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Title: Poesías completas
Author: Machado, Antonio
Language: Spanish
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*** Start of this LibraryBlog Digital Book "Poesías completas" ***


                        NOTAS DEL TRANSCRIPTOR

En la versión de texto sin formatear, el texto en cursiva está encerrado
entre guiones bajos (_cursiva_), las versalitas se representan en
mayúsculas como en VERSALITAS y el texto en negritas como en =negritas=.

El criterio utilizado para llevar a cabo esta transcripción ha sido el
de respetar las reglas de la Real Academia Española vigentes cuando
la presente edición de esta obra fue publicada. El lector interesado
puede consultar el Mapa de Diccionarios Académicos de la Real Academia
Española.

En la presente transcripción se adecuó la ortografía de las mayúsculas
acentuadas a las reglas indicadas por la RAE, que establecen que el
acento ortográfico debe utilizarse, incluso si la vocal acentuada está
en mayúsculas.

La cubierta del libro fue modificada por el transcriptor y ha sido
añadida al dominio publico.

El Índice ha sido reposicionado al principio de la obra.

Se han corregido errores evidentes de puntuación y otros errores de
imprenta y ortografía. Las correcciones mencionadas en las ERRATAS
no se han enmendado.


                   *       *       *       *       *


                    [Ilustración: ANTONIO MACHADO]


                           POESÍAS COMPLETAS

                                  DE

                            ANTONIO MACHADO


                            [Ilustración]


             PUBLICACIONES DE LA RESIDENCIA DE ESTUDIANTES


                           POESÍAS COMPLETAS



                           POESÍAS COMPLETAS
                                  DE
                            ANTONIO MACHADO


                            [Ilustración]


             PUBLICACIONES DE LA RESIDENCIA DE ESTUDIANTES

                           SERIE IV.--VOL. 7

                                MADRID
                                 1917


                             ES PROPIEDAD
               QUEDA HECHO EL DEPÓSITO QUE MARCA LA LEY

                          DERECHOS RESERVADOS
                         PARA TODOS LOS PAÍSES

                           COPYRIGHT 1917 BY
                       RESIDENCIA DE ESTUDIANTES


           Imp. de Fortanet, Libertad 29.--Tel. 991.--Madrid


                            ALGUNAS ERRATAS

             PÁGINA           DICE            DEBE DECIR

               70          variolaban         bariolaban
               94           habitual            usual
              164           segundo           segundón


                            ANTONIO MACHADO

      Misterioso y silencioso
      Iba una y otra vez.
      Su mirada era tan profunda
      Que apenas se podía ver.
      Cuando hablaba tenía un dejo
      de timidez y de altivez.
      Y la luz de sus pensamientos
      Casi siempre se veía arder.
      Era luminoso y profundo
      Como era hombre de buena fe.
      Fuera pastor de mil leones
      Y de corderos a la vez.
      Conduciría tempestades
      O traería un panal de miel.
      Las maravillas de la vida
      Y del amor y del placer,
      Cantaba en versos profundos
      Cuyo secreto era de él.
      Montado en un raro Pegaso,
      Un día al imposible fué.
      Ruego por Antonio a mis dioses,
      Ellos le salven siempre. Amén.

                                 RUBÉN DARÍO.

    1905



                                ÍNDICE


                                                                 _Págs._

                 ANTONIO MACHADO, POR RUBÉN DARÍO                   7


                              SOLEDADES

             I.  EL VIAJERO                                        11

            II.  HE ANDADO MUCHOS CAMINOS                          13

           III.  LA PLAZA Y LOS NARANJOS ENCENDIDOS                14

            IV.  EN EL ENTIERRO DE UN AMIGO                        15

             V.  RECUERDO INFANTIL                                 17

            VI.  FUÉ UNA CLARA TARDE, TRISTE Y SOÑOLIENTA          18

           VII.  EL LIMONERO LÁNGUIDO SUSPENDE                     20

          VIII.  YO ESCUCHO LOS CANTOS                             22

            IX.  ORILLAS DEL DUERO                                 24

             X.  A LA DESIERTA PLAZA                               25

            XI.  YO VOY SOÑANDO CAMINOS                            26

           XII.  AMADA, EL AURA DICE                               27

          XIII.  HACIA UN OCASO RADIANTE                           28

           XIV.  CANTE HONDO                                       31

            XV.  LA CALLE EN SOMBRA                                32

           XVI.  SIEMPRE FUGITIVA Y SIEMPRE                        33

          XVII.  HORIZONTE                                         33

         XVIII.  EL POETA                                          34

           XIX.  ¡VERDES JARDINILLOS!                              37


                             DEL CAMINO

            XX.  PRELUDIO                                          38

           XXI.  DABA EL RELOJ LAS DOCE... Y ERAN DOCE             39

          XXII.  SOBRE LA TIERRA AMARGA                            40

         XXIII.  EN LA DESNUDA TIERRA DEL CAMINO                   40

          XXIV.  EL SOL ES UN GLOBO DE FUEGO                       41

           XXV.  ¡TENUE RUMOR DE TÚNICAS QUE PASAN!                42

          XXVI.  ¡OH, FIGURAS DEL ATRIO, MÁS HUMILDES!             42

         XXVII.  LA TARDE TODAVÍA                                  43

        XXVIII.  CREAR FIESTAS DE AMORES                           44

          XXIX.  ARDE EN TUS OJOS UN MISTERIO, VIRGEN              45

           XXX.  ALGUNOS LIENZOS DEL RECUERDO TIENEN               45

          XXXI.  CRECE EN LA PLAZA EN SOMBRA                       46

         XXXII.  LAS ASCUAS DE UN CREPÚSCULO MORADO                47

        XXXIII.  ¿MI AMOR?... ¿RECUERDAS, DIME?                    47

         XXXIV.  ME DIJO UN ALBA DE LA PRIMAVERA.                  48

          XXXV.  AL BORDE DEL SENDERO UN DÍA NOS SENTAMOS          49

         XXXVI.  ES UNA FORMA JUVENIL QUE UN DÍA                   48

        XXXVII.  ¡OH!, DIME, NOCHE AMIGA, AMADA VIEJA              50


                         CANCIONES Y COPLAS

       XXXVIII.  ABRIL FLORECÍA                                    51

         XXXIX.  DE LA VIDA                                        54

            XL.  INVENTARIO GALANTE                                56

           XLI.  ME DIJO UNA TARDE                                 58

          XLII.  LA VIDA HOY TIENE RITMO                           60

         XLIII.  ERA UNA MAÑANA Y ABRIL SONREÍA                    61

          XLIV.  EL CASCO ROÍDO Y VERDOSO                          62

           XLV.  EL SUEÑO BAJO EL SOL QUE ATURDE Y CIEGA           63


                   HUMORISMOS, FANTASÍAS, APUNTES

          XLVI.  LOS GRANDES INVENTOS: LA NORIA                    65

         XLVII.  EL CADALSO                                        66

        XLVIII.  LAS MOSCAS                                        67

          XLIX.  ELEGÍA DE UN MADRIGAL                             69

             L.  ACASO                                             70

            LI.  JARDÍN                                            71

           LII.  FANTASÍA DE UNA NOCHE DE ABRIL                    72

          LIII.  A UN NARANJO Y A UN LIMONERO                      76

           LIV.  LOS SUEÑOS MALOS                                  77

            LV.  HASTÍO                                            78

           LVI.  SONABA EL RELOJ LA UNA                            79

          LVII.  CONSEJOS                                          80

         LVIII.  MONEDA QUE ESTÁ EN LA MANO                        80

           LIX.  GLOSA                                             80

            LX.  ANOCHE CUANDO DORMÍA                              81

           LXI.  ¿MI CORAZÓN SE HA DORMIDO?                        82


                              GALERÍAS

                  INTRODUCCIÓN                                     83

           LXII.  DESGARRADA LA NUBE                               85

          LXIII.  Y ERA EL DEMONIO DE MI SUEÑO, EL ÁNGEL           86

           LXIV.  DESDE EL UMBRAL DE UN SUEÑO ME LLAMARON          87

            LXV.  SUEÑO INFANTIL                                   87

           LXVI.  SI YO FUERA UN POETA                             89

          LXVII.  LLAMÓ A MI CORAZÓN, UN CLARO DÍA                 89

         LXVIII.  HOY BUSCARÁS EN VANO                             90

           LXXI.  Y NADA IMPORTA YA QUE EL VINO DE ORO             90

            LXX.  ¡TOCADOS DE OTROS DÍAS!                          91

           LXXI.  LA CASA TAN QUERIDA                              92

          LXXII.  ANTE EL PÁLIDO LIENZO DE LA TARDE                92

         LXXIII.  TARDE TRANQUILA, CASI                            93

          LXXIV.  YO, COMO ANACREONTE                              93

           LXXV.  ¡OH, TARDE LUMINOSA!                             94

          LXXVI.  ES UNA TARDE CENICIENTA Y MUSTIA                 94

         LXXVII.  Y NO ES VERDAD, DOLOR, YO TE CONOZCO             95

        LXXVIII.  ¿Y HA DE MORIR CONTIGO EL MUNDO MAGO?            96

          LXXIX.  DESNUDA ESTÁ LA TIERRA                           96

           LXXX.  CAMPO                                            97

          LXXXI.  A UN VIEJO Y DISTINGUIDO SEÑOR                   98

         LXXXII.  LOS SUEÑOS                                       99

        LXXXIII.  GUITARRA DEL MESÓN QUE HOY SUENAS JOTA           99

         LXXXIV.  EL ROJO SOL DE UN SUEÑO EN EL ORIENTE ASOMA     100

          LXXXV.  LA PRIMAVERA BESABA                             101

         LXXXVI.  ERAN AYER MIS DOLORES                           102

        LXXXVII.  RENACIMIENTO                                    103

       LXXXVIII.  TAL VEZ LA MANO, EN SUEÑOS                      104

         LXXXIX.  Y PODRÁS CONOCERTE RECORDANDO                   104

             XC.  LOS ÁRBOLES CONSERVAN                           105

            XCI.  HÚMEDO ESTÁ, BAJO EL LAUREL, EL BANCO           105


                                VARIA

           XCII.  CABALLITOS                                      106

          XCIII.  RUIDOS                                          107

           XCIV.  PESADILLA                                       108

            XCV.  DE LA VIDA                                      108

           XCVI.  SOL DE INVIERNO                                 110

          XCVII.  RETRATO                                         111

         XCVIII.  A ORILLAS DEL DUERO                             113

           XCIX.  POR TIERRAS DE ESPAÑA                           116

              C.  EL HOSPICIO                                     118

             CI.  EL DIOS IBERO                                   119

            CII.  ORILLAS DEL DUERO                               122

           CIII.  LAS ENCINAS                                     124

            CIV.  CAMINOS                                         130

             CV.  EN ABRIL, LAS AGUAS MIL                         130

            CVI.  UN LOCO                                         132

           CVII.  FANTASÍA ICONOGRÁFICA                           134

          CVIII.  UN CRIMINAL                                     135

            CIX.  AMANECER DE OTOÑO                               137

             CX.  EN TREN                                         138

            CXI.  NOCHE DE VERANO                                 140

           CXII.  PASCUA DE RESURRECCIÓN                          141

          CXIII.  CAMPOS DE SORIA                                 142

           CXIV.  LA TIERRA DE ALVARGONZÁLEZ                      149

            CXV.  A UN OLMO SECO                                  182

           CXVI.  RECUERDOS                                       184

          CXVII.  AL MAESTRO «AZORÍN», POR SU LIBRO CASTILLA      186

         CXVIII.  CAMINOS                                         187

           CXIX.  SEÑOR, YA ME ARRANCASTE LO QUE YO MÁS QUERÍA    189

            CXX.  DICE LA ESPERANZA: UN DÍA                       189

           CXXI.  ALLÁ, EN LAS TIERRAS ALTAS                      189

          CXXII.  SOÑÉ QUE TÚ ME LLEVABAS                         190

         CXXIII.  UNA NOCHE DE VERANO                             191

          CXXIV.  AL BORRARSE LA NIEVE, SE ALEJARON               191

           CXXV.  EN ESTOS CAMPOS DE LA TIERRA MÍA                192

          CXXVI.  A JOSÉ MARÍA PALACIO                            194

         CXXVII.  OTRO VIAJE                                      195

        CXXVIII.  POEMA DE UN DÍA                                 197

          CXXIX.  NOVIEMBRE, 1914                                 205

           CXXX.  LA SAETA                                        206

          CXXXI.  DEL PASADO EFÍMERO                              207

         CXXXII.  LOS OLIVOS                                      209

        CXXXIII.  LLANTO DE LAS VIRTUDES Y COPLAS POR LA
                    MUERTE DE DON GUIDO                           213

         CXXXIV.  LA MUJER MANCHEGA                               218

          CXXXV.  EL MAÑANA EFÍMERO                               219

         CXXXVI.  PROVERBIOS Y CANTARES                           221

        CXXXVII.  PARÁBOLAS                                       239

       CXXXVIII.  MI BUFÓN                                        244


                               ELOGIOS

         CXXXIX.  A DON FRANCISCO GINER DE LOS RÍOS               245

            CXL.  AL JOVEN MEDITADOR JOSÉ ORTEGA GASSET           247

           CXLI.  A XAVIER VALCARCE                               247

          CXLII.  MARIPOSA DE LA SIERRA                           249

         CXLIII.  DESDE MI RINCÓN                                 251

          CXLIV.  A UNA ESPAÑA JOVEN                              255

           CXLV.  ESPAÑA, EN PAZ                                  256

          CXLVI.  FLOR DE SANTIDAD                                260

         CXLVII.  AL MAESTRO RUBÉN DARÍO                          261

        CXLVIII.  A LA MUERTE DE RUBÉN DARÍO                      262

          CXLIX.  A NARCISO ALONSO CORTÉS, POETA DE CASTILLA      263

             CL.  MIS POETAS                                      265

            CLI.  A DON MIGUEL DE UNAMUNO                         266

           CLII.  A JUAN RAMÓN JIMÉNEZ                            267


                           POESÍAS COMPLETAS
                              (1899-1917)



                               SOLEDADES

                                   I
                              EL VIAJERO

      Está en la sala familiar, sombría,
      y entre nosotros, el querido hermano
      que en el sueño infantil de un claro día
      vimos partir hacia un país lejano.

        Hoy tiene ya las sienes plateadas,
      un gris mechón sobre la angosta frente;
      y la fría inquietud de sus miradas
      revela un alma casi toda ausente.

        Deshójanse las copas otoñales
      del parque mustio y viejo.
      La tarde, tras los húmedos cristales,
      se pinta, y en el fondo del espejo,

        El rostro del hermano se ilumina
      suavemente. ¿Floridos desengaños
      dorados por la tarde que declina?
      ¿Ansias de vida nueva en nuevos años?

        ¿Lamentará la juventud perdida?
      Lejos quedó--la pobre loba--muerta.
      ¿La blanca juventud nunca vivida
      teme, que ha de cantar ante su puerta?

        ¿Sonríe al sol de oro
      de la tierra de un sueño no encontrada;
      y ve su nave hender el mar sonoro,
      de viento y luz la blanca vela hinchada?

        Él ha visto las hojas otoñales,
      amarillas, rodar, las olorosas
      ramas del eucaliptus, los rosales
      que enseñan otra vez sus blancas rosas...

        Y este dolor que añora o desconfía
      el temblor de una lágrima reprime,
      y un resto de viril hipocresía
      en el semblante pálido se imprime.

        Serio retrato en la pared clarea
      todavía. Nosotros divagamos.
      En la tristeza del hogar, golpea
      el tic-tac del reloj. Todos callamos.


                                  II

      He andado muchos caminos,
      he abierto muchas veredas,
      he navegado en cien mares
      y he atracado en cien riberas.

        En todas partes he visto
      caravanas de tristeza,
      soberbios y melancólicos
      borrachos de sombra negra,

        y pedantones al paño
      que miran, callan y piensan
      que saben, porque no beben
      el vino de las tabernas.

        Mala gente que camina
      y va apestando la tierra...

        Y en todas partes he visto
      gentes que danzan o juegan,
      cuando pueden, y laboran
      sus cuatro palmos de tierra.

        Nunca, si llegan a un sitio,
      preguntan adónde llegan.
      Cuando caminan, cabalgan
      a lomos de mula vieja,

        y no conocen la prisa
      ni aun en los días de fiesta.
      Donde hay vino, beben vino,
      donde no hay vino, agua fresca.

        Son buenas gentes que viven,
      laboran, pasan y sueñan,
      y en un día como tantos,
      descansan bajo la tierra.


                                  III

      La plaza y los naranjos encendidos
      con sus frutas redondas y risueñas.

        Tumulto de pequeños colegiales,
      que al salir en desorden de la escuela,
      llenan el aire de la plaza en sombra
      con la algazara de sus voces nuevas.

        ¡Alegría infantil en los rincones
      de las ciudades muertas!...
      ¡Y algo nuestro de ayer, que todavía
      vemos vagar por estas calles viejas!


                                  IV
                      EN EL ENTIERRO DE UN AMIGO

      Tierra le dieron una tarde horrible
      del mes de julio, bajo el sol de fuego.

        A un paso de la abierta sepultura,
      había rosas de podridos pétalos,
      entre geranios de áspera fragancia
      y roja flor. El cielo
      puro y azul. Corría
      un aire fuerte y seco.

        De los gruesos cordeles suspendido,
      pesadamente, descender hicieron
      el ataúd al fondo de la fosa
      los dos sepultureros...

        Y al reposar sonó con recio golpe,
      solemne, en el silencio.

        Un golpe de ataúd en tierra es algo
      perfectamente serio.

        Sobre la negra caja se rompían
      los pesados terrones polvorientos...

        El aire se llevaba
      de la honda fosa el blanquecino aliento.

        --Y tú, sin sombra ya, duerme y reposa,
      larga paz a tus huesos...

        Definitivamente,
      duerme un sueño tranquilo y verdadero.


                                   V
                           RECUERDO INFANTIL

      Una tarde parda y fría
      de invierno. Los colegiales
      estudian. Monotonía
      de lluvia tras los cristales.

        Es la clase. En un cartel
      se representa a Caín
      fugitivo, y muerto Abel
      junto a una mancha carmín.

        Con timbre sonoro y hueco
      truena el maestro, un anciano
      mal vestido, enjuto y seco,
      que lleva un libro en la mano.

        Y todo un coro infantil
      va cantando la lección:
      mil veces ciento, cien mil,
      mil veces mil, un millón.

        Una tarde parda y fría
      de invierno. Los colegiales
      estudian. Monotonía
      de la lluvia en los cristales.


                                  VI

      Fué una clara tarde, triste y soñolienta,
      tarde de verano. La hiedra asomaba
      al muro del parque, negra y polvorienta...
              La fuente sonaba.

        Rechinó en la vieja cancela mi llave;
      con agrio ruido abrióse la puerta
      de hierro mohoso y, al cerrarse, grave
      golpeó el silencio de la tarde muerta.

        En el solitario parque, la sonora
      copla borbollante del agua cantora,
      me guió a la fuente. La fuente vertía
      sobre el blanco mármol su monotonía.

        La fuente cantaba: ¿Te recuerda, hermano,
      un sueño lejano mi canto presente?...
      Fué una tarde lenta del lento verano.

        Respondí a la fuente:
      No recuerdo, hermana,
      mas sé que tu copla presente es lejana.

        Fué esta misma tarde: mi cristal vertía
      como hoy sobre el mármol su monotonía.
      ¿Recuerdas, hermano?... Los mirtos talares,
      que ves, sombreaban los claros cantares
      que escuchas. Del rubio color de la llama,
      el fruto maduro pendía en la rama,
      lo mismo que ahora. ¿Recuerdas, hermano?...
      Fué esta misma lenta tarde de verano.

        --No sé qué me dice tu copla riente
      de ensueños lejanos, hermana la fuente.

        Yo sé que tu claro cristal de alegría
      ya supo del árbol la fruta bermeja;
      yo sé que es lejana la amargura mía
      que sueña en la tarde de verano vieja.

        Yo sé que tus bellos espejos cantores
      copiaron antiguos delirios de amores:
      mas cuéntame, fuente de lengua encantada,
      cuéntame mi alegre leyenda olvidada.

        --Yo no sé leyendas de antigua alegría,
      sino historias viejas de melancolía.

        Fué una clara tarde del lento verano...
      Tú venías solo con tu pena, hermano;
      tus labios besaron mi linfa serena,
      y en la clara tarde, dijeron tu pena.

        Dijeron tu pena tus labios que ardían:
      la sed que ahora tienen, entonces tenían.

        --Adiós para siempre, la fuente sonora,
      del parque dormido eterna cantora.
      Adiós para siempre, tu monotonía,
      fuente, es más amarga que la pena mía.

        Rechinó en la vieja cancela mi llave;
      con agrio ruido abrióse la puerta
      de hierro mohoso y, al cerrarse, grave
      sonó en el silencio de la tarde muerta.


                                  VII

      El limonero lánguido suspende
      una pálida rama polvorienta,
      sobre el encanto de la fuente limpia,
      y allá en el fondo sueñan
      los frutos de oro...

                        Es una tarde clara,
      casi de primavera;
      tibia tarde de marzo,
      que al hálito de abril cercano lleva;
      y estoy solo, en el patio silencioso,
      buscando una ilusión cándida y vieja:
      alguna sombra sobre el blanco muro,
      algún recuerdo, en el pretil de piedra
      de la fuente dormido, o, en el aire,
      algún vagar de túnica ligera.

        En el ambiente de la tarde flota
      ese aroma de ausencia,
      que dice al alma luminosa: nunca,
      y al corazón: espera.

        Ese aroma que evoca los fantasmas
      de las fragancias vírgenes y muertas.

        Sí, te recuerdo, tarde alegre y clara,
      casi de primavera,
      tarde sin flores, cuando me traías
      el buen perfume de la hierbabuena,
      y de la buena albahaca,
      que tenía mi madre en sus macetas.

        Que tú me viste hundir mis manos puras
      en el agua serena,
      para alcanzar los frutos encantados
      que hoy en el fondo de la fuente sueñan...

        Sí, te conozco, tarde alegre y clara,
      casi de primavera.


                                 VIII

      Yo escucho los cantos
      de viejas cadencias,
      que los niños cantan
      cuando en coro juegan,
      y vierten en coro
      sus almas que sueñan,
      cual vierten sus aguas
      las fuentes de piedra:
      con monotonías
      de risas eternas,
      que no son alegres,
      con lágrimas viejas,
      que no son amargas
      y dicen tristezas,
      tristezas de amores
      de antiguas leyendas.

        En los labios niños,
      las canciones llevan
      confusa la historia
      y clara la pena;
      como clara el agua
      lleva su conseja
      de viejos amores,
      que nunca se cuentan.

        Jugando, a la sombra
      de una plaza vieja,
      los niños cantaban...

        La fuente de piedra
      vertía su eterno
      cristal de leyenda.

        Cantaban los niños
      canciones ingenuas,
      de un algo que pasa
      y que nunca llega:
      la historia confusa
      y clara la pena.

        Vertía la fuente
      su eterna conseja:
      borrada la historia,
      contaba la pena.


                                  IX
                           ORILLAS DEL DUERO

      Se ha asomado una cigüeña a lo alto del campanario.
      Girando en torno a la torre y al caserón solitario,
      ya las golondrinas chillan. Pasaron del blanco invierno,
      de nevascas y ventiscas los crudos soplos de infierno.
                    Es una tibia mañana.
      El sol calienta un poquito la pobre tierra soriana.

        Pasados los verdes pinos,
      casi azules, primavera
      se ve brotar en los finos
      chopos de la carretera
      y del río. El Duero corre, terso y mudo, mansamente.
      El campo parece, más que joven, adolescente.

        Entre las hierbas alguna humilde flor ha nacido,
      azul o blanca. ¡Belleza del campo apenas florido,
      y mística primavera!

        ¡Chopos del camino blanco, álamos de la ribera,
      espuma de la montaña
      ante la azul lejanía,
      sol del día, claro día!
      ¡Hermosa tierra de España!


                                   X

      A la desierta plaza
      conduce un laberinto de callejas.
      A un lado, el viejo paredón sombrío
      de una ruinosa iglesia;
      a otro lado, la tapia blanquecina
      de un huerto de cipreses y palmeras,
      y, frente a mí, la casa,
      y en la casa, la reja,
      ante el cristal que levemente empaña
      su figurilla plácida y risueña.
      Me apartaré. No quiero
      llamar a tu ventana... Primavera
      viene--su veste blanca
      flota en el aire de la plaza muerta--;
      viene a encender las rosas
      rojas de tus rosales... Quiero verla...


                                  XI

      Yo voy soñando caminos
      de la tarde. ¡Las colinas
      doradas, los verdes pinos,
      las polvorientas encinas!...
      ¿Adónde el camino irá?
      Yo voy cantando, viajero
      a lo largo del sendero...
      --La tarde cayendo está--.
      «En el corazón tenía
      la espina de una pasión;
      logré arrancármela un día:
      ya no siento el corazón.»

        Y todo el campo un momento
      se queda, mudo y sombrío,
      meditando. Suena el viento
      en los álamos del río.

        La tarde más se obscurece;
      y el camino que serpea
      y débilmente blanquea,
      se enturbia y desaparece.

        Mi cantar vuelve a plañir:
      «Aguda espina dorada,
      quién te pudiera sentir
      en el corazón clavada.»


                                  XII

      Amada, el aura dice
      tu pura veste blanca...
      No te verán mis ojos;
      ¡mi corazón te aguarda!

        El aura me ha traído
      tu nombre en la mañana;
      el eco de tus pasos
      repite la montaña...
      No te verán mis ojos;
      ¡mi corazón te aguarda!

        En las sombrías torres
      repican las campanas...
      No te verán mis ojos;
      ¡mi corazón te aguarda!

        Los golpes del martillo
      dicen la negra caja;
      y el sitio de la fosa,
      los golpes de la azada...
      No te verán mis ojos;
      ¡mi corazón te aguarda!


                                 XIII

      Hacia un ocaso radiante
      caminaba el sol de estío,
      y era, entre nubes de fuego, una trompeta gigante,
      tras de los álamos verdes de las márgenes del río.

        Dentro de un olmo sonaba la sempiterna tijera
      de la cigarra cantora, el monorritmo jovial,
      entre metal y madera,
      que es la canción estival.

        En una huerta sombría,
      giraban los cangilones de la noria soñolienta.
      Bajo las ramas obscuras el son del agua se oía.
      Era una tarde de julio, luminosa y polvorienta.

        Yo iba haciendo mi camino,
      absorto en el solitario crepúsculo campesino.

        Y pensaba: «¡Hermosa tarde, nota de la lira inmensa
      toda desdén y armonía,
      hermosa tarde, tú curas la pobre melancolía
      de este rincón vanidoso, obscuro rincón que piensa!»

        Pasaba el agua rizada bajo los ojos del puente.
      Lejos, la ciudad dormía
      como cubierta de un mago fanal de oro transparente.
      Bajo los arcos de piedra el agua clara corría.

        Los últimos arreboles coronaban las colinas
      manchadas de olivos grises y de negruzcas encinas.
      Yo caminaba cansado,
      sintiendo la vieja angustia que hace el corazón pesado.

        El agua en sombra pasaba tan melancólicamente,
      bajo los arcos del puente,
      como si al pasar dijera:

        «Apenas desamarrada
      la pobre barca, viajero, del árbol de la ribera,
      se canta: no somos nada.
      Donde acaba el pobre río la inmensa mar nos espera.»

        Bajo los ojos del puente pasaba el agua sombría.
      (Yo pensaba: ¡el alma mía!)

        Y me detuve un momento,
      en la tarde, a meditar...
      ¿Qué es esta gota en el viento
      que grita al mar: soy el mar?

        Vibraba el aire asordado
      por los élitros cantores que hacen el campo sonoro,
      cual si estuviera sembrado
      de campanitas de oro.

        En el azul fulguraba
      un lucero diamantino.
      Cálido viento soplaba
      alborotando el camino.

        Yo, en la tarde polvorienta,
      hacia la ciudad volvía.
      Sonaban los cangilones de la noria soñolienta.
      Bajo las ramas obscuras caer el agua se oía.


                                  XIV
                              CANTE HONDO

      Yo meditaba absorto, devanando
      los hilos del hastío y la tristeza,
      cuando llegó a mi oído,
      por la ventana de mi estancia, abierta

        a una caliente noche de verano,
      el plañir de una copla soñolienta,
      quebrada por los trémolos sombríos
      de las músicas magas de mi tierra.

        ...Y era el Amor, como una roja llama...
      --Nerviosa mano en la vibrante cuerda
      ponía un largo suspirar de oro
      que se trocaba en surtidor de estrellas--.

        ...Y era la Muerte, al hombro la cuchilla,
      el paso largo, torva y esquelética.
      --tal cuando yo era niño la soñaba--.

        Y en la guitarra, resonante y trémula,
      la brusca mano, al golpear, fingía
      el reposar de un ataúd en tierra.

        Y era un plañido solitario el soplo
      que el polvo barre y la ceniza aventa.


                                  XV

      La calle en sombra. Ocultan los altos caserones
      el sol que muere; hay ecos de luz en los balcones.

        ¿No ves, en el encanto del mirador florido,
      el óvalo rosado de un rostro conocido?

        La imagen, tras el vidrio de equívoco reflejo,
      surge o se apaga como daguerreotipo viejo.

        Suena en la calle sólo el ruido de tu paso;
      se extinguen lentamente los ecos del ocaso.

        ¡Oh, angustia! Pesa y duele el corazón. ¿Es ella?
      No puede ser... Camina... En el azul la estrella.


                                  XVI

      Siempre fugitiva y siempre
      cerca de mí, en negro manto
      mal cubierto el desdeñoso
      gesto de tu rostro pálido.
      No sé dónde vas ni dónde
      tu virgen belleza tálamo
      busca en la noche. No sé
      qué sueños cierran tus párpados,
      ni de quien haya entreabierto
      tu lecho inhospitalario.
     ................................
      Detén el paso, belleza
      esquiva, detén el paso...

        Besar quisiera la amarga,
      amarga flor de tus labios.


                                 XVII
                               HORIZONTE

      En una tarde clara y amplia como el hastío,
      cuando su lanza blande el tórrido verano,
      copiaban el fantasma de un grave sueño mío
      mil sombras en teoría, enhiestas sobre el llano.

        La gloria del ocaso era un purpúreo espejo,
      era un cristal de llamas, que al infinito viejo
      iba arrojando el grave soñar en la llanura...
      Y yo sentí la espuela sonora de mi paso
      repercutir lejana en el sangriento ocaso,
      y más allá, la alegre canción de un alba pura.


                                 XVIII
                               EL POETA

     Para el libro _La casa de la primavera_, de Martínez Sierra.

      Maldiciendo su destino
      como Glauco, el dios marino,
      mira, turbia la pupila
      de llanto, el mar que le debe su blanca virgen Scyla.

        Él sabe que un Dios más fuerte
      con la sustancia inmortal está jugando a la muerte
      cual niño bárbaro. Él piensa
      que ha de caer como rama que sobre las aguas flota,
      antes de perderse, gota
      de mar, en la mar inmensa.

        En sueños oyó el acento de una palabra divina;
      en sueños se le ha mostrado la cruda ley diamantina
      sin odio ni amor, y el frío
      soplo del olvido sabe sobre un arenal de hastío.

        Bajo las palmeras del oasis el agua buena
      miró brotar de la arena;
      y se abrevó entre las dulces gacelas, y entre los fieros
      animales carniceros...

        Y supo cuánto es la vida hecha de sed y dolor.
      Y fué compasivo para el ciervo y el cazador,
      para el ladrón y el robado,
      para el pájaro azorado,
      para el sanguinario azor.

        Con el Eclesiastés dijo: Vanidad de vanidades,
      todo es negra vanidad;
      y oyó otra voz que clamaba, alma de sus soledades:
      sólo eres tú, luz que fulges en el corazón, verdad.

        Y viendo cómo lucían
      miles de blancas estrellas,
      pensaba que todas ellas
      en su corazón ardían.
      ¡Noche de amor!...

                          Y otra noche
      sintió la mala tristeza
      que enturbia la pura llama,
      y el corazón que bosteza,
      y el histrión que declama.

        Y dijo: las galerías
      del alma que espera están
      desiertas, mudas, vacías:
      las blancas sombras se van.

        Y el demonio de los sueños abrió el jardín encantado
      del ayer. ¡Cuán bello era!
      ¡Qué hermosamente el pasado
      fingía la primavera,
      cuando del árbol de otoño estaba el fruto colgado,
      mísero fruto podrido,
      que en el hueco acibarado
      guarda el gusano escondido!

      ¡Alma, que en vano quisiste ser más joven cada día,
      arranca tu flor, la humilde flor de la melancolía!


                                  XIX

      ¡Verdes jardinillos,
      claras plazoletas,
      fuente verdinosa
      donde el agua sueña,
      donde el agua muda
      resbala en la piedra!...

        Las hojas de un verde
      mustio, casi negras,
      de la acacia, el viento
      de septiembre besa,
      y se lleva algunas
      amarillas, secas,
      jugando, entre el polvo
      blanco de la tierra.

        Linda doncellita,
      que el cántaro llenas
      de agua transparente,
      tú, al verme, no llevas
      a los negros bucles
      de tu cabellera,
      distraídamente,
      la mano morena,
      ni, luego, en el limpio
      cristal te contemplas...

        Tú miras al aire
      de la tarde bella,
      mientras de agua clara
      el cántaro llenas.



                              DEL CAMINO


                                  XX
                               PRELUDIO

      Mientras la sombra pasa de un santo amor, hoy quiero
      poner un dulce salmo sobre mi viejo atril.
      Acordaré las notas del órgano severo
      al suspirar fragante del pífano de abril.

        Madurarán su aroma las pomas otoñales,
      la mirra y el incienso salmodiarán su olor;
      exhalarán su fresco perfume los rosales,
      bajo la paz en sombra del tibio huerto en flor.

        Al grave acorde lento de música y aroma,
      la sola y vieja y noble razón de mi rezar
      levantará su vuelo suave de paloma
      y la palabra blanca se elevará al altar.


                                  XXI

      Daba el reloj las doce... y eran doce
      golpes de azada en tierra...
      ...¡Mi hora!--grité--... El silencio
      me respondió:--No temas;
      tú no verás caer la última gota
      que en la clepsidra tiembla.

        Dormirás muchas horas todavía
      sobre la orilla vieja,
      y encontrarás una mañana pura
      amarrada tu barca a otra ribera.


                                 XXII

      Sobre la tierra amarga,
      caminos tiene el sueño
      laberínticos, sendas tortuosas,
      parques en flor y en sombra y en silencio;

        criptas hondas, escalas sobre estrellas;
      retablos de esperanzas y recuerdos.
      Figurillas que pasan y sonríen
      --juguetes melancólicos de viejo--;

        imágenes amigas,
      a la vuelta florida del sendero,
      y quimeras rosadas
      que hacen camino... lejos...


                                 XXIII

      En la desnuda tierra del camino
      la hora florida brota,
      espino solitario,
      del valle humilde en la revuelta umbrosa.

        El salmo verdadero
      de tenue voz hoy toma
      al corazón, y al labio,
      la palabra quebrada y temblorosa.

        Mis viejos mares duermen; se apagaron
      sus espumas sonoras
      sobre la playa estéril. La tormenta
      camina lejos en la nube torva.

        Vuelve la paz al cielo;
      la brisa tutelar esparce aromas
      otra vez sobre el campo, y aparece,
      en la bendita soledad, tu sombra.


                                 XXIV

      El sol es un globo de fuego,
      la luna es un disco morado.

        Una blanca paloma se posa
      en el alto ciprés centenario.

        Los cuadros de mirtos parecen
      de marchito velludo empolvado.

        ¡El jardín y la tarde tranquila!...
      Suena el agua en la fuente de mármol.


                                  XXV

      ¡Tenue rumor de túnicas que pasan
      sobre la infértil tierra!...
      ¡y lágrimas sonoras
      de las campanas viejas!

        Las ascuas mortecinas
      del horizonte humean...
      Blancos fantasmas lares
      van encendiendo estrellas.

        --Abre el balcón. La hora
      de una ilusión se acerca...
      La tarde se ha dormido
      y las campanas sueñan.


                                 XXVI

      ¡Oh, figuras del atrio, más humildes
      cada día y lejanas:
      mendigos harapientos
      sobre marmóreas gradas;

        miserables ungidos
      de eternidades santas,
      manos que surgen de los mantos viejos
      y de las rotas capas!

        ¿Pasó por vuestro lado
      una ilusión velada,
      de la mañana luminosa y fría
      en las horas más plácidas?...

        Sobre la negra túnica, su mano
      era una rosa blanca...


                                 XXVII

      La tarde todavía
      dará incienso de oro a tu plegaria,
      y quizás el cénit de un nuevo día
      amenguará tu sombra solitaria.

        Mas no es tu fiesta el Ultramar lejano,
      sino la ermita junto al manso río;
      no tu sandalia el soñoliento llano
      pisará, ni la arena del hastío.

        Muy cerca está, romero,
      la tierra verde y santa y florecida
      de tus sueños; muy cerca, peregrino
      que desdeñas la sombra del sendero
      y el agua del mesón en tu camino.


                                XXVIII

      Crear fiestas de amores
      en nuestro amor pensamos,
      quemar nuevos aromas
      en montes no pisados,

        y guardar el secreto
      de nuestros rostros pálidos,
      porque en las bacanales de la vida
      vacías nuestras copas conservamos,

        mientras con eco de cristal y espuma
      ríen los zumos de la vid dorados.
        ................................
        Un pájaro escondido entre las ramas
      del parque solitario,
      silba burlón...

                    Nosotros exprimimos
      la penumbra de un sueño en nuestro vaso...
      Y algo, que es tierra en nuestra carne, siente
      la humedad del jardín como un halago.


                                 XXIX

      Arde en tus ojos un misterio, virgen
      esquiva y compañera.

        No sé si es odio o es amor la lumbre
      inagotable de tu aljaba negra.

        Conmigo irás mientras proyecte sombra
      mi cuerpo y quede a mi sandalia arena.

        --¿Eres la sed o el agua en mi camino?
      Dime, virgen esquiva y compañera.


                                  XXX

      Algunos lienzos del recuerdo tienen
      luz de jardín y soledad de campo;
      la placidez del sueño
      en el paisaje familiar soñado.

        Otros guardan las fiestas
      de días aún lejanos;
      figuritas sutiles
      que pone un titerero en su retablo...
        ................................
        Ante el balcón florido
      está la cita de un amor amargo.

        Brilla la tarde en el resol bermejo...
      La hiedra efunde de los muros blancos...

        A la revuelta de una calle en sombra
      un fantasma irrisorio besa un nardo.


                                 XXXI

      Crece en la plaza en sombra
      el musgo, y en la piedra vieja y santa
      de la iglesia. En el atrio hay un mendigo...
      Más vieja que la iglesia tiene el alma.

        Sube muy lento, en las mañanas frías,
      por la marmórea grada,
      hasta un rincón de piedra... Allí aparece
      su mano seca entre la rota capa.

        Con las órbitas huecas de sus ojos
      ha visto cómo pasan
      las blancas sombras, en los claros días,
      las blancas sombras de las horas santas.


                                 XXXII

      Las ascuas de un crepúsculo morado
      detrás el negro cipresal humean...
      En la glorieta en sombra está la fuente
      con su alado y desnudo Amor de piedra,
      que sueña mudo. En la marmórea taza
      reposa el agua muerta.


                                XXXIII

      ¿Mi amor?... ¿Recuerdas, dime,
      aquellos juncos tiernos,
      lánguidos y amarillos
      que hay en el cauce seco?...

        ¿Recuerdas la amapola
      que calcinó el verano,
      la amapola marchita,
      negro crespón del campo?...

        ¿Te acuerdas del sol yerto
      y humilde, en la mañana,
      que brilla y tiembla roto
      sobre una fuente helada?...


                                XXXIV

      Me dijo un alba de la primavera:
      Yo florecí en tu corazón sombrío
      ha muchos años, caminante viejo
      que no cortas las flores del camino.

        Tu corazón de sombra, ¿acaso guarda
      el viejo aroma de mis viejos lirios?
      ¿Perfuman aún mis rosas la alba frente
      del hada de tu sueño adamantino?

        Respondí a la mañana:
      Sólo tienen cristal los sueños míos.
      Yo no conozco el hada de mis sueños;
      ni sé si está mi corazón florido.

        Pero si aguardas la mañana pura
      que ha de romper el vaso cristalino,
      quizás el hada te dará tus rosas,
      mi corazón tus lirios.


                                XXXV

      Al borde del sendero un día nos sentamos.
      Ya nuestra vida es tiempo, y nuestra sola cuita
      son las desesperantes posturas que tomamos
      para aguardar... Mas ella no faltará a la cita.


                                XXXVI

      Es una forma juvenil que un día
      a nuestra casa llega.
      Nosotros le decimos: ¿por qué tornas
      a la morada vieja?
      Ella abre la ventana, y todo el campo
      en luz y aroma entra.
      En el blanco sendero,
      los troncos de los árboles negrean;
      las hojas de las copas
      son humo verde que a lo lejos sueña.
      Parece una laguna
      el ancho río entre la blanca niebla
      de la mañana. Por los montes cárdenos,
      camina otra quimera.


                                XXXVII

      ¡Oh, dime, noche amiga, amada vieja,
      que me traes el retablo de mis sueños
      siempre desierto y desolado y solo
      con mi fantasma dentro,
      mi pobre sombra triste
      sobre la estepa y bajo el sol de fuego,
      o soñando amarguras
      en las voces de todos los misterios,
      dime, si sabes, vieja amada, dime
      si son mías las lágrimas que vierto.
      Me respondió la noche:
      Jamás me revelaste tu secreto.
      Yo nunca supe, amado,
      si eras tú ese fantasma de tu sueño,
      ni averigüé si era su voz la tuya,
      o era la voz de un histrión grotesco.

        Dije a la noche: Amada mentirosa,
      tú sabes mi secreto;
      tú has visto la honda gruta
      donde fabrica su cristal mi sueño,
      y sabes que mis lágrimas son mías,
      y sabes mi dolor, mi dolor viejo.

        ¡Oh! yo no sé, dijo la noche, amado,
      yo no sé tu secreto,
      aunque he visto vagar ese, que dices,
      desolado fantasma, por tu sueño.
      Yo me asomo a las almas cuando lloran
      y escucho su hondo rezo,
      humilde y solitario,
      ese que llamas salmo verdadero;
      pero en las hondas bóvedas del alma
      no sé si el llanto es una voz o un eco.
        Para escuchar tu queja de tus labios
      yo te busqué en tu sueño,
      y allí te vi vagando en un borroso
      laberinto de espejos.



                          CANCIONES Y COPLAS


                                XXXVIII

      Abril florecía
      frente a mi ventana.
      Entre los jazmines
      y las rosas blancas
      de un balcón florido,
      vi las dos hermanas.
      La menor cosía,
      la mayor hilaba...
      Entre los jazmines
      y las rosas blancas,
      la más pequeñita,
      risueña y rosada
      --su aguja en el aire--
      miró a mi ventana.

        La mayor seguía,
      silenciosa y pálida,
      el huso en su rueca,
      que el lino enroscaba,
      abril florecía
      frente a mi ventana.

        Una clara tarde
      la mayor lloraba,
      entre los jazmines
      y las rosas blancas,
      y ante el blanco lino
      que en su rueca hilaba.
      --¿Qué tienes--le dije--
      silenciosa, pálida?
      Señaló el vestido
      que empezó la hermana.
      En la negra túnica
      la aguja brillaba;
      sobre el blanco velo,
      el dedal de plata.
      Señaló a la tarde
      de abril que soñaba
      mientras que se oía
      tañer de campanas.
      Y en la clara tarde
      me enseñó sus lágrimas...
      Abril florecía
      frente a mi ventana.

        Fué otro abril alegre
      y otra tarde plácida.
      El balcón florido
      solitario estaba...
      Ni la pequeñita
      risueña y rosada,
      ni la hermana triste
      silenciosa y pálida,
      ni la negra túnica,
      ni la toca blanca...
      Tan sólo en el huso
      el lino giraba
      por mano invisible,
      y en la oscura sala
      la luna del limpio
      espejo brillaba...
      Entre los jazmines
      y las rosas blancas
      del balcón florido,
      me miré en la clara
      luna del espejo
      que lejos soñaba...
      Abril florecía
      frente a mi ventana.


                                XXXIX
                              DE LA VIDA

                          (COPLAS ELEGÍACAS)

      ¡Ay del que llega sediento
      a ver el agua correr
      y dice: la sed que siento
      no me la calma el beber!

        ¡Ay de quien bebe y, saciada
      la sed, desprecia la vida:
      moneda al tahur prestada,
      que sea al azar rendida!

        Del iluso que suspira
      bajo el orden soberano,
      y del que sueña la lira
      pitagórica en su mano.

        ¡Ay del noble peregrino
      que se para a meditar,
      después de largo camino,
      en el horror de llegar!

        ¡Ay de la melancolía
      que llorando se consuela,
      y de la melomanía
      de un corazón de zarzuela!

        ¡Ay de nuestro ruiseñor,
      si en una noche serena
      se cura del mal de amor
      que llora y canta sin pena!

        ¡De los jardines secretos,
      de los pensiles soñados
      y de los sueños poblados
      de propósitos discretos!

        ¡Ay del galán sin fortuna
      que ronda a la luna bella,
      de cuantos caen de la luna,
      de cuantos se marchan a ella!

        ¡De quien el fruto prendido
      en la rama no alcanzó,
      de quien el fruto ha mordido
      y el gusto amargo probó!

        ¡Y de nuestro amor primero
      y de su fe mal pagada,
      y, también, del verdadero
      amante de nuestra amada!


                                  XL
                          INVENTARIO GALANTE

      Tus ojos me recuerdan
      las noches de verano,
      negras noches sin luna,
      orilla al mar salado,
      y el chispear de estrellas
      del cielo negro y bajo.
      Tus ojos me recuerdan
      las noches de verano.
      Y tu morena carne,
      los trigos requemados
      y el suspirar de fuego
      de los maduros campos.

        Tu hermana es clara y débil
      como los juncos lánguidos,
      como los sauces tristes,
      como los linos glaucos.
      Tu hermana es un lucero
      en el azul lejano...
      Y es alba y aura fría
      sobre los pobres álamos
      que en las orillas tiemblan
      del río humilde y manso.
      Tu hermana es un lucero
      en el azul lejano.

        De tu morena gracia,
      de tu soñar gitano,
      de tu mirar de sombra
      quiero llenar mi vaso.
      Me embriagaré una noche
      de cielo negro y bajo,
      para cantar contigo,
      orilla al mar salado,
      una canción que deje
      cenizas en los labios...
      De tu mirar de sombra
      quiero llenar mi vaso.

        Para tu linda hermana
      arrancaré los ramos
      de florecillas nuevas
      a los almendros blancos,
      en un tranquilo y triste
      alborear de marzo.
      Los regaré con agua
      de los arroyos claros,
      los ataré con verdes
      junquillos del remanso...
      Para tu linda hermana
      yo haré un ramito blanco.


                                XLI

      Me dijo una tarde
      de la primavera:
      Si buscas caminos
      en flor en la tierra,
      mata tus palabras
      y oye tu alma vieja.
      Los mismos ungüentos
      y aromas y esencias
      que en tus alegrías,
      verteré en tus penas.
      Que el mismo albo lino
      que te vista, sea
      tu traje de duelo,
      tu traje de fiesta.
      Ama tu alegría
      y ama tu tristeza,
      si buscas caminos
      en flor en la tierra.
      Respondí a la tarde
      de la primavera:
      Tú has dicho el secreto
      que en mi alma reza:
      yo odio la alegría
      por odio a la pena.
      Mas antes que pise
      tu florida senda,
      quisiera traerte
      muerta mi alma vieja.


                                XLII

      La vida hoy tiene ritmo
      de ondas que pasan,
      de olitas temblorosas
      que fluyen y se alcanzan.

        La vida hoy tiene el ritmo de los ríos,
      la risa de las aguas
      que entre los verdes junquerales corren,
      y entre las verdes cañas.

        Sueño florido lleva el manso viento;
      bulle la savia joven en las nuevas ramas;
      tiemblan alas y frondas,
      y la mirada sagital del águila
      no encuentra presa... treme el campo en sueños,
      vibra el sol como un arpa.

        ¡Fugitiva ilusión de ojos guerreros
      que por las selvas pasas
      a la hora del cénit: tiemble en mi pecho
      el oro de tu aljaba!

        En tus labios florece la alegría
      de los campos en flor; tu veste alada
      aroman las primeras velloritas,
      las violetas perfuman tus sandalias.

        Yo he seguido tus pasos en el viejo bosque,
      arrebatados tras la corza rápida,
      y los ágiles músculos rosados
      de tus piernas silvestres entre verdes ramas.

        ¡Pasajera ilusión de ojos guerreros
      que por las selvas pasas
      cuando la tierra reverdece y ríen
      los ríos en las cañas!
      ¡Tiemble en mi pecho el oro
      que llevas en tu aljaba!


                                XLIII

      Era una mañana y abril sonreía.
      Frente al horizonte dorado moría
      la luna, muy blanca y opaca; tras ella,
      cual tenue ligera quimera, corría
      la nube que apenas enturbia una estrella.
         ................................
        Como sonreía la rosa mañana
      al sol del oriente abrí mi ventana;
      y en mi triste alcoba penetró el oriente
      en canto de alondras, en risa de fuente
      y en suave perfume de flora temprana.

        Fué una clara tarde de melancolía.
      Abril sonreía. Yo abrí las ventanas
      de mi casa al viento... El viento traía
      perfume de rosas, doblar de campanas...

        Doblar de campanas lejanas, llorosas,
      suave de rosas aromado aliento...
      ... ¿Dónde están los huertos floridos de rosas?
      ¿Qué dicen las dulces campanas al viento?
            ................................
        Pregunté a la tarde de abril que moría:
      ¿Al fin la alegría se acerca a mi casa?
      La tarde de abril sonrió: La alegría
      pasó por tu puerta--y luego, sombría:
      Pasó por tu puerta. Dos veces no pasa.


                                XLIV

      El casco roído y verdoso
      del viejo falucho
      reposa en la arena...
      la vela tronchada parece
      que aún sueña en el sol y el mar.

        El mar hierve y canta...
      El mar es un sueño sonoro
      bajo el sol de abril.
      El mar hierve y ríe
      con olas azules y espumas de leche y de plata,
      el mar hierve y ríe
      bajo el cielo azul.
      El mar lactescente,
      el mar rutilante,
      que ríe en sus liras de plata sus risas azules...
      Hierve y ríe el mar!...

        El aire parece que duerme encantado
      en la fúlgida niebla de sol blanquecino.
      La gaviota palpita en el aire dormido, y al lento
      volar soñoliento, se aleja y se pierde en la bruma del sol.


                                XLV

      El sueño bajo el sol que aturde y ciega,
      tórrido sueño en la hora de arrebol;
      el río luminoso el aire surca;
      esplende la montaña;
      la tarde es polvo y sol.

        El sibilante caracol del viento
      ronco dormita en el remoto alcor;
      emerge el sueño ingrave en la palmera,
      luego se enciende en el naranjo en flor.

        La estúpida cigüeña
      su garabato escribe en el sopor
      del molino parado; el toro abate
      sobre la hierba la testuz feroz.

        La verde, quieta espuma del ramaje
      efunde sobre el blanco paredón,
      lejano, inerte, del jardín sombrío
      dormido bajo el cielo fanfarrón.
      ....................................
        Lejos, enfrente de la tarde roja,
      refulge el ventanal del torreón.

      ....................................



                    HUMORISMOS, FANTASÍAS, APUNTES



                         LOS GRANDES INVENTOS


                                 XLVI
                               LA NORIA

      La tarde caía
      triste y polvorienta.

        El agua cantaba
      su copla plebeya
      en los cangilones
      de la noria lenta.

        Soñaba la mula
      ¡pobre mula vieja!
      al compás de sombra
      que en el agua suena.

        La tarde caía
      triste y polvorienta.

        Yo no sé qué noble,
      divino poeta,
      unió a la amargura
      de la eterna rueda,

        la dulce armonía
      del agua que sueña
      y vendó tus ojos,
      ¡pobre mula vieja!...

        Mas sé que fué un noble,
      divino poeta,
      corazón maduro
      de sombra y de ciencia.


                                XLVII
                             EL CADALSO

      La aurora asomaba
      lejana y siniestra.

        El lienzo de Oriente
      sangraba tragedias,
      pintarrajeadas
      con nubes grotescas.
    .............................
            En la vieja plaza
      de una vieja aldea,
      erguía su horrible
      pavura esquelética
      el tosco patíbulo
      de fresca madera...

        La aurora asomaba
      lejana y siniestra.


                                XLVIII
                              LAS MOSCAS

      Vosotras, las familiares,
      inevitables golosas,
      vosotras, moscas vulgares,
      me evocáis todas las cosas.

        ¡Oh, viejas moscas voraces
      como abejas en abril,
      viejas moscas pertinaces
      sobre mi calva infantil!

        ¡Moscas del primer hastío
      en el salón familiar,
      las claras tardes de estío
      en que yo empecé a soñar!

        Y en la aborrecida escuela,
      raudas moscas divertidas,
      perseguidas
      por amor de lo que vuela,

        --que todo es volar--sonoras,
      rebotando en los cristales
      en los días otoñales...
      Moscas de todas las horas,

        de infancia y adolescencia,
      de mi juventud dorada;
      de esta segunda inocencia,
      que da en no creer nada,

        de siempre... Moscas vulgares,
      que de puro familiares
      no tendréis digno cantor:
      yo sé que os habéis posado

        sobre el juguete encantado,
      sobre el librote cerrado,
      sobre la carta de amor,
      sobre los párpados yertos
      de los muertos...

        Inevitables golosas,
      que ni labráis como abejas,
      ni brilláis cual mariposas;
      pequeñitas, revoltosas,
      vosotras, amigas viejas,
      me evocáis todas las cosas.


                                 XLIX
                         ELEGÍA DE UN MADRIGAL

      Recuerdo que una tarde de soledad y hastío,
      ¡oh tarde como tantas! el alma mía era,
      bajo el azul monótono, un ancho y terso río
      que ni tenía un pobre juncal en su ribera.

        ¡Oh mundo sin encanto, sentimental inopia
      que borra el misterioso azogue del cristal!
      ¡Oh el alma sin amores que el Universo copia
      con un irremediable bostezo universal!
            ................................
        Quiso el poeta recordar a solas,
      las ondas bien amadas, la luz de los cabellos
      que él llamaba en sus rimas rubias olas.
      Leyó... La letra mata: no se acordaba de ellos...

        Y un día--como tantos--al aspirar un día
      aromas de una rosa que en el rosal se abría,
      brotó, como una llama la luz de los cabellos
      que él en sus madrigales llamaba rubias olas,
      brotó, porque una aroma igual tuvieron ellos...
      Y se alejó en silencio para llorar a solas.


                                   L
                               ACASO...

      Como atento no más a mi quimera
      no reparaba en torno mío, un día
      me sorprendió la fértil primavera
      que en todo el ancho campo sonreía.

        Brotaban verdes hojas
      de las hinchadas yemas del ramaje,
      y flores amarillas, blancas, rojas,
      variolaban la mancha del paisaje.

        Y era una lluvia de saetas de oro,
      el sol sobre las frondas juveniles;
      del amplio río en el caudal sonoro
      se miraban los álamos gentiles.

        Tras de tanto camino es la primera
      vez que miro brotar la primavera,
      dije, y después, declamatoriamente:

        --¡Cuán tarde ya para la dicha mía!--
      Y luego, al caminar, como quien siente
      alas de otra ilusión:--Y todavía
      ¡yo alcanzaré mi juventud un día!


                                  LI
                                JARDÍN

      Lejos de tu jardín quema la tarde
      inciensos de oro en purpurinas llamas,
      tras el bosque de cobre y de ceniza.
      En tu jardín hay dalias.
      ¡Malhaya tu jardín!... Hoy me parece
      la obra de un peluquero,
      con esa pobre palmerilla enana,
      y ese cuadro de mirtos recortados...
      y el naranjito en su tonel... El agua
      de la fuente de piedra
      no cesa de reir sobre la concha blanca.


                                  LII
                    FANTASÍA DE UNA NOCHE DE ABRIL

      ¿Sevilla?... ¿Granada?... La noche de luna.
      Angosta la calle, revuelta y moruna,
      de blancas paredes y obscuras ventanas.
      Cerrados postigos, corridas persianas...
      El cielo vestía su gasa de abril.

        Un vino risueño me dijo el camino.
      Yo escucho los áureos consejos del vino,
      que el vino es a veces escala de ensueño.
      Abril y la noche y el vino risueño
      cantaron en coro su salmo de amor.

        La calle copiaba, con sombra en el muro,
      el paso fantasma y el sueño maduro
      de apuesto embozado, galán caballero:
      espada tendida, calado sombrero...
      La luna vertía su blanco soñar.

        Como un laberinto mi sueño torcía
      de calle en calleja. Mi sombra seguía
      de aquel laberinto la sierpe encantada,
      en pos de una oculta plazuela cerrada.
      La luna lloraba su dulce blancor.

        La casa y la clara ventana florida,
      de blancos jazmines y nardos prendida,
      más blanco que el blanco soñar de la luna...
      --Señora, la hora, tal vez importuna...
      ¿Qué espere? (La dueña se lleva el candil).

        Ya sé que sería quimera, señora,
      mi sombra galante buscando a la aurora
      en noche de estrellas y luna, si fuera
      mentira la blanca nocturna quimera
      que usurpa a la luna su trono de luz.

        ¡Oh dulce señora, más cándida y bella
      que la solitaria matutina estrella
      tan clara en el cielo! ¿por qué silenciosa
      oís mi nocturna querella amorosa?
      ¿Quién hizo, señora, cristal vuestra voz?...

        La blanca quimera, parece que sueña.
      Acecha en la oscura estancia la dueña.
      --Señora, si acaso otra sombra emboscada
      teméis, en la sombra, fiad en mi espada...
      Mi espada se ha visto a la luna brillar.

        ¿Acaso os parece mi gesto anacrónico?
      El vuestro es, señora, sobrado lacónico.
      ¿Acaso os asombra mi sombra embozada,
      de espada tendida y toca plumada?...
      ¿Seréis la cautiva del moro Gazul?...

        Dijéraislo, y pronto mi amor os diría
      el son de mi guzla y la algarabía
      más dulce que oyera ventana moruna.
      Mi guzla os dijera la noche de luna,
      la noche de cándida luna de abril.

        Dijera la clara cantiga de plata
      del patio moruno, y la serenata
      que lleva el aroma de floridas preces
      a los miradores y a los ajimeces,
      los salmos de un blanco fantasma lunar.

        Dijera las danzas de trenzas lascivas,
      las muelles cadencias de ensueños, las vivas
      centellas de lánguidos rostros velados,
      los tibios perfumes, los huertos cerrados;
      dijera el aroma letal del harén.

        Yo guardo, señora, en mi viejo salterio
      también una copla de blanco misterio,
      la copla más suave, más dulce y más sabia
      que evoca las claras estrellas de Arabia
      y aromas de un moro jardín andaluz.

        Silencio... En la noche la paz de la luna
      alumbra la blanca ventana moruna.
      Silencio... Es el musgo que brota y la hiedra
      que lenta desgarra la tapia de piedra...
      El llanto que vierte la luna de abril.

        --Si sois una sombra de la primavera,
      blanca entre jazmines, o antigua quimera
      soñada, en las trovas de dulces cantores,
      yo soy una sombra de viejos cantares,
      y el signo de un álgebra viejo de amores.

        Los gayos, lascivos decires mejores,
      los árabes albos nocturnos soñares,
      las coplas mundanas, los salmos talares,
      poned en mis labios;
      yo soy una sombra también del amor.

        Ya muerta la luna, mi sueño volvía
      por la retorcida, moruna calleja.
      El sol en Oriente reía
      su risa más vieja.


                                 LIII
                     A UN NARANJO Y A UN LIMONERO
               VISTOS EN UNA TIENDA DE PLANTAS Y FLORES

      Naranjo en maceta, ¡qué triste es tu suerte!
      medrosas tiritan tus hojas menguadas.
      Naranjo en la corte, qué pena da verte
      con tus naranjitas secas y arrugadas.

        Pobre limonero de fruto amarillo
      cual pomo pulido de pálida cera,
      ¡qué pena mirarte, mísero arbolillo
      criado en mezquino tonel de madera!

        De los claros bosques de la Andalucía,
      ¿quién os trajo a esta castellana tierra
      que barren los vientos de la adusta sierra,
      hijos de los campos de la tierra mía?

        ¡Gloria de los huertos, árbol limonero,
      que enciendes los frutos de pálido oro
      y alumbras del negro cipresal austero
      las quietas plegarlas erguidas en coro;

        y fresco naranjo del patio querido,
      del campo risueño y el huerto soñado,
      siempre en mi recuerdo maduro o florido
      de frondas y aromas y frutos cargado!


                                  LIV
                           LOS SUEÑOS MALOS

      Está la plaza sombría,
      muere el día.
      Suenan lejos las campanas.

        De balcones y ventanas
      se iluminan las vidrieras,
      con reflejos mortecinos,
      como huesos blanquecinos
      y borrosas calaveras.

        En toda la tarde brilla
      una luz de pesadilla.
      Está el sol en el ocaso.
      Suena el eco de mi paso.

        --¿Eres tú? Ya te esperaba...
      --No eras tú a quien yo buscaba.


                                  LV
                                HASTÍO

      Pasan las horas de hastío
      por la estancia familiar,
      el pobre cuarto sombrío
      donde yo empecé a soñar.

        Del reloj arrinconado,
      que en la penumbra clarea,
      el tic-tac acompasado
      odiosamente golpea.

        Dice la monotonía
      del agua clara al caer:
      un día es como otro día;
      hoy es lo mismo que ayer.

        Cae la tarde. El viento agita
      el parque mustio y dorado...
      ¡Qué largamente ha llorado
      toda la fronda marchita!


                                  LVI

      Sonaba el reloj la una
      dentro de mi cuarto. Era
      triste la noche. La luna,
      reluciente calavera,

        ya del cénit declinando,
      iba del ciprés del huerto
      fríamente iluminando
      el alto ramaje yerto.

        Por la entreabierta ventana,
      llegaban a mis oídos,
      metálicos alaridos
      de una música lejana.

        Una música tristona,
      una mazurca olvidada,
      entre inocente y burlona,
      mal tañida y mal soplada.

        Y yo sentí el estupor
      del alma cuando bosteza,
      el corazón, la cabeza,
      y... morirse es lo mejor.


                                 LVII
                               CONSEJOS

                                   I

      Este amor que quiere ser
      acaso pronto será;
      pero ¿cuándo ha de volver
      lo que acaba de pasar?

        Hoy dista mucho de ayer.
      ¡Ayer es Nunca jamás!


                                 LVIII

                                  II

      Moneda que está en la mano
      quizá se deba guardar;
      pero la que está en el alma
      se pierde si no se da.


                                  LIX
                                 GLOSA

      _Nuestras vidas son los ríos
      que van a dar a la mar,
      que es el morir._ ¡Gran cantar!

        Entre los poetas míos
      tiene Manrique un altar.

        Dulce goce de vivir:
      mala ciencia del pasar,
      ciego huir a la mar.

        Tras el pavor del morir
      está el placer de llegar.

        ¡Gran placer!
      Mas ¿y el horror de volver?
      ¡Gran pesar!


                                  LX

      Anoche cuando dormía
      soñé ¡bendita ilusión!
      que una fontana fluía
      dentro de mi corazón.
      Dí, ¿por qué acequia escondida,
      agua, vienes hasta mí,
      manantial de nueva vida
      en donde nunca bebí.

        Anoche cuando dormía
      soñé ¡bendita ilusión!
      que una colmena tenía
      dentro de mi corazón;
      y las doradas abejas
      iban fabricando en él,
      con las amarguras viejas
      blanca cera y dulce miel.

        Anoche cuando dormía
      soñé ¡bendita ilusión!
      que un ardiente sol lucía
      dentro de mi corazón.
      Era ardiente porque daba
      calores de rojo hogar,
      y era sol porque alumbraba
      y porque hacía llorar.

        Anoche cuando dormía
      soñé ¡bendita ilusión!
      que era Dios lo que tenía
      dentro de mi corazón.


                                  LXI

      ¿Mi corazón se ha dormido?
      Colmenares de mis sueños
      ¿ya no labráis? ¿Está seca
      la noria del pensamiento,
      los cangilones vacíos,
      girando, de sombra llenos?

        No, mi corazón no duerme.
      Está despierto, despierto.
      Ni duerme ni sueña, mira,
      los claros ojos abiertos,
      señas lejanas y escucha
      a orillas del gran silencio.



                               GALERÍAS


                             INTRODUCCIÓN

      Leyendo un claro día
      mis bien amados versos,
      he visto en el profundo
      espejo de mis sueños

        que una verdad divina
      temblando está de miedo,
      y es una flor que quiere
      echar su aroma al viento.

        El alma del poeta
      se orienta hacia el misterio.
      Sólo el poeta puede
      mirar lo que está lejos
      dentro del alma, en turbio
      y mago son envuelto.

        En esas galerías,
      sin fondo del recuerdo,
      donde las pobres gentes
      colgaron cual trofeo

        el traje de una fiesta
      apolillado y viejo,
      allí el poeta sabe
      el laborar eterno
      mirar de las doradas
      abejas de los sueños.

        Poetas, con el alma
      atenta al hondo cielo,
      en la cruel batalla
      o en el tranquilo huerto,

        la nueva miel labramos
      con los dolores viejos,
      la veste blanca y pura
      pacientemente hacemos,
      y bajo el sol bruñimos
      el fuerte arnés de hierro.

        El alma que no sueña,
      el enemigo espejo,
      proyecta nuestra imagen
      con un perfil grotesco.

        Sentimos una ola
      de sangre, en nuestro pecho,
      que pasa... y sonreímos,
      y a laborar volvemos.


                                 LXII

      Desgarrada la nube; el arco iris
      brillando ya en el cielo,
      y en un fanal de lluvia
      y sol el campo envuelto.

        Desperté. ¿Quién enturbia
      los mágicos cristales de mi sueño?
      Mi corazón latía
      atónito y disperso.

        ... ¡El limonar florido,
      el cipresal del huerto,
      el prado verde, el sol, el agua, el iris...
      ¡el agua en tus cabellos!...

        Y todo en la memoria se perdía
      como una pompa de jabón al viento.


                                 LXIII

      Y era el demonio de mi sueño, el ángel
      más hermoso. Brillaban
      como aceros los ojos victoriosos,
      y las sangrientas llamas
      de su antorcha alumbraron
      la honda cripta del alma.

        --¿Vendrás conmigo?--No, jamás; las tumbas
      y los muertos me espantan.
      Pero la férrea mano
      mi diestra atenazaba.

        --Vendrás conmigo... Y avancé en mi sueño
      cegado por la roja luminaria.
      Y en la cripta sentí sonar cadenas
      y rebullir de fieras enjauladas.


                                 LXIV

      Desde el umbral de un sueño me llamaron...
      Era la buena voz, la voz querida.

        --¿Dime: vendrás conmigo a ver el alma?...
      Llegó a mi corazón una caricia.

        --Contigo siempre... Y avancé en mi sueño
      por una larga, escueta galería,
      sintiendo el roce de la vesta pura
      y el palpitar suave de la mano amiga.


                                  LXV
                            SUEÑO INFANTIL

      Una clara noche
      de fiesta y de luna,
      noche de mis sueños,
      noche de alegría,

        --era luz mi alma
      que hoy es bruma toda,
      no eran mis cabellos
      negros todavía--

        el hada más joven
      me llevó en sus brazos
      a la alegre fiesta
      que en la plaza ardía.

        So el chisporroteo
      de las luminarias,
      amor sus madejas
      de danzas tejía.

        Y en aquella noche
      de fiesta y de luna,
      noche de mis sueños
      noche de alegría,

        el hada más joven
      besaba mi frente...,
      con su linda mano
      su adiós me decía...

        Todos los rosales
      daban sus aromas,
      todos los amores
      amor entreabría.


                                 LXVI

      Si yo fuera un poeta
      galante, cantaría
      a vuestros ojos un cantar tan puro
      como en el mármol blanco el agua limpia.

        Y en una estrofa de agua
      todo el cantar sería:

        «Ya sé que no responden a mis ojos,
      que ven y no preguntan cuando miran,
      los vuestros claros, vuestros ojos tienen
      la buena luz tranquila,
      la buena luz del mundo en flor, que he visto
      desde los brazos de mi madre un día.»


                                 LXVII

      Llamó a mi corazón, un claro día,
      con un perfume de jardín, el viento.

        --A cambio de este aroma,
      todo el aroma de tus rosas quiero.
      --No tengo rosas; flores
      en mi jardín no hay ya: todas han muerto.

        Me llevaré los llantos de las fuentes,
      las hojas amarillas y los mustios pétalos.
      Y el viento huyó... Mi corazón sangraba...
      Alma ¿qué has hecho de tu pobre huerto?


                                 LXVIII

      Hoy buscarás en vano
      a tu dolor consuelo.

        Lleváronse tus hadas
      el lino de tus sueños.
      Está la fuente muda,
      y está marchito el huerto.
      Hoy sólo quedan lágrimas
      para llorar. No hay que llorar ¡silencio!


                                 LXIX

      Y nada importa ya que el vino de oro
      rebose de tu copa cristalina,
      o el agrio zumo enturbie el puro vaso...

        Tú sabes las secretas galerías
      del alma, los caminos de los sueños
      y la tarde tranquila
      donde van a morir... Allí te aguardan

        las hadas silenciosas de la vida,
      y hacia un jardín de eterna primavera
      te llevarán un día.


                                 LXX

      ¡Tocados de otros días,
      mustios encajes y marchitas sedas;
      salterios arrumbados,
      rincones de las salas polvorientas;

        daguerreotipos turbios,
      cartas que amarillean;
      libracos no leídos
      que guardan grises florecitas secas:

        romanticismos muertos,
      cursilerías viejas,
      cosas de ayer que sois mi alma, y cantos
      y cuentos de la abuela!...


                                 LXXI

      La casa tan querida
      donde habitaba ella,
      sobre un montón de escombros arruinada
      o derruida, enseña
      el negro y carcomido
      maltrabado esqueleto de madera.

        La luna está vertiendo
      su clara luz en sueños que platea
      en las ventanas. Mal vestido y triste,
      voy caminando por la calle vieja.


                                 LXXII

      Ante el pálido lienzo de la tarde,
      la iglesia, con sus torres afiladas
      y el ancho campanario, en cuyos huecos
      voltean suavemente las campanas,
      alta y sombría, surge.

        La estrella es una lágrima
      en el azul celeste.
      Bajo la estrella clara,
      flota, vellón disperso,
      una nube quimérica de plata.


                                 LXXIII

      Tarde tranquila, casi
      con placidez de alma,
      para ser joven, para haberlo sido
      cuando Dios quiso, para
      tener algunas alegrías... lejos
      y poder dulcemente recordarlas.


                                 LXXIV

      Yo, como Anacreonte,
      quiero cantar, reir y echar al viento
      las sabias amarguras
      y los graves consejos;

        y quiero, sobre todo, emborracharme,
      ya lo sabéis... ¡Grotesco!
      Pura fe en el morir, pobre alegría
      y macabro danzar antes de tiempo.


                                 LXXV

      ¡Oh tarde luminosa!
      El aire está encantado.
      La blanca cigüeña
      dormita volando,
      y las golondrinas se cruzan, tendidas
      las alas agudas al viento dorado,
      y en la tarde risueña se alejan
      volando, soñando...

        Y hay una que torna como la saeta,
      las alas agudas tendidas al aire sombrío,
      buscando su negro rincón del tejado.

        La blanca cigüeña,
      como un garabato,
      tranquila y disforme ¡tan disparatada!
      sobre el campanario.


                                 LXXVI

      Es una tarde cenicienta y mustia,
      destartalada, como el alma mía;
      y es esta vieja angustia
      que habita mi habitual hipocondría.

        La causa de esta angustia no consigo
      ni vagamente comprender siquiera;
      pero recuerdo y, recordando, digo:
      --Sí, yo era niño, y tú, mi compañera.


                                 LXXVII

      Y no es verdad, dolor, yo te conozco,
      tú eres nostalgia de la vida buena
      y soledad de corazón sombrío,
      de barco sin naufragio y sin estrella.

        Como perro olvidado que no tiene
      huella ni olfato y yerra
      por los caminos, sin camino, como
      el niño que en la noche de una fiesta

        se pierde entre el gentío
      y el aire polvoriento y las candelas
      chispeantes, atónito, y asombra
      su corazón de música y de pena,

        así voy yo, borracho, melancólico,
      guitarrista lunático, poeta,
      y pobre hombre en sueños,
      siempre buscando a Dios entre la niebla.


                                 LXXVIII

      ¿Y ha de morir contigo el mundo mago
      donde guarda el recuerdo
      los hálitos más puros de la vida,
      la blanca sombra del amor primero,

        la voz que fué a tu corazón, la mano
      que tú querías retener en sueños,
      y todos los amores
      que llegaron al alma, al hondo cielo?

        ¿Y ha de morir contigo el mundo tuyo,
      la vieja vida en orden tuyo y nuevo?
      ¿Los yunques y crisoles de tu alma
      laboran para el polvo y para el viento?


                                 LXXIX

      Desnuda está la tierra,
      y el alma aulla al horizonte pálido
      como loba famélica. ¿Qué buscas,
      poeta, en el ocaso?

        Amargo caminar, porque el camino
      pesa en el corazón. El viento helado,
      y la noche que llega, y la amargura
      de la distancia... En el camino blanco

        algunos yertos árboles negrean;
      en los montes lejanos
      hay oro y sangre... El sol murió... ¿Qué buscas,
      poeta, en el ocaso?


                                 LXXX
                                CAMPO

      La tarde está muriendo
      como un hogar humilde que se apaga.

        Allá, sobre los montes,
      quedan algunas brasas.

        Y ese árbol roto en el camino blanco
      hace llorar de lástima.

        ¡Dos ramas en el tronco herido, y una
      hoja marchita y negra en cada rama!

        ¿Lloras?... Entre los álamos de oro,
      lejos, la sombra del amor te aguarda.


                                 LXXXI
                    A UN VIEJO Y DISTINGUIDO SEÑOR

      Te he visto, por el parque ceniciento
      que los poetas aman
      para llorar, como una noble sombra
      vagar envuelto en tu levita larga.

        El talante cortés, ha tantos años
      compuesto de una fiesta en la antesala,
      ¡qué bien tus pobres huesos
      ceremoniosos guardan!

        Yo te he visto aspirando, distraído,
      con el aliento que la tierra exhala,
      --hoy, tibia tarde en que las mustias hojas
      húmedo viento arranca--
      del eucalipto verde

        el frescor de las hojas perfumadas.
      Y te he visto llevar la seca mano
      a la perla que brilla en tu corbata.


                                LXXXII
                              LOS SUEÑOS

      El hada más hermosa ha sonreído
      al ver la lumbre de una estrella pálida
      que en hilo suave, blanco y silencioso,
      se enrosca al huso de su rubia hermana.

        Y vuelve a sonreir, porque en su rueca
      el hilo de los campos se enmaraña.
      Tras la tenue cortina de la alcoba
      está el jardín envuelto en luz dorada.

        La cuna, casi en sombra. El niño duerme.
      Dos hadas laboriosas lo acompañan
      hilando de los sueños los sutiles
      copos en ruecas de marfil y plata.


                               LXXXIII

      Guitarra del mesón que hoy suenas jota,
      mañana petenera,
      según quien llega y tañe
      las empolvadas cuerdas.

        Guitarra del mesón de los caminos,
      no fuiste nunca, ni serás, poeta.

        Tú eres alma que dice su armonía
      solitaria a las almas pasajeras...

        Y siempre que te escucha el caminante
      sueña escuchar un aire de su tierra.


                               LXXXIV

      El rojo sol de un sueño en el Oriente asoma.
      Luz en sueños. ¿No tiemblas, andante peregrino?
      Pasado el llano verde, en la florida loma,
      acaso está el cercano final de tu camino.

        Tú no verás del trigo la espiga sazonada
      y de macizas pomas cargado el manzanar,
      ni de la vid rugosa la uva aurirrosada
      ha de exprimir su alegre licor en tu lagar.

        Cuando el primer aroma exhalen los jazmines
      y cuando más palpiten las rosas del amor,
      una mañana de oro que alumbre los jardines,
      ¿no huirá, como una nube dispersa, el sueño en flor?

        Campo recién florido y verde, quién pudiera
      soñar aún largo tiempo en esas pequeñitas
      corolas azuladas que manchan la pradera,
      y en esas diminutas primeras margaritas.


                               LXXXV

      La primavera besaba
      suavemente la arboleda,
      y el verde nuevo brotaba
      como una verde humareda.

        Las nubes iban pasando
      sobre el campo juvenil...
      Yo vi en las hojas temblando
      las frescas lluvias de abril.

        Bajo ese almendro florido,
      todo cargado de flor,
      --recordé--yo he maldecido
      mi juventud sin amor.

        Hoy, en mitad de la vida,
      me he parado a meditar...
      ¿Juventud nunca vivida,
      quién te volviera a soñar?


                               LXXXVI

      Eran ayer mis dolores
      como gusanos de seda
      que iban labrando capullos;
      hoy son mariposas negras.

        ¡De cuántas flores amargas
      he sacado blanca cera!
      ¡Oh, tiempo en que mis pesares
      trabajaban como abejas!

        Hoy son como avenas locas,
      o cizaña en sementera,
      como tizón en espiga,
      como carcoma en madera.

        ¡Oh, tiempo en que mis dolores
      tenían lágrimas buenas,
      y eran como agua de noria
      que va regando una huerta!
      Hoy son agua de torrente
      que arranca el limo a la tierra.

        Dolores que ayer hicieron
      de mi corazón colmena,
      hoy tratan mi corazón
      como a una muralla vieja:
      quieren derribarlo, y pronto,
      al golpe de la piqueta.


                               LXXXVII
                             RENACIMIENTO

      Galerías del alma... ¡el alma niña!
      Su clara luz risueña;
      y la pequeña historia
      y la alegría de la vida nueva...

        ¡Ah, volver a nacer, y andar camino,
      ya recobrada la perdida senda!

        Y volver a sentir en nuestra mano,
      aquel latido de la mano buena
      de nuestra madre... Y caminar en sueños
      por amor de la mano que nos lleva

        En nuestras almas, todo
      por misteriosa mano se gobierna.
      Incomprensibles, mudas,
      nada sabemos de las almas nuestras.

        Las más hondas palabras
      del sabio nos enseñan,
      lo que el silbar del viento cuando sopla,
      o el sonar de las aguas cuando ruedan.


                               LXXXVIII

      Tal vez la mano, en sueños,
      del sembrador de estrellas,
      hizo sonar la música olvidada

        como una nota de la lira inmensa,
      y la ola humilde a nuestros labios vino
      de unas pocas palabras verdaderas.


                               LXXXIX

      Y podrás conocerte recordando
      del pasado soñar los turbios lienzos
      en este día triste en que caminas
      con los ojos abiertos.

        De toda la memoria, sólo vale
      el don preclaro de evocar los sueños.


                                  XC

      Los árboles conservan
      verdes aún las copas,
      pero del verde mustio
      de las marchitas frondas.

        El agua de la fuente,
      sobre la piedra tosca
      y de verdín cubierta,
      resbala silenciosa.

        Arrastra el viento algunas
      amarillentas hojas.
      ¡El viento de la tarde
      sobre la tierra en sombra!


                                  XCI

      Húmedo está, bajo el laurel, el banco
      de verdinosa piedra;
      lavó la lluvia, sobre el muro blanco,
      las empolvadas hojas de la hiedra.

        Del viento del otoño el tibio aliento
      los céspedes undula, y la alameda
      conversa con el viento...
      ¡el viento de la tarde en la arboleda!

        Mientras el sol en el ocaso esplende
      que los racimos de la vid orea,
      y el buen burgués, en su balcón, enciende
      la estoica pipa en que el tabaco humea,

        voy recordando versos juveniles...
      ¿Qué fué de aquel mi corazón sonoro?
      ¿Será cierto que os vais, sombras gentiles,
      huyendo entre los árboles de oro?



                                 VARIA


                                 XCII
                              CABALLITOS

      Tournez, tournez, chevaux de bois.
                                       VERLAINE.

      Pegasos, lindos pegasos,
      caballitos de madera.
   ................................
        Yo conocí, siendo niño,
      la alegría de dar vueltas
      sobre un corcel colorado,
      en una noche de fiesta.

        En el aire polvoriento
      chispeaban las candelas,
      y la noche azul ardía
      toda sembrada de estrellas.

        Alegrías infantiles
      que cuestan una moneda
      de cobre, lindos pegasos,
      caballitos de madera.


                                 XCIII
                                RUIDOS

      Deletreos de armonía
      que ensaya inexperta mano.

        Hastío. Cacofonía
      del sempiterno piano
      que yo de niño escuchaba
      soñando... no sé con qué,

        con algo que no llegaba,
      todo lo que ya se fué.


                                 XCIV
                               PESADILLA

      En medio de la plaza, y sobre tosca piedra,
      el agua brota y brota. En el cercano huerto
      eleva, tras el muro ceñido por la hiedra,
      alto ciprés, la mancha de su ramaje yerto.

        La tarde está cayendo frente a los caserones
      de la ancha plaza, en sueños. Relucen las vidrieras
      con ecos mortecinos de sol. En los balcones
      hay formas que parecen confusas calaveras.

        La calma es infinita en la desierta plaza,
      donde pasea el alma su traza de alma en pena.
      El agua brota y brota en la marmórea taza.
      En todo el aire en sombra no más que el agua suena.


                                  XCV
                              DE LA VIDA

                           (COPLAS MUNDANAS)

      Poeta ayer, hoy triste y pobre
      filósofo trasnochado,
      tengo en monedas de cobre
      el oro de ayer cambiado.

        Sin placer y sin fortuna,
      pasó como una quimera
      mi juventud, la primera...
      la sola, no hay más que una;
      la de dentro es la de fuera.

        Pasó como un torbellino
      bohemia y aborrascada,
      harta de coplas y vino,
      mi juventud bien amada.

        Y hoy miro a las galerías
      del recuerdo para hacer
      aleluyas de elegías
      desconsoladas de ayer.

        ¡Adiós, lágrimas cantoras,
      lágrimas que alegremente
      brotabais, como en la fuente
      las limpias aguas sonoras!

        ¡Buenas lágrimas vertidas
      por un amor juvenil,
      cual frescas lluvias caídas
      sobre los campos de abril!

        No canta ya el ruiseñor
      de cierta noche serena;
      sanamos del mal de amor
      que sabe llorar sin pena.

        Poeta ayer, hoy triste y pobre
      filósofo trasnochado,
      tengo en monedas de cobre
      el oro de ayer cambiado.


                                 XCVI
                            SOL DE INVIERNO

      Es medio día. Un parque.
      Invierno. Blancas sendas,
      simétricos montículos
      y ramas esqueléticas.

        Bajo el invernadero,
      naranjos en maceta,
      y en su tonel, pintado
      de verde, la palmera.

        Un viejecillo dice,
      para su capa vieja:
      «¡El sol, esta hermosura
      de sol!...» Los niños juegan.

        El agua de la fuente
      resbala, corre y sueña
      lamiendo, casi muda,
      la verdinosa piedra.


                                 XCVII
                                RETRATO

      Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,
      y un huerto claro donde madura el limonero;
      mi juventud, veinte años en tierra de Castilla;
      mi historia, algunos casos que recordar no quiero.

        Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido,
      --ya conocéis mi torpe aliño indumentario--
      mas recibí la flecha que me asignó Cupido,
      y amé cuanto ellas pueden tener de hospitalario.

        Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
      pero mi verso brota de manantial sereno;
      y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
      soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.

        Adoro la hermosura, y en la moderna estética
      corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;
      mas no amo los afeites de la actual cosmética,
      ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.

        Desdeño las romanzas de los tenores huecos
      y el coro de los grillos que cantan a la luna.
      A distinguir me paro las voces de los ecos,
      y escucho solamente entre las voces, una.

        ¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera
      mi verso, como deja el capitán su espada:
      famosa por la mano viril que la blandiera,
      no por el docto oficio del forjador preciada.

        Converso con el hombre que siempre va conmigo;
      --quien habla solo, espera hablar a Dios un día--
      mi soliloquio es plática con este buen amigo
      que me enseñó el secreto de la filantropía.

        Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
      A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
      el traje que me cubre y la mansión que habito,
      el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.

        Y cuando llegue el día del último viaje
      y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
      me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
      casi desnudo, como los hijos de la mar.


                                XCVIII
                          A ORILLAS DEL DUERO

      Mediaba el mes de julio. Era un hermoso día.
      Yo, solo, por las quiebras del pedregal subía,
      buscando los recodos de sombra, lentamente.
      A trechos me paraba para enjugar mi frente
      y dar algún respiro al pecho jadeante;
      o bien, ahincando el paso, el cuerpo hacia adelante
      y hacia la mano diestra vencido y apoyado
      en un bastón, a guisa de pastoril cayado,
      trepaba por los cerros que habitan las rapaces
      aves de altura, hollando las hierbas montaraces
      de fuerte olor--romero, tomillo, salvia, espliego--.
      Sobre los agrios campos caía un sol de fuego.

        Un buitre de anchas alas con majestuoso vuelo
      cruzaba solitario el puro azul del cielo.
        Yo divisaba, lejos, un monte alto y agudo,
      y una redonda loma cual recamado escudo,
      y cárdenos alcores sobre la parda tierra
      --harapos esparcidos de un viejo arnés de guerra--
      las serrezuelas calvas por donde tuerce el Duero
      para formar la corva ballesta de un arquero
      en torno a Soria.--Soria es una barbacana
      hacia Aragón que tiene la torre castellana.--
      Veía el horizonte cerrado por colinas
      obscuras, coronadas de robles y de encinas;
      desnudos peñascales, algún humilde prado
      donde el merino pace y el toro arrodillado
      sobre la hierba rumia, las márgenes del río
      lucir sus verdes álamos al claro sol de estío,
      y, silenciosamente, lejanos pasajeros,
      ¡tan diminutos!--carros, jinetes y arrieros--
      cruzar el largo puente y bajo las arcadas
      de piedra ensombrecerse las aguas plateadas
      del Duero.

                El Duero cruza el corazón de roble
      de Iberia y de Castilla.
                              ¡Oh, tierra triste y noble,
      la de los altos llanos y yermos y roquedas,
      de campos sin arados, regatos ni arboledas;
      decrépitas ciudades, caminos sin mesones
      y atónitos palurdos sin danzas ni canciones
      que aún van, abandonando el mortecino hogar,
      como tus largos ríos, Castilla, hacia la mar!

        Castilla miserable, ayer dominadora,
      envuelta en sus andrajos desprecia cuanto ignora.
      ¿Espera, duerme o sueña? ¿La sangre derramada
      recuerda, cuando tuvo la fiebre de la espada?
      Todo se mueve, fluye, discurre, corre o gira;
      cambian la mar y el monte y el ojo que los mira.
      ¿Pasó? Sobre sus campos aún el fantasma yerra
      de un pueblo que ponía a Dios sobre la guerra.

        La madre en otro tiempo fecunda en capitanes
      madrastra es hoy apenas de humildes ganapanes.
      Castilla no es aquella tan generosa un día
      cuando Myo Cid Rodrigo el de Vivar volvía,
      ufano de su nueva fortuna y su opulencia,
      a regalar a Alfonso los huertos de Valencia;
      o que, tras la aventura que acreditó sus bríos,
      pedía la conquista de los inmensos ríos
      indianos a la corte, la madre de soldados
      guerreros y adalides que han de tornar cargados
      de plata y oro a España en regios galeones,
      para la presa cuervos, para la lid leones.
      Filósofos nutridos de sopa de convento
      contemplan impasibles el amplio firmamento;
      y si les llega en sueños, como un rumor distante,
      clamor de mercaderes de muelles de Levante,
      no acudirán siquiera a preguntar ¿qué pasa?
      Y ya la guerra ha abierto las puertas de su casa.

        Castilla miserable, ayer dominadora,
      envuelta en sus harapos desprecia cuanto ignora.

        El sol va declinando. De la ciudad lejana
      me llega un armonioso tañido de campana
      --ya irán a su rosario las enlutadas viejas--.
      De entre las peñas salen dos lindas comadrejas;
      me miran y se alejan, huyendo, y aparecen
      de nuevo ¡tan curiosas!... Los campos se obscurecen.
      Hacia el camino blanco está el mesón abierto
      al campo ensombrecido y al pedregal desierto.


                                 XCIX
                         POR TIERRAS DE ESPAÑA

      El hombre de estos campos que incendia los pinares
      y su despojo aguarda como botín de guerra,
      antaño hubo raído los negros encinares,
      talado los robustos robledos de la sierra.

        Hoy ve sus pobres hijos huyendo de sus lares;
      la tempestad llevarse los limos de la tierra
      por los sagrados ríos hacia los anchos mares;
      y en páramos malditos trabaja, sufre y yerra.

        Es hijo de una estirpe de rudos caminantes,
      pastores que conducen sus hordas de merinos
      a Extremadura fértil, rebaños trashumantes
      que mancha el polvo y dora el sol de los caminos.

        Pequeño, ágil, sufrido, los ojos de hombre astuto,
      hundidos, recelosos, movibles; y trazadas
      cual arco de ballesta, en el semblante enjuto
      de pómulos salientes, las cejas muy pobladas.

        Abunda el hombre malo del campo y de la aldea,
      capaz de insanos vicios y crímenes bestiales,
      que bajo el pardo sayo esconde un alma fea,
      esclava de los siete pecados capitales.

        Los ojos siempre turbios de envidia o de tristeza
      guarda su presa y llora la que el vecino alcanza;
      ni para su infortunio ni goza su riqueza;
      le hieren y acongojan fortuna y malandanza.

        El numen de estos campos es sanguinario y fiero;
      al declinar la tarde, sobre el remoto alcor,
      veréis agigantarse la forma de un arquero,
      la forma de un inmenso centauro flechador.

        Veréis llanuras bélicas y páramos de asceta
      --no fué por estos campos el bíblico jardín--
      son tierras para el águila, un trozo de planeta
      por donde cruza errante la sombra de Caín.


                                   C
                              EL HOSPICIO

      Es el hospicio, el viejo hospicio provinciano,
      el caserón ruinoso de ennegrecidas tejas
      en donde los vencejos anidan en verano
      y graznan en las noches de invierno las cornejas.

        Con su frontón al Norte, entre los dos torreones
      de antigua fortaleza, el sórdido edificio
      de grietados muros y sucios paredones,
      es un rincón de sombra eterna. ¡El viejo hospicio!

        Mientras el sol de enero su débil luz envía,
      su triste luz velada sobre los campos yermos,
      a un ventanuco asoman, al declinar el día,
      algunos rostros pálidos, atónitos y enfermos,

        a contemplar los montes azules de la sierra;
      o, de los cielos blancos, como sobre una fosa,
      caer la blanca nieve sobre la fría tierra,
      sobre la tierra fría la nieve silenciosa!...


                                   CI
                             EL DIOS IBERO

      Igual que el ballestero
      tahur de la cantiga,
      tuviera una saeta el hombre ibero
      para el Señor que apedreó la espiga
      y malogró los frutos otoñales,
      y un «gloria a ti» para el Señor que grana
      centenos y trigales
      que el pan bendito le darán mañana.

        Señor de la ruina,
      adoro porque aguardo y porque temo:
      con mi oración se inclina
      hacia la tierra un corazón blasfemo.

        ¡Señor, por quien arranco el pan con pena
      sé tu poder, conozco mi cadena!
      ¡Oh dueño de la nube del estío
      que la campiña arrasa,
      del seco otoño, del helar tardío,
      y del bochorno que la mies abrasa!

        ¡Señor del iris, sobre el campo verde
      donde la oveja pace,
      Señor del fruto que el gusano muerde
      y de la choza que el turbión deshace,
      tu soplo el fuego del hogar aviva,
      tu lumbre da sazón al rubio grano
      y cuaja el hueso de la verde oliva,
      la noche de San Juan, tu santa mano!

        ¡Oh dueño de fortuna y de pobreza,
      ventura y malandanza,
      que al rico das favores y pereza
      y al pobre su dolor y su esperanza!

        ¡Señor, Señor, en la voltaria rueda
      del año he visto mi simiente echada,
      corriendo igual albur que la moneda
      del jugador en el azar sembrada!

        ¡Señor, hoy paternal, ayer cruento,
      con doble faz de amor y de venganza,
      a ti, en un dado de tahur al viento
      va mi oración, blasfemia y alabanza!

        Este que insulta a Dios en los altares,
      no más atento al ceño del destino,
      también soñó caminos en los mares
      y dijo: es Dios sobre la mar camino.

        ¿No es él quien puso a Dios sobre la guerra,
      más allá de la suerte,
      más allá de la tierra,
      más allá de la mar y de la muerte?

        ¿No dió la encina ibera
      para el fuego de Dios la buena rama,
      que fué en la santa hoguera
      de amor una con Dios en pura llama?

        Mas hoy... ¡Qué importa un día!
      Para los nuevos lares
      estepas hay en la floresta umbría,
      leña verde en los viejos encinares.

        Aun larga patria espera
      abrir al corvo arado sus besanas;
      para el grano de Dios hay sementera
      bajo cardos y abrojos y bardanas.

        ¡Qué importa un día! Está el ayer alerto
      a mañana, mañana al infinito,
      hombres de España, ni el pasado ha muerto,
      ni está el mañana--ni el ayer--escrito.

        ¿Quién ha visto la faz al Dios hispano?
      Mi corazón aguarda
      al hombre ibero de la recia mano,
      que tallará en el roble castellano
      el Dios adusto de la tierra parda.


                                  CII
                           ORILLAS DEL DUERO

      Primavera soriana, primavera
      humilde, como el sueño de un bendito,
      de un pobre caminante que durmiera
      de cansancio en un páramo infinito!

        ¡Campillo amarillento,
      como tosco sayal de campesina,
      pradera de velludo polvoriento
      donde pace la escuálida merina!

        ¡Aquellos diminutos pegujales
      de tierra labrantía,
      donde apuntan centenos y trigales
      que el pan moreno nos darán un día!

        Y otra vez roca y roca, pedregales
      desnudos y pelados serrijones,
      la tierra de las águilas caudales,
      malezas y jarales,
      hierbas monteses, zarzas y cambrones.

        ¡Oh tierra ingrata y fuerte, tierra mía!
      ¡Castilla, tus decrépitas ciudades!
      ¡La agria melancolía
      que puebla tus sombrías soledades!

        ¡Castilla varonil, adusta tierra,
      Castilla del desdén contra la suerte,
      Castilla del dolor y de la guerra,
      tierra inmortal, Castilla de la muerte!

        Era una tarde, cuando el campo huía
      del sol y en el asombro del planeta,
      como un globo morado aparecía
      la hermosa luna, amada del poeta.

        En el cárdeno cielo violeta
      alguna clara estrella fulguraba.
      El aire ensombrecido
      oreaba mis sienes, y acercaba
      el murmullo del agua hasta mi oído.

        Entre cerros de plomo y de ceniza
      manchados de roídos encinares,
      y entre calvas roquedas de caliza,
      iba a embestir los ocho tajamares
      del puente el padre río,
      que surca de Castilla el yermo frío.

        ¡Oh Duero, tu agua corre
      y correrá mientras las nieves blancas
      de enero el sol de mayo
      haga fluir por hoces y barrancas,
      mientras tengan las sierras su turbante
      de nieve y de tormenta,
      y brille el olifante
      del sol, tras de la nube cenicienta!...

        ¿Y el viejo romancero
      fué el sueño de un juglar junto a tu orilla?
      ¿Acaso como tú y por siempre, Duero,
      irá corriendo hacia la mar Castilla?


                                 CIII
                              LAS ENCINAS

    A los Sres. de Masriera, en recuerdo de una expedición al Pardo.

      ¡Encinares castellanos
      en laderas y altozanos,
      serrijones y colinas
      llenos de obscura maleza,
      encinas, pardas encinas,
      --humildad y fortaleza--!

        Mientras que llenándoos va
      el hacha de calvijares,
      ¿nadie cantaros sabrá,
      encinares?

        El roble es la guerra, el roble
      dice el valor y el coraje,
      rabia inmoble
      en su torcido ramaje,
      y es más rudo
      que la encina, más nervudo,
      más altivo y más señor.

        El alto roble parece
      que recalca y ennudece
      su robustez como atleta
      que, erguido, afinca en el suelo.

        El pino es el mar y el cielo
      y la montaña: el planeta.
      La palmera es el desierto,
      el sol y la lejanía;
      la sed: una fuente fría
      soñada en el campo yerto.

        Las hayas son la leyenda.
      Alguien, en las viejas hayas,
      leía una historia horrenda
      de crímenes y batallas.

        ¿Quién ha visto sin temblar
      un hayedo en un pinar?
      Los chopos son la ribera,
      liras de la primavera,
      cerca del agua que fluye,
      pasa y huye,
      viva o lenta,
      que se emboca turbulenta
      o en remanso se dilata,
      y en su eterno escalofrío
      copian el agua del río
      que fluye en ondas de plata.

        De los parques las olmedas
      son las buenas arboledas
      que nos han visto jugar,
      cuando eran nuestros cabellos
      rubios y, con nieve en ellos,
      nos han de ver meditar.

        Tiene el manzano el olor
      de su poma,
      el eucalipto el aroma
      de sus hojas, de su flor
      el naranjo la fragancia;
      y es del huerto
      la elegancia
      el ciprés oscuro y yerto.

        ¿Qué tienes tú, negra encina
      campesina,
      con tus ramas sin color
      en el campo sin verdor;
      con tu tronco ceniciento
      sin esbeltez ni altiveza,
      con tu vigor sin tormento,
      y tu humildad que es firmeza?

        En tu copa ancha y redonda
      nada brilla,
      ni tu verdioscura fronda
      ni tu flor verdiamarilla.

        Nada es lindo ni arrogante
      en tu porte, ni guerrero,
      nada fiero
      que aderece su talante.
      Brotas derecha o torcida
      con esa humildad que cede
      sólo a la ley de la vida,
      que es vivir como se puede.

        El campo mismo se hizo
      árbol en ti, parda encina.
      Ya bajo el sol que calcina,
      ya contra hielo invernizo,
      el bochorno y la borrasca,
      el agosto y el enero,
      los copos de la nevasca,
      los hilos del aguacero,
      siempre firme, siempre igual,
      impasible, casta y buena,
      ¡oh tú, robusta y serena,
      eterna encina rural
      de los negros encinares
      de la raya aragonesa
      y las crestas militares
      de la tierra pamplonesa;
      encinas de Extremadura,
      de Castilla, que hizo a España,
      encinas de la llanura,
      del cerro y de la montaña;
      encinas del alto llano
      que el joven Duero rodea,
      y del Tajo que serpea
      por el suelo toledano;
      encinas de junto al mar
      --en Santander--encinar
      que pones tu nota arisca,
      como un castellano ceño,
      en Córdoba la morisca,
      y tú, encinar madrileño,
      bajo el Guadarrama frío,
      tan hermoso, tan sombrío,
      con tu adustez castellana
      corrigiendo,
      la vanidad y el atuendo
      y la hetiquez cortesana!...
      Ya sé, encinas
      campesinas,
      que os pintaron con lebreles
      elegantes y corceles,
      los más egregios pinceles,
      que os cantaron los poetas
      augustales,
      que os asordan escopetas
      de cazadores reales;
      mas sois el campo y el lar
      y la sombra tutelar
      de los buenos aldeanos
      que visten parda estameña,
      y que cortan vuestra leña
      con sus manos.


                                  CIV
                                CAMINOS

      ¿Eres tú, Guadarrama, viejo amigo,
      la sierra gris y blanca,
      la sierra de mis tardes madrileñas
      que yo veía en el azul pintada?

        Por tus barrancos hondos
      y por tus cumbres agrias,
      mil Guadarramas y mil soles vienen,
      cabalgando conmigo, a tus entrañas.

                               _Camino de Balsaín, 1914._


                                  CV
                        EN ABRIL, LAS AGUAS MIL

      Son de abril las aguas mil.
      Sopla el viento achubascado,
      y entre nublado y nublado
      hay trozos de cielo añil.

        Agua y sol. El iris brilla.
      En una nube lejana,
      zigzagea
      una centella amarilla.

        La lluvia da en la ventana
      y el cristal repiquetea.

        A través de la neblina
      que forma la lluvia fina,
      se divisa un prado verde,
      y un encinar se esfumina,
      y una sierra gris se pierde.

        Los hilos del aguacero
      sesgan las nacientes frondas,
      y agitan las turbias ondas
      en el remanso del Duero.

        Lloviendo está en los habares
      y en las pardas sementeras;
      y el sol, en los encinares,
      charcos por las carreteras.

        Lluvia y sol. Ya se obscurece
      el campo, ya se ilumina;
      allí un cerro desparece,
      allá surge una colina.

        Ya son claros, ya sombríos
      los dispersos caseríos,
      los lejanos torreones.

        Hacia la sierra plomiza
      van rodando en pelotones
      nubes de uata y ceniza.


                                  CVI
                                UN LOCO

      Es una tarde mustia y desabrida
      de un otoño sin frutos, en la tierra
      estéril y raída
      donde la sombra de un centauro yerra.

        Por un camino en la árida llanura,
      entre álamos marchitos,
      a solas con su sombra y su locura,
      va el loco, hablando a gritos.

        Lejos se ven sombríos estepares,
      colinas con malezas y cambrones,
      y ruinas de viejos encinares,
      coronando los agrios serrijones.

        El loco vocifera
      a solas con su sombra y su quimera.
      Es horrible y grotesca su figura;
      flaco, sucio, maltrecho y mal rapado,
      ojos de calentura
      iluminan su rostro demacrado.

        Huye de la ciudad... Pobres maldades,
      misérrimas virtudes y quehaceres
      de chulos aburridos, y ruindades
      de ociosos mercaderes.

        Por los campos de Dios el loco avanza.
      Tras la tierra esquelética y sequiza
      --rojo de herrumbre y pardo de ceniza--
      hay un sueño de lirio en lontananza.

        Huye de la ciudad. ¡El tedio urbano!
      --¡carne triste y espíritu villano!--

        No fué por una trágica amargura
      esta alma errante desgajada y rota;
      purga un pecado ajeno: la cordura,
      la terrible cordura del idiota.


                                 CVII
                         FANTASÍA ICONOGRÁFICA

      La calva prematura
      brilla sobre la frente amplia y severa;
      bajo la piel de pálida tersura
      se trasluce la fina calavera.

        Mentón agudo y pómulos marcados
      por trazos de un punzón adamantino;
      y de insólita púrpura manchados
      los labios que soñara un florentino.

        Mientras la boca sonreir parece,
      los ojos perspicaces,
      que un ceño de atención empequeñece,
      miran y ven, profundos y tenaces.

        Tiene sobre la mesa un libro viejo
      donde posa la mano distraída.
      Al fondo de la cuadra, en el espejo,
      una tarde dorada está dormida.

        Montañas de violeta
      y grisientos breñales,
      la tierra que ama el santo y el poeta,
      los buitres y las águilas caudales.

        Del abierto balcón al blanco muro
      va una franja de sol anaranjada
      que inflama el aire, en el ambiente obscuro
      que envuelve la armadura arrinconada.


                                 CVIII
                              UN CRIMINAL

      El acusado es pálido y lampiño.
      Arde en sus ojos una fosca lumbre,
      que repugna a su máscara de niño
      y ademán de piadosa mansedumbre.

        Conserva del obscuro seminario
      el talante modesto y la costumbre
      de mirar a la tierra o al breviario.

        Devoto de María,
      madre de pecadores,
      por Burgos bachiller en teología,
      presto a tomar las órdenes menores.

        Fué su crimen atroz. Hartóse un día
      de los textos profanos y divinos,
      sintió pesar del tiempo que perdía
      enderezando hipérbatons latinos.

        Enamoróse de una hermosa niña;
      subiósele el amor a la cabeza
      como el zumo dorado de la viña,
      y despertó su natural fiereza.

        En sueños vió a sus padres--labradores
      de mediano caudal--iluminados,
      del hogar por los rojos resplandores,
      los campesinos rostros atezados.

        Quiso heredar. ¡Oh, guindos y nogales
      del huerto familiar, verde y sombrío,
      y doradas espigas candeales
      que colmarán los trojes del estío!

        Y se acordó del hacha que pendía
      en el muro, luciente y afilada,
      el hacha fuerte que la leña hacía
      de la rama de roble cercenada.
      ...............................
        Frente al reo, los jueces en sus viejos
      ropones enlutados,
      y una hilera de obscuros entrecejos
      y de plebeyos rostros--los jurados.

        El abogado defensor perora,
      golpeando el pupitre con la mano;
      emborrona papel un escribano,
      mientras oye el fiscal indiferente
      el alegato enfático y sonoro,
      y repasa los autos judiciales
      o, entre sus dedos, de las gafas de oro
      acaricia los límpidos cristales.

        Dice un ujier: «Va sin remedio al palo».
      El joven cuervo la clemencia espera.
      Un pueblo carne de horca, la severa
      justicia aguarda que castiga al malo.


                                  CIX
                           AMANECER DE OTOÑO

                               A Julio Romero de Torres.

                Una larga carretera
                entre grises peñascales
                y alguna humilde pradera
      donde pacen negros toros. Zarzas, malezas, jarales.

                  Está la tierra mojada
                por las gotas del rocío,
                y la alameda dorada,
                hacia la curva del río.

                  Tras los montes de violeta
                quebrado el primer albor.
                A la espalda la escopeta,
      entre sus galgos agudos, caminando un cazador.


                                  CX
                                EN TREN

      Yo para todo viaje,
      --siempre sobre la madera
      de mi vagón de tercera--
      voy ligero de equipaje.
      Si es de noche, porque no
      acostumbro a dormir yo,
      y de día, por mirar
      los arbolitos pasar,
      yo nunca duermo en el tren,
      y, sin embargo, voy bien.
      ¡Este placer de alejarse!
      Londres, Madrid, Ponferrada,
      tan lindos para marcharse...
      Lo molesto es la llegada.
      Luego, el tren, al caminar,
      siempre nos hace soñar;
      y casi, casi olvidamos
      el jamelgo que montamos.
      ¡Oh, el pollino
      que sabe bien el camino!
      ¿Dónde estamos?
      ¿Dónde todos nos bajamos?
      ¡Frente a mí va una monjita
      tan bonita!
      Tiene esa expresión serena
      que a la pena
      da una esperanza infinita.
      Y yo pienso: Tú eres buena;
      porque diste tus amores
      a Jesús; porque no quieres
      ser madre de pecadores.
      Mas tú eres
      maternal,
      bendita entre las mujeres,
      madrecita virginal.
      Algo en tu rostro es divino
      bajo tus cofias de lino.
      Tus mejillas
      --esas rosas amarillas--
      fueron rosadas, y, luego,
      ardió en tus entrañas fuego;
      y hoy, esposa de la Cruz,
      ya eres luz, y sólo luz...
      ¡Todas las mujeres bellas
      fueran, como tú, doncellas
      en un convento a encerrarse!...
      Y la niña que yo quiero
      ¡ay! ¡preferirá casarse
      con un mocito barbero!
      El tren camina y camina,
      y la máquina resuella,
      y tose con tos ferina.
      ¡Vamos en una centella!

                                    _1909._


                                  CXI
                            NOCHE DE VERANO

      Es una hermosa noche de verano.
      Tienen las altas casas
      abiertos los balcones
      del viejo pueblo a la anchurosa plaza.
      En el amplio rectángulo desierto,
      bancos de piedra, evónimos y acacias
      simétricos dibujan.
      sus negras sombras en la arena blanca.
      En el cénit, la luna y en la torre
      la esfera del reloj iluminada.
      Yo en este viejo pueblo paseando
      solo, como un fantasma.


                                 CXII
                        PASCUA DE RESURRECCIÓN

      Mirad: el arco de la vida traza
      el iris sobre el campo que verdea.
      Buscad vuestros amores, doncellitas,
      donde brota la fuente de la piedra.
      En donde el agua ríe y sueña y pasa,
      allí el romance del amor se cuenta.
      ¿No han de mirar un día, en vuestros brazos,
      atónitos, el sol de primavera,
      ojos que vienen a la luz cerrados,
      y que al partirse de la vida ciegan?
      ¿No beberán un día en vuestros senos
      los que mañana labrarán la tierra?
      ¡Oh, celebrad este domingo claro,
      madrecitas en flor, vuestras entrañas nuevas!
      Gozad esta sonrisa de vuestra ruda madre.
      Ya sus hermosos nidos habitan las cigüeñas
      y escriben en las torres sus blancos garabatos.
      Como esmeraldas lucen los musgos de las peñas.
      Entre los robles muerden
      los negros toros la menuda hierba,
      y el pastor que apacienta los merinos
      su pardo sayo en la montaña deja.


                                 CXIII
                            CAMPOS DE SORIA

                                   I

      Es la tierra de Soria árida y fría.
      Por las colinas y las sierras calvas,
      verdes pradillos, cerros cenicientos,
      la primavera pasa
      dejando entre las hierbas olorosas
      sus diminutas margaritas blancas.

        La tierra no revive, el campo sueña.
      Al empezar abril está nevada
      la espalda del Moncayo;
      el caminante lleva en su bufanda
      envueltos cuello y boca, y los pastores
      pasan cubiertos con sus luengas capas.

                                  II

        Las tierras labrantías,
      como retazos de estameñas pardas,
      el huertecillo, el abejar, los trozos
      de verde oscuro en que el merino pasta,
      entre plomizos peñascales, siembran
      el sueño alegre de infantil arcadia.
      En los chopos lejanos del camino,
      parecen humear las yertas ramas
      como un glauco vapor--las nuevas hojas--
      y en las quiebras de valles y barrancas
      blanquean los zarzales florecidos
      y brotan las violetas perfumadas.

                                  III

        Es el campo ondulado, y los caminos
      ya ocultan los viajeros que cabalgan
      en pardos borriquillos,
      ya al fondo de la tarde arrebolada
      elevan las plebeyas figurillas
      que el lienzo de oro del ocaso manchan.
      Mas si trepáis a un cerro y veis el campo
      desde los picos donde habita el águila,
      son tornasoles de carmín y acero,
      llanos plomizos, lomas plateadas,
      circuídos por montes de violeta,
      con las cumbres de nieve sonrosada.

                                  IV

        ¡Las figuras del campo sobre el cielo!
      Dos lentos bueyes aran
      en un alcor cuando el otoño empieza,
      y entre las negras testas doblegadas
      bajo el pesado yugo,
      pende un cesto de juncos y retama,
      que es la cuna de un niño;
      y tras la yunta marcha
      un hombre que se inclina hacia la tierra,
      y una mujer que en las abiertas zanjas
      arroja la semilla.
      Bajo una nube de carmín y llama,
      en el oro fluido y verdinoso
      del poniente las sombras se agigantan.

                                   V

        La nieve. En el mesón al campo abierto
      se ve el hogar donde la leña humea
      y la olla al hervir borbollonea.
      El cierzo corre por el campo yerto
      alborotando en blancos torbellinos
      la nieve silenciosa.
      La nieve sobre el campo y los caminos,
      cayendo está como sobre una fosa.
      Un viejo acurrucado tiembla y tose
      cerca del fuego; su mechón de lana
      la vieja hila, y una niña cose
      verde ribete a su estameña grana.
      Padres los viejos son de un arriero
      que caminó sobre la blanca tierra,
      y una noche perdió ruta y sendero,
      y se enterró en las nieves de la sierra.
      En torno al fuego hay un lugar vacío,
      y en la frente del viejo, de hosco ceño,
      como un tachón sombrío
      --tal el golpe de un hacha sobre un leño--.
      La vieja mira al campo cual si oyera
      pasos sobre la nieve. Nadie pasa.
      Desierta la vecina carretera,
      desierto el campo en torno de la casa.
      La niña piensa que en los verdes prados
      ha de correr con otras doncellitas
      en los días azules y dorados,
      cuando crecen las blancas margaritas.

                                  VI

        ¡Soria fría, _Soria pura,
      cabeza de Extremadura_,
      con su castillo guerrero
      arruinado, sobre el Duero;
      con sus murallas roídas
      y sus casas denegridas!

        ¡Muerta ciudad de señores
      soldados o cazadores;
      de portales con escudos
      de cien linajes hidalgos,
      y de famélicos galgos,
      de galgos flacos y agudos,
      que pululan
      por las sórdidas callejas,
      y a la media noche ululan,
      cuando graznan las cornejas!

        ¡Soria fría! La campana
      de la Audiencia da la una.
      Soria, ciudad castellana
      ¡tan bella! bajo la luna.

                                  VII

        ¡Colinas plateadas,
      grises alcores, cárdenas roquedas
      por donde traza el Duero
      su curva de ballesta
      en torno a Soria, oscuros encinares,
      ariscos pedregales, calvas sierras,
      caminos blancos y álamos del río,
      tardes de Soria, mística y guerrera,
      hoy siento por vosotros, en el fondo
      del corazón, tristeza,
      tristeza que es amor! ¡Campos de Soria
      donde parece que las rocas sueñan,
      conmigo vais!... ¡Colinas plateadas,
      grises alcores, cárdenas roquedas!

                                 VIII

        He vuelto a ver los álamos dorados,
      álamos del camino en la ribera
      del Duero, entre San Polo y San Saturio,
      tras las murallas viejas
      de Soria--barbacana
      hacia Aragón, en castellana tierra.

        Estos chopos del río, que acompañan
      con el sonido de sus hojas secas
      el son del agua cuando el viento sopla,
      tienen en sus cortezas
      grabadas iniciales que son nombres
      de enamorados, cifras que son fechas.
      ¡Álamos del amor que ayer tuvisteis
      de ruiseñores vuestras ramas llenas;
      álamos que seréis mañana liras
      del viento perfumado en primavera;
      álamos del amor cerca del agua
      que corre y pasa y sueña,
      álamos de las márgenes del Duero,
      conmigo vais, mi corazón os lleva!

                                  IX

        ¡Oh!, sí, conmigo vais, campos de Soria,
      tardes tranquilas, montes de violeta,
      alamedas del río, verde sueño
      del suelo gris y de la parda tierra,
      agria melancolía
      de la ciudad decrépita,
      ¿me habéis llegado al alma,
      o acaso estabais en el fondo de ella?
      ¡Gentes del alto llano numantino
      que a Dios guardáis como cristianas viejas,
      que el sol de España os llene
      de alegría, de luz y de riqueza!


                                 CXIV
                      LA TIERRA DE ALVARGONZÁLEZ

                           Al poeta Juan Ramón Jiménez.

                                   I

      Siendo mozo Alvargonzález,
      dueño de mediana hacienda,
      que en otras tierras se dice
      bienestar y aquí, opulencia,
      en la feria de Berlanga
      prendóse de una doncella,
      y la tomó por mujer
      al año de conocerla.
      Muy ricas las bodas fueron,
      y quien las vió las recuerda;
      sonadas las tornabodas
      que hizo Alvar en su aldea;
      hubo gaitas, tamboriles,
      flauta, bandurria y vihuela,
      fuegos a la valenciana
      y danza a la aragonesa.

                                  II

        Feliz vivió Alvargonzález
      en el amor de su tierra.
      Naciéronle tres varones,
      que en el campo son riqueza,
      y, ya crecidos, los puso,
      uno a cultivar la huerta,
      otro a cuidar los merinos,
      y dió el menor a la iglesia.

                                  III

        Mucha sangre de Caín
      tiene la gente labriega,
      y en el hogar campesino
      armó la envidia pelea.

        Casáronse los mayores;
      tuvo Alvargonzález nueras,
      que le trajeron cizaña,
      antes que nietos le dieran.

        La codicia de los campos
      ve tras la muerte la herencia;
      no goza de lo que tiene
      por ansia de lo que espera.

        El menor, que a los latines
      prefería las doncellas
      hermosas y no gustaba
      de vestir por la cabeza,
      colgó la sotana un día
      y partió a lejanas tierras.
      La madre lloró y el padre
      dióle bendición y herencia.

                                  IV

        Alvargonzález ya tiene
      la adusta frente arrugada,
      por la barba le platea
      el bozo azul de la cara.

        Una mañana de otoño
      salió solo de su casa;
      no llevaba sus lebreles,
      agudos canes de caza;

        iba triste y pensativo
      por la alameda dorada;
      anduvo largo camino
      y llegó a una fuente clara.

        Echóse en la tierra; puso
      sobre una piedra la manta,
      y a la vera de la fuente
      durmió al arrullo del agua.

                               EL SUEÑO

                                   I

        Y Alvargonzález veía,
      como Jacob, una escala
      que iba de la tierra al cielo,
      y oyó una voz que le hablaba.
      Mas las hadas hilanderas,
      entre las guedejas blancas
      y vellones de oro, han puesto
      un mechón de negra lana.

                                  II

        Tres niños están jugando
      a la puerta de su casa;
      entre los mayores brinca
      un cuervo de negras alas.
      La mujer vigila, cose
      y, a ratos, sonríe y canta.
      --Hijos, ¿qué hacéis? les pregunta.
      Ellos se miran y callan.
      --Subid al monte, hijos míos,
      y antes que la noche caiga,
      con un brazado de estepas
      hacedme una buena llama.

                                  III

        Sobre el lar de Alvargonzález
      está la leña apilada;
      el mayor quiere encenderla,
      pero no brota la llama.
      --Padre, la hoguera no prende,
      está la estepa mojada.

        Su hermano viene a ayudarle
      y arroja astillas y ramas
      sobre los troncos de roble;
      pero el rescoldo se apaga.
      Acude el menor y enciende,
      bajo la negra campana
      de la cocina, una hoguera
      que alumbra toda la casa.

                                  IV

        Alvargonzález levanta
      en brazos al más pequeño
      y en sus rodillas lo sienta:
      --Tus manos hacen el fuego...
      aunque el último naciste
      tú eres en mi amor primero.

        Los dos mayores se alejan
      por los rincones del sueño.
      Entre los dos fugitivos
      reluce un hacha de hierro.

                           AQUELLA TARDE...

                                   I

        Sobre los campos desnudos,
      la luna llena manchada
      de un arrebol purpurino,
      enorme globo, asomaba.
      Los hijos de Alvargonzález
      silenciosos caminaban,
      y han visto al padre dormido
      junto de la fuente clara.

                                  II

        Tiene el padre entre las cejas
      un ceño que le aborrasca
      el rostro, un tachón sombrío
      como la huella de un hacha.
      Soñando está con sus hijos,
      que sus hijos lo apuñalan;
      y cuando despierta mira
      que es cierto lo que soñaba.

                                  III

        A la vera de la fuente
      quedó Alvargonzález muerto.
      Tiene cuatro puñaladas
      entre el costado y el pecho,
      por donde la sangre brota,
      más un hachazo en el cuello.
      Cuenta la hazaña del campo
      el agua clara corriendo,
      mientras los dos asesinos
      huyen hacia los hayedos.
      Hasta la Laguna Negra,
      bajo las fuentes del Duero,
      llevan el muerto, dejando
      detrás un rastro sangriento;
      y en la laguna sin fondo,
      que guarda bien los secretos,
      con una piedra amarrada
      a los pies, tumba le dieron.

                                  IV

        Se encontró junto a la fuente
      la manta de Alvargonzález,
      y camino del hayedo
      se vió un reguero de sangre.
      Nadie de la aldea ha osado
      a la laguna acercarse,
      y el sondarla inútil fuera,
      que es la laguna insondable.
      Un buhonero que cruzaba
      aquellas tierras errante,
      fué en Dauria acusado, preso
      y muerto en garrote infame.

                                   V

        Pasados algunos meses,
      la madre murió de pena.
      Los que muerta la encontraron
      dicen que las manos yertas
      sobre su rostro tenía,
      oculto el rostro con ellas.

                                  VI

        Los hijos de Alvargonzález
      ya tienen majada y huerta,
      campos de trigo y centeno
      y prados de fina hierba;
      en el olmo viejo, hendido
      por el rayo, la colmena,
      dos yuntas para el arado,
      un mastín y cien ovejas.

                              OTROS DÍAS

                                   I

        Ya están las zarzas floridas
      y los ciruelos blanquean;
      ya las abejas doradas
      liban para sus colmenas,
      y en los nidos que coronan
      las torres de las iglesias
      asoman los garabatos
      ganchudos de las cigüeñas.
      Ya los olmos del camino
      y chopos de las riberas
      de los arroyos, que buscan
      al padre Duero, verdean.
      El cielo está azul, los montes
      sin nieve son de violeta.
      La tierra de Alvargonzález
      se colmará de riqueza;
      muerto está quien la ha labrado,
      mas no le cubre la tierra.

                                  II

        La hermosa tierra de España
      adusta, fina y guerrera
      Castilla, de largos ríos,
      tiene un puñado de sierras
      entre Soria y Burgos como
      reductos de fortaleza,
      como yelmos crestonados
      y Urbión es una cimera.

                                  III

        Los hijos de Alvargonzález,
      por una empinada senda,
      para tomar el camino
      de Salduero a Covaleda,
      cabalgan en pardas mulas
      bajo el pinar de Vinuesa.
      Van en busca de ganado
      con que volver a su aldea,
      y por tierra de pinares
      larga jornada comienzan.
      Van Duero arriba, dejando
      atrás los arcos de piedra
      del puente y el caserío
      de la ociosa y opulenta
      villa de indianos. El río,
      al fondo del valle, suena,
      y de las cabalgaduras
      los cascos baten las piedras.
      A la otra orilla del Duero
      canta una voz lastimera:
      «La tierra de Alvargonzález
      se colmará de riqueza,
      y el que la tierra ha labrado
      no duerme bajo la tierra.»

                                  IV

        Llegados son a un paraje
      en donde el pinar se espesa,
      y el mayor, que abre la marcha,
      su parda mula espolea,
      diciendo: démonos prisa;
      porque son más de dos leguas
      de pinar y hay que apurarlas
      antes que la noche venga.

        Dos hijos del campo, hechos
      a quebradas y asperezas,
      porque recuerdan un día
      la tarde en el monte tiemblan.
      Allá en lo espeso del bosque
      otra vez la copla suena:
      «La tierra de Alvargonzález
      se colmará de riqueza,
      y el que la tierra ha labrado
      no duerme bajo la tierra.»

                                   V

        Desde Salduero el camino
      va al hilo de la ribera;
      a ambas márgenes del río
      el pinar crece y se eleva,
      y las rocas se aborrascan,
      al par que el valle se estrecha.
      Los fuertes pinos del bosque
      con sus copas gigantescas
      y sus desnudas raíces
      amarradas a las piedras;
      los de troncos plateados
      cuyas frondas azulean,
      pinos jóvenes; los viejos
      cubiertos de blanca lepra,
      musgos y líquenes canos
      que el grueso tronco rodean,
      colman el valle y se pierden
      rebasando ambas laderas.
      Juan, el mayor dice: Hermano,
      si Blas Antonio apacienta
      cerca de Urbión su vacada,
      largo camino nos queda.
      --Cuanto hacia Urbión alarguemos
      se puede acortar de vuelta,
      tomando por el atajo,
      hacia la Laguna Negra,
      y bajando por el puerto
      de Santa Inés a Vinuesa.
      --Mala tierra y peor camino.
      Te juro que no quisiera
      verlos otra vez. Cerremos
      los tratos en Covaleda;
      hagamos noche y, al alba,
      volvámonos a la aldea
      por este valle, que, a veces,
      quien piensa atajar rodea.
      Cerca del río cabalgan
      los hermanos, y contemplan
      cómo el bosque centenario,
      al par que avanzan, aumenta,
      y los peñascos del monte
      el horizonte les cierran.
      El agua que va saltando
      parece que canta o cuenta:
      «La tierra de Alvargonzález
      se colmará de riqueza,
      y el que la tierra ha labrado
      no duerme bajo la tierra.»

                                CASTIGO

                                   I

      Aunque la codicia tiene
      redil que encierre la oveja,
      trojes que guardan el trigo,
      bolsas para la moneda
      y garras, no tiene manos
      que sepan labrar la tierra.
      Así a un año de abundancia
      siguió un año de pobreza.

                                  II

      En los sembrados crecieron
      las amapolas sangrientas;
      pudrió el tizón las espigas
      de trigales y de avenas;
      hielos tardíos mataron
      en flor la fruta en la huerta
      y una mala hechicería
      hizo enfermar las ovejas.
      A los dos Alvargonzález
      maldijo Dios en sus tierras,
      y al año pobre siguieron
      luengos años de miseria.

                                  III

        Es una noche de invierno.
      Cae la nieve en remolinos.
      Los Alvargonzález velan
      un fuego casi extinguido.
      El pensamiento amarrado
      tienen a un recuerdo mismo,
      y en las ascuas mortecinas
      del hogar los ojos fijos.
      No tienen leña ni sueño.
      Larga es la noche y el frío
      mucho. Un candilejo humea
      en el muro ennegrecido.
      El aire agita la llama,
      que pone un fulgor rojizo
      sobre entrambas pensativas
      testas de los asesinos.
      El mayor de Alvargonzález,
      lanzando un ronco suspiro,
      rompe el silencio, exclamando:
      --Hermano ¡qué mal hicimos!
      El viento la puerta bate,
      hace temblar el postigo,
      y suena en la chimenea
      con hueco y largo bramido.
      Después el silencio vuelve,
      y a intervalos el pabilo
      del candil chisporrotea
      en el aire aterecido.
      El segundo dijo:--¡Hermano,
      demos lo viejo al olvido!

                              EL VIAJERO

                                   I

        Es una noche de invierno.
      Azota el viento las ramas
      de los álamos. La nieve
      ha puesto la tierra blanca.
      Bajo la nevada, un hombre
      por el camino cabalga;
      va cubierto hasta los ojos,
      embozado en luenga capa.
      Entrado en la aldea, busca
      de Alvargonzález la casa,
      y ante su puerta llegado,
      sin echar pie a tierra, llama.

                                  II

        Los dos hermanos oyeron
      una aldabada a la puerta,
      y de una cabalgadura
      los cascos sobre las piedras.
      Ambos los ojos alzaron
      llenos de espanto y sorpresa.
      --¿Quién es? responda, gritaron.
      --Miguel, respondieron fuera.
      Era la voz del viajero
      que partió a lejanas tierras.

                                  III

        Abierto el portón, entróse
      a caballo el caballero
      y echó pie a tierra. Venía
      todo de nieve cubierto.
      En brazos de sus hermanos
      lloró algún rato en silencio.
      Después dió el caballo al uno,
      al otro, capa y sombrero,
      y en la estancia campesina
      buscó el arrimo del fuego.

                                  IV

        El menor de los hermanos,
      que niño y aventurero
      fué más allá de los mares
      y hoy torna indiano opulento,
      vestía con negro traje
      de peludo terciopelo,
      ajustado a la cintura
      por ancho cinto de cuero.
      Gruesa cadena formaba
      un bucle de oro en su pecho.
      Era un hombre alto y robusto,
      con ojos grandes y negros
      llenos de melancolía;
      la tez de color moreno,
      y sobre la frente comba
      enmarañados cabellos;
      el hijo que saca porte
      señor de padre labriego,
      a quien fortuna le debe
      amor, poder y dinero.
      De los tres Alvargonzález
      era Miguel el más bello;
      porque al mayor afeaba
      el muy poblado entrecejo
      bajo la frente mezquina,
      y al segundo, los inquietos
      ojos que mirar no saben
      de frente, torvos y fieros.

                                   V

        Los tres hermanos contemplan
      el triste hogar en silencio;
      y con la noche cerrada
      arrecia el frío y el viento.
      --Hermanos ¿no tenéis leña?
      dice Miguel.
                  --No tenemos,
      responde el mayor.
                        Un hombre,
      milagrosamente, ha abierto
      la gruesa puerta cerrada
      con doble barra de hierro.
      El hombre que ha entrado tiene
      el rostro del padre muerto.
      Un halo de luz dorada
      orla sus blancos cabellos.
      Lleva un haz de leña al hombro
      y empuña un hacha de hierro.

                              EL INDIANO

                                   I

        De aquellos campos malditos,
      Miguel a sus dos hermanos
      compró una parte, que mucho
      caudal de América trajo,
      y aun en tierra mala, el oro
      luce mejor que enterrado,
      y más en mano de pobres
      que oculto en orza de barro.

        Dióse a trabajar la tierra
      con fe y tesón el indiano,
      y a laborar los mayores
      sus pegujales tornaron.

        Ya con macizas espigas,
      preñadas de rubios granos,
      a los campos de Miguel
      tornó el fecundo verano;
      y ya de aldea en aldea
      se cuenta como un milagro,
      que los asesinos tienen
      la maldición en sus campos.

        Ya el pueblo canta una copla
      que narra el crimen pasado:
      «A la orilla de la fuente
      lo asesinaron.
      ¡Qué mala muerte le dieron
      los hijos malos!
      En la laguna sin fondo
      al padre muerto arrojaron.
      No duerme bajo la tierra
      el que la tierra ha labrado».

                                  II

        Miguel, con sus dos lebreles
      y armado de su escopeta,
      hacia el azul de los montes,
      en una tarde serena,
      caminaba entre los verdes
      chopos de la carretera
      y oyó una voz que cantaba:
      «No tiene tumba en la tierra.
      Entre los pinos del valle
      del Revinuesa,
      al padre muerto llevaron
      hasta la Laguna Negra».

                                LA CASA

                                   I

        La casa de Alvargonzález
      era una casona vieja,
      con cuatro estrechas ventanas,
      separada de la aldea
      cien pasos y entre dos olmos
      que, gigantes centinelas,
      sombra le dan en verano,
      y en el otoño hojas secas.

        Es casa de labradores,
      gente aunque rica plebeya,
      donde el hogar humeante
      con sus escaños de piedra
      se ve sin entrar, si tiene
      abierta al campo la puerta.

        Al arrimo del rescoldo
      del hogar borbollonean
      dos pucherillos de barro
      que a dos familias sustentan.

        A diestra mano, la cuadra
      y el corral, a la siniestra,
      huerto y abejar y, al fondo,
      una gastada escalera,
      que va a las habitaciones
      partidas en dos viviendas.

        Los Alvargonzález moran
      con sus mujeres en ellas.
      A ambas parejas que hubieron,
      sin que lograrse pudieran,
      dos hijos, sobrado espacio
      les da la casa paterna.

        En una estancia que tiene
      luz al huerto, hay una mesa
      con gruesa tabla de roble,
      dos sillones de vaqueta,
      colgado en el muro un negro
      ábaco de enormes cuentas,
      y unas espuelas mohosas
      sobre un arcón de madera.

        Era una estancia olvidada
      donde hoy Miguel se aposenta.
      Y era allí donde los padres
      veían en primavera
      el huerto en flor, y en el cielo
      de mayo, azul, la cigüeña
      --cuando las rosas se abren
      y los zarzales blanquean--
      que enseñaba a sus hijuelos
      a usar de las alas lentas.

        Y en las noches del verano,
      cuando la calor desvela,
      desde la ventana al dulce
      ruiseñor cantar oyeran.

        Fué allí donde Alvargonzález,
      del orgullo de su huerta
      y del amor de los suyos,
      sacó sueños de grandeza.

        Cuando en brazos de la madre
      vió la figura risueña
      del primer hijo, bruñida
      de rubio sol la cabeza,
      del niño que levantaba
      las codiciosas, pequeñas
      manos a las rojas guindas
      y a las moradas ciruelas,
      aquella tarde de otoño
      dorada, plácida y buena,
      él pensó que ser podría
      feliz el hombre en la tierra.

        Hoy canta el pueblo una copla
      que va de aldea en aldea:
      «¡Oh, casa de Alvargonzález,
      qué malos días te esperan;
      casa de los asesinos,
      que nadie llame a tu puerta!»

                                  II

        Es una tarde de otoño.
      En la alameda dorada
      no quedan ya ruiseñores;
      enmudeció la cigarra.

        Las últimas golondrinas,
      que no emprendieron la marcha,
      morirán, y las cigüeñas
      de sus nidos de retamas,
      en torres y campanarios,
      huyeron.
              Sobre la casa
      de Alvargonzález, los olmos
      sus hojas que el viento arranca
      van dejando. Todavía
      las tres redondas acacias,
      frente al atrio de la iglesia,
      conservan verdes sus ramas,
      y las castañas de Indias
      a intervalos se desgajan
      cubiertas de sus erizos;
      tiene el rosal rosas grana
      otra vez, y en las praderas
      brilla la alegre otoñada.

        En laderas y en alcores,
      en ribazos y cañadas,
      el verde nuevo y la hierba,
      aun del estío quemada,
      alternan; los serrijones
      pelados, las lomas calvas,
      se coronan de plomizas
      nubes apelotonadas;
      y bajo el pinar gigante,
      entre las marchitas zarzas
      y amarillentos helechos,
      corren las crecidas aguas
      a engrosar el padre río
      por canchales y barrancas.

        Abunda en la tierra un gris
      de plomo y azul de plata,
      con manchas de roja herrumbre,
      todo envuelto en luz violada.

        ¡Oh, tierras de Alvargonzález,
      en el corazón de España,
      tierras pobres, tierras tristes,
      tan tristes que tienen alma!

        Páramo que cruza el lobo
      aullando a la luna clara
      de bosque a bosque, baldíos
      llenos de peñas rodadas,
      donde roída de buitres
      brilla una osamenta blanca;
      pobres campos solitarios
      sin caminos ni posadas,
      ¡oh, pobres campos malditos,
      pobres campos de mi patria!

                               LA TIERRA

                                   I

        Una mañana de otoño,
      cuando la tierra se labra,
      Juan y el indiano aparejan
      las dos yuntas de la casa.
      Martín se quedó en el huerto
      arrancando hierbas malas.

                                  II

        Una mañana de otoño,
      cuando los campos se aran,
      sobre un otero, que tiene
      el cielo de la mañana
      por fondo, la parda yunta
      de Juan lentamente avanza.

        Cardos, lampazos y abrojos,
      avena loca y cizaña
      llenan la tierra maldita,
      tenaz a pico y escarda.

        Del corvo arado de roble
      la hundida reja trabaja
      con vano esfuerzo; parece
      que al par que hiende la entraña
      del campo y hace camino
      se cierra otra vez la zanja.

        «Cuando el asesino labre
      será su labor pesada;
      antes que un surco en la tierra,
      tendrá una arruga en su cara.»

                                  III

        Martín, que estaba en la huerta
      cavando, sobre su azada
      quedó apoyado un momento;
      frío sudor le bañaba
      el rostro.
                Por el oriente,
      la luna llena manchada
      de un arrebol purpurino,
      lucía tras de la tapia
      del huerto.
                Miguel tenía
      la sangre de horror helada.
      La azada que hundió en la tierra
      teñida de sangre estaba.

                                  IV

        En la tierra en que ha nacido
      supo afincar el indiano;
      por mujer a una doncella
      rica y hermosa ha tomado.

        La hacienda de Alvargonzález
      ya es suya, que sus hermanos
      todo le vendieron: casa,
      huerto, colmenar y campo.

                             LOS ASESINOS

                                   I

        Juan y Martín, los mayores
      de Alvargonzález, un día
      pesada marcha emprendieron
      con el alba, Duero arriba.

        La estrella de la mañana
      en el alto azul ardía.
      Se iba tiñendo de rosa
      la espesa y blanca neblina
      de los valles y barrancos,
      y algunas nubes plomizas
      a Urbión, donde el Duero nace,
      como un turbante ponían.

        Se acercaban a la fuente.
      El agua clara corría
      sonando cual si contara
      una vieja historia dicha
      mil veces y que tuviera
      mil veces que repetirla.

        Agua que corre en el campo
      dice en su monotonía:
      Yo sé el crimen ¿no es un crimen
      cerca del agua, la vida?

        Al pasar los dos hermanos
      relataba el agua limpia:
      «A la vera de la fuente
      Alvargonzález dormía.»

                                  II

        --Anoche, cuando volvía
      a casa--Juan a su hermano
      dijo--a la luz de la luna
      era la huerta un milagro.

        Lejos, entre los rosales,
      divisé un hombre inclinado
      hacia la tierra; brillaba
      una hoz de plata en su mano.

        Después irguióse y, volviendo
      el rostro, dió algunos pasos
      por el huerto, sin mirarme,
      y a poco lo vi encorvado
      otra vez sobre la tierra.
      Tenía el cabello blanco.
      La luna llena brillaba,
      y era la huerta un milagro.

                                  III

        Pasado habían el puerto
      de Santa Inés, ya mediada
      la tarde, una tarde triste
      de noviembre fría y parda.
      Hacia la Laguna Negra
      silenciosos caminaban.

                                  IV

        Cuando la tarde caía,
      entre las vetustas hayas
      y los pinos centenarios,
      un rojo sol se filtraba.

        Era un paraje de bosque
      y peñas aborrascadas;
      aquí bocas que bostezan
      o monstruos de fieras garras;
      allí una informe joroba,
      allá una grotesca panza,
      torvos hocicos de fieras
      y dentaduras melladas,
      rocas y rocas, y troncos
      y troncos, ramas y ramas.
      En el hondón del barranco
      la noche, el miedo y el agua.

                                   V

        Un lobo surgió, sus ojos
      lucían como dos ascuas.
      Era la noche, una noche
      húmeda, oscura y cerrada.

        Los dos hermanos quisieron
      volver. La selva ululaba.
      Cien ojos fieros ardían
      en la selva, a sus espaldas.

                                  VI

        Llegaron los asesinos
      hasta la Laguna Negra,
      agua transparente y muda
      que enorme muro de piedra,
      donde los buitres anidan
      y el eco duerme, rodea,
      agua clara donde beben
      las águilas de la sierra,
      donde el jabalí del monte
      y el ciervo y el corzo abrevan,
      agua pura y silenciosa
      que copia cosas eternas,
      agua impasible que guarda
      en su seno las estrellas.
      ¡Padre! gritaron; al fondo
      de la laguna serena
      cayeron y el eco ¡padre!
      repitió de peña en peña.


                                  CXV
                            A UN OLMO SECO

      Al olmo viejo, hendido por el rayo
      y en su mitad podrido,
      con las lluvias de abril y el sol de mayo,
      algunas hojas verdes le han salido.

        ¡El olmo centenario en la colina
      que lame el Duero! Un musgo amarillento
      le mancha la corteza blanquecina
      al tronco carcomido y polvoriento.

        No será, cual los álamos cantores
      que guardan el camino y la ribera,
      habitado de pardos ruiseñores.

        Ejército de hormigas en hilera
      va trepando por él, y en sus entrañas
      urden sus telas grises las arañas.

        Antes que te derribe, olmo del Duero,
      con su hacha el leñador, y el carpintero
      te convierta en melena de campana,
      lanza de carro o yugo de carreta;
      antes que rojo en el hogar, mañana
      ardas, de alguna mísera caseta,
      al borde de un camino,
      antes que te descuaje un torbellino
      y tronche el soplo de las sierras blancas;
      antes que el río hacia la mar te empuje
      por valles y barrancas,
      olmo, quiero anotar en mi cartera
      la gracia de tu rama verdecida.
      Mi corazón espera
      también, hacia la luz y hacia la vida,
      otro milagro de la primavera.

                                         _Soria, 1912._


                                 CXVI
                               RECUERDOS

      ¡Oh Soria, cuando miro los frescos naranjales
      cargados de perfume, y el campo enverdecido,
      abiertos los jazmines, maduros los trigales,
      azules las montañas y el olivar florido;
      Guadalquivir corriendo al mar entre vergeles,
      y al sol de abril los huertos colmados de azucenas,
      y los enjambres de oro, para libar sus mieles
      dispersos en los campos, huir de sus colmenas;
      yo sé la encina roja crujiendo en tus hogares,
      barriendo el cierzo helado tu campo empedernido;
      y en sierras agrias sueño--¡Urbión, sobre pinares!
      ¡Moncayo blanco, al cielo aragonés erguido!--
      Y pienso: Primavera, como un escalofrío
      irá a cruzar el alto solar del romancero,
      ya verdearán de chopos las márgenes del río.
      ¿Dará sus verdes hojas el olmo aquel del Duero?
      Tendrán los campanarios de Soria sus cigüeñas,
      y la roquedad parda más de un zarzal en flor,
      ya los rebaños blancos, por entre grises peñas,
      hacia los altos prados conducirá el pastor.

        ¡Oh, en el azul, vosotras, viajeras golondrinas
      que vais al joven Duero, zagales y merinos
      con rumbo hacia altas praderas numantinas,
      por mestas y cañadas, veredas y caminos;
      hayedos y pinares que cruza el ágil ciervo,
      montañas, serrijones, lomazos, parameras,
      en donde reina el águila, por donde busca el cuervo
      su infecto expoliario; menudas sementeras
      cual sayos cenicientos, casetas y majadas
      entre desnuda roca, arroyos y hontanares
      donde a la tarde beben las yuntas fatigadas,
      dispersos huertecillos, humildes abejares!...

        ¡Adiós, tierra de Soria, adiós el alto llano
      cercado de colinas y crestas militares,
      alcores y roquedas del yermo castellano,
      fantasmas de robledos y sombras de encinares!

        En la desesperanza y en la melancolía
      de tu recuerdo, Soria, mi corazón se abreva.
      Tierra de alma, toda, hacia la tierra mía,
      por los floridos valles, mi corazón te lleva.

                            _En el tren.--abril, 1913._


                                 CXVII
             AL MAESTRO «AZORÍN», POR SU LIBRO «CASTILLA»

      La venta de Cidones está en la carretera
      que va de Soria a Burgos. Leonarda, la ventera,
      que llaman la Ruipérez, es una viejecita
      que aviva el fuego donde borbolla la marmita.
      Ruipérez, el ventero, un viejo diminuto
      --bajo las cejas grises, dos ojos de hombre astuto--
      contempla silencioso la lumbre del hogar.
      Se oye la marmita al fuego borbollar.
      Sentado ante una mesa de pino, un caballero
      escribe. Cuando moja la pluma en el tintero,
      dos ojos tristes lucen en un semblante enjuto.
      El caballero es joven, vestido va de luto.
      El viento frío azota los chopos del camino.
      Se ve pasar de polvo un blanco remolino.
      La tarde se va haciendo sombría. El enlutado,
      la mano en la mejilla, medita ensimismado.
      Cuando el correo llegue, que el caballero aguarda,
      la tarde habrá caído sobre la tierra parda
      de Soria. Todavía los grises serrijones,
      con ruinas de encinares y mellas de aluviones,
      las lomas azuladas, las agrias barranqueras,
      picotas y colinas, ribazos y laderas
      del páramo sombrío por donde cruza el Duero,
      darán al sol de ocaso un resplandor de acero.
      La venta se oscurece. El rojo lar humea.
      La mecha de un mohoso candil arde y chispea.
      El enlutado tiene clavados en el fuego
      los ojos largo rato; se los enjuga luego
      con un pañuelo blanco. ¿Por qué le hará llorar
      el son de la marmita, el ascua del hogar?
      Cerró la noche. Lejos se escucha el traqueteo
      y el galopar de un coche que avanza. Es el correo.


                                CXVIII
                                CAMINOS

      De la ciudad moruna
      tras las murallas viejas,
      yo contemplo la tarde silenciosa,
      a solas con mi sombra y con mi pena.

        El río va corriendo,
      entre sombrías huertas
      y grises olivares
      por los alegres campos de Baeza.

        Tienen las vides pámpanos dorados
      sobre las rojas cepas.
      Guadalquivir como un alfanje roto
      y disperso reluce y espejea.

        Lejos, los montes duermen
      envueltos en la niebla,
      niebla de otoño, maternal; descansan
      las rudas moles de su ser de piedra
      en esta tibia tarde de noviembre,
      tarde piadosa, cárdena y violeta.

        El viento ha sacudido
      los mustios olmos de la carretera,
      levantando en rosados torbellinos
      el polvo de la tierra.
      La luna está subiendo
      amoratada, jadeante y llena.

        Los caminitos blancos
      se cruzan y se alejan,
      buscando los dispersos caseríos
      del valle y de la sierra.
      Caminos de los campos...
      ¡Ay, ya no puedo caminar con ella!


                                 CXIX

      Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería.
      Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar.
      Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía.
      Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar.


                                  CXX

      Dice la esperanza: un día
      la verás, si bien esperas.
      Dice la desesperanza:
      sólo tu amargura es ella.
      Late, corazón... No todo
      se lo ha tragado la tierra.


                                 CXXI

      Allá, en las tierras altas,
      por donde traza el Duero
      su curva de ballesta
      en torno a Soria, entre plomizos cerros
      y manchas de raídos encinares,
      mi corazón está vagando, en sueños...

        ¿No ves, Leonor, los álamos del río
      con sus ramajes yertos?

      Mira el Moncayo azul y blanco; dame
      tu mano y paseemos.
      Por estos campos de la tierra mía,
      bordados de olivares polvorientos,
      voy caminando solo,
      triste, cansado, pensativo y viejo.


                                 CXXII

      Soñé que tú me llevabas
      por una blanca vereda,
      en medio del campo verde,
      hacia el azul de las sierras,
      hacia los montes azules,
      una mañana serena.

        Sentí tu mano en la mía,
      tu mano de compañera,
      tu voz de niña en mi oído
      como una campana nueva,
      como una campana virgen
      de un alba de primavera.
      ¡Eran tu voz y tu mano,
      en sueños, tan verdaderas!...
      Vive, esperanza, ¡quién sabe
      lo que se traga la tierra!


                                 CXXIII

      Una noche de verano
      --estaba abierto el balcón
      y la puerta de mi casa--
      la muerte en mi casa entró.
      Se fué acercando a su lecho
      --ni siquiera me miró--,
      con unos dedos muy finos,
      algo muy tenue rompió.
      Silenciosa y sin mirarme,
      la muerte otra vez pasó
      delante de mí. ¿Qué has hecho?
      La muerte no respondió,
      Mi niña quedó tranquila,
      dolido mi corazón.
      ¡Ay, lo que la muerte ha roto
      era un hilo entre los dos!


                                 CXXIV

      Al borrarse la nieve, se alejaron
      los montes de la sierra.
      La vega ha verdecido
      al sol de abril, la vega
      tiene la verde llama,
      la vida, que no pesa;
      y piensa el alma en una mariposa,
      atlas del mundo, y sueña.
      Con el ciruelo en flor y el campo verde,
      con el glauco vapor de la ribera,
      en torno de las ramas,
      con las primeras zarzas que blanquean,
      con este dulce soplo
      que triunfa de la muerte y de la piedra,
      esta amargura que me ahoga fluye
      en esperanza de Ella...


                                 CXXV

      En estos campos de la tierra mía,
      y extranjero en los campos de mi tierra
      --yo tuve patria donde corre el Duero
      por entre grises peñas,
      y fantasmas de viejos encinares,
      allá en Castilla, mística y guerrera,
      Castilla la gentil, humilde y brava,
      Castilla del desdén y de la fuerza--,
      en estos campos de mi Andalucía,
      ¡oh, tierra en que nací!, cantar quisiera.
      Tengo recuerdos de mi infancia, tengo
      imágenes de luz y de palmeras,
      y en una gloria de oro,
      de lueñes campanarios con cigüeñas,
      de ciudades con calles sin mujeres
      bajo un cielo de añil, plazas desiertas
      donde crecen naranjos encendidos
      con sus frutas redondas y bermejas;
      y en un huerto sombrío, el limonero
      de ramas polvorientas
      y pálidos limones amarillos,
      que el agua clara de la fuente espeja,
      un aroma de nardos y claveles
      y un fuerte olor de albahaca y hierbabuena;
      imágenes de grises olivares
      bajo un tórrido sol que aturde y ciega,
      y azules y dispersas serranías
      con arreboles de una tarde inmensa;
      mas falta el hilo que el recuerdo anuda
      al corazón, el ancla en su ribera,
      o estas memorias no son alma. Tienen,
      en sus abigarradas vestimentas,
      señal de ser despojos del recuerdo,
      la carga bruta que el recuerdo lleva.
      Un día tornarán, con luz del fondo ungidos,
      los cuerpos virginales a la orilla vieja.

                                     _Lora del Río, 4 abril 1913._


                                 CXXVI
                         A JOSÉ MARÍA PALACIO

      Palacio, buen amigo,
      ¿está la primavera
      vistiendo ya las ramas de los chopos
      del río y los caminos? En la estepa
      del alto Duero, Primavera tarda,
      ¡pero es tan bella y dulce cuando llega!...
      ¿Tienen los viejos olmos
      algunas hojas nuevas?
      Aun las acacias estarán desnudas
      y nevados los montes de las sierras.
      ¡Oh, mole del Moncayo blanca y rosa,
      allá, en el cielo de Aragón, tan bella!
      ¿Hay zarzas florecidas
      entre las grises peñas,
      y blancas margaritas
      entre la fina hierba?
      Por esos campanarios
      ya habrán ido llegando las cigüeñas.
      Habrá trigales verdes,
      y mulas pardas en las sementeras,
      y labriegos que siembran los tardíos
      con las lluvias de abril. Ya las abejas
      libarán del tomillo y el romero.
      ¿Hay ciruelos en flor? ¿Quedan violetas?
      Furtivos cazadores, los reclamos
      de la perdiz bajo las capas luengas,
      no faltarán. Palacio, buen amigo,
      ¿tienen ya ruiseñores las riberas?
      Con los primeros lirios
      y las primeras rosas de las huertas,
      en una tarde azul, sube al Espino,
      al alto Espino donde está su tierra...

                                 _Baeza, 29 de marzo 1913._


                                 CXXVII
                              OTRO VIAJE

      Ya en los campos de Jaén,
      amanece. Corre el tren
      por sus brillantes rieles,
      devorando matorrales,
      alcaceles,
      terraplenes, pedregales,
      olivares, caseríos,
      praderas y cardizales,
      montes y valles sombríos.
      Tras la turbia ventanilla,
      pasa la devanadera
      del campo de primavera.
      La luz en el techo brilla
      de mi vagón de tercera.
      Entre nubarrones blancos,
      oro y grana.
      La niebla de la mañana
      huyendo por los barrancos.
      ¡Este insomne sueño mío!
      ¡Este frío
      de un amanecer en vela!...
      Resonante,
      jadeante,
      marcha el tren. El campo vuela.
      Enfrente de mí, un señor
      sobre su manta dormido;
      un fraile y un cazador
      --el perro a sus pies tendido--.
      Yo contemplo mi equipaje,
      mi viejo saco de cuero;
      y recuerdo otro viaje
      hacia las tierras del Duero.
      Otro viaje de ayer
      por la tierra castellana,
      ¡pinos del amanecer
      entre Almazán y Quintana!
      ¡Y alegría
      de un viajar en compañía!
      ¡Y la unión
      que ha roto la muerte un día!
      ¡Mano fría
      que aprietas mi corazón!
      Tren camina, silba, humea,
      acarrea
      tu ejército de vagones,
      ajetrea
      maletas y corazones.
      Soledad,
      sequedad.
      Tan pobre me estoy quedando,
      que ya ni siquiera estoy
      conmigo, ni sé si voy
      conmigo a solas viajando.


                                CXXVIII
                            POEMA DE UN DÍA

                         MEDITACIONES RURALES

      Heme aquí ya profesor
      de lenguas vivas (ayer
      maestro de gay-saber,
      aprendiz de ruiseñor)
      en un pueblo húmedo y frío,
      destartalado y sombrío,
      entre andaluz y manchego.
      Invierno. Cerca del fuego.
      Fuera llueve un agua fina,
      que ora se trueca en neblina,
      ora se torna aguanieve.
      Fantástico labrador,
      pienso en los campos. ¡Señor,
      qué bien haces! Llueve, llueve
      tu agua constante y menuda
      sobre alcaceles y habares,
      tu agua muda,
      en viñedos y olivares.
      Te bendecirán conmigo
      los sembradores del trigo;
      los que viven de coger
      la aceituna;
      los que esperan la fortuna
      de comer;
      los que hogaño
      como antaño
      tienen toda su moneda
      en la rueda,
      traidora rueda del año.
      ¡Llueve, llueve; tu neblina
      que se torne en aguanieve,
      y otra vez en agua fina!
      ¡llueve, Señor, llueve, llueve!

        En mi estancia, iluminada
      por esta luz invernal
      --la tarde gris tamizada
      por la lluvia y el cristal--,
      sueño y medito.
                      Clarea
      el reloj arrinconado
      y su tic-tic, olvidado
      por repetido, golpea.
      Tic-tic, tic-tic... Ya te he oído
      Tic-tic, tic-tic... Siempre igual,
      monótono y aburrido.
      Tic-tic, tic-tic, el latido
      de un corazón de metal.
      En estos pueblos, ¿se escucha
      el latir del tiempo? No.
      En estos pueblos se lucha
      sin tregua con el reló,
      con esa monotonía,
      que mide un tiempo vacío.
      Pero ¿tu hora es la mía?
      ¿Tu tiempo, reloj, el mío?
      (Tic-tic, tic-tic)... Era un día
      (tic-tic, tic-tic) que pasó,
      y lo que yo más quería
      la muerte se lo llevó.

        Lejos suena un clamoreo
      de campanas...
      Arrecia el repiqueteo
      de la lluvia en las ventanas.
      Fantástico labrador,
      vuelvo a mis campos. ¡Señor,
      cuánto te bendecirán
      los sembradores del pan!
      Señor, ¿no es tu lluvia ley,
      en los campos que ara el buey,
      y en los palacios del rey?
      ¡Oh, agua buena, deja vida
      en tu huída!
      ¡Oh, tú, que vas gota a gota,
      fuente a fuente y río a río,
      como este tiempo de hastío
      corriendo a la mar remota,
      con cuanto quiere nacer,
      cuanto espera
      florecer
      al sol de la primavera,
      sé piadosa,
      que mañana
      serás espiga temprana.
      prado verde, carne rosa,
      y más: razón y locura
      y amargura
      de querer y no poder
      creer, creer y creer!

        Anochece;
      el hilo de la bombilla
      se enrojece,
      luego brilla,
      resplandece
      poco más que una cerilla.
      Dios sabe dónde andarán
      mis gafas... entre librotes,
      revistas y papelotes,
      ¿quién las encuentra?... Aquí están.
      Libros nuevos. Abro uno
      de Unamuno.
      ¡Oh, el dilecto,
      predilecto
      de esta España que se agita,
      porque nace o resucita!
      Siempre te ha sido, ¡oh Rector
      de Salamanca!, leal
      este humilde profesor
      de un instituto rural.
      Esa tu filosofía
      que llamas dilettantesca,
      voltaria y funambulesca,
      gran Don Miguel, es la mía.
      Agua del buen manantial,
      siempre viva,
      fugitiva;
      poesía, cosa cordial.
      ¿Constructora?
      --No hay cimiento
      ni en el alma ni en el viento.--
      Bogadora,
      marinera,
      hacia la mar sin ribera.
      Enrique Bergson: «_Los datos
      inmediatos
      de la conciencia_». ¿Esto es
      otro embeleco francés?
      Este Bergson es un tuno;
      ¿verdad, maestro Unamuno?
      Bergson no da como aquel
      Immanuel
      el volatín inmortal;
      este endiablado judío
      ha hallado el libre albedrío
      dentro de su mechinal.
      No está mal:
      cada sabio, su problema,
      y cada loco, su tema.
      Mucho importa
      que en la vida mala y corta
      que llevamos
      libres o siervos seamos;
      mas, si vamos
      a la mar,
      lo mismo nos han de dar.
      ¡Oh estos pueblos! Reflexiones,
      lecturas y acotaciones
      pronto dan en lo que son:
      bostezos de Salomón.
      ¿Todo es
      soledad de soledades,
      vanidad de vanidades,
      que dijo el Eclesiastés?
      Mi paraguas, mi sombrero,
      mi gabán.... El aguacero
      amaina... Vámonos, pues.

        Es de noche. Se platica
      al fondo de una botica.
      --Yo no sé,
      Don José,
      cómo son los liberales
      tan perros, tan inmorales.
      --¡Oh, tranquilícese usted!
      Pasados los carnavales,
      vendrán los conservadores,
      buenos administradores
      de su casa.
      Todo llega y todo pasa.
      Nada eterno,
      ni gobierno
      que perdure,
      ni mal que cien años dure.
      --Tras estos tiempos, vendrán
      otros tiempos y otros y otros,
      y lo mismo que nosotros
      otros se jorobarán.
      Así es la vida, Don Juan.
      --Es verdad, así es la vida.
      --La cebada está crecida
      --Con estas lluvias...
                            Y van
      las habas que es un primor.
      --Cierto; para marzo, en flor.
      Pero, la escarcha, los hielos...
      --Y además, los olivares
      están pidiendo a los cielos
      agua a torrentes.
                        --A mares.
      ¡Las fatigas, los sudores
      que pasan los labradores!
      En otro tiempo...
                        --Llovía
      también cuando Dios quería.
      --Hasta mañana, señores.

      Tic-tic, tic-tic... Ya pasó
      un día como otro día,
      dice la monotonía
      del reló.
      Sobre mi mesa _Los datos
      de la conciencia_, inmediatos.
      No está mal
      este yo fundamental,
      contingente y libre, a ratos,
      creativo, original;
      este yo que vive y siente
      dentro la carne mortal
      ¡ay! por saltar impaciente
      las bardas de su corral.

                                  _Baeza, 1913._


                                 CXXIX
                            NOVIEMBRE, 1914

      Un año más. El sembrador va echando
      la semilla en los surcos de la tierra.
      Dos lentas yuntas aran,
      mientras pasan las nubes cenicientas
      ensombreciendo el campo,
      las pardas sementeras,
      los grises olivares. Por el fondo
      del valle el río el agua turbia lleva.
      Tiene Cazorla nieve,
      y Mágina, tormenta,
      su montera, Aznaitín. Hacia Granada,
      montes con sol, montes de sol y piedra.


                                 CXXX
                               LA SAETA

        ¿Quién me presta una escalera,
      para subir al madero,
      para quitarle los clavos
      a Jesús el Nazareno?

      SAETA POPULAR.

      ¡Oh, la saeta, el cantar
      al Cristo de los gitanos,
      siempre con sangre en las manos,
      siempre por desenclavar!
      ¡Cantar del pueblo andaluz
      que todas las primaveras
      anda pidiendo escaleras
      para subir a la cruz!
      ¡Cantar de la tierra mía,
      que echa flores
      al Jesús de la agonía,
      y es la fe de mis mayores!
      ¡Oh, no eres tú mi cantar!
      ¡No puedo cantar, ni quiero
      a ese Jesús del madero,
      sino al que anduvo en el mar!


                                 CXXXI
                          DEL PASADO EFÍMERO

      Este hombre del casino provinciano,
      que vió a Cara-ancha recibir un día,
      tiene mustia la tez, el pelo cano,
      ojos velados de melancolía;
      bajo el bigote gris, labios de hastío,
      y una triste expresión que no es tristeza
      sino algo más y menos: el vacío
      del mundo en la oquedad de su cabeza.
      Aun luce de corinto terciopelo
      chaqueta y pantalón abotinado,
      y un cordobés color de caramelo,
      pulido y torneado.
      Tres veces heredó; tres ha perdido
      al monte su caudal: dos ha enviudado.
      Sólo se anima ante el azar prohibido,
      sobre el verde tapete reclinado,
      o al evocar la tarde de un torero,
      la suerte de un tahur, o si alguien cuenta
      la hazaña de un gallardo bandolero,
      o la proeza de un matón, sangrienta.
      Bosteza de política banales
      dicterios al gobierno reaccionario,
      y augura que vendrán los liberales,
      cual torna la cigüeña al campanario.
      Un poco labrador, del cielo aguarda
      y al cielo teme; alguna vez suspira,
      pensando en su olivar, y al cielo mira
      con ojo inquieto, si la lluvia tarda.
      Lo demás, taciturno, hipocondríaco,
      prisionero en la Arcadia del presente,
      le aburre; sólo el humo del tabaco
      simula algunas sombras en su frente.
      Este hombre no es de ayer ni es de mañana,
      sino de nunca; de la cepa hispana
      no es el fruto maduro ni podrido,
      es una fruta vana
      de aquella España que pasó y no ha sido,
      esa que hoy tiene la cabeza cana.


                                CXXXII
                              LOS OLIVOS

                                       A Manuel Ayuso.

                                   I

      ¡Viejos olivos sedientos
      bajo el claro sol del día,
      olivares polvorientos
      del campo de Andalucía!
      ¡El campo andaluz, peinado
      por el sol canicular,
      de loma en loma rayado
      de olivar y de olivar!
      Son las tierras
      soleadas,
      anchas lomas, lueñes sierras
      de olivares recamadas!
      Mil senderos. Con sus machos,
      abrumados de capachos,
      van gañanes y arrieros.
      De la venta del camino
      a la puerta, soplan vino
      trabucaires bandoleros!
      Olivares y olivares
      de loma en loma prendidos
      cual bordados alamares!
      Olivares coloridos
      de una tarde anaranjada;
      olivares rebruñidos
      bajo la luna argentada!
      Olivares centellados
      en las tardes cenicientas,
      bajo los cielos preñados
      de tormentas!...
      Olivares, Dios os dé
      los eneros
      de aguaceros,
      los agostos de agua al pie,
      los vientos primaverales,
      vuestras flores racimadas;
      y las lluvias otoñales,
      vuestras olivas moradas.
      Olivar, por cien caminos,
      tus olivitas irán
      caminando a cien molinos.
      Ya darán
      trabajo en las alquerías
      a gañanes y braceros,
      ¡oh, buenas frentes sombrías
      bajo los anchos sombreros!...
      Olivar y olivareros,
      bosque y raza,
      campo y plaza
      de los fieles al terruño
      y al arado y al molino,
      de los que muestran el puño
      al destino,
      los benditos labradores,
      los bandidos caballeros,
      los señores
      devotos y matuteros!...
      Ciudades y caseríos
      en la margen de los ríos,
      en los pliegues de la sierra!...
      Venga Dios a los hogares
      y a las almas de esta tierra
      de olivares y olivares!

                                  II

        A dos leguas de Úbeda, la Torre
      de Pero Gil, bajo este sol de fuego,
      triste burgo de España. El coche rueda
      entre grises olivos polvorientos.
      Allá, el castillo heroico.
      En la plaza, mendigos y chicuelos:
      una orgía de harapos...
      Pasamos frente al atrio del convento
      de la Misericordia.
      ¡Los blancos muros, los cipreses negros!
      ¡Agria melancolía
      como asperón de hierro
      que raspa el corazón! Amurallada
      piedad, erguida en este basurero!...
      Esta casa de Dios, decid, hermanos,
      esta casa de Dios ¿qué guarda dentro?
      Y ese pálido joven,
      asombrado y atento,
      que parece mirarnos con la boca,
      será el loco del pueblo,
      de quien se dice: es Lucas,
      Blas o Ginés, el tonto que tenemos.
      Seguimos. Olivares. Los olivos
      están en flor. El carricoche lento,
      al paso de dos pencos matalones,
      camina hacia Peal. Campos ubérrimos.
      La tierra da lo suyo; el sol trabaja;
      el hombre es para el suelo:
      genera, siembra y labra
      y su fatiga unce la tierra al cielo.
      Nosotros enturbiamos
      la fuente de la vida, el sol primero,
      con nuestros ojos tristes,
      con nuestro amargo rezo,
      con nuestra mano ociosa,
      con nuestro pensamiento
      --se engendra en el pecado,
      se vive en el dolor. ¡Dios está lejos!--
      Esta piedad erguida
      sobre este burgo sórdido, sobre este basurero,
      esta casa de Dios, decid ¡oh, santos
      cañones de von Kluk! ¿qué guarda dentro?


                                CXXXIII
                        LLANTO DE LAS VIRTUDES
                  Y COPLAS POR LA MUERTE DE DON GUIDO

      Al fin una pulmonía
      mató a don Guido, y están
      las campanas todo el día
      doblando por él ¡din-dan!

        Murió don Guido, un señor
      de mozo muy jaranero,
      muy galán y algo torero;
      de viejo, gran rezador.

        Dicen que tuvo un serrallo
      este señor de Sevilla;
      que era diestro
      en manejar el caballo,
      y un maestro
      en refrescar manzanilla.

        Cuando mermó su riqueza,
      era su monomanía
      pensar que pensar debía
      en asentar la cabeza.

        Y asentóla
      de una manera española,
      que fué casarse con una
      doncella de gran fortuna;
      y repintar sus blasones,
      hablar de las tradiciones
      de su casa,
      a escándalos y amoríos
      poner tasa,
      sordina a sus desvaríos.

        Gran pagano,
      se hizo hermano
      de una santa cofradía;
      y el Jueves Santo salía
      llevando un cirio en la mano
      --¡aquel trueno!--
      vestido de nazareno.

        Hoy nos dice la campana
      que han de llevarse mañana
      al buen don Guido, muy serio,
      camino del cementerio.

        Buen don Guido ya eres ido
      y para siempre jamás...
      Alguien dirá: ¿Qué dejaste?
      Yo pregunto: ¿Qué llevaste
      al mundo donde hoy estás?

        ¿Tu amor a los alamares
      y a las sedas y a los oros,
      y a la sangre de los toros
      y al humo de los altares?

        Buen don Guido y equipaje,
      buen viaje!...

        El acá
      y el allá,
      caballero,
      se ve en tu rostro marchito,
      lo infinito:
      cero, cero.

        ¡Oh, las enjutas mejillas,
      amarillas;
      y los párpados de cera,
      y la fina calavera
      en la almohada del lecho!

        ¡Oh, fin de una aristocracia!
      La barba canosa y lacia
      sobre el pecho;
      metido en tosco sayal,
      las yertas manos en cruz
      ¡tan formal!
      el caballero andaluz.


                                CXXXIV
                           LA MUJER MANCHEGA

      La Mancha y sus mujeres... Argamasilla, Infantes,
      Esquivias, Valdepeñas. La novia de Cervantes,
      y del manchego heroico, el ama y la sobrina
      (el patio, la alacena, la cueva y la cocina,
      la rueca y la costura, la cuna y la pitanza),
      la esposa de don Diego y la mujer de Panza,
      la hija del ventero, y tantas como están
      bajo la tierra, y tantas que son y que serán
      encanto de manchegos y madres de españoles
      por tierras de lagares, molinos y arreboles.

        Es la mujer manchega garrida y bien plantada,
      muy sobre sí, doncella, perfecta de casada.

        El sol de la caliente llanura vinariega
      quemó su piel, mas guarda frescura de bodega
      su corazón. Devota, sabe rezar con fe
      para que Dios nos libre de cuanto no se ve.
      Su obra es la casa--menos celada que en Sevilla,
      más gineceo y menos castillo que en Castilla.--
      Y es del hogar manchego la musa ordenadora;
      alínea los vasares, los lienzos alcanfora;
      las cuentas de la plaza anota en su diario,
      cuenta garbanzos, cuenta las cuentas del rosario.

        ¿Hay más? Por estos campos hubo un amor de fuego.
      Dos ojos abrasaron un corazón manchego.

        ¿No tuvo en esta Mancha su cuna Dulcinea?
      ¿No es el Toboso patria de la mujer idea
      del corazón, engendro e imán de corazones,
      a quien varón no impregna y aun parirá varones?

        Por esta Mancha--prados, viñedos y molinos--
      que so el igual del cielo iguala sus caminos,
      de cepas arrugadas sobre el tostado suelo
      y mustios pastos como raído terciopelo;
      por este seco llano de sol y lejanía,
      en donde el ojo alcanza su pleno mediodía
      (un diminuto bando de pájaros puntea
      el índigo del cielo sobre la blanca aldea,
      y allá se yergue un soto de verdes alamillos,
      tras leguas y más leguas de campos amarillos),
      por esta tierra, lejos del mar y la montaña,
      el ancho reverbero del claro sol de España,
      anduvo un pobre hidalgo ciego de amor un día
      --amor nublóle el juicio; su corazón veía--.

        Y tú, la cerca y lejos, por el inmenso llano
      eterna compañera y estrella de Quijano,
      lozana labradora fincada en tus terrones
      --oh madre de manchegos y numen de visiones--
      viviste, buena Aldonza, tu vida verdadera,
      cuando tu amante erguía su lanza justiciera,
      y en tu casona blanca ahechando el rubio trigo.
      Aquel amor de fuego era por ti y contigo.

        Mujeres de la Mancha, con el sagrado mote
      de Dulcinea, os salva la gloria de Quijote.


                                 CXXXV
                           EL MAÑANA EFÍMERO

                                  A Roberto Castrovido.

      La España de charanga y pandereta,
      cerrado y sacristía,
      devota de Frascuelo y de María,
      de espíritu burlón y de alma quieta,
      ha de tener su mármol y su día,
      su infalible mañana y su poeta.
      El vano ayer engendrará un mañana
      vacío y ¡por ventura! pasajero.
      Será un joven lechuzo y tarambana,
      un sayón con hechuras de bolero;
      a la moda de Francia royalista,
      un poco al uso de París pagano,
      y al estilo de España especialista
      en el vicio al alcance de la mano.
      Esa España inferior que ora y bosteza,
      vieja y tahur, zaragatera y triste,
      esa España inferior que ora y embiste,
      cuando se digna usar de la cabeza,
      aun tendrá luengo parto de varones
      amantes de sagradas tradiciones
      y de sagradas formas y maneras;
      florecerán las barbas apostólicas,
      y otras calvas en otras calaveras
      brillarán, venerables y católicas.
      El vano ayer engendrará un mañana
      vacío y ¡por ventura! pasajero,
      la sombra de un lechuzo tarambana,
      de un sayón con hechuras de bolero,
      el vacuo ayer dará un mañana huero.
      Como la náusea de un borracho ahito
      de vino malo, un rojo sol corona
      de heces turbias las cumbres de granito,
      hay un mañana estomagante escrito
      en la tarde pragmática y dulzona.
      Mas otra España nace,
      la España del cincel y de la maza,
      con esa eterna juventud que se hace
      del pasado macizo de la raza.
      Una España implacable y redentora,
      España que alborea
      con un hacha en la mano vengadora,
      España de la rabia y de la idea.


                                CXXXVI
                         PROVERBIOS Y CANTARES

                                   I

      Nunca perseguí la gloria
      ni dejar en la memoria
      de los hombres mi canción;
      yo amo los mundos sutiles,
      ingrávidos y gentiles
      como pompas de jabón.
      Me gusta verlos pintarse
      de sol y grana, volar
      bajo el cielo azul, temblar
      súbitamente y quebrarse.

                                  II

        ¿Para qué llamar caminos
      a los surcos del azar?...
      Todo el que camina anda,
      como Jesús, sobre el mar.

                                 III

        A quien nos justifica nuestra desconfianza
      llamamos enemigo, ladrón de una esperanza.
      Jamás perdona el necio si ve la nuez vacía
      que dió a cascar al diente de la sabiduría.

                                  IV

        Nuestras horas son minutos
      cuando esperamos saber,
      y siglos cuando sabemos
      lo que se puede aprender.

                                  V

        Ni vale nada el fruto
      cogido sin sazón...
      ni aunque te elogie un bruto
      ha de tener razón.

                                  VI

        De lo que llaman los hombres
      virtud, justicia y bondad,
      una mitad es envidia,
      y la otra, no es caridad.

                                  VII

        Yo he visto garras fieras en las pulidas manos;
      conozco grajos mélicos y líricos marranos...
      El más truhán se lleva la mano al corazón;
      y el bruto más espeso se carga de razón.

                                 VIII

        En preguntar lo que sabes
      el tiempo no has de perder...
      y a preguntas sin respuesta
      ¿quién te podrá responder?

                                  IX

        El hombre, a quien el hambre de la rapiña acucia,
      de ingénita malicia y natural astucia,
      formó la inteligencia y acaparó la tierra.
      ¡Y aún la verdad proclama! ¡Supremo ardid de guerra!

                                   X

                La envidia de la virtud
              hizo a Caín criminal.
              ¡Gloria a Caín! Hoy el vicio
              es lo que se envidia más.

        La mano del piadoso nos quita siempre honor;
      mas nunca ofende al darnos su mano el lidiador.
      Virtud es fortaleza, ser bueno es ser valiente;
      escudo, espada y maza llevar bajo la frente;
      porque el valor honrado de todas armas viste:
      no sólo para, hiere, y más que aguarda, embiste.
      Que la piqueta arruine y el látigo flagele;
      la fragua ablande el hierro, la lima pula y gaste,
      y que el buril burile, y que el cincel cincele,
      la espada punce y hienda y el gran martillo aplaste.

                                  XI

        ¡Ojos que a la luz se abrieron
      un día para, después,
      ciegos tornar a la tierra,
      hartos de mirar sin ver!

                                  XII

        Es el mejor de los buenos
      quien sabe que en esta vida
      todo es cuestión de medida:
      un poco más, algo menos...

                                 XIII

        Virtud es la alegría que alivia el corazón
      más grave y desarruga el ceño de Catón.
      El bueno es el que guarda, cual venta del camino,
      para el sediento, el agua, para el borracho, el vino.

                                  XIV

        Cantad conmigo en coro: Saber, nada sabemos,
      de arcano mar vinimos, a ignota mar iremos...
      Y entre los dos misterios está el enigma grave;
      tres arcas cierra una desconocida llave.
      La luz nada ilumina y el sabio nada enseña.
      ¿Qué dice la palabra? ¿Qué el agua de la peña?

                                  XV

        El hombre es por natura la bestia paradójica,
      un animal absurdo que necesita lógica.
      --Creó de nada un mundo y, su obra terminada,
      «Ya estoy en el secreto--se dijo--todo es nada.»

                                  XVI

        El hombre sólo es rico en hipocresía.
      En sus diez mil disfraces para engañar confía;
      y con la doble llave que guarda su mansión
      para la ajena hace ganzúa de ladrón.

                                 XVII

        ¡Ah, cuando yo era niño
      soñaba con los héroes de la Iliada!
      Ayax era más fuerte que Diomedes,
      Héctor, más fuerte que Ayax,
      y Aquiles el más fuerte; porque era
      el más fuerte... ¡Inocencias de la infancia!
      ¡Ah, cuando yo era niño
      soñaba yo en los héroes de la Iliada!

                                 XVIII

        El casca-nueces-vacías,
      Colón de cien vanidades,
      vive de supercherías,
      que vende como verdades.

                                  XIX

        ¡Teresa, alma de fuego,
      Juan de la Cruz, espíritu de llama,
      por aquí hay mucho frío, padres, nuestros
      corazoncitos de Jesús se apagan!

                                  XX

        Ayer soñé que veía
      a Dios y que a Dios hablaba;
      y soñé que Dios me oía...
      Después soñé que soñaba.

                                  XXI

        Cosas de hombres y mujeres,
      los amoríos de ayer,
      casi los tengo olvidados,
      si fueron alguna vez.

                                 XXII

        No extrañéis, dulces amigos,
      que esté mi frente arrugada.
      Yo vivo en paz con los hombres
      y en guerra con mis entrañas.

                                 XXIII

        De diez cabezas, nueve
      embisten y una piensa.
      Nunca extrañéis que un bruto
      se descuerne luchando por la idea.

                                 XXIV

        Las abejas de las flores
      sacan miel, y melodía
      del amor, los ruiseñores;
      Dante y yo--perdón, señores--,
      trocamos--perdón, Lucía--,
      el amor en Teología.

                                  XXV

        Poned sobre los campos
      un carbonero, un sabio y un poeta.
      Veréis cómo el poeta admira y calla,
      el sabio mira y piensa...
      Seguramente, el carbonero busca
      las moras o las setas.
      Llevadlos al teatro
      y sólo el carbonero no bosteza.
      Quien prefiere lo vivo a lo pintado
      es el hombre que piensa, canta o sueña.
      El carbonero tiene
      llena de fantasías la cabeza.

                                 XXVI

        ¿Dónde está la utilidad
      de nuestras utilidades?
      Volvamos a la verdad:
      vanidad de vanidades.

                                 XXVII

        Todo hombre tiene dos
      batallas que pelear.
      En sueños lucha con Dios;
      y despierto, con el mar.

                                XXVIII

        Caminante, son tus huellas
      el camino, y nada más;
      caminante, no hay camino,
      se hace camino al andar.
      Al andar se hace camino,
      y al volver la vista atrás
      se ve la senda que nunca
      se ha de volver a pisar.
      Caminante, no hay camino,
      sino estelas en la mar.

                                 XXIX

        El que espera desespera,
      dice la voz popular.
      ¡Qué verdad tan verdadera!

        La verdad es lo que es,
      y sigue siendo verdad
      aunque se piense al revés.

                                  XXX

        Corazón, ayer sonoro,
      ¿ya no suena
      tu monedilla de oro?
      Tu alcancía,
      antes que el tiempo la rompa,
      ¿se irá quedando vacía?
      Confiemos
      en que no será verdad
      nada de lo que sabemos.

                                 XXXI

        ¡Oh fe del meditabundo!
      ¡Oh fe después del pensar!
      Sólo si viene un corazón al mundo
      rebosa el vaso humano y se hincha el mar.

                                 XXXII

        Soñé a Dios como una fragua
      de fuego, que ablanda el hierro,
      como un forjador de espadas,
      como un bruñidor de aceros
      que iba firmando en las hojas
      de luz: Libertad.--Imperio.

                                XXXIII

        Yo amo a Jesús que nos dijo:
      Cielo y tierra pasarán.
      Cuando cielo y tierra pasen
      mi palabra quedará.
      ¿Cuál fué, Jesús, tu palabra?
      ¿Amor? ¿Perdón? ¿Caridad?
      Todas tus palabras fueron
      una palabra: Velad.
      Como no sabéis la hora
      en que os han de despertar,
      os despertarán dormidos,
      si no veláis: despertad.

                                 XXXIV

        Hay dos modos de conciencia:
      una es luz, y otra, paciencia.
      Una estriba en alumbrar
      un poquito el hondo mar;
      otra, en hacer penitencia
      con caña o red, y esperar
      el pez, como pescador.
      Dime tú: ¿Cuál es mejor?
      ¿Conciencia de visionario
      que mira en el hondo acuario
      peces vivos
      fugitivos
      que no se pueden pescar,
      o esta maldita faena
      de ir arrojando a la arena,
      muertos, los peces del mar?

                                 XXXV

        Fe empirista. Ni somos ni seremos.
      Todo nuestro vivir es emprestado.
      Nada trajimos; nada llevaremos.

                                 XXXVI

        ¿Dices que nada se crea?
      No te importe, con el barro
      de la tierra, haz una copa
      para que beba tu hermano.

                                XXXVII

        ¿Dices que nada se crea?
      Alfarero, a tus cacharros.
      Haz tu copa y no te importe
      si no puedes hacer barro.

                                XXXVIII

        Dicen que el ave divina
      trocada en pobre gallina,
      por obra de las tijeras
      de aquel sabio profesor
      (fué Kant un esquilador
      de las aves altaneras;
      toda su filosofía,
      un sport de cetrería)
      dicen que quiere saltar
      las tapias del corralón,
      y volar
      otra vez, hacia Platón.
      ¡Hurra! ¡Sea!
      ¡Feliz será quien lo vea!

                                 XXXIX

        Sí, cada uno y todos sobre la tierra iguales:
      el ómnibus que arrastran dos pencos matalones,
      por el camino, a tumbos, hacia las estaciones,
      el ómnibus completo de viajeros banales,
      y en medio un hombre mudo, hipocondríaco, austero,
      a quien se cuentan cosas y a quien se ofrece vino...
      Y allá, cuando se llegue ¿descenderá un viajero
      no más? ¿O habránse todos quedado en el camino?

                                  XL

        Bueno es saber que los vasos
      nos sirven para beber;
      lo malo es que no sabemos
      para qué sirve la sed.

                                  XLI

        ¿Dices que nada se pierde?
      Si esta copa de cristal
      se me rompe, nunca en ella
      beberé, nunca jamás.

                                 XLII

        Dices que nada se pierde,
      y acaso dices verdad;
      pero todo lo perdemos
      y todo nos perderá.

                                 XLIII

        Todo pasa y todo queda;
      pero lo nuestro es pasar,
      pasar haciendo caminos,
      caminos sobre la mar.

                                 XLIV

        Morir... ¿Caer como gota
      de mar en el mar inmenso?
      ¿O ser lo que nunca he sido:
      uno, sin sombra y sin sueño,
      un solitario que avanza
      sin camino y sin espejo?

                                  XLV

        Anoche soñé que oía
      a Dios, gritándome: ¡Alerta!
      Luego era Dios quien dormía,
      y yo gritaba: ¡Despierta!

                                 XLVI

        Cuatro cosas tiene el hombre
      que no sirven en la mar:
      ancla, gobernalle y remos,
      y miedo de naufragar.

                                 XLVII

        Mirando mi calavera
      un nuevo Hamlet dirá:
      He aquí un lindo fósil de una
      careta de carnaval.

                                XLVIII

        Ya noto, al paso que me torno viejo,
      que en el inmenso espejo,
      donde orgulloso me miraba un día,
      era el azogue lo que yo ponía.
      Al espejo del fondo de mi casa
      una mano fatal
      va rayendo el azogue, y todo pasa
      por él como la luz por el cristal.

                                 XLIX

        --Nuestro español bosteza.
      ¿Es hambre? ¿Sueño? ¿Hastío?
      Doctor, ¿tendrá el estómago vacío?
      --El vacío es más bien en la cabeza.

                                   L

        Luz del alma, luz divina,
      faro, antorcha, estrella, sol...
      Un hombre a tientas camina;
      lleva a la espalda un farol.

                                  LI

        Discutiendo están dos mozos
      si a la fiesta del lugar
      irán por la carretera
      o campo atraviesa irán.
      Discutiendo y disputando
      empiezan a pelear.
      Ya con las trancas de pino
      furiosos golpes se dan;
      ya se tiran de las barbas,
      que se las quieren pelar.
      Ha pasado un carretero,
      que va cantando un cantar:
      «Romero, para ir a Roma,
      lo que importa es caminar;
      a Roma por todas partes,
      por todas partes se va».

                                  LII

        En esta España de los pantalones
      lleva la voz el macho;
      mas si un negocio importa
      lo resuelven las faldas a escobazos.

                                 LIII

        Ya hay un español que quiere
      vivir y a vivir empieza,
      entre una España que muere
      y otra España que bosteza.
      Españolito que vienes
      al mundo, te guarde Dios.
      Una de las dos Españas
      ha de helarte el corazón.


                                CXXXVII
                               PARÁBOLAS

                                   I

      Era un niño que soñaba
      un caballo de cartón.
      Abrió los ojos el niño
      y el caballito no vió.
      Con un caballito blanco
      el niño volvió a soñar;
      y por la crin lo cogía...
      ¡Ahora no te escaparás!
      Apenas lo hubo cogido,
      el niño se despertó.
      Tenía el puño cerrado.
      ¡El caballito voló!
      Quedóse el niño muy serio
      pensando que no es verdad
      un caballito soñado.
      Y ya no volvió a soñar.
      Pero el niño se hizo mozo
      y el mozo tuvo un amor,
      y a su amada le decía:
      ¿Tú eres de verdad o no?
      Cuando el mozo se hizo viejo
      pensaba: todo es soñar,
      el caballito soñado
      y el caballo de verdad.
      Y cuando vino la muerte,
      el viejo a su corazón
      preguntaba: ¿Tú eres sueño?
      ¡Quién sabe si despertó!

                                  II

                                    A Don Vicente Clurana.

        Sobre la limpia arena, en el tartesio llano
      por donde acaba España y sigue el mar,
      hay dos hombres que apoyan la cabeza en la mano;
      uno duerme, y el otro parece meditar.
      El uno, en la mañana de tibia primavera,
      junto a la mar tranquila,
      ha puesto entre sus ojos y el mar que reverbera,
      los párpados, que borran el mar en la pupila.
      Y se ha dormido, y sueña con el pastor Proteo,
      que sabe los rebaños del marino guardar;
      y sueña que le llaman las hijas de Nereo,
      y ha oído los caballos de Poseidón hablar.
      El otro mira al agua. Su pensamiento flota;
      hijo del mar, navega--o se pone a volar.
      Su pensamiento tiene un vuelo de gaviota,
      que ha visto un pez de plata en el agua saltar.
      Y piensa: «Es esta vida una ilusión marina
      de un pescador que un día ya no puede pescar.»
      El soñador ha visto que el mar se le ilumina,
      y sueña que es la muerte una ilusión del mar.

                                  III

        Érase de un marinero
      que hizo un jardín junto al mar,
      y se metió a jardinero.
      Estaba el jardín en flor,
      y el jardinero se fué
      por esos mares de Dios.

                                  IV

                               CONSEJOS

        Sabe esperar, aguarda que la marea fluya,
      --así en la costa un barco--sin que el partir te inquiete.
      Todo el que aguarda sabe que la victoria es suya;
      porque la vida es larga y el arte es un juguete.
      Y si la vida es corta
      y no llega la mar a tu galera,
      aguarda sin partir y siempre espera,
      que el arte es largo y, además, no importa.

                                   V

                            PROFESIÓN DE FE

        Dios no es el mar, está en el mar; riela
      como luna en el agua, o aparece
      como una blanca vela;
      en el mar se despierta o se adormece.
      Creó la mar, y nace
      de la mar cual la nube y la tormenta;
      es el Creador y la criatura lo hace;
      su aliento es alma, y por el alma alienta.
      Yo he de hacerte, mi Dios, cual tú me hiciste,
      y para darte el alma que me diste
      en mí te he de crear. Que el puro río
      de caridad que fluye eternamente,
      fluya en mi corazón. ¡Seca, Dios mío,
      de una fe sin amor la turbia fuente!

                                  VI

        El Dios que todos llevamos,
      el Dios que todos hacemos,
      el Dios que todos buscamos
      y que nunca encontraremos.
      Tres dioses o tres personas
      del solo Dios verdadero.

                                  VII

        Dice la razón: Busquemos
      la verdad.
      Y el corazón: Vanidad.
      La verdad ya la tenemos.
      La razón: ¡Ay, quién alcanza
      la verdad!
      El corazón: Vanidad.
      La verdad es la esperanza.
      Dice la razón: Tú mientes.
      Y contesta el corazón:
      Quien miente eres tú, razón,
      que dices lo que no sientes.
      La razón: Jamás podremos
      entendernos, corazón.
      El corazón: Lo veremos.

                                 VIII

        Cabeza meditadora,
      ¡qué lejos se oye el zumbido
      de la abeja libadora!

        Echaste un velo de sombra
      sobre el bello mundo, y vas
      creyendo ver, porque mides
      la sombra con un compás.

        Mientras la abeja fabrica,
      melifica,
      con jugo de campo y sol,
      yo voy echando verdades
      que nada son, vanidades
      al fondo de mi crisol.
      De la mar al percepto,
      del percepto al concepto,
      del concepto a la idea
      --¡oh, la linda tarea!--
      de la idea a la mar.
      ¡Y otra vez a empezar!


                               CXXXVIII
                               MI BUFÓN

      El demonio de mis sueños
      ríe con sus labios rojos,
      sus negros y vivos ojos,
      sus dientes finos, pequeños.
      Y jovial y picaresco
      se lanza a un baile grotesco,
      luciendo el cuerpo deforme
      y su enorme
      joroba. Es feo y barbudo
      y chiquitín y panzudo.
      Yo no sé por qué razón,
      de mi tragedia, bufón,
      te ríes... Mas tu eres vivo
      por tu danzar sin motivo.



                                ELOGIOS


                                CXXXIX
                   A DON FRANCISCO GINER DE LOS RÍOS

      Como se fué el maestro,
      la luz de esta mañana
      me dijo: Van tres días
      que mi hermano Francisco no trabaja.
      ¿Murió?... Sólo sabemos
      que se nos fué por una senda clara,
      diciéndonos: Hacedme
      un duelo de labores y esperanzas.
      Sed buenos y no más, sed lo que he sido
      entre vosotros: alma.
      Vivid, la vida sigue,
      los muertos mueren y las sombras pasan;
      lleva quien deja y vive el que ha vivido.
      ¡Yunques, sonad; enmudeced, campanas!

        Y hacia otra luz más pura
      partió el hermano de la luz del alba,
      del sol de los talleres,
      el viejo alegre de la vida santa.
      ...Oh, sí, llevad, amigos,
      su cuerpo a la montaña,
      a los azules montes
      del ancho Guadarrama.
      Allí hay barrancos hondos
      de pinos verdes donde el viento canta.
      Su corazón repose
      bajo una encina casta,
      en tierra de tomillos, donde juegan
      mariposas doradas...
      Allí el maestro un día
      soñaba un nuevo florecer de España.

                                     _Baeza, 21 febrero, 1915._


                                  CXL
                 AL JOVEN MEDITADOR JOSÉ ORTEGA GASSET

      A ti laurel y yedra
      corónente, dilecto
      de Sofía, arquitecto.
      Cincel, martillo y piedra
      y masones te sirvan; las montañas
      de Guadarrama frío
      te brinden el azul de sus entrañas,
      meditador de otro Escorial sombrío;
      y que Felipe austero,
      al borde de su regia sepultura,
      asome a ver la nueva arquitectura,
      y bendiga la prole de Lutero.


                                 CXLI
                           A XAVIER VALCARCE

      ...En el Intermedio de la primavera.

      Valcarce, dulce amigo, si tuviera
      la voz que tuve antaño, cantaría
      el intermedio de tu primavera
      --porque aprendiz he sido de ruiseñor un día--,
      y el rumor de tu huerto--entre las flores
      el agua oculta corre, pasa y suena
      por acequias, regatos y atanores--,
      y el inquieto bullir de tu colmena,
      y esa doliente juventud que tiene
      ardores de faunalias,
      y que pisando viene
      la huella a mis sandalias.

        Mas hoy... ¿será porque el enigma grave
      me tentó en la desierta galería,
      y abrí con una diminuta llave
      el ventanal del fondo que da a la mar sombría?
      ¿Será porque se ha ido
      quien asentó mis pasos en la tierra,
      y en este nuevo ejido
      sin rubia mies, la soledad me aterra?

        No sé, Valcarce, mas cantar no puedo;
      se ha dormido la voz en mi garganta,
      y tiene el corazón un salmo quedo.
      Ya sólo reza el corazón, no canta.

        Mas hoy, Valcarce, como un fraile viejo
      puedo hacer confesión, que es dar consejo.

        En este día claro, en que descansa
      tu carne de quimeras y amoríos
      --así en amplio silencio se remansa
      el agua bullidora de los ríos--,
      no guardes en tu cofre la galana
      veste dominical, el limpio traje,
      para llenar de lágrimas mañana
      la mustia seda y el marchito encaje,
      sino viste, Valcarce, dulce amigo,
      gala de fiesta para andar contigo.

        Y cíñete la espada rutilante,
      y lleva tu armadura,
      el peto de diamante
      debajo de la blanca vestidura.

        ¡Quién sabe! Acaso tu domingo sea
      la jornada guerrera y laboriosa,
      el día del Señor, que no reposa,
      el claro día en que el Señor pelea.


                                 CXLII
                         MARIPOSA DE LA SIERRA

                 A Juan Ramón Jiménez, por su libro _Platero y yo_.

      ¿No eres tú, mariposa,
      el alma de estas sierras solitarias,
      de sus barrancos hondos
      y de sus cumbres agrias?
      Para que tú nacieras,
      con su varita mágica
      a las tormentas de la piedra, un día,
      mandó callar un hada,
      y encadenó los montes,
      para que tú volaras.
      Anaranjada y negra,
      morenita y dorada,
      mariposa montés, sobre el romero
      plegadas las alillas o, voltarias,
      jugando con el sol, o sobre un rayo
      de sol crucificadas.
      ¡Mariposa montés y campesina,
      mariposa serrana,
      nadie ha pintado tu color; tú vives
      tu color y tus alas
      en el aire, en el sol, sobre el romero,
      tan libre, tan salada!...
      Que Juan Ramón Jiménez
      pulse por ti su lira franciscana.

      _Sierra de Cazorla, 28 mayo, 1915._


                                CXLIII
                            DESDE MI RINCÓN

                                ELOGIOS

      Al libro _Castilla_, del maestro Azorín,
      con motivos del mismo.

      Con este libro de melancolía,
      toda Castilla a mi rincón me llega;
      Castilla la gentil y la bravía,
      la parda y la manchega.
      ¡Castilla, España de los largos ríos
      que el mar no ha visto y corre hacia los mares;
      Castilla de los páramos sombríos,
      Castilla de los negros encinares.
      Labriegos transmarinos y pastores
      trashumantes--arados y merinos--,
      labriegos con talante de señores,
      pastores del color de los caminos.
      Castilla de grisientos peñascales,
      pelados serrijones,
      barbechos y trigales,
      malezas y cambrones.
      Castilla azafranada y polvorienta,
      sin montes, de arreboles purpurinos,
      Castilla visionaria y soñolienta
      de llanuras, viñedos y molinos.
      Castilla--hidalgos de semblante enjuto,
      rudos jaques y orondos bodegueros--,
      Castilla--trajinantes y arrieros
      de ojos inquietos, de mirar astuto--,
      mendigos rezadores,
      y frailes pordioseros,
      boteros, tejedores,
      arcadores, perailes, chicarreros,
      lechuzos y rufianes,
      fulleros y truhanes,
      caciques y tahures y logreros.
      ¡Oh, venta de los montes!--Fuencebada,
      Fonfría, Oncala, Manzanal, Robledo.--
      ¡Mesón de los caminos y posada
      de Esquivias, Salas, Almazán, Olmedo!
      La ciudad diminuta y la campana
      de las monjas que tañe, cristalina...
      ¡Oh, dueña doñeguil tan de mañana
      y amor de Juan Ruiz a doña Endrina!
      Las comadres--Gerarda y Celestina--
      Los amantes--Fernando y Dorotea--
      ¡Oh casa, oh huerto, oh sala silenciosa!
      ¡Oh divino vasar en donde posa
      _sus dulces ojos verdes Melibea_!
      ¡Oh jardín de cipreses y rosales,
      donde Calisto ensimismado piensa,
      que tornan con las nubes inmortales
      las mismas olas de la mar inmensa!
      ¡Y este hoy que mira a ayer; y este mañana
      que nacerá tan viejo!
      ¡Y esta esperanza vana
      de romper el encanto del espejo!
      ¡Y esta agua amarga de la fuente ignota!
      ¡Y este filtrar la gran hipocondría
      de España siglo a siglo y gota a gota!
      ¡Y este alma de Azorín... y este alma mía
      que está viendo pasar, bajo la frente,
      de una España la inmensa galería,
      cual pasa del ahogado en la agonía
      todo su ayer, vertiginosamente!
      Basta. Azorín, yo creo
      en el alma sutil de tu Castilla,
      y en esa maravilla
      de tu hombre triste del balcón, que veo
      siempre añorar, la mano en la mejilla.
      Contra el gesto del persa, que azotaba
      la mar con su cadena;
      contra la flecha que el tahur tiraba
      al cielo, creo en la palabra buena.
      Desde un pueblo que ayuna y se divierte,
      ora y eructa, desde un pueblo impío
      que juega al mus, de espaldas a la muerte,
      creo en la libertad y en la esperanza,
      y en una fe que nace
      cuando se busca a Dios y no se alcanza,
      y en el Dios que se lleva y que se hace.

                                 ENVÍO

        ¡Oh, tú, Azorín que de la mar de Ulises
      viniste al ancho llano
      en donde el gran Quijote, el buen Quijano,
      soñó con Esplandianes y Amadises;
      buen Azorín, por adopción manchego,
      que guardas tu alma ibera,
      tu corazón de fuego
      bajo el recio almidón de tu pechera
      --un poco libertario
      de cara a la doctrina,
      ¡admirable Azorín, el reaccionario
      por asco de la greña jacobina!--;
      pero tranquilo, varonil--la espada
      ceñida a la cintura
      y con santo rencor acicalada--,
      sereno en el umbral de tu aventura!
      ¡Oh, tú, Azorín, escucha: España quiere
      surgir, brotar, toda una España empieza.
      ¿Y ha de helarse en la España que se muere?
      ¿Ha de ahogarse en la España que bosteza?
      Para salvar la nueva epifanía
      hay que acudir, ya es hora,
      con el hacha y el fuego al nuevo día.
      Oye cantar los gallos de la aurora.

                                       _Baeza, 1913._


                                 CXLIV
                          A UNA ESPAÑA JOVEN

      ...Fué un tiempo de mentira, de infamia. A España toda,
      la malherida España, de Carnaval vestida
      nos la pusieron, pobre y escuálida y beoda
      para que no acertara la mano con la herida.

        Fué ayer; éramos casi adolescentes; era
      con tiempo malo, encinta de lúgubres presagios,
      cuando montar quisimos en pelo una quimera,
      mientras la mar dormía ahita de naufragios.

        Dejamos en el puerto la sórdida galera,
      y en una nave de oro nos plugo navegar
      hacia los altos mares, sin aguardar ribera,
      lanzando velas y anclas y gobernalle al mar.

        Ya entonces, por el fondo de nuestro sueño--herencia
      de un siglo que vencido sin gloria se alejaba--
      un alba entrar quería; con nuestra turbulencia
      la luz de las divinas ideas batallaba.

        Mas cada cual el rumbo siguió de su locura;
      agilitó su brazo, acreditó su brío;
      dejó como un espejo bruñida su armadura
      y dijo: «El hoy es malo, pero el mañana... es mío».

        Y es hoy aquel mañana de ayer... Y España toda
      con sucios oropeles de Carnaval vestida
      aún la tenemos: pobre y escuálida y beoda,
      mas hoy de un vino malo: la sangre de su herida.

        Tú, juventud más joven, si de más alta cumbre
      la voluntad te llega, irás a tu aventura
      despierta y transparente a la divina lumbre,
      como el diamante clara, como el diamante pura.

                                               _Enero, 1915._


                                 CXLV
                            ESPAÑA, EN PAZ

      En mi rincón moruno, mientras repiquetea
      el agua de la siembra bendita en mis cristales
      yo pienso en la lejana Europa que pelea,
      el fiero norte, envuelto en lluvias otoñales.

        Donde combaten galos, ingleses y teutones,
      allá, en la vieja Flandes y en una tarde fría,
      sobre jinetes, carros, infantes y cañones
      pondrá la lluvia el velo de su melancolía.

        Envolverá la niebla el rojo expoliario
      --sordina gris al férreo claror del campamento--,
      las brumas de la Mancha caerán como un sudario
      de la flamenca duna sobre el fangal sangriento.

        Un César ha ordenado las tropas de Germania
      contra el francés heroico y el triste moscovita,
      y osó hostigar la rubia pantera de Britania.
      Medio planeta en armas contra el teutón milita.

        ¡Señor! La guerra es mala y bárbara; la guerra,
      odiada de las madres, las almas entigrece;
      mientras la guerra pasa, ¿quién sembrará la tierra?
      ¿Quién segará la espiga que junio amarillece?

        Albión acecha y caza las quillas en los mares;
      Germania arruina templos, moradas y talleres;
      la guerra pone un soplo de hielo en los hogares,
      y el hambre en los caminos, y el llanto en las mujeres.

        Es bárbara la guerra y torpe y regresiva;
      ¿por qué otra vez a Europa esta sangrienta racha
      que siega el alma y esta locura acometiva?
      ¿por qué otra vez el hombre de sangre se emborracha?

        La guerra nos devuelve las podres y las pestes
      del Ultramar cristiano; el vértigo de horrores
      que trajo Atila a Europa con sus tartareas huestes;
      las hordas mercenarias, los púnicos rencores;
      la guerra nos devuelve los muertos milenarios
      de cíclopes, centauros, Heracles y Teseos;
      la guerra resucita los sueños cavernarios
      del hombre con peludos mammuthes giganteos.

        ¿Y bien? El mundo en guerra y en paz España sola.
      ¡Salud, oh buen Quijano! Por si ese gesto es tuyo,
      yo te saludo. ¡Salve! Salud, paz española,
      si no eres paz cobarde, sino desdén y orgullo.

        Si eres desdén y orgullo, valor de ti, si bruñes
      en esa paz, valiente, la enmohecida espada,
      para tenerla limpia, sin tacha, cuando empuñes
      el arma de tu vieja panoplia arrinconada;
      si pules y acicalas tus hierros para, un día,
      vestir de luz y, erguida: _heme aquí, pues, España
      en alma y cuerpo, toda, para una guerra mía,
      heme aquí, pues, vestida para la propia hazaña_,
      decir para que diga quien oiga: _es voz, no es eco,
      el buen manchego habla palabras de cordura,
      parece que el hidalgo amojamado y seco
      entró en razón, y tiene espada a la cintura_;
      entonces, paz de España, yo te saludo.
                                          Si eres
      vergüenza humana de esos rencores cabezudos
      con que se matan miles de avaros mercaderes,
      sobre la madre tierra que los parió desnudos;
      si sabes cómo Europa entera se anegaba
      en una paz sin alma, en un afán sin vida,
      y que una calentura cruel la aniquilaba,
      que es hoy la fiebre de esta pelea fratricida;
      si sabes que esos pueblos arrojan sus riquezas
      al mar y al fuego--todos--para sentirse hermanos
      un día ante el divino altar de la pobreza,
      gabachos y tudescos, latinos y britanos,
      entonces, paz de España, también yo te saludo,
      y a ti, la España fuerte, si, en esta paz bendita,
      en tu desdeño esculpes, como sobre un escudo,
      dos ojos que avizoran y un ceño que medita.

                                 _Baeza, 10 de noviembre de 1914._


                                 CXLVI

      _Flor de santidad._--Novela milenaria,
      por don Ramón del Valle-Inclán.

      Esta leyenda en sabio romance campesino,
      ni arcaico ni moderno, por Valle-Inclán escrita,
      revela en los halagos de un viento vespertino,
      la santa flor de alma que nunca se marchita.

        Es la leyenda campo y campo. Un peregrino
      que vuelve solitario de la sagrada tierra
      donde Jesús morara, camina sin camino,
      entre los agrios montes de la galaica sierra.

        Hilando silenciosa, la rueca a la cintura,
      Adega, en cuyos ojos la llama azul fulgura
      de la piedad humilde, en el romero ha visto,
      al declinar la tarde, la pálida figura,
      la frente gloriosa de luz y la amargura
      de amor que tuvo un día el SALVADOR DOM. CRISTO.


                                CXLVII
                        AL MAESTRO RUBÉN DARÍO

      Este noble poeta que ha escuchado
      los ecos de la tarde y los violines
      del otoño en Verlaine, y que ha cortado
      las rosas de Ronsard en los jardines
      de Francia, hoy, peregrino
      de un Ultramar de Sol, nos trae el oro
      de su verbo divino.
      ¡Salterios del loor vibran en coro!
      La nave bien guarnida,
      con fuerte casco y acerada prora,
      de viento y luz la blanca vela henchida
      surca, pronta a arribar, la mar sonora;
      y yo le grito: ¡Salve! a la bandera
      flamígera que tiene
      esta hermosa galera
      que de una nueva España a España viene.

                                               _1904._


                                CXLVIII
                      A LA MUERTE DE RUBÉN DARÍO

      Si era toda en tu verso la armonía del mundo,
      ¿dónde fuiste, Darío, la armonía a buscar?
      Jardinero de Hesperia, ruiseñor de los mares,
      corazón asombrado de la música astral,
      ¿te ha llevado Dionysos de su mano al infierno
      y con las nuevas rosas triunfante volverás?
      ¿Te han herido buscando la soñada florida,
      la fuente de la eterna juventud, capitán?
      Que en esta lengua madre la clara historia quede;
      corazones de todas las Españas, llorad.
      Rubén Darío ha muerto en Castilla del Oro,
      esta nueva nos vino atravesando el mar.
      Pongamos, españoles, en un severo mármol,
      su nombre, flauta y lira, y una inscripción no más:
      nadie esta lira taña, si no es el mismo Apolo,
      nadie esta flauta suene si no es el mismo Pan.

                                              _1915._


                                 CXLIX
              A NARCISO ALONSO CORTÉS, POETA DE CASTILLA

                      _Jam senior, sed cruda deo viridisque senecta._
                                     Virgilio (_Eneida_).

      Tus versos me han llegado a este rincón manchego,
      regio presente en arcas de rica taracea,
      que guardan, entre ramos de castellano espliego,
      narcisos de Citeres y lirios de Judea.

        En tu árbol viejo anida un canto adolescente,
      del ruiseñor de antaño la dulce melodía.
      Poeta, que declaras arrugas en tu frente,
      tu musa es la más noble: se llama Todavía.

        El corazón del hombre con red sutil envuelve
      el tiempo, como niebla de río una arboleda.
      ¡No mires: todo pasa; olvida: nada vuelve!
      Y el corazón del hombre se angustia... ¡Nada queda!

        El tiempo rompe el hierro y gasta los marfiles.
      Con limas y barrenas, buriles y tenazas,
      el tiempo lanza obreros a trabajar febriles,
      enanos con punzones y cíclopes con mazas.

        El tiempo lame y roe y pule y mancha y muerde;
      socava el alto muro, la piedra agujerea;
      apaga la mejilla y abrasa la hoja verde;
      sobre las frentes cava los surcos de la idea.

        Pero el poeta afronta al tiempo inexorable,
      como David al fiero gigante filisteo;
      de su armadura busca la pieza vulnerable,
      y quiere obrar la hazaña a que no osó Teseo.

        Vencer al tiempo quiere. ¡Al tiempo! ¿Hay un seguro
      donde afincar la lucha? ¿Quién lanzará el venablo
      que cace esa alimaña? ¿Se sabe de un conjuro
      que ahuyente ese enemigo, como la cruz al diablo?

        El alma. El alma vence--¡la pobre cenicienta,
      que en este siglo vano, cruel, empedernido,
      por esos mundos vaga escuálida y hambrienta!--
      al ángel de la muerte y al agua del olvido.

        Su fortaleza opone al tiempo, como el puente
      al ímpetu del río sus pétreos tajamares;
      bajo ella el tiempo lleva bramando su torrente,
      sus aguas cenagosas huyendo hacia los mares.

        Poeta, el alma sólo es ancla en la ribera,
      dardo cruel y doble escudo adamantino;
      y en el diciembre helado, rosal de primavera;
      y sol del caminante y sombra del camino.

        Poeta, que declaras arrugas en tu frente,
      tu noble verso sea más joven cada día;
      que en tu árbol viejo suene el canto adolescente,
      del ruiseñor eterno la dulce melodía.

                                _Venta de Cárdenas, 24 octubre._


                                  CXL
                              MIS POETAS

      El primero es Gonzalo de Berceo llamado,
      Gonzalo de Berceo, poeta y peregrino,
      que yendo en romería acaeció en un prado,
      y a quien los sabios pintan copiando un pergamino.
      Trovó a Santo Domingo, trovó a Santa María,
      y a San Millán, y a San Lorenzo y Santa Oria,
      y dijo: mi dictado non es de juglaría;
      escrito lo tenemos; es verdadera historia.
      Su verso es dulce y grave: monótonas hileras,
      de chopos invernales en donde nada brilla;
      renglones como surcos en pardas sementeras,
      y lejos, las montañas azules de Castilla.
      Él nos cuenta el repaire del romeo cansado;
      leyendo en santorales y libros de oración,
      copiando historias viejas, nos dice su dictado,
      mientras le sale afuera la luz del corazón.


                                  CLI
                        A DON MIGUEL DE UNAMUNO

                       Por su libro _Vida de Don Quijote y Sancho_.

      Este donquijotesco
      Don Miguel de Unamuno, fuerte vasco,
      lleva el arnés grotesco
      y el irrisorio casco
      del buen manchego. Don Miguel camina,
      jinete de quimérica montura,
      metiendo espuela de oro a su locura,
      sin miedo de la lengua que malsina.

            A un pueblo de arrieros,
      lechuzos y tahures y logreros
      dicta lecciones de Caballería.

            Y el alma desalmada de su raza,
      que bajo el golpe de su férrea maza
      aún duerme, puede que despierte un día.

        Quiere enseñar el ceño de la duda
      antes de que cabalgue, al caballero;
      cual nuevo Hamlet, a mirar desnuda
      cerca del corazón la hoja de acero.

        Tiene el aliento de una estirpe fuerte
      que soñó más allá de sus hogares,
      y que el oro buscó tras de los mares.
      Él señala la gloria tras la muerte.
      Quiere ser fundador y dice: Creo,
      Dios y adelante el ánima española...
      Y es tan bueno y mejor que fué Loyola:
      sabe a Jesús y escupe al fariseo.


                                 CLII
                         A JUAN RAMÓN JIMÉNEZ

                               Por su libro _Arias tristes_.

      Era una noche del mes
      de mayo, azul y serena,
      sobre el agudo ciprés
      brillaba la luna llena,

        iluminando la fuente
      en donde el agua surtía,
      sollozando intermitente.
      Sólo la fuente se oía.

        Después, se escuchó el acento
      de un oculto ruiseñor.
      Quebró una racha de viento
      la curva del surtidor.

        Y una dulce melodía
      vagó por todo el jardín:
      entre los mirtos tañía
      un músico su violín.

        Era un acorde lamento
      de juventud y de amor
      para la luna y el viento,
      el agua y el ruiseñor.

        «El jardín tiene una fuente
      y la fuente una quimera...»
      Cantaba una voz doliente,
      alma de la primavera.

        Calló la voz y el violín
      apagó su melodía.
      Quedó la melancolía
      vagando por el jardín.
      Sólo la fuente se oía.


                          PUBLICACIONES DE LA
                       RESIDENCIA DE ESTUDIANTES

    Estas publicaciones responden a la necesidad de buscar una
    expresión de la actividad espiritual que en la RESIDENCIA y en
    torno de ella se ha ido desenvolviendo. Los varios modos en que
    va cuajando esta actividad, estarán representados en diferentes
    series de libros. No se trata, pues, tan sólo, de dar publicidad
    a los trabajos de los Residentes, primeros frutos de su formación
    científica, sino de recoger también otras producciones que han
    nacido al contacto de la RESIDENCIA con el ambiente ideal exterior.
    La obra de la RESIDENCIA ha sabido atraer la atención y el apoyo
    moral de literatos, científicos y políticos, que trabajan unidos
    a su lado, como si se tratase de una obra propia; y este núcleo
    formado en torno de la RESIDENCIA se ha dispuesto con devoción
    y con entusiasmo a sembrar en ella y desde ella, en la juventud
    española, los ideales de la Patria futura. En fin, la continuidad
    de la labor educacional de la RESIDENCIA, la lleva a perpetuar
    en sus publicaciones momentos ejemplares de la cultura universal
    y de la vida nacional, para todo lo cual encontrará cauce en las
    actuales series y en otras nuevas, que a su tiempo saldrán a luz.


                    SERIE I. CUADERNOS DE TRABAJO:

    Con estos cuadernos de Investigación, quisiera la RESIDENCIA
    contribuir a la labor científica española.


    1. EL SACRIFICIO DE LA MISA, por GONZALO DE
       BERCEO. Edición de _Antonio G. Solalinde_.
       (Publicado).                                 1,50 ptas.

    2. CONSTITUCIONES BAIULIE MIRABETI (1328).
       EDICIÓN de _Galo Sánchez_. (Publicado).      1,50 ptas.

    3. ¿QUÉ ES LA ELECTRICIDAD?, por _Blas Cabrera_.
       (Publicado).                                 3,50 ptas.

    4. Un profesor español del siglo XVI: JUAN
       LORENZO PALMIRENO, por _Miguel Artigas_.

    5. BAQUÍLIDES. Traducción del griego, por
       _Pedro Bosch y Gimpera_.

    6. EL RENACIMIENTO EN ESPAÑA. Introducción
       metódica, por _Federico de Onís_.


                          SERIE II. ENSAYOS:

    Componen esta serie trabajos originales que, aun versando sobre
    temas concretos de arte, historia, ética, literatura, etc., tienden
    a expresar una ideología de amplio interés, en forma cálida y
    personal.


     1. MEDITACIONES DEL QUIJOTE. Meditación preliminar
        y Meditación primera, por _J. Ortega y Gasset_.
        (Publicado).                                  3 ptas.

     2. AL MARGEN DE LOS CLÁSICOS, por _Azorín_.
        (Publicado).                               3,50 ptas.

     3. EL PROTECTORADO FRANCÉS EN MARRUECOS Y SUS
        ENSEÑANZAS PARA LA ACCIÓN ESPAÑOLA, por
        _Manuel González Hontoria_. (Publicado).     4 ptas.

     4. EL LICENCIADO VIDRIERA, VISTO POR _Azorín_.
        (Publicado).                                 3 ptas.

     5. ENSAYOS. TOMO I, por _M. de Unamuno_.
        (Publicado).                                 3 ptas.

     6. UN PUEBLECITO, por _Azorín_. (Publicado).    3 ptas.

     7. ENSAYOS. Tomo II, por _M. de Unamuno_.
        (Publicado).                                 3 ptas.

     8. LA EDAD HEROICA, por _Luis de Zulueta_.
        (Publicado).                              2,50 ptas.

     9. ENSAYOS. Tomo III, por _M. de Unamuno_.
        (Publicado).                                 3 ptas.

    10. LA FILOSOFÍA DE HENRI BERGSON, por
       _Manuel G. Morente_. (Publicado).          2,50 ptas.

    11. ENSAYOS. Tomo IV, por _M. de Unamuno_.
       (Publicado).                                  3 ptas.

    12. EL SENTIMIENTO DE LA RIQUEZA EN CASTILLA,
        por _Pedro Corominas_. (Publicado).       3,50 ptas.

    13. CLAVIJO EN GOETHE Y EN BEAUMARCHAIS,
        comentado por _Azorín_.

    14. DICCIONARIO FILOSÓFICO PORTÁTIL,
        por _Eugenio d'Ors_.

    15. LA UNIVERSIDAD ESPAÑOLA, por _F. de Onís_.

    16. EL ARTE ESPAÑOL, por _Manuel B. Cossío_.

    17. MEDITACIÓN DEL ESCORIAL,
        por _J. Ortega y Gasset_.

    18. LA EPOPEYA CASTELLANA,
        por _Ramón Menéndez Pidal_.

    19. EL DERECHO INTERNACIONAL EN LA GUERRA
        GRANDE, por _Gabriel Maura_.

    20. MEDITACIONES DEL QUIJOTE.
        Meditación segunda y Meditación tercera,
        por _J. Ortega y Gasset_.

    21. ENSAYO SOBRE LA HISTORIA CONSTITUCIONAL DE ESPAÑA
        (Estudio de la vida política española en el
        siglo XIX, con los textos de las Constituciones),
        por _Fernando de los Ríos y Urruti_.

    22. ENSAYOS SOBRE SHAKESPEARE,
        por _Ramón Pérez de Ayala_.

    Y otros de Pío Baroja, Gabriel Alomar, Nicolás Achúcarro, Pedro
    Dorado y Montero, etc.

                        SERIE III. BIOGRAFÍAS:

    Para promover viriles entusiasmos, nada como las vidas heroicas
    de hombres ilustres, exaltadas por espíritus gemelos. Esta serie
    consta de ejemplares biografías, cuya traducción se ha confiado a
    escritores competentes.

    1. VIDA DE BEETHOVEN, por _Romain Rolland_.
       Traducción de _Juan Ramón Jiménez_.
       (Publicado).                               3,50 ptas.

    2. VIDA DE MIGUEL ÁNGEL, por _Romain Rolland_.
       Traducción de _Juan Ramón Jiménez_.

    3. VIDA DE TOLSTOY, por _Romain Rolland_.
       Traducción de _Juan Ramón Jiménez_.

    4. VIDA DE CARLOS XII, por _Voltaire_. Traducción
       de _E. Díez-Canedo_.

    5. FICCIÓN Y REALIDAD (Dichtung und Wahrheit),
       por _J. W. Goethe_. Traducción de
      _Ramón María Tenreiro_.

                           SERIE IV. VARIA:

    La RESIDENCIA se propone perpetuar, con esta serie, la eficacia
    de toda manifestación espiritual (lecturas, jiras, conferencias,
    conmemoraciones), que impulse la nueva España hacia un ideal puro,
    abierto y definido.


    1. DE LA AMISTAD Y DEL DIÁLOGO, por _Eugenio
       d'Ors_. (Agotado).

    2. JEAN SÉBASTIEN BACH, AUTEUR COMIQUE, par
      _M. André Pirro_. (Publicado).              1,50 ptas.

    3. APRENDIZAJE Y HEROÍSMO, por _Eugenio d'Ors_
       (Publicado).                                  2 ptas.

    4. FIESTA DE ARANJUEZ, EN HONOR DE AZORÍN.
       Discursos, poesías y cartas. (Publicado).  1,50 ptas.

    5. DISCIPLINA Y REBELDÍA,
       por _Federico de Onís_. (Publicado).           1 pta.

    6. PORVENIR DE LA LITERATURA DESPUÉS DE LA GUERRA,
       por la _Condesa de Pardo Bazán_. (Publicado).  1 pta.

    7. POESÍAS COMPLETAS de _Antonio Machado_,
       en un volumen. (Publicado).                   4 ptas.

    EL SACRIFICIO DE LA MISA, por GONZALO DE BERCEO.
       Edición de ANTONIO G. SOLALINDE.--Precio:  1,50 ptas.

    DE LA AMISTAD Y DEL DIÁLOGO,
       por EUGENIO D'ORS. Agotada.

    MEDITACIONES DEL QUIJOTE,
       por JOSÉ ORTEGA Y GASSET. _Meditación
       preliminar. Meditación primera._--Precio:     3 ptas.

    JEAN SÉBASTIEN BACH, AUTEUR COMIQUE,
       par M. ANDRÉ PIRRO.--Precio:               1,50 ptas.

    AL MARGEN DE LOS CLÁSICOS, por AZORÍN.
       --Precio:                                  3,50 ptas.

    EL PROTECTORADO FRANCÉS EN MARRUECOS Y SUS
       ENSEÑANZAS PARA LA ACCIÓN ESPAÑOLA,
       por MANUEL GONZÁLEZ HONTORIA.--Precio:        4 ptas.

    APRENDIZAJE Y HEROÍSMO, por EUGENIO D'ORS.
       --Precio:                                     2 ptas.

    FIESTA DE ARANJUEZ, en honor de AZORÍN.
      _Discursos_, _poesías_ y _cartas_.
       --Precio:                                  1,50 ptas.

    CONSTITUCIONES BAIULIE MIRABETI.
       Edición de GALO SÁNCHEZ.--Precio:          1,50 ptas.

    EL LICENCIADO VIDRIERA,
       visto por AZORÍN.--Precio:                    3 ptas.

    DISCIPLINA Y REBELDÍA, por FEDERICO DE ONÍS.
       --Precio:                                      1 pta.

    VIDA DE BEETHOVEN, por ROMAIN ROLLAND.
       Traducción de JUAN RAMÓN JIMÉNEZ.
       --Precio:                                  3,50 ptas.

    ENSAYOS. Tomo I, por MIGUEL DE UNAMUNO.
       --Precio:                                     3 ptas.

    UN PUEBLECITO, por AZORÍN.--Precio:              3 ptas.

    ENSAYOS. Tomo II, por MIGUEL DE UNAMUNO.
       --Precio:                                     3 ptas.

    LA EDAD HEROICA, por LUIS DE ZULUETA.
       --Precio:                                  2,50 ptas.

    ENSAYOS. Tomo III, por MIGUEL DE UNAMUNO.
       --Precio:                                     3 ptas.

    LA FILOSOFÍA DE HENRI BERGSON,
       por MANUEL G. MORENTE.--Precio:            2,50 ptas.

    ENSAYOS. Tomo IV, por MIGUEL DE UNAMUNO.
       --Precio:                                     3 ptas.

    PORVENIR DE LA LITERATURA DESPUÉS DE LA GUERRA,
       por la CONDESA DE PARDO BAZÁN.--Precio:        1 pta.

    ¿QUÉ ES LA ELECTRICIDAD?, por BLAS CABRERA.
       --Precio:                                  3,50 ptas.

    EL SENTIMIENTO DE LA RIQUEZA EN CASTILLA,
        por PEDRO COROMINAS.--Precio:             3,50 ptas.

    POESÍAS COMPLETAS, DE ANTONIO MACHADO.--Precio:  4 ptas.


                               PROSPECTO
                                 DE LA
                             RESIDENCIA DE
                              ESTUDIANTES
                             (NO SE VENDE)


              SE ENVÍA A QUIEN LO SOLICITE DEL PRESIDENTE
                   DE LA RESIDENCIA DE ESTUDIANTES
                       CALLE DEL PINAR · MADRID


                              ESTE LIBRO
                         SE ACABÓ DE IMPRIMIR
                  EN EL EST. TIPOGRÁFICO DE FORTANET
                               EN MADRID
                          EL DÍA 11 DE JULIO
                                DE 1917


                          PUBLICACIONES DE LA
                             RESIDENCIA DE
                          ESTUDIANTES: MADRID

                            ADMINISTRACIÓN
                            CALLE DEL PINAR



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