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Title: Viajes por Filipinas: De Manila á Tayabas
Author: Guerra, Juan Álvarez
Language: Spanish
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images generously made available by the Bibliothèque nationale de
France (BnF/Gallica) at http://gallica.bnf.fr.



Viajes por Filipinas
De Manila á Tayabas



Por
Don Juan Álvarez Guerra



(Segunda Edición)
Madrid
Imprenta de Fortanet
Calle de la Libertad, Núm. 29
1887



Al Sr. D. Cristino Martos

_Usted, mi buen amigo, me animó para que volviese á Filipinas, y á
V. le debo los tres años que pasé en Tayabas. Las páginas de este
libro, allí están escritas, y si algo bueno tienen, es la veracidad
de lo que en ellas se consigna. Acójalas con cariño, y no se olvide
que_ «mas allá de los mares», _como decía al hablar de este país un
profundo orador, tiene un verdadero amigo en_

Juan Álvarez Guerra.



ÍNDICE DE CAPÍTULOS.

CAPÍTULO I.

Adiós á Manila.--_El Batea_.--El puente de la
Convalecencia.--El Pasig.--El recodo de las Beatas.--Santa
Ana.--Paco.--Ruinas de San Nicolás.--Canteras de Guadalupe.--El
Santuario.--Herrera.--Malapadnabató.--Cueva de Doña Jerónima.--Pueblo
de Pasig.--Pateros.--Sarambaos.--Río de Antipolo.--Las orillas del
Pasig.--Sus recuerdos.--Sus fiestas.--Antaño y hogaño.--M. Le-Gentil
y otros autores. _Conocimientos_ del país.--Barra de Napindan.--El
capitán del _Batea_.--Almuerzo en el vapor.--Bertita.--Locuacidad
y mutismo.--Alhajeros ambulantes.--Laguna de Bay.--Unión de dos
mares.--El pantalán de Santa Cruz.--Mi amigo Junquitu.--Madrugada
del 1.° de Julio.--Carromatas.--Palos y atasques.--De Magdalena á
Majayjay.--El río Olla.--Recuerdo á D. Gustavo Tóbler.--Una noche
en Suiza.--Proyectos

CAPÍTULO II.

Lucban.--Su origen.--Situación.--Mr. Jagor y Sir John Bowring en
camino.--Alturas inexploradas.--Arroyos y torrentes.--Amazonas
tagalas.--Datos estadísticos.--Fechas imperecederas.--La
iglesia, el convento y el tribunal.--Dos cuadros.--Un cocinero
municipal y una mestiza tendera.--Aguas constantes.--Higrómetros
y termómetros.--Frío.--Las frondas del gran Banajao.--Artes y
oficios.--La niña, la hermana y la madre.--Tejedoras.--Petacas y
sombreros.--Música _fuerte_ y música _débil_.--Fray Samuel Mena.--El
pretil del convento.--La campana de las ánimas.--Cofradías.--La
guardia de honor de María.--El Calvario.--El novenario de las
flores.--Las dalagas de Lucban.--La _tagabayan_, la _tagatabi_
y la _tagalinang_.--El feudo y el terruño.--La sangre celeste y la
plebe.--La capitana Babae.--La melodía del Fausto.--Cumplimiento de
una oferta.--El autógrafo

CAPÍTULO III.

Horizontes intertropicales.--Suelo y cielo de Filipinas.--Panoramas
indescriptibles.--La cascada del Botocan.--La grandiosidad ante
los ojos del alma.--Evocaciones y recuerdos.--Un ateo.--El camarín
del Botocan.--Almuerzo al borde del abismo.--Chismografía al
por menor.--Cuentos y anécdotas.--Las mujeres filipinas.--Tipos y
registros.--Opiniones.--Amor desgraciado.--Leyenda y autógrafo.--Camino
de Tayabas.--Llegada á Lucban

CAPÍTULO IV.

El puente del suspiro

CAPÍTULO V.

Despedida de Lucban.--Arroyos que se convierten en torrentes.--Huellas
de un baguio.--Puentes derruídos.--Troncos de cocos.--La sampaca y el
jazmín silvestre.--Pedregales, hondonadas y pendientes.--Relente de
la tarde.--Aguas sulfurosas.--El puente de la Princesa.--Belleza del
paisaje.--Bravía y salvaje naturaleza tropical.--Melancolía.--Una
caña acueducto.--El camarín de Alaminos.--Cuatrocientas dalagas
á caballo.--Tubiganes.--Garzas blancas.--Cuesta y puente de las
Despedidas.--Bulliciosa cabalgata.--Cocales.--El puente de la
Ese.--Vista de Tayabas.--El kilómetro 146.

CAPÍTULO VI.

Tayabas.--Su antigüedad.--Situación.--Estadística.--Pureza de
raza.--El bambán grande.--Fiebres palúdicas.--Su remedio.--Casa
real, tribunal, iglesia y convento.--Una Semana Santa en
Tayabas.--Riqueza de ornamentación.--Correría histórica
alrededor de un escribano de Pilatos.--Fisonomías da los
pueblos.--Comparaciones.--Indolencia.--Supersticiones.

CAPÍTULO VII.

Costumbres.--Poesía popular indígena.--La tradición y el
manuscrito.--_El cumintán_.--¿Qué es el _cumintán_.?--Reminiscencias
moriscas.--El _cariquitdiquitán_.--Pensamientos tomados al oído.--El
indio.--¿Es ó no definible?--El libro en blanco.--Identificación del
indio.--Condiciones para conocerlo.--Fenómenos psicológicos.--Un
regimiento europeo y un regimiento indígena.--Ingratitud y
agradecimiento.--La india amiga y la india amante.--El portalón del
Gloria.--_Titay_.--Una fortuna á la mar.--La Revista Europea viajando
por el reino de Aracan.--Conocimientos de los escritores de allá y
algunos de los de acá.--El cómo se escribe la historia.--Apreciaciones
diversas

CAPÍTULO VIII.

Costumbres.--Casamientos.--Código amoroso indio.--Prólogo al
libro.--Bindoy.--Cabezang Juan y cabezang María.--Los faldones del
munícipe.--Elocuencia de las uñas.--El Eureka tagalo.--El pretendiente
y la pretendida.--_El pamimianan_.--El _amang-cruz_.--Una casa vacía y
una casa provista.--El _habiling_.--Calabazas en redondo.--Influencia
de los mayores.--Rencor indio.--Los picos quemados de una carta.--La
_gayuma_ y _jonjon_.--Aceptación del habiling.--De novio á marido.--El
_pag-haharap_.--Ceremoniales.--La vuelta á la casa.--Novenario.

CAPÍTULO IX.

¿Es ó no feliz Ambrosio?

CAPÍTULO X.

Paseo á caballo.--El cocal de las _Angustias_.--La ermita.--La
esquila del santuario.--Una alborada en los trópicos.--La niña, el
árbol y el crepúsculo.--Una misa en la ermita.--Oración que implora
y curiosidad que investiga.--La madre del dolor.--Una cifra y una
fecha.--Averiguaciones inútiles.--El matandá de la ermita.--La Casa
Real de Cotta.--Las ruinas y la recámara de la muerte.--Estancia
en el barrio de Cotta.--Tamayo y Belloc.--Recuerdos.--Horas
felices.--Salubridad y riqueza.

CAPÍTULO XI.

Costumbres.--Enfermedades y entierros.--El _orimon_.--Creencias
del indio.--El mediquillo.--Confección de una receta.--El
_constructor_ de cigarrillos.--_Dos respiraciones_.--El frío y
el calor.--Muerte de cabezang Pedro.--Al hoyo y ... _talagá nang
Dios_.--La casa por concluir.--Dolor de embarazo--Las plegarias y
la Orden tercera.--Las listas del presente.--_El panalañgin_.--El
sentimiento y el estómago.--_Inoac y sayos_.--El sentimiento y el
indio.--Filosofía del _icao ang bahala_, y el _talagá nang Dios_.--El
cementerio de Tayabas.--La vida y la muerte.--¡Eterno olvido!--El
_dasalan_.--Creencias.--El _lungcasan_.--Último recuerdo del vivo
al muerto.

CAPÍTULO XII.

Estancia en Tayabas.--El archivo del Gobierno.--Trabajos preparatorios
para girar una visita á la provincia.--Preliminares de quintas y
elecciones.--Andoy.--Laboriosidad y mutismo.--El 1.° de Abril.--Salida
de Tayabas.--El río Ali tao.--Barrio de _Muntingbayan_.--Camino de
Tayabas á Sariaya.--El gobernador D. José María de la O.

CAPÍTULO XIII.

Sariaya.--Su situación, límites, historia, productos y estadística.--La
iglesia y el convento.--Una modesta catedral del saber convertida
en un bullicioso templo de Tersípcore.--La mujer de Sariaya.--La
_dalaga_.--El bosquejo, la caricatura y la fotografía.--Más sobre las
hijas del país.--Sistema de gobierno femenino.--¿Manda, ú obedece?--La
india casada con europeo.--El _castila_ y el marido.--Valor de un
calificativo.--Los saludos y el alma de _Garibay_.--Episodio histórico.

CAPÍTULO XIV.

Quintas y elecciones en Sariaya.--Adorno del salón.--Las
_bungas_.--Los capitanes pasados, los cabezas reformados y los
cabezas en ejercicio.--Escrutinio de _canutos_.--Preparación de una
elección.--Los muñidores de allá y los _camisas por fuera_ de por
acá.--Engranaje municipal.--El Gobernadorcillo, el Teniente mayor
y el Juez mayor.--Zambalinas y bastidores.--Votación.--Forma de
hacerse.--Ternas.--Constitución del municipio.--Las _principalas_
de oficio.--El sorteo.--Manera de verificarse.--Fisonomía de un
día de quintas en Filipinas.--Los alrededores de un tribunal y el
interior de un hogar.--Deducciones y apreciaciones.--Lógica pura.--La
cena.--Despedida de Sariaya.--Un santo y un hombre honrado.

CAPÍTULO XV.

De Sariaya á Tiaong,--Monotonía del camino.--Diversidad del resto de la
provincia.--Panoramas.--El _Lagnas_.--Aguas minerales.--El río Quiapo
y el Maasim.--Barrio de Maasim.--Su riqueza y necesidades.--Un indio
rico.--Apunte de una idea financiera.--Cambio de caballos.--Vista
de Tiaong.--Su situación, límites, historia, salubridad,
productos y estadística.--Aspecto del pueblo.--Inclinaciones de sus
habitantes.--La resistencia pasiva.--Falta de edificios.--El consabido
baile.--Brillantes y sayas.--Paredes aprovechadas.--Camino de Tiaong
á Dolores.--Dolores.--Su historia.--Bellos paisajes y riquísimas
aguas.--Regreso á Tayabas en posta.

CAPÍTULO XVI.

De Tayabas á Pagbilao.--El _bantayan_.--Riqueza
de cocales.--Alambiques.--Aguardiente de coco.--Su
fabricación.--_El mananguitero_.--El coco _mura_ y el
_macapunó_.--Crecientes y menguantes de la luna.--Aceite
de coco.--Forma de extraerlo.--Tubiganes.--Quebrada del
Maragoldon.--El Dumaca.--Puente.--Sistema para resguardar
los puentes de madera.--Pagbilao.--Su fundación, límites,
situación, riqueza y estadística.--El convento, la iglesia y las
escuelas.--Fray Manuel Rodríguez.--Importancia que tiene Pagbilao
y la que debía tener.--Conducción de efectos.--Centralización de
poderes.--Observaciones  y lógica de los números.--Paráfrasis de un
dicho de Montes.

CAPÍTULO XVII.

Las mareas.--El río de Pagbilao.--El castellano
de _Tabangay_.--Islita de Patayan.--Simón el
lazarino.--Capuluan.--Bajo  Talusan.--Antiguas ruinas.--Las rocas
Bagobinas.--Laguimanoc.--Almuerzo.--Un	astillero.--Ensenada de
Talusan.--Caserío y bajo de Calutan.--Calilayan, barrio y Unisan,
pueblo.--Historia.--Ladia.--Castillo de Calilayan.--Síntesis  de
dos civilizaciones.--D. José Barco.--¡Rumbo á Pitogo!--Bajo
Salincapo.--Cabulijan.--Pitogo.--Cacería de caimanes.--Un
bailujan, un collar de coral y una pregunta.--¡A  los
botes!--Macalelong.--Su estadística.--Catanauan.--Su  presente y
su porvenir.--Mulanay.--Pastos y cogonales.--Monte  Dumalong.--San
Narciso.--Seno de Ragay.--Guinayangan.--Unión de los mares.--El
Cabibijan.--Alunero.--Río y pueblo de Calauag.--López.--Su fundación,
su estadística.--Alto en Gumaca.

CAPÍTULO XVIII.

Gumaca.--Su antigüedad.--Su situación.--Águilas
imperiales.--Castillos de Santa María, San Diego, San Sebastián
y San Miguel.--Estadística.--Saqueo, incendio y peste.--Libros
canónicos.--Reminiscencias valencianas.--Una velada en las
ruinas.--Recuerdo glorioso.--Productos.--De Gumaca á Atimonan.--Una
madera incorruptible y un hongo fosforescente.--Kiosco en el
camino.--Grupos fantásticos.--Compañía no buscada.--Ninay.--Una
presentación por medio de un cigarro.--El _Moro_ y el
Rosillo.--Atimonan.--Su historia, sus productos y su estadística.--Un
bailujan, un regalo y una promesa.--El correo.

CAPÍTULO XIX.

Navegación en _baroto_.--Escasez de luz y abundancia de mosquitos.--Los
principios y los medios.--Horas interminables.--_Malayo
po_.--El monte Soledad.--Vista de Mauban.--Su historia,
estadística y productos.--Episodio glorioso.--Don Simón de Anda
y los franciscanos.--Documento notable.--Setecientos  quintales
de plata.--De Mauban á Lucban.--Caminos  que hace el hombre y
arreglos que hacen las aguas. Vadeos, precipicios, quebradas y
desmontes.--El Balete.--Barrio	de Sampaloc.--La hamaca.--Lúgubres
semejanzas.--Descanso  en Lucban.--Vuelta á Tayabas.

CAPÍTULO XX.

Costumbres.--Aprobación de actas.--Un Gobernadorcillo electo
paseando por Manila.--El sastre municipal.--Los faldones del frac,
el sombrero de copa, la camisa de chorreras y el bastón.--Vajilla,
lámparas y rancho.--Diez varas de glasé y diez de gró.--Los
caballeros _utraques_.--Un lío, otro lío y un liito.--El campanario
del pueblo.--Vuelta al hogar.--Exhibición de compras.--La saya de
la capitana.--La pagoda.--El  1.° de Julio.--Juramento.--Misa de
vara.--Recuerdos de las bodas de Camacho.--Un chocolate serio y un
descarnado hueso.--La tenientela mayora y las juezas.--Amontonamiento
de alhajas.--Lectura del _Tadhana_.--La coronación.--El  rigodón
oficial.--Un borracho ante un apellido vascuence--Fin  de la fiesta
_aniyaya nang bayan_.

CAPÍTULO XXI.

Costumbres.--Fiestas.--El _bínyagan_.--El _unang pag paligo_.--El
_diariuhan_.--El _labac, el puong y la aniyaya_.--El _suizan_.--El
tañido del _tambulic_.--Inspección del barrio.--La cama del Juez
mayor.--Cincuenta y dos días de bailujan.--El _buisan._--Los
_pintacasis_.--Juntas y cabildeos.--Triunfó de la Liceria y de la
Chananay.--Aliño de un teatro en Tayabas.--El cómico de la legua.--¡Ojo
con los empresarios!--Un día de buen comer.--Preparativos de
cuaresma.--_Lapasan_.--El vino en vaso y el coquillo en tabo.--El
_tapatan mang pasión._--_Moros_ y cristianos.--El sábado de
gloria.--El canto del gallo.--_Pascuhan_.--El _hatiran_.--Recuerdo
de una	pregunta.

CAPÍTULO XXII.

La provincia de Tayabas á principios del presente siglo.

CAPÍTULO XXIII.

La provincia de Tayabas en general.--Su descubrimiento.--Su
situación.--Creación del obispado de Nueva Cáceres,--Un obispo en
el año 1600 y otro en el 1875.--Fray Francisco Gainza.--D. Simón
Álvarez.--Padrones de 1754, 1831, 1836 y 1875.--Aumento de población
y de riqueza.--Montes y vegas--Aceite de coco.--Caza mayor y
menor.--El _tabon_.--Hierbas y flores olorosas.--Frutos, hortalizas,
granos, resinas y caldos.--Minas.--El tayabense psicológicamente
considerado.--Costumbres antiguas de los tagalos.--La última
cuartilla.--Adiós á Tayabas.--Últimos contornos del Banajao.--La cuna
de un hijo.--Confianza en la caridad de Filipinas.



CHAPTER I

CAPÍTULO I.

Adiós á Manila.--_El Batea_.--El puente de la
Convalecencia.--El Pasig.--El recodo de las Beatas.--Santa
Ana.--Paco.--Ruinas de San Nicolás.--Canteras de Guadalupe--El
Santuario.--Herrera.--Malapadnabató.--Cueva de Doña Jerónima.--Pueblo
de Pasig.--Pateros.--Sarambaos.--Río de Antipolo.--Las orillas del
Pasig.--Sus recuerdos.--Sus fiestas.--Antaño y hogaño.--M. Le-Gentil
y otros autores. _Conocimientos_ del país.--Barra de Napindan.--El
capitán del _Batea_.--Almuerzo en el vapor.--Bertita.--Locuacidad
y mutismo.--Alhajeros ambulantes.--Laguna de Bay.--Unión de dos
mares.--El pantalán de Santa Cruz.--Mi amigo Junquitu.--Madrugada
del 1.° de Julio.--Carromatas.--Palos y atasques.--De Magdalena á
Majayjay.--El río Olla.--Recuerdo á D. Gustavo Tóbler.--Una noche
en Suiza.--Proyectos.

En la madrugada del 30 de Junio de 187..., dejé los incómodos asientos
de un desvencijado _sipan_, tomando el que dicen camino--por más
que no sea ni aun vereda,--que dirige al modesto embarcadero que en
la margen del Pasig, y al pié del magnífico puente colgante, tienen
los vaporcitos que hacen la carrera entre Manila y la provincia de
la Laguna.

Instalado en la cámara de popa, mediante cuatro pesos, que fueron
canjeados por un tarjetoncito amarillo y grasiento por el uso,
principió la maniobra de largar. Silbó el vapor, desatracamos, y
sorteando numerosas bancas zacateras, pusimos rumbo contra corriente,
á la laguna de Bay.

Las palas del vaporcito, pesadamente batían las aguas del Pasig,
evitando el timonel con una lenta marcha, el choque con alguna de
las muchas pequeñas embarcaciones que afluyen en aquellas horas á
las cercanías del puente colgante, cargadas unas de cocos, verduras,
leña, piedras, ladrillos y tejas, y conduciendo otras gran número de
alegres cigarreras que tienen su trabajo en la fábrica de Arroceros, y
su domicilio en alguna de las poéticas casitas que bordan las orillas
del río, y forman parte de los pueblos que hemos de ver desde las
bandas del vapor.

A las pocas orzadas, dejamos por la proa los descarnados pilares
de madera que serán en su día la sustentación del puente de la
Convalecencia, así llamado,--se entiende cuando esté concluído [1]
porque pondrá en comunicación las dos orillas del Pasig, siendo
la principal base y en la que descansará aquel, la pequeña isla de
Convalecencia, en la que vimos destacarse un amplio edificio, que
nos dijeron ser el Hospicio.

Doblado el recodo que forma la islita, pudimos apreciar las
esbeltas y elegantes construcciones  de la calzada de San Miguel;
construcciones, que de día en día, van perfeccionando, hasta el punto,
que vimos una, constituyendo un verdadero palacio á la moderna. Dicho
palacio es de hierro en su mayor parte; en sus jardines, cortados
á la inglesa, se encuentran estatuas en gran profusión, y por las
entreabiertas ventanas de los muros--cuyas líneas son una reminiscencia
morisca--indiscretamente se asoma el sibaritismo oriental, por mas
que trate de ocultarse entre cortinajes, importados de los ricos
telares del viejo mundo.

Siguiendo la línea de construcciones, dejamos á la proa, Malacañang,
residencia de nuestra primera Autoridad, y bien modesta por cierto,
para la jerarquía del alto Jefe que la habita. Á continuación de
Malacañang--palabra  tagala que quiere decir casa del pescador,--quedó
el barrio de Nagtajan, desde el cual las orillas del río principian
á tomar otro carácter. La piedra, el hierro y el ladrillo, son
sustituidos por la caña, la nipa, y la palma brava, los cuidados
jardines, por las revueltas y compactas agrupaciones de plátanos,
bongas y cañas; mezclándose las mansiones de recreo, con centros
manufactureros, en los que predominan las alfarerías, las canteras y
las cordelerías. En alguna de estas últimas, la alta chimenea indicaba,
que bajo su negro tubo se aprisionaban las múltiples fuerzas del vapor.

Distraídos en la contemplación de la ribera que teníamos á babor,
dejamos el poético pueblecito de Pandacan, doblamos el recodo de las
Beatas--así llamado, por haber existido en aquel lugar, un piadoso
establecimiento de monjas,--y no sin trabajos, en los que hubo que
emplear el _tiguin_ para evitar los cientos de salientes que forman
las revueltas del Pasig, nos pusimos á la altura de la sólida iglesia
del pueblo de Santa Ana, teniendo  también dentro de nuestro horizonte
visible, el remate del torreón de la de Paco.

Tras la bullente estela de _El Batea_, fueron quedando, el rústico
embarcadero de Lamayan, la sólida iglesia de Mandaloyo--por cuya cima
se destacaban los picachos de los montes de Mariquina--los pueblos
de San Pedro  Macati y Guadalupe, el vadeo de San Pedrillo,--que
pone en comunicación el barrio de ese nombre con aquel pueblo,--y
las ruinas de San Nicolás, con su histórica peña, en que dice la
tradición se convirtió un caimán, á la invocación que hizo un chino
en aquel sitio, á dicho Santo, estando próximo á ser devorado por el
carnicero _saurio_.

El santuario de Guadalupe fué el primer templo de Filipinas en que
se empleó el ladrillo y piedra para bóveda. Fué construido por un
fraile agustino, pariente del inmortal Herrera, á quien se debe el
Monasterio del Escorial. El que dirigió el alegre santuario, dió más
tarde ancho campo á la valentía de sus concepciones, en las magníficas
obras de San Agustín de Manila, cuyo templo forma una hoja de laurel
con el ilustre apellido de Herrera.

El pueblo de San Pedro Macati, perteneció á los padres jesuítas;
á la salida de estos, fueron comprados sus terrenos y hacienda por
el marquesado de Villamediana.

Pasado el sitio donde se dice se operó el milagro, y al que van en
romería, y con toda la devoción de que son susceptibles los chinos,
se principian á ver en ambas orillas del río grandes depósitos de
piedras toscamente labradas, procedentes de las canteras de Guadalupe,
las que suministran y llenan en gran parte las necesidades de Manila
y sus arrabales. Dichas piedras, aunque muy porosas, y por lo tanto
de fácil desmoronamiento, son apreciadas, y su transporte se hace en
grandes bancas, que son vaciadas al pié del puente colgante, ó á las
márgenes de los muchos esteros que afluyen al Pasig.

Las precauciones tomadas por el capitán, colocando á toda la gente de á
bordo con _tiquines_, á la banda de estribor, nos hicieron comprender
las dificultades que para doblarla presentaba la acantilada roca de
_Malapadnabató,_--palabra tagala, que quiere decir, piedra ancha.--Los
bellísimos helechos que tapizan el estrecho paso que abre en la peña
el camino qué dirige al pueblo de Pateros, es altamente bello, y el
naturalista tiene en aquellas graníticas paredes preciosos ejemplares
de gigantescos musgos. Casi frente á la peña de _Malapadnabató_ se
halla el vadeo de aquel nombre, en el que, una rústica garita, y uno
menos rústico camarín, señalan un puesto de carabineros, llamados á
vigilar las importaciones que lleva á Manila el Pasig. En las cercanías
de la garita, y visible perfectamente desde el vapor, se destaca la
entrada de la cueva de _Doña Jerónima,_, de cuya cueva--que dicen
se comunica con la de San Mateo,--cuentan los indios terroríficas
historias de aparecidos, duendes, y sobre todo de tulisanes. Se
afirma que el nombre que lleva es debido á que en su cavidad hizo
vida cenobítica una pecadora arrepentida llamada Doña Jerónima;
habiendo quien asegura, por el contrario, que aquella cavidad fué
hecha para baño de una sibarita y opulenta señora.

Á un tiro de bala de la cueva se levanta la iglesia del rico pueblo
de Pasig. Aquí, el horizonte se ensancha y se aprecian distintamente
las desigualdades de los escabrosos y agrestes montes de San Mateo.

Las orillas de esta parte del río están llenas de cascos y bancas. Los
indios de Pasig son tenidos por los mejores bogadores de la provincia
de Manila. Son, en efecto, muy fuertes, y manejan con destreza y
vigor la ancha y corta pala que les sirve de remo, al par que de timón.

Hubiéramos querido visitar de noche el pueblo de Pasig para _ver_
el uniforme que usan los serenos, de que nos habla Mr. Jagor, en sus
_Viajes por Filipinas_.

No bien concluímos de oir el desagradable graznido de los miles de
patos que rodean las cercanías del vadeo de Pasig, cuando el panorama
varía por completo. Dilatados campos sembrados de palay, se muestran
por doquier. Las riberas se despojan de las verdes y poéticas bóvedas,
viéndose al carabao arador que pesadamente abre el surco en que ha de
fructificar el arroz. En este dilatado trayecto va ensanchándose el
cauce, contándose en él gran número de _sarambaos_, en cuya plataforma
no solamente se alzan los cruzados brazos de caña que sostienen la
red, sino que también un cobacho de nipa, en el que vive toda una
familia, cuyos individuos, durante las horas de trabajo, tienen su
puesto y su lugar de maniobra en aquel rústico aparato flotante,
cuyo mecanismo se reduce á una red tejida de cabo negro pendiente en
sus cuatro extremos de unas cañas, que á su vez las sujeta un mástil,
dispuesto de forma, que un contrapeso graduado sumerge y hace subir
la bolsa que forma la red.

Tras consagrar un piadoso recuerdo á la milagrosa imagen de Antipolo,
á la vista del río, cuyo cauce siguen la mayor parte de los miles
de romeros que visitan el santuario, y después de una corta marcha,
franca y desembarazada, entramos en la barra de _Napindan,_ que abre
la gran _Laguna de Bay_.

Las riberas del Pasig han sido objeto de rimas y trovas, y sus
aguas cantadas por _melancólicos_ amantes y por músicos más ó
menos inspirados. El día de San Juan y los tres de carnestolendas
constituían cuatro fiestas fluviales, en las que los remojones,
las regatas y las _enfrentadas_ en banca, figuraban en primer
término. La libertad que reinaba en estas diversiones, la convierte en
libertinaje _M. Le-Gentil_ en las descripciones que de ellas hace en
sus _Viajes_. Dicho francés, que dignamente precedió en _exactitud_
en la manera de narrar costumbres á otros compatriotas suyos, vino
á estas islas el año 1767, por orden de su rey á estudiar el paso
de Venus por el disco del sol; y si observó el cielo, de la forma
que lo hizo del suelo, no hay duda que el monarca francés quedaría
completamente enterado de el _paseito_ de Venus. Como _M. Le-Gentil_
vino á observar los astros, nada tiene de extraño que al escribir
costumbres filipinas en Francia, se acordara de el tan sabido cantar
«_de el mentir de las estrellas_».

En honor á la verdad, no nos debe tampoco extrañar esto en extranjeros,
cuanto que ahora bien recientito [2] se ha publicado en Madrid
un libro titulado _Recuerdos de Filipinas_, y una _Memoria_ en
Barcelona, sobre colonización de estas islas, que dan gozo leer. Si los
recuerdos del autor del primero tienen el valor que los de su libro,
no me extrañaría se le olvidara _hasta_ el saber escribir, lo que es
difícil, pues literariamente hablando el libro es bueno. En cuanto
al autor de la _Memoria_, solo diremos que muy formalmente afirma en
el prólogo llevar estudiando diez años de colonización filipina, y en
efecto ... , á las cuatro páginas dice, que los principales productos
de exportación de este país, los constituyen entre otras cosas--en
que por cierto no cita el abacá--los _mongoz_ (?), las _naranjas_
y _los cortes de pantalón _... ¡Bien! ¡muy retebién, por los _cortes
de pantalón, los mongoz_ y los _diez años_ de colonización!

Á las once de la mañana, navegando en plena laguna, se sirvió el
almuerzo, sentándose á la mesa el capitán, antiguo lobo marino
de la carrera del _Cabo_, que le ahogaba el calor de la caldera,
la estrechez del barco, lo limitado del horizonte, y más que todo,
el agua dulce, que en tres palmos de fondo batían las palas de las
ruedas. Se comprende el mal humor que habitualmente dominaba al capitán
del _Batea_, acostumbrado á recorrer la grandiosidad de los inmensos
desiertos del Océano.

La vida del agua dulce, la monotonía de una ribera siempre la misma,
la precisión de las llegadas, las inofensivas y uniformes varadas,
la etiqueta de la cámara, el tiquin, la falta de olas, de horizonte,
de grandiosidad, de espacio y de luz, traían al bueno  del capitán de
un humor que había ratos en ni él mismo se podía sufrir. El hombre
de mar metido entre las cuatro tablas de un vaporcito ribereño, es
como el milano de las regiones australes, que se le encerrara en un
jaulón de gallinas.

--¡Capitán! ¿cómo se llama ese aparato de pesca?--le dije señalándole
una balsa que se veía en la orilla.

--No sé--me contestó con marcada aspereza.--No conozco--añadió--más
aparatos de pesca, que los arpones balleneros y los dobles aparejos
para izar las _tintoreras_ de los trópicos.

--Pescas que deben ser muy peligrosas, capitán.

--¡Capitán! ¡capitán!--repitió con acentuado  desprecio.--¿Capitán de
qué? ¿de este cajón con ruedas? ¡Mil rayos y bombas! ¡Capitán  de río,
sin rol, sextante, ni brújula, con cuatro rajas de leña en la bodega,
una derrota de diez horas, un buque en miniatura y un _tiquín_ por
timón! ¡Vaya un capitán!

El sarcasmo y la rudeza de las palabras del antiguo marino,
involuntariamente me hicieron  recordar al célebre personaje de la
_Agonía_, drama en que Larra dice por boca de un viejo contramaestre
de los que acompañaron á Colón, «que las tormentas en tierra, son
truenos que apenas se oyen y gotas de agua que ensucian». El capitán
del _Batea_ era un retrato del viejo _lobo_ de la _Niña_.

Ya que hemos principiado á bosquejar tipos, vamos á trazar cuatro
brochazos--por más que sea á la ligera--en los bocetos de los
personajes que ocupaban la mesa. A la derecha del capitán, que sudaba,
no tinta, sino brea, embutido en un corbatín y una americana negra, se
encontraba sentada una _empleada_ que respondía al nombre de Bertita:
ojos melados, negros, grandes, y velados de largas pestañas; pelo
fino, lustroso, abundante, negro como sus ojos; nariz pequeña y un
tanto arremangada, símbolo de burla; labios finos; dientes, aunque
de mortales huesos, y no de perlas, compactos, blancos é iguales;
tez morena; seno alto y exuberante; manos redondas y pequeñas, y
sonrisa marcadamente picaresca, constituían el distinguido conjunto de
Bertita, que vestía ligera y limpia bata de viaje, recogido sombrero
de terciopelo con pluma, cuello y puños á la marinera, cinturón de
piel de Rusia, y diminutas botitas color café.--¿Les gusta á ustedes
el tipo?--Sí.--Pues á mí también. El capitán, de cuando en cuando,
la miraba de reojo, y hasta creo que el buen hombre se olvidaba
de todos los horizontes de los trópicos, por el pequeño cielo que
constituía la risueña cara de Bertita, en la que no había mas nubes
que un picaresco lunar puesto en el labio superior con más malicia
que queso en ratonera. A la mitad del almuerzo, ya nos había contado
quién era, adonde iba,  porqué había venido, quién era su padre,
su abuelo y hasta un primito á cuyo solo nombre, largó un bufido muy
pronunciado un respetable y obeso señor que estaba sentado  á su lado,
y que á grandes rodeos--pues en esto, era lo único en que enmudecía
Bertita--supimos era su esposo. _Este_, como le llamaba _aquella_,
tenía una _cara_ de todo un buen hombre; el _género_ paciente y la
_clase_ resignada, se definían perfectamente en aquel armazón de
carne, en la que brillaban dos ojillos azules, unas narices abultadas
y granugientas, y una calva cercada de algunos mechones blancos,
compañeros de un enmarañado y desigual bigote. Toda la locuacidad
de Bertita, era mutismo en el señor D. Paco, quien se limitaba á
aprobar con monosílabos los largos períodos que salían de la fresca
y sonrosada boca de su esposa.

Ocupaba la izquierda del capitán, uno de esos misteriosos seres que
de cuando en cuando aparecen por las provincias del Archipiélago,
llamándose unas veces alhajeros y otras naturalistas, por más que en
la generalidad de los casos, sean verdaderos caballeros de industria,
que á la sombra de cuatro maletas llenas de abalorios y hoja de
lata, engañan la credulidad de los indios; sirviéndoles otras veces
de pretexto, media docena de plantas parásitas, que ni entienden,
estudian ni clasifican. Al lado de estos últimos, los hay--y yo me
honro con la amistad de algunos--que recorren los bosques de este
país con el afán de enriquecer la ciencia, sufriendo toda clase de
privaciones, ante la satisfacción de aumentar sus herbarios. El tipo
que nos ocupa, no puedo definir á qué clase pertenece. Habla poco y su
acentuación señala al gascón, por más que dice es alemán; come bien,
y sobre todo bebe mejor. Completaban los comensales, una pálida,
mestiza china, más difícil de bosquejar que el anterior.

Al lado de la mestiza, observaba y comía el autor de estas líneas.

--¡Jesús, que café, capitán!--dijo Bertita, haciendo un gracioso
mohín de desagrado al saborear el negro líquido que humeaba en la
taza:--nunca podré acostumbrarme á estos brebajes recordando el
Moka que se tomaba en casa del Ministro, el primo de _este_. Pues
no digo á ustedes nada, del que se servía en la embajada de Rusia,
ni el que se daba en las _soirées_ de la Baronesa: ¡Jesús, Jesús,
qué país! Veinte días hace que desembarcamos, y lo que es así pronto
me vuelvo á mi Cádiz.

Ya pareció aquello, dije para mis adentros, andalucita tenemos.

--Pues no crea V. que esto es tan malo--la dije--cuando V. se instale,
y lleve algún tiempo de país, le parecerá muy bueno.

Él silbido del vapor cortó nuestra conversación, al par que nos
anunciaba la llegada á Biñan. El bretón se quedó en aquel pueblo.

Nuevamente en marcha, cada cual procuró colocarse lo mejor que pudo,
tanto en la cámara como sobre cubierta.

El vapor navegaba por la extensa laguna de Bay, madre del Pasig. Las
aguas de aquella en los fuertes _Sures y Nordestes_, toman gran
movilidad, haciéndose un tanto peligrosa la navegación en pequeñas
embarcaciones. Varios naufragios registra la crónica de la laguna de
Bay, y según algunos pesimistas, aquella es una constante amenaza para
Manila. No conozco el desnivel que existe entre la laguna y Manila,
si bien debe ser mucho, dada la situación que aquella ocupa y lo
rápido de la corriente del Pasig.

La laguna de Bay--que no sabemos qué razón hay para no darle el
nombre de lago, pues aun de estos habrá pocos en el mundo que midan
las grandiosas proporciones de aquella--tiene un circuito que se
hace subir por unos á 35 leguas y por otros á 30. Esta laguna tiene
islas, penínsulas, cabos y ensenadas,  y en sus orillas, se asientan
ricos y bellísimos pueblos, contándose entre ellos, el de Santa Cruz,
cabecera de la provincia. La península que forman los ricos terrenos
de Jalajala, y los poéticos sitios que rodean á Los Baños--pueblecito
así llamado por tener unas termas de reconocidas propiedades
medicinales,--son lugares que encontramos en los itinerarios de la
mayor parte de los _turistas_. Las playas de aquel pequeño mar--pues
no otro nombre debe dársele--están salpicadas de bonitos pueblos,
los cuales de día en día, ven con creciente temor que las aguas van
invadiendo sus territorios, fenómeno fácil de explicar, si se tiene en
cuenta la cantidad de agua y arenas que arrastran las treinta y tres
vías que alimentan la laguna, con la desproporción de su desagüe,
que se opera por una sola, que es la del Pasig. La aglomeración de
arenas, va haciendo difícil la navegación por muchos sitios, y si
en un plazo corto no se establecen servicios de dragas, la barra de
Napindan opondrá un poderoso obstáculo á los más reducidos calados
al par que las aguas irán absorbiendo territorio. La cordillera
del Bay-bay limita uno de los horizontes de la laguna, la que podría
unirse con el mar Pacífico, de abrirse un canal en aquella cordillera,
única barrera que se interpone entre ambas aguas.

Á las cuatro de la tarde, después de no pocas varadas, atracamos al
_pantalán_ de Santa. Cruz.

Hechos los ofrecimientos y despedidas de ordenanza, vino un fuerte
abrazo, dado por mi querido amigo D. Manuel Junquitu, quien me esperaba
en el desembarcadero.

El resto de la tarde lo pasamos en visitar el pueblo, el cual me
pareció sucio y triste. Está dividido por un río, sobre el cual se
levanta un magnífico puente, construido en estos últimos años. La
cárcel, hecha en pequeño bajo el modelo de la de Bilibid, de Manila;
la iglesia, convento, y Casa Real, [3] son los únicos edificios
notables que tiene Santa Cruz.

Por la noche después de la cena, nos obsequió el bondadoso Alcalde
D. Antonio del Rosario con una serenata que oímos desde los balcones
de la Casa Real.

Á las once, habiendo dejado todo dispuesto para seguir mi viaje,
me acosté.

Muy de madrugada fuí despertado, tomando después del indispensable
chocolate, los duros asientos de una carromata tirada por dos
_pencos_. Palo aquí y atasques allá, llegamos al cabo de hora y media
á Magdalena, en donde mudamos de caballos, continuando hasta Majayjay,
pueblo muy nombrado y conocido por tener en su jurisdicción la célebre
cascada del _Botocan_.

De Magdalena á Majayjay puede hacerse el camino en tiempo de secas
en carruaje, empleando dos horas, siendo expuesta esta forma de
locomoción cuando reinan las aguas, en cuya época, lo accidentado del
terreno y los aguaceros torrenciales que manda el _Banajao_, ponen
el camino intransitable. En dicho camino es notable un puente que se
eleva sobre el río Olla, dedicado á Nuestra Señora de la Sacristía,
según leímos en la piedra.

En Majayjay, fuí á parar á la casa del suizo D. Gustavo Tóbler,
excelente naturalista, radicado y casado en el país. Jamás olvidaré
las horas que pasé al lado de aquella inteligencia verdaderamente
cosmopolita, y de aquella actividad incansable. Interpretaba al piano
con envidiable maestría las más delicadas melodías de Beethoven, y
fotografiaba con su cáustico lápiz, ó su correcta pluma, las costumbres
filipinas. El tiempo que le dejaba libre el cuidado de un magnífico
cafetal, lo repartía entre el amor de su esposa, el cariño de sus
hijos, el estudio, y el preparado y conservación de sus colecciones.

Amante, hasta el delirio, de su país, vivía feliz entre las agrestes
fragosidades que rodean á Majayjay, las cuales le recordaban las
pintorescas montañas de Suiza. Efecto de su laboriosidad contrajo una
afección al hígado, que le condujo al sepulcro siendo aún joven. Murió
en Hong-kong, dejando algunos trabajos inéditos, que el autor de
estas líneas le vió escribir en una temporada que vivieron juntos.

La tarde que llegué á Majayjay y en la que por primera vez hablé al
Sr. Tóbler, se concertó que á la madrugada siguiente visitaríamos
la _cascada_. El resto de tarde y noche hasta que nos acostamos, la
ocupamos en recorrer y examinar el pequeño museo que constituía la
casa del Sr. Tóbler, quien con su acostumbrada amabilidad explicaba
objeto por objeto. Pájaros, mariposas, reptiles, herbarios y parásitas,
había por doquier. Al lado de Linneo y Cuvier, se veía á Goethe y
Cervántes, confundidos con espátulas y bisturís, lápices y pinceles,
mezclándose en este conjunto los tarros de jabones arsenicales,
con los tubos de colores. Lo artificial, juntamente con lo natural,
las obras del hombre, con las obras de Dios.

En la época á que me refiero, concluía el Sr. Tóbler un precioso álbum
de costumbres filipinas, que más tarde mandó litografiar á Alemania,
formando un curiosísimo tomo, del cual conservo un ejemplar que
me regaló.

Ya era bien entrada la noche, cuando dejamos la conversación, yendo
en busca del lecho, en el que no tardé en quedarme dormido al arrullo
de un riachuelo que corre cerca de la casa.



CHAPTER II

CAPÍTULO II.

Horizontes intertropicales.--Suelo y cielo de Filipinas.--Panoramas
indescriptibles.--La cascada del Botocan.--La grandiosidad ante
los ojos del alma.--Evocaciones y recuerdos.--Un ateo.--El camarín
del Botocan.--Almuerzo al borde del abismo.--Chismografía al
por menor.--Cuentos y anécdotas.--Las mujeres filipinas.--Tipos y
registros.--Opiniones.--Amor desgraciado.--Leyenda y autógrafo.--Camino
de Tayabas.--Llegada á Lucban.

Hay panoramas en este país imposibles de describir ni pintar. La más
fácil pluma y el más valiente pincel vacilan en la cuartilla y en la
paleta; ni en la primera se pueden coordinar ideas, ni en la segunda
combinar colores que remotamente se aproximen á la realidad. Me decía
un pintor en una ocasión que presenciábamos la puesta del sol:--Vea
usted ese horizonte desconocido completamente fuera de las regiones
intertropicales, y dígame si habrá quien pueda soñar esa clase de
tintas.--Aquel artista tenía muchísima razón. El pincel es impotente
ante la insondable bóveda de los trópicos.

Si imposible es pintar el cielo de este país, tanto lo es el describir
algunos panoramas de su suelo. Muchas y magistrales descripciones de
la cascada del Botocan conozco; respetables firmas suscriben aquellas;
eminencias en la república de las letras la han admirado;  buenos
poetas le han consagrado sus inspiraciones, y hasta extraviados amantes
la han popularizado haciendo á sus hirvientes espumas, cómplices de
amargos desengaños; mas soy franco, ni la tradicional leyenda, ni el
fugaz artículo, ni el profundo libro, ni el cuadro, ni la narración,
ni nada de lo que hasta entonces había leído, visto ú oído referente
á la cascada, se evocó á mi memoria cuando llegamos al borde del
grandioso precipicio. La emoción y la sorpresa son instantáneas,
pues la situación y configuración del terreno donde la masa de
agua se precipita, tiene una depresión particular que no permite
al viajero apreciar detalle alguno, sino todo el conjunto. Una sola
visual descorre el grandioso cuadro, y el estupor invade la materia,
concentrando la admiración en el espíritu.

El vértigo, la grandiosidad, lo insondable, lo indefinido; masas de
agua que se coloran, que chocan, que ensordecen; abismo que atrae y que
fascina; transparentes trombas que se cristalizan, se retuercen, y por
último se esparcen en gigantescas cabelleras, cuyos hilos de plata al
rozar en la roca se descomponen y se elevan en tenues vapores; millones
de preciosos cambiantes con los que se ilumina la granítica cárcel,
en la que el Sumo Hacedor guarda una de sus más bellas creaciones;
sombras queridas que forja la fantasía envueltas en transparentes
encajes de espuma; tiernas evocaciones de otras edades y otros tiempos;
gratas reminiscencias de seres amados; consoladoras fantasmas surgidas
de las compactas brumas; misteriosos ruidos que suplican, amenazan,
suspiran ó maldicen, es lo que instantáneamente se agolpa y embarga
nuestros sentidos al llegar al borde de aquel abismo, en cuyo negro
fondo truena la grandeza del Dios del _Sinaí_, recordando á los
mortales el terrible _Dios ira_ de los inmutables y eternos fallos.

Todo lo grande despierta en el alma cuantos sublimes ensueños se
elaboran en los misterios de la admiración. El espectador se encarna
con el cuadro que presencia, se paralizan sus sentidos y el éxtasis
alienta las más tiernas creaciones. Un poeta ante la cascada del
Botocan, resucita todos los colosos del sentimiento, y al murmurio
de las ondas, recuerda sus inmortales producciones.

El artista aprecia con los ojos del alma las más sublimes imágenes
y sueña con la realización  de su ideal, viendo surgir de las
tornasoladas  espumas los rayos de luz que iluminaron  la mente de
Murillo y Rafael; las columnas monolíticas, imperecederas memorias de
edades prehistóricas; las atrevidas afiligranadas ojivas moriscas,
síntesis de la mas grande de las epopeyas; las medrosas siluetas
de las esfinges faraónicas con sus impenetrables jeroglíficos; los
derruídos circos romanos, compendio de la salvaje barbarie, al par
que del sibaritismo de los antiguos imperios; los truncados altares
druídicos con los tiernos recuerdos de sus _vestales_, y lo horrible
de sus sacrificios; los almenados cubos de las feudales torres,
con sus severas damas, sus tiernos trovadores, sus rientes bufones,
sus turbulentos caballeros; la estalactítica gruta, débil remedo
del sumo poder; el triunfo, el genio, la gloria, las aspiraciones,
la esperanza, el amor, las titánicas empresas; todo, todo cuanto
embellece la vida desfila ante el letárgico estupor á que predispone
la contemplación de todo lo grande..

       *       *       *       *       *

El plano por el que se precipitan las aguas del Botocan, no tiene
rampa, siendo perfectamente perpendicular.

Las paredes que forman el abismo, tienen casi la misma altura,
y en cuanto á su circunferencia es muy limitada, tanto, que cuando
las aguas son caudalosas, rompen en el muro paralelo al en que se
precipitan, cubriéndose de vapores, tanto el total del fondo como la
boca de la sima.

Hecha esta pequeña explicación, se comprende que no hay preparación
alguna para el espectáculo; á cinco pasos del borde solo se ve un
bello paisaje y un raquítico río, con un puente de bongas y cañas;
percibiendo el oído el ruido repercutido, que llega muy amortiguado
al romper las ondas en las encadenadas rocas.

Muchas veces he admirado la cascada, y siempre su espectáculo me
parece nuevo. Al borde de aquel precipicio, he pasado muchas horas de
contemplación. Allí, por un poder misterioso y consolador, me creía
más cerca de Dios, y de los seres que sintetizan y compendian mi fe,
mis esperanzas y mis amores. No pocas veces el ruido atronador de las
aguas se ha mezclado con una oración murmurada por mis labios y un
profundo suspiro arrancado de mi alma, dirigiendo la primera al cielo,
y el segundo al tranquilo y lejano hogar que guarda mi cuna. Una de las
veces que visité el Botocan, fuí acompañado de un amigo que tiene sus
_ribetes_ de ateo. Observé cuidadosamente las impresiones que reflejaba
su cara á la vista de aquel cuadro, cuando de pronto se volvió á mí,
diciéndome con una verdadera emoción:--«Hay misteriosos templos,
fabricados en la insondable noche de los tiempos, ante los cuales la
rodilla se dobla, el espíritu se fortalece y el alma busca tras lo
desconocido á quien los crea y alienta.»--La espontánea confesión de
mi amigo, resume la mejor definición de la cascada del Botocan.

Como todo tiene su término, también lo tuvo en la mañana á que me
refiero la admiración de que estábamos poseídos, esparciéndose unos
por aquí, y otros por allá, buscando los más la sombra de un rústico
camarín levantado en uno de los bordes más altos de la roca. Allí se
sirvió el almuerzo, encontrándonos envueltos en los frescos efluvios,
pudiendo jurar á mis lectores, que pocos recuerdo como aquel. El
Burdeos y el Champagne concluyeron de disipar las últimas nubes de
emoción, sustituyéndolas por risueños horizontes de color de rosa.

Á los postres _acudieron_ las anécdotas, los sucedidos, los
apropósitos, la chismografía de buen género y todo el vocabulario
de gente joven y de buen humor. Con las superfluidades y dicharachos
del momento vino el picaresco cuento con sus indispensables gallegos
y andaluces, y tras la facundia de estos y el engaño de aquellos, se
recordaron escenas amorosas. De relato en relato, de idilio en idilio
y de desengaño en desengaño, vinimos á parar á las mujeres del país,
y cada cual opinó á su manera. Unos decían que la india ama, que la
mestiza española es indiferente y la china fría y calculadora; otros,
que las mujeres en todas partes son lo mismo, y por último, después
de barajarse la conversación por todos los tonos, tipos y registros,
dijo uno en son profético y concluyente:

--Nada, caballeros, hay que desengañarse, en este país, ni las mujeres
aman, ni los pájaros cantan, ni las flores huelen.

--¡Eh!--murmuró uno con la misma viveza que si le hubiera picado una
culebra.--¡Qué blasfemia ha dicho usted! En esa especie de aforismo,
solo se compendia una de las muchas vulgaridades que se repiten en
este país, por quien no lo conoce.

--Que pruebe que las mujeres aman--dijo uno.--Que nos demuestre que
los pájaros cantan--gritó otro.

--Pues que justifique que las flores huelen--balbuceó un tercero.

--Que sí, que sí, que lo pruebe, que lo pruebe, que lo
_pruebe_,--gritamos todos.

--Corriente, señores, dijo con gran calma el interpelado.--Allá
va, no una leyenda, sino un verídico suceso: testigo de él nuestro
amigo Tóbler.

Hace unos cuantos años, bajamos el Sr. Tóbler  y yo al fondo de ese
abismo; y ¿saben ustedes á qué? Pues á recoger los últimos restos
de una pobre mujer que buscó en el suicidio el olvido á un amor
desgraciado.

--No sería del país,--replicó uno.

--Del país, y muy del país; tanto que no cuento detalles, porque no
lejos de aquí viven parientes muy allegados de aquella desgraciada
joven.

--¡Vaya unas pruebas!--añadió un tercero.

--¿No ha satisfecho? ¿No? pues escuchen.

Tras estas palabras, _tomó plaza_, en boca de mi amigo, una poética
leyenda que hacía referencia á los sitios que pisábamos, á la cascada,
á un grandioso puente sin concluir que se encuentra no lejos de aquel
lugar, y sobre todo á demostrar que en Filipinas las mujeres aman,
los pájaros cantan y las flores huelen.

--La leyenda que concluyo de contar,--dijo mi buen amigo, una vez que
terminó aquella,--no crean ustedes es de mi invención y prueba de ello
que conservo el autógrafo de su autor, el cual me lo dejó como prenda
de amistad.--Oídos que tal oyen,--dije en mi interior.--Puesto que
existe autógrafo, y el tenedor de él es amigo, renuncio á repetir
la leyenda, reservándome pedir el original y transcribirlo punto
por punto.

El sol marchaba á su ocaso, y aprovechando los compactos nubarrones
que nos preservaban de sus rayos, montamos á caballo, dirigiéndonos
á Lucban, primer pueblo de la provincia de Tayabas.

Á las seis de la tarde entramos en aquel pueblo por la calle de
Majayjay, nombre que leímos en un tarjetón de madera clavado en la
primera casa. Á los pocos minutos parábamos ante la maciza y claveteada
puerta del convento.



CHAPTER III

CAPÍTULO III.

Lucban.--Su origen.--Situación.--Mr. Jagor y Sir John Bowring en
camino.--Alturas inexploradas.--Arroyos y torrentes.--Amazonas
tagalas.--Datos estadísticos.--Fechas imperecederas.--La
iglesia, el convento y el tribunal.--Dos cuadros.--Un cocinero
municipal y una mestiza tendera.--Aguas constantes.--Higrómetros
y termómetros.--Frío.--Las frondas del gran Banajao.--Artes y
oficios.--La niña, la hermana y la madre.--Tejedoras.--Petacas y
sombreros.--Música _fuerte_ y música _débil_.--Fray Samuel Mena.--El
pretil del convento.--La campana de las ánimas.--Cofradías.--La
guardia de honor de María.--El Calvario.--El novenario de las
flores.--Las dalagas de Lucban.--La _tagabayan_, la _tagalabi_ y
la _tagalinang_.--El feudo y el terruño.--La sangre _celeste_ y la
plebe.--La capitana _Babae_.--La melodía del Fausto.--Cumplimiento
de una oferta.--El autógrafo.

Lucban--como ya dejo dicho--es el primer pueblo de la provincia
de Tayabas, viniendo de la Laguna. Se encuentra en una bellísima
situación, á la falda del Banajao, coloso que domina un extenso
horizonte. Lucban es un pueblo de gran antigüedad, y su nombre,
que en tagalo significa naranja, se debe, sin duda, á que en su
jurisdicción se criaron gran número de dichos frutales. Confina con
Tayabas, Majayjay y Mauban, de los cuales el pueblo de Mauban es el
más lejano, que dista unas cinco horas de camino, sumamente  montuoso
y accidentado.

Los alrededores de Lucban presentan panoramas de los más bellos y
agrestes que puede soñar la fantasía. El camino que dirige á Majayjay
es indescriptible, y esto no somos nosotros solo quien lo decimos,
sino que así lo asegura Mr. Jagor en sus _Viajes por Filipinas_, en
los que, hablando del trayecto de Majayjay á Lucban, dice: «El camino
va siguiendo hondos barrancos de bloques basálticos por la falda del
Banajao. La vegetación ofrece una magnificencia indescriptible. A las
tres horas de marcha se llega á Lucban, rico pueblo situado al NE. de
Majayjay. La agricultura, á causa de lo accidentado del terreno, no
es de gran consideración, pero hay bastante industria. Los habitantes
tejen sombreros y petacas con tiras de hojas de una palma llamada
burí. El agua corre en abundancia  por los lados de la calle, abiertos
como canales; todas están empedradas con una especie de _macadán._»

Sir John Bowring, al ocuparse del mismo camino y de Lucban, dice:
«El Alcalde de Tayabas vino á Majayjay para invitarnos á que pasáramos
á su provincia, en donde, según nos dijo, el pueblo nos esperaba con
afán, y se habían hecho varios preparativos para nuestra recepción,
y quedaría muy descontento si no visitábamos Lucban. No perdimos la
amable invitación, y nos metimos en los palanquines que para ello
prepararon, y en verdad fuimos bien recompensados. Los caminos son
torrentes muy á menudo impracticables,  por las muchas rocas que
arrastran las aguas; algunas veces nos vimos obligados á dejar el
camino para coger otro paso peor. En algunos lugares, el barro era
tan profundo, que nuestros sostenedores se metían hasta las rodillas,
y solo la larga práctica y la asistencia de sus compañeros pudieron
sacarles del mal paso. Pero toda dificultad se vencía con aclamaciones,
con espíritu alegre y festivo,  risa estrepitosa, y por una espontánea
y fraternal cooperación. A nuestro alrededor todo era soledad,
silencio interrumpido solo por el zumbido de la abeja y el canto
de los pájaros; profundos barrancos cubiertos de árboles que nunca
hacha alguna ha tocado; alturas todavía de más difícil exploración,
coronadas de árboles; arroyos y torrentes que forman precipicios y
caídas de agua, dirigiéndose hacia el gran receptáculo del Océano.

«Por fin llegamos á una planicie, en la cima de una montaña, en
donde dos grandes literas  adornadas aguardaban, y fuimos saludados
por una multitud de lindas jóvenes, montadas en caballitos que
manejaban con admirable  agilidad. Se hallaban vestidas con los
más pintorescos trajes. El Alcalde las llamaba sus amazonas, y una
hermosa intérprete nos informó, en buen castellano, que habían venido
á escoltarnos hasta Lucban, que se hallaba próximamente á una legua de
distancia. La presencia de ellas era tan inesperada, como agradable
y sorprendente. Noté que las tagalas montaban indistintamente, á
uno ú otro lado del caballo. Eran excelentes jinetes, y galopaban y
caracoleaban á uno y otro lado, chasqueando sus bonitos látigos. Una
banda de música nos precedía, y las casas indias que pasábamos
presentaban sus acostumbradas demostraciones de bienvenida. Los caminos
tenían mayor número de adornos y arcos de bambúes en ambos lados. Los
morteros haciendo fuego anunciaban nuestra llegada. Las amazonas usaban
unos sombreros adornados con cintas y flores; todas llevaban pañuelos
de piña en sus hombros, é iban vestidas con telas de fuertes colores,
fabricadas en el país que aumentaban el efecto del cuadro. Tan pronto
estaban delante como detrás, siendo perfectamente naturales todos
los movimientos. El convento, como siempre, fué nuestro destino.»

Hemos hecho mención de los anteriores párrafos por dos razones: la
primera, porque hay gran exactitud en ellos, y la segunda, porque es
de lo poquito que hay escrito respecto de la provincia de Tayabas.

Tiene Lucban [4] 12.247 almas, de las que tributan 6.456,
correspondiendo á 66 cabecerías. Dista de Tayabas, la cabecera,
algo más de 12 kilómetros, siendo paso de la línea telegráfica que
hoy concluye en Tayabas, pero que seguirá en breve hasta Albay.

De los datos que he podido adquirir resulta, que durante el año 1875
hubo 419 bautizos, 102 casamientos y 471 defunciones; fueron sorteados
para el servicio de las armas 667 mozos, de los cuales se sacaron 12
soldados. Se vacunaron 386 niños y asistieron á las escuelas  durante
el año 2.002 de ambos sexos. Su jurisdicción comprende 152 barrios,
bajo la vigilancia de otros tantos caudillos ó _matandáng sa-nayos._
La fuerza de cuadrilleros la forman 74 hombres, y por último, como dato
estadístico consignaremos que en el juzgado se sustanciaron 18 causas
de otros tantos delitos cometidos dentro de la demarcación de dicho
pueblo. Tiene destacamento de guardia civil, á cargo de un oficial
de ejército; fuerza de carabineros y Administración de Hacienda. El
ministerio parroquial está á cargo de la orden de San Francisco.

Lucban ha pasado en estos últimos años por un sin número de
vicisitudes. La noche del 18 de Agosto de 1860 y la madrugada del
25 de Octubre de 1873, son dos fechas imperecederas que recordará
Lucban mientras exista. En la primera fué reducido casi por completo
á cenizas y en la segunda el vórtice de un tifón derrumbó la mayoría
de sus edificios. Entre los que quedaron en pié--si bien con grandes
deterioros--son dignos de citarse la iglesia, el convento y el
tribunal. Aquel es de sólida fábrica, estando sus muros reforzados
con grandes machones de piedra y ladrillo. La iglesia, lo mismo que
el pueblo, está bajo la advocación de San Luís obispo, cuya fiesta
se celebra con gran solemnidad el 19 de Agosto. El templo es muy
espacioso; lo forma una extensa nave, un proporcionado crucero y un
amplio y hermoso presbiterio. En dicho templo hay un cuadro muy digno
de llamar la atención, no por su mérito artístico, que es completamente
nulo, sino por la fuerza terrorífica de inventiva de su autor. El
asunto está muy traído y manoseado en el arte pictórico indígena,
y sin embargo de esto--y en ello está precisamente el mérito--el
_artista_ ha sabido dar alguna novedad al cuadro, que es, ni más ni
menos, el infierno ¡pero qué infierno! Todos los dibujos, pinturas y
grabados que hemos visto--que en verdad no son pocos--representando la
muerte del pecador, asunto muy rebuscado por los indios, se quedan muy
_chiquitos_ al lado del que hemos convenido en llamar cuadro, más bien
por el marco que tiene que por el fondo, fondo que lo constituye unas
cuantas libras de almazarrón, delineando la más completa colección de
pinchos, ruedas y garfios que hasta entonces habíamos visto. Sentimos
no poder revelar el nombre del autor de aquella _tienda_ de pimentón,
pues no lo sabemos. Entre los _méritos_ que tiene, es el ser anónimo.

En cambio del anterior, recomiendo á los aficionados á la pintura que
pasen por Lucban, una Purísima que el Padre Mena tiene en el salón
del convento, sacada de entre el polvo y las telarañas que ha muchos
años ocultaban su mérito en la húmeda meseta de la escalera.

Según las crónicas de la orden de San Francisco, la iglesia y convento
que hoy existen fueron concluidos el año 1738. El primer templo que
se levantó en Lucban, según las expresadas crónicas, fué en el año
1595 por Fr. Miguel de Talavera.

Dicho templo fué arruinado en 1629, construyéndose otro más sólido,
que á su vez fué presa de las llamas, consumiéndose hasta el punto que
no pudo salvar el párroco más que el copón y una Purísima. ¿Sería esta
imagen la misma que hoy se admira en el salón del convento? Pregunta
es esta á que no han podido dar contestación las muchas horas que he
dedicado á buscar la historia del cuadro.

El templo, como el convento, reclamaban en la fecha en que escribo
estas líneas, una pronta reparación en el maderamen, tanto que ambos
edificios estaban hechos una completa gotera.

Á más de las anteriores construcciones, es digno de citarse el
tribunal, que puede competir con los mejores de su clase, y en el
que el transeunte encuentra todo género de auxilios, que proporciona
un mayordomo mediante los precios de tarifa que están expuestos al
público. El viajero que llega á Lucban no debe preocuparse por nada
teniendo dinero, pues en el tribunal halla buenas y limpias camas,
magnífico servicio de mesa, elegante vajilla, fina cristalería y un
cocinero _municipal_ bastante aceptable, que cuenta no solo con los
recursos de sus conocimientos culinarios,  si que también con los
abundantes y escogidos surtidos de Europa que guardan los escaparates
de dos establecimientos. Uno de estos pertenece á una simpática é
inteligente mestiza, cuya afabilidad lleva á su tienda gran número
de consumidores.

La escuela es muy espaciosa, siendo de piedra su construcción. El
resto de los edificios de Lucban no presentan nada de particular,
viéndose algunas casas con teja y zinc, si bien la generalidad son
de tabla con cubiertas de cabo negro. Por todas partes se conservan
las huellas del terrible tifón del 25 de Octubre.

La proximidad á los altos picachos del Banajao y los vecinos bosques,
hacen que raro sea el día que no llueva. En cuanto á su humedad, es
tan constante, que estoy seguro pocos sitios habitados habrá en el
mundo que acusen en los higrómetros una intensidad mayor; á pesar de
esto, Lucban no es malsano, teniendo la precaución de resguardarse
de el relente de la tarde, y sobre todo, dormir entre lana, con el
vientre fajado, cosa que en nada atormenta, pues aun prescindiendo de
la ciencia higiénica, las necesidades de la materia hacen que los que
duermen en aquel pueblo busquen la manta, y no diré las mantas porque
no se me tache de exagerado, por más que las he usado en los meses de
Diciembre y Enero, en los que tenía mi cama con todo el servicio de
las de Europa. Tuve ocasión de observar los termómetros, señalando
12° centígrados en algunas madrugadas. En Manila la temperatura
fluctúa en todo el año, entre los 22° á 33°. Estas cifras señalan una
grandísima desproporción, tanto más de notar, cuanto que de un punto
á otro solo hay unas 22 leguas. Semejante desnivel de temperatura
en tan corto espacio, solo se explica por la grandísima altura que
tiene Lucban con relación á Manila y por las continuas lluvias que
mantienen una latente humedad en la atmósfera, refrescada por los
Nortes y purificada por las azoadas emanaciones que recogen aquellos
al recorrer las elevadas y espesas frondas del Banajao. Sin embargo
de tales condiciones climatológicas, altamente beneficiosas para el
cultivo del campo, en dicho pueblo se dedican poco á la agricultura,
verdad es, que su jurisdicción es escasa, y á más de escasa, difícil
de ponerla en situación de beneficio por lo quebrado del terreno y los
árboles y malezas que lo pueblan. No es agricultor, pero en cambio es
artista como pueblo alguno de Filipinas. En esta ocasión, como en otras
muchas de este libro, advierto á mis lectores escribo muy en serio,
llevando por norma la pura verdad. Hago esta salvedad, por juzgarla
muy oportuna antes de decir lo que conservo en mi memoria y en las
notas de mi cartera. Lucban tiene 12.247 habitantes, que son otros
tantos artistas. El oro, la plata, el acero y el hierro los manejan
á la perfección. La fragua, el yunque, la lima y el cincel producen
preciosas obras de joyería, útiles maquinarias, variados artefactos
y primorosos objetos de colección y adorno. Incrustaciones en el
hierro y el acero he visto, que francamente, hasta mis ojos dudaban
que tales hombres, y sobre todo con las herramientas que empleaban,
pudieran hacerlas. Los cuchillos cortos de hoja ancha, que el natural
llama _bolos,_ no tienen rival con los que se fabrican en Lucban. [5]

Con la varilla de un paraguas viejo, hacen un buril, y con este y un
mal cortaplumas, tallan todo lo tallable, luciendo principalmente
su habilidad en el cuerno del carabao cimarrón, haciendo objetos
primorosos. Puños de armas, de bastones, de cuchillos; cajas,
salacots, cucharas, tapas de libros, pequeñas estatuas, estuches,
petacas y otros cientos de objetos, hacen del cuerno del carabao,
que ha de ser _cimarrón_ y no doméstico, porque la fibra del primero
es más compacta que la del segundo; circunstancia fácil de explicar
al tener en cuenta el constante uso que hace el carabao montaraz de
sus cuernos y el poco que hace el doméstico.

A más de los anteriores trabajos, son dignas de citar, y muy en
primer término, las obras femeniles. En Lucban, las niñas no juegan,
pues todas trabajan: la niña limpia, estira y prepara las fibras del
_burí,_ el _cabo-negro_ y el _buntan,_ con las que la hermana arma,
y la madre teje finísimos sombreros, petacas, _salacots_, guardavasos,
petates, _tampipis,_ y hasta unos pantalones, si le dan horma, tiempo
y dinero, y digo esto, porque ya se ha hecho un chaleco, tejido con
la fibra del _burí._

Las petacas y sombreros de Lucban constituyen una industria bien
conocida en Manila, y aun en España y en el extranjero. En los mismos
momentos en que escribo estas líneas, tiene hecha la casa de Guichard
y Compañía con un amigo mío, una gran contrata de sombreros para la
exportación. A la Exposición de Filadelfia se mandaron varias clases
de tejidos de fibras de diversas palmas, que de seguro llamarían
la atención. La mujer que no teje, borda en oro, ó hace trabajos de
abalorios, sedas, ó escamas de pescado. De estas últimas, adornadas
de oro, regaló el pueblo de Lucban al general Alaminos en su visita
del año de 1874, una preciosísima corona. Si queréis un retrato al
pasar por Lucban, no tengáis cuidado, que lo tendréis; hay allí indios
que, con solo veros una vez, os trasladarán al lienzo. Con una mala
fotografía de D. Alfonso XII se ha hecho el retrato de cuerpo entero
que ostenta el tribunal de Mauban.

En cuanto á la música, nada tengo que decir á mis lectores, pues en
muchas provincias, incluso en Manila, conocen la de Lucban, la cual
tendrá muy pocas en todo Filipinas que puedan rivalizar con ella,
A más de la música _fuerte_, había,--pues hoy ya no existe--una
orquesta del _sexo débil,_ que concluyó por casarse la mayor parte
de las artistas. En conclusión, para que todos sean artistas en
Lucban diré á ustedes que mi querido amigo Fr. Samuel Mena, su cura
párroco, es entre otras cosas buenas, un excelente músico, y vean mis
lectores cómo rodando rodando, hemos vuelto adonde partimos. Llegamos
al convento, y ahora tropezamos con el párroco, quien nos brindó con
una franca y cordial hospitalidad, que aceptamos gustosos, alojándonos
en una espaciosa habitación con vistas al Banajao.

El convento, enclavado en uno de los extremos  del pueblo, presenta en
su maciza y negruzca fábrica, un aspecto triste y sombrío. La piedra
tapizada de musgo y cubierta con la viscosidad que forma el continuo
azotar de las aguas, le dan un todo imponente y majestuoso, que hace
recordar los viejos sillares de los antiguos castillos descritos en
legendarios romances.

El que cruza de noche el amplio pretil que se extiende frente á la
puerta del convento, insensiblemente acelera el paso. La masa negra que
forma el frontispicio de la iglesia, destacándose bajo un cielo siempre
cubierto de nubes; la opaca lamparilla que perezosamente chisporrotea
en el hueco del muro, alumbrando, ó mejor dicho, queriendo alumbrar,
la imagen de San Luís, patrón del pueblo, y más que todo el monótono
y pertinaz llover, forman un cuadro altamente medroso. La campana que
á las ocho nos recuerda á los que _fueron_, tiene un eco tristísimo,
efecto sin duda de alguna rotura en el bronce.

Todo el silencio que rodea al templo durante las horas de las sombras,
se convierte en alegre bullicio tan luego aquellas desaparecen. Pocos
pueblos del mundo habrá que tengan tantas cofradías, hermandades
y archicofradías religiosas, así que la iglesia es constantemente
visitada por gran número de fieles de ambos sexos, que preparan y
disponen las fiestas que unas á otras se suceden durante todo el año,
siendo entre todas de notar, la que celebran las dalagas en el mes
de Mayo. Las combinaciones de flores con que adornan el altar, la
precisión de detalles, la potente facultad inventiva para sustituir
y apropiar cuanto hace falta, es admirable. Del tronco del plátano
construyen ingeniosas armaduras para gigantescos  candelabros, que
primorosamente revisten de follaje, haciendo con las hojas de la
sampaguita, el ilang-ilang, la sampaca y las doradas campanillas,
artísticas combinaciones. La fiesta de las _flores_ corre á cargo de
la cofradía titulada _La guarda de honor de María,_ formada por el
sexo femenino, sin exclusión de estados ni edades. Como distintivo,
llevan las cofrades una medalla de plata pendiente de una cinta
azul. La guarda de María está perfectamente organizada, constituyendo
la base de la asociación, la adoración perpetua á la Virgen, para lo
que la hermana mayor distribuye las horas del día y de la noche de
tal forma y con tal precisión,  que constantemente hay tres hermanas
en oración. Los rezos se verifican en las casas, á cuyo efecto con
la debida anticipación se señala el día y hora en que cada hermana
debe hacerlos. Como esta asociación  no obedece á presión alguna,
y si solo á un acto puramente espontáneo, excuso decir á mis lectores
que todas las hermanas sin excepción de clases, cumplen al pie de la
letra su misión.

La guarda de María, durante algunos días de la cuaresma y Semana Santa,
acude en romería á una pintoresca montaña llamada el _Calvario_,
en la que se alza una tosca cruz de madera. La ofrenda á María que
hacen las _dalaguitas_ al terminarse el último novenario del mes
de Mayo, es digna de verse por todos conceptos. En aquel día se
recarga el templo de flores y follaje, suspendiéndose de la bóveda
un colosal rosario de verdura, el cual baja desde el centro de la
nave formando pabellones y rematando en el comedio del presbiterio,
con una gran cruz de flores. Termina la fiesta por ofrecer y depositar
las _dalagas_ á los pies de la Virgen las blancas coronas con que van
engalanadas. He visto más de una _dalaga_ en ese día, vestida de una
forma irreprochable, y en cuyo conjunto nada tendría que recusar la
más puritana de las modistas. El traje que se usa para la ofrenda
es el de la desposada, viéndose en ellas desde la primorosa botita
de raso blanco llevada del _Bazar Oriental_, á el más transparente
encaje de casa de _Los Catalanes_.

Las _dalagas_ de Lucban imprimen un sello especial y _sui generis_
á todas sus fiestas, bien sean de carácter religioso, bien puramente
mundano. La lucbanense no prescinde por nada ni por nadie del rango
social que ocupa, pues es de advertir que en dicho pueblo las mujeres
están divididas en tres clases: La primera, ó sea la _taga-bayan,_ la
constituye la sangre _azul_, ó como si dijéramos la aristocracia. A
las _taga-bayan_ las veréis siempre en carácter. Sus distintivos
son: hablar más ó menos el español, calzar botitos en las grandes
solemnidades; medias, con bordadas chinelas en las medias fiestas,
y pié desnudo resguardado por pintado zueco, en lo ordinario; viste
estrecho tapiz, con la abertura atrás, permitiéndose algunas veces,
saya suelta, la que invariablemente es de seda, completando su atavío,
ternos más ó menos costosos _y piñas_ más ó menos bordadas. En la
iglesia se arrodilla siempre próxima al presbiterio, y jamás se ha
visto á una _taga-bayan_ sin su correspondiente devocionario y su
rosario de coral, plata ó nácar. Casi todas han estado en colegio,
saben leer, escribir y bordar, un poquito de música, y hasta algunas
se permiten rimar un _cundiman_, dedicado á alguna amiga, el día de
su santo.

El distintivo culminante en la _taga-bayan_, es el orgullo con que
llevan y mantienen su jerarquía. Una intrusión de una _dalaga_ de
segunda, ó tercera clase, en las fronteras de la sangre _celeste_,
produciría una verdadera revolución femenina.

La segunda jerarquía, la constituye la _taga-tabi,_ la que generalmente
vive por las orillas del pueblo, y se diferencian poco de la primera
clase en cuanto á usos y costumbres. Asiste á las fiestas de aquellas,
si bien sin confundirse con ellas, no habla español, no calza botitos
por más _tieso_ que repiquen, y no conoce el colegio, más que por
las relaciones que oye de la _taga-bayan_ cuando la permite que se
acerque hasta ella. El constante anhelo, el desideratum de los sueños
de una _taga-tabi_, es poder llegar al rango de las _taga-bayan_, á
cuyo deseo, suele sacrificar no pocas veces su felicidad, uniendo su
suerte á la de algún viejo _capitán pasado,  ó cabeza reformado_, cuyas
jerarquías dan á sus mujeres un lugar en el suspirado _taga-bayan_.

La verdadera diferencia donde existe, es con la tercera clase llamada
_taga-linang_, ó sea la plebe, mujeres todas de sementera que miran
á una _taga-bayan_ con la misma admiración con que contempla un hijo
del _Corán_ el último rayo del sol poniente.

La _taga-bayan_ tiene el orgullo de la antigua señora feudal, que
desde la alta almena despreciaba á la pobre villana que labraba
la tierra al pié de los fosos del castillo. La primera noche que
estuve en Lucban, fuí presentado en la casa de la _capitana babae_,
ó sea la Reina de las _taga-bayan_, guapa mestiza china, de labios
muy finos, mirada penetrante, conversación amena y sentimientos
fríos y calculadores. La encontramos rodeada de unas cuantas amigas,
y habiéndome llamado la atención la solicitud con que era servida,
no pude menos de observarlo á uno de los que me acompañaban, quien
me explicó las diferencias sociales que dejo hecha mención, y que
más tarde tuve ocasión de comprobar.

--¿Le gusta á V.?--me dijo mi excelente amigo Pardo Pimentel,
comerciante radicado hacía años en Lucban, viendo la profunda
atención con que escuchaba una melodía del Fausto, tocada al piano
por la mestiza.

--No sé qué decir á V.,--contesté--la estatua es correcta; pero el
espíritu que la anima me parece frío cual el mármol.

--Frío, no; dotado de una potente fuerza de disimulo, sí. Esa mujer
hace de su cara lo que quiere, su cabeza manda al corazón, y muy
de tarde en tarde pasa por su negra pupila un vivido relámpago, que
momentáneamente descubre el insondable abismo de su alma. Jamás esa
mujer retrocederá en un propósito, morirá si es preciso en la lucha,
pero créame V., morirá sin ocurrírsele volver la cabeza atrás.

--Y nosotros, amigo Pardo, volvemos con esto al tema de la cascada.

--Y bien, ¿ha quedado V. convencido de la verdad que encierra aquel
tema, ó es de los que creen que las filipinas no aman?

--Creo como V., y en prueba de ello, le ruego que me entregue el
autógrafo de la leyenda que nos contó en la cascada. Sacaré una
copia, y le prometo que en el primer libro que escriba la publicaré,
haciéndome solidario de las ideas que encierra.

Los últimos acordes del Fausto, fueron arrancados al piano, á la sazón
que el toque de las ánimas nos recordó que el Padre cenaba á esa hora,
y por lo tanto nos dirigimos al convento.

La promesa de mi amigo Pardo, no se dejó esperar. Al irme á acostar,
me encontré sobre la mesita de noche el original de la leyenda,
cuya copia literal es objeto del siguiente capítulo.



CHAPTER IV

CAPÍTULO IV.

_El puente del suspiro_.


Las mujeres no aman, los pájaros
no cantan, y las flores no huelen.


(Dicho popular filipino.)


SECTION I


¡Qué triste es un día sin sol!

Cuanta melancolía lleva al alma uno de esos breves crepúsculos en
que el astro del día desciende oculto tras los inmensos pliegues de
brumas, que forma el insondable manto de los cielos.

¡Qué momentos tan llenos de sentimiento los que se mezclan con los
pausados ecos de la oración de la tarde!

La esquila que en el sombrío torreón produce los sonidos de la oración
vespertina, vibra  en el mundo del sentimiento con una forma extraña;
tiene un no sé qué indefinido, misterioso, incalificable.

Las campanadas que siguen al crepúsculo son el sublime canto funeral
que el cristianismo creó á la muerte del día.

El alegre volteo de la campana cede en esos cortos momentos sus
bulliciosos ecos á las tristes, melancólicas y pausadas notas que se
desprenden del bronce, yendo á mezclarse con el _Ángelus_ que murmura
la lengua y el recuerdo que despierta la mente.

En el misterioso _archivo_ de la memoria recorre el eco de la campana
todas las más sublimes páginas; páginas que á la voz de los recuerdos
llegan al santuario del alma, evocando realidades del ayer y creando
fantasmas para el mañana.

El toque de la muerte del día siempre me parece nuevo, siempre creo
oírlo por primera vez.

Su primera campanada produce en mi organismo una sacudida magnética,
creyendo percibir en su monótono tañir la voz querida de la mujer
amada.

Años hace que el ángel de mis sueños oyó, desde el _mundo_ de la luz,
mi triste plegaria y el funeral doblar que escribe en el libro de la
vida la última letra, al confundirse con el ruido de la piqueta que
abre la fosa y el martillazo que cierra el ataúd; últimos _adiós_
que se elevan desde el fondo de la tumba á los que quedan esperando
en el _teatro_ del mundo la realidad de la muerte.

¡Qué triste está hoy el día!

La _madeja rubia_ que reparte la luz á los mundos en sus puras hebras,
perezosamente ha corrido el firmamento envuelta entre pardas nubes. Un
fuerte _Noroeste_ ha hecho gemir á la naturaleza que me rodea.

¡Hoy no hay crepúsculo!

Hoy muere el día sin que el astro que lo alienta y vivifica haya
reanimado mi ser.

¡La noche bate sus negras alas en el cementerio de los vivos...!

Abstraído en mis profundas reflexiones, no he notado que la luz
artificial ha sustituído á la luz del día.

¡Suena la oración!

Recemos por los que fueron...

       *       *       *       *       *

Las anteriores líneas, ¿cuándo han sido escritas? No lo recuerdo, solo
puedo decir que las leí entre las notas de mi cartera, encabezadas
con dos renglones que decían: «Recuerdos de Filipinas.» _De cómo no
es verdad que las mujeres no aman, los pájaros no cantan y las flores
no huelen_.

La lectura de semejantes conclusiones me hicieron leer y releer
lo que seguía, y por más que refrescaba mi memoria, no encontraba
la relación de lo escrito con su epígrafe. ¡Bah!--dije por último
tirando la cartera sobre la mesa--sea de ello lo que quiera, es lo
cierto que _Ratelán_, [6] á quien cariñosamente saludo, tiene razón
en muchas de sus brillantes y poéticas apreciaciones.

--Ratelán tiene razón--dije distraído en voz alta.

La india puede poetizar el amor, es más, lo poetiza.--¿Lo poetiza?--¿Sí
ó no?--le dije en tono de buen humor á mi buen _Quico_, antiguo
veterano de la guerra de Cochinchina, más mudo que _Grimeau_ y más
fiel que un perro de Terranova.

Mi criado que me ayudaba á vestir, se quedó mirándome con esa gravedad
del que trata de investigar una cosa que no comprende, y por último
me dijo--no entiendo, señor.

--Digo, mi buen Quico, si tú crees, por ejemplo, que una india pueda
llegar á ponerse muy flaca, muy pálida y muy mala, en _puro_ querer
á un hombre.

--Puede más, señor.

--¡Caramba! Puede más.

--Seguro, más.

--¿Has visto tú alguna india en esas noches en que la luna asoma su
blanca faz por allí--y le señalé los picachos del vecino Banajao--que
haya cantado muy bajito, muy bajito, canciones que al que las escuchaba
le dieran ganas de llorar?

--_Sabe,_ señor.

--¿Si será cierto que la india podrá llegar al paroxismo del amor, á
la idealidad del querer, á la poética fusión de dos almas, á parodiar
á Julieta, á sacrificar su vida, á morir en fin, de amor?

--Muere también--dijo Quico, interrumpiendo mi _crescendo_.

--¡Que muere has dicho!

--Muere, señor--contestó aquel con esa gravedad cómica del
indio.--Pregunte V. á su amiga X ... y ella contará á V. la historia
de _El puente del suspiro_.

Diez minutos después de la anterior conversación, y bajo un cielo
cubierto de pesados nubarrones, cosa habitual en los horizontes
que cierran las elevadas cumbres del Banajao, cabalgaba camino del
pintoresco pueblo de Lucban, donde vive mi amiga, en busca de la
misteriosa historia de _El puente del suspiro_.



SECTION II


El que haya corrido las alturas y hondonadas con que encadenan el
_Malinao_, el _Dalitiuan_ y el _Balete,_ á las provincias de la Laguna
y Tayabas; el que haya contemplado desde la descarnada atalaya del
_San Cristóbal,_ los risueños panoramas de Paquil y Paete; el que
haya palpitado de emoción ante la grandiosidad del _Botocan_; el que
la curiosidad, el estudio, la necesidad, ó la caza le hayan obligado
á pasar el camino de Majayjay, necesariamente le habrá llamado la
atención un puente abandonado, semi-derruído y de lúgubre aspecto que
se eleva á un lado del camino. Su antigua y sólida fábrica ha adquirido
con el tiempo, las aguas, y la viscosidad de los musgos que abrazan
la bóveda que lo forma, un aspecto tan sencillo,  al par que severo,
que parece decir al viajero:--«Deten tu marcha; deletrea en mis piedras
con los ojos de la investigación; escucha el gemir de las puras ondas
que en un beso eterno acarician mi vida; contempla el panorama que
rodea mi cuna; oye los alegres cantos y los melancólicos susurros
que adormecen en mi cárcel de granito á los genios de las sombras,
en esas interminables noches en que el aguacero carcome mis entrañas
y el _cierzo_ conmueve mi ser; reúne todo esto en el _laboratorio_
donde se purifican los pensamientos, donde se aquilatan las más
sublimes concepciones, donde se anida el genio, donde mora el alma;
y al leer mi nombre de _El suspiro_ en los viejos sillares que me
sostienen, evocarás la triste historia de la desgraciada Hasay. [7]

¿Quién fué Hasay? ¿Cuál fué su vida? ¿Cuál su historia?

Poco más ó menos, procuraré recordar lo que en lenguaje natural y
verídico me contó mi buena y bellísima amiga.


SECTION III


Hasay, era allá por los años de 1845, una hermosa dalaga que contaba
unos quince, desde que su madre, india en toda su pureza, lanzó el
último aliento al arrancar de sus entrañas un pedazo de su alma en
su hija Hasay.

La primera lágrima de Hasay, cayó sobre los inmóviles restos de
su madre.

Hasay jamás supo quién fué su padre.

¡Infeliz expósita!...

La niñez de la huérfana fué todo lo laboriosa que era consiguiente
á una pobre que no la habían legado más que un padrón de deshonra su
padre, y una ardiente lágrima, que en un beso supremo antes de espirar,
depósito en su frente su desgraciada madre.

Ha dicho no sé quién--creo que Selgas--que se conocen los niños que
se crían sin madre.

¡Qué cierto es esto!

¡Cuántas veces en mi querida España, en las templadas tardes del
Otoño, he admirado en los jardines del _Parterre_, aquellas bandadas
de alegres niños entretenidos en sus juegos! ¡Cuántas otras, al
caer cerca de mí un volante ó llegar rodando un aro, he detenido al
pequeño ser que lo buscaba! Al ver una de aquellas rubias cabecitas
cuidadosamente peinadas, formando bucles; al distinguir entre los
blanquísimos pliegues de la batista una pequeñita Virgen de los
Dolores; al apreciar aquellas ligeras falditas, tan minuciosamente
inspeccionadas, sin faltarles ni una cinta, ni un pliegue, ni el
más ligero detalle, no he podido menos de exclamar. Esa niña tiene
madre. Nadie, nadie más que una madre sabe vestir á su hija.

¡Significa tanto el nombre de madre!

Por el contrario, cuando ha llegado hasta mi vista una niña de faz
macilenta, con el peinado descuidado, el vestido aunque rico, manchado,
sustituyendo algunos botones con alfileres puestos á la ligera, no la
he mirado al sonrosado y puro seno, pues estaba seguro que cual en la
anterior no descansaría la pequeña imagen _símbolo del dolor_. Al ver á
estas niñas, siempre he dicho: ¡pobrecitas! ¡vosotras no tenéis madre!

Una madre para su hija, es como el rocío de la mañana para la flor;
encerrar esta en una estufa, privarla de los primeros besos de la
fresca aurora y palidecerá triste y mustia.

Un niño sin madre es cual la flor.

¡Saben tantas cosas las madres! ¡Tiene tanto calor el seno de la que
nos dió el ser!

¡Hasay, estaba en el número de las niñas que no tienen madre! ¡Era
la flor de la estufa!

En la misteriosa cadena de todo lo creado se destacan dos eslabones; la
_sensitiva_ y la madre: en la primera concluye el vegetal; en el amor
de la segunda, se establece el lazo de unión entre lo inmortal y lo
mortal, entre lo infinito y lo finito. La Reina de los Angeles, antes
de ser la _Señora_ de los cielos, fué la amantísima madre del Salvador.

Con la proverbial caridad de Filipinas, afortunadamente no se ha
llegado á escribir todavía en estas playas el filosófico pareado
que inspiró un infanticidio á el autor de _El Rey se divierte_,
al exclamar:


«Amor, contra el honor, te dió la vida.
Honor, contra el amor, te dió la muerte.»


Pensamiento sublime encerrado en dos versos, que en su laconismo
expresan y revelan todo un mundo de pasión el primero, todo un infierno
no descrito tras el terrible _lasciate_ del Dante, el segundo.

¡Qué negra será la existencia de la madre que ahoga al hijo de sus
entrañas!

Imposible es que la oración dé consuelo, el sol alegría, ni el tiempo
olvido, á la que no conmovió la inocencia del niño, que en vez de
encontrar los amantes brazos que le dan vida y calor, solo halló,
al alargar sus manitas, el frío hierro de la reja del refugio, ó
sintió sobre su sonrosada faz el duro viento que se estrella contra
las macizas puertas del templo, ante cuyo dintel lo abandonó el crimen
para que lo recoja la caridad.

En Filipinas, donde no se conoce esa monstruosidad del corazón,
tampoco se conoce el que un ser quede abandonado en el mundo.

Hasay fué recogida por unas vecinas de su madre, y aunque con trabajos,
llegó á los seis años, en que una casualidad hizo la conociese Doña
Luisa, excelente y buenísima mujer, que en los veinticinco años que
llevaba de país, no había olvidado la hidalguía castellana.

La protectora de la niña, era lavandera de la casa de Doña Luisa,
y un día en que Hasay llevaba sobre su cabecita un lío de ropa,
la vió aquella.

Desde aquel día, la vida de Hasay tomó un nuevo aspecto.


SECTION IV


Doña Luisa, viuda y rica, poseía en su hija Lola la verdadera riqueza
que satisfacía su alma, sin perjuicio que las atesoraba, y muy pingües,
para las necesidades materiales, en las que acaudaló su difunto marido,
probo empleado primero, activo comerciante más tarde, é inteligente
propietario después.

Dos años tenía Lola cuando murió su padre. Doña Luisa, desde que su
marido descendió á la tumba, concentró toda su vida, todo su cariño,
todos sus cuidados en la hija de sus amores.

Hasay pasó á casa de Doña Luisa, teniendo Lola su misma edad.

Los infantiles juegos y las caricias de Doña Luisa desarrollaron la
existencia de sus dos hijas, como ella las llamaba.

El nombre de hija que daba á Hasay, era verdadero; su noble y bello
corazón latía para el amor, y lo que en un principio fué compasión,
poco á poco fué cambiándose en un profundo cariño.

Hasay tenía una segunda madre en su protectora.

Sin conocer su triste historia, y sin que pena alguna amargase la
tierna infancia de la huérfana, cumplió los diez años.

Lola, ya hemos dicho, era de su misma edad.

La noble viuda comprendió debía confiar la educación de su hija á uno
de esos centros en que la vida se auna con el saber, formando de la
niña que juega con la muñeca, la mujer que piensa en las hojas del
libro, ó siente ante el teclado del piano.

De la muñeca al piano, hay la misma distancia que de la crisálida á
la mariposa.

La niña, instintivamente, llega un día en que deja de fijar su mirada
en las inmóviles formas del cartón, lo mismo que la mariposa llega un
momento en que rompe su cárcel de seda y extiende su vuelo revoloteando
donde hay luz y perfumes.

Doña Luisa confió la educación de sus dos hijas al desvelo de las
virtuosas y buenas madres del beaterío de Santa Isabel, no sin antes
tener que vencer algunas dificultades para el ingreso de Hasay,
cuyas facciones acentuaban marcadamente su raza india.

Hasay vivía feliz entre sus amigas, sus juegos y sus estudios.

Una sola frase de una colegiala, vino á verter la primera gota de
hiel en el hermoso vaso que guardaba la existencia de la huérfana.

Sucede--no sabemos cómo, pero es un hecho que sucede,--que tras
las paredes de esas infantiles sociedades que se llaman colegios,
trascienden hechos íntimos que se desarrollan en el hogar de los
pequeños asociados. Lo que todos habían tenido cuidado de ocultar,
lo que la misma Hasay ignoraba, se lo reveló en una sola palabra una
amiga suya.

--¿Qué quiere decir inclusera?--Preguntó un día Hasay á la que llamaba
su hermana.

--No sé, contestó Lola; y, dime: ¿por qué me lo preguntas?

--Porque ayer, sin querer, pisé el vestido á Ángela, y esta al ver
que estaba roto, me dijo:--¡anda, inclusera!

La terrible palabra que descorría en parte el misterio de la vida de
la niña, quedó grabada en su memoria, y poco á poco fué comprendiendo
todo el valor de aquella frase.


SECTION V


La alegría de Hasay fué desapareciendo, sustituyéndola una profunda
tristeza.

A los trece años, la niña era mujer.

La mujer, dejó de jugar y pensó.

Por este tiempo la naturaleza de Lola sostenía una terrible crisis,
luchando con la pobreza de su constitución.

Lola era el melancólico lirio que poco á poco doblega su esbelto talle.

Esa terrible enfermedad de la juventud; ese aterrador despertar de los
más hermosos sueños del amor; ese descarnado fantasma, que inflexible,
rígido, implacable, avanza y avanza siempre cual si lo empujara la
maléfica influencia de la maldición del réprobo; esa enfermedad,
tormento de la ciencia que busca siempre el calor del alma, que
se desarrolla al compás del amante corazón, y que nunca retrocede,
se apoderó de la pobre existencia de Lola.

¡La tisis, es incurable! Ante ella, la ciencia es impotente. El nombre
no puede parar las funciones del organismo. El pulmón obedece al
corazón. Para curar al primero, era preciso dejara de latir el segundo.

No hay ningún engranaje que se componga funcionando la máquina.

Y la humana máquina obedece como las obras del _Divino Artífice_
á inmutables leyes.

¡Inmutable ley es, que el corazón no dejará de latir mientras haya
vida!

¡La tisis ocupará siempre un rincón en las salas de incurables!


SECTION VI


Los médicos que asistían á Lola, comprendieron bien pronto que la
terrible enfermedad se incubaba en su vida.

La ciencia creyó que lo mejor para la enferma sería el campo y las
puras y frescas brisas.

Doña Luisa poseía un magnífico cafetal en las vertientes del Banajao,
y tan luego fué prescrito á la enferma la vida del campo, su solícita
madre dió órdenes para que se alojara y dispusiera la casa que se
alzaba en el centro de la hacienda.

Nada de cuanto constituye lo necesario y representa lo supérfluo
faltaba en la finca. Hábiles tallistas de Paete, inteligentes
artistas de Lucban, y activos personeros de Manila,  cambiaron en
pocos días el aspecto de la granja agrícola en mansión señorial. No
se olvidó ni un detalle en el pequeño santuario de la coquetería,
que constituye el tocador de una dama, ni se dejó de indagar hasta
encontrar un excelente piano de _cola_, construcción belga, que con
grandes cuidados, quedó instalado en la casa, pronto á llenar de
armonías las fragosas faldas del Banajao.

A doscientos metros de la casa se destacaba cual centinela avanzado,
el sombrío _Puente del suspiro_, conocido por entonces, por el del
_Capricho_, nombre que tuvo su origen en el informe que se emitió al
ser reconocido y en la extraña y atrevida concepción de su único arco.

Registrando crónicas he podido adquirir algunas curiosas noticias
respecto al puente que nos ocupa.

Un respetable escritor, virtuoso y docto, hijo de la orden de San
Francisco, dice en sus escritos:

«Dicho puente fué construido por el reverendo padre Fr. Victoriano
de Moral. Se halla sobre el río Olla, basado sobre dos montes y cuyo
arco tiene sobre noventa piés de cuerda, sin haber usado más amarras
ni maderas para la formación de la colosal cimbra que bejucos, cañas,
cocos y bongas; entrando en su construcción solo argamasa; su único
ojo mide de luz cincuenta y dos pies de alto por cuarenta y ocho de
ancho, construcción casi milagrosa, por lo cual sin duda alguna el
arquitecto mayor de Filipinas en su informe al Superior Gobierno,
fechado en 7 de Diciembre de 1852 decía entre otras cosas lo que
literalmente copiamos.»

«Si se tratase de un puente levantado con estudio y bajo las reglas
del arte, la prueba hecha con el de Majayjay era ya suficiente para
manifestar su estabilidad. Por desgracia se trata de una obra sin
principios: que los aplicados en su ejecución han sido caprichosos,
y si bien el arco se mantiene sin desprenderse, como no puede hallarse
en la ciencia una regla que manifieste la causa de este procedimiento,
ó mejor diré fenómeno, no es la opinión del que suscribe, sino de toda
la ciencia junta la que lo condena.»--A cuyo informe, donosamente dice
un cronista de la orden del constructor. «Hete aquí un puente, tan asaz
atrevido, que á pesar de estar condenado por toda la ciencia junta,
tiene la desfachatez de mantenerse firme, de sufrir temblores como los
del 16 de Setiembre de 1852 y el 3 de Junio de 1863 sin resentirse;
fuertes avenidas como las que se desprenden del gran monte Banajao,
sin descimbrarse, estando dispuesto y con pensamientos quizás de
decir después de algunos siglos: _yo fuí construido por un fraile
franciscano sin principios. Sabed que los principios aplicados en mi
construcción fueron caprichosos, y más caprichoso aún, el empeño de
construirme sin gastar un solo maravedí y llevar á cabo su empeño._»

Muchos más datos poseemos entre nuestros apuntes tomados unos
del análisis del mismo puente y otros de documentos particulares y
oficiales; pero como nuestra misión ni es arquitectónica, ni histórica,
ni más que ligeramente descriptiva, basta con que nuestros lectores
sepan que dicho puente existe, como existen diferentes _consejas_
que á él se refieren.



SECTION VII


--Decíamos,--que el _Puente del suspiro_, se destacaba cual sombría
atalaya á la vista de la casa de Doña Luisa.

Esta quedó instalada en el cafetal con sus dos hijas, su antiguo y leal
Pedro, criado depositario de la confianza de la familia ya largos años,
su servidumbre, y su fiel León, hermosísimo perro de Terranova.

La joven naturaleza de Lola; las puras emanaciones azoadas del
Banajao; sus frescas y deliciosas brisas, impregnadas de las delicadas
esencias de la _sampaguita_ y del _ilang-ilang;_ la vida del campo,
el constante murmurio de sus bosques, el lenguaje poético y enamorado
de los cientos de arroyos que retratan en sus bulliciosas ondas la
_palma, la bonga y el coco_; la existencia tranquila, la bondad del
clima y los exquisitos cuidados, hicieron crisis en la enfermedad
de Lola. Sus ojos se animaron, adquirieron color sus mejillas, y
la imperceptible y pertinaz tos, terrible alerta de la enfermedad,
dejó su monótona y constante pertinacia.

Todo respiraba alegría.

Hasay únicamente estaba triste.

Lola, entre los puros cristales del rocío de la mañana, buscaba la
brillante rosa.

Hasay, entre las sombras de la noche, arrancaba triste y melancólica
la humilde _siempreviva_, fiel emblema de la amargura.

Cuando los blancos dedos de Lola recorrían el teclado, arrancaban
bulliciosos _allegros_; cuando los de Hasay se posaban en el marfil,
solo producían tiernos _nocturnos_. A la una la animaba el genio de
_Strauss_, á la otra la tierna inspiración de Beethoven.

Aunque distintos tipos, las dos eran hermosas.

Lola era blanca cual los misteriosos genios de las puras nieves:
Hasay morena cual la mas perfecta concepción del sueño de un árabe. La
primera poseía en sus azules ojos toda la ternura de la resignación;
la segunda despedía de su negra y ardiente pupila el rugir de la
pasión. Las rizadas _hebras_ que adornaban á Lola se esparcían sobre su
sonrosado seno, cuya blancura se confundía con las purísimas mallas del
encaje que resguardaba los encantos de la virgen: la suelta cabellera
de Hasay, negra cual el palacio de la noche, destacaba las cobrizas
y mórbidas formas en que descansaba. El conjunto de esta irradiaba
el ardor de la lucha, el de aquella, la paz de la conformidad.

Una mañana, encontrándose toda la familia reunida en la espaciosa
caída, recibió Doña Luisa una carta de un antiguo capitán de la marina
mercante, paisano y amigo de su difunto marido. En dicha carta la
decía tendría sobre anclas el barco hasta _abarrotar_ sus bodegas
y cubierta de madera, y aprovechando la circunstancia de la larga
_estadía,_ y la proximidad del cafetal al fondeadero donde hacía su
carga el velero _Neblí,_ invitaba el capitán á sus antiguas y leales
amigas á pasar unos días á bordo.

La oferta fué aceptada, y se dieron órdenes para emprender la marcha
lo antes posible.

Hasay, de día en día, aumentaba su tristeza, viéndola muchas veces
coger un libro y pasar horas sin volver una hoja, prueba evidente
del ensimismamiento que dominaba su ser.

¿Qué motiva la creciente tristeza de Hasay? ¿Por qué todas las tardes,
cuando el sublime artista combina en los cielos sus más divinas tintas,
va al puente cual si fuera empujada por una invisible fuerza? ¿Por
qué contempla con la inmovilidad de la estatua del dolor, el profundo
abismo? ¿Por qué cuidadosamente limpia de gramas una frondosa planta
de _suspiros_ [8] que crece á la orilla del río? ¿Qué maléfico
genio atormenta su corazón? ¿Qué sueño la adormece? ¿Qué fantasma
la despierta?

¡Solo Dios lo sabe!...


SECTION VIII


Los diamantinos dedos de la aurora perezosamente plegaban los crespones
de las sombras, en el amanecer del día en que Doña Luisa debía llegar
á bordo del _Neblí_.

El gallardo _brik_ denunciaba en su aparejo, en su fino y airoso
casco, en su ligera arboladura, y en lo minucioso de su cordaje, la
construcción americana. El _Neblí_ besó por primera vez las saladas
aguas, en las que acarician las playas de California. En uno de
sus viajes dió fondo en las revueltas ondas de Bilbao, en donde fué
comprado por una casa española, la cual desde aquel momento lo dedicó
á la carrera de Filipinas.

Barco alguno ha rendido viajes tan rápidos como el _Neblí_.

Cuando sobre el _espejo_ de los cielos tendía el _Neblí_ sus blancas
_alas_; cuando la _embergadura_ de sus ligeras _arrastraderas_
reclinaba en sus _tomadores;_ cuando en la fresca _ventolina_
se largaban _gabias y velas altas_, crugiendo _cables, motones y
relingas_; cuando no quedaba _rizo, trapo_, ni _estay_ que al viento
no diera cara, entonces era de ver al _Neblí_ besar con sus finísimos
_tajamares_ el encaje de espuma con que el creador borda el insondable
_manto_ de las ondas.

A bordo del _Neblí_ venía como agregado, un joven que había dejado las
rutinarias y graves carreras universitarias, optando por inscribirse
en Cádiz en la matrícula del colegio naval.

López Ródenas se llamaba el prófugo de la Universidad de Madrid, en
cuyos claustros siempre se había distinguido como calavera, decidor
y camorrista.

Las horas que le dejaban libres el aula y los libros--que eran
casi todas,--las pasaba entre requiebros, cañas y jolgorios. Jamás
estudiante alguno ha corrido la calle de la _Luna_, llevando con más
gracia la recortada _torera_; jamás _pirata_ callejero, ha sabido mejor
poner _facha_ y dar _caza_ á la picaresca y alegre modista; jamás ha
entrado en casa de _Botín_ joven alguno tan rumboso como Ródenas.

En la alegre zambra, el primer duro que se gastaba era el suyo,
y en la contienda, el último que huía era él.

Desde los misteriosos cuartitos de la _Fonda de la Castellana_, nidos
poéticos de las mañanas de Abril y Mayo, hasta los ahumados _chamizos_
de _Maravillas_ y _Tribulete;_ desde la elegante _victoria_ de Muñoz,
hasta la histórica calesa; desde los aristocráticos bastidores del
teatro de Oriente, hasta las desgarradas _bambalinas_ de _Capellanes_;
todo le era familiar, todo conocido. Punteaba unas malagueñas, que
ni el _Tío planeta_; hacia llorar en el _polo_, como _Silverio_,
y era capaz de dar lecciones _gitanas_ al mismo _Antón_ el _pelao_.

Ródenas era todo un buen muchacho, que se dormía con los textos de las
_Pandectas_, que derrochaba la fortuna de sus mayores, que gustaba
de las mujeres, daba jaqueca á los padres y maridos, y de cuando en
cuando los disgustos iban precedidos de alguna que otra de _cuello
vuelto_ que obligaban al paciente á que _Nogués_ le _carenase_ una
muela ó una mandíbula.

Con este género de vida, sucedió lo que debía suceder. Su tutor--pues
era huérfano--le anunció un día, en son fatídico, que todo aquel
caminito de rosas lo llevaban directamente y en tren _expres_ á la
portería de San Bernardino, santo respetable en el _almanaque_,
pero que, inscrito al frente del establecimiento á que se alude,
es capaz de dar un calambre á una pieza de molave.

Ródenas soñó con el beato santo, y ya que no podía echar cuentas
con su tutor, las echó consigo mismo, resolviendo variar de vida,
emprendiendo la carrera de la marina mercante, confiando en que un
lejano pariente armador le daría con el tiempo el mando de alguno de
los barcos de la casa.

Hecho el proyecto, lió los bártulos y se instaló en Cádiz, de donde
salió á los tres años, montando el _Neblí_ como agregado.


SECTION IX


Al llegar aquí, y viendo la precisión con que mi amiga X ... había
descrito la vida del estudiante tronera, no pude menos de interrogarla,
y con cierto disimulo, para que no lo oyera su madre, me dijo no le era
desconocido _Fígaro_ ni _Mesonero Romanos,_ y que casi podría recordar
alguna de las bellísimas redondillas de _El estudiante de Salamanca_.

Con esta explicación me dí por satisfecho, y mi bella narradora,
haciendo un gracioso gesto al ver mi admiración de que á las agrestes
vertientes del Banajao se evocaran sombras tan venerandas como la
del autor de _El día de difuntos_ siguió su relación.

Abordo del _Neblí_ pasaron Doña Luisa y sus dos hijas ocho días,
al cabo de los cuales regresaron á la quinta.


SECTION X


Seis meses han transcurrido desde que Doña Luisa y sus hijas volvieron
del _Neblí_.

Era el mes de Diciembre.

En las faldas del Banajao se respiraba una temperatura semejante á
la del otoño en España.

Los panoramas que rodeaban la quinta de Doña Luisa tenían gran
semejanza con los que retrata el suelo y el cielo de nuestras
provincias meridionales en los meses de Setiembre y Octubre.

El árbol del Banajao pierde su lozanía, la hoja aminora su brillo y
el cielo se cubre de fantásticos nubarrones que velozmente recorren
su bóveda á impulsos de los fuertes _Noroestes_.

En una de esas tardes melancólicas en que todo lo que nos rodea
se impregna de sentimiento y amor, se encontraba Hasay, _cabe_ la
murmurante corriente que se desliza bajo el puente.

Rojos están sus ojos, pálidas sus mejillas, contraídas sus
facciones. Sus labios dibujan ora una sonrisa amarga, ora murmuran
palabras ininteligibles.

¿Reza ó blasfema? ¿Implora ó maldice?

¡Pobre niña!

De pronto se levantó con un movimiento convulsivo: sus ojos adquirieron
una potente fuerza de irradiación, sus facciones se acentuaron y ¡hay
que acabar!--murmuró su lengua, al par que como una corza herida
desapareció por las graníticas quebradas que conducen á la vecina
cascada del _Botocan_.


SECTION XI


Aquella noche, Hasay no pareció por su casa. A la mañana siguiente
se encontró el cadáver de la niña bajo el puente.

Entre las frescas campanillas de los frondosos _suspiros_ descansaba
el cuerpo de Hasay.

¿La mató el rayo del sentimiento que hace estallar el corazón ó la
última resolución del suicida? ¡Dios y la muda y poética naturaleza,
únicos testigos, solo lo saben!

--Y bien--dije á mi amiga,-¿por qué murió Hasay?

--Murió--me dijo muy bajito--de amor; al día siguiente al en que se
encontró el cadáver de Hasay, debía Lola casarse con López Ródenas.

Hasay estaba enamorada de Ródenas.

¡Amaba sin esperanza!...

Mi amiga, al pronunciar la última frase de la leyenda del puente,
cuyo nombre del _suspiro_  se debe sin duda á las flores que crecen á
su alrededor, vertió una lágrima á la memoria de Hasay, lágrima que
se deslizó al blanco teclado del piano, sobre el que maquinalmente
apoyaba sus dedos.

La voz calló, mas el piano fué alentado por el genio de mi buena amiga,
arrancando de sus cuerdas uno de los más sublimes _nocturnos_.

Las últimas notas se confundieron con el gorjeo de un precioso pájaro,
de plumaje tan bello como armonioso era su canto, que alojaba una
dorada jaula pendiente de uno de los huecos de la caída.

--¿Ese pájaro es de China?--dije á mi amiga.

--No, me contestó con la mayor naturalidad--nace allí,--dijo
señalándome las alturas del _Balete,_ y se llama _el pájaro del
sol_. [9]


SECTION XII


La modesta cruz puesta sobre la tumba de Hasay, y los gorjeos del
_pájaro del sol_, son una página que claramente _dice_, que las
mujeres en Filipinas aman, y los pájaros cantan.

Ya escrita la última cuartilla de esta histórica leyenda, recibo el
correo de Europa. Entre las cartas viene una, de la que literalmente
copio un párrafo.

Dice así:

«Adjunto te mando, hijo mío, el diploma del premio que han logrado
en la Exposición de Viena, las esencias de las flores de ese país,
que mandaste en tus colecciones.»


SECTION XIII


¡Hasay!

¡El pájaro del sol!

¡El premio de la Exposición de Viena!

       *       *       *       *       *

Ratelán, tiene razón.

En Filipinas las mujeres aman, los pájaros cantan, y las flores huelen.



CHAPTER V

CAPÍTULO V.

Despedida de Lucban.--Arroyos que se convierten en torrentes.--Huellas
de un baguio.--Puentes derruídos.--Troncos de cocos.--La sampaca y el
jazmín silvestre.--Pedregales, hondonadas y pendientes.--Relente de
la tarde.--Aguas sulfurosas.--El puente de la Princesa.--Belleza del
paisaje.--Bravía y salvaje naturaleza tropical.--Melancolía.--Una
caña acueducto.--El camarín de Alaminos.--Cuatrocientas dalagas
á caballo.--Tubiganes.--Garzas blancas.--Cuesta y puente de las
Despedidas.--Bulliciosa cabalgata.--Cocales.--El puente de la
Ese.--Vista de Tayabas.--El kilómetro 146.

La buena y franca amistad que encontré en Lucban, detuvo mi viaje
más tiempo del que me había propuesto, decidiéndome por último,
aunque no sin trabajo, á señalar día para seguir á Tayabas; aquel
llegó como todo en la vida, y en una entoldada tarde, me puse en
marcha acompañado de mi inolvidable amigo Pardo.

A los pocos pasos que dieron los caballos, encontramos las huellas del
terrible baguio del año 1873. Dos riachuelos que en tiempo de secas
son completamente inofensivos, pero que en las grandes avenidas hacen
imposible su vadeo,  y que corre el primero á la salida del pueblo,
y el segundo á un tiro de fusil de aquel, mostraban al viajero las
ruinas de sus dos puentes, habiéndose establecido sobre las del
último un arriesgado paso, formado de troncos de coco. El día en que
hacíamos este viaje, ambos ríos traían poquísima agua, así que nos
pusieron los caballos al otro lado sin salpicarnos las botas. Pasado
el último, dejamos á la espalda una pequeña eminencia que da entrada
á una bellísima cañada sombreada por miles de cocos, entremezclados
de cañas, baletes y madre-cacao, cuyas verdes cimeras entrelazaban
aquella vegetación virgen con las flexibles lianas, salpicadas de
pálidas campanillas de la sampaca y del jazmín silvestre. En la cañada
retozaban hermosos toretes, cuya lustrosa piel y buen estado de carnes,
bien claramente demostraban la abundancia de agua y de pasto. Un
sostenido galope nos alejó de aquel espacioso trozo de camino,
haciéndose la marcha embarazosa por los pedregales y resbaladizas
pendientes que íbamos encontrando.

El cielo estaba surcado de nubes, cosa muy frecuente en aquellas
alturas; los picachos del Banajao los envolvía la bruma, y la humedad
de que estaba impregnada la atmósfera nos obligó á ponernos los
capotes á fin de preservarnos del desapacible relente de la tarde.

De hondonada en hondonada, y caminando siempre entre una salvaje y
exuberante vegetación, entre la que de trecho en trecho se elevaba
alguna que otra casita, morada de sementereros ó abrigo de viajeros,
llegamos á la altura del puente de la Princesa, en la que un fuerte
olor á huevos podridos nos indicó la presencia en aquellas cercanías
de algún manantial sulfuroso. El olor á medida que avanzábamos era más
acentuado, notando por último en la misma meseta de la prominencia,
ligeros surcos impregnados de los residuos mineralógicos que arrastran
las aguas. En el puente de la Princesa dimos un pequeño descanso á los
caballos, y tuvimos ocasión de examinar la solidez de su fábrica. Una
escalinata hecha en uno de los estribos, nos condujo guardando ciertas
precauciones al lecho del río. El puente lo constituye un solo ojo
de una gran altura fabricado con suma valentía, y cuya consistencia
la probó en el último baguio, el cual arrastró por completo uno de
los estribos, quedando el arco totalmente descarnado por uno de los
lados, sin resentirse gran cosa su bóveda en el año y medio que duró
su reconstrucción. Dicho puente, según las inscripciones que muestran
sus pretiles, fué dedicado á la Princesa de Asturias, y concurrieron
por igual, tanto para los gastos como para los trabajos, los pueblos
de Tayabas y Lucban, constituyendo en la actualidad el comedio de
dicho puente, la línea jurisdiccional entre aquellos.

El paisaje que se admira desde el puente de la Princesa es de lo
más bello que puede crear la naturaleza. El río corre entre dos
eminencias, en las que el Sumo Hacedor ha derramado uno de los más
hermosos destellos de su poder. Todos los matices de la flor, todos
los misterios de la selva y toda la grandiosidad de la vegetación
intertropical, se muestran escalonados en aquellas alturas, en las que
repercutido se deja oir el estridente chillido del mono, el agorero
canto del _calao,_ el triste gemir del _bató-bató_, el monótono piar
del _solitario_ y los alegres gorjeos del _pájaro del sol_. Todo este
conjunto, cerrado casi de continuo por compactas nieblas, predispone
fuertemente á la melancolía. No concibo pueda reírse al pasar el
puente de la Princesa.

Aquel panorama oprime el alma, aquellas alturas concentran en un
círculo de tristeza el espíritu, y las brumas que se corren desde
las quebradas del Banajao, las da vida la fantasía, convirtiéndolas
en sombríos sudarios.

¡Qué triste, qué salvaje, y á la par qué hermoso es todo esto!--dije
á mi buen amigo, al par que ligeramente rozaba con la espuela los
hijares del caballo.

Pasamos un sencillísimo _acueducto_ á los pocos pasos, tan
sencillísimo, que solo lo componía una gruesa caña que comunicaba el
agua de un borde á otro del desmonte que cruzábamos, y que da paso á
una limpia planicie sembrada de caña dulce. Señalándome aquel lugar,
me dijo Pardo se le conocía con el nombre del _camarín_ de Alaminos. Le
interrogué sobre este particular y me contó que allí se había elevado
un precioso _kiosco_ de caña y flores en la visita de aquel general,
al cual, según el testimonio de mi amigo, esperaban en aquel sitio más
de 400 dalagas á caballo adornadas con sus mejores galas y escoltadas
por unos 4.000 jinetes. Me sonreí con cierto aire de incredulidad,
pareciéndome muchos caballos, pero más adelante quedó fijada la
veracidad de la cifra por las notas conservadas por el Alcalde. [10]

Pasado el cañadulzal, empiezan á verse _tubiganes_ ó sean terrenos
regadíos, labrados y escalonados, en los que se siembra el arroz y
en los que vimos grandes bandadas de garzas blancas.

Puestos los caballos al paso y afianzándonos en el borrel de la silla,
bajamos la escabrosa cuesta de las _Despedidas_, á cuya falda se
asienta sobre un riachuelo el puente de aquel nombre, el cual le
fué dado, según he podido averiguar, por ser el lugar señalado por
la costumbre para despedir los de Tayabas á los que se van. ¡Qué
tiernas escenas habrá presenciado! ¡Cuántas lágrimas habrá absorbido
su candente arena! ¡De cuántos juramentos y de cuántas fugaces promesas
habrá sido mudo testigo!....

El camino mejora notablemente desde aquel puente, pudiéndose hacer
uso del carruaje. El bosque y el matorral cesan y solo se extienden
á uno y otro lado, tierras cultivadas, sembradas de palay ó plantadas
de coco. El agua es abundantísima, manteniendo los cuadros del arroz
constantemente anegados.

Al otro lado del puente nos encontramos una alegre caravana, en la
que nos llamó la atención varias dalagas á caballo perfectamente
ataviadas, luciendo caprichosos sombreros con gran profusión de gasas
y flores. Los colores de las faldas y los pañuelos que resguardaban
sus hombros, eran de colores muy fuertes que destacaban el negro del
_tápiz_. La tayabense jamás deja el _tápiz_; monta admirablemente y
cifra su orgullo en su traje de montar y en la riqueza de los atalajes
de su caballo. Todas montan al lado izquierdo y desconocen el uso de la
espuela, sustituyéndola con flexibles latiguillos que suspenden de la
muñeca con una cadenita de plata. La tayabense á caballo, es sumamente
locuaz y decidora, desconoce el peligro, se impacienta á menudo y
pocas veces lleva al paso su cabalgadura. Aquellas dalagas supimos
se dirigían á una de las vecinas sementeras á pasar un día de campo.

Dejando á ambos lados del camino umbrosos cocales recargados de
fruto, pasamos el pequeño puente de la _Ese_--así llamado por su
configuración que lo asemeja á dicha letra--y dimos vistas á Tayabas,
á cuyo _bantayán_ llegamos de una trotada. El poste telegráfico que
se eleva en la afuera del pueblo, marca en una tablilla el km. 146,
cifra que representa la distancia que separa á Tayabas de Manila. De
Lucban á Tayabas hay 12 km. y pico.



CHAPTER VI

CAPÍTULO VI.

Tayabas.--Su antigüedad,--Situación.--Estadística.--Pureza de
raza--El bambán grande.--Fiebres palúdicas.--Su remedio.--Casa
real, tribunal, iglesia y convento.--Una Semana Santa en
Tayabas.--Riqueza de ornamentación.--Correría histórica
alrededor de un escribano de Pilatos.--Fisonomías de los
pueblos.--Comparaciones.--Indolencia.--Supersticiones.

Tayabas es pueblo de muchísima antigüedad;  hoy es cabecera de
la provincia á la que da nombre, habiéndolo sido anteriormente
Calilayan. Se encuentra bajo la influencia del Banajao y á dos leguas
del estrecho, cuyas aguas se divisan perfectamente á virtud de la gran
altura en que dicho pueblo está situado. Confina con Pagbilao, Lucban
y Sariaya. Tiene, según los padrones del año 1875, 125 cabecerías
repartidas en 156 barrios,  componiendo un total de población de
22.337 almas, de las que tributan 12.176. Acaecieron en dicho año
810 defunciones, igual número de nacimientos, y 311 casamientos;
se sortearon 1.132 mozos, sacándose 17 soldados; concurrieron á las
escuelas por término medio 150 niños de ambos sexos, vacunándose 1.109;
se sustanciaron en el juzgado 23 causas correspondientes á delitos
cometidos en su demarcación, y por último, tiene 71 cuadrilleros á más
del puesto de la guardia civil al mando del capitán, jefe de la línea.

La situación de Tayabas, según el Padre Buceta, es 14° 50' lat. y 128°
30' long.

Tayabas, como toda la provincia á que da nombre, es el centro de la
pureza de la raza india y la buena dicción del tagalo; por lo tanto,
allí es donde puede estudiarse con gran resultado al indio y sus
costumbres.

El pueblo es muy limpio, corriendo por sus principales calles
abundantes aguas encauzadas en _bambanes_. La que lleva el de la
llamada del _bambán grande_, hace mover una pesadísima máquina para
descascarillar palay, que se asienta al final de aquella. Dichos
encáuces no solo constituyen un poderoso elemento de limpieza, sino
que también se utilizan para todo género de necesidades domésticas,
siendo sus cristalinas aguas que vienen desde las vertientes del San
Cristóbal y el Banajao, un abasto para Tayabas, esparciéndose luego por
cientos de canales que riegan los extensos campos escalonados de palay.

El foco de la insalubridad de Tayabas, está precisamente en su misma
riqueza; sus productivos regadíos, llamados _tubiganes_, alientan
el virus palúdico que emponzoña la atmósfera, originando las tan
conocidas y temidas calenturas que tantísimas víctimas hacen, sobre
todo de Julio á Octubre, meses en los que la tierra descansa y hace
pudrir con la ayuda del agua estancada, las raíces y demás hierbas que
deja tras sí la siega del palay. Estamos seguros que desapareciendo
los tubiganes, se concluirían las fiebres; pero el remedio salubre,
está en la ruina de Tayabas, cuya principal riqueza la tiene en sus
arrozales. El paludismo de Tayabas constituye la desesperación de la
ciencia. Jóvenes ilustradísimos, avezados á la clínica y á estudiar
la dolencia á la cabecera del enfermo hemos visto desconcertarse
ante el extraño y mortífero desarrollo de aquellas fiebres, en las
que las intermitencias unas veces, son verdaderamente locas, y otras
pasan completamente desapercibidas, sucediéndose una fiebre á otra
en la generalidad de los casos, sin dar lugar á poder emplear la
quinina. Aparte de los meses citados en que las calenturas toman un
carácter verdaderamente epidémico, la salubridad no es mala.

Las construcciones que componen el pueblo en su mayoría son de tabla
con techo de cabo negro. Descuellan entre aquellas la Casa Real,
la iglesia y el tribunal  [11]. La primera, aunque pequeña, llena
todas las necesidades oficiales y personales del Alcalde mayor, que la
habita. El tribunal es sin disputa uno de los mejores de Filipinas, y
no decimos el mejor,  porque no conocemos todos los de las islas. Tiene
espaciosos salones, magnífico decorado y ricos muebles. En uno de
los ángulos del tribunal está la estación telegráfica.

La iglesia mide 113 varas y 2 palmos de longitud, siendo de 53
con 9 pulgadas de latitud de su _crucero_. Estas dimensiones
que guardan relación con el edificio, forman una grandiosa masa,
á cuya contemplación se aquilata cuanto puede hacer la fe de un
pueblo. Aquella magnífica obra, y aquellos miles de sillares, suman
un total de trabajo que nada más que la fe puede acumular. A la
grandiosidad del edificio, no desmerece la suntuosidad y riqueza de
los ornamentos que guarda, y la solemnidad con que en ella se practica
el culto y se hacen las funciones religiosas. Lámparas de plata,
pesados candelabros, riquísimos altares, moquetas, damascos, bronces
y dorados se ven en el espacioso presbiterio. En los días solemnes, se
luce un antiguo terno bordado de oro, procedente de Toledo, que llama
grandemente la atención. Las procesiones se hacen con un orden y una
magnificencia tal, que nos permite recomendar á nuestros lectores una
_Semana Santa_ en Tayabas. Los _pasos_ que se exhiben en la semana
del dolor, no serán de gran gusto, sus combinaciones resultarán
churriguerescas, incorrecta la talla de sus figuras, impropios sus
trajes, la verdad histórica falseada y el arte muy mal parado; pero
lo que falta de arte, lo suple la riqueza. El armazón de uno de los
carros es todo de plata. En la última procesión que vimos el año 1876,
contamos 19 pasos, conteniendo algunos de ellos en sus plataformas
hasta 12 figuras de tamaño natural profusamente recargadas de valiosos
metales y preciosas telas. La verdad histórica, volvemos á repetir,
está completamente olvidada en aquellas figuras. En uno de los pasos
campea en primer término un escribano con sus correspondientes anteojos
y su indispensable legajo, recordando en las prendas de su traje todas
las épocas conocidas, haciendo sus gregüescos acuchillados dar una
galopada de más de dos siglos, hasta llegar á su abotonado chaleco. El
_acuchillado_ escribano de Pilatos, no causó en nosotros extrañeza,
puesto que ya habíamos visto á un personaje de las cruzadas luciendo un
descomunal morrión de la milicia nacional, traído por un _cabanista._
Para muestra, creemos basta con ese ... morrión.

Parece imposible que las fisonomías de los pueblos varíen tan
en absoluto, mediando entre sí cortas distancias. Decimos esto
al recordar á Lucban. Poco más de dos leguas separa este pueblo
de Tayabas, y sin embargo las costumbres y manera de ser del uno,
son casi la antítesis del otro. En el primero, el gusto y el arte
suplen muchas veces á la riqueza; en el segundo, al contrario; en
este, el rico amontona y entierra los antiguos pesos de _dos mundos_;
en el otro, la vida activa y comercial baraja continuamente su poco
numerario. En Tayabas no busquéis ni petacas, ni petates, ni tejidos,
ni bolos, ni trabajos de palmas, ni ninguna de las múltiples y variadas
producciones que hemos visto en Lucban. En Tayabas, el hombre no sabe
más que cultivar el campo; en cuanto á la mujer, francamente, todavía
no hemos podido averiguar lo que hace y en qué se ocupa. De esa misma
indolencia y ese perpetuo reposo, nacen sin duda alguna el sin número
de _abusiones_, ó sean supersticiones de que está llena la tayabense,
y de las que nos ocuparemos en los capítulos siguientes, en los que
trataremos de describir lo mejor posible al indio y sus costumbres.



CHAPTER VII

CAPÍTULO VII.

Costumbres.--Poesía popular indígena.--La tradición y el
manuscrito.--_El cumintán._--¿Qué es el _cumintán--_?--Reminiscencias
moriscas.--El _cariquitdiquitán._--Pensamientos tomados al oido.--El
indio.--¿Es ó no definible?--El libro en blanco.--Identificación del
indio.--Condiciones para conocerlo.--Fenómenos psicológicos.--Un
regimiento europeo y un regimiento indígena.--Ingratitud y
agradecimiento.--La india amiga y la india amante.--El portalón del
_Gloria.--Titay_.--Una fortuna á la mar.--La Revista Europea viajando
por el reino de Aracan.--_Conocimientos_ de los escritores de allá y
algunos de los de acá.--El cómo se escribe la historia.--Apreciaciones
diversas.

Todas las comarcas del mundo tienen su poesía popular que conservan
bien por la constante repetición que cuidadosamente hacen de padres
á hijos, ó bien por la compilación escrita que guarda el libro.

El indio posee, como todas las demás razas, su romancero popular, que
conserva por la tradición, y algo, aunque poco, en el manuscrito. El
_cumintán_ tagalo no es, ni más ni menos que el primer auxiliar de
sus tradiciones.

Si al recorrer los extensos _tubiganes_ y _cocales_ que rodean á
Tayabas oís plañidera guitarra y dirigís vuestros pasos en busca del
tañidor; si al llegar al cerco de la casa donde salen los acordes, veis
los _tapancos_ y _caranes_ alzados, notando en el interior profusión
de gente que con gran silencio escucha á una india que perezosamente
canta y baila al son de la guitarra, siguiendo con gran cuidado las
ondulaciones de su cuerpo, el equilibrio de una taza que mantiene en
la cabeza; si de cuando en cuando el silencio de los que escuchan es
sustituído por el característico grito de alegría del indio y á veces
con un palmoteo semejante al que acompaña las canciones andaluzas;
si subís la _escala_ de caña y bejuco y tomáis asiento entre aquella
reunión, que sin preguntaros quién sois, ni quién os presenta, os acoge
con cariño y os da lo que tiene; si entendéis el tagalo y lleváis
algún tiempo en el país, desde luego comprenderéis que á vuestra
llegada se bailaba y cantaba el _cumintán_. ¿Qué es el _cumintán?_
dirán aquellos de nuestros lectores que no conozcan las costumbres
tagalas. El _cumintán_ es una mezcla de todos los acordes tristes y
melancólicos que se conocen en el pentágrama. El _cumintán_ es una
balada compuesta de suspiros. Sus notas son otros tantos _ayes_
arrancados en el silencio de la noche, de la mujer que ama, del
corazón que espera, del proscripto que tras la azulada bóveda busca
cual otro rey del Oriente la estrella que marca el derrotero de su
patria. El _cumintán_ tiene algo de salvaje, algo que hace volver la
vista á los agrestes bosques en que se escuchan sus acordes. Tiene
sus reminiscencias de las antiguas cántigas moriscas, recordando no
pocas veces el gemir del _polo_ gitano. El _cumintán_ nació con la
primera guitarra que se oyó en estas playas. En esta canción india,
todas las razas que han pasado por este suelo han llevado una adición
ó una nota. Como dejamos dicho, se asemeja á las canciones gitanas,
las cuales ni se aprenden, ni se inspiran en la _pauta_ sino en la
vívida luz de unos ojos de fuego, en el dolor intenso de una perfidia
ó en el triste recuerdo que sintetiza un acerbo dolor.

El _cumintán_ no se aclimata en las ciudades, así es, que hay que
buscarlo en esas perdidas casitas ocultas tras los verdes penachos
de las bongas y las cañas.

Veamos lo que es el _cumintán_.

En la casa á que habéis llegado se celebra un _suizán_. Una treintena
de indios é indias están sentados en el _sajig_; un indio templa
las dobles cuerdas de metal de su guitarra, y un individuo del sexo
fuerte y otro del débil, esperan que aquella esté á punto, teniendo
la mujer sobre la cabeza una taza llena de vino de coco. Templada la
guitarra, principia el baile que se reduce á ligeras ondulaciones  de
las caderas, acompañando á los cortos pasos con que van acercándose
los _bailadores_. Al encontrarse, se paran y ella canta, tomando un
tema alusivo á la persona por quien se da la fiesta ó picarescamente
intencionado contra el individuo con quien baila. Concluída la copla,
beben ambos, y cambiando la taza de cabeza, contesta el indio á la
canción que le han dirigido, repitiéndose estas evoluciones horas y
horas, en que se oyen tiernos y delicados pensamientos. ¿Quién es
su autor? Nadie lo sabe, son hijos de un momento de inspiración;
el oído los recoge y la memoria los perpetúa. Si entre nuestros
cantares populares tenemos tiernos y delicados pensamientos, no los
tiene menos el indio, tanto en el _cumintán_, como en el _balitao_
[12] y el _cutang-cutang._

El tagalo se presta mucho para los poéticos giros que generalmente
emplea el indio en sus cantares. Hay una palabra en casi todos los
_cumintán_ que no se puede traducir á ningún idioma conocido; es como
si dijéramos el ¡ole! ó el _¡chachipé!_ de la taberna del _candil_
de _Cádiz_.

Si no hay lengua en el mundo que traduzca esas palabras, tampoco la hay
que lo haga del _cariquit-diquitán_ tagalo. Dicha palabra compendia
todo un mundo de mimos, de caricias, de besos, de suspiros. Es el
_summum_ de la belleza á quien se le aplica, y el paroxismo del amor
en el lenguaje de los amantes.

--«Si mi novio se muriese, yo iría á dormir sobre su tumba, para
que sus huesos no tuvieran frío»--decía en una ocasión una india
que cantaba un _cundimán_.--«Si tú estuvieras aquí, yo me pondría
buena»--oímos decir una noche á una india, que en el delirio de
una fiebre palúdica modulaba un _cumintán_, en el que recordaba á
su amante.

Se dice, y se dice como una cosa concluyente que no admite réplica,
que el indio es imposible de definir. Difícil, sí, imposible, no. Se
aduce como premisas de que el indio es indefinible, aquel célebre
libro de un misionero, cuidadosamente encuadernado, en cuyo lomo se
leía: _El indio_, libro que á nadie dejó hojear y que ávidamente fué
abierto tan luego murió, encontrándose los curiosos con que todas
las páginas estaban en blanco. Á más del libro en blanco, corre de
boca en boca la célebre definición que hace del indio un doctísimo
escritor, en la que asienta entre otras muchas cosas, lo imposible
de conocer al indio. En las páginas en blanco, solo vemos, ya que no
un cuento, por lo menos un rato de buen humor del Reverendo Padre,
que ponía á tortura la curiosidad tras las alambradas puertas de la
librería. En cuanto al segundo testimonio, solo podremos decir que en
las definiciones se ve que el pobre Padre lo que tenía más bien, era
un empacho indio que no podía digerir, y se comprende perfectamente
al decir llevaba cuando tal escribió, más de cuarenta años de país.

Al indio no se le conoce, dicen unos; es imposible definir ni
calificar, replican otros: jamás podréis formar juicio sobre ellos,
añaden los más. ¿Por qué? decimos nosotros. ¿Le habéis estudiado,
ó solo le habéis visto? Si solo lo veis, ¿como queréis conocerle? El
indio tarda muchísimo tiempo en presentarse ante el europeo tal cual
es; el mismo respeto es la primera circunstancia que nos aleja de
su conocimiento. Hacer con tiempo y cariño que se identifique con
vosotros; lograr que vuestra vista no interrumpa sus costumbres;
aprender su idioma; ser tolerantes, procurando modificar con el
ejemplo, lo que queráis reprender; llevar á su inteligencia la
seguridad de que ni os burláis de él, ni tratáis de originarle mal
alguno, y cuando esto suceda, principiaréis á estar en condiciones
de poder definirlo; mientras esto no suceda, no sé con qué derecho
queréis profundizar una moral, cuyos sentimientos os son completamente
desconocidos. No estando en las condiciones descritas, á buen seguro
que tampoco podréis apreciar la poesía popular indígena.

Una india que canta un romance ó un _cumintán_, que es sorprendida por
un europeo, deja la mayor parte de las veces su canto, ó de continuar,
lo hace de una forma cohibida á todas luces. Aquel ser se transforma
tan luego reina la confianza á su alrededor. Dirán mis lectores,
¿de modo que para conocer al indio hay que hacerse tan indio como
ellos? No, puesto que podemos asegurar hemos vivido muchísimo tiempo
á su lado, tanto en el campo como en la ciudad, sin que jamás se hayan
identificado nuestras costumbres con las suyas. La base de la confianza
es el cariño, y ese es el que hemos empleado para _apoderarnos_ de
su manera de ser y poder asegurar que en el mundo psicológico del
indio se opera toda la serie de sentimientos que se conocen en el
_vocabulario_ del corazón.

El indio, y entiéndase que hablamos del indio de raza, del indio
puro, no mistificado ni con las costumbres de las ciudades ni con
los instintos de la conjunción de sangre, es sumamente adaptable
á modelarse en el busto en quien reconoce superioridad, y en
esto, podemos asegurar que la reconoce siempre. El indio, aunque
sea rico, siempre rinde homenaje á un amo; es un ser libre con
todas las condiciones para haber conllevado con resignación el ser
esclavo. Por los criados muchas veces conocéis el amo. Al definir al
amo, generalmente se define al criado. El indio hace lo que ve hacer,
y se deja llevar en momentos dados, desde sus indolentes sueños á las
altas regiones donde centellea la luz de los héroes. Un capitán español
al frente de cien indios, puede recordar las grandes epopeyas de las
guerras épicas. El español se bate por el ardimiento de su sangre,
por el sacrosanto amor patrio, por su espíritu  de raza. El indio se
bate ante el ejemplo,  ante la identificación que hace de su  ser en
otro ser, en quien reconoce superioridad.  ¡Misteriosa mistificación
que crea y  alienta una campaña como la de Cochinchina,  una epopeya
como la de Simón de Anda, y un recuerdo glorioso como el de Clavería;
el jefe que al frente de fuerzas europeas  vuelve la espalda en un
momento de peligro, encuentra las bayonetas de sus soldados;  el que la
vuelve ante fuerzas indígenas,  tropieza con las mochilas. Un coronel
de un regimiento europeo, es la táctica; un coronel de un regimiento
indígena, es la conjunción de mil almas en la suya, flotando en su
espíritu la suerte del regimiento: su responsabilidad es inmensa,
pues tan fácil le es llegar al Capitolio como á la roca _Tarpeya_.

La identificación del indio con el sér en quien reconoce superioridad,
está demostrada. De esta demostración, se deducen necesariamente un
sinnúmero de corolarios que vienen á definirlo.

Se dice, el indio es esto y aquello y principalmente desagradecido,
á lo que contestamos  nosotros, que si bien se ven entre ellos pruebas
de olvido--cosa que por otra parte, y dicho sea de paso, no es de
extrañar, dado el estado de la humanidad--también podríamos citar
hechos concretos, de que si hay indios que olvidan, también los hay
que recuerdan y agradecen.

Lo que muchas veces se llama desagradecimiento, suele ser exigencias
no otorgadas quizás porque vienen repetidas ó porque son odiosas.

--¿Por qué te vas de esta provincia?--decía en una ocasión una india
á un amigo nuestro.

--Me voy porque me han ascendido, y porque lo manda el rey.

--Pues, pídele al rey--replicó con la mayor naturalidad--que te deje
aquí, y en cuanto al sueldo, yo te lo daré.

Las anteriores palabras, en la generalidad de los casos despiertan la
indignación; pero juramos á nuestros lectores que en el tono y la forma
en que lo dijo la india, solo originan la gratitud. Es de advertir
que aquella no tenía amores con mi amigo, y solo había tenido ocasión
de prestarle aquel algunos pequeños favores. Hacemos esta salvedad,
pues es de hacer, puesto que la india amante, no ofrece, sino que da,
ó tira cuanto tiene. Como ejemplo, citaremos un hecho.

Una mañana estaba á punto de levar anclas el magnífico vapor _Gloria_,
de la casa Clano. Las blancas burbujas que se escapaban de los tubos
y la compacta columna de humo que perezosamente se iba confundiendo
con las matinales brumas, bien claramente demostraban que el coloso
estaba listo para alentar con sus potentes transpiraciones, las dobles
hélices. El _Gloria_ debía conducir á la madre patria gran número de
sus valientes hijos, que después de haber peleado como buenos en las
aguas de Joló, iban con la alegría pintada en la cara en busca de
las azules ondas de las castellanas playas. De pronto saltó desde
el _portalón_ á la cubierta una india, preguntó por el capitán, y
una vez en su presencia  le suplicó la llevase á España, ofreciéndole
doscientos pesos por su pasaje. A las justas observaciones del capitán
explicándole lo imposible de realizar su petición por no tener
pasaporte ni haber llenado ninguno de los requisitos de embarque,
la india rompió á llorar; volvió á suplicar, y no pudiendo conseguir
nada, secó sus lágrimas, y dirigiéndose  silenciosamente al _portalón_
tiró á la mar los doscientos pesos.--¡Pobre Titay!--oímos decir á un
artillero que veía alejarse la barquilla en que iba la india.--¿Quién
es Titay?--preguntamos nosotros.--Titay es esa pobre mujer que acaba de
salir, era la amante de un compañero y anoche supimos había vendido
cuanto tenía, creyendo poder seguirnos.--¡Pobrecilla!--añadió el
valiente hijo de España visiblemente conmovido; sin él nada quiere
y toda su fortuna la ha tirado á la mar.

Que le digan al novio de la india que son indefinibles, y de seguro
se sonreirá amargamente al recordar la facilidad con que él podría
definir á la desgraciada Titay.

Sin el trato y el conocimiento íntimo del carácter, volvemos á repetir,
es completamente imposible definir, máxime cuando corre de boca en
boca tanta y tanta vulgaridad, escribiéndose en la generalidad de
los casos en el mismo tono en que se habla.

No ha muchos días, hojeando una de las últimas entregas de la
_Revista Europea_ nos fijamos en un artículo, en cuyo epígrafe se
leía: _Una llaga social_. La respetabilidad de la firma del autor,
la justísima reputación de la revista y nuestra afición á la lectura
nos hicieron adivinar un precioso cuadro que encarnaría algún cáncer
moral. Principiamos la lectura, y á vueltas de bellezas de primer
orden nos encontramos con un párrafo que literalmente dice así: _En
el reino de Aracan, en las islas Filipinas, ningún hombre toma por
esposa una doncella so pena de considerarse deshonrado._

Después de decirse que en estas islas la virginidad  es una deshonra,
creemos que bien puede asegurarse lo de los nidos en los rabos de
los carabaos; lo de los misteriosos embozados  de la calle de San
Jacinto; lo de la persecución  del _anay_ por fuerzas del ejército;
lo de los rabos de las indias de la costa de _Baler_ lo de los tigres
de Mariveles, y lo otro y lo otro, incluso el asegurar que el indio
es indefinido. Si lo han de tratar de la forma que lo hace el autor de
_La llaga social_, más vale que lo sea y no le atribuyan cosas que está
muy lejos de ser, y con las cuales se forman conceptos y apreciaciones
completamente erróneas. Todos los indios de Filipinas, lo mismo los
remontados que los de las ciudades; lo mismo los que campan en su
vida nómada en las escabrosidades del _Banajao_ y del _Caraballo_,
que los reducidos; lo mismo los cristianos que los idólatras, _aetas,
tinguianes y busiaos_ conocen el valor de la virginidad, y en sus
confusas ideas del deber y el honor jamás ha entrado como deshonra el
que la compañera que han de tomar por esposa haya perdido al unirse
á ellos la flor de la pureza.

Si tales cosas dice un periódico tan serio y de los primeros de Europa,
¿qué no podrán decir los demás?

¡Así se escribe la historia!....

       *       *       *       *       *

En muchas de nuestras ideas acerca del indio, convienen gran número de
profundos observadores, y entre otros citaremos al eminente jesuita
Murillo Velarde, quien en su _Historia de Filipinas_, dice: _que el
español es un vivo espejo en el que se mira el indio_. Robertson, en
su _Historia universal de las Indias_, compara á los indios con los
muchachos de la escuela; semejanza que también la encuentran el abate
Marden en sus escritos, y Solorzano en su _Política Indiana_. El sabio
cronista de los viajes por Filipinas, del General D. Ignacio María
de Alaba, Frey Joaquín de Zúñiga, escribe en un manuscrito, valiosa
joya que guardan los archivos de San Agustín, cuyo hábito vistió, lo
siguiente: «El genio de los indios, según los autores que han escrito
de ellos, es un embolismo de contradicciones; dicen que al mismo tiempo
son humildes y soberbios, atrevidos y cobardes,  crueles y compasivos,
perezosos y diligentes, y refieren de ellos otras mil contrariedades
como estas. Yo he vivido con ellos diez y seis años y no he hallado
contradicción  alguna, sino una gran debilidad y mucha disposición á
recibir la impresión de todas las pasiones, las cuales se les pasan
luego, y con gran facilidad se desprenden de una para dar lugar á
otra. Muchas de sus acciones nos parecen contradictorias, porque las
referimos á nuestros ojos y no á los suyos; lo que entre nosotros es
tenido por bajeza, lo tienen ellos por honra; lo que á nosotros nos
abochorna, suele ser á veces entre ellos muy honorífico. Si cotejamos
su modo de obrar con el modo de discurrir que se halla entre ellos,
muchas que nos parecen contradicciones, las hallaremos consecuencias
legítimas de sus principios.



CHAPTER VIII

CAPÍTULO VIII.

Costumbres.--Casamientos.--Código amoroso indio.--Prólogo al
libro.--Bíndo--Cabezang Juan y cabezang María.--Los faldones del
munícipe.--Elocuencia de las uñas.--El Eureka tagalo.--El pretendiente
y la pretendida..--El _pamimianan_.--El _amang-cruz.--_Una casa vacía y
una casa provista.--El _habiling.--_Calabazas en redondo.--Influencia
de los mayores.--Rencor indio.--Los picos quemados de una carta.--La
_gayuma_ y el _jonjon_.--Aceptación del _habiling_.--De novio
á marido.--El _pag-haharap.--_Ceremoniales.--La vuelta á la
casa.--Novenario.

El indio en general es muy dado á sus tradiciones, y por nada en el
mundo varía sus costumbres, costando no poco trabajo el introducir
la más ligera adición ó supresión en ellas.

Desde que un _lalaqui_ forma el propósito de hacer el amor á una
_babay_, hasta que se consuma el matrimonio, pasa por una serie
de ceremonias y es objeto de un sinnúmero de fórmulas difíciles de
enumerar, y desgraciado de él si en esa larga gestación de pretendiente
á _catipán_, ó sea novio, y de este á _maridable_, infringe alguno de
los infinitos detalles del larguísimo ritual del código amoroso indio.

Ni el pretendiente que en fuerza de cortesías llega á _retratarse_
en los tersos botones de portero de Ministerio, ni el aspirante á
rica dote ante exigente futura suegra, ni el candidato extra-oficial
en distrito cunero, ni el cesante con ocho hijos frente á despótico
casero, tolera las injusticias, los desaires, las cavilaciones y los
sudores que sufre y aguanta con estoica resignación el indio ante la
bronceada deidad de sus pensamientos.

Veamos el tipo.

Bindoy es un fornido muchachote de veinte años, su padre _Cabezang_
Juan y su madre _Cabezang_ María, son dos honrados seres que tienen
cuatro cavanes de regadío, quinientos, cocos, algunas vacas y
dos carabaos aradores que labran la tierra, en la que se levanta
el hogar donde nació Bindoy. Aquella casa se llama de sementera,
y los habitantes de las ciudades conocen á sus moradores con el
nombre de sementereros. Bindoy y sus padres no van al pueblo sino
los domingos, los días de procesión y aquellos otros en que el ronco
tañido del _tambulic_ del _matandá sa nayon_ anuncia al barrio que en
la población ha de verificarse algo extraordinario. Cabezang Juan,
acompañado de su hijo--que es primogénito  de su cabecería,--asiste
á las altas deliberaciones  que algunos sábados se discuten en el
Tribunal, y no sin gran trabajo recauda de sus _carolos_ el tributo,
trabajo que en cambio le da fuero sobre uso de chaqueta, asiento en
la principalía, voto en las deliberaciones, media firma en informes
de conducta, y sobre  todo el oir llamar con cierto respeto á su cara
consorte el aristocrático _Cabezang_, título tan nobiliario, como
si su propietaria pudiera ostentar en vez de los blancos faldones
de la munícipe camisa de su marido, un escudo con media docena de
lagartijas en campo amarillo.

Bindoy ha entrado en quintas y sacado un número alto, por lo
tanto, viéndose libre del servicio del Rey, principió á pasar
por su imaginación el deseo de dedicarse al de una _dama_. Con tal
resolución, se echó mi buen Bindoy por aquellas sementeras de Dios en
busca del ideal de sus sueños. Una tarde se hizo cargo de una guapa
dalaga que pilaba arroz acompañando el ruido acompasado del _jalo_
con una monótona canción. Ver á la dalaga y pararse, y tras pararse,
rascarse, fué simultáneo. En Europa, sabemos, mejor dicho lo saben
_otros_, que con la música puede darse las buenas tardes y hasta
pedir un fósforo al vecino; pudiéndose hacer esto, y muchísimo más,
en el arte coreográfico, en el que, y solo con la ayuda de los pies se
pueden recitar todos los pentacrósticos de Estrada. El arte mímico ha
llegado á una gran altura en el viejo mundo; pero juramos á nuestros
lectores, que con toda aquella mímica junta, no se llega á la expresión
que envuelve el hecho de pararse un _bagontao_ ante una dalaga, y
rascarse. Las uñas en este caso tienen más elocuencia que todas las
_catilinarias_ juntas. Una _rasqueta_, reposada, tranquila y practicada
en aquel _sitio_ de que Sancho se quejaba después del manteo de la
_venta_, es el ultimatum más perfecto que se conoce en el lenguaje de
las peticiones. Cuando el indio se rasca en la cabeza, su exigencia
solo será material, es el preámbulo para pedir ó dinero, ó cosa que lo
valga; pero si el indio _corre_ las uñas por los _antedichos lugares_,
entonces la petición cambia de especie, y se convierte en moral.

La dalaga, vió que Bindoy se paró, que miró, y que abrió la boca; oyó
que pronunció  el _eureka_ tagalo, ó sea el característico, _¡aba!_
y sobre todo, observó que bajó la mano y se rascó con el mismo mimo
y parsimonia que podría hacerlo un gitano sobre el lomo de un pollino
en feria, y visto y oído lo anterior, dejó _jalo_ dentro del _lusong_
y miró de reojo á Bindoy como diciendo, mañana tú serás el que piles.

En las costumbres tagalas de la provincia de Tayabas, el hombre
trabaja mientras es novio, cuando es marido, generalmente quien lo
hace es la mujer.

Sigamos á nuestro Bindoy.

Una vez que comprendió había encontrado su media naranja, traspuso el
cerco de _madre cacao_ que resguardaba la casa, en la que entró con
la misma familiaridad que si fuera la suya. Dió las buenas tardes á
los padres de la dalaga, fué cuidadosamente observado por aquellos,
y acto continuo indicaron faltaba agua, á cuya indicación el pobre
Bindoy, cargó con un pesado _bombón_ de caña, que llenó en un manantial
vecino. Con este trabajo empieza el _via-crucis_ que tiene que recorrer
el pretendiente. En el mero hecho de haber desempeñado una ocupación de
la dalaga, se le acepta, y en tal concepto, presta con el nombre del
_servicio_, ó sea el _pamimianan_, toda clase de trabajos. Acompaña
á su pretendida á todas partes, desempeña sus quehaceres, pila por
ella el arroz, lampacea el suelo, limpia los _carajais_ y los platos,
ayuda al padre en las faenas de las sementeras, y todo por ella, por
ella, á quien mira con una cómica gravedad. No hay nada más digno de
notar, que la respetuosidad con que es tratada una india en situación
de pretendida.

El _servicio_, lo impone el padre de la dalaga, dura generalmente un
año, ó sea de cosecha á cosecha, viviendo muchas veces el pretendiente
en la misma casa de la pretendida. Desde el momento en que se acepta
el servicio por parte de la familia de la dalaga, se abren dos
listas, una que lleva el padre de aquella y otra el pretendiente,
consignándose en ellas el importe de todo cuanta gasta en obsequios,
sean de la clase que quieran. Los trabajos también tienen su tarifa,
abonándose en cuenta dos reales por los servicios de noche, y uno los
de día. Las listas del _pamimianan_ son altamente curiosas, leyéndose
en ellas, al lado de una libra de _lichón,_ un pañuelo de guinaras,
figurando más allá de este apunte, dos reales por una noche en claro
velando el _romadizo_ de la futura suegra, y más allá, un real por
media noche en que acompañó á la dalaga á cantar la pasión. Al cumplir
el año se hace la liquidación del importe total de los trabajos, de
los obsequios y del valor de todo lo comible y bebible, que ha llevado
el pretendiente, y este se prepara á recibir su sentencia, pues al
concluir el servicio se resuelve en definitiva si se le acepta ó no.

En esta aceptación, poco ó nada se oye el asentimiento de la dalaga,
la cual con raras excepciones sigue la voluntad de sus _mayores_,
sin réplica ni objeción alguna.

El pretendiente, en esos días, se preocupa todo lo que puede
preocuparse un indio; busca una especie de hombre bueno, que se le
conoce con el nombre de _amang-cruz,_ y con este, y algunas veces la
música, se dirige á la casa de la dama de sus pensamientos, siendo
de advertir que ya con anticipación se ha procurado se le comunique
la noticia. Constituidos en la casa, si ven que nada falta en ella,
es mala señal; mas si por el contrario, se encuentran solo con las
paredes, sin que haya fuego, ni leña en el hogar, ni bancos, mesas
y lamcapes en la caída y sala, entonces la cosa varía de aspecto,
y el novio, el _amang-cruz_ y los individuos de la familia de aquel,
en un momento llevan cuanto hace falta, procediéndose acto continuo
á preparar la cena y buscar á la dalaga, que la tienen escondida en
alguna casa vecina. Encontrada aquella--y es de advertir que se la
encuentra siempre--el _amang-cruz_ entrega á su padre una bandeja
adornada de flores. Entre estas se coloca una cajita, en cuyo fondo
se ponen dos monedas de plata, cuyos bustos resulten mirándose el
uno al otro. A esta ofrenda se la llama el _habilin_, y aceptado
este, principia la cena; se bebe, se canta, se baila y se habla de
todo, menos de la proyectada boda. A los ocho ó quince días de la
entrega del _habilin_, se prepara otra cena, previo aviso á todos
los parientes de una y otra parte, y si á la conclusión de aquella
devuelve el padre de la dalaga al _amang-cruz_ las dos monedas, es
señal de calabazas en redondo; si no hay devolución, el pretendiente
pasa á ser novio oficial.

De no aceptarse al novio, se le entrega el importe del servicio, el
cual se le carga en cuenta al nuevo pretendiente que tenga la dalaga,
de modo que el _pamimianan_ no es ni más ni menos que un préstamo
que se hace al padre, con la garantía de la hija. Volvemos á repetir,
que pocas veces entre las indias de la provincia de Tayabas, se ven
ejemplos de que contraríen la voluntad de sus _mayores_, y cuando esto
sucede, el rencor se lleva á un terreno casi incomprensible. Conocimos
una joven, que habiendo apelado al amparo de las leyes, y habiéndose
decretado su depósito, escribió á sus padres una carta pidiéndoles
perdón. El día que tal hizo fuimos á la casa en que se hallaba, y la
encontramos llorando, teniendo á la vista su carta con los cuatro
picos quemados, una mortaja, un cordón, un rosario y cuatro velas
amarillas. Aquellos objetos mortuorios nos llamaron la atención,
y al interrogar á la joven, nos dijo, que aquella carta era la suya,
devuelta sin contestar por sus padres, quienes, juntamente con ella
le habían acompañado los anteriores objetos. La carta que se devuelve
quemadas las cuatro puntas, significa que el odio será eterno; si se
acompaña la mortaja, revela, que aquel se llevará hasta la tumba.

La oposición de los _mayores_ tratan algunas veces los pretendientes de
conjurarla por medio de empíricas recetas ó tradicionales _anitos._ Las
hojas de la _gayuma_ y del _jonjon_, se prestan en primer término para
las cábalas amorosas. Aquí no hay _echadoras_ de cartas, ni agoreras
pitonisas; pero el género no es desconocido, La _mangcuculam_ suple
aquí las rayas de la mano, la sota de bastos y los _setenarios_ del
amor, con los brebajes del _jonjon_ y los sahumerios de la _gayuma_.

Nuestro conocido Bindoy no tuvo necesidad de recurrir á medios
extraordinarios. Fué aceptado por todos, trabajó como un cumplido
pacientísimo su año de servicio, y cabezang Juan guardó en el fondo
del arca las dos monedas del _habilin_. Ya lo tenemos, por lo tanto,
novio oficial de la simpática dalaga, cuyo nombre era el de Nínay.

Del estado de novio al de marido, hay entre el indio muy poco camino,
así que á los pocos días tomaron el que dirige al convento, Bindoy,
Nínay, el _amang-cruz_ y los padres de aquellos. Presentes los novios
ante el párroco, fueron examinados, y _nemine discrepante_ aprobados,
quedaron inscritos para las amonestaciones.

La presentación que hacen al cura la llaman el _paghaharap_, y con
este nombre se da una fiesta, que se repite la víspera de la unión, con
el nombre del _casalan_, la que dura hasta la hora de ir á la iglesia.

En todos estos actos hay un ceremonial especial que se repite de unos
á otros con la precisión del engranaje de un cronómetro inglés.

Bindoy, solo, según programa, marcha por medio de la calzada que dirige
al convento á la cabeza de la música; detrás de esta, y en la misma
forma que su futuro, camina muy despacio la novia, llevando sobre su
cuerpo la saya más pintarrajeada que ha encontrado y cuantos objetos
relucientes ha podido proporcionarse.  Leídas que fueron las solemnes
palabras de San Pablo, Bindoy miró de reojo á Nínay, el cura bendijo la
unión de ambos, y todos contentos y satisfechos regresaron á la casa de
la desposada, en la que el pobre marido, antes de entrar en posesión
de su mujer, tiene que sufrir nueve--¡nueve!--interminables días, por
supuesto con sus correspondientes noches de baile, _cutang-cutang,
coquillo_ y demás agasajos que para el pobre Bindoy son otras
tantas mortificaciones. En estos nueve días la desposada duerme
con sus amigas, las cuales la rodean, no dejándola ni un momento
sola. ¡Delicada y alegórica costumbre en que se despide la dalaga del
mundo, rindiendo en aquel novenario el último tributo á la virginidad!

Bindoy es completamente feliz al lado de Nínay. Veamos en el siguiente
capítulo si es ó no posible la felicidad en el indio.



CHAPTER IX

CAPÍTULO IX.

_¿Es ó no feliz Ambrosio_?

Decía un amigo mío que á ser posible volver á nacer y tener el
derecho de petición, pediría á Dios nacer indio, pero indio puro,
de sementera. Fundaba su deseo en la observación que había hecho de
este país en su larga permanencia en él y en el trato y conocimiento
de las costumbres del indio.

Hoy que llevo algunos años en Filipinas y que he pasado muchísimos
días estudiándolo, comprendo cuánta razón tenía mi amigo.

Entiéndase, que tanto aquel como yo, nos referimos al indio de campo,
no al ilustrado de las ciudades.

Para que no haya duda, voy á describir el tipo tomado del natural.

En mis excursiones por uno de los pintorescos ríos de la contra-costa
de Tayabas, que desembocan en el Pacífico, vi deslizarse pesadamente
una balsa de cañas, sobre las cuales tranquilamente dormía un indio. A
las voces que le dió nuestro timonel, se incorporó lentamente y tras
un largo esperezo y un no menos largo resoplido soñoliento, separó
con la ayuda del _tiquin_ su rústica embarcación, dejándonos paso en
la corriente.

He ahí, dije en mi interior, un ser que respira tranquilidad, salud
y bienestar.

Formulado que fué el anterior juicio, me asaltó el deseo de saber si
habría sido ó no exacto en dicha apreciación.

--¿Conoces á ese indio que va en la balsa?--dije al timonel.

--No conoce, señor.

--Pregunta si vive cerca, y de vivir próximo al río, díle si podríamos
pasar la noche en su casa.

El timonel con la ayuda de mi criado, tradujo en tagalo mi deseo,
dando su contestación por resultado, que vivía un cuarto de hora de
_remo_ de donde nos encontrábamos, y que con mucho gusto nos ofrecía su
casa y cuanto tenía, á cuyo ofrecimiento dí orden para que se largara
un cabo á la balsa. Con la ayuda del remolque y apretando _bogas_,
atracamos al poco rato al pié de la morada del indio. La casa era de
caña y nipa, y todo su ajuar se reducía á dos _lancapes_, una mesa,
una banga y unos cuantos tabos de coco, destacándose en las paredes
varias estampas pegadas con morisqueta.

El indio nos dijo llamarse Ambrosio, estaba casado y tenía
dos hijos. Veamos las necesidades morales y materiales de
aquella familia. El espíritu de Ambrosio flotaba en el mundo
del indiferentismo, sin que le atormentase ninguna clase de
ambiciones, puesto que ignoraba el ancho campo y el dilatado más
allá, que se extendía tras la cerca de palmabraba que resguardaba la
casa. Allí vivía, sin recuerdos del ayer, sin aspiraciones del hoy,
ni intranquilidad ni zozobra para el mañana. Las edades, los tiempos,
las esperanzas, las tiernas conmemoraciones y todo cuanto constituyen
esos eternos fantasmas que se suceden sin interrupción en el gran
laboratorio que da calor al alma, son completamente desconocidos en la
morada de Ambrosio. No sabe cuándo nació y confusamente recuerda _los
cabos de año_ que ha celebrado desde que murieron sus padres. Adora
á Dios sin que en sus ideas religiosas entre para nada tratar de
profundizar ninguno de sus misterios, llevándole su misma ignorancia al
fatalismo que predomina en la generalidad de los indios. Á la muerte
la llaman la _raya-negra,_ y poco ó nada hacen para contrarestar ese
negro surco de sus creencias, tan luego anuncia una de sus muchas
_abusiones_ que la muerte ha de entrar en una casa.

Las necesidades morales de Ambrosio son perfectamente nulas. Tiene
mujer é hijos, pero ni remotamente le ha preocupado su porvenir. Las
palabras hospital, hospicio, casa de empeños y de refugio, son
completamente desconocidas en su vocabulario; es más, Ambrosio no
llegará jamás á comprender su significación; ignora lo que son las
interminables noches del invierno sin abrigo y sin luz, y no sabe lo
horrible de la palabra _¡pan!_ pronunciada por un hijo hambriento
y aterido. La nauseabunda guardilla, los harapos, la miseria, el
hambre, las privaciones de todo género, las luchas de la virtud con las
necesidades, la camilla y la fosa común, jamás han llegado ni llegarán
á atormentar los pensamientos de Ambrosio. Pertenece á la raza pura,
su constitución como la de los suyos, es virgen, desconociendo casi las
enfermedades,  teniendo para las que le aquejen admirables específicos
en las hojas de sus bosques, en los jugos de sus plantas y en las
corolas de sus flores. La constante y benigna temperatura intertropical
de su cielo, le libra de todas las necesidades que trae en pos de sí
el invierno, poseyendo Ambrosio á su alrededor cuanto constituye su
vida, no solamente con relación á su materia, sino que también á su
espíritu. Un pequeño campo le provee de arroz para su morisqueta; el
río le brinda con la riqueza de sus pescados; el coco, le ayuda con las
múltiples aplicaciones de sus hojas, sus jugos y sus fibras; el chile,
fortifica su organismo; las hebras del abacá, cubren su cuerpo; las
esbeltas cañas y los trepadores bejucos, le dan albergue; los verdes
nipares, bebidas alcohólicas; y por último, refrescan su sangre los
poéticos _tamarindos._ Y todo esto lo tiene Ambrosio en las treinta
varas que rodean su casa. En aquel terreno están cubiertas todas sus
aspiraciones, no inquietándole el porvenir de sus hijos, puesto que
sabe que en aquel suelo, mina inagotable cultivada por la mano del
Sumo Hacedor, está encerrado todo el horizonte del mañana. Su cielo,
siempre lleno de luz; sus alboradas, con sus diamantinos rocíos; sus
plácidas noches, con los vividos destellos de los miles de _alitaptap_
que baten sus alas de fuego en las rojas corolas del árbol del amor;
la grandiosidad de la selva con sus árboles seculares, sus misterios,
sus pájaros, sus arroyos y sus flores, sonríen á su espíritu y le
enseñan á amar al que enciende en los altos plenilunios la pálida faz
de la _sultana_ de los cielos, á la que Ambrosio como todos los de su
raza, rinde una verdadera admiración. Así nace y vive el indio, viendo
llegar tranquilamente su última hora, sabiendo que sus despojos no
han de ser llevados por manos mercenarias y sí por sus propios deudos,
los cuales no tienen el amargo _privilegio_ de verlos  arrojar en la
fosa común, _ese_ horrible rincón de las grandes _necrópolis,_ donde
se hacinan cientos de cadáveres y se compendian millones de lágrimas.

¿Es ó no feliz Ambrosio?



CHAPTER X

CAPÍTULO X.

Costumbres.--Enfermedades y entierros.--El _orimon_.--Creencias
del indio.--El mediquillo.--Confección de una receta.--El
_constructor_ de cigarrillos.--Dos _respiraciones._--El frío y
el calor.--Muerte de cabezang Pedro.--Al hoyo y ... _talagá nang
Dios._--La casa por concluir.--_Dolor de embarazo_.--Las plegarias
y la Orden tercera.--Las listas del presente.--_El panalañgin._--El
sentimiento y el estómago.--_Inoac_ y _sayos_.--El sentimiento y el
indio.--Filosofía del _icao ang bahala_, y el _talagá nang Dios_.--El
cementerio de Tayabas.--La vida y la muerte.--¡Eterno olvido!--El
_dasalan._--Creencias.--El _lungcasan_.--Último recuerdo del vivo
al muerto.

Ya que hemos visto todo el ceremonial que precede á un casamiento
en Tayabas, síganme los lectores que quieran á la cabecera de un
enfermo grave, y si muere les daremos á conocer las costumbres que
se practican en los entierros.

--¿Estamos en camino? Sí, pues principiemos por doblar la rodilla,
pues á pocos pasos de la casa adonde nos dirigimos llevan el _orimon_,
resguardado por un inmenso payo de seda grana, y dentro de aquel se
ve al ministro del Altísimo con la sacrosanta _forma_. Detrás del
_orimon_, que no es ni más ni menos que una silla de manos conducida
en hombros de cuatro fieles, y custodiada por una guardia de honor de
cuadrilleros, va la música tocando la marcha real, y á continuación
gran número de acompañantes con velas.

La devota comitiva se dirige á la iglesia, y nosotros entramos en la
casa del paciente, en la que se notan algunos adornos, lo que prueba,
que en aquella se ha recibido al _Rey_ de los _Reyes_, con toda la
suntuosidad á que alcanzan los recursos de sus moradores.

Ya estamos en la caída; si quien padece es mujer, y se encuentra de
parto, no podemos detenernos ni hablar hasta llegar á la habitación
donde se encuentra la enferma; si esto no hacemos, se creería en un
resultado funesto. Delante de nosotros ha pasado un indio que se ha
parado á encender un cigarro en una de las muchas luces que hay en la
caída, á pesar de ser las cuatro de la tarde; aquella parada, desde
luego nos da á conocer no habrá bautizo, ni necesidad de preparar
agua de socorro. Con nosotros viene el estudioso y aventajado joven
D. Evaristo Batlle, médico titular de la provincia; lleva poco
tiempo en ella, y todavía no ha podido desterrar con su ciencia las
ridículas y hasta estrafalarias prácticas de los mediquillos. El
doctor nos acompaña como simple curioso, si bien, va animado de
los mejores deseos humanitarios. Cerca de la caída está la cocina,
y en ella nos enseñan á un grave y respetable _señor,_ de camisa por
fuera, armado de unos tremendos anteojos, cuyo varillaje difícilmente
encuentra apoyo en una _cosa_ que quiere ser narices. Aquel personaje,
es el mediquillo; se encuentra rodeado de una porción de cachivaches,
dando órdenes y disposiciones con un gran aplomo. Cree que ninguno de
nosotros conoce el tagalo, y por lo tanto continúa con su explicación
medica, al par que confecciona una receta. Veamos los ingredientes
de esta, y oigamos el discurso.

En una hoja de plátano, embadurnado de aceite para que no se pegue,
deja destilar la melaza de unos caramelos, que derrite á la llama
de unos _tinsines_ que arden por cima de la hoja, sobre la que
vemos perfectamente picado un poco de tabaco y otro poco de _buyo_,
que mezcla y revuelve con la melaza, haciendo por último con todos
aquellos _compuestos_, una especie de tabaco de las dimensiones de un
_primera habano_. Concluída su obra, miró por cima de las antiparras
á todos los que aguardaban brotase la salud de sus manos, y con _aire_
reposado y sentencioso, dijo en tagalo, lo que traducimos en español.

--Toma,--dijo, dándole el cigarrillo á una india, que supimos
era la esposa del enfermo,--cuando le _suba_ el frío, hay que
traerlo _abajo_, y para llamarlo, tienes que taparle con _eso_
todas las _respiraciones_--¡Santos cielos! exclamamos en nuestro
interior,--¡cuántas _respiraciones_ conocerá ese _constructor_ de
cigarrillos! Sudando, solo en pensar la horrible faena para conducir
el frío _abajo,_ nos dirigimos á la habitación del paciente. Con
más parches que redoblante de concejo; más hierbajos que anaquelería
de herbolario: y más _sobas_ que espalda de galeote, _yacía_, en el
petate del dolor, mi bueno de cabezang Pedro, aquejado de un descomunal
ataque de _frío_ y _calor_.

Al ver al pobre cabezang Pedro, comprendimos todo lo grave que es el
estar malo en Tayabas.

Y en efecto, lo estaba tanto, que murió aquella misma noche.

Nuestro amigo el doctor nos dijo que el frío y el calor, no era ni
más ni menos, que una fiebre maligna.

Por supuesto la muerte de cabezang Pedro, no se la achacaron al
mediquillo ni mucho menos, pues allí no hay la _fea_ costumbre de
echar el muerto á las espaldas del que lo asistió en vida. Se muere
porque _sí_, y al hoyo y _talagá nang Dios_.

Si la casa donde acaece una defunción es nueva y está concluída,
entonces no hay que preguntar, pues que está muy arraigada la creencia
que enfermo que cae en casa nueva y concluída indefectiblemente ha
de morir, haciendo esto, que jamás se concluyan las casas de Tayabas,
dejando por poner, ó una  puerta, ó una concha, ó una ventana. Durante
los embarazos se suspende toda obra, así que si la dueña de una casa
en construcción ó reparación nota síntomas de embarazo, se paraliza el
trabajo en el estado en que se encuentre, hasta que aquella dé á luz.

Hemos dicho si la mujer nota síntomas de embarazo, y en esto no hay
completa exactitud, pues basta que aquellos síntomas lo sienta por
su mujer el marido. Pero..., pero que vamos, que hay que ponerse
serio para decir ciertas cosas, mas es lo cierto, que en Tayabas la
generalidad de los futuros papás, llevan su tradicional creencia,
hasta jurar que sienten los mismos dolores que la mujer.

--¿Qué tiene tu padre?--decíamos en una ocasión á una muchacha.

--Tiene, señor, dolor de embarazo,--nos contestó.

--¡Vamos, que les digo á ustedes, que entre las muchas gangas que posee
un marido, jamás pudimos creer podría llegar á tener la de _ponerse_
á parir.

El pobre cabezang Pedro--como dejamos dicho--murió, no de una ilusoria
creencia sino de una real y efectiva fiebre palúdica.

Tan luego espiró se le cubrió la cara con un pañuelo, se le
entrelazaron las manos, poniendo en ellas un crucifijo, las campanas
tocaron plegarias, y todos los individuos de la _Orden Tercera_,
invadieron el cuarto, poniéndose á rezar, mientras los parientes más
cercanos preparaban un hábito de San Francisco, mortaja con la que
habían de vestir el inanimado cuerpo.

El toque de plegarias, al par que avisa á los vivos recen por el alma
de un muerto, convoca con su lúgubre tañir á todos los que fueron
sus parientes. Estos acuden á la casa si es que ya no están en ella,
llevando cada uno un obsequio, consistente en dinero ó bien en tabaco,
en bebidas ó en comestibles, obsequios que á su vez son recompensados
en igual forma y en casos semejantes por los que los reciben, á cuyo
efecto, se guarda una lista de _presentes_ en cada casa.

Como los parientes del cabezang Pedro son muchos y pudientes, la lista
del _presente_ está llena de _números,_ que aparecen traducidos en
_especie_, sobre las mesas y fogones.

Una vez reunidos deudos y amigos, empieza el _panalañgin_ ó sea el
canto de la pasión, que dura toda la noche con gran contentamiento
del estómago, al que se da lastre y refuerzo tras cada estrofa.

Entre cabezadas, esperezos y cánticos roncos y destemplados, viene
el día, y con él el carro ó angarillas que ha de conducir al cadáver
á la iglesia y de aquí al lugar del eterno reposo.

Todos los parientes acompañan al cadáver, conociéndose aquellos por
una especie de frac de percalina engomada color garbanzo, de faldones
muy largos, llamados _sayos_, que visten los hombres, y un manto,
generalmente de raso, conocido con el nombre de _inuac_, con el que
se cubren las mujeres.

El indio, bajo el punto de vista del sentimiento, ó es niño ó es viejo,
lo que viene á ser sinónimo, de aquí lo difícil de definirlo. Tiene la
volubilidad, la indiferencia, y los momentáneos caprichos del niño:
como este odia y ama, como este quiere y olvida, sucediéndose en los
impenetrables misterios de su espíritu, las más fuertes impresiones,
sin dejar el dolor la más ligera huella, ni el placer el más mínimo
recuerdo. Todas las cosas posibles la envuelve en su lacónico _aco ang
bahala_, como todos los hechos consumados, los acepta en su filosófico
_talagá nang Dios_.

Pronunciando el _aco ang bahala_, emprende todos los actos de su vida;
y murmurando el _talagá nang Dios_, arroja el primer puñado de tierra
sobre los últimos restos de la que le dió el sér, ó sigue con estóico
indiferentismo el féretro del fruto de sus amores, sin que jamás se le
ocurra protestar ni con la lengua ni con los ademanes de su profunda
y filosófica frase.

Si la ciencia no hubiera ya convenido que las canas son, en la
generalidad de los casos, consecuencia de la fijeza de los grandes
dolores morales, nos convenceríamos de ello en este país. La casi
carencia en el indio de esas prematuras y plateadas hebras, recuerdo
de otras tantas lágrimas, prueba, que en su mente hay una gran
fuerza de conformidad, que la mayor parte de las veces lo conduce al
indiferentismo. ¿Será esto producto de una inquebrantable y poderosa
fe, ó derivación de su temperamento? ¡Arcano insondable que solo Dios
lo sabe, mas es lo cierto, que felices ellos mil veces que á la vista
de una gran desgracia se quedan dormidos murmurando su concluyente y
consolador _talagá nang Dios_, no conociendo las interminables noches
de insomnios, en que se lucha con un insistente y doloroso recuerdo!

Haciendo estas reflexiones, llegamos al cementerio de Tayabas.

Aquella mansión de olvido y descanso, está rodeada de una gran
exuberancia de vida. El murmurio del río que rompe entre guijas
al pié de uno de sus muros; los esbeltos penachos de las flexibles
cañas que los coronan, y los hermosos plumajes de las _oropéndolas_ y
solitarios que se posan en su parduzca y viscosa argamasa, constituyen
una amarga verdad que enseña á los que _vuelven_ cuán cerca está la
vida de la muerte.

En uno de los lados del cementerio se alza una espaciosa y sólida
capilla, en la que de poco tiempo á esta parte se ha principiado
á formar _esa_ fúnebre anaquelería invento de la pobre humanidad,
que sin duda cree que un cajón de ladrillo elevado á tres cuartas
del suelo es mejor lecho para dormir el sueño eterno, que el hoyo
abierto en la madre tierra.

En el amplio y extenso patio, no vimos ni un mausoleo, ni un monumento,
ni una lápida, ni una fecha, ni una inicial, ni nada que recordase
un nombre. ¡Hierbas y musgos por doquier!... ¡Eterno olvido!

       *       *       *       *       *

Recordando las sentidas estrofas, que la soledad del _campo santo_
inspiraron al malogrado Becquer, volvimos al pueblo.

Aquella noche se verificó el _dasalán,_ ó sea el principio del
novenario, en el que si bien se reza, también se cena. Esta suele
servirse en algunas casas los nueve días, mas lo general es verificarlo
en el cuarto con el nombre de _apat na arao, y_ en el último que se
celebra con el de _siam na arao_.

Hasta que este se lleva á cabo, los parientes del muerto ni comen
verduras, ni se bañan. Al quinto día de acaecida la defunción, creen
que el muerto se aparece al que duerme en la misma cama del finado. Al
sacar el cadáver de la casa, ponen á todos los chicos sentados en
la escalera, de forma que el ataúd pase por cima de ellos. De no
hacer esto, y no cerrar inmediatamente que sale el féretro todas las
ventanas, se cree que pronto entrará en la casa otra muerte.

Con el nombre del _lungcasan_ se celebra _el cabo de año,_ en el que
no solamente se cena, sino que en la generalidad de los casos también
se baila.

Después del _lungcasan_, último recuerdo que consagra el vivo al
muerto, no quedan ni fechas, ni memorias, ni conmemoraciones, ni
marchitas coronas. Solo la iglesia conserva en sus archivos una partida
de defunción; la campana un triste eco en la noche de todas las ánimas;
la tierra un poco más de lodo, y el enterrador unos trozos de leña,
restos de los descarnados brazos de una tosca cruz que carcomió y
desunió la inclemencia del tiempo.



CHAPTER XI

CAPÍTULO XI.

Paseo á caballo.--El cocal de las _Angustias.--_La ermita.--La
esquila del santuario.--Una alborada en los trópicos.--La niña, el
árbol y el crepúsculo.--Una misa en la ermita.--Oración que implora
y curiosidad que investiga.--La madre del dolor.--Una cifra y una
fecha.--Averiguaciones inútiles.--El matandá de la ermita.--La Casa
Real de Cotta.--Las ruinas y la recámara de la muerte.--Estancia
en el barrio de Cotta.--Tamayo y Belloc.--Recuerdos.--Horas
felices.--Salubridad y riqueza.

--Hermoso cocal es ese--dije á mi buen amigo A... con quien paseaba
á caballo una tarde por el pintoresco y agreste camino que conduce
al pueblo de Lucban.

--En efecto--me contestó mi amigo,--no encontrarás en toda la
provincia un cocal como este; observa su cerca, su tierra, su labor,
sus árboles y verás que ni falta una piedra, ni crece una grama,
ni fructifica una parásita, y, cosa rara, este cocal no tiene dueño,
es de todos y de nadie, no hay vecino del pueblo que no lo atienda,
que no lo cuide, que no lo mejore, y, sin embargo, su dueño no es de
este mundo. Cuando el indio pasa por delante de sus flexibles palmas
agobiadas por los compactos racimos de sus frutos, si se ha desmoronado
una piedra coloca otra, si se ha torcido un pono lo apuntala, si una
planta exótica abraza un tronco la arranca, y cuando nada de esto hace
porque nada falta, se quita el sombrero, lleva los dedos á la frente,
hace la señal de la cruz y murmura una oración. Estamos en el cocal
de las _Angustias_ y su propietaria es la imagen que se venera en la
ermita de aquel nombre.

--¡El cocal de las Angustias!--Ese título dije, seguramente debe
encerrar un misterio sintetizando alguna histórica leyenda del país.

--No conozco la leyenda, solo sé que el producto del cocal se emplea en
beneficio de la ermita, y que de cuando en cuando se extrae cantidad
bastante de aceite para que una lámpara continuamente alumbre á la
sublime madre del dolor.

--¿Y nada más sabes?--repliqué con creciente impaciencia.

--Absolutamente nada más, mis ocupaciones, y más que todo mi poca
afición á escudriñar cosas que ni me van ni me vienen, han hecho que en
los años que llevo por estas comarcas practicase lo que he visto hacer,
quitándome el sombrero cuando por aquí paso, por aquello de que adonde
quiera que fueres haz lo que vieres, sin que haya tratado de averiguar
el cómo y el por qué _la_ que es dueña de todo desde el cielo viene
á ser propietaria aquí en el suelo de esas flexibles palmas.

Después de la anterior manifestación de mi amigo, continuamos el
paseo sin hablar más acerca de la ermita y el cocal de las Angustias.

Volvimos al pueblo, y al día siguiente muy de madrugada me encaminé
á la ermita, encontrando en ella á un matrimonio indio que la cuidaba.

--Abre--dije en tagalo á la mujer que se había adelantado á mi llegada.

Las pesadas hojas de una puerta profusamente claveteada rechinaron en
sus goznes, quedando á la vista el interior del santuario. Este lo
componía un pequeño cláustro, un modesto presbiterio y la sacristía
que ocupaba un local á la derecha del presbiterio. Cuatro ventanas en
los muros provistas de conchas y cristales, el altar con la imagen
de la Dolorosa y una lámpara de plata que ardía frente á aquella,
completaban el modesto templo á cuya puerta se levantaba una pequeña
esquila, cuyo bronce anunciaba todos los días la oración de la tarde,
y un alegre repique los viernes, el sacrosanto sacrificio que desde
tiempo inmemorial se celebraba en ese día, conmemorativo de los
dolores de María.

Después de inspeccionarlo todo, me volví á mi casa sin haber podido
adquirir noticias referentes á la ermita.

Una hermosa y risueña alborada como lo son todas en la
India, me despertó, oyendo los ecos del lejano volteo de la
campanita que convocaba á los creyentes á la misa del alba. Era
viernes. Apresuradamente me vestí, abrí las conchas de mi cuarto y
me dispuse á asistir al más grande de los misterios del cristianismo.

Los últimos crespones de la noche fueron replegados por la tenue luz
de un corto crepúsculo,  y la claridad sustituyó á las sombras con
esa potencia, esa vitalidad y esa gigantesca exuberancia con que hace
la naturaleza en este país todas sus manifestaciones.

Aquí no hay crepúsculos, como tampoco hay juventud. El niño, pasa á
ser viejo sin haber sido joven, y la niña se da cuenta que ha dejado
de jugar, cuando es madre. Al árbol lo rinden los años, sin que su
añoso tronco ó su ligera palma hayan visto arremolinarse al pié de su
cuna, ni el melancólico sudario de su dorado otoño, ni los descarnados
brazos de su prematura vejez.

Aquí, una semilla es un árbol, una niña, una mujer, y un crepúsculo,
una rapidísima penumbra de la vívida luz de los trópicos.

Preguntar á una india qué acaba de dar á luz y os dirá que ha parido,
no un niño ó una niña, sino una _babai_ ó un _lalaqui_, es decir,
un hombre ó una mujer. Plantar una simiente de las que en el viejo
mundo dan un arbusto, y aquí saldrá un árbol. Salir á la calle sin
el payo, contando con el crepúsculo y más que á paso tendréis que
volveros con los sesos achicharrados.

Mas dejemos digresiones y entremos en la ermita, á cuya puerta se
agolpaban gran número de fieles.

Me arrodillé al pié del presbiterio, y al levantarme después de oir
pronunciar al sacerdote la última palabra del conmovedor evangelio
del día, alcé los ojos á los inmóviles de la imagen, no recuerdo,
si con el fervor de la oración que implora ó de la curiosidad que
investiga; mas el resultado fué que poco á poco, el fiel se convirtió
en el artista, admirando la corrección de la talla, lo acabado de
sus detalles, lo valiente de sus líneas, y más que todo la profunda
expresión de sentimiento que el artífice había sabido impregnar en
la Dolorosa Madre. Recorriendo mi vista todos los detalles de la
escultura, con gran insistencia se fijaron en un objeto que estaba
á sus piés y que poco á poco vine á convencerme era un bastón.

Concluída la misa, me dirigí á la sacristía y supliqué al sacerdote
me permitiera examinar aquel. Mi ruego fué atendido, teniendo
ocasión de observar un antiguo bastón de mando, en cuyo rico puño,
toscamente cincelada se destacaba una cifra, la misma que según me
dijo el sacerdote, tenían el cáliz, propiedad de la ermita, y la
lámpara. Examiné esta y aquella, y en efecto, en el oro del primero
y en la plata de la segunda, se encontraba la cifra y una inscripción
debajo de ella que decía: 8 de Enero 1720.

Mientras hice mis investigaciones, el sacerdote concluyó su rezo de
gracias, y ambos nos dirigimos á la casa de mi amigo A...

Incidentalmente hice recaer la conversación acerca de la ermita y de lo
que á ella se refería. El misterioso cocal, siempre cuidado y atendido,
la correcta escultura escondida tras los muros del modesto santuario,
el antiguo bastón de mando á los pies de la imagen, el laconismo de
la jeroglífica cifra, y más que todo, aquel 8 _de Enero de_ 1720, en
cuya fecha seguramente se compendiaba alguna ofrenda conmemorativa de
pasados sucesos,  embargaban fuertemente todo mi ser. Tras no pocas
insistentes preguntas y no menos vagas respuestas que mediaron,
mientras tomamos chocolate, vine á perder la esperanza  de lograr
mi deseo.

Pasaron algunos días y una tarde en que con mi amigo respiraba la
fresca brisa, sentados en la espaciosa azotea de su casa, pasó
por la calle una procesión en la que todos los alumbrantes eran
muy viejos. Esto hizo que se hablara sobre los frecuentes casos de
longevidad de Filipinas, y el que dijera á mi amigo que entre aquellos
alumbrantes irían muchos de ochenta y noventa años, á lo que me replicó
aquel, que conocía un antiguo veterano que llevaba más de cuarenta
años cobrando su retiro, siendo de advertir que al salir del ejército
ya tenía el máximun de tiempo, debiendo por lo tanto cifrar en más
de cien años. Encontrándonos en esta conversación,  fué á hacernos
compañía un honrado comerciante español, casado con hija del país y
radicado en aquel pueblo. Enterado de nuestra conversación nos dijo,
que él sabía de un viejo de ciento dieciocho años, que se le conocía
con el nombre del _matandá de la ermita_, el cual, hacía tiempo vivía
en el barrio de _Cotta_, distante dos leguas de Tayabas.

Al día siguiente al en que tuvimos la anterior conversación, caminaba
con dirección á Cotta.

Tan luego desmonté del caballo, al pié de la escalera, de la que
llaman Casa Real, indagué del _castellano_ que la habita, quién era
y dónde vivía el _matandá de la ermita_, sabiendo por boca de aquel
y con gran desconsuelo mío, que hacía más de un año había muerto.

El castellano, pudo iluminar poco, ó nada, mis investigaciones,
dando mis preguntas el único resultado de saber, que el matandá tuvo
una especial predilección por unas ruinas que se descubrían en la
margen del río. Dichas ruinas, cubiertas en su mayoría de brozas,
musgos y malezas, muestran en su antigua argamasa las señales de un
incendio. Sobre algunos ahumados y dentados ladrillos, descansa un
tosco cañón de hierro de gran calibre. Su. _ánima_ está destrozada,
el herrumbre cubre su áspera superficie, y en su desportillada boca
relucen en las horas de sol los ojillos de los verdes lagartos,
que buscan la vida, en la que fué _recámara_ de la muerte.

Sentado sobre aquel cañón, y rodeado de aquellos restos, supe pasaba
muchas horas el matandá.

Las negruzcas ruinas del baluarte de Cotta, y su inválido cañón,
claramente demostraban que por allí había pasado la tea incendiaria de
la piratería morisca. Aquella muda, pero elocuente página de muerte
y destrucción, seguramente ocupaba un lugar importante en la leyenda
de la Virgen de las Angustias. ¿Cuál sería aquel? Hasta la fecha en
que escribo no he podido averiguarlo. [13]

En los días que estuve en Cotta, tuve ocasión de ver y apreciar lo
agradable que es una estancia en aquel precioso y saludable barrio
levantado al borde de dos ríos, cuyas aguas se confunden en un mismo
desagüe antes de llegar á la barra, la que dista del embarcadero un
cuarto de hora.

En Cotta he pasado días cuyo recuerdo será tan imperecedero en mi
memoria, como lo es en mi alma el cariño que profeso á los que me
acompañaron en aquellos. Mis amigos, mejor dicho, mis hermanos Tamayo
y Belloc me han visto escribir en aquellas alegres soledades muchas
cuartillas de este libro.  Un frondoso tamarindo nos resguardaba
de los rayos del sol mientras Belloc estudiaba, Tamayo disecaba,
y yo escribía. Allí fuimos felices muchas horas, y ellos, lo mismo
que yo, es imposible olviden aquellas tibias tardes, entre aquella
naturaleza, que tiene en su cielo toda clase de colores, en su suelo
toda la variedad de plantas, y en su ambiente toda la diversidad
de aromas que Dios alienta en los _pulmones_ de las flores. Cotta,
como ya he dicho, es un barrio de Tayabas que necesariamente llegará
á ser pueblo. [14] Su proximidad al Estrecho, lo caudaloso de su río,
y la benignidad y salud que se respira en sus aires, hacen que su
población aumente de día en día. Los vecinos de Tayabas buscan este
barrio como lugar de convalecencia y recreo.

La riqueza de Cotta consiste en sus cocales, que puede asegurarse
son de los mejores y más productivos del Archipiélago. Los bayones
que tejen sus mujeres, la cera silvestre que producen las salvajes
abejas de sus bosques, y la gran variedad de pescados que recogen
las mallas de la red, ó las entrelazadas celosías de los corrales,
completan los productos de Cotta, que dista como ya hemos dicho,
dos leguas y cuarto de la cabecera.



CHAPTER XII

CAPÍTULO XII.

Estancia en Tayabas.--El archivo del Gobierno.--Trabajos preparatorios
para girar una visita á la provincia.--Preliminares de quintas y
elecciones.--Andoy.--Laboriosidad y mutismo.--El 1.° de Abril.--Salida
de Tayabas.--El río Alitao.--Barrio de _Muntingbayan_.--Camino de
Tayabas á Sariaya.--El gobernador D. José María de la O.

Mi estancia en Tayabas se prolongaba mucho más de lo que yo me propuse.

Dos años largos hacía que salí de Manila y residía en aquel
pueblo. Sus costumbres, su manera de ser, sus campos, su industria,
su agricultura, sus edificios, y hasta el nombre de sus habitantes
me eran conocidos. El archivo del Gobierno--que dicho sea de paso,
es de los más ricos y ordenados que conozco--me fué franqueado,
y no había estante, tabla, ni legajo, que no hubiese registrado
tomando luminosas notas y curiosísimos apuntes de la provincia. Uno
de los días que me ocupaba con gran afán ayudado del bueno de Andoy,
oficial encargado del archivo, en la busca de un dato estadístico
que me faltaba, fuí sorprendido por mi querido amigo el Alcalde.

Era á fines del mes de Marzo, y se tenían sobre la mesa todos los
trabajos preparatorios para verificarse en la provincia las quintas
y elecciones de gobernadorcillos y demás cargos del municipio.

Nada faltaba. Las listas de mozos sorteables, los reglamentos, las
actas, y cuanto hacía falta lo tenía Andoy perfectamente clasificado
y ordenado. No restaba más que el Alcalde señalase día de salida para
formar los itinerarios, y avisar á los pueblos.

Al hablar de las oficinas del Gobierno de Tayabas, es imposible dejar
de consagrar un recuerdo á Andoy. Andoy está tan identificado con los
estantes del archivo, que estoy seguro moriría de nostalgia el día que
se le separara de ellos. A su vista aprendió á escribir, y entre sus
legajos pasó de la niñez á la juventud, y de esta á la vejez. Más de
treinta años lleva manejando aquellas carpetas que jamás han estado
empolvadas, merced al cuidado y cariño con que son tratadas. Para
Andoy no hay más allá que su oficina, esta constituye su hogar,
sus goces y sus distracciones. La palabra mañana aplicada al trabajo
le es desconocida, pues jamás dejó para _luego_ lo que debe hacerse
hoy. Andoy no habla, obra. Se le da una orden, y la cumple sin que
jamás haga una observación. Al entrar una persona en sus dominios la
mira por cima de sus dorados anteojos, contesta á los buenos días con
un movimiento de cabeza si le es desconocida, y con una dulce sonrisa
si es de su afecto, y después de este ligerísimo paréntesis su cara
adquiere la severidad oficial de que está revestido, y continúa su
trabajo esté quien esté en el despacho. Cuando se le habla, escucha;
y cuando concluye de escuchar, busca un papel, hojea una _Gaceta_
ó abre un libro, y contesta con el texto, mas pocas ó raras veces
con la lengua.

Después de inspeccionar el Alcalde todos los trabajos y ver nada
faltaba, dió orden de que el 1.° de Abril saldría de Tayabas á las
cuatro de la tarde, con dirección á Sariaya.

Mientras Andoy extendía los oficios, mi buen amigo me invitó á que le
acompañara en la visita de la provincia, invitación que desde luego
acepté con muchísimo gusto.

Ya había oído que la salida sería á las cuatro de la tarde del día 1.°
de Abril, y estábamos á 28 de Marzo, de modo que no había tiempo que
perder, pues demasiado sabía que una vuelta á la provincia de Tayabas
requiere algunos preparativos, por más que yendo con el jefe de la
provincia poco podría faltarnos.

Ocupado en registrar escopetas, hacer cartuchos, ordenar apuntes y dar
la última mano á las maletas, llegó la mañana del día 1.°, y con ella
la animación propia de un pueblo que rompe con su habitual monotonía. A
las doce llegaron á caballo frente la casa real, el Gobernadorcillo
de Sariaya y principales que nos habían de acompañar. A las cuatro
en punto me ofreció el Alcalde un sitio en su coche, y precedido de
diez y seis cuadrilleros á caballo, armados de lanzas y seguidos de
más de doscientos principales de Sariaya y Tayabas, emprendimos la
marcha á los acordes de la música que nos despedía.

Dejamos la calle Real, y tan luego pasamos el amplio pretil del
convento, entramos en el sólido puente que se levanta sobre el río
Alitao. Este divide la población con Muntingbayan, primer barrio
que se encuentra yendo á Sariaya y adonde va afluyendo el vecindario
de Tayabas. En dicho barrio, y á la derecha del camino se halla una
espaciosa capilla abandonada. La solidez de la obra, toda de magníficos
sillares y la amplitud de la nave nos hizo sentir el injustificado
estado en que se encuentra aquel edificio que á poca costa podría
habilitarse y dársele aplicación.

El camino de Tayabas á Sariaya está en muy buen estado. A uno y otro
lado se ven magníficos cocales y extensos terrenos, tanto de secano
como de regadío, perfectamente labrados para la siembra de palay.

El cultivo de la tierra mantiene cerca de ella á sus dueños que viven
en pintorescas y limpias casitas.

A más del puente de Muntingbayan son muy notables y dignos de citarse
en este camino el de Isabel II, levantado sobre el río Iyam--su primera
piedra la puso el inolvidable Gobernador, D. José María de la O., el 15
de Marzo de 1852, y la última el 6 de Julio del siguiente año,--el de
Urbistondo sobre el río _Malaoa_ y el de D. Francisco de Asís que une
las altas rocas entre las que corre el pintoresco cáuce del tortuoso
y agreste _Domoit_. El puente de Urbistondo se terminó el 31 de Julio
de 1854, y el de D. Francisco de Asís el 15 de Octubre del mismo año,
habiendo entrado en la fábrica de aquel 10.651 sillares de piedra y
en la del último 9.967, según se lee en los datos que he recogido de
sus planos. Excuso decir, que tanto estas obras como la mayoría de
las que se encuentran en la provincia, son hechas bajo la inmediata
dirección de los gobernadores con el empleo del trabajo comunal.

A los cuarenta y cinco minutos de marcha, dimos vista al bonito y
pintoresco pueblo de Sariaya, en cuyos _bantayanes_ nos esperaba la
música, la que nos acompañó hasta el Tribunal provisional.

El trayecto entre Tayabas y Sariaya es de 11 km.



CHAPTER XIII

CAPÍTULO XIII.

Sariaya.--Su situación, límites, historia, productos y estadística.--La
iglesia y el convento.--Una modesta cátedra del saber, convertida
en un bullicioso templo de Tersípcore.--La mujer de Sariaya.--La
_dalaga_.--El bosquejo, la caricatura y la fotografía.--Más sobre las
hijas del país.--Sistema de gobierno femenino.--¿Manda, ú obedece?--La
india casada con europeo.--El _castila_ y el marido.--Valor de un
calificativo.--Los saludos y el alma de _Garibay_.--Episodio histórico.

El alegre y pintoresco pueblo de Sariaya, se encuentra entre la mar y
las estribaciones del San Cristóbal. Confina con los pueblos de Tiaong
y Tayabas. Las brisas de la mar refrescan su atmósfera, y las brumas
que se forman en las crestas del San Cristóbal, entoldan su cielo. Su
situación, según el padre Buceta, es la de 125° 13' 40'' long. y 13°
55' 26'' latitud. Tiene gran altura sobre el nivel del mar, que se
domina perfectamente, á pesar de distar su caserío una legua y media.

Este pueblo es de gran antigüedad, ignorándose la época exacta de su
fundación. Registrando archivos, se encuentra, en el de Reverendos
PP. Franciscanos, la tabla capitular más antigua de su orden, que data
del 17 de Abril de 1599, en la que ya figura el nombre de Sariaya,
y el nombramiento del Padre Frey Miguel Linares, para su convento de
Santa Clara. Según las crónicas de dicha orden,  el año 1605, ya fuese
por escasez de Misioneros  ó ya por ser el pueblo demasiado pequeño,
quedó agregado al de Tayabas permaneciendo así hasta el año 1743,
desde cuya fecha existen datos exactos.

Los límites jurisdiccionales de Sariaya, abarcan un diámetro de unas
cinco leguas en su mayor extensión, de terrenos llanos de pasto y
de labor. Se cosecha gran cantidad de arroz, café, cacao, aceite y
trigo. Este último es de grano pequeño y oscuro. El pan que se hace
de su harina es excelente.

La salubridad de Sariaya es buena, siendo de notar la diferencia de
temperatura que se advierte entre este pueblo y Tayabas. El paludismo
que tantas víctimas hace en este último, apenas es conocido en aquel.

El caserío de Sariaya es muy limpio, viéndose  entre sus ligeras
construcciones de palma brava, caña, cabo negro y cogón, no pocas
de sólidos y buenos materiales. El convento es muy espacioso,
apreciándose desde sus galerías un lindísimo paisaje. En su iglesia
se venera un crucifijo que, según cuenta la tradición, fué salvado
de las llamas á que redujeron los moros el pueblo de Sariaya, en
una de las muchas correrías que verificaron en la costa de Tayabas
en el pasado siglo. El convento, es de bonito aspecto, cómodo y muy
proporcionado en su distribución. La amplitud de su escalera da acceso
á una dilatada caída, que termina en una bonita azotea con vistas al
Banajao. La construcción de los dos salones que á derecha é izquierda
tiene la galería, revelan la arquitectura moderna,  y descubren en el
director de la obra un gusto nada común. A primera vista, mas parece
la casa de un rico hacendado, que el asilo ascético de un misionero;
es verdad, que contribuye á ello, en primer término, la situación
pintoresca en que se asienta, y los dilatados horizontes que domina.

Como edificios, son de citar á más del anterior, la casa cuartel
de la Guardia civil, levantada á la margen del río,--que lame con
su corriente los límites del caserío,--y la escuela, que se halla
en el centro de la plaza, y que sirve de tribunal en las grandes
solemnidades.

Los datos estadísticos que hemos podido reunir son los siguientes:
tiene Sariaya 50 cabecerías que componen 7.778 almas, de las que
tributan 4.462; hubo 281 defunciones, 103 casamientos y 245 bautizos;
se vacunaron 246 niños; asistieron á las escuelas por término medio
60 á 70; fueron sorteados para el servicio de las armas 357 mozos,
de los que correspondieron 8 soldados; en el juzgado se tramitaron
20 causas, á consecuencia de otros tantos delitos perpetrados en su
jurisdicción, que la compone 48 barrios, bajo la vigilancia de otros
tantos caudillos; la fuerza pública la forma un puesto de Guardia
civil al cargo de un oficial europeo, y 66 cuadrilleros, dependientes
del tribunal; la distancia á la cabecera, como ya hemos dicho, es de
poco más de 11 km.

La noche que llegamos á Sariaya, hubo baile en el Tribunal, al que
concurrieron todas las dalagas adornadas con sus mejores galas. El
tipo de la mujer de Sariaya, es en su generalidad como el de toda la
provincia, indio puro. Sus facciones son muy acentuadas, si bien las
dulcifica la constante sonrisa de bondad que dibujan sus labios y el
meloso adormecimiento que retrata la negra pupila de sus ojos; son
muy inteligentes, y aunque su oído no conozca la significación de la
palabra  española, sin embargo, sus ojos saben penetrar y traducir el
más ligero deseo. Es verdad que la raza india tiene muy perfeccionado
el espíritu de observación. Nadie como ellos saben fotografiar en
una sola frase á un individuo, y nadie aplicar un calificativo,
una definición ó un mote.

Aquellos de mis lectores que conozcan el tagalo, les recomiendo que
si pasan por Tayabas, procuren sorprender una conversación íntima
entre varias dalagas. Si estas se creen completamente solas, de
seguro pronunciarán conceptos altamente ingeniosos á la par que
poéticos. Manejan con gran facilidad los metafóricos giros y no
perdonan en su alegre cháchara, persona, cosa  objeto que se presente
á la vista ó á la memoria. No hay intención de herir y jamás sus
dichos traspasan las negras fronteras de la calumnia. En una palabra,
hacen un bosquejo; en un gesto, un retrato; y en un movimiento,
una caricatura; se ríen de su obra y de aquí no pasa.

La risa jamás llega al sarcasmo y nunca fabrican en sus labios el
sucio barro en que modela la maledicencia sus asquerosos ídolos.

La mujer de Filipinas, tiene muchísimo que estudiar. El que
verdaderamente la llega á comprender, es el que sabe apreciar cuánto
vale. Para la generalidad, es un misterio el cómo muchos europeos
concluyen por estar completamente dominados por hijas del país. Esto
se atribuye á debilidad en ellos y fuerza de carácter en ellas,
nosotros no lo creemos así; conocemos á varias de esas _despóticas_
señoras,  que toda la fuerza que emplean en su _sistema_ de gobierno,
la basan precisamente en su misma humildad. Nada desarma tanto el
carácter, como la obediencia, como nadie está más dispuesto á ser
dominado que quien lucha con una dulce sonrisa de resignación. La
mujer india, casada con un europeo, jamás dice _mi marido_, sino
_el castila_. En esta sola palabra establece la diferencia de raza y
retrata su propia humildad. Llega á su casa y al entregar el tápiz á la
criada, á buen seguro que no dirá ¿dónde está mi marido? y sí ¿dónde
está _el castila_? Á los hijos de este, los llamará por sus nombres
ó simplemente sus hijos; pero lo que es _el castila_ jamás será en
el hogar, ni Pepe, ni Juan, ni Andrés, sino siempre _el castila_. La
madre, en todas partes es la misma. La mujer, no en todas es igual.

Es de advertir que cuando en una casa viven varios europeos, los
criados no dan el nombre de _castila_ sino á aquel en quien reconocen
más superioridad.

Un indio de pura raza que sirva, por ejemplo, en Malacañang, no
encontrará otra palabra más gráfica para nombrar al general que la
de _el castila_, todos los demás que lo rodean serán _D. Fulano,
D. Mengano_, ó esto ó aquello, pero el general será siempre _el
castila_. Sale aquel criado del servicio de palacio y entra al de
alguno de los que llamó _D. Fulano_ ó _D. Mengano,_ y si este vive
con otros ciento, que sean en posición oficial menos pasará á ser
_el castila_, y los demás seguirán siendo _D. Mengano_ ó _D. Fulano_.

El mayor título de respeto que puede dar el indio es el llamarle á
uno _el castila_, palabra que va aplicando en el escalafón de las
categorías.

Tan difícil sería convencer á un aragonés de que había más duques que
el de la Victoria, como hacer comprender á un indio, tal como él lo
aplica y entiende, que _el castila_ es todo aquel que ha nacido bajo
la bandera española.

Con _el castila_ indio sucede lo que con los saludos. Ir veinte ó
treinta caballeros honrados acompañando en Tayabas, por ejemplo,
al Alcalde, encontrar á quinientos indios, en el camino, y á buen
seguro que no oiréis ni á uno solo emplear el _plural_ en sus
salutaciones. Se quitará el sombrero, se inclinará ante el Alcalde,
y solo dirá _magandang hapon pô,_  es decir, buenas tardes, señor. _El
Señor,_ en este caso, es _el castila_. Fuera del Alcalde todos los
acompañantes son para el indio otras tantas almas de _Garibay._

Hemos hecho la anterior digresión para que se comprenda el valor que
tiene _el castila_ pronunciado por la esposa india. Para recargar el
cuadro y hacer comprender el cariño y respeto que tiene la mujer de
la provincia de Tayabas al español, voy á recordar un episodio que
presencié el año 1874. Había llegado el general Alaminos á Lucban,
y todas las dalagas se ocupaban en el tribunal de Tayabas en hacer
preparativos para recibir dignamente al primer magistrado de las
islas. Unas cosían banderolas y gallardetes, otras confeccionaban
adornos, aquellas limpiaban vajillas, no pocas arreglaban cortinas y
damascos,  y las más daban la última mano á los trajes y galas que
habían de lucir. Todas trabajaban y todas hablaban. La impaciencia
era grande por saber cuándo llegaría el general. Esto por una parte,
y la rivalidad por otra que existe entre las de Lucban y Tayabas,
hacía que la impaciencia de las últimas subiese de punto, deseando
saber si podrían ó no sobrepujar á las primeras. Este era el tono
de todos los corrillos y de todas las conversaciones, hasta que,
por último, para salir de dudas, se resolvió mandar á Lucban, de
riguroso _incógnito,_ á una picaresca y lista mestiza, que era quien
las capitaneaba. La misión de la _embajadora_ se reducía á correr en
posta las dos leguas que separan á los dos pueblos, y una vez salvada
la distancia, averiguar, escudriñar,  verlo todo y tomar nota de
cuanto se hiciese y se pensase. Hubo quien la dijo, en un rasgo de
verdadero valor--¡mira, si es preciso, habla al mismo general!--La
niña, que en honor á la verdad no es corta de genio,  montó á caballo,
y á los cincuenta minutos estaba en plenas funciones. Nada le quedó por
ver, incluso al ilustre viajero. A las cuatro horas de haber salido
de Tayabas refrenó el caballo á la puerta de su Tribunal, en donde
esperaban en sesión permanente, no solo las dalagas, sino que también
las _ñoras_ graves. Taconeando como un húsar apareció la enviada en el
dintel. Su larga falda, toda llena de barro, no estaba tan mustia como
su cara. Todas la rodearon.--¿Qué hay?--murmuraron los labios.--¡Qué
no viene, que se vuelve desde Lucban!--dijo con voz desfallecida la
interrogada. Ni la inscripción del festín de Baltasar, ni la rota de
Roncesvalles, ni la capitulación de Sedán, produjeron tanto efecto
como el que originaron las anteriores palabras. Un silencio de muerte
invadió el salón, y las lágrimas se agolparon á los ojos. Viendo á
todas llorar, la capitana babae prorrumpió en una carcajada, al par
que las decía:--Vamos, muchachas, no hay tiempo que perder; mañana
llegará á las once.--¡Qué soberano contará en sus crónicas que todo
un pueblo ha llorado ante la idea de no verle! Creemos que ninguno.

Los anteriores recuerdos nos los acentuó el baile de Sariaya, en el que
vimos muchas de las dalagas que figuraron en el verídico episodio que
hemos narrado, encontrándose entre ellas la protagonista, que aquella
noche nos demostró que lo mismo sirve para correr la _posta_, que para
entonar un cadencioso _cundiman_, ó bailar un característico _balitao_.

A las dos de la madrugada concluyó el baile. Á las ocho de la mañana,
según la orden que dió el Alcalde, debían verificarse las elecciones,
á las que Dios mediante, nos proponemos asistir.



CHAPTER XIV

CAPÍTULO XIV.

Quintas y elecciones en Sariaya.--Adorno del salón.--Las
_bangas_.--Los capitanes pasados, los cabezas reformados y los
cabezas en ejercicio.--Escrutinio de _canutos_.--Preparación de una
elección.--Los muñidores de allá y los _camisas por fuera_ de por
acá.--Engranaje municipal.--El Gobernadorcillo, el Teniente mayor
y el Juez mayor.--Bambalinas y bastidores.--Votación.--Forma de
hacerse.--Ternas.--Constitución del municipio.--Las _principalas_,
de oficio.--El sorteo.--Manera de verificarse.--Fisonomía de un
día de quintas en Filipinas.--Los alrededores de un tribunal y el
interior de un hogar.--Deducciones y apreciaciones.--Lógica pura.--La
cena.--Despedida de Sariaya.--Un santo y un hombre honrado.

Exactos como cronómetro inglés nos encontramos á las siete de la
mañana en el gran salón de la escuela, cuyo techo estaba revestido
de verde ramaje, formando una pintoresca bóveda, de la que pendían
una gran variedad de frutos. Los huecos de las conchas y ventanas
cerraban colgaduras, banderolas, grímpolas y gallardetes. Una ancha
mesa, con un dorado sitial en el centro, y otra formando martillo
con aquella, provista de trece tinteros sujetando bajo su base
blancas cuartillas, se destacaban en el testero de la derecha. Dos
hileras de bancos corrían por toda la extensión del salón, y frente
á la mesa presidencial, en el testero de la izquierda, se hacinaban
en otra mesa, cubierta de blanquísimo mantel, adornado de lazos y
bullones de colores, gran profusión de fiambres, pastas y dulces,
y no escaso número de botellas de vinos y cerveza. Sobre la mesa
presidencial campeaba una magnífica escribanía de plata, y á derecha
é izquierda de aquella dos bangas, cuyas bocas las cerraba un papel
pegado con morisqueta. La mesa de la votación con sus cuartillas, sus
trece tinteros, convenientemente separados, y las sillas que rodeaban
aquella, más bien la semejaban á la de confección de un periódico
que á otra cosa, por más que esa _cosa_ sea tan grave y trascendental
para el pueblo, como el nombramiento de su municipio. En este estado
sonó el tambor y tras este la música y precedidos de _escuelas_,
principales y cuadrilleros, llegó el Alcalde acompañado del Cura y
de algunos otros españoles. Ya todos en el salón, cesó la música,
y habló el Gobernador, traduciendo el intérprete en tagalo lo que
les dijo aquel en español. El discurso se reducía á prevenirles que
al llegar á las urnas, lo hicieran sin sujetarse á presión alguna,
obedeciendo solo á su conciencia y al bien del pueblo. El Alcalde
rompió los _parches_ que cubrían las urnas, que eran unas tripudas y
relucientes _bangas, obras_ perfectas de alfarería, llamadas en aquel
día á contener dentro de su frágil barro la futura suerte del pueblo,
por más que fuesen más tarde relegadas al último rincón del _sajig_
de la cocina, ocupando la morisqueta ó el _atole_ aquellas _entrañas_
de barro, que albergaron los nombres de tanto, y tanto cabeza de
... barangay.

Rota la cubierta de la banga que estaba á la derecha, vació el Alcalde
su contenido, cayendo sobre la mesa unos pequeños canutitos de caña,
cuyos extremos enseñaban el rollito de papel que contenían. En dichos
papelitos estaban inscritos los nombres de los capitanes pasados y
cabezas reformados, ó sean aquellos individuos que teniendo todas
sus cuentas corrientes han pertenecido diez años al municipio.

En la banga de la izquierda estaban los nombres de todos los _cabezas_
que en aquel entonces formaban la principalía.

Mientras el Alcalde hace el escrutinio de _canutos_ que precede al
acto del sorteo, hagamos una pequeña digresión y veamos los actos
que preparan una elección.

Me río yo de todos los _muñidores_ de por _allá_, pues créanme mis
lectores, hay _camisa por fuera_ de por acá que les pueden dar, no digo
cruz y raya, sino un centenar de calvarios más rayados que libro mayor
de comerciante chino. Los elementos que entran en Tayabas para toda
elección, son en primer término, el lechón asado y las damajuanas
de vino y anisado. Meses antes de la elección empiezan á moverse
los partidarios de los distintos candidatos, y estos por su parte
menudean las comilonas entre los votantes. Se hacen ofrecimientos, se
buscan influencias, se apalabran concesiones, se reanudan amistades,
se dirimen odios y todos marchan al objeto que se proponen. El cargo
de Gobernadorcillo y los de Teniente primero y Juez mayor son los
más ambicionados, y no viéndolo, no se concibe los resortes que se
mueven en ese complicadísimo engranaje municipal que empieza en
las altas prerogativas del Gobernadorcillo, y acaba en el amargo
servilismo del _tanor_ de tribunal. Un tribunal de Filipinas tiene
más bambalinas, bastidores y telares que el mejor provisto teatro,
y hay Gobernadorcillo que se reiría de _compasión_ al enterarse de
lo atrasados que en esta materia están los anfitriones de Fornos. ¡Si
ellos tuvieran _un Fornos_ qué no harían!

El Alcalde había vuelto á sus respectivas bangas todos los canutos,
diciendo con voz solemne.--Señores, principia la elección:--Acto
continuo un niño de cinco á seis años sacó, uno por uno hasta seis
canutos de la banga de la derecha, y otro niño de aquella edad,
igual número de la izquierda, procediendo el Alcalde á desarrollar
los papelitos, leyendo los nombres de los doce votantes. En medio
de un religioso silencio se acercaron aquellos á la mesa, tomando
asiento en unión del Gobernadorcillo  en funciones, quién tiene voto
personalísimo. Armado cada cual de pluma y cuartilla, en la que con
anticipación se ha puesto el encabezamiento, se llenan los huecos
estampando tres nombres, dos de libre elección del votante y uno
forzoso. Este uno, es el Gobernadorcillo en ejercicio que completa
la terna, figurando siempre en el último lugar. Llenas las papeletas
se las presentan al Alcalde quien las lee en voz alta, procediéndose
al escrutinio y formando á su vez con los dos que hayan reunido más
votos y el Gobernadorcillo la terna que con informe documentado,
en el que se enlegajan las papeletas de la votación, lo eleva al
Gobernador general, quien tiene el derecho de elección.

Concluída la votación de Gobernadorcillo, fueron acercándose uno
á uno los trece votantes á la mesa presidencial, manifestando
verbalmente las candidaturas para los cargos de Teniente mayor,
que es el llamado á sustituir al Gobernadorcillo, en ausencia,
licencia ó enfermedad; el Juez mayor, munícipe encargado del fomento
y mejora de la agricultura; el Juez de ganados á cuyo cargo está la
vigilancia de la matanza, ventas, transferencias y marcas de reses;
el Juez de caminos llamado á mantener en buen estado las carreteras,
puentes y demás obras fuera de poblado; el Juez de palmas cuya misión
estriba en la buena conservación y fomento de los cocales; el Juez
de policía á cuyo cuidado está el ornato y aseo público, y el Juez
de aguas, por último, que está en el deber de velar por las presas,
bambanes, encauces y cuanto se refiere á tubiganes y regadíos.

Concluída la elección, nuevamente sonó la música, desaparecieron de
la mesa tinteros y cuartillas, sustituyéndose con finos manteles de
_piña_, que bien pronto se cubrieron de manjares. Se almorzó y acto
continuo se retiró á descansar el Alcalde, habiendo antes prevenido,
que las quintas las haría á las cinco de la tarde.

Ni chiquillos de escuela en ausencia del maestro, armarían más ruido
y batahola que la que armaron los concurrentes al Tribunal tan luego
desapareció el jefe de la provincia. Se comentó la elección, se
murmuró, se bebió, se comió, y, por último, se bailó. Es de advertir
que en la provincia de Tayabas, las _principalas_ asisten á la mayor
parte de los actos oficiales, no faltando nunca á las elecciones.

Más de un indio se _traspuso_ ante los vapores del tinto; pero sin
consecuencias. La borrachera del indio es _sui generis_, propia y
peculiar suya. Generalmente no pierde el conocimiento, y rarísimas
veces le da la _juma_ por ser valiente y pendenciero.

A las cinco de la tarde se tocó el tambor, yendo todas y todos en
dos filas á _sacar_ al Alcalde.

A los pocos minutos todo estaba listo para dar principio al sorteo. A
derecha é izquierda del Jefe de la provincia hay dos bangas; en la
primera, dice un papelito que tiene pegado: _Nombres de los mozos
solteros sorteables_. En el rótulo de la segunda, se lee: _Números._
Tanto estos como aquellos, están inscritos en tiritas de papel
enchufadas en pequeños canutos de caña. Al lado de cada banga hay
un niño.

Varios escribientes debidamente separados, tienen sus listas con
los nombres de los sorteados puestos por cabecerías, dispuestos
á poner á continuación de cada uno de aquellos, el número que le
toque en suerte. Dos Auxiliares de Fomento son los llamados á sacar
de los canutos las papeletas, y dos individuos de la principalía,
provistos cada cual de sus respectivos hilos encerados y enhebrados
esperan de pie detrás del sillón presidencial. Todo estaba listo. A un
campanillazo y un _principia el sorteo--_ metió mano en la banga el
niño de la derecha, sacó un canuto, el Auxiliar de Fomento desdobló
el papel, lo dió al Alcalde y este leyó:--_Cabecería,_ número _cual:
Fulanito de Tal_. Los escribientes buscaron en sus listas la cabecería
y apoyaron los puntos de la pluma al margen de _Fulanito de Tal_. El
niño de la banga de la izquierda, sacó acto continuo su canutito,
se hizo lo mismo que con el anterior, y una vez leído el número,
pasaron las papeletas á las agujas enhebrándose por el orden con
que van saliendo, en un hilo los nombres, y en el otro los números,
de modo que, de resultar la más ligera inexactitud en los cotejos,
los hilos son los llamados á resolverla. El sistema, como se ve,
no puede ser, ni más exacto ni más sencillo.

Mientras se leen nombres y números, hagamos nosotros algunas
observaciones sobre las quintas en Filipinas.

Alrededor del tribunal, no veréis esa multitud impaciente y anhelante,
que con gran zozobra espera oir su nombre. En el hogar, ni llora la
madre, ni reza la abuela, ni suspira la novia, ni calcula el padre. En
Filipinas nada de esto sucede, ni hay lágrimas, ni impaciencias,
ni temores, ni zozobras.

Las cercanías de un tribunal en día de quintas, presenta su fisonomía
habitual, y en el salón donde se verifican aquellas, están todos,
menos los interesados. ¿A qué obedece este indiferentismo? ¿Tiene su
razón de ser, ó es uno de los muchos fenómenos psicológicos que se
dicen se operan en este país? Estudiemos un poquito esta cuestión,
y se verá, que en esto, como en otras muchas cosas, hay su perfecta
lógica y su concluyente razón de ser. El temor del sorteado y de su
familia, crece en razón directa, al número de soldados que han de
sacarse, á las penalidades del cuartel, y á los riesgos más ó menos
probables. En Filipinas, la contribución de sangre es escasísima,
las fatigas del cuartel nulas, y los riesgos del soldado tan lejanos
que generalmente cumplen su tiempo, suponiéndoseles el valor. En el
año 1875, entraron en suerte en la provincia de Tayabas _cinco mil
trece_ quintos, de los cuales, solo fueron á ser soldados _ochenta y
cinco_. Con estas cifras, ¿no es lógica la falta de temor, y sin él,
la indiferencia? Lo es, máxime si se agrega que el soldado cumplido
al volver á su pueblo, cuenta la vida holgada del cuartel, y con
sus relaciones, aleja el temor de los quintos, que saben, que el
soldado viste bien, come mejor, tiene dinero, y vive con holgura y
poco trabajo. La paz, que gracias á la Providencia gozan las Islas,
aleja la zozobra de presenciar escenas de sangre y horrores. Después
de lo anterior, ¿es ó no lógico, eso que se llama indiferentismo? ¿Hay
en esto misterios? Creemos que no, y para concluir de robustecer esta
idea, y como prueba evidente de que el indio no es refractario al
servicio de las armas, diremos, que conocemos sustitutos que se han
comprado por _cuarenta pesos_. Esta es la mejor apología que puede
hacerse del trato verdaderamente paternal que se da en estas colonias
al soldado.

Una vez que fué cosido el último papelito, se preparó la cena, y tras
ella, el baile, que duró hasta las dos de la madrugada.

Antes de despedirnos de Sariaya, no podemos menos de citar dos
nombres. El Padre Juan Bellón, y el _capitán Perto_. El primero,
es un santo, el segundo, un modelo de buenos Gobernadorcillos.



CHAPTER XV

CAPÍTULO XV.

De Sariaya á Tiaong.--Monotonía del camino.--Diversidad del resto de la
provincia.--Panoramas.--El _Lagnas_.--Aguas minerales.--El río Quiapo
y el Maasim.--Barrio de Maasim.--Su riqueza y necesidades.--Un indio
rico.--Apunte de una idea financiera.--Cambio de caballos.--Vista
de Tiaong.--Su situación, límites, historia, salubridad,
productos y estadística.--Aspecto del pueblo.--Inclinaciones de sus
habitantes.--La resistencia pasiva.--Falta de edificios.--El consabido
baile.--Brillantes y sayas.--Paredes aprovechadas.--Camino de Tiaong
á Dolores.--Dolores.--Su historia.--Bellos paisajes y riquísimas
aguas.--Regreso á Tayabas en posta.

La jornada que habíamos de hacer el día tres para ir al pueblo de
Tiaong era muy larga; así que se dió orden de salir antes de que
alboreara.

A las cuatro de la madrugada todo estaba listo, ocupando á los pocos
minutos el carruaje que nos había de conducir.

A la salida del pueblo dejamos un puente de piedra bastante bien
conservado, y entramos en una recta y espaciosa carretera.

El camino de Sariaya á Tiaong, difiere completamente del resto de los
que se encuentran en la localidad; verdad es que de la cabecera á aquel
pueblo, forma la provincia un saliente que hay que retornar cuando
se trata de dar á aquella la vuelta. El espacio que separa Tiaong á
Tayabas, no armoniza ni en su geología ni en su industria, con el
total de los demás terrenos que componen la provincia. Riquísimos
pastos; dilatados cogonales; extensos manchones sin derivación
alguna; profusión de _mangas, bongas_ y _madre-cacao;_ no escasos
plantíos de palay en secano;  algún que otro café, resguardado por la
sombra del _balete_ ó del _abacá_; y de trecho en trecho, descarnados
_algodoneros_, en cuyas desnudas ramas acecha el aguilucho ó arrulla el
bató-bató, es lo que se va encontrando en aquel camino cuya monotonía,
regularidad y falta de accidentes hace interminable, máxime si se
recorre en época de secas, en que los cascos de los caballos levantan
un polvo cernido muy molesto. En aquel camino no encontraréis ni
cascadas, ni ríos caudalosos, ni viva ni alegre vegetación. La hoja
pierde su esmalte con el polvo que la cubre, y los ríos en tiempo de
secas muestran sus descarnados lechos salpicados de las excrecencias
volcánicas que arrastran de las misteriosas grutas del San Cristóbal.

Las aguas del Lagnas al cruzar el camino, en el que no tienen puente,
dejan gran cantidad de hierro y azufre, conteniendo principios
medicinales que han dado buen resultado á los que de ellas han
hecho uso, sobre todo en las afecciones de la piel. Vadeado el
río Quiapo--que se encuentra á continuación de Lagnas y cuyo vado
generalmente está seco--entramos en la jurisdicción del rico y poblado
barrio de _Maasim_, por cuyas tierras corre el río de su nombre.

El barrio de Maasim está llamado á ser pueblo en un plazo no muy
largo. Se encuentra en el comedio del camino de Sariaya á Tiaong, y
en la fecha en que escribimos, afluyen ricos propietarios que lo van
poblando de excelentes construcciones. El día que Maasim sea pueblo,
perderán gran número de tributos Tiaong y Sariaya, y así se explica
la oposición que viene sosteniéndose para que no salga de su modesto
nombre de barrio.

En una buena y cómoda casa de Maasim, descansamos y mudamos
de caballos. El dueño de aquella, _Capitán Ciriaco,_ que sabía
nuestro viaje, nos tenía preparado un buen almuerzo, durante el
cual nos enteramos que aquel poseía un capital inmenso consistente
en sementeras, cafetales y ganados, lo que comprendimos desde luego
al ver las dimensiones de sus tambobos, repletos de bayones de café,
y cavanes de palay. Al apreciar toda aquella riqueza, y al calcular
la tierra que debía poseer para lograr tales cosechas, no pudimos
menos de reflexionar los pingües rendimientos que podría producirle al
Estado la introducción de una módica contribución territorial. Capitán
Ciriaco y otros muchos que se encuentran en su caso, por no pagar,
ni aun pagan la prestación personal, de la que están exentos por
razón del cargo que ejercieron. Ligeramente apuntamos esta idea que
algún día quizá desarrollaremos, si Dios quiere, juntamente con otras
muchas que guardamos en cartera.

Puestos nuevamente en locomoción, merced á la fogosidad de dos
magníficos caballos que enganchó Ciriaco, continuamos nuestro camino,
á una hora, en que no solamente molestaba el polvo, sino que también
un calor sofocante.

Sin nada que de citarse sea, y después de cruzar el río _Taguan_,
dimos vistas á Tiaong. En tres horas salvamos los 27,50 km. que
separan á Tiaong de Sariaya.

El pueblo de Tiaong, fué fundado á principios del siglo XVII.

Está situado en una llanura por la que corre el río _Lalig_, cuyas
aguas bañan las orillas del pueblo. Confina con Dolores, Sariaya y
San Pablo. Su clima es seco y mal sano. Tiene 52 cabecerías, 7.273
almas, tributando 4.722. Acaecieron 252 defunciones, 115 casamientos
y 310 bautizos. Se sortearon 335 mozos, de los que correspondieron
8 soldados.

Por término medio asistieron á las escuelas 50 niños, vacunándose
182. La jurisdicción de Tiaong está á cargo de 18 caudillos,  y su
fuerza pública la componen 38 cuadrilleros, y á más un puesto de
Guardia civil, mandado por un teniente. La criminalidad de Tiaong da
un resultado desconsolador, pues se registraron 33 causas.

Los vecinos de Tiaong son muy insistentes en sus propósitos, siendo
muy apropiado el calificativo de _cavilosos_, con que los define el
indio de Tayabas.

El pueblo tiene un aspecto triste, la hierba crece en sus calles
y las _conchas_ y puertas de las casas permanecen casi todo el año
cerradas, efecto de vivir la mayoría de sus vecinos en las haciendas
ó sementeras, de las que no salen sino en los días solemnes.

Edificios no tiene ninguno digno de citarse.  La iglesia está en obra
y el convento en completa ruina, estado en que permanecerán  largo
tiempo, teniendo en cuenta la proverbial  resistencia pasiva del
natural de Tiaong, quien prestará pocos y tardíos auxilios.

No hay Tribunal, y la escuela la constituye  un malísimo camarín. El
cuartel de la Guardia civil se levantó á fuerza de excitaciones  y
_algo_ más. En el centro de la plaza, campea una casa que cuando se
concluya será magnífica, mas no podemos responder el cuando _brillará_
dicha magnificencia, pues por espacio de tres años la vimos siempre
en el mismo estado.

Tiaong, es pueblo rico, cosechándose arroz en gran cantidad, que
llevan á los mercados  de Batangas; café recogen en bastante número
de cabanes, cuya cosecha por lo general se compra por adelantado.

La pepita del _lumban_, que tanto llamó la atención en la última
Exposición de París, deja un buen rendimiento. Se cultiva alguna
caña de azúcar, cacao y abacá. Es agricultor en primer término,
favoreciéndole á ello las dilatadas llanuras que comprende su
territorio, en el que se encuentra mucha y buena caza mayor y menor,
predominando en la primera, el venado y el jabalí, y en la segunda
una rica y numerosa variedad de palomas. Pastos los posee excelentes,
criándose en ellos ganado vacuno y caballar.

La noche de nuestra llegada hubo su correspondiente baile en la
casa del Gobernadorcillo, y en ella vimos reflejarse la riqueza del
pueblo. Había india que lucía valiosas perlas y gruesos brillantes;
llamando sobre todo nuestra atención, lo extremadamente largo de las
colas de sus ricas sayas.

Las quintas y elecciones se hicieron en el camarín que sirve de
escuela. Días antes habíamos estado en Tiaong, y aquel _mismo_
modestísimo templo de la ley y de la ciencia, estaba convertido en
depósito de cadáveres. Pocas, poquísimas paredes habrá tan aprovechadas
como aquellas, pues por aprovechar, ni aun desperdician los remolinos
de polvo, que dan entrada, mas nunca salida, los irregulares agujeros
que empiezan en la puerta y concluyen en el tejado. Si en aquella
escuela se recoge tanta ciencia como basura, con el tiempo será Tiaong
un pueblo de Sénecas.

En las primeras horas de la mañana del cuatro nos dirigimos á
Dolores. El camino á este pueblo puede recorrerse en carruaje, en
época de secas, en la de aguas se pone intransitable. Hay en aquel
tres cuestas y un profundo barranco por el que corre un riachuelo,
cuyos pasos deben hacerse con precauciones.

De Tiaong á Dolores, hay 10 km. que hicimos en cinco cuartos de hora.

Dolores es un alegre pueblecito enclavado bajo la influencia del
Banajao, el San Cristóbal y el Masalacot. Su fundación es moderna,
datando del año 1835. Ocupa el sitio que antiguamente se llamaba
_Hambuhan,_ y lo forman antiguos tributarios procedentes de Tiaong
y de sus vecinos pueblos de Batangas.

El nombre que se le puso á su creación fué el de _Nuestra Señora de
los Dolores_.

La altura que ocupa y lo limpio de los horizontes que domina, descubren
pintorescos y bellísimos paisajes. Es muy sano y sus aguas contienen
sustancias altamente diuréticas, efecto de venir muy batidas entre
campos en que crece la zarzaparrilla. Sus productos son los mismos que
los de Tiaong. Confina con este pueblo y con el de San Pablo. Lo forman
1.498 almas, de las que tributan 916 en 11 cabecerías. Sus defunciones
llegaron á 49, á 21 sus casamientos y á 63 sus bautizos. Concurrieron
á las escuelas 20 niños y se vacunaron 19. Se sustanciaron 3 causas,
se sortearon 62 mozos, de los que se sacaron  2 soldados. Hay puesto
de Guardia civil al mando de un sargento europeo; compone su dotación
de cuadrilleros 16 individuos y 6 el número de caudillos para vigilar
sus barrios.

Su Tribunal, lo mismo que la escuela, están en casas particulares. La
iglesia, el convento y el cuartel, constituyen tres modestísimos
edificios.

En Dolores almorzamos después de haber cumplido nuestra
misión. Regresamos á Tiaong aquella misma tarde, desde donde retornamos
á Tayabas, á cuyos _bantayanes_ llegamos á las diez de la noche,
habiendo aprovechado desde Dolores cuatro parejas de caballos,
distribuídas en Tiaong, Maasim y Sariaya.

El día seis por la tarde debíamos salir para dar la vuelta á la
provincia.



CHAPTER XVI

CAPÍTULO XVI.

De Tayabas á Pagbilao.--El _bantayan_.--Riqueza
de cocales.--Alambiques.--Aguardiente de coco.--Su
fabricación.--_El mananguitero_.--El coco _mura_ y el
_macapunó._--Crecientes y menguantes de la luna.--Aceite
de coco.--Forma de extraerlo.--Tubiganes.--Quebrada del
Maragoldon.--El Dumaca.--Puente.--Sistema para resguardar
los puentes de madera.--Pagbilao.--Su fundación, límites,
situación, riqueza y estadística.--El convento, la iglesia y las
escuelas.--Frey Manuel Rodríguez.--Importancia que tiene Pagbilao
y la que debía tener.--Conducción de efectos.--Centralización de
poderes.--Observaciones y lógica de los números.--Paráfrasis de un
dicho de Montes.

En la tarde del seis salimos para Pagbilao, verdadero punto de partida
para el que se proponga dar la vuelta á la provincia.

_El bantayan_ que abre el camino para Pagbilao, es de mampostería y
en él se sitúa una guardia durante la noche. Dicho camino ya tiene el
carácter de los que predominan en la localidad, si bien su acentuación
no es tan grande que no permita hacerlo en carruaje.

En el trayecto que media hasta una casa que se alza á la izquierda
del camino--y que nos dijeron llamarse del _capitán_ Basio,--cimbrean
á un lado y á otro magníficos cocales, á cuya sombra se ven algunos
camarines, bajo cuyas nipas humean los hornos de los alambiques. Estos
vierten en las tinajas gran cantidad de aguardiente, cuya fortaleza
fluctúa entre los 16 y 19°. La tinaja de á veinticinco gantas de dicho
alcohol, se vende de 28 á 34 reales fuertes. Este aguardiente es el
resultado de la destilación del jugo del coco, llamado _tuba_. A los
cocales que se dedican al aprovechamiento de la _tuba_ no les dejan
prosperar sus frutos, cortando al efecto _la espata_, ó botón en que
nace el racimo, por cuyo corte destila un líquido ligeramente lechoso
que va depositándose en pequeños bombones de caña, que atan debajo de
aquellos. De árbol á árbol se suspende un rústico andamio, formado de
dos cañas paralelas, por las que cada veinticuatro horas recorre el
_mananguitero_ todas las cimeras de las palmas. El _mananguitero_ lleva
colgado á la cintura el _cabuic_, ó sea un cilindro hueco de madera,
en el que vacía los jugos que encuentra en cada coco. Una vez lleno
el _cabuic_, se vierte en tinajas, que tapan perfectamente con la hoja
verde del mismo coco, dejándolas en tal estado tres ó cuatro días, en
los que fermenta la tuba. Hecha esta operación, se somete aquella á la
destilación de la alquitara ó alambique, del que sale el aguardiente.

Al camarín en que está el alambique le llaman _fábrica,_ y esta exige
á su dueño una patente, que paga al Estado, y cuyo importe varía
según la fuerza del aparato y de las arrobas que destile. Hasta ocho
arrobas, por cada veinticuatro horas, exige patente de 4.ª clase,
y esta lleva como condición el no poderse hacer ventas al por mayor,
no teniendo en depósito más cantidad que la que se destila por día,
ni operar ventas que excedan de una arroba.

Las faenas en que se ocupa el _mananguitero,_ no solo son muy duras,
sino que también expuestas, pereciendo todos los años algunos de
ellos. Las palmas de Tayabas miden una gran altura, y como el paso de
copa á copa solo se hace con la ayuda de dos cañas, de aquí el que
algunas veces se escurra y caiga el operario. Estas circunstancias
las aprovechan los que á tales trabajos se dedican, exigiendo crecidos
jornales, y sobre todo el _utang_, ó sea el adelanto.

La tuba recién cogida es una bebida muy fresca y medicinal: en Tayabas
la toman los tísicos y disentéricos.

Cuando á la _palma_ se la deja desarrollar el fruto, este presenta
las señales de madurez por un color amarillento. El coco verde, ó sea
el _mura_, da una bebida muy agradable. El verdadero coco _mura_ es
aquel cuya carne no ha llegado á solidificarse en el interior de las
paredes ó chiretas de la nuez. Hay una clase de estas nueces ó cocos
muy especiales, llamados _macapunó._ Este crece entre los otros, no
distinguiéndose ni el árbol que lo da ni el racimo en que se produce;
es de advertir que en un racimo en que hay 15 ó 20 cocos, solo se
encuentra uno de aquella clase. Si se señala la palma que lo crió
y se registran los sucesivos frutos, no vuelve á encontrarse entre
ellos por lo general, lo que prueba un fenómeno forestal que aparece
y desaparece de una forma misteriosa. La propiedad del _macapunó_
consiste en que la carne lo llena casi por completo, dándose la
particularidad--según aseguran los mismos _mananguiteros_,--que esta
clase de nuez se llena en los altos plenilunios, quedando un pequeño
espacio en las crecientes y menguantes.

Del coco se extrae el aceite de su nombre, siendo el de Tayabas muy
estimado en el mercado. En el camino de Pagbilao se encuentran algunos
camarines de aceite. El sistema que tienen para extraerlo es todo
lo primitivo que puede imaginarse. Cogen fruto por fruto, y con el
bolo le quitan la corteza estoposa exterior, llamada _bonote_; rayan
sobre _bilaos_ de madera la carne, empleando para esta operación una
cuchilla de cortas dimensiones y ligeramente curva, á fin de que pueda
trabajar en las paredes cóncavas de la chireta. Una vez recogida toda
la carne, la descomposición, el cocimiento y la prensa se encargan de
lo demás. Con tal sistema, las faenas de corte, rayado, cocimiento
y prensado son muy lentas y caras. Un buen molino en Tayabas daría
utilidad. Por término medio, se dan mil nueces para cada tinaja
de aceite.

En el camino de Tayabas á Pagbilao se hallan también riquísimos
tubiganes y buenos terrenos de pasto.

La quebrada de Maragoldon, que se encuentra á media legua de Tayabas,
es bellísima por los musgos y helechos que abrigan la peña. A la
bajada del desmonte se admira el magnífico puente de aquel nombre,
levantado sobre una profundísima sima, por la que corre el caudaloso
Dumacá. Dicha obra es, sin duda, la mejor de la provincia, y por lo
tanto, digna de figurar entre las primeras de Filipinas. El puente
que nos ocupa se empezó el año 1841, siendo Gobernador el desgraciado
D. Joaquín Ortega, y se concluyó en 1850. El nombre de Fr. Antonio
Mateus va íntimamente ligado con la historia de aquella construcción,
en la que es sabido aportó dicho padre conocimientos, trabajo y
dinero. Recomendamos á los que vayan á Tayabas visiten aquella obra,
la que es fácil de inspeccionar, merced á una rampa que le da bajada
en una de las estribaciones.

A más del anterior, se encuentra en dicho camino el llamado de _Mate_-,
que fué concluído el 15 de Diciembre de 1851, y otros cuatro más,
de madera, resguardados con una montera de caña y nipa.

De Tayabas á Pagbilao hay 12,50 km., distancia que recorrió nuestro
carruaje en hora y cuarto.

Pagbilao fué fundado á principios del siglo XVII en el sitio llamado
_Nayun_, cuyo nombre llevó hasta que fué trasladado al que hoy
ocupa. Se encuentra próximo al Estrecho, en una pequeña eminencia que
conduce al embarcadero del río, que desagua en la mar á una media legua
corta. La salubridad de Pagbilao es buena y sus productos principales
son arroz, aceite, brea, bejucos y madera. Sus naturales tejen bayones
en bastante número.

La iglesia está bajo la advocación de San Juan Bautista; es de buena
fábrica, lo mismo que el convento. En este pueblo se destacan dos
espaciosas y alegres construcciones, estas son las escuelas. Fueron
principiadas y concluídas bajo la dirección de su párroco.

El natural de Pagbilao es flojo y apático por lo general, habiéndose
dado el caso de que tuvimos que suspender la elección el día que
llegamos por no haber concurrido los votantes. Aquella se llevó á
cabo en la mañana del siete, sirviendo de Tribunal una de las escuelas
habilitadas al efecto.

Las obras del Tribunal están presupuestadas, mas en las veces que se
han sacado á licitación no concurrieron postores.

Pagbilao tiene 4.686 almas, de las que tributan 2.220 en
22 cabecerías. Nacieron 223, murieron 131, y se consumaron 53
casamientos. Mozos sorteados subieron al número de 163, de los que solo
1 fué al servicio. Asistieron á las escuelas 120 niños y se vacunaron
200. Su criminalidad está representada por 4 causas; su fuerza pública
por 23 cuadrilleros, siendo vigilados sus barrios por 39 caudillos.

Pagbilao debía ser el punto de más importancia de la provincia, y el
llamado á importar y exportar los productos de muchos de los pueblos
del interior. Una de las cosas que no comprendemos es el por qué las
conducciones de efectos estancados que se asignan á la provincia no se
llevan por Pagbilao. Los fletes son baratísimos, y en las licitaciones
lograría gran beneficio el Estado de hacerse allí la conducción.

Hoy se llevan los efectos á los almacenes de Pagsanjan, en la Laguna, y
de aquí á Lucban. El camino que media entre ambos pueblos es muy largo
y sobre todo penosísimo, tanto que el contratista necesita destinar á
este servicio gran número de carabaos. Cada arroba de tabaco puesta en
la Administración de Lucban, pasa por el gravamen de dos contratistas
uno que lo lleva á Pagsanjan y otro á Lucban, mientras que de hacerlo
directamente á Pagbilao y situar la Administración de Hacienda en
Tayabas--que no sabemos haya razón en contrario,--repetimos sería
mucho más económico, pues en las dos leguas que median entre los dos
últimos pueblos, puede utilizarse el carretón.

Las ventajas de la exportación por dicho puerto la van comprendiendo
los naturales, saliendo periódicamente de aquel algunas embarcaciones
que hacen viajes á Manila.

Muchas economías podría hacer el Estado en el ramo de Hacienda;
pero para ello debían desaparecer las Administraciones de
provincias. Aquellas, quedando concentradas en la Casa Real y bajo
la gestión del Gobernador, no producirían los entorpecimientos,
complicaciones y gastos que hoy se originan. Para los que pregonan
las excelencias de la división de, poderes, [15] solo les diremos
que prácticamente se han visto los resultados de la centralización en
el cobro de rezagos. Provincias enteras había que tenían cuantiosos
descubiertos de muchos años atrás. Los dignísimos Jefes de Hacienda
habían depurado todos sus recursos y excitaciones cerca de sus
subalternos, y el final era _arrastres_ y más _arrastres_ en los
cierres de cuentas. Llegó un día en que sin duda se trató de poner
á prueba la influencia de los Jefes de provincia, y al efecto se
les encomendó aquel cobro, lo que dichas autoridades hicieron no
somos nosotros los llamados á decirlo: respondan los números y los
resultados.

Para legislar hay que conocer las localidades, y muchas veces hemos
repetido, que el que crea conocer á Filipinas conociendo solo á Manila,
está en un grandísimo error.

Un día que un Gobernadorcillo leía uno de los muchos artículos que
sudaron la prensa de la capital, tratando de tan debatida cuestión
de _fallas_, le vimos sonreir picarescamente, le interrogamos, y en
buenas palabras nos hizo una paráfrasis de aquel célebre dicho de
Montes; _de que las lecciones se dan á la cabeza del toro_.



CHAPTER XVII

CAPÍTULO XVII.

Las mareas.--El río de Pagbilao.--El castellano
de _Tabangay._--Islita de Patayan.--Simón el
lazarino.--Capuluan.--Bajo Talusan.--Antiguas ruinas.--Las rocas
Bagobinas.--Laguimanoc.--Almuerzo.--Un astillero.--Ensenada de
Talusan.--Caserío y bajo de Calutan.--Calilayan, barrio y Unisan,
pueblo.--Historia.--Ladia.--Castillo de Calilayan.--Síntesis
de dos civilizaciones.--D. José Barco.--¡Rumbo á Pitogo!--Bajo
Salincapo.--Cabulijan.--Pitogo.--Cacería de caimanes.--Un
bailujan, un collar de coral y una pregunta.--¡A los
botes!--Macalelong.--Su estadística.--Catanauan.--Su presente y
su porvenir.--Mulanay.--Pastos y cogonales.--Monte Dumalong.--San
Narciso.--Seno de Ragay.--Guinayangan.--Unión de los mares.--El
Cabibijan.--Alunero.--Río y pueblo de Calauag.--López.--Su fundación,
su estadística.--Alto en Gumaca.

Después de una larga discusión en que se oyeron varias opiniones
respecto á las mareas,--circunstancia muy de tener en cuenta antes de
embarcarse en Pagbilao,--se convino en que saliendo á la madrugada,
encontraríamos agua bastante para el calado de nuestros botes, en el
seno y bajo de Talusan.

Podríamos salvar este bajo, mas para ello, era preciso alejarse de
la costa y navegar por fuera de las islas de Patayan y Capuloan,
lo que no convenía á nuestros cálculos, no solo por el tiempo que
habíamos de perder tomando tanta altura, sino también por lo inseguro
de nuestras pequeñas embarcaciones.

Recomiendo á los que tengan que costear los _senos_ de Tayabas,
cuenten con las mareas antes de que se empuñen los remos, pues es
muy fácil queden encallados entre medréporas y arenas si no aprecian
debidamente las subidas y bajadas de las aguas.

A la madrugada, como dejamos dicho, embarcamos en un ligero y espacioso
bote, propiedad de un honrado y laborioso comerciante, radicado en
Calilayan, que galantemente nos lo había mandado. Acto seguido cayeron
en las aguas del río de Pagbilao las seis palas de los remos. Con
la ayuda de estos, navegamos durante unos veinte minutos por aquel
caudaloso río embovedado de verdes ramajes, A la banda de babor, y en
las cercanías del desagüe del estero de Tabangay, se alza un antiguo
torreón, en el que se conserva un castellano llamado á vigilar aquella
parte del Estrecho, en el que entramos siguiendo el canal del río.

Una vez tomada la competente altura, navegamos entre la costa de
Pagbilao que teníamos á estribor, y la islita de Patayan que cual un
canastillo de verdura se nos mostraba á babor.

En la playa de Patayan llamó nuestra atención una solitaria y alegre
casita que se divisaba entre un grupo de cocos. Preguntamos y nos
dijeron que en aquella vivía hacía algunos años, un lazarino llamado
Simón, quien no sale del recinto de la isla y á quien sus parientes
llevan semanalmente los alimentos, dejándoselos en la playa. Dicho
lazarino, siempre que se le proponía el mandarlo á un establecimiento
piadoso, rompía en lágrimas rogando no se le sacase de aquellas
soledades para él tan queridas.

Dejando la bocana del Maruhi--en la que se ven las ruinas de un
castillejo,--nos pusimos á la altura de la isla de Capuloan teniendo
siempre á estribor la costa. Aquella isla la divide el arenal de
Tulay-buhangin, cuyo arenal lo cubren las altas mareas formando un
canal que une á Capuloan con Lipata, islas que al bajar las aguas se
confunden en una.

Entre aquellas y la costa, se encuentra el bajo madrepórico del
Talusan y los descarnados peñascos llamados San Juan y Taliban.

Frente á aquellas islas desaguan el Parsabangon,--cuyo río tiene un
vadeo por el que pasa el correo de Pagbilao á la contracosta,--el
Binajan, el Malicbing, el Palaspas, y el Hinguibin, cuyas bocanas
muestran al viajero las ruinas de los antiguos castillejos que las
defendieron contra las piraterías moras.

Al doblar el recodo del Hinguibin se entra en la resguardada concha
de Laguimanoc,--en la que avanzan cual dos vigilantes centinelas las
acantiladas y tajadas rocas Bagobinas. Estas se llamaron antiguamente
Lauig y Manoc, palabras tagalas que significan aguilucho y gallo. Al
crearse barrio en aquella ensenada, unieron las dos palabras formando
la de Laguimanoc, adonde atracamos á las dos horas de nuestra salida
de la barra de Pagbilao.

Laguimanoc, depende de Atimonan pueblo situado en la contracosta,
ó sea en el Pacífico. De Laguimanoc á su matriz Atimonan, hay que
cruzar de costa á costa separada una de otra por un accidentado camino
de bosque, que mide por lo más corto 18,50 km. Esta larga distancia y
lo penoso de salvarla, hace no comprendamos cómo no depende Laguimanoc
de Pagbilao, adonde es mucho más corto y más cómodo el llegar, bien
por agua, ó bien por el camino de la playa.

El barrio de Laguimanoc lo forma un pequeño vecindario, compuesto
de madereros, carpinteros, constructores de barcos y acopiadores de
maderas. Dos eminencias cierran el anfiteatro, en el que se alzan
el astillero, un camarín que resguarda una sierra movida por el
vapor, y varias casas que se apoyan en la misma roca, en cuya cima y
estribaciones se reparten el resto de las que componen el barrio. En
aquel astillero se han construido magníficos barcos de alto porte,
habiendo sido el último que se botó al agua el vapor _Paz_, propiedad
de los hermanos Alcántara. En aquella ensenada hacen carga de maderas
para China y Japón, gran número de barcos. En la fecha en que pasamos
por Laguimanoc había dedicados á este negocio dos extranjeros, uno de
ellos, Mr. Broom, nos ofreció una cordial hospitalidad y un confortable
almuerzo, en las pocas horas que permanecimos en Laguimanoc. Allí
estuvimos hasta las tres de la tarde, en que nuevamente volvimos á
los botes para seguir á Calilayan, en donde debíamos pernoctar.

Una fresca brisa de tierra nos permitió _dar_ vela en demanda de
Punta-Remo, extensa lengua de tierra que va á hundirse entre las
madréporas y arrecifes del Estrecho.

Una vez que la estrecha quilla de nuestro bote cortó las aguas de
la ensenada del Talusan, notamos que el sondaje disminuía hasta
el extremo de apreciarse los más insignificantes detalles de las
preciosas y variadas algas, que destilan sus viscosos jugos sobre
las afiladas excrecencias que forman el bajo de Calutan. En aquella
ensenada desaguan gran número de ríos y esteros, siendo de citarse los
llamados Pinanimdim, Yaue, Ipil y Cabuyao, cuyas corrientes prestan
un gran servicio á los madereros, arrastrando los trozos que cortan
en los bosques.

En la ensenada de Calutan, se conserva un castillejo habitado por un
guardián. Alrededor de aquel modesto baluarte, se agrupan unas cuantas
casitas que vienen á formar el barrio á que da nombre la ensenada;
aquel pertenece al pueblo de Atimonan.

A las seis de la tarde orzamos á estribor, cambiamos vela, y enfilamos
la bocana del río Calilayan, á cuyas márgenes se asienta la visita
de dicho nombre.

Calilayan cuando lo visitamos dependía de Pitogo, hoy es pueblo,
y en el superior decreto que mandaba su creación, se varió aquel
nombre por el de Unisan.

Calilayan ya existía al descubrirse las tierras que componen la
provincia de Tayabas, por _Juan de Salcedo_, que, se cree fué el
primero que de ellas tomó posesión en nombre de Castilla, al ir en
busca de las renombradas minas de oro de Camarines.

Aquel pueblo, según antiguas tradiciones, debe su fundación á Ladia,
hermana del cacique Maglansangan, sanguinario y despótico señor que por
largo tiempo impuso leyes en el Estrecho. A Ladia se la conocía por la
reina de Calilayan. En las negras páginas de las conmociones populares,
figura este nombre, que estuvo borrado por largo tiempo del número
de los pueblos, habiendo renacido más tarde con el modesto de barrio.

El Tribunal de Calilayan lo compone un espacioso castillo de dos
cuerpos, resguardado con sus correspondientes aspilleras, por las
que asoman sus bocas dos inofensivos cañones, mudos veteranos, que
difícilmente pueden mantener su actitud amenazadora, sosteniéndose
sobre las agorgojadas y apuntaladas paralelas de sus cureñas.

En las corroídas masas de hierro del castillo y en los gallardetes
que ondean en los barcos que de continuo hacen carga en la ensenada
de Calilayan, se ve la síntesis de dos civilizaciones; la primera
está escrita á la rojiza tea de la morisma, la segunda registra sus
anales en las serenas y tranquilas regiones del trabajo. La piratería
quedó encerrada para siempre en los últimos picachos que sombrean
las candentes arenas del Archipiélago de Joló, pudiéndose entregar
con toda tranquilidad á sus habituales faenas los pueblos playeros
que bordan el Estrecho de San Bernardino.

Calilayan es un centro maderero de gran importancia, y en su localidad
hay inteligentes maestros y fuertes y robustos hacheros, que dan al
comercio, con su duro trabajo, muchísimos miles de pies cúbicos de
riquísimas maderas. En este pueblo hay establecidos algunos españoles
dedicados exclusivamente á construir barcos y exportar maderas. Entre
los constructores está nuestro querido amigo D. José Barco, cuya
hospitalidad nos ofreció y gustosos aceptamos.

El 10, muy de madrugada, emprendimos rumbo á Pitogo. Entre este pueblo
y Calilayan se encuentra el temido bajo de Salincapo, y en uno de los
senos que abre la costa se halla el barrio de Cabulihan, dependiente
de Gumaca; rico pueblo que encontraremos en las playas del Pacífico.

A las tres horas de navegación, aprovechando seis bogas, atracamos en
el rústico embarcadero de Pitogo. Este pueblecito se halla situado en
una prominencia que domina  un extenso y limpio horizonte. Las casas
ocupan la estribación de la montaña, esparciéndose hasta la misma
playa. Entre esta y las cúspides de la prominencia, se levantan
el Tribunal, la iglesia y el convento. El primero y el último,
son edificios sólidos y espaciosos; en cuanto á la iglesia estaba
reconstruyéndose. Un sólido castillo, hoy rodeado de malezas, estuvo
llamado en otro tiempo á defender al pueblo contra los desembarcos
de los piratas joloanos. Dicho castillo se encuentra á un tiro de
fusil del Tribunal.

En los ríos y mangles que rodean á Pitogo, viven caimanes de
extraordinarias proporciones. La cacería del caimán--ó sea la
buaya, como le llama el indio--la verifican de una forma muy cómoda
y sencilla. Cuelgan de las ramas del mangle un poderoso anzuelo
revestido de un buen pedazo de carroña, que se mantiene á flor de agua;
de la argolla del anzuelo, parte, á más del cabo que lo sostiene,
una extensa y gruesa mata de abacá, cuyos hilos rematan en tres
ó cuatro cañas muy largas que fuertemente anudan. En lo alto del
mangle, atan un perro, cuyos ladridos bien pronto atraen al caimán;
este, tan luego se halla dentro de las fuertes emanaciones de la
carroña, fija en ella su voracidad, hundiéndose en el interior de
su descomunal boca, las afiladas barras del anzuelo. Este es corto,
de modo, que al hacer presa el caimán y cerrar la boca tropiezan sus
poderosos colmillos en la mazorca de abacá, cuyas sueltas hebras se
le introducen en la unión de aquellos, haciendo imposible su rotura;
en tal estado, el animal se enfurece, hace esfuerzos supremos y rompe
la cuerda que sostenía del mangle el anzuelo; mas esto le es imposible
hacer con la suelta madeja. Tan luego se pone el caimán en movimiento,
entran en juego las cañas; y si anda, malo, y si nada, peor, puesto
que, la condición fibrosa de la caña hace imposible su rotura, y en
la faena que el carnicero lagarto emplea para desprenderse de aquel
enemigo, concluye por rendirle el cansancio y la fatiga.

Pitogo, con su antigua visita de Calilayan, formaban 21 cabecerías,
á que correspondían 3.719 almas, tributando de ellas 2.006; hubo el año
1875, 200 defunciones, 39 casamientos y 194 bautizos. Se sortearon 173
mozos, de los que se sacaron 2 soldados; se vacunaron 325; asistieron
á las escuelas 40. Se registraron 2 causas criminales, y se contaron
para el resguardo del pueblo, y de su visita, 16 cuadrilleros,
llamados á vigilar los 17 barrios que componían la jurisdicción.

En la tarde, verificó el Alcalde las quintas y elecciones. Por la
noche hubo su indispensable bailujan, en el que, hizo los honores con
gran desenvoltura una agraciada mestiza, llamada María, si bien ella
respondía siempre por el nombre de _Angue_. De la conversación que
tuve con Angue, deduje el estado primitivo de su espíritu. En un rasgo
de verdadero orgullo hacia Pitogo y después de haberme hecho notar
con infantil insistencia, los faroles de colores, los abullonados
coquillos, las sayas de las dalagas, los exiguos instrumentos de la
orquesta, y las gruesas y amarillas cuentas de un collar de ámbar, que
descansaba en su amplio pecho, me preguntó con una alegre sonrisa si en
España había bailes mejores que aquel. Bien valía aquella pregunta una
inocente mentirilla, así que la contesté con un negativo monosílabo,
con el que se quedó la buena de Angue en la firme creencia de que en
toda la _redondez_ de la tierra no había mas collares que el suyo,
ni más faroles de colores que los de su pueblo.

A las doce de la noche terminó el baile y cada cual tomó el petate.

Pensando en la cara que pondría Angue al trasladarla de repente al
Teatro Real en una noche de baile, cerré los ojos y me quedé dormido.

Muy de madrugada nos embarcamos en los botes, salvando en tres cuartos
de hora el trayecto que media entre Pitogo y Macalelong.

Macalelong, con su visita de Hingoso, lo componen 2.212 almas; tributan
1.182 en 15 cabecerías. Hubo 82 defunciones, 36 casamientos, y 121
bautizos. Se sortearon 77 mozos, de los que se sacaron 2 soldados. Se
vacunaron 140. Asistieron á las escuelas 60 niños de ambos sexos;
se sustanciaron 7 causas; y su fuerza de cuadrilleros ascendía al
número de 23.

Poco ó nada que citarse hay en aquel pueblecito, cuyos habitantes
en su mayoría viven en una indiferente apatía, de la que no les
arrancan ni las necesidades ni las constantes excitaciones de la
autoridad. Allí fuimos asediados por un sinnúmero de pobres, quienes
nos demandaban una limosna con destemplada y gangosa voz. Este pueblo,
lo mismo  que el anterior y los que encontraremos hasta llegar á López,
están á cargo de sacerdotes indígenas; en los demás de la provincia,
sus parroquias son administradas por frailes franciscanos.

Siguiendo la línea de la playa, la que no habíamos perdido desde
que salimos de Pagbilao, continuamos el día doce la navegación en
demanda del pueblo de Catanauan. En esta travesía hay que ir provistos
de todo, no solo por lo larga y pesada, sino que también por las
peripecias á que da lugar lo inseguro de las imprevistas _tufadas_
que repentinamente suelen soplar.

Toda la playa está deshabitada, pues á excepción de los pequeños
caseríos de Cabuluan é Hingoso, apenas se ve alguna que otra miserable
choza.

Al doblar la punta Sandoval, y cuando ya llevábamos diez horas de
navegación, nos pusimos á la vista de Catanauan.

Dicho pueblo lo componen 3.174 almas, de las que tributan 1.462 en
15 cabecerías. Hubo 68 defunciones, 129 bautizos y 41 casamientos. Se
sortearon 207 mozos, á los que correspondieron 3 soldados. Se vacunaron
122, asistieron á las escuelas 40 niños de ambos sexos, siendo 23 el
número de cuadrilleros.

Catanauan poco á poco va despertando de su indolencia, y tenemos la
seguridad de que tan luego se habitúe al trabajo, llegará á ser un
pueblo muy rico, dadas las condiciones de su territorio. Hoy corre la
triste y precaria suerte de sus colindantes. A Catanauan seguía en
nuestro itinerario Mulanay, adonde puede llegarse en tres ó cuatro
horas, utilizando una regular brisa ó seis fuertes remeros. Este
pueblecito, con su visita de Bondo, lo forman 2.076 almas, de las
que tributan 1.216 en 13 cabecerías.

Los dilatadísimos campos que se encuentran entre Mulanay y Bondo son
susceptibles de mantener muchos miles de reses. Hay buenas piaras de
vacas, pero no llegan ni con mucho á las que pueden sustentar aquellas
riquísimas vegas refrescadas con las aguas de cientos de arroyuelos.

De Mulanay teníamos que cruzar al seno de Ragay, y para ello dejamos
la vía marítima, tomando la terrestre.

De aquel pueblo al de San Narciso empleamos todo el día catorce,
bien es verdad que dedicamos la mañana á la caza del carabao cimarrón.

Para llegar á San Narciso hay que vadear un sinnúmero de veces el
Dumalong, no siendo esto lo más malo, y sí el salvar las peligrosas
fragosidades del monte de aquel nombre. No hay que soñar siquiera
en hacer este trayecto á caballo, y sí en carabao ó en hamaca. Hay
precipicios y fangosos barrancos, que únicamente la planta humana,
ayudada de la inteligencia ó las condiciones especiales de la pezuña é
instinto del carabao, pueden salvar. Para colmo de males se encuentra
tal profusión de pequeñas sanguijuelas en el ramaje, en las puntas del
cogón y hasta en las hierbas, que no hay forma de evitar su sangrienta
voracidad. Vencidas las alturas del Dumalong, se interna el viajero
en un espeso bosque, y tras este se alegra su espíritu ante la vista
de San Narciso, en donde podrá hallar descanso su desvencijado cuerpo.

A San Narciso lo forman un caserío levantado en el seno de Ragay. Aquel
lo habitan 1.375 almas, de las que tributan 990 en 9 cabecerías.

En San Narciso nuevamente volvimos á la mar, navegando por espacio
de doce horas en el seno de Ragay para encontrar á Guinayangan. Este
pueblecito con su visita de Piris, lo forman 7 cabecerías. Toda la
miseria en que hoy se consume, es indudable que en una época más
ó menos lejana se trocará en riqueza y movimiento. Teniendo á la
vista un buen plano de la provincia de Tayabas, se comprende que
necesariamente está llamado Guinayangan á ser uno de los puntos
en que ha de arrancar la división de la isla de Luzón, poniéndose
en comunicación el gran Pacífico con el Estrecho que aprisiona las
revueltas ondas del mar de China. Guinayangan está situado en el seno
de Ragay, en el desagüe del río Cabibijan. Las condiciones de este,
su caudalosa corriente, su gran anchura y su mucho fondo lo hacen
navegable. Dicho río se interna en el istmo que separa el seno de
Ragay de el de Alabat; istmo que constituye el punto más estrecho
de toda la isla de Luzón. Entre Guinayangan y Calauag está el río
Cabibijan, que desagua como ya hemos dicho en el mar de China, y por
parte de Calauag se halla el río de este nombre vertiendo sus aguas
en el seno de Alabat ó sea en la gran bahía de Lamón. Bien que se
eligiera el río Calauag, ó bien el de Viñas que se encuentra algo más
al Norte, la unión entre los dos ríos sería trabajo de legua y media
á dos de canal, confundiéndose en este las ondas de ambos mares. Los
beneficios que esto reportaría son incalculables, y repetimos que
abrigamos la firme creencia de que la unión ha de verificarse por
la vía indicada, que es la misma que nosotros seguíamos para llegar
á Calauag. De Guinayangan fuimos en banca contra corriente del río
Cabibijan hasta el desembarcadero de Alunero; de aquí á caballo más
de dos horas hasta encontrar las aguas del río Calauag, y una vez
dentro de aquellas los remeros condujeron la banca á dicho pueblo.

Calauag lo mismo que Guinayangan, más bien que pueblos son una
agrupación de sucias y miserables casucas que difícilmente dan albergue
á su vecindario, compuesto de 9 cabecerías.

De Calauag á López hay un regular camino, fácil de hacer á
caballo. Hasta dicho pueblo nuestra marcha fué muy acelerada,
deseando cuanto antes salir de aquellos lugares en los que nada
nuevo encontrábamos.

López fué creado con la visita de Talolong, el año 1857, siendo
Gobernador de la provincia D. Cándido López Díaz. Dicho pueblo lo
componen 5.432 almas, de las que tributan 2.892 en 30 cabecerías. Hubo
47 casamientos, 221 bautizos y 173 defunciones. Se sortearon 247 mozos
de los que fueron 3 á ser soldados. Se vacunaron 147, asistieron á las
escuelas durante el año 120 niños. Se sustanciaron 4 causas criminales,
ascendiendo sus cuadrilleros al núm. 99. A nuestro paso por López se
estaba construyendo una iglesia, que á juzgar por la solidez de sus
cimientos y por las proporciones de su obra está llamada á ser una
de las primeras de Filipinas.

De López á Gumaca el camino mejora notablemente, y una vez pasada la
balsa de Camuhangin apenas se pierde de vista la playa. Este camino
puede hacerse en tres á cuatro horas.



CHAPTER XVIII

CAPÍTULO XVIII.

Gumaca.--Su antigüedad.--Su _situación._--Águilas
imperiales.--Castillos de Santa María, San Diego, San Sebastián
y San Miguel.--Estadística.--Saqueo, incendio y peste.--Libros
canónicos.--Reminiscencias valencianas.--Una velada en las
ruinas.--Recuerdo glorioso.--Productos.--De Gumaca á Atimonan.--Una
madera incorruptible y un hongo fosforescente.--Kiosco en el
camino,--Grupos fantásticos.--Compañía no buscada.--Ninay.--Una
presentación por medio de un cigarro.--El _Moro_ y el
Rosillo.--Atimonan.--Su historia, sus productos y su estadística.--Un
bailujan, un regalo y una promesa.--El correo.

Gumaca es uno de los pueblos más sanos y mejor situados de los que
bañan las aguas del Pacífico en las costas de Tayabas. Su fundación no
hemos podido comprobarla, debiendo ser muy antigua, puesto que ya se le
nombra en los registros de la Orden de San Francisco correspondientes
al año 1582. En 1638 se trasladó á la Silanga de la isla de Alabat,
volviendo á su antiguo sitio después del incendio á que le redujeron
los holandeses en el año 1665.

Gumaca debió ser muy combatido de las piraterías moras, teniendo en
cuenta la situación que ocupa y los restos de defensas que aún se
conservan. Una sólida muralla corre por la playa, arrancando desde
el río á que da nombre el pueblo. Sobre aquel se alza un puente de
madera, que comunica con el fuerte de Santa María. Encima de la puerta
del fuerte--que abre el camino que dirige á Atimonan--se conservan
toscamente grabadas sobre la piedra las águilas imperiales de la casa
de Austria, escudo que también se muestra en las ruinosas paredes
del Tribunal. La muralla cierra el pueblo por la parte que mira á
la mar con el castillo de San Diego. La construcción de este fuerte
revela una mano inteligente, y la solidez de su fábrica lo mantendrá
en pie muchísimos años. En su plataforma se guarda un pesado cañón de
hierro. Formando cuadrilátero con aquellos fuertes, quedan restos de
los llamados San Sebastián y San Miguel. Entre estos había una fuerte
empalizada de _molave_.

Gumaca tiene 7.137 almas; tributan 3.360 en 38 cabecerías. Hubo 151
defunciones, 88 casamientos y 273 bautizos. Se sortearon 330 mozos,
de los que se sacaron 4 soldados. Se vacunaron 431. Asistieron á las
escuelas 130 niños de ambos sexos; correspondieron á su territorio 5
causas criminales. Los cuadrilleros, llamados á vigilar los 19 barrios,
ascendían á 38.

Entre los edificios de Gumaca, son dignos de visitarse la iglesia,
el convento y la escuela. El convento abre sus muros en una espaciosa
plaza, que limita la muralla. La iglesia es buena y espaciosa, lo
mismo que la escuela.

Gumaca ha pasado por un sinnúmero de vicisitudes, no habiendo
respetado á su laborioso vecindario ni los horrores del saqueo, ni las
destructoras llamas del incendio, ni los estragos de la peste. Hojeando
los libros canónicos de defunciones de aquel pueblo, correspondientes
á los meses de Abril y Mayo del año 1772, y fijándose en las páginas
que empiezan en el asiento 28, se verá el tristísimo cuadro de las
más encarnizadas hecatombes que registra la historia de la viruela.

Examinando el antiguo Tribunal, los fuertes de San Diego y
Santa María, la muralla, las empalizadas y el capitel ojival que
resguarda la gran cisterna que provee de agua al pueblo, se viene en
perfecto conocimiento de que por allí ha pasado una activa y buena
inteligencia. El piso alto del Tribunal está basado en arquerías,
terminando en azotea, construcción rarísima en Filipinas, que hace
recordar las casas de Alicante y Valencia.

En la plataforma del castillo de San Diego pasamos al lado del virtuoso
párroco Fray Mariano Granja, una alegre velada respirando las puras
emanaciones de las ondas del gran Pacífico.

Toda ruina tiene para nosotros un augusto misterio ante el cual bajamos
con respeto la frente. Las agrietadas aspilleras del castillo de San
Diego, son otras tantas páginas de nuestra gloriosa historia. Sobre
aquellos muros  había ondeado la sacrosanta enseña de Castilla, en
una época en que, si la tenue brisa de la caída de la tarde plegaba
sus paños en otros horizontes, los matinales céfiros acariciaban
sus colores enseñando al primer rayo del sol los castillos y leones,
inseparables compañeros de su luz.

El castillo de San Diego debió prestar excelentes servicios, pues dada
la situación de Gumaca necesitaba un avanzado centinela que precaviese
las sorpresas, fáciles de llevar á cabo en aquellas playas, por la
circunstancia de interceptar la exploración la extensa isla de Alabat.

Los principales productos de Gumaca son: el arroz, las maderas, la
brea y la cera. Caza hay mucha en sus bosques, y el poco cacao que
recoge es muy estimado.

En la tarde del veintiuno nos dirigimos al pueblo de Atimonan. El
camino que conduce á aquel, salvo ligeros trayectos, no se separa
de la playa. Los muchos ríos y esteros que desaguan en el Pacífico
en toda la contra-costa de Tayabas, hacían que á cada paso tuvieran
nuestros caballos que vadear un arroyuelo, ó hiciesen resonar bajo
sus duros cascos los fuertes ensambles de los veintinueve puentes
que encontramos. Aquellos son de madera, empleándose el molave para
los pilares. El molave es incorruptible á la acción del agua, como
impenetrable á la destrucción de los insectos. Hemos visto sacarse de
un fondo de fango, harigues de molave que habían permanecido entre
aquel más de cien años, sin que mostrasen señales de carcoma ni
podredumbre. En la demolición de todo antiguo edificio en que haya
molave y cañas, llama la atención la conservación de los primeros,
y las bellísimas fosforescencias que se desprenden de los _alimacmac_
en las segundas. El _alimacmac,_ es un pequeño hongo que nace en el
interior de la caña cuando es vieja y ha estado sometida por largo
tiempo á la acción de las aguas. La vejez ayudada de la humedad,
incuban en las paredes de la caña esa brillante excrecencia que
buscan las dalagas entre las ruinas, adornando con ellas su pelo y
sus relicarios.

Los añosos y entrelazados troncos de los _bacauan_ que forman los
mangles, constituyen una sólida barrera que resguarda contra la
rompiente de las olas el camino de Atimonan. Si aquel se recorre de
noche, hay que ir despacio y con algunas precauciones, so pena de
exponerse á que se rompa el caballo una pata en alguno de los agujeros
que hacen los cangrejos, y de que está salpicado todo el terreno.

En la línea que empieza la jurisdicción de Atimonan, nos encontramos la
comitiva que salía á esperar al Alcalde. Las dalagas iban lujosamente
vestidas, montando ligeros caballos. El Gobernadorcillo de Atimonan
tenía preparada bajo un bonito kiosko, una suculenta merienda. Lo
delicioso del lugar, las frescas brisas del Pacífico cuyas espumas
llegaban á nuestros pies, y la armonía de la música que se mezclaba
con el eterno y acompasado murmullo de las ondas, nos retuvo más
tiempo del que debíamos.

Montamos nuevamente á caballo al aproximarse el crepúsculo, así que,
bien pronto nos envolvieron las sombras. El numeroso grupo que componía
nuestro acompañamiento presentaba un aspecto altamente fantástico. La
fosforescencia de la mar, los destellos de los _alitaptap_, y los
preciosos cambiantes de luz, que nos mandaba Sirio, la estrella
más hermosa de los cielos, daban la bastante claridad para apreciar
conjuntos, ya que no detalles.

El camino era bastante estrecho, circunstancia  que hacía marchásemos
de dos en dos. Varias veces levanté la cabeza desde que dejamos
el kiosco y siempre encontré á mi lado una misma cara. Yo no
buscaba á Ninay, y sin embargo, constantemente estaba cerca de
mí. ¿Quieres fumar?--la dije, á la par que sacaba la petaca para
encender un cigarro.--Tu  cuidado,--me contestó con esa habitual
franqueza de la india. Un cigarro, en todas partes del mundo es un
gran introductor; el que oprimía entre sus labios Ninay, hizo tan
perfectamente la presentación, que no se interrumpió entre nosotros
la conversación hasta que llegamos á los bantayanes de Atimonan. Dos
horas fuimos hablando, y en ellas me contó Ninay, con una encantadora
naturalidad, una verdadera serie de superfluidades para mí, pero que
constituían para ella un mundo. Me habló de su cocal, de la saya que
tenía preparada para el baile, de la peineta de su amiga Chichay,
del _imbay_ del Moro y del Rosillo, y por último de su novio. Moro
y Rosillo, se llamaban los caballos que montábamos, eran hermanos, y
siempre habían comido en una misma _tina_, estando en esto explicado,
el por qué al buscarse ellos, nos acercaban á nosotros. Al pronunciar
Ninay el nombre de su novio, no lo hizo balbuceando ni mucho menos,
aquel estaba ya admitido por sus _mayores_, y por lo tanto la _cosa_
era muy natural y corriente.

A las nueve de la noche entramos en Atimonan; de este á Gumaca hay
21,50 km.

Atimonan se llamaba en lo antiguo un llano que se extiende en una
ensenada de las costas de Lamon; y en aquel sitio se resguardaron
por los años de 1635 los pocos seres que pudieron escapar de las
llamas de Cabullao, pueblo que fué reducido á cenizas por los piratas
moros. En dicha ensenada quedó formado Atimonan el año 1637, siendo
hoy el pueblo más rico de la contra-costa de Tayabas. Su extenso
territorio, que abarca de costa á costa, produce preciosas maderas,
inmejorables resinas, cera, maíz, café, cacao, abacá y aceite. Las
ceras de Atimonan son de una pureza y transparencia tal, que pocas
habrá que las igualen. En la Exposición de Filadelfia fueron premiadas,
y abrigamos la convicción de que también lo serán en la próxima de
París, adonde sabemos se mandarán. Los tejidos de piña que hacen las
mujeres son muy buscados en el comercio.

La salubridad de Atimonan es buena, y aun cuando no se halla en la
misma playa, solo la separa el corto cáuce de la desembocadura del río,
á cuya margen derecha se levanta. El caserío es bueno, destacándose
por la solidez de su fábrica, la iglesia y convento. Los muros de
estas obras tienen de doce á quince pies de espesor. El Tribunal lo
componen dos cuerpos, el uno antiguo y el otro moderno, en el último
hay un salón de los más grandes que hemos visto en Filipinas.

Atimonan tiene 8.790 almas, tributan 4.262 en las 46 cabecerías que
registra. Hubo 172 defunciones, 62 casamientos y 343 bautizos. Se
sortearon 475 mozos, de los que se sacaron 9 soldados. Se vacunaron,
234, asistiendo á las escuelas 160 niños de ambos sexos. Se
sustanciaren 2 causas criminales y su territorio está á cargo de 42
caudillos y 53 cuadrilleros.

A la noche siguiente á la de nuestra llegada á Atimonan, y terminadas
que fueron las quintas y elecciones, hubo el consabido baile, en el
que volví á reanudar la conversación con Ninay: me hizo conocer á su
novio; y yo en pago de sus secretillos la dí un anillito, en el que
estaba esmaltada una imagen de los Dolores, exigiéndola al dárselo
que había de ser el que usase el día que se casara.

Después supe no había olvidado mi deseo, y que alguna que otra vez
recordaba Ninay al _castila_ de las _balbas_, nombre con el que me
conocían en toda la contra-costa.

En Atimonan recibimos el correo, este sale de Tayabas con dirección
á Pagbilao los viernes; de aquel punto cruza toda la provincia,
yendo á Atimonan, y de aquí sigue por toda la contra-costa á buscar
á Calauad, para internarse después en la provincia de Camarines,
y de aquí á Albay. La línea de inspección del correo de Manila á
Albay termina en Tayabas; el conductor llega hasta este pueblo,
en donde espera, quedando la correspondencia á merced de Dios y del
servicio personal de los muchísimos pueblos que tiene que recorrer
hasta llegar á Albay. Sin balijas, sacos ni árganas, excuso decir á
mis lectores los deterioros y detrimentos por que pasarán los paquetes.

Para evitar gran calor, convinimos en hacer el trayecto, que separa
Atimonan de Mauban, de noche y por mar, á cuyo efecto se prepararon
bancas y barotos, quedando todo listo para embarcarnos á la caída de
la tarde.



CHAPTER XIX

CAPÍTULO XIX.

Navegación en _baroto_.--Escasez de luz y abundancia de mosquitos.--Los
principios y los medios.--Horas interminables.--_Malayo
po_.--El monte Soledad.--Vista de Mauban.--Su historia,
estadística y productos.--Episodio glorioso.--Don Simón de Anda
y los franciscanos.--Documento notable.--Setecientos quintales
de plata.--De Mauban á Lucban.--Caminos que hace el hombre y
arreglos que hacen las aguas. Vadeos, precipicios, quebradas y
desmontes.--El Balete.--Barrio de Sampaloc.--La hamaca.--Lúgubres
semejanzas.--Descanso en Lucban.--Vuelta á Tayabas.

_¿Saben ustedes lo que es navegar en baroto?_

Si la contestación es negativa no deseen hacerla afirmativa,
pues de seguro se arrepentirán. De Atimonan á Mauban puede irse
por _algo_, que algunos afirman que es vereda; pero el viajero que
llega á poner en ella su planta, se convence á costa de sus huesos
de que no hay tal _cosa_, sobre todo, en la parte que comprende el
escabroso monte Pitisang. Para evitar esto, y sobre todo las ocho ó
diez horas á caballo que se invierte en la jornada, resolvimos dejar
la vía terrestre y entrar en la marítima.

El tiempo estaba algo revuelto, y el patrón del baroto trincó
perfectamente las amarras del _caran_, de modo que la parte habitada
de la embarcación quedó convertida en una especie de ratonera, en
que si bien escaseaba luz y aire, abundaban los mosquitos y las moscas.

A las seis vencimos la barra, balanceándonos en el gran Pacífico;
orzamos para tomar rumbo, pero la vela se empeñaba en no tomar viento,
empeño perfectamente justificado al ver los agujeros que tenía su
triangular superficie y la poca gana de soplar que había por arriba.

La postura que se busca en cualquier forma de locomoción es agradable
al principio, más si la jornada es larga, antes de llegar á los
_medios_ aquella, no solo es molesta, sino que no hay ninguna que
satisfaga. El baroto no tenía asientos, así que los que íbamos
embanastados en su camareta tuvimos que hacerlos con mantas y
maletas. Durante la primera hora todo fué bien; fumamos, reimos y
hablamos de largo, mas poco á poco se nos _entró_ la noche por la
boca de la camareta, y las nuestras dejaron paulatinamente de moverse
y de chupar.

El monótono crujir que produce toda vieja embarcación; la uniformidad
del quejido de la onda al ser cortada por una lenta marcha; el
silencio de la noche y lo impenetrable de las sombras, traen al
espíritu un sinnúmero de fantasmas que pasan y se desvanecen en la
misma forma en que nacen; mas cuando esas fantasmas son _vistas_ por
unos ojos que pertenecen á un cuerpo que no encuentra postura buena,
que desea reposo y no lo halla, y que tiene sueño y le es imposible
conciliarlo, entonces entra un grandísimo malestar y las horas se
hacen interminables. La estrechez del baroto no permitía echarnos,
obligándonos á conservar posturas irreconciliables con el descanso;
y no hay nada más molesto que estar completamente rendido y falto
de sueño, y, sin embargo, no poder dormir. Cincuenta veces por
hora preguntamos al patrón si faltaba mucho, y siempre tuvimos por
contestación su invariable _malayo  po._

Macilentos, escalofriados, somnolientos y doloridos, principiamos
á ver el cómo se retiraban las sombras á sus antros y el cómo la
aurora abría las puertas al día. El sol apareció en los cielos,
y nos mostró entre ligeras brumas el monte Soledad, á cuya falda se
asienta el pueblo de Mauban.

A las ocho de la mañana llegamos á aquel. Catorce horas invertimos
en tan _deliciosa_ navegación, de que me acordaré mientras viva.

Mauban no se conoce cuando se fundó. En los archivos se encuentra aquel
nombre figurando en los anales del último tercio del siglo XVI. El año
1600 se sabe fué su párroco el padre frey Fernando Moraga. Dicho pueblo
sufrió varias traslaciones hasta el año 1647, en que definitivamente
ocupó el sitio en que hoy se halla. Se encuentra en la costa del
Pacífico frente á la isla de Alabat. Su clima es muy caluroso, si bien
las tardes y madrugadas son refrescadas por las brisas del mar. Mauban
tiene 9.039 almas, tributando en sus 48 cabecerías 4.274. Hubo 366
defunciones, 57 casamientos y 320 bautizos. Se sortearon 476 mozos,
á los que correspondieron 9 soldados. Se vacunaron 341. Asistieron
á las escuelas 160 niños. Se incoaron 9 causas, y el número de
cuadrilleros y de caudillos ascendían, los primeros al número de 43,
y de 29 los segundos.

Como edificios no hay ninguno digno de citarse, excepción hecha de
la iglesia y el convento. Aquella es de una fuertísima construcción,
componiendo su torre cinco cuerpos.

Los productos principales son arroz, abacá, café, cacao y maderas. Las
mujeres tejen salacots y petates muy buscados. En la extensa
jurisdicción de Mauban se cría mucha y buena caza.

El nombre de Mauban, representa un hecho histórico digno de
citarse. Habiéndose logrado sacar de Manila con grandes trabajos
y peligros durante la invasión inglesa, el Real Tesoro, aquellos
se aumentaron, estando en camino de la Pampanga, por haber dado el
enemigo con su pista; conociendo esta posición el cauteloso D. Simón
de Anda, se dirigió al Provincial de los Franciscanos, que se hallaba
en Lucban, comisionándole para que de acuerdo con los conductores
del Tesoro, buscara forma para embarcarlo y salvarlo en uno de los
puertos de Tayabas.

El superior de la Orden, en vista de tan arriesgada comisión, eligió
para llevarla á cabo á Mauban, á cuyo cura párroco le dirigió la
siguiente carta, acreedora por todos conceptos de ser conocida. Dice
así:

«A nuestro hermano Frey Francisco Rosado de Brozas, Predicador
ex-definidor, Guardián y Ministro de doctrina de nuestro convento de
Mauban, salud y paz en Nuestro Señor Jesucristo.

«Hallándonos con este superior decreto que con la mayor veneración
y rendimiento obedecemos; y siendo de nuestra obligación el poner
todo nuestro desvelo y cuidado en el servicio de Nuestro Rey y Señor
natural, aunque sea á costa de nuestras vidas, manifestando el debido
vasallaje y lealtad de agradecidos hijos y afortunados vasallos
de un Rey y Señor, de cuya soberana mano viven tan reconocidas y
obligadas, nuestra seráfica religión y apostólica provincia de San
Gregorio. Por tanto, teniendo satisfacción de las prendas que en
V.C. concurren, mandamos á V.C. por santa obediencia, acompañe,
ayude y sirva á conducir el Tesoro de S.M. (q.D.g.), según que
dispusieran el Capitán de navío D. José de Acevedo y el maestre de
plata D. José Góngora: y á este efecto mandamos á V.C. disponga y
avíe todas las embarcaciones servibles de todos nuestros conventos,
ya sean de esa costa, ya de la provincia de Camarines, sacando de
dichos conventos cuantas provisiones se juzguen necesarias para el
gasto y manutención de la gente necesaria, hasta consumir lo que
los conventos tengan para su preciso mantenimiento. Y porque es muy
correspondiente á nuestro instituto y gratitud, el servir á nuestro
Soberano Monarca, con el desinterés y celo, á que nos obligan tantas
leyes y respetos como sus leales vasallos, obligadísimos frailes
de San Francisco. Mando á V.C. por santa obediencia, que por ningún
concepto permita reciban nuestros conventos ni religiosos cosa alguna
por el servicio de embarcaciones, y recompensa de las provisiones
que suplan, y sí solo se expresarán á continuación de estas nuestras
letras, las embarcaciones con la nominación de sus conventos; los
víveres que de estos se sacaren con expresión singular, y todo lo
demás que acredite el desempeño de nuestra obediencia al superior
decreto y servicio á Nuestro Soberano y al común de la patria. Y
estas nuestras letras serán leídas é intimadas á nuestro hermano
Guardián de nuestro convento de Naga y Comisario provincial de la
provincia de Camarines, para que en su vista provea lo conveniente
y necesario á la expedición del presente negocio, y concluído este
se nos devolverán originales con el Superior decreto que acompaña,
para presentarlo al superior Gobierno. Dadas en este nuestro convento
de San Luís obispo, del pueblo de Lucban, firmadas de nuestra mano,
selladas con el sello mayor de nuestro oficio y refrendadas de nuestro
Secretario en siete días del mes de Febrero de mil setecientos sesenta
y tres años.--_Frey Roque de la Purificación_, Ministro provincial.»

La comisión cumplió su encargo, embarcando en Mauban, en 20 bancas y
1 pontín, el Real Tesoro, que pesaba unos 700 quintales. A los pocos
días se encontraba toda la plata en poder del justiciero y valiente
magistrado.

Dos días permanecimos en Mauban, y al terminar aquellos emprendimos
el camino de Lucban. La descripción de dicho camino es imposible,
entre otras cosas, porque en muchos sitios no lo hay, y en otros las
torrenciales aguas lo modifican á su antojo entre aquellas accidentadas
y bruscas estribaciones. Vadeos, precipicios, quebradas, desmontes
y derrumbaderos es lo que se encuentre entre la balsa de Mauban y
la visita de Sampaloc, en donde termina el Balete, ó sea el monte
que divide las jurisdicciones de Mauban y Lucban. Hasta Sampaloc
generalmente se emplea la hamaca, muchos van á caballo, pero es
peligroso y molesto por las continuas bajadas. Las hamacas de la
provincia de Tayabas consisten en dos bastidores de vara y media de
largos, y menos de una de anchos, divididos y sujetos por dos tablas
de narra, por las que pasa una larga y fuerte caña. Sobre el bastidor
superior se coloca el trapal, y el inferior es el llamado á sostener
al viajero. Entre bastidor y bastidor hay poco espacio, de forma
que no hay medio de sentarse, habiendo que permanecer echado todo el
tiempo que dure la jornada. La hamaca es llevada por 8 á 16 hombres,
en cuyos hombros se apoyan los salientes de la caña, que pasan por
el interior de la hamaca. Cuando llueve y hay que cerrar aquella,
dejando caer las faldetas de los trapales, se asemeja á un ataúd más
que á otra cosa. Esta lúgubre semejanza la han encontrado todos los
que por primera vez han viajado de tal forma.

Desde Sampaloc á Lucban el camino mejora notablemente, pudiéndose
emplear el caballo.

De Mauban á Lucban hay 25 km. En este último pueblo descansamos un
par de días, al cabo de los cuales volvimos á pisar la casa Real
de Tayabas.



CHAPTER XX

CAPÍTULO XX.

Costumbres.--Aprobación de actas.--Un Gobernadorcillo electo
paseando por Manila.--El sastre municipal.--Los faldones del frac,
el sombrero de copa, la camisa de chorreras y el bastón.--Vajilla,
lámparas y rancho.--Diez varas de glasé y diez de gró.--Los
caballeros _utraques_.--Un lío, otro lío y un liito.--El campanario
del pueblo.--Vuelta al hogar.--Exhibición de compras.--La saya de
la capitana.--La pagoda.--El 1.° de Julio.--Juramento.--Misa de
vara.--Recuerdos de las bodas de Camacho.--Un chocolate serio y un
descarnado hueso.--La tenientela mayora y las juezas.--Amontonamiento
de alhajas.--Lectura del _Tadhana._--La coronación.--El rigodón
oficial--Un borracho ante un apellido vascuence.--Fin de la fiesta
_aniyaya nang bayan_.

A los pocos días de llegar á la cabecera se recibieron en el Gobierno
aprobadas las actas de las elecciones en la forma que las había
redactado el Alcalde.

Tan luego se hacen públicos los nombramientos, todos los
Gobernadorcillos electos principian á echar cuentas, y por lo general
resuelven, en consejo de sus _mayores_, marchar  á Manila.

Casi todas las provincias tienen su casa posada en la capital, en la
que no solamente viven los que de ellas van, sino que también reciben
noticias y servicios del casero, estos se convierten en ciceronis y
acompañantes de sus huéspedes.

Sigamos á un Gobernadorcillo electo en Manila.

La primera diligencia es llamar al sastre _municipal_. Este se
presenta en la casa con un rollo de telas, hace su correspondiente
cortesía al _neófito_, le da la enhorabuena y _el que sea para
mucha felicidad del pueblo_, se sonríen ambos, y acto seguido el
_maestro_ tira de regla, de jabón y de lápiz y cubica, mide y estira
al pobre munícipe que empieza á sudar al solo olor del reluciente
paño que ha de convertirse en los faldones de un frac. El frac es
tan indispensable para el Gobernadorcillo, como el sombrero de copa,
el bastón y la camisa de chorreras. El sombrero suele legarse y servir
en tres ó cuatro bienios; la camisa lo mismo que el bastón podrán ser
_manufacturas_ de el pueblo, pero lo que es el frac necesariamente
ha de estrenarse y pasar por el corte de los sastres de Manila. Ni
durante la medida, ni en las pruebas, ni en la elección de paño habla
una palabra nuestro hombre, y se deja hacer, pues le basta y le sobra
con saber que el sastre que le sirve es el mismo que está encargado
hace años de proveer á los Gobernadorcillos de Manila de trajes de
etiqueta. Un Gobernadorcillo de Manila para uno de provincias, es una
especie de amo y se da por satisfecho con solo ponérsele en parangón,
siquiera sea ante el recorte de dos varas de faldones.

El _Bazar Oriental_ y el almacén del _Vivac_ indispensablemente son
visitados. En el primero compra vajilla y lámparas, y en el segundo le
da vueltas y revueltas á latas y frascos, cuyos rótulos no entiende,
pero que no implica para que mande encajonar un buen provisto rancho.

Si el Gobernadorcillo es casado, una vez que se haya ocupado del frac,
del rancho, del menaje de casa, y algunas veces del sombrero de copa,
se acuerda de su munícipe mitad y muestra en mano acude en casa
de los _Catalanes_, en donde se provee de diez varas--ni una más,
ni una menos,--de glasé negro, y otras diez de un gró _rabioso_,
cruzado de anchas franjas más rabiosas que el fondo á ser posible,
posibilidad que por lo común no puede satisfacerse, por la sencilla
razón de que la capitana en ciernes encarga que la saya sea grana.

Hay una cosa que el Gobernadorcillo no compra en Manila; esta otra
cosa son las cucharas, tenedores y cuchillos, los que tiene todo indio
rico de tiempo inmemorial, por más que no los use, sobre todo si su
riqueza no ha sido improvisada. Si su riqueza es moderna la plata de
dichos objetos estará más reluciente que la de los primeros fundidos,
á no dudar, con los respetables y nunca bien ponderados _utraques_
de ambos mundos, legendarios _señores,_ cuyas _bruñidas_ caras son
más caras de ver en el día que la que está en Jaén.

Empaquetadas todas las compras y atados cajones, maletas, _tampipis_,
cajitas, balutanes y el indispensable lio y otro lío y liito de última
hora, toma nuestro hombre el vapor, carromata, carabao ó caballo que le
conduzca á su pueblo adonde es de _ene_ ha de llegar montado en algo.

Ni la mirada de Isabel I, al ver los castillos y leones ondeando por
primera vez en las almenadas torres de Granada, ni la de Napoleón I
al admirar las pirámides, ni la de Luís XIV al mirarse á sí mismo, al
decir que la Francia _era_ él, retrataron la intensidad que se verificó
en la del capitán al divisar el campanario de la iglesia del pueblo,
cuyos destinos--hasta cierto punto--estaba llamado á regir y gobernar.

Una vez en su casa--que en breve ha de abandonar para vivir en el
Tribunal,--se desempaca lo comprado, que habrá llegado custodiado
por un futuro munícipe de cuarto orden, que ha ido al servicio de el
que será su jefe. Todos los parientes y amigos alaban el buen gusto
de las compras. Se coloca la vajilla en los aparadores, se cuelgan
lámparas, se descuelgan las sillas y sofás, que de ordinario las tiene
suspendidas en el techo, se clasifican, como Dios les da á entender
vinos y conservas, y se pone á pública exhibición la saya que ha de
lucir la capitana en la misa _nang varas_, y la que ha de ostentar
en el primer rigodón oficial de la fiesta de la _aniyaya nang bayan_.

El uso del frac es objeto de una serie de ensayos difíciles de
enumerar, no habiendo espejo una legua á la redonda que no lo haya
reproducido, colgado por supuesto de los hombros del futuro jefe
del municipio.

En el reloj de los tiempos--pues en el del pueblo no podía ser, entre
otras razones, por no haberlo--dieron las tres de la tarde del 30
de Junio. A esta hora se sacó del patio del Tribunal cañas, ramaje,
flores y bejucos, y aquí amarro, allí cuelgo y más allá adorno, se
improvisó con la ayuda de unos 300 taos, una vistosa y engalanada
pagoda que fué conducida con gran bulla y algazara al frente de la
casa del que será Gobernadorcillo. Esta pagoda es la insignia llamada
á dar á conocer á propios y extraños la casa del munícipe.

Como todo llega, amaneció el día 1.° de Julio, y aquí te quiero
escopeta. Todas las caras están más rientes que la misma aurora que
las alumbra; todos los labios se agitan, y todas las manos se mueven.

A las ocho en punto se encuentra el héroe de la fiesta de _tiros_
largos, que juro á mis lectores que si por _tiros_ entendemos faldones,
la frase está perfectamente aplicada. A aquella hora sonó la música
y aparecieron juntamente con ella, la principalía, los que habían
de cesar y los que habían de posesionarse. A un sostenido redoble
salió el munícipe, y todos juntos y al compás de un paso doble, se
dirigieron á la Casa Real en la que juraron sus cargos ante el Alcalde,
los electos á quienes les hizo comprender en un pequeño discurso sus
deberes, después de haberles entregado los bastones y bejuquillos,
símbolos de sus empleos. De la Casa Real van á la iglesia en la que
oran un breve rato; de allí, dejan en su casa al Gobernadorcillo,
y cada cual va á la suya no sin haber antes aplazado la fiesta para
el próximo domingo.

El día de la posesión fué el jueves, de modo que poco había que
aguardar.

El sábado por la tarde, todo estaba listo y dispuesto.

La misa de vara iba á celebrarse con toda la suntuosidad de quien
tiene gana de gastar y sendos doblones en el arca, grandes pilas de
palay en el _tambobo_, cientos de tinajas de coquillo y aceite en
los alambiques y bodegas, y no escaso número de lustrosas parenderas
en las _tanzas_. Para que un Gobernadorcillo  pueda cumplir con la
costumbre, ha de ser rico, y como ya sabemos que el indio por nada
prescinde de aquellas, de aquí, que aseguramos lo es.

Alumbró el domingo, y el primer rayo de luz que se desprendió de los
cielos, fué saludado con el estruendo de los _versos_, el volteo
de las campanas, el reventar de las bombas y los acordes de la
música. Todo es animación, todo risa, todo alegría. A la puerta del
Tribunal hay varias tinajas de aguardiente de coco, que gratuitamente
van trasegando los transeúntes. En los hornos se cuecen pastas, y
en las mesas de la cocina hay tal número de aves y tal cantidad de
tasajos de carne, que hacen recordar las bodas de Camacho. Ese día
come y bebe todo el pueblo á costa de su nuevo capitán. A las ocho en
punto empieza la misa de vara. Esta se celebra con toda solemnidad,
y una vez que echa su bendición el sacerdote, sigue la saturnal que
ha de durar veinticuatro horas. Toda la principalía en ejercicio, y
fuera de él, todos los capitanes pasados, cabezas reformados, vecinos
condecorados, jefes de cuadrilleros, caudillos, primogénitos y cuantos
tienen, han tenido ó esperan tener algún cargo municipal, se sientan
en la mesa del festín en esas veinticuatro horas. Se principia por un
chocolate _serio_ que preside el Alcalde acompañado de toda la colonia
española, y concluye con las heces del coquillo que apura el tanor,
y los últimos huesos que roe el pretendiente á cuadrillero. Desde
el chocolate al hueso, desfilan en perfecto orden de categorías,
todos los que existen en el pueblo. Tan luego termina el chocolate,
que dicho sea de paso, está servido con acompañamiento de jamón,
queso,_potos, bibincas_ y toda clase de dulces y pastas ocupan la
mesa _las_ capitanas y demás _babais_ de representación; á estas
suceden sus maridos siguiendo _las_ cabezang, principalía y demás
gente menuda. La música y el baile, no cesan ni un momento.

Concluído el primer refrigerio, se encierra la _Tenientela_ mayora
con las _Juezas_ y algunas _Cabezang_ de su confianza, en una de las
habitaciones del Tribunal, y confeccionan una corona, amontonando
sobre su varillaje todas las mejores alhajas del pueblo. Hemos visto
coronas de esta clase, formadas de anillos, pendientes, peinetas,
clavos y cadenas de un grandísimo valor. A más de esta corona, se
adorna un bastón de mando, cuyos objetos una vez terminados, guarda
bajo llave la _Tenientela._

Mientras las _babais_ se ocupan en el adorno de la corona, el
capitán, rodeado de todo el pueblo oficial, dirige una alocución
en la que desarrolla su futura forma de gobierno. Después de esto,
lee el _tadhana_, ó sea el bando. Cada Tribunal, conserva por lo
general en sus archivos su _tadhana_, que se lee no solo ante el
Municipio, sino que también se da publicidad á voz de pregón en plazas
y esquinas. Tengo entre mis papeles, algunos de dichos _tadhanas_;
todos ellos son curiosísimos, y envuelven en su espíritu, santos y
benéficos principios.

Como muestra, traducimos del tagaloc el que oímos publicar en Lucban,
cuyo original en forma de acta, lo guardo entre los autógrafos
curiosos. Dice así:

«Dios, Supremo Hacedor de todas las cosas, creó el animal y el hombre
racional; en cuanto al animal lo perfeccionó en todo, menos en la
razón, de que dotó al hombre para que conociese á Dios, respetase á
los mayores en edad, dignidad y gobierno, enseñase á sus hijos á no
dañar á nadie, dar á cada uno lo que es suyo, y compartir con el pobre
lo que tuviese; mas todos estos santos principios se corrompieron,
desde que el hombre pecó á su Dios; y he aquí por qué las tribus
eligieron rey; mas siendo imposible que este se encuentre en todos
los pueblos gobernados, creó Jueces para que lo representasen y por
uno de los cuales, hoy me tienen ustedes, señores, aunque indigno,
para interpretar la voluntad de los representantes del Rey, por
lo que y dentro de las atribuciones de un mísero Gobernadorcillo,
vengo en decretar los artículos siguientes, seguro de que ustedes me
ayudarán en esta insignificante, pero difícil tarea.

Artículo 1.° Que todos cumplan los santos preceptos de Dios, de la
Madre Iglesia y de sus mayores.

Art. 2.° Que procuren no jurar, sino cuando se les exigiere en los
Tribunales de Justicia, acordándose al hacerlo que si lo verificasen
en falso, tendrán castigo en esta vida y en la otra.

Art. 3.° Que oigan misa en los dias de domingo y fiestas de guardar.

Art. 4.° Que respeten á los mayores y que estos hagan entrar á sus
hijos en las escuelas; haciéndoles rezar á los solteros y solteras el
rosario en los sábados, y que no permitan los caudillos de los barrios,
permanezcan en las sementeras, los sexagenarios y las preñadas.

Art. 5.° Prevengo en este artículo el que no se deshonre al prójimo,
y que sus infractores serán remitidos al Juzgado.

Art. 6.° Prevengo á los padres que no consientan que sus hijas traten
por largo tiempo con mancebos, ni reciban dádivas y servicios gratuitos
de los amorosos pretendientes.

Art. 7.° Que no dejen de labrar tierras, alzar casas, sembrar palay
y árboles provechosos, y que los que tengan no empleen la usura,
acordándose de Dios y de que pueden dejar de tener.

Art. 8.° Que los seductores se acuerden del mal que pueden originar,
y que pueden algún día convertirse en seducidos.

Art. 9.° Que no infrinjan este precepto, pues que de su infracción
nacen los malos deseos.

Art. 10. Que se retiren los vecinos del pueblo al toque de las diez
de la noche, á cuya hora deben quedar apagados todos los _calanes_
y encendidos los faroles de la calle.

Art. 11. Hago saber á los tributantes que al llegar los días de
trabajos cuarentenales, todos deben concurrir á ellos, pagando á su
tiempo su tributo y demás sagrados deberes.

Art. 12. Deben comprender todos los habitantes de este pueblo que el
trabajo y la limpieza son cosas que recomiendan los sagrados preceptos,
por lo tanto, debe empezarse el trabajo temprano, cuidando antes de
barrer y limpiar los alrededores de sus casas.

Art. 13. Los que deseen promover demandas dentro de mis atribuciones,
me encontrarán en el Tribunal á cualquier hora que me busquen. Hé
dicho.»

A las cinco de la tarde ellas y ellos, llevando las primeras la corona
sobre una bandeja, van á buscar al párroco, y este con la comitiva
lo hace del Alcalde, dirigiéndose todos al Tribunal. El salón está
hecho un ascua de fuego. Donde quiera hay espacio para una colgadura,
flota un damasco; donde quiera hay lugar para fijar un clavo, luce
una mecha alimentada por aceite, petróleo, cera ó esperma. Ya todos
en el salón, la capitana y su marido se arrodillan delante de un
altar provisional en el que se coloca la imagen, á cuya advocación
está el pueblo; el Alcalde coge el bastón y el párroco la corona,
se pronuncia por el último una oración, se coloca sobre la cabeza de
la capitana la corona, se entrega el bastón al capitán, y repetidos
_vivas_ atruenan el Tribunal; suena la música, se hacen disparos,
revientan bombas y cohetes, y en medio de esta alegría y algazara,
las dalagas cubren de flores á la capitana. Acto seguido empieza,
ó mejor dicho se reanuda el baile, dando comienzo con un rigodón que
generalmente baila el jefe de la provincia con la capitana. A las doce
se cena, y á la madrugada se retiran los más recalcitrantes haciendo
más _eses que erres_ tiene un apellido vascuence.

A esta fiesta se la conoce con el nombre de _aniyaya nang bayan._
Antes de cerrar este capítulo, bueno es que digamos, para que no se nos
tache por algunos de exagerados, que la fiesta que hemos descrito es
propia de las cabeceras ó pueblos de primer orden y no de los pequeños,
en que no hay recursos ni elementos.



CHAPTER XXI

CAPÍTULO XXI.

Costumbres.--Fiestas.--El _bínyagan_--El _unang pag paligo_.--El
_diariuhan._.--El _labac, el pulong y la aniyaya._.--El _suizan_.--El
tañido del _tambulic_.--Inspección del barrio.--La cama del
Juez mayor.--Cincuenta y dos días de bailujan.--El _buisan.--_
Los _pintacasis_.--Juntas y cabildeos.--Triunfo de la Liceria y
de la Chananay.--Aliño de un teatro en Tayabas.--El cómico de la
legua.--¡Ojo con los empresarios!--Un día de buen comer.--Preparativos
de cuaresma.--_Lapasan_.--El vino en vaso y el coquillo en tabo.--El
_tapatan mang pasion._--_Moros_ y cristianos.--El sábado de gloria.--El
canto del gallo.--_Pascuhan_.--El _hatiran_.--Recuerdo de una pregunta.

A más de las fiestas que dejamos descritas, existen otras muchísimas
en la provincia de Tayabas. La muerte proporciona diversiones, el
nacer también. El bautizo origina la fiesta llamada _bínyagan_. A
los siete días se baña la parida, y con este motivo se celebra el
_unang pag paligo_. Si el niño muere después de recibir el agua, se
le coloca en una bandeja, se le rodea de flores y en vez de lágrimas
hay la fiesta del _diariuhan_.

Si en el hogar nacen un sinnúmero de fiestas no nacen menos en un
Tribunal.

Nombrado un Cabeza de barangay no toma posesión de su cargo ni
asiento en la principalía hasta el primer día de misa que sigue
á su aceptación, y en el que espera en la sacristía, de donde lo
saca el Teniente mayor antes de principiar aquella, dándole asiento
en lugar preferente, y quedando desde aquel momento revestido de
toda la plenitud de su cargo. La primera misa que oye el Cabeza
origina la fiesta llamada _labac_. La primera junta que preside el
Gobernadorcillo crea el _pulong_. Cuando se propuso al Cabeza ya se
consumó la _aniyaya_.

Las visitas á los barrios que hace el Juez mayor dan nombre á los
_suizan_.

Para llevar á cabo dichas visitas, aquel avisa al _matandá sa
nayon_ más viejo--cada barrio tiene tres--el día que ha de hacerla,
señalamiento, que da á conocer por medio del tañido del tambuli,
que convoca á todos los vecinos. Una comisión de principales montados
en buenos y bien atalajados caballos, va á la casa para sacarle. Los
vecinos del barrio lo esperan en sus fronteras, y una vez en ellas,
lo llevan á una casa perfectamente adornada, en la que se nota un
especial detalle. El indio duerme en el suelo, pues bien, al Juez
mayor se le prepara en _alto_ una cama, en cuyo adorno emplean las
dalagas del barrio gran esmero.

Constituída la visita en el barrio, el Juez mayor, ayudado de otros
munícipes, inquiere, inspecciona y averigua los adelantos y mejoras
que se han llevado á cabo en el trascurso del año. El Juez, lleva
para estos actos una caja que contiene las listas del estado del
barrio en la última visita, el _tadhana_ ó bando que le autoriza,
unas disciplinas y una palmeta, castigando con esta á las que se han
hecho acreedoras é imponiendo correctivo á los delincuentes con las
primeras. En estos castigos no hay nada de crueldad, y sí solo, una
mortificación al amor propio, por hacerse aquellos á la vista pública.

La inspección del Juez mayor no se limita á la esfera material,
sino que también se extiende á indagar la moral de cada individuo.

Concluído el acto oficial da comienzo la fiesta del _suizan_, que
por lo general dura veinticuatro horas. Tayabas tiene cincuenta y dos
barrios, de modo, que los aficionados ya saben que estos catapúsanes
dan un contingente de cincuenta y dos noches de jolgorio durante
el año.

El _suizan_ es la verdadera fiesta del indio; en ella es donde hay
que buscarlo para encontrarlo tal cual es.

El _buisan_ es parecido al anterior, con la diferencia que en este el
Cabeza convoca á todos sus carolos ó tributantes para un día dado,
á fin de rendir y ajustar los finiquitos de cuentas. El _buisan_
irroga algunos gastos al Cabeza, que sufraga la fiesta, más también
le evita el tener que andar meses enteros á caza de sus tributantes.

Como cada barrio está bajo la advocación de algún santo, excuso decir
á mis lectores que cuando el calendario señala sus nombres hay sus
correspondientes _pintacasis_.

En la fiesta en que realmente se echa el resto es en la del _pintacasi_
del pueblo. Meses antes del en que se celebra aquella principian
las juntas, los cabildeos, los proyectos y los preparativos. En el
Tribunal se somete á la sanción de la principalía las opiniones que
prevalecen. La misa solemne de tres padres, con sermón, las músicas,
los globos, los bailes y los fuegos artificiales están fuera de
discusión, pues siempre se cuenta con ellos. Donde se riñe la verdadera
batalla, donde los _oradores_ esgrimen toda su argucia, es en si ha
de haber ó no comedia. Una comedia en Manila se arregla en dos horas,
habiendo un socio capitalista que tenga en cartera _hasta_ un billete
de Banco de 10 pesos, ó un crédito en plaza, ó plazuela, de 20 pesetas;
capitales que, aunados con un _industrial_  que á la par de socio sea
cómico, cantante y bailarín, se concierta un programita. Esto, que es
tan fácil en Manila, en Tayabas constituye una empresa verdaderamente
piramidal,  y aun cuando los indios no conocen las colosales masas
de piedra del Egipto, sin embargo, recuerdan que la última comedia
que tuvieron había costado una _derramita_ de á 20 pesos, si no por
barba, por lo menos de bolsillo, y con tal recuerdo no es de extrañar
que el asunto se debata, y hasta algunas veces se _arañe._ Demos de
barato--por más que á ellos les ha de salir algo caro--que los amantes
de la Chananay y la Liceria triunfen. Este triunfo representa tres
noches de comedia de magia, con cantos, bailes y gimnasia. La magia
y los turbantes son tan indispensables en toda comedia tagala, como
el llamar _simpática_ á la Liceria, omisión que el día que la hiciera
un cajista de _cartel_, produciría un _terremoto_ de bambalinas.

En Tayabas no hay teatro, por consiguiente, hay que hacerlo, y después
de hecho _aliñarlo_ para el caso, y el _caso_ tiene más harigues y
bejucos de lo que parece. Entre el tablado y Manila hay nueve legüitas
de monte--¡pero qué monte!--y á más, el sorbito de agua que tiene la
laguna de Bay. La maquinaria, _atrezos_, vestuarios, telones y demás
tarantines hay que llevarlos á brazo, y los brazos son caros.

El cómico indio, cuando viaja por su cuenta, es muy sobrio en comidas,
bebidas y bagajes, pero cuando viaja á cuenta de un _pintacasi_ pide
billete de cámara, caballo que tenga _imbay_, merienda, paraguas por
si llueve, y sombrilla por si hace sol. Come como un sabañón, y bebe
como una cuba. Con estos antecedentes, excuso manifestar á mis lectores
que todo empresario de provincias lo primero que pide en el contrato
es que los _artistas_ han de ser traídos, llevados comidos y bebidos
por cuenta de la principalía. Si esta no tiene la amarga experiencia
que da la práctica y cae en tal contrato sin ponerle cortapisas, se ha
divertido. EL _artista_, cuando se convierte en cómico de la legua, se
transforma en un sér distinto de los demás, y si esto es ó no cierto,
apelo á todas las principalías que han caído en el lazo que les tiende
un sutil empresario, desarrollando ante sus ojos un tremendo telón,
exhibiendo en almazarrón lo que promete dar en carne y hueso.

Pero en fin, la cosa es que generalmente se vota por la comedia,
y más ó menos cara la hay con gran contentamiento de miles de seres.

Las cosas más insignificantes crean un día de jolgorio, de todo sacan
partido, y todos los actos de la vida los comienza el indio con unas
horas de placer.

En sus expansiones, buscan por lo regular las casas de sementeras;
en los pueblos se ahogan, y no se encuentran á sus anchas.

Cualquier convalecencia, satisfacción, enhorabuena, ó cumpleaños, da
pretexto á un _dadayo ang pagcain sa linang_, ó sea día de buen comer
en el campo. A la vuelta de estas fiestas, las dalagas se adornan de
flores que con gran algazara cogen, combinan y deshojan por el camino.

Al aproximarse la cuaresma el indio de Tayabas se prepara á despedirse
de comer carne, con las fiestas de _lapasan_, las que siempre se
celebran en las sementeras. Si los que las dan son ricos, asiste
la música; si no lo son, la guitarra, las voces y las palmas la
sustituyen. En los aristocráticos _lapasan_, se bailan habaneras y
rigodones, se cantan _trozos_ de ... cualquier cosa, y se bebe vino
de Europa en vaso: mientras que en los _lapasan_ tradicionales,
en los puros tagalos, se empina _coquillo_, se baila _cumintang_,
se canta  _cutang-cutang,_ se bebe en tabo, se come lechón, y por
todo mantel está el verde césped, por todo tenedor los cinco dedos,
y por todo pan sendas pelotas de morisqueta.

Para todas estas fiestas se construye de cañas y ramaje un emparrado,
á cuya sombra se pasa el día.

Durante la cuaresma no se come carne, mas esto no obsta para que
continúen las reuniones indias, sustituyendo en lugar de aquella
pescados y _gulays. El tapatan nang pasion,_ da origen á una cena. A
esta preceden costumbres altamente curiosas. Al intentarse que en
una casa se verifique un _tapatan nang pasion,_ acuden por la noche
frente á ella varios individuos vestidos de judíos,--según ellos
dicen--y simulan alguna de las escenas de la semana del dolor. Los
de afuera piden hospitalidad y descanso á los de adentro, cantando
la crudeza del tiempo, lo cansado de sus cuerpos y los sufrimientos
de su espíritu, hasta que compadecidos los dueños de la casa abren
las puertas y una vez que judíos, moros y cristianos fraternizan,
se canta la pasión y después se cena.

Este solo cuadro de costumbres, podría llenar un libro. _El tapatan
nang pasion_ por sí solo, da origen á una serie de reflexiones y
observaciones que ocuparían muchas cuartillas.

El sábado de gloria es animadísimo el ver por las calles de los pueblos
de la provincia de Tayabas, á chicos, grandes y mujeres. Todos van
provistos de bombones en que rebosa la sangre de cerdo, ó la espuma
del coquillo, y ninguno deja de llevar tremendos tasajos de todas las
carnes comibles, conocidas en la localidad. A paso largo se dirigen
á sus respectivas sementeras, y á buen seguro que prueben un solo
bocado de carne hasta que la altura de la luna, ó el canto del gallo
anuncie haber mediado la noche.

El nacimiento del domingo de gloria, tiene por _mantillas_ cientos
de pieles de otros tantos pobres animales inmolados ante el ara de
miles de famélicos dientes, que por espacio de cuarenta días han
estado soñando con carne.

Los tres días de Pascua los celebran con el nombre del _pascuhan._

Para cerrar este capítulo y hacer comprender el espíritu bullanguero
y alegre del tayabense, voy á recordar cómo conocí una de sus fiestas.

Una tarde, que solitario, mustio y pensativo paseaba por la calle
del Bambán, llamó mi atención un alegre grupo acompañado de la
música, que con gran algazara traía la misma dirección en que
yo marchaba. Acorté el paso, levanté los ojos de las espumosas
aguas que corren aprisionadas en el bambán, y la curiosidad hizo
me fijara en el grupo, llamando mi atención una bandeja llevada
en manos de una dalaga. Los seguí, y al ver entraban en una casa,
interrogué á uno de los acompañantes quien me dijo iban á tener un
_hatiran_. No comprendiendo la _cosa,_ me entré con ellos y vi que
la bandeja contenía un pañuelo rodeado de sampaguitas, campanillas y
calachuches. Pregunté, y me dijeron que aquel pañuelo lo había perdido
la dueña de la casa, y una vez encontrado y averiguado de quién era,
se lo iban á devolver, no sin antes pagar el hallazgo con la fiesta
conocida con el nombre ya dicho.

Después de leer estas páginas, y hacer presente á mis lectores que el
indio jamás se aburre en sus fiestas, y que asiste á ellas con todo
el júbilo infantil de un colegial en día de asueto, no puedo menos
de recordar la pregunta que ya queda hecha. ¿Es, ó no, feliz Ambrosio?



CHAPTER XXII

CAPÍTULO XXII.

_La provincia de Tayabas á principios del presente siglo._

Registrando crónicas y archivos tuve la suerte de encontrar un
precioso manuscrito de principios de siglo, [16] obra del docto
religioso Fr. Bartolomé Galán. Dicho manuscrito lo constituye una
extensa Memoria referente á la provincia de Tayabas, de cuya cabecera
fué Párroco muchos años, y cuya Memoria no encuentro datos de que
se haya publicado, y hasta casi puedo asegurar que el ejemplar que
tengo á la vista, es el único que existe. Por estas razones, por las
comparaciones que puede hacerse de su lectura, y por las curiosas
noticias que contiene, acerca de una provincia tan poco conocida,
me hace la dedique unas páginas de este libro. El manuscrito es de
grandes proporciones, así que he copilado y extractado lo que tiene
más interés.

Hélo aquí:

El ramo principal de la riqueza de Tayabas es el arroz; desde las
hambres que hubo á consecuencia de la langosta que asoló las islas,
los individuos de Tayabas, sin que nadie los dirigiese, mas que la
necesidad, hicieron los tubiganes ó sementeras de regadío, abriendo
cuantas tierras son susceptibles de este beneficio, con un trabajo
inmenso, que asombra á cuantos lo ven, á fin de coger dos cosechas
en diferentes estaciones. En el pueblo de Tayabas se cogerán unos
130.000 cavanes de arroz; teniendo dicho pueblo 3.000 vecinos, y
gastando unos con otros, ajustando á cinco personas por vecino, 30
cavanes al año, ó sean 15 fanegas, le resta para vender 40.000 que á
razón de á 6 reales cavan, importan 30.000 pesos. En algunos terrenos,
siembran trigo en pequeña cantidad, de el que se cosechará unos 600
picos que venden á 3 pesos, en los mercados de Santa Cruz. De maíz,
se han hecho algunos ensayos: se coge mucho cacao y se cogiera más,
si no fuera por lo que esta planta padece con los huracanes. La ganta,
ó sea medio celemín colmado de cacao, se vende á 3 pesos. Este ramo
de riqueza podría tener mucho incremento en Tayabas, si se apreciara y
diera á conocer en los mercados europeos, pues es seguro puede competir
con el de Caracas. El cacao que hoy produce, lo consumen en el pueblo,
tomándolo los indios en todos sus casamientos y demás fiestas. También
hay mucho café que se vende en los mercados de Batangas. Cañadulce
se siembra muchísima en este pueblo, y se venden, ocho ó diez por un
cuarto; del jugo no se hace azúcar, pero sí unas panochas llamadas
pacascás de que hacen gran consumo. El ajonjolí se siembra, pero con
el solo objeto de hacer un poco de aceite, que el indio emplea en
frotaciones en todas sus enfermedades.

Frutas del país, tales como plátanos, naranjitas, piñas, mangas,
limones, lanzones, ates y granadas, hay con abundancia, como también
algunas berzas y raíces farináceas.

Tayabas apenas conoce la industria, en lo que respecta á tejidos, si
bien hay uno ó dos telares. Por las mujeres se hacen muchos bayones,
petates y esteras de la hoja de una palma llamada burí: hacen bayones
llamados baluyot, que caben mas de 50 cavanes de arroz. De los petates
se sirven para enfardar y también para velas de sus embarcaciones.

Abundando en cocos este pueblo, es consiguiente haga aceite, mas
no lo extrae en la proporción de las palmas que posee, por no tener
fácil salida, pues el llevarlo á Santa Cruz de la Laguna tiene cada
tinaja un recargo de más de 6 reales. Este ramo dará al pueblo un
ingreso de 500 pesos. La profusión de cocos se debe á una ordenanza
que manda á los Alcaldes mayores hagan que los indios planten cocos
por escasear el bonote en Manila, para carenar las embarcaciones del
Rey. El valor de un pié de coco en lozanía, con inclusión del terreno,
es el de un real. El ramo de industria más útil á este pueblo es el
de la cría de vacas; se criarán al año unas 6.000 vendiéndose de 3
á 4 pesos cabeza. La cría de caballos es corta.

Lucban coge unos 100.000 cavanes de arroz, siendo su principal
producto, el cual renta al pueblo unos 13.000 pesos anuales. Se
fabrican sombreros de las fibras del burí y el pandan que vale de
1 á 3 reales. Se tejen también petates que llaman bancuanes y hacen
cajas ó tampipis de mayor á menor.

Tendrá los mismos cocos que Tayabas, y su aceite lo lleva á vender
á Santa Cruz.

El comercio que Lucban tiene en grande es el expendio de arroz que
venden en Majayjay, Lilio y Nagcarlang, tres pueblos que apenas
lo cosechan y que los de Lucban buscan en Sariaya y Tiaong. La
ingratitud del terreno la suplen ventajosamente los vecinos de
Lucban con su industria y trabajo, pues aunque el natural de esta
provincia es laborioso, ninguno llega á aquellos; ellos van hasta
Mambulao á cambiar sus productos por oro; van á Polillo por balate,
concha y cera; en fin, son los chinos de la provincia, agenciando
con el comercio lo que les niega la naturaleza.

Sariaya posee un extenso término de terreno pingüe y feraz, situado en
la ladera del monte Banajao. Su agricultura es la siembra de arroz,
no solo de secano, sino que mucho más de regadío, por consiguiente,
coge dos cosechas. A pesar de ser un pueblo de 1.200 vecinos, coge
tanto arroz como Tayabas, siendo de mejor calidad.

El Gobernador D. José Domínguez Samudio, sembró el añil, el cual
fructificó muy bien en el barrio llamado Malabambang; el producto fué
excelente, habiéndose vendido el quintal á 110 pesos. También se daría
el algodón, pero sería necesario seguridad en venderlo y máquina para
despepitarlo. La cría de vacas y caballos compite con la de Tayabas.

El pueblo de Tiaong está al final de la provincia por el Poniente,
lindando con la de Batangas, por los pueblos de San Pablo y el Rosario,
y á pesar de tener mejor término y más que Sariaya, no produce lo que
este. El principal renglón de su riqueza es el arroz, sin embargo de
que no hay tierras de regadío. Cogerá al año unos 20.000 cavanes,
que la mayor parte consumen los 600 vecinos de que se compone su
población. Siembra algún trigo, más no como el de Tayabas y Sariaya,
sino de grano más pequeño, semejante al que se colecta en Batangas
acaso por participar más del temperamento de esta misma provincia en
que son uniformes los tiempos de agua y sol y menos los fríos.

Cuando la extinguida compañía de Filipinas empezaba, mandó á Tiaong,
varios dependientes para que activasen la siembra del algodón, pero no
pudieron adelantar nada: la causa no fué otra que obligar á sembrar
á todos y no proveerlos de máquinas para limpiarlo. El añil se da
también en su territorio. Hay algún cacao, pero en corta cantidad,
y es lástima á la verdad, pues no solo es el mejor de la provincia,
sino acaso preferible al de Cebú.

Lindando el pueblo de Tiaong con la laguna de Bay, Batangas y Tayabas,
es la unión de todos los malhechores de las tres provincias, y aun
del partido de Cavite, cometiendo impunemente robos sin fin. Este
es el motivo por el que el vecindario ha tardado tanto en crecer,
á pesar de poseer un término grandísimo y excelente, pues hacia la
mar tiene un llano de 6 leguas, en el que cría unas 2.000 vacas.

Hay muchos venados en su término y algunos carabaos y caballos,
que continuamente son robados por los malhechores.

A pesar de lo antiguo que es Tiaong, no tiene más que iglesia y casa
parroquial provisional.

El pueblo de Pagbilao tiene en la actualidad 300 vecinos; se fundó con
200, y en un siglo solo ha aumentado en 100; es decir, que Tayabas
duplicará su vecindario en cuarenta años, mientras que Pagbilao no
lo hará en doscientos.

Los pueblos tienen ciertas cargas que llevadas por pocos, ni aun tienen
tiempo para cumplirlas. Pagbilao, por ejemplo, lo defienden cuatro
castillos que hay que guarnecer, y de los seis barangayes de que se
compone necesita dos para solo este servicio: agregúese que la fábrica
de la iglesia y casa parroquial, por lo menos necesita otro barangay,
este último servicio se hace sin detrimento de otros accidentales,
pero necesarios, como son el acopio de piedra, cal, maderas y cañas;
de suerte que lo referido les ocupa más de la mitad útil del año,
y esto sin contar con el ajuste de cóngrua que se le da al párroco.

La agricultura de Pagbilao está circunscrita á la siembra del arroz,
del que cogerá unos 7.000 cavanes. Produce café y cacao. Cría algunas
vacas, y sus naturales se dedican á la pesca, que venden en Tayabas
y Lucban. De la isla de Capuloan extraen brea blanca.

El pueblo de Macalelong, con su visita llamada  Pitogo, consta de
200 vecinos. Está situado en la mar del Sur, á unas 12 leguas de
Pagbilao, siguiendo para el Oriente, y puede asegurarse no tiene
más agricultura que la de raíces indígenas de las islas, tales como
camote, úbi y tugui, con las que pasan el año, y cuando faltan echan
mano del corazón de la palma llamada burí; en una palabra, Macalelong
es un dechado, el más propio, de la miseria y barbarie.

La visita de Pitogo está á una legua de su matriz, pero su vecindario
es más laborioso. Está situada en un cerro que arranca desde la orilla
de la mar. Tiene dos ríos caudalosos á ambos lados de la población,
resguardados por dos castillejos.

Si no fuera por la obligación de pagar el tributo, no tendrían ninguna
industria estos pueblos, mas aquella les hace ir al monte á coger cera,
que venden á 25 pesos quintal, en Gumaca y Atimonan.

El pueblo de Catanauan tiene magníficas condiciones para ser rico, y
sin embargo es de los más miserables. Se cría todo con gran lozanía,
sin más trabajo que el sembrarlo, y á pesar de esto y poseer muchos
carabaos aradores, solo cultiva unos pedacitos de tierra inmediatos á
la población, de suerte que teniendo 360 tributos, solo cosecha unos
3.000 cavanes de arroz, proveyéndose del resto para su manutención
en las provincias de Cápiz, Iloilo y Antique, que se lo dan á cambio
de brea, con la que también sufragan su tributo, pagándoles el Estado
el quintal, puesto en la cotta de la cabecera, á 10 reales.

El pueblo de Catanauan es muy vicioso, dominándole el juego, y el
natural que se envicia deja desde aquel momento cuantos medios conocía
para buscar dinero; varias causas, largas de referir, han influído
para este mal, y se juega con tanto descaro, que se convoca á toque
de tambor siempre que hay embarcaciones ó gentes de fuera. Cortado
este vicio, se dedicarían á la labranza, en atención á que solo les
falta el tiempo que invierten en el juego; carabaos y tierra les
sobra. Las vacas que se crían en la jurisdicción de Catanauan son de
las más grandes que hay en Filipinas.

Lo mismo que en Catanauan acaece en Mulanay, pueblo de 200 vecinos, que
viven con el producto de la brea, con la que pagan el tributo. Este
pueblo está á unas 2 leguas de Catanauan, siguiendo la costa al
Oriente, hacia Punta Arenas. Tiene una visita llamada Bondo, en la que
no solamente se utiliza la brea, sino que hacen tapa de los carabaos
cimarrones, vendiendo el pico á 4 pesos.

Torciendo la punta que forma la tierra que avanza más al Sur, y que
se extiende entre Pinagbotongan y Punta de Arenas, dirigiéndose al
Nordeste, á 2 leguas de la dicha punta, se halla el pueblo de Obuyon,
al cual rodean sus visitas de Tinapo, Piris y Niyasas, con las que
compone un total de vecindario de 180 tributos. Este pueblo y visitas
son, si cabe, más miserables que Catanauan y Mulanay: como están en
el seno de Ragay y jamás se hacen en él el corso, andan los moros
con la misma satisfacción que si estuviesen en Mindanao.

El pueblo de Guinayangan, situado en lo último del seno de Ragay, al
Poniente de Camarines, de donde dista unas 10 leguas, es el último
por allí de la provincia de Tayabas. Solo tiene 100 vecinos que se
mantienen la mayor parte del año de raíces. Cogen algún balate y cera
silvestre, pero todo en corta cantidad, que los dos Cabezas jamás
pueden cubrir á tiempo la capitación.

Los pueblecitos de Calauang y su agregado Apat, se encuentran en la
mar del Norte, lindando con Camarines por el pueblo de Capalongan,
del que dista unas 10 leguas. Ambos pueblos, tienen un vecindario de
unos 80 tributos, cuyas cargas las sufragan con el carey, balate y
cera, que venden en los pueblos inmediatos.

En las cercanías de Apat, es donde se estrecha más la isla de
Luzón, pues de la mar del Norte, á un río bastante caudaloso llamado
Cabibijan, que desemboca en la mar del Sur, no hay más distancia que
2 leguas de terreno llano. Siendo Alcalde mayor de Tayabas D. José
Domínguez Samudio, pasó por tierra á dicha mar del Norte, dos falúas
de diez y ocho remos, operación que no hubiera sido posible llevar á
cabo no siendo el terreno llano. Si se abriere este corto trayecto,
se establecería comunicación entre el mar Pacífico y el Estrecho de San
Bernardino, y los beneficios que esto irrogaría serían incalculables.

Gumaca es el primer pueblo viniendo de la mar del Norte; está situado
al comienzo del gran seno que forma la tierra firme de Luzón, con las
islas de Alabat y Sangirín, de las que está al Sur. Su agricultura
principal es el arroz, del que cogerá unos 30.000 cavanes, incluyendo
lo que se cosecha en su visita de Talolon. Su vecindario consta de
1.350 tributos. En Talolon se cosechaba excelente pimienta, ramo de
agricultura que se va extinguiendo. Se produce cacao, café, frutas
y verduras. Se tejen petates del burí, y algunos vecinos se dedican
á la pesca del balate y concha de carey, en la isla de Alabat, y
cogen alguna cera en sus montes. Este pueblo es el que extiende más
su navegación: embarca en sus _balasianes_, sal, petates, vinagre,
aceite y algunas ropas, y llegan hasta la cabecera de Naga, en que
hacen cambios por oro en polvo de las minas de Paracale y Mambulao.

Atimonan, está á unas 3 leguas de Gumaca, siguiendo la misma costa
hacia Poniente y tanto un pueblo como otro, extienden su territorio de
mar á mar, teniendo en lo más estrecho 4 leguas, y 8 en lo más ancho,
de terrenos altamente montuosos, por lo que necesita gran número de
baluartes para hacer frente á la rapiña de los moros. Tiene muy bien
labrado su término, en el que recogen sus 1.100 vecinos, unos 45.000
cavanes de arroz. En este pueblo hay unos 300 telares de sinamais y
guinaras. Estos tejidos y algún balate, cera y carey que adquieren
en las costas de la isla de Alabat, constituyen la riqueza de Atimonan.

Mauban se halla al fin del seno que forman las islas de Alabat y
Sangirín con la de Luzón y á distancia de 6 leguas de Atimonan; de
suerte, que dicho seno mide unas 11 leguas poco más ó menos. Este
seno tiene tres entradas y su mayor anchura unas 5 leguas. El pueblo
de Mauban cogerá 20.000 cavanes de arroz, y su vecindario lo forman
1.100 tributos. Habrá los mismos telares que en Atimonan, siendo
semejantes á los de este pueblo sus demás productos.

De Mauban se va á Lucban, en unas seis horas, por un camino altamente
accidentado y montuoso.



CHAPTER XXIII

CAPÍTULO XXIII.

La provincia de Tayabas en general.--Su descubrimiento.--Su
situación.--Creación del obispado de Nueva Cáceres.--Un obispo en
el año 1600 y otro en el 1875.--Fray Francisco Gainza.--D. Simón
Álvarez.--Padrones de 1754, 1831, 1836 y 1875.--Aumento de población
y de riqueza.--Montes y vegas.--Aceite de coco.--Caza mayor y
menor.--El _tabon_.--Hierbas y flores olorosas.--Frutos, hortalizas,
granos, resinas y caldos.--Minas.--El tayabense psicológicamente
considerado.--Costumbres antiguas de los tagalos.--La última
cuartilla.--Adiós á Tayabas.--Últimos contornos del Banajao.--La cuna
de un hijo.--Confianza en la caridad de Filipinas.

Para terminar este libro vamos á ver en unas cuantas páginas la
provincia de Tayabas en general, ya que hemos recorrido uno á uno
todos sus pueblos.

Dicha provincia fué descubierta por Juan de Salcedo al ir en busca
de los renombrados veneros de oro de Camarines.

Se halla, según el Padre Buceta, entre los 125° 56' longitud, donde
se alza el Malarauat, á los 126° 24' situación de la Punta Pusgo,
en el seno de Guinayangan, punto el más oriental de la provincia,
y entre los 13° 20' latitud, situación de Cabeza Bondo y 14° 22'
extremo Norte de la isla Calbalete.

La provincia de Tayabas pertenece en lo eclesiástico al obispado de
Nueva Cáceres. Este se creó el año 1595, por bula de Clemente VII,
con la asignación de 4.000 pesos. El primer nombramiento que se
hizo para ocupar dicha silla apostólica, recayó en Fray Francisco
Ortega, de la orden de San Agustín, quien fué electo el año 1600,
no llegando á posesionarse. En la actualidad gobierna la diócesis el
Excmo. Sr. Fray Francisco Gainza, de la orden de Santo Domingo. Lo
que este activo y virtuoso Prelado ha hecho y viene haciendo en su
obispado, escrito está en las múltiples y variadas obras en que ha
empleado sus conocimientos, su constancia, su hacienda y su salud.

El primer Gobernador con nombramiento Real que tuvo la provincia fué
D. Simón Álvarez mandándola desde el año 1651 al 1655.

Los padrones completos más antiguos que hemos podido encontrar, datan
del año 1754, y según aquellos, formados por el Gobernador Rodríguez
Morales, la provincia de Tayabas constaba de los siguientes pueblos
con el número expresivo de almas.


	Tayabas .............................. 3.579
	Lucban ............................... 5.109
	Mauban ............................... 2.236
	Atimonan ............................. 1.455
	Gumaca ............................... 1.874
	Guinayangan .......................... 1.073
	Obuyon ...............................   729
	Catanauan ............................   690
	Mayobog ..............................   654
	Pagbilao .............................   435
	Sariaya .............................. 1.239
	Tiaong ............................... 1.436
	Polillo ..............................   310
	Baler ................................   168
	Cariguran ............................   125
	Binangonan ...........................   364


Cuyas cifras forman un total de 21.476 almas.

Según los padrones hechos por D. Salvador Baquero el año 1831 tenía
la provincia 59.433 almas, las que subieron al número de 70.555 en
el año 1836, según puede verse en los padrones, elevados al Gobierno
general en dicha fecha por D. Isidro Vital.

La estadística de la provincia dió el siguiente resultado el año 1875.


	Pueblos................................      18
	Barrios................................     598
	Cabecerías.............................     579
	Almas.................................. 102.165
	Tributos...............................  54.284
	Defunciones............................   3.353
	Casamientos............................   1.171
	Bautizos...............................   4.022
	Chinos empadronados....................     220
	Europeos radicados.....................      14
	Licencias para cortes de maderas
	  concedidas durante el año ...........      61
	Idem para uso de armas.................      16
	Cuadrilleros...........................     684
	Mozos sorteados........................   5.013
	Soldados que se sacaron................      85
	Vacunados..............................   4.211
	Gasto total de personal y material de
	 escuelas........................Pesos.   4.145


	Presupuesto total de gastos ...........  24.023
	Gastado ...............................  13.243
	Ingreso en capítulo de Gobierno .......  26.257
	Importe de las penúltimas contratas ...  24.741
	Idem id. de las últimas ...............  34.324
	Sacado del presupuesto de gastos para
	  el mantenimiento de la cárcel .......   2.072
	Causas criminales que se numeraron en
	  el Juzgado ..........................     136


El aumento de población de esta provincia ha sido verdaderamente
asombroso; en poco más de un siglo vemos quintuplicar el número de sus
almas. El vecindario que tenía la provincia el año 1754 lo cuenta hoy
con exceso la cabecera. Si el aumento de población ha sido grandísimo,
el fomento de productos y riqueza no lo ha sido menos, constituyendo
aquella demarcación una verdadera y legítima esperanza, no solo por
lo que produce, sino por lo que está llamada á producir.

Sus montes son una mina inagotable, principiada á explotar con la
activa é inteligente inspección de los ingenieros que velan por el
mejor aprovechamiento de la riqueza forestal de estas islas.

En los bosques de Tayabas hay tanta y tal variedad de maderas,
que podrían dar abasto por mucho tiempo á todas las necesidades
del comercio.

La colección que la Inspección de montes mandó á la Exposición de
Filadelfia ascendía á 281 especies.

La superficie total de hectáreas de la provincia de Tayabas, según
los estudios hechos por el Cuerpo de Montes, que tenemos á la vista,
asciende á 562.492, siendo forestales 380.000.

En el año económico de 1872 á 73, se concedieron 34 licencias para el
corte de maderas en los montes de Tayabas, cortes que produjeron al
Estado 83.865 pesetas. Lo producido en los años económicos de 1873
á 74, y de 1874 á 75 no lo conocemos, si bien ha de haber aumentado
considerablemente, si se tiene en cuenta que solo en el año 1875 se
concedieron 61 licencias, es decir, 27 más que el año 1872.

Si riqueza hay en los montes, no la hay menos en sus dilatados
manchones de vegas y cañadas. Solo en los verdes campos que comprende
el perímetro que forma Mulanay con San Narciso y Cabeza Bondoc,
pueden alimentar muchos miles de reses.

La gran profusión de aguas hace que las cosechas de arroz, cultivadas
por el sistema de escalonados tubiganes, sean más productivas.

Las plantaciones de coco aumentan de día en día, siendo esta palma una
de las más legítimas riquezas de la provincia. El aceite de Tayabas
se confunde con el de la Laguna y se da al comercio con este nombre.

Tanto en las quebradas de sus montes como en las florestas de sus
valles, se cría en abundancia caza mayor y menor, figurando en la
primera el carabao cimarrón, el venado y el jabalí; en la segunda,
hay una gran variedad de pájaros, siendo de notar la gran colección
de palomas. El _tabon_, ave muy digna de estudio por la manera que
tiene de incubar sus huevos, enterrándolos, se halla en bastante
número en Tayabas.

En flores y hierbas olorosas nada tiene que envidiar á otras
provincias, viéndose por doquier  el tornasol, la rosa de Alejandría,
el camantigue, la sampaca, el campupot, la gumamela, el ilang-ilang,
el calachuche, los lirios, las azucenas, las saguilalas, el romero,
la salvia, el pandacaque, la albahaca, el hagonoy, la hierba-luisa, el
lagundi, la pasionaria y la siempre-viva; hierbas y flores que crecen
sin que mano amiga las cuide, riegue y desbroce. Si la inclemencia
del campo ó el agrietado muro se convirtiera en la resguardada maceta
ó el vigilado arriete, ¡qué combinaciones tan bellas y tan variadas
produciría la floricultura de este país!

En frutas también hay gran diversidad, y si no las tiene en hortalizas,
es porque no se siembran, y decimos esto al ver los magníficos
resultados que han dado algunos ensayos.

Café, cacao, lumban, bongas y trigo se cosechan en bastante
cantidad. Resinas y caldos se extraen de valiosa calidad, siendo
inmejorables las ceras, las breas y los aguardientes de coco y de nipa.

Al hablar de Lucban ya dimos á conocer el arte y la industria de
aquel pueblo.

En minas son de citar: la de carbón, sita en el término de Gumaca,
á la confluencia del río Carlati; la de cobre, en el sitio de
Lambo-lambo, jurisdicción de Calilayan; la de oro y cobre, registrada
en Colon-colon, termino de Atimonan; la de carbón, en los montes de
Ayquirín; la de oro en Sangirín; la de carbón de isla Pulon y la de
este último mineral del barrio de Bocboc, orilla del río de Pitogo,
divisoria y término de Gumaca.

A grandes rasgos ya hemos visto lo que es materialmente hablando la
provincia; digamos algo en general de la moral de sus habitantes.

El tayabense tiene orgullo en decir ha nacido en aquella provincia,
y lo tiene más por la circunscripción que rodea la pila bautismal
que le dió nombre.

Las imágenes que guardan en el hogar, en áureas urnas ó trasparentes
fanales, las defenderían en un momento de peligro, con la misma
bravura que los romanos defendían sus dioses penates.

Para el tayabense no hay más cielo, más suelo, ni más techo que el
suyo. Intentar la más pequeña intrusión en su provincialismo y lo
veréis agruparse y fundirse en su idea marchando á su objeto, cueste
lo que cueste, y caiga el que cayere. Ni el tiempo, ni el arraigo,
ni los lazos del parentesco, ni los del amor dan carta de naturaleza
en Tayabas. Para ser tayabense es preciso haber nacido allí, y todos
los que no estén en ese caso son conceptuados como extranjeros. Esto
que hemos tenido ocasión de observarlo muchas veces, cuando más se
acentúa es al aproximarse las elecciones municipales. Desgraciado
del que intente ocupar un puesto en la principalía, si no tiene
registrada su partida de bautismo en la iglesia del pueblo, y la fosa
de sus mayores en su cementerio. Ya podrá ser honrado, rico y hasta
casado con tayabense que no le bastará para librarse de la cruzada
que ha de levantarse contra él ... En esta cuestión el tayabense no
prescinde por nada, ni por nadie, y sacrifica si es preciso la honra,
la familia y la gratitud.

Esto que pasa en el municipio aumenta en el seno del hogar. Una dalaga
que tenga la desgracia--pues de tal debe calificarse,--de aceptar
amores con uno que no sea su paisano, tiene que sufrir todo género
de tormentos para llegar á realizar su enlace. La raza tayabense es
en el Oriente, la guardadora de las tradiciones jitanas. El jitano
no se casa sino con jitana, lo mismo que el tayabense no lo hace,
salvas pocas excepciones, si no con tayabense.

Las sangrientas conmociones que registra la historia de Tayabas,
no obedecen á otro móvil  que al religioso culto que rinden á lo suyo.

Todo lo que tiene el tayabense de díscolo,  tiene de humilde y
obediente, acudiendo á	cualquier llamamiento que se haga á sus
sentimientos,  sabiéndolo llevar. La provincia de Tayabas es la más
fácil y difícil de gobernar. En los tres años que allí permanecimos
se acudió á ella dos veces; en la una la caridad la pidió una limosna;
en la otra, la patria la demandó un auxilio, y en ambas--no quisiéramos
equivocarnos,--pero nos parece que computando su población con la de
las otras provincias, fué á la cabeza de todas.

Para terminar y como apuntes curiosos, extractaremos de diversos
manuscritos que tenemos á la vista, algunos de los usos y costumbres
que en lo antiguo tenían los indios de Tayabas.

El indio de aquella provincia, pertenece á la raza pura tagala--palabra
que quiere decir hombre de río.

Los casamientos--dicen los manuscritos que consultamos,--se hacen según
el ritual romano, pero en los preparativos hay muchas particularidades
dignas de notarse. Para casarse no se piensa comunmente en procurarse
lo necesario para mantener la casa y los hijos, en contando lo
suficiente para la boda, que es muy poco, si no se tiene convite,
se casan los tagalos sin más pensar en lo que han de comer al día
siguiente del matrimonio. Los padres mismos de los novios no suelen
pensar en esto, porque dicen que _Dios cuidado_; pero nunca dispensan
los padres de las novias el que se les sirva tres, cuatro ó más años
por su hija, y el que se ha de casar con ella tiene obligación de
asistirlos todo ese tiempo con su servicio corporal y remediarlos
en sus necesidades, regalarlos en ciertos días, y llevar de comer
á la gente que les trabaja la sementera. Esta intimidad tiene sus
inconvenientes y no faltan hombres que después de estar en cinta su
novia la dejan burlada. Los padres saben estos casos, pero todo lo
vence la codicia. Es verdad que una mujer á quien ha sucedido esto no
pierde tanto como en España, ni le suele faltar pretendiente. Entre
la gente rica se acostumbra á dotar á la mujer por quien ha de ser su
marido. Las dotes son de dos maneras:  la una se llama _bigay-suso_,
que es lo que se da á la madre por haber dado los pechos  á la hija;
la otra se llama _bigay-caya_, que se destina para que los novios se
mantengan  después de casados, aunque á veces se gasta casi todo en la
boda. Más se recibe esta dote por vanidad que por juzgarla necesaria
para después del casamiento, y así la novia á quien se señala mayor
dote, se la tiene por de mayor suposición porque se compró más cara. La
edad en que se casan los tagalos es para las mujeres de 12 á 15 años,
y para los hombres de 14 á 17.

Los entierros se hacen en la iglesia ó en el cementerio según el
ritual romano, con la pompa correspondiente. Antes del entierro
se juntan todos los parientes del difunto, y no cesan de llorar y
relatar su vida hasta que lo llevan á enterrar. Al cuarto día del
entierro se juntan otra vez en la misma casa cantan el rosario, y
suelen pasar allí toda la noche. En su infidelidad dejaban ese día
un asiento desocupado en la mesa, y creían que lo ocupaba el difunto;
y para persuadirse de ello, esparcían ceniza por la casa, en la que,
al día siguiente hallaban impresas sus pisadas.

Son muchos los _abusos_, ó como ellos dicen, los _ugales_, que
tienen los tagalos; los primeros están basados en la creencia de los
_nonos_; con dichos genios ó _nonos_, ejecutan los indios muchas y
muy frecuentes idolatrías; cuando quieren coger alguna flor ó fruta
del árbol, le piden licencia al _nono_ para poderla tomar; cuando
pasan por algunas sementeras, ríos, esteros, bosques y cañaverales,
piden licencia y buen pasaje á los genios que en ellos habitan. Cuando
son obligados á cortar algún árbol viejo ó á no guardar las prácticas
y ceremonias que ellos imaginan ser del agrado de los _nonos_, se
excusan con ellos diciendo tres veces en alta voz _que el padre se lo
mandó, y que no es voluntad suya, faltar á sus respetos_. Cuando caen
enfermos, les piden salud y les ofrecen comidas, las que consumen en
las sementeras y á la sombra del árbol llamado _calumpang_. Creen
que las almas de los muertos vuelven á su casa al tercer día de su
entierro, para visitar á la gente de ellas ó asistir á la ceremonia
del _tibao_, que se reduce á tender un petate en el que esparcen
ceniza, rodeando aquel de candelas amarillas. A la puerta de la casa
ponen una fuente de agua perfumada, para que cuando vaya el alma á
acostarse pueda lavarse.

El _ticbálang_, es uno de los fantasmas á quien acuden para pedirle
cosas prodigiosas. Al _patianac_ atribuyen el mal suceso de los partos,
y dicen que para dañarlos y echarlos á perder, se colocan cerca de la
casa y allí cantan á manera de los que van bogando. Para impedir el
daño del _patianac_, se sitúan armados en los caballetes y alrededores
de la casa, y dan tajos á derecha é izquierda y fuertes voces para
ahuyentar al mal genio. También atribuyen al patianac la muerte de
los niños: dicen que el pájaro llamado _tictic_, es el que enseña al
patianac la casa donde hay un recien nacido: con este aviso el fantasma
se coloca en un tejado inmediato, y desde allí alarga la lengua en
forma de hilo hasta el vientre del niño, sacándole las tripas.

Cuando se eclipsa la luna arman los tagalos  gran ruido, con el que
dicen la defienden de la lucha que tiene con el dragón. Creen en
amuletos para que no les toquen las balas, y para librarse de otros
peligros. Aquellos consisten en libritos que contienen períodos en
latín y en español completamente ininteligibles; piedras que hallan
en los cuerpos de los animales; granos de fruta petrificada; huesos
de esqueletos de niños y dientes de rata, de culebra y de caimán. La
creencia en los amuletos data de mucho antes de la conquista,
conociéndolos con el nombre de _aguimat_.

Los indios tagalos forman melancólicos discursos, si la lechuza canta;
tienen como buenos augurios el encontrar una culebra en la casa ó en
el barco. Algunos creen en las hierbas amatorias.

Estas y otras muchas falsas creencias, de las que aún quedan algunas
reminiscencias, poco á poco las va desterrando la vívida luz del
Evangelio y la civilización.

       *       *       *       *       *

Aquí hacemos punto en este libro, en el que nos hemos propuesto dar
á conocer una provincia tan rica como ignorada.

Tres años estuvimos en Tayabas, y ni su temperamento nos produjo
un dolor de cabeza, ni sus habitantes un disgusto. Al abandonar la
provincia, y al entrar en la de la Laguna, no pudimos menos de volver
la vista al brumoso horizonte que dejábamos, y al divisar los confusos
contornos del Banajao alumbrados por la cansada luz de la caída de la
tarde, sentimos una verdadera y tierna emoción al abandonar, quizás
para siempre, aquel coloso á cuya sombra ha nacido este pobre hijo
mío. Conocida es la caridad en Filipinas, así que el padre confía
en aquella, teniendo la seguridad de que lo tratarán con cariño y le
darán un modesto rincón en el hogar.

FIN.



NOTAS

[1] Este puente se llama hoy de Ayala.

[2] Téngase en cuenta que este libro se escribió el año 1878,
imprimiéndose su primera edición ese mismo año en Manila.--(_N. del
A_.)

[3] Este edificio lo destruyó un tifón levantando sobre sus escombros
un verdadero palacio, como quizá no haya otro en Filipinas, el
inteligente Alcalde mayor D. Francisco Iriarte.--(_N. del A_.)

[4] De ahora para adelante, hacemos presente que todos los datos
estadísticos consignados en esta obra se refieren al año 1875.

[5] Lo que decíamos en 1878 y su exactitud, se puede comprobar en los
magníficos ejemplares que el arte y la industria de Lucban presenta
en la Exposición de Filipinas que se celebra al reimprimirse esta
obra.--(_N. del A_.)

[6] Con este pseudónimo escribió Entrala curiosísimos artículos
tratando costumbres filipinas. Fué gran entusiasta de la mujer india
á quien ha consagrado muchas páginas en sus obras. Este notable
escritor murió hace cinco años. Entrala y el veterano Vázquez de
Aldana son, á mi juicio, los escritores de costumbres más notables
de la literatura filipina moderna. Al último, que vive en el modesto
pueblo de la Hermita, con no pocos achaques en el cuerpo y no escasos
desengaños en el alma, le envio un tiernísimo recuerdo.--_(N. del A_.)

[7] En ninguna parte del mundo sufren los nombres  más variantes y
se hace más uso del apócope que en Filipinas, así que no se extrañará
digamos que en algunos puntos se llaman Hasays á las Tomasas--_(N. del
A_.)

[8] En España se llama, D. Diego de Noche.

[9] Los indios lo conocen con el nombre de _Salanga_.

[10] El veterano general D. Juan Alaminos de seguro ratificará á
quien le pregunte la certeza de esta y otras citas,--_(Nota del A_.)

[11] Este desapareció con la mayor parte de los edificios,
en un horroroso incendio acaecido poco después de escrito este
libro.--(_N. del A_.)

[12] Aunque el _balitao_ visaya no tiene, á mi juicio, todo el
sabor indio del cundimán y cumintán tagalo, sin embargo, da idea del
originalísimo ritmo de la música oriental. Entre los individuos que
forman en la Exposición la colonia filipina, hay uno que toca bastante
bien el _balitao_ en la guitarra del país con cuerda de metal. Las
indias visayas que figuran en aquella agrupación, lo cantan y bailan
bastante bien.--(_N. del A._)

[13] En este capítulo hay algo imaginativo que lealmente confesamos: el
cocal no existe, pero sí la ermita, la imagen, el bastón, las ruinas,
el cañón y la leyenda. Algún día relataremos esta última.--_(N,
del A_.)

[14] Hoy ya lo es.--(_N del A._)

[15] De la época en que esto se escribía á la fecha, las islas
Filipinas han sufrido grandísimas transformaciones, y ante ellas
no pecamos de inconsecuentes al abogar ahora por lo que entonces
condenábamos, creyendo como creemos un bien la descentralización de
poderes.--(_N. del A_.)

[16] Este manuscrito, figura en la instalación que tiene el autor en
la Exposición de Filipinas.--(_Nota del A_.)





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