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Title: Filosofia fundamental
Author: Balmes, Jaime, 1810-1848
Language: Spanish
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FILOSOFÍA FUNDAMENTAL 

por D. JAIME BALMES,
PRESBITERO.

TOMO I. 

Barcelona:
IMPRENTA DE A. BRUSI.
1848



PRÓLOGO. 


El título de _Filosofía fundamental_, no significa una pretension
vanidosa, sino el objeto de que se trata. No me lisonjeo en _fundar_
de filosofía, pero me propongo examinar sus cuestiones fundamentales;
por esto llamo á la obra: _Filosofía fundamental_. Me ha impulsado á
publicarla el deseo de contribuir á que los estudios filosóficos
adquieran en España mayor amplitud de la que tienen en la actualidad;
y de prevenir, en cuanto alcancen mis débiles fuerzas, un grave
peligro que nos amenaza: el de introducirsenos una filosofía plagada
de errores trascendentales. A pesar de la turbacion de los tiempos, se
nota en España un desarrollo intelectual que dentro de algunos años se
hará sentir con mucha fuerza; y es preciso guardarnos de que los
errores que se han extendido por moda, se arraiguen por principios.
Tamaña calamidad solo puede precaverse con estudios sólidos y bien
dirigidos: en nuestra época el mal no se contiene con la sola
represion; es necesario ahogarle con la abundancia del bien. La
presente obra ¿podrá conducir á este objeto? El público lo ha de
juzgar.



LIBRO PRIMERO.

DE LA CERTEZA.



CAPÍTULO I.

IMPORTANCIA Y UTILIDAD DE LAS CUESTIONES SOBRE LA CERTEZA


[1.] El estudio de la filosofía debe comenzar por el exámen de las
cuestiones sobre la certeza; antes de levantar el edificio es
necesario pensar en el cimiento.

Desde que hay filosofía, es decir, desde que los hombres reflexionan
sobre sí mismos y sobre los seres que los rodean, se han agitado
cuestiones que tienen por objeto la base en que estriban los
conocimientos humanos: esto prueba que hay aquí dificultades serias.
La esterilidad de los trabajos filosóficos no ha desalentado á los
investigadores: esto manifiesta que en el último término de la
investigacion, se divisa un objeto de alta importancia.

Sobre las cuestiones indicadas han cavilado los filósofos de la
manera mas extravagante; en pocas materias nos ofrece la historia del
espíritu humano tantas y tan lamentables aberraciones. Esta
consideracion podria sugerir la sospecha de que semejantes
investigaciones nada sólido presentan al espíritu y que solo sirven
para alimentar la vanidad del sofista. En la presente materia, como en
muchas otras, no doy demasiada importancia á las opiniones de los
filósofos, y estoy lejos de creer que deban ser considerados como
legítimos representantes de la razon humana; pero no se puede negar al
menos, que en el órden intelectual son la parte mas activa del humano
linaje. Cuando todos los filósofos disputan, disputan en cierto modo
la humanidad misma. Todo hecho que afecta al linaje humano es digno de
un exámen profundo; despreciarle por las cavilaciones que le rodean,
seria caer en la mayor de ellas: la razon y el buen sentido no deben
contradecirse, y esta contradiccion existiria si en nombre del buen
sentido se despreciara como inútil lo que ocupa la razon de las
inteligencias mas privilegiadas. Sucede con frecuencia que lo grave,
lo significativo, lo que hace meditar á un hombre pensador, no son ni
los resultados de una disputa, ni las razones que en ella se aducen,
sino la existencia misma de la disputa. Esta vale tal vez poco por lo
que es en sí, pero quizás vale mucho por lo que indica.


[2.] En la cuestion de la certeza están encerradas en algun modo todas
las cuestiones filosóficas: cuando se la ha desenvuelto
completamente, se ha examinado bajo uno ú otro aspecto todo lo que la
razon humana puede concebir sobre Dios, sobre el hombre, sobre el
universo. A primera vista se presenta quizás como un mero cimiento del
edificio científico: pero en este cimiento, si se le examina con
atencion, se ve retratado el edificio entero: es un plano en que se
proyectan de una manera muy visible, y en hermosa perspectiva, todos
los sólidos que ha de sustentar.


[3.] Por mas escaso que fuere el resultado directo é inmediato de
estas investigaciones, es sobre manera útil el hacerlas. Importa mucho
acaudalar ciencia, pero no importa menos conocer sus límites. Cercanos
á los límites se hallan los escollos, y estos debe conocerlos el
navegante. Los límites de la ciencia humana se descubren en el exámen
de las cuestiones sobre la certeza.

Al descender á las profundidades á que estas cuestiones nos conducen,
el entendimiento se ofusca y el corazon se siente sobrecogido de un
religioso pavor. Momentos antes contemplábamos el edificio de los
conocimientos humanos, y nos llenábamos de orgullo al verle con sus
dimensiones colosales, sus formas vistosas, su construccion galana y
atrevida; hemos penetrado en él, se nos conduce por hondas cavidades,
y como si nos halláramos sometidos á la influencia de un encanto,
parece que los cimientos se adelgazan, se evaporan, y que el soberbio
edificio queda flotando en el aire.


[4.] Bien se echa de ver que al entrar en el exámen de la cuestion
sobre la certeza no desconozco las dificultades de que está erizada;
ocultarlas no seria resolverlas; por el contrario, la primera
condicion para hallarles solucion cumplida, es verlas con toda
claridad, sentirlas con viveza. Que no se apoca el humano
entendimiento por descubrir el borde mas allá del cual no le es dado
caminar; muy al contrario esto le eleva y fortalece: así el intrépido
naturalista que en busca de un objeto ha penetrado en las entrañas de
la tierra, siente una mezcla de terror y de orgullo al hallarse
sepultado en lóbregos subterráneos, sin mas luz que la necesaria para
ver sobre su cabeza inmensas moles medio desgajadas, y descurrir á sus
plantas abismos insondables.

En la oscuridad de los misterios de la ciencia, en la misma
incertidumbre, en los asaltos de la duda que amenaza arrebatarnos en
un instante la obra levantada por el espíritu humano en el espacio de
largos siglos, hay algo de sublime que atrae y cautiva. En la
contemplacion de esos misterios se han saboreado en todas épocas los
hombres mas grandes: el genio que agitara sus alas sobre el Oriente,
sobre la Grecia, sobre Roma, sobre las escuelas de los siglos medios,
es el mismo que se cierne sobre la Europa moderna. Platon,
Aristóteles, san Agustin, Abelardo, san Anselmo, santo Tomás de
Aquino, Luis Vives, Bacon, Descartes, Malebranche, Leibnitz; todos,
cada cual á su manera, se han sentido poseidos de la inspiracion
filosófica, que inspiracion hay tambien en la filosofía, é inspiracion
sublime.

Todo lo que concentra al hombre llamándole á elevada contemplacion en
el santuario de su alma, contribuye á engrandecerle, porque le despega
de los objetos materiales, le recuerda su alto orígen, y le anuncia su
inmenso destino. En un siglo de metálico y de goces, en que todo
parece encaminarse á no desarrollar las fuerzas del espíritu, sino en
cuanto pueden servir á regalar el cuerpo, conviene que se renueven
esas grandes cuestiones, en que el entendimiento divaga con amplísima
libertad por espacios sin fin.

Solo la inteligencia se examina á sí propia. La piedra cae sin conocer
su caida; el rayo calcína y pulveriza, ignorando su fuerza; la flor
nada sabe de su encantadora hermosura; el bruto animal sigue sus
instintos, sin preguntarse la razon de ellos; solo el hombre, en
frágil organizacion que aparece un momento sobre la tierra para
deshacerse luego en polvo, abriga un espíritu que despues de abarcar
el mundo, ansía por comprenderse, encerrándose en sí propio, allí
dentro, como en un santuario donde él mismo es á un tiempo el oráculo
y el consultor. Quién soy, qué hago, qué pienso, por qué pienso, cómo
pienso, qué son esos fenómenos que experimento en mí, por qué estoy
sujeto á ellos, cuál es su causa, cuál el órden de su produccion,
cuáles sus relaciones; hé aquí lo que se pregunta el espíritu;
cuestiones graves, cuestiones espinosas, es verdad; pero nobles,
sublimes, perenne testimonio de que hay dentro nosotros algo superior
á esa materia inerte, solo capaz de recibir movimiento y variedad de
formas, de que hay algo que con su actividad íntima, espontánea,
radicada en su naturaleza misma, nos ofrece la imágen de la actividad
infinita que ha sacado el mundo de la nada con un solo acto de su
voluntad[I].



CAPÍTULO II.

VERDADERO ESTADO DE LA CUESTION.


[5.] ¿Estamos ciertos de algo? á esta pregunta responde
afirmativamente el sentido comun. ¿En qué se funda la certeza? ¿cómo
la adquirimos? estas son dos cuestiones difíciles de resolver en el
tribunal de la filosofía.

La cuestion de la certeza encierra tres muy diferentes, cuya confusion
contribuye no poco á crear dificultades y á embrollar materias que,
aun deslindados con suma exactitud los varios aspectos que presentan,
son siempre harto complicadas y espinosas.

Para fijar bien las ideas conviene distinguir con mucho cuidado entre
la existencia de la certeza, los fundamentos en que estriba, y el
modo con que la adquirimos. Su existencia es un hecho indisputable;
sus fundamentos son objeto de cuestiones filosóficas; el modo de
adquirirla es en muchos casos un fenómeno oculto que no está sujeto á
la observacion.


[6.] Apliquemos esta distincion á la certeza sobre la existencia de
los cuerpos.

Que los cuerpos existen, es un hecho del cual no duda nadie que esté
en su juicio. Todas las cuestiones que se susciten sobre este punto no
harán vacilar la profunda conviccion de que al rededor de nosotros
existe lo que llamamos mundo corpóreo: esta conviccion es un fenómeno
de nuestra existencia, que no acertaremos quizás á explicar, pero
destruirle nos es imposible: estamos sometidos á él como á una
necesidad indeclinable.

¿En qué se funda esta certeza? Aquí ya nos hallamos no con un simple
hecho, sino con una cuestion que cada filósofo resuelve á su manera:
Descartes y Malebranche recurren á la veracidad de Dios; Locke y
Condillac se atienen al desarrollo y carácter peculiar de algunas
sensaciones.

¿Cómo adquiere el hombre esta certeza? no lo sabe: la poseia antes de
reflexionar; oye con extrañeza que se suscitan disputas sobre estas
materias; y jamás hubiera podido sospechar que se buscase porque
estamos ciertos de la existencia de lo que afecta nuestros sentidos.
En vano se le interroga sobre el modo con que ha hecho tan preciosa
adquision, se encuentra con ella como con un hecho apenas distinto de
su existencia misma. Nada recuerda del órden de las sensaciones en su
infancia; se halla con el espíritu desarrollado, pero ignora las leyes
de este desarrollo, de la propia suerte que nada conoce de las que han
presidido á la generacion y crecimiento de su cuerpo.


[7.] La filosofía debe comenzar no por disputar sobre el hecho de la
certeza sino por la explicacion del mismo. No estando ciertos de algo
nos es absolutamente imposible dar un solo paso en ninguna ciencia, ni
tomar una resolucion cualquiera en los negocios de la vida. Un
escéptico completo seria un demente, y con demencia llevada al mas
alto grado; imposible le fuera toda comunicacion con sus semejantes,
imposible toda serie ordenada de acciones externas, ni aun de
pensamientos ó actos de la voluntad. Consignemos pues el hecho, y no
caigamos en la extravagancia de afirmar que en el umbral del templo de
la filosofía está sentada la locura.

Al examinar su objeto, debe la filosofía analizarle, mas no
destruirle; que si esto hace se destruye á sí propia. Todo raciocinio
ha de tener un punto de apoyo, y este punto no puede ser sino un
hecho. Que sea interno ó externo, que sea una idea ó un objeto, el
hecho ha de existir; es necesario comenzar por suponer algo; á este
algo le llamamos hecho: quien los niega todos ó comienza por dudar de
todos, se asemeja al anatómico que antes de hacer la diseccion
quemase el cadáver y aventase las cenizas.


[8.] Entonces la filosofía, se dirá, no comienza por un exámen sino
por una afirmacion; sí, no lo niego, y esta es una verdad tan fecunda
que su consignacion puede cerrar la puerta á muchas cavilaciones y
difundir abundante luz por toda la teoría de la certeza.

Los filósofos se hacen la ilusion de que comienzan por la duda; nada
mas falso; por lo mismo que piensan afirman, cuando no otra cosa, su
propia duda; por lo mismo que raciocinan afirman el enlace de las
ideas, es decir, de todo el mundo lógico.

Fichte, por cierto nada fácil de contentar, al tratarse del punto de
apoyo de los conocimientos humanos, empieza no obstante por una
afirmacion, y así lo confiesa con una ingenuidad que le honra.
Hablando de la reflexion que sirve de base á su filosofía, dice: «Las
reglas á que esta reflexion se halla sujeta, no están todavía
demostradas; se las supone tácitamente admitidas. En su orígen mas
retirado, se derivan de un principio _cuya legitimidad_ no puede ser
establecida, sino bajo la condicion de que _ellas sean justas_. Hay un
círculo, pero _círculo inevitable_. Y supuesto que es inevitable, y
que lo confesamos francamente, es permitido, para asentar el principio
mas elevado, _confiarse á todas las leyes de la lógica general_. En el
camino donde vamos á entrar con la reflexion, debemos partir de una
proposicion cualquiera que nos sea concedida por todo el mundo, sin
ninguna contradiccion.» (Fichte, Doctrina de la ciencia, 1.ª parte, §
1).


[9.] La certeza es para nosotros una feliz necesidad; la naturaleza
nos la impone, y de la naturaleza no se despojan los filósofos. Vióse
un dia Pirron acometido por un perro, y como se deja suponer, tuvo
buen cuidado de apartarse, sin detenerse á examinar si aquello era un
perro verdadero ó solo una apariencia; riéronse los circunstantes
echándole en cara la incongruencia de su conducta con su doctrina, mas
Pirron les respondió con la siguiente sentencia que para el caso era
muy profunda: «es difícil despojarse totalmente de la naturaleza
humana.»


[10.] En buena filosofía, pues, la cuestion no versa sobre la
existencia de la certeza, sino sobre los motivos de ella y los medios
de adquirirla. Este es un patrimonio de que no podemos privarnos, aun
cuando nos empeñemos en repudiar los títulos que nos garantizan su
propiedad. ¿Quién no está cierto de que piensa, siente, quiere, de que
tiene un cuerpo propio, de que en su alrededor hay otros semejantes al
suyo, de que existe el universo corpóreo? Anteriormente á todos los
sistemas, la humanidad ha estado en posesion de esta certeza, y en el
mismo caso se halla todo individuo, aun cuando en su vida no llegue á
preguntarse qué es el mundo, qué es un cuerpo, ni en qué consisten la
sensacion, el pensamiento y la voluntad. Despues de examinados los
fundamentos de la certeza, y reconocidas las graves dificultades que
sobre ellos levanta el raciocinio, tampoco es posible dudar de todo.
No ha habido jamás un verdadero escéptico en toda la propiedad de la
palabra.


[11.] Sucede con la certeza lo mismo que en otros objetos de los
conocimientos humanos. El hecho se nos presenta de bulto, con toda
claridad, mas no penetramos su íntima naturaleza. Nuestro
entendimiento está abundantemente provisto de medios para adquirir
noticia de los fenómenos así en el órden material como en el
espiritual, y posee bastante perspicacia para descubrir, deslindar y
clasificar las leyes á que están sujetos; pero cuando trata de
elevarse al conocimiento de la esencia misma de las cosas, ó
investigar los principios en que se funda la ciencia de que se gloría,
siente que sus fuerzas se debiliten, y como que el terreno donde fija
su planta, tiembla y se hunde.

Afortunadamente el humano linaje está en posesion de la certeza
independientemente de los sistemas filosóficos, y no limitada á los
fenómenos del alma, sino extendiéndose á cuanto necesitamos para
dirigir nuestra conducta con respecto á nosotros y á los objetos
externos. Antes que se pensase en buscar si habia certeza, todos los
hombres estaban ciertos de que pensaban, querian, sentian, de que
tenian un cuerpo con movimiento sometido á la voluntad, y de que
existia el conjunto de varios cuerpos que se llama universo.
Comenzadas las investigaciones, la certeza ha continuado la misma
entre todos los hombres, inclusos los que disputaban sobre ella;
ninguno de estos ha podido ir mas allá que Pirron y encontrar fácil el
despojarse de la naturaleza humana.


[12.] No es posible determinar hasta qué punto haya alcanzado á
producir duda sobre algunos objetos el esfuerzo del espíritu de
ciertos filósofos empeñados en luchar con la naturaleza; pero es bien
cierto: primero, que ninguno ha llegado á dudar de los fenómenos
internos cuya presencia sentia íntimamente; segundo, que si alguno ha
podido persuadirse de que á estos fenómenos no les correspondia algun
objeto externo, esta habrá sido una excepcion tan extraña que, en la
historia de la ciencia y á los ojos de una buena filosofía, no debe
tener mas peso que las ilusiones de un maniático. Si á este punto
llegó Berkeley al negar la existencia de los cuerpos, haciendo
triunfar sobre el instinto de la naturaleza las cavilaciones de la
razon, el filósofo de Cloyne, aislado, y en oposicion con la humanidad
entera, mereceria el dictado que con razon se aplica á los que se
hallan en situacion semejante: la locura por ser sublime no deja de
ser locura.

Los mismos filósofos que llevaron mas lejos el escepticismo, han
convenido en la necesidad de acomodarse en la práctica á las
apariencias de los sentidos, relegando la duda al mundo de la
especulacion. Un filósofo disputará sobre todo, cuanto se quiera;
pero en cesando la disputa deja de ser filósofo, continúa siendo
hombre á semejanza de los demás, y disfruta de la certeza como todos
ellos. Asi lo confiesa Hume que negaba con Berkeley la existencia de
los cuerpos: «Yo como, dice, juego al chaquete, hablo con mis amigos,
soy feliz en su compañía, y cuando despues de dos ó tres horas de
diversion vuelvo á estas especulaciones, me parecen tan frias, tan
violentas, tan ridiculas, que no tengo valor para continuarlas. Me veo
pues absoluta y necesariamente forzado á vivir, hablar y obrar como
los demás hombres en los negocios comunes de la vida.» (Tratado de la
naturaleza humana, tomo 1.º).


[13.] En las discusiones sobre la certeza es necesario precaverse
contra el prurito pueril de conmover los fundamentos de la razon
humana. Lo que se debe buscar en esta clase de cuestiones es un
conocimiento profundo de los principios de la ciencia y de las leyes
que presiden al desarrollo de nuestro espíritu. Empeñarse en destruir
estas leyes es desconocer el objeto de la verdadera filosofía; basta
que las sometamos á nuestra observacion, de la propia suerte que
determinamos las del mundo material sin intencion de trastornar el
órden admirable que reina en el universo. Los escépticos que comienzan
por dudar de todo para hacer mas sólida su filosofía, se parecen á
quien, curioso de observar y fijar con exactitud los fenómenos de la
vida, se abriese sin piedad el pecho y aplicase el escalpelo á su
corazon palpitante.

La sobriedad es tan necesaria al espíritu para sus adelantos como al
cuerpo para su salud; no hay sabiduría sin prudencia, no hay filosofía
sin cordura. Existe en el fondo de nuestra alma una luz divina que nos
conduce con admirable acierto, si no nos obstinamos en apagarla; su
resplandor nos guia, y en llegando al límite de la ciencia nos le
muestra, haciéndonos leer con claros caractéres la palabra _basta_. No
vayais mas allá; quien la ha escrito es el Autor de todos los seres,
el que ha establecido las leyes que rigen al espíritu como al cuerpo,
y que contiene en su esencia infinita la última razon de todo.


[14.] La certeza que preexiste á todo exámen no es ciega; antes por el
contrario, ó nace de la claridad de la vision intelectual, ó de un
instinto conforme á la razon: no es contra la razon, es su basa.
Cuando discurrimos, nuestro espíritu conoce la verdad por el enlace de
las proposiciones, como si dijéramos por la luz que refleja de unas
verdades á otras. En la certeza primitiva, la vision es por luz
directa, no necesita de reflexion.

Al consignar pues la existencia de la certeza no hablamos de un hecho
ciego, no queremos extinguir la luz en su mismo orígen, antes decimos
que allí la luz es mas brillante que en sus raudales. Tenemos á la
vista un cuerpo cuyos resplandores iluminan el mundo en que vivimos;
si se nos pide que expliquemos su naturaleza y sus relaciones con los
demás, ¿comenzaremos por apagarle? Los físicos para buscar la
naturaleza de la luz y determinar las leyes á que está sometida, no
han comenzado por privarse de la luz misma y ponerse á oscuras.


[15.] Este método de filosofar tiene algo de dogmatismo, pero
dogmatismo tal que, como hemos visto, tiene en su apoyo á los mismos
Pirron, Hume, Fichte, mal de su grado. No es un simple método
filosófico, es la sumision voluntaria á una necesidad indeclinable de
nuestra propia naturaleza; es la combinacion de la razon con el
instinto, es la atencion simultánea á las diferentes voces que
resuenan en el fondo de nuestro espíritu. Pascal ha dicho: «la
naturaleza confunde á los pirrónicos, y la razon á los dogmáticos.»
Este pensamiento que pasa por profundo, y que lo es bajo cierto
aspecto, encierra no obstante alguna inexactitud. La confusion no es
igual en ambos casos: la razon no confunde al dogmático si no se la
separa de la naturaleza; y la naturaleza confunde al pirrónico, ya
sola, ya unida con la razon. El verdadero dogmático comienza por dar á
la razon el cimiento de la naturaleza; emplea una razon que se conoce
á sí misma, que confiesa la imposibilidad de probarlo todo, que no
toma arbitrariamente el postulado que ha menester, sino que lo recibe
de la naturaleza misma. Así la razon no confunde al dogmático que
guiado por ella busca el fundamento que la puede asegurar. Cuando la
naturaleza confunde á los pirrónicos atestigua el triunfo de la razon
de los dogmáticos, cuyo argumento principal contra aquellos, es la voz
de la misma naturaleza. El pensamiento de Pascal seria mas exacto
reformado de esta manera: «La naturaleza confunde á los pirrónicos, y
es necesaria á la razon de los dogmáticos.» Habria menos antítesis,
pero mas verdad. La necesidad de la naturaleza no la desconocen los
dogmáticos; sin esta basa la razon nada puede; para ejercer su fuerza
exige un punto de apoyo; con él ofrecia Arquímedes levantar la tierra;
sin él la inmensa palanca no hubiera movido un solo átomo (II).



CAPÍTULO III.

DOS CERTEZAS: LA DEL GÉNERO HUMANO Y LA FILOSOFÍA.


[16.] La certeza no nace de la reflexion; es un producto espontáneo de
la naturaleza del hombre, y va aneja al acto directo de las facultades
intelectuales y sensitivas. Como que es una condicion necesaria al
ejercicio de ambas, y que sin ella la vida es un caos, la poseemos
instintivamente y sin reflexion alguna, disfrutando de este beneficio
del Criador como de los demás que acompañan inseparablemente nuestra
existencia.


[17.] Es preciso pues distinguir entre la certeza del género humano, y
la filosófica; bien que hablando ingenuamente, no se comprende
bastante lo que pueda valer una certeza humana diferente de la del
género humano.

Prescindiendo de los esfuerzos que por algunos instantes hace el
filósofo para descubrir la base de los humanos conocimientos, es fácil
de notar que él mismo se confunde luego con el comun de los hombres.
Esas cavilaciones no dejan rastro en su espíritu en lo tocante á la
certeza de todo aquello de que está cierta la humanidad. Descubre
entonces que no era una verdadera duda lo que sentia, aunque quizás él
mismo se hiciese la ilusion de lo contrario; eran simples
suposiciones, nada mas. En interrumpiendo la meditacion, y aun si bien
se observa, mientras ella dura, se halla tan cierto como el mas
rústico, de sus actos interiores, de la existencia del cuerpo propio,
de los demás que rodean el suyo, y de mil otras cosas que constituyen
el caudal de conocimiento necesario para los usos de la vida.

Desde el niño de pocos años hasta el varon de edad provecta y juicio
maduro, preguntadles sobre la certeza de la existencia propia, de sus
actos, internos y externos, de los parientes y amigos, del pueblo en
que residen y de otros objetos que han visto, ó de que han oido
hablar, no observaréis vacilacion alguna; y lo que es mas, ni
diferencia de ninguna clase, entre los grados de semejante certeza; de
modo que si no tienen noticia de las cuestiones filosóficas que sobre
estas materias se agitan, leeréis en sus semblantes la admiracion y
el asombro de que haya quien pueda ocuparse seriamente en averiguar
cosas tan _claras_.


[18.] Como no es posible saber de qué manera se van desenvolviendo las
facultades sensitivas intelectuales y morales de un niño, no es dable
tampoco demostrar _á priori_, por el análisis de las operaciones que
en su espíritu se realizan, que á la formacion de la certeza no
concurren los actos reflejos; pero no será difícil demostrarlo por los
indicios que de sí arroja el ejercicio de estas facultades, cuando ya
se hallan en mucho desarrollo.

Si bien se observa, las facultades del niño tienen un hábito de obrar
en un sentido directo, y no reflejo, lo cual manifiesta que su
desarrollo no se ha hecho por reflexion, sino directamente.

Si el desarrollo primitivo fuese por reflexion, la fuerza reflexiva
seria grande; y sin embargo no sucede así: son muy pocos los hombres
dotados de esta fuerza, y en la mayor parte es poco menos que nula.
Los que llegan á tenerla, la adquieren con asiduo trabajo, y no sin
haberse violentado mucho, para pasar del conocimiento directo al
reflejo.


[19.] Enseñad á un niño un objeto cualquiera y lo percibe bien; pero
llamadle la atencion sobre la percepcion misma, y desde luego su
entendimiento se oscurece y se confunde.

Hagamos la experiencia. Supongamos un niño á quien se enseñan los
rudimentos de la geometría.--¿Ves esta figura, que se cierra con las
tres líneas? Esto se llama triángulo: las líneas tienen el nombre de
lados, y esos puntos donde se reunen las líneas se apellidan vértices
de sus ángulos.--Lo comprendo bien.--¿Ves esa otra que se cierra con
cuatro líneas? es un cuadrilátero; el cual como el triángulo, tiene
tambien sus lados y sus vértices.--Muy bien.--¿Un cuadrilátero puede
ser triángulo ó vice-versa?--Nó señor.--Jamás?--Jamás.--¿Y por
qué?--¿No ve V. que aqui hay cuatro y aqui tres lados? ¿cómo pueden
ser una misma cosa?--Pero quién sabe?..... á tí te lo parece.....
pero.....--¿Nó señor, no lo ve V. aqui? este tres, ese otro cuatro, y
no es lo mismo cuatro que tres.

Atormentad el entendimiento del niño tanto como querais, no le
sacaréis de su tema: siempre notaréis su percepcion y su razon obrando
en sentido directo, esto es, fijándose sobre el objeto; pero no
lograréis que por sí solo dirija la atencion á los actos interiores,
que piense en su pensamiento, que combine ideas reflejas, ni que en
ellas busque la certeza de su juicio.


[20.] Y hé aquí un defecto capital del arte de pensar, tal como se ha
enseñado hasta ahora. A una inteligencia tierna, se la ejercita luego
con lo mas difícil que ofrece la ciencia, el reflexionar: lo que es
tan desacertado como si se comenzase el desarrollo material del niño,
por los ejercicios mas arduos de la gimnástica. El desarrollo
científico del hombre se ha de fundar sobre el natural, y este no es
reflejo sino directo.


[21.] Aplíquese la misma observacion al uso de los sentidos.

¿Oye Vd. qué música? dice el niño.--Cómo, qué música?--No oye Vd.?
está Vd. sordo?--A tí te lo parece.--Pero señor, ¡si se oye tan
bien!... ¿cómo es posible?--Pero, ¿cómo lo sabes?--Señor si lo
oigo!.....

Y de ese _lo oigo_ no se le podrá sacar, y no lograréis que vacile, ni
que para deshacerse de las importunidades apele á ningun acto reflejo:
«yo la oigo; ¿no la oye Vd.?» para él no hay mas razon, y toda vuestra
filosofía no valdría tanto como la _irresistible fuerza_ de la
sensacion que le asegura de que hay música, y que quien lo dude, ó se
chancea ó está sordo.


[22.] Si las facultades del niño se hubiesen desarrollado en una
alternativa de actos directos y reflejos, si al irse cerciorando de
las cosas hubiese pensado en algo mas que en las cosas mismas, claro
es que una continuacion de actos semejantes hubiera dejado huella en
su espíritu, y que al encontrarse en una situacion apremiadora en que
se le preguntaban los motivos de su certeza, hubiera echado mano de
los mismos medios que le sirvieron en el sucesivo desarrollo de sus
facultades, se hubiera desentendido del objeto, se hubiera replegado
sobre sí mismo, y de un modo ú otro habria pensado en su pensamiento,
y contestado á la dificultad en el mismo sentido. Nada de esto
sucede; lo que indica que no han existido tales actos reflejos, que no
ha habido mas que las percepciones acompañadas de la conciencia íntima
y de la certeza de ellas; pero todo en confuso, de una manera
instintiva, sin nada que parecerse pudiera á reflexiones filosóficas.


[23.] Y es de notar que lo que acontece al niño, se verifica tambien
en los hombres adultos, por claro y despejado que sea su
entendimiento. Si no están iniciados en las cuestiones filosóficas,
recibiréis á poca diferencia las mismas respuestas al proponerles
dificultades sobre los expresados objetos, y aun sobre muchísimos
otros en que al parecer podria caber mas duda. La experiencia prueba
mejor que todos los discursos, que nadie adquiere la certeza por acto
reflejo.


[24.] Dicen los filósofos que las fuentes de la certeza son el sentido
íntimo ó la conciencia de los actos, los sentidos exteriores, el
sentido comun, la razon, la autoridad. Veamos con algunos ejemplos lo
que hay de reflejo en todas estas fuentes, cómo piensa el comun de los
hombres, y hasta los mismos filósofos, cuando no piensan como
filósofos sino como hombres.


[25.] Una persona de entendimiento claro, pero sin noticia de las
cuestiones sobre la certeza, acaba de ver un monumento que deja en el
alma una impresion viva y duradera, _el Escorial_ por ejemplo. Al
ponderar lo grato del recuerdo, suscitadle dudas sobre la existencia
de este en su espíritu, y su correspondencia, ya con el acto pasado
de ver, ya con el edificio visto; es bien seguro que si no piensa que
os chanceais, le desconcertaréis completamente haciéndole sospechar
que habeis perdido el juicio. Entre cosas tan diferentes como son: la
existencia actual del recuerdo, su correspondencia con el acto pasado
de ver, y la conveniencia de todo con el edificio visto, él no
descubre diferencia alguna. Para este caso no sabe mas que un niño de
seis años: «me acuerdo; lo vi; es tal como lo recuerdo:» hé aquí toda
su ciencia; nada de reflexion, nada de separacion, todo directo y
simultáneo.

Haced las suposiciones que bien os parezcan, no sacaréis del comun de
los hombres, con respecto al sentido íntimo, mas que lo que habeis
sacado del recuerdo del Escorial: «es asi y no hay mas.» Aquí no hay
actos reflejos, la certeza acompaña al directo; y todas las
reflexiones filosóficas no son capaces de añadir un adarme de
seguridad, á la que nos da la fuerza misma de las cosas, el instinto
de la naturaleza.


[26.] Ejemplo del testimonio de los sentidos.

Se presenta á nuestros ojos un objeto cualquiera, y si está á la
correspondiente distancia y con la luz suficiente, juzgamos luego de
su tamaño, figura y color; quedándonos muy seguros de la verdad de
nuestro juicio, aun cuando en nuestra vida no hayamos pensado en las
teorías de las sensaciones, ni en las relaciones de nuestros órganos
entre sí y con los objetos externos. Ningun acto reflejo acompaña la
formacion del juicio; todo se hace instintivamente, sin que
intervengan consideraciones filosóficas. Lo vemos y nada mas; esto nos
basta para la certeza. Solo despues de haber manejado los libros donde
se ventilan semejantes cuestiones, volvemos la atencion sobre nuestros
actos; y aun es de notar, que esta atencion dura, interin nos ocupamos
del análisis científico; pues en olvidándonos de esto, lo que sucede
bien pronto, entramos de nuevo en la corriente universal, y solo
echamos mano de la filosofía en casos muy contados.

Nótese que aquí se habla de la certeza del juicio formado á
consecuencia de la sensacion, solo en cuanto está ligado con los usos
de la vida, y de ninguna manera en lo tocante á su mayor ó menor
exactitud con respecto á la naturaleza de las cosas. Así, poco importa
que los colores por ejemplo, sean considerados como calidades
inherentes á los cuerpos, aun cuando esto sea ilusion; basta que el
juicio formado no altere en nada nuestras relaciones con los objetos,
sea cual fuere la teoría filosófica.


[27.] Ejemplo del sentido comun.

En presencia de un concurso numeroso, arrojad á la aventura en el
suelo un cajon de caractéres de imprenta, y decid á los circunstantes
que resultarán escritos los nombres de todos ellos; por unanimidad se
reirán de vuestra insensatez; y ¿en qué se fundan? ¿han reflexionado
sobre el fundamento de su certeza? Nó, de seguro.


[28.] Ejemplo de la razon.

Todos raciocinamos, y en muchos casos con acierto. Sin arte, sin
reflexion de ninguna clase, distinguimos con frecuencia lo sólido de
lo fútil, lo sofístico de lo concluyente. Para esto no necesitamos
atender al curso que sigue nuestro entendimiento; sin advertirlo
siquiera nos vamos por el buen camino; y tal hombre habrá formado en
su vida millones de raciocinios muy rigurosos y exactos, que no habrá
atendido una sola vez al modo con que raciocina. Aun los mas versados
en el artificio de la dialéctica se olvidan á menudo de ella; la
practican quizás muy bien, pero sin atender expresamente á ninguna de
sus reglas.


[29.] Los ideólogos escriben volúmenes enteros sobre las operaciones
de nuestro entendimiento; y estas operaciones las ejecuta el hombre
mas rústico sin pensar que las hace. ¡Cuánto no se ha escrito sobre la
abstraccion, sobre la generalizacion, sobre los universales! Y no hay
hombre que no tenga todo esto muy bien arreglado en su cabeza, aunque
no sepa que existe una ciencia que lo examina. En su lenguaje,
hallaréis expresado lo universal y lo particular, notaréis que en su
discurso cada cosa ocupa el puesto que le corresponde; sus actos
directos no le ofrecen dificultad. Pero llamadle la atencion sobre
esos mismos actos, sobre la abstraccion por ejemplo: lo que en el
órden directo del pensamiento era tan claro y luminoso, se convierte
en un caos al pasar al órden reflejo.

Se echa pues de ver que en el medio de suyo mas reflexivo, cual es el
raciocinio, obra muy poco la reflexion, que tiene por objeto el mismo
acto que se ejerce.


[30.] Ejemplo de la autoridad.

Ningun habitante de paises civilizados ignora que existe una nacion
llamada _Inglaterra_; y la mayor parte de ellos, no lo saben sino por
haberlo oido ó leido, es decir, por autoridad. Claro es que la certeza
de la existencia de la Inglaterra es tanta, que no la excede la de los
mismos objetos que se tienen á la vista; y sin embargo, ¿cuántos son
los que han pensado en el análisis de los fundamentos en que se apoya
semejante certeza? Muy pocos. ¿Y esta será mayor en los que se hayan
ocupado de ella que en los demás? Nó, seguramente. Luego en el
presente caso y otros infinitos análogos, para nada intervienen los
actos reflejos; la certeza se forma instintivamente, sin el auxilio de
ningun medio parecido á los filosóficos.


[31.] Estos ejemplos manifiestan que la humanidad en lo tocante á la
certeza, anda por caminos muy diferentes de los de la filosofía: el
Criador que ha sacado de la nada á los seres, los ha provisto de lo
necesario para ejercer sus funciones segun el lugar que ocupan en el
universo; y una de las primeras necesidades del ser inteligente era la
certeza de algunas verdades. ¿Qué seria de nosotros si al comenzar á
recibir impresiones, al germinar en nuestro entendimiento las
primeras ideas, nos encontrásemos con el fatigoso trabajo de labrar un
sistema que nos pusiese á cubierto de la incertidumbre? Si así fuese,
nuestra inteligencia moriria al nacer; porque envuelta en el caos de
sus propias cavilaciones en el momento de abrir los ojos á la luz, y
cuando sus fuerzas son todavía tan escasas, no alcanzaria á disipar
las nubes que se levantarian de todos lados, y acabarian por sumirla
en una completa oscuridad.

Si los filósofos mas aventajados, si las inteligencias mas claras y
penetrantes, si los genios de mas pujanza y brio, han trabajado con
tan escaso fruto por asentar los principios sólidos que pudiesen
servir de fundamento á las ciencias, ¿qué sucediera si el Criador no
hubiese acudido á esta necesidad, proveyendo de certeza á la tierna
inteligencia, del propio modo que para la conservacion del cuerpo ha
preparado el aire que le vivifica, y la leche que le alimenta?


[32.] Si alguna parte de la ciencia debe ser considerada como
puramente especulativa, es sin duda la que versa sobre la certeza: y
esta proposicion por mas que á primera vista parezca una paradoja, es
sin embargo una verdad nada difícil de demostrar.


[33.] ¿Qué puede proponerse en este particular la filosofía? ¿Producir
la certeza? Esta existe, independiente de todos los sistemas
filosóficos: nadie habia pensado en semejantes cuestiones, cuando la
humanidad estaba ya cierta de infinitas cosas. Todavía mas: despues
de suscitada la cuestion, han sido pocos los que se han ocupado de
ella, comparados con la totalidad del género humano: lo mismo sucede
ahora, y sucederá en adelante. Luego cuantas teorías se excogiten
sobre este punto en nada pueden influir en el fenómeno de la certeza.
Lo que se dice con respecto á producirla, puede extenderse al intento
de consolidarla. ¿Cuándo han tenido ó tendrán ni ocasion ni tiempo el
comun de los hombres, para ocuparse de semejantes cuestiones?


[34.] Si algo hubiera podido producir la filosofía en esta parte,
habria sido el escepticismo; pues que la variedad y oposicion de los
sistemas eran mas propias para engendrar dudas que para disiparlas.
Afortunadamente, la naturaleza se resiste al escepticismo de una
manera insuperable; y los sueños del gabinete de los sabios no
trascienden á los usos de la vida del comun de los hombres, ni aun de
los mismos que los padecen ó los fingen.


[35.] El objeto mas razonable que en esta cuestion puede proponerse la
filosofía es el examinar simplemente los cimientos de la certeza, solo
con la mira de conocer mas á fondo al espíritu humano, sin lisonjearse
de producir ninguna alteracion en la práctica: á la manera que los
astrónomos observan la carrera de los astros, y procuran averiguar y
determinar las leyes á que está sujeta, sin que por esto presuman
poder modificarlas.


[36.] Mas aun en esta suposicion, se halla la filosofía en situacion
nada satisfactoria: porque si recordamos lo que arriba se lleva
establecido, echaremos de ver que la ciencia observa un fenómeno real
y verdadero, pero le da una explicacion gratuita, haciendo de él un
análisis imaginario.

En efecto, se ha demostrado con la experiencia que nuestro
entendimiento no se guia por ninguna de las consideraciones que tienen
presentes los filósofos; su asenso, en los casos en que va acompañado
de mayor certeza, es un fruto espontáneo de un instinto natural, no de
combinaciones; una adhesion firme arrancada por la evidencia de la
verdad, ó la fuerza del sentido íntimo ó el impulso del instinto, no
una conviccion producida por una serie de raciocinios; luego esas
combinaciones y raciocinios, solo existen en la mente del filósofo,
mas no en la realidad; luego cuando se quieren señalar los cimientos
de la certeza, se indica lo que tal vez pudiera ó debiera haber, pero
no lo que hay.

Si los filósofos se guiasen por sus sistemas y no se olvidasen ó no
prescindiesen de ellos, tan pronto como acaban de explicarlos, y aun
mientras los explican, pudiera decirse que si no se da razon de la
certeza humana, se da de la certeza filosófica; pero limitándose los
mismos filósofos á usar de sus medios científicos, solo cuando los
desenvuelven en sus cátedras, resulta que los pretendidos cimientos
son una pura título que poco ó nada tiene que ver con la realidad de
las cosas.


[37.] Esta demostracion de la vanidad de los sistemas filosóficos en
lo tocante á los fundamentos de la certeza, lejos de conducir al
escepticismo, lleva á un punto directamente opuesto: porque
haciéndonos apreciar en su justo valor la vanidad de las cavilaciones
humanas, y comparando su impotencia con la irresistible fuerza de la
naturaleza, nos aparta del necio orgullo de sobreponernos á las leyes
dictadas por el Criador á nuestra inteligencia, nos hace entrar en el
cauce por donde corre la humanidad en el torrente de los siglos, y nos
inclina á aceptar con una filosofía juiciosa, lo mismo que de todos
modos nos fuerzan á aceptar las leyes de nuestra naturaleza (III).



CAPÍTULO IV.

SI EXISTE LA CIENCIA TRASCENDENTAL EN EL ÓRDEN INTELECTUAL ABSOLUTO.


[38.] Los filósofos han buscado un primer principio de los
conocimientos humanos: cada cual le ha señalado á su manera, y despues
de tanta discusion, todavía es dudoso quién ha acertado, y hasta si ha
acertado nadie.

Antes de preguntar cuál era el primer principio, era necesario saber
si existia. Esta última cuestion no puede suponerse resuelta en
sentido afirmativo, pues como veremos luego, es susceptible de
diferentes resoluciones segun el aspecto bajo el cual se la mira.

El primer principio de los conocimientos puede entenderse de dos
maneras: ó en cuanto significa una verdad única de la cual nazcan
todas las demás; ó en cuanto expresa una verdad cuya suposicion sea
necesaria, si no se quiere que desaparezcan todas las otras. En el
primer sentido se busca un manantial del cual nazcan todas las aguas
que riegan una campiña; en el segundo, se pide un punto de apoyo para
afianzar sobre él un gran peso.


[39.] ¿Existe una verdad de la cual dimanen todas las otras? En la
realidad, en el órden de los seres, en el órden intelectual universal,
sí; en el órden intelectual humano, nó.


[40.] En el órden de los seres hay una verdad orígen de todas; porque
la verdad es la realidad, y hay un Ser, autor de todos los seres. Este
ser es una verdad, la verdad misma, la plenitud de verdad; porque es
el ser por esencia, la plenitud del ser.

Esta unidad de orígen la han reconocido en cierto modo todas las
escuelas filosóficas. Los ateos hablan de la fuerza de la naturaleza,
los panteistas, de la sustancia única, de lo absoluto, de lo
incondicional; unos y otros han abandonado la idea de Dios, y trabajan
por reemplazarla con algo que sirva de orígen á la existencia del
universo y al desarrollo de sus fenómenos.


[41.] En el órden intelectual universal hay una verdad de la cual
dimanan todas; es decir, que esa unidad de orígen de todas las
verdades, no solo se halla en las verdades realizadas, ó en los seres
considerados en sí mismos, sino tambien en el encadenamiento de ideas
que representan á estos seres. Por manera que si nuestro entendimiento
pudiese elevarse al conocimiento de todas las verdades, abrazándolas
en su conjunto, en todas las relaciones que las unen, veria que á
pesar de la dispersion en que se nos ofrecen en las direcciones mas
remotas y divergentes, en llegando á cierta altura van convergiendo á
un centro, en el cual se enlazan, como las madejas de luz en el punto
luminoso que las despide.


[42.] Los teólogos al paso que explican los dogmas de la Iglesia,
siembran á menudo en sus tratados doctrinas filosóficas muy profundas.
Así santo Tomás en sus cuestiones sobre el entendimiento de los
ángeles, y en otras partes de sus obras, nos ha dejado una teoría muy
interesante y luminosa. Segun él, á proporcion que los espíritus son
de un órden superior, entienden por un menor número de ideas; y así
continúa la disminucion hasta llegar á Dios, que entiendo por medio de
una idea única, que es su misma esencia. De esta suerte segun el Santo
Doctor, hay no solo un ser autor de todos los seres, sino tambien una
idea única, infinita, que las encierra todas. Quien la posea
plenamente lo verá todo en ella; pero como esta plenitud, que en
términos teológicos se llama comprension, es propia únicamente de la
inteligencia infinita de Dios, las criaturas cuando en la otra vida
alcancen la vision beatífica, que consiste en la intuicion de la
esencia divina, verán mas ó menos objetos en Dios segun sea la mayor ó
menor perfeccion con que le posean. ¡Cosa admirable! El dogma de la
vision beatífica bien examinado, es tambien una verdad que derrama
torrentes de luz sobre las teorías filosóficas! El sueño sublime de
Malebranche sobre las ideas, era quizás una reminiscencia de sus
estudios teológicos.


[43.] La ciencia trascendental, que las abraza y explica todas, es una
quimera para nuestro espíritu mientras habita sobre la tierra; pero es
una realidad para otros espíritus de un órden superior, y lo será para
el nuestro cuando desprendido del cuerpo mortal, llegue á las regiones
de la luz.


[44.] En cuanto podemos conjeturar por analogías, tenemos pruebas de
que existe en efecto esa ciencia trascendental que las encierra todas,
y que á su vez se refunde en un solo principio, ó mejor, en una sola
idea, en una sola intuicion. Observando la escala de los seres, los
grados en que están distribuidas las inteligencias individuales, y el
sucesivo progreso de las ciencias, se nos presenta la imágen de esta
verdad de una manera muy notable.

Uno de los caractéres distintivos de la inteligencia es el
generalizar, el percibir lo comun en lo vario, el reducir lo múltiplo
á la unidad; y esta fuerza es proporcional al grado de inteligencia.


[45.] El bruto está limitado á sus sensaciones, y á los objetos que se
las causan. Nada de generalizar, nada de clasificar, nada que se eleve
sobre la impresion recibida, y el instinto de satisfacer sus
necesidades. El hombre, tan pronto como abre los ojos de su
inteligencia, percibe desde luego un sinnúmero de relaciones; lo que
ha visto en un caso lo aplica á otros diferentes: generaliza,
encerrando en una idea muchísimas otras. Quiere el niño alcanzar un
objeto, no puede llegar á él; y al instante improvisa su escalera
arrimando una silla ó un banquillo. Un bruto estará mirando largas
horas la tajada que le hechiza, pero que está colgada demasiado alto,
sin que le ocurra que pudiera practicar la misma operacion que el
niño, y formar una escalera. Si se le disponen los objetos á propósito
para subir, sube; pero es incapaz de pensar que en situaciones
semejantes se debe ejecutar la misma operacion. En un caso vemos un
ser que tiene la idea general de un _medio_ y de sus relaciones con el
_fin_, y que cuando la necesita la emplea; en el segundo, vemos otro
ser que tiene delante de sus ojos el fin y el medio, pero que no
percibe su relacion, y que por consiguiente no se eleva sobre la
individualidad material de los objetos.

En el primero hay la percepcion de la unidad; en el segundo, no hay
ningun lazo que reuna la variedad de los hechos particulares.

En este ejemplo tan sencillo se nota que la infinidad de casos, en que
por estar el objeto demasiado alto ofrece dificultad el alcanzarle,
los tiene reducidos el niño á uno solo: posee por decirlo así la
fórmula del pequeño problema.

Por cierto que él no se da cuenta á sí mismo de esta fórmula, es decir
que no hace acto reflejo sobre ella: pero en la realidad la tiene, y
la prueba es, que en ofreciéndose el caso, la aplica instantáneamente.
Aun mas: no le pongais delante un objeto determinado, y habladle en
general de cosas demasiado altas, indicándole velozmente unas tras
otras; veréis que con la rapidez del relámpago aplica siempre la idea
general de un medio auxiliar. Serán los brazos de sus padres, ó de un
hermano mayor, ó de un criado; será una silla si está en su casa, será
un monton de piedras si se halla en el campo; de todo se vale, en todo
descubre la _relacion del medio con el fin_. Cuando el fin se
presenta, su atencion se vuelve instantáneamente hácia el medio; la
idea general, busca un caso en que individualizarse.


[46.] ¿Qué es un arte? ¿es un conjunto de reglas para hacer bien
alguna cosa? ¿y cuándo es mas perfecto? lo es tanto mas, cuanto
encierra mayor número de casos en cada regla, y por consiguiente
cuanto es menor el número de estas. Antes de que se hubiesen formulado
las de la arquitectura, se habian construido sin duda edificios
sólidos, hermosos, y adaptados al uso á que se destinaban: pero el
gran progreso de la inteligencia en lo relativo á la construccion de
edificios consistió en encontrar lo que tenian de _comun_ los bien
construidos; en fijar la causa de la solidez y de la belleza en sí
mismas, pasando de lo individual á lo universal, es decir, formándose
ideas generales de solidez y de belleza aplicables á un sinnumero de
casos particulares: simplificando.


[47.] Lo dicho de la arquitectura, puede extenderse á las demás artes
liberales y mecánicas: en todas se encontrará que el adelanto de la
inteligencia se cifra en reducir á la unidad la multiplicidad, en
hacer que en el menor número de ideas posible, se encierre el mayor
número de aplicaciones posible. Por esta razon los amantes de las
letras y de las bellas artes, se afanan en busca de la idea de la
belleza en general, con la mira de encontrar un tipo aplicable á todos
los objetos literarios y artísticos. Tambien podemos observar que los
que se ocupan de artes mecánicas, discurren siempre por reducir sus
procedimientos á pocas reglas, y aquel se tiene por mas adelantado que
alcanza á combinar mayor variedad de los productos con mas sencillez
en los medios, haciendo depender de una sola idea lo que otros tienen
vinculado con muchas. Al contemplar una máquina que nos da admirables
productos con una combinacion muy sencilla, no tributamos menos
elogios al artífice por lo segundo que por lo primero: «esto es
magnífico, decimos, y lo mas asombroso es la sencillez con que se
ejecuta.»


[48.] Hagamos aplicacion de esta doctrina á las ciencias naturales y
exactas.

El mérito del sistema actual de numeracion consiste en encerrar en una
sola idea la espresion de todos los números, haciendo el valor de cada
guarismo, décuplo del que tiene á la derecha, y supliendo los huecos
con el cero. La expresion de la infinidad de los números, está
reducida á una sola regla, fundada en una sola idea: la relacion del
lugar con el décuplo del valor. La aritmética ha hecho un grande
adelanto disminuyendo el número de sus operaciones fundamentales por
medio de los logaritmos: reduciendo á sumar y restar las de
multiplicar y dividir. El álgebra no es mas que la generalizacion de
las expresiones y operaciones aritméticas: su simplificacion. La
aplicacion del álgebra á la geometría, es la generalizacion de las
expresiones geométricas: las fórmulas de las líneas, de las figuras,
de los cuerpos, no son mas que la expresion de su idea universal. En
ella, como en un tipo conserva el geómetra la idea matriz, generadora,
bástanle las aplicaciones mas sencillas para formar cálculos exactos
de todas las líneas de la misma clase que puedan ofrecérsele en la
práctica. En la sencilla expresion dz/dx = A, apellidada coeficiente
diferencial, se encierra la idea matriz del cálculo infinitesimal;
ella dimanó de consideraciones geométricas, pero tan pronto como fué
concebida en su universalidad, esparció sobre todos los ramos de las
matemáticas y de las ciencias naturales un raudal de luz que hizo
descubrir un nuevo mundo cuyos confines no se alcanzan. La prodigiosa
fecundidad de este cálculo dimana de su simplicidad, de que generaliza
por decirlo así de un golpe la misma álgebra y la geometría,
reuniéndolas en un solo punto que es la relacion de los límites de las
diferencias de toda funcion.


[49.] Esta unidad de idea, es el objeto de la ambicion de la humana
inteligencia, y una vez encontrada es el manantial de los mayores
adelantos. La gloria de los genios mas grandes se ha cifrado en
descubrirla; el progreso de las ciencias ha consistido en
aprovecharla. Vieta expone y aplica el principio de la expresion
general de las cantidades aritméticas; Descartes hace lo mismo con
respecto á las geométricas; Newton asienta el principio de la
gravitacion universal; él propio, al mismo tiempo que Leibnitz,
inventa el cálculo infinitesimal; y las ciencias naturales y exactas
alumbradas por una grande antorcha marchan á pasos agigantados por
caminos antes desconocidos. ¿Y por qué? porque la inteligencia se ha
aproximado á la unidad, ha entrado en posesion de una idea matriz en
que se encierran otras infinitas.


[50.] Es digno de notarse que á medida que se va adelantando en las
ciencias se encuentran entre ellas numerosos puntos de contacto,
estrechas relaciones que á primera vista nadie hubiera podido
sospechar. Cuando los matemáticos antiguos se ocupaban de las
secciones cónicas estaban muy lejos de creer que la idea de la elipse
hubiese de servir de base á un sistema astronómico; los focos eran
simples puntos, la curva una línea y nada mas; las relaciones de
aquellos con esta, eran objeto de combinaciones estériles, sin
aplicacion. Siglos despues esos focos son el sol, y la curva las
órbitas de los planetas. Las líneas de la mesa del geómetra
representaban un mundo!.....

El íntimo enlace de las ciencias matemáticas con las naturales es un
hecho fuera de duda; ¿y quién sabe hasta qué punto se enlazan unas y
otras con las ontológicas, psicológicas, teológicas y morales? La
dilatada escala en que están distribuidos los seres, y que á primera
vista pudiera parecer un conjunto de objetos inconexos, va
manifestándose á los ojos de la ciencia como una cadena delicadamente
trabajada cuyos eslabones presentan sucesivamente mayor belleza y
perfeccion. Los diferentes reinos de la naturaleza se muestran
enlazados con íntimas relaciones; así las ciencias que los tienen por
objeto, se prestan recíprocamente sus luces, y entran alternativamente
la una en el terreno de la otra. La complicacion de los objetos entre
sí, trae consigo esa complicacion de conocimientos; y la unidad de
las leyes que rigen diferentes órdenes de seres, aproximan todas las
ciencias y las encaminan á formar una sola. ¡Quién nos diera ver la
identidad de orígen, la unidad del fin, la sencillez de los caminos!
Entonces poseeríamos la verdadera ciencia trascendental, la ciencia
única, que las encierra todas; ó mejor diremos, la idea única en que
todo se pinta tal como es, en que todo se ve sin necesidad de
combinar, sin esfuerzo de ninguna clase, como en un clarísimo espejo
se retrata un magnífico paisage, con su tamaño, figura y colores!
Entretanto, nos es preciso contentarnos con sombras de la realidad; y
en el instinto de nuestro entendimiento para simplificar, para
reducirlo todo ó aproximarlo cuando menos á la unidad, debemos ver el
indicio, el anuncio, de esa ciencia única, de esa intuicion de la idea
única, infinita; así como en el deseo de felicidad que agita nuestro
corazon, en la sed de gozar que nos atormenta, hallamos la prueba de
que no acaba todo aquí, de que nuestra alma ha sido criada para la
posesion de un bien que no se alcanza en la vida mortal.


[51.] Lo mismo que hemos observado en la escala de los seres, y en el
progreso de las ciencias, podemos notarlo comparando hombres con
hombres, y atendiendo el carácter que ofrece el punto mas elevado de
la humana inteligencia: el genio. Los hombres de verdadero genio se
distinguen por la unidad y amplitud de su concepcion. Si tratan una
cuestion difícil y complicada, la simplifican y allanan tomando un
punto de vista elevado, fijando una idea principal que comunica luz á
todas las otras; si se proponen contestar á una dificultad, señalan la
raíz del error, y destruyen con una palabra toda la ilusion del
sofisma; si emplean la síntesis, aciertan desde luego en el principio
que ha de servir de base, y de un rasgo trazan el camino que se ha de
seguir para llegar al resultado que se desea; si se valen del análisis
atinan en el punto por donde debe empezar la descomposicion, en el
resorte oculto, y de un golpe por decirlo asi, nos abren el objeto,
nos ponen de manifiesto sus interioridades mas recónditas; si se trata
de una invencion, mientras los demás están buscando acá y acullá,
ellos hieren el suelo con el pie, y dicen «el tesoro está aquí.» Nada
de dilatados raciocinios; nada de rodeos: pocos pensamientos, pero
fecundos: pocas palabras, pero en cada una de ellas engastada una
perla de inmenso valor.

[52.] No cabe pues duda alguna de que en el órden intelectual hay una
verdad de la cual dimanan todas las verdades, hay una idea que
encierra todas las ideas; así nos lo enseña la filosofía, así nos los
indican los esfuerzos, las tendencias naturales, instintivas, de toda
inteligencia, cuando se afana por la simplificacion y la unidad; así
lo estima el sentido comun, que considera tanto mas alto y noble el
pensamiento, cuanto es mas vasto y mas uno (IV).



CAPÍTULO V.

NO EXISTE LA CIENCIA TRASCENDENTAL EN EL ORDEN INTELECTUAL HUMANO NO
PUEDE DIMANAR DE LOS SENTIDOS.


[53.] En el órden intelectual humano, mientras vivimos sobre la
tierra, no hay una verdad de la cual dimanen todas: en vano la han
buscado los filósofos; no la han encontrado porque no era posible
encontrarla. Y en efecto, ¿dónde se hallaria la deseada verdad?


[54.] ¿Dimanará de los sentidos?

Las sensaciones son tan varias como los objetos que las producen. Por
ellas adquirimos noticia de cosas individuales y materiales; y en
ninguna de estas ni en las sensaciones que de ellas dimanan, puede
hallarse la verdad, fuente de todas las demás.


[55.] Observando las impresiones que por los sentidos recibimos,
podemos notar que con respecto á producir certeza, todas son iguales
entre sí. Tan ciertos estamos de la sensacion que nos causa un ruido
cualquiera como de la producida por la presencia de un objeto á
nuestros ojos, de un cuerpo oloroso cercano al olfato, de uno sabroso
aplicado al paladar, ó de otro que afecte vivamente el tacto. En la
certeza producida por aquellas sensaciones no hay gradacion, todas
son iguales; porque si hablamos de la sensacion misma, esta la
experimentamos de una manera que no nos consiente incertidumbre; y si
se trata de la relacion de la sensacion con la existencia del objeto
externo que la causa, tan ciertos estamos de que á la sensacion que se
llama _vision_, corresponde un objeto externo _visto_, como que á lo
que se apellida _tacto_, corresponde un objeto externo _tocado_.

Se infiere de lo dicho, que no hay una sensacion orígen de la certeza
de las demás; en este punto todas son iguales; y para el comun de los
hombres no hay mas razon que los asegure de la certeza, sino que lo
experimentan así. No ignoro que lo sucedido con los individuos á
quienes se ha hecho la operacion de las cataratas, indica que para
apreciar debidamente el objeto _sentido_ no es suficiente la simple
sensacion, y que unos sentidos auxilian á los otros; pero esto no
prueba la preferencia de ninguno de ellos; pues así como el ciego á
quien se dió repentinamente la vista, no formaba por la simple vision
juicio exacto sobre el tamaño y distancia de los objetos vistos, sino
que necesitaba el auxilio del tacto; así es muy probable que si
suponemos á una persona con vista, privada de tacto desde su
nacimiento, y se lo damos despues repentinamente, tampoco formará
juicio exacto de los objetos tocados, hasta que con el auxilio de la
vista, se haya ido acostumbrando á combinar el nuevo órden de
sensaciones con el antiguo, aprendiendo con el ejercicio á fijar las
relaciones de la sensacion con el objeto y á conocer por medio de
aquella las propiedades de este.


[56.] El mismo hecho del ciego á quien se quitaron las cataratas, está
contrariado por otros que conducen á un resultado directamente
opuesto. La jóven á quien hizo la misma operacion el oculista Juan
Janin, y unos ciegos de nacimiento á quienes el profesor Luis de
Gregori restituyó en parte la vista, no creyeron como el ciego de
Cheselden, que los objetos estuviesen pegados á sus ojos, sino que
luego los vieron como cosas realmente externas y separadas. Así lo
refiere Rosmini (Ensayo sobre el orígen de las ideas parte 5. cap. 4.
Tomo, 2. p. 286 citando el opúsculo «de las cataratas de los ciegos de
nacimiento, observaciones teórico-químicas, del profesor de química y
oftalmia Luis de Gregori, Romano.» Roma 1826); bien que dando la
preferencia al de Cheselden que dice fué renovado en Italia por el
profesor Jacobo de Pavía, con toda diligencia y con el mismo resultado
en todas sus partes.


[57.] El modo con que esta combinacion de unas sensaciones con otras
nos enseña á juzgar bien de los objetos externos es difícil saberlo:
porque cabalmente el desarrollo de nuestras facultades sensitivas é
intelectuales se verifica antes que podamos reflexionar sobre él; y
así nos encontramos ya ciertos de la existencia y propiedades de las
cosas, sin que hayamos pensado en la certeza, ni mucho menos en los
medios de adquirirla.


[58.] Pero aun suponiendo que despues nos ocupemos de las sensaciones
mismas, y de sus relaciones con los objetos, prescindiendo de la
certeza que ya tenemos y haciendo como que la buscamos, es imposible
hallar una sensacion que pueda servir de punto de apoyo á la certeza
de los demás. Las dificultades que estas nos ofrecieran las
encontraríamos en aquella.


[59.] El fijar las relaciones del sentido de la vista con el del
tacto, y el determinar hasta qué punto dependen uno de otro, da lugar
á cuestiones que pienso examinar mas abajo con alguna extension; y por
lo mismo me abstendré de entrar en ellas por ahora, ya porque no son
tales que puedan ventilarse por incidencia, ya tambien porque su
resolucion sea en el sentido que fuere, en nada se opone á lo que me
propongo establecer aquí.


[60.] Nada adelantaríamos con saber que la certeza de todas las
sensaciones está, filosóficamente hablando, vinculada en una. Toda
sensacion es un hecho individual contingente; ¿cómo podemos sacar de
él la luz para guiarnos á las verdades necesarias? Considérese bajo el
aspecto que se quiera la sensacion, no es mas que la impresion que
recibimos por conducto de los órganos. De la impresion estamos seguros
porque está intimamente presente á nuestra alma; de sus relaciones con
el objeto que la produce, nos cercioramos por la repeticion de ella,
con el auxilio de otras sensaciones, ya del mismo sentido, ya de
otros; pero todo instintivamente, con poca ó ninguna reflexion, y
siempre condenados, por mas que reflexionemos, á llegar á un punto del
cual no podemos pasar porque allí nos detiene la naturaleza.


[61.] Lejos pues de encontrar en ninguna sensacion un hecho
fundamental en que podamos apoyarnos para establecer una certeza
filosófica, vemos un conjunto de hechos particulares, muy distintos
entre sí, pero que se parecen en cuanto á producir en nosotros esa
seguridad que se llama certeza. En vano es que se descomponga al
hombre, que se le reduzca primero á una máquina inanimada, que luego
se le otorgue un sentido haciéndole percibir diferentes sensaciones,
que despues se le conceda otro, haciéndole combinar las nuevas con las
antiguas, y así se proceda sintéticamente hasta llegar á la posesion y
ejercicio de todos; estas cosas son buenas para entretener la
curiosidad, alimentar pretensiones filosóficas, y dar un viso de
probabilidad á sistemas imaginarios; pero en la realidad se adelanta
poco ó nada: las evoluciones que finge el observador, no se parecen á
las de la naturaleza; y el verdadero filósofo debe examinar, nó lo que
en su concepto pudiera haber, sino lo que hay.

Condillac animando progresivamente su estatua y haciendo dimanar de
una sensacion todo el caudal de los conocimientos humanos, se parece
á aquellos sacerdotes que se ocultaban dentro de la estatua del ídolo
y desde allí emitian sus oráculos. No es la estatua que se va animando
lo que piensa y habla, es Condillac que está dentro. Concedámosle al
filósofo sensualista todo lo que quiera; dejémosle que arregle á su
modo la dependencia respectiva de las sensaciones; todo se le
desconcierta desde el momento en que le exigis que no discurra sino
con sensaciones puras, por mas que las suponga transformadas. Pero
reservemos estas cuestiones para el lugar en que examinaremos la
naturaleza y el orígen de las ideas.


[62.] ¿Por qué estoy seguro de que la grata sensacion que experimento
en el sentido del olfato procede de un objeto que se llama _rosa_?
Porque así me lo atestigua el recuerdo de mil otras ocasiones en que
he experimentado la misma impresion, porque con el testimonio del
olfato están de acuerdo el tacto y la vista. Pero ¿cómo puedo saber
que estas sensaciones son algo mas que impresiones que recibe mi alma?
¿por qué no he de creer que viene de una causa cualquiera sin relacion
á objetos externos? ¿Será porque dicen lo contrario los demás hombres?
¿Me consta que existan? ¿Y cómo saben ellos lo que me dicen? ¿cómo sé
que los oigo bien? La misma dificultad que se ofrece con respeto á los
otros sentidos existe en cuanto al oido; si dudo del testimonio de
tres, ¿por qué no dudo del de cuatro? No adelanto pues nada con el
raciocinio; este me conduciria á cavilaciones tales, que me exigirian
una duda imposible, que me arrancarian una seguridad de que no puedo
desprenderme por mas esfuerzos que haga.

Además, si para apoyar la verdad de la sensacion apelo á los
principios del raciocinio, ya salgo del terreno de las sensaciones, ya
no pongo en estas la verdad primitiva orígen de las otras, no cumplo
lo que habia ofrecido.


[63.] De lo dicho resulta: 1.º que no se encuentra una sensacion
orígen de la certeza de las otras, lo que me he contentado con
indicarlo aquí, reservándome demostrarlo al tratar de las sensaciones;
2.° que aun cuando existiese esta sensacion, no bastaria á fundar nada
en el órden intelectual, pues con las solas sensaciones no es posible
ni aun pensar; 3.º que las sensaciones lejos de poder ser la basa de
la ciencia trascendental, no sirven por sí solas para establecer
ninguna ciencia; pues de ellas, por ser hechos contingentes, no pueden
dimanar las verdades necesarias (V).



CAPÍTULO VI.

CONTINÚA LA DISCUSION SOBRE LA CIENCIA TRASCENDENTAL. INSUFICIENCIA DE
LAS VERDADES REALES.


[64.] Ha sido conveniente rebatir de paso el sistema de Condillac, no
por su importancia intrínseca, ni porque no esté ya bastante
desacreditado, sino para dejar el campo libre á investigaciones mas
elevadas, mas propiamente filosóficas. Es preciso no perder ocasion de
indemnizar á la filosofía de los perjuicios que le irrogara un sistema
tan vanidoso como estéril. Todo lo mas sublime de la ciencia del
espíritu, desaparecia con el _hombre-estatua_, y las sensaciones
transformadas; venguemos pues los derechos de la razon humana,
manifestando que antes de entrar en las cuestiones mas
trascendentales, le es indispensable descartar el sistema de
Condillac; como para construir un buen camino se quita ante todo la
broza que obstruye el paso.


[65.] Vamos ahora á probar que en el órden intelectual humano, tal
como es en esta vida, no existe ningun principio que sea fuente de
todas las verdades; porque no hay ninguna verdad que las encierre
todas.

Las verdades son de dos clases: reales ó ideales. Llamo verdades
reales á los hechos, ó lo que existe; llamo ideales el enlace
necesario de las ideas. Una verdad real puede expresarse por el verbo
_ser_ tomado sustantivamente, ó al menos supone una proposicion en que
el verbo se haya tomado en este sentido; una verdad ideal se expresa
por el mismo verbo tomado copulativamente, en cuanto significa la
relacion necesaria de un predicado con un sujeto, prescindiendo de la
existencia de uno y de otro. _Yo soy_, esto es, _yo existo_, expresa
una verdad real, un hecho. _Lo que piensa existe_; expresa una verdad
ideal, pues no se afirma que haya quien piense ni quien exista, sino
que si hay quien piensa, existe; ó en otros términos, se afirma una
relacion necesaria entre el pensamiento y el ser. A las verdades
reales corresponde el mundo real, el mundo de las existencias; á las
ideales el mundo lógico, el de la posibilidad.

El verbo _ser_ se toma á veces copulativamente sin que la relacion que
por él se expresa sea necesaria; así sucede en todas las proposiciones
contingentes, ó cuando el predicado no pertenece á la esencia del
sujeto. A veces la necesidad es condicional, es decir que supone un
hecho; y en tal caso tampoco hay necesidad absoluta, pues el hecho
supuesto es siempre contingente. Cuando hablo de las verdades ideales,
me refiero á las que expresan una relacion absolutamente necesaria,
prescindiendo de todo órden á la existencia; y por el contrario,
comprendo entre las reales á todas las que suponen una proposicion en
que se haya establecido un hecho. A esta clase pertenecen las de las
ciencias naturales, por suponer todas algun hecho objeto de
observacion.


[66.] Ninguna verdad real finita puede ser orígen de todas las demás.
La verdad de esta clase es la expresion de un hecho particular,
contingente; y que por lo mismo no puede encerrar en sí ni las demás
verdades reales, ó sea el mundo de las existencias, ni tampoco las
verdades ideales, que solo se refieren á las relaciones necesarias en
el mundo de la posibilidad.


[67.] Si nosotros viésemos intuitivamente la existencia infinita,
causa de todas las demás, conoceríamos una verdad real, orígen de las
otras; pero como esta existencia infinita no la conocemos por
intuicion, sino por discurso, resulta que no conocemos el hecho de la
existencia en que se contiene la razon de todas las demás existencias.
Despues que por el discurso nos hemos elevado á dicho conocimiento,
tampoco nos es posible explicar desde aquel punto de vista la
existencia de lo finito por sola la existencia de lo infinito; porque
si prescindimos de la existencia de lo finito, desaparece el discurso
por el cual nos habiamos elevado hasta el conocimiento de lo infinito,
y por consiguiente se hunde todo el edificio de nuestra ciencia. Dad á
un hombre por medio del discurso la demostracion de la existencia de
Dios, y pedidle que prescindiendo del punto de partida, y fijándose
solo en la idea de lo infinito explique la creacion, no solo en su
posibilidad sino en su realidad, no lo podrá verificar. Con solo
prescindir de lo finito se hunde todo su discurso, sin que ningun
esfuerzo sea bastante á evitarlo; se halla en el caso de un arquitecto
á quien, habiendo construido una soberbia cúpula, se le exigiese que
la sostuviera, quitando el cimiento al edificio.


[68.] Tómese una verdad real cualquiera, el hecho mas seguro, mas
cierto para nosotros; nada se puede sacar de él si no se le fecunda
con verdades ideales. Yo existo, yo pienso, yo siento. Hé aqui hechos
indudables; pero ¿qué puede deducir de ellos la ciencia? nada: son
hechos particulares, contingentes, cuya existencia ó no existencia, no
afecta á los demás hechos ni alcanza al mundo de las ideas.

Estas verdades son de puro sentimiento; en sí solas nada tienen que
ver con el órden científico, y solo se elevan hasta él, cuando se las
combina con verdades ideales. Descartes, al consignar el hecho del
pensamiento y de la existencia, pasaba sin advertirlo, del órden real
al órden ideal, forzado por su propósito de levantar el edificio
científico. _Yo pienso_, decia; si se hubiese limitado á esto, se
habria reducido su filosofía á una simple intuicion de su conciencia;
pero queria hacer algo mas, queria discurrir, y por necesidad echaba
mano de una verdad ideal: _Lo que piensa existe_. Así fecundaba el
hecho individual, contingente, con la verdad universal y necesaria; y
como habia menester una regla para conducirse en adelante, la buscaba
en la legitimidad de la evidencia de las ideas. Por donde se echa de
ver como este filósofo, que con tanto afan buscaba la unidad, se
encontraba desde luego con la triplicidad: _un hecho, una verdad
objetiva, un criterio_. Un hecho en la conciencia del _yo_; una verdad
objetiva en la relacion necesaria del pensamiento con la existencia;
un criterio, en la legitimidad de la evidencia de las ideas.

Se puede desafiar á todos los filósofos del mundo á que discurran
sobre un hecho cualquiera sin el auxilio de las verdades ideales. La
esterilidad que hemos encontrado en el hecho de la _conciencia_, se
hallará en todos los demás. Esto no es una conjetura, es una
demostracion rigurosa. Solo una existencia contiene la razon de todas
las demás; en no conociéndola pues de una manera inmediata, intuitiva,
nos es imposible encontrar una verdad real orígen de todas las otras.


[69.] Aun suponiendo que en el órden de la creacion hubiese un hecho
primitivo de tal naturaleza que todo el universo no fuera mas que un
simple desarrollo suyo, tampoco habriamos encontrado la verdad real,
fuente de toda ciencia; pues con esto nada adelantaríamos con respecto
al mundo de la posibilidad, es decir, al órden ideal, infinitamente
mayor que el de las existencias infinitas.

Supongamos que el progreso de las ciencias naturales conduzca al
descubrimiento de una ley simple, única, que presida al desarrollo de
todas las demás, y cuya aplicacion, variada segun las circunstancias,
sea suficiente para dar razon de todos los fenómenos que ahora se
reducen á muchas y muy complicadas. Este seria sin duda un adelanto
inmenso en las ciencias que tienen por objeto el mundo visible; ¿pero
qué sabríamos por esto del mundo de las inteligencias? ¿qué del mundo
de la posibilidad? (VI).



CAPÍTULO VII.

ESTERILIDAD DE LA FILOSOFÍA DEL _yo_ PARA PRODUCIR LA CIENCIA
TRASCENDENTAL.


[70.] El testimonio de la conciencia es seguro, irresistible, pero
nada tiene que ver con el de la evidencia. Aquel tiene por objeto un
hecho particular y contingente, este una verdad necesaria. Que yo
pienso ahora, es absolutamente cierto para mí; pero este pensar mio no
es una verdad necesaria sino muy contingente, ya que podia muy bien
suceder que jamás hubiese pensado ni existido; es un hecho puramente
individual, pues no sale de mí, y su existencia y no existencia en
nada afecta las verdades universales.

La conciencia es un áncora nó un faro; basta para evitar el naufragio
de la inteligencia, nó para indicarle el derrotero. En los asaltos de
la duda universal, ahí está la conciencia que no deja perecer; pero si
le pedís que os dirija, os presenta hechos particulares, nada mas.

Estos hechos no tienen un valor científico sino cuando se objetivan,
permítaseme la expresion; ó bien cuando reflexionando sobre ellos el
espíritu, los baña con la luz de las verdades necesarias.

Yo pienso; yo siento; yo soy libre; hé aquí hechos; pero ¿qué sacais
de ellos por sí solos? nada. Para fecundarlos es necesario que los
tomeis como una especie de materia de las ideas universales. El
pensamiento se inmoviliza, se hiela, si no le haceis andar con el
impulso de estas ideas; la sensacion os es comun con los brutos; y la
libertad carece de objeto, de vida, si no hay combinacion de motivos
presentados por la razon.


[71.] Aquí se encuentra la causa de la oscuridad y esterilidad de la
filosofía alemana, desde Fichte. Kant, se fijaba en el sujeto, pero
sin destruir la objetividad en el mundo interior; y por esto su
filosofía, si bien contiene muchos errores, ofrece al entendimiento
algunos puntos luminosos; pero fué mas allá, se colocó en el _yo_, no
sirviéndose de la objetividad sino en cuanto le era necesaria para
establecerse mas hondamente en un simple hecho de conciencia; así no
encontró mas que regiones tenebrosas ó contradicciones.

La inteligencia de hombres de talento se ha fatigado en vano para
hacer brotar un rayo de luz de un punto condenado á la oscuridad. El
_yo_ se manifiesta á sí mismo por sus actos; y para ser concebido de
sí propio no disfruta de ningun privilegio sobre los seres distintos
de él, sino el de presentar inmediatamente los hechos que pueden
conducir á su conocimiento. ¿Qué sabria el alma de sí misma, si no
sintiera su pensamiento, su voluntad, y el ejercicio de todas sus
facultades? ¿Cómo discurre sobre su propia naturaleza sino fundándose
en lo que le suministra el testimonio de sus actos? El _yo_ pues no es
visto por sí propio intuitivamente; no se ofrece á sus mismos ojos,
sino mediantamente, esto es por sus propios actos; es decir que en
cuanto á ser conocido, se halla en un caso semejante al de los seres
externos, que lo son por los efectos que nos causan.

El _yo_ considerando en sí, no es un punto luminoso; es un
sustentáculo para el edificio de la razon; mas nó la regla para
construirle. La verdadera luz se halla en la objetividad; pues en ella
está propiamente el blanco del conocimiento. El _yo_ no puede ni ser
conocido, ni pensado de ninguna manera, sino en cuanto se toma á sí
mismo por objeto, y por consiguiente en cuanto se coloca en la línea
de los demás seres, para sujetarse á la actividad intelectual que solo
obra en fuerza de las verdades objetivas.


[72.] La inteligencia no se concibe sin objetos al menos internos; y
estos objetos serán estériles, si el entendimiento no concibe en
ellos relaciones y por consiguiente verdades. Estas verdades, no
tendrán ningun enlace, serán hechos sueltos, si no entrañan alguna
necesidad; y aun las relaciones que se refieran á hechos particulares
suministrados por la experiencia, no serán susceptibles de ninguna
combinacion, si al menos condicionalmente, no incluyen algo de
necesario. El brillo de la luz en el aposento en que escribo es en sí
un hecho particular y contingente; y la ciencia como tal, no puede
ocuparse de él, sino sujetando el movimiento de la luz á leyes
geométricas, es decir á verdades necesarias.

Luego el _yo_ en sí mismo, como sujeto, no es punto de partida para la
ciencia, aunque sea un punto de apoyo. Lo individual no sirve para lo
universal, ni lo contingente para lo necesario. La ciencia del
individuo A, es cierto que no existiria si el individuo A no
existiese; pero esta ciencia que necesita del _yo_ individual, no es
la ciencia propiamente dicha, sino el conjunto de actos individuales
con que el individuo percibe la ciencia. Mas lo percibido no es esto;
lo percibido es comun á todas las inteligencias; no necesita de este ó
aquel individuo; el fondo de verdades que constituyen la ciencia no ha
nacido de aquel conjunto de actos individuales, hechos contingentes
que se pierden cual gotas imperceptibles en el océano de la
inteligencias.

¿Cómo se quiere pues fundar la ciencia sobre el simple _yo_
subjetivo? ¿Cómo de este _yo_ se quiere hacer brotar el objeto? El
hecho de la conciencia nada tiene que ver con la ciencia, sino en
cuanto ofrece hechos á los cuales se pueden aplicar los principios
objetivos, universales, necesarios, independientes de toda
individualidad finita, que constituyen el patrimonio de la razon
humana, pero que no han menester la existencia de ningun hombre.


[73.] Analícense cuanto se quiera los hechos de la conciencia, jamás
se encontrará en ellos uno que pueda engendrar la luz científica.
Aquel acto será ó una percepcion directa ó refleja. Si es directa, su
valor no es subjetivo sino objetivo; no es el acto lo que funda la
ciencia, sino la verdad percibida, no el sujeto sino el objeto, no el
_yo_ sino lo visto por el _yo_. Si el acto es reflejo, supone otro
acto anterior, á saber, el objeto de la reflexion; no es pues aquel el
primitivo sino este.

La combinacion del acto directo con el reflejo, tampoco sirve para
nada científico, sino en cuanto se somete á las verdades necesarias,
objetivas, independientes del _yo_. ¿Qué es un acto individualmente
considerado? un fenómeno interior. Y ¿qué nos enseña este fenómeno
separado de las verdades objetivas? nada. El fenómeno representa algo
en la ciencia, en cuanto es considerado bajo las ideas generales, de
ser, de causa, de efecto, de principio ó de producto de actividad, de
modificacion, de sus relaciones con su sujeto que es el _substratum_
de otros actos semejantes; es decir cuando es considerado como un
caso particular, comprendido en las ideas generales, como un fenómeno
contingente, apreciable con el auxilio de las verdades necesarias,
como un hecho esperimental, al cual se aplica una teoría.

El acto reflejo no es mas que el conocimiento de un conocimiento, ó
sentimiento, ó de algun fenómeno interior sea cual fuere; y así toda
reflexion sobre la conciencia presupone acto anterior directo. Este
acto directo no tiene por objeto el _yo_; luego el conocimiento no
tiene por principio fundamental el _yo_, sino como una condicion
necesaria (pues no puede haber pensamiento sin sujeto pensante), mas
nó como objeto conocido.


[74.] Estas consideraciones derriban por su cimiento el sistema de
Fichte y de cuantos toman el _yo_ humano por punto de partida en la
carrera de las ciencias. El _yo_ en sí mismo, no se nos presenta; lo
que conocemos de él lo sabemos por sus actos, y en esto participa de
una calidad de los demás objetos, que no nos ofrecen inmediatamente su
esencia sino lo que de ella emana, por la actividad con que obran
sobre nosotros.

De esta manera nos elevamos por raciocinio al conocimiento de las
cosas mismas, guiados por las verdades objetivas y necesarias, que son
la ley de nuestro entendimiento, el tipo de las relaciones de los
seres, y por tanto una regla segura para juzgar de ellos. ¿Qué sabemos
de nuestro espíritu? que es simple: ¿y esto, cómo lo sabemos? porque
piensa, y lo compuesto, lo múltiplo, no puede pensar. Hé aquí como
conocemos el _yo_. La conciencia nos manifiesta su actividad
pensadora; esta es la materia suministrada por el hecho; pero luego
viene el principio, la verdad objetiva, iluminando el hecho, mostrando
la repugnancia entre el pensamiento y la composicion, el enlace
necesario entre la simplicidad y la conciencia.

Si bien se observa, este raciocinio se aplica no solo al _yo_, sino á
todo ser que piense; y así es que la misma demostracion la extendemos
á todos; el _yo_ pues que la aplica no crea esta verdad, solo la
conoce, y se conoce á sí propio como un caso particular comprendido en
la regla general.


[75.] El pretender que del _yo_ subjetivo surja la verdad, es comenzar
por suponer al _yo_ un ser absoluto, infinito, orígen de todas las
verdades, y razon de todos los seres: lo que equivale á comenzar la
filosofía divinizando el entendimiento del hombre. Y como á esta
divinizacion no tiene mas derecho un individuo que otro, el admitirla
equivale á establecer el panteismo racional, que como veremos en su
lugar, dista poco ó nada del panteismo absoluto.

Suponiendo que las razones individuales no son mas que fenómenos de la
razon única y absoluta; y que por tanto lo que llamamos espíritus, no
son verdaderas substancias, sino simples modificaciones de un
espíritu único, y las conciencias particulares meras apariciones de la
conciencia universal, se concibe por qué se busca en el _yo_ la fuente
de toda verdad, y se interroga á la conciencia propia como una especie
de oráculo por el cual habla la conciencia universal. Pero la
dificultad está en que la suposicion es gratuita: y que tratándose de
buscar la razon de todas las verdades, se principia por establecer la
mas incomprensible y repugnante de las proposiciones. ¿Quién es capaz
de persuadirnos que nuestras conciencias no son mas que una
modificacion de una tercera? ¿Quién nos hará creer que eso que
llamamos el _yo_, es comun á todos los hombres, á todos los seres
inteligentes, y que no hay mas diferencia que la de modificaciones de
un ser absoluto? Este ser absoluto, ¿por qué no tiene conciencia de
todas las conciencias que comprende? ¿Por qué ignora lo que encierra
en sí, lo que le modifica? ¿Por qué se cree múltiplo si es uno? ¿Dónde
está el lazo de tanta multiplicidad? ¿Las conciencias particulares,
tendrán su unidad, su vínculo de todo lo que les acontece, á pesar de
no ser mas que modificaciones; y este vínculo, esta unidad, faltarán á
la substancia que ellas modifican?


[76.] Como quiera, aun con la suposicion del panteismo, nada adelantan
en sus pretensiones los amigos de la filosofía del _yo_. Con su
panteismo, legitiman por decirlo así su pretension, mas no logran lo
que pretenden. Se llaman á sí mismos dioses; y así tienen razon en
que en ellos está la fuente de verdad; pero como en su conciencia no
hay mas que una aparicion de su divinidad, una sola fase del astro
luminoso, no pueden ver en ella otra cosa que lo que se les presenta;
y su divinidad se encuentra sujeta á ciertas leyes que la
imposibilitan para dar la luz que la filosofía le pide.


[77.] Si interrogamos nuestra conciencia sobre las verdades
necesarias, notaremos que lejos de pretender ó fundarlas ó crearlas,
las conoce, las confiesa independientes de sí misma. Pensemos en esta
proposicion: «es imposible que á un mismo tiempo, una cosa sea y no
sea» y preguntémonos si la verdad de ella nace de nuestro pensamiento;
desde luego la conciencia misma responde que no. Antes de que mi
conciencia existiera, la proposicion era verdad; si yo no existiese
ahora, seria tambien verdad; cuando no pienso en ella, es tambien
verdad; el _yo_ no es mas que un ojo que contempla el sol, pero que no
es necesario para la existencia del sol.


[78.] Otra consideracion hay que demuestra la esterilidad de toda
filosofía que busque en el solo _yo_ el orígen único y universal de
los conocimientos humanos. Todo conocimiento exige un objeto; el
conocimiento puramente subjetivo es inconcebible; aun suponiendo
identidad entre el sujeto y el objeto, se necesita la dualidad de
relacion, real ó concebida; es decir que el sujeto en cuanto conocido,
esté en cierta oposicion al menos concebida, con el mismo sujeto en
cuanto conoce. Ahora bien; ¿cuál es el objeto en el acto primitivo que
se busca? Es el _no yo_? Entonces la filosofía del _yo_ entra en el
cauce de las demás filosofías: pues en este _no yo_ están las verdades
objetivas, ¿Es el _yo_? Entonces preguntaremos, si es el _yo_ en sí, ó
en sus actos; si es el _yo_ en sus actos, entonces la filosofía del
_yo_ se reduce á un análisis ideológico, nada tiene de característico;
si es el _yo_ en sí, diremos que este no es conocido intuitivamente; y
que menos que nadie pueden pretender á esta intuicion, los que le
llaman el _absoluto_. Para ellos mas que para los otros, es el _yo_ un
abismo tenebroso. En vano os inclinais sobre este abismo y gritais
para evocar la verdad; el sordo ruido que os llega á los oidos es el
eco de vuestra voz misma, son vuestras palabras que la honda cavidad
os devuelve mas ahuecadas y misteriosas.


[79.] Entre estos filósofos que se pierden en vanas cavilaciones,
descuella el autor de la _Doctrina de la ciencia_, Fichte, de cuyo
sistema ha dicho con mucha gracia Madama de Stael, que se parece algun
tanto al dispertar de la estatua de Pigmalion, que tocándose
alternativamente á sí misma y á la piedra sobre que está sentada,
dice: soy yo, no soy yo.

Fichte comienza su obra titulada _Doctrina de la ciencia_, diciendo
que se propone buscar el principio mas absoluto, el principio
absolutamente incondicional de todo conocimiento humano. Hé aquí un
método erróneo; se comienza por suponer lo que se ignora, la unidad
del principio, y ni aun se sospecha que en la basa del conocimiento
humano puede haber una verdadera multiplicidad. Yo creo que la puede
haber y la hay en efecto, que las fuentes de nuestro conocimiento son
varias, de órdenes diversos, y que no es posible llegar á la unidad,
sino saliéndose del hombre y remontándose á Dios. Lo repito, hay aqui
una equivocacion en que se ha incurrido con demasiada generalidad,
resultando de ella el fatigar inútilmente los espíritus
investigadores, y arrojarlos á sistemas extravagantes.

Pocos filósofos habrán hecho un esfuerzo mayor que Fichte para llegar
á este principio absoluto. ¿Y qué consiguió? Lo diré francamente;
nada: ó repite el principio de Descartes, ó se entretiene en un juego
de palabras. Lástima da el verle forcejar con tal ahinco y con tan
poco resultado. Ruego al lector que tenga paciencia para seguirme en
el exámen de la doctrina del filósofo aleman, no con la esperanza de
adquirir una luz que le guie en los senderos de la filosofía, sino
para poder juzgar con conocimiento de causa, doctrinas que tanto ruido
meten en el mundo.

«Si este principio, dice Fichte, es verdaderamente el mas absoluto, no
podrá ser ni definido ni demostrado. Deberá expresar el acto que no se
presenta ni puede presentarse entre las determinaciones empíricas de
nuestra conciencia; por el contrario, sobre él descansa toda
conciencia, y solo él la hace posible (1.° parte § 1.).«

Sin ningun antecedente, sin ninguna razon, sin tomarse siquiera la
pena de indicar en qué se funda, asegura Fichte que el primer
principio deberá expresar un acto. ¿Por qué no podria ser una verdad
objetiva? esto merecia cuando menos algun exámen, ya que todas las
escuelas anteriores, incluso la de Descartes, no habian colocado el
primer principio entre los actos, sino entre las verdades objetivas.
El mismo Descartes al consignar el hecho del pensamiento y de la
existencia, echa mano de una verdad objetiva. «Lo que piensa existe» ó
en otros términos: «Lo que no existe, no puede pensar.»


[80.] La observacion que precede, señala uno de los vicios radicales
de la doctrina de Fichte y otros filósofos alemanes, que dan á la
filosofía subjetiva, ó del sujeto, una importancia que no merece.
Ellos acusan á los demás de hacer con demasiada facilidad la
transicion del sujeto al objeto, y olvidan que al propio tiempo ellos
pasan del pensamiento objetivo al sujeto puro, sin ninguna razon ni
título que los autorice. Ateniéndonos al citado pasaje de Fichte, ¿qué
será un acto que no se presenta, ni se puede presentar entre las
determinaciones empíricas de nuestra conciencia? El principio buscado,
por ser absoluto, no se exime de ser conocido, pues si no lo
conocemos, mal podremos afirmar que es absoluto; y si no se presenta
ni se puede presentar entre las determinaciones empíricas de nuestra
conciencia, ni es, ni puede ser conocido. El hombre no conoce lo que
no se presenta en su conciencia.

El principio absoluto en que toda conciencia descansa y que la hace
posible, pertenece ó nó á la conciencia. Si lo primero, sufre todas
las dificultades que afectan á los demás actos de la conciencia; si lo
segundo, no puede ser objeto de observacion, y por consiguiente nada
sabemos de él.

Para llegar al acto primitivo, separando del mismo todo lo que no le
pertenece realmente, confiesa Fichte que es necesario suponer
valederas las reglas de toda reflexion, y partir de una proposicion
cualquiera de las muchas que se podrian escoger entre aquellas que
todo el mundo concede sin ningun reparo. «Concediéndosenos esta
proposicion, dice, se nos debe conceder al mismo tiempo como acto, lo
que queremos poner como principio de la ciencia del conocimiento; y el
resultado de la reflexion debe ser que este acto nos sea concedido
como principio, junto con la proposicion. Ponemos un hecho cualquiera
de la conciencia empírica, y quitamos de él una tras otra todas las
determinaciones empíricas, hasta que se reduzca á toda su pureza, sin
contener mas que lo que el pensamiento no puede absolutamente excluir
y de lo que nada puede quitar; (ibid.).»

Se ve por estas palabras que el filósofo aleman se proponia elevarse á
un acto de conciencia enteramente puro, sin ninguna determinacion.
Esto es imposible: ó Fichte toma el acto en un sentido muy lato,
entendiendo por él el _substratum_ de toda conciencia, en cuyo caso no
hace mas que expresar en otros términos la idea de substancia; ó habla
de un acto propiamente dicho, esto es, de un ejercicio cualquiera de
esa actividad, de esa espontaneidad que sentimos dentro de nosotros; y
en este concepto el acto de conciencia no puede estar libre de toda
determinacion so pena de destruir su individualidad y su existencia.
No se piensa sin pensar algo; no se quiere sin querer algo; no se
siente sin sentir algo; no se reflexiona sobre los actos internos, sin
que la reflexion se fije en algo. En todo acto de conciencia hay
determinacion: un acto del todo puro, abstraido de todo, enteramente
indeterminado, es imposible, absolutamente imposible; ya
subjetivamente, porque el acto de conciencia aun considerado en el
sujeto, exige una determinacion; ya objetivamente, porque un acto
semejante es inconcebible como individual, y por tanto como existente,
pues que nada determinado ofrece al espíritu.


[81.] El acto indeterminado de Fichte no es mas que la idea de acto en
general; el filósofo aleman creyó haber hecho un gran descubrimiento
cuando en el fondo no concebia otra cosa que el principio de los
actos, es decir la idea de la substancia aplicada á ese ser activo
cuya existencia nos atestigua la conciencia misma.

Si he de decir ingenuamente lo que pienso, séame permitido manifestar
que en mi concepto Fichte con todo el alambicar de su análisis, no ha
hecho adelantar un solo paso á la filosofía en la investigacion del
primer principio. Por lo dicho hasta aquí se echa de ver que es muy
fácil detenerle con solo pedirle cuenta de las suposiciones que hace
desde la primera página de su libro. Sin embargo, para proceder en la
impugnacion con cumplida lealtad, no quiero extractar sus ideas, sino
dejarle que las explique él mismo.

«Todo el mundo concede la proposicion: A es A, así como que A = A,
porque esto es lo que significa la cópula lógica, y esto es admitido
sin reflexion alguna como completamente cierto. Si alguno pidiese la
demostracion, nadie pensaria en dársela sino que se sostendria que
esta proposicion es cierta absolutamente, es decir, sin razon alguna
mas desarrollada. Procediendo así incontestablemente con el
asentimiento general, nos atribuimos el derecho de poner alguna cosa
absolutamente.»

«Al afirmar que la proposicion precedente es cierta en sí, no se pone
la existencia de A. La proposicion A es A, no equivale á esta A es, ó
hay un A. (_Ser,_ puesto sin predicado, tiene un significado muy
distinto de _ser_ con predicado, segun veremos despues). Si se admite
que A designa un espacio comprendido entre dos rectas, la proposicion
permanece exacta, aun cuando en este caso la proposicion A es, sea de
una falsedad evidente. Lo que se pone es, que si A es, A es así. La
cuestion no está en si A es ó nó; se trata aquí nó del contenido de la
proposicion, sino únicamente de su forma; nó de un objeto del cual se
sepa algo, sino de lo que se sabe de todo objeto sea el que fuere.»

«De la certeza absoluta de la proposicion precedente resulta que entre
el _si_ y el _así_ hay una relacion necesaria: ella es la que está
puesta absolutamente y sin otro fundamento; á esta relacion necesaria
la llamo previsoriamente X.»

Todo este aparato de análisis no significa mas de lo que sabe un
estudiante de lógica; esto es, que en toda proposicion la cópula, ó el
verbo _ser_, no significa la existencia del sujeto, sino su relacion
con el predicado; para decirnos una cosa tan sencilla no eran
necesarias tantas palabras, ni tan afectados esfuerzos de
entendimiento, mucho menos tratándose de una proposicion idéntica.
Pero tengamos paciencia para continuar oyendo al filósofo aleman.

«¿Este A es ó no es? nada hay decidido todavía sobre el particular; se
presenta pues la siguiente cuestion, bajo qué condicion A es?

«En cuanto á X ella está en el _yo_ y es puesta por el _yo_; porque el
_yo_ es quien juzga en la proposicion expresada y hasta juzga con
verdad, con arreglo á X como una ley; por consiguiente X es dada al
_yo_; y siendo puesta absolutamente y sin otro fundamento, debe ser
dada al _yo_ por el _yo_ mismo.»


[82.] A qué se reduce toda esa algarabia? hélo aquí traducido al
lenguaje comun; en las proposiciones de identidad ó igualdad, hay una
relacion, el espíritu la conoce, la juzga y falla sobre lo demás con
arreglo á ella. Esta relacion es dada á nuestro espíritu, en las
proposiciones idénticas no necesitamos de ninguna prueba para el
asenso. Todo esto es muy verdadero, muy claro, muy sencillo; pero
cuando Fichte añade que esta relacion debe ser dada al _yo_ por el
mismo _yo_, afirma lo que no sabe ni puede saber. ¿Quién le ha dicho
que las verdades objetivas nos vienen de nosotros mismos? ¿tan
ligeramente, de una sola plumada, se resuelve una de las principales
cuestiones de la filosofía, cual es la del orígen de la verdad? nos ha
definido por ventura el _yo_? nos ha dado de él alguna idea? Sus
palabras ó no significan nada ó expresan lo siguiente. Juzgo de una
relacion; este juicio está en mí; esta relacion como conocida, y
prescindiendo de su existencia real, está en mí; todo lo cual se
reduce á lo mismo que con mas sencillez y naturalidad dijo Descartes:
«Yo pienso, luego existo.»


[83.] Examinando detenidamente las palabras de Fichte se ve con toda
claridad que nada mas adelantaba sobre lo dicho por el filósofo
francés. «No sabemos, continúa, si A está puesto, ni cómo lo es; pero
debiendo X expresar una relacion entre un poner desconocido de A y un
poner absoluto del mismo A, en tanto por lo menos que la relacion es
puesta, A existe en el _yo_, y está puesto por el _yo_, lo mismo que
X. X no es posible sino relativamente á un A; es así que X es
realmente puesta en el _yo_; luego A debe estar puesto en el _yo_, si
en él se encuentra la X.» ¡Qué lenguaje mas embrollado y misterioso
para decir cosas muy comunes! ¡cuán grande parece Descartes al lado de
Fichte! Ambos comienzan su filosofía por el hecho de conciencia que
revela la existencia. El uno expresa lo que piensa con claridad, con
sencillez, en un lenguaje que todo el mundo entiende y no puede menos
de entender; y el otro para hacer como que inventa, para no
manifestarse discípulo de nadie, se envuelve en una nube misteriosa,
rodeada de tinieblas, y desde allí con voz ahuecada pronuncia sus
oráculos. Descartes dice: «yo pienso, de esto no puedo dudar, es un
hecho que me atestigua mi sentido íntimo; nada puede pensar sin
existir; luego yo existo.» Esto es claro, es sencillo, ingenuo, esto
manifiesta un verdadero filósofo, un hombre sin afectacion ni
pretensiones. El otro dice: «déseme una proposicion cualquiera, por
ejemplo A es A» explica en seguida que en las proposiciones el verbo
ser no expresa la existencia absoluta del sujeto, sino su relacion con
el predicado; todo con un aparato de doctrina, que cansa por su forma
y hace reir por su esterilidad; ¿y para qué? para decirnos que A está
en el _yo_ porque la relacion del predicado con el sujeto ó sea la X,
no es posible sino en un ser, pues que A significa un ser cualquiera.
Pongamos en parangon los dos silogismos. Descartes dice: «nada puede
pensar sin existir, es así que yo pienso, luego existo.» Fichte dice
literalmente lo que sigue: «X no es posible sino relativamente á un A;
es así que X es realmente puesto en el _yo_; luego A debe estar puesto
en el _yo_.» ¿Cuál es en el fondo la diferencia? ninguna, ¿Cuál es en
la forma? la que va del lenguaje de un hombre sencillo á un hombre
vano.

Repito que en el fondo los silogismos no son diferentes. La mayor de
Descartes es: «nada puede pensar sin existir.» No la prueba, y
confiesa que no se puede probar. La mayor de Fichte es: «X no es
posible sino relativamente á un A» ó en otros términos: una relacion
de un predicado con un sujeto, en cuanto conocida, no es posible sin
un ser que conozca. «Debiendo X expresar una relacion entre un _poner_
desconocido de A, y un _poner_ absoluto del mismo A, en tanto por lo
menos que _esta relacion es puesta_» es decir en tanto que es
conocida. ¿Y cómo prueba Fichte que un _poner_ relativo, supone un
_poner_ absoluto, esto es, un sujeto en que se _ponga_? Lo mismo que
Descartes: de ninguna manera. No hay A relativo, si no le hay
absoluto; nada puede pensar sin existir; esto es claro, es evidente, y
ni Descartes ni Fichte van mas allá.

La menor de Descartes es esta: yo pienso; la prueba de esta menor no
la da el filósofo, se refiere al sentido íntimo y de allí confiesa que
no puede pasar. La menor de Fichte, es la siguiente: X es realmente
puesta en el _yo_, lo que equivale á decir, la relacion del predicado
con el sujeto es realmente conocida por el _yo_; y como la proposicion
podia ser escogida á arbitrio segun el mismo Fichte, siendo
indiferente la una ó la otra, decir la relacion del predicado con el
sujeto es conocida por el _yo_, es lo mismo que decir una relacion
cualquiera es conocida por el _yo_, lo que podia expresarse en
términos mas claros: _yo_ pienso.


[84.] Y nótese bien; si hay aquí alguna diferencia, toda la ventaja
está de parte del filósofo francés. Descartes entiende por pensamiento
todo fenómeno interno de que tenemos conciencia. Para consignar este
hecho, no necesita analizar proposiciones, ni confundir el
entendimiento, cuando cabalmente es menester mas claridad y precision.
Para llegar al mismo hecho Fichte da largos rodeos, Descartes lo
señala con el dedo, y dice: aquí está. Lo primero es propio del
sofista, lo segundo del genio.

Estas formas del filósofo aleman aunque poco á propósito para ilustrar
la ciencia, no tendrian otro inconveniente que el de fatigar al
lector, si se las limitase á lo que hemos visto hasta aquí; pero
desgraciadamente, ese _yo_ misterioso que se nos hace aparecer en el
vestíbulo mismo de la ciencia, y que á los ojos de la sana razon, no
es ni puede ser otra cosa que lo que fué para Descartes, á saber, el
espíritu humano que conoce su existencia por su propio pensamiento, va
dilatándose en manos de Fichte como una sombra gigantesca, que
comenzando por un punto acaba por ocultar su cabeza en el cielo y sus
pies en el abismo. Ese _yo_ sujeto absoluto, es luego un ser que
existe simplemente porque se pone á sí mismo; es un ser que se crea á
sí propio, que lo absorbe todo, que lo es todo, que se revela en la
conciencia humana como en una de las infinitas fases que comparten la
existencia infinita.

Basta la presente indicacion para dar á conocer las tendencias del
sistema de Fichte. Tratándose de la certeza y de sus fundamentos no
seria oportuno adelantar lo que pienso decir largamente en el lugar
que corresponde, al exponer la idea de sustancia y refutar el
panteismo.

Este es uno de los graves errores de la filosofía de nuestra época; en
todas partes, y bajo todos los aspectos, es menester combatirle; y
para hacerlo con fruto conviene detenerle en sus primeros pasos. Por
esto, he examinado con detencion la reflexion fundamental de Fichte en
su _Doctrina de la ciencia_; despojándola de la importancia que el
filósofo pretende atribuirle para establecer sobre ella una ciencia
trascendental, pues que se lisonjea de poder determinar el principio
absolutamente incondicional de todos los conocimientos humanos (VII).



CAPÍTULO VIII.

LA IDENTIDAD UNIVERSAL.


[85.] Para dar unidad á la ciencia apelan algunos á la identidad
universal; pero esto no es encontrar la unidad, sino refugiarse en el
caos.

Por de pronto la identidad universal, cuando no fuese absurda, es una
hipótesis destituida de fundamento. Excepto la unidad de la
conciencia, nada encontramos en nosotros que sea uno: muchedumbre de
ideas, de percepciones, de juicios, de actos de voluntad, de
impresiones las mas varias; esto es lo que sentimos en nosotros;
multitud en los seres que nos rodean ó si se quiere en las
apariencias; esto es lo que experimentamos con relacion á los objetos
externos. ¿Dónde están pues la unidad y la identidad, si no se las
encuentra ni en nosotros, ni fuera de nosotros?


[86.] Si se dice que todo cuanto se nos ofrece no son mas que
fenómenos, y que no alcanzamos á la realidad, á la unidad idéntica y
absoluta que se oculta debajo de ellos, se puede replicar con el
siguiente dilema: ó nuestra experiencia se limita á los fenómenos, ó
llega á la naturaleza misma de las cosas; si lo primero, no podemos
saber lo que bajo los fenómenos se esconde, y la unidad idéntica y
absoluta nos será desconocida; si lo segundo, luego la naturaleza no
es una sino múltipla, pues que encontramos por todas partes la
multiplicidad.


[87.] Es curioso observar la ligereza con que hombres escépticos en
las cosas mas sencillas, se convierten de repente en dogmáticos,
precisamente al llegar al punto donde mas motivos se ofrecen de duda.
Para ellos el mundo exterior es ó una pura apariencia, ó un ser que
nada tiene de semejante á lo que se figura el linaje humano; el
criterio de la evidencia, el del sentido comun, el del testimonio de
los sentidos son de escasa importancia para obligar al asenso; solo el
vulgo debe contentarse con fundamentos tan ligeros: el filósofo
necesita otros mucho mas robustos. Pero, ¡cosa singular! el mismo
filósofo que llamaba á la realidad apariencia engañosa, que veia
oscuro lo que el humano linaje considera claro, tan pronto como sale
del mundo fenomenal y llega á las regiones de lo absoluto, se
encuentra alumbrado por un resplandor misterioso, no necesita
discurrir, sino que por una intuicion purísima ve lo incondicional, lo
infinito, lo único, en que se refunde todo lo múltiplo, la gran
realidad cimiento de todos los fenómenos, el gran todo que en su seno
tiene la variedad de todas las existencias, que lo reasume todo, que
lo absorbe todo en la mas perfecta identidad; fija la mirada del
filósofo en aquel foco de luz y de vida, ve desarrollarse como en
inmensas oleadas el piélago de la existencia, y así explica lo vario
por lo uno, lo compuesto por lo simple, lo finito por lo infinito.
Para estos prodigios no ha menester salir de sí propio, le basta ir
destruyendo todo lo _empírico_, remontarse hasta el acto puro, por
senderos misteriosos á todos desconocidos menos á él. Ese _yo_ que se
creyera una existencia fugaz, dependiente de otra existencia superior,
se asombra al descubrirse tan grande; en sí encuentra el orígen de
todos los seres, ó por mejor decir el ser único del cual todos los
demás son modificaciones fenomenales; él es el universo mismo que por
un desarrollo gradual ha llegado á tener conciencia de sí propio; todo
lo que contempla fuera de sí y que á primera vista le parece distinto,
no es mas que él mismo, no es mas que un reflejo de sí propio, que se
presenta á sus ojos y se desenvuelve bajo mil formas como un soberbio
panorama.

¿Creerán los lectores que finjo un sistema para tener el gusto de
combatirle? nada de eso: la doctrina que se acaba de exponer es la
doctrina de Schelling.


[88.] Una de las causas de este error es la oscuridad del problema del
conocimiento. El conocer es una accion inmanente y al propio tiempo
relativa á un objeto externo, exceptuando los casos en que el ser
inteligente se toma por objeto á sí propio con un acto reflejo. Para
conocer una verdad sea la que fuere, el espíritu no sale de sí mismo;
su accion no se ejerce fuera de sí mismo: la conciencia íntima le está
diciendo que permanece en sí y que su actividad se desenvuelve dentro
de sí.

Esta accion inmanente se extiende á los objetos mas distantes en lugar
y tiempo y diferentes en naturaleza. ¿Cómo puede el espíritu ponerse
en contacto con ellos? ¿Cómo puede explicarse que estén conformes la
realidad y la representacion? Sin esta última no hay conocimiento; sin
conformidad no hay verdad, el conocimiento es una pura ilusion á que
nada corresponde, y el entendimiento humano es continuo juguete de
vanas apariencias.

No puede negarse que hay en este problema dificultades gravísimas,
quizás insuperables á la ciencia del hombre mientras vive sobre la
tierra. Aquí se ofrecen todas las cuestiones ideológicas y
psicológicas que han ocupado á los metafísicos mas eminentes. Pero
como quiera que no es mi ánimo adelantar discusiones que pertenecen á
otro lugar, me limitaré al punto de vista indicado por la cuestion que
examino sobre la certeza y su principio fundamental.


[89.] Que existe la representacion es un hecho atestiguado por el
sentido íntimo; sin ella no hay pensamiento; y la afirmacion _yo
pienso_, es, si no el orígen de toda filosofía, al menos su condicion
indispensable.


[90.] ¿De dónde viene la representacion? ¿cómo se explica que un ser
se ponga en tal comunicacion con los demás, y no por una accion
transitiva sino inminente? ¿cómo se explica la conformidad entre la
representacion y los objetos? Este misterio, ¿no está indicando que en
el fondo de todas las cosas hay unidad, identidad, que el ser que
conoce es el mismo ser conocido que se aparece á sí propio bajo
distinta forma, y que todo lo que llamamos realidades no son mas que
fenómenos de un mismo ser siempre idéntico, infinitamente activo, que
desenvuelve sus fuerzas en sentidos varios, constituyendo con su
desarrollo ese conjunto que llamamos universo? Nó: no es así, no puede
ser así, esto es un absurdo que la razon mas estraviada no alcanza á
devorar; este es un recurso tan desesperado como impotente para
explicar un misterio si se quiere, pero mil veces menos oscuro que el
sistema con que se le pretende aclarar.


[91.] La identidad universal nada explica, mas bien confunde; no
disipa la dificultad, la robustece, la hace insoluble. Es cierto que
no es fácil dar razon del modo con que se ofrece al espíritu la
representacion de cosas distintas de él; pero no es mas fácil el darla
de cómo el espíritu puede tener representacion de sí propio. Si hay
unidad, sí hay completa identidad, entre el sujeto y el objeto, ¿cómo
es que los dos se nos ofrecen cual cosas distintas? de la unidad ¿cómo
sale esta dualidad? de la identidad ¿cómo puede nacer la diversidad?

Es un hecho atestiguado por la experiencia, y no por la experiencia
de los objetos exteriores, sino por la del sentido íntimo, por lo mas
recóndito de nuestra alma, que en todo conocimiento hay sujeto y
objeto, percepcion y cosa percibida, y sin esta diferencia no es
posible el conocimiento. Aun cuando por un esfuerzo de reflexion nos
tomamos por objetos á nosotros mismos, la dualidad aparece; si no
existe la fingimos, pues sin esta ficcion no alcanzamos á pensar.


[92.] Si bien se observa, aun en la reflexion mas íntima y
concentrada, la dualidad se halla, no por ficcion como á primera vista
pudiera parecer, sino realmente. Cuando la inteligencia se vuelve
sobre sí misma, no ve su esencia, pues no le es dada la intuicion
directa de sí propia; lo que ve son sus actos, y á estos toma por
objeto. Ahora bien; el acto reflexivo no es el mismo acto
reflexionado; cuando pienso que pienso, el primer pensar es distinto
del segundo, y tan distinto, que el uno sucede al otro, no pudiendo
existir el pensar reflexivo, sin que antes haya existido el pensar
reflexionado.


[93.] Un profundo análisis de la reflexion confirma lo que se acaba de
explicar. ¿Es posible reflexionar sin objeto reflexionado? Es evidente
que no. ¿Cuál es este objeto en el caso que nos ocupa? El pensamiento
propio; luego este pensamiento ha debido preexistir á la reflexion. Si
se supone que no hay necesidad de que se sucedan en diferentes
instantes de tiempo, y que la dependencia se salva á pesar de la
simultaneidad, todavía queda en pie la fuerza del argumento; dado y
no concedido que lo simultaneidad sea posible, no lo es al menos la
dependencia, si no hay distincion. La dependencia es una relacion; la
relacion supone oposicion de extremos; y esta oposicion trae consigo
la distincion.


[94.] Que estos actos son distintos, aun cuando se supongan
simultáneos, se puede demostrar todavía de otra manera. Uno de ellos,
el reflexionado, puede existir sin el reflexivo. Se piensa
continuamente sin pensar en que se piensa; y de toda reflexion sea la
que fuere, se puede verificar lo mismo, ya sea no presentándose ella
para ocuparse del acto pensado, ya desapareciendo y dejando solo al
acto directo: luego estos actos son no solo distintos sino separables;
luego la dualidad de sujeto y de objeto existe no solo con respecto al
mundo exterior, sino en lo mas íntimo, en lo mas puro de nuestra alma.


[95.] No vale decir que la reflexion no tiene por objeto un acto
determinado, sino el pensamiento en general. Esto es falso en muchos
casos, pues no solo pensamos que pensamos, sino que pensamos una cosa
determinada. Además, aun cuando la reflexion tenga por objeto algunas
veces el pensamiento en general, ni aun entonces la dualidad
desaparece: el acto subjetivo es en tal caso un acto individual, que
existe en determinado instante de tiempo, y su objeto es el
pensamiento en general, es decir, una idea representante de todo
pensamiento, una idea que envuelve una especie de recuerdo confuso de
todos los actos pasados, ó de eso que se llama actividad, fuerza
intelectual. La dualidad existe pues, mas evidente sí cabe, que cuando
el objeto es un pensamiento determinado. En un caso se comparaban al
menos dos actos individuales; mas en este se compara un acto
individual con una idea abstracta, una cosa que existe en un instante
de tiempo, con una idea que ó prescinde de él, ó abarca confusamente
todo el trascurrido desde la época en que ha comenzado la conciencia
del ser que reflexiona.


[96.] Estas razones tienen mucha mas fuerza dirigiéndose contra
filósofos que ponen la esencia del espíritu, no en la fuerza de
pensar, sino en el pensamiento mismo, que no dan al _yo_ mas
existencia de la que nace de su propio conocimiento, afirmando que
solo existe porque se _pone_ á sí mismo conociéndose, y que solo
existe en cuanto se _pone_, es decir, en cuanto se conoce. Con este
sistema no solo existe la dualidad ó mas bien la pluralidad en los
actos, sino en el mismo _yo_; porque ese _yo_ es un acto, y los actos
se suceden como una serie de fluxiones desenvueltas hasta lo infinito.
Así, lejos de salvarse la unidad absoluta, ni la identidad entre el
sujeto y el objeto, se establece la pluralidad y multiplicidad en el
sujeto mismo; y la misma unidad de conciencia, en peligro de ser
rasgada por las cavilaciones filosóficas, tiene que guarecerse á la
sombra de la invencible naturaleza.


[97.] Queda probado pues de una manera incontestable, que hay en
nosotros una dualidad primitiva entre el sujeto y el objeto; que sin
esta no se concibe el conocimiento; y que la representacion misma es
una palabra contradictoria, si de un modo ú otro no se admiten en los
arcanos de la inteligencia cosas realmente distintas. Permítaseme
recordar que de esta distincion hallamos un tipo sublime en el augusto
misterio de la Trinidad, dogma fundamental de nuestra sacrosanta
religion, cubierto con un velo impenetrable, pero de donde salen
torrentes de luz para ilustrar las cuestiones filosóficas mas
profundas. Este misterio no es explicado por el débil hombre; pero es
para el hombre una explicacion sublime. Asi Platon se apoderó de las
vislumbres de aquel arcano como de un tesoro de inmenso valor para las
teorías filosóficas; asi los santos padres y los teólogos al
esforzarse por aclararle con algunas razones de congruencia, han
ilustrado los mas recónditos misterios del pensamiento humano.


[98.] Los sostenedores de la identidad universal á mas de contradecir
uno de los hechos primitivos y fundamentales de la conciencia, no
adelantan nada para explicar ni el orígen de la representacion
intelectual, ni su conformidad con los objetos. Es evidente que ningun
hombre posee la intuicion de la naturaleza del _yo_ individual, y
mucho menos del ser absoluto que estos filósofos suponen como el
_substratum_, de todo lo que existe ó aparece. Sin esta intuicion, no
les será posible explicar _à priori_ la representacion de los objetos,
ni tampoco la conformidad de estos con aquella. El hecho pues en que
se quiere cimentar toda la filosofía, ó no existe, ó nos es
desconocido, en ambos casos no puede servir para fundar un sistema.

Si este hecho existiese no se podria presentar á nuestro entendimiento
por medio de una enunciacion á que llegásemos por raciocinio. Ha de
ser mas bien visto que conocido; ó ha de ocupar el primer lugar ó
ninguno. Si empezamos por raciocinar sin tomarle á él por fundamento,
estribamos en lo aparente para llegar á lo verdadero; nos valemos de
la ilusion para alcanzar la realidad. Así resulta evidentemente del
sistema de nuestros adversarios, que, ó la filosofía debe comenzar por
la intuicion mas poderosa que imaginarse pueda, ó no le es dable
adelantar un paso.


[99.] Las escuelas distinguian entre el principio de ser y el de
conocer, _principium essendi et principium cognoscendi_; mas esta
distincion no tiene cabida en el sistema filosófico que impugnamos; el
ser se confunde con el conocer; lo que existe, existe porque se
conoce, y solo existe en cuanto se conoce. Deducir la serie de los
conocimientos es desenvolver la serie de la existencia. No hay ni
siquiera dos movimientos paralelos, no hay mas que un movimiento; el
_yo_ es el universo, el universo es el _yo_; todo cuanto existe es un
desarrollo del hecho primitivo, es el mismo hecho que se despliega
ofreciendo diferentes formas, extendiéndose como un océano infinito:
su lugar es un espacio sin límites, su duracion la eternidad (VIII).



CAPÍTULO IX.

CONTINÚA EL EXÁMEN DEL SISTEMA DE LA IDENTIDAD UNIVERSAL.


[100.] Estos sistemas tan absurdos como funestos, y que bajo formas
distintas y por diversos caminos, van á parar al panteismo, encierran
no obstante una verdad profunda, que desfigurada por vanas
cavilaciones, se presenta como un abismo de tinieblas, cuando en sí es
un rayo de vivísima luz.

El espíritu humano busca con el discurso lo mismo á que le impele un
instinto intelectual: el modo de reducir la pluralidad á la unidad, de
recoger por decirlo así la variedad infinita de las existencias en un
punto del cual todas dimanen y en que se confundan. El entendimiento
conoce que lo condicional ha de refundirse en lo incondicional, lo
relativo en lo absoluto, lo finito en lo infinito, lo múltiplo en lo
uno. En esto convienen todas las religiones, todas las escuelas
filosóficas. La proclamacion de esta verdad no pertenece á ninguna
exclusivamente; se la encuentra en todos los paises del mundo, en los
tiempos primitivos, junto á la cuna de la humanidad. Tradicion bella,
tradicion sublime, que conservada al través de todas las generaciones,
entre el flujo y reflujo de los acontecimientos, nos presenta la idea
de la divinidad presidiendo al orígen y al destino del universo.


[101.] Sí: la unidad buscada por los filósofos es la Divinidad misma,
es la Divinidad cuya gloria anuncia el firmamento y cuya faz augusta
nos aparece en lo interior de nuestra conciencia con resplandor
inefable. Sí: ella es la que ilumina y consuela al verdadero filósofo,
y ciega y perturba al orgulloso sofista; ella es la que el verdadero
filósofo llama Dios, á quien acata y adora en el santuario de su alma,
y la que el filósofo insensato apellida el _yo_ con profanacion
sacrílega; ella es la que considerada con su personalidad, con su
conciencia, con su inteligencia infinita, con su perfectísima
libertad, es el cimiento y la cúpula de la religion; ella es la que
distinta del mundo le ha sacado de la nada, la que le conserva, le
gobierna, le conduce por misteriosos senderos al destino señalado en
sus decretos inmutables.


[102.] Hay pues unidad en el mundo; hay unidad en la filosofía; en
esto convienen todos; la diferencia está en que unos separan con
muchísimo cuidado lo infinito de lo finito, la fuerza creatriz de la
cosa creada, la unidad de la multiplicidad, manteniendo la
comunicacion necesaria entre la libre voluntad del agente todopoderoso
y las existencias finitas, entre la sabiduría de la soberana
inteligencia y la ordenada marcha del universo; mientras los otros
tocados de una ceguera lamentable, confunden el efecto con la causa,
lo finito con lo infinito, lo vario con lo uno; y reproducen en la
region de la filosofía el caos de los tiempos primitivos; pero todo en
dispersion, todo en confusion espantosa, sin esperanza de reunion ni
de órden: la tierra de esos filósofos está vacía, las tinieblas yacen
sobre la faz del abismo, mas no hay el espíritu de Dios llevado sobre
las aguas para fecundar el caos y hacer que surjan de las sombras y de
la muerte piélagos de luz y de vida.

Con los absurdos sistemas excogitados por la vanidad filosófica, nada
se aclara; con el sistema de la religion que es al propio tiempo el de
la sana filosofía y el de la humanidad entera, todo se explica; el
mundo de las inteligencias como el mundo de los cuerpos es para el
espíritu humano un caos desde el momento en que desecha la idea de
Dios; ponedla de nuevo, y el órden reaparece.


[103.] Los dos problemas capitales: ¿de dónde nace la representacion
intelectual? ¿de dónde su conformidad con los objetos? tienen entre
nosotros una explicacion muy sencilla. Nuestro entendimiento aunque
limitado, participa de la luz infinita: esta luz no es la que existe
en el mismo Dios, es una semejanza comunicada á un ser, criado á
imágen del mismo Dios.

Con el auxilio de esta luz resplandecen los objetos á los ojos de
nuestro espíritu; ya sea que aquellos estén en comunicacion con este
por medios que nos son desconocidos; ya sea que la representacion nos
haya sido dada directamente por Dios á la presencia de los objetos.

La conformidad de la representacion con la cosa representada, es un
resultado de la veracidad divina. Un Dios infinitamente perfecto no
puede complacerse en engañar á sus criaturas. Esta es la teoría de
Descartes y Malebranche: pensadores eminentes que no sabian dar un
paso en el órden intelectual sin dirigir una mirada al Autor de todas
las luces, que no acertaban á escribir una página donde no pusiesen la
palabra Dios.


[104.] Como veremos en su lugar, admitia Malebranche que el hombre lo
ve todo en Dios mismo, aun en esta vida; pero su sistema lejos de
identificar el _yo_ humano con el ser infinito, los distinguia
cuidadosamente, no encontrando otro medio para sostener é iluminar al
primero que acercarle y unirle al segundo. Basta leer la obra inmortal
del insigne metafísico para convencerse de que su sistema no era el de
esa intuicion primitiva, purísima, que es un acto despegado de todo
empirismo, y que parece salir de las regiones de la individualidad, de
esa intuicion del hecho simple, orígen de todas las ideas y de todos
los hechos, y en que, uno de los dogmas de nuestra religion; la vision
beatífica, parece realizado sobre la tierra, en la region de la
filosofía. Estas son pretensiones insensatas, que estaban muy lejos
del ánimo y del sistema de Malebranche (IX).



CAPÍTULO X.

EL PROBLEMA DE LA REPRESENTACION. MÓNADAS DE LEIBNITZ.


[105.] La pretension de encontrar una verdad real en que se funden
todas las demás, es sumamente peligrosa, por mas que á primera vista
parezca indiferente. El panteismo ó la divinizacion del _yo_, dos
sistemas que en el fondo coinciden, son una consecuencia que
difícilmente se evita, si se quiere que toda la ciencia humana nazca
de un hecho.


[106.] La verdad real, ó el hecho que serviria de base á toda ciencia,
debiera ser percibido inmediatamente. Sin esta inmediacion le faltaria
el carácter de orígen y cimiento de las demás verdades; pues que el
medio con que le percibiriamos, tendria mas derecho que él al título
de verdad primera. Si este hecho mediador fuese causa del otro, es
evidente que este último no seria el primero; y si la anterioridad no
se refiriese al órden de ser sino de conocer, entonces resultarian las
mismas dificultades que tenemos ahora para explicar la transicion del
sujeto al objeto, ó sea la legitimidad del medio que nos haría
percibir el hecho primitivo.

Siendo necesaria la inmediacion, la union íntima de la inteligencia
con el hecho conocido, claro es que como esta inmediacion no la tiene
el _yo_ sino para sí mismo y para sus propios actos, el hecho buscado
ha de ser el mismo _yo_. Lo que tenemos inmediatamente presente son
los hechos de nuestra conciencia; por ellos nos ponemos en
comunicacion con lo que es distinto de nosotros mismos. En el caso
pues de deberse encontrar un hecho primitivo orígen de todos los
demás, este hecho seria el mismo _yo_. En no admitiendo esta
consecuencia, es necesario declarar inadmisible la posibilidad de
encontrar el hecho fuente de la ciencia trascendental. Hé aquí como
las pretensiones filosóficas en apariencia mas inocentes, conducen á
resultados funestos.


[107.] Hay aquí un efugio, bien débil por cierto, pero que es bastante
especioso para que merezca ser examinado.

El hecho, orígen científico de todos los demás, no es necesario que
sea orígen verdadero. Distinguiendo entre el principio de ser y el
principio de conocer, parecen quedar salvadas todas las dificultades.
Es absurdo, y además contrario al sentido comun, que el _yo_ sea
orígen de todo lo que existe; pero no lo es que sea principio
representativo de todo lo que se conoce y se puede conocer. La
representacion no es sinónima de causalidad. Las ideas representan y
no causan los objetos representados. ¿Por qué pues no se podria
admitir que existe un hecho representativo de todo lo que el humano
entendimiento puede conocer? Es cierto que la percepcion de este hecho
ha de ser inmediata, que se le ha de suponer íntimamente presente á la
inteligencia que le percibe, por cuyo motivo no puede ser otra cosa
que el mismo _yo_; pero esto no diviniza al _yo_, solo le concede una
fuerza representativa que puede haberle sido comunicada por un ser
superior. Hace del _yo_, nó una causa universal, sino un espejo en que
reflejan el mundo interno y el externo.

Esta explicacion recuerda el famoso sistema de las mónadas de
Leibnitz, sistema ingenioso, arranque sublime de uno de los genios mas
poderosos que honraron jamás al humano linaje. El mundo entero formado
de seres indivisibles, todos representativos del mismo universo del
cual forman parte, pero con representacion adecuada á su categoría
respectiva y con arreglo al punto de vista que les corresponde segun
el lugar que ocupan; desenvolviéndose en una serie inmensa que
principiando por el órden mas inferior va subiendo en gradacion
continua hasta los umbrales de lo infinito; y en la cúspide de todas
las existencias la mónada que contiene en sí la razon de todas, que
las ha sacado de la nada, les ha dado la fuerza representativa, las ha
distribuido en sus convenientes categorías estableciendo entre todas
ellas una especie de paralelismo de percepcion, de voluntad, de
accion, de movimiento, de tal suerte que sin comunicarse nada las unas
á las otras, marchen todas en la mas perfecta conformidad, en inefable
armonía; esto es grande, esto es bello, esto es asombroso, esta es una
hipótesis colosal que solo concebir pudiera el genio de Leibnitz.


[108.] Pagado este tributo de admiracion al eminente autor de la
_Monadología_, advertiré que su concepcion gigantesca es solo una
hipótesis que todos los recursos del talento de su inventor no
bastaron á fundar en ningun hecho que le diera visos de probabilidad.
Prescindiré tambien de las dificultades gravísimas que, contra la
voluntad del autor sin duda, ofrece esta hipótesis á la explicacion
del libre alvedrío: me ceñiré al exámen de las relaciones de dicho
sistema con la cuestion que me ocupa.

En primer lugar, siendo la representacion de las mónadas una mera
hipótesis, no sirve para explicar nada, á no ser que la filosofía se
convierta en un juego de combinaciones ingeniosas. El _yo_ es una
mónada, esto es, una unidad indivisible; en esto no cabe duda; el
_yo_ es una mónada representativa del universo; esta es una afirmacion
absolutamente gratuita. Hasta que se la pruebe de un modo ú otro,
tenemos derecho á no querer ocuparnos de ella.


[109.] Pero supongamos que la fuerza representativa tal como la
entiende Leibnitz, exista en el _yo_; esta hipótesis no destruye lo
que se ha dicho contra el orígen primitivo de la ciencia
trascendental. Si bien se observa, la hipótesis de Leibnitz explica el
orígen de las ideas, mas nó su enlace. Hace del alma un espejo en que
por efecto de la voluntad creatriz, se representa todo; pero no
explica el órden de estas representaciones, no da razon de cómo unas
nacen de otras, ni les señala otro vínculo que la unidad de la
conciencia. Este sistema pues, se halla fuera de la cuestion; no
disputamos sobre el modo con que las representaciones existen en el
alma, ni sobre la procedencia de ellas, sino que examinamos la opinion
que pretende fundar toda la ciencia en un solo hecho, desenvolviendo
todas las ideas, como simples modificaciones del mismo. Esto jamás lo
ha dicho Leibnitz; ni en sus obras se encuentra nada que indique
semejante pensamiento. Además, las diferencias entre el sistema del
autor de la Monadología y el de los filósofos alemanes que estamos
impugnando, son demasiado palpables para que puedan ocultarse á nadie.

1.º Tan lejos está Leibnitz de la identidad universal, que establece
una pluralidad y multiplicidad infinitas: sus mónadas son seres
realmente distintos y diferentes entre sí.

2.º Todo el universo compuesto de mónadas ha procedido segun Leibnitz,
de una mónada infinita; y esta procedencia no es por emanacion sino
por creacion.

3.º En la mónada infinita ó en Dios, pone Leibnitz la razon suficiente
de todo.

4.º El conocimiento les ha sido dado á las mónadas _libremente_ por el
mismo Dios.

5.º Dicho conocimiento y la conciencia de él, les pertenece á las
mónadas individualmente, sin que Leibnitz pensase ni remotamente en
ese _absoluto_, fondo de todas las cosas, que con sus trasformaciones
se eleva de naturaleza á conciencia, ó desciende de la region de la
conciencia y se convierte en naturaleza.


[110.] Estas diferencias tan marcadas, no han menester comentarios;
ellas manifiestan hasta la última evidencia que los filósofos alemanes
modernos no pueden escudarse con el nombre de Leibnitz; bien que á
decir verdad no es este el flaco de esos filósofos; lejos de buscar
guias, todos aspiran á la originalidad, siendo esta una de las
principales causas de sus estravagancias. Hegel, Schelling y Fichte
todos pretenden ser fundadores de una filosofía; y Kant abrigaba la
misma ambicion, hasta el punto de hacer alteraciones gravísimas en su
segunda edicion de la _Crítica de la razon pura_, por temor de que se
le tuviese por plagiario del idealismo de Berkeley (X).



CAPÍTULO XI.

EXÁMEN DEL PROBLEMA DE LA REPRESENTACION.


[111.] Todo lo conocemos por la representacion; sin ella el
conocimiento es inconcebible; no obstante ¿qué es la representacion
considerada en sí? Lo ignoramos; nos ilumina para lo demás, pero nó
para conocerla á ella misma.

Bien se echa de ver que no disimulo las gravísimas dificultades que
ofrece la solucion del presente problema; por el contrario las señalo
con toda claridad para evitar desde el principio la vana presuncion,
que pierde en las ciencias como en todo. Mas no se crea que intente
desterrar esta cuestion del dominio de la filosofía; opino que las
dificultades aunque son muchas y espinosas, permiten sin embargo
conjeturas bastante probables.


[112.] La fuerza representativa puede dimanar de tres fuentes:
identidad, causalidad, idealidad. Me explicaré. Una cosa puede
representarse á si misma; esta representacion es la que llamo de
identidad. Una causa puede representar á sus efectos; esto entiendo
por representacion de causalidad. Un ser, sustancia ó accidente, puede
ser representativo de otro, distinto de él y que no es su efecto; á
este llamo representacion de idealidad.

No veo que puedan señalarse otras fuentes de la representacion; y así
teniendo la division por completa, voy á examinar sus tres partes,
llamando muy especialmente sobre este punto la atencion del lector,
por ser uno de los mas importantes de la filosofía.


[113.] Lo que representa ha de tener alguna relacion con la cosa
representada. Esencial ó accidental, propia ó comunicada, la relacion
ha de existir. Dos seres que no tienen absolutamente ninguna relacion,
y sin embargo, el uno representante del otro, son una monstruosidad.
Nada hay sin razon suficiente; y no existiendo ninguna relacion entre
el representante y el representado, no habria razon suficiente de la
representacion.

Téngase en cuenta que por ahora prescindo de la naturaleza de esta
relacion, no afirmo que sea real ni ideal, solo digo que entre lo
representante y lo representado ha de haber algun vínculo sea el que
fuere. Sus misterios, su incomprensibilidad, no destruirian su
existencia. La filosofía será impotente quizás para explicar el
enigma, pero es bastante á demostrar que el vínculo existe. Así es que
prescindiendo de toda experiencia, se puede demostrar _à priori_ que
hay una relacion entre el _yo_ y los demás seres, por el mero hecho de
existir la representacion de estos en aquel.

La incesante comunicacion en que están las inteligencias entre sí y
con el universo, prueba que hay un punto de reunion para todo. La sola
representacion es de ello una prueba incontestable; tantos seres en
apariencia dispersos é indiferentes unos á otros, están íntimamente
unidos en algun centro; por manera que el simple fenómeno de la
inteligencia nos conduce á la afirmacion del vínculo comun, de la
unidad en que se enlaza la pluralidad. Esta unidad es para los
panteistas la identidad universal, para nosotros es Dios.


[114.] Adviértase que esta relacion entre lo representante y lo
representado, no es necesario que sea directa ó inmediata; basta que
sea con un tercero; así han de admitirla tanto los que explican la
representacion por la identidad, como los que dan razon de ella por
las ideas intermedias, sin que para el caso presente, haya ninguna
diferencia entre los que las consideran producidas por la accion de
los objetos sobre nuestro espíritu, y los que las hacen dimanar
inmediatamente de Dios.


[115.] Todo la que representa contiene en cierto modo la cosa
representada; esta no puede tener carácter de tal si de alguna manera
no se halla en la representacion. Puede ser ella misma ó una imágen
suya, pero esta imágen no representará al objeto si no se sabe que es
imágen. Toda idea pues, encierra la relacion de objetividad, de otro
modo no representaria al objeto, sino á sí misma. El acto de entender
es inmanente, pero de tal modo que el entendimiento sin salir de sí,
se apodera del objeto mismo. Cuando pienso en un astro colocado á
millones de leguas de distancia, mi espíritu no va ciertamente al
punto donde el astro se halla; pero por medio de la idea salva en un
instante la inmensa distancia y se une con el astro mismo. Lo que
percibe, no es la idea sino el objeto de ella; si esta idea no
envolviese una relacion al objeto, dejaria de ser idea para el
espíritu, no le representaria nada, á no ser que se representase á sí
misma.


[116.] Hay pues en toda percepcion una union del ser que percibe con
la cosa percibida; cuando esta percepcion no es inmediata, el medio ha
de ser tal que contenga una relacion necesaria al objeto; se ha de
ocultar á sí propio para no ofrecer á los ojos del espíritu sino la
cosa representada. Desde el momento que él se presenta, que es visto ó
solamente advertido, deja de ser idea y pasa á ser objeto. Es la idea
un espejo que será tanto mas perfecto cuanto mas completa produzca la
ilusion. Es necesario que presente los objetos solos, proyectándolos á
la conveniente distancia, sin que el ojo vea nada del cristalino plano
que los refleja.


[117.] Esta union de lo representante con lo representado, de lo
inteligente con lo entendido, puede explicarse en algunos casos por la
identidad. En general no se descubre ninguna contradiccion en que una
cosa se represente á si misma á los ojos de una inteligencia, si se
supone que de un modo ú otro estén unidas. En el caso pues de que la
cosa conocida sea ella misma inteligente, no se ve ninguna dificultad
en que ella sea para sí misma su propia representacion y que de
consiguiente se confundan en un mismo ser la idealidad y la realidad.

Si una idea puede representar á un objeto, ¿por qué este no se podrá
representar á sí mismo? si un ser inteligente puede conocer un objeto,
mediante una idea, ¿por qué no le podrá conocer inmediatamente? La
union de la cosa entendida con la inteligente será para nosotros un
misterio, es verdad; ¿pero lo es menos la union, que se hace por medio
de la idea? A esta se puede objetar todo lo que se diga contra la cosa
misma; y aun si bien se considera, mas inexplicable es el que una cosa
represente á otra, que no que se represente á sí misma. Lo
representante y lo representado tienen entre sí una especie de
relacion de continente y contenido; fácilmente se concibe que lo
idéntico se contenga á sí mismo, pues que la identidad expresa mucho
mas que el contener; pero no se concibe tan bien cómo el accidente
_puede contener_ á la substancia, lo transitorio á lo permanente, lo
ideal á lo real. Es pues la identidad un verdadero principio de
representacion.


[118.] Aquí advertiré lo siguiente, que es muy necesario para evitar
equivocaciones.

1º. No afirmo la relacion necesaria entre la identidad y la
representacion; de lo contrario se afirmaria que todo ser ha de ser
representativo, ya que todo ser es idéntico consigo mismo. Establezco
esta proposicion: «la identidad puede ser orígen de representacion;»
pero niego las siguientes: «la identidad es orígen _necesario_ de
representacion;» «la representacion es signo de identidad.»

2º. Nada determino con respecto á la aplicacion de las relaciones
entre la representacion y la identidad en lo que concierne á los seres
finitos.

3º. Prescindo de la dualidad que existe por solo suponer sujeto y
objeto, y no entro en ninguna cuestion sobre la naturaleza de esta
dualidad.


[119.] Fijadas las ideas, advertiré que tenemos una prueba irrecusable
de que no hay repugnancia intrínseca entre la identidad y la
representacion, en dos dogmas de la religion católica; el de la vision
beatífica y el de la inteligencia divina. El dogma de la vision
beatífica nos enseña que el alma humana en la mansion de los
bienaventurados, está unida íntimamente con Dios, viéndole cara á
cara, en su misma esencia. Nadie ha dicho que esta vision se hiciese
por medio de una idea, antes bien los teólogos enseñan lo contrario,
entre ellos Santo Tomás. Tenemos pues la identidad unida con la
representacion, es decir la esencia divina representándose ó mas bien
presentándose á sí propia á los ojos del espíritu humano. El dogma de
la inteligencia divina nos enseña que Dios es infinitamente
inteligente. Dios, para entender, no sale de sí mismo, no se vale de
ideas distintas, se ve á sí mismo en su esencia. Dios no se distingue
de su esencia; tenemos pues la identidad unida con la representacion,
y el ser inteligente identificado con la cosa entendida (XI).



CAPÍTULO XII.

INTELIGIBILIDAD INMEDIATA.


[120.] No todas las cosas tienen representacion activa ni aun pasiva;
quiero decir que no todas están dotadas de actividad intelectual, ni
son aptas para terminar el acto del entendimiento ni aun pasivamente.

Por lo tocante á la fuerza de representacion activa, que en el fondo
no es mas que la capacidad de entender, es evidente que son muchos los
seres destituidos de ella. Alguna mayor dificultad puede haber con
respecto á la representacion pasiva ó á la disposicion para ser objeto
_inmediato_ de la inteligencia.


[121.] Un objeto no puede ser conocido inmediatamente, es decir, sin
la mediacion de una idea, si el propio no hace las veces de esta
idea, uniéndose al entendimiento que lo ha de conocer. Esta sola
razon quita á todas las cosas materiales el carácter de
_inmediatamente_ inteligibles, por manera que fingiendo un espíritu á
quien no se hubiese dado una idea del universo corpóreo, nada
conoceria de este aunque estuviese en medio del mismo por toda la
eternidad.

Resulta de esto que la materia no es ni puede ser ni inteligente ni
inteligible; las ideas que tenemos de ella han dimanado de otra parte;
sin cuyo auxilio podriamos estar ligados á la misma, sin conocerla
nunca, ni sospechar que existiese.


[122.] Aquí se me ofrece la oportunidad de exponer una doctrina de
Santo Tomás sumamente curiosa. Este metafísico eminente es de parecer
que requiere mas perfeccion el ser inmediatamente inteligible que el
ser inteligente, de manera que el alma humana dotada de la
inteligencia no posee la inteligibilidad.

En la primera parte de la Suma teológica, cuestion 87, artículo 1º,
pregunta el Santo Doctor si el alma se conoce á sí misma por su
esencia, y responde que nó, apoyando su opinion de la manera
siguiente. Las cosas son inteligibles en cuanto están en acto y no en
cuanto están en potencia; lo que cae bajo el conocimiento es el ser,
lo verdadero, en cuanto está en acto, así como la vista percibe, no lo
que puede ser colorado, sino lo que lo es. De esto se sigue que las
substancias inmateriales en tanto son inteligibles por su esencia, en
cuanto están en acto, y así la esencia de Dios; que es un acto puro y
perfecto, es absoluta y perfectamente inteligible por sí misma, y de
aquí es que por ella Dios se conoce á sí mismo y á todas las cosas. La
esencia del ángel pertenece al género de las cosas inteligibles en
cuanto es acto; pero como no es acto puro ni completo, su entender no
se completa por su esencia. Pues aunque el ángel se conozca á sí mismo
por su esencia, no conoce las demás cosas sino por ideas que las
representan. El entendimiento humano, en el género de las cosas
inteligibles, se halla como un ser en potencia tan solamente, por lo
cual considerado en su esencia tiene facultad para entender mas nó
para ser entendido, sino en cuanto se pone en acto. Por esta causa los
platónicos señalaron á los seres inteligibles un rango superior á los
entendimientos, porque el entendimiento no entiende sino por la
participacion inteligible; y segun ellos, el que participa es menos
perfecto que la cosa participada. Si pues el entendimiento humano se
pusiese en acto por la participacion de las formas inteligibles
separadas como opinaron los platónicos, el entendimiento humano se
conoceria á sí mismo por la participacion de ellas; pero como es
natural á nuestro entendimiento en la presente vida el entender con
relacion á las cosas sensibles, no se pone en acto sino por las ideas
sacadas de la experiencia sensible por la luz del entendimiento agente
que es el acto de las cosas inteligibles; y así el entendimiento no
se conoce por su esencia sino por su propio acto. Esta es en
substancia, la doctrina de Santo Tomás; que mas bien he traducido que
no extractado.

El cardenal Cayetano, uno de los entendimientos mas penetrantes y
sutiles que han existido jamás, pone sobre este lugar un comentario
digno del texto. Hé aquí sus palabras: «de lo dicho en el texto
resultan dos cosas. 1.ª Que nuestro entendimiento tiene por sí mismo
la facultad de entender. 2.ª Que no tiene la de ser entendido; de
donde se sigue que el órden de los entendimientos es inferior al de
las cosas inteligibles; pues que si la perfeccion que de sí tiene
nuestro entendimiento le basta para entender, mas nó para ser
entendido, se infiere que se necesita mas perfeccion para ser
entendido que para entender. Y como Santo Tomás veia que así resultaba
de lo dicho, y esto á primera vista no parece ser verdad, antes se le
podia objetar lo mismo como un inconveniente, por esto excluye
semejante aprehension manifestando que así lo debian admitir no solo
los peripatéticos, en cuya doctrina se fundaba, sino tambien los
platónicos.»

Mas abajo, respondiendo á una dificultad de Escoto, llamado el doctor
sutil, añade, «Para entender se necesita entendimiento é inteligible.
La relacion de aquel á este es la de lo perfectible á la propia
perfeccion; pues que el estar el entendimiento en acto consiste en que
él sea la misma cosa inteligible segun se ha dicho antes; de donde se
sigue que los seres inmateriales se distribuyen en dos órdenes,
inteligibles é inteligentes. Y como el ser inteligible consiste un ser
inmaterialmente perfectivo; resulta que una cosa en tanto es
inteligible, en cuanto es inmaterialmente perfectiva. Que la
inteligibilidad exija la inmaterialidad lo demuestra el que las cosas
materiales no son inteligibles sino en cuanto están abstraidas de la
materia.............................................................
.......Se ha manifestado mas arriba que una cosa es inteligente en
cuanto es no solo ella misma sino las otras en el órden ideal; este
modo de ser es en acto ó en potencia, y así no es mas que ser
perfeccionado ó perfectible por la cosa entendida.»


[123.] Esta teoría será mas ó menos sólida, pero de todos modos es
algo mas que ingeniosa; suscita un nuevo problema filosófico de la mas
alta importancia: señalar las condiciones de la inteligibilidad.
Además tiene la ventaja de estar acorde con un hecho atestiguado por
la experiencia, cual es, la dificultad que siente el espíritu en
conocerse á sí propio. Si fuese inteligible inmediatamente, ¿por qué
no se conoce á sí mismo? ¿qué condicion le falta? ¿Acaso la presencia
íntima? tiene no solo la presencia sino la identidad. ¿Por ventura el
esfuerzo para conocerse? la mayor parte de la filosofía no tiene otro
fin que este conocimiento. Negando al alma la inteligibilidad
inmediata se explica por qué es tanta la dificultad que envuelven las
investigaciones ideológicas y psicológicas, señalándose la razon de
la obscuridad que sentimos al pasar de los actos directos á los
reflejos.


[124.] La opinion de Santo Tomás sobre no ser una simple conjetura,
por fundarse en algun modo sobre un hecho, puede apoyarse en una razon
que en mi concepto la robustece mucho, y que tal vez puede ser mirada
como una ampliacion de la señalada mas arriba.

Para ser una cosa inmediatamente inteligible es menester suponerle dos
calidades, 1.ª La inmaterialidad. 2.ª La actividad necesaria para
operar sobre el ser inteligente. Esta actividad es indispensable;
porque si bien se observa, en la operacion de entender, la accion nace
de la idea; el entendimiento en cierto modo está pasivo. Cuando la
idea se ofrece, no es posible no entender; y cuando falta, es
imposible entender; la idea pues fecunda al entendimiento, y este sin
aquella nada puede. Por consiguiente si admitimos que un ser puede
servir de idea á un entendimiento, es necesario que le concedamos una
actividad para excitar la operacion intelectual y que por tanto le
hagamos superior al entendimiento excitado.

De esta suerte se explica por qué nuestro entendimiento, al menos
mientras nos hallamos en esta vida, no es inteligible por si mismo
para sí mismo. La experiencia atestigua que su actividad ha menester
excitacion. Entregado á sí propio como que duerme: es uno de los
hechos psicológicos mas constantes la falta de actividad en nuestro
espíritu, cuando no han precedido influencias excitantes.

No es esto decir que estemos destituidos de espontaneidad, y que
ninguna accion sea posible sin una causa externa determinante; pero sí
que el mismo desarrollo espontáneo no existiria, si anteriormente no
hubiésemos estado sometidos al influjo de causas que han dispertado
nuestra actividad. Podemos aprender cosas que no se nos enseñan; pero
nada podriamos aprender si al primitivo desarrollo de nuestro espíritu
no hubiese presidido la enseñanza. Hay en nuestro espíritu muchas
ideas que no son sensaciones ni pueden haber dimanado de ellas, es
verdad; pero tambien lo es que un hombre que careciese de todos los
sentidos, nada pensaria por faltarle á su espíritu la causa excitante.


[125.] Me he detenido en la explicacion del problema de la
inteligibilidad, porque en mi concepto es poco menos importante que el
de la inteligencia, por mas que no se le vea tratado cual merece en
las obras filosóficas. Ahora voy á reducir la doctrina anterior á
proposiciones claras y sencillas; ya para que el lector se forme de
ella concepto mas cabal; ya tambien para deducir algunas consecuencias
que no se han tocado en la exposicion, ó han sido solamente indicadas.

1.ª Para ser una cosa inmediatamente inteligible, debe ser inmaterial.

2.ª La materia por sí misma no puede ser inteligible.

3.ª La relacion entre los espíritus y los cuerpos, ó la representacion
de estos en aquellos, no puede ser de pura objetividad.

4.ª Es necesario admitir algun otro género de relacion con que se
explique la union representativa del mundo de las inteligencias y del
mundo corpóreo.

5.ª La representacion objectiva inmediata, supone actividad en el
objeto.

6.ª La fuerza de representarse un objeto por sí mismo á los ojos de
una inteligencia, supone en aquel una facultad de obrar sobre esta.

7.ª Esta facultad de obrar produce necesariamente su efecto; y por
consiguiente envuelve una especie de superioridad del objeto sobre la
inteligencia.

8.ª Un ser inteligente puede no ser inmediatamente inteligible.

9.ª La inteligibilidad inmediata, parece encerrar mayor perfeccion que
la misma inteligencia.

10.ª Aunque no todo ser inteligente sea inteligible, todo ser
inteligible es inteligente.

11.ª Dios, actividad infinita en todos sentidos, es infinitamente
inteligente é infinitamente inteligible para sí mismo.

12.ª Dios es inteligible para todos los entendimientos creados,
siempre que él quiera presentarse inmediatamente á ellos,
fortaleciéndolos y elevándolos de la manera conveniente.

13.ª No hay ninguna repugnancia en que la inteligibilidad inmediata se
haya comunicado á algunos espíritus, y por consiguiente el que estos
sean inteligibles por sí mismos.

14.ª Nuestra alma mientras está unida al cuerpo, no es inmediatamente
inteligible, y solo la conocemos por sus actos.

15.ª En esta falta de inteligibilidad inmediata se encuentra la razon
de la dificultad de los estudios ideológicos y psicológicos, y de la
obscuridad que experimentamos al pasar del conocimiento directo al
reflejo.

16.ª Luego la filosofía del _yo_, ó la que quiere explicar el mundo
interno y externo, partiendo del _yo_, es imposible, y comienza por
prescindir de uno de los hechos fundamentales de la psicología.

17.ª Luego la doctrina de la identidad universal es absurda tambien;
pues que da á la materia inteligencia e inteligibilidad inmediata,
cuando no puede tener ni uno ni otro.

18.ª Luego el espiritualismo es una verdad que nace así de la
filosofía subjetiva como de la objetiva, así de la inteligencia como
de la inteligibilidad.

19.ª Luego es necesario salir de nosotros mismos y elevarnos además
sobre el universo, para encontrar el orígen de la representacion así
subjetiva como objetiva.

20.ª Luego es necesario llegar á una actividad primitiva, infinita,
que ponga en comunicacion á las inteligencias entre sí y con el mundo
corpóreo.

21.ª Luego la filosofía puramente ideológica y psicológica nos conduce
á Dios.

22.ª Luego la filosofía no puede comenzar por un hecho único, orígen
de todos los hechos; sino que debe acabar y acaba por este hecho
supremo, por la existencia infinita, que es Dios (XII).



CAPÍTULO XIII.

REPRESENTACION DE CAUSALIDAD Y DE IDEALIDAD.


[126.] A mas de la representacion por identidad, hay la que he llamado
de causalidad. Un ser puede representarse á sí propio; una causa puede
representar á sus efectos. La actividad productiva no se concibe si el
principio de la accion productriz, no contiene en algun modo á la cosa
producida. Por esto se dice que Dios, causa universal de todo lo que
existe y puede existir, contiene en sí á todos los seres reales y
posibles de una manera virtual eminente. Si un ser puede representarse
á sí propio, puede representar tambien lo que en sí contiene; luego la
causalidad, con tal que existan las demás condiciones arriba
expresadas, puede ser orígen de representacion.


[127.] Aquí haré notar cuán profundo filósofo se muestra Santo Tomás
al explicar el modo con que Dios conoce las criaturas. En la Suma
teológica cuestion 14, artículo 5, pregunta si Dios conoce las cosas
distintas de sí mismo (alia à se) y responde afirmativamente, no
porque considere á la esencia divina como un espejo, sino que apelando
á una consideracion mas profunda, busca el orígen de este conocimiento
en la causalidad. Hé aquí en pocas palabras extractada su doctrina.
Dios se conoce perfectamente á sí mismo; luego conoce todo su poder y
por consiguiente todas las cosas á que este poder se extiende. Otra
razon ó mas bien ampliacion de la misma. El ser de la primera causa,
es su mismo entender: todos los efectos preexisten en Dios, como en su
causa, luego han de estar en él, en un modo inteligible, siendo su
mismo entender. Dios pues, se ve á sí mismo por su misma esencia; pero
las demás cosas las ve, no en sí mismas sino en sí mismo, en cuanto su
esencia contiene la semejanza de todo. La misma doctrina se halla en
la cuestion 12 artículo 8.º donde pregunta si los que ven la esencia
divina ven en Dios todas las cosas.


[128.] La representacion por idealidad es la que no dimana ni de la
identidad de la cosa representante con la representada, ni de la
relacion de causa con efecto. Nuestras ideas se hallan en este caso,
pues ni se identifican con los objetos ni los causan. Nos es imposible
saber si á mas de esa fuerza representativa que experimentamos en
nuestras ideas, existen substancias finitas capaces de representar
cosas distintas de ellas y no causadas por ellas. Está por la
afirmativa Leibnitz; pero como se ha visto en su lugar, su sistema de
las mónadas debe ser considerado como meramente hipotético. Siendo
preferible no decir nada á entretenerse en conjeturas que no podrian
conducir á ningun resultado, me contentaré con asentar las
proposiciones siguientes.

1.ª Si hay algun ser que represente á otro que no sea su efecto, esta
fuerza representativa no la tiene propia, le ha sido dada.

2.ª La comunicacion de las inteligencias no puede explicarse sino
apelando á una inteligencia primera que siendo causa de las mismas,
pueda darles la fuerza de influir una sobre otra, y por consiguiente
de producirse representaciones.


[129.] La causalidad puede ser principio de representacion, pero no es
razon suficiente de ella.

En primer lugar, una causa no será representativa de sus efectos, si
ella en sí misma no es inteligible. Así, aun cuando atribuyéramos á la
materia una actividad propia, no deberíamos concederle la fuerza de
representacion de sus efectos, por faltarle la condicion indispensable
que es la inteligibilidad inmediata.


[130.] Para que los efectos sean inteligibles en la causa, es
necesario que esta tenga completamente el carácter de causa, reuniendo
todas las condiciones y determinaciones necesarias para la produccion
del efecto. Las causas libres no representan á sus efectos porque
estos se hallan relativamente á ellas en la sola esfera de la
posibilidad. Puede realizarse la produccion, pero no es necesaria; y
así en la causa se verá lo posible mas nó lo real. Dios conoce los
futuros contingentes que dependen de la voluntad humana, no
precisamente porque conoce la actividad de esta, sino porque ve en sí
mismo, sin sucesion de tiempo, no solo todo lo que puede suceder sino
lo que ha de suceder, pues que nada puede existir ni en lo presente ni
en lo futuro sin su voluntad ó permision. Conoce tambien los futuros
contingentes dependientes de su sola voluntad, porque desde toda la
eternidad sabe lo que tiene resuelto y sus decretos son inmutables é
indefectibles.


[131.] Aun refiriéndonos al órden necesario de la naturaleza, y
suponiendo conocida una ó mas causas secundarias, no es posible ver en
ellas todos sus efectos con toda seguridad, á no ser que la causa
obrase aisladamente ó que junto con ella se conociesen todas las
demás. Como la experiencia nos enseña que las partes de la naturaleza
están en comunicacion íntima y recíproca, no es dado suponer el
indicado aislamiento, y por consiguiente la accion de toda causa
secundaria está sujeta á la combinacion de otras que pueden ó impedir
su efecto ó modificarle. De aquí la dificultad de establecer leyes
generales enteramente seguras en todo lo que concierne á la
naturaleza.


[132.] Es de notar que las consideraciones precedentes son una nueva
demostracion de la absurdidad de la ciencia trascendental, si se la
quiere fundar en un hecho del cual dimanen todos los demás. La
representacion intelectual no se explica sustituyendo la emanacion
necesaria á la creacion libre. Aun suponiendo que la variedad del
universo sea puramente fenomenal, no existiendo en el fondo mas que un
ser siempre idéntico, siempre único, siempre absoluto, no puede
negarse que las apariencias están sujetas á ciertas leyes y sometidas
á condiciones muy varias. O el entendimiento humano puede ver lo
absoluto de tal manera que con una intuicion simple descubra todo lo
que en él se encierra, todo lo que es y puede ser bajo todas las
formas posibles, ó está condenado á seguir el desarrollo de lo
incondicional, absoluto y permanente, al través de sus formas
condicionales, relativas y variables: lo primero, que es una especie
de plagio ridículo del dogma de la vision beatífica, es un absurdo tan
palpable tratándose del entendimiento en su estado actual, que no
merece ni refutacion ni contestacion; lo secundo sujeta al
entendimiento si todas las fatigas de la observacion, destruyendo de
un golpe las ilusiones que se le habian hecho concebir prometiéndole
la ciencia trascendental.


[133.] Nuestro entendimiento está sujeto en sus actos á una ley de
sucesion, ó sea á la idea del tiempo. El mismo hecho domina en la
naturaleza; ya sea que así se verifique en la realidad, ya sea que el
tiempo deba ser considerado como una condicion subjetiva que nosotros
trasladamos á los objetos; sea lo que fuere de esta doctrina de Kant,
cuyo valor examinaré en el lugar debido, lo cierto es que la sucesion
existe, al menos para nosotros, y que de ella no podemos prescindir.
En este supuesto, ningun desarrollo infinito puede sernos conocido
sino con el auxilio de un tiempo infinito. Así estamos privados por
necesidad metafísica, de conocer no solo el desarrollo futuro de lo
absoluto, sino el presente y el pasado. Siendo este desarrollo
necesario absolutamente, segun la doctrina á que me refiero, ha debido
precedernos una sucesion infinita; por manera que la organizacion
actual del universo ha de ser mirada como un punto de una escala sin
límites que asi en lo pasado como en lo futuro no tiene otra medida
que la eternidad. Cuál sea el estado actual del mundo no lo podemos
saber con sola la observacion, sino en una parte muy pequeña, y por
tanto nos será preciso sacarlo de la idea de lo absoluto, siguiéndole
en su desarrollo infinito. Esto, aun cuando en sí no fuera
radicalmente imposible, tiene el inconveniente de que no cabe en el
tiempo de vida otorgado á un solo hombre, ni en la suma de los tiempos
que han vivido todos los hombres juntos.


[134.] Pero volvamos á la representacion de causalidad. Si bien se
observa, la representacion ideal va á refundirse en la causal; porque
no pudiendo un espíritu tener idea de un objeto que no ha producido,
sino en cuanto se la comunica otro espíritu causa de la cosa
representada, se infiere que todas las representaciones puramente
ideales proceden directa ó indirectamente, inmediata ó mediatamente,
de la causa de los objetos conocidos. Y como por otro lado segun hemos
visto ya (127), el primer Ser no conoce las cosas distintas de sí
mismo, sino en cuanto es causa de ellas, tenemos que la representacion
de idealidad viene á refundirse en la de causalidad, verificándose en
parte el principio de un profundo pensador napolitano, Vico, «la
inteligencia solo conoce lo que ella hace.»


[135.] De la doctrina expuesta se siguen dos consecuencias que es
preciso notar.

1.º Las fuentes primitivas de representacion intelectual son solo dos:
identidad y causalidad. La de idealidad es necesariamente derivada de
la de causalidad.

2.º En el órden real, el principio de ser es idéntico al principio de
conocer. Solo lo que da el ser puede dar el conocimiento; solo lo que
da el conocimiento puede dar el ser. La causa primera, en tanto puede
dar el conocimiento en cuanto da el ser; representa porque causa.


[136.] La representacion de idealidad, aunque enlazada con la de
causalidad, es realmente distinta. Bien que la explicacion de su
naturaleza pertenezca al tratado de las ideas, no quiero dejar sin
alguna aclaracion un punto tan íntimamente ligado con el problema de
la representacion intelectual.

Conciben algunos las ideas como una especie de imágenes ó retratos del
objeto: si bien se observa, esto no tiene sentido sino refiriéndose á
las representaciones de la imaginacion, es decir, á lo puramente
corpóreo; y en cuyo caso, aun exige la suposicion de que el mundo
externo sea tal cual nos lo presentan los sentidos, lo que bajo muchos
aspectos no es verdad. Para convencerse de cuán ilusoria es la teoría
fundada en la semejanza de las cosas sensibles, basta preguntar ¿qué
es la imágen de una relacion? ¿cómo se retratan el tiempo, la
causalidad, la substancia, el ser? Hay en la percepcion de estas ideas
algo mas profundo, algo de un órden enteramente distinto de cuanto se
parece á cosas sensibles; la necesidad ha obligado á comparar el
entendimiento con un ojo que ve, y á la idea con una imágen presente;
pero esto es una comparacion; la realidad es algo mas misterioso, mas
secreto, mas íntimo; entre la percepcion y la idea hay una union
inefable; el hombre no la explica pero la experimenta.


[137.] La conciencia nos atestigua que hay en nosotros unidad de ser,
que el _yo_ es siempre idéntico á sí mismo, y que permanece constante
á pesar de la variedad de ideas y de actos que pasan por él como las
olas sobre la superficie de un lago. Las ideas son un modo de ser del
espíritu; pero ¿qué es este modo? ¿en qué consiste su naturaleza? La
produccion y reproduccion de las ideas ¿dimana de una causa distinta
que influya perennemente sobre nuestra alma y le produzca
inmediatamente esos modos de ser que llamamos representaciones é
ideas, ó deberemos admitir que le haya sido dada al espíritu una
actividad productriz de estas representaciones, bien que sujeta á la
determinacion de causas existentes? Estas son cuestiones que por ahora
me contento con indicar (XIII).



CAPÍTULO XIV.

IMPOSIBILIDAD DE HALLAR EL PRIMER PRINCIPIO EN EL ÓRDEN IDEAL.


[138.] Lo que no hemos encontrado en la region de los hechos, tampoco
lo hallaremos en la de las ideas; pues no hay ninguna verdad ideal
orígen de todas las verdades.

La verdad ideal es aquella que solo expresa relacion necesaria de
ideas, prescindiendo de la existencia de los objetos á que se
refieren; luego resulta en primer lugar, que las verdades ideales son
absolutamente incapaces de producir el conocimiento de la realidad.

Para conducir á algun resultado en el órden de las existencias, toda
verdad ideal necesita un hecho al cual se pueda aplicar. Sin esta
condicion, por mas fecunda que fuese en el órden de las ideas, seria
absolutamente estéril en el de los hechos. Sin la verdad ideal, el
hecho queda en su individualidad aislada, incapaz de producir otra
cosa que el conocimiento de sí mismo; pero en cambio la verdad ideal
separada del hecho, permanece en el mundo lógico, de pura objetividad,
sin miedo para descender al terreno de las existencias.


[139.] Hagamos aplicacion de esta doctrina á los principios ideales
mas ciertos, mas evidentes, y que por contenerse en las ideas que
expresan lo mas general del ser, deben de poseer la fecundidad que
estamos buscando, si es que sea dable encontrarla.

«Es imposible que una cosa sea y no sea á un mismo tiempo.» Ente es el
famoso principio de contradiccion, que sin duda puede pretender á ser
considerado como una de las fuentes de verdad para el entendimiento
humano. Las ideas que en él se contienen son las mas sencillas y mas
claras que puedan concebirse; en él se afirma la repugnancia del ser
al no ser, y del no ser al ser á un mismo tiempo; lo que es evidente
en el mas alto grado. Pero ¿qué se adelanta con este principio solo?
Presentadle al entendimiento mas penetrante ó al genio mas poderoso,
dejadle solo con él, y no resultará mas que una intuicion pura,
clarísima, si, pero estéril. Como no se afirma que algo sea, ó que no
sea, nada se podrá inferir en pro ni en contra de ninguna existencia;
lo que se ofrece al espíritu es una relacion condicional, que si algo
existe repugna que no exista á un mismo tiempo y vice-versa; pero si
no se pone la condicion de la existencia, ó no existencia, el sí el nó
son indiferentes en el órden real, nada se sabe con respecto á ellos
por grande que sea la evidencia en el órden ideal.

Para pasar del mundo lógico al mundo de la realidad, bastará un hecho
que sirva como de puente; si le ofrecemos al entendimiento, las dos
riberas se aproximan, y la ciencia nace. Yo siento, yo pienso, yo
existo. Hé aquí hechos de conciencia; combínese uno cualquiera de
ellos con el principio de contradiccion, y lo que antes eran
intuiciones estériles, se desenvuelven en raciocinios fecundos que se
dilatan á un tiempo por el mundo de las ideas y el de la realidad.


[140.] Aun en el órden puramente ideal, el principio de contradiccion
es estéril si no se junta con verdades particulares del mismo órden.
En la geometría, por ejemplo, se hace uso con mucha frecuencia del
raciocinio siguiente. «Tal cantidad es mayor ó menor que otra, ó le es
igual; porque de lo contrario resultaría mayor y menor, igual y
desigual á un mismo tiempo, lo que es absurdo;» aquí se aplica con
fruto el principio de contradiccion, mas nó solo, sino unido con una
verdad ideal particular que hace útil la aplicacion dicha. Así, en el
raciocinio citado, no se podria hacer uso del principio de
contradiccion para probar la igualdad ó la desigualdad, si antes no se
hubiese probado ó supuesto que existe, ó no existe una de las dos; lo
cual no resulta ni puede resultar del principio de contradiccion que
no encierra ninguna idea particular, sino las mas generales que se
ofrecen al entendimiento humano.


[141.] Las verdades generales por sí solas, aun en el órden puramente
ideal, no conducen á nada, por lo indeterminado de las ideas que
contienen; y por el contrario, las verdades particulares por sí solas,
tampoco producen ningun resultado, porque se limitan á lo que son,
imposibilitando el discurso que no puede dar un paso sin el auxilio de
las ideas y proposiciones generales. De la union de unas con otras
resulta la luz; con la separacion, no se obtiene mas que, o una
intuicion abstracta y vaga, o la contemplacion de una verdad
particular que, limitada á pequeña esfera, nada puede enseñar sobre
los seres considerados bajo un aspecto científico.


[142.] Veremos al tratar de las ideas, que nuestro entendimiento las
tiene de dos clases muy diferentes: unas que suponen el espacio, y no
pueden prescindir de él, como son todas las geométricas; otras que no
se refieren al espacio, como son todas las no geométricas. Estos dos
órdenes de ideas están separados por un abismo que solo se puede
salvar procurando la aproximacion con el uso simultáneo de unas y
otras. El mismo órden ideal queda incompleto si no se hace la
aproximacion; y el órden real del universo se vuelve un caos, ó por
mejor decir desaparece, ni no se combinan en ambos órdenes, tanto
geométrico como no geométrico, las verdades reales con las ideales. De
todas las ideas geométricas imaginables, consideradas en toda su
pureza ideal, no resultaría nada para el órden ideal geométrico, ni
tampoco para el mundo de las realidades aun las materiales, mucho
menos de las inmateriales; y por el contrario, de las ideas no
geométricas por sí solas, no se podria sacar ni la idea de una recta.
Esta observacion acaba de demostrar que en el órden ideal no hay para
nosotros la verdad única, porque si la tomamos en el órden geométrico,
nos limitamos á combinaciones que no salen de él; y si en el órden no
geométrico, nos falta la idea del espacio, y con ella perdemos hasta
la posibilidad de concebir el mundo corpóreo (XIV).



CAPÍTULO XV.

LA CONDICION INDISPENSABLE DE TODO CONOCIMIENTO HUMANO.

MEDIOS DE PERCEPCION DE LA VERDAD.


[143.] No hemos podido encontrar ni en el órden real ni en el ideal,
una verdad orígen de todas las demás, para nuestro entendimiento,
mientras nos hallamos en esta vida. Queda pues demostrado que la
ciencia trascendental propiamente dicha, es para nosotros una quimera.
Nuestros conocimientos sin embargo han de tener algun punto de apoyo:
éste es el que vamos á buscar ahora.

Para la mejor inteligencia de lo que me propongo examinar, recordaré
el verdadero estado de la cuestion. No busco un primer principio tal
que ilumine por sí solo todas las verdades, ó que las produzca, sino
una verdad que sea condicion indispensable de todo conocimiento; por
esto no la llamo orígen, sino punto de apoyo: el edificio no nace del
cimiento pero estriba en él. Como un cimiento hemos de considerar el
principio buscado, así como en los capítulos anteriores tratábamos de
encontrar una semilla: estas dos imágenes, semilla y cimiento,
expresan perfectamente mis ideas y deslindan con toda exactitud las
dos cuestiones.


[144.] ¿Existe un punto de apoyo para la ciencia, y para todo
conocimiento, sea ó nó científico? Si existe, ¿cuál es? ¿hay uno solo,
ó son muchos?

Es evidente que el punto de apoyo ha de existir; si se nos pregunta el
por qué de un asenso cierto, hemos de llegar al fin á un hecho o á una
proposicion de donde no podemos pasar; ya que no es dable admitir el
proceso hasta lo infinito. El punto en que nos sea preciso detenernos,
es para nosotros el primero, y por consiguiente el de apoyo para la
certeza.


[145.] Partiendo de un asenso dado, quizás podemos ser conducidos á
principios diferentes, independientes unos de otros, todos igualmente
fundamentales para nuestro espíritu; en cuyo caso no habrá un punto
solo de apoyo, sino muchos.

No creo posible determinar _á priori_, si en esta parte hay para
nuestro entendimiento unidad ó pluralidad. Que la ciencia humana se
haya de reducir á un principio solo, es una proposicion que se afirma
mas no se prueba. No existiendo en el hombre la fuente de toda verdad
como se ha demostrado en los capítulos anteriores, es claro que los
principios en que se funde su conocimiento han de ser comunicados.
¿Quién nos asegura que estos no sean muchos y de órdenes diferentes?
¿No cabe pues resolver nada _á priori_ en la cuestion presente; es
preciso descender al terreno de la observacion ideológica y
psicológica.


[146.] Nuestro espíritu alcanza la verdad, o al menos su apariencia;
es decir, que de un modo ú otro tiene estos actos que llamamos
percibir y sentir. Que la realidad corresponda ó nó á los actos de
nuestra alma, nada importa por ahora; no es esto lo que buscamos;
ponemos la cuestion en un terreno en que pueden caber hasta los mas
escépticos; ni aun estos niegan la percepcion y la sensacion: si
destruyen la realidad, admiten al menos la apariencia.


[147.] Los medios con que percibimos la verdad son de varios órdenes;
lo que hace que las verdades mismas percibidas correspondan tambien á
órdenes diferentes, paralelos por decirlo así, con los respectivos
medios de percepcion.

Conciencia, evidencia, instinto intelectual ó sentido comun, hé aquí
los tres medios; verdades de sentido íntimo, verdades necesarias,
verdades de sentido comun, hé aquí lo correspondiente á dichos medios.
Estas son cosas distintas, diferentes, que en muchos casos no tienen
nada que ver entre sí: es preciso deslindarlas con mucho cuidado, si
se quieren adquirir ideas exactas y cabales en las cuestiones
relativas al primer principio de los conocimientos humanos.


[148] El medio que he llamado de conciencia, es decir, el sentido
íntimo de lo que pasa en nosotros, de lo que experimentamos, es
independiente de todos los demás. Destrúyase la evidencia, destrúyase
el instinto intelectual, la conciencia permanece. Para experimentar y
estar seguros de que experimentamos y de lo que experimentamos, no
hemos menester sino la experiencia misma. Si se supone en duda el
principio de contradiccion, todavía no se hará vacilar la certeza de
que sufrimos cuando sufrimos, de que gozamos cuando gozamos, de que
pensamos cuando pensamos. La presencia del acto ó de la impresion allá
en el fondo de nuestro espíritu, es íntima, inmediata, de una eficacia
irresistible para hacer que nos sobrepongamos á toda duda. El sueño y
la vigilia, la demencia y la cordura, son indiferentes para el
testimonio de la conciencia; el error puede estar en el objeto mas nó
en el fenómeno interno. El loco que cree contar numerosas talegas no
las cuenta ciertamente, y en esto se engaña; pero tiene en su espíritu
la conciencia de que lo hace, y en esto es infalible. El que sueña
haber caido en manos de ladrones se engaña en lo tocante al objeto
externo; mas nó en lo que pertenece al acto mismo con que lo cree.

La conciencia es independiente de todo testimonio extrínseco á ella;
es de una necesidad indeclinable, de una fuerza irresistible para
producir certeza; es infalible en lo que concierne á ella sola: si
existe no puede menos de dar testimonio de sí misma; si no existe no
lo puede dar. En ella la realidad y la apariencia se confunden: no
puede ser aparente sin ser real; la apariencia por sí sola, es ya una
verdadera conciencia.


[149.] Comprendo en el testimonio de la conciencia todo lo que
experimentamos en nuestra alma, todo lo que afecta á lo que se llama
el _yo_ humano: ideas, pensamientos de todas clases, actos de
voluntad, sentimientos, sensaciones, en una palabra, todo aquello de
que podemos decir: lo experimento.


[150.] Es claro que las verdades de conciencia son mas bien hechos que
se pueden señalar, que no combinaciones enunciables en una
proposicion. No es esto decir que no se puedan enunciar, sino que
ellas en sí mismas prescinden de toda forma intelectual, que son
simples elementos de que el entendimiento se puede ocupar ordenándolos
y comparándolos de varios modos, pero que por sí solos no dan ninguna
luz, que ellos por sí mismos nada _representan_, que solo _presentan_
lo que son, son meros hechos, mas allá de los cuales no se puede ir.


[151.] La costumbre de reflexionar sobre la conciencia, y el andar
mezcladas las operaciones puramente intelectuales con los hechos de
simple experiencia interna, hace que no se conciba fácilmente ese
aislamiento en que se encuentra por su naturaleza todo lo que es
puramente subjetivo. Se quiere prescindir de la reflexion, pero se
reflexiona sobre el esfuerzo mismo que se hace para prescindir de
ella: nuestro entendimiento es una luz que se enciende por una parte
cuando se la apaga en otra; la insistencia misma en apagarla suele
hacerla mas viva y centelleante. De aquí la dificultad de distinguir
los dos caractéres de lo puramente subjetivo y puramente objetivo, de
deslindar la evidencia de la conciencia, lo conocido de lo
experimentado. Sin embargo, la separacion de dos elementos tan
diferentes se puede facilitar considerando que los brutos, á su modo,
tienen tambien conciencia de lo que experimentan dentro de sí mismos:
no suponiéndolos meras máquinas, es preciso otorgarles la conciencia,
es decir, la presencia íntima de sus sensaciones: sin esto, ni aun la
sensacion se concibe; no tendrá sensacion lo que no siente que siente.
El bruto no reflexiona sobre lo que pasa en su interior, lo
experimenta, nada mas. Las sensaciones se suceden unas á otras en su
alma, sin mas vínculo que la unidad del ser que las experimenta; pero
este no las toma por objeto y por consiguiente no las combina ni
transforma de ninguna manera, las deja lo que son, simples hechos. De
aquí podemos sacar alguna luz para concebir lo que son en nosotros los
simples hechos de conciencia, abandonados á sí solos, en todo su
aislamiento, sin ninguna mezcla de operaciones puramente
intelectuales, y sin estar sujetos á la actividad reflexiva que
combinándolos de varias maneras y elevándolos á la region de lo
puramente ideal, nos los presenta de tal modo que nos hace olvidar su
pureza primitiva.

Es necesario esforzarse en percibir con toda claridad lo que son los
hechos de conciencia, lo que es su testimonio; pues sin esto es
imposible adelantar un paso en la investigacion del primer principio
de los conocimientos humanos. La confusion en este punto hace incurrir
en equivocaciones trascendentales. Ocasion tendremos de notarlo en lo
sucesivo; y hemos encontrado ya lastimosos ejemplos de semejantes
extravíos en los errores de la filosofía del _yo_.


[152.] La evidencia, suele decirse, es una luz intelectual: esta es
una metáfora muy oportuna y hasta muy exacta si se quiere; pero que
adolece del mismo defecto que todas las metáforas, las cuales, por sí
solas, sirven poco para explicar los misterios de la filosofía. Luz
intelectual tambien la encontramos en muchos actos de conciencia. En
aquella presencia íntima con que una operacion ó una impresion se
ofrece al espíritu, tambien hay una especie de luz clara, viva, que
hiere por decirlo así el ojo del alma, y no le permite dejar de ver lo
que tiene delante. Si pues para definir la evidencia nos contentamos
con llamarla luz del entendimiento, la confundimos con la conciencia,
ó á lo menos damos ocasion, con un lenguaje ambiguo, á que otros la
confundan.

No se crea que me proponga inculpar á los que han empleado la metáfora
de la luz, ni que me lisonjee de poder definir la evidencia con toda
propiedad: ¿quién expresa con palabras este fenómeno de nuestro
entendimiento? Al querer emplear alguna, se ofrece la de luz como la
mas adecuada. Porque en verdad, cuando atendemos á la evidencia, para
examinar ya su naturaleza, ya sus efectos sobre el espíritu, se nos
presenta naturalísimamente bajo la imágen de una luz cuyos
resplandores alumbran los objetos para que nuestra alma pueda
contemplarlos: pero esto, repito, no es suficiente: y así, aunque no
formo el empeño de definirla con exactitud, voy á señalar un carácter
que la distingue de todo lo que no es ella.


[153.] La evidencia anda siempre acompañada de la necesidad, y por
consiguiente de la universalidad de las verdades que atestigua. No la
hay cuando no existen las dos condiciones señaladas. De lo contingente
no hay evidencia, sino en cuanto está sometido á un principio de
necesidad.

Expliquemos esta doctrina comprando ejemplos tomados respectivamente
de la conciencia y de la evidencia.

Que hay en mí un ser que piensa, esto no lo sé por evidencia sino por
conciencia. Que lo que piensa existe, esto no lo sé por conciencia
sino por evidencia. En ambos casos hay certeza absoluta, irresistible;
pero en el primero, versa sobre un hecho particular, contingente; en
el segundo sobre una verdad universal y necesaria. Que yo piense es
cierto para mí, pero no es preciso que lo sea para los demás; la
desaparicion de mi pensamiento no trastorna el mundo de las
inteligencias; si mi pensamiento dejase ahora de existir, la verdad en
sí misma no sufriría ninguna alteracion; otras inteligencias podrian
continuar y continuarian percibiéndola; ni en el órden real ni en el
ideal, se echarian de menos el concierto y la armonía.

Me pregunto á mí mismo si pienso; y en el fondo de mi alma leo que sí;
me pregunto si este pensamiento es necesario, y á mas de que la
experiencia me dice que nó, tampoco encuentro razon ninguna en que
fundar la necesidad. Aun suponiendo que mi pensamiento deja de
existir, veo que continúo discurriendo con buen órden; así examino lo
que hubiera sucedido si yo no existiese, ó lo que podria suceder en
adelante, y asiento principios y saco consecuencias, sin quebrantar
ninguna de las leyes intelectuales. El mundo ideal y el real se
ofrecen á mis ojos como un magnífico espectáculo al cual yo asisto
ciertamente, si, pero de donde puedo retirarme sin que la
representacion cese, ni se altere nada, ni resulte otra mudanza que la
de quedar vacío el imperceptible lugar que estoy ocupando. Muy de otro
modo sucede en las verdades objeto de evidencia; no es necesario que
yo piense, pero es tan necesario que lo que piensa exista, que todos
mis esfuerzos no bastan para prescindir por un momento de esta
necesidad. Si supongo lo contrario, si colocándome en el terreno de lo
absurdo finjo por un instante que queda cortada la relacion entre el
pensar y el ser, se rompe el vínculo que mantiene en órden al universo
entero: todo se trastorna, todo se confunde, y lo que se me presenta á
la vista no sé si es el caos ó la nada. ¿Qué ha sucedido? Nada mas
sino que el entendimiento ha supuesto una cosa contradictoria,
afirmando y negando á un mismo tiempo el pensar, porque afirmaba un
pensamiento al cual negaba la existencia. Se ha quebrantado una ley
universal, absolutamente necesaria; en faltando ella todo se hunde en
el caos; la certeza de la existencia del _yo_ afianzada en el
testimonio de la conciencia, no basta á impedir la confusion: la
inteligencia contradiciéndose, se ha negado á sí propia; de su palabra
insensata no ha salido el ser sino la nada, no la luz sino las
tinieblas; y esas tinieblas que ella ha soplado sobre todo lo
existente y lo posible, vuelven á caer á torrentes sobre ella misma y
la envuelven en eterna noche.


[154.] Hé aquí fijados y deslindados los caractéres de la conciencia y
de la evidencia. La primera tiene por objeto lo individual y
contingente; la segunda lo universal y necesario: solo Dios, fuente de
toda verdad, principio universal y necesario de ser y de conocer,
tiene identificada la conciencia con la evidencia en sí propio: en
aquel ser infinito que todo lo encierra, ve la razon de todas las
esencias y de todas las existencias, y no le es dable prescindir de sí
mismo, del testimonio de su conciencia, sin anonadarlo todo. ¿Qué
quedaria en el mundo, se dice la criatura, si tú desaparecieses? y se
responde á si misma: _todo excepto tú_. Si Dios se dirigiese esta
pregunta, se respondería á sí propio: _nada_.


[155.] He llamado instinto intelectual á ese impulso que nos lleva á
la certeza en muchos casos, sin que medien ni el testimonio de la
conciencia, ni el de la evidencia. Si se indica á un hombre un blanco
de una línea de diámetro, y luego se le vendan los ojos y despues de
haberle hecho dar muchas vueltas á la aventura, se le pone un arco en
la mano para que dispare y se asegura que la flecha irá á clavarse
precisamente en el pequeñísimo blanco, dirá que esto es imposible y
nadie será capaz de persuadirle tamaño dislate. ¿Y porqué? ¿se apoya
en el testimonio de la conciencia? nó, porque se trata de objetos
externos. ¿Se funda en la evidencia? tampoco, porque esta tiene por
objeto las cosas necesarias, y no hay ninguna imposibilidad intrínseca
en que la flecha vaya á dar en el punto señalado. ¿En qué estriba
pues la profunda conviccion de la negativa? Si suponemos que este
hombre nada sabe de las teorías de probabilidades y combinaciones, que
ni aun tiene noticia de esta ciencia, ni ha pensado nunca en cosas
semejantes, su certeza será igual, sin embargo de que no podrá
fundarla en cálculo de ninguna especie; igual la tendrán todos los
circunstantes rudos ó cultos, ignorantes ó sabios: sin necesidad de
reflexion, instantáneamente, todos dirán ó pensarán: «esto es
imposible, esto no se verificará.» ¿En qué fundan, repito, tan fuerte
conviccion? Es claro que no naciendo ni de la conciencia, ni de la
evidencia inmediata ni mediata, no puede tener otro orígen que esa
fuerza interior que llamo instinto intelectual, y que dejaré llamar
sentido comun ó lo que se quiera, con tal que se reconozca la
existencia del hecho. Don precioso que nos ha otorgado el Criador para
hacernos razonables aun antes de raciocinar; y á fin de que dirijamos
nuestra conducta de una manera prudente, cuando no tenemos tiempo para
examinar las razones de prudencia.


[156.] Ese instinto intelectual abraza muchísimos objetos de órden muy
diferente; es, por decirlo asi, la guia y el escudo de la razon; la
guia, porque la precede y le indica el camino verdadero, antes de que
comience á andar; el escudo, porque la pone á cubierto de sus propias
cavilaciones, haciendo enmudecer el sofisma en presencia del sentido
comun.


[157.] El testimonio de la autoridad humana, tan necesario al
individuo y á la sociedad, arranca nuestro asenso por medio de un
instinto intelectual. El hombre cree al hombre, cree á la sociedad,
antes de pensar en los motivos de su fe; pocos los examinan, y sin
embargo la fe es universal.

No se trata ahora de saber si el instinto intelectual nos engaña
algunas veces, en qué casos y por qué; al presente solo quiero
consignar su existencia; y con respecto á los errores á que nos
conduce, me contentaré con observar que en un ser débil como es el
hombre, la regla se dobla muy á menudo; y que así como no es posible
encontrar en él lo bueno sin mezcla de lo malo, tampoco es dable
hallar la verdad sin mezcla de error.


[158.] Si bien se observa, no objetivamos las sensaciones sino en
fuerza de un instinto irresistible. Nada mas cierto, mas evidente á
los ojos de la filosofía que la subjetividad de toda sensacion; es
decir, que las sensaciones son fenómenos inmanentes, ó que están
dentro de nosotros y no salen fuera de nosotros; y sin embargo, nada
mas constante que el tránsito que hace el género humano entero de lo
subjetivo á lo objetivo, de lo interno á lo externo, del fenómeno á la
realidad. ¿En qué se funda este tránsito? Cuando los filósofos mas
eminentes han tenido tanta dificultad en encontrar el puente, por
decirlo así, que une las dos riberas opuestas, cuando algunos de
ellos cansados de investigar han dicho resueltamente que no era
posible encontrarle, ¿lo descubrirá el comun de los hombres desde su
mas tierna niñez? es evidente que el tránsito que hacen no puede
explicarse por motivos de raciocinio, y que es preciso apelar al
instinto de la naturaleza. Luego hay un instinto que por sí solo nos
asegura de la verdad de una proposicion, á cuya demostracion llega
difícilmente la filosofía mas recóndita.


[159.] Aquí observaré lo errado de los métodos que aislan las
facultades del hombre, y que para conocer mejor el espíritu, le
desfiguran y mutilan. Es uno de los hechos mas constantes y
fundamentales de las ciencias ideológicas y psicológicas, la
multiplicidad de actos y facultades de nuestra alma, á pesar de su
simplicidad atestiguada por la unidad de conciencia. Hay en el hombre
como en el universo un conjunto de leyes cuyos efectos se desenvuelven
simultáneamente, con una regularidad armoniosa; separarlas equivale
muchas veces á ponerlas en contradiccion; porque no siendo dado á
ninguna de ellas el producir su efecto aisladamente, sino en
combinacion con las demás, cuando se les exige que obren por sí solas,
en vez de efectos regulares, producen monstruosidades las mas
deformes. Si dejais sola en el mundo la ley de gravitacion no
combinándola con ninguna fuerza de proyeccion, todo se precipitará
hácia un centro; en vez de esa infinidad de sistemas que hermosean el
firmamento, tendréis una mole ruda é indigesta: si quitáis la
gravitacion y dejais la fuerza de proyeccion, los cuerpos todos se
descompondrán en átomos imperceptibles, dispersándose cual éter
levísimo por las regiones de la inmensidad (XV).



CAPÍTULO XVI.

CONFUSION DE IDEAS EN LAS DISPUTAS SOBRE EL PRINCIPIO FUNDAMENTAL.


[160.] En mi concepto hay varios principios que con relacion al
entendimiento humano pueden llamarse igualmente fundamentales, ya
porque todos sirven de cimiento en el órden comun y en el científico,
ya porque no se apoyan en otro; no siendo dable señalar uno que
disfrute de esta calidad como privilegio exclusivo. Al buscarse en las
escuelas el principio fundamental, suele advertirse que no se trata de
encontrar una verdad de la cual dimanen todas las otras; pero sí un
axioma tal que su ruina traiga consigo la de todas las verdades, y su
firmeza las sostenga, al menos indirectamente; de manera que quien las
negare pueda ser reducido por demostracion indirecta ó _ad absurdum_;
es decir, que admitido dicho axioma, se podrá conseguir que quien
niegue los otros sea convencido de hallarse en oposicion con el que
habia reconocido como verdadero.


[161.] Mucho se ha disputado sobre si era este ó aquel principio el
merecedor de la preferencia; yo creo que hay aquí cierta confusion de
ideas, nacida en buena parte, de no deslindar suficientemente
testimonios tan distintos como son el de la conciencia, el de la
evidencia y el del sentido comun.

El famoso principio de Descartes «yo pienso, luego soy;» el de
contradiccion, «es imposible que una cosa sea y no sea á un mismo
tiempo;» el otro que llaman de los cartesianos, «lo que está contenido
en la idea clara y distinta de una cosa, se puede afirmar de ella con
toda certeza;» son los tres principios que han dividido las escuelas.
En favor de todos ellos se alegaban razones poderosísimas, y hasta
concluyentes contra el adversario, atendido el terreno en que estaba
colocada la cuestion.

Si no estais seguros de que pensais, argüiria un partidario de
Descartes, no podeis estarlo ni aun del principio de contradiccion, ni
tampoco de la legitimidad del criterio de la evidencia; para saber
todo esto, es necesario pensar; quien afirma ó niega, piensa; sin
suponer el pensamiento, no son posibles ni la afirmacion ni la
negacion. Pero admitamos el pensamiento; tenemos ya un punto de apoyo,
y de tal naturaleza, que lo encontramos en nosotros mismos,
atestiguado por el sentido íntimo, imponiéndonos con una eficacia
irresistible la certeza de su existencia. Establecido el fundamento,
veamos cómo se puede levantar el edificio: para esto, no es necesario
salir del pensamiento propio; allí está el punto luminoso para
guiarnos en el camino de la verdad; sigamos sus resplandores, y fijado
un punto inmóvil hagamos salir de él el hilo misterioso que nos
conduzca en el laberinto de la ciencia. Así, nuestro principio es el
primero, es la basa de todos los demás, posee una fuerza propia para
sostenerse y la tiene sobrante para comunicar firmeza á los otros.

Este lenguaje es razonable ciertamente; pero hay la desgracia de que
la conviccion que pudiera producir, está neutralizada con otro
lenguaje no menos razonable, en sentido directamente opuesto. He aquí
cómo pudiera contestar un sostenedor del principio de contradiccion.
Si nos dais por supuesto que es imposible que una cosa sea y no sea á
un mismo tiempo, será posible que á un mismo tiempo penséis y no
penséis; vuestra afirmacion pues «yo pienso» no significa nada; porque
junto con ella se puede verificar la opuesta «yo no pienso». En tal
caso, la ilacion de la existencia queda destruida; porque aun
admitiendo la legitimidad de la consecuencia «yo pienso, luego
existo», como por otra parte sabríamos que es posible esta otra
premisa, «yo no pienso,» la deduccion no tendria lugar. Sin el
principio de contradiccion tampoco vale nada el otro: «lo que está
contenido en la idea clara y distinta de una cosa se puede afirmar de
ella con toda certeza»: porque si á un mismo tiempo es posible el ser
y el no ser, una idea podrá ser clara y oscura, distinta y contusa;
un predicado podrá estar contenido en un sujeto y no contenido; podrá
haber certeza é incertidumbre; afirmacion y negacion; luego esta regla
no sirve para nada.

Y tiene mucha razon el que discurre de este modo; pero lo curioso es,
que el tercer contrincante las alegará igualmente fuertes contra sus
dos adversarios. ¿Cómo se sabe, podrá preguntar, que el principio de
contradiccion es verdadero? claro es que no lo sabemos sino porque en
la idea del ser vemos la imposibilidad del no ser á un mismo tiempo y
vice-versa; luego no estais seguros del principio de contradiccion
sino aplicando mi principio: «lo que está contenido en la idea clara y
distinta de una cosa, se puede afirmar de ella con toda certeza.» Si
nada puede sostenerse en cayendo al principio de contradiccion, y este
se funda en el mio, el mio es el cimiento de todo.


[162.] Los tres tienen razon y no la tiene ninguno. La tienen los
tres, en cuanto afirman que negado el respectivo principio se arruinan
los demás; no la tiene ninguno, en cuanto pretenden que negados los
demás no se arruina el propio. ¿De dónde pues nace la disputa? de la
confusion de ideas, de que se comparan principios de órdenes muy
diferentes, todos de seguro muy verdaderos, pero que no pueden
parangonarse por la misma razon que no se compara lo blanco con lo
caliente, disputando si una cosa tiene mas grados de calor que de
blancura. Para la comparacion, se necesita cierta oposicion en los
extremos; pero estos deben tener algo comun; si son enteramente
disparatados, la comparacion es imposible.

El principio de Descartes es la anunciacion de un simple hecho de
conciencia; el de contradiccion es una verdad conocida por evidencia;
y el otro es la afirmacion de la legitimidad del criterio de la
evidencia misma; es una verdad de reflexion que expresa el impulso
intelectual por el que somos llevados á creer verdadero lo que
conocemos con evidencia.

La importancia de la cuestion exige que examinemos por separado los
tres principios; así lo haré en los capítulos siguientes (XVI).



CAPÍTULO XVII.

LA EXISTENCIA Y EL PENSAMIENTO. PRINCIPIO DE DESCARTES.


[163.] ¿Estoy seguro de que existo? sí. ¿Puedo probarlo? nó. La prueba
supone un raciocinio; no hay raciocinio sólido sin principio firme en
que estribe; y no hay principio firme, si no está supuesta la
existencia del ser que raciocina.

En efecto: si quien discurre no está seguro de su existencia, no puede
estarlo ni de la existencia de su propio discurso; pues no habrá
discurso si no hay quien discurre. Luego sin este supuesto no hay
principios sobre que fundar, no hay nada; no hay mas que ilusion, y
bien mirado, ni ilusion siquiera, pues no hay ilusion si no hay iluso.

Nuestra existencia no puede ser demostrada: tenemos de ella una
conciencia tan clara, tan viva, que no nos deja la menor
incertidumbre; pero probarla con el raciocinio es imposible.


[164.] Es una preocupacion, un error de fatales consecuencias, el
creer que podemos probarlo todo con el uso de la razon; antes que el
uso de la razon están los principios en que ella se funda; y antes que
uno y otro, está la existencia de la razon misma, y del ser que
raciocina.

Lejos de que todo sea demostrable, se puede demostrar que hay cosas
indemostrables. La demostracion es una argumentacion en la cual se
infiere de proposiciones evidentes una proposicion evidentemente
enlazada con ellas. Si las premisas son evidentes por sí mismas, no
consentirán demostracion; si suponemos que ellas á su vez sean
demostrables, tendremos la misma dificultad con respecto á las otras
en que se funde la nueva demostracion; luego, ó es preciso detenerse
en un punto indemostrable, ó proceder hasta lo infinito, lo que
equivaldria á no acabar jamás la demostracion.


[165.] Y es de observar que la indemostrabilidad, por decirlo así, no
es propia únicamente de ciertas premisas: se la halla en algun modo
en todo raciocinio, por su misma naturaleza, prescindiendo de las
proposiciones de que se compone. Sabemos que las premisas A y B son
ciertas; de ellas inferiremos la proposicion C. ¿Con qué derecho?
Porque vemos que C se enlaza con las A y B. ¿Y cómo sabemos esto? Si
es con evidencia inmediata, por intuicion: hé aquí otra cosa
indemostrable: el enlace de la conclusion con las premisas. Si es por
raciocinio, fundándonos en los principios del arte de raciocinar,
entonces hay dos consideraciones, ambas conducentes á demostrar la
indemostrabilidad. 1.ª Si los principios del arte son indemostrables,
tenemos ya una cosa indemostrable; si lo son, al fin hemos de valernos
de otros que les sirvan de basa, y ó pararnos en alguno que no
consienta demostracion, ó proceder hasta lo infinito. 2.ª ¿Cómo
sabemos que los principios del raciocinio se aplican á este caso?
¿Será por otro raciocinio? resultan los mismos inconvenientes que en
el caso anterior. ¿Será porque lo vemos así? ¿porque es evidente con
evidencia inmediata? hénos aquí en otro punto indemostrable.

Estas reflexiones no dejan ninguna duda de que el pedir la prueba de
todo es pedir lo imposible.


[166.] El ser que no piensa, no tiene conciencia de sí mismo: la
piedra existe, mas ella no lo sabe, y en un caso semejante se
encuentra el hombre mismo cuando todas sus facultades intelectuales y
sensitivas se hallan en completa inaccion. La diferencia de estos dos
estados se concibe muy bien recordando lo que acontece al pasar de la
vigilia á un sueño profundo, y al volver de este á la vigilia.

El primer punto de partida para dar un paso en nuestros conocimientos,
es esta presencia íntima de nuestros actos interiores, prescindiendo
de las cuestiones que suscitarse puedan sobre la naturaleza de ellos.
Si todo existiese como ahora, y existiesen infinitos mundos diferentes
del que tenemos á la vista, nada existiria para nosotros, si nos
faltasen esos actos interiores de que estamos hablando. Seríamos como
el cuerpo insensible colocado en la inmensidad del espacio, que se
halla lo mismo ahora que si todo desapareciese alrededor de él, y no
percibiria mudanza alguna aun cuando él propio se sumiese de nuevo en
el abismo de la nada. Al contrario, si suponemos que todo se aniquila
excepto este ser que dentro de nosotros siente, piensa y quiere;
todavía queda un punto donde hacer estribar el edificio de los humanos
conocimientos: este ser, solo en la inmensidad, se dará cuenta á sí
mismo de sus propios actos, y segun el alcance de sus facultades
intelectuales, podrá arrojarse á innumerables combinaciones que tengan
por objeto lo posible, ya que nó la realidad.


[167.] Se ha combatido mucho el famoso principio de Descartes: _«yo_
pienso, luego _existo_;» el ataque es justo y concluyente, si en
efecto el filósofo hubiese entendido su principio en el sentido que
se le acostumbra dar en las escuelas. Si Descartes le hubiese
presentado como un verdadero raciocinio, como un entimema en que
asentado el antecedente dedujera la consecuencia, claro es que el
argumento claudicaba por su basa, estaba en el aire. Porque, cuando él
dijera: «voy á probar mi existencia con este entimema: yo pienso,
luego soy», se le podia objetar lo siguiente: vuestro entimema se
reduce á un silogismo en esta forma: «todo lo que piensa existe; es
así que yo pienso, luego existo.» Este silogismo, en el supuesto de
una duda universal, en que no se dé por supuesta ni aun la misma
existencia, es inadmisible en sus proposiciones y en la trabazon de
ellas. En primer lugar: ¿cómo sabeis que todo lo que piensa
existe?--Porque nada puede pensar sin existir.--Y esto ¿cómo se
sabe?--Porque lo que no existe no obra.--Y esto ¿cómo se sabe?
Suponiendo que de todo se duda, que nada se sabe, no se pueden saber
estos principios; de otra suerte faltamos á la suposicion de la duda
universal, y por consiguiente nos salimos de la cuestion. Si alguno de
estos principios se ha de admitir sin prueba, tanto valia admitir
desde luego la existencia propia, y ahorrarse el trabajo de probarla
con un entimema.

En segundo lugar: ¿cómo sabéis que pensais? Se os puede hacer el
siguiente argumento, retorciendo el vuestro, como dicen los
dialécticos: nada puede pensar sin existir, vuestra existencia es
dudosa, tratais de probarla, luego no estais seguros de pensar.


[168.] Queda pues en claro que el principio de Descartes es
insostenible tomado como un verdadero raciocinio; y siendo tan fácil
de alcanzar su flaqueza, parece imposible que no la viese un
entendimiento tan claro y penetrante. Es probable pues que Descartes
entendió su principio en un sentido muy diferente, y voy á exponer en
pocas palabras el que en mi juicio debió de darle el ilustre filósofo.

Suponiéndose por un momento en una duda universal, sin aceptar como
cierto nada de cuanto sabia, se concentraba dentro de sí mismo, y
buscaba en el fondo de su alma un punto de apoyo donde hacer estribar
el edificio de los conocimientos humanos. Claro es que, aun haciendo
abstraccion de todo cuanto nos rodea, no podemos prescindir de
nosotros mismos, de nuestro espíritu que se presenta á sus propios
ojos con tanta mayor lucidez, cuanto es mayor la abstraccion en que
nos constituimos con respecto á los objetos externos. Ahora bien, en
esa concentracion, en ese acto de ensimismarse, retrayéndose el hombre
de todo por temor de errar, e interrogándose á sí mismo, si hay algo
cierto, si hay algo que pueda servir de apoyo, si hay un punto de
partida en la carrera de los conocimientos, lo primero que se ofrece
es la conciencia del pensamiento, la presencia misma de los actos de
nuestra alma, de eso que se llama pensar. Hé aquí si no me engaño la
mente de Descartes; «yo quiero dudar de todo; me retraigo de afirmar
como de negar nada; me aislo de cuanto me rodea, porque ignoro si esto
es algo mas que una ilusion. Pero en este mismo aislamiento me
encuentro con el sentimiento íntimo de mis actos interiores, con la
presencia de mi espíritu: yo pienso, luego soy: yo pienso, así lo
experimento de una manera que no me consiente duda, ni incertidumbre;
luego soy, es decir, ese sentimiento de mi pensamiento me hace sabedor
de mi existencia.»


[169.] Así se explica cómo Descartes no presentaba su principio cual
un mero entimema, cual un raciocinio comun; sino como la consignacion
de un hecho que se le ofrecia el primero en el órden de los hechos; y
cuando del pensamiento inferia la existencia, no era con una deduccion
propiamente dicha, sino como un hecho comprendido en otro, expresado
por otro, ó mejor diremos, _identificado_ con él.

He dicho _identificado_, porque en realidad es así en concepto de
Descartes; y esto acaba de confirmar lo que he asentado anteriormente,
que el filósofo no presentaba un raciocinio, sino que consignaba un
hecho. Sabido es que, segun él, la esencia del espíritu es el mismo
pensamiento, de suerte que así como otras escuelas filosóficas
distinguen entre la substancia y su acto, considerando al espíritu en
la primera clase y al pensamiento en la segunda, Descartes sostenia
que no habia distincion alguna entre el espíritu y el pensamiento, que
era una misma cosa: que el pensamiento constituia la esencia del alma.
«Aunque un atributo, dice, sea suficiente para hacernos conocer la
substancia, hay sin embargo en cada una de ellas, uno que constituye
su naturaleza y esencia, y del cual dependen todos los demás. La
extension en longitud, latitud y profundidad, constituye la esencia de
la substancia corpórea; _y el pensamiento constituye la naturaleza de
la substancia que piensa_» (Descartes, Principios de la filosofía, 1ª
parte). De esto se infiere que Descartes al asentar el principio «yo
pienso, luego existo;» no hacía mas que consignar un hecho atestiguado
por el sentido íntimo; y tan simple le consideraba, tan único por
decirlo así, que en el desarrollo de su sistema, identificó el
pensamiento con el alma, y la esencia de esta con su misma existencia.
Sintió el pensamiento, y dijo: «este pensamiento es el alma; soy yo.»
No trato de apreciar ahora el valor de esta doctrina, y sí tan solo de
explicar en qué consiste (XVII).



CAPÍTULO XVIII.

MAS SOBRE EL PRINCIPIO DE DESCARTES. SU MÉTODO.


[170.] Descartes al anunciar y explicar su principio, no siempre se
expresó con la debida exactitud, lo cual dió motivo á que se
interpretasen mal sus palabras. Al paso que señalaba la conciencia del
propio pensamiento y de la existencia, como la basa sobre la cual
debian estribar todos los conocimientos, empleaba términos de los
cuales se podia inferir que no solo queria consignar un hecho, sino
que intentaba presentar un verdadero raciocinio. Sin embargo, leyendo
con atencion sus palabras, y cotejándolas unas con otras, se ve que no
era esta su idea; aunque tal vez no habria inconveniente en decir que
no se daba exacta cuenta á sí propio de la diferencia que acabo de
indicar, entre un raciocinio y la simple consignacion de un hecho; y
que al concentrarse en sí mismo, no tuvo un conocimiento _reflejo_
bastante claro del modo con que se apoyaba en su principio
fundamental.

Para convencernos de esto, examinemos sus mismas palabras. «Mientras
desechamos de esta manera todo aquello de que podemos dudar, y que
hasta _fingimos_ que es falso, suponemos fácilmente que no hay Dios,
ni cielo, ni tierra, y que ni aun tenemos cuerpo, pero no _alcanzamos
á suponer que no existimos_, mientras dudamos de la verdad de todas
estas cosas; porque tenemos tanta repugnancia á concebir que lo que
piensa no existe verdaderamente al mismo tiempo que piensa; que no
obstante las suposiciones mas extravagantes, no podemos dejar de creer
que esta conclusion «yo pienso, luego soy» no sea verdadera, y por
consiguiente la primera y la mas cierta que se presenta al que conduce
sus pensamientos con órden.» (Descartes, Principios de la filosofía,
P. 1. § 6 y 7.).

En este pasaje nos encontramos con un verdadero silogismo: «Lo que
piensa existe; yo pienso, luego existo.» «Tenemos, dice Descartes,
tanta repugnancia á concebir, que lo que piensa no existe mientras
piensa,» lo que equivale á decir: «Lo que piensa existe;» esto en
términos escolásticos, se llama establecer la mayor; luego continúa
que «no obstante las suposiciones mas extravagantes, no podemos dejar
de creer que esta conclusion «yo pienso, luego soy» sea verdadera;» lo
que equivale á poner la menor y la consecuencia del silogismo. Se
conoce que Descartes estaba algo preocupado con la idea de querer
probar, al mismo tiempo que trataba de consignar. Este era el prurito
general de su época; y aun los mas ardientes reformadores se preservan
con mucha dificultad de la atmósfera que los rodea. En todo el curso
de sus meditaciones se encuentra este mismo espíritu, bien que
enlazado admirablemente con el de observacion.

Pero al través de esas explicaciones oscuras ó ambiguas, ¿qué es lo
que se descubre? ¿cuál es el pensamiento que se halla en el fondo del
sistema de _Descartes_, prescindiendo de sí él se daba ó nó á sí mismo
exacta cuenta de lo que experimentaba? Hélo aquí. «Yo por un esfuerzo
de mi espíritu, puedo dudar de la verdad de todo; pero este esfuerzo
tiene un límite en mí mismo. Cuando la atencion se convierte sobre mí,
sobre la conciencia de mis actos interiores, sobre mi existencia, la
duda se detiene, no puede llegar á tal punto, encuentra una _tal
repugnancia_, que las suposiciones mas extravagantes no alcanzan á
vencer.» Esto es lo que indican sus mismas palabras, mas al consignar
este hecho se eleva á una proposicion general, muy verdadera sin duda,
saca una consecuencia, muy legítima tambien; pero que para nada eran
necesarias en el caso presente, y que ó explicaban mal su misma
opinion ó la hacian vacilar.


[171.] Si bien se observa, no hacia mas Descartes en este punto, que
lo que hacen todos los filósofos; y por mas extraño que pueda parecer,
no estaba en desacuerdo con los gefes de la escuela metafísica
diametralmenle opuesta: la de Locke y Condillac. En efecto: que el
hombre al querer examinar el orígen de sus conocimientos, y los
principios en que estriba su certeza, se encuentra con el hecho de la
conciencia de sus actos internos, que esta conciencia produce una
certeza firmísima, y que nada podemos concebir mas cierto para
nosotros que ella, es un hecho en que están de acuerdo todos los
ideólogos, y que todos asientan, bien que con diferentes palabras.
Cuanto mas se medita sobre estas materias, mas se descubre en ellas la
realizacion de un principio confirmado por la razon y la experiencia,
de que muchas verdades no son nuevas, sino presentadas de una manera
nueva; que muchos sistemas no son nuevos, sino formulados de una
manera nueva.


[172.] La misma duda universal de Descartes, cuerdamente entendida, es
practicada por todo filósofo; con lo cual se ve que las bases de su
sistema, combatidas por muchos, son en el fondo adoptadas por todos.
¿En qué consiste el método de Descartes? todo se reduce á dos pasos:
1.º Quiero dudar de todo. 2.° Cuando quiero dudar de mí mismo no
puedo.

Examinemos estos dos pasos, y veremos que con Descartes los da todo
filósofo.

¿Por qué Descartes quiere dudar de todo? Porque se propone examinar el
orígen y la certeza de sus conocimientos; quiere llamar á exámen todo
su saber, y por lo mismo no puede empezar suponiendo nada verdadero.
Si supone algo, ya no examinará el orígen y los motivos de la certeza
de todo; pues exceptúa aquello que supone verdadero. Le es preciso no
suponer, como tal, nada; antes por el contrario suponer que no sabe
nada de nada; sin esto no puede decir que examina los fundamentos de
todo. Ò no hay tal cuestion filosófica, que sin embargo se la
encuentra en todos los libros de filosofía, ó es necesario emplear el
método de Descartes.

¿Pero en qué consiste esta duda? Racionalmente hablando ¿puede ser una
duda real y verdadera? Nó: esto es imposible, absolutamente imposible.
El hombre, por ser filósofo, no alcanza á destruir su naturaleza: y la
naturaleza se opone invenciblemente á esta duda, tomada en el sentido
riguroso.


[173.] ¿Qué es pues esta duda? Nada mas que una _suposicion_, una
_ficcion_, suposicion y ficcion que hacemos á cada paso en todas las
ciencias, y que en realidad no es mas que la _no atencion_ á un
convencimiento que abrigamos. Esta duda se la emplea para descubrir la
primera verdad en que estriba nuestro entendimiento; á cuyo fin basta
que la duda sea ficticia; no hay ninguna necesidad de que sea
positiva; porque es evidente, que lo mismo se logra dudando
efectivamente de todo, no admitiendo absolutamente nada, que diciendo:
«si supongo que no tengo por cierto nada, que no sé nada, que no
admito nada.» Un ejemplo aclarará esta explicacion hasta la última
evidencia. Quien conozca los rudimentos de geometría sabrá que en un
triángulo al mayor lado se opone el mayor ángulo, y está absolutamente
cierto de la verdad del teorema: pero si se propone dar á otro la
demostracion, ó repetírsela á sí propio, prescinde de dicha certeza,
procede como si no la tuviera, para manifestar que se la puede fundar
en algo.

En todos los estudios ejecutamos á cada paso esto mismo. Son vulgares
las expresiones: «esto es así, es evidente; pero _supongamos_ que no
lo sea; ¿qué resultará?» «Esta demostracion es concluyente, pero
prescindamos de ella, supongamos que no la tenemos, ¿cómo podriamos
demostrar lo que deseamos?» Los argumentos _ad absurdum_ tan en uso en
todas las ciencias, y muy particularmente en las matemáticas, estriban
no solo en prescindir de lo que conocemos, sino en suponer una cosa
directamente contraria á lo que conocemos. «Si la línea A, dice á cada
paso el geómetra, no es igual á la B, será mayor ó menor; supongamos
que es mayor: etc. etc.» Por manera que para la investigacion de la
verdad prescindimos frecuentemente de lo que sabemos, y hasta
suponemos lo contrario de lo que sabemos. Aplíquese este sistema á la
investigacion del principio fundamental de nuestros conocimientos y
resultará la duda universal de Descartes, en el único sentido que
puede ser admisible en el tribunal de la razon, y posible á la humana
naturaleza.

Es probable que el ilustre filósofo la entendia en el mismo sentido,
si bien es menester confesar que sus palabras son ambiguas. No se
concibe qué objeto podia proponerse en entenderlas de diferente modo,
supuesto que no trataba de otra cosa que de allanar el camino á la
investigacion de la verdad. Con su manera de expresarse dió lugar á
disputas, que con alguna mayor claridad se habrian evitado.

Así como Descartes no se explicaba con la claridad suficiente, sus
adversarios no le estrechaban quizás con toda la precision y nervio
que podian. En mi concepto, para resolver la cuestion bastaba
dirigirle esta pregunta: «¿Entendeis que al comenzar las
investigaciones filosóficas, haya de haber un momento en que _real_ y
_efectivamente_ dudemos de todo; ó juzgais bastante el _prescindir_ de
la certeza, suponiendo que no la tenemos, como se hace con frecuencia
en todos los estudios?»


[174.] Descartes se encontró en el caso de todos los reformadores.
Están dominados de una idea; y la expresan tan fuertemente, que al
parecer no consienten otra á su lado. Todo en su lenguaje es absoluto,
exclusivo. Preven la lucha que habrán de sostener, quizás la
experimentan ya; y así concentran toda su fuerza en la idea cuyo
triunfo se proponen, y llegan á perder de vista todo lo que no es
ella. No se puede inferir que el reformador no tenga otras que
modifiquen notablemente la principal; mas para hacer frente á sus
adversarios que le dicen: «esto es absolutamente falso,» él dice:
«esto es verdadero absolutamente.» La historia y la experiencia nos
presentan innumerables ejemplos de estas exageraciones.

La idea dominante de Descartes era arruinar la filosofía que á la
sazon reinaba en las escuelas; y daba el impulso tan fuerte que hacia
temblar el mundo. Véase cómo expresaba su desden para con muchos que
se apellidan filósofos. «La experiencia enseña, que los que hacen
profesion de filósofos, son frecuentemente menos sabios y razonables
que otros que no se han aplicado nunca á este estudio.» (Prefacio de
los Principios de filosofía).


[175.] La segunda parte del método de Descartes, consiste en tomar el
pensamiento propio por punto de partida, estableciendo que al
esforzarse el hombre por dudar de todo, encuentra un límite en la
conciencia de su pensamiento, de su existencia. Es evidente, que este
es el fenómeno que naturalmente resta inmóvil en la mente del
observador, despues de haber procurado dudar de todo. Al menos no
podrá dudar de que duda; y por consiguiente de su pensamiento; siendo
de notar que este es un argumento que se ha hecho siempre á los
escépticos, lo que equivalia á emplear el método de Descartes, esto
es, á consignar como un fenómeno innegable una certeza superior á
todas las extravagancias: la conciencia de sí mismo.

Cuando Descartes decia «yo pienso» entendia por esta palabra todo acto
interno, todo fenómeno presente al alma inmediatamente; no hablaba del
pensamiento tomado en un sentido puramente intelectual, sino que
comprendia todo aquello de que tenemos conciencia inmediata. «Por la
palabra _pensar_, dice, entiendo todo aquello que se hace en nosotros,
de tal suerte, que lo percibimos inmediatamente por nosotros mismos;
así es que aquí el pensar no significa tan solo entender, querer,
imaginar, sino tambien sentir. Porque si digo que veo ó que ando, y de
ahí infiero que existo, si entiendo hablar de la accion que se hace
con mis ojos ó mis piernas, esta conclusion no es tan infalible, que
no ofrezca algun motivo de duda, ya que puede suceder que yo crea ver
ó andar sin que abra los ojos, ni me mueva de mi sitio; pues que esto
me acontece cuando duermo, y quizás podria acontecer lo mismo si yo no
tuviese cuerpo; pero si entiendo hablar únicamente de la accion de mi
pensamiento ó del sentimiento, es decir, del conocimiento que hay en
mí, por el cual me parece que veo ó ando, esta conclusion es verdadera
tan absolutamente que no me es posible dudar de ella, á causa de que
se refiere al alma, única que tiene la facultad de sentir ó bien de
pensar, de cualquier modo que esto sea.»(Principios de filosofía, 1.ª
parte, § 9).


[176.] Este pasaje manifiesta bien claro las ideas de Descartes; lo
arruinaba todo con la duda, pero habia una cosa que resistía á todos
los esfuerzos: la conciencia de sí mismo. Y esta conciencia la tomaba
él como punto de apoyo, sobre el cual y con toda certeza, pudiera
levantar de nuevo el edificio de las ciencias, Locke y Condillac no
han hecho otra cosa: han seguido un camino muy diferente del de
Descartes: pero el punto de partida ha sido el mismo. Oigamos á Locke.
«En primer lugar examinaré cuál es el orígen de las ideas, nociones, ó
como se las quiera llamar, que el hombre percibe en su alma, y que su
_propio sentimiento_ le hace descubrir en ella.» (Ensayo sobre el
entendimiento humano. Prólogo.) «Pues que el espíritu no tiene otro
objeto de sus pensamientos y raciocinios que sus propias ideas, las
cuales son la única cosa que el contempla ó que puede contemplar, es
evidente que nuestro conocimiento se funda _todo entero_ sobre
nuestras ideas.» (Ibid. lib. 4, cap. 1). «Sea que nos remontemos hasta
los cielos, por hablar metafóricamente, dice Condillac, sea que
descendamos á los abismos, no salimos de nosotros, y jamás percibimos
otra cosa que nuestro propio pensamiento.» (Ensayo sobre el orígen de
los conocimientos humanos. Cap. 1).


[177.] Todos los trabajos ideológicos comienzan pues por la
consignacion del hecho de la conciencia de nuestras ideas; y no puede
ser de otro modo con respecto á su certeza. El hombre al trastornarlo
todo, al arruinarlo todo, al anonadarlo todo, se encuentra consigo
mismo, que es quien trastorna, arruina y anonada. Cuando haya llegado
á dudar de la existencia de Dios, del mundo, de sus semejantes, de su
cuerpo, en medio de aquella inmensa soledad se encuentra todavía á sí
mismo. El esfuerzo por anonadarse á sus propios ojos, solo sirve para
hacerle mas visible: es una sombra que no muere con ningun golpe, y
que por cada herida que se le abre, despide nuevos torrentes de luz.
Si duda que siente, siente al menos que duda; si duda de esta duda,
siente que duda de la misma duda; por manera que en dudando de los
actos directos entra en una serie interminable de actos reflejos que
se encadenan por necesidad unos con otros, y se desenvuelven á la
vista interior como los pliegues de un lienzo sin fin (XVIII).



CAPÍTULO XIX.

LO QUE VALE EL PRINCIPIO: YO PIENSO.

SU ANÁLISIS.


[178.] El principio de Descartes considerado como un entimema, ya
hemos visto que no puede aspirar al título de fundamental. En todo
raciocinio hay premisas y consecuencia, y para que sea concluyente son
necesarias la verdad de las primeras y la legitimidad de la segunda.
Decir que un raciocinio puede ser principio fundamental, es una
contradiccion manifiesta.

Pero si tomamos el principio de Descartes en el sentido explicado
anteriormente, esto es, nó como un raciocinio sino como la
consignacion de un hecho, la contradiccion cesa; y es cuestion digna
de examinarse la de si merece ó nó el título de principio fundamental
y de qué manera. En los capítulos anteriores se ha esclarecido ya en
parte esta materia, pero nó hasta tal punto que se la pueda dar por
suficientemente dilucidada: mas bien se han presentado reflexiones
preliminares para aclarar el estado de la cuestion que no se la ha
resuelto cumplidamente.


[179.] La proposicion «yo pienso» no expresa, como se ha notado ya, el
solo pensamiento propiamente dicho; abraza los actos de la voluntad,
los sentimientos, las sensaciones, los actos é impresiones de todas
clases que se realizan en nuestro interior, comprende todos los
fenómenos que presentes á nuestro espíritu con presencia inmediata,
nos son atestiguados por el sentido íntimo ó por la conciencia.

Nada que distinga entre las varias clases de actos ó impresiones puede
servirnos de principio fundamental; la distincion supone el análisis,
y el análisis no existe sin reflexion. No se reflexiona sin reglas y
sin objeto conocidos ya: por consiguiente admitir clasificaciones en
el primer principio, es despojarle de su carácter, es contradecirse.


[180.] Conviene no confundir lo expresado por la proposicion «yo
pienso» con la proposicion misma; el fondo y la forma son aquí cosas
muy diferentes; pudiendo la naturaleza de esta hacer concebir ideas
equivocadas sobre aquel. El fondo es un hecho simplicísimo; la forma
es una combinacion lógica que encierra elementos muy heterogéneos.
Esto necesita explicacion.

El hecho de conciencia considerado en sí mismo, prescinde de
relaciones, no es nada mas que el mismo, no conduce á nada mas que á
sí mismo, es la presencia del acto ó de la impresion, ó mas bien es el
acto mismo, la impresion misma, que están presentes al espíritu. Nada
de combinacion de ideas, nada de análisis de conceptos; cuando se
llega á esto último, se sale del terreno de la conciencia pura y se
entra en las regiones objetivas de la actividad intelectual. Pero como
el lenguaje es para expresar los productos de esa actividad; como no
está vaciado, por decirlo así, en el molde de la conciencia pura sino
en el del entendimiento, nos es imposible hablar sin alguna
combinacion lógica ó ideal. Si quisiéramos encontrar una expresion de
la conciencia pura sin mezcla de elementos intelectuales, deberíamos
buscarla, nó en el lenguaje, sino en el signo natural del dolor ó de
la alegria ó de una pasion cualquiera; solo en este caso se expresa
con espontaneidad y sin combinaciones de elementos ajenos, que pasa
algo en nuestro espíritu, que tenemos conciencia de alguna cosa; pero
desde el momento en que hablamos, expresamos algo mas que la
conciencia pura; el verbo externo indica el interno, producto de la
actividad intelectual, concepto de ella, que envuelve ya un sujeto y
un objeto, y que por tanto se halla ya en una region muy superior á la
de la conciencia pura.


[181.] Para demostrar la verdad de lo que acabo de decir, examinemos
la expresion «yo pienso.» Esta es una verdadera proposicion que sin
alterarse en lo mas mínimo, puede presentarse bajo una forma
rigurosamente lógica: «yo soy pensante.» Aquí encontramos sujeto,
predicado y cópula. El sujeto es el _yo_, es decir que nos hallamos ya
con la idea de un ser, sujeto de actos é impresiones, posesor de una
actividad significada en el predicado; ese _yo_, pues, se nos ofrece
como algo muy superior al órden de la conciencia pura, es nada menos
que la idea de substancia. Analicemos mas detenidamente lo que en él
se encierra.

Tenemos en primer lugar la unidad de conciencia; el _yo_ carece de
sentido, si no significa algo que es uno é idéntico, á pesar de la
pluralidad y diversidad que en él se realizan. La unidad experimental
de conciencia trae consigo por consecuencia precisa la unidad del ser
que la experimenta. Este ser es el sujeto en que se realizan las
variaciones, sin lo cual no su podria decir: _yo_. Tenemos pues, que
en una expresion tan simple están envueltas las ideas de unidad y de
su relacion á la pluralidad, de substancia, y de su relacion á los
accidentes; es decir que la idea del _yo_, bien que expresiva de una
unidad simplicísima, es compuesta bajo el aspecto lógico, encerrando
varias cosas del órden ideal, y que no se hallan en la conciencia
pura. La idea del _yo_ propiamente dicha, aunque comun en cierto modo
á todos los hombres, es en sí misma altamente filosófica, por encerrar
una combinacion de elementos que pertenecen al órden intelectual puro.


[182.] El predicado _pensante_ es la expresion de una idea general,
comprensiva, no solo de todo pensamiento, sino tambien de todo
fenómeno que afecta inmediatamente al espíritu. Estos fenómenos
considerados en lo que tienen de comun, bajo la idea general de
presentes al espíritu, vienen significados en la palabra _pensante_.

La relacion del predicado con el sujeto, ó la conveniencia de
_pensante_ al _yo_, expresa tambien un análisis digno de atencion. Por
el pronto se echa de ver una descomposicion del concepto del _yo_ en
dos ideas: la de sujeto de varias modificaciones, y la de pensante;
sin esto la proposicion carece de sentido, ó mejor, su expresion se
hace imposible. La idea de sujeto, envuelve las de unidad y de
substancia; y la de pensante encierra la de actividad ó bien la de
pasividad (permítaseme la expresion) acompañada de conciencia.


[183.] Para que la proposicion sea posible, es preciso suponer que la
descomposicion de las ideas ha comenzado en algun punto: es decir, que
ó en la del _yo_ hemos encontrado la de _pensante_, ó en esta última
la del _yo_. Colocándonos en el _yo_, prescindiendo de _pensante_, nos
encontramos con la idea de sujeto ó de substancia en general, donde
por mas que cavilemos no alcanzaremos á descubrir la de _pensante_.
El _yo_ en sí, no se nos manifiesta, le conocemos por el pensamiento,
y por tanto en este debemos fijar el punto de partida, y nó en aquel;
de lo que se infiere que en dicha proposicion, lo primitivamente
conocido, es mas bien el predicado que el sujeto; y que de los dos
conceptos, el del sujeto tiene mas bien el carácter de contenido que
el de continente.

En efecto: el _yo_ nace, digámoslo así, para sí mismo, con la
presencia del pensamiento; si la actividad intelectual se concentra
para buscar su primer apoyo, se encuentra nó con el _yo_ puro, sino
con sus actos; es decir, con su pensamiento. Este último es por
consiguiente el objeto primitivo de la actividad intelectual
reflexiva; este es su primer elemento de combinacion, su primer dato
para la resolucion del problema. Fijando la vista en este elemento,
descubre una unidad en medio de la pluralidad, descubre un ser que
continúa el mismo en medio del flujo y reflujo de los fenómenos de la
conciencia: esta identidad se la atestigua de una manera irresistible
la conciencia misma. La idea del _yo_ pues está sacada del
pensamiento, y por consiguiente mas bien nace el sujeto del predicado
que nó el predicado del sujeto.


[184.] El pensamiento de donde se saca la idea del _yo_, no es el
pensamiento en general, sino realizado, existente en nosotros mismos.
Pero esta realidad es infecunda, si no se ofrece al espíritu bajo una
idea general; porque es evidente que el _yo_ no sale de un acto solo,
pues que es la unidad sujeto de la pluralidad. Para llegar á la idea
del _yo_ necesitamos la unidad de conciencia, y esta no la conocemos
sino en cuanto la tenemos experimentada, es decir, en cuanto
percibimos la relacion de lo uno á lo múltiplo, de un sujeto á sus
modificaciones.

Tanta elaboracion es necesaria para producir una expresion tan
sencilla como «yo pienso;» por donde se echa de ver con cuánta razon
he distinguido entre el fondo y la forma, y cuán inconsideradamente
proceden los que confunden cosas tan diversas. Así, y por falta del
debido análisis, se dan en la filosofía saltos inmensos pasando de un
órden á otro, confundiendo las ideas y embrollando las cuestiones.


[185.] Para dilucidar completamente la materia examinaré las
relaciones de la existencia con el pensamiento; exámen que será muy
fácil teniendo presentes las observaciones anteriores.

Es cierto que concebimos la existencia anterior al pensamiento: nada
puede pensar sin existir, la existencia es para el pensamiento una
condicion indispensable; pensar y no existir, es una contradiccion
manifiesta. Pero lo que se ofrece primitivamente á nuestro espíritu,
no es la existencia sino el pensamiento; y este nó en abstracto, sino
determinado, experimental, empírico como se dice ahora. La idea de
existencia es general, comprende á todo ser, y la conciencia no puede
comenzar por ella; ora lleguemos á esta idea por abstraccion, ora sea
una forma preexistente en nuestro espíritu, no es lo primero que se
nos ocurre; ó para hablar con mas exactitud, no es el último punto que
encontramos al seguir con movimiento retrógrado el hilo de nuestros
conocimientos para descubrir su punto de partida. Este es la
conciencia, que despues de objetivada, y habiendo sufrido el análisis
del concepto que ofrece, nos presenta la idea de existencia como
contenido en ella.

Se infiere de esto, que el _luego existo_, no es rigurosamente
hablando una consecuencia del «yo pienso,» sino la intuicion de la
idea de existencia en la de pensamiento. Hay aquí dos proposiciones
_per se notæ_ como dicen los escolásticos; una general: «lo pensante
es existente;» otra particular; «yo pensante, soy existente.» La
primera pertenece al órden puramente ideal, es de evidencia
intrínseca, independientemente de toda conciencia particular; la
segunda participa de los dos órdenes; real é ideal; real, en cuanto
encierra el hecho particular de la conciencia; ideal, en cuanto
incluye una combinacion de la idea general de la existencia con el
hecho particular: pues solo así es concebible la union del predicado
con el sujeto.


[186.] Ahora será sumamente fácil resolver todas las cuestiones que se
agitan en las escuelas.

Primera cuestion. ¿El principio «yo pienso» depende de otro? Debe
responderse con distincion: si se entiende por este principio el
simple hecho de la conciencia, es evidente que nó. Para nuestro
entendimiento, no hay nada anterior á nosotros; todo lo que conocemos,
en cuanto conocido por nosotros, supone nuestra conciencia; si la
suprimimos, lo destruimos todo; y si ensayamos el destruirlo todo,
ella permanece indestructible: no depende pues de nada, no presupone
nada.

Si por el principio «yo pienso» se entiende una proposicion, en tal
caso no puede haber dimanado sino de un raciocinio, ó mas bien de un
análisis: y así no puede ser el principio fundamental de nuestros
conocimientos.


[187.] Segunda cuestion. Faltando los demás principios, ¿falta tambien
el presente? Aplíquese la misma distincion: como simple hecho, nó;
como proposicion, sí. Niéguese todo, incluso el principio de
contradiccion, la conciencia subsiste. Pero negado el principio de
contradiccion, queda destruida toda proposicion; toda combinacion es
absurda; el análisis, la relacion del predicado con el sujeto, son
palabras vacías de sentido.


[188.] Tercera cuestion. Admitido el principio «yo pienso», ¿puede ser
conducido á la verdad al menos indirectamente, quien niegue los demás?
Es menester distinguir: ó se trata de reducirle por raciocinio ó por
observacion; es decir, ó se le quiere combatir con argumentos ó se
trata de llamarle la atencion sobre sí propio, como se hace con un
hombre distraido ó con uno que padece enagenacion mental. Lo segundo
se puede hacer; lo primero nó. Quien niega todos los principios
incluso el de contradiccion, hace imposible todo raciocinio; en vano
pues se discurre contra él. Ensayémoslo.

Tú piensas, se le dirá; al menos así lo afirmas cuando admites el
principio «yo pienso.»

Es verdad.

Luego debes admitir tambien el principio de contradiccion.

¿Por qué?

Porque de otro modo podrias pensar y no pensar á un mismo tiempo.

No hay inconveniente.

Pero entonces destruyes tu pensamiento....

¿Por qué?

¿Piensas? ¿no es verdad?

Cierto.

Segun tú mismo, es posible que no pienses al mismo tiempo.

Estamos conformes.

Luego destruyes tu pensamiento: porque cuando no piensas se destruye
el «yo pienso;» y como todo esto es simultáneo, resulta que destruyes
tu propio pensamiento.

Nada de eso: lo que hay en el argumento que se me objeta es que se
supone verdadero lo que yo niego; incurriéndose en el sofisma que los
dialécticos llaman peticion de principio. En efecto, por lo mismo que
niego el principio de contradiccion, no admito que el no ser destruya
al ser, ni el ser al no ser; y por consiguiente, que el no pienso
pueda destruir el yo pienso. Cuando se me arguye en este sentido, se
supone lo mismo que se busca; se me ataca por principios que yo no
reconozco. En vuestro sistema, en que el ser destruye al no ser y
vice-versa, es cierto que el pensar y el no pensar son incompatibles;
pero en mis principios el caso es muy sencillo, como segun ellos no es
imposible que una cosa sea y no sea á un mismo tiempo, cuando no
pienso no dejo de pensar.

Este lenguaje es absurdo, pero consecuente: negado el principio, la
deduccion es necesaria; y si se le replica que en tal caso no puede ni
hacer el raciocinio que se acaba de oir, podrá él contestar, que
tampoco pueden raciocinar los adversarios; ó que si se quiere, no
halla inconveniente en que se raciocine y no se raciocine.

No hay otro medio de reducir á un hombre extraviado de esta manera que
el de la observacion; se ha salido de la razon y por tanto es
imposible volverle á ella por medio de ella misma. Las observaciones
que se le dirigen han de ser mas bien un llamamiento, una especie de
grito para despertar la razon, que nó una combinacion para
reconstruirla; es un hombre dormido ó desvanecido á quien se llama y
se toca para volverle en sí, nó un adversario con quien se disputa
(XIX).



CAPÍTULO XX.

VERDADERO SENTIDO DEL PRINCIPIO DE CONTRADICCION.

OPINION DE KANT.


[189.] Antes de examinar el valor del principio de contradiccion como
punto de apoyo de todo conocimiento, será bien fijar con exactitud su
verdadero sentido. Esto me obliga á entrar en algunas consideraciones
sobre una opinion de Kant manifestada en su _Crítica de la razon
pura_, á propósito de la forma con que el principio de contradiccion
ha sido enunciado hasta el presente en todas las escuelas filosóficas.
Conviene el metafísico aleman en que sea cual fuere la materia de
nuestro conocimiento y de cualquier modo que se le refiera el objeto,
es condicion general aunque puramente negativa, de todos nuestros
juicios, el que no se contradigan mutuamente; de otro modo, aun sin
órden al objeto, no son nada en sí mismos. Asentada esta doctrina
advierte que se llama principio de contradiccion el siguiente: «un
predicado que repugna á una cosa no le conviene;» observando en
seguida que este es un criterio universal de toda verdad, aunque
puramente negativo; mas que por lo mismo pertenece exclusivamente á la
lógica, pues que vale para los conocimientos puramente como
conocimientos en general, sin relacion á su objeto, y declara que la
contradiccion los hace desaparecer completamente. «Hay sin embargo,
continúa, una fórmula de este célebre principio puramente formal y
desprovisto de contenido, fórmula que encierra una síntesis confundida
mal á propósito con el principio mismo, y sin la menor necesidad. Héla
aquí; es imposible que una cosa sea y no sea á _un mismo tiempo_. A
mas de que la certeza apodíctica ha sido añadida inútilmente aquí (por
la palabra _imposible_), certeza que debe de sí misma estar
comprendida en la proposicion, este juicio se halla además afectado
por la condicion del tiempo y significa en algun modo lo siguiente:
_una cosa_ = A, que es alguna cosa = B, no puede al mismo tiempo ser
no B; pero puede muy bien ser sucesivamente lo uno y lo otro (B y no
B). Por ejemplo, un hombre que es jóven no puede ser viejo á un mismo
tiempo; pero este mismo hombre puede muy bien ser jóven en un tiempo y
ser viejo ó no ser jóven en otro; es así que el principio de
contradiccion, como principio puramente lógico, no debe restringir su
significado á relaciones de tiempo; luego esta fórmula es del todo
contraria al objeto del principio mismo. La equivocacion nace de que
se comienza por separar el predicado de una cosa del concepto de ella;
y en seguida se une á este mismo predicado su contrario, lo que no da
jamás una contradiccion con el sujeto sino únicamente con su predicado
que le está unido sintéticamente; contradiccion que ni aun tiene
lugar sino en cuanto el primer predicado y el segundo son puestos al
mismo tiempo. Si digo, un hombre que es ignorante no es instruido, la
condicion _al mismo tiempo_ debe estar expresada, porque el que es
ignorante en un tiempo puede muy bien ser instruido en otro. Pero si
digo, ningun hombre ignorante es instruido, la proposicion será
analítica, porque el carácter de la ignorancia constituye ahora el
concepto del sujeto, en cuyo caso la proposicion negativa dimana
inmediatamente de la proposicion contradictoria, sin que la condicion
_al mismo tiempo_ deba intervenir. Por esta razon he cambiado mas
arriba la fórmula del principio de contradiccion, de manera que por
ella fuese explicada claramente la naturaleza de una proposicion
analítica.» (Lógica trascendental, libro 2.º cap. 2.º seccion 1.ª).


[190.] El lector no comprenderá bien el sentido de este pasaje, ya de
suyo no muy claro, si no sabe lo que Kant entiende por proposiciones
analíticas y sintéticas; lo explicaré. En todos los juicios
afirmativos la relacion de un predicado con un sujeto es posible de
dos maneras: ó el predicado pertenece al sujeto como contenido en él,
ó le es completamente extraño, aunque en realidad esté ligado con él
mismo. En el primer caso, el juicio es analítico, en el segundo
sintético. Los juicios analíticos afirmativos son aquellos en que la
union del predicado con el sujeto es concebida por identidad; al
contrario se llaman sintéticos aquellos en que dicha union está
concebida sin identidad. Kant aclara su idea con los ejemplos
siguientes. «Cuando digo todos los cuerpos son extensos, este es un
juicio analítico, pues no necesito salir del concepto de cuerpo para
encontrarle unida la extension; me basta descomponerle, es decir, que
es suficiente el tener conciencia de la diversidad que pensamos
siempre en este concepto, para encontrar en él el predicado de que se
trata. Este es pues un juicio analítico. Al contrario, cuando digo,
todos los cuerpos son pesados, aquí el predicado es una cosa del todo
diferente de lo que pienso en general por el simple concepto de
cuerpo: la union pues de semejante predicado da un juicio sintético.»
(Crítica de la razon pura. Introduccion § 1).

Échase de ver fácilmente la razon de la nueva nomenclatura empleada
por el filósofo aleman. Llama analíticos á los juicios en que basta
descomponer el sujeto para encontrar en él el predicado, sin necesidad
de añadirle nada que no estuviese ya pensado en el concepto mismo del
sujeto, á lo menos oscuramente; y apellida sintéticos ó de
composicion, aquellos en que es preciso añadir algo al concepto del
sujeto, pues que el predicado no se encuentra en este concepto por mas
que se le descomponga.


[191.] Esta division de juicios en analíticos y sintéticos es muy
nombrada en la filosofía moderna, sobre todo entre los alemanes; y de
seguro no falta quien se imagina que este es un descubrimiento del
autor de la _Crítica de la razon pura_; la misma novedad del nombre
puede dar orígen á la equivocacion. Sin embargo, en todos los autores
escolásticos que olvidados y cubiertos de polvo yacen ahora en el
fondo de las bibliotecas, se habla de juicios analíticos y sintéticos;
bien que nó con estos nombres. Se decia que los juicios eran de dos
especies: unos en que el predicado estaba contenido en la idea del
sujeto y otros en que nó; á las proposiciones que expresaban los
juicios de la primera clase se las llamaba _per se notæ_ ó conocidas
por sí mismas, á causa de que entendida la significacion de los
términos se veia que el predicado estaba contenido en la idea ó en el
concepto del sujeto. Se les daba tambien el nombre de primeros
principios, y á la percepcion de ellos se la llamaba _inteligencia,
intellectus_, distinguiéndola de la _razon_ en cuanto esta versaba
sobre los conocimientos de evidencia mediata ó de raciocinio.

Véase si dejan algo que desear ni en claridad ni en precision, los
siguientes textos de Santo Tomás. «Una proposicion es conocida por sí,
_per se nota_, cuando el predicado está incluido en la razon del
sujeto, como el hombre es animal; pues que animal es de la esencia del
hombre. Si pues todos conocen lo que es el sujeto y el predicado, la
proposicion será conocida por sí, para todos; como se ve en los
primeros principios de las demostraciones cuyos términos son cosas
comunes que nadie ignora, como ser y no ser; todo y parte y otras
semejantes.» (1.ª Parte. Cuest. 2. art. 1.º)

«Cualquiera proposicion cuyo predicado es de la esencia del sujeto, es
conocida por sí, bien que puede suceder que no lo sea para quien
ignore lo que significa la definicion del sujeto: así esta
proposicion, «el hombre es racional,» es de su naturaleza conocida por
sí; pues _quien dice hombre dice racional_.» (1.ª 2.ª Cuest. 94. Art.
2).


[192.] Por estos ejemplos, y otros muchos que seria fácil aducir, se
ve que la distincion entre los juicios analíticos y sintéticos era
vulgar en las escuelas muchos siglos antes de Kant. Los analíticos
eran todos los que se formaban por evidencia inmediata; y sintéticos,
los que resultaban de evidencia mediata, ya fuese esta del órden
puramente ideal, ya dependiese en algun modo de la experiencia. Se
sabia muy bien que hay conceptos de sujeto en los cuales está pensado
el predicado, á lo menos en confuso: y por esto se explicaba esta
union ó identidad, diciendo que las proposiciones en que se enunciaba,
eran _per se notæ ex terminis_. El predicado en los juicios analíticos
está ya en el sujeto; nada se le añade segun Kant; solo se le explica;
«Quien dice _hombre_ dice _racional_;» así habla Santo Tomás: la idea
es la misma que la del filósofo aleman.


[193.] Pero volvamos al exámen de si debe ó nó mudarse la fórmula en
que hasta ahora se ha expresado el principio de contradiccion.

La primera observacion de Kant se refiere á la palabra _imposible_
por juzgarla añadida inútilmente, ya que la certeza apodíctica que se
quiere expresar, debe estar comprendida en la misma proposicion. Kant
formula el principio de esta manera: «un predicado que _repugna_ á una
cosa no le conviene.» ¿Qué se entiende por la palabra imposible?
«posible é imposible absolutamente, se dice por la relacion de los
términos: posible porque el predicado no repugna al sujeto; imposible,
cuando el predicado repugna al sujeto;» así se expresa Santo Tomás (1
P. Cuest. 25. Art. 3.) y con él todas las escuelas; luego la
imposibilidad es la repugnancia del predicado al sujeto, luego ser una
cosa imposible es ser repugnante, luego emplea Kant el mismo lenguaje
que reprende en los otros. La fórmula comun podria expresarse de esta
manera: «que una cosa sea y no sea al mismo tiempo, repugna; ó bien
hay repugnancia entre el ser y el no ser; ó bien el ser excluye al no
ser;» todo viene á parar á lo mismo, y nada mas expresa Kant cuando
dice: un predicado que repugna á una cosa, no le conviene.


[194.] Tratándose de un criterio universal, hay mas exactitud en la
fórmula comun que en la de Kant. Esta ciñe el principio á la relacion
de predicado y sujeto, y por consiguiente le encierra en el órden
puramente ideal, no valiendo para el real sino por una especie de
ampliacion. Esta ampliacion aunque muy legítima y muy fácil, no la
necesita la fórmula comun: con decir, el ser excluye al no ser, abraza
lo ideal y lo real, y presenta al entendimiento la imposibilidad, no
solo de los juicios contradictorios, sino tambien de las cosas
contradictorias.

Kant admite que este principio es la condicion _sine qua non_ de la
verdad de nuestros conocimientos, de manera que debemos tener cuidado
de no ponernos jamás en contradiccion con él so pena de anonadar todo
conocimiento. Hágase la prueba: á un hombre que no se haya ocupado á
fondo de estas materias, aunque sepa muy bien lo que se entiende por
predicado y sujeto, dénsele las dos fórmulas; ¿cuál de ellas se le
presentará como mas fácil para todos los usos así en lo externo como
en lo interno? es claro que no será la de Kant. Que una cosa no puede
ser y no ser á un mismo tiempo, al instante se ve con toda
generalidad, y se aplica el principio á todos los usos así en el órden
real como en el ideal. Se trata de un objeto externo y se dice: esto
no puede ser y no ser á un mismo tiempo; se trata de juicios
contradictorios, de ideas que se excluyen, y se dice sin dificultad:
esto no puede ser, porque es imposible que á un mismo tiempo una cosa
sea y no sea. Pero no se ve con la misma facilidad y prontitud cómo se
hace el tránsito del órden ideal al real, ó cómo pueden tener uso en
el órden de los hechos las ideas puramente lógicas de sujeto y
predicado. Luego la fórmula comun, á mas de ser igualmente exacta que
la de Kant, es mas sencilla, mas inteligente, y mas fácilmente
aplicable. ¿Pueden desearse calidades mejores para un criterio
universal, para la condicion _sine qua non_ de la verdad de nuestros
conocimientos?


[195.] Hasta aquí he dado por supuesto que la fórmula de Kant
expresaba realmente el principio de contradiccion; pero esta
suposicion es cuando menos inexacta. No cabe duda que seria una
contradiccion el que un predicado que repugnase á un sujeto, le
conviniese; y en este sentido se puede decir que el principio de
contradiccion está de algun modo expresado en la fórmula de Kant. Mas
esto no es suficiente: porque de lo contrario seria preciso decir que
todo axioma expresa el principio de contradiccion, pues no es posible
negar ningun axioma sin una contradiccion. La fórmula del principio
debe expresar _directamente_ la exclusion recíproca, la repugnancia
entre el ser y el no ser; esto es lo que se quiere significar; jamás
se ha entendido otra cosa por el principio de contradiccion. Kant en
su nueva fórmula no expresa directamente esta exclusion: lo que
expresa es, que cuando de la idea de un sujeto está excluido el
predicado, este no le conviene. Si bien se mira, lejos de que esta
fórmula exprese el principio de contradiccion, es la famosa de los
cartesianos: lo que está comprendido en la idea clara y distinta de
una cosa, se puede afirmar de ella con toda certeza. En substancia las
dos fórmulas expresan lo mismo, y solo se distinguen por dos
diferencias puramente accidentales: 1ª. en que la de Kant es mas
concisa; 2.ª en que la de este filósofo es negativa y la de los
cartesianos afirmativa.


[196.] Kant viene á decir: «lo que está _excluido_ de la idea clara y
distinta de una cosa, se puede negar de ella.» _Predicado que repugna_
á un sujeto, es lo mismo que lo que está _excluido_ de la idea de una
cosa; _no le conviene_, es lo mismo que _se puede negar de él_. Y como
por otra parte es evidente que el principio de los cartesianos debe
entenderse en ambos sentidos, afirmativo y negativo, pues que al decir
que lo que está comprendido en la idea clara y distinta de una cosa,
se puede afirmar de la misma, entendian tambien que cuando una cosa
estaba excluida, se podia negar; resulta que Kant dice lo mismo que
ellos; así intentando corregir á todas las escuelas, ha incurrido en
una equivocacion no muy á propósito para abonar su perspicacia.

Claro es que la misma fórmula de Kant implica esta otra: el predicado
contenido en la idea de un sujeto, le conviene. Esta proposicion es
tambien condicion _sine qua non_, de todos los juicios analíticos
afirmativos: pues estos desaparecen, si no conviene al sujeto lo que
está en su idea. En tal caso, no hay diferencia ni aun aparente entre
la fórmula de Kant y la de los cartesianos; solo hay variedad en los
términos: la proposicion es exactamente la misma. Por donde se echa de
ver que antes de afirmar que en el punto mas claro y mas fundamental
de los conocimientos humanos, se han expresado mal todas las
escuelas, es necesario andar con mucho tiento: testigo la
_originalidad_ de la fórmula de Kant.


[197.] No fué mas feliz el autor de la _Crítica de la razon pura_ al
censurar la condicion _á un mismo tiempo_, que se añade generalmente á
la fórmula del principio de contradiccion. Ya que él se tomó la
libertad de creer que ningun filósofo antes de él habia expresado de
la manera conveniente este principio, permítaseme decir que él no
entendió bien lo que querian significar los otros. No creo que con
decir esto cometa una profanacion filosófica; si para ciertos hombres
Kant es un oráculo, todos los filósofos juntos y la humanidad entera
son tambien oráculos que deben ser oidos y respetados.

Segun el mismo Kant, el principio de contradiccion es condicion _sine
qua non_ de todos los conocimientos humanos. Si pues esta condicion ha
de servir para su objeto, es necesario que se la exprese de un modo
aplicable á todos los casos. Nuestros conocimientos no se componen
únicamente de elementos necesarios, sino que admiten en buena parte
ideas enlazadas con lo contingente; pues como hemos visto ya, las
verdades puramente ideales no conducen á nada positivo si no se las
hace descender al terreno de la realidad. Los seres contingentes están
sometidos á la condicion del tiempo; y todos los conocimientos que á
ellos se refieren, deben contar siempre con esta condicion. Su
existencia se limita á un determinado espacio de tiempo; y conforme á
esta determinacion es preciso pensar y hablar de la misma. Aun las
propiedades esenciales están afectadas en cierto modo por la condicion
del tiempo; porque si bien prescinden de él, si se las considera en
general, no es así cuando están realizadas, es decir, cuando dejan de
ser una pura abstraccion y son una cosa positiva. Hé aquí pues la
razon, y razon bien poderosa y profunda, de que todas las escuelas
hayan juntado la condicion del tiempo con la fórmula del principio de
contradiccion: razon bien profunda, repito, y que es extraño se
escapase á la penetracion del filósofo aleman.


[198.] La importancia de la materia reclama todavía ulteriores
aclaraciones. Lo esencial en el princio de contradiccion, es la
exclusion del ser por el no ser y del no ser por el ser. La fórmula
debe expresar este hecho, esta verdad que se nos ofrece con evidencia
inmediata y que es contemplada por el entendimiento con una intuicion
clarísima que no consiente duda ni oscuridad de ninguna especie.

El verbo _ser_ puede tomarse de dos maneras: sustantivamente, en
cuanto significa la existencia, y copulativamente, en cuanto expresa
la relacion de un predicado con un sujeto. Pedro es; aquí el verbo
_es_ significa la existencia de Pedro, y equivale á esta otra: Pedro
existe. El triángulo equilátero es equiángulo; aquí el verbo _es_ se
toma copulativamente; pues no se afirma que exista ningun triángulo
equilátero, y solo se establece la relacion de la igualdad de los
ángulos con la igualdad de los lados, prescindiendo absolutamente de
que existan unos ni otros.

El principio de contradiccion debe extenderse á los casos en que el
verbo _ser_ es copulativo y á los en que es sustantivo; porque cuando
decimos que es imposible que una cosa sea y no sea, no hablamos
únicamente del órden ideal ó de las relaciones entre predicados y
sujetos, sino tambien del órden real: si no se refiriese á este último
tendríamos que el mundo entero de las existencias estaria falto de la
condicion indispensable para todo conocimiento sino tambien para todo
ser en sí mismo, prescindiendo de que sea conocido y de que sea
inteligente. ¿Qué fuera un ser real que pudiese ser y no ser? ¿qué
significa una contradiccion realizada? luego el principio se ha de
extender no solo al verbo _ser_ como copulativo, sino tambien como
sustantivo. Todas las existencias finitas, inclusa la nuestra, son
medidas por una duracion sucesiva; luego si la fórmula del principio
de contradiccion no ha de ser inaplicable á todo cuanto conocemos en
el universo, ha de estar acompañado de la condicion del tiempo. De
todas las cosas finitas que existen se ha verificado que no existian y
de todas se podria verificar que no existiesen: de ninguna se
afirmaria con verdad que su no existencia fuese imposible; esta
imposibilidad nace de la existencia en un tiempo dado, y solo con
respecto á este tiempo se la puede afirmar. Luego la condicion del
tiempo es absolutamente necesaria en la fórmula del principio de
contradiccion, si esta fórmula ha de poder servirnos para lo
existente, es decir, para lo que tienen de objeto real nuestros
conocimientos.


[199.] Veamos ahora lo que sucede en el órden puramente ideal, donde
el verbo _ser_ se toma copulativamente. Las proposiciones del órden
puramente ideal son de dos clases: unas tienen por sujeto una idea
genérica que con la union de la diferencia, puede pasar á una especie
determinada; otras tienen por sujeto la misma especie, ó sea la idea
genérica junto con la determinacion de la diferencia. La palabra
_ángulo_ expresa la idea genérica comprensiva de todos los ángulos,
idea que unida con la diferencia correspondiente, puede constituir las
especies de ángulo recto, agudo ú obtuso. Sucédenos á cada paso el
modificar la idea genérica de varias maneras; y como en esto entra por
necesidad una sucesion en que se nos representan distintos conceptos
que todos tienen por base la idea genérica, resulta que consideramos á
esta como un ser que sucesivamente se transforma. Para expresar esta
sucesion puramente intelectual, empleamos la idea de tiempo; y hé aquí
una de las razones que justifican el empleo de esta condicion aun en
el órden puramente ideal. Así decimos: un ángulo no puede ser á un
mismo tiempo recto y no recto; porque encontramos que la idea de
ángulo puede estar sucesivamente determinada por la diferencia que le
constituye recto y no recto; pero estas determinaciones no pueden
coexistir ni aun en nuestro concepto, por cuya razon no afirmamos la
imposibilidad absoluta de la union de la diferencia con el género,
sino que la limitamos á la condicion de la simultaneidad.

En esta proposicion: un ángulo recto no puede ser obtuso; el sujeto no
es la idea genérica sola, sino unida con la diferencia _recto_. En el
concepto del sujeto formado de estas dos ideas, ángulo y recto, vemos
la imposibilidad de que se les una la idea _obtuso_. Esto sin ninguna
condicion de tiempo, y en este caso tampoco se la expresa. Se dice con
frecuencia: un ángulo no puede ser al mismo tiempo recto y obtuso;
pero jamás se dice el ángulo recto no puede _á un mismo tiempo_ ser
obtuso, sino absolutamente: el ángulo recto no puede ser obtuso.


[200.] Observa Kant que la equivocacion dimana de que se comienza por
separar el predicado de una cosa del concepto de esta cosa, y que en
seguida se le junta á este mismo predicado su contrario, lo que no da
jamás una contradiccion con el sujeto sino con el predicado que le
está unido sintéticamente; contradiccion que no tiene lugar sino en
cuanto el primero y el segundo predicado están puestos á un mismo
tiempo. Esta observacion de Kant es en el fondo muy verdadera; pero
adolece de dos defectos: el que se la presenta como original cuando no
dice sino cosas muy sabidas; y el que se le emplea para combatir una
equivocacion que no existe sino en la mente del filósofo que pretende
quitarla á los demás. Las dos proposiciones analizadas en el párrafo
anterior confirman lo que acabo de decir: el ángulo no puede ser recto
y no recto. Aquí la condicion del tiempo es necesaria porque la
repugnancia no está entre el predicado y el sujeto sino entre los dos
predicados. El ángulo puede ser recto ó no recto, con tal que esto se
verifique en tiempos diferentes. El ángulo recto no puede ser obtuso;
aquí la condicion del tiempo no debe ser expresada, porque entrando en
el concepto del sujeto la idea _recto_, está enteramente excluida la
de _obtuso_.


[201.] Si el principio de contradiccion hubiese de servir únicamente
para los juicios analíticos, esto es, para aquellos en que el
predicado está contenido en la idea del sujeto, la condicion del
tiempo no debiera ser expresada nunca; pero como este principio ha de
guiarnos tambien para todos los demás juicios, se sigue que en la
fórmula general no podia prescindirse de una condicion absolutamente
indispensable en la mayor parte de los casos. En el estado actual de
nuestro entendimiento, mientras nos hallamos en esta vida, el no
prescindir del tiempo es la regla, el prescindir la excepcion: ¿y se
queria que una fórmula general se refiriese solo á la excepcion y
dejase en olvido la regla?


[202.] No se concibe la razon que pudo mover á Kant á ilustrar esta
materia con los ejemplos arriba citados. No cabe decir cosas mas
comunes é inoportunas que las añadidas por este filósofo cuando
ilustra la materia con algunos ejemplos. «Si digo, un hombre que es
ignorante no es instruido, la condicion _al mismo tiempo_ debe estar
expresada; porque el que es ignorante en un tiempo, puedo muy bien ser
instruido en otro.» Esto á mas de ser comun é inoportuno, es sobre
manera inexacto. Si la proposicion fuese: un hombre no puede ser
ignorante é instruido; entonces la condicion _al mismo tiempo_ debiera
añadirse, porque no dándose preferencia á ningun predicado con
respecto al otro, se indicaria el motivo de la repugnancia, que es de
predicado á predicado y no de predicado á sujeto. Pero en el ejemplo
aducido por Kant, «el hombre que es ignorante no es instruido,» el
sujeto no es solo hombre, sino hombre ignorante; el predicado
instruido recae sobre el hombre modificado con el predicado ignorante;
y por consiguiente la expresion del tiempo no es necesaria ni se la
emplea en el lenguaje comun.

Hay mucha diferencia entro estas dos proposiciones: el hombre que es
ignorante _no es_ instruido; el hombre que es ignorante, _no puede
ser_ instruido. En la primera, la condicion del tiempo no debe estar
expresada por las razones dichas: en la segunda sí, porque hablándose
de la imposibilidad de un modo absoluto, se negaria al ignorante hasta
la _potencia_ de ser instruido.


[203.] El otro ejemplo de Kant es el siguiente: «pero si digo, ningun
hombre ignorante es instruido, la proposicion será analítica, porque
el carácter de la ignorancia constituye ahora el concepto del sujeto y
por tanto la proposicion negativa se deriva inmediatamente de la
proposicion contradictoria sin que la condicion _al mismo tiempo_ deba
intervenir.» No se ve la razon porque establece Kant tanta diferencia
entre estas dos proposiciones: un hombre que es ignorante no es
instruido; ningun hombre ignorante es instruido; en ambas el predicado
no se refiere tan solo á hombre, sino á hombre ignorante, y tanto vale
decir hombre que es ignorante, como hombre ignorante. Si pues la
expresion del tiempo no es necesaria en la una, tampoco lo será en la
otra.

Si la idea de ignorante afecta al sujeto mismo, el predicado está
necesariamente excluido, porque las ideas de instruccion y de
ignorancia, son contradictorias: entonces nos hallamos con la regla de
los dialécticos de que en materias necesarias, la proposicion
indefinida equivale á la universal.

De esta discusion resulta que la fórmula del principio de
contradiccion debe ser conservada tal como está, y que no debe
suprimirse la condicion del tiempo, porque de otro modo se
inutilizaria la fórmula para muchísimos casos (XX).



CAPÍTULO XXI.

SI EL PRINCIPIO DE CONTRADICCION MERECE EL TÍTULO DE FUNDAMENTAL; Y EN
QUÉ SENTIDO.


[204.] Aclarado ya el verdadero sentido del principio de
contradiccion, veamos si merece el título de fundamental, reuniendo
todos los caractéres exigidos para esta dignidad científica. Estos son
tres: primero, que no se apoye en otro principio. Segundo, que cayendo
él, se arruinen todos los demás. Tercero, que permaneciendo él firme,
pueda argüirse de una manera concluyente contra quien niegue los
demás, reduciéndole á buen camino por demostracion, al menos
indirecta.


[205.] Para resolver cumplidamente todas las cuestiones que se
refieren al principio de contradiccion, asentaré algunas proposiciones
acompañándolas con la demostracion correspondiente.

PRIMERA PROPOSICION.


Si se niega el principio de contradiccion, se desploma toda certeza,
toda verdad, todo conocimiento.

Demostracion. Si una cosa puede ser y no ser á un mismo tiempo,
podemos estar ciertos y no ciertos, conocer y no conocer, existir y
no existir; la afirmacion puede estar junto con la negacion, las cosas
contradictorias pueden hermanarse, las distintas identificarse, las
idénticas distinguirse; la inteligencia es un caos en toda la
extension de la palabra; la razon se trastorna, el lenguaje es
absurdo, el sujeto y el objeto se chocan en medio de espantosas
tinieblas, toda luz intelectual se ha extinguido para siempre. Todos
los principios están envueltos en la ruina universal; y la misma
conciencia vacilaria, si al hacer esta suposicion absurda no se
hallase sostenida por la invencible mano de la naturaleza. Pero en
medio de la absurda hipótesis, la conciencia que no desaparece porque
no puede desaparecer, se siente arrastrada tambien por el violento
torbellino que lo arroja todo á las tinieblas del caos; en vano se
esfuerza por conservar sus ideas, todas desaparecen por la fuerza de
la contradiccion; en vano hace brotar otras nuevas para sustituirlas á
las que va perdiendo, desaparecen tambien; en vano busca objetos
nuevos, desaparecen tambien; y ella misma no continúa sino para sentir
la imposibilidad radical de pensar nada; solo ve á la contradiccion
que señoreada de la inteligencia, destruye con fuerza irresistible
cuanto se quiera levantar.

SEGUNDA PROPOSICION.


[206.] No basta que no se suponga falso el principio de
contradiccion; es preciso además suponerle verdadero, si no se quiere
que se arruine toda certeza, todo conocimiento, toda verdad.

Demostracion. Las razones alegadas con respecto á la proposicion
anterior podrian reproducirse por entero. En el primer caso se supone
negada la verdad del principio; en el segundo no se le da por
verdadero ni por falso; pero es evidente que la indiferencia no basta;
porque desde el momento en que el principio de contradiccion no esté
fuera de toda duda, volvemos á caer en las tinieblas, debemos dudar de
todo.

No quiero decir que para tener certeza de cualquiera cosa, sea
necesario pensar explícitamente en dicho principio; pero sí que
debemos tenerle por firmemente asentado, que no podemos abrigar sobre
él la menor duda, y que en viendo alguna cosa ligada con él mismo, es
preciso considerarla como asida de un punto inmóvil; la menor
vacilacion, el mas ligero _quién sabe_!.... sobre este principio, lo
arruina todo: la posibilidad de un absurdo es ya por si misma un
absurdo.

TERCERA PROPOSICION


[207.] Es imposible encontrar un principio que nos asegure de la
verdad del de contradiccion.

Demostracion. Hemos visto que en todo conocimiento es necesario
suponer la verdad del principio de contradiccion; luego ninguna puede
servir para demostrarle á él. En cualquiera raciocinio que con este
objeto se haga, habrá por necesidad un círculo vicioso; se probará el
principio de contradiccion con otro principio que á su vez supondrá
siempre el de contradiccion. Tendremos pues un edificio que estribará
sobre un cimiento y un cimiento que estribará sobre el mismo edificio.

CUARTA PROPOSICION.


[208.] A quien niegue el principio de contradiccion, no se le puede
reducir directa ni indirectamente por ningun otro.

Demostracion. Seria curioso oir los argumentos dirigidos contra un
hombre que admite la posibilidad del sí y del nó en todo. Cuando se le
reduzca al sí, no se le hará perder el nó, y vice-versa. Es imposible
no solo argumentar, sino hablar, ni pensar en suposicion semejante.

QUINTA PROPOSICION.


[209.] No es exacto lo que suele decirse que con el principio de
contradiccion podamos argüir de una manera concluyente contra quien
niegue los demás.

Adviértase que solo digo que _no es exacto_; porque en efecto creo que
en el fondo es verdadero, pero mezclado con alguna inexactitud. Para
manifestarlo examinemos el valor de la demostracion que se da en
casos semejantes. En forma de diálogo las razones, las contestaciones
y las réplicas se presentarán con mas claridad y viveza. Supongamos
que uno niega este axioma. El todo es mayor que la parte.

Si V. niega esto, admite que una cosa puede ser y no ser á un mismo
tiempo.

Esto es lo que se me ha de probar.

El todo de V. será todo y no lo será, y la parte será parte y no
parte.

¿Por qué?

En primer lugar, será todo, porque así se supone.

Admitido.

Al mismo tiempo no lo será....

Negado.

No lo será porque no será mayor que su parte.

Buen modo de argumentar; esto es una peticion de principio: yo
comienzo por afirmar que el todo no es mayor que su parte, y V. me
arguye en el supuesto contrario; pues me dice que el todo no será todo
si no es mayor que su parte. Si yo concediese que el todo es mayor que
su parte, y luego negase esta propiedad, entonces incurriría en
contradiccion haciendo un todo que segun mis principios no seria todo;
pero como ahora niego que el todo haya de ser mayor que su parte, debo
negar tambien que deje de ser todo, por no ser mayor que su parte.


[210.] ¿A quien discurre de esta manera qué se le puede replicar? nada
absolutamente en forma de raciocinio; lo que se puede hacer es
llamarle la atencion hácia el absurdo en que se coloca; pero esto nó
argumentando, sino determinando con toda exactitud el sentido de las
palabras y analizando los conceptos que por ellas se expresan. Esto es
lo único que se puede y debe hacer. La contradiccion existe, es
cierto; y lo que conviene es que la vea el que ha incurrido en la
misma; para lo cual, ó será suficiente la explicacion de los términos
y el análisis de los conceptos, ó no bastará nada.

Veámoslo en el mismo ejemplo. El todo es mayor que su parte. ¿Qué es
todo? es el conjunto de las partes, es las partes mismas reunidas. En
la idea del todo entran pues las partes. ¿Qué significa mayor? Una
cosa se dice mayor que otra, cuando además de contener cantidad igual
á esta, contiene alguna otra; el siete es mayor que el cinco, porque á
mas de contener el mismo cinco, contiene tambien el dos. El todo
contiene á la parte y además á las otras partes, luego en la idea de
todo entra la idea de ser mayor que su parte. Así se podria reducir á
quien negase este principio: método que mas bien que de argumentacion,
podria llamarse de explicacion de términos y análisis de conceptos,
porque es claro que no se ha hecho mas que definir aquellos y
descomponer estos.

SEXTA PROPOSICION.


[211.] El principio de contradiccion no puede ser conocido sino por
evidencia inmediata.

Demostracion. Se han de probar dos cosas. Que el conocimiento es por
evidencia, y que la evidencia es inmediata. Tocante á lo primero
observaré que el principio de contradiccion no es un simple hecho de
conciencia sino una verdad puramente ideal. El hecho de conciencia
envuelve la realidad, no puede expresarse de ningun modo sin que se
afirme alguna existencia; el principio de contradiccion no afirma ni
niega nada positivo; esto es, no dice que algo exista ó no exista;
solo expresa la repugnancia del ser al no ser, y del no ser al ser,
prescindiendo de que el verbo _ser_ se tome sustantiva ó
copulativamente.


[212.] Todo hecho de conciencia es algo, no solo existente sino
determinado; no es un pensamiento en abstracto, sino tal ó cual
pensamiento. El principio de contradiccion no contiene nada
determinado; no solo prescinde de la existencia de las cosas sino
tambien de la esencia, pues no se refiere á solas las existentes sino
tambien á las posibles; y entre estas no distingue especies, sino que
las abraza todas en su mayor generalidad. Cuando se dice «es imposible
que una cosa sea y no sea,» la palabra _cosa_ no restringe su
significacion de ninguna manera; expresa el ser en general, en su
mayor indeterminacion. En el _sea_ ó _no sea_, el verbo _ser_ no
expresa solo la existencia sino toda clase de relaciones de esencias,
tambien en su mas completa indeterminacion. Así el principio se aplica
igualmente en estas dos proposiciones; es imposible que la luna sea y
no sea; es imposible que un círculo sea y no sea círculo; no obstante
que la primera es del órden real, y en ella el verbo _ser_ expresa
existencia; y la segunda es del órden ideal, y el verbo _ser_
significa únicamente relacion de predicado á sujeto.


[213.] Todo hecho de conciencia es individual, el principio de
contradiccion es lo mas universal que imaginarse pueda; todo hecho de
conciencia es contingente, el principio de contradiccion es
absolutamente necesario: necesidad que es uno de los caractéres de las
verdades conocidas por evidencia.


[214.] El principio de contradiccion es una ley de toda inteligencia;
es de una necesidad absoluta tanto para lo finito como para lo
infinito: ni la inteligencia infinita se halla fuera de esta
necesidad, porque la infinita perfeccion no puede ser un absurdo. El
hecho de conciencia como puramente individual, se refiere tan solo al
ser que lo experimenta; de que yo exista ó no exista ni el órden de
las inteligencias ni el de las verdades sufre alteracion alguna.


[215.] El principio de contradiccion, á mas del carácter de
universalidad y necesidad con que se distinguen las verdades de
evidencia, posee tambien el del ser visto con esa claridad
intelectual inmediata, de que mas arriba se ha tratado. En la idea del
ser vemos clarísimamente la exclusion del no ser.

De esto se infiere la prueba de la segunda parte de la proposicion:
porque hay evidencia inmediata de la relacion de un predicado con un
sujeto, cuando para verla nos basta la sola idea del sujeto sin
necesidad de ninguna combinacion con otras ideas; así se verifica en
el caso presente, pues no solo no es necesaria ninguna combinacion,
sino que todas son imposibles si no se presupone la verdad del
principio (XXI).



CAPÍTULO XXII.

EL PRINCIPIO DE LA EVIDENCIA.


[216.] Entre los principios que han figurado en las escuelas en
primera línea, con pretension al título de fundamentales, se encuentra
el que ha solido llamarse de los cartesianos. «Lo que está comprendido
en la idea clara y distinta de una cosa, se puede afirmar de ella con
toda certeza.» Ya hemos visto que Kant resucita, aunque en otras
palabras, este principio, tomándole equívocamente por sinónimo del de
contradiccion. Bien examinada la cosa se echa de ver que tanto la
fórmula de los cartesianos como la de Kant no son mas que la
expresion de la legitimidad del criterio de la evidencia. Ambas
podrian reducirse á otras mas sencillas: la evidencia es criterio de
verdad; ó bien, lo evidente es verdadero. Como esta transformacion me
ha de servir en adelante para distinguir ideas, en mi opinion muy
confusas, daré la razon de ella manifestando la igualdad de las dos
expresiones.


[217.] Decir que una cosa está comprendida en la idea clara y distinta
de otra, es lo mismo que decir que hay evidencia de que un predicado
conviene á un sujeto; las palabras no tienen ni pueden tener otro
sentido; «estar comprendido en una idea clara y distinta,» equivale á
decir que vemos una cosa en otra con aquella luz intelectual que
llamamos evidencia: luego esta expresion, «lo que está comprendido en
la idea clara y distinta de una cosa» es exactamente igual á esta: «lo
que es evidente.»

Decir que una cosa se puede afirmar de otra con toda certeza, es lo
mismo que decir: «la cosa es verdadera, y de esto podemos estar
completamente seguros.» Lo que se puede afirmar, es la verdad y solo
la verdad: luego esta expresion, «se puede afirmar de ella con toda
certeza,» es exactamente igual á esta otra: «es verdadero.»

Así, la expresion de los cartesianos puede transformarse en esta: «lo
evidente es verdadero,» ó en su equivalente: «la evidencia es seguro
criterio de verdad.»


[218.] «El predicado que repugna á un sujeto, no le conviene,» esta es
la fórmula de Kant. La repugnancia de que aquí se trata es la que se
encuentra en las ideas, esto es, cuando de la idea del sujeto está
necesariamente excluido el predicado por _repugnancia_ intrínseca. La
expresion pues «el predicado que repugna á un sujeto,» equivale á esta
otra: «cuando de la idea del sujeto se ve con claridad excluido el
predicado;» la que á su vez es igual á esta «la exclusion ó la
repugnancia entre el sujeto y el predicado es evidente.»

«No le conviene» significa lo mismo que es verdadero que no le
conviene; y como estas fórmulas tienen dos valores, uno para los casos
afirmativos, otro para los negativos, pues si se dice: el predicado
que repugna á un sujeto no le conviene, se puede decir con la misma
razon, el predicado contenido en la idea del sujeto le conviene,
resulta que la fórmula de Kant coincide exactamente con esta: «lo que
es evidente es verdadero.»


[219.] Con esta transformacion se logra mayor sencillez y mas
generalidad: sencillez, por la expresion misma; generalidad, porque
están contenidos tanto los casos afirmativos como los negativos. Las
palabras «lo que es evidente» abrazan tanto las afirmaciones como las
negaciones; porque tan evidente puede ser la inclusion de un predicado
en un sujeto como su mutua repugnancia. Se puede ver que está
contenida una cosa en la idea de otra, como que está excluida de
ella. Bajo todos los conceptos es preferible la fórmula: lo que es
evidente es verdadero; y si se quiere expresar nó como principio sino
como regla aplicable, se puede convertir en esta otra: «la evidencia
es seguro criterio de verdad.»


[220.] No se crea que el análisis precedente tenga por único objeto la
transformacion indicada; bien que en estas materias la claridad y la
precision deben ser llevadas al mas alto punto posible, no obstante me
hubiera abstenido de entrar en semejantes consideraciones si solo me
hubiese propuesto lograr una innovacion que en la práctica puede
producir muy escaso resultado; lo mismo se expresa de un modo que de
otro, quien no entienda las primeras fórmulas no entenderá la última.
Pero no era esta innovacion mi objeto principal; sino el manifestar la
confusion de ideas que hay en este punto cuando se examina si el
principio que contiene la legitimidad del criterio de la evidencia
debe ser considerado ó nó como fundamental y preferido al de
contradiccion y al de Descartes.


[221.] Comienzo por asentar una proposicion que parecerá la mas
extraña paradoja, pero que está muy lejos de serlo. _El principio de
la evidencia no es evidente._

Demostracion. Este principio puesto en forma mas sencilla es el que
sigue. Lo evidente es verdadero. Yo digo que esta proposicion no es
evidente. ¿Cuándo es evidente una proposicion? cuando en la idea del
sujeto vemos el predicado; esto no sucede aquí. Evidente es lo mismo
que visto con claridad, que ofrecido al entendimiento de una manera
muy luminosa. Verdadero es lo mismo que conformidad de la idea con el
objeto. Pregunto ahora ¿por mas que se analice esta idea: «visto con
claridad» se puede descubrir esta otra, «conforme al objeto?» nó. Se
da aquí un salto inmenso, se pasa de la subjetividad á la objetividad,
se afirma que las condiciones subjetivas son el reflejo de las
objetivas, se hace el tránsito de la idea á su objeto, tránsito que
constituye el problema mas trascendental, mas difícil, mas oscuro de
la filosofía. Vea pues el lector si he dicho con fundamento que no era
una paradoja esta asercion: El principio de la evidencia no es
evidente.


[222.] ¿Qué diremos pues de esta proposicion: lo evidente es
verdadero? hélo aquí. No es un axioma porque el predicado no está
contenido en la idea del sujeto; no es una proposicion demostrable
porque toda demostracion estriba en principios evidentes y consiste en
deducir de los mismos una consecuencia evidentemente enlazada con
ellos; lo que no puede tener lugar si no se presupone la legitimidad
de la evidencia, es decir, lo mismo que es objeto de la demostracion.
Al comenzar el raciocinio se podria preguntar desde luego, ¿cómo es
conocido el principio en que se le quiere fundar? ¿cómo se sabe que
sea verdadero? ¿por la evidencia? recuérdese que se trata de probar
que lo evidente es verdadero, y por tanto hay una peticion de
principio. La verdad de las leyes lógicas á que debe conformarse todo
raciocinio, es conocida solo por evidencia: luego si no se supone que
lo evidente es verdadero, no se puede ni raciocinar siquiera.


[223.] Tenemos pues que el principio de la evidencia no puede apoyarse
en otro, y por consiguiente reune el primer carácter de principio
fundamental. Cayendo él caen tambien todos los demás, incluso el de
contradiccion, que como todos, no es conocido sino por evidencia; este
es otro de los caractéres del principio fundamental. Veamos sí reune
el tercero, á saber, que con su auxilio se pueda reducir á quien
niegue los demás.

Difícil es encontrar quien niegue el principio de contradiccion y
admita el de evidencia; sin embargo haciendo esta suposicion
extravagante, si algun principio pudiera servir para el caso seria
este sin duda, porque la cuestion estaria reducida á si confesaria que
los principios son para él evidentes; si no lo son, su entendimiento
es diferente del de los demás hombres; si lo son, el argumento que se
le hace es concluyente. Segun V. confiesa lo evidente es verdadero;
tal ó cual principio es evidente para V., luego es verdadero. Las
premisas son admitidas por él mismo; la legitimidad de la consecuencia
es evidente, y por tanto debe reconocerla tambien, ya que por regla
general admite el criterio de la evidencia.


[224.] ¿De qué nacen las extrañezas que hemos notado en este
principio? No es evidente, ni es demostrable; es necesario para todos
los demás, y con su auxilio se puede reducir á quien los niegue; ¿de
dónde semejante extrañeza? de un orígen muy sencillo. Es que el
principio de la evidencia no expresa ninguna verdad objetiva, y por
consiguiente no es demostrable; no es un simple hecho de conciencia
porque expresa la relacion del sujeto al objeto y por consiguiente no
puede limitarse á lo puramente subjetivo; es una proposicion que
conocemos por acto reflejo y que expresa la ley primitiva de todos
nuestros conocimientos objetivos. Estos se fundan en la evidencia; así
lo experimentamos; pero cuando el espíritu se pregunta ¿por qué debes
fiarte de la evidencia? no puede responder otra cosa sino que lo
evidente es verdadero. ¿En qué funda esta proposicion? ordinariamente
en nada: se conforma á la misma sin haber pensado nunca en ella; pero
si se empeña en reflexionar encuentra tres motivos para asentir á la
misma. Primero: un irresistible instinto de la naturaleza. Segundo: el
ver que no admitiendo la legitimidad del criterio de la evidencia, se
hunden todos sus, conocimientos y le es imposible pensar. Tercero: el
notar que admitiendo este criterio todo se pone en órden en la
inteligencia, que en vez de un caos halla un universo ideal con
trabazon admirable, y se siente con los medios necesarios para
raciocinar y construir un edificio científico con respecto al
universo real del que tiene conocimiento por la experiencia (XXII).



CAPÍTULO XXIII.

CRITERIO DE LA CONCIENCIA.


[225.] Apreciado el mérito de los tres principios, de conciencia, de
contradiccion y de evidencia, con respecto á la dignidad de principio
fundamental, vamos ahora á examinar el valor intrínseco de los
diferentes criterios. Para esto nos suministra mucha luz la doctrina
de los capítulos anteriores, de la cual son los siguientes un
desarrollo y complemento. Comencemos por la conciencia ó sentido
íntimo.

El testimonio de la conciencia ó del sentido íntimo, comprende todos
los fenómenos que activa ó pasivamente se realizan en nuestra alma.
Por su naturaleza, es puramente subjetivo; de modo que considerado en
sí mismo, separadamente del instinto intelectual y de la luz de la
evidencia, nada atestigua con respecto á los objetos. Por él sabemos
lo que experimentamos, nó lo que es; percibimos el fenómeno, nó la
realidad; él nos autoriza á decir: me _parece_ tal cosa; pero nó, _es_
tal cosa.

La transicion del sujeto al objeto, de la idea representante á la cosa
representada, de la impresion á la causa imprimente, pertenece á otros
criterios: la conciencia se limita á lo interior, ó por mejor decir á
ella misma, que no es mas que un hecho de nuestra alma.


[226.] Conviene distinguir entre la conciencia directa y la refleja;
aquella acompaña á todo fenómeno interno, esta nó; aquella es natural,
esta es filosófica; aquella prescinde de los actos de la razon, esta
es uno de estos actos.

La conciencia directa es la presencia misma del fenómeno al espíritu,
ya sea una sensacion, ya una idea, ya un acto ó impresion cualquiera,
en el órden intelectual ó moral.

Por esta definicion se echa de ver que la conciencia directa acompaña
á todo ejercicio de las facultades de nuestra alma, activo ó pasivo.
Decir que estos fenómenos existen en el alma y no están presentes á
ella, es una contradiccion.

Estos fenómenos no son modificaciones como las que se verifican en las
cosas insensibles; se trata de modificaciones vivas por decirlo así,
en un ser vivo tambien: en la idea de las mismas está contenida su
presencia al espíritu.

Es imposible sentir sin que la sensacion se experimente: porque quien
dice sentir, dice experimentar la sensacion; esta experiencia es la
presencia misma: una sensacion experimentada es una sensacion
presente.

El pensamiento es por su esencia una representacion, la que no puede
existir ni aun concebirse sin la presencia; el nombre mismo lo está
indicando; y la idea que le unimos confirma el significado de la
palabra. Cuando de representacion hablamos, entendemos que hay algun
objeto real ó imaginario, que mediata ó inmediatamente se ofrece á un
sujeto: hay pues presencia en toda representacion, y por consiguiente
en todo pensamiento.

Si de lo pasivo como son las sensaciones y representaciones, pasamos á
lo activo, es decir, á los fenómenos en que el alma desenvuelve
libremente su fuerza en el órden intelectual ó moral, _combinando_ ó
_queriendo_, la presencia es, si cabe, mas evidente. El ser que obra
de este modo no obedece á un impulso natural, sino á motivos que él se
propone, y á que puede atender ó dejar de atender: combinar
intelectualmente, ejercer actos de voluntad, sin que ni lo primero ni
lo segundo estén presentes al alma, son afirmaciones contradictorias.


[227.] La conciencia refleja, que los franceses suelen llamar
apercepcion, del verbo _s'apercevoir_, apercibirse, que entre ellos
puede significar percepcion de la percepcion, es el acto con que el
espíritu conoce explícitamente algun fenómeno que en él se realiza. En
la actualidad oigo ruido; la simple sensacion presente á mi espíritu
afectándole, constituye lo que he llamado conciencia directa; pero si
á mas de oir me apercibo (permítaseme el galicismo) de que oigo,
entonces no solo oigo sino que pienso que oigo: esto es lo que llamo
conciencia refleja.


[228.] Claro es por el ejemplo que se acaba de aducir, que la
conciencia directa y la refleja son no solo distintas, sino
separables; puedo oir sin pensar que oigo, y esto se verifica
infinitas veces.


[229.] El comun de los hombres tiene poca conciencia refleja y la
mayor fuerza intelectual es en sentido directo. Este hecho ideológico
se enlaza con verdades morales de la mayor importancia. El espíritu
humano no ha nacido para contemplarse á sí propio, para pensar que
piensa; los afectos no le han sido concedidos para objetos de
reflexion, sino como impulsos que le llevan á donde es llamado; el
objeto principal de su inteligencia y de su amor es el ser infinito
así en esta vida como en la otra. El culto de sí propio es una
aberracion del orgullo cuya pena son las tinieblas.


[230.] Los grandes adelantos científicos son todos con relacion á los
objetos, nó al sujeto. Las ciencias exactas, las naturales y tambien
las morales, no han nacido de la reflexion sobre el _yo_, sino del
conocimiento de los objetos y de sus relaciones. Aun las ciencias
metafísicas, en lo que tienen de mas sólido, que es lo ontológico,
cosmológico y teológico, son puramente objetivas; la ideología y
psicología que versan sobre el sujeto, se resienten ya de la oscuridad
inherente á todo lo subjetivo; la ideología apenas sale de los límites
de la pura observacion de los fenómenos internos, observacion que
para decirlo de paso suele ser escasa y muy mal hecha, se pierde en
vanas cavilaciones; y la misma psicología, ¿qué es lo que tiene
verdaderamente demostrado sino la simplicidad del espíritu,
consecuencia precisa de la unidad de conciencia? En todo lo demás hace
lo mismo que la ideología, y hasta cierto punto se confunde con ella;
observa fenómenos que luego deslinda y clasifica bien ó mal, sin que
acierte á explicar su misteriosa naturaleza.


[231.] El sentido íntimo ó la conciencia, es el fundamento de los
demás criterios, nó como una proposicion que les sirva de apoyo, sino
como un hecho que es para todos ellos una condicion indispensable.


[232.] La conciencia nos dice que vemos la idea de una cosa contenida
en la de otra; hasta aquí no hay mas que apariencia: la fórmula en que
podria expresarse el testimonio seria: _me parece_, designándose un
fenómeno puramente subjetivo. Pero este fenómeno anda acompañado de un
instinto intelectual, de un irresistible impulso de la naturaleza, el
cual nos hace asentir á la verdad de la relacion, no solo en cuanto
está en nosotros, sino tambien en cuanto se halla fuera de nosotros,
en el órden puramente objetivo, ya sea en la esfera de la realidad, ó
de la posibilidad. Así se explica cómo la evidencia se funda en la
conciencia, nó identificándose con ella, sino estribando sobre la
misma como en un hecho imprescindible, pero encerrando algo mas: á
saber, el instinto intelectual que nos hace creer verdadero lo
evidente.


[233.] La sensacion considerada en sí misma, es un hecho de pura
conciencia, pues que es inmanente; lejos de que sea un acto por el
cual el espíritu salga de sí trasladándose al objeto, debe mas bien
ser mirada como una pasion que como una accion; lo que está acorde con
el lenguaje comun, que le da el significado del ejercicio de una
facultad pasiva mas bien que activa. Sin embargo, sobre este puro
hecho de conciencia se funda en algun modo lo que se llama el
testimonio de los sentidos, y por consiguiente todo el conocimiento
del mundo externo y de sus propiedades y relaciones.

En la sensacion de ver el sol, hay dos cosas: primera: la sensacion
misma; es decir, esta representacion que experimento en mi, y que
llamo _ver_; segunda: la correspondencia de esta sensacion con un
objeto externo que llamo sol. Es evidente que estas son cosas muy
distintas, y sin embargo las hacemos andar siempre juntas. La
conciencia es ciertamente la primera base para formar el juicio, pero
no es suficiente para él; ella en sí, atestigua lo que se siente, nó
lo que esto es. ¿Cómo se completa el juicio? por medio de un instinto
natural que nos hace objetivar las sensaciones, es decir, nos hace
creer en un objeto externo correspondiente al fenómeno interno. Hé
aquí cómo el testimonio de los sentidos se funda en algun modo sobre
la conciencia; pero no nace de ella sola, sino que ha menester el
instinto natural que hace formar con toda seguridad el juicio.


[234.] Aquí es de notar que el testimonio de los sentidos, aun en la
parte que encierra de intelectual, en cuanto se juzga que á la
sensacion le corresponde un objeto externo, nada tiene que ver con la
evidencia. En la idea de la sensacion como puramente subjetiva, no se
encierra la idea de la existencia ó posibilidad de un objeto externo:
condicion indispensable para que el criterio de la evidencia pueda
tener lugar. Esto, á mas de ser claro de suyo, se confirma con la
experiencia de todos los dias. La representacion de lo externo
considerada subjetivamente, como puro fenómeno de nuestra alma, la
tenemos continuamente sin que le correspondan objetos reales: mas ó
menos clara, en la sola imaginacion durante la vigilia; viva,
vivísima, hasta producir una ilusion completa, en el estado de sueño.


[235.] Con la exposicion que precede podemos determinar fijamente el
valor y la extension del criterio de la conciencia, lo que haré en las
siguientes proposiciones, advirtiendo que en todas ellas me refiero á
la conciencia directa.

PROPOSICION PRIMERA.


El testimonio de la conciencia se extiende á todos los fenómenos que
se realizan en nuestra alma, considerada como un ser intelectual y
sensitivo.

PROPOSICION SEGUNDA.


[236.] Si en nuestra alma existen fenómenos de algun otro órden, es
decir, que ella pueda ser modificada en algun modo en facultades no
representativas, á estos fenómenos no se extiende el testimonio de la
conciencia.

Esta proposicion no la establezco sin fundado motivo. Es posible y
además muy probable, que nuestra alma tiene facultades activas de cuyo
ejercicio no tiene conciencia: sin esta suposicion parece difícil
explicar los misterios de la vida orgánica. El alma está unida al
cuerpo, y es para él un principio vital cuya separacion produce la
muerte, manifestada en una desorganizacion y descomposicion completas.
Esta actividad se ejerce sin conciencia, así en cuanto al modo, como
en cuanto á la existencia misma del ejercicio.

Tal vez se pueda objetar que hay en esto una serie de aquellas
percepciones confusas de que nos habla Leibnitz en su monadología; tal
vez estas percepciones sean tan tenues, tan pálidas por decirlo así,
que no dejen rastro en la memoria ni puedan ser objeto de reflexion;
pero todo esto son conjeturas, nada mas. Es difícil persuadirse que el
feto al encontrarse todavía en el seno de la madre, tenga conciencia
de la actividad ejercida para el desarrollo de la organizacion; es
difícil persuadirse que aun en los adultos haya conciencia de esa
misma actividad productora de la circulacion de la sangre, de la
nutricion y demás fenómenos que constituyen la vida. Si estos
fenómenos son producidos por el alma, como es cierto, hay en ella un
ejercicio de actividad de que, ó no tiene conciencia, ó la tiene tan
confusa y tan débil que es como si no la tuviese.

PROPOSICION TERCERA.


[237.] El testimonio de la conciencia considerado en _sí mismo_, se
limita de tal modo á lo puramente interno, que _por sí solo_ nada vale
para lo externo: ya sea para el criterio de la evidencia, ya para el
de los sentidos.

PROPOSICION CUARTA.


El testimonio de la conciencia es fundamento de los demás criterios en
cuanto es un hecho que todos ellos han menester, y sin el cual son
imposibles.

PROPOSICION QUINTA.


[238.] De la combinacion de la conciencia con el instinto intelectual,
nacen todos los demás criterios (XXIII).



CAPÍTULO XXIV.

CRITERIO DE LA EVIDENCIA.


[239.] Hay dos especies de evidencia: inmediata y mediata. Se llama
evidencia inmediata, la que solo ha menester la inteligencia de los
términos; y mediata, la que necesita raciocinio. Que el todo es mayor
que su parte, es evidente con evidencia inmediata; que el cuadrado de
la hipotenusa sea igual á la suma de los cuadrados de los catetos, lo
sabemos por evidencia mediata, esto es, por raciocinio demostrativo.


[240.] Se dijo mas arriba que uno de los caractéres distintivos de la
evidencia era la necesidad y universalidad de su objeto. Este carácter
conviene tanto á la evidencia mediata como á la inmediata.

A mas de este carácter existe otro que con mayor razon puede llamarse
constitutivo, bien que hay alguna dificultad sobre si comprende ó nó á
la evidencia mediata, y es, el que la idea del predicado se halle
contenida en la del sujeto. Esta es la nocion esencial mas cumplida
del criterio de la evidencia inmediata; por la cual se distingue del
de la conciencia y del sentido comun.

He dicho que hay alguna dificultad sobre si este carácter conviene ó
nó á la evidencia mediata: con lo cual doy á entender que tambien en
la evidencia mediata la idea del predicado podria estar contenida en
la del sujeto. Al indicar esto, no es mi ánimo desconocer la
diferencia que hay entre los teoremas y los axiomas, sino llamar la
atencion sobre una doctrina que me propongo desenvolver al tratar de
la evidencia mediata. En el presente capítulo, no me ocuparé de esta
cuestion; ó me ceñiré á la evidencia en general, ó trataré tan solo de
la mediata.


[241.] La evidencia exige relacion, porque implica comparacion. Cuando
el entendimiento no compara, no tiene evidencia, tiene simplemente una
percepcion que es un puro hecho de conciencia; por manera que la
evidencia no se refiere á la sola percepcion, sino que siempre supone
ó produce un juicio.

En todo acto donde hay evidencia se encuentran dos cosas: primera, la
pura intuicion de la idea; segunda, la descomposicion de esta idea en
varios conceptos, acompañada de la percepcion de las relaciones que
estos tienen entre sí. Expliquemos esto con un ejemplo de geometría.
El triángulo tiene tres lados: esta es una proposicion evidente,
porque en la misma idea de triángulo encuentro los tres lados, y al
pensar el triángulo, ya pensaba en algun modo sus tres lados. Si me
hubiese limitado á la contemplacion de la simple idea de triángulo,
hubiera tenido intuicion de la idea, pero no evidencia, que no
principia sino cuando descomponiendo el concepto de triángulo y
considerando en él la idea de figura en general, la de lado, y la del
número tres, encuentro que todas ellas están ya contenidas en el
concepto primitivo: en la clara percepcion de esto, consiste la
evidencia.

Tanta verdad es lo que acabo de decir, que la fuerza misma de las
cosas obliga al lenguaje comun á ser filosófico. No se dice que una
idea es evidente, pero sí un juicio; nadie llama evidente á un
término, pero sí á una proposicion. ¿Por qué? porque el término
expresa simplemente la idea sin relacion alguna, sin descomposicion en
sus conceptos parciales; y por el contrario, la proposicion expresa el
juicio, es decir, la afirmacion ó negacion de que un concepto está
contenido en otro, lo que en la materia de que se trata, supone la
descomposicion del concepto total.


[242.] La evidencia inmediata es la percepcion de la identidad entre
varios conceptos, que la fuerza analítica del entendimiento habia
separado; esta identidad, combinada en cierto modo con la diversidad,
no es una contradiccion como á primera vista pudiera parecer, es una
cosa muy natural si se atiende á uno de los hechos mas constantes de
nuestra inteligencia, cual es, la facultad de descomponer los
conceptos mas simples y de ver relaciones entre cosas idénticas.

¿Qué son todos los axiomas? ¿qué todas las proposiciones que se llaman
_per se notæ_? no son mas que expresiones en que se afirma un
predicado que pertenece á la esencia del sujeto ó está contenido en
su idea. El solo concepto del sujeto incluye ya el predicado; el
término que significa al primero, significa tambien al segundo; sin
embargo el entendimiento, con una misteriosa fuerza de descomposicion,
distingue entre cosas idénticas y luego las compara para volverlas á
identificar. Quien dice triángulo, dice figura compuesta de tres lados
y tres ángulos; pero el entendimiento puede tomar esta idea y
considerar en ella la idea del número tres, la del lado, la del
ángulo, y compararlas con el concepto primitivo. En esta distincion no
hay engaño, hay solo el ejercicio de la facultad que mira la cosa bajo
aspectos diferentes, para venir á parar á la intuicion y afirmacion de
la identidad de las mismas cosas que antes habia distinguido.


[243.] La evidencia es una especie de cuenta y razon del
entendimiento, por la cual halla en el concepto descompuesto lo mismo
que él puso en un principio, ó que le dieron contenido en él. De aquí
nace la necesidad y universalidad del objeto de la evidencia, en
cuanto y del modo que está expresado por la idea. En esto no caben
excepciones: ó un predicado estaba puesto en el concepto primitivo, ó
nó; si estaba puesto, allí está, so pena de faltar al principio de
contradiccion; ó estaba excluido del concepto ó nó; si ya el concepto
mismo le excluia ó le negaba, negado está en fuerza del mismo
principio de contradiccion.

Hé aquí cómo de los dos caractéres de la evidencia arriba señalados,
es mas fundamental el de que la idea del predicado está contenido en
la idea del sujeto. De esto dimanan la necesidad y universalidad: pues
que en verificándose la condicion de estar contenida la idea del
predicado en la del sujeto, ya es imposible que el predicado no
convenga _necesariamente á todos_ los sujetos.


[244.] Hasta ahora no encontramos dificultad, porque se trata de la
evidencia considerada subjetivamente, es decir, en cuanto se refiere á
los conceptos puros; mas el entendimiento no se para en el concepto
sino que se extiende al objeto y dice, no solo que ve la cosa, sino
que la cosa es como él la ve. Así el principio de contradiccion mirado
en el órden puramente subjetivo, significa que el concepto del ser
repugna al del no ser, que le destruye, así como el concepto del no
ser destruye el del ser; significa que al esforzarnos en pensar
juntamente estas dos cosas, queriéndolas hacer coexistir, se entabla
en el fondo de nuestro espíritu una especie de lucha de pensamientos
que se anonadan recíprocamente, lucha que el entendimiento está
condenado á presenciar sin esperanza de poner la paz entre los
contendientes. Si nos limitamos á consignar este fenómeno, nada se nos
puede objetar; los experimentamos así y no hay mas cuestion; pero al
anunciar el principio queremos anunciar algo mas que la
incompatibilidad de los conceptos, trasladamos esta incompatibilidad
á las cosas mismas y aseguramos que á esta ley están sometidos no solo
nuestros conceptos sino todos los seres reales y posibles. Sea cual
fuere el objeto de que se trate, sean cuales fueren las condiciones en
que se le suponga existente ó posible, decimos que mientras es, no
puede no ser, y que mientras no es, no puede ser. Afirmamos pues la
ley de contradiccion no solo para nuestros conceptos, sino para las
cosas mismas: el entendimiento aplica á todo la ley que encuentra
necesaria para si.

¿Con qué derecho? inconcuso, porque es la ley de la necesidad: ¿con
qué razon? con ninguna, porque tocamos al cimiento de la razon: aquí
hay para el humano entendimiento el _non plus ultra:_ la filosofía no
va mas allá. Sin embargo, no se crea que intente abandonar el campo á
los escépticos ó atrincherarme en la necesidad, contento con señalar
un hecho de nuestra naturaleza; la cuestion es susceptible de
diferentes soluciones, que si no alcanzan á llevarnos mas lejos del
_non plus ultra_ de nuestro espíritu, dejan mal parada la causa de los
escépticos.


[245.] Preguntar la razon de la legitimidad del criterio de la
evidencia, pedir el por qué de esta proposicion «lo evidente es
verdadero,» es suscitar la cuestion de la objetividad de las ideas. La
diferencia fundamental entre los dogmáticos y los escépticos no está
en que estos no admitan los hechos de conciencia; no llega á tanto el
mas refinado escepticismo: unos y otros convienen en reconocer la
apariencia ó sea el fenómeno puramente subjetivo; la diferencia está
en que los dogmáticos fundan en la conciencia la ciencia, y los
escépticos sostienen que este es un tránsito ilegítimo, que es
necesario desesperar de la ciencia y limitarse á la mera conciencia.

Segun esta doctrina las ideas son vanas formas de nuestro
entendimiento que no significan nada, ni pueden conducir á nada; no
obstante de que entretienen á nuestra inteligencia ofreciéndole un
campo inmenso para sus combinaciones, el mundo que le presentan es de
pura ilusion que para nada puede servir en la realidad. Al contemplar
estas formas enteramente vacías, el entendimiento es juguete de
visiones fantásticas de cuyo conjunto resulta el espectáculo que ora
nos parece de realidad ora de posibilidad, no obstante de que ó es un
puro nada, ó si es algo, no puede cerciorarnos jamás de la realidad
que posee.


[246.] Difícil es combatir al escepticismo colocado en este terreno:
situado fuera de los dominios de la razon. De todos le será lícito
apelar, ya que comienza recusando al juez á título de incompetencia.
Sin embargo, estos escépticos ya que admiten la conciencia, justo será
que la defiendan contra quien se la intente arrebatar: pues bien, yo
creo que negada la objetividad de las ideas se anonada no solo la
ciencia sino tambien la conciencia; y que se puede acusar de
inconsecuentes á los escépticos, porque al paso que niegan la
objetividad de ciertas ideas admiten la de otras. La conciencia
propiamente dicha, no puede existir si esta objetividad se destruye
absolutamente. Ruego al lector me siga con atencion en un breve pero
severo análisis de los hechos de conciencia en sus relaciones con la
objetividad de las ideas (XXIV).



CAPÍTULO XXV.

VALOR OBJETIVO DE LAS IDEAS.


[247.] La transicion del sujeto al objeto, ó de la apariencia
subjetiva á la realidad objetiva, es el problema que atormenta á la
filosofía fundamental. El sentido íntimo no nos permite dudar de que
ciertas cosas nos _parecen_ de tal manera, pero ¿_son_ en realidad lo
que nos parecen? ¿Cómo nos consta esto? Esa conformidad de la idea con
el objeto, ¿cómo se nos asegura?

La cuestion no se refiere únicamente á las sensaciones, se extiende á
las ideas puramente intelectuales, aun á las que están inundadas de
esa luz interior que llamamos evidencia. «Lo que veo evidentemente en
la idea de una cosa, es como yo lo veo» han dicho los filósofos, y
con ellos está la humanidad entera. Nadie duda de aquello que se le
ofrece como verdadero evidentemente. Pero, ¿cómo se prueba que la
evidencia sea un criterio legítimo de verdad?


[248.] «Dios es veraz, dice Descartes; él no ha podido engañarnos; no
ha podido complacerse en hacernos víctimas de ilusiones perpetuas.»
Todo esto es verdad; pero ¿cómo sabemos, dirá el escéptico, que Dios
es veraz, y aun que existe? Si lo fundamos en la idea misma de un ser
infinitamente perfecto, como lo funda el citado filósofo, nos quedamos
con la misma dificultad sobre la correspondencia del objeto con la
idea. Si la demostracion de la veracidad y de la existencia de Dios la
sacamos de las ideas de los seres contingentes y necesarios, de
efectos y causas, de órden y de inteligencia, tropezamos otra vez con
el mismo obstáculo, y todavía no sabemos cómo hacer el tránsito de la
idea al objeto.

Cavílese cuanto se quiera, nunca saldremos de este círculo, siempre
volveremos al mismo punto. El espíritu no puede pensar fuera de sí
mismo; lo que conoce, lo conoce por medio de sus ideas; si estas le
engañan, carece de medios para rectificarse. Toda rectificacion, toda
prueba, deberia emplear ideas, que á su vez necesitarian de nueva
prueba y rectificacion.


[249.] En muchos libros de filosofía se ponderan las ilusiones de los
sentidos, y la dificultad de asegurarnos de la realidad sensible
resolviendo la siguiente cuestion: «así lo siento, pero ¿es como lo
siento?» En estos mismos libros se habla luego del órden de las ideas
con seguridad igual á la desconfianza que se manifiesta sobre el órden
sensible; este proceder no parece muy lógico: porque los fenómenos
relativos á los sentidos, pueden examinarse á la luz de la razon, para
ver hasta qué punto concuerdan con ella; pero ¿cuál será la piedra de
toque de los fenómenos de la razon misma? Si en lo sensible hay
dificultad, la hay tambien en lo intelectual; y tanto mas grave,
cuanto afecta la base misma de todos los conocimientos, inclusos los
que se refieren á las sensaciones.

Si dudamos de la existencia del mundo exterior que nos presentan los
sentidos, podremos apelar al enlace de las sensaciones con causas que
no están en nosotros, y así sacar por demostracion las relaciones de
las apariencias con la realidad; mas para esto necesitamos las ideas
de causa y efecto, necesitamos la verdad, algunos principios
generales, como por ejemplo que nada se produce á sí mismo, y otros
semejantes, y sin ellos no podemos dar un paso.


[250.] No creo que el hombre pueda señalar una razon satisfactoria en
pro de la veracidad del criterio de la evidencia; no obstante de que
le es imposible dejar de rendirse á ella. El enlace pues de la
evidencia con la realidad, y por tanto el tránsito de la idea al
objeto, es un hecho primitivo de nuestra naturaleza, una ley necesaria
de nuestro entendimiento, es el fundamento de todo lo que hay en él,
fundamento que á su vez no estriba ni estribar puede en otra cosa que
en Dios criador de nuestro espíritu.


[251.] Es de notar sin embargo, la contradiccion en que incurren los
filósofos que dicen: «yo no puedo dudar de lo que es subjetivo, esto
es, de lo que me afecta á mí mismo, de lo que siento en mí, pero no
tengo derecho á salir de mi mismo, y afirmar que lo que pienso es en
realidad como lo pienso.» ¿Sabes que sientes, que piensas, que tienes
en ti tal ó cual apariencia? ¿Lo puedes probar? Es evidente que nó. Lo
que haces es ceder á un hecho, á una necesidad íntima que te fuerza á
creer que piensas, que sientes, que te parece tal ó cual cosa; pues
bien, igual necesidad hay en el enlace del objeto con la idea, igual
necesidad te fuerza á _creer_ que lo que evidentemente te parece que
es de tal ó cual manera, es en efecto de la misma manera; ninguno de
los dos casos admite demostracion, en ambos hay indeclinable
necesidad; ¿dónde está pues la filosofía cuando tanta diferencia se
quiere establecer entre cosas que no admiten ninguna?

Fichte ha dicho: «Es imposible explicar de una manera precisa cómo un
pensador ha podido salir jamás del _yo_» (Doct. de la Ciencia 1. Par.
§ 3.), y con igual derecho se le podria decir á él que no se concibe
cómo ha podido levantar su sistema sobre el _yo_. ¿A qué apela? á un
hecho de conciencia; es decir, á una necesidad. Y el asenso á la
evidencia, la certeza de que á la apariencia corresponde la realidad,
¿no es tambien una necesidad? ¿En qué funda Fichte su sistema del _yo_
y del _no yo_? Basta leer su obra, para ver que no estriba sino en
consideraciones que suponen un valor á ciertas ideas, una verdad á
ciertos juicios. Sin esto es imposible hablar ni pensar; y hasta él
propio lo reconoce cuando al comenzar sus investigaciones sobre el
principio de nuestros conocimientos dice lo que ya tengo copiado mas
arriba (§ 8). Allí confiesa que no puede dar un paso sin confiarse á
todas las leyes de la lógica general, que no están _todavía
demostradas, y que se suponen tácitamente admitidas_. ¿Y qué son esas
leyes, sin verdad objetiva? Qué son sin el valor de las ideas, sin la
correspondencia de estas con los objetos? Es un círculo, dice bien
Fichte; y de él no sale este filósofo, como no han salido los demás.


[252.] El quitar á las ideas su valor objetivo, el reducirlas á meros
fenómenos subjetivos, el no ceder á esa necesidad íntima que nos
obliga á admitir la correspondencia del _yo_ con los objetos, arruina
la conciencia misma del _yo_. Esto es lo que se deberia haber visto, y
lo que creo poder demostrar hasta la última evidencia.


[253.] Tengo conciencia de mí mismo. Prescindo ahora de lo que siento,
de lo que soy; pero sé que siento, y que soy. Esta experiencia es para
mí tan clara, tan viva, que no puedo resistir á la verdad de lo que
ella me dice. Pero ese _yo_ no es solo el _yo_ de este instante, es
tambien el _yo_ de ayer, y de todo el tiempo anterior de que tengo
conciencia. Yo soy el mismo que era ayer; yo soy el mismo en quien se
verifica esa sucesion de fenómenos; el mismo á quien se presentan esa
variedad de apariencias. La conciencia del _yo_, encierra pues la
identidad de un ser, en distintos tiempos, en situaciones varias, con
diferentes ideas, con diversas afecciones: la identidad de un ser que
_dura_, que es el mismo, á pesar de las mudanzas que en él se suceden.
Si esa duracion de identidad se rompe; si no estoy seguro que soy el
mismo _yo_ ahora que era antes, se destruye la conciencia del _yo_.
Existirá una serie de hechos inconexos, de conciencias aisladas; mas
nó esa conciencia íntima que ahora experimento. Esto es indudable;
esto lo siente todo hombre en sí mismo; esto para nadie admite
discusion ni prueba, para nadie las necesita. En el momento en que esa
conciencia de identidad nos faltase, nos anonadaríamos á nuestros
ojos; fuéramos lo que fuésemos en la realidad, para nosotros no
seríamos nada. ¿Qué es la conciencia de un ser, formada de una serie
de conciencias, sin trabazon, sin relacion entre sí? Es un ser que se
revela sucesivamente á sí propio; pero nó como él mismo, sino como un
ser nuevo; un ser que nace y muere, y muere y nace á sus ojos, sin que
él propio sepa que el que nace es el que murió, ni el que muere el que
nació: una luz que se enciende y se extingue, y vuelve á encenderse y
á extinguirse otra vez, sin que se sepa que es la misma.


[254.] Esta conciencia la arruinan completamente los que niegan el
enlace de la idea con el objeto. Demostracion. En el instante A, yo no
tengo otra presencia subjetiva de mis actos, que el acto mismo que en
aquel instante estoy ejerciendo: luego no puedo cerciorarme de haber
tenido los anteriores, sino en cuanto están representados en la idea
actual; luego hay un enlace entre esta y su objeto. Luego ateniéndonos
simplemente á los fenómenos de la conciencia, á la simple conciencia
del _yo_, encontramos que por indeclinable necesidad atribuimos á las
ideas un valor objetivo, á los juicios una verdad objetiva.


[255.] Sin esta verdad objetiva, es imposible todo recuerdo cierto,
hasta de los fenómenos interiores, y por consiguiente, todo
raciocinio, todo juicio, todo pensamiento.

El recuerdo es de actos pasados: cuando los recordamos ya no son; pues
si fueran, no habria recuerdo con respecto á ellos, sino conciencia de
presente. Aun cuando en el acto de recordarlos tengamos otros actos
semejantes, estos no son los mismos; pues en la idea de recuerdo entra
siempre la de tiempo pasado. Luego, de ellos no puede haber mas
certeza que por el enlace que tienen con el acto presente, por su
correspondencia con la idea que nos los ofrece.


[256.] He dicho que en faltando la certeza de la verdad objetiva en
los fenómenos interiores, era imposible todo raciocinio. En efecto,
todo raciocinio supone una _sucesion_ de actos: cuando el uno existe
en el espíritu, ya no existe el otro: luego hay necesidad de pequeños
recuerdos continuos, para que la cadena no se quebrante: es así que
sin esta cadena no hay raciocinio, y sin recuerdo no hay esa cadena, y
sin verdad objetiva no hay recuerdo cierto; luego sin verdad objetiva
no hay raciocinio.


[257.] Tambien parecen imposibles todos los juicios. Estos son de dos
clases: los que no necesitan demostracion, ó los que la necesitan. Los
que han menester demostracion serán imposibles, porque no hay
demostracion sin raciocinio, y este en tal caso seria imposible
tambien. En cuanto á los que no la han menester porque brillan con
evidencia inmediata, serian imposibles todos los que no se refiriesen
al acto presente del alma, en el instante mismo en que se emitiera el
juicio. Luego no habria mas juicio que el del acto presente: es decir,
la conciencia del momento sin relacion con nada de lo anterior. Pero
lo curioso es que aun con respecto á los actos de conciencia, este
juicio seria poco menos que imposible: porque cuando formamos el
juicio sobre el acto de conciencia, no es con este, sino con un acto
reflejo: esta reflexion implica sucesion: y lo sucesivo no es conocido
con certeza si no hay verdad objetiva.

Es muy dudoso que ni aun fueran posibles los juicios de evidencia
inmediata. Ellos, como se ha explicado en el capítulo anterior,
suponen la relacion de los conceptos parciales en que se ha
descompuesto el total: ¿cómo se descompone sin sucesion? Si hay
sucesion hay recuerdo, si hay recuerdo no hay presencia inmediata de
lo recordado; es necesaria por consiguiente la objetividad de la idea
representante con relacion á la cosa recordada.


[258.] Semejantes consecuencias espantan, pero son indeclinables: si
quitamos la verdad objetiva, desaparece todo pensamiento razonado.
Este encierra cierta continuidad de actos correspondientes á diversos
instantes: si esta continuidad se rompe, el pensamiento humano deja de
ser lo que es: deja de existir como _razon_: es una serie de actos sin
conexion de ninguna especie y que á nada pueden conducir. En tal caso
desaparece toda expresion, toda palabra: nada tiene un valor seguro:
todo se hunde, así en el órden intelectual y moral como en el
material, y el hombre queda hasta sin el consuelo de poseerse á sí
mismo; se desvanece en sus propias manos cual vana sombra.


[259.] Las sensaciones podrán existir como serie inconexa tambien;
pero no habrá de ellas ningun recuerdo cierto, pues falta la verdad
objetiva: y las sensaciones pasadas no existen sino como pasadas, y
por tanto como simples objetos.

Toda reflexion intelectual sobre ellas será imposible; porque la
reflexion no es la sensacion: esto es un objeto de aquella, mas nó
ella misma. Así el rudo tiene la misma sensacion que el filósofo, pero
nó la reflexion sobre ella. Mil veces sentimos sin reflexionar que
sentimos. La conciencia sensible, es muy diferente de la intelectual:
la primera es la simple presencia de la sensacion, la sensacion misma:
la segunda es el acto del entendimiento que se ocupa de la sensacion.


[260.] Esta distincion se encuentra tambien en todos los actos
puramente intelectuales: la reflexion sobre el acto no es el acto
mismo. El uno es objeto del otro: no se identifican, ya que con
frecuencia se encuentran separados; si no hubiese pues verdad objetiva
la reflexion seria imposible.


[261.] Es difícil tambien de comprender cómo seria posible ningun acto
de la conciencia del yo, aun de presente. Ya hemos visto como
desaparece el _yo_, en rompiéndose la serie de los recuerdos, pero hay
además, que sin verdad objetiva no os posible concebir el _yo_ ni aun
por un momento. El _yo_ pensante, no conoce al _yo_ pensado, sino como
objeto. Sea que lo _sienta_, sea que lo _conozca_, para darse cuenta á
sí mismo de sí mismo necesita reflexionar sobre sí mismo, tomarse á sí
mismo por objeto. Y en no habiendo verdad objetiva, no se concibe que
ningun objeto pueda tener ningun valor.

De esto se infiere, que los que atacan la objetividad, atacan una ley
fundamental de nuestro espíritu, destruyen el pensamiento, y arruinan
hasta la conciencia, hasta todo lo subjetivo, que les servía de base.


[262.] Contra la certeza objetiva suele argumentarse fundándose en los
errores á que ella nos induce. El delirante cree ver objetos que no
existen; el loco cree firmemente en la verdad de sus pensamientos
desconcertados: ¿por qué lo que en un caso nos engaña, no podria
engañarnos en otros, ó en todos? Un criterio que alguna vez flaquea,
¿podrá pasar por seguro? ¿Por qué no atenernos á lo puramente
subjetivo? El delirante, el maniático, el loco se engañan en el
objeto, mas nó en el sujeto: aunque no sea verdad lo que ellos
piensan, es bien cierto y verdadero que ellos lo piensan.

Esta objecion es especiosa; pero deja en pie todas las dificultades en
contra del sistema á cuyo favor se aduce; y por otra parte no carece
de respuesta, en cuanto tiende á debilitar la verdad objetiva.

El delirante, el maniático, el loco tienen tambien recuerdos de cosas
que no han existido nunca. Esos recuerdos no se refieran tan solo á lo
exterior, sino tambien ú sus actos interiores. El demente que se llama
rey, se acuerda de lo que pensó, de lo que sintió, cuando lo
coronaron, cuando le destronaron, y de una larga historia de
semejantes actos: y sin embargo estos fenómenos intelectuales no
existieron: y sea como fuere, tantos recuerdos se los puede producir
él mismo. Tenemos pues que el criterio con respecto á la memoria,
flaquea en este caso: y por lo mismo no podrá servir en ninguno.
Luego, aun cuando mas arriba no hubiésemos demostrado que sin verdad
objetiva no hay recuerdo ni aun de lo interior, el argumento de los
adversarios bastaria para arruinarlos todos. Esta objecion, si algo
probase, confirmaria todo lo que se ha dicho para demostrar que sin
objetividad no hay conciencia propiamente dicha, lo cual no lo admiten
los adversarios.


[263.] Además: desde luego salta á los ojos lo que puede valer en el
tribunal de la razon, lo que comienza por apoyarse en la locura. Todo
esto prueba á lo mas, la debilidad de nuestra naturaleza; la
posibilidad de que en algunos desgraciados se trastorne el órden
establecido para la humanidad; que la regla de la verdad en el hombre,
como que existe en una criatura tan débil, admite algunas excepciones;
pero estas son conocidas, porque tienen caractéres marcados. La
excepcion no destruye la regla, sino que la confirma (XXV).



CAPÍTULO XXVI.

SI TODOS LOS CONOCIMIENTOS SE REDUCEN Á LA PERCEPCION DE LA IDENTIDAD.


[264.] La evidencia inmediata tiene por objeto las verdades que el
entendimiento alcanza con toda claridad, y á que asiente con absoluta
certeza sin que intervenga ningun _medio_, como lo dice el mismo
nombre. Estas verdades se enuncian en las proposiciones llamadas _per
se notæ_, primeros principios ó axiomas; en las cuales basta entender
el sentido de los términos, para ver que el predicado está contenido
en la idea del sujeto. Las proposiciones de esta clase son pocas en
todas las ciencias: la mayor parte de nuestros conocimientos es fruto
de raciocinio, el cual procede por evidencia mediata. En la geometría
son en muy reducido número las proposiciones que no han menester ser
demostradas sino explicadas; el cuerpo de la ciencia geométrica con
las dimensiones colosales que tiene en la actualidad, ha dimanado del
raciocinio: aun en las obras mas extensas los axiomas ocupan pocas
páginas; lo demás está formado de teoremas, esto es, de proposiciones
que no siendo evidentes por sí mismas, necesitan demostracion. Lo
mismo se verifica en todas las ciencias.


[265.] Como en los axiomas percibe el entendimiento la identidad del
sujeto con el predicado, viendo por intuicion que la idea de este se
halla contenida en la de aquel, surge aquí una cuestion filosófica
sumamente grave, que puede ser muy difícil y dar pie á extrañas
controversias, si no se tiene cuidado de colocarla en su verdadero
terreno. ¿Todo conocimiento humano se reduce á la simple percepcion de
la identidad? y su fórmula general, ¿podria ser la siguiente: A es A,
ó bien una cosa es ella misma? Filósofos de nota opinan por la
afirmativa, otros sienten lo contrario. Yo creo que hay en esto cierta
confusion de ideas, relativa mas bien al estado de la cuestion que no
al fondo de ella misma. Conduce mucho á resolverla con acierto el
formarse ideas bien claras y exactas de lo que es el juicio, y la
relacion que por él se afirma ó se niega.


[266.] En todo juicio hay percepcion de identidad ó de no identidad
segun es afirmativo ó negativo. El verbo _es_ no expresa union de
predicado con el sujeto, sino identidad; cuando va acompañado de la
negacion diciéndose _no es_, se expresa simplemente la no identidad,
prescindiendo de la union ó separacion. Esto es tan verdadero y
exacto, que en cosas realmente unidas no cabe juicio afirmativo por
solo faltarles la identidad; en tales casos, para poder afirmar, es
preciso expresar el predicado en concreto, esto es, envolviendo en él
de algun modo la idea del sujeto mismo; por manera que la misma
propiedad que en concreto debiera ser afirmada, no puede serle en
abstracto, antes bien debe ser negada. Así se puede decir: el hombre
es racional; pero nó, el hombre es la racionalidad; el cuerpo es
extenso; pero nó, el cuerpo es la extension; el papel es blanco; pero
nó el papel es la blancura. Y esto ¿por qué? ¿es que la racionalidad
no está en el hombre, que la extension no se halle unida al cuerpo y
la blancura al papel? nó ciertamente; pero, aunque la racionalidad
esté en el hombre y la extension en el cuerpo y la blancura en el
papel, basta que no percibamos identidad entre los predicados y los
sujetos para que la afirmacion no pueda tener cabida: por el
contrario, lo que la tiene es la negacion, á pesar de la union: así se
podrá decir: el hombre no es la racionalidad; el cuerpo no es la
extension; el papel no es la blancura.

He dicho que para salvar la expresion de identidad empleábamos el
nombre concreto en lugar del abstracto, envolviendo en aquel la idea
del sujeto. No se puede decir el papel es la blancura, pero sí el
papel es blanco: porque esta última proposicion significa el papel es
una cosa blanca; es decir, que en el predicado, blanco, en concreto,
hacemos entrar la idea general de _una cosa_, esto es, de un sujeto
modificable, y este sujeto es idéntico al papel modificado por la
blancura.


[267.] Así se echa de ver que la expresion: _union del predicado con
el sujeto_, es cuando menos inexacta. En toda proposicion afirmativa
se expresa la identidad del predicado con el sujeto; el uso autoriza
estos modos de hablar, que sin embargo no dejan de producir alguna
confusion cuando se trata de entender perfectamente estas materias. Y
es de notar que el lenguaje comun por sí solo, es en este punto como
en muchos otros, admirablemente propio y exacto; nadie dice, el papel
es la blancura, sino el papel es blanco; solo cuando se quiere
encarecer mucho la perfeccion con que un sujeto posee una calidad, se
la expresa en abstracto, uniéndole el pronombre _mismo_: así se dice
hiperbólicamente: es la misma belleza, es la misma blancura, es la
misma bondad.


[268.] Hasta lo que se llama igualdad en las matemáticas, viene á
significar tambien identidad, de suerte que en esta clase de juicios,
á mas de lo que hemos observado de general en todos, á saber, la
identidad salvada por la expresion del predicado en concreto, hay que
la misma relacion de igualdad significa identidad: esto necesita
explicacion.

Si digo 6 + 3 = 9, expreso lo mismo que 6 + 3 es idéntico á 9. Claro
es que en la afirmacion de igualdad no se atiende á la forma con que
las cantidades están expresadas, sino á las cantidades mismas; pues de
lo contrario, no solo no se podria afirmar la identidad, pero ni aun
la igualdad: porque es evidente que 6 + 3 en cuanto á su forma, ni
escrita, ni hablada, ni pensada, no es idéntico ni igual con 9. La
igualdad se refiere á los valores expresados, y estos no solo son
iguales, sino idénticos: 6 + 3 es lo mismo que 9. El todo no se
distingue de sus partes reunidas: el 9 es el todo; 6 + 3 con sus
partes reunidas.

El modo diferente con que se conciben 9 y 6 + 3, no excluye la
identidad: esta diferencia es relativa á la forma intelectual; y tiene
lugar no solo en este caso, sino en las percepciones de las cosas mas
simples; no hay nada que nosotros no concibamos bajo aspectos
diferentes, y cuyo concepto no podamos descomponer de diversos modos;
y sin embargo nó por esto se dice que la cosa deje de ser simple é
idéntica consigo misma.

Lo que se aplica á una ecuacion aritmética, puede extenderse á las
algebráicas y geométricas. Si se tiene una ecuacion en que el primer
miembro sea muy sencillo, por ejemplo Z, y el segundo muy complicado,
por ejemplo el desarrollo de una serie, no se quiere decir que la
expresion primera sea igual á la segunda; la igualdad se refiere, nó á
la misma expresion sino á lo expresado, al valor que con las letras se
designa: esto último es verdadero; lo primero seria evidentemente
falso.

Dos circunferencias que tengan un mismo radio son iguales. Aquí parece
que se trata solamente de igualdad, pues que hay en efecto dos objetos
distintos que son las dos circunferencias, las cuales pueden trazarse
en el papel ó representarse en la imaginacion: no obstante, ni aun en
este caso la distincion es verdadera y sí solo aparente, verificándose
lo que en las ecuaciones aritméticas y algebráicas, de que hay
distincion y hasta diversidad en las formas, é identidad en el fondo.
Desde luego se puede combatir el argumento principal en que se funda
la distincion, si se observa que las circunferencias que se pueden
trazar ó representar, no son mas que formas de la idea, y de ningun
modo la idea misma. Ya se tracen ya se representen, tendrán una
magnitud determinada y una cierta posicion en los planos que se tengan
á la vista ó que se imaginen: en la idea y en la proposicion que á
ella se refiere, no hay nada de esto; se prescinde de todas las
magnitudes, de todas las posiciones, se habla en un sentido general y
absoluto. Es verdad que las representaciones pueden ser infinitas, ya
en la imaginacion ya en lo exterior: pero esto, lejos de probar su
identidad con la idea, indica su diversidad; pues que la idea es
única, ellas son infinitas; la idea es constante, ellas son variables;
la idea es independiente de las mismas, y ellas son dependientes de la
idea, teniendo el carácter y la denominacion de circunferencias en
cuanto se le aproximan representando lo que ella contiene.

¿Qué se expresa pues en la proposicion: dos circunferencias que tengan
un mismo radio, son iguales? la idea fundamental es que el valor de la
circunferencia depende del radio; y la proposicion aquí enunciada no
es mas que una aplicacion de aquella propiedad al caso de igualdad de
los radios. Luego las circunferencias que concebimos como distintas,
no son mas que ejemplos que nos ponemos en lo interior para hacernos
visible la verdad de la aplicacion; pero en el fondo puramente
intelectual, no se encuentra mas que la descomposicion de la idea
misma de la circunferencia, ó su relacion con el radio aplicada al
caso de igualdad. No hay pues dos circunferencias en el órden
puramente ideal; hay una sola cuyas propiedades conocemos bajo
diferentes conceptos y que expresamos de diversas maneras.

Si en todos los juicios hay afirmacion de identidad ó no identidad, y
todos nuestros conocimientos ó nacen de un juicio ó van á parar á él,
parece que todos se han de reducir á una simple percepcion de
identidad: entonces, la fórmula general de nuestros conocimientos
será: A es A, ó una cosa es ella misma. Este resultado parece una
paradoja extravagante, y lo es segun el modo con que se le entiende;
pero si se explica como se debe, puede ser admitido como una verdad, y
verdad muy sencilla. Por lo dicho en los párrafos anteriores, se puede
columbrar cuál es el sentido de esta opinion; pero la importancia de
la materia exige otras aclaraciones.



CAPÍTULO XXVII.

CONTINUACION.


[269.] Es hasta ridículo el decir que los conocimientos de los mas
sublimes matemáticos, se hayan reducido á esta ecuacion: A es A. Esto,
dicho absolutamente, es no solo falso sino contrario al sentido comun;
pero ni es contrario al sentido comun, ni es falso, el decir que los
conocimientos de todos los matemáticos, son percepciones de identidad,
la cual presentada bajo diferentes conceptos sufre infinitas
variaciones de forma, que fecundan al entendimiento y constituyen la
ciencia. Para mayor claridad tomemos un ejemplo y sigamos una idea al
través de sus transformaciones.


[270.] La ecuacion círculo = círculo(1) es muy verdadera, pero nó muy
luminosa, pues no sirve para nada, á causa de que hay identidad no
solo de ideas sino tambien de conceptos y expresion. Para que haya un
verdadero progreso en la ciencia, no basta que la expresion se mude,
es necesario que se varié en algun modo el concepto bajo el cual se
presenta la cosa idéntica. Asi es que si la ecuacion anterior la
abreviamos en esta forma C = círculo(2) nada hemos adelantado, sino en
cuanto á la expresion puramente material. La única ventaja que puede
resultarnos, es el que aliviamos un tanto la memoria porque en vez de
expresar el círculo por una palabra la expresamos por una letra, la
inicial C. ¿Por qué? porque la variedad está en la expresion, no en el
concepto.

Si en vez de considerar la identidad en toda su simplicidad en ambos
miembros de la ecuacion, referimos el valor del círculo al de la
circunferencia, tendremos C = circunferencia x ½ R (3) es decir que el
valor del círculo es igual á la circunferencia multiplicada por la
mitad del radio. En la ecuacion (3) hay identidad como en las (1) y
(2) porque en ella se significa que el valor expresado por C es el
mismo expresado por circunferencia x ½ R; de la propia suerte que en
las anteriores se expresa que el valor del círculo es el valor del
círculo. ¿Pero hay alguna diferencia de esta ecuacion á las
anteriores? sí, y muy grande. ¿Cuál es? en las primeras se expresaba
simplemente la identidad concebida bajo un mismo punto de vista; el
círculo expresado en el segundo miembro no excitaba ninguna idea que
no excitase el primero; pero en la última el segundo miembro expresa
el mismo círculo sí, pero en sus relaciones con la circunferencia y el
radio, y por consiguiente á mas de contener una especie de análisis de
la idea del círculo, recuerda el análisis que anteriormente se ha
hecho de la idea de la circunferencia con relacion á la del radio. La
diferencia pues no está en la sola expresion material, sino en la
variedad de conceptos bajo los cuales se presenta una cosa misma.

Llamando N el valor de la relacion de la circunferencia con el
diámetro, y C al círculo, la ecuacion se nos convierte en esta otra C
= N R¹(4). Aquí hay tambien identidad en los valores, pero encontramos
un progreso notable en la expresion del segundo miembro, en el cual se
nos ofrece el valor del círculo desembarazado de sus relaciones con el
de la circunferencia y dependiente tan solo de un valor numérico N y
de una recta que es el radio. Sin perder pues la identidad y solo por
sucesion de percepciones de identidad, hemos llegado á adelantar en la
ciencia, y habiendo partido de una proposicion tan estéril como
círculo = círculo, nos encontramos en otra por la cual podemos desde
luego calcular el valor de un círculo cualquiera con tal que se nos dé
su radio.

Saliendo de la geometría elemental y considerando el círculo como una
curva referida á dos ejes y cuyos puntos se determinan con respecto á
estos, tendremos Z = 2Bx-x¹ (5); expresando Z el valor de la ordenada;
B el de una parte constante del eje de las abscisas; y x la abscisa
correspondiente á Z. Aquí encontramos ya otro progreso de ideas
todavía mas notable; en ambos miembros, no expresamos ya el valor del
círculo sino el de unas líneas, con las cuales se determinan todos los
puntos de la curva; y concebimos fácilmente que esta curva que nos
cerraba la figura cuyas propiedades determinábamos en la geometría
elemental, puede ser concebida bajo tal forma que pertenezca á un
género de curvas de las cuales ella constituya una especie por la
particular relacion de las cantidades 2 x y B; de manera que
modificando la expresion con la añadidura de una nueva cantidad
combinada de este ó de aquel modo, puede resultarnos una curva de otra
especie. Entonces, si queremos determinar el valor de la superficie
encerrada en esto círculo, podremos considerarla, no simplemente con
respecto al radio, sino á las áreas encerradas entre las varias
perpendiculares cuyos extremos determinan los puntos de la curva y que
se llaman ordenadas: con lo cual resultará que el mismo valor del
círculo se determinará bajo conceptos diferentes, no obstante de que
ese valor es siempre idéntico: la transicion de unos conceptos á otros
será la sucesion de las percepciones de identidad presentada bajo
formas diferentes.

Consideremos ahora que el valor del círculo depende del radio, lo cual
nos da C = funcion x (6). Ecuacion que nos lleva á concebir el círculo
bajo la idea general de una funcion de su radio ó de x, y por
consiguiente nos autoriza á someterle á todas las leyes á que una
funcion está sujeta y nos conduce á las propiedades de las
diferencias, de los límites, y de las relaciones de estos; con lo cual
entramos en el cálculo infinitesimal cuyas expresiones nos presentan
la identidad bajo una forma que nos recuerda una serie de conceptos de
análisis detenida y profunda. Así, expresando la diferencial del
círculo por dc; y su integral por S. dc; tendremos c = S. dc (7)
ecuacion en que se expresan los mismos valores que en aquella otra,
círculo = círculo, pero con la diferencia de que la (7) recuerda
inmensos trabajos analíticos, es el resultado de la dilatada sucesion
de conceptos del cálculo integral, del diferencial, de los límites de
las diferencias de las funciones, de la aplicacion del álgebra á la
geometría y de una muchedumbre de nociones geométricas elementales,
reglas y combinaciones algebráicas y de todo cuanto ha sido menester
para llegar al resultado. Entonces, cuando se integre la diferencial,
y por integracion se llegue á sacar el valor del círculo, es claro que
seria lo mas extravagante el afirmar que la ecuacion integral no es
mas que la de círculo = círculo; pero no lo es el decir que en el
fondo hay identidad, y que la diversidad de expresion á que hemos
llegado es el fruto de una sucesion de percepciones de la misma
identidad presentada bajo aspectos diferentes. Suponiendo que los
conceptos por los cuales haya sido necesario pasar sean A B C D E M;
la ley de su enlace científico podrá expresarse de esta manera: A = B,
B = C, C = D, D = E, E = M; luego A = M.


[271.] Lo que acabo de explicar no puede comprenderse bien si no se
recuerdan algunos caractéres de nuestra inteligencia, en los cuales se
encuentra la razon de tamañas anomalías. Nuestro entendimiento tiene
la debilidad de no poder percibir muchas cosas sino sucesivamente, y
de que aun en las ideas mas claras, no ve lo que en ellas se contiene,
sino con mucho trabajo. De esto resulta una necesidad á la cual
corresponde con admirable armonía una facultad que la satisface: una
necesidad de concebir bajo varias formas no solo distintas sino
diferentes, aun las cosas mas simples; una facultad de descomponer un
concepto en muchas partes, multiplicando en el órden de las ideas lo
que en realidad es uno. Esta facultad de descomposicion seria inútil
si al pasar el entendimiento por la sucesion de conceptos, no tuviese
medio de enlazarlos y retenerlos, en cuyo caso iría perdiendo el fruto
de sus tareas escapándosele de la mano tan pronto como lo acababa de
coger. Afortunadamente, este medio le tiene en los signos escritos,
hablados ó pensados; expresiones misteriosas que á veces designan no
solo una idea, sino que son como el compendio de los trabajos de una
larga vida y quizás de una dilatada serie de siglos. Al presentársenos
el signo, no vemos ciertamente con entera claridad todo lo que por él
se expresa, ni las razones de la legitimidad de la expresion; pero
sabemos en confuso el significado que allí se encierra, sabemos que en
caso necesario nos basta tomar el hilo de las percepciones por las
cuales hemos pasado, volviendo así con paso retrógrado hasta los
elementos mas simples de la ciencia. Al hacer los cálculos, el
matemático mas eminente no ve con toda claridad lo que significan las
expresiones que va empleando, sino en cuanto se refieren al objeto que
le ocupa; pero está cierto que aquellas expresiones no le engañan, que
las reglas por las cuales se guia son enteramente seguras; porque sabe
que en otro tiempo las afianzó en inconcusas demostraciones. El
desarrollo de una ciencia puede compararse á una serie de colunas en
las cuales se han marcado las distancias de un camino; el ingeniero
que ha hecho las operaciones se sirve de los guarismos de las colunas,
sin necesidad de recordar las operaciones que le condujeron á marcar
la cantidad que tiene á la vista; bástale saber que las operaciones
fueron bien hechas y que el resultado de ellas se escribió bien.


[272.] La prueba de esta necesidad de descomposicion, á mas de tenerla
ampliamente consignada en los ejemplos anteriores, se la encuentra en
los elementos de toda enseñanza, donde se hace preciso explicar bajo
una forma de demostracion proposiciones que nada mas dicen que las
definiciones ó axiomas que se han asentado. Por ejemplo, en las obras
elementales de geometría se encuentra este teorema: todos los
diámetros de un círculo son iguales; y si se quiere que los
principiantes le comprendan, es necesario dar la forma de demostracion
á lo que no es ni puede ser mas que una explicacion, y casi un
recuerdo de la idea del círculo. Cuando se traza la circunferencia se
fija un punto en torno del cual se hace girar una línea que se llama
radio; pues bien, no siendo el diámetro otra cosa que el conjunto de
los dos radios continuados en una misma línea, parece que debiera
bastar la enunciacion del teorema para que se le viese evidentemente
contenido en la idea del círculo y como una especie de repeticion del
postulado en que se funda la construccion de la curva; sin embargo no
sucede así, y es necesario explicar, haciendo como que se prueba, y
mostrar el diámetro igual á dos radios, y recordar que estos son
iguales, y á veces repetir que así se supone en la misma construccion;
en una palabra, emplear una porcion de conceptos para convencer de una
verdad que debiera ser conocida con la simple intuicion de uno solo,
como sucede cuando las fuerzas geométricas del entendimiento han
adquirido cierta robustez.


[273.] Ahora podrémos apreciar en su justo valor la opinion de
Dugald-Steward en sus _Elementos de la filosofía del espíritu humano_,
cuando dice: «es lícito dudar que aun esta ecuacion aritmética 2 x 2 =
4 pueda ser representada con exactitud por la fórmula A = A. Esta
ecuacion es una proposicion que enuncia _la equivalencia de dos
expresiones diferentes_, equivalencia cuyo descubrimiento puede ser de
la mayor importancia en una infinidad de casos. La fórmula es una
proposicion del todo insignificante y frivola que no puede en ningun
caso recibir la menor aplicacion práctica; ¿qué pensaremos pues de
esta proposicion A = A, si se la compara con la fórmula del binomio de
Newton á la cual en tal caso representaria? sin duda cuando se la
aplica á la ecuacion 2 x 2 = 4 (que por su extrema simplicidad y
vulgaridad puede pasar por un axioma) la paradoja no presenta tan de
bulto su monstruosidad; pero en este segundo caso parece del todo
imposible que tenga ni aun significacion» (2. p. cap. 2. seccion 3. §
2.). Este filósofo no advierte que la pretendida monstruosidad nace de
la errada interpretacion que él mismo da á la opinion de sus
adversarios. Nadie ha pensado en negar la importancia de los
descubrimientos en que se prueba la equivalencia de expresiones
diferentes; nadie dudará de que la fórmula del binomio de Newton sea
un gran progreso sobre la fórmula A = A; pero la cuestion no está
aquí, está en ver si la fórmula del binomio de Newton es mas que la
expresion de cosas idénticas, y si aun el mérito mismo de la
expresion, es ó no el fruto de una serie de percepciones de identidad.
Si la cuestion se presentase bajo el punto de vista de Dugald-Steward,
seria hasta indigna de ser ventilada: en buena filosofía no puede
disputarse sobre cosas no solo absurdas sino ridiculas.



CAPÍTULO XXVIII.

CONTINUACION.


[274.] Expliquemos ahora cómo la doctrina de la identidad se aplica en
general á todos los raciocinios, versen ó no sobre objetos
matemáticos; para esto examinaremos algunas de las formas dialécticas
en las cuales está consignado el arte de raciocinar.

Todo A es B; M es A, luego M es B. En este silogismo encontramos en la
mayor, la identidad de todo A con B, y en la menor la de M con A, de
lo cual sacamos la de M con B. En las tres proposiciones hay
afirmacion de identidad, y por consiguiente percepcion de ella: veamos
lo que sucede en el enlace que constituye la fuerza del raciocinio.

¿Por qué digo que M es B? porque M es A, y todo A es B. M es uno de
los A, que estaba expresado ya en las palabras: todo A; luego cuando
digo M es A, no digo nada nuevo sobre lo que habia dicho por todo A;
¿qué diferencia hay pues? hay la diferencia de que en la expresion
todo A, no hacia atencion á uno de sus contenidos M, del cual sin
embargo afirmaba que era B, por lo mismo que decia todo A es B. Si en
la expresion todo A hubiese visto distintamente á M, no hubiera sido
necesario el silogismo, pues por lo mismo que decia todo A es B,
hubiera entendido M es B.

Esta observacion es tan verdadera y exacta, que en tratándose de
relaciones demasiado claras se suprime el silogismo y se le reemplaza
por el entimema. El entimema es ciertamente la abreviacion del
silogismo; pero en esta abreviacion debemos ver algo mas que un ahorro
de palabras; hay un _ahorro de conceptos_, porque el entendimiento ve
intuitivamente lo uno en lo otro sin necesidad de descomposicion. Es
hombre, luego es racional; callamos la mayor y ni aun la pensamos,
porque en la idea de hombre y en su aplicacion á un individuo, vemos
intuitivamente la de racional, sin gradacion de ideas ni sucesion de
conceptos.

Supongamos que se trata de demostrar que el perímetro de un polígono
inscrito en un círculo es menor que la circunferencia, y que se hace
el siguiente silogismo: todo conjunto de rectas inscritas en sus
respectivas curvas es menor que el conjunto de las mismas curvas; es
así que el perímetro del polígono es un conjunto de rectas, y la
circunferencia un conjunto de arcos ó curvas; luego el perímetro
inscrito os menor que la circunferencia. Pregunto ahora, si quien sepa
que el conjunto de rectas es menor que el conjunto de curvas no verá
con igual facilidad que el perímetro es menor que la circunferencia
circunscrita, con tal que entienda perfectamente el significado de las
palabras; es evidente que sí. ¿Para qué pues se necesita el recuerdo
del principio general? ¿es para añadir nada al concepto particular? nó
por cierto; porque nada puede haber mas claro que las siguientes
proposiciones: el perímetro del polígono es un conjunto de rectas; la
circunferencia es un conjunto de arcos ó curvas; lo que se hace pues
con el principio general es llamar la atencion sobre una fase del
concepto particular, para que con la reflexion se vea en este lo que
sin la reflexion no se veia. La certeza de la conclusion no depende
del principio general; pues que si se hubiese pensado en las
relaciones de mayoría y minoría, solo con respecto á las rectas del
perímetro y á los arcos cuyo conjunto forma la circunferencia, se
hubiera inferido lo mismo.

Con este ejemplo se confirma que el entimema no es una simple
abreviacion de palabras, y se explica por qué le empleamos en los
raciocinios que versan sobre materias familiares al entendimiento.
Entonces, en uno cualquiera de los conceptos vemos lo que necesitamos
para la consecuencia, y por esto tenemos bastante con una premisa, en
la cual incluimos la otra, mas bien que no la sobreentendemos. El
principiante dirá: el arco es mayor que la cuerda, porque la curva es
mayor que la recta; pero cuando se haya familiarizado con las ideas
geométricas dirá simplemente, el arco es mayor que la cuerda, viendo
en la misma idea del arco la idea de curva, en la de cuerda la de
recta, sin ninguna descomposicion. ¿Por ventura es verdad que el arco
sea mayor que la cuerda porque toda curva es mayor que su recta? nó,
de ninguna manera; si no existiese la idea abstracta de curva y la
única curva pensada fuese la particular arco de círculo; si no
existiese tampoco la idea abstracta de recta y la única recta pensada
fuese la cuerda, seria verdad como ahora que el arco es mayor que la
cuerda.


[275.] En tratándose de las relaciones _necesarias_ de los objetos,
los principios generales, los términos medios, y cuantos recursos nos
ofrece la dialéctica para auxiliar el raciocinio, no son mas en el
fondo que invenciones del arte para inducirnos á reflexionar sobre el
concepto de la cosa, haciéndonos ver en él lo que antes no veíamos. De
esto se sigue que todos los juicios sobre los objetos necesarios, son
en cierto modo analíticos; equivocándose Kant cuando afirma que los
hay sintéticos prescindiendo de la experiencia. Si esta no existe, no
tenemos ningun dato de la cosa, solo poseemos su concepto; de lo
extraño á este nada podemos saber. No quiero decir que todas las
proposiciones expresen tal relacion del predicado al sujeto, que el
concepto de este sea suficiente para que descubramos aquel; pero sí
que la razon de la insuficiencia está en que el concepto es incompleto
ó en sí ó con respecto á nuestra comprension; y que suponiéndole
completo en sí mismo y la debida capacidad en nuestro entendimiento
para comprender todo lo que él nos dice, encontraríamos en el mismo
todo lo que puede formar materia científica.


[276.] Un ejemplo geométrico aclarará mis ideas. El triángulo tiene
muchas propiedades cuya explicacion, demostracion y aplicaciones
ocupan largas páginas en los libros de geometría. En el concepto del
triángulo entran el de rectas y el de los ángulos que estas forman:
pregunto ahora ¿en todas las explicaciones y demostraciones de las
propiedades de los triángulos en general, ¿se sale jamás de las ideas
de ángulo y de recta? nó, jamás, ni se sale, ni se puede salir; de lo
contrario flaquearia cuanto se dijese fundado en nuevos elementos que
se hubiesen introducido en el concepto. Estos elementos serian ajenos
al triángulo, y por consiguiente le quitarían su naturaleza. En las
relaciones necesarias no cabe mas ni menos, ni añadiduras, ni
sustracciones de ninguna clase: lo que es es, y nada mas. Cuando se
pasa del triángulo en general á sus varias especies, como equilátero,
isósceles, rectángulo, oblicuángulo etc. etc., es de notar que la
demostracion se atiene rigurosamente á lo contenido en el concepto
general modificado con la propiedad determinante de la especie, es
decir, á la igualdad de los tres lados, ó de dos, ó á la desigualdad
de todos, ó á la suposicion de un ángulo recto etc. etc.


[277.] En la aplicacion del álgebra á la geometría, se ve con mas
claridad lo que estoy explicando. Una curva se expresa por una
fórmula que contiene el concepto de la misma curva; es decir, su
esencia. Para demostrar todas las propiedades de la curva, el geómetra
no necesita salir de la fórmula; en todas las cuestiones que se
suscitan lleva la fórmula en la mano como la piedra de toque, y en la
misma encuentra todo cuanto ha menester. Es verdad que traza
triángulos ú otras figuras dentro de la misma curva, que de la misma
tira rectas á puntos fuera de ella, pero jamás sale del concepto
expresado en la fórmula; lo que hace es descomponerle y descubrir en
él cosas que antes no habia descubierto.

En esta ecuacion z² = e²/E² (2 Ex - x³) se encuentra la expresion de
las relaciones constitutivas de la elipse, expresando E el semieje
mayor, e el semieje menor, z las ordenadas, y x las abscisas. Con esta
ecuacion desenvuelta y transformada de varias maneras, se determinan
las propiedades de la curva; ¿y cómo? haciendo ver con la ayuda de las
construcciones, que la nueva propiedad está contenida en el concepto
mismo, y que basta analizarle para encontrarla en él.

Si suponemos un entendimiento que concibe la esencia de la curva, con
inmediata intuicion de la ley que preside á la inflexion de los
puntos, sin necesidad de referirla á ninguna línea, ó bien bastándole
un eje en vez de necesitar dos, ó de algun otro modo que nosotros no
podemos ni siquiera imaginar, resultará que no habrá menester dar los
rodeos que nosotros para demostrar las propiedades de la curva, pues
las verá claramente pensadas en el mismo concepto de ella. Esta
suposicion no es arbitraria: hasta cierto punto la vemos realizada
todos los dias, aunque en escala menor; un geómetra vulgar tiene el
concepto de una curva como lo tenia Pascal: en este mismo concepto el
geómetra vulgar ve las propiedades de la misma con largo trabajo, y
limitándose á las comunes; Pascal veia las mas recónditas poco menos
que de una ojeada. Kant, por no haberse hecho cargo de esta doctrina,
no puede dar solucion al problema filosófico de los juicios sintéticos
puros: profundizando mas la materia hubiera visto que hablando en
rigor, no hay tales juicios, y en vez de cansarse por resolver el
problema se hubiera abstenido de suscitarle (XXVI).



CAPÍTULO XXIX.

SI HAY VERDADEROS JUICIOS SINTÉTICOS _à priori_, EN EL SENTIDO DE
KANT.


[278.] La mucha importancia que da el filósofo aleman á su imaginado
descubrimiento exige que le examinemos con detencion. Júzguese de esta
importancia por lo que él mismo dice: «si algun antiguo hubiese tenido
la idea de solo proponer la presente cuestion, ella hubiera sido una
barrera poderosa contra todos los sistemas de la razon pura hasta
nuestros dias, y habria ahorrado muchas tentativas infructuosas que se
han emprendido _ciegamente sin saber de qué se trataba._» (Crítica de
la razon pura. Introduccion). El pasaje no es nada modesto, y excita
naturalmente la curiosidad de saber en qué consiste un problema cuyo
solo planteo habria sido bastante á evitar los extravíos de la razon
pura.

Hé aquí sus palabras: «en los juicios sintéticos á mas del concepto
del sujeto debo tener alguna otra cosa (x) sobre la cual el
entendimiento se apoye para reconocer que un predicado no contenido en
este concepto, no obstante le pertenece.

»Tocante á los juicios empíricos ó de experiencia, no hay ninguna
dificultad; porque esta x es la experiencia completa del objeto que
conozco por un concepto _a_, el cual no forma mas que una parte de
esta experiencia. En efecto: aunque yo no comprenda en el concepto de
cuerpo en general el predicado pesadez, este concepto indica no
obstante una parte total de la experiencia; puedo por consiguiente
añadirle otra parte de la misma experiencia como perteneciente al
primer concepto. De antemano puedo reconocer analíticamente el
concepto de cuerpo por los caractéres de extension, impenetrabilidad,
figura etc., caractéres concebidos todos en este concepto. Pero si
extiendo mi conocimiento volviendo la atencion del lado de la
experiencia de donde he sacado este concepto; entonces hallo siempre
la pesadez unida á los caractéres precedentes. Esta x que está fuera
del concepto _a_ y que es el fundamento de la posibilidad de la
síntesis del predicado pesadez, con el concepto _a_, pertenece pues á
la experiencia.

»Pero en los juicios sintéticos _à priori_, este medio falla
absolutamente. Si debo salir del concepto _a_ para conocer otro
concepto _b_ como unido con aquel, ¿dónde me apoyaré y cómo será
posible la síntesis, cuando no me es dable volverme hácia el campo de
la experiencia?

»Hay pues aquí un cierto misterio, cuya explicacion puede solo
asegurar el progreso en el campo ilimitado del conocimiento
intelectual puro» (ibid.).


[279.] La razon de esta síntesis, la encontramos en la facultad de
nuestro entendimiento para formar conceptos totales, en los que
descubra la _relacion_ de los parciales que los componen; y la
legitimidad de la misma síntesis, se funda en los principios en que
estriba el criterio de la evidencia.

La síntesis de que se habla en las escuelas, consiste en la reunion de
conceptos, y no se opone á que se tengan por analíticos los conceptos
totales, de cuya descomposicion resulta el conocimiento de las
relaciones de los parciales.

Si Kant se hubiese ceñido á los juicios de experiencia, no habria
inconveniente en su doctrina; pero extendiéndola al órden intelectual
puro, ó es inadmisible, o cuando menos está expresada con poca
exactitud.


[280.] Afirma Kant que los juicios matemáticos son todos sintéticos, y
que esta verdad que en su juicio es «ciertamente incontestable y muy
importante por sus consecuencias, parece haber escapado hasta aquí á
la sagacidad de los analistas de la razon humana, haciendo muy
contrarias sus conjeturas;» yo creo que lo que falta aquí no es la
sagacidad de los analistas, sino la de su Aristarco. Lo demostraré.

«Tal vez se podria creer á primera vista que la proposicion 7 + 5 =
12, es una proposicion puramente analítica que resulta de la idea de
siete mas cinco, segun el principio de contradiccion; pero bien mirado
se encuentra que el concepto de la suma de siete y de cinco, no
contiene otra cosa que la reunion de dos números en uno solo, lo que
de ningun modo trae consigo el pensamiento de lo que es este número
único compuesto de los otros dos.»

Si se dijese que quien oye siete mas cinco, no siempre piensa doce,
porque no ve bastante bien que un concepto es el otro, aunque bajo
diferente forma, se diria verdad; pero no lo es que por esta razon el
concepto no sea puramente analítico. La simple explicacion de ambos es
bastante á manifestar su identidad.

Para que se comprenda mejor, tomemos la inversa 12 = 7 + 5. Es
evidente que quien no sepa que 7 + 5 = 12, tampoco sabrá que 12 = 7 +
5; y pregunto ahora, examinando el concepto 12, ¿no veo contenido en
él el 7 + 5? es cierto: luego el concepto de 12 se identifica con el
de 7 + 5; luego asi como de que oyendo 12 no siempre se piensa 7 + 5
no se puede inferir que el concepto de 12 no contenga el 7 + 5,
tampoco de que quien oiga el 7 + 5 no siempre comprenda 12, no se
puede deducir que el primer concepto no incluya el segundo.

La causa de la equivocacion está en que dos conceptos idénticos están
presentados al entendimiento bajo diferente forma; y hasta que
quitándoles la forma se ve el fondo, no se descubre la identidad. No
hay propiamente _raciocinio_ sino _explicacion._

Lo que añade Kant sobre la necesidad de apelar en este caso á una
intuicion, con respecto á uno de los dos números, añadiendo al siete
el cinco expresado sucesivamente por los dedos de la mano, es sobre
manera fútil. 1.º Añádase como se quiera el cinco, nunca será mas que
el cinco añadido, y por tanto nada dará ni quitará á 7 + 5. 2.º La
sucesiva adicion por _los dedos_ equivale á decir 1 + 1 + 1 + 1 + 1 =
5. Lo que trasforma la espresion 7 + 5 = 12, en esta otra 7 + 1 + 1 +
1 + 1 + 1 = 12; es asi que la misma relacion tiene el concepto 1 + 1 +
1 + 1 + 1 con 5, que 7 + 5 con 12; luego si de estos el uno no está
contenido en el otro, tampoco lo estarán los de Kant. Se replicará que
Kant no habla de identidad sino de intuicion; pero esta intuicion no
es la sensacion, sino la idea; si es la idea, es el concepto
explicado, nada mas. 3.º Este método de intuicion vemos que no es
necesario ni aun para los niños. 4.º Dicho método es imposible en los
números grandes.


[281.] Añade Kant que esta proposicion: «entre dos puntos, la línea
recta es la mas corta» no es puramente analítica, porque en la idea de
_recta_ no entra la de _mas corta_. Prescindiré de que hay autores que
demuestran ó pretenden demostrar esta proposicion; y me ceñiré
únicamente á la razon de Kant. Este autor olvida que no se trata de la
recta sola, sino de la recta _comparada_. En la recta sola, no entra
ni puede entrar lo de _mas_, ni de _menos_, pues esto supone
comparacion; pero desde el momento en que se comparan la recta y la
curva, con respecto á la _longitud_, en el concepto de la curva, se ve
el exceso sobre la recta. La proposicion pues resulta de la simple
comparacion de dos conceptos puramente analíticos, con un tercero que
es _longitud_.


[282.] Sí la razon de Kant fuese de algun valor, se inferiria que ni
aun el juicio «el todo es mayor que su parte» es analítico; porque en
la idea de _todo_, no entra la de _mayor_, hasta que se la compara con
la de _parte_. Tampoco seria juicio analítico este: 4 es mayor que 3;
porque en el concepto de 4, no entra la idea de mayor, hasta que se le
compara con el de 3.

El axioma: cosas iguales á una tercera son iguales entre si, tampoco
seria juicio analítico: porque en el concepto de _cosas iguales á una
tercera_, tampoco entra la igualdad entre sí, hasta que se reflexiona
que la igualdad del medio implica la de los extremos.

Esa _x_ de que nos habla Kant, se encontraría en casi todos los
juicios, si no pudiésemos formar conceptos totales en que se
envolviese la comparacion de los parciales: en cuyo caso no tendríamos
mas juicios analíticos que los puramente idénticos, ó los comprendidos
directamente en esta fórmula A es A.


[283.] La comparacion de dos conceptos con un tercero no quita al
resultado el carácter de juicio analítico, así como el que un
predicado no pueda verse desde luego en la idea del sujeto sin el
auxilio de dicha comparacion. Esta la necesitamos muchas veces, porque
pensamos solo muy confusamente lo que se halla en el concepto que ya
tenemos, y hasta sucede que no lo pensemos de ningun modo. A cada paso
estamos viendo que una persona dice una cosa y sin notarlo se
contradice luego, por no advertir que lo que añade se opone á lo mismo
que habia dicho. Son comunes en la conversacion las siguientes
réplicas: ¿no ve V. que supone lo contrario de lo que ahora dice? ¿no
ve V. que en las mismas condiciones antes asentadas, se implica lo
contrario de lo que ahora establece?


[284.] En un concepto no solo se incluye lo que expresamente se piensa
en él, sino todo lo que se puede pensar. Si descomponiéndole
encontramos en el mismo cosas nuevas, no se puede decir que las
añadimos, sino que las descubrimos: no hay entonces síntesis, sino
análisis; de lo contrario seria preciso inferir que no hay ningun
concepto analítico ó que solo lo son los puramente idénticos. Excepto
este último caso cuya fórmula general es, A es A, siempre hay en el
predicado algo mas de lo pensado en el sujeto, si nó en cuanto á la
sustancia, al menos en cuanto al modo. El círculo es una curva: esta
es sin duda una proposicion analítica de las mas sencillas que
imaginarse pueden; y no obstante, el predicado expresa la razon
general de curva, que en el sujeto puede estar envuelta de un modo
confuso con relacion á una especie particular de las curvas. Siguiendo
una gradacion en las proposiciones geométricas se podria notar que no
hay mas que lo dicho en la proposicion anterior, sino la mayor ó menor
dificultad de descomponer el concepto y ver en él lo que antes no se
veia.

Si digo: el círculo es una seccion cónica; el predicado no está
pensado en el sujeto por quien no sepa lo que significan los términos
ó no haya reflexionado sobre su verdadero sentido. Al concepto del
círculo nada le añado, solo le descubro una propiedad que antes no
conocia, y este descubrimiento nace de su comparacion con el cono.
¿Hay aquí síntesis? nó, de ningun modo; lo que hay es análisis
comparado de los dos conceptos; círculo y cono.


[285.] Como esta doctrina destruye por su base el sistema de Kant en
este punto, voy á desenvolverla y darle mas sólido fundamento.

Para que haya síntesis propiamente dicha, es menester que se una al
concepto una cosa que de ningun modo le pertenece, como se ve en el
ejemplo aducido por el mismo Kant. La figurabilidad se encuentra en el
concepto del cuerpo; pero la pesadez es una idea totalmente extraña, y
que solo podemos unir al concepto del cuerpo porque así nos lo
atestigua la experiencia. Solo con esta añadidura se verifica
propiamente la síntesis; pero nó con la union de ideas que nazcan del
mismo concepto de la cosa, aunque para fecundarle se necesite la
comparacion. Los conceptos no son enteramente absolutos; contienen
relaciones, y el descubrimiento de estas no es una síntesis sino un
análisis mas completa. Si se replica que en tal caso hay algo mas que
el concepto primitivo, observaré que esto se verifica en todos los que
no son puramente idénticos. Además que con la comparacion se forma un
concepto total nuevo, resultante de los conceptos primitivos; en cuyo
caso las propiedades de las relaciones son vistas nó por síntesis sino
por el análisis del concepto total.

Segun Kant, la verdadera síntesis necesita reunion de cosas extrañas
entre sí, y tan extrañas, que el lazo que las une es una especie de
misterio, una _x_ cuya determinacion es un gran problema filosófico.
Si esta _x_ se encuentra en la relacion esencial de los conceptos
parciales que entran en el concepto total, se ha resuelto el problema
por la simple análisis; ó para hablar con mas exactitud, se ha
manifestado que el problema no existia pues la _x_ era una cantidad
conocida.

Yo no sé que pueda haber juicio mas analítico que aquel en el cual
vemos las partes en el todo: pues este no es mas que las mismas partes
reunidas. Si digo; uno y uno son dos, ó bien dos es igual á uno mas
uno, no puede negarse que tengo un concepto total dos, en cuya
descomposicion hallo uno mas uno: si esto no es analítico, es decir,
si aquí el predicado no está contenido en la idea del sujeto, no se
alcanza cuándo podrá estarlo. Pues bien, aquí mismo hay diferentes
conceptos, uno mas uno, se los reune y de ellos se forma el concepto
total. Aunque sencillísima, la relacion existe; y el que sea mas ó
menos sencilla ó complicada y que por consiguiente sea vista con mas ó
menos facilidad, no altera el carácter de los juicios convirtiéndolos
de analíticos en sintéticos.


[286.] Completemos esta explicacion con un ejemplo de geometría
elemental. Si se dice un paralelógramo oblicuángulo es igual en
superficie á un rectángulo de la misma base y altura, tenemos: 1.º Que
en la idea de paralelógramo oblicuángulo no vemos la de igualdad con
el rectángulo. Ni tampoco la podemos ver, porque la relacion no existe
cuando no hay otro extremo al cual se refiera. En la idea de
paralelógramo no entra la de rectángulo, y por consiguiente no puede
entrar la de igualdad. 2.° La relacion nace de la comparacion del
oblicuángulo con el rectángulo, y por consiguiente se la ha de
encontrar en un concepto total en que entren los dos. Entonces no
puede decirse que al concepto del oblicuángulo le añadamos algo que no
le pertenezca, sino que por el contrario esta igualdad la vemos surgir
del concepto del oblicuángulo y del rectángulo como conceptos
parciales del total en que los dos se combinan. El análisis de este
concepto total, nos lleva á descubrir la relacion buscada; siendo de
notar, que cuando la simple reunion de los conceptos comparados no
basta, nos valemos de otro que comprenda á los mismos y alguno mas; y
del concepto del nuevo debidamente analizado, sacamos la relacion de
las dos partes comparadas.


[287.] Precisamente en la construccion geométrica que suele hacerse
para demostrar el teorema que me sirve de ejemplo, puede
sensibilizarse por decirlo así lo que acabo de explicar con respecto á
los conceptos totales que contienen otros á mas de los comparados.
Confundidas las bases del paralelógramo rectángulo y oblicuángulo, se
ve desde luego una parte que les es comun, y es el triángulo formado
por la base, una parte de un lado del oblicuángulo y otra de uno del
rectángulo; para esto no se necesita ni síntesis ni análisis, pues hay
perfecta coincidencia, lo que en geometría equivale á identidad. La
dificultad está en las dos partes restantes, es decir, en los
trapecios á que se reducen los dos paralelógramos quitado el triángulo
comun. La simple intuicion de las figuras nada dice con respecto á la
equivalencia de las dos superficies: solo se ve que los dos lados del
oblicuángulo van extendiéndose, encerrando menor distancia á
proporcion que el ángulo va siendo mas oblicuo, hallándose estas dos
condiciones de longitud de lados y disminucion de distancias entre dos
límites, de los cuales el uno es lo infinito y el otro el rectángulo.
Se puede demostrar la relacion de la equivalencia de las superficies,
prolongando la paralela opuesta á la base, y formando así un
cuadrilátero del cual son partes los trapecios; para descubrir la
igualdad de estos trapecios basta descomponer el cuadrilátero
atendiendo á la igualdad de dos triángulos formados respectivamente
cada uno por uno de los trapecios y un triángulo comun. ¿Añado con
esto nada al concepto de cada trapecio? nó; solo le comparo. Esta
comparacion no la he podido hacer directamente, y por esto los he
incluido en un concepto total cuya simple análisis me ha bastado para
descubrir la relacion que buscaba. Esta relacion no se la da el
concepto, solo la manifiesta; por manera que si el concepto de las dos
figuras comparadas fuese mas perfecto, de suerte que viésemos
intuitivamente la relacion que existe entre el aumento de los lados y
el decremento de la distancia de los mismos, veríamos que hay aquí
una ley constante que suple de una parte lo que se pierde por otra; y
por consiguiente en el mismo concepto del oblicuángulo descubriríamos
la razon fundamental de la igualdad, es decir la no alteracion del
valor de la superficie por la mayor ó menor oblicuidad de los ángulos,
teniendo así lo que despues sacamos por la expresada comparacion y que
generalizamos refiriéndonos á dos valores lineales constantes: base y
altura. Lo mismo nos sucederia con respecto á la equivalencia de todas
las cantidades variables expresadas de diferente modo, si sus
conceptos pudiésemos reducirlos á fórmulas tan claras y sencillas como
las de las funciones aparentes, por ejemplo n s/m s, donde sea cual
fuere el valor de la variable resulta siempre el mismo el valor de la
expresion, el cual es constante, á saber n/m.


[288.] No se crea que estas investigaciones sean inútiles: en la
cuestion presente como en muchas otras, sucede que de un problema
filosófico, al parecer meramente especulativo, están pendientes
verdades importantísimas. Así en el caso que nos ocupa, notaremos que
Kant explica el principio de causalidad de una manera inexacta, y que
segun como se interpreten sus palabras debe llamarse completamente
falsa; y quizás la raíz de su equivocacion está en que considera el
principio de causalidad como sintético, aunque _á priori_, cuando en
realidad debe ser tenido por analítico, como demostraré al tratar de
la idea de causa.

Considerando de la mayor importancia el tener ideas claras y distintas
en la presente materia, voy á resumir en pocas palabras la doctrina
expuesta sobre la evidencia inmediata y la mediata.


[289.] Hay evidencia inmediata cuando por el concepto del sujeto vemos
la conveniencia ó repugnancia del predicado, sin necesitar otro medio
que la simple reflexion sobre el significado de las palabras. A los
juicios de esta clase, se los llama con propiedad analíticos, porque
basta descomponer el concepto del sujeto para encontrar en él la
conveniencia ó repugnancia del predicado.

Hay evidencia mediata cuando por el simple concepto del sujeto, no
vemos desde luego la conveniencia ó repugnancia del predicado; por lo
cual necesitamos apelar á un medio que nos la manifieste.


[290.] Surge aqui la cuestion de si los juicios de evidencia mediata
pueden llamarse analíticos. Claro es que si por analíticos se
entienden solamente aquellos en los cuales basta entender el
significado de los términos para ver la conveniencia ó repugnancia del
predicado, no pueden llamarse tales los de evidencia mediata. Pero si
entendemos por juicio analítico aquel en que basta _descomponer_ un
concepto para encontrar en él la conveniencia ó repugnancia del
predicado, hallaremos que los juicios de evidencia mediata pertenecen
tambien á dicha clase, y que el medio empleado no es mas que la
formacion de un concepto total en que se hacen entrar los parciales
cuya relacion se quiere descubrir. En la _reunion_ de estos conceptos
parciales hay síntesis, es verdad, pero no la hay en el
_descubrimiento_ de sus relaciones, pues este se hace por análisis.

El que se hayan tenido que reunir varios conceptos para formar un
juicio, no destruye su carácter de analítico, pues de otro modo seria
menester decir que no hay ningun juicio analítico. Si se afirma: el
hombre es racional; en el concepto de hombre entran dos, animal y
racional, lo que no quita que el juicio sea analítico. Este carácter
consiste en que como lo dice su mismo nombre, baste la descomposicion
de un concepto para encontrar en él ciertos predicados, y prescinde
del modo con que se ha formado el concepto que se descompone y de si
se han hecho entrar en él dos ó mas conceptos.


[291.] De esta doctrina resulta con claridad en qué consiste la
evidencia mediata. El predicado está tambien contenido en la idea del
sujeto, pero la limitacion de nuestra inteligencia hace que ó estas
ideas sean incompletas, o no las veamos en toda su extension, ó no
distingamos bien lo que en las mismas pensamos ya de un modo confuso;
y de aquí dimana el que no sea suficiente entender el significado de
las palabras para ver desde luego contenido el predicado en la idea
del sujeto. Además, los objetos, aun los puramente ideales, se nos
presentan como dispersos; de aquí es que no conociendo el conjunto,
vamos pasando sucesivamente de unos á otros, descubriendo las
relaciones que tienen entre sí, á medida que los vamos aproximando.


[292.] De lo dicho se infiere que en el órden puramente ideal todos
los juicios son analíticos, pues todo conocimiento de este órden se
hace con la intuicion de lo que hay en un concepto mas ó menos
complicado, y que no hay mas síntesis que la necesaria para aproximar
los objetos reuniendo sus conceptos en uno total que nos sirva para el
descubrimiento de la relacion de los parciales.


[293.] La x pues de que nos habla Kant, y cuyo despejo es uno de los
problemas mas importantes de la filosofía, no será mas que la facultad
del entendimiento para reunir en un concepto total conceptos de cosas
diferentes y descubrir en aquel las relaciones que estos tienen entre
sí. Esta facultad no es un descubrimiento nuevo; pues que con este ó
aquel nombre, la han reconocido todas las escuelas. Nadie ha disputado
al entendimiento la facultad de comparar; y la comparacion es una
operacion por la cual el entendimiento se pone á la vista dos ó mas
conceptos para conocer las relaciones que tienen entre sí. En este
acto se forma un concepto total del cual los comparados son una parte;
así como hemos visto que en las construcciones geométricas para
averiguar la relacion de varias figuras, se construye una que las
comprenda todas y que sea como el campo en el cual se haga la
comparacion.

Basta por ahora lo dicho sobre los juicios analíticos y sintéticos,
pues que no proponiéndome tratarlos sino en general, y en cuanto
tienen relacion con la certeza, no descenderé á pormenores haciendo
aplicacion á varias ideas, cuyo análisis corresponde á otros lugares
de esta obra.



CAPÍTULO XXX.

CRITERIO DE VICO.


[294.] Con las cuestiones de los capítulos anteriores relativas á la
evidencia inmediata y á la mediata, está enlazada la doctrina de Vico
sobre el criterio de la verdad. Cree este filósofo que dicho criterio
consiste en haber hecho la verdad conocida; que nuestros conocimientos
son completamente ciertos cuando se verifica dicha circunstancia; y
que van perdiendo de su certeza á proporcion que el entendimiento
pierde su carácter de causa con respecto á los objetos. Dios, causa de
todo, lo conoce perfectamente todo; la criatura, de causalidad muy
limitada, conoce tambien con mucha limitacion; y si en alguna esfera
puede asemejarse á lo infinito, es en ese mundo ideal que ella propia
se construye, y que puede extender á su voluntad, sin que sea dable
señalarle un linde que no pueda todavía retirar.

Dejemos hablar al mismo autor. «Los términos _verum et factum_, lo
verdadero y lo hecho, se ponen el uno por el otro entre los latinos, o
como dice la escuela, se convierten. Para los latinos _intelligere_,
comprender, es lo mismo que leer con claridad y conocer con evidencia.
Llamaban _cogitare_ lo que en italiano se dice _pensare e andar
raccogliendo_; _ratio_, razon, designaba entre ellos una coleccion de
elementos numéricos, y ese don que distingue al hombre de los brutos y
constituye su superioridad. Llamaban ordinariamente al hombre un
animal partícipe de la razon (_rationis particeps_) y que por tanto no
la posee absolutamente. Así como las palabras son los signos de las
ideas, las ideas son los signos y representaciones de las cosas. Así
como leer _legere_, es reunir los elementos de la escritura de los
cuales se forman las palabras, la inteligencia, _intelligere_,
consiste en reunir todos los elementos de una cosa, de lo que resulta
la idea perfecta. Por donde podemos conjeturar que los antiguos
italianos admitian la doctrina siguiente sobre lo verdadero: lo
verdadero es lo hecho mismo; y por consiguiente Dios es la verdad
primera porque es el primer hacedor (_factor_), la verdad infinita
porque ha hecho todas las cosas, la verdad absoluta, pues que
representa todos los elementos de las cosas tanto internos como
externos, porque los contiene. Saber es reunir los elementos de las
cosas; de donde se sigue que el pensamiento (_cogitatio_) es propio
del espíritu humano, y la inteligencia lo es del espíritu divino:
porque Dios reune todos los elementos de las cosas internos y externos
á causa de que los contiene, y él propio es quien los dispone;
mientras el espíritu humano limitado como es, y fuera de todo lo que
no es él mismo, puede aproximar los puntos extremos mas nó reunirlo
todo; de manera que puede pensar sobre las cosas, pero no
comprenderlas; y hé aquí por qué participa de la razon, mas no la
posee. Para aclarar estas ideas con una comparacion: lo verdadero
divino es una imágen sólida de las cosas, como una figura plástica; lo
verdadero humano es una imágen plana sin profundidad, como una
pintura. Así como lo verdadero divino lo es, porque Dios en el acto
mismo de su conocimiento dispone y produce, lo verdadero humano es
para las cosas en que el hombre dispone y crea de una manera
semejante. La ciencia es el conocimiento del modo con que la cosa se
hace; conocimiento en el cual el espíritu mismo hace el objeto, pues
que recompone sus elementos. El objeto es un sólido para Dios que
comprende todas las cosas; una superficie para el hombre que no
comprende sino lo exterior. Establecidos estos puntos para ponerlos
mas fácilmente en armonía con nuestra religion, conviene saber, que
los antiguos filósofos de Italia identificaban lo verdadero con lo
hecho, porque creian el mundo eterno: asi los filósofos paganos
adoraron un Dios que obraba siempre _ad extra_, cosa desechada por
nuestra teología. Por cuyo motivo en nuestra religion, en la cual
profesamos que el mundo ha sido criado de la nada en el tiempo, es
necesario establecer una distincion, identificando lo verdadero criado
con lo hecho, y lo verdadero increado con el _engendrado_ (genito).
Así la Sagrada Escritura con una elegancia verdaderamente divina,
llama Verbo à la sabiduría de Dios que contiene en sí las ideas de
todas las cosas y los elementos de las ideas mismas. En este Verbo, lo
verdadero es la comprension misma de todos los elementos de este
universo, la cual podria formar infinitos mundos. De estos elementos
conocidos y contenidos en la omnipotencia divina, se forma el Verbo
real absoluto, conocido desde toda la eternidad por el Padre y
engendrado por él, tambien desde toda la eternidad.» (De la antigua
sabiduría de la Italia, lib. 1. cap. 1).


[295.] De estos principios saca Vico consecuencias muy
trascendentales, entre ellas la de explicar la causa de la division de
nuestra ciencia en muchos ramos, y de los diferentes grados de certeza
con que se distinguen. Las matemáticas son las mas ciertas porque son
una especie de creacion del entendimiento, el que partiendo de la
unidad y de un punto, se construye un mundo de formas y de números,
prolongando las líneas y multiplicando la unidad, hasta lo infinito.
Así conoce lo que él mismo produce, resultando que los mismos teoremas
tenidos vulgarmente como objetos de pura contemplacion, han menester
accion como los problemas. La mecánica ya es menos cierta que la
geometría y la aritmética, porque considera el movimiento realizado en
las máquinas; y la física lo es todavía menos, porque no considera
como la mecánica el movimiento externo de las circunferencias sino el
movimiento interno de los centros. En las ciencias del órden moral hay
todavía menos certeza, porque no se ocupan de los movimientos de los
cuerpos, los cuales dimanan de un orígen cierto y constante que es la
naturaleza, sino de los movimientos de las almas que se realizan á
grandes profundidades y con frecuencia nacen del capricho.

«La ciencia humana, dice, ha nacido de un defecto del espíritu humano,
que en su extrema limitacion está fuera de todas las cosas, no
contiene nada de lo que quiere conocer, y por consiguiente no puede
hacer la verdad á la cual aspira. Las ciencias mas ciertas son las que
expian el vicio de su orígen, y se asimilan como creacion á la ciencia
divina, es decir, aquellas en que lo verdadero y lo hecho son
mutuamente convertibles.

«De lo que precede se puede inferir que el criterio de lo verdadero y
la regla para reconocerlo, es el _haberlo hecho_; por consiguiente la
idea clara y distinta que tenemos de nuestro espíritu, no es un
criterio de lo verdadero, y no es ni aun un criterio de nuestro
espíritu; porque el alma conociéndose, no se hace á sí misma; y pues
que no se hace, no sabe la manera con que se conoce. Como la ciencia
humana tiene por base la  abstraccion, las ciencias son tanto menos
ciertas cuanto mas se acercan á la materia corporal.................
....................................................................

«Para decirlo en una palabra, lo verdadero es convertible con lo
bueno, si lo que es conocido como verdadero tiene su ser del espíritu
que lo conoce, imitando la ciencia humana á la divina por la cual Dios
conociendo lo verdadero lo engendra _en lo interior_ en la eternidad,
y lo hace _en lo exterior_ en el tiempo. En cuanto al criterio de
verdad es para Dios el comunicar la bondad á los objetos de su
pensamiento (vidit Deus quod essent bona): y para los hombres el haber
_hecho lo verdadero que conocen_.» (Ibidem § 1).


[296.] No puede negarse que el sistema de Vico revela un pensador
profundo que ha meditado detenidamente sobre los problemas de la
inteligencia. La línea divisoria en cuanto á la certeza de las
ciencias es sobre manera interesante. A primera vista nada mas
especioso que la diferencia señalada entre las ciencias matemáticas y
las naturales y morales. Las matemáticas son absolutamente ciertas
porque son obra del entendimiento, son como el entendimiento las ve,
porque él mismo las construye; al contrario, las naturales y morales
versan sobre objetos independientes de la razon, que tienen por sí
mismos una existencia propia, y de aquí es que el entendimiento conoce
poco de ellos; y en esto se engaña con tanta mas facilidad cuanto mas
penetra en la esfera donde su construccion no alcanza. He llamado
especioso á este sistema porque examinado á fondo se le encuentra
destituido de cimiento sólido; al paso que he reconocido en su autor
un pensamiento profundo, porque efectivamente lo hay en considerar las
ciencias bajo el punto de vista que él las considera.


[297.] La inteligencia solo conoce lo que hace. Esta proposicion que
resume todo el sistema de Vico, no puede afianzarse en nada; y el
filósofo napolitano se encontraría detenido en sus primeros pasos con
solo pedirle la prueba de lo que afirma. ¿Por qué la inteligencia solo
conoce lo que hace? ¿Por qué el problema de la representacion no ha de
tener solucion posible sino en la causalidad? Creo haber demostrado
que á mas de este orígen se encuentra otro en la identidad, y tambien
en la idealidad enlazado del modo debido con la causalidad.


[298.] Entender no es causar: puede haber, y la hay en efecto, una
inteligencia productora; pero en general el acto de entender y el de
causar ofrecen ideas distintas. La inteligencia supone una actividad,
porque sin ésta no se concibe aquella vida íntima que distingue al ser
inteligente: pero esta actividad no es productora de los objetos
conocidos, se ejerce de un modo inmanente sobre estos objetos,
presupuestos ya en union con la inteligencia, mediata ó
inmediatamente.


[299.] Si la inteligencia estuviese condenada á no conocer sino lo que
ella misma hace, no es fácil concebir cómo el acto de entender
pudiera comenzar; colocándonos en el momento inicial, no sabremos cómo
explicar el desarrollo de esta actividad: porque si no puede entender
sino lo que ella hace, ¿qué entenderá en el primer momento cuando aun
no ha hecho nada? En el sistema que nos ocupa, no hay otro objeto para
la inteligencia que el que ella misma se produce; por otra parte
entender sin objeto entendido es una contradiccion; así, en el momento
inicial, no habiendo nada producido, no puede haber nada entendido; y
por consiguiente la inteligencia es inexplicable. No cabe suponer que
la actividad se despliega ciegamente; no hay nada ciego cuando se
trata de representacion, y la actividad productiva se refiere
esencialmente á cosas representadas en cuanto representadas. El que
estas sean producidas en lo exterior con existencia distinta de la
representacion intelectual, es indiferente para el problema de la
inteligencia. Así, como explica el mismo Vico, la razon humana conoce
lo que ella construye en un mundo puramente ideal, y Dios conoce al
Verbo que engendra, no obstante de que este Verbo no está fuera de la
esencia divina sino identificado con ella.


[300.] No se contenta el filósofo napolitano con aplicar su sistema á
la razon humana; lo generaliza á todas las inteligencias, inclusa la
divina; bien que procurando con loable religiosidad, conciliar sus
doctrinas ideológicas con los dogmas del cristianismo. Y en verdad que
los problemas de la inteligencia no pueden resolverse cumplidamente
sino encumbrándose á tanta altura. Para conocer al entendimiento
humano, no basta seguir los pasos de la humana razon; es necesario
proponerse además el problema general de la inteligencia misma, ora se
limite como la nuestra á flacas vislumbres, ora se dilate por las
regiones de la infinidad en un piélago de luz. Las sublimes palabras
con que san Juan comienza su Evangelio, encierran, á mas de la verdad
augusta enseñada por la inspiracion divina, doctrinas trascendentales
que aun miradas bajo un punto de vista meramente filosófico, son de
una importancia mayor de la que encontrarse pudiera en las palabras de
ningun hombre.

Al identificar lo verdadero con lo hecho, advierte Vico que segun el
dogma de nuestra religion, es necesario distinguir entre lo creado y
lo increado. A lo primero se le debe llamar hecho, á lo segundo
engendrado. Pondera la elegancia divina con que la Escritura santa
llama Verbo á la Sabiduría de Dios, en la cual se contienen las ideas
de todas las cosas, y los elementos de las ideas mismas; sin embargo,
las palabras de Vico son muy inexactas, cuando al explicar la
concepcion de dicho Verbo, parecen dar á entender que solo resulta de
los elementos conocidos y contenidos en la omnipotencia divina. «En
este Verbo, dice, lo verdadero es la comprension misma de todos los
elementos de este universo, la cual podria formar infinitos mundos; de
estos elementos conocidos y contenidos en la omnipotencia divina, se
_forma_ el Verbo real, absoluto, conocido desde toda la eternidad por
el Padre, y engendrado por él desde toda la eternidad.» (De la Antigua
Sabiduría de la Italia, lib. 1, cap. 1.) Si el autor quiere significar
que el Verbo es concebido por solo el conocimiento de lo contenido en
la omnipotencia divina, su asercion es falsa; si no quiso significar
esto, su locucion es inexacta.

Santo Tomás (1 part., cuest. 34, art. 3.)pregunta si en el nombre del
Verbo se contiene alguna relacion á la criatura «utrum in nomine Verbi
importetur respectus ad creaturam» y allí resuelve la cuestion con
admirable laconismo y solidez. «Respondo que en el Verbo se contiene
relacion á la criatura. Dios conociéndose á sí mismo, conoce á toda
criatura. El verbo pues, concebido en la mente, es representativo de
todo aquello que actualmente se entiende. Así en nosotros hay diversos
verbos segun son diversas las cosas entendidas. Pero como Dios con un
solo acto se conoce á sí y á todas las cosas, su único Verbo es
expresivo no solo del padre sino tambien de las criaturas. Y asi como
la ciencia de Dios en cuanto á Dios, es solo conocimiento, pero en
cuanto á las criaturas es conocimiento y causa, así el Verbo de Dios
con respecto á Dios Padre, es solo expresivo, pero con relacion á las
criaturas es expresivo y productivo, por cuya razon se dice en el
salmo 32: dijo, y las cosas fueron hechas, porque en el Verbo se
contiene la razon productiva de las cosas que Dios hace[1].»

     [Footnote 1: Respondeo dicendum, quod in Verbo importatur respectus
     ad creaturam. Deus enim cognoscendo se, cognoscit omnem creaturam.
     Verbum igitur in mente conceptum est representativum omnis eius,
     quod actu intelligitur. Unde in nobis sunt diverso verbo, secundum
     diversa, quæ intelligimus. Sed quia Deus uno actu et se, et omnia
     intelligit, unicum verbum eius est expressivum, non solum Patris
     sed etiam creaturarum. Et sicut Dei scientia, Dei quidem est
     congnoscitiva tantum, creaturarum autem cognoscitiva et factiva;
     ila verbum Dei, eius quod in Deo Patre est, est expressivum tantum,
     creaturarum vero est expressivum, et operativum, et propter hoc
     dicitur in Psal. 32. Dixit, et facta sunt, quia importatur in verbo
     ratio factiva eorum qua Deus facit.]

Por este pasaje se echa de ver que segun la doctrina de Santo Tomás,
el Verbo expresa tambien á las criaturas, pero que él es concebido no
solo por el conocimiento de estas, sino y primariamente, por el
conocimiento de la esencia divina; «el Padre, dice en otra parte el
Santo Doctor, entendiéndose á sí y al Hijo y al Espíritu Santo y á
todas las cosas contenidas en su ciencia, concibe al Verbo de manera
que toda la Trinidad es _dicha_ en el Verbo y tambien toda
criatura[2].»

     [Footnote 2: Pater enim intelligendo se et Filium et Spiritum
     Sanctum et omnia alia quæ eius scientia continentur, concipit
     Verbum, ut sic tota Trinitas Verbo dicatur, et etiam omnis creatura
     (1. par. q. 31. art. 1 - ad. 3.)]

[301.] Hay tambien otra doctrina de Santo Tomás que se opone al
sistema de Vico. Segun éste, la inteligencia conoce lo que hace, y
solo lo que hace, y solo por qué lo hace; pues que lo hecho y lo
verdadero son convertibles, siendo lo hecho el único criterio de
verdad. Esta doctrina la aplica Vico á la inteligencia divina
sustituyendo á _hecho, engendrado;_ con lo cual invierte el órden de
las ideas, pues que ni segun nuestro modo de concebir, Dios entiende
porque engendra, sino que engendra porque entiende; no se concibe la
generacion del Verbo sin concebir antes la inteligencia. «En quien
entiende, dice Santo Tomás, por lo mismo que entiende, procede alguna
cosa dentro de él, lo cual es el concepto de la cosa entendida, y
proviene de la fuerza intelectual y de su noticia[3]».

     [Footnote 3: Quicumque autem intelligit ex hoc ipso quod
     intelligit, procedit aliquid intra ipsum, quod est conceptio rei
     intellectæ ex vi intellectiva proveniens et ex eius notitia
     procedens. Quam quidem conceptionem vox significat, et dicitur
     verbum cordis, significatum verbo vocis. (1. p. q. 27. art. 1.).]

Esta doctrina de Santo Tomás confirma la opinion expuesta mas arriba,
sobre la imposibilidad de explicar el acto intelectual por sola la
produccion. Es evidente que para producir en el órden intelectual, es
necesario entender ya: y por consiguiente en el momento inicial de
toda inteligencia, no puede ponerse la accion productiva, sino la
intuicion del objeto. En este mismo sentido habla Santo Tomás, en el
modo que hablar puede el hombre de las cosas divinas: no funda en la
generacion del Verbo la inteligencia divina; antes por el contrario,
en la inteligencia funda la generacion del Verbo. Dios, segun Santo
Tomás, engendra al Verbo porque entiende, no entiende porque engendra:
y si bien en este Verbo pone el Santo Doctor la expresion de todo
cuanto está contenido en Dios, es presuponiendo la inteligencia
divina, con la cual se hace posible decir ó proferir el Verbo. El
órden de los conceptos, pues, es el siguiente: entendimiento, objeto
entendido, verbo procedente de la accion de entender por el cual el
ser inteligente se expresa, se dice á sí propio, la misma cosa
entendida. Aplicadas estas ideas á Dios, serán: Dios Padre
inteligente; esencia divina con todo lo que ella contiene, entendida;
Verbo ó Hijo engendrado por este acto intelectual, y expresivo de todo
lo que se encierra en este acto generador.


[302.] No es mi ánimo inculpar á Vico; solo he querido hacer notar la
inexactitud de sus palabras, haciéndole por otra parte la justicia de
creer que él entendia las cosas del mismo modo que las he explicado,
aunque no acertó á expresarse con la debida claridad. Pasemos ahora á
considerar el sistema de Vico bajo puntos de vista menos delicados.

Es fácil notar que admitiendo lo hecho por único criterio de verdad,
la inteligencia queda incomunicada con todo lo que no sean sus obras.
Ni á sí misma se puede conocer, porque no se hace. «El alma,
conociéndose, dice Vico, no se hace, y por lo mismo no sabe la manera
con que se conoce;» de suerte que prescindiendo del problema de la
inteligibilidad que se ha ventilado mas arriba (cap. XII,) niega Vico
á nuestra alma el criterio de sí propia por la única razon de que no
se causa á sí misma. Entonces, la identidad lejos de ser un orígen de
representacion como se ha probado (cap. XI), es incompatible con ella;
nada podrá conocerse á sí mismo porque nada se hace á sí mismo.

De esto resulta un gravísimo error; pues que se infiere que tampoco
Dios puede conocerse á sí mismo; porque no se causa á sí mismo. Ni
basta decir que se conoce en el Verbo, pues que si no se supone la
inteligencia, el Verbo es imposible.


[303.] Todo el mundo de la realidad distinto del ser intelectual, será
desconocido para siempre; de donde se deduce que el sistema de Vico
lleva al escepticismo mas riguroso. ¿Qué admite el filósofo
napolitano? el conocimiento por el espíritu, de la obra misma del
espíritu; en esto se comprenden los actos de conciencia y todos los
objetos puramente ideales que en ella nos creamos; esto tambien lo
admiten los escépticos, ninguno de ellos dejará de convenir que hay en
nosotros conciencia, que hay un mundo ideal, obra de esta conciencia
misma ó atestiguado por ella.

Si pues no admitimos otro criterio de verdad que lo hecho, abrimos la
puerta al escepticismo, abandonamos el mundo de las realidades para
establecernos en el de las apariencias. No obstante ¡singularidad de
las opiniones humanas! Vico pensaba todo lo contrario; él creia que
solo con su sistema era posible rebatir á los escépticos. Es curioso
oirle decir con admirable seriedad «el único medio de destruir el
escepticismo es tomar por criterio de verdad, que cada cual está
seguro de lo verdadero que hace.»

¿En qué puede fundarse tamaña extrañeza? oigamos al filósofo, que dice
cosas muy buenas, pero que no se alcanza cómo pueden conducir á la
destruccion del escepticismo. «Los escépticos van repitiendo siempre
que las cosas les _parecen_, pero que ignoran lo que ellas son en
realidad; confiesan los efectos y conceden por consiguiente que estos
efectos tienen sus causas; pero afirman que no conocen á estas porque
ignoran el género ó la forma segun la cual las cosas se hacen. Admitid
estas proposiciones, y retorcedlas contra ellos de la manera
siguiente: esta comprension de causas que contiene todos los géneros ó
todas las formas bajo las cuales son dados todos los efectos, cuyas
apariencias confiesa ver el escéptico, pero cuya esencia real asegura
ignorar; esta comprension de causas se halla en la primera verdad que
las comprende todas, y donde todas están contenidas hasta las últimas.
Y pues que esta verdad las comprende todas, es infinita, y no excluye
ninguna, y tiene la prioridad sobre el cuerpo que no es mas que un
efecto. Por consiguiente esta verdad es alguna cosa espiritual, en
otros términos es Dios, el Dios que confesamos nosotros los
cristianos; sobre esta verdad debemos medir la verdad humana, pues que
la verdad humana es aquella cuyos elementos hemos ordenado nosotros
mismos, aquello que contenemos en nosotros y que por medio de ciertos
postulados podemos prolongar y seguir hasta lo infinito. Ordenando
estas verdades las conocemos, y las hacemos á un mismo tiempo; y hé
aquí por qué en este caso poseemos el género ó la forma segun la cual
hacemos» (Ibid. 3.).

En esta refutacion de los escépticos nada encuentro que pueda destruir
el escepticismo. Aun suponiendo que todos admiten el principio de
causalidad, lo que no es exacto, ¿qué se puede sacar de este principio
cuando se señala por único criterio la obra del mismo entendimiento
que ha de emplear el principio? Si no hay mas criterio que el de
causalidad, el entendimiento se encuentra aislado, sin poder ir mas
allá en el órden de los efectos, que hasta donde llegan los producidos
por él mismo; y en el de las causas, no puede subir mas arriba que de
sí propio; porque si sube, ya conoce cosas que él no ha hecho, á
saber, la causa que le ha producido á él. En este supuesto los
escépticos quedan triunfantes; el conocimiento se reduce al mundo
interior, á las simples apariencias; cuando de estas se quiera salir
se tropieza con el obstáculo del criterio único, el cual se opone al
conocimiento de todo lo _no hecho_ por el entendimiento mismo.
Entonces la realidad nos está vedada y nos hallamos separados de ella
por un vallado insalvable. El mundo en sí, será lo que se quiera
suponer; mas para nosotros no será nada. Esta ley se aplicará á todas
las inteligencias, de manera que la realidad solo podrá ser conocida
por la causa primera.

Estas consecuencias son inadmisibles en no arrojándose sin reserva al
campo del escepticismo, y no obstante son inevitables en el sistema de
Vico. Original ocurrencia la de querer combatir el escepticismo con un
sistema que le abre la mas anchurosa puerta.



CAPÍTULO XXXI.

CONTINUACION.


[304.] Si en algun terreno pudiera ser admitido el criterio del
filósofo napolitano, seria en el de las verdades ideales. Como estas
prescinden absolutamente de la existencia, puede suponérselas
conocidas hasta por un entendimiento que no las produzca en la
realidad. En cuanto conocidas por el entendimiento nada envuelven de
real, y por consiguiente no entrañan ninguna condicion que exija
fuerza productiva, á no ser que esta se refiera á un órden de pura
idealidad. En este órden parece que la razon humana produce
efectivamente: porque tomando por ejemplo la geometría, es fácil de
notar que aun en su parte mas elevada y de mayor complicacion, no es
mas que una especie de construccion intelectual donde solo se halla lo
que la razon ha puesto. Esta razon es la que á fuerza de trabajo ha
ido reuniendo los elementos y combinándolos de distintas maneras hasta
llegar al asombroso resultado del cual pueda decir con verdad: esto es
mi obra.

Sígase con atenta observacion el desarrollo de la ciencia geométrica y
se echará de ver que la dilatada serie de axiomas, teoremas,
problemas, demostraciones, resoluciones, arranca de unos cuantos
postulados, y que continúa siempre con la ayuda ó de estos mismos ó de
otros que la razon excogita, conforme lo exige la necesidad ó la
utilidad.

¿Qué es la línea? una serie de puntos. La línea pues es una
construccion intelectual, no envuelve otra cosa que las fluxiones
sucesivas de un punto. ¿Qué es el triángulo? una construccion
intelectual en que se reunen los extremos de tres líneas. ¿Qué es el
círculo? es otra construccion intelectual, el espacio encerrado por la
circunferencia, formada á su vez por el extremo de una línea que gira
al rededor de un punto. ¿Qué son todas las demás curvas? líneas
marcadas por el movimiento de un punto con arreglo á una cierta ley de
inflexion. ¿Qué es la superficie? ¿no se engendra su idea con el
movimiento de una línea, así como el sólido con el movimiento de una
superficie? ¿Qué son todos los objetos de la geometría sino líneas,
superficies y sólidos de varias especies y con diversas
combinaciones?

La aritmética universal es una creacion del entendimiento, ora la
consideremos en la aritmética propiamente dicha, ora en el álgebra. El
número es un conjunto de unidades; el entendimiento es quien las
reune: el dos no es mas que uno mas uno, el tres es dos mas uno, y de
esta suerte se forman todos los valores numéricos, por consiguiente
las ideas expresivas de estos valores contienen una creacion de
nuestro espíritu, son su obra, nada encierran sino lo que él mismo ha
puesto en ellas.

Ya se ha notado que el álgebra es una especie de lenguaje. Sus reglas
tienen una parte de convencionales, y las fórmulas mas complicadas se
resuelven en un principio convencional. Tomemos una muy sencilla:
$a^0=1$; ¿por qué? porque $a^0=a^{n-n}$; ¿por qué? La razon es porque
se ha convenido en señalar la division por la resta de los esponentes;
y de consiguiente $\frac{a^n}{a^n}$ que evidentemente es igual á uno;
se puede expresar por $\frac{a^n}{a^n}=a^{n-n}=a^0$.


[305.] Estas observaciones parecen probar que en realidad es verdadero
el sistema de Vico en lo que concierne á las matemáticas puras, es
decir á una ciencia del órden puramente ideal. Aunque tal vez podria
ensayarse lo mismo con relacion á otras ciencias, por ejemplo á la
metafísica, no lo haré, porque en saliendo de las matemáticas, ya es
difícil encontrar un terreno donde no haya opiniones opuestas. Además,
que en habiendo manifestado hasta qué punto es admisible el sistema de
Vico en las ciencias matemáticas, quedarán tambien resueltas las
dificultades que puede haber en lo que concierne á otros ramos.


[306.] El entendimiento construye en un órden puramente ideal, es
innegable; y en esto convienen todas las escuelas. Nadie duda de que
la razon supone, combina, compara, deduce: operaciones que no pueden
concebirse sin una especie de construccion intelectual. En este caso
el entendimiento sabe lo que hace, porque su obra le está presente;
cuando combina sabe lo que combina, cuando compara y deduce, sabe lo
que deduce y compara, cuando estriba en ciertas suposiciones que él
mismo ha establecido, sabe en qué consisten, pues se apoya en ellas.


[307.] El entendimiento conoce lo que hace, pero conoce mas de lo que
hace; hay verdades que no son ni pueden ser su obra, pues que son el
cimiento de todas sus obras: por ejemplo el principio de
contradiccion. ¿Puede decirse que la imposibilidad de ser y no ser una
cosa á un mismo tiempo, sea obra de nuestra razon? nó ciertamente. La
razon misma es imposible si el principio no está supuesto ya; el
entendimiento le encuentra en si propio como una ley absolutamente
necesaria, como una condicion _sine qua non_ de todos sus actos. Hé
aquí fallido el criterio de Vico: «el entendimiento solo conoce la
verdad que hace;» sin embargo la verdad del principio de
contradiccion, el entendimiento la conoce y no la hace.


[308.] Los hechos de conciencia son conocidos por la razon, no
obstante de que no son su obra. Estos hechos á mas de estar presentes
á la conciencia, son objeto de las combinaciones de la razon; hé aquí
otro caso en que falla el criterio de Vico.


[309.] Aun en las cosas que son obra puramente intelectual, el
entendimiento conoce lo que hace, pero no hace lo que quiere; de lo
contrario seria menester decir que las ciencias son absolutamente
arbitrarias; en vez de los resultados geométricos que tenemos ahora,
podriamos tener tantos otros cuantos son los hombres que piensan en
líneas, superficies y sólidos. ¿Esto qué indica? que la razon está
sometida á ciertas leyes, que sus construcciones están ligadas á
condiciones de que no se puede prescindir: una de ellas es el
principio de contradiccion, al cual no se puede faltar nunca so pena
de anonadar todo conocimiento. Es verdad que se llega á sacar el
volúmen de una esfera por medio de una serie de construcciones
intelectuales; pero yo pregunto: ¿pueden dos entendimientos llegar á
dos valores diferentes? nó, esto es absurdo; seguirán quizás diversos
caminos, expresarán sus demostraciones y sus resultados de distintas
maneras, pero el valor es el mismo; si hay diferencia, hay error por
una ú otra parte.


[310.] Profundizando la materia se echa de ver que la construccion
intelectual de que nos habla Vico, es una cosa generalmente admitida.
Lo que hay de nuevo en el sistema de este filósofo son dos cosas, una
buena y otra mala: la buena, es el haber indicado una de las razones
de la certeza de las matemáticas y demás ciencias de un órden
puramente ideal; la mala es el haber exagerado el valor de su
criterio.

He dicho que el sistema del filósofo napolitano expresaba un hecho
generalmente reconocido, mas que por su parte lo habia exagerado. No
cabe duda en que el entendimiento crea en algun modo las ciencias
ideales ¿pero de qué manera? nó de otra sino tomando postulados, y
combinando los datos de varias maneras. Aquí se acaba su fuerza
creatriz; porque en esos postulados y en esas combinaciones encuentra
verdades necesarias que él no ha puesto.

¿Qué es el triángulo en el órden puramente ideal? una creacion del
entendimiento: él es quien dispone las líneas en forma triangular, él
es quien, salva esa misma forma, la modifica de infinitas maneras.
Hasta aquí no hay mas que un postulado y diferentes combinaciones del
mismo. Pero las propiedades del triángulo dimanan por absoluta
necesidad de las condiciones del mismo postulado; estas propiedades el
entendimiento no las hace, las encuentra. El ejemplo del triángulo es
aplicable á toda la geometría; el entendimiento toma un postulado,
esta es su obra libre, con tal que no se ponga en lucha con el
principio de contradiccion; de este postulado dimanan consecuencias
absolutamente necesarias, independientes de la accion intelectual, que
encierran una verdad absoluta conocida por el entendimiento mismo. Por
consiguiente con respecto á ellas, es falso el decir que las hace. Un
hombre pone un cuerpo en tal disposicion que abandonado á su gravedad
cae al suelo; ¿es el hombre quien le da la fuerza de caer? nó por
cierto, sino la naturaleza. Lo que el hombre hace es poner la
condicion bajo la cual la fuerza de gravedad pueda producir sus
efectos: desde que la condicion existe, la caida es inevitable. Hé
aquí una semejanza que manifiesta con claridad y exactitud lo que
sucede en el órden puramente ideal: el entendimiento pone las
condiciones, pero de estas dimanan otras verdades, _no hechas_ por el
entendimiento, sino conocidas; esta verdad es absoluta, es como si
dijéramos la fuerza de gravedad en el órden de las ideas. Hé aquí
deslindado lo que hay de admisible é inadmisible en el sistema de
Vico. Admisible, la fuerza de combinacion, hecho generalmente
reconocido; inadmisible, la exageracion de este hecho extendido á
todas las verdades, cuando solo comprende los postulados en sus varias
combinaciones.

En las reglas algebráicas hay una parte de convencional, en cuanto se
refieren á la _expresion_; porque es evidente que esta podria haber
sido diferente. Pero supuesta la expresion, el desarrollo de las
reglas, no es convencional, sino necesario. En la misma expresion
a^n/a^n, claro es que el número de veces que la cantidad a entra por
factor, podia haberse expresado de infinitas maneras; pero supuesto
que se ha adoptado la presente, no es convencional la regla sino
absolutamente necesaria; pues que sea cual fuere la expresion, siempre
es cierto que la division de una cantidad por sí misma con distintos
exponentes, da por resultado la disminucion del número de veces que
entra por factor; lo que se significa por la resta de los exponentes;
y por tanto, si el número de veces es igual en el dividendo y en el
divisor, el resultado ha de ser = 0. Por donde se echa de ver, que aun
en el álgebra, lo que hace el entendimiento es poner las condiciones,
y expresarlas como mejor le parece: mas aquí concluye su obra libre,
pues de estas condiciones resultan verdades necesarias; él no las
hace, solo las conoce.

El mérito de Vico en este punto consiste en haber emitido una idea muy
luminosa sobre la causa de la mayor certeza en las ciencias puramente
ideales. En estas el entendimiento pone él propio las condiciones bajo
las cuales ha de levantar el edificio; él escoge por decirlo así el
terreno, forma el plan, y levanta las construcciones con arreglo á
este; en el órden real este terreno lo es previamente señalado, así
como el plan del edificio y los materiales con que lo ha de levantar.
En ambos casos está sometido á las leyes generales de la razon; pero
con la diferencia de que en el órden puramente ideal, ha de atender á
esas leyes y á nada mas; pero en el real, no puede prescindir de los
objetos considerados en sí, y está condenado á sufrir todos los
inconvenientes que por su naturaleza le ofrecen. Aclaremos estas ideas
con un ejemplo. Si quiero determinar la relacion de los lados de un
triángulo bajo ciertas condiciones, me basta suponerlas y atenerme á
ellas; el triángulo ideal es en mi entendimiento una cosa enteramente
exacta y además fija: si le supongo isósceles con la relacion de los
lados á la base como de cinco á tres, esta razon es absoluta,
inmutable, mientras yo no altere el supuesto; en todas las operaciones
que haga sobre estos datos puedo engañarme en el cálculo, pero el
error no provendrá de la inexactitud de los datos. El entendimiento
conoce bien, porque lo conocido es su misma obra. Si el triángulo no
es puramente ideal sino realizado sobre el papel ó en el terreno, el
entendimiento vacila; porque las condiciones que él fija con toda
exactitud en el órden ideal, no pueden ser trasladadas de la misma
manera al órden real: y aun cuando lo fuesen, el entendimiento carece
de medios para apreciarlo. Hé aquí por qué dice Vico con mucha verdad,
que nuestros conocimientos pierden en certeza á proporcion que se
alejan del órden ideal y se engolfan en la realidad de las cosas.


[311.] Dugald Steward se aprovecharia probablemente de esta doctrina
de Vico al explicar la causa de la mayor certeza de las ciencias
matemáticas. Dice que esta no se funda en los axiomas sino en las
definiciones; es decir que con corta diferencia, viene á parar al
sistema del filósofo napolitano de que las matemáticas son las
ciencias mas ciertas, porque son una construccion intelectual fundada
en ciertas condiciones que el mismo entendimiento pone, y que están
expresadas por la definicion.


[312.] Esta diferencia entre el órden puramente ideal y el real no se
habia escapado á los filósofos escolásticos. Era comun entre ellos el
dicho de que de los contingentes y particulares no hay ciencia, que
las ciencias solo son de las cosas necesarias y universales: sustituid
á la palabra contingente la de real, pues toda realidad finita es
contingente; en vez de universal poned ideal, pues lo puramente ideal
es todo universal; y encontraréis expresado lo mismo con distintas
palabras. Difícil es deslindar hasta qué punto se hayan aprovechado
los filósofos modernos de las doctrinas de los escolásticos en lo
tocante á la distincion entre los conocimientos puros y los empíricos;
pero lo cierto es que en las obras de los escolásticos se hallan sobre
estas cuestiones, pasajes sumamente luminosos. No fuera extraño que
hubiesen sido leidos por algunos modernos, particularmente por los
alemanes, cuya laboriosidad es proverbial, especialmente en lo que
toca á las materias de erudicion (XXVII).



CAPÍTULO XXXII.

CRITERIO DEL SENTIDO COMUN.


[313.] _Sentido comun_, hé aquí una expresion sumamente vaga. Como
todas las expresiones que encierran muchas y diferentes ideas, la de
sentido comun debe ser considerada bajo dos aspectos, el de su valor
etimológico, y el de su valor real. Estos dos valores no siempre son
idénticos: á veces discrepan muchísimo; pero aun en su discrepancia,
suelen conservar íntimas relaciones. Para apreciar debidamente el
significado de expresiones semejantes, es preciso no limitarse al
sentido filosófico y no desdeñarse del vulgar. En este último hay con
frecuencia una filosofía profunda, porque en tales casos el sentido
vulgar es una especie de sedimento precioso que ha dejado sobre la
palabra el tránsito de la razon por espacio de muchos siglos. Sucede á
menudo que entendido y analizado el sentido vulgar, está fijado el
sentido filosófico, y se resuelven con facilidad suma las cuestiones
mas intrincadas.


[314.] Es notable que aparte los sentidos corporales, haya otro
criterio llamado sentido comun. _Sentido_; esta palabra excluye la
reflexion, excluye todo raciocinio, toda combinacion nada de esto
tiene cabida en el significado de la palabra _sentir_. Cuando
sentimos, el espíritu mas bien se halla pasivo que activo; nada pone
de sí propio; no da, recibe; no ejerce una accion, la sufre. Este
análisis nos conduce á un resultado importante, el separar del sentido
comun todo aquello en que el espíritu ejerce su actividad, y el fijar
uno de los caractéres de este criterio, cual es, el que con respecto á
él, no hace mas el entendimiento que someterse á una ley que siente, á
una necesidad instintiva que no puede declinar.


[315.] _Comun_: esta palabra excluye todo lo individual, é indica que
el objeto del sentido comun es general á todos los hombres.

Los simples hechos de conciencia son de sentido, mas nó de sentido
comun; el espíritu los siente prescindiendo de la objetividad y de la
generalidad; lo que experimenta en sí propio es experiencia
exclusivamente suya, nada tiene que ver con la de los demás.

En la palabra comun, se significa que los objetos de este criterio lo
son para todos los hombres, y de consiguiente se refieren al órden
objetivo; pues que lo puramente subjetivo, como tal, se ciñe á la
individualidad, en nada afecta á la generalidad. Esta observacion es
tan exacta que en el lenguaje ordinario jamás se llama opuesto al
sentido comun un fenómeno interior por extravagante que sea, con tal
que se exprese simplemente el fenómeno y se prescinda de su relacion
al objeto. A un hombre que dice, yo experimento tal ó cual sensacion,
me parece que veo tal ó cual cosa, no se le opone el sentido comun;
pero si dice: tal cosa es de tal manera, si la asercion es
extravagante, se le objeta: esto es contrario al sentido comun.


[316.] Yo creo que la expresion, sentido comun, significa una ley de
nuestro espíritu, diferente en apariencia segun son diferentes los
casos á que se aplica, pero que en realidad y á pesar de sus
modificaciones, es una sola, siempre la misma, y consiste en una
inclinacio natural de nuestro espíritu á dar su asenso á ciertas
verdades, no atestiguadas por la conciencia, ni demostradas por la
razon; y que todos los hombres han menester para satisfacer las
necesidades de la vida sensitiva, intelectual ó moral.

Poco importa el nombre si se conviene en el hecho; sentido comun, sea
ó nó la expresion mas adecuada para significarle, es cuestion de
lenguaje, nó de filosofía. Lo que debemos hacer es examinar si en
efecto existe esta inclinacion de que hablamos, bajo qué formas se
presenta, á qué casos se aplica y hasta qué punto y en qué grado puede
ser considerada como criterio de verdad.

En la complicacion de los actos y facultades de nuestro espíritu, y en
la muchedumbre y diversidad de objetos que se le ofrecen, claro es que
dicha inclinacion no puede presentarse siempre con el mismo carácter y
que ha de sufrir varias modificaciones, capaces de hacerla considerar
como un hecho distinto, aunque en realidad no sea mas que el mismo,
transformado de la manera conveniente. El mejor medio de evitar la
confusion de ideas, es deslindar los varios casos en que tiene cabida
el ejercicio de esta inclinacion.


[317.] Desde luego la encontramos con respecto á las verdades de
evidencia inmediata. El entendimiento no las prueba ni las puede
probar, y sin embargo necesita asentir á ellas so pena de extinguirse,
como una luz que carece de pábulo. Para la vida intelectual es
condicion indispensable la posesion de una ó mas verdades primitivas;
sin ellas la inteligencia es un absurdo. Nos encontramos pues con un
caso comprendido en la definicion del sentido comun: imposibilidad de
prueba; necesidad intelectual que se ha de satisfacer con el asenso;
irresistible y universal inclinacion á dicho asenso.

¿Hay algun inconveniente en dar á esta inclinacion el nombre de
sentido comun? por mi parte no disputaré de palabras, consigno el
hecho, y no necesito nada mas en el terreno de la filosofía. Convengo
en que al tratarse de la evidencia inmediata, la inclinacion al asenso
no suele llamarse sentido comun: esto no carece de razon. Para que se
aplique con propiedad el nombre de _sentido_, es necesario que el
entendimiento mas bien sienta que conozca, y en la evidencia inmediata
mas bien conoce que siente. Como quiera, repito que el nombre nada
importa, aunque no seria difícil encontrar algun autor grave que ha
dado al criterio de evidencia el título de sentido comun; lo que deseo
es consignar esa ley de nuestra naturaleza que nos inclina á dar
asenso á ciertas verdades, independientes de la conciencia y del
raciocinio.

No es solo la evidencia inmediata, la que tiene en su favor la
irresistible inclinacion de la naturaleza; lo propio se verifica en la
mediata. Nuestro entendimiento asiente por necesidad, no solo á los
primeros principios, sí que tambien á todas las proposiciones
enlazadas claramente con ellos.


[318.] Esta natural inclinacion al asenso, no se limita al valor
subjetivo de las ideas, se extiende tambien al objetivo. Ya se ha
visto que esa objetividad tampoco es demostrable directamente y _á
priori_, no obstante que la necesitamos. Si nuestra inteligencia no se
ha de limitar á un mundo puramente ideal y subjetivo, es preciso que
no solo sepamos que las cosas nos _parecen_ tales con evidencia
inmediata ó mediata, sino que _son_ en realidad como nos parecen. Hay
pues necesidad de asentir á la objetividad de las ideas, y nos
hallamos con la irresistible y universal inclinacion á este asenso.


[319.] Lo dicho de la evidencia mediata é inmediata con respecto al
valor objetivo de las ideas, tiene lugar no solo en el órden puramente
intelectual sino tambien en el moral. El espíritu, dotado como está de
libertad, ha menester reglas para dirigirse; si los primeros
principios intelectuales son necesarios para conocer, no lo son menos
los morales para querer y obrar; lo que son para el entendimiento la
verdad y el error, son para la voluntad el bien y el mal. A mas de la
vida del entendimiento, hay la vida de la voluntad; aquel se anonada
si carece de principios en que pueda estribar; esta perece tambien
como ser moral, ó es una monstruosidad inconcebible, si no tiene
ninguna regla cuya observancia ó quebrantamiento constituya su
perfeccion ó imperfeccion. Hé aquí otra necesidad del asenso á ciertas
verdades morales, y hé aquí por qué encontramos tambien esa
irresistible y universal inclinacion al asenso.

Y es de notar, que como en el órden moral no basta conocer, sino que
es necesario obrar, y uno de los principios de accion es el
sentimiento, las verdades morales no solo son conocidas sino tambien
sentidas: cuando se ofrecen al espíritu, el entendimiento asiente á
ellas como á inconcusas, y el corazon las abraza con entusiasmo y con
amor.


[320.] Las sensaciones consideradas como puramente subjetivas, tampoco
bastan para las necesidades de la vida sensitiva. Es preciso que
estemos seguros de la correspondencia de nuestras sensaciones con un
mundo exterior, nó puramente fenomenal, sino real y verdadero. El
comun de los hombres no posee ni la capacidad ni el tiempo que son
menester para ventilar las cuestiones filosóficas sobre la existencia
de los cuerpos, y decidirlas en pro ó en contra de Berkeley y sus
secuaces: lo que necesita es estar enteramente seguro de que los
cuerpos existen, de que las sensaciones tienen en realidad un objeto
externo. Esta seguridad la poseen todos los hombres, asintiendo á la
objetividad de las sensaciones, esto es, á la existencia de los
cuerpos, con asenso irresistible.


[321.] La fe en la autoridad humana nos ofrece otro caso de este
instinto admirable. El individuo y la sociedad necesitan esa fe; sin
ella, la sociedad y la familia serian imposibles; el mismo individuo
estaria condenado al aislamiento, y por tanto á la muerte. Sin la fe
en la palabra del hombre, el linaje humano desapareceria. Esta
creencia tiene distintos grados segun las diferentes circunstancias,
pero existe siempre; el hombre se inclina á creer al hombre por un
instinto natural. Cuando son muchos los hombres que hablan, y no
tienen contra sí otros que hablan en sentido opuesto, la fuerza de la
inclinacion es mayor á proporcion que es mayor el número de los
testigos, hasta llegar á un punto en que es irresistible: ¿quién duda
de que existe Constantinopla? y sin embargo los mas, solo lo sabemos
por la palabra de otros hombres.

¿En qué se funda la fe en la autoridad humana? las razones filosóficas
que se pueden señalar no las conoce el comun de los hombres; mas por
esto su fe no deja de ser igualmente viva que la de los filósofos.
¿Cuál es la causa? es que hay una necesidad, y á su lado el instinto
para satisfacerla; el hombre necesita creer al hombre, y le cree. Y
nótese bien, cuanto mayor es la necesidad tanto mayor es la fe: los
muy ignorantes, los imbéciles, creen todo lo que se les dice; su guia
está en los demás hombres y ellos la siguen á ciegas; el tierno niño
que nada conoce por sí propio, cree con absoluto abandono las mayores
extravagancias; la palabra de cuantos le rodean es para él un
infalible criterio de verdad.


[322.] A mas de los primeros principios intelectuales y morales, de la
objetividad de las ideas y sensaciones, y del valor de la autoridad
humana, necesita el hombre el asenso instantáneo á ciertas verdades
que, si bien con la ayuda del tiempo podria demostrar, no le es
permitido hacerlo, atendido el modo repentino con que se le ofrecen,
exigiendo formacion de juicio y á veces accion. Para todos estos casos
hay una inclinacion natural que nos impele al asenso.

De aquí dimana el que juzguemos instintivamente por imposible ó poco
menos que imposible, obtener un efecto determinado por una combinacion
fortúita: por ejemplo el formar una página de Virgilio arrojando á la
aventura algunos caractéres de imprenta; el dar en un blanco
pequeñísimo sin apuntar hácia él, y otras cosas semejantes. ¿Hay aquí
una razon filosófica? ciertamente; pero no es conocida del vulgo. Esta
razon se evidencia en la teoría de las probabilidades, y es una
aplicacion instintiva del principio de causalidad y de la natural
oposicion de nuestro entendimiento á suponer efecto cuando no hay
causa, órden cuando no hay inteligencia ordenadora.


[323.] En la vida humana son necesarios en infinitos casos los
argumentos de analogía; ¿cómo sabemos que el sol saldrá mañana? por
las leyes de la naturaleza. ¿Cómo sabemos que continuarán rigiendo?
claro es que al fin hemos de parar á la analogía: saldrá mañana porque
ha salido hoy, y salió ayer, y no ha faltado nunca; ¿cómo sabemos que
la primavera traerá consigo las flores, y el otoño los frutos? porque
así sucedió en los años anteriores. Las razones que se pueden alegar
fundando el argumento de analogía en la constancia de las leyes de la
naturaleza y en la relacion de ciertas causas físicas con determinados
efectos, no las conoce el comun de los hombres; pero necesita el
asenso, y le tiene.


[324.] En todos los casos que acabo de enumerar la inclinacion al
asenso se puede llamar y se llama en realidad sentido comun, excepto
quizás el de la evidencia inmediata. La razon de que esta se exceptúe
es que en ella, si bien no cabe demostracion, hay sin embargo vision
clarísima de que el predicado está contenido en la idea del sujeto;
pero en los demás casos no hay ni la demostracion, ni esa vision: el
hombre asiente por un impulso natural; cuando se le objeta algo contra
su creencia no llama la atencion sobre el concepto, como sucede en la
evidencia inmediata; se halla completamente desconcertado, sin saber
qué responder; entonces aplica á la objecion, no el nombre de error ni
de absurdo, sino de despropósito, de cosa contraria al sentido comun.


Veámoslo en algunos ejemplos. Supóngase á la vista un gran monton de
arena en el cual se arroja al acaso un grano muy pequeño, revolviendo
en seguida en todas direcciones; llega un hombre y dice: voy á meter
la mano en el monton y á sacar al instante el grano oculto; ¿qué se le
objeta á este hombre? ¿qué le responden los circunstantes? nada;
desconcertados se mirarán unos á otros diciéndose de palabra ó con la
vista: ¡qué despropósito! no tiene sentido comun. Otro dice: todo lo
que vemos es nada, ni hay mundo externo, ni nosotros tenemos cuerpo.
Otro dice eso que nos cuentan de que existe una ciudad llamada
Lóndres, no es verdad. En todos estos casos nadie sabe qué objetar: se
oye el desatino, se le rechaza por un impulso natural, el espíritu
siente que aquello es un desatino, sin verlo.


[325.] El sentido comun, ¿es criterio seguro de verdad? ¿lo es en
todos los casos? ¿en cuáles? ¿qué caractéres debe poseer para ser
tenido como criterio infalible? esto es lo que vamos á examinar.

El hombre no puede despojarse de su naturaleza; cuando esta habla, la
razon dice que no se la puede despreciar. Una inclinacion natural es á
los ojos de la filosofía una cosa muy respetable, por solo ser
natural; á la razon y al libre albedrío corresponde el no dejarla
extraviar. Lo que es natural en el hombre no es siempre enteramente
fijo como en los brutos. En estos el instinto es ciego, porque debe
serlo donde no hay razon ni libertad. En el hombre las inclinaciones
naturales están subordinadas en su ejercicio, á la libertad y á la
razon: por esto, cuando se las llama instintos, la palabra debe tener
acepcion muy diferente de la que le damos al aplicarla á los brutos.
Esto que sucede en el órden moral, se verifica tambien en el
intelectual: no solo debemos cuidar de nuestro corazon sino tambien de
nuestro entendimiento: ambos están sujetos á la ley de
perfectibilidad; el bien y el mal, la verdad y el error son los
objetos que se nos ofrecen; la naturaleza misma nos dice cuál es el
sendero que debemos tomar, pero no nos fuerza á tomarle: delante
tenemos la vida y la muerte: lo que nos agrada, aquello se nos da.


[326.] Independientemente de la accion del libre albedrío, hay en el
hombre una cualidad muy á propósito para que las inclinaciones
naturales se desvien con frecuencia de su objeto: la debilidad. Así
pues no es de extrañar que estas inclinaciones se extravien tan á
menudo, conduciéndonos al error en lugar de la verdad; esto hace mas
necesario el fijar los caractéres del sentido comun, que pueda servir
de criterio _absolutamente infalible_.


[327.] Señalaré las condiciones que en mi concepto tiene el verdadero
sentido comun, que no engaña nunca.

CONDICION 1.ª

La inclinacion al asenso es de todo punto irresistible, de manera que
el hombre ni aun con la reflexion, puede resistirle ni despojarse de
ella.

CONDICION 2.ª

De la primera dimana la otra, á saber: toda verdad de sentido comun es
absolutamente cierta para todo el linaje humano.

CONDICION 3.ª

Toda verdad de sentido comun puede sufrir el exámen de la razon.

CONDICION 4.ª

Toda verdad de sentido comun tiene por objeto la satisfaccion de
alguna gran necesidad de la vida sensitiva, intelectual ó moral.


[328.] Cuando estos caractéres se reunen, el criterio del sentido
comun es absolutamente infalible, y se puede desafiar á los escépticos
á que señalen un ejemplo en que haya fallado. A proporcion que estas
condiciones se reunen en mas alto grado, el criterio del sentido comun
es mas seguro, debiéndose medir por ellas los grados de su valor.
Expliquémoslo con algunos ejemplos.

No cabe duda en que el comun de los hombres objetiva las sensaciones
hasta el punto de trasladar á lo exterior lo mismo que ellos sienten,
sin distinguir entre lo que hay de subjetivo y de objetivo. Los
colores, el linaje humano los considera en las cosas mismas; para él
lo verde no es la sensacion de lo verde, sino una cierta cosa, una
calidad ó lo que se quiera llamar, inherente al objeto. ¿Es así en
realidad? nó ciertamente: en el objeto externo hay la causa de la
sensacion, hay la disposicion de las partes para producir por medio de
la luz esa impresion que llamamos _verde_. El sentido comun nos
engaña, ya que el análisis filosófico le convence de falaz. ¿Pero
tiene todas las condiciones arriba señaladas? nó. Por lo pronto le
falta el ser capaz de sufrir el exámen de la razon; tan luego como se
reflexiona sobre el particular, se descubre que hay aquí una ilusion
tan inocente como hermosa. Le falta además al asenso la condicion de
irresistible; porque desde el momento en que nos convencemos de que
hay ilusion, el asenso deja de existir. No es universal el asenso pues
no le tienen los filósofos. No es indispensable para satisfacer alguna
necesidad de la vida; y por consiguiente no tiene ninguna de las
condiciones arriba señaladas. Lo que se ha dicho de la vista puede
aplicarse á todas las sensaciones; ¿hasta qué punto será valedero pues
el testimonio del sentido comun en cuanto nos lleva á objetivar la
sensacion? hélo aquí.

Para las necesidades de la vida es necesaria la seguridad de que á las
sensaciones les corresponden objetos externos; á esto asentimos con
impulso irresistible, todos los hombres, sin distincion alguna. La
reflexion no basta para despojarnos de la inclinacion natural; y la
razon, aun la mas cavilosa, si alguna vez puede hacer vacilar los
fundamentos de esta creencia, no alcanza á convencerla de errónea. Los
que dan mayor importancia á esas cavilaciones podrán decir que no
sabemos si existen los cuerpos, pero nó probar que no existan.

En este punto pues, la inclinacion natural reune todos los caractéres
para elevarse al rango de criterio infalible; es irresistible, es
universal, satisface una gran necesidad de la vida y sufre el exámen
de la razon.

Por lo que toca á las calidades, objeto directo de la sensacion, no
necesitamos que existan en los mismos cuerpos; nos basta que en estos
haya algo que nos produzca de cualquiera modo que sea, la impresion
correspondiente. Poco importa que el color verde y el anaranjado sean
ó nó calidades de los objetos, con tal que en ellos sea constante la
calidad que nos produce en los casos respectivos, la sensacion de
anaranjado ó de verde. Para todos los usos de la vida resulta lo mismo
en un caso que en otro; aun cuando el análisis filosófico se
generalizase, no se perturbarian las relaciones del hombre con el
mundo sensible. Hay quizás una especie de desencanto de la naturaleza,
pues que el mundo despojado de las sensaciones no es ni con mucho tan
bello; pero el encanto continúa para la generalidad de los hombres; á
él está sometido tambien el filósofo excepto en los breves instantes
de reflexion; y aun en estos, siente un encanto de otro género, al
considerar que gran parte de esa belleza que se atribuye á los objetos
la lleva el hombre en sí mismo, y que basta el simple ejercicio de las
facultades armónicas de un ser sensible para que el universo entero se
revista de esplendor y de galas (XXVIII).



CAPÍTULO XXXIII.

ERROR DE LA-MENNAIS SOBRE EL CONSENTIMIENTO COMUN.


[329.] La fe instintiva en la autoridad humana de que hablo en el
capítulo anterior, es un hecho atestiguado por la experiencia y que
ningun filósofo ha puesto en duda. Esa fe, dirigida por la razon de la
manera conveniente, constituye uno de los criterios de verdad. Los
errores á que en ciertos casos puede inducir, son inherentes á la
debilidad humana, y están abundantemente compensados por las ventajas
que dicha fe produce al individuo y á la sociedad.

Un célebre escritor ha querido refundir todos los criterios en el de
la autoridad humana, afirmando resueltamente que el «consentimiento
comun, _sensus communis_, es para nosotros el sello de la verdad, y
que no hay otro,» (La-Mennais Ensayo sobre la indiferencia en materia
de religion tom. 2 cap. 13). Este sistema tan erróneo como extraño, y
en que se confunden palabras tan diversas como _sensus_ y _consensus_,
está defendida con aquella elocuente exageracion que caracteriza al
eminente escritor; bien que al lado de la elocuencia se echa de menos
la profundidad filosófica. Los resultados de semejante doctrina se
hallan patentes en la triste suerte que ha cabido á tan brillante como
malogrado ingenio; abrió una sima en que se hundia toda verdad; el
primero que se ha sepultado en ella, ha sido él mismo. Apelar á la
autoridad de los demás en todo y para todo, despojar al individuo de
todo criterio, era anonadarlos todos, incluso el que se pretendia
establecer.

No se concibe cómo un sistema semejante puede tener cabida en tan
elevado entendimiento; cuando se leen las elocuentes páginas en que
está desenvuelto, se siente una pena inexplicable al ver empleados
rasgos tan brillantes en repetir todas las vulgaridades de los
escépticos, para venir á parar á la paradoja mas insigne y al sistema
menos filosófico que se pueda imaginar.

Único criterio llama La-Mennais al consentimiento comun; sin embargo
basta dar una ojeada sobre los demás para convencerse de la
esterilidad del nuevo para producirlos.


[330.] En primer lugar, el testimonio de la conciencia no puede
apoyarse de ningun modo en la autoridad ajena. Formado como está por
una serie de hechos íntimamente presentes á nuestro espíritu, sin que
sea dable ni aun concebir sin ellos el pensamiento individual, claro
es que ha de preexistir á la aplicacion de todo criterio, pues que el
criterio es imposible para quien no piense.

Nada mas débil bajo el aspecto científico, que la refutacion que
pretende hacer Mr. de La-Mennais del principio de Descartes. «Cuando
Descartes para salir de su duda metódica establece esta proposicion,
_yo pienso luego soy_, salva un abismo inmenso, y coloca en el aire la
primera piedra del edificio que pretende levantar; porque en rigor no
podemos decir yo pienso, yo soy; no podemos decir _luego_, ni afirmar
nada por via de consecuencia» (Ibid.). El principio de Descartes era
digno de mas detenido exámen para quien trataba de inventar un
sistema; oponerle que no podemos decir _luego_, es repetir el
manoseado argumento de las escuelas; y el afirmar que no podemos
decir, yo pienso, es contrariar un hecho de la conciencia que no han
negado los mismos escépticos. En el lugar correspondiente llevo
explicado con la debida extension cuál es, ó al menos cuál debe ser,
el sentido del principio de Descartes.

Sí segun La-Mennais, no podemos decir yo pienso, menos podremos decir
que piensan los demás; y como el pensamiento ajeno le necesitamos
absolutamente en el sistema que asienta por único criterio el
consentimiento comun, resulta que su primera piedra la pone
La-Mennais mas en el aire que los que hacen estribar la filosofía en
un hecho de conciencia.


[331.] Un criterio, mayormente si tiene la pretension de ser el único,
ha de reunir dos condiciones: no suponer otro, y tener aplicacion á
todos los casos. Cabalmente el del consentimiento comun es el que
menos las reune; antes que él está el testimonio de la conciencia;
antes que él está tambien el testimonio de los sentidos; pues no
podemos saber que los demás consienten, si de esto no nos cercioran el
oido ó la vista.


[332.] Este criterio no es posible en estos casos, y en muchos otros
es harto difícil, cuando no imposible del todo. ¿Hasta qué punto se
necesita el consentimiento comun? si la palabra _comun_ se refiere á
todo el linaje humano, ¿cómo se recogen los votos de toda la
humanidad? si el consentimiento no debe ser unánime, ¿hasta qué punto
la contradiccion ó el simple no asentimiento de algunos, destruirá la
legitimidad del criterio?


[333.] El orígen del error de La-Mennais está en que tomó el efecto
por la causa, y la causa por el efecto. Vió que hay ciertas verdades
en que convienen todos, y dijo: la garantía del acierto de cada uno,
está en el consentimiento de la totalidad. Analizando bien la materia
hubiera notado que la razon de la seguridad del individuo, no nace del
consentimiento de los demás, sino que ser el contrario la razon de que
convienen todos, es que cada uno de por sí se siente obligado á
convenir. En esa gran votacion del linaje humano, vota cada uno en
cierto sentido, por el impulso mismo de la naturaleza; y como todos
experimentan el mismo impulso, todos votan de la misma manera.
La-Mennais ha dicho: cada uno vota de un mismo modo porque todos votan
así; no advirtiendo que de esta suerte la votacion no podria acabar ni
aun comenzar. Esta comparacion no es una ocurrencia satírica, es un
argumento rigurosamente filosófico á que nada se puede contestar; él
basta para poner de manifiesto lo infundado y contradictorio del
sistema de La-Mennais, así como indica por otra parte el orígen de la
equivocacion, que consiste en tomar el efecto por la causa.


[334.] La-Mennais apela al testimonio de la conciencia para probar que
su criterio es el único: yo creo que este testimonio enseña todo lo
contrario. ¿Quién ha esperado jamás la autoridad de los otros para
cerciorarse de la existencia de los cuerpos? ¿no vemos que los mismos
brutos en fuerza de un instinto natural, objetivan á su modo las
sensaciones? Para prestar asenso á la palabra de los hombres, si no
tuviésemos mas criterio que el consentimiento comun, no podriamos
jamás creer á ninguno, por la sencilla razon de que no es dable
asegurarnos de lo que dicen ó piensan los demás sin comenzar por creer
á alguno. El niño para dar fe á lo que le cuenta su madre, ¿se refiere
por ventura á la autoridad de los otros? ¿no obedece mas bien al
instinto natural que con mano benéfica le ha comunicado el Criador? El
niño no cree porque todos creen; por el contrario, todos los niños
creen porque cada uno cree; la creencia individual no nace de la
general; antes bien la general se forma del conjunto de las creencias
individuales: no es natural porque es universal, sino que es universal
porque es natural.


[335.] El Aquiles de La-Mennais consiste en que en ciertos casos para
asegurarnos de la verdad con respecto á los demás criterios, apelamos
al consentimiento comun, y que la locura misma no es mas que el desvío
de este consentimiento. A un hombre se le dice que sus ojos le engañan
con respecto á un objeto que tiene á la vista; instintivamente se
vuelve hacia los demás y les pregunta si no lo ven de la misma manera.
Si todos convienen en que yerra y está seguro de que no se chancean,
sentirá vacilar por un momento la fe en el testimonio de la vista, se
acercará al objeto, se colocará en otra posicion, ó empleará el medio
que mejor le parezca para cerciorarse de que no se engaña. Si á pesar
de esto ve el objeto de la misma manera, y las mismas personas y
cuantas sobrevienen persisten en asegurar que la cosa no es como él la
ve, si está en su juicio, desconfiará del testimonio de la vista y se
creerá atacado de alguna enfermedad que le desordena la vision. A esto
se reduce el argumento de La-Mennais. ¿Qué resulta de él? nada en
favor del sistema del consentimiento comun: es cierto que los demás
criterios están sujetos á error en circunstancias excepcionales; es
cierto que en tales casos, y en naciendo la duda, se apela al
testimonio de los otros; mas, ¿para qué? Para asegurarse de si el que
teme errar, ha sufrido uno de estos trastornos á que está sujeta la
miseria humana. Se sabe que lo natural es general; y el paciente que
duda, pregunta á los otros para saber si por algun accidente está
fuera del estado ordinario de la naturaleza, ¿Quién no ve la sinrazon
de elevar un medio excepcional al rango de criterio general y único?
¿Quién no ve la extravagancia de afirmar que estamos seguros del
testimonio de los sentidos, por la autoridad de los demás hombres,
solo porque en casos extremos, y al temer algun trastorno de nuestros
órganos, preguntamos á los demás si les parece lo mismo que á
nosotros?


[336.] No es posible llevar mas allá la exageracion de lo que hace
La-Mennais cuando afirma «que las ciencias exactas se fundan tambien
en el consentimiento comun, que en esta parte no disfrutan ningun
privilegio, y que el mismo nombre de _exactas_ no es mas que uno de
esos _vanos títulos_ con que el hombre engalana su flaqueza; que la
geometría misma no subsiste sino en virtud de un convenio tácito de
admirar ciertas verdades necesarias, convenio que puede expresarse en
los términos siguientes: _nosotros nos obligamos á tener tales
principios por ciertos; y á cualquiera que se niegue á creerlos sin
demostracion, le declaramos culpable de rebeldía contra el sentido
comun, que no es mas que la autoridad del gran número._» Esta
exageracion es intolerable: los argumentos que en las notas aduce
La-Mennais para probar la incertidumbre intrínseca de las matemáticas,
son sumamente débiles; y alguno de ellos pudiera hacernos sospechar
que el autor del _Ensayo sobre la indiferencia_ no era tan profundo
matemático como escritor elocuente.

No desconozco lo que se ha dicho contra la certeza de las ciencias
exactas, ni las dificultades que se ofrecen cuando se las llama al
tribunal de la metafísica: en el tomo 1.° del _Protestantismo
comparado con el Catolicismo_, tengo dedicado un capítulo á lo que
llamo instinto de fe, y en él me hago cargo de que este instinto
ejerce tambien su influencia en las ciencias exactas. No levantemos á
estas sobre las morales; tengamos en mas á las morales que á las
exactas; pero guardémonos de una exageracion que las destruye todas.



CAPÍTULO XXXIV.

RESÚMEN Y CONCLUSION.


[337.] Quiero terminar este libro, presentando en resúmen mis
opiniones sobre la certeza. En este resúmen se manifestará tambien el
enlace de las doctrinas expuestas en los capítulos anteriores.

Cuando la filosofía se encuentra con un hecho necesario, tiene el
deber de consignarle. Tal es la certeza: disputar sobre su existencia,
es disputar sobre el resplandor de la luz del sol en medio del dia. El
humano linaje está cierto de muchas cosas; lo están igualmente los
filósofos, inclusos los escépticos; el escepticismo absoluto es
imposible.

Descartadas las cuestiones sobre la existencia de la certeza, la
filosofía está libre de extravagancias, y situada en los dominios de
la razon; entonces se puede examinar cómo adquirimos la certeza, y en
qué se funda.

El linaje humano posee la certeza, como una calidad aneja á la vida;
como un resultado espontáneo del desarrollo de las facultades del
espíritu. La certeza es natural; precede por consiguiente á toda
filosofía, y es independiente de las opiniones de los hombres. Por lo
mismo, las cuestiones sobre la certeza, aunque importantes para el
conocimiento de las leyes á que está sujeto nuestro espíritu, son y
serán siempre estériles en resultados prácticos. Esta es una línea
divisoria, que la razon aconseja fijar, para que de las regiones
abstractas, no descienda jamás nada que pueda perjudicar á la sociedad
ni al individuo. Así, desde el principio de las investigaciones, la
filosofía y el buen sentido forman una especie de alianza, y se
comprometen á no hostilizarse jamás.

Al examinar los fundamentos de la certeza, surge la cuestion sobre el
primer principio de los conocimientos humanos: ¿existe? ¿cuál es?

Esta cuestion ofrece dos sentidos: ó se busca una primera verdad, que
contenga todas las demás como la semilla las plantas y los frutos, ó
se busca simplemente un punto de apoyo; lo primero da lugar á las
cuestiones sobre la ciencia trascendental; lo segundo, produce las
disputas de las escuelas sobre la preferencia de diferentes verdades
con respecto á la dignidad de primer principio.

Si hay verdad, ha de haber medios de conocerla: esto da orígen á las
cuestiones sobre el valor de los criterios.

En el órden de los seres, hay una verdad orígen de todas: Dios. En el
órden intelectual absoluto, hay tambien esta verdad orígen de todas:
Dios. En el órden intelectual humano, no hay una verdad orígen de
todas, ni en el órden real, ni en el ideal. La filosofía del _yo_ no
puede conducir á ningun resultado, para fundar la ciencia
trascendental. La doctrina de la identidad absoluta es un absurdo, que
además tampoco explica nada.

Aquí se ofrece el problema de la representacion. Esta puede ser de
identidad, causalidad, ó idealidad. La tercera es distinta de la
segunda, pero se funda en ella.

A mas del problema de la representacion, se examina el de la
inteligibilidad inmediata: problema difícil, pero importantísimo para
completar el conocimiento del mundo de las inteligencias.

Las disputas sobre el valor de los diferentes principios con respecto
á la dignidad de fundamental, nacen de la confusion de las ideas. Se
quieren comparar cosas de órden muy diverso, lo que no es posible. El
principio de Descartes es la enunciacion de un simple hecho de
conciencia; el de contradiccion, es una verdad objetiva, condicion
indispensable de todo conocimiento; el llamado de los cartesianos es
la expresion de una ley que preside á nuestro espíritu. Cada cual en
su clase, y á su manera, los tres no son necesarios: ninguno de ellos
es del todo independiente; la ruina de uno, sea el que fuere,
trastorna nuestra inteligencia.

Hay en nosotros varios criterios; pueden reducirse á tres: la
conciencia ó sentido íntimo, la evidencia, y el instinto intelectual,
ó sentido comun. La conciencia abraza todos los hechos presentes á
nuestra alma con presencia inmediata, como puramente subjetivos. La
evidencia se extiende á todas las verdades objetivas en que se
ejercita nuestra razon. El instinto intelectual es la natural
inclinacion al asenso en los casos que están fuera del dominio de la
conciencia y de la evidencia.

El instinto intelectual, nos obliga á dar á las ideas un valor
objetivo; en este caso, se mezcla con las verdades de evidencia, y en
el lenguaje ordinario se confunde con ella.

Cuando el instinto intelectual versa sobre objetos no evidentes, y nos
inclina al asenso, se llama _sentido comun._

La conciencia y el instinto intelectual, forman los demás criterios.

El criterio de la evidencia encierra dos cosas: la apariencia de las
ideas; esto pertenece á la conciencia: el valor objetivo, existente ó
posible; esto pertenece al instinto intelectual.

El testimonio de los sentidos, encierra tambien dos partes: la
sensacion, como puramente subjetiva; esto es de la conciencia: la
creencia en la objetividad de la sensacion; esto es del instinto
intelectual.

El testimonio de la autoridad humana se compone del de los sentidos,
que nos pone en relacion con nuestros semejantes, y del instinto
intelectual, que nos induce á creerle.

No todo se puede probar; pero todo criterio sufre el exámen de la
razon. El de la conciencia es un hecho primitivo de nuestra
naturaleza; en el de la evidencia se descubre la condicion
indispensable para la existencia de la razon misma; en el del instinto
intelectual, para objetivar las ideas, se halla una ley de la
naturaleza, indispensable tambien para la existencia de la razon; en
el del sentido comun, propiamente dicho, hay el asenso instintivo á
verdades, que luego examinadas, se nos presentan altamente razonables;
en el de los sentidos y de la autoridad humana, se encuentra lo que en
los demás casos del sentido comun, y es un medio para satisfacer las
necesidades de la vida sensitiva, intelectual y moral.

Los criterios no se dañan, se favorecen, y se fortifican
recíprocamente. Ni la razon lucha con la naturaleza, ni la naturaleza
con la razon; ambas nos son necesarias; ambas nos dirigen con acierto;
aunque las dos están sujetas á extravío, como que pertenecen á un ser
limitado y muy débil.


[338.] Una filosofía que no considera al hombre sino bajo un aspecto,
es una filosofía incompleta, que está en peligro de degenerar en
falsa. En lo tocante á la certeza, conviene no perder de vista la
observacion que precede: hacerse demasiado exclusivo, es colocarse al
borde del error. Analícense enhorabuena las fuentes de verdad; pero al
mirarlas por separado, no se pierda de vista el conjunto. Concebir de
antemano un sistema, y querer sujetarlo todo á sus exigencias, es
poner la verdad en el lecho de Procusto. La unidad es un gran bien;
pero es menester contentarse con la medida que nos impone la
naturaleza. La verdad, es preciso buscarla por los medios humanos, y
en proporcion de nuestro alcance. Las facultades de nuestro espíritu
están sometidas á ciertas leyes de que no podemos prescindir.

Una de las leyes mas constantes de nuestro ser, es la necesidad de un
ejercicio simultáneo de facultades, no solo para cerciorarse de la
verdad sino tambien para encontrarla. El hombre reune con la
simplicidad la mayor multiplicidad; uno su espíritu, está dotado de
varias facultades, está unido á un cuerpo de tal variedad y
complicacion, que con mucha razon ha sido llamado un pequeño mundo.
Las facultades están en relacion íntima y recíproca; influyen de
contínuo las unas sobre las otras. Aislarlas es mutilarlas, y á veces
extinguirlas. Esta consideracion es importante, porque indica el vicio
radical de toda filosofía exclusiva.

El hombre sin sensaciones carece de materiales para el entendimiento,
y además se halla privado del estímulo sin el cual su inteligencia
permanece adormecida. Cuando Dios ha unido nuestra alma con un cuerpo,
ha sido para que sirviese el uno al otro; por lo cual ha establecido
esa admirable correspondencia entre las impresiones del cuerpo, y las
afecciones del alma. Esta necesita pues el cuerpo como un medio, como
un instrumento, ya se suponga una verdadera accion de él sobre ella,
ya una simple ocasion para la causalidad de un órden superior.

Aun cuando sin sensacion, el hombre pensase, no pensaría mas que como
un espíritu puro; no estaria en relacion con el mundo exterior, no
seria hombre en el sentido que damos á esta palabra. En tal caso el
cuerpo sobra; y no hay razon porque estén unidos.

Si admitimos las sensaciones y prescindimos de la razon, el hombre se
nos convierte en un bruto. Siente, mas no piensa; nada de combinacion
en las impresiones que experimenta, porque es incapaz de reflexionar:
todo se sucede en él como una serie de fenómenos necesarios, aislados,
que nada indican, á nada conducen, nada son, sino afecciones de un ser
particular, que ni los comprende, ni se da á sí mismo cuenta de ellos.
Hasta es difícil decir de qué clase son sus relaciones con el mundo
externo. Discurriendo por apariencias y por analogía, se hace probable
que los brutos objetivan tambien sus sensaciones; pero es regular que
su objetividad se distingue de la nuestra en muchos casos. Tomemos por
ejemplo el sueño. Si los brutos sueñan, como parece probable, y lo
indican algunas apariencias, no fuera extraño que no distinguiesen
entre el sueño y la vigilia del modo que lo hacemos nosotros. Esto
supone alguna reflexion sobre los actos, alguna comparacion entre el
órden y constancia de los unos con el desórden é inconstancia de los
otros: reflexion que hace el hombre desde su infancia, y que continua
haciendo toda su vida sin advertirlo. Cuando despertamos de un sueño
muy vivo, estamos á veces por algunos momentos dudando de si hay sueño
ó realidad; esta sola duda ya supone la reflexion comparativa de los
dos estados. ¿Y qué hacemos para resolver la duda? Atendemos al lugar
donde nos hallamos; y el hecho de estar en la cama, en la oscuridad y
silencio de la noche, nos indica que la vision anterior no tiene
ningun enlace con nuestra situacion, y que por tanto es un sueño. Sin
esta reflexion, se habrian encadenado las sensaciones del sueño con
las de la vigilia, confundidas todas en una misma clase.

El instinto concedido á los brutos y negado al hombre, es un indicio
de que para apreciar las sensaciones se nos ha dado la razon.

No hay pues en el hombre criterios de verdad enteramente aislados.
Todos están en relacion; se afirman y completan recíprocamente; siendo
de notar que las verdades de que están ciertos todos los hombres,
están apoyadas de algun modo por todos los criterios.

Las sensaciones nos llevan instintivamente á creer en la existencia de
un mundo exterior; y si dicha creencia se sujeta al exámen de la
razon, esta confirma la misma verdad, fundándose en las ideas
generales de causas y de efectos. El entendimiento puro conoce ciertos
principios, y asiente á ellos como á verdades necesarias; si se
sujetan los principios á la experiencia de los sentidos, salen
confirmados, en cuanto lo consiente la perfeccion de estos, ó de los
instrumentos con que se auxilian. «En un círculo todos los radios son
iguales.» Esta es una verdad necesaria; los sentidos no ven ningun
círculo perfecto; pero ven sí que los radios se acercan tanto mas á la
igualdad, cuanto mas perfecto es el instrumento con que se le
construye. «No hay mudanza, sin causa que la produzca.» Los sentidos
no pueden comprobar la proposicion en toda su universalidad, pues por
su naturaleza se limitan á un número determinado de casos
particulares; pero en todo cuanto se somete á su experiencia,
encuentran el órden de dependencia en la sucesion de los fenómenos.

Los sentidos se auxilian recíprocamente: la sensacion de un sentido,
se compara con las de otros, cuando hay duda sobre la correspondencia
entre ella y un objeto. Nos parece oir el ruido del viento; pero
nuestro oido nos ha engañado otras veces; para asegurarnos de la
verdad miramos si hay movimiento en los árboles ó en otros objetos. La
vista nos muestra un bulto; no hay bastante luz para discernirle de
una sombra: nos acercamos y tocamos.

Las facultades intelectuales y morales, ejercen tambien entre sí esta
influencia saludable. Las ideas rectifican los sentimientos, y los
sentimientos las ideas. El valor de las ideas de un órden se
comprueba con las de otro órden; y lo mismo se verifica en los
sentimientos. La compasion por el castigado inspira el perdon de todo
criminal; la indignacion inspirada por las víctimas del crímen, induce
á la aplicacion del castigo: ambos sentimientos encierran algo bueno:
mas el uno podria engendrar la impunidad, el otro la crueldad; para
temperarlos existen las ideas de justicia. Pero esta justicia á su vez
podria dar fallos demasiado absolutos; la justicia es una, y las
circunstancias de los pueblos son muy diferentes. La justicia no
considera mas que los grados de culpabilidad, y falla en consecuencia.
Este fallo podria no ser conveniente: ahí están otras ideas morales de
un órden distinto, la enmienda del culpable combinada con la
reparacion hecha á la víctima; ahí están además las ideas de
conveniencia pública, que no repugnan á la sana moral, y pueden guiar
en las aplicaciones.

La verdad completa, como el bien perfecto, no existen sin la armonía:
esta es una ley necesaria, y á ella está sujeto el hombre. Como
nosotros no vemos intuitivamente la verdad infinita en que todas las
verdades son una, en que todos los bienes son uno, y como estamos en
relacion con un mundo de seres finitos y por consecuencia múltiplos,
hemos menester diferentes potencias que nos pongan en contacto, por
decirlo así, con esa variedad de verdades y bondades finitas; pero
como estas á su vez nacen de _un_ mismo principio y se dirigen á _un_
mismo fin, están sometidas á la armonía, que es la unidad de la
multiplicidad.


[339.] Con estas doctrinas, creo posible la filosofía sin
escepticismo: el exámen no desaparece, por el contrario se extiende y
se completa. Este método trae consigo otra ventaja, y es que no hace á
la filosofía extravagante, no hace de los filósofos hombres
excepcionales. La filosofía no puede generalizarse hasta el punto de
ser una cosa popular; á este se opone la humana naturaleza; pero
tampoco tiene necesidad de condenarse á un aislamiento misantrópico, á
fuerza de pretensiones extravagantes. En tal caso la filosofía
degenera en filosofismo. Consignacion de los hechos, exámen
concienzudo; lenguage claro; hé aquí cómo concibo la buena filosofía.
Por esto no dejará de ser profunda, á no ser que por profundidad
entendamos tinieblas: los rayos solares alumbran en las mas remotas
profundidades del espacio.


[340.] Ya sé que no piensan de este modo algunos filósofos de nuestra
época: ya sé que al examinar las cuestiones fundamentales de la
filosofía creen necesario conmover los cimientos del mundo; sin
embargo, yo jamás he podido persuadirme que para examinar fuese
necesario destruir, ni que para ser filósofos debiéramos hacernos
insensatos. La sinrazon y extravagancia de esos maestros de la
humanidad, puede hacerse sensible con una alegoría, siquiera la
amenidad de las formas mortifique un tanto su profundidad filosófica.
Bien necesita el lector algun solaz y descanso despues de tratados tan
abstrusos, que todos los esfuerzos del escritor no alcanzan á
esclarecer, cuanto menos hermosear.

Hay una familia noble, rica y numerosa, que posee un magnífico archivo
donde están los títulos de su nobleza, parentesco y posesiones. Entre
los muchos documentos, hay algunos mal legibles ó por el carácter de
su escritura, ó por su mucha antigüedad, ó por el deterioro que
naturalmente han producido los años. Tambien se sospecha que los hay
apócrifos en bastante cantidad; bien que ciertamente ha de haber
muchos auténticos, pues que la nobleza y demás derechos de la familia,
tan universalmente reconocidos, en algo deben de fundarse; y se sabe
que no existe otra coleccion de documentos. Todos están allí.

Un curioso entra en el archivo, echa una ojeada sobre los estantes,
armarios y cajones, y dice: «esto es una confusion; para distinguir lo
auténtico de lo apócrifo, y arreglarlo todo en buen órden, es
necesario pegar fuego al archivo por sus cuatro ángulos, y luego
examinar la ceniza.»

¿Qué os parece de la ocurrencia? Pues este curioso es el filósofo que
para distinguir lo verdadero de lo falso en nuestros conocimientos,
empieza por negar toda verdad, toda certeza, toda razon.

Se nos dirá, no se trata de negar sino de dudar; pero quien duda de
toda verdad, la destruye; quien duda de toda certeza la niega; quien
duda de toda razon, la anonada.

La prudencia, el buen sentido en las cosas pequeñas, se funda en los
mismos principios que la sabiduría en las grandes. Sigamos la
alegoría, y veamos lo que el buen sentido indicaria en dicho caso.

Tomar inventario de todas las existencias, sin olvidar nada por
despreciable que pareciese; hacer las clasificaciones provisionales,
que se creyesen mas propias á facilitar el exámen, reservando para el
fin la clasificacion definitiva; notar cuidadosamente las fechas, los
caractéres, las referencias, y distinguir así la prioridad ó
posterioridad; ver si en aquella balumba se encuentran algunas
escrituras primitivas, que no se refieran á otras anteriores, y que
contengan la fundacion de la casa; establecer reglas claras para
distinguir las primitivas de las secundarias; no empeñarse en referir
todos los documentos á uno solo exigiéndoles una unidad, que quizás no
tienen, pues podria suceder que hubiese varios primitivos, é
independientes entre sí. Aun distinguido lo auténtico de lo apócrifo,
seria bueno guardarse de quemar nada; porque á veces lo apócrifo guia
para la interpretacion de lo auténtico, y puede convenir el estudiar
quiénes fueron los falsarios y por qué motivos falsificaron. Además,
¿quién sabe si se juzga apócrifo un documento, que solo lo parece
porque no se le entiende bien? Guárdese pues todo, con la debida
separacion; que si lo apócrifo no sirve para fundar derechos ni
defenderlos, puede servir para la historia del mismo archivo, lo que
no es de poca importancia para distinguir lo apócrifo de lo auténtico.

El espíritu humano no se examina á sí mismo hasta que llega á mucho
desarrollo: entonces, á la primera ojeada ve en sí un conjunto de
sensaciones, ideas, juicios, afecciones de mil clases, y todo enlazado
de una manera inextricable. Para aumentar la complicacion, no se halla
solo, sino en compañía, en íntima relacion con sus semejantes, en
recíproca comunicacion de sensaciones, de ideas, de sentimientos; y
todos á su vez en contacto, y bajo la influencia de seres
desemejantes, de asombrosa variedad, y cuyo conjunto forma el
universo. ¿Comenzará por echarlo todo abajo? ¿Querrá reducirlo todo á
cenizas, sin exceptuarse á sí propio, y esperando renacer de la pira,
cual otro fénix? Así lo hacen los que para ser filósofos comienzan por
negarlo todo, ó dudar de todo. ¿Escogerá arbitrariamente un hecho, un
principio, diciendo «algo he de tomar por punto de apoyo, tomo este, y
sobre él voy á fundar la ciencia?» ¿Antes de examinar, antes de
analizar, dirá: «todo esto es uno; no hay nada si no hay la unidad
absoluta; en ella me coloco, y rechazo todo lo que no veo desde mi
punto de vista?» Nó: lo que debe hacer es saber primero lo que hay en
su espíritu, y luego examinarlo, clasificarlo, apreciarlo en su justo
valor: no comenzar por insensatos é impotentes esfuerzos contra la
naturaleza, sino por prestar á las inspiraciones de la misma un oido
atento.

No hay filosofía sin filósofo; no hay razon sin ser racional; la
existencia del _yo_ es pues una suposicion necesaria. No hay razon
posible, cuando la contradiccion del ser y no ser no es imposible;
toda razon pues supone verdadero el principio de contradiccion. Cuando
se examina la razon, la razon es quien examina; la razon ha menester
reglas, luz; todo exámen pues supone esta luz, la evidencia, y la
legitimidad de su criterio. El hombre no se hace á sí propio, se
encuentra hecho ya: las condiciones de su ser, no es él quien las
pone: se las halla impuestas. Estas condiciones son las leyes de su
naturaleza: ¿á qué luchar contra ellas? «A mas de las _preocupaciones_
facticias, dice Schelling, las hay _primordiales_ puestas en el
hombre, no por la educacion, sino por _la naturaleza misma_, que para
_todos_ los hombres ocupan el lugar de principios del conocimiento, y
son un _escollo_ para el pensador libre,» Por mi parte no quiero ser
mas que todos los hombres: no quiero estar reñido con la naturaleza:
si no puedo ser filósofo, sin dejar de ser hombre, renuncio á la
filosofía y me quedo con la humanidad.



NOTAS

(SOBRE EL CAPÍTULO I.)


(I.) Conviene distinguir entre la certeza y la verdad: entre las dos
hay relaciones íntimas, pero son cosas muy diferentes. La verdad es la
conformidad del entendimiento con la cosa. La certeza es un firme
asenso á una verdad, real ó aparente.

La certeza no es la verdad, pero necesita al menos la ilusion de la
verdad. Podemos estar ciertos de una cosa falsa; mas no lo estaríamos,
sino la creyésemos verdadera.

No hay verdad hasta que hay juicio, pues sin juicio no hay mas que
percepcion, nó comparacion de la idea con la cosa; y sin comparacion
no puede haber conformidad ni discrepancia. Si concibo una montaña de
mil leguas de elevacion, concibo una cosa que no existe, mas no yerro
mientras me guardo de afirmar la existencia de la montaña. Si la
afirmo, entonces hay oposicion de mi juicio con la realidad, lo que
constituye el error.

El objeto del entendimiento es la verdad; por esto necesitamos al
menos la ilusion de ella para estar ciertos; nuestro entendimiento es
débil; y de aquí es que su certeza está sujeta al error. Lo primero es
una ley del entendimiento, lo segundo un indicio de su flaqueza.

La filosofía, ó mejor, el hombre, no puede contentarse con
apariencias, ha menester la realidad; quien se convenciere de que no
tiene mas que apariencia, ó dudase de si tiene algo mas, perderia la
misma certeza; esta admite la apariencia, con la condicion de que le
sea desconocida.


       *       *       *       *       *


(SOBRE EL CAPÍTULO II.)


(II.) El mismo Pirron, no dudaba de todo como creen algunos: admitia
las sensaciones en cuanto pasivas, y se resignaba á las consecuencias
de estas impresiones, conviniendo en la necesidad de acomodarse en la
práctica á lo que ellas nos indican. Nadie hasta ahora ha negado las
apariencias; las disputas versan sobre la realidad; sosteniendo los
unos que el hombre debe contentarse con decir: _parece_; y otros que
puede llegar á decir: _es_. Conviene tener presente esta distincion,
que evita confusion de ideas en la historia de la filosofía, y conduce
á esclarecer las cuestiones sobre la certeza. Así de las tres
cuestiones: hay certeza; en qué se funda; cómo se adquiere; la primera
está resuelta en un mismo sentido por todas los escuelas, en cuanto se
refiere á un hecho de nuestra alma; con solo admitir las apariencias
admitian la certeza de ellas.


       *       *       *       *       *


(SOBRE EL CAPÍTULO III.)


(III.) Para formarse ideas claras sobre el desarrollo del
entendimiento y demás facultades de nuestro espíritu véase lo que digo
en la obra titulada _El Criterio_, particularmente en los capítulos I,
II, III, XII, XIII, XIV, XVIII y XXII.


       *       *       *       *       *


(SOBRE EL CAPÍTULO IV.)


(IV.) Pongo á continuacion los notables pasajes de Santo Tomás, á que
me he referido en el texto, sobre la unidad y multiplicidad de ideas.
Creo que los leerán con gusto todos los amantes de una metafísica
sólida y profunda.

In omnibus enim substantiis intellectualibus, invenitur virtus
intellectiva per influentiam divini luminis. Quod quidem in primo
principio est unum et simplex, et quanto magis creatura intellectuales
distant à primo principio, tanto magis dividitur illud lumen, et
diversificatur, sicut accidit in lineis à centro egredientibus. Et
inde est quod Deus per suam essentiam omnia intelligit; superiores
autem intellectualium substantiarum, etsi per plures formas
intelligant, tamen intelligunt per pauciores et magis universales, et
virtuosiores ad comprehensionem rerum, propter efficaciam virtutis
intellectivæ, quæ est in eis. In inferioribus autem sunt formæ plures
et minus universales, et minus efficaces ad comprehensionem rerum in
quantum deficiunt à virtute intellectiva superiorum. Si ergo
inferiores substantiæ haberent formas in illa universalitate, in qua
habent superiores; quia non sunt tantæ efficaciæ in intelligendo, non
acciperent per eas perfectam cognitionem de rebus, sed in quadam
communitate, et confusione, quod aliqualiter apparet in hominibus. Nam
qui sunt debilioris intellectus, per universales conceptiones magis
intelligentium, non accipiunt perfectam cognitionem, nisi eis singula
in speciali explicentur (1 p., q. 89, art, 1.).

Intellectus quanto est altior et perspicacior tanto ex uno potest
plura cognoscere. Et quia intellectus divinus est altissimus, per unam
simplicem essentiam suam onmia cognoscit: nec est ibi aliqua
pluralitas formarum idealium, nisi secundum diversos respectus divinæ
essentiæ ad res cognitas; sed in intellectu creato multiplicatur
secundum rem quod est unum secundum rem in mente divina, ut non possit
omnia per unum cognoscere: ita tamen quod quanto intellectus creatus
est altior, tanto pauciores habet formas ad plura cognoscenda
efficaces. Et hoc est quod Dio. dicit, 12. cæ. hier. quod superiores
ordines habent scientiam magis universalem in inferioribus. Et in lib.
de causis dicitur, quod intelligentiæ superiores habent formas magis
universales: hoc tamen observato, quod in infimis angelis sunt formæ
adhuc universales in tantum, quod per unam formam possunt cognoscere
omnia individua unius speciei; ita quod illa species sit propria
uniuscuiusque particularium secundum diversos respectus eius ad
particularia, sicut essentia divina efficitur propria similitudo
singulorum secundum diversos respectus; sed intellectus humanus qui
est ultimus in ordine substantiarum intellectualium habet formas in
tantum particulatas quod non potest per unam speciem nisi unum quid
cognoscere. Et ideo similitudo speciei existens in intellectu humano
non sufficit ad cognoscenda plura singularia; et propter hoc
intellectui adjuncti sunt sensus quibus singularia accipiat (Quodlib.
7. art. 3.).

Respondeo dicendum, quod ex hoc sunt in rebus aliqua superiora, quod
sunt uni primo, quod est Deus, propinquiora et similiora. In Deo autem
tota plenitudo intellectualis cognitionis continetur in uno, scilicet
in essentia divina, per quam Deus omnia cognoscit. Quæ quidem
intelligibilis plenitudo, in intelligibilibus creaturis inferiori modo
et minus simpliciter invenitur. Unde oportet, quod ea quæ Deus
cognoscit per unum, inferiores intellectus cognoscant per multa: et
tanto amplius per plura, quanto amplius intellectus inferior fuerit.
Sic igitur quanto Angelus fuerit superior, tanto per pauciores species
universitatem intelligibilium apprehendere poterit, et ideo oportet
quod eius formæ sint universaliores, quasi ad plura se extendentes
unaquæque earum. Et de hoc, exemplum aliqualiter in nobis perspici
potest: sunt enim quidam, qui veritatem intelligibilem capere non
possunt; nisi eis particulatim per singula explicetur. Et hoc quidem
ex debilitate intellectus eorum contingit. Alii vero qui sunt
fortioris intellectus, ex paucis multa capere possunt (1 p., q. 55.
art. 3.).


 *       *       *       *       *


(SOBRE EL CAPÍTULO V.)


(V.) Hé aquí explicada por el mismo Condillac la idea de su hombre
estatua: «Para llenar este objeto nos imaginamos una estatua
organizada interiormente como nosotros y animada de un espíritu, sin
ninguna especie de ideas, suponiéndola además de un exterior toda de
mármol que no le permitia el uso de ningun sentido, nos reservamos la
libertad de abrírselos á las diferentes impresiones de que son
susceptibles, segun mejor nos pareciese.

«Creimos deber empezar por el olfato, porque esto es el sentido que
parece contribuir menos á los conocimientos del espíritu humano. En
seguida examinamos los otros; y despues de haberlos considerado
separadamente y en conjunto, vimos que la estatua llegaba á ser un
animal capaz de velar por su conservacion.

«El principio que determina el desarrollo de sus facultades es simple;
las sensaciones mismas le contienen; porque siendo todas por necesidad
agradables ó desagradables, la estatua está interesada en gozar de las
unas y evitarse las otras. El lector se convencerá de que este interés
es suficiente para dar lugar á las operaciones del entendimiento y de
la voluntad. El juicio, la reflexion, los deseos, las pasiones no son
otra cosa que la sensacion misma que se transforma de diferentes
maneras; por esta razon nos pareció inútil el suponer que el alma
recibe inmediatamente de la naturaleza todas las facultades de que
está dotada: la naturaleza nos da órganos para advertirnos por el
placer, lo que debemos buscar, y por el dolor, lo que debemos huir;
pero se detiene allí, y deja á la experiencia el cuidado de hacernos
contraer hábitos y de acabar la obra que ella comenzó.

«Este objeto es nuevo, y manifiesta toda la sencillez de las vias del
Autor de la naturaleza: ¿no es cosa digna de admiracion el que haya
bastado hacer al hombre sensible al placer y al dolor, para que
naciesen en él ideas, deseos, hábitos, talentos de toda especie?»
(Tratado de las sensaciones, _Idea de la obra_).

Lo que admira no es el sistema de Condillac, sino la candidez de su
autor: y todavía mas el que siquiera por breve tiempo, haya podido
tener numerosos secuaces un sistema tan superficial y tan pobre.
Proponese el autor la dificultad de que no siendo todo lo que hay en
el alma mas que la sensacion transformada, es extraño que los brutos
que tambien tienen sensaciones, no estén dotados de las mismas
facultades que el hombre. ¿Atinaría el lector en la profunda razon
señalada por el filósofo francés? mucho lo dudamos. Héla aquí, como un
pensamiento curioso: «el órgano del _tacto_ es en los brutos _menos
perfecto_, y por consiguiente no puede ser para ellos la causa
ocasional de todas las operaciones que se notan en nosotros.» Bien
hizo en adoptar el lema: nec tamen quasi Pythius Apollo.


       *       *       *       *       *


(SOBRE EL CAPÍTULO VI.)


(VI.) En estas materias, son dignas de leerse las obras de los
escolásticos: al tratar del _objeto de la ciencia_, son á un tiempo
exactos y profundos. Difícilmente se puede excogitar nada con respecto
á clasificaciones de verdades, que ellos no hayan explicado ó
indicado.


       *       *       *       *       *


(SOBRE EL CAPÍTULO VII.)


(VII.) No se crea que juzgo con demasiada severidad las formas
adoptadas por los filósofos alemanes. Sabido es como habla de ellos
Madama de Stael; pero felizmente puedo citar en mi apoyo un juez mas
competente todavía, Schelling, uno de los jefes de la filosofía
alemana. Dice así: «Los alemanes han filosofado tan largo tiempo
entre sí solos, que poco á poco se han apartado en sus ideas y en su
lenguaje, de las formas universalmente inteligibles, llegando á tomar
por medida del talento filosófico los grados de apartamiento de la
manera comun de pensar y de expresarse; fácil me seria citar ejemplos;
ha sucedido á los alemanes lo que á las familias que se separan del
resto del mundo para vivir únicamente entre ellas, y que acaban por
adoptar, á mas de otras singularidades, expresiones que les son
propias y que solo ellas mismas pueden entender. Despues de algunos
esfuerzos infructuosos para difundir en el extranjero la filosofía de
Kant, renunciaron á hacerse inteligibles á las demás naciones,
acostumbráronse á mirarse como el pueblo escogido de la filosofía, y
la consideraron como una cosa que existió por sí misma con existencia
absoluta e independiente; olvidando que el objeto de toda filosofía,
objeto al cual se falta con harta frecuencia, pero que jamás debe
perderse de vista, es obtener el asentimiento universal, haciéndose
universalmente inteligible. No es esto decir que las obras de
pensamiento deban ser juzgadas como ejercicios de estilo; pero toda
filosofía que no puede ser inteligible para todas las naciones
ilustradas y accesible á todas las lenguas, no puede ser por lo mismo
una filosofía verdadera y universal. (_Juicio de M. de Schelling sobre
la filosofía de M. Cousin y sobre el estado de la filosofía francesa y
de la filosofía alemana en general_. 1834).

Lisonjéase M. Schelling de que la filosofía alemana irá entrando en
mejor camino con respecto á la claridad, y añade: «el filósofo que
hace diez años no habria podido apartarse del lenguaje y de las formas
de la escuela so pena de dañar á su reputacion científica, podrá en
adelante libertarse de semejantes trabas; la profundidad la buscará
en los pensamientos; y una incapacidad absoluta de expresarse con
claridad, no será mirada como la señal del talento y de la inspiracion
filosófica.» Nada tengo que añadir al pasaje de Schelling; solo
recordaré á su autor aquello de _mututo nomine, de te fabula ista
narratur_.


       *       *       *       *       *


(SOBRE EL CAPÍTULO VIII.)


(VIII.) La lectura de la obra de Schelling, titulada _Sistema del
idealismo trascendental_, no deja ninguna duda sobre su modo de pensar
con respecto á esa identidad, que en el fondo no es ni puede ser otra
cosa que el panteismo; sin embargo, en obsequio de la verdad confesaré
que Schelling parece haber modificado su doctrina, o temido sus
consecuencias, si hemos de atenernos á las indicaciones que se hallan
en su discurso pronunciado en la apertura de su curso de filosofía en
Berlin el 15 de noviembre de 1841. En él se lee el siguiente pasaje,
digno de llamar la atencion de todos los hombres pensadores. «Los
dificultades y los obstáculos de todas clases contra los que lucha la
filosofía, son visibles, y en vano los quisiéramos disimular.

»Jamás se verificó contra la filosofía, reaccion mas poderosa de parte
de la vida activa y real, que en la época presente; esto prueba que la
filosofía ha penetrado hasta en las cuestiones mas vitales de la
sociedad, en las que á nadie es permitido ser indiferente. Mientras
una filosofía se halla en los primeros rudimentos de su formacion, y
aun en los primeros pasos de su marcha, nadie se ocupa de ella, sino
los mismos filósofos: los demás hombres aguardan á la filosofía en su
última palabra; pues no adquiere importancia para el público en
general, sino por sus resultados.

»Confieso que no se debe tomar por resultado práctico de una filosofía
sólida y meditada profundamente, lo que se le antoja á cualquiera
señalar como tal; si así fuese, el mundo deberia someterse á las
doctrinas mas contrarias á la sana moral, aun á aquellas que zapasen
sus cimientos. No, nadie juzga una filosofía por las conclusiones
prácticas sacadas por la ignorancia o la presuncion. Además, que en
este punto tampoco seria posible el engaño: el público rechazaria una
filosofía que tuviese tales resultados, sin querer ni aun juzgarla en
sus principios; diria que nada entiende sobre el fondo de las
cuestiones, ni la marcha artificial e intrincada de los argumentos;
mas sin pararse en esto, decidiría bien pronto que una filosofía que
conduce á tales conclusiones, no puede ser verdadera en sus bases. Lo
que la moral romana ha dicho de lo útil, _nihil utile nisi quod
honestum_, se aplica igualmente á la investigacion de la verdad;
_ninguna filosofía que se respete, confesará que lleve á la
irreligion_. Sin embargo, la actual filosofía se halla precisamente en
situacion tal que por mas que prometa un resultado religioso, nadie se
lo concede; pues que las deducciones que de ella se sacan, convierten
los dogmas de la Religion cristiana en una vana fantasmagoría.

»En esto convienen abiertamente algunos de sus discípulos mas fieles;
la sospecha sea o no fundada, basta su existencia, y que esta opinion
se haya establecido.

»Pero en último resultado la vida activa tiene siempre razon; de
suerte que la filosofía está expuesta á grandes riesgos. Los que hacen
la guerra á una cierta filosofía, están muy cercanos á condenarlas
todas; ellos que dicen en su corazon: no haya mas filosofía en el
mundo. Yo mismo no estoy exento de sus condenaciones; pues que _el
primer impulso de esta filosofía, al presente tan mal conceptuada, á
causa de sus resultados religiosos, se pretende que soy yo quien lo he
dado_.

»¿Cómo me defenderé? por cierto que yo no atacaré jamás una filosofía
por sus últimos resultados; pero la juzgaré en sus primeros principios
como debe hacerlo todo espíritu filosófico. Además, es bastante sabido
que desde luego me he manifestado poco satisfecho de la filosofía de
que hablo, y poco de acuerdo con ella.................................
......................................................................

»El mundo moral y espiritual se halla tan dividido, que debe ser un
motivo de contento el hallar siquiera por un instante, un punto de
reunion. Además, el destruir es cosa muy triste cuando no se tiene
nada con que reemplazar lo destruido: «hazlo mejor» se dice al que
solo sabe criticar....................................................
......................................................................

»Yo me consagro pues todo entero á la mision de que estoy encargado;
para vosotros viviré, para vosotros trabajaré sin descanso, mientras
haya en mí un soplo de vida, y me lo permita _Aquel_ sin cuya voluntad
no puede caer de nuestras cabezas un cabello, y menos aun salir de
nuestra boca una palabra profundamente sentida; _Aquel_, sin cuya
inspiracion no puede brillar en nuestro espíritu una idea luminosa, ni
un pensamiento de verdad y de libertad alumbrar nuestra alma.»

Este pasaje manifiesta todo lo embarazoso de la posicion del filósofo
aleman, y las consecuencias irreligiosas que se achacan á sus
doctrinas; es consolador el verle tributar un cierto homenaje á la
verdad, pero aflige el notar que todavía pretende salvar su
inconsecuencia.


       *       *       *       *       *


(SOBRE EL CAPÍTULO IX.)

(IX.) En estos últimos tiempos no ha faltado quien pretendiese contar
al ilustre Malebranche entre los partidarios del panteismo. No se
concibe cómo Mr. Cousin ha podido decir: «Malebranche es con Espinosa,
el mas grande discípulo de Descartes: ambos han sacado de los
principios de su comun maestro, las consecuencias que en los mismos se
contenian. Malebranche es al pie de la letra el Espinosa cristiano»
(Fragmentos filosóficos, tom. 2, pág. 167). No se concibe, repito,
cómo ha podido asentar tamaña paradoja quien haya leido siquiera las
obras del insigne metafísico. Basta echar la vista sobre sus escritos
para ver en ellos el espiritualismo mas elevado unido con el respeto
mas profundo á los dogmas de nuestra religion sacrosanta. Al esponer
los varios sistemas filosóficos sobre el orígen de las ideas y el
problema del universo, se me ofrecerán nuevas ocasiones de vindicar al
sabio y piadoso autor de la _Investigacion de la verdad_; pero no he
querido dejar la presente, sin hacerle la debida justicia
defendiéndole de esas imputaciones que él, si viviese, rechazaria con
horror como intolerables calumnias. ¡Quién se lo dijera al escribir
aquellas páginas donde á cada paso se encuentran Dios, el espíritu, la
religion cristiana, la verdad eterna, el pecado original, con
numerosos textos de la Sagrada Escritura y de san Agustin, que andando
el tiempo habia de verse al lado de Espinosa, bien que con el absurdo
epiteto de Espinosa _cristiano!_ Esta es á veces la triste suerte de
los grandes hombres, de ser tenidos por gefes de sectas que ellos
detestaron. Malebranche llamaba á Espinosa el _impio de nuestros
dias_, y M. Cousin se atreve á llamar á Malebranche el Espinosa
cristiano.


       *       *       *       *       *


(SOBRE EL CAPÍTULO X.)


(X.) No ignoro las dificultades á que están sujetos los sistemas de
Leibnitz; pero es preciso dejar bien consignado que en la mente de
este grande hombre no tenian cabida las erróneas doctrinas de los
modernos alemanes. «La última razon de todas las cosas, dice en su
_Monadología,_ se halla en una substancia necesaria donde está el
orígen de todas las mudanzas, á la que llamamos Dios.

»Siendo esta substancia la razon suficiente de todo el universo, no
hay mas que un Dios, y este Dios basta.

»Como esta substancia suprema, que es única, universal y necesaria, no
tiene nada fuera de ella que sea independiente de la misma, debe ser
incapaz de límites y contener tantas realidades como es posible.

»De donde se infiere que Dios es absolutamente perfecto; pues que la
perfeccion no es otra cosa que el grandor de la realidad positiva
tomada precisamente, dejando á un lado los límites en las cosas que
los tienen. Donde no hay límites, como se verifica en Dios, la
perfeccion es absolutamente infinita.

»De aqui se deduce que las criaturas reciben sus perfecciones de la
accion de Dios; pero tienen sus imperfecciones de su propia
naturaleza, incapaz de ser ilimitada, en lo que se distinguen de Dios.

»Es verdad tambien que en Dios se halla no solo el manantial de las
existencias, sino tambien el de las esencias, en cuanto reales, ó en
lo que la posibilidad contiene de real.»

En su disertacion sobre la filosofía platónica, combate las tendencias
panteistas de Valentin Vegelio con estas palabras: «Yo quisiera que
Valentin Vegelio explicando en un tratado particular la vida
bienaventurada por la transformacion en Dios, y preconizando con
frecuencia una muerte y un reposo de este género, no hubiese dado
motivo á la sospecha de que él y otros quietistas adoptaban esta
opinion. Al mismo punto se dirige Espinosa bien que por otro camino:
no admite mas que una sola substancia que es Dios, las criaturas son
modificaciones de esta substancia, como las figuras que con el
movimiento nacen y perecen de continuo en la cera blanda. Síguese de
esto lo mismo que de la opinion de Almerio, que el alma no subsiste
despues de la muerte, sino por su ser ideal en Dios, como ha existido
allí desde toda la eternidad.

«Pero yo nada encuentro en Platon para creer que su opinion haya sido
que los espíritus no conservan su propia substancia. Esta doctrina es
incontestable á los ojos de todos los que razonan sabiamente en
filosofía; y ni aun es posible formarse idea de la opinion contraria,
á no ser que nos figuremos á Dios y al alma como seres corpóreos, pues
de otro modo las almas no podrian ser sacadas de Dios como partículas:
pero es absurdo formarse semejantes ideas de Dios y del alma» (T. 2,
diss. de phil. platonica, p. 224, epist. ad Hanschium, an. 1707, y se
halla entre los _Pensamientos de Leibnitz_ sobre la religion y la
moral publicados por M. Emery).

Tan lejos estaba Leibnitz de abrigar tendencia al panteismo, ni de
reputarle por una filosofía elevada, que antes bien, como acabamos de
ver, le considera como el resultado de una imaginacion grosera. Es muy
notable que así bajo el aspecto metafísico como histórico, está
completamente de acuerdo Leibnitz con Santo Tomás, manifestando ambos
las mismas ideas con palabras muy semejantes. Busca el santo Doctor si
el alma es hecha de la substancia de Dios, y con esta ocasion examina
el orígen del error, y dice lo siguiente: «Respondeo dicendum, quod
dicere animam esse de substantia Dei, manifestam improbabilitatem
continet. Ut enim ex dictis patet, anima humana est quandoque
intelligens in potentia, et scientiam quodammodo à rebus acquirit, et
habet diversas potentias quæ omnia aliena sunt à Dei natura, qui est
actus purus, et nihil ab alio accipiens, et nullam in se diversitatem
habens, ut supra probatum est.

»Sed hic error principium habuisse videtur ex duabus positionibus
antiquorum. Primi enim, qui naturas rerunt considerare inceperunt,
imaginationem transcendere non valentes, nihil præter corpora esse
possuerunt. Et ideo Deum dicebant esse quoddam corpus, quod aliorum
corporum judicabant esse principium. Et quia animam ponebant esse de
natura illius corporis, quod dicebant esse principium, ut _dicitur in
primo de anima_, per consequens sequebatur quod anima esset deo
substantia Dei. Juxta quam positionem etiam Manichari, Deum esse
quamdam lucem corpoream existimantes, quamdam partem illius lucis
animam esse possuerunt corpori alligatam. Secundo vero processuoi fuit
ad hoc quod aliqui aliquid incorporeum esse apprehenderunt: non tamen
á corpore separatum, sed corporis formam. Unde et Varro dixit quod
Deus est anima, mundum intuitu, vel motu et ratione gubernans: ut
Augu. narrat 7 de civit. Dei. Sic igitur illius totalis animæ partem,
aliqui possuerunt animam hominis: sicut homo est pars totius mundi:
non valentes intellectu pertingere ad distinguendos spiritualium
substantiarum gradus, nisi secundum distinctionas corporum. Hæc autem
omnia sunt impossibilia, ut supra probatum est, unde manifeste falsum
est animam esse de substantia Dei(1 p. q. 90. art. 1).


       *       *       *       *       *


(SOBRE EL CAPÍTULO XI.)


(XI) En los escolásticos se encuentra á menudo que el entendimiento es
la misma cosa entendida, aun tratándose de los entendimientos creados;
pero esta identidad se limita á un órden puramente ideal, y no
significa mas que la íntima union de la idea con el entendimiento.
Sabido es cuánta importancia tienen en la filosofía escolástica las
materias y formas; y esta distincion se la aplica tambien á los
fenómenos de la inteligencia. Bien que la idea era considerada como
una cosa distinta del entendimiento, no obstante como este era
perfeccionado por ella y puesto en relacion con la cosa representada,
se decia que el entendimiento era la misma cosa entendida. Así deben
explicarse los pasajes que se encuentran en Santo Tomás y otros
escolásticos; pues aunque las expresiones de que se valen,
consideradas aisladamente, serian inexactas; no lo son si se atiende
al sentido que ellos les atribuyen y que resulta bien claro de los
principios en que se fundan. Por ejemplo Santo Tomás (quodlibet 7.
art. 2) para probar que el entendimiento criado no puede entender
muchas cosas á un mismo tiempo dice: «Sed quod intellectus simul
intelligat plura intelligibilia, primò et principaliter, est
impossibile. Cuius ratio est, quia _intellectus secundum actum est
omninò, id est perfectè res intellecta: ut dicitur_ in 3. de anima.
_Quod quidem intelligendum, est non quòd essentia intellectus fiat res
intelecta_ vel species eius; sed quia completè informatur per speciem
rei intellectæ, dum eam actu intelligit. Unde intellectum simul plura
intelligere primò, idem est acsi res una simul esset plura. In rebus
enim materialibus videmus quod una res numero non potest esse simul
plura in actu, sed plura in potentia.................................
.....................................................................

»Unde patet quòd sicut una res materialis non potest esse simul plura
actu, ita unus intellectus non potest simul plura intelligere primo.
Et hoc est quòd Alga, dicit, quòd sicut unum corpus non potest simul
figurari pluribus figuris: ita unus intellectus non potest simul plura
intelligere. Nec potest dici quod intellectus informetur perfectè
simul pluribus speciebus intelligibilibus, sicut unum corpus simul
informatur figura et colore: quia figura et color non sunt formæ unius
generis, nec in eodem ordine accipiuntur quia non ordinantur ad
perficiendum in esse unius rationis: sed omnes formæ intelligibiles in
quantum huiusmodi, sunt unius generis, et in eodem ordine se habent
ad intellectum, in quantum perficiunt intellectum in hoc quod est esse
intellectum. Unde plures species intelligibiles se habent sicut figuræ
plures; vel plures colores qui simul in actu in eodem esse non possunt
secundum idem.»

Por el anterior pasaje se echa de ver que el sentido de la identidad
del entendimiento con la cosa entendida, no era otro que el explicado
al principio de esta nota, á saber, el de la union íntima de la idea ó
especie inteligible con el entendimiento, como una forma con su
materia; forma que perfeccionaba al entendimiento, haciéndole pasar
del estado de potencia al de acto, y poniéndole en relacion con la
cosa representada.


       *       *       *       *       *


(SOBRE EL CAPÍTULO XII.)


(XII.) La doctrina de la inteligibilidad inmediata, es susceptible de
ulteriores aclaraciones; pero como estas no podrian ser cabales sin
examinar á fondo la naturaleza de la idea, lo que no corresponde al
presente tratado, me reservo darlas en el lugar oportuno.


       *       *       *       *       *


(SOBRE EL CAPÍTULO XIII.)


(XIII.) Quizás no bastará lo dicho en el texto para que todos los
lectores se formen ideas bastante claras y completas de la
representacion de causalidad; pero debo advertir que esta doctrina en
lo tocante á la inteligencia primera, está intimamente enlazada con
las cuestiones sobre el fundamento de la posibilidad aun de las cosas
no existentes, cuestiones que no podria exponer aquí, sin trastornar
el órden de las materias.


       *       *       *       *       *


(SOBRE EL CAPÍTULO XIV.)


(XIV.) La distincion de los órdenes de ideas, geométrico y no
geométrico, es de la mayor importancia para la ideología. He
adelantado esta distincion porque la necesitaba para no dejar
incompleto el exámen de la posibilidad de una verdad fundamental entre
las puramente ideales. Pero su explicacion y los cimientos en que
estriba, se encontrarán en el tratado sobre las ideas del espacio y de
la extension.


       *       *       *       *       *


(SOBRE CAPÍTULO XV.)


(XV.) La palabra _instinto_ aplicada al entendimiento, claro es que se
toma en una acepcion muy diferente de cuando se habla de los
irracionales. No encierra aquí ningun significado ignoble; lo que está
de acuerdo con el uso que de la misma se hace, aun para las cosas
divinas. Una de las acepciones que le da el Diccionario de la lengua,
es: «impulso ó movimiento del Espíritu Santo hablando de inspiraciones
sobrenaturales.» El latin _instinctus_, significaba _inspiracion_:
sacro mens _instincta_ furore.


       *       *       *       *       *


(SOBRE EL CAPÍTULO XVI.)


(XVI.) El orígen de la confusion de ideas en la presente cuestion, es
esa tendencia á la unidad de que he tratado en el capítulo IV. Se
comienza por suponer que no ha de haber mas que un principio, y se
busca cuál es; cuando antes de investigar cuál es, se deberia saber si
existe solo, como se lo supone. Ya hemos visto que el sistema de
Fichte estriba en la misma suposicion: por manera que la misma causa
que en las escuelas producia disputas inocentes, puede llevar á
extravíos de la mayor trascendencia.


       *       *       *       *       *


(SOBRE EL CAPÍTULO XVII.)


(XVII.) Creo haber interpretado fielmente el pensamiento de Descartes,
mas por si alguna dificultad quedase sobre el particular, pongo á
continuacion un notable pasaje del mismo autor, en su respuesta á las
objeciones recogidas por el P. Mersenne de boca de varios filósofos y
teólogos contra las _Meditaciones_ II, III, IV, V y VI.

«Cuando conocemos que somos una cosa que piensa, esta primera nocion
_no está sacada de ningun silogismo_; y cuando alguno dice: _yo pienso
luego soy_ ó existo, no _infiere_ su existencia del pensamiento como
_por la fuerza de un silogismo_ sino como una cosa conocida por sí
misma, _la ve por una simple inspeccion del espíritu_; pues que si la
dedujera de un silogismo habria necesitado conocer de antemano esta
mayor: todo lo que piensa es ó existe. Por el contrario, esta
proposicion se la manifiesta su propio sentimiento, de que no puede
suceder que piense sin existir. Este es el carácter propio de nuestro
espíritu de formar proposiciones generales por el conocimiento de las
particulares.» No siempre se expresa Descartes con la misma lucidez;
se conoce que las objeciones de sus adversarios le hacian meditar mas
profundamente su doctrina, y contribuian á que aclarase sus ideas.


       *       *       *       *       *


(SOBRE EL CAPÍTULO XVIII.)


(XVIII.) Para formarnos ideas cabales sobre la mente de Descartes,
oigámosle á él mismo explicando su sistema.

«Como los sentidos nos engañan algunas veces, quise _suponer_ que no
habia nada parecido á lo que ellos nos hacen imaginar; como hay
hombres que se engañan raciocinando aun sobre las materias mas
sencillas de geometría y hacen paralogismos, juzgando yo que estaba
tan sujeto á errar como ellos, deseché como falsas todas las razones
que antes habia tomado por demostraciones; y considerando en fin que
aun los mismos pensamientos que tenemos durante la vigilia, pueden
venirnos en el sueño sin que entonces ninguno de ellos sea verdadero,
me resolví á _fingir_ que todas las cosas que habian entrado en mi
espíritu no encerraban mas verdad que las ilusiones de los sueños.
Pero desde luego advertí que mientras queria pensar que todo era
falso, era necesario que yo que lo pensaba, fuese alguna cosa; y
notando que esta verdad, yo pienso luego soy, era tan firme y segura
que las mas extravagantes suposiciones de los escépticos no eran
capaces de conmoverla, juzgué que podia recibirla sin escrúpulo por el
primer principio de filosofía» (_Discurso sobre el Método_, cuarta
parte).

He dicho que la duda de Descartes era una _suposicion_, una _ficcion_;
y cabalmente estas son las palabras que emplea el mismo autor. En la
ya citada respuesta á las objeciones recogidas por el P. Mersenne, se
halla el siguiente pasaje:

«He leido con mucha satisfaccion las observaciones que me habeis hecho
sobre mi primer tratado de la filosofía, porque ellas me dan á conocer
vuestra benevolencia para conmigo, vuestra piedad hácia Dios, y el
cuidado que os tomais por el progreso de su gloria. No puedo dejar de
alegrarme, no solo de que hayais juzgado mis razones dignas de vuestra
censura, sino tambien de que nada decis á que yo no pueda contestar
fácilmente.

»En primer lugar me recordais que _nó veras sino tan solo por una mera
ficcion_, he desechado las ideas ó los fantasmas de los cuerpos para
concluir que yo soy una cosa que pienso, por temor quizás que yo no
crea que se sigue de esto que yo no soy sino una cosa que pienso; mas
ya os he hecho ver en mi segunda Meditacion que yo me acordaba de
esto, ya que decia lo siguiente: «pero puede suceder que estas cosas
que yo _supongo_ que no son, porque no las conozco, no sean en efecto
diferentes de mí á quien conozco; no sé nada de esto, no me ocupo de
esto en la actualidad.»...............................................
......................................................................

Como se ve, Descartes no rechaza el que su duda no sea una mera
ficcion; hasta dice en términos expresos que no hace mas que aplicar
un método cuya necesidad reconocen todos los filósofos.

«Os suplico, continúa, que recordeis que por lo tocante á las cosas
relativas á la voluntad, he puesto siempre una gran distincion entre
la contemplacion de la verdad y los usos de la vida: con respecto á
estos, tan distante me hallo de pensar que solo debamos seguir las
cosas conocidas muy claramente, que por el contrario creo que ni aun
es preciso aguardar siempre las mas verosímiles, sino que es preciso á
veces entre muchas cosas del todo desconocidas é inciertas, escoger
una, y atenerse á ella firmemente, mientras no se vean razones en
contra, cual si la hubiésemos escogido por motivos ciertos y
evidentes, como lo tengo ya explicado en el _Discurso sobre el
Método_; pero cuando solo se trata de la contemplacion de la verdad
¿_quién ha dudado jamás que sea necesario suspender el juicio sobre
las cosas obscuras ó que no son distintamente conocidas_?»

¿Entonces, se nos dirá, en qué consiste el mérito de Descartes? En
haber _aplicado_ una regla que todos conocen, y pocos emplean; y en
haberlo hecho en una época en que la preocupacion á favor de las
doctrinas aristotélicas, era todavía muy poderosa. Descartes lo dice
terminantemente; su método de dudar no es nuevo, lo que le faltaba era
la aplicacion; pues por lo tocante al principio en que se funda,
«_quién ha dudado jamás que sea necesario suspender el juicio_ sobre
las cosas obscuras, ó que no son distintamente conocidas?»

Entendido el método de Descartes en este sentido, es decir tomando la
duda como una suposicion, como una mera ficcion, no se opone á los
buenos principios religiosos y morales. El profundo filósofo no se
desdeña de tranquilizar sobre este punto á los lectores, manifestando
ingenuamente que al comenzar sus investigaciones habia puesto en salvo
sus creencias religiosas.

«Y en fin, como antes de empezar á reconstruir la casa en que se
habita, no basta el derribarla y hacer provision de materiales y de
arquitectos ó ejercitarse en la arquitectura y en trazar
cuidadosamente el diseño del nuevo edificio, sino que es preciso estar
provisto de algun otro donde se pueda vivir cómodamente mientras se
trabaja en el nuevo; para que no estuviese irresoluto en mis acciones
en tanto que la razon me obligaba á estarlo en mis juicios, y para no
dejar de vivir entre tanto lo mas felizmente que pudiera, me formé una
moral provisoria que consistia en tres ó cuatro máximas que voy á
exponer. La primera es el obedecer á las leyes y costumbres de mi pais
_conservando constantemente la Religion en que por la gracia de Dios
habia sido instruido desde mi infancia_.............................
....................................................................

»Despues de haberme asegurado de estas máximas y haberlas puesto
aparte _con las verdades de la fe, que han sido siempre las primeras
en mi creencia_, juzgué que podia deshacerme libremente del resto de
mis opiniones» (_Discurso sobre el Método_, tercera parte).


       *       *       *       *       *


(SOBRE EL CAPÍTULO XIX.)


(XIX.) Con respecto á la distincion entre el testimonio de la
conciencia y el de la evidencia, así como en lo tocante al análisis de
la proposicion: yo pienso, luego soy, no cabe duda que Descartes no se
expresa con bastante precision y exactitud. Véase por ejemplo el
siguiente pasaje donde se nota alguna confusion de ideas.

«Despues de esto consideré en general lo que se necesita para que una
proposicion sea verdadera y cierta, porque ya que yo acababa de
encontrar una que tenia dicho carácter, pensé que debia saber tambien
en qué consiste esta certeza, y habiendo notado que en la proposicion,
yo pienso, luego soy, no hay nada que me asegure de que yo digo la
verdad, sino que veo muy claramente que para pensar es preciso ser,
juzgué que podia tomar por regla general que las cosas concebidas con
mucha claridad y distincion, son todas verdaderas; pero que solo hay
alguna dificultad en notar bien cuáles son las que concebimos
distintamente» (_Discurso sobre el Método_, cuarta parte).


       *       *       *       *       *


(SOBRE EL CAPÍTULO XX.)


(XX.) La certeza _apodíctica_ de que habla Kant en el citado pasaje,
es la que resulta de la evidencia intrínseca de las ideas; ó en otros
términos, es la misma que en las escuelas suele llamarse metafísica.


       *       *       *       *       *


(SOBRE EL CAPÍTULO XXI.)


(XXI.) A mas de las cuestiones sobre el principio de contradiccion,
como único fundamento de certeza, hay otras con respecto á su
importancia y fecundidad científicas. Nada he querido prejuzgar aquí
sobre estos puntos, porque me reservo ventilar largamente dichas
cuestiones, al tratar de la idea del _ser_ en general.


       *       *       *       *       *


(SOBRE EL CAPÍTULO XXII.)


(XXII.) Por un pasaje de Descartes de la cuarta parte de su _Discurso
sobre el Método_, citado en la nota (XIX), se echa de ver que á mas
del principio, yo pienso luego soy, admitia el de la legitimidad de la
evidencia; pues al buscar lo que se necesita para que una proposicion
sea verdadera y cierta, dice que habiendo notado que si estaba seguro
de la verdad de esta proposicion, yo pienso luego soy, era tan solo
porque lo veia claramente así, creyó que podia tomar por _regla
general_, que _las cosas conocidas con claridad y distincion son todas
verdaderas_. Por donde se echa de ver que en el sistema de Descartes
entran dos principios ligados entre sí, pero muy diferentes: 1.º el
hecho de conciencia del pensamiento; 2.º La regla general de la
legitimidad del criterio de la evidencia.

Es de notar tambien que hay aquí cierta confusion de ideas que he
señalado ya en otra parte. No es exacto que el principio yo pienso
luego soy, sea evidente: la evidencia se refiere á la _consecuencia_,
pero en cuanto al acto de pensar, no hay evidencia propiamente dicha,
sino conciencia. La evidencia es un criterio, mas nó el único.


       *       *       *       *       *


(SOBRE EL CAPÍTULO XXIII.)


(XXIII.) Lo dicho en la proposicion segunda de este capítulo (236), es
independiente de las disputas sobre el modo con que el alma y el
cuerpo ejercen su influencia recíproca, cuestiones que no son de este
lugar. Sea cual fuere el sistema que se adopte, la influencia es un
hecho que la experiencia nos atestigua; lo que me basta para lo que me
propongo establecer allí.


       *       *       *       *       *


(SOBRE EL CAPÍTULO XXIV.)


(XXIV.) Para entender mejor lo que se dice en este capítulo sobre la
evidencia, será útil enterarse bien de las doctrinas expuestas mas
abajo desde el XXVI, hasta el XXXI inclusive.


       *       *       *       *       *


(SOBRE EL CAPÍTULO XXV.)


(XXV.) Por lo dicho en este capítulo se manifiesta la verdad de lo
que digo en el XXIV, sobre el enlace de los diferentes criterios y la
necesidad de no atenerse á una filosofía exclusiva. El sentido íntimo,
ó la conciencia, sirve de base á los demás, como un hecho
indispensable; pero él mismo se destruye, si se niegan los otros.


       *       *       *       *       *


(SOBRE LOS CAPÍTULOS XXVI, XXVII Y XXVIII.)


(XXVI.) Dugald-Steward (P. 2. Cap. 2. Seccion 3. §. 2.) cita un pasaje
de una disertacion publicada en Berlin en 1764, que no parece tan poco
razonable como pretende el autor de la _Filosofía del espíritu
humano_. Lo pongo á continuacion, porque la opinion del filósofo
aleman me parece ser la misma que he sostenido en el texto.

«Omnes mathematicorum propositiones sunt identicæ et representantur
hac formula, A = A. Sunt veritates identicæ sub varia forma expressæ,
imo ipsum quod dicitur contradictionis principium vario modo
enuntiatum et involutum; si quidem omnes hujus generis propositiones
revera in eo continentur. Secundum nostram autem intelligendi
facultatem ea est propositionum differentia, quod quædam longa
ratiociniorum serie, alia autem breviore via, ad primum omnium
principium reducantur, et in illud resolvantur. Sic v.g. propositio 2
+ 2 = 4 statim huc cedit: 1 + 1 + 1 + 1 = 1 + 1 + 1 + 1; id est, idem
est idem; et, proprie loquendo, hac modo enunciari debet:--si
contingat adesse vel existere quatuor entia, tum existunt quatuor
entia; nam de existentia non agunt geometræ, sed ea hypothetice tantum
subintelligitur. Inde summa oritur certitudo ratiocinia perspicienti;
observat nempe idearum identitatem; et hæc est evidentia assensum
immediate cogens, quam mathematicam aut geometricam vocamus. Mathesi
tamen sua natura priva non est et propria; oritur etenim ex
identitatis perceptione, quæ locum habere potest, etiamsi ideæ non
repræsentent extensum.»


       *       *       *       *       *


(SOBRE LOS CAPÍTULOS XXX Y XXXI.)


(XXVII.) He indicado que quizás Dugald-Steward se habia aprovechado de
las doctrinas de Vico; sin que por esto quiera hacerle el cargo que se
dirigió contra su maestro Reid, de quien se dijo que resucitaba las
doctrinas del P. Buffier jesuita. No obstante, para que el lector
pueda juzgar con pleno conocimiento de causa, pongo á continuacion un
notable pasaje del filósofo escocés, por el cual se verá la
coincidencia de algunas de sus observaciones con las del filósofo
napolitano. Me inclino á creer que si Dugald-Steward hubiese leido á
Vico, no se quejaria de la _confusion_ con que explicaron esta
doctrina varios autores antiguos y modernos.

«El carácter particular de esta especie de evidencia llamada
demostrativa, y que tan marcadamente distingue las conclusiones
matemáticas de las de otras ciencias, es un hecho que debe haber
llamado la atencion de cualquiera que conozca los elementos de la
geometría; y sin embargo yo dudo que su causa haya sido señalada de
una manera satisfactoria.» Locke nos dice: «lo que constituye la
demostracion es la evidencia intuitiva de cada paso del raciocinio;»
convengo en que si esta evidencia faltase en un solo punto, toda la
demostracion se arruinaria; mas no creo que la evidencia demostrativa
de la conclusion dependa de esta circunstancia, aun cuando añadiésemos
esta otra condicion sobre la cual Reid insiste mucho: «que para la
evidencia demostrativa es necesario que los primeros principios sean
intuitivamente ciertos.» Al tratar de los axiomas, hice notar la
inexactitud de esta observacion, manifestando además que en las
matemáticas, los primeros principios de nuestros raciocinios no son
los axiomas sino las definiciones. Sobre esta última circunstancia, es
decir, sobre esta condicion de discurrir partiendo de definiciones, se
debe fundar la verdadera teoría de la demostracion matemática. Voy á
desenvolver aquí extensamente esta doctrina, indicando al mismo tiempo
algunas de las consecuencias mas importantes que de ella dimanan.

»Como no quiero reclamar injustamente los honores de la invencion,
debo comenzar por declarar que la idea matriz de esta doctrina ha sido
manifestada y aun desenvuelta con extension por diversos autores tanto
antiguos como modernos; pero en todos ellos se la encuentra de tal
modo confundida con otras consideraciones del todo extrañas al punto
de la discusion, que la atencion del autor y del lector se distrae del
único principio del cual depende la solucion del problema.......
................................................................

»Hemos visto ya en el primer capítulo de esta parte que mientras en
las demás ciencias las proposiciones que se han de establecer expresan
siempre hechos reales ó supuestos, las demostradas en las matemáticas
enuncian simplemente una conexion entre ciertas suposiciones y ciertas
consecuencias. Así en las matemáticas nuestros raciocinios tienen un
objeto muy diferente del que nos sirve en los otros usos de las
facultades intelectuales; pues que se proponen, nó consignar verdades
relativas á existencias reales, sino determinar la filiacion lógica de
las consecuencias que dimanan de una hipótesis dada. Si partiendo de
esta hipótesis raciocinamos con exactitud, es claro que nada puede
faltar á la evidencia del resultado, pues que este se limita á afirmar
un enlace necesario entre la suposicion y la conclusion; en las otras
ciencias, aun suponiendo evitada la ambigüedad del lenguaje, y
rigurosamente exactos todos los pasos de la deduccion, nuestras
conclusiones serian siempre mas ó menos inciertas, pues que en
definitiva estriban sobre principios que pueden corresponder ó no
corresponder con los hechos» (P. 2. Cap. 2. Secc. 3.). Esta es
exactamente la doctrina de Vico sobre la causa de la diferencia en los
grados de evidencia y certeza; bien que este filósofo eleva á un
sistema general, para explicar el problema de la inteligencia, lo que
el escocés solo consigna como un hecho para señalar la razon de la
evidencia matemática. El P. Buffier (Trat. de las primeras verdades,
P. 1. Cap. 11.) explica lo mismo con mucha claridad.

He dicho tambien que atendida la infatigable laboriosidad que
distingue á los alemanes, no fuera extraño que hubiesen leido á los
escolásticos: esto se confirma, si se advierte que Leibnitz recomienda
mucho esta lectura; y no es regular que se hayan olvidado del consejo
de un autor tan competente, los alemanes mas modernos.

Entre los varios pasajes de Leibnitz sobre los escolásticos, prefiero
aducir el siguiente que me parece sumamente curioso. «La verdad está
mas difundida de lo que se cree; pero con harta frecuencia se la halla
envuelta, debilitada, mutilada, corrompida con adiciones que la echan
á perder, ó la hacen menos útil. Notando esas huellas de verdad en los
antiguos, ó para hablar mas generalmente, en los _anteriores_, se
sacaria oro del fango, el diamante de su mina, luz de las tinieblas; y
esto seria en realidad _perennis quædam philosophia_. Hasta se puede
decir que se notaria algun progreso en los conocimientos. Los
orientales tienen ideas grandes y hermosas sobre la divinidad; los
griegos añadieron el raciocinio y una forma científica; los Padres de
la Iglesia desecharon lo que habia de malo en la filosofía de los
griegos; pero los escolásticos trataron de emplear útilmente para el
cristianismo lo que habia de aceptable en la filosofía de los
paganos. Repetidas veces he dicho: _aurum latere in stercore illo
scolastico barbarico_; y desearia que se pudiese encontrar algun
hombre hábil, versado en esta filosofía irlandesa y española, que
tuviese inclinacion y capacidad para sacar lo que en ella hay de
bueno. _Estoy seguro que su trabajo seria recompensado con muchas
verdades bellas é importantes_. En otro tiempo hubo en Suiza un
escritor que _matematizó_ en la escolástica; sus obras son poco
conocidas; pero lo que de ellas he visto me ha parecido profundo y
digno de consideracion» (Carta 3. á M. Remond de Montmort).

Así habla Leibnitz, uno de los hombres mas eminentes de los tiempos
modernos, y de quien Fontenelle ha dicho con razon, que «conducia de
frente todas las ciencias.» Véase pues si anduve descaminado al
recomendar al estudio de aquellos autores, á quien desee adquirir en
filosofía conocimientos profundos. Aun prescindiendo de la utilidad
intrínseca, seria conveniente dicho estudio para poder juzgar con
conocimiento de causa, unas escuelas que, valgan lo que valieren,
ocupan una página en la historia del espíritu humano.


       *       *       *       *       *


(SOBRE EL CAPÍTULO XXXII.)


(XXVIII.) El autor á quien aludo (317) es Fenelon, quien bajo el
nombre de sentido comun, comprende tambien el criterio de la
evidencia, como se echa de ver en el siguiente pasaje: «¿Qué es el
sentido comun? ¿no consiste en las primeras nociones que todos los
hombres tienen de las mismas cosas? Este sentido comun que siempre y
en todas partes es el mismo, que previene todo exámen y hasta le tiene
por ridículo en ciertas cuestiones, en las cuales se rie en vez de
examinar; que reduce al hombre á no poder dudar por mas que en ello se
esfuerce; este sentido que pertenece á todos los hombres, que solo
espera ser consultado para mostrarse y descubrirnos desde luego la
evidencia ó lo absurdo de la cuestion, ¿_no es esto lo que yo llamo
mis ideas_? Hélas aquí, pues, estas ideas ó nociones generales, que yo
no puedo contradecir ni examinar, segun las cuales por el contrario,
lo examino y lo juzgo todo, de manera que en vez de contestar me rio,
cuando se me propone algo claramente opuesto á lo que me representan
estas _ideas inmutables_» (Existencia de Dios, p. 2, n. 33).

Es indudable que en este pasaje habla Fenelon de la evidencia, pues
que á mas de que emplea este mismo nombre, se refiere á las ideas
inmutables; por sentido comun entiende las mismas ideas generales por
las cuales juzgamos de todo, ó en otros términos, las ideas de donde
nace la evidencia.

       *       *       *       *       *


FIN DE LAS NOTAS.



ÍNDICE DE LAS MATERIAS DEL TOMO PRIMERO.


LIBRO PRIMERO.

DE LA CERTEZA.


CAPÍTULO PRIMERO.
_Importancia y utilidad de las cuestiones sobre la certeza_.

Cimiento de la filosofía. Universalidad y constancia de las disputas
sobre la certeza. Significado. Amplitud de la cuestion. Utilidad. Su
influencia sobre el espíritu.


CAPÍTULO II.
_Verdadero estado de la cuestion_.

Tres cuestiones. Ejemplo. Objeto y deberes de la filosofía en este
punto. No comienza por un exámen. Fichte. Pirron. Necesidad de la
certeza. Su existencia y su naturaleza. Berkeley. Confesion de Hume.
Un prurito pueril. Sobriedad necesaria al espíritu. La certeza
anterior á todo exámen no es ciega. El dogmatismo y el escepticismo.
Se rectifica un dicho de Pascal.


CAPÍTULO III.
_Dos certezas_.

La del género humano y la filosófica. La certeza y la reflexion. El
desarrollo de las facultades humanas no es reflexivo. Experimentos.
Esterilidad de la filosofía con respecto á la certeza. Sus peligros.
Su objeto mas razonable. Contradiccion de los filósofos. Resultado.


CAPÍTULO IV.
_Si existe la ciencia trascendental en el órden intelectual absoluto_.

Primer principio. Observacion preliminar. Verdad primera. Diferentes
aspectos de la cuestion. Santo Tomás. Malebranche. Conjetura sobre la
ciencia trascendental, uno de los caractéres distintivos de la
inteligencia. La inteligencia y la unidad. Ejemplos de las artes y de
las ciencias. Medida de la elevacion de las inteligencias. Carácter
del genio.


CAPÍTULO V.
_No existe la ciencia trascendental en el órden intelectual humano; no
puede dimanar de los sentidos_.

Objeto de la sensacion. No hay una, orígen de la certeza de las demás.
Operacion de las cataratas. Dificultad de explicar el desarrollo de
los sentidos, y la relacion de las sensaciones. Inutilidad de esta
explicacion para la ciencia trascendental. La estatua de Condillac.
Observaciones. Resultado.


CAPÍTULO VI.
_Continúa la discusion sobre la ciencia trascendental_.

Insuficiencia de las verdades reales. Descrédito del sensualismo.
Verdades reales y verdades ideales. Insuficiencia de la verdad real
finita. Dos conocimientos de la verdad primera. Necesidad de fecundar
las verdades reales con verdades ideales. La unidad de Descartes es
triple. La ley única del universo. Sus reaciones con la ciencia
trascendental.


CAPÍTULO VII.
_Esterilidad de la filosofía del_ yo _para producir la ciencia
trascendental_.

Conciencia y evidencia. Una de las causas de la oscuridad y
esterilidad de la filosofía alemana desde Fichte. Una ventaja de Kant.
Esterilidad del _yo_ como elemento científico. Lo subjetivo y lo
objetivo. Acto directo y acto reflejo. Esterilidad de su combinacion
si les faltan las verdades necesarias. Lo que sabemos del _yo_. La
conciencia universal. El panteismo espiritualista. Dualidad de
relacion en todo acto de inteligencia. Dilema contra la filosofía del
_yo_. Reflexion fundamental del sistema de Fichte. Su método erróneo.
Aserciones gratuitas. Acto primitivo. Reflexiones. Acto indeterminado.
Esterilidad de la doctrina de Fichte para encontrar el primer
principio. A qué se reduce el aparato de su análisis. Fichte y
Descartes. Ventaja del filósofo francés. Panteismo del sistema de
Fichte.


CAPÍTULO VIII.
_La identidad universal_.

Lo infundado de este error. Un dilema. Contradiccion de ciertos
filósofos. Su sistema. Schelling. Una causa de este error.
Dificultades del problema del conocimiento. Argumento de los
sostenedores de la identidad. Inutilidad de esta doctrina para
explicar el conocimiento. Dualidad envuelta en el acto de conocer.
Desarrollo de esta observacion. Su mayor fuerza contra la filosofía
del _yo_. El misterio de la Trinidad. Platon. Intuicion del _yo_.
Principio de ser y de conocer.


CAPÍTULO IX.
_Continúa el exámen del sistema de la identidad universal_.

Instinto intelectual en busca de la unidad. Qué es esta unidad. La
unidad en la filosofía. La filosofía y la religion. Dos problemas
capitales sobre la representacion intelectual. Descartes. Vindicacion
de Malebranche.


CAPÍTULO X.
_El problema de la representacion_.

Mónadas de Leibnitz. Peligros de la exageracion en la unidad
científica. Hecho único. Sus inconvenientes. Un efugio. Mónadas de
Leibnitz. Lo infundado de estas hipótesis. Tampoco funda la ciencia
trascendental. Diferencias entre este sistema y el de los panteistas
modernos.


CAPÍTULO XI.
_Exámen del problema de la representacion_.

Tres fuentes de representacion. Relacion de lo representante con lo
representado. Consecuencia en favor de la existencia de Dios, sacada
de las relaciones de los seres intelectuales y del universo corpóreo.
Dos relaciones inmediata y mediata. Objetividad de toda idea. Union de
lo inteligente con lo entendido. La identidad fuente de
representacion. Cuándo y de qué manera.


CAPÍTULO XII.
_Inteligibilidad inmediata_.

Representacion activa y pasiva. Doctrina de Santo Tomás y del cardenal
Cayetano. Reflexiones. Un hecho en su apoyo. Dos condiciones de la
inteligibilidad inmediata. Consecuencias ideológicas. Resúmen de la
doctrina sobre la inteligibilidad.


CAPÍTULO XIII.
_Representacion de causalidad y de idealidad_.

La causalidad orígen de representacion. Profundidad de Santo Tomás
como filósofo. Idealidad. Dos proposiciones capitales. Condiciones
para que la causalidad sea suficiente orígen de representacion. Una
observacion sobre las ciencias naturales. Nueva refutacion de la
ciencia trascendental. Lo absoluto. Reflexiones sobre esta doctrina.
La representacion ideal se refunde en la causal. Vico. Dos
consecuencias importantes. Una observacion sobre las ideas-retratos.
Indicacion de varias cuestiones sobre las ideas.


CAPÍTULO XIV.
_Imposibilidad de hallar el primer principio en el órden ideal_.

Esterilidad de las verdades ideales con respecto al mundo real.
Aplicaciones. Necesidad de la union de las verdades reales con las
ideales. Esterilidad del órden no geométrico para el geométrico y
vice-versa.


CAPÍTULO XV.
_La condicion indispensable de todo conocimiento humano_.

Medios de percepcion de la verdad. Estado de la cuestion. Distincion.
Conciencia. Evidencia. Instinto intelectual ó sentido comun. Tres
órdenes de verdades. Carácter y diferencias de los medios de
percepcion y sus objetos. Una observacion sobre el desarrollo de las
facultades del hombre.


CAPÍTULO XVI.
_Confusion de ideas en las disputas sobre el principio fundamental_.

Anomalías. Sus causas. Estado de la cuestion.


CAPÍTULO XVII.
_La existencia del pensamiento_.

Principio de Descartes. Indemostrabilidad de la existencia. No todo se
puede demostrar. Aplicaciones. Punto de partida de nuestros
conocimientos. Dos sentidos del principio de Descartes. Se explica la
mente del filósofo.


CAPÍTULO XVIII.
_Mas sobre el principio de Descartes_.

Su método. Ambigüedad del lenguaje de Descartes. Su idea capital. Su
duda metódica. En qué sentido es posible. Aplicaciones. Observacion
sobre los extravíos de los reformadores. Acuerdo de Descartes con
todas las escuelas. Locke. Condillac.


CAPÍTULO XIX.
_Lo que vale el principio, yo pienso_.

Su análisis. Significado de la proposicion, yo pienso. Cómo se
distingue de la proposicion misma. Exámen de ella bajo el aspecto
lógico. Condiciones de su posibilidad. Formacion de la idea del _yo_.
Relaciones de la existencia con el pensamiento. Resolucion de tres
cuestiones.


CAPÍTULO XX.
_Verdadero sentido del principio de contradiccion_.

Opinion de Kant. Fórmula del principio. Opinion del filósofo aleman.
Juicios analíticos y sintéticos. Antigüedad de esta distincion.
Enmienda de Kant en la fórmula del principio. No tiene fundamento.
Equivocacion en la fórmula de Kant. Aplicaciones. Rectificaciones.


CAPÍTULO XXI.
_Si el principio de contradiccion merece el título de fundamental, y
en qué sentido._

Seis proposiciones sobre esta materia.


CAPÍTULO XXII.
_El principio de la evidencia_.

Fórmula llamada de los cartesianos. Su transformacion. Su cotejo con
la de Kant. El principio de la evidencia no es evidente. Anomalía. Su
explicacion.


CAPÍTULO XXIII.
_Criterio de la conciencia_.

Objeto de este criterio. Conciencia directa y conciencia refleja. Sus
caractéres y diferencias. Observaciones sobre la fuerza intelectual en
estos dos sentidos. Relacion de la conciencia con los demás criterios.
Cinco proposiciones que resúmen la doctrina sobre el criterio de la
conciencia.


CAPÍTULO XXIV.
_Criterio de la evidencia_.

Sus caractéres. Evidencia inmediata. La evidencia es una especie de
cuenta y razon. De dónde dimana su necesidad y universalidad. Valor
subjetivo de la evidencia. Valor objetivo. Cuestion importante.


CAPÍTULO XXV.
_Valor objetivo de las ideas_.

Estado de la cuestion. Doctrina de Descartes. Si se puede probar la
veracidad de la evidencia. Un argumento en pro fundado en la
necesidad. Fichte. Si se niega la objetividad de las ideas se arruina
la unidad de conciencia. Consecuencias absurdas.


CAPÍTULO XXVI.
_Si todos los conocimientos se reducen á la percepcion de la
identidad_.

Observaciones preliminares. Qué se afirma ó se niega en todo juicio.
Qué significa la igualdad en los juicios matemáticos.


CAPÍTULO XXVII.
_Continuacion_.

La fórmula A es A. Cómo se aplica á las matemáticas. Ejemplo en las
transformaciones de una ecuacion. Reflexiones. Caractéres de nuestra
inteligencia. Una necesidad, y una facultad. Dugald-Steward. Se
contesta á una dificultad de este autor.


CAPÍTULO XXVIII.
_Continuacion_.

Aplicacion de la doctrina de la identidad á los silogismos. Una
observacion sobre el entimema. Objeto y utilidad de los medios
dialécticos. Ampliacion de la doctrina con ejemplos geométricos y
algebráicos.


CAPÍTULO XXIX.
_Si hay verdaderos juicios sintéticos á priori, en el sentido de
Kant_.

Doctrina del filósofo aleman. Exageracion de sus pretensiones. Su
equivocacion sobre los juicios matemáticos. Combinacion del análisis
de los conceptos con su comparacion. Qué se necesita para la síntesis
segun Kant. En qué consiste la x que él busca. Resúmen de la doctrina
sobre los juicios analíticos y sintéticos.


CAPÍTULO XXX.
_Criterio de Vico_.

Su sistema. Su aplicacion teológica. Exámen. Objeciones, bajo el
aspecto filosófico y el teológico. Doctrina de Santo Tomás. El
criterio de Vico y el escepticismo.


CAPÍTULO XXXI.
_Continuacion_.

El criterio de Vico en el órden de las verdades ideales. Argumentos en
su favor. Impugnacion. Juicio del sistema de Vico. Hasta qué punto es
aceptable. Su mérito. Sus inconvenientes Dugald-Steward, de acuerdo
con Vico. Los escolásticos.


CAPÍTULO XXXII.
_Criterio del sentido comun_.

Significado de estas palabras. Aplicaciones. En qué consiste. Reseña
con respecto á los demás criterios. Si es criterio infalible. Cuatro
caractéres de su infalibilidad. Ejemplo.


CAPÍTULO XXXIII.
_Error de La-Mennais sobre el consentimiento comun_.

Su sistema. Confusion de las dos palabras _sensus_ y _consensus_. Su
criterio no puede ser el único. Demostracion. Reseña. Orígen del error
de La-Mennais. Se deshace una dificultad. Sus paradojas sobre las
matemáticas. Una observacion.


CAPÍTULO XXXIV.
_Resúmen y conclusion_.

Rápida exposicion de las doctrinas contenidas en este tomo. Enlace de
las mismas. Alianza de los criterios. Una ley de nuestro espíritu.
Inconvenientes de una filosofía exclusiva. La filosofía es posible sin
escepticismo y sin extravagancias. Un método filosófico puesto en
forma de alegoría.


--Notas.


FIN.





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