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Title: Comedias, tomo 2 de 3: Las Avispas, la Paz, las Aves, Lisístrata
Author: Aristophanes
Language: Spanish
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NOTA DE TRANSCRIPCIÓN

  * Las cursivas se muestran entre _subrayados_ y las versalitas se han
    convertido a MAYÚSCULAS.

  * Los errores de imprenta han sido corregidos.

  * La ortografía del texto original ha sido modernizada de acuerdo con
    las normas publicadas en 2010 por la Real Academia Española.

  * También se han modernizado las transcripciones de los nombres
    propios y gentilicios de origen griego.

  * Las notas a pie de página han sido renumeradas y colocadas al final
    del libro.

  * Las páginas en blanco han sido eliminadas.



  BIBLIOTECA CLÁSICA
  TOMO XXXIV

  COMEDIAS
  DE
  ARISTÓFANES

  TRADUCIDAS DIRECTAMENTE DEL GRIEGO
  POR
  D. FEDERICO BARÁIBAR Y ZUMÁRRAGA

  TOMO II.

  MADRID
  LUIS NAVARRO, EDITOR
  COLEGIATA, NÚM. 6
  —
  1881



LAS AVISPAS.



NOTICIA PRELIMINAR.


A deplorable estado llegó la administración de justicia en Atenas
durante los primeros años de la guerra del Peloponeso. Contribuían
a ello grandemente de un lado la defectuosa organización de los
tribunales, y de otro la manía de juzgar, litigar y perorar en público,
desarrollada en los atenienses con una furia de que no hay otro
ejemplo. Entre los principales vicios de aquel sistema, aparece desde
luego como de más bulto el de la multiplicidad de los tribunales.
Basta, en efecto, recordar los nombres del Areópago, el Heliástico, el
Epipaladio, el Epidelfinio, el Enfreacio, el Epipritáneo, el Epitalacio
y las Curias del Arconte epónimo, del Arconte-rey, del Polemarca, de
los Tesmotetas, de los Once, de los Catademos, de los Diatetas y de los
Nautódicos, con sus mal definidas y a veces encontradas atribuciones,
para comprender a cuántos abusos y entorpecimientos daría lugar
complicación semejante. Y, sin embargo, leemos con asombro en Jenofonte
que con ser tantos los tribunales y dotados de personal numeroso, no
eran todavía bastantes para dar solución a las infinitas cuestiones que
a su decisión se sometían. «Muchos particulares, dice, vense obligados
a esperar todo un año antes de poder presentar su demanda al Senado
o al pueblo, porque la multitud de negocios es tal, que impide dar
audiencia a todo el mundo.[1]» Pero el origen y verdadera fuente de las
infamias y abusos que los jurados atenienses cometieron debe buscarse,
sin duda alguna, en la ley de Solón que, equiparando la administración
de justicia al ejercicio de los derechos políticos, permitía a todo
ciudadano de treinta años formar parte de los tribunales; pues, como
para el altísimo cargo de juzgar no se exigía circunstancia alguna de
moralidad ni ilustración, los jueces eran fácilmente engañados por
los oradores, que, o tergiversando los hechos, o falseando la ley,
o enterneciendo al tribunal con peroraciones elocuentes, le hacían
pronunciar fallos a todas luces injustos.

Así se explican hechos como el del anciano Tucídides[2], envuelto
por la elocuencia de un hábil abogado, y condenado, no obstante su
inculpabilidad, a una crecida multa: así se explica también, dice el
citado Jenofonte[3], que tantos inocentes pereciesen víctimas de su
altivez, mientras muchos criminales conseguían la absolución libre.
Y si esto ocurría cuando los jueces eran ignorantes sin dejar de ser
honrados, calcúlese a qué extremo llegarían los abusos cuando las
agitaciones políticas y la guerra crearon tal estado de cosas, que el
soborno, la venalidad y la falta de independencia llegaron a ser lo más
corriente y ordinario.

Ya en _Los Acarnienses_ y _Los Caballeros_ pudimos observar que los
campesinos refugiados en Atenas al verificarse la primera incursión
lacedemonia, invadieron los tribunales e hicieron un modo de vivir de
la profesión de juez. Faltos de ocupación y víctimas de una miseria
que las escasas distribuciones de víveres no podían remediar, tenían
su único recurso en los tres óbolos que el Estado pagaba por sesión:
expuestos por su penuria a la venalidad y al soborno, sucedía que
en los negocios privados daban su voto al rico particular que se
lo compraba, y en los asuntos de interés común obedecían dócil y
ciegamente al demagogo, de cuya voluntad dependía el cobrar o no su
sueldo.

A aumentar el desconcierto y escandalosos abusos de los tribunales,
contribuía no poco aquella extraña afición de los atenienses a todo
lo que fuera litigio, proceso y discusión, avivada por los odios de
partido que dividían su democracia.

A este propósito dice discretamente Artaud: «Los debates entre
particulares fácilmente se transformaban en Atenas en públicas
acusaciones; todo hombre distinguido era pronto sospechoso de aspirar
a la tiranía; el derecho de acusar, concedido a todo ciudadano,
secundaba las animosidades, las venganzas, y sobre todo, esas pasiones
envidiosas y malignas de que adolecen los gobiernos populares; la
delación era ya un oficio, y el que denunciaba a un conspirador era
bien acogido con seguridad: he aquí, pues, una fuente abundante de
procesos. En fin, el pasar la vida entera en la calle y en la plaza,
producía una continua necesidad de diversiones y pasatiempos; los
oradores, los sofistas, los retóricos, cuya única ocupación era el
perorar, encontraban siempre una multitud de ociosos, ávidos de
escucharles: los discursos de los abogados en los tribunales no se oían
con menos afán que las arengas políticas; era esto una diversión como
otra cualquiera, y todos los días el pueblo se apiñaba alrededor de la
maroma que marcaba el recinto de los jueces en la plaza de Helia.[4]»

Tantos abusos y ridiculeces no podían pasar sin correctivo ante la
cáustica musa de Aristófanes, pronta a azotar con el látigo de una
sátira implacable todo lo que le parecía injusto o perjudicial. Así
es que después de haberse desatado en _Las Nubes_ contra los sofistas
y sus doctrinas funestas para la juventud, trata de corregir en _Las
Avispas_ los vicios que acabamos de reseñar.

En esta comedia volvemos a encontrar en Filocleón una nueva
personificación del pueblo ateniense, aunque solo bajo su aspecto de
κυαμοτρώξ, _mascullador de habas_, es decir, entregado a la tarea de
juzgar, que casi lo ha vuelto loco. _Bdelicleón_ (enemigo de Cleón),
hijo del maniático juez, le retiene en casa con ánimo de curarle; pero
burlando la vigilancia de dos esclavos que guardaban la puerta de
Filocleón, trata de evadirse, primero por el cañón de la chimenea, y
después por el tejado, y, por último, parodiando a Ulises, escondido
bajo la panza de su asno. Frustradas todas sus tentativas, auméntase
su furor cuando ve llegar a sus colegas, que, vestidos de Avispas, le
llaman para ir al tribunal: este disfraz es un emblema de su carácter
irascible y feroz. Filocleón implora el socorro de sus amigos, y pronto
se traba una contienda entre ellos y sus guardianes. Por fin hay un
momento de tregua en que Bdelicleón refuta las quiméricas ventajas de
ser jueces, y logra atraer a su partido al irritado enjambre.

Su padre cede también, pero con la condición de establecer en su
casa una especie de tribunal. El primer acusado es el perro Labes,
reo sorprendido infraganti delito de hurto de un queso siciliano. La
causa se instruye con toda rapidez y formalidad, y al dar la sentencia
Filocleón absuelve al reo por una equivocación. El haber dejado libre
a un culpable le llena de desesperación, hasta que su hijo se la hace
olvidar llevándole a fiestas y banquetes.

Al llegar a este punto, el asunto de la comedia cambia por completo;
el carácter del juez se transforma en el de un viejo alegre, insolente
y alborotador, y la acción se reduce a las reclamaciones a que da
lugar su intemperancia y a un certamen coreográfico a que provoca el
transformado heliasta a todos los danzantes que se quieran presentar.

Respecto al mérito de esta Comedia debemos decir que no es ciertamente
de las obras más interesantes de Aristófanes, bajo el punto de vista
literario; no abundan en ella tanto como en otras aquellas inagotables
gracias que les dan tanta amenidad; la acción se arrastra lánguida y
desmayadamente, y carece, además, de la unidad necesaria, condición sin
la cual toda obra artística deja mucho que desear.

En cambio, bajo el punto de vista histórico y jurídico, tiene una
importancia inmensa, pues sirve para completar la historia interna de
Atenas, y da curiosas noticias sobre el procedimiento y los tribunales
en aquella ciudad.

Es digna también de mencionarse, al hablar de _Las Avispas_, la famosa
imitación que de ella hizo Racine en sus _Plaideurs_, aunque no sea
más que por ser única en su género. El célebre trágico conservó en
_Los litigantes_ muchos chistes y algunos episodios de Aristófanes;
pero su comedia, como no podía menos, difiere esencialmente de las
del poeta griego, no solo en la forma, sino en la intención, pues se
limita a pintar en _Dauclin_ el carácter de un juez maniático, sin la
significación universal y política que tiene Filocleón.

_Las Avispas_ se representaron un año después de _Las Nubes_, es
decir, el 423 antes de nuestra era, noveno de la guerra del Peloponeso.
No se sabe si fueron premiadas, porque el Escoliasta no nos lo dice,
y es de notar la modestia con que el autor habla de sí mismo en la
_Parábasis_, en cuya parte suele de ordinario encarecer sus medios de
agradar.



PERSONAJES


  SOSIAS.  }
  JANTIAS. } Esclavos de Filocleón.
  BDELICLEÓN.
  FILOCLEÓN.
  CORO DE ANCIANOS vestidos de AVISPAS.
  NIÑOS.
  UN PERRO.
  UNA PANADERA.
  UN ACUSADOR.

       *       *       *       *       *

La escena en Atenas, delante de la casa de Filocleón. La acción
principia algo antes de amanecer.



LAS AVISPAS.


SOSIAS.

¡Hola! ¿Qué haces, desdichado Jantias?

JANTIAS.

Procuro descansar de esta maldita centinela.[5]

SOSIAS.

¿Tan a mal estás con tus costillas? ¿O no sabes la casta de fiera que
guardamos?

JANTIAS.

Lo sé; pero quiero dormir un poco.

SOSIAS.

Peligroso es, mas puedes hacerlo: yo también siento que sobre mis
párpados pesa un sueño dulcísimo.[6]

JANTIAS.

¿Estás loco o frenético como un coribante?[7]

SOSIAS.

No, el sopor que de mí se apodera proviene de Sabacio.[8]

JANTIAS.

Entonces adoras como yo a Sabacio; porque hace un instante cayó también
con sueño profundísimo sobre mis párpados, a modo de enemigo persa; y
he tenido un ensueño maravilloso.

SOSIAS.

Y yo he tenido otro como nunca. Pero cuenta primero el tuyo.

JANTIAS.

Vi a un águila muy grande bajar volando a la plaza pública, y
arrebatando en sus garras un escudo de bronce[9], elevarse con él hasta
el cielo; después vi a Cleónimo[10] que arrojaba aquel mismo escudo.

SOSIAS.

De modo que Cleónimo es un verdadero logogrifo[11]. ¿Cómo, preguntará
algún convidado, una misma fiera puede arrojar su escudo en el mar, en
el cielo y en la tierra?

JANTIAS.

¡Ay de mí! ¿Qué desgracia me anunciará semejante sueño?

SOSIAS.

No te dé cuidado: ningún mal te sucederá, te lo aseguro.

JANTIAS.

Sin embargo, es terrible agüero el de un hombre arrojando su escudo.
Pero cuenta tu sueño.

SOSIAS.

El mío es grandioso: se refiere a toda la nave del Estado.

JANTIAS.

Examina, pues, pronto la quilla del asunto.

SOSIAS.

Creí ver en mi primer sueño, sentados en el Pnix y celebrando una
asamblea, una multitud de carneros, con báculos[12] y mantos burdos;
después me pareció que entre ellos hablaba una omnívora ballena, cuya
voz parecía la de un cerdo a quien están chamuscando.

JANTIAS.

¡Puf!

SOSIAS.

¿Qué te sucede?

JANTIAS.

Basta, basta; no cuentes más; ese sueño apesta a cuero podrido.[13]

SOSIAS.

Aquella maldita ballena tenía una balanza en la cual pesaba grasa de
buey.[14]

JANTIAS.

¡Oh desgracia! Quiere dividir nuestro pueblo.[15]

SOSIAS.

A su lado creí distinguir a Teoro[16], sentado en el suelo con cabeza
de cuervo, y Alcibíades[17] me dijo tartajeando: «Mila, Teolo tiene
cabeza de cuelvo.»

JANTIAS.

Nunca ha balbuceado más oportunamente Alcibíades.[18]

SOSIAS.

¿Y no es un mal agüero el haberse convertido en cuervo Teoro?

JANTIAS.

Nada de eso; es excelente.

SOSIAS.

¿Cómo?

JANTIAS.

¿Que cómo? ¿Era hombre y de repente se ha convertido en cuervo? ¿No
puede conjeturarse sin dificultad, que nos abandonará para irse a los
cuervos?[19]

SOSIAS.

¿Y no te he de dar dos óbolos de salario, siendo tan hábil para
interpretar los sueños?

JANTIAS.

Aguarda, quiero antes exponer el asunto a los espectadores y hacerles
algunas breves advertencias. No esperéis de nosotros nada grandioso,
ni siquiera una risa robada a Mégara.[20] No tenemos ni esclavos que
arrojen de su cesta nueces a los concurrentes,[21] ni un Hércules
furioso por su cena frustrada[22], ni siquiera Eurípides[23] será
otra vez implacablemente censurado; ni sacaremos de nuevo a relucir
con su sal y pimienta a Cleón,[24] por más que le haya elevado tanto
la fortuna. Pero tenemos un argumento bastante racional, no superior
ciertamente a nuestros alcances, pero sí más discreto que el de
cualquiera insustancial comedia. Nuestro dueño, hombre poderoso, que
duerme en la habitación que está bajo el tejado, nos ha mandado que
guardemos a su padre, a quien tiene encerrado para que no salga. Este
se halla atacado de una enfermedad tan extraña que difícilmente la
podríais conocer vosotros, ni aun figurárosla, si no os dijéramos cuál
era. ¿No lo creéis? Pues tratad de adivinarlo. Aminias,[25] el hijo de
Prónapo, dice que es la afición al juego; pero se equivoca.

SOSIAS.

¡Ya lo creo! Se le figura que los demás tienen sus vicios.

JANTIAS.

No; el mal tiene su raíz en otra afición... Ahí está Sosias que le dice
a Dercilo[26] que es la afición a la bebida.

SOSIAS.

No por cierto; esa es una afición de personas decentes.

JANTIAS.

Nicostrato,[27] el de Escambónides,[28] asegura que es la afición a los
sacrificios o a la hospitalidad.

SOSIAS.

Nicostrato, te lo juro por el perro;[29] no es la afición a la
hospitalidad; basta que el nombre impúdico de Filóxeno[30] suene a
hospitalidad, para que él la deteste.

JANTIAS.

En vano os cansáis; no daréis en ello. Mas si lo deseáis saber, callad
y yo os diré el mal que aqueja a mi dueño: es amante del tribunal
como ninguno;[31] su pasión por juzgar le vuelve loco; se desespera si
no se sienta el primero en el banco de los jueces. Durante la noche
no disfruta ni un instante de sueño: si por casualidad se le cierran
un momento los ojos, ya su pensamiento revolotea en el tribunal
alrededor de la clepsidra,[32] y acostumbrado a tener la piedrecilla
de los votos,[33] se despierta con los tres dedos apretados, como
quien ofrece incienso a los dioses en el novilunio. Si ve escrito en
alguna puerta: «Hermoso Demo, hijo de Pirilampo»; en seguida pone al
lado: «Hermosa urna[34] de las votaciones.» Habiendo cantado su gallo
al anochecer, dijo que sin duda le habían sobornado los criminales
para que le despertase tarde.[35] En cuanto cena, pide a gritos los
zapatos; corre al tribunal antes de amanecer, y duerme allí recostado
y pegado como una lapa a una de las columnas. Su severidad le hace
trazar siempre sobre las tablillas la línea condenatoria,[36] de suerte
que siempre, como las abejas o los zánganos, vuelve a su casa con las
uñas llenas de cera. Temeroso de que le falten piedrecitas para las
votaciones, mantiene ahí dentro un banco de grava. Tal es su manía;[37]
cuanto más se trata de corregirle, más se empeña en juzgar. Ahora le
tenemos encerrado con cerrojos para que no salga, pues su hijo siente
en el alma tal enfermedad. Primero trató de persuadirle con afables
palabras a que no llevase el manto burdo, ni saliese de casa, mas no
cambió por eso. Luego le bañó y purgó; y siempre lo mismo. Después
trató de curarle con los ejercicios de los coribantes, y el buen viejo
se escapó con el tambor y se presentó a juzgar en el tribunal. Viendo
la ineficacia de estos medios, lo llevó a Egina y le hizo acostarse
una noche en el templo de Esculapio.[38] Mas en el momento de amanecer
apareció ante la cancela del tribunal. Desde entonces no le dejábamos
salir; pero como se nos escapaba por las canales y buhardillas, tuvimos
que tapar y cerrar con paños todos los agujeros. Mas él, clavando
palitos en la pared, saltaba de uno a otro como un grajo. Por último,
hemos tenido que rodear con una red todo el patio, y así le guardamos.
El viejo se llama Filocleón;[39] ningún nombre, por Júpiter, le está
más propio: su hijo se llama Bdelicleón,[40] y trata de corregir el
feroz carácter de su padre.

BDELICLEÓN (_Asomándose a la ventana_).

¡Eh, Jantias, Sosias! ¿estáis durmiendo?

JANTIAS.

¡Oh!

SOSIAS.

¿Qué hay?

JANTIAS.

Bdelicleón se ha despertado.

BDELICLEÓN.

A ver, pronto aquí uno de vosotros. Mi padre ha entrado en la cocina y
está royendo no se qué como un ratón dentro del agujero. Tú, mira no se
escape por el tubo de los baños; y tú recuéstate contra la puerta.

SOSIAS.

Está bien, señor.

JANTIAS.

¡Oh poderoso Neptuno! ¿Quién hace tanto ruido en la chimenea? ¡Eh, tú!
¿quién eres?

FILOCLEÓN.

Soy el humo que salgo.

BDELICLEÓN.

¡El humo! ¿De qué leña?

FILOCLEÓN.

De higuera.[41]

BDELICLEÓN.

Ya se conoce, por Júpiter, pues es la que despide humo más acre. Ea,
adentro pronto. ¿Dónde está la tapa de la chimenea? Adentro he dicho.
Encima, para mayor seguridad, pondré esta vigueta. Busca ahora otra
salida; soy el más desdichado de los hombres: ¡mañana podrán llamarme
el hijo del ahumado![42]

SOSIAS.

Empuja la puerta. Aprieta ahora mucho y fuerte. Allá voy yo también.
Ten sumo cuidado de la cerradura y el cerrojo, no vaya a roer el
pestillo.

FILOCLEÓN.

¿Qué hacéis? ¿No me dejáis salir a juzgar, grandísimos bribones, y
Dracóntides[43] será absuelto?

BDELICLEÓN.

¿Y eso te causará mucha pena?

FILOCLEÓN.

Apolo, a quien consulté en Delfos, me predijo que moriría cuando se me
escapase un acusado.[44]

BDELICLEÓN.

¡Oh Apolo, patrono nuestro, vaya un oráculo!

FILOCLEÓN.

Vamos, por piedad, déjame salir o estallo.

BDELICLEÓN.

Nunca, Filocleón, nunca; lo juro por Neptuno.

FILOCLEÓN.

Bueno, romperé la red a mordiscos.

BDELICLEÓN.

Si no tienes dientes.

FILOCLEÓN.

¡Oh, qué desdicha!... ¿Cómo podría matarte? ¿Cómo? Traedme pronto mi
espada, o la tablilla condenatoria.

BDELICLEÓN.

Este hombre maquina alguna mala pasada.

FILOCLEÓN.

No, yo te lo aseguro: solo deseo salir a vender el asno con su albarda:
hoy es el día de la luna nueva.[45]

BDELICLEÓN.

Y dime, ¿no lo podría yo vender lo mismo?

FILOCLEÓN.

No tan bien como yo.

BDELICLEÓN.

Muchísimo mejor, por Júpiter. Ea, trae el asno. (_Filocleón vase en
busca del asno._)

JANTIAS.

¡Qué buen pretexto ha imaginado para que le sueltes!

BDELICLEÓN.

Pero no he tragado el anzuelo: en seguida he conocido a dónde iba a
parar. Voy a llevar yo mismo el asno, y así el viejo no conseguirá
salir. — ¡Pobre borriquillo! ¿Por qué te quejas? ¿Porque vas a ser
vendido? Vamos pronto. ¿Por qué gimes? ¿Llevas acaso algún Ulises?

JANTIAS.

Sí, por Júpiter; lleva uno atado al vientre.[46]

BDELICLEÓN.

¿Quién? Veamos.

JANTIAS.

Es él.

BDELICLEÓN.

¿Qué es esto? ¿Quién eres, buen hombre?

FILOCLEÓN.

Ninguno, por Júpiter.

BDELICLEÓN.

¿Ninguno tú? ¿Y de qué tierra?

FILOCLEÓN.

De Ítaca, de la familia fugitiva.

BDELICLEÓN.

Por vida mía, ya sentirás el haberte llamado ninguno. Sácalo cuanto
antes. ¡Oh desdichado, dónde se había metido! ¡Si parece un pollino
escondido debajo de su madre!

FILOCLEÓN.

Si no me soltáis, litigaremos.

BDELICLEÓN.

¿Por qué?

FILOCLEÓN.

Por la sombra del asno.[47]

BDELICLEÓN.

No vales para ello, a pesar de tu extremada audacia.

FILOCLEÓN.

¡Que no valgo! Es que no sabes todavía lo que yo soy; ya lo sabrás
cuando comas lo que te deje el anciano juez.[48]

BDELICLEÓN.

Entra con el asno en casa.

FILOCLEÓN.

¡Oh jueces compañeros míos, y tú, Cleón, socorredme!

BDELICLEÓN.

Grita adentro a puerta cerrada. — Pon tú una porción de piedras en la
entrada; echa de nuevo el cerrojo; atraviesa esa tranca; y, para mayor
seguridad, afiánzala con ese gran mortero.

SOSIAS.

¡Ay! ¿de dónde me ha caído este terroncillo?

JANTIAS.

Quizá te lo haya arrojado algún ratón.

SOSIAS.

¿Un ratón? ¡Ca! Es ese maldito juez que se desliza por entre las tejas.

JANTIAS.

¡Oh desgracia! Ese hombre se ha convertido en pájaro. Va a volar.
¿Dónde está, dónde esta la red? (_Como quien espanta un pájaro._) —
¡Eh! ¡Pchist! ¡Pchist! ¡Fuera de ahí! ¡Pchist!

BDELICLEÓN.

Por Júpiter, más quisiera guardar a Escione[49] que a mi padre.

SOSIAS.

Puesto que le hemos espantado, y ya no puede escapársenos
furtivamente, ¿por qué no dormimos un poco?

BDELICLEÓN.

Pero, desdichado, ¿no ves que dentro de poco vendrán a llamarle sus
compañeros de tribunal?

SOSIAS.

¿Qué dices? Si aún no ha amanecido.

BDELICLEÓN.

Es verdad; hoy se levantan más tarde de lo acostumbrado, porque suelen
venir con sus linternas a media noche, y le llaman cantando dulces
versos de las Fenicias del antiguo Frínico.[50]

SOSIAS.

Pues, si hay necesidad, los apedrearemos.

BDELICLEÓN.

Pero, temerario, esa casta de viejos, cuando se la enfurece es como la
de las avispas; pues en la rabadilla tienen un aguijón agudísimo con el
cual pican, y saltan gritando, y lo lanzan como una centella.[51]

SOSIAS.

Pierde cuidado; tenga yo piedras, y dispersaré todo un enjambre de
jueces.

(_Entran en la casa y llega el coro._)

       *       *       *       *       *

CORO.

Adelante, paso firme. ¿Te retrasas, Comias? Por Júpiter, antes no
eras así; al contrario, eras más duro que una correa de perro: ahora
Carinades te gana a andar. ¡Oh Estrimodoro de Contilo,[52] el mejor
de los jueces! ¿están ahí por casualidad Evérgides y Cabes de Flíos?
¡Diantre, diantre! Aquí se halla cuanto queda de aquella juventud que
florecía cuando tú y yo hacíamos centinela en Bizancio: entonces en
nuestras correrías nocturnas le robamos su artesa a aquella panadera;
la hicimos astillas, y cocimos unas verdolagas. Pero apresurémonos,
amigos; hoy es el juicio de Laques;[53] todos dicen que tiene su
colmena llena de dinero. Por eso Cleón, nuestro patrono, nos mandó
ayer que acudiéramos temprano provistos para tres días de terrible
cólera contra él,[54] a fin de vengarnos de sus injurias. Ea, aprisa,
compañeros, antes de que amanezca. Marchemos mirando a todas partes
con ayuda de las linternas,[55] no caigamos por falta de precaución en
algún lazo.

UN NIÑO.

Padre, padre, cuidado con ese lodazal.

CORO.

Coge esa pajita del suelo, y espabila la linterna.

EL NIÑO.

No, ya la espabilaré con el dedo.

CORO.

Niño, ¿no ves que con el dedo vas a alargar la mecha, ahora que anda
tan escaso el aceite? ¡Ya se conoce que tú no lo compras!

EL NIÑO.

Por Júpiter, si continuáis amonestándonos a puñetazos, apagamos las
linternas y nos vamos a casa. Entonces os quedaréis a oscuras y
andaréis removiendo lodos, como si fueseis patos.

CORO.

Yo castigo a otros mayores. Pero me parece que voy pisando barro. Mucho
será que a lo más dentro de cuatro días no llueva copiosamente. ¡Tanto
crece el pábilo de mi lámpara! Este suele ser signo de gran lluvia.
Además, los frutos tardíos están pidiendo el agua y el soplo del
Bóreas. Pero ¿qué le habrá sucedido al colega que vive en esa casa, que
no sale a reunirse con nosotros? A fe que antes no había que sacarle a
remolque; él iba delante de nosotros cantando versos de Frínico, pues
el amigo es aficionado a la música. Pienso, compañeros, que debemos
pararnos aquí, y llamarle cantando; quizá la melodía de mi canción le
haga salir.

¿Por qué no se presenta el viejo delante de su puerta y ni siquiera
nos responde? ¿Habrá perdido los zapatos? ¿Se habrá dado algún golpe
en el pie andando a oscuras y tendrá hinchado el tobillo? ¿Tendrá
quizá algún bubón? Pues era el más acérrimo de nosotros y el único
inexorable. Si alguno le suplicaba, le decía bajando la cabeza: «Cueces
un guijarro».[56] Puede que haya tomado a pecho el habérsenos escurrido
con mentiras aquel acusado, proclamándose amigo de los atenienses y
primer revelador de lo ocurrido en Samos;[57] quizá esto le tenga con
fiebre, porque el hombre es así. Vamos, amigo mío, levántate, no te
dejes consumir por la ira. Hoy va a ser juzgado un hombre opulento de
los que entregaron a Tracia.[58] Ven a condenarlo.

Anda adelante, muchacho, anda adelante.

EL NIÑO.

Padre, ¿me darás lo que te pida?

CORO.

Sí, hijito mío. ¿Qué cosa buena quieres que te compre? Creo que vas a
pedirme un juego de tabas.

EL NIÑO.

No, papá mío; higos, que me gustan más.

CORO.

Eso no, aunque te ahorques.

EL NIÑO.

Bien; pues no te acompaño.

CORO.

Con mi mezquino sueldo de juez tengo que comprar pan, leña y carne, ¿y
aún me pides higos?

EL NIÑO.

Y bien, padre mío, si al arconte se le antoja que no haya hoy tribunal,
¿dónde compraremos la comida? ¿Puedes darme alguna nueva esperanza o
solo designarme el sagrado camino de Hele?[59]

CORO.

¡Ay! ¡Ay! No sé en verdad cómo cenaremos.

EL NIÑO.

¿Por qué me pariste, madre infeliz, si tanto había de costarme sostener
mi vida?[60]

CORO.

Saquito mío, eres un adorno inútil.[61]

EL NIÑO.

¡Ay! gemir es nuestra suerte.

       *       *       *       *       *

FILOCLEÓN (_asomándose a la ventana_).

Hace rato, amigos míos, que os oigo desde esta ventana y deseo
responderos; pero no me atrevo a cantar. ¿Qué haré? Estos me tienen
cerrado porque quiero ir con vosotros a las judiciales urnas para
hacer alguna de las mías. ¡Oh Júpiter, truena con furia y conviérteme
de repente en humo,[62] o en Proxénides, o en el hijo de Selo,[63]
charlatán infatigable! Compadecido de mi suerte, otórgame esta gracia,
Numen poderoso, o si no, redúceme a cenizas con tu ardiente rayo o
arrástrame con tu impetuoso viento a una salmuera ácida e hirviente, o
trasfórmame en aquella piedra sobre la cual se cuentan los votos.

CORO.

Pero ¿quién te detiene y te cierra la puerta? Di, ya sabes que hablas
con amigos.

FILOCLEÓN.

Mi hijo; pero no gritéis; duerme en la parte anterior de la casa:
hablad más bajo.

CORO.

Pero, tonto, ¿qué pretende impedir al hacer eso?

FILOCLEÓN.

El que juzgue y condene, amigos míos: por lo demás, trata de regalarme;
pero yo no quiero.

CORO.

¿Eso se ha atrevido a decir ese tuno, ese orador a lo
Cleón? . . . . .[64] Nunca hubiera tenido tal osadía ese hombre si no
estuviera comprometido en alguna conspiración. Mas ya que esto sucede,
tienes que intentar alguna nueva estratagema para bajar aquí sin que te
vea tu carcelero.

FILOCLEÓN.

¿Cuál puede ser? Inventadla vosotros; a todo estoy dispuesto; ¡tal
deseo me abrasa de recorrer los bancos con mi concha![65]

CORO.

¿Hay, di, algún agujero que puedas ensanchar por dentro, para
escurrirte por él cubierto de andrajos como el prudente Ulises?[66]

FILOCLEÓN.

Todos están cerrados; no puede salir ni un mosquito. Buscad, buscad
otro medio: ese es impracticable.

CORO.

¿Te acuerdas cuando en la toma de Naxos, estando de servicio, te
escapaste clavando en la muralla unos asadores que habías robado?[67]

FILOCLEÓN.

Ya me acuerdo; pero ¿y qué? Ahora no es lo mismo. Entonces era joven,
y lleno de vigor y energía para robar; además, nadie me custodiaba, y
podía huir seguramente. Ahora hombres armados hasta los dientes están
apostados en todas las salidas: dos de ellos, colocados junto a la
puerta, me observan con asadores en las manos como a un gato que ha
robado carne.

CORO.

Pues inventa cuanto antes otro medio, dulce amigo: ya despierta la
aurora.

FILOCLEÓN.

Lo mejor será roer mi red. Perdóneme este destrozo Dictina,[68] diosa
de las redes.

CORO.

Eso es obrar como hombre que busca su salvación. Dale duro a las
mandíbulas.

FILOCLEÓN.

Ya está roído: chito, no gritéis: mucho cuidado, no nos oiga Bdelicleón.

CORO.

Nada temas, amigo mío, nada temas; si chista, le obligaré a morderse su
propio corazón y a combatir por su existencia, para que entienda que no
se conculcan impunemente las leyes de las venerables diosas.[69] Ata
una cuerda a la ventana, sujétate con ella, y baja henchido el espíritu
del furor de Diopites.[70]

FILOCLEÓN.

Mas, decidme; si mis guardianes notan lo que hago, y tiran de la cuerda
para llevarme adentro, ¿qué es lo que haréis?

CORO.

Te defenderemos y reuniremos todas nuestras fuerzas para que no
consigan su intento: eso es lo que pensamos hacer.

FILOCLEÓN.

Haré lo que decís confiado en vosotros; mas acordaos, si alguna
desgracia me sucede, de levantarme con vuestras manos, y, después de
regarme con vuestras lágrimas, sepultadme bajo la cancela del tribunal.

CORO.

Nada te sucederá, no temas; vamos, mi buen amigo, descuélgate sin miedo
invocando los dioses de la patria.[71]

FILOCLEÓN.

¡Oh Lico, mi señor, héroe vecino mío! Tú, como yo, te deleitas con las
lágrimas perpetuas y los lamentos de los acusados; por oírlos, sin
duda, has elegido ese lugar, siendo el único de los héroes que has
querido vivir junto a los desgraciados: ¡ten compasión de mí y salva
a este tu vecino fiel! Nunca, te lo juro, nunca mancharé tu verja de
madera con ninguna inmundicia.[72]

BDELICLEÓN.

¡Eh, tú, alerta!

SOSIAS.

¿Qué ocurre?

BDELICLEÓN.

Oigo sonar una voz en torno mío.

SOSIAS.

¿Se escurrirá el viejo por alguna parte?

BDELICLEÓN.

No, por Júpiter; se descuelga atado con una cuerda.

SOSIAS.

¿Qué haces, desdichado? No bajes.

BDELICLEÓN.

Sube corriendo a la otra ventana y pégale con este ramo,[73] a ver si
con tus golpes consigues hacerle retroceder.

FILOCLEÓN.

¿No me socorréis, Esmicitión, Tisíades, Cremón, Feredipno,[74] y
cuantos habéis de entender en los procesos de este año? ¿Cuándo me
auxiliaréis si no es ahora, antes de que me arrastren allá dentro?

CORO.

Decidme: ¿por qué tardamos en remover aquella bilis que hierve furiosa
contra todo el que ofende a nuestro enjambre? Enderecemos el aguijón
vengador. Muchachos, pronto, arrojad vuestro manto; corred, gritad,
advertid a Cleón lo que sucede. Decidle que venga y que castigue a ese
hombre enemigo de la república y digno del último suplicio, pues se
atreve a sostener la inconveniencia de los juicios y procesos.

BDELICLEÓN.

Amigos míos, oíd lo que ha ocurrido y no gritéis.

CORO.

Pondremos el grito en el cielo, y no abandonaremos a nuestro colega.
¿No es esto intolerable y tiránico a todas luces? ¡Oh ciudadanos! ¡Oh
Teoro,[75] despreciador de los dioses! ¡Oh aduladores que nos presidís!

JANTIAS (_A Bdelicleón_).

¡Diantre, tienen aguijones! ¿No los ves, señor?

BDELICLEÓN.

Son los que atravesaron a Filipo, el hijo de Gorgias.

CORO.

Y los que te atravesarán a ti. Ea, dirijámonos todos contra él;
acometámosle con el aguijón desenvainado, en buen orden, llenos de ira
y de furor, para que conozca al fin a qué enjambre ha irritado.

JANTIAS.

Por Júpiter, el negocio se pone serio, si hay que reñir; tiemblo cuando
veo sus aguijones.

CORO.

Suelta a nuestro amigo; si no, yo te aseguro que has de envidiar a las
tortugas la dureza de su concha.

FILOCLEÓN.

Ea, compañeros, rabiosas avispas, precipitaos unos con furia sobre sus
nalgas; picadle otros los ojos y los dedos.

BDELICLEÓN.

¡Midas, Frigio, Masintias,[76] acudid! ¡Sujetadle y no le soltéis por
nada del mundo! Si no, ayunaréis en el cepo. Ya sé yo que casi siempre
es más el ruido que las nueces.[77]

CORO.

Si no lo sueltas, te clavaré el aguijón.

FILOCLEÓN.

Heroico Cécrope,[78] rey nuestro, cuyo cuerpo termina en dragón,
¿consentirás que así me traten estos bárbaros, a quienes he enseñado a
llevar su _quénice_ con cuatro medidas de lágrimas?[79]

CORO.

¡Qué temibles males afligen a la vejez! Ahora esos dos bribones sujetan
a viva fuerza a su anciano señor, y no se acuerdan de las pieles y
pequeñas túnicas que les compró en otro tiempo, ni de las monteras de
piel de perro, ni del cuidado que tenía para que en el invierno no se
les enfriasen los pies; pero en su impudente mirada no se ve el menor
agradecimiento por los viejos zapatos.

FILOCLEÓN.

¿No me soltarás, bestia feroz? ¿No te acuerdas de cuando te sorprendí
robando uvas y te até a un olivo y te vapuleé de lo lindo, hasta el
punto de que daba envidia verte? — Pero eres un ingrato, suéltame tú;
y tú también, antes de que venga mi hijo.

CORO.

Pronto y bien vais a pagar vuestro atrevimiento; así comprenderéis,
bribones, que os las habéis con hombres justicieros, iracundos, de
terrible mirada.

BDELICLEÓN.

Sacúdeles, sacúdeles Jantias; arroja de casa estas avispas.

JANTIAS.

Eso estoy haciendo; ahuyéntalas tú con una densa humareda.[80]

SOSIAS.

¿No os iréis al infierno? ¡Ah! ¿No os largáis? Buen palo en ellos.

JANTIAS.

Echa tú al fuego para hacer humo a Esquines, hijo de Selarcio.[81] Por
fin os hemos ahuyentado.

BDELICLEÓN.

No lo hubieras conseguido tan fácilmente, si hubiesen comido versos de
Filocles.[82]

CORO.

¿No está claro como la luz que la tiranía se ha introducido para los
pobres, aprovechándose de nuestro descuido? Y tú, perverso y arrogante
secuaz de Aminias, nos arrebatas las leyes que rigen la república,
y, como dueño absoluto, ni siquiera disculpas tu usurpación con un
pretexto o con una elegante arenga.

BDELICLEÓN.

¿No podríamos sin golpes ni alharacas conferenciar como buenos amigos,
y hacer las paces?

CORO.

¿Conferenciar contigo, enemigo del pueblo, partidario de la monarquía,
amigo de Brásidas,[83] que llevas franjas de lana y no te cortas la
barba?[84]

BDELICLEÓN.

Ciertamente me valdría más abandonar a mi padre, que sufrir todos los
días semejantes borrascas.

CORO.

Pues esto son todavía tortas y pan pintado,[85] como dice el proverbio
vulgar. Hasta ahora no tienes por qué quejarte; pero ya verás, ya
verás, cuando el acusador público te eche en cara todos esos crímenes y
cite y emplace a tus conjurados.[86]

BDELICLEÓN.

¿Pero no os iréis, por todos los dioses? Mirad que si no, estoy
resuelto a moleros a palos todo el día.

CORO.

No, nunca, jamás, mientras me quede un soplo de vida. Bien claro veo
tus aspiraciones a la tiranía.

BDELICLEÓN.

Es fuerte cosa que sea grande o pequeño el motivo, a todo lo hemos de
llamar tiranía y conspiración. Durante cincuenta años, ni una sola
vez oí este dichoso nombre de tiranía; pero ahora es más común que
el del pescado salado, y en el mercado no se oye ya otra cosa. Si
uno compra orfos y no quiere membradas, el que vende estos peces en
el puesto inmediato, grita al momento: «Ese hombre, quiere regalarse
como durante la tiranía».[87] Si otro pide puerros para sazonar las
anchoas, la verdulera, mirándole de soslayo, le dice: «¿Puerros, eh?
¿Quieres restablecer la tiranía, o piensas que Atenas te ha de pagar
los condimentos?»

JANTIAS.

Sin ir más lejos, yo entré ayer al mediodía en casa de una cortesana;
y porque la propuse ciertos ejercicios hípicos, me preguntó furiosa si
quería restablecer la tiranía de Hipias.

BDELICLEÓN.

Eso le agrada al pueblo: y a mí, porque quiero que mi padre cambie de
costumbres, y, dejándose de delaciones, y pleitos y miserias, no salga
de casa al amanecer y viva espléndidamente como Móricos,[88] me acusan
de conjuración y tiranía.

FILOCLEÓN.

Y se te está muy bien empleado; pues yo ni por todas las delicias del
mundo dejaría este género de vida de que pretendes apartarme. A mí no
me gustan las rayas ni las anguilas; un pleito pequeñito cocido en su
correspondiente tartera, me agradaría más.

BDELICLEÓN.

Claro está, como que te has acostumbrado a ello;[89] mas si puedes
callar y escuchar con paciencia lo que te digo, creo que te demostraré
cuán engañado estás.

FILOCLEÓN.

¿Me engaño cuando juzgo?

BDELICLEÓN.

¿No conoces que se burlan de ti esos hombres[90] a quienes rindes culto
y adoración? ¿Que no eres más que un esclavo?

FILOCLEÓN.

¡Esclavo yo! Yo, que mando a todo el mundo.

BDELICLEÓN.

No lo creas: te haces la ilusión de que mandas, y eres un esclavo; y,
si no, dime, padre: ¿qué honra obtienes de disfrutar todos los tributos
de la Grecia?

FILOCLEÓN.

Muchísima: apelo al testimonio de esos amigos.

BDELICLEÓN.

Acepto el arbitraje: soltadle, esclavos.

FILOCLEÓN.

Dadme una espada. Si tus argumentos me vencen, me atravesaré con ella.

BDELICLEÓN.

Y si no, ¿te conformas con la sentencia de esos árbitros?

FILOCLEÓN.

No beberé jamás vino en honor del buen genio.[91]

CORO.

Ahora, adalid nuestro, es preciso que encuentres nuevas razones, a fin
de...

BDELICLEÓN.

Traedme aquí cuanto antes unas tablillas; pero tú ¿qué opinión piensas
sustentar cuando le incitas así?

CORO.

...no hablar como pudiera hacerlo ese joven.[92] Ya ves la inmensa
importancia del certamen, y que lo perderemos si (lo que Dios no
quiera) este sale vencedor.

BDELICLEÓN.

Iré apuntando todo cuanto diga, para que nada se me olvide.

FILOCLEÓN.

¿Qué me decís si este sale vencedor?

CORO.

La turba de los viejos no servirá para nada. En todas las calles
se burlarán de nosotros llamándonos talóforos[93] y mondaduras de
pleitos. Tú, que vas a defender nuestra soberanía, despliega, pues,
atrevidamente todos los recursos de tu lengua.

FILOCLEÓN.

Empezaré por probar desde las primeras palabras que nuestro poder no es
menor que el de los reyes más poderosos. Pues, ¿quién más afortunado,
quién más feliz que un juez? ¿Hay vida más deliciosa que la suya?
¿Existe algún animal más temible, sobre todo si es viejo? Para cuando
salto del lecho, ya me están esperando unos hombrones de cuatro codos
que me escoltan hasta el tribunal: apenas me presento, una mano
delicada, que fue esquilmadora del erario, estrecha blandamente la mía:
los acusados abrazan suplicantes mis rodillas, y me dicen con lastimera
voz: «Ten compasión de mí, padre mío; yo te lo pido por las hurtos que
hayas podido cometer en el ejercicio de alguna magistratura o en el
aprovisionamiento del ejército.» Pues bien, este a quien me refiero no
sabría siquiera si yo existía si no le hubiera absuelto la primera vez.

BDELICLEÓN.

Tomo nota de lo que dices sobre los suplicantes.

FILOCLEÓN.

Entro después, abrumado de súplicas, y calmada mi cólera suelo hacer
en el tribunal todo lo contrario de lo que había prometido; pero
escucho a una muchedumbre de acusados que en todos los tonos piden la
absolución. ¡Oh! ¡Cuántas palabras de miel pueden oír allí los jueces!
Unos lamentan su pobreza, y añaden males fingidos a los verdaderos
hasta lograr que sus desgracias igualen a las nuestras: otros nos
recitan fábulas: estos nos refieren alguna gracia de Esopo:[94]
aquellos dicen un chiste para hacerme reír y desarmar mi ira. Cuando
tales recursos no nos vencen, se presentan de pronto trayendo sus hijos
e hijas de la mano: yo presto atención: ellos, desgreñado el cabello,
prorrumpen en berridos; el padre, temblando, me suplica como a un Dios
que le absuelva siquiera por ellos. «Si te es grata la voz de los
corderos, dice, compadécete de la de mi hijo.» «Si te gusta más la de
las puerquecillas,[95] procura conmoverte con la de mi hija.» Entonces
disminuimos un poco nuestro furor. ¿No es esto, decidme, un gran poder
que nos permite despreciar las riquezas?

BDELICLEÓN.

Nota segunda: el desprecio de las riquezas. Dime ahora cuáles son esas
ventajas por las cuales te crees señor de la Grecia.

FILOCLEÓN.

También cuando se examina la edad de los niños tenemos el privilegio
de verlos desnudos.[96] Si Eagro[97] es citado a juicio, no consigue
salir absuelto basta después de habernos recitado el más hermoso trozo
de la _Níobe_.[98] Si gana un flautista el pleito, en pago de la
sentencia se pone delante de la boca la correa,[99] y nos toca al salir
del tribunal una marcha primorosa. Cuando muere un padre disponiendo
con quién ha de casarse su hija y única heredera, nosotros hacemos
caso omiso del testamento y de la conchita[100] que con tanta gravedad
cubre su sello, y entregamos la hija a quien ha sabido ganarnos con sus
súplicas. Y todo esto sin la menor responsabilidad. Cítame otro cargo
que tenga este privilegio.

BDELICLEÓN.

Te felicito por ese privilegio, que hasta ahora es el único; pero eso
de anular el testamento de la única heredera, me parece injusto.

FILOCLEÓN.

Además, cuando el Senado y el pueblo no saben qué decidir sobre algún
grave asunto, dan un decreto para que los acusados comparezcan ante
los jueces. Entonces Evatlo,[101] y el ilustre Cleónimo,[102] grande
adulador y arrojador de escudos, juran no abandonarnos nunca y
combatir por la muchedumbre. Y dime, ¿ante el pueblo ha podido nunca
orador alguno hacer prevalecer su opinión si no ha dicho antes que los
jueces deben retirarse en cuanto hayan sentenciado un solo pleito? El
mismo Cleón, que todo lo avasalla con sus alaridos, no se atreve a
mordemos; al contrario, vela por nosotros, nos acaricia y nos espanta
las moscas. ¿Has hecho tú eso ni una vez siquiera por tu padre? Pues,
hijo mío, Teoro, el mismo Teoro, aunque no vale menos que el ilustre
Eufemio,[103] coge una esponja del barreño y nos limpia los zapatos.
Considera, pues, de qué bienes quieres excluirme y despojarme: mira si
esto es servidumbre y esclavitud, como decías.

BDELICLEÓN.

Desahógate a gusto; día llegará en que conozcas que esa tu decantada
autoridad se parece a un trasero, siempre sucio por más que se le lave.

FILOCLEÓN.

Pero se me olvidaba lo más delicioso: cuando entro en casa con el
salario, todos corren a abrazarme atraídos por el olorcillo del dinero:
enseguida mi hija me lava, me perfuma los pies[104] y se inclina sobre
mí para besarme; me llama «papá querido» y me pesca con la lengua el
trióbolo que llevo en la boca.[105] Después mi mujercita, toda mimos y
halagos, me presenta una torta riquísima, se sienta a mi lado y me dice
cariñosa: «Come esto, prueba esto otro.» Lo cual me deleita infinito, y
me libra de miraros a la cara a ti o al mayordomo, para ver cuando os
dignaréis servirme la comida, gruñendo y maldiciéndome. Mas para cuando
mi mujer no me trae pronto la torta, tengo este quita-pesares,[106]
muralla en que se estrellan todos los dardos. Por si no me das de
beber, he traído este soberbio porrón con dos asas a modo de orejas
de asno.[107] ¡Cómo rebuzna cuando inclinándome hacia atrás apuro su
contenido! Sus terribles cloqueos ahogan el ruido de tus odres. Mi
poder es por lo menos igual al del padre de los dioses; pues hablan de
mí como del propio Júpiter. Cuando nos alborotamos suelen decir todos
los transeúntes: «Jove soberano, cómo truena el tribunal.» Y cuando
lanzo el rayo de mi indignación, ¡oh!, entonces es de ver cómo me
halagan todos, y cómo el terror descompone el vientre a los más ricos
y soberbios. Tú mismo me temes más que ningún otro; sí, tú, por Ceres.
Yo, en cambio, que me muera si te tengo miedo.

CORO.

Nunca habíamos oído discutir con tanta precisión y habilidad.

FILOCLEÓN.

No; es que esperaba vendimiar una viña abandonada;[108] pues ya conoce
bien mi superioridad en la materia.

CORO.

¡Qué bien lo ha dicho todo! ¡De nada se ha olvidado! Al oírle me
sentía crecer. Ya pensaba estar administrando justicia en las Islas
Afortunadas. ¡Tal es el encanto de su elocuencia!

FILOCLEÓN.

¡Cómo se entusiasma! ¡Ya no cabe en el pellejo! Infeliz, dentro de poco
todo se le van a antojar garrotes.

CORO.

Si quieres salir vencedor, preciso es que emplees todos tus ardides.
Difícil es templar mi cólera, sobre todo hablando en contra mía. Por
tanto, si nada bueno tienes que decir, ya puedes buscar una muela buena
y recién cortada para quebrantar nuestra ira.

BDELICLEÓN.

Ardua, atrevida y superior a las fuerzas de un poeta cómico es
ciertamente la empresa de desarraigar de la ciudad un vicio tan
inveterado. Pero padre mío, hijo de Saturno...[109]

FILOCLEÓN.

No me des ese nombre. Porque si sobre la marcha no me manifiestas que
soy un esclavo, no habrá para ti medio de librarte de la muerte, aunque
me vea privado de participar de los festines en los sacrificios.[110]

BDELICLEÓN.

Escucha, pues, padrecito mío, y desarruga un poco tu fruncido ceño.
Principia por calcular no con piedrecillas, sino con los dedos (la
cuenta no es difícil), cuál es el total de los tributos que nos pagan
las ciudades aliadas; a ellos agrega los impuestos personales, los
céntimos, las rentas, los derechos de los puertos y mercados y el
producto de los salarios y confiscaciones. En junto sumarán unos dos
mil talentos. Cuenta ahora el sueldo anual de los jueces, que son seis
mil, pues nunca excedieron de este número, y hallarás que asciende a
ciento cincuenta talentos.[111]

FILOCLEÓN.

De modo que nuestro sueldo no llega a la décima parte de las
rentas.[112]

BDELICLEÓN.

Justamente.

FILOCLEÓN.

¿A dónde va a parar todo lo demás?

BDELICLEÓN.

A esos que están diciendo siempre: «nunca haremos traición al pueblo
ateniense; siempre combatiremos por la democracia.» Tú, padre mío,
engañado por sus palabras, dejas que te dominen. Ellos en tanto
arrancan a los aliados los talentos por cincuentenas, aterrándoles con
estas amenazas: «O me pagáis tributo, dicen, o no dejo piedra sobre
piedra en vuestra ciudad.» Y tú te contentas con roer los zancajos que
les sobran. A los aliados, en tanto, viendo que la multitud ateniense
vive miserablemente de su salario de juez, se les importa tanto de
ti, como del voto de Comio; mas a ellos les traen a porfía orzas de
conservas, vino, tapices, queso, miel, sésamo, cojines, frascos,
túnicas preciosas, coronas, collares, copas, en fin cuanto contribuye
a la salud y a la riqueza; y a ti, que mandas en ellos, después de tus
infinitos trabajos en mar y tierra, ni siquiera te dan una cabeza de
ajos para guisar tus pececillos.

FILOCLEÓN.

Efectivamente, yo mismo he tenido que enviar a casa de Eucárides[113] a
por tres ajos. Pero me consumes no probándome esa pretendida esclavitud.

BDELICLEÓN.

¿No es esclavitud, y grande, el ver a todos esos bribones y a sus
aduladores ejerciendo las principales magistraturas y cobrando sueldos
soberbios? ¡Tú, con tal que te den los tres óbolos ya estás tan
contento! ¡Tú, que has ganado para ellos todos esos bienes, peleando
por mar y tierra y sitiando ciudades! Pero lo que más me irrita es que
te obliguen a asistir al tribunal de orden ajena, cuando un jovenzuelo
disoluto, el hijo de Quéreas, por ejemplo, ese que anda con las piernas
separadas y aire afeminado y lascivo, entra en casa y te manda que
vayas a juzgar muy temprano y a la hora fijada, porque todo el que se
presente después de la señal no cobrará el trióbolo. Él, en cambio,
aunque llegué tarde cobra un dracma como abogado público.[114] Después,
si un acusado le da algo, hace partícipe de ello a su colega, y ambos
procuran arreglar como puedan el negocio. Entonces es de ver cómo a
modo de aserradores de leña, uno lo suelta y otro lo toma; y cómo
tú te estás con la boca abierta y con los ojos fijos en el pagador
público, sin notar sus manejos.

FILOCLEÓN.

¡Eso hacen conmigo! ¡Ah! ¿Qué dices? Me destrozas el corazón. Ya no sé
ni lo que pienso ni lo que digo.

BDELICLEÓN.

Considera, pues, que tú y todos tus colegas podíais enriqueceros
sin dificultad, si no os dejaseis arrastrar por esos aduladores que
están siempre alardeando de amor al pueblo. Tú, que imperas sobre
mil ciudades desde la Cerdeña al Ponto, solo disfrutas del miserable
sueldo que te dan, y aun ese te lo pagan poco a poco, gota a gota,
como aceite que se exprime de un vellón de lana; en fin, lo preciso
para que no te mueras de hambre. Quieren que seas pobre, y te diré
la razón: para que reconociéndoles por tus alimentadores, estés
dispuesto a la menor instigación a lanzarte como un perro furioso sobre
cualquiera de sus enemigos. Como quieran, nada les será más fácil que
alimentar al pueblo. ¿No tenemos mil ciudades[115] tributarias? Pues
impóngase a cada una la carga de mantener veinte hombres, y veinte mil
ciudadanos[116] vivirán deliciosamente, comiendo carne de liebre,
llenos de toda clase de coronas, bebiendo la leche más pura,[117]
gozando, en una palabra, de todas las ventajas a que les dan derecho
nuestra patria y el triunfo de Maratón. En vez de eso, como si fuerais
jornaleros recolectores de aceituna, seguís al pagador de sueldos.

FILOCLEÓN.

¡Ay, súbito hielo entorpece mi mano; no puedo sostener la espada; me
siento desfallecer![118]

BDELICLEÓN.

Esos intrigantes cuando cobran miedo os dan la Eubea y prometen
distribuir cincuenta celemines de trigo: nunca te han dado, bien lo
sabes, más de cinco celemines, y esos con mil molestias, midiéndolos
uno por uno, y exigiéndote previa justificación de no ser extranjero.
Ahí tienes por qué te tengo encerrado siempre, deseando mantenerte yo
mismo y librarte de insolentes burlas. Resuelto estoy a darte cuanto
quieras, menos ese maldito salario.

CORO.

¡Cuán sabio era el que dijo: «No juzgues sin haber oído a ambas
partes!» (_A Bdelicleón._) Ahora me parece que tú tienes sobrada razón.
Mi cólera se calma, y arrojo estos garrotes. (_A Filocleón._) Cede,
cede a sus consejos, colega y contemporáneo nuestro; no seas obstinado,
ni hagas alarde de tenacidad inflexible. ¡Ojalá tuviera yo un pariente
o amigo que así me aconsejase! Hoy, que se te aparece un dios para
socorrerte y colmarte de favores, recíbelos propicio.

BDELICLEÓN.

Sí, yo le mantendré y le daré cuanto un anciano puede desear: ricos
puches, blancas túnicas, un fino manto y una cortesana que le frote los
riñones.[119] Pero se calla y no dice esta boca es mía. Mala espina me
da.

CORO.

Es que recobra la razón en el mismo punto que la había perdido:
reconoce su culpa, y se arrepiente de haber desoído tanto tiempo tus
exhortaciones. Quizá ahora, más cuerdo, se propone mudar de costumbres
y obedecerte en todo.

FILOCLEÓN.

¡Ay de mí!

BDELICLEÓN.

¿Por qué esa exclamación?

FILOCLEÓN.

Déjate de promesas; lo que yo quisiera era estar allí, sentarme allí
donde el heraldo grita: «El que no haya emitido todavía su voto, que
se levante.» ¡Ah! ¿Por qué no me he de encontrar junto a las urnas
y depositar en ellas el último mi voto? ¡Apresúrate, alma mía! Alma
mía, ¿dónde estás? «Tinieblas, abridme paso.»[120] ¡Oh! Por Hércules
lo juro, mi más vehemente deseo es sentarme hoy entre los jueces y
convencer de robo a Cleón.

BDELICLEÓN.

En nombre de los dioses, padre mío, cede a mis ruegos.

FILOCLEÓN.

¿Qué deseas? Pídeme cuanto quieras, menos una cosa.

BDELICLEÓN.

¿Qué cosa es esa? Di.

FILOCLEÓN.

Que no juzgue; antes de consentirlo, Plutón habrá pronunciado mi
sentencia.

BDELICLEÓN.

Sea, ya que tanto te gusta administrar justicia; pero cuando menos no
acudas ya al tribunal; quédate en casa y juzga a los criados.[121]

FILOCLEÓN.

¿Sobre qué? ¡Tú deliras!

BDELICLEÓN.

Haciendo en casa lo mismo que allí: si la criada abre clandestinamente
la puerta, la condenas a una simple multa; es decir, exactamente
igual que en el tribunal. Todo lo demás se hará también como allí se
acostumbra: cuando caliente el sol, juzgarás desde la mañana sentado
al sol; y cuando nieve o llueva, sentado ante el hogar: así aunque te
levantes al mediodía, ningún tesmoteta[122] te prohibirá la entrada en
el tribunal.

FILOCLEÓN.

Eso me agrada.

BDELICLEÓN.

Además, si un orador habla mucho tiempo, no tendrás que esperar
rabiando de hambre a que concluya, con gran tormento tuyo y del acusado
que teme tu furor.[123]

FILOCLEÓN.

¿Pero podré lo mismo que hasta ahora conocer perfectamente el asunto,
si como en el intervalo?

BDELICLEÓN.

Mejor que en ayunas. ¿No has oído decir a todo el mundo que, cuando los
testigos mienten, los jueces solo pueden comprender el asunto a fuerza
de rumiarlo?

FILOCLEÓN.

Me has convencido. Mas aún no me has dicho quién me pagará los
honorarios.

BDELICLEÓN.

Yo.

FILOCLEÓN.

Bueno, así recibiré yo solo mi paga, y no en compañía de otro: porque
hace poco ese bufón de Lisístrato[124] me jugó la más mala pasada que
puede imaginarse. Había recibido un dracma para los dos, y fuimos a la
pescadería, donde lo cambio en monedas de cobre;[125] luego, en vez
de darme mi parte, me puso en la mano tres escamas; yo, creyendo que
eran tres óbolos, las escondí en la boca; pero ofendido por el olor las
arrojé en seguida y le cité a juicio.

BDELICLEÓN.

¿Y qué dijo?

FILOCLEÓN.

¿Qué dijo? Que yo tenía estómago de gallo. «Digieres fácilmente el
dinero», repetía riéndose.

BDELICLEÓN.

¿Ves cuánto vas ganando hasta en esto?

FILOCLEÓN.

No poco, es verdad. Pero, anda, haz lo que has prometido.

BDELICLEÓN.

Espera un momento; en seguida vuelvo aquí con todo.

FILOCLEÓN.

¡Mirad cómo se cumplen los oráculos! Yo había oído que llegaría día
en que cada ateniense administraría justicia en su propia casa, y
construiría en el vestíbulo un pequeño tribunal, como esas estatuas de
Hécate que se colocan delante de las puertas.

BDELICLEÓN.

Heme aquí: ¿qué tienes que decir? Traigo todo lo que te dije y mucho
más. Este bacín puede colgarse a tu lado para cuando lo necesites.[126]

FILOCLEÓN.

¡Feliz ocurrencia! ¡Excelente remedio para preservar a un viejo de la
retención de orina!

BDELICLEÓN.

Aquí traigo además un hornillo con una escudilla llena de lentejas, por
si se te ocurre comer.

FILOCLEÓN.

Muy bien, muy bien; de modo que cobraré mi salario, aunque tenga
calentura, y podré comer lentejas sin moverme de aquí. Mas ¿para qué me
traes ese gallo?

BDELICLEÓN.

Para que si te duermes durante la defensa de una causa, te despierte
cantando encima de ti.

FILOCLEÓN.

Solo echo de menos una cosa; todo lo demás me satisface.

BDELICLEÓN.

¿Cuál?

FILOCLEÓN.

¿Si pudieras traer la estatua de Lico?[127]

BDELICLEÓN.

Hela aquí; parece el mismo héroe.

FILOCLEÓN.

¡Oh, héroe mi señor! ¡Cuán terrible es tu aspecto! Es el retrato de
Cleónimo.

SOSIAS.

Por eso, aunque es un héroe, no tiene armas.[128]

BDELICLEÓN.

Si te sientas, someteré en seguida a tu decisión una causa.

FILOCLEÓN.

Venga al punto: hace cien años que estoy sentado.

BDELICLEÓN.

Veamos; ¿por qué causa principiaremos? ¿habrá faltado alguno de los
criados? ¡Ah! Trata,[129] que hace poco se dejó quemar el puchero...

FILOCLEÓN.

¡Eh! detente: me has puesto al borde del abismo. ¿Cómo pretendes que
actúe el tribunal sin balaustrada? Precisamente es para nosotros lo más
sagrado.

BDELICLEÓN.

Es verdad, por Júpiter. Corro a casa y la traigo volando. ¡Lo que es la
costumbre!

JANTIAS.

¡Diantre de animal! ¿Es posible que demos de comer a semejante perro?

BDELICLEÓN.

¿Qué pasa?

JANTIAS.

Nada, que Labes,[130] tu perro, ha entrado en la cocina, ha robado un
magnífico queso de Sicilia, y se lo ha engullido.

BDELICLEÓN.

Ya tenemos la primera causa en que ha de entender mi padre. (_A
Jantias._) Comparece tú como acusador.

JANTIAS.

Yo no, por vida mía; otro perro dice que presentará la acusación, si se
instruye el proceso.

BDELICLEÓN.

Bueno; tráete acá los dos.

JANTIAS.

Es lo que hay que hacer.

FILOCLEÓN.

¿Qué es eso?

BDELICLEÓN.

La gamella de los cerdos consagrados a Vesta.[131]

FILOCLEÓN.

¿Osas poner sobre ella tus sacrílegas manos?

BDELICLEÓN.

No; principiando por sacrificar a Vesta,[132] trituraré a mi adversario.

FILOCLEÓN.

Vamos, vamos, principia pronto la acusación; yo ya sé cuál castigo ha
de imponerse.

BDELICLEÓN.

Deja que te traiga las tablillas y el estilo.

FILOCLEÓN.

¡Oh! ¡Me mueles y me asesinas con tus dilaciones! Lo mismo me era
escribir en la arena.

BDELICLEÓN.

Ten.

FILOCLEÓN.

Cita, pues.

BDELICLEÓN.

Ya estoy.

FILOCLEÓN.

¿Quién es ese primero?

BDELICLEÓN.

¡Oh, qué memoria la mía! Esto es atroz. ¿Pues no se me han olvidado las
urnas de los votos?

FILOCLEÓN.

Eh, tú, ¿a dónde vas?

BDELICLEÓN.

A por las urnas.

FILOCLEÓN.

Es inútil; me serviré de estos cacharros.

BDELICLEÓN.

Muy bien; ya tenemos todo lo necesario, excepto la clepsidra.

FILOCLEÓN.

¿No puede pasar por clepsidra este bacín?

BDELICLEÓN.

Eres ingenioso para proporcionarte los útiles precisos y acostumbrados.
Pronto, traed fuego, mirtos e incienso para que principiemos por
invocar a los Dioses.

CORO.

Durante vuestras libaciones uniremos nuestros votos a los vuestros,
congratulándonos de que una reconciliación tan generosa haya seguido a
vuestras disputas y querellas.

BDELICLEÓN.

Principiad, pues, por guardar un silencio religioso.

CORO.

¡Oh Febo! ¡Oh Apolo Pitio! Haz que el negocio que va a resolverse
delante de esa puerta, sea para bien de todos nosotros, libres ya de
nuestros errores. ¡Oh Peán!

BDELICLEÓN.

¡Oh Dios poderoso, Apolo Agieo que velas ante el vestíbulo de mi
casa![133] Acepta este nuevo sacrificio que te ofrezco para que te
dignes suavizar el humor áspero e intratable de mi padre. ¡Oh rey!
endulza con algunas gotas de miel su avinagrado corazón; que sea en
adelante clemente con los hombres; más compasivo con los reos que con
los acusadores; sensible a las súplicas, y que pierda su carácter esa
furia, dolorosa para el que se acerca, como las ortigas.

CORO.

Nosotros unimos a los tuyos nuestros votos en favor del nuevo
magistrado. Pues te queremos, Bdelicleón, desde que nos has dado a
conocer que amas al pueblo como ningún otro joven.

BDELICLEÓN.

Si hay algún juez fuera, que entre; pues en cuanto se principie la
vista no se dejará entrar a nadie.

FILOCLEÓN.

¿Quién es ese acusado? ¡Qué condena le aguarda!

BDELICLEÓN[134] (_Como acusador_).

Oíd el acta de acusación.[135] La suscribe un perro cidatenense contra
Labes de Exona, al que acusa de haberse comido él solo, contra toda
razón y derecho, un queso de Sicilia. La pena, una argolla de higuera.

FILOCLEÓN.

O la muerte canina si se le prueba.

BDELICLEÓN.

Aquí está Labes el acusado.

FILOCLEÓN.

¡Ah, maldito! ¡Qué traza de ladrón tienes! ¿Si creerá que me va a
engañar apretando los dientes?

BDELICLEÓN.

¿Dónde está el querellante, el perro cidatenense?[136]

EL PERRO.

¡Guau! ¡Guau!

BDELICLEÓN.

Aquí está.

FILOCLEÓN.

Ese es otro Labes, bueno solo para ladrar y lamer ollas.

BDELICLEÓN[137] (_Haciendo de heraldo_).

Calla y siéntate. Tú (_A Jantias_), sube y acusa.

FILOCLEÓN.

Vamos, en tanto voy a servirme y sorberme las lentejas.

JANTIAS (_Acusador_).

Ya habéis oído, oh jueces, el escrito de acusación que he presentado
contra Labes: ha cometido contra mí y los marinos la más indigna
felonía; se metió en un rincón oscuro, robó un enorme queso de Sicilia,
y atracándose en las tinieblas...[138]

FILOCLEÓN.

Basta, basta; el hecho está probado: el gran canalla acaba de soltar
junto a mis narices un eructo que apesta a queso.

JANTIAS.

...Se negó a darme la parte que le pedía. Ahora bien; ¿podrá prestaros
servicio alguno quien no da nada a vuestro perro leal?

FILOCLEÓN.

¿No ha dado nada?

JANTIAS.

¡Nada a mí, a su compañero!

FILOCLEÓN.

Se conoce que el mozo tiene los cascos tan calientes como estas
lentejas.

BDELICLEÓN.

Por favor, padre mío; no sentencies antes de haber escuchado a los dos.

FILOCLEÓN.

Pero, querido, si la cosa está clara; si está clamando justicia.

JANTIAS.

No le absolváis: es el perro más egoísta y voraz; recorre en un
instante todo el molde de un queso, y se engulle la costra que le
recubre.[139]

FILOCLEÓN.

Ni siquiera me ha dejado con que cerrar las grietas de mi urna.

JANTIAS.

Castigadle; una sola casa no puede mantener dos ladrones; yo no quiero
ladrar con el estómago vacío; castigadle, pues, o dejaré de ladrar.

FILOCLEÓN.

¡Oh! ¡Oh! ¡Cuántas maldades! El mozo es ladrón de veras. ¿No te parece
lo mismo, gallo mío? ¡Ah! sí, se adhiere a mi opinión. ¡Eh, tesmoteta!
¿Dónde estás? Dame el bacín.

BDELICLEÓN.

Cógelo tú, que yo estoy llamando los testigos. Testigos de Labes,
compareced: son un plato, una mano de mortero, un cuchillo, unas
parrillas, una olla y otros utensilios medio quemados. ¿Acabas de hacer
aguas? ¿O no vas a sentarte nunca?

FILOCLEÓN.

Aún no; pero creo que ese pasará hoy a mayores.[140]

BDELICLEÓN (_A Filocleón_).

¿Serás siempre duro o intratable con los reos? ¿Cebarás siempre en
ellos tu furor? (_Al acusado._) Sube y defiéndete. ¿Por qué te callas?
Habla.

FILOCLEÓN.

Parece que no tiene nada que alegar.

BDELICLEÓN.

Sí que tiene, pero se me figura que le pasa lo que a Tucídides[141] en
otra ocasión, cuando la sorpresa le cerró la boca. Retírate: yo me
encargo de tu defensa. Ya comprenderéis, oh jueces, lo comprometido
que es defender a un perro acusado de crimen tan atroz. Hablaré no
obstante. En primer lugar, es valiente y ahuyenta los lobos.

FILOCLEÓN.

Pero es ladrón y conspirador.

BDELICLEÓN.

No, por Júpiter; es el mejor de los perros, capaz de guardar el rebaño
más numeroso.

FILOCLEÓN.

¿Qué importa si se come el queso?

BDELICLEÓN.

Pero en cambio te defiende, te guarda la puerta, y tiene otras
inmejorables cualidades. Si cometió algún hurto, hay que perdonárselo.
¿No ves que es un ignorantón que ni aun tocar la lira sabe?

FILOCLEÓN.

¡Ojalá tampoco supiera escribir! Así no hubiera redactado su defensa.

BDELICLEÓN.

Oye, honrado juez, a mis testigos. Acércate, buen cuchillo, y declara
en voz alta. Tú eras entonces pagador. Responde claro. ¿No partiste las
porciones que debían ser distribuidas a los soldados? — Dice que sí
las partió.

FILOCLEÓN.

Pues miente el bellaco.

BDELICLEÓN.

¡Oh compasivo juez, ten piedad de su infortunio! El infeliz Labes
siempre come espinas y cabezas de pescados; no para un momento en un
sitio: ese otro solo sirve para guardar la casa,[142] y ya sabe lo que
se hace; así reclama una parte de todo lo que traen, y al que no se la
da, le clava el diente.

FILOCLEÓN.

¡Ah, estoy enfermo! ¡Se me figura que blandeo! ¡Oh desgracia! ¡Yo
enternecido!

BDELICLEÓN.

Yo te lo ruego, padre mío, compadeceos de él, no le condenéis.[143]
¿Dónde están sus hijos? Acercaos, infelices. Aullad, suplicad, llorad
sin consuelo.

FILOCLEÓN.

Baja, baja, baja, baja.[144]

BDELICLEÓN.

Bajaré, aunque esa palabra «baja» ha engañado a muchos. No obstante,
bajaré.

FILOCLEÓN.

¡Vete al infierno! ¿Por qué habré comido esas lentejas? ¿Pues no he
llorado? Creo que esto no me hubiera sucedido si no me hubiera atracado
de esas malditas lentejas.

BDELICLEÓN.

¿Será, pues, absuelto?

FILOCLEÓN.

No he dicho tal cosa.

BDELICLEÓN.

Vamos, padrecito mío, sé más humano. Coge tu voto; da un paso atrás;
échalo en la segunda urna,[145] cerrando un poco los ojos. Absuélvelo,
padre mío.

FILOCLEÓN.

No: tampoco yo sé tocar la lira.

BDELICLEÓN.

Ven, te llevaré yo mismo.

FILOCLEÓN.

¿Es esta la primera urna?[146]

BDELICLEÓN.

Esa.

FILOCLEÓN.

Pues aquí echo mi voto.

BDELICLEÓN.

Cayó en el lazo, y lo absolvió sin saberlo.[147]

FILOCLEÓN.

Veamos; vuelve la urna. ¿Cuál es el resultado?

BDELICLEÓN.

Míralo. Labes, has sido absuelto. Padre, padre, ¿qué te pasa? ¡Agua,
agua! vamos, recóbrate.

FILOCLEÓN.

Dime, ¿de veras ha sido absuelto?

BDELICLEÓN.

Sí.

FILOCLEÓN.

¡Ah, soy perdido!

BDELICLEÓN.

Valor, padre mío, no te aflijas.

FILOCLEÓN.

¿Cómo podré resistir la pena de haber absuelto a un criminal? ¿Qué va a
ser de mí? ¡Oh santos dioses, perdonadme; lo hice a pesar mío; esa, ya
lo sabéis, no es mi costumbre!

BDELICLEÓN.

No lo tomes tan a pecho, padre mío; yo te daré una vida regalada; te
llevaré a cenas y convites; vendrás conmigo a todas las fiestas, y
pasarás dulcemente el resto de tu existencia: ya no se burlará de ti
Hipérbolo. Pero entremos.

FILOCLEÓN.

Haz lo que gustes.

       *       *       *       *       *

CORO.

Id alegres a donde queráis. Escuchad, en tanto, innumerables
espectadores, nuestros prudentes consejos, y procurad que no caigan en
saco roto: esa falta es propia de un auditorio ignorante; vosotros no
la podéis cometer.[148]

Ahora, si amáis la verdad desnuda y el lenguaje sin artificios,
prestadme atención, oh pueblo. El poeta quiere haceros algunos cargos.
Está quejoso de vosotros, que antes le acogisteis tan bien, cuando
imitando unas veces al espíritu profético oculto en el vientre de
Euricles,[149] hizo que otros poetas os presentasen muchas comedias
suyas,[150] y afrontando otras cara a cara el peligro dirigió por su
mano sin ajeno auxilio los vuelos de su Musa. Colmado por vosotros de
gloria y honores, como ningún otro vate, no creyó, sin embargo, haber
llegado a la cúspide de la perfección, ni se enorgulleció por ello,
ni recorrió las palestras para corromper a la juventud deslumbrada
por sus triunfos.[151] Noblemente resuelto a que las Musas que le
inspiran no desciendan jamás al oficio de viles alcahuetas, ha desoído
las reclamaciones del amante, quejoso de ver ridiculizado el objeto
de su torpe pasión. Ya en el extremo de su carrera dramática no luchó
con hombres, sino que manejando intrépido la clava de Hércules,
hubo de atacar a los mayores monstruos. Principió[152] por acometer
audazmente a aquella horrenda fiera, de dientes espantosos, ojos
terribles, flameantes como los de Cinna,[153] rodeado de mil infames
aduladores que a porfía le lamen la cabeza; de voz estruendosa como
la de destructor remolino; de olor a foca y de partes secretas, que
por lo inmundas recuerdan las de los camellos[154] y las lamias.[155]
A la vista de semejante monstruo el miedo no le arrancó regalos
para apaciguarle; al contrario, sintió aumentarse su valor para
defenderos. Así, el año último dirigió de nuevo sus ataques contra
esos vampiros[156] que, pálidos, abrasados por incesante fiebre,
estrangulaban en las tinieblas a vuestros padres y abuelos, y acostados
en el lecho de los ciudadanos pacíficos enemigos de cuestiones,
amontonaban sobre ellos procesos, citaciones y testigos, hasta el
punto de que muchos acudieron aterrados al Polemarca.[157] Esto no
obstante, el año pasado abandonasteis al denodado defensor que puso
todo su ahínco en purgar de tales males a la patria, y le abandonasteis
precisamente cuando sembraba pensamientos de encantadora novedad,
cuyo crecimiento impedisteis por no haberlos comprendido bien;[158]
el autor, sin embargo, jura a menudo entre estas libaciones a Baco,
que jamás oísteis versos cómicos mejores que los suyos. Vergonzoso es
que no entendieseis de seguida su intención profunda; pero al poeta le
consuela el no haber desmerecido en la opinión de los doctos, aunque se
haya estrellado su esperanza por vencer en audacia a sus rivales.

En adelante, queridos atenienses, amad y honrad más a los poetas que
procuran deleitaros con nuevas invenciones: recoged sus pensamientos
y guardadlos en vuestras arcas como manzanas olorosas. Si así lo
hiciereis, vuestros vestidos exhalarán todo el año un suave perfume de
sabiduría.

En otro tiempo éramos infatigables en la danza, infatigables en la
guerra, infatigables, sobre todo, en las lides amorosas. ¡Todo, todo
ha pasado! La blancura de nuestros cabellos vence ya a la del cisne;
fuerza será, sin embargo, reanimar en estos restos el vigor juvenil;
pues mi vejez, según creo, vale más que los rizos, adornos y disolutas
costumbres de muchos jovenzuelos.

Espectadores: si alguno de vosotros se asombra al vernos vestidos
de avispas y no comprende el objeto de nuestro aguijón, fácilmente
disiparé su ignorancia. Nosotros, a quienes veis así armados por
detrás, somos la gente ática única verdaderamente noble y autóctona;
raza valerosísima que tan insignes servicios prestó a la república
cuando el bárbaro, ganoso de arrojarnos de nuestras colmenas, invadió
este territorio llevando delante de sí el incendio y la desolación.
Al punto corrimos a su encuentro, y armados de escudo y lanza,[159]
le atacamos. La ira hervía en nuestros pechos; nos tocábamos hombre
con hombre; nos mordíamos los labios de coraje, y una nube de dardos
oscurecía el cielo:[160] por fin, con ayuda de los Dioses los
derrotamos a la caída de la tarde. Antes del combate una lechuza
había pasado sobre nuestro ejército.[161] Después les perseguimos,
clavándoles nuestro aguijón como furiosos tábanos; ellos huían y
nosotros les picábamos las mejillas y la frente; así es que para los
bárbaros nada hay ya tan temible como la avispa ática.

Terribles éramos en aquel tiempo: nada nos amedrentaba: a bordo de las
trirremes exterminamos los enemigos. No nos cuidábamos entonces de
perorar elegantemente, ni de calumniar a nadie; toda nuestra ambición
se cifraba en ser el mejor remero. De este modo ganamos a los persas
muchas ciudades.[162] Y a nuestro valor se deben principalmente esos
tributos que hoy derrochan los jóvenes.[163]

Si nos miráis con detención, observaréis que somos semejantes a las
avispas en nuestras costumbres y modo de vivir. En primer lugar, cuando
se nos irrita no hay animal más colérico e intratable; y en todo lo
demás hacemos lo que ellas. Reunidos en enjambres nos repartimos
en diferentes avisperos: unos vamos a juzgar con el Arconte,[164]
otros al Odeón,[165] otros con los Once,[166] y otros, pegados a la
pared[167] con la cabeza baja y sin moverse apenas, nos parecemos a
las larvas encerradas en su capullo. El procurarnos la subsistencia
nos es sumamente fácil, pues nos basta para ello picar al primero que
se presenta. Pero hay entre nosotros zánganos desprovistos de aguijón,
que se comen sin trabajar el fruto de nuestros afanes. Y es doloroso,
ciudadanos, que quien nunca peleó, quien nunca se hizo una ampolla
manejando el remo o la lanza en defensa de la república, se apodere así
de nuestro salario. Por tanto, opino que en adelante quien no tenga
aguijón no cobre el trióbolo.

       *       *       *       *       *

FILOCLEÓN.

No, jamás mientras viva dejaré de llevar este manto, al que debí
la salvación en aquella batalla cuando el Bóreas se desencadenó
furioso.[168]

BDELICLEÓN.

¿No deseas tu comodidad?

FILOCLEÓN.

¡Por vida de Júpiter, no hay más que hacerse hermosos trajes! El otro
día me ensucié tanto atracándome de peces fritos, que tuve que pagar
tres óbolos al quita-manchas.

BDELICLEÓN.

Una vez que te has puesto en mis manos, ensaya este nuevo género de
vida, y déjame cuidarte.

FILOCLEÓN.

Bueno, ¿qué quieres que haga?

BDELICLEÓN.

Quítate ese manto ordinario, y ponte en su lugar este más fino.

FILOCLEÓN.

Valía la pena de engendrar y criar hijos para que este pretenda ahora
asfixiarme.[169]

BDELICLEÓN.

Ea, póntelo y calla.

FILOCLEÓN.

Por los dioses, ¿qué especie de vestido es este?

BDELICLEÓN.

Unos le llaman pérsida, otros pelliza.[170]

FILOCLEÓN.

Yo creí que era una manta[171] de las que hacen en Timeta.

BDELICLEÓN.

No es extraño; como nunca has ido a Sardes. Si no, ya la hubieras
conocido.

FILOCLEÓN.

¿Yo? No, por Júpiter; pero se me figura que a lo que más se parece es
al saco peludo de Móricos.[172]

BDELICLEÓN.

Ni por pienso: esto se teje en Ecbatana.

FILOCLEÓN.

¿Hay, pues, allí intestinos de lana?

BDELICLEÓN.

No, hombre, no, esto lo fabrican los bárbaros sin perdonar gasto. Quizá
en esta túnica haya entrado un talento de lana.

FILOCLEÓN.

Entonces debía llamársela _pierde-lana_, más bien que pelliza.

BDELICLEÓN.

Vamos, padre mío, estate quieto un instante y póntela.

FILOCLEÓN.

¡Oh! ¡Qué calor tan horrible me da esta maldita túnica!

BDELICLEÓN.

¿Te la pones o qué?

FILOCLEÓN.

No, por piedad; prefiero, si es preciso, que me metas en un horno.

BDELICLEÓN.

Vamos, ya te la pondré yo: ven acá.

FILOCLEÓN.

Coge siquiera ese gancho.

BDELICLEÓN.

¿Para qué?

FILOCLEÓN.

Para sacarme antes de que me derrita.

BDELICLEÓN.

Quítate esos infames zapatos, y ponte este calzado lacedemonio.

FILOCLEÓN.

¡Cómo! ¡Yo sufrir en mis pies unos zapatos hechos por mis enemigos!

BDELICLEÓN.

Entra el pie y aprieta firme a la suela lacedemonia.

FILOCLEÓN.

No está bien que me obligues a poner el pie en suelo enemigo.

BDELICLEÓN.

Entra ahora el otro.

FILOCLEÓN.

De ninguna manera: uno de estos dedos aborrece a los lacedemonios como
el que más.

BDELICLEÓN.

No hay otro remedio.

FILOCLEÓN.

¡Infeliz de mí, no voy a tener sabañones en la vejez!

BDELICLEÓN.

Vamos pronto; ahora imita el paso afeminado y muelle de los ricos...
Así, como yo.

FILOCLEÓN.

Sea. Di, ¿a quién de los ricos me parezco más en el andar?

BDELICLEÓN.

¿A quién? A un divieso cubierto de un emplasto de ajos.[173]

FILOCLEÓN.

¡Ah, cuánto deseo pasear moviendo las caderas!

BDELICLEÓN.

Veamos otra cosa: ¿sabrás seguir una conversación seria delante de
hombres doctos y bien educados?

FILOCLEÓN.

Sí por cierto.

BDELICLEÓN.

¿De qué hablarás?

FILOCLEÓN.

De muchas cosas. Primero, de cómo Lamia, al verse cogida, produjo un
ruido sospechoso.[174] Después, de cómo Cardopión[175] y su madre...

BDELICLEÓN.

Déjate de fábulas y háblanos de cosas humanas, de asuntos frecuentes en
las conversaciones de familia.

FILOCLEÓN.

También estoy fuerte en el género familiar: había en otro tiempo un
ratón y una comadreja...

BDELICLEÓN.

«Estúpido e ignorante», como decía furioso Teógenes a un
limpia-letrinas. ¿Te atreverás a hablar entre hombres de ratones y
comadrejas?

FILOCLEÓN.

¿Pues de qué hay que hablar?

BDELICLEÓN.

Solo de grandezas: por ejemplo, de la excelentísima diputación, en la
que fuiste parte con Clístenes y Androcles.[176]

FILOCLEÓN.

¡En diputación! ¡Si jamás he ido a ninguna parte, como no haya sido a
Paros, lo cual me valió dos óbolos!

BDELICLEÓN.

Cuenta por lo menos cómo Efudión luchó al pancracio valerosamente con
Ascondas,[177] y aunque viejo encanecido, sin embargo conservaba puños
y riñones de hierro, robustos costados y una fortísima coraza.

FILOCLEÓN.

Basta, basta; no sabes lo que te dices. ¿Dónde se ha visto luchar al
pancracio[178] con coraza?

BDELICLEÓN.

Pues así suelen hablar los sabios. Ahora dime otra cosa. Cuando estés
en un festín con extranjeros, ¿qué hazaña de tu juventud preferirás
contarles?

FILOCLEÓN.

¡Oh! ¡Ya sé, ya sé! Mi más famosa hazaña, cuando robé a Ergasión[179]
los rodrigones.

BDELICLEÓN.

¡Vete al infierno con tus rodrigones! Eso es ridículo. Lo mejor es que
hables de tus cacerías de liebres o jabalíes, o de alguna carrera de
antorchas[180] en que tomaste parte; en fin, de cualquier hecho que
revele tu valor juvenil.

FILOCLEÓN.

Ahora me acuerdo de uno de los más atrevidos: siendo todavía un
rapazuelo, demandé a Failo[181] el andarín por injurias, y le vencí por
dos votos.

BDELICLEÓN.

Basta; recuéstate ahí para que aprendas la manera de conducirte en los
banquetes y conversaciones.

FILOCLEÓN.

¿Cómo me recuesto? Vamos, dime pronto.

BDELICLEÓN.

Con elegancia.

FILOCLEÓN.

¿Así?

BDELICLEÓN.

No.

FILOCLEÓN.

¿Pues cómo?

BDELICLEÓN.

Estira las piernas y déjate caer blandamente sobre los almohadones
como un ligero gimnasta: elogia después los vasos de bronce que haya
por allí; admira las cortinas del patio.[182] En esto presentan agua
para las manos; traen las mesas, comemos; nos lavamos; principian las
libaciones...[183]

FILOCLEÓN.

¿Pero acaso estamos cenando en sueños?

BDELICLEÓN.

La flautista preludia: los convidados son Teoro, Esquines, Fano, Cleón,
Acestor, y al lado de este otro a quien no conozco. Tú estás con ellos.
¿Sabrás continuar las canciones principiadas?[184]

FILOCLEÓN.

Ya lo creo; mejor que cualquier montañés.[185]

BDELICLEÓN.

Veamos; yo soy Cleón; el primero canta el Harmodio,[186] tú
continuarás: «Nunca hubo en Atenas un hombre...»

FILOCLEÓN.

«Tan canalla ni tan ladrón...»

BDELICLEÓN.

¿Eso piensas contestar, desdichado? ¿No ve que te confundirá a gritos y
jurará perderte, aniquilarte y expulsarte del país?

FILOCLEÓN.

Pues yo responderé a sus amenazas con esta otra canción: «En tu loca
ambición del supremo mando, acabarás por arruinar la república, que ya
empieza a vacilar.»[187]

BDELICLEÓN.

Y cuando Teoro, acostado a tus pies, cante cogiéndole la mano a Cleón:
«Amigo, tú que conoces la historia de Admeto, estima a los valientes»;
¿qué contestarás?

FILOCLEÓN.

Lo siguiente: «Yo no puedo ser zorro y proclamarme amigo de los dos
partidos.»

BDELICLEÓN.

A continuación, Esquines, hijo de Selo, hombre docto y único
diestro, cantará: «Bienes y riquezas a Clitágora,[188] a mí y a los
Tesalios...»[189]

FILOCLEÓN.

«Muchas hemos derrochado tú y yo.»

BDELICLEÓN.

Esto lo entiendes bien; mas ya es hora de ir a cenar a casa de
Filoctemon. — ¡Muchacho, muchacho! ¡Criso! Pon nuestra ración en una
cesta,[190] hoy queremos beber de largo.

FILOCLEÓN.

No, no; es muy peligroso el beber; después del vino se rompen las
puertas y llueven bofetones y pedradas, y al día siguiente, cuando se
han dormido los tragos, se encuentra uno que hay que pagar los excesos
de la víspera.

BDELICLEÓN.

No temas semejante cosa tratando con hombres honrados y corteses. O te
excusan ellos mismos con el ofendido, o tú aplicas a lo ocurrido algún
chistoso cuento esópico o sibarítico[191] de los que has oído en la
mesa: la cosa se toma a risa, y no pasa adelante.

FILOCLEÓN.

Pues ya merece la pena de aprender muchos cuentos eso de poder librarme
con uno de pagar cualquiera daño que cause. Ea, vamos; que nadie nos
detenga.

CORO.

Muchas veces he dado prueba de agudo ingenio, y jamás de estupidez;
pero me gana Aminias,[192] ese hijo de Selo, perteneciente a la raza
copetuda,[193] a quien vi un día ir a cenar con Leógoras,[194] llevando
por junto una manzana y una granada, y cuenta que es más hambriento que
Antifonte.[195] Ya fue de embajador a Farsalia,[196] pero allí solo se
reunía a los penestas,[197] padeciendo él mayor penuria que ninguno.

¡Afortunado Autómenes,[198] cuánto envidiamos tu felicidad! Tus hijos
son los más hábiles artistas. El primero, querido de todos, canta
admirablemente al son de la cítara, y la gracia le acompaña; el segundo
es un autor cuyo mérito nunca se ponderará bastante; pero el talento
del último, de Arifrades digo, deja muy atrás al de los otros. Su
padre jura que lo ha aprendido todo por sí propio, sin necesidad de
maestro, y que solo a su talento natural debe la invención de sus
inmundas prácticas en los lupanares. Algunos han dicho que yo me
había reconciliado con Cleón porque me perseguía encarnizadamente y
me martirizaba con sus ultrajes. Ved lo que hay de cierto: cuando yo
lanzaba dolorosos gritos, vosotros os reíais a placer, y en vez de
compadecerme, solo anhelabais que la angustia me inspirase algún chiste
mordaz y divertido. Al notar esto, cejé un poco y le hice algunas
caricias. He ahí por qué «a la cepa le falta ahora su rodrigón.»[199]

JANTIAS.

¡Oh tortugas tres veces bienaventuradas! ¡Cuánto envidio la dura concha
que defiende vuestro cuerpo! ¡Qué sabias y previsoras fuisteis al
cubriros la espalda con un impenetrable escudo! ¡Ay, un nudoso garrote
ha surcado la mía!

CORO.

¿Qué sucede, niño? Porque hasta al más anciano hay derecho para
llamarle niño, cuando se deja pegar.

JANTIAS.

Sucede que nuestro viejo es la peor de las calamidades. Ha sido
el más procaz de todos los convidados, y cuenta que allí estaban
Hipilo, Antifonte, Lico, Lisístrato, Teofrasto, y Frínico; pues sin
embargo, a todos los dejó tamañitos su insolencia. En cuanto se
atracó de los mejores platos, empezó a bailar, a saltar, a reír, a
eructar como un pollino harto de cebada, y a sacudirme de lo lindo,
gritándome: «¡Esclavo, esclavo!» Lisístrato, al verlo así, le lanzó
esta comparación: «Anciano, pareces un piojo resucitado o un burro que
corre a la paja.» Y él, atronándonos los oídos, le replicó con esta:
«Y tú te pareces a una langosta, de cuyo manto se pueden contar todos
los hilos[200] y a Esténelo[201] despojado de su guardarropa.» Todos
aplaudieron, menos Teofrasto, que se mordió los labios como hombre bien
educado. Entonces, encarándosele nuestro viejo, le dijo: «Di tú, ¿a
qué te das tanto tono, y te las echas de persona? Ya sabemos que vives
a costa de los ricos a fuerza de bufonadas.» Así continuó dirigiendo
insultos semejantes a todos, diciendo los chistes más groseros,
cantando historias necias e importunas. Después se ha dirigido hacia
aquí, completamente ebrio, pegando a cuantos encuentra. Mirad, ahí
viene haciendo eses. Yo me largo, para evitar nuevos golpes.

FILOCLEÓN.[202]

Dejadme: marchaos. Voy a dar que sentir a algunos de los que se
obstinan en perseguirme. ¿Os largaréis, bribones? Si no, os tuesto con
esta antorcha.

BDELICLEÓN.

A pesar de tus baladronadas juveniles, te juro que mañana nos has de
pagar tus atropellos. Vendremos en masa a citarte a juicio.

FILOCLEÓN.

¡Ja, ja! ¡A citarme! ¡Qué vejeces! ¿No sabéis que ya ni puedo oír
hablar de pleitos? ¡Ja, ja! Ahora tengo otros gustos: tirad las
urnas. ¿No os vais? ¿Dónde esta el juez? Decidle que se ahorque. (_A
la cortesana._) Sube, manzanita de oro, sube agarrada a esta cuerda;
cógela, pero con precaución, que está algo gastada; sin embargo aún le
gusta que la froten. ¿No has visto con qué astucia te he sustraído a
las torpes exigencias de los convidados? Debes probarme tu gratitud.
Pero no lo harás, demasiado lo sé; ni siquieras lo intentarás; me
engañarás y te reirás en mis narices como lo has hecho con tantos
otros. Oye, si me quieres y me tratas bien, cuando muera mi hijo me
comprometo a sacarte del lupanar y tomarte por concubina, amorcito mío.
Ahora no puedo disponer de mis bienes; soy joven y me atan corto: mi
hijito no me pierde de vista; es gruñón, insoportable y tacaño hasta
partir en dos un comino y aprovechar la pelusilla de los berros. Su
único miedo es el que me eche a perder, pues no tiene más padre que yo.
Pero ahí está. Se dirige apresuradamente hacia nosotros. Hazle frente.
Coge esas teas. Voy a jugarle una partida de muchacho, como él a mí
antes de iniciarme en los misterios.

BDELICLEÓN.

¡Hola, hola, viejo verde! Parece que nos gustan los lindos ataúdes. Mas
lo juro por Apolo, no harás eso impunemente.

FILOCLEÓN.

¡Ah! tú te comerías a gusto un proceso en vinagre.

BDELICLEÓN.

¿No es una indecencia burlarme de ese modo, y arrebatar su flautista a
los convidados?

FILOCLEÓN.

¿Qué flautista? ¿Has perdido el juicio, o sales de alguna tumba?

BDELICLEÓN.

Por Júpiter, esa dardaniense[203] que está contigo.

FILOCLEÓN.

¡Ca! Si es una antorcha encendida en la plaza en honor a los
dioses.[204]

BDELICLEÓN.

¿Una antorcha?

FILOCLEÓN.

Sí, una antorcha.[205] ¿No ves que es de diversos colores?

BDELICLEÓN.

¿Qué es eso negro que tiene en medio?

FILOCLEÓN.

La pez que se derrite al quemarse.

BDELICLEÓN.

Y eso en la parte posterior. ¿No es su trasero?

FILOCLEÓN.

No, es el cabo de la antorcha que sobresale.

BDELICLEÓN.

¿Qué dices? ¿Cuál cabo? Vamos, ven acá.

FILOCLEÓN.

¡Eh, eh! ¿Qué intentas?

BDELICLEÓN.

Llevármela y quitártela: estás ya gastado e impotente.

FILOCLEÓN.

Escucha un momento. Asistía yo a los juegos olímpicos cuando
Efudión,[206] aunque viejo, luchó valerosamente con Ascondas,
concluyendo el anciano por hundir de un puñetazo al joven. Sírvate de
aviso, por si se me ocurriese reventarte un ojo.

BDELICLEÓN.

¡Por Júpiter! Conoces bien a Olimpia.

       *       *       *       *       *

UNA PANADERA. (_A Bdelicleón._)

Socórreme, en nombre de los dioses. Ese hombre me ha arruinado; al
pasar, agitando a tontas y a locas su antorcha, me ha echado a rodar
por la plaza diez panes de a óbolo, y además otros cuatro.

BDELICLEÓN.

¿Ves lo que has hecho? Tu dichoso vino nos va a llenar de pleitos la
casa.

FILOCLEÓN.

No lo creas; un cuentecillo alegre lo arreglará todo: verás cómo me
reconcilio con esta.

LA PANADERA.

Te juro por las dos diosas[207] que no te reirás impunemente de Mirtia,
hija de Ancilión y de Sóstrata, después de haberle echado a perder sus
mercancías.

FILOCLEÓN.

Escucha, mujer: voy a contarte una fábula muy chistosa.

LA PANADERA.

¿Fabulitas a mí, viejo chocho?

FILOCLEÓN.

Al volver una noche Esopo de un banquete le ladró atrevida cierta perra
borracha: «¡Ah perra, perra, le dijo entonces, si cambiases tu maldita
lengua por un poco de trigo, me parecerías más sensata!»

LA PANADERA.

¡Cómo! ¿Te burlas de mí? Pues bien; quienquiera que seas, te cito ante
los inspectores del mercado,[208] para que me indemnices daños y
perjuicios. Querefonte,[209] que está ahí, será mi testigo.

FILOCLEÓN.

Pero, por mi vida, oye a lo menos lo que voy a decirte: quizá te
agrade más. Laso[210] y Simónides tenían en cierta ocasión un certamen
poético, y Laso dijo: «Poco me importa.»

LA PANADERA.

¡Muy bien! Como tú, ¿verdad?

FILOCLEÓN.

¿Y tú, Querefonte, vas a ser testigo de esa mujer amarilla,[211] de esa
Ino[212] precipitándose desde una roca a los pies de Eurípides?

BDELICLEÓN.

Ahí se acerca otro: según parece, también a citarte, pues viene con un
testigo.

       *       *       *       *       *

UN ACUSADOR.

¡Qué desdichado soy!... Anciano, te demando por injurias.

BDELICLEÓN.

¿Por injurias? ¡Ah, no, por piedad, no lo demandes! Yo te pagaré cuanto
pidas, y aun así te quedaré agradecido.

FILOCLEÓN.

Yo también quiero reconciliarme con él: confieso francamente que le he
pegado y apedreado. (_Al acusador._) Pero acércate más: ¿me permites
que yo solo señale la cantidad que debe dársete como indemnización, y
que en adelante sea amigo tuyo, o prefieres fijarla tú?

EL ACUSADOR.

Habla tú, pues detesto los pleitos y negocios.

FILOCLEÓN.

Cierto Sibarita se cayó de un carro y se infirió una grave herida en
la cabeza: es de advertir que no entendía gran cosa de equitación.
Acercósele entonces uno de sus amigos, y le dijo: «Ejercítese cada cual
en el arte que sepa»; por tanto, corre a curarte en casa de Pítalo.[213]

BDELICLEÓN (_A Filocleón._)

Persistes en tus costumbres.

EL ACUSADOR (_Al testigo._)

Acuérdate de su respuesta.

FILOCLEÓN.

Oye, no te vayas. En cierta ocasión rompió una mujer en Síbaris el
cofre de los procesos...

EL ACUSADOR (_Al testigo._)

También te tomo por testigo de lo que dice.

FILOCLEÓN (_Al acusador._)

...El cual cofre hizo atestiguar el hecho; pero la Sibarita le
contestó: «¡Por Proserpina, déjate de testigos y cómprate cuanto antes
una ligadura; eso tendrá más sentido común!»

EL ACUSADOR (_A Filocleón._)

¡Búrlate! ¡búrlate! ¡Ya veremos cuando el arconte mande traer a la
vista tu causa!

BDELICLEÓN (_A Filocleón._)

¡Por Ceres, no estarás aquí más tiempo! Voy a llevarte a la fuerza.

FILOCLEÓN.

¿Qué haces?

BDELICLEÓN.

¿Qué hago? Llevarte adentro. De otro modo no va a haber testigos
suficientes para los infinitos que te demandan.

FILOCLEÓN.

Un día los de Delfos...[214]

BDELICLEÓN.

Poco me importa.

FILOCLEÓN.

...Acusaron a Esopo de haber robado un vaso de Apolo; entonces él contó
que una vez el escarabajo...[215]

BDELICLEÓN.

¡Oh, vete al infierno! Me matas con tus escarabajos.

(_Bdelicleón se lleva a su padre._)

CORO.

Envidio tu felicidad, anciano. ¡Qué cambio en su áspera existencia!
Siguiendo prudentes consejos, va a vivir entre placeres y delicias.
Quizá los desatienda, porque es difícil cambiar el carácter que se tuvo
desde la cuna. Sin embargo, muchos lo consiguieron; consejos ajenos
han logrado modificar a veces nuestras costumbres, ¡Cuántas alabanzas
no alcanzará por esto, en mi opinión y en la de los sabios, el hijo
de Filocleón, tan discreto y cariñoso con su padre! Jamás he visto un
joven tan comedido, de tan amables costumbres. Ninguno me ha regocijado
como él. En todas las respuestas que daba a su padre resplandecía la
razón y el deseo de inspirarle más decorosas aficiones.

       *       *       *       *       *

JANTIAS.

¡Por Baco! Sin duda algún Dios ha revuelto y embrollado nuestra casa.
El viejo, después de haber bebido y haber oído largo rato tocar la
flauta, ebrio de placer, repite toda la noche las antiguas danzas que
Tespis[216] hacía ejecutar a sus coros. Pretende demostrar, bailando
incesantemente, que los trágicos modernos son todos unos lelos sin
sustancia.

FILOCLEÓN (_Declamando_).

¿Quién se sienta a la entrada del vestíbulo?[217]

JANTIAS.

La calamidad se aproxima.

FILOCLEÓN.

Apartad las vallas. Va a principiar el baile...

JANTIAS.

Mejor dirás la locura.

FILOCLEÓN.

...Que aligera mi pecho con su impetuosidad. ¡Cómo mugen mis narices!
¡Cómo suenan mis vértebras!...

JANTIAS.

Bien te vendría una toma de eléboro.[218]

FILOCLEÓN.

Frínico[219] se asusta como un gallo...

JANTIAS.

Pongámonos en salvo.

FILOCLEÓN.

...Que agita sus patas en el aire.

JANTIAS.

¡Eh! mira dónde pisas.

FILOCLEÓN.

¡Con flexibilidad juegan todos mis miembros!

JANTIAS.

Nada, está visto, es una verdadera locura.

FILOCLEÓN.

Ahora desafío a todos mis rivales. Si hay algún trágico que se precie
de danzar bien, venga por acá y tendremos un certamen coreográfico...
¿Se presenta alguno?

BDELICLEÓN.

Este solo.

FILOCLEÓN.

¿Quién es ese desgraciado?

BDELICLEÓN.

El hijo segundo de Carcino.[220]

FILOCLEÓN.

Pronto lo anonadaré; voy a molerle a puñetazos acompasados; pues no
entiende una palabra de ritmos.

BDELICLEÓN.

Pero, ¡infeliz!, ahí viene su hermano, otro trágico carcinita.

FILOCLEÓN.

Voy haciendo provisiones para el almuerzo.

BDELICLEÓN.

Sí, pero solo de cangrejos;[221] por que ahí llega un tercer hijo de
Carcino.

FILOCLEÓN.

¿Qué es eso que se arrastra? ¿Es una araña o una vinagrera?[222]

BDELICLEÓN.

Es un cangrejillo; el más pequeño de la familia. También poeta trágico.

FILOCLEÓN.

¡Oh Carcino, padre feliz de tan hermosa familia! ¡Qué banda de
reyezuelos[223] desciende sobre mí! Fuerza es, ¡ay triste!, que me bata
con ellos. Preparad la salmuera, por si salgo vencedor.

CORO.

Ea, apartémonos un poco, para que puedan hacer sus pruebas delante de
nosotros.

Ea, ilustres hijos de un habitante del mar,[224] hermanos de los
langostinos, danzad sobre la arena en la orilla del estéril piélago.
Moved en círculo vuestros pies; levantad las piernas como Frínico, y al
verlas en el aire, lanzarán gritos de asombro los espectadores.

Gira sobre ti mismo, da vueltas; levanta la pierna hasta el cielo;
trasfórmate en un torbellino. Ahí se adelanta el mismo rey del mar, el
padre de tus rivales, orgulloso de sus hijos. Mas si tenéis gusto en
danzar, hacednos salir cuanto antes, pues nunca hasta ahora se ha visto
terminar la comedia con un baile del coro.[225]


FIN DE LAS AVISPAS.



LA PAZ.



NOTICIA PRELIMINAR.


Cleón y Brásidas, generales de Atenas y Lacedemonia, murieron en un
mismo combate; aquel al retirarse fugitivo, y este en brazos de la
victoria. «Después de la derrota de los atenienses ante Anfípolis, dice
Tucídides,[226] y de la muerte de Brásidas y Cleón, los más ardientes
partidarios de la guerra, el primero porque le debía sus triunfos y
su gloria, y el segundo porque no dejaba de prever que en tiempos
normales serían más patentes sus prevaricaciones y menos atendidas sus
calumnias, los hombres que en ambas ciudades aspiraban a desempeñar
el principal papel, Plistoánax, hijo de Pausanias, rey de Esparta,
y Nicias, hijo de Nicerato, el general afortunado como ninguno, se
declararon en favor de la paz. Pactose está por cincuenta años tras
largas negociaciones, aunque la reconciliación de las dos repúblicas
enemigas siempre tuvo más de aparente que de real.» Alcibíades, cuya
desmedida ambición era un continuo peligro, pues aspiraba no menos
que a recoger la herencia de Pericles, y atropellando por todo,
trataba de comprometer a su patria en una nueva guerra, atizó con sus
intrigas los enconados odios que en el corazón de ambas ciudades se
revolvían; y tal maña se dio que en el año 420 antes de nuestra era,
decimotercio de la guerra del Peloponeso, era ya inminente una nueva
ruptura de hostilidades. Para contener, si era posible, tan espantoso
mal, escribió _La Paz_ Aristófanes, comedia cuyo objeto, idéntico al de
_Los Acarnienses_, es inspirar al pueblo profunda aversión a una guerra
desastrosa y funesta, y confirmarle en el amor a las dulzuras del
estado pacífico, que apenas había empezado a saborear. Para lograr tan
levantado fin, acude el poeta tanto a su inagotable imaginación como
a la audaz energía de que tan elocuente muestra son sus _Caballeros_,
pues a un tiempo que pinta con poético colorido las ventajas de la paz
y da existencia y vida a las más inanimadas abstracciones, levanta con
atrevida mano el hipócrita velo con que se encubrían los enemigos del
reposo público, mostrando al desnudo sus miras interesadas, sus bajas
intenciones y su sospechosa ambición. Los dos partidos que entonces
dividían a Atenas aparecen en _La Paz_ tras una alegoría transparente:
el populacho, los demagogos, las gentes que no teniendo nada que
perder se agrupaban alderredor de Alcibíades, en aquella jarcia de
comerciantes de lanzas, cascos y escudos; y las personas sensatas y
sinceramente amantes de su país, en el noble coro de labradores que
ayuda al audaz Trigeo en la peligrosa tarea de libertar a la patria.
Veamos cómo desarrolla Aristófanes la acción.

Trigeo o _viñador_, condolido de los males que afligen a su patria,
se propone subir al Olimpo en demanda de la Paz; el único medio que
para ello se le ocurre, es alimentar un enorme escarabajo, recordando
la fábula de Esopo en que aquel animalejo consigue llegar hasta el
regazo del padre de los dioses. Caballero en el nuevo Pegaso, lánzase
atrevidamente a los aires, desoyendo las advertencias de su atribulada
familia. Llega por fin al cielo, donde Mercurio, después de un
recibimiento descortés, se aviene a indicarle el modo de desenterrar a
la Paz. Aparécese en esto la Guerra acompañada del Tumulto, y pone a la
vista sus violencias majando en un inmenso mortero ciudades y regiones,
mientras la Paz permanece relegada al fondo de una caverna, obstruida
por enormes peñascos. Trigeo trata de darla libertad y convoca al
efecto a ciudadanos de todos los países, principalmente labradores, que
aparecen armados de cables y palancas. No todos ponen, sin embargo,
igual ahínco en la consecución de la obra, pues mientras los atenienses
y lacedemonios tiran con todas sus fuerzas, los de Mégara blandean por
el hambre, y los de Argos y Beocia tratan, fingiendo ayuda, de anular
sus esfuerzos con ánimo de obtener durante la guerra pingües subsidios
de todos los beligerantes. Por fin la cautiva aparece, y con ella Opora
y Teoría, personificaciones de la abundancia y de las fiestas anejas a
la Paz. En medio del mayor júbilo se ofrece a la deidad rescatada un
sacrificio, turbado solo por las pretensiones de Hierocles, sacerdote
famélico, y las quejas de los vendedores de armas, a los que el nuevo
orden de cosas va a arruinar.

La comedia concluye con las bodas de Trigeo y la Abundancia, celebradas
por un alegre y estrepitoso canto de Himeneo.

Adolece esta pieza de un defecto capital, y es que la ficción
admirablemente sostenida hasta que la Paz sale de la caverna, decae
desde este momento y se arrastra lánguidamente hasta el final. Ni los
más picantes chistes, ni multitud de encantadores detalles, parecidos,
como dice Pierron,[227] a islotes de pura poesía sobrenadando en un
mar de obscenidades y bajezas, ni el diálogo siempre intencionado
y vivo bastan para disimular la pobreza de la acción, que desde el
verso 520,[228] es decir, mucho antes de la mitad de la comedia, queda
reducida a los preparativos necesarios para el ofrecimiento de un
holocausto y la celebración de unas bodas. A esto se agrega, observa
Brumoy,[229] el hallarse llena _La Paz_, más que otras comedias, de
enigmas, alusiones, metáforas y figuras de toda especie, cuyo gusto,
aunque no lo podamos apreciar con la debida precisión, sin embargo,
no era de los más selectos, pues fue ya objeto de acerbas críticas
por parte de los contemporáneos de Aristófanes,[230] hasta tal punto
que este, según la opinión más probable, los corrigió en una segunda
edición, en la cual la Paz, personaje mudo en la conservada, debía de
intervenir en el diálogo y la acción con su compañera la Agricultura.

_La Paz_ se representó el año 13 de la guerra del Peloponeso, 420 antes
de nuestra era, cuya fecha fija suficientemente Aristófanes en el verso
998 de la misma,[231] y obtuvo en el certamen el segundo lugar. «Quizá,
observa un discreto intérprete,[232] al negarle los jueces la primera
corona, quisieron castigar al poeta por haber tenido razón contra la
ceguera popular.»



PERSONAJES.


  DOS ESCLAVOS DE TRIGEO.
  TRIGEO.
  MUCHACHAS, HIJAS DE TRIGEO.
  MERCURIO.
  LA GUERRA.
  EL TUMULTO.
  CORO DE LABRADORES.
  HIEROCLES, adivino.
  UN FABRICANTE DE HOCES.
  UN FABRICANTE DE PENACHOS.
  UN VENDEDOR DE CORAZAS.
  UN FABRICANTE DE TROMPETAS.
  UN FABRICANTE DE CASCOS.
  UN FABRICANTE DE LANZAS.
  UN HIJO DE LÁMACO.
  UN HIJO DE CLEÓNIMO.
  LA PAZ.                }
  OPORA O LA ABUNDANCIA. } Personajes mudos.
  TEORÍA.                }

       *       *       *       *       *

La acción pasa al principio delante de la casa de Trigeo.



LA PAZ.


ESCLAVO PRIMERO.

Vamos, vamos, trae pronto su pastelito al escarabajo.

ESCLAVO SEGUNDO.

Toma, dáselo a ese maldito. ¡Ojalá no coma otro mejor!

ESCLAVO PRIMERO.

Dale otro de excremento de asno.

ESCLAVO SEGUNDO.

Ahí lo tienes también. ¿Pero dónde está el que le trajiste hace un
momento? ¿Se lo ha comido ya?

ESCLAVO PRIMERO.

¡Pues ya lo creo! Me lo arrebató de las manos, le dio una vueltecilla
entre las patas, y se lo tragó enterito. Hazle, hazle otros más grandes
y espesos.

ESCLAVO SEGUNDO.

¡Oh limpia-letrinas, socorredme en nombre de los dioses, si no queréis
que me asfixie!

ESCLAVO PRIMERO.

Otro, otro, confeccionado con excrementos de bardaje; ya sabes que le
gusta la masa muy molida.

ESCLAVO SEGUNDO.

Toma; lo que me consuela es hallarme al abrigo de una sospecha: nadie
dirá que me como la pasta al amasarla.

ESCLAVO PRIMERO.

¡Puf! Venga otro, otro, y otro; no ceses de amasar.

ESCLAVO SEGUNDO.

¡Imposible! No puedo resistir ya el olor de esta letrina. Voy a
llevarlo todo adentro.

ESCLAVO PRIMERO.

Idos al infierno ella y tú.

ESCLAVO SEGUNDO.

¿No me dirá alguno de vosotros que lo sepa, dónde podré comprar una
nariz sin agujeros? Porque es el más repugnante de los oficios, esto
de ser cocinero de un escarabajo. Al fin un cerdo o un perro se tragan
nuestros excrementos tal y como se los encuentran, mas este animal
anda siempre en repulgos, y ni aun se digna tocarlos, si no me he
estado amasando un día entero la bolita, como si hubiera de ofrecerse
a una joven delicada. Pero veamos si ha concluido de comer; voy a
entreabrir un poquito la puerta, para que él no me distinga. ¡Traga,
traga, atrácate hasta que revientes! ¡Cómo devora el maldito! Mueve las
mandíbulas como un atleta sus membrudos brazos: luego agita la cabeza
y las patas, como los que enrollan cables en las naves de carga. ¡Qué
animal tan voraz, fétido e inmundo! No sé qué dios nos ha enviado
semejante regalo, pero seguramente no han sido ni Venus ni las Gracias.

ESCLAVO PRIMERO.

¿Pues cuál?

ESCLAVO SEGUNDO.

Solo ha podido ser Júpiter fulminante.[233] Pero sin duda algún
espectador, alguno de esos jóvenes presumidos de sabios, estará
diciendo ya: ¿Qué es esto? ¿Qué significa ese escarabajo? Y un
jonio[234] sentado a su lado, estoy seguro de que le responde: Todo
esto, si no me engaño, se refiere a Cleón, pues es el único que no
tiene reparo en alimentarse de basura.[235] Pero voy a dar agua al
escarabajo.

       *       *       *       *       *

ESCLAVO PRIMERO.

Y yo voy a explicar el asunto a los niños, a los mozos, a los hombres,
a los viejos, y a los que han traspasado el término ordinario de la
vida. Mi señor tiene una rara locura, no la vuestra,[236] sino otra
completamente nueva. Todo el día se lo pasa mirando al cielo, con la
boca abierta, e increpando a Júpiter de este modo: ¡Oh Júpiter! ¿Qué
intentas? Depón tu escoba, no barras la Grecia.

       *       *       *       *       *

TRIGEO[237] (_Dentro_).

¡Ay! ¡Ay!

ESCLAVO PRIMERO.

Callemos. Se me figura haber oído su voz.

TRIGEO.

¡Oh Júpiter! ¿Qué intentas hacer de nuestra patria? ¿No ves que se
despueblan las ciudades?

ESCLAVO PRIMERO.

He ahí la manía de que acabo de hablaros. Esas palabras pueden daros
una idea de ella; yo os diré las que pronunciaba cuando principió
a revolvérsele la bilis. Hablando aquí mismo a solas, exclamaba:
«¿Cómo podría yo ir derecho a Júpiter?» Construyó al efecto escalas
muy ligeras, por las cuales, sirviéndose de pies y manos, trataba
de subir al cielo, hasta que se cayó, rompiéndose la cabeza. Ayer
se fue corriendo a no sé dónde, y volvió a casa con este enorme
escarabajo, ligero como un caballo del Etna,[238] obligándome a ser
su palafrenero. Mi amo le acaricia como si fuese un potro, y le dice:
«Pegasillo mío, generoso volátil, llévame de un vuelo hasta el trono
de Júpiter.»[239] Pero voy a ver por esta rendija lo que hace. ¡Oh
desgraciado! ¡Favor, favor, vecinos! ¡Mi dueño sube por el aire montado
en el escarabajo!

       *       *       *       *       *

TRIGEO (_En la escena_).

Despacio, despacio; poco a poco, escarabajo mío; refrena algo tu
fogosidad; no confíes demasiado en tu fuerza; aguarda a que, después de
sudar, el rápido movimiento de las alas haya dado agilidad a tus remos.
Sobre todo, no despidas ningún mal olor; si estás dispuesto a hacerlo,
más vale que te quedes en casa.

ESCLAVO PRIMERO.

¡Oh dueño mío! ¿Estás loco?

TRIGEO.

¡Silencio! ¡Silencio!

ESCLAVO PRIMERO.

¿Pero a dónde diriges tu vuelo, temerario?

TRIGEO.

Vuelo para hacer la felicidad de todos los griegos; por ellos llevo a
cabo esta nueva y atrevida empresa.

ESCLAVO PRIMERO.

Mas ¿qué intentas? ¡Oh, qué inútil locura!

TRIGEO.

Nada de palabras de mal agüero. Al contrario, pronúncialas favorables.
Manda callar a todos; haz que cubran con nuevos ladrillos las letrinas
y cloacas, y que se pongan un tapón en el trasero.[240]

ESCLAVO PRIMERO.

No, no callaré, si no me dices a dónde enderezas el vuelo.

TRIGEO.

¿A dónde he de ir sino al cielo, a ver a Júpiter?

ESCLAVO PRIMERO.

¿Con qué intención?

TRIGEO.

Con la de preguntarle qué piensa hacer de todos los griegos.

ESCLAVO PRIMERO.

¿Y si no te lo dice?

TRIGEO.

Le citaré a juicio y le acusaré de hacer traición a los griegos en
favor de los persas.[241]

ESCLAVO PRIMERO.

Por Baco, no harás eso mientras yo viva.

TRIGEO.

Pues no es posible otra cosa.

ESCLAVO PRIMERO.

¡Ay, ay, ay! Chiquitas, que vuestro padre os abandona marchándose al
cielo de tapadillo. ¡Ah! Suplicadle, suplicadle, pobrecitas huérfanas.

LA MUCHACHA.

¡Padre, padre! ¿Será verdad, como acaban de decirnos, que nos abandonas
para ir a perderte con las aves en la región de los cuervos? Di, padre
mío, ¿es verdad? Respóndeme, si me amas.

TRIGEO.

Sí, me marcho. Cuando me pedís pan, hijas mías, llamándome papá, se me
parte el corazón al no hallar en toda la casa ni la sombra de un óbolo.
Si salgo bien de la empresa, tendréis siempre que queráis una gran
torta, sazonada con un buen bofetón.[242]

LA MUCHACHA.

Mas ¿cómo vas a hacer ese viaje? No hay navío que pueda conducirte.

TRIGEO.

Iré sobre este corcel alado; no necesito embarcarme.

LA MUCHACHA.

Pero, padre, ¿cómo se te ha ocurrido subir al cielo montado en un
escarabajo?

TRIGEO.

Las fábulas de Esopo[243] dicen que es el único volátil que ha llegado
hasta los dioses.

LA MUCHACHA.

¡Padre mío, padre mío! Eso es un cuento increíble. ¿Cómo ha podido
llegar hasta los dioses un animal tan inmundo?

TRIGEO.

Subió por la enemistad que tuvo con el águila, y se vengó haciendo una
tortilla con sus huevos.

LA MUCHACHA.

¿No era mejor que montases el alígero Pegaso y te presentases a los
dioses con más trágico continente?[244]

TRIGEO.

Tontuela, ¿no conoces que hubiera necesitado doble provisión? Mientras
así este se alimentará con lo que yo haya digerido.

LA MUCHACHA.

Y si cae del piélago en los húmedos abismos,[245] ¿cómo podrá salir a
flote un animal alado?

TRIGEO.

Llevo un timón[246] que emplearé si hay necesidad; todo quedará
reducido a que me sirva de nave un escarabajo de Naxos.[247]

LA MUCHACHA.

Después del naufragio, ¿qué puerto te acogerá?

TRIGEO.

¿Pues no hay en el Pireo el puerto del Escarabajo?[248]

LA MUCHACHA.

Ten mucho cuidado de no tropezar y caer. Si te quedas cojo,
darás asunto a Eurípides para una tragedia, de la cual serás
protagonista.[249]

TRIGEO.

Eso es cuenta mía. Adiós. (_A los espectadores._) Vosotros, en cuyo
obsequio sufro estos trabajos, absteneos durante tres días de todo
desahogo, sólido ni fluido:[250] pues, si al cernerse en las alturas
percibe mi corcel algún olor, se precipitará sobre la tierra y burlará
mis esperanzas. Adelante, Pegaso mío; haz resonar tu freno de oro,
endereza las orejas. ¡Oh! ¿Qué haces, qué haces? ¿Por qué vuelves
la cabeza hacia las letrinas? Levántate atrevidamente de la tierra,
y desplegando tus veloces alas, vuela en línea recta al palacio
de Júpiter. Aparta por hoy el hocico de la basura, y de todos tus
alimentos cotidianos. ¡Eh, buen hombre! ¿Qué haces ahí? A ti te digo,
que haces tus necesidades en el Pireo, junto al Lupanar. ¿Quieres
que me mate? ¿Quieres que me mate? Ocúltalo pronto, cúbrelo con un
gran montón de tierra, planta encima serpol y riégalo con perfumes,
pues si llego a caer ahí y a causarme grave daño, en castigo de mi
muerte tendrá que pagar cinco talentos la ciudad de Quíos[251] por
tu condenado trasero. ¡Ay! ¡Ay! ¡Qué miedo! ¡Ya no tengo ganas de
bromas! Mucha atención, maquinista. Un viento rebelde gira alderredor
de mi ombligo: si no tienes suma precaución, voy a echarle un pienso
al escarabajo.[252] Mas no debo estar lejos de los dioses, pues ya
distingo la morada de Júpiter. ¿Quién es ese que está en la puerta?
Abrid.

(_La escena cambia y representa el cielo._)

       *       *       *       *       *

MERCURIO.

Se me figura que huelo a hombre (_viendo a Trigeo_). ¡Oh Hércules! ¿Qué
monstruo es ese que veo?

TRIGEO.

Un hipocántaro.[253]

MERCURIO.

Infame, atrevido, desvergonzado, bribón, rebribón, bribón más que todos
los bribones juntos, ¿cómo has subido hasta aquí? ¿Cómo te llamas?
¡Pronto!

TRIGEO.

Bribón.

MERCURIO.

¿De dónde eres? ¡Contesta!

TRIGEO.

Bribón.

MERCURIO.

¿Quién es tu padre?

TRIGEO.

¿El mío? Bribón.

MERCURIO.

¡Por la Tierra! Vas a morir si no me dices tu nombre.

TRIGEO.

Soy Trigeo el Atmonense,[254] viñador honrado, enemigo de pleitos y
delaciones.

MERCURIO.

¿A qué has venido?

TRIGEO.

A traerte estas viandas.

MERCURIO.

¡Oh pobrecillo! ¿Qué tal, qué tal el viaje?[255]

TRIGEO.

Glotonazo, ¿ya no te parezco bribón? Ea, vete a llamar a Júpiter.

MERCURIO.

¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! No creas que estás cerca de los dioses. Ayer mismo
emigraron.

TRIGEO.

¿A qué lugar de la Tierra?

MERCURIO.

¡Oh! ¿De la Tierra?

TRIGEO.

En fin, ¿a dónde?

MERCURIO.

Lejos, muy lejos, al sitio más escondido y apartado de los cielos.

TRIGEO.

¿Cómo te has quedado aquí solo?

MERCURIO.

Para guardar la vajilla restante, los pucherillos, las tablillas y las
pequeñas ánforas.[256]

TRIGEO.

¿Pero por qué han emigrado los dioses?

MERCURIO.

Por odio a los griegos. En los lugares que les estaban destinados han
alojado a la guerra dándole amplios poderes para que os trate a su
antojo. Ellos se han retirado muy lejos, por no presenciar vuestros
combates ni oír vuestras súplicas.

TRIGEO.

¿Por qué razón nos tratan así? Dime.

MERCURIO.

Porque habéis preferido la guerra a la paz con que os han brindado
mil veces. Los lacedemonios, si llegaban a conseguir alguna pequeña
ventaja, exclamaban en seguida: «Por los Dióscuros,[257] nos la han
de pagar los atenienses.» Por el contrario, si los atenienses salíais
algo mejor librados y los lacedemonios venían a tratar de la paz, la
contestación ya se sabía que había de ser: «Por Minerva,[258] no nos la
pegáis; por Júpiter, no hay que darles crédito; ellos volverán mientras
tengamos a Pilos.»[259]

TRIGEO.

Cierto, ese es nuestro lenguaje.

MERCURIO.

Por lo cual no sé si volveréis a ver a la Paz.

TRIGEO.

¿Pues a dónde se ha ido?

MERCURIO.

La Guerra la hundió en una profunda caverna.

TRIGEO.

¿En cuál?

MERCURIO.

Ahí, en ese abismo; ¿no ves cuántos peñascos ha amontonado encima para
que nunca podáis recobrarla?

TRIGEO.

Y dime, ¿qué calamidad nos prepara?

MERCURIO.

Lo ignoro; solo sé que ayer a la tarde trajo un mortero de prodigioso
tamaño.

TRIGEO.

¿Qué hará con ese mortero?

MERCURIO.

Piensa machacar en él las ciudades. Pero me marcho; si no me engaño, va
a salir; ¡cómo alborota ahí dentro!

TRIGEO.

¡Ah, pobre de mí! ¡Huyamos! Yo también oigo el estruendo del mortero
bélico.

       *       *       *       *       *

LA GUERRA (_Trayendo un enorme mortero_).

¡Guay mortales, mortales, desdichados mortales! ¡Temblad por vuestras
mandíbulas!

TRIGEO.

¡Oh poderoso Apolo, qué inmenso mortero! ¡Qué daño hace la sola vista
de la Guerra! ¡Ese, ese es el monstruo sanguinario y cruel del cual
huimos! ¡Oh, cómo se apoya sobre sus piernas![260]

LA GUERRA.

¡Oh Prasias, Prasias,[261] y una, y cien, y mil veces desgraciada, hoy
feneces para siempre!

TRIGEO.

Hasta ahora, ciudadanos, nada va con vosotros; ese golpe cae sobre
Lacedemonia.

LA GUERRA.

¡Ah Mégara, Mégara, cómo te voy a majar! Toda vas a ser reducida a
menudo picadillo.

TRIGEO.

¡Oh, oh! ¡Cuántas y cuán amargas lágrimas para los Megarenses![262]

LA GUERRA.

¡Ah Sicilia, también tú pereces!

TRIGEO.

¡Míseras ciudades, vais a ser ralladas como queso!

LA GUERRA.

Ea, mezclemos un poco de miel del Ática.[263]

TRIGEO.

¡Eh! no, te aconsejo que emplees otra; esa cuesta a cuatro óbolos;
economiza la miel del Ática.

LA GUERRA.

¡Hola! ¡eh, Tumulto!

       *       *       *       *       *

EL TUMULTO.

¿Qué me quieres?

LA GUERRA.

¡Mucho ojo! ¿Te estás mano sobre mano, eh? Pues toma esta puñada.

TRIGEO.

¡Soberbio golpe!

EL TUMULTO.

¡Ay! señora.

TRIGEO.

¿Qué? ¿Se había untado el puño con ajos?[264]

LA GUERRA.

Tráeme volando una mano de mortero.

EL TUMULTO.

Pero, dueña mía, si no tenemos ninguna: como solo estamos aquí desde
ayer...

LA GUERRA.

Vete a buscar una en Atenas; pero ¡vivo, vivo!

EL TUMULTO.

Ya corro. ¡Pobre de mí, si no la traigo!

TRIGEO.

Ea, ¿qué haremos, míseros mortales? Ya veis qué espantoso peligro nos
amenaza. Si vuelve con la mano de mortero, esta va a entretenerse en
triturar a su gusto las ciudades. ¡Oh Baco, que muera antes de traerla!

LA GUERRA.[265]

¿Qué?

EL TUMULTO.

¿Cómo?

LA GUERRA.

¿No la traes?

EL TUMULTO.

¡Qué he de traer! Los atenienses han perdido la mano de su mortero,
aquel curtidor que revolvía toda la Grecia.[266]

TRIGEO.

¡Oh, dicha! ¡Veneranda Minerva! ¡Con qué oportunidad ha muerto para la
República! Antes de servirnos su guisado.

LA GUERRA.

Corre, pues, a buscar otra en Lacedemonia, y concluyamos de una vez.

EL TUMULTO.

Allá voy, señora.

LA GUERRA.

¡Te recomiendo la vuelta!

TRIGEO.

¿Qué va a ser de vosotros, ciudadanos? Llegó el momento crítico. Si
por casualidad alguno de vosotros está iniciado en los misterios de
Samotracia,[267] ahora es ocasión de desear un buen retortijón de pies
al portador de la mano.

       *       *       *       *       *

EL TUMULTO (_De vuelta_).

¡Ay qué desgraciado soy! ¡Ay, y mil veces ay!

LA GUERRA.

¿Qué es eso? ¿Tampoco traes nada ahora?

EL TUMULTO.

También los lacedemonios han perdido la mano de su mortero.

LA GUERRA.

¿Y cómo, gran canalla?

EL TUMULTO.

Se la habían prestado a otros en Tracia, y la han perdido.[268]

TRIGEO.

¡Bien, muy bien va, oh Dióscuros! Perfectamente bien; cobrad ánimo,
mortales.

LA GUERRA.

Coge esos vasos y vuélvelos a llevar; yo entro también para hacer una
mano de mortero.

       *       *       *       *       *

TRIGEO.

Llegó el momento de repetir lo que cantaba Datis,[269] arrascándose sin
pudor[270] en medio del día: «¡Qué gusto! ¡Qué placer! ¡Qué delicia!»
Ahora, oh griegos, llegó la ocasión oportuna de olvidar querellas y
combates, y de libertar a la Paz a quien todos amamos, antes de que nos
lo impida alguna nueva mano de mortero.[271] Labradores, mercaderes,
fabricantes, obreros, metecos, extranjeros, insulares, hombres de todos
los países, acudid pronto, armaos de azadones, palancas y maromas. Por
fin podremos beber la copa del Buen Genio.[272]

       *       *       *       *       *

CORO.

Acudamos todos a trabajar por la común salvación. Pueblos de la Grecia,
libres de guerras sangrientas y combates, prestémonos hoy, como nunca,
mutuo socorro. Este día amaneció en mal hora para Lámaco.[273] (_A
Trigeo._) Vamos, di lo que hay que hacer; dispon, ordena, manda.
Estamos decididos a trabajar sin descanso, con máquinas y palancas,
hasta volver a la luz a la más grande de las diosas, a la protectora
más solícita de nuestras vidas.

TRIGEO.

¡Silencio! ¡Silencio! No vayan a despertar a la Guerra los gritos que
os arranca la alegría.

CORO.

Nos ha regocijado ese edicto mandando libertar a la Paz. ¡Cuán
distintos de esos otros que nos han ordenado tantas veces acudir con
víveres para tres días!

TRIGEO.

Cuidado con aquel cerbero,[274] que está ahora en los infiernos; sus
ladridos y aúllos podrían, como en vida, impedirnos libertar a la diosa.

CORO.

No hay nadie capaz de arrebatármela, como llegue a estrecharla entre
mis brazos. ¡Ay! ¡Ay! ¡Qué gozo!

TRIGEO.

Por piedad, silencio, amigos míos, si no deseáis mi perdición. Como la
Guerra llegue a observar algo, saldrá y echará por tierra de un golpe
todos nuestros planes.

CORO.

Aunque lo revuelva, pisotee y arruine todo, hoy no puedo contener la
alegría.

TRIGEO.

¿Pero estáis locos? ¿Qué os sucede, ciudadanos? Por todos los dioses os
lo pido, no echéis a perder con vuestros saltos la más hermosa empresa.

CORO.

Si yo no quiero bailar; mi alegría es tanta, que, sin quererlo yo, mis
piernas saltan de gozo.

TRIGEO.

No más; terminad, terminad el baile.

CORO.

Ea, ya está terminado.

TRIGEO.

Lo dices, pero no lo haces.

CORO.

Vamos, permíteme hacer esta figura, y nada más.

TRIGEO.

Bueno, esa sola; pero cese en seguida la danza.

CORO.

Si te podemos servir en algo, no danzaremos.

TRIGEO.

¡Pero, malditos, si no acabáis!

CORO.

Déjame lanzar al aire la pierna derecha, y te juro concluir.

TRIGEO.

Os lo permito para que no me importunéis más.

CORO.

Pero justo es que la pierna izquierda haga lo mismo. Hoy no quepo en mí
de júbilo; río y alboroto; para mí el dejar el escudo es tan grato como
despojarme de la vejez.[275]

TRIGEO.

No os alegréis todavía; aún no es segura vuestra felicidad. Cuando la
hayamos libertado, alegraos entonces, reíd y gritad. Porque entonces sí
que podréis a vuestro antojo navegar o permanecer en casa, entregaros
al sueño o al amor, asistir a las fiestas o a los banquetes, jugar al
cótabo,[276] vivir como verdaderos Sibaritas y exclamar: ¡Iu! ¡Iu!

CORO.

¡Ojalá llegue a ver ese día! Muchos trabajos he sufrido, y muchas
veces, como Formión,[277] he dormido sobre la dura tierra. Ya no seré
para ti, como antes, un juez intratable y severo de duro y áspero
carácter, sino mucho más afable e indulgente, en cuanto me vea libre de
las molestias de la guerra. Sobrado tiempo ha que nos destrozan y matan
haciéndonos ir y venir al Liceo[278] con lanza y escudo. Pero di en qué
podemos complacerte, pues una suerte feliz ha hecho que seas nuestro
jefe.

TRIGEO.

Procuremos separar estas piedras.

       *       *       *       *       *

MERCURIO

Bribón temerario, ¿qué pretendes hacer?

TRIGEO.

«Nada malo», como Cilicón.[279]

MERCURIO.

¡Te has perdido, desdichado!

TRIGEO.

Si llega a haber sorteo,[280] no lo dudo, pues habiendo de dirigirlo
tú, ya sé lo que resultará.

MERCURIO.

¡Te has perdido! ¡Vas a morir!

TRIGEO.

¿En qué día?

MERCURIO.

Ahora mismo.

TRIGEO.

Aún no he comprado nada, ni harina, ni queso, para marchar a morir.[281]

MERCURIO.

Date por molido.

TRIGEO.

¡Imposible! ¿No había de haber advertido tanta felicidad?[282]

MERCURIO.

¿Ignoras que Júpiter ha amenazado con la muerte a todo el que sea
sorprendido desenterrando a esa infeliz?

TRIGEO.

¿Es por consiguiente de absoluta necesidad que yo muera?

MERCURIO.

Sí por cierto.

TRIGEO.

Pues préstame tres dracmas para comprar un lechoncillo: debo iniciarme
antes de morir.[283]

MERCURIO.

¡Oh Júpiter tonante!...

TRIGEO.

¡Oh Mercurio! Por todos los dioses te lo pido: no nos delates.

MERCURIO.

No puedo callarme.

TRIGEO.

¡Te lo ruego por las viandas que te he traído con tan buena voluntad!

MERCURIO.

Pero, desdichado, Júpiter me aniquilará si no te delato a gritos.[284]

TRIGEO.

¡Oh, por piedad, Mercurio mío! ¿Qué hacéis vosotros? ¿Estáis atónitos?
Hablad, desdichados. ¿No veis que va a denunciarme?

CORO.

¡No, poderoso Mercurio, no, no, no lo harás! Si algún recuerdo
conservas del placer con que comiste el lechoncillo que te ofrecí, ten
en cuenta mi grata oblación.

TRIGEO.

Deidad poderosa, ¿no escuchas sus palabras lisonjeras?

CORO.

¡Oh, no cambies en ira tu bondad, tú el más humano y generoso de
los dioses! Si detestas el ceño y los penachos de Pisandro,[285]
acoge propicio nuestras súplicas y déjanos libertar a la Paz. Así te
inmolaremos sin cesar sagradas víctimas y honraremos tus altares con
sacrificios espléndidos.

TRIGEO.

Vamos, cede a sus ruegos, pues ahora observan tu culto más fielmente
que nunca.

MERCURIO.

Como que nunca han sido más ladrones.[286]

TRIGEO.

En cambio, te revelaré una vasta y terrible conspiración que se fragua
contra todos los dioses.

MERCURIO.

Vamos, habla, quizá me hagas ceder.

TRIGEO.

La Luna y ese canalla de Sol os tienden lazos hace tiempo y entregan la
Grecia a los bárbaros.

MERCURIO.

¿Por qué hacen eso?

TRIGEO.

Porque nosotros os ofrecemos sacrificios, y a ellos se los ofrecen
los bárbaros.[287] Así es que es muy natural que deseen vuestra
desaparición, para recibir ellos solos todas las oblaciones.

MERCURIO.

¡Ah!, ahora comprendo por qué de algún tiempo acá, el uno nos roba
parte del día, y la otra nos presenta su disco carcomido.[288]

TRIGEO.

Es la verdad. Por tanto, querido Mercurio, ayúdanos con todas tus
fuerzas a desenterrar la Paz. En adelante las grandes Panateneas, y
todas las demás fiestas religiosas, las Diipolias, las Adonias, los
Misterios, se celebrarán en tu honor; todas las ciudades, libertadas
de sus males, sacrificarán a Mercurio preservador; y otros mil bienes
lloverán sobre ti. Como una muestra, principio por regalarte este
precioso vaso, para que hagas libaciones.

MERCURIO.

¡Ah!, los vasos de oro me enternecen. Manos a la obra, mortales: entrad
y removed las piedras con azadones.

CORO.

Dispuestos estamos. Tú, el más ingenioso de los dioses, dirige nuestros
trabajos como hábil arquitecto, y manda cuanto gustes; ya verás que no
somos flojos para el trabajo.

TRIGEO.

Venga pronto la copa: inauguremos nuestro trabajo con una invocación
a los dioses. La libación principia; guardad, guardad un silencio
religioso. Roguemos a los dioses que en este día empiece para todos
los griegos una era feliz: pidámosles que jamás tengan que embrazar el
escudo cuantos de buen grado secunden nuestra empresa.

CORO.

Sí, por Júpiter; y que pase en paz la vida, en brazos de mi amada,
revolviendo los carbones.[289]

TRIGEO.

¡Que todo el que prefiera la guerra, nunca acabe, oh divino Baco, de
extraer de sus codos las puntas de las flechas!

CORO.

Si algún aficionado a mandar batallones se niega, oh Paz, a devolverte
la luz, ¡sucédale en los combates lo que a Cleónimo![290]

TRIGEO.

Si algún fabricante de lanzas o revendedor de escudos desea la guerra
para vender mejor sus mercancías, ¡que le secuestren unos bandidos y no
coma más que cebada!

CORO.

Si alguno, ambicionando ser general, se niega a ayudarnos, o algún
esclavo se dispone a pasarse al enemigo, sea atado a la rueda y muerto
a palos; para nosotros todos los bienes; ¡Io! ¡Peán! ¡Io![291]

TRIGEO.

Suprime el Peán, y di solamente: ¡Io!

CORO.

¡Io! ¡Io!, ya no digo más que ¡Io!

TRIGEO.

A Mercurio, a las Gracias, a las Horas, a Venus, a Cupido.

CORO.

¿Y a Marte?

TRIGEO.

No.

CORO.

¿Y a Belona?[292]

TRIGEO.

No.

CORO.

Tirad todos: arranquemos las piedras con los cables.

MERCURIO.

¡Venga!

CORO.

¡Venga más!

MERCURIO.

¡Venga!

CORO.

¡Venga más, más!

MERCURIO.

¡Venga! ¡Venga!

TRIGEO.

Pero no todos arrastran igualmente. ¡Tirad todos a una! ¡Eh!, vosotros
fingís que trabajáis. ¡Ah Beocios, Beocios!, lo habéis de sentir.[293]

MERCURIO.

¡Venga, pues!

TRIGEO.

¡Venga!

CORO.

Ea, tirad también vosotros.

TRIGEO.

Pues qué, ¿no tiro yo? ¿No estoy colgado de la cuerda y haciendo los
mayores esfuerzos?

CORO.

¿Entonces por qué no adelanta la obra?

TRIGEO.

¡Ah Lámaco! Nos estorbas estándote ahí sentado. ¿Qué necesidad tenemos
de tu Gorgona?[294]

MERCURIO.

Tampoco tiran esos argivos; es verdad que hace mucho tiempo que se ríen
de nuestras desgracias; especialmente desde que obtienen subsidios de
ambos bandos.[295]

TRIGEO.

Pero los lacedemonios, amigo mío, tiran con todas sus fuerzas.

CORO.

Mirad, los únicos que trabajan son los que manejan el azadón, y los
armeros se lo estorban.

MERCURIO.

Tampoco los Megarenses hacen nada de provecho; sin embargo tiran
abriendo enormemente la boca, como los perros cuando roen un hueso;
pero los pobres están desmayados de hambre.[296]

TRIGEO.

Amigos, nada adelantamos; reunamos nuestros esfuerzos, y tiremos a una.

MERCURIO.

¡Venga!

TRIGEO.

¡Venga más!

MERCURIO.

¡Venga!

TRIGEO.

¡Más, por vida de Júpiter!

MERCURIO.

Poco adelantamos.

TRIGEO.

¿Habrá infamia como esta? Unos tiran a un lado, y los otros al
contrario. ¡Argivos, argivos! ¡Que va a haber palos!

MERCURIO.

¡Venga, pues!

TRIGEO.

¡Venga!

CORO.

¡Qué canallas son algunos!

TRIGEO.

Vosotros, que deseáis ardientemente la Paz, tirad con fuerza.

CORO.

Hay algunos que nos lo impiden.

MERCURIO.

¿No os iréis al infierno, megarenses? La diosa os detesta, recordando
que fuisteis los primeros en untarla con ajos.[297] Vosotros,
atenienses, no tiréis ya de ese lado; está visto que solo podéis
ocuparos de procesos. Pero si queréis libertar a la Paz, retiraos hacia
el mar un poco.[298]

CORO.

Ea, amigos labradores, demos fin a este trabajo.

MERCURIO.

La cosa va mucho mejor, ciudadanos.

CORO.

Dice que la cosa marcha; ea, redoblemos todos nuestros esfuerzos.

TRIGEO.

Solo los labradores, y nadie más, hacen adelantar la obra.

CORO.

¡Firme, pues! ¡Firme todo el mundo! ¡Ya nos acercamos! No hay que
ceder. ¡Ánimo! ¡Ánimo! Ya está concluido. Ahora, ¡venga!, ¡venga!,
¡venga!, ¡venga!, ¡venga, todos a una!

(_La Paz sale de la caverna acompañada de Opora y Teoría._)

       *       *       *       *       *

TRIGEO.

¡Oh Diosa venerable que nos prodigas las uvas!, ¿qué oración te
dirigiré? ¿Dónde podré hallar para saludarte palabras equivalentes a
diez mil ánforas?[299] No tengo ninguna en casa. Salud, Opora, y tú
también, Teoría.[300] ¡Qué hechicero es tu rostro, Teoría! ¡Qué perfume
se exhala de tu seno! Es dulce y delicado como la exención de la
milicia, o el más precioso aroma.

MERCURIO.

¿No es un olor semejante al de la mochila militar?

CORO.

¡Oh enemigo detestable, tu morral asqueroso me da náuseas! Apesta a
cebollas; mientras que al lado de esta amable Diosa todo se vuelven
sazonados frutos; convites, Dionisiacas, flautas, poetas, cómicos,
cantos de Sófocles, tordos, versitos de Eurípides...

TRIGEO.

¡Desdichado!, no la calumnies. ¿Cómo ha de amar a ese fabricante de
sutilezas y sofismas?

CORO.

...hiedras, coladores de vino, baladoras ovejas, mujeres campesinas de
bella garganta, la esclava ebria, el ánfora derribada y otras mil cosas
buenas.

MERCURIO.

Mira, mira cómo hablan unas con otras las ciudades y se ríen de todo
corazón; sin embargo, todas tienen terribles heridas y enormes ampollas.

TRIGEO.

Mira también a los espectadores; por el semblante de cada cual
conocerás su oficio.

MERCURIO.

¡Ah! ¿No ves a ese fabricante de penachos cómo se arranca los cabellos?
Aquel que hace azadones se ríe en las barbas de un fabricante de
espadas.[301]

TRIGEO.

¿Ves tú cómo se regocija ese otro fabricante de hoces, y señala con el
dedo a un fabricante de lanzas?

MERCURIO.

Ea, manda a los labradores que se retiren.

TRIGEO.

Pueblos, escuchad: vuelvan cuanto antes a los campos los labradores
con sus aperos, dejándose de lanzas, espadas y flechas: la antigua Paz
reina ya en estos lugares. Vuelvan, pues, todos a las rústicas faenas,
después de entonar un jubiloso Peán.

CORO.

¡Oh día deseado por los hombres de bien y los campesinos! ¡Con qué
placer tornaré a ver mis viñas y a saludar, después de tantos tiempos,
las frondosas higueras plantadas en mi juventud!

TRIGEO.

Principiemos, amigos míos, por adorar a la diosa que nos ha libertado
de Gorgonas y penachos, y corramos después a nuestros campos, provistos
de sabroso almuerzo.

MERCURIO.

¡Oh Neptuno, cómo alegra la vista ese batallón de labradores, apretados
como la masa de una torta, o los convidados en un banquete público!

TRIGEO.

¡Sí; mirad cómo brillan las palazadas! ¡Cómo los zarcillos de tres
dientes relucen al sol! ¡Qué derechos surcos va a trazar esa turba
feliz! Yo también deseo marchar al campo y remover aquellas pocas
tierras, tanto tiempo abandonadas. ¡Acordaos, amigos míos, de nuestra
antigua vida, regocijada con los dones que la diosa entonces nos
dispensaba! ¡Acordaos de aquellas cestas de higos secos y frescos;
acordaos de los mirtos, del dulce mosto, de las violetas ocultas en las
orillas de la fuente y de las aceitunas tan deseadas! Por tan inmensos
beneficios adoremos a la Diosa.

CORO.

¡Salve, salve, deidad querida, tu vuelta llena de regocijo nuestras
almas! Lejos de ti me abrumaba el dolor, me consumía el ardiente afán
de volver a mis campos. Tú eres para todos el mayor de los bienes, la
más anhelada dicha. Tú el único sostén de los que viven cultivando
la tierra. Bajo tu imperio, sin dispendios ni fatigas, disfrutábamos
de mil dulces placeres; tú eras nuestro pan cotidiano, nuestra salud,
nuestra vida. Por eso las vides y jóvenes higueras y todas nuestras
plantas te acogen jubilosas, y sonríen a tu venida. (_A Mercurio._)
Pero tú, el más benévolo de los dioses, dinos dónde ha estado encerrada
tanto tiempo.

MERCURIO.

Sabios labradores, escuchad mis palabras, si queréis saber cómo la
habéis perdido. La desgracia de Fidias[302] fue la primera causa; en
seguida Pericles, temeroso de la misma suerte, desconfiando de vuestro
carácter irritable, creyó que el mejor modo de evitar el peligro
personal era poner fuego a la República. Su decreto contra Mégara fue
la pequeña chispa que produjo la vasta conflagración de una guerra,
cuyo humo ha arrancado tantas lágrimas a todos los griegos, a los
de aquí y a los de otras comarcas. Al primer rumor de ese incendio,
crujieron a su pesar nuestras cepas; la tinaja, bruscamente removida,
chocó contra la tinaja; nadie podía ya contener el mal, y la Paz
desapareció.

TRIGEO.

He ahí, por Apolo, cosas completamente ignoradas; yo a nadie había oído
que Fidias estuviese relacionado con la Diosa.

CORO.

Ni yo tampoco hasta ahora. Sin duda la Paz debe su hermosura a su
alianza con él. ¡Cuántas cosas ignoramos!

MERCURIO.

Entonces, conociendo las ciudades sometidas a vuestro mando que,
exasperados unos contra otros, estabais próximos a despedazaros,
pusieron en práctica todos los medios para eximirse del pago de los
tributos y ganaron a fuerza de oro a los lacedemonios principales.
Estos, como avaros que son y despreciadores de todo extranjero, muy
pronto arrojaron ignominiosamente a la Paz, y se declararon por la
Guerra. La fuente de sus ganancias lo fue de ruina pera los pobres
labradores; pues bien pronto vuestras trirremes fueron, en represalias,
a comerse sus higos.

TRIGEO.

Muy bien hecho. También ellos me cortaron a mí una higuera negra que yo
mismo había plantado y dirigido.

CORO.

Sí, muy bien hecho, por Júpiter; a mí también me rompieron de una
pedrada una medida con seis medimnas de trigo.

MERCURIO.

Los trabajadores del campo, reunidos después en la ciudad,[303] se
dejaron comprar como los otros; echaban de menos, es cierto, sus uvas
y sus higos, pero en cambio oían a los oradores. Estos, conociendo
la debilidad de los pobres, y la extremada miseria a que estaban
reducidos, ahuyentaron a la Paz a fuerza de clamores, como si fueran
horquillas, siempre que, arrastrada por su amor a este país, apareció
entre nosotros: vejaban a los más poderosos y opulentos de nuestros
aliados, acusándolos de ser partidarios de Brásidas. Y vosotros os
arrojabais como perros sobre el infeliz calumniado y lo despedazabais
rabiosamente; pues la república, pálida de hambre y temerosa, devoraba
con feroz placer cuantas víctimas le presentaba la calumnia. Los
extranjeros, viendo los terribles golpes que asestaban estos oradores,
les tapaban la boca con oro, de suerte que los enriquecieron, mientras
la Grecia se arruinaba sin que lo advirtieseis. El autor de tantos
males era un curtidor.[304]

TRIGEO.

Cesa, cesa, Mercurio, de recordarme a ese hombre; déjale en paz en los
infiernos, donde sin duda está: ya no es nuestro, sino tuyo;[305] por
consiguiente, cuanto digas de él, aunque en vida haya sido canalla,
charlatán, delator, revoltoso y trastornador, recaerá sobre uno de tus
súbditos. (_A la Paz._) Pero ¿por qué callas, oh Diosa?

MERCURIO.

No conseguirás que revele a los espectadores la causa de su silencio;
está muy irritada por lo que le han hecho sufrir.

TRIGEO.

Pues que te diga a ti siquiera algunas palabras.

MERCURIO.

Amiga querida, dime cuál es tu ánimo respecto a estos. Habla, mujer la
más enemiga de los escudos. Bien, ya escucho. (_Supone que le habla
al oído._) Esas son tus quejas; comprendo. (_A los espectadores._)
Oíd vosotros sus acusaciones. Dice que cuando después de los sucesos
de Pilos[306] se presentó ella voluntariamente con una cesta llena de
tratados, la rechazasteis tres veces en la asamblea popular.

TRIGEO.

Es verdad, faltamos en eso; pero perdónanos: nuestra inteligencia
estaba entonces rodeada de cueros.[307]

MERCURIO.

Escucha ahora la pregunta que acaba de hacerme. «¿Quién de vosotros era
su mayor enemigo? ¿Quién trabajó más por la terminación de la guerra?»

TRIGEO.

Su más fiel amigo era sin duda alguna Cleónimo.

MERCURIO.

¿Y qué tal era ese Cleónimo en punto a guerra?

TRIGEO.

Lo más intrépido, solo que no es hijo de quien se decía, pues en cuanto
va al ejército, prueba suficientemente, arrojando las armas, que es un
hijo supuesto.[308]

MERCURIO.

Escucha lo que acaba de preguntarme. ¿Quién manda ahora en la tribuna
del Pnix?

TRIGEO.

Hipérbolo[309] es el dueño absoluto. (_A la Paz._) ¡Ah! ¿Qué haces?
¿Por qué vuelves la cabeza?

MERCURIO.

Aparta el rostro indignada de que el pueblo haya aceptado tan perverso
jefe.

TRIGEO.

¡Bueno! ya no lo emplearemos más; el pueblo, viéndose sin guía y
en completa desnudez, se ha servido de ese hombre como de una copa
encontrada por casualidad.

MERCURIO.

La Paz quiere saber las ventajas que eso traerá a la república.

TRIGEO.

Lo veremos todo más claro.

MERCURIO.

¿Por qué?

TRIGEO.

Porque es comerciante de lámparas.[310] Antes dirigíamos todos los
negocios a tientas en la oscuridad; ahora los resolveremos a la luz de
una lámpara.

MERCURIO.

¡Oh! ¡Oh! ¡Lo que me manda preguntarte!

TRIGEO.

¿Sobre qué?

MERCURIO.

Sobre mil antiguallas, que dejó al partir. Lo primero que desea saber
es qué hace Sófocles.

TRIGEO.

Lo pasa muy bien; pero le ha sucedido una cosa extraordinaria.

MERCURIO.

¿Cuál?

TRIGEO.

De Sófocles se ha convertido en Simónides.[311]

MERCURIO.

¡En Simónides! ¿Cómo?

TRIGEO.

Achacoso y viejo, es capaz por ganarse un óbolo de navegar sobre un
zarzo.

MERCURIO.

¿Y el sabio Cratino[312] vive todavía?

TRIGEO.

Murió cuando la invasión de los lacedemonios.[313]

MERCURIO.

¿Qué le sucedió?

TRIGEO.

¿Qué? Se desfalleció, no pudiendo resistir a la pena que le produjo el
ver romperse una tinaja llena de vino. ¿Cuántas desgracias como esta
crees que han afligido a esta ciudad? Así es que en adelante, señora,
nada podrá apartarnos de ti.

MERCURIO.

En ese supuesto, te entrego a Opora por mujer; vete a vivir con ella en
el campo, y producid ricas uvas.[314]

TRIGEO.

Acércate, amada mía, y dame un dulce beso. Dime, poderoso Mercurio:
¿me vendrá algún daño de holgarme con Opora después de tan larga
abstinencia?

MERCURIO.

No, como en seguida tomes una infusión de poleo.[315] Pero ante todo
acompaña a Teoría al Senado, su antigua morada.

TRIGEO.

¡Oh Senado, qué dichoso vas a ser albergando bajo tu techo a tan amable
huésped! ¡Cuánta salsa sorberás en estos tres días![316] ¡Qué de carnes
y entrañas cocidas no comerás! Adiós, pues, mi querido Mercurio.

MERCURIO.

¡Adiós, honrado Trigeo; que lo pases bien y que te acuerdes de mí!

TRIGEO.

¡Escarabajo mío, volemos, volemos a casa!

MERCURIO.

Si no está aquí, amigo mío.

TRIGEO.

¿Pues adónde se fue?

MERCURIO.

Está uncido al carro de Júpiter y es portador del rayo.[317]

TRIGEO.

Pero ¿dónde hallará el infeliz sus alimentos?

MERCURIO.

Comerá la ambrosía de Ganimedes.[318]

TRIGEO.

Y yo, ¿cómo bajaré?

MERCURIO.

No tengas miedo, por aquí... junto a la Diosa.

TRIGEO.

Ea, lindas muchachas, seguidme pronto; son muchos los que os esperan
enardecidos por el amor.[319]

       *       *       *       *       *

CORO.

Vete contento. Nosotros entre tanto encomendamos a nuestros servidores
la custodia de estos objetos,[320] pues no hay lugar menos seguro que
la escena: alrededor de ella andan siempre escondidos muchos ladrones,
acechando la ocasión de atrapar algo. (_A los criados._) Guardadnos
bien todo eso, mientras nosotros explicamos a los concurrentes
el objeto de esta obra, y la intención que nos anima. Merecería
ciertamente ser apaleado el poeta cómico que, dirigiéndose a los
espectadores, se elogiase a sí propio en los anapestos.[321] Pero si es
justo, oh hija de Júpiter, el tributar todo linaje de honores al más
sobresaliente y famoso en el arte de hacer comedias, nuestro autor se
considera digno de los mayores elogios. En primer lugar, es el único
que ha obligado a sus rivales a suprimir sus gastadas burlas sobre
los harapos, y sus combates contra los piojos; además él ha puesto en
ridículo y ha arrojado de la escena a aquellos Hércules,[322] panaderos
hambrientos, siempre fugitivos y bellacos, y siempre dejándose apalear
de lo lindo; y ha prescindido, por último, de aquellos esclavos que
era de rigor saliesen llorando, solo para que un compañero, burlándose
de sus lacerías, les preguntase riendo: «Hola, pobrecillo. ¿Qué le
ha pasado a tu piel? ¿Acaso un puerco-espin ha lanzado sobre tu
espalda un ejército de púas, llenándola de surcos?» Suprimiendo estos
insultos e innobles bufonadas, ha creado para vosotros un gran arte,
parecido a un palacio de altas torres, fabricado con hermosas palabras,
profundos pensamientos, y chistes no vulgares. Jamás sacó a la escena
particulares oscuros ni mujeres; antes bien, con hercúleo esfuerzo
arremetió contra los mayores monstruos, sin arredrarle el hedor de
los cueros ni las amenazas de un cenagal removido. Yo fui el primero
que ataqué audazmente a aquella horrenda fiera de espantosos dientes,
ojos terribles, flameantes como los de Cinna, rodeada de cien infames
aduladores que le lamían la cabeza, de voz estruendosa como la de
destructor remolino, de olor a foca, y de partes secretas que, por lo
inmundas, recuerdan las de las lamias y camellos.[323] La vista de
semejante monstruo no me atemorizó; al contrario, salí a su encuentro
y peleé por vosotros y por las islas. Motivo es este para que premiéis
mis servicios y no es olvidéis de mí. Además, en la embriaguez del
triunfo, no he recorrido las palestras seduciendo a los jóvenes,[324]
sino que, recogiendo mis enseres, me retiraba al punto, después de
haber molestado a pocos, deleitado a los más, y cumplido en todo con mi
deber. Por tanto, hombres y niños han de declararse a mi favor; y hasta
los calvos deben por propio interés contribuir a mi victoria; pues si
salgo vencedor, todos dirán en la mesa y en los festines: «Llévale al
calvo; dale esta confitura al calvo; no neguéis nada a ese nobilísimo
poeta, ni a su brillante frente.»[325]

SEMICORO.

Oh Musa, ahuyenta la guerra y ven conmigo a presidir las danzas,
a celebrar las bodas de los dioses, los festines de los hombres y
los banquetes de los bienaventurados. Estos son tus placeres. Si
Carcino[326] viene, y te suplica que bailes con sus hijos, no le
atiendas ni le ayudes en nada; considera que son unos bailarines de
delgado cuello a modo de codornices domésticas, enanos chiquititos,
como excrementos de cabra; en fin, poetas de tramoya.[327] Su padre
dice que la única de sus piezas que, contra toda esperanza, tuvo éxito,
fue estrangulada a la noche por una comadreja.[328]

SEMICORO.

Tales son los himnos que las Gracias de hermosa cabellera inspiran al
docto poeta cuando la primaveral golondrina gorjea entre el follaje; y
Morsino y Melantio[329] no pueden obtener un coro: este me desgarró los
oídos con su desentonada voz, cuando consiguieron su coro trágico, él
y su hermano, dos glotones como las Arpías y Gorgonas, devoradores de
rayas, amantes de las viejas, impuros, que apestan a chivo, y son el
azote de los peces. ¡Oh Musa! Envuélvelos en un inmenso gargajo, y ven
a celebrar la fiesta conmigo.

       *       *       *       *       *

TRIGEO.

¡Qué empresa tan difícil era la de llegar hasta los dioses! Tengo
como magulladas las piernas. ¡Qué pequeñitos me parecíais desde allá
arriba; cierto que mirados desde el cielo parecéis bastante malos,
pero desde aquí mucho peores!

UN ESCLAVO.

¿Estás aquí, señor?

TRIGEO.

Eso he oído decir.

EL ESCLAVO.

¿Cómo te ha ido?

TRIGEO.

Me duelen las piernas: ¡el camino es tan largo!

EL ESCLAVO.

Vamos, dime...

TRIGEO.

¿Qué?

EL ESCLAVO.

¿Has visto algún otro hombre vagando en la región del cielo?

TRIGEO.

No: solo he visto dos o tres almas de poetas ditirámbicos.[330]

EL ESCLAVO.

¿Qué hacían?

TRIGEO.

Trataban de coger al vuelo preludios líricos, perdidos en el aire.

EL ESCLAVO.

¿Has averiguado si es verdad, como se dice, que después de muertos nos
convertimos en estrellas?

TRIGEO.

Sí por cierto.

EL ESCLAVO.

¿Qué astro es aquel que se distingue allí?

TRIGEO.

Ion de Quíos,[331] el autor de una oda que principiaba: «Oriente.» En
cuanto pareció en el cielo todos le llamaron: «Astro oriental».

EL ESCLAVO.

¿Quiénes son esas estrellas que corren dejando un rastro de luz?

TRIGEO.

Son estrellas de los ricos que vuelven de cenar llevando una linterna y
en ella una luz. Pero concluyamos: llévate cuanto antes a casa a esta
joven;[332] limpia la bañera; calienta el agua, y prepara para ella y
para mí el lecho nupcial. En cuanto concluyas, vuelve aquí. Mientras
tanto, devolveré esta otra[333] al Senado.

EL ESCLAVO.

¿De dónde traes estas mujeres?

TRIGEO.

¿De dónde? Del cielo.

EL ESCLAVO.

Pues no doy un óbolo por los dioses, si se dedican a rufianes como los
hombres.

TRIGEO.

No lo son todos; pero hay algunos que viven de ese oficio.

EL ESCLAVO.

Vamos, pues. ¡Ah! dime, ¿le daré algo de comer?

TRIGEO.

Nada, no querrá comer ni pan ni pasteles, pues está acostumbrada a
beber la ambrosía con los dioses.

EL ESCLAVO.

Habrá, pues, que prepararle algo de beber.[334]

(_Vase._)

       *       *       *       *       *

CORO.

Ese anciano, al parecer, es sumamente feliz.

TRIGEO.

¿Qué diréis cuando me veáis adornado para la boda?

CORO.

Rejuvenecido por el amor, perfumado con exquisitas esencias, tu
felicidad es envidiable, anciano.

TRIGEO.

Es verdad. ¡Y cuando, acostado con ella, bese su seno!

CORO.

Serás más feliz que esos trompos, hijos de Carcino.

TRIGEO.

¿No merecía esta recompensa el haber salvado a los griegos, montado en
mi escarabajo? Gracias a mí, todos pueden vivir en el campo y gozar
tranquilamente del amor y del sueño.

       *       *       *       *       *

EL ESCLAVO (_De vuelta_).

La joven se ha lavado, y todo su cuerpo está resplandeciente de
hermosura; la torta está cocida, amasado el sésamo[335] y preparado
todo lo demás; solo falta el esposo.[336]

TRIGEO.

Ea, apresurémonos a llevar a Teoría al Senado.

EL ESCLAVO.

¿Qué dices? ¿Es esa Teoría aquella muchacha con la cual fuimos una vez
a Braurón[337] a beber y a refocilarnos?

TRIGEO.

La misma; no me ha costado poco el cogerla.[338]

EL ESCLAVO.

¡Oh señor, qué placeres nos proporciona cada cinco años!

TRIGEO.

¡Ea! ¿Quién de vosotros es de fiar? ¿Quién de vosotros se encarga de
guardar esta joven y de llevarla al Senado? ¡Eh, tú! ¿Qué dibujas ahí?

EL ESCLAVO.

El plano de la tienda que quiero levantar en el Istmo.[339]

TRIGEO.

Vamos, ¿ninguno quiere encargarse de guardarla? (_A Teoría_.) Ven acá;
te colocaré en medio de ellos.

EL ESCLAVO.

Ese hace señas.

TRIGEO.

¿Quién?

EL ESCLAVO.

¿Quién? Arifrades[340] te suplica que se la lleves.

TRIGEO.

No por cierto: pronto la dejaría extenuada.[341] Vamos, Teoría, deja
ahí todo eso.[342]

Senadores y pritáneos, contemplad a Teoría: ved los infinitos bienes
que con ella os entrego; podéis al instante levantar las piernas de
esta víctima y consumar el sacrificio. Mirad qué hermoso es este fogón;
el hollín lo ha ennegrecido; en él, antes de la guerra, solía el Senado
colocar sus cacerolas. Mañana podremos emprender con ella deliciosas
contiendas, luchar en el suelo, o a cuatro pies, o inclinados, o
apoyándonos sobre la rodilla echarla de costado, y, ungidos como los
atletas en el pancracio, atacarla denodadamente con los puños y otros
miembros. Al tercer día empezaréis las carreras de caballos; cada
jinete empujará a su adversario; los tiros de los carros, derribados
unos sobre otros y relinchando jadeantes, se darán sacudidas mutuas;
mientras otros aurigas, rechazados de su asiento, rodarán al suelo
cerca de la meta.[343] Pritáneos, recibid a Teoría. ¡Oh, con qué gozo
la acompaña ese! No hubieras estado tan solícito para llevarla al
Senado, si se tratase de un asunto gratuito:[344] no hubiera faltado el
pretexto de las ocupaciones.

CORO.

Un hombre como tú es útilísimo a la república.

TRIGEO.

Cuando vendimiéis, conoceréis mejor lo que valgo.

CORO.

Ya lo has demostrado bastante, siendo el salvador de todos los hombres.

TRIGEO.

Me dirás todo eso cuando bebas el vino nuevo.

CORO.

Siempre te creeremos el ser más grande después de los dioses.

TRIGEO.

Mucho me debéis a mí, Trigeo el Atmonense; pues he libertado de
gravísimos males a la población rústica y urbana, y he reprimido a
Hipérbolo.

CORO.

Dinos lo que debemos hacer ahora.

TRIGEO.

¿Qué cosa mejor que ofrecer a la Paz unas ollas llenas de
legumbres?[345]

CORO.

¡Ollas de legumbres, como al pobre Mercurio que las encuentra tan poco
nutritivas!

TRIGEO.

¿Pues qué queréis? ¿Un buey cebado?

CORO.

¡Un buey! No, de ningún modo; habría quizá que socorrer a alguno.[346]

TRIGEO.

¿Un puerco grande y gordo?

CORO.

No, no.

TRIGEO.

¿Por qué?

CORO.

Por miedo a las _porquerías_ de Teágenes.

TRIGEO.

¿Pues cuál víctima queréis?

CORO.

Una oveja.

TRIGEO.

¿Una oveja?

CORO.

Sí.

TRIGEO.

Pero pronuncias esa palabra como los jonios.[347]

CORO.

De intento; así, si en la Asamblea dice alguno: «es preciso hacer la
guerra», los asistentes espantados gritarán en jónico: «¡Oi! ¡Oi!»

TRIGEO.

Perfectamente.

CORO.

Y serán pacíficos. De esta manera seremos unos con otros como corderos,
y mucho más indulgentes con los aliados.

TRIGEO.

Ea, traed cuanto antes una oveja: en tanto prepararé yo el altar para
sacrificarla.

CORO.

¡Qué bien sale todo, con la ayuda de los dioses y el favor de la
fortuna! ¡Qué oportunamente llega todo!

TRIGEO.

Es la pura verdad; porque ya está el altar en la puerta.

CORO.

Apresuraos, pues, mientras los dioses encadenan el soplo inconstante
de la guerra. Evidentemente una divinidad cambia en bienes nuestras
miserias.

TRIGEO.

Aquí está la cesta, con la _salsa mola_,[348] la corona y el cuchillo:
también el fuego; de modo que solo falta la oveja.

CORO.

Apresuraos, apresuraos; porque si os ve Queris,[349] vendrá sin que se
le llame, y tocará la flauta hasta que os veáis obligados a taparle la
boca con algo, para premiar sus fatigas.

TRIGEO.

Vamos, coge la cesta y el agua lustral, y da cuanto antes una vuelta
por la derecha alrededor del ara.

EL ESCLAVO.

Ya he dado la vuelta; manda otra cosa.

TRIGEO.

Aguarda a que sumerja este tizón en el agua. Tú rocía el altar; tú dame
un poco de _salsa mola_; purifícate y alárgame después el vaso; y luego
esparce sobre los espectadores el resto de la cebada.

EL ESCLAVO.

Ya está.

TRIGEO.

¿Ya la has arrojado?

EL ESCLAVO.

Sí por cierto; ninguno de los espectadores deja de tener su porción de
cebada.[350]

TRIGEO.

Pero las mujeres no la han recibido.

EL ESCLAVO.

Sus maridos se la darán a la noche.

TRIGEO.

Oremos. ¿Quién está aquí? ¿Dónde está esa multitud de hombres de bien?

EL ESCLAVO.

Aguarda a que les dé a estos; son muchos y buenos.

TRIGEO.

¿Los crees buenos?

EL ESCLAVO.

¿Cómo no, si a pesar de haberles rociado de lo lindo están firmes y
plantados en su puesto?

TRIGEO.

Oremos, pues, cuanto antes; ¡oremos ya!

¡Augusta reina, diosa venerable, oh Paz, que presides las danzas e
himeneos, dígnate aceptar nuestro sacrificio!

EL ESCLAVO.

Acéptalo, oh la más honrada de las diosas, y no hagas como esas
mujeres que engañan a sus maridos. Esas, digo, que miran por la puerta
entreabierta, y cuando alguno se fija en ellas, se retiran; después, si
se aleja, vuelven a mirar. ¡Oh, no hagas eso con nosotros!

TRIGEO.

Al contrario, como una mujer honrada, muéstrate sin rebozo a tus
adoradores que hace trece años nos consumimos lejos de ti. Pon término
a las luchas y tumultos, y merece el nombre de Lisímaca;[351] corrige
esta suspicacia y charlatanería que engendra nuestras mutuas calumnias;
une de nuevo a los griegos con los dulces vínculos de la amistad, y
predisponlos a la benignidad y a la indulgencia; haz, en fin, que
en nuestra plaza abunden las mejores mercancías, ristras de ajos,
cohombros tempranos, manzanas, granadas, y pequeñas túnicas para los
esclavos; que afluyan a ella los beocios cargados de gansos, ánades
y alondras; que vengan con cestos de anguilas del Copáis,[352] y
amontonados en torno de ellas, luchemos entre la turba de compradores,
con Móricos, Téleas y Glaucetes[353] y otros glotones ilustres; y que
Melantio, llegando el último al mercado, y viéndolo todo vendido, se
lamente y exclame como en su _Medea_: «¡Yo muero! ¡Me han abandonado
las que se esconden entre las acelgas!»[354] y que todos se rían de su
desgracia. Concédenos, Diosa veneranda, esto que te pedimos.

EL ESCLAVO.

Coge el cuchillo y degüella la oveja como un cocinero consumado.

TRIGEO.

Eso no es lícito.

EL ESCLAVO.

¿Por qué?

TRIGEO.

La Paz aborrece la matanza, y por eso nunca se ensangrienta su altar.
Por lo tanto, llévate adentro la víctima, mátala y trae las dos
piernas; de este modo la oveja se guardará para el Corega.

(_El esclavo entra en la casa._)

       *       *       *       *       *

CORO.

Tú, que permaneces aquí, reúne pronto las astillas y todo lo necesario
para el sacrificio.

TRIGEO.

¿No os parece que dispongo el hogar como el más experto adivino?

CORO.

¿Por qué no? ¿Acaso ignoras algo de cuanto un sabio debe conocer?
¿No preves todo lo que un hombre de reconocida habilidad y audacia
afortunada debe prever?

TRIGEO.

El humo de las astillas incomoda a Estílbides.[355] Traeré una mesa y
me pasaré sin criado.

CORO.

¿Quién no ensalzará a un hombre que, arrostrando infinitos peligros,
salvó la ciudad sagrada? Jamás dejará de ser admirado por todos.

       *       *       *       *       *

EL ESCLAVO (_De vuelta_).

Cumplí tus órdenes. Toma las piernas y ponlas sobre el fuego: yo voy a
buscar las entrañas y la torta.

TRIGEO.

Eso corre de mi cuenta; pero necesitaba que vinieses.

EL ESCLAVO.

Pues aquí estoy. ¿Te parece que he tardado?

TRIGEO.

Asa bien eso. Pero ahí se acerca uno coronado de laurel. ¿Quién es ese
hombre?

EL ESCLAVO.

¡Qué arrogante parece! Sin duda, algún adivino.

TRIGEO.

No, por Júpiter, es Hierocles.[356]

EL ESCLAVO.

¡Ah! Ese charlatán de oráculos, habitante de Orea.[357] ¿Qué nos querrá
decir?

TRIGEO.

Claro está que vendrá a oponerse a la Paz.

EL ESCLAVO.

No, lo que le atrae es el olor de las viandas.

TRIGEO.

Hagamos como que no le vemos.

EL ESCLAVO.

Tienes razón.

       *       *       *       *       *

HIEROCLES.

¿Qué sacrificio es este y a qué dios lo ofrecéis?

TRIGEO.[358]

Asa eso callando; cuidado con los riñones.

HIEROCLES.

¿Pero no me diréis a qué dios sacrificáis?

TRIGEO.

La cola tiene buena traza.

EL ESCLAVO.

Muy buena, oh Paz veneranda y querida.

HIEROCLES.

Vamos, corta ya y ofrece las primicias.

TRIGEO.

Antes ha de asarse bien.

HIEROCLES.

Ya está bien asada.

TRIGEO.

Quienquiera que seas, eres demasiado curioso. Corta: ¿dónde está la
mesa? Trae las libaciones.

HIEROCLES.

La lengua se corta aparte.

TRIGEO.

Lo sabemos; ¿sabes tú lo que debías hacer?

HIEROCLES.

Si me lo dices.

TRIGEO.

No hablarnos ya una palabra, porque sacrificamos a la santa Paz.

HIEROCLES.

¡Oh desdichados o imbéciles mortales...!

TRIGEO.

¡Caigan sobre ti tus maldiciones!

HIEROCLES.

...Que no entendiendo, en vuestra ceguedad, la voluntad de los dioses,
os aliáis con esos feroces monos...[359]

TRIGEO.

¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!

HIEROCLES.

¿De qué te ríes?

TRIGEO.

Tienen gracia tus feroces monos.

HIEROCLES.

Estúpidas palomas, que os fiáis de los zorros de falso corazón y
pensamientos falsos.

TRIGEO.

¡Ojalá, charlatán arrogante, se pongan tus pulmones tan calientes como
estas entrañas!

HIEROCLES.

Si las Ninfas no engañaron a Bacis;[360] si los mortales no fueron
engañados por Bacis, ni Bacis por las Ninfas...

TRIGEO.

¡Confúndante los dioses si no dejas de hablar de Bacis!

HIEROCLES.

No habrían decretado los hados que se rompiesen las cadenas de la Paz;
pero antes...

TRIGEO.

Hay que echar sal a eso.

HIEROCLES.

No place a los dioses inmortales que desistamos de la guerra, mientras
el lobo paree con la oveja.

TRIGEO.

¿Acaso, charlatán maldito, el lobo pareará jamás con la oveja?

HIEROCLES.

Mientras la chinche de campo exhale al huir un fétido olor; mientras la
perra chillona, forzada a parir, dé a luz cachorros ciegos, no se debe
pensar en la Paz.

TRIGEO.

¿Pues qué debíamos hacer? ¿Continuar la guerra? ¿Echar suertes sobre
quién había de llorar más, cuando podíamos, uniéndonos por un tratado,
mandar en común sobre la Grecia?

HIEROCLES.

Nunca conseguirás que el cangrejo ande en línea recta.

TRIGEO.

No cenarás ya en el Pritáneo,[361] ni serás profeta de lo pasado.

HIEROCLES.

Nunca suavizarás la piel áspera del erizo.

TRIGEO.

¿No acabarás nunca de engañar a los atenienses?

HIEROCLES.

¿En virtud de qué oráculo habéis ofrecido ese sacrificio a los dioses?

TRIGEO.

De este, que Homero expresó en tan bellas frases:

      La negra nube de la odiosa guerra
    Disipamos así, y en dulce abrazo
    Estrechando a la Paz, cien sacrificios
    Le ofrecimos gustosos. Cuando el fuego
    Devoró de las víctimas las piernas,
    Nosotros sus entrañas consumimos
    E hicimos libaciones; dirigía
    La fiesta yo; mas nadie presentaba
    Al adivino la brillante copa.[362]

HIEROCLES.

Eso nada tiene que ver conmigo: nos lo ha dicho la Sibila.

TRIGEO.

Pero el sabio Homero dijo muy bien:

    Que ni casa, ni hogar, ni patria tiene
    El que las guerras intestinas ama
    Siempre dañosas.[363]

HIEROCLES.

Ten cuidado no te arrebate el milano la carne con una de las suyas...

TRIGEO (_Al esclavo_).

Sí, ten cuidado: ese oráculo amenaza nuestras viandas. Haz la libación
y trae parte de los intestinos.

HIEROCLES.

Si os parece, voy a servirme yo mismo mi porción.

TRIGEO.

¡La libación, la libación!

HIEROCLES.

Échame a mí también, y dame una porción de los intestinos.

TRIGEO.

Eso no place a los dioses inmortales, sino el que primero hagamos
nosotros las libaciones y tú te marches. ¡Oh veneranda Paz, permanece a
nuestro lado toda la vida!

HIEROCLES.

Tráeme aquí la lengua.

TRIGEO.

Tráeme la tuya.

HIEROCLES.

¡La libación!

TRIGEO (_Al esclavo_).

Llévate esto con la libación.

HIEROCLES.

¿Nadie me dará algo de los intestinos?

TRIGEO.

No podemos darte nada hasta que el lobo se paree con la oveja.

HIEROCLES.

¡Ah, por favor! yo te lo pido por tus rodillas.

TRIGEO.

Tus ruegos son inútiles, amigo mío; no lograrás suavizar «al áspero
erizo.» Ea, espectadores, acompañadnos a comer intestinos.

HIEROCLES.

¿Y yo?

TRIGEO.

Cómete a la Sibila.

HIEROCLES.

No, por la tierra, no os lo comeréis solos; si no me dais, os lo quito;
esto es para todo el mundo.

TRIGEO (_Al esclavo_).

Sacúdele, sacúdele a Bacis.

HIEROCLES.

¡Sed testigos!...

TRIGEO.

De que eres un glotón y un impostor. ¡Firme: echa de aquí a bastonazos
a ese charlatán!

EL ESCLAVO.

Cuida de esto; yo voy a quitarle las pieles de las víctimas que nos ha
escamoteado. ¡Suelta esas pieles, adivino infernal! ¿Oyes? ¿Qué especie
de cuervo es este que nos ha venido de Orea? Ea, pronto, emprende el
vuelo hacia Elimnio.[364]

       *       *       *       *       *

CORO.

¡Qué alegría! ¡Qué alegría! ¡Ya no más cascos, quesos ni cebollas!
Los combates para quien los quiera: a mí solo me gusta beber con mis
buenos amigos, junto al hogar donde con viva llama arde y chisporrotea
la leña cortada en el rigor del estío, y tostar garbanzos sobre
las ascuas, y asar bellotas entre el rescoldo, y hurtar un beso a
Trata,[365] mientras se baña mi esposa. Después de hecha la siembra,
cuando la riega Júpiter con benéfica lluvia, nada hay tan agradable
como el hablar así con un vecino: «Dime, ¿qué hacemos ahora, querido
Comárquides? Yo quisiera beber, mientras el cielo fecunda nuestro
campo. Ea, mujer, mezcla un poco de trigo con tres quénices de
habichuelas, y ponlas a cocer, y danos higos secos. Que Sira haga
volver a Manes del campo; hoy no es posible podar las vides, ni
desterronar, pues la tierra está sumamente húmeda. Que me traigan el
tordo y los dos pinzones. También debe de haber en casa calostro y
cuatro tajadas de liebre, si ayer noche no las robó el gato, porque
oí en la despensa un ruido sospechoso. Muchacho, trae tres pedazos, y
dale el otro a mi padre. Pide a Esdúnada ramas de mirto con sus bayas;
y, ya que te coge de camino, dile a Carinades que venga a beber con
nosotros, mientras el cielo benéfico fecunda los sembrados.» Cuando
entona la cigarra su dulce cantinela,[366] me gusta ver si las uvas de
Lemnos principian a madurar, pues son las más tempranas; y no menos me
agrada mirar cómo van hinchándose los higos, y comerlos cuando están
maduros, y exclamar, saboreándolos: «Deliciosa estación.» Después bebo
una infusión de tomillo machacado, y logro así engordar en el estío,
mucho más que viendo a uno de esos taxiarcos,[367] aborrecidos por los
dioses, pavoneándose con su triple penacho y su clámide teñida de un
rojo deslumbrador que pretende hacer pasar por púrpura de Sardes. Pero
cuando ocurre pelear, él mismo se encarga de darle una mano de azafrán
cicense. Y después huye veloz el primero como un gallo, agitando sus
amarillas crestas, mientras yo guardo mi puesto. Cuando están en Atenas
estos valentones hacen cosas insufribles; inscriben a unos en las
listas y borran a otros, dos y tres veces, según su capricho. «Mañana
es la marcha», oye decir a lo mejor un ciudadano que no ha comprado
víveres porque nada sabía al salir de su casa, y luego, al pararse
delante de la estatua de Pandión,[368] ve su nombre inscrito en la
lista; se aturde, y echa a correr llorando. Así nos tratan a los pobres
campesinos; a los ciudadanos ya les tienen más consideraciones esos
cobardes aborrecidos de los dioses y los hombres. Pero si el cielo
lo permite, ya tendrán su merecido. Mucho daño me han hecho esos
taxiarcos, leones en la ciudad y zorros en el combate.

       *       *       *       *       *

TRIGEO.

¡Oh! ¡Oh! ¡Cuánta gente viene al banquete de boda! Limpia las mesas con
ese penacho; ya no sirve para otra cosa. Trae en seguida los pasteles y
los tordos, liebre en abundancia y panes.

UN FABRICANTE DE HOCES.

¿Dónde está Trigeo? ¿Dónde?

TRIGEO.

Estoy cociendo tordos.

EL FABRICANTE DE HOCES.

¡Oh queridísimo Trigeo, cuánto bien nos has hecho procurándonos la paz!
Antes no había quien diese un óbolo por una hoz; ahora vendo las que
quiero a cincuenta dracmas. Este amigo vende a tres los toneles para el
campo. Vamos, Trigeo, escoge de estas hoces y de todo lo demás cuanto
quieras, y llévatelo gratis. Todo esto que vendemos y que nos produce
pingües ganancias te lo ofrecemos como regalo de boda.

TRIGEO.

Bueno, bueno; dejadlo ahí todo, y entrad a cenar cuanto antes. Ahí se
acerca un armero con una cara más triste que un funeral.

       *       *       *       *       *

EL FABRICANTE DE PENACHOS.

¡Ay, Trigeo, me has arruinado completamente!

TRIGEO.

¿Qué te pasa, desdichado? ¿Acaso te salen penachos en la cabeza?

EL FABRICANTE DE PENACHOS.

Nos has quitado el trabajo y la subsistencia a mí y a este otro,
fabricante de dardos.

TRIGEO.

Vamos, ¿cuánto quieres por esos dos penachos?

EL FABRICANTE DE PENACHOS.

¿Cuánto ofreces?

TRIGEO.

¿Que cuánto ofrezco? Me da vergüenza el decirlo. Sin embargo, como el
trenzado está hecho con gran primor, te daré tres quénices de higos
secos y me servirán para limpiar esta mesa.

EL FABRICANTE DE PENACHOS.

Vengan los higos: más vale poco que nada.

TRIGEO.

Vete al infierno con tus penachos; tienen lacia la cerda, no valen un
pito. No daría una higa por todos ellos.

       *       *       *       *       *

EL VENDEDOR DE CORAZAS.

¡Ay de mí! ¿Qué haré con esta coraza tasada en diez minas y trabajada
con tanto esmero?

TRIGEO.

No se te irrogará perjuicio alguno; dámela en su precio; podrá ser un
bacín elegantísimo.

EL VENDEDOR DE CORAZAS.

No te burles de mí y de mis mercancías.

TRIGEO.

Con ella... y tres buenos guijarros,[369] ¿no tendremos cuanto para el
caso hace falta?

EL VENDEDOR DE CORAZAS.

¿Pero cómo te limpiarás, imbécil?

TRIGEO.

Perfectamente. Mira, paso una mano por la abertura del brazo, y la
otra...

EL VENDEDOR DE CORAZAS.

¡Cómo! ¿Con las dos manos?

TRIGEO.

Pues claro, para que no me acusen de defraudar al Estado tapando los
agujeros de los remos.[370]

EL VENDEDOR DE CORAZAS.

¿Y te atreverás a usar un bacín de mil dracmas?

TRIGEO.

¿Quién lo duda, miserable? Crees que ni por diez mil vendería yo mi
trasero.

EL VENDEDOR DE CORAZAS.

Vamos, venga el dinero.

TRIGEO.

¡Ay! Querido, tu coraza me destroza las nalgas. Llévatela; no la compro.

       *       *       *       *       *

EL FABRICANTE DE TROMPETAS.

¿Qué haré de esta trompeta que me costó sesenta dracmas?

TRIGEO.

Echa plomo en su cavidad; atraviesa encima una vara un poco larga, y
tendrás un cótabo[371] en equilibrio.

EL FABRICANTE DE TROMPETAS.

¡Ay! te burlas de mí.

TRIGEO.

Otra idea. Échale plomo, como te he dicho; añade un platillo colgado
de unas cuerdecitas, y tendrás una balanza para pesar en el campo los
higos que has de distribuir a tus esclavos.

       *       *       *       *       *

EL FABRICANTE DE CASCOS.

¡Maldita suerte! ¡Estoy arruinado! Yo, que en otro tiempo pagué una
mina por estos cascos. ¿Quién me los comprará ahora?

TRIGEO.

Vete a venderlos a los egipcios: son los únicos para medir sirmea.[372]

       *       *       *       *       *

EL FABRICANTE DE LANZAS.

¡Ay, mi buen fabricante de cascos, qué desgraciada es nuestra suerte!

TRIGEO (_Al fabricante de lanzas_).

La suya no lo es.

EL FABRICANTE DE LANZAS.

Pues qué, ¿habrá todavía quien necesite cascos?

TRIGEO.

Como sepa ponerles dos asas, los podrá vender mucho más caros.

EL FABRICANTE DE CASCOS.

Vámonos, fabricante de lanzas.

TRIGEO.

No, no; le voy a comprar esas picas.

EL FABRICANTE DE LANZAS.

¿Cuánto das por ellas?

TRIGEO.

Si las cortas por la mitad, para que puedan servir de rodrigones, te
pagaré a dracma el ciento.

EL FABRICANTE DE LANZAS.

Este hombre se burla de nosotros. Vámonos, amigo.

       *       *       *       *       *

TRIGEO.

Muy bien hecho; pues ya salen a orinar los hijos de los convidados,
y si no me engaño, a preludiar sus cantos. Eh, muchacho, si piensas
cantar, ensáyate antes delante de mí.

EL HIJO DE LÁMACO.

      Celebremos ahora
    Los valientes guerreros...[373]

TRIGEO.

Maldita criatura, deja de cantar los valientes guerreros; ahora estamos
en paz. Eres un bribonzuelo mal enseñado.

EL HIJO DE LÁMACO.

    Con furia aterradora
    Acométense fieros;
    Se aplastan sus combados
    Escudos...[374]

TRIGEO.

¡Escudos! ¿No acabarás con tus escudos?

EL HIJO DE LÁMACO.

    ...alaridos
    De triunfo alborozados
    Se escuchan, y gemidos...

TRIGEO.

¡Gemidos! Me parece que quien va a gemir aquí eres tú, si continúas con
tus gemidos y tus escudos combados.

EL HIJO DE LÁMACO.

¿Pues qué he de cantar? ¿Qué es lo que te gusta?

TRIGEO.

«Se comían de buey sendos tasajos» O cosas por el estilo.

    Disponían alegres el banquete
    Y cuantos platos hay apetecibles.

EL HIJO DE LÁMACO.

    Se comían de buey sendos tasajos;
    Los sudorosos brutos desuncían;
    Hartos de pelear...

TRIGEO.

Eso es: «hartos de pelear, se pusieron a comer.» Canta, canta lo que
comieron después de hartarse.

EL HIJO DE LÁMACO.

    Después de terminada la comida,
    Acorázanse el vientre...

TRIGEO.

Con buen vino, ¿verdad?

EL HIJO DE LÁMACO.

                      ...De las torres
    Se precipitan. Alarido inmenso
    Surca entonces...

TRIGEO.

Que Júpiter te confunda con tus batallas, bribonzuelo; no sabes más que
cantos de guerra. ¿De quién eres hijo?

EL HIJO DE LÁMACO.

¿Yo?

TRIGEO.

Sí, tú.

EL HIJO DE LÁMACO.

De Lámaco.

TRIGEO.

¡Oh! ¡Oh! Ya se me figuraba que debías de ser hijo de algún aficionado
a combates y heridas;[375] de algún Boulómaco o Clausímaco.[376] Largo
de aquí. Vete a entonar tus canciones a los lanceros. ¿Dónde está el
hijo de Cleónimo? Ven acá; canta algo antes de entrar en casa. Ya estoy
seguro de que tus cantares no serán belicosos. Tu padre es prudentísimo.

EL HIJO DE CLEÓNIMO.

      Un habitante de Sais
    Ostenta el brillante escudo,
    Que abandoné mal mi grado
    Cabe un florecido arbusto.[377]

TRIGEO.

Dime, pequeño, ¿cantas eso por tu padre?

EL HIJO DE CLEÓNIMO.

«Salvé mi vida...»

TRIGEO.

Pero deshonraste tu linaje. Mas entremos; demasiado sé que el hijo de
tal padre no olvidará nunca lo que acaba de cantar sobre el escudo.
Vosotros los que os quedáis al festín ya no tenéis que hacer otra cosa
más que comer y consumir todas las viandas y menear sin descanso las
mandíbulas. Lanzáos sobre todos los platos, y comed a dos carrillos.
¡Desdichados! ¿para qué sirven, sino es para comer, los buenos dientes?

CORO.

Eso queda a nuestro cargo; nos has dado un buen consejo.

TRIGEO.

Vosotros, que ayer estabais hambrientos, saciaos ahora de liebre; no
todos los días se encuentran pasteles abandonados. Devoradlos, pues,
que si no, tal vez sintáis mañana no haberlo hecho.

CORO.

Silencio, silencio, va a presentarse la novia; coged las
antorchas:[378] que todo el pueblo se regocije y dance. Después, cuando
hayamos bailado, y bebido y expulsado a Hipérbolo, llevaremos de nuevo
al campo nuestro humilde ajuar, y pediremos a los dioses que otorguen
a los griegos oro en abundancia, y a nosotros riquísimas cosechas de
cebada y vino, dulces higos y esposas fecundas. Así podremos recobrar
los perdidos bienes y abolir para siempre el uso del acero homicida.

TRIGEO.

Querida esposa, ven al campo a embellecer mi lecho.

CORO.

¡Oh mortal tres veces feliz con tu merecida dicha! ¡Oh Himeneo!
¡Himeneo! ¿Qué le haremos? ¿Qué le haremos? ¡Gocemos de su belleza!
¡Gocemos de su belleza! Nosotros los hombres colocados en la primera
fila levantemos al novio y llevémosle en triunfo. ¡Himeneo! ¡Himeneo!

TRIGEO.

Tendréis una linda casa, viviréis sin molestias y cogeréis higos. ¡Oh
Himeneo! ¡Himeneo!

CORO.

Aquel tiene uno grande y grueso; este, otro dulcísimo. Después de comer
y beber sendos tragos, exclamarás: ¡Oh Himeneo! ¡Himeneo!

CORO.

Adiós, adiós, amigos míos. Los que me sigan comerán pasteles.


FIN DE LA PAZ



LAS AVES.



NOTICIA PRELIMINAR.


Dos ciudadanos atenienses, Evélpides y Pistetero, como si dijéramos,
Buena-esperanza y Fiel-amigo, hartos de desórdenes, de pleitos, cábalas
o intrigas, y tomando al pie de la letra la expresión _irse a los
cuervos_, análoga, como hemos visto, a la nuestra _irse al diablo_ o
a otra cosa, si no peor, más sucia, huyen de Atenas y se encaminan al
país de las aves en busca de la Abubilla, en otro tiempo Tereo, rey
de Tracia. Aceptada por el ex-monarca-pájaro la idea de construir una
ciudad en los aires, convoca una asamblea de todas las razas aladas,
que acudiendo en gran número, se preparan en el primer momento a
embestir y despedazar a los temerarios mortales que han osado penetrar
en sus dominios: calmados por la Abubilla, cámbiase pronto su furia
en indescriptible entusiasmo, cuando Pistetero desenvuelve un plan
para devolver a los volátiles el cetro del mundo que antes les había
pertenecido. Los dos atenienses son naturalizados inmediatamente: la
nueva ciudad, llamada _Nefelococigia_, es construida en un abrir y
cerrar de ojos, y dos embajadores son enviados al cielo y a la tierra.
Apenas se empieza a ofrecer el sacrificio de consagración, acuden a
Nefelococigia toda clase de gentes: un pobre poeta, que versifica
en honor de la nueva ciudad para conseguir un manto y una túnica;
un adivino cargado de oráculos; Metón el geómetra; un inspector
y un vendedor de decretos, que son apaleados en castigo de sus
impertinencias. Iris, mensajera de los dioses, es hecha prisionera al
intentar atravesar los aires; sometida a un apremiante interrogatorio,
vese obligada a manifestar que Júpiter la envía a los hombres para que
ofrezcan los acostumbrados sacrificios, y tiene que retirarse malparada
oyendo de boca de Pistetero que no hay más dioses que las aves, y
que el paso al través de la nueva ciudad queda prohibido hasta nueva
orden a las divinidades olímpicas. Preséntase después un Mensajero,
anunciando que los hombres han decretado una corona de oro al fundador
de Nefelococigia, y que las aves se han puesto de moda y hacen tal
furor en Atenas, que pronto se verá llegar una multitud _ornitomaniaca_
pidiendo alas y plumajes. No tarda efectivamente en presentarse un
joven con intentos parricidas, que recibe entre equívocos y chistes
consejos prudentísimos, y al cual siguen Cinesias, poeta ditirámbico,
ganoso de atrapar entre las nubes las sublimes vaciedades de sus versos
y un sicofanta o delator, que así como el poeta lleva con una paliza
su justo merecido. Prometeo, que llega después, revela a Pistetero
el hambre canina que aflige a los inmortales, indicándole el medio
de explotar la miseria del Olimpo, y retirándose con todo género de
precauciones para no ser visto por Júpiter.

Una embajada, compuesta de Neptuno, Hércules y un Tríbalo, presenta por
fin sus proposiciones a la gente alada, y vencidas las dificultades se
estipulan la paz y el paso libre por Nefelococigia, con la condición
de entregar Júpiter su cetro a las aves y a Pistetero la mano de la
Soberanía.

La comedia concluye, como _La Paz_, con un jubiloso canto de himeneo.

Tal es el argumento de _Las Aves_. ¿Cuál es su objeto? He aquí
una pregunta a la cual se han dado muy diferentes contestaciones.
Unos[379] han dicho que su autor se limitaba a censurar la afición a
las lides judiciales, sin considerar que Aristófanes solo se ocupa
de esta manía de Atenas a la ligera y muy de paso; otros[380] que
su fin es nada menos que promover cambios radicales en el carácter
ateniense, en el culto, en la religión, en la constitución de la
república y en el personal de sus magistrados, sin parar mientes
que tales proposiciones, aun hechas de burlas, costaban la vida al
temerario que las aventuraba: quiénes[381] (por más que nada autorice
a suponerlo) solo ven en su fantástico desarrollo una animada censura
de las peregrinas invenciones de los trágicos y sus increíbles fábulas;
y no han faltado algunos[382] que, saltando por encima de un flamante
anacronismo, la conceptúan una graciosa parodia de la República que
Platón soñó muchos años más tarde.

La explicación de M. Paulmier, desenvuelta luego por el P. Brumoy, es
indudablemente la más ingeniosa, careciendo sin embargo del debido
fundamento. El erudito jesuita, teniendo presente que poco antes
de la representación de esta comedia, Alcibíades, llamado a Atenas
para defenderse del crimen de sacrilegio, había huido a Esparta y
exhortaba a los lacedemonios a fortificar a Decelia, ciudad del Ática
que más adelante molestó mucho a los atenienses, opina que, aunque
con el pulso y delicadeza que la gravedad del asunto requería, trató
Aristófanes en _Las Aves_ de llamar la atención del pueblo sobre los
preparativos de una rival ambiciosa, y decidirle a traer de Sicilia
sus tropas y galeras. Pero solo un pasaje en que se habla de la galera
_Salamina_, y algunas otras indicaciones remotísimas confirman
la interpretación de Brumoy, que cae ante la consideración de que
Aristófanes cuando alude lo hace clara y directamente, y si a veces
encubre su propósito, hay que confesar que se vale siempre del velo de
una alegoría transparente. Sin ir tan lejos, dice Artaud, ni perderse
en cavilaciones sistemáticas, podemos hallar la explicación del enigma.
A una lectura un poco atenta, vese en _Las Aves_ una especie de utopía
cómica, una república imaginaria como la de Platón, realizada de una
manera burlesca. Todo lo que precede a la fundación de la ciudad no es
más que el preámbulo de la acción. Sin el lazo de esta idea general, la
pieza presentaría solamente una serie de escenas ininteligibles. Pero
mirada bajo este prisma, es un cuadro ingenioso en que el espíritu del
poeta se solaza a placer y pasa revista a todos los ridículos. Un hijo
que desea la muerte de su padre recibe de las cigüeñas una lección de
amor filial. El autor ataca sucesivamente la pedantería de los sabios
y filósofos, la ignorancia y avidez de los sacerdotes y adivinos,
las pretensiones de los poetas, la venalidad de los magistrados, las
infamias de los delatores y las charlatanerías de toda especie.

Para explicarse ciertas singularidades de esta comedia, como la de
componer el coro de personajes alados, no hay necesidad tampoco de
acudir a la hipótesis de que las aves sean representantes de los
lacedemonios, y los hombres y los dioses de los atenienses y de los
demás pueblos griegos; pues para dar amenidad al espectáculo y
ocupación a las máquinas teatrales, eran cosa corriente entre los
cómicos tan peregrinas invenciones; y por otra parte, quien había
puesto en escena Nubes, Avispas y Escarabajos no puede decirse que se
excediera a sí mismo al presentar un coro de volátiles. Es más; en
mi humilde opinión, la elección del poeta fue sobremanera acertada,
pues debió dar así una animación extraordinaria a la comedia, falta de
acción como todas las de Aristófanes, con tantas idas y venidas, tantos
giros y revoloteos, tanta variedad de plumajes, y esa encantadora
alegría, patrimonio de los pájaros, que son naturalmente, como dice
Leopardi,[383] las criaturas más regocijadas de la creación.

La elección de estos alados personajes permite además al autor dar
rienda suelta a su fantasía por los amenos campos de la fábula, y
presentar sin sombra de pedantería, y con aquella frescura y sencillez
de colorido del poeta predilecto de las Gracias, multitud de leyendas
curiosas, entretenidos detalles, mordaces chistes y picantes sales,
alternando con brillantes himnos de elevación verdaderamente pindárica.
«De este modo, dice Poyard, _Las Aves_ son una obra sin ejemplo y
sin rival, un género aparte aun dentro del teatro aristofánico, una
fantasmagoría alegre, viva, seductora, llena de maravillosas sorpresas,
chispeando poesía, desenvolviéndose aérea y alada, y burlándose con
sátira ligera y divertida, sin las virulencias ordinarias.»

Esta comedia se representó el año 415 antes de Jesucristo, décimo
octavo de la guerra del Peloponeso, habiendo obtenido el premio
segundo: _Los Bebedores_ de Amipsias consiguieron el primero; y el
tercero fue otorgado al _Monotropos_ (el Moroso) de Frínico.



PERSONAJES.


  EVÉLPIDES.
  PISTETERO.
  EL REYEZUELO, criado de la Abubilla.
  LA ABUBILLA.
  CORO DE AVES.
  EL FENICÓPTERO.
  HERALDOS.
  UN SACERDOTE.
  UN POETA.
  UN ADIVINO.
  METÓN, geómetra.
  UN INSPECTOR.
  UN VENDEDOR DE DECRETOS.
  MENSAJERO.
  IRIS.
  UN PARRICIDA.
  CINESIAS, poeta ditirámbico.
  UN DELATOR.
  PROMETEO.
  NEPTUNO.
  TRÍBALO.
  HÉRCULES.
  UN CRIADO de Pistetero.

       *       *       *       *       *

País agreste, lleno de piedras y zarzas. En el fondo una selva, a un
lado una roca, morada de la Abubilla.



LAS AVES.


EVÉLPIDES (_Al grajo que le sirve de guía_).

¿Me dices que vaya en línea recta hacia aquel árbol?

PISTETERO (_A la corneja que trae en mano_).

¡Peste de avechucho! Ahora grazna que retrocedamos.

EVÉLPIDES.

Pero, infeliz, ¿a qué caminar arriba y abajo? Con estas idas y venidas
nos derrengamos inútilmente.

PISTETERO.

¡Qué imbécil he sido en dejarme guiar por esta corneja! Me ha hecho
correr más de mil estadios.[384]

EVÉLPIDES.

¿Mayor desdicha que la de llevar de guía a este grajo, que me ha
destrozado todas las uñas de los dedos?

PISTETERO.

Ni siquiera sé en qué lugar de la tierra estamos.

EVÉLPIDES.

¿No podrías hallar desde aquí tu patria?

PISTETERO.

No por cierto: ni Execéstides[385] la suya.

EVÉLPIDES.

¡Ay!

PISTETERO.

Toma esa senda, amigo mío.

EVÉLPIDES.

¡Qué terriblemente nos ha engañado Filócrates,[386] ese atrabiliario
vendedor de pájaros! Nos aseguró que estas dos aves nos guiarían
mejor que ninguna otra a la morada de Tereo, la Abubilla, que
fue transformado en pájaro; y nos vendió este grajo, hijo de
Tarrélides,[387] por un óbolo, y por tres aquella corneja, que solo
saben darnos picotazos. (_Al grajo._) ¿Por qué me miras con el pico
abierto? ¿Quieres precipitarnos desde esas rocas? Por ahí no hay camino.

PISTETERO.

Ni senda tampoco.

EVÉLPIDES.

¿No dice nada tu corneja?

PISTETERO.

Nada absolutamente; grazna ahora como antes.

EVÉLPIDES.

Pero, en fin, ¿qué dice de nuestra ruta?

PISTETERO.

¿Qué ha de decir sino que a fuerza de roer acabará por comérseme los
dedos?

EVÉLPIDES.

¡Esto es insoportable! Queremos irnos a los cuervos;[388] ponemos
para conseguirlo cuanto está de nuestra mano, y no logramos hallar el
camino. Porque habéis de saber, oyentes míos, que nuestra enfermedad
es completamente distinta de la que aflige a Saccas: este, no siendo
ciudadano, se obstina en serlo, y nosotros que lo somos, y de familias
distinguidas, aunque nadie nos expulsa, huimos a toda prisa de nuestra
patria. No es que aborrezcamos a una ciudad tan célebre y afortunada, y
abierta siempre a todo el que desee arruinarse con litigios; porque es
una triste verdad que si las cigarras solo cantan uno o dos meses entre
las ramas de los árboles, en cambio los atenienses cantan toda la vida
posados sobre los procesos. Esto es lo que nos ha obligado a emprender
este viaje y a buscar, cargados del canastillo, la olla y las ramas
de mirto,[389] un país libre de pleitos, donde pasar tranquilamente
la vida. Nos dirigimos con tal objeto a Tereo, la Abubilla, para
preguntarle si, en las comarcas que ha recorrido volando, ha visto
alguna ciudad como la que deseamos.

PISTETERO.

¡Eh, tú!

EVÉLPIDES.

¿Qué hay?

PISTETERO.

La corneja hace rato que me indica que hay algo arriba.

EVÉLPIDES.

También mi grajo mira con el pico abierto en la misma dirección, como
si quisiera señalarme alguna cosa: no puede menos de haber aves por
aquí. Pronto lo sabremos haciendo ruido.

PISTETERO.

¿Sabes lo que has de hacer? Dar un golpe con la rodilla en esa peña.

EVÉLPIDES.

Y tú, con la cabeza, para que el ruido sea doble.

PISTETERO.

Vamos, coge esa piedra y llama.

EVÉLPIDES.

Está bien; ¡esclavo! ¡esclavo!

PISTETERO.

Pero ¿qué haces? Para llamar a una Abubilla, gritas ¡esclavo! ¡esclavo!
En vez de ¡esclavo! debes gritar: ¡Epopoi! ¡Epopoi![390]

EVÉLPIDES.

¡Epopoi! Tendré que llamar otra vez. ¡Epopoi!

EL REYEZUELO.[391]

¿Quién va? ¿Quién llama a mi dueño?

EVÉLPIDES.

¡Apolo nos asista! ¡Qué enorme pico![392]

EL REYEZUELO.

¡Horror! ¡Son cazadores!

EVÉLPIDES.

El miedo que me causa no es para dicho.

EL REYEZUELO.

¡Moriréis!

EVÉLPIDES.

Pero si no somos hombres.

EL REYEZUELO.

¿Pues qué sois?

EVÉLPIDES.

Yo soy el _Tímido_, ave africana.

EL REYEZUELO.

¡A otro con esas!

EVÉLPIDES.

Pregúntaselo a mis pies.[393]

EL REYEZUELO.

Y ese otro, ¿qué pájaro es? Contesta.

PISTETERO.

El _Ensuciado_, ave de Fasos.[394]

EVÉLPIDES.

Y tú, ¿qué animal eres?

EL REYEZUELO.

Yo soy un pájaro esclavo.

EVÉLPIDES.

¿Te ha vencido algún gallo?[395]

EL REYEZUELO.

No; pero cuando mi dueño fue convertido en Abubilla quiso que yo
también me transformase en pájaro, para tener quien le siguiera y
sirviese.

EVÉLPIDES.

Pues qué, ¿las aves necesitan criados?

EL REYEZUELO.

Este sí, tal vez porque fue antes hombre. Cuando se le antojan anchoas
del Falero,[396] yo cojo una escudilla y corro a por anchoas; cuando
quiere comer puches, como se necesitan una cuchara y una olla, corro a
por la cuchara.

EVÉLPIDES.

Por las señas, este pájaro es un _Corredor_.[397] ¿Sabes lo que has de
hacer, Reyezuelo? Llamar a tu señor.

EL REYEZUELO.

Pero si acaba de dormirse, después de haber comido bayas de mirto y
algunos gusanos.

EVÉLPIDES.

No importa, despiértale.

EL REYEZUELO.

Aunque estoy seguro de que se va a enfadar, lo haré por complaceros.

(_Vase._)

       *       *       *       *       *

PISTETERO (_Al Reyezuelo_).

Que el cielo te confunda: no me has dado mal susto.[398]

EVÉLPIDES.

¡Oh desgracia! ¡De miedo se me ha escapado el grajo!

PISTETERO.

¡Grandísimo cobarde! Te has dejado escapar el grajo de miedo.

EVÉLPIDES.

Y tú, ¿no te has dejado marchar la corneja al caer?

PISTETERO.

No por cierto.

EVÉLPIDES.

¿Pues dónde está?

PISTETERO.

Voló.

EVÉLPIDES.

¿Y no se te ha escapado? ¡Vaya el valentón!

       *       *       *       *       *

LA ABUBILLA.

Abre la selva para que salga.[399]

EVÉLPIDES.

¡Por Hércules!, ¿qué animal es ese? ¡Qué alas! ¡Qué triple cresta![400]

LA ABUBILLA.

¿Quién pregunta por mí?

EVÉLPIDES.

Sin duda, los doce grandes dioses te han maltratado.

LA ABUBILLA.

¿Acaso os burláis de la forma de mis alas? Sabed, extranjeros, que
antes he sido hombre.

EVÉLPIDES.

No nos burlamos de ti.

LA ABUBILLA.

¿Pues de qué?

PISTETERO.

Tu pico nos da risa.[401]

LA ABUBILLA.

Pues de esta facha representó ignominiosamente Sófocles en sus
tragedias a Tereo.[402]

EVÉLPIDES.

¿Pero eres Tereo, o un ave, o un pavo real?

LA ABUBILLA.

Soy un ave.

EVÉLPIDES.

¿Y las alas?

LA ABUBILLA.

Se me han caído.

EVÉLPIDES.

¿Alguna enfermedad?

LA ABUBILLA.

No; pero en el invierno mudan todas las aves, y les salen después
nuevas plumas. Y vosotros, ¿qué sois?

EVÉLPIDES.

¿Nosotros? mortales.

LA ABUBILLA.

¿De qué país?

EVÉLPIDES.

Del de las hermosas trirremes.[403]

LA ABUBILLA.

¿Seréis jueces?[404]

EVÉLPIDES.

Nada de eso; antijueces.[405]

LA ABUBILLA.

¿Se siembra allí ese grano?

EVÉLPIDES.

Rebuscando en todo el campo, hallaréis un poquito.

LA ABUBILLA.

¿Qué os trae aquí?

EVÉLPIDES.

El deseo de hablarte.

LA ABUBILLA.

¿Para qué?

EVÉLPIDES.

Porque en otro tiempo fuiste hombre, como nosotros; en otro tiempo
tuviste deudas, como nosotros; y en otro tiempo te gustaba el no
pagarlas, como a nosotros: después, cuando fuiste transformado en ave,
recorriste en tu vuelo todos los mares y tierras, y llegaste a reunir
la experiencia del pájaro y la del hombre. Esto nos trae a ti para
suplicarte que nos indiques alguna pacífica ciudad donde podamos vivir
blanda y sosegadamente, como el que se acuesta sobre mullidos cojines.

LA ABUBILLA.

¿Buscas, pues, una ciudad más grande que la de Cranao?[406]

EVÉLPIDES.

Más grande no, más agradable para nosotros.

LA ABUBILLA.

Claro está que buscas un país aristocrático.

EVÉLPIDES.

¿Yo? ni por pienso: si detesto al hijo de Escelias.[407]

LA ABUBILLA.

¿Pues en qué ciudad queréis vivir?

EVÉLPIDES.

En una donde los negocios más importantes sean, por ejemplo, venir
muy de mañana a mi puerta un amigo y decirme: «Te ruego por Júpiter
olímpico que al salir del baño vengáis a mi casa tú y tus hijos, pues
voy a dar un banquete de bodas. ¡Cuidado con faltar! ¡Como no vengas,
no tienes que poner los pies en mi casa hasta que me abandone la
fortuna!»[408]

LA ABUBILLA.

Vamos, veo que tienes afición a las desgracias. ¿Y tú?

PISTETERO.

Tengo los mismos gustos.

LA ABUBILLA.

¿Cuáles?

PISTETERO.

Quisiera una ciudad en la que al verme el padre de un hermoso
muchacho, me dijese como si le hubiera ofendido: «¡Muy bien, muy
bien, Estilbónides! Te encontraste ayer con mi hijo que volvía del
baño y del gimnasio, y no fuiste para darle un beso, ni hablarle, ni
acariciarle.[409] ¿Quién dirá que eres amigo mío?»

LA ABUBILLA.

¡Hola, hola! Pues no es nada las desdichas que apeteces, buen hombre.
En la costa del Mar Rojo hay una ciudad, afortunada como la que deseáis.

EVÉLPIDES.

¡Ah! No me hables de ciudades marítimas; el mejor día amanecería la
galera _Salamina_[410] trayendo un alguacil. ¿No puedes decirnos alguna
ciudad griega?

LA ABUBILLA.

¿Por qué no emigráis a Lépreo, en Élide?

EVÉLPIDES.

¡Por todos los dioses! Aunque no he visto a Lépreo, lo aborrezco ya a
causa de Melantio.[411]

LA ABUBILLA.

Hay también en la Lócride la ciudad de Opunte, donde podréis vivir muy
bien.

EVÉLPIDES.

No quisiera ser Opuncio[412] ni por un talento de oro. ¿Pero qué tal
pasan la vida los pájaros? Tú debes saberlo bien.

LA ABUBILLA.

La vida no es desagradable; en primer lugar, hay que prescindir de la
bolsa.

EVÉLPIDES.

Pues con eso habéis suprimido la ocasión de muchos fraudes.

LA ABUBILLA.

Comemos en los jardines sésamo blanco, mirto, amapolas y menta.

EVÉLPIDES.

¿De modo que vivís como recién casados?[413]

PISTETERO.

¡Oh, oh! ¡Qué magnífica idea se me ha ocurrido para la gente alada!
¡Seréis omnipotentes si me obedecéis!

LA ABUBILLA.

¡Obedecerte! ¿En qué?

PISTETERO.

¿En qué? Primero en no andar revoloteando por todas partes con el pico
abierto: eso es indecoroso. Entre nosotros, cuando vemos a uno de esos
botarates que no paran un instante, acostumbramos a preguntar: «¿Quién
es ese chorlito?» Y Téleas[414] responde: «Es un inconstante; tiene
siempre la cabeza a pájaros; no está un momento en un sitio.»

LA ABUBILLA.

Tienes razón, por Baco. ¿Qué hemos de hacer?

PISTETERO.

Fundad una ciudad.

LA ABUBILLA.

¿Qué ciudad hemos de fundar las aves?

PISTETERO.

A la verdad, tu pregunta es necia si las hay. Mira abajo.

LA ABUBILLA.

Ya miro.

PISTETERO.

Ahora arriba.

LA ABUBILLA.

Ya miro.

PISTETERO.

Ahora vuelve la cabeza a todos lados.

LA ABUBILLA.

¿Qué voy a sacar de retorcerme así el pescuezo?[415]

PISTETERO.

¿Ves algo?

LA ABUBILLA.

Sí, las nubes y el cielo.

PISTETERO.

¿No es ese el polo de las aves?

LA ABUBILLA.

¿El polo? ¿Qué es polo?

PISTETERO.

Como si dijéramos el país; se llama polo[416] porque gira y atraviesa
todo el mundo. Si fundáis en él una ciudad y la rodeáis de murallas,
en vez de polo se llamará población;[417] entonces reinaréis sobre los
hombres, como ahora sobre las langostas; y mataréis a los dioses de
hambre canina.[418]

LA ABUBILLA.

¿Cómo?

PISTETERO.

El aire está entre el cielo y la tierra, y del mismo modo que cuando
nosotros queremos ir a Delfos pedimos permiso a los beocios para pasar,
así vosotros, cuando los hombres hagan sacrificios a los dioses, si
estos no os pagan tributo, podréis impedir que el humo de las víctimas
atraviese vuestra ciudad y vuestro espacio.

LA ABUBILLA.

¡Oh! ¡Oh! ¡Lo juro por la tierra, las nubes, los lazos y las redes,
jamás he oído una idea más ingeniosa! Estoy dispuesto a fundar contigo
esa ciudad, si las demás aves son de mi opinión.

PISTETERO.

¿Quién les dará a conocer el proyecto?

LA ABUBILLA.

Tú mismo. Antes eran bárbaros, pero en el largo tiempo que he estado en
su compañía les he enseñado a hablar.

PISTETERO.

¿Pero cómo las vas a convocar?

LA ABUBILLA.

Muy fácilmente. Voy a entrar en esa espesura; despertaré a mi
Procne[419] y las llamaremos; en cuanto oigan nuestra voz acudirán sin
detenerse.

PISTETERO.

¡No te detengas, queridísimo pájaro! Por favor, entra pronto en esa
espesura y despierta a tu amable compañera.

LA ABUBILLA.

Despierta, dulce compañera de mi vida; entona esos himnos sagrados
que, como armoniosos suspiros, brotan de tu garganta divina cuando
con melodiosa y pura voz deploras la triste suerte de nuestro llorado
Itis. Tu sonoro canto sube, atravesando los copudos tejos, hasta el
trono de Júpiter; junto al cual Febo, de áurea cabellera, responde con
los acordes de su lira de marfil a tus plañideras endechas, y reúne
los coros de los dioses, y de sus bocas inmortales brota un celestial
aplauso.[420]

(_Se oye una flauta dentro._)

PISTETERO.

¡Júpiter soberano! ¡Qué garganta la de ese pajarillo! Ha llenado de
miel toda la espesura.

EVÉLPIDES.

¡Eh! ¡Tú!

PISTETERO.

¿Qué hay?

EVÉLPIDES

¿No callarás?

PISTETERO.

¿Por qué?

EVÉLPIDES.

La Abubilla se prepara a entonar nuevos cantos.

LA ABUBILLA.

Esopo, popo, popo, popo, popoí ¡io! ¡io! venid, venid, venid, venid,
alados compañeros. Todos cuantos taláis las fértiles campiñas, tribus
innumerables que recogéis y devoráis los granos de cebada, catervas
infinitas de rápido vuelo y melodioso canto, acudid, acudid; vosotros,
los que posados en un terrón os complacéis en gorjear débilmente
entre los surcos: tio, tio, tio, tio, tio, tio, tio tio; los que en
los jardines saltáis sobre las yedras, o en las montañas picoteáis
el madroño y la silvestre aceituna, acudid a mi voz: trioto, trioto,
toto, brix. Vosotros también, los que devoráis punzadores mosquitos
en los valles pantanosos; los que pobláis los prados húmedos de rocío
y el campo ameno de Maratón; francolines de matizadas alas; aves que
revoloteáis con los alciones sobre las alborotadas olas del mar, venid
a escuchar la grata nueva: congréguense aquí las aves de largo cuello.
Sabed que ha venido un anciano ingenioso, autor de una nueva idea;
que pretende realizar nuevos proyectos. Venid todos a deliberar aquí.
Torotorotorotorotix. Kiccabau, kiccabau. Torotorotorotorolililix.

       *       *       *       *       *

PISTETERO.

¿Ves algún pájaro?

EVÉLPIDES.

Ninguno, por Apolo, aunque estoy mirando al cielo con la boca abierta.

PISTETERO.

Me parece que ha sido inútil que la Abubilla, imitando al pardal,[421]
se haya metido en el bosque como a empollar huevos.

UN FENICÓPTERO.[422]

Torotix, torotix.

PISTETERO.

Ah, querido, ya viene alguna ave.

EVÉLPIDES.

Sí, una ave, ¿pero cuál? ¿Es el pavo real?[423]

PISTETERO.

Ese nos lo dirá. ¿Qué ave es esa?

LA ABUBILLA.

No es de las que veis todos los días; es una ave acuática.

PISTETERO.

¡Oh qué hermoso color de púrpura fenicia!

LA ABUBILLA.

Es verdad, por eso se llama el Fenicóptero.

EVÉLPIDES.

¡Eh! ¡Eh! ¡Tú!

PISTETERO.

¿Por qué gritas?

EVÉLPIDES.

Otra ave.

PISTETERO.

Cierto; otra ave, y exótica al parecer. ¿Cómo se llama esa ave
montañesa[424] de aspecto tan solemne como estúpido?

LA ABUBILLA.

Se llama el _Meda_.[425]

PISTETERO.

¡El Meda! ¡Hércules poderoso! ¿Cómo siendo el Meda ha venido sin
camello?[426]

EVÉLPIDES.

Ahí se presenta otra ave copetuda.

PISTETERO.

¿Qué prodigio es este? No eres tú la única Abubilla, puesto que hay esa
otra.

LA ABUBILLA.

Esa Abubilla es hijo de Filocles, que a su vez es hijo de la Abubilla;
yo soy su abuelo paterno; es como si dijeras: Hipónico, hijo de
Calias,[427] y Calias hijo de Hipónico.[428]

PISTETERO.

¿Luego Calias es un pájaro? ¡Oh, y cómo se le caen las plumas![429]

LA ABUBILLA.

Es generoso; por eso los delatores le despluman y las mujeres le
arrancan las alas.

PISTETERO.

¡Oh Neptuno! Un nuevo pájaro de diversos colores. ¿Cómo se llama ese?

LA ABUBILLA.

El glotón.[430]

PISTETERO.

¿Hay, pues, otro glotón además de Cleónimo?

EVÉLPIDES.

¿Crees que si fuese Cleónimo hubiera podido conservar el penacho?[431]

PISTETERO.

¿Pero qué significan todas esas crestas? ¿Quizá acuden estas aves a
disputar el premio del doble estadio?[432]

LA ABUBILLA.

Son como los carios,[433] que no abandonan las crestas de las montañas
para estar más seguros.

PISTETERO.

¡Oh Neptuno! ¡Mira, mira qué terrible multitud de aves se reúne!

EVÉLPIDES.

¡Soberano Apolo! ¡Qué nube! ¡Oh! ¡Oh! Sus alas no dejan ver la entrada
de la escena.

PISTETERO.

Esa es la perdiz; aquel el francolín; ese el penélope; el otro el
alción.

EVÉLPIDES.

¿Y aquel que viene detrás del alción?

PISTETERO.

¿Ese? El barbero.[434]

EVÉLPIDES.

¿Cómo? ¿El barbero es pájaro?

PISTETERO.

¿Pues no lo es Espórgilo, y de cuenta?[435] Ahí viene la lechuza.

EVÉLPIDES.

¿Qué dices? ¿Quién trae una lechuza a Atenas?[436]

PISTETERO.

Mira, mira, la urraca, la tórtola, la alondra, el eleas, la hipotimis,
la paloma, el nerto, el azor, la torcaz, el cuco, el eritropo, la
ceblepiris, el porfirión,[437] el cernícalo, el somormujo, la ampelis,
el quebrantahuesos, el pico.

EVÉLPIDES.

¡Oh! ¡Oh! ¡Cuántas aves! ¡Oh, cuántos mirlos! ¡Cómo pían y corren con
estrépito! Pero qué, ¿nos amenazan? ¡Ay, cómo abren los picos y nos
miran!

PISTETERO.

Me parece lo mismo.

CORO.

¿Po po po po po po por dónde anda el que me llamó? ¿En qué lugar se
encuentra?

LA ABUBILLA.

Estoy aquí hace tiempo; yo nunca abandono a los amigos.

CORO.

¿Ti ti ti ti ti ti ti tienes algo bueno que decirme?

LA ABUBILLA.

Un asunto de interés común, seguro, justo, agradable, útil. Dos hombres
de sutil ingenio han venido a buscarme.

CORO.

¿Dónde? ¿Cómo? ¿Qué dices?

LA ABUBILLA.

Digo, que dos ancianos han venido del país de los hombres, a
proponernos una empresa prodigiosa.

CORO.

¡Oh tú que perpetraste el mayor crimen de que he oído hablar en mi
vida! ¿Qué es lo que estás diciendo?

LA ABUBILLA.

No te asustes de mis palabras.

CORO.

¿Qué has hecho?

LA ABUBILLA.

Acoger a dos hombres que desean vivir con nosotros.

CORO.

¿Y te has atrevido?

LA ABUBILLA.

Y cada vez me alegro más.

CORO.

¿Y están ya entre nosotros?

LA ABUBILLA.

Como yo.

CORO.

¡Ay, estamos vendidos; somos víctimas de la traición más negra! Nuestro
amigo, el que partía con nosotros el fruto de los campos, ha hollado
nuestras antiguas leyes, ha quebrantado los juramentos de las aves; nos
ha atraído a un lazo, nos ha puesto en manos de una raza impía con la
que estamos en guerra desde que vimos la luz. Tú, traidor, nos darás
luego cuenta de tus actos; mas primero castiguemos a esos hombres. ¡Ea!
¡A despedazarlos!

PISTETERO.

¡Somos perdidos!

EVÉLPIDES.

Tú solo tienes la culpa de lo que nos sucede. ¿Para qué me trajiste?

PISTETERO.

Para tenerte a mi lado.

EVÉLPIDES.

Mejor para hacerme llorar a mares.

PISTETERO.

Tú deliras: ¿cómo has de llorar cuando te hayan sacado los ojos?[438]

CORO.

¡Io! ¡Io! ¡Al ataque! Precipítate sobre el enemigo; hiérele
mortalmente; despliega tus alas; envuelve con ellas a esos hombres; que
paguen su culpa y den alimento a nuestros picos. Nada podrá librarles
de mi furor; ni las sombrías montañas, ni las etéreas nubes, ni el
piélago espumoso. ¡Ea, caigamos sobre ellos y desgarrémosles sin
tardanza! ¿Dónde está el taxiarco? Que haga avanzar el ala derecha.[439]

EVÉLPIDES.

Llegó el momento supremo. ¿A dónde huiré, infeliz?

PISTETERO.

¡Eh! Firme en tu puesto.

EVÉLPIDES.

¿Para qué me hagan trizas?

PISTETERO.

¿Pues cómo piensas escaparte?

EVÉLPIDES.

No lo sé.

PISTETERO.

Pues yo te digo que es preciso combatir a pie firme y coger las ollas.

EVÉLPIDES.

¿De qué nos servirá la olla?

PISTETERO.

La lechuza no nos acometerá.[440]

EVÉLPIDES.

¿Y contra esas de ganchudas uñas?

PISTETERO.

Coge el asador y ponlo en ristre.

EVÉLPIDES.

¿Y los ojos?

PISTETERO.

Defiéndelos con un plato o con la vinagrera.

EVÉLPIDES.

¡Qué ingenio! ¡Qué habilidad digna de un general consumado! Sabes más
estrategia que Nicias.[441]

CORO.

Adelante, adelante,[442] con el pico bajo: no retrasarse. Pica,
desgarra, hiere, arranca, rompe primero la olla.

LA ABUBILLA.

Deteneos: decidme, animales cruelísimos, ¿por qué queréis matar y
despedazar a dos hombres que ningún mal os han hecho y que son además
de la misma tribu y familia que mi esposa?[443]

CORO.

Pues qué, ¿se perdona a los lobos? ¿No son nuestros más feroces
enemigos? Nunca encontraremos otros más dignos de castigo.

LA ABUBILLA.

Si la naturaleza los hizo enemigos, su intención les hace amigos, y
vienen aquí a darnos un consejo útil.

CORO.

¿Qué consejo útil pueden darnos ni decirnos los enemigos de nuestros
abuelos?

LA ABUBILLA.

Los sabios aprenden muchas cosas de sus enemigos. La desconfianza es la
madre de la seguridad. Con un amigo jamás aprenderíamos a ser cautos,
al paso que un enemigo nos obliga a serlo; las ciudades en un principio
aprendieron de sus enemigos, y no de sus amigos, a rodearse de altas
murallas, y a construir largas naves, y con esta lección a defender
hijos, casas y haciendas.

CORO.

Sea: me parece que podrá ser útil el oírles antes; puede recibirse
alguna buena lección de un enemigo.

PISTETERO.

Su cólera parece calmarse. Retrocede un paso.

LA ABUBILLA.

Es muy justo; debéis de estarme agradecidos.

CORO.

En ninguna otra cosa te hemos sido contrarios.

PISTETERO.

Cada vez se manifiestan más pacíficos; por consiguiente, deja en el
suelo la olla y los platos: ahora con la lanza terciada, digo, con
el asador, paseémonos dentro del campamento, junto a la olla, y sin
perderla de vista. No debemos huir.

EVÉLPIDES.

Tienes razón. Y si morimos, ¿dónde nos enterrarán?

PISTETERO.

En el Cerámico.[444] Para ser sepultados a cuenta del Estado, diremos
que hemos muerto peleando con los enemigos junto a Orneas.[445]

CORO.

Todo el mundo a su puesto: depongamos nuestra cólera como el soldado
sus armas; preguntemos quiénes son, de dónde vienen y qué proyectan.
¡Eh, Abubilla! Ven acá.

LA ABUBILLA.

¿Qué deseas saber?

CORO.

¿Quiénes son esos hombres, y de dónde vienen?

LA ABUBILLA.

Son extranjeros, venidos de Grecia, la patria de los sabios.

CORO.

¿Qué les ha inducido venir a buscarnos?

LA ABUBILLA.

La afición a vuestra vida y costumbres, y el deseo de participarla y
vivir con nosotros.

CORO.

¡Será verdad! ¿y cuáles son sus proyectos?

LA ABUBILLA.

Increíbles, inauditos.

CORO.

¿Hallan alguna ventaja en habitar aquí, o esperan que viviendo con
nosotros podrán vencer a su enemigo y favorecer a sus amigos?

LA ABUBILLA.

Nos anuncian una felicidad inmensa, indecible e increíble, y demuestran
con irrefutables argumentos que cuanto hay aquí y allí, y en todas
partes, todo nos pertenece.

CORO.

¿Estarán locos?

LA ABUBILLA.

Su discreción no es para dicha.

CORO.

¿Tienen talento?

LA ABUBILLA.

Son dos zorros redomados, la astucia personificada, gente muy corrida e
ingeniosa.

CORO.

Diles, diles que vengan a hablarnos. Sin más que oír tus palabras, ya
vuelo de gozo.

LA ABUBILLA.[446]

Recoged vosotros esas armas y colgadlas de nuevo en la cocina, junto
al hogar,[447] bajo la protección de los dioses domésticos. (_A
Pistetero._) Expón y demuestra a la asamblea el objeto para el cual ha
sido convocada.

PISTETERO.

No, por Apolo; nada diré mientras no prometan, como aquel mono armero a
su mujer, no morderme, ni desgarrarme, ni taladrarme...

CORO.

¿El...? Nada temas.

PISTETERO.

No, los ojos.

CORO.

Lo prometo.

PISTETERO.

Júralo.

CORO.

Lo juro, y si cumplo mi promesa, que obtenga el premio por el voto
unánime de todos los jueces y espectadores.

PISTETERO.

Convenido.

CORO.

Y si no la cumplo, que la gane por un solo voto.

PISTETERO.

¡Pueblos, escuchad! Recojan los soldados sus armas y vuelvan a sus
hogares, e infórmense de las órdenes que se fijen en los tablones.[448]

CORO.

El hombre es un ser siempre y en todo falso; habla tú, sin embargo.
Quizá me reveles algún proyecto que te parezca útil, o un medio de
aumentar mi poder que a mí se me haya pasado por alto y que tú hayas
visto. Habla; en inteligencia de que lo haces para el bien general,
porque los bienes que me procures los dividiré contigo. Manifiesta
confiadamente los proyectos que te han traído aquí, pues por ningún
pretexto romperé la tregua que contigo he pactado.

PISTETERO.

No deseo otra cosa: la masa de mi discurso está ya dispuesta y solo me
falta sobarla. Esclavo, tráeme una corona y agua para las manos; pero
pronto.

EVÉLPIDES.

¿Vamos a cenar o qué?[449]

PISTETERO.

No, por Júpiter; estoy buscando algunas palabras magníficas y
sustanciosas para ablandar sus ánimos. (_Dirigiéndose al Coro_.) Sufro
tanto por vosotros que en otro tiempo fuisteis reyes...

CORO.

¡Nosotros reyes! ¿De quién?

PISTETERO.

Reyes de todo cuanto existe; de mí, en primer lugar; de este; del mismo
Júpiter; porque sois anteriores a Saturno, a los Titanes y a la Tierra.

CORO.

¿A la Tierra?

PISTETERO.

Sí, por Apolo.

CORO.

No había oído semejante cosa.

PISTETERO.

Es que sois ignorantes y descuidados y no habéis manoseado a Esopo.
Esopo dice que la alondra nació antes que todos los seres y que la
misma Tierra: su padre murió de enfermedad, cuando la Tierra aún
no existía; permaneció cinco días insepulto, hasta que la alondra,
ingeniosa por la fuerza de la necesidad, enterró a su padre en su
cabeza.

EVÉLPIDES.

Por eso el padre de la alondra yace ahora en Céfale.[450]

LA ABUBILLA.

¿De modo que si las aves son anteriores a la Tierra y a los dioses, a
ellas les pertenecerá el mando por derecho de antigüedad?

EVÉLPIDES.

Esa es la verdad: procura, por tanto, fortificar tu pico, pues Júpiter
no devolverá así como quiera su cetro al pito real.

PISTETERO.

Hay infinitas pruebas de que las aves, y no los dioses, reinaron sobre
los hombres en la más remota antigüedad. Principiaré por citaros al
gallo, que fue rey y mandó a los Persas antes que todos sus monarcas,
antes que Darío y Megabises; y en memoria de su reinado se le llama
todavía el ave pérsica.

EVÉLPIDES.

Por eso es la única de las aves que anda majestuosamente, como el gran
rey, con la tiara recta sobre la cabeza.[451]

PISTETERO.

Fue tan grande su poder y tan respetada su autoridad, que hoy mismo,
como un vestigio de su dignidad antigua, en cuanto canta al amanecer,
corren al trabajo y se calzan en la oscuridad todos los herreros,
alfareros, curtidores, zapateros, bañeros, panaderos, y fabricantes de
liras y de escudos.

EVÉLPIDES.

Pregúntamelo a mí; precisamente un gallo ha tenido la culpa de que
perdiese un fino manto de lana frigia. Estaba yo en la ciudad convidado
a un banquete que se daba para celebrar el acto de poner nombre a
un niño; bebí algo y empecé a dormitar; en esto, y antes de que los
demás convidados se sentasen a la mesa, se le ocurre cantar a un
gallo: creyendo que era de día, marcho en dirección a Alimunte;[452]
apenas salgo extramuros, un ladrón me asesta en la espalda un terrible
garrotazo; caigo al suelo; voy a pedir socorro; pero era tarde, ya
había desaparecido con mi manto.

PISTETERO.

El milano fue antiguamente jefe y rey de los griegos.

LA ABUBILLA.

¿De los griegos?

PISTETERO.

Él fue durante su reinado quien les enseñó a arrodillarse a la vista de
los milanos.[453]

EVÉLPIDES.

Sí, por Baco; un día que me prosterné en presencia de uno de ellos, me
echó al suelo con la boca abierta y me tragué un óbolo;[454] por lo
cual volví a casa con mi saco vacío.[455]

PISTETERO.

El cuco fue rey del Egipto y de toda la Fenicia; así es que cuando
cantaba ¡cucú! todos los fenicios iban al campo a segar el trigo y la
cebada.

EVÉLPIDES.

De ahí sin duda viene el proverbio: ¡Cucú! los circuncidados al
campo.[456]

PISTETERO.

Tan grande fue el poder de la gente alada, que los reyes de las
ciudades griegas, Agamenón y Menelao, llevaban en el extremo de su
cetro una ave que participaba de sus presentes.

EVÉLPIDES.

No sabía yo eso; así es que me admiraba cuando Príamo se presentaba en
las tragedias con un pájaro que observaba fijamente a Lisícrates[457] y
los regalos con que se deja sobornar.

PISTETERO.

Pero oíd la prueba más contundente. Júpiter, que ahora reina, lleva
sobre su cabeza un águila, atributo de su soberanía; su hija lleva una
lechuza; y Apolo, su ministro, un azor.

EVÉLPIDES.

¡Es verdad, por la venerable Ceres! ¿Mas para qué llevan esas aves?

PISTETERO.

Para que en los sacrificios, cuando, según el rito, se ofrecen las
entrañas a los dioses, ellas reciban su parte antes que Júpiter.
Entonces ningún hombre juraba por los dioses, sino todos por las
aves; y hoy mismo cuando Lampón engaña a alguno suele jurar por el
ganso.[458] ¡En tanta estima y veneración tenían entonces a los
que ahora sois considerados como imbéciles y esclavos viles! Hoy os
apedrean como a los dementes; hoy os arrojan de los templos; hoy
infinitos cazadores os tienden lazos y preparan contra vosotros
varetas, cepos, hilos, redes y pihuelas; hoy os venden a granel después
de cogidos, y ¡oh colmo de ignominia! los compradores os tantean para
ver si estáis gordos. ¡Y si se contentasen a lo menos con asaros! Pero
hacen un menudo picadillo de silfio y queso, aceite y vinagre; le
agregan otros condimentos dulces y crasos, y derraman sobre vosotros
esta salsa hirviente como si fueseis carnes corrompidas.

CORO.

Acabas de hacernos, hombre querido, un triste, tristísimo relato.
¡Cuánto deploro la incuria de mis padres que, lejos de trasmitirme los
honores heredados de sus abuelos, consintieron que fuesen abolidos!
Pero sin duda algún numen propicio te envía para que me salves; a ti me
entrego, pues, confiadamente con mis pobres polluelos. Dinos lo que hay
que hacer; porque seríamos indignos de vivir, si por cualquier medio no
reconquistáramos nuestra soberanía.

PISTETERO.

Opino primeramente que todas las aves se reúnan en una sola ciudad, y
que las llanuras del aire y de este inmenso espacio se circunden de un
muro de grandes ladrillos cocidos, como los de Babilonia.

LA ABUBILLA.

¡Oh Cebrión, oh Porfirión,[459] qué terrible plaza fuerte!

PISTETERO.

Cuando hayáis construido esa muralla, reclamaréis el mando a Júpiter;
si se niega y no quiere acceder, obstinado en su sinrazón, declaradle
una guerra sagrada y prohibid a los dioses que atraviesen como antes
vuestros dominios y que desciendan a la tierra enardecidos por su
adúltero amor a las Alcmenas, Álopes y Semeles; y si se presentan,
ponedles en estado de no gozarlas más.[460] Enviad en seguida otro
alado embajador a los hombres para que les haga entender que,
siendo las aves dueñas del mundo, a ellas deben ofrecer primero sus
sacrificios y después a los dioses, y que deberán agregar a cada
divinidad el ave que le convenga; si, por ejemplo, sacrifican a Venus,
ofrecerán al mismo tiempo cebada a la picaza marítima; si matan una
oveja en honor de Neptuno, presentarán granos de trigo al ánade;
si un buey a Hércules, tortas con miel a la gaviota; si inmolan un
carnero en las aras de Júpiter rey, rey es también el reyezuelo, y por
consiguiente habrá de consagrársele, antes que al mismo Júpiter, un
mosquito macho.

EVÉLPIDES.

Me agrada ese sacrificio de un mosquito. ¡Que truene ahora el gran
Júpiter!

LA ABUBILLA.

¿Pero cómo nos tendrán los hombres por dioses, y no por grajos, al ver
que volamos y tenemos alas?

PISTETERO.

No sabes lo que dices. Mercurio, siendo todo un dios, tiene alas y
vuela, y lo mismo otras muchas divinidades: la Victoria vuela con alas
de oro, el Amor tiene las suyas, y Homero compara a Iris con una tímida
paloma.[461]

LA ABUBILLA.

¿No tronará Júpiter? ¿No lanzará contra nosotros su alígero rayo?

PISTETERO.

Si los hombres en su ceguedad se obstinan en despreciaros, y en tener
por dioses solo a los del Olimpo, lanzad sobre la tierra una nube de
gorriones que arrebaten de los surcos las semillas: veremos si Ceres
baja a distribuir trigo a los hambrientos.

EVÉLPIDES.

No lo hará, de seguro: veréis cómo alega mil pretextos.

PISTETERO.

Además, que los cuervos, para probar que sois dioses, saquen los ojos
a los bueyes de labranza y a otros ganados, y que en seguida los cure
Apolo, que es médico; para eso le pagan.

EVÉLPIDES.

¡Eh, no! aguarda a que haya vendido mi parejita.

PISTETERO.

Por el contrario, si los hombres os tienen a ti por un dios, a ti por
la vida, a ti por Saturno, a ti por Neptuno, lloverán sobre ellos todos
los bienes.

LA ABUBILLA.

Dime siquiera uno de ellos.

PISTETERO.

En primer lugar, las langostas no devorarán las flores de sus viñas,
porque un solo escuadrón de lechuzas y cernícalos dará buena cuenta de
ellas. Después sus higos estarán libres de mosquitos y cínifes, que
serán devorados por un escuadrón de tordos.

LA ABUBILLA.

¿Cómo les daremos las riquezas, que es lo que más quieren?

PISTETERO.

Cuando consulten a las aves, indicaréis al adivino las minas más ricas
y los tráficos más lucrativos; ni un marino perecerá.

LA ABUBILLA.

¿Por qué no perecerá?

PISTETERO.

Porque cuando consulte los auspicios sobre la navegación no faltará
nunca un ave que le diga: «No te embarques; habrá tempestad;» o
«embárcate; tendrás ganancias.» EVÉLPIDES.

Compro un navío, y me lanzo al mar; no quiero ya vivir con vosotros.

PISTETERO.

Revelaréis también a los hombres el lugar donde se ocultan los
tesoros enterrados por sus padres; porque todas lo sabéis. De aquí el
proverbio: «Nadie sabe dónde está mi tesoro, como no sea algún pájaro.»

EVÉLPIDES.

Vendo mi barco; compro un azadón, y ¡a desenterrar ollas de oro!

LA ABUBILLA.

¿Y cómo darles la salud que vive entre los dioses?

PISTETERO.

¿Qué mejor salud que la felicidad? Créeme, un hombre desgraciado nunca
está bueno.

LA ABUBILLA.

¿Pero cómo llegarán a la vejez? Porque como esta habita en el Olimpo,
habrán de morir en la infancia.

PISTETERO.

Todo lo contrario, las aves prolongaréis su vida trescientos años.

LA ABUBILLA.

¿De quién los tomaremos?

PISTETERO.

¿De quién? De vosotros mismos. ¿Ignoras que la graznadora corneja vive
cinco vidas de hombre?

EVÉLPIDES.

¡Ah, cuánto más grato será su imperio que el de Júpiter!

PISTETERO.

¿Quién lo duda? En primer lugar, no tendremos que consagrarles
templos de piedra cerrados con puertas de oro, porque habitarán entre
el follaje de las encinas: un olivo será el templo de las aves más
veneradas; además, para ofrecerles sacrificios no habrá que hacer
un viaje a Delfos o Amón,[462] sino que parándonos delante de los
madroños y acebuches, les presentaremos un puñado de trigo o de cebada,
suplicándoles, con las manos extendidas, que nos concedan parte de sus
bienes, y los conseguiremos sin más dispendios que un poquillo de grano.

CORO.

¡Oh anciano, que después de haberme sido tan odioso me eres ahora tan
querido, nunca por mi voluntad me apartaré de tus consejos! Animado
por tus palabras he prometido y jurado que si tú, fiel a tus santas
promesas, te unes a mí, sin dolo alguno, para atacar a los dioses,
estos no conservarán mucho tiempo el cetro que me pertenece. Todo lo
que dependa de la fuerza, queda a nuestro cargo; y al tuyo lo que exija
habilidad y consejo.

LA ABUBILLA.

¡Por Júpiter! no es tiempo de dormirse y dar largas a la manera de
Nicias,[463] sino de obrar con energía y rapidez. Entrad en mi nido de
pajas y ramaje, y decidnos vuestros nombres.

PISTETERO.

Es fácil: me llamo Pistetero.

LA ABUBILLA.

¿Y ese?

PISTETERO.

Evélpides, de la aldea de Cría.

LA ABUBILLA.

Salud a entrambos.

PISTETERO.

Aceptamos el augurio.

LA ABUBILLA.

Entrad, pues.

PISTETERO.

Vamos, dirígenos tú.

LA ABUBILLA.

Venid.

PISTETERO.

¡Ah cielos! Ven, vuelve acá. ¿Cómo este y yo, que no tenemos alas, os
hemos de seguir cuando voléis?

LA ABUBILLA.

Muy fácilmente.

PISTETERO.

Piénsalo bien: mira que Esopo dice en sus fábulas que a la zorra le
causó grave perjuicio su alianza con el águila.[464]

LA ABUBILLA.

Nada temas; hay una raíz, que en cuanto la comáis os saldrán alas.

PISTETERO.

Entremos con esa condición. Ea, Jantias, y tú, Manodoro,[465] coged
nuestro equipaje.

CORO.

¡Hola! ¡Eh, Abubilla! A ti te llamo.

LA ABUBILLA.

¿Qué me quieres?

CORO.

Llévate a esos y dales bien de comer; pero déjanos a la melodiosa
Procne, cuyos cantos son dignos de las musas: hazla salir para que nos
divirtamos con ella.

PISTETERO.

Sí, cede a sus deseos: hazla salir de entre las floridas cañas. Por los
dioses te pido que la llames para que contemplemos también nosotros al
ruiseñor.

LA ABUBILLA.

Puesto que lo deseáis, fuerza es obedeceros: sal, Procne, y muéstrate a
nuestros huéspedes.

(_Sale Procne._)[466]

       *       *       *       *       *

PISTETERO.

¡Oh venerado Júpiter! ¡Qué hermosa avecilla! ¡Qué tierna! ¡Qué
brillante!

EVÉLPIDES.

¿Sabes que la estrecharía con gusto entre mis brazos?[467]

PISTETERO.

¡Cuánto oro trae sobre sí! Parece una doncella.

EVÉLPIDES.

Tentado estoy de darle un beso.

PISTETERO.

Pero, desdichado, ¿no ves que tiene por pico dos asadores?

EVÉLPIDES.

¿Qué importa? ¿Hay más que quitarle la cascarilla que le cubre la
cabeza como si fuese un huevo, y besarla después?

LA ABUBILLA.

Vamos.

PISTETERO.

Guíanos en hora buena.

       *       *       *       *       *

CORO.

Amable avecilla, el más querido de mis alados compañeros, mi señor,
que presides nuestros cantos; al fin viniste a mi presencia; viniste
para dejar oír tu suavísimo gorjeo. Tú, que en la flauta armoniosa
tañes primaverales melodías, preludia nuestros anapestos.[468] Ciegos
humanos, semejantes a la hoja ligera, impotentes criaturas hechas
de barro deleznable, míseros mortales que, privados de alas, pasáis
vuestra vida fugaz como vanas sombras o ensueños mentirosos, escuchad
a las aves, seres inmortales y eternos, aéreos, exentos de la vejez,
y ocupados siempre en pensamientos perdurables; nosotros os daremos
a conocer los fenómenos celestes, la naturaleza de las aves, y el
verdadero origen de los dioses, de los ríos, del Erebo y del Caos;
con tal enseñanza podréis causar envidia al mismo Pródico.[469] En
el principio solo existían el Caos y la Noche, el negro Erebo y el
profundo Tártaro; la Tierra, el Aire y el Cielo no habían nacido
todavía; al fin, la Noche de negras alas puso en el seno infinito
del Erebo un huevo sin germen, del cual, tras el proceso de largos
siglos, nació el apetecido Amor con alas de oro resplandeciente, y
rápido como el torbellino. El Amor, uniéndose en los abismos del
Tártaro al Caos alado y tenebroso, engendró nuestra raza, la primera
que nació a la luz. La de los inmortales no existía antes de que el
Amor mezclase los gérmenes de todas las cosas; pero, al confundirlos,
brotaron de tan sublime unión el Cielo, la Tierra, el Océano, y la
raza eterna de las deidades bienaventuradas. He aquí cómo nosotros
somos muchísimo más antiguos que los dioses. Nosotros somos hijos del
Amor; mil pruebas lo confirman; volamos como él, y favorecemos a los
amantes. ¡Cuántos lindos muchachos, habiendo jurado ser insensibles,
se rindieron a sus amantes al declinar su edad florida, vencidos por
el regalo de una codorniz, de un porfirión, de un ánade o de un gallo!
Nos deben los mortales sus mayores bienes. En primer lugar, anunciamos
las estaciones; la primavera, el invierno y el otoño: la grulla al
emigrar a Libia advierte al labrador[470] que siembre; al piloto que
cuelgue el timón[471] y se entregue al descanso; a Orestes[472] que se
mande tejer un manto, para que el frío no le incite a robárselo a los
transeúntes. El milano anuncia, al aparecer, otra estación y el momento
oportuno de trasquilar los primaverales vellones; y la golondrina dice
que ya es preciso abandonar el manto y vestirse una túnica ligera. Las
aves reemplazamos para vosotros a Amón, a Delfos, a Dodona y a Apolo.
Para todo negocio comercial, o compra de víveres, o matrimonios nos
consultáis previamente y dais el nombre de _auspicios_ a todo cuanto
sirve para revelaros el porvenir: una palabra es un auspicio;[473] un
estornudo es un auspicio; un encuentro es un auspicio; una voz[474]
es un auspicio; el nombre de un esclavo es un auspicio; un asno es un
auspicio. ¿No está claro que somos para vosotros el fatídico Apolo? Si
nos reconocéis por dioses, hallaréis en nosotros las Musas proféticas,
los vientos suaves, las estaciones, el invierno, el estío, un calor
moderado; no iremos como Júpiter a posarnos orgullosos sobre las
nubes, sino que, viviendo a vuestro lado, dispensaremos a vosotros y
a vuestros hijos, y a los hijos de vuestros hijos, riquezas y salud,
felicidad, larga vida, paz, juventud, risas, danzas, banquetes,
delicias increíbles;[475] en fin, tal abundancia de bienes, que
llegaréis a saciaros. ¡Tan ricos seréis todos!

Musa silvestre de variados tonos, tio tio tio tio tio tio tio tix,[476]
yo canto contigo en las selvas y en la cumbre de los montes, tio tio
tio tio tix, posado entre el follaje de un fresno copudo, tio tio tio
tio tix, exhalo de mi delicada garganta himnos sagrados, tio tio tio
tix que se unen en las montañas a los augustos coros en honor de Pan
y la madre de los dioses, to to to to to to to to to tix. En ellos, a
modo de abeja, liba Frínico el néctar de sus inmortales versos y de sus
dulcísimas canciones, tio tio tio tio tix.

Espectadores, si alguno de vosotros quiere pasar dulcemente su
existencia viviendo con las aves, que acuda a nosotros. Todo lo que
en la tierra es torpe y se halla prohibido por las leyes, goza entre
la gente alígera de no pequeño honor. Entre los hombres, por ejemplo,
es un crimen odioso el pegar a su padre; entre las aves nada más bello
que acometerle gritando: si riñes, coge tu espolón. El siervo prófugo,
marcado con infamante estigma,[477] pasa aquí por pintado francolín: un
bárbaro, un frigio, tal como Espíntaro, será entre nosotros el frigilo,
de la familia de Filemón:[478] un esclavo de Caria, Execéstides,[479]
por ejemplo, podría proveerse entre las aves de abuelos y parientes.
¿Qué más? ¿Quiere el hijo de Pisias[480] abrir las puertas a los
infames? Pues trasfórmese en perdiz, digno hijo de su padre, que por
acá no es deshonroso escaparse como la perdiz.

Así los cisnes, tio tio tio tio tio tio tio tix, uniendo sus voces y
batiendo las alas, cantan a Apolo tio tio tio tix; deteniéndose en las
orillas del Hebro,[481] tio tio tio tix, sus acentos atraviesan las
etéreas nubes; escúchanlos las fieras arrobadas y el mar serenando
sus olas, to to to to to to to to to tix; todo el Olimpo resuena: los
dioses inmortales, las Musas y las Gracias repiten gozosos aquella
melodía, tio tio tio tix. Nada hay mejor, nada hay más agradable que
tener alas. Si uno de vosotros las tuviese, podría, cuando asistiendo
impaciente y mal humorado a una interminable tragedia se siente
desfallecer de hambre, volar a su casa, comer, y regresar satisfecho
su apetito. Si Patróclides se viera acosado en el teatro por una
apremiante necesidad, no tendría que ensuciar su manto, pues volaría a
otra parte, y después de desahogarse, tornaría a su asiento recobradas
las fuerzas. Aún más: si alguno de vosotros, no importa quién, abrasado
por adúltera llama, distinguía al marido de su amante en las gradas de
los senadores, podría extendiendo sus alas trasladarse a la amorosa
cita, y satisfecha su pasión volver a su puesto. ¿Comprendéis ahora
las inmensas ventajas de ser alado? Por eso Diítrefes,[482] aunque
solo tiene alas de mimbre, ha sido nombrado filarco primero; después
hiparco; y de hombre de nada, se ha convertido en gran personaje, y hoy
es ya el gallito de su tribu.

PISTETERO.[483]

Ya está hecho. ¡Por Júpiter! No he visto nunca cosa más ridícula.

EVÉLPIDES.

¿De qué te ríes?

PISTETERO.

De tus alas. ¿Sabes lo que pareces con ellas? Un ganso pintado de
brocha gorda.

EVÉLPIDES.

Y tú un mirlo con la cabeza desplumada.

PISTETERO.

Nosotros lo hemos querido; y como Esquilo dice: «No son plumas de otro,
sino nuestras».[484]

LA ABUBILLA.

¡Ea! ¿Qué debemos hacer?

PISTETERO.

Lo primero dar a la ciudad un nombre ilustre y pomposo; después ofrecer
un sacrificio a los dioses.

EVÉLPIDES.

Opino lo mismo.

LA ABUBILLA.

Pues veamos el nombre que ha de ponérsele.

PISTETERO.

¿Queréis que le demos uno magnífico tomado de Lacedemonia? ¿Queréis que
la llamemos Esparta?

EVÉLPIDES.

¡Por Hércules! ¿Esparta mi ciudad? Cuando ni siquiera consiento que sea
de esparto[485] mi lecho, aunque solo tenga una estera de junco.

PISTETERO.

¿Pues qué nombre le daremos?

EVÉLPIDES.

Uno magnífico, tomado de las nubes y de estas elevadas regiones.

PISTETERO.

¿Qué te parece Nefelococigia?[486]

LA ABUBILLA.

¡Oh! ¡Oh! Ese sí que es bello y grandioso.

EVÉLPIDES.

¿No es en Nefelococigia donde están todas las grandes riquezas de
Teógenes y Esquines?[487]

PISTETERO.

No, donde están es en el llano de Flegra,[488] en el que los dioses
aniquilaron la arrogancia de los gigantes.

EVÉLPIDES.

Será una ciudad hermosísima. ¿Pero cuál será su divinidad protectora?
¿Para quién tejeremos el peplo?[489]

PISTETERO.

¿Por qué no escogemos a Minerva Poliada?

EVÉLPIDES.

¿Podrá estar bien arreglada una ciudad en que una mujer vaya
completamente armada y Clístenes se dedique a hilar?

PISTETERO.

¿Quién guardará el muro pelárgico?[490]

LA ABUBILLA.

Uno de los nuestros oriundo de Persia, que se proclama el más valiente
de todos, un pollo de Marte.[491]

EVÉLPIDES.

¡Oh pollo señor! ¡Es un dios a propósito para vivir sobre las piedras!

PISTETERO.

Ea, vete al aire, a ayudar a los albañiles que construyen la muralla;
llévales morrillos; desnúdate y haz mortero; sube la gamella; cáete de
la escala; pon centinelas; guarda el fuego bajo la ceniza; ronda con tu
campanilla,[492] y duérmete; envía luego dos heraldos, uno arriba a los
dioses, otro abajo a los hombres, y después vuelve a mi lado.

EVÉLPIDES.

Tú quédate aquí, y revienta.[493]

PISTETERO.

Anda, amigo mío, a donde te envío; nada de cuanto te he dicho puede
hacerse sin ti. Yo voy a ofrecer un sacrificio a los nuevos dioses, y a
llamar al sacerdote para que presida la procesión. ¡Eh, tú, esclavo!
trae el canastillo y la sagrada vasija.[494]

CORO.

Yo uno a las tuyas mis fuerzas y mi voluntad, y te exhorto a dirigir
a los dioses súplicas espléndidas y solemnes, y a inmolar una víctima
en acción de gracias. Entonemos en honor del dios canciones píticas
acompañadas por la flauta de Queris.

       *       *       *       *       *

PISTETERO (_Al flautista_).

Deja de soplar, Hércules. ¿Qué es eso? Por Júpiter, muchos prodigios
he visto, pero nunca a un cuervo con bozal.[495] Sacerdote, cumple tu
deber, y sacrifica a los nuevos dioses.

EL SACERDOTE.

Lo haré. ¿Dónde está el que tiene el canastillo? Rogad a la Vesta
de las aves, al milano protector del hogar, y a todos los pájaros,
olímpicos y olímpicas, dioses y diosas...

PISTETERO.

¡Salve, gavilán protector de Sunio, rey pelásgico![496]

EL SACERDOTE.

Al cisne Pítico y Delio, a Latona madre de las codornices,[497] a Diana
jilguero...

PISTETERO.

En adelante no habrá Diana Colenis,[498] sino Diana jilguero.

EL SACERDOTE.

A Baco pinzón, a Cibeles avestruz, augusta madre de los dioses y los
hombres...

PISTETERO.

¡Oh poderosa Cibeles avestruz, madre de Cleócrito![499]

EL SACERDOTE.

Que den salud y felicidad a los nefelococigios y a sus aliados de
Quíos.[500]

PISTETERO.

Me gusta ver en todas partes a los de Quíos.

EL SACERDOTE.

A los héroes, a las aves, a los hijos de los héroes, al porfirión, al
pelícano, al pelecino, al fléxide, al tetraón, al pavo real, al elea, a
la cerceta, al elasa, a la garza, al mergo, al becafigo, al pavo...

PISTETERO.

Acaba, hombre infernal; acaba tus invocaciones. Desdichado, ¿a qué
víctimas llamas a los buitres y a las águilas de mar? ¿No ves que un
milano basta para devorar estas viandas? ¡Lárgate de aquí con tus
ínfulas! Ya ofreceré yo solo el sacrificio.

EL SACERDOTE.

Es preciso que para la aspersión entone un nuevo himno sacro y piadoso,
e invoque a los dioses, a uno siquiera, si es que tenéis bastantes
provisiones, pues vuestras decantadas víctimas veo que se reducen a
barbas y cuernos.

PISTETERO.

Oremos al sacrificar a los dioses alados.

       *       *       *       *       *

UN POETA.

Celebra, oh Musa, en tus himnos y canciones a la feliz Nefelococigia.

PISTETERO.

¿Qué significa esto? Di, ¿quién eres?

EL POETA.

Yo soy un cantor melifluo, un celoso servidor de las musas, como dice
Homero.

PISTETERO.

Si eres esclavo, ¿cómo llevas largo el cabello?[501]

EL POETA.

No es eso; todos los poetas somos celosos servidores de las Musas, al
decir de Homero.

PISTETERO.

Ya no me asombro: tu manto demuestra muchos años de servicio. Pero,
desdichado poeta, ¿qué mal viento te ha traído aquí?

EL POETA.

He compuesto versos en honor de vuestra Nefelococigia, y muchos
hermosos ditirambos y partenias,[502] en el estilo de Simónides.

PISTETERO.

¿Y cuándo los has compuesto?

EL POETA.

Hace mucho tiempo, mucho tiempo, que yo canto a esta ciudad.

PISTETERO.

¡Pero si en este instante celebro la fiesta de su fundación, y acabo de
ponerla un nombre como a los niños de diez días![503]

EL POETA.

¡Qué importa! La voz de las Musas vuela como los más rápidos corceles.
¡Oh tú, padre mío, fundador del Etna, tú cuyo nombre recuerda los
divinos templos, otórgame propicio los bienes que para ti desearías!

PISTETERO.

No nos vamos a quitar de encima esta calamidad, si no le damos alguna
cosa. Tú,[504] que tienes ese abrigo sobre la túnica, quítatelo y
dáselo a este discretísimo poeta. Toma este abrigo; pues me parece que
estás tiritando.

EL POETA.

Mi Musa acepta regocijada este presente. Escucha tú estos versos
pindáricos...[505]

PISTETERO.

¿No se marchará nunca este importuno?

EL POETA.

    Sin vestido de lino
    Vaga Estratón en el confín helado
    Del errabundo escita:
    Burdo manto le han dado,
    Pero aún túnica fina necesita.[506]

¿Comprendes lo que quiero decir?

PISTETERO.

Vaya si comprendo: quieres que te regale una túnica. Quítatela: es
preciso obsequiar a los poetas. Tómala, márchate.

EL POETA.

Me voy, y al irme compongo estos versos en honor de vuestra ciudad:

    Numen de áureo trono,
    Celebra esta ciudad
    Que tirita a los soplos
    De un céfiro glacial.
    Yo su campiña fértil,
    Vengo de visitar,
    Alfombrada de nieve.
    ¡Tralalá, tralalá!

(_Vase._)

PISTETERO.

Sí, pero te escapas de estos helados campos con una buena túnica.
Jamás hubiera creído, Júpiter soberano, que ese maldito poeta pudiera
adquirir tan pronto noticias de esta ciudad. (_Al sacerdote._) Coge la
vasija y da vuelta al altar.

       *       *       *       *       *

EL SACERDOTE.

¡Silencio!

UN ADIVINO.

No inmoles el chivo.[507]

PISTETERO.

¿Quién eres tú?

EL ADIVINO.

¿Quién soy? un adivino.

PISTETERO.

¡Vete en hora mala!

EL ADIVINO.

Amigo mío, no desprecies las cosas divinas: hay una profecía de
Bacis[508] que se refiere claramente a Nefelococigia.

PISTETERO.

¿Por qué no me hablaste de ese oráculo antes de fundar la ciudad?

EL ADIVINO.

Un dios me lo impedía.

PISTETERO.

No hay inconveniente en que oigamos el vaticinio.

EL ADIVINO.

«Cuando los lobos y las encanecidas cornejas habitaren juntos en el
espacio que separa a Corinto de Sicione...»[509]

PISTETERO.

¿Pero qué tenemos que ver con los Corintios?

EL ADIVINO.

Bacis, al expresarse de ese modo, se refería al aire. «Sacrificad
primeramente a Pandora un blanco vellocino; y después regalad al
profeta que interprete mis oráculos un buen vestido y zapatos nuevos...»

PISTETERO.

¿Están también los zapatos?

EL ADIVINO.

Toma y lee. «Y dadle además una copa y un buen trozo de las entrañas de
la víctima.»

PISTETERO.

¿También hay que darle un trozo de las entrañas?

EL ADIVINO.

Toma y lee. «Joven divino, si obedecieres mis mandatos, serás un
águila en las nubes: si no le das nada, ni tórtola, ni águila, ni pito
real.»

PISTETERO.

¿También está eso?

EL ADIVINO.

Toma y lee.

PISTETERO.

Pero tu oráculo en nada se parece a otro que escribí yo mismo bajo
la inspiración de Apolo. «Cuando, sin que nadie le llame, venga un
charlatán a molestarte mientras estás ofreciendo un sacrificio, y pida
una porción de las entrañas, deberás molerle las costillas a palos.»

EL ADIVINO.

Tú deliras.

PISTETERO.

Toma y lee. «Y no le perdones, aunque sea un águila en las nubes,
aunque sea Lampón, aunque sea el gran Diopites.»[510]

EL ADIVINO.

¿También está eso?

PISTETERO.

Toma y lee, ¡y lárgate al infierno!

EL ADIVINO.

¡Ay, pobre de mí!

PISTETERO.

Pronto, pronto, vete a profetizar a otra parte.

       *       *       *       *       *

METÓN.[511]

Vengo a...

PISTETERO.

Otro importuno. ¿Qué te trae aquí? ¿Cuáles son tus proyectos? ¿Qué te
propones viniendo tan encopetado con tus coturnos?

METÓN.

Quiero medir las llanuras aéreas, y dividirlas en calles.

PISTETERO.

En nombre de los dioses, ¿quién eres?

METÓN.

¿Quién soy? Metón, conocido en toda la Grecia y en la aldea de
Colona.[512]

PISTETERO.

Dime, ¿qué es eso que traes ahí?

METÓN.

Reglas para medir el aire. Pues todo el aire, en su forma general, es
enteramente parecido a un horno.[513] Por tanto, aplicando por arriba
esta línea curva y ajustando el compás... ¿Comprendes?

PISTETERO.

Ni una palabra.

METÓN.

Con esta otra regla trazo una línea recta, inscribo un cuadrado en el
círculo, y coloco en su centro la plaza; a ella afluyen de todas partes
calles derechas, del mismo modo que del sol, aunque es circular, parten
rayos rectos en todas direcciones.

PISTETERO.

¡Este hombre es un Tales... Metón!

METÓN.

¿Qué?

PISTETERO.

Ya sabes que te quiero; pues bien, voy a darte un buen consejo:
márchate cuanto antes.

METÓN.

¿Pues qué peligro...?

PISTETERO.

Aquí, como en Lacedemonia,[514] es costumbre expulsar a los
extranjeros, y en la ciudad llueven garrotazos.

METÓN.

¿Hay alguna sedición?

PISTETERO.

Nada de eso.

METÓN.

¿Pues qué?

PISTETERO.

Hemos tomado por unanimidad la resolución de echar a todos los
charlatanes.

METÓN.

Pues huyo.

PISTETERO.

Creo que ya es tarde: la tempestad estalla. (_Le pega._)

METÓN.

¡Desdichado de mí! (_Huye._)

PISTETERO.

¿No te lo decía hace tiempo? Vete con tus medidas a otra parte.

       *       *       *       *       *

UN INSPECTOR.

¿Dónde están los próxenos?[515]

PISTETERO.

¿Quién es este Sardanápalo?

EL INSPECTOR.

Soy un inspector[516] designado por la suerte para vigilar en
Nefelococigia.

PISTETERO.

¡Un inspector! ¿Quién te ha enviado?

EL INSPECTOR.

Un maldito decreto de Téleas.[517]

PISTETERO.

¿Quieres recibir tu sueldo, y marcharte, sin tomarte la menor molestia?

EL INSPECTOR.

Sí, por cierto; precisamente tenía hoy necesidad de estar en Atenas
para asistirá la asamblea: tengo un asunto de Farnaces.[518]

PISTETERO.

Toma y llévate esto; este será tu sueldo. (_Le pega._)

EL INSPECTOR.

¿Qué es esto?

PISTETERO.

Es la asamblea en que has de defender a Farnaces.

EL INSPECTOR.

¡Sed testigos de que me pega! ¡A mí! ¡A un inspector!

PISTETERO.

¿No te irás con tus malditas urnas judiciales? Esto es insoportable;
¡enviar inspectores a una ciudad antes de haberse ofrecido el
sacrificio de consagración!

       *       *       *       *       *

UN VENDEDOR DE DECRETOS.

«El nefelococigio que faltase a un ateniense...»

PISTETERO.

¿Qué nueva calamidad es esta, cargada de pergaminos?

EL VENDEDOR DE DECRETOS.

Soy un vendedor de decretos, y vengo a venderos leyes nuevas.

PISTETERO.

¿Cuáles?

EL VENDEDOR DE DECRETOS.

«Los habitantes de Nefelococigia tendrán las mismas leyes, pesos y
medidas que los Olofixios.»[519]

PISTETERO.

Ahora vas a conocer las de los Ototixios.[520]

EL VENDEDOR DE DECRETOS.

Eh, ¿qué haces?

PISTETERO.

¿No te largas con tus decretos? Pues te voy a aplicar unos bien crueles.

EL INSPECTOR (_Volviendo_).

Cito por injurias a Pistetero para el mes Muniquion.[521]

PISTETERO.

¡Cómo! ¿Aún estabas ahí?

EL VENDEDOR DE DECRETOS.

«El que expulsare a un magistrado y no le recibiese como prescribe el
edicto fijado en la columna...»

PISTETERO (_Al inspector_).

¡Oh, desdicha! ¿Ahí estabas también tú?

EL INSPECTOR.

¡Ya me las pagarás! Te he de hacer condenar a diez mil dracmas de multa.

PISTETERO.

Yo haré pedazos tus urnas.

EL INSPECTOR.

¿Te acuerdas de aquella tarde en que hiciste tus necesidades junto a la
columna de edictos?

PISTETERO.

Ea, echadle mano a ese. ¡Hola! parece que no te quedas.

EL SACERDOTE.

Marchémonos de aquí cuanto antes, y sacrifiquemos dentro el macho
cabrío.

(_Vanse todos._)

       *       *       *       *       *

CORO.

Ya todos los mortales ofrecerán sus votos y sacrificios a mí que todo
lo inspecciono y gobierno. Porque con mi vista abarco el mundo entero
y conservo los frutos en flor, destruyendo las infinitas castas de
animales que, en el seno de la tierra o en las ramas de los árboles,
los devoran antes de que hayan brotado del tierno cáliz. Yo mato los
insectos que corrompen con su fétido contacto los perfumados huertos;
y todos los reptiles y venenosos sapos mueren al golpe de mis forzudas
alas.

Hoy que se pregona principalmente este edicto: «El que matase a
Diágoras Meliense,[522] recibirá un talento: el que matase a uno de
los tiranos nuestros,[523] recibirá un talento», queremos nosotros
promulgar también este decreto: «El que matare a Filócrates el
pajarero, recibirá un talento; cuatro el que lo traiga vivo: él es
quien ata los pinzones de siete en siete y los vende por un óbolo;
él es quien atormenta a los tordos inflándolos para que parezcan más
gordos; él atraviesa con plumas el pico de los mirlos; él reúne palomas
y las encierra obligándolas a reclamar a otras y atraerlas a sus redes.
Este es nuestro edicto: mandamos además que todo el que tenga aves
encerradas en su patio, las suelte inmediatamente. El que no obedeciere
será apresado por las aves, y servirá cargado de cadenas para señuelo
de otros hombres.»

¡Oh raza afortunada la de las aves! ni en invierno tenemos necesidad
de túnicas, ni en estío nos molestan los abrasadores rayos de un sol
canicular. En los valles floridos, a la sombra del tupido follaje,
hallo fresco reposo, mientras la divina cigarra, enfurecida por el
calor del mediodía deja oír su agudo canto: cuevas profundas, en
que jugueteo con las monteses ninfas, me abrigan en invierno; y en
primavera, picoteo las blancas y virginales bayas del mirto, y saqueo
los huertecillos de las Gracias.

Queremos decir a los jueces una palabra sobre el premio: si nos lo
adjudican, les otorgaremos toda clase de bienes; bienes más preciosos
que los que recibió el mismo Paris.[524] En primer lugar, cosa la
más apetecida por todos los jueces, las lechuzas de Laurium[525] no
os abandonarán jamás; habitarán dentro de vuestras casas, anidarán
en vuestros bolsillos y empollarán en ellos pequeñas moneditas.
Además vuestras habitaciones parecerán templos magníficos, porque
elevaremos sus techos en forma de alas de águila.[526] Si conseguís
una magistratura y queréis robar algo, armaremos vuestras manos con
las garras veloces del azor. Y si vais a un banquete, os proveeremos
de espaciosos buches. Pero si no nos adjudicáis el premio, ya podéis
proveeros de sombrillas como las de las estatuas;[527] que el que no
la lleve nos las pagará todas juntas. Pues cuando salga ostentando
su túnica blanca, todas las aves se la mancharemos con nuestras
inmundicias.

       *       *       *       *       *

PISTETERO.

Aves, el sacrificio ha sido favorable; pero me extraña que no venga de
la muralla ningún mensajero para anunciamos cómo va la obra. ¡Ah! Ahí
viene uno corriendo sin aliento.[528]

MENSAJERO PRIMERO.

¿Dónde, dónde está? ¿Dónde, dónde, dónde está? ¿Dónde, dónde, dónde
está? ¿Dónde está Pistetero, nuestro jefe?

PISTETERO.

Aquí estoy.

MENSAJERO PRIMERO.

Tus murallas están construidas.

PISTETERO.

Muy bien.

MENSAJERO PRIMERO.

Es una obra soberbia y hermosísima: la anchura del muro es tan grande,
que si Proxénides el fanfarrón y Teógenes[529] se encontrasen sobre
él dirigiendo dos carros tirados por caballos tan grandes como el de
Troya, pasarían sin dificultad.[530]

PISTETERO.

¡Magnífico!

MENSAJERO PRIMERO.

Su largura (yo mismo la he medido) es de cien brazas.[531]

PISTETERO.

¡Por Neptuno, qué largura! ¿Quiénes han construido tan gigantesca
muralla?

MENSAJERO PRIMERO.

Las aves, y nadie más que las aves; allí no ha habido ni albañiles
egipcios, ni canteros; todo lo han hecho por sí mismas con una
habilidad asombrosa. De África vinieron cerca de treinta mil grullas
que descargaron su lastre de piedras,[532] las cuales, después de
arregladas por el pico de los rascones, han servido para los cimientos.
Diez mil cigüeñas fabricaron los ladrillos. Los chorlitos y demás aves
fluviales subían al aire el agua de la tierra.

PISTETERO.

¿Quiénes traían el mortero?

MENSAJERO PRIMERO.

Las garzas, en gamellas.

PISTETERO.

¿Pero cómo pudieron echarlo en las gamellas?

MENSAJERO PRIMERO.

¡Oh, es una invención ingeniosísima! Los gansos revolvían con sus
patas, a guisa de paletas, el mortero, y después lo echaban en las
gamellas.

PISTETERO.

¿Qué no harán los pies?[533]

MENSAJERO PRIMERO.

Era de ver cómo traían ladrillos los ánades. También ayudaban a la
faena las golondrinas trayendo mortero en el pico y la llana en la
cola, como si fuesen niños.

PISTETERO.

¿Qué necesidad habrá ya de pagar operarios? Pero dime: ¿quiénes
labraron las maderas necesarias?

MENSAJERO PRIMERO.

Los pelícanos, como habilísimos carpinteros, arreglaron con sus picos
las jambas de las puertas: cuando desbastaban las maderas, se oía un
ruido parecido al de los arsenales. Ahora está ya todo cerrado con
puertas y cerrojos y cuidadosamente guardado: las rondas recorren
el recinto con sus campanillas: hay centinelas en todas partes, y
antorchas en las torres. Pero yo corro a lavarme: a ti te toca terminar
la obra.

       *       *       *       *       *

CORO.

Vamos, ¿qué haces? ¿Te admiras de la prontitud con que el muro ha sido
construido?

PISTETERO.

Sí por cierto; la cosa es digna de admiración; parece una fábula. Pero
ahí viene uno de los centinelas de la ciudad con marcial continente.

       *       *       *       *       *

MENSAJERO SEGUNDO.

¡Oh! ¡Oh! ¡Oh!

PISTETERO.

¿Qué ocurre?

MENSAJERO SEGUNDO.

Una cosa indigna. Uno de los dioses de la corte de Júpiter ha
atravesado las puertas y ha penetrado en el aire burlando la vigilancia
de los grajos qué dan la guardia de día.

PISTETERO.

¡Oh indigno y criminal atentado! ¿Qué dios es?

MENSAJERO SEGUNDO.

Lo ignoramos; solo sabemos que tiene alas.

PISTETERO.

¿Por qué no habéis lanzado en seguida guardias en su persecución?

MENSAJERO SEGUNDO.

Hemos enviado tres mil azores, arqueros de caballería: todas las aves
de ganchudas uñas, cernícalos, gerifaltes, buitres, águilas y gavilanes
vuelan en su busca, haciendo resonar el aire con el rápido batir de sus
alas. El dios no debe estar lejos; si no me engaño, helo ahí.

PISTETERO.

¡Armémonos de la honda y el arco! Aquí, mis amigos; disparad todos
vuestras saetas; dadme una honda.

CORO.

Declárase una guerra, una guerra nefanda entre nosotros y los dioses.
Hijos del Erebo, guardad cuidadosos el aire y las nubes que le entoldan
para que ningún dios las atraviese: vigilad todo el circuito. Ya se oye
cerca un ruido de alas, como el de un inmortal cuando vuela.

(_Iris aparece volando y es detenida._)

       *       *       *       *       *

PISTETERO.

¡Eh, tú! ¿A dónde vuelas? Estate quieta, inmóvil. ¡Alto! detente.
¿Quién eres? ¿De qué país? Es preciso que digas de dónde vienes.

IRIS.

Vengo de la mansión de los dioses olímpicos.

PISTETERO.

¿Cómo te llamas, navío o casco?[534]

IRIS.

La rápida Iris.

PISTETERO.

¿La Paralos, o la Salamina?[535]

IRIS.

¿Qué dices?

PISTETERO.

¿No habrá un gerifalte[536] que emprenda el vuelo y se lance sobre ella?

IRIS.

¿Que se lance sobre mí? ¿Qué significan estos ultrajes?

PISTETERO.

Vas a llorar a mares.

IRIS.

Pero esto es absurdo.

PISTETERO.

¿Por qué puerta has penetrado en la ciudad, gran malvada?

IRIS.

¿Por qué puerta? No lo sé, por vida mía.

PISTETERO.

¿Oís cómo se burla de nosotros? ¿Te has presentado al capitán de
los grajos? Responde. ¿Traes un pase autorizado con el sello de las
cigüeñas?

IRIS.

¿Qué es esto?

PISTETERO.

¿No lo traes?

IRIS.

¿Estás en tu juicio?

PISTETERO.

¿No te ha enviado un salvoconducto algún jefe de las aves?

IRIS.

Nadie me ha enviado nada, imbécil.

PISTETERO.

¿Y te has atrevido a atravesar en silencio el aire y una ciudad extraña?

IRIS.

¿Pues por dónde hemos de pasar los dioses?

PISTETERO.

No lo sé; pero no por aquí. Lo cierto es que tú has delinquido. ¿Sabes
que si te aplicase la pena merecida nos apoderaríamos de ti y moriría
la bella Iris?

IRIS.

Soy inmortal.

PISTETERO.

No por eso dejarías de morir. Esto es insoportable; mandamos en todos
los seres del mundo, y ahora nos vienen los dioses echándoselas de
insolentes y negándose a obedecer a los más fuertes. Vamos, contesta:
¿a dónde dirigías tu vuelo?

IRIS.

¿Yo? Llevo encargo de mi padre de ordenar a los hombres que ofrezcan
víctimas a los dioses del Olimpo; que inmolen bueyes y ovejas, y llenen
las calles con el humo de los sacrificios.

PISTETERO.

¿Qué dices? ¿A qué dioses?

IRIS.

¿A qué dioses? a nosotros, a los dioses del cielo.

PISTETERO.

¿Pero vosotros sois dioses?

IRIS.

¿Pues qué, hay otros?

PISTETERO.

Las aves son ahora los dioses de los hombres; y a ellas, por vida mía,
han de ofrecerse los sacrificios y no a Júpiter.

IRIS.

¡Ah, insensato, insensato! No provoques las graves iras de los dioses;
guarda que la Justicia, armada del terrible azadón de Júpiter, no
extirpe de raíz toda tu raza; teme que sus rayos vengadores te reduzcan
a cenizas con todos tus palacios.[537]

PISTETERO.

Oye, déjate de palabras campanudas, y estate quieta. Dime, ¿crees que
me vas a espantar con ese lenguaje, como si fuese algún esclavo lidio
o de la Frigia?[538] ¿Sabes que si Júpiter me molesta más, enviaré
águilas igníferas que incendien su morada y el palacio de Anfión?[539]
¿Sabes que puedo mandar al cielo contra él más de seiscientos alados
porfiriones[540] cubiertos con pieles de leopardos? Y cuenta que
uno solo le dio mucho que hacer. Y a ti, bella mensajera, como me
incomodes, te agarro y te doy a conocer, con asombro tuyo, que, aunque
viejo, pocos me ganan en las lides amorosas.

IRIS.

¡Ojalá revientes, estúpido, con tus dicharachos!

PISTETERO.

¿Te marchas o no? ¡Largo pronto! ¡Cuidado con los golpes!

IRIS.

¡Ah! Mi padre castigará tu insolencia.

PISTETERO.

¡Vaya un susto! ¡Vuela, vuela, vete a llenar con el humo y el hollín de
tus rayos a otros más jóvenes que yo!

CORO.

Queda prohibido a los dioses, hijos de Júpiter, el paso por nuestra
ciudad; prohíbese también a los mortales cuando les ofrezcan
sacrificios el que hagan atravesar por aquí el humo de sus víctimas.

PISTETERO.

Temo que no acabe de volver el heraldo que envié a los hombres.

       *       *       *       *       *

UN HERALDO.

¡Oh feliz Pistetero! ¡Oh sapientísimo! ¡Oh celebérrimo! ¡Oh
sapientísimo! ¡Oh hermosísimo! ¡Oh felicísimo! ¡Oh...! Vamos,
apunta.[541]

PISTETERO.

¿Qué estás diciendo?

EL HERALDO.

Todos los pueblos, admirados de tu sabiduría, te ofrecen esta corona de
oro.

PISTETERO.

La acepto; pero ¿por qué los pueblos me decretan tan señalado honor?

EL HERALDO.

Tú no sabes, ilustre fundador de una ciudad aérea, la inmensa
estimación en que te tienen los mortales, y la afición extraordinaria
que se ha desarrollado por este país. Antes de que echases los
cimientos de esta célebre ciudad, todos los hombres atacados de la
lacomanía se dejaban crecer el cabello, ayunaban, iban sucios, vivían
socráticamente,[542] y llevaban bastones espartanos; ahora ha cambiado
la moda y les domina la manía por las aves, complaciéndose en imitar
su modo de vivir. En cuanto apunta el alba saltan todos a la vez
del lecho y vuelan, como nosotros, a su pasto habitual; después se
dirigen a los carteles y se atracan de decretos. Su manía por las aves
es tan grande que muchos llevan nombres de volátiles: un tabernero
cojo, se llama perdiz; Menipo, golondrina; Opuncio, cuervo tuerto;
Filocles, alondra; Teógenes, ganso-zorro; Licurgo, ibis; Querefonte,
murciélago; Siracosio, urraca; y Midias se llama codorniz, porque, en
efecto, tiene toda la traza de una codorniz muerta de un porrazo en la
cabeza.[543] La pasión por las aves hace que se canten versos, donde es
de rigor hablar de golondrinas, de penélopes, de gansos, de palomas, o
por lo menos algo de plumaje. Así anda la cosa. ¡Ah!, te advierto que
pronto vendrán aquí más de diez mil personas pidiéndote alas y garras
ganchudas; por tanto, ya puedes hacer provisión de plumas para los
nuevos huéspedes.

PISTETERO.

Entonces no hay tiempo que perder. Anda, llena de alas todos los cestos
y cestillos, y dile a Manes[544] que me los traiga aquí. Yo me encargo
de recibir a los que vengan.

CORO.

Esta ciudad va a ser pronto muy populosa.

PISTETERO.

Si la fortuna nos favorece.

CORO.

El amor a nuestra ciudad se propaga.

PISTETERO (_Al esclavo_).

Trae eso pronto.

CORO.

¿Qué falta en ella de cuanto puede hacer grata su mansión? Aquí se
encuentran la Sabiduría, el Amor, las Gracias inmortales, y el plácido
semblante de la querida Paz.

PISTETERO.

¡Qué calma, justo cielo! Trae eso pronto.

CORO.

Sí, traed pronto un cesto lleno de alas; y tú hazle moverse a palos,
como lo hago yo: es más pesado que un asno.

PISTETERO.

Sí, Manes es un perezoso.

CORO.

Tú, pon en orden esas alas, las musicales,[545] las proféticas,[546]
las marítimas.[547] Procura después que cada uno se lleve las que le
convengan.

PISTETERO (_A Manes_).

¡Ah, lo juro por los cernícalos! Esta no te la perdono, si continúas
tan perezoso y tardón.

       *       *       *       *       *

UN PARRICIDA.

¡Quién fuera el águila de altísimo vuelo, para cernerse sobre las ondas
cerúleas del estéril mar![548]

PISTETERO.

Veo que el mensajero dijo la verdad; ahí viene no sé quién cantando a
las águilas.

EL PARRICIDA.

¡Oh, nada hay tan delicioso como volar! Yo adoro las leyes de los
pájaros; la afición a las aves me vuelve loco; yo vuelo, yo quiero
vivir con vosotros, soy apasionado por vuestras leyes.

PISTETERO.

¿Por cuáles?, pues las aves tienen muchas clases.[549]

EL PARRICIDA.

Por todas; más principalmente por esa en virtud de la cual es lícito a
un pájaro morder a su padre y retorcerle el pescuezo.

PISTETERO.

Es verdad, nosotros tenemos por muy valiente al que, pollito aún, pega
a su padre.

EL PARRICIDA.

Por eso he emigrado a esta región; deseo estrangular a mi padre para
heredar todos sus bienes.

PISTETERO.

Pero tenemos también otra ley inscrita en la columna de edictos de las
cigüeñas: «Cuando la cigüeña haya criado sus hijos y los haya puesto en
disposición de volar, estos tendrán a su vez obligación de alimentar a
sus padres.»

EL PARRICIDA.

¡Pues bastante he ganado con venir, si tengo que sostener a mi padre!

PISTETERO.

No, no; ya que con tan benévolas intenciones has acudido a nosotros,
te emplumaré como conviene a un pájaro huérfano.[550] Además, pobre
joven, te daré un buen consejo que aprendí en mi niñez. No maltrates a
tu padre; coge esta ala en una mano y ese espolón en la otra; figúrate
que tienes una cresta de gallo, y haz guardias, vete a la guerra, vive
de tu estipendio, y deja en paz a tu padre. Ya que eres tan belicoso,
dirige tu vuelo a Tracia,[551] y combate allí.

EL PARRICIDA.

¡Por Baco! Tu consejo me parece excelente, y lo seguiré.

PISTETERO.

Obrarás discretamente.

       *       *       *       *       *

CINESIAS.

    Vuelo al Olimpo con ligeras alas;[552]
    Y a su batir resuelto voy cruzando
    Las sendas de la gaya poesía...

PISTETERO.

Este va a necesitar un fardo entero de alas.

CINESIAS.

    Otras nuevas buscando,
    Mi cuerpo y mi indomable fantasía...

PISTETERO.

Un abrazo a Cinesias, el Tilo.[553] ¿A qué vienes dando vueltas a tu
pie cojo?

CINESIAS.

    Quiero, ansío ser ave,
    Ser ruiseñor, y con gorjeo suave...

PISTETERO.

Basta de música, y explícame tus deseos.

CINESIAS.

Ponme alas; pues anhelo subir por los aires y recoger de las nubes
nuevos cantos, aéreos y caliginosos.

PISTETERO.

¿Cantos en las nubes?

CINESIAS.

Sí; en ellas estriba hoy todo nuestro arte. Los más brillantes
ditirambos son aéreos, caliginosos, tenebrosos, alados. Pronto lo
verás; escucha.

PISTETERO.

No, no oigo nada.

CINESIAS.

Pues oirás, mal que te pese:

      En forma de volátil,
    Cuyo ondulante cuello
    Surca del éter fúlgido
    La azul inmensidad,
    Recorreré los aires,
    Que te obedecen ya.

PISTETERO.

¡Hop![554]

CINESIAS.

    ¡Ah! ¡Quién con vuelo rápido
    Al hálito vehemente
    Cediendo de los ímpetus
    De indómito Aquilón
    Pudiera sobre el piélago
    Cernerse bramador!

PISTETERO.

¡Ya reprimiré yo tus hálitos o ímpetus...!

CINESIAS.

    Y ora hacia el Noto cálido
    Enderezando el vuelo,
    Ora a la región frígida
    Del Bóreas glacial,
    El oleaje férvido
    Del éter...

(_A Pistetero que le apalea._) ¡Anciano! ¡Anciano! ¡Vaya una hábil e
ingeniosa invención!

PISTETERO.

¿No deseabas volar?

CINESIAS.

¿Así tratas a un poeta ditirámbico que se disputan todas las tribus?

PISTETERO.

¿Quieres quedarte con nosotros y enseñar a la tribu Ceropia un coro de
aves voladoras, tan ligero como el espirituado Leotrófides?[555]

CINESIAS.

Te burlas de mí, está claro. Pero no importa; ten presente que no
descansaré un momento hasta que surque los aires, transformado en
pájaro.

       *       *       *       *       *

UN DELATOR.

    Di, golondrina de alas esplendentes
    Por la Febea luz tornasoladas,
    ¿Quiénes son esas aves indigentes
    De tan varios plumajes adornadas?[556]

PISTETERO.

El mal toma serias proporciones. Otro se acerca zumbando.

EL DELATOR.

«Por la Febea luz tornasoladas,» repito.

PISTETERO.

Creo que esa canción la dirige a su manto, porque parece que tiene
necesidad urgente de la vuelta de la golondrina.[557]

EL DELATOR.

¿Quién distribuye alas a los recién llegados?

PISTETERO.

Yo mismo; pero es preciso decir para qué.

EL DELATOR.

¡Alas! ¡Necesito alas![558] No me preguntes más.

PISTETERO.

¿Acaso quieres volar en línea recta a Pelene?[559]

EL DELATOR.

No; soy acusador de las islas,[560] delator...

PISTETERO.

¡Buen oficio!

EL DELATOR.

E investigador de pleitos. Quiero tener alas, para girar con rapidez mi
visita a las ciudades y citar a los acusados.

PISTETERO.

¿Los citarás mejor teniendo alas?

EL DELATOR.

No, por Júpiter; pero podré librarme de ladrones, y volveré como las
grullas, trayendo por lastre infinitos procesos.

PISTETERO.

¿Y esa es tu ocupación? ¡Cómo! ¿Siendo joven y robusto, te dedicas a
delator de extranjeros?

EL DELATOR.

¿Qué he de hacer? No sé cavar.

PISTETERO.

Pero, por Júpiter, hay otras ocupaciones con las cuales un hombre de tu
edad puede ganarse honradamente la vida, sin acudir al vil oficio de
zurcidor de procesos.

EL DELATOR.

Amigo mío, no te pido consejos, sino alas.

PISTETERO.

Ya te doy alas con mis palabras.

EL DELATOR.

¿Cómo puedes con palabras dar alas a un hombre?

PISTETERO.

Las palabras dan alas a todos.

EL DELATOR.

¿A todos?

PISTETERO.

¿No has oído muchas veces en las barberías a los padres decir hablando
de los jóvenes?: «Son terribles las alas para la equitación que le han
dado a mi hijo las palabras de Diítrefes.[561]» «Pues yo, dice otro,
tengo un hijo que en alas de la imaginación ha dirigido su vuelo a la
tragedia.»

EL DELATOR.

¿Luego las palabras dan alas?

PISTETERO.

Ya te he dicho que sí: ellas elevan el espíritu, y levantan al hombre.
He ahí por qué con mis útiles consejos pretendo yo levantar tu vuelo a
una profesión más honrada.

EL DELATOR.

Pero yo no quiero.

PISTETERO.

¿Pues qué harás?

EL DELATOR.

No quiero desmerecer de mi raza: el oficio de delator está vinculado a
mi familia. Dame, pues, rápidas y ligeras alas de gavilán o cernícalo,
para que, en cuanto haya citado a los isleños, pueda regresar a Atenas
a sostener la acusación, y volar en seguida a las islas.

PISTETERO.

Comprendo: a fin de que el isleño sea condenado aquí, antes de llegar.

EL DELATOR.

Precisamente.

PISTETERO.

Y después, mientras él navega en esta dirección, volar tú allá y
arrebatarle todos sus bienes.

EL DELATOR.

Exacto. Deseo ser un verdadero trompo.

PISTETERO.

A propósito de trompos: tengo aquí excelentes alas de Córcira.[562]

EL DELATOR.

¡Pobre de mi! ¡Es un azote!

PISTETERO.

¡Fuera de aquí volando! ¡Lárgate pronto, canalla insoportable! Ya te
haré yo sentir lo que se gana corrompiendo la justicia. (_Al esclavo._)
Recojamos las alas y partamos.

       *       *       *       *       *

CORO.

En nuestro vuelo hemos visto mil maravillas, mil increíbles prodigios.
Hay lejos de Cardias[563] un árbol muy extraño llamado Cleónimo,
completamente inútil, aunque grande y tembloroso. En primavera produce
siempre, en vez de yemas, delaciones; y en invierno, en vez de hojas,
deja caer escudos. Hay también un país, junto a la región de las
sombras en los desiertos oscuros, donde los hombres comen y hablan
con los héroes, excepto a la noche; cuando esta llega su encuentro es
peligroso. Pues si algún mortal tropezare entonces con Orestes,[564]
sería despojado de sus vestidos, y molido a palos de pies a cabeza.

       *       *       *       *       *

PROMETEO.

¡Qué desgraciado soy! Procuremos que no me vea Júpiter. ¿Dónde está
Pistetero?

PISTETERO.

¡Oh! ¿Qué es esto? ¿Un hombre tapado?

PROMETEO.

¿Ves algún dios detrás de mí?

PISTETERO.

Ninguno, por vida mía. ¿Pero quién eres?

PROMETEO.

¿Qué hora es?

PISTETERO.

¿Qué hora? Un poco más del medio día. ¿Pero quién eres?

PROMETEO.

¿Es el declinar del día o más tarde?

PISTETERO.

¡Oh, qué fastidioso!

PROMETEO.

¿Qué hace Júpiter? ¿Disipa o amontona las nubes?[565]

PISTETERO.

¡Vete al infierno!

PROMETEO.

Entonces, me descubriré.

PISTETERO.

¡Oh, querido Prometeo!

PROMETEO.

¡Cuidado! ¡Cuidado! ¡No grites!

PISTETERO.

¿Qué ocurre?

PROMETEO.

¡Silencio! No pronuncies mi nombre; soy perdido si Júpiter me llega a
ver aquí. Si me cubres la cabeza con esta sombrilla, para que no me
vean los dioses, te contaré todo lo que pasa en el Olimpo.

PISTETERO.

¡Ah, ja, ja! Idea excelente y digna de Prometeo. Métete pronto aquí
debajo, y habla sin temor.

PROMETEO.

Escucha, pues.

PISTETERO.

Soy todo oídos: habla.

PROMETEO.

Júpiter está perdido.

PISTETERO.

¿Desde cuándo?

PROMETEO.

Desde que habéis fundado esta ciudad en el aire. Ningún mortal ofrece
ya sacrificios a los dioses, y no sube hasta nosotros el humo de
las víctimas. Privados de todas sus ofrendas, ayunamos como en las
fiestas de Ceres.[566] Los dioses bárbaros, enfurecidos por el hambre,
gritan como los ilirios, y amenazan bajar contra Júpiter, si no hace
que vuelvan a abrirse los mercados, para que puedan introducirse las
entrañas de las víctimas.

PISTETERO.

¿Luego hay dioses bárbaros que habitan encima de nosotros?

PROMETEO.

¿Pues si no hubiese dioses bárbaros, cuál podría ser el patrón de
Execéstides?[567]

PISTETERO.

¿Y cómo se llaman esos dioses?

PROMETEO.

¿Cómo? Tríbalos.[568]

PISTETERO.

Comprendo. De ahí, sin duda, viene la frase: «Ojalá te trituren».[569]

PROMETEO.

Está claro. Te aseguro que pronto bajará para estipular las condiciones
de paz una embajada de Júpiter y de los Tríbalos superiores; pero
vosotros no debéis hacer pacto alguno mientras Júpiter no restituya el
cetro a las aves, y te dé por esposa a la Soberanía.

PISTETERO.

¿Quién es la Soberanía?

PROMETEO.

Una hermosísima doncella que maneja los rayos de Júpiter y a cuyo cargo
están todas las demás cosas: la prudencia, la equidad, la modestia, la
marina, las calumnias, la tesorería, y el pago del trióbolo.

PISTETERO.

De modo que es un administrador universal.

PROMETEO.

Precisamente. De suerte que si te la otorga, serás dueño de todo. He
venido para darte este consejo, pues siempre he querido mucho a los
hombres.

PISTETERO.

Es verdad; tú eres el único dios a quien debemos los asados.[570]

PROMETEO.

Sabes también que aborrezco a todos los dioses.

PISTETERO.

Sí, tú fuiste siempre su enemigo.

PROMETEO.

Un verdadero Timón[571] para ellos. Pero dame la sombrilla para que me
vaya cuanto antes; si Júpiter me ve así desde el cielo, creerá que voy
siguiendo a una canéfora.[572]

PISTETERO.

Para fingir mejor, coge este asiento y llévatelo con la sombrilla.

       *       *       *       *       *

CORO.

En el país de los Esciápodas[573] hay un pantano donde evoca los
espíritus el desaseado Sócrates; allá fue también Pisandro,[574]
pidiendo ver su alma que le había abandonado en vida; traía un camello
por víctima en vez de un cordero, y cuando lo degolló, dio un paso
atrás como Ulises:[575] después Querefonte,[576] el murciélago, subió
del Orco para beber la sangre.

       *       *       *       *       *

NEPTUNO.

Estamos a la vista de Nefelococigia, a cuya ciudad venimos. (_Al
Tríbalo._) ¡Eh, tú! ¿Qué haces? ¿Te echas el manto sobre el hombro
izquierdo? ¿No lo cambias al derecho?[577] ¡Cómo, desdichado!, ¿tendrás
el mismo defecto que Lespodias?[578] ¡Oh democracia! ¿A dónde vamos a
parar? ¡Verse los dioses obligados a elegir semejante embajador!

EL TRÍBALO.

Déjame en paz.

NEPTUNO.

¡Peste de estúpido! No he visto dios más bárbaro. Dime, Hércules, ¿qué
haremos?

HÉRCULES.

Ya lo has oído; mi intención es estrangular, sea el que sea, a ese
hombre que nos ha bloqueado.

NEPTUNO.

Pero, amigo mío, si hemos sido enviados a tratar de la paz.

HÉRCULES.

Razón de más para estrangularle.

PISTETERO.[579]

Alárgame el rallador; trae silfio; dame queso; atiza los carbones.

HÉRCULES.[580]

Mortal, tres dioses te saludan.

PISTETERO.

Lo cubro de silfio.

HÉRCULES.

¿Qué carnes son esas?

PISTETERO.

Son unas aves que se han sublevado y conspirado contra el partido
popular.

HÉRCULES.

¿Y las cubres primero de silfio?

PISTETERO.

¡Salud, oh Hércules! ¿Qué ocurre?

HÉRCULES.

Venimos enviados por los dioses para cortar la guerra.

UN CRIADO.

No hay aceite en la alcuza.

PISTETERO.

Pues estos pajarillos tienen que estar bien rehogados.

HÉRCULES.

Nosotros nada ganamos con hacer la guerra; y vosotros, si sois nuestros
amigos, tendréis siempre agua de lluvia en las balsas y disfrutaréis de
días serenos. Venimos perfectamente autorizados para estipular sobre
este punto.

PISTETERO.

Nunca hemos sido los agresores, y ahora mismo estamos dispuestos a
hacer la paz que deseáis si os avenís a una condición equitativa: tal
es la de que Júpiter nos devuelva el cetro a las aves. Después de
arreglado este particular, invito a los embajadores a comer.

HÉRCULES.

Por mí eso basta, y declaro...

NEPTUNO.

¿Qué? ¡Desdichado! Eres glotón e imbécil. ¿Así piensas despojar del
mando a tu padre?

PISTETERO.

Te equivocas. ¿Acaso no seréis más poderosos si las aves reinan sobre
la tierra? Ahora, al abrigo de las nubes y bajando la cabeza, los
mortales perjuran impunemente de vosotros; pero si tuvieseis por
aliadas a las aves, cuando alguno jurase por el cuervo y por Júpiter,
el cuervo se acercaría furtivamente al perjuro, y le saltaría un ojo de
un picotazo.

NEPTUNO.

¡Bien dicho, por Neptuno![581]

HÉRCULES.

Me parece lo mismo.

PISTETERO (_Al Tríbalo_).

Y tú, ¿qué opinas?

EL TRÍBALO.

Nabaisatreu.[582]

PISTETERO.

¿Lo ves? Es de la misma opinión. Oíd otra de las ventajas que nuestra
alianza os proporcionará. Si un hombre ofrece un sacrificio a alguno
de vosotros, y después difiere su realización diciendo: «Los dioses
tendrán paciencia», y por avaricia no cumple su voto, nosotros le
obligaremos.

NEPTUNO.

¿Cómo? ¿De qué manera?

NEPTUNO.

Cuando nuestro hombre esté contando su dinero, o sentado en el baño, un
gavilán le arrebatará, sin que lo note, el precio de dos ovejas y se lo
llevará al dios burlado.

HÉRCULES.

Confirmo mi declaración de que debe devolvérsele el cetro.

NEPTUNO.

Pregunta a Tríbalo.

HÉRCULES.

¡Eh, Tríbalo! ¿Quieres... una paliza?

EL TRÍBALO.

Saunaca bactaricrousa.

HÉRCULES.

Dice que con mucho gusto.

NEPTUNO.

Si ambos sois de esa opinión, yo me adhiero a ella.

HÉRCULES.

Consentimos en la devolución del cetro.

PISTETERO.

¡Por vida mía, si me olvidaba de otra condición! Dejo a Júpiter su
Juno; pero exijo que me dé por esposa a la joven Soberanía.

NEPTUNO.

Está visto que no quieres la paz. Retirémonos.

PISTETERO.

Poco me importa. — Cocinero, que esté sabrosa la salsa.

HÉRCULES.

¡Qué particular es este Neptuno! ¿A dónde vas? ¿Hemos de emprender la
guerra por una mujer?

NEPTUNO.

¿Pues qué hemos de hacer?

HÉRCULES.

¿Qué? La paz.

NEPTUNO.

¡Cómo! ¿No conoces, imbécil, que te está engañando? Tú mismo te
arruinas. Si Júpiter muere después de haberle entregado el mando,
quedarás reducido a la miseria, pues a ti han de pasar todos los bienes
que tu padre deje a su muerte.

PISTETERO.

¡Ah, desdichado! ¡Cómo trata de confundirte! Ven acá y te diré lo que
hace al caso. Tu tío te engaña, pobre amigo; según la ley, no puedes
heredar ni un hilo de los bienes paternos, porque eres hijo bastardo y
no legítimo.

HÉRCULES.

¿Yo bastardo? ¿Qué dices?

PISTETERO.

La pura verdad: por ser hijo de una mujer extranjera. Y si no, dime:
¿cómo Minerva, siendo hembra, pudiera ser única heredera de Júpiter, si
tuviera hermanos legítimos?

HÉRCULES.

¿Y si mi padre al morir me lega la parte correspondiente a los
bastardos?

PISTETERO.

La ley no se lo permite. El mismo Neptuno que ahora te provoca será
el primero en disputarte la herencia paterna, alegando su cualidad de
hermano legítimo. Escucha el texto de la ley de Solón: «El bastardo no
puede heredar si hay hijos legítimos. Si no hay hijos legítimos, la
herencia debe pasar a los colaterales más próximos».[583]

HÉRCULES.

¿Luego ningún derecho tengo a suceder a mi padre?

PISTETERO.

Ninguno absolutamente. Dime: ¿tuvo tu padre cuidado de inscribirte en
el registro de alguna tribu?[584]

HÉRCULES.

No por cierto; y a la verdad esto me admiraba.

PISTETERO.

Déjate de miradas feroces y de amenazas al cielo. Vive con nosotros,
que yo te nombraré rey, y te procuraré una vida a pedir de boca.

HÉRCULES.

Pues bien, creo justa tu petición de la doncella y te la concedo.

PISTETERO.

Y tú ¿qué dices?

NEPTUNO.

Yo me opongo.

PISTETERO.

La resolución del asunto depende del Tríbalo. ¿Qué opinas tú?

EL TRÍBALO.

La grande y hermosa doncella, la Soberanía, al pájaro la concedo.[585]

HÉRCULES.

Dice que la concede.

NEPTUNO.

No, por Júpiter, no dice que se la concede sino en caso de que emigre
como las golondrinas.

PISTETERO.

Luego dice que es necesario concedérsela a las golondrinas. Arreglaos
los dos como podáis, y estipulad las condiciones: yo, puesto que así os
agrada, me callaré.

HÉRCULES.

Nos place concederte cuanto pides. Vente pronto con nosotros al cielo,
y te se entregará la Soberanía y todo lo demás.

PISTETERO.

Estas aves han sido muertas con mucha oportunidad para las bodas.

HÉRCULES.

¿Queréis que entretanto me quede yo a asarlas? Vamos, idos.

NEPTUNO.

¿Tú asarlas? Eres muy glotón. ¿No vienes con nosotros?

HÉRCULES.

¡Qué bien lo hubiera pasado!

PISTETERO.

Traedme un vestido nupcial.

       *       *       *       *       *

CORO.

En Fanes,[586] junto a la Clepsidra, vive la pérfida nación de los
Englotogastros,[587] que siegan, siembran, vendimian y recogen los
higos[588] con la lengua; son de raza bárbara, y entre ellos se
encuentran los Gorgias y Filipos.[589] Estos Filipos Englotogastros han
sido la causa de que se introdujese en el Ática la costumbre de cortar
aparte la lengua de las víctimas.[590]

       *       *       *       *       *

UN MENSAJERO.

¡Oh vosotros cuya dicha no puede expresarse con palabras, raza de las
aves tres veces feliz, recibid al nuevo rey en vuestras afortunadas
mansiones! Ya se acerca a su palacio resplandeciente de oro, rodeado de
un esplendor que envidiarían los astros: el claro sol no ha brillado
nunca tanto como la esposa que trae consigo, beldad incomprensible
en cuya diestra vibra el alado rayo de Júpiter: los más deliciosos
perfumes suben hasta el cielo. ¡Espectáculo encantador! Una nube de
perfumes impulsada por los Céfiros se eleva en ondulante columna. Hele
ahí. Musa divina, abre tus sagrados labios, y entona cantos propicios.

       *       *       *       *       *

SEMICORO.

¡Atrás! ¡A la derecha! ¡A la izquierda! ¡Adelante![591] ¡Revolotead en
torno de ese mortal feliz, que la fortuna colme de sus bienes! ¡Ah!
¡Qué gracia! ¡Qué hermosura! ¡Oh matrimonio dichoso para esta ciudad!
¡Gloria a ese hombre! Él ha abierto nuevos e inmensos horizontes a las
aves. Saludadle con el canto nupcial; saludad también a su esposa la
Soberanía.

SEMICORO.

Entre semejantes himnos enlazaron las Parcas a la olímpica Juno con
el rey de los dioses, de sublime trono. ¡Oh Himeneo! ¡Himeneo! El
sonrosado Amor de áureas alas tenía las riendas y dirigía el carro en
las bodas de Júpiter y la celeste Juno. ¡Oh Himeneo! ¡Himeneo!

PISTETERO.

Me deleitan vuestros himnos, me complacen vuestros cantos, me hechizan
vuestras palabras. Celebrad ahora el mugir de los truenos subterráneos,
los relámpagos brillantes del nuevo Júpiter, y sus terribles y
deslumbradores rayos.

CORO.

¡Oh áureo fulgor del relámpago! ¡Oh dardos inflamados de Júpiter! ¡Oh
mugidos subterráneos y retumbantes truenos, nuncios de la lluvia! En
adelante, por orden de nuestro rey, haréis temblar la tierra. A la
posesión de la bella Soberanía debe este poder inmenso. ¡Oh Himeneo!
¡Himeneo!

PISTETERO.

Aves de toda especie, seguidme al palacio de Júpiter y al tálamo
nupcial. Dame la mano, esposa querida. Cógeme de las alas, y bailemos.
Yo te elevaré por los aires.

CORO.

¡Ea! ¡Ea! ¡Peán! ¡Viva el ilustre vencedor! ¡Viva el más grande de los
dioses!


FIN DE LAS AVES.



LISÍSTRATA.



NOTICIA PRELIMINAR.


_Lisístrata_, como quien dice _Pacífica_, pues la etimología de esta
palabra hace pensar en el licenciamiento de las tropas,[592] es un
nombre muy adecuado a la protagonista de una comedia cuyo objeto,
como el de _Los Acarnienses_, _Las Aves_ y _La Paz_, es apartar a los
atenienses de una guerra interminable y desastrosa.

Lisístrata, esposa de uno de los ciudadanos más influyentes de Atenas,
harta de los males de la guerra que afligen a su patria, y viendo el
ningún interés que el pueblo manifiesta por terminarlos, decídese a
hacerlo por sí misma, reuniendo al efecto a las mujeres de su país y
de los demás pueblos beligerantes, y comprometiéndolas solemnemente a
abstenerse de todo trato con sus maridos mientras estos no estipulen
la deseada paz. Al mismo tiempo que se pacta esta resistencia pasiva,
otras mujeres se apoderan de la ciudadela y se hacen cargo del tesoro
en ella custodiado, persuadidas de que la falta de recursos contribuirá
no menos que los estímulos del amor, a la pacificación de Grecia. En
efecto, el miedo de perder su salario de jueces trae pronto a las
puertas de la ciudadela una turba de viejos animados de proyectos
incendiarios, que son rechazados mediante un diluvio de agua y otro de
desvergüenzas, que las sitiadas y el refuerzo de otra legión mujeril
arrojan sin consideración sobre todos ellos.

Un magistrado que acude después es también víctima del descoco
femenino, y ve arrollados y sopapeados por la nata y flor de las
verduleras atenienses a todos los arqueros de su guardia.

No obstante este triunfo, la situación va haciéndose insostenible
dentro y fuera de la ciudadela. A Lisístrata le cuesta un trabajo
infinito evitar la deserción de sus soldados, que inventan mil
pretextos especiosos para volver a sus casas; mientras los hombres no
aciertan a vivir más tiempo separados de sus mujeres.

En esto llega un heraldo de Lacedemonia, pintando con vivos colores los
males que también allí afligen al sexo feo; en vista de lo cual, hay
mutuo envío de embajadores entre ambas ciudades, y se llega por fin a
estipular la paz. Una vez aceptado este acuerdo, ábrense las puertas
de la ciudadela, las mujeres se reúnen a sus esposos, y las ciudades
rivales olvidan sus rencores, entre cantos, danzas y festines, himnos a
los dioses, burlas y algazara.

Lo que más llama la atención en esta comedia es, además de la libertad
con que el poeta trata en ella de los asuntos más graves del Estado, la
obscenidad abominable que en ella domina, tanto en el asunto, como en
los cuadros y detalles.

Ya en las otras piezas de Aristófanes habrán podido observar nuestros
lectores cuán poco se respeta el pudor y la decencia en el teatro
griego, por más que hemos tratado de disimular sus desnudeces con el
velo de una púdica perífrasis; pero en la _Lisístrata_ esta precaución
es imposible, porque estando basada toda la comedia en la singular
tortura decretada contra los hombres, todas las pinturas son de una
libertad escandalosa, digna del obsceno pincel de Petronio, Marcial,
Apuleyo y Casti. Así es que, después de haber vacilado mucho tiempo
sobre si debíamos verter al castellano sus impúdicas escenas, solo nos
hemos decidido a hacerlo ante la consideración de que los lectores
tienen derecho a conocer por completo el teatro de Aristófanes; y aun
con todo, nos hemos visto obligados a poner en latín las escenas de
más subida obscenidad, por si esta versión, destinada, como todos los
libros de esta especie, solo a personas ilustradas y maduras, llegase a
caer en manos inexpertas.

Aparte de este defecto capital, que afea la _Lisístrata_, no puede
menos de reconocerse que bajo el punto de vista puramente literario
abundan en ella bellezas estimables.

El carácter de la protagonista está muy bien trazado y sostenido,
observándose en él cierto decoro y dignidad que contrasta
agradablemente con las indecencias de la comedia. La primera escena,
dice Brumoy, es digna del arte más depurado, y no lo son menos todas
aquellas en que se ponen en juego, con admirable verdad, todos los
recursos de la coquetería y la astucia femeniles. Es de notar también
el lenguaje rudo y leal de los embajadores de Esparta, y tampoco puede
menos de verse con agrado el valor y puro patriotismo que revelan en
Aristófanes la energía con que, desafiando las iras del populacho
inconstante, se atreve a decirle sin rodeos las verdades más amargas.

La representación de la _Lisístrata_, según se deduce de varios de sus
pasajes[593] y afirma rotundamente uno de sus prefacios, tuvo lugar
el año 412 antes de nuestra era, o por lo menos entre el vigésimo y
vigesimotercero de la Guerra del Peloponeso.



PERSONAJES.


  LISÍSTRATA.
  CALÓNICE.
  MIRRINA.
  LÁMPITO.
  CORO DE ANCIANOS.
  CORO DE MUJERES.
  ESTRATILIS.
  UN MAGISTRADO.
  ALGUNAS MUJERES.
  CINESIAS.
  UN MUCHACHO.
  UN HERALDO DE LACEDEMONIA.
  EMBAJADORES DE LACEDEMONIA.
  ALGUNOS CURIOSOS.
  UN ATENIENSE.
  ARQUEROS.

       *       *       *       *       *

La escena en Atenas: plaza pública.



LISÍSTRATA.


LISÍSTRATA (_Sola_).

¡Ah!, si se las hubiese citado a una fiesta de Baco, o de Pan, o de
Venus Colíade o Genetílide,[594] la multitud de tambores no permitiría
transitar por las calles. Ahora no viene ninguna, excepto esa buena
vecina que sale de su casa. Salud, Calónice.

CALÓNICE.

Salud, Lisístrata. ¿Qué es lo que te aflige? Serena tu frente, hija
mía; no te sienta bien ese fruncido ceño.

LISÍSTRATA.

Calónice, me hierve la sangre. Me avergüenzo de mi sexo; los hombres
pretenden que somos astutas...

CALÓNICE.

Y lo somos, por Júpiter.

LISÍSTRATA.

Y cuando se las dice que acudan a este sitio, para tratar de un
importante asunto, duermen en vez de venir.

CALÓNICE.

Ya vendrán, querida: las mujeres no pueden salir tan fácilmente de
casa. Una está ocupada con su marido; otra despierta a su esclavo; otra
acuesta a su hijo; aquella le lava o le da de comer.

LISÍSTRATA.

Más graves son estos cuidados.

CALÓNICE.

Pero sepamos para qué nos convocas. ¿Qué cosa es? ¿Es grande?

LISÍSTRATA.

Es grande.

CALÓNICE.

¿Es gruesa?

LISÍSTRATA.

Es gruesa.

CALÓNICE.

¿Pues cómo no hemos venido todas?

LISÍSTRATA.

No es lo que te figuras, pues de serlo ni una hubiera faltado. Se
trata de un plan que yo he trazado y revuelto en todos sentidos durante
mis insomnios.

CALÓNICE.

Precisamente habrá de ser muy sutil para darlo vuelta en todos sentidos.

LISÍSTRATA.

Tan sutil que la salvación de la Grecia entera estriba en las mujeres.

CALÓNICE.

¿En las mujeres? Liviano es su fundamento.

LISÍSTRATA.

En nosotras está, o el salvar la república, o el destruir completamente
a los peloponesios...

CALÓNICE.

Que no quede ni uno para muestra; me parece muy bien.

LISÍSTRATA.

Y aniquilar a todos los beocios.

CALÓNICE.

A todos no; perdona siquiera a las anguilas.[595]

LISÍSTRATA.

A Atenas no la desearé semejante cosa; pero se me ocurre otra idea. Si
se nos agregasen todas las mujeres del Peloponeso y la Beocia, quizá,
aunando nuestros esfuerzos, pudiéramos salvar a Grecia.

CALÓNICE.

¿Pero acaso las mujeres pueden llevar a cabo empresa alguna ilustre
y sensata? Nosotras, que nos pasamos la vida encerradas en casa,
muy pintadas y adornadas, vestidas de túnicas amarillas y flotantes
cimbéricas,[596] y calzadas con elegantes peribárides.[597]

LISÍSTRATA.

Precisamente en eso tengo yo puestas mis esperanzas de salvación;
en las túnicas amarillas, en los perfumes, en el colorete, en las
peribárides, en los vestidos transparentes.

CALÓNICE.

¿Cómo?

LISÍSTRATA.

De suerte que ninguno de los hombres de hoy día levantará su lanza
contra los otros...

CALÓNICE.

Por las dos diosas, me teñiré de amarillo una túnica.

LISÍSTRATA.

Ni embrazará el escudo...

CALÓNICE.

Me pondré una cimbérica.

LISÍSTRATA.

Ni empuñará la espada.

CALÓNICE.

Compraré unas peribárides.

LISÍSTRATA.

¿Pero no debían ya estar aquí todas las mujeres?

CALÓNICE.

Volando debían de haber venido hace tiempo.

LISÍSTRATA.

¡Ay, amiga mía! Has de ver que llegan demasiado tarde, como verdaderas
atenienses. No se distingue ninguna mujer de la costa ni de Salamina.

CALÓNICE.

Pues de esas ya sé que se han embarcado muy de madrugada.[598]

LISÍSTRATA.

Tampoco vienen las acarnienses, que yo esperaba y confiaba que estarían
aquí las primeras.[599]

CALÓNICE.

Pues la mujer de Teógenes,[600] sin duda pensando acudir, consultó ayer
la estatua de Hécate. Mira, ya llegan algunas; y otras, y otras. ¡Toma,
toma! ¿De dónde son?

LISÍSTRATA.

De Anagiro.[601]

CALÓNICE.

Es verdad; parece que todo Anagiro se nos viene encima.

       *       *       *       *       *

MIRRINA.

¿Quizá llegamos tarde, Lisístrata? ¿Qué dices? ¿Por qué no respondes?

LISÍSTRATA.

No he de elogiar, Mirrina, tu falta de puntualidad en tan importante
asunto.

MIRRINA.

¡Si me vi y me deseé para hallar mi ceñidor a oscuras! Mas, ya que la
cosa urge, aquí nos tienes, habla.

LISÍSTRATA.

No, esperemos un poco a que lleguen las mujeres beocias y peloponesias.

MIRRINA.

Tienes razón: mira, ahí viene Lámpito.

       *       *       *       *       *

LISÍSTRATA.

Salud, Lámpito, mi querida lacedemonia. ¡Qué bella eres, dulcísima
amiga! ¡Qué buen color! ¡Qué robustez! Podrías estrangular un toro.

LÁMPITO.[602]

Ya lo creo, por los Dióscuros;[603] como que hago gimnasia, y me doy
con los talones en las nalgas.[604]

LISÍSTRATA.

¡Oh qué turgente seno!

LÁMPITO.

Me estáis tanteando como a las víctimas.[605]

LISÍSTRATA.

¿De dónde es esa otra joven?

LÁMPITO.

Por los Dióscuros, es de una de las principales familias de Beocia.

LISÍSTRATA.

¡Por Júpiter, mi querida beocia! Pareces un florido jardín.

CALÓNICE.

Y muy limpio: le han arrancado todo el poleo.[606]

LISÍSTRATA.

¿Y aquella otra niña?

LÁMPITO.

Es muy buena, por mi vida; pero es de Corinto.[607]

LISÍSTRATA.

Comprendo, será buena como todas las de allí.

LÁMPITO.

¿Pero quién ha convocado esta asamblea de mujeres?

LISÍSTRATA.

Yo misma.

LÁMPITO.

Pues dinos lo que deseas.

LISÍSTRATA.

Sí por cierto, queridísima amiga.

MIRRINA.

Sepamos, por fin, cuál es el gran negocio.

LISÍSTRATA.

Voy a decíroslo; pero antes permitidme una sola pregunta.

MIRRINA.

Cuantas quieras.

LISÍSTRATA.

¿No sentís que los padres de vuestros hijos se hallen lejos de vosotras
en el ejército? Pues demasiado sé que todas tenéis los maridos ausentes.

CALÓNICE.

El mío, ¡pobrecillo!, hace ya cinco meses que está en Tracia vigilando
a Éucrates.[608]

LISÍSTRATA.

Siete hace que está el mío en Pilos.[609]

LÁMPITO.

El mío, cuando vuelve alguna vez del ejército, descuelga en seguida el
escudo y se marcha volando.

LISÍSTRATA.

¡No queda un amante para un remedio, y con la defección de los milesios
se acabaron todos los recursos para consolar nuestra viudez![610] Pues
bien, si yo encontrase un medio de poner fin a la guerra, ¿querríais
secundarme?

MIRRINA.

Sí, por las dos diosas, aunque tuviese que dar en prenda mi vestido y
beberme el dinero el mismo día.[611]

CALÓNICE.

Pues yo, aunque me tuviese que dejar partir en dos, como un rodaballo,
y dar la mitad de mí misma.[612]

LÁMPITO.

Yo subiría a la cumbre del Taigeto,[613] si allí hubiese de ver a la
Paz.

LISÍSTRATA.

Pues bien, os lo diré: ya no hay para qué ocultaros nada. Oh mujeres,
si queremos obligar a los hombres a hacer la paz, es preciso
abstenernos...

MIRRINA.

¿De qué? Habla.

LISÍSTRATA.

¿Lo haréis?

MIRRINA.

Lo haremos, aunque nos cueste la vida.

LISÍSTRATA.

Es preciso abstenernos de los hombres...[614] ¿Por qué me volvéis la
espalda? ¿Adónde vais? ¡Eh, vosotras! ¿Por qué os mordéis los labios y
meneáis la cabeza? ¡Cómo! ¡Se os muda el color! ¡Una lágrima corre!...
¿Qué decís? ¿lo haréis o no lo haréis?

MIRRINA.

Yo no puedo, que siga la guerra.

CALÓNICE.

Yo tampoco, que siga la guerra.

LISÍSTRATA.

¿Eso dices, mi valiente rodaballo? ¿Tú que hace un instante te dejabas
partir en dos?

CALÓNICE.

Sí, todo menos eso. Mándame si quieres andar entre llamas. Pero,
querida Lisístrata, semejante abstinencia... ¡Eso a nada puede
compararse!

LISÍSTRATA.

¿Y tú?

MIRRINA.

También yo prefiero andar entre llamas.

LISÍSTRATA.

¡Oh sexo disoluto! ¡Y luego nos admiraremos de ser maltratadas en las
tragedias! Solo servimos para el amor.[615] Pero, querida lacedemonia,
secunda mis proyectos; que como tú me ayudes, aún podremos salvarlo
todo.

LÁMPITO.

Muy triste es a la verdad dormir sin compañía, pero no hay más remedio;
es preciso conseguir la paz a todo trance.

LISÍSTRATA.

¡Oh amiga queridísima! ¡única mujer digna de este nombre!

CALÓNICE.

Pero si, lo que Dios no quiera, nos abstenemos completamente de lo que
dices, ¿conseguiremos por eso más pronto la paz?

LISÍSTRATA.

Mucho más pronto, por las diosas. Permanezcamos en casa, bien pintadas,
y sin más vestidos que una transparente túnica de Amorgos,[616] y
los hombres arderán en amorosos deseos. Si entonces resistimos a sus
instancias, estoy segura de que harán en seguida la paz.[617]

LÁMPITO.

Por eso, sin duda, cuando Menelao vio el seno desnudo de Helena, arrojó
la espada.[618]

CALÓNICE.

Pero, desdichada, ¿y si nos abandonan nuestros maridos?

LISÍSTRATA.

Entonces, como dice Ferécrates, «desollaremos un perro desollado».[619]

CALÓNICE.

Esos simulacros nada valen; ¿y si nos cogen y nos arrastran a su alcoba?

LISÍSTRATA.

Agárrate a la puerta.

CALÓNICE.

¿Y si nos pegan?

LISÍSTRATA.

Cede, pero de mala gana; no puede haber placer si hay violencia. Además
podemos atormentarlos de mil modos. No temas, pronto se cansarán; es
imposible un goce no recíproco.

CALÓNICE.

Si es esa vuestra opinión, me adhiero a ella.

LÁMPITO.

Nosotras quedamos en decidir a nuestros maridos a firmar una paz leal
y franca. ¿Pero quién será capaz de hacer otro tanto con el populacho
ateniense, tan enamorado de la guerra?

LISÍSTRATA.

No tengas cuidado; nosotras le persuadiremos.

LÁMPITO.

No lo conseguirás, mientras estén apasionados de sus naves y se guarde
en el templo de Minerva aquel inmenso tesoro.[620]

LISÍSTRATA.

Todo eso está previsto; hoy mismo nos apoderaremos de la ciudadela.
Las mujeres de más edad están encargadas de ocuparla con pretexto de
ofrecer un sacrificio, mientras nosotras nos concertamos aquí.

LÁMPITO.

Todo irá bien, pues todo está perfectamente trazado.

LISÍSTRATA.

Entonces, Lámpito ¿por qué no nos comprometemos con un juramento
inquebrantable?

LÁMPITO.

Pronuncia tú la fórmula, y nosotras juraremos.

LISÍSTRATA.

Tienes razón. ¿Dónde está la mujer escita?[621] ¿A dónde miras? Poned
aquí un escudo sobre la cara convexa, y traedme las víctimas.

CALÓNICE.

¿Qué juramento vamos a prestar, Lisístrata?

LISÍSTRATA.

¿Qué juramento? En Esquilo se degüella una oveja y se jura sobre un
escudo;[622] nosotras haremos lo mismo.

CALÓNICE.

Pero, Lisístrata mía, ¿cómo hemos de jurar sobre un escudo, cuando se
trata de la paz?

LISÍSTRATA.

¿Pues qué juramento haremos?

CALÓNICE.

Cojamos un caballo blanco;[623] sacrifiquémosle, y juremos sobre su
cadáver.

LISÍSTRATA.

¿Y dónde vas a hallar un caballo blanco?

CALÓNICE.

¿Pues cómo juraremos?

LISÍSTRATA.

Voy a decírtelo. Coloquemos aquí una gran copa negra,[624] inmolemos en
ella un cántaro de vino de Tasos, y juremos no mezclarle ni una gota de
agua.

LÁMPITO.

¡Oh qué hermoso juramento! No hay palabras para elogiarle bastante.

LISÍSTRATA.

Que me traigan una copa y un cántaro.

CALÓNICE.

Queridísimas amigas, ¡qué enorme cántaro! ¡con qué placer lo iremos
vaciando!

LISÍSTRATA.

Déjalo aquí, y pon la mano sobre la víctima.[625] ¡Oh soberana
Persuasión, y tú, copa de la amistad, aceptad este sacrificio y sed
propicias a las mujeres![626]

CALÓNICE.

¡Qué hermoso color tiene la sangre! ¡Qué bien corre![627]

LÁMPITO.

¡Por Cástor, qué buen olor despide!

LISÍSTRATA.

Amigas mías, dejadme jurar la primera.[628]

CALÓNICE.

No, por Venus, que decida la suerte.[629]

LISÍSTRATA.

Vamos, Lámpito, y vosotras extended la mano sobre la copa; después, que
una sola, en nombre de todas, repita mis palabras; así prestaréis el
mismo juramento y os comprometeréis a guardarlo.

_Ningún amante, ningún esposo..._

CALÓNICE.

_Ningún amante, ningún esposo..._

LISÍSTRATA.

_Podrá acercárseme enardecido de amor..._ Repite.

CALÓNICE.

_Podrá acercárseme enardecido de amor..._ ¡Ay! Lisístrata, me siento
desfallecer.

LISÍSTRATA.

_Viviré castamente en mi casa..._

CALÓNICE.

_Viviré castamente en mi casa..._

LISÍSTRATA.

_Cubierta solo de un transparente vestido azafranado, y adornada..._

CALÓNICE.

_Cubierta solo de un transparente vestido azafranado, y adornada..._

LISÍSTRATA.

_A fin de inspirar a mi esposo más ardientes deseos..._

CALÓNICE.

_A fin de inspirar a mi esposo más ardientes deseos..._

LISÍSTRATA.

_Pero nunca cederé de buen grado a sus instancias..._

CALÓNICE.

_Pero nunca cederé de buen grado a sus instancias..._

LISÍSTRATA.

_Y si, contra mi voluntad, me obligase..._

CALÓNICE.

_Y si, contra mi voluntad, me obligase..._

LISÍSTRATA.

_Permaneceré inanimada en sus brazos..._[630]

CALÓNICE.

_Permaneceré inanimada en sus brazos..._[631]
. . . . . . . . .
. . . . . . . . .

LISÍSTRATA.

_¡Que pueda beber este vino, si cumplo mi juramento!..._

CALÓNICE.

_¡Que pueda beber este vino, si cumplo mi juramento!..._

LISÍSTRATA.

_¡Y si no lo cumplo, que se me llene esta copa de agua!..._

CALÓNICE.

_¡Y si no lo cumplo, que se me llene esta copa de agua!..._

LISÍSTRATA.

¿Juráis todas?

MIRRINA.

Sí, por Júpiter.

LISÍSTRATA.

Voy, pues, a sacrificar la víctima.

(_Bebe._)

CALÓNICE.

Déjame un poco, querida mía, para que consolidemos nuestra amistad.

LÁMPITO.

¿Qué gritos son esos?

LISÍSTRATA.

Lo que hace poco te decía. Son las mujeres que se apoderan de la
ciudadela. Tú, Lámpito, parte a arreglar tus cosas, y déjanos a esas en
rehenes. Corramos nosotras a encerrarnos en el alcázar y a defenderlo
con las demás compañeras.

CALÓNICE.

¿Crees que los hombres vendrán pronto a atacarnos?

LISÍSTRATA.

Nada se me da de ellos. Ni el incendio, ni todas sus amenazas me harán
abrir jamás aquellas puertas, si no aceptan la condición convenida.

CALÓNICE.

Nunca, por Venus: de otro modo sería inmerecida la opinión en que nos
tienen de tercas y malvadas.

       *       *       *       *       *

CORO DE VIEJOS.[632]

Anda, Draces; guíanos con precaución, aunque te quebrante el hombro ese
pesado haz de olivo verde. ¡Qué cosas tan inesperadas se ven cuando se
vive muchos años! ¡Ay, Estrimodoro! ¿Quién hubiera imaginado nunca que
había de llegar un día en que las mujeres, esa peste de nuestras casas,
alimentadas por nosotros con tanto regalo, se apoderarían de la estatua
de Minerva, y ocuparían mi ciudadela, y atrancarían sus puertas con
barras y cerrojos? Pero corramos, corramos al alcázar, amigo Filurgo;
rodeemos de un muro de faginas a las inventoras y ejecutoras de tan
execrable hazaña; hagamos una sola pira, y con nuestras propias manos
abrasemos a todas sin excepción, y a la esposa de Licón la primera.[633]

¡No, por Ceres, mientras yo viva no se burlarán de nosotros! Pues ni
Cleómenes,[634] cuando en otro tiempo se apoderó de la ciudadela, pudo
dejarla con honor; a pesar de sus humos lacedemonios, viose obligado
a capitular y a retirarse sin armas, sin más vestidos que una pequeña
túnica, lleno de andrajos, escuálido, hecho un oso sucio, como si en
seis años no se hubiese lavado. ¡Oh qué sitio aquel! Nuestros soldados,
colocados de diecisiete en fondo, cerraban la salida, y no se relevaban
ni para dormir. ¿Y no reprimiré con mi sola presencia la audacia de
esas mujeres aborrecidas por Eurípides y todos los dioses? Si tal
sucede, consiento que sean derribados mis trofeos de la Tetrápolis.[635]

Mas para llegar a la ciudadela, aún tengo que subir esa pendiente;
procuremos arrastrar estos haces, sin acudir a las bestias de carga;
¡ay! las leñas me destrozan los hombros.

Sin embargo, es necesario subir, y soplar el fuego, no vaya a
apagársenos y a faltarme al final de la jornada. ¡Fu!, ¡fu!
(_soplando_). Justo cielo, ¡qué humo! Al salir del brasero se lanza
sobre mí, y me muerde los ojos como un perro rabioso. Es fuego de
Lemnos,[636] no me cabe duda; de otro modo no atacaría tan cruelmente
mis ojos legañosos. Vamos, Lagnes, corramos a la ciudadela y auxiliemos
a la diosa. ¿Cuándo habrá ocasión mejor de socorrerla? ¡Fu!, ¡fu!
(_soplando_); ¡justo cielo!, ¡qué humo!

Este fuego está vivo y arde por la gracia de los dioses. Mas ¿por qué
no depositamos aquí nuestros haces? ¿No sería mejor encender en el
brasero un manojo de sarmientos y lanzarlo contra las puertas, a modo
de ariete? Si las mujeres no desatrancan cuando se lo mandemos, será
preciso incendiar las puertas y asfixiarlas con el humo. Dejemos ya la
carga. ¡Oh!, ¡oh!, ¡qué humareda! ¿No habrá por ahí algún jefe de la
expedición de Samos[637] que me ayude a descargar? ¡Ah! por fin se ven
libres mis hombros. Vamos, brasero mío, atiza el fuego, y enciéndeme
cuanto antes esta tea. Ayúdame, divina Victoria; castiguemos la
audacia de las mujeres dueñas de la ciudadela, y erijamos un trofeo
triunfal.

       *       *       *       *       *

CORO DE MUJERES.[638]

Amigas mías, creo distinguir humo y llamas; parece un incendio:
acudamos a toda prisa. ¡Vuela, vuela, Nicódice, antes de que Cálica
y Cristila perezcan asfixiadas, víctimas de las leyes más crueles y
de esos malditos viejos! Pero, venerandas diosas, ¿llegaré demasiado
tarde? Al amanecer ya estaba yo en la fuente, y a duras penas conseguí
llenar esta vasija: ¡tanta era la confusión, el tumulto y el estrépito
de los cántaros! A empellones con las criadas y viles esclavos,
conseguí salir con mi agua, y ahora me apresuro a socorrer a mis
amenazadas compañeras. Me han dicho que unos viejos chochos, cargados
con haces de cerca de tres talentos de peso, como para calentar un
baño, se dirigían hacia aquí con desusada furia, gritando, entre
terribles amenazas, que es preciso tostar a las pérfidas mujeres. Pero,
venerable Minerva, haz que, en vez de ser pasto de las llamas, consigan
librar a la Grecia y a sus ciudadanos de los horrores de la guerra.
Con este objeto ocuparon tu templo, santa patrona de refulgente casco
de oro. Yo invoco tu auxilio, ¡oh Tritogenia! Si algún hombre quiere
abrasarlas, ven a traer agua con nosotras.

¡Eh!, ¡eh!, deteneos.[639] ¿Qué es eso, grandísimos canallas? Los
hombres honrados y piadosos no obran de esa manera.

CORO DE VIEJOS.

¡Ah! He ahí una cosa con la cual no contábamos: un enjambre de mujeres
defiende el exterior de la ciudadela.

CORO DE MUJERES.

¿Por qué nos teméis? ¿Acaso os parecemos muchas? Pues no veis ni la
diezmilésima parte.

CORO DE VIEJOS.

Fedrias, ¿las permitiremos charlar de ese modo? ¿No convendrá romperles
un garrote en las costillas?

CORO DE MUJERES.

Dejemos en el suelo nuestros cántaros; así no nos estorbarán, si alguno
trata de sentarnos la mano.

CORO DE VIEJOS.

Si las hubiesen dado dos o tres bofetadas, como a Búpalo,[640] no
chillarían tanto.

CORO DE MUJERES.

Anda, pégame; aquí te espero; pero te aseguro que en adelante no te
agarrará otra perra.[641]

CORO DE VIEJOS.

Si no callas, este garrote se encargará de que no llegues a vieja.

CORO DE MUJERES.

A ver; toca con un solo dedo a Estratilis.

CORO DE VIEJOS.

¿Y si te derrengo a puñetazos? ¿Qué harás entonces?

CORO DE MUJERES.

Te arrancaré a mordiscos los pulmones y las entrañas.

CORO DE VIEJOS.

¡Ah! Eurípides es el más sabio de los poetas: sí, tiene razón; la mujer
es el animal más desvergonzado.

CORO DE MUJERES.

Cojamos nuestros cántaros, Rodipa.

CORO DE VIEJOS.

¿Para qué traes esa agua, mujer aborrecida de los dioses?

CORO DE MUJERES.

¿Y tú ese fuego, cadáver ambulante? ¿Es para quemarte a ti mismo?

CORO DE VIEJOS.

Para encender una hoguera y quemar a tus amigas.

CORO DE MUJERES.

Pues yo para apagar tu hoguera.

CORO DE VIEJOS.

¿Tú apagarás mi fuego?

CORO DE MUJERES.

Pronto lo verás.

CORO DE VIEJOS.

No sé cómo no la tuesto a fuego lento con esta lámpara.

CORO DE MUJERES.

Si estás sucio, te daré un baño.

CORO DE VIEJOS.

¿Tú a mí un baño, puerca?

CORO DE MUJERES.

Sí, un baño nupcial.

CORO DE VIEJOS.

¿Oís sus desvergüenzas?

CORO DE MUJERES.

Porque soy libre.

CORO DE VIEJOS.

Ya reprimiré tus gritos.

CORO DE MUJERES.

Yo haré que no juzgues más en el Heliástico.

CORO DE VIEJOS.

Quémale el pelo.

CORO DE MUJERES.

Agua,[642] cumple tu deber. (_Arrojan el contenido de sus cántaros
sobre los viejos._)

CORO DE VIEJOS.

¡Ay desdichado!

CORO DE MUJERES.

¿Estaba caliente?

CORO DE VIEJOS.

¡Sí, caliente! Acaba, ¿qué haces?

CORO DE MUJERES.

Te riego para que reverdezcas.

CORO DE VIEJOS.

Ya estoy seco y tiritando.

CORO DE MUJERES.

Caliéntate, puesto que tienes fuego.

       *       *       *       *       *

UN MAGISTRADO.[643]

¿Las mujeres no han manifestado ya suficientemente su licencia
con tanto estruendo de tambores, con tantas bacanales, y con sus
interminables lamentaciones sobre los terrados en las Adonias?[644]
El otro día las oí yo desde la asamblea. Demóstrato,[645] ese orador
que Júpiter confunda, proponía una expedición a Sicilia; y su mujer
danzando gritaba; «¡Ay, ay, Adonis!» Demóstrato proponía después que
se hiciera una leva en Zacinto, y su mujer, ya beoda, gritaba en el
terrado: «¡Lamentad a Adonis!» Y el maldito Colociges,[646] aborrecido
por los dioses, se desgañitaba para hacerse oír. Ved a dónde llega su
desorden.

CORO DE VIEJOS.

¿Pues qué dirías si hubieses oído sus insolencias? Después de mil
injurias, han arrojado sobre nosotros el agua de sus cántaros; y nos
vemos en la precisión de retorcer nuestros vestidos, como si nos
hubiésemos orinado.

EL MAGISTRADO.

¡Bien hecho, por Neptuno! Nosotros mismos favorecemos la perversidad
de las mujeres, y les damos lecciones de disolución, cuyo fruto son
conspiraciones como la presente. Un marido va a una tienda y dice el
artífice: «Platero, bailando ayer a la tarde se le salió a mi mujer
de su sitio el broche de aquel collar que le hiciste; yo tengo que
embarcarme hoy para Salamina; si tienes tiempo, haz todos los posibles
por ir al anochecer a mi casa y encajarle el broche.» Otro se dirige
a un zapatero joven y vigoroso,[647] y le dice: «una de las correas
le lastima a mi mujer el dedo pequeño, que es muy delicado; vete al
mediodía, y procura estirársela»; y así andan las cosas tales, que yo,
provisor, al necesitar dinero para pagar a los remeros ajustados, me
encuentro con que las mujeres me cierran las puertas.[648] ¿Pero qué
gano estándome así? Pronto, traedme unas palancas, y yo castigaré su
atrevimiento. ¿A qué te quedas con la boca abierta, bribón? Y tú, ¿qué
miras? Sin duda tratas de ver alguna taberna. Pronto, derribad esas
puertas con las palancas. Yo también pongo manos en la obra.

       *       *       *       *       *

LISÍSTRATA.

No derribéis nada; aquí me tenéis. ¿Para qué las palancas? No es eso lo
que os hace falta, sino sentido común.

EL MAGISTRADO.

¿De veras, mujer abominable? ¿Dónde está el arquero? Cógela y átale las
manos a la espalda.

LISÍSTRATA.

Como llegue a tocarme nada más que con la punta de un dedo, por Diana
lo juro, aunque sea un funcionario público, me las pagará.

EL MAGISTRADO.

¡Cómo! ¿Tienes miedo? Sujétala por la cintura. Ayúdale tú también, y
atadla entre los dos.

MUJER PRIMERA.

¡Por Pandrosa![649] Si llegas a tocarla, te pateo las tripas.[650]

EL MAGISTRADO.

¡Ah! ¡Las tripas! ¿Dónde está el otro arquero? Prendedme también a esa
que habla.

MUJER SEGUNDA.

¡Por la fulgente luna, si la tocas con un dedo, pronto necesitarás una
venda![651]

EL MAGISTRADO.

¿Qué significa esto? ¿Dónde está el arquero? Detenla. Ya os cerraré yo
todas las salidas.

MUJER TERCERA.

¡Por Diana de Táuride, si te acercas a ella, te arranco todos los
cabellos, aunque te deshagas en llanto!

EL MAGISTRADO.

¡Oh desdicha! mis arqueros me abandonan. ¡Cómo! ¿Nos dejaremos vencer
por unas mujeres? Adelante, escitas, estrechad vuestras filas, y
acometedlas.

LISÍSTRATA.

¡Por las diosas, os las vais a ver con cuatro valientes batallones de
mujeres bien armadas que tengo adentro!

EL MAGISTRADO.

¡Escitas, atadles las manos!

LISÍSTRATA.

Salid, valientes compañeras; vendedoras de legumbres, puches, ajos y
verduras; panaderas y taberneras, derribadlos, pegadles, desgarradlos;
multiplicad vuestros insultos; haced gala de desvergüenza.[652] Basta,
retiraos; no despojéis a los vencidos.

EL MAGISTRADO.

¡Ah, qué mal lo han pasado mis arqueros!

LISÍSTRATA.

¿Pues qué se te figuraba? ¿Creías que te las ibas a haber con unas
esclavas? ¿Piensas que no hay valor en las mujeres?

EL MAGISTRADO.

Sí, sí, demasiado valor; sobre todo cuando están cerca de la taberna.

CORO DE VIEJOS.

¡Magistrado, estás perdiendo el tiempo en palabras! ¿A qué entras en
contestaciones con esas fieras? ¿Ignoras el baño sin lejía que acaban
de darnos, estando completamente vestidos?

CORO DE MUJERES.

Es que, amigo mío, a nosotras nadie nos sienta así como así la mano:
hazlo, y verás cómo te salto un ojo. A mí me gusta estarme encerrada en
casa, como una doncellita, sin hacer mal a nadie, ni siquiera menear
una paja; pero como alguno me irrite, soy una avispa.

CORO DE VIEJOS.

¡Oh Júpiter! ¿Qué haremos con estas fieras? ¡Esto es insoportable! (_Al
Magistrado._) Te es preciso averiguar con nosotros la causa de este
mal, y lo que pretenden al apoderarse de la ciudadela de Cranao, de
esa fortaleza inaccesible, y su venerado templo. Interrógales y no las
creas; pero reúne todos los indicios. Sería vergonzosa negligencia no
esclarecer tan importante asunto.

EL MAGISTRADO.

Lo primero que deseo que me digáis es la intención con que os habéis
encerrado en la ciudadela.

LISÍSTRATA.

Con la de poner a salvo el tesoro y evitar la causa de la guerra.

EL MAGISTRADO.

Pues qué, ¿el dinero es la causa de la guerra?

LISÍSTRATA.

Y de todos los demás desórdenes. Pisandro[653] y otros ambiciosos
amotinan continuamente las turbas, sin más objeto que el de robar a
favor de la confusión. Ahora, ya pueden hacer lo que se les antoje;
porque lo que es de este dinero no han de tocar ni un óbolo.

EL MAGISTRADO.

¿Pues qué harás?

LISÍSTRATA.

¡Vaya una pregunta! Administrarlo nosotras.

EL MAGISTRADO.

¿Administrar vosotras el tesoro?

LISÍSTRATA.

No comprendo tu asombro. ¿Acaso no administramos los gastos de nuestras
casas?

EL MAGISTRADO.

Pero no es lo mismo.

LISÍSTRATA.

¿Por qué no es lo mismo?

EL MAGISTRADO.

Ese dinero se destina a la guerra.

LISÍSTRATA.

La guerra ya no es necesaria.

EL MAGISTRADO.

¡Cómo! ¿Y la defensa de la república?

LISÍSTRATA.

Nosotras la defenderemos.

EL MAGISTRADO.

¿Vosotras?

LISÍSTRATA.

Sí, nosotras.

EL MAGISTRADO.

Eso es indigno.

LISÍSTRATA.

Pues te defenderemos, mal que te pese.

EL MAGISTRADO.

¡Qué atrocidad!

LISÍSTRATA.

¿Te enfadas, eh? Pues, amigo mío, no hay más remedio.

EL MAGISTRADO.

Pero es inicuo, por Ceres.

LISÍSTRATA.

Pues se te defenderá.

EL MAGISTRADO.

¿Y si no quiero?

LISÍSTRATA.

Con más motivo.

EL MAGISTRADO.

¿Pero de dónde os ha venido la idea de ocuparos de la guerra y de la
paz?

LISÍSTRATA.

Os lo diremos.

EL MAGISTRADO.

Habla pronto, o si no, habrá lágrimas.

LISÍSTRATA.

Escucha; y quietecitas las manos.

EL MAGISTRADO.

No puedo; es tal mi ira, que me es difícil contenerla.

UNA MUJER.

Entonces a ti te tocará llorar.

EL MAGISTRADO.

¡Caiga sobre ti el oráculo que acabas de graznar, vejestorio! (_A
Lisístrata._) Habla tú.

LISÍSTRATA.

Voy. En la guerra anterior sobrellevábamos con paciencia ejemplar
todo lo que hacíais los hombres, porque no nos permitíais abrir la
boca. Vuestros proyectos no eran muy agradables que digamos: nosotras
los conocíamos, y más de una vez os vimos en casa tomar desacertadas
resoluciones en los más graves asuntos. Entonces, disimulando con una
sonrisa nuestro interno dolor, os preguntábamos: «¿Qué resolución sobre
la paz habéis tomado hoy en la asamblea?» «¿Qué te importa? —decía mi
marido—: cállate;» y yo callaba.

UNA MUJER.

Pues yo no me hubiera callado.

EL MAGISTRADO.

Pues hubieras llorado por no callar.

LISÍSTRATA.

Yo me callaba; otra vez oyendo que habíais tomado una funestísima
determinación, le pregunté: «Marido mío, ¿en qué consiste que obráis
tan sin sentido?» Y él, mirándome de reojo, contestó: «Teje tu tela, si
no quieres que la cabeza te duela mucho tiempo: la guerra es asunto de
hombres».[654]

EL MAGISTRADO.

Y tenía razón, por vida mía.

LISÍSTRATA.

¿Cómo que tenía razón? ¡Miserable! ¿No hemos de poder daros un buen
consejo cuando vemos que adoptáis resoluciones funestas? Cansadas ya
de oír a unos preguntar a gritos en las calles: «¿No hay un hombre
en este país?» y a otros responder: «No, ni uno»; las mujeres hemos
tomado el partido de reunirnos y salvar entre todas a la Grecia. ¿A qué
habíamos de esperar más? Por consiguiente, si queréis escuchar nuestros
buenos consejos, y callaros a vuestra vez, como nosotras entonces,
conseguiremos arreglaros.

EL MAGISTRADO.

¡Vosotras a nosotros! Vamos, ¡esto ya no puede tolerarse!

LISÍSTRATA.

¡Calla!

EL MAGISTRADO.

¡Yo! ¡Callarme yo, porque tú me lo mandes, deslenguada! ¡Yo obedecer a
quien lleva un velo en la cabeza! ¡Antes morir!

LISÍSTRATA.

Si no tienes más inconveniente que ese, toma mi velo, rodéatelo a la
cabeza, y calla. Toma también este canastillo; ponte un ceñidor, y
dedícate a hilar lana, mascullando habas:[655] la guerra será asunto de
mujeres.

CORO DE MUJERES.

Mujeres, dejad vuestros cántaros, para que por nuestra parte ayudemos
también a nuestras amigas. Yo jamás me rendiré de bailar, ni el
cansancio hará flaquear mis rodillas. Quiero hacer causa común, y
afrontar todos los riesgos con esas compañeras tan valientes, tan
ingeniosas, tan bellas, tan atrevidas y discretas, raro conjunto de
patriotismo y valor. Tú, intrépida Lisístrata, y vosotras sus aliadas,
no depongáis vuestra cólera; sed siempre como un manojo de ortigas: los
vientos son favorables.

LISÍSTRATA.

Si el amable Cupido y la diosa de Chipre[656] derraman sobre nuestro
seno los atractivos del amor, e inspiran a los hombres ardientes y
dulcísimos deseos,[657] espero que los griegos llegarán a llamamos las
_Lisímacas_.[658]

EL MAGISTRADO.

¿Y por qué?

LISÍSTRATA.

Por haber puesto término a sus locuras y paseos con armas en el mercado.

UNA MUJER.

Muy bien, por Venus de Pafos.

LISÍSTRATA.

Pues ahora se les ve recorrer armados de punta en blanco, como
frenéticos coribantes, la plaza en que se venden ollas y legumbres.

EL MAGISTRADO.

Cierto, porque eso es propio de valientes.

LISÍSTRATA.

Pero es ridículo ver comprando pececillos a un hombrón en cuyo escudo
se ostenta una cabeza de Gorgona.

UNA MUJER.

El otro día vi yo a todo un filarconte[659] de largos cabellos, echar
en su casco de bronce, sin apearse siquiera, las puches que una vieja
acababa de venderle. Otro tracio, agitando su escudo y su dardo, como
Tereo,[660] aterraba a una vendedora de higos, y se le comía los
mejores.

EL MAGISTRADO.

¿Pero cómo podréis vosotras arreglar la enmarañada madeja de la cosa
pública en este país?

LISÍSTRATA.

Facilísimamente.

EL MAGISTRADO.

¿Cómo? Dímelo.

LISÍSTRATA.

Mira, cuando se nos enreda el hilo, lo cogemos así y lo sacamos
del huso, tirando a un lado y a otro; pues bien, como nos dejen,
desenredaremos igualmente la guerra, enviando embajadas a un lado y a
otro.

EL MAGISTRADO.

Por tanto, imbéciles, pensáis arreglar los más peligrosos negocios con
los husos, el hilo y la lana.

LISÍSTRATA.

Si tuvieseis un átomo de sentido común, seguiríais en política el
ejemplo que os damos al trabajar la lana.

EL MAGISTRADO.

¿Cómo? Sepamos.

LISÍSTRATA.

Así como nosotras principiamos por lavar la lana para separarla de toda
suciedad, vosotros debíais empezar por expulsar a palos de la ciudad
a los malvados, y separar la mala hierba; luego dividir a todos esos
que se coligan y apelotonan para apoderarse de los cargos públicos, y
arrancarles la cabeza; después amontonar en un canasto, para el bien
común, los metecos, los extranjeros, los amigos y los deudores al
Estado, y cardarlos sin distinción. A las ciudades pobladas por colonos
de este país debíais de considerarlas separadamente, como otros tantos
pelotones colocados delante de nosotras, y en seguida sacar un hilo de
cada una de ellas, traerlo hasta aquí, reunirlos todos, hacer un grande
ovillo y tejer con él un manta para el pueblo.

EL MAGISTRADO.

¿No es insufrible que pretenda hilarlo y devanarlo todo quien ninguna
participación tiene en la guerra?

LISÍSTRATA.

Pero, ¡maldito de Dios!, nosotras tenemos parte doble, pues primero
parimos los hijos, y después los enviamos al ejército.

EL MAGISTRADO.

Calla: no recuerdes nuestros desastres.[661]

LISÍSTRATA.

Después, en vez de gozar en la flor de nuestra juventud de los
placeres del amor, estamos como viudas, gracias a la guerra; y por
nosotras, pase; yo me aflijo por esas pobres doncellas que envejecen en
su lecho solitario.

EL MAGISTRADO.

¿No envejecen también los hombres?

LISÍSTRATA.

¡Oh, eso es muy diferente! Un hombre, al volver de la guerra, aunque
tenga los cabellos blancos, se casa pronto con una tierna doncellita.
El tiempo de la mujer es muy corto, y si no lo aprovecha, ya nadie la
quiere, y se pasa la vida en consultar los augurios.[662]

EL MAGISTRADO.

Pero todo anciano que aún conserva algún vigor...

LISÍSTRATA.

¿Y tú, cuándo te piensas morir? Ya es tiempo; cómprate un ataúd; mira,
te voy a amasar la torta funeraria.[663] Toma esta corona y cíñete las
sienes.

MUJER PRIMERA.

Toma estas cintas.

MUJER SEGUNDA.

Ten esta otra corona.

LISÍSTRATA.

¿Qué te falta? ¿Qué deseas? Caronte[664] te espera; tu tardanza le
impide darse a la vela.

EL MAGISTRADO.

Estos ultrajes son insufribles. Voy a presentarme yo mismo a mis
colegas con esta facha.

LISÍSTRATA.

¿Te quejas porque aún no te hemos expuesto?[665] No te apures; dentro
de tres días iremos de madrugada a ofrecerte la oblación de costumbre.

(_Vanse Lisístrata y el Magistrado. Los dos coros quedan solos en la
escena._)

       *       *       *       *       *

CORO DE VIEJOS.

Ya no puede dormir ningún amigo de la libertad. Ea, dispongámonos para
esta grande empresa. Sospecho mayores peligros, y creo percibir un olor
a tiranía de Hipias; y mucho me temo que algunos lacedemonios, reunidos
en casa de Clístenes, hayan sido los incitadores de estas malditas
mujeres sugiriéndoles la idea de apoderarse de nuestro tesoro y del
salario de que vivimos. Indigno es, por vida mía, que se entrometan
a dar consejos a los ciudadanos y a hablar de cascos de bronce, y a
tratar de la paz con los lacedemonios, en quienes tengo menos confianza
que en un lobo hambriento. Amigos, no cabe duda, todas sus tramas
tienden a restablecer la tiranía. Pero jamás me tiranizarán; yo tomaré
mis precauciones, y llevando mi espada en la rama de mirto,[666]
estaré sobre las armas en la plaza pública, junto a la estatua de
Aristogitón. Allí permaneceré, porque siento un vivo deseo de darle un
bofetón a esa maldita vieja.

CORO DE MUJERES.

Cuando vuelvas a tu casa no te conocerá ni la madre que te parió.[667]
Pero, queridas ancianas, dejemos esto en el suelo; nosotras, oh
ciudadanos, vamos a principiar un discurso muy útil a la república;
y bien lo merece por haberme criado en el seno de los placeres y del
esplendor. A la edad de siete años ya llevé las ofrendas misteriosas
en la fiesta de Minerva; a los diez molía la cebada en honor de la
diosa; luego, ceñida de flotante túnica azafranada, me consagraron a
Diana en las Brauronias;[668] y por último, ya doncella núbil, fui
canéfora, y rodeé mi garganta con el collar de higos.[669] En pago de
tantas distinciones, ¿no deberé dar útiles consejos a mi patria? Aunque
mujer, permitidme proponer un remedio a nuestros males; que, al fin, al
darle mis hijos, también pago mi contribución al Estado. Pero vosotros,
miserables viejos, ¿con qué contribuís? Después de haber consumido
lo que se llamaba el tesoro de los Abuelos,[670] reunido durante las
guerras médicas, nada pagáis; y todos corremos grave riesgo de que nos
arruinéis. ¿Qué podéis responder a esto? Como me incomodes mucho, te
siento en la cara este coturno, y ¡cuidado que pesa!

CORO DE VIEJOS.

¿Puede haber mayor ultraje? La cosa va de mal en peor. Todo hombre que
se tenga por tal, tiene obligación de oponérseles. Pero quitémonos la
túnica. El hombre debe ante todo oler a hombre, y no estar envuelto en
sus vestidos. Ea, todos los que en nuestros buenos tiempos nos reunimos
en Lipsidrión, hombres de pies desnudos, hoy es preciso rejuvenecerse,
enderezar el cuerpo, despojarnos de la vejez. Si dejamos a las mujeres
el menor asidero, no cejarán ni un punto en sus esfuerzos, y las
veremos construir naves, pretender dar batallas navales y atacarnos
a ejemplo de Artemisa.[671] Si les place dedicarse a la equitación,
licenciaremos a nuestros caballeros. A la mujer la gusta mucho el
caballo; sobre él ataca vigorosamente, y no se cae por mucho que
galope: testigos las Amazonas que Micón[672] pintó combatiendo a los
hombres. Por lo cual es preciso que nos apoderemos de esta, y las
metamos a todas el cuello en el cepo.

CORO DE MUJERES.

¡Por las diosas! Si me irritas, suelto las riendas a mi cólera, y te
doy una tunda que te obligo a pedir socorro a tus vecinos. Amigas mías,
quitémonos también nosotras los vestidos: perciban esos carcamales el
olor a mujer enfurecida. Si alguno se acerca a mí, yo le aseguro que
no ha de comer más ajos ni habas negras. ¡Di una sola palabra! Estoy
furiosa y te trataré como el escarabajo al nido del águila. Ningún
temor me dais mientras a mi lado estén Lámpito y mi querida Ismenia,
noble tebana. Aunque des siete decretos, no podrás con nosotras,
¡miserable, detestado por tus vecinos y por todo el mundo! Ayer mismo,
para celebrar la fiesta de Hécate, quise traer de la vecindad una
muchacha buena y amable, muy querida por mis hijos, una anguila de
Beocia,[673] y se negaron a enviármela por tus malditos decretos. Y
nunca cesaréis de hacerlos, hasta que alguno os coja por las piernas y
os precipite cabeza abajo.

(_A Lisístrata_.) Directora de esta noble empresa,[674] ¿por qué sales
tan triste de tu morada?

       *       *       *       *       *

LISÍSTRATA.

La indigna conducta de las mujeres, su inconstancia verdaderamente
femenil, eso es lo que me agita y llena de angustia.

CORO DE MUJERES.

¿Qué dices, qué dices?

LISÍSTRATA.

La verdad, la verdad.

CORO DE MUJERES.

¿Qué desgracia ocurre? Díselo a tus amigas.

LISÍSTRATA.

Vergonzoso es decirlo, y difícil callarlo.

CORO DE MUJERES.

No me ocultes la desgracia que nos ocurre.

LISÍSTRATA.

Nos abrasa la lujuria, para decirlo de una vez.

CORO DE MUJERES.

¡Oh Júpiter!

LISÍSTRATA.

¿A qué invocas a Júpiter? Esta es la pura verdad. No puedo privarles
más tiempo de sus maridos; pues se me escapan. La primera a quien
sorprendí abría un agujero junto a la gruta de Pan;[675] la segunda se
descolgaba por medio de una polea; otra preparaba su deserción; otra,
cogida a un pájaro, se disponía volar a casa de Orsíloco,[676] y la
he detenido por los cabellos; en fin, discurren todos los pretextos
imaginables para volver a sus hogares. Ahí viene una. ¡Eh! tú, ¿a dónde
vas tan de prisa?

       *       *       *       *       *

MUJER PRIMERA.

Quiero ir a mi casa: tengo allí una porción de lana de Mileto, que se
la está comiendo la polilla.

LISÍSTRATA.

No hay polilla que valga. ¡Atrás!

MUJER PRIMERA.

Volveré al instante, te lo juro por las diosas; volveré en cuanto la
haya tendido sobre el lecho.

LISÍSTRATA.

No la tiendas, ni te muevas de aquí.

MUJER PRIMERA.

¿Y he de dejar perderse mi lana?

LISÍSTRATA.

No hay más remedio.

       *       *       *       *       *

MUJER SEGUNDA.

¡Desdichada! ¡Desdichada! Me he dejado en casa el lino sin macear.

LISÍSTRATA.

Ya tenemos otra que quiere ir a macear su lino. Entra aquí.

MUJER SEGUNDA.

¡Te lo juro por Diana! Volveré en cuanto lo haya maceado.

LISÍSTRATA.

No lo macearás; porque si tú principias, otra querrá hacer otro tanto.

       *       *       *       *       *

MUJER TERCERA.

Divina Lucina, retrasa mi parto hasta que llegue a un lugar profano.

LISÍSTRATA.

¿Estás loca?

MUJER TERCERA.

Voy a parir de un momento a otro.

LISÍSTRATA.

¿Pero si ayer no estabas encinta?

MUJER TERCERA.

Pues hoy lo estoy. Déjame, Lisístrata, déjame salir en busca de la
comadre.

LISÍSTRATA.

¿Qué cuentos son esos? ¿Qué cosa dura tienes aquí?

MUJER TERCERA.

Un niño varón.

LISÍSTRATA.

¡Ca! si es de metal y hueca. Veámosla. ¡Oh, tiene gracia! ¿Traes el
casco de la diosa, y decías que estabas encinta?

MUJER TERCERA.

Sí, por Júpiter, lo estoy.

LISÍSTRATA.

¿Pues por qué traías esto?

MUJER TERCERA.

Para si me sobrevenía el parto en la ciudadela hacer con él un nido,
como las palomas.

LISÍSTRATA.

¿Qué dices? Esos son pretextos: la cosa está clara. ¿No esperarás aquí
el día de tu purificación?[677]

MUJER TERCERA.

No puedo dormir en la ciudadela desde que he visto la serpiente que la
guarda.[678]

       *       *       *       *       *

MUJER CUARTA.

Yo, infeliz de mí, me muero de fatiga: el grito incesante de las
lechuzas[679] no me deja conciliar el sueño.

LISÍSTRATA.

¡Desdichadas! Basta de fingidos terrores. Quizá echáis de menos a
vuestros maridos. ¿Creéis que ellos no os desean también? Yo sé que
pasan noches crueles. Pero, amigas mías, resistíos sin flaquear, y
tened aún un poco de paciencia: un oráculo nos pronostica el triunfo,
si no nos dividimos. Oídlo.

CORO DE MUJERES.

Sí, dinos el oráculo.

LISÍSTRATA.

Callad, pues. «Cuando las golondrinas, huyendo de las abubillas, se
reúnan en un lugar, y se abstengan de los machos, entonces concluirán
los males, y Júpiter tonante pondrá lo de abajo arriba...»

CORO DE MUJERES

¿Nosotras estaremos encima?

LISÍSTRATA.

«Pero si las divide la discordia, y las golondrinas huyen del sagrado
templo, no habrá otra ave más lasciva.»

CORO DE MUJERES.

El oráculo está claro. ¡Oh dioses! no hay que desalentarse. Entremos.
Vergonzoso sería, compañeras, el faltar al oráculo.

       *       *       *       *       *

CORO DE VIEJOS.

Quiero contaros una fábula que oí siendo niño. Es así: Había un joven
llamado Melanión,[680] que por odio al matrimonio se fue a un desierto;
vivía en las montañas; cazaba liebres, hacía lazos, y tenía un perro,
y jamás volvió a su casa, ¡tanto aborrecía a las mujeres!; y nosotros
también, que no somos menos discretos que Melanión.

UN VIEJO.

Vieja mía, quiero darte un beso...

UNA MUJER.

Llorarás, sin comer ajos.

EL VIEJO.

Y atizarte un puntapié.

LA MUJER.

Tu espesa barba es buen asidero.

EL VIEJO.

Mirónides era negro y velludo y el terror de todos sus enemigos, lo
mismo que Formión.[681]

CORO DE MUJERES.

También yo quiero contarte una fábula en respuesta a la de Melanión.
Había un tal Timón,[682] hombre intratable, inaccesible como si
estuviese erizado de espinas, un verdadero hijo de las Furias. El tal
Timón, lleno de odio, huyó de vosotros colmándoos de maldiciones.
¡Tanto aborrecía a los hombres! Sin embargo, era apasionadísimo por las
mujeres.

UNA MUJER.

¿Quieres que te sacuda un bofetón?

UN VIEJO.

No, no te tengo miedo.

LA MUJER.

Pues te daré un puntapié.

EL VIEJO.

Se te verá lo que no debe verse.[683]

LA MUJER.

No se verá nada sucio; aunque soy vieja, la luz de la lámpara me sirve
de depilatorio.

       *       *       *       *       *

LISÍSTRATA.

¡Eh! ¡Eh! Mujeres, acudid aprisa.

MUJER PRIMERA.

¿Qué ocurre? Di, ¿por qué esos gritos?

LISÍSTRATA.

Un hombre, un hombre se acerca enfurecido por la cólera de Venus.
¡Diosa reina de Chipre, Citera y Pafos, no te desvíes del principiado
camino!

MUJER PRIMERA.

¿Dónde está? ¿Quién es?

LISÍSTRATA.

Junto al templo de Ceres.[684]

MUJER PRIMERA.

En efecto, es un hombre. ¿Pero quién podrá ser?

LISÍSTRATA.

Mirad. ¿Le conocéis alguna de vosotras?

MIRRINA.

Yo le conozco: es mi marido Cinesias.

LISÍSTRATA (_A Mirrina_).

Procura mortificarle y enardecerle la sangre fingiéndole amor y desdén,
y concediéndole todo cuanto pida, menos lo que la copa[685] te prohíbe.

MIRRINA.

Pierde cuidado: eso corre de mi cuenta.

LISÍSTRATA.

Me quedo para ayudarte a engañarle y mortificarle. Vosotras, retiraos.

       *       *       *       *       *

CINESIAS.

¡Ay desdichado, qué horrible tormento![686] Se me figura que estoy
sobre la rueda.

LISÍSTRATA.

¿Quién está ahí, más acá de los centinelas?

CINESIAS.

Yo.

LISÍSTRATA.

¿Un hombre?

CINESIAS.

Sí, un hombre.

LISÍSTRATA.

¡Pronto, fuera de ahí!

CINESIAS.

¿Quién eres tú para despacharme?

LISÍSTRATA.

El centinela de día.

CINESIAS.

Por los dioses te lo pido, llama a Mirrina.

LISÍSTRATA.

¡Me gusta! ¿Que llame a Mirrina? Y tú, ¿quién eres?

CINESIAS

Su marido Cinesias Peónides.

LISÍSTRATA.

Salud, carísimo; tu nombre no nos es desconocido, porque a tu mujer
nunca se le cae de la boca; si coge un huevo o una manzana, dice
siempre: «Esto para mi Cinesias.»

CINESIAS.

¡Oh soberanos dioses!

LISÍSTRATA.

Así es, por Venus. Siempre que se habla de hombres, tu mujer suele
decir: «Todo es nada en comparación de mi Cinesias.»

CINESIAS.

Vamos, llámala.

LISÍSTRATA.

¿Me darás algo por el servicio?

CINESIAS.

Ya lo creo; y en seguida, si quieres: mira, te daré lo que tengo.

LISÍSTRATA.

Pues bajo a llamarla.

       *       *       *       *       *

CINESIAS.

Anda lista. La vida no tiene encanto para mí desde que abandonó el
hogar; entro en él con hastío; la casa me parece un desierto; todos los
manjares insípidos: ¡tal es mi pena!

MIRRINA.

¡Le amo, sí, le amo! Pero él no quiere corresponderme. No me obligues a
ir a verle.

CINESIAS.

¡Oh dulcísima Mirrinita! ¿Por qué haces eso? Baja, baja.

MIRRINA.

No lo creas.

CINESIAS.

¿Cómo, Mirrina, no bajarás llamándote yo?

MIRRINA.

Me llamas sin necesidad.

CINESIAS.

¿Sin necesidad, y estoy pereciendo?

MIRRINA.

Me voy.

CINESIAS.

No, por piedad: oye siquiera al niño. Vamos, hijo mío, ¿no llamas a tu
mamá?

EL NIÑO.

¡Mamá! ¡Mamá! ¡Mamá![687]

CINESIAS.

Vamos, ¿qué haces? ¿No te compadeces de esta pobre criatura que hace
seis días está sin madre que le asee?

MIRRINA.

Él ya me da lástima, pero su padre es muy descuidado.

CINESIAS.

Baja, loquilla, por amor a tu hijo.

MIRRINA.

¡Ah! ¡Lo que es haberlo parido! Vamos, ya bajo: ¿qué remedio?

CINESIAS.

Me parece mucho más joven; ¡qué tierna es su mirada! Sin duda su desdén
y negativas enardecen mi amor.

MIRRINA.

Dulcísimo niño, hijo de un mal padre, y encanto de tu mamá, toma, toma
este beso.

CINESIAS.

¿Por qué haces eso, malvada, siguiendo el ejemplo de otras mujeres con
gran pena tuya y mía?

MIRRINA.

Quietas las manos.

CINESIAS.

Todo lo que hay en casa se está perdiendo.

MIRRINA.

Poco se me importa.

CINESIAS.

¿Se te importa poco que las gallinas desgarren tus telas?

MIRRINA.

Sí, por cierto.

CINESIAS.

¡Tanto tiempo como hace que no has celebrado las fiestas de Venus! ¿No
quieres venir?

MIRRINA.

No, mientras no hagáis la paz y concluyáis la guerra.

CINESIAS.

Bien; si te agrada, lo haremos.

MIRRINA.

Bien, si te agrada, volveré a casa; pero hasta entonces estoy
comprometida por un juramento.

CINESIAS.

Saltem aliquantisper mecum decumbe.

MYRRHINA.

Non sane: etsi non posse negari te a me amari.

CINESIAS.

Amas? cur ergo non decumbis, Myrrhinula?

MYRRHINA.

O ridende, num præsente puerulo?

CINESIAS.

Non hercle: sed tu, o Manes, fer eum domum. Ecce puerulus jam tibi hinc
amotus: tu vero non decumbes?

MYRRHINA.

Sed, o perdite, ubi id fieri potest?

CINESIAS.

Ad Panos sacellum percommode.

MYRRHINA.

At quomodo in arcem casta redire potero?

CINESIAS.

Facillume, in Clepsydra si laveris.

MYRRHINA.

Scilicet, o perdite, jurata pejerabo?

CINESIAS.

In caput meum vertat. De jurejurando ne sis sollicita.

MYRRHINA.

Agedum feram lectulum nobis.

CINESIAS.

Nequaquam: sufficit nobis humi cubare.

MYRRHINA.

Ita me Apollo juvet, ut ego te, quamvis turgentem libidine, non
reclinaverim humi.

CINESIAS.

Amat me valde, satis apparet, uxor.

MYRRHINA.

En, decumbe properans, et ego exuo vestes. At, perii, teges efferenda
est.

CINESIAS.

Quæ, malura, teges? Haud mihi quidem.

MYRRHINA.

Ita mihi Diana propitia sit: turpe enim est super loris cubare.

CINESIAS.

Sine deosculer te.

MYRRHINA.

En.

CINESIAS.

Papæ! Revertere huc ergo quam celeriter.

MYRRHINA.

En teges. Decumbe: jam exuo vestes. Sed, perii! cervical non habes.

CINESIAS.

At nihil opus est mihi.

MYRRHINA.

At ecastor mihi.

CINESIAS.

Profecto penis hicce uti Hercules hospitio excipietur.

MYRRHINA.

Surge, subsulta.

CINESIAS.

Jam omnia habeo.

MYRRHINA.

Itane omnia?

CINESIAS.

Agedum, o aurea.

MYRRHINA.

Jam strophium solvo: tu vero memento, ne, quam dedisti de pace ineunda,
fidem fallas.

CINESIAS.

Peream hercle prius.

MYRRHINA.

Sed lodicem non habes.

CINESIAS.

Nec hercle opus est: sed futuere volo.

MYRRHINA.

Ne sis sollicitus, et istud facies: cito enim redeo.

CINESIAS.

Stragulis perdet me hæc femina.

MYRRHINA.

Erigere.

CINESIAS.

At iste jamdudum erectus est.

MYRRHINA.

Vin’ ut te inungam?

CINESIAS.

Ne hoc Apollo sirit.

MYRRHINA.

Per Venerem, velis nolis, inungere.

CINESIAS.

Utinam, o supreme Jupiter, effusum fuisset istuc unguentum!

MYRRHINA.

Porrige manum, sume et inungere.

CINESIAS.

Istuc hercle unguentum minime et suave, nisi terendo bonum sit; nec
concubitum olet.

MYRRHINA.

Me miseram! Rhodium unguentum extuli.

CINESIAS.

Bonum est: mitte hoc, o fatua.

MYRRHINA.

Nugaris.

CINESIAS.

Qui illum dii omnes perduint, qui primus coxit unguentum!

MYRRHINA.

Cape hoc alabastrum.

CINESIAS.

Sed aliud habeo. At tu, o perdita, decumbe, et ne fer mihi quidquam.

MYRRHINA.

Istuc agam, ita me Diana amabit. Calceos igitur exuo. Sed, o carissime,
vide ut decernas aliquid de pace facienda.

CINESIAS.

Consulam. (_Myrrhina aufugit._) Perdidit me et attrivit mulier tum
aliis omnibus, tum quod me excoriatum relinquens abiit. Hei mihi! quid
faciam? quem futuam, postquam spe excidi potiundæ pulcherrimæ? quomodo
hancce educabo?[688] Ubi Cynalopex?[689] loca mihi mercede nutricem.

       *       *       *       *       *

CHORUS SENUM.

In maxumis malis, o infelix, et animi angore cruciaris; et me tui
miseret. Heu! heu! Quinam renes possint durare? quis animus? qui colei?
quis penis intentus, nec mane permolens aliquam?

CINESIAS.

¡Oh Júpiter, qué horribles convulsiones!

CORO DE VIEJOS.

¡Cómo se te ha burlado la más execrable y pérfida de las mujeres!

CINESIAS.

Di la más amada, la más dulcísima.

CORO DE VIEJOS.

¿Dulcísima? No, ¡cruel, muy cruel! ¡Oh Júpiter, envía una violenta
ráfaga que la levante como a paja ligera, y después de hacerla girar
arremolinada en los aires, la deje de repente en tierra y la clave...
donde yo me sé![690]

       *       *       *       *       *

UN HERALDO.

¿Dónde está el Senado ateniense? ¿Dónde están los pritáneos? Tengo que
comunicarles una noticia.

EL MAGISTRADO.

¿Eres un hombre o un Príapo?[691]

EL HERALDO.

¡Soy un heraldo, imbécil! Te lo juro por Cástor y Pólux; vengo de
Esparta para hacer la paz.

EL MAGISTRADO.

¿Trayendo una lanza escondida?

EL HERALDO.

No hay tal.

EL MAGISTRADO.

¿Adónde te vuelves? ¿Por qué te estiras la túnica? ¿Te has excoriado de
tanto andar?

EL HERALDO.

Este hombre es un idiota

EL MAGISTRADO.

Tu porte es indecentísimo.[692]

EL HERALDO.

Te digo que no, y basta de bromas.

EL MAGISTRADO.

¿Qué traes ahí?

EL HERALDO.

Una escítala[693] lacedemonia.

EL MAGISTRADO.

Pase por escítala; pero dime la verdad; mira que lo sé todo: ¿cómo
andan las cosas en Lacedemonia?

EL HERALDO.

Mal; todas en el aire, lo mismo las de Lacedemonia que las de los
aliados. Pelene[694] nos es indispensable.

EL MAGISTRADO.

¿Cuál es la causa de esa deplorable situación? ¿Quizá Pan[695]
irritado...?

EL HERALDO.

No, Lámpito, según creo, fue la que principió; y en seguida, a un
tiempo y unánimes, todas las espartanas se han separado de sus maridos.

EL MAGISTRADO.

¿Y qué tal lo pasáis?

EL HERALDO.

Horriblemente; andamos encorvados por las calles, como si lleváramos
linternas. Las mujeres han resuelto no permitirnos la menor caricia,
hasta que por unánime consentimiento hagamos la paz con toda la Grecia.

EL MAGISTRADO.

Es una conspiración tramada por las mujeres de todos los países. Ahora
lo comprendo. Vete cuanto antes, y di a los lacedemonios que manden
embajadores con plenos poderes para tratar de la paz. Yo voy a decir al
Senado que os envíe otros; me bastará para persuadirle el hacerle ver
nuestra situación.

EL HERALDO.

Voy volando: tu idea es excelente.

       *       *       *       *       *

CORO DE VIEJOS.

No hay bestia feroz, ni incendio más indomable que la mujer. La pantera
es menos desvergonzada.

CORO DE MUJERES.

Si sabes eso, ¿por qué te obstinas en hacerme la guerra, pudiendo, gran
bribón, ser amigo mío?

CORO DE VIEJOS.

No, jamás dejaré de aborrecer a las mujeres.

CORO DE MUJERES.

Como quieras; mas por de pronto no puedo consentir que estés desnudo.
¡Si vieras lo ridículo que estás! Vamos, voy a ponerte esta túnica.

CORO DE VIEJOS.

En eso tenéis razón, por vida mía; me la quité en aquel arrebato de
cólera.

CORO DE MUJERES.

Ahora siquiera tienes facha de hombre, y no haces reír. Si no me
hubieras enojado tanto, te sacaría también un animalito que tienes en
el ojo.

CORO DE VIEJOS.

Sin duda era eso lo que me mortificaba. Toma este anillo; saca el
insecto y enséñamelo. Me pica en el ojo hace un buen rato.

CORO DE MUJERES.

Lo haré, aunque eres el hombre más gruñón... ¡Oh Júpiter, qué enorme
mosquito! ¿Lo ves? Debe ser de Tricoriso.[696]

CORO DE VIEJOS.

¡Ah, qué alivio te debo! Me estaba abriendo un pozo; así es que en
cuanto lo has sacado, me fluyen lágrimas en abundancia.

CORO DE MUJERES.

Aunque eres muy bribón, yo te las enjugaré, y además te daré un beso.

CORO DE VIEJOS.

No me beses.

CORO DE MUJERES.

Quieras o no.

CORO DE VIEJOS.

¡Mala peste os lleve! ¿Habrase visto qué zalameras son? Con razón se
dice: «Ni con esas perversas, ni sin esas perversas.» Pero hagamos
las paces, y convengamos en no causarnos en adelante ningún mal; ni
nosotros a vosotras, ni vosotras a nosotros. Sancionemos nuestra
amistad, uniendo nuestros cantos.

       *       *       *       *       *

CORO DE MUJERES.

No pretendemos, ciudadanos, hablar mal de ninguno de vosotros; al
contrario, os deseamos y haremos todo género de beneficios; que para
males, los presentes bastan.[697] Acuda a nosotras todo hombre o mujer
que necesite dinero, y recibirá tres minas; pues adentro hay oro
en abundancia, y nosotras también tenemos bolsa. Y si la paz llega
a hacerse, nadie tendrá que devolver la cantidad recibida. Hemos
convidado a cenar a unos caristios,[698] personas buenas y valientes;
tenemos puches y un lechoncillo, recientemente inmolado, cuya carne
será tierna y sabrosa. Venid, pues, hoy a mi morada, y venid pronto,
después del baño, vosotros y vuestros hijos; entrad sin preguntar por
nadie; seguid todo derecho, como en vuestra casa, sin reparo alguno;
porque la puerta estará... cerrada.

       *       *       *       *       *

CORO DE VIEJOS.

Allí vienen los embajadores espartanos, pisándose las barbas; parece
que traen una gamella colgada a la cintura.

¡Salud, en primer lugar, lacedemonios! Y en seguida, decidnos qué tal
os encontráis.

UN LACEDEMONIO.

¿Qué necesidad hay de largos discursos? Mirad y ved.

CORO DE VIEJOS.

¡Oh! El mal toma serias proporciones y va cada vez a peor.

EL LACEDEMONIO.

Es indecible. ¿A qué hablar más? Venga cualquiera, y ajustemos la paz a
cualquier precio.

CORO DE VIEJOS.

Atqui et istos conspicor indigenas, tamquam luctatores a ventre
rejicientes vestes, ita ut athleticum quid hic morbus videatur.

ATHENIENSIS.

Quis indicet nobis Lysistratam, ubi sit? nam viri adsumus et nos
hujuscemodi.

CHORUS SENUM.

Et alter hic morbus alteri congruit. Numquid mane tentigo vos capit?

ATHENIENSIS.

Immo hercle perimus, dum hoc experimur. Quare, nisi pacem inter nos
quis ocius conciliet, fieri non poterit, quin Clisthenem futuamus.

CHORUS SENUM.

Si sapitis, vestes sumetis, ut nequis eorum, qui Hermos truncant, vos
videat.

ATHENIENSIS.

Recte, ita me Jupiter amet, autumas.

LACO.

Ita me Castores, recte omnino. Agedum amiciamur.

ATHENIENSIS.

Salvete, o Lacones: turpe est, quod nobis accidit.

LACO.

O carissime, male utique nobis fuisset, si vidissent isti viri mentulas
nostras erectas.

EL ATENIENSE.

Ea, lacedemonios, hablemos con franqueza. ¿A qué habéis venido?

EL LACEDEMONIO.

A tratar de la paz.

EL ATENIENSE.

Muy bien, nosotros a lo mismo. ¿Mas por qué no llamamos a Lisístrata?
Es la única que puede arreglarnos.

EL LACEDEMONIO.

Bueno, y si quieres también a Lisístrato.[699]

CORO DE VIEJOS.

Es inútil llamarla; sin duda os ha oído, y sale.

¡Salud, mujer esforzadísima! Llegó la ocasión de mostrarte valiente
o tímida, buena o mala, severa o indulgente, sencilla o astuta. Los
principales griegos, seducidos por tus encantos, se confían a ti, y
esperan que des fin a sus agravios.

LISÍSTRATA.

No es cosa difícil, mientras su situación no les arrastre a excesos
nefandos. Pronto lo sabré. ¿Dónde está la Paz?[700] Tráeme primero a
los lacedemonios, cogiéndoles de la mano, sin dureza ni altivez, y
sin aquella grosería con la cual les recibían nuestros esposos;[701]
al contrario, muéstrales esa afabilidad, adorno de la mujer. Si se
niegan a darte la mano, cógelos por otra parte.[702] Tráeme asimismo
a los atenienses, cogiéndoles por donde quieran. — Lacedemonios,
colocaos junto a mí; vosotros, atenienses, a este lado; ahora prestadme
atención. No soy más que una mujer, pero tengo sentido común; la
naturaleza me dotó de un criterio claro, que las lecciones de mi padre
y de otros ancianos acertaron a desenvolver. Quiero principiar por
echaros en rostro faltas comunes a entrambos y censurables con sobra de
razón. Vosotros que en Olimpia, en las Termópilas, en Delfos (¡cuántos
lugares pudiera citar si quisiera extenderme!) rociáis los mismos
altares con igual agua lustral, y formáis una sola familia ante los
bárbaros enemigos, arruináis ahora con desoladora guerra la Grecia y
sus ciudades. Esto es lo primero que tenía que deciros.

EL ATENIENSE.

Y a mi me mata el deseo.

LISÍSTRATA.

Ahora, lacedemonios, me dirijo a vosotros en particular. ¿No os
acordáis de cuando el espartano Periclides[703] llegó suplicante al
pie de nuestras aras, pálido, vestido de púrpura,[704] pidiendo a los
atenienses tropas auxiliares? Porque entonces la Mesenia os apuraba,
y Neptuno estremecía vuestra tierra.[705] Cimón partió con cuatro
mil soldados, y salvó a Lacedemonia. ¡Y después de tales beneficios
devastáis los campos de vuestros libertadores!

EL ATENIENSE.

Sí, Lisístrata, obraron mal.

EL LACEDEMONIO.

Obramos mal: pero es indecible la belleza de esto.[706]

LISÍSTRATA.

¿Creéis, atenienses, que os voy a absolver de toda culpa? ¿No recordáis
que también los lacedemonios, cuando vestíais la túnica de esclavos,
vinieron en armas, mataron gran número de tesalios y de amigos y
partidarios de Hipias, y fueron los únicos que en aquel memorable día
os devolvieron la libertad y cambiaron vuestra túnica servil por el
manto de ciudadanos?[707]

EL LACEDEMONIO.

No he visto mujer más hermosa.

EL ATENIENSE.

Yo tampoco.

LISÍSTRATA.

Debiéndoos mutuamente tantos y tan preclaros beneficios, ¿por qué os
hacéis la guerra, y no desistís de vuestros rencores? ¿Por qué no os
reconciliáis? Decid: ¿quién os lo impide?

EL LACEDEMONIO.

Nosotros ya queremos, si se nos devuelve nuestro baluarte.

LISÍSTRATA.

¿Cuál?, amigo.

EL LACEDEMONIO.

Pilos, que reclamamos y apetecemos hace tiempo.

EL ATENIENSE.

¡Por Neptuno! Nunca lo conseguiréis.

LISÍSTRATA.

Cedédselo, amigos míos.

EL ATENIENSE.

Entonces, ¿dónde promoveremos alborotos?

LISÍSTRATA.

Exigid otra plaza en cambio.

EL ATENIENSE.

Bueno, dadnos Equinonte, el golfo Maliense que la baña, y los muros de
Mégara, parecidos a dos piernas.

EL LACEDEMONIO.

No, querido mío, no todo eso.

LISÍSTRATA.

Conveníos, no disputéis por dos piernas.

EL ATENIENSE.

Yo estoy deseando desnudarme, y arar mis tierras.

EL LACEDEMONIO.

Y yo abonarlas primero.[708]

LISÍSTRATA.

En cuanto se ajuste la paz haréis todo eso. Si la deseáis, deliberad
sobre el asunto, y partid a comunicar vuestra resolución a los aliados.

EL ATENIENSE.

¿A qué aliados, amiga mía? Nuestra situación es insostenible. ¿Crees
que a nuestros aliados no les pasará lo mismo?

EL LACEDEMONIO.

A los míos, sí.

EL ATENIENSE.

Pues no digo nada a los caristios.[709]

LISÍSTRATA.

Perfectamente. Ahora purificaos para que las mujeres os recibamos en la
ciudadela, y vaciemos en obsequio vuestro nuestras cestas. Juraos mutua
fidelidad; después cada uno recobrará su esposa, y se marchará con ella.

EL ATENIENSE.

Vamos aprisa.

EL LACEDEMONIO.

Llévame adonde quieras.

EL ATENIENSE.

Sí, sí, volando.

       *       *       *       *       *

CORO DE MUJERES.

Tapices bordados, túnicas preciosas, vestidos rozagantes, vasos de
oro, todo cuanto tengo os lo ofrezco de buena voluntad para que lo
lleven vuestros hijos, o vuestra hija, si llega a ser canéfora. A todos
os digo que dispongáis de mis riquezas y cojáis en mi casa cuanto os
agrade: de todo, por bien sellado que se encuentre, podéis apoderaros
rompiendo su cerradura. Mas por mucho que miréis no veréis nada, a
menos de que vuestros ojos sean más perspicaces que los míos. El que
no tenga comida para sus esclavos o numerosa prole, encontrará en mi
casa trigo molido y un enorme pan de un quénice. Todos los pobres
pueden acudir a mí con sacos y alforjas para recibir granos. Manes, mi
esclavo, se lo dará. Sin embargo, que nadie se acerque a mi puerta;
cuidado con el perro.

       *       *       *       *       *

UN CURIOSO.

Abre la puerta.

UN CRIADO.

Retírate. ¿Qué hacéis vosotros ahí? ¿Queréis que os abrase con esta
lámpara? ¡Qué gente tan molesta!

EL CURIOSO.

No me retiraré.

EL CRIADO.

Bueno, ya que os empeñáis, nos aguantaremos aquí.

EL CURIOSO.

Y nosotros nos aguantaremos contigo.

EL CRIADO.

¡Ah! ¿No os vais? Vuestros cabellos lo pagarán, y después pondréis el
grito en el cielo. ¿No os vais para que los lacedemonios se marchen en
paz después del festín?

       *       *       *       *       *

EL ATENIENSE.

Nunca he visto un banquete semejante. Los lacedemonios estaban
encantadores; y nosotros, después de beber, discretísimos.

CORO DE VIEJOS.

Tienes razón, porque en ayunas desvariamos. Por lo cual, si los
atenienses me creyesen, deberíamos de ir siempre beodos a todas las
embajadas. ¿Entramos sin beber en Lacedemonia? Pues ya solo buscamos
motivos de discordia: no oímos lo que se nos dice: lo que no se
nos dice nos inspira sospechas; y al dar cuenta de lo ocurrido
desnaturalizamos los hechos. Pero hoy estábamos de tan buen talante
que, si hubiesen cantado el escolio de Telamón[710] en vez del de
Clitágora, hubiéramos aplaudido, dispuestos al perjurio.

EL CRIADO.

¿Ya vuelven otra vez? Largo de aquí, grandísimos desollados.

EL CURIOSO.

Por fin salen los convidados.

       *       *       *       *       *

EL LACEDEMONIO.

Queridísimo amigo, coge las flautas para que yo baile y cante en honor
de los atenienses y de nosotros mismos.

EL ATENIENSE.

Sí, coge las flautas, por todos los dioses; nada me divertirá tanto
como el verte bailar.

CORO DE LACEDEMONIOS.

Inspira, oh Mnemósine,[711] a estos jóvenes y a mi Musa, sabedora
de nuestras ilustres hazañas y de las de los atenienses, que junto
a Artemisio[712] con ímpetu de dioses se lanzaron sobre los bajeles
enemigos y derrotaron a los Medas. Leónidas nos llevaba como jabalíes
que han aguzado sus colmillos; copiosa espuma cubría nuestros labios,
y corría por todo nuestro cuerpo. Porque los persas eran numerosos
como las arenas del mar. ¡Cazadora Diana, señora de las selvas, virgen
celestial, ven y patrocina nuestra alianza! ¡Que en adelante nos ligue
una amistad fraternal, jamás rota por la perfidia! ¡Senos propicia,
doncella cazadora!

LISÍSTRATA.

Ea, ya que todo lo demás ha terminado tan felizmente, lacedemonios,
llevaos vuestras mujeres; y vosotros, atenienses, las vuestras; que
el esposo esté junto a su esposa y la esposa junto a su esposo; y en
celebridad de tan feliz suceso, dancemos en honor de los dioses y
evitemos las reincidencias.

CORO DE ATENIENSES.

¡Que se presente el coro! ¡Que aparezcan las Gracias! Invocad a Diana,
invocad a su hermano, al benéfico Peán, director de las danzas; invocad
al dios de Nisa,[713] cuyos ojos centellean al fijarse en las Ménades;
invocad a Júpiter, el de coruscante rayo, a su veneranda esposa y a
todas las deidades, eternos testigos de esta paz ajustada bajo los
auspicios de Venus. ¡Io! ¡Io! Peán ¡Bailad! ¡Io! ¡Io! Saltad como para
celebrar una victoria. ¡Evoé! ¡Evoé! Lacedemonio, entona un nuevo canto.

CORO DE LACEDEMONIOS.

Desciende otra vez del amable Taigeto, Musa lacedemonia, y ven a
celebrar conmigo al Amicleo[714] Apolo, a Minerva Calcieca[715]
y a los fuertes Tindáridas[716] que se ejercitan en la margen del
Eurotas.[717]

¡Oh!, ven, tiende hacia mí tu rápido vuelo, y cantemos a Esparta,
amante de los sagrados coros y gallardas danzas que junto al Eurotas
ejecutan sus doncellas, saltando con la agilidad de jóvenes corceles,
hiriendo el suelo con ligero pie, y, a modo de tirsíferas bacantes,
soltando al viento la destrenzada cabellera. La casta hija de Leda[718]
las precede radiante de hermosura. Ea, sujeta con una cinta tus
flotantes cabellos y salta como ligera cierva; arranca esos aplausos
que animan los coros, y celebra a Palas, la más fuerte y guerrera de
las diosas.


FIN DE LISÍSTRATA.



ÍNDICE


               Páginas.

  Las Avispas.        1

  La Paz.           105

  Las Aves.         195

  Lisístrata.       313



NOTAS


[1] _República ateniense_, III.

[2] V. ARISTÓFANES, _Los Acarnienses, parábasis_.

[3] _Apología de Sócrates_.

[4] _Comédies d’Aristophane_, t. I, pág. 206.

[5] Es decir, trata de dormirse.

[6] Parece extraño que Sosias que acaba de despertar a su camarada,
trate de imitarle. Pero esta contradicción se explica perfectamente,
conocido el carácter de no dárseles nada por nada, que Aristófanes
suele presentar en los esclavos de sus piezas.

[7] Nombre de los sacerdotes de Cibeles. Al celebrar los misterios de
la diosa, entrechocaban sus armas, batían estrepitosamente los tambores
y se herían hasta derramar sangre en medio del mayor frenesí.

[8] Sobrenombre de Baco. De modo que hablando en plata, el sueño de
Sosias es producido por el vino.

[9] La palabra ἀσπίς, significa _escudo_ y _serpiente_.

[10] Cleónimo arrojó su escudo en una batalla.

[11] Los convidados solían proponerse de sobremesa enigmas y cuestiones
para entretenerse.

[12] Este era el distintivo de los jueces.

[13] Cleón.

[14] Alusión al oficio de curtidor de Cleón.

[15] Hay en griego un equívoco intraducibie, basado en la casi absoluta
semejanza de las palabras que significan _grasa_ y _pueblo_. Ya lo
hicimos observar en la nota al verso 953 de _Los Caballeros_.

[16] Vid. _Los Acarnienses_, 134-166; _Los Caballeros_, 608; _Las
Nubes_, 399.

[17] Alcibíades era algo tartajoso y no podía pronunciar bien la _r_,
convirtiéndola en _l_.

[18] Κόραξ, _cuervo_, al transformarse la _l_ en _r_, significa en
griego _adulador_.

[19] Esta frase ya hemos visto que equivalía a la nuestra «irse al
diablo» o «al infierno.»

[20] Los Megarenses eran de gusto poco delicado en sus diversiones,
y sus poetas cómicos empleaban para hacerles reír medios vulgares
y groseros. Esto, a pesar de que según la opinión de ARISTÓTELES
(_Poética_, III), la comedia principió a cultivarse en Mégara.

[21] Aristófanes indica alguno de los recursos de mala ley empleados
por los poetas vulgares. En el _Pluto_, v. 797, vuelve a aludir a esta
costumbre de arrojar a los espectadores nueces y golosinas.

[22] La glotonería de Hércules era un tema inagotable para los cómicos
griegos. En la _Lisístrata_, _Las Aves_ y _Las Ranas_, Aristófanes la
hace también objeto de sus burlas.

[23] Lo fue en _Los Acarnienses_, y Aristófanes volvió a la carga en
_Las Fiestas de Ceres_, _Las Ranas_, etc.

[24] Harto asendereado quedó en _Los Caballeros_.

[25] Aristófanes vuelve a citar a este _Aminias_ en el verso 1267 de
esta comedia, pero llamándole hijo de Selo; sin embargo, parece que
ambas personas son una misma, porque llamábase así a todo hombre pobre
y vanidoso, por concurrir estas circunstancias en Esquines, hijo de
aquel.

[26] Se ignora si era un comediante, un tabernero o un borracho.

[27] Ateniense supersticioso.

[28] Del nombre de un demo del Ática.

[29] Exclamación ordinaria de Sócrates.

[30] Filóxeno significa _amigo de la hospitalidad_.

[31] Lit.: es _fileliasta como nadie_.

[32] Reloj de agua, que servía para medir el tiempo concedido a los
oradores y abogados para sus arengas y defensas.

[33] Se votaba por medio de piedrecitas.

[34] Δῆμος (_Demo_); κημός (_urna_). _Demo_ era un hermoso joven (V.
PLATÓN, _Gorgias_). Éupolis habla de él también en sus comedias.
Las muchas inscripciones de su nombre que en las paredes se leían,
atestiguaban el gran efecto que su hermosura causaba. Era costumbre
escribir el nombre del ser amado en los muros, puertas y otros objetos,
como ya vimos en _Los Acarnienses_, v. 141. En la _Antología_, aluden a
este uso muchos epigramas. Véase uno de Petronio:

      Al plantar los perales y manzanos,
    Grabé tu amado nombre en la corteza,
    Crecen ellos, se cubren de inscripciones,
    Y con ellos mi amor crece y se aumenta.


[35] Este chiste ha sido imitado por Plauto y Racine:

      Obtrunco gallum, furem manifestarium,
    Credo ædepol illi mercedem gallo pollicitos coquos,
    Si id palam fecisset.
                             (_Aulularia_; III, 4, 10.)

    Il fit couper la tête à son coq, de colère,
    Pour l’avoir éveillé plus tard qu’à l’ordinaire.
    Il disait qu’un plaideur dont l’affaire allait mal,
    Avait graissé la patte à ce pauvre animal.
                    (_Les Plaideurs_, Acto I, esc. 1.ª)


[36] Para condenar se trazaba sobre una tablilla cubierta de cera una
línea larga.

[37] Parodia de la _Estenebea_, de Eurípides.

[38] Sobre esta costumbre véase el _Pluto_, v. 411 y siguientes.

[39] _Filocleón_ significa _amigo de Cleón_, porque este demagogo tenía
gran partido entre la gente que constituía los tribunales, por el
trióbolo que les hacía pagar.

[40] _Bdelicleón_, significa que _detesta a Cleón_: de suerte que la
lucha entre ambos personajes representa perfectamente la que entonces
sostenían en Atenas el famoso demagogo Cleón, apoyado por el pueblo
mediante el trióbolo, y el partido aristocrático.

[41] El humo producido por la leña de higuera es, según el Escoliasta,
de los más irritantes y molestos, lo cual pinta bien el carácter
intratable de Filocleón. Además, en el hecho de mencionar esa especie
de combustible, hay una alusión a los _sicofantas_ o delatores, nombre
en cuya composición entra la raíz del de higuera.

[42] Καπνίας. Este sobrenombre se le dio a Ecfántides, poeta cómico
contemporáneo de Cratino, por la oscuridad de su estilo y el embrollo
de sus argumentos.

[43] Ateniense de mala fama, condenado muchas veces. Parece que después
de la representación de _Las Avispas_, llegó a ser uno de los treinta
tiranos.

[44] Sin condenarle.

[45] Día de mercado.

[46] Parodia del episodio del Cíclope en la _Odisea_, Canto IX. Con
este asunto se compusieron varios dramas satíricos, de los cuales solo
se ha conservado _El Cíclope_ de Eurípides, cuya primera traducción al
castellano estamos publicando en _El Ateneo_ de Vitoria.

[47] Expresión proverbial para indicar personas que disputan sobre
cualquier necedad. Del texto de Aristófanes puede deducirse tal vez que
el célebre cuento de Demóstenes del litigio sobre la sombra del asno no
fue invención del elocuente orador, bastante posterior al poeta.

[48] Es decir, su herencia.

[49] Ciudad de Tracia, que por influencia de Brásidas se rebeló contra
Atenas, uno o dos años antes de la representación de _Las Avispas_.
Los atenienses la sitiaron y la desmantelaron para que no volviese a
inquietarles en lo sucesivo (V. TUCÍDIDES, IV, 120, 130, 131; V, 18,
32).

[50] Antiguo poeta trágico, que floreció en 512 antes de
Jesucristo. Para elogiarle Aristófanes forja la enorme palabra
ἀρχαιομελισιδωνοφρυνιχήρατα.

[51] Alusión al traje con que van a presentarse los jueces.

[52] Aldea del Ática.

[53] General ateniense que mandó la escuadra enviada a Sicilia en
auxilio de los Leontinos (TUCÍDIDES, III, 86). Fue reemplazado por
Sófocles y Pitodoro, y tuvo que dar cuenta de su conducta. La intención
de Aristófanes es la de revelar las infames calumnias con que Cleón
perseguía a sus enemigos políticos.

[54] Alusión a la provisión ordinaria de los soldados. (V. _Los
Acarnienses_.)

[55] Como aún no ha amanecido, los niños les preceden con linternas.

[56] Es decir: intentas un imposible.

[57] El hecho a que alude Aristófanes es el siguiente: Los atenienses,
aliados de los milesios, atacaron a Samos y establecieron en ella el
gobierno democrático. Los de Samos, para sacudir el yugo de Atenas,
entraron en negociaciones secretas con los persas, que fueron reveladas
por un tal Caristión. Los atenienses se apoderaron de la ciudad y
destruyeron sus murallas (V. TUCÍD., I, 115, 592; DIOD. SIC., XII, 27,
199; PLUT., _Vida de Pericles_.)

[58] Quizá aluda a Cleón, que murió el año siguiente delante de
Anfípolis.

[59] Es decir, el suicidio, arrojándose al mar. Hele, al atravesar
los aires sobre el vellocino de oro, se espantó del ruido de las olas
al atravesar el mar, y cayó en el estrecho que recibió el nombre de
_Helesponto_. Hay en el texto una alusión a Píndaro.

[60] Tomado del _Teseo_ de Eurípides. Estas palabras las decían los
jóvenes enviados a servir de pasto al Minotauro, entre los cuales se
hallaba Hipólito, hijo de Teseo.

[61] Este apóstrofe se dirige al saco donde había de llevar a su casa,
de regreso del tribunal, los víveres comprados con su salario de juez.

[62] En las _Suplicantes_ de Esquilo (v. 779) hay una imprecación
idéntica que Aristófanes parece parodiar:

    Μέλας γενοίμαν καπνός.

[63] _Proxénides_ y el _hijo de Selo_ (Esquines) eran dos hábiles
charlatanes capaces con su locuacidad de salir de los trances más
apurados.

[64] Hay una laguna en el texto, que se ha tratado de llenar con una
frase cuya traducción es «porque dices sin rebozo la verdad sobre las
naves.»

[65] Para emitir su voto.

[66] Alusión a la _Hécuba_ de Eurípides, donde la madre de Héctor
recuerda el día en que Ulises penetró en Troya como espía.

[67] El Escoliasta cree que Aristófanes alude a la toma de Naxos por
Pisístrato; pero es más probable que se refiera a la del tiempo de
Cimón, cincuenta años antes de la representación de _Las Avispas_, pues
así era posible la aventura de Filocleón.

[68] Sobrenombre de Diana.

[69] Ceres y Proserpina. La profanación de sus misterios era una de las
acusaciones más frecuentes y graves en Atenas.

[70] Adivino, amigo de Nicias, acusado de robo al erario público,
orador furibundo censurado como tal por Frínico (en el _Saturno_),
Éupolis, Teléclides y Amipsias. (V. _Los Caballeros_, 1085; _Las Aves_,
989.)

[71] Apolo y Júpiter eran los dioses tutelares de Atenas; pero
Aristófanes supone que lo es Lico, hijo de Pandión, cuya estatua se
elevaba junto al sitio donde se pagaba a los jueces el trióbolo.

[72] Lit.: _nec mingam nec ventrem exonerabo cum strepitu_.

[73] Sin duda echan mano de la rama que era costumbre colgar delante de
las puertas.

[74] Nombres de amigos de Filocleón.

[75] Véase la nota al verso 134 de _Los Acarnienses_.

[76] Nombres de esclavos.

[77] Lit.: «He oído muchas veces en el fuego los estallidos de las
hojas de higuera.» Proverbio equivalente al castellano, y empleado por
Bdelicleón para manifestar que no le asustan las amenazas del Coro.

[78] Fundador de Atenas. Su cuerpo terminaba en cola de dragón, lo cual
parece significar lo mucho que hizo progresar a los hombres suavizando
sus costumbres, salvajes hasta él.

[79] En vez de decir a amasar cuatro panes por _quénice_. Esta palabra
designa una medida de capacidad y los cepos en que se aprisionaba a los
esclavos.

[80] Medio empleado para alejarlas. Virgilio hablando de las abejas
(_Georg._ IV, 230) dice: «_Fumos pretende sequaces_.»

[81] _Selarcio_ en lugar de _Selos_. Véase la nota del verso 324 de
esta misma comedia.

[82] Poeta trágico, cuyos versos eran muy duros, a lo cual parece
aludir la frase de Aristófanes.

[83] General lacedemonio. Murió al año siguiente de la representación
de _Las Avispas_ en el mismo combate que Cleón.

[84] Los lacedemonios, enemigos de los atenienses, se dejaban crecer la
barba.

[85] Lit.: «Pues aún no estás en el apio ni en el camino.» El apio
servía para marcar los bordes de las sendas en los jardines. El
proverbio se aplicaba a los que aún no estaban más que al principio de
un grave negocio.

[86] Las acusaciones de aspirar a la restauración de la tiranía eran
frecuentes en Atenas.

[87] Tan delicado gusto despertaba sus sospechas.

[88] Poeta trágico, gran gastrónomo, citado en _Los Acarnienses_ (v.
887).

[89] Flechazo a la manía de los atenienses por los procesos.

[90] Los demagogos y oradores.

[91] Véase la nota al verso 106 de _Los Caballeros_.

[92] El coro continúa la interrumpida frase de Filocleón.

[93] Designábanse con el nombre de _talóforos_ los ancianos que
llevaban ramas de olivo en las grandes Panateneas, y también los que
solo servían para esta función.

[94] Este Esopo no es el célebre fabulista, sino el autor cómico muy en
boga entonces.

[95] Se reproduce el equívoco de _Los Acarnienses_, 470 y siguientes.

[96] Al ser inscritos en el registro de ciudadanos, se sometía a los
niños a una inspección de su sexo.

[97] Célebre actor trágico.

[98] Tragedia de Esquilo en que Eagro hacía el papel principal.

[99] Costumbres de los flautistas.

[100] Se cubría el sello con la valva de un molusco para conservarlo
mejor.

[101] Orador de mala reputación. (Véase _Los Acarnienses_, 710.)

[102] El mismo citado varias veces.

[103] Vil adulador.

[104] Costumbre que también se observa en el _Nuevo testamento_.

[105] Aristófanes alude varias veces a esta costumbre de llevar monedas
en la boca.

[106] Su salario de juez.

[107] Ὄνος significa _vasija_ y _asno_; de aquí un juego de palabras
intraducibie. Literalmente traducido este pasaje, es: _Tum si mihi
vinum sitienti non infuderis, asinum huc adtuli vino plenum;... ille
autem hians rudit et contra tuum turbinem grande et horrendum pedit._

[108] Frase proverbial para indicar el abandono de un pleito.

[109] Es decir, viejo estúpido.

[110] Por el delito de homicidio.

[111] Artaud (_Comédies d’Aristophane, traduites du Grec_, t. I.)
formaliza esta cuenta del modo siguiente, teniendo presente que cada
juez recibía tres óbolos diarios:

6000 jueces, a tres óbolos al día, hacen:     540.000 óbolos al mes.

Valiendo seis óbolos cada dracma, son:         90.000 dracmas,  id.

Valiendo 100 dracmas cada mina son:               900 minas,    id.

Valiendo 60 minas cada talento son:                15 talentos, id.

De suerte que cada año de 10 meses,
porque los otros dos estaban cerrados
los tribunales, el sueldo de los jueces
asciende a:                                       150 talentos.

[112] El total de las rentas ascendía a 2000 talentos, cuya décima
parte son 200; y el sueldo de los jueces solo importaba 150.

[113] Músico derrochador, que se había arruinado con sus prodigalidades.

[114] Los συνήγοροι recibían un dracma diario cuando estaban encargados
de alguna defensa. Constituían una especie de magistratura anual,
compuesta de diez ciudadanos elegidos a suerte.

[115] Algunos entienden que este número determinado está por otro
indeterminado.

[116] Demóstenes calcula también en 20.000 los habitantes de Atenas;
Aristófanes en _Las Junteras_, v. 1127, lo hace ascender a 30.000, pero
incluyendo los habitantes extranjeros.

[117] Lit.: _calostro et lac decoctum_. Llamábase _calostro_ la primera
leche de las reses recién paridas.

[118] Parodia del verso 629 de la _Andrómaca_ de Eurípides.

[119] _Quae penem ei lumbosque fricabit._

[120] Verso del _Belerofonte_ de Eurípides.

[121] RACINE (_Les Plaideurs_, act. II, esc. XIII) pone en boca de
Leandro igual proposición:

    Si pour vous, sans juger, la vie est un supplice,
    Si vous êtes pressé de rendre la justice,
    Il ne faut point sortir pour cela de chez vous:
    Exercez le talent, et jugez parmi nous.

[122] De los nueve arcontes, seis se llamaban tesmotetas, y presidían
los tribunales de justicia.

[123] Exacerbado por la pesadez del abogado.

[124] Citado en _Los Acarnienses_, v. 854; y en _Los Caballeros_, v.
1165.

[125] Como el dracma valía seis óbolos, solía darse uno para cada dos
jueces.

[126] _Si mingere velis._

[127] Véase la nota al verso 389 de esta comedia.

[128] Alusión a la cobardía de Cleónimo, que huyó arrojando las armas.

[129] Nombre de una esclava.

[130] Con el perro _Labes_ se alude a Laques, de quien antes se ha
hecho mención. Aristófanes parece acusarle de haberse dejado ganar por
los sicilianos.

[131] La trae para que sirva de balaustrada al tribunal.

[132] Frase proverbial como la de: _Ab Jove principium_.

[133] Ante las puertas de las casas se colocaban altares, columnas o
conos en honor de Apolo, llamado _Agieo_, Ἀγυιεύς, _que preside las
calles_.

[134] Otras ediciones ponen la acusación en boca de Jantias.

[135] Aristófanes observa en toda esta escena las fórmulas forenses.

[136] Cidatene era una aldea o demo del Ática.

[137] En otras ediciones Sosias hace el papel de heraldo.

[138] Hay en todo esto alusiones continuas a la conducta de Laques.

[139] El doble sentido de las palabras griegas hace que todo cuanto se
dice del perro Labes pueda aplicarse a la rapacidad de Laques y a sus
concusiones en Sicilia.

[140] _Cacaturum._

[141] Sobre Tucídides y el hecho a que se alude, véase la nota a la
_parábasis_ de _Los Acarnienses_.

[142] Alude a Cleón, acusador de Laques.

[143] Habla en plural, como ante un tribunal completo.

[144] De la tribuna. La frase de Filocleón indica que da por terminada
la vista.

[145] La de absolución. En el tribunal se colocaban dos urnas: en la
que estaba delante se echaban los votos condenatorios, y en la de atrás
los de la absolución.

[146] Es decir, la de absolver.

[147] Estas palabras las dice Bdelicleón aparte.

[148] El coro se vuelve para recitar la _parábasis_.

[149] Adivino ventrílocuo, que respondía a las consultas haciendo
creer que no era él quien hablaba, sino un genio misterioso oculto en
su vientre. Llegó a generalizarse su sistema hasta darse el nombre
de _Euríclides_ a sus imitadores. En tiempo de Plutarco los nombres
Euricles y adivino eran ya sinónimos.

[150] Aristófanes presentó varias de sus comedias con los nombres de
los autores Filónides y Calístrato.

[151] Esto se cree dirigido contra Éupolis.

[152] En _Los Caballeros_ (_passim_), donde tan denodada y rabiosamente
atacó a Cleón, que es la fiera descrita.

[153] Meretriz ateniense.

[154] Lit.: _illotos Lamiæ coleos, culum cameli_.

[155] Lamia, hija de Belo y Libia, fue amada por Júpiter. Juno, celosa,
mató a todos los hijos de esta unión, lo cual produjo tal furor a
Lamia, que se precipitaba sobre cuantos niños veía para hacerles
sufrir la misma suerte que a los suyos. Júpiter le permitió tomar
todas las formas que quisiera para saciar su rabia. Esta idea que los
antiguos tenían de Lamia, como de un monstruo indefinido, movió quizá a
Aristófanes a escogerla para representar a Cleón.

[156] Los sofistas atacados en _Las Nubes_ (_passim_).

[157] El tribunal presidido por el Polemarca, nombre del tercer
arconte, entendía en todos los negocios relativos a domiciliados y
extranjeros. La cualidad de extranjero y la privación de los derechos
de ciudadano que traía consigo, eran motivo de frecuentísimos pleitos
en Atenas.

[158] Se refiere a _Las Nubes_, cuya primera representación tuvo mala
acogida.

[159] Alusión a la batalla de Maratón.

[160] Alusión a la frase de Leónidas, contestando al mensajero que
le decía que los dardos de los persas oscurecían el sol: «Mejor, así
pelearemos a la sombra.»

[161] El paso de una lechuza, ave consagrada a Minerva, se consideraba
como un augurio de victoria. La circunstancia mencionada por
Aristófanes es histórica. (PLUT., _Vida de Temíst._, XV.)

[162] Los atenienses se hicieron entonces dueños de las islas de
Lesbos, Naxos, Paros, Samos y otras menos importantes.

[163] Los demagogos, que gastaban las rentas del Estado en dádivas y
sueldos para mantener su influencia.

[164] El tribunal del _Arconte epónimo_, al que parece referirse
Aristófanes, entendía de las tutelas y pleitos entre parientes.

[165] En el Odeón, magnífico teatro construido por Pericles, donde
tenían lugar los certámenes musicales, se hacían las distribuciones de
harina, lo cual daba lugar a disputas que exigían la presencia de los
magistrados.

[166] El tribunal de los _Once_ entendía en los robos cometidos de día
que no excediesen de cincuenta dracmas, y de todos los de noche. Sus
miembros tenían a su cargo la custodia de las prisiones y la ejecución
de las sentencias de muerte. Sócrates desde su condena quedó bajo la
vigilancia de los Once.

[167] Parece referirse a los τειχοποιοί, magistrados encargados de la
construcción y reparación de las murallas.

[168] Alusión a la deshecha borrasca que desbarató la escuadra persa
cerca de Artemisio.

[169] Por el mucho calor que le va a dar el nuevo traje.

[170] Vestidos usados por los persas, que se vendían en Sardes (Lidia)
y se fabricaban en Ecbatana. Eran de mucho abrigo.

[171] Especie de capote de pieles que servía de manta en el lecho;
fabricábase en Timeta, demo del Ática.

[172] Poeta ya citado por su glotonería y molicie. (_Los Acarnienses_,
64, 887; _Las Avispas_, 506.)

[173] Frase que se empleaba para indicar dos cosas que braman de verse
juntas. Sin duda Filocleón no tenía un aire muy elegante, a pesar de su
nuevo vestido.

[174] Los cuentos de _Lamias_ tenían alguna semejanza con los cuentos
de brujas.

[175] Personaje desconocido.

[176] Androcles y Clístenes son citados burlescamente para censurar
la falta de acierto de que adolecían los atenienses en la elección de
sus embajadores. Androcles era un mendigo esclavo, y escamoteador de
bolsas, sacado a pública vergüenza en el teatro por Cratino, Ecfántides
y Teléclides. Clístenes era un asqueroso bardaje, muchas veces citado.

[177] _Efudión_ y _Ascondas_ se inclina a creer el escoliasta que son
dos nombres fingidos por el poeta. Sin embargo, hay memoria de un
_Efudión_ vencedor en los juegos olímpicos (_Olimpiada_ 79).

[178] En el pancracio los atletas luchaban completamente desnudos.

[179] Nombre de un labrador.

[180] En la carrera de las antorchas salía vencedor el que llegaba con
la suya sin apagar a la meta señalada.

[181] Véase la nota al verso 215 de _Los Acarnienses_.

[182] Era de buen tono no ponerse inmediatamente a la mesa. (Véase
_Ateneo_, lib. IV.)

[183] Descripción abreviada de una comida en Atenas. Para más detalles,
puede verse la que hace Barthélemy (_Voy. du jeune Anach._, tom. III,
pág. 526), basado en autores antiguos, de un gran banquete en casa de
un rico ateniense.

[184] Era costumbre cantar al fin de las comidas. Estas canciones de
sobremesa se llamaban _escolios_; el primero que cantaba designaba a su
sucesor, entregándole la rama de mirto o de laurel. Era difícil, al ser
cogido de improviso, continuar la canción sin tener la especial aptitud
por la cual pregunta Bdelicleón a su padre.

[185] Antes de la división de los atenienses en cuatro clases, según su
fortuna (Véanse _Los Caballeros_, Noticia preliminar), los ciudadanos
se dividían en tres: Ribereños (_Parelios_), habitantes del llano
(_Pedianos_), montañeses (_Acrios_ o _Superacrios_).

[186] Véase la nota al verso 980 de _Los Acarnienses_.

[187] Parodia de Alceo.

[188] Poetisa lacedemonia (_Lisístrata_, 1237) cuyos versos eran
preferidos por algunos bebedores al canto de Telamón, compuesto por
Píndaro. El escoliasta (en _Las Avispas_, 1245) dice que era de Tesalia.

[189] Canción compuesta cuando los de Tesalia auxiliaron a los
atenienses contra los Pisistrátidas.

[190] Era frecuente al ir a comer a casa de otro llevar su ración.

[191] Cuentecillos muy cortos que solían referirse en los banquetes.
Sus personajes eran humanos y su intención política, en contraposición
a las fábulas esópicas, cuya intención era filosófica, y la acción
pasaba entre animales.

[192] Recuérdese lo dicho en la nota al verso 74 de esta comedia.

[193] Quizá por la forma especial de su peinado.

[194] Lóculo ateniense. (Véase la nota al verso 109 de _Las Nubes_).

[195] Rico arruinado.

[196] Ciudad de Tesalia.

[197] Penestas se llamaban unos mercenarios tesalienses: este nombre
significa también _pobre_ y _miserable_, pues tiene la misma raíz que
_penuria_. Aminias no había sabido enriquecerse en su embajada.

[198] Sobre Autómenes y sus hijos, véase la nota al verso 1281 de _Los
Caballeros_.

[199] Proverbio que se decía de los que habían visto frustradas sus
esperanzas.

[200] Por lo usado y raído.

[201] Actor trágico, cuyo guardarropa fue vendido por sus acreedores.

[202] Entra acompañado de una flautista y seguido de las personas a
quienes ha maltratado.

[203] Muchas mujeres de Dardania se dedicaban a la música.

[204] Los antiguos encendían también antorchas en honor de sus dioses.

[205] Se daba este nombre a las cortesanas, pues esta clase de mujeres
han tenido siempre el triste privilegio de ser designadas con mil
variados apelativos.

[206] Antes citado. Filocleón pone en práctica las lecciones de su hijo.

[207] Ceres y Proserpina, juramento ordinario de los atenienses.

[208] Los Agoránomos.

[209] Discípulo de Sócrates. (V. _Las Nubes_, 502.)

[210] Poeta lírico, natural de Hermione, en el Peloponeso, al cual se
atribuía la invención de los coros. Fue rival de Simónides.

[211] Alusión a la palidez de Querefonte.

[212] Título y asunto de una tragedia de Eurípides.

[213] Médico de Atenas (V. _Los Acarnienses_, 1032.)

[214] Mientras se le lleva su hijo, continúa contando su historieta.

[215] Los delfenses irritados por las críticas de Esopo le acusaron de
haber sustraído una copa sagrada. El fabulista les recitó entonces el
apólogo a que se refiere Aristófanes.

[216] Antiguo poeta trágico. El escoliasta supone que Jantias no se
refiere aquí al poeta, sino a un citarista del mismo nombre, muy
popular en tiempo de Aristófanes.

[217] Parodia de una obra perdida.

[218] Remedio contra la locura.

[219] Frínico, a causa de haber renovado en su tragedia _La toma de
Mileto_ el dolor de los atenienses por esta pérdida, fue condenado a
una multa de 1000 dracmas. Su desgracia se hizo proverbial.

[220] Carcino era un mal poeta trágico, cuyos hijos tenían pequeña
estatura y ejecutaban danzas trágicas. Otro llamado Jenocles compuso
tragedias y ganó un premio en certamen con Eurípides. Aristófanes
vuelve a ocuparse de ellos en _La Paz_, 289, 778, 790; y en _Las
Ranas_, 86.

[221] Juego de palabras, por significar _Carcino_, cangrejo.

[222] Las vinagreras tenían una forma aproximadamente esférica, y
debían de ser de pequeñas dimensiones, porque los antiguos usaban
el vinagre muy concentrado. Con el trípode que las sostenía debían
parecerse a una araña levantándose sobre sus patas, y a un cangrejo,
por lo cual Filocleón halla en el hijo de Carcino esa triple semejanza.

[223] Ὀρχίλος, _reyezuelo_ (ave), tiene la misma raíz que danzante o
bailarín.

[224] Carcino.

[225] El coro bailaba al presentarse en escena, pero nunca al retirarse.

[226] Lib. V, 16.

[227] _Historia de la literatura griega_, t. II, pág. 71.

[228] _La Paz_ tiene 1356 versos.

[229] _Le Théatre des Grecs_, t. VI, pág. 1.

[230] Éupolis en _Los Aduladores_, y Platón, el cómico, en _Las
Victorias_, se burlaron mucho de la imagen colosal de la Paz, que sale
de su prisión para no decir una palabra en toda la comedia.

[231] Trigeo se congratula en él de volver a ver a la Paz después de
trece años de ausencia.

[232] POYARD. _Aristophane_, pág. 200.

[233] Es decir, irritado. Tratando de explicar este epíteto, dicen
unos que es para comparar la voracidad del escarabajo al rayo que todo
lo consume; y otros, teniendo en cuenta que el καταβάτου del original
significa _bajar_, ven en él una alusión a la bajeza de aquel animal.
Ambas explicaciones, como se ve, son demasiado sutiles para ser
verdaderas.

[234] La circunstancia de asistir un extranjero a la representación,
hace creer que _La Paz_ se puso en escena en las grandes dionisiacas.

[235] Σπατίλη significa _liquida alvei egestio_, y _raeduras de cuero_.
Alusión al oficio de Cleón.

[236] Refiérese sin duda a la manía de los procesos criticada en _Las
Avispas_.

[237] El nombre de _Trigeo_ (derivado de τρύγη, _vendimia_) significa
_viñador_.

[238] Los caballos de Etna (Sicilia) eran famosos por su velocidad.
Además, según el Escoliasta, el Etna era notable por la gran variedad
de escarabajos que en él se criaban. Los de una de sus especies, al
decir de Platón el Cómico, llegaban a ser tan grandes como un hombre.

[239] Parodia del _Belerofonte_ de Eurípides.

[240] Por miedo de que algún mal olor atraiga al escarabajo.

[241] Esta acusación era frecuente en Atenas. Los persas veían con
placer las disensiones de los griegos.

[242] Frase proverbial que se dirigía a los que se meten en lo que no
les importa.

[243] Véase la fábula de Samaniego _El Águila y el Escarabajo_.

[244] Alusión al _Belerofonte_ de Eurípides.

[245] Parodia.

[246] Τὸ αἰδοῖον δείκνυσι παίζων.

[247] Juego de palabras: κάνθαρος, _escarabajo_, era también el nombre
que se daba a unas naves construidas en Naxos.

[248] Uno de los tres puertos del Pireo tenía ese nombre.

[249] Véase _Los Acarnienses_, donde Diceópolis echa en cara a
Eurípides la cojera de sus héroes.

[250] Ne visite ne cacate triduo.

[251] Alusión a las disolutas costumbres de los habitantes de _Quíos_,
ciudad aliada de Atenas.

[252] Por efecto de su temor.

[253] Es decir, un escarabajo que sirve de caballo. Alusión al
hipocentauro.

[254] Atmón era una aldea del Ática.

[255] Al aspecto de los comestibles, la glotonería hace ablandarse a
Mercurio.

[256] LUCIANO se burla también de estos oficios de Mercurio. (_Diálogos
de los Muertos. Mercurio y Maya._)

[257] Exclamación ordinaria de los lacedemonios.

[258] Exclamación favorita de los atenienses.

[259] Véase _Los Caballeros_.

[260] Esta parece la versión más verosímil de las palabras ὁ κατὰ τοῖν
σκελοῖν que han dado lugar a muchas conjeturas.

[261] Ciudad de Laconia destruida por los atenienses el año segundo
de la guerra del Peloponeso. (TUCÍD., II, 56). Había también otra
población del mismo nombre en el Ática. La Guerra, fingiendo arrojarla
al mortero, echaba un _puerro_, en griego πράσον, por el parecido de
este nombre con el de _Prasias_.

[262] La Guerra echa en el mortero ajos y queso, como emblema de Mégara
y Sicilia respectivamente.

[263] En representación de Atenas. La miel del Ática era muy celebrada.

[264] Para hacer más doloroso el puñetazo.

[265] Al Tumulto que regresa.

[266] CLEÓN, muerto en la batalla de Anfípolis. (V. la _Noticia
preliminar_.)

[267] Los que querían evitar algún mal se iniciaban en los misterios de
Samotracia, isla del Egeo, famosa por el culto de Hécate y los dioses
Cabiros. La iniciación se consideraba como un seguro preservativo, y
como medio de conseguir cuanto se deseaba.

[268] BRÁSIDAS, muerto en la misma batalla que Cleón.

[269] General persa en tiempo de Darío.

[270] Δεφόμενος.

[271] Alusión, según se cree, a Alcibíades, que en el mismo año
(TUCÍD., V., 52.) excitó a los habitantes de Patras a extender sus
fortificaciones hasta el mar, e iba preparando los ánimos a una nueva
guerra, con objeto de desarrollar sus planes ambiciosos.

[272] Que se acostumbraba a beber a fin de las comidas.

[273] General partidario de la guerra (V. _Los Acarnienses_.)

[274] Cleón.

[275] En el texto hay un juego de palabras intraducibie, porque γῆρας
significa _vejez_ y la _piel_ o _camisa_ de las serpientes, y ἀσπίς
_escudo_ y _áspid_.

[276] Diversión de los asistentes a un festín, que consistía en
arrojar a un recipiente los restos del vino de sus copas; del ruido
que el líquido producía al caer, deducía cada jugador el cariño que
su amante le profesaba. Había dos especies de cótabo. He aquí cómo
los describe el Escoliasta: Primero, clavábase en tierra un palo, a
cuya extremidad superior se adaptaba por medio de una correa una barra
movible que sostenía dos platillos, colgados de sus brazos como de los
de una balanza, y debajo de estos platillos se ponían dos vasijas con
agua: cada jugador lanzaba una copa de vino sobre un platillo, que al
llenarse descendía y chocaba con la cabeza de una estatuita de bronce
puesta en la vasija con agua de que se ha hablado: cuando este choque
se verificaba sin ningún derramamiento del líquido, el jugador era
proclamado vencedor, y se le auguraba buena suerte en las lides de
Cupido. Segundo, colocábase una vasija con agua, sobre la cual flotaban
otras más pequeñas: el juego consistía en sumergir una de estas,
arrojando bruscamente el vino que quedaba en el fondo de las copas.

[277] Ilustre general ateniense (V. la nota al verso 562 de _Los
Caballeros_).

[278] Gimnasio de Atenas donde se ejercitaban los soldados y se ponían
a prueba antes de una expedición militar los hombres capaces de
resistir sus fatigas.

[279] Respuesta que se había hecho proverbial. Cilicón de Mileto
entregó sus patria a los habitantes de Priene, respondiendo a los
que le preguntaban qué intentaba hacer: _Nada malo_. Después de su
traición se refugió en Samos, donde uno de sus compatriotas, de oficio
carnicero, le cortó una mano para castigar su perfidia.

[280] Alusión a una costumbre judicial. Cuando había varios criminales
condenados a la pena capital se ejecutaba uno cada día, sorteándolos al
efecto.

[281] Se refiere a las municiones de boca que tenían que adquirir los
soldados al partir a una expedición.

[282] Trigeo toma las palabras de Mercurio en su acepción obscena.

[283] Al tener lugar la iniciación se ofrecía un cerdo en sacrificio.
Los iniciados gozaban después de su muerte de una suerte más feliz. (V.
_Las Ranas_, 454.)

[284] Parodia.

[285] Ironía. Pisandro era sumamente cobarde; Éupolis dice de él: «Que
hizo la expedición de Pactolo, pero que su falta de valor le mantuvo
siempre en la retaguardia.» Contribuyó el año 20 de la guerra del
Peloponeso a derribar la democracia. Cuando cayó el gobierno de los
Cuatrocientos se refugió en Decelia.

[286] Mercurio era el protector de los ladrones, y ladrón él mismo.
(Véase el _Himno a Mercurio_, atribuido a Homero.) HORACIO dice en su
elogio (lib. I, od. X):

    Callidum, quidquid placuit, jocoso
          condere furto.

[287] Los Persas respetaron por este motivo a Delos y Éfeso, célebres
por el culto de Apolo y Diana.

[288] Alusión a varios eclipses de sol y luna ocurridos durante la
guerra del Peloponeso.

[289] La palabra carbones tiene un sentido obsceno, significando τὸ
γυναικεῖον αἰδοῖον.

[290] Que arrojó el escudo.

[291] Himno a Apolo. Era también un canto guerrero, lo cual motiva la
respuesta de Trigeo.

[292] Lit.: a Enialio, sobrenombre de Marte en Homero, pero aquí debe
de ser una deidad diferente, aunque también guerrera, por lo cual hemos
traducido _Belona_.

[293] Da a entender que no querían la Paz.

[294] Vid. _Los Acarnienses_.

[295] Los de Argos fueron unas veces aliados de Esparta y otras de
Atenas durante la guerra del Peloponeso.

[296] Ya vimos en _Los Acarnienses_ el extremo a que había llegado en
Mégara la miseria pública.

[297] Ya hemos visto que el ajo era la producción más abundante en
Mégara, y que se le atribuía la virtud de enardecer los ánimos y atizar
los instintos belicosos.

[298] Aristófanes da a los atenienses el mismo consejo que Temístocles.
(Vid. PLUTARCO, _Vida de Temístocles_.)

[299] Es decir, que expresen la abundancia de vinos que con la paz se
van a recoger.

[300] Compañeras de la Paz. _Opora_ es el otoño o la abundancia, que
principiaba para los atenienses hacia la mitad de nuestro mes de julio,
es decir, cuando maduran mieses y frutas. _Teoría_ era el nombre de
las comisiones o embajadas que tenían por objeto reglamentar las
fiestas religiosas y los espectáculos y diversiones. De modo que ambas
compañeras de la Paz se presentan, la primera para indemnizar de sus
pérdidas a los campesinos, y la segunda para alegrar a los ciudadanos.
Es de advertir que los dos nombres recuerdan los de unas cortesanas,
célebres en Atenas, por lo cual sin duda aparecían en escena con el
traje de tales.

[301] La frase griega es más gráfica: _oppedit_.

[302] El célebre escultor Fidias, amigo de Pericles, recibió el encargo
de hacer la estatua de Minerva, y fue acusado de haber sustraído parte
del oro que al efecto se le dio. Condenado al destierro, se retiró a
Elis, donde hizo la estatua de Júpiter Olímpico. Pericles, temeroso
de igual suerte, y cómplice tal vez del artista, hizo decretar la
guerra contra Mégara para distraer la atención pública de tan peligroso
asunto. Y esta fue, según el Escoliasta, la causa de la guerra del
Peloponeso, que no admiten algunos autores, fundados en que el
destierro de Fidias fue muy anterior a este acontecimiento.

[303] Al principiar la guerra los campesinos se refugiaron en la
capital. (V. _Los Acarnienses_, noticia preliminar.)

[304] Cleón.

[305] Uno de los ministerios de Mercurio era llevar al infierno las
almas de los difuntos.

[306] Véase _Los Caballeros_.

[307] Alusión a la influencia omnipotente de Cleón en aquella época.

[308] Juego de palabras sin sentido en castellano, basado en la
semejanza de ἀποβολιμαῖος, _que pierde sus armas_, y ὑποβολιμαῖος,
_hijo supuesto_.

[309] Demagogo, heredero de la influencia de Cleón y objeto de los
continuos ataques de Aristófanes. (V. _Los Acarnienses_, 846.) Éupolis
y Platón el Cómico también le persiguieron con sus burlas e invectivas.

[310] Vid. _Las Nubes_, nota al v. 1065.

[311] Simónides fue el primer poeta que se hizo pagar sus versos.

[312] Poeta cómico.

[313] Cratino murió el año 423 antes de nuestra era, y la última
invasión lacedemonia tuvo lugar cuatro años antes. Aristófanes se
refiere a la comedia de Platón titulada Λάκωνες, _Los lacedemonios_, en
que se censuraba la afición de Cratino a la bebida.

[314] _Opora_ ya hemos visto que indica el otoño y sus frutas.

[315] Yerba astringente y tónica propinada contra los cólicos
producidos por comer mucha fruta.

[316] Duración ordinaria de las fiestas.

[317] Verso del _Belerofonte_ de Eurípides.

[318] Véase al principio de la comedia cuál era el alimento favorito
del escarabajo.

[319] _Vos expectant cupidi, arrecto pene._

[320] Los que les han servido para libertar a la Paz.

[321] Metro empleado en la parábasis, que el coro ha principiado a
recitar.

[322] El Escoliasta cree que Aristófanes alude a Éupolis y Cratino,
poetas cómicos rivales suyos.

[323] Véase la nota a la _Parábasis_ de _Las Avispas_, donde se
encuentra repetido este pasaje relativo a Cleón.

[324] Invectiva contra Éupolis, repetición de la que le dirigió en _Las
Avispas_, 1206.

[325] Aristófanes era calvo.

[326] Véase la nota sobre Carcino y sus hijos al fin de _Las Avispas_.

[327] Jenocles, uno de los hijos de Carcino, que compuso tragedias,
abusaba en estas de la maquinaria, fiando en recursos extraños al arte
el éxito de sus dramas.

[328] Se cree que Aristófanes alude a alguna pieza de Jenocles titulada
el ratón, que tuvo mal éxito.

[329] Sobre Morsino y Melantio, véase la nota correspondiente al verso
401 de _Los Caballeros_.

[330] Aristófanes censura a menudo la ampulosidad e hinchazón de estilo
de los autores de ditirambos. En _Las Aves_, 1372, 1409, vuelve a
ridiculizarlos en la persona de Cinesias.

[331] Ion de Quíos, poeta ditirámbico, autor de una oda en que se
elogiaba la belleza del lucero matutino: compuso también comedias,
epigramas y otras poesías, y ganó el premio en un certamen trágico. En
agradecimiento, regaló a sus jueces, los atenienses, una gran cantidad
del exquisito vino de su patria. Su nombre sirve de título a uno de los
diálogos de Platón. Aristófanes le crítica en _Las Ranas_.

[332] Opora.

[333] Teoría.

[334] Hay en el original un equívoco indecentísimo.

[335] Planta de la familia de los bignoniáceas, que, sin duda por su
abundancia de semillas, era tenida en Grecia como emblema nupcial. A
los recién casados se les coronaba de hojas de sésamo y se les ofrecía
un panecillo hecho con su harina. Todavía en los tiempos presentes se
le amasa en Levante con almidón y miel, formando unas tortas que se
venden en Esmirna.

[336] _Sed pene opus est._

[337] Demo del Ática. Celebrábanse en él cada cinco años fiestas en
honor de Diana. La causa de la institución de las Brauronias fue la
siguiente, según una tradición referida por el Escoliasta: «Ifigenia,
hija de Agamenón, iba a ser sacrificada en Braurón y no en Áulide,
según la Opinión más admitida, cuando Diana la sustituyó por una osa.
En recuerdo de esta intervención se instituyeron las fiestas aludidas.
Según otros, fue para apaciguar a la diosa, irritada por la muerte
de una osa, adscrita, digámoslo así, a su templo, y favorita suya.
En conmemoración de uno u otro suceso, ninguna joven ateniense podía
casarse sin haber sido consagrada a Diana de Braurón.»

[338] En el original hay una porción de equívocos basados en la doble
acepción en que se toma a Teoría, significando unas veces una mujer y
siendo otras una denominación común a todas las fiestas.

[339] Los que asistían a los Juegos olímpicos o ístmicos llevaban
tiendas para acampar al aire libre, pues la mucha concurrencia impedía
hallar habitaciones. Hay una alusión obscena, que hacía patente
un gesto del actor: _isthmum, nempe pudendum muliebre puellæ quam
subagitare cupit et quod domicilium peni suo alludit, seu digito, seu
phallo in aëre scribit_.

[340] V. la nota al verso 1281 de _Los Caballeros_.

[341] _Succum ejus lambendo hauriet irruens._

[342] Sus vestidos.

[343] Hay en toda esta descripción de las fiestas una porción de
equívocos obscenos, que nos creemos dispensados de señalar.

[344] Los pritáneos debían de presentar al Senado a los que lo
necesitaban, pero parece que no lo hacían de balde.

[345] Sacrificio que se ofrecía a las divinidades de segundo orden.
Se ofrecían a Mercurio ollas de legumbres en recuerdo de una oblación
igual, hecha después del diluvio por los hombres que de él se salvaron,
para aplacar a Mercurio sobre la suerte de los fallecidos.

[346] Βοΐ, _buey_, es la primera parte de βοηθεῖν, _socorrer_. El coro
no quiere oír hablar de bueyes, porque esta palabra le recuerda los
_socorros militares_ de que está tan harto. Como se ve, el juego de
palabras que resulta es intraducible.

[347] Para comprender este pasaje, es preciso tener presente que la
palabra οἶ, _oveja_, la pronunciaban las jonios οΐ, deshaciendo el
diptongo y resultando la exclamación de desaprobación y disgusto de que
habla después el coro.

[348] Harina tostada, espolvoreada de sal, que se empleaba en los
sacrificios, bien sola, bien para esparcirla sobre las víctimas.

[349] Sobre Queris véase la nota al principio de _Los Acarnienses_.

[350] _Vox græca «hordeum» notat etiam virile membrum._ Lo cual explica
la contestación siguiente.

[351] Nombre que significa: _poner fin a los combates_.

[352] Lago de Beocia.

[353] Atenienses famosos por su glotonería.

[354] Las anguilas solían aderezarse con acelgas. Las palabras que
Aristófanes pone en boca de Melantio son verosímilmente una parodia de
las de Jasón en la _Medea_.

[355] Se compara a Estílbides, famoso adivino que acompañó a los
atenienses en su expedición a Sicilia. Su nombre etimológicamente
considerado significa _brillar, lucir_, y por eso se le ocurre a Trigeo
en el momento de encenderse la llama para el sacrificio.

[356] Adivino poco perspicaz criticado por su arrogancia. Éupolis se
ocupó también de él en su comedia _Las Ciudades_.

[357] Ciudad de Eubea, cuyos habitantes eran partidarios de la guerra.

[358] La conversación de Trigeo con el esclavo debe entenderse que es
aparte.

[359] Los lacedemonios.

[360] Adivino mencionado en _Los Caballeros_, 123.

[361] Los adivinos, especialmente en tiempo de guerra, eran sostenidos
en el Pritáneo a cuenta de la república.

[362] El oráculo de Trigeo está formado de fragmentos tomados de la
_Ilíada_, I, 467; XVI, 301; XVII, 273, y de la _Odisea_, VII, 137, etc.

[363] _Ilíada_, IX, 63, 64. (Trad. de Hermosilla.)

[364] _Elimnio_ era, según el Escoliasta, un templo de Eubea. Otros,
apoyados en un fragmento del _Nauplios_ de Sófocles, creen que era un
escollo próximo a la isla, donde ocurrían frecuentes naufragios.

[365] Nombre de esclava.

[366] El canto o estridulación de la cigarra era muy agradable para los
griegos. ANACREONTE compuso una oda en honor de este insecto, y HOMERO
(_Ilíada_, III, 525) califica de armoniosa su voz. Esopo la pondera
igualmente en esta fábula:

    Un asno oyó cantar a las cigarras,
    Y de su bella voz quedó prendado.
    —¿El qué coméis, les preguntó envidioso,
    Para sacar tan agradable canto?
    —Solo rocío, contestaron ellas.
    Y el asno con artístico entusiasmo,
    —Solo rocío comeré, se dijo.
    Y al cabo de ocho días le enterraron.

[367] El Taxiarco venía a ser una especie de jefe de división.

[368] Una de las doce estatuas en cuyo pedestal se fijaban las listas
de los ciudadanos que debían tomar las armas.

[369] _Lapillis usos fuisse veteres abstergendis natibus postquam alvum
exonerassent, ostendit etiam Pluti locus_, v. 817.

[370] Alusión a los trierarcas, que mandaban cerrar varios agujeros
en las naves para beneficiarse con el sueldo de los correspondientes
remeros suprimidos.

[371] Véase la nota al verso 343 de esta comedia.

[372] Planta purgante que se criaba en Egipto, aunque otros dicen que
astringente.

[373] Versos de los _Epígonos_, poema atribuido a Homero.

[374] Versos tomados de Homero, con ligeras alteraciones.

[375] La palabra combate μαχή entra en la composición de Lámaco.

[376] Nombres cuya composición envuelve la idea de consejo y lágrimas,
unidos a guerras y combates.

[377] Versos de Arquíloco, que huyó en un combate arrojando su escudo,
y después celebró él mismo su hazaña. Cleónimo hizo lo mismo.

[378] Nupciales.

[379] El ANÓNIMO del Prefacio 3.º de _Las Aves_. Scholia græca in
Aristophanem, Parisiis, ed. Didot, 1855, pág. 209.

[380] Otro ANÓNIMO autor del Prefacio 2.º de las mismas, ídem, íbidem.

[381] Citados por el escritor de la nota precedente.

[382] ARTAUD (_Comédies d’Aristophane_, t. II, p. 5, nota) menciona
esta hipótesis. El mismo, citando a DIÓGENES LAERCIO (lib. IX,
_Protágoras_, 4), cita el tratado de la _República_ de Protágoras,
único que podía haber sugerido a Aristófanes la idea refutada en el
texto.

[383] _Prose_. Milano, 1876, p. 137. _Elogio degli Uccelli._

[384] 185 kilómetros.

[385] Extranjero que quería pasar por ateniense. Era oriundo de Caria y
de baja extracción.

[386] No se sabe de Filócrates más que lo que dice Aristófanes.

[387] Vendedor de pájaros. Era de pequeña estatura y parecido a un
grajo.

[388] Ya hemos visto que esta frase equivale a la nuestra «irse al
infierno» o «al diablo.»

[389] Al inaugurarse una ciudad se ofrecían sacrificios. Evélpides y
Pistetero llevan los útiles necesarios.

[390] Grito que imita al de la Abubilla.

[391] El Reyezuelo es un pajarito, notable por una hermosa corona color
de aurora, orlada de negro por ambos lados; vive en los bosques de
Europa.

[392] Los actores salían con máscaras y trajes imitando a las aves que
representaban.

[393] _Fingit se præ timore cacasse, et defluente merda pedes
inquinatos habere._ En _Las Ranas_ le acontece a Baco una aventura
semejante.

[394] Juego de palabras sobre _Fasos_, que envuelve el sentido de
delación. (V. nota al verso 726 de _Los Acarnienses_.)

[395] El gallo era un animal originario de Persia. Las riñas de gallos,
a que alude el poeta, no se introdujeron en Atenas hasta después de las
guerras médicas.

[396] Puerto de Atenas.

[397] Τρόχιλος, _reyezuelo_, tiene la misma raíz que τρέχω, _correr_.

[398] Sin duda con el ruido de sus alas.

[399] Los nombres griegos de _selva_ y _puerta_ solo difieren en una
letra.

[400] La Abubilla es notable por su hermoso copete longitudinal,
compuesto de dos hileras de plumas que, al elevarse, forman un penacho
color de oro con orla negra, sumamente lindo.

[401] El pico de la Abubilla es muy largo, relativamente a su cuerpo.

[402] Sófocles en su _Tereo_ presentó la transformación del
protagonista en pájaro, y es de creer que el personaje de Aristófanes
trajese una máscara y traje parecidos a los del héroe trágico.

[403] Atenas acababa de equipar una flota para enviarla a Sicilia.

[404] Alusión a la manía censurada en _Las Avispas_.

[405] Es decir, enemigos de procesos.

[406] Atenas.

[407] Juego de palabras: el hijo de Escelias se llamaba _Aristócrates_:
fue uno de los principales partidarios del gobierno oligárquico,
llamado de los Cuatrocientos, que se estableció en Atenas tres años
después de la representación de _Las Aves_. (V. TUCÍDIDES, VIII, 89.)

[408] Aristófanes supone irónicamente lo contrario del _donec eris
felix multos numerabis amicos_.

[409] _Neque testículos attrectasti._

[410] La galera _Salamina_ solo se empleaba en las necesidades más
apremiantes. Destinábase principalmente a traer a Atenas los ciudadanos
fugitivos que habían de ser juzgados. En esta nave se vio obligado
a regresar de Sicilia Alcibíades, para responder a la acusación de
sacrilegio por haber mutilado las estatuas de Mercurio. Sabido es que
se escapó en el camino. (TUC., VI, 61.) Este pasaje de Aristófanes
sirve al P. Brumoy para apoyar su conjetura sobre la intención de _Las
Aves_, de que se ha hecho mérito en la Noticia preliminar.

[411] Poeta trágico, que padecía de lepra.

[412] Es decir, tuerto; porque Opuncio, contemporáneo de Aristófanes,
tenía este defecto.

[413] Los recién casados se coronaban de esas plantas y comían tortas
de sésamo. Véase la nota al verso 869 de _La Paz_.

[414] Citado en _La Paz_ (v. 1008) por su glotonería.

[415] En _Los Caballeros_ hemos visto un juego escénico semejante.

[416] _Polo_, de πολεῖν, _girar_.

[417] Las palabras πόλος (_polo_) y πόλις (ciudad) son muy parecidas en
griego.

[418] Lit.: _de hambre meliense_, frase corriente en tiempo de
Aristófanes para expresar una necesidad extremada. Su origen fue el
hambre horrible que sufrieron los habitantes de Melos durante el asedio
de los atenienses en el año dieciséis de la guerra. (V. TUC., v. 116.)

[419] El original dice: «a mi ruiseñor», porque el nombre de este
pájaro es femenino en griego. No traducimos _Filomela_, porque
Aristófanes, así como Anacreonte, opinaba que la convertida en ruiseñor
después de la catástrofe de Itis fue Procne, y no su hermana Filomela,
como suponía la tradición aceptada por Virgilio (_Georg._, IV) y Ovidio
(_Metam._, I, 6), y por la generalidad de los escritores antiguos.

[420] Este trecho es imitación o parodia de otros de Sófocles y
Eurípides, en que se ponderaba el canto del ruiseñor.

[421] Pájaro que hace su nido en los agujeros de las peñas.

[422] Zancuda, notable por el hermoso rojo de su plumaje, alternando
con un blanco deslumbrador. Su nombre vulgar es _flamenco_.

[423] Los pavos reales eran muy poco conocidos en Atenas en tiempo de
Aristófanes, y se enseñaban por dinero, como animales raros. Véase la
nota sobre el particular en _Los Acarnienses_.

[424] Alusión a una tragedia de Esquilo perdida.

[425] El Escoliasta cree que es el gallo, por ser originario de Persia.

[426] Montura ordinaria de los persas.

[427] Para descifrar este aparente galimatías es preciso tener en
cuenta que Aristófanes hace una doble alusión a la fealdad de Filocles
y a sus plagios. Filocles, en efecto, tenía el cráneo muy puntiagudo,
lo cual le daba cierta semejanza con la Abubilla y con la Alondra, a
la que se le compara más adelante (_Aves_, 1295), al darle por apodo
el nombre de este pájaro. Compuso además _La Pandiónida_, tetralogía
de la cual formaba parte el _Tereo_, tragedia en que sin duda plagió
inconsideradamente a otra del mismo título de Sófocles. De suerte que
el texto aclarado es: «Esa tragedia titulada _Tereo_ es producción de
la fantasía de Filocles, que la tomó del _Tereo_ de Sófocles, y yo
(_Tereo_) soy el que con mis aventuras he dado asunto a ambas.»

[428] Calias era _daduco_ (_porta-antorcha_) en los misterios de
Ceres, y asistió revestido de sus hábitos sacerdotales a la batalla de
Maratón. Un persa a quien hizo prisionero le entregó un tesoro, que fue
la base de su fortuna. Este mismo Calias fue vencedor en las carreras
de caballos de los juegos olímpicos, en memoria de cuyo triunfo llamó
Hipónico a su hijo.

[429] Calias se había arruinado por mala conducta.

[430] Lit.: el _catofagas_, es decir, que come con la cabeza baja.
Pájaro granívoro, según Suidas.

[431] Alusiones a la voracidad y cobardía de Cleónimo, que, como vamos
viendo, nunca escapa sin su correspondiente lancetazo.

[432] Los que corrían en el _diaulo_ o doble estadio llevaban un
penacho. Este juego, que era uno de los olímpicos, consistía, como
indica su nombre, en recorrer dos veces toda la extensión del campo.

[433] Juego de palabras insustancial, basado en que λόφος significa
_cresta_ y _colina_. Se atribuía a los carios, pueblo belicoso, la
invención de los penachos. (HEROD., _Hist._, I, 171.)

[434] _Ceirilo_, nombre de pájaro, cuya raíz significa _rasurar_, por
lo cual alude el poeta a Espórgilo.

[435] Barbero de Atenas, cuyo establecimiento gozaba de mala fama,
según Platón el Cómico en _Los Sofistas_.

[436] Frase proverbial equivalente a la nuestra «llevar agua al río.»

[437] O _polla sultana_: el nombre griego, aceptado en los libros de
historia natural, es más expresivo y exacto.

[438] Alusión a los trágicos, que hacían derramar lágrimas a Edipo
después de haberse arrancado los ojos.

[439] Nótese la semejanza de esta escena con las análogas de _Los
Acarnienses_ y _Las Avispas_.

[440] Reconociéndoles por atenienses.

[441] Las estratagemas empleadas recientemente por Nicias en el sitio
de Melos le habían dado celebridad.

[442] Lit.: ¡Eleleleu!, grito de guerra.

[443] De la tribu de Pandión, de quien fue hija Procne, esposa de Tereo.

[444] Lugar en que se verificaban los enterramientos. Había dos
Cerámicos; uno exterior, donde eran sepultados los que habían muerto en
el campo de batalla, y otro dentro de la ciudad, en el cual estaban los
lupanares.

[445] Ciudad del Peloponeso, entre Corinto y Sicione, cuyo nombre
significa _pájaro_. Poco antes de la representación de _Las Aves_, los
atenienses habían sido derrotados en sus inmediaciones.

[446] Dirigiéndose a los esclavos.

[447] En _Los Acarnienses_, 279, hemos visto indicada la misma
costumbre de colgar las armas junto al hogar.

[448] Fórmula empleada para la promulgación de las leyes.

[449] Los preparativos para pronunciar un discurso y ponerse a la mesa
eran idénticos.

[450] Nombre de un demo del Ática, que significa _cabeza_.

[451] Los demás personajes la llevaban inclinada.

[452] Demo del Ática.

[453] El milano aparecía en Grecia al empezar el buen tiempo. Los
pobres celebraban su venida.

[454] De los que llevaba en la boca, según costumbre muy generalizada.

[455] Sin duda el saco que llevaba para traer la harina comprada con el
óbolo tragado.

[456] Los egipcios y fenicios practicaban la circuncisión.

[457] General ateniense, ambicioso y venal. Aristófanes se burla en
otros pasajes de su fealdad y de su manía de teñirse los cabellos (_Las
Junteras_, 630, 736).

[458] En griego no hay más diferencia que de una letra entre el nombre
de Júpiter y el del ganso, Ζῆνα y χῆνα. Lampón era un adivino.

[459] Nombres de pájaros y de gigantes.

[460] _Ut mentulam eis annulo constringatis, ne amplius illas futuant._

[461] La comparación de Homero se refiere a Juno y Minerva y no a Iris.
Sin duda esta es una de las correcciones que ha sufrido el texto de la
_Ilíada_.

[462] Templo y oráculo de Júpiter en Libia.

[463] Tenía fama de moroso en sus operaciones militares. (V. TUC. VI,
25, y PLUTARCO, _Vida de Nicias_.)

[464] Se conserva un fragmento de Arquíloco sobre esta fábula. (V.
APRAIZ, _Estudios sobre la fábula_, publicados en _El Ateneo_, tom. I,
p. 413.)

[465] Nombres de esclavos.

[466] Según el Escoliasta, el atavío de Procne imitaba el traje de las
cortesanas y el plumaje del ruiseñor.

[467] _Quam ipsi crura lubens divaricarem._

[468] Sigue la _Parábasis_.

[469] Filósofo citado en _Las Nubes_. (V. la nota al v. 361.)

[470] Estos pronósticos se encuentran en _Las obras y los días_ de
HESIODO (v. 45, 448, 629.)

[471] El timón se separaba de la nave cuando no estaba en el mar.

[472] Famoso caco ateniense. (Vid. _Acarnienses_, 1167.)

[473] Lit.: un _pájaro_. Empleamos la palabra _auspicio_ en cuya
composición entra el nombre de Ave.

[474] Oída por casualidad, se entiende.

[475] Lit.: _leche de pájaros_, que es como si dijéramos una vida de
Jauja.

[476] Imitaciones del canto de varias aves.

[477] Se hacía una marca en la frente a los esclavos fugitivos.

[478] Abuelo de Espíntaro, a quien echa en cara su cualidad de
extranjero.

[479] Véase la nota al verso 11 de esta comedia.

[480] Se cree fue uno de los que mutilaron las estatuas de Mercurio la
víspera de la expedición a Sicilia.

[481] Río de Tracia (hoy _Marizza_).

[482] Cestero, que se enriqueció fabricando botellas de mimbre.

[483] Pistetero y Evélpides vuelven provistos de alas.

[484] Verso de _Los Mirmidones_ de Esquilo, tragedia de la cual solo se
conservan fragmentos.

[485] Hay en el original el juego de palabras que hemos podido
conservar en la traducción.

[486] Significa ciudad de las nubes y los cucos.

[487] Ciudadanos que se jactaban de tener riquezas, siendo pobrísimos.

[488] Otro lugar imaginario.

[489] Véase la nota al verso 562 de _Los Caballeros_.

[490] _Pelárgico_ en vez de _Pelásgico_. Se llamaban así los antiguos
muros de la ciudadela de Atenas. Además este adjetivo recuerda en
griego el nombre de las cigüeñas.

[491] El gallo. Alusión a la metamorfosis de Alectrión, criado de
Marte, en gallo, por no haberle avisado a tiempo la venida de Vulcano,
cuando estaba entretenido en amorosos hurtos con la diosa Venus.

[492] Los que hacían la ronda por las murallas llevaban una campanilla,
a la cual debían responder los centinelas.

[493] En vez de χαῖρε, _adiós_, le dice οἴμωζε, _llora_.

[494] Con el agua lustral. Véanse en _La Paz_ ceremonias idénticas.

[495] Los flautistas se colocaban una correa delante de la boca.

[496] En esta oración burlesca van mezclados nombres de dioses y aves.
El poeta dice Σουνιάρακε en vez de Σουνιάρατε, _dios adorado en Sunio_,
epíteto de Neptuno.

[497] Ὀρτυγομήτρα, que significa _madre de las codornices_ y de la isla
_Ortigia_ o Delos que acogió a Latona.

[498] Sobrenombre de Diana.

[499] Alude a la traza de avestruz de Cleócrito.

[500] Como Quíos era una de las aliadas más fieles de Atenas, las
oraciones solían terminar con la fórmula: «en favor de Atenas y de
Quíos», que el sacerdote añade a su súplica como por la fuerza de la
costumbre.

[501] Los esclavos llevaban el cabello rapado. La cabellera larga era
signo de ingenuidad y nobleza. En cuanto a los poetas de cierta índole,
parece que también en aquellos tiempos eran melenudos.

[502] Llamábanse _partenias_ las los versos cantados por coros de
doncellas.

[503] A los diez días de su nacimiento se ponía nombre a los niños,
celebrándose este suceso con un banquete. Aristófanes, al mismo tiempo
que parodia el estilo y versificación de la poesía lírica, intercala
unos versos de Píndaro sobre Hierón, fundador de Etna, en Sicilia.

[504] Dirigiéndose a uno de los presentes.

[505] Hierón había regalado a Píndaro un tiro de mulas, y el poeta le
pedía además un carro.

[506] Galimatías poético, parodia del estilo ditirámbico.

[507] Que el sacerdote iba a sacrificar.

[508] Adivino citado varias veces (_Los Caballeros_, 123; _La Paz_,
1070).

[509] Que era el sitio que ocupaba _Orneas_, de que antes se ha hablado.

[510] Personas ya citadas.

[511] Célebre astrónomo y geómetra, autor del ciclo de diez y nueve
años, destinado a armonizar el año solar y el lunar. La aceptación de
este ciclo produjo algunas alteraciones en el calendario ateniense, de
que ya se ocupó Aristófanes en _Las Nubes_.

[512] La aldea de Colona debía a Metón el establecimiento de una fuente.

[513] Comparación atribuida al pitagórico Hippón. (V. _Las Nubes_, 95.)

[514] Alusión a la ley de _Xenelasia_, vigente en Lacedemonia.

[515] Magistrados encargados de recibir a los extranjeros que venían
a Atenas. Cada ciudad extranjera tenía en Atenas sus próxenos, cuyas
funciones se parecían algo a las de nuestros cónsules.

[516] Los inspectores estaban encargados de vigilar las ciudades
tributarias de Atenas.

[517] Citado antes, y en _La Paz_, 1008.

[518] Sátrapa persa.

[519] Habitantes de Olofixo, ciudad situada al pie del monte Atos,
dependientes de Atenas. Nefelococigia es considerada por los atenienses
como una colonia suya, y por eso tratan de imponerle las leyes de la
metrópoli.

[520] Pueblo de invención de Aristófanes, cuya radical significa
«llorar.»

[521] El mes _Muniquion_ principiaba, según el ciclo de Harpalo, el 6
de mayo, y según el de Metón, el 28 de marzo. Llamábase así, por las
fiestas Muniquias en honor de Diana y en conmemoración de la batalla de
Salamina en Chipre, que se celebraban en él.

[522] Diágoras, después de la destrucción de Melos, su patria, se
estableció en Atenas, distinguiéndose por su impiedad, divulgando los
misterios de Eleusis y tratando de disuadir a los ciudadanos de su
iniciación. Con este motivo fue acusado y tuvo que huir, pereciendo
en un naufragio. Los atenienses pusieron precio a su cabeza. Como una
prueba de su irreligiosidad se cita que no teniendo leña para hacer la
comida, echó al fuego una estatua de Hércules, diciendo: «Debes hacer
en obsequio mío un decimotercero trabajo, que será el de cocer estas
lentejas.»

[523] Vimos ya en _Las Avispas_ que los atenienses prodigaban las
acusaciones de tiranía. Aristófanes se burla de los oradores que las
presentaban.

[524] Después de su célebre juicio para la adjudicación de la manzana
de oro.

[525] Las monedas atenienses tenían grabada una figura de lechuza.
Estas monedas acabaron por llamarse _lechuzas_, así como entre nosotros
el nombre de _peluconas_ y _perros chicos_ sirve para designar las
onzas de oro y las monedas de 5 céntimos de peseta.

[526] En griego ἀετός, significa _águila_ y _frontón_.

[527] Era costumbre colocar sobre las estatuas unas cubiertas de metal
para librarlas de las inmundicias de los pájaros.

[528] Lit.: _Alpheum spirans_, frase que quiere indicar que venía con
el sobrealiento de los que acaban de correr en estadio olímpico que
estaba a la orilla del Alfeo.

[529] Proxénides y Teógenes han sido citados antes.

[530] Como se ve, también se conocían las andaluzadas en Atenas.

[531] O cien _orgías_, que equivalen próximamente a 185 metros.

[532] Las grullas se lastran con piedras, dice el Escoliasta, para no
ser arrastradas por el viento, y para conocer al arrojarlas si vuelan
sobre el mar o sobre la tierra.

[533] Parodia del proverbio: «¿Qué no harán las manos?»

[534] Navío, por las alas que le sirven de velas o de remos; y casco,
por el penacho.

[535] Pistetero continúa fijo en su idea de que Iris es una nave. La
_Paralos_ y la _Salamina_ eran las dos galeras sagradas, célebres por
su velocidad. Véase antes la nota sobre la _Salamina_.

[536] Escoge esta ave por ser _bene coleatus_, τρίορχος.

[537] Parodia del estilo trágico.

[538] Parodia del verso 686 de la _Alceste_ de Eurípides.

[539] Tomado de la _Níobe_ de Esquilo.

[540] Nombre de un pájaro y de un gigante. Su denominación vulgar es
_polla sultana_. Sabido es en qué grave aprieto pusieron los gigantes a
Júpiter.

[541] El Escoliasta dice que la frase aparte debe entenderse: «hazme
callar.» Boissonade propone la interpretación que seguimos.

[542] V. _Las Nubes_, v. 835.

[543] Había en Atenas riñas de codornices a semejanza de las de gallos.

[544] Nombre de esclavo.

[545] Es decir, de ruiseñores, de alondras, de cisnes y demás aves
cantoras.

[546] De águilas, cornejas, etc.

[547] De porfiriones, gaviotas, mergos, etc.

[548] Parodia del _Enomao_ de Sófocles.

[549] La palabra que en griego significa _ley_, solo se diferencia en
el acento de la que significa _pasto_.

[550] Alusión a algún pájaro llamado el _huérfano_.

[551] Los atenienses estaban entonces sitiando a Anfípolis, en Tracia.

[552] Tomado de Anacreonte. Cinesias era un poeta ditirámbico cuyo
estilo hinchado y pretencioso parodia Aristófanes.

[553] Cinesias era muy alto y delgado. El epíteto _filirino_ (de tilo)
que Aristófanes le da, puede significar largo y estrecho como una
percha.

[554] Grito con que en las naves se mandaba detenerse a los remeros.

[555] Leotrófides era un poeta ditirámbico notable por su flacura y
palidez.

[556] Versos tomados de _Alceo_.

[557] Es decir, de la primavera, porque su raído manto no le podía
librar del frío.

[558] Parodia del verso de _Los Mirmidones_ de Esquilo: «¡Armas!
¡Necesito armas! ¡Necesito armas!»

[559] Ciudad de Acaya, notable por los mantos de abrigo que en ella se
fabrican. Era la _Palencia_ de los griegos.

[560] Los atenienses obligaban a sus aliados insulares y continentales
a traer sus negocios a los tribunales de la metrópoli. Esto, que era un
vejamen gravísimo, lo defiende, sin embargo, JENOFONTE en su _República
ateniense_.

[561] Diítrefes era un rico que tenía muchos caballos. Ya hemos visto
en _Las Nubes_ que la afición a la equitación era muy común y ruinosa
en los jóvenes atenienses.

[562] Esto se lo dice enseñándole unos azotes de cuero. Los de Córcira
tenían fama.

[563] _Cardias_ era una ciudad de Tracia cuyo nombre significa
_corazón_ o _valor_. Esto y lo siguiente son burlas sobre la cobardía
de Cleónimo, tantas veces mencionada.

[564] Célebre ladrón, cuyo encuentro era peligroso de noche. Véase la
nota al verso 1167 de _Los Acarnienses_.

[565] Trata de saber si está el cielo cubierto o despejado.

[566] Duraban cinco días y se ayunaba el tercero.

[567] Apolo era el patrono de los ciudadanos de Atenas; como
Execéstides era extranjero, su patrono debía de serlo también.

[568] Nombre de un pueblo de Tracia.

[569] Ἐπιτριβίης, tiene cierta semejanza con _Tríbalo_.

[570] Prometeo regaló el fuego a los hombres, incurriendo por esto en
el enojo de Júpiter.

[571] Célebre misántropo.

[572] Ya hemos visto en _Los Acarnienses_ que era costumbre llevar un
quitasol detrás de las canéforas.

[573] Seres fabulosos que habitaban en la zona _tórrida_. Sus pies
eran más grandes que el resto del cuerpo, de suerte que cuando el
calor se dejaba sentir con exceso, adoptaban la posición cuadrúpeda y
se servían de uno de sus pies como de quitasol, de donde les vino el
nombre de _esciápodas_. Aristófanes coloca a los filósofos socráticos
en este país, para indicar su constitución física empobrecida por las
cavilaciones, y su poca policía.

[574] Este orador era notable por su cobardía. El mismo Jenofonte, de
ordinario inofensivo, dice de él en el _Banquete_, que no se atrevía a
mirar de frente una lanza. (Véase _La Paz_, 395, nota.)

[575] Vid. HOMERO, _Odisea_, IX.

[576] Véase la nota correspondiente en _Las Nubes_.

[577] Lo ordinario era recoger el manto sobre el hombro izquierdo, como
nuestros embozos.

[578] General que para cubrirse las úlceras de las piernas se dejaba
caer el manto.

[579] Fingiendo no haberlos visto.

[580] Dulcificando la voz a la vista de los preparativos culinarios.

[581] Neptuno jura burlescamente por sí mismo.

[582] Jerga ininteligible.

[583] El texto de la ley está en prosa.

[584] Formalidad que solo se llenaba con los hijos legítimos.

[585] Tal parece ser el sentido de las incorrectas palabras del
Tríbalo. Sus colegas no le comprenden bien.

[586] Nombre de un puerto en la isla de Quíos. Envuelve la idea de
delación y es una alusión a los sicofantas y oradores.

[587] Palabra compuesta de dos que significan _lengua_ y _vientre_, es
decir, los que viven del producto de su lengua.

[588] La palabra σῦκον, _higo_, entra en la composición de _sicofanta_
o _delator_.

[589] Gorgias, célebre retórico y sofista. Platón dio su nombre a uno
de sus más bellos diálogos. Filipo se cree que era un delator.

[590] V. _La Paz_, verso 1060.

[591] Tecnicismo coreográfico.

[592] Así lo indica el Anónimo autor de su prefacio: ἐκλήθη Λυσιστράτη
παρὰ τὸ λῦσαι τὸν στρατόν.

[593] Lisístrata se queja (v. 104) de que su marido hace siete meses
que está de guarnición en Pilos, que fue recobrado por los lacedemonios
el año 23 de la guerra; habla después de la defección de los milesios
(v. 108), que tuvo lugar al principio del año vigésimo de la guerra.
La alusión a desastres recientes (v. 586) solo puede referirse a los
de Sicilia, y la libertad con que habla de Pisandro hace suponer que
estaba ya abolido el gobierno oligárquico de los Cuatrocientos, que
cayeron en el año 21 de la guerra (Véase TUCÍDIDES, VIII).

[594] Las divinidades citadas por Lisístrata eran todas favorables a
la crápula y la disolución. Para explicar el sobrenombre de _Colíade_,
dado a Venus, el Escoliasta cuenta la siguiente tradición. Unos
bandidos se apoderaron de un joven ateniense, y le ataron todos los
miembros (κωλῆ), pero le libertó la hija del capitán de la banda. En
recuerdo de esta prueba de amor, el joven edificó un templo y lo dedicó
a Venus, que se llamó _Colíade_, del nombre de los miembros desatados.
Sobre la advocación de _Genetílide_ véase _Las Nubes_, nota al verso 52.

[595] Ya hemos visto lo estimadas que eran las del lago Copáis.

[596] Especie de túnica que no se sujetaba con ceñidor.

[597] Especie de calzado.

[598] Para pasar de Salamina al Ática, de la cual estaba separada
por un canal de poca anchura. Hay en el texto uno de los equívocos
indecentes de que está plagada la comedia.

[599] Sin duda, porque habiendo sido su país muy castigado por la
guerra, debían de ser más solícitas en procurarse la paz.

[600] Teógenes era un hombre rico y supersticioso, que no emprendía
nada sin consultar a una estatua de Hécate, diosa, según la creencia
vulgar, de los honores y la buena fortuna. Su mujer era natural que
siguiese sus prácticas.

[601] Aldea del Ática.

[602] Lámpito era hija de Leotíquides, mujer de Arquidamo, y madre de
Agis, los tres reyes de Lacedemonia.

[603] Juramento ordinario de los Espartanos. Todo lo que dicen Lámpito
y las demás lacedemonias está en dialecto dórico.

[604] En una especie de danza llamada _bibasis_. Alusión a los
ejercicios gimnásticos que los jóvenes de ambos sexos hacían en Esparta.

[605] Para ver si están gordas.

[606] El poleo crecía espontáneamente y con mucha abundancia en Beocia.
La frase alude a una costumbre del tocador griego.

[607] Célebre por sus muchas y bellas cortesanas, que se hacían pagar
muy caros sus favores; de donde vino el proverbio: _No todos pueden ir
a Corinto_.

[608] General ateniense, cuya lealtad a la república era sospechosa.
Parece que las tropas de Atenas estaban, cuando se representó la
Lisístrata, vigilando a los pueblos de la Tracia, y no muy seguros de
su general Éucrates.

[609] En la Noticia preliminar a _Los Caballeros_ vimos que
los atenienses se habían apoderado de esta plaza fuerte de los
lacedemonios: estos no consiguieron recobrarla hasta dos años después
de la representación de la Lisístrata, o sea en el 22 de la guerra del
Peloponeso.

[610] Lit: _Sed nec mœchi relicta est scintilla. Ex quo enim nos
prodiderunt Milesii, ne olisbum quidem vidi octo digitos longum qui
nobis esset coriaceum auxilium._ El Reverendo P. Lobineau hizo, según
M. Artaud, un sabio comentario sobre tan resbaladiza materia. La
defección de los milesios, por consejo de Alcibíades, tuvo lugar el año
vigésimo de la guerra (Véase TUC., VIII, 17).

[611] Aristófanes echa en cara a menudo a las mujeres su afición a la
bebida.

[612] En el _Banquete_ de Platón, usa nuestro poeta la misma
comparación, al desenvolver su peregrina teoría sobre la belleza y el
amor.

[613] Monte de la Laconia.

[614] Lit: _Abstinendum est a pene_. La proposición de Lisístrata
produce malísimo efecto en su auditorio.

[615] Lit: «No somos más que Neptuno y barca.» Expresión proverbial,
cuyo equivalente es el indicado en el texto.

[616] Amorgos era una de las Cícladas, entre Naxos y Cos. Se fabricaban
en ella telas finísimas, casi transparentes, y de gran precio. Algunos
suponen que estas telas se llamaban así, o a causa de su color, o por
la planta de que estaban hechas. (V. SUIDAS, _Etym. magn._; POLLUX,
VII, 16.)

[617] Siempre que se trata del amor, usa Aristófanes expresiones de una
obscenidad intraducibie, aunque muy gráficas.

[618] Alusión a la _Andrómaca_ de Eurípides, v. 620.

[619] Este proverbio se aplicaba a los que se toman un trabajo inútil.
_Intelligit femina penem coriaceum de quo supra_. Ferécrates era un
poeta cómico contemporáneo de Aristófanes que citó ese proverbio en
alguna de sus piezas.

[620] En él había de reserva mil talentos. El templo de Minerva estaba
en la ciudadela.

[621] Los alguaciles y arqueros de Atenas eran casi todos escitas; y
Lisístrata quiere conformarse con la costumbre.

[622] Alusión a _Los Siete contra Tebas_, donde los jefes prestan un
juramento en la forma indicada por Lisístrata.

[623] _Mentulam innuit, ex aliqua venerea statura quæ equestris
dicitur._

[624] Parodia de Esquilo.

[625] Para jurar se ponía la mano sobre la víctima; costumbre que se ha
conservado.

[626] Dice esto echando vino en la copa.

[627] Esta circunstancia era de buen agüero en los sacrificios.

[628] La primera que jurase debía beber también la primera.

[629] En los festines parece que se echaban suertes para fijar el orden
en que habían de beber los convidados.

[630] _Maligne ei præbebo et motus non addam._

[631] Hemos eliminado la traducción de dos versos cuya versión latina
es: _Non tollam calceos sursum ad lacunar. Non conquiniscam instar
leœnæ in cultri manubrio._

[632] Acuden a los gritos de las mujeres cargados de haces de leña para
incendiar las puertas de la ciudadela y quemar a las invasoras. Estas
se aprestan a una resistencia enérgica.

[633] Se cree que sea Lisístrata. Licón era un demagogo que entregó
Naupacto a los enemigos. Los demás nombres de esta primera parte del
coro son de pura invención.

[634] Rey de Lacedemonia, que un siglo antes de la representación de la
_Lisístrata_ consiguió apoderarse de la ciudadela. Tuvo que capitular.
(V. HEROD., V, 62.)

[635] Distrito del Ática, llamado así porque lo formaban cuatro aldeas:
Maratón, Enoe, Probalnito y Tricoriso.

[636] Las mujeres de Lemnos asesinaron en cierta ocasión a sus maridos:
más tarde, los habitantes de aquella isla, para vengarse de los
atenienses que les habían injuriado, les arrebataron muchas de sus
mujeres y mataron los hijos que nacieron de este concubinato. Todo
esto hacía que los isleños de Lemnos tuviesen malísima reputación,
formándose como expresión de esta idea la frase Κακὸν λήμνιον, _peste
de Lemnos_, para indicar las cosas peores.

[637] Es decir, partidario de la democracia, cuyo gobierno acababa de
establecerse en Samos. (V. TUC., VIII.)

[638] Distinto del primero, y compuesto de mujeres que acuden con
cántaros de agua en auxilio de sus compañeras.

[639] Otras ediciones ponen estas palabras en boca de Estratilis.

[640] Alusión a un verso en que Hipponax amenazaba a Búpalo. Este
Búpalo era un escultor célebre, que representó a Hipponax con toda
su deformidad natural, por lo cual el poeta escribió contra él tan
violenta sátira, que el escultor se ahorcó desesperado.

[641] _Et nunquam alia canis testiculis te prehendet_; dando a
entender, _quia ego tibi prius avellam_.

[642] Lit.: _Aqueloo_, nombre de un río.

[643] En griego Πρόβουλος. Las atribuciones de estos magistrados no
están bien definidas: unos creen que eran una especie de jefes de
policía; otros que su misión se reducía a preparar los asuntos que
habían de discutirse en el Senado; y otros, en fin, opinan que era un
cargo extraordinario creado en épocas críticas, como en tiempo de la
invasión de Jerjes y después de las derrotas en Sicilia.

[644] Fiestas en honor de Adonis que duraban dos días y eran celebradas
solo por las mujeres. En el primero lamentaban su muerte dando gritos
sobre los terrados de las casas; y en el segundo, se regocijaban como
si hubiese vuelto a la vida.

[645] Este orador, enemigo de Nicias, sostuvo la conveniencia de la
expedición de Sicilia, en que murió aquel general. Aristófanes venga la
muerte de su amigo.

[646] Parodia del apodo _Buciges_ (_buey de tiro_), que tenía
Demóstrato. Le llama _Colociges_ por su locura, fatal a Atenas (χόλος,
_locura furiosa_).

[647] _Qui penem habet haud quaquam puerile._

[648] De la ciudadela, donde se guardaba el dinero del Estado.

[649] Hija de Cécrope, por la cual juraban las atenienses.

[650] _Mox cacabis calcatus._

[651] Para curarse las heridas.

[652] La legión femenina da una buena soba a los arqueros.

[653] Véanse _La Paz_, 395; _Las Aves_, 1556, nota.

[654] Las últimas palabras se las dirige Héctor a Andrómaca en la
_Ilíada_, VI.

[655] Es decir, en juzgar. (V. _Los Caballeros_, 41.)

[656] Venus.

[657] _Si viris tentiginem jucundam ingeneraverint, ut quasi baculos
penes erigant..._

[658] Nombre que significa: _las terminadoras de la guerra_.

[659] Jefe de caballería de una tribu.

[660] Tereo reinó en Tracia.

[661] Alusión a la reciente derrota de Sicilia.

[662] Para averiguar cuándo le llegará el turno.

[663] Para ofrecerla al Cerbero, según el rito funerario.

[664] Barquero del infierno.

[665] Era costumbre exponer los cadáveres delante de la casa.

[666] Verso tomado del escolio de Harmodio. Todo este coro tiende a
ridiculizar la suspicacia ateniense, a la cual todo se le antojaban
maquinaciones para restablecer la tiranía.

[667] Amenaza dirigida a los viejos.

[668] Lit.: _fui osa en las Brauronias_. Véase la nota al verso 874 de
_La Paz_.

[669] Las canéforas, jóvenes de familias distinguidas que llevaban los
canastillos en las procesiones, solían llevar un collar de higos.

[670] En tiempo de las guerras médicas cada ciudadano contribuyó según
sus medios, formándose de esta manera un gran fondo de reserva.

[671] Reina de Caria: acompañó a Jerjes en su expedición contra Grecia
e hizo prodigios de valor. (Véase HERÓDOTO, VII, 99.)

[672] El cuadro del combate de las Amazonas y Teseo estaba en el Pecilo.

[673] Estando interrumpido el comercio con Beocia por la guerra, no
venían al mercado ateniense sus exquisitas anguilas.

[674] Parodia del _Telefo_ de Eurípides.

[675] Que estaba al norte de la ciudadela.

[676] Hombre de mala conducta.

[677] Lit.: _anfidromia_, ceremonia que consistía en dar vueltas
alrededor del altar con el niño, al quinto día de su nacimiento.

[678] Creían los atenienses que una gran serpiente o dragón estaba
encargado de guardar el templo y la Acrópolis.

[679] Las lechuzas abundaban muchísimo en Atenas.

[680] JENOFONTE (_Cinegética_, I) cita un Melanión que consiguió la
mano de Atalanta como premio a sus esfuerzos en la caza. Pero la fábula
cantada por el coro hace sospechar que no se refiere al mismo.

[681] _Mirónides_ era un general que ganó la batalla de Enófito
(TUC., I, 108). — Sobre _Formión_ véase la nota al verso 562 de _Los
Caballeros_.

[682] Llamado el Misántropo. Llevó su aborrecimiento a los hombres al
extremo de que habiéndose roto una pierna dejó que se le gangrenase la
herida y murió, por no querer llamar a un médico.

[683] _Cunnum ostendes._

[684] El templo de Ceres Cloe (_Protectora de los trigos verdes_)
estaba próximo a la Acrópolis.

[685] Es decir, el juramento que sobre la copa prestó.

[686] ¡_Quanta discrucior convulsione et tentigene_!

[687] _Maman_ era el nombre familiar con que los niños llamaban a sus
madres.

[688] _De pene loquitur tamquam de puella recenti partu edita, cui
nutrice opus sit._

[689] Filóstrato. Véase _Los Caballeros_, 1069.

[690] _Deinde in mentulam incidat, et infigatur._

[691] Lit.: un _Conísalo_, especie de sátiro. El nombre con que le
sustituimos excusa una nota sobre la forma de presentarse el heraldo.

[692] _Sed arrigis, o impurissime._

[693] La _Escítala_ era un bastón cilíndrico y prolongado que los
lacedemonios entregaban a cada general que partía a la guerra. En
Lacedemonia quedaba otro idéntico, y cuando querían enviar un despacho
secreto rollaban una correa al bastón y escribían a lo largo; después
la desenrollaban, de suerte que lo escrito solo podía ser entendido por
el general que volvía a colocar la correa en torno de su _escítala_.

[694] Nombre de una ciudad de Acaya y de una cortesana.

[695] Dios de la lascivia.

[696] Demo del Ática, rodeado de bosques y pantanos. Sus mosquitos, a
lo que parece, eran de marca mayor.

[697] Nueva alusión a las derrotas en Sicilia y a la de Eritrea (Véase
TUCÍDIDES, VIII, 95).

[698] Habitantes de Caristio en Eubea, que tenían fama de malas
costumbres.

[699] Llamado en _Los Acarnienses_ (885) «Oprobio de los colargienses.»
Su nombre, como el de Lisístrata, significa: «Terminador de la guerra.»

[700] Lit.: _Convención, tratado_ Διαλλαγή, personificada como _Opora,
Teoría_, etc.

[701] Cuando el negocio de Pilos, principalmente.

[702] Mentula prehensum duc.

[703] Véase TUCÍDIDES, I, 102.

[704] El traje militar de los lacedemonios era de color de púrpura.

[705] Se refiere a un terremoto y a una sublevación de los _Mesenios_ e
Hilotas. (Véase TUCÍDIDES, _id._)

[706] Ὁ πρωκτός.

[707] Hipias, hijo de Pisístrato, mandó a una multitud de atenienses
desocupados a cultivar las tierras, obligándoles a vestirse la túnica
corta de los esclavos, para que la vergüenza les impidiera volver a la
ciudad.

[708] Hay muchos equívocos en el texto.

[709] Alusión a sus disolutas costumbres.

[710] Canción guerrera, inoportuna en un banquete para solemnizar la
paz.

[711] Madre de las Musas.

[712] Promontorio de Eubea junto al cual los atenienses derrotaron a
Jerjes.

[713] Baco.

[714] Sobrenombre de Apolo, por el magnífico templo que le consagró
Amiclas, hijo de Lacedemón, en la orilla derecha del Eurotas, cerca de
Esparta.

[715] Sobrenombre tomado del templo con puertas de bronce (χαλκός) que
Minerva tenía en Eubea.

[716] Cástor y Pólux.

[717] Río que pasaba por Esparta.

[718] Diana, y no Helena; pues esta ni fue diosa ni casta.



*** End of this LibraryBlog Digital Book "Comedias, tomo 2 de 3: Las Avispas, la Paz, las Aves, Lisístrata" ***


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