayendo al fin uno tras otro. «Prestó Rodríguez grandes
servicios al Nuevo Reino de Granada, habiéndose debido a sus esfuerzos
la conquista de los indios timotes y la fundación de la ciudad de
_Mérida de los Caballeros_ (1558), cuyo distrito pertenecía por aquel
tiempo al virreinato de Santa Fe»[203]. Contra la dominación española
se levantaron los indios con fortuna, hasta el punto que derrotaron
completamente (enero de 1562) las fuerzas que mandó Collado y de las
cuales dió el mando a Luis de Narváez. Sólo tres españoles pudieron
escapar de la muerte.

La Audiencia de Santo Domingo, conocedora de aquellos hechos, envió al
licenciado Bernáldez para que se encargara del gobierno de Venezuela y
remitiese a su antecesor Collado preso a España. Acontecía todo esto en
agosto de 1562. Bernáldez, poco conocedor de los asuntos políticos y de
las cosas de la guerra, nada hizo de provecho. Don Alonso de Manzanedo,
nombrado en la corte sucesor del gobernador Collado, llegó a Coro; pero
habiendo fallecido a principios del año 1564, volvió la Audiencia a
encargar a Bernáldez del gobierno.

       [203] Baralt, _Resumen de la Hist. de Venezuela_, Hist.
       Antigua, págs. 203 y 204.

Bien será afirmar que por entonces se hallaba olvidada la conquista
del país de los caracas, a causa de las tremendas desgracias sufridas
por los españoles. Sólo uno, descendiente de indios, estaba decidido
a volver a la lucha, aunque perdiese la vida. Era éste Fajardo. Desde
que llegó a Margarita sólo pensó en buscar recursos, los que encontró
hallándose dispuesto en los comienzos de dicho año a emprender la
campaña. Despachó sus soldados hacia el río Bordones, a sotavento
de Cumaná, con órdenes de que le esperasen. En el tiempo en que se
disponía a incorporarse con ellos, recibió un mensaje de Alonso Cobos,
justicia mayor de Cumaná, quien le rogaba pasase a verle, a fin de que
el odio que hasta entonces se profesaban, se convirtiera en íntima
amistad. Accedió Fajardo, se presentó sólo a Cobos, quien, con una
maldad y fiereza como no hay ejemplo, le hizo encerrar en una prisión
y mandó ahorcarle. Si el pequeño ejército de Fajardo se disolvió
cuando se vió sin jefe, los margariteños se dispusieron a vengar a
su compatriota. Capitaneados por el justicia mayor de Margarita,
atravesaron el canal, entraron de noche en Cumaná, cogieron preso a
Cobos y le condujeron a Margarita. Sustancióse la causa, y por orden de
la Audiencia de Santo Domingo fué ahorcado aquel miserable.

Decidióse a la sazón el gobernador Bernáldez a emprender la conquista
de los caracas[204]. Al frente de unos cien hombres, acompañado del
mariscal y regidor perpetuo de todas las ciudades de Venezuela--pues
tales títulos le había dado la corte a Gutiérrez de la Peña--, se
dispuso Bernáldez a la guerra. Llegaron los expedicionarios al angosto
valle que forma el Tuy, volviéndose desde allí ante los muchos indios
que tenían enfrente. «Así concluyó--escribe Baralt--la expedición del
licenciado Bernáldez, sin ningún fruto, sino es el nombre de _Valle del
Miedo_ que impuso la opinión común a la angostura del Tuy, en donde lo
tuvieron tan cerval los españoles»[205].

       [204] Bernáldez fué gobernador interino desde 1562 a 1563;
       Alonso Manzanedo desde 1563 a 1564, y Bernáldez (segunda vez)
       desde 1564 a 1565.

       [205] Ibidem, p. 208.

En el año 1565 llegó de España el gobernador D. Pedro Ponce de León,
con órdenes del Rey para conquistar pronto aquella tierra. Es de
advertir que ya Bernáldez se disponía a hacer segunda entrada al país
de los caracas, llevando por cabo de ella al valeroso Diego de Losada.
Ponce de León confirmó el nombramiento en favor de Losada. En los
comienzos del año 1567 salió Losada del Tacuyo a la cabeza de pequeño
ejército, compuesto de 150 soldados (20 de a caballo, 50 arcabuceros
y 80 rodeleros) y 800 personas de servicio, muchas de ellas indios,
con 200 bestias de carga y considerable número de carneros y ganado
de cerda. Dirigióse por la ribera septentrional del lago, el río
Aragua y el _Valle del Miedo_, encontrando al enemigo en la cuesta
de las Cocuizas. Comenzaron el ataque los indios; pero se retiraron
pronto en completo desorden. Al día siguiente volvieron los arbacos
con mayores bríos a la lucha, y aunque pelearon con arrojo, fueron
derrotados en el mismo sitio que tiempo atrás había sido muerto
Narváez. Posteriormente Guaicaipuro, que se gloriaba de haber vencido
a Fajardo, a Miranda, a Rodríguez Suárez y a Narváez, fué vencido
en el valle de San Pedro (25 marzo 1567). Continuó Losada su camino
y llegó al valle que Fajardo denominó de _Cortés_ y él le dió el
nombre de _Valle de la Pascua_, porque allí pasó la de Resurrección.
Entrado el mes de abril, se trasladó al valle de los caracas, llegó
al sitio donde estuvo la villa de San Francisco e intentó atraerse
con halagos a los indígenas. No fué posible, porque aquellas gentes
querían guerra y a la guerra se dispuso Losada. Para emprenderla con
ventaja se decidió, en la sierra que habitaban los indios _caracas_ y
en el mismo sitio que Fajardo estableció la villa de San Francisco,
levantar él una ciudad que llamó _Santiago de León de Caracas_, a fin
de perpetuar el nombre del Patrón de España, el del Gobernador y el
indígena de los habitantes del país. Púsose la primera piedra el 25
de julio, día de Santiago. Los nombres Santiago de León se olvidaron
pronto, quedando sólo el de la tribu, esto es, Caracas, hoy capital del
Estado. En poco tiempo la nueva población realizó grandes progresos,
contribuyendo a ello el abandono voluntario que en el año 1568 hicieron
de la Burburuata sus vecinos, pasándose á vivir, los unos a Valencia, y
los otros, los más, a Caracas. Después, conociendo Losada la necesidad
de establecer en la marina un pueblo que facilitase sus comunicaciones
con la metrópoli, bajó a la costa, y en el mismo sitio donde estuvo
el Collado echó los cimientos de la ciudad de _Nuestra Señora de
Caravalleda_ (18 septiembre 1568). En seguida dispuso, con objeto de
premiar los méritos de sus compañeros de armas, el repartimiento de
las encomiendas; mas los indios, cada vez más rebeldes, no querían
tratos de ninguna clase con los españoles. Concibió Losada un proyecto
verdaderamente extravagante. Dijo que el cacique Guaicaipuro era
súbdito de España y como tal él le sumariaba y condenaba a prisión
por sus muertes y rebeldías. Francisco Infante, alcalde de Caracas, se
encargó de reducir a prisión al cacique, y al frente de 80 soldados
veteranos y buenos guías, llegó al retiro de Guaicaipuro, quien se
defendió con sublime valor, cayendo al fin muerto y junto a él sus
veintidós flecheros. Otros caciques pagaron también con la vida su
amor a la libertad. Sucedió todo esto en el año 1569. El gobernador
Ponce de León separó después de su cargo a Losada, encargando de la
continuación de la conquista a su hijo Francisco Ponce de León. Diego
de Losada--dice Oviedo y Baños--«fué natural del reino de Galicia,
caballero muy ilustre, hijo segundo del señor de Ríonegro, de gallarda
disposición y amable trato, muy reportado y medido en sus acciones, de
una conversación muy amable y naturalmente cortesano.» Como la mayor
parte de los conquistadores, Losada castigó con mano de hierro a muchos
caciques y repartió entre sus compañeros las tierras conquistadas a
los infelices indios. Se retiró al Tocuyo, donde murió--según los
cronistas--el año 1569.

También el 1569 murió en Barquisimeto Ponce de León, dejando el
gobierno a los alcaldes ordinarios, los cuales hubieron de gozar de
absoluta autoridad en sus respectivos distritos. Del de Caracas se
encargó Garci-González de Silva, que sometió a los caciques Paramaconi,
Conocoima y Sorocaima.

La Audiencia de Santo Domingo, habiendo muerto Ponce de León, nombró
gobernador interino de la provincia de Venezuela a Juan de Chaves.
Bartolomé García, que desempeñaba el mando de la ciudad de Santiago,
fué desgraciado en su lucha con los indígenas sus vecinos.

Al mismo tiempo (1569) salió de España D. Diego Fernández de Serpa
con el encargo de poblar y gobernar las tierras de «Cumaná, Guayana
y Caura», que habían de tomar el nombre de «Gobernación de la Nueva
Andalucía.» Llegó a Tierra Firme el 13 de octubre con 280 hombres
de guerra y pobladores, casados todos, estableciéndose en _Nueva
Córdoba_[206]. En tanto que Serpa se dirigía a fundar en la ribera del
Neverí la ciudad de _Santiago de los Caballeros_, que él destinaba para
capital de las provincias de Píritu, Cumanagoto y Chacopata, Pedro
de Ayala y Francisco de Alava, tenientes del Gobernador, marcharon a
explorar, el primero las tierras de Cariaco y el segundo las montañas
del Sur, volviendo los dos, dando noticias de haber recorrido dilatados
campos plantados de maíz, yuca y batatas, no sin advertir que los
indios llevaban en narices y orejas arcos de oro, las indias cintas
de perlas, una de estas cintas apreciada en «más de mil y quinientos
ducados.» Por lo que a la expedición de Serpa se refiere, habremos
de decir que un capitán llamado Juan de Salas, a quien el Gobernador
castigara por desobediente, pudo huir de la prisión, pasándose al campo
enemigo. Púsose al frente de los cumanagotos y chacopatas, y cayendo
sobre sus compatriotas en una emboscada, resultaron muertos Serpa,
algunos jefes y buen número de soldados.

       [206] En el año 1585 cambió el nombre de _Nueva Córdoba_ por
       el de _Santa Inés de Cumaná_.

D. Diego de Mazariego se presentó en Coro el mes de febrero de
1572 con el nombramiento en propiedad de Gobernador. Comprendiendo
que sus muchos años le impedían tomar parte activa en los asuntos
gubernamentales y de guerra, hizo sus tenientes a Diego de Montes
y a Francisco Calderón. Montes dió la comisión al capitán Juan de
Salamanca para que fundase una población, la cual hubo de intitularse
_San Juan Bautista del Portillo de Carora_ (19 junio 1572); Calderón
trató de oprimir a los mariches y dió el encargo de ello a Pedro Alonso
Galeas, soldado antiguo y de natural fiero. Entre la gente estaba el
valeroso Garci-González y el cacique Aricabacuto con algunos de sus
vasallos. Guiado Galeas por Aricabacuto salió al Tuy, que entonces
dividía los términos de los mariches y quiriquires. En el dicho río
se presentó el cacique Tamanaco, que fué derrotado por Pedro Alonso,
y, hecho prisionero, murió despedazado por un perro (propiedad de
Garci-González) de singular fiereza. De dicha manera se logró la
reducción de los mariches. Para sujetar a los teques, salió de Caracas
el alcalde Gabriel de Avila (1573) que logró, sin oposición alguna,
restablecer el antiguo real de Nuestra Señora. Luego, deseando los
españoles asegurar la tranquila posesión de los veneros de las minas,
acordaron que Garci-González, con el objeto de que no se repitiese
el triste caso de Juan Rodríguez en la montaña de las Lagunetas,
sorprendiera en su retiro a Conopoima, uno de los caciques de los
teques. No pudo sorprender á Conopoima, si bien aquella tribu belicosa,
por las mañas de los españoles, decayó tanto que, medio siglo después,
apenas existía. Retiróse luego a las riberas del Aragua y al antiguo
valle de la Pascua, donde aún se conservan restos. Consiguieron los
españoles, a los diez años de lucha, sujetar las diferentes tribus de
los caracas, siendo las últimas que lucharon por su independencia las
de los quiriquires y tumuzas.

A fines del año de 1577 llegó de España D. Juan de Pimentel, enviado
por la corte para suceder en el gobierno a Mazariego. Fijóse el nuevo
Gobernador en trasladar de Coro a Caracas el asiento permanente
del gobierno, quedando en aquella población la catedral[207].
Garci-González, autorizado por Pimentel, peleó sin descanso con
los indígenas y en el país de Crecrepe fundó un establecimiento que
llamó del _Espíritu Santo_. En una llanura que servía de asiento a
la población del cacique Cayaurima, luchó con los _cumanagotos_,
_chacopatas_, _cores_ y _chaymas_, llevando los nuestros la peor parte.
Garci-González hubo de abandonar el pueblo del _Espíritu Santo_ para
fundarlo con el mismo nombre entre los _quiriquires_; tampoco tuvo
mejor éxito, pues, como dice Baralt, «mala mano tenía el extremeño para
esto de levantar ciudades.»

       [207] En el año 1613 el obispo Fray Juan de Bohorques
       marchó a la Ciudad de Caracas, quedando en Coro el cabildo
       eclesiástico, que también se trasladó en 1636 por orden del
       obispo D. Juan López Agurto de la Mata.

D. Luis de Rojas, sucesor de Pimentel, llegó en octubre de 1583 y se
encargó del gobierno. Concedió Rojas a Sebastián Díaz de Alfaro, la
empresa de fundar en 1584 una ciudad a orillas del Tuy, que denominó
_San Juan de la Paz_, y cuya existencia fué corta; y en el mismo año
trazó la planta de _San Sebastián de los Reyes_, población que aún
subsiste. Dispuso Rojas lejana expedición al país de los cumanagotos.
Ninguno para realizarla más apropósito que Cristóbal Cobos, vecino
de Caracas é hijo de aquel miserable que dió muerte a Fajardo. Cobos
desembarcó en la costa de los cumanagotos, comenzando en seguida
a guerrear con los naturales. Prosiguió su camino a la provincia
de Chacopata, donde asentó su campo y donde trabó reñida refriega,
teniendo la fortuna de coger prisionero al cacique Cayaurima. En 1585,
a la boca del Neveri, estableció una ciudad que llamó _San Cristóbal
de los Cumanagotos_, en memoria de sus victorias sobre aquella tribu
belicosa. Durante el gobierno de Rojas el país de los cumanagotos se
agregó a Cumaná en perjuicio de Venezuela. Otro perjuicio fué que
teniendo las ciudades regidores armados, los cuales gozaban del derecho
de nombrar alcaldes, Rojas quitó dicho privilegio a Caravalleda (1586),
nombrándolos él para el año siguiente. Como los regidores rechazaran la
imposición, Rojas los hizo llevar presos a Caracas.

Sustituyó a Rojas en el gobierno D. Diego Osorio, que llegó a Caracas
el año 1587. Antes, en calidad de interino y nombrado por la Audiencia
de Santo Domingo, desempeñó el gobierno Rodrigo Núñez de Lobo.
Procediendo al juicio de residencia, Rojas, odiado por todos, lo mismo
españoles que naturales del país, mereció ser reducido a prisión y que
sus bienes fuesen embargados. Respecto al suceso de Caravalleda, los
regidores recobraron la libertad; mas se negaron a repoblar la ciudad.
Osorio, comprendiendo de necesidad absoluta el tener un puerto en la
marina que sirviese de escala a las relaciones entre la metrópoli y la
colonia, fundó el _puerto de la Guairá_ (1589).

Trabajo costó a Osorio poner orden y arreglo en los negocios públicos.
La mala administración de Rojas había llevado el desconcierto y el
desbarajuste a todas partes. No se creyó el Gobernador, para la
realización de ciertas reformas, con atribuciones, decidiéndose, como
deseaba el cabildo, mandar a la corte un individuo que solicitase
dichos poderes. Este individuo lo fué Simón Bolívar, quien se encargó
de tan difícil misión el año 1589. El comisionado logró del Rey todo
lo que deseaban sus vasallos de Venezuela, «agregando otras mercedes
de más ó menos provecho para la provincia, entre ellas la suspensión
del derecho de alcabalas por diez años, á condición de contribuir al
Erario las ciudades con una pequeña cantidad, el permiso de introducir
cien toneladas de esclavos africanos sin pagar derechos reales, y la
gracia de nombrar todos los años una persona que llevase por su cuenta
un navío de registro al puerto de la Guaira»[208]. Volvió Simón Bolívar
a Caracas a mediados del año 1592. Osorio, considerando la mucha
distancia que había desde las ciudades del Tocuyo y de Barquisimeto,
guiando al Sur hasta los límites de su provincia con las del Nuevo
Reino de Granada, encargó a Fernández de León la fundación de _Guanaré_
(1593), a orillas del río del mismo nombre, bajo la advocación del
_Espíritu Santo_. Creyó Osorio que era conveniente obtener del Monarca
la declaración de perpetuidad de los cabildos (1594), sin comprender,
tal era el atraso en que se hallaba entonces la ciencia política y
administrativa, que la forma electiva era la propia de la institución
municipal. Cuando apenas convalecía la provincia del hambre ocasionada
en 1594, el corsario inglés Francisco Drake recaló a media legua a
barlovento de la Guaira (comienzos de junio de 1595), se apoderó de
Caracas, donde permaneció ocho días, al cabo de los cuales se retiró
ordenadamente a sus bajeles. Al año siguiente (1596) murió en Puerto
Belo el citado Drake, primero pirata y después almirante de Inglaterra.
Volvió Osorio a Caracas el 1596 y, con sentimiento general de la
provincia, abandonó el país por haber sido promovido a la presidencia
de la Audiencia de Santo Domingo.

       [208] Baralt, ob. cit., pág. 256.

Sucedióle D. Gonzalo Piña Lidueña, hombre bueno, que murió en 1600,
dejando repartida la autoridad entre los cabildos de las ciudades.

Ponemos fin a la conquista de Venezuela con una composición poética, en
la cual el conquistador Castellanos (que escribió en verso las crónicas
de Cubagua, Venezuela, Cabo de la Vela y Nuevo Reino de Granada),
refiere cómo se libró cierta india de Maracaibo, en los comienzos de
dicha conquista, del amor de un portugués[209].

       [209] Además de las poblaciones ya citadas, se fundaron otras
       que habían de tener mucha importancia, ora por el número de
       sus habitantes, ora como centros mercantiles. _San Cristóbal_
       por Juan de Maldonado (1561); _Nueva Zamora_ o _Maracaibo_ por
       Alonso Pacheco (1571): el _Espíritu Santo de la grita_ por
       Francisco de Cázares (1576); _Altamira de Cázares_ por Andrés
       Varela (1577); _Victoria_ por Francisco Loreto (1595), etc.

      Era india bozal, mas bien dispuesta;
    y el portugués, que mucho la quería,
    con deseo de vella más honesta
    vistióle una camisa que tenía:
    Hízola baptizar, y con gran fiesta
    debió celebrar bodas aquel día:
    que en entradas vergüenza se descarga
    para poder correr a rienda larga.

      Estaban en Zavana de buen trecho,
    y llegada la noche muy oscura,
    el portugués juntóla con su pecho
    para poder tenella más segura.
    Ambos dormían en pendiente lecho,
    según uso de aquella coyuntura;
    fingió la india con intento vario
    ir a hacer negocio necesario.

      Levantóse del lusitano lado,
    y sentóse no lejos dél, que estaba
    los ojos en la india con cuidado
    de ver si más a lejos se mudaba:
    siendo de su mirar asegurado
    viendo que la camisa blanqueaba
    la india luego que la tierra pisa
    quitóse prestamente la camisa.

      Y al punto la colgó de cierta rama,
    por cebo de la vana confianza;
    aprestó luego más veloz que gama
    con el traje que fué de su crianza:
    él pensaba lo blanco ser la dama;
    mas pareciendo mal tanta tardanza,
    le decia: «Ven ya, niña Tereya,
    á os brazos do galan que te deseya»...

      Viendo no responder, tomó consejo
    de levantarse con ardiente brío,
    diciendo: «¿Cuidas tú, que naon te veyo?
    Véyote muito bein per o atavio.»
    Echóle mano, mas halló el pellejo
    de la querida carne ya vacío:
    tornóse, pues, con sola la camisa,
    y más lleno de lloro que de risa[210].

       [210] Castellanos, _Elegías_, 2.ª parte, Introducción.

Confinan las Guayanas al N. y E. con el Atlántico, al S. con el Brasil
y al O. con Venezuela. Su longitud está comprendida entre 59° y 67°
al O. y su latitud entre 1° y 8° al Norte. Parece ser que el primero
que exploró, en el año 1499, las costas de las Guayanas, fué Yáñez
Pinzón. Establecidos los españoles en Tierra Firme, realizaron algunas
expediciones en busca de oro al Orinoco, por cuya cuenca y por la
del río Amazonas se extiende el inmenso territorio de las Guayanas.
Intentó Diego de Ordax, en 1527, la conquista y colonización del país,
recorriendo con dicho objeto, al frente de 800 hombres, gran parte
del río de Paria. En el año 1531 murió Ordax en la expedición. Nada
de provecho consiguieron sus sucesores Jerónimo Ortal, Padre Ayala
y Antonio de Berrío, fundador de Santo Tomé (1584), como tampoco
los alemanes Federmann y Spira que entraron por Venezuela. Muchos
aventureros, ya españoles, ya extranjeros, atraídos por la leyenda de
_El Dorado_, penetraron en las Guayanas. Entre los extranjeros ninguno
tan notable como Walter Raleigh, que se presentó en 1595 a disputar
a los españoles el dominio del Orinoco, comenzando por poner preso a
Berrío en San José de Oruña (isla de Trinidad), y después le llevó
como guía a buscar, ora la fantástica ciudad de Manoa, ora el fabuloso
El Dorado. Walter Raleigh regresó a Inglaterra y Berrío continuó su
gobierno hasta su muerte (1600). Su sucesor e hijo Fernando Berrío se
dedicó a la cría de ganado vacuno, siendo destituído el 1609 por Sancho
de Alquiza, juez de residencia, y que gobernó siete años, hasta la
llegada de don Diego Palomeque de Acuña. Apareció por segunda vez, ya
con más recursos (enero de 1618) el citado Raleigh, quien dispuso que
su teniente Keymis se apoderase de Santo Tomé. Murió en el asalto el
valeroso Palomeque y la población fué completamente destruída. Raleigh
se atrajo la enemiga y el odio de la gente del país, de los españoles
y aun de los mismos ingleses. Cometió, pues, tantos desmanes, abusos y
tropelías en sus dos expediciones que, habiéndose quejado el gobierno
español al de Inglaterra, fué encerrado en la Torre de Londres. Se le
acusó principalmente de haber incendiado la ciudad española de Santo
Tomás y de haber sacrificado al gobernador Palomeque. Conjurados contra
él todos sus enemigos, fué condenado a muerte y conducido al suplicio.
El amigo íntimo de la poderosa reina Isabel murió con el mismo valor y
altivez con que había vivido.

Fernando de Berrío, no bien logró ser repuesto en su antiguo cargo,
llegó al país en mayo de 1619, dedicándose a reconstruir la ciudad en
los llamados hoy _Castillos de Guayana la Vieja_.

Por lo que respecta a los holandeses, recordaremos que se establecieron
en 1556 en las riberas del río Demerara; pero tiempo adelante se
apoderaron de algunas tierras vecinas (1581). Expulsados de ellas,
fundaron posteriormente la ciudad de _Stabrock_ ó Georgetown y
extendieron su poder hasta el río Esequibo.

Los franceses, por su parte, en el año 1604, no teniendo en cuenta los
derechos de los españoles, se establecieron en Cayena.

Más temor que los franceses, inspiraban los holandeses. Estos, cuando
se formó en 1621 la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales,
atacaron, saquearon y quemaron dos veces--una en 1629 y otra en 1637--a
Santo Tomás. Las Guayanas, por mucho tiempo, sufrieron terribles
acometidas de sus enemigos.



CAPITULO XI

  CONQUISTA DE COLOMBIA Y DE EL ECUADOR.--CONQUISTA DE
  COLOMBIA.--BASTIDAS EN SANTA MARTA.--EL DORADO.--GOBIERNO
  DE HEREDIA Y DE FERNÁNDEZ DE LUGO.--CONQUISTA DE JIMÉNEZ
  DE QUESADA.--ALONSO LUIS DE LUGO.--CREACIÓN DE UNA
  AUDIENCIA.--CONSIDERACIONES ACERCA DE LA CONQUISTA DE
  QUESADA.--CONQUISTA DE EL ECUADOR.--EL ECUADOR A LA LLEGADA DE LOS
  ESPAÑOLES: ES CONQUISTADO POR BELALCÁZAR.--FUNDACIÓN DE SANTIAGO
  DE QUITO, DE GUAYAQUIL Y DE CARTAGO.--BELALCÁZAR EN ESPAÑA: ES
  NOMBRADO GOBERNADOR DE POPAYÁN.--BELALCÁZAR Y ANDAGOYA.--SUCESOS
  DEL PERÚ.--FUNDACIÓN DE ANTIOQUÍA.--BELALCÁZAR EN LUCHA CON
  HEREDIA Y CON LOS INDIOS.--ORDENANZAS DE 1542.--BELALCÁZAR EN
  AÑAQUITO.--INSURRECCIÓN DE ROBLEDO.--BELALCÁZAR EN XAQUIXAGUANA.


Vamos a estudiar la conquista de Colombia, cuyo país estaba
poblado de los _chichas_ o _muiscas_, tribu numerosa de indios
semicivilizados. Después que Alonso de Ojeda (1499-1500) descubrió
las costas de Colombia, Rodrigo de Bastidas fundó la ciudad de Santa
Marta (hoy en Colombia). «Algunos aventureros--dice Reclus--fundaron
en 1525 la ciudad de Santa Marta cerca de la desembocadura del río
Magdalena...»[211]. Posteriormente expediciones españolas avanzaron
hasta el interior del país en busca de las cuantiosas riquezas que
pregonaba la leyenda. «El nombre de la tierra de El Dorado parece que
procede de una curiosa costumbre de los caciques indios de la meseta.
La ceremonia de la elección de cierto cacique consistía en embadurnar
el cuerpo del favorecido con una substancia grasa, que luego era
cubierta de polvos de oro. Esta operación se efectuaba á las orillas
del lago sagrado de Gustavita, donde luego tomaba un baño»[212].

       [211] _Nueva Geografía Universal, América del Sur_, pág. 199.

       [212] _Enciclopedia Universal Ilustrada_, tom. XIV, pág. 156.

García de Lerma (1528-1535) sucedió á Bastidas en el gobierno de
Santa Marta. Por entonces, informada la Reina (mujer de Carlos I de
España y V de Alemania) del excesivo precio de los comestibles en la
provincia de Tierra Firme, mandó á aquel Gobernador dispusiera que
las Justicias de las ciudades y villas nombrasen su regidor para que
pusiera justo precio, así á las cosas de dicho país, como á las que se
llevasen de otras partes[213]. En tanto que García de Lerma mandaba
algunas expediciones al interior, teniendo la desgracia de que fuesen
combatidas por los indios, el portugués Jerónimo de Melo, al frente de
castellanos, emprendió el reconocimiento del río Magdalena, el cual
navegó en una extensión de 35 leguas (1532). A la sazón, la mayor parte
de los pobladores de Santa Marta abandonaban gustosos la citada ciudad
para dirigirse al Perú, donde abundaban los metales preciosos.

       [213] _Cédula de 24 de abril de 1533._--Vid. tom. 9 de ellas,
       fol. 47 v.º, núm. 59.

En el mismo año que murió García de Lerma (1532), se presentó al
Emperador un militar que gozaba de gran prestigio, y cuyo nombre era
Pedro de Heredia, pidiendo al Monarca autorización para acometer la
conquista del país que se extiende desde el Magdalena al Darién.
Concedido el permiso, salió de Cádiz a últimos del dicho año. Ni tardo
ni perezoso, inmediatamente que llegó a Colombia echó los cimientos de
la ciudad de _Cartagena_, que fué centro de las operaciones militares.
Habiendo dejado guarnecida la colonia, a la cabeza de sus tropas, salió
a campaña a la región del Norte de Santa María, sometiendo unas tribus
por la fuerza y ganándose otras por el cariño; volvió a Cartagena, no
sólo cargado de riquezas, sino satisfecho por sus descubrimientos.
Posteriormente se dirigió Heredia (enero de 1534) a la región del Sur,
y allí, al recorrer gran parte del valle del río Zenú, sufrió, lo mismo
que toda su gente, grandes padecimientos, que en cierto modo fueron
recompensados por el oro encontrado en las sepulturas de un cementerio.
El descubrimiento excitó la codicia de los soldados españoles,
organizándose nuevas expediciones. Fray Tomás Moro, el primer obispo
del país, comunicó a la corte los excesos de los expedicionarios,
siendo nombrado comisionado regio para residenciar a Heredia, el
licenciado Juan de Badillo, miembro de la Audiencia de Santo Domingo,
quien, después de apoderarse de los bienes del Gobernador, mostró
su sed de riquezas cogiendo prisioneros centenares de indios para
venderlos como esclavos en la Isla Española.

Presentóse en la corte Alonso Luis de Lugo, solicitando en nombre de
su padre Pedro Fernández de Lugo, Adelantado de Canarias, gobernador
y justicia mayor de las islas de Tenerife y la Palma, «conquistar
y poblar las tierras y provincias que se hallan por descubrir y
conquistar en la provincia de Santa Marta...» El Rey accedió a la
petición, encargando que se guardasen los límites que señala, y añade:
«Para ello llevareis de estos Nuestros Reynos de Castilla y de las
islas de Canarias 1.500 hombres de pie, escopeteros, é arcabuceros, é
ballesteros, é rodilleros, y 200 hombres de a caballo, con caballos é
yeguas de silla, é que ansí los de pie como los de á caballo, irán bien
armados y aderezados de lo necesario...»[214]. Pedro Fernández de Lugo
entró en Santa Marta á mediados de diciembre del año 1535. Acompañaba
al Gobernador, con el nombre de justicia mayor de la colonia, un
abogado llamado Gonzalo Jiménez de Quesada, que fué el verdadero
conquistador de aquellas regiones. Por orden de Fernández de Lugo salió
(6 abril 1536) la expedición de Santa Marta a las órdenes de Jiménez
de Quesada, natural de Granada, tan excelente general como ilustre
político. Los hechos principales de empresa tan notable quedaron
registrados en documentos de inestimable valor[215]. Dirigióse Quesada
por la orilla del río Magdalena. Los calores tropicales, las fiebres
y el hambre aumentaban los padecimientos causados por la multitud de
insectos, por las acometidas de los tigres y por los combates con los
indígenas, particularmente con los _panches_, «gente bestial y de mucha
salvajía.» Las lluvias tropicales hicieron que se aumentasen las aguas
del río, dilatándose en una grande extensión. Quesada no tuvo más
remedio que asentar su campamento en un lugar llamado _Tora_, mientras
las naves seguían remontando el río. Tantas y tan graves fueron las
enfermedades que se desarrollaron en el campamento, que a los muertos
no se les daba sepultura y se les arrojaba al río. Cuéntase que los
caimanes se cebaron de tal modo en la carne humana, que después de
comerse a los muertos, atacaron a los vivos que se aproximaban al
Magdalena. Levantaron el campo, apartándose de las márgenes del citado
río. Aunque Quesada había perdido muchos hombres, dió aliento á los
que vivían y pudo llegar a las inmediaciones de las mesetas centrales
de lo que es hoy República de Colombia. Cuando los expedicionarios
vieron y admiraron los campos cultivados, se decidieron a aclamar
jefe a Quesada, desligándolo de toda dependencia de Fernández de
Lugo. Continuó Quesada sus descubrimientos, llegando, por fin, a la
hermosa llanura o sábana de Bogotá, llamada por los naturales _Cundina
marca_, donde estaba la capital de los muiscas. En la misma época
el alemán Federmann y el español Sebastián Belalcázar (ya conocidos
en capítulos anteriores), que andaban recorriendo aquellas tierras,
llegaron a disputar a Quesada la prioridad del descubrimiento, cediendo
al fin los dos primeros al último todos sus derechos mediante cierta
cantidad. Quesada llegó al pueblo de Muqueta, capital del territorio,
que encontró desierta y convirtió luego en centro de sus futuras
operaciones. Desde allí se dirigió a Tunja, cuyo zaque (Rey) gozaba
fama de poseer grandes riquezas, y se apoderó de la citada población el
20 de agosto de 1537. El zaque cayó prisionero y sus tesoros pasaron a
manos de los castellanos. «Se hizo un montón de oro tan grande--dice
Quesada--que puestos los infantes en torno de él, no se veían los
que estaban de frente, y los de a caballo apenas se divisaban.» Los
castellanos deseaban más riquezas, y para lograrlas se apoderaron de
Iraca; a pesar de la resistencia de los indígenas, ocuparon el palacio
del cacique y penetraron en el templo. Después de apoderarse de las
riquezas que encerraba el adoratorio, le pegaron fuego. Buscando
todavía más oro, se hicieron dueños de Bogotá, muriendo el zipa en
el asalto de un caserío; también fué derrotado el nuevo zipa, y para
obligarle a confesar dónde tenía guardados sus tesoros, se le hizo
morir en el tormento. Quesada, como granadino que era, dió al país que
acababa de conquistar el nombre de _Nuevo Reino de Granada_, y a la
capital de la colonia, cuyos cimientos echó el 6 de agosto de 1538, la
llamó Santa Fe de Bogotá[216].

       [214] _Colec. de doc. inéd._, etc., tomo XXII, págs. 406-433.

       [215] Entre ellos el más importante es la relación escrita
       por el mismo conquistador, cuyo original se ha perdido; pero
       que copió en gran parte el cronista Fernández de Oviedo.
       Quesada--dice Oviedo--, no solamente de palabra, sino por
       escrito, «me mostró un gran cuaderno de sus subçesos, y lo
       tuve muchos dias en mi poder, y hallé en él muchas cosas de
       las que tengo aqui dichas en los capítulos preçedentes, y de
       otras que aqui se pondrán.»

       [216] Provincia que se llama Nuevo Reino de Granada[216a]
       y actualmente Estados Unidos de Colombia. El primero que
       descubrió el Nuevo Reino de Granada fué el licenciado Jiménez
       de Quesada. Llamóse primeramente _Bogotá_, porque así se
       llamaba el rey o señor principal; después se le dió el nombre
       del _Valle de los Alcázares_; y, por último, el de _Nuevo
       Reino de Granada_, porque su descubridor era de Granada. La
       ciudad más principal del país es Santa Fe, donde se hallan la
       Chancillería y el Arzobispado. Abunda el oro, las esmeraldas
       finas y de gran tamaño, el algodón, etc. El rey Bogotá tenía
       gran majestad y era muy querido de los suyos; el número de sus
       mujeres llegaba á cuatrocientas. Son idólatras, pacíficos más
       que guerreros, y castigan mucho los pecados públicos.

          [216a] _Colec. de doc. inéd._, etc., tomo V, págs. 529 y
          530.


Jiménez de Quesada encargó a un hermano suyo, llamado Hernán, el
gobierno de la colonia, y él decidió marchar a España con el objeto de
solicitar del Rey el título de gobernador de aquellos países. Aunque
nadie--habiendo fallecido Fernández de Lugo en Santa Marta en enero de
1536--podía alegar mejores títulos que Jiménez de Quesada, la corte
prefirió para el cargo a Alonso Luis de Lugo, hijo del citado primer
gobernador.

Poco después Carlos V creó una Audiencia (17 julio 1549) que había de
residir en Santa Fe de Bogotá y cuyo tribunal hubo de cerrar el período
de la conquista. El primer presidente fué el Dr. Gutiérrez de Mercado.

El resultado de las expediciones de Jiménez de Quesada fué el
descubrimiento de nuevas tierras y la conquista del _Nuevo Reino
de Granada_, que hoy constituye la mejor parte de la República de
Colombia. El conquistador de Nueva Granada es uno de los hombres más
grandes de aquellos tiempos, mereciendo figurar al lado de Cortés,
Pizarro, Almagro, Núñez de Balboa, Valdivia y Orellana.

En sus últimos años cayó en desgracia de la corte. Murió el 16 de
febrero de 1579, tan pobre, que, según los cronistas, debía más de
60.000 pesos[217]. Fué sepultado en el convento de Santo Domingo de
Mariquita. Dicho convento se hallaba emplazado frente a la casa en
que falleció el noble conquistador. El 1597 fueron trasladados sus
restos a Bogotá, y al acercarse la celebración de su tercer centenario
se colocaron en un sepulcro digno de la fama de varón tan insigne.
En la acera del Norte de la plazuela formada por las portadas de los
cementerios públicos, se erigió un mausoleo de mármol blanco; en él
se pusieron las inscripciones siguientes: al Sur, frente principal,
_Jiménez de Quesada_; al Oriente, _El Concejo municipal de Bogotá_; al
Occidente, _Al fundador de Santa Fe de Bogotá_, y al Norte, _Expecto
resurrectionem mortuorum_[218].

       [217] Otros dicen que murió rico; pero cubierto de lepra.
       _Enciclopedia Universal Ilustrada_, tomo XIV, pág. 158.

       [218] _Espero la resurrección de los muertos._ El mismo
       Quesada dispuso que la citada inscripción se colocase como
       epitafio en su sepulcro.

Pasamos a relatar brevemente la conquista de El Ecuador. Las tribus que
ocuparon El Ecuador antes de ser conquistado por los incas se llamaban
_scyris_ o _caras_, _puxahaes_, _cañaris_ y _quitos_ o _quitúes_.
La capital de los caras fué Quito. Los incas, después de vencer a
las tribus citadas y algunas otras--todas fetichistas, poligamas y
antropófagas--se establecieron en el país hasta la llegada de los
españoles.

La siguiente Real cédula prueba el estado de barbarie en que se
hallaban los indígenas de Quito a mediados del siglo XVI.

«Caciques: Con noticia el Príncipe, que los de la provincia de Quito,
quando morían, mandaban matar indios de ambos sexos, para enterrarlos
con ellos; no obstante no persuadirse se continuaría tan extravagante
abuso; Mandó al Presidente y Audiencia de dicha provincia no
consintiese exceso de tal naturaleza, y lo castigase con todo rigor.»
Cédula de 18 de Enero de 1552. Vid. tomo 11 de ellas, fol. 35 b. n.º
55[219].

       [219] _Biblioteca particular de S. M. el Rey de España._

Sebastián de Belalcázar, gobernador en San Miguel, noticioso de que
Pedro de Alvarado se dirigía a Quito en busca de riquezas, marchó
a dicho punto, a últimos del año 1533, al frente de 200 soldados.
Belalcázar encontró un enemigo poderoso en Rumiñahuí, quien a la cabeza
de 20.000 indios, defendió el terreno palmo a palmo, haciendo hoyos en
la tierra, en los que clavaba agudas estacas para impedir el paso a los
caballos del capitán español. Poco después llegó Diego de Almagro con
refuerzos y también Alvarado, el cual pretendía que se le adjudicara
el país. Opusiéronse Belalcázar y Almagro y, como testimonio de haber
tomado posesión del reino, en los llanos de Riobamba fundaron el pueblo
de _Santiago de Quito_ (15 agosto 1534), al presente capital de la
República. Alvarado, mediante cierta suma de pesos de oro, se volvió a
Guatemala. Belalcázar, con la gente que Almagro no se llevó al Perú,
continuó sus conquistas. Mientras sus capitanes Pedro Añasco y Juan de
Ampudia se dirigían por el valle, donde luego se había de fundar _San
Juan Porto_, él marchó a reunir gente, echando antes los cimientos de
_Guayaquil_ (25 junio 1535). Luego, desde Popayán se dirigió á Bogotá,
y allí puso paz entre Jiménez de Quesada y el alemán Federmann, los
cuales tenían más ambición que prudencia. Puestos de acuerdo los tres
capitanes, marcharon a España, deseosos de tener gobiernos propios.

En tanto que tomaban el camino de la metrópoli, dispuso Pizarro que su
capitán Lorenzo de Aldama penetrase en la tierra que había descubierto
y conquistado Belalcázar. A su vez Aldama autorizó a Jorge Robledo para
que hiciera otras expediciones, y por cierto, que de una de ellas formó
parte el cronista Pedro Cieza. Procede del mismo modo recordar que, a
últimos de septiembre de 1540, se fundó la ciudad de _Cartago_ (hoy de
la República de Costa Rica).

Por entonces, Pascual de Andagoya obtuvo el nombramiento de Adelantado
y gobernador del río de San Juan. Deseando luego extender sus dominios,
se hizo recibir por Gobernador en la ciudad de Cali, en la tierra
de Belalcázar, siendo reconocido como tal por Jorge Robledo y otros
capitanes. Hasta tal punto llegó la imprudencia de Andagoya, que se
preparó a impedir por la fuerza la entrada de Belalcázar, dado que éste
último consiguiera la gobernación de la citada tierra.

Como sospechaba Andagoya, consiguió Belalcázar el nombramiento (10
marzo 1540) de Gobernador de la provincia de Popayán, y poco después
(diciembre de 1540), obtuvo el título de Adelantado. La gobernación
de Popayán, dada a Belalcázar, limitaba al Norte con Castilla del Oro
y río de San Juan, al Este con la provincia de Bogotá o Nuevo Reino
de Granada, al Sur con la provincia de Quito y al Oeste con el Océano
Pacífico. Conseguido el objeto de su venida a España, volvió para las
Indias, desembarcando en Nombre de Dios a mediados de diciembre de
1540. Andagoya, que se hallaba en Cali, quiso resistir a Belalcázar y
fué hecho prisionero.

Deseando Carlos V terminar de una vez con la anarquía del Perú, dispuso
que el licenciado Cristóbal Vaca de Castro se dirigiera a aquel país
con los poderes necesarios. En efecto, marchó a las Indias y desembarcó
en la gobernación de Belalcázar, donde tuvo noticias exactas del estado
del Perú, y en particular--y esto fué lo que hubo de preocuparle
más--de la muerte del marqués Francisco Pizarro (26 junio 1541). Vaca
de Castro, acompañado de Belalcázar y otros capitanes, llegó a Lima;
pero, habiendo notado durante el viaje que el gobernador de Popayán era
partidario de los almagristas--pues había contribuído a la huída de
Núñez de Prado, íntimo amigo de Almagro--le hizo regresar a su país.

Ya sabemos que Jorge Robledo hubo de reconocer como gobernador (21
abril 1541) a Belalcázar. Robledo fundó la ciudad de _Antioquía_; mas
la fortuna le volvió la espalda, dirigiéndose entonces, hambriento y
maltrecho, con sus treinta compañeros, a San Sebastián de Urabá. Allí
fué hecho prisionero por Pedro de Heredia, fundador de Cartagena, quien
sin miramientos de ninguna clase, le mandó a España. Inmediatamente
Heredia se apoderó de Antioquía. Disgustado Belalcázar con la conducta
de Heredia, ordenó al capitán Juan Cabrera que le redujese a prisión
y le mandara a Panamá; pero luego, habiendo recobrado la libertad
Heredia, volvió a Antioquía, dejando en ella por su teniente al capitán
Gallegos, que a su vez fué preso por Madroñero, capitán de Belalcázar.

Por aquellos tiempos andaba el gobernador de Popayán en guerra con
los indios y la razón estaba de parte de los últimos. Conviene saber
que en las ordenanzas de 1542, se disponía, entre otras cosas,
que los gobernadores y demás autoridades no tuviesen indios; pero
Belalcázar mandó que se cumpliesen aquellas leyes, si bien tuvo el
cuidado de poner antes en cabeza de sus hijos a los indígenas que
eran de él propiedad. Los procuradores de las ciudades, reunidos por
el Gobernador, mostraron su oposición a las ordenanzas, pronunciando
entonces aquél las famosas frases de _Acátese lo mandado; pero no se
cumpla_. Hizo suspender las ordenanzas y mandó a España un procurador
que hiciera presente al gobierno el estado de las cosas. Para implantar
estas reformas, el Emperador escogió a Blasco Núñez Vela, primer virrey
del Perú, que salió de Sanlúcar el 3 de noviembre de 1543 con una flota
de 52 buques. Llegó el virrey al Nuevo Mundo, y al frente de pequeño
ejército peleó con Gonzalo Pizarro en Añaquito: allí murió Núñez Vela
y allí fué hecho prisionero Belalcázar y su hijo Francisco. Aunque
desconocemos los motivos, se halla probado que el gobernador de Popayán
entró en la prisión enemigo de Pizarro y salió amigo. Inmediatamente
que Belalcázar recobró la libertad, se dirigió a su gobernación y allí
supo cómo Jorge Robledo, que nunca fué fiel amigo suyo, había vuelto de
España con el título de mariscal de Antioquía. En seguida comenzó la
guerra entre los dos, logrando el Adelantado sorprender al Mariscal (5
octubre 1546) en la Loma del Pozo.

Dícese que entre los papeles del Mariscal se hallaron unas cartas que
escribió y no mandó a su destino, en las que acusaba a Belalcázar
de traidor y pizarrista. Castigóle el vencedor haciéndole degollar
inmediatamente. Temeroso Belalcázar de la venganza de los amigos de
Robledo, vivía en continuo desasosiego y zozobra. En aquel tiempo, para
acabar con los disturbios del Perú, vino de España--como veremos en
el capítulo XXIII--el presidente D. Pedro de La Gasca, quien, ayudado
por Belalcázar, derrotó a Gonzalo Pizarro en la memorable batalla de
Xaquixaguana. Razón tenía Belalcázar para temer a los partidarios del
citado Robledo, los cuales consiguieron que el licenciado Briceño
formase causa y condenara al valeroso gobernador de Popayán. Cuando
se encaminaba a España con la idea de pedir--no sabemos si gracia o
justicia--, murió en Cartagena de Indias, a los sesenta años de edad.
Sea de ello lo que fuere y censurables o no censurables algunos hechos
de Belalcázar, él fué uno de los capitanes más valerosos que tomaron
parte en la conquista de las Indias[220].

       [220] Además de las obras impresas que hemos consultado
       para escribir la conquista de El Ecuador, citaremos los
       manuscritos siguientes: Varios documentos del Archivo de
       Indias, y entre los más importantes, tenemos la información
       hecha en Sevilla en el año 1550, por Cebrián de Calitati,
       en representación y nombre del Adelantado D. Sebastián de
       Benalcázar, cuya signatura es: 52-6-2/12. Información hecha
       desde 1505 a 1573, por el hijo del Adelantado D. Sebastián de
       Benalcázar, signatura 1-5-24/8. Varias cartas de Benalcázar
       a S. M. sobre que el Adelantado Andagoya impedía entrar en
       su gobernación. Una carta de Francisco Hernandez, teniente
       general de Benalcázar, al capitán Luis de Guevara sobre la
       muerte de Robledo, fechada en Anzerma a 26 de noviembre 1546,
       signatura 22-3/8-R. 3. Declaración de Pedro Santos sobre el
       mismo asunto. Varias informaciones, cartas y R. C.[220a].

          [220a] Unos cronistas le llaman Belalcázar, otros
          Benalcázar y algunos Velalcázar.



CAPÍTULO XII

  CONQUISTA DE LAS PROVINCIAS ARGENTINAS Y DEL BRASIL.--CONQUISTA
  DE LA ARGENTINA.--GABOTO EN LAS COSTAS DEL BRASIL Y EN LAS
  MÁRGENES DEL PARANÁ.--FUERTE DE SANCTI SPÍRITUS.--MENDOZA EN
  EL RÍO DE LA PLATA.--SANTA MARÍA DE BUENOS AIRES.--OPOSICIÓN
  DE LOS QUERANDÍS.--AYOLAS Y MARTÍNEZ DE IRALA: FUERTE DE LA
  ASUNCIÓN.--MUERTE DE MENDOZA Y DE AYOLAS.--GOBIERNO DE IRALA.--SE
  PIENSA EN LA TRASLACIÓN DE LOS HABITANTES DE BUENOS AIRES Á
  LAS ORILLAS DEL PARAGUAY.--GOBERNADORES ANTERIORES Á GARAY:
  FUNDACIÓN DE BUENOS AIRES; MUERTE DE GARAY.--LA PATAGONIA.--EL
  CHACO.--CONQUISTA DEL PARAGUAY Y DEL URUGUAY.--EL GOBERNADOR
  ARIAS DE SAAVEDRA.--OTROS GOBERNADORES.--LOS BRASILEÑOS EN EL
  URUGUAY.--CONQUISTA DEL BRASIL.--PRIMERAS COLONIAS.--EL BRASIL
  DURANTE EL REINADO DE D. MANUEL «EL AFORTUNADO.»


Si en el viaje que en el año 1508 hicieron Juan Díaz de Solís y Vicente
Yáñez Pinzón no llegaron a las costas argentinas, en el realizado por
aquel navegante en 1516 ya conocieron los españoles la desembocadura
del Río de la Plata[221]. Sebastián Gaboto se dirigió desde las
costas del Brasil al mencionado río en el año 1526[222]. Uno de sus
subalternos, según las crónicas de aquellos tiempos, se internó en el
río Uruguay hasta el de San Salvador, en tanto que Gaboto remontaba el
Paraná, en cuyas márgenes fundó una fortaleza con el nombre de _Sancti
Spíritus_, donde dejó una guarnición. A causa de algunas muestras de
metal que había recogido durante su viaje, dió el nombre de _Plata_ al
río que hasta entonces había sido llamado _Mar dulce_. Navegó el río
Paraguay, dirigiéndose luego a España. La guarnición de Sancti Spíritus
fué asesinada por los indios _timbus_ y la fortaleza completamente
destruída. Algunos soldados que se hallaban fuera de dicho fuerte
pudieron trasladarse a la colonia portuguesa de San Vicente.

El continuador de la obra de Sebastián Gaboto fué D. Pedro de Mendoza,
noble caballero español que había logrado no poca fama en la guerra
de Italia. Hallándose en Toledo, a 21 de mayo de 1534, el Rey mandó
tomar el asiento y capitulación siguiente: «1.º Primeramente os doy
licenzia y facultad para que por Nos y en nuestro nombre y de la Corona
Real de Castilla podais entrar en el dicho Río de Solís que llaman de
la Plata, hasta la mar del Sur, donde tengais doscientas leguas de
luengo de costa de gobernazion que comience desde donde se acaba la
gobernazion que tenemos encomendada al mariscal don Diego de Almagro
hasta el Estrecho de Magallanes, y conquistar y poblar las tierras y
provincias que oviese en las dichas tierras. 2.º Item entendiendo ser
cumplidero al servicio de Dios y nuestro, y por honrar nuestra persona
y por vos hazer merced, prometemos de vos hazer nuestro gobernador y
capitan general de las dichas tierras y provincias y Pueblos del Río de
la Plata, y en las dichas dozientas leguas de costa del mar del Sur que
comienzan desde donde acaban los límites que como dicho es tenemos dado
en gobernacion al dicho Mariscal Don Diego de Almagro, por todos los
días de nuestra vida con salario de dos mill ducados de oro en cada un
año y dos mill de ayuda de costas...»[223].

       [221] Véase el capítulo XXVIII del primer tomo.

       [222] Véase el capitulo XXV de dicho tomo.

       [223] Quesada, _La Patagonia y las tierras australes del
       Continente americano_, págs. 55 y 56.

El Emperador dió orden al conde D. Fernando de Andrada, asistente
de Sevilla; al conde de Gelves, alcaide de las Atarazanas, y a los
oficiales de la Casa de Contratación para que la armada se dispusiera
a salir a la mayor brevedad. Tan rápido se hizo el apresto que Mendoza
salió de la barra de Sanlúcar el 1.º de septiembre de 1535 al frente
de una expedición compuesta--según Herrera--de 11 navíos con 800
hombres[224]. Algunos cronistas dicen que la expedición se componía de
14 naves que llevaban a bordo 2.500 castellanos y 150 alemanes.

       [224] _Década V_, lib. IX, cap. X.

Penetró Mendoza en el Río de la Plata y cuéntase que en el momento de
pisar la tierra, el capitán Sancho García exclamó: _¡Qué buenos aires
se respiran en esta tierra!_ En lucha los castellanos con los indios
(_bilelas_, _lules_, _agoyas_, _tobas_, _abipones_, _calchaquíes_ y
otros), fueron muertos muchos de los primeros, entre ellos D. Diego de
Mendoza y D. Pedro de Benavides, hermano aquél y sobrino éste del jefe
de la expedición. Pasado poco tiempo (2 febrero 1536), Mendoza echó
los cimientos de una población a la que dió el nombre de _Santa María
de Buenos Aires_. Los indios _querandís_, rivales en fiereza a los
charrúas, comenzaron a hostilizar a los nuevos pobladores, negándoles
los víveres y diezmando a la guarnición. Deseando Mendoza encontrar
sitio más hospitalario, dispuso que Juan de Ayolas se dirigiese más
al Norte, siguiendo los pasos de Gaboto. Así lo hizo el intrépido
capitán, quien luego fundó una fortaleza, origen de la ciudad de la
_Asunción_ (1536.)

Mientras Mendoza, desalentado y enfermo, regresaba á España, en cuya
travesía hubo de morir, Ayolas, dejando a Martínez de Irala en el
fuerte de la Asunción, se internó en los bosques del Chaco con 200
soldados, llegando hasta la frontera del Perú; pero a su vuelta fué
sorprendido por los salvajes y muerto con todos los suyos.

Por muerte de Ayolas, se encargó interinamente del gobierno el capitán
Irala; mas habiendo llegado de España Alonso de Cabrera, con el
nombramiento de Gobernador para el caso en que faltase el propietario,
tomó dicho Cabrera las riendas del poder. Dispuso despoblar Buenos
Aires, trasladando sus habitantes a las orillas del Paraguay, en cuyos
sitios los indígenas eran menos belicosos.

Conocedor el Rey de los sucesos ocurridos en la colonia, dió el título
de Adelantado a Alvar Núñez Cabeza de Vaca, y cuyas capitulaciones se
hicieron, al tenor de las de D. Pedro de Mendoza, el 18 de marzo de
1540. Alvar Núñez salió de Sanlúcar el 2 de noviembre de 1540 y llegó
a la Asunción el 11 de marzo de 1542. Nombró maestre de campo a Irala.
Alvar Núñez por un lado e Irala por otro, realizaron expediciones que
no dejaron de ser útiles. Una revolución dirigida por el contador
Felipe Cáceres acabó con su gobierno. Los conjurados penetraron (25
abril 1544) en la casa del Adelantado y lo redujeron a prisión. En
seguida confiaron el mando de la colonia a Martínez de Irala, al mismo
tiempo que mandaban a España al Adelantado.

Martínez de Irala puso orden en la colonia y peleó valerosamente con
los indígenas. Emprendió una expedición al Perú y allí solicitó de
La Gasca la confirmación del cargo que desempeñaba. A su vuelta al
Paraguay tuvo que luchar con los parciales de Alvar Núñez Cabeza de
Vaca, que se habían hecho dueños del poder. La corte confirmó a Irala
en el gobierno del Paraguay, sorprendiéndole la muerte en 1557.

      «Tan sabio era y astuto y cauteloso
    en su trato y vivienda nuestro Irala,
    que no tiene algun hombre del quexoso
    que a todos en amor parece yguala:»[225]

       [225] Centenera, _Argentina y Conquista del Río de la Plata_,
       canto VI, pág. 53.

A Irala sucedió en el gobierno su yerno, el capitán Gonzalo de Mendoza;
y a su muerte (1558) los vecinos de la Asunción, dieron sus votos al
capitán Francisco Ortiz de Vergara, casado con otra hija de Irala[226].
Después de siete años de gobierno, emprendió un viaje al Perú para
solicitar del virrey su nombramiento en propiedad; mas Felipe Cáceres,
ya conocido por la sublevación contra Alvar Núñez, se presentó á
la Audiencia de Lima acusando al Gobernador de haber abandonado la
provincia de su mando. La Audiencia se dejó engañar y destituyendo á
Ortiz de Vergara, nombró a Juan Ortiz de Zárate y éste á su vez dió
el cargo de teniente gobernador a Cáceres. Desde el año 1569 comenzó
su gobierno interino Cáceres, bien que a disgusto de los colonos, los
cuales le depusieron, poniendo en su lugar a Martín Suárez de Toledo.

       [226] Ibidem, pág. 460.

En las capitulaciones que hizo el Rey en Madrid a 10 de julio de 1569,
con Juan Ortiz de Zárate se dice: «Primeramente, os hacemos merced de
la gobernación del Río de la Plata, así de lo que al presente está
descubierto y poblado como de todo lo demás que de aquí adelante
descubriéredes y pobláredes, ansí en las provincias del Paraguay y
Paraná como en las demás provincias comarcanas, por vos y por vuestros
capitanes y tenientes que nombráredes y señaláredes, ansí por la costa
del mar del Norte como por la del Sur, con el distrito y demarcacion
que su Magestad el Emperador, mi señor, que haya gloria, la dió y
concedió al gobernador D. Pedro de Mendoza, y después del a Alvar Núñez
Cabeza de Vaca, y a Domingo de Irala...»[227] Hace notar el historiador
Quesada, que desde la capitulación celebrada en 21 de mayo de 1534
hasta la otorgada con Ortiz de Zárate en 10 de julio de 1569, el Rey
fija y deslinda el territorio austral comprendido entre los mares del
Norte y del Sur (Atlántico y Pacífico), y por consiguiente, incluídos
en esos límites, la Patagonia, el Estrecho de Magallanes y Tierra del
Fuego, como parte integrante de la gobernación del Río de la Plata[228].

       [227] Quesada, ob. cit. págs. 66 y 67.

       [228] Ibidem.

Casi tres años pasaron desde que se firmó el contrato hasta que la
expedición pudo hacerse a la vela. Componíase de unos 600 hombres de
guerra, 21 religiosos de San Francisco, algunos peritos en varios
oficios, muchos matrimonios de colonos, y por capellán el arcediano
Centenera, futuro autor del poema intitulado _Argentina_. Partió la
expedición de Sanlúcar el 17 de octubre de 1572. Experimentó vientos
contrarios hasta llegar a la Línea. Una de las naves, la más pequeña,
se desvió del resto de la flota, tocando en S. Vicente del Brasil.
Mientras tanto, Zárate siguió su camino y vió tierra el 21 de marzo de
1573; pero hasta el 3 de abril no llegó a la playa y puerto llamado
de _D. Rodrigo_. Desde allí, caminando sin rumbo algunos días, pudo
tocar en la isla de _Santa Catalina_. Después, en los comienzos de
octubre del mismo año, tomó rumbo hacia el Río de la Plata. A mediados
de noviembre arribó Zárate (el tercer Adelantado del Río de la
Plata) a la isla de San Gabriel, no sin haber sufrido tempestades y
borrascas[229]. Determinó en aquel mismo sitio echar los cimientos
de una población, con cuyo objeto dispuso que se levantasen chozas o
casas de paja. Cuando los charrúas recibieron la visita de aquellas
gentes, se dieron prisa a obsequiarlas con víveres, naciendo, como era
natural, corrientes de simpatía entre unos y otros. Entre los varios
caudillos de los charrúas había uno, de nombre Sapicán, venerable
anciano, a quien todos respetaban y querían. Los españoles comenzaron
la guerra. Decían--y este fué el pretexto,--que uno de sus marineros,
en la primera canoa que hubo a mano, se había pasado al campo enemigo,
negándose a entregarlo los charrúas. Debe advertirse que los indígenas
ignoraban el castigo que merecían los desertores. Posible es que,
además, tuviesen el convencimiento de que no eran desgraciados
náufragos los que llegaban a sus playas, sino conquistadores. Entonces
renovaron las hostilidades, y los españoles, que contaban con elementos
de represión en la ciudad de la Asunción, se dispusieron a la
resistencia. Instalado Zárate en la naciente población, se le presentó
el isleño Yamandú, ofreciéndose a llevar hasta Santa Fé comunicaciones
para Garay, anunciándole la llegada del Adelantado.

       [229] Por entonces Juan de Garay hizo construir la ciudad de
       _Santa Fe de la Vera Cruz_ (15 Noviembre 1573.)

De Yamandú dice Centenera:

      «Este malvado, perro, como artero
    A todos los más indios comarcanos,
    Los trae á su opinion al retortero,
    Y como son los Indios tan livianos,
    Y él pica su poquillo en hechicero,
    Donde él pone los pies ponen sus manos,
    De suerte que si quiere hacer guerra,
    Al punto le veréis juntar la tierra»[230].

       [230] _Argentina y Conquista del Río de la Plata_, canto II,
       pág. 11 v.ª

El astuto indígena, que se entendía con su cacique Sapicán, se proponía
conocer la posición ocupada por Garay. A su vez Zárate, cada vez más
disgustado por la negativa de los charrúas a entregar el marinero
desertor, dispuso tomar el desquite. Mandó que una partida de su gente
arrebatase a Aba-aihuba, sobrino de Yamandú[231]. Así se hizo[232].
El efecto que en todos los indígenas causó el hecho fué grande. Una
comisión de charrúas pidió al Adelantado que dejara en libertad a
Aba-aihuba. Accedió a ello el jefe español; pero obligó a Yamandú,
mediante ciertas promesas, que permaneciese en el campamento cristiano.
Cuando Yamandú encontró ocasión propicia, se escapó para volver a su
vida aventurera y belicosa[233].

       [231] Otros dicen que era sobrino de Sapicán.

       [232] Añaden algunos cronistas que el Adelantado ordenó a los
       suyos que se apoderasen del primer charrúa que saliera al
       paso, tocándole a Aba-aihuba.

       [233] Centenera, _Argentina_, canto XVIII--Bauzá, ob. cit.,
       tomo I, pág. 322.

En seguida, reunidas las Asambleas de guerreros, acordaron romper las
hostilidades. Es de advertir que ya Yamandú había llegado á los reales
de Garay, y poniéndose al habla con Terú, caudillo de los naturales
de Santa Fe, hubo de invitarle de parte de Sapicán a alzarse en armas
contra los españoles. Entre tanto que Terú ponía en aprieto a Garay,
Sapicán atacó en San Gabriel al Adelantado. Cayó Sapicán sobre los
españoles que se habían internado en busca de víveres, logrando matar
a 37 y coger un prisionero; otros dos debieron su salvación a la fuga.
El capitán Pablo de Santiago y el sargento mayor Martín Pinedo, por
orden de Zárate, acudieron a castigar a los indígenas, sosteniendo con
ellos sangriento combate, en el que perecieron 100 soldados y varios
oficiales. Si entre los españoles reinaba la tristeza, en el campo
contrario todo era alegría y contento. Acordó Zárate retirarse a la
isla, de donde no debió salir con elementos tan pequeños. Sapicán,
sospechando las intenciones del enemigo, le vigilaba constantemente.

Cuando se presentaba tan negro porvenir al Adelantado, cuando los
charrúas con sus insultos, gritos y amenazas, y aun con sus retos y
desafíos se disponían a empresas más grandes, vino ayuda poderosa a
los españoles. Sucedió que el capitán Rui Díaz Melgarejo arribó a San
Vicente (Brasil), y desde allí se dió a correr la tierra, fundando
pueblos donde mejor le parecía. Llegó a su noticia el apuro en que se
encontraba Zárate y voló a San Gabriel en su auxilio, unas veces por
tierra y otras embarcado. La alegría del Adelantado y de los suyos
no pudo ser mayor. Pensaban que la Providencia velaba por ellos, y
con auxilio tan grande se dispusieron, sin temor alguno, a arrostrar
todos los peligros. Ya tenían provisiones de boca y guerra; ya tenían
un talento militar que les guiase. Hubo junta de oficiales y en ella
sostuvo Melgarejo la necesidad de retirarse a la isla de Martín García,
cuya nueva retirada se hizo afortunadamente. Melgarejo llevó a Zárate
provisiones de los bohíos o chozas de las islas cercanas, y convenció
el primero al segundo de la necesidad--pues era conocida la traición
de Yamandú--de ir en busca de Garay, único que les podía salvar en
aquellas críticas circunstancias. Garay, que había conseguido derrotar
al valiente caudillo Terú, después de muchos contratiempos pudo llegar
a las riberas del Salvador, realizando de este modo el pensamiento
de Melgarejo. A su vez este último, habiendo dejado en Martín García
a Zárate y los suyos, condujo a las mujeres y enfermos a las citadas
riberas.

Veamos lo que sucedió a Garay en los comienzos de su campaña contra
Sapicán. Se situó en sitio poco a propósito, si bien no estaba lejos de
un puerto donde había guardia española. Al día siguiente de su llegada,
se presentó Sapicán al frente de unos 1.000 hombres. «¡Amigos!--dijo a
los suyos Garay--no queda otro camino que morir o vencer: esperemos,
pues, con valor al enemigo.» La lucha fué terrible. Tabobá y Aba-aihuba
murieron como héroes, como también Sapicán, Anagualpo, Yandinoca y
Magalona. Retiráronse con orden los indígenas y no fueron perseguidos
por los españoles. Después Garay se puso en marcha para Martín García,
y ambos, Zárate y Garay, se encaminaron para San Salvador, donde
hallaron varias barracas que merecieron de parte del Adelantado el
nombre de ciudad y se nombraron las autoridades que debían regirla.
Dispuso cambiar el nombre de San Salvador por el de _Nueva Vizcaya_,
cambio que disgustó a los que no eran vascos[234]. Garay y Melgarejo,
obedeciendo órdenes de Zárate, marcharon en busca de bastimentos.

       [234] La Nueva Vizcaya se hallaba comprendida entre el río
       Paraná y el mar.

Tanto fué el valor que mostraron los indios en esta campaña, que don
Francisco de Toledo, virrey del Perú, tuvo que acudir en auxilio de
los nuestros. Había terminado la guerra, aunque no el odio que los
indígenas tenían a los españoles. Recordaremos que a los infelices
cautivos les trataron inhumanamente. Afirma Centenera que llegó la
crueldad hasta enterrar vivos a muchos[235]. Del mismo modo Garay,
Melgarejo y Zárate hicieron sentir pesado yugo a los feroces indios.
Muertos sus jefes, sin esperanzas de auxilio, los charrúas se cruzaron
de brazos, esperando ocasión más propicia.

       [235] _Argentina_, canto XV.--Bauzá, ob. cit., tom. I, pág.
       317.

Procede ya ocuparnos en otros asuntos. En el interior algunos
descontentos no estaban conformes con el gobierno del Adelantado. El
licenciado Trejo, cura vicario de San Salvador, se puso al frente de
una conjuración, que, descubierta por Zárate, cogió prisionero a dicho
jefe y le condujo a su residencia de a bordo. Convencido Zárate de que
su autoridad se hallaba en peligro, acordó abandonar a San Salvador
(fines de diciembre de 1575), trasladarse a la Asunción y entregar allí
a Trejo a la jurisdicción eclesiástica. A su paso visitó la ciudad
de Santa Fe, la cual encontró dotada de buen gobierno y en estado
próspero, felicitando por ello a su fundador Garay.

Poco después, Zárate, habiendo bebido cierto brebaje que le fué dado
por un curandero para devolverle la salud, le ocasionó la muerte.

Poco querido por su codicia Ortiz de Zárate, ni lloraron su muerte los
indios ni los españoles. Dejó el gobierno a su hija Juana y mientras
ella no tomase posesión, a su sobrino Mendieta[236].

       [236] Por concesión real tenía derecho Ortiz de Zárate a
       nombrar sucesor.

      «Dexo en su testamento declarado
    que sea su legítimo heredero
    la hija que en las Charcas ha dexado,
    y aquel que fuere esposo y compañero
    suceda en el gobierno y el estado
    segun como lo tuvo él de primero:
    y mande y rija en tanto quella viene
    su sobrino Mendieta que allí tiene.»[237].

       [237] Centenera, Ob. cit., canto XVII, pág. 145.

Gobernó algún tiempo Mendieta. Joven de veinte años, manifestó más
imprudencia que sensatez en todos los asuntos. Juana Ortiz de Zárate
casó con el licenciado Juan de Torres de Vera y Aragón. Lo mismo
Torres de Vera que antes Ortiz de Zárate fundaron ciudades y villas
en la provincia del Río de la Plata. Si Juan de Garay, en virtud de
los poderes conferidos por Torres de Vera, fundó la ciudad de Santa
Fe de la _Vera Cruz_ el 1573, en el mismo año, D. Jerónimo Luis de
Cabrera, de la gobernación de Tucumán, echó los cimientos de la ciudad
de _Córdoba_. Encontráronse ambos pobladores, «y después de las
salutaciones--según el P. Lozano--le requirió Cabrera jurídicamente
para que no fundase pueblo alguno, ni conquistase indios fuera de la
gobernación del Paraguay, ni se entrometiera en la de Tucumán que
llegaba hasta aquella costa y sus islas»[238].

       [238] _Hist. de la conquista del Paraguay, Río de la Plata y
       Tucumán_, tomo III, pág. 125.

Cuando Juan de Garay, que ya se había cubierto de gloria peleando
con el charrúa, asumió el mando de la colonia en el año 1576, se
dispuso a mayores empresas. El 11 de junio de 1580 (sábado, día de San
Bernabé), ante escribano y presentes justicias e regidores y mucha
gente, estando--dice el citado Garay--en este puerto de Santa María de
Buenos Aires, que es en la provincia del Río de la Plata, intitulada la
_Nueva Vizcaya_, e fundo en el dicho asiento e puerto una ciudad, la
cual pueblo con los soldados y gente que al presente tengo, e e traido
para ello, la yglesia de la cual pongo su advocacion de la Santísima
Trinidad, la cual sea e ha de ser yglesia mayor e parroquial, contenida
y señalada en lata que tengo fecha de la dicha ciudad, y la dicha
ciudad mando se intitule la ciudad de la Trinidad... El capitán Juan
de Garay «en señal de posesion, echó mano a su espadon y cortó yerbas
y tiró cuchilladas...»[239]. Garay levantó la nueva ciudad casi en
el mismo sitio que D. Pedro de Mendoza fundó a Santa María de Buenos
Aires, y que fué despoblada por su sucesor. Se abrieron los primeros
fosos y empalizadas en el promontorio, cubierto de un bosque de espinos
y algarrobos, donde a la sazón se encuentra la Casa Rosada del Gobierno
nacional. Desmontado el bosque y comenzadas las edificaciones, pronto
se pusieron de manifiesto las muchas ventajas comerciales y marítimas
del sitio elegido por Juan de Garay. Capitán tan ilustre repartió
solares a sus compañeros, señaló sitio para la iglesia y nombró
cabildo. Estaba fundada la ciudad intitulada _Santísima Trinidad del
puerto de Buenos Aires_.

       [239] Quesada, Ob. cit., págs. 541-550.

Después castigó a los belicosos _querandíes_, como en la opuesta
orilla del Río de la Plata había castigado a los charrúas. Pasados
cuatro años (1584) salió a visitar sus provincias con dirección a la
Asunción, y como Solís en el Uruguay, y como Ayolas en el mismo Paraná,
fué inmolado con 40 de sus compañeros por un grupo de indios mañuaés.
Centenera escribe:

    «Garay fué de prudencia siempre falto,»
    .................................[240]

       [240] Ob. cit., canto XXIV, pág. 200 v.ª

Con el gobierno de Juan de Garay se puede dar fin a la conquista de las
provincias argentinas.

Por lo que atañe a la Patagonia, aquí sólo diremos que se exploraron
primeramente las costas orientales y meridionales, desde el cabo de San
Antonio (al mediodía del grande desagüe de la Plata) hasta el cabo de
la Victoria inclusive (en la extremidad más occidental del Estrecho de
Magallanes.)

Del Chaco no se tuvieron noticias exactas hasta últimos del siglo
XVIII. Sólo se sabía que el país era extenso, seco y arenoso, y que los
indígenas vivían en aquella dilatada tierra en estado de barbarie.

Al estudiar el Paraguay y el Uruguay debemos no olvidar, que, durante
el período de la colonización, la historia de aquellos países es la
misma que la de la tierra conocida hoy con el nombre de República
Argentina. Ambos países formaban parte de las provincias argentinas.
Recordaremos, sin embargo, que así como los _querandís_ poblaban la
Argentina, los _guaranís_ se hallaban en el Paraguay y los _charrúas_
en el Uruguay. Según las crónicas, dichas razas eran salvajes.
Añadiremos a lo expuesto que habiendo fundado Sebastián Gaboto la
fortaleza que llamó _Sancti Spíritus_, su sucesor Pedro de Mendoza
dispuso que Juan de Ayolas continuara en el Paraguay la obra comenzada
por dicho Gaboto. En efecto, Ayolas remontó el río Paraná con tres
bergantines y sufrió grandes trabajos a causa de los vientos y las
lluvias. Perdió un bergantín y quedaron mal parados los otros. Aunque
parte de la expedición saltó a tierra, unos y otros, lo mismo los
de tierra que los del río, padecieron horriblemente «por la falta
extrema de comida, que si Dios Nuestro Señor no los socorriera, veían
claramente su muerte...»[241].

       [241] Herrera, _Década V_, lib. X, cap. XV.

Continuó su camino, encontrando frío recibimiento de parte de algunos
indios y ruda oposición de parte de otros. Viendo D. Pedro de Mendoza
que no volvía Ayolas, envió en su seguimiento al capitán Juan de
Salazar de Espinosa. Ayolas, no sin pelear con los caciques Lambare y
Nandúa en el valle de Guarnipitán, pudo gozar de alguna tranquilidad.
Allí mismo echó los cimientos de la capital. «Fundóla--_dice la
Descripción universal de las Indias_--Juan de Salazar, capitán del
gobernador D. Pedro de Mendoza, por el año de 36 o 37[242], con poder
de Juan de Ayolas, que quedó en lugar de Mendoza, en el sitio y comarca
donde ahora está, que antiguamente se llamaba Alambaré, del nombre
de un cacique principal de la comarca que comunmente se llama ahora
Paraguay, por el río que pasa por ella, y llamóla del nombre que ahora
tiene por haberse comenzado a fundar el día de la _Asunción_.» Continuó
Ayolas remontando el Paraguay, fondeó en la Candelaria y al frente de
unos 300 españoles--pues como jefe de las embarcaciones dejó a Domingo
Martínez de Irala--, emprendió (12 febrero 1537) un viaje al Perú por
tierra, atravesando las provincias de Chiquitos y de Santa Cruz de la
Sierra, retrocediendo luego y siendo, por último, asesinado por los
indios guanaes, como antes se dijo.

       [242] El 15 de agosto de 1536.

Durante el siglo XVI el Gobierno de la Asunción ejerció jurisdicción en
todo el Río de la Plata.

Alvar Núñez Cabeza de Vaca era el nombre del nuevo Adelantado que
nombró Carlos I. Nuestro andaluz caballero gozaba de justa fama
desde que había hecho una expedición a la Florida. Salió de Sanlúcar
y desembarcó en la costa Sur del Brasil. Emprendió poco después
su viaje por tierra con 300 hombres y 36 caballos, y siguiendo la
corriente del río Iguazú, llegó hasta las orillas del Paraná y en
seguida a la Asunción, no perdiendo un solo hombre, sin embargo de lo
árduo y peligroso del camino. Nombró Alvar Núñez maestre de campo al
capitán Irala, encargándole que buscase la comunicación con el Perú.
El mismo salió poco después (septiembre de 1543) a la cabeza de 400
españoles en busca de ricas minas, que no tuvo la dicha de encontrar.
Reconoció el alto Paraguay. Vióse obligado a dar la vuelta a la
Asunción por la resistencia de los naturales, la escasez de víveres y
las fiebres reinantes en aquellos lugares. Con una nobleza digna de
encomio, Alvar Núñez se puso al lado de los indígenas y en contra de
los conquistadores, que, instigados por el contador Felipe Cáceres,
tramaron una conjuración, viéndose obligado el valeroso Adelantado a
rendir su espada a D. Francisco de Mendoza. Alvar Núñez fué mandado a
España, encargándose del mando de la colonia D. Domingo Martínez de
Irala.

No se olvide que Irala marchó (1548) al Perú, volviendo a la Asunción,
donde reinaba la anarquía. Después de poner paz, de ensanchar sus
conquistas, fundar nuevas poblaciones, dar ordenanzas administrativas
y ver cómo se realizaban sus deseos con la creación del obispado de
la Asunción, pasó de esta vida a la otra. Tras el gobierno de Salazar
Espinosa y de otros menos importantes, vino, por renuncia de Torres de
Vera en 1591, Hernando Arias de Saavedra, nacido en la Asunción. Duró
su administración dos años, siendo reemplazado por Zárate y algunos
más, hasta que volvió (1601) dicho Arias de Saavedra, que, entre otras
cosas llevadas a cabo, realizó una expedición al Chaco y llamó por
primera vez a los hijos de Loyola para catequizar a los infieles.
Después de otros gobernadores, volvió Arias de Saavedra por tercera vez
en 1615. Pasados cinco años, las provincias que formaban la capitanía
general de Buenos Aires se dividieron en dos gobiernos: el del Paraguay
y el citado de Buenos Aires (1620). Ambas provincias formarían parte
del virreinato del Perú.

Habremos de recordar que encargado del gobierno Juan de Garay (1576),
aunque con carácter provisional, si nada hizo de particular en el
Paraguay, luego dejó honda huella en la Banda Argentina, siendo--como
sabemos--la más notable la reedificación de Buenos Aires, año 1580.

De la Banda Oriental o tierra situada en la margen Oriental del río
Uruguay (hoy República del Uruguay)[243], sólo diremos que, después
de descubiertas las costas del Uruguay por Juan Díaz de Solís (1512),
todavía, sin embargo de la fertilidad del territorio, permaneció un
siglo abandonado de los españoles. Los misioneros primero y luego
los españoles de Buenos Aires dedicados al pastoreo, comenzaron a
establecerse en la Banda Oriental. Tiempo adelante los portugueses
(del Brasil) fueron poco a poco penetrando en dicho territorio,
encontrándose con la oposición de los gobernadores españoles de Buenos
Aires.

       [243] La tierra del otro lado del río se la denominó Banda
       Argentina.

Aunque los españoles fueron los primeros descubridores del Brasil--como
ya hicimos notar en el tomo I de esta obra--, Portugal estableció
factorías en las costas del país y lo consideró como suyo, en virtud,
no de la Bula primera de Alejandro VI, sino de la segunda. Por la
primera, otorgada el 3 de mayo de 1493, confirmaba el Papa a los reyes
de Castilla en el derecho de posesión de las tierras ya descubiertas
y de las que se descubriesen en lo sucesivo; y por la segunda, cuyo
contenido es bastante extraño, el Pontífice, para evitar las cuestiones
que se pudieran suscitar entre españoles y portugueses, trazó una
línea imaginaria de polo a polo, declarando pertenecer a los españoles
todo lo que descubriesen al Occidente, y a los portugueses todo lo que
descubriesen al Mediodía. Añadiremos a lo que acabamos de exponer y
a lo que expusimos en el primer tomo, lo siguiente: la primera línea
de demarcación no llegaba a la posición del Brasil; pero llevada la
segunda a 370 leguas al Oeste de la isla más occidental de Cabo Verde,
entraba ya en tierras americanas, en particular si se contaba en leguas
portuguesas, como también si se atendía a las cartas de los cosmógrafos
portugueses que colocaban el Brasil más al Este de su verdadera
situación. No cabe duda alguna que antes de terminar el primer tercio
del siglo XVI, Portugal tenía establecimientos--colonización dirigida
por Martín Alfonso de Souza--en Santa Cruz de Porto Seguro, en Santa
Catharina y en la isla de San Vicente. «Los primeros colonos del
Brasil--escribe el historiador Oliveira Lima--fueron deportados que
el Gobierno portugués desembarcaba allí por la fuerza, generalmente
en grupos de a dos, para aprender la lengua de la tierra y servir de
intérpretes a las futuras expediciones; aventureros que no retrocedían
ante la soledad moral; marinos sobrevivientes de naufragios, bastante
frecuentes en los escollos de la costa, de las embarcaciones enviadas
para efectuar reconocimientos o cargar; en fin, especuladores
dispuestos a ganar en todo y que se dejaban seducir por los atractivos
de la barbarie. El número de esos colonos aumentaba todos los años, así
como también los que sólo iban allá como aves de paso.»

Ya sabemos que las primitivas tribus encontradas en el Brasil por los
portugueses fueron las de los tupís y tapuyas. «Podemos sentar--escribe
un historiador del Brasil--que la única creencia fuerte y segura que
tenían los indios era la de la obligación de vengarse de los extraños
que ofendían a cualquiera de su tribu. Este espíritu de venganza,
llevado al exceso, era su verdadera fe.»

Además de los mencionados aventureros fueron muchos buscando el palo
del Brasil, a los cuales acompañaron pronto algunos portugueses
perseguidos por los tribunales de justicia, y también no pocos
israelitas de los que D. Manuel _el Afortunado_ (1495-1521),
aconsejado por su mujer D.ª Isabel, perseguía con encono. Del mismo
modo, las armadas de la India solían dejar algún colono en el Brasil.
Ensanchóse algo más el comercio, cuando no sabemos quién--pero tal
vez un madeirense--plantó la caña de azúcar. Fomentóse con lucrativos
productos la cría de ganado lanar. Aunque algunas veces se opusieron
los indígenas (tapuyas, tupís y otros) a los colonos, la dominación
del país por los portugueses se realizó con poco trabajo. Hasta el
reinado de Juan III (1521-1557) no se decidió Portugal a dedicarse
por completo a la colonización del Brasil. Resolvióse a ello en vista
de los numerosos navíos extranjeros, particularmente franceses, que
frecuentaban la costa para proveerse de madera tintórea. El Gobierno
portugués, con poderosa flota, envió a Martín Alfonso de Souza,
quien fundó el puerto de San Vicente y tierra adentro la villa de
Piratininga. Advertido Juan III de nuevas tentativas de parte de los
franceses, dividió el país en 12 capitanías hereditarias que serían
dadas a personas que pudieran colonizarlas.



CUARTA ÉPOCA

GOBIERNOS COLONIALES



CAPITULO XIII

  LOS FRANCESES E INGLESES EN EL NUEVO MUNDO.--POLÍTICA DE LUIS XIV
  EN EL CANADÁ.--EL VICARIO LAVAL.--TERREMOTO DE 1663.--COMPAÑÍA
  DE LAS INDIAS OCCIDENTALES.--EL INTENDENTE TALON Y EL GOBERNADOR
  FRONTENAC.--POLÍTICA DE GUILLERMO III.--FRANCESES E INGLESES
  EN EL CANADÁ.--EXPEDICIÓN DE LA SALLE.--GUERRA ENTRE FRANCIA E
  INGLATERRA.--PRIMERA GUERRA INTERCOLONIAL.--FRONTENAC EN GUERRA CON
  LOS INGLESES E IROQUESES.--LOS INGLESES EN EL CANADÁ.--ULTIMOS AÑOS
  DE LA ADMINISTRACIÓN DE FRONTENAC.--PAZ.--LOS MISIONEROS.--SEGUNDA
  GUERRA INTERCOLONIAL: TOMA DE PORT ROYAL.--COMPAÑÍA DEL
  MISSISSIPÍ.--LA LUISIANA.--TERCERA GUERRA INTERCOLONIAL: CONQUISTA
  DE LOUISBOURG.--COLONIZACIÓN.--CUARTA GUERRA INTERCOLONIAL.--LOS
  FRANCESES EN GUERRA CON LOS INDIOS Y CON LOS INGLESES MANDADOS
  POR WASHINGTON: BATALLA DE MONONGAHELA.--GUERRA EN 1756, 1757
  Y 1758.--QUEBEC, MONTREAL Y OTRAS PLAZAS EN PODER DE LOS
  INGLESES.--TRATADO DE PARÍS.--EL CANADÁ, COLONIA DE INGLATERRA.


Era diferente la política de los franceses en el Canadá a la de los
ingleses en sus respectivas colonias. La colonia de la Nueva Francia
(Canadá), tenía por metrópoli una monarquía teocrático-feudal, tan
intolerante en religión como enemiga de las libertades populares. En
nombre de la religión se impuso la tiranía a los indios, lo mismo en
las colonias francesas que antes en las españolas, sin comprender que
el verdadero espíritu religioso no es cortesano, ni tiene nada que
ver con el Estado, ni con los Reyes. Las colonias de la Gran Bretaña
(Estados Unidos) encontraron en su metrópoli un gobierno liberal en
política y enemigo casi siempre de las persecuciones religiosas.

En tanto que los franceses intervenían en las querellas interiores
de los indígenas, poniéndose al lado de los unos o de los otros, los
ingleses apenas se cuidaban de los asuntos de los indígenas, excepto
para castigarlos si les molestaban con sus depredaciones. Si las
colonias francesas vivían todas en armonía y respetaban las decisiones
del gobierno de París, las colonias inglesas, por el contrario,
carecían entre sí de todo lazo de unión, hasta el punto que estaban
celosas unas de otras y recibían fríamente las órdenes del gobierno de
Londres.

Al paso que los franceses del Canadá, ocupados en el comercio de
pieles, adquirían carácter guerrero y estaban afanosos de aventuras,
las colonias de Nueva York, Massachusetts, New-Hampshire y otras eran
enemigas de la guerra y sólo querían que las dejasen tranquilas en
sus industrias agrícolas. Las expediciones francesas se hicieron con
consentimiento y aun con ayuda de la Corona, a la cual se hallaban
sujetas, mientras las inglesas gozaron de completa libertad, no
comprometiendo nunca el nombre del Estado ni el de la metrópoli. El
gobierno de Francia, por último, no impidió que fuesen al Canadá
aventureros y viciosos, al paso que el gobierno de la Gran Bretaña tuvo
empeño en poblar sus colonias de gente laboriosa, inteligente y de
puras costumbres.

Por estas razones y otras, no es de extrañar que en las guerras que
sobrevinieron entre franceses e ingleses con los indios, los primeros
mostraran espíritu más intolerante que los segundos.

También haremos notar que, cuando estalló el conflicto entre Francia
e Inglaterra, los indígenas, en general, se pusieron en contra de la
primera de aquellas naciones.

Consideremos el Canadá o Nueva Francia bajo el reinado de Luis XIV.
La política de Colbert, excelente ministro de Hacienda, influyó en
el engrandecimiento interior y exterior de Francia. También hubo de
fijarse muy especialmente en los asuntos de América. Cuando Argenson
se hallaba al frente del gobierno del Canadá, fué nombrado vicario
general apostólico Francisco J. de Laval Montmorency (1659). Ambos eran
personas distinguidas, inteligentes y piadosas. Sin embargo, sobrevino
formal rompimiento entre los dos, viéndose obligado a dimitir el
Gobernador. Nombrado como sucesor el barón Dubois de Avangour, tampoco
tuvieron simpatías el nuevo gobernador y el vicario general, hasta el
punto que Dubois hubo de retirarse a Francia. Aunque Laval, autorizado
por el Rey, nombró a Mezy representante del poder civil, pronto lo
exoneró de su cargo. El vicario general, que era decidido campeón de la
cultura del país, tenía el apoyo de los jesuítas, quienes influyeron
para que aquél fuese preconizado obispo de Quebec.

Por entonces (mes de febrero de 1663), se produjo violento terremoto en
el Canadá. Afortunadamente, no hubieron desgracias personales, ni las
pérdidas materiales fueron muchas.

En el citado año de 1663, la famosa Compañía de Nueva Francia se
declaró insolvente e hizo entrega al Rey de todos sus derechos. La
verdad es que siguió la misma conducta que las compañías anteriores,
o lo que es lo mismo, consideró el comercio como objeto principal y
casi exclusivo. Además, aunque se había comprometido a transportar al
Canadá en 15 años 4.000 colonos por lo menos, el censo de 1666 arrojó
apenas 3.500. Aceptó el Rey la entrega, y, siguiendo el mismo ejemplo
de Richelieu, dispuso el establecimiento de poderosa compañía a la cual
denominó _West India Company_ (Compañía de las Indias Occidentales).
Creía que una Compañía mayor conseguiría ventajas no logradas por
una menor. El inspirador de la idea y el consejero del monarca fué
Colbert. De la misma manera que el prestigio de Richelieu no bastó a
salvar del fracaso la Compañía de Nueva Francia, tampoco el talento
de Colbert unido al del gran Rey pudieron sacar a flote a la Compañía
de las Indias Occidentales. Se proponía con todo empeño la Compañía
del Oeste (24 mayo 1664), promover el comercio entre Francia y la
costa occidental del Africa, desde el Cabo Verde hasta el de Buena
Esperanza, con América desde el río de las Amazonas hasta el Orinoco y
las Antillas, y en el Norte desde la Florida hasta la bahía de Hudson.
Concediósele a la Compañía del Oeste todos los derechos de soberanía
y además el del comercio exclusivo de pieles por 40 años. Si luego se
quitó a la sociedad el citado privilegio exclusivo del comercio de
pieles, se le dieron otros privilegios.

Luis XIV, queriendo hacer del Canadá otra Francia, comenzó nombrando
gobernador al señor de Courcelles, intendente a Juan Talon y jefe
militar al teniente general marqués de Tracy. Nobles, colonos y
soldados se dirigieron al Nuevo Mundo; también mujeres jóvenes para
que allí se casaran y fundasen familias. Mandáronse ganados de cría de
todas clases. Si en cierta ocasión el marqués de Tracy y Courcelles,
a la cabeza de buen número de soldados, salieron de Quebec para
castigar a los iroqueses, se contentaron con arrasarles varias chozas.
Tracy regresó pronto a Francia. Courcelles y Talon quedaron en sus
respectivos puestos. Talon hizo construir buques, envió ingenieros
que descubrieron diferentes minas, alentó a los industriales para que
se dedicasen a la fabricación de paños, de curtidos, de calzado, de
jabón, etcétera. Intentó abrir un camino terrestre para que la Nueva
Francia se comunicara con la Nueva Escocia o Acadia, como también otros
proyectos de importancia. Al mismo tiempo Luis XIV se cuidó de enviar
colonos, lo mismo hombres que mujeres, al Canadá.

El primer gobernador de Nueva Francia, digno de ocupar puesto
preeminente en la historia de aquellos países, fué Luis de Buade,
conde de Frontenac. Obtuvo su nombramiento el año 1671 y llegó al
Canadá el 1672. El insigne intendente Juan Talon regresó a Francia poco
después de la llegada de Frontenac. Este, hijo de familia distinguida,
fué comandante del regimiento de Normandía a la edad de veintitrés
años, y mariscal (capitán general) tres años después. Era hombre de
regular ilustración, elegante, de claro juicio y de carácter. Aunque
acostumbrado al fausto de los salones de Versalles y de Saint-Germain,
se alojó y vivió contento en la modesta morada de Quebec. Intentó
organizar el Canadá, bajo el punto de vista político, constituyendo los
tres brazos siguientes: nobleza, clero y pueblo. Formóse el pueblo con
los comerciantes y demás ciudadanos con casa abierta. Creyó el conde
de Frontenac completar su obra reuniendo el Parlamento (23 octubre
1672) en Quebec con toda solemnidad. Por cierto que el Parlamento
estableció en Quebec una corporación municipal, institución que no fué
del agrado de Colbert, según el ministro de Luis XIV manifestó al mismo
Frontenac. Este, que era ante todo valeroso soldado, estableció buenas
relaciones con los iroqueses, si bien no pudo entenderse ni con el
obispo Laval ni con el intendente Duchesneau, sucesor de Talon. A tal
extremo llegaron las disputas entre el gobernador y el intendente, que
el gobierno central hubo de destituirles en 1682. Mr. de la Barre, que
gobernó tres años, y el marqués de Denonville, que ejerció cuatro el
cargo, nada hicieron de particular, sucediéndoles nuevamente Frontenac
cuando contaba setenta años. El mismo día de su salida de Francia (5
agosto 1689) se verificó en Lachine terrible matanza realizada por los
iroqueses.

Respecto a la política de Inglaterra, Guillermo III de Orange
(1689-1702) señala un cambio--aunque no tan radical como podía
esperarse--en las relaciones de la metrópoli con las colonias. Cuando
Jacobo II tuvo que dejar la corona y se retiró a Francia, el Parlamento
eligió al Príncipe de Orange. «Al resolver de este modo, dice Mr.
Brancroft, los representantes del pueblo inglés, se arrogaban el
derecho de juzgar a sus reyes; al declarar el trono vacante, anulaban
el principio de legitimidad; al desechar una dinastía por haber
profesado la fe romana, no sólo se tomaban el derecho de interpretar el
primitivo contrato, sino que introducían en él nuevas condiciones; al
elegir un Rey, convertíanse en sus constituyentes, y el Parlamento de
Inglaterra llegó a ser la fuente de la soberanía para el pueblo inglés.»

Así como no existían las mejores relaciones entre Luis XIV y Guillermo
III, tampoco existían entre los franceses e ingleses del Canadá. Los
colonos franceses se proponían monopolizar el comercio de peletería,
seguro medio de comunicación con el Mississipí, para arrojar después a
los ingleses de las pesquerías de Terranova, en tanto que los colonos
ingleses intentaban también expulsar a sus enemigos del país.

Cuando se presentía próxima guerra entre Francia e Inglaterra,
Luis XIV propuso a Guillermo III que se conservasen neutrales sus
respectivas colonias, proposición que fué desechada por el rey de la
Gran Bretaña. No debe olvidarse que Luis XIV vió con malos ojos el
destronamiento de Jacobo II y el triunfo de Guillermo III de Orange.

Al lado del preclaro nombre de Frontenac brilla el de Juan Talon, el
gran intendente del Canadá. Talon encontró poderoso y decidido auxiliar
en Roberto Cavelier de La Salle, excelente discípulo de los jesuítas y
a quien ya hubimos de citar en el capítulo II de este tomo. Fundó en
el Canadá la colonia de Lachine, que es a la sazón la ciudad del mismo
nombre. La Salle recorrió el río Ohío y descubrió probablemente el
Illinois, echando los cimientos de una ciudad que tomó el nombre del
descubridor de dicho río.

Luis Joliet, discípulo también de los jesuítas, después de subir por el
río San Lorenzo, pasar por el lago Ontario y luego por el Erié, llegó
por tierra hasta el Illinois, donde volvió a embarcarse, tal vez en el
mismo sitio que actualmente ocupa la ciudad de Joliet, llamada así en
honor del ilustre viajero.

Fijándonos muy especialmente en La Salle, bien será decir que por
entonces (1673) se ocupaba de varios proyectos en su posesión de
Lachine, siendo el principal la colonización y gobierno de la cuenca
del Mississipí hasta las playas del golfo de México. El proyecto fué
aprobado por el conde de Frontenac. Luego que el ilustre La Salle
hizo construir a orillas del lago Ontario una fortaleza que denominó
Frontenac y que fué el comienzo de la ciudad conocida hoy con el
nombre de Kingston, marchó a Francia, donde el Rey le concedió honores
y extensos territorios en la comarca del fuerte de Frontenac. Volvió
a América, y en el término de dos años había fundado dos pequeñas
aldeas, una de franceses y otra de iroqueses; había hecho construir
cuatro buques; había organizado una misión, etc., pudiendo regresar en
el otoño de 1677 a Francia. Apoyado por el ministro Colbert, Luis XIV
autorizó a La Salle para hacer toda clase de exploraciones, construir
fortalezas, extender el comercio de pieles de búfalo y organizar la
administración pública; pero todo a sus expensas y en el término de
cinco años. Regresó a América, llevando en su compañía a un oficial
italiano llamado Enrique de Tonti, hombre emprendedor y de excelentes
cualidades. La Salle construyó un fuerte, que era una barrera contra
los iroqueses, no lejos del Niágara (que une los lagos Ontario y Erié);
hizo construir un buque, el primero de vela que surcó las aguas del
lago Erié, botado al agua el 1679 y que recibió el nombre de _Griffin_.
Dispuso La Salle que se embarcase en el _Griffin_ rico cargamento de
pieles para ser trasladado de una de las islas a Quebec. Perdido el
buque y el cargamento, esta pérdida fué el principio de las muchas
desgracias que desde entonces persiguieron a La Salle. En seguida otro
buque que le llevaba de Francia objetos y cosas necesarias, se perdió a
la entrada de San Lorenzo. Después de construir el fuerte de Crevecœur
en el actual Estado de Illinois, se dirigió en busca de noticias del
_Griffin_ a la fortaleza Frontenac y a Montreal, cuyo largo y peligroso
camino recorrió a pie. Apresuradamente volvió de Montreal a Crevecœur
con el objeto de castigar una sedición de su misma gente. Presos los
traidores, se embarcó en canoas para hacer un viaje de exploración del
Mississipí, llegando el 6 de abril de 1682 a la desembocadura de dicho
río. El 9 del mismo mes y año tomó posesión del territorio comprendido
entre la Florida y México en nombre de Luis XIV, en cuyo honor lo llamó
_Luisiana_. Apenas hubo regresado de este viaje, se dedicó, ayudado
de su teniente Tonti, a fundar a orillas del Illinois, una colonia
franco-india, y algo más abajo, en las riberas del Mississipí, el
fuerte (hoy ciudad de San Luis) a cuyo amparo se establecieron muchas
familias indias. En el año 1683 volvió a Francia para dar cuenta al
Rey de sus nuevos proyectos, recibiendo mayores auxilios. Con ellos
se dirigió por última vez a América. Cuando se disponía a proseguir
sus descubrimientos, cuando había dado paz y orden a los nuevos países
y cuando veía con satisfacción que reinaba en las pequeñas colonias
respeto a la autoridad y amor a la justicia, se sublevó su gente y fué
asesinado. La Salle fué descubridor, colonizador y excelente hombre de
gobierno.

_Primera guerra intercolonial._--Hacia mediados de octubre de 1689
llegó al Canadá o Nueva Francia el conde de Frontenac, reelegido
Gobernador de la colonia. Rotas las relaciones entre Francia e
Inglaterra, Frontenac consideró deber suyo llevar la guerra a las
colonias inglesas. Deseaba además vengarse de la mencionada matanza
de Lachine y de todos los daños y perjuicios que antes sufriera el
Canadá por los ataques de los iroqueses, amigos de la Gran Bretaña.
Tres fueron las invasiones principales. Dirigió Frontenac la primera
contra el pequeño pueblo de Schenectady, situado sobre el Mohawh. A
media noche, y en el rigor del invierno, cuando dormían tranquilos y se
creían seguros de todo ataque, cayeron sobre ellos franceses e indios.
Las casas fueron saqueadas; hombres, mujeres y niños murieron bajo los
golpes del _tomahawk_. Acto continuo los salvajes pegaron fuego al
pueblo, y los pocos que pudieron salvarse, emprendieron la fuga medio
desnudos, a través de los campos cubiertos de nieve, para refugiarse en
Albania. En las dos expediciones siguientes también llevaron consigo
el espanto y la muerte, logrando reanimar el espíritu decaido de los
canadienses, convencer a los iroqueses que poco o nada podían esperar
del apoyo de Inglaterra e inducir, por último, a los indios abenakis,
de la raza algonquina, que estaban asentados en la cuenca del río
Kennebec, a renovar sus ataques a los colonos fronterizos ingleses por
el lado Norte y Noroeste.

Los franceses, sin embargo, no consiguieron atraerse el ánimo de los
iroqueses. Se recordará a este propósito que de los tres enviados por
Frontenac en señal de amistad al campo de los salvajes, dos fueron
quemados, y el tercero, después de ser brutalmente apaleado, lo
entregaron como prisionero a los ingleses.

Los ingleses de los Estados Unidos, apoyados por los iroqueses, se
decidieron también a hacer expediciones al Canadá. Bajo la jefatura
de Fitz John Winthrop, de Connecticut, se dirigieron a territorio
canadiense. Aquel jefe destacó a uno de sus capitanes, quien penetró en
dicho país e hizo unos pocos prisioneros y degolló unas cuantas cabezas
de ganado. Si la expedición anterior contra Montreal no dió resultado
alguno, tampoco otra, organizada por la colonia de Massachusetts,
compuesta de varios buques y mandada por Guillermo Phipps, marino de
mucha fortuna y gobernador de la citada colonia. Desembarcó el 11 de
mayo de 1690 en el puerto de Port-Royal, plaza principal de Acadia
(Nueva Escocia) y se apoderó de todo el territorio sin derramamiento de
sangre; pero le faltaron tropas y dinero para asegurar su conquista.
Decidióse Phipps a realizar una expedición contra Quebec, ya que la
anterior le había salido perfectamente. El 9 de agosto la escuadra,
compuesta de unos 32 navíos y más de 2.000 hombres, se hizo a la
vela, y al cabo de algunas semanas, echó anclas un poco más abajo de
la citada ciudad. Esta vez le salió mal la empresa[244]. El conde
de Frontenac logró dispersar y destruir en gran parte la escuadra
enemiga, teniendo que volver Phipps al puerto de Boston en desastroso
estado. Frontenac comunicó la noticia a Francia. Luis XIV, para
conmemorar suceso tan fausto, hizo acuñar una medalla con la siguiente
inscripción: _Francia in novo orbe victrix: Kebeca Liberata A. D. M.
D. C. X. C._ Al mismo tiempo se mandó erigir una iglesia en la ciudad
dedicada a _Nuestra Señora de las Victorias_.

       [244] El obispo Laval llegó a decir que si la flota, detenida
       por contrarios vientos al remontar el San Lorenzo, hubiera
       realizado el viaje una semana antes, hubiera caído Quebec en
       poder de los enemigos.

Los últimos años de la segunda administración de Frontenac fueron
notables, ora por la guerra de fronteras, ora por las negociaciones
entre indios amigos y enemigos de Francia. La paz de Ryswick, firmada a
últimos del año 1697, terminó la guerra con los ingleses e iroqueses.
Murió Frontenac el 18 de noviembre de 1698[245].

       [245] Véase _The Canadá Year Book_, 1913.

Si los misioneros jesuítas, teniendo presente que el cristianismo no
vino a esclavizar a los hombres, sino a redimirles, penetraron en las
selvas desafiando la inclemencia de la naturaleza y la barbarie de
los indios para llevar a estos últimos la verdad evangélica, también
a veces no cumplieron con su deber, pues considerándose dueños de
aquel territorio, veían con malos ojos a los frailes de las diferentes
órdenes religiosas, a los comerciantes, a los militares, a todos, en
una palabra, que no eran hijos de San Ignacio de Loyola.

Pasamos a estudiar la _segunda guerra intercolonial_. En el año 1702
hiciéronse apresuradamente preparativos para renovar la lucha. El
marqués de Vandreuil, gobernador de la Nueva Francia, consiguió la
neutralidad de los iroqueses. Envió, siguiendo el sistema del conde de
Frontenac, partidas de franceses e indios contra los colonos ingleses
fronterizos, bandas de asesinos que cometían las crueldades más
horrorosas. La aldea de Deerfield fué entregada a las llamas (1704),
después de matar a 50 de sus habitantes y coger prisioneros 100, a
quienes condujeron al Canadá a través de los bosques, cubiertos de
nieve. Las mujeres y los niños que no podían recorrer las 300 millas,
eran muertos. La aldea de Haverhill, tiempo adelante, sufrió la misma
suerte (1708); cincuenta de sus habitantes perecieron bajo los golpes
del hacha o abrasados dentro de sus casas. Por entonces se elevó a la
reina Ana una solicitud para que ordenara la conquista definitiva de
todas las posesiones francesas con el objeto de terminar de una vez la
guerra. Accedió la Reina, y en 1710 los ingleses, ayudados por fuerzas
coloniales, comenzaron guerra devastadora. Se apoderaron de Port Royal,
cuya fortaleza tomó el nombre de Annapolis, en honor de la reina Ana.
En 1711 una gran expedición que se dirigía contra Montreal hubo de
zozobrar en el río Saint Lawrence. El tratado de Utrech (1713) puso fin
a la segunda guerra intercolonial. Los colonos obtuvieron considerables
ventajas, puesto que se les concedió completa posesión de la bahía de
Hudson, el comercio de peletería y todo el territorio de Terranova,
dejando a los franceses determinados privilegios en las pesquerías, y
el territorio de Acadia que recibió el nombre de _Nova Scotia_.

Entre la segunda y la tercera guerra ocurrieron sucesos de no escaso
interés. Fueron los principales la cuestión de límites entre franceses
e ingleses y entre ingleses entre sí.

Conviene no olvidar que corría el 1712 cuando Luis XIV cedió a un
comerciante llamado Crozat el monopolio del comercio con la Luisiana;
pero habiendo renunciado poco después el dicho comerciante el
privilegio, el gobierno de Francia lo cedió a una sociedad colectiva
llamada _Compañía del Mississipí_, a cuya cabeza se puso el famoso
hacendista Juan Law, quien pudo conseguir que fuesen algunos colonos
(1717) y fundaran la ciudad de _Nueva Orleans_, llamada así en honor
del Regente Duque de Orleans. A la gran quiebra de Law sucedió la
caída de la Luisiana. A una espantosa miseria sucedió el levantamiento
de los indios nachez, quienes degollaron a unos 200 franceses,
libertándose los habitantes de Nueva Orleans por la distancia que
separaba la ciudad del interior. Vengáronse luego los franceses casi
exterminando el pueblo nachez. Vendieron más de 400 prisioneros, que
redujeron a la esclavitud, entre ellos el cacique, en la isla de Haití.
En el año 1732, habiendo renunciado la Compañía del Mississipí a su
privilegio, la Luisiana pasó a depender directamente de la Corona. Una
campaña contra los indios chícaras, hecha en 1736 por los franceses,
fué funesta a los últimos, porque entre otros cayeron prisioneros
Artaguette, jefe de la expedición, y un jesuíta; los dos fueron
quemados a fuego lento. También vengó Francia la muerte de los suyos,
porque mandó un ejército en 1739 que casi exterminó a los chícaras.

Corta fué la _tercera guerra intercolonial_. En tanto que ardía la
guerra en Europa, Shirley, gobernador de Massachusets, se propuso,
mediante una flota compuesta de diez buques con 3.000 hombres,
conquistar la plaza francesa de Louisbourg, en la isla de Cabo Bretón,
cuyo gobernador era Duchambon. El 30 de abril de 1745 llegaron delante
de la plaza de Louisbourg, logrando apoderarse de ella el 17 de junio,
después de corta y débil resistencia. Aunque posteriormente numerosa
flota francesa con tropas veteranas mandadas por el duque d'Anville,
intentó recuperar a Louisbourg, no lo pudo conseguir. Firmóse la paz
de _Aix-la-Chapelle_ (Aquisgrán), y por una de las cláusulas del
tratado, se restituía a los franceses la citada plaza, hecho que causó
profunda indignación en los habitantes de Nueva Inglaterra. Terminó en
octubre de 1748 la lucha entre franceses e ingleses, sin que pudiera
decirse--como escribe Spencer--que estuviese completamente asegurada
la paz, pues sólo en la cuestión de límites germinaba la semilla
de futuras luchas, que únicamente podían terminar con el absoluto
dominio del partido más fuerte. La conquista del Canadá era el sueño
dorado, tanto del gobierno inglés como de las colonias del Norte,
cuyos habitantes deseaban verter su sangre y gastar sus riquezas para
alcanzar la realización de su deseo, excitado doblemente con el feliz
éxito de la toma de Louisbourg[246].

       [246] _Historia de los Estados Unidos_, tomo I, pág. 180.

Continuaron adelantando, lo mismo las colonias francesas que las
inglesas, particularmente las últimas. Franceses e ingleses, colonos
franceses y colonos ingleses nunca habían simpatizado y pronto
debían comenzar la lucha final, resolviéndose entonces la cuestión
de predominio entre los dos partidos beligerantes. Debe no olvidarse
que si los ingleses y los franceses se cuidaban de sus respectivos
derechos, apenas hacían caso de los correspondientes a los indígenas,
que eran más legítimos y justos. «En noviembre de 1749, cuando el
infatigable Girt se ocupaba por cuenta de la Compañía del Ohío en medir
las tierras que se hallan al Sur de aquel río hasta Kanawha, el viejo
jefe Dalaware, al observar lo que hacía Girt, le dijo: _Los franceses
reclaman todo el terreno que hay a un lado del Ohío, mientras los
ingleses piden el que está al otro; y en este caso, ¿queréis decirme
qué quedará para nosotros los indios?_ ¡Pobres salvajes! exclama
Mr. Irving; entre sus _padres_, los franceses, y sus _hermanos_,
los ingleses, estaban en camino de verse completamente despojados
de su país»[247]. Sin cuidarse para nada de los indígenas, lo mismo
franceses que ingleses reclamaban territorios y más territorios,
como país conquistado, fijándose sólo en el derecho del más fuerte.
«Seguros ya los franceses en el Oeste--escribe con mucho acierto Mr.
Parkman--trataron después de estacionarse en las corrientes del río
Ohío, y hacia el año de 1748, el sagaz conde Galissoniere propuso
traer diez mil labradores de Francia y establecerlos en el valle de
aquel magnifico río y en las orillas de los lagos. Pero mientras que
en Quebec y en el castillo de San Luis proyectaban los militares y
hombres de Estado estas empresas, Inglaterra continuaba silenciosamente
su progreso por la parte del Oriente. Ya las colonias británicas iban
extendiéndose a lo largo del valle de Mohawk, subiendo por la falda
oriental del Alleganies, y los golpes del hacha, en medio de los
bosques, y las negras espirales del humo de las hogueras, eran los
precursores de la futura colonización. Mientras en uno de los lados
del Alleganies se ocupaba Celeron de Bienville en enterrar planchas
de plomo con las armas de Francia, los arados de los labradores de
Virginia iban adelantando cada vez más, acercándose por lo tanto el
momento de encontrarse ambas potencias»[248].

       [247] Spencer, ob. cit., tomo I, págs. 222 y 223, nota.

       [248] _Hist. de la conspiración de Pontiac_, pág. 56.

La _cuarta y última guerra intercolonial_ tiene suma importancia. En
el año 1753, fuerzas francesas habían pasado el lago Erié, llegando
hasta los afluentes septentrionales del Ohío. Dimwiddie, gobernador de
Virginia, mandó a Jorge Washington, joven de veintiún años de edad,
que en compañía de Van Braam, soldado veterano que debía servirle
de intérprete, se presentase al jefe de la fuerza francesa para
hacerle saber que el territorio ocupado pertenecía a la corona de
Inglaterra[249].

       [249] Jorge Washington nació el 22 de febrero de 1722 en el
       Potomac, condado de Westmoreland (Virginia).

Salió Washington de Williamsburg el 30 de octubre de 1753 y, después
de largo camino, llegó a presencia de M. de Saint Pierre, comandante
francés de un puesto que se hallaba a 15 millas del lago Erié. Saint
Pierre contestó que el gobernador del Canadá le había confiado la
conservación de aquel puesto, el cual no abandonaría sin una orden
superior. Con la respuesta por escrito volvió el joven embajador,
llegando a Williamsburg el 16 de enero de 1754. Añade míster Irving:
«La prudencia, sagacidad y energía de Washington se pusieron a prueba
más de una vez durante aquella expedición, que puede considerarse como
el principio de su afortunada carrera, puesto que desde aquel momento
Virginia depositó en él todas sus esperanzas.» Al año siguiente se
rompieron las hostilidades entre franceses e indios por una parte, e
ingleses por otra.

Washington, habiendo muerto el coronel Fry, se puso al frente de los
ingleses y dió pruebas de mucho valor y de no poca inteligencia, si
bien no fué satisfactorio el resultado de su primera campaña, a causa
de que las fuerzas de los franceses eran bastante más considerables que
las suyas.

Al mismo tiempo se reunieron en Albania (junio de 1754) varios comités
que enviaban las asambleas coloniales de Nueva York, Pennsylvania,
Maryland y Nueva Inglaterra, ya para renovar tratados de amistad, ya
para confederarse o no las colonias, en vista de las circunstancias.
Resolvióse afirmativamente, siendo aprobado un proyecto de unión,
redactado por Franklin. En su virtud se acordó formar un Consejo
compuesto de 48 individuos: 7 de Virginia, 7 de Massachusetts, 6 de
Pennsylvania, 5 de Connecticut, 4 de Nueva York, 4 de Maryland, 4 de la
Carolina del Norte y otros 4 de la Carolina del Sur, 3 de Nueva Jersey,
2 de New Hampshire y 2 de Rhode-Island. El Consejo debía de cuidarse de
la defensa de las colonias y para ello suministraría hombres y dinero,
inspeccionaría los ejércitos y atendería al bien general. Tendría el
Consejo su Presidente nombrado por la Corona, el cual podía aprobar o
no los actos de aquél. «Tal era el documento que puede decirse sirvió
de base para lo que había de ser nuestra constitución federal»[250].
Veinte años después decía Franklin, refiriéndose al citado documento,
lo siguiente: «Las Asambleas todas opinaron que en aquel documento
había demasiada _prerrogativa_, y en Inglaterra fueron de parecer
que era excesivamente _democrático_.» Rotas las hostilidades entre
Francia e Inglaterra, comenzó la guerra entre franceses e ingleses en
la América del Norte. Braddock obtuvo el cargo de general en jefe de
todas las fuerzas inglesas en América, llevando a sus órdenes como
ayudante de campo a Washington. Aunque Braddock era bravo militar
que se había distinguido en los campos de batalla, ignoraba el modo
de guerrear en el Nuevo Mundo. No atendía tampoco los consejos que
le daban personas inteligentes. Braddock, conversando con Franklin
en Fredericton, en cuya ciudad el futuro inventor del pararrayos
desempeñaba el cargo de administrador de Correos, hubo de decir dicho
general acerca de su campaña lo siguiente: «Después de tomar el fuerte
Duquesne, pienso dirigirme a Niágara, y en concluyendo allí, marcharé
sobre Frontenac si el tiempo no lo impide, lo cual no es probable,
porque Duquesne no me detendrá más de tres o cuatro días, y entonces
no veo inconveniente en continuar mi marcha hacia Niágara.» «Habiendo
reflexionado--dice Franklin--cuán larga era la línea que tenía que
recorrer el ejército, por un sendero muy estrecho que debían abrir los
soldados a través de los bosques, y recordando la derrota que sufrieron
1.500 franceses al querer, en cierta ocasión, invadir el Illinois,
concebí algunas dudas y temores acerca del éxito de la expedición; sin
embargo, no me atreví a decir a Braddock más que estas palabras:--«Es
indudable, señor, que si llegáis sin contratiempo a Duquesne con esas
brillantes tropas y tan bien provisto de artillería, no tardará en
caer en vuestro poder el fuerte, por más que esté muy bien fortificado
y tenga numerosa guarnición; pero, en mi concepto, las emboscadas de
los indios son grave peligro que puede oponerse a vuestra marcha.
Esos salvajes, por su rara destreza y práctica del terreno, pueden
interceptar la estrecha y prolongada senda que ha de recorrer vuestro
ejército y caer de repente sobre el flanco de las tropas, cortando la
columna como si fuera un hilo, sin dar tiempo a que se concentren los
soldados para socorrerse mútuamente.» Sonrióse Braddock cuando hube
emitido mi parecer, como compadeciéndose de mi ignorancia, y repuso:
«Esos salvajes serán ciertamente formidable enemigo para vuestra bisoña
milicia americana, mas tratándose de las disciplinadas y aguerridas
tropas del Rey, no es posible que nos inspiren temor alguno.» Comprendí
que no podía discutir con un militar sobre asuntos de su profesión--que
naturalmente debía saber más que yo--, y no quise continuar haciéndole
observaciones.»

       [250] _Historia de los Estados Unidos_, por Hildreth, vol. II,
       pág. 443.

En esta ocasión, el filósofo estuvo, como en seguida veremos, más
acertado que el militar. Al frente de 1.200 hombres y diez piezas de
artillería de montaña, sin cuidarse de las emboscadas de indios y
franceses, como le aconsejaron Washington y Franklin, se puso en marcha
Braddock. El 9 de julio de 1755, y antes de llegar al fuerte Duquesne,
al subir por una cuesta de altas hierbas y troncos, cayeron sobre
las tropas de Braddock, haciendo incesante fuego y dando terribles
alaridos, los feroces indios. La batalla, que se dió cerca del río
Monongahela, tributario del Ohío, fué sangrienta, quedando entre los
muertos y heridos más de 700 soldados; oficiales unos 56. Las bajas de
los indios y franceses no pasaron de 60. Afortunadamente, pudo salir
ileso del combate, habiendo peleado como un héroe, Washington, a quien
la Providencia destinaba a prestar grandes servicios a la causa de la
libertad. El 13 de julio murió Braddock, cuyas últimas palabras fueron:
_¡Quién lo hubiera creído!_

La derrota de los ingleses animó a los indios, quienes se arrojaron
sobre los colonos fronterizos y sus aldeas, cometiendo toda clase de
crueldades en la frontera de Virginia y de Pensilvania.

Continuó la guerra con igual encarnizamiento durante los años de 1756,
1757 y 1758. En el 1759 determinaron los ingleses apoderarse del
Canadá. El general Prideaux debía conquistar a Niágara, el general
Amherst a Crown-Point y Ticonderoga, y el general Wolfe a la capital
Quebec. El fuerte de Niágara fué tomado por Johnson, que se había
encargado del mando por la muerte de Prideaux. Amherst comenzó con
ventaja sus operaciones. Por lo que respecta a Wolfe se decidió a
asaltar a Quebec, defendida por Montcalm (31 de julio)[251].

       [251] _Gibraltar_ de América, se ha llamado a Quebec.

La fortuna no le acompañó en sus comienzos; luego se mostró
completamente risueña. Efectuóse el desembarco, saltando Wolfe en
tierra el primero, y al frente de los suyos consiguió completa
victoria, si bien a costa de su vida. Marchando a la cabeza de sus
granaderos fué herido en la muñeca, otro balazo le dió en el costado,
y el tercero le entró por el pecho y le hizo caer. Un oficial
que permaneció a su lado, exclamó: _Mirad cómo corren_.--_¿Quién
corre?_--preguntó Wolfe.--_Los enemigos, señor; todos huyen_,--contestó
el oficial.--_Entonces_--replicó casi moribundo--: _Diga usted al
comandante Burton que baje por el río Saint-Charles con el regimiento
de Webb para cortar al enemigo la retirada por el puente. ¡Alabado sea
Dios, muero satisfecho!_--e inclinando la cabeza a un lado, expiró.

En aquellos momentos también caía mortalmente herido el valeroso
general Montcalm, mientras se empeñaba en reunir a sus desbandados
soldados. Conducido al campamento, que estaba a orillas del río
Saint-Charles, le curaron los médicos, quienes no se percataron de
decir que su muerte estaba cercana. _¿Cuántas horas me quedan de
vida?_--preguntó.--_Pocas_, le contestaron.--_Tanto mejor_, dijo, _así
no presenciaré la entrega de Quebec_.

Cuando los ingleses se disponían a dar el asalto, se levantó en la
plaza la bandera de parlamento y Quebec fué perdida por los franceses
(18 septiembre 1759).

Al llegar la noticia a Inglaterra, la alegría fué inmensa. Las campanas
en todas las poblaciones se echaron a vuelo y en todas hubo salvas,
fuegos artificiales y otras muestras de júbilo; sólo quedó silenciosa y
triste la aldea donde habitaba la madre de Wolfe. De este modo honraban
los vecinos a la madre del héroe.

Un pequeño poste, en las llanuras de Abraham, indica el sitio donde
cayó Wolfe; y en la parte más elevada de la ciudad, se levantó tiempo
adelante artística pirámide, grabándose en ella los nombres gloriosos
de Wolfe y de Montcalm. Ambos jefes, lo mismo el inglés que el francés,
deben escribirse con letras de oro en la historia universal.

Quebec, Niágara, Frontenac y Crown-Point cayeron en poder de los
ingleses; sólo faltaba por conquistar Montreal y su comarca. Fuerzas
inglesas se dirigieron contra Montreal. Cuando la guarnición creyó
que no podía resistir, el gobernador, marqués de Vandreuil, capituló
el 8 de septiembre de 1760, entregando solemnemente a la Corona de
Inglaterra _el Canadá con todas sus dependencias_.

«Así terminó--dice Mr. Irving--la lucha entre Francia e Inglaterra,
que tanto tiempo se habían disputado el predominio, siendo de notar
que el primer tiro se disparó en el encuentro que tuvo Washington
con De Jumonville. Un diplomático francés (el conde de Vergennes) se
consolaba de aquellas derrotas creyendo que la victoria sería fatal
a la misma Inglaterra, puesto que con ella perdería el dominio que
siempre tuvo sobre sus colonias, las cuales, no necesitando ya la
protección de la madre patria, _se proclamarían independientes_, tan
pronto como ésta exigiese que aquellos le ayudaran a sobrellevar su
pesada carga.»[252] Este era también el parecer de Montcalm, persona
tan entendida en la materia y cuyas palabras copiamos a continuación.
«Las colonias--dice--han tenido la fortuna de llegar a una situación
floreciente, puesto que son numerosas y ricas, conteniendo en su seno
todo cuanto puede exigirse para las necesidades de la vida. Inglaterra
ha cometido la torpeza de permitir que se establezcan allí las artes,
la industria y el comercio, lo cual era romper la cadena de necesidades
que obligaba a las colonias a depender de la Gran Bretaña, y si no
fuera por el temor de que los franceses se presentasen a sus puertas,
hace tiempo que aquéllas hubieran sacudido el yugo, proclamándose
independientes y formando cada provincia una república separada. De
todos modos, los colonos preferirían más bien a sus paisanos que a los
extraños, siguiendo, sin embargo, la máxima de no obedecer ciegamente.
Una vez conquistado el Canadá, y cuando todas las colonias formen un
solo pueblo, si la vieja Inglaterra llegara a perjudicar sus intereses,
¿creeis, amigo mío, que los americanos lo consentirían? Y en el caso
de una revolución, ¿qué podrían temer?» En suma, los franceses se
hallaban contentos con su derrota, porque presentían que los vencedores
a la sazón serían pronto vencidos por los americanos. Las que habían
ganado en la contienda eran las colonias. Virginia, muy especialmente,
estaba satisfecha por haber tenido un hijo como Washington.

       [252] _Vida de Washington_, vol. I, pág. 308.

Tiempo adelante y en virtud del _pacto de familia_, Francia y España
unidas pelearon con Inglaterra y Portugal. España tuvo la desgracia de
perder a la Habana en Cuba y a Manila en Filipinas. En los preliminares
de paz que se firmaron en Fontainebleau el 3 de noviembre de 1762,
«Francia cedió a Inglaterra la Nueva Escocia, el Canadá, con el país al
Este del Mississipí y el cabo Bretón, conservando sólo el privilegio
de la pesca en el banco de Terranova; en las Indias Occidentales cedía
la Dominica, San Vicente y Tabago; en las costas de Africa el río
Senegal. Respecto a España, Inglaterra le devolvía la Habana y todo lo
conquistado en la isla de Cuba; en cambio, España cedía la Florida y
los territorios al Este y Sudeste del Mississipí, abandonaba el derecho
de la pesca en Terranova y daba a los ingleses el de la corta del palo
de tinte en Honduras. Como compensación de la pérdida de la Florida,
logró España de Francia, por arreglo particular, lo que le quedaba
de la Luisiana, que en verdad más era para Carlos III una carga y un
cuidado que una indemnización o una recompensa. Manila se devolvió
también a España y la colonia del Sacramento a Portugal, cuyo reino
habían de evacuar las tropas francesas y españolas».[253] El tratado
definitivo se firmó en París el 10 de febrero de 1763.

       [253] Lafuente. _Historia de España_, tomo XX, págs. 74 y 75.

La fortuna acompañaba á Inglaterra. Ella, al mismo tiempo que dilataba
sus posesiones en la India Oriental, extendía considerablemente las
fronteras de su imperio colonial en el Nuevo Mundo. Con razón pudo
decir ilustre historiador lo que sigue: «Fué éste un gran momento para
Inglaterra. Dominadora de los mares, dueña de islas numerosas en las
diversas partes del mundo, poseía, además, junto con los elementos
esparcidos en un inmenso imperio en la India Oriental, todas las costas
del Atlántico que se extienden desde el fondo del Canadá hasta el golfo
de México»[254].

       [254] Véase Barros Arana, _Historia de América_, pág. 287.

Inmediatamente que los ingleses se hicieron dueños del país, procuraron
dotarle de instituciones como a otras colonias suyas, reservándose
la Corona el derecho de nombrar tribunales de justicia para juzgar
las causas civiles y criminales «conforme a la ley, a la equidad y en
cuanto fuera posible a las leyes inglesas.»



CAPITULO XIV

  GOBIERNO DE LOS INGLESES EN LOS ESTADOS UNIDOS DEL NORTE DE
  AMÉRICA.--DOCTRINA DEL HISTORIADOR GERVINUS.--LA AMÉRICA GERMANA Y
  LA AMÉRICA LATINA: CARÁCTER DE LA UNA Y DE LA OTRA.--ESTADO GENERAL
  DE LAS COLONIAS INGLESAS ANTES DE SU INDEPENDENCIA.


El historiador alemán Jorge Godofredo Gervinus, cuya doctrina
trasladaremos aquí casi al pie de la letra, dice que en tiempo de
Jacobo I de Inglaterra y VI de Escocia (1603-1625), la democracia
inglesa hubo de dirigir sus miradas hacia la emigración, para levantar
sobre el libre suelo de América--al abrigo de los privilegios, de
las costumbres y de los abusos de poder inherentes a la monarquía
y a la aristocracia--el edificio de un nuevo Estado y de una nueva
Iglesia, dándoles allí su forma natural más pura. Cuando la nación
española--tales son sus palabras--había perdido su ascendiente en
Europa a causa de sus contínuas luchas con Alemania, los Países Bajos e
Inglaterra, una América septentrional germana vino a ponerse en frente
de la América latina con el plausible intento de que no dominasen
únicamente dicha España y la Iglesia católica en el Nuevo Mundo. Nunca
como entonces se manifestó de una manera más decisiva el singular
contraste de las civilizaciones germánica y latina, como también de
los caracteres de las dos razas. Vivían la vida de la Edad Media,
con su originaria barbarie y su humillante organización humana, las
extensas colonias españolas y portuguesas. El absoluto gobierno español
con su estrecho espíritu religioso, se había trasladado a América,
apareciendo a la postre, además de una nobleza feudal conquistadora,
codiciosa y cruel, una completa jerarquía clerical con toda su pompa
exterior y su rudeza interior. Hasta los indios y negros habían llegado
a formar parte de aquella sociedad. La verdadera cultura intelectual e
industrial no existía en el Nuevo Mundo de los españoles.

Por el contrario, las colonias del Norte se componían principalmente
de emigrantes de raza germánica que desde el siglo XVII se habían dado
allí cita: eran alemanes, holandeses, suecos e ingleses que descendían
de la antigua población sajona. En religión eran protestantes y hasta
del matiz más puro; muchos pertenecían al puritanismo o cuakerismo. En
las citadas colonias del Norte no existían virreyes, ni instituciones
monárquicas; lejos de ello, el espíritu republicano predominaba
entre los colonos, no solamente entre aquellos que habían emigrado
sin autorización real, sino entre los que llegaban con cartas de
franquicia y de los gobernadores. La jerarquía clerical no ejerció
ninguna influencia; la nobleza inglesa y el patriciado holandés no
hicieron sino débiles y cortas tentativas para transplantar allí sus
instituciones. Nada existía en aquellas colonias de los tiempos medios.
Mostrábase en la vida de dichas sociedades el mundo moderno con toda su
actividad intelectual, con todo su ardor industrial y con la igualdad
de derechos para todos. Las diversas condiciones que se desarrollan en
la vida de los pueblos, como son la caza, el pastoreo, la agricultura y
la industria, se manifestaron simultánea y paralelamente en las citadas
colonias, sobre todo a partir de la independencia. Los emigrantes
tuvieron empeño en conservar su origen protestante y en mantener la
pureza de su raza; no se unieron con los indios, a quienes consideraban
seres inferiores. Justo es confesar, sin embargo, que tuvieron al
menos la honradez de comprar a los indígenas el suelo que trataban de
cultivar, en vez de hacerse conceder derechos de propiedad por el Papa.

En frente de la unidad española surgió la variedad sajona; en frente de
la América del Sur, la América del Norte. Los españoles que, después de
dejar su formidable imperio de Europa llegaron a América, encontraron
en México y en el Perú vastos Estados indios y príncipes poderosos;
necesitaron, para mantenerse allí, echar los cimientos de un fuerte
Estado. Los ingleses, al establecerse en el Norte, a donde llegaron
en varias expediciones y sin relación unas con otras, encontraron
solamente pequeñas tribus de indios, sin lazo común, poco numerosas y
débiles; pudieron conservar, por tanto, la plena libertad de seguir sus
inclinaciones germánicas, quedando separados en pequeñas sociedades
políticas, diferentes en cuanto su forma. Así es que en Massachussets
se formó una teocracia al modelo de Génova; en Maryland un principado
feudal, y en la Carolina un reino de ocho señores con una gran
aristocracia local. Se asemejaba Virginia a una provincia inglesa con
instituciones de la Iglesia anglicana; Rhode-Island y el Connecticut
fueron Estados puramente democráticos; Pensylvania mostró ser una
república cosmopolita de cuákeros, que desde su origen sirvió de asilo
al mundo; y Nueva-Amsterdan (Nueva York) fué como una ciudad holandesa
con su constitución municipal[255].

       [255] _Introduction a L'Histoire du XIX^e siècle_, págs. 90 y
       siguientes.

Bajo el sistema político absoluto y reaccionario--añade Gervinus--,
fundaron los españoles sus establecimientos coloniales. Los emigrantes
buscaban oro, grandes ganancias, bienestar y goces. Nadie pensaba en
el trabajo. El suelo fertilísimo de los trópicos y aquella poderosa
vegetación favorecían la indolencia natural de los colonos. El
fanatismo religioso impedía también todo desarrollo y desenvolvimiento
de la inteligencia. «Cuando el inhumano monopolio de la trata de negros
en las colonias españolas fué mal visto por la Iglesia Católica, dicha
trata se cedió a manos extranjeras, y finalmente a los ingleses,
mediante el tratado de _asiento_[256], los cuales sacaron inmensos
beneficios por la extensión de su comercio y de sus colonias»[257].

       [256] El tratado de _asiento_ entre las dos Majestades
       Católica y Británica, que consistía en encargarse la Compañía
       de Inglaterra de la introducción de los esclavos negros en la
       América española, constaba de 42 artículos y se firmó el 12 de
       marzo de 1713.

       [257] _Introduction a L'Historie du XIX^e siécle_, pág. 121.

Si a veces la imparcialidad no ha sido norma de conducta del insigne
historiador alemán, tan poco amigo de los españoles como decidido
campeón de los germanos, no puede negarse que las colonias de la Nueva
Inglaterra, si dependían de la madre patria, gozaban de toda clase de
libertades, distinguiéndose también por su laboriosidad y moralidad.
Aquellas gentes profesaban--según todas las noticias--una secta
religiosa sencilla, sincera y fraternal.

Aunque en la historia de algunas colonias inglesas encontramos hechos
censurables, ora por lo que respecta al sentido religioso, ora al
político y social, se puede afirmar que el desenvolvimiento democrático
fué siempre constante y progresivo. Los principios de libertad
política y religiosa se pusieron en práctica en todos los Estados,
logrando señalado triunfo sobre la Monarquía y sobre la teocracia. Y
si de las ideas pasamos a juzgar a los hombres, habremos de reconocer
que los ingleses tuvieron más sentido práctico que los españoles,
caracterizándose por su prudencia, bondad y virtud los puritanos y
cuákeros.

El escritor Barros Arana, después de estudiar el asunto dice: «Como
ha podido verse, la colonización inglesa se diferenciaba radicalmente
de la colonización española. Al paso que ésta, después de sangrientas
agitaciones, se había cimentado bajo el régimen del absolutismo
imperante en la metrópoli, que embarazó el crecimiento, el progreso
y la cultura de los nuevos establecimientos, los colonos ingleses
transportaron a sus posesiones el espíritu de libertad política
e industrial que había de hacer la grandeza y la prosperidad de
éstas»[258].

       [258] _Hist. de América_, pág. 239.

Barros Arana, como antes Gervinus, no se distinguen por su amor a la
verdad cuando de asuntos de España tratan. Ni la cultura, tolerancia y
progreso fueron siempre norma de Inglaterra, ni la ignorancia, tiranía
y fanatismo acompañaron siempre a los españoles. Si censurables son
algunos hechos realizados por nuestros conquistadores del siglo XVI, no
puede negarse la justicia, sabiduría y humanidad de las Leyes de Indias.

En nuestras relaciones con América hemos sufrido reveses de
bastante importancia y aun tremendas desgracias. Tantas riquezas
encontradas en las inmensas regiones descubiertas por nuestros
antepasados--riquezas que aumentaba con exageración manifiesta la
fantasía popular--despertaron la codicia de extranjeros aventureros,
los cuales, ya con el asentimiento de sus respectivos soberanos, ya
como corsarios, apresaban nuestras naves y robaban las plantaciones
de nuestras colonias. Además, las naciones de Europa, celosas del
poder español, alentaron las insurrecciones, que tiempo adelante se
habían de verificar en las colonias. Es de lamentar que mientras los
Estados Unidos del Norte de América se ocupaban con constancia en la
obra patriótica de su cohesión, los Estados de la América latina, en
particular los de raza española, vivían en continuas luchas civiles y
guerras unos con otros.

Por su parte, los ingleses, que en el año 1607 llegaron a Virginia, los
puritanos que en 1620 se asentaron en Plymouth y otros puritanos que
en 1628 ocuparon la bahía de Massachusets, hubieron de realizar, como
predestinados por Dios, la formación del pueblo más grande y poderoso
del mundo. Los emigrantes ingleses que llegaban sin cesar, levantaban
su campamento donde poco antes se guarecía el búfalo y otros animales.
Aquellos humildes ciudadanos, perseguidos por sus ideas religiosas,
fundaron aldeas y ciudades, echando los cimientos del Estado con sus
códigos, asambleas, escuelas e imprentas.

Los franceses establecidos en el Canadá y los españoles en toda
la América Central y Meridional, tuvieron empeño en conservar la
inmovilidad de sus respectivos Estados, no separándose de su vieja
iglesia, ni de las demás instituciones, ni de sus usos y costumbres.
Los conquistadores franceses, como igualmente los descubridores,
conquistadores y colonizadores españoles (Colón, Cortés, Pizarro, Núñez
de Balboa, Ojeda, Yáñez Pinzón y muchos más) fueron representantes de
la Corona, descubrían, conquistaban y colonizaban para sus monarcas
respectivos; los cuales tomaron el título de _Reyes de Indias_.

De los franceses no sería injusto decir que el espíritu de la metrópoli
se identificaba frecuentemente con el de los naturales de los pueblos
conquistados. Los españoles sólo pensaron en que los indígenas se
convirtiesen al cristianismo. Hubiesen creado una situación parecida a
la feudal, si a ello no se hubiera opuesto nuestra monarquía absoluta.

Por lo que a los holandeses respecta, diremos que fué censurable el
sistema de colonización. Recordaremos que en la isla de Java sólo
atendieron al negocio y a la adquisición de riquezas.

Grande fué la transformación realizada por las colonias inglesas
durante los siglos XVII y XVIII. El colono del Norte abría caminos por
terrenos escabrosos, levantaba puentes y hacía prosperar la agricultura
y toda clase de industrias. Adelantó de un modo extraordinario la
industria agrícola, como era de esperar, dada la fertilidad de aquellas
tierras, bañadas por caudalosos ríos. El café, te, tabaco, azúcar,
arroz, añil y algodón constituyeron la riqueza más poderosa del país.
Los productos todos que se cultivaban en Europa fueron llevados a
las colonias, donde se plantaron y desarrollaron, dando pingües
rendimientos. Allí el colono era sobrio y trabajador. Las minas de
hierro y cobre, las pesquerías y las maderas de los montes adquirieron
bastante importancia. Comenzaron a desarrollarse las fábricas de
lienzo, las cuales posteriormente proporcionaron mayor bienestar a
todas las clases sociales, y el comercio llegó a un grado tal de
prosperidad como no hay ejemplo en ninguno de los Estados de América.
Importaciones y exportaciones tuvieron cada vez más aumento, siendo
algo menor el valor de las primeras que el de las segundas. Entre
las exportaciones citaremos las de pescado y maderas. Por lo que se
refiere a la vida en las colonias inglesas, no dejó de tener ciertos
atractivos: las diversiones públicas, en general, estaban reducidas a
la caza y riñas de gallos; las clases acomodadas se permitían en sus
casas jugar a las cartas. Comenzó a extenderse el lujo lo mismo en los
vestidos que en los muebles de las casas: las señoras vestían según
las modas de Londres y de París. De igual modo las bellas artes fueron
difundiéndose por todas partes. En la construcción de obras públicas se
fijaron, no en la ostentación, sino en la utilidad. Durante la primera
mitad del siglo XVIII se fundaron varios colegios de enseñanza.

«Cuando se hizo--escribe Pablo de Rousiers--el descubrimiento, y
durante los dos siglos que siguieron, podemos decir que América estaba
toda en el Sur; era el tiempo de las grandes colonias españolas
y portuguesas, de las famosas epopeyas de los conquistadores y
de los galeones cargados de oro. Se sabía vagamente que algunas
sectas puritanas habían ido a buscar refugio en las costas de Nueva
Inglaterra; pero su existencia no se había manifestado aún por ningún
acontecimiento famoso y vivían ignoradas del mundo, mientras que los
nombres de Cortés y de Pizarro, habían adquirido ya fama inmortal. La
historia de América comienza, pues, en los paises tropicales: allí fué
donde se creó el primer foco del desarrollo del Nuevo Mundo; después se
obscureció gradualmente, y quedó eclipsado al fin, por un segundo foco
más septentrional cuyo calor y claridad van en aumento diariamente.
Este foco se halla en los Estados Unidos...»[259]

       [259] _La vida en la América del Norte_, tomo I, pág. 7.

Probado se halla que los ingleses, huyendo de las persecuciones
religiosas y de la intolerancia, organizaron sus municipios
autónomos, que constituyeron el comienzo de la gran civilización
norteamericana. Respetando la población indígena, fundaron nueva
patria con nuevos territorios. Si las colonias vivieron mucho tiempo
aisladas, conservando sus usos, costumbres y prácticas religiosas,
las comunicaciones comerciales estrecharon lentamente las relaciones
haciendo desaparecer las diferencias y las antipatías de las diversas
sectas. Los demócratas de Maryland y los señores de alto rango de
Virginia; los cuáqueros de Pensylvania, los protestantes de las
Carolinas y los católicos de todas las colonias, más positivistas que
idealistas, buscaron la riqueza mediante la industria y el comercio.
En las provincias septentrionales cultivaban principalmente el cáñamo,
el lino y el oblón; en las provincias meridionales el algodón y el
arroz; en Maryland y en las colonias del Sur, el tabaco; en Virginia el
algodón, y en todas partes el maiz y el trigo.

No es de extrañar, por consiguiente, que hombres tan emprendedores
y activos prosperaran tanto, hasta el punto que en el año 1750,
Massachussets contaba con 200.000 habitantes, Virginia con 160.000,
Connecticut con 100.000, y Nueva York con otros 100.000. Maryland y
la Carolina del Sur daban evidentes señales de su poder y riquezas;
Norfolk y Baltimore adquirían el carácter de ciudades comerciales;
Filadelfia y Boston adelantaban rápidamente, y lo mismo podemos decir
de todas las demás colonias.

En el correr de los tiempos, la torpe y egoísta política de la
metrópoli, las arbitrariedades del poder inglés fueron la chispa que
hizo estallar formidable incendio. En aquella lucha de titanes, que
comenzó en 1775 y terminó con la proclamación de la independencia (4
julio 1776) se destaca la figura gigantesca del diputado por Virginia,
el cual «obscurece con el brillo de sus virtudes republicanas a
todos los Césares y grandes figuras de la historia romana.»[260] Sus
conciudadanos, al pie de las estatuas del héroe han escrito esta
sencilla inscripción: _Padre de la Patria_. Era conocedor de las artes
de gobierno, general sereno y valeroso y uno de los hombres más buenos
de aquellos y de todos los tiempos. Amaba a su patria con entusiasmo
y por ella hubiera dado cien veces la vida. Ni parientes, ni amigos
influían en sus planes y decisiones; cuando se convencía de que una
cosa era justa o conveniente a la República, la realizaba con decisión
y firmeza. La obra de Washington fué completada, primero por Monroe y
últimamente por Lincoln.

       [260] Introducción a la _Historia de los Estados Unidos_, de
       Spencer, pág. IV.

Al estallar la revolución por la independencia, las colonias, en
cuanto a su administración, podían dividirse en tres grupos: unas
dependían de la Corona; otras de los propietarios, ya fuesen compañías
o individuos, y las terceras de la madre patria. Dependían de la Corona
las provincias de New York, New Hampshire, New Jersey, Virginia, las
dos Carolinas y Georgia; en las colonias de la segunda clase, Maryland
pertenecía a la familia de lord Baltimore, y Pensilvania y Delaware
a la familia de Penn; y pertenecían a la tercera clase, Connecticut,
Rhode-Island y Massachussets.

Entre tanto que las colonias aumentaban rápidamente en población y
se enriquecían con sus industrias, la madre patria se contentaba
con cobrar sus impuestos, bien que nunca tuvo la mala voluntad de
oprimirlas. Las colonias tenían la convicción profunda de que las
verdaderas bases de la prosperidad y de la felicidad de los pueblos
eran la aplicación al trabajo; procuraron con todo empeño desterrar la
ociosidad y la vagancia. La metrópoli, por su parte, miraba impasible
la extraordinaria prosperidad de aquellos lejanos países sujetos a su
dominio.



CAPITULO XV

  VIRREINATO DE MÉXICO: EL VIRREY MENDOZA Y LOS INDIOS.--EXPEDICIÓN
  DE CORTÉS.--CREACIÓN DEL OBISPADO DE MICHOACÁN.--RELACIONES DE
  LA AUDIENCIA CON PIZARRO Y CORTÉS.--INSURRECCIÓN DE JALISCO Y
  MUERTE DE PEDRO DE ALVARADO.--POLÍTICA DEL CONDE DE TENDILLA.--LAS
  «NUEVAS LEYES.»--MUERTE DE CORTÉS EN ESPAÑA Y DE ZUMÁRRAGA
  EN MÉXICO.--IDEAS RELIGIOSAS DEL OBISPO.--AUDIENCIA DE NUEVA
  GALICIA.--EL VIRREY VELASCO: SU POLÍTICA.--CREACIÓN DE LA
  UNIVERSIDAD.--EL ARZOBISPO MONTUFAR Y LOS FRAILES.--EL VIRREY Y LA
  AUDIENCIA.--GOBIERNO DE LA AUDIENCIA: PRISIÓN DE COSIJÓPII: MARTÍN
  CORTÉS: LEGAZPI Y EL P. URDANETA SE DIRIGEN A FILIPINAS.--CONCILIO
  EN MÉXICO.--EL VIRREY MARQUÉS DE FALCES: LA AUDIENCIA.--EL VIRREY
  ENRÍQUEZ DE ALMANSA: EPIDEMIA DE FIEBRES TIFOIDEAS.--EL VIRREY
  SUÁREZ DE MENDOZA: LA AUDIENCIA.--EL VIRREY MOYA DE CONTRERAS:
  CONCILIO PROVINCIAL.--EL VIRREY MARQUÉS DE VILLA MANRIQUE: LOS
  CORSARIOS.


El primer virrey de México, nombrado por Carlos V, fué el caballeroso
magnate D. Antonio de Mendoza, conde de Tendilla, comendador de
Socuéllamos y caballero de la orden de Santiago, hermano del
historiador D. Diego Hurtado de Mendoza y descendiente del insigne
poeta D. Iñigo López de Mendoza, marqués de Santillana. Llegó a México
el 1535. Uno de sus primeros actos fué dar libertad a los esclavos,
y prohibió, bajo duras penas, la antigua servidumbre de los indios;
medida tan digna de alabanza, como otras de justicia y caridad,
granjeándole todas el nombre de _padre de los pobres_, como le llamaban
los indígenas[261].

       [261] Mereció que así le llamasen por su comportamiento con
       los indios durante la terrible peste del año 1545.

Cuando Mendoza llegó a México, Hernán Cortés acababa de salir (7 junio
1535) al frente de una expedición hacia el Sur, llevando 113 peones y
40 jinetes. Recorrió las costas de Jalisco, volviendo en dos naves que
en su busca había mandado el virrey. Acerca de otro orden de cosas, el
conde de Tendilla, en carta dirigida al Emperador el 10 de Diciembre
de 1537, dice que el 24 de septiembre del mismo año tuvo aviso de que
los negros del país tenían elegido un Rey, disponiendo también matar a
todos los españoles y alzarse con la tierra, apoyados por los indios.
Añade que, descubierta la conjuración, hizo descuartizar a los más
comprometidos[262].

       [262] _Colec. de doc. inéd. relativos al descubrimiento,
       conquista y colonización de América y Oceanía._ Tomo II, pág.
       198.

Por entonces se creó el obispado de Michoacán, siendo nombrado el oidor
Vasco de Quiroga, quien hubo de dejar la toga por la mitra.

Habiéndose fundado por Real orden un colegio para los indios en
Santiago Tlatelolco, el virrey, con verdadero interés, llevó a cabo
la obra y confió la enseñanza a los padres franciscanos. Del mismo
modo procuró la propagación del cristianismo con la ayuda de varios
religiosos, señalándose entre ellos Fr. Francisco de los Angeles, Fr.
Martín de Valencia y Fr. Pedro de Gante. No huelga registrar en este
lugar que siendo muy excesivos los derechos que los curas de Nueva
España llevaban por las misas, matrimonios y entierros, dióse Real
Cédula (16 abril 1538), mandando al virrey que los citados derechos
no excediesen del triplo de los que se pagaban en el arzobispado de
Sevilla[263].

       [263] _Archivo histórico nacional.--Cedulario índico de
       Ayala_, letra D.

Dos años después, por cédula de 30 de Abril de 1540, mandó S. M. a la
Audiencia de México que se enterase si el alcalde mayor de Veracruz (a
quien se le previno por el virrey de Nueva España que no permitiese
a Hernando Pizarro pasar a la metrópoli--pues venía oculto desde el
Perú--«hasta practicar con él cierta diligencia conveniente al real
servicio), dejó embarcar por dos mil castellanos que le dió, la mitad
en oro y lo demás en una cédula, a su mayordomo para que los pagase de
la hacienda que el dicho Pizarro tenía en el Perú...»[264]. Encargaba
también el Rey a la Audiencia que hiciera justicia en el asunto.

       [264] _Archivo histórico nacional.--Cedulario índico de
       Ayala_, letra A, tomo I, expediente 22.

Por la misma época, habiendo prohibido el virrey de México, bajo
graves penas, que el marqués del Valle (Hernán Cortés) se dirigiese
a las islas del mar del Sur con los navíos y gente que tenía
dispuestos--según formal capitulación--el Rey, con fecha 10 de julio
del año 1540, mandó a la Audiencia de México levantara al dicho marqués
cualquier embargo que le estuviese hecho por el expresado virrey, y
le dejara continuar libremente con sus navíos, capitanes y gente al
referido descubrimiento conforme a las capitulaciones[265].

       [265] _Archivo hist. nac.--Ced. índico de Ayala_, letra D.

Tuvo bastante importancia la insurrección de los indios chichimecas
de Jalisco[266]. Fueron vencidos los españoles, quienes tuvieron que
encerrarse en la ciudad de Guadalajara. Pidióse socorro a México, que
tardó en llegar. En apuro tan grande se recibió la noticia de que D.
Pedro de Alvarado, Adelantado de Guatemala, acababa de llegar al puerto
de Navidad, el cual no sólo mandó auxilios a los españoles vencidos,
sino que él en persona se dirigió con cien soldados a Guadalajara,
ya casi en estado de sitio. Presentóse Alvarado en la ciudad el 12
de junio de 1541, marchando inmediatamente contra los sublevados, a
quienes llamaba «cuatro gatos encaramados en los riscos.» Encontrábanse
los indios en el cerro de Toc, tras fuerte recinto amurallado con
cercas de piedra. Alvarado, a la cabeza de los suyos, intentó abrir
brecha; mas tuvo que retroceder ante el número de los indios y el
ímpetu con que pelearon. Cuando los indígenas comenzaban a retirarse,
vió Alvarado que todavía continuaba huyendo el soldado Baltasar de
Montoya, y dirigiéndose a él le dijo: «Sosegáos, Montoya, que los
indios parece nos han dejado.» Sordo Montoya a la amonestación del
Adelantado, continuó espoleando al rocín, que resbaló en una de las
vueltas de la cuesta y cayó dando tumbos sobre Alvarado, arrastrándole
hasta el fondo de un barranco (24 junio 1541). Gravemente herido fué
trasladado a Guadalajara, donde murió el 4 de julio. Tal fué la suerte
del famoso conquistador de Guatemala. Orgullosos los indios con su
triunfo, pusieron sitio a Guadalajara el 15 de septiembre de 1541; el
Gobernador hizo una salida afortunada, teniendo aquéllos que levantar
el cerco y huir a las montañas. El virrey Mendoza, comprendiendo la
importancia de la insurrección, mandó dos veces fuerzas para sujetar a
los rebeldes, decidiéndose él a ir en persona. Salió de México el 1.º
de octubre de dicho año, y llegó a Tolotlán, comenzando desde allí la
lucha contra los enemigos. Acosados los indios por la sed y el hambre,
después de sangrientos combates y después de oir los consejos de los
Padres Segovia y Bolonia, hubieron de entregar la fortaleza del Mixtón,
sometiéndose 6.000, y los demás, con su jefe Tenamaxtl, se retiraron a
la sierra del Nayarit. Acordóse trasladar la ciudad de _Guadalajara_ al
valle de Atemaxac, y Mendoza dejó arreglado el emplazamiento (5 febrero
1542) que es el mismo que conserva a la sazón. A la vuelta del virrey a
México, y al pasar por el valle de Guayángareo, en Michoacán, ratificó
la orden--que dió el 23 de abril de 1541--para que se fundase la ciudad
de _Valladolid_ (hoy Morelia). Tanto adelantó la nueva población, que
en 19 de septiembre de 1553 se le concedió escudo de armas y título de
ciudad.

       [266] Chichimeca, palabra de la lengua mejicana, se compone
       de _chichi_, perro, y de _mecalt_, soga: esto es, perro de
       trailla.

Llegó a la ciudad de México (8 marzo 1544) el visitador D. Francisco
Tello de Sandoval, inquisidor de Toledo. La comisión que traía era
influir para que se promulgasen las _Nuevas Leyes_, código publicado
por Carlos V, y en el cual tuvo no poca participación el Padre
Las Casas. Contra la promulgación de dicho Código se opusieron
enérgicamente los encomenderos. En tanto que Tello declaraba
impracticables las leyes y se volvía a España a dar cuenta de su
misión, lograba Las Casas que sus compañeros los obispos de Michoacán,
México, Tlaxcala, Oaxaca y Guatemala, é igualmente los prelados de las
Ordenes religiosas, aprobasen su _Formulario de Confesores_.

A la sazón Hernán Cortés, encontrándose poco atendido y aun pudiésemos
decir que en completo desacuerdo con el virrey Mendoza, abandonó por
segunda vez a América y se embarcó para España en compañía de su
hijo Martín. En la corte española fué recibido con cierto desdén, no
encontrando apoyo alguno. Sumamente contrariado, tomó la determinación
de seguir a Carlos V a la conquista de Argel, sufriendo mayores
desengaños, pues allí recibió inequívocas pruebas de la poca estima
en que se le tenía. Cuando se disponía regresar a México, después
de escribir desde Valladolid (3 febrero 1544) su última carta al
Emperador, fué atacado de aguda disentería, muriendo el día 2 de
diciembre de 1547 en Castilleja de la Cuesta, sin que el Consejo de las
Indias hubiera resuelto ninguna de sus reclamaciones.

También algunos meses después (3 junio 1548) falleció el ilustre
prelado Zumárraga. Hacía algún tiempo que había sido elevado el
obispado de México a arzobispado, dándole por sufragáneos los obispados
que existían entonces. Nombrado Zumárraga para tan elevado cargo,
falleció el día citado antes de vestir el sagrado palio. No cabe duda
alguna que el obispo de México era hombre bueno, justo y caritativo.
Tal vez--como decíamos en el primer tomo de esta obra al ocuparnos
de la lengua maya--su ferviente celo religioso le llevara a cometer
algunos errores «disculpables--escribe el Dr. León--todos ellos por el
modo de ser social de su tiempo y las necesidades del ejercicio de su
ministerio»[267]. Sobre asuntos religiosos dejó algunos escritos el
obispo. Hase dicho que _Los Catecismos_ de fray Juan Zumárraga eran
un extracto de la _Suma de Doctrina Cristiana_ del Dr. Constantino
Ponce de la Fuente, sabio magistral de Sevilla y elocuentísimo orador
sagrado. El Dr. Constantino fué procesado por sus creencias luteranas,
y habiendo fallecido en las cárceles de la Inquisición, sus huesos se
quemaron en auto de fe el 22 de diciembre de 1560; pero no se olvide
que Zumárraga había muerto unos diez años antes de que se sospechara
de la ortodoxia del Dr. Constantino, hasta el punto que dice que
_con examen_ y _aprobación_ hizo imprimir los dos tratados que forman
la _Doctrina_ de 1546, en los cuales _se hallará sana doctrina, con
algunos documentos saludables para común provecho_; y en el primer
colofón la califica otra vez de _doctrina católica_[268]. De modo que
el prelado creía reimprimir un libro católico; lo cual no es extraño,
porque las pocas proposiciones de sabor luterano que tiene la _Suma_
están muy veladas y cuesta trabajo dar con ellas. «La santa vida, las
buenas obras, la tranquila muerte del venerable Prelado; la última
amistad que tuvo con personas eminentes: reyes, gobernadores, jueces,
prelados, religiosos, clérigos; el duelo público que su muerte produjo;
los elogios que se le tributaron: todo excluye la idea de que, por
palabra ó por escrito, diera lugar á la menor sospecha contra su
ortodoxia»[269].

       [267] _Hist. de México_, pág. 304.

       [268] García Icazbalceta, _Nueva Colección de documentos para
       la Historia de México_, tomo II, pág. 298.

       [269] Adiciones y enmiendas a la obra intitulada _Don Fray
       Juan de Zumárraga_, primer obispo y arzobispo de México.
       _Estudio biográfico y bibliográfico_, por Joaquín García
       Icazbalceta. México, 1881.

En el mismo año de 1548 (13 de febrero) se creó la Audiencia de la
Nueva Galicia, con residencia en Compostela, erigiéndose también la
sede episcopal de la misma. También algunos meses después, desde
Valladolid (24 de junio) se concedió a la ciudad de México el título de
_muy noble y muy leal ciudad_[270].

       [270] _Archivo histórico nacional.--Cedulario índico_, tomo I,
       pág. 192.

Los últimos años del gobierno de Mendoza fueron turbados por una
conjuración de españoles y dos insurrecciones de indios en la provincia
de Oaxaca; todas se sofocaron y castigados sus autores. Terminaremos el
virreinato de Mendoza, uno de los mejores de México, con la siguiente
noticia que no carece de interés y que prueba la fidelidad de la
provincia de Tlaxcala. «Atendido el constante zelo que en la conquista
de México manifestaron los de la provincia de Tlascala, les concedió
S. M. el privilegio de que en ningun tiempo pudiessen ser enagenados
de su Real Corona, ni sujetos ó encomendados á persona alguna»[271].
(Apéndice F.) Cesó Mendoza como virrey de México el año 1550, pasando
con el mismo cargo al Perú, donde los desórdenes eran cada vez mayores.

       [271] _Ced. de 23 de marzo de 1547._--Vid. tomo 9 de ellas,
       fol. 177 6.º núm. 299. _Arch. hist.º nacional.--Cedulario
       índico de Ayala_, letra I, núm. 9.

Nombrado don Luis de Velasco virrey de México, hizo su entrada pública
el 25 de noviembre de 1550. Ya por una cédula de 16 de abril de dicho
año, Carlos V mandaba poner remedio a las diferencias que había entre
religiosos de distintas órdenes; favorecer la propagación de la fe
católica; defender a los indios de vejaciones; proteger el cultivo
de la seda, de la caña de azúcar y del lino; abrir caminos y levantar
puentes. Al poco tiempo y hallándose en Madrid, con fecha 14 de
diciembre de 1551, el Príncipe, en nombre del Emperador, dispuso que se
edificase la iglesia catedral de Oaxaca[272].

       [272] _Archivo histórico nacional.--Cedulario índico_, tomo
       XI, núm. 40, págs. 27 v.ª y 28.

Timbre de gloria será siempre para el virrey don Luis de Velasco la
inauguración (enero de 1553) de la Universidad de México[273]. Mereció
ser nombrado Rector el oidor Rodríguez de Quesada, citándose entre los
profesores Cervantes de Salazar, de Retórica; Fr. Diego de Peña, de
Teología (luego obispo de Quito); Dr. Melgarejo, de Cánones; Dr. Frías
de Albornoz (discípulo del jurisconsulto Diego de Covarrubias), de
Instituta, y Fr. Alonso de la Veracruz, de Sagrada Escritura.

       [273] Desde Toro y con fecha 21 de septiembre de 1551, el
       Príncipe, en nombre del Emperador, concedió la fundación de
       dicha Universidad, con todos los privilegios, franquezas,
       libertades y exenciones que tenía la de Salamanca.--_Ced.
       índico_, tomo XXXIV, núm. 149, págs. 166 v.ª y 167.

Entre otros hechos que enaltecen el nombre de Velasco, no inferior al
del ilustre Mendoza, conde de Tendilla, recordaremos los siguientes:
Dió libertad a 160.000 que como esclavos trabajaban en las minas,
no sin oposición ruda de los egoístas encomenderos. Estableció la
Santa Hermandad a semejanza de la que existía en España, logrando,
después de castigar con la prisión y la muerte a muchos salteadores,
el restablecimiento de la seguridad personal. Con el objeto de
asegurar las comunicaciones con la villa de Zacatecas, famosa por sus
minas, y evitar las depredaciones de los chichimecas que recorrían
aquella tierra, hizo erigir dos colonias militares: San Felipe y San
Miguel[274].

       [274] La citada villa fué fundada en el año 1548 por Cristóbal
       de Oñate, Diego de Ibarra y Baltasar Temiño.

Habiendo sabido por Vázquez Coronado que más allá de Zacatecas había un
país muy rico, dispuso una expedición (1554), a cargo de Francisco de
Ibarra; Ibarra fundó los pueblos de _Nombre de Dios_, _Chalchihuites_
y _Nieves_. La provincia se denominó _Nueva Vizcaya_ y su capital fué
tiempo adelante _Durango_.

Durante el virreinato de Velasco ocupó la silla arzobispal de México,
por fallecimiento de Fr. Juan de Zumárraga, Fr. Alonso de Montufar,
dominico, natural de Loja y hombre de clara inteligencia. En un
concilio que en 1555 reunió en la capital se establecieron reglas de
disciplina. Es de lamentar la poca armonía que hubo entre el arzobispo
y los frailes. Cuando Montufar quería con empeño que las parroquias
fuesen servidas por clérigos regulares, una Real Cédula dada a 30 de
marzo de 1557 decidió el pleito en favor de los religiosos.

Obedeciendo Velasco órdenes de Felipe II, mandó una expedición (11
junio 1559) dirigida por Don Tristán de Luna y Arellano para la
conquista de la Florida; pero la armada que salió de Vera Cruz tuvo
fatal resultado.

Para terminar, diremos que el Rey, por intrigas de los encomenderos,
favoreció a la Audiencia en desprestigio de Velasco. Quejóse el
virrey, y entonces Felipe II, para arreglar el asunto, y también para
saber la verdad de todo, mandó al licenciado Jerónimo Valderrama con
el cargo de visitador. Valderrama se puso al lado de la Audiencia y
de los encomenderos. Los indígenas, cargados de mayores gabelas, se
contentaron con designar al visitador con el nombre del _azote de los
indios_. Agobiado, más por los disgustos que por la edad, murió Don
Luis de Velasco en la ciudad de México el 31 de junio de 1564, siendo
sepultado en la iglesia de Santo Domingo. El cabildo eclesiástico de
dicha capital escribió a Felipe II lo que a continuación copiamos:
«Ha dado en general á toda esta Nueva España muy gran pena su muerte,
porque con la larga experiencia que tenía, gobernaba con tanta rectitud
y prudencia, sin hacer agravio á ninguno, que todos le teníamos en
lugar de padre. Murió el postrer día de julio, muy pobre y con muchas
deudas, porque siempre se entendió de tener por fin principal hacer
justicia con toda limpieza, sin pretender adquirir cosa alguna,
mas de servir á Dios y á V. M., sustentando el reino en suma paz y
quietud.» En el gobierno de este insigne virrey y de su antecesor
Mendoza, que entre ambos duraron treinta y un años, se arregló toda la
administración política, civil y religiosa de la Nueva España[275].

       [275] _Documentos para la historia de Bolívar_, ordenados por
       José F. Blanco, tomo II, pág. 605.

Gobernó interinamente la Real Audiencia de México, compuesta a la sazón
de los oidores Ceinos, Villalobos y Orozco, los cuales mostraron poco
tino en aquellas circunstancias. Ocurrió por entonces un hecho que
llamó la atención pública, y fué que Cosijópii, rey que había sido
de Tehuantepec, convertido al catolicismo y bautizado con el nombre
de Juan Cortés Cosijópii, al mismo tiempo que levantaba templos al
Dios de la verdad, ofrecía en su palacio sacrificios a las falsas
deidades. Sorprendido una noche por Fray Bernardo de Santa María,
cuando vestido de blanca túnica y con la mitra en la cabeza hacía
las ceremonias gentílicas, fué reducido a prisión, con gran disgusto
de sus compatriotas. También durante el gobierno de la Audiencia
aconteció un suceso singular. Es el caso que Don Martín Cortés, hijo
del conquistador de México y de Doña Juana de Zúñiga[276], poseedor del
palacio de Moctezuma y de muchas villas, rico y fastuoso, se atrajo la
enemiga de los oidores de la Audiencia. Vino a agriar más los ánimos
el siguiente hecho: Con motivo de solemnizar el bautizo de dos hijos
gemelos que nacieron a Martín Cortés, se celebró un banquete en que
abundaron los brindis indiscretos y hasta imprudentes. Alarmada la
Audiencia, citó al marqués del Valle y a varios de sus amigos, entre
ellos a los hermanos Alonso y Gil González de Avila. Presentáronse en
la sala de los acuerdos el 16 de julio de 1566. Como el oidor Ceinos
intimase a don Martín orden de prisión por traidor a su Rey, el hijo
del conquistador de México echó mano a la espada y dijo: «Yo no soy
traidor al Rey, ni los ha habido en mi linaje.» Numerosa guardia le
redujo a prisión y también a otros muchos. Formóse un proceso, siendo
condenado D. Martín Cortés a perpetuo destierro y decapitados los
hermanos González de Avila. Tal ejecución causó general disgusto,
llegándose a temer, con algún motivo, un levantamiento contra la
Audiencia.

       [276] Hernán Cortés tuvo otro hijo, llamado también Martín,
       con la india Doña Marina.

Cinco meses después de la muerte del virrey Velasco, salió la flota
(21 noviembre 1564), como había ordenado Felipe II, del puerto de
Natividad (Nueva España) con el objeto de sujetar a la Corona las
islas Filipinas, ya descubiertas hacía veinte años. Mandaban la flota
Miguel López de Legazpi y el P. Fr. Andrés de Urdaneta. Dieron vista
a las Filipinas el 13 de febrero de 1565 y en abril del mismo año
entablaron relaciones con los indios de Cebú, que, si al principio
estuvieron recelosos, concluyeron por hacerse amigos de los españoles,
y fueron, puede decirse, la base de la conquista del archipiélago. Una
vez declarados súbditos de España los de Cebú, Legazpi despachó (junio
de 1565) al P. Urdaneta para que informase al Rey del éxito de la
conquista. Continuó Legazpi en su empresa, llegando, por fin, a Manila,
cuya población la erigió (19 mayo 1571) en capital del archipiélago.

En el año 1565 se reunió un segundo concilio provincial en México, más
importante, sin duda, que el convocado diez años antes[277]. Dispuso
el concilio que rigiesen las constituciones del Tridentino, dictándose
además otras disposiciones referentes a la vida de los eclesiásticos y
a la administración de Sacramentos. Los PP. del Concilio, con elevado
espíritu religioso, dirigieron al Rey una serie de peticiones en favor
de los indios.

       [277] Asistieron el arzobispo de México y los obispos de
       Chapas, Tlaxcala, Yucatán, Nueva Galicia y Oaxaca. Por muerte
       de Quiroga, obispo de Michoacán, asistió un procurador.

El nuevo virrey D. Gastón de Peralta, tercer marqués de Falces, llegó
el 17 de septiembre de 1566. Encontróse con el proceso de don Martín
Cortés, marqués del Valle, asunto que le proporcionó serios disgustos.
Condenado a muerte por los oidores Luis Cortés, hermano de D. Martín,
el virrey casó la sentencia, conmutándola en servir al Rey por espacio
de diez años en Orán. Tanto mortificó a la Audiencia la determinación
del virrey que, en un momento de ira y sin documento alguno que
lo pruebe, escribió al monarca diciéndole que el marqués de Falces
era un traidor, pues al frente de 30.000 combatientes se disponía a
declararse independiente. El suspicaz Felipe II, creyendo que en la
denuncia podía haber algo de verdad, envió como jueces visitadores y
con amplias facultades a los licenciados Jaraba, Alonso Muñoz y Luis
Carrillo. El licenciado Jaraba murió durante la navegación, llegando
a México los otros dos en los comienzos de octubre de 1567. Muñoz era
hombre cruel y de malas inclinaciones; Carrillo era tan débil que
carecía en absoluto de carácter y fué un juguete en manos de Muñoz.
Ellos, sin consideraciones de ninguna clase, destituyeron al virrey
marqués de Falces y le sometieron a un proceso. Con mucha rapidez
sustanciaron las causas y con mucha rapidez comenzaron las ejecuciones.
Sufrieron la pena de muerte, como cómplices del marqués del Valle,
Gómez de la Victoria, Cristóbal de Oñate, Pedro y Baltasar de Quesada.
Tal indignación produjo la conducta de Muñoz, alma de todo aquello,
que Felipe II mandó que inmediatamente regresara a España. Cuando
se presentó en la corte, el Rey le dijo: «Te mandé a las Indias a
gobernar, y no a destruir», y le volvió la espalda, causando esto tal
efecto al visitador que--según cuentan--murió aquella misma noche. En
cambio, el Rey acogió cariñosamente a Falces.

Tomó posesión del virreinato D. Martín Enriquez de Almansa (5 noviembre
1568). Bajo su virreinato se descubrió el Nuevo México, y para asegurar
las comunicaciones con Zacatecas se fundaron colonias militares, pues
no eran bastantes las dos que estableció el virrey don Luis de Velasco.
Celebróse en 1571 el quincuagésimo aniversario de la conquista,
confundiéndose en las fiestas los mejicanos y tlaxcaltecas con los
españoles, lo cual parecía mostrar el acabamiento de los odios entre
vencidos y vencedores. Al lado de noticia tan grata pondremos otras
desagradables; éstas son: 1.ª, que en el citado año de 1571 se hubo de
establecer el Santo Oficio en Nueva España, siendo el primer Inquisidor
general D. Pedro Moya de Contreras; 2.ª, que terrible epidemia--tal vez
fiebres tifoideas--causó innumerables víctimas en los años 1576 y 1577.
Dávila Padilla en su _Historia de los dominicanos_ dice que murieron
más de dos millones de habitantes.

Suárez de Mendoza y Figueroa (D. Lorenzo), conde de la Coruña, se
encargó del virreinato en el año 1580 y murió el 19 de junio de 1583.
Fray Jerónimo de Mendieta, desde Traxcalla y con fecha del 16 de
septiembre de 1580, dirigió al virrey Suárez de Mendoza una carta en la
que le decía: «es muy necesario tomar el fin y pretensión del Gobierno
muy al contrario del que en estos tiempos se ha tenido, no pretendiendo
el oro ni la plata ni el interés temporal de principal intento, sino
la cristiandad y la conservación y aumento de estos naturales», siendo
de notar «la insaciable codicia de nuestros españoles, que donde quiera
que entramos, somos como la sanguijuela, que chupamos la sangre y la
vida de aquellos a quien nos allegamos; mayormente de estos pobres
indios, como de su parte no tienen ninguna resistencia»[278].

       [278] Joaquín García Icazbalceta, _Nueva colección de
       documentos para la Historia de México_, tomo IV, págs. 229 y
       230.--México, 1892.

La Audiencia, que después del virreinato del conde de la Coruña,
gobernó interinamente un año largo, nada hizo que fuese digno de
especial mención.

Ocupó el gobierno D. Pedro Moya de Contreras desde septiembre de 1584 y
asumió en su persona los cargos de arzobispo de México y de visitador
y virrey de Nueva España. Su amor a la justicia fué tan grande que
destituyó a algunos oidores de moralidad dudosa e hizo ahorcar a
varios oficiales reales. Convocó el tercer concilio provincial,
al que asistieron los obispos de Guatemala, Michoacán, Tlaxcala,
Yucatán, Nueva Galicia y Oaxaca, proclamándose que el primer deber de
los prelados era «defender con todo el afecto del alma y paternales
entrañas a los indios recien convertidos a la fe, mirando por sus
bienes espirituales y corporales.»

D. Alvaro Manrique de Zúñiga, marqués de Villa Manrique, reemplazó a
Moya de Contreras e hizo su entrada solemne en México el 18 de octubre
de 1585. Nada hizo de notable en los cuatro años largos que estuvo
al frente del gobierno. Los corsarios Drake y Cavendish cometieron
algunas depredaciones en las costas del virreinato, teniendo la fortuna
el primero de apresar el galeón _Santa Ana_, que venía de las islas
Filipinas con rico cargamento. Por ello fué tratado el virrey de poco
activo y aun de descuidado. Del mismo modo fué censurado duramente por
el siguiente hecho. Es el caso que Núñez de Villavicencio, oidor de la
Audiencia de Nueva Galicia, contrajo matrimonio, contra lo dispuesto
en una Real cédula de 10 de febrero de 1575, con una rica mujer de
Guadalajara. Destituyólo el virrey; pero la Audiencia protestó. A tal
punto llegó la enemiga entre ambas autoridades, que Felipe II, para
cortar de raiz el mal, separó del virreinato a Villa Manrique.



CAPITULO XVI

  VIRREINATO DE MÉXICO (CONTINUACIÓN): LOS VIRREYES VELASCO Y
  CONDE DE MONTERREY.--CONQUISTA DE NUEVO MÉXICO.--EL MARQUÉS DE
  MONTES CLAROS: ACUEDUCTO DESDE CHAPULTEPEC A MÉXICO.--EL VIRREY
  VELASCO (2.ª VEZ).--IMPORTANTES EXPEDICIONES.--GOBIERNO DEL
  ARZOBISPO DE MÉXICO Y DEL MARQUÉS DE GUADALCÁZAR.--ENEMIGA ENTRE
  EL MARQUÉS DE GELVES Y EL ARZOBISPO.--EL MARQUÉS DE CERRALBO:
  INUNDACIÓN DE LA CIUDAD.--OTROS VIRREYES.--EL OBISPO PALAFOX.--LOS
  PIRATAS.--VIRREINATO DE ORTEGA MONTAÑÉS, OBISPO DE MICHOACÁN.--EL
  VIRREY CONDE DE MOCTEZUMA.--EL VIRREY ORTEGA MONTAÑÉS, ARZOBISPO DE
  MÉXICO.


Llegó a México D. Luis de Velasco, segundo de este nombre, el 25 de
enero de 1590[279]. Procuró el virrey ensanchar las fronteras de
Nueva España y favoreció las expediciones al Nuevo México, donde
Antonio Espejo halló regiones dilatadas y en las cuales vivían los
_paraguantes_, _tobosos_, _júmanos_, _maguas_, _quires_, _púmanes_,
_tiguas_, _ames_ y otros indios[280]. A reconocer estos países mandó el
virrey a Gaspar Castaño de Sosa con un pequeño ejército. Salió el 27 de
julio de 1590 de Almadén y llegó hasta Chihuahua con poca resistencia
de los naturales.

       [279] Era hijo de Carrión de los Condes (provincia de
       Palencia).

       [280] _Colec. de documentos referentes al descubrimiento,
       conquista y organización de las colonias españolas en
       América_, tomo XV, págs. 101 y siguientes.

Logró celebrar un tratado con los feroces _chichimecas_, quienes
se comprometieron a no hostilizar ni a los españoles ni a sus
dependientes; si bien no pudo conseguir que los indios de los bosques o
errantes se estableciesen en poblaciones, en particular los _otomés_ se
resistieron en absoluto.

Durante el virreinato de Velasco recayó sentencia en el proceso de
Luis de Carvajal, conquistador de Nuevo León. Entre la gente que llevó
Carvajal para poblar aquella tierra se encontraban varios judaizantes
españoles que él no denunció; siendo condenado por los inquisidores
Bonilla y Santos García (febrero de 1590) a destierro de las Indias por
seis años. Poco después se dispuso (15 junio 1592) desde Martín Muñoz,
que hubiese consulado en la ciudad de México[281].

       [281] _Arch. histórico nac.--Cedulario índico_, tomo I, pág.
       195 v.º

D. Gaspar de Zúñiga y Acevedo, conde de Monterrey, tomó posesión del
virreinato de México el 5 de noviembre de 1595, en sustitución de D.
Luis de Velasco, quien pasó con el mismo cargo al Perú. Tuvo empeño
Monterrey en continuar todo lo que había establecido sabiamente
Velasco. Aconsejado por muchos propietarios de haciendas, dispuso la
traslación de los indios a lugares poblados; medida beneficiosa para
aquéllos, quienes veían ocasión propicia de ensanchar sus propiedades
con las tierras abandonadas por los indígenas. A muchos indios que
protestaron de la orden del virrey, se les quemaron las casas y
sembrados, y a otros se les condujo atados a los pueblos designados de
antemano.

Más digna de mención y de más utilidad fué la conquista pacífica de
Nuevo México, realizada por Juan de Oñate (30 abril 1598); sometiéronse
fácilmente los caciques de los _pecos_, _taos_, _apaches_, _cheros_
y _emenes_. En la exploración de la costa de California, se dió--en
recuerdo del virrey--el nombre de Monterrey a la bahía, y el mismo
nombre tomó también la capital del nuevo _reino de León_, llamada
primeramente _Nueva Extremadura_.

En los primeros días del año de 1599 se recibió en México la noticia
del fallecimiento de Felipe II en el año anterior y de la proclamación
de Felipe III. Huelga decir que se celebró la primera noticia con
solemnes honras fúnebres y la segunda con alegres fiestas.

Autorizado el conde de Monterrey por una cédula de Felipe III (1602)
para conquistar la península de California, encomendó la expedición a
Sebastián Vizcaíno y a Toribio Gómez de Corbán, los cuales salieron
de Acapulco el 5 de mayo, y aunque hubieron de regresar desde el cabo
Mendocino por haberse propagado el escorbuto en la tripulación, algo
se adelantó, pues Fr. Antonio de la Ascensión, que iba en aquel viaje,
pudo dar noticia exacta de las tierras recorridas, como ya se dijo en
el capítulo II de este tomo.

En el corto virreinato de D. Juan de Mendoza y Lema, marqués de Montes
Claros, (se encargó el 27 de octubre de 1603) comenzó la construcción
del acueducto (1606) que va desde Chapultepec a México, monumento que
se conserva y honra la memoria del insigne gobernante. Antiguamente los
reyes aztecas hicieron cañerías subterráneas, que después Hernán Cortés
reparó para conducir las mencionadas aguas. Otro proyecto igualmente
beneficioso para la ciudad de México, cual fué el desagüe de las
lagunas, se desistió de realizarlo, ante las dificultades que hubo de
presentar el fiscal Espinosa.

En el citado año de 1606 Montes Claros fué trasladado al virreinato
del Perú, volviendo a México D. Luis de Velasco, que más tenaz que el
virrey anterior, realizó el desagüe de las lagunas[282]. Debióse el
proyecto, que consistía en abrir un túnel debajo del cerro Nochistongo,
al ingeniero Enrico Martín. Comenzaron las obras el 28 de septiembre
de 1607 y terminaron el 7 de mayo de 1608, siendo su coste de 73.611
pesos. Por Real Cédula de 27 de septiembre de 1608 se declaró lo
procedente acerca de las controversias entre el virrey y el arzobispo
de México[283]. Premió el Rey los servicios de Velasco haciéndole
merced del título de marqués de Salinas.

       [282] Velasco tomó posesión de su cargo el 2 de julio de 1607.

       [283] _Arch. histórico nacional.--Cedulario índico de Ayala_,
       letra D, expediente 36.

Noticioso el virrey de que los negros que trabajaban en las haciendas
de Tierra Caliente se habían sublevado, huyendo en masa a las selvas
de los alrededores de Orizaba, donde nombraron caudillo o reyezuelo
a Yanga, y general o jefe de armas a un negro de Angola, llamado
Francisco de la Matosa, mandó contra los revoltosos al capitán Pedro
González de Herrera, quien los derrotó en el primer encuentro. Los
vencidos prometieron vivir pacíficamente en lo sucesivo, y con ellos
formó Herrera el pueblo de _San Lorenzo de los Negros_.

El deseo cada vez mayor de hallar minas de oro y plata hizo que Velasco
mandara una expedición, a cuyo frente puso a Sebastián Vizcaíno y con
el carácter de embajador a Fr. Pedro Bautista, a las islas llamadas
ricas. Llegaron al Japón, donde fueron muy bien recibidos; mas habiendo
sospechado el Emperador el intento de los expedicionarios, les retiró
su apoyo, viéndose entonces sin recursos y faltos de víveres. Tuvieron
la fortuna de encontrar ayuda en Mazamoney, rey de Ox, quien les
proporcionó un navío y les dió algunas provisiones. Después de sufrir
muchas y terribles tormentas, desembarcaron en Zacatula (20 enero 1614)
sin provecho alguno y con la contrariedad de no estar ya en el gobierno
D. Luis Velasco, que había marchado a España el 10 de junio de 1611.
Algún tiempo antes hubo de dirigirse el capitán Hurdaide contra los
indios _gaquis_, enemigos tenaces de la religión católica. Mandados los
indios por el cacique Lautaro, derrotaron a Hurdaide; pero, sin embargo
de la victoria, solicitaron la paz, que se ajustó el 25 de abril del
año 1610.

Para dar fin al gobierno de Velasco, recordaremos que desde Madrid,
Felipe III se dirigió (30 marzo 1611) al virrey, presidente y oidores
de la Audiencia de México, dándoles noticias de una obra intitulada
_Anales_, que había dejado escrita al tiempo de morir César Baronio,
cardenal de la Santa Iglesia de Roma. Publicada a la sazón, se hubo de
notar que Baronio cometía muchos errores al tratar de las regalías de
los reyes de Sicilia, sus antecesores (de Felipe III); por lo cual
prohibía dicho tomo undécimo y mandaba que se recogiesen los ejemplares
que tuvieran los particulares[284].

       [284] _Cedulario índico_, tomo XXXI, num. 264, págs. 264-266
       v.ª

Sucedió a Velasco en el virreinato de México el Ilmo. Sr. Fr. García
Guerra, arzobispo de dicho México, el 19 de junio de 1611, hasta el 22
de febrero del año siguiente, en que falleció.

Tomó la Audiencia el mando, que desempeñó dando muestras de verdadero
rigor. Porque se decía que los negros tramaban una conspiración, la
Audiencia hizo poner presos a 29 hombres y cuatro mujeres, los condenó
a la horca y dispuso que las cabezas de los ajusticiados se colocasen
en escarpias en la plaza principal.

El 28 de octubre de 1612 comenzó su virreinato D. Diego Fernández de
Córdoba, marqués de Guadalcázar. Para ampliar las obras de desagüe
de las lagunas concedió Felipe III 110.000 pesos, que se sacarían de
un impuesto sobre el vino, aceptándose el proyecto que presentó el
ingeniero Enrico Martín, mejor tal vez que el trazado por el ingeniero
holandés Boot. Consideremos los hechos que se realizaron en tiempo
del virrey Fernández de Córdoba. Don Gaspar de Alvear, gobernador
de Nueva Vizcaya, sometió a los indios _tepehuanes_, los cuales se
insurreccionaron y dieron muerte a varios religiosos; se afirmó nuestro
dominio en el país de Nayarit[285], país que recibió luego el nombre
de _Nuevo reino de Toledo_[286]; se fundaron las ciudades de _Lerma_ y
_Córdoba_, y en el año 1615 Tomás de Cardona acometió la explotación de
la península de _California_, de cuyo país tomó posesión en nombre del
monarca español.

       [285] Nayarit fué un cacique de aquella tierra.

       [286] Conservó poco tiempo dicha denominación.

Trasladado el marqués de Guadalcázar al virreinato del Perú (1621),
le substituyó D. Diego Carrillo de Mendoza y Pimentel, marqués de
Gelves y conde de Pliego. Entre el virrey y el arzobispo D. Juan
Pérez de la Serna hubo serios altercados, con no poco desprestigio
de ambas autoridades. Queriendo el prelado restablecer la disciplina
eclesiástica, excomulgó por adúltero a D. Carlos de Arellano, alcalde
mayor de Xochimilco; prohibió, entre otras imágenes ridículas, la de
Jesucristo «caballero en un cordero corriendo, con una veletilla de
niños en una mano y un pájaro atado de una cuerda en la otra;» condenó
la venta de pulque a los indios, bebida nociva y causa de embriaguez;
y, por último, ciertas devociones que se celebraban de noche durante la
cuaresma y que servían de pretexto para ciertas liviandades. Aunque las
disposiciones del prelado eran justas, se opuso a ellas la Audiencia,
a cuyo lado estuvo el virrey. Llamó más la atención el siguiente
hecho: Melchor Pérez de Varaiz, alcalde mayor de Metepec, encausado
por cohecho, se refugió como lugar seguro en el convento de Santo
Domingo. El arzobispo exigió conocer del proceso, y no siendo atendido,
excomulgó a los jueces. Colocóse el virrey al lado de la justicia;
pero el prelado puso en entredicho la ciudad; los clérigos salieron
por las calles llevando una cruz cubierta de negro velo, se cerraron
los templos y dejaron de tocar las campanas. El marqués de Gelves se
apoderó del arzobispo y lo sacó a la fuerza de México. Entonces los
habitantes de la ciudad se pusieron al lado del prelado, y ardiendo en
deseos de venganza a los gritos de _¡Viva Cristo! ¡Viva su Iglesia!
¡Muera el hereje! ¡Muera el excomulgado!_ cayeron (15 de febrero)
sobre el palacio del virrey y lo incendiaron. El virrey logró salir
disfrazado y acogerse al convento de San Francisco.

Enterado Felipe IV de tales sucesos, nombró virrey a D. Rodrigo Pacheco
y Osorio, marqués de Cerralbo, que llegó a México el 3 de noviembre de
1624; venía acompañado de D. Martín Carrillo, inquisidor de Valladolid,
encargado por el monarca de poner en claro las causas del tumulto
anterior. Cuando Carrillo estudió el asunto hubo de decir: l.º, que el
clero era el alma del motín; 2.º, que la mayor parte de la población
tomó parte, y 3.º, que tomó parte por el odio que el pueblo tenía a los
españoles. Entonces se reprendió y se depuso al arzobispo, nombrándose
en su lugar a D. Francisco de Manso y Zúñiga; se depusieron a dos
oidores, se condenó al fraile Salazar y a otros jefes del motín a
trabajos forzados, sufriendo cuatro de los últimos la pena de muerte.

Como en este tiempo España se hallaba en guerra con Holanda, Cerralbo
defendió la colonia de las asechanzas de buques holandeses.

Inundación tan terrible ocurrió en México en el año 1629 que,
habiéndose obstruído un túnel, se desbordó el lago y se anegó toda
la ciudad, muriendo ahogadas o entre las ruinas de las casas muchas
personas. Sometido a un proceso el ingeniero Enrico Martín, autor de
las obras, fué condenado a ejecutar por su cuenta las reparaciones
necesarias. Cerralbo, con fecha 25 de mayo de 1629, decía al Rey, entre
otras cosas: «Supuesta esta relación, suplico a V. M. me dé licencia
para que diga que, después de Hernán Cortés, ninguno ha servido a V. M.
en muchos años de las Indias tanto como yo en cinco...»[287]

       [287] _Boletín de la Real Academia de la Historia_ de
       Diciembre de 1916, pág. 588.

Tanta debía ser la necesidad que de dinero tenía Felipe IV que,
desde Madrid (28 mayo 1632), ordenó a Cerralbo que «vendiese algunas
hidalguías para sacar gran cantidad de dinero, que ayudaría a suplir
los gastos de mi Hacienda...»[288].

       [288] _Arch. hist. nac.--Cedulario índico_, tomo XXIV, núm.
       253, págs. 285 v.ª y 286.

Cesó el gobierno de D. Rodrigo Pacheco el 16 de septiembre de 1635,
en cuya fecha llegó D. Lope Díez de Armendáriz, marqués de Cadreita,
a sucederle. Bajo el virreinato de Cadreita, piratas holandeses,
capitaneados por el famoso _Pie de palo_, desolaron las costas de
Nueva España y llegaron a saquear el puerto de Campeche. Ya en este
tiempo--y la noticia es interesante--, como se temiese una sublevación
de criollos y mestizos en favor de la independencia de México, ordenó
Felipe IV--creyendo de este modo atajar el mal--que la colonia enviase
procuradores a las Cortes.

El 28 de agosto de 1640 llegaron juntos a México el nuevo virrey
D. Diego López Pacheco Cabrera, duque de Escalona y D. Juan de
Palafox, obispo de la Puebla. Necesitando Felipe IV mucho dinero
para las guerras en que andaba envuelto, dió el encargo de que se lo
proporcionara a López Pacheco, el cual exigió de los mineros fuertes
sumas, vendió oficios públicos y hasta demandó contribuciones por
adelantado. Semejante política disgustó mucho al prelado. Andaba
por entonces Palafox harto disgustado con las órdenes religiosas,
pues intentaba sustituir a los frailes que regían las parroquias con
sacerdotes seculares. El virrey no supo mantenerse en el terreno de
la imparcialidad y prestó su apoyo a los frailes. Tales desavenencias
obligaron a Felipe IV a destituir al duque de Escalona, nombrando
virrey al obispo Palafox.

En tanto que Escalona lograba sincerarse en Madrid, los jesuítas
declaraban guerra a muerte a Palafox. Sostenía el prelado que los
jesuítas no debían ejercer el ministerio sacerdotal sin su licencia,
y los hijos de Loyola a su vez afirmaban que ellos gozaban de ciertos
privilegios que les emancipaban de la jurisdicción ordinaria. Nombrados
varios jueces para entender del negocio, fallaron en favor de los
jesuítas. El prelado entonces excomulgó a los jueces y los jueces a
Palafox. Por fortuna, se restableció luego la concordia con honrosa
transacción.

Díjose por entonces, con más o menos fundamento, que iba a estallar
una revolución encaminada a la independencia de México, mediante los
manejos de un irlandés llamado Guillén de Lampart (o de Lombardo). Se
proponía falsificar Reales Cédulas nombrándose virrey y alzándose luego
contra Felipe IV; pero se descubrió el complot[289].

       [289] Algunos años después Lampart fué quemado vivo.

Encargóse del virreinato D. García Sarmiento de Sotomayor Enríquez de
Luna, segundo conde de Salvatierra, el 13 de noviembre de 1642, cesando
el 13 de mayo de 1648, por haber sido trasladado al Perú. Las crónicas
nada dicen digno de contarse de su gobierno; sólo refieren que era
asaz devoto y que costeó la parte principal del tabernáculo de Nuestra
Señora de Guadalupe.

No carecen de interés dos noticias referentes al venerable Don Juan
de Palafox y Mendoza, obispo de la Puebla de los Angeles. Desde
Madrid--con fecha 6 de febrero de 1648--el Rey dice a Palafox que venga
a España y ocupará la primera iglesia que vacase. De su misma Real mano
escribió después S. M. los renglones siguientes: «Estoy cierto que
executareis lo que os ordeno, con la puntualidad con que me obedeceis
en todo por combenir assi á mi servicio, y siempre tendré memoria de
vuestra persona para honrraros y favoreceros.--Yo el Rey»[290]. También
haremos notar que en los altercados que los jesuítas tuvieron con el
citado obispo de la Puebla de los Angeles, el virrey Salvatierra se
puso al lado de aquéllos, no dejando de llamar la atención lo que el
insigne Palafox escribió al Papa, en su carta del 8 de enero de 1649.
Tales son sus palabras: «Los jesuítas compraron, por una gran suma de
dinero, el favor del conde de Salvatierra nuestro virrey; el cual,
aparte de esto, me tenía un odio mortal»[291].

       [290] _Cedulario índico_, tomo IV, núm. 21, págs. 20 v.ª y 21.

       [291] _Memorias de los virreyes del Perú marqués de Mancera y
       conde de Salvatierra_, publicadas por José Toribio Polo, págs.
       19 y 20.--Lima, 1899.

Por haber sido trasladado Don García al virreinato del Perú, obtuvo
igual dignidad en México Don Marcos de Torres y Rueda, obispo de
Yucatán (1648), quien falleció al poco tiempo.

Reemplazóle Don Luis Enríquez de Guzmán, conde de Alba de Liste (1650),
en cuyo tiempo se sublevaron los indios _taraumares_ de Chihuahua,
acaudillados por sus caciques, siendo sometidos por Don Diego Fajardo,
gobernador de Nueva Vizcaya[292].

       [292] Como un hecho curioso habremos de citar que en el año
       1650 murió en Cuitlaxtla Doña Catalina Erauso, _la Monja
       Alférez_, la cual huyó de un convento de San Sebastián, se
       vistió de hombre e hizo como soldado grandes hazañas en Chile
       y en el Perú.

Bajo el virreinato de Don Francisco Fernández de la Cueva, duque de
Alburquerque, una escuadra inglesa, que mandaba Cromwell, se apoderó
de Jamaica, á pesar del auxilio que la isla hubo de recibir de nuestro
virrey.

Cuando Felipe IV se hallaba ocupado en la campaña contra Flandes, tan
funesta para las armas y para el nombre español; cuando perdíamos las
plazas de Quesnoy, la de Catelet y la de Landrecy, y cuando el Rey
echaba la culpa de su desgracia a los herejes flamencos, creyó realizar
una obra grata a Dios escribiendo desde Madrid (19 mayo 1655) al virrey
Alburquerque, encargándole que concediese todo su apoyo y favor a la
Santa Inquisición, a la cual elogia con entusiasmo excesivo[293].

       [293] _Arch. hist. nacional.--Cedulario índico_, tomo XVI,
       núm. 293 v.º

Aunque las dos noticias que a continuación vamos a registrar iban
dirigidas a todos los Estados de América, las pondremos en este lugar,
teniendo en cuenta la mayor importancia que a la sazón tenía México.
Felipe IV, por Real Cédula dada en Madrid a 8 de noviembre de 1648,
pidió a los virreyes, presidentes, audiencias y gobernadores de las
Indias ciertas noticias para poder acabar la obra (1.º y 2.º tomo)
intitulada _Teatro Eclesiástico_, y cuyo autor era el maestro Gil
González Dávila[294]. La otra noticia es que el mismo Felipe IV, desde
Madrid, y con fecha 4 de junio de 1657, después de decir que teniendo
en cuenta los continuos milagros y beneficios (como abundancia de
frutos) que continuamente hacía el glorioso San Isidro, era su voluntad
que se fundase una capilla donde descansaran las cenizas de dicho
Santo, y para cuya obra mandaba a los virreyes, presidentes, audiencias
y demás gobernadores, y rogaba a los arzobispos y obispos pidiesen
limosna en las Indias Occidentales[295].

       [294] _Arch. hist. nacional.--Cedulario índico_, tomo XXXI,
       núm. 70, pág. 69 v.ª a la 71 v.ª

       [295] _Arch. hist. nacional.--Cedulario índico_, tomo XXV,
       núm. 9, págs. 17 v.ª y 18.

Uno de los peores virreyes que ha tenido México fué D. Juan de Leyva
y de la Cerda (16 septiembre 1660 a 29 junio 1664). Consintió que su
mujer vendiese los destinos públicos y miró impasible la conducta
liviana de la dicha virreina. No corrigió los escándalos de su hijo
D. Pedro, antes, por el contrario, los alentó con su manera de obrar.
Bastará decir que se declaró enemigo de D. Diego Osorio de Escobar,
arzobispo de México, porque éste--como era su deber--condenó el
desafío entre el hijo del virrey y el conde de Santiago. La importante
sublevación de los indios de Tehuantepec tuvo su origen en los excesos
que cometía el alcalde mayor D. Juan Arellano, y que terminó por la
mediación de D. Alonso de Cuevas Dávalos, obispo de Oaxaca. Españoles
e indígenas odiaban el gobierno del virrey. Su carácter altanero y las
pretensiones cada día mayores de su familia le acarrearon la enemiga
del citado arzobispo Osorio de Escobar. Sabedor el Rey de tales hechos,
confirió al prelado el gobierno de México, y aunque el conde de Baños
detuvo hasta seis cédulas reales, por fin fué arrojado del poder por un
movimiento popular.

Tres meses ocupó el virreinato el arzobispo de México, Osorio de
Escobar. Al ser sustituído en aquel importante cargo, también hubo
de renunciar la mitra, la que recayó en D. Alonso de Cuevas Dávalos,
obispo de Oaxaca. Osorio volvió a su obispado de Puebla.

D. Antonio Sebastián de Toledo, marqués de Mancera, hizo su entrada
pública en la capital el 15 de octubre de 1664. A la sazón, los
corsarios ingleses--y el principal de ellos Juan Morgan--infestaban los
mares, no pudiendo resistirles la débil escuadra española que había
en el golfo de México. A tales desdichas hay que añadir la completa
decadencia de la agricultura, industria y comercio. La tristeza que
causó la noticia de la muerte de Felipe IV y que llegó a México en
los comienzos del año 1666, se convirtió en alegría cuando se juró a
Carlos II. Precaria llegó a ser la situación del marqués de Mancera,
ya por las necesidades de la colonia, ya por las continuas cantidades
que tenía que mandar a D.ª Mariana de Austria, reina gobernadora.
Registraremos tres hechos principales durante el gobierno del marqués
de Mancera: la erupción del Popocatepell acaecida el año 1665, la
celebración de un auto de fe y la caridad que manifestó por los
pobres, que sufrieron mucho por las pérdidas de las cosechas en el año
1673. Disgustado por las exigencias continuas de la corte, renunció
el virreinato, saliendo para España el 2 de abril de 1674, no sin
sentimiento del pueblo mejicano.

Cinco días, desde el 8 de diciembre de 1673 hasta el 13, desempeñó el
gobierno D. Pedro Nuño Colón de Portugal, duque de Veragua.

Nombrado virrey fray Payo Enríquez de Ribera, arzobispo de México,
bajo su enérgica dirección mejoraron algo las cosas. Procuró defender
las costas y libró contra los corsarios verdadero combate naval en la
laguna de Términos. Tanto el desagüe del valle como la construcción de
la catedral de México adelantaron notablemente. También adelantó mucho
la colonización de Nuevo México y de California. Digna de todo encomio
fué la erección, establecimiento y constitución (29 marzo 1678) del
Colegio Seminario de Nuestra Señora de la Concepción de la ciudad de
Chiapa[296]. Refieren los cronistas que puso en cuidado al virrey la
insurrección de los indios _taos_, _picuriés_ y _tehecas_ (1680), la
cual no pudo sofocar don Antonio de Otermín, gobernador de Santa Fe.
También en el citado año los piratas ingleses saquearon a Campeche. No
terminaremos la reseña del virreinato sin decir que en el año 1675 se
acuñó por primera vez moneda de oro en la Casa de Moneda de México, y
que en el 25 de noviembre del mismo año entró Carlos II a gobernar el
reino de España.

       [296] En el citado año llegó a México, de paso para su
       destierro de Filipinas, D. Fernando de Valenzuela, famoso
       privado de D.ª Mariana de Austria, madre de Carlos II. _Arch.
       hist. nac.--Cedulario índico_, tomo XXVI, pág. 346 v.ª

Comenzó su virreinato D. Antonio de la Cerda y Aragón, conde de
Paredes, el 30 de noviembre de 1680. Sólo hechos tristes registra la
historia de México en este período. El año 1681 estalló formidable
levantamiento en la ciudad de Antequera, a causa del cobro de las
alcabalas; las costas de Yucatán se vieron asaltadas por los piratas;
Veracruz fué saqueada (1683) por los corsarios franceses, y Campeche
sufrió la misma suerte (1685). La expedición de D. Isidro de Otondo
para la conquista de California, y en la cual iban los célebres
jesuítas Kino y Salvatierra, no dieron resultado alguno. Hemos de
consignar un suceso que llamó mucho la atención por entonces. Llegó
a México D. Antonio de Benavides, marqués de San Vicente, con el
carácter--según se dijo--de visitador del reino. Al llegar a Puebla,
fué reducido a prisión por orden de la Audiencia y llevado a la
ciudad de México. Se le formó proceso, y después de un año de prisión
se le condenó a muerte el 10 de julio de 1684 y fué ahorcado el 14.
Cortáronle la cabeza y las manos; aquélla y una mano se mandó a Puebla,
y la otra mano se clavó en la horca. ¿Era agente de los piratas, como
afirman unos, ó un impostor, como dicen otros?

Duró el virreinato de D. Melchor Portocarrero Laso de la Vega, conde
de la Monclova, desde el 16 de noviembre de 1686 al 20 de noviembre de
1688. En este mismo año marchó al Perú con el mismo cargo. Procuró la
reconquista del Nuevo México y de la California; tuvo que sofocar la
sublevación de los indios de Sonora, y de los _conchos_ y _tarahumares_
de Chihuahua. Para beneficio de la ciudad de México construyó una
cañería y prosiguió la obra del desagüe. Echó en Coahuila los cimientos
de una ciudad que en su honor se llamó _Monclova_.

Figura entre los buenos virreyes D. Gaspar de la Cerda Sandoval y
Mendoza, conde de Galve, que se hizo cargo del gobierno el 29 de
noviembre de 1688. Ordenó, ya a D. Pedro Girón, ya a D. Diego Vargas
Zapata, la reconquista de Nuevo México: la guerra duró desde el 1690
hasta el 1696, y nuestras tropas sufrieron grandes trabajos.

Llegó a noticia del virrey que los franceses acababan de fundar una
colonia al Norte del golfo de México, y para oponerse a ello, envió
con las tropas que pudo reunir al gobernador de Coahuila. Llegó el
gobernador a la laguna de San Bernardo, donde sólo encontró ruinas de
un fortín y bajo ellas los cadáveres de los franceses, capitaneados por
La Salle. Los mismos indios _carancahuases_ que habían muerto a los
franceses, salieron al encuentro de los españoles llamándoles _texia_
(amigos), recibiendo desde entonces el nombre de Texas. Comenzóse por
el P. Damián Mazanet a predicar el Evangelio y se dió principio a la
fundación de _San Antonio de Béjar_, _Jesús María_ y otras poblaciones.

Temiendo el conde de Galve que pudieran un día los franceses invadir
la Florida, echó los cimientos de la villa de _Panzacola_. A la sazón
frecuentes agitaciones llevaron el desasosiego a los espíritus: los
indios de Chihuahua y Sonora asesinaron a varios religiosos y quemaron
algunas iglesias; los _pimas_ de California se sublevaron y fueron
castigados por el capitán Antonio Solís, en tanto que los jesuítas
PP. Kino, Ugarte y Salvatierra continuaban las misiones con bastante
fruto. También hacían los jesuítas observaciones geográficas y
estudiaron detenidamente la Baja California.

Comenzó el virreinato de don Juan de Ortega y Montañés, obispo de
Michoacán, el 27 de febrero de 1696, y duró hasta el 2 de febrero de
1697. Apenas se hubo encargado del gobierno, cuando los estudiantes se
amotinaron en la plaza Mayor y quemaron la picota. El 6 de octubre de
1696 llegó la noticia de la muerte de la reina Doña Mariana de Austria,
celebrándose por su alma suntuosas honras en la catedral de México el
24 de noviembre. Uno de los últimos hechos del virrey fué conceder
permiso a los jesuítas para emprender la reducción de la California.

Don José Sarmiento Valladares, conde de Moctezuma, casado con una
cuarta nieta del emperador mejicano del mismo nombre, gobernó la
colonia desde el 2 de febrero de 1697 hasta el 4 de noviembre de
1701. Procuró asegurar el orden en la colonia, pues eran frecuentes
los motines o tumultos, dictando también severas disposiciones contra
los bandidos, muchos de los cuales fueron ajusticiados. Continuaron
los jesuítas, entre otros el P. Kino, sus misiones en California.
Conviene advertir que, según Cédula real de 11 de diciembre de 1697,
había interés de parte de la Corte de España--a causa de las noticias
de los anteriores virreyes, condes de la Monclova y de Galve--en la
realización de la obra para el desagüe de la laguna de Huehuetoca[297].
En tiempo de Moctezuma se recibió la noticia de la muerte de Carlos II
(1701), y la elección de Felipe V, quien fué jurado el día 4 de abril.

       [297] _Cedulario índico de Ayala_, letra D, expediente número
       15.

Ocupó por segunda vez el virreinato D. Juan de Ortega Montañés,
arzobispo de México, tomando posesión el 4 de noviembre de 1701. Puso
el virrey en estado de defensa los puertos de Veracruz y Tampico,
amenazados por las armadas inglesa y holandesa; pero lo que los citados
enemigos no lograron en aguas de América, pudieron conseguir en las
costas de España, donde echaron a pique la flota que venía de Nueva
España en septiembre de 1702 y se apoderaron de muchas riquezas,
ocasionando a nuestra nación pérdidas que--según se dijo--ascendían a
cincuenta millones de pesos.



CAPITULO XVII

  VIRREINATO DE MÉXICO (CONTINUACIÓN).--EL VIRREY DUQUE DE
  ALBURQUERQUE: SU POLÍTICA INTERIOR; LUCHA CON LOS CORSARIOS Y CON
  LOS INGLESES.--EL DUQUE DE LINARES: SU AMOR A LA JUSTICIA.--EL
  MARQUÉS DE VALERO: EXPEDICIÓN A CAMPECHE Y YUCATÁN: SU POLÍTICA
  CON LOS CACIQUES.--GOBIERNO DEL MARQUÉS DE CASAFUERTE.--DESGRACIAS
  DURANTE EL MANDO DEL ARZOBISPO VIZARRÓN.--LOS VIRREYES DUQUE DE
  LA CONQUISTA, CONDE DE FUENCLARA Y CONDE DE REVILLAGIGEDO.--DÉBIL
  GOBIERNO DEL MARQUÉS DE LAS AMARILLAS.--EL MARQUÉS DE CRUILLAS:
  EL ALMIRANTE INGLÉS POCOCK SE APODERA DE LA HABANA.--MALA
  ADMINISTRACIÓN DEL VIRREY MONTSERRAT.--VIRREINATO DE CROIX:
  EXPULSIÓN DE LOS JESUÍTAS.--SÍNTOMAS REVOLUCIONARIOS EN EL
  PAÍS.--VIRREINATOS DE BUCARELI, MAYORGA, GÁLVEZ (D. MATÍAS
  Y D. BERNARDO) Y FLORES.--EXCELENTE GOBIERNO DEL CONDE DE
  REVILLAGIGEDO.--EL MARQUÉS DE BRANCIFORTE, BERENGUER DE MARQUINA E
  ITURRIGARAY.--ÚLTIMOS VIRREYES.


El virrey D. Francisco Fernández de la Cueva, duque de Alburquerque,
llegó a Veracruz el 6 de octubre de 1702. Preparó la armada de
Barlovento y con ella logró ahuyentar a los corsarios del golfo de
México; hizo confiscar los bienes de los portugueses, ingleses y
holandeses residentes en la colonia; logró que los ingleses levantasen
el cerco de San Agustín y se retiraran de las costas de la Florida.

En la política interior impuso impuestos a los eclesiásticos (el
diezmo sobre los bienes) y consiguió la reversión a la Corona de las
rentas enajenadas. No olvidó la pacificación de ambas Californias,
procurando también que se continuara arrojando en aquellas tierras
la semilla del Evangelio, como lo venían haciendo el P. Salvatierra
y otros religiosos. No deja de llamar la atención una cédula, en la
cual se dice que habiendo llegado a noticia de Felipe V que en las
Indias se hallaban muchos delatores y testigos falsos, mandó al virrey,
audiencias y demás justicias de Nueva España, ejecutasen con la más
rigurosa exactitud las leyes vigentes contra los mencionados delatores
y testigos falsos. La cédula tiene la fecha del 6 de septiembre de
1705[298].

       [298] _Arch. histórico nacional, Cedulario índico de Ayala_,
       letra D.

Al duque de Alburquerque sucedió en el virreinato D. Fernando de
Alencastre Noreña y Silva, duque de Linares y marqués de Valdefuentes;
tomó posesión del virreinato el 15 de enero de 1711. Hombre recto
y justo, procuró corregir los males de aquella sociedad. Estaba
corrompida la administración de justicia y relajada la disciplina
eclesiástica. Intentó la pacificación del Nayarit, sirviéndose de la
santidad de fray Antonio de Jesús Margil; en 1711 un terremoto derribó
muchos edificios de México, y en 1714 hubo gran escasez de víveres,
trayendo el hambre como inseparable compañera la peste. En su honor
se dió el nombre de _San Felipe de Linares_ a una colonia fundada
en Nuevo León. Durante su virreinato se celebró la paz de Utrech, y
por el tratado llamado de _asiento_ entre España e Inglaterra, su
Majestad católica concedió al rey de la Gran Bretaña el monopolio de
introducir esclavos negros en México y en las demás colonias españolas
de América[299].

       [299] Véase Cap. XIV de este tomo.

Don Baltasar de Zúñiga, duque de Arión y marqués de Valero, desembarcó
en Veracruz (julio de 1716) e hizo su entrada pública en México (16 de
agosto del mismo año). Sucesos de alguna importancia ocurrieron durante
el virreinato del duque de Arión, lo mismo en el orden interior que
en el exterior. Por lo que al orden interior respecta, comenzaremos
dando exacta noticia--según documentos de la época--de la sedición y
tumulto que promovieron, en la noche del 3 de mayo de 1717, las monjas
de Santa Clara de la ciudad de México, contra el comisario general de
San Francisco. Tan grande fué el escándalo, que el virrey Valero tuvo
que mandar guardias. En el día siguiente desobedecieron al provisor
del arzobispado y al virrey. El arzobispo, en el mes de agosto del
mismo año, de vuelta de su visita pastoral, quiso--y tampoco lo
consiguió--llevar la paz al convento. A tal punto llegaron las cosas,
que el Rey hubo de mandar, hasta que la Santa Sede dispusiera lo más
acertado, que el convento pasase a la jurisdicción ordinaria[300].

       [300] _Cedulario índico_, tomo III, núm. 53, págs. 101 v.ª 108.

Por lo que atañe a política exterior, el virrey Valero mandó una
expedición bajo las órdenes de D. Alonso Felipe de Andrade a las costas
de Campeche y Yucatán, con el objeto de arrojar a los ingleses que se
habían establecido en aquellos lugares. Logró Valero lo que se propuso,
mostrando en esta ocasión no poco tino. Acertó a llegar por entonces
(1717) el cacique Tixjanaque, de la Florida, y recibió el bautismo;
otros caciques siguieron el ejemplo de Tixjanaque. También logró el
virrey que la levantisca provincia de Nayarit, en Nueva Galicia, fuera
castigada, sometiéndose por completo. Por último, las erupciones del
Popocatepetl amedrentaron a los que vivían cerca del volcán, y los
vecinos de México vieron con sentimiento el incendio del hermoso teatro
de la ciudad, suceso que acaeció después de la representación del drama
_Ruina e incendio de Jerusalén_, y cuando se iba a poner en escena otro
intitulado _Aquí fué Troya_.

El 15 de octubre de 1722, D. Juan de Acuña, Marqués de Casafuerte,
natural de Lima, tomó posesión del gobierno. Se sometió el Nayarit,
que volvió una vez más a sublevarse; y se expulsó a los ingleses del
territorio que ellos denominaban de Walix o Belice, cuya operación se
encomendó al valeroso jefe D. Antonio de Figueroa. Durante los once
años de gobierno del marqués de Casafuerte se atrajo las simpatías
de los mejicanos, los cuales lloraron su muerte, acaecida el 16 de
marzo de 1734. Antes de terminar los hechos correspondientes a este
virreinato, diremos que en el año 1722 comenzó en México la publicación
de un periódico que se llamó primero _Gaceta de México_, y desde el
número 4 se le añadió _y Florilogio Historial_, etc., dirigido por D.
Juan Ignacio María de Castorena, chantre de la catedral de México y
después obispo de Yucatán. Publicóse el periódico desde enero del año
citado hasta junio, volviendo a aparecer en 1728 por el presbítero D.
Juan Francisco Sahagún de Arévalo Ladrón de Guevara y que duró desde
el mes de enero de aquel año hasta fines de noviembre de 1739; fué
sustituído por otro periódico del mismo autor, que se llamó _Mercurio
de México_, y que dejó de publicarse en septiembre de 1742. Construyó
el marqués de Casafuerte la Casa de la Moneda, la de la Aduana y
realizó otras muchas obras.

Tomó posesión del virreinato (16 mayo 1734) el Ilmo. D. Juan Antonio
de Vizarrón y Eguiarreta, arzobispo de México. En su tiempo, terrible
epidemia que se llamó _matlazahuat_ se cebó en los indios, de los
cuales murieron más de la mitad. Declarada la guerra entre España e
Inglaterra, las flotas británicas ocasionaron frecuentes alarmas en las
ciudades del litoral y los indios de California se levantaron contra
los misioneros jesuítas.

Después de los cortos gobiernos de D. Pedro de Castro y Figueroa, duque
de la Conquista y marqués de Gracia Real (se encargó del mando el 17 de
agosto de 1740 y falleció el 22 de agosto de 1741) y de la Audiencia,
cuyo presidente era D. Pedro Malo de Villavicencio, tomó las riendas
del virreinato (3 noviembre 1742) D. Pedro Cebrián y Agustín, conde
de Fuenclara. Fué verdadera desgracia que el galeón _Nuestra Señora
de Covadonga_, que salió de Acapulco con rumbo a Manila, cayese (20
junio 1743) en poder del almirante Anson, llevándose 300 prisioneros
de todas clases y más de dos millones y medio de pesos. En cambio,
nos es grato referir que el coronel D. José de Escandón emprendió el
año 1744 la conquista de _Sierra Gorda_, fundando las colonias de
_Nuevo Santander_, en Tamaulipas. Dos asuntos le ocuparon después
preferentemente: embellecer la ciudad de México y mandar dinero a
España, cuyo gobierno se hallaba bastante necesitado.

Más importante es la historia de D. Francisco de Güemes y Horcasitas,
conde de Revillagigedo (9 julio 1746). En su tiempo, D. Manuel
Salcedo, gobernador de Yucatán, peleó con ventaja para desalojar a
los ingleses del territorio de Belice. Uno de los mayores empeños
del virrey fué el arreglo de la Real Hacienda, consiguiendo, en gran
parte, su propósito, á pesar de los obstáculos que le puso aquel alto
tribunal, siempre rehacio a ciertas reformas. Revillagigedo rebajó las
tarifas de aduanas, persiguió con empeño y constancia el contrabando y
dió otras prudentes y beneficiosas disposiciones. Encontróse a veces
en grandes apuros, ya por la carestía y hambre que se presentaba en
algunas provincias, ya por no poder atender las exigencias de dinero
que le hacía la corte de Fernando VI. En este sentido es curiosa la
siguiente comunicación escrita en Aranjuez el 21 de mayo de 1748. Dice
así: «Hallándose la vajilla de que se sirve el Rey falta de muchas
piezas muy precisas, y queriendo se complete enteramente de éstas y
de las demás que son asimismo indispensables: Me ha mandado S. M.
prevenir a V. E. embie de su real cuenta en las primeras ocasiones que
se presenten, como sesenta mil onzas de plata de la que se llama Copeya
o virgen, buscando la de más superior calidad, y al propio intento
también dos mil onzas de oro del de mejores quilates que se hallase;
lo que participo a V. E. para que en esta diligencia se dedique a
desempeñar con la posible brevedad este encargo.--Dios guarde a V. E.
muchos años.--El marqués de la Ensenada.--Señores virreyes de Nueva
España Horcasitas y del Perú Manso»[301].

       [301] _Archivo histórico nacional.--Cedulario índico_, tomo
       IX, núm. 684, pág. 683.

Importa a nuestro objeto recordar que D. José de Escandón continuó
trabajando en la pacificación de Tamaulipas, vasto país habitado por
los _apaches_, _comanches_ y otros indios bárbaros.

Don Agustín de Ahumada y Villalón, marqués de las Amarillas, comenzó
su virreinato el 10 de noviembre de 1755, y lo desempeñó hasta el 5 de
febrero de 1760, en que falleció. No pudo extinguir el bandolerismo,
ni proteger la colonia contra las invasiones de los indios comanches.
Durante su virreinato ocurrió la formación del volcán de _Xorullo_, en
medio de fértil planicie de Michoacán (1758).

Al gobierno de la Audiencia, presidida a la sazón por D. Francisco
Antonio de Chavarría, y al virreinato de D. Francisco Cajigal de la
Vega, que tomó posesión el 28 de abril de 1760 y lo renunció el 6 de
octubre del mismo año, sucedió D. Joaquín de Montserrat, marqués de
Cruillas. La Real Cédula de su nombramiento se dió en el Buen Retiro
el 10 de marzo de 1760[302], y tomó posesión el 6 de octubre del mismo
año. Al siguiente se verificó el juramento de Carlos III, sucesor de su
hermano Fernando VI en el trono de España. El virrey sofocó en 1761 un
levantamiento de los _yucatecas_, dirigido por Jacinto Canek, que pagó
con la vida su amor a la libertad. Cuando el almirante inglés Pocock se
apoderó de la Habana (13 agosto 1762), el marqués de Cruillas reparó
los fuertes de Veracruz, e hizo que D. Juan de Villalba organizase un
ejército colonial, el primero de este género que se conoció en Nueva
España. Mostró el marqués de Cruillas mucho interés--interés que le
hicieron tener los frailes de su virreinato--en que el Rey recomendase
a Su Santidad la pronta beatificación de Fray Antonio Margil de Jesús,
religioso misionero observante de San Francisco[303].

       [302] _Archivo histórico nacional.--Cedulario índico_, tomo X,
       núm. 131, pág. 70 v.ª

       [303] _Archivo histórico nacional.--Cedulario índico_, tomo
       XV, núm. 205, pág. 166.

No estando conforme el gobierno de Madrid con la administración del
virrey Montserrat--pues se decía que había malversado dos millones de
pesos--mandó de visitador a D. José de Gálvez, hombre de carácter y
justo, quien destituyó a varios oficiales reales y al mismo marqués de
Cruillas.

D. Carlos Francisco de Croix, marqués de Croix, natural de Lille,
recibió en Otumba el gobierno a 23 de agosto de 1766. Graves asuntos
preocuparon al virrey. Fué uno de ellos, y el más importante sin duda,
la expulsión de los jesuítas que se verificó en México el 25 de junio
de 1767[304]. En la mañana misma que se ejecutó la providencia contra
los hijos de Loyola, publicó un bando el virrey, prohibiendo toda
conversación, murmuración ó comentario sobre el asunto, terminando con
decir... «de una vez para lo venidero deben saber los vasallos del
gran Monarca que ocupa el trono de España que nacieron para callar
y obedecer, y no para discurrir ni opinar en los altos asuntos del
Gobierno.» Como los indios y el pueblo en general no entendiesen este
lenguaje, se alzaron en armas e hicieron volver a su residencia a los
Padres; pero el virrey, con poderosas fuerzas, logró restablecer el
orden y castigó con mano de hierro a los sublevados, sufriendo muchos
la pena capital. Conducidos los jesuítas a Veracruz, allí fueron
embarcados con rumbo a Génova. Nuestra imparcialidad nos obliga a
confesar que los jesuítas eran muy queridos en San Luis de Potosí,
Guanajuato, San Luis de la Paz, Valladolid, Uruapam y Pátzcuaro, y aun
pudiéramos decir que en todo el virreinato.

       [304] Ya sabemos que el decreto se firmó por Carlos III en El
       Pardo el 27 de febrero del citado año y se ejecutó el 1.º de
       abril.

Tampoco pasaremos en silencio que por R. D. dado en El Pardo a 17 de
marzo de 1768, se creó en el Hospital de Indios de México una cátedra
de _Anatomía práctica_[305].

       [305] _Cedulario índico_, tom. XVI, núm. 6, pág. 7.

Preocupóle al virrey el desorden que existía en el país, como también
el lastimoso estado de la colonia del Nuevo Sacramento (1767)[306].

       [306] _Archivo histórico de Alcalá de Henares.--Expedientes
       del correo marítimo de México(1765-1773)._

Lo más grave era que en México se agitaba cada vez con más fuerza la
idea de independencia, hasta el punto que hubo necesidad de llevar
tropas españolas, las cuales llegaron a Veracruz el 18 de junio de 1768.

De otros asuntos bien será decir que no carecieron de interés las dos
expediciones que por los años de 1768 se hicieron a California, cuyo
país fué conquistado y pacificado. Son del mismo modo curiosas las
noticias dadas por el coronel D. Domingo Elizondo al marqués de Croix,
acerca de la expedición de Sonora y que el mencionado virrey comunicó a
España: el documento se halla fechado en junio de 1770[307].

       [307] Ibidem.

Durante el virreinato de Croix, ocupó el arzobispado de México don
Antonio de Lorenzana y Butrón, insigne varón que estableció (1767) la
_Casa cuna_, publicó las _Cartas de Hernán Cortés_, los _Concilios_ y
celebró (1771) el _cuarto Concilio provincial_.

Se encargó del gobierno el 22 de septiembre de 1771 y lo conservó
hasta el 9 de abril de 1779, don Fray Antonio María de Bucareli y
Ursúa, bailío de la orden de San Juan. En el interior hizo prosperar el
comercio y mejoró el estado de la Hacienda, y en el exterior estableció
presidio en la región del Norte, para contener las invasiones de los
_apaches_ y _comanches_. En su tiempo se fundó el periódico semanal de
Medicina por el Dr. José Ignacio Bartolache, con el título de _Mercurio
Volante_. Se abrió un Hospicio, se fundó el Montepío, se estableció un
Manicomio, se creó el Tribunal de Minería, se edificó la fortaleza de
Acapulco y se hicieron otras obras de utilidad y recreo.

Después la Audiencia, cuyo regente era Don Francisco Romá y Rosell,
estuvo unos cuatro meses al frente del virreinato.

Don Martín de Mayorga se hizo cargo del gobierno el 29 de agosto
de 1779. Cuando los Estados Unidos de América habían proclamado su
independencia y marchaban victoriosos en su lucha con Inglaterra,
España, no sin vacilar mucho, se unió con Francia (junio de 1779) para
tomar parte en la guerra contra la Gran Bretaña. Púsose a la cabeza de
nuestras tropas Don Martín de Mayorga, logrando algunas ventajas sobre
las armas británicas. No solamente la guerra, sino otra plaga peor
llevó el luto a muchas familias de Nueva España. Numerosas fueron las
víctimas que hizo, en el citado año de 1779, la epidemia de viruelas en
todo el país[308].

       [308] _Archivo histórico nacional.--Cedulario índico_, tomo
       XXXIX, núms. 36 y 37, págs. 69 v.ª a 73 v.ª

Ocupó el virreinato de México, después de un período de guerras y de
epidemias bastante largo, Don Matías de Gálvez, en abril de 1783. Es de
advertir que en dicho año España, con sentimiento de Carlos III, tuvo
que ceder a Inglaterra el territorio de Walix o Belice.

Después, la Audiencia, representada por su regente Don Vicente
Herreras, se encargó por corto tiempo del gobierno.

Don Bernardo de Gálvez, conde de Gálvez, hijo del anterior virrey, tomó
posesión del gobierno el 17 de junio de 1785. Su bellísimo carácter y
su inagotable caridad le granjearon muchas simpatías, y son timbre de
gloria sus campañas contra los ingleses en Luisiana.

Otra vez la Audiencia, cuyo regente era a la sazón don Eusebio Beleño,
se hizo cargo del poder. Por entonces se dispuso la división de
Nueva España en intendencias, que fueron las siguientes: _Veracruz_,
_Puebla_, _Oaxaca_, _Valladolid de Michoacán_, _Guanajuato_,
_Zacatecas_, _Mérida de Yucatán_ y la de _Sonora_ y _Sinaloa_.

Interinamente fué nombrado virrey el ilustrísimo Don Alonso Núñez de
Haro y Peralta, arzobispo de México, cargo que desempeñó desde el 8 de
Mayo de 1787 al 16 de agosto del mismo año.

Desde el 17 de agosto de 1787 al 17 de octubre de 1789 estuvo al frente
del virreinato Don Manuel Antonio Flores, que tuvo la dicha de recibir
la expedición botánica dirigida por Don Martín Sesé y Don José Lacarta,
organizada por Don Casimiro Gómez Ortega, director del Jardín Botánico
de Madrid. Creó Flores tres regimientos, a los que llamó _Nueva
España_, _México_ y _Puebla_.

También desde el 17 de octubre de 1789 hasta el 12 de julio de 1794
ocupó el virreinato el caballeroso y excelente don Juan Vicente de
Güemes Pacheco de Padilla, segundo conde de Revillagigedo. A los siete
días de encargarse del mando, o sea en la noche del 23 de octubre,
aparecieron asesinados en su casa el comerciante don Joaquín Dongo,
un cuñado suyo, cuatro dependientes, el cochero y cuatro criadas,
faltando de las cajas grandes cantidades de dinero y muchas alhajas.
Descubiertos los criminales, que eran tres extranjeros, fueron
ahorcados en la plaza pública. Organizó la policía, hermoseó la
capital, y al nivelar la plaza (17 diciembre 1790) se encontró la
piedra Tonalamatl o _Calendario mejicano_.

Una expedición que mandó al Norte del mar Pacífico (1791) para
descubrir un estrecho que uniese las bahías de Hudson y Baffin,
sólo dió por resultado la exploración del litoral hasta la isla
de Vancouvert. Arregló la administración de justicia, protegió la
instrucción pública, fomentó la industria y la minería y abrió nuevas
vías de comunicación. Como materiales para la historia de México, hizo
copiar los manuscritos que existían en los conventos o en poder de
particulares.

Procede registrar el siguiente hecho: el arzobispo de México remitió
al Conde de Floridablanca (27 enero 1792) un informe que se le
había pedido acerca de la conducta moral y política y modo de obrar
del virrey[309]. Posteriormente el mencionado virrey, conde de
Revillagigedo, escribió algunas cartas al conde de Aranda acerca de
emisarios propagandistas de la independencia[310].

       [309] _Archivo de Indias.--Estado.--México._--Legajo 22 (7).

       [310] Ibidem.--Leg. 2 (19).

Durante el virreinato de D. Miguel de la Grua Talamanca y Branciforte,
marqués de Branciforte, casado con D.ª María Antonia Godoy, hermana
del príncipe de la Paz, continuó la propaganda revolucionaria. Con
fecha 26 de Septiembre de 1795, el virrey escribió al duque de Alcudia,
remitiendo al mismo tiempo copia de un libelo introducido en aquel
virreinato y daba cuenta de las providencias que había tomado para que
se recogiesen el mencionado papel y otros de igual naturaleza[311].
Las sediciones interiores ocuparon mucho tiempo al virrey e igualmente
la propaganda revolucionaria de los franceses. Al príncipe de la Paz
dió cuenta (26 noviembre 1796) del expediente que hubo de formar para
recoger estampas que representaban el suplicio del rey de Francia y su
real familia[312]. No es de extrañar, pues, que la ciudad de México
escribiese una carta al citado Godoy relatando los hechos de lealtad,
méritos y servicios del marqués de Branciforte[313].

       [311] Ibidem.--Leg. 4 (42).

       [312] Ibidem.--Leg. 6 (81).

       [313] Ibidem.--Leg. 17 (11).

Una de las primeras ocupaciones del virrey D. Miguel José de Azanza,
fué el descubrimiento de una conspiración que tenía por objeto la
independencia de México. Autores y cómplices cayeron en poder de
las autoridades[314]. Descubrióse en el año 1799 y se denominó la
conspiración de los _machetes_. El jefe de ella se llamaba D. Pedro
Portilla, hombre valeroso, enérgico y activo.

       [314] Ibidem.--Leg. 9 (62).

Después del virreinato de don Félix Berenguer de Marquina (1800 a
1803), quien logró que fracasara la conspiración del indio Mariano en
Tepic, encaminada al restablecimiento de la monarquía azteca, ocupó
cargo tan importante don José de Iturrigaray (1803 a 1808). Debió
comenzar bien, por cuanto el ayuntamiento de la ciudad de México
escribió a S. M. informando de la felicidad que gozaba el reino con
el gobierno de Iturrigaray y pidiendo que continuase en él[315]. Lo
mismo pidieron los gobernadores de indios de las parcialidades de San
Juan y Santiago contiguas a la ciudad de México[316]. Sin embargo, se
halla probado que Iturrigaray era codicioso y avaro, como también es
indudable que remitió a España grandes cantidades, único modo de tener
contentos a los cortesanos y favoritos de Carlos IV y de María Luisa.

       [315] _Arch. de Indias._--Estante 89.--Cajón 1.--Legajo 18.
       (3).

       [316] Ibidem.--Legajo 18. (2).

Bajo su gobierno y con anterioridad al año 1805, los Honorables Juez
James Workman y Coronel Lewis Kerr idearon un proyecto «para la
conquista de las Provincias Españolas» en América. Dicho proyecto contó
años después muchos partidarios, siendo algunos de ellos «personas
distinguidas.» Formaron una junta secreta, denominada _Asociación
Americana_; su objeto y planes se extendían a la conquista de Nueva
España, o más bien «a su emancipacion de toda dependencia y sujecion a
Dueños Europeos, erigiéndola en un Govierno independiente, aliado de
los Estados Unidos, y bajo su proteccion (sic)», deviendo ser el primer
paso que habían de dar la toma de Baton Rouge y tremolar allí «el
antiguo Estandarte Mejicano», proponiéndose «librar a los territorios
vecinos del yugo opresibo de los tiranos de España... y libertar a
México de un yugo que aborrece...» La Asociación Americana contaba
realizar otras dos expediciones con los auxilios de los Estados Unidos
y de México: la una por el rumbo de Bexar, y la otra desembarcando en
Panuco. Procesados los conspiradores principales, por haber intentado
«una expedición ilegal», se excusaron diciendo que sólo trataban de
prepararse para el caso de que España «se declarara enemiga» de los
Estados Unidos. Dióse la sentencia el 6 de mayo de 1807 por la sala
de la ciudad de Nueva Orleans[317], absolviendo a los acusados, sin
embargo de que uno de ellos vomitó las más injuriosas exprecciones
(sic) contra España y su gobierno en América, alegando justos
motibos--en el concepto suyo--para desear y tratar de la independencia
de ella. Alúdese en dicha causa a Aaron Burr, vicepresidente de la
República de los Estados Unidos, que también trató de invadir a Nueva
España, y al famoso General venezolano D. Francisco Miranda, ya
rebelado contra la Monarquía Española[318].

       [317] Población hoy de los Estados Unidos, en la desembocadura
       del Mississipí.

       [318] _Documentos históricos mejicanos_, etc., tomo I, págs.
       1-100.--México, 1910.

Acerca de la codicia y despotismo de Iturrigaray recordaremos que en
enero de 1808 un sobrino del conde de Campomanes--retirado en el pueblo
de San Juan Bautista Giguipilco, a 22 leguas de México--, dirigió sobre
el particular verídica representación a Fernando VII[319].

       [319] _Arch. Hist. Nac.--Estado._--Leg. 57.--E. núm. 46.

Las noticias que daremos a continuación, las tomamos de la Relación
o Historia de los primeros movimientos de la insurrección de Nueva
España y prisión de su virrey D. José de Iturrigaray, escrita por el
capitán del Escuadrón Provincial de México D. José Manuel de Salaverría
y presentada al actual virrey de ella el Excmo. Sr. D. Félix María
Calleja (12 de agosto de 1816). Comienza diciendo que desde la llegada
del virrey a México, se notó que vendía todos los empleos, así civiles
como militares. D. Rafael Ortega, secretario particular del virrey,
imitando la inmoral conducta de su General, vendía su influjo a favor
de los injustos solicitantes, y una criada de la virreyna hacía lo
mismo con el favor de su señora[320]. El 8 de junio del año 1808,
hallándose Iturrigaray en San Agustín de las Cuevas, tuvo noticia
de los sucesos de Aranjuez y de la subida al trono de Fernando VII.
Hízose sospechoso de antipatriota, porque tanto él como su familia
acostumbraban a decir que Fernando VII jamás sería rey de España y que
Napoleón lo sacrificaría a su propia seguridad. Eran los consejeros del
virrey, Fray Melchor Talamantes, religioso mercenario, que aspiraba
a una mitra, y otro clérigo, que deseaba el patriarcado de la nación
española. Los togados Villa-Urrutia, Villa-Fañe y Fagoaga pretendían
los primeros cargos del imperio. El marqués de Rayas, los abogados
Verdad y Azcárate, el coronel Obregón y otros formaban también parte de
la camarilla del virrey. Los capitulares de la ciudad, gente ambiciosa
y perdida, convinieron, después de muchas juntas, reconocer al virrey
como soberano independiente con el nombre de José I, no sin pensar que
más adelante lo sacrificarían á su venganza[321]. Habiendo llegado a
México la noticia de que la nación española se había sublevado contra
los franceses, el virrey, aunque tal vez a disgusto de sus amigos y
de él mismo, se decidió a celebrar la coronación de Fernando VII,
ceremonia que se verificó a mediados de agosto. Contando Salaverría
(autor de esta Relación) con el apoyo del rico propietario Yermo, se
decidió a deponer al virrey. Ayudado por otros--pues Iturrigaray tenía
muchos enemigos--el 15 de septiembre de 1808 fué preso con toda su
familia, siendo nombrado sucesor interino, conforme a la Real orden
de 30 de octubre de 1806, D. Pedro Garibay, mariscal de Campo. El
acuerdo estuvo acertado al nombrar a Garibay. Iturrigaray fué llevado
a Veracruz, llegando en la noche del 28 del citado mes. Con fecha 16
de septiembre se publicó en México una proclama dando la noticia de
la deposición del virrey. En el mismo día se hizo inventario de las
alhajas encontradas en la habitación de Iturrigaray, que por cierto no
eran pocas ni de escaso valor, en particular las perlas y brillantes.
En un cajoncito que tenía un letrero que decía _Dulce de Querétaro_, se
encontraron 7.383 onzas de oro. En la persecución de que fué objeto don
José de Iturrigaray, debió influir la circunstancia de que el virrey
era hechura del príncipe de la Paz. Lo que puede sí asegurarse es que
fué absuelto del delito de infidencia y que algunos de sus parciales,
como el licenciado Juan Francisco Azcárate, «quedaron--según decreto
del virrey Venegas, del 27 de septiembre de 1811--en la buena opinión y
fama que se tenía de su honor y circunstancias antes de los sucesos de
1808.»

       [320] _Documentos históricos mejicanos_, tomo II. México, 1910.

       [321] Ibidem, pág. 306.

Gobernó D. Pedro Garibay diez meses. En su tiempo el licenciado D.
Julián de Castillejos hizo circular anónima proclama, y en ella
invitaba a los habitantes del país a «proclamar la independencia de
Nueva España, para conservarla a nuestro Augusto y amado Fernando
Séptimo, y para mantener pura e ilesa nuestra fe.» «En las actuales
circunstancias--decía--la soberanía reside en los pueblos.» Terminaba
con las siguientes palabras: «No se oiga de vuestros labios (se refería
a los habitantes de Nueva España) más voz que la de independencia.
Así seremos verdaderos defensores de nuestra Santa Religión y fieles
vasallos del amado y deseado Fernando Séptimo, y no esclavos del
tirano de la Europa.» Castillejos--como poco antes otros que habían
proclamado lo mismo--fué procesado y preso. No le valió decir que
la proclama era «inocente» y que no tendía a «una independencia
absoluta, infiel y rebelde», sino a una «hipotética y condicional,
supuesta la desgracia de que el tirano Napoleón subyugase a la
España», pues el juez consideró que estaba «vastamente combencido del
atrocisimo Crímen público de sedición y discordia, con las orribles
miras de independencia y rebilion contra nuestro Augusto Soberano»,
y lo sentenció a ser conducido a España bajo partida de registro,
a disposición de la Suprema Junta Central. No se pidió la pena de
muerte para «tan atroz y escandaloso delinquente», porque no convenía
aplicarla «en las apuradas circunstancias del día.» Indultado el
licenciado Castillejos «en virtud del decreto de las Cortes Generales
y Extraordinarias de 30 de noviembre de 1810» pudo regresar a Nueva
España; pero, apenas hubo pisado la tierra patria, fué de nuevo
reducido a prisión, por ciertas expresiones imprudentes que dijo y que
ofendieron mucho la extremada susceptibilidad del virrey Venegas.

También en los comienzos del año 1809 merecieron ser encausados Fr.
Miguel Zugasti y el Marqués de San Juan de Rayas, ambos por haber
censurado la prisión del virrey Iturrigaray, la que calificaron de
injusta, añadiendo el último que fué un atentado de «una canalla de
hombres.»

Garibay restableció la tranquilidad en Nueva España; pero su avanzada
edad no era muy a propósito para los graves cuidados del virreinato.

Era necesario y aun urgente el nombramiento de un virrey «de opinión,
de probidad y de carácter y que si fuese casado deje a todos sus
hijos en España en rehenes de su fidelidad, conforme a una antigua
y sabia ley de Indias.» D. Juan Jabat, comisionado de la Junta de
Sevilla, propuso la extinción total del ayuntamiento de México «por
haber provocado con escándalo la independencia del país.» Debía ser
sustituído por 12 vocales de los sujetos de más acreditada probidad
de México, la mitad europeos y la otra mitad criollos, los cuales
se renovarían cada seis años[322]. La necesidad de un virrey de
grandes prestigios determinó el nombramiento que hizo la Central (8
febrero 1808) a favor del secretario de guerra D. Antonio Cornel,
quien renunció el cargo fundándose en que era falta de patriotismo
salir de España en aquellas circunstancias. Admitiósele la renuncia y
continuó desempeñando la Secretaría de Guerra[323]. El 16 de febrero la
Junta Central acordó que desempeñase tan elevado puesto D. Francisco
Javier de Lizana y Beaumont, arzobispo de México, siendo celebrado su
nombramiento con bastante entusiasmo[324]. El mismo virrey, en carta
del 19 de agosto de 1809, dice a D. Francisco de Saavedra que tomó
posesión de sus empleos de virrey y gobernador el 19 de julio próximo
pasado, después de haber reiterado el juramento de obediencia a la
Suprema Junta Gubernativa[325]. Fiel a la persona de Fernando VII,
trabajó sin descanso por la causa de la legalidad.

       [322] _Observaciones que presenta a S. M. la Junta Central,
       el capitán de Navío D. Juan Jabat, de regreso de su Comisión
       a las Islas y a la América Septentrional._--Sevilla 27 de
       diciembre de 1808.--_Arch. Hist. Nac._--Estado.--Leg. 58-6,
       núm. 98.

       [323] _Arch. Hist. Nac._--Estado.--Leg. 54, F. núm. 100.

       [324] Ibid. Leg. 57.--E. núm. 76.

       [325] _Arch. de Indias._--Estante 89, cajón 1, legajo 19 (19).



CAPITULO XVIII

  CAPITANÍA GENERAL DE GUATEMALA.--LA AUDIENCIA: ALONSO
  MALDONADO.--EL CABILDO Y LAS NUEVAS LEYES.--EL P. LAS CASAS.--LÓPEZ
  CERRATO.--EL OBISPO VALDIVIESO ES ASESINADO.--REVOLUCIÓN DE LOS
  CONTRERAS.--ADMINISTRACIÓN DE CERRATO.--REVUELTAS EN NICARAGUA.--EL
  DR. RODRÍGUEZ DE QUESADA.--RAMÍREZ DE QUIÑONES.--ADMINISTRACIÓN DE
  NÚÑEZ DE LANDECHO.--FALLECIMIENTO DEL OBISPO MARROQUÍN.--TRASLACIÓN
  DE LA AUDIENCIA A PANAMÁ.--EL OBISPO VILLALPANDO.--FALLECIMIENTO
  DEL P. LAS CASAS.--RESTABLECIMIENTO DE LA AUDIENCIA.--EL DR.
  GONZÁLEZ, EL DR. VILLALOBOS Y GARCÍA DE VALVERDE.--MINAS EN
  HONDURAS.--REPARTIMIENTO DE INDIOS.--EL OIDOR ABAUNZA.--LOS
  PRESIDENTES MALLÉN, SANDÉ Y CASTILLA.--LOS PIRATAS.--ESTADÍSTICA
  PARA LA COBRANZA DE LA ALCABALA.--ARTES.--EL PUERTO DE SANTO
  TOMÁS.--LOS HOLANDESES.--EL PRESIDENTE PERAZA.--ALCABALAS.--ORDEN
  PÚBLICO EN COSTA RICA.--LOS PRESIDENTES ACUÑA Y QUIÑONES:
  PROTECCIÓN A LOS INDÍGENAS.--USO DEL PAPEL SELLADO.--EL
  PRESIDENTE AVENDAÑO.--EL OIDOR LARA.--INUNDACIONES.--ESTADO
  DE HONDURAS Y DE NICARAGUA.--LOS PRESIDENTES ALTAMIRANO Y
  MENCOS.--TERREMOTO.--ESTADO DE COSTA RICA.--LA IMPRENTA EN
  GUATEMALA.--CORSARIOS EN NICARAGUA.--EL PRESIDENTE ALVAREZ.--LA
  NUEVA CATEDRAL.--ENEMIGA DE LA AUDIENCIA A ALVAREZ.--EL OBISPO
  PRESIDENTE.--LOS CORSARIOS.


La provincia de Guatemala fué constituída en Capitanía general el año
1542, y dicho gobierno duró hasta los comienzos de la centuria XIX. La
mencionada Capitanía general tuvo pronto Audiencia, alto tribunal que
se inauguró en la antigua ciudad de _Gracias a Dios_, el día 16 de mayo
de 1544. Hallábase por entonces dividido en 13 provincias el distrito
de la Real Audiencia, las cuales eran: Chiapas, Soconusco, Vera-Paz,
Izalcos, Salvador, San Miguel, Honduras, Chuluteca, Nicaragua,
Taguzgalpa y Costa Rica. Componían la Audiencia, como presidente el
licenciado Alonso Maldonado, y como oidores los licenciados Diego de
Herrera, Pedro Ramírez de Quiñones y Juan Rogel. Dicen los cronistas
contemporáneos que dicho presidente, sucesor de D. Francisco de la
Cueva, nada hizo digno de especial mención. Llegó Alonso Maldonado a
Guatemala en los primeros días del mes de mayo de 1542. Si protestó
el cabildo contra las Ordenanzas de Barcelona o _Nuevas Leyes_, tan
beneficiosas para los indios y de las cuales ya hemos dado noticia
y nos ocuparemos con alguna extensión en el capítulo XXXIII de este
tomo, voces autorizadas salieron a su defensa. Entre sus defensores
más decididos--como varias veces también se ha indicado--estaban los
dominicos, y a la cabeza de ellos el P. Las Casas. Fray Bartolomé, el
licenciado Marroquín, obispo de Guatemala, y Fray Antonio Valdivieso,
electo de Nicaragua, se pusieron de acuerdo para dirigirse a Gracias
a Dios, y exponer ante la Audiencia sus inclinaciones en favor de los
indios. Reunidos los tres prelados comenzaron con toda actividad sus
trabajos. Sus memoriales fueron recibidos con desagrado por aquel alto
tribunal, especialmente el del obispo de Chiapa. Los jueces, desde
los estrados, insultaron al peticionario, distinguiéndose entre todos
por su enemiga al P. Las Casas, el licenciado Alonso Maldonado. En
carta fecha en Gracias (9 noviembre 1545), el P. Las Casas dice al
príncipe D. Felipe que al presidente Maldonado y a los oidores Ramírez
y Rogel les amonestó y amenazó con excomulgarlos en su obispado; por
este motivo dicho presidente «díjome palabras muy injuriosas en gran
menosprecio y abatimiento e injuria e contumelia de mi dignidad, no
menos que si fuera él el Gran Turco, etcétera.» Si la razón estaba de
parte del obispo de Chiapa, habremos de reconocer que, no sólo los
seglares, sino algunos individuos del clero, censuraban el exagerado
celo del P. Las Casas.

Recordaremos--y con esta noticia se dará fin a los sucesos acaecidos
durante la presidencia de Alonso Maldonado--que cuando éste quiso
agregar a su gobernación la provincia de Honduras, los colonos se
negaron a ello y consiguieron su independencia.

Al licenciado Alonso Maldonado sucedió el licenciado Alonso López
Cerrato (1548-1554)[326]. López Cerrato se mostró decidido a favorecer
a los indios, conforme le había encargado el gobierno de la metrópoli.
Declaró libres la mayor parte de los de la provincia de Guatemala; pero
tuvo el sentimiento de que durante su gobierno se despoblara Nueva
Sevilla.

       [326] Fué nombrado el 21 de mayo de 1547, y no tomó posesión
       hasta el año siguiente.

En el año 1548 ocurrieron en Nicaragua sucesos de mal carácter. D.
Rodrigo de Contreras, gobernador que había sido de la provincia,
sufrió gran contrariedad cuando la Audiencia, en virtud de una de
las cláusulas de las Ordenanzas de Barcelona, se hizo cargo de dicha
gobernación. Los disgustos de Contreras por haber perdido su gobierno
de Nicaragua, y por otras causas, los vino a pagar el obispo de la
diócesis, D. Fray Antonio de Valdivieso. El 26 de febrero de 1549, en
la antigua ciudad de León, que llaman hoy el Viejo, Hernando y Pedro,
hijos de D. Rodrigo, se pusieron al frente de formidable insurrección.
Hernando, asaz malvado, a la cabeza de algunos conjurados, penetró en
la casa del obispo y le asesinó con su daga, hallándose presente Doña
Catalina Alvarez Calvento, madre de dicho prelado. Hernando, añadiendo
el robo al asesinato, hizo descerrajar dos cofres del obispo, tomando
el oro y la plata que encontró a mano; y sus partidarios asaltaron
las casas de los vecinos más acomodados, a quienes exigieron armas
y caballos. Hernando de Contreras remitió a su hermano Pedro, que
se hallaba en Granada, el puñal con el cual había asesinado a Fray
Antonio de Valdivieso. El alma de la descabellada empresa era un tal
Juan Bermejo, gran amigo de los Contreras. Los conjurados, dirigidos
por dichos hermanos, por Juan Bermejo y por otros, recorrieron la
tierra, cometieron toda clase de desacatos y no hicieron caso de La
Gasca, encargado por Carlos V de la pacificación del Perú. Los de
Panamá, tomando la voz del Rey, y dirigidos por Arias de Acevedo, se
prepararon a combatir a los rebeldes. Las fuerzas de los insurrectos
fueron completamente desbaratadas «y en el espacio de medio cuarto
de hora--dice Herrera--no quedó rebelde, que no fuese muerto o
preso»[327]. Más adelante añade el citado cronista: «de los hermanos
Contreras se dijeron muchas cosas; pero la verdad es, que de ellos
jamás se pudo entender ni saber cosa cierta, y así es la opinión, que
los debieron de matar los indios o los negros»[328].

       [327] _Década VIII_, lib. VI, cap. VII.

       [328] Ibidem.

Por entonces, el presidente López Cerrato, considerando que Gracias
no era el punto más a propósito para la residencia de las supremas
autoridades, solicitó de la metrópoli la traslación de la Audiencia
a Guatemala, lo cual se realizó al poco tiempo (1549). Las reformas
de López Cerrato dieron origen a protestas de los encomenderos y de
algunas otras personas de respeto y consideración. El veterano soldado
e historiador Bernal Díez del Castillo, desde Guatemala, con fecha 22
de febrero de 1522, dirigió extenso memorial a Carlos V, censurando
con acritud al presidente de la Audiencia. Del mismo modo el cabildo
de Guatemala mandó enérgica exposición al Emperador y, entre otras
cosas, le decía que López Cerrato «ni es para ser juez, ni para ello
tiene parte; porque le falta ciencia, paciencia y conciencia.» Contra
tales acusaciones, tenemos el testimonio de los cronistas, que alaban
la conducta del presidente. El descontentadizo Las Casas, tan severo
con los gobernadores de las Indias, exceptúa de la general censura a
D. Antonio de Mendoza, virrey de Nueva España, á D. Sebastián Ramírez,
presidente de aquella Audiencia y a López de Cerrato, que lo era
de la de Guatemala. Cansado de luchar dicho presidente con tantas
dificultades, pidió permiso para dejar su cargo y volver a España.
Habiendo comisionado el Rey al Dr. Rodríguez de Quesada, a fin de que
tomase residencia a López de Cerrato, antes de terminar el juicio,
falleció el digno magistrado.

Siendo gobernador de Nicaragua el licenciado Juan de Caballón, que
residía en la ciudad de León, tuvo aviso de que llegaban rebeldes
dirigidos por Juan Gaitán y un tal Tarragona, su maese de campo. Venían
los rebeldes de la provincia de Guatemala y Honduras y a ejemplo del
Perú, que estaba en contínuas revueltas, ellos se levantaron en armas
con la mira de no pagar las muchas deudas que tenían. Hallábanse
camino de León los conjurados y entre Gaitán y Tarragona se entabló
la siguiente disputa. Tirábala de adivino Tarragona, quien dijo: _que
unos huesos y cabezas de vacas y toros que en el camino hallaron, era
señal prodigiosa, y que temía, que si iban a la ciudad, morirían todos
ahorcados_. De opinión contraria fué Gaitán, quien sostuvo que _aquella
señal denotaba la carnicería que habían de hacer en los de la ciudad
y el espanto que habían de poner en todas las Indias_. Las fuerzas
del licenciado Caballón desbarataron a los revoltosos, teniendo la
desgracia de caer prisioneros Gaitán y Tarragona. Algunos sufrieron
la pena de muerte, entre ellos Gaitán y Tarragona; muchos fueron
desterrados.

El Dr. Rodríguez de Quesada (1554-1558), tuvo que intervenir en las
luchas que sostenían los frailes con el obispo. Castigó a los indios de
Lacandón, los cuales habían muerto al padre Vico y a otros misioneros.
La industria recibió algún impulso en la provincia de Guatemala
(compuesta entonces de la actual república de dicho nombre y de la
del Salvador, con Chiapa y Soconusco), la seguridad personal mejoró
bastante y las costumbres públicas progresaron del mismo modo. El 25 de
mayo de 1557, el ayuntamiento de Guatemala alzó pendones por Felipe II,
celebrándose después espléndidas fiestas.

Encargóse Pedro Ramírez de Quiñones del gobierno por fallecimiento
de Rodríguez de Quesada (28 noviembre 1558). Conocedor el gobierno
de la metrópoli de que los lacandones seguían robando y matando a
los habitantes de los pueblos cristianos, dispuso que el presidente
Ramírez y la Audiencia hiciesen guerra a aquéllos, pudiendo reducirlos
a la esclavitud. De este modo se derogó una de las disposiciones más
importantes de las Ordenanzas de Barcelona. La expedición se dirigió,
no sólo contra los indios de Lacandón, sino contra los de Puchutla;
unos y otros sufrieron tremendo castigo.

El licenciado Juan Núñez de Landecho (1559-1570) no siguió el camino
de sus antecesores. Su amistad con unos cuantos, poco escrupulosos
en asuntos de la hacienda pública, le desacreditaron ante la opinión
general. Era uno de aquellos Antonio Rosales, regidor perpétuo y tal
vez el autor de una exposición dirigida al Rey, en la que no escaseaban
los elogios al nuevo presidente y se pedía para él la gobernación de
Guatemala. Se quería que el gobierno, tanto político como militar,
estuviese en una sola mano y no en los cuatro o cinco sujetos que
componían la Audiencia. Accedió el Rey y en cédula de 16 de septiembre
de 1560 decía: «Avemos acordado que vos tengais la gobernacion y
proveais los repartimientos que se ovieren de encomendar y los otros
oficios que se oviesen de proveer, ansi como lo ha hecho hasta aquí
toda esa Audiencia; por ende, por la presente vos damos facultad y
poder para que vos solo tengais la gobernacion, ansí como la tiene
nuestro visorrey de la Nueva España.» Seguía el ayuntamiento con su
tarea de escribir cartas en alabanza del gobernador, y como entendiese
dicho cabildo que algunos no participaban de sus ideas respecto á
Landecho, se dirigió de nuevo al monarca, con fecha 26 de enero de
1562, protestando contra cualquier informe en contrario y repitiendo
los elogios anteriores. Un año después, esto es, en enero de 1563,
volvió el cabildo a escribir al Rey, y ya ni siquiera mencionaba a
Landecho. Este silencio significaba que los indivíduos del ayuntamiento
iban conociendo las mañas del gobernador.

Día de luto fué para Guatemala el 18 de abril de 1563. En ese día
falleció D. Francisco Marroquín, virtuoso y primer prelado de
Guatemala. Gobernó treinta y tres años la diócesis.

Llegó al fin a oídos del Rey la mala administración de Landecho.
El licenciado Francisco Briseño fué nombrado (30 mayo 1563) por
real cédula para que se presentara en Guatemala y abriese juicio de
residencia al inmoral gobernador. Hasta el 2 de agosto de 1564 no llegó
Briseño a Guatemala, abriendo en seguida el juicio de residencia contra
el presidente e individuos de la Audiencia. Viendo Landecho que las
cosas tomaban para él mal aspecto, salió de la ciudad disfrazado y huyó
en un barquichuelo, no sabiéndose más de su persona. Es de creer que
naufragase, dada la débil embarcación en que se lanzó a la mar. Los
oidores fueron severamente castigados y por real cédula que se publicó
en Guatemala el 19 de noviembre de 1564 la Audiencia se trasladó a
Panamá. A dicha Audiencia quedaron sujetas las provincias de Nicaragua
y Honduras, y a la de México las de Guatemala, Chiapa, Soconusco y Vera
Paz.

Continuó Briseño con el mando de Guatemala. Por entonces vino a ocupar
la silla episcopal D. Bernardino de Villalpando, obispo que había
sido de Santiago de Cuba. Se presentó en Guatemala (1565) rodeado de
numeroso acompañamiento de clérigos, seglares y no pocas mujeres con
sus correspondientes criadas. Gustábale recibir obsequios, y si con
los obsequiantes se mostraba cariñoso, con los demás era desabrido y
descortés. Una de sus primeras determinaciones fué quitar los curatos
a los frailes y encomendarlos a clérigos regulares. Hasta tal punto
llegaron las demasías de Villalpando, que Felipe II dirigió una cédula
al gobernador Briseño, y en ella se hacían cargos de no poca gravedad
al prelado, pues, entre otras cosas, decía: «y que así mismo tiene
en su casa ciertas mujeres que no son sus hermanas ni primas, y que
la una de ellas es de edad de diez y ocho años y poco honesta, por
cuya intercesion y de un sobrino suyo del dicho obispo, con dádivas y
presentes han de negociar con él los que quisieren conseguir algo...»

Perjuicios sin cuento habían acaecido con la traslación de la Audiencia
a Panamá. Entre los más decididos a que volviese a Guatemala se
hallaban los dominicos, quienes recomendaron el asunto al antiguo
obispo de Chiapa. Sin embargo de que el P. Las Casas contaba más de
noventa años, hizo un viaje a Madrid, logrando atraerse el ánimo del
Rey y de los consejeros. Luego, cuando se disponía a salir de la corte,
rápida enfermedad le condujo al sepulcro (fines de julio de 1566).
Fray Bartolomé, aunque amigo de la verdad, era crédulo, hasta el punto
de escribir, no una historia, sino una epopeya. Su simpatía hacia la
raza indígena y su antipatía hacia los conquistadores españoles, le
hicieron, sin que él se diese cuenta de ello, parcial y algunas veces
injusto. Con todo eso, el P. Las Casas fué la primera figura, la más
piadosa y buena, entre todos, ya descubridores o conquistadores, ya
gobernantes o colonos, que pasaron a las Indias.

Volviendo a reanudar el hilo de nuestra historia, comenzaremos diciendo
que se restableció la Audiencia en Guatemala a mediados del año 1568,
nombrando el Rey como presidente al doctor Antonio González, que
desempeñó el cargo hasta comienzos de 1573. El 5 de enero de 1570
llegaron a la ciudad el presidente, los oidores y el fiscal, abriéndose
la Audiencia el 3 de marzo. Como frecuentemente sucedía, no fueron
cordiales las relaciones entre el presidente y el cabildo.

Hizo el Dr. D. Pedro de Villalobos su entrada pública el 26 de enero
de 1573. Dispuso en seguida la reparación de caminos y construcción de
puentes en los ríos que dificultaban el tráfico entre las provincias
del reino. A la sazón, la escasez de trigo y los temblores de tierra
alarmaron a los habitantes del país, si bien renació la tranquilidad a
causa de la abundancia de carne y de frutas. En tiempo de Villalobos se
estableció la alcabala interior y se dieron algunas disposiciones que
no favorecían a los indios.

El licenciado García de Valverde se encargó del mando en noviembre de
1578. En enero de 1579 el corsario inglés Guillermo Parker, después de
haber asaltado y robado la Isla Española, se presentó en las costas
de Honduras, tomando y saqueando la ciudad de Trujillo. A los tres
meses de la invasión de Parker por el Norte, Francisco Drake, ayudado
por la reina Isabel de Inglaterra, amenazó por el Sur el gobierno de
Guatemala. La expedición que organizó Valverde para ir en persecución
del valeroso Drake, le dió justa fama y no poco renombre.

En esta época se descubrieron en Honduras las minas de plata llamadas
de Guarcorán y las de los cerros de San Marcos, Agaltera, Tegucigalpa
y Apazapo; eran tan ricas, que daban, generalmente, a razón de seis a
diez y más onzas por quintal.

Recordaremos que si se concedieron repartimientos de indios para los
trabajos más urgentes de la agricultura, se prohibió la elaboración
del añil, porque se decía que este trabajo era muy dañoso al indígena.
Esta era la opinión de la Audiencia, aunque el ayuntamiento hubo de
afirmar lo contrario. La agricultura adelantó mucho, merced a las
reformas del cabildo de Guatemala, «compuesto--como dice Milla--de los
principales y más ricos vecinos, a quienes abonaba el prestigio de la
descendencia de conquistadores y primeros pobladores del país»[329].
Real cédula (27 mayo 1582) supone, según informes dados al monarca, que
había desaparecido más de la tercera parte de la población indígena,
atribuyéndose esto a los malos tratamientos de los encomenderos.
Debieron informar al Rey algunos clérigos y frailes, _fuente
sospechosa, tratándose de esta material_[330].

       [329] Ob. cit., tomo II, pág. 181.

       [330] Ibidem, pág. 185.

Ruda oposición encontró el licenciado García de Valverde en Alvaro
Gómez de Abaunza, oidor de la Audiencia. En largo memorial dirigido
al Rey, decía el oidor que el presidente sólo se ocupaba en fabricar
iglesias y conventos, en concurrir a congregaciones y cofradías, con
abandono de los deberes de su cargo. Trabajaba como un peón en dichas
obras y era tanta su intimidad con los frailes, que frecuentemente
asistía al coro con ellos.

El 21 de julio de 1589 fué promovido Pedro Mallén de Rueda a la
presidencia de la Real Audiencia de Guatemala. Mallén fué un hombre
estrafalario y tirano. Se malquistó con el obispo, que era a la
sazón Fray Gómez Fernández de Córdova, y abofeteó a Fray Francisco
Salcedo, guardián del convento de San Francisco. Bajo el gobierno de
Mallén--según se cree--comenzó el comercio con la China y algo hizo el
presidente para aumentar la riqueza del país. Marchó a España, no loco,
como dicen Fuentes, Vázquez y Juarros, sino en su sano juicio, según
carta del cabildo al Rey fechada el 16 de febrero de 1595.

En agosto de 1594 se encargó de la presidencia de Guatemala el Doctor
Francisco de Sandé, enemigo decidido del ayuntamiento. Habiendo sido
promovido el Dr. Sandé a la presidencia del Nuevo Reino de Granada,
salió de Guatemala el 6 de noviembre de 1596, quedando el gobierno en
manos del licenciado Alvaro Gómez de Abaunza, oidor decano.

Aunque el Doctor Alonso Criado de Castilla fué nombrado presidente de
la Audiencia de Guatemala en 1596, no tomó posesión del cargo hasta el
19 de septiembre de 1598. A la muerte de Felipe II se celebraron en
Guatemala solemnes honras fúnebres, y en seguida se alzaron pendones
por el nuevo rey Felipe III. En el mismo año murió el caritativo
obispo Fernández de Córdova, después de haber gobernado la diócesis
veinticuatro años. No hubo paz ni armonía entre el presidente y el
cabildo. Si es cierto que el cabildo promovía algunos proyectos de
interés público, también es cierto que olvidaba a veces los derechos de
la Corona.

Por el año 1600 apareció delante de Puerto-Caballos una escuadra de
piratas, cuyo capitán, sucesor de Parker, se llamaba Sherly. Hicieron
el desembarco; pero atacados por los españoles, después de perder
47 hombres, se reembarcaron a toda prisa. Añade el mismo cronista
Fuentes que en el año 1603 y en el puerto citado, el capitán Juan de
Monasterio, al frente de dos naves, peleó con una escuadra de piratas
mandada por los capitanes _Pié de palo_ y Diego el _Mulato_, criollo
de la Habana. Monasterio luchó como un héroe, siendo al fin hecho
prisionero. Antes que Fuentes, refirió el hecho el cronista Remesal,
que vino a Guatemala el 1613, esto es, diez años antes que ocurrió el
suceso[331].

       [331] _Crónica de Guatemala_, lib. XI, cap. XX.

Sumamente curiosa es la estadística que se formó en el año 1604 para la
cobranza de la alcabala. Veámosla:

                                        Tostones
                                          que
           VECINOS                      pagaban.
  -----------------------------------   --------
   76 encomenderos                         599
  108 mercaderes                         2.346
   13 tratantes                             25
   13 pulperos                              62
   22 dueños de obrajes (de añil)          254
   10 dueños de trapiches                  132
   11 cereros y confiteros                  74
    7 herreros                              15
   10 viudad de trato                       43
    7 molineros                             39
    8 caleros y tejeros                     31
   82 labradores                           509
   33 criaderos de Ganado                  226
   76 oficiales de diferentes oficios      145
                                        -------
                      TOTAL              4.500
                                        -------

En el mismo año de 1604 las profesiones de artes liberales y mecánicas
se dividían en la ciudad de la manera siguiente:

  Plateros           4
  Orificos           2
  Escultores         5
  Pintores           3
  Sombrereros        4
  Barberos           8
  Espadero           1
  Talabarteros       5
  Polvorista         1
  Carpintero         1
  Batioja            1
  Zapateros         18
  Calcetero          1
  Violero            1
  Guanteros          2
  Cereros            8
  Sastres            8
  Cantero            1
  Herreros           3
  Sedero             1
  Comidero           1
  Albañil            1
  Confiteros         2
  Herradores         4
                   ----
           TOTAL    87
                   ----

Como acontecía frecuentemente, entre el cabildo y la Audiencia las
relaciones eran tirantes.

Formábanse ilusiones con motivo del reciente descubrimiento del puerto
de Santo Tomás. En el año 1607 renació en el ánimo de los individuos
del cabildo una idea más patriótica que realizable, y en ella ya se
había pensado algunos años antes. Consistía esta idea en obtener una
resolución del Rey para que el comercio de España con el Perú y demás
reinos situados en las costas del Pacífico no se hiciese por Nombre
de Dios y Panamá, sino por la vía de Santo Tomás al golfo de Fonseca.
La idea, pues, de establecer la comunicación interoceánica a través
de lo que al presente se llama Centro-América, es muy antigua, casi
contemporánea a la conquista. Por cierto que la provincia de Nicaragua
no vió con gusto el pensamiento, creyendo que sería la ruina de su
comercio, y propuso a su vez que se hiciera el tránsito por el río San
Juan.

Procede recordar que en el citado año llegó al mencionado puerto de
Santo Tomás una escuadra holandesa, que capitaneaba el conde Mauricio
de Nassau[332], la cual se apoderó de los efectos que había en dicho
puerto e incendió la población.

       [332] Hijo de Guillermo el _Taciturno_.

También en el mismo año de 1607 se verificó la supresión del obispado
de Vera Paz, creado en 1559. Se reincorporó la diócesis al obispado de
Guatemala[333].

       [333] En 1611 la Audiencia sentenció ruidoso pleito entre don
       Juan Guerra y Ayala, gobernador de la provincia de Honduras, y
       D. Fray Gaspar de Andrade, obispo de aquella diócesis.

Don Antonio Peraza de Ayala, conde de la Gomera, vino á hacerse cargo
en el año 1611 de la presidencia de la Audiencia, de la gobernación y
de la capitanía general. Hizo algunas mejoras en la capital y dictó
algunas disposiciones que le grangearon simpatías. Sin embargo, fué
bastante exigente en la cobranza de las alcabalas, y por ello tuvo
disgustos con el cabildo.

Dimos noticia de los productos de la alcabala en el año 1604; veamos
los que dió en los años siguientes:

  Años.    Tostones.
  -----    ---------
  1605      4.422
  1606      2.463
  1607      1.975
  1608      1.914
  1609      1.935
  1610      1.548
  1611      1.394
  1612      1.262
  1613      5.195
  1614      7.180
  1615      9.588
  1616     11.655
  1617      9.012
  1618     10.311
  1619     10.452
  1620     12.471

En el año 1621 se celebraron honras fúnebres por el fallecimiento de
Felipe III, y en seguida grandes festejos por la proclamación de Felipe
IV.

Puso en cuidado a las autoridades de Guatemala (1622) las alteraciones
de Costa Rica, y de cuya provincia era entonces gobernador don Alonso
de Guzmán.

Los productos de la alcabala desde el año 1621 á 1626, fueron los que
copiamos a continuación:

  Años.    Tostones.
  -----    ---------
  1621      13.072
  1622      17.089
  1623      11.541
  1624      16.043
  1625      11.223
  1626      17.223

A mediados del año 1627 vino a tomar posesión de la presidencia, en
sustitución del conde de la Gomera, Don Diego de Acuña, comendador de
Hornos en la Orden de Alcántara. El recibimiento que hizo el cabildo
a Acuña fué sumamente expresivo. Durante su gobierno los impuestos
establecidos por la metrópoli pesaban de un modo considerable sobre los
pacíficos habitantes de Guatemala. El Dr. Acuña terminó el tiempo de su
presidencia en enero de 1634.

Sucedióle Don Alvaro de Quiñones y Osorio, y el cabildo celebró con
suntuosos festejos su posesión. El nuevo gobernador quiso proteger
la población indígena, harto diezmada en las provincias de Honduras,
Nicaragua y El Salvador. Unas cincuenta familias españolas, que se
dedicaban a la fabricación del añil en aquella comarca, fundaron nueva
población, a la que dieron el nombre de _San Vicente de Lorenzana_
(1635). El Rey premió servicios tan señalados concediendo a Quiñones
Osorio el título de marqués de Lorenzana. Tres años después (28
diciembre 1638), por Cédula, se ordenó el uso del papel sellado para
todos los dominios de Indias y, aunque el cabildo, en razón de la
pobreza del país, suplicó al Rey la suspensión de aquella providencia,
la reclamación no fué atendida. Se establecieron cuatro sellos: el
pliego del sello primero valía 24 reales, el del segundo 6, el medio
pliego del tercero un real y el del cuarto un cuartillo.

D. Diego de Avendaño sustituyó en la presidencia al marqués de
Lorenzana (1642). Guatemala celebró con fiestas su toma de posesión.
Como acontecía con frecuencia, no marchaban bien las relaciones entre
el cabildo y el presidente, ocasionando todo esto malestar general.
Además, el comercio se hallaba casi arruinado y a ello contribuía la
plaga de corsarios que infestaba nuestras costas. Por último, como
la situación de la metrópoli era cada vez más apurada, los impuestos
seguían aumentando.

Por fallecimiento del probo y justiciero presidente Avendaño (2 agosto
1649) tomó el mando el oidor más antiguo, D. Antonio de Lara Mogrovejo.
Feliz fué la expedición que en 1650 se hizo para arrojar a los ingleses
de las islas de Roatán y Utila, de las cuales se habían apoderado hacía
ocho años. En el de 1652 terribles inundaciones ocasionaron perjuicios
de consideración y los piratas continuaban cometiendo toda clase de
depredaciones. Respecto a Honduras, jurisdicción de Choluteca, el
beneficio de las minas era considerable y en Nicaragua se vivía con
cierta abundancia.

D. Fernando de Altamirano y Velasco, conde de Santiago Calimaya
(1654-1657), se puso al lado de la poderosa familia de los Mazariegos
en los bandos que dividían a Guatemala. Lo mismo bajo el gobierno de
Altamirano que en el de su antecesor se sintió profundo malestar a
causa de haberse introducido mucha moneda de baja ley fabricada en
el Perú. Falleció el conde de Calimaya y recayó el gobierno en la
Audiencia.

Durante el año 1658 fué nombrado gobernador D. Martín Carlos de Mencos,
que llegó con el obispo electo D. Fr. Payo Enríquez de Ribera. Entró el
presidente el 5 de enero de 1659. Día triste registró la ciudad de San
Salvador el 30 de septiembre de dicho año; violento terremoto redujo a
escombros la iglesia parroquial y amenazó con destruir la población.
Se creyó que el terremoto era debido al volcán en cuya falda está
edificada dicha ciudad. Mientras que el gobernador D. Martín Carlos
de Mencos se ocupaba en arreglar la cuestión de la moneda, en Costa
Rica el gobernador D. Rodrigo de Arias Maldonado, hijo de D. Andrés,
determinó la reconquista de Talamanca, cuyos habitantes vivían casi
independientes. Después de dejar el gobierno el citado Arias Maldonado,
los indígenas volvieron a su vida errante y salvaje, teniendo que
ir, tiempo adelante, los misioneros para traerlos a la vida de la
civilización. No deja de tener curiosidad la noticia de que en el año
1663 y bajo la gobernación de Mencos se hizo uso por primera vez de una
imprenta, que trajo tres años antes José Pineda Ibarra. La primera obra
que se imprimió--aunque algunos cronistas señalan otras--fué un tratado
teológico de 728 páginas «en columnas de letra clara y uniforme, bien
cortado, encuadernado y asentado como en Europa»[334]. El general
Mencos, primer presidente militar que tuvo Guatemala, comprendiendo
el peligro que corrían las posesiones españolas, siempre amenazadas
de los corsarios ingleses, se ocupó en la defensa de las costas.
Razones tenía para ello, porque el 29 de junio de 1665, una partida
de ciento veinte, mandados por Eduardo David, subieron por el río San
Juan y atravesaron el lago de Nicaragua, cayendo sobre la ciudad de
Granada[335]. La ocuparon sin resistencia, apoderándose de todo lo
que encontraron a mano, y se llevaron prisioneros a algunos de sus
habitantes.

       [334] García Peláez, _Mem._ cap. 85.--México tuvo imprenta el
       1622 y Lima el 1633.

       [335] Fundóla Francisco de Córdova, cerca de un pueblo de
       indios llamado Salteba o Jalteba, que hoy es arrabal de dicha
       población.

Escarmentados los vecinos de Granada, y en particular su ayuntamiento,
solicitaron recursos de Guatemala para fortificar la población y
ponerla a salvo de los ataques de los filibusteros. Comenzó las obras
el gobernador Salinas con los fondos que pudo reunir y con los que
luego se le remitieron. Sin embargo, Nicaragua siguió amenazada por los
corsarios, y no sólo Nicaragua, sino también Costa Rica. El general
Mencos, contra la opinión de tenaz oposición de la Junta de Guerra de
Guatemala, se decidió a marchar a Granada, sin embargo de sus setenta
años y de sus achaques. Lo mismo el concejo que la Audiencia intentaron
hacer desistir al presidente de su proyecto; todo hubiese sido en vano,
si por entonces no se recibiera la noticia de que estaba nombrado nuevo
presidente por el gobierno de la metrópoli.

El nuevo presidente se llamaba D. Sebastián Álvarez Alfonso Rosica
de Caldas, caballero de la orden de Santiago, señor de la casa de
Caldas y regidor perpetuo de la ciudad de León. Llegó a mediados de
enero de 1667, siendo recibido con señaladas muestras de alegría por
el cabildo y la Audiencia, bien que pronto comenzaron las rencillas
y los disgustos entre aquellas corporaciones y la nueva autoridad.
En tanto que en Nicaragua el gobernador Salinas se ocupaba en la
construcción de un fuerte, al que dió el nombre de _castillo de
Austria_, el presidente Álvarez hubo de nombrar gobernador interino
de Nicaragua a D. Francisco de Valdés. Pronto se declararon guerra a
muerte Valdés y Salinas, poniéndose Álvarez al lado del primero y la
Audiencia de parte del segundo. Álvarez, lo mismo que antes Mencos,
resolvió marchar a Nicaragua, y también como antes, el cabildo y la
Audiencia le requerían para que desistiera del viaje. Fué a Nicaragua,
tomó algunas medidas y volvió sin haber conseguido nada de provecho.
Deseaban reedificar la catedral el obispo D. Juan de Santo Mathia, el
cabildo y aun el público; sólo el presidente tenía empeño en levantar
una nueva. Triunfó al fin el testarudo D. Sebastián, quien logró que
Guatemala tuviese una de las catedrales más hermosas de la América
española. Entre la Audiencia y Álvarez existían en un principio
rencillas que terminaron en odios, viéndose obligado el Rey a nombrar
presidente de la Audiencia, visitador y juez de residencia a D. Juan de
Santo Mathia, obispo de la diócesis. Antes de que terminara el juicio,
murió D. Sebastián. En el año 1670 volvieron los corsarios a entrar
por el río San Juan y llegaron a Granada, cuyos habitantes--como dice
Ximénez--_vivían tan descuidados, que ni un vigía tenían_. Cometieron
muchos ultrajes, lo mismo en los templos que en las casas de los
particulares. Es de creer--aunque los cronistas no lo dicen--que el
jefe de la expedición fué el inglés Juan Morgan.



CAPITULO XIX

  CAPITANÍA GENERAL DE GUATEMALA (CONTINUACIÓN).--EL PRESIDENTE
  ESCOBEDO: LOS PIRATAS: ALBEMALE Y LOS MISIONEROS.--EL
  PRESIDENTE SIERRA.--UNA LIMOSNA AL REY DE ESPAÑA.--RECOPILACIÓN
  DE INDIAS.--LOS PRESIDENTES ALAVA Y ENRIQUEZ DE GUZMÁN:
  REFORMAS.--NICARAGUA, COSTA RICA, HONDURAS Y EL SALVADOR.--EL
  PRESIDENTE BARRIOS EN GUATEMALA.--EXPEDICIÓN AL PETÉN Y
  LECANDÓN.--EL PRESIDENTE SÁNCHEZ DE BERROSPE.--GOBIERNO DE LA
  AUDIENCIA, DE CEBALLOS Y DE COSÍO.--COSTA RICA Y NICARAGUA.--EL
  PRESIDENTE RODRÍGUEZ DE RIVAS: TERREMOTO DE 1717.--NICARAGUA, COSTA
  RICA, HONDURAS Y EL SALVADOR.--GUATEMALA: GOBIERNOS DE ECHEVERS
  Y DE RIVERA VILLALÓN.--RIVERA SANTA CRUZ.--EL ARZOBISPADO.--LOS
  PRESIDENTES ARAUJO Y VÁZQUEZ PREGO.--REFORMAS.--GOBIERNO DE
  VELARDE.--EL PRESIDENTE ARCOS.--LOS MISIONEROS.--LOS PRESIDENTES
  FERNÁNDEZ DE HEREDIA Y SALAZAR: EXPULSIÓN DE LOS JESUÍTAS.--EL
  PRESIDENTE MAYORGA: TERREMOTO DE 1773.--TRASLACIÓN DE LA CAPITAL
  AL VALLE DE LA VIRGEN.--AMÉRICA CENTRAL.--EL PRESIDENTE GÁLVEZ:
  RECONQUISTA DE OMOA Y DE ROATÁN: COLONIA ESPAÑOLA EN TRUJILLO:
  EXPEDICIÓN A RÍO TINTO.--EL PRESIDENTE ESTACHERRÍA.


Nombrado (29 octubre 1671) presidente, gobernador y capitán general D.
Fernando Francisco de Escobedo, general de artillería, Gran Cruz de la
orden de San Juan y bailío de Lora, llegó a Guatemala en febrero de
1672, y como de costumbre, tuvo recibimiento entusiástico. Emprendió en
seguida la construcción de un fuerte en el río San Juan de Nicaragua,
que se llamó de la _Concepción_, y cuyo nombre dejó poco después por el
del río, esto es, _San Juan_. El 6 de noviembre de 1674, porque cumplía
trece años Carlos II, se celebraron solemnes fiestas reales (corridas
de toros, carreras, sortija, estafermo, luminarias, etc.). Mayores y
más suntuosos fueron los festejos que se hicieron cuando el Rey tomó en
sus manos las riendas del gobierno.

Tiempo hacía que se hallaban amenazados por los piratas los
establecimientos españoles de aquella parte de las Indias, hasta
que por la metrópoli hubo de ser nombrado gobernador de Jamaica el
duque de Albemale, con encargo de exterminar a los corsarios, lo que
realizó--según refiere Alcedo--ahorcando a cuantos pudo haber a las
manos. Por otra parte, los misioneros llevaron la civilización a las
islas de la América Central, y con este motivo ya no tuvieron segura
morada los aventureros y piratas.

Entre el obispo D. Juan de Ortega Montañés por un lado, Escobedo y los
oidores Roldán y Novoa por otro, se declaró tenaz contienda, acordando
el gobierno de la metrópoli que el licenciado D. Lope de Sierra Osorio
se encargara del poder de Guatemala y abriese el juicio de residencia
(1678). «Muy bien se lo tenían merecido todos--dice Ximénez--y aun
mayores castigos, por las iniquidades que habían ejecutado»[336].

       [336] _Hist. de Chiap. y Guat._, libro V, cap. 35.

Obedeciendo órdenes de la metrópoli, Sierra Osorio convocó una junta
con el único objeto de pedir en nombre del Rey algún donativo,
pues tanta era la penuria de la corte. Expusieron algunos de los
concurrentes la suma miseria a que estaba reducido el reino, acordando
servir al monarca con veinte mil pesos, siempre que se les concediese
permiso para comerciar con el Perú. Recordaremos que en el año 1680 se
publicó la famosa _Recopilación de Indias_, en la cual se hallan las
cédulas, cartas, provisiones, ordenanzas, instrucciones, autos y otros
despachos expedidos para el buen gobierno de las colonias, desde el
reinado de Carlos I hasta el de Carlos II, en un lapso de tiempo de
cerca de ciento sesenta años. También en 1680 se terminó el edificio
de la catedral, cuyas obras comenzaron en el de 1669. Suntuosas fueron
también las fiestas que se celebraron con motivo del matrimonio de
Carlos II con María Luisa de Orleans.

Nombróse presidente y gobernador interino, con encargo de continuar el
juicio de residencia de Escobedo, al licenciado D. Miguel de Augusto
y Alava, caballero de la orden de Alcántara (1681). Nada digno de
contar ocurrió en Guatemala desde el año 1681 hasta el 1683, en que
vino a hacerse cargo de la presidencia D. Enrique Enríquez de Guzmán,
caballero también de la orden de Alcántara, individuo del Consejo de
guerra y de la Junta de Indias y armadas. El nuevo presidente mejoró
el estado de los hospitales de la ciudad y protegió las tentativas
hechas por los misioneros dominicanos para continuar las reducciones
de indios infieles. Entre el gobernador de Soconusco y el Sr. Núñez
de la Vega, obispo de Chiapa, ocurrieron serias desavenencias, en las
cuales hubo de intervenir y, por cierto, con verdadero espíritu de
justicia, el presidente Enríquez y luego el Consejo de Indias. El Rey
aprobó las providencias del presidente de Guatemala, terminando la
famosa cuestión. Habiendo fallecido por entonces D. Alvaro de Losada,
gobernador de Nicaragua, vino a reemplazarle el maestre de campo don
Gabriel Rodríguez Bravo de Hoyos. Sobrevinieron en seguida graves
disturbios, contribuyendo a ello la torpeza de Rodríguez, a quien
sucedió (1693) D. Pedro Jerónimo de Colmenares. Habremos de recordar
que la provincia de Costa Rica, a fines del siglo XVII, estaba en
completa decadencia, no sin que para ello influyesen las frecuentes
correrías de los corsarios. Dichas correrías obligaron a los habitantes
a retirarse al interior, abandonando los cultivos de los puntos
próximos a la costa. Por lo que respecta a la provincia de Honduras,
allí se reunieron en 1689 muchos piratas, dirigiéndose algunos a
Trujillo, donde cometieron toda clase de atrocidades. La provincia de
El Salvador, a últimos del siglo XVII, hasta bien entrado el siglo XIX,
estuvo gobernada por un alcalde mayor, dependiente del gobierno central
de Guatemala. En el citado año de 1694 era alcalde mayor de El Salvador
y San Miguel, D. José de Calvo y Lara, sucesor de D. José Hurtado de
Arias.

Continuando la historia de Guatemala, procede que digamos que el
general Enríquez de Guzmán dimitió el mando el 1687, viniendo a
reemplazarle en enero de 1688 el general D. Jacinto de Barrios Leal,
caballero de la orden de Calatrava. Cuéntase que al desembarcar en la
costa del Norte fué robado por las piratas. Si en la primera época
de su gobierno mostró cierta moderación y prudencia, pronto hubo de
romper con la Audiencia, y la causa tuvo origen--según refiere Fuentes
y Guzmán en la _Recordación Florida_--en una _centella amorosa, que a
un tiempo mismo ardía en el corazón del Presidente y nacía en el del
oidor Valenzuela_. Habiendo llegado a conocimiento del gobierno de la
metrópoli lo que ocurría, se nombró juez pesquisidor al licenciado D.
Fernando López Ursino y Orbaneja. Llegó Orbaneja el 25 de enero de 1691
y se encargó en seguida del gobierno, el cual tuvo hasta diciembre de
1694, pues el Consejo de Indias no encontró nada censurable en Barrios
Leal. Inmediatamente que volvió al poder, sólo pensó en vengarse de
sus enemigos, y para él eran sus enemigos todos los que se pusieron
de parte del oidor Valenzuela. En seguida pensó en la conquista del
Petén y Lecandón. Entre las personas importantes que consultó para la
realización del plan--y por cierto que no fué atendido--se encuentra
el famoso cronista Ximénez, que formó parte de la expedición. Poco
consiguió Barrios Leal en su difícil empresa, y a su vuelta falleció el
12 de noviembre de 1695.

El 25 de marzo de 1696 hizo su entrada en Guatemala D. Gabriel Sánchez
de Berrospe, nombrado gobernador, capitán general y presidente de la
Audiencia. Berrospe, no sólo conquistó y fortificó el Petén, sino
acabó de someter la provincia de Lecandón. Del gobierno de Costa
Rica se encargó en 1698 D. Francisco Serrano de Reyna. A la sazón,
como antes y después, frailes recoletos, procedentes de Guatemala y
de Nicaragua, se dirigieron a las montañas de Costa Rica, logrando
atraerse a los indígenas mediante la predicación y el convencimiento.

Rotas las relaciones entre el gobernador Sánchez de Berrospe y el
obispo Navas, como también entre aquél y el oidor Amézquita, el
gobierno de la metrópoli tuvo el mal acierto de nombrar visitador a
don Francisco Gómez de Madriz, que llegó a Guatemala en los últimos
días del año 1699. Madriz era un hombre inmoral: quería enriquecerse
en poco tiempo y para ello no reparaba en los medios más censurables.
También dió algunos escándalos, pues requería de amores a no pocas
mujeres casadas. A tal punto llegó su desvergüenza, que los vecinos
de Guatemala obligaron a Sánchez de Berrospe a encargarse del poder,
no obstante su falta de salud; pero Madriz, arrostrando las iras
populares, le confinó al pueblo de Patulul. Tampoco hizo caso de la
Audiencia, entablándose formal y reñida lucha entre aquélla y el citado
pesquisidor. Sucesos censurables se originaron en Guatemala, logrando
al fin la Audiencia que el insolente juez abandonase la ciudad. En los
últimos días de marzo de 1701 se recibió en Guatemala la noticia del
fallecimiento de Carlos II (1.º noviembre 1700) y la sucesión al trono
de Felipe V de Borbón.

Habiendo renunciado el gobierno Sánchez de Berrospe (1701), emprendió
su regreso a la península en los comienzos de 1702, quedando la
Audiencia con el poder, hasta que llegó en mayo de dicho año don
Alonso de Ceballos y Villagutierre, de la orden de Alcántara, clérigo
ilustrado y hombre tolerante. Al poco tiempo murió el virtuoso obispo
Las Navas (2 noviembre 1702) y un año después el gobernador Ceballos
(27 octubre 1703). Sucedióle el oidor Duardo.

Don Toribio de Cosío y Campa, caballero de la orden de Calatrava,
tomó posesión de la autoridad suprema el 2 de septiembre de 1706. El
nuevo gobernador, aunque estaba dominado por el lucro y sólo pensaba
en adquirir dinero para volver a su país, era hombre bondadoso.
Preocupábale el estado de Costa Rica y de Nicaragua, provincias
expuestas siempre a los ataques de los zambos mosquitos. De la primera
era gobernador Serrano de Reina, empleo que ejerció unos seis años y
que mereció ser condenado por la Audiencia de Guatemala. Le reemplazó,
como gobernador interino, D. Diego de Herrera Campuzano (1704) y en
propiedad obtuvo luego el cargo D. Lorenzo Antonio de Granda y Balbín
(1707), en cuyo tiempo se sublevaron los indios de Talamanca (1709).
Granda y Balbín no pertenece al número de los buenos gobernadores de
Costa Rica. A su muerte (1712), volvió al país Herrera Campuzano, si
bien el capitán general de Guatemala nombró interinamente gobernador
a D. José Antonio Lacayo y Briones. Otras insurrecciones en el país
fueron sofocadas y castigados sus autores. Acerca de Nicaragua es de
sentir el mal gobierno de D. Miguel de Camargo, quien comenzó a ejercer
sus funciones el año 1705. Para catequizar a los aborígenes, envió
frailes a que predicaran el cristianismo, y como dijesen los misioneros
que los indios se valían de ciertas hechicerías, el gobernador por
ello castigó a muchos inocentes indígenas y ajustició a algunos. El
bondadoso obispo de la diócesis, Fray Diego Morcillo, reprobó los
hechos de Camargo y prohibió las misiones, y en su afán de poner
correctivo a tantos abusos, hizo dos viajes a la ciudad de Guatemala,
para que Cosío y Campa y la Audiencia pusiesen remedio a tantos males.
Temiendo ser castigado, Camargo se fugó de Nicaragua, sucediéndole en
el cargo D. Sebastián de Arancibia. Tiempo adelante el obispo Morcillo
obtuvo el arzobispado de Lima y el virreinato del Perú. A Morcillo
sucedió Fray Benito Garret (1711), hombre orgulloso y pedante, que
humilló al gobernador Arancibia y menospreció a la Audiencia, cuyo alto
tribunal le expulsó de la diócesis (1716).

Continuando la relación de los sucesos de Guatemala, justo será
recordar los buenos deseos del gobernador Cosío en favor del país. No
pocos disgustos le ocasionó el obispo Alvarez de la Vega y Toledo,
trasladado en 1713 de Chiapa a Guatemala. Aplausos merece por haber
sofocado una sublevación de los indios zendales, mostrándose el Rey tan
agradecido que le prorrogó por dos años más el tiempo de su gobierno y
le confirió el título de marqués de Torre Campo.

Sucedió al marqués de Torre Campo en el cargo de gobernador de
Guatemala, D. Francisco Rodríguez de Rivas, maestre de campo de los
reales ejércitos (4 octubre 1716). Terrible terremoto ocurrió el 29
de septiembre de 1717. Antes lo habían anunciado ciertas señales: el
volcán denominado de _Fuego_ empezó a lanzar llamaradas en la noche del
27 de agosto, y poco después se sintió subterráneo ruido y trepidación
del suelo. En los días siguientes continuó el volcán arrojando fuego y
continuaron los temblores de tierra. Al mismo tiempo se sucedían las
funciones religiosas, promovidas por el clero y por las autoridades.
El capitán general Rodríguez de Rivas, se portó como debía en aquellos
días tristísimos. Pocas fueron las desgracias personales; algunos
templos y muchas casas particulares vinieron al suelo. Opuesta conducta
que el gobernador siguió el obispo Alvarez de la Vega, que continuaba
anunciando males mayores. En todo esto obraba el prelado, ya por el
odio que al gobernador tenía, ya porque pensaba que de este modo
podría elevar la iglesia de Guatemala a metropolitana. Celebráronse
varias juntas para acordar si convenía la traslación de tribunales
a sitio más seguro. Opinaba el gobernador que no era conveniente y
lo contrario el obispo; los oidores, los individuos del cabildo, los
religiosos y los habitantes en general, tampoco se hallaban conformes
unos con otros. Intervino en el asunto el virrey de México, haciendo
responsable al capitán general del quebranto que sufriese la Real
Hacienda, por no haber permitido que pasasen a otro punto las cajas
reales y los tribunales. Vino el Rey a terminar el asunto, poniéndose
al lado del gobernador Rodríguez. Tiempo era ya de que las autoridades
y vecinos se ocupasen en reparar los daños causados en la ciudad, lo
que se consiguió en los años 1718 y 1719. En tanto que Guatemala se
reponía de sus quebrantos, Nicaragua, Costa Rica y Honduras, vivían
en el citado año de 1719 en contínuo desasosiego, temerosas de los
ataques de los corsarios. También aguijoneados los gobernadores por
el ansia del lucro, cometían toda clase de desaciertos. No les iban
en zaga los alcaldes mayores. Por lo que se refiere a la provincia de
El Salvador, apenas tenía que temer de los piratas, siendo de igual
modo digno de notarse la mayor moralidad en la administración pública.
La cultura, el bienestar y la riqueza eran mayores en dicha provincia
que en Nicaragua, Honduras y Costa Rica. En esta última ejercía el
cargo de gobernador desde mayo de 1713 don José Antonio Lacayo de
Briones, funcionario más cumplidor de su deber que Grande y Balbín, su
antecesor. A la liberalidad de Lacayo se debió la fábrica del convento
de frailes franciscanos, que se construyó en Esparza. Sucedió a Lacayo
(diciembre de 1716), D. Pedro Ruiz de Bustamante, el cual obtuvo la
doble investidura de gobernador y capitán general de la provincia; pero
el Rey (febrero de 1718) nombró a D. Diego de la Haya Fernández, que
tomó posesión a fines de noviembre. Con una actividad digna de alabanza
se dedicó por completo a sacar al país de la miseria en que se hallaba,
animándole en su obra el capitán general de Guatemala. El gobernador la
Haya, defendió su territorio de los corsarios ingleses (1720) y entabló
relaciones de amistad con el jefe de los mosquitos. Días tristes fueron
para la ciudad de Cartago desde el 16 de febrero de 1723, en que el
volcán Irazú comenzó a arrojar materias encendidas al mismo tiempo que
se sentían ruidos subterráneos. Ahora, como siempre, el gobernador
la Haya cumplió con su deber. En Nicaragua, separado del gobierno en
1721 Arancibia, le sucedió (1722) D. Antonio de Poveda y Rivadeneira,
que a su vez también fué separado a fines de 1724, sustituyéndole D.
Tomás Marcos Duque de Estrada. Torpe en su mando Duque de Estrada, no
pudo impedir que una sublevación popular le arrojase del poder. El
capitán general de Guatemala mandó sofocar el levantamiento a Lacayo
de Briones, el mismo que antes tuvo el mando de Costa Rica. Apaciguados
los ánimos, el citado capitán general llamó a Guatemala al Duque de
Estrada y nombró jefe de la provincia al ya citado Poveda (enero de
1727), muerto en la noche del 7 de julio a manos de unos asesinos.

Guatemala iba a tener nuevo gobernador, capitán general y presidente de
la Audiencia. A Rodríguez de Rivas sucedió D. Pedro Antonio de Echevers
y Subiza, caballero de la Orden de Calatrava y señor de la Llave
Dorada, quien tomó posesión el 2 de diciembre de 1724, celebrándose en
su obsequio toda clase de festejos. El residenciado Rodríguez de Rivas
resultó culpable por varios hechos, siendo los principales el haber
recibido dinero en cambio de títulos de corregidores, alcaldes mayores,
etc. Echevers, que comenzó su gobierno atrayéndose las simpatías de
sus subordinados, pronto varió de conducta y se hizo odioso a todos.
Trataba con poca consideración a los oidores, a los abogados y a los
individuos del concejo. Con la Audiencia tuvo enconada disputa. A los
nueve años de ejercer el gobierno, le sucedió el brigadier D. Pedro de
Rivera y Villalón. Trajo Rivera y Villalón los cargos de presidente de
la Audiencia, capitán general y gobernador (22 diciembre 1729). Poco
después se le concedió el grado de mariscal de campo (16 septiembre
1730). Hízose simpático desde los primeros actos de su gobierno.
En julio de 1726 vino a Guatemala D. Manuel de Castilla, de paso a
Honduras, de donde había sido nombrado gobernador en sustitución
de Gutiérrez de Argüelles. Para sustituir a Poveda Rivadeneira en
Nicaragua fué nombrado el sargento mayor D. Pedro Martínez de Ugarrio
(27 julio 1727), y a éste sucedió (mediados de 1728) Duque de Estrada
(segunda vez). Alteróse el orden público en el año 1730, tal vez por
debilidad de Duque de Estrada. Bartolomé González Fitoria hizo su
entrada solemne en León el 13 de julio de 1730, siendo obsequiado
con corridas de toros y representaciones dramáticas. Reconocemos
que se portó mejor en el gobierno que Duque de Estrada, aunque su
administración no se señaló por sucesos notables. Vino a sucederle,
últimos de 1735, el capitán D. Antonio Ortiz, y en el mismo año murió
en León Fray Dionisio de Villavicencio, obispo de la diócesis. De Costa
Rica diremos que el capitán D. Baltasar Francisco de Valderrama sucedió
a D. Diego de la Haya (mayo de 1727). Valderrama se atrajo el odio del
clero y fué sustituído en la gobernación (abril 1736) por el teniente
coronel D. Antonio Vázquez de Cuadra, que murió a fines de junio del
mismo año. Sucedióle interinamente el sargento mayor don Francisco
Carrandi y Menán, que realizó una expedición contra los indios
mosquitos sin resultado alguno. Debió Carrandi ser relevado del mando
por el capitán general de Guatemala (1739), reemplazándole D. Francisco
de Olaechea. Separado del mando este último, fué nombrado el capitán
de infantería D. Juan Gemmir y Lleonart (1740), quien tuvo grandes
desavenencias con el cabildo eclesiástico por causa de la posesión del
obispo Pardo de Figueroa.

Acerca del capitán general de Guatemala D. Pedro de Rivera y Villalón,
importa referir que se dirigió al Rey en solicitud de varias reformas
administrativas, acordando Felipe V desestimar lo que se le proponía,
y mandó que los alcaldes siguiesen administrando justicia y los
oficiales reales continuaran recaudando los tributos. Posteriormente,
convencido el monarca de que el gobernador estaba en lo cierto, mandó
(24 marzo 1741) que pusiera en práctica las proposiciones que antes
hiciera, autorizándole también a emprender guerra exterminadora contra
los indios zambos mosquitos, que continuamente hostilizaban las costas
de Comayagua y Costa Rica[337]. Si en instrucción pública realizó
saludables reformas, fueron mayores las referentes a la hacienda. No
es de extrañar, dada la moralidad de la administración pública, que
los individuos del ayuntamiento dijesen (18 julio 1741) que nunca
había estado mejor el Erario público, ni en lo que respecta a las
recaudaciones, ni en lo concerniente a los gastos; que el capitán
general Rivera y Villalón, sin embargos y violencias, y sólo con su
diligencia y tino, supo patrocinar los derechos del fisco y el aumento
de los caudales, satisfaciendo con integridad los sueldos corrientes
y las deudas atrasadas, como también remitiendo remesas de dinero al
monarca sin necesidad de acudir á préstamos del vecindario.

       [337] _Arch. hist. nac.--Cedulario índico_, tomo XI, núm. 166,
       págs. 151 v.ª y 152.

D. Tomás de Rivera y Santa Cruz sucedió a Rivera Villalón. Tomó
posesión el 16 de octubre de 1742. Era Santa Cruz natural de Lima y se
atrajo pronto las simpatías de la Audiencia, del cabildo y del pueblo
en general. Desde fines del año 1741 gobernaba en Honduras el capitán
de infantería D. Tomás Hermenegildo de Arana, sucesor de D. Francisco
de Parga. Arana se ocupó con actividad asombrosa a dar vida a la
industria de Honduras. Como juez pesquisidor se presentó en Honduras
el oidor D. Fernando Alvarez de Castro, hombre que comenzó mostrando
mala voluntad al citado gobernador. Desterrado Arana a Esguipulas,
Alvarez de Castro se hizo dueño del poder. En aquel tiempo D. José
Lacayo de Briones, gobernador de Nicaragua, viéndose amenazado de los
ingleses, le pidió auxilio, contestando Alvarez de Castro que no podía
en aquellas circunstancias. El, por su parte, persiguió en Honduras a
los indios que traficaban con los ingleses de la costa, en tanto que
el juez pesquisidor intentó en vano castigar a los defraudadores del
Erario público. Falleció poco después y su muerte no fué sentida, por
su carácter demasiado enérgico. Cuando el capitán general de Guatemala
tuvo noticia del fallecimiento, nombró gobernador provisional al
maestre de Campo D. Luis Machado. Terminados entonces los conflictos
entre la autoridad civil y la eclesiástica, el capitán Arana y los
suyos pudieron volver a sus casas, y todo quedó en paz, turbada en mal
hora por el carácter despótico de Alvarez de Castro. Sin detenernos
en otros sucesos, hay que registrar una cédula del 23 de agosto de
1745, dada en San Ildefonso, y por la cual fué nombrado el brigadier
don Alonso Fernández de Heredia gobernador de Nicaragua y comandante
general de dicha provincia, de la de Costa Rica, de las jurisdicciones
del Realejo, Subtiaba, Nicoya, Sébaco y demás territorios y costas
comprendidas desde el cabo de Gracias a Dios hasta el río Chagres;
en la inteligencia de que, por muerte del brigadier, o por cualquier
causa que retardara su llegada, debía reemplazarle en sus funciones el
coronel don Juan de Vera, y otro tanto se disponía respecto de este
último, para que le sustituyese el dicho brigadier en cualquiera de
los eventos indicados.[338] En diciembre de 1746 comenzó á gobernar
Fernández de Heredia. El Salvador iba progresando poco a poco. El
alcalde mayor de la provincia no tenía que temer a piratas y corsarios.
La vida de El Salvador se deslizaba más tranquila que la de Honduras,
Nicaragua y Costa Rica. El 24 de marzo de 1744, D. Isidro Díaz de Vivar
tomó posesión de la alcaldía mayor de El Salvador.

       [338] _Archivo Colonial de Guatemala, Copias de títulos y
       reales cédulas desde 1743 á 1748_, folio 202.--_Cedulario
       índico_, tomo IX, núm. 3, págs. 6 v.ª, 7 y 8.

En Guatemala, donde continuaba de capitán general Rivera y Santa
Cruz, se celebró con toda clase de festejos la erección de su iglesia
sufragánea en metropolitana, siendo a la sazón obispo Fray Pardo de
Figueroa (1744). Dos años después se celebraron con toda suntuosidad
exequias fúnebres en Guatemala por el fallecimiento de Felipe V (9
julio 1746), cambiándose luego la tristeza en alegría por la elevación
al trono de Fernando VI.

El 19 de septiembre de 1747 se nombró capitán general, gobernador y
presidente de la Audiencia de Guatemala a D. José de Araujo y Río,
tomando posesión el 23 de septiembre de 1748. Rivera y Santa Cruz, en
sus últimos tiempos, había tenido la desgracia de caer en desagrado
de la Audiencia. Veamos, pues, la política seguida por el nuevo
gobernador. Procuró llevar la paz a Honduras y Nicaragua, a Costa Rica
y a El Salvador. Vivió en buena armonía con la Audiencia y con el
cabildo. Cortó toda clase de abusos y favoreció todo le que pudo a los
aborígenes.

Sucedióle, por Decreto expedido en Aranjuez (25 abril 1751), el
mariscal de campo D. José Vázquez Prego. En la Habana prestó el
correspondiente juramento (10 noviembre 1751), ante el gobernador y
capitán general de la isla de Cuba, llegando a Guatemala y tomando
posesión de su cargo el 17 de enero de 1752. Persiguió la fabricación
y la venta del aguardiente de caña, como lo ordenaba Fernando VI en
cédula del 6 de Agosto de 1747. En 1753, el llamado Valle se dividió
en dos alcaldías mayores: la de Santa Ana de Chimaltenango y la de
Amatitán y Sacatepéquez. Ocupóse Vázquez Prego en la fábrica de obras
públicas, especialmente fortalezas para contener las invasiones de
los filibusteros. A su fallecimiento (24 junio 1753) se encargó de
la capitanía general el letrado Juan de Velarde, el cual, en los
diecisiete meses que la desempeñó mantuvo el imperio de la ley.

Don Alonso Arcos y Moreno, mariscal de campo, fué nombrado el 29 de
enero de 1754, y tomó posesión el 17 de octubre del mismo año. No se
explican los motivos para los largos y desordenados festejos que se
celebraron. Todos tenían empeño en obsequiar al Sr. Arcos, y solamente
dos religiosos protestaron desde el púlpito de ciertos escándalos.
Escandalosos eran en verdad los bailes que se verificaron en diferentes
sitios y aun en ciertos monasterios. Mostró actividad en el despacho de
los asuntos, si bien cumple referir que era mayor su empeño en asuntos
de su propio provecho, citándose como prueba de ello la introducción
de 270 fardos, rotulados como equipaje de dicho funcionario y que
eran artículos de comercio (1754). Otras irregularidades cometidas
por el capitán general le enagenaron las simpatías de sus gobernados.
No habremos de olvidar los trabajos de los misioneros en Costa Rica,
Honduras, Nicaragua y El Salvador, para traer al camino de la verdad
a los indios que aún permanecían infieles. Recibióse en Guatemala la
noticia del fallecimiento de Fernando VI, celebrándose sus funerales
algunos meses después (16 y 17 de julio de 1760). A su sabor se
despacharon algunos poetas, pudiendo servir de ejemplo la siguiente
octava:

      Fuentes puras los ojos de Fernando
    Dos Castalias de llanto están vertiendo,
    Y mientras él va su agua derramando
    Toda Aganipe se la va bebiendo.
    Las musas, que esto ven, examinando
    La noble causa que lo está afligiendo,
    Dándose al sentimiento por despojos,
    Se van a pique ahogadas en sus ojos.

Celebró Guatemala con singular alegría la subida al trono de Carlos
III. Murió el gobernador Arcos y Moreno el 27 de octubre 1760, no
figurando su nombre entre los mejores gobernadores de Guatemala.

El gobernador interino Velarde dejó el cargo en junio de 1761, a la
llegada del Sr. D. Alonso Fernández de Heredia, brigadier de los
reales ejércitos y ascendido a mariscal de campo al venir a Guatemala.
Antes de reseñar los hechos de Fernández de Heredia conviene decir que
Velarde en los dos períodos que tuvo el gobierno dió señaladas muestras
de rectitud y honradez. Era Fernández de Heredia hombre arrebatado,
vanidoso y poco amigo de la justicia. Se llevó mal con la Audiencia
e intervino torpemente en los asuntos de Honduras, Nicaragua y Costa
Rica. La provincia de El Salvador continuaba su vida tranquila, no
interviniendo en su administración las supremas autoridades de la
colonia. Tal vez sea merecedor de mayores censuras el municipio de la
ciudad de Guatemala, cuyas cuentas no se ajustaban a la exactitud y
legalidad.

Sucedió a Heredia el capitán de navío D. Joaquín Aguirre y Oquendo;
pero, cuando se dirigía a tomar posesión del cargo murió en Zacapa (9
abril 1764). El brigadier D. Pedro de Salazar tomó posesión el 3 de
diciembre de 1765 y era opinión general que a los desmayos y tristezas
pasadas sucederían días felices para Guatemala. Salazar mostró ser
laborioso funcionario. Terminó el castillo que en Omoa se mandó
construir para contener las invasiones de los corsarios e hizo otros
reparos en obras importantes. Reformas realizó dignas de alabanzas,
bien que siempre tuvo a su lado la Audiencia y el ayuntamiento. A fines
de junio de 1767 llegó a Guatemala la famosa pragmática por la cual
Carlos III arrojaba de los dominios españoles a los hijos de Loyola.
Aunque Salazar estimaba a los jesuítas, cumplió lo que se le mandaba,
no sin que en Guatemala, Nicaragua, San Salvador, Honduras y Costa
Rica la opinión general se mostrara favorable a los discípulos de
San Ignacio. Para activar la fábrica del castillo de San Fernando en
Omoa, allá marchó Salazar y allá contrajo grave dolencia que le llevó
al sepulcro en Guatemala (20 mayo 1771). Encomendóse la residencia al
oidor D. Antonio de Arredondo (14 diciembre 1775).

Vino a suceder á Salazar el brigadier D. Martín de Mayorga, cuyo
nombramiento se comunicó a la Audiencia (1772) y entró en la ciudad de
Guatemala el 12 de junio de 1773. Con verdadero rigor castigó Mayorga
a la gente maleante y a los infractores de las leyes. Por entonces
anunciaba la voz pública que de un momento a otro se abriría la tierra
para tragar a los habitantes de la ciudad, añadiendo otras como
profecías igualmente aterradoras. Espantosos sacudimientos de la tierra
se verificaron en mayo y junio de 1773, los cuales fueron especie de
presagio de la catástrofe del 29 de julio. «Este día--dice el Padre
Cadena--, digno de notarse con negros cálculos y el más funesto para
Guatemala por haber sido el de su lamentable catástrofe, a las tres y
cuarenta minutos de la tarde tembló la tierra.» Todos imploraban el
auxilio divino. Los padres desatendían a sus hijos y los maridos a sus
mujeres. Los ruidos subterráneos eran seguidos de temblores, cayendo
también fuertes lluvias acompañadas de truenos y rayos. Undiéronse
muchos edificios, ocasionando varias muertes. La luz del día 30
permitió contemplar en toda su desgracia los efectos de los fenómenos
sísmicos. Murieron ciento veintitrés personas, sin contar las fenecidas
en los lugares inmediatos y las que sólo fueron heridas o golpeadas. El
gobernador general, el arzobispo Sr. Cortés y Larraz, los oidores, los
alcaldes, todos cumplieron con su deber en aquel día tristísimo. En los
días 4 y 5 de agosto, bajo la presidencia del gobernador, se celebró
junta general de las personas principales de la ciudad para acordar la
traslación de la metrópoli guatemalteca. Se acordó marcharse cuanto
antes al pueblo de la Ermita, lo que verificaron el gobernador general,
los oidores, los oficiales reales y los empleados subalternos de las
secretarías; también se llevaron las arcas destinadas a las rentas de
aduana, tabaco y correos. Después, entre los vecinos, surgió enconada
discordia, dividiéndose en dos bandos: uno que quería la traslación, y
otro que optaba por el mantenimiento de la capital en el mismo sitio
y creía que con los materiales existentes era fácil la reedificación,
añadiendo que en toda la provincia no había sitio alguno al abrigo de
tamaña calamidad. Triste era, en verdad, trasladar la ciudad que en
1542 se fundó en el delicioso y pintoresco valle de Panchoy. Terrible
terremoto acaecido el 13 de diciembre, que acabó de arruinar muchos
edificios de la desgraciada población, disipó las esperanzas de los
que creían posible la restauración. Todavía insistió el arzobispo y
algunos más; pero el asunto estaba resuelto. ¿Dónde se levantaría la
nueva capital? Después de muchos proyectos, se acordó establecerla en
el valle llamado de la Virgen, como consta en la cédula expedida por
Carlos III en el palacio de San Ildefonso (21 julio 1775), y que llegó
a manos del capitán general el 1.º de diciembre del citado año. En
todos estos asuntos, tan delicados y complejos, mostró su imprudencia
el brigadier Mayorga. Por entonces era gobernador de El Salvador el
insigne D. Francisco Antonio de Aldama; de Nicaragua, D. Manuel de
Quiroga, sucesor de D. Domingo Cabello, y de Costa Rica, D. Juan
Fernández de Bobadilla, recayendo después el mando en D. José Perié.
Honduras tuvo por gobernador a D. Francisco de Aybar, y luego a D. Juan
Nepomuceno de Quesada, natural de la Habana.

El coronel D. Matías de Gálvez, que estaba en Guatemala desde julio
de 1778, como segundo comandante del país e inspector de las tropas
veteranas y de milicias, fué nombrado gobernador, capitán general
y presidente de la Audiencia (15 enero 1779). El 4 de abril tomó
posesión. Alarmante noticia llegó a Guatemala en los últimos días
de octubre del año siguiente: los ingleses se habían hecho dueños
del fuerte de San Fernando de Omoa, defendido por corta guarnición.
Allá fué Gálvez a pelear con los ingleses. Gálvez, ya ascendido a
brigadier, era un excelente gobernador. Preocupábale que el gobierno
inglés, en guerra con el español, deseaba adueñarse el territorio de
los Mosquitos, el río y castillo de San Juan, la ciudad de Granada y
el golfo de Papagayos. De la tierra de los Mosquitos sacaba Inglaterra
mucha cantidad de caoba y de otras maderas finas, zarzaparrilla, palo
de tinta, algodón, cacao, vainilla, añil, azúcar, etc. Justo será
recordar la expedición que contra Nicaragua mandó el gobierno inglés
(1780). Al frente de una de las fragatas se hallaba Horacio Nelson,
que apenas contaba veintitrés años de edad y ya era capitán de navío.
El joven marino pudo salvar el banco de arena formado a la entrada
del San Juan, subió por el río hasta la isla del Mico, donde después
llegaron, transportadas en lanchas, las demás tropas extranjeras. Al
siguiente día (9 abril) arribaron a la isleta Bartola, cuyos defensores
se portaron bizarramente; pero volviendo a la carga, el capitán Nelson
se apoderó de ella. Acerca del castillo de Omoa, ya hemos indicado
que cayó en poder de los enemigos, bien porque estaban mandados por
Polson y Nelson, y bien porque ellos eran dos mil y nosotros doscientos
cincuenta, guatemaltecos en su mayor parte. No todo les salió bien
a los ingleses en Nicaragua. Las enfermedades les diezmaron, y
nuestro gobernador, aprovechándose del desaliento de ellos, recuperó
el castillo (enero de 1781). Poco importa si--como dice algún
cronista--el castillo no fué conquistado personalmente por Gálvez,
sino por el ejército que él mandó. Terminada la guerra de Nicaragua
en los comienzos de 1781, Gálvez volvió a Guatemala, dedicándose con
actividad a reformar la administración pública. Fijóse también en las
provincias de Honduras, Costa Rica y El Salvador. En seguida emprendió
la reconquista de Roatán: el 14 de marzo de 1782 zarpó de Trujillo la
escuadrilla, conduciendo cien hombres del batallón de infantería y unos
quinientos milicianos. Los ingleses no pudieron resistir el ataque de
nuestras fuerzas, presentándose el 17 de dicho mes los comisionados
del gobernador inglés al general Gálvez, ofreciéndole la rendición
de la isleta, como así se efectuó. La noticia del triunfo obtenido
en Roatán se comunicó, mediante una goleta despachada expresamente a
España, al gobierno de Madrid (21 de marzo). La agradable impresión
que produjo en Gálvez la situación de Trujillo, a su regreso de
Roatán, le movió a decir al Rey (17 abril 1782) que aquel puerto era el
principal en el litoral del Norte y que las tierras de la costa eran
muy fértiles. Vinieron, en efecto, más de trescientas personas de ambos
sexos procedentes de Asturias y Galicia, y otras trescientas, poco más
o menos, de las islas Canarias. Sin embargo de los buenos deseos de
Quesada, gobernador a la sazón de Honduras, el clima malsano y ardiente
del litoral echó por tierra los planes del general Gálvez. En el
mismo año de 1782, de vuelta de Roatán, se detuvo Gálvez en Trujillo,
saliendo luego al frente de la expedición, para Riotinto. La fortaleza
de Quepriva fué tomada el 30 de marzo de 1782 y la de Lacriba el 2 de
abril. Regresó Gálvez a Trujillo, muy satisfecho por sus campañas de
Roatán y de Riotinto, y llegó a Guatemala, donde meses después recibió
graves noticias de aquel último punto. Una escuadra inglesa atacó el
22 de agosto del citado año a Quepriva y a La Criba; las tropas de
desembarco, apoyadas de buen número de negros, saltaron a tierra y
pasaron a cuchillo la guarnición de Quepriva y no hicieron lo mismo con
la de La Criba porque hubo de capitular. Gálvez, que por la campaña de
Nicaragua se le había conferido el ascenso a mariscal de campo, y por
los servicios realizados en Roatán y Riotinto el de teniente general,
cuando se disponía recuperar las fortalezas perdidas y reedificar a
Trujillo, dejó el gobierno de Guatemala (10 marzo 1783) y pasó con el
cargo de virrey a Nueva España.

El 5 de abril hizo su entrada en Guatemala, después de corto gobierno
de la Real Audiencia, el brigadier D. José de Estachería. Dedicóse
Estachería a adelantar la fábrica de los edificios públicos, figurando
en primer término la catedral y en segundo la construcción de una
fuente monumental en la plaza mayor de dicha población. Firmada la
paz entre España é Inglaterra (septiembre de 1783), pudo dedicarse
con mayor tranquilidad a sus edificaciones el capitán general. En el
año 1786 celebraron ambas potencias un tratado complementario y en él
se estipuló que la Gran Bretaña reconocía la soberanía española en el
territorio de Mosquitos, y como consecuencia de tal reconocimiento
desocuparía--como lo hizo--los varios establecimientos que en esa faja
de tierra poseía.



CAPÍTULO XX

  GOBIERNO DE LA ISLA DE SANTO DOMINGO.--RELACIONES DE LA ISLA
  ESPAÑOLA CON LA METRÓPOLI.--RELACIONES DE LAS AUTORIDADES DE LA
  ISLA ENTRE SÍ.--LOS CORSARIOS EN LA ISLA.--LOS FRANCESES EN SANTO
  DOMINGO.--EL CÓDIGO NEGRO.--SANTO DOMINGO Y LA REVOLUCIÓN FRANCESA
  DE 1789.--LA ANARQUÍA EN LA COLONIA.--GUERRA DE EXTERMINIO ENTRE
  BLANCOS Y NEGROS.--LOS INGLESES EN SANTO DOMINGO.--TOUSSAINT
  LOUVERTURE: SU CARÁCTER Y CUALIDADES.--BONAPARTE Y TOUSSAINT
  LOUVERTURE.--LUCHA ENTRE FRANCESES Y DOMINICANOS.


Por Real Cédula expedida en 9 de agosto de 1508 fué nombrado Diego
Colón gobernador de las colonias, llegando (10 julio 1509), a la ciudad
de Santo Domingo en compañía de Doña María de Toledo, su mujer, de su
hermano Fernando y de sus tíos Bartolomé y Diego.

No es cierto--como dice Harrisse--que, muerto Cristóbal Colón, el
Rey no quisiese dar a Diego, hijo del dicho Cristóbal, posesión
del almirantazgo. Fernando el _Católico_ no se opuso a reconocerle
como Almirante, ni se negó a nombrarle gobernador de las Indias por
nombramiento real, ni ofreció resistencia a entregarle los derechos
que como Almirante le correspondían; lo que no quería era reconocerle
virrey y gobernador por derecho propio.

Muchos e importantes fueron los pleitos sostenidos por Diego Colón
contra la Corona. El 5 de mayo de 1511 el Consejo Real declaró que, al
Almirante y sus sucesores pertenecía, con el título de virrey, y por
fuero de heredad para siempre jamás, la gobernación y administración
de justicia, así de la Isla Española como de las otras islas que el
Almirante, su padre, descubrió, y de aquellas islas que por industria
del dicho su padre se descubrieron; que la administración de justicia
civil y criminal se ejercería por el virrey o por sus tenientes y
oficiales de justicia, en nombre del Rey; que el virrey se hallaba
sujeto a juicio de residencia cuando los reyes lo dispusieran; que a
éstos correspondía el repartimiento de los indios, y que el virrey
debía de disfrutar el quinto de las granjerías concedidas para extraer
oro de las minas, y el décimo de todo lo que en las islas se hallare,
trocare, etc., exceptuando el de los diezmos eclesiásticos y el de
las penas de cámara[339]. Hízose ejecutiva la citada declaración por
Real Cédula dada en Sevilla el 17 de junio de 1512. Por la sentencia se
muestra que el Consejo atendía más al Rey que a D. Diego, no siendo,
por tanto, de extrañar, que el hijo del descubridor del Nuevo Mundo
prosiguiese los pleitos con más insistencia.

       [339] _Pleitos de Colón_, tom. I, doc. núm. 12.

Debemos fijarnos en otro asunto, cual fué el gobierno de Diego Colón
en la Española. Desde el principio pocas fueron las simpatías que tuvo
el nuevo gobernador entre los vecinos de la isla. Solicitaron que
se crease una Audiencia compuesta de tres jueces de apelación, cuyo
objeto lo dice el Rey en su consulta al _Consejo de Indias_, del 24 de
septiembre de 1512. «Sabéis--dice--que á causa de injusticias hechas
por las justicias del Almirante y el difícil remedio dellas en tanta
distancia, embie los jueces de apelación»[340]. La Audiencia de Santo
Domingo se había creado el 5 de octubre de 1511[341]. Sin embargo
de las cartas del Rey al Almirante dándole consejos e instrucciones
acerca de las cosas de gobierno, D. Diego no hacía caso alguno. Lo
mismo se desentendía de la sentencia dada en Sevilla, que de los
consejos y órdenes que le daba D. Fernando. Causa fué todo esto de que
se formasen dos partidos en la isla: el del Rey y el del Almirante,
siendo preciso confesar que el primero era mucho mayor que el segundo.
Tantas y tan graves fueron las quejas, que la Corona dispuso que se le
tomase juicio de residencia, y ordenó que regresara a Castilla. Llegó
a Cádiz D. Diego el 9 de abril de 1515, y esta fué la primera vez que
vino a Castilla desde su ida a la Española en 1509[342]. A tal punto
llegó la impopularidad de D. Diego en la citada isla, que los vecinos
enviaron a España un comisionado con el siguiente memorial, que a
nombre de todos dirigió Juan Carrillo Mejía a la reina Juana: «Digo
que dicha isla--tales fueron sus palabras--está llena de pasiones a
causa del Almirante y sus justicias, que es perdida si no se remedia.
El Almirante es señor absoluto, y atemoriza a cuantos se le oponen
y sostienen la jurisdicción real. No cumple los mandamientos de V.
A., y si alguno lo requiere lo maltrata. Quando la isla me despachó
con estas súplicas, no había sino un navío para Castilla. La isla
está llena de más escándalo que cuando se alzó en tiempo de su padre,
y si el Almirante allá volviere, no dejaría de haber mucho daño en
matar y ahorcar hombres, como hizo su padre, pues hai ahora más
disposicion. Mande V. A. ver la residencia y que el fiscal se entere
de mi negociacion y sentirá muchas cosas encubiertas del Almirante y
la necesidad de no enagenar de la Corona la gobernacion perpetua que
no puede enagenarse, lo cual se verá si se litiga en el Consejo, como
lo pido. Acuerdese V. A. que ya el Rey Católico embió a su padre a
Bobadilla, luego dió la gobernacion a Ovando e el Rey D. Felipe tuvo
proveído a D. Hernando de Velasco porque no convenía tener el Almirante
en aquellas partes ni averlo embiado»[343]. En 28 de enero de 1516
decía el obispo de Avila: «Guardese mucho de tomar el perverso consejo
que dan muchos que converna el Almirante por gobernador solo, sin que
haya otros jueces superiores. Antes es toda necesidad que haya quien
ponga límite a las cosas del Almirante, no le deje encender sus furias
o alas, no venga algun daño irremediable _quod Deus avertat_» (alude
a que pudiera declararse independiente). Con fecha 16 de febrero de
1516, repetía las siguientes palabras el tesorero Pasamonte a S. A. «De
ninguna manera conviene que vuelva el Almirante.»

       [340] Academia de la Historia.--_Colección Muñoz_, tomo XC,
       fol. 110.

       [341] _Colec. de doc. inéd. para la historia de España_, tomo
       II, pág. 285.

       [342] Academia de la Historia.--_Colec. Muñoz_, tomo LXXV,
       fol. 343.

       [343] Academia de la Historia.--_Colec. Muñoz_, tomo LXXV,
       fol. 69.

Deseaba por momentos D. Diego la resolución del litigio, pudiendo
conseguir que en 14 de enero de 1517 dispusiera Carlos I, desde
Malinas, que fuese visto sin dilación; pero el 18 de abril del mismo
año ordenaba desde Bruselas quedara en suspenso la tramitación hasta su
llegada a España, «porque había sido informado que muchos de los dichos
pleitos son con nuestra Corona real e sobre cosas tocantes a nuestra
preheminencia e señorío e son de calidad _que para se sentenciar se
deben consultar con nuestra Corona real_»[344].

       [344] _Pleitos de Colón_, tomo II, núms. 135 y 136.

Viéronse en la Coruña los pleitos, dictándose Real Provisión el 17 de
mayo de 1520. En la de la Coruña se confirma la de Sevilla, limitando
el virreinato a las islas descubiertas por el almirante D. Cristóbal,
cercenando las facultades que hasta la sazón habían tenido los Colones,
lo mismo para cubrir todos los cargos como lo concerniente a la
administración de justicia en lo civil y criminal, y muy especialmente
confirmando a la Corona la facultad de nombrar, cuando lo estimara
oportuno, jueces especiales para investigar los actos de los virreyes y
proceder--si necesario fuera--contra ellos.

Rudo fué el golpe que recibió D. Diego con la citada Real Provisión,
hasta el punto que formuló ante notario enérgica protesta en Sevilla
el 28 de agosto del mismo año de 1520. Un mes ó dos después se
embarcó para la Española, donde, haciendo caso omiso de la sentencia
de la Coruña, continuó usando de las facultades que él se atribuía,
promoviendo continuos conflictos con la Audiencia y los oficiales
reales, dando lugar a que el Emperador le suspendiera en 22 de marzo de
1523 en el ejercicio del gobierno y le mandara regresar a España[345].
D. Diego se embarcó para España inmediatamente que recibió la orden,
llegando a Cádiz el 5 de noviembre de dicho año[346] y formulando en
seguida un memorial de protesta por haberle suspendido en el ejercicio
de los cargos que de derecho--según decía--le correspondían, y pidiendo
que se le levantara la suspensión y se le desagraviase.

       [345] _Bibliografía colombina_, sec. I, pág. 96.

       [346] _Colec. de doc. inéd. de Indias_, 1.ª serie, tomo XI,
       pág. 153.

Por muerte del Almirante en Montalbán, yendo para Toledo el 23 de
febrero de 1526[347], su mujer D.ª María de Toledo, como tutora de
su hijo D. Luis, continuó los litigios, consiguiendo en 1527, según
sentencia dada en Valladolid el 25 de junio, que se anulasen las de
Sevilla y Coruña[348]. Tras largos trámites, se dieron las sentencias
de 27 de agosto de 1534 en Dueñas, y de 18 de Agosto del año siguiente
en Madrid[349]; por ellas, si bien se daba mayor extensión al
virreinato, se limitaban mucho las facultades de los gobernadores,
afirmándose más y más el poder real. Apelaron de estas sentencias lo
mismo la representación de D. Luis Colón que el fiscal. Cuando D.ª
María de Toledo se hallaba más decidida a continuar los pleitos, el
fiscal Villalobos, en escrito fechado en Madrid a 9 de agosto de 1535,
manifestó que las islas e indias del mar Oceano no se descubrieron por
la industria de Cristóbal Colón, sino por otros que tenían el crédito
y medios de que él carecía, los cuales siguieron la navegación en los
momentos que el dicho Colón iba sin tino y se quería volver.

       [347] Oviedo, _Hist. general de las Indias_, lib. IV, cap. VI,
       tomo I.

       [348] _Pleitos de Colón_, tomo II, núms. 213, 215 y 216.

       [349] _Bibliografía Colombina_, sec. I, págs. 143 y 148.

Convencida D.ª María que comenzaba nuevo y enojoso período en los
pleitos, cuyo fin y resultado no se veía próximo, acordó, como también
el fiscal, someter el litigio a la resolución arbitral de Fray García
de Loaisa, obispo de Sigüenza y Cardenal de Santa Susana. Pidió la
virreina lo que creía justo. El prelado dictó la sentencia arbitral el
7 de junio de 1536 y la diferencia más importante entre aquella y lo
pedido era que no se accedió a que los Colones continuasen gobernando
la Española. De modo que las capitulaciones firmadas el 17 de abril
de 1492 entre Cristóbal Colón y los Reyes Católicos vinieron á quedar
reducidas por la sentencia que acabamos de citar al almirantazgo,
la propiedad de la isla Jamaica, 25 leguas en Veragua, unos cuantos
oficios y algunas tierras en la Española; además una renta anual para
D.ª María de Toledo y sus hijos.

Si adquirió gran importancia la colonia española de Santo Domingo
en los primeros tiempos de la conquista, decayó aquélla cuando los
españoles descubrieron otros países más ricos o más abundantes en
minas. Todas las miradas se dirigieron a México y al Perú, en cuyas
tierras se hallaba el vellocino de oro. Acerca de las relaciones
de la Isla Española con la de Puerto Rico, habremos de recordar que
desde Madrid (11 enero 1598) dijo el Rey al presidente y oidores de la
Audiencia que «no se entremetan en las cosas de la guerra tocantes al
gobierno de la isla de Puerto Rico, salvo cuando fuese algún pleito
o pleitos en grado de apelación...»[350]. Entre las autoridades de
la isla hubo de cuando en cuando rozamientos y disgustos. El Rey,
desde Valladolid (2 de abril de 1604), se dirigió a fray Agustín de
Avila, arzobispo de Santo Domingo de la Isla Española, censurándole
su conducta con la Audiencia[351]. Por lo que a sus relaciones
exteriores respecta, varias veces--en los siglos XVI y XVII--sufrió
diferentes ataques de los corsarios. Con harta frecuencia excursiones
de filibusteros ingleses, franceses y holandeses cayeron sobre ella
como sobre otras colonias, obligando al gobierno de la metrópoli
a enviar poderosas escuadras para combatirlas. Drake en el año de
1586 se apoderó de Santo Domingo, no abandonando la ciudad hasta que
recibió crecido rescate. Nuevas expediciones de piratas ingleses y
franceses devastaron sus costas (1625); estos últimos llegaron a tomar
la parte de occidente y se apoderaron de la isla de la Tortuga, de
donde fueron arrojados por D. Juan Francisco de Montemayor en el año
de 1654. Después de varias tentativas de los franceses para penetrar
en la isla, el marino Bertrán d'Ogerón logró establecerse en Santo
Domingo (1664), región oeste de la isla, no siendo reconocida la
dominación francesa hasta la paz de Riswick, firmada por Luis XIV por
un lado, y por España, Inglaterra y Holanda por otro (20 septiembre
1697). Desde entonces quedó dividida en dos partes desiguales, ocupando
los franceses una tercera parte en el Occidente. Sería injusticia
no reconocer que la industria hizo grandes progresos desde que los
franceses penetraron en la colonia. Los españoles, por su parte,
procuraron seguir las huellas de los franceses. Aunque se acostumbra
a decir que la esclavitud no era más suave y blanda en las colonias
francesas e inglesas que en las españolas, y aunque un escritor de
comienzos del siglo pasado añade que «si los ingleses dan mejor de
comer a sus negros, los franceses les dan mejores vestidos»[352],
siempre será una página de gloria en la historia de Luis XIV la
publicación en favor de los negros de un edicto conocido con el nombre
de _Código Negro_.

       [350] _Ced. índico_, tomo XLI, núm. 180, págs. 238 y 238 v.ª

       [351] Ibidem, tomo XLI, núm. 171, págs. 231 v.ª a 232 v.ª

       [352] _Historia de Santo Domingo_, por D. V. A. E. P., pág. 29.

Desde Madrid y con fecha 14 de junio de 1713, Felipe V hubo de
manifestar al presidente y oidores de la Audiencia de Santo Domingo,
que sabía, por conducto del cabildo secular de Santiago de los
Caballeros, que los franceses desde su colonia de la isla se extendían
o penetraban en la parte española. Se quejaba del silencio de dicho
presidente y añadía que había acudido en queja al rey de Francia[353].
Como los franceses poco a poco se fuesen internando más en la isla, se
acordó trazar nueva línea divisoria, la cual hubo de realizarse el año
1776 por el gobernador de la parte española D. José Solano y bajo el
reinado de Carlos III.

       [353] _Ced. índico_, tomo XX, núm. 5, págs. 4 v.ª a 6.

Cambios radicales sufrieron las posesiones francesas, y, por
consiguiente, la isla de Santo Domingo, con la gloriosa revolución de
1789. Pidióse a voz en grito la supresión de los abusos más graves.
Mr. de Chilleau, gobernador entonces de Santo Domingo y hombre
bondadoso por carácter é inclinaciones, intentó resistir las tendencias
revolucionarias, más violentas que ordenadas, de los populares,
teniendo al fin que ceder. Los colonos, tras largas deliberaciones,
eligieron 18 diputados que les representasen en la Asamblea nacional;
pero sólo seis obtuvieron el derecho de desempeñar cargo tan elevado.

Recordaremos que antes de esta época se habían suscitado en Francia y
en Inglaterra vivas discusiones sobre la condición de los esclavos.
Una sociedad se formó en Londres con el único objeto de exigir al
gobierno la prohibición de importar negros en los dominios de la Gran
Bretaña. Del mismo modo otra sociedad se constituyó en París con el
título de _Amigos de los Negros_. Entretanto, la Asamblea nacional en
su declaración de los _Derechos del hombre_ (20 agosto 1789) había
consignado el siguiente principio: «Todos los hombres nacen y mueren
libres e iguales en derechos.» Como era natural, los hombres de color
y los esclavos pensaron que era llegado el momento de su redención,
mientras que los propietarios se prepararon a defender sus intereses.
Los mulatos, no respetando los acuerdos de las asambleas establecidas
en las tres provincias, una de ellas en la ciudad de Cabo Francés,
se lanzaron a la insurrección, en tanto que los colonos, fuertes por
sus riquezas, lograron el triunfo sobre los revoltosos. Por cierto,
que las asambleas provinciales mostraron debilidad suma después de
la victoria, decretando inmediatamente la libertad de los jefes del
motín que se hallaban en las cárceles de Jacmel y de Artibonito. La
Asamblea nacional, sin saber el camino que debía seguir, temiendo
que los colonos proclamasen la independencia de Santo Domingo y no
confiando en la prudencia y sensatez de la gente de color, decretó
que las colonias no se regirían por la constitución que ella había
promulgado para la metrópoli, disponiendo también que no se hiciera
innovación alguna ni directa ni indirectamente en el sistema bajo el
cual se habían gobernado hasta entonces dichas colonias, y, por último,
autorizaba a los habitantes a exponer libremente sus sentimientos,
ya en lo referente a un plan de legislación interior, ya en asuntos
comerciales. Aunque la citada ley causó hondo disgusto a los negros y á
sus protectores de Francia, reconocemos de buen grado que la Asamblea
sólo se preocupaba de la conservación de la colonia.

Para tratar de administración interior se reunió una asamblea
colonial el 16 de abril de 1790 en la ciudad de San Marcos. Grande
fué el número de representantes, no distinguiéndose por el acierto
ni a veces por la prudencia. Es verdad que el gobernador Mr. Peynier
daba ejemplo de su carencia absoluta de condiciones para obrar en
circunstancias tan difíciles. En cambio, el coronel Manduit era hombre
de claro entendimiento y tan conocedor de la política general como
de la particular de la colonia. El 28 de marzo terminó sus trabajos.
Comenzaba la Constitución con un largo y difuso preámbulo, siguiendo el
articulado en la forma siguiente:

  «Art. I. El poder legislativo en lo que concierne al régimen
  interior de Santo Domingo, reside en la asamblea de sus
  representantes, establecidos en la asamblea general de la parte
  francesa de dicha Isla.

  II. Ningún acto del cuerpo legislativo en lo perteneciente al
  gobierno interior, podrá ser tenido por ley definitiva, siempre
  que no sea ejercido por los representantes de la parte francesa de
  Santo Domingo, libre y legalmente elegidos.

  III. Todo acto legislativo hecho por la asamblea general en el
  caso de necesidad urgente, en cuanto al régimen interior, será
  considerado como ley provisional; y en este caso se notificará el
  decreto al gobernador, quien en el término de diez días siguientes
  a la notificación lo hará promulgar y cuidará de su ejecución.

  IV. Esta urgencia se decidirá por un decreto separado, que no podrá
  ser dado sino a mayoría de dos terceras partes de votos.

  V. Si el gobernador general remitiese a la asamblea algunas
  observaciones sobre si conviene o no publicar algún decreto, se
  procederá a examinarlas; y tanto el decreto como las observaciones
  serán entregadas a la discusión en tres sesiones distintas.
  Los votos se darán por _si_ o _no_; y el proceso verbal de la
  deliberación será firmado por todos los miembros presentes,
  señalando el número de votos así en favor de una opinión como de
  otra.

  VI. Debiendo ser la ley el resultado del consentimiento de aquellos
  a quienes se impone, la parte francesa de Santo Domingo propondrá
  sus planes en cuanto á las relaciones comerciales y otras comunes,
  y los decretos que sobre esta materia diese la asamblea nacional,
  no serán ejecutados en la colonia, hasta que haya prestado su
  consentimiento la Asamblea general de sus representantes.

  VII. No serán comprendidos en la clase de relaciones comunes de
  Santo Domingo con la Francia, los objetos de subsistencia que la
  necesidad obligare a introducir; y en cuanto a los decretos que se
  expidan sobre este asunto, se observarán todas las formalidades
  prescritas en los artículos 3.º y 5.º

  VIII. Todo acto legislativo dispuesto por la asamblea general y
  ejecutado provisionalmente en el caso de necesidad urgente, será
  remitido a la sanción del gobierno francés.

  IX. Cada legislatura de la asamblea se hará de dos en dos años, y
  la reelección de los miembros de cada legislatura será por todos
  votos.

  X. La asamblea general decreta que los artículos anteriores como
  que hacen parte de la constitución de la parte francesa de Santo
  Domingo, serán remitidos sin detención a Francia para presentarlos
  a la aceptación de la asamblea nacional: serán además enviados a
  todas las parroquias o distritos de la parte francesa de Santo
  Domingo.»

No creemos que la Asamblea de San Marcos pensara erigir la colonia en
estado independiente, aunque muchos le atribuyeron esta intención.
Llegóse a decir que la colonia estaba vendida a los ingleses, y
que los miembros de la Asamblea habían recibido y partido entre sí
cuarenta millones como premio de la constitución que se les había
dictado. Aumentaba la alarma de día en día. Muchos se dirigieron
al gobernador pidiéndole la disolución de la Asamblea. Sucedió por
entonces que el navío de línea _Leopardo_, y cuyo comandante era Mr.
de la Galissoniere, había fondeado en la rada de Puerto Príncipe.
Galissoniere quiso obsequiar con un banquete a Peynier y Manduit,
invitando también a otros amigos de dichos jefes; pero los marineros
se pusieron enfrente de su comandante, el cual tuvo que abandonar
el barco. La Asamblea manifestó por escrito su agradecimiento a la
tripulación, no sin añadir que el navío permaneciese en la rada hasta
recibir órdenes ulteriores. Hasta tal punto quisieron los marineros
mostrar su obediencia a la Asamblea, que fijaron el decreto en el palo
mayor del buque. Con tales sucesos, coincidió el hecho de que los
partidarios de la Asamblea se apoderasen de un almacén de pólvora en
Leogano. Convencido el gobernador Peynier de que la Asamblea marchaba
resueltamente a la independencia de la colonia, decretó la disolución
de aquel cuerpo, acusando a sus miembros del delito de traición.
Poniendo manos a la obra, ordenó al coronel Manduit que, al frente de
cien soldados se dirigiera al pueblo de San Marcos y disolviese la
Asamblea. En efecto, Manduit llegó a San Marcos y no pudo realizar sus
designios porque los diputados estaban defendidos por 400 guardias
nacionales. Llegaron a las manos, habiendo por parte de la Asamblea dos
hombres muertos, y en ambos bandos muchos con graves y leves heridas.
Logró Manduit apoderarse de la bandera nacional, si bien tuvo que
retirarse sin haber conseguido la disolución de aquel alto tribunal.

Mientras disponía la Asamblea que el pueblo tomase las armas y viniera
al socorro de sus representantes, y el navío _Leopardo_ para dar
aliento a los patriotas, anclaba delante de San Marcos, el partido
del gobernador se reforzaba con tropas procedentes de la provincia
del Oeste y con el auxilio que le enviaba la Asamblea provincial del
Norte. Cuando se creía que la cuestión se iba a resolver en los campos
de batalla, desbandáronse los diputados, y sólo 85 de ellos tomaron
la determinación de embarcarse a bordo del _Leopardo_ para Francia
(8 agosto 1790). Semejante resolución se miraba por todos como noble
sacrificio, digno de eterna admiración. Peynier y Manduit, no confiando
en la fidelidad de los soldados franceses, se atrevieron a solicitar
del gobernador de la Habana un refuerzo de tropas españolas.

Y pasamos a referir la vida y hechos del joven Santiago Ogés. Era
Ogés natural de Santo Domingo e hijo de una mulata, propietaria
de un plantío de café en la provincia del Norte, a diez leguas de
Cabo Francés. Su posición desahogada le permitió mandar a su hijo a
París para que recibiese instrucción superior a los de su clase y
condiciones. Formó parte de la sociedad filantrópica de _Amigos de los
Negros_, la cual reconocía como jefes al abate Gregoire, Lafayette,
Brissot y Robespierre. Allí estudió los _derechos del hombre_ y se
empapó en la doctrina popular cuyos principios eran _libertad_,
_igualdad_ y _fraternidad_, al mismo tiempo que recordaba la miserable
condición a que estaba sujeta la raza de color en América. Lleno de
ilusiones, y más ambicioso que prudente, se embarcó para los Estados
Unidos (julio de 1790), a donde llegó el 12 de octubre. Inmediatamente
se dirigió al sitio donde un hermano suyo había reunido algunas armas
y municiones. Los dos hermanos procuraron lanzar a la revolución a los
mulatos, ganando a unos con promesas y a otros con dádivas. Apenas
pudieron reunir 200 hombres y, con fuerzas tan escasas, se creyó el
antiguo revolucionario de París que podía exigir al gobernador el
cumplimiento de los artículos del _Código Negro_, y la igualdad de
derechos de todos los habitantes dominicanos, amenazando, en caso
contrario, con las armas. Situóse en el distrito llamado _Río Grande_,
a cinco leguas de Cabo Francés, y habiendo nombrado por sus tenientes a
dos hermanos suyos y a un tal Marcos Chevannes, se dispuso a la lucha,
no sin cometer antes algunos excesos y crueldades que le enagenaron
las simpatías, no solamente de los blancos, sino la de algunos
mulatos. Atacados los insurgentes por un cuerpo de tropas regulares y
el regimiento de Cabo, apenas hicieron formal resistencia, quedando
en el campo considerable número de mulatos muertos, unos sesenta
prisioneros, salvándose el resto en los bosques. Ogés, uno de sus
hermanos, y Chevannes, se refugiaron en territorio español. Sin embargo
de la tentativa desgraciada de Ogés, los mulatos tomaron las armas en
todos los distritos, agrupándose en el cuartel de la Artibonita, en
Petit-Goave, en Jeremías y en los Cayes, siendo el núcleo principal
el que se reunió cerca de la villa de Verette. A su vez los blancos
reconcentraron sus fuerzas en los contornos de la citada villa,
viniendo también a su socorro el coronel Manduit, con 200 soldados
del regimiento de Puerto Príncipe. No llegaron a las manos por la
intervención amistosa de Mr. Manduit, quien gozaba de mucho prestigio
entre los mismos mulatos.

Mr. Branchelande fué nombrado gobernador (noviembre de 1790), por
renuncia de Mr. Peynier, el cual partió para Francia. Branchelande
inauguró su mando pidiendo al gobernador español entregase la persona
de Ogés y sus cómplices. Accedió con cierta debilidad la autoridad de
España (últimos días de diciembre) y Ogés con sus compañeros fueron
encerrados en la prisión de Cabo Francés. Formóse la correspondiente
causa, pronunciándose sentencia (comienzos de marzo de 1791). El
castigo no pudo ser más cruel y bárbaro. A Ogés y a Chevannes se les
romperían los brazos y piernas, muriendo luego en la rueda; a un
hermano de Ogés y a otros 19 se les condenó a horca.

El 13 de septiembre de 1790 los miembros de la Asamblea colonial
desembarcaron en Brest, dirigiéndose en seguida a París. Antes habían
llegado a la capital de Francia algunos diputados de la Asamblea
provincial del Norte, quienes, unidos con los agentes de Peynier y
Manduit, se atrajeron el ánimo de Mr. Barnave, presidente de las
colonias. La causa, pues, de los miembros de la Asamblea colonial
estaba juzgada de antemano, o lo que es lo mismo, estaba perdida para
ellos. En el informe que presentó Barnave a la Asamblea nacional (11
de octubre), se censuraba en los términos más agrios la conducta de
la Asamblea colonial desde su instalación en San Marcos, pidiendo,
por último, la anulación de todos los decretos que salieron de ella y
disolviéndola, no sin aprobar los hechos realizados por la Asamblea
provincial del Norte, por el coronel Manduit y por el regimiento de
Puerto Príncipe. Golpe tan rudo causó gran sorpresa en los habitantes
de Santo Domingo, hasta el punto que los partidarios de los diputados
declararon que no respetaban el acuerdo de la Asamblea nacional. A
tal extremo llegaron las pasiones que hasta las mismas tropas que
manifestaban amor y obediencia a Manduit, viéndose odiadas de la
colonia, se convirtieron, en sediciosas y crueles, pues se atrevieron a
asesinar a su citado coronel.

Hemos de recordar a este propósito que el coronel Manduit, en la acción
del 29 de julio (1790), después de apoderarse de una bandera nacional,
la llevó en triunfo; hecho que nunca le perdonaron las guardias
nacionales, quienes se disponían a vengarse en la primera ocasión. De
la enemiga de las guardias se hicieron solidarios los soldados del
mismo regimiento de Manduit. Comprendiéndolo así el coronel, reunió a
los suyos, les arengó enérgicamente y les dijo que por amor a la paz
iba a devolver la bandera a las guardias. En medio de inmenso gentío
cumplió lo que había ofrecido. Como si tanta humillación no fuera
bastante, un soldado gritó lo siguiente: _es preciso que él pida de
rodillas perdón a las guardias nacionales_. Todo el regimiento aplaudió
la proposición. Entonces Manduit se dirigió contra los rebeldes, les
echó en cara su mal proceder y presentó su pecho desnudo a la punta
de las bayonetas. Aquellos miserables cayeron sobre el coronel,
cuyo cuerpo atravesaron una y cien veces. Ni uno sólo se levantó a
defenderle. Después arrastraron el cadáver, mostrando los soldados
franceses que eran más crueles que los salvajes de América. Como era
de justicia, castigóse la rebelión, siendo los soldados desarmados y
llevados prisioneros a Francia.

Reinaba la anarquía en la colonia. Si en París clamaban en favor
de los mulatos los revolucionarios Barnave, Brissot, Robespierre y
Condorcet, en Santo Domingo numerosas turbas iban de una parte a otra
cometiendo toda clase de crímenes. No respetaban ni el sexo, ni la
edad, ni la clase de personas. Mataban, incendiaban y entraban a saco
en las poblaciones. Las hermosas llanuras de la colonia se convirtieron
en campo de desolación. Los mulatos dejaron de ser hombres para
convertirse en fieras. Abusaban brutalmente de las mujeres a presencia
de sus padres o de sus maridos.

El gobernador Blanchelande tuvo que cruzarse de brazos. De nada
sirvió el decreto de la Asamblea nacional (15 mayo 1791), por el cual
declaraba que todos los negros o mulatos residentes en las colonias
tenían los mismos derechos que los ciudadanos franceses, pudiendo, por
lo tanto, votar en las elecciones, y aun tener asiento en la Asamblea
colonial. En tanto que los blancos estaban decididos a no respetar la
mencionada declaración, los negros y mulatos se disponían a los mayores
crímenes. Presintiendo el abate Gregoire lo que se preparaba por unos
y por otros, publicó--con fecha 8 de junio de 1791--su famosa carta
circular a las gentes de color de la Isla de Santo Domingo[354].

       [354] _Archivo de Alcalá de Henares._--Expediente relativo
       a la influencia de la revolución francesa en Ultramar y
       especialmente en Santo Domingo (1791).

Comenzaba del siguiente modo: «Amigos: vosotros érais hombres, ya sois
ciudadanos y reintegrados en la plenitud de vuestros derechos; vosotros
participaréis en adelante de la soberanía del pueblo. El decreto que la
Asamblea nacional acaba de dar acerca de vosotros sobre este objeto,
no es una gracia, es una justicia.» Más adelante añade: «Ciudadanos:
elevad vuestras frentes humilladas; a la dignidad de hombres procurad
reunir el valor, la fiereza de un pueblo libre. El 15 de mayo, día
en que vosotros habéis reconquistado vuestros derechos, debe ser por
siempre memorable para vosotros y para vuestros hijos: esta época
despertará periódicamente una vez en el año los sentimientos de la
gratitud hacia el Ser Supremo, y entonces podrán vuestros acentos
herir la bóveda de los cielos, a los cuales levantaréis vuestras
manos reconocidas.» Termina del siguiente modo: «Sepultad--dice a
los mulatos--en un profundo olvido todos los resentimientos del
odio; gustad los placeres deliciosos de hacer el bien a vuestros
opresores, y suprimid hasta los ímpetus demasiado conocidos de una
alegría que recordando sus yerros, aguzará contra ellos la punta del
arrepentimiento. Religiosamente sumisos a las leyes, inspirad el amor
de ellas a vuestros hijos; y que una educación cuidadosa desenvuelva
sus facultades morales prepare a la generación que os sucederá
ciudadanos virtuosos, hombres públicos y defensores de la patria. ¡Cómo
se moverán sus corazones cuando conduciéndolos sobre vuestras riberas,
dirigiréis sus miradas hacia Francia, diciéndoles: por aquellos parajes
de allí está la patria vuestra madre; de allí es de donde nos ha
venido la libertad, la justicia y la felicidad; allí están nuestros
conciudadanos, nuestros hermanos y nuestros amigos; nosotros les hemos
jurado eterna amistad. Herederos de nuestros sentimientos y afecciones,
procurad que vuestros corazones y vuestros labios repitan nuestros
juramentos! ¡Vivid, pues, para amarlos, y si aun fuese necesario, morir
por defenderlos!»

Ni los colonos, ni las gentes de color hicieron caso de los prudentes
consejos del abate Gregoire y comenzó guerra de exterminio, sin
cuartel. Los colonos, los fabricantes, preveían la próxima ruina de
sus negociaciones, la pérdida de sus capitales; la gente de color tomó
otra vez las armas con nuevo furor, renovando las matanzas sin perdonar
mujeres, ancianos ni niños. Parecía que todos estaban atacados de la
más furiosa locura. Bastará decir que la noche del 22 de agosto mataron
a todos los blancos que pudieron encontrar en los alrededores de Cabo
Francés, desquitándose poco tiempo después el oficial francés Touzard,
quien al frente de las milicias y de las tropas de la ciudad, marchó
contra un cuerpo de cuatro mil negros, causándoles grandes pérdidas, si
bien tuvo que retirarse ante el número cada vez mayor de los rebeldes.
Es de advertir que si los mulatos nunca habían sido amigos sinceros
de los negros, en esta ocasión unos y otros depusieron sus antiguos
odios para unirse en amistad íntima contra los blancos. La ciudad de
Puerto San Luis fué tomada y saqueada; la de Puerto Príncipe sufrió
horroroso saqueo. En la historia de ningún pueblo se registran hechos
tan execrables.

Terminaron sucesos tan tristes en los últimos días del año 1791. La
Asamblea nacional, deseando llevar la tranquilidad a los espíritus y
dar paz a la colonia, encomendó tan ardua misión a los tres delegados
siguientes: Mirbeck, Romme y Saint-Leger. Desde que llegaron a la
ciudad de Cabo Francés, todas las miradas se fijaron en ellos, aunque
debemos confesar que sólo Romme era hombre de buenas costumbres, pues
Mirbeck y Saint-Leger eran disolutos y codiciosos. Los comisarios
hicieron publicar la nueva constitución francesa y revocaron el decreto
de 15 de mayo. Blancos, mulatos y negros se pusieron luego enfrente de
los comisarios, quienes hubieron de regresar a Europa.

No se adelantaba un paso para constituir tranquilamente la colonia.
Organizóse una expedición de ocho mil hombres, que por el pronto
algo contuvo la rebeldía de los bandos insurgentes. Con fecha 4 de
abril de 1792 se declaró que los mulatos y los negros debían gozar
inmediatamente de todos los derechos políticos. Para la ejecución
del citado decreto de la Asamblea nacional se nombraron a los
jacobinos Ailhaud, Santhonax y Polverel. Llegaron a Santo Domingo a
mediados de septiembre. El gobernador Mr. Blanchelande fué llamado a
Francia, siendo nombrado en su lugar Mr. Desparves. Inmediatamente
que desembarcaron (13 septiembre 1792) los citados comisionados,
comenzaron a entenderse con los hombres de color. Mientras que en París
el tribunal revolucionario condenaba a muerte al antiguo gobernador
Blanchelande, los comisarios suprimieron la Asamblea nacional, crearon
en su lugar una comisión compuesta de doce miembros, seis blancos y
seis de color, colocándose, por último, decididamente al lado de los
mulatos y negros. Los colonos que se atrevieron a oponerse a los planes
de los comisarios, tuvieron a la fuerza que rendirse (12 abril 1793) y
fueron mandados a Francia como rebeldes.

En lucha el gobernador Desparves y los comisarios, aquél fué depuesto,
sucediéndole Mr. Galbaud, que llegó a Cabo Francés el 7 de mayo.
Tampoco pudieron entenderse Mr. Galbaud y los comisarios; pero el
gobernador, hombre de carácter y enérgico, les intimó la orden de
regresar a Europa. A su vez, los comisarios mandaron al gobernador que
se embarcara para Francia y nombraron para sustituirle a Mr. Delasalle,
que tenía el mando de Puerto-Príncipe.

Un hermano del gobernador depuesto, joven valeroso, se puso al frente
de sus parciales, resuelto a vencer a los tres representantes del
gobierno republicano o a morir en la demanda. También los colonos, en
su odio a los comisarios, intentaron--según de público se dijo--el
restablecimiento de la Monarquía, o mejor dicho, oponerse a los planes
del gobierno de Francia. En efecto, el 20 de junio unos mil doscientos
hombres penetraron en la ciudad de Cabo Francés y acometieron la casa
del gobierno, residencia de los comisarios, siendo rechazados no sin
sangriento combate. Los comisarios, deseando vengarse de sus enemigos,
se echaron en brazos de los mulatos y negros. Las gentes de color,
bajo las órdenes de un tal Macaya, penetraron el 21 del citado mes en
la ciudad de Cabo y degollaron a todos los blancos que cayeron en sus
manos, lo mismo a hombres que a mujeres, a viejos que a niños. Después
incendiaron la población, reduciendo a cenizas gran parte. En otras
provincias se realizaron horrores semejantes.

Ante tales hechos, más de diez mil personas buscaron refugio en los
Estados Unidos, en Jamaica y en Inglaterra. Estos últimos, con la
esperanza de recuperar sus propiedades, pidieron buques y tropas
al gobierno inglés para conquistar a Santo Domingo, ofreciendo que
todos los blancos correrían a ponerse bajo el pabellón británico. La
proposición fué del agrado de los ingleses, y de ello dieron pruebas,
ordenando al general Williamson, gobernador de la isla de Jamaica, que
se apoderara de Santo Domingo. Contestaron los comisarios franceses a
la orden del gobierno inglés proclamando la abolición de la esclavitud
é invitando a todos los negros a reunirse bajo sus banderas. Si no se
reunieron a los comisarios--y en ello obraron con cordura--se retiraron
a los bosques, donde formaron numeroso ejército. Poniendo manos a
la obra, el general Williamson se dispuso--seguramente engañado por
las promesas exageradas de los colonos--a someter la isla de Santo
Domingo. La primera división, compuesta de 677 soldados a las órdenes
del teniente coronel Whiteloke (el mismo que en el año 1807 dirigió una
expedición contra Buenos Aires), partió de Puerto Real en la Jamaica
y desembarcó en el puerto de Jeremías (septiembre de 1793), de cuya
ciudad se hizo dueño. La escuadra, mandada por el comodoro Ford, zarpó
para el puerto de San Nicolás, del cual se apoderó. Continuó mandando
refuerzos el general Williamson, llegando en una de estas expediciones
el brigadier general Whyte, a quien sucedió luego el brigadier general
Horneck.

Los comisarios de la República volvieron a Francia, confiados en que la
gente de color, por el interés de defender su libertad, sostendrían la
guerra contra los invasores.

Cuando la isla era presa de la guerra, del hambre, de la peste y de
toda clase de calamidades; cuando se sucedían sangrientos combates,
crueles asesinatos y horrorosos incendios; cuando se odiaban a muerte
blancos y mulatos, colonos y negros, ingleses y franceses; cuando
1.200 familias, nacidas en la opulencia, se hallaban en la miseria
y reducidas a vivir de la caridad pública; cuando más de diez mil
rebeldes habían muerto a manos del verdugo, en el potro o en la
rueda, apareció un hombre dotado de poderosa inteligencia y de valor
extraordinario, digno por todos conceptos de fama universal. Llamábase
Toussaint Louverture. Esclavo poco antes de uno de los colonos, las
tropas de la isla proclamaron jefe al más ilustre representante de
la raza negra. Al frente de los hombres de color y ayudado de los
franceses, Toussaint Louverture peleó contra los ingleses aliados de
los colonos. No esperaban las tropas británicas enemigo tan formidable.
Los hombres de color eran dignos de medir sus armas con las mejores
tropas inglesas, hasta el punto que en tres años de guerra no lograron
ventaja alguna los soldados de la metrópoli.

[Ilustración: Toussaint Louverture.]

Verificóse en el año de 1795 un acontecimiento de capital interés.
En el tratado de Basilea (22 de julio del citado año) celebrado por
Carlos IV y la República francesa, siendo plenipotenciario del primero
D. Domingo de Iriarte y de la segunda Mr. Francisco Barthelemy, en
cambio de la restitución por parte de Francia de todas las conquistas
que había hecho en territorio español, su Majestad católica «por sí
y sus sucesores, cede y abandona en toda propiedad á la República
francesa toda la parte española de la isla de Santo Domingo en las
Antillas»[355].

       [355] Articulo IX del Tratado de Paz de Basilea.

El gobierno francés, que había dispensado a Toussaint Louverture
algunos auxilios, acabó por confiarle el mando en jefe de todas las
fuerzas de la isla, con el título de general de la República. Merecía
el jefe negro distinción tan señalada. Si los dos partidos fueron
alternativamente vencidos y vencedores, la fortuna se puso al fin
al lado de mulatos y negros, los cuales, además de la superioridad
numérica, tenían, entre otras ventajas, las que les daba el clima y el
completo conocimiento del país. Por lo que respecta a la disciplina
militar, la gente de color adquirió muy pronto el conocimiento de
la táctica europea. El resultado definitivo de lucha tan larga y
sangrienta fué que en 1798 las tropas británicas no tuvieron más
remedio que abandonar la isla, llevándose consigo a los colonos
franceses que habían querido seguir la suerte de los ingleses.
Celebróse el tratado el 9 de mayo de 1798, siendo firmado por Toussaint
Louverture, jefe del ejército republicano, y por Maitland, brigadier
general de los ejércitos de la Gran Bretaña. Adquirió Toussaint
Louverture desde entonces poder ilimitado en la isla de Santo Domingo.
Sus acertadas disposiciones dieron paz y orden a la isla. Restituyó sus
propiedades a muchos de los antiguos colonos, protegió la agricultura
y dió sabias medidas en favor de la industria y del comercio. Recorrió
el territorio sometido a su dominación, cortando todos los abusos.
Construyó edificios públicos y puso orden en la administración. Abrió
las iglesias y restableció el culto católico como la religión del
Estado. No hizo distinción alguna entre blancos, mulatos y negros;
declaró terminantemente que la esclavitud no sería restablecida. Tuvo
mucho cuidado en tener un ejército organizado de unos sesenta mil
hombres.

No dejó de inspirar recelos en las colonias españolas la conducta del
gobernador de Santo Domingo, según puede verse por la exposición de
Guevara, dirigida desde Caracas el 13 de julio de 1801[356]. Toussaint,
dueño de Santo Domingo a últimos del año 1801, era recibido en todos
los pueblos de la isla en medio de aclamaciones entusiásticas. Los
españoles residentes en la isla no tuvieron motivo alguno de queja,
pues en todo manifestó tanta justicia como prudencia el ilustre
gobernante que con tanta rapidez había logrado elevarse a la cumbre del
poder.

       [356] _Archivo de Indias.--América.--Estado.--Audiencia de
       Caracas._--Leg. número 4.--1801 a 1803.

Pero el que había gobernado la isla hasta el citado año de 1801 como
representante del gobierno francés, deseaba ser algo más. Era natural
que pensara en la independencia de su país y con profundo talento a
ello dirigió sus miras. Convocó una Asamblea, a la cual presentó un
proyecto de constitución, que fué sancionado y promulgado el l.º de
julio de 1801[357]. Declarábase en la constitución que la isla de
Santo Domingo formaba parte de la República francesa, si bien estaría
sometida a leyes especiales, confiándose su administración a un
gobernador vitalicio con la facultad de designar su sucesor. Nombrado
gobernador de la isla, reconoció inmediatamente la soberanía de
Francia, solicitando que la metrópoli aprobase la constitución que se
había dado en Santo Domingo. Sin embargo, no pocos espíritus suspicaces
afirmaban que, a pesar de las protestas del jefe negro, la isla se
había erigido en estado independiente.

       [357] Redactaron dicho proyecto una junta de diez diputados,
       siete de ellos blancos y tres mulatos.

Es de lamentar que si antes de la citada Asamblea el general mulato
Rigaud se opuso con las armas a los patrióticos planes de Toussaint
Louverture, después, cuando Bonaparte, primer cónsul de la República
francesa, se disponía a caer sobre Santo Domingo, la insurrección del
sanguinario Flavila y en seguida la del general Moisés, sobrino de
Louverture, pusieran en gran peligro, no sólo el orden, sino la vida y
prosperidad de la isla.

En el mes de octubre de 1801, el primer cónsul dispuso que el ejército
del Rhin, de cuyas ideas republicanas recelaba, se embarcase en
poderosa escuadra para castigar a los dominicanos, deseosos de su
independencia. Al general Leclerc, marido de una de las hermanas
de Bonaparte, se le confió el mando de la expedición. Llegó a Cabo
Francés el 2 de febrero de 1802. Encontrábase Toussaint Louverture en
el interior de la isla; pero su segundo en el mando, el negro Enrique
Cristóbal se negó a rendirse, huyendo precipitadamente después de
incendiar la ciudad por varios puntos. En los siguientes términos, y
con fecha 17 de febrero de 1802, publicó Leclerc una proclama desde su
cuartel general de Cabo.

«Acabo de llegar aquí, en nombre del Gobierno francés, a traeros la
paz y la felicidad; temía encontrar obstáculos de parte de los jefes
de la colonia, por sus miras ambiciosas, y veo que no me he engañado.
Estos jefes que anunciaban su amor a Francia en todos sus escritos,
nunca pensaban ser franceses; hablaban de Francia, porque no creían
llegase el momento de combatirla. A la sazón han sido descubiertas
sus pérfidas intenciones. El general Santos (Toussaint Louverture) me
había mandado sus hijos con una carta, diciéndome que deseaba, sobre
todo, la felicidad de la colonia y estaría siempre bajo mis órdenes.
En efecto, le mandé venir a mi presencia, ofreciéndole que sería mi
Teniente general; pero, queriendo ganar tiempo, me respondió con frases
ambiguas. Me encarga mi gobierno que ponga los medios para que reinen
aquí la prosperidad y la abundancia. Si yo me dejase guiar por manejos
astutos y pérfidos, la colonia sería teatro de larga guerra civil.
Desde ahora entro en campaña para dar a conocer a ese rebelde la fuerza
del gobierno francés; rebelde que ante los ojos de los buenos franceses
habitantes en Santo Domingo, será considerado como un malvado e
insensato. Los habitantes de la isla gozarán de libertad, y respetadas
sus personas y propiedades. Así, pues, ordeno lo siguiente:

  Articulo I. El general Santos Louverture y el general Cristóbal
  quedan fuera de la ley; y se previene a todos los ciudadanos que
  les persigan, les vayan al alcance y les traten como rebeldes a la
  república francesa.

  II. Desde el día en que la armada francesa ocupe un cuartel, todo
  oficial, ya civil o ya militar, que obedeciere órdenes que no sean
  dadas por los generales de la república francesa, que yo mando en
  jefe, será tratado como rebelde.

  III. Los agricultores que por ignorancia o engañados por las
  pérfidas insinuaciones de los generales rebeldes, hubiesen tomado
  las armas, serán tratados como niños, haciéndoles volver al
  cultivo, siempre que no hayan contribuído a excitar la sublevación.

  IV. Los soldados de las medias brigadas que abandonasen el ejército
  de Louverture, formarán parte de la armada francesa.

  V. El general Agustín Clervaux, que manda en el departamento de
  Cibao, y ha reconocido el gobierno francés y la autoridad del
  Capitán general, se mantendrá conservando su grado y comandancia.

  VI. El General Jefe de Estado Mayor hará imprimir y publicar la
  presente proclama.--_Leclerc._»

Si los franceses hicieron prodigios de valor, los negros se batieron
desesperadamente. Las divisiones y los diferentes cuerpos de tropas
franceses, tuvieron que vencer grandes dificultades a causa de las
ventajas que proporcionaba a los rebeldes el conocimiento del terreno.
Cuando las tropas de Louverture eran rechazadas en alguna acción, se
retiraban a los bosques, donde encontraban seguro asilo. «No hay sitio
alguno en los Alpes--escribe un historiador de aquellos tiempos--que
pueda compararse con la aspereza de las simas y bosques de la isla de
Santo Domingo»[358].

       [358] _Hist. de la isla de Santo Domingo_, por D. V. A. E. P.,
       pág. 252.

Después de luchar algún tiempo con la misma tenacidad y fiereza, se
consideraron vencidos los insurgentes. Los jefes negros Maurepas,
Cristóbal y Dessalines se sometieron a Leclerc. El mismo Santos
Louverture, al verse abandonado de los suyos, rindió sus armas (1.º
mayo 1802), declarando que se sometía a la autoridad del gobierno
francés.

Dícese que la obediencia de Louverture no era sincera. Aguardaba que
la época de los calores, y con ella la fiebre amarilla, viniera a
debilitar a los vencedores. En efecto, la terrible enfermedad comenzó
haciendo muchas bajas en el ejército francés, al mismo tiempo que se
notaban agitaciones entre los negros. Contóse que habiendo sorprendido
Leclerc algunas cartas, en las cuales Toussaint Louverture instigaba
a los suyos a un levantamiento general, dispuso el general francés
celebrar una conferencia con el antiguo dictador con la excusa de
pedirle consejo sobre los medios que creía procedentes para que
volviesen los negros escapados de los cultivos, como también sobre
la elección de los puntos más a propósito para restablecer la salud
del ejército. No sospechando Toussaint la celada que se le tendía,
acudió a la cita rodeado de algunos soldados negros. Apenas llegó, fué
acometido, desarmado y conducido prisionero a un navío de guerra (10
de junio) que partía para Brest. Parece ser que dijo las siguientes
palabras: «Al derribarme, no han derribado más que el tronco del árbol
de la libertad de los negros; pero quedan las raíces, que volverán a
brotar, porque son profundas y numerosas.»

Inmediatamente que llegó a Francia, se le metió en un coche cerrado
y se le condujo a la fortaleza de Joux. Después de diez meses de
cautiverio, una mañana (27 abril 1803) fué encontrado muerto, sentado
cerca del fuego, con la cabeza inclinada y con las manos apoyadas sobre
sus rodillas. Contaba sesenta años. ¿Murió envenenado? Creemos que no.
Acostumbrado al clima de las Antillas y a una vida activa, acabó con
su existencia el invierno crudo de los Alpes y la reducida estancia de
un calabozo. «Pero, ¿qué es la obscura agonía de un pobre negro para
los narradores enternecidos del martirio exagerado de Santa Elena?
Es cierto--añade el historiador francés Lanfrey--que la justiciera
posteridad dirá que uno de esos dos hombres fué el redentor de su raza,
y que el otro fué el azote de la suya.»



CAPITULO XXI

  GOBIERNO DE CUBA.--PRIMEROS GOBERNADORES.--LOS
  CORSARIOS.--SOTO.--DÁVILA Y CHAVES.--PÉREZ DE ANGULO Y
  JACQUES SORES.--MAZARIEGOS, MENÉNDEZ, MONTALVO Y CARREÑO.--EL
  CAPITÁN GENERAL LUJÁN.--LOS CORSARIOS.--TEJADA Y EL INGENIERO
  ANTONELLI.--DRAKE EN AMÉRICA.--VALDÉS: LOS CORSARIOS: DIVISIÓN
  DE LA ISLA POR FELIPE III.--RUIZ DE PEREDA EN LA HABANA Y
  VILLAVERDE EN SANTIAGO.--ALQUIZAR, VENEGAS, CABRERA Y BITRIÁN
  DE BIAMONTE.--LOS HERMANOS DE LA COSTA.--LA ISLA EN LA SEGUNDA
  MITAD DEL SIGLO XVII Y COMIENZOS DEL XVIII.--CÓRDOBA, BENÍTEZ DE
  LUGO, MARQUÉS DE CASA TORRES Y RAJA: ESTANCO DEL TABACO.--GUAZO
  Y LOS VEGUEROS.--GUERRA ENTRE ESPAÑA É INGLATERRA.--CAIDA DE LA
  HABANA.--LOS GENERALES CONDE DE RICLA Y BUCARELY.--EXPULSIÓN DE LOS
  JESUITAS.--EL MARQUÉS DE LA TORRE: POBLACIÓN DE LA ISLA.--RESEÑA
  DEL GOBIERNO.--LOS RESTOS DE COLÓN EN LA HABANA.--HUMBOLDT
  EN CUBA.--COMIENZO DE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA.--LOS
  REVOLUCIONARIOS.


Manuel de Rojas, a la muerte de Velázquez, desempeñó el gobierno
interinamente hasta el 1525. Vino de España con el nombramiento de
teniente gobernador, Gonzalo de Guzmán (abril de 1526), en cuyo tiempo
algunas partidas de indios quemaron pueblos y cometieron toda clase de
desmanes. El cacique Guamá, de Baracoa, pagó en la hoguera su enemiga
a los españoles. Por el año 1538, entre abril y mayo, entró en el
puerto de Santiago un corsario francés y atacó a un buque cargado de
mercancías y mandado por Diego Pérez, natural de Sevilla. Cuéntase que
cuatro días estuvieron peleando, a estilo caballeresco, retirándose una
noche y con cierto sigilo el extranjero.

Además del gobierno de Cuba se concedió a Hernando de Soto, antiguo
teniente general de Pizarro, el nombramiento de Adelantado de la
Florida. Llegó a Santiago el 7 de junio de 1538, donde tuvo noticia
que un pirata francés había saqueado é incendiado parte de la Habana,
reembarcándose antes de que las autoridades pudieran organizar la
defensa. Soto, para comenzar las fortificaciones de la Habana, pidió
dinero al Emperador (julio de 1538). En seguida (últimos de agosto)
se trasladó a la Habana, y habiendo dejado el gobierno de la isla a
su mujer D.ª Isabel de Bobadilla, Soto a mediados de mayo de 1539,
con 900 hombres y 350 caballos, marchó a la Florida, y allí, después
de dos años de privaciones y de contínuos combates con los salvajes
(privaciones y combates tal vez más desastrosos que los sufridos en las
anteriores expediciones de Ponce de León y Pánfilo de Narváez) murió
de fiebre siendo sepultado en medio del Mississipí, río que él había
descubierto.

Juanes Dávila sucedió a Soto el 1544 y reparó el castillo de La Fuerza.
Antonio de Chaves (1546) comenzó las obras para traer a la Habana
las aguas del río Almendares y en su tiempo se estableció el primer
_ingenio_, cerca de Santiago, habiéndose traido la caña de la _Isla
Española_. Dávila y Chaves dictaron algunas disposiciones encaminadas
a hacer cumplir las nuevas _Ordenanzas de Indias_, suprimiendo las
encomiendas; pero tan buenos propósitos se estrellaron contra la
influencia de los interesados.

Bajo el gobierno de D. Gonzálo Pérez de Angulo (1550-1556) el corsario
francés Jacques Sores cayó sobre Santiago de Cuba (mediados de 1554),
saqueando las casas y quemando algunos edificios; hecho que repitió al
año siguiente en la Habana, de cuya ciudad se apoderó como también del
castillo de La Fuerza, no sin que se resistiese y peleara con bravura
Juan de Lobera, acompañado de cuatro arcabuceros y 12 vecinos. Pérez
de Angulo, que había abandonado la plaza desde los primeros momentos,
envió a un fraile para que entablase negociaciones con el corsario;
pero él, entre tanto, a la cabeza de unos 300 hombres, penetró muy de
madrugada en la población, sorprendiendo a los franceses y causándoles
algunas bajas. Indignado Sores con la conducta del gobernador, hizo
degollar a 31 prisioneros que tenía en La Fuerza, puso en precipitada
fuga a los de Angulo y como despedida volvió a saquear e incendiar a la
Habana.

Uno de los primeros cuidados del gobernador Diego de Mazariegos
(1556-1565) fué fijar su residencia en la _Villa de la Habana_, «por
ser el lugar de reunión de las naves de todas las Indias y la llave
de ellas.» Coincidió el comienzo del gobierno de Mazariegos con la
proclamación en la isla de Felipe II como Rey de España. Bajo el
gobierno de Mazariegos intentó D. Tristán de Luna la conquista de la
Florida, con cuyo objeto salió de Veracruz en 1559. Si él se volvió
a los dos años sin haber conseguido nada, por el contrario, los
franceses, más afortunados, consiguieron establecerse. Eran estos
franceses hugonotes enviados por Coligny. No pudiendo Felipe II
tolerar lo que él llamaba usurpación de su territorio--y que no había
tal usurpación porque España jamás logró conquistarlo--y mucho menos
permitir la propagación del protestantismo en América, dispuso que D.
Pedro Menéndez de Avilés (con el título de _Adelantado_), ya famoso por
haber limpiado de corsarios y piratas los mares, mandando (1556-1564)
la _Armada de la guarda de la carrera de Indias_, dispuso, decimos, que
el citado Menéndez acabase de una vez con los herejes que infestaban el
hermoso país de la Florida. En efecto, el Adelantado dió buena cuenta
de ellos, pues pasó a cuchillo, según refieren las crónicas, a unos 700
(1565). Fundó a San Agustín y continuó la conquista de la Florida.

En oposición Menéndez con el gobernador García Osorio, consiguió
el nombramiento de gobernador de Cuba, cargo que ejerció mediante
sus lugartenientes hasta 1573, en que tuvo que volver a España para
encargarse de grandes aprestos navales.

Al poco tiempo de encargarse del gobierno D. Gabriel Montalvo
(1574-1577) reaparecieron los corsarios en nuestras costas, pues Felipe
II sólo pensaba en la organización de la _Armada Invencible_. Los
corsarios exigieron rescate a las villas de Trinidad, Baracoa y San
Juan de los Remedios.

Rechazó D. Francisco Carreño (1577-1580) a dos corsarios franceses
que intentaron saquear a Bayamo, atendió a la defensa de la capital,
perfeccionó las obras de la Zanja y mandó excelentes maderas para la
construcción de El Escorial[359].

       [359] A Carreño sucedió interinamente D. Gaspar de Torres.

Durante el gobierno de D. Gabriel de Luján, el primero que llevó el
título de capitán general, sucedieron hechos importantes. El corsario
francés Richard apresó, cerca del cabo de San Antón, una fragata de un
tal Casanova. Después cayó Richard en una emboscada en el lugar que a
la sazón se encuentra Manzanillo, y llevado a Bayamo, fué ahorcado con
varios de sus compañeros. Un hijo de Richard, que consiguió escapar con
una de las embarcaciones, pidió ayuda a otros corsarios, arrojándose
todos sobre Santiago, en cuya ciudad, para vengarse del suceso de
Bayamo, quemaron dos templos y muchas casas. Luján, comprendiendo que
la ruptura de relaciones entre España e Inglaterra traería fatales
consecuencias para nuestras colonias, activó la terminación del
castillo de _La Fuerza_ y mandó hacer otras obras defensivas en la
Habana. Envió armas y pertrechos a diferentes poblaciones de la isla y
organizó las primeras milicias de color. Se presentó por entonces el
terrible corsario inglés Drake, el mismo que en el año 1585 organizó
una armada de 20 naves con 2.300 hombres para saquear las poblaciones
situadas en las costas americanas; tomó por asalto a Santo Domingo,
que abandonó mediante la entrega de 7.000 libras; llegó a la Habana,
que no se atrevió a atacar, pues se hallaba prevenida la guarnición, y
siguió al puerto de Matanzas.

La expedición de Drake hizo comprender a Felipe II la necesidad de
fortificar lo antes posible los puertos de las Indias, a cuyo objeto
hubo de mandar a los ingenieros Juan de Tejada, maestre de campo, y
a Juan Bautista Antonelli. El 1587 estuvieron en la Habana, donde
señalaron los emplazamientos de los castillos del Morro y La Punta, y
ordenaron el acopio de materiales. Comenzaron las obras en marzo de
1589, tomando entonces posesión del gobierno el capitán general Juan
de Tejada. Tejada y Antonelli pudieron artillar, antes de tres años,
las dos fortificaciones destinadas a guardar la entrada del puerto.
La Habana, residencia de los gobernadores y estación de las flotas,
comenzó a la sazón a ser de hecho capital de la isla, aunque de derecho
lo era Santiago de Cuba. Además, a petición del cabildo, Felipe II (20
diciembre 1592) concedió a la Habana el título de _ciudad_, tomando por
escudo de armas tres castillos y una llave en campo azul[360].

       [360] Doña Mariana de Austria, madre de Carlos II, confirmó la
       citada concesión.

Después de la destrucción de la _Armada Invencible_ (1588), en que
Drake jugó papel tan importante, el famoso corsario organizó una
escuadra, dirigiéndose a Puerto Rico, donde fué rechazado, y luego
á Río Hacha, Nombre de Dios y Santa María, cuyas poblaciones saqueó
y quemó. Apercibióse a la defensa de la Habana D. Juan Maldonado
Barnuevo, gobernador de la isla, al mismo tiempo que Felipe II mandaba
una escuadra a las órdenes de D. Bernardino Delgadillo de Avellaneda,
no siendo nada de esto necesario, porque el pirata murió de enfermedad
cuando se dirigía a Portobelo.

Justa fama mereció por sus victorias sobre los corsarios el gobernador
de Cuba D. Pedro de Valdés (20 junio 1602), sobrino del dicho
Adelantado Menéndez de Avilés. Antes de llegar a Cuba, ya había echado
a pique tres barcos holandeses en la costa de Santo Domingo. A tal
punto llegaron los atrevimientos de los corsarios que, hallándose en su
visita pastoral Fray Juan de las Cabezas Altamirano, obispo de Cuba,
fué preso con dos que le acompañaban, en una hacienda próxima a Bayamo,
por el protestante francés Gilberto Girón. Conducidos al barco de los
corsarios, que estaba anclado en lugar que al presente se encuentra
Manzanillo, permanecieron allí ochenta días, al cabo de los cuales se
presentó Gregorio Ramos y otros bayameses a rescatarlos. Observando
Ramos que los corsarios estaban desprevenidos, cayó sobre ellos y les
mató a machetazos. Durante el gobierno de Valdés, se dispuso por Felipe
III la división de la isla en dos jurisdicciones: Habana y Santiago de
Cuba. Ambas en lo gubernativo dependían de la Corte, en lo judicial de
la Audiencia de Santo Domingo, y en lo militar Santiago reconocía la
autoridad del capitán general de la Habana.

Cuando Valdés dejó el gobierno de Cuba (1607), vinieron a reemplazarle,
en la Habana D. Gaspar Ruiz de Pereda, y en Santiago D. Juan de
Villaverde. Desde Madrid (6 noviembre 1607) dijo Felipe III al
gobernador y capitán general de Cuba, que «habiéndose visto en mi Junta
de Guerra de las Indias la planta del Castillo del Morro de la dicha
ciudad (Habana) y lo que D. Alonso de Sotomayor del mi Consejo de
Guerra, y D. Pedro de Valdés, vuestro antecesor, me han informado de
aquella fuerza y de las fábricas de ella, han parecido que es mucha la
altura que por la traza que dió el ingeniero Juan Bautista Antonelli
está designada en los baluartes que llaman de Austria, y Texada y la
Cortina que está entre ellos; y así os mando que en lugar de los 12
pies que a el dicho Antonelli pareció convenir crecerlos sobre el
cordón, crezcais tan solamente ocho pies...»[361] Tiempo adelante,
desde Madrid (20 diciembre 1608) dijo el Rey al gobernador y capitán
general de Cuba lo siguiente: «He holgado de entender que quedase ya
acabada la muralla del Fuerte de la Punta...»[362]

       [361] _Arch. hist. nacional.--Cedulario índico_, tomo XLII,
       núm. 20, págs. 28-30

       [362] Ibidem, núm. 41, págs. 62-64 v.ª

Posteriormente también desde Madrid (11 febrero 1609), en un escrito
del Rey a Ruiz de Pereda, aquél censuró la conducta del anterior
gobernador D. Pedro de Valdés[363]. Enemigos Ruiz de Pereda y el obispo
D. Alonso Enríquez de Armendariz, el primero fué excomulgado por el
segundo. En tiempo del gobernador Sancho de Alquizar ocurrió la crecida
e inundación del Cauto (septiembre de 1616), ocasionando la formación
de una _barra_, que obstruyó la boca del río, hasta entonces navegable.
En una hacienda de Alquizar se formó después un pueblo que lleva dicho
nombre.

       [363] Ibidem, núm. 52, pág. 73.

D. Francisco de Venegas, por muerte de Alquizar, vino de capitán
general (1620), en cuyo tiempo se verificó la proclamación de Felipe IV
(16 julio 1621); también por entonces ocurrió en la Habana horroroso
incendio y se perdió la flota del marqués de Cadereita.

Durante el gobierno de D. Lorenzo Cabrera, capitán general de Cuba, se
hicieron importantes obras de fortificación en la Habana. En las aguas
de las Antillas apareció una escuadra holandesa bajo las órdenes de
Pitt Hein (junio de 1628), la cual logró apoderarse de casi todos los
caudales de las flotas de Honduras y Veracruz mandadas por D. Alvaro de
la Cerda y por D. Juan de Benavides. En el año siguiente de 1629 otra
escuadra holandesa, que dirigía Cornelio Jols, bloqueó las costas de
Cuba; pero no pudiendo atacar a la Habana, defendida por Cabrera, se
volvió a Holanda.

En tiempo de D. Juan Bitrián de Biamonte, los holandeses intentaron
apresar las flotas antes de reunirse en la Habana. Adquirieron por
aquellos tiempos no poca celebridad los _Hermanos de la Costa_,
asociación de hombres valerosos, especialmente franceses e ingleses.
Dividíanse en _piratas_ o demonios de los mares y _bucaneros_,
ayudados por los _filibusteros_ y _habitantes_ de los campos. Los
piratas llegaban de improviso a las poblaciones de la costa, las que
saqueaban e incendiaban; y los bucaneros cazaban o robaban reses de
las haciendas, para secar los cueros y ahumar las carnes, que vendían
después a los filibusteros o contrabandistas, o cambiaban por viandas
o tabaco a los habitantes o cultivadores de los campos. Los Hermanos
de la Costa se establecieron desde 1623 a 1625 en la isla de San
Cristóbal, una de las pequeñas Antillas, siendo expulsados de allí por
poderosa escuadra dirigida por D. Fadrique de Toledo (1630). Volvieron
a San Cristóbal, Martinica, San Martín y a la parte N. O. de Santo
Domingo, donde se les unieron algunos holandeses. Arrojados de la
última isla, pasaron a la inmediata de Tortuga, en la que se hicieron
fuertes y consideraron como metrópoli o centro de la asociación.

En ocasión que los piratas se hallaban ausentes, D. Carlos Ibarra, que
venía de España con una flota, desembarcó en la Tortuga y arrasó los
caseríos y plantaciones, pasando a cuchillo los habitantes. De vuelta
de Cartagena a España, el mismo Ibarra se encontró en alta mar con el
holandés Cornelio Jols (a quien los españoles llamaban _Pie de Palo_),
y después de fiera pelea en que ambos fueron heridos, se retiró el
pirata, en tanto que el general español buscaba refugio en el puerto
de Cabañas. Gobernaba en aquellos tiempos la isla de Cuba D. Francisco
Riaño y Gamboa.

Cada vez, sin embargo, más poderosos los piratas de la Tortuga,
dirigidos por Levasseur, fortificaron la isla y se pusieron bajo
la protección de Francia, que les dió por gobernador a Timoleón de
Fontenay. Entre los hechos que causaron más escándalo a la sazón,
fué el saqueo que realizaron los piratas de la Tortuga en San Juan
de los Remedios, de cuyo lugar se llevaron mujeres, esclavos y hasta
las alhajas de la iglesia (1652). En 1654 las autoridades de Santo
Domingo expulsaron a los bucaneros que habían vuelto a establecerse
en sus costas y a los piratas de la Tortuga, y en 1655 los ingleses
se apoderaron de la Jamáica. El año 1662 fué desastroso para la isla
de Cuba, pues una expedición de ingleses de Jamáica desembarcó por
Aguadores y, después de batir al gobernador D. Pedro de Morales en Las
Lagunas, voló el castillo del Morro o San Pedro de la Roca y entró
en Santiago, donde permaneció un mes. Obligados los ingleses por el
hambre, se reembarcaron, no sin incendiar los edificios públicos y
llevarse los cañones del Morro y las campanas de las iglesias. Del
mismo modo, piratas franceses, mandados por Pedro Legrand, cuando los
vecinos de Sancti Spíritus celebraban la Pascua de Navidad del año
1665, cayeron sobre la plaza, que saquearon e incendiaron.

Pero entre todos los piratas ninguno más famoso que Francisco Nau,
el _Olonés_, (llamado así porque era natural de Arenas de Olone, en
Francia). A su llegada de Francia estuvo primero en Haití y luego en
la Tortuga. Con grandes apuros logró hacerse dueño de un barco. El
Olonés era el terror de las colonias españolas. Cuando se le creía
muerto en Campeche, apareció (últimos de 1667) con dos barcos en los
cayos de San Juan de los Remedios. Noticioso de ello el gobernador
Dávila, mandó una galeota de diez cañones con 90 hombres, dándoles
el encargo de que ahorcasen a todos los piratas, menos al capitán, a
quien conducirían preso a la Habana; pero sucedió todo lo contrario: el
Olonés tomó la embarcación española y pasó a cuchillo los tripulantes.
Lo mismo hizo el valiente pirata en la costa de Puerto Príncipe con una
escuadrilla que desde Santo Domingo había venido en su persecución.
Repitió sus depredaciones en Batabanó, Santo Domingo, Maracaibo,
Puerto Cabello y Guatemala, acabando su vida a manos de los indios
de Nicaragua[364]. El pirata inglés Enrique Morgan desembarcó en la
bahía de Santa María con la idea de atacar la villa interior de Puerto
Príncipe (1668). Sabedores sus habitantes de la presencia de Morgan,
mientras unos huyeron a sus haciendas próximas, otros, con el alcalde
a su cabeza, marcharon a pelear con los piratas. Muerto el alcalde
con muchos de los suyos, Morgan penetró en la ciudad, la que abandonó
cuando le entregaron 50.000 pesos y 500 reses saladas. Más cruel fué
todavía Morgan en Portobelo, Maracaibo y Panamá, consiguiendo inmensas
riquezas, con las cuales se retiró a Jamaica, donde desempeñó tres
veces el cargo de gobernador. Diego Grillo, pirata cubano, tomó al
abordaje un barco mercante que iba de la Habana a Campeche, y venció
cerca del puerto, que a la sazón se llama de Nuevitas (1673) a un navío
y dos fragatas que le perseguían. No lograron su objeto los piratas
franceses Mr. de Franquenay y Mr. de Grammont, el primero atacando a
Santiago de Cuba (1678) y el segundo a Puerto Príncipe (1679)[365].

       [364] Véase Dr. Vidal Morales, _Nociones de Historia de Cuba_,
       pág. 84.

       [365] Por entonces andaba ocupado Carlos II en otras cosas.
       Desde Aranjuez el Rey, con fecha 6 de mayo de 1678, se dirigió
       al gobernador y capitán general de la Habana, diciéndole que
       «de los pájaros que hay en esa isla me envieis el número que
       os pareciere de los nombrados Turpianes o Tigres, Chambergos,
       Mariposas, Cardenales, Cinzontes, Gorriones y de otros
       cualesquier pajaritos de canto, entregándolos al general o
       almirante de la flota de Nueva España, para que los traiga á
       estos Reynos, como se lo ordeno por despacho de la fecha de
       este, y de los que me remitieredes me dareis cuenta. Yo el
       Rey.--Por mandado del Rey nuestro Señor. Don José de la Veitia
       Linage. _Arch. hist. nac.--Cedulario índico_, tomo XXV, pág.
       113 v.ª

Por aquella época (junio 1680) era gobernador y capitán general de
Cuba D. Francisco Rodríguez de Ledesma y en octubre del mismo año
desempeñaba cargo tan importante D. José Fernández de Córdoba[366].
El último de la serie de los grandes piratas, fué el holandés Lorenzo
Graff (llamado por nosotros _Lorencillo_). Graff saqueó a Veracruz
(1683), incendió a Campeche (1685), apresó varios barcos en las costas
de Cuba y tomó parte en el doble saqueo de Cartagena (1697)[367].
Convencidas las principales naciones colonizadoras de América que era
conveniente acabar con la piratería, se aliaron para ello Inglaterra,
Holanda y España, cuyas naciones destruyeron los principales
establecimientos, y, últimamente, lord Nerville acabó con ellos (1697).

       [366] _Cedulario índico_, tomo XXV, pág. 181.

       [367] Obispo de la Habana fué, hasta el año 1682, el Dr. D.
       Juan García de Palacios, quien «para evitar los pecados que
       se ocasionaban de concurrir hombres y mujeres juntos a las
       Estaciones y Procesiones de Jueves Santo en la noche, dispuso
       que las Iglesias se cerraran a las oraciones del jueves, y se
       abrieran el viernes al amanecer...» _Ced. índ._, tomo XXV,
       págs. 169 y 169 v.ª

Pocos años antes se verificó, por orden del gobernador D. Severino de
Manzaneda (1690), la traslación de la villa de San Juan de los Remedios
al centro del hato de Santa Clara. También el mismo gobernador trazó
(10 octubre 1693) las primeras calles y plazas de la ciudad de _San
Carlos de Matanzas_.

Alguna vida iban adquirir las colonias españolas en los primeros años
del siglo XVIII. Por una parte la destrucción de la piratería, y por
otra las nuevas ideas de la dinastía de Borbón contribuyeron algo al
desarrollo material y moral. En tiempo de D. Diego de Córdova Laso
de la Vega, capitán general de la isla desde el 1695 a 1702, fué
proclamado Felipe V rey de España. Si durante la guerra de sucesión
teníamos por enemigas en América las escuadras inglesas y holandesas,
en cambio nos protegían las francesas, con cuyo auxilio pudimos
conservar nuestras posesiones hispano-americanas y conducir a España
el oro y la plata de dichas colonias. Sin embargo, estuvo en continua
alarma la villa de Trinidad, mereciendo por su comportamiento el
título y honores de ciudad, y en 1702, Carlos Gant, corsario inglés de
Jamáica, al frente de 300 hombres, tomó y saqueó la villa de Casilda.
El gobernador don Pedro Benítez de Lugo ordenó que se armasen dos
compañías de milicias y algunos barcos en corso para rechazar análogas
agresiones.

Por muerte de Benítez de Lugo (1702) se encargaron interinamente del
gobierno de la isla los cubanos Chirino y Chacón, el primero de los
asuntos políticos y el segundo de los militares. La escuadra aliada
anglo-holandesa intentó que Chirino y Chacón proclamasen al archiduque
Carlos, negándose a ello los bravos defensores de la plaza. Si la paz
de Utrech (1713) llevó la tranquilidad a la colonia, en cambio, la
piratería no se había extinguido completamente y el marqués de Casa
Torres, capitán general de Cuba (1708-1716), tenía disgustadísimos a
los cultivadores y comerciantes de tabaco.

La planta del tabaco, originaria de la América tropical, llevada
del Brasil a Portugal, de Virginia a Inglaterra y de Cuba a España,
comenzó a usarse en el siglo XVI y se generalizó su uso durante el
XVII. Conocida la bondad del tabaco cubano sobre todos los demás, su
cultivo fué cada vez mayor, de modo que en los primeros años del siglo
XVIII había muchas vegas en los alrededores de la Habana, en Trinidad,
Sancti Spíritu, Remedios, Bayamo, Holguín, El Caney y en otros puntos,
sobresaliendo por su calidad el de Vuelta Abajo. Comprendiendo el
gobierno de Felipe V que el tabaco podía proporcionar buenas ganancias
a la Real Hacienda, dispuso que, por cuenta del Estado, se comprase
en Cuba y se vendiese en Europa la mayor cantidad posible, encargando
de la compra al capitán general D. Laureano de Torres, quien cumplió
su encargo con tanta solicitud, que en 1708 hubo de mandar a España
tres millones de libras, bien que no sin protestas de cultivadores y
comerciantes.

El brigadier D. Vicente Raja (1716-1719)[368], sucesor del marqués de
Casa Torres, trajo el encargo de establecer el _estanco del tabaco_
o la compra de todo el tabaco que produjese el país, para elaborarlo
en una fábrica establecida en Sevilla por el gobierno. Aumentó, como
era natural, el disgusto de los cultivadores y comerciantes, viéndose
obligado el gobernador a consultar a la Corte, cuya respuesta fué un
Real decreto creando en la Habana una Factoría general para la compra
del tabaco, con sucursales en Santiago, Bayamo, Trinidad y Remedios. A
tal punto llegó la ira de los vegueros, que se amotinaron en la Habana,
y mal lo hubiera pasado el brigadier Raja, si no se hubiese ocultado en
La Fuerza, embarcándose después para España.

       [368] Fué nombrado con fecha 19 de diciembre de
       1715.--_Cedulario índico_, tomo XXVII, núm. 25, páginas 35 y
       36.

Llegó el 1719 el gobernador D. Gregorio Guazo Calderón, y, después
de establecer la factoría, procedió contra los sediciosos. Luego,
como retardase la factoría la compra de algunas partidas de tabaco,
volvieron los disgustos de los vegueros y sus preparativos de
insurrección, que hubieron de calmar el conde de Casa Bayona y
el obispo, los cuales habían obtenido (1720) del Rey, que los
propietarios, una vez cubiertos los pedidos del gobierno, pudiesen
vender el tabaco sobrante a las otras colonias y a los particulares
de la metrópoli. Tres años después (1723), con motivo de haberse hecho
algunas compras a precios inferiores a los de tarifa, se declararon en
completa insurrección los vegueros de Santiago de las Vegas, teniendo
el gobernador Guazo que echar mano a la fuerza, causándoles un muerto y
12 prisioneros. Los prisioneros fueron colgados de los árboles en Jesús
del Monte.

Rotas nuevamente las relaciones entre España e Inglaterra y comenzadas
las hostilidades en enero de 1727, el almirante Hossier amenazó a
la Habana, que no fué atacada merced a los preparativos de defensa
del gobernador Martínez de la Vega y merced a la oportuna llegada de
la escuadra española. Posteriormente, declarada la guerra marítima
entre las dos naciones rivales, la escuadra de Vernon atacó y tomó
a Portobelo (22 noviembre 1739), cuya noticia llenó de júbilo a
Inglaterra, aunque bien será decir que el almirante inglés sólo cogió
en aquella plaza tres pequeños barcos y tres mil pesos en dinero.
Tiempo adelante Vernon intentó apoderarse de Cartagena, que defendió
bizarramente D. Sebastián de Eslava, virrey de Nueva Granada, teniendo
el almirante inglés que abandonar la empresa y retirarse a la Jamaica.
Buscando Vernon alguna manera de reparar el desastre sufrido en
Cartagena, ayudado de un cuerpo de mil negros que sacó de Jamaica,
concibió la idea de apoderarse de Cuba. No pudo lograr su objeto,
viéndose obligado a retirarse y regresar a Inglaterra con unas pocas
naves y algunas tropas desfallecidas (1741).

Tanto era el encono de Felipe V contra los ingleses, que por Real
decreto, dado en El Pardo (abril 1743) imponía--según dice a los
gobernadores de Cuba y Puerto Rico--pena de muerte a todos los
que comerciasen con los hijos de la Gran Bretaña, á la sazón sus
enemigos[369]. Corresponden también al reinado de Felipe V las dos
noticias siguientes: es la primera que furioso huracán destruyó (19
octubre 1730), gran parte de la ciudad de San Carlos de Matanzas[370],
y la segunda autorizaba (Real cédula del 15 de diciembre de 1735, dada
en el Buen Retiro) al conde de Casa Bayona para que fundase una ciudad
con el nombre de _Santa María del Rosario_[371].

       [369] _Cedulario índico_, tomo XXVII, núm. 26, págs. 36 v.ª y
       37.

       [370] Ibidem, tomo XXXI, núm. 16, pág. 11 v.ª y siguientes.

       [371] Ibidem, tomo XXXI, núm. 19, págs. 18-19 v.ª

Fernando VI, en los comienzos de su reinado, se dirigió desde el Buen
Retiro (27 septiembre 1746) al Rector de la Real Universidad de San
Jerónimo de la Habana, diciéndole que mantuviese con el gobernador
Juan Francisco Güemes y Horcasitas, la buena correspondencia y armonía
que tanto importaba al bien público y común, y al particular de los
indivíduos de dicha Universidad[372]. Un año después se dió gran
combate delante de la Habana (12 octubre 1747) entre la escuadra
inglesa mandada por Knowles, y la española que dirigía Reggio. Unas
seis horas estuvieron peleando con singular arrojo y tenacidad; pero la
victoria quedó indecisa. A los pocos días llegó la noticia de haberse
firmado los preliminares de la paz de Aquisgrán (1748).

       [372] _Cedulario índico_, tomo XXIX, núm. 126, págs. 316 v.ª a
       320 v.ª

Dirigiendo--antes de continuar la reseña histórica de Cuba desde
mediados del siglo XVIII--una mirada retrospectiva acerca del comercio,
conviene saber que la _Compañía Guipuzcoana_, constituída en 1668--y
de la cual hablaremos al estudiar Nueva Granada y Caracas--protegió
mucho el tráfico. Del mismo modo en el citado lugar registraremos los
asientos celebrados con la _Compañía Real de la Guinea Francesa_ y con
la _Compañía Inglesa del Mar del Sur_. El asiento que aquí debemos
mencionar fué el que obtuvo D. Antonio Tallapiedra, comerciante de
Cádiz, de acuerdo con el capitán general de la Habana D. Juan Francisco
Güemes, y por el cual dicho industrial tenía el derecho exclusivo de
suministrar cada año tres millones de libras de tabaco a la fábrica
de Sevilla (1734 a 1739). Por último, la _Real Compañía de Comercio
de la Habana_, formada de comerciantes y hacendados, por iniciativa
de D. Martín Aróstegui y por influencia del citado gobernador Güemes,
obtuvo el asiento exclusivo del tabaco (1739) y además el privilegio de
exportar a España azúcares y melazas, maderas y cueros, y de importar
harinas, lozas, etcétera. Obligóse la Compañía a construir barcos para
la marina mercante y de guerra, sostener diez embarcaciones armadas
para perseguir el contrabando, abastecer los buques de guerra que
fondeasen en la Habana y hacer el tráfico entre la Habana y Cádiz.
Gozaban del fuero de marina los empleados y dependientes de la citada
Compañía[373].

       [373] Ibidem pág. 97.

Por lo que respecta a Beneficencia, no pasaremos en silencio que don
Gerónimo de Valdés, obispo de la Habana, hizo fundar en dicha población
una casa para Cuna de niños expósitos, y por ello se le dieron las
gracias el 15 de abril del año 1713[374].

       [374] _Arch. hist. nac.--Cedulario índico_, tomo XXII, núm.
       218, págs. 218 y 219.

Tócanos referir uno de los acontecimientos tristes de la historia de
España. Como consecuencia del famoso Pacto de Familia celebrado entre
Carlos III de España y Luis XV de Francia (15 agosto 1761) comenzó
la guerra entre Inglaterra y España, entre Jorge III y Carlos III
(comienzos del año 1762). No ocultándose a Carlos III que la isla de
Cuba iba a ser uno de los objetos preferentes de la codicia británica,
envió en el año 1761 como gobernador a D. Juan de Prado Portocarrero,
Mariscal de Campo. Acostumbraba a decir el pedante Prado las siguientes
palabras: _No tendré yo la fortuna de que los ingleses vengan_. En
sus comunicaciones al Monarca afirmaba que los ingleses no atacarían
la isla, y si la atacasen, serían escarmentados. El que tales cosas
decía, cuando el 6 de junio de 1762 vió al almirante Pocock al frente
de poderosa escuadra, aturdido y confuso no sabía qué camino tomar.
Entre tanto los ingleses desembarcaron el día 7 por la parte del Este,
entre los ríos Nao y Cojimar, casi sin resistencia alguna, y el 11
se hicieron dueños de la Cabaña. Poco después ocuparon el castillejo
llamado de la Chorrera, que abandonaron los españoles; pero la ciudad,
en comunicación con el resto de la isla, recibía subsistencias de
Puerto Príncipe, Trinidad y otras ciudades. Como la escuadra española
nada podía hacer por su inferioridad a la inglesa, su artillería fué
destinada a los fuertes, y los jefes y capitanes de navío pasaron a ser
comandantes y gobernadores de los dichos fuertes. Entre los comandantes
o gobernadores se hallaba D. Luis Velasco, a quien se le encargó la
defensa del Morro. Colocó Velasco a envidiable altura el honor de
España. Aunque por mar y por tierra vomitaban bombas y balas rasas 200
bocas de bronce sobre el Morro, el héroe impávido acribillaba las naves
enemigas que cruzaban frente al castillo y se defendía de las baterías
que los ingleses tenían colocadas en tierra. Ya llevaba treinta y ocho
días de cerco. No era posible resistir más tiempo. Dieron el asalto los
ingleses. Por ambas partes se peleaba con singular coraje. «El segundo
comandante González--escribe el historiador inglés William Coxe--murió
en la brecha, y el valiente Velasco, después de luchar denodadamente
contra fuerzas superiores, mientras pudo reunir algunos soldados a la
sombra de la bandera española, recibió herida mortal en medio de los
vencedores, que admiraron su valor»[375]. Entre los que más lamentaron
la desgracia del valeroso Velasco se hallaba el general inglés conde
de Albemarle. Muertos los bizarros y nunca bastante alabados Velasco
y marqués González, la plaza no tenía más remedio que capitular. La
junta de autoridades, compuesta del capitán general Prado, del teniente
general Conde de Superunda, del teniente rey D. Dionisio Soler, del
general de Marina Marqués del Real Transporte, del Mariscal de Campo D.
Diego Tabares, del comisario D. Lorenzo Montalvo y de los capitanes de
Navío, aceptó la capitulación, quedando firmada el 13 de agosto de 1762.

       [375] _España bajo el reinado de los Borbones_, cap. 61.

Del gobierno de la Habana se encargó lord Albemarle (14 agosto 1762),
retirándose el almirante Pocock con la mayor parte de su escuadra.
Albemarle tomó el título de capitán general: nombró gobernador a D.
Sebastián Peñalver y Angulo, y juez civil a D. Pedro Calvo de la
Puerta. Continuó la administración en la misma forma que antes; pero
se permitió el libre comercio. Retiróse Albemarle en enero de 1763,
dejando al frente del gobierno, de la parte inglesa de la isla, a su
hermano Guillermo Keppel, y de la parte española ejerció el cargo D.
Lorenzo Madariaga, gobernador de Santiago de Cuba. Por la paz de París
(10 febrero 1763) España recobró la isla de Cuba, cediendo en cambio
la Florida. Francia cedió el Canadá y otros países a Inglaterra. Como
compensación de la Florida, Francia dió la Luisiana a España, que más
que recompensa fué una carga.

El general D. Ambrosio Funes Villalpando, conde de Ricla, y el segundo
cabo D. Alejandro O'Reilly, llegaron a la Habana el 6 de julio
de 1763, encargándose del mando con gran contento de españoles y
cubanos. Procedióse a la construcción de La Cabaña y a la reparación
del castillo del Morro y del Arsenal. También volvió a ponerse
en vigor, con disgusto de los naturales del país, el estanco del
tabaco. Reorganizóse la administración en sus diferentes ramos, y
muy especialmente el servicio de correos terrestres y marítimos. El
comercio adquirió mayor desarrollo, haciendo cesar, en alguna parte,
el régimen del monopolio. Siendo el conde de Ricla gobernador de Cuba,
por Real decreto de Carlos III, dado en Madrid el 3 de julio de 1765,
se hizo constar el bizarro comportamiento de D. José Antonio Gómez
defendiendo de los enemigos la plaza de Guanabacoa[376].

       [376] _Archivo histórico nacional.--Cedulario índico_, tomo
       XXIV, núm. 1.º, págs. 1 a 3.

D. Antonio María Bucarely (1766-1771) dió impulso a las obras de La
Cabaña, terminó las del Morro y Atarés, comenzando las del Príncipe.
Bucarely fué el encargado de cumplir el decreto de Carlos III acerca
de la expulsión de los jesuítas (1767). Otros asuntos ocuparon también
la atención del gobernador, y fueron: 1.º, los terremotos que en 1766
destruyeron gran parte de las poblaciones de Bayamo y de Santiago de
Cuba; 2.º, el huracán llamado de Santa Teresa, que el 15 de agosto
de 1768 causó grandes pérdidas en la jurisdicción de la Habana; 3.º,
cumplimiento de la Real Cédula que con fecha 7 de junio de 1770 expidió
el Rey dando las instrucciones convenientes a una Junta, ya establecida
y compuesta, además del gobernador, del factor, contador y tesorero,
para fomentar la siembra, cultivo y beneficio del tabaco[377]; 4.º,
ayuda que tuvo que prestar Bucarely al general O'Reilly, encargado
de someter a la soberanía de España la Luisiana. Después de tantos
asuntos como tuvo que resolver Bucarely, pasó a encargarse del
virreinato de México.

       [377] _Cedulario índico_, tomo XXX, núm. 1.º, págs. 1 y 2.

El gobernador D. Felipe Fonsdeviela (1771-1777), marqués de la Torre,
atendió al embellecimiento de la capital y de otras poblaciones.
En la Habana emprendió la fábrica de la Casa del Ayuntamiento, la
construcción de la Alameda de Paula, del Nuevo Prado y de otras obras;
fuera de la Habana se realizaron no pocas construcciones en Matanzas,
Santiago, Trinidad, Sancti Spíritus, Puerto Príncipe, Remedios y
Villaclara. Como si esto fuera poco, echó los cimientos de _Nueva
Filipina_, del nombre del gobernador, y que luego se denominó _Pinar
del Río_, del sitio de su fundación. Al año siguiente (1773) se fundó
el pueblo de _Jaruco_; y el 1775, a orillas del Mayabeque, la villa de
_San Julián de los Güines_. Débese al marqués de la Torre el primer
Censo de población de la isla de Cuba, que se terminó en 1774: resultó
la población total de 172.620 habitantes (96.440 blancos, 31.847
libres de color y 44.333 esclavos). El Arsenal, cuyo jefe era D. Juan
Bautista Bonet, de la misma graduación que el marqués de la Torre,
recobró su antigua importancia, y de él salieron sólidas construcciones
navales, entre ellas el navío _Santísima Trinidad_, de 112 cañones. Por
último, en tiempo del citado gobernador, se fundó el _Seminario de San
Carlos_ en el primitivo Colegio de los Jesuítas, se exportó libremente
el algodón y se disminuyeron los derechos de exportación sobre los
azúcares, aguardiente, etcétera.

Refieren los historiadores que D. Diego José Navarro (1777-1781),
aprovechándose de la guerra entre Inglaterra y sus colonias del Norte
de América, apoyó al coronel D. Bernardo de Gálvez, gobernador de la
Luisiana, para que invadiese la Florida y se apoderara de las plazas
de Mobila (1780) y de Panzacola (1781), volviendo de este modo á poder
de España aquella colonia, que, como sabemos, fué cedida á Inglaterra
en cambio de la Habana. En tiempo de Navarro se puso en vigor la
_Ordenanza para el libre comercio con las colonias_.

El cubano D. José Manuel de Cagigal sucedió a Navarro desde 1781 a
1783. Después gobernaron la isla D. Luis Unzaga, el conde de Gálvez
y otros. Los inmediatos sucesores de Gálvez tuvieron el carácter de
interinos.

El teniente general D. Luis de las Casas se hizo cargo del Gobierno
y Capitanía general de Cuba el 9 de julio de 1790, presentando su
dimisión y entregando el mando el 6 de diciembre de 1796. Le ayudaron
en su obra regeneradora D. Juan Bautista Vaillant, gobernador de
Santiago de Cuba; D. José Pablo Valiente, intendente de Hacienda, y los
ilustres cubanos Dr. Ramay, D. Francisco de Arango y otros. Progresó
la instrucción pública, las artes y la industria, se mejoraron muchas
poblaciones y se crearon establecimientos benéficos. Con motivo del
desbordamiento de los ríos, ocurrieron grandes inundaciones en la
parte occidental de la isla, en particular en las cercanías de la
Habana y Pinar del Río. Casas socorrió generosamente a los campesinos
más perjudicados e hizo reconstruir los puentes arrasados por las
aguas. Vió la luz, merced al apoyo de Casas, la primera publicación
literaria y económica, que se intituló el _Papel Periódico_, y en el
cual colaboraron el mismo capitán general, el presbítero Caballero,
el Dr. Romay y el poeta Sequeira. Fundáronse en Santiago de Cuba y en
la Habana Reales Sociedades Económicas de Amigos del País, Casa de
Beneficencia y Real Consulado. Como consecuencia de la insurrección
de Haití (1791) y de la cesión que España había hecho del resto de
la isla a Francia, en virtud del tratado de Basilea (1795), vinieron
á Cuba muchos inmigrantes franceses y españoles, los cuales, con sus
conocimientos y laboriosidad, enriquecieron su nueva patria. Como era
natural, los restos de Cristóbal Colón, que descansaban en la iglesia
catedral de Santo Domingo, se trajeron a Cuba en el navío _San Lorenzo_
y se depositaron en la catedral de la Habana (15 enero 1796), para
ser trasladados en 1898 a nuestra ciudad de Sevilla, en cuya catedral
descansan.

Encargóse del gobierno D. Juan Bassecourt, conde de Santa Clara
(1796-1799), cuando Carlos IV celebraba alianza ofensiva y defensiva
con el Directorio francés. Tuvo España que pelear con Inglaterra, y si
en Cuba pudo resistir los ataques de sus enemigos, el resultado de la
enconada lucha fué la pérdida de la isla de Trinidad, de una parte de
la escuadra y la casi ruina de su comercio.

Sucedió al conde de Santa Clara, D. Salvador de Muro y Salazar, marqués
de Someruelos (1799-1812). D. Sebastián de Kindelán ocupó el gobierno
de Santiago de Cuba y D. Luis Viguri la Intendencia de Hacienda.
Habiendo terminado la dominación de España en Santo Domingo, se
dispuso que la Audiencia se trasladase a Puerto Príncipe, comenzando
a funcionar el 30 de junio de 1800. Justo será consignar que en los
primeros días del siglo XIX llegó a Cuba el nunca bastante alabado
barón de Humboldt, quien publicó el _Ensayo político sobre la isla
de Cuba_ (1826), hermosa síntesis de la geología, clima, población,
industria y rentas públicas de la gran Antilla. Dicha fué también para
Cuba la venida (24 febrero 1802) del obispo de la Habana, el ilustre
Díaz de Espada, sucesor de Tres Palacios. Díaz de Espada embelleció
la catedral; prestó eficaz auxilio a la Casa de Beneficencia, a
los Hospitales y al Manicomio; contribuyó con una suma bastante
considerable a la fundación del primitivo cementerio de la Habana,
aboliendo la costumbre de enterrar en las iglesias. Hombre el obispo
de tanta cultura como de espíritu liberal, fundó muchas escuelas en las
ciudades y en los pueblos. Fué Director de la Sociedad de Amigos del
País, reformó el Seminario de San Carlos y el Asilo de San Francisco
de Sales. Si, como antes hemos indicado, la Audiencia de Santo Domingo
se trasladó a Cuba, del mismo modo el arzobispado de aquella Antilla,
con todos sus títulos, facultades y prerrogativas, pasó, por Breve
pontificio de 16 de julio de 1804, a Santiago de Cuba, quedando como
sufragáneos suyos los obispados de la Habana y Puerto Rico. También por
entonces el insigne médico Dr. Romay dió a conocer y aplicó la vacuna
como preservativo de la viruela, debiéndose de notar que cuando Carlos
IV comisionó al Dr. Balmis para difundir el citado preservativo, ya
había sido aplicado ventajosamente.

Además de los emigrados de Santo Domingo y de Haití, que acudían a Cuba
donde se les brindaba con feraces tierras (1802), llegaron, después del
fracaso de la expedición mandada por Bonaparte para recuperar aquellas
colonias, unos 30.000 franceses, quienes se establecieron en Santiago
de Cuba, Baracoa, Guantánamo y en otros puntos, consiguiendo hacer
de terrenos incultos haciendas productivas. El tabaco, el algodón y
todos los productos aumentaron considerablemente; pero ninguno como el
café, hasta el punto que, si en 1804 se elevó la exportación a 12.500
quintales, en 1833 llegó a 642.000.

Los graves acontecimientos ocurridos en España con motivo de la
invasión de los franceses y después por la guerra de la Independencia,
repercutieron, como era natural, en las Indias. Es de lamentar que el
fanatismo patriótico de muchos llegase al extremo de asaltar las casas
de pacíficos y laboriosos franceses, siendo unos asesinados y otros
expulsados del territorio. Aunque se intentó la formación de una Junta
como las de Sevilla y otras provincias de España y América, la idea
fué combatida en periódicos y folletos. Por su parte la Junta Central
de España encargó (18 febrero 1809) al gobernador de Cuba, procurase
cultivar las relaciones--pues era conveniente--con el negro Enrique
Cristóbal, presidente y generalísimo de Haití[378].

       [378] _Arch. de Indias.--Estado.--Santo Domingo_,--Leg.º 12.
       (84).

A la sazón llegó a la Habana el joven mejicano Manuel Rodríguez Alemán
con pliegos para las autoridades y otras personas invitándolas a
declararse por José Bonaparte; aquél pagó cara su imprudencia, pues fué
preso como espía y ahorcado el 30 de julio de 1810. Pasados dos años se
descubrió la conspiración que tramaba José Antonio Aponte, deseoso de
la emancipación de su raza; Aponte mereció la pena de horca con 8 de
sus cómplices.

En sus últimos años de gobierno reconoció el marqués de Someruelos
la _Junta Suprema Central y gubernativa de España y de las Indias_
establecida en Aranjuez y dirigió las elecciones de los primeros
diputados a Cortes por Cuba (1810), los cuales fueron Jáuregui y
O'Gabán, sucediendo al último Arango y Pareño.

Tuvo la satisfacción D. Juan Ruiz de Apodaca de que en su tiempo se
jurase en la Habana (21 julio 1812) la Constitución de Cádiz. En dicho
Código político se concedían iguales derechos a españoles y americanos.
Posteriormente, habiendo vuelto a España Fernando VII y con él el
gobierno absoluto, Cuba pasó pacíficamente de uno á otro régimen. Los
cubanos tuvieron que agradecer al _Deseado_ que, por decreto de 10
de febrero de 1818, se concediese a los puertos de la isla el libre
comercio con todos los mercados extranjeros.

El excelente político y general D. José Cienfuegos llegó a Cuba (1816)
acompañado del superintendente de Hacienda D. Alejandro Ramírez, ya
conocido ventajosamente en Guatemala y Puerto Rico. Ramírez odiaba la
esclavitud, combatió el contrabando, llegó a duplicar (1820) las rentas
públicas, y apoyó los planes del antes citado Arango, no sólo en la
concesión del libre comercio, sino en el desestanco del tabaco y otras
reformas. Tomó parte activa en la fundación de _Cienfuegos_[379] y
también influyó en el progreso de las colonias de Nuevitas, Guantánamo
y El Marcial. Como Director de la Sociedad Patriótica, estableció la
sección de educación primaria, la Academia de Dibujo y Pintura, que se
denominó de San Alejandro, en honor del fundador; el Jardín Botánico,
las cátedras de Anatomía y Botánica, y proyectó la de Química.

       [379] El fundador fué el coronel Luis de Clouet, rico emigrado
       de Luisiana (1819.) Clouet con 40 familias estableció la
       colonia Fernandina de Jagua, que dió origen a la ciudad de
       Cienfuegos.

Un hecho importantísimo que honra a Inglaterra se verificó por entonces
y fué el convenio celebrado con España el 1817, el cual consistía en
el compromiso de nuestra nación de impedir el tráfico de esclavos
africanos, a partir del 30 de mayo de 1820; pero sin embargo de las
protestas y reclamaciones de Inglaterra, la nación española continuó
haciendo expediciones más o menos clandestinas.

Bajo el débil gobierno del general D. Manuel Cagigal se juró en la
Habana, bien a pesar suyo, la constitución de Cádiz, que en España,
Riego, Quiroga y otros habían proclamado en las Cabezas de San Juan
(1.º enero 1820).

D. Nicolás Mahy sucedió en marzo de 1821 a Cagigal. En su tiempo las
logias masónicas y las sociedades secretas (_La Cadena_, _Los Soles_,
_Los Comuneros_ y _Los Carbonarios_) tuvieron verdadera influencia.
Formaban las dos primeras cubanos partidarios de la independencia, la
tercera españoles adictos al gobierno y la cuarta estaba constituída
por hombres conciliadores. El general Mahy se opuso tenazmente a que
se implantase la ley de Aranceles, contuvo el lenguaje violento de la
prensa, reorganizó las milicias y mantuvo la disciplina militar.

Encargóse del poder el brigadier D. Sebastián Kindelán, por muerte
de Mahy, en julio de 1822. En las elecciones para diputados a Cortes
(legislatura de 1823) salieron triunfantes el sacerdote y filósofo
Félix Varela, D. Leonardo Santos Suárez y D. Tomás Gener.

A ponerse al frente del gobierno de Cuba vino a la isla (2 mayo
1823) el general D. Francisco Dionisio Vives. Si en España reinaba
la anarquía, en Cuba se entusiasmaban con los hechos realizados por
Bolívar y los demás generales revolucionarios. Vives se apoderó de
los documentos de la sociedad secreta _Soles y Rayos de Bolívar_
(que aspiraba a establecer la República de _Cubanacán_), reduciendo
a prisión al habanero Lemus, jefe de la conspiración, y a los más
comprometidos, entre ellos Peoli, Junco, Silveira, el Dr. Hernández y
los poetas Heredia y Teurbe. El 3 de mayo de 1823 se mandó Real orden
reservada a los jefes políticos de Cuba y Puerto Rico, encargándoles
cierta vigilancia para si llegase allí D. José Mariano Méndez, diputado
a Cortes que fué por Sonsonate, el cual había circulado un manifiesto
o proclama, impreso en la península, con el intento de separar las
islas de Cuba y Puerto Rico de la dominación española[380]. De los
presos citados anteriormente, el gobernador Vives se contentó con
desterrar a unos y con imponer multas pecuniarias a otros. Restablecido
en España el gobierno absoluto por Fernando VII, Vives siguió el
ejemplo de su Rey (diciembre de 1823). Con más encono que antes
volvieron las conspiraciones, teniendo Fernando VII que conferir a
los capitanes generales de Cuba, con fecha 28 de mayo de 1825, las
facultades extraordinarias de los gobernadores de plazas sitiadas. No
se amedrentaron por ello los revolucionarios, quienes comisionaron a
Iznaga, Bentancourt (_El Lugareño_) y otros para que se marchasen a
Venezuela y pidiesen apoyo al libertador Bolívar. La entrevista no
llegó a verificarse por entonces; pero Iznaga, en su segundo viaje,
verificado el año 1827, logró sus deseos.

       [380] _Arch. de Indias._--Estante, 100.--Cajón, 6.--Leg.º 16
       (53).

Es de advertir que antes de la entrevista que, después de todo, no
dió resultado alguno, los emigrados cubanos constituyeron una Junta
en México, que tenía por objeto trabajar por la independencia de Cuba
y Puerto Rico (1825). Un año después se reunió en Panamá una Asamblea
general de las naciones hispano-americanas para tratar, entre otras
cosas, de la emancipación de las citadas islas; mas, ya por el poco
entusiasmo con que acogió la idea Bolívar, ya por la oposición de los
Estados Unidos, pensando tal vez que Cuba, siguiendo el ejemplo de las
repúblicas hispano-americanas, decretaría la libertad de los esclavos,
cuyo hecho podía ocasionar perturbaciones en los Estados del Sur de
la gran República, lo cierto es que nada se hizo. Los separatistas no
cejaban en su empeño: Francisco de Agüero y el pardo Andrés Manuel
Sánchez fueron sorprendidos en un ingenio de Camagüey y condenados,
como espías de los enemigos de España, a la pena de horca, en Puerto
Príncipe, el 16 de marzo de 1826. Agüero y Sánchez fueron los primeros
mártires de la independencia de Cuba. Desde México, los revolucionarios
cubanos, expatriados en aquella República, no dejaban de avivar el
fuego sagrado de la independencia. Esta vez las logias masónicas de la
_Legión del Águila Negra_, se entendían desde México con los patriotas
de Cuba para conseguir la independencia. Descubierta la conspiración
(1830) y presos los principales, se les condenó a muerte por la
Comisión Militar, teniendo la dicha de ser indultados con motivo del
nacimiento de Isabel II; sólo sufrieron destierros y multas.

Durante el gobierno de Vives se dividió la isla en tres departamentos
militares: _Occidental_, _Central_ y _Oriental_; se formó nuevo censo
de población[381] y se hizo el mapa de Cuba (1827). En su política
progresiva le ayudó D. Claudio Martínez de Pinillos (después conde de
Villanueva), superintendente general de Hacienda, quien aumentó las
rentas públicas, ayudó a la construcción del acueducto de la Habana,
habilitó algunos puertos para el comercio extranjero e influyó para la
introducción de las máquinas de vapor en los ingenios. También se deben
al gobierno de Vives, y por iniciativa de Pinillos, la fundación de
_Cárdenas_ (8 marzo 1827), el establecimiento de un presidio en la Isla
de Pinos y la fundación de _Nueva Gerona_ (1830). Entre otras obras de
utilidad pública citaremos el puente de Marianao, la Casa de dementes
de San Dionisio y el Templete, inaugurado en 1828, en la plaza de
Armas, de la Habana[382].

       [381] Dió un total de 704.487 habitantes: 311.051 blancos,
       106.494 de color, libres, y 286.942 esclavos.

       [382] Colocóse junto al obelisco que D. Francisco Cagigal
       erigió en 1754 para consagrar aquel sitio, donde, según la
       tradición, se dijo la primera misa bajo una ceiba, año 1519.

Las letras y las ciencias, como más adelante mostraremos, progresaron
mucho en la primera mitad del siglo XIX, figurando á la cabeza de todos
el insigne filósofo D. Félix Varela. Continuaron su obra Saco, Luz y
Caballero y otros.

Hemos de lamentar lo extendido que se hallaba el vicio del juego.
El país estaba lleno de vagos, de ladrones y de asesinos, siendo
peligroso, aun en la misma capital de la isla, salir de noche a la
calle. Parece ser que como uno dijese a Vives que no había seguridad
alguna de noche, contestó: «Pues que hagan lo que yo, que me quedo de
noche en casa y no salgo a la calle.»

D. Mariano Ricafort sucedió en 1833 a Vives, y en su tiempo un barco
procedente de los Estados Unidos, llevó el cólera a la isla. En cambio,
daremos la grata noticia de que el conde de Villanueva, superintendente
de Hacienda, pudo conseguir, como presidente de la Junta de Fomento,
que se construyera el ferrocarril de la Habana a Güines, mucho antes de
que en la metrópoli se estableciese ese medio de comunicación. Cuando
en España, muerto Fernando VII, comenzó la terrible guerra civil, y
cuando el gobierno de Madrid proclamó en Cuba el _Estatuto Real_, vino
el general Tacón a suceder a Ricafort (1.º julio 1834).

El general Tacón, decidido absolutista, no implantó en Cuba las
libertades concedidas a la nación española. Espíritu suspicaz creyó ver
en todas partes la tea revolucionaria para lograr la independencia de
la Antilla. De opuestas ideas que el general Tacón era el gobernador de
Santiago de Cuba D. Manuel Lorenzo. Jurada en Madrid la Constitución,
a consecuencia del motín de la Granja (1835), Lorenzo la hizo jurar en
Santiago de Cuba. Irritóse por ello Tacón, hasta el punto de mandar una
expedición contra Santiago, viéndose obligado Lorenzo a embarcarse para
España. También pudo conseguir Tacón que las Cortes españolas de 1837,
no admitiesen como Diputados a los elegidos por Cuba, los cuales eran
Saco, Acebedo, Montalvo y de Arnas, fundándose en que las islas de Cuba
y de Puerto Rico se regían por leyes especiales. Sabiendo el gobernador
de Cuba que Saco y Narciso López conspiraban en España para alcanzar la
independencia de la isla, hizo prender a varios cubanos pensando que
estaban en relaciones con aquellos, quienes no lograron su libertad
hasta que, relevado Tacón, la decretó su sucesor el general Ezpeleta
(1838). No seríamos justos si guardásemos silencio acerca de las buenas
cualidades de Tacón: era honrado e íntegro; persiguió a los jugadores,
vagos y ladrones; restableció la seguridad personal, disciplinó el
ejército, reorganizó la policía, estableció los cuerpos de serenos
y bomberos, y realizó obras de utilidad y ornato (los Mercados, la
Pescadería, el Gran Teatro, la Alameda de Isabel II, y otras).

El teniente general D. Joaquín de Ezpeleta comenzó su gobierno el año
1838, sucediéndole D. Félix Girón, príncipe de Anglona. Después ocupó
cargo tan importante el general D. Jerónimo de Valdés. Entre Valdés
y el cónsul inglés David Turnbull, las relaciones fueron tan poco
amistosas, que el primero consiguió del gobierno de la Gran Bretaña
la separación del segundo, tal vez con alguna razón. Y decimos con
alguna razón, porque Turnbull era más amigo de los separatistas que
de los españoles. Volvió Turnbull a la isla con un pasaporte de un
cónsul español; pero Valdés le hizo prender y le embarcó en un buque
británico (1842). Tanto disgustó a la _Sociedad Patriótica_ que uno
de sus indivíduos fuese tratado de aquel modo, que D. José de la Luz
y Caballero, presidente de aquella Sociedad, protestó enérgicamente,
logrando con el apoyo del sabio naturalista Poey y otros, que el nombre
de Turnbull no se borrase de la lista de los socios y entre ellos
permaneció hasta que el nuevo capitán general D. Leopoldo O'Donnell
dispuso su eliminación «porque era un enemigo declarado del país.»

O'Donnell renovó la política tiránica y bárbara de Tacón.
Descubrióse--según todas las señales--vasta conspiración en Matanzas,
_conspiración de la escalera_, porque los presos, atados a una
escalera, declaraban a fuerza de látigo. Víctimas de la conspiración
fueron el poeta Gabriel de la Concepción Valdés (_Plácido_), Santiago
Pimienta y otros, los cuales sufrieron la pena de muerte (28 junio
1844) en Matanzas, en el paseo de Santa Cristina, frente al hospital de
Santa Isabel.

D. Federico Roncali (1848-1850) tuvo que combatir fuerte insurrección.
Al frente de los revolucionarios se puso el general Narciso López,
natural de Venezuela. Desde muy joven se había distinguido en el
ejército español, ora peleando en el Sur América, ora en la península,
defendiendo los derechos de Isabel II. Ya General, vino a Cuba a las
órdenes de O'Donnell, desempeñando varios cargos gubernativos, entre
ellos el de teniente gobernador de Trinidad, que le quitó el mencionado
O'Donnell (1843), no fiándose de su amor a España. En el primer año
del gobierno de Roncali, Narciso López se puso a la cabeza de la
conspiración, que, descubierta, tuvo que refugiarse en los Estados
Unidos, donde, con la ayuda de Sánchez Iznaga, Villaverde y otros
emigrados, trabajó por la independencia de la Isla. Tomó parte desde
entonces en todas las expediciones de los separatistas e intervino
en la política seguida por las Sociedades organizadas en Cuba y por
el _Consejo Cubano_ establecido en New-York. Los revolucionarios se
dividieron en dos partidos: uno quería la independencia de Cuba y otro
su anexión á los Estados Unidos. En aquel tiempo el gobierno de los
Estados Unidos ofreció 100 millones de pesos a España por la Isla de
Cuba. Decidido Narciso López a jugar el todo por el todo, a la cabeza
de unos 600 hombres bien armados, salió de New Orleans y se dirigió a
Cuba en el vapor _Creole_ y dos barcos de vela. El 19 de mayo de 1850
desembarcó en Cárdenas, ondeando por primera vez en la _Perla de las
Antillas_ la bandera de la estrella solitaria. Aunque consiguió que la
guarnición se le rindiese, causóle profunda pena la actitud pasiva de
los cubanos, tan pasiva que sólo se le unió el portorriqueño Felipe
Gotay. En la lucha que sostuvo en las calles de Cárdenas con los
lanceros que acudieron de Lagunillas, mandados por el teniente D. José
María Morales, murió de los nuestros el sargento Carrasco, a quien la
patria, agradecida, algún tiempo después hizo levantar un monumento en
_La Cabaña_.

Vino de gobernador y capitán general D. José Gutiérrez de la Concha
(mes de noviembre del año 1850), decidido a castigar con mano de
hierro a los enemigos del gobierno de la metrópoli. Porque la ciudad
de Puerto Príncipe solicitó que no se suprimiera su Audiencia, Concha
destituyó al Ayuntamiento, prohibiendo que en lo sucesivo hiciesen
uso esas Corporaciones del derecho de petición. Nombró comandante
general del Departamento central a D. José Lemery, el cual, conociendo
los planes revolucionarios de la _Sociedad Libertadora_, constituída
en el Camagüey a últimos de 1849, hizo poner presos a los hermanos
Betancourt, Recio, Arango, Cisneros y a otros, mandándoles a la Habana
(4 mayo 1851). No fué preso Joaquín de Agüero, porque logró huir a
tiempo, ocultándose en las lomas situadas entre Nuevitas y Las Tunas,
y acampando después en la Piedra de Juan Sánchez. Agüero, joven de
nobles sentimientos, acérrimo antiesclavista, proclamó la independencia
de Cuba, en unión de otros patriotas, en la hacienda de San Francisco
del Jucaral, partido de Cascorro. Defendióse en la hacienda de San
Carlos, teniendo el sentimiento de ver morir a algunos de los suyos.
Huyó Agüero a Punta de Ganado, y allí cayó en poder de los realistas
(22 de julio) con otros cinco compañeros. Concha mandó fusilar (12
agosto 1851) en la sábana del Arroyo Méndez a Agüero, a Betancourt
(Tomás), a Zayas y a Benavides. Al mismo tiempo estalló en Trinidad
otro movimiento revolucionario (24 julio 1851) dirigido por Isidoro
Armenteros, teniente coronel graduado de milicias de caballería, y
ayudado por Arús y Hernández Echerri. Los tres fueron fusilados en el
campo conocido con el nombre de _Mano del Negro_, en las afueras de
Trinidad (18 de agosto del citado año). El 12 de agosto, el mismo día
en que fué fusilado Agüero, desembarcó en Playitas Narciso López, á
bordo del _Pampero_. Venía de New Orleans con unos 500 hombres, y entre
los más conocidos se hallaban el general húngaro Pragray, el coronel
Crittenden (hijo de un senador americano) y los cubanos Arnao, Zayas
y Oberto. Creyendo Narciso López que en Puerto Príncipe y Trinidad
era formidable la insurrección, llegó a Vuelta Abajo y dividió sus
fuerzas, dejando en _El Morrillo_ parte de ellas, bajo el mando de
Crittenden, en tanto que él se encaminaba a _Las Pozas_. En Las Pozas
tuvo un encuentro Narciso López con el general Enna, muriendo el
húngaro Pragray y el cubano Oberto, y en los palmares del _Cafetal de
Frías_ fué herido mortalmente Enna, viéndose obligado Narciso López a
dispersar sus fuerzas. Crittenden y los 50 expedicionarios que estaban
en El Morrillo intentaron huir, siendo sorprendidos y llevados a la
capital, donde, en las faldas del Castillo de Atarés, fueron fusilados
(16 de agosto). Preso también Narciso López en los Pinos del Rangel,
fué conducido a la Habana, sufriendo la pena de muerte en el campo de
La Punta (1.º septiembre 1851).

Bajo el gobierno del general D. Valentín Cañedo, sucesor de Concha,
se publicó clandestinamente el periódico _La Voz del Pueblo Cubano_,
redactado por Bellido e impreso por Facciolo. Tal publicación, y el
descubrimiento de una caja de armas destinadas a los revolucionarios
de Vuelta Abajo, pusieron de manifiesto los planes de aquéllos en la
jurisdicción de Pinar del Río. Bellido pudo huir a los Estados Unidos y
Facciolo fué ejecutado en La Punta (28 septiembre 1852). Otros fueron
condenados a presidio.

Don Juan de la Pezuela sucedió a Cañedo en diciembre de 1853.
Un gobernador tolerante y caballeroso dirigía la política y la
administración de Cuba. Concedió indulto a todos los que habían tomado
parte en las conspiraciones y levantamientos separatistas; persiguió el
tráfico de esclavos, no haciendo caso de los ruegos primero, y de las
amenazas después, de los negreros.

Vino el general Concha (21 septiembre 1854) a encargarse del poder,
con verdadera satisfacción de los negreros. Al frente de poderosa
conspiración se puso el catalán D. Ramón Pintó, presidente del Liceo
de la Habana y presidente también de la _Junta Revolucionaria_.
Descubierta la conspiración, Concha dispuso la prisión de los
principales jefes, siendo Pintó condenado a muerte, que sufrió el 22
de marzo de 1855 en el campo de La Punta; Cadalso y Pinelo a la pena
inmediata. El 31 del mismo mes y año tuvo la desgracia de ser hecho
prisionero en Baracoa, a bordo de americana goleta, que conducía armas
y pertrechos para promover una revolución, Francisco Estrampes, el cual
corrió la misma suerte que Pintó.

Don Francisco Serrano y Domínguez, duque de la Torre, ocupó el cargo
de gobernador y capitán general de Cuba. En su tiempo murió (22 junio
1862) el sabio maestro D. José de la Luz y Caballero, rodeado de sus
discípulos y admiradores. El capitán general, deseando halagar a los
cubanos, presidió los funerales y manifestó las consideraciones que
le merecían las virtudes del insigne hijo de la Habana. Contribuyó a
cerrar por algún tiempo el período de las conspiraciones la fundación
del diario cubano _El Siglo_, dirigido primeramente por D. José Quintín
Suzarte, y después por el conde de Pozos Dulces, antiguo revolucionario
y uno de los individuos de la Junta Cubana de Nueva York. Adquirieron
la propiedad del periódico Morales Lemus, Aldama y otros. Acerca de
las ideas políticas de _El Siglo_, el conde de Pozos Rubios declaró
(24 marzo 1865) en notable artículo que sólo deseaba obtener para
Cuba todos los derechos de una provincia española. Semejante política
fué luego difundida en la Península por el general Serrano, por el
periódico _La América_ y por muchos liberales. Los defensores de dicha
política constituyeron el partido reformista.

El capitán general D. Domingo Dulce fué digno continuador de la
política del duque de la Torre. Mostró su poder el partido reformista
cuando, en virtud del Real decreto (noviembre de 1865) convocando la
Junta de información respecto a reformas en Cuba y Puerto Rico, fueron
elegidos el conde de Pozos Dulces, Saco, Morales Lemus y otras notables
personalidades del citado partido. Las conferencias se inauguraron en
Madrid, bajo la presidencia de D. Alejandro Oliván, el 30 de octubre
de 1866 y terminaron el 27 de abril de 1867. Discutiéronse asuntos
sociales, políticos y económicos, llamando también la atención la
abolición de la esclavitud. Dice el Dr. Morales--y sentimos no estar
conformes con su opinión--que si los informes presentados por las
diversas Comisiones hubiesen sido atendidos por España, no hubiera
estallado, quizás, la guerra separatista de 1868[383]. Con reformas
o sin reformas, poco antes o poco después, se habría realizado la
independencia de Cuba.

       [383] Ob. cit., pág. 179.



CAPITULO XXII

  GOBIERNO DE JAMAICA.--POLÍTICA DE LA GRAN BRETAÑA.--LA
  ESCLAVITUD.--GOBIERNO DE PUERTO RICO.--EL REY CATÓLICO Y D. DIEGO
  COLÓN.--FELIPE II Y EL OBISPO DE PUERTO RICO.--LOS INGLESES
  INTENTAN APODERARSE DE LA ISLA.--LOS DINAMARQUESES EN LOS CAYOS
  DE SAN JUAN.--EL INGLÉS HARVEY.--GENEROSIDAD DE CARLOS III CON EL
  DUQUE DE CRILLÓN.--RÉGIMEN POLÍTICO DE PUERTO RICO.--ISLA DE LA
  MONA.--ISLA DE VIEQUES.--ISLAS VÍRGENES: GOBIERNO DE LOS INGLESES
  Y DE LOS NORTEAMERICANOS.--ISLAS LUCAYAS: GUANAHANI: LA CAPITAL
  NASSAU: GOBIERNO DE LAS LUCAYAS.--ISLAS BERMUDAS: HAMILTON.--ISLAS
  MENORES: ISLAS INGLESAS, FRANCESAS Y HOLANDESAS: GOBIERNO EN DICHAS
  ISLAS.


De la isla de Jamaica, situada en el mar de las Antillas, tenemos
escasas noticias. Antes procede recordar que Carlos II de Inglaterra
fué arrojado del trono y la Cámara hubo de publicar un decreto que
decía: «La experiencia ha probado y esta Cámara declara que el
oficio de Rey en este país es inútil, oneroso y peligroso para la
libertad, la seguridad y el bien del pueblo; queda, de consiguiente,
abolido.» Cromwell constituyó la República y se atrajo en el interior
el entusiasmo del pueblo, y en el exterior las simpatías de Europa.
Tirantes por entonces las relaciones entre Luis XIV y Felipe IV, el
Protector se decidió al fin en favor de Francia, pensando sin duda
que España tenía vastas y ricas posesiones en las Indias. A fines de
diciembre del año 1654 Cromwell dispuso que la escuadra de Penn y de
Venables, con sus tropas de desembarco, saliese de Portsmouth con
rumbo a la América española. Felipe IV y su primer ministro, D. Luis
de Haro, desconocían los propósitos del Protector, hasta el punto
que alarmados por las vagas noticias que les llegaban, se quejaron a
Cardeñas, nuestro embajador en Londres, no sólo de su silencio acerca
de la expedición de Penn y de Venables, sino también de la incoherencia
de sus noticias respecto de los asuntos de Inglaterra y de su escasa
influencia cerca de un gobierno que España había sido la primera en
reconocer y apoyar. Defendióse Cardeñas de tales reconvenciones, y
refiriéndose a la escuadra decía: «El objeto acerca de las Indias es
el único que no he podido penetrar, porque el Protector lo ha tenido
cuidadosamente oculto, sobre todo a las personas por quienes yo podía
prometerme saber el plan... Así, pues, respecto del particular no
he podido recoger sino vagas conjeturas, y he comunicado a Vuestra
Magestad todas las que se forman acerca de esta expedición en toda su
diversidad...»[384]. El rey de España se decidió entonces a enviar a
Londres otro embajador más, el marqués de Leyde, para que, poniéndose
de acuerdo con Cardeñas, y no manifestando recelos a propósito de
la escuadra de Penn y de Venables, insistiesen con el Protector en
la conclusión de un tratado de paz entre España e Inglaterra contra
Francia. Cromwell no hizo caso de las proposiciones de Cardeñas y del
marqués de Leyde. Estaba decidido a aliarse con Francia.

       [384] Véase Guizot, _Hist. de la República de Inglaterra y de
       Cromwell_, pág. 332.

En los primeros días de julio de 1655 sólo se sabía en Londres que la
escuadra había llegado a la Barbada, partiendo en seguida de dicha
isla. Dice nuestro historiador Lafuente que el designio de Cromwell era
apoderarse de México, lo cual hubiera realizado si los españoles no
hubiesen acudido oportunamente a su defensa[385]. Lo que se proponía el
Protector era que la escuadra se apoderase de Santo Domingo. A mediados
de julio recibió carta el Protector dándole detalles de los hechos
realizados por el almirante Penn y el general Venables. Entonces supo
que el 14 de abril la escuadra se halló enfrente de la costa Sud-Oeste
de Santo Domingo, desembarcando poco después la tropa. El 18 del
mismo mes, los españoles, ocultos en los barrancos y en los bosques,
hicieron fuego sobre los ingleses, á quienes obligaron a replegarse
sobre el punto de desembarque más próximo para pedir a la escuadra
víveres y refuerzos. Pasados pocos días, el 25 se pusieron en marcha
hacia Santo Domingo; pero cayeron en una emboscada, donde murieron
muchos, retirándose fugitivos los demás. Penn echaba la culpa de todo a
Venables y los marinos a los soldados; a su vez Venables y los soldados
se defendían de tales cargos. No habiendo medio de intentar un tercer
ataque contra Santo Domingo, convinieron todos en que era preciso hacer
algo antes de volver a Inglaterra y presentarse al Protector.

       [385] Véase _Hist. general de España_, tomo XVI, p. 421.

El 3 de mayo, ya reembarcadas las tropas en la escuadra, se alejaron
de Santo Domingo, y el 9 se presentaron delante de Jamáica, isla menos
importante que Santo Domingo, aunque dilatada y fértil. La fortuna
les fué esta vez propicia, pues el 10 se verificó el desembarco y sin
oposición alguna cayó la isla en poder de los ingleses, en tanto que
los españoles se retiraron a las montañas. Parte del ejército vencedor
se estableció de guarnición en la isla; doce buques de la escuadra,
a las órdenes del vicealmirante Goodson, formaron una estación en la
costa; y a fines de junio, uno antes y otro después, Penn y Venables
regresaron a Inglaterra, llegando, el primero, el 31 de agosto, y el
segundo, el 9 de septiembre[386].

       [386] Guizot, ob. cit., p. 346.

La población blanca de Jamaica, que en 1655 contaba con unos 1.500
hombres, aumentó mucho al poco tiempo, porque a ella acudieron gentes
de las Antillas: ingleses, escoceses, irlandeses y no pocos mercaderes
israelitas. De la isla hicieron los ingleses un depósito para el
comercio de contrabando con México y el Perú, y fué un gran mercado,
desde el cual los esclavos importados de Africa se distribuían por
las demás Antillas y por la Tierra Firme. Calcúlase que en los años
de 1680 a 1786 desembarcaron en Jamaica 610.000 esclavos. A causa del
trato durísimo que recibían de los ingleses, se sublevaron y buscaron
refugio en las montañas, viéndose obligados aquéllos a concederles
algunos derechos en el año 1739. Nuevamente se rebelaron en 1795, y los
_humanitarios_ ingleses les persiguieron como a fieras, valiéndose de
perros que llevaron de Cuba.

Tiempo adelante hubo de realizarse un suceso de extraordinaria
importancia en la política de la Gran Bretaña, y fué la abolición de la
esclavitud. Si durante el reinado de Guillermo IV (1830-1837) acordaron
las Cámaras la abolición parcial y progresiva de la esclavitud,
elevada al trono la reina Victoria, cuya coronación se verificó el
28 de junio de 1838, dichas Cámaras proclamaron el 1.º de agosto de
aquel año la emancipación inmediata y general. Inglaterra, una vez
abolida la esclavitud en sus colonias, tuvo mercantil interés de que
las demás naciones siguiesen su ejemplo. Si muchas reformas realizadas
en la edad contemporánea son timbre de gloria de los gobiernos de
Inglaterra, ninguna puede compararse con la abolición de la esclavitud
de los negros, reclamada por la opinión pública más humanitaria o menos
egoista.

De Jamaica no sería aventurado decir que en ella se verificó cambio
radical desde la abolición de la esclavitud en el año 1838. «Desde la
emancipación de los esclavos--escribe Reclus--ha disminuído en una
cuarta parte la población blanca, mientras que ha doblado el número de
negros»[387]. En el año 1890 los blancos apenas llegaban a 15.000 y los
negros pasaban de 600.000. Al presente tiene 832.000.

       [387] _Nueva Geografía Universal.--América Central_, tomo II,
       pág. 663.

El régimen político de la citada Antilla mayor consiste en un
gobernador nombrado por la Corona y en un Consejo legislativo
compuesto de 16 individuos: cinco nombrados por el Rey y nueve
elegidos por el pueblo. Los electores, en cada una de las parroquias,
nombran consejeros encargados en la administración de los asuntos
locales. Hasta el año 1869 fué la capital _Spanish-town_ (ciudad
española) que fundó Diego Colón en 1525 con el nombre de Santiago de
la Vega; pero al presente es el puerto de _Kingston_, donde residen
las autoridades militares y navales. Casi todo el movimiento de las
transacciones de Jamaica con la Gran Bretaña, el Canadá, los Estados
Unidos y otros países se efectúa por intermedio del citado puerto.

Pasando a estudiar el gobierno de Puerto Rico, recordaremos que su
conquistador, Juan Ponce de León, recibió señaladas muestras de cariño
de Fernando el _Católico_. Si en 14 de agosto de 1509 le premiaba
con el Gobierno _interino_ de la isla[388], el 28 de febrero de 1510
le decía lo siguiente: «Vi vuestra letra de 18 de setiembre de 1509.
Me tengo por servido de vos en lo hecho: continuad en acrecentar
la población de San Juan, que yo escribo á la Española para que os
provean de lo necesario.» Dos días después D. Fernando y D.ª Juana,
hallándose en Madrid, le nombraban gobernador en _propiedad_[389].
Como el almirante D. Diego Colón se creía con derecho a la propiedad
de Puerto Rico, y Ponce de León, apoyado por el Rey, no prestaba
obediencia al primero, vino el rompimiento entre el gobernador de
Santo Domingo y el de Puerto Rico. ¿Fué depuesto, además, Ponce de
León porque era amigo de aquel Roldán que declaró cruda guerra al
almirante D. Cristóbal? ¿Tendría presente D. Diego que dicho Roldán
era también protegido de Ovando, enemigo este último del descubridor
de las Indias? Conviene, por último, no olvidar que Ponce de León
echó los cimientos de _Caparra_ (primeros meses del año 1509); que
repartió a los indios encomiendas, originando tal medida sublevación
general, la cual fué combatida valerosamente por los españoles; que se
reedificó a dos leguas de Guánica la villa de _Sotomayor_ y se fundó la
de _San Germán_, y que Julio II concedió la erección de un obispado en
Puerto Rico y cuyo primer prelado se llamaba Alonso Manso, canónigo de
Salamanca.

       [388] Véase Abbad Lasierra, _His. de Puerto Rico_, pág. 32.

       [389] Ibidem, pág. 33.

Ante la insistencia de don Diego Colón, quien se creía con derecho a
proveer el gobierno, puesto que la isla había sido descubierta por su
padre, cedió el Rey, siendo depuesto Ponce de León, no por demérito
suyo, sino por ser de justicia. El Almirante, al deponer a Ponce, había
nombrado a Juan Cerón, como alcalde mayor; a Miguel Díaz, como alguacil
mayor, y al bachiller Diego Morales, como teniente de alcalde mayor.

Continuó el Rey honrando la isla, a la cual dió también escudo de
armas, que consistía en un cordero plateado en campo verde echado sobre
un libro de color rojo, atravesada una banda con una Cruz, en cuyo
extremo está la banderita que ponen a San Juan por divisa, todo orlado
de castillos, leones y banderas con una F y una I, coronadas por divisa
con el yugo y flechas del Rey Católico[390]. En el año 1512 llegó a su
obispado el Sr. Manso, cuya silla fué la primera que se estableció en
América.

       [390] Abbad y Lasierra, _Hist. de Puerto Rico_, pág. 72.

En los comienzos del siglo XVI los gobernadores de Puerto Rico tuvieron
que pelear un día y otro día con los caribes de las islas vecinas que
desembarcaban en aquélla.

Por los años de 1511 y 1512 el licenciado Sancho Velázquez sólo se
ocupó en tomar residencia a Juan Ponce de León, así del gobierno de San
Juan, que había ejercido, como de la administración de las granjerías
del Rey, que tuvo a su cuidado. La carta que desde Burgos, con fecha
23 de febrero de 1512, escribió el Rey a Ponce, decía lo siguiente:
«Téngoos en servicio lo que habeis trabajado en la pacificación, y lo
de haber herrado con un F en la frente a los indios tomados en guerra,
haciéndoles esclavos, vendiéndolos al que más dió y separando el
quinto para nos: también el haber hecho casas de paja para fundición,
contratación y lo de la sal. Maravillado estoy de la poca gente y poco
oro de nuestras minas; el Fiscal os tomará residencia y cuentas, para
que esteis desocupado para la nueva empresa de Biminí, que ya otro me
había propuesto; pero prefiero a vos por vuestros servicios que deseo
recompensar, y porque creo hareis lo que cumple a nuestro servicio
mejor que en la granjería nuestra de San Juan, en que habeis servido
con alguna negligencia»[391].

       [391] Ibidem, pág. 86.

No estando contento el almirante don Diego con la administración de
Cerón y Díaz, nombró en lugar de ellos al comendador Moscoso, al cual
sucedió don Cristóbal de Mendoza. Por su parte el Monarca, con fecha
23 de enero de 1513, mandó hacer nuevo repartimiento en San Juan a
Miguel de Pasamonte, tesorero de Santo Domingo. Comisión tan importante
delegó Pasamonte en el licenciado Sancho Velázquez, todo lo cual aprobó
la Corona en 19 de octubre de 1514. Tantas quejas produjo el nuevo
repartimiento contra Velázquez como el anterior contra Cerón y Díaz.

Nombrado por los reyes Juan Ponce de León regidor de Puerto Rico por
toda su vida, llegó a la isla el 15 de octubre de 1515. Después de
varios sucesos de más o menos importancia, el almirante Colón nombró
gobernador a Pedro Moreno, vecino de Caparra, sucediéndole D. Francisco
Manuel de Olando. «Los frecuentes recursos y mudanzas de gobernadores
que motivaron estas guerras civiles, causaron muchas desgracias que
fueron selladas con otras mayores: los arroyos de sangre derramada por
toda la isla desde fines del año de 1510, el espíritu de venganza,
de ambición y otras pasiones habían echado tan profundas raíces, que
quiso Dios castigarlas por varios modos»[392]. Dice que a una plaga
de hormigas sucedió una epidemia de viruelas, acompañando a la última
otra de bubas. A estas fatalidades había que añadir los ataques de los
caribes a las costas de Puerto Rico y también los de los filibusteros
ingleses y franceses.

       [392] Abbad y Lasierra, _Hist. de Puerto Rico_, pág. 90.

Recordaremos en este lugar que Juan Ponce de León, que vivía retirado
en su casa desde su regreso de la corte, cuando supo las hazañas que
por entonces realizaba Hernán Cortés, salió (1521) con dos navíos
bien tripulados, llegando a la Florida, en cuyo país encontró una
resistencia que no esperaba. Derrotado por los floridianos, se retiró
a Cuba, donde murió. El siguiente epitafio, como escribe Washington
Irving, hace justicia a sus cualidades de guerrero:

      _Mole sub hac fortis requiescunt ossa Leonis,_
    _qui vicit factis nomina magna suis._

El licenciado Juan de Castellanos lo tradujo al romance del siguiente
modo:

      Aqueste lugar estrecho
    es sepulcro del varón
    que en el nombre fué León
    y mucho más en el hecho.

Se cree que sus cenizas fueron trasladadas por sus descendientes a
Puerto Rico.

Verificóse la traslación del pueblo de Caparra, fundado por Juan Ponce
de León, a una isleta próxima. En una comunicación que lleva la fecha
de 9 de noviembre de 1511 dice el Rey a Cerón y Díaz: «Juan Ponce dice
que fundó el pueblo de Caparra en lo más provechoso de esa isla, y se
teme que lo queréis mudar. No haréis tal sin nuestro especial mandado,
y si hubiese justa causa para lo mudar, informaréis antes.» En una
información que se hizo en la ciudad de Puerto Rico, antes villa de
Caparra, en 13 de julio de 1519, se acordó que convendría trasladarla
a la isleta que está junto al puerto, porque el sitio de la citada
población se hallaba en una hondonada sombría y malsana. Después de
varias negociaciones e informes, escribió (16 noviembre 1520) Baltasar
de Castro al Emperador, entre otros particulares, el siguiente: «Los
oficiales de San Juan escribimos cómo la ciudad de Puerto Rico se
mudaba a una isleta que está en el puerto donde surgen los navíos,
muy buen asiento, creemos que por lo saludable y a propósito para
la contratación, se poblará mucho más que estaba. Aquella isla es
la puerta de la navegación de estotras y convendrá que en la ciudad
que nuevamente se edifica, mande V. M. hacer fortaleza y una Casa de
Contratación y fundición de piedra, pues la que había de paja se ha
quemado algunas veces»[393].

       [393] Ob. cit., pág. 103.

Por orden de D. Diego Colón fundó D. Juan Enríquez el pueblo de
_Daguao_, nombre que tomó del río que lo riega; pero los caribes de
las islas contiguas cayeron una noche sobre la dicha población y
la arruinaron completamente. La decadencia de la isla era cada vez
mayor, a causa de las continuas invasiones de los caribes. Además,
dos terribles huracanes desolaron el país en 1530. Los desgraciados
habitantes veían destruídas sus casas, arruinadas sus haciendas,
perdidos sus ganados y llenas de agua sus minas por las crecientes
de los ríos. Todo era desolación y miseria. Posteriormente (18
noviembre 1536) escribió Alonso de la Fuente, lo que a continuación
transcribimos: «Gran merced ha sido la de sacar esta gobernación de la
mano del Almirante, pues era ordinariamente Justicia Mayor un vecino
que no la ejercía sino con pasión, ni miraba por la isla. Todos los
más eran criados, dependientes o afectos al Almirante, lo que me hacía
mal estómago, viendo los daños. Venga gobernador, no vecino, sino de
fuera»[394].

       [394] Ibidem, págs. 127 y 128.

Desde mediados del año 1537 hasta el 1544 existió el sistema electivo,
comenzando en el último año la Corona a nombrar gobernadores. Por
entonces se publicaron las _Nuevas Leyes_, de cuyo Código varias veces
nos hemos ocupado en esta obra. Si por muerte del obispo Manso (27
septiembre 1539), fué nombrado Rodrigo de Bastidas, conforme al nuevo
sistema, la Corona nombró gobernador por un año a Gerónimo Lebrón,
vecino de Santo Domingo. Habiendo muerto a los quince días de su
llegada, le sucedió en 1545, por nombramiento de la Audiencia de la
Española, el licenciado Iñigo López Cervantes de Loaysa, oidor de la
misma. Decía el 6 de julio de 1545, lo que sigue: «Por servir a V. M.
vine a esta isla con mujer e hijos y halléla en increibles pasiones.»
Después volvieron temporalmente a gobernar los alcaldes, según se
desprende de las siguientes palabras del obispo Bastidas, quien decía
al Emperador en Marzo de 1549: «Gracias por haber cesado en proveer
gobernador para esta isla, pues bastan los alcaldes ordinarios, según
es poca la población. Basta la visita cada tres años de un oidor de
la Española, que tome residencia a los que deben darla. Pronto hubo
de cesar el anterior sistema, por cuanto en mayo o junio de 1550 era
gobernador el Dr. D. Luis Vallejo, quien prolongó su mando por cinco
años.

Tanta fué la pobreza de Puerto Rico a causa de las incursiones y
guerras de sus enemigos, que Felipe II, desde Madrid y con fecha 28 de
abril de 1566, concedió a sus vecinos que no pagasen por las cosas que
exportaran alcabala ni almirantazgo[395].

       [395] _Cedulario índico_, tomo XXXIV, núm. 299, págs. 337 y
       338.

Trasladaremos aquí, no por la importancia que tiene, sino porque indica
el carácter de Felipe II, lo que dijo, desde Badajoz (26 mayo 1580)
al obispo de Puerto Rico: «Nos somos informados--dice--que teneis por
vuestro Provisor e Vicario general en ese obispado a Fray Francisco, de
vuestra orden, y sabiendo vos que esto no es de las cosas que se deben
remitir, no fuera razón que lo ovieredes hecho, ni que se entendiera
que excedeis de lo que es justo, pues vuestro oficio es propio de dar
exemplo, y porque el mal que de esto resulta no pase adelante, os ruego
y encargo que luego removais del dicho cargo al dicho Fr. Francisco,
proveyéndole en persona que no sea Fraile, el qual lo deba exercer
conforme a lo que dispone el Derecho Canónico.--Yo el Rey.--Por mandado
de S. M., Antonio de Eraso»[396]. Si Felipe II hubo de censurar la
conducta del obispo de Puerto Rico, Felipe III, desde Ventosilla (24
abril 1605) se dirigió al prelado de dicha isla diciéndole que mandase
a España a los religiosos que andaban sueltos dando escándalo y mal
ejemplo[397]. Desde el mismo punto y con la misma fecha mandó idéntica
cédula al gobernador y capitán general[398].

       [396] Ibidem, tomo XXVIII, núm. 56, págs. 143 y 143, v.ª

       [397] Ibidem, tomo XLI, núm. 197, págs. 252 y 252 v.ª

       [398] Ibidem, núm. 199, pág. 253 v.ª

Por lo que á la guerra respecta, los ingleses intentaron apoderarse de
Puerto Rico. Francisco Drake, en el año 1595, se presentó con poderosa
flota en el puerto de la ciudad de San Juan, donde quemó varias
embarcaciones, saqueando luego la población. A los dos años, esto es,
en 1597, el conde Jorge Cumberland se apoderó de la isla con ánimo de
establecerse en ella; pero terrible epidemia que se cebó en sus tropas,
le obligó a retirarse, no sin muchos despojos y setenta piezas de
artillería[399]. Los españoles, a fin de no sufrir tales incursiones,
levantaron el fuerte del Morro para su defensa; defensa importantísima,
según pudo verse en el año 1625, cuando el general holandés Boduino
Enrico desembarcó en San Juan, pues si llegó a sitiar el castillo,
no pudo tomarlo, teniendo que levantar el bloqueo. Continuaron las
acometidas de los ingleses a Puerto Rico, señalándose especialmente la
de 1702, en la cual se defendió con arrojo el capitán Correa.

       [399] Ibidem, pág. 154.

Habremos de recordar que los dinamarqueses comenzaron a poblar los
cayos de San Juan, contiguos a la Isla de Santo Tomás, ya ocupada por
ellos y donde habían construído un fuerte de cal y canto con nueve
piezas montadas, 25 soldados de guarnición y nueve familias. Pensando
el virrey de Nueva Granada que la concurrencia de más pobladores
pudiera causar perjuicios a España, expuso sus temores al Rey. Ordenó
Felipe V al virrey--cédula de 5 de junio de 1720--que mandase a Puerto
Rico dos ó tres fragatas guardacostas o piraguas armadas, para que
unidas con las balandras de corso del capitán D. Miguel Enríquez,
desalojasen de los mencionados cayos a los dinamarqueses. Añadía
que le informara acerca de los medios más prontos y seguros para
ejecutar lo mismo en la de Santo Tomás, como también si la empresa
podría emprenderla la armada de barlovento auxiliada de las milicias y
balandras de Puerto Rico, para lo cual pidiese las noticias conducentes
a este gobernador[400].

       [400] _Archivo histórico nacional.--Cedulario índico de
       Ayala_, letra D.

Si los ingleses, a mediados del siglo XVIII, desembarcaron cerca
de Ponce, tuvieron pronto que retirarse. A fines de la centuria el
almirante Harvey, al frente de fuerte escuadra y 10.000 hombres de
desembarco, se presentó en San Juan, donde se encontró con la defensa
del gobernador Castro. Después de reñidos combates, Harvey levantó el
campo.

Conviene no olvidar que también Carlos III, hallándose en San Lorenzo
(14 octubre 1779) hubo de declarar que había concedido al duque de
Crillón, con ciertas condiciones, cuatro leguas cuadradas de tierra en
la isla de Puerto Rico[401].

       [401] Ibidem, tomo XXXV, núm. 142, págs. 146 v.ª a 151.

Si desde Aranjuez, con fecha 5 de junio de 1768, se ordenó al
gobernador de Puerto Rico, que para cortar disputas, los asuntos
civiles, si se apelasen, lo habían de ser a la Audiencia de Santo
Domingo[402], en el siglo XIX fueron modelo los tribunales de justicia
de la isla. Después, en el año 1898, pasó del poder de España al de los
Estados Unidos.

       [402] Ibidem, tomo XVII, núm. 23, págs. 15 y 16.

Por lo que a la isla de la Mona se refiere, la cual se halla entre
las de Santo Domingo y Puerto Rico, el Rey, con fecha 16 de junio de
1511, agregó su administración al gobierno de San Juan, revocando dicha
orden el 11 de julio del mismo año, cuando supo que el almirante D.
Diego se la había dado por repartimiento a su tío el Adelantado. El
19 de octubre de 1514, volvió el Rey a tomar para sí la isla y en 1520
mandó el Emperador entregar los indios y la hacienda que tenía en la
Mona a Francisco Barrionuevo. Gonzalo Fernández de Oviedo, en carta
escrita a SS. MM. (31 mayo 1537) decía lo siguiente: «Han de mandar
VV. MM. que en la isla de la Mona, que está entre aquesta isla é la de
Sant Joan, se haga otra fortaleza porque está en el paso, é allí no
hay sino un estanciero é pocos indios, é hay buena agua é de comer,
é puesto donde reposadamente pueden estar seguros los salteadores é
armados, é atender á las naos que de aquí salen para España. E de Sant
Joan é de esotras islas de necesidad pasan por cerca de aquella isla
é sería muy necesaria cosa é mejor grangería que la que V. M. allí ha
tenido é tiene, é con esa misma se podría sostener»[403]. Visitó la
isla el obispo Bastidas (año de 1548). Trece años después el licenciado
Echagoain dijo a Felipe II que en la Mona no había ningún español y
sólo unos 50 indios. Producía buenas batatas, excelentes melones y
casabí. Son indios entendidos y en lo espiritual están a cargo del
obispo de Puerto Rico[404]. Posteriormente quedó abandonada la isla,
aunque sirvió siempre de refugio a corsarios y piratas.

       [403] Abbad y Lasierra, _Hist. de Puerto Rico_, págs. 143 y
       144.

       [404] Ibidem, pág. 144.

En los tiempos pasados algunas naciones disputaron a España la isla
de Viegues. Conquistada por los ingleses, una expedición española
procedente de Puerto Rico batió aquéllos hacia el 1647, y poco después
otra expedición expulsó también a los franceses. Durante los siglos
XVIII y XIX estuvo la isla bajo el poder de España. «Está Viegues al
este de Puerto Rico, entre los 18° 4' y 18° 10' latitud Norte, y entre
los meridianos 58° 57' y 59° 16' al occidente del meridiano de Cádiz:
su figura es larga y estrecha, y dista 3 leguas de Puerto Rico y 6 de
Santo Tomás. Su mayor extensión de este a oeste es de 6 y media leguas
y su mayor anchura 1 cuarto de legua. Las tierras de Viegues son como
las de Puerto Rico, arenosas en la costa y de superior calidad en las
llanuras del interior. Aunque lentamente, la isla va desarrollando sus
riquezas, y según el último censo tenía una población de 2.979 almas,
distribuídas en los barrios de Pueblo, Ferre, Florida, Puerto Real,
Llave, Punta Arenas, Mosquitos y Mulas. Los productos de sus riquezas
ascendieron en 1863 a $226.328, según declaración de los propietarios,
en la forma siguiente: los de la riqueza _urbana_ $14.346, los de la
_agrícola_ $130.596, los de la _pecuaria_ $7.056, los de la _mercantil_
$43.220 y los de la _industrial_ $31.110»[405].

       [405] Ibidem, pág. 230.

Aunque Viegues fué dependencia política de Puerto Rico, durante la
dominación española de la Gran Antilla, formaba parte del grupo de las
Vírgenes[406].

       [406] Reclus, _América Central_, pág. 742.

Las islas Vírgenes son, unas de la Gran Bretaña (Tórtola, Virgen Gorda,
etc.), y otras de Dinamarca (Santa Cruz, Santo Tomás y San Juan)[407];
tanto aquéllas como éstas gozan de ciertas libertades. Las metrópolis
no abusan del poder. La mayor de las Vírgenes inglesas es la Tórtola;
ella y todas las demás dependen directamente del gobierno británico. En
las dinamarquesas el gobernador tiene su residencia oficial seis meses
del año en Santo Tomás y otros seis meses en Santa Cruz.

       [407] El gobierno de los Estados Unidos ha votado la cantidad
       necesaria para la compra de las tres últimas islas, y si en
       Dinamarca los elementos populares opusieron alguna dificultad,
       parece ser que un plebiscito y después el Parlamento han
       mostrado últimamente su conformidad con la venta.

Extiéndense las islas Lucayas o de Bahama del Noroeste al Sudeste, de
los mares de la Florida a los de Santo Domingo, en un espacio de más de
1.300 kilómetros[408]. Entre ellas está Guanahani (San Salvador), la
primera que descubrió Colón. Tiempo adelante los ingleses se fijaron en
la isla de _New Providence_, que por sí sola contiene cerca del tercio
de la población del archipiélago. Encuéntrase en la costa septentrional
de la isla la capital _Nassau_, llamada también New Providence,
antiguamente guarida de filibusteros. De su pequeño puerto se expiden
frutos y mariscos. Confía la Corona de la Gran Bretaña el gobierno de
las Lucayas a un gobernador, asistido de un Consejo ejecutivo y de
otro Consejo legislativo, compuesto uno y otro de nueve individuos: la
Asamblea representativa se compone de 29 diputados.

       [408] Reclus, _América Central_, pág. 751.

El pequeño archipiélago de las Bermudas, descubierto en los comienzos
del siglo XVI, lleva todavía el nombre del navegante español Bermúdez,
el primero que lo encontró. Unos cien años después llegó a él el
inglés Somer, designándose desde entonces las islas con el nombre de
_Somer's islands_, si bien a la sazón han vuelto a llamarse _Bermudas_
y _Bermuda-islands_. Encuéntranse a unos mil kilómetros del cabo
Hatteras, el punto más cercano del continente americano. Los ingleses
tienen establecido el gobierno en _Hamilton_, que se compone de un
gobernador, Consejo legislativo de nueve individuos nombrados por la
Corona y Cámara de representantes formada de 36 individuos elegidos por
el voto popular.

Al hacer la reseña de las Antillas menores, comenzaremos diciendo que
en ellas, lo mismo que en las islas de Jamaica y de Santo Domingo,
pertenecientes al grupo de las Antillas mayores, la raza de color
es más numerosa que la blanca. Entiéndese por pequeñas Antillas las
islas que se extienden de Norte a Sur, comenzando por el islote del
_Sombrero_, para terminar en _Granada_ y en las _Barbadas_. Las dos
islas mayores, _Guadalupe_ y _Martinica_, con otras menos importantes,
son colonias francesas; _Saint-Barthelemy_ (San Bartolomé) es un
municipio de la Guadalupe. Entre las Antillas británicas se encuentra
la _Dominica_, que está entre las dos islas francesas mayores. También
pertenecen a Inglaterra la _Barbada_ y _San Cristóbal_, descubierta
la última por Colón el 1493, y a la cual el gran navegante asoció
su nombre. La isla de _Montserrat_, llamada así por el Almirante en
honor del santuario de Cataluña, forma parte del imperio británico; su
capital _Plymouth_, situada al Oeste de la isla, se distingue por la
dulzura de su clima y la belleza de los paisajes de los alrededores.
La isla _Antigua_, nombre que le dió Colón recordando Santa María la
Antigua (iglesia que levantó en Valladolid el ilustre D. Pedro Ansúrez
y su mujer D.ª Elo), es población importante. Casi todo el comercio se
hace por el puerto de Saint-John, situado en la costa septentrional.
Es _Saint-John_ capital de todas las Antillas llamadas islas de
Sotavento. Denominan los ingleses _islas de Sotavento_ a las Antillas
menores septentrionales, incluso las Vírgenes y la Dominica, e _islas
de Barlovento_ a las Antillas menores meridionales desde la Martinica
hasta la Trinidad. Es de advertir que tales denominaciones sólo
tienen valor administrativo bajo el punto de vista colonial inglés;
pero carecen de todo sentido geográfico. Hállanse las de Barlovento
próximas a la costa de Venezuela, y la _Trinidad_, que es la mayor
y está situada en el golfo de Paria y bocas del Orinoco pertenece a
Inglaterra. La isla inglesa _Dominica_ separa a las dos francesas
_Guadalupe_ y _Martinica_. Aquélla, por su posición central entre las
dos francesas, es el punto estratégico por excelencia de las Antillas
menores[409].

       [409] Reclus, ob. cit., págs. 780 y 781.

En suma, las Antillas menores se dividen en _inglesas_ (3.550
kilómetros cuadrados), _francesas_ (2.777) y _holandesas_ (81). En
Saint-John, puerto de la isla Antigua y capital de las Antillas
menores meridionales (islas de Barlovento), reside un gobernador, un
presidente, varias Corporaciones administrativas, consejos ejecutivos
y consejos legislativos, nombrados los primeros por la Corona y los
segundos en una mitad por censatarios.

La _Guadalupe_ y las islas que de ella dependen se dividen
administrativamente en tres circunscripciones, once cantones y 34
municipios. Un consejo general elige de su seno una comisión colonial
de cuatro individuos por lo menos y de siete a lo sumo, que estudia
los intereses de la colonia con el gobernador, asistido de un consejo
privado. Los municipios se constituyen a imitación de los franceses. La
isla elige un senador y un diputado que la representan en el Parlamento
de Francia.

Son colonias holandesas las dos islas _Saba_ y _San Eustaquio_, las
más septentrionales de la cadena interior o volcánica de las Antillas
menores; la isla de _San Martín_ se divide en dos partes: la del Sur es
de Holanda y la del Norte es de Francia. Suave y blando es el gobierno
que los holandeses tienen establecido en las citadas islas, las cuales
forman parte del gobierno de Curaçao, isla de la costa de Venezuela.



CAPITULO XXIII

  VIRREINATO DEL PERÚ: BLASCO NÚÑEZ VELA: SU CARÁCTER: SU ENTRADA
  EN LIMA: SU POLÍTICA.--OPOSICIÓN DE GONZALO PIZARRO.--MUERTE DEL
  INCA MANCO.--CRÍTICA SITUACIÓN DEL VIRREY.--GOBIERNO DE GONZALO
  PIZARRO.--MARCHA DE VACA DE CASTRO A ESPAÑA.--BLASCO NÚÑEZ EN
  TUMBEZ, EN QUITO, EN SAN MIGUEL Y EN OTROS PUNTOS.--BATALLA DE
  AÑAQUITO.--DON PEDRO DE LA GASCA EN EL PERÚ: SU ACERTADA POLÍTICA:
  BATALLA DE XAQUIXAGUANA.


Blasco Núñez Vela, caballero de Avila y nombrado virrey del Perú por
Carlos V, salió de Sanlúcar el 3 de noviembre de 1543 acompañado de
los cuatro jueces de la Audiencia y de numeroso séquito[410]. ¿Por qué
Carlos V no confirió empleo de tanta importancia a Vaca de Castro, el
vencedor de Chupas y uno de los políticos más competentes e íntegros
que el gobierno de España había mandado a las Indias? No acertamos
a explicarlo. El sucesor de Vaca de Castro, algo entrado en años y
asaz devoto, no era el hombre que necesitaba el Perú en aquella época
revolucionaria. Desembarcó Núñez Vela a mediados de enero de 1544 en
Nombre de Dios. Cruzó después el istmo de Panamá. Desde que pisó tierra
americana se puso en oposición con la Audiencia, pues estaba decidido
a que se cumpliese lo dispuesto en el Código de leyes de 1542. Como
los jueces le suplicasen que no tomara medidas políticas sin tener
conocimiento exacto del país y de las necesidades de la colonia, hubo
de contestar que «había venido, no para interpretar las leyes ni
discutir su conveniencia, sino para ejecutarlas, y que las ejecutaría a
la letra, cualesquiera que fuesen las consecuencias»[411].

       [410] Fué nombrado el 1.º de marzo de 1543.

       [411] Fernández, _Hist. del Perú_, parte I, lib. I, cap. VI.

Blasco Núñez, dejando la Audiencia en Panamá, continuó su camino, y
costeando las orillas del Pacífico desembarcó en Túmbez (4 de marzo).
Dió libertad a muchos esclavos indios, a instancia de sus caciques.
Continuó por tierra su viaje en dirección al Sur e hizo que su
equipaje fuese llevado por mulas, y donde tuvo necesidad de valerse
de los indios, dispuso que se les pagase bien. Indicaba todo esto
que el virrey se hallaba decidido a cumplir al pie de la letra las
Ordenanzas. Aumentaba el disgusto en el Cuzco y en Lima, siendo apenas
escuchado Vaca de Castro, que aconsejaba la templanza.

Las miradas se dirigieron entonces a Gonzalo Pizarro. Sacáronle
de su retiro y le llevaron al Cuzco, cuyos habitantes hubieron de
saludarle con el título de _Procurador general del Perú_, título que
fué confirmado por el ayuntamiento de la ciudad, el cual le invitó a
presidir una diputación que iría a Lima a pedir al virrey la suspensión
de las Ordenanzas. Los partidarios de Pizarro también solicitaban para
su ídolo el título de capitán general y el permiso para organizar
una fuerza armada. Aunque anduvo rehacio el ayuntamiento citado para
conceder lo que no estaba dentro de sus atribuciones, cedió al fin.
Pizarro lo aceptó «por ver que en ello hacía servicio a Dios i a S. M.
i gran bien a esta tierra i generalmente a todas las Indias»[412].

       [412] _Carta de Gonzalo Pizarro a Valdivia_, M. S.

Mientras tanto, Blasco Núñez continuaba su viaje a Lima. Entró en la
ciudad el 17 de mayo de 1544 bajo un palio de paño carmesí, cuyas varas
estaban guarnecidas de plata, y acompañado por el regimiento y justicia
y oficiales del Rey. A la entrada de Lima había un arco triunfal con
las armas de España y las de la misma ciudad. Un caballero, con una
maza en la mano, emblema de autoridad, cabalgaba delante del virrey,
quien, después de pronunciar el juramento de costumbre en la sala del
consejo, se dirigió a la catedral, en cuya puerta le esperaban los
clérigos con la cruz alzada. Dentro de la iglesia se cantó el _Te Deum
laudamus_, retirándose en seguida Blasco Núñez a su palacio.

Anunció poco después que si no tenía facultad para suspender la
ejecución de las Ordenanzas, prometía unir sus ruegos a los colonos en
un memorial dirigido a Carlos V, solicitando la revocación de un código
que no era conveniente a los intereses del país ni a la Corona[413].
Opina Prescott que debió suspender la ejecución, como por entonces,
y en caso análogo, hizo Mendoza, virrey de México. «Pero Blasco
Núñez--añade el ilustre historiador--no tenía la prudencia de Mendoza.»
Sentimos no participar en este punto de la opinión de Prescott. Si es
verdad, como él dice, que Mendoza salvó a México de una revolución,
en el imperio de los aztecas no había un Gonzalo Pizarro. Blasco
Núñez envió un mensaje a Pizarro dándole noticias de las facultades
extraordinarias de que estaba investido, en virtud de las cuales le
mandaba que disolviese sus fuerzas; pero no sólo se hizo el sordo a
los consejos, sino que al frente de un ejército de 400 hombres, se
aprestó a la lucha. Es de notar que por entonces Francisco de Carbajal,
el veterano que tan bizarramente se portó en la batalla de Chupas,
resolvió abandonar las Indias y volver a España. Súpolo Pizarro y
le ofreció un mando en su ejército; proposición que en los primeros
momentos rehusó Carbajal, diciendo que sus ochenta años ya le daban
derecho a descansar, accediendo al fin a los ruegos de su amigo. ¡Qué
cara pagó su debilidad o ambición!

       [413] Zárate, _Conq. del Perú_, lib. V, cap. V.

Seanos lícito dar cuenta en este lugar de un hecho que tiene marcado
relieve en la historia del Perú: la muerte del inca Manco, último
representante de gloriosa dinastía. Aunque había sido colocado en
el trono por Pizarro, cuando tuvo que optar entre su protector y
su patria, se lanzó con toda su alma a defender la libertad de sus
compatriotas y las antiguas instituciones de su país. Derrotado por
su adversario, se retiró a las asperezas de sus montañas, prefiriendo
salvaje independencia a la ignominia de vivir esclavo en aquella
hermosa tierra donde reinaron sus antepasados. Convienen los cronistas
en que después de la derrota de Almagro en los llanos de Chupas (16
septiembre 1542), algunos de los suyos, entre ellos los capitanes Diego
Méndez, Francisco Barba, Gómez Pérez, Cornejo y Monroy, para no caer en
poder de los vencedores, se refugiaron en el campo indio, al lado del
inca Manco. Añaden aquellos escritores que habiendo levantado bandera
en favor del virrey Blasco Núñez los citados capitanes, el inca mandó
matarles. Entonces los castellanos pelearon con los indios, «y Gómez
Pérez--dice Herrera--cerró con el inca y le mató a puñaladas»[414].

       [414] _Década VII_, lib. VIII, cap. VI.

Después de la muerte del inca Manco, los reyes de España mostraron
alguna compasión por los descendientes de la antigua y legítima
dinastía. «Concedió S. M. (legitimación) a varios hijos que Don
Christoval Baca Tupa Inga, hijo de Guayna Capac, Señor natural que fué
del reino del Perú, havia tenido, siendo soltero, de indias del mismo
estado, para que pudiessen heredarle como legítimos, con tal que no
fuessen perjudicados, y alzándoles toda infamia o defecto que por razon
del nacimiento pudiesse oponerseles, y habilitándolos para obtener
qualquier oficio Rl. o Concegil.--Ced. de 1.º de abril de 1544.--Vid.
tom. 5 de ellas, fol. 73 núm. 68»[415].

       [415] _Arch. hist. nacional.--Cedulario índico_ de Ayala,
       letra L, núm. 8. En el año 1545--como se dijo en el capítulo
       VIII de este tomo--se concedió escudo de armas a dicho Inca,
       ya muerto.

Si Gonzalo Pizarro no se hallaba tan dispuesto a la rebelión como antes
y tal vez pensara a la sazón entrar en negociaciones con el gobierno,
los consejos de Carbajal, quien nunca retrocedió una vez comenzada la
contienda, le convencieron de que era necesario seguir adelante.

No dejaba de ser crítica la situación del virrey. Creía que le hacían
traición todos los que le rodeaban. Sospechando--y es de creer que
sin fundamento--de Vaca de Castro, dispuso que fuese conducido a
un buque anclado en el puerto. Inmediatamente hizo prender a otros
muchos caballeros. Por segunda vez envió una embajada que presidía el
obispo del Cuzco, a Gonzalo Pizarro, haciéndole algunas ventajosas
proposiciones, embajada que tuvo la misma suerte que la anterior.

Cuando se andaba en tales tratos llegaron los jueces de la Audiencia
de Lima, los cuales, sin consideración de ninguna clase, desaprobaron
todos los actos de aquella superior autoridad, atreviéndose a visitar
la cárcel y poner en libertad a los caballeros que poco antes había
hecho prender Blasco Núñez. Es de advertir que entre los jueces de
la Audiencia se distinguía uno llamado Cepeda, hombre tan ambicioso
como astuto, tan intrigante como conocedor de la ciencia del derecho.
Declaró Cepeda guerra a muerte al virrey, a quien desacreditó
completamente entre el pueblo.

Y con esto llegamos a narrar un hecho que vino a ser causa de la
perdición del virrey. Cierto caballero de Lima, que se apellidaba
Suárez de Carbajal, antiguo empleado público durante el mando de los
gobernadores, cayó en desgracia del virrey por sospechas de haber
influído sobre algunos de sus parientes para que tomasen partido entre
los descontentos. Blasco Núñez le hizo llamar a su palacio a hora
avanzada de la noche y le acusó de traición en los términos más duros,
contestando también enérgicamente Carbajal al negar el cargo. «Luego
el dicho virrei echó mano á una daga, i arremetió con él, i le dió
una puñalada, i á grandes voces mandó que le matasen»[416]. Sobre el
desgraciado Carbajal cayeron los dependientes del virrey y le mataron.
Sospechando Blasco Núñez las consecuencias de su criminal acción,
dispuso que el cadáver fuese trasladado por secreta escalera a la
Catedral y enterrado en una sepultura. El secreto divulgóse en seguida,
y, quieras que no quieras, se abrió la sepultura, mostrándose entonces
con toda claridad el crimen. Desde aquel momento Blasco Núñez estaba
perdido sin remedio, porque Carbajal era querido de todos, como también
sabían todos que el infeliz había empleado toda su influencia en favor
de la causa del virrey.

       [416] Zárate, M. S. existente en el Archivo de Simancas.

Abandonado Blasco Núñez de sus amigos, malquistado con la Audiencia y
aborrecido de todos, pensó abandonar a Lima y retirarse a Truxillo,
a unas 80 leguas de distancia. Proponíase con esto ganar tiempo, ya
que no tenía valor para marchar al encuentro de Gonzalo Pizarro, ni
para defenderse en Lima. Seguramente que el virrey no esperaba la
fuerte oposición que los jueces hicieron a su proyecto, tan fuerte
que apelaron al patriotismo de los habitantes, quienes en sentido
revolucionario y a los gritos de _¡Libertad! ¡Libertad! ¡Viva el Rey!
¡Viva la Audiencia!_ se dirigieron al palacio, y, aunque el virrey dió
orden a la guardia y a sus criados que hiciesen fuego, la muchedumbre
penetró hasta las mismas habitaciones de Blasco Núñez, que fué preso
y encerrado en estrecha prisión. «E hízose (la revolución) sin que
muriese un hombre, ni fuese herido, como obra que Dios la guiaba
para bien desta tierra»[417]. La Audiencia depuso al virrey, que fué
mandado a una isla inmediata y desde la cual se dirigió luego a Panamá.
Suspendiéronse en seguida las odiadas Ordenanzas.

       [417] _Carta de Gonzalo Pizarro a Valdivia_, M. S.

Gonzalo Pizarro se encontraba ya en Xauxa, a unas 90 millas de Lima.
Los jueces u oidores de la Audiencia, que ya habían gustado de las
dulzuras del poder, le mandaron un mensaje, dándole noticia de la
revolución y de la suspensión de las Ordenanzas, no sin invitarle
también a que mostrase su obediencia, disolviendo su ejército y
retirándose a gozar tranquilo de sus haciendas. Si Pizarro hubiera
abrigado algún temor, el veterano Francisco de Carbajal le hubiese
animado, como seguramente le animó a la lucha. Por esta razón,
el encargado del mensaje volvió con la siguiente respuesta: «Que
la voluntad del pueblo era que Gonzalo Pizarro se encargase del
gobierno del país, y que si la autoridad no le daba desde luego la
investidura de gobernador, entregaría la ciudad al saqueo»[418].
En apuro tan grande, acudieron los oidores a pedir consejo a Vaca
de Castro, que todavía se hallaba detenido a bordo de uno de los
buques; mas el ex-gobernador guardó un silencio discreto en situación
tan difícil. Razón tenían los jueces para mostrarse aturdidos, pues
el viejo Carbajal llegó de noche a la ciudad, redujo a prisión a
algunos caballeros de Cuzco, que habían abandonado tiempo atrás las
filas de Pizarro, e hizo ahorcar de las ramas de un árbol a tres
de aquellos. Cuando los oidores vieron cómo castigaba Pizarro, le
enviaron un mensaje invitándole a entrar en la ciudad, y declarando
que la seguridad del país y la justicia exigían que fuese nombrado
gobernador. Entró Pizarro en Lima el 28 de octubre de 1544. Componíase
su ejército de 1.200 españoles y de algunos miles de indios que
marchaban a vanguardia conduciendo la artillería. A los indios seguían
los alabarderos y arcabuceros, formando un cuerpo de infantería, y,
por último, la caballería, a cuya cabeza marchaba el mismo Pizarro.
Habiendo prestado el juramento de costumbre ante la Audiencia, fué
proclamado gobernador y capitán general del Perú, hasta que el Rey
dijese su voluntad. Alojóse en el palacio donde fué asesinado su
hermano Francisco y celebráronse toda clase de fiestas (corridas de
toros y torneos) que duraron algunos días. Castigó a muchos, y entre
los que estuvieron próximos a ser ahorcados, se hallaba el cronista
Pedro Pizarro, honrado y pundonoroso militar, que fué más fiel a su Rey
que a su pariente[419].

       [418] Zárate, _Conquista del Perú_, lib. V, cap. XIII.

       [419] Véase _Prescott_, Ob. cit., tom. II, pág. 250.

Comenzó su gobierno Gonzalo Pizarro desterrando y confiscando los
bienes de sus enemigos. Hizo suyo el ayuntamiento de Lima y absorbió
las facultades de la Real Audiencia. El oidor Alvarez fué nombrado
para acompañar al virrey a Castilla, Cepeda vino a ser un instrumento
en manos de Gonzalo, el juez Zárate padecía mortal enfermedad[420], y
Tejada debía marchar a Castilla con una relación de los últimos sucesos
para justificar el gobernador su conducta ante los ojos de Carlos V.
Organizó perfectamente su ejército, mandó a sus tenientes a encargarse
del gobierno de las principales ciudades, y con respecto a la marina,
hizo construir galeras en Arequipa.

       [420] No debe confundirse el juez Zárate con el historiador
       Zárate.

De pronto, el buque en que Vaca de Castro estaba preso, que era el
mismo donde el oidor Tejada se disponía a marchar a España, desapareció
del puerto, llegó a Panamá, cruzó el istmo e hizo rumbo a la madre
patria. Inmediatamente que llegó Vaca de Castro, pues estaba acusado,
entre otras cosas, de haberse apropiado los caudales públicos, fué
preso y conducido a la fortaleza de Arévalo (Avila), mejorando después
de prisión, y siendo al fin absuelto por los tribunales de Castilla.
Volvió a ocupar su puesto en el Consejo y gozó fama de honrado é
íntegro.

Si no agradó a Pizarro la retirada de Vaca de Castro, le disgustó mucho
más la presentación de Blasco Núñez en Tumbez. Cuando el buque que
estaba destinado a conducir a España al virrey se separó de la costa,
el oidor Alvarez, recordando seguramente el poco aprecio que Pizarro
había hecho de la Audiencia, se presentó a Blasco Núñez y le anunció
que se hallaba en libertad, pudiendo tomar el camino que quisiese. A
Tumbez llegó a mediados de octubre de 1544. Al saltar en tierra publicó
un manifiesto denunciando a Pizarro como traidor al Rey, y exhortando
a todos para que le ayudasen a sostener la autoridad real. Acudieron
muchos, aunque no los que necesitaba si quería luchar con uno de los
capitanes de Pizarro que a la sazón llegó a la costa. Entonces Blasco
Núñez abandonó su posición de Tumbez y cruzando un país montuoso y
lleno de nieve, se dirigió a Quito. Allí recibió la grata nueva de que
Belalcázar, comandante de Popayán, le ayudaría con todas sus fuerzas
en la próxima campaña. Comprendiendo que Quito no era sitio favorable
para la reunión de sus partidarios, hizo rápida contramarcha hacia
la costa y se situó en la ciudad de San Miguel, reuniendo cerca de
500 hombres entre caballería e infantería, mal provistos de armas y
municiones. Pizarro, entretanto, dejó a Lima, llegó a Truxillo y tomó
la vuelta de San Miguel, deseoso de terminar la contienda. Se presentó
en San Miguel, cuando Blasco Núñez, no contando con fuerzas suficientes
para reñir una batalla, se retiró donde pudiese recibir el auxilio de
Belalcázar. Detrás del virrey marchó Pizarro, quien dispuso que se
adelantara Carbajal. Por cierto que en una escaramuza, a causa de un
descuido de Carbajal, llevó el virrey la mejor parte. Sin embargo, el
veterano jefe continuó de día y de noche a los alcances del enemigo. El
deseo de Blasco Núñez era llegar a Pastos, jurisdicción de Belalcázar,
caminando por terrenos pantanosos, donde ni hombres ni caballos
encontraban alimento. Además, el virrey desconfiaba de los suyos,
hasta el punto que hizo dar muerte a algunos de sus oficiales. Salió
a tierra firme, y pasando por Tomebamha, volvió a penetrar en Quito y
_limpiando de sus zapatos el polvo_--como escribe Prescott--continuó
su camino hacia Pastos. Iba Pizarro picando la retaguardia al virrey,
a quien estuvo a punto de alcanzar en Pastos, y continuó al alcance
algunas leguas, hasta que, no queriendo atacar con desventaja al virrey
y a Belalcázar unidos, y también no contando con Carbajal (el cual
había tenido que marchar con algunas fuerzas a La Plata, donde Diego
Centeno, haciéndole traición, levantó bandera por la Corona), dispuso
la retirada y llegó a Quito con el objeto de reanimar el espíritu de
sus desmayadas tropas. Blasco Núñez logró entrar en Popayán, capital
de la provincia, pudiendo descansar sus tropas de las fatigas de una
marcha de más de 200 leguas. Reunidas las tropas del virrey y las de
Belalcázar llegaban a sumar 400 hombres. Salió en los primeros días
de enero de 1546 Blasco Núñez de Popayán, acompañado de Belalcázar,
camino de Quito. Cuando lo supo Pizarro, se retiró de dicha capital y
tomó fuerte posición a tres leguas más al Norte, en un terreno elevado
que dominaba un río, cuyas aguas tenía que atravesar el enemigo. Llegó
Blasco Núñez poco después y al considerar el sitio que ocupaba Pizarro,
valiéndose de la obscuridad de la noche levantó el campo, y dando
gran rodeo penetró en Quito. Cuéntase que al ver la ciudad desierta
y que Pizarro era el ídolo de todos, el infeliz virrey levantó las
manos al cielo, exclamando: _¡Así abandonas, Señor, a tus servidores!_
Belalcázar, comprendiendo que era temeridad dar la batalla en aquellas
circunstancias, aconsejó a Blasco Núñez que entrase en negociaciones
con el enemigo.

Se negó terminantemente a ello, y después de arengar a sus tropas,
salió de Quito (18 de enero del citado año de 1546) y presentó
batalla a Pizarro. Pruebas de valor dieron ambos ejércitos, siendo
al fin derrotado el virrey Blasco Núñez. Entre otros muertos,
merecen especial mención Cabrera, el teniente de Belalcázar, y cayó
mortalmente herido el oidor Alvarez. Belalcázar, cubierto de heridas,
fué hecho prisionero. Blasco Núñez se dió a conocer por su bizarría;
pero un golpe de hacha que le dió un soldado en la cabeza le derribó
del caballo, estando ya gravemente herido. En aquella situación, el
licenciado Carbajal, hermano de aquel que el virrey asesinó en el
palacio de Lima--y que por esta causa se puso al lado de Pizarro--se
dirigió a dicho Blasco Núñez, le echó en cara el asesinato, y cuando
se disponía a darle el golpe mortal con su propia mano, se presentó
Pizarro y «mandó a un negro que traía que le cortase la cabeza, i en
todo esto no se conoció flaqueza en el visorrey, ni habló palabra, ni
hizo más movimiento que alzar los ojos al cielo, dando muestra de mucha
christiandad»[421].

       [421] Herrera, Ob. cit., _Déc. VIII_, lib. I, pág. III.

Tal fué la batalla de _Añaquito_. Belalcázar, que curó de sus heridas,
obtuvo perdón y fué restablecido en su gobierno. Blasco Núñez, primer
virrey del Perú, aunque era hombre vano, desconfiado y antipático,
tenía dos buenas cualidades: lealtad con su Rey y constancia en la
desgracia.

Llegó Pizarro a la cima del poder. Hizo su entrada en Lima, llevando
las riendas de su caballo dos capitanes a pie, y cabalgando a su lado
el arzobispo de Lima y los obispos del Cuzco, Quito y Bogotá. Echáronse
las campanas al vuelo, las calles estaban llenas de ramaje y las casas
colgadas de tapices; diéronle los títulos de «Libertador y Protector
del pueblo.» Para que todo fuese dicha, recibió entonces la noticia de
que Carbajal, su fiel teniente, había sofocado la insurrección dirigida
por Centeno, cuyos restos andaban dispersos y el jefe había encontrado
refugio en una cueva de la montaña. Comenzó Pizarro a desplegar una
ostentación verdaderamente regia. Se le aconsejó por muchos, entre
otros por Carbajal, que se proclamara Rey, y se le dijo «que se casase
con la Coya, princesa india, representante de los Incas, para que así
las dos razas pudieran vivir tranquilas bajo un cetro común»[422]. Para
desgracia suya--como después veremos--la roca Tarpeya no estaba lejos
del Capitolio.

       [422] Prescott, Ob. cit., tom. II, pág. 279.

La nueva de tales sucesos llegó a España en el verano de 1545. A
la sazón Carlos I se hallaba en Alemania, ocupado en sosegar las
turbulencias del imperio, y su hijo Felipe, gobernador del reino,
residía en Valladolid con la corte. Como en semejantes casos acontece,
se puso en cuestión por el Consejo, presidido por Felipe, y del cual
formaba parte el duque de Alba, el modo de restablecer el orden en
las colonias. «Ventilóse la forma del remedio de tan grave caso, en
que hubo dos opiniones: la una, de enviar un gran soldado con fuerza
de gente a la demostración de este castigo; la otra, que se llevase
el negocio por prudentes y suaves medios, por la imposibilidad y
falta de dinero para llevar gente, caballos, armas, municiones y
abastecimientos, y para sustentarlos en Tierra Firme y pasarlos al
Perú»[423]. De la primera opinión debieron ser, lo mismo el Príncipe
que había de reinar con el nombre de Felipe II, que el futuro y severo
gobernador de los Países Bajos. El Emperador, desde Colonia, se decidió
por la última opinión, y nombró a D. Pedro de la Gasca para pacificar
aquel inmenso territorio. A la carta de Carlos V, del 6 de agosto de
1545, contestó La Gasca, entre otras cosas, lo siguiente:

       [423] M. S. de Caravantes.


       «S. C. C. M.

  Recibí la carta de V. M. en que me manda vaya a entender en las
  cosas del Perú, y aunque es jornada peligrosa para la salud y
  vida, mas como viendo que los hombres desde que nacemos estamos
  condenados a la muerte y obligados al trabajo, y cuán particular
  obligación tenemos a esto los vasallos de V. M., viendo la
  determinación que todas las veces que de ello hay necesidad, V. M.,
  por lo que á nosotros conviene, no rehusa de poner á todo riesgo y
  trabajo su persona, siendo lo que es, é importando su conservación
  tanto al bien universal de la República Cristiana.» Y en otra
  cláusula añade: «Conozco mis pocas fuerzas y corta industria, que
  ninguna experiencia tengo de las cosas de las Indias; y conforme
  á esto, si me faltare la vida ó salud en el camino ó medios en
  los negocios, sería inútil para servir á Dios y á V. M. en ellos,
  y no se conseguiría el fin de la pacificación de aquella tierra.
  Mas considerando la determinación con que V. M. me lo manda, me
  pareció que sin réplica ni excusa le debía obedecer, considerando
  que con hacer lo que en mí suele, tratando los negocios con fe,
  verdad y limpieza que debo a Dios y á mi príncipe, habré cumplido.
  En Madrid 14 de noviembre de 1545. De vuestra S. C. C. M. humilde
  vasallo é indigno criado que sus Reales manos besa, El lic. Gasca
  Gil Fernández Dávila»[424]. Presentóse La Gasca ante el Consejo de
  Valladolid y pidió ir al Perú como representante del soberano y
  revestido de toda la real autoridad[425]. «No quiero--dijo--sueldo
  ni recompensa de ninguna especie; con mis hábitos y mi breviario
  espero llevar á cabo la empresa que se me confía»[426].

       [424] _Tesoro Eclesiástico_, tom. I, Iglesia de Sigüenza pág.
       192.

       [425] Nació en Navarregadilla, lugar anejo, en lo antiguo,
       del Barco de Avila y hoy de Santa María de los Caballeros.
       Físicamente considerado, era feo y de mal gesto, de
       aspecto vulgar, y su pequeño cuerpo se hallaba sostenido
       por largas y delgadas piernas. Afirman sus biógrafos--tal
       vez sin fundamento alguno--que descendía de la familia de
       Casca, uno de los conjurados y asesinos de Julio César.
       «Pasando a España--dice una manuscrita historia de D. Pedro
       Gasca--vinieron a tierra de Avila y quedó del nombre dellos
       el lugar y familia de Casca, mudándose por la afinidad de la
       pronunciación que hay entre las dos letras consonantes _c_
       y _g_ el nombre de Casca en Gasca.» Estudió en el Colegio
       Mayor de Alcalá de Henares; mostró en dicha ciudad su enemiga
       á los Comuneros; pasó a estudiar derecho civil y canónico a
       Salamanca, en cuya Universidad se distinguió por su habilidad
       en las disputas eclesiásticas. Fué rector de la Universidad en
       el curso de 1528 al 29, según consta en los libros y legajos
       del archivo de la famosa escuela. Tomó los hábitos en San
       Bartolomé (18 octubre 1531), desempeñando en dicho colegio dos
       veces el rectorado. Mereció que el cardenal D. Juan Tavera,
       arzobispo de Toledo, le confiriese importantes y delicados
       cargos. Nombrado del Consejo de la General Inquisición, pasó
       a Valencia en el año 1540. El Emperador le encargó la visita
       de la justicia del reino de Valencia y de todos los oficiales
       del patrimonio real, desempeñando su comisión con prudencia
       y tacto. En el año 1542, habiendo Barbarroja amenazado las
       costas de Valencia y las islas Baleares, D. Fernando de
       Aragón, por consejo de La Gasca, puso en seguridad aquellas
       posesiones.

       [426] Fernández, _Hist. del Perú_, parte I, lib. II, cap. XVI.

[Ilustración: El Licenciado _D. Pedro de la Gasca_, según retrato
existente en Valladolid.]

Parece ser que los individuos del Consejo no se creyeron autorizados
para conceder los extensos poderes que solicitaba La Gasca; pero
el Emperador, a una carta del antiguo colegial de San Bartolomé
de Salamanca, contestó (16 febrero 1546) confiriéndole absoluta
autoridad. Sería La Gasca nombrado presidente de la Real Audiencia,
se le autorizaba para hacer nuevos repartimientos y confirmar los ya
hechos, declarar la guerra y levantar tropas, nombrar y separar todos
los empleados. Podía ejercer la regia prerrogativa de perdonar los
delitos y conceder amnistía a todos los complicados en la rebelión,
y se le ordenaba que revocase las odiadas Ordenanzas. En compañía del
valiente capitán Alonso de Alvarado, se embarcó en Sanlúcar (26 mayo
1546), llegando a las Indias (3 julio) después de próspero viaje.
Desde el puerto de Santa María, donde supo que el virrey Blasco Núñez
había muerto en la batalla de Añaquito y que Gonzalo Pizarro gobernaba
absolutamente el país, se dirigió a _Nombre de Dios_, siendo recibido
por Hernán Mexía, uno de los capitanes más fieles a Pizarro, con los
honores debidos a su alta dignidad. Presentóse después en Panamá,
en cuyas aguas se hallaba la escuadra, mereciendo también favorable
acogida del gobernador Hinojosa. Comprendiendo entonces Gonzalo Pizarro
que el enviado de Carlos V, _con toda su reputación de santo, era el
hombre más mañoso que había en toda España é más sabio_[427] determinó
enviar un mensaje al Emperador, ya para justificar su conducta, ya para
solicitar la confirmación de su autoridad.

       [427] Carta de Pizarro a Valdivia, M. S.

Presidía la comisión Lorenzo de Aldana, quien, antes de embarcarse
para España, debía entregar una carta a La Gasca, firmada por 70 de
los principales vecinos de Lima y con fecha del 14 de octubre de 1546,
en la cual se le manifestaba que volviese a la metrópoli, porque su
presencia serviría únicamente para renovar los pasados disturbios; pero
cuando Aldana se convenció de las atribuciones que traía el presidente,
abandonó la causa de Pizarro, y lo mismo hizo poco después Hinojosa,
poniendo la escuadra a las órdenes de La Gasca.

El presidente se decidió a obrar. Levantó empréstitos sobre el crédito
del gobierno, recibió los fondos que le adelantaron los vecinos ricos
de Panamá, reunió gente y almacenó provisiones. Hizo repartir proclamas
y manifiestos; y últimamente, mandó copias de sus poderes a Gonzalo
Pizarro y le anunció que todavía era tiempo de volver a la obediencia
del Rey. No sabiendo Pizarro qué camino tomar, consultó el caso con
el veterano Carbajal y el abogado Cepeda, los cuales estuvieron en
desacuerdo, pues al paso que Carbajal opinó que debía aceptarse la Real
gracia, el pedante Cepeda aconsejó la lucha y aun llegó a decir que el
viejo soldado obraba por las sugestiones del miedo.

Noticioso Pizarro de la defección de Hinojosa y Aldana, de la entrega
de la escuadra y de la toma de Cuzco por Centeno--aquel jefe realista
que escondido un año en una cueva cerca de Arequipa, se presentaba a
la sazón con deseos de venganza--Pizarro, repetimos, se decidió por
la opinión de Cepeda y se dispuso a desesperada lucha. Dejó Cepeda
su profesión de oidor por la de militar y se puso al frente de las
tropas, bien que el alma de la empresa era Carbajal. No pudiendo Cepeda
olvidar su profesión de abogado, formó ridículo proceso contra La
Gasca, Hinojosa y Aldana. Refiere el historiador Fernández que Carbajal
preguntó: «¿Qué objeto tiene vuestro proceso?--Evitar dilaciones,
contestó Cepeda, y si fuesen hechos prisioneros, que se les ejecute
inmediatamente.--Yo creía--añadió el veterano--que ese proceso tenía
virtud para matarlos como con un rayo. Si alguno de ellos cae en mis
manos, no necesitaré de la sentencia y firmas para hacerlos morir»[428].

       [428] Ob. citada, cap. LV.

Aldana con la escuadra salió de Panamá (mediados de febrero de 1547)
dirigiéndose a Lima. Por su parte Pizarro abandonó la ciudad y
estableció su campamento a una legua de Lima y dos de la costa; mas
antes Cepeda reunió a los vecinos de la ciudad y les hizo prestar
juramento de mantenerse fieles a Gonzalo. «¿Cuánto tiempo--preguntó
Carbajal a su compañero--pensáis que durarán esos juramentos? Luego
que hayamos salido de aquí, se los llevará el primer viento que sople
de la costa.» En efecto, inmediatamente que Aldana echó el ancla en el
puerto, los habitantes de Lima volvieron sus ojos al nuevo astro.

Cuando vió Gonzalo que por el Norte le amenazaba La Gasca y por el Sur
Centeno, se decidió pasar a Chile, llegando al lago de Titicaca, en
tanto que el presidente salía de Panamá, arribaba a Túmbez, se detenía
en Trujillo y entraba en el valle de Xauxa.

Pizarro y Centeno se encontraron (26 octubre 1547) en las llanuras
de _Huarina_, al Sudoeste del lago. Carbajal y Cepeda pelearon como
bravos, en particular el primero, que consiguió señalada victoria.

No arredró este contratiempo a La Gasca. Salió de Xauxa (22 diciembre
1547), y entró en la provincia de Andaguaylas, donde se le unió
Centeno, como también Belalcázar, conquistador de Quito, y Valdivia,
conquistador de Chile. Hallábanse, además, a su lado los obispos de
Cuzco, Quito y Lima, la nueva Audiencia y muchos clérigos seculares y
regulares. La Gasca, con poderoso ejército y llevando como capitanes
a Hinojosa, Alvarado y Valdivia, atravesó las elevadas crestas de los
Andes, cubiertas de nieve y hielos, caminó entre rocas y precipicios,
barrancos y laderas, echó un puente sobre el río Apurimac y se dirigió
al valle de _Xaquixaguana_. Si gloria merece Aníbal atravesando el
pequeño San Bernardo, y Napoleón el gran San Bernardo, digno de
no menor fama es La Gasca atravesando los Andes. En Xaquixaguana
se encontraron Pizarro y La Gasca (9 abril 1548). Refieren los
historiadores que cuando Carbajal vió las disposiciones de las tropas
reales, hubo de decir: «Valdivia está en la tierra y rige el campo,
o el diablo»[429]. No sabía el esforzado veterano que, en efecto,
Valdivia se hallaba en el campamento real. Cepeda y Garcilaso de la
Vega, padre del historiador, hicieron traición a su causa, pasándose
al enemigo. Una columna de arcabuceros y un escuadrón de caballería
siguieron el ejemplo. Gonzalo Pizarro, Carbajal, Juan de Acosta y
algunos más intentaron la resistencia, aunque todo fué en vano. Gonzalo
preguntó a Juan de Acosta: _¿Qué haremos, hermano Juan?_ Acosta
respondió: _Señor, arremetamos y muramos como los antiguos romanos_.
Pizarro contestó: _Mejor es morir como cristianos_. Pizarro recordaba
seguramente la rota de los Comuneros de Castilla y las palabras de
Juan de Padilla. Gonzalo fué hecho prisionero, como también Carbajal.
Cuéntase que Carbajal fué insultado por la soldadesca realista. Diego
Centeno se declaró su defensor. _¿Quién es vuestra merced_--le preguntó
Carbajal--_que tanta merced me hace?_ Centeno respondió: _Qué, ¿no
conoce vuestra merced a Diego Centeno?_ Carbajal dijo entonces: _Por
Dios, señor, que como siempre ví a vuestra merced de espaldas[430],
agora, teniéndole de cara no le conocía_[431]. Como en Villalar, el
triunfo fué de la causa de la legalidad. Pizarro, Carbajal, Acosta y
otros caballeros pagaron con la vida su deslealtad, como antes Padilla,
Bravo y Maldonado. Muchos sufrieron el destierro y las propiedades de
todos fueron confiscadas.

       [429] Ibidem, cap. LXXXIX.

       [430] Se refiere a la fuga de Charcas y a la derrota de
       Huarina.

       [431] Fernández, ob. cit., cap. XC.

Retirado La Gasca al valle de Guaynarima recompensó á sus partidarios.
Marchó en seguida á Lima, mereciendo ser aclamado por el pueblo que
le llamaba _Padre, Restaurador y Pacificador del Perú_. «No vió el
mundo--dice Ruiz de Vergara--semejante transformación; en breve tiempo
desde pastor de almas pasó a ejercer oficio de virrey, y el báculo fué
bastón militar con que gobernó ejércitos que aseguraron a su Príncipe
y a su patria las mayores riquezas que han logrado los hombres en
otras monarquías. Las victorias fueron más dignas de gloria cuanto más
fuertes fueron los vencidos»[432] (Apéndice G.)

       [432] Ibidem, pág. 325.

Terminada la guerra, comenzó La Gasca su misión de juez y de
gobernador. Como presidente de la Audiencia y rodeado de magistrados
tan entendidos como justos, despachó muchos negocios que estaban
atrasados durante las pasadas revueltas, en particular importantes
pleitos sobre la propiedad. Introdujo excelentes reformas en el
gobierno municipal de las ciudades. Mandó a expediciones lejanas
a algunos caballeros más amigos de motines que del orden público.
Comprendiendo la triste situación de los infelices indios, planteó
sistema de impuestos más equitativo y beneficioso que el establecido
por los antiguos soberanos. Dictó leyes humanitarias y rechazó
frecuentemente las protestas de los colonos. Don Pedro de La Gasca, por
sus rectas intenciones y por sus altas miras políticas, debe figurar
entre los grandes hombres de España en aquel siglo.

Pacificado el Perú, La Gasca se embarcó para España en Nombre de Dios,
llegando a Sevilla (octubre de 1550) con rico tesoro. Desde Sevilla
despachó a Flandes, donde a la sazón estaba el Emperador, al capitán
Lope Martín, «con aviso de lo que había pasado en Tierra Firme y de su
llegada en salvo con el tesoro: nueva que del Rey fué bien recibida,
por hallarse muy necesitado de dinero para las guerras extranjeras que
trataba»[433]. Dice Ruiz de Vergara que añadió que él venía con el
breviario y 46.000 ducados de deuda, por lo cual suplicaba al César que
mandase pagar a sus acreedores. Mandó el Emperador que del tesoro que
traía, los tomase en buena hora[434].

       [433] Herrera, _Década VIII_, libro VI, cap. VII.

       [434] Ibidem, pág. 325.

La Gasca no fué un genio; pero sí un carácter.[435] «Hay
hombres--escribe Prescott--cuyo carácter es tan a propósito para las
crisis particulares en que se presentan, que parecen especialmente
designados por la Providencia para dominarlas. Tales fueron Washington
en los Estados Unidos, y La Gasca en el Perú. Podemos concebir que haya
hombres de cualidades más altas a lo menos en la parte intelectual;
pero la maravillosa conformidad de su carácter con las exigencias
de su situación, la perfecta habilidad con que supieron elegir los
medios más conducentes para conseguir el fin que se proponían, son
las que constituyen el secreto de sus triunfos. Ellas hicieron a La
Gasca sofocar gloriosamente la revolución, y a Washington, aún más
gloriosamente llevarla a cabo»[436].

       [435] Recompensó sus servicios Carlos V presentándole en el
       año 1551 para la silla episcopal de Palencia. Como Valladolid
       era población de su obispado, en el auto de fe celebrado en
       dicha ciudad (21 mayo 1559) contra D. Agustín Cazalla y otros,
       La Gasca hizo la degradación de los sacerdotes herejes[395a].
       Fué uno de los jueces que votaron la prisión de Fr. Bartolomé
       de Carranza, arzobispo de Toledo. Durante el tiempo que estuvo
       La Gasca al frente de la iglesia palentina se hicieron obras
       de importancia en la catedral, como lo indican las armas de
       aquel Prelado, las cuales se ven en las bóvedas primera y
       segunda de la nave central, en la verja del coro, en la sala
       donde administraba justicia y en una ventana colocada en el
       lienzo exterior de la iglesia, próxima a la puerta de _Los
       novios_.

          [395a] Ob cit., págs. 259 y 325.

       Habiendo sido promovido a la iglesia de Sigüenza, tomó
       posesión de su silla el 11 de agosto de 1561. Asistió a un
       Concilio provincial celebrado en Toledo; pasó a Alcalá de
       Henares en 1565, y con el obispo de Cuenca y el de Segovia,
       D. Diego de Covarrubias, tomó parte en el informe sobre la
       canonización de Fr. Diego de Alcalá; por último, en 1566,
       según las disposiciones del Concilio Tridentino, celebró
       Sínodo en Sigüenza, acabando sus días en dicha ciudad el 10 de
       noviembre de 1567[395b].

          [395b] Prescott dice, erradamente, que murió en Valladolid.
          Ob. cit., pág. 397.

       Fué enterrado en la iglesia de Santa María Magdalena
       (Valladolid), que él hizo construir, y su sepulcro, obra
       del escultor Esteban Jordán, tiene mucho mérito. La estátua
       yacente, que representa al Prelado, colocada en el crucero
       del templo, es primorosa, y a sus pies hay una tarjeta con el
       siguiente letrero:

      _Accepit regnum decores et diadema pecici de manu Domini._

       En el lado de la Epístola se halla una capilla, donde se
       admira el escudo heráldico de La Gasca. Dicho escudo está
       dividido en dos cuarteles por una diagonal: en el de la
       izquierda se ven castillos y leones, y en el de la derecha
       trece roeles. Léese la inscripción que copiamos a continuación:

          _Cesari restitutis Peru regnis tiranorum spolia._

       En la cornisa que corre alrededor del templo se lee esta
       inscripción:

       Illustrissimus, ac Reverendissimus D. D. Petrus Gasca,
       qui primo Santæ Generalis Inquisitionis et consilio. Post
       Palentinus deinde seguntinus Antistes. Peru Regna Novi-orbis
       Regiam invictissimi. Caroli quinti Imperatoris Hispaniarumque
       regis, vicem gesturus adivit unde tyranis, rebellibusque
       primo congressu superatis, Provinciisque illis Regis Imperio
       subactis, vesilla hec novellaque troplica arripuit. Quo circa
       decies centena millia supra trecentem millia ducatorum census
       cesaris militibus una die ipse solus auri contemplor erogavit.
       Quibus feliciter gestis, cupiens pro tantis beneficiis
       divinitus in eum collatis, vota solveret hanc sacsam edem ad
       laudem, et gloriam Omnipotentis Dei et honorem Beatæ María
       Magdalena a fundamentis erexit, ed munificentissime dotavit
       eamque sibi nomine Mausolei vindicavit. Obiit Siguntiæ anno a
       Nativitate Domini 1567, quarto idus Novembris ætatis sua 74.

       En su testimonio, que se guarda en el Archivo de la iglesia de
       la Magdalena, dice el fundador que la edificaba por satisfacer
       en algo las faltas que había tenido en celebrar, las cuales
       eran debidas a las ocupaciones que le dió el emperador Carlos
       V en Valencia cuando le mandó visitar los tribunales de dicho
       reino, así de Justicia como de Hacienda, y en la defensa del
       mismo reino e islas Baleares, pues Barbarroja, año de 1542,
       con la armada del Turco y del rey de Francia, se dispuso a
       atacar nuestras costas y citadas islas. Dice también que la
       ida al Perú y reducción de aquellos reinos al real servicio
       y el castigo de los tiranos, le ocupó más de ocho años, en
       cuyo tiempo no se atrevió a decir misa, si bien debía hacerse
       notar por Su Santidad, a instancia y pedimento de S. M. F.
       le envió un Breve copiosísimo para que pudiese entender en
       todos los negocios de cualquiera calidad que fuesen, así
       civiles como criminales, de guerra y paz, no cayendo en otra
       irregularidad. Añade que, del mismo modo, le movió a hacer
       esta obra pía el que la parroquia de la Magdalena, aunque era
       la más antigua estaba casi derruída y era la más pobre, y
       porque en ella tenía la casa su hermano D. Diego de la Gasca,
       a quien nombraba patrono. Dotó en 400 ducados la capilla mayor
       de la citada iglesia e instituyó doce capellanías y una además
       con el nombre de mayor, un organista, un sacristán y cuatro
       mozos de coro. Además de varias misas que encargó a dichos
       sacerdotes, dispuso, que, habiendo sido el _oficio muzárabe_
       antiguamente de mucha devoción y uso en España, en tiempos de
       tanta persecución de infieles, él, siguiendo el ejemplo del
       reverendísimo Sr. Cardenal D. Francisco Jiménez, arzobispo de
       Toledo, de buena memoria,--quien fundó una misa, según aquel
       ritual, en la iglesia metropolitana de Toledo,--ordenaba y
       mandaba que se dijese en dos viernes de cada mes una misa y
       el dicho oficio en su capilla de la Magdalena por los trece
       capellanes en turno y como se dice en la del Sr. Cardenal.

       En la parte exterior de la iglesia se destacan diferentes
       escudos con las armas de La Gasca, llamando la atención
       uno tan grande como poco artístico, que adorna la fachada
       principal. Edificó una casa para los sacerdotes, la cual está
       situada frente a la fachada principal de aquel templo[395c].

          [395c] En la calle de Colón, señalada al presente con el
          número 13.

       De los muchos y ricos objetos que se guardaban en la
       Magdalena, sólo existe a la sazón, un cáliz de plata, de
       estilo gótico florido, regalado por el fundador[395d].

          [395d] El hermoso y artístico retrato de D. Pedro de La
          Gasca, que se hallaba en la sacristía, se lo llevó el
          general Concha, patrono de la iglesia, allá por el año 1860.

       [436] _Hist. del Perú_, tom. II, pág. 401.

Si nos agrada que el escritor americano coloque a nuestro La Gasca al
lado de Washington, la imparcialidad nos obliga a decir que el español,
aunque prestigioso gobernante, se halla muy por debajo del hijo ilustre
de Virginia.



CAPITULO XXIV

  VIRREINATO DEL PERÚ (CONTINUACIÓN).--EL VIRREY MENDOZA.--GOBIERNO
  DE LA AUDIENCIA.--EL MARQUÉS DE CAÑETE: INSURRECCIÓN DE SAIRI
  TUPAC.--EXPEDICIONES.--EL CONDE DE NIEVA Y GARCÍA DE CASTRO.--EL
  VIRREY TOLEDO: SUPLICIO DE SAIRI TUPAC.--LOS CHIRINAMOS.--LOS
  JESUÍTAS.--CÉDULA DE FELIPE II.--ENRÍQUEZ Y EL CONDE DE VILLAR DON
  PARDO.--EL MARQUÉS DE CAÑETE: LOS PIRATAS.--SANTO TORIBIO.--LAS
  ENCOMIENDAS.--CÉDULA DE FELIPE III.--EL MARQUÉS DE MONTESCLAROS:
  CREACIÓN DE CATEDRALES.--EL PRÍNCIPE DE ESQUILACHE, EL CONDE
  DE CHINCHÓN Y EL MARQUÉS DE MANCERA.--LOS VIRREYES CONDE DE
  SALVATIERRA, CONDE DE ALBA DE LISTE Y CONDE DE SANTISTEBAN.--EL
  CONDE DE LEMOS Y OTROS VIRREYES NOMBRADOS POR CARLOS II.--TERREMOTO
  DE 1678.--VIRREINATO DE CASTELL DOS RÍUS: TERREMOTO DE 1707: AUTOS
  DE FE.--VIRREINATO DEL OBISPO DE QUITO.--EL PRÍNCIPE DE SANTO BONO
  Y OTROS VIRREYES.--COMISIÓN CIENTÍFICA EN EL PERÚ.--SUBLEVACIÓN DE
  LOS INDIOS.--CÉDULA DE 1736.--EL CONDE DE SUPERUNDA: TERREMOTO DE
  1746.--EL VIRREY AMAT: EXPULSIÓN DE LOS JESUÍTAS.--LOS VIRREYES
  GUIRIOR Y JÁUREGUI.--EL INDIO CONDORCANQUI.--LOS VIRREYES CROIX,
  GIL DE TABOADA, O'HIGGINS Y AVILÉS.--BOLIVIA BAJO EL VIRREINATO DEL
  PERÚ Y DESPUÉS DEL DE BUENOS AIRES.


D. Antonio de Mendoza, propuesto a Carlos V por La Gasca para el cargo
de virrey del Perú, llegó a Lima (mes de septiembre de 1551). Mostróse
en el Perú tan prudente y bondadoso como antes en México. Encargó a
su hijo D. Francisco que recorriese el Perú con el objeto de conocer
las necesidades públicas y dispuso que Juan de Betanzos escribiera la
historia del Perú desde su descubrimiento.

«Ynformado el Rey de haverse alzado Mango Yuga Yupangui por los
malos tratamientos que rescivía de los Españoles, y que por su
muerte lo andaba tambien su hijo Inga, con muchos caciques e indios,
malográndose el fruto de su redencion; y habiendo noticia de que
quería christianarse y venir al servicio y obediencia de S. M., le
avisó aversele concedido (el indulto) y perdonado todos sus delitos,
encargándole se presentase al virrey D. Antonio de Mendoza, con sus
caciques y secuaces, que estaba prevenido le honrrasse e hiciesse
restituir las casas y chacaras que posehía su padre al tiempo que se
alzó.--Céd. de 9 de marzo de 1552.--Vid. doc. 11 de ellas, fol. 406,
núm. 60»[437].

       [437] Archivo histórico nacional, _Cedulario índico de Ayala_,
       letra I, núm. 11.

Si el licenciado La Gasca, deseando premiar a los que habían
permanecido fieles a la causa del Rey, hubo de conceder 150
encomiendas, ni la Audiencia, ni Mendoza, aunque se hallaban
autorizados a ello, concedieron ninguna. El tributo que pagaban los
indios sujetos a las encomiendas iba todo a parar a manos de los
encomenderos, hasta que por Real Cédula de 1550, se les impuso la
obligación de pagar el quinto a la Corona, disposición que comenzó a
practicarse durante el gobierno de la Audiencia.

Murió Mendoza en julio de 1552, volviendo la Audiencia a encargarse del
gobierno. La suspensión del servicio personal de los indios, ordenada
por la Audiencia, produjo varios desórdenes, siendo el principal jefe
de los descontentos Hernández Girón, el cual se dió tan buena maña que
se hizo dueño del Cuzco y se aproximó a Lima. Hernández Girón logró
vencer al ejército real en Chuquinga, y cuando se disponía a empresas
mayores, le abandonaron los suyos. Hecho prisionero en Atunjanja, murió
decapitado en la capital el 7 de diciembre de 1554; su cabeza se colocó
en el rollo de la plaza, al lado de las de Gonzalo Pizarro y Carbajal.

Don Andrés Hurtado de Mendoza, segundo marqués de Cañete, recibió
el gobierno que le entregó la Audiencia en julio de 1557; pero su
nombramiento fué hecho el 10 de marzo de 1555. Concedió algunas
encomiendas a los que más se distinguieron en servicio del Rey, y a los
descontentos que se creían con derecho a ellas, los mandó a España,
si bien tampoco consiguieron nada de Felipe II. Procuró el marqués de
Cañete la sumisión de Chile, mandando contra los _araucanos_ a su hijo
Don García.

Un hecho de verdadera importancia se registra en el gobierno del citado
virrey, y fué que tuvo la fortuna de acabar con la insurrección de
Sairi Tupac, heredero de Inca Manco, el cual se puso a la cabeza de los
indios quichuas. Para vencer dicha insurreccion se valió del influjo de
la coya D.ª Beatriz, tía de Sairi y de Juan de Betanzos, emparentado
con la dinastía de los Incas. Entró Sairi en la ciudad de los Reyes
como solían entrar los antiguos monarcas, llevado en una litera. Por
la renuncia de sus derechos se le dieron 20.000 ducados de renta en
las encomiendas de Sacsahuana y Jucay, el título de Adelantado y otras
mercedes. Dícese que en el acto de concederle estas gracias, cogiendo
una hebra del fleco de terciopelo de la mesa, exclamó: _Todo este paño
y su guarnición eran míos, y ahora me dan este pelito para mi sustento
y el de mi casa_. Tiempo adelante se convirtió a la religión cristiana,
recibiendo el nombre de Diego.

Dedicóse el marqués de Cañete a mejorar el estado del país, fundando
en la región de los _cañaris_ la ciudad de _Cuenca_, reprimiendo las
demasías de los negros, enviando tres buques a explorar el Estrecho de
Magallanes, y encomendando a Pedro de Ursúa el descubrimiento de los
_omaguas_, habitantes--según se decía--de tierras abundantes de oro;
esta expedición, a causa de las crueldades de Lope de Aguirre, tuvo mal
resultado.

Don Diego de Acevedo y Zúñiga, conde de Nieva, se hizo cargo del
gobierno el 31 de abril de 1561. Concedió algunas encomiendas. Se
declaró que correspondían a la Corona las encomiendas de Lope de
Mendieta, de D. Alonso de Montemayor y de D. Francisco de Mendoza. El
conde de Nieva fundó el pueblo de _Arnedo_, en el valle de Chancay, y
el de _Ica_, en un paraje que era guarida de ladrones. Según algunos
escritores, fué asesinado por un marido ultrajado en su honra y cuando
de noche subía por una escalera a un balcón de la casa del citado
marido.

Encargóse D. Lope García de Castro del mando el 21 de septiembre de
1564, y lo desempeñó hasta el 26 de noviembre de 1569. Gobernó el Perú
con el título de presidente de la Audiencia, conferido por Felipe II.
Estableció la casa de la moneda, intentó colonizar las islas de Chilve
y confió a Alvaro de Mendaña una expedición que dió por resultado el
descubrimiento de las islas de Salomón, en la Oceanía. No concedió
ninguna encomienda.

De la prudente y sabia administración de D. Francisco de Toledo quedan
muchos e importantes recuerdos, si bien su gobierno se halla afeado con
la nota de crueldad. La visita general que hizo por el virreinato y
que emprendió el 23 de octubre de 1570, fué beneficiosa a los indios,
porque el virrey logró corregir algunos abusos de los encomenderos y
fundó muchos pueblos de indígenas, a los cuales concedió el derecho de
juntarse en cabildos para tratar de los asuntos que creyesen necesario.

Consideremos otro asunto de no escaso interés. Gozaba de independencia
la ciudad de Vilcabamba y en ella habían tomado la borla imperial,
después de Sairi-Tupac, Titu-Cusi y Tupac-Amaru. Queriendo el
virrey acabar con aquel ridículo imperio, entró en negociaciones
con Tupac-Amaru, que no dieron resultado favorable. Lo que no pudo
conseguir por medio del consejo, lo conseguirá por la fuerza.
Encargóse de ello D. Martín de Loyola que, al frente de 200 soldados,
penetró en el país, donde encontró cortados los caminos y rotos
los puentes. Sin embargo, pudo llegar de improviso a Cochabamba y
habiéndose apoderado del Inca, le hizo llevar prisionero al Cuzco,
donde fué condenado a muerte. Cuando marchaba al cadalso, como oyese
que gritaba el pregonero: _A este hombre matan por tirano y traidor
á su Magestad_, replicó: _No digas eso, pues sabes que no es verdad;
yo no he hecho traición, ni pensado hacerla, como todo el mundo sabe.
Dí que me matan porque el virrey lo quiere y no por mis delitos._ En
el momento de entrar en la plaza, sitio destinado a la ejecución,
aparecieron muchas coyas e hijas de caciques clamando tristemente:
_Inca, ¿por qué te van á matar? ¿Qué traiciones has hecho para merecer
tal muerte? Pide á quien te la da, que nos mande matar á todas, pues
somos todas tuyas por la sangre y por la condición, y más dichosas
seremos en tu compañía que quedando siervas de los que te matan._
Tupac-Amaru recibió con resignación la muerte; pero la opinión pública
acusó de cruel al virrey, y hasta el mismo Felipe II, tiempo adelante,
le hechó en cara semejante hecho, diciéndole: «Idos á vuestra casa,
que yo no os mandé al Perú para matar reyes.» Deseoso de quitar a los
indios toda idea de insurrección, puso el virrey en el Cuzco fuerte
guarnición de españoles y llevó a Lima las momias de los Incas, a cuya
presencia se arrodillaba la muchedumbre en los caminos.

Intentó conquistar el país de los _chiriguanos_, en el cual entró
y tuvo que retroceder escarmentado. Enemigo de los jesuítas, desde
Los Reyes, con fecha 7 de octubre de 1578, mandó a Martín García de
Loyola, corregidor del Potosí, que cerrase las puertas de la casa que
allí tenían los Padres y les embargara los bienes temporales de que
eran dueños. En virtud de la orden del virrey fueron arrojados de
dicha casa los PP. José de Acosta, Baena, Medina y los HH. Santiago,
Tomás y Domingo[438]. No escatimaremos nuestros aplausos a la gestión
administrativa de D. Francisco de Toledo. Mejoró el estado de la
Hacienda y publicó sabias ordenanzas.

       [438] Véase _Hist. de la Compañía de Jesús_, etc., por el P.
       Pastells, tomo I, págs. 14-18.

Antes de terminar la reseña de este virreinato, hagamos un descanso
para registrar dos hechos realizados por Felipe II, digno de censura
uno y digno de alabanza otro. Refiérese el primero a que por Cédula
de 25 de enero de 1569 estableció la Inquisición en el Perú. Vid.
tom. 33 del Ced.º, fol. 357 v.º, núm. 289[439]. Consiste el segundo
en que desde Badajoz (23 septiembre 1580) mandó a decir al presidente
de la Audiencia de los Charcas que en la Universidad, fundada por el
mismo Rey, se estudiase la lengua general de los indios «para que los
sacerdotes que les han de administrar los Santos Sacramentos y enseñar
la doctrina» tuviesen «el medio principal para poder hacer bien sus
oficios»[440].

       [439] Arch. hist. nac., _Cedulario índ. de Ayala_, letra I,
       núm. 16.

       [440] _Cedulario índico_, tomo XXXIV, núm. 293, págs. 329-331.

El 23 de septiembre de 1581 entregó D. Francisco de Toledo el mando
a su sucesor, «embarcándose para España, dejando hecha la tasación
de tributos que había practicado en la visita general, en la cual se
encontró haber en las 19 provincias de las Audiencias de Lima, Quito
y Charcas 695 encomiendas con 325.899 indios, cuyos tributos anuales
importaban un millón quinientos seis mil doscientos noventa pesos de
oro, de los que trescientos un mil doscientos cincuenta y ocho pesos
correspondían al Rey por el derecho de quintos, quedando de renta
para los encomenderos un millón doscientos cinco mil treinta y dos
pesos...»[441].

       [441] _Libro Primero de Cabildos de Lima_, segunda parte, pág.
       113.

Al breve gobierno de D. Martín Enríquez sucedió el virreinato de D.
Fernando de Torres y Portugal, conde de Villar Don Pardo. Protegió a
los indios y tuvo la desgracia de que en su tiempo el inglés Drake
devastase las costas del Perú.

D. García Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete, defendió el Perú
de los ataques de Hawkins y otros piratas ingleses. Introdujo la
contribución de alcabalas, que fué causa de muchos tumultos. A la sazón
floreció en el Perú Santo Toribio Mogrovejo, arzobispo de los Reyes
(Lima), quien reunió un concilio en el año 1591 y cuyas actas remitió a
Felipe II[442].

       [442] _Colec. de doc. inéd. para la Historia de España_, tomo
       V, págs. 185-189.

Por lo que a las encomiendas respecta «muchas y repetidas cédulas se
expidieron desde el reinado de Felipe II para que las encomiendas se
convirtieran en pueblos; se dispuso que los encomenderos residiesen
en sus encomiendas; que no se dieran dos de ellas a una misma persona
si no podía formar un solo pueblo, en cuyo caso por la aceptación de
la última se tenía por renunciada la primera, leyes que sólo tuvieron
cumplimiento en parte, pues en España se proveyeron muchas a favor de
personas que ni estaban ni habían estado nunca en el Perú»[443].

       [443] _Lib. Prim. de Cabildos de Lima_, segunda parte, págs.
       116 y 117.

Merece, por último, no pocas alabanzas la Real Cédula que, con fecha
29 de diciembre de 1593, se dirigió a los presidentes y oidores de las
Audiencias de Lima y de las Charcas, mandándoles que castigasen con
mayor rigor a los españoles que injuriasen a los indios[444].

       [444] _Cedulario índico de Ayala_, letra D.

Poco tiempo después Felipe III, desde la ciudad de Valladolid (13
noviembre 1604) se dirigía al presidente de la Audiencia de los
Charcos, diciéndole que «entendiendo el mucho distrito que tiene el
Obispado de esa provincia, y lo mal que se puede visitar y administrar
el pasto espiritual por un Prelado solo» acuerda erigir otras dos,
una en la ciudad de La Paz de la provincia de Chuquiago, y la otra en
la ciudad de la Barranca de la provincia de Santa Cruz de la Sierra,
habiendo presentado a su Santidad las personas que han parecido más
convenientes para ello...»[445].

       [445] _Cedulario índico_, tomo XVII, núm. 182, págs. 145 v.º a
       147.

Pasó del virreinato de México (1607) al del Perú D. Juan de Mendoza y
Luna, marqués de Montesclaros. Entre otras medidas de buen gobierno,
estableció el Tribunal del Consulado, suprimió el Rey por consejo suyo
el servicio personal de los indios e hizo construir un gran puente en
Lima para comunicar con el arrabal de San Lázaro.

Por aquellos tiempos, Felipe III, desde Madrid con fecha 13 de
diciembre de 1608, escribió a su embajador en Roma, haciéndole
presente que el arzobispado de la ciudad de los Reyes y el obispado
de la ciudad de Cuzco tenían muy grandes distritos, por lo cual había
acordado que «del arzobispado de la ciudad de los Reyes se saque
una iglesia catedral que tenga su asiento en la ciudad de Trujillo
de las dichas provincias del Perú, y que del obispado del Cuzco se
saquen otras dos iglesias catedrales, la una que tenga su asiento
en la ciudad de Arequipa y la otra en la ciudad de Guamanga de las
dichas provincias»[446]. Encargaba el Rey al embajador que rogase a
Su Santidad la creación de las nuevas iglesias. El mismo monarca,
desde San Lorenzo (20 agosto 1611) dijo al marqués de Montesclaros
que habiendo vacado el arzobispado de la ciudad de los Reyes por
fallecimiento de D. Toribio Alfonso de Mogrovejo, había dispuesto,
contando con Su Santidad, la creación de una iglesia catedral en
Trujillo[447].

       [446] Ibidem, tomo XVII, núm. 185, págs. 149 v.ª a 151.

       [447] Ibidem, tomo XVIII, núm. 186, pág. 151 a 153 v.ª

D. Francisco de Borja y Aragón, Príncipe de Esquilache (1615-1621),
realizó obras importantes, entre ellas la fortificación del puerto
del _Callao_ y la fundación de la ciudad de _San Francisco de Borja_.
Creó el Real Convictorio de San Bernardo para la educación de los
hijos de los conquistadores, y el Colegio de San Francisco de Asís
para los hijos de indios nobles. Bajo su mando fueron rechazados los
piratas que asolaban aquellas costas, y Jacobo le Maine descubrió
el Estrecho que lleva su nombre y que exploraron luego los hermanos
Nodales. Dicen algunos escritores que fundó una Academia literaria en
su palacio. Reuníanse allí los ingenios más distinguidos de Lima y con
ellos discutía el virrey sobre materias científicas y literarias. De su
inspiración poética dió señaladas pruebas el príncipe de Esquilache.
Parece que el ánimo descansa cuando en el árido campo de la historia se
hallan gobernadores como D. Francisco de Borja. ¿Tuvieron en su tiempo
demasiada influencia los hijos de San Ignacio de Loyola? Es posible.

Poco tenemos que decir del virrey D. Diego Fernández de Córdoba,
marqués de Guadalcázar. Defendió la colonia de las agresiones del
pirata Clerck, el cual, llegando al Pacífico por el Cabo de Hornos,
puso sitio al Callao. Bajo su gobierno se publicaron las _Nuevas Leyes
de la Recopilación de Indias_.

D. Jerónimo Fernández de Cabrera y Bobadilla, conde de Chinchón,
comenzó su virreinato el 14 de enero de 1629, cesando el 18 de
diciembre de 1639, en cuyo tiempo un terremoto destruyó la mayor
parte de Lima. Desde la ciudad de los Reyes se dirigió el virrey a Su
Majestad dándole cuenta del fallecimiento (5 febrero 1630) de Fray
Francisco de Sotomayor, en la villa de Potosí, antes de tomar posesión
del arzobispado de los Charcas; además el conde de Chinchón proponía
personas para suceder a Fray Francisco.

En situación tan pobre se hallaba la monarquía (primeros años de Felipe
IV) que por Real Cédula del 27 de mayo de 1631, fechada en Madrid,
se autorizó al virrey para que pusiese en venta todos los oficios de
Alcaldes provinciales de la Hermandad, y los de Alguaciles y «que se
rematen en las personas que más por ello dieren...»[448]. También con
la misma fecha mandó el Rey al conde de Chinchón que vendiese algunas
hidalguías, porque era muy malo el estado de la Hacienda[449]. Por
último, en igual fecha ordenó Felipe IV al virrey que vendiese la
pimienta por cuenta de la Real Hacienda[450]. Sin embargo de la penuria
en que se hallaba el Estado, todavía tenía gusto para pedir al citado
virrey los animales fieros que hubiese en todo el distrito de su
gobierno, como leones, tigres, osos y otras clases[451].

       [448] _Cedulario índico_, tomo XXV, págs. 323, 321 y 324 v.ª

       [449] Ibidem, tomo XXXVII, núm. 114, págs. 138 v.ª y
       siguientes.

       [450] Ibidem, núm. 115, págs. 139 v.ª y 140.

       [451] Ibidem, núm. 120, págs. 143 v.ª y 144.

No pasaremos adelante sin hacer notar que por reales cédulas
de 1618 y 1625 se declaró que sólo el Consejo de Indias podía
conceder encomiendas, revocándose así el poder que para ello tenían
los virreyes. Posteriormente, o sea el 11 de febrero de 1637,
por Real Cédula se autorizó a los virreyes para que continuasen
concediéndolas[452].

       [452] Por cédula de 24 octubre 1668 se amplió la concesión
       a los gobernadores propietarios y a los nombrados por los
       virreyes con el carácter de interinos.

Del mismo modo debió su nombramiento a Felipe IV el virrey don Pedro de
Toledo y Leiva, marqués de Mancera. Llegó al Callao el 22 de noviembre
de 1639 y saltó a tierra el 23. Entró en Lima con toda la pompa
acostumbrada, recibiendo el poder de manos del conde de Chinchón (18
diciembre 1639). Fortificó el Callao, cuyas obras comenzaron en 1640
y tuvieron término en 1647; hizo levantar un fuerte en Arica, otro en
Puná y un tercero en Guayaquil; también fortificó la plaza de Valdivia.
Con verdadero empeño procuró defender el virreinato de las incursiones
de los piratas, aumentó los ingresos de la Real Hacienda y mantuvo la
paz pública y el prestigio de su autoridad.

Si de los indios se trata, reformó la tasa excesiva de los tributos
e hizo una estadística de aquellos indígenas. En la _Memoria_ o
_Relación_ que publicó acerca del gobierno se hallan las siguientes
palabras: «Tienen por enemigos estos pobres indios la cudicia de
sus corregidores, de sus curas y de sus caciques, todos atentos á
enriquecer de su sudor: era menester el celo y autoridad de un virrey
para cada uno; en fee de la distancia se trampea la ubediencia, y ni
hay fuerza ni perseverancia para proponer segunda vez la quexa»[453].
Para reprimir la embriaguez de los naturales, dictó una provisión
prohibiendo venderles vino, la cual sólo era una especie de copia de
otras órdenes y provisiones publicadas sobre el mismo asunto; pero que
no las hacían cumplir los corregidores, sus tenientes, caciques y curas
párrocos. Teniendo necesidad de barcos, mandó construir en Guayaquil
dos galeones: _La Capitana Real_ y _La Almiranta_. A causa de los
apuros del monarca, pudo remitirle un donativo de 500.000 $.

       [453] Núm. 15.

Tanto interés inspiraba al Rey el estado de los trabajos de la mina de
cinabrio de Huancavelica, que el virrey dispuso visitarla en persona,
saliendo de Lima a mediados de julio de 1643, dejando encomendado el
gobierno durante su ausencia a D. Andrés de Villela, decano de la
Audiencia. Por último, el marqués de Mancera organizó el servicio de
correos (_chasques_), y en su tiempo, conforme a la Real Pragmática
de 28 de diciembre de 1638, se introdujo en el Perú, año de 1641, el
uso del papel sellado, siendo de cuatro clases: el del sello 1.º, que
valía seis reales; el del 2.º, tres; el del 3.º dos, y el del 4.º,
uno. Terminó el marqués de Mancera su virreinato (20 septiembre 1648),
sucediéndole el conde de Salvatierra. La memoria que dejó escrita dicho
marqués, fué entregada a su sucesor el 28 de octubre de 1648, según lo
indican León Pinelo, y Cerdán, oidor de la Audiencia[454].

       [454] _Boletín de la Real Academia de la Historia_, tomo
       XVIII, págs. 253-258.--Madrid, 1891.

También fueron nombrados virreyes por Felipe IV, Don García Sarmiento
de Sotomayor Enríquez de Luna, segundo conde de Salvatierra; D. Luis
Enríquez de Guzmán, conde de Alba de Liste; y don Diego de Benavides
y de la Cueva, conde de Santisteban. Llegó al Callao el conde de
Salvatierra (28 agosto 1648) y se hizo cargo del gobierno el 25 de
septiembre. Antes fué virrey de Nueva España, y en el Perú, como en
México, se mostró demasiado amigo de los jesuitas. A los hijos de
Loyola dió el encargo de convertir al catolicismo a los indios de la
provincia de Mainas, y a otros religiosos les ordenó que hiciesen
lo mismo con los indios parataguas, motilones, etc. En la contienda
que tuvieron los jesuitas con Fr. Bernardino de Cárdenas, obispo del
Paraguay, se puso el virrey al lado de aquellos. Cumpliendo una orden
del Rey, él y los Tribunales del virreinato prestaron juramento,
en manos del arzobispo Villagómez, de defender la creencia de la
Inmaculada Concepción de la Virgen María. Sumamente religioso, mostró
especialmente su devoción a Nuestra Señora de la Soledad, al apóstol
San Pedro y a San Francisco de Asís. No pasaremos en silencio un hecho
que enaltece la memoria del piadoso conde de Salvatierra y fué la
multitud de células publicadas con el objeto de aliviar la suerte de
los indios, a quienes todos _procuraban esquilmar_.

El 24 de febrero de 1655, entregó el virreinato al conde de Alba de
Liste, virrey antes de Nueva España. Alba de Liste gobernó con bastante
tino y prudencia.

El conde de Santisteban tuvo que apaciguar algunas sublevaciones
interiores. Felipe IV, desde Madrid (6 marzo 1662) ordenó al citado
virrey, que, habiendo el Papa Alejandro VII declarado el santo misterio
de la Inmaculada Concepción de la Virgen, dispusiera él que en la
ciudad de los Reyes se hiciesen solemnes fiestas religiosas[455].
Algunos meses después (7 octubre 1662) quejóse el Rey acerca del estado
en que se hallaba el gobierno del Perú, lo mismo en lo político que en
lo judicial y administrativo[456].

       [455] _Cedulario índico_, tomo XXXVII, núm. 293, págs. 363 y
       363 v.ª

       [456] Ibidem, tomo XXXVIII, núm. 9, págs. 11 v.ª y 12.

Durante la menor edad de Carlos II, la reina gobernadora (desde Madrid
el 14 de mayo de 1668), habiendo hecho saber que Su Santidad había
ordenado despachar el Breve de la beatificación de la Madre Rosa de
Santa María, que nació y murió en la ciudad de Lima, mandó que se
celebraran fiestas en dicha población y en toda la diócesis[457].

       [457] Ibidem, núm. 195, págs. 223 v.ª a 229 v.ª

Debieron su nombramiento a Carlos II los virreyes D. Pedro Fernández de
Castro y Andrade, conde de Lemos; D. Baltasar de la Cueva Henrríquez y
Saavedra, conde de Castellar; D. Melchor de Liñán y Cisneros, arzobispo
de Lima; D. Melchor de Navarra y Rocafull, duque de la Palata, y D.
Melchor Portocarrero Laso de la Vega, conde de la Monclova.

El conde de Lemus fundó las casas de las Recogidas de Lima, con el
nombre de las Amparadas de la Purísima Concepción de Nuestra Señora, y
castigó duramente a los revoltosos de Puno.

El conde de Castellar llegó a Lima el 15 de agosto de 1674 y fué
exonerado el 7 de julio de 1678. Se le acusó de favorecer el
contrabando, aunque el duque de la Palata afirma «que era en todo
diligentísimo, y en las materias de Hacienda Real, con singular
aplicación...»[458] En esta época, el Rey, desde Madrid (29 marzo 1678)
se dirigió al virrey, presidente y oidores de la Audiencia, a los
arzobispos y obispos de las iglesias del Perú, pidiendo un donativo
voluntario, pues con ocasión de la guerra, estaba muy pobre la Real
Hacienda[459].

       [458] _Memorias de los virreyes_ etc. Tomo II, pág.
       134.--Lima, 1859.

       [459] _Ced. índico_, tomo XXXIX, núm. 20, págs 31 y 32.

Mandó el virrey misioneros jesuitas y franciscanos a los confines de
Cajamarquilla, Tarma, Guanuco, Carabaya y otras partes, atrayendo
muchos indios a la religión católica. «Me dediqué inmediatamente al
expediente de los negocios, asistiendo continuamente a los Acuerdos,
Real Audiencia, Sala del Crimen y Tribunal de Cuentas, a la vista y
determinación de diferentes pleitos graves de Hacienda Real y entre
partes, consiguiendo tuviesen fin, después de muchos años que estaban
pendientes, etc.»[460].

       [460] _Memorias de los virreyes que han gobernado el Perú_
       etc., tom. I, págs. 163 y 164.

El suceso de más importancia que ocurrió durante el gobierno del conde
de Castellar, fué el terremoto o temblor de tierra acaecido el 17 de
junio de 1678 en la ciudad de Lima, en el Callao y en algunas leguas en
contorno de dichas poblaciones. Hundiéronse muchos edificios y terminó
catástrofe tan grande--según el vulgo--por los ruegos de Santa Rosa,
patrona de Lima, cuyo cuerpo y reliquias se llevaron en procesión
solemne, desde el convento de Santo Domingo a la Capilla de Nuestra
Señora de la Soledad de San Francisco. Mandó el virrey celebrar un
novenario, y confiesa con tristeza que sólo pudo asistir el primer día
«por haber llegado aquella noche la noticia de mi exoneración»[461].
Justa o no justa su exoneración, no puede negarse que con toda
diligencia procuró aumentar los rendimientos de las minas y, por
consiguiente, la mayor recaudación de la Real Hacienda. Por último,
en su tiempo fueron castigados los indios _uros_ y _uruitos_, los
cuales se habían retirado y hecho fuertes en los totorales y ciénagas
del desagüe de la laguna de Chucuito. El virrey quiso reducirles por
medios suaves, y como esto no fué posible, se dió el encargo de que los
desalojasen, al corregidor de Chucuito y al corregidor de Pacajes,
cuyas autoridades cumplieron su cometido, aunque con más rigor del que
debían.

       [461] Ibidem, pág. 195.

Convienen los cronistas en que D. Melchor de Liñán y Cisneros,
arzobispo de Lima, que gobernó desde 1678 al 1681, asistía
frecuentemente a los Acuerdos de la Real Audiencia «y en particular
en las causas y pleitos que las partes lo piden, porque tengan
este consuelo; pues aunque es de creer que los ministros obrarán
con justificación, influye mucho hallarse el presidente en el
Tribunal»[462]. Ocupóse detenidamente en arreglar los asuntos de la
Real Hacienda y, especialmente, los de las minas, que andaban algo
desordenados y castigó enérgicamente a los corsarios que infestaban
aquellos mares, logrando que en un combate fuese muerto el capitán
Juan Guarlen. Gloriosa victoria se consiguió (7 agosto 1680) por el
gobernador de Buenos Aires, peleando contra los portugueses del Brasil,
mandados por el general D. Manuel Lobo, pues éstos se atrevieron a
penetrar en los términos de la Corona de Castilla. Lobo fué hecho
prisionero, y entre sus papeles se encontró importante instrucción
original del príncipe regente de Portugal.

       [462] _Memoria de los virreyes_ etc., tomo I, pág. 287.--Lima,
       1859.

Acerca del duque de la Palata, que tomó posesión el 7 de noviembre
de 1681, haremos notar que comenzó su gobierno mandando dar muerte a
Carlos Clerque y a los compañeros del famoso corsario. Cuando en el
año 1683 llegó al Perú la noticia de que los piratas habían entrado
y saqueado a Veracruz (Nueva España), se pensó rodear de murallas la
hermosa ciudad de los Reyes, obra que se llevó a feliz término mediante
las acertadas disposiciones del Cabildo, Justicia y Regimiento de dicha
capital. En la representación que el conde de la Palata hizo al Rey
con fecha 18 de mayo de 1688 dice, entre otras cosas, lo que sigue:
«que la Real Hacienda está muy empeñada...»; y más adelante añade:
«Las calamidades de este Reyno son tan grandes y se pueden temer tan
repetidas, que obligan á prevenir los remedios»[463]. Advierte el
virrey que las Audiencias subordinadas al gobierno del Perú son cuatro:
la de _Panamá_, la del _Reino de Chile_, la de _Quito_ y la de _las
Charcas_, y que las dos últimas se hallan más subordinadas y atentas
que las dos primeras «aunque alguna vez se propassan...»[464]. No deja
de tener cierta curiosidad la relación hecha por el virrey acerca de
la ruina de la ciudad de Lima (desde el 20 de octubre hasta el 2 de
diciembre de 1687) con la repetición de temblores de tierra[465];
pero lo que más preocupó al conde de la Palata fué la entrada de los
piratas en el mar del Sur por el año de 1684 y siguientes. Cuando las
sacudidas violentas de los terremotos arruinaban comarcas en la América
Meridional y parecía que los elementos se encargaban de destruir lo
que perdonaban los filibusteros, la madre de Carlos II se ocupaba de
cosas asaz importantes. Desde su palacio del Buen Retiro, con fecha
5 de abril del año 1687, pidió a Su Santidad rótulo y _remisoriales_
para que se hiciesen informaciones de las virtudes del P. Francisco del
Castillo, de la Compañía de Jesús; fallecido en Lima, su patria, con el
objeto de proceder en seguida a su beatificación[466].

       [463] Ibidem, etc., tomo II, págs. 5-10.--Lima, 1859.

       [464] Ibidem, etc., tomo II, págs. 77 y 78.

       [465] Ibidem, págs. 113-120.

       [466] _Cedulario índico_, tomo VII. núm. 287, fol. 210, v.º

Después de gobernar ocho años el Perú el duque de la Palata, vino a
ocupar cargo tan elevado el conde de la Monclova. El último virrey,
nombrado por Carlos II, se ocupó principalmente en defender la
colonia contra los ingleses durante la guerra de sucesión española.
Citaremos, aunque de escaso valor, otra clase de hechos. Carlos II,
desde Madrid y con fecha 18 de septiembre de 1696, decía al virrey
del Perú que había resuelto trasladar, contando con la aprobación
de Su Santidad, la iglesia Catedral de San Lorenzo de la Barranca a
la villa de Mizque[467]. A la citada villa, con la misma fecha, la
hizo merced del título de _Ciudad_[468]. Al mes siguiente y por Real
decreto dado en Madrid (15 octubre 1696) hizo presente al virrey del
Perú que había dado cuenta al Papa de la traslación de la iglesia
catedral que se hallaba en Santiago del Estero a la ciudad de Córdova
en la misma provincia[469]. Pero sobre todo, daremos cuenta de lo que
parecía interesar más a Carlos II. Por Real Cédula del 24 de julio
de 1698, dirigida al virrey del Perú, se mandaba que se remitiesen a
España 40 o 50 _alectos_ (pájaros de volatería para la Real Casa), «en
inteligencia--decía la Cédula--que sería de su Real desagrado cualquier
omisión que tuviese en este encargo»[470].

       [467] Ibidem, tomo XVIII, núm. 206, pág. 152 v.ª y siguientes.

       [468] Ibidem, núm 207, págs. 154 y siguientes.

       [469] Ibidem, núm. 209, págs. 155 v.ª y siguientes.

       [470] Ibidem, letra A, tomo I, documento 25.

Poco después de la muerte de Carlos II, cuya afición a los pájaros era
tan manifiesta, Felipe V, con fecha 17 de abril de 1703, se dirigió a
los arzobispos y obispos del Perú, diciéndoles que aliados ingleses
y holandeses preparaban sus navíos y 15.000 hombres para conquistar
a América; pero que él no podía acudir a la defensa por la pobreza
del Real Erario. En este caso les rogaba le concediesen un subsidio
para defender dichos dominios de los enemigos de la religión[471].
El mismo Rey, en Real Cédula, dada en Madrid (26 enero 1706), decía
que el conde de la Monclova, virrey del Perú, le había notificado, en
carta del 8 de octubre de 1704, cómo por el mar del Sur entraron dos
bajeles ingleses con patentes de corso de la reina de Inglaterra, y en
su seguimiento tres navíos franceses, al mando del conde de Tolosa,
almirante de Francia[472].

       [471] Ibidem, tomo 38, fol. 291 v.º, núm. 239.

       [472] _Cedulario índico_, tomo XXXVIII, núm. 246, págs. 297
       v.ª a 299.

Felipe V de Borbón nombró en el año 1705 virrey del Perú a don Manuel
de Oms y Senmenat, marqués de Castells Dos Ríus, hombre de energía,
hábil cortesano y cultivador de las bellas letras. Fiel al nuevo Rey,
levantó empréstitos y sin reparo alguno echó mano a obras pías y a
cajas de censos, reuniendo millón y medio de pesos, para mandarlos
a Felipe V, que bien los necesitaba para los gastos de la guerra de
sucesión. Castells Dos Ríus castigó a los corsarios ingleses Roglos
y Dampierre, quienes, con dos buques, saqueaban las costas del Perú,
llegando a exigir del puerto de Guayaquil crecido rescate. Un terrible
terremoto, en 1707, destruyó el pueblo de Capi y ocasionó otras
desgracias en las provincias del Cuzco, siendo digno de contar que la
granja de San Lorenzo fué lanzada de una a otra banda del Apurimac con
casas y gente. El fanatismo católico vió en el terremoto un castigo
divino por las secretas idolatrías de los indios. Además, como si el
castigo de Dios fuese poco, los hombres dispusieron autos de fe contra
supersticiosos indios. Aunque de dudosa moralidad el virrey--pues según
de público se decía, especulaba en todos los ramos de la administración
e iba a la parte en los contrabandos--continuó desempeñando su
importante cargo hasta que murió en 1710.

Dicen los cronistas que don Diego Ladrón de Guevara, obispo de Quito,
natural de Cifuentes (Guadalajara), fué excelente virrey. Ampliáronse
los estudios universitarios, se prohibió la elaboración de aguardiente
de caña por el abuso que hacían de ella los indios, castigó sin
consideración alguna a un hijo natural del conde de Cartago por el
robo de un copón y el sacrilegio cometido con las sagradas formas, y
reprimió las insolencias de los negros cimarrones que desde los montes
de Huachipa hacían frecuentes correrías. Fué reemplazado en el año
1716, y no consintió que se le dispensase del juicio de residencia.

Nombrados también por Felipe V fueron D. Nicolás Caracciolo, príncipe
de Santo Bono y Fr. Diego Morcillo, arzobispo de Lima. Durante el
gobierno de Caracciolo se agregó la provincia de Quito al virreinato
de Santa Fe, creado en el año 1717. Protegió el virrey las misiones
de Chanchamayo, descollando entre los religiosos Fray Francisco de
Santa Fe. Aunque no pudo acabar con el mal, hizo mucho para reprimir
el contrabando que hacían los corsarios, especialmente los holandeses.
Por entonces, como llegase a oídos del gobierno de la metrópoli los
excesivos gastos que hacía el cabildo de Lima al recibir los virreyes
a su llegada de España, vino Real cédula (1718) fijando en doce mil
pesos el gasto obligatorio para la ciudad, si bien particulares o
corporaciones podían, por cuenta propia, agasajar al representante del
monarca. El cabildo, pues, debía ajustarse al siguiente presupuesto:

                                                                  Pesos.
                                                                  ------
  Cama para el virrey, con colgadura de damasco, sábanas y
  almohadas guarnecidas de encajes y sobre cama de medio tisú.     1.400

  Dos vasos de plata para uso ordinario                              180

  Escribanía de plata                                                170

  Carruaje                                                         3.000

  Tiro de caballos con herrajes y arneses                          1.725

  Música, iluminación y limpieza de arañas                           360

  Las dos comidas del día en que entra el virrey y el
  siguiente, y refrescos para ambas noches                         3.700

  Para manteles, marcar y devolver la plata labrada, que se
  busca prestada para estas funciones, y para pagar pérdidas
  y daños                                                            850

  Propinas a la guardia, porteros de la Audiencia y criados
  de librea                                                           88

  Para fuegos artificiales y gastos menudos o imprevistos,
  no designados                                                      527
                                                                  ------
                                                                  12.000
                                                                  ======

Fray Diego Morcillo, arzobispo de Lima, desempeñó el cargo de virrey
desde el 1720 al 1724. Tuvo la satisfacción de que en su tiempo se
verificase la canonización de Santo Toribio de Mogrovejo. Por lo demás,
sólo disgustos tuvo en su gobierno. Nada pudo hacer contra el corsario
inglés Chiperton, que amenazaba las costas del Pacífico; ni contra la
Gran Bretaña, que abusando de un tratado hecho con Felipe V, introducía
mercancías en el Perú, ocasionando la ruina del comercio español;
ni contra el Paraguay, donde ocurrían desórdenes originados por el
gobernador Antequera; ni contra los araucanos de Chile, que invadían
las poblaciones fronterizas.

Con aplauso de gran parte del clero y con gran contento del Rey y
de la corte, ocupó el virreinato D. José Armendariz, marqués de
Castel-Fuerte. Comenzó su gobierno el 1724 y terminó el 1736. Hombre de
severas costumbres, quiso, con exageración manifiesta, restablecer la
disciplina eclesiástica en el Perú, ocasionándole su manera de obrar
varios conflictos, entre ellos el del mismo obispo de Guamanga. A la
sazón recibió Real cédula (13 febrero 1727) ordenándole que llamase
secretamente a los prelados de las Órdenes y les dijese que el Rey
tenía noticia de los muchos sacerdotes regulares y seculares «que con
escándalo mantenían familias enteras de mujeres e hijos, tolerándolo
los prelados, por las utilidades que de ello percibían en visita.»
Disponía el Rey que el prelado--«si resultase delincuente en descuido
tan culpable--se mandara a España, encargando también que los ministros
reales castigasen con todo rigor a las mujeres prostitutas»[473].

       [473] _Arch. hist. nac.--Cedulario índico de Ayala_, letra A,
       tomo I, documento 36.

Decidido protector de la Inquisición, tuvo el singular placer de que
en el año 1731, en la iglesia de Santo Domingo, se verificase un auto
de fe, en el cual salieron varios sentenciados como hechiceros y por
otros delitos. Asistió el virrey al auto citado «haciendo con esta
solemnidad una nueva concordia de Magestad y Religión...»[474]. En su
afán de propagar la religión católica, ayudó con todas sus fuerzas
las misiones del reino de Chile y la de Chiloe, dirigidas por los PP.
Jesuítas; las de las provincias de Tarma, Jauja y ciudad de Guanuco, en
que está comprendida la principal del Cerro de la Sal, realizadas por
los PP. Franciscanos, «héroes de Dios» como les llama el virrey. Dictó
algunas disposiciones encaminadas a proteger y ayudar al Hospital de
Santa Ana, fundado por la ardiente piedad de Santo Toribio, arzobispo
de Lima, y entregado después a la protección de nuestros monarcas. Sin
embargo de su ferviente catolicismo, hubo de decir que era conveniente
«resistir el aumento de Religiones y conventos de ambos sexos en esta
ciudad (Lima), cuyo número ha crecido más de lo que pedía el de los
vecinos que contiene, siendo todos 34, los 19 de religiosos y 15 de
monjas, fuera de algunos beaterios y casas de recogimiento y colegios
de mujeres»[475].

       [474] _Memorias de los virreyes_, etc., tomo III, pág 119.

       [475] Ibidem, pág. 137.

Cuidó del fomento de las minas, publicando con tal objeto acertadas
ordenanzas; en particular se fijó en las minas de azogue de
Guancavélica y de la plata del Potosí. También fueron objeto de su
atención las casas de moneda de Lima y Potosí. La defensa del reino fué
asunto que preocupó al marqués de Castel-Fuerte, mereciendo no pocas
alabanzas por las obras que dispuso lo mismo en el Callao que en Lima.

Tuvo capital importancia la alteración del orden en el Paraguay.
Habiendo nombrado la Real Audiencia de la Plata, para la averiguación
de ciertos hechos, a D. José de Antequera, de la orden de Alcántara y
promotor fiscal de aquella misma Audiencia, llegó a la Asunción, y
después de poner preso al gobernador, asumió este cargo. Don Diego de
los Reyes, que este era el nombre del gobernador, logró escapar de la
prisión, en tanto que el virrey Morcillo (1723) ordenaba que Antequera
cesase en el gobierno de dicha provincia del Paraguay y en su comisión,
sin embargo de cualesquiera despachos contrarios de la Real Audiencia
de la Plata, y saliese de aquella jurisdicción dentro de veinte días, y
dentro de cinco meses volviera a la ciudad de la Plata, dando cuenta de
haberlo ejecutado bajo la pena de 8.000 pesos. No obedeciendo la orden
ni Antequera ni tampoco el cabildo de la Asunción, los cuales pensaban
del mismo modo, se dispuso que D. Baltasar García Ros, teniente de R.
E. I. de Buenos Aires, acudiese con las armas reales a castigar la
rebelión. Dióse la batalla entre Antequera y García Ros el 24 de agosto
de 1724, consiguiendo la victoria el primero. Poco después, el virrey
marqués de Castel-Fuerte despachó a D. Bruno de Zavala, gobernador de
Buenos Aires, para que pasase desde luego a pacificar la provincia
del Paraguay. Huyó entonces Antequera a la Plata, donde fué preso
por el presidente de la Real Audiencia. Antequera y D. Juan de Mena
(otro de los jefes sediciosos) fueron mandados a Lima, a cuya ciudad
llegaron por abril del año 1726. Tiempo adelante, se les condenó a
muerte, que sufrieron el 8 de julio de 1731. Gran disgusto ocasionó
a los religiosos franciscanos la muerte de Antequera, hasta el punto
que fueron causa de un alboroto. La conducta del virrey mereció la
aprobación del monarca. También dispuso que fuese separado de su cargo
el comisario general de la orden de San Francisco, protector decidido
de Antequera.

Nombrado posteriormente gobernador propietario del Paraguay don Manuel
de Ruilova, volvió a tener fuerza la rebelión. Ruilova murió de un tiro
de trabuco, teniendo el marqués de Castel-Fuerte que enviar por segunda
vez a D. Bruno de Zavala para poner orden en el Paraguay.

En la Memoria que el marqués de Castel-Fuerte dejó a su sucesor el
marqués de Villagarcía, pudo decirle lo siguiente: «Con todo esto
dejo a V. E. descubierta mayor numeración de Indios, aumentados los
tributos, fomentadas las minas, corrientes ambos minerajes, bien
administrados los Reales derechos, pagados los salarios, remitidos los
situados, pacificadas las provincias, seguro el mar, construídos los
navíos del Rey y otro nuevamente fabricado, reedificada la muralla del
principal puerto, la capital por la mayor parte, no sólo moderada, sino
también devota.»[476]. También en la citada Memoria hubo de decir que
la extinción de las encomiendas era el origen de la decadencia de la
nobleza del país, pues mientras se han ido incorporando con justicia al
real patrimonio, la citada nobleza, como cuerpo a quien se quita el
alimento, ha sentido, primero la debilidad y después el fallecimiento.
¿Fueron o no fueron convenientes las encomiendas? Ya sabemos que el
Padre Las Casas, dejándose llevar de su entusiasmo por los indios, dijo
que ni a los diablos en los infiernos se les hubiera ocurrido inventar
las encomiendas. De igual manera los jesuítas las combatieron, hasta
el punto que no llegaron a establecerse en Chile por la influencia
de los hijos de Loyola. Por el contrario, el Dr. Juan de Solórzano,
en la _Política indiana_, y D. Antonio de León Pinedo, en el tratado
de _Confirmaciones reales_, intentan justificar la creación de las
encomiendas.

       [476] _Memorias de los virreyes_, etc., tomo III, págs. 61 y
       62.

Grato nos es referir que durante el virreinato de D. Juan Antonio
de Mendoza, marqués de Villagarcía, hicieron un viaje científico al
Perú los sabios españoles D. Jorge Juan y D. Antonio Ulloa, con los
franceses La Condamine, Godin y Jussieu. Declarada la guerra entre
Felipe V e Inglaterra, una escuadra británica al mando del almirante
Anson recorrió el Pacífico, entrando en la villa de Paita, donde
recogió rico botín. Todavía fué más funesta la sublevación de los
indios de Chanchamayo, quienes dieron muerte á varios misioneros,
encerrándose luego en sus inaccesibles bosques, donde, ayudados o
protegidos de los chunchos, se resistieron a las armas españolas.
Si en el año 1687 doña Mariana de Austria solicitó del Papa la
beatificación del P. Francisco del Castillo, natural de Lima, a la
sazón el rey Felipe, desde San Ildefonso (22 agosto 1741) escribió al
cardenal Aguaviva para que éste, a su vez, rogase al Papa la pronta
beatificación del P. Francisco[477]. Pasados algunos años, por cédula
dada en el Palacio del Buen Retiro el 4 de diciembre de 1762, se
hicieron trabajos para la beatificación de la venerable María Ana de
Jesús y Paredes[478]. Mediante Real cédula, dada en el Palacio del Buen
Retiro el 20 de diciembre de 1736, se mandó al marqués de Villagarcía
remitiese dos millones de pesos que había correspondido al Perú y
Tierra Firme para la edificación de un real palacio en Madrid, pues el
que existía se hubo de incendiar en el año 1734[479].

       [477] _Cedulario índico_, tomo VII, núm. 288, fols. 210 v.º y
       211.

       [478] Ibidem, tomo VIII, núm. 120, fols. 78 y 79.

       [479] Ibidem, tomo XI, núm. 185, págs. 193 y 194.

Al marqués de Villagarcía, virrey del Perú desde el año 1736 al
1745[480], le sucedió D. José Manso de Velasco, conde de Superunda, que
gobernó desde el 9 de julio de 1745 hasta 31 del mismo mes en el de
1756. El distrito del virreinato del Perú comprendía las diócesis de
los arzobispados de Lima y la Plata y obispados del Cuzco, Arequipa,
Trujillo, Paz, Huamanga, Santa Cruz de la Sierra, Tucumán, Buenos
Aires, Paraguay, Santiago y Concepción de Chile. El virrey alentó a
los misioneros jesuítas y franciscanos, y reedificó los hospitales,
arruinados por el terremoto de 1746. La Hacienda, que se hallaba en
lamentable estado cuando el conde de Superunda se hizo cargo del
virreinato, mejoró bastante, gracias a las disposiciones acertadas
de dicho virrey. La justicia se compraba a cualquier precio y en su
perfeccionamiento se fijó mucho el conde de Superunda. Encontróse dicha
autoridad con la herencia de la enemiga de los indios chunchos y con
las flotas de Inglaterra que amenazaban nuestros puertos. Creyendo
Ensenada--según comunicó el 12 de enero de 1745 al virrey--que una
escuadra inglesa compuesta de cuatro navíos de guerra al cargo del
comandante Barnet se dirigía al mar del Sur, encargó a Superunda que
tomase las providencias necesarias para combatirla. Del mismo modo,
el marqués de la Ensenada--con fecha 28 de agosto de 1746--mandó Real
orden, y en ella anunciaba que del puerto de Pormouth había salido
una flota inglesa compuesta de 17 navíos de guerra bajo el mando del
almirante Lecotok, con mucha tropa de desembarco, y que recelaba que
iba dirigida contra alguna de nuestras posesiones de América[481].

       [480] Terminó el virreinato de Mendoza a mediados de 1745.
       Murió luego en alta mar, no lejos de Patagonia, el 15 de
       diciembre del citado año.

       [481] Véase _Memorias de los virreyes_, etc., tom. IV, págs.
       263-267

Importante conspiración de los indios se verificó en el año 1750.
Del virrey son las palabras que copiamos a continuación: «La primera
noticia adquirida--dice--en el secreto inviolable de la confesión, me
la comunicó el 21 de junio con misteriosa reserva un Religioso, a fin
de que resguardase mi persona...»[482]. Confiado el asunto al Dr. D.
Pedro José Bravo y Castilla, oidor de esta Real Audiencia de Lima, se
descubrió la conspiración, siendo ajusticiados seis en el día 22 de
julio. Los que se sublevaron en Huarochiri merecieron severo castigo
por parte del marqués de Monterrico, pues siete sufrieron la última
pena y otros fueron desterrados a la isla de Juan Fernández y al
presidio de Ceuta. Premió el Rey al oidor Bravo, concediéndole honores
del Supremo Consejo de las Indias, y al marqués de Monterrico lo
promovió al grado de brigadier.

       [482] Ibidem, tom. IV, pág. 95.

Un hecho verdaderamente aterrador registra la historia del Perú en el
año de 1746. El 28 de octubre un terremoto casi destruyó a Lima y el
puerto del Callao. Bastará decir que de la primera quedaron en pie 25
casas de 12.204 que tenía, y del segundo, que fué cubierto por las
olas, se salvaron 100 habitantes de 5.000 de que constaba la población.
Los buques se estrellaron en la playa y algunos cerros se hundieron con
estrépito. No es de extrañar que los habitantes de Lima, para aplacar
la cólera divina, hiciesen pública penitencia y saliesen recorriendo la
arruinada ciudad descalzos y con sogas al cuello.

Don Manuel Amat y Juniet, que había ascendido del gobierno de
Chile al virreinato del Perú, se ocupó mucho tiempo en los asuntos
siguientes: gobierno eclesiástico, gobierno de Regulares, monasterios
de Religiosas, de las misiones, de los hospitales y de la Inquisición.
«Cierro--dice--el título relativo a puntos eclesiásticos con el de la
expatriación de los jesuítas, mandada hacer por S. M. de todos estos
sus Reales dominios, que ha sido uno de los sucesos más árduos que
sobrevinieron a mi gobierno, cuyas resultas han dejado bastante materia
a mi aplicación y desvelo»[483]. El 20 de agosto de 1767, a cosa de
las diez de la mañana, llegó un oficial procedente de Buenos Aires y
entregó al virrey un paquete, en el cual se hallaba el Real decreto y
dos instrucciones relativas al modo que debía hacerse la expulsión. El
Real decreto estaba firmado en El Pardo el 27 de febrero de 1767, y
las instrucciones las firmaba el conde de Aranda en Madrid el 1.º de
marzo del mismo año. Venía en el mismo pliego una carta escrita de la
Real mano, que decía así: «Por asunto de grave importancia, y en que se
interesa mi servicio y la seguridad de mis Reinos, os mando obedecer
y practicar lo que en mi nombre os comunica el conde de Aranda,
Presidente de mi Consejo Real, y con él sólo os corresponderéis en lo
relativo a él.

       [483] Ob. cit., pág. 493.

Vuestro celo, amor y fidelidad me aseguran el más exacto cumplimiento y
del acierto de su ejecución.

El Pardo, a 1.º de marzo de 1767.--Yo el Rey.»

Hallábanse también en el paquete citado otra carta del marqués de
Grimaldi y una tercera del conde de Aranda.

Obedeciendo el virrey las órdenes de Carlos III, hizo expulsar a los
jesuítas, en número de 431.

Pasando a otro orden de cosas, haremos notar que el virrey Amat tomó
sus medidas contra los ingleses, hasta el punto que apenas hicieron
daño en nuestras costas. Intentó ocupar, si bien no pudo lograrlo,
las islas de Otahiti, pues se proponía que los ingleses no fundaran
colonias en ellas. También dieron mal resultado otras dos expediciones
contra los brasileños, que se habían apoderado de Santa Rosa. Desde
Madrid (4 diciembre 1771) aprobó el Rey que el virrey del Perú hubiese
mandado que los alcaldes del crimen rondaran de noche para impedir los
frecuentes delitos que se cometían, etc.[484].

       [484] _Cedulario índico_, tomo XXXVIII, núm. 184, págs. 211
       v.ª y 212.

Don Manuel Guirior (1776-1780) amplió y reformó los estudios
universitarios; pero especialmente puso sus ojos en la propagación
de la religión y en realizar piadosas obras. En armonía siempre con
los obispos y sacerdotes, procuró llenar el vacío que habían dejado
en el culto y en la enseñanza los jesuítas al ser expulsados, procuró
restablecer las misiones del Chanchamayo y favoreció los hospitales y
casas de expósitos. En la última guerra que tuvo España con Inglaterra,
en el reinado de Carlos III, como consecuencia del Pacto de Familia
(1779), el virrey Guirior remitió grandes cantidades de dinero.

D. Agustín Jáuregui (1780-1784) tuvo que sofocar la terrible revolución
de un descendiente de los Incas. Reducidos muchos indios a la
condición de siervos, ora yanaconas, ora de comunidad, despojados de
sus tierras y aun de sus mujeres e hijos, ideaban planes de venganza.
Dicho descendiente de los Incas, de nombre José Gabriel Condorcanqui,
cacique de Tungasuca (provincia de Tinta), considerando el estado
general del país y resentido además porque no le habían reconocido sus
derechos como sucesor de Tupac-Amaru, venía preparando hacía tiempo
una sublevación, que hizo estallar a últimos del año 1780. Con una
crueldad sin ejemplo hizo prisionero y ahorcó al corregidor de Tinta,
y puso fuego a la iglesia de Sangarara, donde murieron abrasados 600
voluntarios que marchaban contra él.


               DECRETO DE CORONACIÓN DEL INCA.

  _Don José I, por la gracia de Dios, Inca, Rey del Perú, Santa Fe,
  Quito, Chile, Buenos Aires y Continente, de los Mares del Sur,
  Duque de la Superlativa, Señor de los Césares y Amazonas, con
  Dominios en el Gran Paititi, Comisionario y Distribuidor de la
  Piedad Divina por el Erario sin par._

  Por cuanto es acordado por mi Consejo, en junta prolija por
  repetidas ocasiones, ya secretas, ya públicas, que los Reyes
  de Castilla me han tenido usurpada la Corona y dominio de mis
  gentes cerca de tres siglos: pensionándome los vasallos con sus
  insoportables gabelas, Tributos, Lanzas, Sisas, Aduanas, Alcabalas,
  Catastros, Diezmos--Virreyes, Audiencias, Corregidores y demás
  Ministros--todos iguales en la tiranía: vendiendo la Justicia
  en almoneda con los Escribanos de esa fe--á quien más puja--á
  quien más dá: entrando en esto los Empleos Eclesiásticos, sin
  temor de Dios:--estropeando como á bestias á los naturales de
  este Reyno:--quitando las vidas á solos aquellos que no supieron
  robar:--todo digno del más severo reparo:--Por eso, y porque los
  justos clamores con generalidad han llegado al Cielo:

  _En el nombre de Dios Todo Poderoso ordenamos y mandamos_:--que
  ninguna de las pensiones dichas se paguen, ni se obedezca en cosa
  alguna á los Ministros Europeos, intrusos y de mala fe; y sólo se
  deberá todo respeto al Sacerdocio, pagándoles el Dinero, Diezmos y
  Primicias, como que se le dá á Dios: y el Tributo y Quinto á su Rey
  y Señor natural: y esto con la moderación que se hará saber con las
  demás Leyes de observar y guardar; y para el más pronto remedio de
  todo lo susoespresado.

  Mando se reitere y publique la Jura hecha de mi Real Corona en
  todas las Ciudades, Villas y Lugares de mis Dominios, dándonos
  parte con toda brevedad de todos los vasallos prontos y fieles para
  el premio igual, y de los que se rebelaren para las penas que les
  competa.--Que es fecho en este mi Real Asiento de Tungasuca, Cabeza
  de estos Reynos.--_Don José I_--Por mandado del Rey Inca mi Señor,
  Francisco Cisneros, Secretario[485].

       [485] _Documentos para la Historia de Bolívar_, ordenados, con
       adiciones y notas por José F. Blanco, tomo I, págs. 146 y 147.

Tomó el nombre de Tupac-Amaru. Cada vez más cruel, animaba a los indios
para que se ensañaran con los españoles, y en San Pedro de Bellavista
fueron degollados 1.000 habitantes, y en Caracoto se hartaron de
degollar aquellas fieras. Llegó un momento en que Tupac-Amaru quiso
reprimir crueldades tan terribles y no pudo. Declaráronse enemigos de
la religión cristiana y cometieron grandes sacrilegios. Entonces fué
excomulgado Tupac-Amaru por el obispo de Cuzco, y los curas al frente
de sus feligreses peleaban contra los sublevados, tomando la guerra
carácter religioso. Intentaron los indios apoderarse del Cuzco; mas se
convencieron de que la empresa era superior a sus fuerzas. Las tropas
que llegaron de Lima y Guamanga acabaron con el poder de Tupac-Amaru,
el cual fué hecho prisionero y condenado a morir descuartizado. En la
sentencia, dada en el Cuzco a 15 de mayo de 1781, se lee: «Considerando
pues á todo esto, y á las libertades con que convidó este vil
insurgente á los Indios, y demás castas para que se le uniesen, hasta
ofrecer á los esclavos la de su esclavitud; y reflexionando juntamente
el infeliz y miserable estado en que quedan estas Provincias que
alteró, y con dificultad subsanarán ó se restablecerán en muchos años
de los perjuicios causados en ellas por el referido Josef Gabriel Tupac
Amaru, con las detestables máximas esparcidas y adoptadas en los de su
nación, y socios ó confesados á tan horrendo fin, y mirando también á
los remedios que exige de pronto la quietud de estos territorios, el
castigo de los culpables, la justa subordinación á Dios, al Rey y á los
ministros; debo condenar y condeno á Josef Gabriel Tupac Amaru, á que
sea sacado á la Plaza Principal y Pública de esta ciudad, arrastrado
hasta el lugar del suplicio, donde presencie la ejecución de las
sentencias que se dieren á su mujer Micaela Bastidas, y á algunos de
los otros principales capitanes y auxiliadores de su inícua y perversa
intención ó proyecto, los cuales han de morir en el propio día; y
concluidas estas sentencias, se les cortará por el verdugo la lengua, y
después amarrado ó atado por cada uno de los brazos y pies con cuerdas
fuertes, y de modo que cada una de estas puedan atar ó prender con
facilidad á otras que pendan de las sinchas de cuatro caballos, para
que puesto en este modo, ó de suerte que cada uno tire de un lado,
mirando á otras cuatro esquinas ó puntas de la plaza, marchen, partan
y arranquen á una vez los caballos, de forma que quede dividido su
cuerpo en otras tantas partes; llevándose éste luego que sea hora al
serro ó altura llamada de Piccho, adonde tuvo el atrevimiento de venir
á intimidar, citar y pedir que se le rindiese esta Ciudad, para que
allí se queme en una hoguera que estará preparada, echando sus cenizas
al aire; y en cuyo lugar se pondrá una lápida de punta que exprese
sus principales delitos y muerte, para solo memoria y escarmiento de
su exsecrable acción. Su cabeza se remitirá al pueblo de Tinta, para
que estando tres días en la horca, se ponga después en un palo á la
entrada más pública de él; uno de los brazos al de Tungasuca, en donde
fué cacique, para lo mismo; y el otro para que se ponga y execute lo
propio en la capital de la provincia Carabaya; embiándose igualmente
para que se observe la referida demostración, una pierna al pueblo de
Libitaca, en la de Chumbibilca; y la restante al de Santa Rosa, en
la de Lampa, con testimonio y orden á los respectivos corregidores ó
justicias territoriales, para que publiquen esta sentencia con la mayor
solemnidad, por bando, luego que llegue á sus manos, y en otro igual
día todos los años subsiguientes, de que darán aviso instruído á los
superiores gobiernos á quienes reconozcan dichos territorios: que las
casas de éste sean arrasadas ó batidas, y saladas á vista de todos
los vecinos del pueblo ó pueblos, á donde las tuviere y existan: que
se confisquen todos sus bienes, á cuyo fin se da la correspondiente
comisión á los jueces provinciales: que todos los individuos de su
familia que hasta ahora no han venido, ni vinieren al poder de nuestras
armas, y de la justicia que suspira por ellos para castigarlos con
iguales rigurosas y afrentosas penas, queden infames é inhábiles
para adquirir, poseer y obtener de cualquier modo herencia alguna ó
subseción, si en algún tiempo quisieren ó hubiesen quienes pretendan
derecho á ellas...»[486]. Y basta ya de narrar tantas crueldades. Los
españoles mostraron la misma fiereza que antes los indios, pues no de
otro modo acabaron la rebelión.

       [486] _Documentos para la Historia de Bolívar_, ordenados
       etc., por José F. Blanco, tomo I, páginas 157 y 158.

D. Teodoro de Croix fué virrey del Perú desde el 4 de abril de 1784
hasta el 25 de marzo de 1790 y debió su nombramiento a Carlos III.
Dividió el país en las siguientes intendencias: Lima, Trujillo,
Arequipa, Tarma, Huancavélica, Huamanga y el Cuzco. Las intendencias se
subdividían en partidos y al frente de ellos se nombró un subdelegado;
creóse una Audiencia en el Cuzco y se proyectó la erección de obispados
en Puno y Huanuco, que se realizó tiempo adelante; atendióse los
legítimos intereses de los indios y se colonizó el valle de Víctor a
fin de contener las invasiones de los chunchos.

Eran frecuentes los robos en el país, llegando los ladrones en su
insolencia a salir al camino (cuando el reverendo obispo de la
Concepción hacía su visita pastoral a Baldivia) apoderándose de su
equipaje y con él de rico pontifical (28 noviembre 1788). El prelado
tuvo que retroceder a Arauco, y desde allí a la Concepción.

Poco antes fué objeto de todas las conversaciones el siguiente hecho,
realizado por un impostor que logró «burlar la atenta circunspección
de los Superiores Gobiernos y Reales Audiencias. Tal ha sido en el
tiempo de mi Gobierno--como escribe el mismo virrey en la Memoria
que dejó a su sucesor--Manuel Antonio Figueroa, natural de Galicia,
quien suponiéndose sobrino del Excelentísimo Señor Cardenal Patriarca
de las Indias y Gobernador del Consejo de Castilla, D. Manuel
Ventura de Figueroa, apoyaba sobre este distinguido parentesco las
correspondencias más recomendables de la corte de España, los aprecios
y confianza del Rey y sus extraordinarias gracias en los empleos del
mayor honor á que lo destinaba en este reyno»[487]. Descubierta la
superchería, Manuel Antonio Figueroa fué condenado a diez años de
presidio en Africa, y su cooperante, Fray José de Azero, se mandó a
España bajo partida de registro y a disposición de S. M.

       [487] Pág. 111.

Fijóse mucho D. Teodoro de Croix en la policía urbana y muy
especialmente en la limpieza de las ciudades, en el arreglo de las
calles y en la dirección de las aguas que las regaban. Del mismo
modo son dignas de alabanzas las disposiciones que dió acerca de los
asuntos de Guerra, Marina y Hacienda. Prosperó la industria, aumentó el
comercio y en el año 1788 importaron las rentas 4.664.895 pesos.

D. Francisco Gil de Taboada y Lemos (1790-1796) gobernó el Perú durante
el reinado de Carlos IV en España. Sin embargo de las desmembraciones
sufridas por la creación de los virreinatos de Santa Fe y de Buenos
Aires, contaba el del Perú más de 1.300.000 habitantes y unas 33.500
leguas cuadradas. Lima tenía 52.627 habitantes, según el censo del
año 1796. En los 19 conventos de religiosos había 1.100, y en los de
monjas 572; además se contaban 84 beatas. Los hospitales eran 10, y
si en unos las rentas eran pingües, en otros se necesitaba el real
auxilio. La Universidad de San Marcos se hallaba en estado floreciente,
como también la Audiencia, el Cabildo y el Tribunal del Santo Oficio.
La policía fué muy atendida durante el virreinato de Gil Taboada.
Adelantó el comercio y la industria en general, especialmente la
minería. Protector incansable de la cultura, estableció un anfiteatro
de Medicina y una Escuela de Marina, costeó la edición que Unanue
hizo de su excelente libro intitulado _Guía eclesiástica, política y
militar_, y autorizó la fundación de los periódicos llamados la _Gaceta
de Lima_ y el _Mercurio Peruano_. Mostró su amor a la religión católica
procurando la conversión de los indios montaraces; y en su tiempo,
el P. Girval, con el fin de propagar el Evangelio entre los panos,
sipivos, campas y piros, remontó el Veayali y visitó las pampas del
Sacramento.

Alabanzas merece el virrey D. Ambrosio O'Higgins. Encargóse del
gobierno el 5 de julio de 1796. Era irlandés de nacimiento e hijo de
pobres labradores.

Habiéndose dado a conocer por su valor combatiendo una invasión
araucana, el Rey le confirió sucesivamente los grados de capitán de
dragones, teniente coronel, coronel, brigadier y el 1785 le ascendió
a mariscal de campo, y luego le nombró presidente de la Audiencia,
gobernador y capitán general del reino de Chile. La fortaleza del Barón
(Valparaíso) y otras obras importantes hacen inmortal su nombre en
Chile[488]. Habiendo reconquistado la ciudad de Osorno del poder de los
araucanos, el Rey le agració con el título de marqués de Osorno, le
ascendió a teniente general y le nombró virrey del Perú.

       [488] Véase el capítulo XXV.

Bajo el gobierno de O'Higgins se empedraron las calles y se
construyeron las torres de la catedral de Lima; se hizo un camino desde
el Callao a Lima. También se incorporó al Perú la intendencia de Puno,
que había estado sujeta al virreinato de Buenos Aires, y fué separado
Chile de la jurisdicción del virreinato del Perú. Para la guerra que
España sostenía con otras naciones O'Higgins envió siete millones
de pesos, los cuales se gastaron, más que en sostener ejércitos, en
aumentar el lujo de los cortesanos y los placeres de Carlos IV y María
Luisa. Con fecha 26 de julio de 1800 escribió el marqués de Osorno a
Urquijo manifestando el estado de quietud de aquellas provincias y
añadía que no por ello dejaba de vigilar a los revolucionarios[489].

       [489] Ibidem.--Estado.--Perú.--Leg.º 2. (16).

Desde 1801 a 1806 gobernó el Perú D. Gabriel Avilés. Autorizado
por Real orden, creó el obispado de Mainas entre los ríos Huallaga,
Ucayali, Napo y Putumayo. Si el clero aplaudió la creación de dicho
obispado, protestó en cambio y suscitó protestas a la desamortización
eclesiástica, sin embargo de recibir los intereses del capital en que
fueron enagenados los bienes. No careció de importancia una conjuración
que abortó en el Cuzco (1805), promovida por D. Gabriel de Aguilar,
que intentaba renovar el imperio de los Incas. A la sazón las minas
producían al Estado grandes cantidades, pues se acuñaban anualmente
5.000.000 de pesos fuertes.

En los siglos XVI, XVII y XVIII, lo que hoy constituye la República
de Bolivia formó parte del virreinato del Perú. El virreinato estaba
dividido en dos Audiencias Reales: la de Lima, que comprendía el
territorio conocido con el nombre de _Nueva Castilla_; y la de Charcas,
que comprendía el _Nuevo Toledo_. En Charcas o Chuquisaca residía la
Sede Episcopal, y en ella se estableció la Universidad de San Francisco
Javier, famosa en toda la América española. A la citada Audiencia
de Charcas se hallaban sujetos los gobiernos de Tucumán, Paraguay y
Buenos Aires; también las misiones de chiquitos y mojos. Dividióse el
territorio de dicha Audiencia en cuatro provincias: Chuquisaca, La Paz,
Potosí y Santa Cruz, gobernadas por Intendentes nombrados por el Rey;
los partidos en que se subdividían, por subdelegados nombrados por el
virrey a propuesta de los intendentes, y los Concejos, compuestos de
regidores y presididos por el gobernador o jefe político, ejercían las
mismas funciones de los actuales municipios.

Cuando se creó el virreinato de Buenos Aires en 1776, a él obedecían
los habitantes del territorio de las actuales Repúblicas de Bolivia,
Paraguay, Uruguay y Argentina.



CAPITULO XXV

  GOBIERNO DE CHILE, DE VENEZUELA Y DE GUAYANA.--HURTADO DE MENDOZA
  EN CHILE: ORGANIZACIÓN DEL PAÍS.--FRANCISCO DE VILLAGRA: GUERRA
  CON ANTIGUENÚ.--PEDRO DE VILLAGRA: GUERRA; REFORMAS.--QUIROGA:
  LA AUDIENCIA.--LOS GOBERNADORES GAMBOA Y SARAVIA.--EL INSPECTOR
  CALDERÓN.--SUPRESIÓN DE LA AUDIENCIA.--QUIROGA (2.ª VEZ).--GAMBOA
  (2.ª VEZ).--SOTOMAYOR Y LA GUERRA.--GARCÍA DE LOYOLA:
  HAWKINS.--PAILLAMACHU.--VIZCARRO Y QUIÑONES.--GARCÍA RAMÓN Y LOS
  PIRATAS.--RIVERA Y GARCÍA RAMÓN (2.ª VEZ): HUENECURA.--MERLO DE LA
  FUENTE: AILLAVILLA.--JARAQUEMADA: PAZ.--RIVERA (2.ª VEZ).--OTROS
  GOBERNADORES.--FERNÁNDEZ DE CÓRDOBA Y LASO DE LA VEGA.--LA
  GUERRA.--TERREMOTO DE 1647.--OTROS GOBERNADORES.--EXPULSIÓN
  DE LOS JESUÍTAS.--O'HIGGINS.--LA REVOLUCIÓN.--GOBIERNO DE
  VENEZUELA.--CÉDULA DE FELIPE III.--LOS CORSARIOS FRANCESES E
  INGLESES.--VENEZUELA A MEDIADOS DEL SIGLO XVIII.--CREACIÓN DE
  LA AUDIENCIA DE CARACAS.--CONSULADO DE COMERCIO.--OBISPO DE
  CORO.--TRASLACIÓN DE LA CATEDRAL DE CORO A CARACAS.--CARÁCTER DEL
  GOBIERNO DE CARACAS.--LOS REVOLUCIONARIOS.--GOBERNACIÓN DE GUAYANA.


Don García Hurtado de Mendoza se dedicó a la organización de Chile y
por eso fijó su residencia en la Concepción, pues el Centro y Norte no
requerían tan exquisito cuidado. Probo y generoso, gastó gran parte
de su patrimonio en las reformas que llevó a feliz término. Cuando
dejó el mando repartió toda su hacienda a los hospitales, iglesias
y amigos, embarcándose para el Perú (febrero de 1561) con motivo
del fallecimiento de su padre. Nombró para sustituirle a Rodrigo
de Quiroga. Uno de sus últimos hechos fué poner la primera piedra
de la catedral de Santiago, por cuya población tuvo que pasar para
embarcarse[490]. Al lado de hombres feroces, lo mismo entre los indios
que entre los españoles, se destaca la noble figura de D. García
Hurtado de Mendoza.

       [490] Estuvo en la campaña de Portugal, y con fecha del 30 de
       julio de 1588, Felipe II le nombró virrey del Perú, cargo que
       desempeñó con su acostumbrada honradez, regresando a España el
       1595, ya marqués de Cañete, por muerte de su hermano mayor;
       murió en Madrid el 15 de octubre de 1609.

Don Francisco de Villagra, sucesor de Hurtado de Mendoza, peleó con
Antiguenú y demás jefes _araucanos_. Si en las huertas de Lumaco la
fortuna se mostró esquiva con Antiguenú, en Mariguena le fué favorable,
pues allí hizo gran mortandad de españoles, encontrándose entre ellos
el mismo hijo de Villagra que los capitaneaba. Antiguenú se dirigió
a Cañete, donde entró sin resistencia. Abatido Villagra con tantas
desgracias, sucumbió de tristeza (1563).

Pedro de Villagra, hijo primogénito de Francisco, se encargó del mando
y venció a los araucanos, muriendo Antiguenú en una de las batallas
sobre las orillas de Biobio. En su tiempo el papa Pío IV erigió en
obispados las ciudades de la _Concepción_ e _Imperial_. También durante
su gobierno descubrió el grupo de las islas de Juan Fernández un
castellano de dicho nombre que pasaba del Perú a Valdivia. No sabemos
el por qué, la Audiencia de Lima hizo arrestar al hijo de Villagra y
dispuso que fuese conducido al Perú.

Bajo el gobierno de D. Rodrigo de Quiroga se estableció (13 agosto
1567) por Felipe II la Real Audiencia en Chile, cuya primera residencia
fué La Concepción, y en 1574 se trasladó a Santiago. Lo primero que
hizo la Real Audiencia fué revocar el nombramiento de D. Rodrigo
de Quiroga y nombrar a Ruiz de Gamboa, al cual reemplazó al año
siguiente con Melchor Bravo de Saravia, vencedor en varios encuentros
de los araucanos, aunque no pudo destruir completamente al cacique
Paillantarú. Vino por entonces (1575) de la metrópoli, con plenos
poderes, un inspector llamado Calderón, que suprimió la Audiencia y
restableció a D. Rodrigo de Quiroga en sus funciones de gobernador.
La fortuna favoreció más a Quiroga que a Bravo de Saravia. Cinco años
conservó el mando, logrando vencer al mestizo Alonso Díaz, a quien los
araucanos llamaban Pañeñancu. Murió Quiroga el 1580, después de haber
fundado una ciudad en las orillas del río Chillan. Ruiz de Gamboa,
segunda vez gobernador, ejerció el mando desde 1580 al 1583, no cesando
de pelear con los araucanos y los pehuencos, tribu la última menos
civilizada y tan belicosa como la primera.

Dicen los antiguos cronistas que don Alonso de Sotomayor, marqués
de Villa Hermosa, mereció ser nombrado gobernador el 1583. Venció a
los rebeldes Cayancura, Nangoniel y Quintuguenu (1590), consiguiendo
abatir la fiera enemiga de los araucanos, durante los nueve años de su
administración, si bien en el 1592 cayó en una emboscada que le había
preparado el toqui Paillaeco.

Sucedió a Sotomayor Don Martín García Onez de Loyola, pariente de S.
Ignacio e introductor de la Compañía de Jesús en Chile, el 1593. Fundó
Don Martín una ciudad junto al Biobio, y la dió por nombre _Coya_,
en honor de su mujer Clara Beatriz Coya, hija del Inca Sairi-Tupac.
En 1594 llegó a las costas de Chile el inglés Hawkins, mandado por
la reina Isabel, el cual, a imitación de Francisco Drake, saqueó los
pueblos de la costa y se apoderó de cinco navíos, dirigiéndose después
a los puertos del Perú. Enfrente de Loyola se presentó Paillamachu,
general de los araucanos, que, a la cabeza de los suyos cayó sobre el
campamento del gobernador español, cuyos soldados estaban dormidos.
Todos fueron asesinados, salvándose sólo algunas mujeres que se
llevaron los indios.

El general Don Pedro de Viscarra llegó con un cuerpo de tropas y atacó
a los araucanos, reemplazándole, al cabo de seis meses Don Francisco
de Quiñones, a quien el virrey del Perú le encargó levantar el decaído
espíritu español en Chile. En octubre de 1599 se dió sangrienta batalla
en las llanuras de Imperial, atribuyéndose españoles y araucanos la
victoria. Poco después, Paillamachu se apoderó de la ciudad de Valdivia
(14 noviembre 1599), pasó a cuchillo sus habitantes y entregó la
población a las llamas, quedando reducida a un montón de escombros.

Don García Ramón sucedió a Quiñones. Mientras que Chile era teatro de
una guerra de exterminio, continuaban las hostilidades entre España
por una parte, e Inglaterra y Holanda por otra. El almirante holandés,
Olivier Van Noort, llegó en el año 1600 a las costas de Chile, donde
apresó naves españolas cargadas con ricas mercancías. Siguieron los
piratas infestando las costas del Perú y de Chile e hicieron lugar de
descanso las islas de Juan Fernández, en las cuales encontraban cabras
monteses, focas y manantiales de agua excelente.

En vano don Alonso de Rivera (1600 a 1604) intentó levantar el espíritu
de los españoles en Chile; ellos emigraban poco a poco al Perú o a
España, pues los araucanos habían quemado y saqueado varias ciudades,
entre otras, Concepción, Valdivia, Osorno, Villa-Rica y la Imperial.

Por segunda vez D. García Ramón ocupó el gobierno de Chile, siendo
batido y desbaratado por el toqui Huenecura, jefe a la sazón de los
araucanos. Felipe III, en 1608, decretó «que el efectivo del ejército
de observación en las fronteras de la Araucania se mantuviese bajo
un pie de 2.000 hombres; que el virreinato del Perú contribuyera al
sostenimiento de este cuerpo con una suma de 292.279 duros; y que se
estableciese la Real Audiencia de Santiago, cuya ciudad, distando
entonces del teatro de la guerra, había ya adquirido la importancia
correspondiente a su rango de capital»[491].

       [491] César Fámin, _Historia de Chile_, pág. 42.--Barcelona,
       1839.

Por fallecimiento de D. García Ramón (10 agosto 1610), le sucedió
D. Luis Merlo de la Fuente, que peleó con Aillavilla, uno de los
mejores capitanes araucanos. Reemplazóle D. Juan Jaraquemada, bajo
cuya administración se hizo la paz que tanto deseaba el Rey[492],
señalándose como límite entre las posesiones de los españoles y las de
los araucanos el río Biobio, con otras condiciones propuestas por los
rebeldes. No fué duradera la paz. Era preciso estar siempre el arma al
brazo con aquellas indómitas gentes.

       [492] Aconsejaba la paz el P. Luis de Valdivia.

Durante el gobierno de Alonso de Rivera, que había sido repuesto en
el poder pasados algunos años, el almirante holandés Joris Spilbergen
desembarcó (1615) en las costas de Chile, llevándose ganados,
trigo, cebada y otras provisiones. Rivera introdujo en Chile a los
Hospitalarios de San Juan de Dios.

Por muerte de Rivera en 1617, llegó a ocupar el gobierno Hernando
Talaverano, y diez meses después López de Ulloa, vencido varias veces
por el indígena Lientur. Habiendo fallecido Ulloa el 20 de noviembre de
1620, le sucedieron sucesivamente D. Cristóbal de la Cerda Sotomayor,
D. Pedro Sorez de Ulloa y Lerma y D. Francisco de Alava y Noruena.
Ulloa y Alava, además de la guerra con los indios, tuvieron que vigilar
los movimientos de escuadra holandesa, mandada por Jaime el _Ermitaño_,
que causó grandes perjuicios al gobierno español. D. Luis Fernández de
Córdoba, sobrino del virrey del Perú, conservó la autoridad hasta 1630.
Fué el primero que permitió a los criollos, descendientes de españoles,
ejercer cargos públicos. Con el toqui Putapichún continuó la guerra.

Don Francisco Laso de la Vega no cesó un momento de luchar con sus
valerosos enemigos. Hasta el año 1640 los sucesos belicosos no ofrecen
interés alguno, porque se hallan reducidos a una serie de sitios,
sorpresas, emboscadas y asesinatos, en los cuales la fortuna, unas
veces se ponía al lado de los españoles y otras de los araucanos.

Terrible terremoto destruyó la ciudad de Santiago (diez y media de
la noche del 13 de mayo de 1647). «A muchos--escribe un testigo
del suceso--cogió ya dormidos, los cuales fueron a despertar a la
otra vida, y a otros, que al susto despertaron, al querer salir,
les cerraba la puerta más la turbación que la llave, o por no dar
con ella, quedaban sepultados de las paredes o ahogados del polvo.»
Refiere luego que, por gracia de Dios, algunos conventos quedaron en
pie, añadiendo: «No fué así en otras casas, que no merecieron esta
singular protección que estos santos conventos, porque cayendo las
paredes hacia adentro, a unos mataban y a otros quebraban las piernas
y a otros los brazos, y con la obscuridad de la noche, el espanto
del temblor, el asombro del repentino ruido de terribles ruinas, la
ceguedad del polvo y la confusión del inopinado suceso, los unos
atropellaban a los otros y perecían muchos atropellados, encontrando
la muerte donde huían presurosos a buscar la vida. Era lamentable
espectáculo ver tantos cuerpos muertos, tantos destrozados, tantos que
debajo de las ruinas daban lamentables voces, y a los que escapaban,
andar ciegamente tropezando, y con gemidos del alma, pidiendo a voces
misericordia y llorando la madre al hijo, la esposa al marido y el
padre a la familia.» Murieron--según cálculos aproximados--más de mil.
Sucedió al terremoto fuerte lluvia y después terrible epidemia. El
gobernador Mugica, que se hallaba en Concepción al tiempo de ocurrir la
catástrofe, se trasladó a Santiago, solicitó recursos del virrey del
Perú y logró que por el término de seis años se eximiera de impuestos a
la ciudad arruinada. Digno de toda alabanza fué el obispo fray Gaspar
de Villarroel, agustino, varón de singular piedad, que en aquellos días
tristísimos, prestó toda clase de auxilios a los pobres. Poco tiempo
después comenzó la reconstrucción de la ciudad.

Al prudente gobernador Martín de Mugica sucedió D. Francisco López
de Zúñiga, marqués de Baides, que concluyó un tratado de paz con
Lincopichún, en virtud del cual se señalaba el río Biobio límite
divisorio entre los araucanos y los españoles, reconociendo a los
primeros su independencia, y ellos, por su parte, la soberanía del
rey de España, permitiendo a los misioneros el libre ejercicio de su
ministerio y obligándose también a oponerse al desembarco de súbditos
de aquellas naciones europeas que a la sazón estaban en guerra con
España.

Refieren los historiadores que don Antonio de Acuña y Cabrera
(1650-1656) estuvo dominado por dos oficiales, cuñados suyos, de
apellido Salazar. Celebró Acuña un armisticio con los indios en Boroa
y mandó una expedición contra los _cuncos_, que fué completamente
destruída (1655). El pueblo de la Concepción se sublevó a los gritos de
_¡Viva el Rey! ¡Muera el mal gobierno!_ viéndose obligado el virrey de
Lima a destituir al débil gobernador.

Sucediéronse otros gobernadores; pero adquirió fama por sus desaciertos
D. Francisco de Meneses (1664-1668), conocido por sus subalternos con
el apodo de _Barrabás_. Convirtió en granjería todos los destinos
civiles y militares, castigó severamente a los araucanos y cometió
toda clase de tropelías. Sostuvo ruidosas polémicas con fray Diego de
Humanzoro, obispo de Santiago, siendo al fin depuesto por el virrey del
Perú.

Por el contrario, D. Juan Henríquez (1670-1682) vivió siempre en
cordiales relaciones con el prelado y con los hijos de Loyola. Realizó
algunas obras de utilidad pública. Fortificó a Valparaíso y La
Concepción y formó en Santiago pequeño parque militar. Dictó algunas
ordenanzas de policía y de comercio. Sus buenas obras fueron afeadas
por la venalidad, norma de todas sus acciones. En sus relaciones
exteriores haremos notar que en el año 1680 el pirata Bartolomé Sharp
se apoderó de la ciudad de Coquimbo y la entregó al saqueo. Por su
enemiga a la Real Audiencia, tribunal fiscalizador de los gobernadores,
se originaron no pocos conflictos. Después de doce años de gobierno,
fué relevado del mando.

Los gobernadores que inmediatamente le sucedieron, como D. Tomás Marín
de Poveda, sólo pensaron en la guerra con los araucanos.

Tiempo adelante, D. Juan Andrés Ustáriz (1709-1717), según de público
se dijo, hubo de comprar el gobierno de Chile por la suma de 24.000
pesos. Como era de esperar, Ustáriz no se distinguió por su probidad
administrativa. Habiéndose probado la inmoralidad que reinaba en todos
los ramos de la administración, fué destituído por el virrey del Perú
y condenado a pagar 54.000 pesos de multa. D. Gabriel Cano de Aponte
(1717-1733) hizo la paz con los naturales del país, siendo aquélla
ratificada en Negrete, ciudad situada entre los ríos Duqueco y Culabi,
afluentes del Biobio. Dicha paz, como otras anteriores que se llevaron
a cabo, no dió resultado alguno. Sucedió a Cano D. Manuel Salamanca,
sobrino del virrey del Perú; esta elección no fué confirmada por el
Rey, que nombró a D. José Antonio Manso de Velasco (1737-1745). Pocos
gobernadores tan buenos como Manso de Velasco ha tenido Chile. En una
conferencia que tuvo con los indígenas y a la que asistieron unos 400
caciques y 6.000 ciudadanos, se adoptaron acuerdos pacíficos de mucha
importancia. Receloso el virrey del carácter voluble de los indígenas
y teniendo poca confianza en las promesas de paz, organizó fuerte
ejército, recorrió el país, fundó varias poblaciones (_San Felipe_,
_Los Angeles_, _Rancagua_, _Melipilla_, _San Fernando_ y _Copiapó_ y
otras) y construyó el canal de Maipo. También durante su gobierno se
fundó la Universidad de Santiago y la Casa de Moneda. D. Domingo Ortíz
de Rozas siguió las huellas de su predecesor, fundó varias poblaciones
y mandó una colonia a la isla desierta de Juan Fernández. Regresó a
España el gobernador Ortíz de Rozas el año 1754. De D. Manuel Amat
y Juniet (1755-1761) sólo diremos que fundó la población de _Santa
Bárbara_ cerca del nacimiento de Biobio, fomentó los trabajos de
las minas y reunió, como otros varios gobernadores, una asamblea en
Santiago, y como siempre, los indios prometieron vivir sumisos. Porque
los presos de la cárcel de Santiago intentaron evadirse, Amat se puso
al frente de la tropa que debía contenerlos, lo cual logró, haciendo
castigar a once de ellos con la pena de horca. A él se debe la creación
del primer Cuerpo de policía, que acuarteló detrás de su palacio y pagó
con fondos del Erario real: le dió el nombre de _Dragones de la Reina_
(1758).

El gobernador y presidente D. Antonio Guill y Gonzaga (1762-1768)
repobló la ciudad de Angot[493], hizo conducir a Santiago aguas
potables y mandó construir mesones en los caminos de la cordillera. En
los comienzos de agosto de 1767 recibió un pliego cerrado con una carta
del Rey y otros papeles. Se le mandaba arrojar de Chile á los jesuítas.
Aunque con profundo sentimiento--pues los hijos de Loyola eran sus
amigos y consejeros--expulsó en la mañana del 26 de agosto del año
citado a los jesuítas de Chile, en número de 300, figurando entre ellos
el P. Manuel Lacunza, profundo teólogo, y el nunca bastante alabado P.
Juan Ignacio Molina (historiador y naturalista). Los araucanos, bajo el
pretexto de que Gonzaga les quería obligar a residir en poblaciones,
se declararon en completa insurrección, durando la guerra diez y siete
años. Murió Gonzaga en 1768, sucediéndole D. Francisco Javier de
Morales (Apéndice H).

       [493] Fundada por Pedro de Valdivia.

Por tercera vez fué nombrado gobernador por la Real Audiencia D. Mateo
de Toro Zambrano, que con el carácter de interino había desempeñado
dos veces el cargo, antes de la elección de Gonzaga y después de su
muerte, reemplazándole casi inmediatamente D. Agustín de Jáuregui. Es
de justicia consignar que Jáuregui restableció en Santiago el colegio
fundado por D. Martín de Poveda para que se educasen los hijos de
los caciques, hizo un censo de población y organizó las milicias. D.
Ambrosio de Benavides (1780-1787) fomentó las obras públicas, trasladó
á Chillan el colegio de indígenas de Santiago y celebró el parlamento
de Lonquiemo, que presidió el coronel O'Higgins (1786), en el cual se
hizo un concierto confirmando los anteriores, con la condición de que
los fieros y tenaces araucanos nombrarían un representante que había de
residir en la capital de Chile y cuya única misión sería velar por los
intereses de sus conciudadanos y por el cumplimiento de los tratados.
Refieren autorizados cronistas que por entonces los franceses Antonio
Gramusset y A. Berney trataron de proclamar la independencia de Chile;
pero descubierta la conjuración, los citados jefes fueron enviados a
España. Lugar preferente entre los gobernadores y capitanes generales
de Chile ocupa D. Ambrosio O'Higgins, a quien ya dimos a conocer en
el capítulo anterior. Suprimió las encomiendas y el servicio personal
de los indios; repobló la ciudad de Osorno y fundó las poblaciones de
_Combarbalá_, _Santa Rosa de los Andes_, _Illapel_ y _Vallenar_; mejoró
los caminos y fomentó el cultivo del azúcar, del algodón y del tabaco;
y dispuso que los cadáveres fuesen enterrados en los cementerios y no
en las iglesias.

El brigadier D. Luis Muñoz de Guzmán (1802-1808) celebró con los indios
un parlamento en Negrete, terminó varios edificios públicos (Casa de
Moneda, la Aduana y el Consulado) e hizo diferentes exploraciones por
varios sitios de los Andes para hallar caminos para el Río de la Plata.
Murió repentinamente (11 de febrero). En virtud de Real disposición
del año 1806, el militar de mayor graduación tomaría el mando, ya por
muerte o ya por ausencia del propietario. En una junta que celebraron
en Concepción los jefes militares, fué proclamado capitán general D.
Francisco García Carrasco, brigadier de ingenieros.

Consideremos el gobierno de García Carrasco. Rodeóse de favoritos,
los cuales hubieron de contribuir a las graves disensiones que tuvo
el capitán general con la Universidad, el Cabildo eclesiástico, el
ayuntamiento y el tribunal de minería. Vino a echar leña al fuego
de las discordias la noticia de que España había sido invadida por
los franceses y que el rey de España no era Fernando VII, sino José
Bonaparte. Los hombres de ideas más avanzadas de la colonia, casi
dirigidos por el cabildo de Santiago, se dispusieron a la revolución,
divulgando la noticia de que España estaba sometida a un gobierno
extranjero. El capitán general preparó un golpe de Estado, creyendo
de este modo poner término a la agitación: en la tarde del 25 de mayo
de 1810, fueron reducidos a prisión el doctor Don Bernardo Vera, el
procurador de la ciudad Don Juan Antonio Ovalle y Don Antonio Rojas,
siendo conducidos aquella misma noche a Valparaiso. Uno de los oidores
de la Audiencia marchó a Valparaiso a instruirles proceso por el delito
de conspiración. Medida tan violenta enardeció más los ánimos, llegando
el citado cabildo a pedir la libertad de los presos; mas Carrasco,
lejos de acceder, dispuso que los tres reos fuesen trasladados a Lima.
Cuando en la mañana del 11 de julio se supo que los presos habían
sido embarcados en Valparaiso para Lima, el pueblo se presentó en la
plaza en actitud amenazadora, en tanto que el cabildo y la Audiencia
se reunían separadamente, buscando remedio a tantos males. Creyeron
encontrar el remedio aconsejando a Carrasco que los presos volviesen a
Santiago, que los empleados que hubiesen tenido más participación en
el golpe de Estado fuesen separados, y, por último, que no se tomara
medida alguna sin oir a la autorizada opinión de Don José de Santiago
Concha, oidor decano de la Audiencia. Todo esto era muy poco, porque
la revolución marchaba muy a prisa, disponiendo entonces la Audiencia
que Carrasco renunciase el mando. Una reunión de jefes militares y de
los empleados más importantes aceptó la renuncia del capitán general,
nombrando en su lugar a Don Mateo de Toro Zambrano, conde de la
Conquista (16 julio 1810).

«La dependencia en que estuvo Chile del virreinato del Perú distó mucho
de ser favorable a ninguna de ambas regiones. Esa dependencia era causa
de que se olvidasen los intereses locales, de que no se contase con
fuerzas suficientes para la defensa de la Capitanía General y de que
jamás se viese el fin de la guerra con los araucanos. Mucho después de
Ercilla y de Pedro de Oña, para quien Arauco ya estaba _domada_, los
colonos no podían gozar de paz ni seguridad con aquel enemigo interior,
y en la costa asomaban los corsarios ingleses, para quienes apoderarse
de los tesoros de América era siempre fácil empresa»[494].

       [494] Balbín de Unquera, Revista intitulada _Cultura
       hispano-americana_, núm. 8, enero y febrero de 1813, pág. 28.

Pasando del estudio de la historia de Chile a la de Venezuela, con
verdadera satisfacción habremos de referir que Felipe III, desde Martín
Muñoz (27 septiembre 1608) se dirigió al gobernador y capitán general
de Venezuela, diciéndole la conducta que había de observar con los
indios y censurando a los encomenderos y al obispo[495]. Por su parte,
los indígenas permanecieron tranquilos gozando de larga paz; «a lo cual
contribuía--como dice Baralt--el ser pobre y no excitar la codicia de
los enemigos de España, cuyos ojos y manos no se movían con fuerza sino
tras las ricas flotas del Perú y de México»[496].

       [495] _Arch. hist. nac.--Cedulario índico_, tomo XLII, núm.
       32, págs. 56 y 56 v.ª

       [496] Ibidem, pág. 268.

Recordaremos que Juan de Urpín terminó la conquista de Cumaná (1634),
fundando en 1637 la Nueva Barcelona.

Aunque Venezuela vivió en paz durante el siglo XVII, a veces fué
atacada por los franceses. Intentaron nuestros enemigos apoderarse
de Cumaná en los años 1654 y 1657, siendo rechazados; mas en 1679
saquearon la ciudad de Caracas, retirándose con un gran botín a
sus bajeles. En el siglo XVIII Venezuela sufrió los ataques de los
ingleses, quienes intentaron un asalto a la Guaira y a Puerto Cabello
por los años 1739 y 1745, siendo rechazados de ambas partes, del mismo
modo que lo fueron en Angostura el año 1740.

A mediados de la centuria, esto es, el 12 de febrero de 1742, se
resolvió «relevar y eximir al gobierno y capitanía general de la
provincia de Venezuela de toda dependencia del virreinato» del
Nuevo reino de Granada. También se dispuso que los gobernadores de
la provincia de Venezuela reasumiesen las facultades concedidas
anteriormente, lo mismo en lo tocante a gobierno, guerra y hacienda
como al ejercicio del Real Patronato, y que nombrasen los tenientes
justicia-mayores de las ciudades, villas y lugares donde ellos
lo tuviesen por conveniente, sin necesidad de que los nombrados
necesitasen acudir para su confirmación a la Audiencia de Santo
Domingo, que seguía siendo la del distrito de Venezuela, según cédulas
de 7 de noviembre de 1738 y 3 de Mayo de 1741. Por último, en 8 de
septiembre de 1777 acordó el Rey separar del Nuevo Reino de Granada
las provincias de Cumaná, Guayana, Maracaibo é islas de Trinidad y
Margarita, agregándolas «en lo gubernativo y militar a la capitanía
general de Venezuela, del mismo modo que lo estaban ya, en cuanto a los
asuntos de hacienda, a la nueva Intendencia erigida en Caracas»[497].
Dispuso, por lo que respecta a lo jurídico, que las citadas provincias
se separasen de la Audiencia de Santa Fe y se agregasen a la primitiva
de Santo Domingo. Nueve años después, esto es, el 13 de junio de 1786,
se creó la Audiencia de Caracas. Resolvíanse por entonces de igual
manera los asuntos mercantiles y civiles, hasta que para los primeros
se estableció el Consulado de Comercio, por real cédula de 3 de junio
de 1793, para «la más breve y fácil administración de justicia en los
pleitos mercantiles, y la protección y fomento del comercio en todos
los ramos»[498].

       [497] Gil Fortoul, _Hist. Constitucional de Venezuela_, tomo
       I, págs. 63 y 64.

       [498] Archivo de Indias en Sevilla.

Conviene no olvidar que por una bula de Clemente VII se erigió el
primer obispado de Venezuela en Cero (21 julio 1531), siendo nombrado
obispo D. Rodrigo de las Bastidas (4 junio 1522) y la iglesia de Coro
quedó erigida en Catedral (24 junio 1533). También el 1531 el mismo
papa Clemente mandó erigir la iglesia de Santa Marta en Catedral,
expidiendo las respectivas bulas a favor de Fray Tomás Ortiz[499].
Luego, por Real Cédula de 20 de junio de 1637 la Catedral de Coro se
trasladó a Caracas[500]. Al obispado de Puerto Rico se agregaron las
provincias de Margarita y Cumaná en 1588, la ciudad de Santo Thomé de
Guayana en el año de 1624 y toda la provincia de Guayana en 1625. Si
el obispado de Mérida se creó en 1777, y el de Guayana en 1790, cuando
la Catedral de Caracas se erigió en metropolitana en 1803, aquellas
iglesias fueron sufragáneas de dicho arzobispado[501].

       [499] Véase Guzmán Blanco, _Documentos para la Historia de
       Bolívar_, tomo I, págs. 37 y 38.

       [500] Ibidem, pág. 44.

       [501] Gil Fortoul, Ob. cit., tomo I, pág. 66.

«Venezuela--Gil Fortoul--fué más infeliz que otras colonias.
Regiones de América muy ricas y pobladas, como México y el Perú,
tuvieron en ocasiones mejor fortuna bajo la dirección de algunos
virreyes eminentes; mas en Venezuela, pobre y casi desierta, apenas
hubo gobernadores que se distinguiesen en la turba de funcionarios o
indolentes o incapaces...»[502].

       [502] Oc. cit., pág. 25.

En los últimos años de la centuria décimo octava las ideas
revolucionarias iban poco a poco penetrando en el país, no bastando
el cuidado que tenían para que así no sucediese las autoridades.
Aunque vigilaban mucho, no pudieron impedir la entrada de toda
clase de periódicos y libros extranjeros, especialmente si trataban
de asuntos filosóficos y políticos. D. Pedro Carbonell, capitán
general de Venezuela, desde Caracas, con fecha de 1.º de noviembre
de 1794, dirigió una circular a los prelados y gobernadores de
provincia, manifestándoles que por oficio del virrey de Santa Fe del
6 de septiembre último, tenía noticia de haber aparecido en dicho
Reino un papel impreso intitulado _Los derechos del hombre_ y en el
cual se hallaban doctrinas contra la Religión y la Monarquía. «Los
especiales encargos de S. M. y nuestro honor y fidelidad nos obligan
estrechísimamente a impedir se propaguen tan detestables máximas, y por
lo mismo no me detengo en encarecer a V. S. el gran servicio que hará
a Dios y al Rey poniendo todos sus desvelos en averiguar y descubrir,
si por desgracia se ha introducido el tal papel u otro de su especie en
el distrito de su mando, valiéndose de todos los medios que dictan la
prudencia y sagacidad»[503].

       [503] Véase _Documentos para la Historia de Bolívar_,
       ordenados por José F. Blanco, tomo I, página 257.

Al año siguiente y con fecha 12 de junio el mismo presidente Carbonell
escribió una carta a D. Eugenio Llaguno, dándole noticia de que en Coro
se habían amotinado los negros esclavos y algunos libres, deseosos unos
y otros de formar gobierno republicano[504]. Luego (26 agosto 1795)
volvió Carbonell a escribir a Llaguno, insertando la carta que con
igual fecha dirigía al ministro de la Guerra, en la cual comunicaba
nuevas noticias de los sucesos de Coro, justicia que se hizo en muchos
de los sublevados, captura del caudillo zambo Leonardo, y providencias
tomadas por el Real Acuerdo[505].

       [504] Arch. de Indias.--Estante 131.--Cajón I, Leg.º 7. (16).

       [505] Arch. de Indias.--Estante 131.--Cajón I.--Legajo 7. (4).

Por entonces Juan Bautista Picornell, Manuel Cortés Campomanes,
Sebastián Andrés y José Lax--que en los comienzos de febrero de 1796
tramaron una conspiración en Madrid que se llamó de San Blas y que
tenía por objeto destruir la monarquía y establecer una república
a semejanza de la francesa, por lo cual fueron desterrados a
América--intentaron evadirse de la cárcel de La Guaira y hacer la
revolución en las colonias. También por la misma época llegó a Santa
Fe el revolucionario Antonio Nariño, que, con ayuda de Pedro Fermín
de Vargas, se disponían a la insurrección. Los primeros, esto es,
Picornell, Lax, Andrés y Cortés lograron evadirse de la cárcel de La
Guaira, según la comunicación del capitán general Carbonell de 19 de
julio de 1797 al Príncipe de la Paz. A su vez, Nariño desde Santa Fe
y con fecha 30 de julio del mismo año, se dirigió al virrey para que
interpusiera «su mediación y piadosos oficios para mover e inclinar más
la piedad del Monarca a mi favor.»

Por lo que respecta a las publicaciones revolucionarias, es de
importancia referir que la Audiencia de Caracas declaró (11 diciembre
1797) que los que recibiesen tales libros o papeles «y no los
entregaren inmediatamente a las justicias, los que tuviesen noticias de
ellos y no lo comunicaren a las mismas justicias, los que los pasaren
a otras manos, o de cualquiera forma divulgaren sus doctrinas, o no
impidieren su extensión, cuanto esté de su parte», incurrirán «en las
penas de azotes, presidio y en la de muerte, según las circunstancias
del caso.» A pesar del sistema político español reaccionario, a pesar
del aislamiento en que vivían los Estados americanos y a pesar de las
tendencias contrarias al progreso, las ideas revolucionarias, primero
de los Estados Unidos y después de Francia, penetraron en Venezuela y
en todas las colonias, dando al traste con el dominio español algunos
años después.

El descubrimiento y colonización de La Guayana, las frecuentes
incursiones de los piratas y las conquistas de los holandeses, ya se
dieron a conocer en el capítulo X de este tomo. Añadiremos ahora que el
terreno, pantanoso e inculto en su mayor parte, regado por el Orinoco,
Surinán y otros, tiene clima cálido y malsano. Durante los siglos
XVII y XVIII fueron Las Guayanas campo de lucha entre holandeses,
franceses, españoles y brasileños[506]. La última nación colonizadora
en La Guayana fué Inglaterra, la cual despojó a Holanda de parte de su
territorio y después siguió igual conducta con Venezuela, y seguramente
sus usurpaciones hubiesen sido mayores, si la República de los Estados
Unidos no hubiera intervenido, para que, mediante sentencia arbitral,
se decidiesen las cuestiones suscitadas entre Inglaterra y Venezuela.
Con fecha 25 de mayo de 1812, D. José de Chastre, gobernador interino
de La Guayana, en carta dirigida al Rey, se quejaba del gobernador de
Puerto Rico que no le había socorrido, por cuya causa estuvo en peligro
de caer en manos de los insurgentes. Decía también que los ingleses
fomentaban bajo cuerda la insurrección; pedía la segregación de aquella
provincia de las de Caracas y Santa Fe, y por último, quería que se
declarasen reos de lesa nación a los jefes nacionales que no auxiliasen
a los fieles españoles que luchasen por la integridad de la Monarquía
española[507]. Posteriormente, Simón Bolívar comunicó (17 agosto 1817)
desde Baja Guayana, que Las Guayanas habían sido tomadas por tropas
republicanas[508]. Al presente las tres Guayanas, colonias europeas,
son: la inglesa al O., cuya extensión es de 305.000 h. y tiene como
capital a Georgetown; la holandesa en el centro, con 90.000 h. y su
capital Paramaribo o Nueva Amsterdam, y la francesa al E. con 40.000 h.
y su capital Cayena, lugar de relegación para los condenados a trabajos
forzados. La antigua Guayana española, al O., en los confines de
Venezuela y de La Guayana holandesa, es a la sazón de Venezuela, y La
Guayana portuguesa, al S., en la cuenca superior de Oyapok, pertenece
al Brasil.

       [506] La gobernación de Guayana, que se separó de la de
       Cumaná en 1762, se puso bajo la inmediata subordinación del
       virrey de Santa Fe de Bogotá. Su primer gobernador, según el
       nuevo régimen, fué D. Joaquín Moreno de Mendoza, que llegó
       en 1762 y que en seguida trasladó la capital a donde hoy se
       encuentra, recibiendo el nombre de Angostura. Los sucesores
       de Mendoza, gobernadores de poderosas iniciativas, fueron D.
       Manuel Centurión, D. Felipe de Inciarte y don Miguel Marmión
       (1766-1791).

       La Guayana, en guerra continua con los holandeses, logró al
       fin (segunda mitad del siglo XVIII) rechazar a sus enemigos,
       tierra adentro al Esequibo, dejándoles sólo el establecimiento
       que, en las cercanías del Orinoco, fundaron sobre el Moroco:
       pero los españoles, mal aconsejados y peor gobernados, no
       supieron aprovecharse del triunfo.

       [507] Arch. de Indias.--Estante 131.--Cajón 2.--Leg.º 17. (4.)

       [508] _Documentos para la historia de la vida política de
       Bolívar_, etc., tomo VI, pág. 8.



CAPITULO XXVI

  GOBIERNO DE NUEVA GRANADA, DE PANAMÁ Y DE EL ECUADOR.--GOBERNADORES
  QUE EN COLOMBIA SUCEDIERON A JIMÉNEZ DE QUESADA.--LA
  AUDIENCIA.--EL ARZOBISPADO.--EL PRESIDENTE VENERO DE LEIVA.--OTROS
  PRESIDENTES.--FUNDACIÓN Y EXTENSIÓN DEL VIRREINATO.--EL VIRREY
  ESLAVA.--VERNON EN CARTAGENA DE INDIAS: LEZO.--POLÍTICA
  DE ESLAVA.--PRINCIPALES VIRREYES.--INTERVENCIÓN DE NUEVA
  GRANADA EN VENEZUELA.--GUERRA DE LA INDEPENDENCIA.--GOBIERNO
  DE PANAMÁ.--ORIGEN, SITUACIÓN, TÍTULO DE CIUDAD Y BLASÓN
  HERÁLDICO.--OBISPADO Y AUDIENCIA.--PANAMÁ BAJO LA DEPENDENCIA DE
  GUATEMALA Y DESPUÉS DEL PERÚ.--LA AUDIENCIA.--EL AÑO 1644.--NUEVA
  CIUDAD.--EL FUEGO GRANDE.--PANAMÁ BAJO EL VIRREINATO DE SANTA
  FÉ.--UNIVERSIDAD DE SAN JAVIER.--LOS JESUÍTAS.--EL GOBERNADOR
  PÉREZ.--GOBIERNO DE QUITO.--LA AUDIENCIA: EL PRESIDENTE SANTILLÁN Y
  SUS SUCESORES.--EL ECUADOR EN LOS SIGLOS XVI Y XVII.--GUAYAQUIL EN
  PODER DE LOS CORSARIOS.--SÍNTOMAS REVOLUCIONARIOS.


Consideremos los gobernadores que sucedieron en Nueva Granada al
valeroso Gonzalo Jiménez de Quesada[509]. El primero fué Hernán Pérez
de Quesada, al cual sucedió Luis Alonso de Lugo (1542), Lope Montalvo
de Lugo (1544), Pedro de Ursúa (1545), Miguel Diaz de Almendáriz (1544)
y Juan de Montalvo (1551). De Almendáriz se cuenta que contribuyó a la
fundación de la Audiencia con la esperanza de conseguir la presidencia;
pero destituído de su cargo tuvo que retirarse a la Española. Dejó en
Santa Marta su pequeña fortuna, que le arrebató un falso amigo. Volvió
a Bogotá con el juez encargado de residenciarle y fué condenado al
pago de costas, que no pudo satisfacer. De Bogotá marchó a Cartagena y
de Cartagena a España, donde se hizo sacerdote y murió de canónigo de
Sigüenza.

       [509] Habremos de repetir en este lugar que desde 1819 hasta
       1831 se llamó _República de Colombia_, desde 1831 hasta
       1848 _República de Nueva Granada_, desde 1848 hasta 1863
       _Confederación Granadina_ y desde 1863 hasta 1886 _Estados
       Unidos de Colombia_. Desde 1886 se denomina _República de
       Colombia_.

Desde que se estableció la Audiencia hasta la creación del virreinato,
los presidentes de aquélla tuvieron el supremo poder[510]. El primer
presidente--como se dijo en el capítulo XI de este tomo--fué el doctor
Gutiérrez de Mercado, quien, según cuentan, murió de resultas de un
veneno que le dieron en Mompós. Francisco Briceño, después de fundar
las ciudades de _La Plata_ y _Almaguer_, ocupó su importante puesto en
la Audiencia, siendo residenciado el 1558 y enviado a España.

       [510] Carlos V creó la Audiencia de Santa Fe por decreto de 17
       de julio de 1549.

Encargado por la Audiencia el capitán Orzúa de sujetar a los muzos,
consiguió su objeto; en seguida marchó al Norte contra los chitareros
y en el valle del Espíritu Santo fundó la ciudad de _Pamplona_ (1554),
donde encontró muchas pepitas de oro, y, cuando se disponía a emprender
una expedición en busca de nuevas riquezas, la Audiencia le desautorizó
y tuvo que retirarse a Santa Marta[511].

       [511] Por entonces el capitán Jorge Robledo echó los cimientos
       de las ciudades de _Cartago_ y de _Antioquía_, Aldana fundó
       las de _Villaviciosa_ y _San Juan de Pasto_ (Valle de
       Yacuanquer), el capitán Pedro de Añasco la villa de _Tinaná_,
       el capitán Martín Galiano la ciudad de _Velez_, Gonzalo Suárez
       Rondón la de _Tunja_, y otros fundaron a _Río Hacha_ y algunas
       más.

Antes de continuar la relación de los hechos más importantes de los
presidentes, haremos notar que Su Santidad Pío IV erigió el obispado
del Nuevo Reino de Granada en arzobispado, siendo presentado para tan
elevado cargo D. Fr. Juan de los Barrios, como por Real Cédula de 30
de enero de 1568 el Rey lo notificó a los obispos de Lima y de Santo
Domingo[512].

       [512] _Archivo historico nacional.--Cedulario índico de
       Ayala_, letra A, tomo II, documento 12.

Andrés Díaz Venero de Leiva (1564-1574) inauguró su presidencia
mejorando la suerte de los indios[513]. Fundó escuelas para los
indígenas, a quienes obligó a que viviesen en poblaciones fijas, hizo
construir templos y cárceles y fomentó la industria. Inauguró los
estudios filosóficos en el claustro de Santo Domingo, dió impulso a las
misiones e hizo el padrón del territorio (1570). Recordaremos--y es
su mayor timbre de gloria--que él fué el primero que mandó patatas a
España. En 1578 tomó posesión de la presidencia de la Audiencia Real de
Santa Fe D. Lope Díaz de Armendariz, que fué destituído en 1580 por el
visitador Juan Bautista Monzón, muriendo en la cárcel (1584). Quedó de
gobernador el oidor decano D. Guillén Chaparro, en cuya época el pirata
inglés Drake entró a saco en las ciudades de Río Hacha, Santa Marta y
Cartagena.

       [513] Serrano y Sanz en su _Compendio de Historia de América_,
       pág. 197, considera como primer presidente a Venero de Leiva.

Llegó (1589) el nuevo presidente Antonio González con orden de
promulgar otra vez las reales cédulas en favor de los indios y
mandó hacer algunas obras importantes. Durante la administración de
González no cesaron en sus depredaciones los piratas ingleses. También
reedificó a Ibagué, destruída por los pijaos, que anteriormente habían
arruinado La Plata. Según cédula Real del 15 de Enero de 1591, dada en
Madrid, Felipe II, habiéndose quejado los vecinos y moradores de Santa
Marta de la conducta del obispo de la provincia, encargó al presidente
y oidores de la Audiencia de Santa Fe que pidieran y estudiaran el
proceso que se formó a causa de las quejas de los dichos vecinos contra
el obispo[514].

       [514] _Cedulario índico_, tomo XXXVIII, núm. 178, págs. 208
       v.ª y 209.

Después de D. Antonio González ocupó (1597) D. Francisco de Sande, a
quien el pueblo designaba por sus crueldades con el nombre de _Doctor
Sangre_; fortificó a Portobelo y peleó con la valerosa tribu de los
pijaos[515]. Encargóse del gobierno, en 1605, D. Juan de Borja, nieto
del duque de Gandía, quien venció completamente a los pijaos y cuyo
jefe Calarcá murió en el combate. Borja mereció el dictado de _Padre
de la Patria_ por haber mejorado la suerte de los indios, por haber
fundado las misiones de los Llanos y por haber asegurado la navegación
del Magdalena y la comunicación con el Sur por el camino de Guanacas.
Gobernador tan excelente falleció repentinamente en 1628. Dos años
permaneció sin gobernador la colonia, ocupando luego cargo tan
importante D. Sancho de Girón, marqués de Sofraga (1630-1637), quien
fué aborrecido lo mismo por el clero que por el pueblo, siendo depuesto
y multado en 80.000 pesos.

       [515] A últimos del siglo XVI--según la _Descripción universal
       de las Indias_, manuscrito publicado por la _Sociedad
       Geográfica de Madrid_--los territorios de la actual Colombia
       formaban la Audiencia de Panamá, con las provincias de Panamá,
       Nombre de Dios, Natán, La Concepción, La Trinidad, Santa Fe
       y Carlos: la Audiencia del Nuevo Reino de Granada, con las
       gobernaciones de Santa Marta y Cartagena, buena parte de la
       de Popayán, las provincias del Nuevo Reino (Bogotá, Musos,
       Colimas y Tunja) y las poblaciones siguientes (Santa Fe de
       Bogotá, San Miguel Tocayena, San Sebastián de la Plata, La
       Trinidad, La Palma, Tunja, Pamplona, San Cristóbal, Mérida,
       Vélez, Mariquita ó San Sebastián del Oro, Ibagué, La Victoria,
       Nuestra Señora de los Remedios, Santa Marta, Tenerife,
       Tamalameque ó villa de las Palmas, Ciudad de los Reyes, del
       Valle de Upan, La Ramada, Cartagena, Santiago de Tolú, María y
       Santa Cruz de Mompox.)

D. Martín de Saavedra y Guzmán, barón de Prado (1637-1645), desempeñó
el gobierno con honradez y tuvo algunas diferencias con el arzobispo
Fray Cristóbal de Torres; y D. Juan Fernández de Córdoba, marqués
de Miranda de Asta (1645-1654) hizo fundar la ciudad de _Cravo_ en
Casanare, siendo reemplazado con sentimiento general por don Dionisio
Pérez de Manrique. Pudo Manrique rechazar las acometidas de los piratas
Cordello y Gauzón, sucediéndole en el año 1666 D. Diego del Corro y
Carrascal, y últimamente, D. Melchor Liñán, obispo de Popayán. Los
últimos gobernadores tuvieron que luchar con el famoso pirata Morgán,
terror de las costas colombianas.

Promovido Liñán al obispado de Charcas en el año 1674, el gobierno
de la colonia cayó en manos de los oidores, hasta que en 1678 llegó
el nuevo presidente, gobernador y capitán general D. Francisco del
Castillo y Concha, en cuya época se originaron grandes luchas entre la
autoridad civil y los conventos, pues--como decía Castillo--en Nueva
Granada había _mucha iglesia y poco rey_. El arzobispo don Antonio Sanz
Lozano, por demás exigente, excomulgó á Castillo. Don Gil de Cabrera y
Dávalos (1687-1703) tuvo la desgracia de que en su tiempo los piratas
Pointis y Ducaze se apoderasen de Cartagena (1697) y de que a causa de
conmociones volcánicas se sintieran grandes ruidos subterráneos. D.
Diego Córdoba Laso de la Vega (1703-1711) fué buen presidente. Desde
1711 á 1713 gobernaron los oidores, viniendo a ocupar el cargo de
presidente en el citado año de 1713 D. Francisco Meneses de Bravo, a
quien redujeron a prisión los oidores y le mandaron a España. Volvió
absuelto de los cargos que le imputaron, siendo envenenado, tal vez por
los mismos oidores.

A D. Nicolás Infante de Venegas (1715-1717) sucedió D. Francisco
Rincón, arzobispo de Santa Fe y presidente interino. En tiempo de don
Antonio Pedrosa y Guerrero (1718-1724) se acordó elevar a virreinato
la presidencia de Nueva Granada. El 29 de Abril de 1517 se decretó
poner virrey en la entonces Audiencia de Santa Fe de Bogotá. Algunos
historiadores consideran a Pedrosa como el primer virrey de Nueva
Granada o de Santa Fe. Sucedióle don Jorge de Villalonga, conde de la
Cueva (31 noviembre 1719), quien, no teniendo recursos para sostener
tan alta dignidad, abandonó el país, volviendo todo a permanecer como
antes de 1517.

D. Antonio Manso Maldonado, gobernador del Nuevo Reino de Granada y
presidente de la Audiencia de Santa Fe, tomó posesión el 17 de mayo
de 1724. En la Relación que hizo de su mando, firmada en Santa Fe
el 20 de julio de 1727, comienza reseñando la riqueza de las muchas
minas del país y explica luego «cómo se compadece tanta riqueza y
abundancia en la tierra donde casi todos sus habitadores y vecinos son
mendigos»[516]. Varias son las causas de esto. Cada vez, dice, es menor
el número de los indios, los cuales huyen del rudo y peligroso trabajo
de las minas. Para obviar este inconveniente proponía el gobernador
Manso que se sustituyesen los indios por negros, pues los últimos
siendo «gente más trabajadora y fuerte, y como verdaderos esclavos, no
tienen el riesgo de irse, darían más utilidad en un año 100 de ellos
que 500 naturales del país»[517]. Con el acabamiento de los indios,
la agricultura, añade, también sufre grandes perjuicios, porque ellos
siembran, siegan y guardan los ganados. Es otra de las causas de
pobreza lo escasa que anda la moneda usual, lo cual podría corregirse
fácilmente mandando al tesorero de la Casa de Moneda que fabricase
mayor cantidad. Por último, sería convenientísimo que el presidente de
la Audiencia «tuviese alguna más mano para contener a los oidores, o
que los que hubiesen de venir a estas partes, donde la distancia les
hace más animosos, fuesen hombres provectos y que hubiesen pasado el
trienio en otra Audiencia, ó se eligiesen de los abogados más expertos
que hubiese en la monarquía, porque si vienen acabados de dejar el
colegio, ni las letras son las que bastan para la práctica, ni la edad
les concilia la madurez»[518].

       [516] _Relaciones de mando_, publicadas por los Sres. Posada e
       Ibáñez, pág. 5.--Bogotá, Imprenta Nacional, 1910.

       [517] Ibidem, pág. 8.

       [518] Ob. cit., pág. 10.

Por lo que respecta a las causas particulares de la decadencia del
reino, es una de ellas la poca instrucción del estado eclesiástico. Si
las vacantes de las prebendas se diesen por oposición, los sacerdotes
se dedicarían a los estudios y frecuentarían los actos literarios.
Acerca del estado secular, el premio mayor a que puede aspirar un indio
es ser nombrado individuo de un Corregimiento por dos años, y aun para
ello necesita dar fianza crecida. Por esta razón sucede con frecuencia
que nadie quiere tales cargos. Una de las causas que señala Manso
Maldonado como de las más universales, consiste en la excesiva piedad
de los fieles que con sus limosnas han enriquecido a los monasterios,
con las obras pías que fundan en sus iglesias y con las capellanías que
dotan para que las sirvan los religiosos. «Apenas--escribe--se contará
casa o hacienda que no sea tributaria de eclesiástico, pues la que
no lo es a algún convento lo es a un clérigo secular, por tener allí
fundada su capellanía»[519]. Con otras observaciones de menor interés
termina su informe Manso Maldonado.

       [519] Ibidem, pág. 13.

Felipe V, mediante Real Cédula dada el 20 de agosto de 1739, estableció
definitivamente el virreinato con el nombre de Nuevo Reino de Granada.
Hacía constar que en el 29 de abril del año 1717 se creó el virreinato
de Santa Fe de Bogotá del Nuevo Reino de Granada, suprimiéndolo el
1723 y dejando las cosas en el estado que antes estaban. Añadía que
lo volvía a crear, nombrando virrey a D. Sebastián de Eslaba[520].
Comprendía el virreinato las provincias siguientes enumeradas en la
Real Cédula: la de Portobello, Veragua y el Darién, las del Choco,
reino de Quito, Popayán, Cumaná, y la de Guayaquil, provincias de
Cartagena, Santa Marta, Río de la Hacha, Maracaibo, Caracas, Antioquía,
Guayana y Río Orinoco, y las islas de la Trinidad y Margarita, con
todas las ciudades, villas y lugares, puertos, bahías, surgideros,
caletas y demás pertenecientes a ellas, en uno y otro mar y Tierra
Firme. Formaban, pues, el virreinato el Nuevo Reino de Granada y la
Presidencia de Quito, quedando independiente la Capitanía general de
Venezuela o Costa Firme. Los presidentes de la Audiencia de Quito
gozaban de independencia como tales presidentes, hallándose en lo demás
sujetos a la autoridad de los virreyes[521].

       [520] _Archivo histórico nacional.--Cedulario índico_, tomo
       XI, núm. 179, pág. 157 v.ª y siguientes.

       [521] En Real Cédula dada en el palacio del Nuevo Retiro el
       12 de febrero de 1742 se dice que la provincia de Venezuela
       fué agregada al virreinato del Nuevo Reino de Granada,
       declarándose por entonces su independencia.--_Archivo
       histórico nacional.--Cedulario índico_, tomo XII, número 28,
       págs. 32 v.ª y siguientes.

Tan apurado de dinero se hallaba Felipe V a causa de la guerra de
sucesión, que, desde Madrid (19 octubre 1706), se dirigió a don
Francisco Dávila Bravo de Laguna, gobernador y capitán general de la
provincia de Tierra Firme, llamada también _Castilla del Oro_, para
que le remitiesen a España todos los caudales que tuviese en aquellos
países[522]. De la provincia de Tierra Firme, a la sazón formando
parte del virreinato de Nueva Granada, recordaremos los siguientes
hechos. Felipe IV, desde Madrid, con fecha 22 de septiembre de 1657,
decía a D. Fernando de la Riva Agüero, gobernador y capitán general
de la provincia de Tierra Firme, que D. Pedro Carrillo de Guzmán, su
antecesor en el gobierno, le había dado cuenta--según cartas del 13 y
21 de julio de 1656--de que a 9 de marzo del mismo año, los enemigos
(ingleses y holandeses) se atrevieron a invadir el Puerto de la Boca
del río de Chagre, añadiendo luego que Gaspar de los Reyes, capitán de
la compañía de los negros de la ciudad de Portobelo, consiguió hacer a
los enemigos 7 prisioneros, arrojándoles también a ellos a la mar[523].
Posteriormente, Carlos II, desde Aranjuez (17 mayo 1678), hubo de decir
al gobernador y capitán general de la provincia de Tierra Firme, lo
que a continuación copiamos: «Por ser necesario para el mayor adorno
de mi Palacio y Casas Reales que haya en ellos Pájaros que llaman
Cardenales, Zinzontes, Gorriones, Mariposas, Chambergos, Turpianes y
otros qualesquiera Pájaros de canto de esas Provincias: He parecido
encargaros los hagáis buscar y remitir a estos Reinos con todo cuidado,
etc.»[524].

       [522] _Cedulario índico_, tomo XL, núm. 203, págs. 203 v.ª a
       204 v.ª

       [523] Ibidem, tomo XIX, núm. 98, págs. 70 y 71.

       [524] Ibidem, tomo XIX, núm. 155, págs. 123 y 123 v.ª Debió
       ser Carlos II aficionado a los pájaros, pues también al
       gobernador de Cuba, en el año 1678, y al virrey del Perú, en
       el año 1698, les hizo el mismo encargo.

Citaremos los hechos principales de los virreyes de Nueva Granada.
Su primer virrey, el general Don Sebastián de Eslava, nombrado el 20
de agosto de 1739, llegó a Cartagena de Indias a mediados de abril
de 1740. En su nombre ya había tomado posesión el presidente don
Francisco González Manrique. Entre otros ataques de los ingleses a
nuestras plazas--que fueron muchos y frecuentes--recordaremos que el
vicealmirante Vernon, después de ser rechazado en el puerto de Guaira,
se dirigió a Portovelo, en cuya ciudad estaba el 2 de diciembre de
1740, se apoderó de los castillos de la plaza (Todofierro, San Jerónimo
y La Gloria). No encontrando en Portovelo las riquezas que esperaba,
habiéndose hecho dueño de algunos cañones y clavado los demás, se
dirigió a Jamaica, ya pensando donde había de dirigir sus miras[525].
Apenas hubo llegado a Jamaica, recibió el refuerzo de otra flota que
mandaba el vicealmirante Chaloner-Ogle.

       [525] _Arch. hist. nac.--Cedulario índico_, núm. 248, págs.
       255 y siguientes.

A la cabeza de ambas escuadras se presentó por tercera vez Vernon
delante de Cartagena de Indias el 15 de marzo de 1741[526]. Las fuerzas
que a la sazón se hallaban en Cartagena consistían en los batallones
de España, Aragón, compañías de marina y una compañía de artillería
del pie fijo de la plaza, que componían 1.100 hombres; además 600
milicianos y 600 indios del monte; por último, los navíos que bajo el
mando de Don Blas de Lezo estaban defendiendo el acceso a la bahía,
cuya guarnición consistía en 400 hombres y 600 marineros. La escuadra
inglesa no bajaba de 170 naves con 9.000 hombres de desembarco. El
20 de marzo comenzaron el fuego los ingleses contra los fuertes
_Santiago_ y _San Felipe_ y el castillo de _Bocachica_. Logró Vernon
desembarcar gran parte de su gente con una batería de 16 cañones, la
cual se dispuso a atacar la citada fortaleza. Los fuegos combinados de
la batería y de los navíos causaron sensibles bajas a los defensores
del castillo mandados por Desnaux. El marino Lezo y el virrey Eslava
ayudaron en su empresa a Desnaux, quien con algunos de los suyos,
después de pelear valerosamente, hubo de retirarse al sitio donde
estaba el virrey, siendo todos transportados en lanchas y canoas a la
capital[527].

       [526] La primera vez fué el 13 de marzo de 1740 y la segunda
       el 3 de mayo del mismo año.

       [527] El castillo de San Luis de Bocachica se hallaba distante
       de la capital del virreinato unos 14 kilómetros.

Quiso Lezo echar a pique sus cuatro navíos antes que cayesen en poder
del enemigo; pero no tuvo tiempo para ello, dada la rápida acometida
de Vernon. Los ingleses desde el 8 de abril pudieron introducir en
la bahía bombardas y fragatas, comenzando el 13 a hacer fuego sobre
la plaza y aproximándose a ella poco a poco. El 15 verificaron el
desembarco por diferentes sitios, y encaminándose hacia la plaza
protegidos por el fuego de los barcos, se hicieron dueños del cerro
de la Popa. Aunque el 20 de abril, entre dos y tres de la mañana,
los ingleses intentaron un asalto general, la resistencia heroica
de los españoles no pudo ser mayor. Los enemigos se retiraron a sus
embarcaciones en la noche del 27, marchando Vernon con los suyos a
Jamaica, no sin grandes pérdidas. Poco después España hubo de llorar
la pérdida de uno de los héroes de la jornada: Lezo, a causa de las
heridas recibidas durante el sitio, falleció en Cartagena de Indias el
7 de septiembre de 1741.

Comprendiendo Eslava el peligro en que se hallaban nuestras colonias,
procuró, con actividad extraordinaria, que se fortificasen las
plazas más expuestas a los ataques de los corsarios o no corsarios
de Inglaterra. También mostró ferviente celo religioso, edificando
iglesias y desterrando la idolatría del país, fomentó las misiones
y construyó hospitales. Consiguió aumentar la hacienda pública y
disminuir los impuestos. Protegió mucho la agricultura y arregló
puentes y caminos. Protegió el comercio lícito y persiguió el ilícito.
Por lo que toca al tratamiento, doctrina y reducción de indios, no
omitió la menor diligencia. Observador celoso de las ideas y prácticas
religiosas, no por eso consintió que se vulnerasen las regalías del
Real Patronato. En cuanto a la Administración de justicia habremos de
decir que pocos virreyes la atendieron como él. Por Reales Cédulas de
30 de marzo y 22 de abril (1749), el Rey hubo de ceder a las instancias
de Eslava, relevándole de sus empleos, nombrando sucesor en ellos y
confiriéndole la capitanía general de Andalucía.

José Alonso Pizarro (1749) hizo algunas obras públicas y estancó las
bebidas alcohólicas.

José de Solís Folch de Cardona (1753) fundó la Casa de la Moneda,
mejoró la administración pública y abrió caminos[528]. Desempeñó el
virreinato con la _exactitud, desinterés, vigilancia y celo_ que
correspondían, como declara la sentencia absolutoria, dada por los
señores del Consejo de Indias, a 29 de agosto de 1764, de los cargos y
condenaciones que se le habían hecho por el comisionado. Luego repartió
sus bienes a los pobres y se retiró al convento de San Francisco
de Santa Fe de Bogotá, donde fué recibido de fraile lego en 28 de
febrero de 1761, profesando en 29 de marzo de 1762. Posteriormente fué
guardián, falleciendo el 17 de abril de 1770, con general sentimiento
de cuantos le conocían[529].

       [528] Era hijo del marqués de Castel Novo, y nació el 4 de
       febrero de 1716.

       [529] Véase Arch. de la Excma. Sra. Duquesa de
       Montellano.--_Servicios y Honores_, de la Casa de Solís,
       ducado de Montellano, leg. 615.

Pedro Messía de la Cerda, marqués de la Vega de Armijo (1761), en los
casi doce años que estuvo al frente del virreinato realizó hechos de no
escasa importancia, lo mismo por lo que respecta a asuntos religiosos y
estado eclesiástico que a los de Hacienda, Administración de justicia
y Guerra. Expulsó a los jesuítas obedeciendo órdenes del gobierno
español. Habiéndose determinado erigir en la capital Universidad
pública y estudios generales, se opusieron a ello los frailes del
convento de Santo Domingo, quienes tenían facultad de dar grados. Les
apoyaba «el Reverendo Arzobispo, que como del mismo orden antepone su
beneficio particular al común y universal del Reino»[530].

       [530] Ob. cit., pág. 119.

Manuel de Guirior (1773) intentó corregir algunos abusos del clero;
dictó medidas para aumentar el comercio; dispuso un plan y método de
estudios universitarios, continuando el pensamiento de su antecesor;
fundó en Bogotá una Biblioteca pública con los libros de la extinguida
Compañía de Jesús y también creó una Casa de Expósitos.

Manuel Antonio Flores (1776), hombre de clara inteligencia y de
carácter débil, vió que las provincias de Maracaibo, Caracas, Cumaná
y Guayana fueron separadas del Nuevo Reino de Granada para formar la
capitanía general de Venezuela (1777); también en su tiempo estalló
(1781) la insurrección de los _comuneros_. A causa de nuevos impuestos,
aumentaron los rebeldes, transigiendo con ellos la Audiencia; pero
habiendo acudido fuerzas leales, se dominó y castigó con alguna
severidad a los comuneros.

Nada hizo de particular Don Juan de Torrezal Díaz Pimienta (1782);
y Don Antonio Caballero y Góngora, arzobispo de Santa Fe de Bogotá,
desempeñó el virreinato seis años y medio. Ocupáronle mucho tiempo
las reformas que introdujo en el estado eclesiástico y más todavía
las reducciones de varias clases de indios. Afirma que los indios
mosquitos son enemigos implacables del nombre español, y que por ello
debía verificarse la remisión de misioneros para que reconociesen los
citados indígenas nuestra soberanía. Fijóse también el virrey en los
Tribunales de justicia. Capítulo importante es el intitulado _de la
población y policía_. Manifiesta el virrey lo difícil que era hacer un
padrón general, dado el número considerable de rancherías ocultas; mas
en el año pasado--dice--de 1770 tenía el distrito de la Audiencia de
Santa Fe 507.209 habitantes. Posteriormente--añade--se empeñó nuestro
antecesor Don Manuel Flores reunir todos los padrones particulares para
la formación de uno general, no logrando su objeto. Entonces «dispuse
que de todos los padrones particulares que había en la Secretaría,
se formara uno general..., resultando que en el año 78 había en todo
el Reino 1.279.440 habitantes, de los cuales 747.641 pertenecían al
distrito de la Audiencia de Santa Fe, cuyo número, comparado con el
del año 70, ofrece el aumento de 240.432 habitantes; y aunque después
sobrevino la epidemia de viruelas, es notable el aumento en los diez
años que han corrido desde entonces, si puede servir de regla el
padrón de la provincia de Antioquía, formado con exactitud el año
próximo pasado por el Oidor Visitador Don Juan Antonio Mon, en que
manifiesta existir en dicha provincia 56.052 habitantes, en lugar de
46.466 que había en el año de 78, con que resultan de aumento 9.586,
que viene a ser muy cerca de una quinta parte, y no habiendo razón
particular para contar con menor aumento en las otras provincias,
debemos suponerlas con el mismo. Sin embargo, sujetándonos a una
sexta parte solamente, puede decirse que en el decenio de 78 a 88 se
ha aumentado la población con 213.240, que agregados a 1.279.440,
nos da de actual población 1.492.680»[531]. Refiere en seguida los
medios para combatir la epidemia de las viruelas y la de la lepra
lazarina (_elephanthiam_). Por lo que a instrucción pública atañe,
después de consignar que en Santa Fe se había fundado un colegio para
niñas, existiendo ya dos para niños intitulados de Nuestra Señora del
Rosario y de San Bartolomé. A este último se hallaba incorporado el
Seminario. Por falta de fondos no se creó la Universidad, contentándose
el virrey-arzobispo con la fundación de una cátedra de Matemáticas
en el Colegio del Rosario. Suyas son las siguientes palabras: «Todo
el objeto del plan (de estudios) se dirige a substituir las útiles
ciencias exactas en lugar de las meramente especulativas, en que hasta
ahora lastimosamente se ha perdido el tiempo; porque un Reino lleno
de preciosísimas producciones que utilizar, de montes que allanar,
de caminos que abrir, de pantanos y minas que desecar, de aguas que
dirigir, de metales que depurar, ciertamente necesita más de sujetos
que sepan conocer y observar la naturaleza y manejar el cálculo, el
compás y la regla, que de quienes entiendan y discutan el ente de
razón, la primera materia y la forma substancial. Bajo este pie propuse
a la Corte la erección de Universidad pública en Santa Fe...»[532].

       [531] Ob. cit., pág. 242.

       [532] _Relaciones de mando_ etc., pág. 252.

Dispuso el virrey-arzobispo que una expedición compuesta de un
director--cuyo nombramiento recayó en el presbítero D. Celestino
Mutis--, un segundo y un delineador, recorriese gran parte del reino
estudiando las producciones de la naturaleza. El Rey honró a Mutis
con el título de _Botánico y Astrónomo de Su Majestad_, y al viaje
con el de _Expedición Botánica de la América Meridional_. De gran
utilidad fueron los trabajos realizados en las Ciencias naturales por
Mutis y por D. Pedro de Vargas, ayudados por D. Casimiro Gómez Ortega,
catedrático de Botánica en Madrid. No descuidó el virrey Caballero
los asuntos de Hacienda, Guerra y Marina, mostrando en todos tanta
competencia como buena fe.

Después de D. Francisco Gil de Lemos (1789), que desempeñó el cargo
sólo siete meses por haber sido promovido al virreinato del Perú, en
cuyo tiempo procuró disminuir las atenciones del gobierno y las de la
Real Hacienda, ocupó el virreinato D. José de Ezpeleta (1789-1797),
quien no descuidó en los ocho años que dirigió los negocios del
virreinato, los cuales eran muchos y difíciles. En su tiempo se
sintieron los primeros importantes síntomas de revolución. El 19 de
septiembre de 1794 escribió al Rey acompañándole carta reservada que
con igual fecha dirigió al duque de la Alcudia, y en ella refería lo
ocurrido en aquella capital con motivo de haberse encontrado pasquines
sediciosos fijados en los parajes públicos, como también el efecto
causado por la noticia de la impresión y publicación de un papel
intitulado _Los derechos del hombre_[533]. Diremos, para terminar, que
durante este virreinato se fundó el primer periódico y el primer teatro
en Bogotá.

       [533] _Archivo de Indias._--Estado.--Santa Fe.--Legajo 4 (131).

Don Pedro Mendinueta y Muzquiz (1797-1803) gobernó siete años con el
mismo acierto que su antecesor Ezpeleta. Fijóse en las reformas de
policía y en obras de beneficencia, en la limpieza y composición de
las calles, en todo lo que se relacionase con la salud pública. La
instrucción pública fué atendida por el ilustre virrey Mendinueta. La
industria minera, el comercio y la agricultura merecieron detenido
estudio, siendo también objeto de atención profunda los Consulados,
las Audiencias y los Tribunales y oficinas de la Real Hacienda. No
olvidó el virrey ni el ejército, ni las milicias, ni la marina; su
inteligencia y actividad se manifestó en todo. Hizo el censo del
virreinato, llegando a dos millones el número de habitantes.

Don Antonio Amar (1803), fué el último de los verdaderos virreyes,
pues D. Benito Pérez y D. Francisco Montalvo vinieron en los días de
la independencia y apenas lograron prolongar la agonía del virreinato,
y respecto a Don Juan de Sámano, si tuvo la satisfacción de sentarse
en el sillón de sus predecesores, también vió extinguirse en sus manos
las últimas pavesas del virreinato. En general--aunque otra cosa digan
algunos escritores--los virreyes de Nueva Granada fueron hombres rectos
y buenos. Si castigaron a veces con más rigor que prudencia, cúlpese,
no a ellos, sino a las leyes españolas.

En la relación que D. Francisco Montalvo, virrey de Nueva Granada, dejó
a D. Juan de Sámano, consigna que su antecesor D. Benito Pérez no le
entregó el pliego de instrucción acostumbrado, añadiendo que el citado
Pérez falleció lleno de disgustos en Panamá, cuando él llegaba a Santa
Marta. «El istmo era--dice Montalvo--el único punto verdaderamente
libre de enemigos. Santa Marta, el teatro de la guerra, estaba
reducida a la ciudad y pueblo de San Juan de la Ciénaga y a la pequeña
provincia del Hacha, ambas amenazadas de próxima invasión. Esto fué lo
que recibí por todo el territorio del Nuevo Reino de Granada...»[534].
Añade que «el aspecto de las Américas era tristísimo y deplorable para
las armas del Rey», y que se perdieron las provincias de Venezuela «por
la poca energía de los jefes realistas que mandaban las divisiones en
Cúcuta y Barinas», influyendo también «en mucha parte las desavenencias
entre la Audiencia y el capitán general Monteverde»[535]. Embarcóse
Montalvo en la Habana el 28 de abril de 1813, llegando a Santa Marta
el 1.º de junio siguiente. El 13 de agosto fué rechazada la expedición
francesa que mandaba Pedro Labatut cuando intentó sorprender el Morro,
y en los días 14 y 15 del mismo mes halló vigorosa resistencia en la
Ciénaga, retirándose escarmentado. A fines de diciembre recibió la
Real orden del 23 de julio, nombrándole Capitán General en comisión
de Venezuela, con retención del virreinato que tenía en propiedad, y
poniendo a sus órdenes a D. Manuel Cajigal, mariscal de Campo, para
que le destinase a una u otra parte, según lo tuviese por conveniente.
Grave fué la situación del virrey en los comienzos del año 1814. «Nada
más duro en los peligros--escribe el virrey--que carecer de los medios
de defenderse y arrostrarlos. Yo prefiero en el día cualquiera otra
suerte, la más amarga, a la de volverme a ver en la situación en que
estuve en Santa Marta durante tres años, expuesto a perder hasta lo más
sensible para un militar, la reputación»[536]. Sucedíanse los combates
lo mismo en la tierra que en el mar, unos adversos y otros favorables,
mas siempre luchando. Tanta gravedad adquirieron los sucesos de
Venezuela, que el virrey Montalvo destinó a su segundo, a D. Manuel
de Cajigal, para que se pusiese al frente de la Capitanía general de
Venezuela, ya «que la idea de la Regencia era manifiestamente que no lo
fuese más Monteverde»[537]. Añade que Boves logró completo triunfo en
la batalla de La Puerta, y del mismo modo Aymerich consiguió laureles
peleando y cogiendo prisionero a D. Antonio Nariño.

       [534] _Relaciones de mando_ etc., pág. 590.--Bogotá
       (Colombia).--Imprenta Nacional, 1910.

       [535] Ibidem, págs. 590 y 591.

       [536] Ibidem, pág. 600.

       [537] Ibidem, pág. 614.

Quiso Montalvo atraerse con dulces palabras a los revolucionarios de
Cartagena, a quienes mandó una carta. El gobierno de dicha ciudad «me
dijo en contestación que por la gravedad de su contenido la remitía al
Congreso, que era quien podía resolver acerca de ello»[538]. Después
contestó el Congreso lo que era de esperar, esto es, que deseaban cada
día con más entusiasmo la independencia. Relata luego el virrey los
hechos de Bolívar, fijándose especialmente en su conquista de Santa
Fe (12 diciembre 1814). Pronto iba a recibir Montalvo importantes
auxilios, porque el Rey, con fecha 25 de noviembre de 1814, le había
comunicado que mandaba una expedición compuesta de 10.000 hombres
al mando del mariscal de campo Don Pablo Morillo. «El primer objeto
de esta expedición--decía la Real orden reservada--es mantener la
tranquilidad en la capitanía general de Venezuela, tomar a Cartagena
de Indias y auxiliar poderosamente a la pacificación del Nuevo Reino
de Granada»[539]. Montalvo pudo ayudar a Morillo en la conquista de
la ciudad de Cartagena (6 diciembre 1815). Trabajó sin descanso en la
pacificación interior del virreinato, y con fecha 21 de junio de 1817
previno a los gobernadores que «procurasen con todo cuidado contener
las animosidades, manifestando a sus súbditos, en ocasiones oportunas,
que todos son españoles, vasallos de un mismo monarca, a cuyos ojos
son iguales los que se portan con la fidelidad debida a su Rey, sean
españoles europeos o españoles americanos»[540]. Terminó Montalvo su
_Relación de mando_ el 30 de enero de 1810, y con esta fecha la hubo de
mandar al nuevo virrey D. Juan de Sámano.

       [538] Ibidem, pág. 619.

       [539] Ob. cit., pág. 724.

       [540] Ibidem, pág. 723.

Acerca del origen del nombre _Panamá_, según la opinión de muchos
autores, significa en lengua nueva, la más extendida entre los
indígenas en aquellos tiempos, _sitio abundante en peces_; lo cual
se conforma con lo que escribía (1516) Pedro Arias de Avila al rey
Fernando y a su hija la princesa Doña Juana. Decía así: «Vuestras
Altezas sabrán que Panamá es una pesquería en la costa del mar del Sur
y por pescadores dicen los indios _panamá_.» Pedro de Arias Dávila,
gobernador de Castilla del Oro, y el licenciado Gaspar de Espinosa,
fundaron a Panamá (15 agosto 1519). Poco después Pedrarias ordenó
al capitán Diego de Albites que poblara a Nombre de Dios. Mereció
Panamá (15 septiembre 1521) el título de ciudad y el honor de un
blasón heráldico que consistía en un escudo en campo de oro, partido
verticalmente, con un yugo y un haz de flechas en la mitad derecha, y
en dos carabelas navegando y una estrella en la parte superior en la
mitad izquierda. Por orla castillos y leones. Por lo que toca a la sede
de Larién, después de la muerte, a fines de 1519, del obispo Quevedo,
el nuevamente elegido Fr. Vicente Pedraza trajo las instrucciones de
trasladar el gobierno eclesiástico a Panamá. Tampoco debemos pasar
en silencio que la Audiencia de Panamá, la tercera que se fundó en
América, fué instituída por Real cédula de 26 de febrero de 1538 por
el emperador Carlos V, abarcando su jurisdicción, no sólo el reino de
Tierra Firme, compuesto de las dos provincias de Castilla del Oro y
Veraguas, sino también desde el Estrecho de Magallanes hasta el golfo
de Fonseca (provincias del Río de la Plata, Chile, Perú y Nicaragua).
Creada en 1543 la Audiencia de los confines de Guatemala, se ordenó
suprimir la de Panamá.

El gobierno de Panamá pasó de la autoridad de Guatemala, a la
dependencia del virreinato del Perú después de la victoria que D. Pedro
de La Gasca consiguió sobre Pizarro en la batalla de Xaquixaguana
(1548).

Restablecida la Audiencia de Panamá por Real Cédula de 1563, se dispuso
la extinción de la de Guatemala. Panamá tuvo que sufrir rudos ataques
de los corsarios ingleses; pero la desgracia mayor de la ciudad fué el
terrible incendio del 21 de febrero de 1644 que destruyó 83 casas, el
Seminario y la casa episcopal. Posteriormente el pirata Morgan tomó
e incendió a Panamá (1671). Nombrado presidente y capitán general
de Tierra Firme D. Antonio Fernández de Córdoba y Mendoza, llegó a
últimos de 1671 con la comisión de trasladar la ciudad de Panamá a
sitio mejor, verificándose (21 enero 1673) el acto de fundación en la
pequeña península inmediata al cerro y puerto de Ancón. Poco después
se hicieron importantes fortificaciones para defender la plaza. A
pesar de todo, los piratas no dejaron tiempo adelante en paz a los
gobernadores de la ciudad. Creyéndose que las cosas marcharían mejor,
la Corona destituyó al gobernador Hurtado y suprimió la Audiencia,
agregando el territorio de su jurisdicción a la autoridad del virrey y
de la Audiencia del Perú (1718). Como fuesen mayores las dificultades
para el buen gobierno, a causa de la distancia entre la colonia y
las autoridades del Perú, por Real Cédula de 21 de julio de 1722 se
restableció la Audiencia, cuyo presidente tenía además el cargo de
comandante general de Tierra Firme.

El 2 de febrero de 1737 ocurrió formidable incendio--que se llamó el
_Fuego Grande_--en la nueva ciudad de Panamá. Se quemaron dos terceras
partes de la población, salvándose casi únicamente el arrabal de Santa
Ana, y por ello se repitió el siguiente estribillo:

      Día de la Candelaria
    vísperas de San Blás,
    a las muchachas de adentro
    se les quemó la ciudad.

En el año 1739 se realizó cambio radical, pues con fecha 20 de agosto
se expidió Real Cédula restableciendo el virreinato de Santa Fe,
incluyendo en él los territorios de Nueva Granada, Venezuela, Quito y
las provincias de Panamá y Veraguas. La provincia de Panamá, quedó,
sin embargo, con su gobernador y Audiencia, aunque subordinados al
virreinato.

Por Real Cédula del 3 de junio de 1749 se fundó la Universidad de San
Javier, en Panamá, estableciéndose en el edificio de la Compañía de
Jesús; y también por Real Cédula de 20 de junio de 1751 se suprimió
definitivamente la Audiencia, acordándose que el gobierno de dicha
ciudad dependiese del virrey de Nueva Granada, el obispado fuera
sufragáneo del arzobispado de Lima y los tribunales de justicia
estuvieran bajo la Audiencia de Santa Fe.

Establecida la Compañía de Jesús en Panamá, se dirigió, a mediados del
siglo XVI, al Perú. El superior de los Padres se llamaba Baltasar de
Piñas, y con aquel carácter marchó al Perú. Algunos de sus religiosos
permanecieron en Panamá para establecer la comunidad en Tierra Firme.
Allí edificaron sólido y magnífico edificio, terminado en 1751, en el
que establecieron la Universidad de San Javier. Habiéndose dispuesto
la expulsión de los jesuítas de todos los dominios españoles, lo
fueron de Panamá en la madrugada del 2 de agosto de 1767, encargándose
del edificio el gobernador Cabrejo. El 28 de agosto, con una fuerte
escolta, fueron los hijos de San Ignacio conducidos a Portobelo, allí
embarcados para Cartagena, de donde salieron para Europa en compañía de
otros expulsados también de Nueva Granada.

Los gobernadores que sucedieron a Cabrejo cumplieron con su deber;
pero, en los comienzos del siglo XIX, el brigadier D. Benito Pérez,
virrey de Nueva Granada, resolvió establecer su autoridad en Panamá,
dado el estado de rebeldía de Santa Fe. El mismo día en que tomó
posesión del cargo (21 marzo 1812), quedó establecido el Tribunal de la
Real Audiencia.

Consideremos el gobierno o presidencia de Quito (vulgarmente Reino
de Quito) y actualmente denominado República del Ecuador[541].
Constituyóse en el año 1564, en cuyo tiempo se estableció la Real
Audiencia, que comprendía extenso territorio. La ciudad de Santiago
de Quito fué fundada el 15 de agosto de 1534, y la Audiencia se creó
por Real Cédula dada en Guadalajara el 25 de agosto de 1563, siendo su
primer presidente Hernando de Santillán, a quien sucedió D. Lope Díez
Aux de Armendáriz y a éste otros presidentes. Nada de particular ofrece
la historia del Ecuador durante la centuria décimasexta, ni aun en
las dos siguientes, reducida a disensiones interiores y exteriormente
a las tentativas que los piratas hicieron en las costas. Recuérdese
que a fines de 1621 y en 1709 los filibusteros recorrían las costas,
saqueando a Guayaquil y otros puertos. Aunque en los comienzos del
siglo XVII se fortificó a Guayaquil para defenderlo de los corsarios,
cayó al fin en poder de ellos el año 1687. No pasaremos en silencio
el motín popular acaecido en Quito en 1592, que fué enérgica protesta
contra la Real Cédula de Felipe II estableciendo el impuesto de
alcabalas. Ni el presidente Barros, ni los oidores de la Audiencia,
ni los jesuítas, ni otros religiosos de diferentes Ordenes, pudieron
contener el movimiento. Los revoltosos proclamaron rey de Quito a
un ciudadano llamado Carrera, quien no aceptó la Corona, siendo por
ello azotado públicamente. El virrey Mendoza dispuso que Arana con
300 hombres marchase a Quito para castigar a los revoltosos, lo que
consiguió con poco trabajo. Carrera mereció el nombramiento de alférez
real, hereditario para su familia, y los jesuítas disfrutaron desde
entonces algunas rentas por su patriotismo. Que el virrey Mendoza y
otros virreyes interviniesen en los asuntos de Quito se explica porque
este país en lo político y militar estaba sujeto al virrey del Perú, y
en lo eclesiástico al metropolitano de Lima.

       [541] Quito fué erigida en obispado en 1545, y su primer
       prelado se llamaba Garci Díaz.

Tiempo adelante el Ecuador, siguiendo el ejemplo de otras colonias
americanas, manifestó sus deseos de independencia, que proclamó en
Quito el 10 de agosto de 1809.



CAPITULO XXVII

  GOBIERNO DEL RÍO DE LA PLATA O DE BUENOS AIRES.--D. PEDRO
  DE MENDOZA HASTA ARIAS DE SAAVEDRA (4.ª VEZ).--SAAVEDRA
  DERROTADO POR LOS URUGUAYOS.--INTRODUCCIÓN DE NEGROS--FUNCIONES
  RELIGIOSAS.--ENEMIGA DEL CABILDO A LOS ABOGADOS.--GOBIERNO DE
  GÓNGORA.--LA UNIVERSIDAD EN BUENOS AIRES.--EL OIDOR PÉREZ DE
  SALAZAR.--EL GOBERNADOR CÉSPEDES.--LA AUDIENCIA.--GOBIERNO DE
  DÁVILA.--EL GOBERNADOR LA CUEVA ES EXCOMULGADO.--CANONIZACIÓN DE
  SAN FERNANDO.--DESGRACIAS EN EL PAÍS.--GOBIERNO DE ABENDAÑO, DE
  MÚXICA, DE CABRERA, DE LAXIS, DE RUIZ DE BAIGORRI, DE MERCADO Y
  DE MARTÍNEZ SALAZAR.--LA AUDIENCIA.--GOBIERNO DE GARRO, HERRERA
  Y PRADO.--LA COLONIA DEL SACRAMENTO.--EL GOBERNADOR ZABALA: SUS
  HECHOS MÁS NOTABLES.--CAMBIO DE POSESIONES ENTRE PORTUGAL Y
  ESPAÑA.--CONDUCTA DE LOS JESUÍTAS.--LOS GOBERNADORES SALCEDO,
  ORTIZ DE ROSAS Y ANDONAEGUI--EL GOBERNADOR CEBALLOS.--VIRREINATO
  DE BUENOS AIRES.--LOS VIRREYES CEBALLOS, ORTIZ, MARQUÉS DE
  LORETO Y OTROS.--LOS VIRREYES MALO DE PORTUGAL, AVILÉS Y DEL
  PINO.--DERROTA DE NUESTRA FLOTA.--LOS INGLESES TOMAN A BUENOS
  AIRES.--LINIERS.--GOBIERNO DE TUCUMÁN.


Conviene no olvidar que después de la fundación de Buenos Aires por D.
Pedro de Mendoza en la orilla derecha del Río de la Plata (2 febrero
1536) y de su gobierno; después de Juan de Ayolas, fundador de la
Asunción, muerto por los salvajes, y después de otros gobernadores,
fué nombrado Juan de Garay, quien echó los cimientos de _Buenos Aires_
(11 junio 1580), pues la que fundara Mendoza había sido despoblada.
Habremos de recordar también que si en el último cuarto del siglo
XVI se sucedieron en el Plata siete gobernadores españoles que nada
hicieron para conquistar el Uruguay, en los albores del XVII apareció
Arias de Saavedra, que comenzó a gobernar en agosto de 1600; pero la
Cédula confiriéndole el mando en propiedad es del 18 de septiembre de
1601. Antes se había distinguido como protector de los indios pacíficos
y fué severo con los enemigos de España. Como hijo de la Asunción (hoy
capital del Paraguay) amaba a su tierra, y como gobernante español
era fiel a la metrópoli. A la cabeza de unos 500 soldados partió de
la Asunción hacia las tierras uruguayas. Los indios se prepararon
a la lucha y se dirigieron a encontrar al enemigo, decididos a no
consentir la entrada en territorio patrio. Siguieron su camino los
españoles, importándoles poco los preparativos de los indígenas.
Halláronse en frente unos de otros. Murieron--según relación de los
historiadores--los 500 soldados, pudiendo sólo escapar Saavedra para
ser portador de la derrota. En un cuarto de siglo los indígenas
uruguayos se habían preparado para resarcirse de las desgracias que les
habían ocasionado Zárate y Garay. El gobernador, con ruda franqueza,
escribió a la corte declarando su impotencia para dominar el Uruguay, y
aconsejando que las armas espirituales, la predicación y las dulzuras
de la fe harían efecto en la condición áspera de aquellos indios.
Examinó el Consejo de Indias la indicación de Saavedra, y Felipe III,
en 5 de julio de 1608, aprobó la conquista pacífica.

Consta oficialmente que unos dos años antes, siendo gobernador y
capitán general y justicia mayor de las provincias del Río de la Plata
el Sr. Hernandarias de Saavedra, solicitó el cabildo de Buenos Aires al
Rey se sirviera «darle licençia para meter trescientos negros para el
sustento desta tierra...»[542].

       [542] _Actas del cabildo de Buenos Aires._--Sesión del 13 de
       marzo de 1606.--Tomo I, pág. 190.--Buenos Aires. 1907.

Pasados algunos días, habiendo fallecido el conde de Monterrey, virrey
del Perú, la Audiencia de la Plata asumió el gobierno[543].

       [543] Ibidem, págs. 216-218.

El cabildo de Buenos Aires, en agradecimiento a las _once mil
vírgenes_, por cuya intercesión Dios había librado de la plaga de la
langosta a la ciudad y sus términos, acordó que desde el día de San
Lucas (18 octubre 1607) hasta el de las once mil vírgenes (21 del mismo
mes y año), se hiciesen procesiones solemnes con la asistencia de todos
los conventos[544].

       [544] Ibidem, págs. 422 y 423.

Asunto de capital interés debió ser la introducción de negros en Buenos
Aires, por cuanto algún tiempo después el cabildo comisionó al padre
Juan Romero, Rector del Colegio de Jesuítas, que marchó a España para
que insistiera con el Rey sobre dicho asunto[545] y sobre otros. Tiempo
adelante, esto es, el 21 de julio de 1610, volvió el cabildo á suplicar
a Su Majestad que permitiese importar negros para emplearlos en los
trabajos agrícolas, por cuanto era grande la escasez de indios[546].
Acordóse en la sesión del 7 de febrero de 1611 que se fundase un
Hospital y una Ermita dedicados a San Martín, patrón de la ciudad, en
el lugar elegido por Juan de Garay, fundador de Buenos Aires[547]. Al
mes siguiente, mejor pensado el asunto, se dispuso que se hicieran
dichos edificios «en el camino que va al Riachuelo desta ciudad, donde
esté más cerca del comercio, etc.»[548].

       [545] Ibidem, tomo II, págs. 58-61.

       [546] Ibidem, págs. 265-267.

       [547] Ob. cit., págs. 326-328.

       [548] Ibidem, págs. 342-345.

Escribió D. Diego Martín Negrón al Rey (30 junio 1610), haciéndole
saber que en aquellas provincias había a la sazón 300.000 naturales y
12.000 reducidos a la fe, y que habiendo consultado con los religiosos
más graves del país acerca de la persona más apta para desempeñar
el cargo de _protector general de los indios_, contestaron que se
confiriese dicho título a su antecesor Hernando Arias de Saavedra,
quien lo aceptó de muy buena gana. Posteriormente, en la sesión
celebrada por el cabildo el 21 de diciembre de 1611, se trató de asunto
asaz importante. Hacía veinte años largos que para acabar con las
hormigas y ratones, tan abundantes en la ciudad, se echaron suertes con
el objeto de elegir un Santo que fuese abogado contra aquella plaga,
prometiendo celebrar la fiesta de aquel hijo de Dios. Pero ¿qué Santo
era éste? Unas personas decían que cupo la suerte a San Bonifacio y San
Sabino, otras que a San Saturnino. En esta duda, y como la plaga iba
siempre en aumento, se acordó por el cabildo echar de nuevo suertes.
En efecto, se metieron varias cédulas o papeletas en un sombrero,
conteniendo una el nombre de San Saturnino, otra los de San Bonifacio y
San Sabino, doce con los respectivos de los doce Apóstoles, y algunas
más con otros Santos. Un niño, que se llamó para el caso, extrajo una
de las cédulas, donde estaban los nombres de San Simón y San Judas,
acordándose entonces que fuese «voto a Dios Nuestro Señor de guardar
la fiesta del dicho día todos los años desde el que viene, que será la
primera, y de hacer decir en la Iglesia Mayor una misa cantada con su
proçesion, la qual se pague la limosna de los propios de cabildo ó de
limosna que para ello se sacare»[549]. ¿Acabaron los Santos Simón y
Judas con las hormigas y ratones? Las actas del cabildo de Buenos Aires
guardan silencio sobre el particular.

       [549] Ibidem, págs. 406 y 407.

Por carta del Rey fechada en San Ildefonso el 15 de octubre de 1611, y
por otra del virrey D. Juan de Mendoza, marqués de Montesclaros, tuvo
noticia el cabildo del fallecimiento de la Reina D.ª Margarita, mujer
de Felipe III, el 3 del citado mes, celebrándose con este motivo honras
en la Iglesia mayor[550].

       [550] Ibidem, págs. 455-457.

No habremos de pasar en silencio un hecho que prueba la ignorancia
de aquellos tiempos. Corrió la noticia de que pensaban venir a Buenos
Aires y ejercer su profesión de abogados D. Diego Fernández de Andrada,
vecino de Santiago del Estero; José de Fuensalida, morador en Córdoba,
y Gabriel Sánchez de Ojeda, residente últimamente en Chile. Reunido
el cabildo el 22 de octubre de 1613, el regidor Miguel del Corro,
teniendo en cuenta que donde había abogados no faltaban pleitos,
trampas y marañas, propuso, porque así convenía al bien común, que no
se admitiesen ni recibiesen en la ciudad. La proposición de Miguel
del Corro fué aceptada por el cabildo, dándose «aviso a los dichos
tres letrados, donde quiera que se les alcanzase, que no vengan a esta
ciudad sin orden de S. M., señor virrey o Real Audiencia»[551].

       [551] Ob. cit., págs. 469-472.

Por entonces (25 marzo 1614), el arzobispo de la Plata se quejó al
Rey de la conducta del presidente de la Real Audiencia, «quien se
entrometía a querer gobernar espiritual y temporal so color de buen
celo, alabando como se merece su persona en lo demás...»[552].

       [552] Pastells, _Historia de la Compañía de Jesús de la
       provincia del Paraguay_, etc., tomo I, página 256.

Desde el Real sitio de San Lorenzo (7 septiembre 1614), fué nombrado
por cuarta vez gobernador de Buenos Aires D. Hernando Arias de
Saavedra. Era digno de ocupar cargo tan elevado y se atrajo generales
simpatías, aunque--como después veremos--tuvo también enemigos que
le persiguieron con saña. En esta época de su mando, como en las
anteriores, pudo contener a los indios fronterizos que, sin respeto
alguno, penetraban en el gobierno de Buenos Aires. Acordóse en el
cabildo celebrado el 10 de junio de 1615, escribir al virrey del Perú
dándole noticia de haber tomado posesión del gobierno de las provincias
de la Plata Hernando Arias de Saavedra[553]. Desde que Negrón dejó el
gobierno hasta el nombramiento de Hernandarias, carecen de interés los
hechos que se sucedieron.

       [553] _Actas del cabildo de Buenos Aires_, tomo III, pág. 217.

Veinte días después de la citada comunicación al virrey del Perú,
volvió a tratarse del asunto de la esclavitud, asunto que tenía
preocupados al cabildo y al pueblo de Buenos Aires. Se acordó escribir
al Rey y al Real Consejo de las Indias para que se les conceda «algunas
liçençias de esclavos para sustentar nuestras haciendas de labranças y
estançias porque de otra suerte será la total destruçión deste puerto y
ciudad»[554].

       [554] _Cabildo del 30 de Junio de 1615_, pág. 237.

Temeroso el gobernador Hernando Arias de un ataque al puerto por la
escuadra holandesa, dispuso que se tomasen algunas medidas para la
defensa, despachándose también «una chalupa a la isla de Maldonado y
puertos a tomar lengua de lo que oviere»[555].

       [555] _Cabildo del 30 de agosto de 1615_, pág. 271.

Preocupó de igual modo al cabildo que la peste que a la sazón diezmaba
al Perú se propagase a las provincias de la Plata. En su virtud, y,
para librarse de ella, se tomó el acuerdo de hacer dos procesiones,
una a Santo Domingo y otra a San Francisco[556]. Ya en el camino de
las procesiones, no había de faltar la que en el día de San Simón y
San Judas se mandó hacer a los patronos de la plaga de ratones y de
hormigas, como también, además de las funciones religiosas, se acordó
correr toros y jugar cañas en el día de San Martín, patrón de la
ciudad[557].

       [556] _Cabildo del 22 de septiembre de 1615_, pág. 275.

       [557] _Cabildo del 12 de octubre de 1615_, pág. 277.

Las alteraciones y levantamientos de los indios, los cuales llegaron al
extremo de hacer cautivos a varios españoles, obligaron al gobernador
Arias a salir de Buenos Aires con algunas fuerzas para dirigirse hacia
el Norte de la provincia[558]. Volvió el gobernador después de castigar
a los revoltosos, renunciando luego el cargo (8 julio 1617)[559].

       [558] _Cabildo del 31 de julio de 1617_, págs. 458 y 459.

       [559] Pastells, _Hist. de la Compañía de Jesús en el
       Paraguay_, etc., tomo I pág. 275.

Noticia importante llegó de Madrid. El Rey, con fecha 16 de diciembre
de 1617, dispuso dividir en dos el gobierno del Río de la Plata: el
del _Río de la Plata_ (Buenos Aires), y el de _Guayra_ ó _Paraguay_
(Asunción)[560]. Del primero nombró gobernador a D. Diego de Góngora,
caballero del hábito de Santiago[561], y del segundo á Don Manuel Frías.

       [560] La provincia de Tucumán gozaba de completa independencia.

       [561] _Actas del Cabildo de Buenos Aires_, tomo III, págs.
       88-95.

Dos días después de tomar posesión del cargo, el cabildo dió la noticia
al virrey y Real Audiencia del Perú[562]. Poca benevolencia manifestó
el cabildo con el ex-gobernador Arias de Saavedra, por cuanto al tener
noticia que se disponía marchar a la ciudad de Santa Fe, se trató de
exigirle fianza por el tiempo de su residencia, no sin afirmar que
había hecho agravios y daños a la ciudad[563]. Hasta tal punto llegó la
enemiga al ex-gobernador, que el cabildo escribió al Rey, al Consejo
Real de las Indias, al virrey Príncipe de Esquilache y a la Real
Audiencia de la Plata, para que lo antes posible se mandase la persona
encargada de tomar la residencia a D. Hernando Arias[564]. En el mismo
cabildo se dispuso rogar al Rey que procurase la pronta llegada de
un obispo para la provincia de Buenos Aires, siendo tiempo adelante
nombrado D. Pedro Carranza. Cada vez era mayor el enojo entre el
cabildo y Hernando Arias, indicándolo así lo acordado en la sesión del
1.º de julio de 1620[565].

       [562] _Cabildo del 19 de noviembre de 1618_, págs. 99-102.

       [563] _Cabildo del 14 de enero de 1619_, tomo IV, págs.
       139-141.

       [564] _Cabildo del 27 de enero de 1620_, tomo IV, págs. 353 y
       354.

       [565] _Actas del Cabildo_, tomo IV, págs. 401-404.

En el cabildo del 9 de marzo de 1621, el gobernador D. Diego de Góngora
dió la grata noticia de que el Rey había despachado cédula y carta al
obispo Carranza, haciéndole saber que Su Santidad había beatificado á
_San Isidro_ de Madrid, con cuyo motivo se dispuso que se celebrasen
procesiones y otras fiestas en señal de regocijo[566].

       [566] _Actas del Cabildo_, tomo V, págs. 52 y 53.

Conviene no olvidar que con fecha 4 de mayo de 1621 Fray Pedro de
Carranza, obispo del Río de la Plata, escribió al Rey dándole cuenta de
su llegada al puerto de Buenos Aires (9 de enero), del estado indecente
en que halló el edificio de la Catedral, de la poca paz que reinaba en
el país, de la rectitud del gobernador Góngora y de la necesidad de
poner Audiencia, no sin olvidar la conveniencia de que los gobernadores
fuesen personas de experiencia y temerosos de Dios[567].

       [567] Pastells, _Hist. de la Compañía de Jesús en el
       Paraguay_, etc., tomo I, pág. 329.

Suceso interesante registraremos en este lugar: el papa Gregorio XV,
con fecha 8 de agosto de 1621, dió un Breve fundando la Universidad
y Academia de la ciudad de la Plata en el Colegio de la Compañía
de Jesús, noticia que se recibió con mucha alegría en todo el país
argentino, y que--como era de esperar--contribuyó mucho a la mayor
cultura de aquella parte de América. La alegría del mes de marzo se
convirtió en tristeza en el mes de junio. La peste tenía afligida a
la ciudad; pero se halló un medio para evitarla, cual era, como otras
veces, tomar por intercesor y abogado a algún santo. Este santo debía
ser San Roque[568]. Tratóse de hacer una ermita; pero como la cofradía
de los bienaventurados San Sebastián y San Fabián tenía acordado
construir otra para los citados últimos santos, dispusieron los de San
Roque pedir que la imagen de este santo se colocase en la ermita de
aquéllos, si bien las cofradías debían ser dos, una de San Sebastián y
San Fabián, y otra de San Roque[569]. A tal punto llegó a amedrentar
la peste a la población de Buenos Aires, que el cabildo, recordando
que en los dos últimos meses habían fallecido más de 1.000 personas,
requirió al gobernador para que no abandonase a Buenos Aires con la
excusa de hacer una visita a las provincias; mas, si a pesar de ello
«quisiere salir a la dicha bisita, este cabildo lo contradise una y dos
y tres besses y protesta que, si en este puerto sucediere algún daño,
sea por quenta, costa y riesgo de su merced...»[570]. Aproximábase
el 16 de agosto, día de San Roque, y en el cabildo del 9 de agosto de
1621, se tomó el acuerdo de hacer en aquel día «prossesion y fiesta con
bisperas y misa cantada y sermon en la Iglesia Catedral»[571]. Tratóse
en el cabildo del 15 de septiembre de 1621, del recibimiento que debía
hacerse al obispo Fray Pedro de Carranza[572], y en el del 15 de
noviembre de dicho año se acordó, ya que en aquella fecha nada se hizo
«por estar la tierra enferma», celebrar fiestas de toros y cañas[573].

       [568] _Cabildo del 14 de junio de 1621_, tomo V, págs. 79 y 80.

       [569] _Cabildo del 21 de junio de 1621_, tomo V, págs. 81 y 82.

       [570] _Acuerdo del 20 de julio de 1621_, tomo V, págs. 85-87.

       [571] _Actas_, etc., tomo V, págs. 90 y 91.

       [572] Pág. 125.

       [573] Pág. 138.

Recibióse la noticia de la muerte de Felipe III en Buenos Aires
(comienzos de febrero de 1622)[574], celebrándose con tal motivo
suntuosas exequias, como también juegos de cañas, corridas de toros
y luminarias con ocasión de la jura de Felipe IV. A los pocos días
se dirigió el Rey al cabildo, diciéndole que todos los enemigos de
la Corona de España estaban armados contra ella en Italia, Flandes
y Alemania, mientras los corsarios holandeses, turcos y de otras
naciones, con gran número de bajeles, realizaban muchos y continuos
robos en las costas de estos reinos y carrera de las Indias, «y
asimismo como por estar mi patrimonio Real tan exausto y consumido que
por nengun caso se puede sacar del sustancia conque acudir a el remedio
de tan grandes y peligrosos daños, a sido forzoso valerme de mis buenos
y leales basallos, pidiéndoles un donativo y empréstito tan cuantioso
como lo requiere la nesesidad y ocasión presente...»[575].

       [574] Págs. 182 y siguientes.

       [575] _Cabildo del 7 de octubre de 1622_, tomo V, págs.
       250-256. D. Diego de Góngora falleció en Buenos Aires el 21 de
       mayo de 1623.

Llegó a últimos de 1623 D. Alonso Pérez de Salazar, oidor de la
Audiencia de la Plata, con el propósito de tomar la residencia a los
gobernadores D. Diego Marín Negrón y D. Hernán Arias de Saavedra[576].

       [576] Saavedra escribió con fecha 3 de enero de 1625, desde
       Buenos Aires a su amigo D. Antonio de la Cueva, notificándole
       haber sido declarado libre por sus propios émulos, saliendo
       su honor con la aprobación que siempre tuvo y no teniendo que
       restituir a la hacienda un maravedí. El juez dió sentencia en
       su favor en todas las demandas.

Después de sucesos poco importantes, ocupó el gobierno (septiembre de
1624)[577], D. Francisco de Céspedes, natural de Sevilla. En su tiempo
se realizaron grandes y necesarias fortificaciones en el puerto de
la ciudad de Buenos Aires. Luego (12 febrero 1625) recibió Céspedes
carta del Adelantado del Río de la Plata, gobernador de la provincia
de Tucumán, ofreciéndose y poniéndose gustoso a sus órdenes[578];
también tuvo aviso de que una escuadra holandesa, compuesta de 40
velas, se hallaba sobre Pernambuco, aviso que también se comunicó al
virrey de Chile a fin de que estuviesen preparados a la defensa[579].
No fueron cordiales las relaciones entre el gobernador Céspedes y la
Audiencia de la ciudad de la Plata, dándose el caso de que D. Diego
Martínez de Prado, juez comisario de dicha Audiencia, se presentó en
Buenos Aires, disponiendo que el gobernador saliese de la ciudad hasta
averiguar si eran verdaderas o falsas las denuncias[580]. Céspedes,
durante su ausencia, nombró como su teniente y justicia mayor a Pedro
Gutiérrez, diciendo entonces el citado señor juez, que si Céspedes
no podía usar de los oficios de gobernador y capitán general, menos
podría nombrar teniente[581]. El cabildo tampoco se puso al lado
de Céspedes. La Audiencia de la ciudad de la Plata nombró a Diego
Martínez de Prado «para conoser de los essesos y delitos que se an
cometido contra la Real hacienda por el Sr. D. Francisco de Céspedes,
gobernador, y sus ijos y contra otras personas de esta ciudad...»[582].
Es de advertir que ya (13 enero 1628) Martínez de Prado había dado
orden de poner en prisión a Céspedes[583], y pocos días después, en el
cabildo de 21 de febrero del citado año se leyó una carta de Hernán
Arias de Saavedra, anunciando que la Real Audiencia le había nombrado
para continuar las comisiones de que estaba encargado Martínez de
Prado[584]. Inmediatamente publicó Arias de Saavedra que fuese repuesto
en su cargo Francisco de Céspedes, siendo de creer que en la visita
de aquél a Buenos Aires nada encontró censurable en la conducta del
gobernador. Así debió ser, por cuanto en el cabildo del 24 de octubre
de 1629, el procurador general de la ciudad, D. Diego Ruiz de Ocaña,
hizo notar que Céspedes consiguió pacificar las provincias del Uruguay
y demás convecinas, como también los despoblados que hay hasta Córdova,
Tucumán y Santa Fe. Del mismo modo «en las cosas tocantes al servicio
de S. M. y buen cobro de su hacienda Real he procedido con el celo,
cuidado y diligencia de fiel y legal ministro», señalándose por las
acertadas disposiciones que dió «para la defensa de la tierra y ofensa
del enemigo.» Por todo ello se acordó pedir al Rey la continuación
de Céspedes en su importante cargo[585]. Sin embargo, las opiniones
acerca de la conducta del mencionado gobernador no estaban conformes,
pues, desde Buenos Aires (8 octubre 1630), escribieron al Rey una
carta los Padres Fray Francisco Barreto, Fray Luis de Herrera, Fray
Gabriel Arias y Fray Tomás de Solorines--carta ratificada por Gabriel
de Peralta, gobernador, provisor y vicario general del obispado del Río
de la Plata--en la cual afirmaban que perseguía al obispo, prelado,
religiosos y seglares que le decían verdades y volvían por el aumento
de la Real hacienda, que tenía destruída dicha Real hacienda, que
tanto él como sus dos hijos se habían hecho ricos y poderosos, y que
puso preso y quiso quitar la vida al capitán Juan de Vergara, regidor
perpetuo[586].

       [577] Fué nombrado en Madrid el 16 de abril de 1623.

       [578] _Actas_, etc., tomo VI, págs. 159 y 160.

       [579] _Cabildo del 8 de octubre de 1627_, tomo VI, págs.
       335-337.

       [580] _Cabildo del 15 de enero de 1628_, tomo VI, págs. 351 y
       siguientes.

       [581] Ibidem, págs. 361 y 362.

       [582] Ibidem, pág. 392.

       [583] Ibidem, pág. 401.

       [584] Ibidem, pág. 426.

       [585] _Actas_, etc., tomo VII, págs. 88-91.

       [586] Conviene recordar que en el Cabildo celebrado en Buenos
       Aires el 5 de octubre de 1630 se presentó por Juan Gutiérrez
       de Humanes una proposición contra Juan de Vergara, proposición
       que apoyaron D. Francisco de Céspedes, D. Enrique Enríquez, D.
       Diego Ruiz de Ocaña, Juan Barragán y otros[546a].

          [546a] _Revista general del Archivo general de Buenos
          Aires_ por Trelles, págs. 196-199.

Pasado algún tiempo, queriendo dicha autoridad dar muestras de
consideración y cariño al señor obispo de Paraguay, quien por entonces
visitaba a Buenos Aires, dispuso que a su costa se hiciesen fiestas de
toros y juegos de cañas[587].

       [587] _Cabildo del 27 de enero de 1631_, tomo VII, págs. 187 y
       188.


El gobernador Céspedes, al tener noticia de que los holandeses,
enemigos de España, se habían apoderado de la ciudad y puerto de la
bahía en la costa del Brasil, ordenó que se fortificase la ciudad y
puerto de Buenos Aires[588]. Con razón, en carta que por entonces
escribió al Rey, le hubo de decir que no le cogerían de improviso
los 40 navíos holandeses que se disponían a subir tierra adentro por
algunos ríos[589].

       [588] _Cabildo del 30 de julio de 1631_, tomo VII, págs. 215 y
       siguientes.

       [589] Pastells, _Hist. de la Compañía de Jesús en el
       Paraguay_, etc., tomo I, págs. 439 y 440.

Fijóse Céspedes en atraerse con medios pacíficos a los uruguayos.
Estableció comercio con ellos, mandó misiones franciscanas y jesuíticas
y consiguió que los charrúas cediesen en su hostilidad a los españoles.
Más feliz fué todavía con los chanás, pues abandonaron sus guaridas
del río Negro, bajando a tierra firme, donde comenzaron la edificación
del pueblo de Santo Domingo de Soriano (1624). Del Uruguay se sacó
carbón y leña, y ganados (vacas y caballos). A la cría de ganados se
dedicaron aquellas tierras, como si no fuesen también a propósito
para la agricultura. Según Bauzá, los campos uruguayos «no merecieron
del conquistador y del vecindario de Buenos Aires otro destino que el
de ser dedicados a la cría de animales»[590]. Tuvo el sentimiento de
que bajo su gobernación, los indios del Chaco, arrostrando el poder
español, destruyeron completamente la Reducción de la Concepción del
Bermejo.

       [590] Ob. cit., tomo I, p. 339.

Comenzó el gobierno de D. Pedro Esteban Dávila. Aunque fué
nombrado el 11 de octubre de 1629, tardó más de dos años en tomar
posesión[591]. Su primera idea, que fué salir al frente de algunas
fuerzas para castigar a los indios del Chaco, más imprudentes cada
día y más amenazadores, encontró oposición de parte del cabildo, el
cual hizo presente al gobernador los perjuicios que podían seguirse
«quedando esta ciudad y provincias sin cabeza ni quien gobierne las
armas...»[592]. No sólo preocuparon al gobernador las rebeliones de
los indios, sino los enemigos de España, ya apoderados de Pernambuco
en la costa de Brasil[593]. Que D. Pedro Esteban Dávila no desistió
de su viaje, era buena prueba la petición que el cabildo le hizo,
de que suspendiese la marcha a las Reducciones del Uruguay, en
razón del levantamiento de indios y de la amenaza de los holandeses
que se hallaban en las costas brasileñas[594]. Volvió el cabildo a
rogarle que no abandonase la ciudad[595]. Un año después, cuando el
gobernador estaba decidido a salir de Buenos Aires «a la pacificación y
allanamiento de los indios alçados y reedificación de la ciudad del río
Bermejo...», insistió el cabildo para que suspendiese el viaje por la
causa y razones ya dichas[596]. Marchó, sin embargo, volviendo pronto
después de castigar a los indios.

       [591] _Cabildo del 26 de diciembre de 1631_, tomo VII, p. 289
       y siguientes.

       [592] Ibidem, p. 376 y siguientes.

       [593] Ibidem, p. 381 y siguientes.

       [594] _Sesión del 28 de mayo de 1635_, tomo VII, p. 469 y
       siguientes.

       [595] _Cabildo del 24 de julio de 1635_, tomo VII, p. 473 y
       siguientes.

       [596] _Cabildo del 3 de abril de 1636_, tomo VIII, p. 33 y
       siguientes.

Importa recordar que en el cabildo del 29 de noviembre de 1637 se
presentó D. Mendo de la Cueva y Benavides con el nombramiento de
gobernador, capitán general y justicia mayor de las provincias del
Río de la Plata, nombramiento que tenía la fecha del 24 de diciembre
de 1636. Apenas el gobernador La Cueva había tomado posesión del
cargo, cuando ocurrió un suceso que tuvo grande resonancia en Buenos
Aires y en general en toda América. Es el caso que Fray Cristóbal de
Aresti, obispo de Buenos Aires, se atrevió, por motivos fútiles y sin
importancia, excomulgar al gobernador (24 diciembre 1637). Si poco
antes (15 abril 1636) el Rey encargó a D. Luis Jerónimo Fernández de
Cabrera, conde de Chinchón y virrey del Perú, tomase residencia a D.
Pedro Esteban Dávila, gobernador que había sido de Buenos Aires[597],
lo que preocupaba a todos era el asunto de la excomunión que en un
momento de mal humor lanzara el obispo Aresti sobre el gobernador. El
cabildo, en nombre de la ciudad, pidió al prelado que levantara la
excomunión[598], insistiendo en su petición pocos días después[599]. No
cedió el prelado, sino antes, por el contrario, se dispuso a marchar a
la ciudad de la Plata, no queriendo oir las súplicas de los individuos
del cabildo[600]. Así lo hizo. El cabildo se dirigió entonces al
provisor del obispado con el mismo ruego[601]. A tal punto llegaron las
cosas que vino a poner paz D. Juan de Palacios, visitador de la Real
Audiencia de la Plata[602].

       [597] Ibidem, tomo VIII, págs. 274 y siguientes.

       [598] Ibidem, tomo VIII, pág. 286.

       [599] Ibidem, tomo VIII, pág. 305.

       [600] Ob. cit., tomo VIII. pág. 310.

       [601] Ibidem, tomo VIII, págs. 350 y siguientes.

       [602] Ibidem, tomo VIII, pág. 370.

Exigía la importancia del asunto, que tanto el Rey como el virrey
escribiesen al gobernador, el primero en carta fechada en Madrid a
14 de agosto de 1634, y el segundo en carta escrita en Lima el 1.º
de septiembre de 1638. Dícese en ellas «que Su Majestad trata con Su
Santidad de que se canonice el señor rrey D. Fernando, y que ay ya
echas ynformasiones, y para conseguirle a sus espensas es menester
muchos ducados, y su patrimonio está mui gastado y assi encarga a los
cabildos seculares eclesiásticos y seglares hagan que sus súbditos
acudan con lo que más pudieren para esta santa obra»[603]. Dispúsose el
gobernador a emprender la marcha a Calchaqui para reducir a los indios
rebeldes, y como siempre, el cabildo manifestó que no convenía saliese
de la ciudad, atendiendo a que los holandeses andaban con deseos de
venir a Buenos Aires[604].

       [603] Ibidem, tomo VIII, pág. 374.

       [604] Ibidem, tomo VIII, pág. 421.

Reunióse el cabildo (8 noviembre 1640) para dar lectura al nombramiento
de gobernador y capitán general de las provincias del Río de la Plata,
hecho a favor de D. Francisco de Abendaño y Baldivia[605]. Juró y
tomó posesión del cargo; pero en el cabildo del 13 de diciembre del
citado año se presentó Cédula y provisión del Rey, fecha en Madrid
el 13 de enero de 1640, haciendo merced a D. Ventura de Múxica del
cargo y oficios de gobernador, capitán general y justicia mayor de
las provincias del Río de la Plata[606]. Tiene cierta curiosidad la
ordenanza por la cual se mandó a don Mendo de la Cueva se abstuviese de
hablar mal de los vecinos con pena de 1.000 pesos para la Real cámara
por mitad y gastos de las casas del cabildo[607]. A los seis meses
siguientes, habiendo fallecido don Ventura de Múxica, el presidente de
la Audiencia de las Charcas, nombró a don F. Andrés de Sandobal[608].
Al poco tiempo el marqués de Mancera, virrey del Perú, hizo el
nombramiento de nuevo gobernador y capitán general en favor de don
Jerónimo Luis de Cabrera[609]. Tratóse en el cabildo de 23 de julio de
1642, del remedio para combatir la peste de enfermedades contagiosas
que causaban tantas muertes, acordándose hacer rogativas con su
procesión nueve días seguidos[610]. Desde el año 1642 al 1645, pocos
hechos importantes se sucedieron en Buenos Aires. Digno de alabanza
fué el gobierno de Cabrera, mereciendo también iguales aplausos el
almirante don Luis de Aresti, teniente general de gobernador y justicia
mayor. Por entonces, la separación de Portugal de la Corona de España,
trajo como consecuencia alguna intranquilidad en Buenos Aires.

       [605] Tomo IX, págs. 71 y 72.

       [606] Tomo IX, pág. 92.

       [607] _Cabildo del 21 de enero de 1641._--Tomo IX, págs.
       121-126.

       [608] _Cabildo del 17 de julio 1641._--Tomo IX, págs. 160 y
       161.

       [609] _Cabildo del 29 de octubre de 1641._--Tomo IX, págs. 183
       y siguientes.

       [610] Pág. 290.

Refieren los escritores coetáneos que Don Jacinto de Laris (1646-1652),
visitó las Reducciones que los jesuítas habían fundado al Sur del
Panamá y se acarreó muchos adversarios, porque intentó privar a los
eclesiásticos del derecho de adquirir bienes raíces.

Añaden también que don Pedro Ruiz de Baigorri (1653-1660), tuvo que
permitir el comercio con los holandeses, pues no podía recibir apoyo
de España, que a la sazón estaba en guerra con la Gran Bretaña. Acerca
de otro orden de cosas consta que Buenos Aires, a mediados del siglo
XVII, tenía unas 400 casas y se hallaba defendida por un fortín con 150
soldados y 10 cañones de hierro.

De Don Alonso Mercado y Villacorta (1660-1663), sólo refieren las
crónicas que hizo trasladar la ciudad de Santa Fe al sitio en que la
fundó Garay.

Más importancia tiene don José Martínez Salazar. Bajo su gobierno se
estableció la Audiencia en Buenos Aires, hizo un censo de la población,
fundó la Reducción de los Quilmes, reforzó las milicias coloniales con
indios de las misiones y defendió a Santa Fe de los indios del Chaco.

Como en tiempo de don José Garro (1678-1682), los portugueses, sin
derecho alguno, fundasen la Colonia del Sacramento frente a Buenos
Aires, mandó el gobernador contra ellos al Maestre de Campo don Antonio
Vera Mújica, con 260 españoles y 3.000 indios procedentes de las
Reducciones administradas por los jesuítas. La colonia fué tomada por
asalto; pero al hacerse la paz entre las dos naciones, se devolvió a
Portugal.

Si de D. José Herrera y Sotomayor, sucesor de Garro, poco dicen las
crónicas, de D. Manuel del Prado y Maldonado, que comenzó su gobierno
en 1700, se refiere que fortificó la ciudad temiendo el ataque de una
armada dinamarquesa que recorría aquellos mares.

Ilustró su nombre D. Alonso Juan de Valdés Inclán, sitiando y
apoderándose de la Colonia del Sacramento, con un ejército de indios
guaraníes, devolviéndose también a Portugal después de la paz de
Utrech (1713.)

El verdadero fundador de la nación uruguaya fué D. Bruno Mauricio
de Zabala, gobernador del Río de la Plata, quien destruyó los
establecimientos fundados en la banda oriental por el corsario Moreau
y arrojó a los portugueses que se habían fortificado en la península
de Montevideo[611]. Zabala levantó un fuerte en la citada península
y dejó una guarnición. Felipe V, por cédula dada el 16 de Abril de
1725, decretó la colonización del Uruguay, y el año siguiente, a 20
de enero, comenzó la edificación de _Montevideo_. «Sin que su talla
sea gigantesca, es D. Bruno Mauricio de Zabala de estatura elevada,
cuerpo bien proporcionado, arrogante sin presunción y con una
presencia magestuosa de príncipe. Sólo sí que le falta la mitad del
brazo derecho, que perdiera en una de las muchas batallas en que se
ha encontrado en Europa luchando contra los enemigos de su patria o
de su Rey. Tal falta, sin embargo, no ocasiona deformidad en él, sino
que más pronto y más fácilmente predispone a su favor, desde que es
un testimonio auténtico de su valor. Y por no andar manco suple dicho
defecto con otro medio brazo y mano de plata, que por lo regular lleva
en cabestrillo»[612]. Dicen las crónicas que el primer habitante de
Montevideo se llamó Jorge Brogués, que tenía allí una casa pequeña
desde el año 1724, viniendo después familias de Canarias, de Buenos
Aires y de otras partes. Promovido Zabala a la presidencia de Chile,
tuvo, antes de ponerse en marcha para su nuevo destino, que sofocar
una insurrección en el Paraguay. Después se embarcó para Buenos Aires
(enero de 1736), y llegó cerca de Santa Fe, donde una enfermedad le
condujo al sepulcro. Se sabe que fué enterrado a orillas del río
Paraná, aunque se desconoce el lugar cierto. Falleció el 31 de enero
de 1736, a los cincuenta y tres años de edad. «Fué el teniente general
D. Bruno Mauricio de Zabala, fundador de Montevideo, pacificador del
Paraguay, defensor de los territorios del Plata contra la agresión
portuguesa, protector de los indígenas en cuanto a usar con ellos más
del comedimiento que del rigor; prudente, justo y esforzado. Su sola
personalidad conducida al escenario histórico basta para lavar muchas
manchas de la dominación española»[613].

       [611] Zabala vino a gobernar Buenos Aires (1717-1734) cuando
       ya se había distinguido en las campañas de Flandes.

       [612] Carta del Padre Cayetano Cattaneo fechada en Buenos
       Aires en 1.º de mayo de 1720.

       [613] Francisco Bauzá, _Historia de la dominación española en
       el Uruguay_, tomo II, pág. 27.

Vino a sucederle D. Miguel de Salcedo, mediano general y político.
Aflojáronse en seguida todos los resortes de la administración. No
reinaba la paz ni en el interior ni en el exterior. Los indígenas por
un lado y los brasileños por otro tenían en continuo aprieto a la
colonia. Montevideo tuvo que luchar con los minuanes, los cuales, si
vencedores en un principio, se sometieron por último. Montevideo, y
en general todo el Uruguay, se veían continuamente molestados por los
brasileños, dueños de la colonia del Sacramento. Para acabar de una
vez con semejante estado de cosas, las Cortes de Madrid y de Lisboa
celebraron un tratado (13 enero 1750), en virtud del cual Portugal
cedería a los españoles la colonia del Sacramento en cambio de siete
Reducciones fundadas por los jesuítas en el alto Uruguay y de otras
ventajas. Conviene advertir que separado Portugal de España, aquella
nación se echó en brazos de Inglaterra. Esta última nación convenció
a Portugal de que el cambio era conveniente para evitar cuestiones y
disturbios, cuando en realidad era porque así podían ellos extender más
fácilmente su comercio por aquellas regiones. Fernando VI consultó el
asunto con el gobernador de Montevideo, quien informó a gusto del rey
de Portugal y de su hermana la reina de España, según las instrucciones
mandadas al efecto por el ministro Carvajal; pero el gobernador
de Buenos Aires hizo ver que la permuta propuesta era sumamente
perjudicial al decoro y a los intereses de España. Conformes con el
gobernador de Buenos Aires, los jesuítas del Paraguay representaron al
rey de España la inconveniencia de semejante trueque y cuya exposición
entregó a Fernando VI el procurador general de la Compañía en Madrid.
Surgieron luego no pocas dificultades. Cuando los comisionados se
reunieron en el Brasil para hacer la demarcación de las posesiones
que iban a cambiarse, los habitantes de las siete colonias españolas
(los _guaraníes_) se negaron a estar bajo el dominio portugués y se
reunieron en número de 15.000 en la colonia central de San Nicolás,
obligando a los comisionados a retirarse. Creemos inexactas las
siguientes palabras de D. Blas Garay: «Los jesuítas vieron en peligro
sus intereses con este pacto, que desmembraba el territorio en que se
habían formado un reino casi totalmente independiente, y excitaron a
los guaraníes a resistirlo con las armas en la mano»[614]. Es cierto
que no pocos partidarios de los jesuítas lamentaron la debilidad de sus
compañeros, porque no se opusieron enérgicamente a los planes de las
Cortes de España y Portugal. Sea de ello lo que quiera, concluyóse el
tratado, si bien se suspendió al poco tiempo, a causa de la protesta
formal y solemne del rey Carlos de Nápoles. Sucedió entonces que el
marqués de la Ensenada, a cuyas espaldas se había hecho la permuta,
acudió reservadamente a Carlos de Nápoles, presunto heredero de la
corona de Castilla, dándole noticia de todo. En seguida el monarca
napolitano dirigió a su hermano Fernando protesta formal y solemne
contra el referido convenio, quedando en suspenso, no sin gran
contrariedad del Rey, de la reina D.ª Bárbara[615], de los consejeros
y del embajador de Inglaterra. Créese con fundamento que la enemiga de
Fernando VI a Ensenada tuvo su origen en el hecho citado.

       [614] _Compendio de la Historia del Paraguay_, pág. 140.

       [615] Ya sabemos que era hija de Juan V de Portugal. También
       se dijo por entonces que el P. Rábago, confesor de Fernando
       VI, había dirigido diferentes cartas a los jesuítas del
       Paraguay animándoles a la resistencia.

A Salcedo sucedió Ortíz de Rosas y últimamente D. José Andonaegui. Bajo
el gobierno de Andonaegui el P. Quiroga exploró la costa patagónica y
los PP. Cardiel y Falkner fundaron la Reducción del Pilar en la falda
de la sierra del Vulcán. El marqués de la Ensenada--en oficio dado en
Aranjuez el 8 de mayo de 1747--decía a Andonaegui: «En la expedición
de los patagones se promete S. M. un feliz progreso, por cuanto el
catholico zelo de los PP. Jesuítas, nada omitirá de cuanto considere
a propósito para conseguirlo; y aprobando S. M. que V. S. les haya
auxiliado y protegido, manda que V. S. lo continúe en la forma que le
está prevenido, y por todos los demás medios que fuesen convenientes a
conseguir los frutos de tan santo intento»[616].

       [616] Véase Quesada, _La Patagonia_ etc., pág. 573.

De las Reducciones de los jesuítas daremos noticia en los capítulos
siguientes y especialmente en el XXXIII. Aquí sólo diremos que
los primeros jesuítas llegaron a Salta el 1586 y establecieron su
principal Colegio en Córdoba, de donde salían misioneros para todo
el territorio argentino. Los Padres Montoya y Cataldino marcharon al
Paraguay, estableciéndose en la Asunción el 1610, y a los siete años de
tentativas poco felices, fundaron sus primeras Reducciones.

Comenzó D. Pedro Ceballos señalando los límites de Buenos Aires con
el Brasil. Roto el tratado de 1750 y habiéndose dado principio a las
hostilidades con Portugal, el gobernador se apoderó de la Colonia del
Sacramento, obligando al jefe de ella a rendirla con cerca de 2.500
soldados que la guarnecían y 118 cañones (29 octubre 1762). Acordóse la
devolución en el tratado de París de 1763.

A causa de la importancia que habían adquirido las provincias del
Río de la Plata, se pensó en la creación del virreinato de Buenos
Aires. Ya, con fecha de 8 de octubre de 1773, pidió el Rey que se le
informase sobre la utilidad de crear el virreinato del Río de la Plata
y la Audiencia que debía complementarlo. El virrey del Perú (22 enero
1775) y el gobernador de Buenos Aires (26 julio 1776) dieron informes
favorables. Cuando se trataban tales asuntos, rompieron los portugueses
las hostilidades, decidiéndose entonces a aprestar fuerte expedición
militar. En su virtud, con fecha 27 de julio de 1776 fué dirigido
un oficio a D. Pedro Ceballos, en el que se le decía: «que por el
Ministerio de la Guerra se le comunicaba que el Rey había confiado a
su celo y experiencia el mando de esta expedición militar, para hacer
la guerra a los portugueses y hostilizarlos en el Río de la Plata.»
Añadía, también, «que S. M. le condecoraba además para esta empresa
con el superior mando del Río de la Plata y de todos los territorios
que comprende la Audiencia de Charcas y además los de las ciudades de
Mendoza y San Juan del Pico, de la jurisdicción de Chile, concediéndole
el carácter de virrey, gobernador, capitán general y superior
presidente de la Real Audiencia, con todas las facultades y funciones
que a este empleo corresponden, con 15.000 pesos de ayuda de costas
por una vez y el sueldo de 40.000 pesos anuales desde el día en que se
hiciese a la vela de Cádiz hasta su regreso»[617]. Se le reservaba,
concluída la expedición, el cargo de gobernador de Madrid que a la
sazón tenía.

       [617] Vicente G. Quesada, _La Patagonia y las tierras
       australes del continente americano_, capitulo IV.--Bauzá, ob.
       cit., tom. II, pág. 232.

Carlos III, por Real Cédula del 8 de agosto de 1776, creó el virreinato
de Buenos Aires con dicha provincia, y además con las del Paraguay y
Tucumán, la presidencia de Charcas, el territorio de Cuyo y la costa
patagónica. El 13 de noviembre de 1776 zarpó de Cádiz la poderosa
escuadra, compuesta de 6 navíos, 9 fragatas, 2 bombardas, 2 paquebotes,
1 bergantín y 96 barcos mercantes, y mandada por el general marqués
de Casa Tilly. Esta escuadra conducía a Ceballos y a su ejército, el
cual se componía de 4 brigadas de infantería: la primera, a las órdenes
del brigadier marqués de Casa Cagigal; la segunda, a las del brigadier
D. Juan Manuel de Cagigal; la tercera, a las del brigadier D. Domingo
de Salazar, y la cuarta a las del coronel D. Guillermo Waughán. Entre
los comandantes de batallón de la primera brigada estaba D. Antonio
Olaguer Feliú, futuro gobernador de Montevideo. Todavía el 7 de febrero
de 1777 se hallaba la expedición por la isla de Ascensión o Trinidad,
teniendo la fortuna de encontrar tres barcos portugueses de comercio,
a los cuales apresó, y por ellos supo la situación y las intenciones
de la escuadra enemiga. Inmediatamente Ceballos dió sus órdenes, y
el 18 de febrero encontró la escuadra portuguesa, que se componía de
4 navíos de línea, 4 fragatas regulares y 3 navíos mercantes; pero,
aunque lo intentó Casa Tilly, no pudo darle alcance. Fondeó Ceballos el
día 20 a la vista de la ensenada de Santa Catalina. El 22 se procedió
al desembarque, que se verificó sin hostilidad, acampando el 23 en la
playa de San Francisco de Paula; el 24 se trasladó al campo de Casas
Viejas, cerca del castillo de Punta Grosa. Abandonado el castillo por
el gobernador, cundió la desmoralización y Ceballos se apoderó el 25
de Santa Catalina, dejando como gobernador de la plaza al brigadier
Waughán. Ceballos desembarcó el 20 de abril en Montevideo y comenzó
a tomar providencias para apoderarse de la plaza Colonia. Desde
Montevideo, en una lancha del comercio, fué conducido hasta la misma
Colonia, desembarcando en un sitio denominado _El Molino_. Durante esta
guerra de 1777, respondiendo a una necesidad estratégica, se fundó
la villa del _Rosario_, conocida también con la denominación de la
_Colla_. Ceballos se preparó a caer sobre Colonia, defendida por D.
Francisco José de Rocha, que mandaba 1.000 soldados de infantería y
200 artilleros. Rocha pidió capitulación el 1.º de junio, rindiéndose
la plaza el día 3 y siendo ocupada por los españoles el 4. Ceballos
hizo su entrada triunfal el 5, asistiendo a un _Te Deum_. Se apoderó
de cañones y de muchos pertrechos de guerra. Inmediatamente dispuso
la demolición de la muralla y baluartes, y después de los edificios
públicos y de las mejores casas de la población, ordenando en seguida
que la abandonasen los habitantes en breve plazo. «Así se destruyó
en pocos días--exclama Bauzá--la obra que la paciencia, laboriosidad
y celo guerrero de los portugueses había construído en noventa años
de afanes, dotando al Uruguay de una de las poblaciones más hermosas
y ricas de la jurisdicción platense»[618]. Desde Colonia se dirigió,
por la vía de Montevideo, a Maldonado, recibiendo allí el correo de
España, con el nombramiento de capitán general, y con la noticia de
que las Cortes de Madrid y Lisboa habían firmado la paz por el tratado
de San Ildefonso (1.º octubre 1777), tan perjudicial a España. Nuestra
diplomacia, torpe en esta ocasión, cedía a Portugal las provincias
de Santa Catalina y Río Grande, considerándose como un gran triunfo
haber podido conseguir que Portugal cediera a España las islas de
Annobón y Fernando Poo. Terminada la guerra, importa decir que se
fundaron _Guadalupe_, _Pando_ y _Santa Lucía_, ensanchándose de un
modo notable Montevideo. Una modesta capilla de paja, hecha por
Santos, vecino de esta última ciudad (1755), dió origen a la población
de Guadalupe; una explotación de corambre, establecida por Pando,
vecino de Buenos Aires, dió nombre a un arroyo, en cuyos alrededores
se levantó la ciudad de su nombre; una antigua ranchería, albergue
después de familias que se disponían a pasar a Patagonia (1781) originó
la población de Santa Lucía, también llamada de San Juan Bautista.
Montevideo tuvo la fortuna de tener a D. Francisco Antonio Maciel, el
_padre de los pobres_, que a su iniciativa se debieron los socorros
que prodigaron las cofradías de San José y Caridad a los náufragos y
desvalidos, y a él también se debió la fundación del hospital. Fué de
lamentar la ligereza o imprudencia del gobernador Pino en el siguiente
hecho. Según ley y costumbre, el 1.º de enero de 1782 se eligió el
personal que debía componer el cabildo, resultando nombrados con los
principales cargos don Juan Antonio de Haedo y D. Domingo Bauzá. Por
motivos harto pueriles se rompieron las amistosas relaciones entre
las autoridades populares y el gobernador. Como a la sazón se hallase
de paso en Montevideo D. Juan José de Vertiz, nombrado recientemente
virrey, resolvió el asunto mandando que compareciesen los alcaldes a
su presencia. Después de groseros insultos, Vertiz les desterró, a
Haedo a la isla de Gorriti en Maldonado y a Bauzá a la isla de Ratas
en el puerto de Montevideo. En queja acudió, en nombre de Haedo y
en el suyo, D. Domingo Bauzá, acordando el Consejo de Indias que
ambos alcaldes fuesen reintegrados en sus honores e imponiendo una
multa al gobernador. Apartando la vista de hechos tan pequeños e
insignificantes, importa registrar las Fundaciones de San José y de las
Minas, la primera en 1782 y la segunda en 1784, conocida a la sazón
con el nombre de _Lavalleja_, y pobladas principalmente con familias
asturianas y gallegas.

       [618] Ob. cit., tomo II, págs. 242 y 243.

En negocios de política internacional, Carlos III reconoció la
independencia de los Estados Unidos de América y firmó la paz con
Inglaterra (3 septiembre 1783) y por ella se le devolvía Menorca,
dándole posesión plena de las provincias de la Florida. Demarcóse
nuevamente la frontera con el Brasil, cuya operación tuvo comienzo el
24 de febrero de 1784.

Procede también advertir que el Rey había creado en el virreinato dos
autoridades superiores: una el virrey en lo gubernativo, político y
militar; y otra, el intendente general de ejército y Real Hacienda.
«He resuelto con muy fundados informes y maduro examen--decía el
Monarca--establecer en el nuevo virreinato de Buenos Aires y distrito
que le está asignado, intendentes de ejército y provincia para que,
dotados de autoridad y sueldos competentes, gobiernen aquellos pueblos
y habitantes en paz y justicia...» «A fin de que mi real voluntad
tenga su pronto y debido efecto, mando se divida por ahora en ocho
intendencias el distrito de aquel virreinato, y que en lo sucesivo se
entienda por una sola provincia el territorio o demarcación de cada
intendencia con el nombre de la ciudad o villa que hubiese de ser su
capital...» Las citadas ordenanzas, firmadas por el Rey en San Lorenzo
a 28 de enero de 1782, están refrendadas por don José de Gálvez[619].
Realizáronse otras reformas acerca del servicio de correos, de la
industria de salazones, etc.

       [619] Quesada, _La Patagonia y las Tierras australes del
       continente americano_, págs. 349 y 350.

Sucedió a Ceballos Don Juan José Vertiz (1778-1784), el cual creó un
hospital de mendigos, una casa de corrección para mujeres, casa de
expósitos y un tribunal del protomedicato. Estableció el alumbrado
público y ordenó un censo de la población, por el cual Buenos Aires
tenía 24.754 habitantes. Construyó en diferentes localidades fortines
para contener a los indios de las Pampas y mandó hacer exploraciones
en el Chaco, en Patagonia y en río Negro hasta los Andes. En el año
1779, hizo conducir a las poblaciones de San Julián (Patagonia)
22 personas, 100 arados, algunos víveres, maderas, etc.[620]. Por
último, ayudó al virrey del Perú en la guerra civil promovida por un
sucesor de Tupac-Amaru. Fatigado con quince años de gobierno don Juan
José Vertiz, hubo de solicitar su relevo, que le fué concedido en
términos laudatorios[621]. Vertiz era natural de México y a su origen
americano--según Vrien--«se debe sin duda el progreso que imprimió su
gobierno a estas regiones»[622].

       [620] Ob. cit., págs. 589 y 590.

       [621] Había sido gobernador y capitán general de Buenos Aires,
       como se dijo más arriba.

       [622] _Geografía Argentina_, pág. 23.

D. Nicolás del Campo, marqués de Loreto (1784-1792), fué hombre íntegro
y severo. Serios disgustos ocasionados por cosas insignificantes tuvo
con el obispo Azamor, y mayores fueron los que le proporcionó la
quiebra del administrador de la Aduana de Buenos Aires, pues en ella
estaban complicados otros altos funcionarios. Durante este virreinato,
fray Antonio Lapa hizo dos viajes en los años 1776 y 1781 al Chaco,
acerca de los cuales escribió unos _Diarios_ que se publicaron--en el
año 1902--en la _Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos_, de Madrid.
Después de tomar posesión del virreinato, se dirigió el 19 de marzo de
1784 a D. José de Gálvez, dándole cuenta de la tranquilidad que había
en la villa de Oruro luego que fueron presos D. Juan de Dios Rodríguez,
D. Jacinto Rodríguez de Herrera, D. Clemente Menacho, D. Diego Flores,
D. Nicolás Iriarte y José Azurduy, autores de la sublevación del 1.º
de febrero de 1781, habiendo fallecido D. Manuel Herrera y D. José
Portilla[623].

       [623] _Archivo de Indias._--Estado.--Charcas.--Legajo 2
       (29).--Véase también legajo 2 (2) y legajo 2 (21).

Sucedió al marqués de Loreto en el cargo de virrey D. Nicolás de
Arredondo (1792-1795). Hizo introducir muchos esclavos negros.
Establecióse en el año 1794, por solicitud del cabildo, en Buenos Aires
el Tribunal del Consulado, cuyo primer secretario fué Manuel Belgrano,
tan célebre después en la guerra de la Independencia.

En el corto gobierno de D. Pedro Melo de Portugal (1795-1796) se armó
una flotilla de cañoneros en Montevideo para rechazar los ataques de
los súbditos de la Gran Bretaña, cuya nación se hallaba entonces en
guerra con nuestra nación.

Ocupó interinamente el virreinato el gobernador de la plaza de
Montevideo D. Antonio Olaguer Felíu (1797-1799), quien nada hizo digno
de mención. Por el contrario, D. Gabriel Avilés y del Fierro, marqués
de Avilés (1799-1801) en el año y medio que estuvo al frente del
virreinato hubo de realizar, con aplausos generales, algunas mejoras de
policía municipal, y encomendó a D. Félix de Azara la fundación de los
pueblos de _San Gabriel_ y _San Félix_, nombres que recordaban los del
virrey y fundador.

Bajo el gobierno del virrey D. Joaquín del Pino y Rozas (1801-1804) los
portugueses invadieron los pueblos de misiones al Oriente del Uruguay,
quedando desde entonces en poder de aquéllos. Al mismo tiempo se
hicieron los primeros ensayos periodísticos (_El telégrafo mercantil_,
etc., y el _Semanario de Agricultura, Industria y Comercio_). El
médico catalán D. Antonio Fabre abrió una cátedra de Anatomía, que fué
muy frecuentada por los jóvenes, y D. Cosme Argerich, médico catalán
también, creó una escuela en la que se formaron jóvenes de mucha
aplicación y talento.

Ocupó el virreinato D. Rafael de Sobremonte. Habremos de registrar un
suceso triste. Bustamante, gobernador que había sido de Montevideo, se
dió a la vela para España al frente de las fragatas _Medea_, _Fama_,
_Mercedes_ y _Clara_[624], conduciendo las dos primeras caudales de
aquella ciudad por valor de 1.564.542 pesos, y las otras dinero y
efectos de Lima.

       [624] _Flora_, según otros.

A la sazón, Francisco Miranda, natural de Caracas, procuraba atraerse
a varios políticos ingleses para que le ayudasen en sus planes
revolucionarios contra España. Llegó, en efecto, a adquirir en
Londres alguna influencia, y el mismo gobierno inglés daba oídos a
sus proyectos, los cuales se referían a una expedición contra los
establecimientos españoles de la América del Sur. Coincidía este
proyecto con otro que tenía el Gabinete de Londres, y era dar un golpe
de mano, sin previa declaración de guerra, a las flotas españolas que
venían de América. Cuando navegaba el comodoro Moore por las alturas
del Cabo de Santa María con cuatro fragatas, Bustamante se presentó con
sus barcos. Era el 5 de octubre de 1804. Rompióse el fuego por ambas
partes; pero, después de corto combate, voló la fragata _Mercedes_,
salvándose 46 hombres de los 280 que tenía a su bordo. Rindiéronse en
seguida los tres barcos, no sin perder cien individuos entre muertos
y heridos. Los ingleses se hicieron dueños de la escuadra española y
de sus caudales. Ocurrió desgracia tan grande a 25 leguas de Cádiz.
Los barcos fueron conducidos a Plymouth. Tiempo adelante se consumó
la completa destrucción de nuestra marina en aguas de Trafalgar (21
octubre 1805).

Desde entonces el gobierno de Madrid, abandonando toda vacilación, se
alió con Napoleón Bonaparte. Aprovechándose Miranda del rompimiento
de relaciones entre España e Inglaterra, se dirigió al ministro Pitt
para interesarle en sus planes. No habiendo sido atendido, Miranda
intentó ganarse a los Estados Unidos, donde adquirió algunos recursos.
Pudo al fin hacer rumbo a las costas de Ocumare, y desbaratado,
se vió en peligro de caer prisionero de los españoles. Por lo que
respecta a Sir Home Popham, comodoro, diputado y confidente del jefe
del Gabinete, se encargó del mando de una escuadra que debía conducir
5.000 hombres a las órdenes de Sir David Baird, con el objeto de
emprender la conquista de la colonia del Cabo de Buena Esperanza
(Africa del Sur), perteneciente a los holandeses. Popham y Baird
partieron en el otoño de 1805, llegaron al Cabo en los comienzos de
1806 y se apoderaron fácilmente de la colonia. Después Popham, espíritu
emprendedor y aventurero, comenzó a recordar los ofrecimientos de
Miranda, decidiéndose a marchar a América y emprender la conquista de
todo el Río de la Plata. Intentó--como era natural--atraerse a Baird;
pero cedió al fin el jefe superior del Cabo, no sin manifestar que
la colonia quedaría desamparada llevándose el comodoro las fuerzas
que pretendía sacar y que necesitaba para sus empeños. En cambio, el
brigadier Beresford, segundo jefe de la colonia, se prestó gustoso
a seguir a Popham, pensando que la Gran Bretaña ganaría en aquella
empresa lucro y gloria. Popham pudo conseguir que Baird pusiera
a disposición de Beresford el regimiento 71 de _higlanders_, un
destacamento de artilleros y algunos dragones desmontados, y él,
con las fragatas _Diadema_, _Raisonable_ y _Diomedes_, las corbetas
_Leda_, _Narcisus_ y _Encounter_ y cinco transportes, se dió a la vela
para Santa Elena a últimos de abril de 1806, en cuya isla recibió el
socorro de 150 infantes y 100 artilleros con dos obuses. Las fuerzas
de Beresford, unidas a las de Santa Elena, hacían 1.600 hombres de
desembarco, a los cuales podían unirse, en caso de peligro, 800 de la
escuadra. En los primeros días de mayo salió Popham de Santa Elena y se
dirigió al Plata.

El virrey, marqués de Sobremonte, que estaba muy confiado en que las
posesiones del Río de la Plata nada tenían que temer de los ingleses,
cuando menos lo esperaba, se presentó Popham delante de Buenos Aires
(25 junio 1806). Después de débil resistencia, el 27 entró el enemigo
en Buenos Aires y tomó posesión de la fortaleza. Huyó cobardemente el
virrey, teniendo la Audiencia y el cabildo que capitular. Buenos Aires
prestó juramento de obediencia al rey de Inglaterra, y el cabildo quedó
encargado del gobierno civil. Los planes de Miranda se habían cumplido.

No gozaban los ingleses de simpatía en Buenos Aires. Mirábanse con
desconfianza conquistadores y conquistados. Entre los últimos se tramó
vasta conjuración dirigida por D. Martín de Alzaga, rico español,
D. Felipe Sentenach, ingeniero, y otros. Reuniéronse los conjurados
en Perdriel, y allí fué a atacarles (1.º de agosto) Beresford, al
frente de una columna de 450 hombres y seis piezas de artillería. Los
conjurados sufrieron una derrota, sin embargo de que la caballería
estaba mandada por el valeroso jefe Juan Martín de Puigrredón. Murieron
tres soldados y cuatro heridos del ejército de Beresford. Cayeron
en poder de los enemigos cinco prisioneros, la artillería y papeles
importantes.

Montevideo se preparó a luchar con los ingleses. El gobernador Ruiz
Huidobro, que era hombre de más valor que el marqués de Sobremonte, no
sólo estaba dispuesto a defender a Montevideo, sino creíase con fuerzas
para intentar la ofensiva. El pueblo le animaba para que emprendiese
la reconquista. Empujado por la opinión reunió el cabildo el 5 de
julio, y pocos días después una junta de guerra; ambas corporaciones
se manifestaron decididas a la reconquista. El cabildo, invistiéndose
de atribuciones que no le pertenecían, declaraba el 18 de julio lo
siguiente: «Que en virtud de haberse retirado el virrey al interior
del país, de hallarse suspenso el Tribunal de la Real Audiencia y
juramentado el cabildo de Buenos Aires, era y debía respetarse en
todas las circunstancias al gobernador D. Pascual Ruiz Huidobro como
jefe supremo del continente, pudiendo obrar y proceder con la plenitud
de esta autoridad, para salvar la ciudad amenazada y desalojar la
capital del virreinato.» El virrey, marqués de Sobremonte, que desde
Buenos Aires había tomado camino de Córdoba, apareció a la sazón con
una circular a todas las provincias, pidiéndoles contingentes para el
ejército que preparaba con destino a la reconquista de Buenos Aires
y dándoles aviso de que se hallaba al frente de 1.500 hombres de
milicias, esperando además otros 2.000. El gobernador de Montevideo
recibió el citado documento junto con un oficio del 18 de julio, en que
el virrey le ordenaba desprenderse de la tropa veterana y artillería
de campaña, remitiéndosela inmediatamente. Ruiz Huidobro, cuya
situación era sumamente delicada, contestó respecto a la circular que
«había tenido por conveniente suspender su publicación, por hallarse
autorizado por el cabildo de Montevideo para la reconquista»; y en
cuanto a la tropa pedida «no podía enviársela, pues debía marchar en
la expedición.» El virrey mostró una vez más su debilidad aprobando
la expedición, añadiendo «que si en la demora no hubiese peligro,
esperase Ruiz Huidobro los refuerzos que él debía llevarle; pero que si
temiese perder la oportunidad del ataque y se conceptuase con bastante
seguridad, procediese en consecuencia»[625]. El elemento militar y el
marino, los ciudadanos ricos y pobres, todos ayudaron al gobernador de
Montevideo en su obra patriótica. El comercio dió señaladas pruebas de
una generosidad digna de alabanza. Entre los nombres de los donantes y
prestamistas--prestamistas que dieron su dinero sin interés ni plazo
para su reembolso--se hallaban D. Francisco Antonio Maciel, _padre de
los pobres_, D. Manuel Diago, D. Faustino García y D. Miguel Antonio
Vilardebó.

       [625] La Sota, _Hist. del territorio Oriental_, IV,
       IX.--Bauzá, ob. cit., tomo II, pág. 399.

Por entonces llegó una carta de D. Santiago Liniers, capitán de navío
y jefe que había sido de la ensenada de Barragán, ofreciéndose a
reconquistar la capital, si le daban 500 hombres de tropas escogidas.
La Junta de guerra oyó a Liniers, quien repitió lo que antes había
dicho; pero aquélla continuó prestando todo su apoyo al gobernador de
Montevideo. Nuevamente se reunió la Junta y esta vez con asistencia
también de Liniers, tomándose el acuerdo de que éste, llevando como
segundo al capitán de fragata D. Juan Gutiérrez de la Concha, se
dirigiese a libertar a Buenos Aires, en tanto que Ruiz Huidobro
permanecería en Montevideo para defender la ciudad. El 22 de julio
de 1806 recibió Liniers la orden de marcha, y en ella se le decía
lo siguiente: «Quedo muy satisfecho que los conocimientos militares
de V. S., su celo por la religión, por el mejor servicio del Rey, y
su amor a la patria, le proporcionarán la indecible satisfacción de
libertar aquel pueblo de la opresión en que se encuentra afligido, y
volverlo a la suave dominación de nuestro amado soberano, libertando
por ese medio a todo el virreinato, expuesto a caer en igual desgracia,
si subsistiendo el enemigo en la capital, recibe refuerzos como es
de esperar.» El 23 desfilaron las tropas por el Portón de San Pedro
(hoy calle de 25 de Mayo). A los cuatro días siguientes, aprovechando
la obscuridad de la noche, salió la escuadrilla compuesta de cinco
zumacas y 17 lanchas cañoneras, fondeando en Colonia el día 28. Entre
tanto Liniers había llegado el 23 a Canalones, el 26 vadeó el Santa
Lucía, el 27 llegó a Rosario y el 28 a Colonia, encontrándose con la
flotilla que ya estaba allí. Al poco tiempo llegó a Colonia Puigrredón
manifestando que no esperasen socorro alguno de Buenos Aires, a causa
del desastre ya citado de Perdriel. Liniers respondió: «No importa;
nosotros bastamos para vencer a los ingleses,» palabras que produjeron
el mayor entusiasmo entre los circunstantes y que se repitieron después
entre los soldados. El día 3 de agosto las tropas se embarcaron en la
escuadrilla, el 4 fondeaba el convoy dentro del puerto de las Conchas,
y poco después desembarcó la tropa y la artillería. Dirigióse Liniers
al general inglés, y en el oficio se hallan las siguientes palabras:
«La justa estimación debida al valor de V. E., la generosidad de la
nación española y el horror que inspira a la humanidad la destrucción
de hombres, meros instrumentos de los que con justicia o sin ella
emprenden la guerra, me estimulan a dirigir a V. E. este oficio, para
que impuesto del peligro y sin recursos que se encuentra, me avise en
el preciso término de quince minutos, si se halla dispuesto al partido
desesperado de librar sus tropas a una total destrucción, o al de
entregarse a la discreción de un enemigo generoso.» Beresford contestó:
«que se defendería hasta el caso que lo indicase la prudencia»[626].
Comenzó Liniers el ataque ocupando la plaza del Retiro, no sin batir al
mismo Beresford, quien perdió unos 30 hombres, entre ellos al capitán
de su artillería. El día 11 Liniers, preocupado porque Popham se
hallaba allí haciendo contínuas señales a la plaza, fingió un ataque
a la escuadra enemiga. En seguida se decidió a atacar a Buenos Aires
por tierra y por mar al mismo tiempo. El día 12, después de oir la
opinión de Concha y de otros, Liniers se decidió a ordenar el avance
inmediato de todo su ejército. Por todas partes se oían las palabras
de _¡Avancen! ¡Avancen!_ y con entusiasmo loco se dirigían todos al
sitio de mayor peligro. Las seis divisiones en que dividió el ejército,
penetraron cada una de ellas por las calles de la Merced, Catedral
(hoy San Martín), Torres, Cabildo, Santo Domingo y San Francisco, las
cuales conducían a la Plaza Mayor. Llegaron a dicha plaza. Beresford,
rodeado de los suyos, bajo el arco grande de la Recoba, dirigía las
operaciones. Entonces D. Benito Chain, con las fuerzas de infantería
que mandaba, se lanzó derecho al arco grande de la Recoba, mientras se
retiraba el jefe inglés, que ya había perdido a su secretario Kennet,
al teniente Michan y cinco oficiales gravemente heridos. Beresford
entró en la fortaleza y considerándose vencido, mandó enarbolar la
bandera de parlamento. Rindióse el general inglés a discreción,
izándose en seguida la bandera de España en la fortaleza. Beresford se
presentó a Liniers, quien, en vez de tomar la espada que le ofrecía el
vencido, le abrió los brazos y le felicitó por su valerosa defensa.
Veintidós días duró aquella gloriosa campaña militar: el 23 de julio
de 1806 salieron las tropas españolas de Montevideo y el 12 de agosto
rindieron sus armas los ingleses. Inmensa fué la alegría de Buenos
Aires y muy especialmente la del cabildo. También se hallaba satisfecho
Ruiz Huidobro; y el virrey Sobremonte, desde Acevedo, felicitaba al
cabildo por la parte que la corporación popular tuvo en la reconquista.

       [626] Véase Bauzá, ob. cit., tomo II, pág. 423.

Poco tiempo duró la cordialidad entre vencedores y vencidos. Liniers,
con una ligereza censurable, después de la rendición, puso su firma en
el texto inglés de una capitulación antidatada, por la cual concedía
el libre regreso a Inglaterra de Beresford y sus tropas. Arrepentido
Liniers, al suscribir la versión española del documento, puso las
palabras _en cuanto puedo_, antes de su firma. Provocó el asunto
contestaciones escritas entre Liniers y Beresford, decidiéndose al
fin que pasase el asunto al gobernador de Montevideo. Liniers, por
enfermedad cierta o fingida, dejó el mando a Gutiérrez de la Concha
el 29 de agosto. Además de la apelación indicada, llegó otra a Ruiz
Huidobro de parte de Popham, el cual se quejaba de la conducta de
Concha, pues--según el comodoro--el sucesor de Liniers, no respetando
los pactos, había intimado a los transportes ingleses fondeados en las
valizas de Buenos Aires el inmediato abandono de ellas. Ruiz Huidobro
se puso al lado de los suyos y no de la justicia.

Otro asunto vino a echar leña al fuego de las discordias. Ruiz Huidobro
y el cabildo de Montevideo, reclamaron, con fecha 22 de agosto, las
trofeos arrebatados a los ingleses en la jornada del 12; pero Liniers
y el cabildo de Buenos Aires, apoyados por la Real Audiencia y por
la opinión de varios jefes y vecinos, acordaron por toda respuesta
guardar silencio. Declaró el cabildo «que era una temeridad pretender
arrogarse la gloria de una acción que ni aun hubieran intentado los de
Montevideo, a no contar con la gente y auxilios que estaban dispuestos
en Buenos Aires.» Resolvió cuestión tan enojosa el rey de España,
expidiendo una Cédula, declarando que «atentas las circunstancias
concurrentes en el Cabildo y Ayuntamiento de la ciudad de San Felipe
y Santiago de Montevideo, y la constancia y amor acreditados al Real
servicio de la reconquista de Buenos Aires, venía en concederle
título de _Muy fiel y reconquistadora_; facultad para que usase de la
distinción de maceros; y que al escudo de sus armas pudiese añadir las
banderas inglesas, que apresó en dicha reconquista, con una corona de
olivo sobre el Cerro, atravesada con otra de las Reales armas, palma y
espada»[627].

       [627] Véase Bauzá, ob. y tom. citados, pág. 443.

Vencido y prisionero el ejército de Beresford, no respetada la
capitulación, como pregonaban en todos los tonos los vencidos, era
natural que Inglaterra hiciese un esfuerzo, no sólo por su interés
comercial, sino para restablecer el crédito de sus armas.

Antes de narrar la segunda guerra del Uruguay contra los ingleses,
recordaremos que en Buenos Aires ocurrían sucesos importantes. Liniers
era proclamado por las corporaciones civiles y por el pueblo jefe del
ejército. Quiso oponerse el marqués de Sobremonte, cediendo al fin
ante la voluntad general. No solamente aprobó el nombramiento militar
de Liniers, sino delegó en la Audiencia el mando político. «De esta
manera--escribe Bauzá--la ruina del régimen colonial, cuyas bases había
socavado el cabildo de Montevideo con su declaración de 18 de julio,
quedaba consumada de propio consentimiento, en la persona del que con
razón apellidan sus compatriotas _el último de los virreyes_»[628].

       [628] Ob. cit., pág. 445.

Comprendiendo el marqués de Sobremonte que nada tenía que hacer
en Buenos Aires, dispuso marchar a Montevideo, seguido de algunas
fuerzas que le eran fieles. Llegó en los primeros días de octubre,
cuando ya Ruiz Huidobro se había preparado convenientemente a la
defensa. Grande contrariedad fué la presencia del virrey en aquellos
momentos. Cuando hizo su primera salida por las calles, seguíanle
grupos gritando _¡Abajo los traidores!_, y cuando inspeccionó los
trabajos de la ciudadela, los muchachos, en tono burlesco, exclamaban:
_¡Avanza! ¡Avanza!_ Sordo a todos los clamores populares, anunció a
Ruiz Huidobro que se encargaba de la defensa de la plaza. Huidobro, el
cabildo y la población toda recibieron con gran disgusto la noticia;
pero Popham amenazaba a la ciudad y era preciso ocuparse en asunto
de transcendencia tanta. Comenzó el fuego el 28 de octubre entre los
ingleses y las baterías de la ciudad, y, después de tres horas de
combate, aquellos abandonaron el puerto y se dirigieron para Maldonado
con el grueso de sus tropas y escuadra, dejando sólo algunos barcos
que sostuvieran el bloqueo. El 29 llegó Popham a Maldonado, cuya
escasa guarnición no pudo resistir el ataque de los enemigos, teniendo
del mismo modo que capitular el día 30 la isla de Gorriti. Maldonado
fué presa del más horroroso saqueo; no se respetaron las mujeres
ni los lugares sagrados. Los archivos públicos fueron destrozados,
destinándose buena cantidad de papel para hacer cartuchos. Hasta el
hospital sufrió el saqueo. Nombrado gobernador el teniente coronel
Vassal, del regimiento 38, renació la tranquilidad, que era el nuevo
jefe hombre de tanto valor como prudencia. Conducta tan caballerosa
se atrajo las simpatías de todos, siendo de sentir que en un cartel,
pegado en los sitios públicos, afirmase que las creencias religiosas
no serían nunca motivo de disidencias entre católicos y protestantes,
puesto que en ambas religiones sólo existían diferencias de detalle.
Los curas de Maldonado y de San Carlos arrancaron por su propia mano
los carteles. El escándalo no pudo ser mayor, imponiéndose al cabo la
prudencia.

El 5 de enero de 1807, Sir Samuel Auchmuty, con sus soldados, arribó
a Maldonado, y a Popham sucedió el almirante Sterling. Los nuevos
jefes señalaron a Montevideo como punto objetivo de sus primeras
operaciones. Si el cabildo de dicha ciudad envió dos comisionados a
Buenos Aires a pedir auxilios, aquéllos nada adelantaron. El 14 de
enero de 1807 se presentó delante de Montevideo Sir Samuel Auchmuty
con 5.700 soldados veteranos, y cuya armada se componía de más de
cien velas, entre navíos, fragatas, transportes y buques menores. La
guarnición y el vecindario se dispusieron valerosamente a la lucha.
El 15 el general inglés intimó la rendición de la plaza, contestando
Sobremonte que todos los vasallos del rey de España estaban decididos
a defender a Montevideo hasta perder su último aliento. El 16 se movió
Auchmuty con rumbo al Buceo, donde se hallaba Sobremonte, quien no pudo
oponerse al desembarco. El 17 continuaron los ingleses su desembarco
y el 18 el virrey ordenó que sus avanzadas rompieran ligero fuego.
El 19 Auchmuty, marchando en columnas paralelas, avanzaba con todas
sus fuerzas, retirándose Sobremonte, quien hubo de mandar aviso a
Ruiz Huidobro de que su ejército se había desbandado a los primeros
tiros. El ejército, el cabildo y el pueblo todo clamaban para que Ruiz
Huidobro se pusiese al frente de la guarnición. En efecto, el día 20
rompía su marcha contra los ingleses una división de 2.362 hombres,
a las órdenes del brigadier D. Bernardo Lecocq, y como segundo jefe
iba el teniente coronel D. Francisco Javier de Viana, demostrando el
aspecto de las tropas, según Ruiz Huidobro «un denuedo, una confianza,
un valor, capaz de causar envidia y lisonjear el mejor éxito de la
empresa.» Los ingleses lucharon con acierto y bravura, hallándose
admirablemente dirigidos por Auchmuty. Ruiz Huidobro, que desempeñó su
papel y nada más, insistió en pedir tropas y toda clase de auxilios al
cabildo y a la Audiencia de Buenos Aires, consiguiendo que esta vez
oyese el cabildo la voz de la razón, acordando aprestar un contingente
de 2.000 hombres, que al mando de Liniers pasaran a Montevideo. La
vanguardia de Liniers zarpó el 24 de Buenos Aires y estaba mandada por
el brigadier Arce. En tanto que Arce penetraba en Montevideo, Liniers,
a la cabeza de 3.000 hombres, había fondeado el 30 de enero en la
playa de San Francisco, al Norte de Colonia, anunciando desde allí al
cabildo que en el término de cuatro días se hallaría en Montevideo. El
1.º de febrero rompió la marcha Liniers; pero el 3 dieron el asalto
los ingleses por el costado del portón de San Juan. Aunque resistieron
valerosamente los españoles, Ruiz Huidobro tuvo que pedir parlamento,
y a las ocho de la mañana se izó la bandera inglesa en el baluarte
principal de la ciudad. Cuando estas noticias llegaron a oidos de
Liniers, se retiró con sus tropas a Buenos Aires. Vencedores y vencidos
tuvieron pérdidas sensibles. Durante tres días, los ingleses hacían
prisioneros a todos los individuos que encontraban por las calles,
fuese hombre o niño, conduciéndolos a bordo de sus barcos para después
trasladarlos a Inglaterra. Si Liniers faltó a la capitulación que hizo
con Beresford, justo era--cumpliéndose así la pena del Talión--que
Auchmuty hiciera lo mismo con Ruiz Huidobro. Entre los prisioneros que
debían ser conducidos a Inglaterra se hallaba el teniente Rondeau,
que tiempo adelante ganó gloria inmortal en los campos de batalla.
Auchmuty, norteamericano de origen, aunque enemigo de la causa de la
independencia de su país, usó moderadamente de la victoria.

Por aquellos tiempos se publicó un periódico, el primero que viera la
luz en el país, con el nombre de _La Estrella del Sur_, cuyo objeto
principal era explicar la conveniencia de sacudir el yugo español.
Comparaba la grandeza de Inglaterra con la decadencia de España y el
sistema liberal de la administración inglesa en sus colonias con el
sistema reaccionario de la española en las suyas. Demostraba cómo
pueblos que profesaban distintas religiones, lengua y costumbres,
vivían tranquilos y felices bajo la dominación de la Gran Bretaña,
siendo de notar que aun los mismos ingleses estaban divididos en
católicos y protestantes, lo cual no impedía que todos fuesen felices
bajo las mismas leyes civiles. Llenóse el Uruguay de mercaderías
inglesas y en la comparación entre aquéllas y las españolas, la ventaja
era de las primeras. Además de la publicación periodística y del
comercio, no olvidó Auchmuty la conquista, y con este objeto ocupó a
Canalones, San José y Colonia.

Considerando el citado jefe que pronto iba a llegar el general
Whitelocke, quien echaría mano de todas las fuerzas disponibles para
apoderarse de Buenos Aires, organizó una milicia, la cual haría todos
los servicios que antes las tropas regulares.

Sin embargo de la excelente política de Auchmuty, se sentían síntomas
de resistencia en todo el país contra los ingleses, bien que los
alentaba desde Buenos Aires el gobernador Liniers. Descubrióse la
conspiración, en la que entraban muchos vecinos de Montevideo. Presos
los reos y condenados a muerte, fueron perdonados generosamente por
Auchmuty.

Vino de España con el cargo de comandante general D. Francisco Javier
Elío, y aunque su primer pensamiento fué apoderarse de Colonia, su
torpeza hizo que se malograse una empresa que se creía segura. Al mismo
tiempo llegaba a Montevideo el general Whitelocke (10 mayo 1807) y
el 11 se hizo reconocer jefe de todas las fuerzas británicas. El 28
de junio desembarcó Whitelocke en la ensenada de Barragán, distante
de Buenos Aires más de 60 kilómetros. Pensaba el general inglés que
el general Liniers sería como el pusilánime y necio Sobremonte. No
era así, y la conquista realizada fácilmente por Beresford, era a la
sazón sumamente difícil. El 2 de julio se dejó ver Whitelocke por las
avanzadas de la ciudad de Buenos Aires, y el 3 intimó la rendición del
enemigo. El 5 derrotaron completamente los nuestros a los ingleses y el
6 aceptó dicho general las proposiciones de paz dictadas por Liniers.
Se embarcaron el 17 de julio las tropas inglesas. Según lo dispuesto
en las proposiciones de paz, el 7 de septiembre, dos meses después
de firmada la capitulación, habían de evacuar los ingleses todos los
puntos que dominaban en el Uruguay y, por consiguiente, Montevideo.
Para sustituir a Ruiz Huidobro, prisionero en Inglaterra, nombró
Liniers gobernador interino a Elío.

Si a primera vista parece que España salió vencedora e Inglaterra
derrotada, no fué así. Los ingleses arrojaron en ambas márgenes del
Plata el espíritu de independencia, la libertad de comercio y la
tolerancia religiosa. Enseñaron los ingleses una verdad de importancia
inmensa, cual fué que los habitantes de aquellos países eran aptos,
como los españoles, para todos los cargos públicos. La Corte confirmó
el nombramiento de Elío como gobernador de Montevideo, y Liniers hubo
de llegar por la defensa de Buenos Aires a la cima de la gloria. Sin
embargo, el malestar era general. La semilla que los ingleses habían
arrojado al suelo producirá sus frutos. La independencia de los países
del Río de la Plata estaba próxima.

Acerca de la toma de Buenos Aires por los ingleses, trasladaremos aquí
las palabras del eminente historiador Gervinus: «Popham se apoderó
de la ciudad de Buenos Aires por sorpresa el 27 de julio de 1806. La
indignación que desde luego provocó en el seno del Gabinete inglés este
acto arbitrario de Popham, fué sofocada por el gozo que produjeron
los informes entusiásticos del almirante, que extraviaron a todo el
comercio, engañando también al gobierno, y arrastrándole a aceptar
estas veleidades de conquista. Los miembros reflexivos del Gabinete
se vieron muy embarazados al saber el éxito obtenido en el Río de la
Plata»[629]. La empresa de Popham no pudo ser más torpe. Se atrajo
el odio de España, no influyó para disminuir el poder de Napoleón y
recargó con gastos enormes el presupuesto de Inglaterra. Como fin de
la jornada, un aventurero arrojó con un puñado de gente a los ingleses
conquistadores de Buenos Aires.

       [629] _Hist. du XIX^e Siécle_, vol. VI. pág. 77.

No debían andar bien las cosas políticas en Buenos Aires, cuando
el obispo de la citada población hubo de escribir (29 mayo 1807)
al príncipe de la Paz manifestándole la necesidad de un virrey con
tropas veteranas para defenderse de una segunda invasión inglesa que
amenazaba[630]. Luego, cambiaron de tal modo las cosas, que se acordó
(7 julio 1807) un tratado definitivo entre el general en jefe de las
tropas británicas y el general en jefe de las españolas[631]. El virrey
interino Liniers escribió a Godoy, diciéndole que no aspiraba al mando
del virreinato, deseando únicamente se le concediera el empleo de
inspector general de los ramos de ingenieros, artillería, infantería,
caballería y marina, en toda la América del Sur[632]. Aplausos mereció
la política de Liniers en Buenos Aires al comienzo de su mando. Su
gobernación fué justa y su fidelidad por Fernando VII parecía cierta,
aunque algunos sospechaban de sus inclinaciones a Francia.

       [630] Arch. de Indias.--Estante 124.--Cajón II, Leg.º 4. (3).

       [631] Ibidem.--Estante 122.--Cajón VI.--Leg.º 25. (19).

       [632] Ibidem.--Estante 125.--Cajón III.--Leg.º 20. (4.)

Acerca de la gobernación de Tucumán no debemos olvidar que fué creada
por el conde de Nieva, virrey del Perú, y confirmada por Real cédula
(1563) que la declaró independiente de Chile. Entre los gobernadores
más notables citaremos a D. Juan Ramírez de Velasco (1586-1593),
fundador de Jujuí de Rioja, en el país de los diaguitas, y de Madrid,
en la confluencia de los ríos Salado y de las Piedras. Su sucesor D.
Hernando de Zárate puso en defensa la ciudad de Buenos Aires--que a
la sazón no formaba gobierno independiente--contra el pirata inglés
Hawkins; también peleó con los indígenas. En los comienzos del siglo
XVII D. Alonso de Ribera fundó un pueblo al que dió su nombre e hizo
uno que llamó _Talavera de Madrid_, de los dos que se denominaban
Madrid y Esteco. Floreció por entonces en Santiago del Estero su obispo
Fray Fernando Trejo, fundador de un Seminario Conciliar en Córdoba.
Durante los gobiernos de D. Nicolás de Arredondo (1789-1795), prosiguió
los trabajos, encomendados a D. Félix de Azara, D. Diego de Alvear y
otros hombres eminentes, para señalar los límites con las posesiones de
Portugal, quedando sin realizar la demarcación entre los ríos Uruguay y
Guazú por falta de conformidad.



CAPITULO XXVIII

  GOBIERNO DEL PARAGUAY Y DEL URUGUAY.--CÉDULA DE
  FELIPE III.--GOBIERNO DE FRÍAS.--GOBERNADORES MÁS
  IMPORTANTES.--REDUCCIONES DE LOS JESUÍTAS.--DEPREDACIONES DE LOS
  INDIOS.--DECADENCIA DEL GOBIERNO.--REYES BALMACEDA.--REVOLUCIONES,
  GUERRA CON LOS INDIOS Y EXPULSIÓN DE LOS JESUÍTAS.--FUNDACIÓN DE
  POBLACIONES.--GOBIERNO DEL URUGUAY.--ESPAÑOLES Y PORTUGUESES EN EL
  PAÍS.--CONSECUENCIAS DE LA PERMUTA DE LA COLONIA DEL SACRAMENTO POR
  OTRAS COLONIAS.--VIANA, GOBERNADOR DE MONTEVIDEO Y OPOSICIÓN DE LOS
  JESUÍTAS.--LOS INDÍGENAS.--CAMPAÑA DE CEBALLOS, JEFE DEL GOBIERNO
  DE LA PLATA, CONTRA LOS PORTUGUESES: TRATADO DE 1763.--GOBIERNO DE
  LA ROSA Y EXPULSIÓN DE LOS JESUÍTAS.--EL GAUCHO.--EXPEDICIÓN DE
  SAMPAYO.--EL CABILDO.--GOBIERNOS DE VIANA Y DEL PINO, DE TEJADA
  Y DE OLAGUER FELIÚ: REFORMAS.--BUSTAMANTE Y RUIZ HUIDOBRO.--EL
  CABILDO.--LOS CHARRÚAS.--CALAMIDADES EN EL PAÍS.


Ya se dijo en su lugar respectivo que comprendiendo Felipe II que el
gobierno del Paraguay era demasiado extenso para ser regido por un
sólo jefe, mediante una Cédula del 16 de diciembre de 1617 creó dos
gobiernos: el del Río de la Plata (Buenos Aires, Santa Fe, San Juan de
Vera y Concepción del Bermejo), y el del Guairá o Paraguay (Asunción,
Ciudad Real, Villa Rica y Jerez).

Continuó de gobernador en el Paraguay el ya citado Manuel Frías
(1620-1626), quien empeñado en no vivir en compañía de su mujer doña
Leonor Martel de Guzmán, hija de Ruiz Díaz de Melgarejo, se atrajo las
censuras de Torres, obispo de la Asunción; pero la Audiencia de Charcas
falló el pleito en favor del gobernador, que falleció en Salta cuando
iba a ocupar de nuevo el mando. Sucedióle Diego de Rego (1626-1631),
que nada hizo digno de contarse. Ejemplo de malos gobernantes fué Luis
Céspedes García Xaria, acusado tal vez con motivo de andar en tratos
con los indios brasileños (_tupíes y mamelucos_), para reducir a la
esclavitud a _guaraníes_ y venderlos en la provincia de Río Janeiro. La
Audiencia de Charcas le puso preso (1631) y le condenó a pagar la multa
de 12.000 pesos, quedando destituído. A Martín Ledesma Valderrama
sucedió Pedro de Lugo y Navarro, que comenzó a gobernar el año 1636:
en guerra con los mamelucos y tupíes, abandonó sus tropas, las cuales
alcanzaron sin embargo una gran victoria. Llamado a España, murió en
el viaje. Gregorio de Henestrosa, natural de Chile, que se encargó
del gobierno el año 1641, y de quien se cuenta que se vió obligado a
expulsar del Paraguay al obispo Fray Bernardino de Cárdenas, enemigo
declarado de los jesuítas. Luego, el dicho prelado consiguió, no sólo
volver a la Asunción, sino ser nombrado gobernador, haciendo entonces
cerrar el Colegio de la Compañía y expulsar de la ciudad a los hijos de
Loyola. Destituído el prelado por la Audiencia de Charcas y después de
los breves gobiernos de Diego de Escobar Osorio y de Sebastián de León
y Zárate, en cuyo tiempo volvieron los jesuítas, fué nombrado Andrés
Garavito de León (1650), natural de Lima, sabio legista, que venció
con auxilio de los guaraníes a los mamelucos y _guaicurúes_. Cristóbal
de Garay y Saavedra (1653-1656), nieto del famoso Juan de Garay, fué
nombrado gobernador.

En su lugar respectivo haremos detenida relación de las Reducciones de
los jesuítas en el Perú, Buenos Aires, Uruguay, Brasil y en particular
en el Paraguay. El gobernador Juan Blazquez Valverde (1656-1659),
fué defensor de los hijos de Loyola. Respecto a las depredaciones de
algunas tribus no tuvo energía para contenerlas. Por el contrario,
Alonso Sarmiento de Sotomayor y Figueroa (1659-1663), puso una barrera
a las invasiones de los indios enemigos. Como se levantasen las
tribus del Norte del Paraguay, sufrieron severo castigo y los jefes
fueron ajusticiados. También contuvo a los guaraníes y payaguáes,
que continuaban sus depredaciones. Juan Diez de Andino (1663-1671),
siguió la guerra con algunas tribus, y don Felipe Rego Corbalán no
pudo contener las invasiones de los mamelucos ni las tropelías de los
guaicurúes en Atirá. Gobernó el cabildo juntamente con el licenciado
Diego Ibáñez de Faría (1676-1684), después Antonio de Vera Múgica y
en seguida Alonso Fernández Marcial, no ocurriendo hechos dignos de
especial mención. En tiempo de Francisco de Monforte (1691) se comenzó
a construir la catedral de la Asunción, cuya obra se terminó a los
tres años, esto es, el 1693. Tan odioso se hizo don Sebastián Felix
de Mendiola (1691-1696), que los paraguayos le redujeron a prisión y
le mandaron con grillos a Buenos Aires. Apenas hay noticias de Juan
Rodríguez Cota (1696-1702), Antonio de Escobar y Gutiérrez (1702-1706),
Baltasar García Ros (1706-1707) y Manuel de Robles Lorenzana
(1707-1713); pero de Juan Gregorio Bazán de Pedraza (1713-1717),
debemos decir que dió comienzo a dos poblaciones: una en el valle
de Guarmipitán y otra en Curuguati; la primera para contener a los
guaicurúes y la segunda a los mamelucos. A Antonio Victoria sucedió
Diego de los Reyes Balmaceda (1721-1725). En la historia del Paraguay
se señala por su importancia el gobierno de Balmaceda, pues aquel país
fué teatro del primer acto de independencia. Acusado Balmaceda de
varios delitos, la Audiencia de Charcas nombró juez pesquisidor a José
de Antequera, natural de Lima. De las pesquisas hechas resultó culpable
el gobernador, siendo nombrado el mismo Antequera por el virrey de Lima
para reemplazarle; pero Diego de los Reyes, que contaba con el poderoso
apoyo de los jesuítas, logró que el citado virrey le devolviese el
gobierno. Ni Antequera ni el cabildo obedecieron la orden. Balmaceda se
refugió en el territorio de Corrientes, donde gozaba de las simpatías
de los indios de las misiones. Vióse obligado el virrey del Perú a
enviar tropas contra Antequera, quien tuvo que huir. A Balmaceda
sucedió en 1725 Martín de Barna. En su tiempo, Fernando Mompó, de
acuerdo con Antequera, pretendió insurreccionar el país, intitulándose
presidente de la provincia del Paraguay. Al gobierno de Ignacio de
Soroeta (1730) sucedió la Junta gubernativa presidida por José Luis
Barreiro, después Manuel de Garay, luego Antonio Ruiz de Orellano, en
seguida Cristóbal Domínguez de Obelar, y últimamente Isidoro Mirones y
Benavente. Nombrado por la corte de España Manuel Agustín de Ruiloba
(1733), fué muerto en Guayaibití en un combate contra los comuneros.
Juan Caballero de Añosco (1733) nada hizo de particular y le sucedió
en el citado año el obispo Fray Juan de Arregui, quien pronto se
arrepintió de haber aceptado y se retiró a Buenos Aires, dejando
el gobierno a Cristóbal Domínguez de Obelar (segunda vez). Ante el
desorden que reinaba en el Estado, Bruno Mauricio de Zabala, se encargó
de restablecer la paz en el Paraguay y al frente de 6.000 indios
atacó a los rebeldes y les venció, pasando por las armas a los jefes
y entrando en la Asunción (junio de 1735). Así terminó la _revolución
de los comuneros_. Martín José de Echaurri (1735-1741) restableció la
tranquilidad en el país; Rafael de la Moneda (1741-1747) fundó al norte
la villa de _Emboscada_ con 6.000 negros y mulatos libres y sometió a
los payaguaes obligándoles a establecerse cerca de la Asunción; Marcos
José de Larrazabal (1747-1750) derrotó a los abipones; Jaime Sanjust
(1750-1761) fomentó el cultivo del tabaco y José Martínez Fontes
(1761-1762) hizo la paz con los abipones y con ellos fundó en el Chaco
la Reducción del Timbó. A Fulgencio Yegros y Ledesma (1762-1766), le
sucedió Carlos Morphi (1766-1772), bajo cuyo gobierno fueron expulsados
los hijos de Loyola, pasando las misiones a cargo de los frailes
dominicos, franciscanos y mercenarios. Desde entonces las misiones
fueron decayendo, si bien por otro lado se aumentó la industria, pues
bajo el gobierno de Morphi se fundaron los pueblos de _Carimbatay_,
_Ibicuí_, _Pirayú_, _Carayaó_ y _Caacupé_, aumentando también el número
de habitantes de la capital.

Consignaremos de igual manera que durante el gobierno de Agustín
Fernández de Pinedo (1772-1778) se fundaron otras poblaciones y se creó
el virreinato de Río de la Plata, del cual fué el Paraguay una de sus
intendencias. El primer gobernador de la intendencia se llamaba Pedro
Melo de Portugal (1778-1785) y en su tiempo se echaron los cimientos
de _Humaitá_, _Curupaity_, _Arroyos y Esteros_, _Ibitimí_ y otros, con
las importantes villas del _Pilar_, del _Rosario_ y de _San Pedro_.
Recordaremos que en 1783 se fundó el Colegio Real y Seminario de San
Carlos, aumentando de un modo considerable la industria. Aumentó el
ganado vacuno, lanar y caballar, se plantaron muchos árboles, se
explotaron los prados, se cultivó el algodón y adquirió importancia la
fabricación de la miel. Abriéronse caminos y los montes dieron maderas
de construcción en abundancia.

Joaquín Alós y Brú (1785-1796) continuó el impulso dado por su
antecesor a la colonia y se opuso al avance de los portugueses. Lázaro
de Rivera y Espinosa de los Monteros (1796-1806) decretó un censo de
población, resultando que en el primer año de su gobierno había en
el país 97.480 habitantes. Declaróse (1803)--lo cual será siempre
un timbre de gloria--la igualdad de derechos entre los indios y los
criollos.

Durante el siglo XVI y parte del XVII los españoles apenas hicieron
caso de los indígenas del Uruguay. En lucha los chanaes con los
charrúas, aquéllos solicitaron la ayuda de D. Diego de Góngora,
gobernador de Buenos Aires, quien se limitó a enviarles algunos
misioneros (1622). Tres años después el gobernador D. Francisco de
Céspedes mandó al Padre Bernardo de Guzmán y a otros dos franciscanos,
para que fundasen varias Reducciones. Conocido entonces por los
españoles de Buenos Aires la fértil tierra y el benigno clima del
Uruguay, comenzaron a criar ganados, sacando también de allí maderas
de construcción y para combustibles. Cada vez más encariñados los
españoles con la Banda Oriental, cuando vieron a los portugueses
avanzar hacia el Río de la Plata, se decidieron a ocuparla de
una manera definitiva, pues hasta últimos del siglo XVII había
sido habitada únicamente por indígenas. El Uruguay fué la manzana
de la discordia arrojada a españoles y portugueses. D. Manuel
Lobo, gobernador del Brasil, al frente de algunas tropas con su
correspondiente artillería, se presentó (1679) en la costa Oriental,
fundando una población, frente a la isla de San Gabriel, que llamó
_Colonia del Sacramento_. Protestó de ello D. José Garro, gobernador
de Buenos Aires, e intentó arreglar el asunto mediante negociaciones
pacíficas; pero todo fué en vano y no hubo más remedio que echar mano
a las armas. Mandó Garro a Vera Mújica, maestre de campo, con 300
españoles y 3.000 guaraníes, para que desalojara a los brasileños de
la Colonia del Sacramento. Después de tenaz lucha fueron arrojados
los brasileños, comenzando las reclamaciones diplomáticas entre las
cortes de España y Portugal, cuyo resultado fué que Carlos II devolvió
la Colonia, aunque en calidad de depósito. Muchos perjuicios causó a
España la citada devolución, por cuanto dicha Colonia se constituyó
en foco de contrabando. Pasado algún tiempo, Portugal se declaró en
contra de Felipe V de Borbón, lo cual fué motivo para que el general
García Ros marchase de Buenos Aires al frente de 13 compañías y 4.000
guaraníes para apoderarse de la codiciada posesión. El territorio que
tanta sangre había costado conquistarle, se perdió a los diez años,
pues fué devuelto a Portugal, según una cláusula del tratado de Utrech
celebrado el 1715.

Ya sabemos que después de Zabala y de Salcedo, gobernadores de Buenos
Aires, aumentó la importancia de la Colonia del Sacramento.

Aunque don José Joaquín de Viana recibió su título (22 diciembre
1749) creándole gobernador de Montevideo y coronel de los ejércitos
reales, hasta el 14 de marzo de 1751 no tomó posesión de su destino.
En seguida comenzó el sargento mayor D. Manuel Domínguez, al frente de
220 hombres, la campaña contra los charrúas, consiguiendo derrotarles
completamente.

Pero lo más interesante por entonces y en cuyo asunto se hallaban fijas
las miradas, era el tratado de límites concluído con los portugueses.
Conviene recordar lo que se dijo en el capítulo XXVII acerca del
cambio de las siete misiones españolas con la portuguesa Colonia del
Sacramento. Para llevar a feliz término el dicho tratado de límites,
llegó al puerto de Montevideo la comisión nombrada por el gobierno
español (27 enero 1752), y de la cual formaba parte el marqués de
Valdelirios. Tenía interés en resolver pronto y bien el asunto, porque
él había nacido en Huamanga (Perú), era miembro del Consejo de Indias
y gozaba fama de hábil y enérgico. Después de varias consultas y
pareceres, habiendo leído la exposición del obispo de Tucumán, del
gobernador del Paraguay Sant Just, del provincial de los jesuítas Padre
Barreda y de los Padres Altamirano y Córdova, se decidió a hacer la
nueva designación de límites, entregando las misiones a los portugueses
y recibiendo en cambio la colonia. Pesaba en el ánimo del marqués de
Valdelirios la opinión de D. José de Andonaegui, gobernador de Buenos
Aires. Todos los jesuítas, como un solo hombre, combatieron las
medidas tomadas por Valdelirios. Sin embargo, después de tres meses de
conferencias se eligieron los sitios adonde habían de trasladarse las
Reducciones. A la Reducción de _San Luis_ se le señaló un sitio entre
la laguna Iberá y el río Santa Lucía; a la de _San Lorenzo_ una isla
grande en el Paraná; a la de _San Miguel_ terrenos al Sudeste sobre el
río Negro; a la de _San Juan_ un trozo de tierra insalubre que lindaba
con el pantano de Neembucú; á la de _San Angel_ terrenos al Norte de la
Reducción de Corpus; a la de _San Francisco de Borja_ terrenos sobre
el Sur del Queguay en jurisdicción de los charrúas, y a la de _San
Nicolás_ tierras sobre una curva del Paraná entre Itapua y Trinidad.
El Padre Altamirano recibió el encargo de dar prisa para que la
traslación se verificase cuanto antes, entregando al mismo tiempo a los
jesuítas, para obviar dificultades, la cantidad de 28.000 pesos[633].
Era evidente que los nuevos terrenos designados a los indígenas eran
inferiores a los que habitaban primeramente, así que se quejaban con
razón guaranís y jesuítas. Valdelirios, considerando ya terminado el
objeto principal de su cometido, marchó a avistarse con el comisario
portugués, que era Gomes Freire de Andrade, después conde de Bobadela.
Se puso en marcha, camino de Maldonado, y en las inmediaciones del
Cerro de Navarro se abrieron las conferencias, que terminaron con
la mayor alegría. Hubo bailes y serenatas. Sin embargo, mientras
se verificaba el arreglo de la demarcación y el Padre Altamirano
intentaba convencer a los pueblos de la conveniencia de transmigrarse,
se alzaron en rebelión las Reducciones de San Luis y de San Nicolás,
siguiendo después las otras, excepción sólo de la de San Lorenzo, cuyos
habitantes ocuparon la isla que se les dió sobre el Paraná, edificando
una iglesia y otros edificios públicos.

       [633] Diario de Andonaegui sobre la evacuación de los siete
       pueblos guaranís de las Misiones situadas al Oriente del
       Uruguay (M. S).

Daba prisa Gomes Freire para que pronto se arreglase el asunto, instaba
Valdelirios al Padre Altamirano, y el Padre Altamirano no dejaba en paz
a los curas doctrineros; pero todo en vano. Tanta oposición encontró
el citado Padre, y tantas calumnias se levantaron contra él, que
perseguido y fugitivo marchó a Buenos Aires.

Decidido a todo Valdelirios pidió a la Iglesia que lanzase sus rayos
sobre la cabeza de los contumaces, y así lo hizo el obispo de Buenos
Aires, «privándose--escribe Bauzá--a sus moradores hasta de los
sacramentos del bautismo y extremaunción, que es discutible si tenía
facultad de negarles aquel prelado»[634]. Decían los españoles que
el Rey tenía derecho a disponer de sus territorios, y los indígenas
contestaban que era una iniquidad entregarles a los portugueses,
hallándose decididos a no consentirlo. La impresión que causó en los
portugueses la resistencia la expresó perfectamente el bardo de esta
triste epopeya, cuando dijo:

       [634] Ob. cit., tomo II. págs. 97 y 98.

      «Quem podía esperar que uns indios rudes
    sem disciplina, sem valor, sem armas,
    se atravessassen no caminho aos nossos,
    e que lhes disputassem o terreno!»[635].

       [635] Basilio da Gama, _O Uruguay_, canto I.

En una conferencia celebrada en Buenos Aires, a la que asistieron
Andonaegui, Valdelirios y demás comisarios con el Padre Altamirano,
se acordó, a instancia del religioso, que se hiciera salir de los
pueblos a los curas doctrineros, a los cuales, dado el cariño que les
profesaban, seguirían los indígenas. No pudo realizarse el acuerdo
anterior porque los indios no dejaron salir a los curas.

Acordóse apelar a las armas. No quedaba otro camino. Andonaegui reunió
sus fuerzas, y con el auxilio de Gomes Freire se dispuso a combatir
a los desobedientes indígenas. Pelearon en _Daymán_, perdiendo los
indígenas 230 hombres y 72 prisioneros, hallándose entre los últimos
el cacique Rafael, que--según Andonaegui--«era grandísimo pícaro y
uno de los movedores de los pueblos.» Cartas de Valdelirios, tan poco
prudentes como oficiosas, dirigidas a Andonaegui, obligaron a dicho
general a emprender la retirada. También el general portugués Gomes
Freire, después de combatir sin descanso un día y otro día, pidió un
armisticio, que se firmó el 18 de Noviembre de 1754, y cuyas cláusulas
fueron las siguientes: «1.ª Que ni una ni otra parte se harían daño
hasta tanto que se diese la última y definitiva sentencia por los
reyes de España y Portugal, acerca de las quejas dadas y perdón de los
indios, o hasta tanto que el ejército español no volviese otra vez a
campaña. 2.ª Que ambas partes se volverían a sus tierras, y que ni
una ni otra nación pasaría el río Grande. 3.ª Que los indios serían
cautivos si pasasen el río yendo a las tierras de los portugueses, y
mútuamente los portugueses lo serían de los indios si ellos intentaren
pasar á sus tierras»[636]. Valdelirios y los suyos lamentaban aquel
pacto, al paso que los jesuítas, llenos de alegría, se creían
invencibles. Enemigos y amigos del tratado fueron sorprendidos por
la noticia de la muerte del ministro Carvajal, principal autor del
presente estado de cosas. Si los primeros creían que Dios castigaba
con la muerte al incrédulo Carvajal, los segundos presentían grandes
calamidades por el triunfo de los hijos de Loyola. Andonaegui
considerábase vencido, no por el poder de los indígenas, sino por los
rigores de la estación y la escasez de víveres. Por su parte, Fernando
VI hubo de declarar que creía a los jesuítas autores de la insurrección
de los indígenas y llegó a despedir a su confesor, que era jesuíta.

       [636] _Diario de Henis_, pár. 60.--Bauzá, ob. cit., tomo II,
       págs. 111 y 112.

Iba otra vez a comenzar la guerra, encargándose de dirigirla el
gobernador de Buenos Aires, Andonaegui, llevando por segundo jefe a
Viana, gobernador de Montevideo. Vino a entorpecer los comienzos de
la guerra una cuestión enojosa entre Viana y el cabildo. Habiendo
nombrado Viana como teniente general suyo a D. Pedro León de Romero y
Soto, se opuso a ello el cabildo en tanto que el agraciado no prestase
las fianzas correspondientes, ni presentara la aprobación de la Real
Audiencia del distrito. Molestado Viana por la oposición, hubo de
dirigirse al cabildo en forma destemplada e injusta en un oficio,
llegando a reducir a prisión al alguacil mayor. Arregladas al fin
las cosas, comenzó la campaña dirigida por Andonaegui, Viana y Gomes
Freire. El 6 de febrero se presentaron los indios deseosos de reñir
con sus enemigos. Atacóles Viana, logrando una victoria: entre los
mulatos, estaba el cacique Sepee, general en jefe de los sublevados.
A Sepee sucedió Nicolás Ñanguirú, hombre tan bueno como rudo. Los
españoles, enemigos de los jesuítas, propalaron la especie calumniosa
de que se intituló _Nicolás I, rey del Paraguay y emperador de los
mamelucos_. Ni Rey, ni Emperador pretendió nunca ser el antiguo y
rudo pastor; cuya única habilidad--según refieren los cronistas--fué
tocar el violín. Atacaron españoles y portugueses a los indios (10
febrero 1756) que ocupaban la cima del cerro _Kaibaté_, armados de
flechas y de hondas. Las pérdidas de los aliados fueron cuatro muertos
y 40 heridos, incluyendo dentro de los últimos a Andonaegui entre los
españoles y al coronel Osorio entre los portugueses. Los indígenas
tuvieron 1.511 muertos y 154 prisioneros, perteneciendo casi todos a
las Reducciones del Uruguay. Continuó su camino el ejército aliado, y
cuéntase que al llegar Viana a San Miguel, de cuya población no tenía
idea alguna, hubo de exclamar en voz alta: «¿Y éste es uno de los
pueblos que nos mandan entregar a los portugueses? Loca debe estar la
gente de Madrid para deshacerse de una población que no tiene rival
en ninguna de las del Paraguay.» Se entregaron los indígenas de San
Miguel, después los de San Juan, y en seguida los de San Lorenzo. Por
cierto que Henis, uno de los Padres que fueron presos en la última
población, hubo de decir a Viana: «Al Rey no le han costado nada estos
pueblos; somos nosotros quienes los hemos conquistado con el Santo
Cristo en la mano. S. M. no puede entregarlos a los portugueses, y si
yo estuviera en la corte, le informaría de modo que tal entrega no
había de verificarse»[637]. Si indígenas y jesuítas transigían con los
españoles, odiaban a muerte a Gomes Freire y a los portugueses. Comenzó
la marcha de los emigrantes. Dejaban hermosos pueblos por tierras
insalubres y mortíferas. No hubo compasión para los pobres indios.
Hallándose Viana en el paraje denominado el _Salto_, donde había de
esperar a Valdelirios, echó los cimientos de una ciudad que tomó el
nombre de dicho paraje (noviembre de 1756). Llegó a Buenos Aires don
Pedro de Ceballos, que venía de España a sustituir a Andonaegui, e
inmediatamente se dirigió a San Francisco de Borja, donde recibió a
muchos caciques y pueblo; Valdelirios pasó a San Nicolás; Viana se
puso al frente de su gobierno de Montevideo, y Andonaegui se preparó
a marchar a España. Aunque ofrecía Gomes Freire que todo se hallaría
arreglado en el siguiente año, el estado de las cortes de Portugal
y España fué causa del aplazamiento de la cuestión de límites. En
Portugal se hallaba arruinado el Tesoro público, contribuyendo a ello
los gastos de la expedición de misiones, y también el terremoto que
destruyó gran parte de Lisboa. En España todo se hallaba paralizado por
la muerte de la reina Bárbara y la enfermedad de Fernando VI. En el año
1759 marchó Gomes Freire a Janeiro, dejando por apoderado suyo a don
Custodio de Saá y Faría. Tiempo adelante y después de siete años de
tratos, disgustos y guerras, los negociadores rompieron toda clase de
compromisos, y las cosas volvieron a su primitivo estado.

       [637] Relación de los servicios de Viana (M. S).--Bauzá, ob.
       cit., tomo II, pág. 136.

Es cierto que los jesuítas se opusieron al tratado de Madrid; pero
también es cierto que la entrega de las misiones uruguayas, si
perjudicaba a los jesuítas, no perjudicaba menos a los indígenas
y a la monarquía española. Así lo creía D. Carlos, rey de las Dos
Sicilias, y luego rey de España con el nombre de Carlos III, debiéndose
advertir que el citado monarca era enemigo de la Compañía de Jesús.
Si provocaron los jesuítas el alzamiento de unas cuantas misiones,
como afirman algunos, ¿por qué no las sublevaron todas, en cuyo caso
hubieran puesto en un verdadero conflicto a España y Portugal juntos?

El marqués de Valdelirios, terminada la guerra, se dedicó a restañar
las heridas del país. Levantó fortalezas para prevenir las invasiones
de los indios bravos; fundó la ciudad de _Maldonado_; aumentó y
embelleció a Montevideo. Al subir al trono Carlos III, uno de sus
primeros hechos fué obtener de Portugal la anulación del tratado
de Madrid, lo cual se consiguió mediante un convenio firmado en El
Pardo (12 febrero 1761) entre los plenipotenciarios de ambas Coronas.
Cuando los portugueses tuvieron noticia del ajuste, ni tardos ni
perezosos, ocuparon terrenos en las fronteras del Uruguay, llevándose
al interior del Brasil muchas familias indígenas pertenecientes a
las Reducciones uruguayas, algo así como con visos de esclavitud.
También Ceballos, correspondiendo a la actividad de los portugueses, se
dirigió a Gomes Freire, pidiéndole, ya la devolución de los terrenos
detentados, ya el libre regreso a sus hogares de las familias que
se habían llevado. Sordo se hizo Gomes Freire lo mismo a la primera
comunicación que a otras posteriores, llegando a tal punto su deseo
de molestar a España que, entrado el año 1762 hizo levantar una
fortaleza que denominó de Santa Teresa, en territorio de Maldonado,
sin disputa alguna perteneciente a nuestra nación. La cuestión iba
a decidirse por las armas y a la guerra se preparó Ceballos. Ya
España, en virtud del _Pacto de familia_, había roto sus relaciones
con Inglaterra y casi también con Portugal, dada la alianza y amistad
entre estas últimas naciones. Ceballos recibió órdenes terminantes
del gobierno español para que reivindicase los terrenos usurpados por
el Brasil e inmediatamente hizo levantar una batería de 7 cañones
enfrente de la enemiga ciudad de Colonia. A la carta que dirigió
Fonseca, oficial que mandaba la guarnición de Colonia, a Ceballos
preguntándole qué se proponía con los trabajos de fortificación que
estaba haciendo, respondió el general español «que cada uno en su casa
podía hacer lo que le pareciese.» Después de una segunda reconvención
de Fonseca, que no obtuvo respuesta, comenzó el fuego en la noche
del 5 de octubre y que siguió en los días sucesivos, hasta que el 2
de noviembre salían los portugueses con los honores de la guerra y
entraba Ceballos en Colonia. En tanto que se obtenía victoria tan
gloriosa, una división portuguesa de 500 hombres amenazaba desde
el Chuy a Maldonado y una escuadra anglo-portuguesa, compuesta de
11 naves, bajo las órdenes de M. Macnamara, bombardeaba las costas
del Río de la Plata y se presentaba de improviso frente a Colonia
(6 enero 1763). Ceballos, enfermo como estaba, se lanzó a la pelea,
y, entusiasmando a los soldados, logró que una bala de la plaza
incendiase el navío _Lord Clive_, que montaba Macnamara, muriendo la
mayor parte de la tripulación y el mismo almirante. Dícese que cuando
Gomes Freire supo la muerte de Macnamara y que se había perdido en
las Indias occidentales el navío que llevaba el nombre glorioso del
gran conquistador inglés en las orientales, murió de pena. Por su
parte Ceballos dirigió un oficio a Viana, que terminaba del siguiente
modo: «Hemos palpado nuevamente la especial protección con que Dios
milita por nosotros, y por lo mismo debemos dar a su Divina Majestad
las gracias, a cuyo efecto dispondrá V. S. se cante el _Te Deum_ en la
iglesia matriz de esa plaza, con la solemnidad y concurrencia que en
semejantes casos se acostumbra»[638]. Ceballos salió de Colonia el 19
de marzo (1763) al frente de 300 dragones, camino de Maldonado, cuyo
trayecto de 80 leguas recorrió en diez días. Organizó las fuerzas y
el 8 de abril salió de la plaza, y a los siete días de marcha, llegó
al arroyo de Castillosgrandes, donde descansó un día, franqueando el
penoso albardón de tres leguas, a cuyo extremo se halla el fuerte de
Santa Teresa, guarnecido por 1.500 hombres y 13 cañones, al mando del
coronel D. Luis Tomás Osorio. El 18 por la mañana comenzó el ataque y
al llegar la noche desertaron del fuerte 1.200 portugueses, teniendo
que rendirse Osorio el 19 con 25 oficiales y 280 dragones.

       [638] Véase Bauzá, ob. cit. tomo II, pág. 166.

Ocupado Santa Teresa, dispuso el general que tres cuerpos de ejército
persiguiesen a los fugitivos, los cuales se desbandaron en todas
direcciones, cayendo muchos prisioneros y entregándose el fuerte de
San Miguel y el pueblo de Río Grande. Recogiéronse cañones, morteros,
bombas, balas y mucha cantidad de pólvora en Santa Teresa, San Miguel
y Río Grande. Vino a añadir una página de buen político a su historia
militar la fundación que con el nombre de _San Carlos_ (en honor del
Soberano reinante), hizo Ceballos en el sitio que llamaban Maldonado
chico (1762). Cuando la fortuna no se separaba de Ceballos, vino a
cortar la carrera de sus glorias el tratado de París (10 febrero 1763),
en que Inglaterra, Francia y Hannover ponían fin a la guerra conocida
con el nombre de los _Siete años_. Francia dió a España la Luisiana
como indemnización de las Floridas, cedidas por nuestra nación a
Inglaterra en cambio de Cuba y Filipinas. Los portugueses recobraban
la Colonia, que se les entregó el 24 de diciembre del mismo año,
quedando los españoles en posesión de Río Grande y de todos los fuertes
conquistados, haciendo valer por ello el tratado de Tordesillas. Como
dice muy bien Bauzá, mostraron habilidad los portugueses e ineptitud
los españoles, cuando aquéllos, fuera como fuese la suerte de las
armas, consiguieron conservar siempre la Colonia del Sacramento[639].

       [639] Véase _Hist. de la dominación española en el Uruguay_,
       tomo II, pág. 169.

El coronel graduado, teniente coronel del regimiento de Galicia, don
Agustín de la Rosa Queipo de Llano, llegó a Montevideo (abril de 1764)
y tomó posesión del mando el 8 del mismo mes. Una de las primeras
medidas fué contener las demasías de los fugados de los presidios del
Brasil y de otros puntos de América. A los presidiarios se unían otras
gentes maleantes, y todos formaban una especie de población militar con
sus correspondientes jefes. Si tales gentes estaban acostumbradas al
robo y saqueo, no esquivaban el encuentro de la tropa regular. Vino
también a aumentar el malestar la imposición de tributos de que estaba
dispensada la ciudad por el acta de su fundación. Negóse el Rey a lo
solicitado por el cabildo, y desde entonces quedó vigente el impuesto
del derecho de alcabala.

Mientras esto pasaba en el interior, nuevas complicaciones surgían por
lo que a Uruguay respecta entre los gobiernos de Madrid y Lisboa. En
el tratado que puso fin a la guerra, se dispuso que España devolviese
a Colonia, reservándose Río Grande de San Pedro y las islas de Martín
García y Dos Hermanas, que eran exclusivamente suyas. Sin embargo, el
ministro portugués cerca del gobierno de Madrid, requirió (6 enero
1765), no sólo la entrega de Colonia, sino las que acabamos de citar
como propiamente españolas, con otros territorios y puertos de que los
portugueses habían sido desalojados durante la guerra. El marqués de
Grimaldi, en nombre del gobierno, se negó a satisfacer las demandas de
Portugal. Si la corte de Lisboa no hizo hincapié en sus pretensiones,
el virrey del Brasil no tuvo reparo en engañar con buenas palabras a
D. Francisco Bucarelli, sucesor de Ceballos en el gobierno del Río
de la Plata. El 29 de mayo, el coronel José Marcelino de Figueredo,
segundo de José Custodio de Saá y Faría, se presentó a la cabeza de
800 hombres embarcados en varios buques ante la villa de Río Grande de
San Pedro para tomarla por sorpresa. Los nuestros rompieron el fuego
sobre la flotilla, que tuvo que retirarse fuertemente castigada. El
gabinete de Lisboa, solicitado por el de España, y tal vez a disgusto,
no tuvo más remedio que condenar a sus oficiales de América. A pesar
de ello, siguieron los portugueses dueños de los territorios y puntos
que acababan de usurpar, porque otro asunto de más monta preocupaban
a Carlos III y a su gobierno. El asunto a que nos referimos era la
expulsión de los jesuítas de todos los dominios españoles. Ya habían
sido expulsados de Portugal por el marqués de Pombal, ministro de José
I, y de Francia por el duque de Choiseul, ministro de Luis XV. Los de
España siguieron la misma suerte (abril de 1767) y los de Montevideo
(julio de 1767); el número total de los expulsados en las provincias
del Río de la Plata fué de 397 individuos, incluyendo a los misioneros
de los moxos y chiquitos. Faltaríamos a la verdad si no dijésemos que
los indígenas ganaron poco o nada al cambiar de gobierno y muchos de
aquéllos pasaron, no queriendo sufrir la tiranía y codicia de las
nuevas autoridades, a poblar las campiñas de Montevideo y Maldonado,
hasta entonces casi yermas, y que pronto se convirtieron en terrenos
agrícolas. En el correr de los tiempos uniéronse los indios civilizados
de las Reducciones con los salvajes, y las mujeres de unos y de otros
con los españoles y portugueses, importando poco que tanto los
españoles como los portugueses procedieran de las cárceles de España y
del Brasil.

De elementos tan diversos nació el _gaucho_. «El gaucho venía a
ser--escribe Bauzá--el resultado de todas las fusiones, y como el
primer eslabón de la nueva y definitiva raza que había de ocupar el
suelo. Todo indica, desde el día de su presentación en la escena
social, que por su carácter, costumbres y afecciones, se creía
verdaderamente dueño de la tierra. Sin embargo, los primeros gauchos
no eran todos uruguayos: se les llamaba indistintamente gauchos o
_guaderios_, y muchos de entre ellos componían el número de los
portugueses y españoles fugados de presidio, y refugiados en el
Uruguay, merced a la tolerancia de los habitantes de los campos. El
nombre de gaucho era sinónimo, en sus primeros tiempos, al de holgazán
o malhechor; después se hizo extensivo a los que vagaban sin quehaceres
fijos provistos de una mala guitarra, entonando coplas ajenas o
propias, y a los que sobresalían en las pendencias y en la galantería
rústica de los desiertos. Lo numeroso de las familias permitía que
no todos los varones se dedicasen al trabajo, rudimentario de suyo
en aquellos tiempos, y de ahí que estimulados por la facilidad de
alimentación y la simpatía inspirada por las hazañas personales, muchos
se sintiesen inclinados a la vida andariega, particularmente los que se
creían de sobra en su casa»[640].

       [640] _Lazarillo de ciegos caminantes._--Bauzá, Ob. cit., tomo
       II, págs. 193 y 194.

Cundía el malestar en Montevideo. El gobernador La Rosa carecía de
dotes políticas. Más astutos los portugueses y el virrey Azambuya, al
mismo tiempo que despojaban a España de sus territorios en el Río de
la Plata, extendían su comercio por todas partes. Como si todo esto
fuera poco, comenzaron a propagar el abandono de España por lo que a la
religión respecta, afirmando que era un caso de conciencia no consentir
que se perdiese la fe de los indios de las misiones. Llegaba a tal
punto el descaro de nuestros vecinos que censuraban acremente al rey
de España por haber expulsado a los jesuítas, cuando el gobierno de
Portugal había sido el primero que dió la señal de la persecución de la
Compañía.

Poniendo manos a la obra, cuando corría el año 1770 partió de San
Pablo militar expedición bajo las órdenes del teniente coronel Alonso
Botello de Sampayo, con ánimo de reducir nuevamente los indios a la fe
católica. Aunque no se habían separado de dicha fe, Sampayo comenzó
su cruzada destacando al capitán Silveyra Peixoto, quien penetró por
la vía del Paraná a tomar posesión de las tierras de los infieles y
proceder luego a su conversión. D. Francisco de Zavala, gobernador de
las misiones, no pensaba lo mismo que Sampayo. Púsose sobre las armas,
sorprendió a Silveyra y a los suyos, mandándoles presos a Buenos Aires
como infractores de los pactos y perturbadores de la paz. Tomó entonces
extraña determinación Sampayo, cual fué retirarse de aquellos lugares,
no como soldado vencido, sino como misionero que se ve desdeñado por
los mismos a quienes iba a hacer el bien. La ridícula expedición de
Sampayo anunciaba para el porvenir grandes males entre españoles y
portugueses. Así lo comprendió el prudente gobernador de Buenos Aires y
así lo comprendió también el violento gobernador La Rosa.

Era La Rosa uno de esos hombres que si carecía de cualidades de
gobernante, había sabido granjearse la estimación de poderosos
personajes de la corte. En poco tiempo había llegado a obtener el
empleo de brigadier. En cambio, el cabildo de Montevideo no le quería
por su carácter arbitrario y por su codicia. Con la misma moneda
pagaba La Rosa al cabildo. Con motivo de unas elecciones (1771) de
nuevo cabildo, se rompió la aparente armonía entre ambas autoridades,
llegando el gobernador a reducir a prisión lo mismo al alcalde de
primero y segundo voto que al alguacil mayor. En queja se dirigió el
cabildo al gobernador de Buenos Aires, D. Juan José de Vertiz, quien
se puso en absoluto al lado de la autoridad popular, según lo indicaba
el siguiente oficio: «Conviniendo al Real servicio el que el brigadier
D. Agustín de La Rosa, gobernador de esa plaza, pase a esta ciudad,
he ordenado ocupe interinamente este empleo el mariscal de campo D.
José Joaquín de Viana, quien tiene acreditadas su conducta, integridad
y demás circunstancias que le hacen recomendable»[641]. Continuó el
cabildo el proceso contra La Rosa; pero, contra lo que se esperaba,
se le castigó solamente con la pérdida del empleo de gobernador. Era
creencia general que sus poderosos amigos en la corte habían influído
para que el asunto se resolviese de aquel modo.

       [641] L. C. de Montevideo.--Bauzá, ob. cit., tomo II, p. 205.

Mientras que La Rosa se marchaba á España, Viana, gobernador interino,
procuraba adquirir recursos, ayudándole en su empresa el cabildo. Con
fecha 16 de febrero de 1771 hizo el gobernador presente al cabildo la
necesidad de socorrer al Rey con algunos recursos, dándose el caso de
que, por indicación de Viana, nombrase la autoridad popular a D. José
Mas y D. Bruno Muñoz para que fueran «de casa en casa y de tienda en
tienda a recoger los donativos voluntarios.» También Viana y el cabildo
estuvieron conformes en la necesidad de castigar los homicidios y
robos, cada día más numerosos en la campiña. Otras reformas se llevaron
a cabo por ambas autoridades con el beneplácito de Vertiz, gobernador
de Buenos Aires. También por entonces familias indígenas echaron los
cimientos de la actual ciudad de _Pay-Sandú_.

Por enfermedad de Viana se encargó del gobierno (10 febrero 1773)
el teniente coronel D. Joaquín del Pino, ingeniero jefe de estas
provincias. Inauguró del Pino su gobierno (1773) dando pruebas de
energía, lo mismo en los asuntos interiores que en sus relaciones
exteriores. Con la ayuda de Vertiz, gobernador de Buenos Aires, logró
purgar de malhechores y de toda clase de enemigos al país. Vertiz y
Pino, contando con el apoyo del gobierno de Madrid, pensaron fortificar
a Montevideo y Maldonado. Ciertas disposiciones dadas por Pino fueron
recibidas perfectamente por la opinión pública. Bien merecía que,
por Real Cédula dada en El Pardo a 7 de mayo de 1776, se le nombrase
gobernador propietario. Hacía poco más de un mes que los portugueses,
valiéndose de engaños y malas artes, consiguieron conquistar por
segunda vez Río Grande. Bajo el gobierno de Pino, Uruguay comenzó
a tener vida más exuberante. Maldonado aumentó su vecindario en
poco tiempo y fué declarada ciudad (1786). Se ampliaron los límites
jurisdiccionales del gobierno de Montevideo, hasta entonces inseguros
e inciertos. Por entonces llegó (1789) al puerto de Montevideo la
expedición que mandaba el brigadier don Alejandro Malespina, acompañado
de varios sabios, en las corbetas _Descubierta_ y _Atrevida_. Tiempo
adelante, Pino marchó a Buenos Aires, donde debía encargarse del
virreinato.

El coronel D. Miguel de Tejada se encargó interinamente del gobierno de
Montevideo, no ocurriendo nada que sea digno de contar.

El 2 de agosto de 1790 tomó posesión del gobierno el brigadier don
Antonio Olaguer Felíu. Permitió el comercio de esclavos; dió más vida
a Montevideo y a Soriano, pueblo éste el más antiguo del Uruguay; se
fundó la ciudad de _Mercedes_, cuna de la independencia nacional, y
adquirió importancia y esplendor Maldonado, cuyo puerto visitaron las
primeras embarcaciones de la Compañía Marítima en 1790. Por asunto
baladí se disgustó con el cabildo, pues con razón al gobernador se le
conocía con el dictado de _el Ceremonioso_, si bien preciso es confesar
que la desmoralización cundía en la corporación popular. Gobernador
y cabildo no se entendían y la lucha entre ellos era cada vez más
enconada. Ante el virrey de Buenos Aires D. Pedro Melo de Portugal,
hombre prudente y amigo de la justicia, acudieron gobernador y cabildo.
Melo, en oficio de 20 de abril de 1795, reprobó la conducta de Olaguer,
aprobando por completo la conducta del cabildo.

El brigadier D. José de Bustamante y Guerra se encargó del gobierno
de Montevideo el 11 de febrero de 1797. Como jefe de la marina--pues
era brigadier de la Real Armada--conocía las ventajas que podían
sacarse del puerto de Montevideo. Entre el cabildo de Montevideo y el
consulado de Buenos Aires, se originó lucha tenaz acerca de asuntos
comerciales. El consulado era contrario a la autorización Real de 1795,
en la cual se ampliaban las facultades de comerciar a los pueblos del
Río de la Plata, autorizándoles a exportar frutos y toda clase de
producciones del país a las colonias extranjeras. El cabildo tomó la
determinación de remitir al Rey una solicitud rebatiendo las ideas
del citado consulado. Subleváronse por entonces los _charrúas_ del
Norte. Vivían la vida primitiva y se ignora la causa de su rebelión,
que se verificó penetrando en poblaciones y vaquerías, cometiendo toda
clase de atrocidades. Quisieron oponerse los _guarinís_; mas fueron
derrotados con grandes pérdidas. Vióse obligado el teniente coronel D.
Francisco Rodrigo, comandante de Japeyú, a salir a campaña, pudiendo,
después de larga persecución, derrotarles completamente. Aprovecháronse
los portugueses de los disturbios interiores para infringir el tratado
de límites, asunto que preocupó por algún tiempo a las autoridades
del Uruguay y al gobierno de Madrid. Mayor contrariedad vino en el
último año del siglo XVIII a perturbar el bienestar público. Es el caso
que, una gran sequía paralizó la vida de la agricultura. Se perdieron
completamente las cosechas, y á esto siguió mortal enfermedad de los
ganados. El hambre se sintió en muchas poblaciones, y con ella vino la
peste. Por el cabildo de Montevideo y por el pueblo todo se invocó el
auxilio divino para que la lluvia fertilizase los campos y despejara de
miasmas la atmósfera. Dios oyó a los que le pedían de corazón su amparo
y copiosas lluvias pusieron fin a tantas calamidades. Comenzó el siglo
XIX y con él trascendentales sucesos. Ya sabemos que sobre la margen
septentrional del Plata se levantaba Montevideo, al Este se hallaba
con título de ciudad el caserío de Maldonado, y al Oeste varias ruinas
daban idea exacta de la existencia de Colonia. Hacia el Norte, desde
el Daymán hasta las misiones, sólo se hallaba el fuerte denominado el
Salto. Eran aldeas ribereñas _Paysandú_, _Mercedes_ y _Soriano_; y en
el interior se encontraban _Guadalupe_, _Santa Lucía_, _San José_ y
_Minas_. En el resto del país se levantaban por algunos sitios fortines
militares o santuarios. Calculábase la población fija en unos 40.000
habitantes, de los que 15.000 pertenecían a Montevideo. La cultura era
escasa y casi nula, exceptuando la futura capital del Uruguay, donde
las artes, en particular la música, tenía no pocos cultivadores en
el bello sexo. El trato con las familias de los altos empleados que
venían de España, introdujo cierto gusto en el vestir y cierto arreglo
en las casas. Algunos padres ricos mandaban a sus hijos a los colegios
superiores del virreinato y también a los centros de cultura de las
ciudades españolas. Comprendiendo el gobierno de Madrid que Montevideo
era la llave de la navegación del Plata, dispuso la creación de
un faro, el primero que se estableció en el sitio denominado el
_Cerro_. El gobernador Bustamante, aunque a veces no guardaba las
consideraciones debidas al cabildo, procuraba el progreso de la ciudad,
así que con el apoyo de la citada corporación hizo continuar la fábrica
de la iglesia matriz, reedificó la casa del dicho cabildo, construyó
puentes y alcantarillas y arregló los caminos públicos. Se dotó a la
ciudad de buenas aguas, se hizo un lavadero público y se realizaron
otras reformas de interés general. Bustamante presintió brillante
porvenir, si desaparecía la indiferencia y el abandono, «del mayor
y cuasi único puerto del Río de la Plata.» No sólo en la ciudad de
Montevideo se notaba cierta prosperidad, sino en todo el país, pues
entonces (1800) se echaron los cimientos de la villa de _Rocha_, futura
capital del departamento de su nombre. En Mercedes y en Soriano se
desvivían las autoridades para realizar mejoras. En tanto que del Pino,
virrey de Buenos Aires, andaba en tratos o en guerra con los charrúas,
con las misiones o con los portugueses, algunos vecinos de Montevideo,
aconsejados por Bustamante, habían construído en 1802 el primer muelle.
Aumentó el comercio de una manera considerable. Cuando la prosperidad
parecía reinar en el Uruguay y muy especialmente en Montevideo,
la población de color de la citada ciudad se propuso provocar un
levantamiento (1803), que comenzó, ya huyendo bastantes esclavos de la
ciudad y ya también asesinando algunos a sus amos. El cabildo decretó
medidas enérgicas y castigó con rigor a los esclavos fugitivos que pudo
coger prisioneros. Terminaremos el gobierno de Bustamante, recordando
que en su tiempo andaba tan atrasada la medicina en el país, que los
curanderos gozaban de general prestigio, lo mismo en los campos que en
las ciudades. El Protomedicato de Buenos Aires tomó mano en el asunto,
disponiendo que los curanderos sólo pudieran ejercer su industria en la
campiña y eso bajo ciertas condiciones.

Sucedió a Bustamante en el gobierno de Montevideo D. Pascual Ruiz
Huidobro, brigadier de la Real Armada, nombrado el 14 de julio de
1803; tomó posesión en los primeros días de 1804. Continuó la obra
de su antecesor, construyendo edificios públicos, limpiando las
calles de la ciudad y arreglando los caminos públicos. Comenzaron las
obras de la nueva Casa Capitular y se consagró la iglesia matriz que
acababa de edificarse, se hizo un lazareto y se levantó una alhóndiga.
La desgracia de Bustamante en su lucha con la flota inglesa y la
participación que el gobernador Ruiz Huidobro tuvo en la reconquista de
la ciudad de Buenos Aires en el año 1806, son hechos que ya se trataron
en el capítulo XXVII de este tomo.



CAPITULO XXIX

  EL BRASIL DURANTE EL REINADO DE JUAN III.--LOS CORSARIOS.--LAS
  CAPITANÍAS.--EL GENERAL THOMÉ DE SOUZA.--LOS FRANCESES EN EL
  BRASIL.--EL GOBERNADOR DUARTE DE COSTA.--MEN DE SÁ EN GUERRA
  CON LOS FRANCESES Y CON LOS INDÍGENAS.--DIVISIÓN DEL BRASIL
  EN DOS GOBIERNOS.--EL GOBERNADOR GENERAL TELLES BARRETO.--EL
  GOBERNADOR SOUZA Y LOS CORSARIOS.--OTROS GOBERNADORES.--LUCHA ENTRE
  PORTUGUESES Y FRANCESES.--LOS JESUÍTAS.--LOS HOLANDESES.--COMPAÑÍA
  DE LAS INDIAS ORIENTALES.--GUERRAS.--PORTUGAL SE SEPARA DE
  ESPAÑA.--POLÍTICA DE LOS JESUÍTAS.--LOS HOLANDESES ARROJADOS DEL
  BRASIL.--LA REPÚBLICA DE PALMARES.--EL BRASIL BAJO EL DOMINIO DE
  PORTUGAL.


Durante el reinado de Juan III (1521-1557) fué nombrado capitán mayor
del Brasil el famoso Cristóbal Jaques, quien arribó á la bahía de
Todos los Santos, así llamada por el día en que fué descubierta. En
la bahía encontró fondeados unos buques franceses, y sin averiguar
el porqué estaban allí, cayó sobre ellos y los echó a pique, sin que
lograra salvarse ninguno de los tripulantes. Así lo relatan algunos
cronistas. No sirvió de escarmiento un hecho tan cruel. Los corsarios
no abandonaban aquellas costas, donde encontraban siempre indígenas
para engañar o europeos para robar. Por esto Juan III dividió el Brasil
en capitanías, con el objeto de que no quedase sin defensa parte alguna
de la costa. El primero que fué favorecido con una capitanía fué el
historiador Juan de Barros, a quien se dió la de Maranhâo. Hubo,
además, otras ocho capitanías, y los nombres de ellas y los de sus
capitanes ponemos a continuación.

  La de Pernambuco se dió a Coelho d'Alburquerque.

  La de los Ilheos, a Jorge de Figueiredo Correa.

  La de Porto Seguro, a Pedro de Campos Tourinho.

  La de Espíritu Santo, a Vasco Fernández Coutinho.

  La de Santo Thomé--en la que se incluía a Río de Janeiro--, a Pedro
  de Goes da Silva.

  La de San Vicente, a Martín Alfonso de Souza.

  La de Santo Amaro, a Pero López de Souza, hermano del anterior.

  La de San Salvador de Bahía se reservó la Corona, y posteriormente
  la cedió a Francisco Pereira Coutinho.

Los citados capitanes mayores o capitanes generales tenían poderes
soberanos, menos el de acuñar moneda. El derecho de acuñar moneda
pertenecía a la Corona, la cual también percibía la _vintena_, o sea
el 5 por 100 sobre el palo brasil, y el _quinto_ sobre los metales y
piedras preciosas. Cada capitán mayor tomaba posesión, o consideraba
haberla tomado, de cierto número de leguas de costa, avanzando luego
tierra adentro lo que podía. Aunque los impuestos que se establecieron
fueron muy moderados y las industrias todas gozaron de absoluta
libertad, la colonización, que pudiéramos llamar feudal--pues señores
feudales eran los capitanes mayores--, vino en decadencia, ya por la
oposición de los indígenas, ya por los ataques de los piratas europeos,
contribuyendo a ello también el clima caluroso, lo extenso del
territorio y la mucha frondosidad de la vegetación.

La Corona se encargó entonces de la colonización y el rey Juan III
nombró en 1538 gobernador general a Thomé de Souza, que se instaló
en Bahía[642]. «Prohibió que sin licencia especial comunicaran entre
sí los colonos de las diversas capitanías; que nadie desembarcara y
comerciara donde no hubiera aduana; reglamentó el cultivo y fabricación
del azúcar; expidió licencias para la construcción de buques, y dió
vigoroso impulso a la colonización de Bahía[643]. Tan duros son siempre
los cimientos de una nación, tan inconmovibles y persistentes, que
todavía se traslucen en la reciente República brasileña estos rasgos
primitivos de su fábrica. Aún hoy, las tendencias federales reflejan
aquella primera separación en capitanías casi aisladas unas de
otras»[644].

       [642] Hasta el 1549 no comenzó su gobierno.

       [643] En el año 1552 se nombró el primer obispo de Bahía.

       [644] _El Brasil_, Conferencia de D. Gonzalo Reparaz leída en
       el Ateneo de Madrid el 21 de mayo de 1892. Pág. 15.

Consideremos la primera invasión de que fué objeto el Brasil por
los europeos. La riqueza del Brasil, su privilegiada situación y lo
dilatado de sus costas, influyeron para que los franceses mantuvieran
cordiales relaciones y comerciasen con los indios. El indígena odiaba
al portugués y amaba al francés, porque el primero le reducía a la
servidumbre haciéndole trabajar en las plantaciones, y el segundo
comerciaba con él, comprándole palo brasil y vendiéndole objetos
necesarios o curiosos. Durante el reinado de Enrique II de Francia
(1547-1559) el almirante Coligny intentó fundar en el Brasil una
colonia que sirviera de refugio a los hugonotes franceses, encargando
de la empresa a Durand de Villegagnon, caballero de Malta y hombre
de experiencia. Establecióse en una de las islas de la bahía de Río
Janeiro, desde cuyo punto escribió a Coligny, pidiéndole refuerzos
de hombres y municiones. Fortificóse en la isla y se atrajo a los
indígenas con cariño, mientras que trataba a los suyos con extremada
severidad. «Los indígenas le aman--escribía Men de Sá al gobierno de
Lisboa--y los franceses le temen.» Ya porque Villegagnon abjuró el
calvinismo y se hizo católico, ya porque los refuerzos que llegaron
(marzo de 1557) le parecieron insuficientes, o ya también por otras
causas, el representante de Coligny se embarcó para Francia. Era un
peligro--como se creía en Portugal--el establecimiento de los franceses
en la colonia del Brasil.

El segundo gobernador del Brasil fué Duarte de Costa (1553-1557),
en cuya época estallaron conflictos entre el poder civil y el
eclesiástico. Los franceses--aunque Nicolás Durán de Villegagnon
abandonó el Brasil--continuaron en la bahía de Río Janeiro. Por
entonces una misión asentó sus reales en las cercanías del Tieté,
origen luego de la actual ciudad de San Pablo. Men de Sá (1558-1572)
hizo que terminasen las desavenencias entre el poder civil y el
religioso, y se dedicó a pelear contra los franceses, a quienes venció
completamente (1567), no sin mostrar un rigor rayano a la crueldad.
Todos los castigos eran justos--según Men de Sá--para acabar con
aquellos herejes invasores. Por su parte los franceses hubieron de
resistirse con bravura. Un centenar de ellos, con grandes trabajos y no
pocos peligros, consiguió mediante sus canoas ganar la costa, volviendo
poco tiempo después con sus amigos los _tupinambás_, los _tamoyos_ y
otros; reedificaron la fortaleza y con nuevos auxilios que recibieron
de Francia levantaron otras en la costa. Men de Sá escribió a Lisboa
diciendo: «Si Villegagnon vuelve con los refuerzos anunciados, serán
los franceses más temibles que nunca. Que se me envíen nuevas tropas
para la total expulsión de los enemigos.» Por un período crítico
iba a pasar la colonia portuguesa. Los _aimorés_, tribu de tapuyas,
invadieron las capitanías de los Ilheos y Porto Seguro, llevándolo todo
a sangre y destruyéndolo completamente. También los _tamoyos_, no menos
feroces, alentados por los franceses, se hicieron dueños del terreno
entre Río de Janeiro y San Vicente. Mandó Men de Sá a su hijo con
algunas tropas, las cuales fueron derrotadas por los tamoyos y el joven
jefe de ellas muerto. Al lado de los portugueses se pusieron los Padres
Nóbrega y Anchieta, y por la mediación de dichos misioneros se hizo
la paz. A poco llegó con algunas tropas Eustaquio de Sá, sobrino del
gobernador, quien se dió buena maña para arrasar todas las fortalezas
de los franceses. Men de Sá, protector decidido de los misioneros, les
ayudó con todas sus fuerzas para que se atrajesen a los indígenas al
seno del cristianismo.

A la muerte de Men de Sá, la metrópoli dividió el Brasil en dos
gobiernos: el de _Bahía_ y el de _Río Janeiro_. El primero, o el del
Norte, fué confiado a Luis de Brito y Almeida; el segundo, o el del
Sur, se encargó a Antonio Salema. En el año 1577 se confió el mando
general á Luis de Brito, quien renunció luego en Lorenzo da Veiga.
Grandes disgustos ocasionó al gobernador da Veiga el contrabando de
palo tintoreo que los franceses hacían en el Norte. A su muerte fué
confiado interinamente el gobierno al obispo de Bahía, al oidor general
Cosme Rangel y al consejo municipal.

En 1583 llegó el gobernador general, llamado Manuel Telles Barreto,
el cual incorporó a la colonia algunos territorios (1586) y consiguió
que los benedictinos, carmelitas y capuchinos fundasen conventos en
diferentes lugares. Otra junta que se encargó del poder a la muerte de
Telles, realizó hechos importantes, pues pacificó la región de Sergipe
é hizo de ella nueva capitanía, fundó a _Cochoeina_ y construyó algunos
fuertes.

El gobernador Francisco de Souza tuvo la fortuna de conquistar Río
Grande del Norte y fundó a Natal, si bien no pudo impedir que el pirata
inglés Cavendish saqueara a Santos y otros puertos, como tampoco que
los corsarios Venner y Lancáster penetrasen en Pernambuco y robasen
considerable botín.

Nada de particular hicieron los gobernadores Diego Botelho (1602-1607)
y Diego Meneses Sigueira (1607-1608).

Vencidos los franceses en el mediodía, se dedicaron a piratear en el
Norte. Por todas partes se encontraban los portugueses con sus mortales
enemigos. Un tal Devaux fundó una colonia en la isla de Maranhâo,
situada al Sur del Amazonas, declarándose de ella protectora María de
Médicis, encargada de la regencia durante la menor edad de Luis XIII
(1610-1643)[645]. Los tupinambás se pusieron al lado de los franceses,
repitiéndose el suceso de Río de Janeiro. Por fin los portugueses
consiguieron la expulsión de sus enemigos (1614), y el gobernador
portugués, que logró triunfos tan señalados, se llamaba Gaspar de Souza.

       [645] A Enrique II sucedió Francisco II (1559-1560), después
       Carlos IX (1561-1574), en seguida Enrique III (1574-1589) y
       últimamente Enrique IV de Borbón (1589-1610).

Entretanto, el otro gobernador--pues ya se ha dicho que el Brasil
estaba dividido en dos gobiernos--, llamado Francisco Caldera
Castello-Branco, fundó el fuerte de Preseque, origen de la villa de
_Belem_ (Pará).

Consideremos la estancia de las Comunidades religiosas en el Brasil,
y en particular la Compañía de Jesús. Con Thomé de Souza llegaron los
hijos de San Ignacio de Loyola al Brasil. Ellos, algo apartados del
pensamiento y conducta del fundador, tomaron a su cargo la educación
de Portugal y luego la de los indígenas del Brasil. Ancho campo se
les presentaba a los jesuítas, pues la colonia había prosperado mucho
en poco tiempo. Por el año 1550 la caña de azúcar cubría el suelo de
las provincias de la costa, se levantaron fábricas y se dió mucha
importancia al comercio con la metrópoli. Los colonos, necesitando
hombres para cultivar sus ingenios, iban en busca de los indios a las
selvas del interior, donde los cazaban; pero ellos, acostumbrados a
la vida salvaje, no se avenían al trabajo agrícola. Si el portugués
reducía a dura esclavitud al indio, éste, en cambio, cuando se le
presentaba ocasión, cogía al portugués, lo mataba y se lo comía. Los
_tupis_ o _guaranís_, raza belicosa y fuerte, que había vencido y
arrojado de la comarca a los tapuyas, se preparó, a la llegada de
Souza, a luchar contra los colonos. En efecto, Souza llegó al Brasil y
el levantamiento de los indios fué general. Los Padres jesuítas Nóbrega
y Azpilcueta, el primero de nación portuguesa y el segundo español,
dieron comienzo en las cercanías de Bahía a _aldear_ indígenas, esto
es, a reducir a los indios para que viviesen en poblaciones. Los
hijos de San Ignacio siguieron en el Brasil la misma conducta que
en el Perú, en la Argentina, en el Paraguay y en el Uruguay. Los
citados Padres fundaron en Bahía dos Seminarios, el Padre Leonardo
Nunes marchó a Espíritu Santo, el Padre Alonso Braz fué a San Vicente
y otros misioneros se encaminaron a diferentes puntos, predicando
siempre el Evangelio y atrayendo a los salvajes a la vida de la
civilización. A veces eran caritativos y a veces enérgicos. «No sólo
con blandura--decía uno de los Padres--sino también por la fuerza se
somete al indio.» El Padre Nóbrega convenció a los tupinambás de que
sólo debían tener una mujer; mas nada pudo contra la antropofagia. El
Padre Anchieta fué el más querido de todos los misioneros. La conducta
observada por los Padres hizo sospechar, lo mismo a los escritores
brasileños que a los portugueses, que la Compañía intentaba formar
una sociedad conforme a las doctrinas y planes jesuíticos. Tal vez no
anduviesen muy descaminados, según lo que casi por entonces hacían los
jesuítas en el Paraguay; pero el plan, si lo hubo, fracasó.

Los portugueses (_paulistas_) y los mestizos (_mamelucos_) declararon
en las provincias meridionales guerra a muerte a la Compañía; en la
parte septentrional, donde había menos ingenios y, por consiguiente,
menos esclavos, las razas se fundieron mejor y la enemiga a los
jesuítas no comenzó sino bastante tiempo después.

Recordaremos que desde el año 1580 en que, reinando Felipe II, la
espada del duque de Alba conquistó a Portugal, los Países Bajos
fijaron sus ojos en el Brasil, donde podían causar grandes perjuicios
a España[766]. A semejanza de la Compañía inglesa, reglamentada por
la reina Isabel el 31 de diciembre de 1600, los Estados generales
de Holanda, en 20 de marzo de 1602, dieron la autorización para
negociar únicamente por el Cabo de Buena Esperanza y el Estrecho de
Magallanes, é invitaron a los comerciantes, que hacían dicho tráfico,
a incorporarse a la nueva Compañía. El capital primitivo fué de 18
millones de florines. La compañía nombraba los empleados de sus
colonias, declaraba la guerra y hacía paces y alianzas, construía
fortalezas y factorías, tenía ejércitos y armadas, etc. La Compañía
holandesa se propuso monopolizar el comercio de los productos de
la India Oriental, en particular el de la especiería (cinamomo,
jengibre, pimienta, nuez moscada, mostaza, y sobre todo, el clavo).
El comercio, monopolizado por los portugueses durante un siglo, pasó
a los holandeses. La Compañía, usando toda clase de armas, arrebató a
los españoles y por consiguiente a los portugueses y brasileños--pues
Portugal formaba a la sazón parte de la monarquía española--el comercio
de Europa. En 1602, hallándose en la rada de Java una flota portuguesa,
fué echada a pique por los holandeses. Heemskerk, después de invernar
en la Nueva Zembla, capturó--en el citado año--a los portugueses
una escuadra mercante, repartiendo entre sus compañeros el botín de
1.000.000 de florines. En el año 1605, llevaban grandes ventajas los
holandeses sobre portugueses y españoles, llamando la atención muy
especialmente la victoria conseguida por Heemskerk en la bahía de
Gibraltar (1607). Heemskerk al frente de 26 buques destruyó la flota
española, compuesta de 21 y dirigida por don Juan Alvarez Dávila.
Pasados algunos años, decidióse la Compañía a conquistar el Brasil,
y al efecto, el 4 de mayo de 1624 poderosa escuadra con más de 3.500
hombres y 500 cañones se apoderó de Bahía casi sin resistencia, siendo
saqueada la ciudad. Mandaba la escuadra Jacobo Willekens. Prisionero
de los holandeses el gobernador español, los brasileños, fieles en
esta ocasión a la metrópoli, nombraron en reemplazo de aquél al obispo
don Marcos Teixeira, quien, sin embargo de su avanzada edad y de su
carácter sacerdotal, hizo guerra tenaz a los enemigos encerrados
en la ciudad. Sucedió al prelado en el gobierno del país Matías de
Alburquerque. Una escuadra, mandada de España por el conde duque de
Olivares y bajo las órdenes de don Fadrique de Toledo, llegó a Bahía
el 29 de marzo de 1625. Los holandeses, después de algunos combates,
se rindieron el 30 de abril. La Compañía de Indias, cada vez más
deseosa de explotar su comercio, realizó nueva invasión. El almirante
Loncz, con una flota compuesta de 38 buques con 3.400 marineros y
3.500 soldados, se presentó delante de Olinda, villa situada a seis
kilómetros de Pernambuco. Olinda cayó en poder de los enemigos (16
de febrero) y a los pocos días Pernambuco. Ciudad tan importante no
pudo ser recobrada por Matías de Alburquerque, sin embargo de los
auxilios que le prestaron, por un lado la escuadra del almirante
Oquendo, y por otro el negro Díaz, el indio Camarâo y el brasileño
de raza portuguesa Vidal de Negreiros. Convencido Alburquerque de no
poder reconquistar a Pernambuco, se mantuvo a la defensiva, dándose
por contento con tener a los holandeses encerrados en la ciudad. Tal
vez hubiera sido fatal el resultado para los enemigos, si no hubiesen
encontrado un poderoso auxiliar en el negro Calabar, hombre valeroso,
astuto y enemigo mortal de los portugueses. Era conocedor del país y de
la guerra que convenía hacer. Con su ayuda extendieron su dominio los
holandeses desde Río Grande do Norte hasta Porto Calvo, reduciendo a
Alburquerque a penosa defensiva. La retirada de Alburquerque desde su
campamento de Bom Jesús, que hubo de abandonar después de la pérdida
del fuerte del cabo de San Agustin, fué desastrosa, sin embargo de la
ayuda que le prestó Camarâo. Perseguido incesantemente por Calabar,
sufrió pérdidas considerables, llegando en su orgullo a querer coger
prisioneros a sus enemigos; pero el sorprendido fué él, que mereció
la pena de horca, después de rapidísimo proceso. De este modo terminó
la campaña de los años 1634 a 1636. España pudo al fin mandar algunas
tropas bajo el mando de don Felipe de Rojas, duque de Lerma, militar
pretencioso y desconocedor de aquella clase de guerra. Empeñóse en dar
una batalla formal contra los holandeses en contra de la opinión de
Alburquerque, Camarâo y Días, cuyo resultado fué quedar derrotado y
muerto en Porto Calvo; Camarâo pudo salvar con sus indios los restos
del ejército. El gobierno español, que iba de torpeza en torpeza,
llamó al veterano Matías de Alburquerque a España, recompensando sus
servicios encerrándole en un castillo, del cual salió para tomar parte
en la guerra de Portugal y vencer al marqués de Torrecusa cerca de
Montijo (junio de 1644).

       [646] Antes de la invasión holandesa había en Pernambuco y
       Bahía ingenios cuyos productos no bajaban de 40.000 toneladas
       de azúcar.

Con el nombramiento de gobernador de Pernambuco salió de Holanda para
el Brasil Juan Mauricio, conde de Nassau Siegen, de la casa de Orange,
valeroso y excelente general, hábil político y honrado administrador.
Retiráronse los generales portugueses--pues Portugal se hallaba
en guerra con España--hacia el sur de San Francisco, dejándole en
completa posesión de las provincias de Río Grande do Norte, Parahyba,
Pernambuco y Alagoas. Hubiera deseado Mauricio organizar el país;
pero Holanda quería dinero y le mandó que se apoderara de Bahía y la
saquease. Obedeció el ilustre general y marchó con poderosa armada a la
conquista de la capital del Brasil, saliéndole mal la empresa, pues los
portugueses se defendieron con bravura y a la Compañía de las Indias
Occidentales costó 3.000 hombres. Mauricio pudo después desplegar
sus talentos políticos y administrativos: dió al culto católico las
mayores libertades, empleó en cargos importantes a muchos portugueses,
favoreció el cultivo de los ingenios, la explotación del palo brasil,
etc. Todo esto importaba poco a la Compañía holandesa, que sólo pensaba
en el saqueo de ricas ciudades para que los dividendos fuesen mayores.

Portugal y por consiguiente el Brasil iban a separarse de España.
Tenemos que confesar con sentimiento que los jesuítas, si antes, lo
mismo en el nuevo que en el viejo mundo, habían sido amigos de España,
a la sazón, allá en las Indias y aquí en Europa manifestaban censurable
desvío a nuestra política. Ellos, olvidándose de la protección que
siempre les dispensamos, se pusieron algunas veces al lado de Francia
y en contra de España, y constantemente trabajaron para que Portugal
consiguiera su independencia. Pusiéronse al lado de aquella revolución
que comenzó el 1.º de diciembre de 1640 y que colocó en el trono
lusitano al duque de Braganza con el nombre de Juan IV. Pagóles Juan
IV (1640-1656) y Alfonso VI (1656-1683) concediendo toda clase de
privilegios a los del Brasil, si bien el último monarca y en sus
últimos años se mostró con ellos bastante receloso. Antes haremos
notar que el P. Antonio Vieira, defensor decidido de la dinastía de
Braganza, con el objeto de salvar a los indígenas de la tiranía de
los colonos, fundó la _Junta de Protección_, organizó el sistema de
los aldeamientos y trazó el modo de colonizar tierras regadas por
el Amazonas. No recibieron bien tales reformas la gente del Sur, ya
enemiga de las misiones, pues se halla probado que en el año 1679,
de 100.000 conversos que los misioneros tenían aldeados, apenas les
quedaban 12.000. Cuando los religiosos perdieron las esperanzas en el
Sur, pusieron sus ojos en el Norte, donde, si en un principio tuvieron
ventajas, pronto se sublevaron contra ellos los colonos, obligándoles
a embarcarse para Europa. Volvieron posteriormente; pero ya sólo
desempeñaron papel secundario en la vida del Brasil. Después de los
reinados de Pedro I (1683-1706) y de Juan V (1706-1750) vino el de José
I (1750-1777) en cuyo tiempo el marqués de Pombal acabó (1757) con las
últimas esperanzas de la Compañía, arrojándola de aquella tierra que
los misioneros contribuyeron a conservar para Portugal. «Dábanla--dice
el Sr. Reparaz--por sus grandes servicios parecida recompensa a la que
ella diera a España por los aún mayores que a ésta debía.»[647] «La
Compañía holandesa--escribe el Sr. Oliveira Martins--era un Estado
constituído piráticamente. Sean cuales fueren los errores y los
vicios del Imperio portugués--digámoslo en honor nuestro--más vale
la nobleza, aunque bárbara, de los conquistadores del Oriente, que
la mezquina codicia de los mercaderes de Holanda. Acúsennos de haber
establecido en América un feudalismo; declárense los vicios de nuestra
administración colonial; el hecho es que _creó_ naciones, que hizo
germinar y nacer las simientes de nuevas patrias ultramarinas, mientras
que las Compañías holandesas jamás crearon cosa alguna, a no ser un
hábil sistema de robar el trabajo indígena, después de terminado el
período de productivas piraterías. Saquear y _atesorar_: tal fué el
fin de esos institutos, nacidos exclusivamente del espíritu mercantil;
y si lo estrecho de la ambición facilitaba la empresa y aumentaba la
ganancia, el hecho es que, careciendo de todo pensamiento religioso,
político o civilizador, esas empresas nada suponen en la historia de
las manifestaciones nobles del genio humano y en la historia de la
civilización.»

       [647] Discurso citado, pág. 21.

Registraremos en la historia del Brasil el hecho siguiente. Allá por el
año 1650, unos 40 negros procedentes de Guinea, después de robar a sus
amos algunas armas, huyeron a las selvas, estableciéndose en el sitio
que años antes ocupara cierto _quilombo_ (aldea de libertos), destruído
por los holandeses. De todas partes acudieron esclavos y también
hombres libres que huían de la tiranía de los blancos[648]. Cuando
fueron muchos, se internaron más en el país y fundaron a Palmares. Poco
después se dirigieron a las haciendas más próximas y robaron negras,
mulatas y blancas. Si en un principio vivieron del merodeo, pronto se
dedicaron a la agricultura y al comercio con los plantadores vecinos.
Tenían sus leyes y, según el historiador Rocha Pitta, formaron «una
República rústica muito bem ordenada á seu modo.» El gobierno era
electivo, y el jefe, llamado _Zombe_, conservaba el poder durante su
vida; a su muerte debía elegirse el sucesor entre los más bravos.
Unos magistrados entendían en las cosas de la guerra y otros en los
asuntos de la paz. La ley castigaba con pena de muerte el homicidio,
el adulterio y el robo. El negro que se presentaba en Palmares después
de haber conquistado su libertad, quedaba libre; el que siendo esclavo
era hecho prisionero en los ingenios, continuaba en la esclavitud. El
que habiendo conseguido la libertad en Palmares volvía a casa de sus
antiguos amos, sufría la última pena; el que, esclavo en Palmares huía,
era castigado con menos severidad. La República de los negros contaba,
á los cincuenta años de fundarse, con varias poblaciones importantes.
La capital se hallaba defendida por grandes troncos de árboles, y se
entraba en ella por tres puertas. Calculábase en 20.000 el número
de sus habitantes, y en 10.000 el de los combatientes de todos los
_quilombos_.

       [648] En tres siglos de tráfico de esclavos, no bajaron de
       seis a ocho millones de negros los que se llevaron al Brasil.

Caetano de Mello, gobernador de Pernambuco, dispuso en el año 1696
la destrucción de Palmares. Las primeras tropas que mandó fueron
derrotadas, decidiéndose entonces a que un ejército de 7.000 hombres,
mandados por Bernardo Vieira, y con fuerte artillería, se apoderase de
la población. Las murallas de madera fueron batidas y rotas por los
cañones; abiertas tres brechas, por ellas se arrojaron otras tantas
columnas. Los héroes de Palmares defendieron el terreno palmo a palmo.
Cuando el _Zombe_ vió la causa perdida, seguido de los principales
jefes, se arrojó desde lo alto de un peñón que había dentro del recinto
y cayó hecho pedazos a los pies del vencedor. Los vencidos fueron
exterminados, las casas destruídas y los plantíos arrasados. Así acabó
Palmares, permaneciendo desde entonces sometidos los esclavos.

Pasando a otro orden de cosas, conviene no olvidar que en tiempo de
Pedro I de Portugal se descubrieron nuevas minas en el Brasil, que, con
sus productos, además de remediarse aquella corte en sus necesidades
interiores, pudo tomar parte en la desastrosa guerra de sucesión
española. Ayudó a Inglaterra, de cuya nación fué una factoría. Juan
V, el _Fidelísimo_, amigo en demasía del fausto, contribuyó con sus
enormes gastos a empobrecer el reino, que marchaba poco a poco a su
decadencia. Gastó el Rey muchos millones en la fundación de Academias,
en el suntuoso convento de Mafra, en la concesión del título de
Patriarca para el arzobispo de Lisboa, etc. En su época, el Brasil
mandó a Portugal los siguientes tesoros: 130 millones de cruzados en
monedas de plata, 100.000 monedas de oro, 315 marcos de plata por
acuñar, 24.500 marcos de oro, 700 arrobas de oro en polvo y 392 octavos
de diamantes, que valían 40 millones de cruzados. Además, el quinto
real sobre las minas y el monopolio del palo brasil. Durante el reinado
de José I (1750-1777) el marqués de Pombal expulsó a los jesuítas, y
con doña María I (1777-1816) vino la reacción contra el gran ministro.
Cuando los franceses y españoles se hicieron dueños de Portugal, la
corte huyó, quedando aquella nación como colonia y el Brasil ascendió a
metrópoli. Juan VI (1816-1826), estableció su corte en el Brasil; pero
cuando quiso regresar a lo que llamaba _o seu canapé da Europa_, el
Brasil no quiso volver a ser colonia y proclamó emperador a D. Pedro de
Braganza, hijo del citado Juan VI[649].

       [649] Juan VI estuvo casado con la española Carlota Joaquina.



CAPITULO XXX

  ADMINISTRACIÓN COLONIAL.--RESIDENCIAS Y VISITAS:
  SU POCA IMPORTANCIA.--REPARTIMIENTO DE COSAS Y DE
  INDIOS.--ENCOMIENDAS.--REDUCCIONES.--ORIGEN DE LA ESCLAVITUD.--EL
  ASIENTO.--ABOLICIÓN DEL COMERCIO NEGRERO.--ABOLICIÓN DE LA
  ESCLAVITUD.--LOS EXTRANJEROS EN LAS COLONIAS.--AISLAMIENTO DE LAS
  COLONIAS.


Sostienen no pocos cronistas que las residencias tomadas a los
virreyes, gobernadores, presidentes de las Audiencias, oidores y otros
ministros de las Indias, fueron freno y castigo de malos ministros,
premio y alabanza de los malos. No sólo cuidaron los reyes de las
residencias a dichos ministros cuando ellos salían de sus oficios o
eran promovidos a otros, sino que también, durante el tiempo de su
ejercicio, si había quejas o dudas de su proceder dispusieron que se
mandasen jueces que los visitaran. Los autores consideraron las visitas
como asunto «más grave y estrecho que el de las residencias. Porque
por la mucha mano y poder de los que han de ser visitados, y estar y
durar como todavía están y duran en sus oficios, y que así podrían
tomar venganza de los que contra ellos se quejasen o depusiesen, es
del todo cerrado y secreto, y por sola la información sumaria, sin
citar para ella ni dar copia de los testigos, ni de sus deposiciones,
se da por concluso. Y sin que el visitador pronuncie sentencia sobre
los cargos que de la visita resulten, cerrada y sellada la envía
al Supremo Consejo para que en él se vea y determine. Y con sola
una sentencia queda fenecido, sin remedio ni recurso de apelación o
suplicación»[650]. Del mismo modo los clérigos constituídos en Orden
sacro, sin embargo de todos sus fueros y privilegios, aceptando cargos
y oficios seculares, se hallaban sujetos a las residencias y visitas,
pudiendo ser castigados por los excesos que cometieren. Recomienda
Solórzano que las visitas sean cortas o que se hagan en poco tiempo,
que los visitadores sean personas de conocida prudencia y suficiencia,
y que no vayan prevenidos en contra de los que han de visitar o
residenciar[651].

       [650] Solórzano, ob. cit., lib. V, cap. X.

       [651] Ibidem.

Ni residencias ni visitas tenían mucho valor. Refiriéndose al Perú
trasladaremos a este lugar lo que escriben Jorge Juan y Antonio Ulloa:
«Las residencias de los corregidores--tales son las palabras de los
sabios escritores--se proveen, unas por el Consejo de Indias, y otras
por los virreyes; éstos sólo tienen arbitrio para nombrar jueces
quando los corregidores tienen concluído su gobierno, y en España no
se ha proveído su residencia en algún sujeto que la vaya a tomar;
mas aun siendo en esta forma, es preciso que el juez nombrado por
el Consejo se presente ante el virrey con sus despachos para que se
le dé el _Cúmplase_. Luego que el corregidor tiene noticia del juez
que le ha de residenciar, se vale de sus amigos en Lima para que le
cortejen en su nombre y que le instruyan en lo necesario, a fin de que
quando salga de aquella ciudad vaya ya convenido y que no haya en qué
detenerse. Aquí es necesario advertir que además del salario regular
que se le considera al juez a costa del residenciado por espacio de
tres meses, no obstante que la residencia no dura más de quarenta
días, está arreglado el valor de cada residencia proporcionado al del
corregimiento, o más propiamente, el indulto que da el corregidor a su
juez para que le absuelva de todos los cargos que pudieran aparecer
contra él. Esto está tan establecido y público que todos saben allá que
la residencia de tal corregimiento vale tanto, y la del otro, tanto,
y así de todas; pero esto no obstante, si el corregidor ha agraviado
a los vecinos españoles de su jurisdicción y hay rezelo de que éstos
le puedan hacer algunas acusaciones graves, en tal caso se levanta el
precio por costo extraordinario; pero de qualquier modo el ajuste se
hace y a poco más costo sale libre el corregidor.

»Quando el juez de la residencia llega al lugar principal del
corregimiento, la publica y hace fixar los carteles, corre las demás
diligencias tomando información de los amigos y familiares del
corregidor de que ha gobernado bien, que no ha hecho agravio a nadie,
que ha tratado bien a los indios y, en fin, todo aquello que puede
contribuir a su bien. Mas para que no se haga extraña tanta rectitud
y bondad, buscan tres o quatro sugetos que depongan de él levemente,
esto se justifica con el examen de los testigos que se llaman para
su comprobación, y concluído que obró mal, se le multa en cosas tan
leves como el delito. En estas diligencias se hace un legajo de auto
bien abultado, y se va pasando el tiempo hasta que terminado se cierra
la residencia, se presenta en la Audiencia, queda aprobada, y el
corregidor tan justificado como lo estaba antes de empezar su gobierno,
y el juez que lo residenció ganancioso con lo que le ha valido aquel
negocio. Estos ajustes se hacen con tanto descaro, y los precios de las
residencias están tan entablados, que en la de Valdivia sucedía, que
como este parage está tan retirado del comercio de aquellos reynos, es
regular que los gobernadores que entran sean jueces de residencia de
los que acaban, y como el valor de la residencia pasase sucesivamente
de uno a otro, tenían los gobernadores quatro talegas de mil pesos
debaxo del catre donde dormían, a cuya cantidad no tocaban nunca porque
no se les ofrecía ocasión que les precisase a ello, y como luego que
llegaba el sucesor, le cedía el que acababa aquella habitación para
mayor obsequio, al tiempo de acompañarle a dentro le señalaba los
quatro mil pesos, y asegurándole que debían estar cabales, porque él no
había abierto las talegas, le decía que en aquella cantidad le había
dado la residencia su antecesor, y que él se la daba en lo mismo. Este
método se practicó hasta después que pasamos a aquellos reynos según
decían los del pays; pero no sabemos si continúa todavía; y si los
quatro talegos están intactos o no, después de haber pasado baxo la
posesión de tantos dueños, es cuestión de poca sustancia, siempre que
pase por la misma cantidad.

»Si al tiempo que el juez está tomando la residencia ocurren algunos
indios a deponer contra los corregidores algunas de las tiranías e
injusticias que les ha hecho; o los desimpresionan de ello diciéndoles
que no se metan en pleitos, que traerán malas consequencias contra
ellos, porque el corregidor les tiene justificado lo contrario, o
ya dándoles el corregidor una pequeña cantidad de dinero (del mismo
modo que se engañara a un niño ofendido) consiguen que desista de la
queja; pero si los indios no consienten en recibir cosa alguna, mas
insisten en pedir justicia, los reprehende el juez severamente dándoles
a entender que se les hace demasiada equidad en no castigarles los
delitos que el corregidor ha justificado contra ellos, y haciéndose
mediadores los mismos jueces, los persuaden, después de haber sufrido
tantas tiranías, a que les deben estar obligados por no haberlos
castigado en la ocasión con la severidad que merecían sus delitos;
de suerte que lo mismo es para los indios, que sus corregidores sean
residenciados o no»[652].

       [652] _Noticias secretas de América_, obra citada, págs. 255,
       256 y 257.

Dada la autoridad de los sabios Jorge Juan y Antonio Ulloa, no
extrañarán nuestros lectores que hayamos copiado relación tan larga.
Además, lo que ocurría en el Perú con los corregidores, sucedía en
las demás colonias con los virreyes, gobernadores, presidentes de
las Audiencias y demás ministros. Que algunas veces residentes y
residenciados cumplían con su deber, no lo dudamos; pero lo general
era lo que refieren con toda clase de detalles los ilustres marinos
españoles.

Los repartimientos, tal como se hacían, eran grande iniquidad.
Los corregidores debían llevar lo que fuere más propio de cada
corregimiento (mulas, telas, frutos), y repartirlo entre los indios,
si bien ponían el precio que les parecía y que la calidad sea mala les
importaba poco. En lugar de mulas buenas entregaban animales que _no
son más que el pellejo_, las telas de lo peor y los frutos pasados o
podridos. «La tiranía de los repartimientos no está reducida a los
precios enormes a que obligan a comprar a los indios, pues es aun
mucho mayor con respecto a las especies que les reparten, las quales,
por la mayor parte, son géneros de ningún servicio o utilidad para
ellos»[653]. A veces se reparten artículos que los indios no consumen,
como sucede con el vino, aguardiente, aceite y aceitunas. «El indio
sale con la recua a su viaje, y como éstos son tan largos y penosos en
aquellos payses, sucede, frequentemente que se les fatigan las mulas en
el camino, y se muere alguna; y como se hallan obligados a continuar
el viaje, y sin dinero para fletar otra de su cuenta, se ve precisado
el amo a vender una mula por un precio muy baxo, y suplir la falta de
la mula muerta y de la vendida. Así, pues, quando llega el amo a su
destino, se halla con dos mulas menos, sin haber desquitado su importe,
más adeudado que antes, y sin dinero para mantenerse»[654].

       [653] _Noticias secretas de América_, págs. 247 y 248.

       [654] Ibidem, págs. 243 y 244.

Otro sentido tiene la palabra repartimiento: se refiere no sólo a las
cosas, sino a los individuos. Por varias cédulas se ordenó y mandó que
se hiciesen repartimientos de indios para labrar los campos, para hacer
obras de lana y algodón y para beneficiar las minas de oro, plata y
azogue. Entendemos por _obrajes_, «las fábricas en donde se texen los
paños, bayetas, sargas y otras telas de lana, conocidas en todo el
Perú con la voz de ropa de la tierra»[655]. El trabajo de los obrajes
comienza desde que aclara el día hasta que la obscuridad de la noche no
permite trabajar. «La orden de ir a los obrajes causa más temor en los
indios, que todos los castigos rigorosos que ha inventado la impiedad
contra ellos»[656]. Por lo que atañe a la palabra _mita_, daremos
la definición del editor de _Noticias secretas de América_. Después
de censurar la definición dada por el _Diccionario de la Academia
Española_, él da la siguiente: Conscripción anual por la que un crecido
número de hombres nacidos y reputados por libres, son arrastrados de
sus pueblos y del seno de sus familias, a distancias de más de cien
leguas, para forzarlos al trabajo nocivo de las minas, al de las
fábricas y otros ejercicios violentos, de los cuales apenas sobrevivía
una décima parte para volver a sus casas»[657]. (Apéndice I.)

       [655] Ibidem, pág. 275.

       [656] Ibidem, pág. 278.

       [657] Ibidem, págs. 280, nota.

Si Colón, a la vuelta de su primera expedición, trajo como esclavos
algunos indígenas; si en el año 1495 mandó desde Nuevo Mundo varios
indios para que se vendiesen como esclavos en los mercados de
Andalucía, ¿puede a nadie extrañar que D. Francisco de Bobadilla,
comendador de Calatrava, enviado a Santo Domingo para fiscalizar la
conducta administrativa del Almirante, hiciera a los colonos españoles
repartimientos de indios (1498), los cuales habían de sujetarse a las
labores del campo y a los penosos trabajos de las minas? Y D. Nicolás
de Ovando, comendador de Alcántara, sucesor de Bobadilla en el cargo de
comisario regio, continuó también los repartimientos de indios; medida
que sancionó Fernando el _Católico_, regente a la sazón de Castilla,
con fecha 30 de abril de 1508. En la _Instrucción_ dada a Diego Colón,
hijo del Almirante, en el año 1509, a vuelta de la recomendación de
que se trate bien a los indios, se encarga que se les reduzca a vivir
en poblaciones y que se respete el repartimiento hecho por Ovando.
El Rey, pues, aceptaba los hechos; y los indios, por tanto, quedaban
convertidos en siervos. El 14 de agosto de 1509 se autorizó al citado
don Diego para un nuevo repartimiento. Lo mismo que en la Española,
en la isla de San Juan se hicieron varios repartimientos, y lo mismo
tiempo después se hizo en todas nuestras colonias de las Indias.

Con el objeto de cultivar aquel feracísimo suelo y hacer de los indios
labradores que diesen vida y prosperidad a la industria, con la cual
habían de enriquecerse descubridores y pobladores, se crearon las
_Encomiendas_. «Luego que se haya hecho la pacificación... dice la ley
1.ª, tít. VIII, lib. VI, el adelantado, gobernador o pacificador...,
reparta los indios entre los pobladores, para que uno se encargue
de los que fueren de su repartimiento y los defienda y ampare,
proveyendo ministro que les enseñe la doctrina cristiana y administre
los Sacramentos, guardando nuestro patronazgo, y enseñe a vivir en
policía, haciendo lo demás que están obligados los encomenderos en sus
repartimientos, según se dispone en las leyes de este libro.»

Veamos lo que sobre asunto tan importante dice Solórzano en su
_Política Indiana_, lib. III, capítulo I: «Luego que por D. Cristóbal
Colón se comenzaron a poblar las primeras islas que en estas Indias
se descubrieron, como estuviesen entonces tan llenas de indios, y los
españoles que las descubrieron y poblaron necesitasen de su servicio
y trabajo, así para sus casas como para la busca y saca del oro y
plata, labor de los campos, guarda de los ganados y otros ministerios,
pidieron a D. Cristóbal les repartiese algunos, para que acudiesen
a ellos, y él lo hizo, porque le pareció por entonces conveniente
e inexcusable.» Añade Solórzano que lo mismo hicieron Nicolás de
Ovando y otros gobernadores. «Y porque respeto de lo referido--escribe
también el citado historiador--les daban los indios por tiempo
limitado y mientras otra cosa no dispusiese el Rey, y les encargaban
su instrucción y enseñanza en la religión y buenas costumbres,
encomendándoles mucho sus personas y buen tratamiento, comenzaron
estas reparticiones á llamarse _encomiendas_, y los que recibían los
indios en esta forma _encomenderos_ o _comendatarios_, del verbo latino
_commendo_, que unas veces significa recibir alguna cosa en guarda y
depósito, y otras recibirla en amparo y protección, y como debajo de su
fe y clientela, según parece por muchos textos y autores que de esto
tratan. Y esta última significación juzga el Padre José de Acosta que
es la que más cuadra al nombre e intento de nuestras encomiendas, y que
de ella pende su etimología o derivación, diciendo que así los llamaron
encomenderos por el cuidado y providencia que debían tener de los
indios que se pusieron debajo de su fe y amparo.» Hace notar Solórzano,
siguiendo la opinión del obispo de Chiapa, que los encomenderos,
atendiendo más a su provecho y ganancia que a la salud espiritual y
temporal de los indios, les hacían trabajar de un modo excesivo, y aun
los fatigaban más que a las bestias. Tiempo adelante, los reyes no
sólo procuraron corregir los abusos de los encomenderos, sino que los
cortaron de raíz.

Es evidente que el sistema de las encomiendas aprovechaba al Rey y a
sus súbditos españoles. Era aquello el feudalismo medioeval, aunque más
ventajoso para el soberano. Por lo que respecta a los indígenas, si
parecía a primera vista que el servicio personal había sido abolido,
quedando sólo el tributo del dinero, en realidad no había sido así.
Si la ley prohibía el servicio personal, la práctica lo autorizaba.
El indio, dígase lo que se quiera en contrario, se hallaba sometido a
un amo que tenía sobre él poder despótico y arbitrario derivado de la
costumbre, ya que no de la ley. Si el Rey había limitado el gravamen
de los indios al pago de un tributo, accedió luego a que trabajasen
personalmente en las faenas agrícolas, en la crianza de ganados y
en la explotación de las minas. Trasladaremos aquí las palabras del
distinguido escritor peruano don Enrique Torres Salamando, acerca de
las encomiendas: «Quejas inauditas--dice--, acusaciones innumerables
se lanzan hoy contra el establecimiento de las encomiendas; pero es
necesario, para juzgar desapasionadamente las instituciones, remontarse
a la época en que tuvieron origen, examinar con detenimiento si fué
posible por otros medios satisfacer el propósito que se anhelaba
conseguir. Estamos persuadidos--añade--de que si hoy estuviera en
vigor la legislación que debió regirlas y se cumpliera con estrictez,
nuestros indígenas no habrían llegado al estado de abatimiento y
degradación en que se encuentran»[658].

       [658] _Libro primero de Cabildos de Lima._--Apéndices.

A todo esto nos creemos obligados a hacer algunas observaciones. Es
obvio que aventureros y conquistadores, más codiciosos los primeros que
los segundos, se fijaron principalmente en el descubrimiento de minas
de oro y plata, las cuales se hallaban en tierras elevadas y montuosas.
Los conquistadores obligaron a los indios a dejar sus viviendas de las
llanuras y a establecerse en las cercanías de las minas, encontrando
allí las causas de su muerte: eran éstas la insalubridad del terreno
y el excesivo trabajo. También había que agregar las enfermedades que
diezmaban a los indios, siendo la principal la viruela. No de otra
manera se explica la rápida despoblación que sufrieron algunas comarcas
de las Indias. Los reyes y los gobiernos no siempre pudieron, ya por
la distancia, ya por otros motivos, poner coto a las demasías de
conquistadores y aventureros, resultando por ello la despoblación cada
vez más grande.

Por el Concilio Limense II, p. 2, c. 80, pág. 57, se dispuso lo
siguiente: «Que la muchedumbre de indios que está esparcida por
diversos ranchos, se reduzcan a pueblos copiosos y concertados, como
lo tiene mandado Su Majestad Católica.» Es evidente que los reyes y
príncipes pueden mandar, obligar y forzar a sus vasallos, que viven
esparcidos en los montes y campos, a reducirse en poblaciones[659].
Era natural que los conquistadores y colonizadores, después de
arrostrar tantas fatigas y penalidades, quisiesen ganancia pronta y
considerable, lo cual no podía conseguirse sin la explotación de los
pobres indígenas. Tampoco tenemos inconveniente en admitir que el
gobierno de la metrópoli llevaba su bondad al extremo de no querer
nada que pareciese carga o vejación de los indios. En este dilema
recurrió el gobierno á un término medio, creyendo que conciliaba
los intereses de los conquistadores y de los conquistados, de los
civilizadores y de los civilizados, sin que por ello perdiese la
soberanía de la Corona. Veamos en términos breves y sencillos el
fundamento de plan tan ingenioso y a la vez tan seguro. Para que los
indios no viviesen divididos y separados por aquellas extensas sierras
y por aquellos elevados montes, privados de todo beneficio espiritual
y temporal, sin socorro de los ministros reales, se dispuso que fuesen
reducidos a pueblos. Poniendo manos a la obra, las viviendas de los
salvajes se convirtieron pronto en aldeas. La reducción y población
había de realizarse «con tanta suavidad y blandura, que sin causar
inconvenientes, diese motivo a los que no se pudiesen poblar luego,
que viendo el buen tratamiento y amparo de los ya reducidos, acudiesen
a ofrecerse de su voluntad»[660]. Para la formación de los mencionados
pueblos, debían elegirse lugares «que tuviesen comodidad de agua,
tierras y montes, entradas y salidas, y labranzas, y un egido de una
legua de largo, donde los indios pudiesen tener sus ganados, sin que
se revolviesen con otros españoles»[661]. Reservaban los reyes para la
Corona muchas de las reducciones, en particular las de las cabeceras
y puertos de mar; _encomendaban_ o concedían las restantes a los
individuos que les eran más gratos.

       [659] Véase Solórzano, _Política Indiana_, lib. II, cap. XXIV.

       [660] _Recopilación de Indias_, lib. VI, título III, ley 1.ª

       [661] Ibidem, ley 8.

A su vez, los agraciados en las encomiendas o encomenderos, como
correspondiendo a la gracia real, quedaban sujetos a las siguientes
obligaciones:

1.ª Defender las personas y haciendas de los indios que tuvieran a su
cargo, procurando que no recibiesen agravio alguno[662].

       [662] Ibidem, lib. VI, tít. IX, ley 1.ª

2.ª Edificar en las reducciones iglesias, proveyéndolas de todos
los ornamentos necesarios, y sostener sacerdotes para que enseñasen
a los indios la doctrina cristiana y administrasen los Santos
Sacramentos[663].

       [663] Ibidem, lib. VI, tít. VIII, ley 1.ª y tít. IX, leyes 1.ª
       y 3.ª

3.ª Tener armas y caballos para defender la tierra en caso de guerra,
y hacer en determinados tiempos sus correspondientes alardes con el
objeto de hallarse siempre dispuestos, debiendo salir a campaña a su
propia costa, si se les mandare[664].

       [664] Ibidem, lib. VI, tít. IX, ley 4.ª

4.ª Tener casas pobladas en las ciudades cabezas de sus
encomiendas[665].

       [665] Ibidem, lib. VI, tít. IX, leyes 9.ª y 10.

5.ª No podían ausentarse de la provincia y sólo para asunto preciso
podía el gobernador otorgarles cuatro meses de licencia; pero
obligándoles a dejar escudero que hiciera sus veces. Si era para ir a
España y traer sus mujeres, se les concedían dos años[666].

       [666] Ibidem, lib. VI, tít. IX, leyes 25, 26, 27 y 28.

Procurábase--y esto no deja de ser importante--que el encomendero
no sacase de la encomienda una renta mayor de 2.000 pesos. A veces
el residuo del tributo se distribuía en pensiones que no podían
exceder de 2.000 pesos, y a los que las recibían se les llamaba
_pensionistas_[667]. En general, los reyes hacían merced de las
encomiendas por dos vidas; la del agraciado y la de su sucesor.
Después, la encomienda volvía á la Corona, para que el Rey dispusiera
de ella a su voluntad. Aunque los encomenderos trabajaron con empeño
para que las encomiendas fuesen dadas a perpetuidad, nada pudieron
conseguir. Lo mismo las encomiendas que las pensiones eran concedidas
por los virreyes, presidentes y gobernadores de las Indias; mas las
provisiones de ellas debían ser sometidas, dentro de cierto término,
a la confirmación real, resultando--como dice un comentador--«que Su
Majestad era el que verdaderamente las otorgaba»[668].

       [667] Ibidem, lib. VII, tít. VIII, leyes 28, 29, 30 y 31.

       [668] _Recop. de Indias_, lib. VI, tít. XIX.

Los abusos que se cometían con la excusa de los repartimientos,
encomiendas y reducciones promovieron la indignación de los dominicos,
a cuya cabeza se puso--como tantas veces hemos dicho en esta obra--Fray
Bartolomé de las Casas. Gran parte de su vida sacerdotal pasó el obispo
de Chiapa declamando contra tales injusticias. Desde que en el año 1515
se embarcó para España con la idea de llevar sus quejas a Fernando
el _Católico_, no cesó en su obra humanitaria. Como D. Fernando se
encontrase por entonces enfermo de cuerpo y hondamente preocupado con
los asuntos políticos, hubo de delegar el asunto de las Indias a su
secretario Conchillos, el cual, así como Fonseca, obispo de Burgos,
eran opuestos al derecho de los indígenas. A la muerte de D. Fernando
insistió Las Casas cerca de los regentes Cisneros y Adriano, logrando
que el citado cardenal hiciese algo en favor de los indios. Al lado
de Las Casas se pusieron Cisneros, Juan López de Vivero, vulgarmente
conocido con el nombre de su pueblo, _Palacios Rubios_ (Salamanca) y
algunos otros. Luego, a ruegos de Las Casas, se publicaron por Carlos
V--como ya se ha dicho y repetimos más adelante--famosas Ordenanzas;
pero los delegados que fueron a implantar las Nuevas Leyes se pusieron
al lado de los colonos, fracasando de este modo las gestiones del
incansable protector de los indios.

Terminaremos asunto de interés tan capital, con las siguientes
observaciones: repartimientos, encomiendas y reducciones no merecen
nuestras alabanzas. Reconocemos que, si buena fe guió a los fundadores,
los resultados no correspondieron a lo que aquéllos deseaban; pero
las censuras de muchos escritores anglo-sajones son más severas que
justas. No negaremos que la organización civil y política de las
colonias españolas era distinta de la organización civil y política
de las colonias inglesas; no negaremos que el catolicismo allá y el
protestantismo acá, influyeron en la manera de ser, en las costumbres
de unas y de otras colonias.

Ante la crítica apasionada de muchos escritores a nuestro sistema
de repartimientos, encomiendas y reducciones, conviene recordar que
frecuentemente los indios tuvieron protectores y no tiranos, y cuando
terminaron aquéllas, el indígena pudo contar con una libertad cuasi
completa. Si en Norte-América no hubo repartimientos, encomiendas
y reducciones, en cambio, los indígenas, sujetos al yugo de los
conquistadores ingleses, no lograron entonces bienes de ninguna
clase; y á la sazón se mueren de hambre en los incultos desiertos del
Arkansas. Además, si con la organización y política de las colonias
españolas, el indio tuvo un amo, en los Estados Unidos, sin dicho
sistema de organización, tuvo muchos amos, hallándose expuesto siempre
a los desmanes de grosera e indisciplinada soldadesca.

Somos de opinión que, después de la independencia, después que se
rompieron los vínculos que unían las colonias a la metrópoli, se
manifestaron los caracteres diferenciales de una y de otra raza,
distinguiéndose entonces el positivismo anglo-sajón y el idealismo
latino. Por eso, mientras los primeros buscaban el bienestar por
el orden, el trabajo y la formalidad, los segundos, impacientes,
desconfiados y revolucionarios corrían por terrenos ignorados, con la
fogosidad y el atolondramiento de la juventud.

En suma, puede asegurarse: 1.º Que el conquistador o colonizador
español tuvo menos ventajas con su política que el conquistador o
colonizador anglo-sajón; 2.º Que el indígena, si fué encadenado por el
primero, sufrió la dura y tiránica ley del segundo. Encontró el pobre
indio en todas partes la tiranía, lo mismo en la América Meridional que
en la Septentrional, lo mismo o quizá menos bajo la raza española que
bajo el poder de la raza anglo-sajona. Repítese en todos los tonos que
el español, no compadeciéndose del indio, le obligó a extraer el oro y
la plata de las minas; pero, ¿no hicieron lo mismo entonces, después
y siempre los ingleses? Adquirieron la independencia las colonias, no
por los celos de los criollos contra los europeos, no por el mal trato
de la metrópoli, no por las nuevas ideas políticas de los principales
jefes del movimiento, sino porque así debía ser, porque debían salir de
la tutela donde habían estado tanto tiempo.

La esclavitud no echó profundas raíces en las Indias. El esclavo no fué
considerado como una bestia de carga, ni se le maltrataba, ni se le
atormentaba. Se le manumitía con harta frecuencia, sucediendo no pocas
veces que rechazaba la libertad concedida por los dueños. Raramente se
rebeló contra sus amos. Consideremos el origen de la esclavitud. Los
conquistadores y colonos se encontraron con la necesidad de cultivar
la tierra y extraer el mineral de las minas. La raza indígena era poco
a propósito para lo uno y para lo otro, naciendo entonces la idea de
llevar al Nuevo Mundo esclavos negros, gente, en general, robusta y
fuerte. El emperador Carlos V, por vez primera, autorizó en el año
1517 a un flamenco para que introdujese esclavos africanos en América.
A las mil maravillas cumplió su cometido el compatriota del César,
pues--cuentan--que cinco años después de la concesión del privilegio,
los negros de Santo Domingo eran más numerosos que los blancos. No
huelga decir que, según algunos cronistas, ya en 1505 se habían
introducido 17 negros en la Isla Española para trabajar las minas, y en
1510, pasaron de 100[669].

       [669] Ramón La Sagra, _Historia física, política y natural de
       Cuba_.--Apéndice 89.

En mayor o menor número y con más frecuencia o menos frecuencia,
continuaron concediéndose los privilegios de introducción o _asiento_,
hasta que al fin quedó prohibido el tráfico negrero en el Congreso
de Viena (1.º noviembre 1814 al 9 julio 1815). En él se acordó la
abolición del comercio de negros; mas la ejecución de semejante medida
debía ser lenta, por cuanto se dejó a Inglaterra, Rusia, Austria,
Prusia, Francia, España, Portugal y Suecia la designación de la época
en que cada una de dichas naciones quisiera realizarla. Las potencias
más interesadas en abolir la trata de negros eran Francia, España y
Portugal[670]. El comercio de esclavos se aumentó considerablemente
después de prohibido, lo cual hizo que, tiempo adelante, la Gran
Bretaña, Austria, Francia y Rusia pusiesen en práctica lo que el
Congreso de Viena había propuesto, firmando (20 diciembre 1841) un
tratado para impedir el inhumano tráfico.

       [670] Véase Heeren, _Systéme politique des Etats de L'Europe_,
       tom. III, pág. 263.

El remedio más radical para acabar con el tráfico de negros era la
abolición de la esclavitud. El gobierno inglés proclamó en 1831 la
libertad inmediata de todos los esclavos de la Corona, contestando a
los clamores de los colonos con la abolición de la esclavitud en las
colonias occidentales para el 1.º de agosto de 1834. Roberto Peel, que
no había sido partidario de la citada abolición, la llamó «la más feliz
reforma de que el mundo social puede ofrecer ejemplo.» También, poco a
poco, los gobiernos españoles realizaron reforma tan transcendental.

Pocos _extranjeros_ vivían en nuestras colonias. No sólo eran mal
mirados por los monarcas españoles, sino que hasta el siglo XVIII se
les prohibía establecerse en las posesiones de la India. Cuando lo
hacían, se mandaba que sin excusa alguna y en el menor tiempo posible,
saliesen con sus familias de las citadas provincias. No es extraño,
pues, que fuesen muy pocos los extranjeros que se arriesgasen a vivir
en las colonias, dándose el caso que Humboldt, durante los cinco años
que viajó por el virreinato de México, _sólo encontró un alemán_.
Según el censo de 1809, en Chile apenas había 80 extranjeros. Todos,
lo mismo en la metrópoli que en América, querían el aislamiento de las
colonias. Temían los reyes que los extranjeros habían de propagar en
aquellos países el espíritu revolucionario, y por esta razón aislaron
sus colonias del resto del mundo. No puede negarse que sacrificaron el
progreso intelectual al fanatismo político y religioso. No andaban del
todo separados de la verdad, según tendremos lugar de ver más adelante.



CAPITULO XXXI

  ORGANIZACIÓN COLONIAL: VIRREINATOS.--GOBERNADORES GENERALES.--LAS
  INTENDENCIAS.--LOS GOBIERNOS DEL BRASIL.--LAS AUDIENCIAS: NOMBRES
  DE LAS AUDIENCIAS.--ATRIBUCIONES DE LOS VIRREYES, GOBERNADORES
  GENERALES, INTENDENTES, AUDIENCIAS Y PRESIDENTES.--REGENTES
  DE LAS AUDIENCIAS.--CONSULADOS Y CABILDOS EN LAS COLONIAS DE
  ESPAÑA.--ALCALDES ORDINARIOS Y CORREGIDORES.--TRIBUNALES DE MINERÍA
  Y DE CUENTAS.--GOBIERNO POLÍTICO Y ELEMENTOS DE QUE CONSTABA.


Los _Virreyes_, _Proreges_ ó _Vice Reges_ eran vicarios o
representantes del Rey. Al establecerse los primeros virreinatos, la
autoridad de los virreyes era casi ilimitada, hasta el punto que el Rey
declaró «que en todos los casos y negocios que se ofrecieren, hagan lo
que les pareciere y vieren que conviene, y provean todo aquello que Nos
podríamos hacer y proveer, de cualquiera calidad y condición que sea,
en las provincias de su cargo, si por nuestra persona se gobernasen, en
lo que no tuvieren especial prohibición.» Es cierto, pues, que por la
Cédula dada el año 1528 los virreyes y las demás altas autoridades en
cada región, se hallaban autorizados para suspender el cumplimiento de
aquellas órdenes, si por cumplirlas «se introduciese escándalo conocido
o daño irreparable.» Mucho tiempo después, en una Real Cédula dada en
el palacio de El Escorial a 19 de julio de 1614, se decía lo siguiente:
«Que a los virreyes se les debe guardar y guarde la misma obediencia
y respeto que al Rey, sin poner en esto dificultad, ni contradicción,
ni interpretación alguna. Y con apercibimiento que a los que a esto
contravinieren, incurrirán en las penas puestas por derecho a los que
no obedecen los mandamientos reales, y las demás que allí de nuevo
pone y refiere.» Atribuciones tan amplias no excluían que de cuando
en cuando se mandasen _Instrucciones Reales_, que determinaban la
conducta que debían seguir. Del mismo modo que a los oidores y a otros
funcionarios, se sujetaba a los virreyes a juicio de residencia y les
estaba prohibido «todo género de contrato y granjería.» Frecuentemente
las Audiencias, con más o menos razón, suscitaron cuestiones de
competencia a los virreyes, resultando de ello graves conflictos, pues
en ciertos casos y en ciertos asuntos tenían atribuciones superiores a
dichos virreyes. (Apéndice J.)

El gobernador general, nombrado por la Corona, conocía de todos los
asuntos de administración y policía, hasta el punto que nombraba para
las plazas vacantes en los diversos empleos públicos, disponía de las
tierras de la Corona, etc.

Es de advertir que tanto el virrey como el presidente gobernador eran
casi siempre funcionarios peninsulares, muy rara vez americanos. Apenas
se encuentra alguno natural del reino o provincia que se le encargaba
gobernar. Dice uno de los historiadores nacionales contemporáneos de
la independencia que, entre los 160 virreyes que hubo en América, sólo
cuatro fueron americanos, y entre más de 600 presidentes sólo 14[671].
Entre los gobernadores de Chile, desde D. Pedro de Valdivia hasta D.
Francisco García Carrasco, únicamente se registra el nombre de un
chileno, y esto interinamente y por poco tiempo.

       [671] Guzmán, _El Chileno instruído en la Historia
       topográfica, civil y política de su país_, lección 69.

El virrey representaba al monarca, y la Audiencia á la Justicia y a la
ley; era, además, la Audiencia el Consejo consultivo del virrey o del
presidente gobernador.

El cabildo era representante del respectivo pueblo o vecindario,
y atendía a los intereses locales. Los individuos de las citadas
corporaciones eran nombrados por el gobierno peninsular. Si en los
primeros tiempos debían ser elegidos los regidores, después fueron
nombrados por merced del Rey, y a veces tales cargos se adjudicaban al
mejor postor. Los alcaldes que, entre otras atribuciones, tenían la
de administrar justicia en primera instancia, formaban parte de los
cabildos y eran elegidos por los individuos de estas corporaciones.

Consideremos ahora los virreinatos y capitanías generales existentes
en la América española al iniciarse la guerra de la independencia. Los
virreinatos eran cuatro: el de _México_ o _Nueva España_[672]; el del
_Perú_ o _Nueva Castilla_[673]; el de _Santa Fé de Bogotá_ o _Nueva
Granada_, que databa de 1717[674], y el de _Buenos Aires_, de 1776-78.
Los dos virreinatos últimos fueron formados a expensas de los dos
primeros. (Apéndice L.)

       [672] Don Antonio de Mendoza, primer virrey de México, fué
       nombrado por Carlos V, a 17 de abril de 1535, entrando a
       gobernar en el mismo año.

       [673] Blasco Núñez de Vela salió de Sanlúcar el 3 de noviembre
       de 1543, y entró en Lima el 17 de mayo de 1544.

       [674] Suprimido en 1723 y restablecido en 1739-40.

Las capitanías generales eran las de la _Española_, _Guatemala_,
_Chile_ y _Venezuela_.

Según la ordenanza de 1803, las Intendencias o provincias eran las
siguientes: El virreinato de México comprendía las intendencias de
_Puebla de los Angeles_, _Nueva Veracruz_, _Mérida de Yucatán_,
_Antequera de Oaxaca_, _Valladolid de Mechoacán_, _Santa Fe de
Guanajuato_, _San Luis de Potosí_, _Guadalajara_, _Zacatecas_,
_Durango_ y _Sonora_.

El virreinato del Perú, las intendencias de _Farnia_, _Trujillo_,
_Cuzco_, _Gusmanga_, _Huancavalica_, _Arequipa_, _Chiloe_ y _Puno_.

El virreinato de Santa Fe de Bogotá o Nueva Granada, las intendencias
de _Quito_, _Popayán_, _Cuenca_, _Cartagena_ y _Panamá_.

El virreinato de Buenos Aires, las intendencias de _Paraguay_,
_Córdoba_, _Tucumán_, _Salta_, _Cochabambo_, _Paz_, _Plata_ y _Potosí_.

La capitanía general de la Española, los gobiernos de _Cuba_, de
_Puerto Rico_ y de las posesiones de la _Florida_ y de la _Luisiana_.

La capitanía general de Guatemala, las intendencias del _Salvador_,
_Comayagua_, _Nicaragua_, _Chiapa_ y _Guatemala_.

La capitanía general de Chile, las intendencias de _Santiago_ y
_Concepción_.

La capitanía general de Venezuela, las intendencias de _Caracas_,
_Maracaibo_, _Barinas_, _Cumaná_ y _Guayana_.

Las _Intendencias_, establecidas en España desde el año 1718, se
intentó crearlas en México en 1768--de acuerdo con el visitador D.
José Gálvez--por el virrey marqués de Croix. También desechó el
proyecto el virrey Bucareli; pero lo aceptó D. Bernardo Gálvez, conde
de Gálvez, en 1786, publicándose entonces la célebre _Instrucción de
Intendentes_[675]. Algunas observaciones debemos hacer a la citada
Ordenanza. En la Introducción de la _Instrucción de Intendentes_ dice
el rey Carlos III que «movido de paternal amor a sus vasallos y deseoso
de poner en buen orden, felicidad y defensa los dilatados dominios
de las dos Américas, ha resuelto, con muy fundados informes y maduro
examen, establecer en el reino de Nueva España intendentes de ejército
y provincia, para que dotados de autoridad y sueldos competentes,
gobiernen aquellos pueblos y habitantes en la parte que se les confía.»
La Instrucción consta de 306 artículos, divididos en cinco grupos:
en el primero se establecen _bases_, y en los siguientes las causas
de _justicia_, _policía_, _hacienda_ y _guerra_. Por el art. 1.º se
dividía el reino de México en doce intendencias, las cuales tomarían
el nombre de la población que se erigiese en capital. Por el 2.º, se
confirmaba la autoridad que al virrey conferían las leyes de Indias,
pero dejando al cuidado de los intendentes todo lo relativo a la Real
Hacienda. Por los demás artículos se deslindaban con toda claridad las
facultades de los intendentes respecto a los virreyes, en particular
en lo referente a la agricultura, industria, abastecimiento, sanidad y
beneficencia de los pueblos.

       [675] El virrey, conde de Gálvez, era hijo del anterior
       virrey, D. Matías Gálvez.

Comprendíanse las _bases_ desde los artículos 1.º al 14: en los doce
primeros se trataba de la creación de intendentes y de sus facultades,
de las atribuciones de la junta, y las de los gobernadores y jueces
subdelegados; en los dos últimos de las elecciones de alcaldes indios.

A la _causa de justicia_ pertenecían los artículos desde el 15 al
56 y en ellos se trataba de los asesores y asuntos de justicia, de
los propios, arbitrios y bienes de la comunidad, y de los escribanos
y notarios, multas y penas de Cámara y los informes reservados al
gobierno supremo.

A la _causa de policía_ desde el 57 al 74, en los cuales se trata, ya
de varios preceptos de policía y buen gobierno, ya de los pósitos,
alhóndigas y moneda.

A la _causa de hacienda_ desde el 75 al 249: estudiase la jurisdicción
privativa de hacienda y las facultades económicas de sus ministros, del
tabaco, causas de fraudes, tierras realengas, confiscaciones, presas,
naufragios y mostrencos, del fuero de hacienda, montepío, escribanos
de hacienda y registros, de los ministros generales y principales de
hacienda, del libro de la razón general, de la administración, arriendo
de rentas y repartimientos de contribuciones, del tributo de indios y
las alcabalas, de varias rentas, como el pulque, pólvora, naipes, minas
y azogues, papel sellado, lanzas y medias annatas, salinas, pulperías
y oficios vendibles y renunciables, de la Bula de Cruzada, diezmos,
vacantes mayores y menores, media annata y mesada eclesiástica, subasta
de rentas menores, dotación de párrocos y espolios de prelados, y de
la traslación de caudales, arcas y tanteos mensuales, facultades del
superintendente general y sus delegados, y otros asuntos interiores.

A la _causa de la guerra_, desde el 250 al 306: se ocupan de los
ajustes y marchas, revistas de tropas, hospitales, almacenes de
artillería, prerrogativas, honores y sueldos de los intendentes.

La citada Ordenanza se dió primero a México, haciéndose luego extensiva
a Lima, Buenos Aires, Chile, Guatemala, y, por último, a la isla de
Cuba en 7 de noviembre del año 1791. La _Instrucción de Intendentes_
siguió hasta el 1803 en que la modificó Carlos IV.

Se propusieron principalmente las _Intendencias_, centralizar la
administración y aumentar los ingresos de la Corona; pero causaron
grave daño a los municipios. Los intendentes arrebataron a los cabildos
toda libertad administrativa, anulando a los antiguos corregidores y
apropiándose el conocimiento de los asuntos de agricultura, comercio,
minería, caminos y ornato público.

Las Capitanías (Gobiernos) del Brasil eran las siguientes: _Tamaracá_,
_Pernambuco_, _Todos los Santos_, _Isleos_, _Puerto Seguro_, _Espíritu
Santo_, _Río de Janeiro_ y _San Vicente_. En la Capitanía o Gobernación
de Todos los Santos, residía el gobernador, el auditor general de toda
la costa y el obispo.

Las Audiencias se crearon por el orden que después diremos; pero antes
se trasladará aquí la siguiente ley del Rey Felipe IV:

«Por quanto en lo que hasta aora se ha descubierto de nuestros Reynos y
Señoríos de las Indias, están fundadas doze Audiencias y Chancillerías
Reales, con los límites que se expresan en las leyes siguientes, para
que nuestros vasallos tengan quien los rija y gobierne en paz y en
justicia, y sus distritos se han dividido en Gobiernos, Corregimientos
y Alcaldías mayores, cuya provision se haze segun nuestras leyes
y órdenes, y están subordinados a las Reales Audiencias, y todos
a nuestro Supremo Consejo de las Indias, que representa nuestra
Real persona. Establecemos y mandamos, que por aora, y mientras no
ordenaremos otra cosa, se conserven las dichas doze Audiencias, y en el
distrito de cada una los Gobiernos, Corregimientos y Alcaldías mayores,
que al presente hay, y en ello no se haga novedad, sin expressa orden
nuestra, o del dicho nuestro Consejo»[676].

       [676] Ley I, tít. XV, lib. II de la _Recopilación de leyes de
       los Reinos de las Indias_.

I. El emperador Carlos V, con fecha 14 de septiembre de 1526, fundó la
_Audiencia de Santo Domingo_, que comprendía las Islas de Barlovento y
de la costa de Tierra Firme, y en ellas las gobernaciones de Venezuela,
Nueva Andalucía, el Río de la Hacha y provincias del Dorado[677].

       [677] Ley II, tít. XV, lib. II.

II. La de _México ó Nueva España_ que creó Carlos V el 9 de noviembre
y 13 de diciembre de 1527, comprendía las provincias llamadas de Nueva
España, con las de Yucatán, Cozumel y Tabasco; y por la costa de la mar
del Norte y Seno Mexicano hasta el Cabo de la Florida; y por la mar del
Sur, desde donde acaban los términos de la Audiencia de Guatemala hasta
donde comienzan los de la Galicia[678].

       [678] Ley III, tít. XV, lib. II.

III. La de _Panamá_, que fundó Carlos V el 30 de febrero de 1535 y 2 de
marzo de 1537, y cuya jurisdicción llegaba a la provincia de Castilla
del Oro hasta Portobelo y su tierra, la ciudad de Natán y su tierra, la
gobernación de Veragua; y por el mar del Sur, azia el Perú, hasta el
Puerto de la Buenaventura, exclusive, y desde Portobelo, azia Cartagena
hasta el río del Darién, exclusive, con el golfo de Urabá y Tierra
Firme, partiendo términos por el Levante y Mediodía con las Audiencias
del Nuevo Reyno de Granada y San Francisco del Quito; por el Poniente
con la de Santiago de Guatemala, y por el Septentrión y Mediodía con
los dos mares, de Norte y Sur[679].

       [679] Ley IV, tít. XV, lib. II. Danvila no cita esta Audiencia
       en la _Historia general de España_. Reinado de Carlos III,
       tomo V., págs. 151-158.

IV. La de la _Ciudad de los Reyes_ o de _Lima_ (Perú), fundada por
Carlos V el 20 de noviembre de 1542, cuyo distrito era la costa que hay
desde dicha ciudad hasta el reyno de Chile exclusive, y por la tierra
adentro a San Miguel de Piura, Caxamarca, Chachapoyas, Moyobamba y los
Motilones, inclusive, y hasta el Callao exclusive, por los términos
que se señalan a la Real Audiencia de la Plata y la ciudad del Cuzco
con los suyos, inclusive, partiendo términos por el Septentrión con
la Real Audiencia de Quito; por el Mediodía con la de la Plata; por
el Poniente con la mar del Sur, y por el Levante con provincias no
descubiertas[680].

       [680] Ley V, tít. XVI, lib. II.

V. La de los _Confines de Guatemala y Nicaragua_, creada por Real
Cédula de Carlos V el 13 de septiembre de 1543, y que tuvo a su cargo
la gobernación de las dichas provincias y sus adherentes, esto es,
Guatemala, Nicaragua, Chiapa, Higueras, Cabo de Honduras, la Vera-Paz y
Soconusco, con las islas de la costa[681].

       [681] Ley VI, tít. XV, lib. II.

VI. La de _Guadalajara o Nueva Galicia_, creada por Real Cédula de
Carlos V el 13 de febrero de 1548: se estableció primero en Compostela,
trasladándose luego a Guadalajara, porque era «sitio más agradable,
más sano, más fértil y abundante...»[682]. Tenía por distrito las
provincias de la Nueva Galicia, Culiacán, Copala, Colima y Zacatula con
los pueblos de Avalos[683].

       [682] Herrera. _Década VIII_, lib. IV, capítulo XII.

       [683] Ley VII, tít. XV, lib. II.

VII. La del _Nuevo Reino de Granada_ o de _Santa Fe de Bogotá_,
fundada por el Emperador el 17 de julio de 1549, tenía por distrito
las provincias del Nuevo Reino y las de Santa Marta, Río de San Juan y
la de Popayán, excepto los lugares de ella, señalados a la Audiencia
de Quito, y de la Guayana o Dorado tenga lo que no fuere de la
Audiencia de la Española y toda la provincia de Cartagena, partiendo
términos...[684].

       [684] Ley VIII, tít. XV, lib. II.

VIII. La de las _Charcas_ o de la _Plata_, creada por Felipe II el 4
de septiembre de 1559, que comprendía la provincia de las Charcas y
todo el Callao, con las Provincias de Sangabana, Carabaya, Juries y
Dieguitas, Moyos y Chunchos y Santa Cruz de la Sierra[685].

       [685] Ley IX, tít. XV, lib II.

IX. La de _San Francisco de Quito_, en el Perú, que erigió Felipe II
por Real Cédula del 29 de noviembre de 1563: «comprendía su distrito
la provincia de Quito, y por la costa azia la parte de la ciudad de
los Reyes, hasta el puerto de Payta exclusive, y por la tierra adentro
hasta Piura, Caxamarca, Chachapoyas, Moyobamba y Motilones exclusive,
azia esta parte los pueblos de Jaén, Valladolid, Loja, Zamora, Cuenca,
la Zarza y Guayaquil, con todos los demás pueblos que estuvieren en sus
comarcas y se poblaren, y azia la parte de los pueblos de la Canela
y Quijos, con los demás que se descubrieren; y por la costa azia el
Panamá, hasta el puerto de Buenaventura, inclusive; y la tierra adentro
a Pasto, Popayán, Cali, Buga, Chapanchica y Guachicona...»[686].

       [686] Ley X, tít. XV, lib. II.

X. La de _Manila_, en la isla de Luzón, Cabeza de las Filipinas[687].

       [687] Ley XI, tít. XV, lib. II.

XI. La de _Santiago de Chile_, fundada por Felipe III por Real Cédula
del 17 de febrero de 1609 y por Felipe IV en la Recopilación de Leyes
de los Reynos de Indias, comprende su distrito todo el reino de
Chile[688]. En el reinado de Felipe V de Borbón y en el año de 1710
había Audiencia en la provincia de Chile[689].

       [688] Ley XII, tit. V, lib. II.

       [689] Véase _Arch. Hist. Nacional.--Cedulario índico_, tomo
       XL, núm. 174, págs. 173 v.ª y siguientes.

XII. La de la _Trinidad, Puerto de Buenos Ayres_, fué fundada por
Felipe IV el 2 de noviembre de 1661: tenía por distrito las ciudades,
villas y lugares de las provincias del Río de la Plata, Paraguay y
Tucumán, que hasta entonces habían pertenecido a la Audiencia de los
Charcas[690].

       [690] Ley XIV, tit. XV, lib. II.--Extinguióse la citada
       Audiencia; pero se restableció al crearse el Nuevo virreinato
       de Buenos Ayres por Real cédula de Carlos III (7 julio 1788).

XIII. La de _Caracas_, creada por Carlos III (13 junio 1786) comprendía
la parte española de Santo Domingo, Cuba y Puerto Rico.

XIV. La del _Cuzco_, que fundó Carlos III (Real orden de 26 de febrero
de 1787) comprendía sólo su extensa provincia.

Por lo que respecta a la Audiencia de _Panamá_, encontramos las
noticias siguientes: Felipe II, desde Aranjuez (19 mayo 1568) hubo
de mandar que, si la Audiencia y Chancillería Real de la ciudad de
Santiago de la provincia de Guatemala se había trasladado a Panamá de
la provincia de Tierra Firme, a la sazón disponía que volviese a dicha
ciudad de Santiago[691]. No debió de volver, por cuanto el mismo Rey
desde Madrid (6 febrero de 1571) se dirigió al Presidente y Oidores de
la Audiencia de la ciudad de Panamá de la provincia de Tierra Firme,
para decirles que obedeciesen en todo al virrey del Perú[692].

       [691] _Arch. hist. nacional._--_Cedulario índico_, tom. XXXVI,
       n.º 33, pág. 40 v.ª a 42 v.ª

       [692] _Cedulario índico_, tomo XXXVIII, n.º 123, págs. 156 y
       156 v.ª

Que había Audiencia en Panamá en el año 1645 también lo prueba el
documento siguiente:

«Administración de justicia: Hecho presente al Obispo de la ciudad de
Panamá, la falta que había de ella en aquella Audiencia, porque siendo
solos dos Oidores, el uno estaba ausente y el otro enfermo, amigo del
Presidente, por cuya razón hacía éste lo que quería, muy distante de
la fidelidad con que debía ejercer un cargo: Resolvió S. M. mirase por
sus obejas conforme a su obligación, y si tuviese que dar alguna queja
contra los ministros de dicha Audiencia, no lo hiciese a bulto y con
palabras equívocas.»[693] Consta del mismo modo que, reinando Carlos
II, y en 31 de diciembre de 1686, existía Audiencia en la ciudad de
Panamá, provincia de Tierra Firme[694]. En el reinado de Felipe V y en
el año 1710 había Real Audiencia en Panamá de la provincia de Tierra
Firme[695]. Más adelante, año 1734 y en el mismo reinado, continuaba la
Audiencia en Panamá[696].

       [693] _Biblioteca particular de S. M. el Rey de España, Cédula
       de 15 de agosto de 1645_, tomo 44, fol. 209, n.º 225.

       [694] _Arch. histórico nacional, Cedulario índico_, tomo
       XXXVI, n.º 321, pág. 345 y siguientes.

       [695] Ibidem, tomo XL, n.º 180, pág. 181 v.ª y siguientes.

       [696] Ibidem, tomo XIII, n.º 138, pág. 128 v.ª y siguientes.

De modo que dentro de los virreinatos se hallaban las Capitanías
generales, de carácter militar; las Intendencias, de carácter
administrativo, y las Audiencias, de carácter judicial. Los virreyes,
como regla general, eran presidentes de la Audiencia, que estaba en la
capital del virreinato, y tenían poder sobre los capitanes generales y
aun intendentes de la provincia donde se hallaba dicho virreinato.

Por lo que respecta a las Audiencias, daremos algunas más noticias.
Eran tribunales--como decía Solórzano--donde se guardaba la justicia,
donde los pobres hallaban defensa de los agravios y opresiones de los
poderosos, y donde a cada uno se le daba lo que era suyo con derecho y
verdad[697]. Mediante Real Cédula dada en la ciudad de Buitrago a 19
de mayo del año 1603 se dispuso que «los virreyes y gobernadores, por
ningún caso, se mezclen ni entrometan en los negocios concernientes
a administración de justicia, porque éstos están sometidos a las
Audiencias, y no las deben poner en ellos estorvo, ni impedimento
alguno»[698].

       [697] _Política Indiana_, lib. V, cap. III.

       [698] Ibidem.


En las provincias más importantes se establecieron Audiencias.
«Todavía, como se fueron poblando y ennobleciendo tanto, pareció
conveniente, que por lo menos en las principales de ellas, que son las
del Perú y las de la Nueva España, se pusiesen gobernadores de mayor
porte con título de _Virreyes_, que juntamente hicieren oficio de
presidentes de las Audiencias que en ellas residen, y privativamente
tuviesen a su cargo el gobierno de aquellos dilatados reinos y de todas
las facciones militares que en ellos se ofreciesen, como sus capitanes
generales, y en conclusión, pudieren hacer e hiciesen, y cuidar y
cuidasen de todo aquello que la misma persona real hiciera y cuidara,
si se hallara presente, y entendiesen convenir para la conversión y
amparo de los indios, dilatación del Santo Evangelio, administración
política y su paz, tranquilidad y aumento en lo espiritual y
temporal»[699].

       [699] Solórzano, Ob. cit., lib. V, cap. XII.

De las sentencias dadas por las Audiencias y sólo en los asuntos
civiles, se podía apelar ante el Consejo de Indias y cuando la cantidad
en litigio consistía en más de 6.000 pesos. Si los asuntos de gobierno
y policía se habían hecho contenciosos, sobre la opinión del virrey
o capitán general, estaba la Audiencia, que fallaba en apelación.
En determinados asuntos los virreyes y capitanes generales tenían
la obligación de consultarlas. Ellas ejercían además un derecho de
vigilancia sobre los otros tribunales y sobre los empleados civiles.
El virrey, el capitán general o el presidente tenía derecho a presidir
la Real Audiencia y a asistir a sus sesiones; pero carecía de voto
deliberativo y consultivo.

El Rey, queriendo sustraer a los oidores de toda influencia que
pudiera perjudicar la administración de justicia, les prohibió ser
padrinos, asistir a las bodas o a entierros, casarse sin permiso en
el lugar de su residencia, dar o tomar dinero a préstamo, y hasta
poseer propiedades. No deja de llamar la atención--sin embargo de la
importancia y delicado del cargo--algunas de las prohibiciones a que
estaban sujetos los virreyes, presidentes, gobernadores y oidores. Les
estaba vedado negociar en cualquier forma que fuese, dar o tomar dinero
a usura, y sembrar trigo o maiz. Prohibíaseles poseer casas, huertas,
chacras o estancias. No habían de recibir dádivas, ni tener estrechas
amistades con eclesiásticos o seglares. No podían ser padrinos de
matrimonio o de bautizo, ni asistir a casamientos o entierros, ni ellos
ni sus hijos podían casarse en sus distritos sin licencia especial
del Rey. En suma, debían vivir completamente aislados en la sociedad
que estaban encargados de gobernar, y se les prohibía tener con sus
subordinados otras relaciones que las oficiales[700].

       [700] _Recopilación de Indias_, lib. II, tít. XVI, ley 48 y
       siguientes.

Sin embargo, virreyes, gobernadores, generales, intendentes, Audiencias
y presidentes, aunque tenían grandes atribuciones, se hallaban
sujetos al poder real. Con harta frecuencia el Rey se dirigía á dichas
autoridades ordenándoles lo que debían hacer, pudiendo servir de
ejemplo la siguiente cédula:

«Tributos: Haviendo entendido el Rey por cartas y relaciones venidas
de América el gran número de indios que havían fallecido en el año
de 1545, assí de los incorporados á la Real corona como de los
encomendados a particulares, y que los pocos que havían quedado no
podían pagar los establecimientos por la tasa: Mandó a la Audiencia de
aquel reino providenciase que sólo se les exigiese lo que buenamente
pudiesen pagar sin fatiga ni vejación.» Cédula de 10 de abril de 1546,
vid., tomo 10 de ellas, folio 298 v.º núm. 503[701].

       [701] Biblioteca particular de S. M. el Rey de España.

Los _Regentes de las Audiencias_ se crearon por Real cédula de 6
de abril del año 1776. En los 78 artículos de la _Instrucción_ se
establecen las ceremonias con que deben ser recibidos los regentes,
los honores y distinciones que se les deben, sus relaciones con los
virreyes y otras autoridades y sus facultades en el régimen interior de
las Audiencias.

Además de las instituciones que acabamos de señalar, existían otras dos
que tuvieron relación directa e inmediata con la vida íntima del país,
como también importancia extraordinaria, ya en el desenvolvimiento
colonial, ya decisiva influencia en el movimiento revolucionario y
emancipador de la América española. Estas dos instituciones fueron los
Consulados y los Cabildos.

Los Consulados--Tribunales generalmente constituídos por peninsulares
nombrados cada dos años por los comerciantes de importantes plazas
mercantiles--tenían atribuciones judiciales en los asuntos de comercio
y se ocupaban también del fomento de toda clase de industrias
«arbitrando fondos, haciendo caminos, reparando puertos, abriendo
escuelas, construyendo aduanas y recabando del legislador mejoras y
leyes sobre materia mercantil»[702]. A ejemplo del consulado de Sevilla
se fundaron el de México y el del Perú. Las ordenanzas del de México se
aprobaron en Valladolid a 9 de junio de 1603 y a 4 de julio de 1604,
y en Ventosilla a 20 de octubre del mismo año. Las ordenanzas del de
Lima se aprobaron por cédula dada en Madrid el 11 de enero de 1614; se
aprobó y confirmó dicha erección el 16 de abril de 1618[703].

       [702] También los consulados se denominaron _Universidades de
       Mercaderes_.

       [703] Solórzano, ob. cit., libro VI, cap. XIV.

La administración local de las ciudades estaba a cargo de los cabildos.
A veces, aunque los decretos reales limitaban bastante las facultades
de los cabildos, ellos, deseando ensanchar continuamente su acción,
dictaban ordenanzas, se ocupaban de asuntos de policía, imponían
contribuciones y levantaban tropas para la defensa del distrito. Con
harta frecuencia y en muchas partes, usurpaban atribuciones de otras
autoridades o tribunales. En los primeros tiempos tenían el derecho
de nombrar gobernadores provisionales o interinos. Dos regidores,
designados como alcaldes, eran los jueces de primera instancia. Poco a
poco, a causa de la política absorbente de los reyes de España, fueron
despojados los cabildos de muchas de sus atribuciones, perdiendo, por
tanto, importancia los cargos de regidores. Por esta razón eran poco
estimados por los españoles, aprovechándose de ello los criollos en su
afán de distinguirse y figurar entre los suyos. A veces, y en algunas
colonias, el oficio de alcalde era aceptado a la fuerza, como sucedió
en Buenos Aires con Hernando de Montalvo, el cual llevó a tal extremo
su obstinación, que el cabildo dispuso «que esté preso en las casas de
su morada y que sea ejecutada la pena hasta tanto que açete el dicho
oficio;» ante semejante disposición, Montalvo dijo «que por redimir las
vejaciones y fuerças y respuestas y molestias que el dicho cabildo le
haze, que acetaba y aceto el dicho oficio de alcalde y lo firmo»[704].

       [704] _Actas del Cabildo de Buenos Aires_, sesión del 2 de
       octubre del año 1589, tomo I, pág. 49.--Buenos Aires, 1907.

Acerca de otro orden de cosas y por lo que respecta al cargo de
regidores, es de lamentar que en algunas colonias, como sucedía en
Chile, se comprasen dichos cargos y llegaran a ser vitalicios; pero
de todos modos, los cabildos fueron siempre respetados y queridos,
teniendo la gloria--que gloria es, aunque no lo crean así los
historiadores españoles--de haber sido los iniciadores y sostenedores
del movimiento revolucionario en favor de la independencia. Mandábase
a los virreyes, presidentes y oidores «que no se introduzcan en la
libre elección de oficios que toca a los capitulares, ni entren con
ellos en cabildo»[705]; pero esta disposición era letra muerta. Dichas
autoridades, con gran contentamiento de los monarcas, intervenían
en las elecciones y se encargaban de ahogar ciertas tentativas
democráticas. Ellas impusieron _alcaldes ordinarios_, ya directamente
y sin rebozo alguno, ya aprovechándose del derecho concedido por las
leyes para confirmar o anular las elecciones de los cabildos. Sin
embargo, creemos que no carecían de importancia política, aunque otra
cosa diga moderno historiador de América. «Fueron tan sólo un pálido
reflejo de los antiguos _Concejos Castellanos_ anteriores al siglo XVI,
una simple rueda de la máquina administrativa, que, como dejamos dicho,
construyó cuidadosamente el absolutismo»[706].

       [705] Ley 2.ª, tít. III, lib. V.

       [706] Navarro Lamarca, _Historia de América_, tomo II, págs.
       339 y 340.

Estos alcaldes ordinarios eran dos en cada pueblo y para dicho cargo
no podían ser elegidos los oficiales reales[707], ni los deudores a la
Hacienda[708], ni los que fueren vecinos del pueblo[709], ni los que ya
lo hubiesen sido hasta pasados dos años[710].

       [707] Ley 6.ª, tít. III, lib. V.

       [708] Ley 7.ª, íd.

       [709] Ley 8.ª, íd.

       [710] Ley 9.ª, íd.

Donde hubiese corregidores, autoridad creada por los Reyes Católicos
y de nombramiento real[711] ¿eran necesarios los alcaldes ordinarios?
En un capítulo de carta del año de 1575, se responde a consulta de don
Francisco de Toledo, virrey del Perú, lo siguiente: «y proveeréis, que
donde hubiere corregidores asalariados, no haya alcaldes ordinarios.»
Conviene advertir que a los llamados _corregidores_ en el Perú, en
México se les daba el nombre de _alcaldes mayores_, y en Cartagena,
Buenos Aires, Paraguay, Venezuela, Habana, etc., recibían el título de
_gobernadores_[712].

       [711] Cuando vacaban «por muerte, privación ó dejación»
       legítima, los proveían interinamente los virreyes y
       presidentes.

       [712] Solórzano, Ob. cit., lib. V, cap. 2º.

En asuntos de cierta gravedad, el cabildo convocaba a los notables
de la población, resultando una especie de junta de asociados y que
recibía el nombre de _cabildo abierto_.

Para comunicarse con los poderes de la metrópoli, acostumbraron los
virreinatos de las Indias mandar a la corte procuradores o personeros
para negociar allí «cosas que convienen al pro de toda la tierra e de
los vecinos e pobladores de ella.»

Existían de igual manera tribunales de minería y de cuentas. Los
primeros, no sólo fijaban reglas para la explotación y laboreo de
las minas, sino fundaron escuelas especiales para el cultivo de las
ciencias matemáticas. Los segundos, o de cuentas, inspeccionaban las de
todos los que manejaban caudales públicos.

El gobierno político constaba, generalmente, de un gobernador y un
teniente, dos alcaldes ordinarios de primero y segundo voto, dos de
la Santa Hermandad, un alcalde provincial, diferentes capitanes, un
alguacil y fiscales, elegidos entre los mismos indígenas.



CAPITULO XXXII

  CASA DE LA CONTRATACIÓN DE SEVILLA.--LAS ORDENANZAS.--NUEVAS
  ORDENANZAS.--JUECES DE LA CONTRATACIÓN.--IMPORTANCIA DE LA
  CASA DE LA CONTRATACIÓN.--PROSPERIDAD DE SEVILLA.--CREACIÓN DE
  UNA CASA DE LA CONTRATACIÓN EN LA CORUÑA.--DECADENCIA DE LA
  DE SEVILLA.--COMERCIO DE ESPAÑA EN LAS INDIAS.--EXPEDICIONES
  SUELTAS.--FLOTAS Y GALEONES.--ARMADA REAL.--EL CONTRABANDO.--LOS
  NAVÍOS DE AVISO.


Las primeras _Ordenanzas_ para el establecimiento y gobierno de la
Casa de la Contratación de las Indias[713], fueron aprobadas en Alcalá
de Henares el 20 de enero de 1503, por ante Juan López de Lazarraga,
secretario de los reyes[714]. Fundóse dicha Casa para _recoger y tener
en ella_, todo el tiempo necesario, mercaderías, mantenimientos y otros
aparejos con el objeto de proveer todas las cosas necesarias para la
contratación de las Indias, y para _enviar allá_ lo que conviniera;
y para _rescibir todas las mercaderías_ e otras cosas que de allá se
enviaren a estos reinos, a fin de que allí se _vendiese_ dello todo lo
que se hobiere de vender o _se enviare a vender e contratar a otras
partes_ donde fuere necesario[715].

       [713] En unas partes se llamaban _Lonjas de Comercio_ y en
       otras _Colegios_.

       [714] Antes que la Casa de la Contratación sevillana se
       fundaron la de Barcelona, iniciada en 1380 y habilitada en
       1401; la de Perpiñán, en 1412; la de Valencia, en 1482; y la
       de Burgos, en 1492; después de la de Sevilla, la de Bilbao, en
       1511; la de la Coruña, en 1522; la de Zaragoza, en 1551; la de
       Madrid, en 1632; y la de San Sebastián, en 1682.

       [715] Véase _Archivo de Indias_.--E. 139.--C. 1.--_Colec.
       de doc. inéd._ etc., tomo XXXI, págs. 132-155.--Danvila,
       _Conferencia leída en el Ateneo de Madrid en 1892_.

Según el cronista Antonio de Herrera, el Rey tuvo sus ojos fijos en
la Casa de la Contratación de Sevilla, y con frecuencia dió pruebas
de la estima en que la tenía. «Iban creciendo--dice--los negocios de
las Indias, y pareciendo al Rey que el buen gobierno de ellos dependía
de la Casa de la Contratación de Sevilla, determinó de autorizarla:
y así mandó al Almirante, que de todo lo que le escribiese diera
parte a los oficiales de aquella Casa, y que con ellos tuviese buena
correspondencia. Y a los oficiales mandó que de todas las provisiones
que diesen para las Indias tomasen la razón y que practicasen con
las personas que tenían noticias de tierras descubiertas, sobre lo
que convenía proveer para saber el secreto de ellas»[716]. Añade
Herrera que el Rey encargó que se guardase su jurisdicción a los
oficiales de la Casa de la Contratación, esto es, que ninguna persona,
ni justicia, se pueda entrometer en cosa que a los negocios de las
Indias corresponda. El poderoso Tribunal de la Casa de la Contratación
constaba de un presidente, un contador, un tesorero, un factor, tres
jueces letrados, un fiscal, un relator, etc. Los oficiales tesorero y
factor llevarían lo que entonces se llamaba el _cargo_ y _data_, y hoy
se denomina _contabilidad_. Se valieron de toda clase de medios para
que nunca pudiera haber fraude ni engaño. Encargóse a dichos oficiales
tesorero y factor exacta y completa información de las mercaderías que
pudieran ser provechosas, recomendándoles también cuidado y habilidad
para no ser engañados en las cosas que se pidiesen fiadas o debieran
comprarse a plazos. Debían buscar capitanes y escribanos que fuesen
personas de confianza; concertarían los fletes; darían por escrito las
instrucciones para la navegación; se enterarían de todas las cosas de
allá; llevarían cuenta y la darían de todo el oro que se importase,
cuidando que se acuñara dicho oro en la Casa de la Moneda de Sevilla;
pedirían noticias de todo lo que se necesitara en la Mar pequeña o Cabo
de Aguer, y en las islas Canarias; tomarían nota de lo que debería
hacerse, lo mismo en la tierra que descubrió Bastida que en las islas
donde se hallaban las perlas y en las tierras que descubriese Colón,
averiguando las mercaderías existentes en ellas. Por último, declararon
los reyes que las mercaderías que se sacasen o se trajesen a dicha Casa
serían francas de almojarifazgo y de todos los otros derechos, así de
entrada como de salida, y por una vez del impuesto de alcabala[717].

       [716] _Década_ I, lib. VIII, cap. IX.

       [717] Danvila, págs. 18 y 19.

La Casa de la Contratación se estableció en el Alcazar viejo, que
antiguamente llamaban el cuarto de los almirantes--según Real cédula de
5 de junio de 1503--y no en las Atarazanas. La declaración de puerto
franco por un lado, y las importantes operaciones que se le confiaron,
por otro, hicieron de Sevilla el centro del comercio de España, así
como de su Casa de la Contratación, establecimiento de compras, ventas,
depósitos, almacenes de abastecimiento y contratación, que le permitía
concertar con Juan de la Cosa, entre otros, su expedición al Urubá,
para ir a descubrir las tierras e islas de las perlas, no visitadas aún
por Colón ni por el rey de Portugal[718].

       [718] Archivo de Indias, _Libros Generalísimos_, tomo I, pág.
       124.--Citado por Leguina.

No pasó mucho tiempo sin que los mismos oficiales, que eran a la sazón
Matienzo, Pinelo y Juan López de Recalde expusiesen a la reina doña
Juana que la experiencia aconsejaba, no sólo conservar sino aumentar
el trato con las Indias, siendo indispensable tomar alguna medida
acerca de los cambios, pues sin ellos los maestres de los navíos no
podrían realizar sus viajes. Doña Juana, después de afirmar que la
malicia en los hombres no cesaba, dispuso que los que pidiesen dinero a
cambio, debían probar antes la propiedad de la nave o la autorización
para obligarla, bajo la pena de perder el buque y 100 ducados de oro
aplicables al fisco[719].

       [719] Archivo de Indias: _Papeles de Contratación_; 29 de
       noviembre de 1507.

Si hasta entonces la Casa de la Contratación sólo se ocupó en asuntos
comerciales de carácter práctico, pronto se convirtió en un centro
científico para promover los progresos de la marina y de la navegación.
Fernando el _Católico_ llamó a la corte a Juan Díaz de Solís, Vicente
Yáñez Pinzón, Juan de la Cosa y Américo Vespucio, y, después de oirles,
mandó que los tres primeros, como hombres prácticos, se embarcasen para
descubrir hacia el Sur por la costa del Brasil adelante, nombrando al
cuarto piloto mayor de la Casa de la Contratación con 50.000 maravedís
de salario[720].

       [720] Real cédula dada en Burgos a 22 de marzo de 1508.

El dicho piloto mayor tuvo, entre otros cargos, el de examinador de
todos los pilotos de la carrera de las Indias y el de censor del
catedrático de Cosmografía y del cosmógrafo encargado de fabricar los
instrumentos náuticos. Las oposiciones se hacían en la Casa de la
Contratación, adquiriendo por ello el citado establecimiento, concepto
de centro científico.

Hallándose el Rey en Monzón, con fecha 15 de junio de 1510, dió nuevas
Ordenanzas, añadiendo a las facultades de la Casa de la Contratación,
otras de carácter puramente judicial, como también le concedió el
derecho de intervenir las comunicaciones del Almirante, construir una
casa de armas y otros asuntos de menos importancia. Como surgiesen
dudas sobre ciertos casos, en virtud de reclamación de los oficiales
(que eran a la sazón, además de los citados Matienzo y Recalde, el
comendador Ochoa de Isasaga) se declaró en 1511, cuándo y en qué forma
debían reunirse los mencionados oficiales, los cuales, además de los
asuntos de hacienda y de justicia, resolverían si las mujeres, los
hijos de los reconciliados y de cristianos viejos podían pasar a las
Indias. Encargóles, por último, guardasen secreto y fidelidad en todas
las cosas referentes a la navegación, no escribiendo particularmente al
Rey ni a otras personas[721].

       [721] Danvila, Ibidem, págs. 20 y 21.

En el año siguiente, esto es, el 20 de marzo de 1512, la reina
doña Juana, desde Burgos, determinó que los debates y diferencias
que pudiera haber entre los mercaderes, comerciantes, maestres y
marineros que iban a las Indias fuesen resueltos por los _jueces
de la Contratación_, breve y sumariamente, sin forma de juicio, en
cuyas prescripciones pudieran fácilmente distinguirse los primeros
gérmenes de los tribunales españoles[722]. Por tanto, las atribuciones
mercantiles, administrativas y de intervención, que fueron la base de
la Casa de la Contratación se extendieron a lo judicial, abarcando
desde entonces todos los asuntos que se relacionaban con las Indias.
«A sus certificaciones debía darse toda fe y crédito, y el 17 de
octubre de 1511, estando en las gradas de la iglesia de Nuestra
Señora de Sevilla, junto a la pila de hierro, los oficiales de la
casa pregonaron, por voz de Francisco Ramos, para que cada día se
ennoblecieran más las dichas Indias, que pudieran llevarse libremente
mantenimientos y mercaderías a las islas _Española_ y _San Juan_, que
entonces se poblaba, llevando las armas que quisieren, quitando la
imposición del castellano que pagaban anualmente por cada cabeza de
indio que se les daba por repartimiento, y sirviéndose libremente de
los que cogiesen en otras partes, sistema vergonzoso de cautividad
que contribuyó con las encomiendas y los rigores de los encomenderos
a crear antagonismos profundos entre dos razas que estaban destinadas
a fundirse y a ser hermanas, como pregonaban las misiones y enseñaba
el Evangelio»[723]. Tantas atribuciones llegó a tener la Casa de
la Contratación, que, habiendo tenido noticia de que los corsarios
amenazaban las costas de Cuba, pudo, con sólo sus esfuerzos, fletar
dos carabelas para guardar dichas costas[724]. Fijándose el monarca,
ya en las continuas piraterías, ya en el olvido que se tenía la
revisión de las cartas de marear y otras cosas propias de la marinería,
dirigió (1515) severas censuras a los oficiales de dicha Casa de la
Contratación.

       [722] Declaración real de 23 de septiembre de 1511: _Colec. de
       doc. inéd._ publicados por la Real Academia de la Historia,
       tomo I de Cuba, pág. 75.

       [723] Danvila, _La Casa de la Contratación de Sevilla y el
       Consejo Supremo de Indias_.--Conferencia citada, pág. 22.

       [724] Real Cédula de 21 de abril de 1513 publicada en la _Col.
       de doc. inéd._ antes citada, tomo I de Cuba, pág. 3.

«Sevilla--decía Moneada--es el puerto principal de España: allí van
todas las mercaderías principales de Flandes, Francia, Inglaterra e
Italia... Sevilla es la capital de todos los comerciantes del mundo.
Poco ha la Andalucía estaba situada en las extremidades de la tierra;
pero con el descubrimiento de las Indias ha llegado a estar en el
centro.»

Sevilla, a causa de la Casa de la Contratación, era el foco del
movimiento mercantil de España y el emporio del comercio. Abastecida
la nación, lo restante se mandaba a las Indias. En las Cortes reunidas
en Santiago y la Coruña (1520), los procuradores suplicaron a Carlos
I que los oficiales de la Casa de la Contratación fuesen naturales de
estos reinos y no se mudasen de Sevilla en ningún tiempo: contestó
Carlos I «que ni había innovado ni entendía innovar en ello cosa
alguna.»[726].

       [726] Cortes de León y Castilla, publicadas por la Real
       Academia de la Historia, tomo IV, página 322.

A los dos años escasos, se presentó al Emperador una solicitud, y en
ella se enumeraban las ventajas que resultarían de establecer en la
Coruña una Casa de la Contratación para el comercio de las especias.
Decíase que la cantidad mayor de especiería se gastaba en Flandes y
muy poca en Levante. Al mismo tiempo hacíanse notar los inconvenientes
que ofrecía el río de Sevilla y su barra, señalándose las ventajas que
presentaba la Coruña para el embarque y desembarco de las naves que
hacían la carrera de las Indias[727]. Tales razones influyeron en el
ánimo de Carlos V, que en 22 de diciembre de 1522 concedió lo que le
pedía la Coruña; concesión--como puede suponerse--muy perjudicial para
la Casa de la Contratación de Sevilla.

       [727] Arch. de Indias en Sevilla, leg. 1.º _Papeles del
       Maluco_ de 1519 a 1547.--Danvila, ob. cit., página 23.

Sin embargo, la organización y atribuciones de la de Sevilla formó
parte de la famosa Recopilación de las leyes de Indias y servían de
base al libro de D. Joseph de Veitia y Linage, intitulado: _Norte de la
contratación de las Indias Occidentales_.

Por Real Cédula de 1529 se permitió la salida de naves registradas de
los puertos de la Coruña, Bayona de Galicia, Avilés, Laredo, Bilbao,
San Sebastián, Málaga y Cartagena, a condición de que la vuelta se
hiciese hacia Sevilla, bajo la pena de la vida y perdimiento de bienes;
condición tan onerosa y dura, que el comercio no hizo uso de ella[728].
Tiempo adelante (1550) se suscitó acalorada polémica entre gaditanos y
sevillanos acerca de cuál de los dos puertos tenía más ventajas como
punto de partida para la carrera de las Indias. Diez años después, esto
es, en 1560, los comerciantes prefirieron el puerto de Cádiz, ora para
evitar los peligros de la barra de Sanlúcar, ora porque el fondeadero
era mejor para los bajeles de más porte. Aunque era conveniente que
los tribunales de Contratación y del Consulado se mudasen a la plaza
donde acudían los comerciantes, todavía tardó el gobierno más de siglo
y medio para decretarlo, pues hasta el 1717 no acabó la prosperidad de
Sevilla[729].

       [728] Campomanes, _Educación popular_, párrafo
       19.--Jovellanos, _Consulta sobre el fomento de la marina
       mercante_.

       [729] Danvila, ob. cit., págs. 23 y 24.

«Fué, pues, la Casa de la Contratación--escribe Danvila--un poderoso
auxiliar del poder central, con una organización sencilla, honrada e
inteligente, y con bien pocas leyes; pero con mucho deseo contribuyó al
fomento de los nuevos intereses que España iba creando en las apartadas
regiones de las Indias»[730]. «No comprendemos--dice D. Mario Méndez
Bejarano en su _Historia Literaria_--que se pueda historiar la cultura
española, sin hablar, antes que de nuestras inútiles Universidades,
de aquella singular institución creada por Cédula de 14 de enero de
1503, y que con el impropio nombre de _Casa de la Contratación_[731],
participaba de Tribunal, de Escuela, de Centro Mercantil y de
Ministerio de Indias.

       [730] Discurso citado, pág. 24.

       [731] Se refiere a la de Sevilla.

«El docto personal de la Casa organizaba y dirigía expediciones, hizo
los primeros mapas del nuevo continente[732], mapamundis, el islario
general del mundo, el célebre _Libro de las longitudes_, realizó
importantes trabajos para determinar los límites entre los dominios
de España y de Portugal en América, inventó las cartas esféricas, y
al calor de tan vitales enseñanzas, Andrés de Morales estudió las
corrientes del Atlántico, siendo, como dice el Sr. Fernández Duro, el
fundador de la teoría de las corrientes pelásgicas, y Felipe Guillén
inventó el primer aparato destinado a medir las variaciones de la aguja
imantada (Humboldt)».

       [732] Son sevillanas las dos cartas geográficas conocidas
       por de Salviati y de Castiglione, así como la anónima de la
       Biblioteca Real de Turín.

«La enseñanza se daba por pilotos mayores y catedráticos de
Cosmografía, y los exámenes se verificaban con extraordinaria
solemnidad.»[733].

       [733] Páginas 504 y 505.

Si en los primeros años del descubrimiento no hallaron los españoles
el _Vellocino de oro_ que esperaban, andando el tiempo, encontraron
metales preciosos, esmeraldas y perlas, abundante ganado en aquellas
vírgenes praderas, grandes cantidades de trigo, cebada, centeno, arroz
y maíz, como igualmente moreras y toda clase de árboles frutales, en
aquellos extensos campos y en aquellas ricas huertas. Gran desarrollo
alcanzaron las industrias fabriles y mecánicas, no llegando á mayor
prosperidad por las trabas que les puso la metrópoli, creyendo
favorecer con ello mezquinos intereses españoles. Todavía la torpeza
fué más grande cuando se dispuso--y de ello nos hemos ocupado al tratar
de la Casa de la Contratación--que los españoles, para comerciar
con las Indias, habían de sujetarse a la inspección en el puerto de
Sevilla, lo mismo a la ida que a la vuelta. Si a la Coruña y a otros
puertos se les habilitó para comerciar con las Indias (1529), luego se
derogó dicha disposición (1591), volviendo a quedar las cosas en su
primitivo estado.

Tampoco estuvieron acertados nuestros monarcas al prohibir a los
extranjeros el comercio con las colonias españolas. Permitióse
únicamente a los extranjeros residentes en España, a condición de
servirse de agentes españoles, lo cual trajo consigo que poco a
poco el comercio de otras naciones penetrase en nuestras colonias.
Ocurría que fabricantes de allende los Pirineos remitían sus
productos a España, donde sus compatriotas, por mediación de agentes
españoles, los exportaban a las Indias. Es de notar que gran número de
productos, como tabaco, pólvora, azogue, etc., estuvieron estancados
o fueron monopolizados por el Estado, prohibiéndose su venta por los
particulares.

Si en los primeros años del siglo XVI se hacía el comercio colonial
en _expediciones sueltas_ que mandaba comerciante o armador, luego,
a causa de los muchos contrabandistas y corsarios que recorrían los
mares, se formaron _flotas_ o conjunto de embarcaciones comerciales
destinadas a conducir efectos de España a las Indias y desde las Indias
a España. Dos expediciones salían anualmente de Cádiz, una para Tierra
Firme (la _flota_) y otra para Nueva España (_galeones_). A veces la
_Armada Real_ hacía escolta a las citadas expediciones y castigaba a
los enemigos o piratas que intentaban robar las mercancías. Tanto la
flota que iba a Tierra Firme como la que se dirigía a Nueva España,
derrotaban a Santo Domingo y luego a otras partes; pero el punto
principal de parada era Porto Bello, emporio del comercio sud-americano
entonces.

La prohibición a los extranjeros de comerciar con nuestras colonias,
trajo consigo, además de otras causas, el _contrabando_. Ingleses,
holandeses, franceses y otros, introducían géneros en los puertos del
Nuevo Mundo, burlando las disposiciones de las leyes. Los comerciantes
americanos, contando con la complicidad de las autoridades, recibían
los citados géneros, obteniendo pingües ganancias. De modo que con
el contrabando ganaban vendedores y compradores, extranjeros y
americanos. Desde mediados del siglo XVII aumentó el contrabando de
una manera alarmante. Hasta los concesionarios de los _galeones_ y
las _flotas_, protegidos por venales gobernadores, no tenían reparo
alguno en dedicarse al contrabando. Favoreció mucho a tales gentes que
las pequeñas Antillas fuesen colonias de ingleses, franceses, etc.,
porque dichas posesiones extranjeras constituyeron centros donde los
contrabandistas podían a sus anchas ejercer su lucrativa ocupación.

Además de las flotas y galeones, se autorizó a los _navíos de aviso_
(así llamados porque tenían encargo de avisar a los virreyes de México
y el Perú la feliz arribada a Sevilla de la flota y galeones), para
cargar mercancías, eludiendo de este modo legales disposiciones.
También se eludían, enviando desde las islas Canarias o de otros puntos
«expediciones sueltas que desembarcaban sus cargamentos en Indias, ya
ocultamente, ya pretextando _arribadas forzosas por averías o falta de
víveres_»[734].

       [734] Navarro Lamarca, _Historia general de América_, tom. II,
       pág. 399.



CAPITULO XXXIII

  LEYES DE INDIAS.--LAS «NUEVAS LEYES».--LAS NUEVAS LEYES
  EN LAS INDIAS.--PRIMERA RECOPILACIÓN.--REIMPRESIÓN DE LA
  RECOPILACIÓN.--ANÁLISIS DE LOS NUEVE LIBROS.--OTRAS LEYES.--DESEOS
  DE ASIMILAR LAS PROVINCIAS ULTRAMARINAS A LA PENÍNSULA.--REAL Y
  SUPREMO CONSEJO DE INDIAS: SU HISTORIA.--LUCHAS RELIGIOSAS EN LAS
  INDIAS: LOS PADRES LAS CASAS Y MOTOLINÍA.--LOS FRAILES PROTECTORES
  DE LOS INDIOS.--LOS JESUÍTAS EN EL PARAGUAY.--EL PATRONATO
  ECLESIÁSTICO.--LA INQUISICIÓN.


La conducta de muchos caudillos castellanos con los indígenas,
obligaron a que algunos sacerdotes y seglares pidiesen al Rey pronto
y eficaz remedio. Teólogos, jurisconsultos y políticos se pusieron
al lado de los indios. A cortar de raíz los abusos se preparó Carlos
V cuando en 1541 volvió de Alemania a sus dominios españoles. Entre
todos los que denunciaron al Emperador las tropelías cometidas por los
colonos se distinguieron Loaysa, confesor del monarca y ex general de
los dominicos, y el P. Las Casas. En el año 1542 se reunió una Junta
en la ciudad de Valladolid, compuesta principalmente de eminentes
jurisconsultos y sabios teólogos, con el objeto de formar un código de
Nuevas Leyes para el arreglo de las colonias. Las Casas se presentó
a la Junta y si sus argumentos hallaron ruda oposición en muchos,
prevalecieron al fin, redactándose un código «que lejos de limitarse
a satisfacer las necesidades de la población india, hacía también
particular referencia a la población europea y a los trastornos que
habían alterado el país, y era aplicable generalmente a todas las
colonias de América»[735]. Recibió el código la sanción del Emperador
en el mismo año[736] y fué publicado en Madrid (noviembre de 1543).

       [735] Prescott, Ob. cit., tomo II, págs. 219 y 220.

       [736] Hallándose en Cataluña el 20 de noviembre de 1542.

Comenzaban las _Nuevas Leyes y Ordenanzas de Indias_ con ciertas
disposiciones reglamentarias para el mejor gobierno y régimen del
Consejo de Indias.

Creaban una Audiencia y un virreinato en los reinos del Perú, y
otra Audiencia, que se denominó de los Confines, la cual tendría á
su cargo los asuntos de las provincias de Guatemala y Nicaragua.
Tratábase también de la Audiencia de Santo Domingo. Ocupábanse las
Nuevas Leyes del régimen interior y de las atribuciones de las citadas
Audiencias[737].

       [737] Suprimíase la Audiencia de Panamá.

Por lo que respecta al buen tratamiento y libertad de los indios,
disponían:

  Que los gobernadores, y en general todos los castellanos tratasen
  bien a los indios, remediasen los daños que se les hubieran hecho
  y procuraran que los pleitos entre los indios o con ellos se
  terminasen lo antes posible.

  Que por ningún motivo se redujese a la esclavitud ningún indio.

  Que los indios reducidos a la esclavitud contra las provisiones
  reales fuesen puestos en libertad, oidas las partes breve y
  sumariamente.

  Que no se obligara a los indios a llevar carga excesiva, de
  modo que pudiese peligrar su vida y salud. Tampoco se les podía
  obligar a llevar carga contra su voluntad y siempre mediante la
  correspondiente remuneración.

  Que, contra su voluntad, no se hiciera a los indios que pescasen
  perlas «porque estimamos--decían las Ordenanzas--en mucho más, como
  es razón, la conservación de sus vidas, que el interés que nos
  puede venir de las perlas.»

  Que los virreyes, gobernadores, prelados, hospitales y todas las
  personas favorecidas con oficios, no tuviesen indios encomendados.

  Que las personas que poseían indios, sin título para ello, ó
  teniéndolo, se les había dado muchos, se ordenaba: a los primeros,
  que les dieran libertad, y a los segundos, que se quedasen con un
  número determinado.

  Que las Audiencias averiguasen si los encomenderos trataban bien
  a sus indios, pues si les daban malos tratos, se les privaría de
  ellos y se incorporarían a la corona real.

  Que en lo sucesivo ningún virrey, gobernador, Audiencia, ni otra
  persona cualquiera, pudiese dar a los indios encomienda, ya por
  vía de venta, ya por donación, ora por herencia, ora por otro
  título. Aun en el caso de que muriese la persona que tenía indios
  encomendados, deberían las Audiencias adquirir ciertos datos si se
  quería que los herederos del muerto obtuviesen determinadas gracias
  del Rey.

  Que las Audiencias desplegasen el mayor celo y cuidado en favor
  de los indios que hubieran recobrado la libertad en virtud de las
  disposiciones anteriores.

Las citadas leyes y otras del mismo carácter, transformaron
completamente el estado actual de los indios. Prescott llegó a decir
que ellas, «tocando a las más delicadas relaciones de la sociedad,
destruían los fundamentos de la propiedad y de una plumada convertían
en libre una nación de esclavos»[738]. Benalcázar, por el contrario,
escribió a Carlos V (20 diciembre 1544), diciéndole que despojando a
los dueños de sus esclavos se reducía inevitablemente el país a la
miseria[739].

       [738] _Historia del descubrimiento y conquista del Perú_, tomo
       II, lib. IV, cap. VII, pág. 223.

       [739] Ob. cit., pág. 294, nota.

Pocos días después de la publicación de las Nuevas Leyes, el Padre
Las Casas publicó un folleto intitulado _Brevísima relación de la
destrucción de las Indias Occidentales_, en el cual--como escribe
Milla--trazaba un cuadro que sería verdaderamente aterrador, si su
misma exageración no hiciera desconfiar de la veracidad de muchos de
los hechos referidos[740].

       [740] _Hist. de la América Central_, tomo II, pág. 11.

En muchas poblaciones de las Indias juntáronse los hombres en las
plazas y calles, y al oir la lectura de los artículos del Código,
prorrumpían en gritos y silbidos. «¿Es éste--decían--el fruto de todos
nuestros trabajos? ¿Para esto hemos derramado nuestra sangre? ¡Ahora
que estamos inútiles a causa de tantas fatigas, nos dejan al fin de la
campaña tan pobres como estábamos al principio! ¿Es este el modo que
tiene el gobierno de recompensarnos por haberle conquistado un imperio?
Lo que tenemos, lo hemos ganado con nuestras espadas, y con las mismas
sabremos defenderlo.» La ira de los colonos no reconoció límites.

Sea de ello lo que quiera, y prescindiendo de que las quejas de los
colonos fuesen más o menos justas, lo cierto es que será memorable
siempre el año 1542, pues en él logró Fray Bartolomé proclamar ante
el trono la fórmula de su fe religiosa y política. Hubo de probar «no
deberse dar los indios a los españoles en encomienda, ni en feudo,
ni en vasallaje, ni de otra manera alguna.» Sin embargo, algunos
escritores censuran al Padre Las Casas por la publicación de la
_Brevísima relación de la destrucción de las Indias Occidentales_,
hasta el punto que Quintana escribe: «El error más grande que cometió
Casas en su carrera política y literaria, es la composición y
publicación de ese tratado»[741]. Es cierto que, tanto la obra citada,
como las _Nuevas Leyes_, venían a proteger decididamente a los indios,
vejados por los colonos, siendo, por tanto, perjudiciales a los últimos.

       [741] _Vidas_, etc., pág. 369.

También tuvo amigos y protectores el Padre Las Casas. En el año 1543
fué elevado al obispado de Cuzco, que renunció luego, siendo nombrado
del de Chiapa, y del cual hubo de ser consagrado en Sevilla el domingo
de Pascua de 1544: el 10 de julio del mismo año salió de Sanlúcar con
sus misioneros, llegando el 9 de septiembre al Nuevo Mundo.

Allí, lo mismo que en la metrópoli, se odiaba al Padre Las Casas. El
Padre Motolinía le hubo de imputar que había ido a España a negociar
el obispado; pero la verdad es que él insistió una y cien veces para
que le librasen de carga tan pesada. Tal vez el que en ello tuvo más
empeño fuera el mismo monarca, creyendo recompensar con ello los
merecimientos del agraciado. Inmediatamente que llegó a Santo Domingo,
declaráronle guerra a muerte sus enemigos, especialmente los oidores
de la Audiencia, que resistieron obedecer las provisiones que llevaba
el nuevo obispo acerca de dar libertad a todos los que a la sazón eran
esclavos en los términos de su jurisdicción. Por su cuenta fletó un
buque y se embarcó con sus frailes el 14 de diciembre del año 1544, con
dirección a Yucatán, después a Tabasco y, por último, a Chiapa. El 1.º
de febrero de 1545 llegó a Ciudad Real, y si en los primeros días le
obsequiaron a porfía los principales vecinos, con la esperanza de ganar
su voluntad, cuando se convencieron que el obispo exigía inflexible
el cumplimiento de las _Nuevas Leyes_, la adhesión se convirtió en
odio. Al paso que los indios acudían en tropel a recibir y vitorear al
prelado, los españoles se declararon sus enemigos, encontrando también
la resistencia de las autoridades, que lejos de hacer cumplir las
leyes, favorecían a los rebeldes.

Colonos y autoridades le llamaban soberbio. Unos y otras le acusaban
de que con su intransigencia y orgullo perturbaba el orden y la
tranquilidad en aquellos países. La oposición, lejos de disminuir,
arreciaba de día en día. Los más sensatos, aunque consideraban la
nueva legislación de humanitaria, la tildaban también de peligrosa,
ya porque quitaba de raíz antiguos abusos, ya porque no respetaba los
bienes mal adquiridos. No era bastante la persuasiva elocuencia, ni
la valerosa entereza del Padre Las Casas para atraer al buen camino
a aquellos hombres egoístas. «Sus enemigos--escribe Coroleu--le
llamaban el Antecristo, cantaban coplas injuriosas al pie de sus
ventanas y trataban por mil medios de intimidarle»[742]. Cuando el
obispo de Chiapa se convenció que no podía contar con el apoyo y
auxilio de las autoridades civiles, apeló al poder de la conciencia.
Privó a todos los confesores de sus licencias, dejándolas únicamente
al deán y a un canónigo; y eso «dándole un memorial de casos, cuya
absolución reservaba para sí.» No tuvo ya límites la oposición al
prelado, señalándose en primer término el deán, quien, si retenía la
absolución en los casos reservados y los mandaba al obispo, lo hacía
entregando al penitente una cédula con el siguiente escrito: «El
portador desta tiene alguno de los casos reservados por V. S., aunque
yo no los hallo reservados en el derecho ni en autor alguno»[743].
Los vecinos principales, con el clero a la cabeza, se presentaron a
fray Bartolomé para que mitigara su rigor, y como no hiciese caso de
ruegos y súplicas, «lo requirieron por ante escribano y testigos diese
licencia a los confesores para que los absolviesen, protestando, si
no lo quería hacer, de quejarse y querellarse dél al arzobispo de
México, al Papa, al Rey y al Consejo, como de hombre alborotador de
la tierra, inquietador de los cristianos y su enemigo, y favorecedor
y amparador de unos perros indios»[744]. El deán, sin respeto alguno
al prelado, comenzó a absolver a los que tenían indios esclavos, a los
que los compraban y vendían. Cuando se convenció fray Bartolomé que
nada conseguía con sus ruegos del irascible deán, mandó prenderlo;
pero la multitud se puso al lado del desobediente canónigo, el cual
pudo huir y refugiarse en Guatemala, bien que el prelado le privó
de sus licencias y le excomulgó. A tal extremo llegó el odio hacia
fray Bartolomé, que se escribieron coplas desvergonzadas y satíricas
contra el obispo, «que se hacían aprender de memoria a los niños
para que se las dijesen pasando por su calle.» Cada vez más firme el
obispo en su conducta y cada vez más decididos sus enemigos, las cosas
llegaron al último extremo. Los vecinos suspendieron las limosnas,
único recurso de subsistencia de los religiosos; pero fray Bartolomé
mandó limosneros a los pueblos inmediatos. Nada consiguió, porque
los alcaldes arrebataron la limosna, y para que no se dijese que se
aprovechaban de ella «quebraron los huevos, echaron el pan a los perros
y la fruta a los puercos...»[745]. El obispo, que no podía vivir sino
luchando, se dirigió a la Audiencia llamada _de los Confines_ para
exigir el cumplimiento de las _Nuevas Leyes_. Residía la Audiencia en
la ciudad de Gracias a Dios, y allí debían reunirse los obispos de
Guatemala y Nicaragua. Iba a comenzar la lucha entre fray Bartolomé de
Las Casas y fray Toribio Motolinía. Como Las Casas opinaba la Orden de
Santo Domingo en América, y como Motolinía los franciscanos. Marroquín,
obispo de Guatemala, y la Audiencia de Gracias a Dios se declararon
enemigos de fray Bartolomé y protectores de fray Toribio. A últimos de
1545 se hallaban en Gracias a Dios los prelados de Guatemala, Nicaragua
y Chiapa, con el motivo de consagrar un obispo. Terminado el asunto de
la consagración, los prelados, en especial el de Chiapa, pidieron a la
Audiencia que aliviase la miserable condición de los indios. Dióse el
caso--como ya se dijo en el capítulo XVIII de este tomo--que habiendo
entrado en la sala de acuerdos el venerable prelado, el presidente y
oidores desde los estrados daban gritos y decían: _Echad de ahí ese
loco_. Y como pidiere que desagraviasen su Iglesia y sacasen sus ovejas
de la tiranía en que estaban, el presidente le respondió: «Sois un
bellaco, mal hombre, mal fraile, mal obispo, desvergonzado, y merecíais
ser castigado.» A tales insultos sólo dijo: «Yo lo merezco muy bien
todo eso que V. S. dice, señor Licenciado Alonso Maldonado.» El Padre
Las Casas había recomendado a Alonso Maldonado para que fuese nombrado
presidente de la mencionada Audiencia.

       [742] América, _Hist. de su colonización_, etc., tomo I, pág.
       51.--Barcelona, 1894.

       [743] Remesal, lib. VI, cap. 2.

       [744] Ibidem.

       [745] Ibidem, lib. VI, cap. 3

Continuando la historia de nuestro Derecho en las Indias, no puede
negarse que a últimos del siglo XVIII sufrieron reforma de gran
trascendencia las leyes mercantiles. Si hasta entonces las naciones de
Europa creían lo más conveniente hacer el comercio exclusivo en sus
colonias, a fines del citado siglo nacieron y comenzaron a tener fuerza
las ideas del libre comercio. Por el decreto de 22 de noviembre de 1792
se concedió exención de todo derecho por diez años al algodón, café y
añil que se cosechaba en la isla de Cuba, permitiendo que se exportaran
durante este plazo a cualquiera puerto de Europa, y pudiéndose
completar el cargamento, en caso necesario, con aguardiente de caña.
Por la interesante Real Cédula de 4 de abril de 1794 se creó en la
Habana el _Consulado de agricultura y comercio_, como también la _Junta
económica y de gobierno_, dando además a dicha isla las _Ordenanzas de
Bilbao_, todo lo cual llevó a Cuba verdadero germen de prosperidad, que
produjo extraordinario desarrollo de los intereses mercantiles.

La completa _Recopilación de las Leyes de Indias_, impresa en cuatro
tomos, se mandó hacer por Carlos II. Dichas leyes fueron publicadas por
los reyes anteriores, comenzando por los Católicos Don Fernando y Doña
Isabel. Por la ley de 18 de mayo de 1680 se mandó guardar y cumplir
dicha Recopilación, que debió comenzarse a imprimir el 1681: la Real
Cédula tiene la fecha de 1.º de noviembre del mencionado año, como
puede verse a continuación.


                            _El Rey._

  Por quanto habiendo sido informado de la grande falta que
  hacía para el gobierno de mis Reynos y Señoríos de las Indias
  Occidentales, Islas y Tierrafirme del Mar Océano la Recopilación
  de leyes, que por mandado de los Señores Reyes mis gloriosos
  progenitores se había comenzado y continuado hasta este tiempo,
  en que por la gracia de Dios se ha acabado: y habiéndoseme
  consultado y suplicado por el Consejo de Indias les diese la
  autoridad, fuerza y virtud, quanta necesitan las Leyes para
  ser publicadas, cumplidas y executadas como conviene: Y porque
  asimismo es conveniente que toda esta materia corra y tenga la
  última perfección por el Tribunal que le dió principio; por la
  presente, ordeno y doy licencia y facultad para que por cuenta y
  disposición de mi Consejo de las Indias qualquier impresor de estos
  Reynos pueda imprimir el Libro de la dicha Recopilación de Leyes,
  incorporando en él las Cédulas, Provisiones, Acuerdos y Despachos
  que convengan y sean necesarios para el gobierno y administración
  de justicia, guerra y hacienda, y todas las demás materias que
  tocan y son de la jurisdicción y cuidado del dicho Consejo de
  Indias y convenientes para el despacho de los negocios. Y mando
  que ningún impresor, ni otra qualquier persona pueda imprimir
  ni vender la dicha Recopilación sin particular licencia de los
  del dicho mi Consejo, al qual se la doy y concedo para que sin
  limitación de tiempo pueda hacer las impresiones que le pareciere y
  tuviere por necesarias, y tenga a su cuidado el avío, distribución
  y recaudación de los Libros que se repartieren y beneficiaren en
  estos Reynos y los de las Indias: y el Impresor ó personas que
  sin dicha licencia imprimiesen ó vendieren la dicha Recopilación,
  caygan é incurran en pena de quinientos ducados, y los Libros
  perdidos por la primera vez: y por la segunda, las mismas penas y
  destierro de estos Reynos, y de las Indias, donde se contraviniere
  á lo ordenado y mandado por esta mi Cédula. Fecha en San Lorenzo á
  primero de Noviembre de mil y seiscientos y ochenta y un años.

                                                      _Yo el Rey._

    Por mandado del Rey nuestro Señor.

    _Don Francisco Fernández de Madrigal._


Durante el reinado de Carlos IV se hizo la impresión (la cuarta) de
las Leyes de Indias, en tres tomos, año 1791. Por Real decreto de
16 de Enero de 1840, Isabel II autorizó á don Ignacio Boix para que
reimprimiese la Recopilación, quien así lo hizo en 1841, añadiendo
al final un índice cronológico de un gran número de Reales cédulas,
órdenes y decretos referentes a las Indias, expedidos desde el año 1588
al 1819, que amplían, explican y reforman las leyes de la Recopilación.
También por Real decreto de 8 de Abril de 1889, el Rey, y en su nombre
la Reina Regente del Reino, autorizó a D. Mariano Ramiro y Agudo para
que publicase la legislación ultramarina, el cual comenzó su trabajo
en el citado año, terminándose la obra en el año siguiente, o sea en
el 1890. El 13, último de los tomos, contiene el _Libro noveno_ de
las Leyes de Indias, un Apéndice a dicho libro, un Epílogo, el Indice
general alfabético de la Recopilación de las Leyes de Indias y Reales
disposiciones y autos acordados más importantes posteriores a las
mencionadas leyes.

La Recopilación de Leyes de las Indias se halla dividida en nueve
libros, y los libros en títulos y leyes.

El primer libro contiene 24 títulos que tratan de asuntos religiosos,
como de la Santa Fe Católica, iglesias, catedrales y parroquiales,
monasterios y hospicios, hospitales y cofradías, inmunidad de las
iglesias y monasterios, patronato real, prelados y visitadores
eclesiásticos, concilios provinciales y sinodales, bulas y breves
apostólicos, jueces eclesiásticos y conservadores, dignidades y
prebendados de las iglesias metropolitanas y catedrales, clérigos,
curas y doctrineros, religiosos y religiosos doctrineros, diezmos,
mesada eclesiástica, sepulturas, tribunales de la Inquisición, Santa
Cruzada, de los questores y limosnas. También es objeto del libro
primero las Universidades y estudios generales y particulares, colegios
y seminarios, y los libros que se imprimen y pasan a las Indias.

El segundo libro comprende 34 títulos, que se ocupan de las leyes,
provisiones, cédulas y Ordenanzas Reales, Consejo Real, y Junta de
Guerra de Indias, personal, dependencias y atribuciones del Consejo,
Audiencias y Cancillerías, personal de ellas, juzgado de bienes de
difuntos y visitadores generales y particulares.

El tercer libro abraza 16 títulos, que se refieren al dominio y
jurisdicción Real de las Indias, provisión de oficios, gratificaciones
y mercedes, virreyes y presidentes gobernadores, ramo de guerra,
corsarios, piratas, precedencias, ceremonias y cortesías, correos e
indios chasquis.

El cuarto libro consta de 26 títulos, en los cuales se habla de los
descubrimientos marítimos y terrestres, pacificaciones, poblaciones,
descubridores y pacificadores y pobladores, población de las ciudades
y villas y pueblos, ciudades y villas, cabildos y consejos, oficios
concejiles, procuradores generales y particulares de las ciudades,
venta y repartimiento de tierras y solares y aguas, propios y pósitos,
alhóndigas, sisas y derramas y contribuciones, obras públicas, caminos
públicos, posadas, ventas, mesones, términos, pastos, montes, aguas,
arboledas y plantío de viñas, comercio, mantenimiento y frutos de las
Indias, descubrimiento y labor de las minas, mineros y azogueros,
alcaldes mayores y escribanos de minas, ensayo, fundición y marca
del oro y plata, casas de moneda, valor del oro y plata, moneda y su
comercio, pesquería, envío de perlas y piedras de estimación y obrajes.

El quinto libro, que tiene 15 títulos, se circunscribe a tratar de los
términos y división y agregación de las gobernaciones, gobernadores,
todo el personal de administración, competencias, pleitos y sentencias,
recusaciones, apelaciones y suplicaciones, entregas y exenciones y
residencias.

El libro sexto habla en sus 19 títulos de los indios y de su libertad,
reducciones y pueblos de indios, cajas de censos y bienes de comunidad,
tributos y tasas de los indios, protectores de indios, caciques,
repartimientos y encomiendas y pensiones de indios, encomenderos, buen
tratamiento de los indios, sucesión de encomiendas y entretenimientos
y ayudas de costa, servicio personal, servicio en chacras y viñas,
etc., servicio en coca y añir, servicio en minas, indios de Chile,
de Tucumán, Paraguay y Río de la Plata, sagleyes y confirmaciones de
encomiendas, pensiones, rentas y situaciones.

El séptimo libro, en sus ocho títulos, trata de los pesquisidores y
jueces de comisión, juegos y jugadores, casados y desposados en España
e Indias que están separados de sus mujeres y esposas, vagabundos y
gitanos, mulatos, negros, berberiscos e hijos de indios, cárceles y
carceleros, visitas de cárcel, delitos, penas y su aplicación.

El libro octavo tiene 30 títulos relativos a las Contadurías de
Cuentas, tribunales de Hacienda, escribanos de minas, cajas reales,
libros reales, administración de la Real Hacienda, tributos de indios,
quintos reales, administración de minas, tesoros, alcabalas, aduanas,
almojarifazgos, avaluaciones y afueros generales y particulares,
descaminos y extravíos y commisos, derechos de esclavos, media
annata, venta de oficios, renunciación y confirmaciones de oficios,
estancos, novenos y vacantes de obispados, almonedas, salarios y
entretenimientos, situaciones, libranzas, cuentas y envío de la Real
Hacienda.

El noveno y último libro se refiere en sus 46 títulos a la Real
Audiencia y Casa de la Contratación de Sevilla, del personal de dicha
Casa de la Contratación, del personal de las flotas y armadas de la
carrera de Indias, apresto y formación de dichas flotas y armadas,
navíos de aviso que se despachan a las Indias y de ellas a España,
navíos arribados o derrotados o perdidos, aseguradores, riesgos y
seguros de la carrera de Indias, jueces oficiales de Registros de
las Islas de Canaria, comercio y navegación de las Islas de Canaria,
navegación y comercio de las Islas de Barlovento y provincias
adyacentes, puertos, Armadas del mar del Sur, navegación y comercio
de las Islas Filipinas, China, Nueva España y Perú, y, por último,
consulados de Lima y México.

En el Código de Indias se hallan pocas leyes de los Reyes Católicos,
pues cuando dos siglos después se publicó la _Recopilación_, ya se
hallaban reformadas muchas de las dictadas por aquéllos. Además de
las indicadas, encontramos otras de Don Fernando y Doña Isabel y de
Doña Juana con su padre el Regente[746], a saber: Formando el arancel
de los diezmos y primicias que mediante concesiones apostólicas
pertenecían a la Corona en todas las Indias, islas y Tierra firme del
Océano.=Ordenando que los tenientes del gran Canciller no llevasen
derechos a los que no los debían pagar.=Disponiendo el orden que
debería guardarse en el repartimiento de las presas.=Declarando
que fuesen de aprovechamiento común los montes de frutas
silvestres.=Mandando que nadie pudiera comprar brasil que no fuera
de las Indias Occidentales. Los vecinos y moradores de las Indias
podrían pescar perlas satisfaciendo el quinto; pero las muy buenas se
reservarían a la Corona, satisfaciendo su importe a los pescadores.=Los
escribanos públicos en las Indias y sus islas serían nombrados por
el Rey.=Los pleitos con los indios o entre ellos se tramitarían y
resolverían sumariamente; pero si los asuntos fuesen graves o sobre
cacicazgos se substanciarían y resolverían como los demás.=Se prohibía
que los indios tuviesen armas y que nadie se las vendiese.=Del oro,
plata y metales que se extrajesen de las minas cobraría el Tesoro el
quinto.=El Consulado de Sevilla conocería de las causas de factores
que hubiesen pasado a las Indias con mercancías agenas.=Prohibiendo,
por último, que nadie pudiera registrar como suyas siendo agenas, oro,
plata, perlas y otras cosas; ni lo que fuere suyo otra persona.

       [746] Lib. I, tít. 15, ley 2.ª
             Lib. II, tít. 20, ley 6.ª
             Lib. III, tít. 13, ley 4.ª
             Lib. IV, tít. 17, ley 8.ª
             Lib. IV, tít. 18, ley 3.ª
             Lib. IV, tít. 22, ley 29.
             Lib. V, tít. 7.º, ley 2.ª
             Lib. V, tít. 10, ley 10.
             Lib. VII, tít. 1.º ley 31.
             Lib. VIII, tít. 10, ley 1.ª
             Lib. IX, tít. 6.º, ley 23.
             Lib. IX, tít. 33, ley 34.

La _Recopilación compendiada de las Leyes de Indias_, publicada en
Madrid, año 1846, por los Doctores D. Joaquín Aguirre y D. Juan Manuel
Montalbán, forma un volumen de 447 páginas.

En el Prólogo dicen los autores: «La Recopilación compendiada de
las Leyes de Indias que ahora se ofrece al público, es un extracto
fiel y conciso de la colección publicada en 1841. Destinada esta
obra especialmente a los dominios de Ultramar, no por eso deja de
ser interesante en la Península, en que se ventilan y deciden con
frecuencia negocios judiciales y administrativos de aquellos países,
cuya legislación, por otra parte, tanto importa conocer. El deseo,
pues, de generalizar el conocimiento de unas leyes que por largo tiempo
han regido las dilatadas regiones, parte integrante un día de la
nación española, y que rigen actualmente los preciosos restos que nos
han quedado de nuestra antigua dominación, ha sido la causa principal
que se ha tenido en cuenta para emprender este trabajo.» Añaden que
se han compendiado dichas Leyes sin privarlas de cosa substancial,
que los tratados que ya no tienen aplicación han sido extractados
mucho más ligeramente, y que se han insertado a la letra, después de
sus correspondientes títulos, algunas disposiciones importantísimas
recientemente publicadas.

Las notas puestas a algunas leyes por los Sres. Aguirre y Montalbán
tienen verdadero interés y son de utilidad no escasa para el que quiera
conocer perfectamente la famosa _Recopilación_.

Del Sr. Antequera son las siguientes palabras: «Basta la exposición que
hemos hecho de la _Recopilación de Indias_, para que pueda apreciarse
el mérito de este Código, digno ciertamente de la consideración con
que se le ha mirado y se le sigue mirando en nuestros días, por el
buen espíritu que le anima, por el acierto con que en él se dió forma
a la organización política, administrativa y judicial de las Américas
españolas, y por las útiles y sensatas disposiciones que contiene,
encaminadas al bienestar moral y material de aquellos países; todo esto
con los que hoy nos parecen defectos, atendidas las diferencias de
ideas y de costumbres, y que entonces no lo eran, y con las ventajas
reales y positivas que no ofrecen nuestros actuales Códigos, hijos del
espíritu escéptico que domina a los que se erigen en árbitros de los
destinos de los pueblos»[747].

       [747] _Hist. de la Legislación Española_, págs. 516 y 517.

Convienen todos, lo mismo españoles que extranjeros, que la legislación
dada por España a sus colonias del Nuevo Mundo es glorioso monumento,
cuyas disposiciones se hallan basadas en el más amplio espíritu de
justicia. Se ha dicho que las Leyes de Indias constituían uno de
nuestros mejores Códigos, añadiendo nosotros que las consideramos como
el primero. Habremos cometido muchos errores y grandes torpezas en
América; pero nadie podrá quitarnos la gloria de haber publicado el
Código inmortal de las Leyes de Indias, llevando el espíritu progresivo
de nuestro derecho allende los mares.

Si a la sazón no podemos considerar las Leyes de Indias como norma
legislativa actual, no deja de tener interés su estudio con relación a
su época, a su fin y a los resultados de su aplicación cuando regían en
aquellos dilatados países americanos. Han desaparecido completamente,
como precepto obligatorio, pues los nuevos Estados, para satisfacer sus
necesidades, no han tenido ni debían tener en cuenta el espíritu de
nuestra compilación. Sin embargo, «no han perdido totalmente--según D.
Miguel de la Guardia--su importancia ni su utilidad para el legislador,
para el juez, para el letrado y para todo el que de legislación se
ocupe. Efectivamente, la obra legislativa es para todos los países
un trabajo de continuada y sucesiva elaboración, en la cual nada es
improvisado ni viene de repente, sin antecedentes y sin relación
alguna respecto de lo anterior. Las leyes antiguas van abriendo camino
a las nuevas; pero con ellas se enlazan, las aplican, las aclaran y
completan, y cuando tienen en su seno la altísima sabiduría que en
algunas de Indias se nota, son como la raíz científica, de donde mana
savia y se nutren las que con posterioridad han sido dictadas»[748].
Añade que así como en España, no obstante haberse formulado un Código
civil completo, hay necesidad de consultar y conocer, para explicarlo
en muchas ocasiones, del Código de las Partidas, del mismo modo en
Ultramar no dejará de ser indispensable frecuentemente el conocimiento
de las Leyes de Indias, para la misma inteligencia y aplicación de las
vigentes.

       [748] _Las Leyes de Indias_, tomo XIII, pág. 29.--Madrid, 1890.

Como monumento histórico de nuestra legislación, sin negar que se
encuentran defectos de importancia en las famosas leyes, sería grande
injusticia no reconocer la sabiduría, la elevación de miras y el alto
sentido legislativo en que se inspiraron sus autores.

No hemos de negar que al colonizar a América supeditamos todo interés
al de la religión, como se muestra considerando que las primeras
disposiciones que se dieron iban encaminadas a la propagación del
catolicismo y a la organización de todo lo relativo al culto. Creíamos
que estábamos predestinados por Dios a llevar la idea católica a
Ultramar, a establecer allí el culto y a velar, mediante el Tribunal
de la Inquisición, por la pureza del dogma. Por las citadas razones,
las Leyes de Indias, cuyas disposiciones sabias y humanitarias nadie
pondrá en duda, olvidaron el desarrollo de materiales intereses,
pues apenas tuvieron cuidado por el fomento de la industria y de
la agricultura, pusieron trabas a la libertad de navegación y de
tráfico, y reglamentaron con espíritu demasiado estrecho el pase
a tierras americanas de los nacionales. Al considerar el oro como
capital y casi única riqueza, desconociendo de que toda mercancía se
adquiere por otra, y que la moneda es una de ellas, hizo que nuestros
reyes, conquistadores, comerciantes y aventureros, sólo buscasen
el oro, no estimando las industrias. De modo que, bajo el punto de
vista económico, las Leyes de Indias produjeron, o por lo menos,
contribuyeron en gran parte a la pobreza y aun a la ruina del poderoso
imperio de los Reyes Católicos.

Ilustres comentaristas han estudiado la Recopilación de Leyes de
los Reinos de Indias, hallando en ellas un tesoro de doctrina. Lo
mismo por el fondo que por la forma, lo mismo por el orden y plan de
exposición que por el espíritu de las leyes, la obra merece toda clase
de alabanzas. No encontramos ningún Código extranjero superior al
nuestro. Si censuras hemos dirigido a nuestros monarcas acerca de otro
orden de cosas, si hemos creído que a veces se separaban del camino de
la justicia, afirmamos que se han coronado de gloria con la redacción
y publicación de las Leyes de Indias. Algo, aunque poco, tienen de
malo; algo, aunque poco, tienen de incomprensible. Acerca de lo último,
recordamos que llama nuestra atención que la ley I, tít. XX, lib. VIII,
que versa de la venta de oficios en las Indias, se halla expedida el
año 1522, por Doña Juana sola, y no en unión de su hijo D. Carlos.

Vamos a manifestar por nuestra parte el generoso, y pudiéramos decir
patriarcal espíritu de nuestros reyes al dictar las nunca bastante
alabadas Leyes de Indias. Los deseos de asimilar en su régimen las
provincias ultramarinas al de la Península, lo manifestaron Carlos I,
Felipe II y otros reyes. En las Ordenanzas de Audiencias de 1530, decía
el Emperador: «Ordenamos y mandamos que en todos los casos, negocios
y pleytos en que no estuviere decidido, ni declarado que se debe
proveer por las leyes de esta Recopilación, o por Cédulas, Provisiones
u Ordenanzas dadas y no revocadas para las Indias, y las que por
nuestra orden se despacharen, se guarden las leyes de nuestro Reyno
de Castilla, conforme a la de Toro, assi en quanto a la substancia,
resolución y decisión de los casos, negocios y pleytos, como a la forma
y orden de substanciar»[749].

       [749] Ley II, tít. I, lib. II.

En el año 1541 Carlos V hubo de insistir respecto a los asuntos
civiles, añadiendo también los criminales, puesto que dijo: «Mandamos
a las Audiencias que en el conocimiento de los negocios y pleytos
civiles y _criminales_ guarden las leyes de estos nuestros Reynos de
Castilla...»[750].

       [750] Ley LXVI, tít. XV, lib. II.

Felipe II manifestó el mismo pensamiento en la Ordenanza 14 del
Consejo: Porque siendo de una Corona los Reynos de Castilla y de las
Indias, las leyes y orden de gobierno de los unos y de los otros deben
ser las más semejantes y conformes, que ser pueda. Los de nuestro
Consejo en las leyes y establecimientos, que para aquellos Estados
ordenaren, procuren reducir la forma y manera de el gobierno de ellos
al estilo y orden con que son regidos y gobernados los Reynos de
Castilla y de León, en quanto hubiere lugar, y permitiere la diversidad
y diferencia de las tierras y naciones»[751].

       [751] Ley XIII, tít. II, lib. II.

Al Emperador se deben las tres disposiciones que copiamos a
continuación: Eran de aprovechamiento común los montes, aguas y
términos de los pueblos respectivos[752]. Las tierras sembradas,
después de alzado el pan, servían de pasto común[753]. Eran también
comunes los montes y pastos de las tierras que hubiesen sido dadas en
señorío[754].

       [752] Ley V, tít. XVII, lib. IV.

       [753] Ley VI, tít. XVII, lib. IV.

       [754] Ley VII, tít. XVII, lib. IV.

Ya doña Juana la Loca había manifestado iguales ideas, puesto que dió
su aprobación a lo siguiente: «Nuestra voluntad es de hazer, e por la
presente hazemos los montes de fruta silvestre, comunes y que cada
uno la pueda coger y llevar las plantas para poner en sus heredades y
estancias, y aprovecharse de ellos, como de cosa común»[755].

       [755] Ley VIII, tít. XVII, lib. IV.

Prueba todo lo dicho que los españoles no se reservaron el monopolio de
las riquezas americanas. Igual conducta observó Felipe II que su padre
Carlos V, y su abuela doña Juana. Del fundador del Escorial, año 1559,
es lo que sigue: «Es nuestra voluntad que los indios puedan libremente
cortar madera de los montes para su aprovechamiento. Y mandamos que no
se les imponga impedimento...»[756].

       [756] Ley XXIV, tít. XVII, lib. IV.

Mención especial debemos hacer de una ordenanza de Carlos I, dada en
el año 1526, en la cual disponía que «todas las personas de cualquier
estado, condición, preeminencia ó dignidad, tanto españoles como
indios, pudiesen sacar oro, plata, azogue y otros metales, como también
labrarlos libremente, sin ningún género de impedimento...»[757]. El
mismo Rey, en el año 1551, ordenó que «a los indios no se les pusiera
impedimento para descubrir, tener y ocupar minas de oro, plata u otros
metales, conforme las ordenanzas de cada Provincia...»[758].

       [757] Ley I, tít. XIX, lib. IV.

       [758] Ley XIV, tít. XIX, lib. IV.

Felipe II mandó, en el año 1559, que se guardasen las mismas
consideraciones con los indios que se guardaban con los españoles.

Mirando el bien de los indios dispuso Carlos V, en 1530, que los
corregidores y justicias hiciesen que aquéllos no fueran holgazanes ni
vagabundos, y que trabajasen en sus haciendas o labranzas, y oficios,
en los días de trabajo...[759]. El mismo Emperador, considerando la
pobreza de los indios, hubo de disponer que no pagasen derechos de
ninguna clase en sus pleytos y causas, ya fuesen actores, ya reos. Las
Comunidades y Caciques sólo pagarían la mitad de lo dispuesto por el
arancel de los Reynos de Castilla...[760].

       [759] Ley XXIII, tít. II, lib. V.

       [760] Ley XXV, tít. VIII, lib. V.

De Felipe II es la disposición por la cual los indios no estaban
obligados a pagar dézimas en las ejecuciones, y en los demás derechos
se debía proceder con mucha moderación...[761].

       [761] Ley XV, tít. XIV, lib. V.

Del emperador Carlos V, dada el año 1521, es la orden siguiente: «El
trato, rescate y conversación de los indios con españoles, los unirán
en amistad y comercio voluntario, siendo a contento de las partes, con
que los indios no sean inducidos, atemorizados, ni apremiados, y se
proceda con buena fee, libre y general para unos y otros...»[762].

       [762] Ley XXIV, tít. I, lib. VI.

De la tolerancia y aun benignidad del gobierno español con los derechos
y costumbres de los indios, son buena prueba las leyes siguientes:
«Los principales y caciques de las quatro Cabeceras de Tlaxcala nos
suplicaron por merced que se les guardasen sus antiguas costumbres para
conservación de aquella Provincia, Ciudad y República, conforme a las
Ordenanzas dadas por el gobierno de la Nueva España el año de 1545,
confirmadas por provisión real. Y porque son muy justas y convenientes
y hasta la fecha han estado en observancia y mediante ellas son bien
gobernados, y la ciudad se halla quieta y pacífica, de nuevo las
aprobamos y confirmamos, y mandamos que se cumplan, guarden y ejecuten
y no se consienta que en todo su contenido se contravenga en ninguna
forma»[763].

       [763] Ley XL, tít. I, lib. VI.

Pruébase por nuestras Leyes de Indias que fueron exageradas las acres
censuras del Padre Las Casas y de Ercilla a la administración española
en sus relaciones con los indígenas. Mandaron nuestros reyes «que
ningún Adelantado, Gobernador, Capitán, Alcaide, ni otra persona, de
qualquier estado, dignidad, oficio, o calidad que sea, en tiempo y
ocasión de paz o guerra, aunque justa y mandada hacer por Nos, o por
quien nuestro poder hubiere, sea ossado de cautivar indios naturales
de nuestras Indias, Islas y Tierra Firme del mar Oceano... Si alguno
fuese hallado, que cautivó o tiene por esclavo algún indio, incurra en
perdimiento de todos sus bienes, aplicados a nuestra Cámara y Fisco,
y el indio o indios sean luego bueltos y restituídos a sus propias
tierras y naturalezas, con entera y natural libertad, a costa de los
que assi los cautivaren o tuvieren por esclavos. Y ordenamos a nuestras
Justicias que tengan especial cuidado de lo inquirir y castigar con
todo rigor, según esta ley, pena de privación de sus oficios, y cien
mil maravedís para nuestra Cámara al que lo contrario hiziere y
negligente fuere en su cumplimiento»[764].

       [764] Ley I, tít. II, lib. VI.

Ordenaron también que fuesen castigados «severa y exemplarmente»
los encomenderos que vendiesen sus indios, pues llegaron á disponer
que el indígena recobrase su libertad natural y el encomendero
quedase privado de la encomienda y de poder conseguir otra[765]. Como
los portugueses de la villa de San Pablo (Brasil), que dista diez
jornadas de las últimas Reducciones de indios de la provincia del
Paraguay, entrasen y cautivaran indígenas para después venderlos en
el mencionado Brasil, nuestros reyes ordenaron a sus gobernadores del
Río de la Plata y del Paraguay, que procurasen aprehender y castigar
a los delinquentes[766]. Mostraron su buena fe y espíritu generoso
nuestros monarcas ordenando que los indios fuesen reducidos «con mucha
templanza y moderación» a poblaciones[767], añadiendo que a los indios
reducidos no se quiten las tierras y granjerías que tuvieren en los
sitios que dejaren[768]. Recomendaron que a los indios que trabajaban
en las minas se les impusiera justo tributo, «y este se cobre con
toda suavidad»[769]. Como regla general, a los caciques y a sus hijos
mayores se les eximió de pagar tributo[770]. Tanto interés mostraron
nuestros reyes por los indios que, informados de su pobreza con motivo
de terrible peste, mandaron a los visitadores y comisarios que sólo
exigiesen «lo que buenamente pueden pagar de tributo y servicio, sin
gravámen...»[771]. Sabedores de ciertos abusos de los encomenderos de
la Nueva España, mandaron «que nuestras Audiencias pongan el remedio
que más convenga, y hagan de forma que los indios no sean agraviados
y gozen de sus haciendas libremente, sin estorvo en sus granjerías y
aprovechamientos, como personas libres y vasallos nuestros»[772]. En su
deseo siempre cada vez mayor de proteger por todos los medios posibles
a los indígenas, acordaron restablecer el nombramiento de Protectores
y Defensores de los indios[773]. La experiencia había demostrado la
conveniencia y aun necesidad de dichos Protectores y Defensores.
«Algunos naturales de las Indias eran en tiempo de su infidelidad
caciques y señores de pueblos, y porque después de su conversión es
justo que conserven sus derechos y el haber venido a nuestra obediencia
no los haga de peor condición, mandamos que si estos caciques o sus
descendientes pretendieran suceder en aquel género de señorío, se les
conceda y haga justicia»[774].

       [765] Ley II, tít. II, lib. VI.

       [766] Ley VI, tít. II, lib. VI.

       [767] Ley I, tít. III, lib. VI.

       [768] Ley IX, tít. III, lib. VI.

       [769] Ley XIV. tít. V, lib. VI.

       [770] Ley XVIII, tít. V, lib. VI.

       [771] Ley XXXV, tít. V, lib. VI.

       [772] Ley XXXIX, tít. V, lib. VI.

       [773] Ley I, tít. VI, lib. VI.

       [774] Ley I, tít. VII, lib. VI.

El propósito de igualar a españoles e indios se manifiesta también
en la ley que copiamos: «Es nuestra voluntad que los indios e indias
tengan, como deben, entera libertad para casarse con quien quisieren,
así con indios como con naturales de estos nuestros reinos o españoles
nacidos en las Indias, y que en esto no se les ponga impedimento,
mandamos que ninguna orden nuestra que se hubiere dado, o por Nos fuere
dada, pueda impedir ni impida el matrimonio entre indios e indias con
españoles o españolas, y que todos tengan entera libertad de casarse
con quien quisieren»[775].

       [775] Ley II, tít I, lib. VI.

Era libre para los naturales del país la pesca de las perlas[776].
Entre los encomenderos y los indios, nuestros monarcas se pusieron al
lado de los últimos, exigiendo a aquéllos «juramento judicial ante el
gobernador, y con fe de escribano de que tratarán bien a sus indios y
conforme a lo que está dispuesto y ordenado»[777].

       [776] Leyes XXIX y XXX, tít. XXII, lib. VI.

       [777] Ley XXXVII, tít. IX, lib. VI.

Muchas son las leyes dadas por nuestros monarcas mandando que los
virreyes y Audiencias se informen si son mal tratados los indios, y en
caso afirmativo ordenan que se castigue a los culpados. No teniendo
Felipe II confianza en las citadas autoridades, hubo de encargar a los
arzobispos y obispos «que en todas las ocasiones de flotas y armadas
nos envíen relación muy particular del tratamiento que se hace a los
indios en sus distritos, si van en aumento o disminución, si reciben
molestias o vejaciones, y en qué cosas, si les falta doctrina, y
adónde, si gozan de libertad o son oprimidos, si tienen protectores
y qué personas lo son, si los ayudan y defienden, haziendo bien y
diligentemente sus oficios o con descuido y negligencia, si reciben
algo de los indios, qué instrucciones tienen, cómo las guardan, lo que
convendrá proveer para su mejor enseñanza y conservación, y lo que más
les ocurriese acerca de esto, dirigido a nuestro fiscal del Consejo de
Indias, a cuyo cargo está su protección, para que pida lo que toca a
su obligación, y Nos proveamos lo conveniente al descargo de nuestra
conciencia y cargo de los que fueren omissos»[778].

       [778] Ley VII, tít. X, lib. VI.

¿Qué más? El mismo Rey dispuso que los delitos contra indios sean
castigados con mayor rigor que contra españoles[779]. Tan previsoras
fueron nuestras leyes de Indias que ellas dispusieron que a los
indígenas no se les podía obligar a llevar a cuestas carga alguna hasta
que tuvieren diez y ocho años cumplidos[780]; disponiendo, además,
que la carga de los indios no había de pasar de dos arrobas[781].
La ley última del libro VI no deja de tener cierta curiosidad. Según
ella, «ninguna india que tenga su hijo vivo pueda salir a criar hijo
de español, especialmente de su encomendero, pena de perdimiento de la
encomienda y 500 pesos, en que condenamos al juez que lo mandare, y
permitimos que habiéndosele muerto a la india su criatura pueda criar
la del español»[782].

       [779] Ley XXI, tít. X, lib. VI.

       [780] Ley XIV, tít. XII, lib. VI.

       [781] Ley XV, tít. XII, lib. VI.

       [782] Ley XIII, tít. XVII, lib. VI.

En el año 1568 Felipe II ordenó que los virreyes, presidentes y
gobernadores no consintiesen que los vagabundos españoles viviesen
entre los indios...[783], disponiendo también que se les obligase a
trabajar; a los incorregibles e inobedientes se les desterraría a
Chile, a Filipinas o a otras partes[784]. Del mismo modo a los gitanos,
sus mujeres, hijos y criados se les echaría de las Indias[785]. Las
Justicias de las Indias procederían contra las mestizas adúlteras,
del mismo modo que las leyes de Castilla disponían contra las mujeres
españolas[786]. Aun para la cobranza de los tributos, asunto que tanto
importaba a la Real Hacienda, Felipe II, en el año 1581, hubo de
disponer que se cobrasen con el menor daño de los indios[787].

       [783] Ley I, tít. IV, lib. VII.

       [784] Ley II, tít. IV, lib. VII.

       [785] Ley V, tít. IV, lib. VII.

       [786] Ley IV, tít. VII, lib. VII.

       [787] Ley XVI, tít. IX, lib. VIII.

Terminaremos esta reseña de las Leyes de Indias, recordando, si de los
Consulados de México y Lima se trata, que la sabia Recopilación dispone
que se guarden las leyes y ordenanzas de los Consulados de Burgos y
Sevilla[788].

       [788] Ley LXXV, tít. XLVI, lib. IX.

Después de la edición de las _Leyes de Indias_, se han publicado dos
obras de reconocido mérito, por D. José María Zamora y Coronado y por
D. Joaquín Rodríguez San Pedro, intituladas: la primera, _Diccionario
de la Legislación ultramarina_, y la segunda, _Tratado de Legislación
ultramarina concordada y anotada_. Por último, se han publicado algunas
disposiciones, ya cuando las Indias eran colonias, ya cuando eran
provincias[789].

       [789] Véase Marichalar y Manrique, _Historia de la
       Legislación_, etc., tomo IX, págs. 399-418.

Pasamos a estudiar el Real y Supremo Consejo de Indias. Ni en el
año 1511, ni en el 1514, ni en el 1518--como dice el cronista
Herrera--había Consejo de Indias[790]. El emperador Carlos V dispuso
la creación de un Consejo que despachase los asuntos de Indias, y
al efecto, «el 4 de agosto de 1524 nombró por presidente a Fr.
García de Loaysa, general de la Orden de Santo Domingo, su confesor,
obispo de Osma; y a primero del mismo mes se dieron los títulos de
consejeros al obispo de Canarias y al Doctor Gonzalo Maldonado, porque
ya trataban de estos negocios el Doctor Beltrán; y era del mismo
Consejo el Proto-Notario Pedro Mártir de Anglería, abad de Jamaica,
y el licenciado Galíndez de Carvajal y fiscal el licenciado Prado: y
la primera cosa que entonces se trató fué sobre la libertad de los
indios»[791].

       [790] _Historia general de los hechos de los castellanos en
       las islas y Tierra Firme del mar Océano_, tomo VIII. Tabla
       general de las cosas notables, etc.

       [791] _Década_ III, lib. VI, capítulo XIV.

Consideremos los antecedentes de dicho Consejo. Creada la Casa de la
Contratación de Sevilla, los asuntos de ella eran consultados por los
Reyes Católicos con D. Juan Rodríguez de Fonseca (hermano de Antonio
de Fonseca, señor de Coca), deán de Sevilla y después arzobispo de
Rosano y obispo de Burgos. También entendían en las cosas de las
Indias--aunque sin cargo determinado--D. Fernando de la Vega, señor
de Grajal y Comendador Mayor de Castilla; el gran canciller Mercurino
Gattinara; Mr. de Lassao (de la Cámara del Emperador); el licenciado
Francisco de Vargas, tesorero general de Castilla, y otros grandes
letrados; «pero no tuvo personas ciertas, sino que se nombraban los que
mandaba el rey o sus gobernadores»[792].

       [792] Herrera, _Década_ III, lib. VI, cap. XIV.

Es cierto que desde el año 1511 se celebraban consejos para los asuntos
más importantes de las Indias, y en este dato se apoyó el historiador
inglés William Robertson en su _Historia de América_ para afirmar
que Fernando V estableció en dicho año el Consejo de Indias; pero
Herrera en sus _Décadas_ dice que cuando Vasco Núñez de Balboa (1514)
quiso anunciar al Rey el descubrimiento del mar del Sur, fué recibido
por Fonseca (que ya era obispo de Burgos) y el comendador López de
Conchillos, en quienes se resumía todo el Consejo y gobernación de
las Indias, porque a la sazón no había aún Consejo especial de ellas.
Cuando Fonseca creía que por lo complicado o difícil del asunto debía
consultar, echaba mano de los doctores Zapata y Palacios Rubios y de
los licenciados Santiago y Sola. Sin embargo de que Bernal Díaz del
Castillo escribe que al hacerse ciertos repartos de indios (1520) entre
los soldados de Hernán Cortés, amenazaron los últimos con acudir en
queja al Rey y a los de su Real Consejo de Indias[-1]; sin embargo de
que D. Pascual Gayangos dice que ha tenido a la vista una Revisión
original del Consejo de Indias de 15 de febrero de 1521[793], repetimos
que tuvo comienzo en el mes de agosto de 1524.

       [793] _Notas a las cartas y Relaciones de Hernán Cortés._
       Introducción, pág. XVII.

El Real y Supremo Consejo de Indias tenía a su cargo mayor número
de asuntos que el de Castilla, esto es, Iglesias, Estado, Guerra,
Justicia, Cámara, Hacienda, Gobernación y Armada. Eran tan complejos
y tantos los negocios que debía resolver el Tribunal, que hallándose
enfermo Carlos V de cuartanas en Valladolid, entró (26 octubre 1524) el
comendador Francisco de los Cobos, secretario de S. M. y de su Consejo,
en la Cámara de dicho Consejo, que se tenía en el monasterio de San
Pablo, y estando presentes el obispo de Osma, los doctores Beltrán y
Maldonado y el protonotario Pedro Mártir de Anglería, se hizo constar
que el Rey ordenaba, para que los asuntos no sufriesen interrupción,
que durante dicha enfermedad se despachasen todas las cosas de justicia
por cartas firmadas por el presidente y consejeros, selladas con el
sello real, como se hacía con el Consejo de Castilla. Era, además,
el Consejo de Indias tribunal de apelación de todos los fallos que
pronunciaba la Casa de la Contratación de Sevilla, de modo que ambas
formaban la organización judicial y administrativa de todos los
asuntos que se referían al Nuevo Mundo. Carlos V atendió con verdadera
solicitud todo lo referente al Consejo de Indias, como puede verse en
el Código las _Nuevas Leyes_. Otra Real Provisión dirigió (4 junio
1543) Carlos V al Consejo de Indias, y en ella se manifestaba la misma
solicitud en favor de los indígenas.

El príncipe D. Felipe, gobernador del reino, al partir para Alemania,
dejó (12 julio 1554) a su hermana la princesa doña Juana el gobierno
de las Indias, cuyos asuntos le recomendaba, bien que también hacía
presente al Consejo que tuviese especial cuidado para que a la mayor
brevedad se trajera todo el oro, plata, perlas y otras cosas que allá
hubiera de S. M.[794].

       [794] Danvila, ob. cit., págs. 28-32.

Desde que Felipe II, por la abdicación de su padre, ciñó la corona de
España, manifestó gran interés por los asuntos del Nuevo Mundo. En
1574 declaró que el patronazgo de las Indias pertenecía al Rey y a su
Real Corona, patronazgo que nunca podría salir en todo ni en parte de
la mencionada Real Corona. Como a pesar de varias disposiciones en
favor de los indios, volvieron aquellos infelices a la tiranía de los
encomenderos, Felipe II hubo de encargar a las justicias eclesiásticas
y seculares que remediasen las vejaciones que padecían los indios,
favoreciéndoles, amparándoles y defendiéndoles contra cualquier
agravio, y castigando rigurosamente a los encomenderos transgresores.
Sin embargo, el mismo Rey, que mostraba tanta humanidad con los
indígenas, concedía licencias para vender esclavos, como también para
introducir cada año en las Indias 4.250 esclavos negros, siendo
todavía más censurable el haber dispuesto en 1569 que los tribunales
del Santo Oficio se estableciesen en las Indias.

Intentóse que la Real Hacienda de las Indias formara parte de la de
Castilla; pero en 1562 se expidió Real Cédula anulando esta forma de
administración y reintegrando al Consejo de Indias en sus antiguas
atribuciones. La reforma más transcendental fué la _Recopilación de
las leyes de Indias_, decretada en el año 1570, y de las que sólo se
imprimió y publicó el título del Consejo y sus ordenanzas; se mandaron
guardar y ejecutar por Real Cédula de 24 de septiembre de 1571. En
1596, esto es, dos años antes de morir Felipe II, mandó el Rey que se
recopilasen todas las disposiciones dictadas en diferentes tiempos,
formándose con ellas cuatro tomos impresos. Con el mismo objeto en
tiempo de Felipe III se nombró (1608) una comisión para recopilar las
leyes de Indias, que nada hizo de provecho. Ya en el reinado de Felipe
IV se publicó un libro intitulado _Sumario de la Recopilación general
de las leyes_ (1628); pero la obra no terminó hasta el año 1680 en que
por ley de 18 de mayo se dispuso guardar y cumplir, no acabando de
imprimirse, como antes se dijo, hasta 1681, según Cédula de Carlos II
(1.º de noviembre del citado año). En esta obra que, según Fabié, es
uno de los monumentos más gloriosos de la historia nacional[795] se han
reunido todas las disposiciones dictadas en los reinados de Felipe II,
Felipe III, Felipe IV y Carlos II[796].

       [795] _Ensayo histórico sobre la legislación de los Estados
       españoles de Ultramar_, pág. 6.

       [796] Danvila, ob. cit., págs. 33 y 34.

A la dinastía austriaca sucedió la de Borbón. Felipe V extinguió (3
marzo 1703) la Cámara de Indias, resumiendo todas sus atribuciones
en el Consejo, del cual fué nombrado presidente el duque de Uceda,
que vino de la embajada de España en Roma a sustituir al de
Medinaceli[797]. Durante el reinado de Felipe V sufrió varias e
importantes reformas el Consejo de Indias.

       [797] Se había creado en el año 1600.

Sumamente beneficiosa fué la política de Fernando VI y de Carlos III en
los negocios de América. Lucas Alamán, moderno historiador mejicano,
ha escrito lo siguiente: «el gobierno de América había participado
del desmayo y del desorden de que adoleció toda la monarquía en los
reinados de los dos últimos príncipes de la dinastía austriaca; comenzó
a mejorar bajo Felipe V, el primero de los monarcas de la Casa de
Borbón; adelantó mucho en el reinado de Fernando VI, bajo el memorable
mando del marqués de la Ensenada, y llegó al colmo de la perfección en
el de Carlos III»[798]. Los nombres de Fernando VI y de Carlos III, se
hallan escritos con letras de oro en la historia de la América española.

       [798] _Hist. de México_, vol. I, cap. II.

En el reinado de Carlos IV se publicó Real decreto refundiendo los
ramos de cada departamento del Despacho universal de España é Indias
en una sola secretaría (25 abril 1790); también por otro Real decreto
se suprimió la Audiencia y Casa de la Contratación de Cádiz, creando
en su lugar un juez de Arribadas (18 junio 1790). Bajo la dominación
de José Bonaparte se suprimió el Consejo de Indias (decreto de 18 de
agosto de 1809); pero un mes después se restableció en Cádiz, según
una cédula dirigida a las autoridades de América (21 septiembre 1810).
Las cortes de Cádiz (17 abril 1812) publicaron un decreto, mediante
el cual se organizó el Tribunal Supremo de Justicia, mandando pasar a
él los negocios de que estuviesen conociendo los extinguidos Consejos
de Castilla, de Indias y de Hacienda. Fernando VII restableció el
Consejo de Indias (Real decreto de 2 de julio de 1814) y dispuso
que continuara con las mismas atribuciones que tenía en primero de
mayo de 1808. Del mismo modo fué restablecida la Cámara de Indias
con iguales atribuciones que en tiempos pasados. El 9 de marzo de
1820, restablecida la constitución de Cádiz, se cerró nuevamente el
Consejo de Indias. La Regencia del Reino (29 mayo 1823), convocó a
los ministros que habían sido del mismo, para que entrasen de nuevo
en el ejercicio de sus funciones, exceptuando los que habían servido
al gobierno constitucional; en lo mismo insistió otra orden de 2 de
junio siguiente. Acordóse el restablecimiento completo y definitivo
(1.º octubre 1823) y se fijó nueva organización por Real decreto
(28 noviembre 1828). En la menor edad de Isabel II, se suprimió por
tercera vez los Consejos de Castilla y de Indias (Real decreto de 24
de marzo de 1834), instituyéndose en Madrid un Tribunal Supremo de
España e Indias, con tres salas, una de las cuales conocería de todos
los asuntos de Ultramar. Se suprimió otra vez el Consejo de Indias
en 1836, y por un decreto de las Cortes (8 mayo 1837), se dispuso
que el Tribunal Supremo de Justicia siguiese conociendo de todos los
asuntos de que había entendido el Consejo de Indias, con arreglo a
la Recopilación de leyes ultramarinas. Se suprimió la Sala de Indias
del Tribunal Supremo (25 agosto 1854); se restableció poco después, y
por Real decreto (26 marzo 1858), se aumentaron en ella dos plazas de
ministros. Desde entonces los negocios de Indias se repartían entre el
Tribunal Supremo, el de Cuentas, el de lo Contencioso-administrativo y
el Ministerio de Ultramar[799].

       [799] Danvila, ob. cit., págs. 37-46.

Procede ya considerar con algún detenimiento el estado poco cariñoso de
las relaciones--como antes se indicó--entre Fray Toribio de Benavente
y Fray Bartolomé de las Casas, el primero representante de la Orden
franciscana y el segundo de la dominicana. Los dos fueron el alma
de las luchas religiosas en América a mediados del siglo XVI[800].
Fray Toribio, con otros compañeros de su Orden, fué recibido con viva
satisfacción por Hernán Cortés. Oyó Fray Toribio repetir a los indios
la palabra Motolinía, y como le dijesen que significaba _pobreza_,
determinó no llamarse ya Fray Toribio de Benavente, sino Fray Toribio
de Motolinía. Por entonces era superior de la Orden franciscana en
México Fray Martín de Valencia, y poco después fué nombrado guardián
Fray Toribio.

       [800] Nació Fray Toribio en Benavente (provincia hoy de
       Zamora), y se embarcó en Sanlúcar de Barrameda el 23 de enero
       de 1524, llegando el 13 de mayo a San Juan de Ulúa.

Noticioso el Emperador del mal trato que los conquistadores daban
a sus nuevos vasallos, creó el cargo de _Protector de Indios_, que
encomendó, por cédula de 24 de enero de 1528, a Fray Juan de Zumárraga
y a Fray Julián Garcés, nombrados respectivamente obispos de México y
de Tlascala. Con poco gusto recibió el gobierno colonial esa especie
de protectorado eclesiástico, y desde el principio mostró decidida
oposición. Fray Vicente de Santa María, en carta escrita en el citado
año al obispo de Osma, afirmaba que el prelado Zumárraga había mandado
a los franciscanos que predicasen contra la Audiencia, excediéndose los
predicadores hasta llamar a los oidores «ladrones y bandidos.» Añadía
que también ordenó a los visitadores que se abstuvieran de proceder,
bajo pena de excomunión. «En mi presencia, decía el autor de la carta,
han tratado de tirano al presidente de la Audiencia, aconsejando a los
indios que no le obedecieran cuando les mandase trabajar en las obras
públicas.» Entre los gobernantes y conquistadores por un lado, y los
pueblos esquilmados por otro, se entabló rudo combate, poniéndose en el
campo de los últimos los frailes. El predicador Fray Alonso de Herrera
se atrevió en un sermón a decir _Audiencia del Demonio y de Satanás_;
y Fray Toribio, que decía la misa mayor, hizo después sencilla plática
«confirmando cuanto había dicho el orador sagrado.» Fray Toribio se
denominaba _Visitador, Defensor, Protector y Juez de los indios en
las provincias de Huexotzinco, Tlascala y Huacachula_. Aconsejaban
los frailes que los indios no pagasen los tributos impuestos por la
Audiencia, sino los que ellos fijaban. Díjose, aunque sin fundamento
alguno, que intentaron tramar una conspiración para alzarse con el
gobierno de la colonia y arrojar a conquistadores y gobernantes, bien
que reconociendo la soberanía del rey de España. Llegó a darse como
cosa cierta que formaban el plan revolucionario los Padres Motolinía,
Ximénez y Fuensalida.

Después de reñir Fray Toribio cruda batalla con la Audiencia de México,
pasó a Guatemala (1528-1530) e ignoramos dónde estuvo desde mediados de
1530 hasta enero de 1533, en que le hallamos en Tehuantepec. Desde el
1536 residió en el convento de Tlaxcala, permaneciendo en él seis años.
En 1539 conoció _personalmente_ al P. Las Casas, aunque es de creer que
ya en 1528 se encontraron en el territorio de Guatemala.

Conviene no olvidar que a raíz de la fundación de las religiones
franciscana y dominicana comenzó la rivalidad entre ellas, más que por
el espíritu de cuerpo, por las diferencias radicales que las separan;
también por la oposición de caracteres entre el italiano Francisco de
Asís y el español Domingo de Guzmán. La lucha entre las dos órdenes
mendicantes durante los siglos XIII, XIV y XV, se repitió en el XVI en
América, figurando el P. Motolinía a la cabeza de los franciscanos y el
P. Las Casas al frente de los dominicos. Uno y otro estaban conformes
en que las hordas de aventureros españoles que venían a buscar
fortuna, sorprendieron la buena fe de los monarcas para establecer el
sistema de _Repartimientos_ y _Encomiendas_, reduciendo a los indios
a dura esclavitud; pero se diferenciaban en el modo de ver las cosas.
Fray Bartolomé de las Casas, enarbolando la Cruz como única bandera
civilizadora, condenó el empleo de la fuerza y suyas son las siguientes
palabras: «sobre todas las leyes que fueron, y son y serán, nunca otra
ovo ni avrá que así requiera la libertad, como la ley evangélica de
Jesucristo, porque ella es ley de suma libertad.» Conforme con este
principio, los repartimientos, las encomiendas y otros medios análogos
empleados para aumentar el trabajo de los indios, eran injustos,
ilegítimos y pecaminosos. Todos los dominicos se lanzaron por la
senda que abrió el Padre Las Casas. Refiriéndose Las Casas a lo que
se llamaban conquistas de Hernán Cortés en México, hubo de decir que
eran «invasiones violentas de crueles tiranos, condenadas no sólo por
la ley de Dios, sino por todas las leyes humanas, como lo son, y muy
peores que las que hace el Turco para destruir la Iglesia cristiana.»
Llamaba tiranos, crueles y feroces a Cortés, Alvarado y Olid. En otro
de sus escritos añadía Fray Bartolomé que por Real orden se prohibió a
Cortés dar encomiendas y hacer reparticiones; pero Cortés «no cumplió
nada por lo mucho que a él le iba en ello.» No creía Fray Toribio
Motolinía que merecía tales censuras el conquistador de México. Para
Motolinía el gran conquistador ansiaba «emplear la vida y la hacienda
por ampliar y aumentar la fe de Jesucristo y morir por la conversión
de estos gentiles,» se confesaba «con muchas lágrimas, comulgando
devotamente y poniendo su ánimo y hacienda en manos de su confesor,» y
ayudado de «Aguilar y Marina, que le servían de intérpretes, predicaba
a los indios y les daba a entender quién era Dios, y quién eran los
ídolos, y así destruía los ídolos y cuanta idolatría podía.» Pensando
Fray Toribio en Cortés y en Las Casas, decía que su héroe era hijo de
salvación, y que tenía mayor corona que otros «que lo menosprecian.»
Los franciscanos siguieron al pie de la letra las doctrinas y
enseñanzas del Padre Motolinía. Debieron ocurrir semejantes sucesos por
los años de 1528 y 1529, época en que Fray Toribio estuvo en Guatemala.

Por su parte Fray Bartolomé, noticioso de que el gobernador de
Nicaragua, allá por el año 1534, quería aumentar su poder promoviendo
nuevos hallazgos de tierras, se opuso a ello, atreviéndose a decir en
los sermones, en las confesiones y en otras partes, que los soldados
«no iban con sana conciencia a entender en tal descubrimiento.» Formóle
proceso el gobernador (1536), del cual se libró por mediación del
obispo. En seguida abandonó el convento de Nicaragua y se retiró con
sus frailes a Guatemala, permaneciendo allí hasta el año 1538. Pasó a
México, donde le encontramos el año 1539, gozando de gran favor en el
gobierno del virrey Mendoza.

Un asunto de capital interés influyó para que fuese mayor el desvío
que separó durante su vida a los Padres Motolinía y de Las Casas.
Refiere el primero lo que a continuación copiamos: «Un indio había
venido de tres o cuatro jornadas á se baptizar, y había demandado el
baptismo muchas veces... y yo--añade nuestro historiador--con otros
frailes rogamos mucho al de Las Casas que baptizase aquel indio,
porque venía de lejos; y después de muchos ruegos demandó muchas
condiciones de aparejos para el bautismo, _como si él sólo supiera más
que todos_, etc.» El resultado fué que Fray Bartolomé no quiso bautizar
al indio, fundándose en recientes prohibiciones del papa Paulo y de
la _Junta Eclesiástica_. Por su parte, Fray Toribio escribe lo que
sigue: «En muchas partes--y aludía a las prevenciones de la _Junta
Eclesiástica_--no se bautizaban sino niños y enfermos; pero esto duró
tres ó cuatro meses, hasta que en un monasterio que se llama Quecholac,
los frailes se determinaron de bautizar á cuantos viniesen, _no
obstante lo mandado por los obispos_.» El mismo P. Motolinía confiesa
que en cinco días (que estuvo en aquel monasterio) _otro sacerdote y yo
bautizamos por cuenta catorce mil y doscientos y tantos_...

Fray Bartolomé de Las Casas se dirigió a España para obtener de
la Corona ciertas disposiciones que aligerasen el pesado yugo a
que estaban sometidos los indios. Dominado por la misma idea,
obtuvo--según Herrera--la orden en cuya virtud se dispuso la fundación
de la Universidad de México[801].

       [801] _Déc._ VI, lib. 7, cap. VI.

Entretanto, el P. Motolinía se hallaba en Tlascala (1539), en Telmacán
(1540), en Antequera (hoy Oajaca) (1541) y luego en Guatemala, siempre
ocupado en su santo ministerio y ya con el cargo de custodio.

No debía estar quejoso el Padre Las Casas del recibimiento que le hizo
el monarca español. Ya tenía preparado su viaje de vuelta a Guatemala,
cuando el presidente del Consejo de Indias le mandó suspenderlo «por
ser necesarias sus luces y su asistencia en el despacho de ciertos
negocios graves que pendían entonces en el Consejo.» El más grave debía
ser la formación de las Ordenanzas antes citadas con el nombre de las
_Nuevas Leyes_.

Poco después el Padre Las Casas marchó a su obispado y también por
entonces (fines de octubre de 1545) el Padre Motolinía abandonaba
Guatemala para dirigirse a México. En tanto que este último Padre se
atraía las simpatías de todos, aquél recibía por doquier insultos,
hasta el extremo que nunca le nombraban por su nombre, sino decían «ese
diablo que os ha venido por obispo»[802]. El mismo Juan de Perera,
maestrescuela de la catedral de Chiapa, le llamaba traidor, enemigo
de la patria y mal hombre. Fray Bartolomé se encaminó a Ciudad Real a
pie, enfermo y a los 71 años cumplidos, acompañado de su inseparable
y bondadoso Fray Vicente. Le recibieron mal y varias veces estuvo en
peligro su vida. Entonces se decidió a renunciar el obispado. Salió
de Ciudad Real en los comienzos de la Cuaresma de 1546, habiendo
permanecido un año en aquella población. Pasó a México, despidiéndose
antes de su grey, a la cual no volvió a ver, y acompañado de tres
religiosos de su orden y del maestrescuela Juan de Perera, que tiempo
atrás le había llenado de ultrajes. Tampoco en aquella ciudad obtuvo de
los oidores de la Audiencia el respeto y consideraciones que él merecía.

       [802] Remesal, lib. VII, cap. XVI.

Reunidos los prelados, doctores y otras distinguidas personas para
la celebración de una Junta eclesiástica, manifestóse en los debates
que la doctrina del Padre Las Casas obtenía solemne sanción. Sin
embargo, por lo que a la esclavitud respecta, no conformes el prelado
y el virrey D. Antonio de Mendoza, tuvieron algunos disgustos. Fray
Bartolomé, antes de renunciar el gobierno de su iglesia, nombró vicario
general al citado canónigo Juan de Perera (5 noviembre 1546) y con
fecha del día siguiente se publicó, tiempo adelante, el _Confesonario,
Formulario de confesores o Instrucciones para los confesores_. Aunque
se dispuso que se mantuviere secreto el contenido del _Confesonario_,
«los más de los seglares--dice Remesal--tenían sus traslados, y como
eran tan rigurosas sus reglas parecióles que si por ellas eran juzgados
a ninguno se le podía dar la absolución.» No puede negarse que las
reglas eran muy severas, en particular la 1.ª y la 5.ª, llegando a ser
causa de alboroto y de protesta general.

Como paladín de los más descontentos se manifestó el Padre Motolinía,
quien escribió una carta a Carlos V diciéndole, entre otras cosas:
«Por amor de Dios, ruego a V. M. que mande ver y mirar a los letrados,
así de vuestros Consejos como a los de las Universidades, si los
conquistadores, encomenderos y mercaderes desta Nueva España están
en estado de recibir el sacramento de la penitencia y los otros
sacramentos, _sin hacer instrumento público por escritura y dar
sanción juratoria_, porque afirma el de Las Casas que sin estas y
otras diligencias no pueden ser absueltos, y a los confesores _pone
tantos escrúpulos, que no falta sino ponellos en el infierno_, y así es
menester esto se consulte con el Sumo Pontífice.» Fijábase también en
la administración del bautismo para deducir que no era posible seguir
al pie de la letra los preceptos del Padre Las Casas. En la carta del
Padre Motolinía se veía al misioro que temía aventurar la salvación
del alma, único fin de todos sus sacrificios y desvelos; pero no sería
aventurado afirmar que también se notaba la enemiga del franciscano
al dominico. «Si los tributos de los indios son y han sido, decía,
mal llevados, injusta y tiránicamente (como afirma el de Las Casas),
_buena estaba la conciencia de V. M., pues tiene y lleva V. M. la
mitad o más de todas las provincias_..., de manera, que la principal
injuria o injurias hace a V. M. y condena a los letrados de vuestros
Consejos, llamándolos muchas veces injustos y tiranos: y también
injuria y condena a todos los letrados que hay y ha habido en toda esta
Nueva España, así eclesiásticos como seculares, y a los presidentes y
Audiencias de V. M., etc.» Todo lo que el P. Motolinía hacía valer en 2
de enero de 1555, era exacta repetición de lo que se dijo en principios
de 1547. Al lado del P. Motolinía se pusieron dos hombres eminentes:
el Dr. Juan Ginés de Sepúlveda, cronista y capellán del Emperador, y
el Dr. Bartolomé Frías Albornoz, discípulo de D. Diego Covarrubias, y
profesor de Derecho civil de la Universidad de México.

Sin arredrarse, Fray Bartolomé salió a la palestra, hizo examinar
de nuevo su _Confesonario_, que fué aprobado por los maestros Cano,
Miranda, Galindo, Sotomayor y Fray Francisco de San Pablo, logrando,
vencer al Dr. Sepúlveda; mas en América no le favoreció la fortuna.

El P. Motolinía había sido nombrado provincial de los franciscanos
(1548) y su influencia era cada día mayor. El Emperador mandó a la
Audiencia de México que recogiese todas las copias que circulaban
del _Confesonario_, hasta que el Consejo, encargado de la revisión,
pronunciase la sentencia. Ordenóse además a Fray Bartolomé que diera,
dentro de corto plazo, explicaciones ante dicho Consejo, sobre ciertos
puntos del _Confesonario_. El P. Motolinía buscó todos los manuscritos
o copias del citado libro, y las entregó al virrey D. Antonio de
Mendoza, quien las quemó «porque en ellas se contenían--según aquel
Padre--dichos y sentencias falsas e escandalosas...» Dió Las Casas
explicaciones que se le pedían en _Treinta proposiciones_ en forma
de _tésis_, resumiendo en ellas toda su doctrina teológica, canónica
y política. Explicó que el soberano imperio y universal principado y
señorío de los reyes de Castilla en las Indias, no era incompatible
al que tenían los señores naturales de ellas; dijo que los reyes de
Castilla estaban obligados a propagar el cristianismo, pero amorosa,
dulce y caritativamente; afirmó que lo hecho por los españoles en
América era «injusto, inicuo, tiránico y digno de todo fuego infernal,
y, por consiguiente, nulo, inválido y sin algún valor y momento de
derecho. Y como fuera todo nulo e inválido de derecho, por tanto,
_no pudieron llevarles_ (a los indios) _un sólo maravedí de tributos
justamente_, y, por consiguiente, _eran obligados a restitución de todo
ello_.» Denominó a las encomiendas y repartimientos, como en otro lugar
ya se dijo, «pestilencia inventada por el diablo para destruir todo
aquel Orbe (América), consumir y matar aquellas gentes dél»[803].

       [803] Véase la _Vida y escritos de Fray Toribio de Benavente
       o Motolinía_, por D. José Fernando Ramírez, en la _Colec.
       de doc. para la Hist. de México_, publicada por García
       Icazbalceta, tomo I, págs. CIV y CV.

También el Dr. Sepúlveda no cedía en sus ataques a fray Bartolomé.
Éste, en la forma acostumbrada, retó a aquél a un combate literario,
ante una «congregación de letrados, teólogos y juristas», presidida
por el Consejo Real de Indias, donde se disputaría «si contra la gente
de aquellos reinos (América) se podía lícitamente y salva justicia,
sin haber cometido nuevas culpas, más de las en infidelidad cometidas,
mover guerras que llaman conquistas.» Compareció el Dr. Sepúlveda e
improvisó elocuente discurso, al cual contestó fray Bartolomé con un
largo escrito que duró cinco sesiones. Admirablemente se defendió
Las Casas de los ataques de Sepúlveda y de rechazo atacó al Padre
Motolinía, defensor de la misma doctrina que había expuesto el cronista
y capellán del Emperador. No reprobó el Consejo las explicaciones
dadas por el obispo, quien se retiró después con su compañero fray
Rodrigo de Ladrada al convento de San Gregorio, de Valladolid.

Al mismo tiempo en América ardía el fuego de la discordia, llegando
a toda clase de extremos ambos partidos, el del Padre Motolinía y
el del antiguo obispo de Chiapa. El Dr. Sepúlveda y fray Bartolomé
de Las Casas, a disgusto de la Corona y del Consejo Real de Indias,
publicaron, el primero su _Apología_ (1550) y el segundo sus
_Opúsculos_ (1552), señalándose entre ellos el _Confesonario_. La
impresión que la última publicación hizo en el ánimo del Padre
Motolinía se manifiesta por la carta ya citada y dirigida al Emperador
con fecha 2 de enero de 1555.

Nuestra imparcialidad nos obliga a decir que por lo que respecta a
la conversión de los indios al cristianismo, si influyó la palabra
del Apóstol, fué la espada del conquistador la que derribó los
ídolos de los altares. La sumisión al rey de España y la conversión
al Cristianismo iban siempre unidas, las cuales se lograban, no
por el convencimiento, sino por la fuerza. Creían los infelices
americanos que el bautismo les ponía a cubierto de persecuciones, de
castigos y aun de la muerte, y por ello, ignorando el significado de
aquel acto--puesto que los misioneros apenas tenían alguna idea de
las lenguas indígenas--, se presentaban en masa a recibir el agua
bendita. Es evidente, pues, que el miedo y no otra cosa impulsaba
a los indígenas a desear y pedir el bautismo. Veamos lo que dice
el Padre Motolinía del carácter de los indios: «Son--tales son sus
palabras--pacientes, sufridos sobremanera, mansos como ovejas; nunca me
acuerdo haber visto guardar injuria; no saben sino servir y trabajar.
Sin rencillas ni enemistades pasan su tiempo y vida, y salen a buscar
el mantenimiento a la vida humana necesario, y no más»[804]. Si los
misioneros daban el bautismo a los indios sin exigir requisito alguno,
los conquistadores sostenían que les bastaba ligera idea de la religión
cristiana: así Jerónimo López decía en una carta al Emperador «que
el indio no tiene necesidad sino de saber el _Pater noster_ y el Ave
María, Credo, Salve y Mandamientos, y no más, y esto simplemente, sin
aclaraciones, ni glosas, ni exposiciones de doctores, ni saber ni
distinguir la Trinidad, Padre e Hijo y Espíritu Santo, ni los atributos
de cada uno, pues no tenían fe para lo creer»[805]. Pero ¿qué más?
No sólo--como ya sabemos--encomenderos y conquistadores llegaron a
sostener que los indios eran irracionales, sino también jurisconsultos
y teólogos defendieron la misma proposición, ya para justificar las
conquistas de las Indias, ya para disculpar la tiranía de encomenderos
y conquistadores, mereciendo aplausos sinceros por la energía con
que afirmaron la racionalidad de los indígenas los Padres dominicos
y franciscanos. Cuando los citados religiosos llegaron a conocer el
lenguaje de los naturales del país, se dedicaron a la predicación,
fundando iglesias y conventos, y al mismo tiempo derribando adoratorios
y destruyendo los ídolos. No sólo las Ordenes religiosas citadas,
sino después los mercenarios y jesuítas prestaron inmensos servicios
a la civilización y cultura del país. Ellos enseñaron a los indígenas
algunas artes y varios oficios. De tal modo se extendieron las Ordenes
religiosas en el Nuevo Mundo, que, limitándonos a Nueva España o
México, contaban con más de 400 conventos, perteneciendo 200 a la
religión franciscana, 90 a los dominicos y 70 a los agustinos, sin
sumar con estas fundaciones otros tantos partidos de clérigos.

       [804] _Historia de los indios_, trat. I, cap. XIV.

       [805] Véase Documentos publicados por García Icazbalceta, tomo
       I. pág. 148.

Entre los prelados don Juan de Zumárraga y don Sebastián Ramírez
Fuenleal, el primero de Nueva España y el segundo de Santo Domingo,
fundaron iglesias, hospitales y otras obras benéficas. Las reuniones
de los obispos verificadas en 1537 y 1546, tan importantes en la
historia de México, como los tres concilios de 1555, 1565 y 1585,
fueron beneficiosos para la disciplina de la Iglesia. «Para mediados
del siglo XVI--escribe el marqués de Lema--la jerarquía eclesiástica
se hallaba establecida sobre la base de tres sedes metropolitanas: la
de Santo Domingo, en la Isla Española, creada en tiempos del obispo
Fuenmayor, que contaba como sufragáneas las diócesis de la Concepción o
de la Vega, Cuba, San Juan de Puerto Rico y Santa Marta; el arzobispado
de México, establecido un año antes de la muerte de Zumárraga, del
que dependían los obispados de Puebla de los Angeles, Jalisco,
Mechoacán, Guaxaca, Guatemala, Chiapa, Honduras y Nicaragua; y la sede
metropolitana de Lima o los Reyes, cuyas sufragáneas eran las de Cuzco,
Quito y la inmensa provincia de los Charcas, el actual país de La
Plata»[806]. (Apéndice M.)

       [806] Véase _La Iglesia en la América Española_. Conferencia
       pronunciada en el Ateneo de Madrid por el marqués de Lema el 3
       de mayo de 1892, pág. 41.

Comprendiendo los reyes que era necesario el establecimiento definitivo
de la jerarquía episcopal en América, se dirigieron al Papa, quien
concedió a los Reyes Católicos el señorío de las Indias y la posesión
de los diezmos que allí se percibiesen. Después que Alejandro VI
hizo tal concesión, Julio II estableció (15 noviembre 1504) la sede
arzobispal de _Yaguata_ o _Santo Domingo_ y las sufragáneas de _Magna_
y _Raynúa_. El 28 de julio de 1508, el Papa, por la bula _Universalis
Eclesiæ_, concedió a los monarcas españoles el patronato sobre todos
los beneficios que existiesen en América, y el 9 de abril de 1810
extendió el diezmo al oro, plata y piedras preciosas, excluídos de
la concesión de los diezmos, ya citados, por Alejandro VI. Después
de largas negociaciones, el Papa, en 1511, otorgó al Rey todo lo
que pedía, y en su virtud se establecieron tres sillas episcopales,
sufragáneas de la metropolitana de Sevilla, que eran: una en la
Concepción de la Vega, otra en Santo Domingo, y la tercera en San Juan
de Puerto Rico. En las citadas bulas descansa el edificio del patronato
real de las Indias.

Los religiosos franciscanos llegaron los primeros al Nuevo Mundo;
después fueron los dominicos y agustinos; tiempo adelante los
mercenarios; y en el último tercio del siglo XVI los jesuítas. Entre
los muchos frailes que se distinguieron por su celo apostólico,
mencionaremos, además de los Padres Las Casas y Motolinía, al venerable
fray Martín de Valencia, a fray Domingo de Betanzos, a fray Tomás
Berlanga, a Vasco Quiroga y a fray Bernardino de Sahagún; y entre
los prelados, gloria de la Iglesia católica en el Nuevo Mundo, debe
recordarse a Zumárraga, arzobispo de México, a Marroquín, obispo de
Guatemala, y a Valdivieso, obispo de Nicaragua.

Algo censurable hallamos en las costumbres de varios conventos
(Apéndice N), como también no fueron siempre algunos frailes buenos y
cariñosos con los indígenas (Apéndice O).

Otro asunto no menos interesante y que ya se ha tratado en capítulos
anteriores, se presenta ante nuestra vista: nos referimos a las
misiones jesuíticas del Paraguay. Aunque lograron importancia no escasa
las Reducciones de los jesuítas en Buenos Aires, Brasil, Uruguay,
Perú y en otros puntos, donde la Compañía fijó principalmente sus
miradas fué en el Paraguay. Las misiones del Paraguay, fundadas en
los comienzos del siglo XVII por la Compañía de Jesús y sostenidas
durante siglo y medio, ¿son merecedoras de toda alabanza, o son,
por el contrario, dignas de acre censura? Desde que Felipe III, por
cédula de 1608, resolvió que se procediese a la sumisión de los
indios, convirtiéndoles al cristianismo, de cuya misión se encargaron
los jesuítas,--pues los dominicos, franciscanos, capuchinos y otras
órdenes quedaron reducidas a segundo lugar--fundaron Reducciones en
todo el Paraguay. En medio de aquellos bosques y en medio de aquellas
tierras--dicen los defensores de los jesuítas--regadas por ríos
inmensos, se veía al hijo de Loyola, sin temor a las fieras ni a los
venenosos reptiles, ni a las aves de rapiña, ora para buscar al indio
y convertirle, ora para sufrir de él el martirio. El jesuíta, con su
ancho sombrero y negros hábitos, con su crucifijo y el breviario,
recorría los bosques, atravesaba los pantanos, bajaba a los valles o se
encaramaba a las escarpadas rocas y penetraba en las obscuras cuevas,
no temiendo ser presa de las garras del tigre, ni de las mordeduras de
la serpiente, ni lo que era aún peor, de la glotonería del caribe y
antropófago. Si esto sucedía, el misionero espiraba cantando un himno
al Señor. Cuando los jesuítas encontraban a los salvajes, aquéllos
no tenían más remedio que alimentarse lo mismo que los últimos, esto
es, carne de caza cruda, ranas y otras cosas repugnantes; tenían que
dormir en fétidas cabañas, cazar, pescar y cultivar la tierra como
los salvajes, único modo de atraerse a estos últimos. ¡Atraerse a los
salvajes! La historia de los jesuítas registra 300 mártires durante el
siglo XVII.

Hacía tiempo que dominaba a los jesuítas un pensamiento: civilizar un
país del Nuevo Mundo sólo por el cristianismo y no mediante la fuerza;
por la cruz y no por la espada. Comenzaron pidiendo a los reyes que
fuesen declarados libres todos aquellos indios que se atrajesen los
Padres, lo cual fué concedido, no sin disgusto y oposición de los
colonos. Fijáronse los jesuítas en los estúpidos y supersticiosos
_guaranos_, habitantes de la provincia de Guairo, quienes defensores
acérrimos de su terruño, sostuvieron largas y enconadas luchas con
los españoles y portugueses. A los guaranos acudieron los misioneros
ofreciéndoles protección contra los citados usurpadores. Aceptado
el ofrecimiento, pudieron anunciar los misioneros a su superior que
doscientos mil indios estaban decididos a recibir el bautismo. Causó
admiración en la corte española que aquellos salvajes, tan belicosos
con las armas reales, se postraran ante los humildes hijos de San
Ignacio.

Empresa comenzada con tan buenos auspicios alentó a los jesuítas,
quienes procuraron apartar los indios de los españoles, creyendo más
fácil amansar al salvaje que moralizar al europeo. Persistiendo en
la misma idea, solicitaron del obispo y del gobernador que se les
concediese reunir a los indios cristianos en determinados lugares,
independientes en absoluto de las ciudades coloniales próximas,
edificar iglesias y no consentir, bajo ningún pretexto, que a los
neófitos se les pudiera emplear en servicio de los españoles. De
este modo se lograba que no se reuniese a los indios en encomiendas,
consiguiendo, en cambio, los Padres italianos Cataldini y Maseti fundar
la primera parroquia o _Reducción_ de doscientas familias de guaranos
en Loreto, a orillas del Parapaneme, afluente del Paraná. De la citada
Reducción escribe el P. Diego de Torres lo que sigue:

«La Reducción de... Nuestra Señora de Loreto... va creciendo mucho
en gente y fuera de otros muchos que se han venido á ella, un pueblo
entero nos enbio á pedir canoas para unirse con nosotros como lo
hicieron tan de raiz que ni un solo indio quedo en el pueblo para
guarda de sus vastimentos y sementeras; y otro cacique principal
prometió hacer lo mesmo dexando por prendas de su amor y su palabra
un sobrino que tenía para que le enseñasen y baptizasen mientras
venía él y toda su gente. Ni creçen menos en cristiandad y policia...
Estan ansi niños como niñas muy expertos en la doctrina y cathecismo
y los niños van leiendo y escribiendo, aiudan á Missa y cantan ya
en ella, acuden cada dia á la doctrina, reçan su rossario, cantan
la letania de Nuestra Señora de Loreto en la iglesia y ressan todos
en sus casas por la mañana y por la tarde y convidan á sus padres y
á todos los de su casa que ressen con ellos y como lo hacen en voz
alta, no parecen sino choros eclesiasticos bien consertados y con la
diligencia y continuacion de los hijos saben ya sus padres las oras y
por esto llaman graciosamente los niños á sus padres mis discípulos.
Apenas se toca por la mañanita la campana de la oración quando al
momento comienssan por todas las casas á ressar con la puntualidad
que si tubieran regla de ello, ni les a parecido á los Padres hasta
agora señalarles fiscales, ansi por no ser necessario porque en lo
esencial sirven de esso los niños de la escuela que avisan de los
enfermos que ay, de los infieles, y de las criaturas recien nacidas
para baptizarlas, como por no ser pesados a estos indios tan en los
principios.»[807] Desde el año 1593 a mediados del siglo diez y ocho se
fundaron 33 parroquias o Reducciones, entre los guaranos, chiquitos y
moxos, los cuales recibieron una constitución que no tenía ejemplo en
la historia. La Iglesia era el centro de la Reducción. Los nombres de
las citadas 33 parroquias, eran: _A orillas del Paraná_: San Ignacio
Guazú, Santa María de Fe, Santa Rosa de Lima, Santiago, Santos Cosme
y Damián, Corpus, Jesús, Itapuá, Candelaria, Santa Ana, Loreto, San
Ignacio Miní y Trinidad.--_A orillas del Uruguay_: San José, San
Carlos, Apóstoles, Concepción, Santa María Mayor, San Francisco Javier,
Santos Mártires, San Nicolás, San Luis, San Lorenzo, San Miguel, San
Juan Bautista, San Angel, Santo Tomás, San Francisco Borgia, Santa Cruz
y Yapeyú. _A orillas del Paraguay_: Belén. _En las selvas de Tarumó_:
San Joaquín y San Estanislao. Luego, cuando España colocó todos los
pueblos arrebatados a las misiones bajo el mando de un gobernador, la
capital del gobierno fué San Luis Gonzaga.

       [807] Pastells, _Hist. de la Comp. de Jesús en el Paraguay_,
       tomo I, pág. 162.

Las casas de las Reducciones eran de piedra y tenían un solo piso;
estaban colocadas alrededor de la plaza pública, donde también se
hallaban la iglesia, la casa de los jesuítas, el arsenal, el granero
y el hospicio para los forasteros. La gobernación de cada pueblo
se confería a un sacerdote y las funciones espirituales estaban
desempeñadas por un teniente. Sacerdote y teniente dependían de un
superior, a quien el Papa daba amplias facultades, aun para confirmar.
El mismo gobernador nombrado por el Rey, carecía de autoridad ante
el superior de la misión. La ley era la voluntad del sacerdote,
dependiendo completamente de él los colonos.

Los niños recibían la educación en dos escuelas: en una aprendían a
leer y escribir, y en la otra la música y el canto. Los misioneros
estudiaban la inclinación de los niños y en su virtud los dedicaban a
la agricultura, a las artes de adorno o útiles, y también si alguno
mostraba inteligencia, le instruían en las ciencias y en la religión,
sacando de ellos magistrados y sacerdotes.

Al rayar el alba la campana de la iglesia anunciaba la hora de
levantarse. Todos se dirigían al templo a dar gracias a Dios y después
marchaban al trabajo; por la tarde la misma campana los reunía otra
vez en la iglesia, encaminándose, lo mismo que por la mañana, a sus
calabozos.

Además de que a cada familia estaba asignada una porción de tierra
para sus necesidades, tenían que cultivar la _posesión de Dios_, de
cuyo producto sacaban para el culto, para pagar el escudo de oro que
cada familia debía dar al rey de España, para remediar la escasez o
las malas cosechas, para los gastos de la guerra, o mantener viudas,
huérfanos y enfermos. Cogíase la cosecha en común en los almacenes a
disposición del sacerdote, evitando de este modo la avaricia y todas
las malas pasiones. En días determinados los misioneros distribuían lo
necesario para la vida a los jefes de familia; los días que no eran de
ayuno se repartía la carne en la carnecería. Estaba prohibido explotar
las minas, prohibición que era una protesta contra los males causados
por dicha industria en otras partes. Salían los indios a sus faenas
agrícolas a son de música, precedidos de la efigie del santo protector,
que se colocaba en una especie de cabaña.

Las iglesias estaban bien cuidadas y los cálices y demás objetos
necesarios para el culto eran de oro y plata, adornados a veces con
piedras preciosas. Las fiestas eran frecuentes y brillantes, no
faltando en ellas los fuegos artificiales.

Para prevenir el libertinaje procuraban los misioneros que los
indigenas se casasen jóvenes.

El vestido de las mujeres consistía en una camisola blanca, estrecha
por la cintura, suelto el cabello y los brazos y piernas desnudos. Los
hombres adoptaron el traje que usaban en Castilla.

Una asamblea general de ciudadanos elegía, siempre por influencia
del misionero, un cacique para la guerra, un corregidor para la
administración de justicia, regidores y alcaldes para que cuidasen del
buen gobierno de las obras públicas. Había además otras autoridades
nombradas del mismo modo.

Los delitos, que cometía de tarde en tarde el indígena, se castigaban,
la primera vez con una secreta reconvención; la segunda con penitencia
pública a la puerta de la iglesia; la tercera con azotes. Dícese que
no hubo ni uno que los mereciese. Al perezoso se le recargaba con más
trabajo.

Para la defensa de la _Reducción_ organizaron una milicia urbana de
infantería y caballería, cuyo único destino era rechazar los ataques de
los enemigos. Pocas veces tuvieron que echar mano de las armas, pues
los enemigos se contentaban con víveres. Los mamelucos (mestizos) que
confinaban con las Reducciones, robaban a los neófitos y los vendían
como esclavos. Si algunos gobernadores del Paraguay, del Uruguay y
de la Plata no respetaron, con alguna frecuencia, a los misioneros,
también estos últimos, de cuando en cuando, abusaron de su poder.
Recordaremos a este propósito que desde la Asunción, con fecha 29 de
mayo de 1629, D. Luis de Céspedes Xeria, gobernador del Paraguay,
escribió al Rey, diciéndole la poca atención que con él habían tenido
los Padres, viéndose obligado a quitarles la jurisdicción real. Se
quejaba también de los términos en que se hallaban redactadas las
cartas que de los misioneros había recibido[808].

       [808] Pastells, _Hist. de la Compañía de Jesús en el
       Paraguay_, etc., tomo I, págs. 431 y 432.

Sobre la Compañía de Jesús y su política en el Paraguay, se han
dirigido graves censuras. Se ha dicho que los Padres se dejaban besar
las túnicas, que admitían a los salvajes al sacramento del Bautismo y
aun al de la Eucaristía. Díjose que el Paraguay era un país sumamente
rico, y que los jesuítas sacaban de él anualmente tres millones de
cruzados. Era opinión general que ocultaban ricas minas en lugares
ocupados por ellos. Se hallaba probado que ejercían el comercio y que
traficaban mucho, no negando que a veces supeditaban las glorias del
cielo a los intereses de la tierra.

Dábase como cosa cierta que ellos y sólo ellos habían sido los
causantes de la rebelión contra el tratado de Fernando VI con Portugal,
respecto al cambio de las siete colonias españolas, por la portuguesa
del Sacramento. Decíase en todos los tonos que los hijos de Loyola
tenían decidido empeño en depender lo menos posible de España. El
aislamiento en que los jesuítas pusieron las Reducciones y sus
belicosos preparativos, hicieron sospechar que aspiraban a formar un
imperio independiente de la madre patria. Acerca de este asunto, no se
detuvo la imaginación de muchas gentes. Llegóse a decir que estaban
decididos a separarse de España, ya eligiendo un Rey, ya proclamando la
República.

Tantas vulgaridades se dijeron, que reyes y pueblos se declararon
enemigos mortales de los hijos de San Ignacio.

No negaremos que bien pudiera preguntarse: aquellos indios convertidos
¿obedecían al Rey o a los misioneros? ¿Trabajaban en servicio del
pueblo o para enriquecer a los jesuítas? Del mismo modo se presta a
censuras que aislasen sus Reducciones privándolas de la civilización
europea, como también lamentamos su egoísmo al querer prolongar más de
lo debido la infancia de los indígenas. Nosotros--como varias veces
hemos escrito--creemos que los gobiernos patriarcales son convenientes
para civilizar a los pueblos, así como afirmamos que son perjudiciales
cuando dichos pueblos tienen conciencia de su destino.

Si todo esto es cierto, también lo es que ellos fundaron colegios en
México, Perú, Chile y en otros puntos; ellos penetraron en los salvajes
territorios de Sonora y California, en los espesos bosques de Tucumán,
en las márgenes de los ríos Mamoré y Magdalena, y hasta en las montañas
donde tienen su origen el Amazonas y el Pilcomayo. No olvidemos que
ellos regaron con su sangre los establecimientos de los franceses en el
Canadá, los de los portugueses en el Brasil y los de los españoles en
todas las Indias.

Acerca de la obra jesuítica en el Brasil, merece atención profunda
la realizada por el Padre Anchieta, ya citado en el capítulo XXIX.
Hablaba dicho Padre varias lenguas de los tapuyas y de los tupís;
compuso la primera gramática guaraní. El escritor brasileño Pereira
da Silva escribe de él lo siguiente: «Inmensa fué la fama que
consiguió por sus trabajos. No sólo le veneraban y le respetaban los
portugueses y los mamelucos (mestizos de portugueses e indias), sino
que también los salvajes dejaban sus ranchos y selvas y corrían al
templo. ¡Cuántos prodigios, a que las crónicas de la época llaman
milagros, ejecutó José d'Anchieta ante los atónitos salvajes! ¡Cuántas
veces, yendo a buscarlos en sus escondidos asilos, penetrando en sus
enmarañados bosques, cruzando profundos ríos, subiendo inaccesibles
sierras y hablando con los mosacás (jefes de las tribus), consiguió
con su elocuencia convertirlos a la religión católica y a la vida
civilizada! Las memorias contemporáneas declaran los servicios que
prestó, atrayendo en Piratininga innumerables salvajes y fundando en
los alrededores diferentes aldeas de indios conversos, que fiaron su
porvenir a la sociedad civil y religiosa y al gobierno de los Padres
de la Compañía.» Un escritor portugués le llama «el más santo, el
más útil y el mejor de los misioneros.» Los colonos y los indios le
denominaban el Francisco Javier de Occidente. En particular, para los
indígenas el Padre Anchieta era, más que un misionero, un ídolo; más
que un sacerdote, un santo. También otros Padres jesuítas siguieron
las huellas del Padre Anchieta. Este virtuoso misionero falleció en
Beritighá (junio de 1597), siendo gobernador Francisco de Souza.

Obliga la imparcialidad a decir que los colonos consideraban como
bestias a los indios, y los misioneros como hombres. Por esta razón
se despoblaban las ciudades y las misiones crecían. ¿Cómo salvar al
indígena--pues los campos necesitaban cultivarse--de las garras de los
agricultores? Los jesuítas, siguiendo el ejemplo de los dominicos--como
en otros capítulos se dijo--discurrieron la trata de negros, obteniendo
privilegio para sacar de la costa de Africa y llevar al Brasil tres
buques cargados de esclavos cada año. La Compañía salvaba a sus
neófitos; pero sacrificaba otra raza, no menos merecedora de los
consuelos del Cristianismo.

Sería injusticia negar que ellos, con admirable paciencia y grandes
trabajos, educaron y organizaron pueblos de indios, consiguiendo
moldear, como si fuera de cera, el espíritu de los indígenas. Teniendo
siempre presente el fin religioso, cambiaban entre sí sus productos,
compraban lo necesario y cultivaban la tierra para todos. Cuidaban
mucho la ganadería y estudiaron algo la fauna y la flora. Usaron el
chocolate y la quina. No olvidaron otras industrias. Descubrieron
nuevas tierras. Fijáronse también en las disciplinas del espíritu,
y en sus imprentas imprimieron diccionarios y trabajos filológicos,
geográficos, históricos, etcétera.

Conviene tener presente las palabras del historiador norteamericano
Dawson: «Es imposible--dice--no admirar el valor, sagacidad y piedad
de los jesuítas. Marchaban sólos a las tribus de indios salvajes,
vivían entre ellos, aprendían sus lenguas, les predicaban, cautivaban
sus imaginaciones con la pompa de las ceremonias religiosas, los
bautizaban y los excitaban a abandonar el canibalismo y la poligamia.
Infatigables y sin miedo, se internaban en sitios en los cuales nunca
había penetrado hombre blanco.»

Al ser expulsados los jesuítas del Paraguay, cayó hasta el abismo la
Arcadia Guaranítica, pues faltaba la religión que sostenía la vida de
aquella sociedad. En los comienzos del siglo XIX, los treinta pueblos
que habían formado el gobierno teocrático, eran montones de ruinas. La
obra de dos siglos desapareció en pocos años, quedando únicamente grato
recuerdo, si no en la memoria de los hombres, en las páginas de la
historia.

Por lo que se refiere al Patronato real eclesiástico, en Cédula dada
en el Escorial a 1.º de junio de 1574, se dice: «Como sabeis, el
derecho de Patronato Eclesiástico Nos pertenece en todo el estado
de las Indias, así por haberse descubierto y adquirido aquel nuevo
Orbe, y edificado y dotado en él las Iglesias y Monasterios á nuestra
costa, y de los Reyes Católicos nuestros antecesores, como por habernos
concedido por Bulas de los Sumos Pontífices, concedidas de su _propio_
motu»[809]. Esto mismo se repite en otra Cédula de 1591, según copiamos
a continuación: «Por cuanto perteneciéndome, como me pertenece, por
derecho y Bula Apostólica, como á Rey de Castilla y León, el Patronato
de todas las Iglesias de las Indias Occidentales, y la presentación de
las dignidades, Canongías, Beneficios, Oficios, y otras cualesquier
prebendas Eclesiásticas de ellas, etc.»[810]. Sólo los reyes de
Castilla y León tenían el derecho de edificar Iglesias y Monasterios
en las Indias, y de presentar Arzobispos, Obispos, Prebendados y
Beneficiados idóneos para todas ellas. La presentación de los Prelados
se llevaría a Roma para que fuesen confirmados por el Papa dentro
del año de su vacante, y la de los otros beneficios inferiores se
presentaría ante los ordinarios dentro de diez días[811].

       [809] Solórzano, _Política Indiana_, lib. IV, cap. I.

       [810] Ibidem.

       [811] Véase Solórzano, ob., lib. y cap. citados.

Cuando, a mediados del siglo XVII, escribió Solórzano su libro titulado
_Política Indiana_, había en las Indias cinco iglesias metropolitanas y
28 sufragáneas. La arzobispal de la _Española_ o _Santo Domingo_ tenía
por sufragáneas la de _Cuba_, _Puerto Rico_, _Caracas_ o _Venezuela_ y
la _Abadía de Jamaica_. La arzobispal de _Santa Fe de Bogotá_ tenía por
sufragáneas la de _Cartagena_, _Santa Marta_ y _Popayán_. La arzobispal
de _México_ tenía por sufragáneas la de _Tlaxcala_ o _Puebla de los
Angeles_, la de _Guaxaca_ o _Antequera_, la de _Mechoacán_, _Yucatán_,
_Guatemala_, _Chiapa_, _Nueva Galicia_ o _Guadalajara_, _Nueva
Vizcaya_, _Honduras_ o _San Salvador_. La arzobispal de _Lima_ o de
los _Reyes_ tenía por sufragáneas la de _Panamá_, _Quito_, _Trujillo_,
_Guamanga_ y _Arequipa_; además otras dos que caen en la provincia o
reino de Chile, llamadas _Santiago_ y _la Concepción_. La arzobispal
de la _Plata_ o _las Charcas_ tenía por sufragáneas la de la _Paz_,
_Tucumán_, _Santa Cruz de la Sierra_ o la _Barranca_, _Río de la Plata_
o _Buenos Aires_ y _Paraguay_[812].

       [812] Lib. IV, cap. IV.

Diferentes cambios y mudanzas sufrió la división eclesiástica. Hubo
un tiempo en que había arzobispados en _México_, _Bogotá_, _Santiago
de Cuba_ (antes de Santo Domingo), _Lima_, _Charcas_, _Guatemala_ y
_Caracas_. Bajo el arzobispado de _México_ se hallaban los obispados
de _Puebla de los Angeles_, _Oajaca_, _Mechoacán_, _Guadalajara_,
_Yucatán_, _Durango_, _Nuevo-León_ y _Sonora_; bajo el de _Bogotá_
los de _Popayán_, _Cartagena_, _Santa Marta_ y _Maracaibo_; bajo el
de Santiago de Cuba el de la _Habana_ y _Puerto Rico_; bajo el de
_Lima_ los de _Cuzco_, _Arequipa_, _Trujillo_, _Guamanga_ y _Mainas_,
además de los de _Quito_ y _Cuenca_ correspondientes a la Presidencia
de Quito, el de _Panamá_ de Nueva Granada, y los de _Santiago_ y la
_Concepción_ correspondientes a la Capitanía general de Chile; bajo el
de _Charcas_ los de la _Paz_, _Santa Cruz de la Sierra_, _Paraguay_,
_Tucumán_, _Buenos Aires_ y _Salta_; bajo el de _Guatemala_ los de
_Comaycua_, _Nicaragua_ y _Chiapa_; y bajo el de _Caracas_ el de
_Guayana_.

Pasando a otro asunto haremos notar que en todas las Iglesias
catedrales había dignidades (_Deán_, _Arcediano_, _Chantre_,
_Maestrescuela_ y _Tesorero_), diez canónigos, seis racioneros y
seis medio racioneros, dos curas para la parroquia de la Iglesia,
seis capellanes y seis acólitos; también existían los oficios de
_organista_, _pertiguero_, _mayordomo_, _cancelario_ y _perrero_[813].

       [813] Ob. cit.

Los arzobispos y obispos estaban en la obligación de defender a los
indios que injustamente fuesen vejados por negligencia, ausencia ó
notoria injusticia de los jueces seglares[814].

       [814] Ibidem, lib. IV, cap. VII.

El poder de la Corona en asuntos religiosos no podía ser mayor, tal vez
a veces fué más de lo conveniente. Habremos de recordar que las Bulas
Pontificias no podían pasar a América sin el _exequatur_ del Consejo
de Indias. Las iglesias, monasterios y hospitales habían de erigirse
con acuerdo de las Ordenanzas Reales. Los eclesiásticos no podían
pasar a las colonias sin obtener antes el permiso del Rey. De modo,
que la Iglesia católica en América dependía, lo mismo en lo referente
a las personas que a los cargos o dignidades, de los monarcas sus
patronos. El Patronato Eclesiástico, pues, fué poderoso y eficaz agente
para mantener bajo el dominio de los reyes españoles los dilatados y
distantes territorios de las Indias.

Por lo que respecta al clero colonial se hallaba organizado como el
de la península, difiriendo sólo por el medio en que se movía. Los
_curas_ desempeñaban el trabajo parroquial en las ciudades españolas,
los _doctrineros_ (sacerdotes) enseñaban la doctrina y administraban
los sacramentos en las aldeas de los indios, y los _misioneros_
predicaban el evangelio en tierras salvajes. El clero secular dependía
de los obispos de sus respectivas diócesis, los cuales se reunían
en _Concilios_ provinciales para dar unidad al culto y disciplina
eclesiástica. Muchos obispos fueron varones de grandes virtudes; no
pocos clérigos españoles y criollos cumplieron con su deber, como
también los misioneros, teniendo que lamentar y censurar la conducta
mundana de los que se separaban de la doctrina de la Iglesia. Sentimos
tener que decir que no era corto el número de clérigos sensuales,
codiciosos, regalones y perturbadores de la paz de los pueblos.
No respetaban ni hacían caso de los jueces seglares, llegando su
atrevimiento a no respetar tampoco la autoridad de los prelados[815].

       [815] Véase _Noticias secretas de América_, por Jorge Juan y
       don Antonio Ulloa, pág. 447.

Podían dividirse los curatos en dos clases: unos estaban administrados
por clérigos, y otros por religiosos regulares. Los curatos de clérigos
se proveían por oposición; los de los regulares mediante terna para que
eligiese el vice-patrono. Unos y otros procuraban enriquecerse; pero
más los últimos, lo cual provenía de la poca seguridad que tenían en
desempeñarlo mucho tiempo. Debemos hacer una excepción: la Compañía de
Jesús cumplía mejor con su instituto y los Padres eran más celosos,
prudentes, justos y morales.

Respecto al establecimiento del Tribunal de la Inquisición, ya sabemos
el celo y cuidado que pusieron los Reyes Católicos D. Fernando y
D.ª Isabel, celo y cuidado que continuaron sus sucesores. Desde que
se descubrieron y poblaron las Indias Occidentales se encargó a sus
primeros obispos por el cardenal de Toledo e inquisidor general que
procediese en sus respectivos distritos en las causas de la Fe, no
sólo como pastores de sus ovejas, sino también por la delegada de
inquisidores apostólicos que él les daba y comunicaba. Se dispuso
del mismo modo que «los gobernadores y justicias seglares no se
entrometiesen en hacer oficios de inquisidores, ni los dichos prelados
conociesen, por vía de inquisición, de cosas que no fuesen graves, y
que para ello los gobernadores y ministros les diesen todo favor»[816].
Tiempo adelante pareció conveniente y aun necesario que se pusiesen
tribunales de la _Inquisición_ o del _Santo Oficio_, a imitación de
los establecidos en España. Creóse por Real cédula de 25 de enero
de 1569, para mantener en las colonias la pureza de la fe y evitar
la comunicación de los españoles con los herejes y los sospechosos
de herejía, cuyas doctrinas _debía castigar y extirpar, evitando
que se propagaran y esparcieran_ en el Nuevo Mundo. Erigiéronse dos
tribunales: uno en la ciudad de Lima o de los Reyes, cabeza o corte de
las provincias del Perú, que comenzó a funcionar en 1570; y otro en
_México_, metrópoli de las provincias de la Nueva España, que comenzó a
funcionar en dicha capital en 1571.

       [816] Herrera, _Década_ I, lib. VI, cap. XX.

Para la creación de los tribunales de Lima y México se hallan dos
Provisiones Reales de Felipe II, dadas en Madrid a 16 de agosto de
1570, y en ellas se refieren los motivos que obligaron a erigirlos.
Muchos fueron los privilegios y prerrogativas de que gozaron en todos
tiempos los inquisidores.

Después, comprendiendo que tan alto ministerio no se podía ejercer
convenientemente por la distancia de las provincias, se erigió otro
tribunal en _Cartagena_ (Nueva Granada), cuya erección se hizo
reinando Felipe III y siendo inquisidor general D. Bernardo de Rojas,
arzobispo de Toledo, el año de 1610. Las Reales cédulas se despacharon
en Valladolid a 8 de marzo del citado año, y tuvo jurisdicción en el
virreinato de Santa Fe y en las capitanías generales de Venezuela, Cuba
y Puerto Rico. Pocas veces se aplicó la muerte en la hoguera, lo cual
viene a indicar que sus procedimientos allí no fueron tan crueles como
en España. En los Autos de fe celebrados en Lima desde el año 1573
al 1736, sólo se quemaron 30 procesados, pues los restantes fueron
condenados a azotes, reclusión, galeras o destierro. Casi lo mismo que
en Lima sucedió en México. Las principales víctimas de la inquisición
fueron los protestantes extranjeros, los judíos y judaizantes españoles
ó portugueses, los denunciados como brujos o magos, los blasfemos y
los bígamos. Fué poderoso auxiliar el Santo Oficio de la política de
aislamiento seguida por nuestros reyes en sus posesiones de Indias.
Temían los extranjeros con razón caer en manos del Santo Oficio.
Extremó sus rigores en la prohibición de libros, considerando a algunos
heréticos y a otros revolucionarios, desde el punto de vista político.
Todavía tenían más odio a los que en el siglo XVIII exponían doctrinas
sensualistas o ideas enciclopedistas; en una palabra, a los que de
algún modo se separaban, en política, del absolutismo, y en religión,
del escolasticismo. Nada consiguió la inquisición, pues ni pudo
contener los extravíos ni las inmoralidades de la masa inculta, como
tampoco logró contener la propagación de la heterodoxia protestante y
del enciclopedismo filosófico. No tuvo el Santo Oficio jurisdicción
sobre el indio. Gozaban los indígenas de los privilegios concedidos
por el derecho eclesiástico a los miserables y rústicos «por su
simplicidad, menor malicia e imperfecto conocimiento.»



CAPITULO XXXIV

  CULTURA DEL CANADÁ ANTES DE PASAR AL DOMINIO DE INGLATERRA Y
  CULTURA DE LOS ESTADOS UNIDOS ANTES DE SU INDEPENDENCIA.--LA
  UNIVERSIDAD.--MADAME DE LA PELTRIE Y MADAME GUYARD: CONVENTO DE
  LAS URSULINAS.--INSTITUTO DE SEGUNDA ENSEÑANZA Y ESCUELAS.--M.
  BOURGEOYS: CONGREGACIÓN DE NOTRE DAME.--COMUNIDADES
  RELIGIOSAS.--SEMINARIO DE LAVAL.--LIBROS DE DESCUBRIMIENTOS E
  HISTORIAS.--CANTOS POPULARES.--INSTRUCCIÓN PRIMARIA.--ESCUELAS
  CATÓLICAS Y PROTESTANTES.--RELACIONES ENTRE LAS COLONIAS DE LOS
  ESTADOS UNIDOS Y LA METRÓPOLI.--LAS PRIMERAS LETRAS.--COLEGIO
  DE NEWTON.--PRIMERA PRENSA DE IMPRIMIR.--ESCUELA E IMPRENTA
  EN FILADELFIA.--CULTURA EN LAS CAROLINAS.--UNIVERSIDAD DE
  VIRGINIA.--COLEGIOS.--PRIMERA ESCUELA DE MEDICINA.--LA «GACETA
  DE GEORGIA.»--PROGRESO EN TODAS LAS COLONIAS.--LAS BELLAS ARTES
  EN EL CANADÁ Y EN LOS ESTADOS UNIDOS.--LA INDUSTRIA EN EL CANADÁ
  Y EN LOS ESTADOS UNIDOS.--MINAS DE «NOVA SCOTIA.»--RIQUEZA
  FORESTAL.--PROSPERIDAD DEL COMERCIO EN LOS ESTADOS UNIDOS.--LOS
  AMERICANOS ENFRENTE DE LOS INGLESES.


Cuando el Canadá pasó al poder de Inglaterra, ya habían adquirido allí
grandes adelantos las ciencias, las letras y la instrucción pública.
Era natural que así sucediese, dada la continua comunicación del Canadá
con Francia. El 1635 se fundó en Quebec una especie de Universidad,
anterior en un año a la de Harvard. Corría el 1639, y llegaron de
Francia dos señoras de clase distinguida, con el objeto de dedicarse a
la enseñanza y a obras de caridad. Llamábanse Madame de la Peltrie y
Madame Guyard, más bien conocida la última con el nombre de Madre de la
Encarnación. De ellas ha quedado un monumento digno de toda alabanza,
como es el convento de las Ursulinas de Quebec, donde se han educado
generaciones de niñas, en particular franco-canadienses. El 1640 se
estableció un Instituto de segunda enseñanza y una escuela para los
hijos de los hurones.

En 1641, M. de Maisonneuve condujo a Montreal hombres decididos y
deseosos de fundar allí una colonia completamente cristiana. Apenas
habían pasado doce años, cuando la hermana Margarita Bourgeoys
estableció en Montreal la Congregación de _Notre Dame_, para la
educación de niñas, que tuvo fama universal. Por entonces, Jerónimo de
la Danversière, asentista de contribuciones en la ciudad y territorio
de La Fleche (Anjou) y Juan Olier, clérigo de París, acordaron fundar
en Montreal las comunidades religiosas siguientes: una de sacerdotes
seculares, que se ocuparía en la dirección de los colonos y en la
conversión de los indígenas; otra de monjas para cuidar los enfermos; y
la tercera, para enseñar la doctrina cristiana a los niños de europeos
e indios. Sobre todos los establecimientos de enseñanza, figura en
primera línea el Seminario fundado en Quebec por el obispo Laval, y que
siglo y medio después se transformó en la gran Universidad conocida
hasta nuestros días con el nombre de _Laval_.

Los primeros libros escritos por exploradores y misioneros católicos
tratan de descubrimientos, tradiciones e historia. Champlain, fundador
de la ciudad de Quebec, escribió, entre otras obras, curiosa historia
de su primer viaje. Lascarbot, que tanta y tan importante parte tuvo en
la colonización de Acadia (Nueva Escocia), publicó una interesante y
completa historia de Nueva Francia, y después una colección de poemas
con el título de _Les muses de la Nouvelle France_. El jesuíta P.
Charlevoix, entre famosa pléyade de escritores, ocupa el primer lugar
por su _Histoire et description générale de la Nouvelle France_. De
este período han quedado multitud de cantos populares de origen bretón
o normando, los cuales, poco a poco, tomaron el carácter propio del
país en que se hallaban trasplantados. Algunos de dichos cantos tienen
no poca delicadeza y dulzura[817].

       [817] En el año 1865 Ernesto Gagnon publicó una colección de
       estas canciones con su correspondiente música, siendo las más
       conocidas las siguientes: _L'Alouette_, _Parderrier' chez mon
       père_, _Isabeu s'y promène_ y _A la claire fontaine_.

La instrucción pública se extendió por todo el país, lo mismo en las
grandes que en las pequeñas poblaciones, lo mismo en las ciudades que
en los campos. La instrucción primaria era y es obligatoria en todas
las provincias canadienses, ya católicas, ya protestantes. El Consejo
que preside la organización de las escuelas católicas se compone de
los obispos de la provincia, vocales por derecho propio, y cierto
número de seglares nombrados por el gobierno. Las escuelas de segunda
enseñanza son en su mayor parte colegios y _conventos_, donde dan
la instrucción casi siempre individuos del clero y hermanas de la
caridad. La Universidad principal y más antigua del Canadá es católica,
y su Facultad más concurrida es la de Teología. Los protestantes, a
su vez, tienen el derecho de organizar sus escuelas confesionales.
Dirige y paga esta enseñanza una comisión protestante nombrada por
el gobierno; pero la minoría religiosa de cada municipio, si no se
halla satisfecha de la administración escolar, tiene derecho a elegir
síndicos especiales para la gestión de sus intereses. Las escuelas de
segunda enseñanza y las Universidades protestantes están dirigidas por
el gobierno. Los inspectores de las escuelas católicas son católicos,
y los de las protestantes son protestantes. Aunque la subvención del
gobierno es algo mayor para la enseñanza protestante que para la
católica, la igualdad de derechos es la misma entre ambas confesiones,
siendo también la misma entre las dos lenguas. A veces se originan
serios conflictos, «clamando los unos contra el poco caso que hacen
los maestros del idioma dominante en la provincia, y reivindicando los
otros el derecho de dar la enseñanza como les conviene. La opinión
que parece prevalecer poco a poco en el _Ontario_ es dar un carácter
puramente laico a las escuelas y hacer obligatorio el estudio de la
lengua inglesa, conforme al precedente que suministra la provincia
de _Manitoba_, donde sostenían igual lucha las escuelas protestantes
inglesas y las escuelas católicas francesas»[818].

       [818] Reclus, _América Boreal_, págs. 649 y 650.

En suma, si la cultura en el Canadá es inferior a la de los Estados
Unidos, quizá sea superior a la de las Repúblicas del Sur y del Centro
de América. Allí viven en cordiales relaciones ingleses y franceses,
protestantes y católicos. El catolicismo se halla muy extendido en la
provincia de Quebec, especialmente en la capital citada y en Montreal.
Considerablemente aumenta la cultura científica y literaria, siendo
focos de luz las Universidades de Otawa y de Montreal.

Pasando a otro asunto, conviene no olvidar que conforme se iban
extendiendo los ingleses por el territorio de lo que después se llamó
República de los Estados Unidos, la civilización y la cultura adquirían
mayor desarrollo. Las relaciones entre las colonias y la metrópoli
fueron cada día mayores, progresando al mismo tiempo la instrucción
pública, las ciencias y las letras. Muchos de los fundadores de Nueva
Inglaterra eran hombres de bastante ilustración, adquirida en las
Universidades de la Gran Bretaña y que deseaban extender en aquellas
lejanas tierras. Ellos abrieron escuelas gratuítas o de primeras letras
o de gramática.«Establecieron--escribe el historiador Spencer--una
especie de colegio práctico en Newton, arrabal de Boston, que fué
dotado por Mr. John Harvard, cuando ocurrió su fallecimiento en 1638,
con su librería y la mitad de su hacienda, dándose a este colegio el
nombre de su generoso bienhechor, y a la localidad que ocupaba, el de
Cambridge, en conmemoración de la famosa Universidad de Inglaterra.
Por concesiones y donaciones anuales de varios individuos, el nuevo
colegio se vió habilitado para echar los cimientos de su futura
preponderancia. En Cambridge fué donde, hacia el año 1640, se sentó la
primera prensa para imprimir que se conoció en América[819].»

       [819] _Historia de los Estados Unidos_, tomo I. págs. 112 y
       113.

En los primeros años de la segunda mitad del siglo XVII la población de
Maryland aumentó en riqueza, poderío y cultura.

El cuáquero Guillermo Penn fundó el Estado de Pensylvania. Llegó a
América el año 1682, y el 1683 echó los cimientos de la ciudad del amor
fraternal, _Filadelfia_, que, si por lo pronto se compuso de cuatro
chozas, a los dos años contaba con 600 casas. Ninguna otra colonia
se desarrolló tan rápida y vigorosamente. En el año 1687 comenzó a
funcionar en Filadelfia una prensa de imprenta, y en 1689 una escuela
pública.

En los últimos años del siglo XVII fueron notables los adelantos
realizados por las Carolinas, lo mismo por su cultura que bajo el punto
de vista material.

La capitalidad de Virginia pasó, en el año 1696, a _Williamsburg_, cuyo
nombre tomó del rey Guillermo III de Orange. Tan poca importancia tuvo
Williamsburg como Jamestown, la capital primera. Tampoco dió esplendor
a la segunda capital el _Colegio de Guillermo y María_ o Universidad,
fundado a instancia del reverendo Santiago Blair, natural de Escocia,
e inaugurado en el año 1700. En el Colegio se enseñaba la Filosofía,
Teología, idiomas, artes, etc., y se componía de un director y seis
profesores. De dicho Colegio o Universidad decía un estudiante treinta
años después lo siguiente: «Aquí tenemos una Universidad sin claustro
y sin estatutos, una Biblioteca sin libros y un rector sin sueldo.»
No es de extrañar, pues, que los colonos ricos enviasen sus hijos al
extranjero para hacer allí sus estudios; pero durante las guerras
intercoloniales progresaron mucho las colonias, siendo extraordinario
este progreso luego que se firmó la paz entre Francia e Inglaterra
(noviembre de 1762).

Hace recordar Spencer en su _Historia de los Estados Unidos_ que el
colegio de Rhode-Island, conocido ahora con el nombre de Universidad
de Brown, se estableció primero en Warren el año 1764, trasladándose a
Providencia el 1770. Tanto el colegio de Rutger como el de Darmouth,
creados, aquél el 1770, y el segundo el 1771, llegaron a organizar
nueve colegios más, dirigidos tres por los _episcopales_, otros tres
por los _congregacionistas_, y los restantes por los _presbiterianos_,
_holandeses reformados_ y _baptistas_[820].

       [820] Véase tomo I, pág. 297.

La afición a las ciencias y a las letras creció rápidamente. Los
colegios se llenaron de estudiantes. Luego, por las iniciativas de
Morgan y Shippen, ambos naturales de Pensylvania, se estableció una
escuela de Medicina, primera institución de esta clase en América. El
doctor Francis en el aniversario que se verificó en febrero de 1856,
dice que «Nueva York es la ciudad que primero organizó una facultad
completa de Medicina durante nuestras relaciones coloniales con la Gran
Bretaña. El colegio del Rey fué el primer instituto de América que en
el año 1767 confirió el grado de doctor en Medicina[821].» De igual
modo el estudio de las leyes adquirió verdadera y singular importancia.

       [821] Véase el interesante informe de Mr. Francis.

En la colonia de Georgia se publicó, año 1763, el primer diario, que se
intituló _Gaceta de Georgia_.

En suma, las trece colonias cultivaron con asiduidad y constancia todos
los ramos del saber. New-Hampshire, Massachusetts-Bay, Rhode-Island,
Connecticut, Delaware, Nueva-York, Nueva Jersey, Pennsylvania, Carolina
del Norte, Maryland, Virginia, Carolina del Sur y Georgia, unas más y
otras menos, dieron paso de gigante en el camino del progreso, pudiendo
decir en la _Declaración de la Independencia_ las siguientes palabras:
«Las colonias unidas son y tienen derecho a ser Estados libres e
independientes, sin sujeción alguna a la Corona de la Gran Bretaña,
debiendo, en su consecuencia, romperse los lazos políticos que con ella
nos unían.»

Si las bellas artes apenas se cultivaron por los primeros habitantes
del Canadá y de los Estados Unidos, tiempo adelante los franceses e
ingleses algo hicieron en sus respectivos países; pero el americano,
entregado antes como ahora a constantes preocupaciones de orden
material y a una vida sumamente agitada, no tuvo el espíritu libre
para dedicarse al cultivo de la belleza. En general, las bellas artes
se comprendían poco en el Canadá y en los Estados Unidos, a causa
también de que la educación primera no la preparaba ni dirigía hacia
las delicadezas y refinamientos del arte. Fijábase en la prosperidad
material, que había aumentado mucho, y no echaba de menos los placeres
del alma. Las siguientes palabras de Spencer, historiador de los
Estados Unidos, son bastante significativas. Dice: «Hasta las bellas
artes tuvieron (segunda mitad del siglo XVIII) sus partidarios:
West y Copley, nacidos en el mismo año, comenzaron a despuntar como
retratistas; pronto buscaron ambos en Londres más ancho campo a sus
aspiraciones»[822].

       [822] Tomo I, pág. 251.

Acerca de la industria del Canadá haremos notar que las pieles y
la pesca constituyeron la riqueza del país. También citaremos los
minerales, y las minas de oro de _Nova Scotia_ se explotaron con
grandes resultados. Del mismo modo afirmamos que tal vez no haya
ningún país en América que tenga mayor riqueza forestal. La industria
comercial estaba adelantada: exportaba ganado, muchas y excelentes
maderas, lanas, minerales, etc., e importaba tejidos, frutas, vinos
y toda clase de bebidas. Otras industrias se encontraban igualmente
adelantadas.

Fijándonos en los Estados Unidos, trasladaremos a este lugar la
autorizada opinión del general francés Montcalm y la del viajero
sueco Pedro Kalm. Decía el primero en una de sus comunicaciones al
gobierno de su nación: «Todas las colonias inglesas se hallan en estado
floreciente; son populosas, ricas y tienen para satisfacer todas las
necesidades de la vida. La Inglaterra ha estado muy torpe en permitir
que se introduzcan las artes, la industria y el comercio en las
colonias, porque así les ha permitido desembarazarse de las cadenas
que las ligaban a la madre patria y hacerse independientes de ella.
Tiempo hace que habrían sacudido también el yugo político y habrían
cada una formado una pequeña república independiente, si el temor a los
franceses no las hubiera detenido. Una vez amos en su país, preferirían
sus compatriotas a los extraños; pero entretanto siguen el principio
de obedecer lo menos posible. Aguarde usted a que hayan conquistado el
Canadá y a que los canadienses y los colonos ingleses se hayan fundido
en un sólo pueblo, y verá cómo los americanos dejan de obedecer en el
momento en que crean que la Inglaterra daña sus intereses. Y si se
sublevan, ¿qué podrán hacer?» El viajero sueco Kalm, que se hallaba
en Nueva York doce años antes de la última guerra intercolonial,
escribió lo que sigue en la interesante relación de su viaje: «Las
colonias inglesas en esta parte del mundo se han aumentado tanto en
población y riqueza, que quieren rivalizar con la Inglaterra europea;
mas para sostener el poderío y el comercio de la metrópoli, ésta les
ha prohibido establecer criaderos de oro y plata bajo la condición
de remitir estos metales inmediatamente a Inglaterra. A excepción
de algunas plazas señaladas, no pueden hacer comercio en ninguna
otra parte con otros países fuera de Inglaterra, y a los extranjeros
no les es permitido comerciar con estas colonias. Además de éstas,
existen todavía muchas otras limitaciones y prohibiciones. Todo esto
ha hecho que las colonias sientan cada vez menos afecto a su madre
patria, y esta frialdad se aumenta con el establecimiento en ellas
de muchos extranjeros, holandeses, alemanes y franceses, que ningún
apego tienen a Inglaterra. A todo esto se agrega aquellas personas que
descontentas siempre, desean a cada paso variación; la prosperidad y
la mucha libertad producen la soberbia. No solamente hijos de América,
sino emigrantes ingleses me han dicho sin rebozo que es muy fácil
que las colonias inglesas de la América del Norte formen de aquí a
treinta o cincuenta años un Estado completamente independiente de
Inglaterra»[823]. Exactos son los relatos de Montcalm y de Kalm. Ni el
Canadá, ni los Estados del Norte América han permanecido estacionarios.
El ilustre historiador Hildreth denomina esta época la edad de oro
de la Virginia, el Maryland y de las dos Carolinas, considerando la
extraordinaria riqueza de los citados países[824]. Las dos Floridas
por entonces se hallaban en la opulencia y tenían mucha industria. No
era superior en muchas cosas la industria de la metrópoli a la de las
colonias.

       [823] Véase Oncken, _Hist. Universal_, tomo XII, pág. 53.

       [824] _History of the United States of América_ (Nueva York),
       1849-1862.

De aquellas dilatadas y lejanas tierras se había desterrado la
ociosidad y la vagancia, manantiales de vicios y de crímenes,
promoviéndose, en cambio, apoyo al trabajo y a la aplicación,
fuentes de moralidad y de virtud. Allí no campeaban los charlatanes,
los estafadores, los truhanes, ni vagos, escoria de la sociedad y
mortificación de los hombres de bien. Muchas fueron las reformas
dictadas en pró de la industria y de los oficios más necesitados
de protección. En beneficio de las clases productoras se dieron
disposiciones que supieron aprovechar aquellos hombres laboriosos. Si
la estadística de población de un país no es signo demasiado falible
de prosperidad o de decadencia, si no es un dato demasiado incierto
del bueno o mal régimen político y económico de un pueblo, si hemos
de seguir en este punto la doctrina de distinguidos economistas, no
tenemos más remedio que confesar el excelente estado de las colonias,
considerando el aumento que en poco tiempo alcanzó la población de los
Estados Unidos antes de su independencia.

Entretanto que la Corona y el Parlamento se dormían en sus laureles,
«las colonias aumentaban rápidamente en población, en riqueza y en
preponderancia; y en vez de ser unas cuantas obscuras comarcas que
se ocupaban sólo de sus asuntos particulares, contando apenas con
elementos de existencia, íbase formando un pueblo cuya agricultura,
comercio, carácter emprendedor y posición respecto a otros Estados,
le hacía acreedor a desempeñar un puesto de importancia. La madre
patria no se hallaba en estado de gobernar bien a las colonias, ni
tuvo tampoco la mala voluntad de oprimirlas demasiado, limitándose
únicamente a molestarlas sin impedir su progreso»[825].

       [825] Spencer, _Hist. de los Estados Unidos_, tomo I, pág. 254.


Tanta fué la prosperidad a que llegaron las colonias; tanto fué el
progreso de su industria y de sus artes que, confiadas en su poder, se
atrevieron a arrostrar las iras de Inglaterra. Allí sólo había hombres
agrícolas e industriales.

No vaya a creerse que todos los colonos querían la resistencia armada
contra la metrópoli, pues había algunos indecisos y también realistas.
La mayoría, sin embargo, deseaba romper las trabas que unían a los
colonos con la Gran Bretaña, o, lo que es lo mismo, aspiraban a la
independencia. Debióse principalmente la fuerza de la revolución a que
los patriotas estaban preparados, como si hubiesen presentido que había
de llegar el día de pelear con los ingleses. La razón, además, estaba
de parte de los americanos, quienes llevaban en su bandera la libertad
de su comercio y la oposición al poder arbitrario del Rey.

Al reunirse el Parlamento de Inglaterra en el año 1765, se sometió a
su aprobación el famoso _bill_, por el cual se decretaba el impuesto
del sello. Semejante contribución, como era de esperar, causó profundo
malestar en las colonias; pero el _bill_ se aprobó, sancionándose el 22
de marzo por la Corona. Franklin, que se hallaba en Londres, escribió a
su amigo Thompson la misma noche en que fué aprobado, lo siguiente: «El
sol de la libertad se ha puesto; los americanos tendrán que encender en
adelante las lámparas de su industria y de su economía.» Poco después
contestó Thompson: «Lo que nosotros encenderemos no serán lámparas,
sino antorchas; estad tranquilo sobre este punto.» La guerra de la
independencia iba a comenzar pronto.



CAPITULO XXXV

  CULTURA DE LAS COLONIAS ESPAÑOLAS ANTES DE LA INDEPENDENCIA:
  MÉXICO: IMPRENTA; ACUÑACIÓN DE LA MONEDA.--SIGLO XVII: SOR JUANA
  DE LA CRUZ.--POETAS Y PROSISTAS DEL SIGLO XVIII.--PERÚ: GARCILASO
  DE LA VEGA, "COMENTARIOS REALES."--LIMA EN EL SIGLO XVI: LA
  UNIVERSIDAD DE SAN MARCOS.--VALLE Y CAVIEDES.--SIGLO XVIII:
  OLAVIDE; SU VIDA Y SUS OBRAS.--PERALTA, ALONSO DE LA CUEVA Y
  LLANO ZAPATA.--EL PERIODISMO.--CUBA Y PUERTO RICO.--GUATEMALA:
  MATANZA, OSENA, PAZ SALGADO Y BERGAÑO.--LA INSTRUCCIÓN PUBLICA.--LA
  UNIVERSIDAD.--LA «GACETA.»--EL COLISEO.--EL CONSULADO.--LA
  SOCIEDAD ECONÓMICA.--LA IMPRENTA.--COSTA-RICA.--EL ECUADOR,
  VENEZUELA, BOLIVIA, BUENOS AIRES, CHILE, PARAGUAY Y URUGUAY.--LAS
  BELLAS ARTES: CATEDRAL DE MÉXICO.--EL ESCULTOR ROBLES.--EL P.
  CARLOS.--CHILL Y OTROS.--EL PINTOR CIFUENTES Y OTROS.--LAS BELLAS
  ARTES EN LIMA Y EN LA AMÉRICA CENTRAL.--EL PINTOR SANTIAGO EN
  EL ECUADOR.--EL ESCULTOR LAGARDA.--LAS BELLAS ARTES EN NUEVA
  GRANADA.--LA INDUSTRIA EN MÉXICO, PERÚ Y BOLIVIA, SANTO DOMINGO,
  CUBA, AMÉRICA CENTRAL, CHILE, NUEVA GRANADA, ECUADOR, VENEZUELA,
  BUENOS AIRES, PARAGUAY, URUGUAY Y BRASIL.


La vida intelectual de los pueblos hispano-americanos durante la época
colonial permanece casi olvidada, no sólo por los hijos del país, sino
también por los mismos españoles. Comenzaremos estudio tan interesante
por la cultura literaria en México, no sin hacer antes notar que con la
ayuda del obispo Zumárraga logró el virrey Mendoza traer la imprenta el
1536, publicándose en el mismo año la _Escuela Mística_, de San Juan
Clímaco, traducción que hizo el Padre dominico Juan de la Magdalena.
Registraremos también el hecho de que por entonces comenzó la acuñación
de la moneda. De la literatura mejicana en el siglo XVII, colocaremos
en primer término a la monja y poetisa Sor Juana Inés de la Cruz.
Nació en San Miguel de Nepantla, alquería a doce leguas de México, y
fué bautizada en la cercana villa de Ameca-Ameca[826]. Su padre se
llamaba Manuel de Asbaje y su madre Isabel Ramírez de Cantillana.
Tan bella de rostro como de espíritu, se hizo simpática a todos en la
corte del virrey marqués de Mancera, pues fué dama de la virreina doña
Leonor de Carreto. Por los consejos del Padre jesuíta Antonio Núñez se
encerró en un convento de la orden de San Jerónimo y profesó el 24 de
febrero de 1669. Falleció el 17 de abril del año 1695. Mujer de una
cultura extraordinaria, vivió en la atmósfera de literatura gongorina
y pedante, librándose, no del mal gusto de la época, pero sí de
exageraciones ridículas y antiestéticas. En tiempos mejores y con otra
educación, Sor Juana Inés de la Cruz ocuparía señalado lugar entre las
mejores poetisas.

       [826] Algunos escritores dicen que era peruana y otros
       guipuzcoana.

El _siglo de oro_ de la cultura científica y literaria en México
fué el XVIII. En la citada centuria se creó la Universidad y otros
establecimientos de enseñanza, la imprenta adquirió gran desarrollo y
las ciencias y las letras se cultivaron por esclarecidos ingenios en
la capital y en las ciudades más importantes de la colonia. Fama tuvo
de literato don Diego José de Abad, jesuíta y excelente latinista.
En la poesía épica se distinguió D. Francisco Ruiz de León, autor de
los poemas _La Tebaida Indiana y La Hernandiada_, sobresaliendo en
el género lírico los Padres don José Manuel Sartorio y Fray Manuel
de Navarrete. Nacieron por aquella época en la Nueva España dos
historiadores dignos de fama: los jesuítas veracruzanos don Francisco
Javier Clavigero, autor de la _Historia Antigua de México_ y de la
_Historia de la Baja California_, y don Francisco Javier de Alegre, que
escribió la _Historia de la Compañía de Jesús en la Nueva España_.

Antes de estudiar la historia literaria del Perú, publicaremos la
siguiente Real Cédula. Por ella veremos el mucho cuidado que tenían
nuestros monarcas de que no sufriese detrimento alguno la religión
católica.

Libros: «Informado el Príncipe, que de llevar al Perú los favulosos,
como los de Amadís y otros, se seguía, que los indios que sabían leer
se daban á ellos, olvidando los de buena y sana doctrina, y persuadidos
de que las Historias vanas habían sido compuestas vanamente, y pasado
como tales lo serian también las de Sagrada Escritura y Santos
Doctores, teniéndolos por de una misma authoridad; mandó S. M. al
virrey no consintiesse su venta, ni que los españoles los tuviessen en
sus casas, ni los leyesen los indios.» Ced. de sep. de 1513. Vid. Tom.
9 de ellas, fol. 286, b, n.º 481[827].

       [827] Arch. Hist. Nac.--_Cedulario índico de Ayala_ o _Dic. de
       Gobierno y Legislación de Indias_, letra L. n.º 18.

El primero de los escritores peruanos fué Garcilaso de la Vega.
Era hijo natural del capitán Garcilaso de la Vega y de la _ñusta_
Doña Isabel Chimpu Ocllo, sobrina de Huayna Cápac y nieta de Túpac
Yupanqui. Nació en el Cuzco el 12 de abril de 1539 y vivió en una
época de guerras civiles. Conoció a Gonzalo Pizarro, a Francisco
Carvajal, al presidente La Gasca, a Francisco Hernández Girón y a
otros. «Residiendo--dice--mi madre en el Cozco, su patria, venían a
visitarla casi cada semana los pocos parientes y parientas que de las
crueldades y tiranías de Atahualpa escaparon; en las cuales visitas
siempre sus más ordinarias pláticas eran tratar del origen de sus
reyes, de la magestad dellos, de la grandeza de su imperio, de sus
conquistas y hazañas, del gobierno que en paz y en guerra tenían, de
las leyes que tan en provecho y en favor de sus vasallos ordenaban.
En suma, no dejaban cosa de las prósperas que entre ellos hubiesen
acaecido que no la trujesen a cuenta. De las grandezas y prosperidades
pasadas, venían a las cosas presentes: lloraban sus reyes muertos,
enajenado su imperio y acabada su república. Estas y otras semejantes
pláticas tenían los incas y pallas en sus visitas, y con la memoria del
bien perdido, siempre acababan su conversación en lágrimas y llanto,
diciendo: _trocósenos el reinar en vasallaje_. En estas pláticas yo,
como muchacho, entraba y salía muchas veces donde ellos estaban, y me
holgaba de las oir, como huelgan los tales de oir fábulas»[828].

       [828] _Comentarios Reales_, 1.ª parte, lib. I, cap. XV.

Manifiesta Garcilaso en su historia profundo amor a los incas y en
general a toda la raza india. No es extraño que el historiador se
convierta en defensor, y en defensor apasionado.

Habiendo fallecido su padre de muerte natural, Garcilaso se trasladó
a España en el año 1560. Entró en el ejército y sirvió a las órdenes
de Don Juan de Austria y de Don Alfonso Fernández de Córdova, marqués
de Pliego, obteniendo el grado de capitán, _inmérito de sueldo_. Dice
que «escapó de la guerra tan desvalijado y adeudado, que no le fué
posible volver a la corte, sino acogerse a los rincones de la soledad
y pobreza.» Solicitó del Rey la recompensa debida por los servicios
de su padre y la restitución patrimonial de los bienes de su madre,
no obteniendo ni la una ni la otra, a causa del mal recuerdo que se
conservaba del conquistador Garcilaso, el cual siguió las banderas
rebeldes de Gonzalo Pizarro. Se estableció en la ciudad de Córdoba,
se ordenó de clérigo y escribió algunas obras, siendo la principal la
que lleva el título de _Comentarios Reales_. Murió en Córdoba el 22 de
Abril de 1616.

Si acabamos de indicar que Garcilaso es más bien panegirista que
historiador, añadiendo ahora que le consideramos bastante parcial y
algo inexacto; sin embargo, no creemos justas las siguientes palabras
de Menéndez Pelayo: «Los _Comentarios Reales_ no son texto histórico;
son una novela utópica, como la de Tomás Moro, como la _Ciudad del
Sol_, de Campanella, como la _Océana_, de Harrington; el sueño de
un imperio patriarcal y regido con riendas de seda, de un siglo de
oro gobernado por una especie de teocracia filosófica»[829]. No
estamos conformes--repetimos--con el juicio de Menéndez Pelayo; pero
aceptamos sin reparo alguno el de Pi y Margall. «En esta historia de
los incas--escribe--sigo principalmente a Garcilaso de la Vega. Se
disminuye hoy la autoridad que se le concedió en otros días; pero
injustamente. No dispuso de mayores medios para descubrir la verdad
ninguno de sus contemporáneos; tampoco ninguno de los que después
escribieron. ¿Se han descubierto, acaso, nuevas fuentes para esta
historia? Garcilaso era Inca y había recogido de labios de sus mismos
padres la tradición quichua, conocía la lengua del país y había tenido
ocasión de consultar a los quipucamayos; nadie pudo recoger mejor lo
poco o mucho que de los incas se supiese. Es de temer que le hiciesen
parcial el espíritu de nación y el de familia; pero la parcialidad
suele estar más en la apreciación que en la averiguación de los
hechos»[830].

       [829] _Antología de poetas hispano-americanos_, tomo III, pág.
       CLXIII.

       [830] _Historia general de América_, tom. I, volumen I. pág.
       329.

Es cierto que desconoce la existencia de una civilización anterior a
la de los incas, civilización preincásica que tuvo mucha importancia;
no hace mención de los vestigios más antiguos de civilización que se
han encontrado en los valles de la costa, desde Nazca hasta Trujillo;
opina erradamente que en los primeros reinados de los incas no hubo
revueltas ni revoluciones; no era Pachacámac la divinidad suprema, sino
Viracocha, ni la religión era deísta, sino fetichista[831]; ni tampoco
era cierto que bajo los incas no se celebrasen sacrificios humanos,
pues se halla probado que inmolaban hombres a los dioses. Nada más
tenemos que decir de la primera parte de los _Comentarios Reales_.

       [831] Los primeros invasores que ocuparon la costa adoraron
       a _Con_, los segundos inmigrantes que subyugaron a los
       anteriores a Pachacámac. Viracocha era el dios de la primera
       civilización quechua, y el Sol o Inti era el dios particular
       de la tribu de los incas. También adoraban a la luna, a las
       estrellas, a los monarcas difuntos, etc.

La segunda parte, que trata de la conquista del Perú y de las guerras
entre los conquistadores, no tiene tanto valor histórico como la
primera. Si en ella repite y á veces aclara y amplía las narraciones de
Gómera y Zárate, nunca llega á las ricas y hermosas crónicas de Cieza.

El apogeo de Lima fué el siglo XVII. Bajo la dinastía austriaca y de
Felipe V, Lima, con sus numerosos frailes, blancos y pardos, calzados
y sin calzar, con sus famosos virreyes rodeados de pretendientes, y
con sus letrados y retóricos, manifestaba no poco brillo y esplendidez.
Al lado de los conventos (agustinos, franciscanos, dominicos y
mercenarios) y colegio de jesuítas, se hallaba el palacio del virrey,
la Audiencia, el Cabildo y la Real y Pontificia Universidad de San
Marcos. Nació la Universidad al amparo del convento de Santo Domingo y,
cuando aquélla hubo de secularizarse veinte años después, conservó su
carácter eminentemente religioso y aun teológico. «Pero a la vez que
institución eminentemente religiosa, baluarte de la Teología, palestra
del Escolasticismo, foco de los estudios de Derecho canónico y Derecho
romano en toda la América del Sur, la Universidad, por la frecuencia
de sus certámenes poéticos, recibimientos y fiestas, venía a ser como
la Academia literaria oficial de la corte de los virreyes»[832].
Catedráticos no pocos y doctores numerosos se dedicaban con más
pedantería que ciencia y con más retórica que elocuencia, a conquistar
la benevolencia del virrey, de los oidores, de los altos empleados y
hasta de los particulares distinguidos. Por eso los recibimientos tan
fastuosos a virreyes, a oidores y a prelados. Los homenajes rendidos al
representante del Rey, cuando, después de algún tiempo de la toma de
posesión, visitaba la Universidad, excedían a toda ponderación. Bastará
decir que el ilustre don Pedro de Peralta Barnuevo, varón justamente
alabado por sus muchas y excelentes obras, escribió lo siguiente: «Es
el príncipe una deidad visible, con quien no tiene otro oficio la
lengua sino el del himno o el del ruego»[833].

       [832] José de la Riva Agüero, _La Historia en el Perú_.--Lima,
       1910.

       [833] _El templo de la fama vindicado_, fol. 15 v.º--Lima,
       1720.

Registraremos los nombres de algunos vates peruanos. A fines del siglo
XVII se distinguió el poeta festivo Juan del Valle y Caviedes, por
apodo «El poeta de la ribera», que escribió dos libros titulados:
_Diente del Parnaso_ y _Poesías varias_. Murió el 1692, antes de
cumplir los cuarenta años. El romance a la bella Anarda comienza así:

      Purgando estaba sus culpas
    Anarda en el hospital;
    que estos pecados en vida
    y en muerte se han de purgar...

Caviedes conocía perfectamente a Quevedo, según puede verse en muchas
de sus composiciones. Trasladaremos aquí unos cuantos versos de la
composición que dirigió a Machuca, por su nombramiento de médico de la
Inquisición:

      Ya los Autos de la fe,
    se han acabado sin duda,
    porque de la Inquisición,
    médico han hecho a Machuca.

      Relajados en estatua
    saldrán judíos y brujas,
    no en persona, que estarán
    ya relajados con purgas.

      Tan hechiceras como antes
    serán las tristes lechuzas,
    porque en manos del Doctor
    han de volar con unturas...

En el palacio del marqués de Castell-dos-Ríus, virrey del Perú, se
reunían allá por los años de 1709 y 1710 los principales ingenios del
país, entre otros, el presbítero Miguel Sáenz Cascante, el marqués
de Brenes, Pedro José Bermúdez de la Torre, Juan Manuel de Rojas y
Solórzano, Jerónimo de Monforte, el marqués del Villar del Tajo y el
conde de la Granja. Las poesías que han llegado a nosotros, tanto del
virrey como de sus cariñosos amigos, son conceptuosas y de mal gusto.
El siguiente soneto es del conde de la Granja:


  A LA MUERTE DEL MARQUÉS DE CASTELL-DOS-RÍUS,
               VIRREY DEL PERÚ:

      Canto, bien que no sé si canto o lloro,
    aun en sombras, la muerte esclarecida
    de un héroe que dió vida con su vida
    a ciencias y artes, y al castalio coro.

      Varón de un siglo en que volvió el de oro
    pues gobernó con rienda tan medida,
    que en la razón a la justicia unida
    cifró del mando el principal decoro.

      Discreto fué sin presunción de sabio;
    supo hermanar con su saber su suerte,
    supo lo que en mortal junto no cupo.

      Igualó al de Demóstenes su labio;
    ¿qué no supo él?... Él supo hasta en la muerte
    lo más que hay que saber, pues morir supo.

Natural de Lima, donde nació el año 1725, es Pablo de Olavide,
doctor en Cánones de la Universidad de San Marcos, oidor de aquella
Real Audiencia y auditor general de Guerra del virreinato del Perú.
Intervino en las obras de reparación que tuvieron lugar con motivo del
terremoto de 1746, y por sus manos pasaron grandes cantidades; pero
como algunos dudasen de su integridad, se le mandó venir a Madrid a
rendir cuentas. Casó en España con una viuda rica, y desde entonces sus
casas de Madrid y de Leganés fueron el centro del buen gusto y de la
sociedad más distinguida. Hacía Olavide frecuentes viajes a París y se
aficionó a las doctrinas de los enciclopedistas. Protegióle mucho el
conde de Aranda y por su influencia fué nombrado director del Hospicio
de San Fernando. Alternaba sus obligaciones del destino con el cultivo
de las bellas letras, a las cuales era inclinado, llegando a traducir
algunas tragedias y comedias francesas.

Asistente de Sevilla e Intendente de los cuatro reinos de Andalucía,
cargos que ya tenía en 1767, realizó la reforma de aquella Universidad,
no sin respirar odio a los estudios teológicos y filosóficos
«cuestiones frívolas e inútiles, pues o son superiores a los ingenios
de los hombres, o incapaces de traer utilidad, aun cuando fuese posible
demostrarlas...» Protegió las letras y más la Economía Política, y tuvo
la dicha de guiar los primeros pasos de Jovellanos. De la tertulia de
Olavide salió, entre otras obras, la comedia que el inmortal asturiano
intituló _El delincuente honrado_.

Para remediar la despoblación de España y abrir al cultivo tierras
eriales y baldías, presentó un proyecto el arbitrista prusiano D. Juan
Gaspar Thurriegel, comprometiéndose a traer, en ocho meses, 6.000
alemanes y flamencos católicos, «y la concesión--escribe Menéndez
Pelayo--se firmó el 2 de abril de 1767, el mismo día que la pragmática
de expulsión de los jesuítas»[834].

       [834] Ob. cit., tomo II, pág. 226.

Olavide fué nombrado Superintendente de la colonia, y en poco tiempo
fundó hasta trece poblaciones, algunas de las cuales subsisten para
eterna gloria de su nombre. Entre los mismos colonos comenzaron las
murmuraciones contra Olavide, llegando el suizo D. José Antonio
Yauch a quejarse en un _Memorial_ (14 marzo 1769) de la falta de
pasto espiritual que se notaba en las colonias, a la vez que de
malversaciones y también de malos tratamientos a los nuevos pobladores.
El obispo de Jaén confirmó algunas de dichas acusaciones y los
visitadores (Valiente, Vall y marqués de la Corona) tampoco defendieron
a Olavide. Cuando los ánimos se hallaban predispuestos contra el
colonizador, vinieron frailes capuchinos de Suiza, trayendo como
superior a Fr. Romualdo de Friburgo, quien hizo causa común con los
enemigos del citado Olavide. Si él se quejaba de que los capuchinos le
alborotaban la colonia, ellos repetían en todos los tonos de que el
colonizador con su irreligión pervertía a los colonos. Fr. Romualdo, ya
decidido a todo, delató (septiembre de 1775) a Olavide por hereje, ateo
y materialista, o a lo menos naturalista y negador de lo sobrenatural,
de la revelación, de la Providencia y de los milagros, de la eficacia
de la oración y buenas obras; asíduo lector de Voltaire y de Rousseau,
con quienes tenía constante correspondencia; poseedor de imágenes y
figuras desnudas; no observante de los ayunos; profanador de los días
festivos, y, por último, hombre de malas costumbres. Añadía que era
defensor del movimiento de la tierra y que censuraba el toque de
campanas en días de nublado.

El Santo Oficio, aprovechándose de la caída y ausencia de Aranda,
solicitó licencia del Rey para procesar a Olavide. Vióse en un apuro el
colonizador y en carta que escribió a Roda pidiéndole consejo, no tiene
inconveniente en declararse católico, por cuya religión «derramaría la
última gota de mi sangre...» La carta tiene fecha del 7 de febrero de
1776. Aunque Roda que era tan poco religioso como Olavide, le recomendó
al inquisidor general, a la sazón D. Felipe Beltrán, antiguo obispo
de Salamanca, fué condenado el famoso colonizador, cuyo _autillo_ se
celebró el 24 de noviembre de 1778. Se le declaró hereje y en su virtud
se le desterraba a cuarenta leguas de la corte y sitios reales, no
pudiendo volver a América, ni a las colonias de Sierra Morena, ni a
Sevilla; se le recluía en un convento por ocho años para que aprendiera
la doctrina cristiana y ayunase todos los viernes, se le degradaba
y exoneraba de todos sus cargos; y se le confiscaban sus bienes e
inhabilitaban sus descendientes hasta la quinta generación[835].

       [835] Véase Menéndez Pelayo, ob. cit., tomo II, págs. 228 y
       229.

Encerrado en el monasterio de Sahagún, si abatido en un principio,
recobró pronto el ánimo ante sentencia tan absurda y bárbara. Dedicóse
a cultivar la poesía, afición de sus primeros años, escribiendo
entonces sentidos versos, los cuales vienen a ser una paráfrasis del
_Miserere_, que luego incluyó en su traducción de los _Salmos de David_.

Decía así:

      Señor, misericordia; a tus pies llega
    el mayor pecador, mas ya contrito,
    que a tu infinita paternal clemencia
    pide humilde perdón de sus delitos.

      A mis oídos les darás entonces
    con tu perdón consuelo y regocijo,
    y mis huesos exánimes y yertos
    serán ya de tu cuerpo miembros vivos.

      Porque si tú quisieras otra ofrenda,
    ninguna te negara el amor mío;
    pero no quieres tú más holocausto
    que un puro amor y un ánimo sumiso.

      Señor, pues amas y deseas tanto
    a tu siervo salvar, dispón benigno
    que en la inmortal Jerusalén del alma
    se labre de tu amor el edificio.

Logró fugarse a Francia, donde vivió con el supuesto título de _Conde
del Pilo_. Recibiéronle con palmas los enciclopedistas, especialmente
Diderot y Marmontel. Habiendo pedido Floridablanca la extradición de
Olavide en 1781, marchó a Ginebra, volviendo a Francia, y decretándole
la Convención cívica corona y el título de ciudadano adoptivo de la
República. Durante el gobierno del Terror fué preso, y habiéndose
arrepentido de sus ideas, escribió _El Evangelio en triunfo o Historia
de un Filósofo desengañado_, libro mediano o de mérito escaso. ¿Fué la
retractación sincera de un incrédulo? Desde su publicación en Valencia
(1798) se provocó en todas partes reacción favorable a Olavide, y en
aquel mismo año se le abrieron las puertas de la patria, confiriéndole
Carlos IV una pensión anual de 90.000 reales. Murió en Baeza el año
1804. Además de _El Evangelio en triunfo_, publicó una versión de los
_Salmos_, todos los cánticos desde los dos de Moisés al de Simeón y
varios himnos de la iglesia. Cantó en medianos versos _El fin del
hombre_, _La inmortalidad del alma_, _La Providencia_, _La Penitencia_
y otros asuntos, coleccionados luego con el título de _Poemas
Christianos_.

No negaremos que en la citada Universidad de Lima, si dominaba la
ciencia de relumbrón y erudición hueca e indigesta, había algunos
ingenios, sobresaliendo entre todos el doctor D. Pedro de Peralta,
profesor de Prima de Matemáticas desde el 1709. Nació Peralta en Lima
(26 noviembre 1663), en cuya Universidad estudió, ejerciendo luego
la abogacía ante la Real Audiencia; falleció el 30 de abril de 1743.
Conocía siete idiomas: griego, latín, inglés, italiano, francés,
portugués y quechua. Escribió muchos versos, siendo sus maestros
favoritos Góngora y Quevedo.

Pero sus obras más notables son la _Historia de España vindicada_
(1730) y el poema épico _Lima Fundada_ (1732). Por lo que respecta a la
_Historia de España vindicada_ «libro--según Menéndez Pelayo--de más
aparato que substancia y del cual puede prescindir sin gran trabajo el
estudioso investigador de las cosas de la España Antigua»[836], hemos
de disentir del ilustre crítico. Hállase muy bien hecha la descripción
de España y sus productos (Lib. I, capítulos I, II y III); sostuvo
que la primitiva lengua general de la península fué el vascongado o
éuskaro (Lib. I, capítulos VI y IX)[837]; determinó con fijeza los
límites de la Cantabria (comarca de Santander); refutó admirablemente
las falsificaciones y mentiras de los falsos cronicones; defendió la
venida a España de Santiago y la traslación del cuerpo del Santo desde
Jerusalém a Galicia (Lib. III, capítulos I, II, III, IV y VIII); trató
perfectamente la época romana y no tan bien la visigoda (Lib. V). No
negaremos que es crédulo algunas veces y acerca de su estilo puede ser
calificado de afectado y conceptista.

       [836] _Hist. de la poesía Hispano-Americana_, tomo II, pág.
       210.

       [837] El origen del vascuence--según nuestra modesta
       opinión--es el antiguo turco mezclado con el persa (pero sin
       árabe), y mezclado también y unificado con el gótico.

Nació el licenciado Alonso de la Cueva en la ciudad de Lima el 4 de
julio de 1684 y murió el año 1754. Estudió en el Colegio de San Martín
y fué licenciado en Derecho. Ordenóse de clérigo en Panamá el año 1709,
mereciendo ser nombrado después provisor y vicario de aquel obispado.
Escribió _Apuntes para la historia eclesiástica del Perú_ (Lima, 1873)
en seis tomos, y algunos otros trabajos. Poco antes de morir entró en
la Compañía de Jesús.

Don José Eusebio de Llano Zapata nació en Lima, allá por los años de
1721 o de 1722; estudió latinidad y los principios de las ciencias
sagradas y profanas en los estudios particulares de los jesuítas de
Lima. Conocía perfectamente varios idiomas extranjeros y era enemigo
decidido de la enseñanza oficial, especialmente de la escolástica.
Dedicóse, siendo todavía muy joven, a la enseñanza particular, dando
lecciones de Latinidad, Retórica y Griego. Fué el primero que en el
Perú enseñó públicamente la lengua griega. Publicó muchos libros de
diferentes materias, retirándose á Cádiz (España), donde fijó su
residencia.

Antes de terminar los breves apuntes referentes al Perú, recordaremos
que, bajo la dirección de D. Jaime Bausate, comenzó á publicarse,
en 1.º de octubre de 1790, el _Diario erudito y comercial de Lima_,
periódico que sólo vivió dos años y en el cual vieron la luz
importantes artículos de fondo y curiosas noticias. Con más elementos
se verificó la publicación del _Mercurio Peruano_ el 1.º de enero
de 1791, bajo los auspicios de la Sociedad de Amigos del País. El
director, D. Jacinto Calero y Moreyra, hizo un periódico que consiguió
muchas suscripciones y fué muy estimado por todas las clases de la
sociedad. Leyóse mucho en toda América y también en Europa. El virrey
Gil de Taboada recomendaba á un sucesor la lectura de los once tomos
que en 1796 formaban ya la colección del _Mercurio Peruano_, pues le
decía: «Leerá V. E. con gusto y utilidad del Gobierno de su alto mando,
por los conocimientos que contienen, capítulos y estados relativos al
comercio recíproco interior y exterior del Perú. Muchas reflexiones
y cálculos sobre minas, valles, descripciones sobre sus montañas y
varios partidos de la parte conquistada, su navegación, su geografía,
su agricultura, su historia civil y eclesiástica, y quanto contiene
de notable este país fecundo y poco conocido, sin olvidar el actual
estado triste de esta capital y medios que se proponen para fomentarla,
dando destino a la gente vaga que la ocupa por necesidad y por faltarle
materia a su útil entretenimiento.» Sin embargo, el periódico murió
antes de terminar Gil de Taboada el período de su mando, lo cual indica
que la sociedad peruana de aquellos tiempos no debía de ser muy dada a
la lectura.

Si antes del año 1793, el doctor don Cosme Bueno, catedrático de
Matemáticas, dió a luz una _Guía_, de poca extensión y con pocas
noticias, el virrey, deseoso de proteger el comercio, encargó _al genio
fecundo y laborioso_ del doctor don Hipólito Unanue, la redacción
de otra _Guía_ más extensa y con mayor número de datos. Contenía la
mencionada _Guía_ ordenado catálogo de todas las ciudades, villas y
aldeas del Perú, las diferentes castas y número de sus moradores,
los productos del reino animal, vegetal y mineral, el comercio del
virreinato con los demás Estados de América y con el antiguo mundo.
Enumeraba los tribunales de justicia y de la Real Hacienda, daba cuenta
de los presupuestos de ingresos y gastos del país, del estado de las
fuerzas militares terrestres y marítimas, de las Universidades y
colegios, etc. En los años sucesivos encargó el virrey la publicación
de dicha _Guía_ á la Casa de Huérfanos.

También en el mismo año de 1793, se publicó el primer número de la
_Gaceta de Lima_, cuya publicación tuvo por principal objeto que
los peruanos tuviesen conocimiento de los horrores de la revolución
francesa.

Para terminar, diremos que se estableció la _Academia Náutica_ en
Lima, se subvencionó la publicación de la _Flora Americana_, se dieron
disposiciones encaminadas a la higiene y seguridad públicas, como
también a la reforma de las costumbres, no olvidando la erección de
obras de pública utilidad; todo lo cual enumera con gran entusiasmo
el cabildo municipal de Lima, en un informe fechado el 2 de enero de
1796. Muchas fueron--y por cierto con beneficiosos resultados--las
expediciones que por entonces se hicieron y a las cuales dió protección
y aliento el virrey Gil de Taboada.

También citaremos el periódico intitulado _Diario Erudito, Económico y
Comercial de Lima_.

[Ilustración:

                      FOTOTIPIA LACOSTE.--MADRID.

                        PADRE VARELA.]

Habremos de recordar, por lo que a la cultura de Cuba respecta, que la
instrucción pública realizó grandes progresos desde los últimos años
de la centuria XVI. Francisco Paradas dejó un legado (1571) para el
sostenimiento de clases de latinidad en Bayamo; Juan F. Carballo fundó
la Escuela de Belén, la cual durante muchos años fué la única enseñanza
primaria en la Habana; el obispo Juan de las Cabezas creó el Seminario
en Santiago de Cuba (1607); el obispo Evelino de Compostela estableció
el colegio eclesiástico en la Habana (1689), y además el colegio de
niños y el asilo de niñas de San Francisco de Sales; el filántropo
Conyedo se consagró a la enseñanza en Villaclara (1712) y fundó
una escuela en San Juan de los Remedios. A petición del ayuntamiento
de la Habana (1688) se creó la Universidad (1728), encargándose de la
enseñanza los frailes dominicos. Siete años antes el mismo Felipe V,
había concedido la fundación de un colegio a la Compañía de Jesús[838].

       [838] _Arch. hist. nac.--Cedulario índico_, tomo XXXIV. n.º
       109. págs. 124 y 124 v.ª

En los últimos años del siglo XVIII y en la primera mitad del XIX,
las letras y las ciencias dieron un paso de gigante en la isla de
Cuba. Nació entonces la _Academia Cubana de Literatura_ y adquirió
fama universal el periódico intitulado _Revista Bimestre Cubana_; en
él escribieron Félix Varela, José de la Luz y Caballero, José Antonio
Saco, Domingo del Monte y otros. El eminente filósofo D. Félix Varela
enviaba sus escritos desde el destierro. De él dijo D. José de la Luz y
Caballero lo que copiamos á continuación: «Mientras se piense en Cuba,
se pensará con respeto y veneración en el primero que nos enseñó á
pensar.» Saco, ilustre catedrático de Filosofía en el colegio seminario
de San Carlos, sucesor de su sabio maestro Padre Varela, recibió la
orden del Capitán general Tacón de salir de la Habana (1834), «porque
la juventud seguía con mucho calor sus ideas.» D. José de la Luz y
Caballero, sucesor de Varela y de Saco en la cátedra de Filosofía de
San Carlos, merece también señalado lugar entre los pensadores cubanos.
Murió el 22 de junio de 1862, rodeado de sus discípulos y admiradores,
en su colegio de El Salvador. El capitán general Serrano, deseando
halagar á los cubanos, presidió el entierro.

No careció de importancia el progreso moral y material de la isla de
Puerto Rico en la centuria XVIII, progreso moral y material que aumentó
considerablemente en el siglo XIX. Buena prueba de ello es el aumento
de población: en 1775 se contaban 79.000 habitantes, y en 1887, 806.708.

No poca fama tuvieron algunos poetas en Guatemala. El primero de ellos
es Juan de Mestanza. Miguel de Cervantes dice de él en su _Viaje al
Parnaso_:

      Llegó Juan de Mestanza cifra y suma
    de tanta condición doctrina y gala,
    que no hay muerte ni edad que la consuma.

      Apolo lo arrancó de Guatemala
    y le trajo en su ayuda para ofensa
    de la canalla en todo extremo mala.

De Baltasar de Orena, que vivió en Guatemala por el año de 1591, dijo
Cervantes en su _Galatea_ lo siguiente:

      Toda la suavidad que en dulce
    vena se puede ver, veréis en uno sólo,
    que al son sabroso de su musa enfrena
    la furia al mar, el curso al dios Eolo:

      El nombre de éste es Baltasar de Orena,
    cuya fama al uno y otro polo
    corre ligera, y del oriente á ocaso,
    por honra verdadera del Parnaso.

Letrado en la Audiencia de Guatemala fué D. Antonio Paz y Salgado, y de
él es el soneto que copiamos:

      Mas quisiera que un toro me embistiera,
    que una mula cerril me derribara,
    que un trueno me aturdiera y me espantara
    y que una calentura me venciera.

      De cornadas ningún caso hiciera,
    ni caída, ni patada me matara,
    relámpago ni rayo me asombrara,
    ni aun con la fiebre ardiente me muriera;

      Nada fuera capaz de que á mi brío
    se opusiera; ni aun el mal postrero
    de la muerte temiera en desafío;

      Impávido estuviera, y siempre entero
    el valor se portara como el mío,
    y sólo me asustara un majadero.

Del inspirado vate D. Simón Bergaño y Villegas es la fábula intitulada
_El poeta y el loro_.

Así comienza:

     «Un indio obsequioso
    que me visitaba,
    me trajo un lorito
    por cosa muy rara.»

Termina de este modo:

      «¡Y cuántos doctores
    también con sus fajas,
    lo son de memoria
    como el camarada!»

Con motivo de haber apresado los ingleses cuatro navíos españoles, pues
estaban en guerra ambas naciones, publicó el 23 de septiembre de 1805
una oda, de la cual copiamos la siguiente estrofa:

      Y tú, español valiente,
    hijo de Palas y de Marte fiero,
    lleva, lleva el terror, lleva el espanto
    al solio del inglés. El refulgente
    y el cortador acero
    vibre al momento sobre su cabeza.
    Tiemble al mirarte; tiemble: oprima en tanto
    su orgullosa cerviz tu ilustre planta;
    y pase con fiereza
    tu acero vengador por su garganta.

En el año 1678 se fundó en la ciudad de Guatemala una Universidad y por
Real Cédula de 6 de junio de 1680 se dispuso que se escribiesen los
estatutos: en la Universidad se enseñaban especialmente las ciencias
teológicas y la literatura. Un hecho que no pasó inadvertido se señaló
en noviembre de 1729, y fué el comienzo de la publicación de la _Gazeta
de Goatemala_, órgano oficial del gobierno. Veía mensualmente la luz
pública.

En honor de Cortés y Larraz debemos registrar la siguiente noticia:
desde su obispado de Tortosa, al cual fué promovido después de
renunciar la silla arzobispal de Guatemala, no olvidaba su antigua
diócesis, pues a ella destinó más de sesenta mil pesos, con el objeto
de que se fundase un colegio para la instrucción de la juventud.

Dedicóse el arzobispo D. Cayetano Francos y Monroy (n. en Villavicencio
de los Caballeros del Reino de León) a la fábrica de la nueva ciudad.
El 7 de octubre de 1779 hizo su entrada pública en Guatemala,
mereciendo por sus virtudes, por su generosidad y por su amor a los
pobres agradecimiento eterno de Guatemala. Entre sus fundaciones
citaremos las dos escuelas para niños pobres de San José de Calasanz y
de San Casiano, que dotó con 40.000 pesos.

En el año 1793 se fundó un Coliseo; en el de 1794 tuvo comienzo un
Consulado y en 1795 una Sociedad Económica que abrió el 1797 una
Escuela de Dibujo, y en el año siguiente de 1798 otra de Matemáticas.
Del mismo modo se estableció una imprenta; en ella hubo de publicarse
un periódico para propagar los conocimientos útiles, siendo tiempo
adelante prohibidas las reuniones en dicha sociedad y la publicación
del periódico.

De Costa Rica no debemos pasar en silencio el nombre de D. José María
Zamora y Coronado (n. en Cartago el año 1785), famoso jurisconsulto
y hombre de conocimientos generales. En todos los ramos del saber se
distinguieron ilustres literatos y hombres de ciencia, lo mismo en
Costa Rica que en los demás Estados de la América Central.

La vida en el Ecuador desde los primeros días del gobierno de los
españoles hasta su independencia, fué casi siempre pacífica y
progresiva. En 1589 se abrió el primer curso de filosofía. La enseñanza
para los hijos de españoles se introdujo en el Ecuador por la Compañía
de Jesús. En el siglo XVI se fundaron el colegio de Quito, el Seminario
de San Luis y la Universidad de San Fulgencio. Ya entrado el siglo
XVII, los hijos de Loyola establecieron la Universidad definitiva de
San Gregorio Magno con los títulos de Real y Pontificia. Figura como el
primer poeta del Ecuador el español Lorenzo de Cepeda, hermano de Santa
Teresa de Jesús. En 1550 era regidor del cabildo de Quito y vivió en
la colonia más de treinta y cuatro años. Escribió _Vida y virtudes de
Doña Juana de Fuentes, natural de Trujillo en el Perú_ (su mujer), y
algunas devotas poesías. Por el año 1630 floreció en Quito la poetisa
Jerónima de Velasco, mujer de Luis Ladrón de Guevara, y de ella dice
Lope de Vega:

      ¡Dichoso quien hurtó tan linda joya
    sin el peligro de perderse Troya!
    Pero diósela el cielo, aunque recelo
    que puede la virtud robar el cielo.

En el _Ramillete de varias flores poéticas recogidas y cultivadas en
los primeros abriles de sus años_, publicado en Madrid el 1675, por el
ecuatoriano Jacinto de Evia, se hallan las poesías de dicho Evia, de la
poetisa Jerónima y del jesuíta Antonio Bastidas, maestro de Retórica
en Guayaquil. Completan el _Ramillete_, entre otros trabajos en prosa,
la novela _El sueño de Celio_. Poetas, gramáticos cultivadores de la
lengua quichua, filósofos escolásticos, historiadores, naturalistas,
etcétera, adquirieron fama en los siglos XVI, XVII y XVIII. A la cabeza
de todos los escritores se halla el obispo Gaspar de Villarroel, autor
del _Gobierno Eclesiástico_, que publicó en 1656, no inferior a la
_Política Indiana_ de Solórzano. El Padre jesuíta Ramón Viesca fué
inspirado poeta y el Padre Juan de Velasco mostró en su _Historia del
reino de Quito_ sobresalientes cualidades, entre otras, laboriosidad
y veracidad. Expulsada la Compañía del Ecuador, decayó la cultura
literaria. Decaida se hallaba cuando visitaron el país los sabios
franceses Godin, Bouguer, La Condamine y Jussieu, como también los
españoles Jorge Juan, Antonio de Ulloa y Mutis. Más adelantada estaba
en los comienzos del siglo XIX, cuando llegaron a Quito los insignes
Humboldt y Boupland. Mostró vastos conocimientos y no poca afición a
las nuevas y revolucionarias ideas, allá por el año 1779, el doctor
Francisco Eugenio de Santa Cruz y Espejo, autor del famoso libro _Nuevo
Luciano ó Despertador de ingenios_. Fundó el periódico _Primicias de la
cultura de Quito_. Estuvo en la cárcel y tomó parte en el movimiento
revolucionario de 1809. José Mejía, representante de Quito y José
Joaquín de Olmedo, representante de Guayaquil, en las Cortes de Cádiz,
deben figurar entre los primeros; Mejía fué orador muy elocuente, y
Olmedo, del cual nos ocuparemos en el último tomo de esta obra, no es
inferior al gran Quintana. Justo y merecido renombre adquirieron Pedro
Vicente Maldonado (n. en Riobamba el 1709), el presbítero Juan de
Velasco (n. en Riobamba el 1727) y el conde de Casa Gijón. El primero
es autor del famoso _Mapa del reino de Quito_ y ayudó en sus trabajos
a los académicos franceses y españoles encargados de medir el arco
del meridiano. El segundo escribió una obra en tres tomos, _Historia
Natural_, _Historia Antigua_ e _Historia Moderna_. El tercero se dedicó
a estudios de agricultura y con este objeto vino a Europa, recorriendo
España, Francia y Suiza y volviendo al Ecuador para implantar allí
radicales reformas. Escribió unas _Memorias_, en las que se hallan
conocimientos agrícolas muy útiles. Veamos lo que dice Luis Cordero,
literato y ex-presidente de la República: «Aunque el sol de la libertad
brillase sobre la cumbre del Pichincha, reflejando en la limpia espada
del que luego había de ser gran mariscal de Ayacucho, ha tenido ya
la antigua presidencia de Quito (hoy República del Ecuador) no pocos
hombres ilustres, formados en los célebres Colegios y Universidades de
la afamada capital. Teólogos y canonistas, como Villarroel y Peñafiel;
historiadores, como Velasco; geógrafos, como Maldonado y Alcedo;
oradores parlamentarios, como Mejía; publicistas, como Espejo; poetas,
en fin, como Viescas y Orosco; suficiente lustre le daban para no ser
relegada al último lugar entre las colonias españolas de América, y
tener, por el contrario, cierto derecho de primacía para lanzar el
grito de emancipación en agosto de 1809»[839].

       [839] _Enciclopedia Universal Ilustrada_, tomo XVIII, pág.
       2.969.

Escasa--y en ello convienen todos los cronistas--era la instrucción
pública, lo mismo la elemental que la superior, en Venezuela. No
negaremos, sin embargo, que en algunas poblaciones se notaban
verdaderos deseos de saber. Ya en los últimos años de la centuria
décimosexta hubo de crearse una escuela primaria, un preceptorado de
Gramática Castellana y un Seminario. La Universidad se creó el 22 de
diciembre de 1721, y se instaló el 12 de agosto de 1725. La _Real
y Pontificia_ Universidad de Caracas fué el foco de las ideas más
absolutas y reaccionarias, aun entrado ya el siglo XIX. No huelga
decir que poco antes de comenzar la revolución por la independencia,
la _Gaceta_ de Caracas publicó un trabajo del catedrático D. Juan
Nepomuceno Quintana, aprobado por unanimidad en claustro pleno, en
el que se lee, entre otras cosas peregrinas, lo que a continuación
copiamos: «La autoridad de los Reyes es derivada del cielo: las
personas de los Reyes, aun siendo tiranos, son inviolables, y aunque
su voluntad no ha de confundirse siempre con la del mismo Dios, debe
siempre respetárseles y obedecérseles: la Inquisición es un tribunal
legítimo y necesario: no queda otro recurso contra la corrupción
general, que la intolerancia político-religiosa.» El vejamen ó
discurso festivo y satírico pronunciado por el doctor más moderno de
la Facultad en el acto de conceder el grado a un doctorando, animaba
un poco aquellas aulas, más propias de viejo convento que de moderna
Universidad. Trasladaremos aquí el comienzo y el fin del vejamen
que el 8 de diciembre de 1801 pronunció el Doctor D. José Antonio
Montenegro en el acto de recibir el grado de Doctor D. Salvador Delgado:

      No sé si es caballo ó mulo
    si es una yegua ó potranca,
    á quien á echar va la zanca
    hoy mi numen cachirulo;
    pero yo no me atribulo,
    ni me da ningún cuidado
    el corcovo, que ensebado
    traigo un ramoso ramal
    y haré ver a este animal
    que aquí se _jila Delgado_.

      Pero, musa, para el trote
    en que Pegaso te trae,
    mira que si nó, se cae
    de la silla el monigote.
    Conque adiós, señor padrote,
    quien lo dijo ya se fué,
    y pues bajar no podré
    sin la venia de esta audiencia,
    alma parens, tu licencia
    pido para echarme á pie[840].

       [840] Véanse _Bosquejos histórico-literarios_, del Dr. Angel
       María Alamo.

La poesía halló culto en casa de los hermanos Luis y Francisco
Javier de Ustáriz, distinguiéndose, entre otros, Andrés Bello, poeta
virgiliano y autor de _Silvas Americanas_[841], y Vicente Salias, que
escribió el poema _La Medicomaquia_. No pasaremos en silencio el nombre
de la poetisa María Josefa Paz del Castillo (en el claustro, Sor María
Josefa de los Angeles), que solía imitar en sus poesías a Santa Teresa
de Jesús, como lo indica el siguiente ejemplo:

       [841] De este inspiradísimo poeta trataremos con más extensión
       en el cap. XXXIV del tomo III.

      Es mi gloria mi esperanza,
    es mi vida mi tormento,
    pues muero de lo que vivo
    y vivo de lo que espero.

Desde que en el año de 1623 se fundó la Universidad de San Francisco
Javier en Chuquisaca, gozó fama la citada ciudad de centro de cultura,
hasta el punto que mereció el título de _Atenas americana_. El Padre
Antonio de Calancha fué uno de los cronistas más notables de su siglo
(1584-1654), mereciendo también especial mención el padre Jerónimo de
Acebedo y D. Gaspar Escalona y Agüero.

Dignos de renombre son en la historia de Bolivia Fray Bernardino de
Cárdenas, obispo de Santa Cruz y La Paz; el canónigo Alonso Cervera y
Zárate, y Fray Miguel de Aguirre, muy estimado en la corte de Felipe IV
y en Roma. Si de bolivianos ilustres se trata, no debemos omitir el
nombre de Rodrigo de Orozco, marqués de Mortara, que mandó el ejército
español en el Rosellón combatiendo con los franceses y fué virrey en
las guerras de Cataluña. Otros hombres notables han tenido por cuna a
Bolivia[842].

       [842] _Enciclopedia Universal Ilustrada_, tomo VIII, pág.
       1.451.

En Buenos Aires--según la excelente obra de D. Félix de Azara,
terminada en el año 1806--las únicas poblaciones que podían llamarse
propiamente españolas eran Buenos Aires, Montevideo, Maldonado, Santa
Fe, Corrientes y Asunción del Paraguay[843]. Las demás podían llamarse
caseríos, a los cuales servía de lazo de unión la iglesia parroquial.
La enseñanza en Buenos Aires y en la Asunción se reducía, en los
comienzos del siglo XIX, a la Gramática Latina, a la Teología y a
los Cánones; también a las escuelas de Náutica y Dibujo establecidas
por el Consulado. En Córdoba se estudiaba la Teología, y el colegio
de Montserrat era centro importante de enseñanza. La Universidad
de Charcas (1623) era la principal del virreinato, pues en ella
estaba establecida la enseñanza jurídica y literaria, y de ella
salieron muchos hombres que se distinguieron durante la guerra de la
Independencia[844].

       [843] A la sazón Montevideo y Maldonado pertenecen al Uruguay;
       Santa Fe y Corrientes a la República Argentina.

       [844] No se olvide que en el siglo XVIII se formó un
       virreinato llamado del Río de la Plata.

Pasamos a tratar de la cultura en Chile. Datan de los últimos años del
siglo XVI los primeros establecimientos de instrucción primaria. Fueron
fundados por los frailes y las monjas en sus respectivos conventos.
Comenzaron en la misma época los _Seminarios conciliares_, creados por
los obispos respectivos, uno en Imperial y otro en Santiago. El primero
de los poetas nacidos en Chile (nació en Angol y se educó en Lima) se
llamaba Pedro de Oña, autor del poema épico _Arauco domado_. Como antes
D. Alonso de Ercilla había escrito _La Araucana_, en cuyo poema no
figura con el relieve que debiera el gobernador D. García Hurtado de
Mendoza, cuando tiempo adelante ocupó el virreinato del Perú personaje
tan ilustre, estimuló a algunos escritores, entre ellos a Oña, para
que escribiesen los sucesos realizados en Chile, de cuya conquista
él se creía valeroso capitán. El autor de _Arauco domado_ sólo se
propuso ensalzar las hazañas de D. García, a quien consideró como un
semidios. Los dos colegios que adquirieron títulos de _Universidades
Pontificias_ porque, según especial concesión del Pontífice, podían
conferir grado de doctores en teología, tuvieron relativa fama durante
el siglo XVII. Uno de los colegios estaba dirigido por los dominicos,
y el otro, el más notable, por los jesuítas. En el siglo XVIII Felipe
V creó (1738) la Universidad que en honor del monarca se llamó de _San
Felipe_. Inauguróse solemnemente en 1756, siendo su primer Rector don
Tomás de Azúa Iturgoyen. Las clases no comenzaron hasta 1758, dos
años después de su inauguración y veinte de su fundación. Más que los
Seminarios conciliares, más que las Universidades pontificias y más
que la Universidad de San Felipe, lo que hacía falta eran escuelas
de primera enseñanza, donde las clases pobres pudieran educarse. La
enseñanza elemental era tan rutinaria y deficiente, que Carlos III,
en 11 de julio de 1771, dictó un reglamento en el cual decía: «Y
para que se consiga el fin propuesto, á lo que contribuye mucho la
elección de los libros en que los niños empiezan á leer, que habiendo
sido hasta aquí de fábulas frías, historias mal formadas ó devociones
indiscretas, sin lenguaje puro ni máximas sólidas, con las que se
deprava el gusto de los niños y se acostumbran á locuciones impropias,
á credulidades nocivas y á muchos vicios transcendentales á toda la
vida...» Se enseñaba el latín de una manera rutinaria y los autores
clásicos estaban proscritos de las aulas, adoptándose en ellas como
modelos, libros religiosos, que, si en el fondo eran verdaderos, el
latín de ellos más tenía de bárbaro que de otra cosa. Mejor se hallaba
la enseñanza en los conventos de monjas. Allí se instruía a las niñas
y se les daba lecciones de labores domésticas. Las bibliotecas tenían
libros de teología, moral y jurisprudencia; muy pocos o ninguno de
historia, de matemáticas y de ciencias físicas, químicas y naturales.
Libros extranjeros no podían importarse, pues así se hallaba dispuesto
por el suspicaz gobierno. Chile, por su situación, se encontraba en
condiciones más desfavorables que otras colonias de América. Merced al
ilustre chileno D. Manuel de Salas (nació en Santiago el año 1757) se
creó la _Academia de San Luis_, equivalente a las Escuelas de Comercio
de hoy, que empezó a funcionar en los últimos años del siglo XVIII. En
la Academia se enseñaban la Aritmética, la Geometría y el Dibujo. El
historiador chileno Barros Arana, que se ha dedicado a reunir datos
acerca de la cultura científica, literaria y artística del país en el
siglo XVIII, cita algunos nombres dignos de todo encomio. Entre otros,
menciona el del maestre de campo D. Pedro Córdoba de Figueroa, autor de
una _Historia de Chile_, en la que se hallan documentos de algún valor,
encontrados en el archivo municipal de Santiago.

Bien será citar al P. Miguel de Olivares, autor de una _Breve noticia
de la provincia de la Compañía de Jesús de Chile_. Brilló en la misma
época el jesuíta D. Juan Ignacio Molina, quien expulsado del país en
1767, se refugió en Italia, muriendo en la ciudad de Bolonia a los
89 años. La ciudad de Santiago de Chile le erigió por suscripción
popular una estatua[845]. D. Vicente Carvallo, ilustrado militar,
escribió _Descripción histórico-geográfica del reino de Chile_, y el
P. jesuíta Andrés Febrés, hijo de Manresa (Cataluña), dió a luz el
año 1765 en Lima, un _Arte de la lengua general del reino de Chile_.
Apenas registramos obras de amena literatura y esto es natural, si nos
fijamos en el nivel intelectual de los moradores de la colonia. No sólo
la supersticiosa ignorancia caracterizaba a los criollos, sino algo
también a los españoles. Terminaremos la lista de los escritores de
Chile con el nombre de Fray Sebastián Díaz, hijo del país y reputado
como sabio por sus contemporáneos. Pertenecía a la orden dominicana
y fué profesor en la Universidad de San Felipe. Intituló su obra
principal _Noticia general de las cosas del mundo_ y se imprimió en
Lima. En ella trata, principalmente, de los ángeles y de su naturaleza,
afirmando que el número de aquéllos es el de 6.666. Ocúpase en seguida
de los duendes, de las distintas clases de milagros, de las estrellas,
del aire y de los tres cielos que los supone poblados de espíritus
invisibles.

       [845] Véase apéndice II.

Atrasada estuvo por algún tiempo la cultura en el Paraguay. Los
progresos que se hicieron, no muchos por cierto, se debieron
principalmente á la Compañía de Jesús. A los hijos de Loyola deben los
paraguayos no poco reconocimiento.

Todavía más atrasado que el Paraguay ha estado por mucho tiempo el
Uruguay, no comenzando su progreso hasta bien entrado el siglo XIX. Por
lo demás, sólo en Montevideo hubo de notarse cierta cultura.

Como resumen de todo lo expuesto diremos que algunos virreyes hicieron
abrir escuelas y pusieron gran cuidado de que en ellas recibiesen
enseñanza los indígenas. También los religiosos establecieron muchas
escuelas en los conventos. Del mismo modo no pocos municipios fundaron
escuelas. Conviene advertir que los americanos se contentaban con
aprender a leer y a escribir; muy pocos estudiaban la carrera del
sacerdocio o la abogacía; sólo en los últimos años del dominio español
se enseñó la medicina en algunas capitales de las colonias. Los
Seminarios que establecieron los prelados y los colegios fundados por
los gobiernos o por las Sociedades Económicas de Amigos del País,
tenían escasa importancia. De la enseñanza de las Universidades dicen
los cronistas que eran estudios rutinarios de lengua latina, noticias
de filosofía aristotélica, sin plan ni método, nociones desordenadas
é incompletas de Derecho Romano y Canónico, pedantes disquisiciones
de Teología moral y dogmática: a esto y nada más que a esto estaba
reducida la ciencia. Tampoco tuvieron positivo valor las enseñanzas
de Física, Química, Mecánica, Matemáticas, etc., que en los últimos
tiempos del dominio español se establecieron en algunas poblaciones
americanas. De algo sirvió el _Observatorio Astronómico_ fundado en
Santa Fe de Bogotá y el _Jardín Botánico_ establecido en México. En
general, bien puede afirmarse que en México, Lima y Santa Fe, las
ciencias se cultivaron por algunos laboriosos maestros.

La literatura colonial estaba reducida a los sermones que se predicaban
en el púlpito, a los romances destinados a celebrar los milagros de
algún santo y a las composiciones poéticas que los doctores de las
Universidades dedicaban a los virreyes o capitanes generales. Algunas
veces también se ocupaban en describir un auto de fe o una corrida de
toros. «Entre otras obras--escribe Barros Arana--escritas en América
son notables tres, más que por su mérito literario, por el trabajo
de paciencia que su composición había impuesto a sus autores. Un
religioso mejicano llamado fray Juan Valencia, compuso en el siglo
XVII, trescientos cincuenta dísticos en honor de Santa Teresa, que
pueden leerse del mismo modo de izquierda a derecha que de derecha a
izquierda. Un jesuíta peruano, el Padre Rodrigo de Valdés, compuso
un poema en el siglo XVII, que contiene dos mil doscientos ochenta y
ocho octosílabos que pueden leerse en latín o en castellano, según se
quiera, porque en ambos idiomas el sentido es uno mismo. Un escritor
mejicano, Francisco Javier Alegre, tradujo en exámetros latinos la
_Iliada_ de Homero»[846].

       [846] _Compendio elemental de Hist. de América_, págs. 277 y
       278.

Los conquistadores españoles importaron a las Indias, con su lengua,
con sus ciencias, con sus leyes y con sus hábitos y costumbres, las
bellas artes de la metrópoli. Allá fueron arquitectos, escultores,
pintores y músicos; allá se hicieron algunas obras artísticas. La
_arquitectura_ de las colonias hispano-americanas señala verdadera
decadencia del arte, aunque no faltan algunos buenos monumentos, en
su mayor parte correspondientes al estilo neoclásico, como puede
servir de ejemplo la catedral de México, cuya primera piedra puso, en
el año 1573, el arzobispo Moya y Contreras. La catedral anterior era
pequeña para las necesidades del culto, y por ello el citado prelado
tuvo empeño en la fábrica de templo más suntuoso. En el siglo XVII se
extendió la escuela de Churriguera, a la que pertenecen muchas iglesias
de las ciudades americanas.

Acerca de la _escultura_, si las primeras estatuas de vírgenes y santos
fueron llevadas de España, luego florecieron artistas en las mismas
Indias. Diego de Robles, natural de Quito, mostró su inspiración
artística en un _San Juan Bautista_ que hizo para la iglesia de San
Francisco de aquella ciudad, y el Padre Carlos, religioso de la
Compañía, hizo, imitando el estilo de Miguel Angel, la _Negación de
San Pedro_ y la _Oración del Huerto_. Hasta los mestizos e indios se
distinguieron en el arte escultórico: las obras de Manuel Chill[847]
se admiran todavía en la catedral de Quito, y el limeño Baltasar
Gavilán adquirió fama con la estatua ecuestre de Felipe V. Juan Tomás,
indio del Cuzco, hizo varias imágenes, y entre ellas fué muy estimada
una _Virgen de la Almudena_. Dos escultores del pueblo de Juli, cerca
del lago Titicaca, indígenas, y llamados Juan Huaicán y Marcos Rengifo,
construyeron hermoso altar en la iglesia de Moquegua.

       [847] Se le llamó _Caspicara_ porque tenía la cara muy delgada.

La _pintura_ tuvo como primer maestro a Rodrigo de Cifuentes, que
acompañó a Hernán Cortés y llegó a México el año 1523, dejando, como
muestra de su inspiración, los retratos del conquistador mejicano y
de D.ª Marina, algunos cuadros para los franciscanos de Tehuantepec,
y se dice que es obra suya uno muy estimado por los inteligentes y
que representa el _Bautismo de Maxiscatzin_. Son discípulos notables
de Cifuentes: Andrés de Concha, citado por Bernardo de Balbuena en
la _Grandeza Mejicana_, y Baltasar de Echave, el _Viejo_; también
sobresalieron en el arte pictórico los indios Marcos de Aquino, el
_Crespillo_ y otros.

Al Perú, después de la conquista, acudieron muchos artistas italianos
y españoles, atraídos por la esplendidez que desplegaban obispos
y religiosos en la construcción de sus iglesias, contándose entre
aquéllos Angélico Medoro, Mateo Pérez de Alesio, Leonardo Jaramillo y
Andrés Ruiz de Sarabia. Medoro se estableció en Quito, donde contrajo
matrimonio con D.ª Luisa Pimentel y fué el primero que trasladó al
lienzo la imagen de _Santa Rosa de Lima_, y de Alesio, dice Palomino
en su _Museo Pictórico_, que se distinguía como dibujante y tallador,
añadiendo que, después de ejercer su profesión en Sevilla y en otras
poblaciones de Andalucía, se trasladó a Lima, en cuya catedral dejó
varias pinturas. Fray Francisco Bejarano--según escribe el padre
Calancha en su _Corónica moralizada de la provincia del Perú_, del
Orden de San Agustín--hizo para la iglesia de su convento de Lima doce
grandes cuadros sobre la vida de la Virgen; fué el primer grabador que
hubo en aquella ciudad. Del hermano Hernando de la Cruz, notable pintor
y maestro de muchos jóvenes, se cuenta que en el siglo se llamaba D.
Fernando de Ribera, ingresando en la Compañía, arrepentido por haber
dado muerte en desafío a un amigo suyo; falleció en el año 1647.

Haremos expresa mención de la _Academia de Nobles Artes_ de México. No
puede negarse que contribuyó a perfeccionar el gusto estético en todo
el país. Muestra de ello son los muchos edificios que se han erigido en
la capital, en Guanajato, en Querétaro y en otras partes, revelándose
en todos perfección y belleza. Citaremos la hermosa estatua ecuestre
de Carlos IV, que llegó a fundir el escultor mejicano Tolsa; y no
escatimaremos alabanzas a los muchos jóvenes que estudiaban en dicha
Academia el dibujo de paisaje y de figura. Centenares de jóvenes se
reunían allí; unos dibujaban modelos de yeso o del natural; otros
copiaban diseños de muebles. Llama la atención el barón de Humboldt en
su _Ensayo Político_, libro II, acerca del siguiente hecho: «En esta
reunión--cosa muy notable por cierto en un país donde tan arraigadas
están las preocupaciones de la nobleza contra las castas--se hallan
confundidas las clases y las razas; allí se ve al indio y al mestizo
sentados junto al blanco, y al hijo del pobre alternando con los
vástagos de la más encopetada aristocracia. Consuela en verdad el
observar que, en todas las zonas, el cultivo de las ciencias y las
artes establece una cierta igualdad entre los hombres, haciéndoles
olvidar, siquiera por algún tiempo, esas miserables pasiones que tantas
trabas ponen a la felicidad social.»

Consideremos las bellas artes en la América Central. Lo mismo en
Guatemala que en los demás pueblos de la América Central, hallamos
construcciones notables. A D. Francisco Marroquín, primer obispo de
Guatemala[848], se debe la construcción de la catedral de Guatemala
la antigua, el Palacio episcopal, la casa de los oidores, el Hospital
de Caballeros y otros establecimientos. Murió varón tan bueno el 18
de abril de 1563. Fué protector incansable de la instrucción pública.
Procede recordar que el general Vázquez Prego se dirigió a Omoa
(1753), y dió comienzo a la fábrica del fuerte de San Fernando. Aunque
apenas comenzada la obra murió el general, su nombre vivirá siempre
unido al del castillo que se eleva arrogante en el litoral del Norte
de Honduras. Del mismo modo algunas iglesias no dejaron de llamar la
atención. Cultivóse también la escultura, pintura y música, si bien con
poco gusto y casi sin arte. A últimos del siglo XVIII, y por lo que a
Guatemala se refiere, en 1797 se verificó la apertura de la Escuela de
Dibujo, y desde entonces adelantaron las bellas artes, aunque no tanto
como era de esperar.

       [848] Dependiente del Arzobispado de México.

En los demás Estados de las Indias se manifestaron también las bellas
artes, en particular en obras religiosas. Hubo, si no pocos, regulares
artistas; buenos, en número escaso, y sobresalientes ó geniales,
ninguno. La música fué cultivada en algunos Estados, pudiéndose citar
algunos artistas de bastante inspiración.

En el Ecuador florecieron artistas de no escaso mérito. Samaniego,
natural de Quito, fué admirado por la entonación de su colorido y por
la frescura de sus toques. También se distinguió como miniaturista.
Tal vez a la cabeza de todos los pintores que hubo en la América
española, se halle Miguel de Santiago. Las obras del reputado artista
fueron admiradas en Roma, quedando algunas muy notables en los
claustros bajos del convento de San Agustín de Quito. La fama de su
escuela, «ha sido sostenida, escribe el historiador Ceballos, por
los Gorivar (sobrino del maestro), Morales, Velas y Oviedos. Sucedió
tras éstos una época de gongorismo artístico, introducido por los
muy hábiles, pero de extraviado gusto, Albán y Astudillo; mas en
breve volvió á imperar aquella a esfuerzos del célebre Rodríguez,
que la restauró, y de cuyos trabajos, unidos a los de Samaniego,
puede formarse concepto por los lienzos que decoran las paredes de
la catedral. Los llamados el Pincelillo, el Apeles y el Morlaco la
sostuvieron con la misma nombradía que Rodríguez.» El pintor Santiago
no deja de tener algunos rasgos de semejanza con Murillo, por lo
correcto de su dibujo, buen colorido y expresión admirable. Isabel
de Santiago, hija del inspirado artista, manejó el pincel con suma
habilidad.

Entre los estatuarios, se encuentran en primera línea, Bernardo Lagarda
y Jacinto López, en particular el primero, tal vez no inferior a los
mejores de Europa.

Hábil maquinista de relojes fué Custodio Padilla, según puede verse
por algunos de aquéllos que se admiran en Ibarra, su ciudad natal.
Zangurima[849], hijo de Cuenca, figura entre los mejores artistas, y
dejó ilustre prole que honró a su patria.

       [849] Conocido por su apodo _Iluqui_ (Zurdo).

Apenas se cultivaba el arte de la música en Venezuela y menos el de la
pintura.

En Nueva Granada se distinguieron, entre otros, Antonio Acero de la
Cruz (mediados del siglo XVII) y Gregorio Vázquez Ceballos, que nació
en Santa Fe el 9 de mayo de 1638 y falleció en 1711. Fué discípulo
del artista sevillano Baltasar Figueroa, en cuyo taller estuvo mucho
tiempo. Cuéntase que encargado Figueroa de pintar un cuadro de San
Roque para la iglesia de Santa Bárbara, halló no pocas dificultades al
hacer los ojos del santo. Disgustado por su torpeza en aquella ocasión,
dejó los pinceles y se marchó a dar un paseo. Vázquez entonces se
atrevió a poner mano a la obra, que hizo pronto y con toda perfección.
Cuando Figueroa regresó a su taller, lejos de aplaudir al aventajado
discípulo le dijo lo siguiente: «Puesto que tanto sabéis, no os hacen
falta mis lecciones. Idos a otra parte a poner tienda.» Encontró apoyo
en un comerciante español, quien le facilitó todos los elementos
necesarios para la continuación de sus trabajos. Pintor de una
fecundidad admirable, hasta el punto que dicen de él que había pintado
más cuadros que días había vivido, con la particularidad que muchos de
ellos eran de grandes dimensiones. No hay iglesia en el país, rica o
pobre, que no tenga algún cuadro del famoso artista. Logró reputación
general en el desnudo y en la pintura de ángeles. Encantan sus grupos
de ángeles y todas sus obras religiosas respiran puro misticismo. El
barón de Humboldt y otros críticos reconocen el mérito extraordinario
de aquel artista que no salió de las Indias. Medoro y Carmargo trataron
de imitar al insigne maestro.

La _industria_ en los diferentes Estados de la América española,
no constituía verdadera fuente de riqueza. La poca afición de los
colonizadores al trabajo manual, la facilidad de encomendar las
citadas labores a los indios y a los negros, y la importancia que
tuvieron en aquellos paises la minería, la ganadería y la agricultura,
contribuyeron al atraso de las industrias manufactureras.

Prejuicios grandes ocasionó el sistema general de monopolio que
caracterizó la política comercial de España con sus posesiones
coloniales. Sólo los españoles podían ejercer el comercio con las
colonias del Nuevo Mundo, y aun aquéllos tenían que sujetarse a ciertas
trabas. Tan absurdo llegó a ser el sistema monopolizador, que se
prohibió el comercio directo entre España y Filipinas, entre Filipinas
y las regiones americanas, con excepción de México, entre América y
Canarias, entre México y Perú, entre Buenos Aires y la metrópoli,
(pues la región del Plata se hallaba supeditada al Perú y el comercio
de la primera lo hacía la flota del segundo), y en general, entre las
diferentes colonias del Nuevo Mundo. En el año 1505, se permitió a los
extranjeros residentes en España, comerciar con las Indias, aunque con
ciertas condiciones, como se dijo en el capítulo XXXII de este tomo. De
igual manera que Sevilla y Cádiz fueron los únicos puertos habilitados
en la metrópoli (aparte los de Canarias, a los que se autorizó en 1508,
para comerciar con el Nuevo Mundo), en las Indias fueron: Veracruz, en
la costa mejicana, y después Jalapa; Acapulco en la costa del Pacífico,
y Panamá, a donde se llevaban los tesoros del Perú para reembarcarlos
luego en Porto Bello y conducirlos a España.

En la primera mitad del siglo XVI, el virrey Mendoza tuvo cuidado de
fomentar la cría del ganado caballar y la cría del gusano de seda.
El ilustre cronista Bernal Díaz del Castillo, en su _Conquista de
Nueva España_, se expresa de este modo: «Y pasemos adelante y digamos
cómo todos los más indios naturales de estas tierras, han deprendido
muy bien todos los oficios que hay en Castilla entre nosotros, y
tienen sus tiendas de los oficios y obreros, y ganan de comer a ello,
y los plateros de oro y plata así de martillo como de vaciadero,
son muy extremados oficiales y así mismo lapidarios y pintores, y
los entalladores hacen tan primas obras con sus sutiles alegres,
especialmente entallan esmeriles y dentro de ellos pigmados todos los
Pasos de la Santa Pasión de nuestro Redentor Jesucristo, que si no
los hubiere visto no pudiere creer que los indios lo hacían. Y muchos
hijos de principales saben leer y escribir y componen libros de canto
llano, y hay oficiales de tejer seda, raso y tafetán, aunque sean
veinticuatrenos, hasta fresas y sañal y mantas y fraesadas; y son
cardadores y perailes y tejedores, según y de la manera que se hace
en Sevilla y en Cuenca, y otros sombrereros y jaboneros... Algunos
de ellos son cirujanos y herbolarios... y han plantado sus tierras y
heredades de todos los árboles y frutos que hemos traido de España.»

Algunas poblaciones de México se distinguieron por sus industrias. Los
tejidos de la Puebla se exportaban a varias partes, hasta el punto que
disminuyó la importación de los fabricados en España. En la citada
población se fabricaba perfectamente, entre otras cosas, el vidrio.

Por lo que a la agricultura respecta, trasladaremos aquí lo que dice
el P. Acosta en su _Historia natural y moral de las Indias_: «Mejor
han sido pagadas las Indias en lo que toca a plantas que en otras
mercaderías, porque las que han venido a España son pocas y danse mal;
las que han pasado de España son muchas y danse bien... En conclusión,
cuasi cuanto bueno hay que se produce en España, hay allá y en partes
aventajado y en otra no tal: trigo, cebada, hortaliza, verdura y
legumbres de todas suertes, como son lechugas, berzas, rábanos,
cebollas, perejil, nabos, zanahorias, berenjenas, escarolas, acelgas,
espinacas, garbanzos, habas, lentejas... porque han sido cuidadosos los
que han ido, en llevar semillas de todo y a todo ha respondido bien
la tierra... La granjería del vino no es pequeña; pero no sale de su
provincia.» Añade luego que la industria de la seda, que no existía
en tiempo de los indios, a la sazón tiene importancia. De España se
llevaron moreras a México, donde se cultivaron perfectamente. También
en México, en el Perú y en otras partes fué una riqueza la caña de
azúcar. De igual modo el olivo se cultivó con esmero en los citados
virreinatos.

El fraile Tomás Gage, viajero del siglo XVII, habla del estado
floreciente de las poblaciones que vió en México, y de hacendados
que vivían exclusivamente de sus haciendas y cuya riqueza llegaba a
20.000, 30.000 y aun 40.000 ducados. En los comienzos del siglo XVIII
la agricultura, la minería y el comercio sufrieron verdadero retroceso;
la primera por los malos años, las dos últimas por los ataques de los
piratas. Tanto las citadas industrias como la ganadería se resintieron
cada vez más a causa de las muchas contribuciones y gabelas. No se
olvide, por último, para explicar la decadencia de la agricultura, que
las mejores haciendas estaban en manos de las comunidades religiosas.
Sin embargo, no carecía de alguna importancia el algodón, el maíz, el
maguey y otros artículos.

La cochinilla, insecto que se cría en México y en toda la América
central, en las hojas de algunas plantas, se cultivó para el tinte de
las telas.

Por lo que toca a la minería, desde que en 1546 se comenzaron a
explotar las ricas minas de Zacatecas, no se ha interrumpido dicha
industria.

El comercio en México mejoró poco. Algunas industrias estaban muy
adelantadas. Cultivaban el maguey, el maíz, los plátanos, el algodón,
varias plantas medicinales y el cacao, tejían admirablemente el
algodón y le teñían con vistosos colores. Regaban por medio de canales
y tenían hermosos jardines. «Sus trabajos de joyería--dice Barros
Arana--aventajaban en mucho las obras de los joyeros españoles del
tiempo de la conquista»[850]. Recogían el oro de los ríos; la plata,
el cobre y el plomo lo extraían de las entrañas de la tierra. Se hacía
el comercio, ya mediante cambios, ya considerando como moneda tubos de
plumas de ave llenos de polvo de oro, saquillos de cacao que contenían
cierto número de granos y pedazos de estaño en forma de T. En los
mercados había hileras de plateros y de pintores, tiendas de telas y
de toda clase de vasijas de barro. Un tribunal de comercio decidía las
diferencias de los comerciantes.

       [850] _Hist. de América_, pág. 12.

En suma, la industria tuvo sus períodos de adelanto y de decadencia. La
agrícola fué en algunas partes bastante estimada, la comercial estaba
reducida a estrechos límites y la fabril se desconocía completamente.
Haremos notar, por último, que todo el dinero era poco para satisfacer
las exigencias del poder real, y de aquí provenían impuestos y gabelas
que arruinaban las industrias y el comercio. El ilustre Humboldt en su
_Ensayo político sobre la Nueva España_, dice lo siguiente: «Estudiando
la historia de la conquista, admírase la extraordinaria actividad con
que extendieron los españoles del siglo XVI el cultivo de los vegetales
europeos en la loma de las cordilleras de uno a otro extremo del
continente. Los eclesiásticos, y en particular los frailes misioneros,
han contribuído a estos rápidos progresos de la industria. Las huertas
de los conventos y de los curas han sido otros tantos criaderos de
donde han salido los vegetales útiles modernamente connaturalizados.
Los mismos conquistadores, a los cuales no debemos considerar sin
excepción como guerreros bárbaros, en su vejez se dedicaban a la vida
campestre. Aquellos hombres sencillos, rodeados de indios cuya lengua
no poseían, cultivaban con preferencia, como para consolarse de su
soledad, las plantas que les recordaban el suelo de Extremadura y de
ambas Castillas. La época en que por primera vez maduraba una fruta de
Europa, señalábase como una fiesta de familia. No hay medio de leer sin
conmoverse lo que dice el inca Garcilaso a propósito del modo de vivir
de aquellos primeros colonos. Con una sencillez enternecedora refiere
que su padre, el valeroso Andrés de la Vega, reunió un día a todos sus
antiguos camaradas para partir con ellos tres espárragos. Eran los
primeros que se habían criado en la meseta de Cuzco»[851].

       [851] Libro IV, capitulo IX.

Sabemos por lo que a la industria del Perú se refiere, que tenían fama
los tejidos y ciertos objetos de alfarería y determinados cultivos
(maguey, etc.). No ignoramos que los indios del Perú eran diestros
cazadores y pescadores. Aunque la industria en el Perú, como en
todas las colonias españolas, estaba gravada con onerosos impuestos,
careciendo de toda protección de parte de la metrópoli, no dejó de
tener importancia en algunas poblaciones. Citaremos entre otras a
Quito, donde se establecieron varios telares y cuyos tejidos eran muy
estimados, no sólo en las Indias sino también en la metrópoli. Cobos,
historiador del siglo XVII, dice que en el territorio peruano «hay
grandes pagos de viñas, y algunas tan cuantiosas que dan de 15.000 a
20.000 arrobas de mosto, y del vino que se coge en el corregimiento
de Ica, que es en la diócesis de Lima, salen cada año cargados dello
más de cien navíos para otras provincias, así del reino como fuera de
él.» En el Perú se extendió especialmente el cultivo del olivo y fué
la región donde primero se comenzó a extraer el aceite. Cogíanse en
algunos olivares del valle de Lima, ya entrado el siglo XVII, de 2.000
a 3.000 arrobas.

En Bolivia, cuya agricultura marchaba por el mismo camino que la del
Perú, se descubrió casualmente, año 1545, el rico mineral de plata del
Potosí. La industria agrícola, ganadera y minera, fué desarrollándose
poco a poco.

La industria se hallaba adelantada en la Isla Española o Santo Domingo.
Era natural que así fuese, dadas las relaciones con que la mencionada
isla estuvo siempre con la metrópoli. En ella comenzaron los ingenios
de azúcar, extendiéndose en seguida por Cuba y también por todo el
continente. «De la isla de Santo Domingo--dice el P. Acosta--se
trajeron en la flota que vino, 898 cajas y cajones de azúcar, que
siendo de las que yo vi cargar en Puerto Rico, serán a mi parecer de
ocho arrobas.» Para aumentar esta producción, publicóse Real provisión
(13 enero 1529), concediendo a los ingenios el privilegio de no ser
embargados por deudas.

La industria agrícola se hallaba más atrasada en Cuba que en Santo
Domingo. Si el cultivo del tabaco proporcionaba cada vez más utilidades
a los labradores, dando origen a poblaciones como Santiago de las Vegas
y Santa María del Rosario (1733); si comenzaba a cultivarse la caña de
azúcar y si la ganadería era muy importante, no puede negarse que el
progreso agrícola no estaba en relación con la bondad del terruño ni
con el clima de Cuba. Tampoco tenía importancia el comercio cubano,
pues consistía en exportar cueros, tabaco y los demás productos del
país. Contribuía a ello seguramente la poca población que había en
la isla. Recordaremos que Felipe V, desde Madrid (16 julio 1712) se
dirigía al concejo de la Villa de Sancti Spíritus diciéndole que el
obispo Fr. Jerónimo de Valdés, le había representado la falta de
población de la dicha isla y la conveniencia de poblar más el centro de
ella, como también las ventajas de trasladar la iglesia de la ciudad de
Cuba a Sancti Spíritus, centro de la isla, etc.[852].

       [852] _Arch. Hist. Nacional.--Cedulario índico_, tomo XX, núm.
       311, págs. 356 v.ª y siguientes.

La industria en la América Central antes de la conquista estaba
adelantada. En Guatemala se hallaba casi en el mismo estado que en
México y en Perú. Del mismo modo los indios de San Salvador mostraron
su inteligencia en diferentes ramos de la industria. En Honduras,
Nicaragua y Costa Rica los agricultores no desconocieron el cultivo de
algunas y determinadas plantas. Mediante canales, como en los citados
imperios, daban a sus tierras gran fertilidad. De la misma manera no
desconocieron las riquezas del reino mineral. Recogían el oro en las
arenas de los ríos y buscaban otros metales en las entrañas de la
tierra. Ejercieron el comercio y en las principales ciudades había
ferias con bastante frecuencia. Alfareros y tejedores diestros los hubo
en Guatemala y en los demás pueblos.

En Guatemala, país lleno de montañas que se ensanchan hacia la cumbre
con muchos ríos y lagos, con volcanes (Cerro _Quemado_, volcán de
_Fuego_ y montaña de _Agua_) se encontraban los cultivos de los
países templados y cálidos. Allí se producía el maíz, los plátanos,
los cereales, el algodón y las legumbres. La cochinilla fué uno de
los principales productos; pero tiempo adelante se reemplazará,
cuando se descubrieron los colores de la hulla, con el café, cacao
y añil. Las maderas finas fueron siempre artículo muy productivo.
Durante la dominación española, el cacao del occidente de Guatemala
se reservaba para la corte de Madrid. Es de advertir que cuando se
proclamó Guatemala independiente, eran casi nulos sus productos para la
exportación.

Honduras es comarca muy montañosa, con ríos caudalosos, clima variado
y abundantes aguas. El terreno es sumamente fértil y produce en los
llanos tabaco, cacao, café, caña, añil, etc., y en los montes, donde
abunda el pino, la vainilla, copaiba, ipecacuana, etc. Sin embargo, no
es país agrícola: sus producciones se consumen allí mismo. El tabaco de
Copán y de Santa Rosa es muy estimado desde hace tiempo. La madera de
caoba tuvo siempre fama. En el subsuelo se encuentran minas de hierro,
oro, plata, cobre, etc.

Nicaragua está atravesada por una doble cordillera, cuyas cimas tienen
gran altura. Desde dicha altura se escalonan mesetas cada vez mayores
hasta llegar a una llanura baja. Entre las dos cadenas existe larga
depresión, donde se hallan los lagos de Managua y Nicaragua. Abundan
los volcanes y entre los ríos el principal es el de San Juan. El clima
es cálido y el suelo muy productivo. Dase en el terreno el plátano,
caña de azúcar, café, cacao y añil; algodón, vainilla y caucho; trigo y
maíz, maderas preciosas.

Salvador es sólo una zona estrecha, de forma cuadrilátera, que sigue
la costa del Pacífico. «Pocas regiones--dice Reclus--hay en el mundo
que puedan compararse al Salvador por la riqueza de la vegetación
espontánea y lo productivo de los cultivos»[853]. Cerca de la capital
se encuentra el volcán de su nombre. Sus productos son los mismos que
los de la flora guatemalteca. El famoso bálsamo del Salvador se llamó
en otro tiempo del Perú, porque en la época del régimen colonial se
transportaba primeramente al Callao para mandarlo desde allí a España.
Es rico el Salvador en plantas medicinales y en gomas.

       [853] _América Central_, pág. 393. Tr.

Costa Rica, la comarca más meridional de la América Central, es país
montuoso, atravesado por central cordillera, en la que estriban por
cada lado altos montes. Se hallan muchos volcanes y en las serranías
nacen varios ríos. El subsuelo es rico en oro, plata, cobre, plomo,
mercurio, azufre y antracita; el suelo produce alguna cantidad de
excelente café y plátanos. También produce caña de azúcar, tabaco,
anís y zarzaparrilla, maíz, trigo, cebada, arroz y patatas. En
madera se encuentran la caoba, haya, granadillo, roble negro y
otras. Sin embargo, el país es pobre, y no sabemos porqué recibió
la denominación de Costa Rica. En los comienzos del siglo XIX, la
industria agrícola tuvo mucha importancia merced a las medidas que tomó
el gobernador de la provincia D. Tomás de Acosta, sumamente popular y
extraordinariamente querido por sus sentimientos y bondades, por el
interés que mostró en el fomento de la agricultura, por la fábrica de
obras públicas y por la construcción de caminos, puentes y acequias.
Falleció en abril de 1821, y todavía recuerdan con cariño su nombre
los costarriqueños, y los historiadores del país piden que se levante
un monumento que recuerde sus preclaras virtudes. Si antes adelantaron
poco las industrias se debió a la codicia de los extranjeros, pues
no debe olvidarse que los ingleses de Jamaica hacían frecuentes
incursiones por las costas del Norte, en las cuales desembarcaban, ora
con la máscara de amigos, ora como piratas, ayudados a veces por los
indios mosquitos, para saquear las granjas de los españoles y para
devastar las aldeas de los indígenas.

Si en Chile, a la llegada de los españoles, cosechaban los aborígenes
las papas, el maíz y el poroto, luego cultivaron el trigo y la vid.
La ganadería, desde los comienzos de la colonia, adquirió bastante
desarrollo: los cerdos, los ganados cabrío y lanar, los caballos y
las gallinas, abundaban mucho. La minería se redujo a los lavaderos
de Marga-Marga y de Quailacoya. La única industria fabril que se
derivó de los productos agrícolas fué la _harina_, para cuyo objeto se
establecieron poco a poco molinos. Las industrias manuales aumentaron
pronto, especialmente los hornos de cocer pan, las fábricas de tejas e
hilanderías. Del mismo modo se extendieron por todo el país los oficios
manuales de carpinteros, herreros, zapateros, sastres y plateros. El
comercio, sujeto--como ya se dijo en este mismo capítulo--a muchas
trabas, adelantó muy poco. Tiempo adelante, esto es, en los últimos
años del siglo XVI, se estimó más la industria, en particular la
agrícola y minera. El cáñamo se cultivó con esmero, e igualmente los
árboles frutales y las hortalizas. Las aves de corral merecieron
especial cuidado. Las industrias de tejidos y curtidos existían en las
ciudades y pueblos. Nada adelantó el movimiento mercantil, pues apenas
merece citarse el comercio de importación y exportación. La vida social
estaba reducida a estrechos límites, no había teatros ni circos, las
corridas de toros se verificaban de tarde en tarde, y las riñas de
gallos eran casi siempre privadas. Sólo cuando un Rey subía al trono o
nacía un príncipe o contraía matrimonio un miembro de la familia real,
entonces se celebraban corridas de toros, juegos de caña y sortija,
funciones de iglesia y otras. La destrucción de la ciudad de Santiago
por el terremoto de 1647, la larga guerra de Arauco y la inmoralidad
administrativa contribuyeron a que el país no saliese antes de su
atonía.

Desde 1700 se manifestó el adelanto en todos los ramos de la industria.
La agricultura y ganadería adquirieron aumentos de consideración. Si
el oro y la plata daban rendimientos escasos, en cambio la extracción
del cobre constituyó excelente negocio. Se multiplicaron las herrerías
e hilanderías, como también las carpinterías, joyerías, etcétera.
Tomó mayor vuelo el comercio y se abrieron muchos caminos. Acerca
del carácter de la vida, lo mismo familiar que pública, desarrolló
extremada afición al lujo. Bien es verdad que contrastaba con la
devoción religiosa de las mujeres y de los hombres, con los ejercicios
espirituales, procesiones y misas. Introdújose la costumbre de colocar
imágenes o bustos de santos encima de las puertas de las casas.
Religiosas y religiosos pasaban casi todo el día en las iglesias.
Abrieron nuevos conventos de monjas y de frailes. No importaba nada
de esto para que la inmoralidad fuera en aumento, para que el vicio
fuera mayor y para que se celebrasen frecuentemente alegres fiestas.
Aumentaron los jugadores y borrachos; fueron frecuentes, lo mismo en
hombres que en mujeres, los asesinatos por medio del puñal o el veneno.

Si en el último tercio del siglo XVIII adquirió la industria en
Chile desarrollo considerable, aumentó en el XIX la producción de la
agricultura, siendo sus principales productos el trigo, cebada, maíz,
frejol, lenteja, papa y arbeja, los árboles frutales, el olivo y la
vid, el cáñamo, etc. La ganadería bastaba para el consumo ordinario
y permitía, además, la exportación. La pesquería, la explotación
de maderas y la minería fueron en aumento. Adquirió desarrollo la
industria fabril y manufacturera.

De la Capitanía general de Chile pasamos al virreinato de Nueva Granada
o Colombia. Estimóse en Colombia la minería. De la agricultura se hará
notar que el arroz introducido en Nueva Granada desde el año 1512, se
propagó bastante, dándose con mucha abundancia en los terrenos bajos y
húmedos. Allí se cosechaban los cereales, fríjoles, habas y uvas; allí
crecían varias clases de frutales.

Del Ecuador recordaremos que en Quito comenzó la industria fabril,
estableciéndose pequeñas fábricas de tejidos. En el mencionado Quito,
el P. José Rixi, natural de Gante, sembró el primer trigo europeo cerca
del convento de San Francisco. Cuéntase que los frailes recordaron por
mucho tiempo el hecho, y aun en los comienzos del siglo XIX enseñaban
con cierto orgullo la maceta, en la cual fueron llevadas desde España
las semillas.

Los valerosos conquistadores de Venezuela y sus descendientes, ya
terminadas las guerras, sólo se cuidaban de que los indios y negros
esclavos trabajasen en las minas, en la agricultura y en la pesquería
de perlas. Las industrias estaban limitadas a los tejidos de lana
del Tocuyo, a los cordobanes de Carora, a las hamacas de Margarita y
a la alfarería indígena. Acerca de las artes e industria se hallan
noticias muy curiosas en la «Breve descripción y relación cierta de
la muy leal ciudad de Nuestra Señora de la Concepción de Tocuyo de la
provincia de Venezuela, etc.» Escribióla D. Juan de Salas, Subinspector
de milicias y juez visitador de dicha ciudad el 30 de julio de 1766,
para entregarla al Sr. D. José Solano, Gobernador y Capitán general de
esta provincial[854]. Los caminos eran muy malos. Las comunicaciones se
reducían a algunos barcos procedentes de la Isla Española y de tarde
en tarde llegaba alguno de la metrópoli. Lo mismo en Venezuela que
en los demás países de las Indias los impuestos eran enormes, siendo
los principales los quintos reales, la alcabala, el almojarifazgo y
la media annata. Consistía el primero en cobrar el quinto para el Rey
del metal que se sacase de las minas y de las perlas que se sacasen de
las pescaderías; el segundo era en un derecho de 2 por 100 en dinero
de todo lo que se compraba y vendía; el tercero estaba reducido a un
impuesto de entrada y salida sobre las mercaderías, así de España como
de las Indias, y el cuarto consistía en la mitad de la renta del primer
año de todos los oficios y cargos no eclesiásticos.

       [854] _Archivo general de navegación y pesca
       marítima.--Virreinato de Santa Fe_, tomo III, b. 4.ª,
       documento 21.

Antes de referir los hechos de la Compañía Guipuzcoana de Caracas,
daremos noticia de los asientos o contratos que celebró España, los
cuales tienen carácter general. Dos asientos se celebraron en aquellos
tiempos para el comercio de esclavos africanos: el primero, con la
_Compañía Real de la Guinea Francesa_, durante la guerra de sucesión
española (1701-1712), y el segundo, con la _Compañía Inglesa del Mar
del Sur_, por treinta años, que comenzaron a contarse en el mismo que
se firmó la paz de Utrech (1713) y terminó el 1743[855]. En virtud de
los mencionados asientos, se concedió a la Compañía Francesa el derecho
de introducir en las colonias españolas americanas 48.000 esclavos en
once años, y a la Compañía Inglesa 144.000 en treinta años, debiendo
pagar al rey de España 33-1/3 pesos por cada esclavo. Con la Compañía
Inglesa se hubo de rescindir el contrato, a causa de la nueva guerra
entre ambas naciones, teniendo España que indemnizar a la citada
Compañía con 100.000 libras esterlinas[856].

       [855] _Cedulario índico_, tomo XVII, núm. 200, págs. 165 y
       siguientes.

       [856] Véase Dr. Vidal Morales, _Hist. de Cuba_, págs. 96 y 97.

No huelga decir en este lugar que durante todo el siglo XVI, la
provincia de Venezuela no produjo ganancia alguna en su comercio.
Ocupados los venezolanos en descubrir minas, apenas hacían caso de la
agricultura. Tiempo adelante, cuando los holandeses se apoderaron de la
isla de Curaçao (1634), donde establecieron considerable depósito de
mercancías, se atrajeron las miradas de sus vecinos los venezolanos,
los cuales pensaron entonces dedicarse muy especialmente al cultivo del
cacao, que, con los cueros, hicieron objeto principal de su comercio.
Los holandeses, pues, entregaban sus mercancías en cambio del cacao y
de los cueros de los venezolanos.

Quiso entonces el comercio español competir con el de Holanda; pero
no fué posible, «pues el sistema de la España para con sus colonias
era tan extraño, que ninguna expedición mercantil podía hacerse a la
América sin licencia del Rey, la que no se franqueaba sin trabajo ni
sin gastos, y sólo con la condición de pagar derechos muy crecidos
y de hacer de Sevilla el puerto de la salida y del retorno. Unas
mercancías, ya caras por la mano de obra española, o por los beneficios
de una segunda mano, si eran extranjeras, recargadas por otra parte
con condiciones tan onerosas, no podían prometer utilidades sino a
la locura y a la ignorancia, en un país donde los mismos efectos
llegaban por medio del comercio holandés sin derechos, sin trabas, y
directamente de las manufacturas europeas»[857]. Desde el citado año de
1634 fué poco activo el comercio de España con su colonia, y mayor, por
el contrario, el de Holanda con aquellas posesiones americanas. En los
primeros años del siglo XVIII las producciones de cacao en la provincia
de Venezuela, eran, por término medio, de 65.000 fanegas cada año,
exportándose únicamente, en el mismo tiempo, unas 31.400 para España y
para otras posesiones de nuestra nación. Entonces, con objeto de cortar
de raíz el comercio con los holandeses, el gobierno español persiguió
el contrabando y arruinó a muchas familias; pero nada pudo conseguir, y
casi puede afirmarse que el mal fué en aumento.

       [857] Dr. Francisco de Pons, _Cultivo y comercio de las
       provincias de Caracas_, etc.--Manuscrito de la Biblioteca
       Nacional de Madrid, núm. 3.334.

Las cosas iban á variar por completo, pues la Corona celebró un
contrato (25 septiembre 1728) con la _Compañía Guipuzcoana de Caracas_,
la cual había formado tiempo atrás una escuadra mercante y de corso,
bajo la advocación de San Ignacio de Loyola. La _Compañía_ se
comprometió a reprimir a su costa el contrabando que los extranjeros
hacían con las provincias de Caracas, con tal de que se les permitiese
abastecerlas y extraer sus frutos a la metrópoli. No puede negarse
que las condiciones fueron beneficiosas a la Compañía, si bien se la
obligó a que abasteciera, no sólo la provincia de Venezuela, sino
también Cumaná, la Margarita y la Trinidad. Por Real decreto dado en
el Palacio del Buen Retiro (20 junio 1738), se ve el gran interés de
Felipe V por la Compañía; y esto no es de extrañar, porque «El y la
Reina tienen en ella 200 acciones», consignando después que desea
facilitar a la Compañía todo el fomento y alivios de que necesite
para continuar la conservación de su comercio y asegurar el aumento de
él, etcétera.[858] Tuvo su residencia en San Sebastián (Guipúzcoa),
hasta que el marqués de la Ensenada comunicó a los Directores de
la Compañía, que desde el 24 de mayo de 1750, la residencia de la
dirección estaría en Madrid[859]. Con fecha 13 de junio de 1750, el
marqués de Matallana dirigió un informe al marqués de la Ensenada
acerca de la rebelión ocurrida en Caracas con motivo o con pretexto
de los abusos de la Compañía de Guipúzcoa, siendo de opinión que se
empleasen medios suaves[860]. No solamente Caracas, sino toda la
provincia de Venezuela se hallaba por entonces en constante inquietud y
recelosa, contribuyendo al malestar la conducta de la Compañía, no sin
que hagamos observar respecto a otro orden de cosas los beneficios que
hizo al país. «Mientras duró la Compañía--escribe el Sr. de Pons--la
provincia de Venezuela vió salir de la nada los pueblos de Parraguire,
Guatire, Calabozo, San Juan Bautista del Pao, Montalbán, Ospero, la
sábana de Ocumare, todos los sitios desde Macarao hasta el río de Tuy,
Volcano, San Pedro, las Lagunetas, las Mostazas y el Frayle»[861].
Añade más adelante que en el año 1763, se embarcaron de cacao.

       [858] _Arch. histórico nacional, Cedulario índico_, tomo XXII,
       n.º 21, págs. 25-28.

       [859] _Cedulario índico_, tomo XXII, núms. 35 y 36, pág. 38.

       [860] _Archivo de Indias.--Estado.--Caracas._--Legajo 13. (5).

       [861] _Cedulario índico_, tomo XXII, núms. 35 y 36, pág. 128.

                                             Fanegas.
                                            ---------
  Para España                                 50.319
  Para Veracruz                               16.864
  Para Canarias                               11.160
  Para Santo Domingo, Puerto Rico y Cuba       2.316
  El consumo total fué de                     30.000
                                            ---------
                   _Total_                   110.659[862]

       [862] Ibidem, pág. 149.

La Compañía influyó para que prosperase el cultivo del cacao, algodón
y de otros géneros, como también la industria de los cueros; pero el
comercio que de aquellos géneros hicieron los habitantes de Venezuela
con los contrabandistas holandeses, lo hacían a la sazón con los
factores guipuzcoanos. La Compañía hizo construir en los puertos
soberbios edificios, ya para alojar a sus factores, ya para colocar sus
almacenes. Del mismo modo ella hizo los muelles de la Goayna y Puerto
Cabello.

Contribuyó no poco, en los últimos años del reinado de Carlos III, a
la decadencia de la Compañía Guipuzcoana de Caracas y del comercio
en general, la guerra entre Inglaterra y España, guerra que fué
consecuencia del Pacto de Familia. Al salir del puerto de Goayna
nuestros barcos--como sucedió en el año 1780--eran apresados por los
corsarios ingleses[863]. Por último, la Corona comenzó a cercenar el
monopolio de que gozaba la Compañía, hasta el punto que quedó, en 1781,
equiparada á las compañías particulares, y cuatro años después, esto
es, en 1785, se refundió en la Compañía Real de Filipinas (Apéndice P).

       [863] _Archivo Histórico Nacional.--Cedulario índico_, tomo
       XXXVIII, núm. 192. págs. 220 y 220 v.ª

Desde últimos del siglo XVIII aumentaron los cultivos en el país.
Todos tienen noticia que en Venezuela, la provincia más poblada era
la de Caracas, y de ella la parte más cultivada los valles de Aragua,
que tienen unas 30 leguas cuadradas de superficie. Sus producciones
principales eran el cacao, café y añil de Caracas, el tabaco de
Barinas, los cueros y tasajos de los Llanos y las perlas de la isla
Margarita. El algodón, planta indígena, se cultivaba en los citados
valles de Aragua, en Maracaibo y en el golfo de Cariaco. La caña de
azúcar, cuyo principal cultivo estaba en el mismo valle de Aragua y en
el de Tuy, no logró mucha importancia. Por último, para el consumo de
sus habitantes había, además, el plátano, el maíz, la yuca, el olivo,
la viña, las hortalizas y los cereales; la miel era sumamente rica y
las plantas medicinales abundaban mucho.

Por lo que al reino animal respecta, gozaba fama de excelente el ganado
lanar y cabrío, siendo también bueno el vacuno, mular y caballar. No
debemos olvidar que si los gobernadores de Venezuela, sucesores de
Urpín, nada hicieron de particular durante dos tercios del siglo XVII y
el primero del XVIII, desde 1732 a 1763 fomentaron la cría de ganados
y la agricultura D. Carlos y D. Vicente de Sucre, D. Gregorio Espinosa
de los Monteros, D. Diego Tabares Ahumada, D. Mateo Gual y Pueyo, D.
Nicolás de Castro y D. José Diguja.

En las regiones del Plata, la principal riqueza del país consistió
en la cría de ganados, y en las llanuras no colonizadas del Centro y
del Oeste, abundaban de un modo extraordinario la ganadería salvaje,
que era cazada por el argentino. Por cierto que entre ganaderos y
labradores las quejas fueron frecuentes. El procurador del Cabildo de
Buenos Aires pidió, en el año 1677, «que pe ponga remedio en el exceso
de que en muchas chácaras... hay muchos ganados que hacen daño a las
sementeras y que por esta causa muchos pobres no quieren sembrar.»
Posteriormente, y a medida que avanzaba la colonización, la abundancia
de tierras cultivables desvaneció el malestar entre labradores y
ganaderos. No había fábricas. Los oficios se encontraban en lamentable
estado, ejerciéndolos los indios, negros y alguno que otro español,
porque no podía dedicarse á más elevadas tareas.

«Nuestra juventud debe ser educada en la vida industrial, y para ello
ser instruida en las artes y ciencias auxiliares de la industria.

       *       *       *       *       *

La industria es el único medio de encaminar la juventud al orden.
Cuando Inglaterra ha visto arder la Europa en la guerra civil, no ha
entregado su juventud al misticismo para salvarse; ha levantado un
templo á la industria y le ha rendido un culto que ha obligado á los
demagogos á avergonzarse de su locura.

La industria es el calmante por excelencia. Ella conduce por el
bienestar y por la riqueza al orden, por el orden á la libertad;
ejemplos de ello la Inglaterra y los Estados Unidos. La instrucción en
América debe encaminar sus propósitos á la industria.

La industria es el gran medio de moralización.

       *       *       *       *       *

La Inglaterra y los Estados Unidos han llegado á la moralidad religiosa
por la industria; y la España no ha podido llegar á la industria y á
la libertad por la simple devoción. La España no ha pecado nunca por
impía; pero no le ha bastado eso para escapar de la pobreza, de la
corrupción y del despotismo»[864].

       [864] Alberdi, _Organización política y económica de la
       Confederación Argentina_, págs. 34 y 35. Besauton, 1856.

Durante el esplendor de las misiones en el Paraguay se desarrolló
grandemente la industria. El historiador Robertson, aunque protestante
y enemigo de los españoles, dice lo siguiente: «Hallaron á los
habitantes de estas tierras casi en el mismo estado en que se hallan
los hombres cuando empiezan á reunirse en sociedad: carecían de
todo oficio; procurábanse una precaria subsistencia con el producto
de su caza ó pesca, y apenas conocían los primeros rudimentos de
subordinación y de política. Los jesuítas tomaron á su cargo la
instrucción y civilización de aquellos salvajes. Les enseñaron
á cultivar la tierra, á criar animales domésticos y á construir
edificios. Les hicieron reunirse en aldeas, instruyéronlos en las
artes y fabricación, hiciéronles probar los atractivos del trato y
las ventajas que proporcionan la seguridad y el buen orden. Estos
pueblos se convirtieron de esta suerte en vasallos de sus bienhechores,
quienes les gobernaron con el amor y cuidado que un padre á sus hijos.
Respetados, amados y casi idolatrados, unos cuantos jesuítas imperaban
sobre millares de indios»[865].

       [865] _Historia del Emperador Carlos V_, tomo III, lib. VI,
       págs. 178 y 179. Tr.

Consistía la riqueza del Brasil en esmeraldas halladas en el río Doce y
entre los peñascos de la Serra do Mar, en minas de oro y de diamantes,
en el palo brasil, en el cultivo de la caña de azúcar, etc.

En suma: por el estudio que acabamos de hacer respecto á la cultura
literaria, artística é industrial de nuestras colonias, bien puede
afirmarse que la dominación española no era tan egoísta y tiránica
como han dicho y repiten todavía no pocos escritores. Más pudo y debió
hacerse; pero no es exacto que la metrópoli sólo pensaba en el oro y la
plata que, abundantes, sacaba de las minas.



APÉNDICES



A

  BREVE Y SUMARIA RELACIÓN DE LOS SEÑORES, Y MANERAS Y DIFERENCIAS
  QUE HABÍA DE ELLOS EN LA NUEVA ESPAÑA, Y DE LA FORMA QUE HAN TENIDO
  Y TIENEN EN LOS TRIBUTOS: por el doctor Alonso de Zorita (sin
  fecha)[866].

       [866] _Colec. de doc. inéditos relativos á América y Oceanía_,
       tomo II, págs. 1 á 126.


Entre estos naturales--dice--había y hay, donde no los han deshecho,
tres señores supremos en cada provincia, y en algunas cuatro, como en
Tlaxcala y en Tepeaca; y cada uno de estos señores tenía su señorío
y jurisdicción conocida y apartada de los otros. Había otros señores
inferiores ó _caciques_. En México y en su provincia había tres señores
principales: el de México, el de Tezcuco y el de Tlacopan ó Tacuba.
En asuntos de guerra los señores de Tezcuco y Tacuba obedecían al de
México; pero en lo demás eran iguales. Aunque en la sucesión de dichos
señoríos supremos eran diferentes los usos y costumbres, la más común
era por sangre y línea recta, de padres á hijos. No sucedían las hijas,
sino el hijo mayor, habido en la mujer más principal de todas las que
tuviera el señor, debiéndose notar que se consideraba principal si era
una de las señoras de México. Si el hijo mayor, por enfermedad o por
otra causa, no podía gobernar, el padre señalaba otro. Si sólo tenía
hijas y alguna de ellas tenía hijos, el señor nombraba á un nieto.
Los nietos de los hijos eran preferidos á los de las nietas, debiendo
siempre entenderse que la madre del heredero fuera mujer principal.
Si el señor no tenía hijos ó nietos, era elegido por elección uno de
sus hermanos; y si tampoco tenía hermanos, recaía la elección en un
señor principal. Cuando faltaba sucesor al señor de México, el elegido
por los señores principales era confirmado por los señores supremos
de Tezcuco y Tacuba; cuando faltaba sucesor á los señores supremos de
Tezcuco ó Tacuba, los señores principales elegían su correspondiente
sucesor, que era confirmado por el de México. En algunas partes, en
México, por ejemplo, sucedían los hermanos aunque hubiese hijos; mas,
acabados los hermanos, tornaba la sucesión por el orden dicho á los
hijos del señor. Moctezuma sucedió á dos hermanos suyos que reinaron
antes que él. Para la sucesión y para la elección se tenía en cuenta el
valor y, en general, las buenas cualidades del elegido.

El elegido era llevado al templo, lo subían por las gradas cogido del
brazo dos indios principales y lo cubrían con dos mantas de algodón,
una azul y otra negra, en las cuales estaban pintados muchas cabezas y
huesos de muertos, para que se acordase que se había de morir como los
demás. Últimamente, el ministro le dirigía la siguiente plática: «Señor
mío; mirad cómo os han honrado vuestros vasallos, y pues ya sois señor
confirmado, habéis de tener mucho cuidado de ellos, y mirarlos como
á hijos; y mirad que no sean agraviados, ni los menores maltratados
de los mayores. Ya veis cómo los señores de vuestra tierra, vuestros
vasallos todos, están aquí con sus gentes, cuyo padre y madre sois vos,
y como tal los habéis de amparar y defender y tener en justicia, porque
los ojos de todos están puestos en vos, y vos sois el que los habéis
de regir y dar orden. Habéis de tener gran cuidado de las cosas de la
guerra, y habéis de velar y procurar de castigar los delincuentes, así
señores como los demás, y corregir y enmendar los inobedientes. Habéis
de tener muy especial cuidado del servicio de Dios y de su templo, el
que no haya falta de todo lo necesario para los sacrificios, porque
de esta manera todas vuestras cosas tendrán buen suceso y Dios tendrá
cuidado de vos.»

Acabada la plática, el señor otorgaba todo aquello y daba las gracias.
Todavía se celebraban otras fiestas antes que el señor supremo
comenzaba á desempeñar su cargo.

La segunda clase de señores se denominaban _tec-tecutcin_ y eran
nombrados por los señores supremos, sólo de por vida, en premio de sus
hazañas en la guerra ó en servicio de la república. Dábales el señor
supremo sueldo y ración.

La tercera clase de señores tenían el nombre de _calpulles_ (tribu
entre los israelitas), y la cuarta de _pipiltzin_, principales (los que
en Castilla llamamos _caballeros_).

Acerca de la administración de justicia en México, en Tezcuco y en
Tacuba había jueces a manera de Audiencia que aplicaban rectamente
las leyes. Percibían el salario que les asignaba el señor. «Dicen los
religiosos, antiguos en aquella tierra, que después que los naturales
están en la sujeción de los españoles, y se perdió la buena manera de
gobierno que entre ellos había, comenzó a no haber orden ni concierto
y se perdió la justicia y policía y execución de ella, que entre ellos
había, y se han frecuentado mucho los pleitos y los divorcios, y anda
todo confuso.»[867] Riñendo un español con un indio, como el primero
le llamase ladrón, embustero y otras palabras injuriosas, contestó el
segundo: «de vosotros he aprendido todas esas cosas.»

       [867] Página 45.

Dichos jueces se colocaban al amanecer en sus estrados de esteras,
donde permanecían hasta dos horas antes de ponerse el sol; oían los
pleitos y daban las sentencias. Las apelaciones iban ante otros doce
jueces, los cuales sentenciaban con parecer del señor. Lo más que
duraba el pleito era ochenta días. No hacían distinción los jueces
entre ricos y pobres, grandes y pequeños: «y porque un juez favoreció
en un pleito a un principal contra un plebeyo, y la relación que hizo
al señor de Tezcuco no fué verdadera, lo mandó ahorcar y que se tornase
a ver el pleito, y así se hizo, y se sentenció por el plebeyo.»[868]

       [868] Página 47.

En las provincias y pueblos había jueces ordinarios, que tenían
jurisdicción limitada para sentenciar pleitos de poca calidad y para
prender a los delincuentes. Cada cuatro meses (el mes era de veinte
días) acudían a una junta ante el señor--junta que duraba de diez a
doce días--donde se terminaban los pleitos importantes y los asuntos
criminales, como también se trataban y resolvían otros asuntos de la
república, adquiriendo dichas juntas el carácter de cortes.

Existían cárceles públicas para los delincuentes.

Celebrábanse los matrimonios conforme disponían sus leyes. Los solteros
podían tener mancebas: un soltero se dirigía al padre de una joven y la
pedía sólo para haber hijos. Cuando tenían el primer hijo, los padres
de la joven requerían al mancebo para que la tomase por mujer o la
dejara libre.

Las casas de los señores eran grandes y tenían jardines y huertas.

Ricos y pobres, grandes y pequeños criaban, educaban y enseñaban con
todo esmero a sus hijos. Dignos son de encomio los consejos que daban
los padres a sus hijos.

En carta que Hernán Cortés escribió al Emperador le decía que Tlaxcala
era más grande, fuerte y de tan buenos edificios como Granada; que
se hallaba abastecida de pan, aves, caza, pescado y legumbres; que
había joyerías de oro y de plata, de piedras preciosas, de loza, etc.;
que abundaban las tiendas de vestidos y calzado. Por lo que respeta
a México también son de Cortés las siguientes palabras: «Tiene esta
ciudad muchas plazas, donde hay continuo mercado, y trato de comprar
y vender. Tiene otra plaza, dos veces más grande que la de la ciudad
de Salamanca, toda cercada de portales, donde hay continuamente más
de sesenta almas comprando y vendiendo, donde hay todo género de
mercadurías que en toda la tierra se hallan, así de mantenimiento como
de vitualla, joyas de oro y de plata, de plomo, de latón, de cobre, de
estaño, de piedras, de huesos, de conchas, de caracoles y de plumas.
Véndese sal y piedras labradas y por labrar, adobes, ladrillos, madera
labrada y sin labrar, de diversas maneras. Hay calle de caza, donde
venden todos los linajes de aves que hay en la tierra: gallinas,
perdices, codornices y abantos, garcetes, tórtolas, palomas, pajaritos
en cañuelas, papagayos, buharros, águilas, alcones, gavilanes,
cernícalos y de algunas aves de rapiña; venden los cueros con su pluma
y cabeza y pico y uñas; venden conejos, liebres, venados y perros
pequeños, que crían para comer, castrados. Hay calle de herbolarios,
donde hay todas las raíces y hierbas medicinales que en la tierra se
hallan, y casas como de boticarios, donde se venden las medicinas
hechas, así potables como ungüentos y emplastos. Hay casas donde dan
de comer. Hay hombres, como los que se llaman en Castilla ganapanes,
para traer cargas. Hay mucha leña, carbón, braseros de barro, y esteras
de muchas maneras para camas y otras más delgadas para asiento, para
esterar salas y recámaras. Y todas las maneras de verduras que se
hallan, especialmente cebollas, ajos, puerros, mastuerzo, berros,
borrajas, acederas, tagarninas, cardos. Hay frutas de muchas maneras,
como ciruelas, cerezas, que son semejantes a las de España. Venden miel
de abejas y cera, y miel de cañas de maiz, que son tan melosas y dulces
como las de azúcar, y miel de unas plantas que en las islas llaman
magüey, que es muy mejor que arrope; y de estas plantas hacen azúcar
y vino y lo venden. Muchas maneras de hilado de algodón, de todos
colores, en sus madejitas, que parecen propiamente a las del Alcaicería
de Granada en las sedas, aunque este otro con mucha más cantidad.
Venden colores para pintores cuantos se pueden hallar en España, y de
tan excelentes matices, cuanto pueden ser. Venden cueros de venado, y
son con pelos y sin ellos, muy blancos y teñidos de diversos colores.
Venden mucha loza, en gran manera buena: tinajas grandes y pequeñas,
jarros, ollas y otras infinitas maneras de vasijas, todas de singular
barro y las más vidriadas y pintadas. Venden mucho maíz en grano y en
pan, que hace mucha ventaja, así en grandor como en sabor a lo de las
islas y Tierra Firme. Venden pasteles de aves y empanadas de pescado.
Venden mucho pescado, fresco y salado, crudo y guisado. Venden huevos
de gallina y de ánsares, y de todas las otras aves que he dicho en gran
cantidad; venden tortillas de huevos hechas. Finalmente, que en estos
mercados se venden todas cuantas cosas se hallan en la tierra, que son
tantas y de tantas calidades, que, por la prolixidad y por me ocurrir a
la memoria y por no saber los nombres, no las digo»[869].

       [869] Págs. 68-70.

Añade que en dicha plaza se halla una buena casa, especie de Audiencia,
donde diez o doce jueces _libran todos los casos y cosas que en el
mercado acaecen_.

Levántanse muchos templos en la ciudad, donde adoran a sus ídolos;
residen continuamente en ellos los religiosos, todos vestidos de negro;
nunca cortan ni peinan el cabello. Los templos tienen sus torres; en el
principal se halla una que es más alta que la de la iglesia mayor de
Sevilla.

Pagaban tributos en México los _tec-calli_, que eran gentes
dependientes de los señores llamados _tec-tecutcin_; los _calpulles_ o
_chinancalli_, que eran labradores de tierras propias; los mercaderes,
y los _tlalmaites_ o _mayegües_, labradores que cultivaban tierras
ajenas. No pagaban tributos los _teutles_ ni los _pilles_, servidores
del señor supremo, ni las viudas, ni los hijos solteros, ni los
mendicantes, ni los impedidos para trabajar, ni los que se ocupaban en
el culto de los ídolos. Pagaban los labradores los tributos en maíz,
frígoles, algodón, etc.; los mercaderes en lo que trataban (joyas,
ropas, plumas, etc.). Se ignora lo que valdrían los tributos, pero
puede asegurarse que era poco.



B

  COSTA RICA DESDE MEDIADOS DEL SIGLO XVI HASTA COMIENZOS DEL
  XIX[870].

       [870] _Col. de doc. inéditos_, etc., tomo XI.

Acerca de Costa Rica diremos que después que Felipe Gutiérrez murió en
una expedición contra los indios, el licenciado Juan Cavallón afirmó
en Costa Rica la dominación española. Nombrado Cavallón gobernador en
el año 1561, se asoció para la conquista con Juan de Estrada Rávago,
clérigo de Guatemala. En tanto que Estrada atravesaba el lago de
Nicaragua con dos bergantines y cerca de 300 hombres, bajaba por el
desaguadero, y siguiendo la costa del Atlántico, fundaba la villa
del _Castillo de Austria_, el licenciado Cavallón salía de Granada
con dirección á Nicoya, con 90 españoles, echaba los cimientos de la
villa de los Reyes en el valle de Landecho y apresaba á los caciques
Coyoche y Quizarco. Sucedióle, en el año 1562, Juan Vázquez Coronado,
que sostuvo no pocas luchas con los indios, y atravesó la sierra,
llegando á la provincia de Ara, que se le sometió. Luego descubrió
minas de oro junto á los ríos Changuinola y Tilorio, sujetando las
provincias de Muño, Tariaca, Buca, Auyaque y Pococi. Llegaron á la
sazón á Costa Rica Fray Lorenzo de Bienvenida y algunos religiosos más
destinados á la conversión de los indios. No carece de importancia la
_Provanza hecha en virtud de Real Cédula, sobre si es cierto que Juan
Vázquez de Coronado entró y pobló la provincia de Costa Rica y Nueva
Cartago.--Fechada en Santiago de Guatemala á 18 de agosto, año de 1564._

Tanto renombre alcanzó el citado Vázquez de Coronado, que algunos
cronistas llegan á llamarle descubridor de Costa Rica. Lo cierto es que
el Rey le nombró gobernador de la tierra por los días de su vida, según
Real Carta dada en Aranjuez el 8 de abril de 1565[871]. Como Vázquez
de Coronado había dicho en sus informaciones que, según sus cálculos,
había 4.000 indios desde Quepo hasta Turucaca, con 1.600 hombres de
guerra sólo en Coto, 20.000 indios en el interior de Costa Rica, y
unos 40.000 en las costas del Atlántico, Juan Dávila, compañero de
Vázquez en sus viajes, censuró tales exageraciones en carta dirigida
al Rey el año 1566. Afirmaba Dávila que «había en Garabito hasta 500
indios, y los indios de Garabito, con los tices y botos, eran 500 á
600.» «En toda la provincia que llaman de Costa Rica habrá en toda ella
5.000 indios, y aguas vertientes á la mar del Norte, en todo lo que
Juan Vázquez anduvo, no hay pasados de 2.000.» En aquel tiempo cada
casa ó palenque tenía su cacique. «Una parentela de padres é hijos y
nietos llamaban un pueblo y también provincia, según son los parientes
pocos ó muchos»[872]. Continuó la colonización y fundó la ciudad del
_Nombre de Jesús_ el gobernador Perafán de Rivera, retirándose pronto
del país porque no encontró las riquezas que buscaba. El repartimiento
que hizo Perafán en enero de 1569 se hallaba fundado en los anteriores
cálculos, bastante exagerados, acerca del número de indios. Dice que la
población de Costa Rica era de 17.479. En el año 1573 una peste general
hizo grandes estragos en el país. Por entonces (1575) comenzaron los
frailes franciscanos á reunir los indios en los pueblos de Barba,
Pacaca, Aserrí, Curridabat, Cot, Quircot, Tobosi, Ujarrás, Tucurrique y
Turrialba.

       [871] Págs. 124-128.

       [872] _Revista de Costa Rica en el siglo XIX._ Tipografía
       Nacional, San José de Costa Rica, MCMII páginas 14 y 15.

El gobernador Diego de Artieda, sucesor de Perafán, echó los cimientos
de una población, á la que dió su nombre; con fecha 1.º de abril de
1581 hubo de informar que los franciscanos habían bautizado desde 1577
á 1581 cerca de 7.000 indios, número que creemos bastante exagerado.

Dos años después, esto es, en 1583, Artieda formó el siguiente cuadro
estadístico de los siguientes pueblos del interior:

  En Garabito    500 indios.
  "  Aserrí      250    "
  "  Cot          80    "
  "  Ujarrás     200    "
  "  Pacaca       80    "
  "  Chomes       16    "

El gobernador Juan de Ocón y Trillo, mandó fundar (1605), la ciudad
de _Santiago de Talamanca_ y castigó a los indios _quequexques_ y
_moyaguas_. Juan de Mendoza y Medrano ordenó hacer una información
(1615) acerca de Costa Rica y de su antigua capital Cartago, resultando
que había bastante pobreza, y a ella debió contribuir la peste que
ocasionó muchas víctimas en el valle de Reventazón, en Tuis, Atirro,
Tucurrique, Cachí, Orosí, Turrialba y Ujarrás.

Entre otros gobernadores citaremos los siguientes: Alonso del Castillo
y Guzmán (1618-1622), quien sacó 400 indios de Talamanca, muriendo una
tercera parte a la llegada a Cartago y los demás fueron repartidos
entre las familias españolas. En el año 1620 manifestó Diego de Mercado
que los indios _votos_ eran unos 1.000. El gobernador Juan de Echaúz
(1624-1628), fué muy querido de los naturales de Costa Rica. En su
tiempo una Real cédula (1626) fijó el número de españoles en 200, y se
contaron (1627) indios tributarios los siguientes:

  En Parragua (siquirres)     22
  "  Orosí                     7
  "  Atirro                   10
  "  Pacaca                   70 á 80
  "  Quepo                   100
  "  Tucurrique               16 á 18
  "  Chomes                    3

García Ramiro Coraje sacó (1628) algunos indios votos; Hernando de
Sibaja trajo de los votos (1638) 56 indios _güetares_ huidos de las
encomiendas de Aserrí, Barba y Garabito; el capitán Gerónimo de Retes
encontró (1640) unos 190 indios votos cerca de la confluencia del río
San Carlos con el San Juan, hallándose entre ellos 60 varones; Diego de
Zúñiga sacó después 90 indios votos que se establecieren en Atirro.

Celidón de Morales calculó, en el año 1644, la población española
de Costa Rica en 200 hombres y los indios tributarios del interior
en menos de 1.000; Juan Fernández de Salinas (1650-1655) calculó en
1651 unos 800 indios tributarios en el interior y no pudo remediar
la pobreza cada vez mayor del país; Andrés de Arbieta, gobernador
de Nicaragua, informó (1655) al Rey que había únicamente 620 indios
tributarios en Costa Rica, y de ellos 100 de la Real Corona, añadiendo
que existían pueblos de 30, de 6 y hasta 3 indios. Andrés Arias
Maldonado y Velasco en Talamanca sacó (1659) algunos indios _ateos_
del río Caen, afluente del Estrella, y el hijo del citado gobernador
llamado Rodrigo Arias de Maldonado, entró en Talamanca el 1662 y 1663,
sometiendo al cacique Cabsi con 1.200 indios. Desde entonces huyeron
muchos indios de Talamanca al otro lado de la cordillera, los cuales
fijaron su residencia en las llanuras que a la sazón llamamos del
General. López de la Flor (1663-1673) no pudo contener las invasiones
de los corsarios de Jamaica, y Juan Francisco Sáenz Vázquez declaró
(1676) en una carta al Rey que en Caratgo había 600 indivíduos entre
españoles, mestizos y mulatos, y en Esparza 100; también hacía notar
que existían 22 pueblos de indios con sólo 500 personas.

Entre otros sucesos, haremos notar que los piratas ingleses en 1685
saquearon Esparza, repitieron el mismo hecho en 1686 e invadieron
Nicoya en 1687, cometiendo todo género de desmanes. Por lo que respecta
al número de habitantes, se contaron (1689) unos 297 y ocho familias
de españoles en Bagaces, y en 1697 existían en el interior de Costa
Rica 224 familias de indios. Según los libros parroquiales y otros
documentos, la población de Costa Rica el 1.º de enero de 1700, llegó
a tener entre españoles, indios, mestizos, negros, mulatos y zambos,
19.293 habitantes. Diezmaron la población las guerras civiles entre
las tribus, la venta de indios como esclavos, las enfermedades y las
pestes. Entre las enfermedades eran las principales las del pecho y las
viruelas, causando muchas muertes la peste de 1614, la de 1654 y otras.

El Ilmo. Sr. José Antonio de la Huerta Caso, en virtud de Real
orden del 10 de noviembre de 1776, mandó hacer un censo, basado en
los padrones parroquiales. El bachiller D. Domingo Juarros, en su
_Compendio de la Historia de Guatemala_, publicado en el año 1809,
dice lo siguiente: «La ciudad de Cartago, su anexo Pueblo Nuevo, uno
y otro 8.825 feligreses. Villa Nueva de San José, 8.316. Su anexo
Escazú... Villa de Ujarrás, 714. Villa Vieja, 6.657. Su anexo Atajuela
o Villa Hermosa, 3.890. La ciudad de Esparza... Sus anexos Bagaces y
las Cañas... Barba, 988. La doctrina de Cot, 215. Quircot, 130. Tobosi,
122. Curridabat, 260, y Aserrí, 390. Orosí, Atirro y Tucurrique...
Boruca... San Francisco de Térraba y Guadalupe... Nicoya... Su anexo
Guanacoste, 886»[873].

       [873] Ob. cit., págs. 15 y siguientes.

El gobernador D. Tomás Acosta comunicó a las Cortes el 19 de abril
de 1809 que Costa Rica tenía 50 a 60.000 habitantes. D. Juan de Dios
Ayala, sucesor de Acosta, manifestó a la Audiencia de Guatemala con
fecha 5 de marzo de 1813, que no siendo posible elegir un Diputado á
Cortes porque la provincia no llegaba a 60.000 habitantes, propuso que
se uniese a parte de la de _Nicaragua_. El mismo Ayala, en su informe
del 13 de noviembre de 1818, afirmó que la población era de 50 a 60.000
almas. Después (29 enero 1875) se dispuso que los pueblos de Nicoya y
Santa Cruz debían considerarse agregados interinamente a Costa Rica.

«La Madre Patria, la hidalga y heróica España»[874], aunque tarde, tomó
acertadas medidas para el bien y progreso de los países americanos.
«Costa Rica, la olvidada y _paupérrima_ Provincia, como gráficamente
la llamaban los distinguidos y beneméritos gobernadores españoles D.
Tomás de Acosta y D. Juan de Dios de Ayala, recabaron auxilios, apoyo y
mejoras para ésta que tuvieron como su verdadera patria, gobernándola
seria y morigeradamente, debió a estos dos hombres benéficos, a
principios de este siglo, gran suma de tranquilidad y bienestar.
Ambos murieron en Cartago, colmados de bendiciones y llorados por el
buen pueblo costarricense, que tuvo en ellos, más que gobernantes,
padres y protectores. El primero, ciego y retirado del servicio con
el honorífico grado de brigadier de los Reales Ejércitos, vivió hasta
cerca de los días de nuestra Independencia; y el segundo falleció poco
tiempo antes, o sea a principios del año 1819. Mentores y moderadores
de estos pueblos, no hay que extrañar que tanto contribuyesen a
mantenerlos tranquilos en medio de las borrascas de época tan
agitada»[875].

       [874] Ibidem, pág. 55.

       [875] Ibidem, pág. 56.



C

  DESCRIPCIÓN DE LA ISLA DE PUERTO RICO HECHA EL 1.º DE ENERO DE
  1582, CONFORME A UNA INSTRUCCIÓN Y MEMORIA DE S. M.[876].

       [876] _Colec. de documentos inéditos relativos al
       descubrimiento_, etc., tomo XXI, págs. 240 y 285.


1.º Puerto Rico es la mejor población de la isla. Los indios llamaban a
la isla Bosiguen y los españoles la denominaron Puerto Rico, a causa de
la riqueza del país según unos, y según otros porque el puerto era muy
bueno.

2.º El descubridor y conquistador de la isla fué Juan Ponce de León,
natural de San Terbás del Campo.

3.º El clima es muy bueno.

4.º La superficie de la isla es muy áspera y montuosa, habiendo muchos
ríos y arroyos. Carece de pastos para los ganados, abundando en cambio
los árboles llamados Guayabo, que dan una fruta como manzanas, alimento
de las vacas, puercos y aves.

5.º Cuando se ganó la isla había unos 1.000 indios y 500 indias; pero a
la sazón eran muy pocos.

6.º La altura y elevación del pueblo de Puerto Rico se conoce por el
eclipse que estudió Juan Ponce de León por mandado de Juan de Céspedes,
gobernador de la isla.

7.º La villa denominada Nueva Salamanca o San Germán el Nuevo, fué
fundada por el gobernador Francisco de Solís con los restos de la
población Guadanylla, que estaba al Sur de la isla, quemada por indios
caribes y robada por los franceses. También Salamanca ha sido robada
por los franceses.

8.º Nada.

9.º La ciudad de Puerto Rico, cabeza de la isla, la fundó Juan Ponce
de León en el año 21 y de su nombre la llamó San Juan. Despoblada la
población llamada Parra, a causa de las malas aguas, se trasladó a
tierra más saludable y distante legua y media; la nueva población fué
San Juan.

10. El sitio de la ciudad de Puerto Rico es llano, levantándose en el
sitio más elevado un convento de frailes dominicos.

11., 12. y 13. Nada.

14. Los indios de Puerto Rico, gente mansa, peleaban, los de la costa
de la mar con flechas y arcos, y los de tierra adentro con palos a
modo de bastones; temían a los indios de la parte de Levante que eran
caribes o antropófagos.

15. En cada valle había un cacique, y bajo sus órdenes estaban otros
capitanes (dibaynos); los españoles sacaron a los indios de sus
respectivos pueblos para llevarlos a las minas, siendo ello la causa
del acabamiento de la raza.

16. En la isla no hay pueblo alguno de indios; los españoles tienen la
ciudad de San Juan de Puerto Rico y la villa de la Nueva Salamanca;
esta población está en una sierra y el agua se halla lejos.

17. Las enfermedades más peligrosas en la isla son los pasmos, y se
curan bebiendo el zumo de la yerba que llaman tabaco o aplicando fuego
a la nuca o abajo de los riñones.

18. A la parte Sueste de la ciudad de San Juan hay una sierra que
llaman de Loquillo, distante 10 leguas, cuyo nombre dieron los
españoles porque en ella se cobijó un cacique que por espacio de algún
tiempo tuvo en jaque a los cristianos; otra parte de la sierra se
denominaba de Furudi, que quiere decir cosa llena de nublados, y hay
una tercera que tenía el nombre de Espíritu Santo.

19. A una media legua de San Juan se encuentra el río Bayamón, por
el cual suben barcos para el servicio de la ciudad, y en sus riberas
hay haciendas de conucos, donde se hace el cazabe, que es el pan de
esta tierra, y maíz, y donde se crían muchos plátanos. Otro río que se
llama Toa está legua y media distante de la ciudad de San Juan y nace
a 14 leguas en la sierra de Guabate; en la ribera del río se halla un
árbol llamado leyba en lengua de indios, que en su tronco quiso un
carpintero, de nombre Pantaleón, hacer una capilla y en ella un altar
donde se dijera misa. Otro río que dicen Cebuco, al Oeste de la isla,
es pequeño; en sus riberas se cría mucho ganado vacuno y porcuno.
Considérase el río Guayanes casi tan grande como el Toa, y en sus
riberas hubo muchas haciendas; también mencionaremos los ríos Arrecibo,
Camuy, Guataca, Culibrina, Guaurabo, Guaynabo, Guadianylla, Triaboa,
Xacagua, Cuamo, Albeyno, Guayama, Unabo, Guayamy, Jumacao, Pedagua,
Fajardo, Río Grande y otros.

20 y 21. Nada.

22. Entre los árboles silvestres se halla el _maga_, de cuya madera
hacían mesas, camas y otras obras de carpintería; del _capa_, árbol
parecido a la encina, se servían para hacer navíos, casas, etc.; del
_ucar_ fabricaban prensas, cureñas etcétera, y del _añón_ comían
la fruta. Considerábanse como medicinales los árboles _guayacán_ y
_palo-sano_.

23. En la isla se crían granados, higueras, parras, naranjos, cidras,
toronjas limoneros y limeras, etc.

24. Nada.

25. Las semillas de coles, lechugas, rábanos, nabos, etc., procedentes
de España, fructifican en la isla.

26. En Puerto Rico abundan los vegetales medicinales: las hojas del
arbolito que se llama higuillo pintado tiene la propiedad de curar las
heridas, como también sucede lo mismo con el árbol del bálsamo y con el
denominado Santa María; del manzanillo se cuenta que los que se echan a
su sombra se levantan hinchados, y de la yerba conocida con el nombre
de quivey se dice que es venenosa, muriendo en seguida el animal que la
come.

27. Abundan los puercos montesinos, procedentes de los que se trajeron
de España, y también las gallinas de Guinea, que trajo el año 49 Diego
Lorenzo, canónigo de Cabo Verde.

28. En toda la isla se encuentran nacimientos de oro, de plata y de
otros metales, que no se explotan, a causa «de acabarse los indios y de
encarecerse los negros.»

29. Nada.

30. Las salinas principales se hallan en Cabo Rojo y en Guanica.

31. Muchas de las casas de la ciudad de Puerto Rico son de tapiería
(mezcla de barro colorado arenisco, cal y tosca de piedra) y ladrillo,
cubiertas de teja y algunas con azotea; no pocas casas se hacen con
maderos clavados en el suelo y con tablas de palmera, cubiertas con
teja.

32. Sobre la mar, puerto y barra de la ciudad de Puerto Rico está
la fortaleza con una plataforma en donde se colocan doce piezas de
artillería. A la entrada del puerto, en un fuerte que llaman el Morro,
hay colocadas seis piezas medianas de bronce. El puerto sería fuerte e
inexpugnable, si se colocasen dos pedreros y dos culebrinas gruesas,
pues la fortaleza tiene buenos aposentos, salas, dos algibes de agua,
etc.

33. Los tratos, contrataciones y grangerías de que viven los españoles
de la Isla consiste en fábricas de cueros de los ganados vacunos, en
ingenios de azúcar que hay once en la Isla, en cazabe, algo de maíz y
jengibre. En los once ingenios se hacen anualmente quince mil arrobas
de azúcar, y no se hace más por el escaso número que hay de negros.

34. El obispado reside en la ciudad de Puerto Rico y su metropolitano
es el arzobispado de la Isla Española.

35. En la ciudad de Puerto Rico hay Iglesia Catedral que a la vez es
parroquial y tiene las siguientes dignidades: Deán, Chantre, cuatro
canónigos, dos racioneros, un cura y varios capellanes; en la ciudad de
la Nueva Salamanca existe Iglesia parroquial.

36. También hay en Puerto Rico un convento de frailes dominicos; la
Capilla Mayor fué fundada por García Troche, alcalde y contador de S.
M. en la Isla, padre de Juan Ponce de León; otra Capilla la fundó Juan
Guilarte de Salazar y doña Luisa de Vargas, su cuñada.

37. Existe en la ciudad de Puerto Rico un hospital de la Concepción de
Nuestra Señora, fundado por Pedro de Herrera el año 24; tiene de renta
unos 3.000 pesos. Existe otro hospital que llaman de San Ildefonso,
fundado por D. Alonso Manzo, primer obispo de la Isla, Inquisidor
general de las Indias y electo arzobispo de Granada.

38. La banda del Norte de la Isla no tiene puerto para las naves, pues
la costa es brava, con muchos bajos y arrecifes; la banda del Sur tiene
muchos y buenos puertos.

39. Nada.

40. Las mareas en la Isla son pequeñas; las mayores se verifican en las
conjunciones y oposiciones de la luna, cuando la luna sale o se pone;
la de la noche es mayor que la del día.

41. En la costa del Norte de la Isla, viniendo de la cabeza de ella
hacia el Oeste, se encuentra la punta de Cangrejos; luego, corriendo
de Norte Sur hasta el Cabo Rojo está la baya de San Germán, donde
antiguamente estuvo e pueblo así llamado, y después se hallan muy
grandes bajos. Desde el puerto de Vargas al de San Germán, por entre
arrecifes y la tierra de la Isla, pueden ir navíos pequeños, habiendo
también otras ensenadas que llaman puerto Trances y puerto de Pinar.
Desde el Cabo Rojo, por la banda del Sur de la Isla, yendo al Este,
está el puerto de Guanica, el mayor que hay en todas las Indias;
antiguamente estuvo allí el primer pueblo, que se despobló, porque
los indios se alzaron y mataron a D. Cristóbal Sotomayor (hijo de la
condesa de la Mina y secretario del Rey Católico) que era teniente de
Juan Ponce de León, el Adelantado; no se tornó a reedificar por los
muchos mosquitos que había en el país. Dos leguas por la costa hacia
el Este se halla el puerto de Guadanilla, donde estuvo el pueblo así
llamado y que quemaron los caribes; y cinco leguas más arriba el puerto
de Mosquitas, al abrigo de la Isla de Antías. Tomó dicho nombre la
isla de unos animalejos parecidos a conejos que se llaman antías, y
tienen la cola como ratón, aunque más corta. Más adelante y a unas
dos leguas y media hacia Este se encuentra el puerto de Cuamo, en el
cual se han hallado gran cantidad de ostras de perlas, si bien ninguna
viva ni perlas. Siguiendo la dicha costa se toca con el puerto de
Aleey, puerto bueno, pero no cerrado; luego aparecen muchas isletas,
llamadas las _bocas de los infiernos_, donde se ven puertos sumamente
abrigados. Aparece después el gran puerto de Guamany, en seguida bayas
y surgidores buenos, inmediatamente el puerto de Guayama y dos leguas y
media más adelante el puerto de Maunabo. Otras dos leguas y media más
adelante está el puerto de Jubucoa y desde dicho puerto a la cabeza de
San Juan habrá cuatro leguas.

Fírmalo el Bachiller Santa Clara.

Tiempo adelante aprobó S. M. el bando publicado por el gobernador de
Puerto Rico, imponiendo pena de la vida a los que extrajesen ganado
vacuno y de cerda para las colonias extranjeras (16 de enero de
1777).[877]

       [877] _Arch. hist. nacional.--Cedulario índico de Ayala_,
       letra B, Documento 3.



D

  ESCRITURA DE COMPAÑÍA ENTRE PIZARRO, ALMAGRO Y LUQUE[878].

       [878] _Libro primero de Cabildos de Lima_, Parte tercera,
       págs. 131-134-1888.


En el nombre de la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo,
tres personas distintas y un solo Dios verdadero; y de la Santísima
Virgen Nuestra Señora, hacemos esta compañía.

Sepan cuantos esta carta de Compañía vieren, como yo Don Fernando de
Luque, clérigo presbítero, vicario de la Santa Iglesia de Panamá, de
la una parte, y de la otra el capitán Francisco Pizarro y Diego de
Almagro, vecinos que somos en esta ciudad de Panamá, decimos: que somos
concertados y convencidos, de hacer y formar compañía, la cual sea
firme y valedera para siempre jamás en esta manera: Que por cuanto nos
los dicho capitán Francisco Pizarro y Diego de Almagro tenemos licencia
del señor gobernador Pedro Arias de Avila para descubrir y conquistar
las tierras y provincias de los reinos llamados del Perú, que está, por
noticia que hay, pasado el golfo y travesía del mar de la otra parte
y porque para hacer la dicha conquista y jornada y navíos y gente y
bastimento y otras cosas que son necesarias, no lo podemos hacer por
no tener dinero y posibilidad tanta cuanta es menester; y vos el dicho
Don Fernando de Luque nos los dais porque esta compañía la hagamos
por iguales partes: somos contentos y convenidos de que todos tres
hermanablemente, sin que haya de haber ventaja ninguna más el uno que
el otro, ni el otro que el otro, de todo lo que se descubriere, ganare
y conquistare, y poblar en los dichos reinos y provincias del Perú:

Y por cuanto nos el dicho Don Fernando de Luque nos disteis y poneis
de puesto por vuestra parte en esta dicha compañía para gastos de la
armada y gente que se hace para la dicha jornada y conquista del dicho
reino del Perú, veinte mill pesos en barras de oro y de á cuatrocientos
y cincuenta maravedís el peso, los cuales los recibimos luego en
las dichas barras de oro que pasaron de vuestro poder al nuestro en
presencia del escribano de esta carta, que lo valió y montó; y yo
Hernando del Castillo doy fe que los vide pasar los veinte mil pesos
en las dichas barras de oro y lo recibieron en mi presencia los dicho
capitán Francisco Pizarro y Diego de Almagro y se dieron por contentos
y pagados de ello. Y nos los dichos capitán Francisco Pizarro y Diego
de Almagro ponemos de nuestra parte en esta dicha compañía la merced
que tenemos del dicho señor gobernador y que la dicha conquista y reino
que descubriéremos de la tierra del dicho Perú, que en nombre de S.
M. nos ha hecho, y las demás mercedes que nos hiciere y acrescentare
S. M. y los de su Consejo de las Indias de aquí adelante para que de
todo goceis y hayais vuestra tercera parte, sin que en cosa alguna
hayamos de tener más parte alguno de nos, el uno que el otro, sino
que hayamos de todo ello partes iguales. Y más ponemos en esta dicha
compañía nuestras personas y el haber de hacer la dicha conquista y
descubrimiento con asistir con ellas en la guerra todo el tiempo que
se tardare en conquistar, y ganar y poblar el dicho reino del Perú,
sin que por ello hayamos de llevar ninguna ventaja de lo que vos el
dicho Fernando de Luque llevaredes, que ha de ser por iguales partes
todos tres, así de los aprovechamientos que con nuestras personas
tuvieremos y ventajas de las partes que nos cupieren en la guerra y
en los despojos y ganancias y suertes que en la dicha tierra del Perú
hubieremos y gozaremos, y nos cupiere por cualquier vía é forma que
sea así á mí el dicho Francisco Pizarro como á mí Diego de Almagro,
habeis de haber de todo ello y es vuestro, y os lo daremos bien y
fielmente, sin defraudaros en cosa alguna de ello, la tercera parte,
porque desde ahora en lo que Dios Nuestro Señor nos diere, decimos
y confesamos que es vuestro y de vuestros herederos y sucesores, de
quien en esta dicha compañía sucediere y lo hubiere de haber, en
vuestro nombre se lo daremos y le daremos cuenta de todo ello á vos
y á vuestros sucesores, quieta y pacificamente, sin llevar más parte
cada uno de nos que vos el dicho Don Fernando de Luque, y quien vuestro
poder hubiere y le perteneciere; y así de cualquier dictado y estado de
señorío perpetuo, ó por tiempo señalado que S. M. nos hiciere merced en
el dicho reino del Perú, así á mí el dicho capitan Francisco Pizarro,
ó á mí Diego de Almagro, ó á cualquiera de nos, sea vuestro el tercio
de toda la renta y estados y vasallos que á cada uno de nos se nos
diere é hiciere merced en cualquiera manera ó forma que sea en el dicho
reino del Perú, por vía de estado, ó renta, repartimiento de indios,
situaciones, vasallos, seais señor y goceis de la tercera parte de
ello como nosotros mismos, sin adicion ni condicion ninguna, y si la
hubiere y alegaremos, yo el dicho capitan Francisco Pizarro y Diego de
Almagro, y en nuestros nombres nuestros herederos, que no seamos oidos
en juicio ni fuera de él, y nos damos por condenados en todo y por todo
como en esta escritura se contiene para lo pagar y que haya efecto; y
yo el dicho Don Fernando de Luque hago la dicha compañía en la forma
y manera que de suso está declarado, y doy los veinte mil pesos de
buen oro para el dicho descubrimiento y conquista del dicho reino del
Perú, á pérdida ó ganancia, como Dios Nuestro Señor sea servido, y de
lo sucedido en dicho descubrimiento de la dicha gobernacion y tierra,
he yo de gozar y haber la tercera parte, y la otra tercera para el
capitan Francisco Pizarro, y la otra tercera para Diego de Almagro,
sin que el uno lleve más que el otro así de estado de señor como
de repartimiento de indios perpetuos, como de tierras y solares, y
heredades, como de tesoros y escondijos encubiertos, como de cualquier
riqueza ó aprovechamiento de oro, plata, perlas, esmeraldas, diamantes
y rubíes y de cualquier estado y condicion que sea, que los dichos
capitan Francisco Pizarro y Diego de Almagro hayais y tengais en el
dicho reino del Perú me habeis de dar la tercera parte. Y nos el dicho
capitan Francisco Pizarro y Diego de Almagro decimos que aceptamos la
dicha compañía y la hacemos con el dicho Don Fernando de Luque de la
forma y manera que lo pide él y lo declara para que todos por iguales
partes hayamos en todo y por todo, así de estados perpetuos que S.
M. nos hiciese mercedes en vasallos ó indios ó en otras cualesquiera
rentas, goce el derecho Don Fernando de Luque, y haga la dicha tercia
parte de todo ello enteramente y goce de ello como cosa suya desde
el dia que su Magestad nos hiciese cualesquiera mercedes como dicho
es. Y para mayor verdad y seguridad de esta escritura de compañía y
de todo lo en ella contenido, y que os acudiremos y pagaremos nos los
dicho capitan Francisco Pizarro y Diego de Almagro á vos el dicho
D. Fernando de Luque con la tercia parte de todo lo que se hubiere
y descubriere, y nosotros hubieremos por cualquier vía y forma que
sea; para mayor fuerza de que lo cumpliremos como en esta escritura
se contiene, juramos á Dios Nuestro Señor y á los Santos Evangelios
donde más largamente son escritos y están en este libro Misal, donde
pusieron sus manos el dicho capitan Francisco Pizarro y Diego de
Almagro, hicieron la señal de la cruz en semejanza de esta + con sus
dedos de la mano en presencia de mi el presente escribano, y dijeron
que guardarán y cumplirán esta dicha compañía y escritura en todo y por
todo, como en ella se contiene, sopena de infames y malos cristianos, y
caer en caso de menos valer, y que Dios se lo demande mal y caramente;
y dijeron el dicho capitan Francisco Pizarro y Diego de Almagro, amén;
y así lo juramos y le daremos el tercio de todo lo que descubrieremos
y conquistaremos y poblaremos en el dicho reino y tierra del Perú; y
que goce de ello como nuestras personas en todo aquello en que fuere
nuestro y tuvieremos parte como dicho es en esta dicha escriptura,
y nos obligamos de acudir con ello á vos el dicho Don Fernando de
Luque y á quien en vuestro nombre le perteneciere y hubiere de haber,
y les daremos cuenta con pago de todo ello cada y cuando que se nos
pidiere, hecho el dicho descubrimiento y conquista y poblacion del
dicho reino y tierra del Perú; y prometemos que en la dicha conquista y
descubrimiento nos ocuparemos y trabajaremos con nuestras personas sin
ocuparnos en otra cosa hasta que se conquiste la tierra y se ganare;
y si no lo hicieremos, seamos castigados por todo rigor de justicia
por infames y perjuros; seamos obligados á volver á vos el dicho
Don Fernando de Luque los dichos veinte mil pesos de oro que de vos
recibimos. Y para lo cumplir y pagar y haber por firme todo lo en esta
escriptura contenido, cada uno por lo que le toca renunciaron todas
y cualesquier leyes y ordenamientos y pramaticas y otras cualesquier
constituciones, ordenanzas que estén fechas en su favor, y cualesquiera
de ellos para que aunque las pidan y aleguen, que no les valga. Y valga
esta escriptura dicha, y todo lo en ella contenido, y traiga aparejada
y lista la debida ejecución así en sus personas y bienes habidos y por
haber, segun dicho es y dieron poder cumplido á cualesquier justicia y
jueces de S. M. para que por todo rigor y más breve remedio de derecho
les compelen y apremien á lo así cumplir y pagar, como si lo que
dicho es fuese sentencia definitiva de juez competente pasada en cosa
juzgada; y renunciaron cualesquier leyes y derechos que en su favor
hablan, especialmente la ley que dice: «Que general renunciacion de
leyes no vale.» Que es fecha en la ciudad de Panamá á diez días del
mes de marzo, año del nacimiento de Nuestro Salvador Jesucristo de mil
quinientos veinte y seis años: testigos que fueron presentes á lo que
dicho es, Joan de Panés, y Alvaro del Quiro, y Joan de Vallejo, vecinos
de la ciudad de Panamá, y firmó el dicho Don Fernando de Luque y porque
no saben firmar el dicho capitan Francisco Pizarro y Diego de Almagro,
firmaron por ellos en el registro de esta carta Joan de Panés y Alvaro
del Quiro, á los cuales otorgantes yo el presente escribano doy fe que
conozco.--Don Fernando de Luque.--A su ruego de Francisco Pizarro,
Joan de Panés.--A su ruego de Diego de Almagro, Alvaro del Quiro.--E
yo Hernando del Castillo, escribano de S. M. y escribano público y del
número de esta ciudad de Panamá, presente fuí al otorgamiento de esta
carta y la fice escribir en estas cuatro fojas con esta, y por ende
fice aquí este mi signo á tal en testimonio de verdad.--Hernando del
Castillo, escribano público.



E

  CARTA DEL LICENCIADO CRISTÓBAL VACA DE CASTRO AL EMPERADOR DON
  CARLOS, PARTICIPÁNDOLE EL ASESINATO DEL MARQUÉS DON FRANCISCO
  PIZARRO Y LA REBELIÓN DE DON DIEGO DE ALMAGRO, EL MOZO.--Quito, 15
  de noviembre de 1541[879].

       [879] _Cartas de Indias_, págs. 465-473.--Madrid, 1877.


  Sacra Cesarea Catholica Magestad:

Por otras he escrito á V. M. como fué Dios servido que en el galeon
en que venia de Panamá, no pudiese tomar la tierra del Perú por la
via de Puerto Viejo, y arribé á un puerto de Andagoya, que se dice la
Buena Ventura, desde donde se viene á esta tierra por la governaçion
de Popayán; y cómo en Cali estove tres meses á la muerte, y de allí,
durante la enfermedad, puse en paz á los governadores Venalcaçar y
Andagoya, que estavan para se matar; y luego que enbié al puerto que he
dicho, enbié una caravela á Lima y puertos del Perú á que supiesen cómo
avia llegado allí; y desde Cali hize mensagero por tierra hasta aquí, á
Quito, para que desde aquí se enbiasen las cartas á Lima, é asy se hizo.

Antes que llegase á esta çiudad, supe cómo los de Chile y parte de don
Diego de Almagro habian muerto al marqués D. Francisco Pizarro, y luego
lo escrebí á V. M. por la via del puerto do arribé; después acá, heme
detenido algunos dias en escrevir á V. M., por poder escrevir algunas
cosas determinadas y muestra de tiempo.

Segun he sabido por cartas de personas que estaban en compañía y
conformidad de aquella gente y de algunos que aquí han venido, y por
otras vias, el matar al Marqués estava acordado entre ellos dias ha, y
ansí a mucho tiempo que ellos conpran armas y an allegado á sí la gente
que han podido, aunque esperavan que viniese juez y si no quitase la
governaçion luego al Marqués é le degollase, matar á los dos; y así
tenian acordado de lo hazer conmigo. Despues que supieron por cartas
que les escrivieron de corte y se lo publicó el Marqués y su secretario
que yo no traya poderes para hazer lo que ellos querian y me tuvieron
por muerto, executaron su propósito en la muerte del Marqués y en
alçarse con la tierra, que es lo que se deseavan y así lo paresçe por
las cossas é delitos que despues han hecho, de que daré aquí cuenta á
V. M.

Un Juan de Errada, que hera como curador de Don Diego, hijo del
adelantado Almagro, con otros diez que fueron con él, salieron de la
casa de Don Diego, aviendo poco que el Marqués avia venido de misa, y
no estavan con él sino su hermano Françisco Martín y un Francisco de
Chaves, y fueron dando bozes por la calle «mueran traidores», sacadas
las espadas y armadas dos vallestas y un arcabuz; y entrando en la
casa del Marqués, toparon en la escalera con Francisco de Chaves, que
se yva á su casa, y allí le mataron, y á dos criados suyos; y entre
tanto el Marqués se vistió unas coraças; y dos pajes que defendian la
camara á do estava, los mataron, y despues al Marqués con un pasador
que le dieron por los pechos, y al Francisco Martín tanbien; y el
Marqués se defendió valientemente y mató á uno de los contrarios; y
entre tanto que esto pasava, el Don Diego con algunos de acavallo por
las calles, que no saliese nadie de sus casas á ympedir aquel hecho;
y luego hizieron resçebir por governador al Don Diego; y á los que en
el cabildo contradixeron, que fué el liçenciado Benito de Caravajal y
Diego de Aguero, los prendieron y quisieron degollar; y hecharon al
Marqués y á su hermano en la Plaça cabe la picota, como á dos hombres
comunes y mal hechores, y alli estovieron hasta la tarde, que un
Barbaran los hechó en una sepoltura entrambos. Saquearon las casas de
Francisco Martín y de Francisco de Chaves y de Antonio Picado; tomaron
las naos que estavan en el puerto y les quitaron las velas y timones;
tomaron á todos los de la çiudad los cavallos é armas; no les dan
lugar que hombre ninguno salga fuera; tienen guardas en los caminos;
degollaron publicamente á un Horiguela, dos ó tres días despues que
llegó á Lima de Panamá, dizen que porque los llamó traydores y por
alborotador; dízese que han hecho lo mismo de Picado; tienen voluntad y
ponenlo por obra de hazer lo mismo con los amigos y parte del Marqués.
Y sabiendo mi venida, no han enbiado ni escrito, antes enbiaron á un
Garçia de Alvarado á los pueblos de la costa, Truxillo y Piura, con
çiento y çinquenta hombres, en un galeon grande, que era del Marqués,
para me prender, y sino hiziera lo que ellos querian, matarme; y allí
tomó las armas y cavallos á los vezinos, é á muchos el oro é plata é
todos los dineros que allí hallaron de difuntos, que algunos, Maçuelas
y otros, avian allegado; y en el camino prendieron á un Cabrera con
otros veynte é çinco que venian para mí, é al Cabrera é á un Bozmediano
y un Villegas degollaron en San Miguel publicamente, y tambien diz que
por alborotadores, que por tales tienen á todos los que quieren servir
á V. M. Dízese que á un Caçeres é un Cardenas, que llevaban en el
galeon presos avian degollado en Truxillo; prendieron á un liçenciado
Leon, que venia agora de España, en San Miguel, que hazia lo que allí
tocava en servicio de V. M., y muy bien.

Dicen que han enbiado á V. M., y publican que para que los perdone y
haga merçedes; y esta ni es fidelidad ni voluntad de obedesçer, syno
dar manera de dilaçión en el obedesçer las provisiones que yo trayo
de V. M., entre el yr y venir, y rehazerse en este tiempo para su
proposito, si pudiesen. Esto es lo que, de su parte de estos, se á
hecho hasta agora.

Lo que de mi parte se á hecho es, que luego que supe, aunque por
ynçierta nueva, en Popayán, la muerte del Marqués, escreví al
governador Venalcaçar que no se fuese de Cali hasta ver otra mia;
escriviome que él la tenia por çierta y por esto queria venir á Quito
comigo: así lo hizo, puesto que me a detenido aquí algunos dias
esperándole.

Despues que supe la certinidad de la muerte del Marqués, escreví luego
y enbié mensageros á los capitanes que estavan en entradas desta parte
de Lima, á Alonso de Alvarado que estava en los Chachapoyas, é a un
capitan Juan Pérez, que estava ay çerca, é a un Verdugo, que a dereçado
çierta fortaleza cabe Caxamalca y está dentro con quarenta hombres,
con yntençion de defenderse de los de Chile, sy viniesen; y al capitan
Vergara, que estava en los Bracamoros. Y todos han holgado mucho con
saber mi venida, y anme respondido que estavan todos aparejados para
se juntar comigo en el camino, á do yo les escriviere, y con mucha
afiçion de servir a V. M. Al capitan Alonso de Alvarado enbió Don
Diego de Almagro á requerir que se juntase con él; é mandandoselo como
governador, él les respondió que fuesen para traydores, que el avia de
servir á V. M.; y así me a escripto que, aunque viniesen todos contra
él, tenia aparejo para se defender; y lo mismo me escribió el cabildo
de la Frontera, un lugar que se a poblado en los Chachapoyas.

Screvi luego asimismo al cabildo del Cuzco y personas particulares,
y enbié el traslado auténtico por dos escribanos de la provision de
governador que V. M. fué servido de darme y el testimonio de cómo aquí
fuy resçebido por ella, y poder para la presentar y requerir. Escreví
á un capitan Per Alvarez Holguín, que estava con çiento é çinquenta
hombres en la tierra del Cuzco, que yva á una entrada; y despues
escreví á Lima y enbié el mismo despacho por quatro vias, con cartas
para el cabildo y para otras personas que solían ser de su parte, y
agora les son contrarios, como es Gomez de Alvarado y otras personas
de calidad. Escreví al Don Diego y enbié dos personas á la çiudad por
espías, para que me escrivan lo que pasa ó venga uno; presto me verná
de todos respuestas; y escreví á los pueblos de la costa y personas
particulares della, y estaran todas de seruicio de V. M.

Y la gente que deste recaudo y provision se podrán juntar comigo, son
el governador Venalcaçar, que á traido quarenta hombres, y a enbiado
por otros çiento; alcançarme an en el camino, segun él dize. Muestra
mucha voluntad de servir á V. M. De los capitanes Alonso de Alvarado
y Juan Perez y Verdugo, dozientos; del capitan Vergara, çiento; de
esta çiudad, con la copia de gente que ha venido á se juntar comigo y
servir á V. M., saldrán más de dozientos; de los pueblos de la costa,
con algunos pueblos de los de la sierra é gente que se an ydo allá
al tiempo que vino á la costa García de Alvarado, çiento y çinquenta
onbres y tengo por çierto que açercandome házia Lima, en Truxillo ó
Caxamalca se me verná copia de gentes; por que, á lo que entiendo,
hasta las piedras se querían levantar contra esta gente, y á lo que me
han escripto, personas de credito, mucha de la gente que está con el
don Diego, sabido que voy y llevo poder de governador, tienen voluntad
de se venir para mi, y así lo dicen publicamente al don Diego; y para
esto se dará en Lima de mi parte la manera que conviniere. Todas andan
haziendo ynformaçiones que no fueron en la muerte del Marqués.

Demás desto, espero alguna gente de Panamá y Nicaragua, adonde enbié
personas de recaudo por armas y cavallos, porque supe que en los que
se avian de juntar conmigo avia falta de estas cosas, y provey que
traxesen dos navíos con la gente que estoviese aparejada, para señorear
la costa y que no se vayan estos ni hagan los daños que hazen. Escreví
a los oydores é al governador de Nicaragua é Guatimala é Mexico que,
si por allí fuesen personas de acá, les prendiesen é secrestasen
sus bienes é lo que llevasen, hasta hazerlo saber á V. M., ó se me
escriviese.

A Gonçalo Piçarro, que es entrado á la Canela con dozientos hombres
bien aderezados, enbié á llamar con quarenta hombres bien armados, y no
pudieron yr más de treynta ó quarenta leguas, por estar toda la tierra
de guerra, y supieron cómo Gonçalo de Piçarro está ya tan adentro y tan
lejos de aquí, que, si no enbiase tantos como él llevaua y con tan buen
recaudo, no podría aprovechar de alcançarles, ni pasar adelante, porque
la tierra está toda de guerra y los ríos grandes y el camino lexos; y
porque todavia fuera poner en aventura la gente que á esto enbiase, y
la tardança que podrían hazer, quise más conservar esto aquí, por la
necesidad que al presente se muestra, y así enbié á que se viniesen los
quarenta hombres, que no podían pasar adelante.

En el Cuzco resçibieron á don Diego por Gobernador, y algunos vezinos
se salieron, y á subçedido, que despues que llegaron mis cartas y
despachos, que se metió dentro Pero Alvarez Holguín, con la gente que
tenía y un capitan de arcabuzeros Pedro de Castro é un capitan Diego de
Rojas, con la gente que tenia, é un Gomez de Tordoya é otros, é toda
la gente de los Charcas é Arequipa, que quedó despoblada; y enbiaron á
llamar á Pero Anzures, que estava en çierta entrada çerca, é á un Don
Alonso de Montemayor, que yva con çien honbres de parte de don Diego
al Cuzco, y le prendieron, y alguna gente de la que con él yva, se
fué al Cuzco de su voluntad. A se sabido esto por cartas de Lima, que
an venido a Truxillo é á San Miguel é porque por parte de don Diego
se enbió á llamar á Garçía de Alvarado, que estava en la costa, como
he dicho, con gente, diziendole lo que pasaba en el Cuzco, que fuese
luego, porque el don Diego, con toda su compañía queria yr sobre él,
diziendo que estava alçado, como si fuera por el turco, estando en
servicio de V. M.; y así se partió el Garçía de Alvarado con toda su
gente para Lima. Dizen que ay en el Cuzco quinientos hombres y muy
bien armados y mill negros y con sesenta pieças de artilleria; porque,
demás de la que allí avia, se llevó toda la que traxo á Arequipa una
nao gruesa bien armada, de las del obispo de Plasençia, que pasó el
Estrecho y quedó allí en Arequipa; y más una pipa de pólvora que traya;
demás de traer consigo un Candia, que hace cada día muniçion. El don
Diego y sus prinçipales no pueden sacar la gente de Lima, que dizen
que no quieren yr ni pelear contra christianos: esto me escrivió agora
un Aguilera, de Guamachuco, que vino allí poco ha de Lima, y otras
personas, por cosa çierta.

Y lo que acá paresçe y se puede colegir de todo, es, aunque el fin de
la guerra es dudoso, que estos no se pueden sustentar, porque, si van
al Cuzco, puedoles tomar las espaldas é la tierra, sy vienen á esta
parte, los del Cuzco hazen lo mismo; si estan quedos, juntamonos los
unos y los otros y somos dos tantos; y aunque tomasen el Cuzco, que
no se sabe cómo, segund son muchos é aperçebidos los de dentro, ay
muchas causas para que sea tan reñido el negocio, que los de Chile an
de perder mucha parte de su gente, y aunque sea poca, no queda para
sostener ni hazer rostro, y los que quedaren del Cuzco se an de juntar
comigo, porque saben que, de los que tomaren, no an de dexar ninguno.

Esto es, en caso que, los de don Diego no se viniesen para mí algunos,
que creo que serán muchos. Y como yo tenga de mi parte razon y
justiçia, á quien Nuestro Señor Dios siempre corresponde, y la boz de
V. M., tengo confiança que haré justicia destos, tan exemplar como
latroçidad de sus delitos lo requieren, sin rompimiento ni batalla, que
esta se á de escusar de mi parte lo que pudiere.

Tengo en mi compañía capitanes y personas cuerdas, sin las que se me an
de juntar, y esperimentados, que se an hallado en la tierra é cosas en
ella acaeçidas y en otras conquistas, servidores de V. M.; y ansí, todo
lo de açá se tratará con la buena diligençia y buen consejo que ser
pudiere, para dar á V. M. la cuenta que soy obligado.

Aunque yo tenía gran pena del trastorno de mi jornada, paresçe, segund
muestran los negoçios, guiada por Dios; porque á executar esta gente la
desverguença que tenian conçertada, la tierra se perdia, y en venir por
este puerto de Quito, se á podido hazer y proveer lo que conviene, sin
estorvo, que á ninguna parte llegara que lo pudiera hazer.

En las cosas que se an de hazer acá se entenderá, dando lugar el
tiempo. Aquí se á començado á tomar quenta á los ofiçiales que agora
ay, y todo anda mal parado, porque, desde que se ganó la tierra, no se
á tomado cuenta y son muertos los oficiales syn tener fianças. A los
principios no hubo libros de cuentas, syno papeles; dizen que no avia
papel en la tierra, sacarse á en limpio lo posible y enbiaré á V. M.
la relaçión de la cuenta y cobrança; y estando pacífica esta tierra,
que será presto, plaziendo á Dios, queda aparejada para se poblar y
hordenar lo de la hazienda, de manera que V. M. lleve más que hasta
aquí; y tambien lo que toca á la justiçia y chistiandad y reformacion
de la tierra, que hasta agora está hecho poco; deve aver sido la causa,
las alteraçiones que ha avido.

A lo que he entendido desta provincia y Tierra Firme, me paresçe que
estaria mejor el Audiençia en esta que en Panamá, porque casi todos los
pleitos de allí son de esta tierra, y de Panamá y Nicaragua vienen aquí
dos veçes en el año con su mercaduria, y podrian enbiar sus causas;
y á Cartagena, tan bien le está yr á Santo Domingo como á Panamá,
que con vendoval, es tan poco yr allí, como al Nombre de Dios, y muy
pocas causas vienen de allí á Panamá, porque muchos de los que van á
pleitos á Panamá se mueren de la enfermedad que allí ay, y si el pleito
es largo no pueden allí asistir por la careza de la tierra y en esta
provincia haria mucho provecho el Audiencia. V. M. provea lo que más
fuere servido que será lo mejor.

Dizcese tambien acá, que allá se trabta de la entrada donde se tiene
por çierto que ay lamina de esmeraldas. Sepa V. M. que ay acá quien
la tome y lo haga bien á su costa syn partidos, sino que pueble la
tierra y se reparta, y la mina quede por de V. M.; y para que se vea
quan bien la busca, que ponga yo un vehedor ó dos. En semejantes cosas
y otras que de acá se podrán pedir y escrevir V. M. se detenga hasta
escrevirme, porque de todo podré enbiar desde acá çierta relaçion y lo
que á mi paresçiere, sy V. M. mandare.

Llegado aquí con esta carta, vino á mi un mensagero de don Diego de
Almagro y truxo solas dos cartas; una suya y otra del liçenciado
Rodrigo Niño, que agora vino de España é luego fué á ser regente de don
Diego. Lo que la carta de don Diego, en efecto, dezia es, contar las
causas que huvo para la muerte del Marqués, y no concluye en que yo
vaya ni obedesçer, sino que mirado por mi lo uno y lo otro, haga lo que
fuere serviçio de Dios y de V. M. Quando este mensagero de allí partió,
no heran llegados los mios, segund él dize. Escribeme el Rodrigo Niño,
entre otros desvarios, que no vaya yo allá hasta que venga respuesta
de V. M., porque vea la voluntad que estos tienen, yo respondí á todo
lo que convenia, y en esto no ay más que dezir. De Truxillio y de
otras partes me an escripto el don Diego y sus secazes enbian á mi á
Francisco de Barrionuevo y á un Oñate. Dios lo guie todo á su serviçio
y al de V. M., y como convenga al bien desta tierra.

Los yndios de la ysla de la Puna mataron á un Çepeda que los tenia á
cargo; dizenme que á su culpa. Luego se porná en ello remedio, y, para
lo uno y lo otro partiré de aquí en fin deste mes, plaziendo á Dios. El
qual guarde y prospere la vida é ymperial estado de V. M. Desta çiudad
de Quito á quince de noviembre deste año de 1541 años.

De algunas cosas, que por acá conviene se dén provisiones y cartas,
se dará allá noticia á V. M. y Consejo. Suplica á V. M. las mande
despachar.

Agora me an escrito que pasó una caravela por Paita, que venia de Lima,
y que venia en ella el obispo del Cuzco y un dotor Velazquez, casado
con una su hermana; fué teniente general del Marqués. Dizenme que viene
huyendo para mí: no sé lo çierto.

De Vuestra Cesarea Catholica Magestad, humill criado y servidor que sus
Reales pies y manos beso.--El liçenciado Vaca de Castro.



F

  CARTA DEL VIRREY D. ANTONIO DE MENDOZA AL EMPERADOR D. CARLOS,
  CONTESTANDO A UN MANDATO DE S. M. RELATIVO AL REPARTIMIENTO DE LOS
  SERVICIOS PERSONALES EN LA NUEVA ESPAÑA[880].

       [880] _Cartas de Indias_, págs. 88 y 89.--Madrid, 1877.


  Guastepeque, 10 de junio de 1549.

Reçibi la carta de V. M. hecha en Agusta á XI de hebrero, y por ella
me manda V. M. me dé priesa en hazer el repartimiento. Las condiçiones
y particularidades que V. M. manda que se miren en este negoçio son
muchas y á requerido tienpo para entendellas y para que aya razon de
todo. Negoçios de calidad que se an ofresçido, y aver andado con poca
salud, á ynpedido algo este negoçio, porque avrá un año que, estando
para yr á visitar la provinçia de Guaxaca, que es lo que me falta
de ver en toda esta Nueva España que sea de calidad, me empeçó una
enfermedad que me convino salir de México y venir á tierra caliente,
y en ella me apretó de arte que no se pensó que escapara. Yo boy
convalesçiendo y con mejoría, aunque todavía estoy en la cama y me
quedan algunas reliquias de la enfermedad, y con todo esto tengo al
cabo y casi hecho el repartimiento; mas a venido una çedula de los
gobernadores en que por ella mandan que no se den serviçios personales
de yndios para hechar á las minas, ni para sus casas, ni otros
serviçios y obras, y que los tales serviçios personales se quiten de
las tasaçiones y se buelvan á tasar y comuten en otra cossa: será
mucho estorvo y dilaçion para lo que V. M. me tiene mandado, porque
será nesçesario bolver á hazer de nuevo lo que tenía hecho, y es dar
una buelta á toda la tierra, y muy gran baja á las minas de plata, las
quales andan al presente más prósperas que hasta aqui, y cada día se
descubren en toda la tierra. En esta Nueva España, loado Nuestro Señor,
ay salud, así en los españoles como en los naturales, y toda quietud
y sosiego. Nuestro Señor, la Sacra Catholica Çesarea persona de V. M.
guarde y ensalçe con acresçentamiento de mayores reynos y señoríos,
commo sus criados deseamos. De Guastepeque 10 de junio de 1549 años.

Sacra Catholica Çesarea Magestad, muy humil criado de Vuestra Sacra
Catholica Magestad, que sus Reales pies y manos besa,

                                        D. ANTONIO DE MENDOÇA.

  _Sobre._--A la Sacra Catholica Çesarea Magestad del ynvitísimo
  Emperador Rey d'España nuestro Señor[881].

       [881] Ibidem, págs. 258 y 259.--Madrid, 1877.


  CARTA DEL PADRE PROVINCIAL FRAY ALONSO DE LA VERACRUZ AL PRÍNCIPE
  MAXIMILIANO, SUPLICANDO SUCEDA EN EL GOBIERNO DE LA NUEVA ESPAÑA AL
  VIRREY D. ANTONIO DE MENDOZA, SU HIJO D. FRANCISCO.--Nueva España,
  1.º de octubre de 1549.

  Muy alto y muy poderoso Señor:

El Spiritu Sancto sea en el alma de V. A. El oficio que al presente
tengo, aunque indigno, de la orden de Sancto Augustin en esta Nueva
Spaña, me fuerça á screvir á V. A, sobre lo que veo ser necesario en
estas partes, para el seruicio de Dios y de S. M., que como vemos que
en el cuerpo natural á los miembros de la cabeza se les comunica su
ser, vivir y hobrar, no menos en un cuerpo místico de republica, del
bien de la cabeza á los miembros redunda.

Esta Nueva Spaña, altíssimo Señor, ha tenido y tiene al presente su
felicidad y prosperidad en estar subjecta á un tan catholico Monarca
y ser acá gobernada por D. Antonio de Mendoça; y como naturalmente
las cosas deseen su conservacion, esta republica, callando, da bozes
temiendo su _interitu_, viendo que su governador y cabeza está ya
cargado, pesado y más para descansar que para trabajar. Por tanto pide
ser socorrida y será si V. A. provea en estas partes, gobierne y sea
visorey D. Francisco de Mendoça, hijo de D. Antonio de Mendoça, el
qual tiene tanto ser y valor y intilligencia de los negocios y cosas
de la tierra, que me pareze es un traslado de su padre, el qual don
Francisco, siete annos á no entiende en otra cosa sino en ver y en
los negocios de la governacion studiar; y de verdad, poderoso Señor,
que entiendo, si no me engaño, que si á tal padre otro que su hijo
sucediesse, se daría con todo al traves; porque tengo entendido que
vendría algun rey que no conociesse á Joseph, como allá en el Exodo se
dize, y fatigaría al pueblo de Israel, que a esta natural gente no la
entendería ni amaría, y de ay sucedería lo que todos los religiosos
tememos; y pues Nuestro Señor proveyó á V. A. por gobernador en essa
vieja Spaña, en esta Nueva sea puesto quien la sustente y augmente en
lo spiritual y tenporal, pues á D. Francisco de Mendoça ni le falta
saber, ni edad, ni las demás qualidades que en tales personas an de
concurrir. Nuestro Señor á V. A. prospere y estado acresciente á su
servicio. De esta Nueva Spaña, primero de octubre de 1549.

Capellán de V. A.,

                                  FRAY ALONSO DE LA VERA CRUZ,
                                                Provinçial.

  _Sobre._--(Al) muy alto y poderoso Señor Príncipe Maximiliano.



G

  CARTA DEL LICENCIADO PEDRO DE LA GASCA Á LOS PRÍNCIPES DE HUNGRÍA
  Y BOHEMIA, MAXIMILIANO Y MARÍA, GOBERNADORES DE ESPAÑA, DÁNDOLES
  CUENTA DEL ESTADO DE LOS ASUNTOS EN EL PERÚ. Puerto de la ciudad de
  Los Reyes, 6 de diciembre de 1549[882].

       [882] _Cartas de Indias_, págs. 559 y 560. Madrid, 1877.


  Muy altos y muy poderosos señores:

La carta de Vuestras Altezas de XXII de hebrero deste año, rescebí
á XIII de noviembre proximo passado y muy gran favor en mostrarse
Vuestras Altezas servidos de lo que acá se ha hecho en la pacificacion
desta tierra, en la qual solo de my parte ha havido la fee que de buen
vasallo de S. M. en my hay, porque todo lo demas ha hecho Dios que con
my particular mano guía y favoresce las cosas de S. M.; y para que
todo se atribuyese á su divina bondad de quien todo bien viene, quisso
escoger instrumento tan inutil como yo, á quien nada se puede atribuyr.

Del estado que al presente las cosas acá tienen, hago relacion á los
del Consejo de las Yndias, para que ellos, á tiempo, y con menos
pesadumbre é fastidio, le dén á Vuestras Altezas y por esso no torné yo
en esta más de qué hazerla sino que, loores á Dios, estas provincias
están en mucha paz é sossiego, y en el estado que conviene para el
servicio de Dios y de S. M.; y á los que en ellas viven, ansy españoles
como naturales, los quales, con el buen tractamiento que se les haze y
con ver que se les guarda justicia y que son defendidos de los robos
y desventuras passadas, se van cada día reformando y afficionando á
nuestra Santa Fee Catholica, y ansy, muchos caciques, que son los
principales señores dellos, se han tornado christianos. Plegue á
Nuestro Señor de lo llevar adelante, y que conserve y augmente las muy
altas y muy poderosas personas y estado de Vuestras Altezas por muchos
y bienaventurados años á su santo servicio, como los vassallos de S. M.
deseamos y hemos menester.

Del puerto de la ciudad de Los Reyes, VI de diciembre de 1549.

De Vuestras Altezas humilde siervo que sus reales manos besa.

                                                          El licenciado
                                                              GASCA.

_Sobre._ A los muy altos y muy poderosos señores (Príncipe) y Princesa,
gobernadores de (España).



H


El P. Jesuíta Juan Ignacio Molina nació en Talca (Chile) en 1740 y
murió en Bolonia (Italia) en 1829. Dedicóse al estudio de las lenguas
clásicas y también al de algunas modernas, siguió los principios
filosóficos de Newton y de Euler, desempeñó el cargo de bibliotecario
del Colegio de los jesuítas de Santiago y abandonó a Chile después de
la supresión de la compañía en las colonias españolas. Pasó a Italia en
1767, estableciéndose al poco tiempo en Bolonia, donde se dedicó a la
enseñanza. Sus obras, llenas de noticias verdaderas e interesantes, se
intitulan: _Compendio di storia geografica naturale e civile del Regno
del Chili_ (Bologne, 1776); _Saggio sulla storia naturale del Chili_
(Bologne, 1782), y _Saggio della storia civili del Chili_ (Bologne,
1787). Se tradujeron al inglés, al francés y al español[883].

       [883] Sommervogel, S. J.--_Bibliothèque de la Compagne de
       Jesús_, tomo V. columnas 1.165 y 1.166.



I


Jorge Juan, de nobiliaria ascendencia levantina, nació en Novelda,
villa perteneciente entonces al reino de Valencia y hoy á la provincia
de Alicante, el 5 de enero de 1713. Sus padres, D. Bernardo Juan
y Canicia y D.ª Violante Santacilia Soler de Cornella residían de
ordinario en Alicante; pero D.ª Violante fué a pasar la temporada de
embarazo a una finca rústica en las inmediaciones de Novelda, donde dió
a luz al que luego había de merecer de su siglo el dictado de _Sabio
Español_.

Huérfano de padre a los tres años, quedó bajo la tutela de unos tíos
suyos, quienes le dieron excelente educación en Zaragoza. Allí estudió
la _Gramática Latina_.

Como era costumbre en aquella época que los vástagos de familias nobles
de las naciones católicas ingresasen en alguna orden militar, Jorge
Juan, a los doce años, fué llevado a Malta, en cuya ciudad recibió el
hábito de dicha orden, una de las más antiguas y distinguidas. Esto le
obligó a permanecer soltero durante su vida, lo cual llevaba consigo el
voto que hacían los que en dicha orden ingresaban.

En Malta--según dicen los cronistas--desempeñó el cargo de paje del
Gran Maestre. Apenas hubo cumplido diez y seis años, esto es, en 1729,
se dirigió a España, decidido a servir en la marina real. Expidiósele
la carta orden para su ingreso en la Compañía de Reales Guardias
Marinas de Cádiz. Durante los seis meses en que no hubo vacante,
asistió a la Academia, y allí estudió Aritmética, Geometría Elemental,
Trigonometría, Esfera, Globos y Navegación. Al comenzar el 1730 logró
plaza y salió a campaña contra los moros argelinos; después pasó a
Nápoles en la escuadra que condujo al infante don Carlos para ocupar
aquel trono, concurriendo, por último, a la expedición contra Orán.

En este lapso de tiempo, o sea, desde 1730 hasta 1734, continuó sus
estudios de Matemáticas elementales y superiores, alternándolos con las
campañas marítimas que sólo se verificaban durante el verano. Dióse
a conocer en esos estudios como joven de clarísima inteligencia y de
mucha aplicación.

Pronto se vió que estaban en lo cierto los que habían formado de Jorge
Juan idea tan elevada. Deseando la Academia de Ciencias de París
resolver de un modo definitivo el hasta entonces dudoso problema de
la figura y dimensiones de nuestro planeta, formó con tal objeto dos
comisiones de eminentes matemáticos y académicos para medir el grado
de meridiano terrestre en las inmediaciones del Polo y del Ecuador, a
fin de que, comparando las medidas resultantes, se dedujese la forma
exacta de la Tierra. Los sitios que se eligieron para efectuar dichas
operaciones fueron la Laponia del Norte y la América Ecuatorial.
Suecia quiso que su famoso astrónomo Celsio acompañase a la comisión
francesa encargada de operar allí, y España solicitó que los Guardias
Marinas de Cádiz Jorge Juan y Antonio Ulloa fuesen también con la
comisión destinada a trabajar en territorio español[884]. Contaba a
la sazón Jorge Juan veintiún años y Antonio Ulloa diez y nueve. Para
suplir esa falta de edad y para darles mayor representación y carácter,
fué preciso conferirles el empleo de teniente de navío, saltando por
encima de alférez de fragata, alférez de navío y teniente de fragata,
es decir, dándoles cuatro ascensos de una vez. Resolución semejante
revela bien a las claras el concepto que por su saber merecían aquellos
jóvenes marinos, así como el atraso de los demás elementos de la
sociedad española.

       [884] Los nombrados fueron Jorge Juan y Juan García del
       Postigo; pero como el último se hallaba navegando y se
       retrasara su vuelta, se dispuso que le sucediera el también
       guardia marina Antonio Ulloa.

Los académicos franceses designados para hacer sus estudios en la
América Ecuatorial eligieron como lugar más a propósito el territorio
de Quito, que se halla bajo la línea equinoccial.

A bordo del navío _Conquistador_ y de la fragata _Incendio_, salieron
de Cádiz el 28 de mayo de 1735 Jorge Juan y Antonio Ulloa, y con
ellos fué también el nuevo virrey del Perú, en cuyo distrito habían
de verificarse los trabajos científicos. El día 9 de julio fondearon
en Cartagena de Indias, donde esperaron cinco meses la llegada de la
comisión francesa. Mientras tanto, se dedicaron a estudiar el país en
todos sus aspectos. Para conocer el mérito de los trabajos realizados
por ambos, bastará leer la siguientes obras: _Disertación histórica
y geographica sobre el meridiano de demarcación entre los dominios
de España y Portugal, y los parajes por donde passa en la América
Meridional, conforme a los tratados y derechos de cada Estado_. Madrid,
MDCCXLIX.--_Noticias secretas de América sobre el estado naval, militar
y político de los reynos del Perú y provincias de Quito, costa de Nueva
Granada y Chile._ Londres, 1826. _Relación histórica del viaje á la
América Meridional hecho de orden de S. Magestad para medir algunos
grados de meridiano terrestre, y venir por ellos en conocimiento
de la verdadera figura y magnitud de la tierra, con otras varias
observaciones astronómicas y phisicas._ Madrid, 1743. Las mencionadas
obras se tradujeron a muchos idiomas extranjeros.

Habiendo terminado sus trabajos la comisión francesa el 1745, diez años
después de haber salido de España nuestros jóvenes marinos, los dos
marcharon por tercera vez a Lima, ya para despedirse del virrey, ya
para buscar embarcación y regresar a la Península. Decidieron hacer el
viaje por el Cabo de Hornos y no por la vía tan trillada del istmo de
Panamá. Fueron tan cautos, que determinaron hacer el viaje en buques
diferentes, pues así evitaban el riesgo de que yendo en uno mismo, si
se perdiese, desaparecerían documentos de trabajos científicos tan
interesantes.

Jorge Juan hizo el viaje de regreso en una fragata francesa. Lo mismo
hizo Antonio Ulloa, quien fué apresado por los ingleses el 13 de agosto
de 1745 a la vista de la isla de Terranova y conducido a Inglaterra.
Como era de esperar, no se le trató como prisionero de guerra, antes
al contrario, se le hizo cariñoso recibimiento y mereció toda clase
de consideraciones en la Real Sociedad de Londres, que presidió el
inmortal Newton.

Por su parte Jorge Juan llegó felizmente a Brest (31 octubre 1745) y se
dirigió a París, mereciendo el alto honor de que le nombrasen _Socio de
la Real Academia de Ciencias_. Allí supo que la expedición enviada a
Laponia no había dado resultado alguno, tal vez por lo helado y rígido
de aquel clima. Poco importaba este contratiempo. Comparando la medida
del grado de meridiano en el Ecuador con la obtenida en la medición del
meridiano de París, resultó que la Tierra era una esferoide achatada
hacia los polos.

Jorge Juan llegó a Madrid a principios del año 1746, cuando todavía
no se conocían bien sus trabajos. Además, después de once años de
ausencia, halló cambiada completamente la corte. A Felipe V le había
sucedido Fernando VI y al ministro que le diera la comisión, el marqués
de la Ensenada, excelente ministro de Marina y hombre de superiores
dotes; pero--sin que conozcamos los motivos--poco dispuesto a favorecer
la publicación de los estudios del _Sabio Español_.

Tentado estuvo Jorge Juan para dejar a España y volverse al servicio de
Malta. Hizo la casualidad que se enterase de ello el Teniente general
D. José Pizarro, con quien trabó amistad Jorge Juan en Chile. Pizarro
procuró disuadirle de resolución tan extrema y habló a Ensenada,
logrando obtener los recursos suficientes para la publicación de
aquellas obras, recibidas con gran aplauso en toda Europa.

La Marina de Guerra española necesitaba adelantos y mejoras que
las extranjeras poseían. Con el encargo de estudiar los métodos de
construcción y tomar cuanto pudiera ser de utilidad para nuestra
marina, Jorge Juan, después que hubo ascendido a Capitán de Fragata,
salió para Inglaterra en noviembre de 1748. Los constructores ingleses
encontraron en el marino español, no aprovechado discípulo, sino
excelente maestro.

A su vuelta a España fué ascendido a Capitán de Navío y nombrado
Director de los Arsenales. Entonces proyectó y dirigió las obras de
los del Ferrol y Cartagena, que aún hoy son admirados por su solidez
y perfección, pudiendo ser considerado Jorge Juan como el fundador de
aquellos establecimientos de construcción naval. En ellos emprendió las
nuevas construcciones y de ellos salió aquella poderosa armada, que
pocos años después había de surcar los mares en el reinado de Carlos
III.

Obedeciendo órdenes del gobierno recorrió la Península de un extremo
a otro, visitando todos los puertos y establecimientos marítimos,
levantando planos para ejecución de obras (las que muchas, por
desgracia, no se realizaron), y siendo por todos consultado acerca de
obras hidráulicas, laboreo de minas y proyectos de canales y riegos.

Se le dió la comisión de estudiar la liga y afinación de monedas
y cuanto con su fabricación se relaciona. Sus trabajos fueron el
fundamento de la instalación de la fábrica de la moneda de Madrid con
arreglo a los últimos adelantos: Jorge Juan puede ser considerado como
el fundador de la Casa de la Moneda que hoy existe en la Corte. Por
esta razón, cuando se edificó el barrio de Salamanca, se dió el nombre
de _Jorge Juan_ a la calle que, partiendo del paseo de Recoletos, con
ella confina la fachada del mediodía de la Casa de la Moneda.

Habiendo sido nombrado el 1751 Capitán de Guardias Marinas con
residencia en Cádiz, entonces publicó el _Compendio de Navegación_, en
cuya obra se halla todo cuanto había adelantado dicha ciencia hasta su
tiempo. Aprovechó su estancia en Cádiz para establecer el _Observatorio
de San Fernando_, único que durante mucho tiempo existió en España.

En Cádiz, y en su propia casa, dió habitación a los fundadores de una
_Asamblea amistosa literaria_, que fué como ensayo para la Academia
de Ciencias que se trataba de fundar en Madrid. Allí leyó algunas
memorias, de las cuales una le sirvió de base para la gran obra que
debía inmortalizar su nombre, _El examen marítimo_, publicada el 1771,
dos años antes de su muerte. El Instituto Real de Francia hubo de decir
que era el tratado más profundo y más completo que se había escrito
sobre la materia.

Nuestro querido discípulo D. Tomás Abad Amorós (curso de 1913 a 1914)
escribe lo que a continuación copiamos: «Esa obra nunca bastante
encomiada, que constituye el honor más preciado de la cultura de
nuestra patria y de nuestra Marina militar, marca el período más
culminante de la labor científica de Jorge Juan, pues en ella creó
una rama importantísima de la Ciencia de la mecánica. Hasta entonces
la construcción de los buques y su manejo había sido un arte deducido
de la práctica y perfeccionado por ella; pero nuestro sabio les dió
carácter científico, estableciendo por primera vez las bases teóricas
de la Arquitectura naval y de la Mecánica de los buques, con fórmulas
tan exactas y precisas que son al presente el fundamento de estas
nuevas ciencias y el origen del progreso que desde aquellos tiempos ha
tenido la construcción de los buques. Resulta, por tanto, _El examen
marítimo_, una producción verdaderamente genial que causó completa
revolución en la ciencia naval, colocó a nuestro Jorge Juan a la altura
de los hombres de ciencia más eminentes de Europa y consolidó el
epíteto de _Sabio Español_ con que venía siendo conocido.»

En 1766 ascendió a Jefe de Escuadra y se le concedió el tratamiento de
_Excelencia_.

El Rey le nombró Embajador extraordinario en la Corte del Sultán de
Marruecos, para donde salió el 15 de febrero de 1767 en compañía de
Sidi-Amed-el-Gacel, que había venido a España con igual carácter
por orden del soberano marroquí. Seis meses permaneció en Marruecos
desempeñando con tino y prudencia su cometido.

A su vuelta, deseando Fernando VI mejorar la educación de la nobleza,
le confió la dirección del _Real Seminario de Nobles_, de la que tomó
posesión el 24 de Mayo de 1770.

Una vida de tanta actividad mental y física cayó prematuramente en
postración profunda. Hacía ya algunos años que venía padeciendo de
cólicos biliosos que frecuentemente interrumpían sus tareas científicas
y le ponían en trance de muerte. El 23 de junio de 1773, a los 60 años
de edad, como herido por un rayo, murió por una parálisis cerebral.

España entera lloró la muerte del insigne hijo de Novelda. Sus
funerales en la parroquia de San Martín fueron suntuosos. Depositado
su cadáver en una de las bóvedas de dicho templo, se trasladó después
a la Capilla de Nuestra Señora de Valbanera, que fué destruída
durante la invasión francesa de 1808. El gobierno de José Bonaparte
proyectó erigir en San Isidro un panteón donde reposasen los restos de
españoles ilustres. En espera de que el panteón llegara a terminarse,
los de Jorge Juan se trasladaron desde su antiguo mausoleo a la Casa
Municipal. Al erigirse, año 1845, en la ciudad de San Carlos, provincia
de Cádiz, el panteón de Marinos ilustres, allí fueron llevados los
restos del esclarecido sabio, gloria de la Armada Española y de su
patria.



J

  CARTA DE FRAY FRANCISCO DE BUSTAMANTE Y DE OTROS RELIGIOSOS DE
  LA ORDEN DE SAN FRANCISCO AL EMPERADOR DON CARLOS, EXPONIENDO LA
  NECESIDAD DE ADOPTAR DISPOSICIONES PARA EVITAR COMPETENCIAS ENTRE
  EL VIRREY Y LA AUDIENCIA DE LA NUEVA ESPAÑA.


  México, 20 de octubre de 1552.

Sacra, Catholica, Çesarea, Real Magestad. Por cartas de V. M. nos
ha sido mandado que, de lo que se ofreciere tocante á vuestro Real
servicio y conciencia y al buen gobierno destas dos repúblicas
española é indiana, demos relación. Ayuntados en nuestra Congregacion
capitular, é confiriendo sobre lo dicho, pareció hazer saber á V. M.
como al presente ay gran confusion en esta tierra, asi entre indios
y españoles, como entre el Vyrrey y la Audiencia. Porque él, como
governador, quiere prover lo que le parece que más conviene á la
utilidad y buen gobierno de la tierra, y la Audiencia, por vía de
appellacion, desaze lo que vuestro Visorrey manda y provee; de donde
se sigue que los negocios no tienen buena expedicion, y los que tocan
á los yndios se haze pleyto ordinario dellos, y como no se saben
defender, redunda en daño dellos. Lo otro, que la persona del visorrey,
que representa la vuestra, pierde gran parte de la auctoridad; lo qual
parece causar gran detrimento en los yndios, á causa de tener ellos
grande acatamiento y repecto al que representa la persona de V. M.,
y este pierde, viendo que la Audiencia desaze lo que el visorrey ha
proveydo. Por lo qual, supplicamos á V. M. mande declarar á qué se
estiende la Autoridad y poder de vuestro visorrey, y si proveyendo
él como governador, ha lugar la appellacion, de lo que él proveyere,
para vuestra Real Audiencia; porque acá parece en esto aver los
ynconvenientes ya dichos y otros, como quiera que hasta aqui no emos
sentido ni conocido de vuestro visorrey sino que tiene muy gran deseo y
voluntad de favorecer y defender á estos pobres naturales, y cumplir lo
que V. M. le tiene encargado y mandado. Cuya Real Persona y felicissimo
estado Nuestro Señor prospere y acreciente en su santo servicio, con
augmento de su Santa Fee Catholica. De Mexico, XX de Octubre de 1552.

De V. M. menores siervos que sus Reales é Imperiales manos besan.

  FRAY FRANCISCO DE BUSTAMANTE,
  Comisario general.

  FRAY JUAN DE SANT FRANCISCO,
  Minister provincialis.

  FRAY DIEGO DE OLARTE,
  Guardian de México.

  FRAY JUAN DE GAONA.

  FRAY ANTONIO DE ÇIBDAD RODRIGO.

  FRAY TORIBIO MOTOLINÍA.

  FRAY JUAN DE RIBAS.

  FRAY JUAN FOCHER.

  FRAY BERNARDINO DE SAHAGUN.

  _Sobre._--A la Sacra Catholica Magestad del ynvictissimo Emperador
  Rey nuestro Señor. En su Real Consejo de Indias[885].


       [885] _Cartas de Indias_, págs. 131 y 132.--Madrid, 1877.



L

_Virreyes de México._


  D. Antonio de Mendoza (1535-1550).
   " Luis de Velasco (1550-1564).
   " Gastón de Peralta (1566-1568).
   " Martín Enríquez de Almansa (1568-1580).
   " Lorenzo Suárez de Mendoza (1580-1583).
   " Pedro Moya de Contreras (1584-1585).
   " Alvaro Manrique de Zúñiga (1585-1590).
   " Luis de Velasco (1590-1595).
   " Gaspar de Zúñiga y Acevedo (1595-1603).
   " Juan de Mendoza y Luna (1603-1607).
   " Luis de Velasco (1607-1611).
   " Fr. García Guerra (1611-1612).
   " Diego Fernández de Córdoba (1612-1621).
   " Diego Carrillo de Mendoza Pimentel (1621-1624).
   " Rodrigo Pacheco Osorio (1624-1635).
   " Lope Díez de Armendáriz (1635-1640).
   " Diego López Pacheco Cabrera (1640-1642).
   " Juan de Palafox y Mendoza (1642).
   " García Sarmiento de Sotomayor (1642-1648).
   " Marcos de Torres Rueda (1648-1649).
   " Luis Enríquez de Guzmán (1650-1653).
   " Francisco Fernández de la Cueva (1653-1660).
   " Juan de Leyva y de la Cerda (1660-1664).
   " Diego Osorio de Escobar y Llamas (1664).
   " Antonio Sebastián de Toledo (1664-1674).
   " Pedro Nuño Colón de Portugal (1674).
   " Fr. Payo Enríquez de Ribera (1674-1680).
   " Tomás Antonio de la Cerda y Aragón (1680-1686).
   " Melchor Portocarrero Laso de la Vega (1687-1688).
   " Gaspar de la Cerda Silva y Mendoza (1688-1696)
   " Juan de Ortega Montañés (1696-1697).
   " José Sarmiento Valladares (1697-1701).
   " Juan de Ortega Montañés (1701-1702).
   " Francisco Fernández de la Cueva Enríquez (1702-1711).
   " Fernando de Alencastre Noroña y Silva (1711-1716).
   " Baltasar de Zúñiga (1716-1722).
   " Juan de Acuña (1722-1734).
   " Juan Antonio de Vizarrón (1734-1740).
   " Pedro de Castro y Figueroa (1740-1742)
   " Pedro Cebrián y Agustín (1742-1746).
   " Francisco de Güemes Horcasitas (1746-1755).
   " Agustín de Ahumada y Villalón (1755-1760).
   " Francisco Cagigal de la Vega (1760).
   " Joaquín de Monserrat (1760-1766).
   " Carlos Francisco de Croix (1766-1771).
   " Antonio María de Bucareli y Ursúa (1771-1779).
   " Martín de Mayorga (1779-1783).
   " Matías de Gálvez (1783-1784).
   " Bernardo de Gálvez (1785-1786).
   " Alonso Núñez de Haro y Peralta (1787).
   " Manuel Antonio Flores (1787-1789).
   " Juan Vicente de Güemes (1789-1794).
   " Manuel de la Grua Talamanca (1794-1798).
   " Miguel José de Azanza (1798-1800).
   " Félix Berenguer de Marquina (1800-1803).
   " José de Iturrigaray (1803-1808).
   " Pedro Garibay (1808-1809).
   " Francisco Javier Lizana y Beaumont (1809-1810).
   " Francisco Javier Venegas (1810-1813).
   " Félix María Calleja del Rey (1813-1816).
   " Juan Ruiz de Apodaca (1816-1821).
   " Juan O'Donojú (1821).


_Virreyes y Capitanes Generales que hubo en el Perú hasta la penúltima
década del siglo XVIII._

     Francisco Pizarro (1529-1541).
  D. Cristóbal Vaca de Castro (1541-1544).
   " Blasco Núñez Vela, primero que llevó el título de virrey (1544-1546).
   " Pedro de La Gasca (1546-1550).
   " Antonio de Mendoza (1551-1552).
   " Andrés Hurtado de Mendoza (1555-1561).
   " Diego López de Zúñiga y Velasco (1561-1564).
   " Lope García de Castro (1566-1569).
   " Francisco de Toledo (1569-1581).
   " Martín Henríquez (1581-1583).
   " Fernando de Torres y Portugal (1584-1589).
   " García Hurtado de Mendoza (1590-1596).
   " Luis de Velasco (1596-1604).
   " Gaspar de Zúñiga y Acebedo (1604-1606.)
   " Juan de Mendoza y Luna (1607-1615).
   " Francisco de Borja y Aragón (1615-1621).
   " Diego Fernández de Córdoba (1622-1629).
   " Jerónimo Fernández de Cabrera Bobadilla y Mendoza (1629-1639).
   " Pedro de Toledo y Leiva (1639-1648).
   " García Sarmiento de Sotomayor (1648-1655).
   " Luis Henríquez de Guzmán (1655-1661).
   " Diego de Benavides y de la Cueva (1661-1666).
   " Pedro Fernández de Castro y Andrade (1667-1672).
   " Baltasar de la Cueva Henríquez y Saavedra (1674-1678).
   " Melchor de Liñán y Cisneros (1678-1681).
   " Melchor de Navarra y Rocafull (1681-1689).
   " Melchor Portocarrero Laso de la Vega (1689-1706).
   " Manuel Onís de Santa Pau Olim de Semanat y de Lanuza (1706-1710).
   " Diego Ladrón de Guevara (1710-1716).
   " Fr. Diego Morcillo Rubio de Auñón (1716).
   " Carmine Nicolás Caracciolo (1716-1720).
   " Fr. Diego Morcillo Rubio de Auñón (1720-1724).
   " José de Armendariz (1724-1736).
   " Antonio José de Mendoza Camacho y Sotomayor (1736-1745).
   " José Manso de Velasco (1745-1761).
   " Manuel de Amat Juniet Planella Aimesic y Santa Pau (1761-1775).
   " Manuel de Guirior (1775-1780).
   " Agustín de Jáuregui (1780-1784).
   " Teodoro de Croix (1784-1790)[886].
   " Fray D. Francisco Gil y Lemos (1790-1796).
   " Ambrosio de O'Higgins (1796-1801).
   " Gabriel de Avilés (1801-1806).
   " José Fernando de Abascal (1806-1816).
   " Joaquín de Pezuela y Sánchez (1816-1821).
   " José de la Serna é Hinojosa (1821-1824).

       [886] _Documentos para la Historia de Bolívar_, ordenados,
       etc., por José Félix Blanco, tomo I, páginas 474-481.


_Presidentes que hubo en Quito desde la conquista hasta fines del año
1811._

  D. Fernando Santillán (1564-1571).
   " Lope Díaz Armendáriz (1571-1575).
   " García de Valverde (1575-1578).
   " Diego Narváez (1578-1581).
   " Juan Martínez de Landecho (1582-1587).
   " Manuel Barros de Santillán (1587).
   " Esteban Marañón (interino).
   " Miguel de Ibarra (1600).
   " Juan Fernández de Recalde (1609-1615).
   " Antonio Murga (1616-1636).
   " Alonso Pérez de Salazar (1637-1641).
   " Juan de Lizarazu (1644-1645).
   " Martín Arriola (1648-1655).
   " Pedro Vázquez de Velasco (1655-1661).
   " Antonio Fernández de Heredia (1663-1665).
   " Diego del Corro (1670-1672).
   " Alonso Peña Montenegro (1672-1678).
   " Antonio Munive (1678-1691).
   " Mateo de la Mata Ponce de León (1691).
   " Francisco López Dicastillo (1703).
   " Juan de Sarsaya (1707).
   " Santiago de Larrain (1715).

  Por Real Cédula (1717) se suprimieron las Audiencias de Quito y de
  Panamá, dejando sólo la de Santa Fe. Establecióse el Virreinato de
  Santa Fe. Restablecida en 1722 la Audiencia de Quito, se nombró
  presidente al citado Larrain.

  D. Dionisio de Alcedo y Herrera (1729-1736).
   " José de Araujo y Río (1736-1743).
   " Manuel Rubio de Arévalo (1743-1745).
   " Fernando Sánchez de Orellana (1745).
   " Juan Pío Montufar y Frajo (1753).
   " Manuel Rubio de Arévalo, interino.
   " Antonio de Zelaya y Vergara (1766-1767).
   " José Dibuja (1767-1778).
   " José García de León y Pizarro (1778-1784).
   " Juan José Villaluenga y Martil (1784-1790).
   " Juan Antonio Mon y Velarde (1790-1791).
   " Luis Muñoz de Guzmán (1791-1798).
  Barón de Carandolet (1798 1807).
  D. Diego Antonio Nieto (1807-1808).
   " Manuel de Uries (1808-1811)[887].

       [887] _Documentos para la Historia de Bolívar_, ordenados por
       José F. Blanco, tomo I, págs. 483-485.--También tomo I, pág.
       339.


_Gobernadores de la isla de Puerto Rico hasta mediados del siglo XIX._

  D. Cristóbal de Sotomayor.
   " Miguel Cerón, desde 1509.
   " Juan Ponce de León, hasta 1512.
   " Miguel Cerón, hasta 1514.
  El Comendador Moscoso, parte del año 1514.
  D. Cristóbal de Mendoza, hasta 1516.
  El licenciado Velázquez, hasta 1520.
  D. Pedro Moreno.
   " Francisco Manuel de Olando.
  El licenciado Antonio de la Gama, interino.
  D. Juan de Céspedes, hasta 1581.
   " Diego Meléndez Valdés, en 1583.
   " Pedro Xuarez, en 1593.
   " Alonso Mercado, en 1599.
   " Sancho Ochoa de Castro, en 1602.
   " Gabriel de Rojas, en 1603.
   " Felipe Beaumont y Navarro, en 1614.
   " Juan de Vargas, en 1620.
   " Juan de Haro, en 1625.
   " Enrique Henríquez, en 1630.
   " Iñigo de la Mota, en 1635.
   " Fernando de la Riva-Agüero, en 1645.
   " Agustín de Silva, en 1656.
   " Juan Pérez de Guzmán, en 1661.
   " Gerónimo de Velasco, en 1664.
   " Gaspar de Arteaga, en 1670.
   " Diego Robladillo, en 1674, interino.
   " Baltasar Figueroa, en 1674, interino.
   " Alonso Campo, en 1675.
   " Juan Robles, en 1678.
   " Gaspar de Andino, en 1683.
   " Gaspar de Arredondo, desde 1690 hasta 1695.
   " Tomás Franco, hasta 1698.
   " Antonio Robles, hasta 1699, interino.
   " Gaspar de Arredondo, en 1699.
   " Gabriel Gutiérrez de Rivas, desde 1700 hasta 1702.
   " Diego Villarán, hasta 1703, interino.
   " Francisco Sánchez, en 1703, interino.
   " Pedro de Arroyo, hasta 1705.
   " Juan Morla, interino.
   " Francisco Granados, hasta 1720.
   " José Mendizábal, hasta 1724.
   " Matías Abadía, hasta 1731.
   " Domingo Nanclares, hasta 1743.
   " Juan Colomo, en 1743.
   " Agustín Pareja, hasta 1751.
   " Matías Bravo, hasta 1755.
   " Mateo de Guazo.
   " Felipe Ramírez.
   " Marcos Vergara, en 1766.
   " José Tentor, interino.
   " Miguel de Muesas, hasta 1775.
   " José Dufresne, hasta 1783.
   " Juan Dabán, hasta 1789.
   " Miguel Vitáriz, hasta 1792.
   " Francisco Torralba, hasta 1795.
   " Ramón de Castro, hasta 1804.
   " Toribio de Montes, hasta 1809.
   " Salvador Meléndez, hasta 1820.
   " Juan Vasco y Pascual, en 1820.
   " Gonzalo Aróstegui, hasta 1822.
   " José Navarro, en 1822, interino.
   " Miguel de la Torre, hasta 1837.
   " Francisco Moreda, hasta 1837.
   " Miguel López Baños, hasta 1840.
   " Santiago Méndez Vigo, hasta 1844.
  Conde de Mirasol, hasta 1847.
  D. Juan Prim, hasta 1848.
   " Juan de la Pezuela, hasta 1851.
  Marqués de España, hasta 1852, interino.
  D. Fernando de Zorzagaray, hasta 1855.
   " Andrés García Camba, en 1855.
   " José Lemery, hasta 1857.
   " Fernando Cotoner, hasta 1860.
   " Rafael Echagüe, hasta 1862.
   " Rafael Izquierdo, en 1862, interino.
   " Félix María de Messina, hasta 1865.
   " José María Marchesi, en 1866[888].

       [888] Véase Fray Iñigo Abbad y Lasierra, _Hist. geográfica,
       civil y natural de Puerto Rico_, págs. 502-504.--Puerto Rico,
       1866.


_Gobernadores y Capitanes generales que tuvo la provincia de Caracas o
Venezuela hasta el año 1810._

  D. Ambrosio de Alfinger (1528-1531).
   " Juan Alemán (1531-1533).
   " Juan de Spira (1533-1540).
   " Juan de Villegas (1540).
   " Rodrigo de Bastidas (1540-1542).
   " Diego Boica.
   " Enrique Remboltt.
  Licenciado Frías (1546).
  D. Juan Pérez de Tolosa (1546-1548).
   " Juan Villegas, interino.
  Licenciado Villasinda (1554-1556).
  Gutiérrez de la Peña (1557-1559).
  D. Pablo Collado (1559-1562).
  Licenciado Bernáldez, interino.
  D. Alonso Manzanedo (1563-1564).
  Licenciado Bernáldez (1564-1565).
  D. Pedro Ponce de León (1565-1569).
   " Juan de Chaves (1569-1572).
   " Diego Mazariego (1572-1576).
   " Juan Pimentel (1576-1582).
   " Luis de Rojas (1582-1587).
   " Diego de Osorio (1587-1597).
   " Gonzalo de Piña Lidueña (1597-1600).
   " Alonso Arias Vaca (1600-1601).
   " Sancho de Alquiza (1601-1610).
   " Martín de Robles (1610-1616).
   " Francisco de la Hoz Berrio (1616-1622).
   " Francisco Núñez Melián (1622-1632).
   " Ruiz Fernández de Fuenmayor (1632-1638).
   " Marcos Gelder de Calatayud (1639-1644).
   " Pedro de León Villarroel (1644-1649).
   " Martín de Robles (1649-1654).
   " Pedro de Porras Toledo (1660).
   " Féliz González de León (1664).
   " Fernando de Villegas (1666).
   " Francisco Dávila Orejón (1673).
   " Francisco de Alverro (1677).
   " Diego Melo Maldonado (1682).
  Marqués del Casal (1688).
  D. Francisco Berroterán (1693).
   " Nicolás de Ponte (1699).
  Marqués del Valle de Santiago (1705).
  D. Fernando de Rojas (1706).
   " Antonio Alvarez de Abreu (1716).
   " Diego Portales (1724).
   " Lope Carrillo (1729).
   " Sebastián García de la Torre (1730-1733).
   " Martín Lardizábal (1733-1737).
   " Gabriel de Zuloaga (1737-1742).
   " Luis de Castellanos (1742-1749).
  Fr. Julián de Arriaga y Ribera Bailio (1749-1752).
  D. Felipe Ricardos (1752-1760).
   " Felipe Ramírez de Estenor (1760-1763).
   " José Solano (1763-1771).
  Marqués de la Torre (1771-1772).
  D. José Carlos de Agüero (1772-1777).
   " Luis Unzaca y Amezaga (1777-1783).
   " Manuel González, interino.
   " Juan Guillelmi (1783-1790).
   " Pedro Carbonell (1790-1799).
   " Manuel de Guevara Vasconcellos (1799-1807).
   " Juan de Casas (1807-1809).
   " Vicente Emparán (1809-1810)[889].

       [889] _Documentos para la Historia de Bolívar_, tomo I. págs.
       494-498. También tomo II, pág. 338.


_Presidentes y virreyes que tuvo el Nuevo Reino de Granada desde la
conquista hasta fines del siglo XVIII._

  D. Alonso Luis de Lugo.
   " Miguel Díez de Armendariz fué juez de residencia desde 1545 hasta
       1549, en cuyo año se creó la Audiencia y desempeñó el cargo de
       presidente.
   " Juan de Montaño (1551-1552).
   " Andrés Díaz Venero de Leyva (1564-1575).
   " Francisco Briceño (1575-1577).
   " Lope Díaz de Armendariz (1578-1588).
   " Antonio González (1590-1597).
   " Francisco Sande (1597-1602).
   " Nuño Núñez de Villavicencio (1605-1606).
   " Juan de Borja (1606-1610).
   " Sancho Girón (1610-1637).
   " Martín de Saavedra y Guzmán (1637-1645).
   " Juan Fernández de Córdova y Cohalla (1645-1652).
   " Dionisio Pérez Manrique (1654-1661).
   " Diego Egues Beaumont (1662-1667).
   " Francisco del Castillo Concha (1669-1680).
   " Sebastian de Velasco (1685-1686).
   " Gil Cabrera Dávalos (1686-1703).
   " Diego Córdoba Laso de la Vega (1708-1711).
   " Francisco Meneses de Sarabia (1712-1715).
   " Juan Francisco Cosido y Otero, interino.
   " Nicolás de las Infantas y Benegas, no tomó posesión.
  Fray Francisco del Rincón, interino.
  D. Antonio de la Pedrosa (1717-1721).
   " Jorge de Villalonga, primer virrey (1723-1724).
   " Antonio Manso Maldonado, presidente (1725-1731).
   " Rafael Eslaba (1733-1737).
   " Antonio González Manrrique (1738).
   " Francisco González Manrrique (1739-1740).
   " Sebastián de Eslaba, segundo virrey (1740-1749).
   " Juan Alonso Pizarro (1749-1753).
   " José Solís Folch de Cardona (1753-1761).
   " Pedro Mesía de la Cerda (1761-1772).
   " Manuel de Quirior (1772-1776).
   " Manuel de Flores (1776-1782).
   " Juan de Torrezal Díaz Pimienta (1782).
   " Antonio Caballero y Góngora (1782-1789).
   " Francisco Gil de Lemus (1789).
   " José de Ezpeleta Galdeano de Castillo y Prado (1789-1797).
   " Pedro Mendinueta Muzquiz (1797-1803)[890].

       [890] _Documentos para la Historia de Bolívar_, ordenados por
       José F. Blanco, tomo I, págs. 487-490.


_Gobernadores de la provincia del Paraguay desde 1620 hasta 1785._

  D. Manuel de Frías (1620-1630).
   " Luis de Céspedes (1630-1636).
   " Martín de Ledesma (1636-1639).
   " Pedro de Lago Navarro (1639-1642).
   " Gregorio de Hinestrosa (1643-1648).
   " Diego de Escobar Osorio (1649).
   " Fray Bernardino de Cárdenas (1649).
   " Andrés Garavito de León (1649-1651).
   " Juan Vázquez de Valverde (1651-1665).
   " Felipe Rege Corbulón (1679).
   " Juan Díaz de Andino (1679-1685).
   " Antonio de Vera Moxica, interino.
   " Baltasar García Ros (1705).
   " Juan Gregorio Bazán de Pedrosa.
   " Diego de los Reyes Balmaseda (1717-1721).
   " José de Antequera y Castro (1721-1725).
   " Martín de Barna.
   " Bartolomé de Aldunate.
   " Ignacio de Soroeta (1730).
   " Ignacio Mirones Benavente (electo).
   " Manuel Agustín de Ruiloba (1733).
   " Fr. Juan de Arregui, interino.
   " Bruno Mauricio de Zavala (1735).
   " Martín José de Echaure (1736-1755).
   " Rafael de la Moneda.
   " Marcos Larrazabal.
   " Pedro Melo de Portugal (1777-1785).
   " Joaquín de Alós (1785)[891].

       [891] _Doc. para la hist. de Bolívar_, tom. II, págs. 450-453.


_Gobernadores y virreyes que hubo en Buenos Aires desde 1535 hasta
1784._

  D. Pedro de Mendoza (1535-1537).
   " Juan de Ayolas (1538-1539).
   " Alvar Núñez Cabeza de Vaca (1540-1545).
   " Domingo Martínez de Irala (1545-1558).
   " Gonzalo de Mendoza (1558-1565).
   " Juan Ortiz de Zárate (1565-1581).
   " Diego Mendieta (1581-1596).
   " Hernando Arias de Saavedra (1598-1609).
   " Diego Martín Negrón (1609-1615).
   " Fernando de Arias (1616-1620).
   " Diego de Góngora (1620-1625). El gobierno se dividió en dos: el de
       Buenos Aires y el del Paraguay.
  D. Luis de Céspedes (1626-1635).
   " Pedro Esteban de Avila (1635-1644).
   " Jacinto de Laris (1644-1652).
   " Pedro Baigorri (1652-1663).
   " Alonso Mercado de Villacorta (1663-1664).
   " Juan Martínez de Salazar (1665-1668).
   " José de Garro (1669-1680).
   " Andrés de Robles (1680-1703).
   " Juan Alfonso de Valdés Inclán (1703-1710).
   " Manuel de Velasco (1710-1715).
   " Bruno Mauricio de Zavala (1716-1734).
   " Miguel de Salcedo (1735-1738).
   " Domingo Ortiz de Rozas (1738-1746).
   " José Andonaegui (1746-1756).
   " Pedro Ceballos (1756).
   " Francisco Bucareli Ursúa (1756-1770).
   " Juan José de Vestiz, primer virrey (1770-1784).
   " Nicolás del Campo (1784)[892].

       [892] _Doc. para la hist. de Bolívar_, ordenados por José P.
       Blanco, tom. II, págs. 445-448.

  Después de la fundación de la ciudad de Buenos Aires por el nunca
  bastante alabado Juan de Garay, gobernaron aquella población los
  siguientes:

  D. Rodrigo Ortiz de Zárate, como delegado del citado Garay y cuyo
  nombramiento fué confirmado a la muerte del fundador de la ciudad
  (1583).

  D. Juan de Torres y Navarrete, como lugarteniente del gobernador
  del Paraguay.

  D. Alvaro de Vera y Aragón, nombrado del mismo modo que el anterior.

  D. Hernando Arias de Saavedra, desde 1591 á 1594 (1.ª vez).

  D. Fernando de Zárate, nombrado por el marqués de Cañete, virrey de
  Lima.

  D. Juan Ramírez de Velasco.

  D. Hernando Arias de Saavedra, que gobernó hasta 1598 (2.ª vez).

  D. Diego Rodríguez Valdés y de la Banda, nombrado por el Rey
  (1598-1602).

  El general François de Beaumont y Navarra.

  El capitán Francisco de Barrasa, nombrado por el Rey en 1602.

  D. Hernando Arias de Saavedra (3.ª vez) y cesó en 1609.

  Don Diego Marín Negrón fué nombrado por el Rey (Valladolid 16 de
  agosto de 1608) y tomó posesión el 22 de diciembre de 1609; murió
  el 26 de julio de 1613.

  Don Mateo Leal de Ayala, Justicia mayor, desempeñó interinamente el
  cargo.

  Don Françes de Beaumont y Nabarro fué nombrado, en nombre del Rey,
  por el Marqués de Montesclaros, virrey de Lima el 8 de junio de
  1614.

  Don Hernando Arias de Saavedra fué nombrado por el Rey por Cédula
  real, dada en San Lorenzo el 7 de septiembre de 1614 (4.ª vez).


INDIAS ESPAÑOLAS DEL NORTE.


_Virreinato de México ó de la Nueva España._

_Distrito de la Audiencia de Santo Domingo_ o de la Isla Española.
Inclúyense en dicha Audiencia la Isla Española, Cuba, San Juan,
Jamaica, las Lucayas, las Caníbales, Venezuela, Guayana ó Nueva
Andalucía y la Florida. En Santo Domingo, capital de la isla Española,
reside la Audiencia, la Casa de Moneda, el Arzobispado[893], tres
conventos de frailes (franciscanos, dominicos y mercenarios) y uno de
monjas.

       [893] Tiene por sufragáneos el Obispado de Concepción de la
       Vega (a 20 leguas de Santo Domingo), el de Cuba, el de San
       Juan y el de Venezuela; también la abadía de Jamaica.

Las poblaciones más importantes de la Isla Española son las siguientes:
Igney, Leybo, Cotuy, Asrca, Yaguana, Concepción de la Vega, Santiago de
los Caballeros, Puerto de la Plata, Montexpi y Dios de la Vega.

De la isla de Cuba o Fernandina son los pueblos principales Santiago,
Baracoa, Bayamo, Puerto Príncipe, Sancti Espíritus, Habana y otros.

A la isla de Jamaica o de Santiago pertenecen Sevilla, Melilla, Oristan
y otras.

Corresponden a la isla de San Juan de Puerto Rico la ciudad de San
Juan, Guadianilla o San Germán el Nuevo y otras poblaciones.

Entre las islas Lucayas merecen especial mención Abacoa, Cigateo,
Curates, Guanima, Guanami y otras.

Entre las Caníbales se encuentran la de Santa Cruz, Isaba, las Vírgenes
y muchas más.

En Venezuela se hallan la ciudad de Loro o Venezuela, Nuestra Señora
de Carvalleda, Santiago de León, Nueva Valencia, Nueva Xerez, Nueva
Segovia, Trujillo o Nuestra Señora de la Paz, etc.

En la Guayana y la Florida hay algunos poblados de indios y pocos
fuertes de españoles[894].

       [894] _Colec. de Doc. inéd. relativos a América_, tomo XV,
       págs. 418-528.


_Distrito de la Audiencia de México._

En México o Nueva España se fundó la segunda Audiencia y hay
arzobispado. Se incluyen trece provincias o comarcas principales, que
son las siguientes: México, Cateothalpa, Meztitlan, Xilotepec, Panuco,
Matacingo, Cultepec, Tezcuco, Chalco, Suchimilco, Valuit, Coyxca y
Acapulco.

Entrase a la ciudad de México, que antiguamente se llamó Tenustitan,
por tres calzadas de a media legua de largo; en ella hay 3.000
vecinos de españoles y unas 30.000 casas de indios. En México--como
se ha dicho--reside el virrey y la Audiencia; además Casa de moneda,
Inquisición, tres conventos de frailes (San Francisco, Santo Domingo
y San Agustín), la Compañía de Jesús, tres conventos de monjas y
Universidad; el Arzobispado tiene por sufragáneos los Obispados de
Taxcala, Guaxaca, Mechoacan, Nueva Galizia, Chiapa, Yucatán y Guatemala.

En la provincia de Panuco se halla la villa de Santistevan del Puerto o
Panuco, la de Santiago de los Valles y la de San Luis de Tampico.

En la ciudad de Taxcala o Texcallan estuvo el Obispado desde el año 26
hasta el 50, que se trasladó a Puebla de los Angeles. Hállanse además
varias poblaciones importantes, como Chilula, Vera Cruz y el puerto de
San Juan de Ulúa.

Entre las poblaciones de la provincia de Guaxaca eligióse Antequera
para residencia del Obispo. Además de Antequera, llamada también
Guaxaca, se encuentran las villas de San Ildefonso de los Capotecos,
Santiago de Nexapa, Espíritu Santo y otras.

Reside la catedral de la provincia de Mechoacan en Pazcuaro o Mechoacan
y antes, hasta el año de 44, estuvo en Guayangues; entre otras
poblaciones citaremos las villas de San Miguel, de San Felipe y de
Colima.

La provincia de Yucatán que, cuando se descubrió, fué tenida por isla y
la llamaron Nuestra Señora de los Remedios, y la provincia de Tabasco,
forman un Obispado, hallándose la catedral en la ciudad de Mérida;
además citaremos las villas de Vallid, San Francisco de Campeche y de
Salamanca.


_Distrito de la Audiencia de Guadalaxara._

En el distrito de la Audiencia de Nueva Galicia o de Xalisco se
comprenden las provincias de Guadalaxara, Xalisco, Zacatecas,
Chiametla, Culiacan, Camena, Vizcaya, Cinaloa y Quinia.

En Guadalaxara está la Audiencia y la catedral, las cuales estuvieron
hasta el año 60 en la ciudad de Compostela. Hállase en dicha provincia
de Guadalaxara la villa de Santa María de los Lagos.

En la provincia de Xalisco se encuentra la ciudad de Compostela y la
villa de la Purificación.

Entre los pueblos de la provincia de los zacatecas deben mencionarse
las villas de Xerez de la Frontera, de Llerena, del Nombre de Dios y de
Durango.

En la provincia de Chiametla está el pueblo de San Sebastián, en la de
Culiacan la villa de San Miguel y en la de Cinaloa el pueblo de San
Juan.


_Distrito de la Audiencia de Guatemala._

En el distrito de la Audiencia de Guatemala, antes llamada de los
Confines por hallarse en los de Nicaragua y Guatemala, se hallan
las provincias siguientes: Guatemala, Soconusco, Chiapa, Verapaz,
Honduras, Nicaragua y Costa Rica.

Hállase en la provincia de Guatemala la ciudad de Santiago, residencia
de la Audiencia, de la catedral y Casa de fundición. También citaremos
la ciudad de San Salvador y la villa de la Trinidad.

En la provincia de Soconusco hay un pueblo que se llama Guevetlan,
residencia del gobernador.

En la provincia de Chiapa--cuyo nombre lo toma del pueblo más
importante de los indios--se encuentra Ciudad Real, residencia del
obispo; y en la de Verapaz no hay pueblo alguno de españoles.

En la provincia de Honduras está la ciudad de Vallid, en lengua de
indios Comayagua, donde reside la catedral y el gobierno; además se
halla la ciudad de Gracias a Dios y las villas de San Pedro, San Juan,
la ciudad de Truxillo y la villa de San Xorxe.

Se encuentra en la provincia de Nicaragua la ciudad de León de
Nicaragua, donde residen el gobernador y el obispo; también la ciudad
de Granada y las poblaciones de Nueva Segovia, Nueva Jaén y Realexo.

Pueblos son de la provincia de Costa Rica la villa de Aranjuez y la
ciudad de Cartago.


INDIAS ESPAÑOLAS DEL MEDIODÍA.


_Distrito de la Audiencia de Panamá._

Llamóse primero Castilla del Oro, después Tierra Firme, y, por último,
Distrito de la Audiencia de Panamá. Al distrito de dicha Audiencia
corresponden los gobiernos de Panamá y de Veragua. En Panamá reside la
Audiencia, el gobierno, la catedral y tres conventos (franciscanos,
dominicos y mercenarios). Es muy importante en el gobierno de Panamá
la ciudad del Nombre de Dios y en el de Veragua las ciudades de la
Concepción, de Santa Fe y de Carlos.


_Distrito de la Audiencia de Santa Fe o del Nuevo Reino de Granada._

En la ciudad de Santa Fe de Bogotá, llamada así por la provincia en
que se halla, reside la Audiencia; la catedral metropolitana, cuyos
sufragáneos son Popayán, Cartaxena y Santa Marta; casa de fundición y
dos conventos (uno de franciscanos y otro de dominicos). En el término
de dicha provincia se encuentra la villa de San Miguel y la ciudad de
Jocayma.

En la provincia de los Moriscos y Colinas, llamada también Canapeis, se
encuentran dos pueblos: la ciudad de la Trinidad y la villa de la Palma.

En la provincia de Tunxa está la ciudad del mismo nombre, la de
Pamplona, la de Mérida, la de Vélez, la de Ibaque, la de la Victoria,
la de Nuestra Señora de los Remedios y la de San Juan de los Llanos.

En la provincia de Santa Marta se halla la ciudad del mismo nombre,
residencia del gobernador y del obispo; también la ciudad de los Reyes
y otros pueblos.

En la provincia de Cartaxena se encuentra la ciudad del mismo nombre,
donde reside el gobernador, la catedral y dos conventos de frailes
(franciscanos y dominicos); entre otros pueblos citaremos María y Santa
Cruz de Mopox.

Las provincias del Dorado o Nuevo Extremadura pertenecen también al
distrito del Nuevo Reino de Granada.

Las provincias del Perú se dividieron en dos gobiernos: Francisco
Pizarro gobernó la Nueva Castilla, esto es, desde Quito hasta el Cuzco;
Almagro, la Nueva Toledo, esto es, desde Chinchas hacia el Estrecho.
Estos gobiernos duraron hasta que se fundó la Audiencia de los Reyes y
se nombró virrey del Perú.


_Distrito de la Audiencia de Quito._

En la ciudad de San Francisco de Quito existe la Audiencia para
las cosas de justicia y el virrey para las del gobierno, catedral
y tres conventos (de franciscanos, dominicos y mercenarios). En la
jurisdicción de la citada provincia de Quito está la ciudad de Bamba,
por otro nombre de Cuenca, como también la ciudad de Loxa, llamada por
otros de la Zarza.

Citaremos además las poblaciones de Zamora, de San Miguel de Piura, de
Puerto Viejo, etc.

En la provincia de Popayán se halla la ciudad del mismo nombre, donde
reside un teniente gobernador, catedral y convento de la Merced. Tiene
mucha importancia la ciudad de Calí, donde está el gobernador, casa
de fundición y monasterio de San Francisco; no carecen tampoco de
importancia Guadalaxara de Buga, San Sebastián de la Plata y otras
ciudades.

De la provincia de los Quixos y Canela son las ciudades de Baeza (donde
reside el gobernador nombrado por el virrey del Perú), Archidona y
Avila.

De la provincia de los Pacamoros son las ciudades de Vallid, de Loyola
ó Cumbinama y de Santiago de las Montañas.


VIRREINATO DEL PERÚ.


_Distrito de la Audiencia de los Reyes._

El distrito de la Audiencia de los Reyes, que es lo que propiamente
se denomina Perú, tiene como capital la ciudad de los Reyes ó de
Lima, residencia del virrey y de la Audiencia, del Tribunal de la
Inquisición, de la metrópoli arzobispal (cuyos sufragáneos son los
obispados de Chile, Charcal, Cuzco, Quito, Panamá, Nicaragua y Río de
la Plata), de cinco conventos de frailes y de dos de monjas, de la
Compañía de Jesús, etc. Entre otras poblaciones citaremos las villas
de Arnedo y de Parrilla ó Santa, las ciudades de Truxillo, de San
Juan de la Frontera ó de los Chachapoyas, la de León de Guanuco, la
de Guamauga ó San Juan de la Victoria, la del Cuzco (residencia del
obispo y de varios conventos) y la de Arequipa.


_Distrito de la Audiencia de los Charcas._

El gobierno de la Audiencia de los Charcas, como el de las Audiencias
de Quito y de los Reyes, está á cargo del virrey del Perú; en la
Audiencia de los Charcas se hallan dos gobiernos y dos obispados, el de
Charcas y el de Tucumán. En la provincia de los Charcas se encuentra
la ciudad de la Plata, residencia de la catedral y de cuatro conventos
(franciscanos, dominicos, agustinos y mercenarios) y de la Audiencia.
En su jurisdicción está la ciudad de Nuestra Señora de la Paz, de
Chucuito, de Oropesa y de Potosí. En la provincia de Tucumán se halla
la ciudad de Santiago del Estero, antes del Barco, y en ella está la
catedral y el gobierno; además se encuentran las ciudades de San Miguel
de Tucumán y de Santa María de Talavera.

En la provincia de Chile hay once pueblos de españoles con un
gobernador bajo las órdenes del virrey y Audiencia del Perú. La
ciudad de Santiago, en otro tiempo la primera población de Chile, es
residencia de la catedral y de tres conventos (franciscanos, dominicos
y mercenarios); también la ciudad de la Serena y otras poblaciones.

Merecen especial mención las siete poblaciones siguientes: la ciudad
de la Concepción, residencia del gobernador y de tres conventos
(franciscanos, dominicos y mercenarios); la ciudad de los Confines o
de Villanueva de los Infantes, con dos conventos (de franciscanos y
dominicos); la ciudad Imperial, residencia de la catedral y de dos
conventos (franciscanos y mercenarios); la ciudad de Villarrica, con
dos conventos (franciscanos y mercenarios); la ciudad de Valdivia, con
tres conventos (franciscanos, dominicos y mercenarios); la ciudad de
Osorno, con dos conventos de frailes (franciscanos y dominicos) y otro
de monjas; y la ciudad de Castro, con un convento de franciscanos.

Llámanse provincias o tierras del Estrecho de Magallanes las que hay
desde la costa de Chile hasta dicho Estrecho; las cuales, aunque
habitadas por indios, no se han pacificado ni constituyen población.

Las provincias del Río de la Plata constituyen un gobierno subordinado
al virrey del Perú y tienen un obispado. En la ciudad de la Asunción,
fundada junto al río Paraguay, reside el gobernador y el obispo
(sufragáneo del Arzobispado de los Reyes). Buenos Aires es un pueblo
que antiguamente se despobló cerca de donde ahora se ha vuelto a
poblar; hállase en la provincia que llaman los Morocotes y en la ribera
derecha del Río de la Plata.

Las provincias y tierra del Brasil se hallan divididas en nueve
gobiernos que llaman Capitanías, y en ellas 17 pueblos de portugueses
situados en la costa.


SUELDOS ANUALES DE LOS MINISTROS PRINCIPALES Y SUBALTERNOS DE TODAS LAS
AUDIENCIAS DE AMÉRICA DESDE 1.º DE JULIO DE 1776.


                      _Audiencia de México._

  El Virrey, Presidente, Gobernador y Capitán General, sesenta
  mil pesos.                                                      60.000

  El Regente, nueve mil pesos.                                     9.000

  Diez Oidores, cinco Alcaldes del crimen y dos Fiscales, a
  cuatro mil y quinientos pesos cada uno.                         76.500

  Cuatro Relatores de lo civil y dos del crimen, a
  setecientos pesos cada uno.                                      4.200

  Dos agentes Fiscales de lo civil y criminal, a ochocientos
  pesos cada uno.                                                  1.600
                                                                 -------
                                                                 150.300


                   _Audiencia de Guadalajara._

  El Regente con las facultades y funciones de la Presidencia,
  seis mil y seiscientos pesos.                                    6.600

  Cinco Oidores y dos Fiscales de lo civil y criminal, a tres
  mil y trescientos pesos cada uno.                               23.100

  El Alguacil mayor, dos mil setecientos y cincuenta pesos.        2.750

  Dos Relatores y dos agentes fiscales de lo civil y criminal,
  a quinientos pesos cada uno.                                     2.000
                                                                 -------
                                                                  34.450


                    _Audiencia de Guatemala._

  El Presidente Gobernador y Capitán general, diez mil pesos.     10.000

  El Regente, seis mil y seiscientos pesos.                        6.600

  Cinco Oidores y dos Fiscales de lo civil y criminal, á tres
  mil y trescientos pesos cada uno.                               23.100

  Dos Relatores y dos agentes Fiscales de lo civil y criminal,
  á quinientos pesos cada uno.                                     2.000
                                                                 -------
                                                                  41.700


                  _Audiencia de Santo Domingo._

  El Presidente Gobernador y Capitán general de la Isla
  Española, ocho mil pesos.                                        8.000

  El Regente, seis mil y seiscientos pesos.                        6.600

  Cinco Oidores y dos Fiscales de lo civil y criminal, á tres
  mil y trescientos pesos cada uno.                               23.100

  Dos Relatores y dos agentes Fiscales de lo civil y criminal,
  á quinientos pesos cada uno.                                     2.000
                                                                 -------
                                                                  39.700


                       _Audiencia de Lima._

  El Virrey, Presidente Gobernador y Capitán general, sesenta
  mil y quinientos pesos.                                         60.500

  El Regente, nueve mil setecientos veinte pesos.                  9.700

  Diez Oidores, cinco Alcaldes del crimen y dos Fiscales de lo
  civil y criminal, á cinco mil pesos cada uno.                   85.000

  Dos agentes Fiscales y cinco Relatores de lo civil y criminal
  á mil y ochenta pesos cada uno.                                  7.560
                                                                 -------
                                                                 163.060


                     _Audiencia de Charcas._

  El Presidente, diez mil pesos.                                  10.000

  El Regente, nueve mil setecientos y veinte pesos.                9.720

  Cinco Oidores y dos Fiscales de lo civil y criminal, quatro
  mil ochocientos sesenta pesos cada uno.                         34.020

  El Alguacil mayor, tres mil doscientos quarenta pesos.           3.240

  Dos Relatores y dos agentes Fiscales de lo civil y criminal,
  á ochocientos pesos cada uno.                                    3.200
                                                                 -------
                                                                  60.180


                      _Audiencia de Chile._

  El Presidente Gobernador y Capitán general de aquel Reino,
  diez mil pesos.                                                 10.000

  El Regente, nueve mil setecientos veinte pesos.                  9.720

  Cinco Oidores y dos Fiscales de lo civil y criminal, á
  quatro mil ochocientos sesenta pesos cada uno.                  34.020

  El Alguacil mayor, quatro mil ochocientos sesenta pesos.         4.860

  Dos Relatores y dos agentes Fiscales de lo civil y criminal,
  ochocientos pesos cada uno.                                      3.200
                                                                 -------
                                                                  61.800


                    _Audiencia de Santa Fee._

  El Virrey, Presidente Gobernador y Capitán general, quarenta
  mil pesos.                                                      40.000

  El Regente, seis mil y seiscientos pesos.                        6.600

  Cinco Oidores y dos Fiscales de lo civil y criminal, á tres
  mil y trescientos pesos cada uno.                               23.100

  El Alguacil mayor, dos mil pesos.                                2.000

  Dos Relatores y dos agentes Fiscales de lo civil y criminal,
  á quinientos pesos cada uno.                                     2.000
                                                                 -------
                                                                  73.700


                      _Audiencia de Quito._

  El Regente con la presidencia unida á su empleo, seis mil y
  seiscientos pesos.                                               6.600

  Cinco Oidores y dos Fiscales de lo civil y criminal, á tres
  mil y trescientos pesos cada uno.                               23.100

  Dos Relatores y dos agentes Fiscales de lo civil y criminal
  á quinientos pesos cada uno.                                     2.000
                                                                 -------
                                                                  31.700



M


_Arzobispos de México desde la conquista hasta 1811._

  D. Fray Juan de Zumárraga (1527-1548).
   " Fray Alonso de Montufar (1551-1569).
   " Pedro de Moya y Contreras (1573-1591).
   " Alonso Fernández de Bonilla (1592).
   " Fray García de Santa María Mendoza (1600-1606).
   " Fray García Guerra (1607-1612).
   " Juan Pérez de la Serna (1613-1626)
   " Francisco Manso y Zúñiga (1629-1637).
   " Francisco Verdugo (1639).
   " Feliciano de la Vega (1639-1640).
   " Juan de Palafox y Mendoza (1642-1643).
   " Juan de Mañosca (1643-1653).
   " Marcelo López de Azcona (1653 1654).
   " Mateo Saga de Bugueiro (1655-1662).
   " Diego Osorio Escobar y Llamas (1663-1664).
   " Alonso de Cuevas y Dávalos (1664-1665).
   " Fray Marcos Martínez de Prado (1666-1667).
   " Fray Payo Enríquez de Rivera (1668-1681).
   " Manuel Fernández de Santa Cruz (1681).
   " Francisco Aguiar y Seijas (1682-1698).
   " Juan de Ortega Montañez (1700-1708).
   " Fray José Lanciego y Eguiluz (1713-1728).
   " Manuel José de Endaya y Haro (1728).
   " Juan Antonio Lardizabal Elorza (1729).
   " Juan Antonio de Vizarrón Eguiarreta (1730-1747).
   " Manuel Rubio Salinas (1749-1765).
   " Francisco Antonio Lorenzana (1766-1771).
   " Alfonso Núñez de Haro Peralta (1771-1800).
   " Francisco Javier de Lizana Beaumont (1802-1811)[895].

       [895] _Documentos para la Hist. de Bolívar_, ordenados por
       José F. Blanco, tomo II, págs. 598 y 599.


_Obispos de Yucatán desde la conquista hasta fines del siglo XVIII._

  D. Fr. Juan de San Francisco.
   " Fr. Juan de la Puerta (1552).
   " Fr. Francisco de Toral (1562-1571).
   " Fr. Diego de Landa (1572-1579).
   " Fr. Gregorio Montalvo (1580-1587).
   " Fr. Juan Izquierdo (1587-1602).
   " Diego Vázquez Mercado (1603-1608).
   " Fr. Gonzalo de Salazar (1608-1636).
   " Juan Alonso de Ocón (1638-1642).
   " Andrés Fernández de Ipenza (1643).
   " Marcos de Torres y Rueda (1646-1649).
   " Fr. Domingo de Villa-Escusa Ramírez de Arellano (1651-1652)
   " Lorenzo de Orta.
   " Fr. Luis de Cifuentes y Sotomayor (1657-1676).
   " Juan de Escalante Turcios y Mendoza (1676-1681).
   " Juan Cano Sandoval (1689-1695).
   " Fr. Antonio de Arriaga y Agüero (1696-1698).
   " Fr. Pedro de los Reyes Ríos de la Madrid (1700-1714).
   " Juan Gómez de Parada (1715-1728).
   " Juan Ignacio de Castorena y Ursúa (1729-1733).
   " Francisco Pablo Matos Coronado (1734-1741).
   " Fray Mateo de Zamora y Penagos (1741-1744).
   " Fr. Francisco de San Buenaventura Tejada Díez de Velasco
       (1746-1751).
   " Juan José de Eguiara y Eguren (1751).
   " Fray Ignacio Padilla y Estrada (1752-1760).
   " Fr. Antonio Alcalde (1761-1773).
   " Diego Peredo.
   " Fr. Juan Manuel de Vargas Rivera (1774).
   " Antonio Caballero y Góngora.
   " Fr. Luis de Piña y Mazo (1777)[896].

       [896] _Documentos para la Hist. de Bolívar_, ordenados por
       José F. Blanco, tomo II, págs. 599-604.


_Arzobispos que hubo en Lima hasta la penúltima década del siglo XVIII._

  D. Diego Gómez de la Madrid, presentado para Obispo de Lima en 1538.
   " Fray Jerónimo de Loaiza, promovido para Obispo de Lima en 1540 y
       para Arzobispo de dicha población en 1545 hasta 1575.
   " San Toribio Alfonso Mogrovejo (1578-1606).
   " Bartolomé Lobo Guerrero (1609-1622).
   " Gonzalo de Ocampo (1623-1626).
   " Fernando Arias de Ugarte (1630-1638).
   " Fr. Fernando de Vera (1638).
   " Pedro de Villagómez (1640-1671).
   " Fr. Juan de Almoguera (1674-1676).
   " Melchor de Liñán y Cisneros (1678-1708).
   " Francisco de Levanto.
   " Antonio de Zuloaga (1714-1722).
     Fr. Diego Morcillo Rubio de Auñón (1724-1730).
   " Francisco Antonio de Escandón (1732-1739).
   " José Antonio Gutiérrez de Ceballos (1742-1745).
   " Agustín Rodríguez Delgado (1746).
   " Pedro Antonio Barroeta y Angel (1748-1758).
   " Diego del Corro (1759-1761).
   " Diego Antonio de Parada (1762-1779).
   " Juan Domingo González de la Reguera (1781)[897].

       [897] _Documentos para la Hist. de Bolívar_, ordenados por
       José F. Blanco, tomo I, págs. 481-483.


OBISPOS Y ARZOBISPOS DE GUATEMALA.--OBISPOS DESDE 1534 HASTA 1743.
ARZOBISPOS DESDE 1743 HASTA 1844.


_Obispos._

  D. Francisco Marroquín.
   " Bernardino Villalpando.
   " Gómez Fernández de Córdova.
   " Fr. Juan Ramírez de Arellano.
   " Fr. Juan Cabezas Altamirano.
   " Fr. Juan Zapata y Sandoval.
   " Agustín Ugarte y Sarabia.
   " Bartolomé Gómez Soltero.
   " Fr. Payo Henríquez de Ribera.
   " Juan de Santo Matía Saenz Mañozca y Murillo.
   " Juan de Ortega y Montañez.
   " Fr. Andrés de las Navas y Quevedo.
   " Fr. Mauro de Larreategui y Colón.
   " Fr. Juan Bautista Alvarez de Toledo.
   " Nicolás Carlos Gómez de Cervantes.
   " Juan Gómez de Parada.
   " Fr. Pedro Pardo de Figueroa.


_Arzobispos._

  D. Fr. Pedro Pardo de Figueroa.
   " Francisco José Figueredo y Victoria.
   " Pedro Cortés y Larraz.
   " Cayetano Francos y Monrroy[898].
   " Juan Félix de Villegas.
     Sr. Peñalver y Cárdenas.
     Rafael de la Vara.
     Fr. Ramón Casaus y Torres (1811-1829).
   " García Pelaez (desde 1844)[899].

       [898] Primer Arzobispo que residió en Nueva Guatemala.

       [899] Véase Montufar, _Reseña histórica de Centro-América_,
       tomo IV, págs. 428-431.



_Obispos de Honduras desde el año 1539 al 1810._

  D. Cristóbal de Pedraza.
   " Fr. Jerónimo de Corella.
   " Fr. Alonso de la Cerda.
   " Fr. Gaspar de Andrada.
   " Fr. Alonso Galdo.
   " Fr. Luis de Cañizares.
   " Juan Merlo de la Fuente.
   " Fr. Alonso de Vargas.
   " Martín de Espinosa.
   " Fr. Juan Pérez.
   " Fr. Fernando de Guadalupe López Portillo.
   " Fr. Francisco Molina.
   " Diego Rodríguez de Rivas.
   " Isidoro Rodríguez.
   " Antonio de Macarulla.
   " Francisco José Palencia.
   " Fr. Antonio de San Miguel.
   " Fr. Fernando de Cadiñanos.
   " Fr. Vicente Navas.
   " Manuel Julián Rodríguez[900].

       [900] Véase Montufar, _Reseña histórica de Centro-América_,
       tomo IV, pág. 217.


_Obispos que tuvo Quito desde el primero hasta la penúltima década del
siglo XVIII._

  D. Garci Díaz Arias (1545-1562).
   " Pedro de la Peña (1563-1588).
   " Fr. Antonio de S. Miguel y Solier (1590-1591).
   " Fr. Luis López de Solís (1593-1600).
   " Fr. Salvador de Ribera (1607-1612).
   " Fernando Arias de Ugarte (1613-1616).
   " Fr. Alonso de Santillana (1618-1620).
   " Fr. Francisco de Sotomayor (1623-1628).
   " Pedro de Oviedo.
   " Agustín de Ugarte y Sarabia (1646-1650).
   " Alonso de la Peña Montenegro (1652-1688).
   " Sancho de Andrade y Figueroa (1688-1702).
     Diego Ladrón de Guevara (1702-1710).
   " Luis Francisco Romero (1722-1726).
   " Juan Gómez de Frías (1726-1729).
   " Juan de Escandón (1732).
   " Andrés de Paredes Polanco y Armendáriz (1734).
   " Juan Nieto Polo del Aguila (1749-1759).
   " Pedro Ponce y Carrasco (1762-1776).
   " Blas Sobrino y Minayo (1776).
   " José Pérez Calama (1788)[901].

       [901] _Documentos para la Hist. de Bolívar_, ordenados por
       José F. Blanco, tomo I, págs. 485-487.


_Obispos que tuvo Panamá desde la fundación de su Sede Episcopal hasta
1901._

  D. Fr. Vicente Pedraza (15 Septiembre 1521).
   " Fr. Martín de Béjar, sustituto del anterior.
   " Fr. Tomás de Berlanga (1533).
   " Fr. Pablo Torres (obispo en 1550).
   " Fr. Juan de Vaca (obispo en 1563).
   " Fr. Francisco Abrego (1569-1574).
   " Fr. Manuel de Mercado Aldrete (1577-1580).
   " Maestro Bartolomé Ledesma (1580-1587).
   " Fr. Bartolomé Martínez Menacho (1588-1593).
   " Antonio Calderón (1599-1608).
   " Fr. Agustín de Carvajal (1608-1611).
   " Sancho Pardo de Figueroa (tomó posesión en 1663).
   " Antonio de León, obispo desde 1671.
   " Lucas Fernández de Piedrahita, desde 1676.
   " Diego Ladrón de Guevara (1689-1698).
   " Fr. Juan de Argüelles.
   " Fr. Manuel de Mimbela, obispo desde 1714.
   " Fr. Juan José de Llamas y Rivas, obispo desde 1716.
   " Fray Pedro Morcillo Rubio y Auñón, obispo en 1741.
   " Juan de Castañeda.
   " Francisco J. de Luna Victoria, obispo desde el 15 de agosto de
       1751.
   " Miguel Moreno y Ollo, nombrado obispo en 1763, y tomó posesión el
       20 de enero de 1764.
   " Manuel Joaquín González de Acuña, obispo en 1796.
   " Fr. Higinio Durán y Martel, electo en Madrid el 9 de enero de 1817,
       y tomó posesión en agosto del mismo año, falleciendo en 1823.
   " Manuel Vázquez Gallo, no aceptó el obispado en 1828.
   " Juan José Cabarcas, nombrado en 1835.
   " Francisco del Rosario Manfredo y Balletas (1847-1850).
   " Fr. Eduardo Vázquez, obispo desde 1856.
   " Ignacio Antonio Parra, obispo desde 1871.
   " José Telesforo Paúl, obispo desde 1875.
   " José Alejandro Peralta, sucesor de Paúl, tomó posesión el 29 de
       enero de 1887.
   " Javier Junquito, tomó posesión en agosto de 1901.


 _Número de obispos en Guatemala, San Salvador, Honduras, Nicaragua
                           y Costa Rica._

Guatemala, desde que gobernó la diócesis D. Francisco Marroquín hasta
D. Bernardo Piñol, ha tenido 17 obispos y 10 arzobispos.

San Salvador, desde la formación de la diócesis y el gobierno de ella
por D. Jorge Viteri, hasta hoy, han existido tres obispos.

Honduras, desde que en el año 1539 comenzó a gobernar la diócesis don
Cristóbal de Pedraza, hasta 1878, en que la dirigía Fray Juan de Jesús
Cepeda, se cuentan 24 obispos.

Nicaragua, desde el año 1532, en que gobernó la diócesis D. Diego
Alvarez Osorio, hasta hoy, que la rige D. Manuel Ulloa, se cuentan 36
obispos.

Costa Rica, desde la formación de la diócesis y el gobierno de ella por
D. Anselmo Llorente, hasta el presente, ha habido dos obispos.


_Catálogo de los Obispos de la diócesis de Puerto Rico hasta mediados
del siglo XIX._

  D. Alonso Manso, murió el 27 de noviembre de 1538.
   " Fr. Manuel de Mercado.
   " Rodrigo de Bastidas, obispo primero de Venezuela, y desde 1542 de
       Puerto Rico.
   " Fr. Diego de Salamanca.
   " Fr. Nicolás de Ramos.
   " Antonio Calderón.
   " Fr. Martín Vázquez. Comenzó su obispado por los años 1600 y murió
       en 1609.
   " Fr. Alonso Monroy. No llegó a tomar posesión.
   " Fr. Francisco Cabrera (1610-1613).
   " Fr. Pedro Solier (1615-1617).
   " Bernardo de Balbuena (1623-1627)[902].
   " Juan López Agurto de la Mata.
   " Fr. Juan Alonso de Solís. Murió el 19 de abril 1641.
   " Fr. Damián López de Haro. Entró en Puerto Rico el 1644.
   " Fernando Lobo del Castillo (1650-1651).
   " Francisco Naranjo (1652-1655).
   " Francisco Arnaldo de Isasi (1659-1661).
   " Manuel Molinero. Electo en 1663.
   " Fr. Benito de Rivas (1664-1668).
   " Fr. Bartolomé García de Escañuela. Tomó posesión por poder en 25 de
       abril de 1671, y fué promovido al obispado de Durango en 1675.
   " Marcos Arista de Sobremonte (1679-1681).
   " Fr. Francisco Padilla. Tomó posesión en 23 de junio de 1684,
       pasando al obispado de Santa Cruz de la Sierra el 1695.
   " Fr. Bartolomé García, electo.
   " Fr. Jerónimo Valdés, electo.
   " Urbano López, electo.
   " Fr. Pedro de la Concepción Urtiaga y Salazar, tomó posesión el 19
       de mayo de 1706.
   " Raimundo Caballero, electo.
   " Fr. Fernando Valdivia y Mendoza (1719-1725).
   " Sebastián Lorenzo Pizarro (1728-1736).
   " Francisco Pérez Lozano (1738-1741).
   " Francisco Bejar. Tomó posesión en 1745.
   " José Martínez, electo.
   " Francisco Julián de Antolino. Entró en Puerto Rico el 18 de
       diciembre de 1749.
   " Pedro Martínez de Oneca (1756-1760).
   " Mariano Martí, obispo desde 1762, pasando luego a Caracas.
   " Fr. Manuel Giménez Pérez, electo en 1770 y tomó posesión en 1772.
   " Felipe José de Trespalacios, electo en 1784, tomó posesión en 1785
       y pasó aCuba en 1789, muriendo obispo de la Habana en 1800.
   " Francisco de la Cuerda (1790-1795).
   " Fr. Juan Bautista de Zengotita y Bengoa, electo en 1795, tomó
       posesión en 1796 y murió en 1802.
   " Juan Alejo de Arizmendi y de la Torre (1803-1814).
   " Mariano Rodríguez de Olmedo y Valle (1817-1820); luego arzobispo de
       Cuba.
   " Pedro Gutiérrez de Cos (1826-1833).
   " Fr. Francisco de la Puente. Pasó a la península y fué trasladado á
       la silla deSegovia.
   " Gil Esteve y Tomás (1849-1853).
   " Fr. Pablo Benigno Carrión (1858)[903].

       [902] El obispo Balbuena es autor de la _Grandeza Mexicana_,
       del _Bernardo_ y del _Siglo de Oro_.

       [903] Véase Abad y Lassierra, Ob. cit., págs. 498-502.


_Arzobispos que tuvo Santa Fe de Bogotá desde el primero hasta fines
del año de 1809._

  D. Fr. Martín de Calatayud, (obispo).
   " Fr. Juan de los Barrios, (obispo).
   " Luis Zapata de Cárdenas, primer arzobispo (1573-1590).
   " Alonso López de Ayala (1591).
   " Bartolomé Martínez Menacho (1593-1594).
   " Fr. Andrés Caro.
   " Bartolomé Lobo Guerrero (1599-1608).
   " Juan de Castro.
   " Pedro Ordóñez Flores (1613-1625).
   " Julián de Cortazar (1627-1630).
   " Bernardino de Almansa (1630-1633).
   " Fr. Cristóbal de Torres (1635-1654).
   " Diego del Castillo y Artiga (1655).
   " Fr. Juan de Arquinao (1661).
   " Antonio Sanz Lozano.
   " Fr. Ignacio de Urbina.
   " Francisco Cosío y Otero (1703).
   " Francisco del Rincón (1716).
   " Antonio Claudio Alvarez de Quiñones (1724).
   " Fr. Juan Galavis (1737).
   " Fr. Fermín de Guevara (1740-1744).
   " Pedro Azua Iturgoyen Peruano (1745-1753).
   " Francisco Javier de Arauz (1754-1764).
   " Manuel de Sosa y Betancourt (1764).
   " Francisco Antonio de la Riva Mazo (1766).
   " Fr. Lucas José Ramírez Galán (1770).
   " Fr. Agustín Manuel Camacho y Rojas (1771-1774).
   " Agustín de Alvarado y Castillo (1775-1778).
   " Antonio Caballero y Góngora (1778-1791).
   " Baltasar Jaime Martínez y Campañón (1791-1797).
   " Fr. Fernando de Portillo y Torres (1798-1804).
   " Juan Bautista Sacristán (1804-1810)[904].

       [904] _Documentos para la Historia de Bolívar_, ordenados por
       José F. Blanco, tomo I, págs. 490-493.--También tomo II, pág.
       337 y 338.


_Obispos y Arzobispos de Caracas y Venezuela desde su comienzo hasta
fines del año 1816._

  D. Rodrigo Bastidas (1531-1542).
   " Miguel Jerónimo Ballesteros (1543-1558).
   " Bartolomé (se ignora el apellido).
   " Fr. Pedro de Agreda (1561-1583).
   " Fr. Juan Martínez Manzanillo (1583-1591).
   " Fr. Pedro Martín Palomino (1595-1596).
   " Fr. Domingo de Salinas (1597-1600).
   " Fr. Pedro Martín Palomino (1601).
     Fr. Pedro de Oña (1601-1604).
   " Fr. Antonio de Alcega (1604-1610).
   " Fr. Juan de Bohorques (1610-1618).
   " Fr. Gonzalo de Angulo (1619-1633).
   " Juan López Aburto de la Mata (1635-1637).
   " Fr. Mauro de Tovar (1639-1661).
   " Fr. Alonso Briceño (1661-1668).
   " Fr. Antonio González de Acuña (1670-1682).
   " Diego de Baños Sotomayor (1682-1706).
   " Fr. Francisco del Rincón (1712-1717).
   " Juan José de Escalona y Calatayud (1717-1729).
   " José Félix Valverde (1731-1740).
   " Juan García Abadiano (1742-1747).
   " Manuel Jiménez Bretón (no tomó posesión).
   " Manuel Machado y Luna (1749-1752).
   " Francisco Julián de Antolino (1752-1755).
   " Miguel Argüelles (1756).
   " Diego Antonio Díez Madroñero (1756-1769).
   " Mariano Martí (1769-1792).
   " Fr. Juan Antonio de la Vírgen María Viana (1792-1799).
   " Francisco de Ibarra (1800-1806).
   " Narciso Coll y Prat (1807-1816)[905]
   " Ramón Ignacio Méndez (1828-1836).
   " Ignacio Fernández Peña (m. el 1849).
   " José Antonio Pérez de Velasco.
   " Silvestre de Guevara y Lira[906].

       [905] _Doc. para la hist. de Bolívar_, ordenados por José F
       Blanco, tomo I, págs. 498-502.--También tomo I, pág. 338.

       [906] Ibidem, tomo III, págs. 594-599.


_Obispos del Paraguay desde 1547 hasta 1779._

  D. Fr. Juan de los Barrios y Toledo (1547-1550).
   " Fr. Tomás de la Torre (1552-1555).
   " Fr. Fermín González (1559).
   " Fr. Juan del Campo (1575).
   " Fr. Alonso Guerra (1575).
   " Fr. Juan de Almaraz (1591-1592).
   " Tomás Vázquez del Caño (1596).
   " Fr. Baltasar de Covarrubias (1601).
   " Fr. Martín Ignacio de Loyola (1601-1607).
   " Fr. Reginaldo de Lizárraga (1607).
   " Lorenzo de Grado (1607-1608).
   " Fr. Tomás de Torres (1619-1625).
   " Fr. Agustín de Vega (1625).
   " Fr. Cristóbal de Aresti (1626-1635).
   " Fr. Francisco de la Serna (1635-1640).
   " Fr. Bernardino de Cárdenas (1640-1647).
   " Fr. Gabriel de Guillistegui (1666-1571).
   " Fernando de Balcázar (1672).
   " Fr. Faustino de las Casas (1672-1683).
   " Fr. Sebastián de Pastrana.
   " Juan Durana (electo) y
   " José de Palos (coadjutor) (1724-1738).
   " Fr. José Cayetano Palavicini (1739-1748).
   " Fernando Pérez de Oblitas (1748-1756).
   " Manuel de la Torre (1756-1763).
   " Manuel López de Espinosa (1763-1772).
   " Juan José Priego (1772-1779).
   " Fr. Luis de Velasco (1779)[907].

       [907] _Doc. para la hist. de Bolívar_, tom. II, págs. 448-450.


_Obispos que hubo en Buenos Aires desde 1627 hasta 1785._

  D. Fr. Pedro Carranza (1627-1632).
   " Fr. Cristóbal de Aresti (1635-1640).
   " Fr. Cristóbal de la Mancha y Velasco (1641-1658).
   " Antonio de Azcona Imberto (1660-1681).
   " Fr. Juan Bautista Sicardo (1704-1708).
   " Fr. Pedro Fajardo (1708-1730).
   " Juan de Arregui (1731-1734).
   " Fr. José de Peralta (1740-1746).
   " Cayetano Pacheco de Cárdenas (1748).
   " Cayetano Marceliano Agramont (1747-1758).
   " José Antonio Basurto Herrera (1758-1762).
   " Manuel de la Torre (1763-1778).
   " Fr. Sebastián Malbar (1779-1784).
   " Manuel Azamor (1785)[908].

       [908] _Documentos para la Hist. de Bolívar_ por D. José F.
       Blanco, tomo II, págs. 444 y 445.


_Arzobispados y Obispados que había en América en 1º de enero de 1775._

  Arzobispado de México.
  Obispados de Puebla de los Angeles.
      "        Oaxaca.
      "        Mechoacán.
      "        Guadalajara.
      "        Durango.
      "        Cuba.
      "        Caracas.
  Arzobispado de Lima.
  Obispados de Cuzco.
      "        Arequipa.
      "        Trujillo.
      "        Guamanga.
      "        Chile.
  Arzobispado de Charcas.
  Obispados de La Paz.
      "        Santa Feé.
      "        Quito[909].

       [909] _Ced. índico_, tomo XXXII, núm. 312, págs. 312 y
       siguientes.



N


Madrid 9 septiembre de 1660.

El Rey Benerables y devotos Padres Provinciales de las Ordenes de Santo
Domingo, San Francisco, San Agustín, la Merced, Carmelitas Descalzos y
Compañía de Jesús de mis Indias Occidentales. Por diferentes cartas y
testimonios que algunos Ministros mios han remitido á mi Consejo Real
de las Indias se han reconocido los graves daños y inconvenientes que
se siguen de tener aviertas las Puertas de las Iglesias de algunos de
los Conventos de vuestras ordenes á oras extraordinarias de la noche,
y hacerse en ellos y en los Monasterios de Religiosos, Comedias y
otras representaciones contra la reverencia que se debe á lugares tan
sagrados, siguiéndose dello algunas ofensas de Dios, nuestro Señor,
y mal ejemplo y escándalo á los fieles, y más particularmente á los
naturales desas Provincias recien convertidos á nuestra fee, y para
que en lo de adelante se eviten eficazmente los daños que se pueden
seguir de que se continue semejante abuso y perjudicial introduccion:
Habiéndose visto y considerado por los del dicho mi Consejo mui
atentamente, he resuelto dar la presente:

Por la qual os encargo mucho, que de aquí en adelante con ningun
pretexto permitais se tengan aviertas las Iglesias de vuestros
conventos despues de puesto el Sol, y que de ninguna manera por
ningun caso, ni para efecto alguno que sea, por lo que os tocare
y perteneciere deis licencia ni consintais que en ninguno de los
conventos de religiosos y religiosas de vuestra Jurisdiccion se hagan
ni representen Comedias así en las Iglesias como fuera de ellas, y
que executeis esta orden precisamente dando para ello todas las que
tubieredes por necesarias para que cesen los inconvenientes que desto
se pueden seguir, y todos se conserven en la union y conformidad que
tanto conviene establecer en las religiones, como lo fio de vuestro
celo y amor al servicio de Dios y mio, y del recibo deeste despacho
y su puntual observancia me avisareis=Yo el Rey=Por mandado del Rey
nuestro Señor, Don Juan de Subica[910].

       [910] _Archivo histórico nacional.--Cedulario índico_, tomo
       XXV, págs. 56 v.ª y 57.



O

CARTA DE LOS INDIOS GOBERNADORES DE VARIAS PROVINCIAS DE YUCATÁN AL
REY DON FELIPE II, QUEJÁNDOSE DE LOS TORMENTOS, MUERTES Y ROBOS QUE
CON ELLOS HABÍAN COMETIDO LOS RELIGIOSOS DE LA ORDEN DE SAN FRANCISCO.
Yucatán, 12 de abril de 1567.


  Sacra Catholica Magestad:

Despues que nos vino el bien, que fué conosçer á Dios Nuestro Señor
por solo verdadero Dios, dexando nuestra ceguedad é ydolatrias, y
á V. M. por señor temporal, antes que abriesemos bien los ojos al
conocimiento de lo uno y de lo otro, nos vino una persecución, la mayor
que se puede ymaginar, y fué, en el año de sesenta y dos, por parte
de los religiosos de Sant Francisco, que aviamos traydo para que nos
doctrinassen, que, en lugar de lo hazer, nos començaron á atormentar,
colgandonos de las manos y açotandonos cruelmente, y colgandonos pesas
de piedras á los pies, y atormentando á muchos de nosotros en burros,
echandonos mucha cantidad de agua en el cuerpo, de los quales tormentos
murieron y mancaron muchos de nosotros.

Estando en esta tribulaçion y trabaxos, confiando de la justiçia de V.
M. que nos oyera y guardara justiçia, vino el doctor Diego Quixada,
que á la sazon era, á ayudar á los atormentadores, diziendo que eramos
ydolatras y sacrificadores de hombres y otras cosas agenas de toda
verdad, que en nuestra ynfidelidad no las cometimos. Y como nos veyamos
mancos, de los crueles tormentos, y muchos muertos en ellos y dellos,
y robados de nuestras haziendas, y más, que veyamos desenterrar los
huesos de los muertos baptizados, aviendo muerto como christianos,
estabamos para desesperarnos. Y no contentos con esto, los religiosos
y justiçia de V. M. hizieron un auto solenne de ynquisiçion en Mani,
pueblo de V. M., en que sacaron muchas estatuas, y desenterraron
muchos muertos, y quemaron allí públicamente, y condenaron á muchos á
esclavos para servir á los españoles por ocho y diez años, y echaron
sant benitos. Y lo uno y lo otro nos pusieron gran admiraçion y
espanto, porque no sabiamos qué cosa era, por ser recien baptizados y
no predicados; y porque bolviamos por nuestros vasallos, diziendo que
los oyessen y les guardassen justiçia, nos prendieron y aprisionaron y
llevaron en cadenas, como á esclavos, al monesterio de Merida, adonde
murieron muchos de los nuestros, y allí nos dezian que nos avian de
quemar, sin saber nosotros por qué.

Y a esta razon llegó el obispo, que V. M. nos embió, el qual, aunque
nos sacó de la carçel y nos libró de la muerte y quitado los sant
benitos, no nos a desgraviado en las ynfamias y testimonios que nos
levantaron, diziendo que somos ydolatras, sacrificadores de hombres é
que aviamos muerto muchos yndios; por que, al fin, es del hábito de
Sant Françisco y haze por ellos: a nos consolado de palabra, diciendo
que V. M. hará justiçia.

Vino un receptor de Mexico á ynquirir esto, y pensamos que lo hiciera
la Audiençia, y no a hecho nada.

Vino despues Don Luys de Çespedes, governador, y en lugar de nos
desagraviar, nos a augmentado tribulaciones, llevandonos á nuestras
hijas y mugeres á servir á los españoles, contra su voluntad y la
nuestra, que lo sentimos tanto, que vienen á dezir la gente simple
que en nuestra ynfidelidad no eramos tan vexados ni acosados, por que
nuestros antepasados no quitavan á nadie sus hijos, ni á los maridos
sus mugeres, para servir dellos como lo haze agora la justiçia de V.
M., aun para servir á los negros y mulatos.

Y con todas nuestras afliciones y trabaxos, amamos á los padres y
les damos lo necessario, y les hemos hecho muchos monesterios y
proveydo de hornamentos y campanas, todo á nuestra costa y de nuestros
vasallos y naturales, aunque, en pago de estos servicios, nos traen
tan avasallados, cosa que nunca lo padescimos en nuestra gentilidad. Y
obedescemos á la justiçia de V. M. esperando que nos embiará remedio
para todo.

Una cosa nos á desmayado mucho y nos a alborotado, que son cartas que
Fray Diego de Landa, principal autor de todos estos males y trabaxos,
escrive, diziendo que V. M. ha aprobado las muertes, robos, tormentos
y esclavonias y otras crueldades que hicieron en nosotros: de lo qual,
estamos admirados que tal cosa se diga de tan catholico y recto Rey,
como es V. M. Si es que allá ha dicho que nosotros sacrificamos hombres
despues de baptizados, es muy gran testimonio y maldad ynventada por
ellos para dorar sus crueldades.

Y si ydolos se hallaron o hallamos nosotros, los sacamos de las
sepulturas de nuestros antepasados, para dar á los religiosos, porque
nos los mandavan traer, diziendo que haviamos dicho en los tormentos
que los teniamos; y toda la tierra sabe cómo los yvamos á buscar
veynte, treynta y cient leguas, adonde entendiamos que los tenian
nuestros antepasados y nosotros haviamos dexado quando nos baptizamos,
y con sana conçiençia, no nos podían castigar por ellos como nos
castigaron.

Y si V. M. se quiere ynformar desto, embie persona tal que lo averigue,
y verse á nuestra ynocençia y la gran crueldad de los padres, y si el
obispo no viniera, todos fueramos acabados. Y porque, aunque queremos
bien á Fray Diego de Landa y á los demas padres que nos atormentaron,
solamente de oyrlos nombrar, se nos revuelven las entrañas. Por tanto,
V. M. nos embie otros ministros que nos doctrinen y prediquen la ley de
Dios, porque deseamos mucho nuestra salvaçion.

Los religiosos del señor Sant Françisco, desta provinçia, an escripto
ciertas cartas á V. M. y al general de su orden, en abono de Fray Diego
de Landa, y de otros, sus compañeros, que fueron los que atormentaron,
mataron y escandalizaron y dieron ciertas cartas escriptas en la lengua
de Castilla á ciertos yndios sus familiares, para que las firmassen, y
asi las firmaron y enbiaron á V. M. Entienda V. M. no ser nuestras: los
que somos señores de esta tierra, que no avemos de escribir mentiras,
ni falsedades, ni contradiçiones. Hagan allá penitencia Fray Diego de
Landa y sus compañeros, del mal que hizieron en nosotros, que hasta
la quarta generaçion se acordarán nuestros descendientes de la gran
persecucion que por ellos nos vino.

Nuestro Señor guarde á V. M. largos tiempos para su sancto serviçio y
nuestro bien y amparo.--De Yucatán, doze de abril, 1567 años.

Humildes vasallos de V. M., que sus reales manos y pies besamos.

  D. FRANCISCO DE MONTEJOXIO,
  Gobernador de la provincia de Mani.

  JUAN PACAB,
  Gobernador de Mona.

  JORGE XIN,
  Gobernador de Panaborer.

  FRANCISCO PACAB,
  Gobernador Texul.

  _Sobre._--A la Sacra Catholica Magestad el Rey (Don) Phelipe
  nuestro Señor. En su Real Consejo de Indias[911].

       [911] _Cartas de Indias_, págs. 407-410.--Madrid, 1877.



P


En tiempo de Carlos III se estableció la poderosa Compañía de
Filipinas, que sólo debido a la impericia de sus gestores tuvo
lamentable fin en 1830, esto es, poco antes de la muerte de Fernando
VII.

Creóse dicha Compañía de Filipinas, a costa de grandes trabajos y de
vencer contrariedades, en particular de parte de Holanda, interesada en
impedir la navegación directa de España por el Cabo de Buena Esperanza
a las Indias Orientales y nuestro tráfico con ellas. Floridablanca
escribió una Memoria combatiendo las ideas y las pretensiones de los
holandeses. Foronda y otros hicieron lo mismo. El Rey, los príncipes e
infantes, corporaciones y capitalistas particulares, se interesaron en
ella, adquiriendo acciones. El Banco comprometió en sus operaciones más
de veinte millones de reales.



INDICE


                                                                Páginas.

  CAPITULO I

  La Groenlandia: su situación.--Los dinamarqueses en
  Groenlandia.--El Canadá: sus límites.--Lucha entre
  iroqueses y hurones.--Agramunt, Cortereal y Cartier en el
  Canadá.--La ciudad de Mont-Royal.--Roberval y Cartier.--El
  comercio de Terranova.--El marqués de la Roche.--Pedro
  de Monts.--Champlain, Poutrincourt y Pontgravé en
  aquellas tierras.--Poutrincourt en Port Royal.--Champlain
  en Sainte Croix.--La marquesa de Guercheville y los
  jesuítas.--Los Padres Biard y Masse en América.--Lucha
  entre iroqueses y hurones.--Fundación de Quebec.--La
  colonización.--El fuerte Place Royale.--Los franceses en
  Saint Sauveur.--Los filibusteros.--Los misioneros.--El
  comercio.--Compañía de Nueva Francia.--Guerra entre
  Inglaterra y Francia.--Los ingleses en Quebec.--El Canadá
  en poder de los ingleses.--Muerte de Champlain.--Colonia de
  Santa María.--Fiereza de los iroqueses.--Florecimiento de
  Quebec.--La sociedad de Nuestra Señora de Montreal: el capitán
  Maisonnauve.--Odio de los iroqueses á los jesuítas.                  5


  CAPITULO II

  Estados Unidos de la América del Norte.--Expedición de Vázquez
  de Ayllón, Gómez, Narváez y Soto a la Florida.--Lucha entre
  franceses y españoles.--Verrazain en la Carolina del Norte y
  en otros países.--Drake en California.--Vizcaíno, Cardona y
  otros.--Walter Raleigh en Virginia: Guerra entre indígenas
  é ingleses.--Gosnold en Nueva Inglaterra, Pring en los
  Estados del Maine y Massachussetts y Weymouth en las mismas
  costas.--Colonia fundada por Newport.--Jamestown.--Compañía de
  Londres.--Gobierno de Virginia.--La esclavitud.--Estado de las
  restantes colonias.--Los holandeses.--Expediciones de Hudson
  y de Block.--Compañía occidental.--Nueva Amsterdam.--Compañía
  sueca.--Fin del dominio holandés.--Compañía de Plymouth.--Los
  puritanos en Nueva Inglaterra.--Colonias de Massachussets,
  Mariana, Laconia, Nueva Escocia, Salem, Rode-Island, Concord
  y Connecticut.--La Corona y las colonias.--Maryland.--Las
  Carolinas.--Constitución de Locke.--Colonias de Cabo
  Fear y de Charlestown.--Estado interior de las colonias
  de Charlestown y de las Carolinas.--Pensilvania:
  Penn en América.--Georgia.--Guerra entre ingleses y
  españoles.--Luisiana.                                               16


  CAPITULO III

  Conquista de México.--Hernán Cortés.--Cortés y Velázquez en
  Santiago de Cuba.--Cortés en Trinidad, en la Habana, en el
  cabo de San Antonio, en la isla de Cozumel y en la
  desembocadura del Grijalba.--Llega á Tabasco: Marina.--Cortés
  en San Juan de Ulúa.--Embajada de Moctezuma.--El gobernador
  Pilpatoe y el general Teutile.--Obsequios de Moctezuma á
  Cortés y de Cortés á Moctezuma.--«Villa Rica de la Vera
  Cruz.»--Cortés en Zempoala y en Quiabislán.--Política de
  Cortés.--Nueva embajada de Moctezuma.--Cortés «quema las
  naves», pasa á Zocothlán y llega a Tlascala.--Guerra entre
  españoles y tlascaltecas: el general Xicotencal.--Portocarrero
  y Montejo en Sevilla y en Medellín: enemiga de Fonseca
  a Cortés.--Cortés en Cholula y en México: su entrevista
  con Moctezuma.--Descripción de México.--Guerra entre
  Quelpopoca y Escalante.--Suplicio de Quelpopoca.--Prisión
  de Moctezuma.--Quetlavaca emperador.--«Noche
  Triste».--Otumba.--Guanhtémoc emperador.--Guerra entre
  españoles y mejicanos.                                              45


  CAPITULO IV

  Conquista de México (Continuación).--Cortés, Alvarado,
  Olid y Sandoval caen sobre México.--Lucha entre las
  piraguas mejicanas y los bergantines españoles.--Desastre
  de los españoles.--Victoria de Cortés.--Cuauhtémoc es
  hecho prisionero.--Caída de México.--Repartición del
  botín.--Suplicio del rey de Tacuba y de Cuauhtémoc.--Cédula
  del 26 de junio de 1523.--Dúdase de la fidelidad
  de Cortés.--Muerte de Catalina Suárez.--Cortés en
  España.--Su entrevista con el Emperador.--Vuelve a
  México.--Conquista de Yucatán.--El obispo Zumárraga.--La
  Audiencia.--Levantamiento de los chichimecas.--Relaciones
  entre Cortés y la Audiencia.--Fundación de Querétaro y de
  otras poblaciones.--Los reyes y la colonia mejicana.                70


  CAPITULO V

  Conquista de la América Central.--Pedro de Alvarado
  en Guatemala: batalla de Olimtepeque.--Alvarado en
  Cuscatlán.--Almolonga.--Guatemala, según Herrera.--Pedro de
  Alvarado en España y su hermano Jorge en Guatemala.--Las
  Casas en el país.--Alvarado en Guatemala.--El Salvador:
  enemiga de los indios a Alvarado y a Martín
  Estete.--Honduras: el capitán Alonso Ortiz.--Anarquía.--El
  obispo Pedraza.--Cereceda, Alvarado, Montejo y Alvarado
  (segunda vez); Pedraza en el país.--Alonso de Cáceres.--El
  veedor García de Celis.--Nicaragua: su conquista.--Tiranía
  de Pedrarias.--Dominación de Castañeda.--El obispo
  Osorio.--Tiranía de Contreras.--Las Casas.--Costa Rica:
  Espinosa en Burica.--El cacique Urraca.--Guatemala: Alvarado
  en México.--Francisco de la Cueva.--Volcán de agua.--Grandes
  Antillas: Isla Española (Santo Domingo y Haití).--Cuba,
  Jamáica y Puerto Rico.--Colonización.                               94


  CAPITULO VI

  Conquista del Perú.--Francisco Pizarro: su patria.--Pizarro
  en el Nuevo Mundo: sus primeros hechos.--Expedición de
  Andagoya.--Sociedad de Pizarro, Almagro y Luque.--Primera y
  desgraciada expedición de Pizarro.--Vuelta a Panamá.--Segunda
  expedición: descubrimientos de Ruiz.--Pizarro en el
  Imperio y Almagro en Panamá.--Pizarro y Almagro en la
  isla del Gallo.--Almagro en Panamá y Pizarro en la
  isla de Gorgona.--Los españoles en Tumbez.--Pizarro
  se embarca para España.--Pizarro y Hernán Cortés
  en Toledo.--Capitulación.--Pizarro en Trujillo: su
  familia.--Pizarro vuelve al Nuevo Mundo.--Descontento
  de Almagro.--Tercera expedición.--El imperio en aquella
  época.--Huayna Capac.--Huascar y Atahuallpa. Guerra y
  triunfo de Atahuallpa.--Pizarro en Tumbez: funda a San
  Miguel.--Pizarro y Hernando Soto en el interior del
  Imperio.--Los españoles en los Andes.--Embajadas del Inca.--El
  Inca Atahuallpa.--Atrevido plan de Pizarro.--El P. Valverde
  ante Atahuallpa.--Ataque de los españoles.--Prisión del
  Inca.--Muerte de Huascar.--Muerte de Atahuallpa.                   110


  CAPITULO VII

  Conquista del Perú (Continuación).--Anarquía después
  de la muerte de Atahuallpa.--El Inca Toparca.--Lucha
  en la sierra de Vilcaconga.--Muerte de Toparca.--Soto,
  Almagro y Pizarro en el valle de Xaquixaguana.--Muerte de
  Challcuchima.--El Inca Manco.--Los españoles en el Cuzco y
  botín que recogieron.--Coronación de Manco.--El municipio
  del Cuzco.--La religión.--Derrota de Quizquiz.--Pedro de
  Alvarado en el Perú.--Fundación de Lima.--Pizarro gobernador
  del Perú y Almagro de Chile.--Pizarro y el Inca Manco.--Estado
  del Perú en la segunda mitad del año 1535.--Evasión del
  Inca Manco.--Sublevación de los indios: batalla en el río
  Yucay.--Toma del Cuzco por los españoles.--Sitio del Cuzco
  por los indios.--Almagro en Chile.--Entrevista de Almagro con
  Manco.--Almagro en el Cuzco.--Cartas de la Emperatriz y del
  Emperador a Pizarro.                                               134


  CAPITULO VIII

  Conquista del Perú (Continuación) y de Bolivia (Alto
  Perú).--Guerra entre Almagro y los Pizarros: acción de
  Abancay.--Sentencia del P. Bobadilla.--Guerra civil: batalla
  de Salinas.--Ejecución de Almagro.--Prisión de Hernando
  Pizarro.--Vaca de Castro.--Expedición de Gonzalo Pizarro
  por el Amazonas.--Muerte de Francisco Pizarro.--Vaca
  de Castro en Quito.--Segunda guerra civil.--Batalla de
  Chupas.--Ejecución del joven Almagro.--Política de Vaca de
  Castro.--Disgusto general en el país.--Conquista de Bolivia
  (Alto Perú).--Bolivia bajo la dominación de España.--Diego
  de Almagro en Collasuyo.--Luchas de Gonzalo Pizarro con los
  indios.--Fundación de Chuquisaca.--Gonzalo Pizarro desobedece
  al Emperador.--Fundación de la Paz.--Escudo de armas que
  Carlos V concedió a Christobal Topa Inga.--Conquista del país
  de los chiquitos por los españoles.--Los misioneros.               148


  CAPÍTULO IX

  Conquista de Chile.--Estados en que se dividía el país.--Los
  araucanos.--Noticias fabulosas de Chile.--Expedición de
  Almagro.--Comienzo de la conquista.--Almagro se retira de
  Chile.--Valdivia: su vida y carácter.--Continúa
  la conquista.--Fundación de Santiago.--Valdivia
  gobernador.--Luchas de Valdivia con los españoles y
  con los indios.--Organización del país.--Valdivia en
  el Perú.--Carta de Valdivia al Emperador.--Fundación
  de poblaciones.--Sublevación de los araucanos:
  Caupolicán.--Guerra y muerte de Valdivia.--Vida y costumbres
  de los chilenos.--El gobernador Quiroga.--El Cabildo y
  la Audiencia.--Alderete.--Hurtado de Mendoza.--Cuesta
  de Villagra.--Muerte de Lautaro.--La política y la
  guerra.--Caupolicán: batalla de Millarapué.--Ercilla.--Muerte
  de Caupolicán.--Sumisión de Chile.                                 168


  CAPÍTULO X

  Conquista de Venezuela y de las Guayanas.--Los indígenas.--El
  banquero Welser: Alfinger, Sayler y Federmann.--Hohermuth y
  Hutten.--El Dorado.--Frias y Carvajal en Coro.--Concepción
  de Tocuyo.--Crueldad de Carvajal.--Gobierno de Pérez de
  Tolosa: encomiendas.--Villegas: los bucaneros: Burburuata:
  Nueva Segovia.--El rey Miguel.--Insurrección de los
  jiraharas.--Gobierno de Villacinda.--Valencia del Rey.--García
  de Paredes: Trujillo: los indios.--Los gobernadores Ruiz y
  Collado: Fajardo.--Fundación de Rosario y Collado.--Venezuela
  en 1560.--Lope de Aguirre, el Tirano.--Rodríguez.--Los
  gobernadores Bernáldez y Ponce de León.--Losada y los indios:
  fundación de Caracas.--Nuestra Señora de Caravalleda.--Los
  gobernadores Serpa y Mazariego.--Fundación de Santiago y
  de San Juan.--Los indígenas.--Los gobernadores Pimentel,
  Rojas y Osorio.--La Guaira: Guanaré.--Drake en Caracas. El
  gobernador Piña.--Versos de Castellanos.--Conquista de las
  Guayanas.--Españoles, ingleses, holandeses y franceses en las
  Guayanas.                                                          182


  CAPÍTULO XI

  Conquista de Colombia y de El Ecuador.--Conquista de
  Colombia.--Bastidas en Santa Marta.--El Dorado.--Gobierno
  de Heredia y de Fernández de Lugo.--Conquista de Jiménez
  de Quesada.--Alonso Luis de Lugo.--Creación de una
  Audiencia.--Consideraciones acerca de la conquista de
  Quesada.--Conquista de El Ecuador.--El Ecuador a la llegada
  de los españoles: es conquistado por Belalcázar.--Fundación
  de Santiago de Quito, de Guayaquil y de Cartago.--Belalcázar
  en España: es nombrado gobernador de Popayán.--Belalcázar
  y Andagoya.--Sucesos del Perú.--Fundación de
  Antioquía.--Belalcázar en lucha con Heredia y con los indios.
  Ordenanzas de 1542.--Belalcázar en Añaquito.--Insurrección de
  Robledo.--Belalcázar en Xaquixaguana.                              201


  CAPÍTULO XII

  Conquista de las provincias Argentinas y del
  Brasil.--Conquista de la Argentina.--Gaboto en las costas
  del Brasil y en las márgenes del Paraná.--Fuerte de Sancti
  Spíritus.--Mendoza en el Río de la Plata. Santa María de
  Buenos Aires.--Oposición de los querandís.--Ayolas y Martínez
  de Irala: fuerte de la Asunción.--Muerte de Mendoza y de
  Ayolas.--Gobierno de Irala.--Se piensa en la traslación
  de los habitantes de Buenos Aires á las orillas del
  Paraguay.--Gobernadores anteriores á Garay: fundación
  de Buenos Aires; muerte de Garay.--La Patagonia.--El
  Chaco.--Conquista del Paraguay y del Uruguay.--El gobernador
  Arias de Saavedra.--Otros gobernadores.--Los brasileños en el
  Uruguay.--Conquista del Brasil.--Primeras colonias.--El Brasil
  durante el reinado de D. Manuel «El Afortunado».                   209


  CAPÍTULO XIII

  Los franceses é ingleses en el Nuevo Mundo.--Política de
  Luis XIV en el Canadá.--El vicario Laval.--Terremoto de
  1663.--Compañía de las Indias Occidentales.--El intendente
  Talon y el Gobernador Frontenac.--Política de Guillermo
  III.--Franceses é ingleses en el Canadá.--Expedición de La
  Salle.--Guerra entre Francia é Inglaterra.--Primera guerra
  intercolonial.--Frontenac en guerra con los ingleses é
  iroqueses.--Los ingleses en el Canadá.--Últimos años de la
  administración de Frontenac.--Paz.--Los misioneros.--Segunda
  guerra intercolonial: Toma de Port Royal.--Compañía del
  Mississipí.--La Luisiana. Tercera guerra intercolonial:
  conquista de Louisbourg.--Colonización.--Cuarta guerra
  intercolonial.--Los franceses en guerra con los indios
  y con los ingleses mandados por Washington: Batalla de
  Monongahela.--Guerra en 1756, 1757 y 1758.--Quebec, Montreal y
  otras plazas en poder de los ingleses. Tratado de París.--El
  Canadá, colonia de Inglaterra.                                     225


  CAPÍTULO XIV

  Gobierno de los ingleses en los Estados Unidos del Norte de
  América.--Doctrina del historiador Gervinus.--La América
  germana y la América latina: carácter de la una y de la
  otra.--Estado general de las colonias inglesas antes de su
  independencia.                                                     240


  CAPÍTULO XV

  Virreinato de México: el virrey Mendoza y los
  indios.--Expedición de Cortés.--Creación del obispado
  de Michoacán.--Relaciones de la Audiencia con Pizarro y
  Cortés.--Insurrección de Jalisco y muerte de Pedro de
  Alvarado.--Política del conde de Tendilla.--Las «Nuevas
  Leyes.»--Muerte de Cortés en España y de Zumárraga en
  México.--Ideas religiosas del obispo.--Audiencia de Nueva
  Galicia.--El virrey Velasco: su política.--Creación de la
  Universidad.--El arzobispo Montufar y los frailes.--El
  virrey y la Audiencia.--Gobierno de la Audiencia: prisión
  de Cosijópii: Martín Cortés.--Legazpi y el P. Urdaneta
  se dirigen á Filipinas.--Concilio en México.--El virrey
  marqués de Falces: la Audiencia.--El virrey Enríquez de
  Almansa: epidemia de fiebres tifoideas.--El virrey Suárez
  de Mendoza: la Audiencia.--El virrey Moya de Contreras:
  concilio provincial.--El virrey marqués de Villa Manrique: los
  corsarios.                                                         247


  CAPÍTULO XVI

  Virreinato de México (Continuación).--Los virreyes Velasco y
  conde de Monterrey.--Conquista de Nuevo México.--El marqués
  de Montes Claros: acueducto desde Chapultepec a México.--El
  virrey Velasco (2.ª vez).--Importantes expediciones.--Gobierno
  del arzobispo de México y del marqués de Guadalcázar.--Enemiga
  entre el marqués de Gelves y el arzobispo.--El marqués de
  Cerralbo: inundación de la ciudad.--Otros virreyes.--El obispo
  Palafox.--Los piratas.--Virreinato de Ortega Montañés, obispo
  de Michoacán.--El virrey conde de Moctezuma.--El virrey Ortega
  Montañés, arzobispo de México.                                     257


  CAPÍTULO XVII

  Virreinato de México (Continuación).--El virrey duque de
  Alburquerque: su política interior; lucha con los corsarios
  y con los ingleses.--El duque de Linares: su amor á la
  justicia.--El marqués de Valero: expedición á Campeche
  y Yucatán: su política con los caciques.--Gobierno del
  marqués de Casafuerte.--Desgracias durante el mando del
  arzobispo Vizarrón.--Los virreyes duque de la Conquista,
  conde de Fuenclara y conde de Revillagigedo.--Débil gobierno
  del marqués de las Amarillas.--El marqués de Cruillas: el
  almirante inglés Pocock se apodera de la Habana.--Mala
  administración del virrey Montserrat.--Virreinato de Croix:
  expulsión de los jesuítas.--Síntomas revolucionarios en el
  país.--Virreinatos de Bucareli, Mayorga, Gálvez (don Matías
  y D. Bernardo) y Flores.--Excelente gobierno del conde de
  Revillagigedo.--El marqués de Branciforte, Berenguer de
  Marquina e Iturrigaray.--Ultimos Virreyes.                         268


  CAPÍTULO XVIII

  Capitanía general de Guatemala.--La Audiencia: Alonso
  Maldonado.--El Cabildo y las Nuevas Leyes.--El P.
  Las Casas.--López Cerrato.--El obispo Valdivieso es
  asesinado.--Revolución de los Contreras.--Administración
  de Cerrato.--Revueltas en Nicaragua.--El Dr. Rodríguez de
  Quesada.--Ramírez de Quiñones.--Administración de Núñez de
  Landecho.--Fallecimiento del obispo Marroquín.--Traslación de
  la Audiencia a Panamá.--El obispo Villalpando.--Fallecimiento
  del P. Las Casas.--Restablecimiento de la Audiencia.--El
  Dr. González, el doctor Villalobos y García de
  Valverde.--Minas en Honduras.--Repartimiento de
  indios.--El oidor Abaunza.--Los presidentes Mallén, Sandé
  y Castilla.--Los piratas.--Estadística para la cobranza
  de la alcabala.--Artes.--El puerto de Santo Tomás.--Los
  holandeses.--El presidente Peraza.--Alcabalas.--Orden
  público en Costa Rica.--Los presidentes Acuña y Quiñones:
  protección a los indígenas.--Uso del papel sellado.--El
  presidente Avendaño.--El oidor Lara.--Inundaciones.--Estado
  de Honduras y de Nicaragua.--Los presidentes Altamirano y
  Mencos.--Terremoto.--Estado de Costa Rica.--La imprenta
  en Guatemala.--Corsarios en Nicaragua.--El presidente
  Alvarez.--La nueva catedral.--Enemiga de la Audiencia a
  Alvarez.--El obispo presidente.--Los corsarios.                    280


  CAPÍTULO XIX

  Capitanía general de Guatemala (Continuación).--El
  presidente Escobedo: los piratas; Albemale y los
  misioneros.--El presidente Sierra.--Una limosna al Rey
  de España.--Recopilación de Indias.--Los presidentes
  Alava y Enriquez de Guzmán: reformas.--Nicaragua, Costa
  Rica, Honduras y El Salvador.--El presidente Barrios en
  Guatemala.--Expedición al Petén y Lecandón.--El presidente
  Sánchez de Berrospe.--Gobierno de la Audiencia, de Ceballos y
  de Cosío.--Costa Rica y Nicaragua.--El presidente Rodríguez
  de Rivas: terremoto de 1717.--Nicaragua, Costa Rica, Honduras
  y El Salvador.--Guatemala: gobiernos de Echevers y de
  Rivera Villalón.--Rivera Santa Cruz.--El Arzobispado.--Los
  presidentes Araujo y Vázquez Prego.--Reformas.--Gobierno
  de Velarde.--El presidente Arcos.--Los misioneros.--Los
  presidentes Fernández de Heredia y Salazar: expulsión
  de los jesuítas.--El presidente Mayorga: terremoto
  de 1773.--Traslación de la capital al valle de la
  Virgen.--América Central.--El presidente Gálvez: reconquista
  de Omoa y de Roatán: colonia española en Trujillo: expedición
  a Río Tinto.--El presidente Estacherría.                           294


  CAPÍTULO XX

  Gobierno de la isla de Santo Domingo.--Relaciones de la Isla
  Española con la metrópoli.--Relaciones de las autoridades
  de la isla entre sí.--Los corsarios en la isla.--Los
  franceses en Santo Domingo.--El Código Negro.--Santo Domingo
  y la revolución francesa de 1789.--La anarquía en la
  colonia.--Guerra de exterminio entre blancos y negros.--Los
  ingleses en Santo Domingo.--Toussaint Louverture: su carácter
  y cualidades.--Bonaparte y Toussaint Louverture.--Lucha entre
  franceses y dominicanos.                                           308


  CAPÍTULO XXI

  Gobierno de Cuba.--Primeros gobernadores.--Los corsarios
  Soto, Dávila y Chaves.--Pérez de Angulo y Jacques
  Sores.--Mazariegos, Menéndez, Montalvo y Carreño.--El capitán
  general Luján.--Los corsarios.--Tejada y el ingeniero
  Antonelli.--Drake en América.--Valdés: los corsarios;
  división de la isla por Felipe III.--Ruiz de Pereda en la
  Habana y Villaverde en Santiago.--Alquizar, Venegas, Cabrera
  y Bitrián de Biamonte.--Los Hermanos de la Costa.--La isla
  en la segunda mitad del siglo XVII y comienzos
  del XVIII.-Córdoba, Benítez de Lugo, marqués
  de Casa Torres y Raja: estanco del tabaco.--Guazo y los
  vegueros.--Guerra entre España e Inglaterra.--Caída de la
  Habana.--Los generales conde de Ricla y Bucarely.--Expulsión
  de los jesuítas.--El marqués de la Torre: población de la
  isla.--Reseña del gobierno.--Los restos de Colón en la
  Habana.--Humboldt en Cuba.--Comienzo de la guerra de la
  Independencia.--Los revolucionarios.                               327


  CAPÍTULO XXII

  Gobierno de Jamaica.--Política de la Gran Bretaña.--La
  esclavitud. Gobierno de Puerto Rico.--El Rey Católico y D.
  Diego Colón.--Felipe II y el obispo de Puerto Rico.--Los
  ingleses intentan apoderarse de la isla.--Los dinamarqueses
  en los Cayos de San Juan.--El inglés Harvey.--Generosidad
  de Carlos III con el duque de Crillón.--Régimen político de
  Puerto Rico.--Islas de la Mona y de Vieques.--Islas Vírgenes:
  gobierno de los ingleses y de los norteamericanos.--Islas
  Lucayas: Guanahani: la capital Nassau; gobierno de las
  Lucayas.--Islas Bermudas: Hamilton.--Islas menores: inglesas,
  francesas y holandesas; gobierno de dichas islas.                  351


  CAPÍTULO XXIII

  Virreinato del Perú: Blasco Núñez Vela: su carácter:
  su entrada en Lima: su política.--Oposición de Gonzalo
  Pizarro.--Muerte del inca Manco.--Critica situación del
  virrey.--Gobierno de Gonzalo Pizarro. Marcha de Vaca de Castro
  a España.--Blasco Núñez en Tumbez, en Quito, en San Miguel y
  en otros puntos.--Batalla de Añaquito.--Don Pedro de la Gasca
  en el Perú: su acertada política: batalla de Xaquixaguana.         364


  CAPÍTULO XXIV

  Virreinato del Perú (Continuación).--El virrey
  Mendoza.--Gobierno de la Audiencia.--El marqués de Cañete:
  insurrección de Sairi Tupac. Expediciones.--El conde de Nieva
  y García de Castro.--El virrey Toledo: suplicio de Sairi
  Tupac.--Los chirinamos.--Los jesuítas.--Cédula de Felipe
  II.--Enríquez y el conde de Villar Don Pardo.--El marqués de
  Cañete: los piratas.--Santo Toribio.--Las encomiendas.--Cédula
  de Felipe III.--El marqués de Montesclaros: creación de
  catedrales.--El príncipe de Esquilache, el conde de Chinchón
  y el marqués de Mancera.--Los virreyes conde de Salvatierra,
  conde de Alba de Liste y conde de Santisteban.--El conde de
  Lemos y otros virreyes nombrados por Carlos II.--Terremoto
  de 1678.--Virreinato de Castell dos Ríus: terremoto de 1707:
  autos de fe.--Virreinato del obispo de Quito.--El príncipe
  de Santo Bono y otros virreyes.--Comisión científica en el
  Perú. Sublevación de los indios.--Cédula de 1736.--El conde
  de Superunda: terremoto de 1746.--El virrey Amat: expulsión
  de los jesuítas.--Los virreyes Guirior y Jáuregui.--El indio
  Condorcangui.--Los virreyes Croix, Gil de Taboada, O'Higgins y
  Avilés.--Bolivia bajo el virreinato del Perú y después del de
  Buenos Aires.                                                      379


  CAPÍTULO XXV

  Gobierno de Chile, de Venezuela y de Guayana.--Hurtado
  de Mendoza en Chile: organización del país.--Francisco
  de Villagra: guerra con Antiguenú.--Pedro de Villagra:
  guerra; reformas.--Quiroga: la Audiencia.--Los gobernadores
  Gamboa y Saravia.--El inspector Calderón.--Supresión de la
  Audiencia.--Quiroga (2.ª vez).--Gamboa (2.ª vez).--Sotomayor y
  la guerra.--García de Loyola: Hawkins.--Paillamachu.--Vizcarro
  y Quiñones.--García Ramón y los piratas.--Rivera y
  García Ramón (2.ª vez): Huenecura.--Merlo de la Fuente:
  Aillavilla.--Jaraquemada: paz.--Rivera (2.ª vez).--Otros
  gobernadores.--Fernández de Córdoba y Laso de la Vega.--La
  guerra.--Terremoto de 1647.--Otros gobernadores.--Expulsión
  de los jesuítas.--O'Higgins.--La revolución.--Gobierno
  de Venezuela.--Cédula de Felipe III.--Los corsarios
  franceses e ingleses.--Venezuela a mediados del
  siglo XVIII.--Creación de la Audiencia de
  Caracas.--Consulado de Comercio.--Obispo de Coro.--Traslación
  de la catedral de Coro a Caracas.--Carácter del gobierno de
  Caracas.--Los revolucionarios.--Gobernación de Guayana.            404


  CAPÍTULO XXVI

  Gobierno de Nueva Granada, de Panamá y de El
  Ecuador.--Gobernadores que en Colombia sucedieron a
  Jiménez de Quesada.--La Audiencia.--El Arzobispado.--El
  presidente Venero de Leiva.--Otros presidentes.--Fundación
  y extensión del virreinato.--El virrey Eslava.--Vernon en
  Cartagena de Indias: Lezo.--Política de Eslava.--Principales
  virreyes.--Intervención de Nueva Granada en Venezuela.--Guerra
  de la Independencia.--Gobierno de Panamá.--Origen,
  situación, título de ciudad y blasón heráldico.--Obispado
  y Audiencia.--Panamá bajo la dependencia de Guatemala y
  después del Perú.--La Audiencia.--El año 1644.--Nueva
  ciudad.--El Fuego Grande.--Panamá bajo el virreinato de
  Santa Fe.--Universidad de San Javier.--Los jesuítas.--El
  gobernador Pérez.--Gobierno de Quito.--La Audiencia: el
  presidente Santillán y sus sucesores.--El Ecuador en los
  siglos XVI y XVII.--Guayaquil en poder de
  los corsarios.--Síntomas revolucionarios.                          417


  CAPÍTULO XXVII

  Gobierno del Río de la Plata o de Buenos Aires.--D.
  Pedro de Mendoza hasta Arias de Saavedra (cuarta
  vez).--Saavedra derrotado por los uruguayos.--Introducción
  de negros.--Funciones religiosas--Enemiga del cabildo a
  los abogados.--Gobierno de Góngora.--La Universidad en
  Buenos Aires.--El oidor Pérez de Salazar.--El gobernador
  Céspedes.--La Audiencia.--Gobierno de Dávila.--El
  gobernador La Cueva es excomulgado.--Canonización de San
  Fernando.--Desgracias en el país.--Gobierno de Abendaño,
  de Múxica, de Cabrera, de Laxis, de Ruiz de Baigorri, de
  Mercado y de Martínez Salazar.--La Audiencia.--Gobierno de
  Garro, Herrera y Prado.--La colonia del Sacramento.--El
  gobernador Zavala: sus hechos más notables.--Cambio de
  posesiones entre Portugal y España.--Conducta de los
  jesuítas.--Los gobernadores Salcedo, Ortiz de Rozas y
  Andonaegui.--El gobernador Ceballos.--Virreinato de Buenos
  Aires.--Los virreyes Ceballos, Ortiz, marqués de Loreto
  y otros.--Los virreyes Malo de Portugal, Avilés y del
  Pino.--Derrota de nuestra flota.--Los ingleses toman a Buenos
  Aires.--Liniers.--Gobierno de Tucumán.                             433


  CAPÍTULO XXVIII

  Gobierno del Paraguay y del Uruguay.--Cédula de
  Felipe III.--Gobierno de Frías.--Gobernadores más
  importantes.--Reducciones de los jesuítas.--Depredaciones
  de los indios.--Decadencia del gobierno.--Reyes
  Balmaceda.--Revoluciones, guerra con los indios y expulsión
  de los jesuítas.--Fundación de poblaciones.--Gobierno del
  Uruguay.--Españoles y portugueses en el país.--Consecuencias
  de la permuta de la Colonia del Sacramento por otras
  colonias.--Viana, gobernador de Montevideo y oposición de
  los jesuítas.--Los indígenas.--Campaña de Ceballos, jefe del
  gobierno de la Plata, contra los portugueses: tratado de
  1763.--Gobierno de la Rosa y expulsión de los jesuítas.--El
  gaucho.--Expedición de Sampayo.--El cabildo.--Gobiernos
  de Viana y del Pino, de Tejada y de Olaguer Feliú:
  reformas.--Bustamante y Ruiz Huidobro.--El cabildo.--Los
  charrúas.--Calamidades en el país.                                 463


  CAPÍTULO XXIX

  El Brasil durante el reinado de Juan III.--Los corsarios.--Las
  Capitanías.--El general Thomé de Souza.--Los franceses en
  el Brasil.--El gobernador Duarte de Costa.--Men de Sá en
  guerra con los franceses y con los indígenas.--División
  del Brasil en dos gobiernos.--El gobernador general Telles
  Barreto.--El gobernador Souza y los corsarios.--Otros
  gobernadores.--Lucha entre portugueses y franceses.--Los
  jesuítas.--Los holandeses.--Compañía de las Indias
  Orientales.--Guerras.--Portugal se separa de España.--Política
  de los jesuítas.--Los holandeses arrojados del Brasil.--La
  República de Palmares.--El Brasil bajo el dominio de Portugal.     480


  CAPÍTULO XXX

  Administración colonial.--Residencias y visitas:
  Su poca importancia.--Repartimiento de cosas y de
  indios.--Encomiendas.--Reducciones.--Origen de la
  esclavitud.--El asiento.--Abolición del comercio
  negrero.--Abolición de la esclavitud.--Los extranjeros en las
  colonias. Aislamiento de las colonias.                             491


  CAPÍTULO XXXI

  Organización colonial: virreinatos.--Gobernadores
  generales.--Las Intendencias.--Los gobiernos del Brasil.--Las
  Audiencias: nombres de las Audiencias.--Atribuciones de los
  virreyes, gobernadores generales, intendentes, Audiencias
  y presidentes.--Regentes de las Audiencias.--Consulados y
  cabildos en las colonias de España.--Alcaldes ordinarios y
  corregidores.--Tribunales de minería y de cuentas.--Gobierno
  político y elementos de que constaba.                              503


  CAPÍTULO XXXII

  Casa de la Contratación de Sevilla.--Las Ordenanzas.--Nuevas
  Ordenanzas.--Jueces de la Contratación.--Importancia de la
  Casa de la Contratación.--Prosperidad de Sevilla.--Creación de
  una Casa de la Contratación en la Coruña.--Decadencia de la
  de Sevilla.--Comercio de España en las Indias.--Expediciones
  sueltas.--Flotas y galeones.--Armada real.--El
  contrabando.--Los navíos de aviso.                                 515


  CAPÍTULO XXXIII

  Leyes de Indias.--Las _Nuevas Leyes_.--Las Nuevas Leyes
  en las Indias.--Primera Recopilación.--Reimpresión de la
  Recopilación.--Análisis de los nueve libros.--Otras
  leyes.--Deseos de asimilar las provincias ultramarinas
  a la península.--Real y Supremo Consejo de Indias: su
  historia.--Luchas religiosas en las Indias: los Padres
  Las Casas y Motolinía.--Los frailes protectores de los
  indios.--Los jesuítas en el Paraguay.--El Patronato
  Eclesiástico.--La Inquisición.                                     523


  CAPÍTULO XXXIV

  Cultura del Canadá antes de pasar al dominio de
  Inglaterra y cultura de los Estados Unidos antes de su
  independencia.--La Universidad.--Mad. de la Peltrie y Mad.
  Guyard: convento de las Ursulinas.--Instituto de segunda
  enseñanza y escuelas.--M. Bourgeoys: congregación de Notre
  Dame.--Comunidades religiosas.--Seminario de Laval.--Libros de
  descubrimientos e historias.--Cantos populares.--Instrucción
  primaria.--Escuelas católicas y protestantes.--Relaciones
  entre las colonias de los Estados Unidos y la metrópoli.--Las
  primeras letras.--Colegio de Newton.--Primera prensa de
  imprimir.--Escuela e imprenta en Filadelfia.--Cultura en las
  Carolinas.--Universidad de Virginia.--Colegios.--Primera
  escuela de Medicina.--La _Gaceta de Georgia_.--Progreso
  en todas las colonias.--Las bellas artes en el Canadá y
  en los Estados Unidos.--La industria en el Canadá y en
  los Estados Unidos.--Minas de _Nova Scotia_.--Riqueza
  forestal.--Prosperidad del comercio en los Estados
  Unidos.--Los americanos enfrente de los ingleses.                  564


  CAPÍTULO XXXV

  Cultura de las colonias españolas antes de la independencia:
  México: imprenta; acuñación de la moneda.--Siglo
  XVII: Sor Juana de la Cruz.--Poetas y prosistas
  del siglo XVIII.--Perú: Garcilaso de la Vega:
  «Comentarios Reales.»--Lima en el siglo XVI:
  La Universidad de San Marcos.--Valle y Caviedes.--Siglo
  XVIII: Olavide; su vida y sus obras.--Peralta,
  Alonso de la Cueva y Llano Zapata.--El periodismo--Cuba
  y Puerto Rico.--Guatemala: Matanza, Osena, Paz Salgado y
  Bergaño.--La instrucción pública.--La Universidad.--La
  _Gaceta_.--El Coliseo.--El Consulado.--La Sociedad
  Económica.--La imprenta.--Costa Rica. El Ecuador, Venezuela,
  Bolivia, Buenos Aires, Chile, Paraguay y Uruguay.--Las
  bellas artes: Catedral de México.--El escultor Robles. El P.
  Carlos.--Chill y otros.--El pintor Cifuentes y otros.--Las
  bellas artes en Lima y en la América Central.--El pintor
  Santiago en El Ecuador.--El escultor Lagarda.--Las bellas
  artes en Nueva Granada.--La industria en México, Perú y
  Bolivia, Santo Domingo, Cuba, América Central, Chile, Nueva
  Granada, Ecuador, Venezuela, Buenos Aires, Paraguay, Uruguay
  y Brasil.                                                          572



ÍNDICE DE APÉNDICES


                                     Páginas       Páginas
                                      en que         del
                                     se cita.      apéndice.
                                     --------      ---------
  A                                     93            613
  B                                    106            617
  C                                    109            621
  D                                    111            625
  E                                    160            629
  F                                    251            635
  G                                    376            637
  H                                    410            638
  I                                    494            639
  J                                    504            644
  L                                    504            645
  M                                    552            663
  N                                    553            674
  O                                    553            675
  P                                    607            678



PAUTA

PARA LA COLOCACIÓN DE LAS LÁMINAS DE ESTE TOMO.


                    _Páginas._

  _Hernán Cortés_           45

  _Moctezuma_               47

  _Quauhtemoc_              66

  _Francisco Pizarro_      111

  _Huascar_                121

  _Atahualpa_              131

  _Padre Varela_           583



GRABADOS

INCLUÍDOS EN LAS PÁGINAS DE ESTE TOMO.


                                                _Páginas._

  _Samuel de Champlain_                                 10

  _Fray Juan de Zumárraga, arzobispo de México_         90

  _Pedro de Valdivia_                                  172

  _Toussaint Louverture_                               322

  _Don Pedro de La Gasca_                              373





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