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Title: El Criterio Author: Balmes, Jaime Luciano, 1810-1848 Language: Spanish As this book started as an ASCII text book there are no pictures available. *** Start of this LibraryBlog Digital Book "El Criterio" *** by the Bibliothèque nationale de France (BnF/Gallica) at http://gallica.bnf.fr) EL CRITERIO. POR DON JAIME BALMES, PRESBÍTERO. Criterio es un medio para conocer la verdad. La verdad en las cosas es la realidad. BALMES. NUEVA EDICION. PARIS. Librería de A. Bouret y Morel, calle del Eperon, nº. 6. 1849. [Nota de transcripción: en este texto electrónico, se ha mantenido la ortografía y acentuación del texto impreso original, excepto en algunos pocos casos en que claramente había errores tipográficos que fueron corregidos.] EL CRITERIO. CAPÍTULO PRIMERO. CONSIDERACIONES PRELIMINARES. § I. En que consiste el pensar bien. Qué es la verdad. El pensar bien consiste, ó en conocer la verdad, ó en dirigir el entendimiento por el camino que conduce á ella. La verdad es la realidad de las cosas. Cuando las conocemos como son en sí, alcanzamos la verdad; de otra suerte, caemos en error. Conociendo que hay Dios conocemos una verdad, porque realmente Dios existe; conociendo que la variedad de las estaciones depende del sol, conocemos una verdad, porque en efecto es así; conociendo que el respeto á los padres, la obediencia á las leyes, la buena fe en los contratos, la fidelidad con los amigos, son virtudes, conocemos la verdad; así como caeríamos en error, pensando que la perfidia, la ingratitud, la injusticia, la destemplanza, son causas buenas y laudables. Si deseamos pensar bien, hemos de procurar conocer la verdad, es decir la realidad de las cosas. ¿De qué sirve discurrir con sutileza, ó con profundidad aparente, si el pensamiento no está conforme con la realidad? Un sencillo labrador, un modesto artesano, que conocen bien los objetos de su profesion, piensan y hablan mejor sobre ellos que un presuntuoso filósofo que en encumbrados conceptos y altisonantes palabras quiere darles lecciones sobre lo que no entiende. § II. Diferentes modos de conocer la verdad. A veces conocemos la verdad, pero de un modo grosero; la realidad no se presenta á nuestros ojos tal como es, sino con alguna falta, añadidura ó mudanza. Si desfila á cierta distancia una coluna de hombres, de tal manera que veamos brillar los fusiles pero sin distinguir los trajes, sabemos que hay gente armada, pero ignoramos si es de paisanos, de tropa ó de algun otro cuerpo; el conocimiento es imperfecto, porque nos _falta_ distinguir el uniforme para saber la pertenencia. Mas si por la distancia ú otro motivo nos equivocamos, y les atribuimos una prenda de vestuario que no llevan, el conocimiento será imperfecto, porque añadiremos lo que en realidad no hay. Por fin, si tomamos una cosa por otra, como por ejemplo, si creemos que son blancas unas vueltas que en realidad son amarillas, _mudamos_ lo que hay, pues hacemos de ella una cosa diferente. Cuando conocemos perfectamente la verdad, nuestro entendimiento se parece á un espejo en el cual vemos retratados con toda fidelidad los objetos como son en sí; cuando caemos en error, se asemeja á uno de aquellos vidrios de ilusion que nos presentan lo que realmente no existe; pero cuando conocemos la verdad á medias, podria compararse á un espejo mal azogado, ó colocado en tal disposicion que si bien nos muestra objetos reales, sin embargo nos los ofrece demudados alterando los tamaños y figuras. § III. Variedad de ingenios. El buen pensador procura ver en los objetos todo lo que hay, pero no mas de lo que hay. Ciertos hombres tienen el talento de ver mucho en todo; pero les cabe la desgracia de ver todo lo que no hay, y nada de lo que hay. Una noticia, una ocurrencia cualquiera, les suministran abundante materia para discurrir con profusion, formando, como suele decirse, castillos en el aire. Estos suelen ser grandes proyectistas y charlatanes. Otros adolecen del defecto contrario; ven bien, pero poco; el objeto no se les ofrece sino por un lado; si este desaparece, ya no ven nada. Estos se inclinan á ser sentenciosos y aferrados en sus temas. Se parecen á los que no han salido nunca de su país; fuera del horizonte á que estan acostumbrados, se imaginan que no hay mas mundo. Un entendimiento claro, capaz y exacto, abarca el objeto entero; le mira por todos sus lados, en todas sus relaciones con lo que le rodea. La conversacion y los escritos de estos hombres privilegiados se distinguen por su claridad, precision y exactitud. En cada palabra encontrais una idea, y esta idea veis que corresponde á la realidad de las cosas. Os ilustran, os convencen, os dejan plenamente satisfecho; decís con entero asentimiento: «si, es verdad, tiene razon.» Para seguirlos en sus discursos no necesitais esforzaros; parece que andais por un camino llano, y que el que habla solo se ocupa de haceros notar con oportunidad los objetos que encontrais á vuestro paso. Si explican una materia difícil y abstrusa, tambien os ahorran mucho tiempo y fatiga. El sendero es tenebroso porque está en las entrañas de la tierra, pero os precede un guia muy práctico; llevando en la mano una antorcha que resplandece con vivísima luz. § IV. La perfeccion de las profesiones depende de la perfeccion con que se conocen los objetos de ellas. El perfecto conocimiento de las cosas en el órden científico, forma los verdaderos sabios; en el órden práctico, para el arreglo de la conducta en los asuntos de la vida, forma los prudentes; en el manejo de los negocios del estado, forma los grandes políticos; y en todas las profesiones, es cada cual mas ó ménos aventajado, á proporcion del mayor ó menor conocimiento de los objetos que trata ó maneja. Pero este conocimiento ha de ser práctico, ha de abrazar tambien los pormenores de la ejecucion, que son pequeñas verdades, por decirlo así, de las cuales no se puede prescindir, si se quiere lograr el objeto. Estas pequeñas verdades son muchas en todas las profesiones; bastando para convencerse de ello, el oir á los que se ocupan aun en los oficios mas sencillos. ¿Cuál será pues el mejor agricultor? El que mejor conozca las calidades de los terrenos, climas, simientes y plantas; el que sepa cuáles son los mejores métodos é instrumentos de labranza, y que mejor acierte en la oportunidad de emplearlos; en una palabra, el que conozca los medios mas á propósito para hacer que la tierra produzca con poco coste, mucho, pronto y bueno. El mejor agricultor será pues el que conozca mas verdades relativas á la práctica de su profesion. ¿Cuál es el mejor carpintero? El que mejor conoce la naturaleza y calidades de las maderas, el modo particular de trabajarlas, y el arte de disponerlas del modo mas adaptado al uso á que se destinan. Es decir, que el mejor carpintero será aquel que sabe mas verdades sobre su arte. ¿Cuál será el mejor comerciante? El que mejor conozca los géneros de su tráfico, los puntos de donde es mas ventajoso traerlos, los medios mas á propósito para conducirlos sin deterioro, con presteza y baratura, los mercados mas convenientes para expenderlos con celeridad y ganancia: es decir aquel que posea mas verdades sobre los objetos de comercio, el que conozca mas á fondo la realidad de las cosas en que se ocupa. § V. A todos interesa el pensar bien. Échase pues de ver que el arte de pensar bien no interesa solamente á los filósofos, sino tambien á las gentes mas sencillas. El entendimiento es un don precioso que nos ha otorgado el Criador, es la luz que se nos ha dado para guiarnos en nuestras acciones; y claro es que uno de los primeros cuidados que debe ocupar al hombre es tener bien arreglada esta luz. Si ella falta nos quedamos á oscuras, andamos á tientas; y por este motivo es necesario no dejarla que se apague. No debemos tener el entendimiento en inaccion, con peligro de que se ponga obtuso y estúpido; y por otra parte, cuando nos proponemos ejercitarle y avivarle, conviene que su luz sea buena para que no nos deslumbre, bien dirigida para que no nos extravie. § VI. Cómo se debe enseñar á pensar bien. El arte de pensar bien no se aprende tanto con reglas como con modelos. A los que se empeñan en enseñarle á fuerza de preceptos y de observaciones analíticas, se los podria comparar con quien emplease un método semejante para enseñar á los niños á hablar ó andar. No por esto condeno todas las reglas; pero sí sostengo que deben darse con mas parsimonia, con ménos pretensiones filosóficas, y sobre todo de una manera sencilla, práctica: al lado de la regla el ejemplo. Un niño pronuncia mal ciertas palabras; para corregirle ¿qué hacen sus padres ó maestros? Las pronuncian ellos bien, y hacen que en seguida las pronuncie el niño: «escucha bien como yo lo digo; á ver ahora tú; mira no pongas los labios de esta manera, no hagas tanto esfuerzo con la lengua» y otras cosas por este tenor. He aquí el precepto al lado del ejemplo, la regla y el modo de practicarla[1]. CAPÍTULO II. LA ATENCION. Hay medios que nos conducen al conocimiento de la verdad, y obstáculos que nos impiden llegar á él; enseñar á emplear los primeros, y á remover los segundos, es el objeto del arte de pensar bien. § I. Definicion de la atencion. Su necesidad. La atencion es la aplicacion de la mente á un objeto. El primer medio para pensar bien es atender bien. La segur no corta si no es aplicada al árbol, la hoz no siega si no es aplicada al tallo. Algunas veces se le ofrecen los objetos al espíritu sin que atienda; como sucede ver sin mirar, y oir sin escuchar; pero el conocimiento que de esta suerte se adquiere, es siempre lijero, superficial, á menudo inexacto, ó totalmente errado. Sin la atencion estamos distraidos, nuestro espíritu se halla, por decirlo así, en otra parte; y por lo mismo no ve aquello que se le muestra. Es de la mayor importancia adquirir un hábito de atender á lo que se estudia ó se hace; porque, si bien se observa, lo que nos falta á menudo no es la capacidad para entender lo que vemos, leemos ú oimos, sino la aplicacion del ánimo á aquello de que se trata. Se nos refiere un suceso, pero escuchamos la narracion con atencion floja, intercalando mil observaciones y preguntas, manoseando ó mirando objetos que nos distraen; de lo que resulta que se nos escapan circunstancias interesantes, que se nos pasan por alto cosas esenciales, y que al tratar de contarle á otros, ó de meditarle nosotros mismos para formar juicio, se nos presenta el hecho desfigurado, incompleto, y así caemos en errores que no proceden de falta de capacidad, sino de no haber prestado al narrador la atencion debida. § II. Ventajas de la atencion é inconvenientes de su falta. Un espíritu atento multiplica sus fuerzas de una manera increible; aprovecha el tiempo atesorando siempre caudal de ideas; las percibe con mas claridad y exactitud; y finalmente las recuerda con mas facilidad, á causa de que con la continua atencion estas se van colocando naturalmente en la cabeza de una manera ordenada. Los que no atienden sino flojamente, pasean su entendimiento por distintos lugares á un mismo tiempo; aquí reciben una impresion, allí otra muy diferente, acumulan cien cosas inconexas que léjos de ayudarse mutuamente para la aclaracion y retencion, se confunden, se embrollan y se borran unas á otras. No hay lectura, no hay conversacion, no hay espectáculo, por insignificantes que parezcan, que no nos puedan instruir en algo. Con la atencion notamos las preciosidades y las recogemos; con la distraccion dejamos quizá caer al suelo el oro y las perlas como cosa baladí. § III. Cómo debe ser la atencion. Atolondrados y ensimismados. Creerán algunos que semejante atencion fatiga mucho; pero se equivocan. Cuando hablo de atencion no me refiero á aquella fijeza de espíritu con que este se clava, por decirlo así, sobre los objetos; sino de una aplicacion suave y reposada, que permite hacerse cargo de cada cosa, dejándonos empero con la agilidad necesaria para pasar sin esfuerzo de unas ocupaciones á otras. Esta atencion no es incompatible ni con la misma diversion y recreo, pues es claro que el esparcimiento del ánimo no consiste en no pensar, sino en no ocuparse de cosas trabajosas, y en entregarse á otras mas llanas y lijeras. El sabio que interrumpe sus estudios profundos saliendo á solazarse un rato con la amenidad de la campiña, no se fatiga, ántes se distrae, cuando atiende al estado de las mieses, á las faenas de los labradores, al murmullo de los arroyos, ó al canto de las aves. Tan léjos estoy de considerar la atencion como abstraccion severa y continuada, que muy al contrario cuento en el número de los distraidos, no solo á los atolondrados sino tambien á los ensimismados. Aquellos se derraman por la parte de afuera, estos divagan por las tenebrosas regiones de adentro; unos y otros carecen de la conveniente atencion, que es la que se emplea en aquello de que se trata. El hombre atento posee la ventaja de ser mas urbano y cortes; porque el amor propio de los demas se siente lastimado, si notan que no atendemos á lo que ellos dicen. Es bien notable que la urbanidad ó su falta, se apelliden tambien atencion ó desatencion. § IV. Las interrupciones. Ademas son pocos los casos, aun en los estudios serios, que requieren atencion tan profunda que no pueda interrumpirse sin grave daño. Ciertas personas se quejan amargamente si una visita á deshora, ó un ruido inesperado, les cortan, como suele decirse, el hilo del discurso: esas cabezas se parecen á los daguerreótipos, en los cuales el menor movimiento del objeto, ó la interposicion de otro extraño, bastan para echar á perder el retrato ó paisaje. En algunas será tal vez un defecto natural, en otras una afectacion vanidosa por hacerse del pensador, y en no pocas falta de hábito de concentrarse. Como quiera, es preciso acostumbrarse á tener la atencion fuerte y flexible á un mismo tiempo, y procurar que la formacion de nuestros conceptos no se asemeje á la de los cuadros daguerreotipados, sino de los comunes; si el pintor es interrumpido, suspende sus tareas; y al volver á proseguirlas no encuentra malbaratada su obra; si un cuerpo le hace importuna sombra, en removiéndole, lo deja todo remediado[2]. CAPÍTULO III. ELECCION DE CARRERA. § I. Vago significado de la palabra Talento. Cada cual ha de dedicarse á la profesion para la que se siente con mas aptitud. Juzgo de mucha importancia esta regla; y abrigo la profunda conviccion de que á su olvido se debe el que no hayan adelantado mucho mas las ciencias y las artes. La palabra _talento_ expresa para algunos, una capacidad absoluta; creyendo equivocadamente que quien está dotado de felices disposiciones para una cosa lo estará igualmente para todas. Nada mas falso; un hombre puede ser sobresaliente, extraordinario, de una capacidad monstruosa para un ramo, y ser muy mediano y hasta negado con respecto á otros. Napoleon y Descártes son dos genios; y sin embargo en nada se parecen. El genio de la guerra no hubiera comprendido al genio de la filosofía; y si hubiesen conversado un rato, es probable que ambos habrian quedado poco satisfechos, Napoleon no le habria exceptuado entre los que con aire desdeñoso apellidaba _ideólogos_. Podria escribirse una obra de los talentos comparados, manifestando las profundas diferencias que median aun entre los mas extraordinarios. Pero la experiencia de cada dia nos manifesta esta verdad de una manera palpable. Hombres oimos que discurren y obran sobre una materia con acierto admirable; al paso que en otra se muestran muy vulgares, y hasta torpes y desatentados. Pocos serán los que alcancen una capacidad igual para todo; y tal vez pudiérase afirmar que nadie; pues la observacion enseña que hay disposiciones que se embarazan, y se dañan recíprocamente. Quien tiene el talento generalizador no es fácil que posea el de la exactitud minuciosa; el poeta que vive de inspiraciones bellas y sublimes, no se avendrá sin trabajo con la acompasada regularidad de los estudios geométricos. § II. Instinto que nos indica la carrera que mejor se nos adapta. El Criador, que distribuye á los hombres las facultades en diferentes grados, les comunica un instinto precioso que les muestra su destino: la inclinacion muy duradera y constante hácia una ocupacion, es indicio bastante seguro de que nacimos con aptitud para ella; así como el desvío y repugnancia que no puede superarse con facilidad, es señal de que el Autor de la naturaleza no nos ha dotado de felices disposiciones para aquello que nos desagrada. Los alimentos que nos convienen se adaptan bien á un paladar y olfato, no viciados por malos hábitos ó alterados por enfermedad; y el sabor y olor ingratos nos advierten cuáles son los manjares y bebidas que por su corrupcion ú otras calidades, podrian dañarmos. Dios no ha tenido ménos cuidado del alma que del cuerpo. Los padres, los maestros, los directores de los establecimientos de educacion y enseñanza, deben fijar mucho la atencion en este punto, para precaver la pérdida de un talento, que bien empleado, podria dar los mas preciosos frutos, y evitar que no se le haga consumir en una tarea para la cual no ha nacido. El mismo interesado ha de ocuparse tambien en este exámen; el niño de doce años tiene por lo comun reflexion bastante para notar á qué se siente inclinado, qué es lo que le cuesta ménos trabajo, cuáles son los estudios en que adelanta con mas facilidad, cuáles las faenas en que experimenta mas ingenio y destreza. § III. Experimento para discernir el talento peculiar de cada niño. Seria muy conveniente que se ofreciesen á la vista de los niños objetos muy variados, conduciéndolos á visitar establecimientos donde la disposicion particular de cada uno pudiese ser excitada con la presencia de lo que mejor se le adapta. Entónces, dejándolos abandonados á sus instintos, un observador inteligente formaria desde luego diferentes clasificaciones. Exponed la máquina de un reloj á la vista de una reunion de niños de diez á doce años, y es bien seguro que si entre ellos hay alguno de genio mecánico muy aventajado, se dará á conocer desde luego por la curiosidad de examinar, por la discrecion de las preguntas, y la facilidad en comprender la construccion que está contemplando. Leedles un trozo poético, y si hay entre ellos algun Garcilaso, Lope de Vega, Ercilla, Calderon ó Melendez, veréis chispear sus ojos, conoceréis que su corazon late, que su mente se agita, que su fantasía se inflama bajo una impresion que él mismo no comprende. Cuidado con trocar los papeles: de dos niños extraordinarios es muy posible que formeis dos hombres muy comunes. La golondrina y el águila se distinguen por la fuerza y lijereza de sus alas; y sin embargo jamas el águila pudiera volar á la manera de la golondrina, ni esta imitar á la reina de las aves. El _tentate diu quid ferre recusent, quid valeant humeri_, que Horacio inculca á los escritores, puede igualmente aplicarse á cuantos tratan de escoger una profesion cualquiera[3]. CAPÍTULO IV. CUESTIONES DE POSIBILIDAD. § I. Una clasificacion de los actos de nuestro entendimiento, y de las cuestiones que se le pueden ofrecer. Para mayor claridad, dividiré los actos de nuestro entendimiento en dos clases: especulativos y prácticos. Llamo especulativos los que se limitan á conocer; y prácticos los que nos dirigen para obrar. Cuando tratamos simplemente de conocer alguna cosa, se nos pueden ofrecer las cuestiones siguientes: 1ª. si es posible ó no; 2ª. si existe ó no; 3ª. cuál es su naturaleza, cuáles sus propiedades y relaciones. Las reglas que se den para resolver con acierto dichas tres cuestiones, comprenden todo lo tocante á la especulativa. Si nos proponemos obrar, es claro que intentamos siempre conseguir algun fin; de lo cual nacen las cuestiones siguientes: 1ª. cuál es el fin; 2ª. cuál es el mejor medio para alcanzarle. Ruego encarecidamente al lector que fije la atencion sobre las divisiones que preceden, y procure retenerlas en la memoria; pues ademas de facilitarle la inteligencia de lo que voy á decir, le servirá muchísimo para proceder con método en todos sus pensamientos. § II. Ideas de posibilidad é imposibilidad. Sus clasificaciones. _Posibilidad._ La idea expresada por esta palabra es correlativa de la de _imposibilidad_, pues que la una envuelve necesariamente la negacion de la otra. Las palabras posibilidad é imposibilidad, expresan ideas muy diferentes, segun se refieren á las cosas en sí, ó á la potencia de una causa que las pueda producir. Sin embargo, estas ideas tienen relaciones muy intimas, como veremos luego. Cuando se consideran la posibilidad ó imposibilidad, solo con respecto á un ser, prescindiendo de toda causa, se las llama intrínsecas; y cuando se atiende á una causa, se las denomina extrínsecas. A pesar de la aparente sencillez y claridad de esta division, observaré que no es dable formar concepto cabal de lo que significa, hasta haber descendido á las diferentes clasificaciones que expondré en los párrafos siguientes. A primera vista se podrá extrañar que se explique primero la imposibilidad que la posibilidad; pero reflexionando un poco, se nota que este método es muy lógico. La palabra _imposibilidad_, aunque suena como negativa, expresa no obstante muchas veces una idea que á nuestro entendimiento se le presenta como positiva: esto es, la repugnancia entre los objetos, una especie de exclusion, de oposicion, de lucha, por decirlo así: por manera que en desapareciendo esta repugnancia, concebimos ya la posibilidad. De aquí nacen las expresiones de «esto es muy posible, pues nada se _opone_ á ello;» «es posible, pues no se ve ninguna _repugnancia_.» Como quiera, en sabiendo lo que es imposibilidad, se sabe lo que es la posibilidad, y vice-versa. Algunos distinguen tres clases de imposibilidad: _metafísica_, _física_ y _moral_. Yo adoptaré esta division, pero añadiendo un miembro, que será la _imposibilidad de sentido comun_. En su lugar se verá la razon en que me fundo. Tambien advertiré, que tal vez seria mejor llamar imposibilidad _absoluta_ á la metafísica; _natural_ á la física; y _ordinaria_ á la moral. § III. En qué consiste la imposibilidad metafísica ó absoluta. La _imposibilidad metafísica ó absoluta_, es la que se funda en la misma esencia de las cosas, ó en otros términos, es absolutamente imposible aquello que, si existiese, traeria el absurdo de que una cosa seria y no seria á un mismo tiempo. Un círculo triangular es un imposible absoluto, porque fuera círculo y no círculo, triángulo y no triángulo. Cinco igual á siete, es imposible absoluto, porque el cinco seria cinco y no cinco, y el siete seria siete y no siete. Un vicio virtuoso es un imposible absoluto, porque el vicio fuera y no fuera vicio á un mismo tiempo. § IV. La imposibilidad absoluta y la omnipotencia divina. Lo que es absolutamente imposible no puede existir en ninguna suposicion imaginable; pues, ni aun cuando decimos que Dios es todopoderoso, entendemos que pueda hacer absurdos. Que el mundo exista y no exista á un mismo tiempo, que Dios sea y no sea, que la blasfemia sea un acto laudable, y otros delirios por este tenor, es claro que no caen bajo la accion de la omnipotencia; y, como observa muy sabiamente santo Tomas, mas bien debiera decirse que estas cosas no pueden ser hechas, que no que Dios no puede hacerlas. De esto se sigue que la imposibilidad intrínseca absoluta, trae consigo la imposibilidad extrínseca tambien absoluta: esto es, que ninguna causa puede producir lo que de suyo es imposible absolutamente. § V. La imposibilidad absoluta, y los dogmas. Para afirmar que una cosa es absolutamente imposible es preciso que tengamos ideas muy claras de los extremos que se repugnan; de otra manera hay riesgo de apellidar absurdo lo que en realidad no lo es. Hago esta advertencia para hacer notar la sinrazon de los que condenan algunos misterios de nuestra fe, declarándolos absolutamente imposibles. El dogma de la Trinidad y el de la Encarnacion son ciertamente incomprensibles al débil hombre; pero no son absurdos. ¿Cómo es posible un Dios trino, una naturaleza y tres personas distintas entre sí, idénticas con la naturaleza? Yo no lo sé; pero no tengo derecho á inferir que esto sea contradictorio. ¿Comprendo por ventura lo que es esta naturaleza, lo que son esas personas de que se me habla? No: luego cuando quiero juzgar si lo que de ellas se dice es imposible ó no, fallo sobre objetos desconocidos. ¿Qué sabemos nosotros de los arcanos de la divinidad? El Eterno ha pronunciado algunas palabras misteriosas para ejercitar nuestra obediencia, y humillar nuestro orgullo; pero no ha querido levantar el denso velo que separa esta vida mortal del océano de verdad y de luz. § VI. Idea de la imposibilidad fisica ó natural. La _imposibilidad fisica ó natural_, consiste en que un hecho esté fuera de las leyes de la naturaleza. Es naturalmente imposible que una piedra soltada en el aire no caiga al suelo, que el agua abandonada á sí misma no se ponga al nivel, que un cuerpo sumergido en un fluido de menor gravedad no se hunda, que los astros se paren en su carrera; porque las leyes de la naturaleza prescriben lo contrario. Dios, que ha establecido estas leyes, puede suspenderlas; el hombre no. Lo que es _naturalmente_ imposible, lo es para la criatura, no para Dios. § VII. Modo de juzgar de la imposibilidad natural. ¿Cuándo podremos afirmar que un hecho es imposible naturalmente? En estando seguros de que existe una ley que se opone á la realizacion de este hecho, y que dicha oposicion no está destruida ó neutralizada por otra ley natural. Es ley de la naturaleza que el cuerpo del hombre, como mas pesado que el aire, caiga al suelo en faltándole el apoyo; pero hay otra ley por la cual un conjunto de cuerpos unidos entre sí, que sea específicamente ménos grave que aquel en que se sumerge, se sostenga y hasta se levante, aun cuando alguno de ellos sea mas grave que el fluido; luego unido el cuerpo humano á un globo aerostático dispuesto con el arte conveniente, podrá remontarse por los aires, y este fenómeno estará muy arreglado á las leyes de la naturaleza. La pequeñez de ciertos insectos no permite que su imágen se pinte en nuestra retina de una manera sensible; pero las leyes á que está sometida la luz hacen que por medio de un vidrio se pueda modificar la direccion de sus rayos de la manera conveniente, para que salidos de un objeto muy pequeño se hallen desparramados al llegar á la retina, y formen allí una imágen de gran tamaño; y así no será naturalmente imposible que con la ayuda del microscopio, lo imperceptible á la simple vista se nos presente con dimensiones grandes. Por estas consideraciones es preciso andar con mucho tiento en declarar un fenómeno por imposible naturalmente. Conviene no olvidar: 1.º que la naturaleza es muy poderosa; 2.º que nos es muy desconocida: dos verdades que deben inspirarnos gran circunspeccion cuando se trate de fallar en materias de esta clase. Si á un hombre del siglo XV se le hubiese dicho que en lo venidero se recorreria en una hora la distancia de doce leguas, y esto sin ayuda de caballos ni animales de ninguna especie, habria mirado el hecho como naturalmente imposible; y sin embargo los viajeros que andan por los caminos de hierro, saben muy bien que van llevados con aquella velocidad por medio de agentes puramente naturales. ¿Quién sabe lo que se descubrirá en los tiempos futuros, y el aspecto que presentará el mundo de aquí á diez siglos? Seamos en hora buena cautos en creer la existencia de fenómenos extraños, y no nos abandonemos con demasiada lijereza á sueños de oro; pero guardémonos de calificar de naturalmente imposible lo que un descubrimiento pudiera mostrar muy realizable; no demos livianamente fe á exageradas esperanzas de cambios inconcebibles; pero no las tachemos de delirios y absurdos. § VIII. Se deshace una dificultad sobre los milagros de Jesucristo. De estas observaciones surge al parecer una dificultad, que no han olvidado los incrédulos. Héla aquí: los milagros son tal vez efectos de causas que por ser desconocidas, no dejarán de ser naturales; luego no prueban la intervencion divina; y por tanto de nada sirven para apoyar la verdad de la religion cristiana. Este argumento es tan especioso como fútil. Un hombre de humilde nacimiento que no ha aprendido las letras en ninguna escuela, que vive confundido entre el pueblo, que carece de todos los medios humanos, que no tiene dónde reclinar su cabeza, se presenta en público enseñando una doctrina tan nueva como sublime. Se le piden los títulos de su mision, y él los ofrece muy sencillos. Habla, y los ciegos ven, los sordos oyen, la lengua de los mudos se desata, los paralíticos andan, las enfermedades mas rebeldes desaparecen de repente, los que acaban de espirar vuelven á la vida, los que son llevados al sepulcro se levantan del ataud, los que enterrados de algunos dias despiden ya mal olor, se alzan envueltos en su mortaja, y salen de la tumba, obedientes á la voz que les ha mandado salir á fuera. Este es el conjunto histórico. El mas obstinado naturalista ¿se empeñará en descubrir aquí la accion de leyes naturales ocultas? ¿Calificará de imprudentes á los cristianos por haber pensado que semejantes prodigios no pudieran hacerse sin intervencion divina? ¿Creeis que con el tiempo haya de descubrirse un secreto para resucitar á los muertos, y no como quiera, sino haciéndolos levantar á la simple voz de un hombre que los llame? La operacion de las cataratas ¿tiene algo que ver con el restituir de golpe la vista á un ciego de nacimiento? Los procedimientos para volver la accion á un miembro paralizado ¿se asemejan por ventura á este otro: «levántate, toma tu lecho, y véte á tu casa?» Las teorías hidrostáticas é hidráulicas ¿llegarán nunca á encontrar en la mera palabra de un hombre, la fuerza bastante para sosegar de repente el mar alborotado, y hacer que las olas se tiendan mansas bajo sus pies, y que camine sobre ellas, como un monarca sobre plateadas alfombras? ¿Y qué diremos si á tan imponente testimonio se reunen las profecías cumplidas, la santidad de una vida sin tacha, la elevacion de su doctrina, la pureza de la moral, y por fin el heroico sacrificio de morir entre tormentos y afrentas, sosteniendo y publicando la misma enseñanza, con la serenidad en la frente, la dulzura en los labios, articulando entre los últimos suspiros _amor_ y _perdon_? No se nos hable pues de leyes ocultas, de imposibilidades aparentes; no se oponga á tan convincente evidencia un necio «_¿quién sabe?_.....» Esta dificultad que seria razonable, si se tratara de un suceso aislado, envuelto en alguna oscuridad, sujeto á mil combinaciones diferentes, cuando se la objeta contra el cristianismo es no solo infundada, sino hasta contraria al sentido comun. § IX. La imposibilidad moral ú ordinaria. _La imposibilidad moral ú ordinaria_, es la oposicion al curso regular ú ordinario de los sucesos. Esta palabra es susceptible de muchas significaciones, pues que la idea de curso ordinario es tan elástica, es aplicable á tan diferentes objetos, que poco puede decirse en general que sea provechoso en la práctica. Esta imposibilidad nada tiene que ver con la absoluta ni la natural; las cosas _moralmente_ imposibles no dejan por eso de ser muy posibles _absoluta_ y _naturalmente_. Daremos una idea muy clara y sencilla de la imposibilidad ordinaria, si decimos que es imposible de esta manera todo aquello que, atendido el curso regular de las cosas, acontece ó muy rara vez ó nunca. Veo á un elevado personaje, cuyo nombre y títulos todos pronuncian, y á quien se tributan los respetos debidos á su clase. Es moralmente imposible que el nombre sea supuesto, y el personaje un impostor. Ordinariamente no sucede así: pero tambien se ha sufrido este chasco una que otra vez. Vemos á cada paso que la imposibilidad moral desaparece con el auxilio de una causa extraordinaria ó imprevista, que tuerce el curso de los acontecimientos. Un capitan que acaudilla un puñado de soldados, viene de lejanas tierras, aborda á playas desconocidas, y se encuentra con un inmenso continente poblado de millones de habitantes. Pega fuego á sus naves, y dice _marchemos_. ¿Adónde va? A conquistar vastos reinos con algunos centenares de hombres. Esto es _imposible_; el aventurero ¿está demente? Dejadle, que su demencia es la demencia del heroismo y del genio; la imposibilidad se convertirá en suceso histórico. Apellidase _Hernán Cortés_; es español que acaudilla españoles. § X. Imposibilidad de sentido comun impropiamente contenida en la imposibilidad moral. La imposibilidad moral tiene á veces un sentido muy diferente del expuesto hasta aquí. Hay imposibles de los cuales no puede decirse que lo sean con imposibilidad absoluta ni natural; y no obstante vivimos con tal certeza de que lo imposible no se realizará, que no nos la infunde mayor la natural, y poco le falta para producirnos el mismo efecto que la absoluta. Un hombre tiene en la mano un cajon de caractéres de imprenta, que supondremos de forma cúbica, para que sea igual la probabilidad de caer y sostenerse por una cualquiera de sus caras; los revuelve repetidas veces sin órden ni concierto, sin mirar siquiera lo que hace, y al fin los deja caer al suelo; ¿será posible que resulten por casualidad ordenados de tal manera que formen el episodio de Dido? No, responde instantáneamente cualquiera que esté en su sano juicio; esperar este accidente seria un delirio; tan seguros estamos de que no se realizará, que si se pusiese nuestra vida pendiente de semejante casualidad, diciéndonos que si esto se verifica se nos matará, continuaríamos tan tranquilos como si no existiese la condicion. Es de notar que aquí no hay imposibilidad metafísica ó absoluta, porque no hay en la naturaleza de los caractéres una repugnancia esencial á colocarse de dicha manera; pues que un cajista en breve rato los dispondria así muy fácilmente; tampoco hay imposibilidad natural, porque ninguna ley de la naturaleza obsta á que caigan por esta ó aquella cara, ni el uno al lado del otro del modo conveniente al efecto; hay pues una imposibilidad de otro órden, que nada tiene de comun con las otras dos, y que tampoco se parece á la que se llama moral, por solo estar fuera del curso regular de los acontecimientos. La teoría de las probabilidades, auxiliada por la de las combinaciones, pone de manifiesto esta imposibilidad, calculando, por decirlo así, la inmensa distancia en que este fenómeno se halla con respecto á la existencia. El Autor de la naturaleza no ha querido que una conviccion que nos es muy importante, dependiese del raciocinio, y por consiguiente careciesen de ella muchos hombres; así es que nos la ha dado á todos á manera de instinto, como lo ha hecho con otras que nos son igualmente necesarias. En vano os empeñariais en combatirla ni aun en el hombre mas rudo; él no sabria tal vez qué responderos, pero menearia la cabeza, y diria para sí: «este filósofo que cree en la posibilidad de tales despropósitos, no debe de estar muy sano de juicio.» Cuando la naturaleza habla en el fondo de nuestra alma con voz tan clara y tono tan decisivo, es necedad el no escucharla. Solo algunos hombres apellidados filósofos se obstinan á veces en este empeño; no recordando que no hay filosofía que excuse la falta de sentido comun, y que mal llegará á ser sabio quien comienza por ser insensato[4]. CAPÍTULO V. CUESTIONES DE EXISTENCIA, CONOCIMIENTO ADQUIRIDO POR EL TESTIMONIO INMEDIATO DE LOS SENTIDOS. § I. Necesidad del testimonio de los sentidos, y los diferentes modos con que nos proporcionan el conocimiento de las cosas. Asentados los principios y reglas que deben guiarnos en las cuestiones de posibilidad, pasemos ahora á las de existencia, que ofrecen un campo mas vasto, y mas útiles y frecuentes aplicaciones. De la existencia ó no existencia de un ser, ó bien de que una cosa es ó no es, podemos cerciorarnos de dos maneras: por nosotros mismos, ó por medio de otros. El conocimiento de la existencia de las cosas que es adquirido por nosotros mismos, sin intervencion ajena, proviene de los sentidos mediata ó inmediatamente: ó ellos nos presentan el objeto, ó de las impresiones que los mismos nos causan pasa el entendimiento á inferir la existencia de lo que no se hace sensible ó no lo es. La vista me informa inmediatamente de la existencia de un edificio que tengo presente; pero un trozo de coluna, algunos restos de un pavimento, una inscripcion ú otras señales, me hacen conocer que en tal ó cual lugar existió un templo romano. En ambos casos debo á los sentidos la noticia; pero en el primero inmediata, en el segundo mediatamente. Quien careciese de los sentidos tampoco llegaria á conocer la existencia de los seres espirituales; pues adormecido el entendimiento no pudiera adquirir esta noticia, ni por la razon, ni por la fe, á no ser que Dios le favoreciera por medios extraordinarios, de que ahora no se trata. A la distincion arriba explicada en nada obstan los sistemas que pueden adoptarse sobre el orígen de las ideas; ora se las suponga adquiridas, ora innatas, ora vengan de los sentidos, ora sean tan solo excitadas por ellos, lo cierto es que nada sabemos, nada pensamos, si los sentidos no han estado en accion. Ademas, hasta les dejaremos á los ideólogos la facultad de imaginar lo que bien les pareciere sobre las funciones intelectuales de un hombre que careciese de todos los sentidos; sin riesgo podemos otorgarles tamaña latitud; supuesto que nadie aclarará jamas lo que en ello habria de verdad; ya que el paciente no seria capaz de comunicar lo que le pasa, ni por palabras ni por señas. Finalmente aquí se trata de hombres dotados de sentidos, y la experiencia enseña que esos hombres conocen, ó lo que sienten, ó por lo que sienten. § II. Errores en que incurrimos por ocasion de los sentidos. Su remedio. Ejemplos. El conocimiento inmediato que los sentidos nos dan de la existencia de una cosa, es á veces errado, porque no nos servimos como debemos de estos admirables instrumentos que nos ha concedido el Autor de la naturaleza. Los objetos corpóreos obrando sobre el órgano de los sentidos, causan una impresion á nuestra alma; asegurémonos bien de cuál es esta impresion, sepamos hasta qué punto le corresponde la existencia de un objeto; hé aquí las reglas para no errar en estas materias. Algunas explicaciones enseñarán mas que los preceptos y teorías. Veo á larga distancia un objeto que se mueve, y digo: «allí hay un hombre;» acercándome mas, descubro que no es así; y que solo hay un arbusto mecido por el viento. ¿Me ha engañado el sentido de la vista? no: porque la impresion que ella me trasmitia era únicamente de un bulto movido; y si yo hubiese atendido bien á la sensacion recibida, habria notado que no me pintaba un hombre. Cuando pues yo he querido hacerle tal, no debo culpar al sentido, sino á mi poca atencion, ó bien, á que notando alguna semejanza entre el bulto y un hombre visto de léjos, he inferido que aquello debia de serlo en efecto, sin advertir que la semejanza y la realidad son cosas muy diversas. Teniendo algunos antecedentes de que se dará una batalla, ó se hostilizará alguna plaza, paréceme que he oido cañonazos, y me quedo con la creencia de que ha comenzado el fuego. Noticias posteriores me hacen saber que no se ha disparado un tiro; ¿quién tiene la culpa de mi error? no mi oido, sino yo. El ruido se oia en efecto: pero era el de los golpes de un leñador que resonaban en el fondo de un bosque distante; era el de cerrarse alguna puerta, cuyo estrépito retumbaba por el edificio y sus cercanias, era el de otra cosa cualquiera que producia un sonido semejante al del estampido de un cañon lejano. ¿Estaba yo bien seguro de que no se hallaba á mis inmediaciones la causa del ruido que me producia la ilusion? ¿Estaba bastante ejercitado para discernir la verdad, atendida la distancia en que debia hacerse el fuego, la direccion del lugar, y el viento que á la sazon reinaba? No es pues el sentido quien me ha engañado, sino mi lijereza y precipitacion. La sensacion era tal cual debia ser; pero yo le he hecho decir lo que ella no me decia. Si me hubiese contentado con afirmar que oia ruido parecido al de cañonazos distantes, no hubiera inducido al error á otros y á mí mismo. A uno le presentan un alimento de excelente calidad, y al probarlo dice: «es malo, intolerable, se conoce que hay tal ó cual mezcla,» porque en efecto su paladar lo experimenta así. ¿Le engañó el sentido? no. Si le pareció amargo, no podia suceder de otra manera, atendida la indisposicion gástrica que le tenia cubierta la lengua de un humor que lo maleaba todo. Bastábale á este hombre un poco de reflexion para no condenar tan fácilmente ó al criado ó al revendedor. Cuando el paladar está bien dispuesto, sus sensaciones nos indican las calidades del alimento, en el caso contrario no. § III. Necesidad de emplear en algunos casos mas de un sentido, para la debida comparacion. Conviene notar que para conocer por medio de los sentidos la existencia de un objeto, no basta á veces el uso de uno solo, sino que es preciso emplear otros al mismo tiempo; ó bien atender á las circunstancias que nos pueden prevenir contra la ilusion. Es cierto que el discernir hasta qué punto corresponde la existencia de un objeto á la sensacion que recibimos, es obra de la comparacion, la que es fruto de la experiencia. Un ciego á quien se quitan las cataratas, no juzga bien de las distancias, tamaños y figuras, hasta haber adquirido la práctica de ver. Esta adquisicion la hacemos sin advertirla desde niños, y así creemos que basta abrir los ojos para juzgar de los objetos tales como son en sí. Una experiencia muy sencilla y frecuente nos convencerá de lo contrario. Un hombre adulto y un niño de tres años estan mirando por un vidrio que les ofrece á la vista paisajes, animales, ejércitos; ambos reciben la misma impresion; pero el adulto, que sabe bien que no ha salido al campo, y se halla en un aposento cerrado, no se altera ni por la cercanía de las fieras, ni por los desastres del campo de batalla. Lo que le cuesta trabajo es conservar la ilusion; y mas de una vez habrá menester distraerse de la realidad, y suplir algunos defectos del cuadro ó instrumento para sentir placer con la presencia del espectáculo. Pero el niño, que no compara, que solo atiende á la sensacion en todo su aislamiento, se espanta y llora, temiendo que se le han de comer las fieras, ó viendo que tan cruelmente se matan los soldados. Todavía mas: experimentamos á cada paso que una perspectiva excelente de la cual no teníamos noticia, vista á la correspondiente distancia nos causa ilusion, y nos hace tomar por objetos de relleve los que en realidad son planos. La sensacion no es errada; pero sí lo es el juicio que por ella formamos. Si advirtiésemos que caben reglas para producir en la retina la misma impresion con un objeto plano que con otro abultado, nos hubiéramos complacido en la habilidad del artista sin caer en error. Este habria desaparecido mirando el objeto desde puntos diferentes, ó valiéndonos del tacto. § IV. Los sanos de cuerpo y enfermos de espíritu. Los que tratan del buen uso de los sentidos suelen advertir que es preciso cuidar de que alguna indisposicion no afecte á los órganos, y así se nos comuniquen sensaciones capaces de engañarnos, esto es sin duda muy prudente, pero no tan útil como se cree. Los enfermos raras veces se dedican á estudios serios, y así sus equivocaciones son de poca trascendencia; ademas que ellos mismos, ó sus allegados, bien pronto notan la alteracion del órgano, con lo cual se previene oportunamente el error. Los que necesitan reglas son los que estando sanos de cuerpo no lo estan de espíritu, y que preocupados de un pensamiento ponen á su disposicion y servicio todos sus sentidos, haciéndoles percibir, quizas con la mayor buena fe, todo lo que conviene al apoyo del sistema excogitado. ¿Qué no descubrirá en los cuerpos celestes el astrónomo que maneja el telescopio, no con ánimo reposado y ajeno de parcialidad, sino con vivo deseo de probar una asercion aventurada con sobrada lijereza? ¿Qué no verá con el microscopio el naturalista que se halle en disposicion semejante? A propósito he dicho que estos errores podian padecerse quizas con la mayor buena fe; porque sucede muy á menudo que el hombre se engaña primero á sí mismo, ántes de engañar á los otros. Dominado por su opinion favorita, ansioso de encontrar pruebas para sacar la verdadera, examina los objetos no para saber sino para vencer; y así acontece que halla en ellos todo lo que quiere. Muchas veces los sentidos no le dicen nada de lo que él pretende; pero le ofrecen algo de semejante: «esto es, exclama alborozado, hélo aquí, es lo mismo que yo sospechaba;» y cuando se levanta en su espíritu alguna duda, procura sofocarla, achácala á poca fe en su incontrastable doctrina, se esfuerza en satisfacerse á sí mismo, cerrando los ojos á la luz para poder engañar á los otros sin verse precisado á mentir. Basta haber estudiado el corazon del hombre para conocer que estas escenas no son raras; y que jugamos con nosotros mismos de una manera lastimosa. ¿Necesitamos una conviccion? pues de un modo ú otro trabajamos en formárnosla; al principio la tarea es costosa, pero al fin viene el hábito á robustecer lo débil, se allega el orgullo para no permitir retroceso, y el que comenzó luchando contra sí mismo con un engaño que no se le ocultaba del todo, acaba por ser realmente engañado, y se entrega á su parecer con obstinacion incorregible. § V. Sensaciones reales, pero sin objeto externo. Explicacion de este fenómeno. Ademas, es menester advertir que no siempre sucede que el alucinado atribuya á la sensacion mas de lo que ella le presenta; una imaginacion vivamente poseida de un objeto, obra sobre los mismos sentidos, y alterando el curso ordinario de las funciones, hace que realmente se sienta lo que no hay. Para comprender cómo esto se verifica, conviene recordar que la sensacion no se verifica en el órgano del sentido sino en el cerebro, por mas que la fuerza del hábito nos haga referir la impresion al punto del cual la recibimos. Estando el ojo muy sano nos quedamos completamente ciegos, si sufre lesion el nervio óptico; y privada la comunicacion de un miembro cualquiera con el cerebro, se extingue el sentido. De esto se infiere que el verdadero receptáculo de todas las sensaciones es el cerebro; y que si en una de sus partes se excita por un acto interno la impresion que suele ser producida por la accion del órgano externo, existirá la sensacion sin que haya habido impresion exterior. Es decir, que si al recibir el órgano externo la impresion de un cuerpo, la comunica al cerebro causando en el nervio A la vibracion ú otra afeccion B, y por una causa cualquiera, independiente de los cuerpos exteriores, se produce en el mismo órgano A la misma vibracion B, experimentaremos idéntica sensacion que si el órgano externo fuese afectado en la realidad. En este punto se hallan de acuerdo la razon y la observacion. El alma se informa de los objetos exteriores mediatamente por los sentidos, pero inmediatamente por el cerebro; cuando este pues recibe tal ó cual impresion, no puede ella desentenderse de referirla al lugar de donde suele proceder, y al objeto que de ordinario la produce. Si se halla advertida de que la organizacion está alterada, se precaverá contra el error; pero no será dejando de recibir la sensacion, sino desconfiando del testimonio de ella. Cuando _Pascal_, segun cuentan, veia un abismo á su lado, bien sabia que en realidad no era así; mas no dejaba de recibir la misma sensacion que si hubiese habido el tal abismo, y no alcanzaba á vencer la ilusion por mas que se esforzase. Este fenómeno se verifica muy á menudo, y no se hace nada extraño á los que tienen algunas nociones sobre semejantes materias. § VI. Maniáticos y ensimismados. Lo que acontece habitualmente en estado de enfermedad cerebral, puede suceder muy bien cuando exaltada la imaginacion por una causa cualquiera, se pone actualmente enfermiza con relacion á lo que la preocupa. ¿Qué son las manías sino la realizacion de este fenómeno? Pues entiéndase que las manías estan distribuidas en muchas clases y graduaciones; que las hay continuas y por intervalos, extravagantes y arregladas, vulgares y científicas; y que así como _Don Quijote_ convertia los molinos de viento en desaforados gigantes, y los rebaños de ovejas y carneros en ejércitos de combatientes, puede tambien un sabio testarudo descubrir con la ayuda de sus telescopios, microscopios y demas instrumentos, todo cuanto á su propósito cumpliere. Los hombres muy pensadores y ensimismados corren gran riesgo de caer en manías sabias, en ilusiones sublimes; que la mísera humanidad, por mas que se cubra con diferentes formas segun las varias situaciones de la vida, lleva siempre consigo su patrimonio de flaqueza. Para una débil mujercilla el susurro del viento es un gemido misterioso, la claridad de la luna es la aparicion de un finado, y el chillido de las aves nocturnas es el grito de las evocaciones del averno para asistir á pavorosas escenas. Desgraciadamente, no son solo las mujeres las que tienen imaginacion calenturienta, y que toman por realidades los sueños de su fantasía[5]. CAPÍTULO VI. CONOCIMIENTO DE LA EXISTENCIA DE LAS COSAS ADQUIRIDO MEDIATAMENTE POR LOS SENTIDOS. § I. Transicion de lo sentido á lo no sentido. Los sentidos nos dan inmediatamente noticias de la existencia de muchos objetos; pero de estos son todavía en mayor número los que no ejercen accion sobre los órganos materiales, ó por ser incorpóreos, ó por no estar en disposicion de afectarlos. Sobre lo que nos comunican los sentidos se levanta un tan extenso y elevado edificio de conocimientos de todas clases, que al mirarle se hace dificil de concebir cómo ha podido cimentarse en tan reducida basa. Donde no alcanzan los sentidos llega el entendimiento, conociendo la existencia de objetos insensibles por medio de los sensibles. La lava esparcida sobre un terreno nos hace conocer la existencia pasada de un volcan que no hemos visto; las conchas encontradas en la cumbre de un monte nos recuerdan la elevacion de las aguas, indicándonos una catástrofe que no hemos presenciado; ciertos trabajos subterráneos nos muestran que en tiempos anteriores se benefició allí una mina; las ruinas de las antiguas ciudades nos señalan la morada de hombres que no hemos conocido. Así los sentidos nos presentan un objeto, y el entendimiento llega con este medio al conocimiento de otros muy diferentes. Si bien se observa, este tránsito de lo conocido á lo desconocido no lo podemos hacer sin que ántes tengamos alguna idea mas ó ménos completa, mas ó ménos general del objeto desconocido, y sin que al propio tiempo sepamos que hay entre los dos alguna dependencia. Así en los ejemplos aducidos, si bien no conocia aquel volcan determinado, ni las olas que inundaron la montaña, ni á los mineros, ni á los moradores, no obstante todos estos objetos me eran conocidos en general, así como sus relaciones con lo que me ofrecian los sentidos. De la contemplacion de la admirable máquina del universo no pasaríamos al conocimiento del Criador, sino tuviéramos idea de efectos y causas, de órden y de inteligencia. Y sea dicho de paso, esta sola observacion basta para desbaratar el sistema de los que no ven en nuestro pensamiento mas que sensaciones transformadas. § II. Coexistencia y sucesion. La dependencia de los objetos es lo único que puede autorizarnos para inferir de la existencia del uno la del otro; y por consiguiente toda la dificultad estriba en conocer esta dependencia. Si la íntima naturaleza de las cosas estuviera patente á nuestra vista, bastaria fijarla en un ser para conocer desde luego todas sus propiedades y relaciones, entre las cuales descubririamos las que le ligan con otros. Por desgracia no es así; pues en el órden físico como en el moral, son muy escasas é incompletas las ideas que poseemos sobre los principios constitutivos de los seres. Estos son preciosos secretos velados cuidadosamente por la mano del Criador; de la propia suerte que lo mas rico y exquisito que abriga la naturaleza, suele ocultarse en los senos mas recónditos. Por esta falta de conocimiento en lo tocante á la esencia de las cosas, nos vemos con frecuencia precisados á conjeturar su dependencia por solo su coexistencia ó sucesion; infiriendo que la una depende de la otra, porque algunas ó muchas veces existen juntas, ó porque esta viene en pos de aquella. Semejante raciocinio, que no siempre puede tacharse de infundado, tiene sin embargo el inconveniente de inducirnos con frecuencia al error; pues no es fácil poseer la discrecion necesaria para conocer cuándo la existencia ó la sucesion son un signo de dependencia, y cuándo no. En primer lugar debe asentarse por indudable, que la existencia simultánea de dos seres, ni tampoco su inmediata sucesion, consideradas en sí solas, no prueban que el uno dependa del otro. Una planta venenosa y pestilente se halla tal vez al lado de otra medicinal y aromática; un reptil dañino y horrible se arrastra quizas á poca distancia de la bella é inofensiva mariposa; el asesino huyendo de la justicia se oculta en el mismo bosque donde está en acecho un honrado cazador; un airecillo fresco y suave recrea la naturaleza toda, y algunos momentos despues sopla el violento huracan llevando en sus negras alas tremenda tempestad. Así es muy arriesgado el juzgar de las relaciones de dos objetos porque se los ha visto unidos alguna vez, ó sucederse con poco intervalo; este es un sofisma que se comete con demasiada frecuencia, cayéndose por él en infinitos errores. En él se encontrará el orígen de tantas predicciones como se hacen sobre las variaciones atmosféricas, que bien pronto la experiencia manifiesta fallidas; de tantas conjeturas sobre manantiales de agua, sobre veneros de metales preciosos, y otras cosas semejantes. Se ha visto algunas veces que despues de tal ó cual posicion de las nubes, de tal ó cual viento, de tal ó cual direccion de la niebla de la mañana, llovia, ó tronaba, ó acontecian otras mudanzas de tiempo; se habrá notado que en el terreno de este ó aquel aspecto se encontró algunas veces agua, que en pos de estas ó aquellas vetas se descubrió el precioso mineral; y se ha inferido desde luego que habia una relacion entre los dos fenómenos, y se ha tomado el uno como señal del otro; no advirtiendo que era dable una coincidencia enteramente casual, y sin que ellos tuviesen entre si relacion de ninguna clase. § III. Dos reglas sobre la coexistencia y la sucesion. La importancia de la materia exige que se establezcan algunas reglas. 1ª. Cuando una experiencia constante y dilatada nos muestra dos objetos existentes á un mismo tiempo, de tal suerte que en presentándose el uno se presenta tambien el otro, y en faltando el uno falta tambien el otro, podemos juzgar sin temor de equivocarnos, que tienen entre sí algun enlace; y por tanto de la existencia del uno inferiremos legitimamente la existencia del otro. 2ª. Si dos objetos se suceden indefectiblemente, de suerte que puesto el primero, siempre se haya visto que seguia el segundo, y que al existir este, siempre se haya notado la precedencia de aquel, podremos deducir con certeza que tienen entre sí alguna dependencia. Tal vez seria difícil demostrar filosóficamente la verdad de estas aserciones; sin embargo los que las pongan en duda, seguramente no habrán observado que sin formularlas las toma por norma el buen sentido de la humanidad, que en muchos casos se acomoda á ellos la ciencia, y que en las mas de las investigaciones no tiene el entendimiento otra guia. Creo que nadie pondrá dificultad en que las frutas cuando han adquirido cierto tamaño, figura y color, dan señal de que son sabrosas; ¿cómo sabe esta relacion el rústico que las coge? ¿Cómo de la existencia del color y demas calidades que ve, infiere la de otra que no experimenta, la del sabor? Exigidle que os explique la teoria de este enlace, y no sabrá qué responderos; pero objetadle dificultades y empeñaos en persuadirle que se equivoca en la eleccion, y se reirá de vuestra filosofía, asegurado en su creencia por la simple razon de que «siempre sucede así.» Todo el mundo está convencido de que cierto grado de frio hiela los líquidos, y que otro de calor los vuelve al primer estado. Muchos son los que no saben la razon de estos fenómenos; pero nadie duda de la relacion entre la congelacion y el frio y la liquidacion y el calor. Quizás podrian suscitarse dificultades sobre las explicaciones que en esta parte ofrecen los físicos; pero el linaje humano no aguarda á que en semejantes materias lo ilustren los sabios: «siempre existen juntos estos hechos, dice; luego entre ellos hay alguna relacion que los liga.» Son infinitas las aplicaciones que podrian hacerse de la regla establecida; pero las anteriores bastan para que cualquiera las encuentre por sí mismo. Solo diré que la mayor parte de los usos de la vida estan fundados en este principio: la simultánea existencia de dos seres observada por dilatado tiempo, autoriza para deducir que existiendo el uno existirá tambien el otro. Sin dar por segura esta regla, el comun de los hombres no podria obrar; y los mismos filósofos se encontrarian mas embarazados de lo que tal vez se figuran. Darian pocos pasos mas que el vulgo. La 2ª. regla es muy análoga á la primera: se funda en los mismos principios, y se aplica á los mismos usos. La constante experiencia manifiesta que el pollo sale de un huevo; nadie hasta ahora ha explicado satisfactoriamente cómo del licor encerrado en la cáscara se forma aquel cuerpecito tan admirablemente organizado; y aun cuando la ciencia diese cumplida razon del fenómeno, el vulgo no lo sabria; y sin embargo ni este ni los sabios vacilan en creer que hay una relacion de dependencia entre el licor y el polluelo; al ver el pequeño viviente, todos estamos seguros de que le ha precedido aquella masa que á nuestros ojos se presentaba informe y torpe. La generalidad de los hombres, ó mejor diremos, todos, ignoran completamente de qué manera la tierra vegetal concurre al desarrollo de las semillas y al crecimiento de las plantas; ni cual es la causa de que unos terrenos se adapten mejor que otros á determinadas producciones; pero _siempre_ se ha visto así, y esto es suficiente para que se crea que una cosa depende de otra, y para que al ver la segunda deduzcamos sin temor de errar la existencia de la primera. § IV. Observaciones sobre la relacion de casualidad. Una regla de los dialécticos. Sin embargo conviene advertir la diferencia que va de la sucesion observada una sola vez, ó repetida muchas. En el primer caso, no solo no arguye casualidad, pero ni aun relacion de ninguna clase; en el 2º. no siempre indica dependencia de efecto y causa, pero sí al ménos dependencia de una causa comun. Si el flujo y reflujo del mar se hubiese observado que coincidia una que otra vez con cierta posicion de la luna, no podria inferirse que existia relacion entre los dos fenómenos; mas siendo constante la expresada coincidencia, los fisicos debieron inferir, que si el uno no es causa del otro, al ménos tienen ambos una causa comun, y que así estan ligados en su origen. A pesar de lo que acabo de decir, tienen mucha razon los dialécticos cuando tachan de sofístico el raciocinio siguiente: _post hoc, ergo propter hoc; despues de esto, luego por esto_. 1º. Porque ellos no hablan de una sucesion constante; 2º. porque aun cuando hablaran, esta sucesion puede indicar dependencia de una causa comun, y no que lo uno sea causa de lo otro. Si bien se observa, la misma regla á que atendemos en los negocios comunes, es mas general de lo que á primera vista pudiera parecer: de ella nos servimos en el curso ordinario de las cosas, de la propia suerte que en lo tocante á la naturaleza. Segun el objeto de que se trata se modifica la aplicacion de la regla: en unos casos basta una experiencia de pocas veces, en otros se la exige mas repetida; pero en el fondo siempre andamos guiados por el mismo principio: dos hechos que siempre se suceden, tienen entre si alguna dependencia, la existencia del uno indicará pues la del otro. § V. Un ejemplo. Es de noche y veo que en la cima de una montaña se enciende un fuego; á poco rato de arder, noto que en la montaña opuesta asoma una luz; brilla por breve tiempo y desaparece. Esta ha salido despues de encendido el fuego en la parte opuesta; pero de aquí no puedo inferir que haya entre los dos hechos relacion alguna. Al dia siguiente, veo otra vez que se enciende el fuego en el mismo lugar, y que del mismo modo se presenta la luz. La coincidencia en que ayer no me habia parado siquiera, ya me llama la atencion hoy: pero esto podrá ser una casualidad, y no pienso mas en ello. Al otro dia acontece lo mismo; crece la sospecha de que no sea una señal convenida. Durante un mes se verifica lo propio; la hora es siempre la misma, pero nunca falta la aparicion de la luz á poco de arder el fuego; entónces ya no me cabe duda de que ó el un hecho es dependiente del otro, ó por lo ménos hay entre ellos alguna relacion; y ya no me falta sino averiguar en qué consiste una novedad que no acierto á comprender. En semejantes casos el secreto para descubrir la verdad, y prevenir los juicios infundados, consiste en atender á todas las circunstancias del hecho, sin descuidar ninguna por despreciable que parezca. Así en el ejemplo anterior, supuesto que á poco de encendido el fuego se presentaba la luz, diráse á primera vista, que no es necesario pararse en la hora de la noche, y ni tampoco en si esta hora variaba ó no. Mas en la realidad estas circunstancias eran muy importantes, porque segun fuese la hora, era mas ó menos probable que se encendiese fuego y apareciese luz; y siendo siempre la misma, era mucho ménos probable que los dos hechos tuviesen relacion, que si hubiera sido variada. Un imprudente que no reparase en nada de eso, alarmaria la comarca con las pretendidas señales; no cabria ya duda de que algunos malhechores se ponen de acuerdo, se explicaria sin dificultad el robo que sucedió tal ó cual dia, se comprenderia lo que significaba un tiro que se oyó por aquella parte, y cuando la autoridad tendria aviso del malvado complot, cuando recaerian ya negras sospechas sobre familias inocentes; hé aqui que los exploradores enviados á observar de cerca el misterio, podrian volver muy bien riéndose del espanto y del espantador, y descifrando el enigma en los términos siguientes: «Muy cerca de la cima donde arde el fuego, está situada la casa de la familia A, que á la hora de acostarse aposta un vigilante en las cercanías, porque tiene noticia de que unos leñadores quieren estropear parte de bosque plantado de nuevo. El centinela siente frio, y hace muy bien en encender lumbre sin ánimo de espantar á nadie, sino es á los malandrines de segur y cuerda. Como cabalmente aquella es la hora en que suelen acostarse los comarcanos, lo hace tambien la familia B que habita en la cumbre de la montaña opuesta. Al sonar el reloj, levanta el dueño los reales de la chimenea, dice á todo el mundo: «vámonos á dormir,» y entre tanto él sale á un terrado al cual dan varias puertas, y empuja por la parte de afuera para probar si los muchachos han cerrado bien. Como el buen hombre va á recogerse, lleva en la mano el candil, y héos aquí la luz misteriosa que salia á una misma hora, y desaparecia en breve, coincidiendo con el fuego, y haciendo casi pasar por ladrones á quienes solo trataban de guardarse de ladrones. ¿Qué debia hacer en tal caso un buen pensador? Hélo aquí. A poco rato de encendido el fuego aparece la luz, y siempre á una misma hora poco mas ó ménos, lo que inclina á creer que será una señal convenida. El país está en paz, con que esto debiera de ser inteligencia de malhechores. Pero cabalmente no es probable que lo sea, porque no es regular que escojan siempre un mismo lugar y tiempo, con riesgo de ser notados y descubiertos. Ademas que la operacion seria muy larga durando un mes, y estos negocios suelen redondearse con un golpe de mano. Por aquellas inmediaciones estan las casas A y B, familias de buena reputacion que no se habrán metido á encubridores. Parece pues que ó ha de haber coincidencia puramente casual, ó que si hay seña, debe de ser sobre negocio que no teme los ojos de la justicia. La hora del suceso es precisamente la en que se recogen los vecinos de esta tierra; veamos si esto no será que algunos quehaceres obligan á los unos á encender fuego, y á los otros á sacar la luz. § VI. Reflexiones sobre el ejemplo anterior. Reflexionando sobre el ejemplo anterior, se nota que á pesar de la ninguna relacion de seña ni causa, que en sí tenian los dos hechos, no obstante reconocian en cierto modo un mismo orígen: el sonar la hora de acostarse. Así se echa de ver, que el error no estaba en suponer que habia algo de comun en ellos, ni en pensar que la coincidencia no era puramente casual, sino en que se apelaba á interpretaciones destituidas de fundamento, se buscaba en la intencion concertada de las personas lo que era simple efecto de la identidad de la hora. Esta observacion enseña por una parte el tino con que debe precederse en determinar la clase de relacion que entre sí tienen dos hechos, simultáneos ó sucesivos; pero por otra confirma mas y mas la regla dada, de que cuando la simultaneidad ó sucesion son constantes, arguyen algun vínculo ó relacion, ó de los hechos entre sí, ó de ambos con un tercero. § VII. La razon de un acto que parece instintivo. Profundizando mas la materia, encontraremos que el inferir de la coexistencia ó sucesion la relacion entre los hechos coexistentes ó sucesivos, aunque parezca un acto instintivo y ciego, es la aplicacion de un principio que tenemos grabado en el fondo de nuestra alma, y del que hacemos continuo uso sin advertirlo siquiera. Este principio es el siguiente: «_donde hay órden, donde hay combinacion, hay causa que ordena y combina; el acaso es nada_.» Una que otra coincidencia la podemos mirar como casual, es decir, sin relacion; pero en siendo muy repetida, ya decimos sin vacilar: «aquí hay enlace, hay misterio, no llega á tanto la casualidad.» Así se verifica que examinando á fondo el espíritu humano, encontramos en todas partes la mano bondadosa de la Providencia, que se ha complacido en enriquecer nuestro entendimiento y nuestro corazon con inestimables preciosidades[6]. CAPÍTULO VII. LA LÓGICA ACORDE CON LA CARIDAD. § I. Sabiduría de la ley que prohibe los juicios temerarios. La ley cristiana que prohibe los juicios temerarios es no solo ley de caridad, sino de prudencia, y buena lógica. Nada mas arriesgado que juzgar de una accion, y sobre todo de la intencion, por meras apariencias; el curso ordinario de las cosas lleva tan complicados los sucesos, los hombres se encuentran en situaciones tan varias, obran por tan diferentes motivos, ven los objetos de maneras tan distintas, que á menudo nos parece un castillo fantástico, lo que examinado de cerca, y con presencia de las circunstancias se halla lo mas natural, lo mas sencillo y arreglado. § II. Exámen de la máxima «piensa mal y no errarás.» El mundo cree dar una regla de conducta muy importante, diciendo «piensa mal y no errarás,» y se imagina haber enmendado de esta manera la moral evangélica. «Conviene no ser demasiado cándido, se nos advierte continuamente; es necesario no fiarse de palabras; los hombres son muy malos, obras son amores y no buenas razones:» como si el Evangelio nos enseñase á ser imprudentes é imbéciles; como si Jesucristo al encomedarnos que fuésemos sencillos como la paloma, no nos hubiera avisado que no creyésemos á todo espíritu, que para conocer el árbol atendiésemos al fruto; y finalmente como si á propósito de la malicia de los hombres, no leyéramos ya en las primeras páginas de la Sagrada Escritura que el corazon del hombre está inclinado al mal desde su adolescencia. La máxima perniciosa, que se propone nada ménos que asegurar el acierto con la malignidad del juicio, es tan contraria á la caridad cristiana, como á la sana razon. En efecto: la experiencia nos enseña que el hombre mas mentiroso dice mucho mayor número de verdades que de mentiras, y que el mas malvado hace muchas mas acciones buenas ó indiferentes que malas. El hombre ama naturalmente la verdad y el bien; y no se aparta de ellos sino cuando las pasiones le arrastran y extravian. Miente el mentiroso en ofreciéndosele alguna ocasion en que faltando á la verdad, cree favorecer sus intereses ó lisonjear su vanidad necia; pero fuera de estos casos, naturalmente dice la verdad, y habla como el resto de los hombres. El ladron roba, el liviano se desmanda, el pendenciero riñe, cuando se presenta la oportunidad, estimulando la pasion; que si estuviesen abandonados de continuo á sus malas inclinaciones, serian verdaderos monstruos, su crímen degeneraria en demencia; y entónces el decoro y buen órden de la sociedad reclamarian imperiosamente que se los apartase del trato de sus semejantes. Infiérese de estas observaciones que el juzgar mal, no teniendo el debido fundamento, y el tomar la malignidad por garantía de acierto, es tan irracional como si habiendo en una urna muchísimas bolas blancas, y poquísimas negras, se dijera que las probabilidades de salir estan en favor de las negras. § III. Algunas reglas para juzgar de la conducta de los hombres. Caben en esta materia reglas de juiciosa cautela, que nacen de la prudencia de la serpiente y no destruyen la candidez de la paloma. REGLA 1ª. No se debe fiar de la virtud del comun de los hombres, puesta á prueba muy dura. La razon es clara, el resistir á tentaciones muy vehementes exige virtud firme y acendrada. Esta se halla en pocos. La experiencia nos enseña que en semejantes extremos la debilidad humana suele sucumbir; y la Escritura nos previene que quien ama el peligro perecerá en él. Sabeis que un comerciante honrado se halla en los mayores apuros, cuando todo el mundo le considera en posicion muy desembarazada. Su honor, el porvenir de su familia, estan pendientes de una operacion poco justa, pero muy beneficiosa. Si se decide á ella, todo queda remediado; si se abstiene, el fatal secreto se divulga, y la perdicion total es inevitable. ¿Qué hará? Si en la operacion podeis salir perjudicado, precaveos á tiempo; apartaos de un edificio que si bien en una situacion regular no amenazaba ruina, está ahora batido por un furioso huracan. Teneis noticia de que dos personas de amable trato y bella figura, han trabado relaciones muy íntimas y frecuentes; ambos son virtuosos, y aun cuando no mediaran otros motivos, el honor debiera bastar á contenerlos en los debidos límites. Si teneis interes en ello, tomad vuestro partido con presteza; si no callad; no juzgueis temerariamente; pero rogad á Dios por ambos, que las oraciones podrán no ser inútiles. Estais en el gobierno, los tiempos son malos, la época crítica, los peligros muchos. Uno de vuestros dependientes encargado de un puesto importante se halla asediado noche y dia por un enemigo que dispone de largas talegas. El dependiente es honrado segun os parece, tiene grandes compromisos por vuestra causa, y sobre todo es entusiasta de ciertos principios, y los sustenta con mucho acaloramiento. A pesar de todo, será bueno que no perdais de vista el negocio. Haréis muy bien en creer que el honor y las convicciones de vuestro dependiente no se rajarán con los golpes de un ariete de cincuenta mil pesos fuertes; pero será mejor que no lo probeis, mayormente si las consecuencias fuesen irreparables. Un amigo os ha hecho grandes ofrecimientos, y no podeis dudar que son sinceros. La amistad es antigua, los títulos muchos y poderosos, la simpatia de los corazones está probada; y para colmo de dicha, hay identidad de ideas y sentimientos. Preséntase de improviso un negocio en que vuestra amistad le ha de costar cara; si no os sacrifica se expone á graves pérdidas, á inminentes peligros. Para lo que pudiera suceder, resignaos á ser víctima, temed que las afectuosas protestas se quedarán sin cumplirse, y que en cambio de vuestro duelo, se os pagará con una satisfaccion tan gemebunda como estéril. Estais viendo á una autoridad en aprieto; se la quiere forzar á un acto de alta trascendencia, á que no puede acceder sin degradarse, sin faltar á sus deberes mas sagrados, sin comprometer intereses de la mayor importancia. El magistrado es naturalmente recto; en su larga carrera no se le conoce una felonía; y su entereza está acompañada de cierta firmeza de carácter. Los antecedentes no son malos. Sin embargo, cuando veais que la tempestad arrecia, que el motin sube ya la escalera, cuando golpee á la puerta del gabinete el osado demagogo que lleva en una mano el papel que se ha de firmar, y en otra el puñal ó una pistola amartillada; temed mas por la suerte del negocio, que por la vida del magistrado. Es probable que no morirá; la entereza no es el heroismo. Con los anteriores ejemplos se echa de ver que en algunas ocasiones es lícito y muy prudente desconfiar de la virtud de los hombres; lo que acontece cuando el obrar bien exige una disposicion de ánimo, que la razon, la experiencia y la misma religion, nos enseñan ser muy rara. Es claro ademas, que para sospechar mal, no siempre será menester que el apuro sea tal como se ha pintado. Para el comun de los hombres suele bastar mucho ménos; y para los decididamente malos la simple oportunidad equivale á vehemente tentacion. Así no es posible señalar otra regla para discernir los casos, sino que es preciso atender á las circunstancias de la persona que es el objeto del juicio, graduando la probabilidad del mal por su habitual inclinacion á él, ó su adhesion á la virtud. De estas consideraciones nacen las otras reglas. REGLA 2ª. Para conjeturar cuál será la conducta de una persona en un caso dado, es preciso conocer su inteligencia, su índole, carácter, moralidad, intereses y cuanto puede influir en su determinacion. El hombre, aunque dotado de libertad de albedrio, no deja de estar sujeto á una muchedumbre de influencias que contribuyen poderosamente á decidirle. El olvido de una sola circunstancia nos puede llevar al error. Así, suponiendo que un hombre está en un compromiso de que le es difícil salir sin faltar á sus deberes, parece á primera vista que en sabiendo cuál es su moralidad, y cuáles los obstáculos que á la sazon median para obrar conforme á ella, tenemos datos bastantes para pronosticar sobre el éxito. Pero entónces no llevamos en cuenta una cualidad que influye sobre manera en casos semejantes: la firmeza de carácter. Este olvido podrá hacer muy bien que defraude nuestras esperanzas un hombre virtuoso, y las exceda el malo; pues que para sacar airosa la virtud en circunstancias apuradas, sirve admirablemente el que obren en su favor pasiones enérgicas. Un alma de temple fuerte y brioso, se exalta y cobra nuevo aliento á la vista del peligro; en el cumplimiento del deber se interesa entónces el orgullo; y un corazon que naturalmente se complace en superar obstáculos, y arrostrar riesgos, se siente mas osado y resuelto cuando se halla animado por el grito de la conciencia. El ceder es debilidad, el volver atras cobardia; el faltar al deber es manifestar miedo, es someterse á la afrenta. El hombre de intencion recta y corazon puro, pero pusilánime, mirará las cosas con ojos muy diferentes. «Hay un deber que cumplir, es verdad; pero trae consigo la muerte de quien lo cumpla, y la orfandad de la familia. El mal se hará tambien de la misma manera; y quizas los desastres serán mayores. Es necesario dar al tiempo lo que es suyo: la entereza no ha de convertirse en terquedad: los deberes no han de considerarse en abstracto, es preciso atender á todas las circunstancias; las virtudes dejan de serlo, si no andan regidas por la prudencia. El buen hombre ha encontrado por fin lo que buscaba: un parlamentario entre el bien y el mal; el miedo con su propio traje no servia para el caso; pero ya se ha vestido de prudencia; la transaccion no se hará esperar mucho. Hé aquí un ejemplo bien palpable, y por cierto nada imaginario, de que es preciso atender á todas las circunstancias del individuo que se ha de juzgar. Desgraciadamente el conocimiento de los hombres es uno de los estudios mas dificiles; y por lo mismo es tarea espinosa el recoger los datos precisos para acertar. REGLA 3ª. Debemos cuidar mucho de despojarnos de nuestras ideas y afecciones, y guardarnos de pensar que los demas obrarán como obraríamos nosotros. La experiencia de cada dia nos enseña que el hombre se inclina á juzgar de los demas tomándose por pauta á sí mismo. De aquí han nacido los proverbios «quien mal no hace, mal no piensa;» y «piensa el ladron que todos son de su condicion.» Esta inclinacion es uno de los mayores obstáculos para encontrar la verdad en todo lo concerniente á la conducta de los hombres; ella expone con frecuencia al virtuoso á ser presa de los amaños del malvado; y dirige á menudo contra probada honradez, y quizas acendrada virtud, los tiros de la maledicencia. La reflexion, ayudada por costosos desengaños, cura á veces este defecto, orígen de muchos males privados y públicos; pero su raiz está en el entendimiento y corazon del hombre, y es preciso estar siempre alerta si no se quiere que retoñen las ramas. La razon de este fenómeno no será difícil explicarla. En la mayor parte de sus raciocinios, procede el hombre por analogía. «Siempre ha sucedido esto, luego ahora sucederá tambien.» «Comunmente despues de tal hecho, sobreviene tal otro, luego lo mismo acontecerá en la actualidad.» De aquí dimana que tan pronto como se ofrece la ocasion de formar juicio, apelamos á la comparacion; si un ejemplo apoya nuestra manera de opinar, nos afirmamos mas en ella; y si la experiencia nos suministra muchos, sin esperar mas pruebas damos la cosa por demostrada. Natural es, que necesitando comparaciones las busquemos en los objetos mas conocidos, y con los cuales nos hallamos mas familiarizados; y como en tratándose de juzgar ó conjeturar sobre la conducta ajena hemos menester calcular sobre los motivos que influyen en la determinacion de la voluntad, atendemos sin advertirlo siquiera á lo que solemos hacer nosotros, y prestamos á los demas el mismo modo de mirar y apreciar los objetos. Esta explicacion, tan sencilla como fundada, señala cumplidamente la razon de la dificultad que encontramos en despojarnos de nuestras ideas y sentimientos, cuando así lo reclama el acierto en los juicios que formamos sobre la conducta de los demas. Quien no está acostumbrado á ver otros usos que los de su pais, tiene por extraño cuanto de ellos se desvia, y al dejar por primera vez el suelo patrio se sorprende á cada novedad que descubre. Lo propio nos sucede en el asunto de que tratamos: con nadie vivimos mas intimamente que con nosotros mismos; y hasta los ménos amigos de concentrarse tienen por necesidad una conciencia muy clara del curso que ordinariamente siguen su entendimiento y voluntad. Preséntase un caso, y no atendiendo á que aquello pasa en el ánimo de los otros, como si dijésemos en tierra extranjera, nos sentimos naturalmente llevados á pensar que deberá de suceder allí lo mismo á corta diferencia que hemos visto en nuestra patria. Y ya que he comenzado comparando, añadiré, que así como los que han viajado mucho no se sorprenden por ninguna diversidad de costumbres, y adquieren cierto hábito de acomodarse á todo sin extrañeza ni repugnancia, así los que se han dedicado al estudio del corazon, y á la observacion de los hombres, son mas diestros en despojarse de su manera de ver y sentir, y se colocan mas fácilmente en la situacion de los otros; como si dijéramos que cambian de traje y de tenor de vida, y adoptan el aire y las maneras de los naturales del nuevo pais[7]. CAPÍTULO VIII. DE LA AUTORIDAD HUMANA EN GENERAL. § I. Dos condiciones necesarias para que sea valedero un testimonio. No siempre nos es dable adquirir por nosotros mismos el conocimiento de la existencia de un ser, y entónces nos es preciso valernos del testimonio ajeno. Para que este no nos induzca á error, son necesarias dos condiciones: 1ª. que el testigo no sea engañado: 2ª. que no nos quiera engañar. Es evidente que faltando cualquiera de estos dos extremos, su testimonio no sirve para encontrar la verdad. Poco nos importa que quien habla la conozca, si sus palabras nos expresan el error; y la veracidad y buena fe tampoco nos aprovechan si quien las posee está engañado. § II. Exámen y aplicaciones de la primera condicion. Conocemos si el testigo ha sido engañado ó no atendiendo á los medios de que ha podido disponer para alcanzar la verdad: y en estos medios comprendo tambien su capacidad y demas cualidades personales que le hacen mas ó ménos apto para el efecto. Al referírsenos algun hecho, cuando el narrador no es testigo ocular, á veces la buena educacion no permite preguntar quién lo ha contado; pero la buena lógica prescribe atender siempre á esta circunstancia, y no prestar lijeramente asenso sin haberlo tenido presente. Atravieso un pais que me es desconocido, y oigo la siguiente proposicion: «este es el año de mejor cosecha que de mucho tiempo acá se ha visto en esta comarca.» Lo primero que debo hacer es parar la atencion en la persona que así lo dice. ¿Es un hombre anciano, rico propietario de la tierra, establecido en sus mismas posesiones, aficionado á recoger noticias y formar estados comparativos? No puedo dudar que quien habla debe de saberlo muy bien; pues que su interes, profesion, inclinaciones particulares y larga experiencia le proporcionan cuantos medios son deseables para formar juicio acertado. ¿Es un hijo del mismo propietario, que solo se llega á las posesiones de su padre para divertirse ó sacar dinero; que distraido por la vida de las ciudades, se cuida muy poco de lo que pasa en los campos? Bien podrá saberlo por habérselo oido á su padre; pero si esta última circunstancia falta, el testimonio es muy poco seguro. ¿Es un viajero que recorre de vez en cuando aquel pais, por negocios que nada tienen que ver con la agricultura? Su palabra merece poca fe, porque son escasos los medios que ha tenido para cerciorarse de lo que afirma; su proposicion podrá ser echada á la aventura. En una reunion se cuenta que el ingeniero N. acaba de idear una nueva máquina para tal ó cual producto, y que su invencion lleva ventaja á cuantas se han conocido hasta ahora. El testigo es ocular.--¿Quién lo refiere?--Es un caballero de la misma profesion, muy acreditado en ella, que ha viajado mucho para ponerse al nivel de los últimos adelantos en maquinaria, comisionado repetidas veces ya por el gobierno, ya por sociedades de fabricantes, para comparar diferentes sistemas de construccion y elaboracion: el juez es competente; no es fácil haya sido engañado por un charlatan cualquiera.--El testigo es un fabricante que tiene invertidos grandes capitales en maquinaria, y se propone invertir muchos mas; posee algunos conocimientos en el ramo, pues que su interes propio le llama la atencion hácia este punto, y cuenta con bastantes años de experiencia. El testimonio no es despreciable, pero ha perdido mucho de las cualidades del primero. No conoce por principios la mecánica, habrá visto algunos establecimientos, mas no los necesarios para poder comparar la invencion con los demas sistemas conocidos: el maquinista sabia que las arcas no estaban vacías, tenia un interes en que se formase alto concepto de la invencion; hay pues bastante peligro de que el mérito sea exagerado, hasta podrá ser muy mediano, y quizas nulo. Una mujer de veracidad probada, pero de imaginacion ardiente y viva, y ademas muy crédula en asuntos de carácter extraordinario y misterioso, refiere con el tono de la mayor certeza y con el lenguaje y ademan de una impresion reciente, que en la noche anterior ha oido en su casa un ruido espantoso; que habiéndose levantado ha visto el resplandor de algunas luces en partes del edificio en las que no habita nadie; y que repetidas veces han resonado con toda claridad voces desconocidas, ya cual gemidos de dolor, ya cual aullidos de desesperacion, ya cual aterradoras amenazas. La testigo habrá sido engañada. Es probable que estando profundamente dormida, algun gato que andaria ocupado en sus ordinarias tareas de hurto ó caza, habrá derribado algun traste con estrepitoso fracaso. La buena señora, que quizas conciliaria dificilmente el sueño, agitada por espectros y fantasmas, dispierta al retumbante ruido: levántase despavorida, corre presurosa de una á otra parte; ve en los aposentos desiertos alguna luz, por la sencilla razon de que nadie cuidó de cerrar las ventanas, y por ellas penetran los rayos de la luna; por fin llegan á sus oidos las voces misteriosas que no debieron de ser mas que los silbidos del viento, los crujidos de alguna puerta mal segura, y tal vez el remoto maullo del malandrin que salido por la buhardilla se va á trabar refriegas por la vecindad, sin pensar que sus maldades tienen en congojosa cuita á su dueña y bienhechora. Asi discurriria un buen pensador, sin decidirse por esto á creer ó dejar de creer, pero inclinándose algo mas á lo segundo que á lo primero; cuando hé aquí que llega á la reunion el marido de la señora espantada. Es hombre que frisa en los cincuenta, que ha tenido tiempo de perder el miedo en largos años de carrera militar, no escasea de conocimientos, y retirado ahora, vive entregado á sus negocios y á sus libros, dejando que su mujer delire á mansalva. La vista de los circunstantes se dirige naturalmente al recien llegado; y todos desean saber de su boca la impresion que le causara la medrosa aventura. «En verdad, señores, dice, que no sé qué diablos teníamos esta noche en casa. Ocupado en despachar unos papeles que me corrian prisa, no me habia acostado todavía, cuando hé aquí que á eso de las doce oigo un estrépito tal que me creí que la casa se nos venia encima. Lo que es gato no podia ser, porque era imposible que hiciese tal estrépito; y ademas esta mañana nada se ha encontrado, ni dislocado, ni roto. Eso de las luces, yo no las he visto; pero que resonaron unas voces tan tremebundas que casi casi me habrian metido el miedo en el cuerpo, es positivo. Veremos si la zambra se repite: yo me temo que se nos ha querido jugar una treta. Desearia sorprender á los actores representando su papel.» Desde entónces la cuestion cambia de aspecto; lo que ántes era improbable, ha pasado á ser creible; el hecho será verdadero, solo falta aclarar su naturaleza. § III. Exámen y aplicaciones de la segunda condicion. Si conviene precaverse contra el engaño que inocentemente puede haber sufrido el narrador, no importa ménos estar en guarda contra la falta de veracidad. Para este efecto será bien informarse de la opinion que en este punto disfruta la persona, y sobre todo examinar si alguna pasion ó interes la impelen á mentir. ¿Qué caso puede hacerse de quien pinta prodigiosos hechos de armas de los cuales espera grados, empleos y condecoraciones? Está bien claro el partido que tomará el especulador, si no está dominado por principios de rígida moral y caballerosa delicadeza. Así, quien refiere acontecimientos en cuya verdad ó apariencia tiene grande interes, es testigo sospechoso; prestarle crédito sobre su palabra fuera proceder muy de lijero. Cuando tratamos de calcular la probabilidad de un suceso que no sabemos sino por el testimonio de otros, es preciso atender simultáneamente á las dos condiciones explicadas: conocimiento y veracidad. Pero como en muchos casos, á mas del testimonio, tenemos algunos datos para conjeturar sobre la probabilidad de lo que se nos cuenta, es necesario hacerlos entrar en combinacion, para decidirnos con ménos peligro de errar. Por lo comun, hay muchas cosas á que atender, en lo cual enseñarán mas los ejemplos que las reglas. Un general da parte de una brillante victoria que acaba de conseguir; el enemigo, por supuesto, era superior en fuerzas, ocupaba posiciones muy ventajosas, pero ha sido arrollado en todas direcciones, y solo una precipitada fuga le ha librado de dejar en manos del vencedor numerosos prisioneros. La pérdida del general ha sido insignificante en comparacion de la del enemigo; algunas compañías que llevadas de su ardor se habian adelantado en demasía, viéronse envueltas por cuadruplicadas fuerzas y tuvieron algunos momentos de conflicto; pero merced á la bizarria de los jefes, y acertadas disposiciones del general, pudiéronse replegar con el mayor órden sin mas resultado que extraviarse un reducido número de soldados. ¿Qué concepto formaremos de la accion? Para que se vea cuánta circunspeccion es necesaria si se desea acertar en los juicios, y con la mira de ofrecer ejemplos que sirvan de norma en otros casos, detallaremos las muchas circunstancias á que es preciso atender. ¿Es conocido el general? ¿Tiene reputacion de veraz y modesto, ó pasa plaza de fanfarron? ¿Cuáles son sus dotes militares? ¿Qué subalternos le auxilian? Sus tropas ¿gozan fama de valor y disciplina? ¿Se han distinguido en otras acciones, ó estan desacreditadas por frecuentes derrotas? ¿Con qué enemigo ha tenido que habérselas? ¿Cuál era el objeto de la expedicion del general? ¿Lo ha conseguido ó no? En el parte hay una cláusula que dice: «Sé de positivo que la plaza N puede todavia sostenerse algunos dias. Así no he creido necesario precipitar las operaciones, mayormente cuando la situacion del soldado, rendido de hambre y fatiga, reclamaba imperiosamente algun descanso. El convoy queda seguro en la ciudad M, adonde me he replegado, abandonando al enemigo unas posiciones que me eran inútiles, y dejándole que se cebase en una porcion de viveres que en el ardor de la refriega cayeron en su poder, á causa de un desórden momentáneo que se debió al miedo de los bagajeros.» El negocio presenta mal aspecto; á pesar de todos los rodeos, se conoce que el vencedor ha perdido una parte del convoy, y no ha podido pasar con lo restante. ¿Qué trofeos nos presenta en testimonio de su victoria? No ha cogido prisioneros, y él confiesa algunos extraviados; aquellas compañías demasiado adelantadas sufrieron algunos momentos de conflicto, y fueron envueltas por fuerzas cuadruplicadas; todo esto significa que hubo en aquella parte un «sálvese quien pueda» y que el enemigo no dejó de hacer presa. ¿Cuáles son las noticias que vienen del lugar donde se ha replegado el general? Es probable que las cartas serán tristes, y que traerán descripciones aflictivas sobre el desórden en que entró la tropa, y la disminucion del convoy. ¿Qué dicen los partidarios del enemigo? ¡Ah! esto acaba de aclarar el misterio; se han echado las campanas á vuelo en el punto P, y han entrado muchos prisioneros; los enemigos se han presentado orgullosos en presencia de la plaza sitiada, cuyos apuros son cada dia mayores. ¿Qué está haciendo el general vencedor? Se mantiene en inaccion, y se añade que ha pedido refuerzos; la brillante victoria habrá sido pues una insigne derrota. § IV. Una observacion sobre el interes en engañar. Casos hay en que por interesado que parezca el narrador en faltar á la verdad, no es probable que lo haya hecho, porque descubierta en breve la mentira, sin recurso para paliarla, se convertiria contra él de una manera ignominiosa. La experiencia nos enseña que no hay que fiar de ciertas relaciones militares que no pueden ser contradichas luego, con toda claridad y con presencia de datos positivos, que produzcan completa evidencia. Las mayores ó menores fuerzas del enemigo, el órden ó la dispersion con que tal ó cual parte de su ejército emprendió la retirada, el número de muertos ó heridos, lo mas ó ménos favorable de algunas posiciones atendida la situacion de los combatientes, lo mas ó ménos intransitable de los caminos, y otras cosas por este tenor, ¿cómo las puede aclarar bien el público? Cada cual refiere las cosas á su modo, segun sus noticias, intereses ó deseos; y los mismos que saben la verdad son quizas los primeros en oscurecerla haciendo circular las mas insignes falsedades. Los que llegan á desembarazarse del enredo, y á ver claro en el negocio, ó callan, ó se hallan impugnados por mil y mil á quienes importa sostener la ilusion; y la mancha que cae sobre los embaucadores nunca es tan ignominiosa que no consienta algun disfraz. Pero suponed que un general que está sitiando una plaza, y nada puede contra ella, tiene la imprudencia de enviar un pomposo parte al gobierno, anunciándole que la ha tomado por asalto y estan en su poder los restos de la guarnicion que no han perecido en la refriega; á pocos dias sabrá el gobierno, sabrá el público, sabrá el mismo ejército, que el general ha mentido de una manera tan escandalosa; y la burla y la afrenta que caerán sobre el impostor le harán pagar cara su gloria de momento. De aquí es que en semejantes casos el buen sentido del público suele preguntar si el parte es oficial: y si lo es, por mas que no haga caso de las circunstancias con que se procura realzar el hecho, no obstante presta crédito á la existencia de él. Hasta es de notar que cuando en gravísimos apuros se miente de una manera escandalosa, con la mira de alentar por algunas horas mas y dar lugar al tiempo, rara vez se inventa un parte nombrando personas; se apela á las fórmulas de «sabemos de positivo; un testigo de vista acaba de referirnos» y otras semejantes; se suponen oficios recibidos que se imprimirán luego, se ordenan regocijos públicos etc., pero siempre se suele dejar un camino abierto para que la mentira no choque demasiado de frente con el buen sentido, se tiene cuidado en no comprometer el nombre de personas determinadas; en una palabra, hasta reinando la mayor desfachatez, se guardan siempre algunas consideraciones á la conciencia pública. Para dejar pues de prestar crédito á una relacion, no basta objetar que el narrador está interesado en faltar á la verdad; es necesario considerar si las circunstancias de la mentira son tan desgraciadas, que poco despues haya de ser descubierta en toda su desnudez, sin que le quede al engañador la excusa de que se habia equivocado ó le habian mal informado. En estos casos, por poca que sea la categoría de la persona, por poca estimacion de sí misma que se le pueda suponer, mayormente cuando el asunto pasa en público, es prudente darle crédito, si de esto no puede resultar ningun daño. Será dable salir engañado, pero la probabilidad está en contra y en grado muy superior. § V. Dificultades para alcanzar la verdad, en mediando mucha distancia de lugar ó tiempo. Si es tan difícil encontrar la verdad, cuando los sucesos son contemporáneos, y se realizan en nuestro propio pais, ¿qué diremos de lo que pasa á larga distancia de lugar ó tiempo, ó de uno y otro? ¿Cómo será posible sacar en limpio la verdad de manos de viajeros ó historiadores? Por mas desconsolador que sea, es preciso confesarlo, quien haya observado de qué modo se abulta, y se exagera, y se disminuye, y se desfigura, y se trastorna de arriba abajo lo mismo que estamos viendo con nuestros ojos, ha de sentirse por necesidad muy descorazonado al abrir un libro de historia ó de viajes, ó al leer los periódicos, particularmente los extranjeros. Quien vive en el mismo tiempo y pais de los acontecimientos tiene muchos medios para evitar el error: ó ve las cosas por sí mismo, ó lee y oye muy diferentes relaciones que puede comparar entre sí; y como está en datos sobre los antecedentes de las personas y de las cosas, como trata continuamente con hombres de opuestos intereses y opiniones, como sigue de cerca el curso de la totalidad de los sucesos, no le es imposible á fuerza de trabajos y discrecion el aclarar en algunos puntos la verdad. Pero ¿qué será del desgraciado lector que mora allá en lejanos paises, y quizas á larga distancia de siglos, y no tiene otro guia que el periódico ú obra que por casualidad encuentra en un gabinete de lectura, ó en una biblioteca, ó que habrá adquirido por haber visto recomendados en alguna parte aquellos escritos, ú oido elogios de quien presumia entenderlo? Tres son los conductos por los cuales solemos adquirir conocimiento de lo que pasa en tiempos y lugares distantes: los periódicos, las relaciones de los viajeros, y las historias. Diré cuatro palabras sobre cada uno de ellos[8]. CAPÍTULO IX. LOS PERIÓDICOS. § I. Una ilusion. Creen algunos que con respecto á los paises donde está en vigor la libertad de imprenta, no es muy difícil encontrar la verdad, porque teniendo todo linaje de intereses y opiniones algun periódico que les sirve de órgano, los unos desvanecen los errores de los otros, brotando del cotejo la luz de la verdad. «Entre todos lo saben todo y lo dicen todo; no se necesita mas que paciencia en leer, cuidado en comparar, tino en discernir y prudencia en juzgar.» Así discurren algunos. Yo creo que esto es pura ilusion: y lo primero que asiento es que ni con respecto á las personas ni las cosas, los periódicos no lo dicen todo, ni con mucho, ni aun aquello que saben bien los redactores, hasta en los paises mas libres. § II. Los periódicos no lo dicen todo sobre las personas. Estamos presenciando á cada paso que los partidarios de lo que se llama una notabilidad, la ensalzan con destemplados elogios; miéntras sus adversarios le regalan á manos llenas los dictados de ignorante, estúpido, inhumano, sanguinario, tigre, traidor, monstruo, y otras lindezas por este estilo. El saber, los talentos, la honradez, la amabilidad, la generosidad y otras cualidades que le atribuían al héroe los escritores de su devocion, quedan en verdad algo ajadas con los cumplimientos de sus enemigos; pero al fin, ¿qué sacais en limpio de esta baraunda? ¿Qué pensará el extranjero que ha de decidirse por uno de los extremos, ó adoptar un justo medio á manera de árbitro arbitrador? El resultado es andar á tientas, y verse precisado ó á suspender el juicio ó á caer en crasos errores. La carrera pública del hombre en cuestion no siempre está señalada por actos bien caracterizados; y ademas lo que haya en ellos de bueno ó malo, no siempre es bien claro si debe atribuirse á él ó á sus subalternos. Lo curioso es que á veces entre tanta contienda, la opinion pública en ciertos círculos, y quizas en todo el pais, está fijada sobre el personaje, de suerte que no parece sino que se miente de comun acuerdo. En efecto, hablad con los hombres que no carecen de noticias, quizas con los mismos que le han declarado mas cruda guerra; «lo que es talento, oiréis, nadie se lo niega; sabe mucho y no tiene malas intenciones; pero qué quiere V.?.... se ha metido en eso, y es preciso desbancarle; yo soy el primero en respetarle como á persona privada; y ojalá que nos hubiese escuchado á nosotros; nos hubiera servido mucho, y habria representado un papel brillante. «¿Veis á ese otro tan honrado, tan inteligente, tan activo y enérgico, que al decir de ciertos periódicos, él y solo él, puede apartar la patria del borde del abismo? Escuchad á los que le conocen de cerca, y tal vez á sus mas ardientes defensores.» Que es un infeliz, ya lo sabemos; pero al fin es el hombre que nos conviene, y de álguien nos hemos de valer. Se le acusa de impuros manejos; esto ¿quién lo ignora? en el banco A tiene puestos tales fondos, y ahora va á hacer otro tanto en el banco B. En verdad que roba de una manera demasiado escandalosa, pero mire V., esto es ya tan comun...., y ademas, cuando le acusan nuestros adversarios, no es menester que uno le deje en las astas del toro. ¿No sabe V. la historia de ese hombre? pues yo le voy á contar á V. su vida y milagros ...» Y se os refieren sus aventuras, sus altos y bajos, y sus maldades ó miserias, ó necedades, y desde entónces ya no padeceis ilusiones, y juzgais en adelante con seguridad y acierto. Estas proporciones no las disfrutan por lo comun los extranjeros, ni los nacionales que se contentan con la lectura de los periódicos, y así creyendo que la comparacion de los de opuestas opiniones les aclara suficientemente la verdad, se forman los mas equivocados conceptos sobre los hombres y las cosas. El temor de ser denunciados, de indisponerse con determinadas personas, el respeto debido á la vida privada, el decoro propio, y otros motivos semejantes, impiden á menudo á los periódicos el descender á ciertos pormenores, y referir anécdoctas que retratan al vivo al personaje á quien atacan; sucediendo á veces que con la misma exageracion de los cargos, la destemplanza de las invectivas, y la crueldad de las sátiras, no le hacen ni con mucho el daño que se le podria hacer con la sencilla y sosegada exposicion de algunos hechos particulares. Los escritores distinguen casi siempre entre el hombre privado y el hombre público; esto es muy bueno en la mayor parte de los casos, porque de otra suerte la polémica periodística, ya demasiado agria y descompuesta, se convirtiera bien pronto en un lodazal donde se revolvieran inmundicias intolerables; pero esto no quita que la vida privada de un hombre no sirva muy bien para conjeturar sobre su conducta en los destinos públicos. Quien en el trato ordinario no respeta la hacienda ajena, ¿creeis que procederá con pureza cuando maneje el erario de la nacion? El hombre de mala fe, sin convicciones de ninguna clase, sin religion, sin moral, ¿creeis que será consecuente en los principios políticos que aparenta profesar, y que en sus palabras y promesas puede descansar tranquilo el gobierno que se vale de sus servicios? El epicúreo por sistema, que en su pueblo insultaba sin pudor el decoro público, siendo mal marido y mal padre, ¿creeis que renunciará a su libertinaje cuando se vea elevado á la magistratura, y que de su corrupcion y procacidad nada tendrán que temer la inocencia y la fortuna de los buenos, nada que esperar la insolencia y la injusticia de los malos? Y nada de esto dicen los periódicos, nada pueden decir, aunque les conste á los escritores sin ningun género de duda. § III. Los periódicos no lo dicen todo sobre las cosas. Hasta en política, no es verdad que los periódicos lo digan todo. ¿Quién ignora cuánto distan por lo comun las opiniones que se manifiestan en amistosa conversacion de lo que se expresa por escrito? Cuando se escribe en público hay siempre algunas formalidades que cubrir, y muchas consideraciones que guardar; no pocos dicen lo contrario de lo que piensan; y hasta los mas rígidos en materia de veracidad se hallan á veces precisados ya que no á decir lo que no piensan, al ménos á decir mucho ménos de lo que piensan. Conviene no olvidar estas advertencias, si se quiere saber algo mas en politica de lo que anda por ese mundo como moneda falsa de muchos reconocida, pero recíprocamente aceptada, sin que por esto se equivoquen los inteligentes sobre su peso y ley.[9] CAPÍTULO X. RELACIONES DE VIAJES. § I. Dos partes muy diferentes en las relaciones de viajes. En esta clase de escritos deben distinguirse dos partes: las descripciones de objetos que ha visto, ó escenas que ha presenciado el viajero; y las demas noticias y observaciones de que llena su obra. Por lo tocante á lo primero, conviene recordar lo que se ha dicho sobre la veracidad; añadiéndose dos advertencias: 1ª. que la desconfianza de la fidelidad de los cuadros debe guardar alguna proporcion con la distancia del lugar de la escena, por aquello de: luengas tierras, luengas mentiras; 2ª. que los viajeros corren riesgo de exagerar, desfigurar, y hasta fingir, haciendo formar ideas muy equivocadas sobre el pais que describen, por el vanidoso prurito de hacerse interesantes, y de darse importancia, contando peregrinas aventuras. En cuanto á las demas noticias y observaciones, no es dable reducir á reglas fijas el modo de distinguir la verdad del error; mayormente siendo imposible esta tarea en muchísimos casos. Pero será bien presentar reflexiones que llenen de algun modo el vacío de las reglas, inspirando prudente desconfianza y manteniendo en guarda á los inexpertos é incautos. § II. Orígen y formacion de algunas relaciones de viajes. ¿Cómo se hacen la mayor parte de los viajes? Pasando no mas que por los lugares mas famosos, deteniéndose algun tanto en los puntos principales, y atravesando el pais intermedio tan rápidamente como es posible; pues á ello instigan tres causas poderosas: ahorrar tiempo, economizar dinero, y disminuir la molestia. Si el pais es culto, con buenos caminos, con canales, rios y costas de pronta navegacion, el viajero salta de una capital á otra disparándose como una flecha; dormitando con el mecimiento del coche ó de la nave, y asomando la cabeza por la portezuela para recrearse con la vista de algun bello paisaje, ó paseándose sobre cubierta contemplando las orillas del rio cuya corriente le arrebata. Resulta de ahí que todo el pais intermedio queda completamente desconocido, en cuanto concierne á ideas, religion, usos y costumbres. Algo ve sobre la calidad del terreno y los trajes de los moradores, porque ambos objetos se le ofrecen á los ojos; pero hasta en estas cosas si el viajero no es cauto, y pretende hablar en general, podrá dar á sus lectores las noticias mas falsas y extravagantes. Si de aquí á algunos años logramos navegar por el Ebro desde Zaragoza á Tortosa, el viajero que pintase el terreno y los trajes de Aragon y Cataluña, ateniéndose á lo que hubiese visto en la ribera del rio, por cierto que les proporcionaria á sus lectores copia disparatada. Ahora reflexione el aficionado á relaciones de viajes, el caso que debe hacer de las detalladas noticias sobre un pais de muchos millares de leguas cuadradas descrito por un viajero que le ha observado de la susodicha manera. «El que lo ha visto de cerca lo dice, así será sin asomo de duda:» de esta suerte hablas, ó crédulo lector, pensando que en recoger aquellas noticias ha puesto tu guia gran trabajo y cuidado; pues yo te diré lo que podria muy bien haber sucedido, y otra vez no te dejarás engañar con tanta facilidad. Llegado el viajero á la capital, tal vez con escaso conocimiento de la lengua, y quizas con ninguno, habrá andado atolondrado y confuso algunos dias, en el laberinto de calles y plazas, desplegando á menudo el plano de la ciudad, preguntando á cada esquina, y saliendo del paso del mejor modo posible, para encontrar la oficina de pasaportes, la casa de la embajada, y los sugetos para quienes lleva carta de recomendacion. Este tiempo no es muy á propósito para observar; y si á ratos toma coche, para librarse de cansancio y evitar extravío, tanto peor para los apuntes de su cartera: todo desfila á sus ojos con mucha rapidez como en linterna mágica las ilusiones de los cuadros; recogerá muy gratas sensaciones, pero no muchas noticias. Viene en seguida la visita de los principales edificios, monumentos, bellezas y preciosidades cuyo índice encuentra en la _guia_; y ó la capital no ha de ser de las mayores, ó se le han pasado muchos dias en la expresada tarea. La estacion se adelanta, es preciso todavía visitar otras ciudades, acudir á los baños, presenciar tal ó cual escena en un punto lejano, el viajero ha de tomar la posta, y correr á ejecutar en otra parte lo que acaba de practicar allí. A los pocos meses de su partida del suelo natal, está ya de vuelta, y ordena durante el invierno sus apuntes, y en la primavera se halla de venta un abultado tomo sobre el viaje. Agricultura, artes, comercio, ciencia, política, ideas populares, religion, usos, costumbres, carácter, todo lo ha observado de cerca el afortunado viajero; en su libro se halla la estadística universal del pais; creedle sobre su palabra y podréis ahorraros el trabajo de salir de vuestro gabinete, sin que ignoreis los mas pequeños y delicados pormenores. ¿Cómo ha podido adquirir tanta copia de noticias? Un Argos no bastara para ver y notar tanto en tan breve tiempo; y ademas, ¿cómo habrá sabido lo que pasaba allí donde no ha estado, es decir, á centenares de leguas á derecha é izquierda de la carretera, canal ó rio por donde viajaba? Hélo aquí. Cuando al dar los primeros rayos del sol á la portezuela del coche, se habrá dispertado, y bostezando, y desperezándose habrá echado una ojeada sobre el pais, que no se parece ya á lo que era el de anoche, cruzando y arreglando las piernas con el caballero de enfrente, habrá trabado quizas la siguiente conversacion.--V. conoce el pais este?--Un poco.--El pueblo aquel cómo se llama?--Si mal no me acuerdo es N.--Los principales productos del pais?--N.--¿La industria?--N.--Carácter?--Flemático como el postillon.--Riqueza?--Como judios. Entre tanto llega el coche al parador, el de las respuestas se marcha quizas sin despedirse; y sus informes que se ignoran de quién sean, figurarán cual datos positivos entre los apuntes del observador, que tendrá la humorada de afirmar que cuenta lo que ha visto. Pero como estos recursos no son suficientes y dejarian muy incompleta la descripcion, recogerá cuídadosamente los trajes extraños, los edificios irregulares, las danzas grotescas que se le hayan ofrecido al paso, y héos aquí un cuadro de costumbres generales que nada dejará que desear. Sin embargo, aun hay otra mina que explotará el viajero, y de donde sacará tal vez el principal tesoro. En los periódicos y en las _guias_, encontrará en crecido número las noticias que ha menester para formar su estadística; y con los datos que de allí saque, puestos en órden diferente, intercalando alguna cosa de lo que ha visto ú oido ó conjeturado, resultará un todo que se hará circular como fruto de los trabajos investigadores del viajero, y en sustancia no será mas en su mayor parte, que cuentos de un cualquiera, y traducciones y plagios de periódicos y obras. Para que no se extrañe la severidad con que trato á los autores de _viajes_, sin que por esto me proponga rebajar el mérito donde quiera que se halle, bastará recordar las necedades y disparates que han publicado algunos extranjeros que han viajado por España. Lo que á nosotros nos ha sucedido puede muy bien acontecer á otros pueblos; saliendo bien ó mal parados, aplaudidos con exageracion, ó criticados con injusticia, segun el humor, las ideas, y otras cualidades del lijero pintor que se empeñaba en sacar copia de originales que no habia visto. § III. Modo de estudiar un pais. La razon y la experiencia enseñan, que para formar cabal concepto de una pequeña comarca, y poderla describir tal como es, bajo el aspecto material y moral, es necesario estar familiarizado con la lengua, pasar allí larga temporada, abundar de relaciones, estar en trato continuo sin cansarse de preguntar y observar. No creo que haya otro medio de adquirir noticias exactas y formar acertado juicio; lo demas es andarse en generalidades, y llenarse la cabeza de errores é inexactitudes. Hasta que se estudien los paises de esta manera, hasta que se forme de esta suerte su estadística material y moral, no serán bien conocidos. Estarán pintados en los libros como en los mapas muy pequeños que nos ofrecen á la vista dilatadas regiones: todo está cubierto de nombres, y de círculos, y de crucecitas, y de cordilleras de montañas y de corrientes de rios; pero medid con el compas las distancias, y andaos por el mundo sin otra regla; á menudo creeréis estar muy cerca de una ciudad, de un rio, de un monte, que distan sin embargo nada ménos que cien leguas. En suma, ¿quereis adquirir noticias exactas sobre un pais, y formar de su estado concepto verdadero y cabal? estudiadlo de la manera sobredicha, ó leed á quien lo hubiere estudiado de esta suerte. Y si no truviereis proporcion para ello, contentaos con cuatro cosas generales, que os sacarán airoso de una conversacion con vuestros iguales en aquella clase de conocimientos; pero guardaos de asentar sobre estos datos un sistema filosófico, político ó económico; y andad con tiento en lucir vuestra ciencia, si os encontrarais con algun natural del pais, y no quereis exponeros á ser objeto de risa[10]. CAPÍTULO XI. HISTORIA. § I. Medio para ahorrar tiempo, ayudar la memoria, y evitar errores, en los estudios históricos. El estudio de la historia es no solo útil sino tambien necesario. Los mas escépticos no le descuidan; porque, aun cuando no le admitiesen como propio para conocer la verdad, al ménos no le desdeñarian como indispensable ornamento. Ademas que la duda llevada á su mayor exageracion no puede destruir un número considerable de hechos, que es preciso dar por ciertos, si no queremos luchar con el sentido comun. Así, uno de los primeros cuidados que deben tenerse en esta clase de estudios es distinguir lo que hay en ellos de absolutamente cierto. De esta manera se encomienda á la memoria lo que no admite sombra de duda, y queda luego desembarazado el lector para andar clasificando lo que no llega á tan alto grado de certeza, ó es solamente probable, ó tiene muchos visos de falso. ¿Quién dudará que existieron en oriente grandes imperios, que los griegos fueron pueblos muy adelantados en civilizacion y cultura, que Alejandro hizo grandes conquistas en el Asia, que los romanos llegaron á ser dueños de una gran parte del mundo conocido, que tuvieron por rival á la república de Cartago, que el imperio de los señores del mundo fué derribado por una irrupcion de bárbaros venidos del norte, que los musulmanes se apoderaron del Africa septentrional, destruyeron en España el reino de los godos y amenazaron otras regiones de Europa, que en los siglos medios existió el sistema del feudalismo, y mil y mil otros acontecimientos ya antiguos ya modernos, de los cuales estamos tan seguros como de que existen Lóndres y Paris? § II. Distincion entre el fondo del hecho y sus circunstancias. Aplicaciones. Pero admitidos como indudables cierta clase de hechos, queda anchuroso campo para disputar sobre otros y desecharlos, ó darles crédito; y hasta con respecto á los que no consienten ningun género de duda, pueden espaciarse la erudicion, la crítica y la filosofía de la historia, en el exámen y juicio de las circunstancias con que los historiadores los acompañan. Es incuestionable que existieron las guerras llamadas púnicas, que en ellas Cartago y Roma se disputaron el imperio del Mediterráneo, de las costas de Africa, España é Italia, y que al fin salió triunfante la patria de los Escipiones, venciendo á Aníbal y destruyendo la capital enemiga: pero las circunstancias de aquellas guerras ¿fueron tales como nosotros las conocemos? En el retrato que se nos hace del carácter cartagines, en el señalamiento de las causas que provocaron los rompimientos, en la narracion de las batallas, de las negociaciones, y otros puntos semejantes, ¿seria posible que hubiésemos sido engañados? Los historiadores romanos, de quienes hemos recibido la mayor parte de las noticias, ¿no habrán mezclado mucho de favorable á su nacion, y de contrario á la rival? Aquí entra la duda, aquí el discernimiento; aquí entra ora el admitir con recelo y desconfianza, ora el desechar sin reparo, ora el suspender con mucha frecuencia el juicio. ¿Qué seria de la verdad á los ojos de las generaciones venideras, si por ejemplo la historia de las luchas entre dos naciones modernas, quedase únicamente escrita por los autores de una de las dos rivales? Y esto sin embargo, lo han publicado los unos en presencia de los otros, corrigiéndose y desmintiéndose recíprocamente, y los acontecimientos se verificaron en épocas que abundaban ya de medios de comunicacion, y en que era mucho mas difícil sostener falsedades de bulto. ¿Qué será pues viniéndonos las narraciones por un conducto solo, y tan sospechoso, por interesado; y tratándose de tiempos tan distantes, de comunicaciones tan escasas, y en que no se conocian los medios de publicidad que han disfrutado los modernos? Mucho se deberá desconfiar tambien de los griegos cuando nos refieren sus gigantescas hazañas, las matanzas de innumerables persas, sus rasgos de patriotismo heróico, y cien cosas por este tenor. La fe ciega, el entusiasmo sin límites, la admiracion por aquel pueblo de increibles hazañas, allá se queda para los sencillos; que quien conoce el corazon del hombre, quien ha visto con sus propios ojos tanto exagerar, desfigurar y mentir, dice para sí: «el negocio debió de ser grave y ruidoso; parece que en efecto no se portaron mal esos griegos; pero en cuanto á saber el respectivo número de combatientes, y otros pormenores, suspendo el juicio hasta que hayan resucitado los persas, y los oiga pintar á su modo los acontecimientos y sus circunstancias.» Esta regla de prudencia es susceptible de infinitas aplicaciones á lo antiguo y moderno. El lector que de ella se penetre, y no la olvide al leer la historia, dé por seguro que se ahorrará muchísimos errores, y sobre todo no desperdiciará tiempo y trabajo en recordar si fueron sesenta ó setenta mil los que murieron en tal ó cual refriega, y si los pobres que anduvieron de vencida, y no pueden desmentir al cronista, eran en número cuadruplicado ó quintuplicado, para su mayor ignominia y afrenta. § III. Algunas reglas para el estudio de la historia. Como la historia no entra en esta obrita sino como uno de tantos objetos que no deben pasarse por alto cuando se trata de la investigacion de la verdad, fuera inoportuno extenderse demasiado en señalar reglas para su estudio; esto por sí solo, reclamaria un libro de no pequeño volúmen; y no conviene gastar un espacio que bien se ha menester para otras cosas. Así me limitaré á prescribir lo ménos que pueda, y con la mayor brevedad que alcance. REGLA 1ª. Conforme á lo establecido mas arriba (Cap. VIII), es preciso atender á los medios que tuvo á mano el historiador para encontrar la verdad, y á las probabilidades de que sea veraz ó no. REGLA 2ª. En igualdad de circunstancias, es preferible el testigo ocular. Por mas autorizados que sean los conductos, siempre son algo peligrosos; las narraciones que pasan por muchos intermedios suelen ser como los líquidos, los que siempre se llevan algo del canal por donde corren. Desgraciadamente abundan mucho en los canales la malicia y el error. REGLA 3ª. Entre los testigos oculares, es preferible en igualdad de circunstancias, el que no tomó parte en el suceso, y no ganó ni perdió con él. (V. Cap. VIII.) Por mas crédito que se merezca César cuando nos refiere sus hazañas, claro es que á sus enemigos no los habia de pintar pocos y cobardes, ni describirnos sus empresas como demasiado asequibles. Los prodigios de Aníbal contados por sus mismos enemigos, valen por cierto algo mas. ¿Cómo vemos narradas las revoluciones modernas? Segun las opiniones é intereses del escritor. Un hombre de aventajado talento ha dado á luz una historia del levantamiento y revolucion de España en la época de 1808; y sin embargo, al tratar de las Córtes de Cádiz, al traves del lenguaje anticuado, y del tono grave y sesudo, bien se trasluce el jóven y fogoso diputado de las constituyentes. REGLA 4ª. El historiador contemporáneo es preferible; teniendo empero el cuidado de cotejarle con otro de opiniones é intereses diferentes, y de separar en ambos el hecho narrado de las causas que se le señalan, resultados que se le atribuyen, y juicio de los escritores. Por lo comun, hay en los acontecimientos algo que descuella, y se presenta á los ojos demasiado de bulto para que pueda negarlo la parcialidad del historiador. En tal caso exagera ó disminuye, echa mano de colores halagüeños ó repugnantes, busca explicaciones favorables apelando á causas imaginarias, y señalando efectos soñados: pero el hecho está allí; y los esfuerzos del escritor apasionado ó de mala fe, no hacen mas que llamar la atencion del avisado lector para que fije la vista con atencion en lo que hay, y no vea ni mas ni ménos de lo que hay. Los historiadores apasionados de Napoleon hablarán á la posteridad del fanatismo y crueldad de la nacion española, pintándola como un pueblo estúpido que no quiso ser feliz; referirán los mil motivos que tuvo el gran Capitan para entremeterse en los negocios de la Península, y señalarán un millon de causas para explicar lo poco satisfactorio de los resultados. Por supuesto que llegarán á concluir que por esto no se empañan en lo mas mínimo las glorias del héroe. Pero el lector juicioso y discreto descubrirá la verdad á pesar de todos los amaños para oscurecerla. El historiador no habrá podido ménos de confesar á su modo y con mil rodeos, que Napoleon ántes de comenzar la lucha, y miéntras las fuerzas del Marques de la Romana le auxiliaban en el norte, introdujo en España con palabras de amistad, un numeroso ejército, y se apoderó de las principales ciudades y fortalezas, inclusa la capital del reino; que colocó en el trono á su hermano José; y que al fin José y su ejército despues de seis años de lucha, se vieron precisados á repasar la frontera. Esto no lo habrá negado el historiador; pues bien, esto basta: píntense los pormenores como se quiera, la verdad quedará en su lugar. He aquí lo que dirá el sensato lector: «tú, historiador parcial, defiende admirablemente la reputacion y buen nombre de tu héroe, pero resulta de tu misma narracion, que él ocupó el pais protestando amistad, que invadió sin título, que atacó á quien le ayudaba, que se valió de traicion para llevarse al rey, que peleó durante seis años sin ningun provecho. De una parte estaban pues la buena fe del aliado, la lealtad del vasallo, y el arrojo y la constancia del guerrero; de otra podian estar la pericia y el valor, pero á su lado resaltan la mala fe, la usurpacion, y la esterilidad de una dilatada guerra. Hubo pues yerro y perfidia en la concepcion de la empresa, maldad en la ejecucion; razon y heroismo en la resistencia.» REGLA 5ª. Los anónimos merecen poca confianza. El autor habrá tal vez callado su nombre por modestia ó por humildad; pero el público que lo ignora, no está obligado á prestar crédito á quien le habla con un velo en la cara. Si uno de los frenos mas poderosos, cual es el temor de perder la buena reputacion, no es todavía bastante para mantener á los hombres en los límites de la verdad, ¿cómo podremos fiarnos de quien carece de él? REGLA 6ª. Antes de leer una historia es muy importante leer la vida del historiador. Casi me atreveria á decir que esta regla, por lo comun tan descuidada, es de las que deben ocupar el lugar mas distinguido. En cierto modo se halla ya contenida en lo que llevo dicho mas arriba (Cap. VIII); pero no será inútil haberla establecido por separado, siquiera para tener ocasion de ilustrarla con algunas observaciones. Claro es que no podemos saber qué medios tuvo el historiador para adquirir el conocimiento de lo que narra, ni el concepto que debemos formar de su veracidad, si no sabemos quién era, cuál fué su conducta, y demas circunstancias de su vida. En el lugar en que escribió el historiador, en las formas políticas de su patria, en el espíritu de su época, en la naturaleza de ciertos acontecimientos, y no pocas veces en la particular posicion del escritor, se encuentra quizas la clave para explicar sus declamaciones sobre tal punto, su silencio ó reserva sobre tal otro; porqué pasó sobre este hecho con pincel lijero, porqué cargó la mano sobre aquel. Un historiador del revuelto tiempo de la Liga no escribia de la misma suerte que otro del reinado de Luis XIV; y trasladándonos á épocas mas cercanas, las de la revolucion, de Napoleon, de la restauracion, y de la dinastía de Orleans, han debido inspirar al escritor otro estilo y lenguaje. Cuando andaban animadas las contiendas entre los papas y los príncipes, no era por cierto lo mismo publicar una memoria sobre ellas, en Roma, Paris, Madrid ó Lisboa. Si sabeis donde salió á luz el libro que teneis en la mano, os haréis cargo de la situacion del escritor; y así supliréis aquí, cercenaréis allá; en una parte descifraréis una palabra oscura, en otra comprenderéis un circunloquio; en esta página apreciaréis en su justo valor una protesta, un elogio, una restriccion; en aquella adivinaréis el blanco de una confesion, de una censura, ó señalaréis el verdadero sentido á una proposicion demasiado atrevida. Pocos son los hombres que se sobreponen completamente á las circunstancias que los rodean: pocos son los que arrostran un gran peligro por la sola causa de la verdad; pocos son los que en situaciones críticas no buscan una transaccion entre sus intereses y su conciencia. En atravesándose riesgos de mucha gravedad, el mantenerse fiel á la virtud es heroismo, y el heroismo es cosa rara. Ademas que no siempre puede decirse que haya obrado mal un escritor, por haberse atemperado á las circunstancias, si no ha vulnerado los derechos de la justicia y de la verdad. Casos hay en que el silencio es prudente y hasta obligatorio; y por lo mismo, bien se puede perdonar á un escritor el que no haya dicho todo lo que pensaba, con tal que no haya dicho nada contra lo que pensaba. Por mas profundas que fuesen las convicciones de Belarmino sobre la potestad indirecta, ¿habriais exigido de él, que se expresase en Paris de la misma suerte que en Roma? Esto hubiera equivalido á decirle: «hablad de manera, que tan pronto como el Parlamento tenga noticia de vuestra obra, sean recogidos los ejemplares á mano armada, quemado quizas uno de ellos por la mano del verdugo, y vos expulsado de Francia ó encerrado en un calabozo.» El conocimiento de la posicion particular del escritor, de su conducta, moralidad, carácter, y hasta de su educacion, ilustran muchísimo al lector de sus obras. Para formar juicio de las palabras de Lutero sobre el celibato, servirá no poco el saber que quien habla es un fraile apóstata, casado con Catalina de Boré; y quien haya tenido paciencia bastante para ruborizarse mil veces hojeando las impudentes _confesiones_ de Rousseau, será bien poco accesible á ilusiones, cuando el filósofo de Ginebra le hable de filantropía y de moral. REGLA 7ª. Las obras póstumas publicadas por manos desconocidas ó poco seguras, son sospechosas de apócrifas ó alteradas. La autoridad de un ilustre difunto poco sirve en semejantes casos: no es él quien nos habla, sino el editor, bien seguro de que el interesado no le podrá desmentir. REGLA 8ª. Historias fundadas en memorias secretas y papeles inéditos; publicaciones de manuscritos en que el editor asegura no haber hecho mas que introducir órden, limar frases, ó aclarar algunos pasajes, no merecen mas crédito que el debido á quien sale responsable de la obra. REGLA 9ª. Relaciones de negociaciones ocultas, de secretos de estado, anécdotas picantes sobre la vida privada de personajes célebres, sobre tenebrosas intrigas, y otros asuntos de esta clase, han de recibirse con extrema desconfianza. Si difícilmente podemos aclarar la verdad de lo que pasa á la luz del sol, y á la faz del universo, poco debemos prometernos tocante á lo que sucede en las sombras de la noche y en las entrañas de la tierra. REGLA 10ª. En tratándose de pueblos antiguos ó muy remotos, es preciso dar poco crédito á cuanto se nos refiera, sobre riquezas del pais, número de moradores, tesoros de monarcas, ideas religiosas, y costumbres domésticas. La razon es clara: todos estos puntos son difíciles de averiguar; es necesario mucho tiempo de residencia, perfecto conocimiento de la lengua, inteligencia en ramos de suyo muy difíciles y complicados, medios de adquirir noticias exactas sobre objetos ocultos que brindan á la exageracion y en que por parte de los mismos naturales hay á veces mucha ignorancia, y hasta sabiéndolo, tienen mil y mil motivos para aumentar ó disminuir. Finalmente en lo que toca á costumbres domésticas, no se alcanza su exacto conocimiento, si no se puede penetrar en lo interior de las familias, viéndolas como hablan y obran en la efusion y libertad de sus hogares[11]. CAPÍTULO XII. CONSIDERACIONES GENERALES SOBRE EL MODO DE CONOCER LA NATURALEZA, PROPIEDADES Y RELACIONES DE LOS SERES. § I. Una clasificacion de las ciencias. Conocidas las reglas que pueden guiarnos para conocer la existencia de un objeto, fáltanos averiguar cuales son las que podrán sernos útiles, al investigar la naturaleza, propiedades y relaciones de los seres. Estos, ó pertenecen al órden de la naturaleza, comprendiendo en él todo cuanto está sometido á las leyes necesarias de la creacion, á los que apellidaremos _naturales_; ó al órden moral, y los nombraremos _morales_; ó al órden de la sociedad humana, que llamaremos _históricos_ ó mas propiamente _sociales_; ó al de una providencia extraordinaria, que designaremos con el titulo de _religiosos_. No insistiré sobre la exactitud de esta division; confesaré sin dificultad, que en rigor dialéctico, se le pueden hacer algunas objeciones; pero es innegable que está fundada en la misma naturaleza de las cosas, y en el modo con que el entendimiento humano suele distinguir los principales puntos de vista. Sin embargo, para manifestar con mayor claridad la razon en que se apoya, hé aqui presentada en pocas palabras la filiacion de las ideas. Dios ha criado el universo y cuanto hay en él, sometiéndole á leyes constantes y necesarias; de aquí el órden natural. Su estudio podria llamarse filosofía natural. Dios ha criado al hombre dotándole de razon y de libertad de albedrío; pero sujeto á ciertas leyes, que no le fuerzan, mas le obligan: hé aquí el órden moral, y el objeto de la filosofía moral. El hombre en sociedad ha dado origen á una serie de hechos y acontecimientos: hé aquí el órden social. Su estudio podria llamarse filosofía social, ó si se quiere filosofía de la historia. Dios no está ligado por las leyes que él mismo ha prescrito á las hechuras de sus manos: por consiguiente puede obrar sobre y contra esas leyes, y así es dable que existan una serie de hechos y revelaciones de un órden superior al natural y social: de aquí el estudio de la religion ó filosofía religiosa. Dada la existencia de un objeto, pertenece á la filosofía el desentrañarle, apreciarle y juzgarle; ya que en la acepcion comun, esta palabra _filósofo_, significa el que se ocupa en la investigacion de la naturaleza, propiedades y relaciones de los seres. § II. Prudencia científica y observaciones para alcanzarla. En el buen órden del pensamiento filosófico entra una gran parte de prudencia, muy semejante á la que preside á la conducta práctica. Esta prudencia es de muy difícil adquisicion, es tambien el costoso fruto de amargos y repetidos desengaños. Como quiera, será bueno tener á la vista algunas observaciones que pueden contribuir á engendrarla en el espíritu. OBSERVACION 1ª. La íntima naturaleza de las cosas nos es por lo comun muy desconocida: sobre ella sabemos poco é imperfecto. Conviene no echar nunca en olvido esta importantísima verdad. Ella nos enseñará la necesidad de un trabajo muy asiduo, cuando nos propongamos descubrir y examinar la naturaleza de un objeto; dado que lo muy oculto y abstruso, no se comprende con aplicacion liviana. Ella nos inspirará prudente desconfianza en el resultado de nuestras investigaciones, no permitiéndonos que con precipitacion nos lisonjeemos de haber encontrado lo que buscamos. Ella nos preservará de aquella irreflexiva curiosidad que nos empeña en penetrar objetos cerrados con sello inviolable. Verdad poco lisonjera á nuestro orgullo, pero indudable; certísima á los ojos de quien haya meditado sobre la ciencia del hombre. El Autor de la naturaleza nos ha dado suficiente conocimiento para acudir á nuestras necesidades físicas y morales, otorgándonos el de las aplicaciones y usos que para este efecto pueden tener los objetos que nos rodean; pero se ha complacido al parecer en ocultar lo demas; como si hubiese querido ejercitar el humano ingenio durante nuestra mansion en la tierra, y sorprender agradablemente al espíritu al llevarle á las regiones que le aguardan mas allá del sepulcro, desplegando á nuestros ojos el inefable espectáculo de la naturaleza sin velo. Conocemos muchas propiedades y aplicaciones de la luz, pero ignoramos su esencia; conocemos el modo de dirigir y fomentar la vegetacion, pero sabemos muy poco sobre sus arcanos; conocemos el modo de servirnos de nuestros sentidos, de conservarlos y ayudarlos, pero se nos ocultan los misterios de la sensacion; conocemos lo que es saludable ó nocivo á nuestro cuerpo, pero en la mayor parte de los casos nada sabemos sobre la manera particular con que nos aprovecha ó daña. ¿Qué mas? calculamos continuamente el tiempo, y la metafísica no ha podido aclarar bien lo que es el tiempo; existe la geometría, y llevada á un grado de admirable perfeccion; y su idea fundamental, la extension, está todavía sin comprender. Todos moramos en el espacio, todo el universo está en él; le sujetamos á riguroso cálculo y medida; y la metafisica ni la ideología no han podido decirnos aun en qué consiste; si es algo distinto de los cuerpos, si es solamente una idea, si tiene naturaleza propia, no sabemos si es un ser ó nada. Pensamos y no comprendemos lo que es el pensamiento; bullen en nuestro espíritu las ideas, é ignoramos lo que es una idea; nuestra cabeza es un magnífico teatro donde se representa el universo con todo su esplendor, variedad y hermosura; donde una fuerza incomprensible crea á nuestro capricho mundos fantásticos, ora bellos, ora sublimes, ora extravagantes, y no sabemos lo que es la imaginacion, ni lo que son aquellas prodigiosas escenas, ni como aparecen ó desaparecen. ¡Qué conciencia mas viva no tenemos de esa inmensa muchedumbre de afecciones que apellidamos sentimientos! y sin embargo ¿qué es el sentimiento? El que ama siente el amor, pero no le conoce; el filósofo que se ocupa en el exámen de esta afeccion, señala quizas su orígen, indica su tendencia y su fin, da reglas para su direccion; pero en cuanto á la íntima naturaleza del amor, se halla en la misma ignorancia que el vulgo. Son los sentimientos como un flúido misterioso que circula por conductos cuyo interior es impenetrable. Por la parte exterior, se conocen algunos efectos; en algunos casos se sabe de dónde viene y adónde va, y no se ignora el modo de minorar su velocidad, ó cambiar su direccion; pero el ojo no puede penetrar en la oscura cavidad: el agente queda desconocido. Nuestro propio cuerpo, ni todos cuantos nos rodean, ¿sabemos por ventura lo que son? Hasta ahora ¿ha habido algun filósofo que haya podido explicarnos lo que es un cuerpo? Y sin embargo, estamos continuamente en medio de cuerpos, y nos servimos continuamente de ellos, y conocemos muchas de sus propiedades, y de las leyes á que estan sometidos, y un cuerpo forma parte de nuestra naturaleza. Estas consideraciones no deben perderse nunca de vista, cuando se nos ofrece examinar la íntima naturaleza de una cosa para fijar los principios constitutivos de su esencia. Seamos pues diligentes en investigar, pero muy mesurados en definir. Si no llevamos estas cualidades á un alto grado de escrupulosidad, nos acontecerá con frecuencia el sustituir á la realidad las combinaciones de nuestra mente. OBSERVACION 2ª. Así como en matemáticas hay dos maneras de resolver un problema; una acertando en la verdadera resolucion; otra manifestando que la resolucion es imposible; así acontece en todo linaje de cuestiones: muchas hay cuya mejor resolucion es manifestar que para nosotros son insolubles. Y no se crea que esto último carezca de mérito, y que sea fácil el discernimiento entre lo asequible é inasequible: quien es capaz de ello, señal es que conoce á fondo la materia de que se trata, y que se ha ocupado con detenimiento en el exámen de sus principales cuestiones. Es mucho el tiempo que se ahorra en habiendo adquirido este precioso discernimiento: pues en ofréciendose el caso, como que se adivina desde luego si hay ó no los datos suficientes para llegar á un resultado satisfactorio. El conocimiento de la imposibilidad de resolver, es muchas veces mas bien histórico y experimental que científico; es decir que un hombre instruido y experimentado, conoce que una solución es imposible, ó que raya en ello á causa de su extrema dificultad, no porque pueda demostrarlo, sino porque la historia de los esfuerzos que han hecho otros y quizas de los propios, le manifiesta la impotencia del entendimiento humano con relacion al objeto. A veces la misma naturaleza de las cosas sobre las cuales se suscita la cuestion indica la imposibilidad de resolverla. Para esto es necesario abarcar de una ojeada los datos que se han menester, conociendo la falta de los que no existen. OBSERVACION 3ª. Como los seres se diferencian mucho entre sí en naturaleza, propiedades y relaciones, el modo de mirarlos, y el método de pensar sobre ellos han de ser tambien muy diferentes. Imagínanse algunos que en sabiendo pensar sobre una clase de objetos está ya trillado el camino para lograr lo mismo con respecto á todos; bastando para ello dirigir la atencion á lo que se quiere estudiar de nuevo. De aquí es, que se oye en boca de muchos, y se lee tambien en uno que otro autor, la insigne falsedad de que la mejor lógica son las matemáticas, porque acostumbran á pensar en todas materias con rigor y exactitud. Para desvanecer esta equivocacion, basta observar que los objetos que se ofrecen á nuestro espíritu son de órdenes muy diferentes, que los medios de que disponemos para alcanzarlos nada tienen de parecido, que las relaciones que con nosotros los unen son desemejantes, y que en fin la experiencia está enseñando todos los dias que un hombre dedicado á dos clases de estudios resulta sobresaliente en la una, y quizas muy mediano en la otra; que en aquella piensa con admirable penetracion y discernimiento, miéntras en esta no se eleva sobre miserables vulgaridades. Hay verdades matemáticas, verdades físicas, verdades ideológicas, verdades metafísicas; las hay morales, religiosas, políticas; las hay literarias é históricas; las hay de razon pura, y otras en que se mezclan por necesidad la imaginacion y el sentimiento; las hay meramente especulativas, y las hay que por necesidad se refieren á la práctica; las hay que solo se conocen por raciocinio, las hay que se ven por intuicion, y las hay de que solo nos informamos por la experiencia; en fin, son tan variadas las clases en que podrian distribuirse, que fuera difícil reducirlas á guarismo. § III. Los sabios resucitados. El lector palpará el fundamento de lo que acabo de exponer, y se desentenderá en adelante de las frivolas objeciones que pudiera presentar el espíritu de sutileza y cavilacion, asistiendo á la escena que voy á ofrecerle, en la cual encontrará retratada al vivo la naturaleza de las cosas, y explicada y demostrada á un mismo tiempo la importante verdad que deseo inculcarle. Yo supongo reunidos en un vasto establecimiento un gran número de hombres célebres, los que resucitados tales como eran en vida, con los mismos talentos é inclinaciones, pasan algunos dias encerrados allí, bien que con amplia libertad de ocuparse cada cual en lo que fuere de su agrado. La mansion está preparada como tales huéspedes se merecen; un riquísimo archivo, una inmensa biblioteca, un museo donde se hallan reunidas las mayores maravillas de la naturaleza y del arte; espaciosos jardines adornados con todo linaje de plantas, largas hileras de jaulas donde rugen, braman, aullan, silban, se revuelven, se agitan, todos los animales de Europa, Asia, Africa y América. Allí estan Gonzalo de Córdoba, Cisneros, Richelieu, Cristóbal Colon, Hernan Cortés, Napoleon, Tasso, Milton, Boileau, Corneille, Racine, Lope de Vega, Calderon, Molière, Bossuet, Massillon, Bourdaloue, Descártes, Malebranche, Erasmo, Luis Vives, Mabillon, Vieta, Fermat, Bacon, Keplero, Galileo, Pascal, Newton, Leibnitz, Miguel Angelo, Rafael, Linneo, Buffon y otros que han trasmitido á la posteridad su nombre inmortal. Dejadlos hasta que se hayan hecho cargo de la distribucion de las piezas, y cada cual haya podido entregarse á los impulsos de su inclinacion favorita. El gran Gonzalo leerá con preferencia las hazañas de Escipion en España, desbaratando á sus enemigos con su estrategia, aterrándolos con su valor, y atrayéndose el ánimo de los naturales con su gallarda apostura y conducta generosa. Napoleon se ocupará en el paso de los Alpes por Aníbal, en las batallas de Cánas y Trasimeno; se indignará al ver á César vacilante á la orilla del Rubicon, golpeará la mesa con entusiasmo al mirarle cual marcha sobre Roma, vence en Farsalia, sojuzga el Africa, y se reviste de la dictadura. Tasso y Milton tendrán en sus manos la Biblia, Homero y Virgilio; Corneille y Racine á Sófocles y Eurípides; Molière á Aristófanes, Lope de Vega, y Calderon; Boileau á Horacio; Bossuet, Massillon y Bourdaloue á san Juan Chisóstomo, san Agustin, san Bernardo; miéntras Erasmo, Luis Vives y Mabillon estarán revolviendo el archivo, andando á caza de polvorientos manuscritos para completar un texto truncado, aclarar una frase dudosa, enmendar una expresion incorrecta, ó resolver un punto de crítica. Entre tanto sus ilustres compañeros se habrán acomodado conforme á su gusto respectivo. Quien estará con el telescopio en la mano, quien con el microscopio, quien con otros instrumentos; al paso que algunos, inclinados sobre un papel cubierto de signos, letras y figuras geométricas, estarán absortos en la resolucion de los problemas mas abstrusos. No estarán ociosos los maquinistas, ni los artistas, ni los naturalistas; y bien se deja entender que encontraremos á Buffon junto á las verjas de una jaula, á Linneo en el jardin, á Whatt examinando los modelos de maquinaria, y á Rafael y Miguel Angelo, en las galerías de cuadros y estatuas. Todos pensarán, todos juzgarán, y sin duda que sus pensamientos serán preciosos, y sus fallos respetables; y sin embargo estos hombres no se entenderian unos á otros, si se hablasen los de profesiones diferentes; si trocais los papeles, será posible que de una sociedad de genios hagais una reunion de capacidades vulgares, que tal vez llegue á ser divertida con los disparates de insensatos. ¿Veis á ese cuyos ojos centellean, que se agita en su asiento, da recias palmadas sobre la mesa, y al fin se deja caer el libro de la mano, exclamando: _bien, muy bien, magnifico?_.... ¿Notais aquel otro que tiene delante de sí un libro cerrado, y que con los brazos cruzados sobre el pecho, los ojos fijos, y la frente contraida y torva, manifiesta que está sumido en meditacion profunda, y que al fin vuelve de repente en sí, y se levanta diciendo: «_evidente, exacto, no puede ser de otra manera....?_» Pues el uno es Boileau, que lee un trozo escogido de la carta á los Pisones, ó de las Sátiras, y que á pesar de saberlo de memoria, lo encuentra todavía nuevo, sorprendente, y no puede contener los impulsos de su entusiasmo: el otro es Descártes que medita sobre los colores y resuelve que no son mas que una sensacion. Aproximadlos ahora y haced que se comuniquen recíprocamente sus pensamientos; Descártes tendrá á Boileau por muy frívolo, pues que tanto le afecta una imágen bella y oportuna, ó una expresion enérgica y concisa; y Boileau se desquitará á su vez sonriéndose desdeñosamente del filósofo cuya doctrina choca con el sentido comun, y tiende á desencantar la naturaleza. Rafael contempla extasiado un cuadro antiguo de raro mérito; en la escena, el sol se ha ocultado en el ocaso, las sombras van cubriendo la tierra, descúbrese en el firmamento el cuadrante de la luna, y algunas estrellas que brillan como antorchas en la inmensidad de los cielos. Descuella en el grupo una figura que con los ojos clavados en el astro de la noche, y con ademan dolorido y suplicante, diríase que le cuenta sus penas, y le conjura que le dé auxilio en tremenda cuita. Entre tanto acierta á pasar por allí un personaje que anda meditabundo de una parte á otra; y reparando en la luna y estrellas, y en la actitud de la mujer que las mira, se detiene y articula entre dientes, no sé qué cosas sobre paralaje, planos que pasan por el ojo del espectador, semidiámetros terrestres, tangentes á la órbita, focos de la elipse, y otras cosas por este tenor que distraen á Rafael, y le hacen marchar á grandes pasos hácia otro lado, maldiciendo al bárbaro astrónomo y a su astronomía. Allí está Mabillon con un viejo pergamino, calándose mil veces los anteojos, y ora tomando la luz en una direccion, ora en otra, por si puede sacar en limpio una línea medio borrada, donde sospecha que ha de encontrar lo que busca, y miéntras el buen monje se halla atareado en su faena se le llega un naturalista rogándole que disimule, y armando su microscopio se pone á observar, si descubre en el pergamino algunos huevos de polilla. El pobre Linneo tenia recogidas unas florecitas y las estaba distribuyendo, cuando pasan por allí Tasso y Milton recitando en alta y sentida voz un soberbio pasaje, y no advierten que lo echan todo á rodar, y que con una pisada destruyen el trabajo de muchas horas. En fin aquellos hombres acabaron por no entenderse, y fué preciso encerrarlos de nuevo en sus tumbas para que no se desacreditasen y no perdiesen sus títulos á la inmortalidad. Lo que veia el uno no acertaba á verlo el otro, aquel reputaba á este por estúpido, y este á su vez le pagaba con la misma moneda. Lo que el uno apreciaba con admirable tino, el otro lo juzgaba disparatando; lo que uno miraba como inestimable tesoro, considerábalo el otro cual miserable bagatela. ¿Y esto porqué? ¿Cómo es que grandes pensadores discuerden hasta tal punto? ¿Cómo es que las verdades no se presenten á los ojos de todos de una misma manera? Es que estas verdades son de especies muy diferentes; es que el compas y la regla no sirven para apreciar lo que afecta el corazon; es que los sentimientos nada valen en el cálculo y en la geometría; es que las abstracciones metafísicas nada tienen que ver con las ciencias sociales; es que la verdad pertenece á órdenes tan diferentes cuanto lo son las naturalezas de las cosas, porque la verdad es la misma realidad. El empeño de pensar sobre todos los objetos de un mismo modo, es un abundante manantial de errores; es trastornar las facultades humanas; es transferir á unas lo que es propio exclusivamente de otras. Hasta los hombres mas privilegiados á quienes el Criador ha dotado de una comprension universal, no podrán ejercerla cual conviene, si cuando se ocupan de una materia, no se despojan en cierto modo de sí mismos, para hacer obrar las facultades que mejor se adaptan al objeto de que se trata[12]. CAPÍTULO XIII. LA BUENA PERCEPCION. § I. La idea. Percibir con claridad, exactitud y viveza, juzgar con verdad, discurrir con rigor y solidez, hé aquí las tres dotes de un pensador; examinémoslas por separado, emitiendo sobre cada una de ellas algunas observaciones. ¿Qué es una idea? No nos proponemos investigarlo aquí. ¿Qué es la percepcion en su rigor ideológico? Tampoco es este el blanco de nuestras tareas, ni conduciria al fin que deseamos. Bastará pues decir, en lenguaje comun, que percepcion es aquel acto interior con el cual nos hacemos cargo de un objeto: siendo la idea aquella imágen, representacion, ó lo que se quiera, que sirve como de pábulo á la percepcion. Así percibimos el círculo, la elipse, la tangente á una de estas curvas; percibimos la resultante de un sistema de fuerzas, la razon inversa de estas en los brazos de una palanca, la gravitacion de los cuerpos, la ley de aceleracion en su descenso, el equilibrio de los flúidos; percibimos la contradiccion del ser y no ser á un mismo tiempo, la diferencia entre lo esencial y accidental de los seres; percibimos los principios de la moral; percibimos nuestra existencia y la de un mundo que nos rodea; percibimos una belleza ó un defecto en un poema ó en un cuadro; percibimos la sencillez ó complicacion de un negocio, los medios fáciles ó arduos para llevarle á cabo; percibimos la impresion agradable ó desagradable que hace en nuestros semejantes tal ó cual palabra, gesto ó suceso; en breve, percibimos todo aquello de que se hace cargo nuestro espíritu; y aquello que en lo interior nos parece que nos sirve de espejo para ver el objeto, aquello que ora está presente á nuestro entendimiento, ora se retira, ó se adormece, aguardando que otra ocasion lo dispierte ó que nosotros lo llamemos para volverse á presentar; aquello que no sabemos lo que es, pero cuya existencia no nos es dable poner en duda, aquello se llama idea. Poco nos importan aquí las opiniones de los ideólogos; por cierto que para pensar bien no es necesario saber si la idea es distinta de la percepcion ó no, si es la sensacion transformada ó no, ni si nos ha venido por este ó aquel conducto, ó si la tenemos innata ó adquirida. Para la resolucion de todas estas cuestiones, sobre las cuales se ha disputado siempre, y se disputará en adelante, se necesitan actos reflejos que no puede hacer quien no se ocupa de ideología, so pena de distraerse de su tarea, y embarazar y extraviar lastimosamente su pensamiento. Quien piensa, no puede estar continuamente pensando que piensa y cómo piensa; de otra suerte el objeto de su entendimiento se cambiará; y en vez de ocuparse de lo que debe, se ocupará de sí mismo. § II. Regla para percibir bien. Percibiremos con claridad y viveza, si nos acostumbramos á estar atentos á lo que se nos ofrece (Cap. II); y si ademas hemos procurado adquirir el necesario tino para desplegar en cada caso las facultades que se adaptan al objeto presente. ¿Se me da una definicion matemática? nada de vaguedad, nada de abstracciones, nada de fantástico ó sentimental, nada del mundo en su complicacion y variedad; en este caso he de valerme de la imaginacion, no mas que como del encerado donde trazo los signos, y las figuras, y del entendimiento como del ojo para mirar. Aclararé la regla proponiendo un ejemplo de los mas sencillos: una de las definiciones elementales de la geometría. La circunferencia es una línea curva reentrante cuyos puntos distan igualmente todos de uno que se llama centro. Por lo pronto, es evidente que no se trata aquí, ni de la circunferencia tal como suele tomarse en sentido metafórico, cuando se la aplica á objetos no geométricos; ni en un sentido lato y grosero, como en los casos en que no se necesita precision y rigor; debo pues considerar la definicion dada como la expresion de un objeto del órden ideal, al cual se aproximará mas ó ménos la realidad. Pero, como las figuras geométricas se someten á la vista y á la imaginacion, me valdré de una de estas, y si es posible de ambas, para representarme aquello que quiero concebir. Trazada la figura en el encerado, ó en la imaginacion, veo ó imagino una circunferencia; pero ¿esto me basta para comprender bien su naturaleza? No. El hombre mas rudo la ve é imagina tan perfectamente como el mas cumplido matemático; y no sabe darse cuenta á sí mismo de lo que es una circunferencia. Luego la vista ó la imaginacion de la figura, no son suficientes para la idea geométrica completa. Ademas, que si no se necesitara otra cosa, el gato que acurrucado en una silla está contemplando atentamente una curva que su amo acaba de trazar, y que sin duda la ve tan bien como este, y la imagina cuando cierra los ojos, tendria de la misma una idea igualmente perfecta que Newton ó Lagrange. ¿Qué se necesita pues para que haya una percepcion intelectual, que se conozca el conjunto de condiciones de las cuales no puede faltar ninguna sin que desaparezca la curva? Esto es lo explicado por la definicion; y para que la percepcion sea cabal, deberé hacerme cargo de cada una de dichas condiciones, y su conjunto formará en mi entendimiento la idea de la curva. Quien se haya ocupado en la enseñanza habrá podido observar la diferencia que acabo de señalar. Vista una circunferencia y la manera de trazarla con el compas, el alumno mas torpe la reconoce donde quiera que se le presente, y la describe sin equivocarse. En esto no cabe diferencia entre los talentos; pero viene el definir la curva, señalando las condiciones que la forman, y entónces se palpa lo que va de la imaginacion al entendimiento, entónces se conoce ya al jóven negado, al medianamente capaz, al sobresaliente. ¿Qué es la circunferencia? preguntais al primero.--Es esto que acabo de trazar.--Pero bien, ¿en qué consiste? ¿cuál es la naturaleza de esta línea? ¿en qué se diferencia de la recta que explicamos ayer? ¿Son lo mismo la una que la otra?--Oh! no: esta es así.... redonda.... aquí hay un punto....--Se acuerda V. de la definición que da el autor? Sí, señor; la circunferencia es una línea curva reentrante, cuyos puntos distan igualmente todos de uno que se llama centro.--¿Porqué la llamamos curva?--Porque no tiene sus puntos en una misma direccion.--¿Porqué, reentrante?--Porque vuelve ó entra en sí misma.--Si no fuese reentrante, ¿seria circunferencia?--Sí señor.--¿No acaba V. de decirnos que ha de serlo?--Ah! Sí señor.--¿Porqué, en no siendo reentrante, ya no seria circunferencia?--Porque.... la circunferencia.... porque....--En fin cansado de esperar, y de explicar, llamais á otro; que os da la definicion, que os explica los términos, pero que ahora se os deja la palabra _curva_, ahora la _igualmente_, que si le obligais á una atencion mas perfecta, se hace cargo de lo que le decís, lo repite muy bien, pero que á poco tiene otro olvido, ó equivocacion, dando á entender que no se ha formado todavía idea cabal, que no se da cumplida razon á sí mismo del conjunto de condiciones necesarias para formar una circunferencia. Llegais por fin á un alumno de entendimiento claro y sobresaliente: traza la figura con mas ó ménos desembarazo, segun su mayor ó menor agilidad natural, recita mas ó ménos rápidamente las definiciones, segun la velocidad de la lengua; pero llamadle al análisis, y notaréis desde luego la claridad y precision de sus ideas, la exactitud y concision de sus palabras, la oportunidad y tino de las aplicaciones.--En la definicion ¿podríamos omitir la palabra _línea_?--Como aquí ya hemos advertido que solo tratamos de líneas, se daria por sobrentendida; pero en rigor no, porque al decir _curva_, podríase dudar si hablamos de superficies.--Y expresando _línea_, podriamos omitir _curva_?--Me parece que sí, ... porque como añadimos _reentrante_, ya excluimos la recta que no puede serlo; y ademas la recta tampoco puede tener todos sus puntos igualmente distantes de uno.--Y la palabra _reentrante_, ¿no la pudiéramos pasar por alto?--No señor; porque si la curva no vuelve sobre sí misma ya no será una circunferencia; así, por ejemplo, si en esta borro la parte A B, ya no me queda una circunferencia sino un arco.--Pero, añadiendo lo demas, de que todos los puntos han de distar igualmente de uno que se llama centro, bien parece que se sobrentiende que será reentrante....--No señor, porque en el arco que tenemos á la vista hay la equidistancia, y sin embargo no es reentrante.--Y la palabra _igualmente_?--Es indispensable; de otro modo seria no decir nada; porque una recta tambien tiene todos sus puntos distantes de uno que no se halle en ella; y ademas una curva que trazo á la aventura, rasgueando así.... sobre el encerado, tiene tambien todos sus puntos distantes de otro cualquiera, como A.... que señalo fuera de ella. Hé aquí una percepcion clara, exacta, cabal, que nada deja que desear, que deja satisfecho al que habla y al que oye. Acabamos de asistir al análisis de una idea geométrica, y de señalar la diferencia entre sus grados de claridad y exactitud; veamos ahora una idea artística, y tratemos de determinar su mayor ó menor perfeccion. En ambos casos hay percepcion de una verdad; en ambos casos se necesita atencion, aplicacion de las facultades del alma; pero con el ejemplo que sigue palparemos que lo que en el uno daña, en el otro favorece y vice-versa; y que las clasificaciones y distinciones que en el primero eran indicio de disposiciones felices, son en el segundo una prueba de que el disertante se ha equivocado al elegir su carrera. Dos jóvenes que acaban de salir de la escuela de retórica, que recuerdan perfectamente cuanto en ella se les ha enseñado, que serían capaces de decorar los libros de texto de un cabo á otro, que responden con prontitud á las preguntas que se les hacen sobre tropos, figuras, clases de composicion, etc., etc., y que en fin han desempeñado los exámenes á cumplida satisfaccion de padres y maestros, obteniendo ambos la nota de sobresaliente, por haber contestado con igual desembarazo y lucimiento, de manera que no era dable encontrar entre los dos ninguna diferencia, estan repasando las materias en tiempo de vacaciones, y cabalmente leen un magnífico pasaje oratorio ó poético. Camilo vuelve una y otra vez sobre las admirables páginas, y ora derrama lágrimas de ternura, ora centellea en sus ojos el mas vivo entusiasmo. «Esto es inimitable, exclama, es imposible leerlo sin conmoverse profundamente! ¡qué belleza de imágenes, qué fuego, qué delicadeza de sentimientos, qué propiedad de expresion, qué inexplicable enlace de concision y abundancia, de regularidad y lozanía!» «¡Oh! sí, le contesta Eustaquio, esto es muy hermoso; ya nos lo habian dicho en la escuela; y si lo observas, verás que todo está ajustado á las reglas del arte.» Camilo percibe lo que hay en el pasaje, Eustaquio no; y sin embargo aquel discurre poco, apénas analiza, solo pronuncia algunas palabras entrecortadas, miéntras este diserta á fuer de buen retórico. El uno ve la verdad, el otro no; ¿y porqué? porque la verdad en este lugar es un conjunto de relaciones, entre el entendimiento, la fantasía y el corazon; es necesario desplegar á la vez todas estas facultades, aplicándolas al objeto con naturalidad, sin violencia ni tortura, sin distraerlas con el recuerdo de esta ó aquella regla, quedando el análisis, razonado y crítico para cuando se haya sentido el mérito del pasaje. Enredarse en discursos, traer á colacion este ó aquel precepto, ántes de haberse hecho cargo del escogido trozo, ántes de haberle _percibido_, es maniatar, por decirlo así, el alma, no dejándole expedita mas que una facultad cuando las necesita todas. § III. Escollo del análisis. Hasta en las materias donde no entran para nada la imaginacion y el sentimiento, conviene guardarse de la manía de poner en prensa el espíritu obligándole á sujetarse á un método determinado, cuando ó por su carácter peculiar, ó por los objetos de que se ocupa, requiere libertad y desahogo. No puede negarse que el análisis, ó sea la descomposicion de las ideas, sirve admirablemente en muchos casos para darles claridad y precision; pero es menester no olvidar, que la mayor parte de los seres son un _conjunto_, y que el mejor modo de percibirlos es ver de una sola ojeada las partes y relaciones que le constituyen. Una máquina desmontada presenta con mas distincion y minuciosidad las piezas de que está compuesta; pero no se comprende tambien el destino de ellas, hasta que colocadas en su lugar, se ve como cada una contribuye al movimiento total. A fuerza de descomponer, prescindir y analizar, Condillac y sus secuaces no hallan en el hombre otra cosa que sensaciones; por el camino opuesto Descártes y Malebranche, apénas encontraban mas que ideas puras, un refinado espiritualismo; Condillac pretende dar razon de los fenómenos del alma, principiando por un hecho tan sencillo como es el acercar una rosa á la nariz de su hombre-estatua, privado de todos los sentidos, excepto el olfato; Malebranche busca afanoso un sistema para explicar lo mismo; y no encontrándolo en las criaturas, recurre nada ménos que á la esencia de Dios. En el trato ordinario, vemos á menudo laboriosos razonadores que conducen su discurso con cierta apariencia de rigor y exactitud, y que guiados por el hilo engañoso van á parar á un solemne dislate. Examinando la causa, notaremos que esto procede de que no miran el objeto sino por una cara. No les falta análisis, tan pronto como una cosa cae en sus manos la descomponen; pero tienen la desgracia de descuidar algunas partes; y si piensan en todas, no recuerdan que se han hecho para estar unidas, que estan destinadas á tener estrechas relaciones, y que si estas relaciones se arrumban, el mayor prodigio podrá convertirse en descabellada monstruosidad. § IV. El tintorero y el filósofo. Un hábil tintorero estaba en su laboratorio ocupado en las tareas de su profesion. Acertó á entrar un observador minucioso, razonador muy analítico, y entabló desde luego discusion sobre los tintes y sus efectos, proponiéndose nada ménos que convencer al tintorero, de que iba á echar á perder las preciosas telas á que se aplicarian sus composiciones. A la verdad, la cosa presentaba mal aspecto, y el crítico no dejaba de apoyarse en reflexiones especiosas. Aquí se veia una serie de cazuelas con líquidos negruzcos, cenicientos, parduzcos, ninguno de buen color, todos de mal olor; allí unos pedacitos de goma pegajosa, desagradable á la vista; enormes calderas estaban hirviendo, donde se revolvian trozos de madera en bruto, y en las cuales se iban echando unas hojas secas, que al parecer solo podian servir para tirar á la calle. El tintorero estaba machacando en un mortero cien y cien materias que andaba sacando ora de un pote, ora de una marmita, ora de un saquillo; y revolviéndolo todo, y pasándolo de una cazuela á otra, y echando ora acá, ora acullá, cucharadas de líquidos que apestaban, y de cuyo contacto era preciso guardar el cútis porque le roian mas que el fuego, se aprestaba á vaciar los ingredientes en diferentes calderas, y sepultar en aquella inmundicia gran número de materias y manufacturas de inestimable valor. «Esto se va á desperdiciar todo, decia el analítico. En esta cazuela hay el ingrediente A, que como V. sabe, es extremadamente cáustico, y que ademas da un color muy feo. En esta otra hay la goma B, excelente para manchar, y cuyas señales no se quitan sino con muchísimo trabajo. En esta caldera hay el palo C, que podria servir para dar un color grosero y comun, pero que no alcanzo cómo ha de producir nada exquisito. En una palabra, examinado todo por separado, encuentro que V. emplea ingredientes contrarios á lo que V. se propone; y desde ahora doy por seguro, que en vez de sacar nada conforme á las bellísimas muestras que tiene V. en el despacho, va á sufrir una pérdida de consideracion en su fama é intereses.» «Todo es posible, señor filósofo, decia el inexorable tintorero, tomando en sus manos las preciosas materias y ricas manufacturas, y sumergiéndolas sin compasion en las sucias y pestilentes calderas, todo es posible, mas para dar fin á la discusion, déjese V. ver por aquí dentro pocos días.» El filósofo volvió en efecto, y el tintorero desvaneció todas las objeciones, desplegando á sus ojos las telas que por rigurosa demostracion debian estar malbaratadas. ¡Qué sorpresa! ¡qué humillacion para el analítico! Unas mostraban finísima grana, otras delicado verde, otras hermoso azul, otras exquisito naranjado, otras subido negro, otras un blanco lijeramente cubierto con variado color; otras ostentaban riquísimos jaspes donde campeaban á un tiempo la belleza y el capricho. Los matices eran innumerables y encantadores, las manufacturas limpias, tersas, brillantes como si hubieran estado cubiertas con cristales sin sufrir el contacto de la mano del hombre. El filósofo se marchó confuso y cabizbajo, diciendo para sí: «no es lo mismo saber lo que es una cosa por sí sola, ó lo que puede ser en combinacion con otras; en adelante no me contentaré con descomponer y separar, que tambien hace prodigios el componer y reunir: testigo el tintorero.» § V. Objetos vistos por una sola cara. Entendimientos por otra parte muy claros y perspicaces, se echan á perder lastimosamente por el prurito de desenvolver una serie de ideas que no representando el objeto sino por un lado, acaban por conducir á resultados extravagantes. De aquí es, que con la razon todo se prueba y todo se impugna; y á veces un hombre que tiene evidentemente la verdad de su parte, se halla precisado á encastillarse en las convicciones, y resistir con las armas del buen sentido y cordura á los ataques de un sofista que se abre paso por todas las hendiduras, y se escurre al traves de lo mas sólido y compacto como filtrándose por los poros. La misma sobreabundancia de ingenio produce este defecto, como las personas demasiado ágiles y briosas se mantienen difícilmente en un paso mesurado y grave. § VI. Inconvenientes de una percepcion demasiado rápida. Es calidad preciosa la rapidez de la percepcion; pero conviene estar prevenido contra su efecto ordinario, que es la inexactitud. Sucédeles con frecuencia á los que perciben con mucha presteza, no hacer mas que desflorar el objeto; son como las golondrinas, que deslizándose velozmente sobre la superficie de un estanque, solo pueden coger los insectos que sobrenadan; miéntras otras aves que se sumergen enteramente ó posan sobre el agua, y con el pico calan muy adentro, hacen servir á su alimento hasta lo que se oculta en el fondo. El contacto de estos hombres es peligroso; porque sea que hablen, sea que escriban, suelen distinguirse por una facilidad encantadora; y, lo que es todavía peor, comunican á todo lo que tratan cierta apariencia de método, claridad y precision que alucina y seduce. En la ciencia se dan á conocer por sus principios claros, sus definiciones sencillas, sus deducciones obvias, sus aplicaciones felices. Caractéres que no pueden ménos de acompañar el talento de concepcion profunda y cabal; pero que imitados por otro de ménos aventajadas partes, solo indican á veces superficialidad y lijereza, como brilla limpia y trasparente el agua poco profunda, regalando la vista con sus arenas de oro[13]. CAPÍTULO XIV. EL JUICIO. § I. Qué es el juicio. Manantiales de error. Para juzgar bien conduce poco el saber si el juicio es un acto distinto de la percepcion, ó si consiste simplemente en percibir la relacion de dos ideas. Prescindiré pues de estas cuestiones, y solo advertiré que cuando interiormente decimos que una cosa es ó no es, ó que es ó no es de esta ó de aquella manera, entónces hacemos un juicio. Así lo entiende el uso comun; y para lo que nos proponemos, esto nos basta. La falsedad del juicio depende muchas veces de la mala percepcion; así lo que vamos á decir, aunque directamente encaminado al modo de juzgar bien, conduce no poco á percibir bien. La proposicion es la expresion del juicio. Los falsos axiomas, las proposiciones demasiado generales, las definiciones inexactas, las palabras sin definir, las suposiciones gratuitas, las preocupaciones en favor de una doctrina, son abundantes manantiales de percepciones equivocadas ó incompletas y de juicios errados. § II. Axiomas falsos. Toda ciencia ha menester un punto de apoyo; y quien se encarga de profesarla, busca con tanto cuidado este punto, como el arquitecto asienta el fundamento sobre el cual ha de levantar el edificio. Desgraciadamente, no siempre se encuentra lo que se necesita; y el hombre es demasiado impaciente para aguardar que los siglos que él no ha de ver, proporcionen á las generaciones futuras el descubrimiento deseado. Si no encuentra, finge; en vez de construir sobre la realidad, edifica sobre las creaciones de su pensamiento. A fuerza de cavilar y sutilizar llega hasta el punto de alucinarse á sí mismo, y lo que al principio fuera un pensamiento vago, sin estabilidad ni consistencia, se convierte en verdad inconcusa. Las excepciones embarazarian demasiado; lo mas sencillo es asentar una proposicion universal: hé aquí el axioma. Vendrán luego numerosos casos que no se comprenden en él; nada importa: con este objeto se halla concebido en términos generales y confusos ó ininteligibles, para que interpretándose de mil maneras diferentes, sufra en su fondo todas las excepciones que se quiera sin perder nada de su prestigiosa reputacion. Entre tanto el axioma sirve admirablemente para cimentar un raciocinio extravagante, dar peso á un juicio disparatado, ó desvanecer una dificultad apremiadora: y cuando se ofrecen al espíritu dudas sobre la verdad de lo que se defiende, cuando se teme que el edificio no venga al suelo con fragorosa ruina, se dice á sí mismo el espíritu: «no, no hay peligro; el cimiento es firme; es un axioma, y un axioma es un principio de eterna verdad.» Para merecer este nombre, es menester que la proposicion sea tan patente al espíritu, como lo son al ojo los objetos que miramos presentes, á la debida distancia, y en medio del dia. En no dejando al entendimiento enteramente convencido desde que se le ofrece, y una vez comprendido el significado de los términos con que se le enuncia, no debe ser admitido en esta clase. Viciadas las ideas por un axioma falso, vense todas las cosas muy diferentes de lo que son en sí; y los errores son tanto mas peligrosos, cuanto el entendimiento descansa en mas engañosa seguridad. § III. Proposiciones demasiado generales. Si nos fuese conocida la esencia de las cosas, podríamos asentar con respecto á ella proposiciones universales, sin ningun género de excepcion; porque siendo la esencia la misma en todos los seres de una misma especie, claro es que lo que del uno afirmásemos, seria igualmente aplicable á todos. Pero como de lo tocante á dicha esencia conocemos poco, y de una manera imperfecta, y muchas veces nada, es de ahí que por lo comun no es posible hablar de los seres, sino con relacion á las propiedades que están á nuestro alcance, y de las que á menudo no discernimos si estan radicadas en la esencia de la cosa, ó si son puramente accidentales. Las proposiciones generales se resienten de este defecto; pues como expresan lo que nosotros concebimos y juzgamos, no pueden extenderse sino á lo que nuestro espíritu ha conocido. De donde resulta que sufren mil excepciones que no preveíamos; y tal vez descubrimos que se habia tomado por regla lo que no era mas que excepcion. Esto sucede aun suponiendo mucho trabajo de parte de quien establece la proposicion general; ¿qué será, si atendemos á la lijereza con que se las suele formar y emitir? § IV. Las definiciones inexactas. De estas puede decirse casi lo mismo que de los axiomas; pues que sirven de luz para dirigir la percepcion y el juicio, y de punto de apoyo para afianzar el raciocinio. Es sobre manera difícil una buena definicion, y en muchos casos imposible. La razon es obvia; la definicion explica la esencia de la cosa definida; y ¿cómo se explica lo que no se conoce? A pesar de tamaño inconveniente, existen en todas las ciencias una muchedumbre de definiciones que pasan cual moneda de buena ley; y si bien sucede con frecuencia que se levantan los autores contra las definiciones de otros, ellos á su vez cuidan de reemplazarlas con la suyas, las que hacen circular por toda la obra tomándolas por base en sus discursos. Si la definicion ha de ser la explicacion de la esencia de la cosa, y el conocer esta esencia es negocio tan difícil, ¿porqué se lleva tanta prisa en definir? El blanco de las investigaciones es el conocimiento de la naturaleza de los seres; la proposicion pues en que se explicase esta naturaleza, es decir la definicion, debiera ser la última que emitiese el autor. En la definicion está la ecuacion que presenta despejada la incógnita; y en la resolucion de los problemas esta ecuacion es la última. Lo que nosotros podemos definir muy bien es lo puramente convencional; porque la naturaleza del ser convencional es aquella que nosotros mismos le damos por los motivos que bien nos parecen. Así, ya que no nos es posible en muchos casos definir la cosa, al ménos debiéramos fijar bien lo que entendemos cuando hablamos de ella; ó en otros términos, deberíamos definir la palabra con que pretendemos expresar la cosa. Yo no sé lo que es el sol; no conozco su naturaleza; y por tanto si me preguntan su definicion, no podré darla. Pero sé muy bien á qué me refiero cuando pronuncio la palabra _sol_, y así me será fácil explicar lo que con ella significo. ¿Qué es el sol? no lo sé. ¿Qué entiende V. por la palabra _sol_? Ese astro cuya presencia nos trae el dia, y cuya desaparicion produce la noche. Esto me lleva naturalmente á las palabras mal definidas. § V. Palabras mal definidas. Exámen de la palabra igualdad. En la apariencia nada mas fácil que definir una palabra, porque es muy natural que quien la emplea sepa lo que se dice, y de consiguiente pueda explicarlo. Pero la experiencia enseña no ser así, y que son muy pocos los capaces de fijar el sentido de las voces que usan. Semejante confusion nace de la que reina en las ideas, y á su vez contribuye á aumentarla. Oiréis á cada paso una disputa acalorada en que los contrincantes manifiestan quizas ingenio nada comun: dejadlos que den cien vueltas al objeto, que se acometan y rechacen una y mil veces, como enemigos en sangrienta batalla; entónces si os quereis atravesar de mediador, y hacer palpable la sinrazon de ambos, tomad la palabra que expresa el objeto capital de la cuestion, y preguntad á cada uno, ¿qué entiende V. por esto? ¿qué sentido da V. á esta palabra? Os acontecerá con frecuencia que los dos adversarios se quedarán sin saber qué responderos, ó pronunciando algunas expresiones vagas, inconexas, manifestando bien á las claras que les habeis salido de improviso, que no esperaban el ataque por aquel flanco, siendo quizas aquella la primera vez que se ocupan, mal de su grado, en darse cuenta á sí mismos del sentido de una palabra que en un cuarto de hora han empleado centenares de veces, y de que estaban haciendo infinitas aplicaciones. Pero suponed que esto no acontece, y que cada cual da con facilidad y presteza la explicacion pedida: estad seguro que el uno no aceptará la definicion del otro, y que la discordancia que ántes versaba ó parecia versar sobre el fondo de la cuestion, se trasladará de repente al nuevo terreno entablándose disputa sobre el sentido de la palabra. He dicho _ó parecia versar_, porque si bien se ha observado el giro de la discusion, se habrá echado de ver que bajo el nombre de la cosa se ocultaba con frecuencia el significado de la palabra. Hay ciertas voces que expresando una idea general, aplicable á muchos y muy diferentes objetos y en los sentidos mas varios, parecen inventadas adrede para confundir. Todos las emplean, todos se dan cuenta á si mismos de lo que significan, pero cada cual á su modo; resultando una algarabia que lastima á los buenos pensadores. «La igualdad de los hombres, dirá un declamador, es una ley establecida por el mismo Dios. Todos nacemos llorando, todos morimos suspirando: la naturaleza no hace diferencia entre pobres y ricos, plebeyos y nobles; y la religion nos enseña que todos tenemos un mismo orígen y un mismo destino. La igualdad es obra de Dios; la desigualdad es obra del hombre; solo la maldad ha podido introducir en el mundo esas horribles desigualdades de que es víctima el linaje humano; solo la ignorancia, y la ausencia del sentimiento de la propia dignidad han podido tolerarlas.» Esas palabras no suenan mal al oido del orgullo: y no puede negarse que hay en ellas algo de especioso. Ese hombre dice errores capitales, y verdades palmarias; confunde aquellos con estas; y su discurso seductor para los incautos, presenta á los ojos de un buen pensador una algarabía ridicula. ¿Cuál es la causa? Toma la palabra _igualdad_ en sentidos muy diferentes, la aplica á objetos que distan tanto como cielo y tierra; y pasa á una deduccion general, con entera seguridad, como si no hubiese riesgo de equivocacion. ¿Queremos reducir á polvo cuanto acaba de decir? Hé aquí como deberemos hacerlo. --¿Qué entiende V. por igualdad? --Igualdad, igualdad.... bien claro está lo que significa. --Sin embargo no será de mas que V. nos lo diga. --La igualdad está en que el uno no sea ni mas ni ménos que el otro. --Pero ya ve V. que esto puede tomarse en sentidos muy varios; porque dos hombres de seis pies de estatura serán iguales en ella, pero será posible que sean muy desiguales en lo demas; por ejemplo, si el uno es barrigudo, como el gobernador de la ínsula Barataria, y el otro seco de carnes como el caballero de la Triste Figura. Ademas dos hombres pueden ser iguales ó desiguales en saber, en virtud, en nobleza, y en un millon de cosas mas; con que será bien que ántes nos pongamos de acuerdo en la acepcion que da V. á la palabra igualdad. --Yo hablo de la igualdad de la naturaleza, de esta igualdad establecida por el mismo Criador, contra cuyas leyes nada pueden los hombres. --Así no quiere V. decir mas sino que por naturaleza todos somos iguales.... --Cierto. --Ya; pero yo veo que la naturaleza nos hace á unos robustos, á otros endebles, á unos hermosos, á otros feos, á unos ágiles, á otros torpes, á unos de ingenio despejado, á otros tontos, á unos nos da inclinaciones pacificas, á otros violentas, á unos.... pero seria nunca acabar si quisiera enumerar las desigualdades que nos vienen de la misma naturaleza. ¿Dónde está la igualdad natural de que V. nos habla? --Pero estas desigualdades no quitan la igualdad de derechos.... --Pasando por alto que V. ha cambiado ya completamente el estado de la cuestion, abandonando ó restringiendo mucho la igualdad de la naturaleza, tambien hay sus inconvenientes en esa igualdad de derechos. ¿Le parece á V. si el niño de pocos años tendrá _derecho_ para reñir y castigar á su padre? --V. finge absurdos.... --No señor, que esto y nada ménos que esto exige la igualdad de derechos; si no es asi deberá V. decirnos de qué derechos habla, de cuáles debe entenderse la igualdad y de cuáles no. --Bien claro es que ahora tratamos de la igualdad social. --No trataba V. de ella únicamente; bien reciente es el discurso en que hablaba V. en general y de la manera mas absoluta, solo que arrojado de una trinchera se refugia V. en la otra. Pero vamos á la igualdad social. Esto significará que en la sociedad todos hemos de ser iguales. Ahora pregunto, ¿en qué? ¿en autoridad? Entónces no habrá gobierno posible. ¿En bienes? Enhorabuena; dejemos á un lado la justicia, y hagamos el repartimiento: al cabo de una hora, de dos jugadores el uno habrá alijerado el bolsillo del otro, y estarán ya desiguales; pasados algunos dias, el industrioso habrá aumentado su capital, el desidioso habrá consumido una porcion de lo que recibió; y caeremos en la desigualdad. Vuélvase mil veces al repartimiento, y mil veces se desigualarán las fortunas. ¿En consideracion? pero ¿apreciará V. tanto al hombre honrado como al tunante? ¿se depositará igual confianza en este que en aquel? ¿Se encargarán los mismos negocios á Metternich que al mas rudo patan? Y aun cuando se quiesese, ¿podrian todos hacerlo todo? --Esto es imposible; pero lo que no es imposible es la igualdad ante la ley. --Nueva retirada, nueva trinchera; vamos allá. La ley dice: el que contravenga sufrirá la multa de mil reales, y en caso de insolvencia diez dias de cárcel. El rico paga los mil reales, y se rie de su fechoria; el pobre que no tiene un maravedí, expia su falta de rejas adentro. ¿Dónde está la igualdad ante la ley? --Pues yo quitaria esas cosas; y estableceria las penas de suerte que no resultase nunca esta desigualdad. --Pero entónces desaparecerian las multas, arbitrio no despreciable para huecos del presupuesto y alivio de gobernantes. Ademas voy á demostrarle á V. que no es posible en ninguna suposicion esta pretendida igualdad. Demos que para una transgresion está señalada la pena de diez mil reales; dos hombres han incurrido en ella, y ambos tienen de que pagar; pero el uno es opulento banquero, el otro un modesto artesano. El banquero se burla de los diez mil reales, el artesano queda arruinado. ¿Es igual la pena? --No por cierto; mas ¿cómo quiere V. remediarlo? --De ninguna manera; y esto es lo que quiero persuadirle á V. de que la desigualdad es cosa irremediable. Demos que la pena sea corporal, encontraremos la misma desigualdad. El presidio, la exposicion á la vergüenza pública, son penas que el hombre falto de educacion, y del sentimiento de dignidad, sufre con harta indiferencia; sin embargo un criminal que perteneciese á cierta categoría preferiria mil veces la muerte. La pena debe ser apreciada, no por lo que es en sí, sino por el daño que causa al paciente y la impresion con que le afecta; pues de otro modo desaparecerian los dos fines del castigo: la expiacion y el escarmiento. Luego, una misma pena aplicada á criminales de clases diferentes, no tiene la igualdad sino en el nombre, entrañando una desigualdad monstruosa. Confesaré con V. que en estos inconvenientes hay mucho de irremediable, pero reconozcamos estas tristes necesidades, y dejémonos de ponderar una igualdad imposible. La definicion de una palabra, y el discernir las diferentes aplicaciones que de ella podrian hacerse, nos ha traido la ventaja de reducir á la nada un especioso sofisma, y de demostrar hasta la última evidencia que el pomposo orador ó propalaba absurdos, ó no nos decia nada que no supiésemos de antemano; pues no es mucho descubrimiento el anunciar que todos nacemos y morimos de una misma manera. § VI. Suposiciones gratuitas. El despeñado. A falta de un principio general tomamos á veces un hecho que no tiene mas verdad y certeza de la que nosotros le otorgamos. ¿De dónde tantos sistemas para explicar los fenómenos de la naturaleza? De una suposicion gratuita que el inventor del sistema tuvo á bien asentar como primera piedra del edificio. Los mayores talentos se hallan expuestos á este peligro siempre que se empeñan en explicar un fenómeno, careciendo de datos positivos sobre su naturaleza y origen. Un efecto puede haber procedido de una infinidad de causas; pero no se ha encontrado la verdad por solo saber que ha _podido_ proceder, es necesario demostrar que ha procedido. Si una hipótesis me explica satisfactoriamente un fenómeno que tengo á la vista, podré admirar en ella el ingenio de quien la inventara; pero poco habré adelantado para el conocimiento de la realidad de las cosas. Este vicio de atribuir un efecto á una causa _posible_, salvando la distancia que va de la _posibilidad_ á la _realidad_, es mas comun de lo que se cree; sobre todo, cuando el razonador puede apoyarse en la coexistencia ó sucesion de los hechos que se propone enlazar. A veces, ni aun se aguarda á saber si ha existido realmente el hecho que se designa como causa; basta que haya podido existir, y que en su existencia hubiese podido producir el efecto de que se pretende dar razon. Se ha encontrado en el fondo de un precipicio el cadáver de una persona conocida; las señales de la víctima manifiestan con toda claridad que murió despeñada. Tres suposiciones pueden excogitarse para dar razon de la catástrofe; una caida, un suicidio, un asesinato. En todos estos casos, el efecto será el mismo; y en ausencia de datos no puede decirse que el uno lo explique mas satisfactoriamente que el otro. Numerosos espectadores estan contemplando la desastrosa escena; todos ansian descubrir la causa; haced que se presente el mas leve indicio, desde luego veréis nacer en abundancia las conjeturas, y oiréis las expresiones de «es cierto; así será; no puede ser de otra manera.... como si lo estuviese mirando ... no hay testigos, no puede probarse en juicio; pero lo que es duda, no cabe.» Y ¿cuáles son los indicios? Algunas horas ántes de encontrarse el cadáver, el infeliz se encaminaba hácia el lugar fatal, y no falta quien vió que estaba leyendo unos papeles, que se detenia de vez en cuando, y daba muestras de inquietud. Por lo demas es bien sabido que estos últimos dias habia pasado disgustos, y que los negocios de su casa estaban muy mal parados. Toda la vecindad veia en su semblante muestras de pena y desazon. Asunto concluido; este hombre se ha suicidado. Asesinato no puede ser, estaba tan cerca de su casa.... ademas que un asesinato no se comete de esta manera.... Una desgracia es imposible, porque él conocia muy bien el terreno; y por otra parte, no era hombre que anduviese precipitado ni con la vista distraida. Como el pobre estaba acosado por sus acreedores, hoy dia de correo debió de recibir alguna carta apremiante, y no habrá podido resistir mas. --Vamos, vamos, responderá el mayor número, cosa clara: y tiene V. razon, cabalmente es hoy dia de correo.... Llega el juez y al efecto de instruir las primeras diligencias, se registra la cartera del difunto. --Dos cartas. --¿No lo decia yo?.... el correo de hoy!.... --La una es de N. su corresponsal en la plaza N. --Vamos, cabalmente allí tenia sus aprietos. --Dice así: «Muy Sr. mio: en este momento acabo de salir de la reunion consabida. No faltaban renitentes, pero al fin apoyado de los amigos N N, he conseguido que todo el mundo entrase en razon. Por ahora puede V. vivir tranquilo, y si su hijo de V. tuviera la dicha de restablecer algun tanto los negocios de América, esta gente se prestará á todo, y conservará V. su fortuna y su crédito. Los pormenores para el correo inmediato; pero he creido que no debia diferir un momento el comunicarle á V. tan satisfactoria noticia. Entre tanto, etc., etc.» No hay por qué matarse. --La otra?.... --Es de su hijo.... --Malas noticias debió de traer.... --Dice así: «Mi querido padre: he llegado á tiempo; y á pocas horas de mi desembarco, estaba deshecha la trampa. Todo era una estafa del Sr. N. Ha burlado atrozmente nuestra confianza. No soñaba en mi venida, y al verme en su casa, se ha quedado como herido de un rayo. He conocido su turbacion, y me he apoderado de toda su correspondencia. Miéntras me ocupaba de esto ha tomado el portante, é ignoro su paradero. Todo se ha salvado excepto algun desfalco, que calculo de poca consideracion. Voy corriendo, porque la embarcacion que sale va á darse á la vela.» etc. etc. El correo de hoy no era para suicidarse; el de las conjeturas sale lucido: todo por haber convertido la posibilidad en realidad, por haber estribado en suposiciones gratuitas, por haberse alucinado con lo especioso de una explicacion satisfactoria. --¿Si podria ser un asesinato?.... --Claro es, porque en este correo.... y ademas, este hombre no carecia de enemigos. --El otro dia su colono N. le amenazó terriblemente. --Y es muy malo..... --Oh! terrible.... está acostumbrado á la vida bandolera.... vamos, tiene atemorizada la vecindad.... --¿Y cómo estaban ahora? --A matar; esta misma mañana salian juntos de la casa del difunto, y hablaban ambos muy recio. --¿Y el colono solia andar por aquí? --Siempre; á dos pasos tiene un campo; y ademas la cuestion estaba (sino que esto sea dicho entre nosotros), la cuestion estaba sobre esas encinas del borde del precipicio. El dueño se quejaba de que él le echaba á perder el bosque, el otro lo negaba; como que en este mismo lugar estuvieron el otro dia á pique de darse de garrotazos. Miren Vds.... sino que uno no debe perder á un infeliz.... casi cada dia estaban en pendencias en este mismo lugar. --Entónces no hable V. mas.... es una atrocidad! pero ¿cómo se prueba?.... --Y hoy vean Vds. como no está trabajando en el campo; y tiene por allí su apero.... y se conoce que ha trabajado hoy mismo..... vamos, ya no cabe duda; es evidente; el infeliz está perdido, porque esto respirará..... Llega uno del pueblo. --¡Qué desgracia! --¿No lo sabia V.? --No señores, ahora mismo me lo han dicho en su casa. Iba yo á verle, por si se apaciguaba con el pobre N. que está preso en la alcaldía ... --¿Preso?.... --Sí señores; me ha venido llorando su mujer; dice que se ha excedido de palabras, y que el alcalde le ha arrestado. Como ya saben Vds. que es tan maton!.... --¿Y no ha salido mas al campo desde que habló esta mañana con el difunto en la calle? --¿Pues cómo habia de salir? vayan Vds. y le encontrarán allí, donde está desde muy temprano; el pobrecito estaba labrando ahí!.... Nuevo chasco, el asesino estaba á larga distancia, el preso era el colono: nuevo desengaño para no fiarse de suposiciones gratuitas, para no confundir la realidad con la posibilidad, y no alucinarse con plausibles apariencias. § VII. Preocupacion en favor de una doctrina. Hé aquí uno de los mas abundantes manantiales de error; esto es la verdadera rémora de las ciencias; uno de los obstáculos que mas retardan sus progresos. Increible seria la influencia de la preocupacion, si la historia del espiritu humano no la atestiguara con hechos irrecusables. El hombre dominado por una preocupacion no busca ni en los libros ni en las cosas lo que realmente hay, sino lo que le conviene para apoyar sus opiniones. Y lo mas sensible es, que se porta de esta suerte, á veces con la mayor buena fe, creyendo sin asomo de duda que está trabajando por la causa de la verdad. La educacion, los maestros y autores de quienes se han recibido las primeras luces sobre una ciencia, las personas con quienes vivimos de continuo, ó tratamos con mas frecuencia, el estado ó profesion, y otras circunstancias semejantes, contribuyen á engendrar en nosotros el hábito de mirar las cosas siempre bajo un mismo aspecto, de verlas siempre de la misma manera. Apénas dimos los primeros pasos en la carrera de una ciencia, se nos ofrecieron ciertos axiomas como de eterna verdad, se nos presentaron ciertas proposiciones como sostenidas por demostraciones irrefragables, y las razones que militaban por la otra parte, nunca se nos hizo considerarlas como pruebas que examinar, sino como objeciones que soltar. ¿Habia alguna de nuestras razones que claudicaba por un lado? se acudia desde luego á sostenerla, á manifestar que en todo caso no era aquella la única; que estaba acompañada de otras cumplidamente satisfactorias; y que si bien ella sola quizas no bastaria, no obstante añadida á las demas no dejaba de pesar en la balanza y de inclinarla mas y mas á favor nuestro. ¿Presentaban los adversarios alguna dificultad de espinosa solucion? El número de las respuestas suplia á su solidez. El gravísimo autor A contesta de esta manera, el insigne B de tal otra, el sabio C de tal otra, cualquiera de las tres es suficiente, escójase la que mejor parezca, con entera seguridad de que el Aquiles de los adversarios habrá recibido la herida en el tendon. No se trata de convencer, sino de vencer; el amor propio se interesa en la contienda, y conocidos son los infinitos recursos de este maligno agente. Lo que favorece se abulta y exagera; lo que obsta se disminuye, se desfigura ú oculta: la buena fe protesta algunas veces desde el fondo del alma; pero su voz es ahogada y acallada como una palabra de paz en encarnizado combate. Si así no fuere, ¿cómo será posible explicar que durante largos siglos, se hayan visto escuelas tan organizadas, como disciplinados ejércitos agrupados al rededor de una bandera? ¿Cómo es que una serie de hombres ilustres por su saber y virtudes, viesen todos una cuestion de una misma manera, al paso que sus adversarios no ménos esclarecidos que ellos, lo veian todo de una manera opuesta? ¿Cómo es que para saber cuáles eran las opiniones de un autor, no necesitásemos leerle, bastándonos por lo comun la órden á que pertenecia, ó la escuela de donde habia salido? ¿Podria ser ignorancia de la materia, cuando consumian su vida en estudiarla? ¿Podria ser que no leyesen las obras de sus adversarios? Esto se verificaria en muchos, pero de otros no cabe duda que las consultarian con frecuencia. ¿Podria ser mala fe? No por cierto; pues que se distinguian por su entereza cristiana. Las causas son las señaladas mas arriba; el hombre ántes de inducir á otros al error, se engaña muchas veces á sí propio. Se aferra á un sistema, allí se encastilla con todas las razones que pueden favorecerle; su ánimo se va acalorando á medida que se ve atacado; hasta que al fin, sea cual fuere el número y la fuerza de los adversarios, parece que se dice á sí mismo: «este es tu puesto; es preciso defenderle: vale mas morir con gloria que vivir con ignominiosa cobardía.» Por este motivo, cuando se trata de convencer á otros, es preciso separar cuidadosamente la causa de la verdad de la causa del amor propio: importa sobre manera persuadir al contrincante de que cediendo, nada perderá en reputacion. No ataqueis nunca la claridad y perspicacia de su talento; de otro modo se formalizará el combate, la lucha será reñida, y aun teniéndole bajo vuestros pies y con la espada en la garganta, no recabaréis que se confiese vencido. Hay ciertas palabras de cortesía y deferencia que en nada se ocupen á la verdad; en vacilando el adversario conviene no economizarlas, si deseais que se dé á partido ántes que las cosas hayan llegado á extremidades desagradables[14]. CAPÍTULO XV. EL RACIOCINIO. § I. Lo que valen los principios y las reglas de la dialéctica. Cuando los autores tratan de esta operacion del entendimiento, amontonan muchas reglas para dirigirla, apoyándolas en algunos axiomas. No disputaré sobre la verdad de estos; pero dudo mucho que la utilidad de aquellas sea tanta como se ha pretendido. En efecto: es innegable que las cosas que se identifican con una tercera, se identifican entre sí; que de dos que se identifican entre sí, si la una es distinta de una tercera, lo será tambien la otra; que lo que se afirma ó niega de todo un género ó especie, debe afirmarse ó negarse del individuo contenido en ellos; y ademas es tambien mucha verdad que las reglas de argumentacion fundadas en dichos principios son infalibles. Pero yo tengo la dificultad en la aplicacion; y no puedo convencerme de que sean de grande utilidad en la práctica. En primer lugar, confieso que estas reglas contribuyen á dar al entendimiento cierta precision que puede servir en algunos casos para concebir con mas claridad, y atender á los vicios que entrañe un discurso: bien que á veces esta ventaja quedará neutralizada con los inconvenientes acarreados por la presuncion de que se sabe raciocinar, porque no se ignoran las reglas del raciocinio. Puede uno saber muy bien las reglas de un arte, y no acertar á ponerlas en práctica. Tal recitaria todas las reglas de la oratoria sin equivocar una palabra, que no sabria escribir una página sin chocar, no diré con los preceptos del arte, sino con el buen sentido. § II. El silogismo. Observaciones sobre este instrumento dialéctico. Formaremos cabal concepto de la utilidad de dichas reglas, si consideramos que quien raciocina no las recuerda, si no se ve precisado á formular un argumento á la manera escolástica, cosa que en la actualidad ha caido en desuso. Los alumnos aprenden á conocer si tal ó cual silogismo peca contra esta ó aquella regla; y esto lo hacen en ejemplos tan sencillos, que al salir de la escuela nunca encuentran nada que á ellos se parezca. «Toda virtud es loable, la justicia es virtud, luego es loable.» Está muy bien: pero cuando se me ofrece discernir si en tal ó cual acto se ha infringido la justicia, y la ley tiene algo que castigar; si me propongo investigar en qué consiste la justicia, analizando los altos principios en que estriba, y las utilidades que su imperio acarrea al individuo y á la sociedad; ¿de qué me servirá dicho ejemplo, ú otros semejantes? Los teólogos y juristas, quisiera que me dijesen si en sus discursos les han servido mucho las decantadas reglas. «Todo metal es mineral, el oro es metal, luego es mineral.» «Ningun animal es insensible, los peces son animales, luego no son insensibles.» «Pedro es culpable, este hombre es Pedro, luego este hombre es culpable.» «Esta onza de oro no tiene el debido peso, esta onza es la que Juan me ha dado, luego la onza que Juan me ha dado no tiene el debido peso.» Estos ejemplos y otros por el mismo tenor, son los que suelen encontrarse en las obras de lógica que dan reglas para los silogismos; y yo no alcanzo qué utilidad pueden traer al discurso de los alumnos. La dificultad en el raciocinio no se quita con estas frivolidades mas propias para perder el tiempo en la escuela que para enseñar. Cuando el discurso se traslada de los ejemplos á la realidad, no encuentra nada semejante: y entónces ó se olvida completamente de las reglas, ó despues de haber ensayado el aplicarlas continuamente, se cansa bien pronto de la enojosa é inútil tarea. Cierto sugeto, muy conocido mio, se habia tomado el trabajo de examinar todos sus discursos á la luz de las reglas dialécticas; no sé si en la actualidad conservará todavia este peregrino humor; miéntras tuve ocasion de tratarle no observé que alcanzase gran resultado. Analicemos algunos de estos ejemplos, y comparémoslos con la práctica. Trátase de la pertenencia de una posesion. Todos los bienes que fueron de la familia N debieron pasar á la familia M; pero el mucho tiempo trascurrido y otras circunstancias, hacen que se suscite un pleito sobre el manso B, de que esta última se halla en posesion, fundándose en que sus derechos á ella le vienen de la familia N. Claro es que el silogismo del posesor ha de ser el siguiente: Todos los bienes que fueron de la familia N me pertenecen; es así que el manso B se halla en este caso, luego el manso B me pertenece. Para no complicar, supondremos que no haya dificultad en la primera proposicion, ó sea en la mayor; y que toda la disputa recaiga sobre la menor; es decir que le incumbe probar que efectivamente el manso B perteneció á la familia N. Todo el pleito gira, no en si el silogismo es concluyente, sino en si se prueba la menor ó no. Y pregunto ahora: ¿pensará nadie en el silogismo? ¿sirve de nada el recordar que lo que se dice de todos se ha de decir de cada uno? Cuando se haya llegado á probar que el manso B perteneció á la familia N, ¿será menester ninguna regla para deducir que la familia M es legítima poseedora? El discurso se hace, es cierto; existe el silogismo, no cabe duda; pero es cosa tan clara, es tan obvia la deduccion, que las reglas dadas para sacarla, mas bien que otra cosa, parecerán un puro entretenimiento especulativo. No estará el trabajo en el silogismo, sino en encontrar los títulos para probar que el manso B perteneció realmente á la familia N, en interpretar cual conviene las cláusulas del testamento, donacion, ó venta por donde lo habia adquirido; en esto y otros puntos consistirá la dificultad, para esto seria necesario aguzar el discurso, prescribiéndole atinadas reglas á fin de discernir la verdad entre muchos y complicados y contradictorios documentos. Gracioso seria por demas, el preguntar á los interesados, á los abogados y al juez, cuántas veces han pensado en semejantes reglas, cuando seguian con ojo atento el hilo que debía respectivamente conducirlos al objeto deseado. «La moneda que no reune las calidades prescritas por la ley no debe recibirse; esta onza de oro no las tiene, luego no debe recibirse.» El raciocinio es tan concluyente como inútil. Cuando yo este bien instruido de las circunstancias exigidas por la ley monetaria vigente, y ademas haya experimentado que esta onza de oro carece de ellas, se la devolveré al dador sin discursos; y si se traba disputa, no versará sobre la legitimidad de la consecuencia, sino sobre si á tantos ó cuantos granos de déficit se ha de tomar todavia, si está bien pesada ó no, si lleva esta ó aquella señal, y otras cosas semejantes. Cuando el hombre discurre no anda en actos reflejos sobre su pensamiento, así como los ojos cuando miran no hacen contorsiones para verse á sí mismos. Se presenta una idea, se la concibe con mas ó ménos claridad; en ella se ve contenida otra, ú otras; con estas se suscita el recuerdo de otras, y así se va caminando con suavidad, sin cavilaciones reflejas, sin embarazarse á cada paso con la razon de aquello que se piensa. § III. El entimema. La evidencia de estas verdades ha hecho que se contase entre las formas de argumentacion el entimema, el cual no es mas que un silogismo en que se calla por sobrentendida, alguna de sus proposiciones. Esta forma se la enseñó á los dialécticos la experiencia de lo que estaban viendo á cada paso; pues pudieron notar que en la práctica se omitia por superfluo el presentar por extenso todo el hilo del raciocinio. Así en el último ejemplo, el silogismo por extenso seria el que se ha puesto al principio; pero en forma de entimema se convertiria en este otro: «Esta onza no tiene las condiciones prescritas por la ley, luego no debo recibirla;» ó en estilo vulgar, y mas conciso y expresivo: «No la tomo; es corta.» § IV. Reflexiones sobre el término. Todo el artificio del silogismo consiste en comparar los extremos con un término medio, para deducir la relacion que tienen entre sí. Cuando se conocen ya, y se tienen presentes esos extremos y ese término medio, nada mas sencillo que hacer la comparacion; pero cabalmente entónces ya no es necesaria la regla, porque el entendimiento ve al instante la consecuencia buscada. ¿Cómo se encuentra ese término medio? ¿Cómo se conocen los dos extremos, cuando se hacen investigaciones sobre un objeto, del cual se ignora lo que es? Sé muy bien que si este mineral que tengo en las manos fuese oro, tendria tal calidad; pero el embarazo está en que ni se me ocurre que esto pueda ser oro, y por tanto no pienso en uno de los dos extremos; ni aun cuando pensara en ello, me encuentro con medios para comprobarlo. Sabe muy bien el juez que si el hombre que pasa por su lado fuera el asesino á quien persigue desde mucho tiempo, deberia enviarle al suplicio; pero la dificultad está en que al ver al culpable no piensa en el asesino; y si pensara en él y sospechase que es el individuo que está presente, no puede condenarle por falta de pruebas. Tiene los dos extremos, mas no el término medio; término que no se lo ofrecerá ciertamente bajo formas dialécticas. ¿Cómo se llama este hombre? Su patria, su residencia ordinaria, los antecedentes de su conducta, su modo de vivir en la actualidad, el lugar donde se hallaba cuando se cometió el asesinato, testigos que le vieron en las inmediaciones del sitio en que se encontró la víctima; su traje, estatura, fisonomia, señales sangrientas que se han notado en su ropa, el puñal escondido, el azoramiento con que llegó á deshora á su casa pocos momentos despues del desastre, algunas prendas que se han encontrado en su poder, y que se parecen mucho á otras que tenia el difunto, sus contradicciones, su reconocida enemistad con el asesinado; hé aquí los términos medios, ó mas bien un conjunto de circunstancias que han de indicar si el preso es el verdadero asesino. ¿Y para qué aprovecharán las reglas del silogismo? Ahora habrá que atender á una palabra, despues á un hecho; aquí se habrá de examinar una señal, mas allá se habrán de cotejar dos ó mas coincidencias. Será preciso atender á las cualidades físicas, morales y sociales del individuo, será necesario apreciar el valor de los testigos, en una palabra, deberá el juez revolver la atencion en todas direcciones, fijarla sobre mil y mil objetos diferentes, y pesarlo todo en justa y escrupulosa balanza para no dejar sin castigo al culpable, ó no condenar al inocente. Lo diré de una vez: los ejemplos que suelen abundar en los libros de dialéctica de nada sirven para la práctica: quien creyese que con aquel mecanismo ha aprendido á pensar, puede estar persuadido de que se equivoca. Si lo que acabo de exponer no le convence, la experiencia le desengañará. § V. Utilidad de las formas dialécticas. Sin embargo de lo dicho, no negaré que esas formas dialécticas sean útiles aun en nuestro tiempo, para presentar con claridad y exactitud el encadenamiento de las ideas en el raciocinio: y que si no valen mucho como medio de invencion, sean á veces provechosas como conducto de enseñanza. Así es que léjos de pretender que se las destierre del todo de las obras elementales, conviene que se las conserve, no en toda su sequedad, pero si en todo su vigor. _Nervos et ossa_ las llamaba Melchor Cano con mucha oportunidad: no se destruyan pues esos nervios y huesos; basta cubrirlos con piel blanda y colorada, para que no repugnen ni ofendan. Porque es preciso confesar que ahora á fuerza de desdeñar las formas, se cae en el extrema opuesto, sumamente dañoso al adelanto de las ciencias, y á la causa de la verdad. Antes, los discursos eran descarnados en demasía, presentaban, por decirlo así, desnuda la armazon; pero ahora, tanto es el cuidado de la exterioridad, tal el olvido de lo interior, que en muchos discursos no se encuentra mas que palabras, que serian bellas, si serlo pudieran palabras vacias. Con el auxilio de las formas dialécticas, traveseaban en demasía los ingenios sutiles y cavilosos; con las formas oratorias se envuelven á menudo los espíritus huecos. _Est modus in rebus_[15]. CAPÍTULO XVI. NO TODO LO HACE EL DISCURSO. § I. La inspiracion. Es un error el figurarse que los grandes pensamientos son hijos del discurso; este, bien empleado, sirve algun tanto para enseñar, pero poco para inventar. Casi todo lo que el mundo admira de mas feliz, grande y sorprendente, es debido á la inspiracion; á esta luz instantánea que brilla de repente en el entendimiento del hombre, sin que él mismo sepa de donde le viene. Inspiracion la apellido, y con mucha propiedad, porque no cabe nombre mas adaptado para explicar este admirable fenómeno. Está un matemático dando vueltas á un intrincado problema; se ha hecho cargo de todos los datos, nada le queda que practicar de lo que para semejantes casos está prevenido. La resolucion no se encuentra; se han tanteado varios planteos, y á nada conducen. Se han tomado al acaso diferentes cantidades, por si se da en el blanco; todo es inútil. La cabeza está fatigada; la pluma descansa sobre el papel, nada escribe. La atencion del calculador está como adormecida de puro fija; casi no sabe si piensa. Cansado de forcejear por abrir una puerta tan bien cerrada, parece que ha desistido de su empeño, y que se ha sentado en el umbral aguardando si alguien abrirá por la parte de adentro. «Ya lo veo,» exclama de repente, «esto es!....» y cual otro Arquimédes, sin saber lo que le sucede, saltaria del baño y echaria á correr gritando: «Lo he encontrado!..... Lo he encontrado!....» Acontece á menudo que despues de largas horas de meditacion, no se ha podido llegar á un resultado satisfactorio, y cuando el ánimo está distraido, ocupado en asuntos totalmente diferentes, se le presenta de improviso la verdad como una aparicion misteriosa. Hallábase santo Tomas de Aquino en la mesa del rey de Francia; y como no debia de ser mal criado y descortes, no es regular que escogiese aquel puesto para entregarse á meditaciones profundas. Pero ántes de la hora del convite estaria en la celda ocupado en sus ordinarias tareas, aguzando las armas de la razon para combatir á los enemigos de la Iglesia. Natural es que le sucediese lo que suelen experimentar todos los que tienen por costumbre penetrar el fondo de las cosas, que aun cuando han dejado la meditacion en que estaban embebidos, se les ocurre con frecuencia el punto en cuestion, como si viniese á llamar a la puerta, preguntando si le toca otra vez el turno. Y hé aquí, que sin saber cómo, se siente inspirado, ve lo que ántes no veia, y olvidándose de que estaba en la mesa del rey, da sobre ella una palmada, exclamando: «Esto es concluyente contra los maniqueos!....» § II. La meditacion. Cuando el hombre se ocupa en comprender algun objeto muy dificil, tan léjos está de andar con la regla y compas en la mano para dirigir sus meditaciones, que las mas de las veces queda absorto en la investigacion, sin advertir que medita, ni aun que existe. Mira las cosas, ahora por un lado, despues por otro; pronuncia interiormente el nombre de aquello que examina; da una ojeada á lo que rodea el punto principal; no se parece á quien sigue un camino trillado, como sabiendo el término á que ha de llegar, sino á quien buscando en la tierra un tesoro cuya existencia sospecha, pero de cuyo lugar no está seguro, anda excavando acá y acullá sin regla fija. Y si bien se observa, no puede suceder de otra manera, cuando ya de antemano no se conoce la verdad que se busca. El que tiene á la vista un pedazo de mineral cuya naturaleza conoce, cuando trate de manifestar á otros lo que él sabe sobre la misma, se valdrá del procedimiento mas sencillo, y mas adaptado para el efecto. Pero si no tuviese dicho conocimiento, entónces le revolveria y miraria repetidas veces; por este ó aquel indicio formaria sus conjeturas, y al fin echaria mano de experimentos á propósito, no para manifestar que es tal, sino para descubrir cuál es. § III. Invencion y enseñanza. De esto nace la diferencia entre el método de enseñanza y el de invencion: quien enseña, sabe adonde va, y conoce el camino que ha de seguir, porque ya le ha recorrido otras veces; mas el que descubre tal vez no se propone nada determinado, sino examinar lo que hay en el objeto que le ocupa; quizas se prefija un blanco, pero ignorando si es posible alcanzarle, ó dudando si existe, si es mas que un capricho de su imaginacion; y en caso de estar seguro de su existencia, no conoce el sendero que á él le ha de conducir. Por este motivo los mas elevados descubrimientos se enseñan por principios muy diferentes de los que guiaron á los inventores; el cálculo infinitesimal es debido á la geometría, y ahora se llega á sus aplicaciones geométricas por una serie de procedimientos puramente algebráicos. Así, se levanta en una cordillera de escarpadas montañas un picacho inaccesible, donde al parecer se divisan algunos restos de un antiguo edificio: un hombre curioso y atrevido concibe el designio de subir allá; mira, tantea, trepa por altísimos peñascos, se escurre por pasadizos impracticables, se aventura por el estrechísimo borde de espantosos derrumbaderos, se ase de endebles plantas y carcomidas raices, y al fin cubierto de sudor y jadeando de cansancio, toca á la deseada cumbre, y levantando los brazos clama con orgullo: «¡ya estoy arriba!....» Entónces domina de una ojeada todas las vertientes de las cordilleras; lo que ántes no veia sino por partes, ahora lo ve en su conjunto: mira hácia los puntos por donde habia tanteado, ve la imposibilidad de subir por allí, y se rie de su ignorancia. Contempla las escabrosidades por donde acaba de atravesar, y se envanece de su temeraria osadía. ¿Y cómo será posible que por estas malezas suban los que le estan mirando? Pero ved ahí un sendero muy fácil; desde abajo no se descubre, desde arriba sí. Da muchos rodeos, es verdad, se ha de tomar á larga distancia, pero es accesible hasta á los mas débiles y ménos atrevidos. Entónces desciende corriendo, se reune con los demas, les dice «seguidme,» los conduce á la cima, sin cansancio ni peligro, y allí los hace disfrutar de la vista del monumento, y de los magníficos alrededores que el picacho domina. § IV. La intuicion. Mas no se crea que las tareas del genio sean siempre tan laboriosas y pesadas. Uno de sus caractéres es la _intuicion_, el ver sin esfuerzo lo que otros no descubrian sino con mucho trabajo, el tener á la vista el objeto inundado de luz, cuando los demas estan en tinieblas. Ofrecedle una idea, un hecho, que quizas para otros serán insignificantes, él descubre mil y mil circunstancias y relaciones ántes desconocidas. No habia mas que un pequeño círculo, y al clavarse en él la mágica mirada, el círculo se agita, se dilata, va extendiéndose como la aurora al levantarse el sol. Ved, no habia mas que una débil ráfaga luminosa, pocos instantes despues brilla el firmamento con inmensas madejas de plata y de oro, torrentes de fuego inundan la bóveda celeste, del oriente al ocaso, del aquilon al sud. § V. No está la dificultad en comprender sino en atinar. El jugador de ajedrez. Sobieski. Las víboras de Aníbal. Hay en este punto una particularidad muy digna de notarse, y que tal vez no ha sido observada; y es que muchas verdades no son difíciles en sí y que sin embargo á nadie se ocurren sino á los hombres de talento. Cuando estos las presentan, ó las hacen advertir, todo el mundo las ve tan claras, tan sencillas, tan obvias que parece extraño no se las haya visto ántes. Dos hábiles jugadores de ajedrez estan empeñados en una complicada partida. Uno de ellos hace una jugada al parecer tan indiferente..... «tiempo perdido,» dicen los espectadores; luego abandona una pieza que podia muy bien defender, y se entretiene en acudir á un punto por el cual nadie le amenaza. «Vaya una humorada, exclaman todos, esto le hará á V. mucha falta.» «¿Qué quieren Vds.? dice el taimado, no atina uno en todo,» y continúa como distraido. El adversario no ha penetrado la intencion, no acude al peligro, juega, y el distraido que perdia tiempo y piezas, ataca por el flanco descubierto, y con maligna sonrisa dice: «jaque mate.» Tiene razon, gritan todos, y ¿cómo no lo habiamos visto? y una cosa tan sencilla!.... pues es claro, perdió el tiempo para enfilar por aquel lado, abandonó una pieza para abrirse paso; acudió allí, no para defenderse sino para cerrar aquella salida; parece imposible que no lo hubiéramos advertido.» Estan los turcos acampados delante de Viena; cada cual discurre por donde se deberá atacarlos cuando llegue el deseado refuerzo á las órdenes del rey de Polonia. Las reglas del arte andan de boca en boca, los proyectos son innumerables. Llega Sobieski, echa una ojeada sobre el ejército enemigo: «es mio, dice, está mal acampado.» Al dia siguiente ataca, los turcos son derrotados, y Viena es libre. Y despues de visto el plan de ataque y su feliz éxito, todos dirian: «los turcos cometieron tal ó cual falta, tenia razon el rey, estaban mal acampados;» todos veian la verdad, la encontraban muy sencilla, pero despues de habérsela mostrado. Todos los matemáticos sabian las propiedades de las progresiones aritméticas y geométricas; que el exponente de 1 era 0, que el de 10 era 1, que el de 1000 era 2, y así sucesivamente, y que el de los números medios entre 1 y 10 era un quebrado; pero nadie veia que con esto se pudiese tener un instrumento de tantos y tan ventajosos usos como son las tablas de los logaritmos. Neper dijo «hélo aquí;» y todos los matemáticos vieron que era una cosa muy sencilla. Nada mas fácil que el sistema de nuestra numeracion; y sin embargo, no lo conocieron ni los griegos, ni los romanos. ¿Qué fenómeno mas sencillo, mas patente á nuestros ojos, que la tendencia de los flúidos á ponerse á nivel, á subir á la misma altura de la cual descienden? ¿No lo estamos viendo á cada paso en las retortas, y en todos los vasos donde hay dos ó mas tubos de comunicacion? ¿Qué cosa mas sencilla que la aplicacion de esta ley de la naturaleza á objeto de tanta utilidad como es la conduccion de las aguas? Y sin embargo ha debido trascurrir mucho tiempo ántes que la humanidad se aprovechara de la leccion que estaba recibiendo todos los dias en un fenómeno tan sencillo. Dos artesanos poco diestros se hallan embarazados en una obra. El uno consulta al otro, ambos cavilan, ensayan, malbaratan, sin conseguir nada. Acuden por fin á un tercero de aventajada nombradía. ¿A ver si V. nos saca de apuros?--Muy sencillo, de esta manera--Tiene V. razon, era tan fácil y no habíamos sabido dar en ello. Está Aníbal á la víspera de un combate naval, da sus disposiciones, y entre tanto vuelven á bordo algunos soldados que llevan un gran número de vasos de barro bien tapados, cuyo contenido conocen muy pocos. Comienza la refriega, los enemigos se rien de que los marinos de Aníbal les arrojen aquellos vasos en vez de flechas; el barro se hace pedazos, y el daño que causa es muy poco. Pasan algunos momentos, un marino siente una picadura atroz: al grito del lastimado sucede el de otro, todos vuelven la vista y notan con espanto que la nave está llena de víboras. Introdúcese el desórden, Aníbal maniobra con destreza y la victoria se decide en su favor. Ciertamente que nadie ignoraba que era posible recoger muchas víboras, y encerrarlas en vasos de barro, y tirarlos á las naves enemigas; pero la ocurrencia solo la tuvo el astuto cartagines. Y él sin duda encontró el infernal ardid, sin raciocinios ni cavilaciones; bastóle tal vez que alguien mentase la palabra _víbora_, para atinar desde luego en que este reptil podia servirle de excelente auxiliar. ¿Qué nos dicen estos ejemplos? nos dicen que el talento consiste muchas veces en ver una relacion que está patente, y en la cual nadie atina. Ella en sí no es dificil, y la prueba está en que tan pronto como alguno la descubre, y la señala con el dedo diciendo: «mirad;» todos la ven sin esfuerzo, y hasta se admiran de no haberla advertido. Así que el lenguaje, llevado por la fuerza misma de las cosas, los llama á estos pensamientos _ocurrencias_, _golpes_, _inspiraciones_, expresando de esta manera que no costaron trabajo, que se ofrecieron por sí mismos. § VI. Regla para meditar. De lo dicho inferiré que para pensar bien no es buen sistema poner el espíritu en tortura, sino que es conveniente dejarle con cierto desahogo. Está meditando sobre un objeto, al parecer no adelanta; con la atencion sobre una cosa, diríase que está dormitando. No importa; no le violenteis; mira si descubre algun indicio que le guie; se asemeja al que tiene en la mano una cajita cerrada con un resorte misterioso, en la cual se quiere poner á prueba el ingenio, por si se encuentra el modo de abrirla. La contempla largo rato, la vuelve repetidas veces, ora aprieta con el dedo, ora forcejea con la uña, hasta que al fin permanece un instante inmóbil y dice: «aquí está el resorte, ya está abierta.» § VII. Carácter de las inteligencias elevadas. Notable doctrina de santo Tomas de Aquino. ¿Porqué no se ocurren á todos ciertas verdades sencillas? ¿cómo es que el linaje humano haya de mirar cual espíritus extraordinarios á los que ven cosas que al parecer todo el mundo habia podido ver? Esto es buscar la razon de un arcano de la Providencia, esto es preguntar porqué el Criador ha otorgado á algunos hombres privilegiados una gran fuerza de intuicion, ó sea vision intelectual inmediata, y la ha negado al mayor número. Santo Tomas de Aquino desenvuelve sobre este particular una doctrina admirable. Segun el santo Doctor, el discurrir es señal de poco alcance del entendimiento; es una facultad que se nos ha concedido para suplir á nuestra debilidad; y así es que los ángeles entienden, mas no discurren. Cuanto mas elevada es una inteligencia, ménos ideas tiene; porque encierra en pocas, lo que las mas limitadas tienen distribuido en muchas. Así los ángeles de mas alta categoría entienden por medio de pocas ideas; el número se va reduciendo á medida que las inteligencias criadas se van acercando al Criador, el cual como ser infinito é inteligencia infinita, todo lo ve en una sola idea, única, simplicísima, pero infinita: su misma esencia. ¡Cuán sublime teoría! Ella sola vale un libro; ella prueba un profundo conocimiento de los secretos del espíritu; ella nos sugiere innumerables aplicaciones con respecto al entendimiento del hombre. En efecto, los genios superiores no se distinguen por la mucha abundancia de las ideas; sino en que estan en posesion de algunas, capitales, anchurosas, donde hacen caber al mundo. El ave rastrera se fatiga revoloteando, y recorre mucho terreno, y no sale de la angostura y sinuosidades de los valles: el águila remonta su majestuoso vuelo, posa en la cumbre de los Alpes, y desde allí contempla las montañas, los valles, la corriente de los rios, divisa vastas llanuras pobladas de ciudades, y amenizadas con deliciosas vegas, galanas praderas, ricas y variadas mieses. En todas las cuestiones hay un punto de vista principal, dominante; en él se coloca el genio. Allí tiene la clave, desde allí lo domina todo. Si al comun de los hombres no les es posible situarse de golpe en el mismo lugar, al ménos deben procurar llegar á él á fuerza de trabajo; no dudando que con esto se ahorrarán muchísimo tiempo, y alcanzarán los resultados mas ventajosos. Si bien se observa, toda cuestion y hasta toda ciencia, tienen uno ó pocos puntos capitales á los que se refieren los demas. En situándose en ellos, todo se presenta sencillo y llano, de otra suerte no se ven mas que detalles y nunca el conjunto. El entendimiento humano, ya de suyo tan débil, ha menester que se le muestren los objetos tan simplificados como sea dable; y por lo mismo es de la mayor importancia desembarazarlos de follaje inútil, y que ademas, cuando sea preciso cargarle con muchas atenciones simultáneas, se las distribuya de suerte que queden reducidas á pocas clases, y cada una de estas vinculada en un punto. Así se aprende con mas facilidad, se percibe con lucidez y exactitud, y se auxilia poderosamente la memoria. § VIII. Necesidad del trabajo. De las doctrinas de este capítulo sobre la inspiracion é intuicion, ¿podremos inferir la conveniencia de abandonar el discurso, y hasta el trabajo, y de entregarnos á una especie de quietismo intelectual? No ciertamente. Para el desarrollo de toda facultad hay una condicion indispensable: el ejercicio. En lo intelectual como en lo físico, el órgano que no funciona se adormece, pierde de su vida, el miembro que no se mueve se paraliza. Aun los genios mas privilegiados no llegan á adquirir su fuerza hercúlea, sino despues de largos trabajos. La inspiracion no desciende sobre el perezoso; no existe cuando no hierven en el espíritu ideas y sentimientos fecundantes. La intuicion, el _ver_ del entendimiento, no se adquiere sino con un hábito engendrado por el mucho _mirar_. La ojeada rápida, segura y delicada de un gran pintor, no se debe solo á la naturaleza, sino tambien á la dilatada contemplacion y observacion de los buenos modelos: y la magia de la música no se desenvolveria en la organizacion mas armónica, sujeta únicamente á oir sonidos ásperos y destemplados[16]. CAPÍTULO XVII. LA ENSEÑANZA. § I. Dos objetos de la enseñanza. Diferentes clases de profesores. Distinguen comunmente los dialécticos entre el método de enseñanza y el de invencion. Sobre uno y otro voy á emitir algunas observaciones. La enseñanza tiene dos objetos: 1º. instruir á los alumnos en los elementos de la ciencia: 2º. desenvolver su talento para que al salir de la escuela puedan hacer los adelantos proporcionados á su capacidad. Podria parecer que estos dos objetos no son mas que uno solo; sin embargo no es así. Al primero alcanzan todos los profesores que poseen medianamente la ciencia; al segundo no llegan sino los de un mérito sobresaliente. Para lo primero, basta conocer el encadenamiento de algunos hechos y proposiciones, cuyo conjunto forma el cuerpo de la ciencia; para lo segundo es preciso saber cómo se ha construido esa cadena que enlaza un extremo con otro; para lo primero bastan hombres que conozcan los libros, para lo segundo son necesarios hombres que conozcan las cosas. Mas diré: puede muy bien suceder que un profesor superficial sea mas á propósito para la simple enseñanza de los elementos que otro muy profundo; pues que este sin advertirlo, se dejará llevar á discursos que complicarán la sencillez de las primeras nociones, y así dañará á la percepcion de los alumnos poco capaces. La clara explicacion de los términos, la exposicion llana de los principios en que se funda la ciencia, la metódica coordinacion de los teoremas y de sus corolarios, hé aquí el objeto de quien no se propone mas que instruir en los elementos. Pero al que extienda mas allá sus miradas, y considere que los entendimientos de los jóvenes no son únicamente tablas donde se hayan de tirar algunas líneas que permanezcan allí inalterables para siempre, sino campos que se han de fecundar con preciosa semilla, á este le incumben tareas mas elevadas y mas difíciles. Conciliar la claridad con la profundidad, hermanar la sencillez con la combinacion, conducir por camino llano y amaestrar al propio tiempo en andar por senderos escabrosos, mostrando las angostas y enmarañadas veredas por donde pasaron los primeros inventores, inspirar vivo entusiasmo, despertar en el talento la conciencia de las propias fuerzas, sin dañarle con temeraria presuncion, hé aquí las atribuciones del profesor que considera la enseñanza elemental no como fruto, sino como semilla. § II. Genios ignorados de los demas, y de sí mismos. ¡Cuán pocos son los profesores dotados de esta preciosa habilidad! Y ¿cómo es posible que los haya en el lastimoso abandono en que yace este ramo? ¿Quién cuida de aficionar á la enseñanza á los hombres de capacidad elevada? ¿Quién procura fijarlos en esta ocupacion, si se deciden alguna vez á emprenderla? Las cátedras son miradas á lo mas como un hincapié para subir mas arriba, con las arduas tareas que ellas imponen, se unen mil y mil de un órden diferente; y se desempeña corriendo y á manera de distraccion lo que deberia obsorber al hombre entero. Así, cuando entre los jóvenes se encuentra alguno en cuya frente chispea la llama del genio, nadie la advierte, nadie se la avisa, nadie se lo hace sentir: y encajonado entre los buenos talentos, prosigue su carrera sin que se le haya hecho experimentar el alcance de sus fuerzas. Porque es preciso saber que estas fuerzas no siempre las conoce el mismo que las posee, aun cuando sean con respecto á lo mismo que le ocupa. Podrá muy bien suceder que el fuego del genio permanezca toda la vida entre cenizas, por no haber habido una mano que las sacudiera. ¿No vemos á cada paso que una lijereza extraordinaria, una singular flexibilidad de ciertos miembros, una gran fuerza muscular y otras calidades corporales, estan ocultas hasta que un ensayo casual viene á revelárselas al que las posee? Si Hércules no manejara mas que un bastoncito, nunca creyera ser capaz de blandir la pesada clava. § III. Medios para descubrir los talentos ocultos, y apreciarlos en su valor. Un profesor de matemáticas que explique á sus alumnos la teoría de las secciones cónicas les dará una idea clara y exacta de dichas curvas, presentándoles las ecuaciones que expresan su naturaleza, y deduciendo las propiedades que de esta se originan. Hasta aquí el discípulo aprende bien los elementos, pero no se ejercita en el desarrollo de sus fuerzas intelectuales; nada se le ofrece que pueda hacerle sentir el talento de invencion, si es que en realidad le posea. Pero si el profesor le hace notar que aquella ecuacion fundamental, al parecer de mera convencion, no es probable que se le haya establecido sin motivo, desde luego el jóven se halla mal seguro sobre la basa que reputaba sólida, y busca el medio de darle algun apoyo. Si el alumno no acierta en el principio generador de dichas curvas, se le puede hacer notar el nombre que llevan, y recordarle que la seccion paralela á la base del cono es un círculo. Entónces naturalmente el alumno corta el cono con planos en diferentes posiciones, y á la primera ojeada advierte que si la seccion es cerrada, y no paralela á la base, resultan curvas cuya figura se parece á la que se ha llamado elipse. Ya imagina la seccion mas cercana al paralelismo, ya mas distante, y siempre nota que la figura es una elipse, con la única diferencia de su mayor aplanacion por los lados, ó bien de la mayor diferencia de los ejes. ¿Será posible expresar por una ecuacion la naturaleza de esta curva? ¿Hay algunos datos conocidos? ¿Tienen alguna relacion con las propiedades del cono, y de la seccion paralela? ¿La mayor ó menor inclinacion del plano cambia la naturaleza de la seccion? Dando al plano otras posiciones, de suerte que no salga cerrada la seccion, ¿qué curvas resultan? ¿Hay alguna semejanza entre ellas, y las parábolas é hipérboles? Estas y otras cuestiones se ofrecen al discípulo dotado de capacidad; y si es de muy felices disposiciones, veréisle al instante tirar líneas dentro del cono, compararlas unas con otras, concebir triángulos, calcular sus relaciones, y tantear mil caminos para llegar á la ecuacion deseada. Entónces no aprende simplemente las primeras nociones de la teoría; se ha convertido ya en inventor; su talento encuentra pábulo en que cebarse; y cuando aislado en los procedimientos de primera enseñanza contaba muchos iguales en la inteligencia de la doctrina explicada, ahora echaréis de ver que deja á sus compañeros muy atras, que ellos no han dado un paso, miéntras él, ó ha obtenido el resultado que se buscaba, ó adelantado en el verdadero camino. Entónces da á conocer sus fuerzas, y las conoce él mismo; entónces se palpa que su capacidad es superior á la rutina, y que quizas andando el tiempo podrá ensanchar el dominio de la ciencia. Un profesor de derecho natural explicará cumplidamente los derechos y deberes de la patria potestad, y las obligaciones de los hijos con respecto á los padres, aduciendo las definiciones y razones que en tales casos se acostumbran. Hasta aquí llegan los elementos; pero nada se encuentra para desenvolver el genio filosófico de un alumno privilegiado, ni que pueda hacerle sobresalir entre el comun de sus compañeros, dotados de una capacidad regular. El hábil profesor desea tomar la medida de los talentos que hay en la cátedra, y el tiempo que le sobra despues de la explicacion le emplea en hacer un experimento. --¿Sobre estos deberes le parece á V. si nos dicen algo los sentimientos del corazon? Las luces de la filosofía ¿estan de acuerdo con las inspiraciones de la naturaleza? A esta pregunta responderán hasta los medianos, observando que los padres naturalmente quieren á los hijos, y estos á los padres, y que así estan enlazados nuestros deberes con nuestros afectos, instigándonos estos al cumplimiento de aquellos. Hasta aquí no hay diferencia entre los alumnos que se llaman de buen talento. Pero prosigue el profesor analizando la materia y pregunta. --¿Qué le parece á V. de los hijos que se portan mal con los padres, y no corresponden con la debida gratitud al amor que estos les prodigaron? --Que faltan á un deber sagrado y desoyen la voz de la naturaleza. --Pero ¿cómo es que vemos tan á menudo á los hijos no cumplir como deben con sus padres, miéntras estos si en algo faltan, suele ser por sobreabundancia de amor y ternura? --En esto hacen muy mal los hijos, dirá el uno. --Los hombres se olvidan fácilmente de los beneficios recibidos, dirá el otro; quien alegará que los hijos á medida que adelantan en edad se hallan distraidos por mil atenciones diferentes; quien recordará que los nuevos afectos engendrados en sus ánimos á causa de la familia de que se hacen cabezas, disminuyen el que deben á sus padres: y cada cual andará señalando razones mas ó ménos adaptadas, mas ó ménos sólidas, pero ninguna que satisfaga del todo. Si entre vuestros alumnos se encuentra alguno que haya de adquirir con el tiempo esclarecida nombradía, dirigidle la misma pregunta, á ver si acierta á decir algo que la desentrañe y la ilustre. --Es demasiado cierto, os responderá, que los hijos faltan con mucha frecuencia á sus deberes para con sus padres; pero, si no me engaño, la razon de esto se halla en la misma naturaleza de las cosas. Cuanto mas necesario es para la conservacion y buen órden de los seres el cumplimiento de un deber, el Criador ha procurado asegurar mas dicho cumplimiento. El mundo se conserva, mas ó ménos bien, á pesar del mal comportamiento de los hijos; pero el dia que los padres se portasen mal, y olvidasen el cuidar de sus hijos, el linaje humano caminaria á su ruina. Así es de notar que los hijos, ni aun los mejores, no profesan á sus padres un afecto tan vivo y ardiente como los padres á los hijos. El Criador podia sin duda comunicar á los hijos un amor tan apasionado y tierno como lo es el de los padres, pero esto no era necesario, y por lo mismo no lo ha hecho. Y es de notar que las madres, que han menester mayor grado de este amor y ternura, lo tienen llevado hasta los limites del frenesí, habiéndolas pertrechado el Criador contra el cansancio que pudieran producirles los primeros cuidados de la infancia. Resulta pues que la falta del cumplimiento de los deberes en los hijos, no procede precisamente de que estos sean peores, pues ellos si llegan á ser padres, se portan como lo hicieron los suyos; sino de que el amor filial es de suyo ménos intenso que el paternal, ejerce mucho ménos ascendiente y predominio sobre el corazon, y por lo mismo se amortigua con mas facilidad; es ménos fuerte para superar obstáculos, y ejerce menor influencia sobre la totalidad de nuestras acciones. En las primeras respuestas encontrabais discípulos aprovechados, en esta descubrís al jóven filósofo que empieza á descollar, como entre raquíticos arbustos se levanta la tierna encina, que andando los años se hará notar en el bosque por su corpulento tronco y soberbia copa. § IX. Necesidad de los estudios elementales. No se crea por lo dicho, que juzgue conveniente emancipar á la juventud de la enseñanza de los elementos; muy al contrario, opino que quien ha de aprender una ciencia, por grandes que sean las fuerzas de que se sienta dotado, es preciso se sujete á esta mortificacion que es como el noviciado de las letras. De esto procuran muchos eximirse apelando á artículos de diccionario que contiene lo bastante para hablar de todo sin entender de nada; pero la razon y la experiencia manifiestan que semejante método no puede servir sino á formar lo que llamamos eruditos á la violeta. En efecto: hay en toda ciencia y profesion un conjunto de nociones primordiales, voces y locuciones que le son propias, las cuales no se aprenden bien sino estudiando una obra elemental: de suerte que cuando no mediaran otras consideraciones, la presente bastaria á demostrar los inconvenientes de tomar otro camino. Estas nociones primordiales, y esas voces y locuciones, deben ser miradas con algun respeto por quien entra de nuevo en la carrera, pues ha de suponer que no en vano han trabajado hasta aquí los que á ella se dedicaron. Si el recien venido tiene desconfianza de sus predecesores, si espera poder reformar la ciencia ó profesion, y hasta variarla radicalmente, al ménos ha de reflexionar, que es prudente enterarse de lo que han dicho los otros, que es temerario el empeño de crearlo todo por sí solo, y es exponerse á perder mucho tiempo, el no quererse aprovechar en nada de las fatigas ajenas. El maquinista mas extraordinario empieza quizas á dedicarse á su profesion en la tienda de un modesto artesano; y por grandes esperanzas que puedan fundarse en sus brillantes disposiciones, no deja por esto de aprender los nombres y el manejo de los instrumentos y enseres del trabajo. Con el tiempo hará en ellos muchas variaciones, los tendrá de otra materia mas adaptada, cambiará su forma y tal vez su nombre; mas por ahora es preciso que los tome tales como los encuentra, que se ejercite con ellos, hasta que la reflexion y la experiencia le hayan mostrado los inconvenientes de que adolecen y las mejoras de que son susceptibles. Puede aplicarse á todas las ciencias el consejo que se da á los que quieren aprender la historia: ántes de comenzar su estudio, es necesario leer un compendio. A este propósito son notables las palabras de Bossuet en la dedicatoria que precede á su _Discurso sobre la historia universal_. Asienta la necesidad de estudiar la historia en compendio, para evitar confusion y ahorrar fatiga, y luego añade: «Esta manera de exponer la historia universal la compararemos á la descripcion de los mapas geográficos: la historia universal es el mapa general comparado con las historias particulares de cada pais y de cada pueblo. En los mapas particulares veis menudamente lo que es un reino, ó una provincia en si misma; en los universales aprendeis á fijar estas partes del mundo en su todo; en una palabra, veis la parte que ocupa Paris ó la isla de Francia en el reino, la que el reino ocupa en la Europa, y la que la Europa ocupa en el universo.» Pues bien: la oportuna y luminosa comparacion entre el _Mapa mundi_ y los particulares, se aplica á todos los ramos de conocimientos. En todos hay un conjunto de que es preciso hacerse cargo, para comprender mejor las partes, y no andar confuso y perdido en la manera de ordenarlas. Aun las ideas que se adquieren por este método, son casi siempre incompletas, á menudo inexactas, y algunas veces falsas; pero todos estos inconvenientes aun no pesan tanto como los que resultan de acometer á tientas, sin antecedentes ni guia, el estudio de una ciencia. Las obras elementales, se nos dirá, no son mas que un esqueleto; es verdad, pero tal como es, ahorra muchísimo trabajo; hallándole formado ya, os será mas fácil corregir sus defectos, cubrirle de nervios, músculos y carne; darle calor, movimiento y vida. Entre los que han estudiado por principios una ciencia, y los que, por decirlo así, han cogido sus nociones al vuelo, en enciclopedias y diccionarios, hay siempre una diferencia que no se escapa á un ojo ejercitado. Los primeros se distinguen por la precision de ideas y propiedad de lenguaje; los otros se lucen tal vez con abundantes y selectas noticias, pero á la mejor ocasion dan un solemne tropiezo que manifiesta su ignorante superficialidad[17]. CAPÍTULO XVIII. LA INVENCION. § I. Lo que debe hacer quien carezca del talento de invencion. Creo haber dicho lo suficiente con respecto á los métodos de enseñar y aprender; paso á tratar del método de invencion. Conocidos los elementos de una ciencia, y llegado el hombre á edad y posicion en que puede dedicarse á estudios de mayor extension y profundidad, está en el caso de seguir senderos ménos trillados, y acometer empresas mas osadas. Si la naturaleza no le ha dotado del talento de invencion, preciso le será contentarse por toda su vida con el método elemental, bien que tomado en mayor escala. Necesita guias, y este servicio le prestarán las obras magistrales. Mas no se crea que deba entenderse condenado á ciego servilismo, y no haya de atreverse á discordar nunca de la autoridad de sus maestros; en la milicia científica y literaria, no es tan severa la disciplina que no sea lícito al soldado dirigir algunas observaciones á su jefe. § II. La autoridad científica. Los hombres capaces de alzar y llevar adelante una bandera, son muy pocos; y mejor es alistarse en las filas de un general acreditado, que no andar á manera de miserable guerrillero, afectando la importancia de insigne caudillo. Diciendo esto, no es mi ánimo predicar la autoridad en materias puramente científicas y literarias; en todo el decurso de la obra he dado bastante á entender que no adolezco de tal achaque; solo me propongo indicar una necesidad de nuestro entendimiento, que siendo por lo comun muy flaco, ha menester un apoyo. La hiedra entrelazándose con un árbol, se levanta á grande altura; si creciese sin arrimo, yaceria tendida por el suelo pisoteada por todos los transeuntes. Ademas, que no por haber hecho esta observacion, se ha de cambiar el órden regular de las cosas: pues con ella mas bien he consignado un hecho que ofrecido un consejo. Sí un hecho, porque á pesar de tanto como se blasona de independencia, es mas claro que la luz del medio dia que esta independencia no existe, que gran parte de la humanidad anda guiada por algunos caudillos, y que estos á su talante la llevan por el camino de la verdad ó del error. Este es un hecho de todos los paises y de todos los siglos; hecho indestructible porque está fundado en la misma naturaleza del hombre. El débil siente la superioridad del fuerte, y se humilla en su presencia; el genio no es el patrimonio del linaje humano, es un privilegio á pocos concedido: quien le posee ejerce sobre los demas un ascendiente irresistible. Se ha observado con mucha verdad que las masas tienen una tendencia al despotismo; esto dimana de que sienten su incapacidad para dirigirse, y naturalmente buscan un jefe: la que se experimenta en la guerra y la política, se nota tambien en las ciencias. La generalidad de los que las profesan son tambien masas, son verdadero vulgo que entregado á si mismo no sabria qué hacerse; por lo mismo se arremolina á manera de grupos populares en torno de los que le hablan algo mejor de lo que él sabe, y manifiestan conocimientos que él no posee. El entusiasmo penetra tambien en la plebe sabia, y lo mismo que la otra en sus asonadas, aplaude y grita: «muy bien, muy bien!... tú lo entiendes mejor que nosotros; tú serás nuestro jefe....» § III. Modificaciones que ha sufrido en nuestra época la autoridad científica. A medida que se han generalizado los conocimientos con el inmenso desarrollo de la prensa, se ha podido creer que el indicado fenómeno habia desaparecido; pero no es así; lo que ha hecho, ha sido modificarse. Cuando los caudillos eran pocos, cuando el mando estaba entre pocas escuelas, andaban los entendimientos á manera de ejércitos disciplinados, siendo tan patente la dependencia que no era posible equivocarse. Ahora sucede de otra manera: los caudillos y las escuelas son en mayor número; la disciplina se ha relajado: pasan los soldados de uno á otro campo; estos se adelantan un poco, aquellos se quedan rezagados; algunos se separan y se empeñan en escaramuzas sin instrucciones ni órdenes de sus jefes; diríase que los grandes ejércitos han dejado de existir y que cada cual marcha por su lado: pero no os hagais ilusiones, los ejércitos existen á pesar de ese desórden, todos saben bien á cuál pertenecen; si desertan del uno se unirán al otro; y cuando se vean en aprieto, todos se replegarán en la direccion donde saben que está el cuerpo principal para cubrir su retirada. Y si entrar quisiésemos en minuciosas cuentas, hallaríamos que no es tan exacto que los caudillos de ahora sean en mucho mayor número que los de tiempos anteriores. Formando un cuadro de clasificaciones científicas y literarias encontraríamos fácilmente que en cada género son muy pocos los que llevan la bandera, y que sobre sus pasos se precipita la multitud ahora como siempre. El teatro y la novela ¿no tienen un pequeño número de _notabilidades_, cuyas obras se imitan hasta el fastidio? La política, la filosofía, la historia, ¿no cuentan tambien unos pocos adalides, cuyos nombres se pronuncian sin cesar, y cuyas opiniones y lenguaje se adoptan sin discernimiento? La _independiente_ Alemania, ¿no tiene sus escuelas filosóficas, tan marcadas y caracterizadas como serlo pudieron las de santo Tomas, Escoto y Suarez? ¿Qué son en Francia la turba de los filósofos universitarios, sino humildes discípulos de Cousin? ¿y qué ha sido Cousin á su vez sino un vicario de Hegel, y de Schelling? y su filosofía, que tambien forceja por introducirse entre nosotros, ¿no comienza con tono magistral, exigiendo respeto y deferencia, á manera de ministerio sagrado que se dirige á la conversion de las gentes sencillas? La mayor parte de los que profesan la filosofía de la historia, ¿hacen mas que recitar trozos de las obras de Guizot, ó de otros escritores muy contados? Los que se complacen en declamaciones sobre elevados principios de legislacion, ¿no son con frecuencia plagiarios de Becaria y Filangieri? Los utilitarios ¿nos dicen por ventura otra cosa que lo que acaban de leer en Bentham? Los escritores sobre derecho constitucional, ¿no tienen siempre en la boca á Benjamin Constant? Reconozcamos pues un hecho que tan de bulto se presenta, y no nos lisonjeemos de haber destruido lo que es mas fuerte que nosotros, pero guardémonos de sus malos efectos, en cuanto nos sea posible. Si á causa de la debilidad de nuestras luces, estamos precisados á valernos de las ajenas, no las recibamos tampoco con ignoble sumision, no abdiquemos el derecho de examinar las cosas por nosotros mismos, no consintamos que nuestro entusiasmo por ningun hombre llegue á tan alto punto, que sin advertirlo le reconozcamos como oráculo infalible. No atribuyamos á la criatura lo que es propio del Criador. § IV. El talento de invencion. Carrera del ingenio. Si el entendimiento es tal que pueda conducirse á sí mismo, si al examinar las obras de los grandes escritores, se siente con fuerza para imitarlos, y se encuentra entre ellos, no como pigmeo entre gigantes, sino como entre sus iguales, entónces el método de invencion le conviene de una manera particular, entónces no debe limitarse á _saber los libros_, es preciso que _conozca las cosas_; no ha de contentarse con seguir el camino trillado, sino que ha de buscar veredas que le lleven mejor, mas recto, y si es posible á puntos mas elevados. No admita idea sin analizar, ni proposicion sin discutir, ni raciocinio sin examinar, ni regla sin comprobar; fórmese una ciencia propia, que le pertenezca como su sangre, que no sea una simple recitacion de lo que ha leido, sino el fruto de lo que ha observado y pensado. ¿Qué reglas deberá tener presentes? Las que se han señalado mas arriba para todo pensador. El entrar en pormenores seria inútil y tal vez imposible; que el empeño de trazar al genio una marcha fija, es no ménos temerario que el de sujetar las expresiones de animada fisonomía al mezquino círculo de compasados gestos. Cuando le veis abalanzarse brioso á su gigantesca carrera, no le dirijais palabras insulsas, ni consejos estériles, ni reglas que no ha de observar; decidle tan solo: «Imágen de la divinidad, marcha á cumplir los destinos que te ha señalado el Criador; no te olvides de tu principio y de tu fin; tú levantas el vuelo y no sabes adónde vas: alza los ojos al cielo, y pregúntaselo á tu Hacedor. Él te mostrará su voluntad; cúmplela fielmente; que en cumplirla estan cifrados tu grandor y tu gloria[18].» CAPÍTULO XIX. EL ENTENDIMIENTO, EL CORAZON Y LA IMAGINACION. § I. Discrecion en el uso de las facultades del alma. La reina Dido. Alejandro. He dicho (Cap. XII) que para conocer la verdad en ciertas materias, era necesario desplegar á un mismo tiempo diferentes facultades del alma, y entre ellas he contado el sentimiento. Ahora añadiré que si bien esto es preciso cuando se trata de aquellas verdades, cuya naturaleza consiste en relaciones con dicho sentimiento, como todo lo bello ó tierno, ó melancólico ó sublime; no lo es cuando la verdad pertenece á un órden distinto que nada tiene que ver con nuestra facultad de sentir. Si quiero apreciar todo el mérito de Virgilio en el episodio de Dido, es menester que no raciocine con sequedad, sino que imagine y sienta; pero si me propongo juzgar bajo el aspecto moral la conducta de la reina de Cartago, es preciso que me despoje de todo sentimiento, y que deje encomendado á la fria razon el fallar conforme á los eternos principios de la virtud. Al leer á Quinto Curcio, admiro al héroe macedon, y me complazco en verle cuando se arroja impávido al traves del Gránico, vence en Arbela, persigue y anonada á Darío, y señorea el oriente. En todo esto hay grandeza, hay rasgos que no fueran debidamente apreciados, si se cerrara el corazon á todo sentimiento. La sublime narracion del sagrado Texto (1. Mach. Cap. 1) no será estimada en su justo valor, por quien no haga mas que analizar con frialdad. «Y sucedió que despues que Alejandro Macedon, hijo de Filipo, que fué el primero que reinó en Grecia, salido de la tierra de Cethim, derrotó á Dario rey de los Persas y de los Medos, dió muchas batallas, y conquistó las fortalezas de todos, y mató á los reyes de la tierra. Y pasó hasta los confines del mundo, y se apoderó de los despojos de numerosas gentes, _y la tierra calló en su presencia_....» Cuando uno llega á esta expresion, el libro se cae de las manos, y el asombro se apodera del alma. En presencia de un hombre _la tierra calló_..... Sintiendo con viveza la fuerza de esta imágen, se forma la mayor idea que formarse pueda del héroe conquistador. Si para conocer esta verdad, abstraigo y discurro y cavilo, y ahogo mis sentimientos, nada comprenderé; es preciso que me olvide de toda filosofía, que no sea mas que hombre, y que dejando la fantasía en libertad, y el corazon abierto, mire al hijo de Filipo, saliendo de la tierra de Cethim, marchando con pasos de gigante hasta la extremidad del orbe, y contemple á la tierra, que amedrentada calla. Pero si me propongo examinar la justicia y la utilidad de aquellas conquistas, entónces será preciso cortar el vuelo á la imaginacion, amortiguar los sentimientos de admiracion y entusiasmo; será preciso olvidar al jóven monarca rodeado de sus falanges, y descollando entre sus guerreros como el Júpiter de la fábula entre el cortejo de los dioses; será necesario no pensar mas que en los eternos principios de la razon, y en los intereses de la humanidad. Si al hacer este exámen dejo campear la fantasía y dilatarse el corazon, erraré; porque la radiante auréola que orla las sienes del conquistador, me deslumbrará, me quitará la osadía de condenarle, me inclinará á la indulgencia por tanto genio y heroismo; y se lo perdonaré todo, cuando vea que en la cumbre de su gloria, á la edad de 33 años, _se postra en un lecho y conoce que se muere_. Et post hæc decidit in lectum, et cognovit quia moreretur. (Machab. lib. 1. cap. 1.) § II. Influencia del corazon sobre la cabeza. Causas y efectos. A cada paso se observa la mucha influencia que sobre nuestra conducta tienen las pasiones; y el insistir en probar esto, seria demostrar una verdad demasiado conocida. Pero no se ha reparado tanto en los efectos de las pasiones sobre el entendimiento, aun con respecto á verdades que nada tienen que ver con nuestras acciones. Quizas sea este uno de los puntos mas importantes del arte de pensar, y por lo mismo lo expondré con algun detenimiento. Si nuestra alma estuviese únicamente dotada de inteligencia, si pudiese contemplar los objetos sin ser afectada por ellos, sucederia que en no alterándose dichos objetos, los veríamos siempre de una misma manera. Si el ojo es el mismo, la distancia la misma, el punto de vista el mismo, la cantidad y direccion de la luz las mismas, la impresion que recibamos no podrá ménos de ser siempre la misma. Pero cambiada una cualquiera de estas condiciones, cambiará la impresion; el objeto será mas ó ménos grande, los colores mas ó ménos vivos ó quizas del todo diferentes; su figura sufrirá considerables modificaciones, ó tal vez se convertirá en otra nada semejante. La luna conserva siempre su misma figura, y no obstante nos presenta de continuo variedad de fases; una roca informe y desigual se nos ofrece á lo léjos como una cúpula que corona un soberbio edificio; y el monumento que mirado de cerca es una maravilla del arte, se divisa á larga distancia como una peña irregular, desgajada, caida á la aventura en las faldas del monte. Lo propio sucede con el entendimiento: los objetos son á veces los mismos, y no obstante se ofrecen muy diferentes, no solo á distintas personas, sino á una misma; sin que para esta mudanza sea necesario mucho tiempo. Quizas un instante de intervalo es suficiente para cambiar la escena; nos hallamos ya en otra parte; se ha corrido un velo, y todo ha variado; todo ha tomado otras formas y colores; diriase que los objetos han sido tocados con la varita de un mago. ¿Y cuál es la causa? es que el corazon se ha puesto en juego, es que nosotros nos hemos mudado, y nos parece que se han mudado los objetos. Así al darse á la vela la embarcacion que nos lleva, el puerto y las costas huyen á toda prisa; cuando en realidad nada se ha movido sino la nave. Y nótese que esta mudanza no se realiza tan solo cuando el ánimo se conmueve profundamente, y puede decirse que las pasiones estan levantadas; en medio de una calma aparente sufrimos á menudo esta alteracion en la manera de ver, alteracion tanto mas peligrosa, cuanto ménos se hacen sentir las causas que la producen. Se han dividido en ciertas clases las pasiones del corazon humano, pero sea que no se hayan comprendido todas en la clasificacion filosófica, sea que cada una de ellas entraña en su seno otras muchas que deben ser consideradas como sus hijas, ó como transformaciones de una misma, lo cierto es que quien observe con atencion la variedad y graduacion de nuestros sentimientos creerá estar asistiendo á las mudables ilusiones de una vision fantasmagórica. Hay momentos de calma y de tempestad, de dulzura y de acritud, de suavidad y de dureza, de valor y de cobardia, de fortaleza y de abatimiento, de entusiasmo y de desprecio, de alegría y de tristeza, de orgullo y de anonadamiento, de esperanza y de desesperacion, de paciencia y de ira, de postracion y de actividad, de expansion y de estrechez, de generosidad y de codicia, de perdon y de venganza, de indulgencia y de severidad, de placer y de malestar, de saboreo y de tedio, de gravedad y de lijereza, de elevacion y de frivolidad, de seriedad y de chiste, de.... pero adónde vamos á parar, enumerando la variedad de disposiciones que experimenta nuestra alma? No es mas mudable é inconstante el mar azotado por los huracanes, mecido por el zéfiro, rizado con el aliento de la aurora, inmóbil con el peso de una atmósfera de plomo, dorado con los rayos del sol naciente, blanqueado con la luz del astro de la noche, tachonado con las estrellas del firmamento, ceniciento como el semblante de un difunto, brillante con los fuegos del medio dia, tenebroso y negro, como la boca de una tumba. § III. Eugenio. Sus transformaciones en veinte y cuatro horas. Érase una hermosa mañana de abril, Eugenio se habia levantado muy temprano, habia extendido maquinalmente el brazo á su librería, y con el tomito en la mano, pero sin abrir, se habia asomado al balcon que daba vista á una risueña campiña. ¡Qué dia mas bello! ¡qué hora tan embelesante! El sol se levanta en el horizonte matizando las nubecillas con primorosos colores, y desplegando en todas direcciones madejas de luz, como la dorada cabellera ondeante sobre la cabeza de un niño; la tierra ostenta su riqueza y sus galas, el ruiseñor gorjea y trina en la cercana arboleda, el labrador se encamina á su campo, saludando al luminar del dia con cantares de dicha y de amor. Eugenio contempla aquella escena con un placer inexplicable. Su ánimo tranquilo, sosegado, apacible, se presta fácilmente á emociones gratas y suaves. Goza de completa salud, disfruta de pingüe fortuna; los negocios de la familia andan con viento en popa, y cuantos le rodean, se esmeran en complacerle. Su corazon no está agitado por ninguna pasion violenta; anoche concilió sin dificultad el sueño, que no se ha interrumpido hasta el rayar del alba; y espera que las horas se adelanten para entregarse al ordinario curso de sus tranquilas tareas. Abre por fin el libro: es una novela romántica. Un desgraciado á quien el mundo no ha podido comprender, maldice á la sociedad, á la humanidad entera, maldice á la tierra y al cielo, maldice lo pasado, lo presente y lo futuro, maldice al mismo Dios, se maldice á sí mismo; y cansado de mirar un sol helado y sombrío, una tierra mustia y agostado, de arrastrar una existencia que pesa sobre su corazon, que le oprime, que le ahoga como los brazos del verdugo al infeliz ajusticiado, se propone dar fin á sus dias. Miradle, ya está en el borde del precipicio fatal, ya está escrita en la cartera la palabra _á Dios_; ya vuelve en torno su cabeza desgreñada, su semblante pálido, sus ojos hundidos é inflamados, sus facciones alteradas; y ántes de consumar el atentado se queda un momento en silencio, y luego reflexiona sobre la naturaleza, sobre los destinos del hombre, sobre la injusticia de la sociedad. «Esto es exagerado, dice con impaciencia Eugenio; en el mundo hay mucho malo, pero no lo es todo. La virtud no está todavía desterrada de la tierra; yo conozco muchas personas que sin atroz calumnia no pueden ser contadas entre los criminales. Hay injusticias, es cierto; pero la injusticia no es la regla de la sociedad; y si bien se observa, los grandes crímenes son excepciones monstruosas. La mayor parte de los actos que se cometen contra la virtud proceden de nuestra debilidad; nos dañan á nosotros mismos, pero no traen perjuicios á otros; no aterrorizan al mundo, y los mas se consuman sin llegar á su noticia. Ni es verdad que el bienestar sea tan imposible; los infortunados son muchos, pero no todo dimana de injusticia y crueldad; en la misma naturaleza de las cosas se encuentra la razon de estos males, que ademas no son ni tantos ni tan negros como se nos pintan aquí. No sé qué modo de mirar los objetos tienen esos hombres; se quejan de todo, blasfeman de Dios, calumnian á la humanidad entera, y cuando se elevan á consideraciones filosóficas, llevan el alma por una region de tinieblas, donde no encuentra mas que un caos desesperante. Cuando vuelve de semejantes excursiones, no sabe pronunciar otras palabras que _maldicion_ y _crímen_. Esto es insoportable; esto es tan falso en filosofía como feo en literatura.» Así discurria Eugenio, y cerraba buenamente el libro, y apartaba de su mente aquellos tétricos recuerdos, entregándose de nuevo á la contemplacion de la bella naturaleza. Pasan las horas, suena la de comenzar sus tareas; y aquel dia parece el de las desgracias. Todo va mal; diríase que le han alcanzado á Eugenio las maldiciones del suicida. Muy de mañana corre por la casa un mal humor terrible; N ha pasado malísima noche; M se ha levantado indispuesto, y todos son mas agrios que zumo de fruta verde. A Eugenio se le pega tambien algo de la malignidad atmosférica que le rodea; pero todavía conserva alguna cosa de las apacibles emociones de la salida del sol. El dia se va encapotando, el tiempo no será tan bueno como se prometia el espectador de la mañana. Sale Eugenio á sus diligencias, la lluvia comienza, el paraguas no basta para cubrir al viandante, y en una calle estrecha y atestada de lodo se encuentra Eugenio con un caballo que galopa, sin atender á que los chispazos de fango de sus cascos dejan al pobre pasajero pedestre hecho una lástima de pies á cabeza. Ya es preciso retroceder, volverse á casa, entre irritado y mohino, no maldiciendo tan alto como el romántico, pero sí haciendo no muy piadosa plegaria para el caballo y el jinete. La vida no es ya tan bella, pero todavía es soportable; la filosofía se va encapotando como el tiempo, pero el sol no ha desaparecido aun. Los destinos de la humanidad no son desesperantes, pero los lances de los hombres son algo pesados. Al fin siempre seria mejor que las caras domésticas no fueran de cuaresma, que las calles estuviesen limpias, ó que si estaban sucias, no galopasen los caballos á la inmediacion de los transeuntes. Sobre una desgracia viene otra. Reparado Eugenio del primer descalabro, vuelve á sus diligencias, dirigiéndose á casa de su amigo, quien le ha de comunicar noticias satisfactorias, con respecto á un negocio de importancia. Por lo pronto es recibido con frialdad, el amigo procura eludir la conversacion sobre el punto principal, y finge ocupaciones apremiadoras que le obligan á aplazar para otro dia el tratar del asunto. Eugenio se despide algo desabrido y receloso, y se devana los sesos por adivinar el misterio; pero una feliz casualidad le hace encontrar con otro amigo que le revela la trama del primero, y le avisa que no se duerma si no quiere ser víctima de la perfidia mas infame. Marcha presuroso á tomar sus providencias, acude á otros que puedan informarle de la verdadera situacion de las cosas, le explican la traicion, se compadecen de su desgracia, pero todos convienen en que ya es tarde. La pérdida es crecida, y ademas irreparable: el pérfido ha tomado sus medidas con tanta precaucion, que el desgraciado Eugenio no ha advertido la estratagema hasta que se ha visto enredado sin remedio. Acudir á los tribunales es imposible, porque el negocio no lo consiente; reprochar al pérfido la negrura de su accion es desahogo estéril; con tomar una venganza nada se remedia y se aumentan los males del vengador. No hay mas que resignarse. Eugenio se retira á su casa, entra en su gabinete, se entrega á todo el dolor que consigo trae el frustrarse tantas esperanzas, y un cambio inevitable en su posicion social. El libro está todavía sobre la mesa, su vista le recuerda las reflexiones de la mañana; y exclama en su interior: «Oh! cuán miserablemente te engañabas, cuando reputabas exageracion las infernales pinturas que del mundo hacen esos hombres! No puede negarse: tienen razon: esto es horrible, desconsolador, desesperante, pero es la realidad. El hombre es un animal depravado, la sociedad es una cruel madrastra, mejor diré un verdugo que se complace en atormentarnos, que nos insulta, y se mofa de nuestras angustias, al mismo tiempo que nos cubre de ignominia, y nos da la muerte. No hay buena fe, no hay amistad, no hay gratitud, no hay generosidad, no hay virtud sobre la tierra; todo es egoismo, miras interesadas, perfidias, traicion, mentira. Para tanto padecer, ¿porqué se nos ha dado la vida? ¿dónde está la Providencia, dónde la justicia de Dios? dónde?....» Aquí llegaba Eugenio, y, como ven nuestros lectores, la dulce y apacible y juiciosa filosofía de la mañana, se habia trocado en pensamientos satánicos, en inspiraciones de Beelzebub. Nada se habia mudado en el mundo, todo proseguia en su ordinaria carrera, y ni el hombre ni la sociedad podian decirse peores, ni entregados á otros destinos, por haberle sucedido á Eugenio una desgracia imprevista. Quien se ha mudado es él; sus sentimientos son otros, su corazon lleno de amargura derrama la hiel sobre el entendimiento, y este, obedeciendo á las inspiraciones del dolor y de la desesperacion, se venga del mundo pintándole con los colores mas horribles. Y no se crea que Eugenio proceda de mala fe: ve las cosas tales como las expresa; así como las expresaba por la mañana tales como á la sazon las veia. Dejamos á Eugenio, en el terrible _dónde_.... que á no dudarlo hubiera abortado una blasfemia horripilante, si no se interrumpiera el monólogo con la llegada de un caballero que con libertad de amigo penetra en el gabinete sin detenerse en antesalas. --Vamos, mi querido Eugenio, ya sé que te han jugado una mala partida. --¡Cómo ha de ser! --Es mucha perfidia. --Así anda el mundo. --Lo que importa es remediarlo. --Remedio?.... es imposible ... --Muy sencillo. --Me gusta la frescura. --Todo está en aprontar mas fondos, aprovechar el correo de hoy, y ganarle por la mano. --¿Pero cómo los apronto? sus cálculos estriban sobre la imposibilidad en que me hallo de hacerlo, y como sabia el estado de mis negocios, efecto de los desembolsos hechos hasta aquí para el maldito objeto, está bien seguro que no podré tomarle la delantera. --Y si estos fondos estuviesen ya prestos ... --No soñemos ... --Pues mira, estábamos reunidos varios amigos para el negocio que tú no ignoras; se nos ha referido lo que te acaba de suceder, y el desastre que iba á ocasionarte. La profunda impresion que me ha producido, puedes suponerla; y habiendo pedido permiso á los socios para abandonar por mi parte el proyecto, y venir á ofrecerte mis recursos, todos instantáneamente han seguido mi ejemplo; todos han dicho que arrostraban con gusto el riesgo de aplazar sus operaciones, y de sacrificar su ganancia hasta que tú hubieses salido airoso del negocio. --Pero yo no puedo consentir.... --Déjate ... --Pero, y si esos caballeros, á quienes no conozco siquiera ... --Tú desconfianza estaba ya prevista; aprovecha el correo, yo me voy, y en esta cartera encontrarás todo lo que se necesita. A Dios, mi querido Eugenio. La cartera ha caido al lado del libro fatal; Eugenio se avergüenza de haber anatematizado la humanidad, sin excepciones; la hora del correo no le permite filosofar, pero siente que su filosofía toma un sesgo ménos desesperante. A la mañana siguiente el sol asomará hermoso y radiante como hoy, el ruiseñor cantará en el ramaje, el labrador se dirigirá á sus faenas, y Eugenio volverá á ver las cosas como las veia ántes de sus fatales aventuras. En 24 horas, que por cierto no han alterado nada ni en la naturaleza, ni en la sociedad, la filosofía de Eugenio ha recorrido un espacio inmenso, para volver como los astros, al mismo punto de donde partiera. § IV. Don Marcelino. Sus cambios políticos. Don Marcelino acaba de salir de unas elecciones, en que los partidos han luchado en tremenda batalla. La fuerza muscular ha tenido tambien su voto; se han blandido puñales, se han menudeado los garrotazos; la campanilla del presidente ha resonado entre el ruido de voces estentóreas, y de pulmones de bronce. Don Marcelino pertenece al partido derrotado, y ha tenido que salvarse á escape. Lo que es valor, ya se ve, no le faltaba; pero ha sido preciso no olvidar las consideraciones de prudencia y decoro. La desagradable impresion no se le borrará en algunos dias, y es notable que ella basta para echar á perder sus ideas liberales. «Desengáñense Vds., señores, dice con el tono de la mas profunda conviccion, esto es una farsa, un absurdo; nos hemos empeñado en una barbaridad; no hay mas remedio que un brazo fuerte; el absolutismo tiene sus inconvenientes, pero del mal el ménos. El gobierno representativo; el gobierno de la razon ilustrada y de la voluntad libre, es muy hermoso en las páginas de las obras de derecho constitucional, y en los artículos de periódico; pero en la realidad no medran mas que la intriga, la inmoralidad, y sobre todo la impudencia y la audacia. Yo ya estoy desengañado, y he palpado bien aquello de: otros vendrán que me abonarán.» A consecuencia de los disturbios, la autoridad militar toma una actitud imponente, declara el estado de sitio, la constitucion se suspende, los revoltosos se amedrentan, y la ciudad recobra la calma. Don Marcelino puede entregarse sin recelo á sus paseos ordinarios; reina la mayor seguridad de dia como de noche; y así el cuitado elector va olvidando la escena de los campanillazos, gritos, garrotes y puñales. Ocúrresele entre tanto hacer un viaje, y necesita su pasaporte. A la entrada de la casa de la policia hay numerosa guardia de tropa: Don Marcelino se va á entrar por la primera puerta que se ofrece, y el granadero le dice: «_Atras._» Encaminase á la otra, y el centinela le grita en alta y destemplada voz: «_Paisano, la capa._» Quítase el embozo, prosigue algo mohino, y los esbirros, que se resienten de la rigidez gubernativa, le dicen en ademan descortes: «no vaya V. tan aprisa; aguarde V. su turno.» Llegado á la mesa, el oficial le dirige mil preguntas investigadoras, le mira de pies á cabeza, como si sospechase que el pobre D. Marcelino es uno de los jefes del motin del otro dia. Al fin le entrega el pasaporte con ademan desdeñoso, baja la cabeza, y no se digna devolver el saludo que el viajero le dirige con afabilidad y cortesía. El paciente se marcha muy disgustado, pero no piensa que aquella escena haya debido modificar sus opiniones políticas. Reúnese con sus amigos, la conversacion gira sobre las últimas ocurrencias, y se eleva poco á poco hasta la region de las teorias de gobierno. Don Marcelino ya no será absolutista del otro dia. ¡Qué escándalo, dice uno de los circunstantes, yo no puedo recordarlo sin detestar esas trampas!--Ciertamente, responde D. Marcelino, pero en todo hay inconvenientes; mire V., el absolutismo proporciona quietud, pero ¿qué sé yo? tambien tiene sus cosas. A los hombres no conviene gobernarlos con palo; y al fin es necesario no olvidar la dignidad propia.--¿Pero la olvidan por ventura los que viven bajo un gobierno absoluto?--Yo no digo eso, pero sí que es préciso no precipitarse en condenar las formas representativas; porque no puede negarse que las absolutas tienen cierta rigidez, de que se resienten hasta las últimas ruedas del gobierno. El lector conocerá que D. Marcelino, sin advertirlo siquiera, piensa en la escena del pasaporte; el rudo _atras_ del granadero, el grito del centinela, _paisano, la capa_, la descortesia de los esbirros y del oficial, han bastado para introducir en sus ideas políticas una reforma de alguna consideracion. Desgraciadamente el oficial de la policía habia llevado muy léjos sus sospechas. Librado el pasaporte, no pudo ménos de indicar á su principal que se le habia presentado un sugeto, de quien recelaba, segun las señas, no fuese uno de los que buscaba la autoridad. Sin saber cómo, en el acto de subir D. Marcelino á la diligencia es detenido, conducido á la cárcel, y allí se le fuerza á pasar algunos dias, sin que basten á libertarle las vehementes presunciones que en su favor ofrecen, un traje muy decente y cómodo, un cuerpo bien nutrido, y un semblante pacato. No se necesitaba mas para que acabasen de desplomarse con estrépito sus convicciones absolutistas, ya algo desmoronadas con el negocio del pasaporte. Lo brusco de la captura, lo incómodo de la cárcel, lo pesado y quisquilloso y ofensivo de los interrogatorios, bastan y sobran para que salga D. Marcelino de la prision con su liberalismo rejuvenecido, con su aficion á la tabla de derechos, con su odio á la arbitrariedad, con su aversion al gobierno militar, con su vehemente deseo de que la seguridad personal y demas garantías constitucionales sean una verdad. Su fe política es en la actualidad muy viva; en cuanto á firmeza, aguardad que vengan otras elecciones, ó que un dia de ruido le asusten las carreras y los gritos de la calle. Será dificil que las nuevas convicciones resistan á tan dura prueba. § V. Anselmo. Sus variaciones sobre la pena de muerte. Anselmo, jóven aficionado al estudio de las altas cuestiones de legislacion, acaba de leer un elocuente discurso en contra de la pena de muerte. Lo irreparable de la condenacion del inocente, lo repugnante y horroroso del suplicio, aun cuando lo sufra el verdadero culpable, la inutilidad de tal castigo para extirpar ni disminuir el crímen, todo está pintado con vivos colores, con pinceladas magníficas; todo realzado con descripciones patéticas, con anécdotas que hacen estremecer. El jóven se halla profundamente conmovido, imagínase que medita, y no hace mas que _sentir_; cree ser un filósofo que juzga, cuando no es mas que un hombre que se _compadece_. En su concepto la pena de muerte es inútil; y aun cuando no fuera injusta, es bastante la inutilidad para hacer su aplicacion altamente criminal. Este es un punto en que la sociedad debe reflexionar seriamente para libertarse de esa costumbre cruel que le han legado generaciones ménos ilustradas. Las convicciones del nuevo adepto nada dejan que desear; en ellas se combinan razones sociales y humanitarias; al parecer, nada fuera capaz de conmoverlas. El jóven filósofo habla sobre el particular con un magistrado de profundo saber y dilatada experiencia, quien opina que la abolicion de la pena de muerte es una ilusion irrealizable. Desenvuelve en primer lugar los principios de justicia en que se funda, pinta con vivos colores las fatales consecuencias que resultarian de semejante paso, retrata á los hombres desalmados, burlándose de toda otra pena que no sea el último suplicio, recuerda las obligaciones de la sociedad en la proteccion del débil y del inocente, refiere algunos casos desastrosos en que resaltan la crueldad del malvado y los padecimientos de la víctima; el corazon del jóven ya experimenta impresiones nuevas; una santa indignacion levanta su pecho, el celo de la justicia le inflama; su alma sensible se identifica y eleva con la del magistrado; se enorgullece de saber dominar los sentimientos de injusta compasion, de sacrificarlos en las aras de los grandes intereses de la humanidad; é imaginándose ya sentado en un tribunal revestido con la toga de un magistrado, parece que el corazon le dice: «sí, tambien sabrias ser justo; tambien sabrias vencerte á tí mismo; tambien sabrias, si necesario fuese, obedecer á los impulsos de tu conciencia, y con la mano en el corazon, y la vista en Dios, pronunciar la sentencia fatal en obsequio de la justicia.» § VI. Algunas observaciones para precaverse del mal influjo del corazon. Nada mas importante para pensar bien que el penetrarse de las alteraciones que produce en nuestro modo de ver, la disposicion de ánimo en que nos hallamos. Y aquí se encuentra la razon de que nos sea tan difícil sobreponernos á nuestra época, á nuestras circunstancias peculiares, á las preocupaciones de la educacion, al influjo de nuestros intereses; de aquí procede que se nos haga tan duro el obrar y hasta el pensar conforme á las prescripciones de la ley eterna, el comprender lo que se eleva sobre la region del mundo material, el posponer lo presente á lo futuro. Lo que está delante de nuestros ojos, lo que nos afecta en la actualidad, hé aquí lo que comunmente decide de nuestros actos y aun de nuestras opiniones. Quien desea pensar bien, es preciso que se acostumbre á estar mucho sobre sí, recordando continuamente esta importantísima verdad; es necesario que se habitúe á concentrarse, á preguntarse con mucha frecuencia: «¿tienes el ánimo bastante tranquilo? ¿no estás agitado por alguna pasion que te presenta las cosas diferentes de lo que son en sí? ¿estás poseido de algun afecto secreto que sin sacudir con violencia tu corazon le domina suavemente, por medio de una fascinacion que no adviertes? En lo que ahora piensas, juzgas, preves, conjeturas, ¿obras quizas bajo el imperio de alguna impresion reciente, que trastornando tus ideas, te muestra trastornados los objetos? pocos dias, ó pocos momentos ántes, ¿pensabas de esta manera? ¿Desde auándo has modificado tus opiniones? ¿No es desde que un suceso agradable ó desagradable, favorable ó adverso, han cambiado tu situacion? ¿Te has ilustrado mas sobre la materia, has adquirido nuevos datos, ó tienes tan solo nuevos intereses? ¿Qué es lo que ha sobrevenido, razones ó deseos? Ahora que estás agitado por una pasion, señoreado por tus afectos, juzgas de esta manera, y tu juicio te parece acertado; pero si con la imaginacion te trasladas á una situacion diferente, si supones que ha trascurrido algun tiempo, ¿conjeturas si las cosas se te presentarán bajo el mismo aspecto, con el mismo color?» No se crea que esta práctica sea imposible; cada cual puede probarlo por experiencia propia, y echará de ver que le sirve admirablemente para dirigir el entendimiento y arreglar la conducta. No llega por lo comun á tan alto grado la exaltacion de nuestros afectos, que nos prive completamente del uso de la razon; para semejantes casos no hay nada que prescribir; porque entónces hay la enajenacion mental, sea duradera ó momentánea. Lo que hacen ordinariamente las pasiones es ofuscar nuestro entendimiento, torcer el juicio; pero no cegar del todo aquel, ni destituirnos de este. Queda siempre en el fondo del alma una luz que se amortigua, mas no se apaga; y el que brille mas ó ménos en las ocasiones criticas, depende en buena parte del hábito de atender á ella, de reflexionar sobre nuestra situacion, de saber dudar de nuestra aptitud para pensar bien en el acto, de no tomar los chispazos de nuestro corazon por luz suficiente para guiarnos, y de considerar que no son propios sino para deslumbrarnos. § VII. El amigo convertido en monstruo. Que las pasiones nos ciegan es una verdad tan trivial, que nadie la desconoce. Lo que nos falta no es el principio abstracto y vago, sino una advertencia continuada de sus efectos, un conocimiento práctico, minucioso, de los trastornos que esta maligna influencia produce en nuestro entendimiento; lo que no se adquiere sin penoso trabajo, sin dilatado ejercicio. Los ejemplos aducidos mas arriba manifiestan bastante la verdad cuya exposicion me ocupa; no obstante creo que no será inútil aclararla con algunos otros. Tenemos un amigo cuyas bellas cualidades nos encantan, cuyo mérito nos apresuramos á encomiar siempre que la ocasion se nos brinda, y de cuyo afecto hácia nosotros no podemos dudar. Niéganos un dia un favor que le pedimos, no se interesa bastante por la persona que le recomendamos, recíbenos alguna vez con frialdad, nos responde con tono desabrido, ó nos da otro cualquier motivo de resentimiento. Desde aquel instante experimentamos un cambio notable en la opinion sobre nuestro amigo; tal vez una revolucion completa. Ni su talento es tan claro, ni su voluntad tan recta, ni su índole tan suave, ni su corazon tan bueno, ni su trato tan dulce, ni su presencia tan afable; en todo hallamos que corregir, que enmendar; en todo nos habíamos equivocado; el lance que nos afecta ha descorrido el velo, nos ha sacado de la ilusion; y fortuna si el hombre modelo no se ha trocado de repente en un monstruo. ¿Es probable que fuera tanto nuestro engaño? No: lo es sí que nuestro afecto anterior no nos dejaba ver sus lunares; y que nuestro actual resentimiento los exagera ó los finge. ¿Por ventura no creíamos posible que el amigo pudiese negarse á prestar un favor, ó se portase mal en un negocio, ó en un momento de mal humor se olvidase de su ordinaria afabilidad y cortesía? Ciertamente que esto no era imposible á nuestros ojos; si se nos hubiese preguntado sobre el particular, hubiéramos respondido que era hombre, y por lo mismo estaba sujeto á flaquezas, pero que esto nada rebajaba de sus excelentes prendas. Pues ahora, ¿porqué tanta exageracion? El motivo está patente; nos sentimos heridos; y quien piensa, quien juzga, no es el entendimiento ilustrado con nuevos datos, sino el corazon irritado, exasperado, quizas sediento de venganza. ¿Queremos apreciar lo que vale nuestro nuevo juicio? hé aquí un medio muy sencillo. Imaginémonos que el lance desagradable no ha pasado con nosotros, sino con una persona que nos sea indiferente; aun cuando las circunstancias sean las mismas, aun cuando las relaciones entre el amigo ofensor y la persona ofendida, sean tan afectuosas y estrechas como las que mediaban entre él y nosotros, ¿sacaremos del hecho las mismas consecuencias? Es seguro que no: conoceremos que ha obrado mal, se lo diremos quizas con libertad y entereza, habremos tal vez descubierto una mala cualidad de su índole, que se nos habia ocultado; pero no dejaremos por esto de reconocer las demas prendas que le adornan, no le juzgaremos indigno de nuestro aprecio, proseguiremos ligados con él con los mismos vínculos de amistad. Ya no será un hombre que nada tiene laudable; sino una persona que dotada de mucho bueno, está sujeta á lo malo. Y estas variaciones de juicio sucederán aun suponiendo al amigo culpable en realidad, aun olvidando el ser muy fácil que nuestra pasion ó interes nos hayan cegado lastimosamente, haciendo que no atendiésemos á los gravísimos y justos motivos que le habrán impulsado á obrar de la manera que nosotros reprendemos, haciéndonos prescindir de antecedentes que conocíamos muy bien, de la conducta que nosotros hemos observado, y en fin trastornando de tal manera nuestro juicio que un proceder muy justo y razonable nos haya parecido el colmo de la injusticia, de la perfidia, de la ingratitud. ¡Cuántas veces nos bastaria para rectificar nuestro juicio, el mirar la cosa con ánimo sosegado, como negocio que no nos interesara! § VIII. Cavilosas variaciones de los juicios políticos. ¿Estan en el poder nuestros amigos políticos ó aquellos que mas nos convienen, y dan algunas providencias contrarias á la ley? «Las circunstancias, decimos, pueden mas que los hombres y las leyes; el gobierno no siempre puede ajustarse á estricta legalidad: á veces lo mas legal es lo mas ilegítimo; y ademas, así los individuos como los pueblos, como los gobiernos, tienen un instinto de conservacion que se sobrepone á todo; una necesidad, á cuya presencia ceden todas las consideraciones y todos los derechos.» La infraccion de la ley ¿se ha hecho con lisura, confesándola sin rodeos, y excusándose con la necesidad? «Bien hecho, decimos; la franqueza es una de las mejores prendas de todo gobierno; ¿de qué sirve engañar á los pueblos, y empeñarse en gobernar con ficciones y mentiras?» ¿Se ha procurado no quebrantar la ley? pero se la ha eludido con una cavilacion fútil, interpretándola en sentido abiertamente contrario á la mente del legislador? «La ocurrencia ha sido feliz, decimos, al ménos se muestra tan profundo respeto á la ley, que no se le desmiente ni en la última extremidad. La legalidad es cosa sagrada, contra la cual es preciso no atentar nunca; no hace poco el gobierno que no pudiendo salvar el fondo, deja intactas las formas. Si algo hay de arbitrariedad, al ménos no se presenta con la irritante férula del despotismo. Esto es precioso para la libertad de los pueblos.» Los hombres del poder ¿son nuestros adversarios? El asunto es muy diferente. «La ilegalidad no era necesaria; y ademas, aun cuando lo fuese, la ley es ántes que todo. ¿Adónde vamos á parar, si se concede á los gobiernos la facultad de quebrantarla, cuando lo juzguen necesario? Esto equivale á autorizar el despotismo; ningun gobernante infringe las leyes, sin decir que la infraccion está justificada por necesidad urgente é indeclinable.» El gobierno ¿ha confesado abiertamente la infraccion de la ley? «Esto es intolereble, exclamamos: esto es añadir á la infraccion el insulto; siquiera se hubiese echado mano de algun lijero disfraz ... es el último extremo de la impudencia, es la ostentacion de la arbitrariedad mas repugnante. Está visto, en adelante no será menester andarse en rodeos; no hiciera mas el autócrata de las Rusias.» ¿El gobierno ha procurado salvar las formas, guardando cierta apariencia de legalidad? «No hay peor despotismo, exclamamos, que el ejercido en nombre de la ley; la infraccion no es ménos negra, por andar acompañada de pérfida hipocresía. Cuando un gobierno en casos apurados quebranta la ley, y lo confiesa paladinamente, parece que con su confesion pide perdon al público, y le da una garantía de que el exceso no será repetido; pero el cometer las ilegalidades á la sombra de la misma ley, es profanarla torpemente, es abusar de la buena fe de los pueblos, es abrir la puerta á todo linaje de desmanes. En no respetando la mente de la ley, todo se puede hacer con la ley en la mano; basta asirse de una palabra ambigua, para contrariar abiertamente todas las miras del legislador.» § IX. Peligros de la mucha sensibilidad. Los grandes talentos. Los poetas. Hay errores de tanto bulto, hay juicios que llevan tan manifiesto el sello de la pasion, que no alucinan á quien no esté cegado por ella. No está la principal dificultad en semejantes casos; sino en aquellos en que, por presentarse mas disfrazado, no se conoce el motivo que habrá falseado el juicio. Desgraciadamente, los hombres de elevado talento adolecen muy á menudo del defecto que estamos censurando. Dotados por lo comun de una sensibilidad exquisita, reciben impresiones muy vivas, que ejercen grande influencia sobre el curso de sus ideas y deciden de sus opiniones. Su entendimiento penetrante encuentra fácilmente razones en apoyo de lo que se propone defender, y sus palabras y escritos arrastran á los demas con ascendiente fascinador. Esta será sin duda la causa de la volubilidad que se nota en hombres de genio reconocido; hoy ensalzan lo que mañana maldicen; hoy es para ellos un dogma inconcuso, lo que mañana es miserable preocupacion. En una misma obra se contradicen tal vez de una manera chocante, y os conducen á consecuencias que jamas hubierais sospechado fueran conciliables con sus principios. Os equivocariais si siempre achacaseis á mala fe estas singulares anomalías: el autor habrá sostenido el sí y el no con profunda conviccion; porque sin que él lo advirtiese, esta conviccion solo dimanaba de un sentimiento vivo, exaltado; cuando su entendimiento se explayaba con pensamientos admirables por su belleza y brillantez, no era mas que un esclavo del corazon; pero esclavo hábil, ingenioso, que correspondia á los caprichos de su dueño ofreciéndole exquisitas labores. Los poetas, los verdaderos poetas, es decir, aquellos hombres á quienes ha otorgado el Criador elevada concepcion, fantasía creadora y corazon de fuego, estan mas expuestos que los demas á dejarse llevar por las impresiones del momento. No les negaré la facultad de levantarse á las mas altas regiones del pensamiento, ni diré que les sea imposible moderar el vuelo de su ingenio y adquirir el hábito de juzgar con acierto y tino; pero á no dudarlo, habrán menester mas caudal de reflexion y mayor fuerza de carácter, que el comun de los hombres. § X. El poeta y el monasterio. Un viajero poeta atravesando una soledad oye el tañido de una campana, que le distrae de las meditaciones en que estaba embelesado. En su alma no se alberga la fe, pero no es inaccesible á las inspiraciones religiosas. Aquel sonido piadoso en el corazon del desierto, cambia de repente la disposicion de su espíritu, y le lleva á saborearse en una melancolía grave y severa. Bien pronto descubre la silenciosa mansion donde buscan asilo, léjos del mundo, la inocencia y el arrepentimiento. Llega, apéase, llama, con una mezcla de respeto y de curiosidad; y al pisar los umbrales del monasterio se encuentra con un venerable anciano, de semblante sereno, de trato cortes y afable. El viajero es obsequiado con afectuosa cordialidad, es conducido á la iglesia, á los claustros, á la biblioteca, á todos los lugares donde hay algo que admirar ó notar. El anciano monje no se aparta de su lado, sostiene la conversacion con discernimiento y buen gusto, se muestra tolerante con las opiniones del recien venido, se presta á cuanto puede complacerle, y no se separa de él, sino cuando suena la hora del cumplimiento de sus deberes. El corazon del viajero está dulcemente conmovido: el silencio interrumpido tan solo por el canto de los salmos; la muchedumbre de objetos religiosos que inspiran recogimiento y piedad, unidos á las estimables cualidades y á la bondad y condescendencia del anciano cenobita, inspiran al corazon del viajero sentimientos de religion, de admiracion y gratitud, que señorean vivamente su alma. Despidiéndose de su venerable huésped, se aleja meditabundo, llevándose aquellos gratos recuerdos que no olvidará en mucho tiempo. Si en semejante situacion de espíritu, le place á nuestro poeta intercalar en sus relaciones de viaje algunas reflexiones sobre los institutos religiosos, ¿qué os parece que dirá? Es bien claro. Para él, la institucion estará en aquel monasterio, y el monasterio estará personificado en el monje cuya memoria le embelesa. Contad pues con un elocuente trozo en favor de los institutos religiosos, un anatema contra los filósofos que los condenan, una imprecacion contra las revoluciones que los destruyen, una lágrima de dolor sobre las ruinas y las tumbas. Pero ¡ay del monasterio, y de todos los institutos monásticos, si el viajero se hubiese encontrado con un huésped de mal talante, de conversacion seca y desabrida, poco aficionado á bellezas literarias y artísticas, y de humor nada bueno para acompañar curiosos! A los ojos del poeta, el monje desagradable habria sido la personificacion del instituto; y en castigo del mal recibimiento, hubiera sido condenado este género de vida, y acusado de abatir el espíritu, estrechar el corazon, apartar del trato de los hombres, formar modales ásperos y groseros, y acarrear innumerables males sin producir ningun bien. Y sin embargo, la realidad de los casos habria permanecido la misma en uno y otro supuesto: mediando solo la casualidad que deparara al viajero acogida mas ó ménos halagüeña. § XI. Necesidad de tener ideas fijas. Las reflexiones que preceden, muestran la necesidad de tener ideas fijas y opiniones formadas sobre las principales materias; y cuando esto no sea dable, lo mucho que importa el abstenerse de improvisarlas, abandonándonos á inspiraciones repentinas. Se ha dicho que los grandes pensamientos nacen del corazon, y pudiera haberse añadido, que del corazon nacen tambien los grandes errores. Si la experiencia no lo hiciese palpable, la razon bastaria á demostrarlo. El corazon no piensa ni juzga, no hace mas que sentir; pero el sentimiento es un poderoso resorte que mueve el alma, y desplega y multiplica sus facultades. Cuando el entendimiento va por el camino de la verdad y del bien, los sentimientos nobles y puros contribuyen á darle fuerza y brio; pero los sentimientos ignobles, ó depravados, pueden extraviar al entendimiento mas recto. Hasta los sentimientos buenos, si se exaltan en demasía, son capaces de conducirnos á errores deplorables. § XII. Deberes de la oratoria, de la poesía, y de las bellas artes. Nacen de aquí consideraciones muy graves sobre el buen uso de la oratoria, y en general de todas las artes que ó llegan al entendimiento por conducto del corazon, ó al ménos se valen de él como de un auxiliar poderoso. La pintura, la escultura, la música, la poesía, la literatura en todas sus partes, tienen deberes muy severos, que olvidan con demasiada frecuencia. La verdad y la virtud, hé aquí los dos objetos á que se han de dirigir: la verdad para el entendimiento, la virtud para el corazon; hé aquí lo que han de proporcionar al hombre por medio de las impresiones con que le embelesan. En desviándose de este blanco, en limitándose á la simple produccion del placer, son estériles para el bien, y fecundas para el mal. El artista que solo se propone halagar las pasiones, corrompiendo las costumbres, es un hombre que abusa de sus talentos y olvida la mision sublime que le ha encomendado el Criador, al dotarle de facultades privilegiadas que le aseguran ascendiente sobre sus semejantes; el orador que sirviéndose de las galas de la diccion, y de su habilidad para mover los afectos y hechizar la fantasía, procura hacer adoptar opiniones erradas, es un verdadero impostor no ménos culpable que quien emplea medios, quizas mas repugnantes, pero mucho ménos peligrosos. No es lícito persuadir cuando no es lícito convencer; cuando la conviccion es un engaño, la persuasion es una perfidia. Esta doctrina es severa, pero indudable; los dictámenes de la razon no pueden ménos de ser severos, cuando se ajustan á las prescripciones de la ley eterna, que es severa tambien porque es justa é inmutable. Inferiremos de lo dicho, que los escritores ú oradores dotados de grandes cualidades para interesar y seducir, son una verdadera calamidad pública, cuando las emplean en defensa del error. ¿Qué importa el brillo, si solo sirve á deslumbrar y perder? Las naciones modernas han olvidado estas verdades, al resucitar entre ellas la elocuencia popular que tanto dañó á las antiguas repúblicas; en las asambleas deliberantes donde se ventilan los altos negocios del estado, donde se falla sobre los grandes intereses de la sociedad, no debiera resonar otra voz que la de una razon clara, sesuda, austera. La verdad es la misma, la realidad de las cosas no se muda, porque se haya excitado el entusiasmo de la asamblea y de los espectadores, y se haya decidido una votacion con los acentos de un orador fogoso. Es ó no verdad lo que se sustenta, es ó no útil lo que se propone, hé aquí lo único á que se ha de atender; lo demas es extraviarse miserablemente, es olvidarse del fin de la deliberacion, es jugar con los grandes intereses de la sociedad, es sacrificarlos al pueril prurito de ostentar dotes oratorias, á la mezquina vanidad de arrancar aplausos. Ya se ha observado que todas las asambleas, y muy particularmente en el principio de las revoluciones, adolecen de espíritu de invasion, y se distinguen por sus resoluciones desatinadas. La sesion comienza tal vez con felices auspicios, pero de repente toma un sesgo peligroso; los ánimos se conmueven, la mente se ofusca, la exaltacion sube de punto, llega á rayar en frenesí; y una reunion de hombres que por separado habrian sido razonables, se convierten en una turba de insensatos y delirantes. La causa es obvia; la impresion del momento es viva; prepondera sobre todo, lo señorea todo con la simpatía natural al hombre, se propaga como un flúido eléctrico, y corriendo adquiere velocidad y fuerza; lo que al principio era una chispa, es á pocos momentos una conflagracion espantosa. El tiempo, los desengaños y escarmientos amaestran algun tanto á las naciones, haciendo que se vaya embotando la sensibilidad, y no sea tan peligrosa la fascinacion oratoria: triste remedio para el mal, la repeticion de sus daños. Como quiera, ya que no es posible cambiar el corazon de los hombres, serán dignos de gloria y prez los oradores esclarecidos, que emplean en defensa de la verdad y de la justicia las mismas armas que otros usan en pro del error y del crímen. Al lado del veneno la Providencia suele colocar el antídoto. § XIII. Ilusion causada por los pensamientos revestidos de imágenes. A mas del peligro de errar que consigo trae la mocion de los afectos, hay otro tal vez ménos reparado, y que sin embargo es de mucha trascendencia, cual es el de los pensamientos revestidos con una imágen brillante. Es indecible el efecto que este artificio produce; tal pensamiento no mas que superficial, pasa por profundo, merced á su disfraz grave y filosófico; tal otro que presentado desnudo fuera una vulgaridad, mostrándose con nobles atavíos oculta su orígen plebeyo; y una proposicion que enunciada con sequedad mostraria de bulto que es inexacta ó falsa, ó quizas un solemne despropósito, es contada entre las verdades que no consienten duda, si anda cubierta con ingenioso velo. He dicho que los daños en este punto son de mucha trascendencia, porque suelen adolecer de semejante defecto los autores profundos y sentenciosos; y como quiera que sus palabras se escuchan con tanto mas respeto y acatamiento, cuanto es mas fuerte el tono de conviccion con que se expresan, resulta que el lector incauto recibe como axioma inconcuso, ó máxima de eterna verdad, lo que á veces no es mas que un sueño del pensador, ó un lazo tendido adrede á la buena fe de los poco avisados[19]. CAPÍTULO XX. FILOSOFÍA DE LA HISTORIA. § I. En qué consiste la filosofía de la historia. Dificultad de adquirirla. No trato aquí de la historia bajo el aspecto crítico, sino únicamente bajo el filósofo. Lo relativo á la simple investigacion de los hechos está explicado en el cap. XI. ¿Cuál es el método mas á propósito para comprender el espíritu de una época, formarse ideas claras y exactas sobre su carácter, penetrar las causas de los acontecimientos, y señalar á cada cual sus propios resultados? Esto equivale á preguntar cuál es el método conveniente para adquirir la verdadera filosofía de la historia. ¿Será con la eleccion de los buenos autores? ¿pero cuáles son los buenos? ¿quién nos asegura que no los ha guiado la pasion? ¿quién sale fiador de su imparcialidad? ¿cuántos son los que han escrito la historia del modo que se necesita para enseñarnos la filosofía que le corresponde? Batallas, negociaciones, intrigas palaciegas, vidas y muertes de principes, cambios de dinastías, de formas políticas, á esto se reducen la mayor parte de las historias; nada que nos pinte al individuo con sus ideas, sus afectos, sus necesidades, sus gustos, sus caprichos, sus costumbres; nada que nos haga asistir á la vida íntima de las familias y de los pueblos; nada que en el estudio de la historia nos haga comprender la marcha de la humanidad. Siempre en la política, es decir, en la superficie; siempre en lo abultado y ruidoso, nunca en las entrañas de la sociedad, en la naturaleza de las cosas, en aquellos sucesos que por recónditos y de poca apariencia, no dejan de ser de la mayor importancia. En la actualidad se conoce ya este vacío, y se trabaja por llenarle. No se escribe la historia sin que se procure filosofar sobre ella. Esto que en sí es muy bueno, tiene otro inconveniente, cual es, que en lugar de la verdadera filosofía de la historia se nos propina con frecuencia la filosofía del historiador. Mas vale no filosofar que filosofar mal; si queriendo profundizar la historia la trastorno, preferible seria que me atuviese al sistema de nombres y fechas. § II. Se indica un medio para adelantar en la filosofía de la historia. Preciso es leer las historias, y á falta de otras, debe uno atenerse á las que existen; sin embargo yo me inclino á que este estudio no basta para aprender la filosofía de la historia. Hay otro mas á propósito, y que hecho con discernimiento, es de un efecto seguro: el estudio inmediato de los monumentos de la época. Digo _inmediato_, esto es, que conviene no atenerse á lo que nos dice de ellos el historiador, sino verlos con los propios ojos. Pero este trabajo, se me dirá, es muy pesado, para muchos imposible, difícil para todos. No niego la fuerza de esta observacion; pero sostengo que en muchos casos, el método que propongo ahorra tiempo y fatigas. La vista de un edificio, la lectura de un documento, un hecho, una palabra al parecer insignificantes y en que no ha reparado el historiador, nos dicen mucho mas y mas claro, y mas verdadero y exacto, que todas sus narraciones. Un historiador se propone retratarme la sencillez de las costumbres patriarcales; recoge abundantes noticias sobre los tiempos mas remotos, y agota el caudal de su erudicion, filosofía y elocuencia, para hacerme comprender lo que eran aquellos tiempos y aquellos hombres, y ofrecerme lo que se llama una descripcion completa. A pesar de cuanto me dice, yo encuentro otro medio mas sencillo, cual es el asistir á las escenas donde se me presenta en movimiento y vida lo que trato de conocer. Abro los escritores de aquellas épocas, que no son ni en tanto número, ni tan voluminosos, y allí encuentro retratos fieles que enseñan y deleitan. La Biblia y Homero nada me dejan que desear. § III. Aplicacion á la historia del espíritu humano. La inteligencia humana tiene su historia, como la tienen los sucesos exteriores; historia tanto mas preciosa, cuanto nos retrata lo mas íntimo del hombre, y lo que ejerce sobre él poderosa influencia. Hállanse á cada paso descripciones de escuelas, y del carácter y tendencia del pensamiento en esta ó aquella época; es decir que son muchos los historiadores del entendimiento; pero si se desea saber algo mas que cuatro generalidades, siempre inexactas, y á menudo totalmente falsas, es preciso aplicar la regla establecida: leer los autores de la época que se desea conocer. Y no se crea que es absolutamente necesario revolverlos todos, y que así este método se haga impracticable para el mayor número de los lectores; una sola página de un escritor nos pinta mas al vivo su espíritu y su época que cuanto podrian decirnos los mas minuciosos historiadores. § IV. Ejemplo sacado de las fisonomías, que aclara lo dicho sobre el modo de adelantar en la filosofía de la historia. Si el lector se contenta con lo que le dicen los otros, y no trata de examinarlo por sí mismo, logrará tal vez un conocimiento _histórico_, pero no _intuitivo_: _sabrá_ lo que son los hombres y las cosas, pero no lo _verá_: dará razon de la cosa, pero no será capaz de pintarla. Una comparacion aclarará mi pensamiento. Supongamos que se me habla de un sugeto importante que no puedo tratar ni ver, y curioso yo de saber algo de su figura y modales, pregunto á los que le conocen personalmente. Me dirán, por ejemplo, que es de estatura mas que mediana, de espaciosa y despejada frente, cabello negro y caido con cierto desórden, ojos grandes, mirada viva y penetrante, color pálido, facciones animadas y expresivas; que en sus labios asoma con frecuencia la sonrisa de la amabilidad, y que de vez en cuando anuncia algo de maligno; que su palabra es mesurada y grave, pero que con el calor de la conversacion se hace rápida, incisiva y hasta fogosa; y así me irán ofreciendo un conjunto físico y moral para darme la idea mas aproximada posible; si supongo que estas y otras noticias son exactas, que se me ha descrito con toda fidelidad el original, tengo una idea de lo que es la persona que llamaba mi curiosidad, y podré dar cuenta de ella á quien como yo estuviese deseoso de conocerla. Pero ¿es esto bastante para formar un concepto cabal de la misma, para que se me presente á la imaginacion tal como es en sí? Ciertamente que no. ¿Quereis una prueba? Suponed que el que ha oido la relacion es un retratista de mucho mérito; ¿será capaz de retratar á la persona descrita? Que lo intente, y concluida la obra, preséntese de improviso el original, es bien seguro que no se le conocerá por la copia. Todos habremos experimentado por nosotros mismos esta verdad: cien y cien veces habremos oido explicar la fisonomía de una persona; á nuestro modo nos hemos formado en la imaginacion una figura en la cual hemos procurado reunir las cualidades oidas; pues bien, cuando se presenta la persona, encontramos tanta diferencia que nos es preciso retocar mucho el trabajo, si no destruirle totalmente. Y es que hay cosas de que es imposible formarse idea clara y exacta sin tenerlas delante; y las hay en gran número, y sumamente delicadas, imperceptibles por separado y cuyo conjunto forma lo que llamamos la fisonomía. ¿Cómo explicaréis la diferencia de dos personas muy semejantes? No de otra manera que viéndolas: se parecen en todo, no sabriais decir en qué discrepan; pero hay alguna cosa que no las deja confundir: á la primera ojeada lo percibís, sin atinar lo que es. Hé aquí todo mi pensamiento. En las obras críticas se nos ofrecen extensas y tal vez exactas descripciones del estado del entendimiento en tal ó cual época; y á pesar de todo no la conocemos aun: si se nos presentasen trozos de escritores de tiempos diferentes, no acertaríamos á clasificarlos cual conviene; nos fatigaríamos en recordar las cualidades de unos y otros, pero esto no nos evitaria el caer en equivocaciones groseras, en disparatados anacronismos. Con mucho ménos trabajo saliéramos airosos del empeño si hubiésemos leido los autores de que se trata: quizas no disertaríamos con tanto aparato de erudicion y crítica; pero juzgaríamos con harto mas acierto. «El giro del pensamiento, diríamos, el estilo, el lenguaje revelan un escritor de tal época; este trozo es apócrifo, aquí se descubre la mano de tal otro tiempo;» y así andaríamos clasificando sin temor de equivocarnos, por mas que no pudiésemos hacernos comprender bien de aquellos que como nosotros, no conociesen de vista á aquellos personajes. Si entónces se nos dijera: «y tal cualidad, ¿cómo es que no se encuentra aquí? ¿porqué tal otra se halla en mayor grado? porqué?...» «Imposible será,» replicaríamos quizas nosotros, «satisfacer todos los escrúpulos de V.; lo que puedo asegurar es, que los personajes que figuran aquí los tengo bien conocidos; y que no puedo equivocarme sobre los rasgos de su fisonomía, porque los he visto muchas veces.» CAPÍTULO XXI. RELIGION. § I. Insensato discurrir de los indiferentes en materias de religion. Impropio fuera de este lugar, un tratado de religion, pero no lo serán algunas reflexiones para dirigir el pensamiento en esta importantísima materia. De ellas resultará que los indiferentes ó incrédulos son pésimos pensadores. La vida es breve, la muerte cierta: de aquí á pocos años el hombre que disfruta de la salud mas robusta y lozana, habrá descendido al sepulcro, y sabrá por experiencia lo que hay de verdad en lo que dice la religion sobre los destinos de la otra vida. Si no creo, mi incredulidad, mis dudas, mis invectivas, mis sátiras, mi indiferencia, mi orgullo insensato, no destruyen la realidad de los hechos: si existe otro mundo donde se reservan premios al bueno, y castigos al malo, no dejará ciertamente de existir porque á mí me plazca el negarlo; y ademas esta caprichosa negativa no mejorará el destino que segun las leyes eternas me haya de caber. Cuando suene la última hora, será preciso morir, y encontrarme con la nada ó con la eternidad. Este negocio es exclusivamente mio, tan mio, como si yo existiera solo en el mundo: nadie morirá por mí; nadie se pondrá en mi lugar en la otra vida, privándome del bien, ó librándome del mal. Estas consideraciones me muestran con toda evidencia, la alta importancia de la religion; la necesidad que tengo de saber lo que hay de verdad en ella; y que si digo, «sea lo que fuere de la religion, no quiero pensar en ella,» hablo como el mas insensato de los hombres. Un viajero encuentra en su camino un rio caudaloso; le es preciso atravesarle, ignora si hay algun peligro en este ó aquel vado, y está oyendo que muchos que se hallan como él á la orilla, ponderan la profundidad del agua en determinados lugares, y la imposibilidad de salvarse el temerario que á tantearlos se atreviese. El insensato dice: «¿qué me importan á mí esas cuestiones?» y se arroja al rio sin mirar por dónde. Hé aquí al indiferente en materias de religion. § II. El indiferente y el género humano. La humanidad entera se ha ocupado y se está ocupando de la religion; los legisladores la han mirado como el objeto de la mas alta importancia; los sabios la han tomado por materia de sus mas profundas meditaciones; los monumentos, los códigos, los escritos de las épocas que nos han precedido, nos muestran de bulto este hecho, que la experiencia cuida de confirmar; se ha discurrido y disputado inmensamente sobre la religion; las bibliotecas estan atestadas de obras relativas á ella; y hasta en nuestros dias la prensa va dando otras á luz en número muy crecido: cuando pues viene el indiferente y dice: «todo esto no merece la pena de ser examinado; yo juzgo sin oir, estos sabios son todos unos mentecatos, estos legisladores unos necios, la humanidad entera es una miserable ilusa, todos pierden lastimosamente el tiempo en cuestiones que nada importan;» ¿no es digno de que esa humanidad, y esos sabios, y esos legisladores, se levanten contra él, arrojen sobre su frente el borron que él les ha echado, y le digan á su vez: «¿quién eres tú que así nos insultas, que así desprecias los sentimientos mas íntimos del corazon, y todas las tradiciones de la humanidad? ¿que así declaras frívolo lo que en toda la redondez de la tierra se reputa grave é importante? ¿quién eres tú? ¿Has descubierto por ventura el secreto de no morir? miserable monton de polvo, ¿olvidas que bien pronto te dispersará el viento? Débil criatura, ¿cuentas acaso con medios para cambiar tu destino en esa region que desconoces; la dicha ó la desdicha ¿son para tí indiferentes? Si existe ese juez, de quien no quieres ocuparte, ¿esperas que se dará por satisfecho, si al llamarte á juicio le respondes: «¿y á mí qué me importaban vuestros mandatos, ni vuestra misma existencia?» Antes de desatar tu lengua con tan insensatos discursos, date una mirada á tí mismo; piensa en esa débil organizacion que el mas leve accidente es capaz de trastornar, y que brevísimo tiempo ha de bastar á consumir; y entónces siéntate sobre una tumba, recógete y medita. § III. Tránsito del indiferentismo al exámen. Existencia de Dios. Curado el buen pensador del achaque de indiferentismo, convencido profundamente de que la religion es el asunto de mas elevada importancia, debiera pasar mas adelante y discurrir de esta manera: ¿Es probable que todas las religiones no sean mas que un cúmulo de errores, y que la doctrina que las rechaza á todas sea verdadera? Lo primero que las religiones establecen ó suponen, es la existencia de Dios. ¿Existe Dios? ¿Existe algun Hacedor del universo? Levanta los ojos al firmamento, tiéndelos por la faz de la tierra, mira lo que tú mismo eres; y viendo por todas partes grandor y órden, dí, si te atreves: «el acaso es quien ha hecho el mundo; el acaso me ha hecho á mí; el edificio es admirable, pero no hay arquitecto; el mecanismo es asombroso, pero no hay artífice; el órden existe sin ordenador, sin sabiduría para concebir el plan, sin poder para ejecutarle.» Este raciocinio que tratándose de los mas insignificantes artefactos, seria despreciable y hasta contrario al sentido comun, ¿se podrá aplicar al universo? Lo que es insensato con respecto á lo pequeño, ¿será cuerdo con relacion á lo grande? § IV. No es posible que todas las religiones sean verdaderas. Son muchas y muy varias las religiones que dominan en los diferentes puntos de la tierra; ¿seria posible que todas fuesen verdaderas? El sí y el no, con respecto á una misma cosa, no puede ser verdadero á un mismo tiempo. Los judíos dicen que el Mesías no ha venido, los cristianos afirman que sí; los musulmanes respetan á Mahoma como insigne profeta, los cristianos le miran como solemne impostor; los católicos sostienen que la Iglesia es infalible en puntos de dogma y de moral, los protestantes lo niegan; la verdad no puede estar por ambas partes, unos ú otros se engañan. Luego es un absurdo el decir que todas las religiones son verdaderas. Ademas, toda religion se dice bajada del cielo: la que lo sea, será la verdadera, las restantes no serán otra cosa que ilusion ó impostura. § V. Es imposible que todas las religiones sean igualmente agradables á Dios. ¿Es posible que todas las religiones sean igualmente agradables á Dios, y que se dé igualmente por satisfecho con todo linaje de cultos? No. A la verdad infinita no puede serle acepto el error, á la bondad infinita no puede serle grato el mal: luego el afirmar que todas las religiones son igualmente buenas, que con todos los cultos el hombre llena bien sus deberes para con Dios, es blasfemar de la verdad y bondad del Criador. § VI. Es imposible que todas las religiones sean una invencion humana. ¿No seria lícito pensar que no hay ninguna religion verdadera, que todas son inventadas por el hombre? No. ¿Quién fué el inventor? El origen de las religiones se pierde en la noche de los tiempos: allí donde hay hombres, allí hay sacerdote, altar y culto. ¿Quién seria ese inventor, cuyo nombre se habria olvidado, y cuya invencion se habria difundido por toda la tierra, comunicándose á todas las generaciones? Si la invencion tuvo lugar entre pueblos cultos, ¿cómo se logró que la adoptasen los bárbaros y hasta los salvajes? Si nació entre bárbaros, ¿cómo no la rechazaron las naciones cultas? Diréis que fué una necesidad social, y que su orígen está en la misma cuna de la sociedad. Pero entónces se puede preguntar, ¿quién conoció esta necesidad, quién discurrió los medios de satisfacerla, quién excogitó un sistema tan á propósito para enfrenar y regir á los hombres? y una vez hecho el descubrimiento, ¿quién tuvo en su mano todos los entendimientos y todos los corazones, para comunicarles esas ideas y sentimientos que han hecho de la religion una verdadera necesidad, y, por decirlo así, una segunda naturaleza? Vemos á cada paso que los descubrimientos mas útiles, mas provechosos, mas necesarios, permanecen limitados á esta ó aquella nacion, sin extenderse á las otras durante mucho tiempo, y no propagándose sino con suma lentitud á las mas inmediatas ó relacionadas; ¿cómo es que no haya sucedido lo mismo en lo tocante á la religion? ¿cómo es que de la invencion maravillosa hayan tenido conocimiento todos los pueblos de la tierra, sea cual fuere su pais, lengua, costumbres, barbarie ó civilizacion, grosería ó cultura? Aquí no hay medio: ó la religion procede de una revelacion primitiva, ó de una inspiracion de la naturaleza; en uno y otro caso hallamos su orígen divino; si hay revelacion, Dios ha hablado al hombre, si no la hay, Dios ha escrito la religion en el fondo de nuestra alma. Es indudable que la religion no puede ser invencion humana, y que á pesar de lo desfigurada y adulterada que la vemos en diferentes tiempos y paises, se descubre en el fondo del corazon humano un sentimiento descendido de lo alto: al traves de las monstruosidades que nos presenta la historia, columbramos la huella de una revelacion primitiva. § VII. La revelacion es posible. ¿Es posible que Dios haya revelado algunas cosas al hombre? Sí. El que nos ha dado la palabra no estará privado de ella; si nosotros poseemos un medio de comunicarnos recíprocamente nuestros pensamientos y afectos, Dios todopoderoso é infinitamente sabio, no carecerá seguramente de medios para trasmitirnos lo que fuere de su agrado. Ha criado la inteligencia, ¿y no podria ilustrarla? § VIII. Solucion de una dificultad contra la revelacion. Pero Dios, objetará el incrédulo, es demasiado grande para humillarse á conversar con su criatura; mas entónces tambien deberíamos decir, que Dios es demasiado grande para haberse ocupado en criarnos. Criándonos nos sacó de la nada, revelándonos alguna verdad perfecciona su obra; ¿y cuándo se ha visto que un artífice desmereciese por mejorar su artefacto? Todos los conocimientos que tenemos nos vienen de Dios, porque él es quien nos ha dado la facultad de conocer, y él es quien, ó ha grabado en nuestro entendimiento las ideas, ó ha hecho que pudiéramos adquirirlas por medios que todavía se nos ocultan. Si Dios nos ha comunicado un cierto órden de ideas, sin que nada haya perdido de su grandor, es un absurdo el decir que se rebajaria si nos trasmitiese otros conocimientos por conducto distinto del de la naturaleza. Luego la revelacion es posible; luego quien dudare de esta posibilidad, ha de dudar al mismo tiempo de la omnipotencia, hasta de la existencia de Dios. § IX. Consecuencias de los párrafos anteriores. Importa muchísimo el encontrar la verdad en materias de religion (§ 1 y 2); todas las religiones no pueden ser verdaderas (§ 4); si hubiese una revelada por Dios, aquella seria la verdadera (§ 4); la religion no ha podido ser invencion humana (§ 6). La revelacion es posible (§ 7); lo que falta pues averiguar es, si esta revelacion existe y dónde se halla. § X. Existencia de la revelacion. ¿Existe la revelacion? Por el pronto salta á los ojos un hecho que da motivo á pensar que sí. Todos los pueblos de la tierra hablan de una revelacion; y la humanidad no se concierta para tramar una impostura. Esto prueba una tradicion primitiva, cuya noticia ha pasado de padres á hijos, y que si bien ofuscada y adulterada, no ha podido borrarse de la memoria de los hombres. Se objetará que la imaginacion ha convertido en voces el ruido del viento, y en apariciones misteriosas los fenómenos de la naturaleza; y así el débil mortal se ha creido rodeado de seres desconocidos que le dirigian la palabra, y le descubrian los arcanos de otros mundos. No puede negarse que la objecion es especiosa; sin embargo no será difícil manifestar, que es del todo insubsistente y fútil. Es cierto que cuando el hombre tiene idea de la existencia de seres desconocidos, y está convencido de que estos se ponen en relacion con él, fácilmente se inclina á imaginar que ha oido acentos fatídicos, y se han ofrecido á sus ojos espectros venidos del otro mundo. Mas no sucede, ni puede suceder así, en no abrigando el hombre semejante conviccion, y mucho ménos si ni aun llega á tener noticia de que existen dichos seres; pues entónces no es dable conjeturar de dónde procederia una ilusion tan extravagante. Si bien se observa, todas las creaciones de nuestra fantasia, hasta las mas incoherentes y monstruosas, se forman de un conjunto de imágenes de objetos que otras veces hemos visto; y que á la sazon reunimos del modo que place á nuestro capricho, ó nos sugiere nuestra cabeza enfermiza. Los castillos encantados de los libros de caballería, con sus damas, enanos, salones, subterráneos, hechizos y todas sus locuras, son un informe agregado de partes muy reales que la imaginacion del escritor componia á su manera, sacando al fin un todo que solo cabia en los sueños de un delirante. Lo propio sucede en lo demas: la razon y la experiencia estan acordes en atestiguarnos este fenómeno ideológico. Si suponemos pues que no se tiene idea alguna de otra vida distinta de la presente, ni de otro mundo que el que está á nuestra vista, ni de otros vivientes que los que moran con nosotros en la tierra, el hombre fingirá gigantes, fieras monstruosas, y otras extravagancias por este estilo; mas no seres invisibles, no revelaciones de un cielo que no conoce, no dioses que le ilustren y dirijan. Ese mundo nuevo, ideal, puramente fantástico, no le ocurrirá siquiera; porque semejante ocurrencia no tendrá, por decirlo así, punto de partida, carecerá de antecedentes que puedan motivarla. Y aun suponiendo que este órden de ideas se hubiese ofrecido á algun individuo, ¿cómo era posible que de ello participase la humanidad entera? ¿Cuándo se habria visto semejante _contagio_ intelectual y moral? Sea lo que fuere del valor de estas reflexiones, pasemos á los hechos: dejemos lo que haya podido ser, y examinemos lo que ha sido. § XI. Pruebas históricas de la existencia de la revelacion. Existe una sociedad que pretende ser la única depositaria é intérprete de las revelaciones con que Dios se ha dignado favorecer al linaje humano: esta pretension debe llamar la atencion del filósofo que se proponga investigar la verdad. ¿Qué sociedad es esa? ¿Ha nacido de poco tiempo á esta parte? Cuenta diez y ocho siglos de duracion, y estos siglos no los mira sino como un período de su existencia; pues subiendo mas arriba, va explicando su no interrumpida genealogía y se remonta hasta el principio del mundo. Que lleva diez y ocho siglos de duracion, que su historia se enlaza con la de un pueblo cuyo origen se pierde en la antigüedad mas remota, es tan cierto como que han existido las repúblicas de Grecia y Roma. ¿Qué títulos presenta en apoyo de su doctrina? En primer lugar, está en posesion de un libro, que es sin disputa el mas antiguo que se conoce, y que ademas encierra la moral mas pura, un sistema de legislacion admirable, y contiene una narracion de prodigios. Hasta ahora nadie ha puesto en duda el mérito eminente de este libro; siendo esto tanto mas de extrañar, cuanto una gran parte de él nos ha venido de manos de un pueblo, cuya cultura no alcanzó ni con mucho á la de otros pueblos de la antigüedad. ¿Ofrece la dicha sociedad algunos otros títulos que justifiquen sus pretensiones? A mas de los muchos, á cual mas graves é imponentes, hé aquí uno que por sí solo basta. Ella dice que se hizo la transicion de la sociedad vieja á la nueva, del modo que estaba pronosticado en el libro misterioso; que llegada la plenitud de los tiempos, apareció sobre la tierra un Hombre-Dios, quien fué á la vez el cumplimiento de la ley antigua, y el autor de la nueva; que todo lo antiguo era una sombra y figura, que este Hombre-Dios fué la realidad; que él fundó la sociedad que apellidamos Iglesia católica, le prometió su asistencia hasta la consumacion de los siglos, selló su doctrina con su sangre, resucitó al tercer dia de su crucifixion y muerte, subió á los cielos, envió al Espíritu santo, y que al fin del mundo ha de venir á juzgar á los vivos y á los muertos. ¿Es verdad que en este Hombre se cumpliesen las antiguas profecías? Es innegable: leyendo algunas de ellas parece que uno está leyendo la historia evangélica. ¿Dió algunas pruebas de la divinidad de su mision? Hizo milagros en abundancia; y cuanto él profetizó, ó se ha cumplido exactamente, ó se va cumpliendo con puntualidad asombrosa. ¿Cuál fué su vida? Sin tacha en su conducta; sin límite para hacer el bien. Despreció las riquezas y el poder mundano, arrostró con serenidad las privaciones, los insultos, los tormentos, y por fin una muerte afrentosa. ¿Cuál es su doctrina? Sublime cual no cupiera jamas en mente humana; tan pura en su moral, que le han hecho justicia sus mas violentos enemigos. ¿Qué cambio social produjo este Hombre? Recordad lo que era el mundo romano, y ved lo que es el mundo actual; mirad lo que son los pueblos donde no ha penetrado el cristianismo, y lo que son aquellos que han estado siglos bajo su enseñanza, y la conservan todavía, aunque algunos alterada y desfigurada. ¿De qué medios dispuso? No tenia dónde reclinar su cabeza. Envió á doce hombres salidos de la ínfima clase del pueblo; se esparcieron por los cuatro ángulos de la tierra, y la tierra los oyó y creyó. Esta religion ¿ha pasado por el crisol de la desgracia? ¿No ha sufrido contrariedad de ninguna clase? Ahí está la sangre de infinitos mártires, ahí los escritos de numerosos filósofos que la han examinado, ahí los muchos monumentos que atestiguan las tremendas luchas que ha sostenido con los príncipes, con los sabios, con las pasiones, con los intereses, con las preocupaciones, con todos cuantos elementos de resistencia pueden combinarse sobre la tierra. ¿De qué medios se valieron los propagadores del cristianismo? De la predicacion y del ejemplo confirmados por milagros. Estos milagros, la crítica mas escrupulosa no puede rechazarlos; que si los rechaza, poco importa, pues entónces confiesa el mayor de los milagros, que es la conversion del mundo sin milagros. El cristianismo ha contado entre sus hijos á los hombres mas esclarecidos por su virtud y sabiduría; ningun pueblo antiguo ni moderno se ha elevado á tan alto grado de civilizacion y cultura como los que le han profesado; sobre ninguna religion se ha disputado ni escrito tanto como sobre la cristiana; las bibliotecas estan llenas de obras maestras de crítica y de filosofía debidas á hombres que sometieron humildemente su entendimiento en obsequio de la fe; luego esa religion está á cubierto de los ataques que se pueden dirigir contra las que han nacido y prosperado entre pueblos groseros é ignorantes. Ella tiene pues todos los caractéres de verdadera, de divina. § XII. Los protestantes y la Iglesia católica. En los últimos siglos los cristianos se han dividido: unos han permanecido adictos á la Iglesia católica, otros han conservado del cristianismo lo que les ha parecido bien; y á consecuencia del principio fundamental que han asentado, y que entrega la fe á discrecion de cada creyente, se han fraccionado en innumerables sectas. ¿Dónde estará la verdad? Los fundadores de las nuevas sectas son de ayer, la Iglesia católica señala la sucesion de sus pastores, que sube hasta Jesucristo; ellos han enseñado diferentes doctrinas, y una misma secta las ha variado repetidas veces, la Iglesia católica ha conservado intacta la fe que le trasmitieron los apóstoles; la novedad y la variedad se hallan pues en presencia de la antigüedad y de la unidad; el fallo no puede ser dudoso. Ademas, los católicos sostienen que fuera de la Iglesia no hay salvacion, los protestantes afirman que los católicos tambien pueden salvarse; y así ellos mismos reconocen que entre nosotros nada se cree ni practica que pueda acarrearnos la condenacion eterna. Ellos en favor de su salvacion no tienen sino su voto; nosotros en pro de la nuestra, tenemos el suyo y el nuestro; aun cuando juzgáramos solamente por motivos de prudencia humana, esta nos aconsejaria que no abandonásemos la fe de nuestros padres. En esta breve reseña se contiene el hilo del discurso de un católico que conforme á lo que dice san Pedro, quiera estar preparado para dar cuenta de su fe, y manifestar que ateniéndose á la católica, no se desvía de las reglas de bien pensar. Ahora, añadiré algunas observaciones que sirvan a prevenir peligros, en que zozobra con harta frecuencia la fe de los incautos. § XIII. Errado método de algunos impugnadores de la religion. En el exámen de las materias religiosas siguen muchos un camino errado. Toman por objeto de sus investigaciones un dogma, y las dificultades que contra él levantan, las creen suficientes para destruir la verdad de la religion; ó al ménos para ponerla en duda. Esto es proceder de un modo que atestigua cuán poco se ha meditado sobre el estado de la cuestion. En efecto: no se trata de saber si los dogmas estan al alcance de nuestra inteligencia, ni si damos completa solucion á todas las dificultades que contra este ó aquel puedan objetarse: la religion misma es la primera en decirnos que estos dogmas no podemos comprenderlos con la sola luz de la razon; que miéntras estamos en esta vida, es necesario que nos resignemos á ver los secretos de Dios al traves de sombras y enigmas, y por esto nos exige la fe. El decir pues, «yo no quiero creer porque no comprendo,» es enunciar una contradiccion; si lo comprendieses todo, claro es que no se te hablaria de fe. El argumentar contra la religion, fundándose en la incomprensibilidad de sus dogmas, es hacerle un cargo de una verdad que ella misma reconoce, que acepta, y sobre la cual en cierto modo, hace estribar su edificio. Lo que se ha de examinar es, si ella ofrece garantías de veracidad, y de que no se engaña en lo que propone: asentado el principio de su infalibilidad, todo lo demas se allana por sí mismo; pero si este nos falta, es imposible dar un paso adelante. Cuando un viajero de cuya inteligencia y veracidad no podemos dudar, nos refiere cosas que no comprendemos, ¿por ventura le negaremos nuestra fe? No ciertamente. Luego una vez asegurados de que la Iglesia no nos engaña, poco importa que su enseñanza sea superior á nuestra inteligencia. Ninguna verdad podria subsistir, si bastasen á hacernos dudar de ella algunas dificultades que no alcanzásemos á desvanecer. De esto se seguiria que un hombre de talento esparciria la incertidumbre sobre todas las materias, cuando se encontrase con otros que no le igualasen en capacidad; porque es bien sabido que en mediando esta diferencia, no le es dado al inferior deshacerse de los lazos con que le enreda el que le aventaja. En las ciencias, en las artes, en los negocios comunes de la vida, hallamos á cada paso dificultades que nos hacen incomprensible una cosa de cuya existencia no nos es permitido dudar. Sucede á veces que la cosa no comprendida nos parece rayar en lo imposible; mas si por otra parte sabemos que existe, nos guardamos de declararla tal, y conservando la conviccion de su existencia, recordamos el poco alcance de nuestro entendimiento. Nada mas comun que oir: «No comprendo lo que ha contado fulano; me parece imposible, pero en fin es hombre veraz y que sabe lo que dice; si otro lo refiriera no lo creeria, pero ahora no pongo duda en que la cosa es tal como él la afirma.» § XIV. La mas alta filosofía acorde con la fe. Imagínanse algunos que se acreditan de altos pensadores cuando no quieren creer lo que no comprenden; y estos justifican el famoso dicho de Bacon: «poca filosofía aparta de la religion, mucha filosofía conduce á ella.» Y á la verdad, si se hubiesen internado en las profundidades de las ciencias, conocieran que un denso velo encubre á nuestros ojos la mayor parte de los objetos; que sabemos poquísimo de los secretos de la naturaleza; que hasta de las cosas, en apariencia mas fáciles de comprender, se nos ocultan por lo comun los principios constitutivos, su esencia; conocieran que ignoramos lo que es este universo que nos asombra, que ignoramos lo que es nuestro cuerpo, que ignoramos lo que es nuestro espíritu; que nosotros somos un arcano á nuestros propios ojos, y que hasta ahora todos los esfuerzos de la ciencia han sido impotentes para explicar los fenómenos que constituyen nuestra vida, que nos hacen sentir nuestra existencia; conocieran que el mas precioso fruto que se recoge en las regiones filosóficas mas elevadas es una profunda conviccion de nuestra debilidad é ignorancia. Entónces infirieran que esa sobriedad en el saber, recomendada por la religion cristiana, esa prudente desconfianza de las fuerzas de nuestro entendimiento, estan de acuerdo con las lecciones de la mas alta filosofía; y que así el catecismo nos hace llegar desde nuestra infancia al punto mas culminante que señalara á la ciencia la sabiduría humana. § XV. Quien abandona la religion católica no sabe dónde refugiarse. Hemos seguido el camino que puede conducir á la religión católica; echemos una ojeada sobre el que se presenta, si nos apartamos de ella. Al abandonar la fe de la Iglesia, ¿dónde nos refugiamos? Si en el protestantismo, ¿en cuál de sus sectas? ¿Qué motivos de preferencia nos ofrece la una sobre la otra? Discernirlo será imposible; abrazar á ciegas una cualquiera nos lo será todavía mas; y por otra parte, esto equivaldría á no profesar ninguna. Si en el filosofismo, ¿qué es el filosofismo incrédulo? Es una negacion de todo, las tinieblas, la desesperacion. ¿Andaremos en busca de otras religiones? Ciertamente que ni el islamismo, ni la idolatría, no nos contarán entre sus adeptos. Abandonar pues la religion católica, será abjurarlas todas; será tomar el partido de vivir sin ninguna; dejar que corran los años; que nuestra vida se acerque á su término fatal, sin guia para lo presente, sin luz para el porvenir; será taparse los ojos, bajar la cabeza, y arrojarse á un abismo sin fondo. La religion católica nos ofrece cuantas garantías de verdad podemos desear. Ella ademas nos impone una ley suave, pero recta, justa, benéfica; cumpliéndola nos asemejamos á los ángeles, nos acercamos á la belleza ideal que para la humanidad puede excogitar la mas elevada poesía. Ella nos consuela en nuestros infortunios, y cierra nuestros ojos en paz; se nos presenta tanto mas verdadera y cierta, cuanto mas nos aproximamos al sepulcro. Ah! la bondadosa Providencia habrá colocado al borde de la tumba aquellas santas inspiraciones, como heraldos que nos avisarán de que íbamos á pisar los umbrales de la eternidad!.... CAPÍTULO XXII. EL ENTENDIMIENTO PRÁCTICO. § I. Una clasificacion de acciones. Los actos prácticos del entendimiento son los que nos dirigen para obrar: lo que envuelve dos cuestiones: cuál es el fin que nos proponemos, y cuál es el mejor medio para alcanzarle. Nuestras acciones pueden ejercerse, ó sobre los objetos de la naturaleza sometidos á la ley de necesidad, y aquí se comprenden todas las artes; ó sobre lo que cae bajo el libre albedrío, y esto comprende el arreglo de nuestra conducta con respecto á nosotros mismos y á los demas; abarcando la moral, la urbanidad, la administracion doméstica, y la política. Lo dicho hasta aquí sobre el modo de pensar en todas materias, me ahorra el trabajo de extenderme sobre estos puntos, porque quien se haya penetrado de las reglas y observaciones precedentes no ignorará cómo debe proponerse un fin, ni cómo ha de encontrar los medios mas adaptados para alcanzarle. No obstante, creo que no será inútil añadir algunas reflexiones que sin salir de los límites fijados por el género de esta obra, suministren luz para guiarse cada cual en sus diferentes operaciones. § II. Dificultad de proponerse el debido fin. No hablo aquí del fin último: este es la felicidad en la otra vida, y á él nos conduce la religion. Trato únicamente de los secundarios; como alcanzar la conveniente posicion en la sociedad, llevar á buen término un negocio, salir airosamente de una situacion difícil, granjearse la amistad de una persona, guardarse de los tiros de un adversario, deshacer una intriga que nos amenaza, construir un artefacto que acredite, plantear un sistema de política, de hacienda ó administracion, derribar alguna institucion que se crea dañosa y otras cosas semejantes. A primera vista parece que siempre que el hombre obra debe de tener presente el fin que se propone, y no como quiera, sino de un modo bien claro, determinado, fijo. Sin embargo, la observacion enseña que no es así; y que son muchos, muchísimos, aun entre los activos y enérgicos, los que andan poco ménos que al acaso. Sucede mil veces que atribuimos á los hombres mas plan del que han tenido. En viéndolos ocupar posicion muy elevada, sea por su reputacion, sea por las funciones que ejercen, nos inclinamos naturalmente á suponerles en todo un objeto fijo, con premeditacion detenida, con vasta combinacion en los designios, con larga prevision de los obstáculos, con sagaz conocimiento de la verdadera naturaleza del fin, y de sus relaciones con los medios que a él conduzcan. Oh! y cuánto engaño! El hombre en todas las condiciones sociales, en todas las circunstancias de la vida, es siempre hombre, es decir una cosa muy pequeña. Poco conocedor de sí mismo, sin formarse por lo comun ideas bastante claras, ni de la cualidad ni del alcance de sus fuerzas, creyéndose á veces mas poderoso, á veces mas débil de lo que es en realidad, encuéntrase con mucha frecuencia dudoso, perplejo, sin saber ni adónde va, ni adónde ha de ir. Ademas, para él es á menudo un misterio qué es lo que le conviene; por manera que las dudas sobre sus fuerzas se aumentan con las dudas sobre su interes propio. § III. Exámen del proverbio: cada cual es hijo de sus obras. No es verdad lo que suele decirse de que el interes particular sea una guia segura, y que con respecto á él, raras veces el hombre se equivoque. En esto como en todo lo demas, andamos inciertos, y en prueba de ello tenemos la triste experiencia de que tantas y tantas veces nos labramos nuestro infortunio. Lo que sí no admite duda es, que así por lo tocante á la dicha como á la desgracia, se verifica el proverbio de que el hombre es hijo de sus obras. En el mundo físico como en el moral, la casualidad no significa nada. Es cierto que en la instabilidad de las cosas humanas, ocurren con frecuencia sucesos imprevistos que desbaratan los planes mejor concertados, que no dejan recoger el fruto de atinadas combinaciones y pesadas fatigas, y que por el contrario favorecen á otros que, atendido lo que habian puesto de su parte, estaban léjos de merecerlo; pero tampoco cabe duda en que esto no es tan comun como vulgarmente se dice y se cree. El trato de la sociedad, acompañado de la conveniente observacion, rectifica muchos juicios que se habian formado lijeramente sobre las causas de la buena ó mala fortuna que cabe á diferentes personas. ¿Cuál es el desgraciado, que lo sea por su culpa, si nos atenemos á lo que nos dice él? ninguno, ó casi ninguno. Y no obstante, si nos es dable conocer á fondo su índole, su carácter, sus costumbres, su modo de ver las cosas, su sistema en el manejo de los negocios, su trato, su conversacion, sus modales, sus relaciones de amistad ó de familia, raro será que no descubramos muchas de las causas, si no todas, de las que contribuyeron á hacerle infeliz. Las equivocaciones sobre esta materia suelen nacer de que se fija la atencion en un solo suceso que ha decidido de la suerte de la persona, sin reflexionar que aquel suceso, ó estaba ya preparado por muchos otros, ó que solo ha podido tener tan funesta influencia á causa de la situacion particular en que se hallaba en la persona, por sus errores, defectos ó faltas. La suerte próspera ó adversa, rarísima vez depende de una causa sola; complícanse por lo comun varias, y de órden muy diverso; pero como no es fácil seguir el hilo de los acontecimientos al traves de semejante complicacion, se señala como causa principal, ó única, lo que quizas no es otra cosa que un suceso determinante, ó una simple ocasion. § IV. El aborrecido. ¿Veis á ese hombre á quién miran con desvío ó indiferencia sus antiguos amigos, á quien profesan odio sus allegados, y que no encuentra en la sociedad quien se interese por él? Si oís la explicacion en que él señala las causas, estas no son otras que la injusticia de los hombres, la envidia que no puede sufrir el resplandor del mérito ajeno, el egoismo universal que no consiente el menor sacrificio ni aun á los que mas obligacion tenian de hacerle, por parentesco, por amistad, por gratitud: en una palabra, el infeliz es una víctima contra quien se ha conjurado el humano linaje, obstinado en no reconocer el alto mérito, las virtudes, la bella índole del infortunado. ¿Qué habrá de verdad en la relacion? Quizas no será difícil descubrirlo en la misma apología; quizas no sea difícil notar la vanidad insufrible, el carácter áspero, la petulancia, la maledicencia, que le habrán atraido el odio de los unos, el desvío de los otros, y que habrán acabado por dejarle en el aislamiento de que injustamente se lamenta. § V. El arruinado. ¿Habeis oido á ese otro cuya fortuna han arruinado la excesiva bondad propia, ó la infidelidad de un amigo, ó una desgracia imprevista, echándole á perder combinaciones sumamente acertadas, proyectos llenos de prevision y sagacidad? Pues, si alcanzais á procuraros noticias sobre su conducta, no será extraño que descubrais las verdaderas causas, por cierto muy distantes de lo que él se imagina. En efecto, podrá suceder muy bien que haya mediado la infidelidad de un amigo, que haya ocurrido la desgracia imprevista; podrá ser mucha verdad que su corazon sea excesivamente bueno, es decir que será muy posible que en su relacion no haya mentido; pero no será extraño que en esa misma relacion se os presenten de bulto las causas de su desgracia; que en su concepcion tan superficial como rápida, en su juicio extremadamente lijero, en su discurrir especioso y sofístico, en su prurito de proyectar á la aventura, en la excesiva confianza de sí mismo, en el menosprecio de las observaciones ajenas, en la precipitacion y osadía de su proceder, halleis mas que suficiente causa para haberse arruinado, sin la bondad de su corazon, sin la infidelidad del amigo, sin la desgracia imprevista. Esta desgracia, léjos de ser puramente casual, habrá dependido quizas de un órden de causas que estaban obrando hace largo tiempo, y la infidelidad del amigo, no hubiera sido difícil preverla, y evitar sus tristes consecuencias, si el interesado hubiese procedido con mas tiento en depositar su confianza, y en observar el uso que se hacia de ella. § VI. El instruido quebrado y el ignorante rico. ¿Cómo es posible que ese hombre tan despejado, tan penetrante, tan instruido, no haya podido mejorar su fortuna, ó haya perdido la que tenia, cuando ese otro tan encogido, tan torpe, tan rudo, ha hecho inconcebibles progresos en la suya? ¿No debe esto atribuirse á la casualidad, á fatalidades, á mala estrella? Así se habla muchas veces, sin reflexionar que se confunden lastimosamente las ideas, y se quieren enlazar con íntima dependencia causas y efectos que no tienen ninguna relacion. En verdad que el uno es despejado y el otro encogido, que el uno parece penetrante y el otro torpe; que el uno es instruido y el otro rudo; pero ¿de qué sirven ni ese despejo, ni esa aparente penetracion, ni esa instruccion para el efecto de que se trata? Es cierto que si se ofrece figurar en sociedad, el primero se presentará con mas garbo y soltura que el segundo: que si es necesario sostener una conversacion, aquel brillará mucho mas que este, que su palabra será mas fácil, sus ideas mas variadas, sus observaciones mas picantes, sus réplicas mas prontas y agudas; que el rico en cuestion no entenderá quizas una palabra del mérito de tal ó cual novela, de tal ó cual drama; que conocerá poco la historia, y se quedará estupefacto al oir al comerciante quebrado explicarse como un portento de erudicion y de saber; es cierto que no sabrá tanto de política, ni de administracion, ni de hacienda, que no poseerá tantos idiomas; pero, ¿se trataba por ventura de nada de eso, cuando se ofrecia dar buena direccion á los negocios? No ciertamente. Cuando pues se pondera el mérito del uno, y se manifiesta extrañeza porque la suerte no le ha sido favorable, se pasa de un órden á otro muy diferente, se quiere que ciertos efectos procedan de causas con las que nada tienen que ver. Observad atentamente á estos dos hombres tan desiguales en su fortuna, reflexionad sobre las cualidades de ambos, ved sobre todo si podeis hacer la experiencia en vista de un negocio que incumba á los dos; y no os será difícil inferir que así la prosperidad del uno como la ruina del otro, nacen de causas sumamente naturales. El uno habla, escribe, proyecta, calcula, da mil vueltas á los objetos, todo lo prueba, á todo contesta, se hace cargo de mil ventajas, inconvenientes, esperanzas, peligros, en una palabra, agota la materia, nada deja en ella ni que decir ni que pensar. ¿Y qué hace el otro? ¿Es capaz de sostener la disputa con su adversario? no. ¿Deshace todos los cálculos que el primero acaba de amontonar? no. ¿Satisface á todas las dificultades con que su dictámen se ve combatido por el contrincante? no. En pro de su opinion ¿aduce tanta copia de razones como su adversario? no. Para lograr el objeto, ¿presenta proyectos tan varios é ingeniosos? no. ¿Qué hace pues el malaventurado ignorante, combatido, hostigado, acosado por su temible antagonista? --¿Qué me contesta V. á esto, dice el hombre de los proyectos, y del saber? --Nada; pero ¿qué sé yo?.... --Mas, ¿no le parecen á V. concluyentes mis razones? --No del todo. --Veamos; ¿tiene V. algo que oponer á ese cálculo? Es cuestion de números; aquí no hay mas. --Ya se ve; lo que es en el papel sale bien; la dificultad que yo tengo es que en la práctica suceda lo mismo. Cuenta V. con muchas partidas, de que no estoy bien seguro; estoy tan escarmentado.... --¿Pero duda V. de los datos que se nos han proporcionado? ¿Qué interes habrá habido en engañarnos? Si hay pérdida, no seremos solos nosotros, y participarán de ella los que nos suministran las noticias. Son personas entendidas, honradas, versadas en negocios; y ademas tienen interes en ello, ¿qué mas se quiere? ¿Qué motivo hay de duda? --Yo no dudo de nada; yo creo lo que V. dice de esos señores: pero ¿qué quiere V.? el negocio no me gusta. Ademas hay tantas eventualidades que V. no lleva en cuenta.... --Pero ¿qué eventualidades, señor? si nos atenemos á un simple _puede ser_, nada llevaremos adelante; todos los negocios tienen sus riesgos; pero repito que aquí no alcanzo á ver ninguno con visos de probabilidad. --V. lo entiende mas que yo, dice el rudo encogiéndose de hombros; y luego meneando cuerdamente la cabeza añade: no señor; repito que el negocio no me gusta; yo por mi parte no entro en él; V. se empeña en que ha de ser tan provechosa la especulacion; enhorabuena; allá veremos. Yo no aventuro mis fondos. La victoria en la discusion queda sin duda por el proyectista; pero ¿quién acierta? La experiencia lo dirá. El rico al parecer tan torpe, tiene la mirada ménos vivaz que su antagonista, pero en cambio ve mas claro, mas hondo, de un modo mas seguro, mas perspicaz, mas certero. No puede, es verdad, oponer datos á datos, reflexiones á reflexiones, cálculos á cálculos; pero el discernimiento, el tacto que le caracteriza, desenvueltos por la observacion, y por la experiencia, le estan diciendo con toda certeza, que muchos datos son imaginarios, que el cálculo es inexacto, que no se llevan en cuenta muchas eventualidades desgraciadas, no solo posibles sino muy probables; su ojeada perspicaz ha descubierto indicios de mala fe en algunos que intervienen en el negocio, su memoria bien provista de noticias sobre el comportamiento en otros asuntos anteriores, le guia para apreciar en su justo valor la inteligencia y la probidad, que tanto le ponderaba el proyectista. ¿Qué le importa el no ver tanto, si ve mejor, con mas claridad, distincion y exactitud? ¿Qué le importa el carecer de esa facilidad de pensar y hablar, muy á propósito para lucirse, pero muy estéril en buen resultado, como inconducente para el objeto de que se trata? § VII. Observaciones. La cavilacion y el buen sentido. La vivacidad no es la penetracion: la abundancia de ideas, no siempre lleva consigo la claridad y exactitud del pensamiento; la prontitud del juicio suele ser sospechosa de error; una larga serie de raciocinios demasiado ingeniosos, suele adolecer de sofismas, que rompen el hilo de la ilacion, y extravian al que se fia en ellos. No siempre es fácil tarea el señalar á punto fijo esos defectos; mayormente cuando el que los padece es un hablador facundo y brillante, que desenvuelve sus ideas en un raudal de hermosas palabras. La razon humana es de suyo tan cavilosa, poseen ciertos hombres cualidades tan á propósito para deslumbrar, para presentar los objetos bajo el punto de vista que les conviene ó los preocupa, que no es raro ver á la experiencia, al buen juicio, al tino, no poder contestar á una nube de argumentos especiosos otra cosa que: «esto no irá bien; estos raciocinios no son concluyentes; aquí hay ilusion; el tiempo lo manifestará.» Y es que hay cosas que mas bien se sienten que no se conocen; las hay que se _ven_ pero no se prueban, porque hay relaciones delicadas, hay minuciosidades casi imperceptibles, que no es posible demostrar con el discurso á quien no las descubre á la primera ojeada; hay puntos de vista sumamente fugaces, que en vano se buscan por quien no ha sabido colocarse en ellos en el momento oportuno. § VIII. Delicadeza de ciertos fenómenos intelectuales, en sus relaciones con la práctica. En el ejercicio de la inteligencia y demas facultades del hombre, hay muchos fenómenos que no se expresan con ninguna palabra, con ninguna frase, con ningun discurso: para comprender al que los experimenta es necesario experimentarlos tambien; y á veces es tan perdido el tiempo que se emplea para darse á entender, como si un hombre con vista quisiese á fuerza de explicacion, dar idea de los colores á un ciego de nacimiento. Esta delicadeza de fenómenos abunda en todos los actos de nuestra inteligencia; pero se nota de una manera particular en lo que tiene relacion con la práctica. Entónces, no puede abandonarse el espíritu á vanas abstracciones, no puede formarse sistemas fantásticos, puramente convencionales; preciso es que tome las cosas no como él las imagina ó desea, sino como son; de lo contrario, cuando haga el tránsito de la idea á los objetos, se encontrará en desacuerdo con la realidad, y verá desconcertados todos sus planes. Añádase á esto que en tratándose de la práctica, sobre todo en las relaciones de unos hombres con otros, no influye solo el entendimiento, sino que se desenvuelven simultáneamente las demas facultades. No hay tan solo la comunicacion de entendimiento con entendimiento, sino de corazon con corazon; á mas de la influencia recíproca de las ideas, hay tambien la de los sentimientos. § IX. Los despropósitos. El que está mas ventajosamente dotado en las facultades del alma, si se encuentra con otros que ó carezcan de alguna de ellas, ó las posean en grado inferior, se halla en el mismo caso que quien tiene completos los sentidos con respecto al que está privado de alguno. Si se recuerdan estas observaciones, se ahorrarán mucho tiempo y trabajo, y aun disgustos en el trato de los hombres. Risa causa á veces el observar cómo forcejan inútilmente ciertas personas por apartar á otras de un juicio errado, ó hacerles comprender alguna verdad. Óyese quizas en la conversacion un solemne desatino dicho con la mayor serenidad y buena fe del mundo. Está presente una persona de buen sentido, y se escandaliza, y replica, y aguza su discurso, y esfuerza mil argumentos para que el desatinado comprenda su sinrazon, y este, á pesar de todo, no se convence, y permanece tan satisfecho, tan contento; las reflexiones de su adversario no hacen mella en su ánimo impasible. Y esto ¿porqué? ¿Le faltan noticias? no. Lo que le falta en aquel punto es sentido comun. Su disposicion natural, ó sus hábitos, le han formado así: y el que se empeña en convencerle debiera reflexionar que quien ha sido capaz de verter un desatino tan completo, no es capaz de comprender la fuerza de la impugnacion. § X. Entendimientos torcidos. Hay ciertos entendimientos que parecen naturalmente defectuosos, pues tienen la desgracia de verlo todo bajo un punto de vista falso ó inexacto ó extravagante. En tal caso no hay locura, ni monomanía; la razon no puede decirse trastornada, y el buen sentido no considera á dichos hombres como faltos de juicio. Suelen distinguirse por una insufrible locuacidad, efecto de la rapidez de percepcion, y de la facilidad de hilvanar raciocinios. Apénas juzgan de nada con acierto: y si alguna vez entran en el buen camino, bien pronto se apartan de él arrastrados por sus propios discursos. Sucede con frecuencia ver en sus razonamientos una hermosa perspectiva que ellos toman por un verdadero y sólido edificio; el secreto está en que han dado por incontestable un hecho incierto, ó dudoso, ó inexacto, ó enteramente falso; ó han asentado como principio de eterna verdad una proposicion gratuita, ó tomado por realidad una hipótesis; y así han levantado un castillo que no tiene otro defecto que estar en el aire. Impetuosos, precipitados, no haciendo caso de las reflexiones de cuantos los oyen, sin mas guia que su torcida razon, llevados por su prurito de discurrir y hablar, arrastrados, por decirlo así, en la turbia corriente de sus propias ideas y palabras, se olvidan completamente del punto de partida, no advirtiendo que todo cuanto edifican es puramente fantástico, por carecer de cimiento. § XI. Inhabilidad de dichos hombres para los negocios. No hay peores hombres para los negocios; desgraciado el asunto en que ellos ponen la mano; y desgraciados muchas veces ellos mismos, si en sus cosas se hallan abandonados á su propia y exclusiva direccion. Las principales dotes de un buen entendimiento práctico son la madurez del juicio, el buen sentido, el tacto, y estas cualidades les faltan á ellos. Cuando se trata de llegar á la realidad, es preciso no fijarse solo en las ideas, sino pensar en los objetos; y esos hombres se olvidan casi siempre de los objetos y solo se ocupan de sus ideas. En la práctica es necesario pensar, no en lo que las cosas debieran ó pudieran ser, sino en lo que son; y ellos suelen pararse menos en lo que son, que en lo que pudieran ó debieran ser. Cuando un hombre de entendimiento claro y de juicio recto, se encuentra tratando un asunto con uno que adolezca de los defectos que acabo de describir, se halla en la mayor perplejidad. Lo que aquel ve claro, este lo encuentra oscuro; lo que el primero consideraba fuera de duda, el segundo lo mira como muy disputable. El juicioso plantea la cuestion de un modo que le parece muy natural y sencillo, el caviloso la mira de una manera diferente; diríase que son dos hombres de los cuales el uno padece una especie de estrabismo intelectual que desconcierta y confunde al que ve y mira bien. § XII. Este defecto intelectual suelo nacer de una causa moral. Reflexionando sobre la causa de semejantes aberraciones, no es difícil advertir que el origen está mas bien en el corazon que en la cabeza. Estos hombres suelen ser extremadamente vanos; un amor propio mal entendido les inspira el deseo de singularizarse en todo; y al fin llegan á contraer un hábito de apartarse de lo que piensan y dicen los demas, esto es, de ponerse en contradiccion con el sentido comun. La prueba de que entregados con naturalidad á su propio entendimiento no verian tan erradamente los objetos, y de que el caer en ridículas aberraciones procede mas bien de un deseo de singularizarse convertido en hábito, está en que suelen distinguirse por un espíritu de constante oposicion. Si el defecto estuviese en la cabeza, no habria ninguna razon para que en casi todas las cuestiones ellos sostuvieran el _no_ cuando los demas sostienen el _sí_, y ellos estuviesen por el _sí_ cuando los otros estan por el _no_; siendo de notar que á veces hay un medio seguro para llevarlos á la verdad, y es el sostener el error. Convengo en que á menudo ellos no advierten lo mismo que hacen, que no tienen una conciencia bien clara de esa inspiracion de la vanidad que los dirige y sojuzga; pero la funesta inspiracion no deja de existir; ni deja de ser remediable si hay quien se lo avise; mayormente si la edad, la posicion social y las lisonjas, no han llevado el mal hasta el último extremo. Y no es raro que se presenten ocasiones favorables para amonestar con algun fruto; porque esos hombres con su imprudencia, suelen atraer sobre sí amargos disgustos, cuando no desgracias; y entónces, abatidos por la adversidad, y enseñados por experiencia dolorosa, suelen tener lúcidos intervalos de que puede aprovecharse un amigo sincero para hacerles oir los consejos de una razon juiciosa. Por lo demas, cuando una realidad cruel no ha venido todavía á desengañarlos, cuando en sus accesos de sinrazon se entregan sin medida á la vanidad de sus proyectos, no suele haber otro medio para resistirles que callar, y con los brazos cruzados, y meneando la cabeza, sufrir con estóica impasibilidad la impetuosa avenida de sus proposiciones aventuradas, de sus raciocinios incoherentes, de sus planes descabellados. Y por cierto que esa impasibilidad no deja de producir de vez en cuando saludables efectos: porque el deseo de disputar cesa cuando no hay quien replique; no cabe oposicion cuando nadie ataca. Así no es raro ver á esos hombres volver en sí á poco rato de abrumar con su locuacidad á quien no les contesta; y amonestados por la elocuencia del silencio, excusarse de su molesta petulancia. Son almas inquietas y ardientes que viven de contradecir, y que á su vez necesitan contradiccion: cuando no la hay, cesa la pugna; y si se empeñan en comprenderla, bien pronto se fastidian cuando notan que léjos de habérselas con un enemigo resuelto á pelear, se ceban en quien se ha entregado como víctima en las aras de una verbosidad importuna. § XIII. La humildad cristiana en sus relaciones con los negocios mundanos. La humildad cristiana, esa virtud que nos hace conocer el límite de nuestras fuerzas, que nos revela nuestros propios defectos, que no nos permite exagerar nuestro mérito, ni ensalzarnos sobre los demas, que no nos consiente despreciar á nadie, que nos inclina á aprovecharnos del consejo y ejemplo de todos, aun de los inferiores, que nos hace mirar como frivolidades indignas de un espíritu serio el andar en busca de aplausos, el saborearse en el humo de la lisonja; que no nos deja creer jamas que hemos llegado á la cumbre de la perfeccion en ningun sentido, ni cegarnos hasta el punto de no ver lo mucho que nos queda por adelantar, y la ventaja que nos llevan otros; esa virtud que bien entendida es la verdad, pero la verdad aplicada al conocimiento de lo que somos, de nuestras relaciones con Dios y con los hombres; la verdad guiando nuestra conducta para que no nos extravien las exageraciones del amor propio; esa virtud, repito, es de suma utilidad en todo cuanto concierne á la práctica, aun en las cosas puramente mundanas. Sí, la humildad cristiana, en cambio de algunos sacrificios, produce grandes ventajas, hasta en los asuntos mas distantes de la devocion. El soberbio compra muy caro su satisfaccion propia; y no advierte que la víctima que inmola á ese ídolo que ha levantado en su corazon, son á veces sus intereses mas caros, es la misma gloria en pos de la cual tan desolado corre. § XIV. Daños acarreados por la vanidad y la soberbia. ¡Cuántas reputaciones se ajan, cuando no se destruyen, por la miserable vanidad! ¡cómo se disipa la ilusión que inspirara un gran nombre, si al acercársele os encontrais con una persona que solo habla de sí misma! ¡Cuántos hombres, por otra parte recomendabilísimos, se deslustran, y hasta se hacen objeto de burla, por un tono de superioridad, que choca é irrita, ó atrae los envenenados dardos de la sátira! ¡Cuántos se empeñan en negocios funestos, dan pasos desastrosos, se desacreditan ó se pierden, solo por haberse entregado á su propio pensamiento de una manera exclusiva, sin dar ninguna importancia á los consejos, á las reflexiones ó indicaciones de los que veian mas claro, pero que tenian la desgracia de ser mirados de arriba abajo, á una distancia inmensa, por ese dios mentido que habitando allá en el fantástico empíreo fabricado por su vanidad, no se dignaba descender á la ínfima region donde mora el vulgo de los modestos mortales! ¿Y para qué necesitaba él de consultar á nadie? La elevacion de su entendimiento, la seguridad y acierto de su juicio, la fuerza de su penetracion, el alcance de su prevision, la sagacidad de sus combinaciones, ¿no son ya cosas proverbiales? El buen resultado de todos los negocios en que ha intervenido, ¿á quién se debe sino á él? Si se han superado gravísimas dificultades, ¿quién las ha superado sino él? Si todo no lo han echado á perder sus compañeros, ¿quién lo ha evitado sino él? ¿Qué pensamiento se ha concebido de alguna importancia que no le haya concebido él? ¿Qué ocurrencia habrán tenido los otros que con mucha anticipacion no la hubiese tenido él? ¿De qué hubiera servido cuanto hayan excogitado los demas, si no lo hubiese rectificado, enmendado, ilustrado, agrandado, dirigido él? Contempladle; su frente altiva parece amenazar al cielo; su mirada imperiosa exige sumision y acatamiento; en sus labios asoma el desden hácia cuanto le rodea; en toda su fisonomía veréis que rebosa la complacencia en sí propio; la afectacion de sus gestos y modales os presenta un hombre lleno de sí mismo, que procede con excesiva compostura, como si temiese derramarse. Toma la palabra, resignaos á callar. ¿Replicais? no escucha vuestras réplicas y sigue su camino; ¿insistís otra vez? el mismo desden, acompañado de una mirada que exige atencion é impone silencio. Está fatigado de hablar, y descansa; entre tanto aprovechais la ocasion de exponer lo que intentabais hace largo rato; vanos esfuerzos! el semi-dios no se digna prestaros atencion, os interrumpe cuando se le antoja, dirigiendo á otros la palabra, si es que no estaba absorto en sus profundas meditaciones, arqueando las cejas, y preparándose á desplegar nuevamente sus labios con la majestuosa solemnidad de un oráculo. ¿Cómo podia ménos de cometer grandes yerros un hombre tan fatuo? y de esa clase hay muchos, por mas que no siempre llegue la fatuidad á una exageracion tan repugnante. Desgraciado el que desde sus primeros años no se acostumbra á rechazar la lisonja, á dar á los elogios que se le tributan el debido valor; que no se concentra repetidas veces, para preguntarse si el orgullo le ciega, si la vanidad le hace ridículo, si la excesiva confianza en su propio dictámen le extravía y le pierde. En llegando á la edad de los negocios, cuando ocupa ya en la sociedad una posicion independiente, cuando ha adquirido cierta reputacion merecida ó inmerecida, cuando se ve rodeado de consideracion, cuando ya tiene inferiores, las lisonjas se multiplican y agrandan, los amigos son ménos francos y ménos sinceros, y el hombre abandonado á la vanidad que dejó desarrollarse en su corazon, sigue cada dia con mas ceguedad el peligroso sendero, hundiéndose mas y mas en ese ensimismamiento, en ese goce de sí mismo, en que el amor propio se exagera hasta un punto lamentable, degenerando, por decirlo asi, en _egolatria_. § XV. El orgullo. La exageracion del amor propio, la soberbia, no siempre se presenta con un mismo carácter. En los hombres de temple fuerte y de entendimiento sagaz, es orgullo; en los flojos y poco avisados, es vanidad. Ambos tienen un mismo objeto, pero emplean medios diferentes. El orgulloso sin vanidad, tiene la hipocresía de la virtud; el vanidoso tiene la franqueza de su debilidad. Lisonjead al orgulloso, y rechazará la lisonja, temeroso de dañar á su reputacion haciéndose ridículo; de él se ha dicho con mucha verdad, que es demasiado orgulloso para ser vano. En el fondo de su corazon siente viva complacencia en la alabanza; pero sabe muy bien que este es un incienso honroso miéntras el ídolo no manifiesta deleitarse en el perfume; por esto no os pondrá jamas el incensario en la mano, ni consentirá que le hagais undular demasiado cerca. Es un dios á quien agrada un templo magnífico, y un culto esplendoroso; pero manteniéndose el ídolo escondido en la misteriosa oscuridad del santuario. Esto probablemente es mas culpable á los ojos de Dios, pero no atrae con tanta frecuencia el ridículo de los hombres. Con tanta frecuencia digo, porque difícilmente se alberga en un corazon el orgullo, sin que á pesar de todas las precauciones, degenere en vanidad. Aquella violencia no puede ser duradera; la ficcion no es para continuada por mucho tiempo. Saborearse en la alabanza y mostrar desden hácia ella; proponerse por objeto principal el placer de la gloria, y aparentar que no se piensa en ella, es demasiado fingir para que al traves de los mas tupidos velos no se descubra la verdad. El orgulloso á quien he descrito mas arriba no podia llamarse propiamente vano, y no obstante su conducta inspiraba algo peor que la vanidad misma: sobre la indignacion provocaba tambien la burla. § XVI. La vanidad. El simplemente vano no irrita, excita compasion, presta pábulo á la sátira. El infeliz no desprecia á los demas hombres, los respeta, quizas los admira y teme. Pero padece una verdadera sed de alabanza: y no como quiera, sino que necesita oirla él mismo, asegurarse de que en efecto se le alaba, complacerse en ella con delectacion morosa, y corresponder á las buenas almas que le favorecen, expresando con una inocente sonrisita su íntimo goce, su dicha, su gratitud. ¿Ha hecho alguna cosa buena? Ah! habladle de ella por piedad, no le hagais padecer. ¿No veis que se muere por dirigir la conversacion hácia sus glorias? Cruel! que os desentendeis de sus indicaciones, que con vuestra distraccion, con vuestra dureza, le obligaréis á aclararlas mas y mas hasta convertirlas en súplicas. En efecto, ¿ha gustado lo que él ha dicho ó escrito ó hecho? ¡qué felicidad! y es necesario que se advierta que fué sin preparacion, que todo se debió á la fecundidad de su vena, á una de sus felices ocurrencias. ¿No habeis notado cuántas bellezas, cuántos golpes afortunados? Por piedad, no aparteis la vista de tantas maravillas, no introduzcais en la conversacion especies inconducentes, dejadle gozar de su beatitud. Nada de la altivez satánica del orgulloso; nada de hipocresía, un inexprimable candor se retrata en su semblante; su fisonomía se dilata agradablemente; su mirada es afable, es dulce, sus modales atentos; su conducta complaciente; el desgraciado está en actitud de suplicante, teme que una imprudencia no le arrebate su dicha suprema. No es duro, no es insultante, no es ni siquiera exclusivo, no se opone á que otros sean alabados; solo quiere participar. ¡Con qué ingenua complacencia refiere sus trabajos y aventuras! En pudiendo hablar de sí mismo su palabra es inextinguible. A sus alucinados ojos, su vida es poco ménos que una epopeya. Los hechos mas insignificantes se convierten en episodios de sumo interes, las vulgaridades en golpes de ingenio, los desenlaces mas naturales en resultados de combinaciones estupendas. Todo converge hácia él: la misma historia de su pais no es mas que un gran drama, cuyo héroe es él; todo es insipido si no lleva su nombre. § XVII. La influencia del orgullo es peor para los negocios que la de la vanidad. Este defecto, aunque mas ridículo que el orgullo, no tiene sin embargo tantos inconvenientes para la práctica. Como es una complacencia en la alabanza mas bien que un sentimiento fuerte de superioridad, no ejerce sobre el entendimiento un influjo tan maléfico. Estos hombres son por lo comun de un carácter flojo, como lo manifiesta la misma debilidad con que se dejan arrastrar por su inclinacion. Así es, que no suelen desechar como los orgullosos el consejo ajeno, y aun muchas veces se adelantan á pedirle. No son tan altivos que no quieran recibir nada de nadie; y ademas se reservan el derecho de explotar despues el negocio para formar su pomito de olor de vanagloria en que se puedan deleitar. ¿Es poco por ventura si el asunto sale bien, el gusto de referir todo lo que pensó el que le condujo, y la sagacidad con que conoció las dificultades, y el tino con que procedió para vencerlas, y la prudencia con que tomó consejo de personas entendidas, y lo mucho que el aconsejado ilustró el juicio del consejero? No deja de haber en esto una mina abundante, que á su debido tiempo será explotada cual conviene. § XVIII. Cotejo entre el orgullo y la vanidad. El orgullo tiene mas malicia, la vanidad mas flaqueza; el orgullo irrita, la vanidad inspira compasion; el orgullo concentra, la vanidad disipa; el orgullo sugiere quizas grandes crímenes, la vanidad ridículas miserias; el orgullo está acompañado de un fuerte sentimiento de superioridad é independencia, la vanidad se aviene con la desconfianza de sí mismo, hasta con la humillacion; el orgullo tiende los resortes del alma, la vanidad los afloja; el orgullo es violento, la vanidad es blanda; el orgullo quiere la gloria, pero con cierta dignidad, con cierto predominio, con altivez, sin degradarse; la vanidad la quiere tambien, pero con lánguida pasion, con abandono, con molicie: podria llamarse la afeminacion del orgullo. Así la vanidad es mas propia de las mujeres, el orgullo de los hombres, y por la misma razon la infancia tiene mas vanidad que orgullo, y este no suele desarrollarse sino en la edad adulta. Si bien es verdad que en teoría estos dos vicios se distinguen por las cualidades expresadas, no siempre se encuentran en la práctica con señales tan características. Lo mas comun es hallarse mezclado en el corazon humano, teniendo cada cual no solo sus épocas sino sus dias, sus horas, sus momentos. No hay una línea divisoria que separe perfectamente los dos colores; hay una gradacion de matices, hay irregularidad en los rasgos, hay ondas, aguas, que solo descubre quien está acostumbrado á desenvolver y contemplar los complicados y delicados pliegues del humano corazon. Y aun si bien se mira, el orgullo y la vanidad son una misma cosa con distintas formas; es un mismo fondo que ofrece diversos cambiantes segun el modo con que le da la luz. Este fondo es la exageracion del amor propio, el culto de sí mismo. El ídolo está cubierto con tupido velo, ó se presenta á los adoradores con faz atractiva y risueña; mas por esto no varía, es el hombre que se ha levantado á sí propio un altar en su corazon, y se tributa incienso, y desea que se lo tributen los demas. § XIX. Cuán general es dicha pasion. Puede asegurarse sin temor de errar, que esta es la pasion mas general, la que admite ménos excepciones, quizas ninguna, aparte las almas privilegiadas sumergidas en la purísima llama de un amor celeste. La soberbia ciega al ignorante como al sabio, al pobre como al rico, al débil como al poderoso, al desventurado como al feliz, á la infancia como á la vejez; domina al libertino, no perdona al austero, campea en el gran mundo, y penetra en el retiro de los claustros; rebosa en el semblante de la altiva señora, que reina en los salones por la nobleza de su linaje, por sus talentos y hermosura, pero se trasluce tambien en la tímida palabra de la humilde religiosa, que salida de familia oscura, se ha encerrado en el monasterio, desconocida de los hombres sin mas porvenir en la tierra que una sepultura ignorada. Encuéntranse personas exentas de liviandad, de codicia, de envidia, de odio, de espíritu de venganza; pero libre de esa exageracion del amor propio, que segun es su forma, se llama orgullo ó vanidad, no se halla casi nadie, bien podria decirse que nadie. El sabio se complace en la narracion de los prodigios de su saber, el ignorante se saborea en sus necedades; el valiente cuenta sus hazañas, el galan sus aventuras; el avariento ensalza sus talentos económicos, el pródigo su generosidad; el lijero pondera su viveza, el tardío su aplomo; el libertino se envanece por sus desórdenes, y el austero se deleita en que su semblante muestre á los hombres la mortificacion y el ayuno. Este es sin duda el defecto mas general; esta es la pasion mas insaciable cuando se le da rienda suelta; la mas insidiosa, mas sagaz para sobreponerse, cuando se la intenta sujetar. Si se la domina un tanto á fuerza de elevacion de ideas, de seriedad de espíritu y firmeza de carácter, bien pronto trabaja por explotar esas nobles cualidades, dirigiendo el ánimo hácia la contemplacion de ellas; y si se la resiste con el arma verdaderamente poderosa y única eficaz, que es la humildad cristiana, á esta misma procura envanecerla, poniéndole asechanzas para hacerla perecer. Es un reptil que si le arrojamos de nuestro pecho, se arrastra y enrosca á nuestros pies; y cuando pisamos un extremo de su flexible cuerpo, se vuelve y nos hiere con emponzoñada picadura. § XX. Necesidad de una lucha continua. Siendo esta una de las miserias de la flaca humanidad, preciso es resignarse á luchar con ella toda la vida; pero es necesario tener siempre fija la vista sobre el mal, limitarle al menor círculo posible; y ya que no sea dado á nuestra debilidad el remediarlo del todo, al ménos no dejarle que progrese, evitar que cause los estragos que acostumbra. El hombre que en este punto sabe dominarse á si mismo, tiene mucho adelantado para conducirse bien; posee una cualidad rara que luego producirá sus buenos resultados, perfeccionando y madurando el juicio, haciendo adelantar en el conocimiento de las cosas y de los hombres, y adquiriendo esa misma alabanza que tanto mas se merece cuanto ménos se busca. Removido el óbice es mas fácil entrar en el buen camino; y libre la vista de esa niebla que la ofusca, no es tan peligroso extraviarse. § XXI. No es solo la soberbia lo que nos induce á error al proponernos un fin. Para proponerse acertadamente un fin, es necesario comprender perfectamente la posicion del que le ha de alcanzar. Y aquí repetiré lo que llevo indicado mas arriba, y es que son muchos los hombres que marchan á la aventura, ya sea no fijándose en un fin bien determinado, ya no calculando la relacion que este tiene con los medios de que se puede disponer. En la vida privada como en la pública, es tarea harto difícil el comprender bien la posicion propia: el hombre se forma mil ilusiones, que le hacen equivocar sobre el alcance de sus fuerzas, y la oportunidad de desplegarlas. Sucede con mucha frecuencia que la vanidad las exagera, pero como el corazón humano es un abismo de contradicciones, tampoco es raro el ver que la pusilanimidad las disminuye mas de lo justo. Los hombres levantan con demasiada facilidad encumbradas torres de Babel, con la insensata esperanza de que la cima podrá tocar al cielo: pero tambien les acontece desistir pusilánimes, hasta de la construccion de una modesta vivienda. Verdaderos niños que ora creen poder tocar el cielo con la mano, en subiendo á una colina, ora toman por estrellas que brillan á inmensa distancia en lo mas elevado del firmamento, bajas y pasajeras exhalaciones de la atmósfera sublunar. Quizas se atreven á mas de lo que pueden; pero á veces no pueden porque no se atreven. ¿Cuál será en estos casos el verdadero criterio? Pregunta á que es difícil contestar, y sobre la cual solo caben reflexiones muy vagas. El primer obstáculo que se encuentra es que el hombre se conoce poco á sí mismo; y entónces, ¿cómo sabrá lo que puede y lo que no puede? Se dirá que con la experiencia; es cierto; pero el mal está en que esa experiencia es larga, y que á veces da su fruto cuando la vida toca á su término. No digo que ese criterio sea imposible; muy al contrario, en varias partes de esta misma obra indico los medios para adquirirle. Señalo la dificultad, pero no afirmo la imposibilidad: la dificultad debe inspirarnos diligencia, mas no producirnos abatimiento. § XXII. Desarrollo de fuerzas latentes. Hay en el espíritu humano muchas fuerzas que permanecen en estado de _latentes_ hasta que la ocasion las despierta y aviva; el que las posee no lo sospecha siquiera, quizas baja al sepulcro sin haber tenido conciencia de aquel precioso tesoro, sin que un rayo de luz reflejara en aquel diamante que hubiera podido embellecer la mas esplendente diadema. ¡Cuántas veces una escena, una lectura, una palabra, una indicacion, remueve el fondo del alma y hace brotar de ella inspiraciones misteriosas! Fria, endurecida, inerte ahora, y un momento despues surge de ella un raudal de fuego que nadie sospechara oculto en sus entrañas. ¿Qué ha sucedido? se ha removido un pequeño obstáculo que impedia la comunicacion con el aire libre, se ha presentado á la masa eléctrica un punto atrayente, y el fluido se ha comunicado y dilatado con la celeridad del pensamiento. El espíritu se desenvuelve con el trato, con la lectura, con los viajes, con la presencia de grandes espectáculos; no tanto por lo que recibe de fuera, como por lo que descubre dentro de sí. ¿Qué le importa el haber olvidado lo visto ú oido ó leído, si se mantiene viva la facultad que el afortunado encuentro le revelara? el fuego prendió, arde sin extinguirse, poco importa que se haya perdido la tea. Las facultades intelectuales y morales se excitan tambien como las pasiones. A veces un corazon inexperto duerme tranquilamente el sueño de la inocencia: sus pensamientos son puros como los de un ángel, sus ilusiones cándidas como el copo de nieve que cubre de blanquísima alfombra la dilatada llanura; pasó un instante; se ha corrido un velo misterioso; el mundo de la inocencia y de la calma desapareció, y el horizonte se ha convertido en un mar de fuego y de borrascas. ¿Qué ha sucedido? Ha mediado una lectura, una conversacion imprudente, la presencia de un objeto seductor. Hé aquí la historia del dispertar de muchas facultades del alma. Criada para estar unida con el cuerpo con lazo incomprensible, y para ponerse en relacion con sus semejantes, tiene como ligadas algunas de sus facultades hasta que una impresion exterior viene á desenvolverlas. Si supiéramos de qué disposiciones nos ha dotado el Autor de la naturaleza no seria difícil ponerlas en accion, ofreciéndoles el objeto que mas se les adapta, y que por lo mismo las excita y desarrolla; pero como al encontrarse el hombre engolfado en la carrera de la vida, ya le es muchas veces imposible volver atras, deshaciendo todo el camino que la educacion y la profesion escogida ó impuesta le han hecho andar, es necesario que acepte las cosas tales como son, aprovechándose de lo bueno, y evitando lo malo en lo que le sea posible. § XXIII. Al proponernos un fin debemos guardarnos de la presuncion y de la excesiva desconfianza. Sea cual fuere su carrera, su posicion en la sociedad, sus talentos, inclinaciones ó índole, nunca el hombre debe prescindir de emplear su razon, ya sea para prefijarse con acierto el fin, ya para echar mano de los medios mas á propósito para llegar á el. El fin ha de ser proporcionado á los medios, y estos son las fuerzas intelectuales, morales ó fisicas y demas recursos de que se puede disponer. Proponerse un blanco fuera del alcance, es gastar inútilmente las fuerzas; así como es desperdiciarlas, exponiéndolas á disminuirse por falta de ejercicio, el no aspirar á lo que la razon y la experiencia dicen que se puede llegar. § XXIV. La pereza. Si bien es cierto que la prudencia aconseja ser mas bien desconfiado que presuntuoso, y que por lo mismo no conviene entregarse con facilidad á empresas arduas, tambien importa no olvidar que la resistencia á las sugestiones del orgullo ó de la vanidad, puede muy bien explotarla la pereza. La soberbia es sin duda un mal consejero, no solo por el objeto á que nos conduce, sino tambien por la dificultad que hay en guardarse de sus insidiosos amaños; pero es seguro que poco falta si no encuentra en la pereza una digna competidora. El hombre ama las riquezas, la gloria, los placeres, pero tambien ama mucho el no hacer nada; esto es para él un verdadero goce, al que sacrifica á menudo su reputacion y bienestar. Dios conocia bien la naturaleza humana, cuando la castigó con el trabajo; el comer el pan con el sudor de su rostro es para el hombre una pena continua, y frecuentemente muy dura. § XXV. Una ventaja de la pereza sobre las demas pasiones. La pereza, es decir, la pasion de la inaccion, tiene para triunfar, una ventaja sobre las demas pasiones, y es que no exige nada; su objeto es una pura negacion. Para conquistar un alto puesto es preciso mucha actividad, constancia, esfuerzos; para granjearse brillante nombradía es necesario presentar títulos que la merezcan, y estos no se adquieren sin largas y penosas fatigas; para acumular riquezas es indispensable atinada combinacion y perseverante trabajo; hasta los placeres mas muelles no se disfrutan si no se anda en busca de ellos, y no se emplean los medios conducentes. Todas las pasiones, para el logro de su objeto, exigen algo; solo la pereza no exige nada. Mejor la contentais sentado que en pié, mejor echado que sentado, mejor soñoliento que bien despierto. Parece ser la tendencia á la misma nada; la nada es al ménos su solo límite; cuanto mas se acerca á ella el perezoso, en su modo de ser, mejor está. § XXVI. Orígen de la pereza. El orígen de la pereza se halla en nuestra misma organizacion, y en el modo con que se ejercen nuestras funciones. En todo acto hay un gasto de fuerza, hay pues un principio de cansancio, y por consiguiente de sufrimiento. Cuando la pérdida es insignificante, y solo ha trascurrido el tiempo necesario para desplegar la accion de los órganos ó miembros, no hay sufrimiento todavía, y hasta puede sentirse placer; mas bien pronto la pérdida se hace sensible, y el cansancio empieza. Por esta causa no hay perezoso que no emprenda repetidas veces y con gusto algunos trabajos; y quizas por la misma razon tambien, los mas vivos no son los mas laboriosos. La intensidad con que ponen en ejercicio sus fuerzas, debe de excitar en ellos mas pronto que en otros, la sensacion de cansancio; por cuyo motivo, se acostumbrarán mas fácilmente á mirar el trabajo con aversion. § XXVII. Pereza del espíritu. Como el ejercicio de las facultades intelectuales y morales necesita la concomitancia de ciertas funciones orgánicas, la pereza tiene lugar en los actos del espíritu como en los del cuerpo. No es el espíritu quien se cansa, sino los órganos corporales que le sirven; pero el resultado viene á ser el mismo. Así es que hay á veces una pereza de pensar y aun de querer, tan poderosa como la de hacer cualquier trabajo corpóreo. Y es de notar que estas dos clases de pereza no siempre son simultáneas, pudiendo existir la una sin la otra. La experiencia atestigua que la fatiga puramente corporal, ó del sistema muscular, no siempre produce postracion intelectual y moral; y no es raro estar sumamente fatigado de cuerpo, y sentir muy activas las facultades del espíritu. Al contrario, despues de largos é intensos trabajos mentales, á veces se experimenta un verdadero placer en ejercitar las fuerzas físicas, cuando las intelectuales han llegado ya á un estado de completa postracion. Estos fenómenos no son difíciles de explicar si se advierte que las alteraciones del sistema muscular distan mucho de guardar proporcion con las del sistema nervioso. § XXVIII. Razones que confirman lo dicho sobre el orígen de la pereza. En prueba de que la pereza es un instinto de precaucion contra el sufrimiento que nace del ejercicio de las facultades, se puede observar: 1º. que cuando este ejercicio produce placer, no solo no hay repugnancia á la accion, sino que hay inclinacion hácia ella; 2º. que la repugnancia al trabajo es mas poderosa ántes de empezarle, porque entónces es necesario un esfuerzo para poner en accion los órganos ó miembros; 3º. que la repugnancia es nula cuando desplegado ya el movimiento, no ha trascurrido aun el tiempo suficiente para hacer sentir el cansancio que nace del quebranto de las fuerzas; 4º. que la repugnancia renace, y se aumenta á medida que este quebranto se verifica; 5º. que los mas vivos adolecen mas de este mal porque experimentan ántes al sufrimiento; 6º. que los de índole versátil y lijera, suelen tener el mismo defecto, por la sencilla razon de que á mas del esfuerzo que exige el trabajo, han de menester otro para sujetarse á sí mismos venciendo su propension á variar del objeto. § XXIX. La inconstancia. Su naturaleza y orígen. La inconstancia, que en apariencia no es mas que un exceso de actividad, pues que nos lleva continuamente á ocuparnos de cosas diferentes, no es mas que la pereza bajo un velo hipócrita. El inconstante sustituye un trabajo á otro, porque así se evita la molestia que experimenta con la necesidad de sujetar su atencion y accion á un objeto determinado. Así es que todos los perezosos suelen ser grandes proyectistas; porque el excogitar proyectos es cosa que ofrece campo á vastas divagaciones, que no exigen esfuerzo para sujetar el espíritu; tambien suelen ser amigos de emprender muchas cosas, sucesiva ó simultáneamente, siempre con el bien entendido de no llevar á cabo ninguna. § XXX. Pruebas y aplicaciones. Vemos á cada paso hombres cuyos intereses y deberes reclaman ciertos trabajos no mas pesados que los que ellos mismos se imponen: y no obstante dejan aquellos por estos, sacrificando á su gusto el interes y el deber. Han de despachar un expediente, y le dejan intacto, á pesar de que no habian de emplear en él ni la mitad del tiempo que han gastado en correspondencias insignificantes. Han de avistarse con una persona para tratar un negocio; no lo hacen, y andan mas camino, y consumen mas tiempo y mas palabras, hablando de cosas indiferentes. Han de acudir á una reunion donde se han de ventilar asuntos de intereses: no ignoran lo que se ha de tratar, y no habrian de hacer grande esfuerzo para enterarse de lo que ocurra, y dar con acierto su dictámen; pues no importa, aquellas horas reclamadas por sus intereses, las consumirán quizas disputando de política, de guerra, de ciencias, de literatura, de cualquier cosa, con tal que no sea aquello á que estan obligados. El pasear, el hablar, el disputar, son sin duda ejercicio de facultades del espíritu y del cuerpo; y no obstante en el mundo abundan los amigos de pasear, los habladores y disputadores, y escasean los verdaderamente laboriosos. Y esto ¿porqué? porque el pasear y hablar y disputar son compatibles con la inconstancia, no exigen esfuerzo, consienten variedad continua, llevan consigo naturales alternativas de trabajo y descanso, enteramente sujetas á la voluntad y al capricho. § XXXI. El justo medio entre dichos extremos. Evitar la pusilanimidad sin fomentar la presuncion, sostener y alentar la actividad sin inspirar vanidad, hacer sentir al espíritu sus fuerzas sin cegarle con el orgullo, hé aquí una tarea difícil en la direccion de los hombres, y mas todavía en la direccion de sí mismo. Esto es lo que el Evangelio enseña, esto es lo que la razon aplaude y admira. Entre dichos escollos debemos caminar siempre, no con la esperanza de no dar jamas en ninguno de ellos, pero sí con la mira, con el deseo, y la esperanza tambien, de no estrellarnos hasta el punto de perecer. La virtud es difícil, mas no imposible: el hombre no la alcanza aquí en la tierra sin mezcla de muchas debilidades que la deslustran; pero no carece de los medios suficientes para poseerla y perfeccionarla. La razon es un monarca condenado á luchar de continuo con las pasiones sublevadas; pero Dios la ha provisto de lo necesario para pelear y vencer. Lucha terrible, lucha penosa, lucha llena de azares y peligros, mas por lo mismo tanto mas digna de ser ansiada por las almas generosas. En vano se intenta en nuestro siglo proclamar la omnipotencia de las pasiones, y lo irresistible de su fuerza para triunfar de la razon; el alma humana, sublime destello de la divinidad, no ha sido abandonada por su Hacedor. No hay fuerzas que basten á apagar la antorcha de la moral ni en el individuo ni en la sociedad; en el individuo sobrevive á todos los crímenes, en la sociedad resplandece aun despues de los mayores trastornos: en el individuo culpable, reclama sus derechos con la voz del remordimiento; en la sociedad, por medio de elocuentes protestas, y de ejemplos heróicos. § XXXII. La moral es la mejor guia del entendimiento práctico. La mejor guia del entendimiento práctico, es la moral. En el gobierno de las naciones, la política pequeña es la política de los intereses bastardos, de las intrigas, de la corrupcion; la política grande es la política de la conveniencia pública, de la razon, del derecho. En la vida privada, la conducta pequeña es la de los manejos ignobles, de las miras mezquinas, del vicio; la conducta grande es la que inspira la generosidad y la virtud. Lo recto y lo útil á veces parecen andar separados; pero no suelen estarlo sino por un corto trecho; llevan caminos opuestos en apariencia, y sin embargo el punto á que se dirigen es el mismo. Dios quiere por estos medios, probar la fortaleza del hombre; y el premio de la constancia no siempre se hace esperar todo en la otra vida. Que si esto sucede una que otra vez, ¿es acaso lijera recompensa el descender al sepulcro con el alma tranquila, sin remordimiento, y con el corazon embriagado de esperanza? No lo dudemos: el arte de gobernar no es mas que la razon y la moral aplicadas al gobierno de las naciones; el arte de conducirse bien en la vida privada, no es mas que el Evangelio en práctica. Ni la sociedad ni el individuo olvidan impunemente los eternos principios de la moral; cuando lo intentan por el aliciente del interes, tarde ó temprano se pierden, perecen, en sus propias combinaciones. El interes que se erigiera en ídolo, se convierte en víctima. La experiencia de todos los dias es una prueba de esta verdad; en la historia todos los tiempos la vemos escrita con caractéres de sangre. § XXXIII. La armonía del universo defendida con el castigo. No hay falta sin castigo; el universo está sujeto á una ley de armonía: quien la perturba sufre. Al abuso de nuestras facultades físicas sucede el dolor; á los extravíos del espíritu siguen el pesar y el remordimiento. Quien busca con excesivo afan la gloria se atrae la burla; quien intenta exaltarse sobre los demas con orgullo destemplado, provoca contra sí la indignacion, la resistencia, el insulto, las humillaciones. El perezoso goza en su inaccion, pero bien pronto su desidia disminuye sus recursos, y la precision de atender á sus necesidades le obliga á un exceso de actividad y de trabajo. El pródigo disipa sus riquezas en los placeres y en la ostentacion: pero no tarda en encontrar un vengador de sus desvaríos en la pobreza andrajosa y hambrienta, que le impone en vez de goce privaciones, en vez de lujosa ostentacion escasez vergonzosa. El avaro acumula tesoros temiendo la pobreza; y en medio de sus riquezas sufre los rigores de esa misma pobreza que tanto le espanta: él se condena á sí mismo á todos ellos, con su alimento limitado y grosero, su traje sucio y raido, su habitacion pequeña, incómoda y desaseada. No aventura nada por no perder nada; desconfia hasta de las personas que mas le aman; en el silencio y tinieblas de la noche visita sus arcas enterradas en lugares misteriosos, para asegurarse que el tesoro está allí, y aumentarle todavía mas; y entre tanto le acecha uno de sus sirvientes ó vecinos, y el tesoro con tanto afan acumulado, con tanta precaucion escondido, desaparece. En el trato, en la literatura, en las artes, el excesivo deseo de agradar produce desagrado; el afan por ofrecer cosas demasiado exquisitas fastidia: lo ridículo está junto á lo sublime; lo delicado no dista de lo empalagoso; el prurito de ofrecer cuadros simétricos, suele conducir á contrastes disparatados. En el gobierno de la sociedad el abuso del poder acarrea su ruina; el abuso de la libertad da orígen á la esclavitud. El pueblo que quiere extender demasiado sus fronteras, suele verse mas estrechado de lo que exigen las naturales; el conquistador que se empeña en acumular coronas sobre su cabeza, acaba por perderlas todas; quien no se satisface con el dominio de vastos imperios, va á consumirse en una roca solitaria en la inmensidad del Océano. De los que ambicionan el poder supremo, la mayor parte encuentran la proscripcion ó el cadalso. Codician el alcázar de un monarca, y pierden el hogar doméstico, sueñan en un trono y encuentran un patíbulo. § XXXIV. Observaciones sobre las ventajas y desventajas de la virtud en los negocios. Dios no ha dejado indefensas sus leyes, á todas las ha escudado con el justo castigo; castigo que por lo comun se experimenta ya en esta vida. Por esta razon los cálculos basados sobre el interes en oposicion con la moral, estan muy expuestos á salir fallidos, enredándose la inmoralidad en sus propios lazos. Mas no se crea que con esto quiera yo negar que el hombre virtuoso se halle muchas veces en posicion sumamente desventajosa, para competir con un adversario inmoral. No desconozco que en un caso dado, tiene mas probabilidad de alcanzar un fin el que puede emplear cualquier medio por no reparar en ninguno, como le sucede al hombre malo; y que no dejara de ser un obstáculo gravísimo el tener que valerse de muy pocos medios ó quizas solamente de uno, como le acontece al virtuoso, á causa de que los inmorales son para él como si no existiesen; pero si bien esto es verdad considerando un negocio aislado, no lo es ménos que andando el tiempo, los inconvenientes de la virtud se compensan con las ventajas; así como las ventajas del vicio se compensan con los inconvenientes; y que en último resultado, un hombre verdaderamente recto llegará á lograr el fruto de su rectitud alcanzando el fin que discretamente se proponga; y que el inmoral expiará tarde ó temprano sus iniquidades, encontrando la perdicion en la extremidad de sus malos y tortuosos caminos. § XXXV. Defensa de la virtud contra una inculpacion injusta. Los hombres virtuosos y desgraciados, tienen cierta propension á señalar sus virtudes como el orígen de sus desgracias; pues que á esto los inclinan de consuno el deseo de ostentar su virtud, y el de ocultar sus imprudencias; que imprudencias muy grandes se cometen tambien con la intencion mas recta y mas pura. La virtud no es responsable de los males acarreados por nuestra imprevision ó lijereza; pero el hombre suele achacárselos á ella con demasiada facilidad. «Mi buena fe me ha perdido,» exclama el hombre honrado víctima de una impostura; cuando lo que le ha perdido no es su buena fe, sino su torpe confianza en quien le ofrecia demasiados motivos para prudentes sospechas. ¿Acaso los malos no son tambien con mucha frecuencia víctima de otros malos, y los pérfidos de otros pérfidos? La virtud nos enseña el camino que debemos seguir, mas no se encarga de descubrirnos todos los lazos que en él podemos encontrar: esto es obra de la penetracion, de la prevision, del buen juicio, es decir de un entendimiento claro y atinado. Con estas dotes no está reñida la virtud, mas no siempre las lleva por compañeras. Como fiel amiga de la humanidad se alberga sin repugnancia en el corazon de toda clase de hombres; ora brille en ellos esplendente y puro el sol de la inteligencia, ora esté oscurecido con espesa niebla. § XXXVI. Defensa de la sabiduría contra una inculpacion infundada. Creen algunos que los grandes talentos y el mucho saber, propenden de suyo al mal; esto es una especie de blasfemia contra la bondad del Criador. ¿La virtud necesita acaso las tinieblas? Los conocimientos y las virtudes de la criatura, ¿no emanan acaso de un mismo origen, del piélago de luz y santidad, que es Dios? Si la elevacion de la inteligencia condujese al mal, la maldad de los seres estaria en proporcion con su altura; ¿adivinais la consecuencia? ¿porqué no sacarla? La sabiduría infinita seria la maldad infinita; y héos aquí en el error de los maniqueos, encontrando en la extremidad de la escala de los reres un principio malo. Pero ¿qué digo? peor fuera este error que el de Manes; pues que en él, no se podria admitir un principio bueno. El genio del mal presidiria sin rival, enteramente solo, á los destinos del mundo; el rey del Averno deberia colocar su trono de negra lava en las esplendentes regiones del empíreo. No, no debe el hombre huir de la luz por temor de caer en el mal; la verdad no teme la luz, y el bien moral es una gran verdad. Cuanto mas ilustrado esté el entendimiento mejor conocerá la inefable belleza de la virtud, y conociéndola mejor, tendrá ménos dificultades en practicarla. Rara vez hay mucha elevacion en las ideas, sin que de ella participen los sentimientos; y los sentimientos elevados ó nacen de la misma virtud, ó son una disposicion muy á propósito para alcanzarla. Hasta hay en favor del talento y del saber una razon fundada en la naturaleza de las facultades del alma. Nadie ignora que por lo comun el mucho desarrollo de la una es con algun perjuicio de la otra; por consiguiente, cuando en el hombre se desenvuelvan de una manera particular las facultades superiores, menguarán en su fuerza las pasiones groseras, orígen de los vicios. La historia del espíritu humano confirma esta verdad: generalmente hablando, los hombres de entendimiento muy elevado no han sido perversos; muchos se han distinguido por sus eminentes virtudes; otros han sido débiles como hombres, mas no malvados; y si uno que otro ha llegado á este extremo, debe mirarse como excepcion, no como regla. ¿Sabeis porqué un malvado de gran talento compromete, por decirlo así, la reputacion de los demas, prestando ocasion á que de algunos casos particulares se saquen deducciones generales? Porque en un malvado de gran talento todos piensan, de un malvado necio nadie se acuerda; porque forman un vivo contraste la iniquidad y el gran saber, y este contraste hace mas notable el extremo feo; por la misma razon que se repara mas en la relajacion de un sacerdote que en la de un seglar. Nadie nota una mancha mas en un cristal muy sucio; pero en otro muy limpio y brillante, se presenta desde luego á los ojos el mas pequeño lunar. § XXXVII. Las pasiones son buenos instrumentos, pero malos consejeros. Ya vimos (Cap. XIX) cuán pernicioso era el influjo de las pasiones para impedirnos el conocimiento de la verdad, aun la especulativa; pero lo que allí se dijo en general, tiene muchísima mas aplicacion en refiriéndose á la práctica. Cuando tratamos de ejecutar alguna cosa, las pasiones son á veces un auxiliar excelente; mas para prepararla en nuestro entendimiento, son consejeros muy peligrosos. El hombre sin pasiones seria frio, tendria algo de inerte, por carecer de uno de los principios mas poderosos de accion que Dios ha concedido á la humana naturaleza; pero en cambio, el hombre dominado por las pasiones es ciego y se abalanza á los objetos á la manera de los brutos. Examinando atentamente el modo de obrar de nuestras facultades, se echa de ver que la razon es á propósito para dirigir, y las pasiones para ejecutar; y así es que aquella atiende no solo á lo presente sino tambien á lo pasado y á lo venidero, cuando estas miran el objeto solo por lo que es en el momento actual, y por el modo con que nos afecta. Y es que la razon como verdadera directora se hace cargo de todo lo que puede dañar ó favorecer, no solo ahora, sino tambien en el porvenir; pero las pasiones como encargadas únicamente de ejecutar, solo se cuidan del instante y de la impresion actuales. La razon no se para solo en el placer sino en la utilidad, en la moralidad, en el decoro; las pasiones prescinden del decoro, de la moralidad, de la utilidad, de todo lo que no sea la impresion agradable ó ingrata, que en el acto se experimenta. § XXXVIII. La hipocresía de las pasiones. Cuando hablo de pasiones, no me refiero únicamente á las inclinaciones fuertes, violentas, tempestuosas, que agitan nuestro corazon como los vientos el océano; trato tambien de aquellas mas suaves, mas espirituales, por decirlo asi, porque al parecer estan mas cerca de las altas regiones del espíritu, y que suelen apellidarse _sentimientos_. Las pasiones son las mismas, solo varian por su forma, ó mas bien por la graduacion de intensidad, y por el modo de dirigirse á su objeto. Son entónces mas delicadas, pero no ménos temibles; pues que esa misma delicadeza contribuye á que con mas facilidad nos seduzcan y extravien. Cuando la pasion se presenta en toda su deformidad y violencia, sacudiendo brutalmente el espíritu, y empeñándose en arrastrarle por malos caminos, el espíritu se precave contra el adversario, se prepara á luchar, resultando tal vez que la misma impetuosidad del ataque provoca una heróica defensa. Pero si la pasion depone sus maneras violentas, si se despoja, por decirlo así, de sus groseras vestiduras, cubriéndose con el manto de la razon; si sus sugestiones se llaman conocimiento, y sus inclinaciones voluntad, ilustrada pero decidida, entónces toma por traicion una plaza que no hubiera tomado por asalto. § XXXIX. Ejemplo. La venganza bajo dos formas. Un hombre que ha irrogado una ofensa, está con una pretension en cuyo éxito puede influir decisivamente el ofendido. Tan pronto como este lo sabe, recuerda la ofensa recibida, el resentimiento se dispierta en su corazon, al resentimiento sucede la cólera, y la cólera engendra un vivo deseo de venganza. ¿Y porqué dejara de vengarse? ¿No se le ofrece ahora una excelente oportunidad? ¿No será para él un placer el presenciar la desesperacion de su adversario burlado en sus esperanzas, y quizas sumido en la oscuridad, en la desgracia, en la miseria? «Véngate, véngate, le dice en alta voz su corazon; véngate, y que él sepa que te has vengado; dáñale, ya que él te dañó, humíllale, ya que él te humilló; goza tú el cruel pero vivo placer de su desgracia, ya que él se gozó en la tuya. La víctima está en tus manos; no la sueltes; cébate en ella; sacia en ella tu sed de venganza. Tiene hijos, y perecerán.... no importa.... que perezcan; tiene padres y morirán de pesar.... no importa.... que mueran: así será herido en mas puntos su infame corazon; asi sangrará con mas abundancia; asi no habrá consuelo para él; así se llenará la medida de su afliccion; así derramarás en su villano pecho toda la hiel y amargura que él un dia derramara en el tuyo. Véngate, véngate; ríete de una generosidad que él no practicó contigo; no tengas piedad de quien no la tuvo de tí; él es indigno de tus favores, indigno de compasion, indigno de perdon; véngate, véngate.» Así habla el odio exaltado por la ira; pero este lenguaje es demasiado duro y cruel para no ofender á un corazon generoso. Tanta crueldad dispierta un sentimiento contrario: «este comportamiento seria ignoble, seria infame, se dice el nombre á sí mismo; esto repugna hasta al amor propio. ¿Pues qué? ¿yo he de gozarme en el abatimiento, en el perpetuo infortunio de una familia? ¿No seria para mí un remordimiento inextinguible la memoria de que con mis manejos he sumido en la miseria á sus hijos inocentes, y hundido en el sepulcro á sus ancianos padres? Esto no lo puedo hacer; esto no lo haré; es mas honroso no vengarme; sepa mi adversario que si él fué bajo, yo soy noble, si él fué inhumano, yo soy generoso; no quiero buscar otra venganza que la de triunfar de él á fuerza de generosidad, cuando su mirada se encuentre con mi mirada, sus ojos se abatirán, el rubor encenderá sus mejillas, su corazon sentirá un remordimiento, y me hará justicia.» El espíritu de venganza ha sucumbido por su imprudencia; lo queria todo, lo exigia todo, y con urgencia, con imperiosidad, sin consideraciones de ninguna clase; y el corazon se ha ofendido de semejante desman; ha creido que se trataba de envilecerle, ha llamado en su auxilio á los sentimientos nobles, que han acudido presto y han decidido la victoria en favor de la razon. Otro quizas hubiera sido el resultado, si el espíritu de venganza hubiese tomado otra forma ménos dura, si cubriendo su faz con mentida máscara, no hubiese mostrado sus facciones feroces. No debia dar destemplados gritos, aullidos horribles; era menester que envuelto y replegado en el seno mas oculto del corazon, hubiese destilado desde allí su veneno mortal. «Por cierto, debia decir, que el ofensor no es nada digno de obtener lo que pretende; y solo por este motivo conviene oponerse á que lo obtenga. Hizo una injuria, es verdad; pero ahora no es ocasion de acordarse de ella. No ha de ser el resentimiento quien presida á tu conducta sino la razon, el deseo de que una cosa de tanta entidad no vaya á parar á malas manos. El pretendiente no carece de algunas buenas disposiciones para el desempeño; ¿porqué no hacerle esta justicia? Pero en cambio adolece de defectos imperdonables. La ofensa que te hizo á tí lo manifiesta bien; de ella no debes acordarte para la venganza, pero sí para formar un juicio acertado. Sientes un secreto y vivo placer en contrariarle, en abatirle, en perderle; mas este sentimiento no te domina; solo te impulsa el deseo del bien; y en verdad que si no mediase otro motivo que el resentimiento, no pondrias ningun obstáculo á sus designios. Hasta quizas, harias el sacrificio de favorecerle; y en verdad que seria doloroso, muy doloroso; pero quizas te resignarias á ello. Mas no te hallas en este caso; afortunadamente la razon, la prudencia, la justicia estan de acuerdo con las inclinaciones de tu corazon; y bien considerado, ni las atiendes siquiera, experimentas un placer en dañar á tu enemigo, mas este placer es una expansion natural, que tú no alcanzas á destruir, pero que tienes bastante sujeta para no dejarla que te domine. No hay inconveniente pues en tomar las providencias oportunas. Lo que importa es proceder con calma, para que vean todos que no hay parcialidad, que no hay odio, que no hay espíritu de venganza, que usas de un derecho, y hasta obedeces á un deber.» La venganza impetuosa, violenta, francamente injusta, no habia podido alcanzar un triunfo que ha obtenido sin dificultad la venganza pacífica, insidiosa, disfrazada hipócritamente con el velo de la razon, de la justicia, del deber. Por este motivo es tan temible la venganza cuando obra en nombre del celo por la justicia. Cuando el corazon poseido del odio llega á engañarse a sí mismo, creyendo obrar á impulsos del buen deseo, quizas de la misma caridad, se halla como sujeto á la fascinacion de un reptil á quien no ve, y cuya existencia ni aun sospecha. Entónces la envidia destroza las reputaciones mas puras y esclarecidas, el rencor persigue inexorable, la venganza se goza en las convulsiones y congojas de la infortunada víctima, haciéndole agotar hasta las heces el dolor y la amargura. El insigne Protomártir brillaba por sus eminentes virtudes y aterraba á los judíos con su elocuencia divina; ¿qué nombre creeis que tomarán la envidia y la venganza, que les seca los corazones y hace rechinar sus dientes? ¿Creeis que se apellidarán con el nombre que les es propio? No, de ninguna manera. Aquellos hombres dan un grito como llenos de escándalo, se tapan los oidos, y sacrifican al inocente Diácono en nombre de Dios. El Salvador del mundo admira á cuantos le oyen, con la divina hermosura de su moral, con el maravilloso raudal de sabiduría y de amor que fluye de sus labios augustos; los pueblos se agolpan para verle, y él pasa haciendo bien; afable con los pequeños, compasivo con los desgraciados, indulgente con los culpables, derrama á manos llenas los tesoros de su omnipotencia y de su amor; solo pronuncia palabras de dulzura y perdon: diríase que reserva el lenguaje de una indignacion santa y terrible para confundir á los hipócritas. Estos han encontrado en él una mirada majestuosa y severa, y ellos la han correspondido con una mirada de víbora. La envidia les destroza el corazon, sienten una abrasadora sed de venganza. Pero ¿obrarán, hablarán como vengativos? No; este hombre es un blasfemo, dirán, seduce las turbas, es enemigo del César, la fidelidad pues, la tranquilidad pública, la religion exige que se le quite de en medio. Y se aceptará la traicion de un discípulo, y el inocente Cordero será llevado á los tribunales, y será interrogado, y al responder palabras de verdad, el príncipe de los sacerdotes se sentirá devorado de celo, y rasgará sus vestiduras, y dirá «_blasfemó_,» y los circunstantes dirán «es reo de muerte.» § XL. Precauciones. Jamas el hombre medita demasiado sobre los secretos de su corazon; jamas desplega demasiada vigilancia para guardar las mil puertas por donde se introduce la iniquidad; jamas se precave demasiado contra las innumerables asechanzas con que él se combate á sí propio. No son las pasiones tan temibles cuando se presentan como son en sí, dirigiéndose abiertamente á su objeto, y atropellando con impetuosidad cuanto se les pone delante. En tal caso, por poco que se conserve en el espíritu el amor de la virtud, si el hombre no ha llegado todavía hasta el fondo de la corrupcion ó de la perversidad, siente levantarse en su alma un grito de espanto é indignacion, tan pronto como se le ofrece el vicio con su aspecto asqueroso. Pero ¿qué peligros no corre, si trocados los nombres, y cambiados los trajes, todo se le ofrece disfrazado, trastornado? si sus ojos miran al traves de engañosos prismas, que pintan con galanos colores y apacibles formas, la negrura y la monstruosidad? Los mayores peligros de un corazon puro no estan en el brutal aliciente de las pasiones groseras sino en aquellos sentimientos que encantan por su delicadeza y seducen con su ternura; el miedo no entra en las almas nobles sino con el dictado de prudencia; la codicia no se introduce en los pechos generosos sino con el titulo de economía previsora; el orgullo se cobija bajo la sombra del amor de la propia dignidad, y del respeto debido á la posicion que se ocupa: la vanidad se proporciona sus pequeños goces, engañando al vanidoso con la urgente necesidad de conocer el juicio de los demas, para aprovecharse de la crítica; la venganza se disfraza con el manto de la justicia; el furor se apellida santa indignacion; la pereza invoca en su auxilio la necesidad del descanso; y la roedora envidia al destrozar reputaciones, al empeñarse en ofuscar con su aliento impuro los resplandores de un mérito eminente, habla de amor á la verdad, de imparcialidad, de lo mucho que conviene precaverse contra una admiracion ignorante ó un entusiasmo infantil. § XLI. Hipocresía del hombre consigo mismo. El hombre emplea la hipocresía para engañarse á sí mismo, acaso mas que para engañar á los otros. Rara vez se da á sí propio exacta cuenta del móvil de sus acciones; y por esto, aun en las virtudes mas acendradas, hay algo de escoria. El oro enteramente puro no se obtiene sino con el crisol de un perfecto amor divino; y este amor, en toda su perfeccion, está reservado para las regiones celestiales. Miéntras vivimos aquí en la tierra, llevamos en nuestro corazon un gérmen maligno que ó mata, ó enflaquece, ó deslustra las acciones virtuosas; y no es poco si se llega á evitar que ese gérmen se desarrolle y nos pierda. Pero, á pesar de tamaña debilidad, no deja de brillar en el fondo de nuestra alma aquella luz inextinguible encendida en ella por la mano del Criador; y esa luz nos hace distinguir entre el bien y el mal, sirviéndonos de guia en nuestros pasos, y de remordimiento en nuestros extravíos. Por esta causa, nos esforzamos á engañarnos á nosotros mismos para no ponernos en contradiccion demasiado patente con el dictámen de la conciencia; nos tapamos los oidos para no oir lo que ella nos dice, cerramos los ojos para no ver lo que ella nos muestra, procuramos hacernos la ilusion de que el principio que nos inculca no es aplicable al caso presente. Para esto sirven lastimosamente las pasiones, sugiriéndonos insidiosamente discursos sofísticos. Cuéstale mucho al hombre parecer malo, ni aun á sus propios ojos; no se atreve, se hace hipócrita. § XLII. El conocimiento de sí mismo. El defecto indicado en el párrafo anterior tiene diferente carácter en las diferentes personas, por cuyo motivo, conviene sobre manera no perder jamas de vista aquella regla de los antiguos, tan profundamente sabia: _conócete á ti mismo; nosce te ipsum_. Si bien hay ciertas cualidades comunes á todos los hombres, estas toman un carácter particular en cada uno de ellos; cada cual tiene, por decirlo así, un resorte que conviene conocer y saber manejar. Este resorte, es necesario descubrir cuál es en los demas, para acertar á conducirse bien con ellos; pero es mas necesario todavía descubrirle cada cual en sí mismo. Porque allí suele estar el secreto de las grandes cosas así buenas como malas, á causa de que ese resorte no es mas que una propension fuerte, que llega á las demas, subordinándolas todas á un objeto. De esta pasion dominante se resienten todas las otras; ella se mezcla en todos los actos de vida; ella constituye lo que se llama el carácter. § XLIII. El hombre huye de sí mismo. Si no tuviésemos la funesta inclinacion de huir de nosotros mismos, si la contemplacion de nuestro interior no nos repugnase en tal grado, no nos seria difícil descubrir cuál es la pasion que en nosotros predomina. Desgraciadamente, de nadie huimos tanto como de nosotros mismos, nada estudiamos ménos que lo que tenemos mas inmediato y que mas nos interesa. La generalidad de los hombres descienden al sepulcro, no solo sin haberse conocido á sí propios, sino tambien sin haberlo intentado. Debiéramos tener continuamente la vista fija sobre nuestro corazon para conocer sus inclinaciones, penetrar sus secretos, refrenar sus ímpetus, corregir sus vicios, evitar sus extravíos; debiéramos vivir con esa vida íntima en que el hombre se da cuenta de sus pensamientos y afectos, y no se pone en relacion con los objetos exteriores, sino despues de haber consultado su razon y dado á su voluntad la direccion conveniente. Mas esto no se hace; el hombre se abalanza, se pega á los objetos que le incitan, viviendo tan solo con esa vida exterior que no le deja tiempo para pensar en sí mismo. Vense entendimientos claros, corazones bellísimos, que no guardan para sí ninguna de las preciosidades con que los ha enriquecido el Criador; que derraman, por decirlo así, en calles y plazas el aroma exquisito, que guardado en el fondo de su interior, podria servirles de confortacion y regalo. Se refiere de Pascal que habiéndose dedicado con grande ahinco á las matemáticas y ciencias naturales, se cansó de dicho estudio á causa de hallar pocas personas con quienes poder conversar sobre el objeto de sus ocupaciones favoritas. Deseoso de encontrar una materia que no tuviera este inconveniente se dedicó al estudio del hombre, pero bien pronto conoció por experiencia, que los que se ocupaban de estudiar el hombre eran todavia en menor número que los aficionados á las matemáticas. Esto se verifica ahora como en tiempo de Pascal; basta observar al comun de los hombres para echar de ver cuán pocos son los que gustan de semejante tarea, mayormente tratándose de sí mismos. § XLIV. Buenos resultados del reflexionar sobre las pasiones. Cuando se ha adquirido el hábito de reflexionar sobre las inclinaciones propias, distinguiendo el carácter y la intensidad de cada una de ellas, aun cuando arrastren una que otra vez al espíritu; no lo hacen sin que este conozca la violencia. Ciegan quizas el entendimiento, pero esta ceguera no se oculta del todo al que la padece; se dice á sí mismo, «crees que ves; mas en realidad no ves; estas ciego.» Pero si el hombre no fija nunca su mirada en su interior, si obra segun le impelen las pasiones, sin cuidarse de averiguar de dónde nace el impulso; para él llegan á ser una misma cosa pasion y voluntad, dictámen del entendimiento é instinto de las pasiones. Así la razon no es señora sino esclava; en vez de dirigir, moderar y corregir con sus consejos y mandatos las inclinaciones del corazon, se ve reducida á vil instrumento de ellas; y obligada á emplear todos los recursos de su sagacidad para proporcionarles goces que las satisfagan. § XLV. Sabiduría de la religion cristiana en la direccion de la conducta. La religion cristiana al llevarnos á esa vida moral íntima reflexiva sobre nuestras inclinaciones, ha hecho una obra altamente conforme á la mas sana filosofía, y que descubre un profundo conocimiento del corazon humano. La experiencia enseña que lo que le falta al hombre para obrar bien, no es conocimiento especulativo y general, sino práctico, detallado, con aplicacion á todos los actos de la vida. ¿Quién no sabe y no repite mil veces que las pasiones nos extravian y nos pierden? La dificultad no está en eso, sino en saber cuál es la pasion que influye en este ó aquel caso, cuál es la que por lo comun predomina en las acciones, bajo qué forma, bajo qué disfraz se presenta al espíritu, y de qué modo se deben rechazar sus ataques, ó precaver sus estratagemas. Y todo esto, no como quiera, sino con un conocimiento claro, vivo, y que por tanto se ofrezca naturalmente al entendimiento, siempre que se haya de tomar alguna resolucion, aun en los negocios mas comunes. La diferencia que en las ciencias especulativas media entre un hombre vulgar y otro sobresaliente, no consiste á menudo sino en que este conoce con claridad, distincion y exactitud, lo que aquel solo conoce de una manera inexacta, confusa y oscura; no consiste en el número de las ideas, sino en la calidad; nada dice este sobre un punto, de que tambien no tenga noticia aquel; ambos miran el mismo objeto, solo que la vista del uno es mucho mas perfecta que la del otro. Lo propio sucede en lo relativo á la práctica. Hombres profundamente inmorales hablarán de la moral, de tal suerte que manifiesten no desconocer sus reglas; pero estas reglas las saben ellos en general, sin haberse cuidado de hacer aplicaciones, sin haber reparado en los obstáculos que impiden el ponerlas en planta en tal ó cual ocasion, sin que se les ocurran de una manera pura y viva, cuando se ofrece oportunidad de hacer uso de ellas. Quien está en posesion de su entendimiento, de la voluntad, del hombre entero, son las pasiones; esas reglas morales las conservan, por decirlo así, archivadas en lo mas recóndito de su conciencia; ni aun gustan de mirarlas como objeto de curiosidad, temerosos de encontrar en ellas el gusano del remordimiento. Por el contrario, cuando la virtud está arraigada en el alma, las reglas morales llegan á ser una idea familiar, que acompaña todos los pensamientos y acciones, que se aviva y se agita al menor peligro, que impera y apremia ántes de obrar, que remuerde incesantemente si se la ha desatendido. La virtud causa esa continua presencia intelectual de las reglas morales, y esta presencia á su vez contribuye á fortalecer la virtud; así es que la religion no cesa de inculcarlas, segura de que son preciosa semilla que tarde ó temprano dará algun fruto. § XLVI. Los sentimientos morales auxilian la virtud. En ayuda de las ideas morales vienen los sentimientos, que tambien los hay muy morales, y poderosos, y bellísimos; porque Dios al permitir que sacudan y conturben nuestro espíritu violentas y aciagas tempestades, tambien ha querido proporcionarnos el blando mecimiento de céfiros apacibles. El hábito de atender á las reglas morales y de obedecer sus prescripciones, desenvuelve y aviva estos sentimientos; y entonces el hombre para seguir el camino de la virtud, combate las inclinaciones malas con las inclinaciones buenas; las luchas no son de tanto peligro, y sobre todo no son tan dolorosas; porque un sentimiento lucha con otro sentimiento, lo que se padece con el sacrificio del uno se compensa con el placer causado por el triunfo del otro, y no hay aquellos sufrimientos desgarradores que se experimentan, cuando la razon pelea con el corazon enteramente sola. Este desarrollo de los sentimientos morales, ese llamar en auxilio de la virtud las mismas pasiones, es un recurso poderoso para obrar bien é ilustrar el entendimiento cuando le ofuscan otras pasiones. Hay en esta oposicion mucha variedad de combinaciones que dan excelentes resultados. El amor de los placeres se neutraliza con el amor de la propia dignidad; el exceso del orgullo se templa con el temor de hacerse aborrecible, la vanidad se modera por el miedo al ridículo; la pereza se estimula con el deseo de la gloria; la ira se enfrena por no parecer descompuesto; la sed de venganza se mitiga ó extingue, con la dicha y la honra que resultan de ser generoso. Con esta combinacion, con la sagaz oposicion de los sentimientos buenos á los sentimientos malos, se debilitan suave y eficazmente muchos de los gérmenes de mal que abriga el corazon humano; y el hombre es virtuoso, sin dejar de ser sensible. § XLVII. Una regla para los juicios prácticos. Conocido el principal resorte del propio corazon, y desarrollados tanto como sea posible los sentimientos generosos y morales; es necesario saber cómo se ha de dirigir el entendimiento para que acierte en sus juicios prácticos. La primera regla que se ha de tener presente es no juzgar ni deliberar con respecto á ningun objeto miéntras el espíritu está bajo la influencia de una pasion relativa al mismo objeto. ¡Cuán ofensivo no parece un hecho, una palabra, un gesto, que acaba de irritar! «La intencion del ofensor, se dice á sí mismo el ofendido, no podia ser mas maligna; se ha propuesto no solo dañar sino ultrajar; los circunstantes deben de estar escandalizados; si no se tomase una pronta y completa venganza, la sonrisa burlona que asomaba á los labios de todos se convertiria irremisiblemente en profundo desprecio por quien ha tolerado que de tal modo se le cubriera de afrentosa ignominia. Es preciso no ser descompuesto, es verdad; pero ¿hay acaso mayor descompostura que el abandono del honor? es necesario tener prudencia; pero esta prudencia ¿debe llegar hasta el punto de dejarse pisotear por cualquiera?» ¿Quién hace este discurso? ¿es la razón? no ciertamente; es la ira. Pero la ira, se dirá, no discurre tanto. Sí, discurre; porque toma á su servicio al entendimiento, y este le proporciona todo lo que necesita. Y en este servicio no deja de auxiliarle á su vez la misma ira; porque las pasiones en sus momentos de exaltacion, fecundizan admirablemente el ingenio con las inspiraciones que les convienen. ¿Queremos una prueba de que quien así discurria y hablaba, no era la razon sino la ira? héla aquí evidente. Si en lo que piensa el hombre encolerizado hubíese algo de verdad, no la desconocerian del todo los circunstantes. Tampoco carecen ellos de sentimientos de honor, tambien estiman en mucho su propia dignidad; saben distinguir entre una palabra dicha con designio de zaherir, y otra escapada sin intencion ofensiva, y sin embargo ellos no ven nada de lo que el encolerizado ve con tanta claridad; y si se sonrien, esa sonrisa es causada, no por la humillacion que él se imagina haber sufrido, sino por esa terrible explosion de furor, que no tiene motivo alguno. Mas todavía: no es necesario acudir á los circunstantes para encontrar la verdad; basta apelar al mismo encolerizado cuando haya desaparecido la ira. ¿Juzgará entónces como ahora? Es bien seguro que no; él será tal vez el primero que se reirá de su enojo, y que pedirá se le disimule su arrebato. § XLVIII. Otra regla. De estas observaciones nace otra regla, y es que al sentirnos bajo la influencia de una pasion, hemos de hacer un esfuerzo, para suponernos por un momento siquiera, en el estado en que su influencia no exista. Una reflexion semejante, por mas rápida que sea, contribuye mucho á calmar la pasion, y á excitar en él ánimo ideas diferentes de las sugeridas por la inclinacion ciega. La fuerza de las pasiones se quebranta, desde el momento que se encuentra en oposicion con un pensamiento que se agita en la cabeza; el secreto de su victoria suele consistir en apagar todos los contrarios á ellas, y avivar los favorables. Pero tan pronto como la atencion se ha dirigido hácia otro órden de ideas, viene la comparacion, y por consiguiente cesa el exclusivismo. Entre tanto se desenvuelven otras fuerzas intelectuales y morales no subordinadas á la pasion, y esta pierde de su primitiva energía por haber de compartir con otras facultades la vida que ántes desfrutara sola. Aconseja estos medios no solo la experiencia de su buen resultado, sino tambien una razon fundada en la naturaleza de nuestra organizacion. Las facultades intelectuales y morales nunca se ejercitan sin que funcionen algunos de los órganos materiales. Ahora bien; entre los órganos corpóreos está distribuida una cierta cantidad de fuerzas vitales de que disfrutan alternativamente en mayor ó menor proporcion, y por consiguiente con decremento en los unos, cuando hay incremento en los otros. De lo que resulta, que ha de producir un efecto saludable el esforzarse en poner en accion los órganos de la inteligencia en contraposicion con los de las pasiones, y que la energía de estas ha de menguar á medida que ejerzan sus funciones los órganos de la inteligencia. Pero es de advertir que este fenómeno se verificará dirigiendo la atencion de la inteligencia en un sentido contrario al de las pasiones, lo que se obtiene trasladándola por un momento al órden de ideas que tendrá, cuando no esté bajo un influjo apasionado; pues que si por el contrario la inteligencia se dirige á favorecer la pasion, entónces esta se fomenta mas y mas con el auxilio; y lo que pudiese perder en energía, por decirlo así, puramente orgánica, lo recobra en energía moral, en la mayor abundancia de recursos para alcanzar el objeto, y en esa especie de bill de indemnidad con que se cree libre de acusaciones, cuando ve que el entendimiento léjos de combatirla la apoya. Este trabajo sobre las pasiones no es una mera teoría; cualquiera puede convencerse por sí mismo de que es muy practicable, y de que se sienten sus buenos efectos tan pronto como se le aplica. Es verdad que no siempre se acierta en el medio mas á propósito para ahogar, templar ó dirigir la pasion levantada; ó que aun encontrado, no se le emplea como es debido; pero la sola costumbre de buscarle basta para que el hombre esté mas sobre sí, no se abandone con demasiada facilidad á los primeros movimientos, y tenga en sus juicios prácticos un criterio que falta á los que proceden de otra manera. § XLIX. El hombre riéndose de sí mismo. Cuando el hombre se acostumbra á observar mucho sus pasiones, hasta llega á emplear en su interior el ridículo contra si mismo; el ridículo, esa sal que se encuentra en el corazon y en el labio de los mortales como uno de tantos preservativos contra la corrupcion intelectual y moral, el ridículo, que no solo se emplea con fruto contra los demas, sino tambien contra nosotros mismos, viendo nuestros defectos por el lado que se prestan á la sátira. El hombre se dice entónces á sí propio lo que decirle pudieran los demas; asiste á la escena que se representaria, si el lance cayera en manos de un adversario de chiste y buen humor. Que contra otro se emplea tambien en cierto modo la sátira, cuando la empleamos contra nosotros mismos; porqué si bien se observa, hay en nuestro interior dos hombres que disputan, que luchan, que no estan nunca en paz, y así como el hombre inteligente, moral, previsor, emplea contra el torpe, el inmoral, el ciego, la firmeza de la voluntad y el imperio de la razon, así tambien á veces lo combate y le humilla con los punzantes dardos de la sátira. Sátira que puede ser tanto mas graciosa y libre, cuanto carece de testigos, no hiere la reputacion, nada hace perder en la opinion de los demas, pues que no llega á ser expresada con palabras, y la sonrisa burlona que hace asomar á los labios se extingue en el momento de nacer. Un pensamiento de esta clase ocurriendo en la agitacion causada por las pasiones, produce un efecto semejante al de una palabra juiciosa, incisiva y penetrante, lanzada en medio de una asamblea turbulenta. ¡Cuántas veces se nota que una mirada expresiva cambia el estado del espíritu de uno de los circunstantes, moderando ó ahogando una pasion enardecida! ¿Y qué ha expresado aquella mirada? nada mas que un recuerdo del decoro, una consideracion al lugar ó a las personas, una reconvencion amistosa, una delicada ironía; nada mas que una apelacion al buen sentido del mismo que era juguete de la pasion; y esto ha sido suficiente para que la pasion se amortiguase. El efecto que otro nos produce ¿porqué no podríamos producírnoslo nosotros mismos, si no con igualdad, al ménos con aproximacion? § L. Perpetua niñez del hombre. Poco basta para extraviar al hombre: pero tampoco se necesita mucho para corregirle algunos defectos. Es mas débil que malo, dista mucho de aquella terquedad satánica que no se aparta jamas del mal una vez abrazado; por el contrario, tanto el bien como el mal los abraza y los abandona con suma facilidad. Es niño hasta la vejez; preséntase á los demas con toda la seriedad posible; mas en el fondo se encuentra á sí propio pueril en muchas cosas y se avergüenza. Se ha dicho que ningun grande hombre le parecia grande á su ayuda de cámara; esto encierra mucha verdad. Y es que visto el hombre de cerca, se descubren las pequeñeces que le rebajan. Pero mas cosas sabe él de sí mismo que su ayuda de cámara, y por esto es todavía ménos grande á sus propios ojos; por esto aun en sus mejores años, necesita cubrir con un velo la puerilidad que se abriga en su corazon. Los niños rien y juguetean y retozan: y luego gimen y rabian y lloran, sin saber muchas veces porqué: ¿no hace lo mismo á su modo el adulto? Los niños ceden á un impulso de su organizacion, al buen ó mal estado de su salud, á la disposicion atmosférica que los afecta agradable ó desagradablemente; en desapareciendo estas causas se cambia el estado de sus espíritus: no se acuerdan del momento anterior, ni piensan en el venidero; solo se rigen por la impresion que actualmente experimentan. ¿No hace esto mismo millares de veces el hombre mas serio, mas grave y sesudo? § LI. Mudanza de D. Nicasio en breves horas. Don Nicasio es un varon de edad provecta, de juicio sosegado y maduro, lleno de conocimientos, de experiencia, y que rara vez se deja llevar de la impresion del momento. Todo lo pesa en la balanza de una sana razon, y en este peso no consiente que influyan por un adarme las pasiones de ningun género. Se le habla de una empresa de mucha gravedad para la cual se cuenta con su práctica de mundo, y su inteligencia particular en aquella clase de negocios. D. Nicasio está á disposicion del proponente; no tiene ninguna dificultad en entrar de lleno en la empresa, y hasta en comprometer en ella una parte de su fortuna. Está bien seguro de no perderla; si hay obstáculos, no le dan cuidado, él sabe el modo de removerlos; si hay rivales poderosos, á D. Nicasio no le hacen mella. Otras hazañas de mas monta ha llevado á cabo; negocios mucho mas espinosos ha tenido que manejar; mas poderosos rivales ha tenido que vencer. Embebido en la idea que le halaga, se expresa con facilidad y rapidez, gesticula con viveza, su mirada es sumamente expresiva, su fisonomía juvenil, diríase que ha vuelto á sus veinte y cinco abriles, si algunas canas asomando por un lado del postizo no revelasen traidoramente los trofeos de los años. El negocio está concluido; faltan algunos pormenores; quedais emplazado para redondearlos en otra entrevista; ¿mañana? no señor, nada de dilaciones, no las consiente la actividad de don Nicasio, es preciso acabar con todo, hoy mismo, por la tarde. D. Nicasio se ha retirado á su casa, y ni en su persona, ni en su familia, ni en ninguna de sus cosas ha ocurrido ningun accidente desagradable. Es la hora señalada, acudís con puntualidad, y os hallais en presencia del héroe de la mañana. D. Nicasio está algo descompuesto en su vestido, merced á un calor que le ahoga. Medio tentido en el sofá, os devuelve el saludo con un esfuerzo afectuoso, pero con evidentes señales de fastidiosa lasitud. --Vamos á ver, Sr. D. Nicasio, si quedamos convenidos definitivamente. --Tiempo tenemos de hablar.... contesta don Nicasio, y su fisonomía se contrae con muestras de tedio. --Como V. me ha citado por esta tarde..... --Sí, pero.... --Como V. guste. --Ya se ve; pero es menester pensarlo mucho; qué sé yo!.... --Lo que es dificultades, conozco que hay; solo que viéndole á V. tan animoso esta mañana, lo confieso, todo se me hacia ya camino llano. --Animoso sí..... y lo estoy aun..... pero sin embargo, sin embargo, conviene no llevar demasiada prisa..... En fin ya hablaremos, añade con expresion de quien desea que no le comprometan. Don Nicasio es otro, expresa lo que siente; nada de la audacia, de la actividad de la mañana, nada de los proyectos tan fáciles de ejecutar; entónces los obstáculos importaban poco, ahora son casi insuperables; los rivales no significaban nada, ahora son invencibles. ¿Qué ha sucedido? ¿Le han dado á D. Nicasio otras noticias? no ha visto á nadie. ¿Ha meditado sobre el negocio? no se habia acordado mas de él. ¿Qué ha sucedido pues, para causar tamaña revolucion en su espíritu, alterando su modo de ver las cosas, y quebrantando tan lastimosamente sus ímpetus juveniles? Nada, la explicación del fenómeno es muy sencilla, no busqueis grandes causas, son muy pequeñas. En primer lugar, ahora hace un calor atroz, lo que por cierto dista mucho del oreo de una fresca brisa como sucedia por la mañana; D. Nicasio está sumamente abatido, la hora es pesada, el cielo se encapota y parece amenazar tempestad. La comida era ademas algo indigesta; el sueño de la siesta ha sido demasiado breve, y no sin alguna pesadilla. ¿Se quiere mas? ¿No son estos motivos bastante poderosos para trastornar el espíritu de un hombre grave y modificar sus opiniones? A pesar de todas las citas, ¿quién os ha llevado á su casa bajo una constelacion tan infausta? Tal es el hombre; la menor cosa le desconcierta, le hace otro. Unido su espíritu á un cuerpo sujeto á mil impresiones diferentes, que se suceden con tanta rapidez y se reciben con igual facilidad que los movimientos de la hoja de un árbol, participa en cierto modo de esa inconstancia y variedad, trasladando con harta frecuencia á los objetos las mudanzas que solo él ha experimentado. § LII. Los sentimientos por si solos, son mala regla de conducta. Lo dicho manifiesta la imposibilidad de dirigir la conducta del hombre por solo el sentimiento; y la literatura de nuestra época, que tan poco se ocupa de comunicar ideas de razón y de moral, y que al parecer no se propone sino excitar sentimientos, olvida la naturaleza del hombre, y causa un mal de inmensa trascendencia. El entregar al hombre á merced del solo sentimiento, es arrojar un navio sin piloto en medio de las olas. Esto equivale á proclamar la infalibilidad de las pasiones, á decir: "obra siempre por instinto, obedeciendo ciegamente á todos los movimientos de tu corazon;" esto equivale á despojar al hombre de su entendimiento, de su libre albedrío, á convertirle en simple instrumento de su sensibilidad. Se ha dicho que los grandes pensamientos salen del corazon; tambien pudiera añadirse que del corazon salen grandes errores, grandes delirios, grandes extravagancias, grandes crímenes. Del corazon sale todo; es un arpa soberbia que despide toda clase de sonidos, desde el horrendo estrépito de las cavernas infernales hasta la mas delicada armonía de las regiones celestes. El hombre que no tiene mas guia que su corazon, es el juguete de mil inclinaciones diversas, y á menudo contradictorias: una lijerísima pluma en medio de una campiña donde reinan los vientos, no lleva las direcciones mas variadas é irregulares. ¿Quién es capaz de contar, ni clasificar, la infinidad de sentimientos que se suceden en nuestro pecho, en brevísimas horas? ¿Quién no ha reparado en la asombrosa facilidad con que se pasa de la viva afición á un trabajo, á una repugnancia casi insuperable? ¿Quién no ha sentido simpatía ó antipatía, á la simple presencia de una persona, sin que pueda señalarse ninguna razon de ello, y sin que los hechos ofrezcan en lo sucesivo motivo alguno que justifique aquella impresión? ¿Quién no se ha admirado repetidas veces de encontrarse transformado en pocos instantes, pasando del brio al abatimiento, de la osadía á la timidez ó vice-versa, sin que hubiese mediado ninguna causa ostensible? ¿Quién ignora las mudanzas que los sentimientos sufren con la edad, con la diferencia de estado, de posicion social, de relaciones familiares, de salud, de clima, de estacion, de atmósfera? Todo cuanto afecta nuestras ideas, nuestros sentidos, nuestro cuerpo, de cualquier modo que sea, todo modifica nuestros sentimientos; y de aquí la asombrosa inconstancia que se nota en los que se abandonan á todos los impulsos de las pasiones; de aquí esa volubilidad de las organizaciones demasiado sensibles, si no han hecho grandes esfuerzos para dominarse. Las pasiones han sido dadas al hombre como medios para despertarle y ponerle en movimiento, como instrumentos para servirle en sus acciones; mas no como directoras de su espíritu, no como guias de su conducta. Se dice á veces que el corazon no engaña; ¡lamentable error! ¿qué es nuestra vida sino un tejido de ilusiones con que el corazón nos engaña? Si alguna vez acertamos, entregándonos ciegamente á lo que él nos inspira, ¡cuántas y cuántas nos hace extraviar! ¿Sabeis porqué se atribuye al corazon ese acierto instintivo? porque nos llama extremadamente la atencion uno de sus aciertos, cuando nos consta que son tantos sus desaciertos; porque nos causa extraña sorpresa el verle adivinar en medio de su ceguera, cuando son tantas las veces que le encontramos desatinado. Por esto recordamos su acierto excepcional, en gracia de este le perdonamos todos sus yerros, y le honramos con una prevision y un tino que no posee ni puede poseer. El fundar la moral sobre el sentimiento, es destruirla: el arreglar su conducta á las inspiraciones del sentimiento, es condenarse á no seguir ninguna fija, y á tenerla frecuentemente muy inmoral y funesta. La tendencia de la literatura que actualmente está en boga en Francia, y que desgraciadamente se introduce tambien en nuestra España, es divinizar las pasiones: y las pasiones divinizadas son extravagancia, inmoralidad, corrupcion, crimen. § LIII. No impresiones sensibles, sino moral y razon. La conducta del hombre, así con respecto á lo moral como á lo útil, no debe gobernarse por impresiones sino por reglas constantes; en lo moral, por las máximas de eterna verdad; en lo útil, por los consejos de la sana razon. El hombre no es un Dios en quien todo se santifique por solo hallarse en él; las impresiones que recibe, son modificaciones de su naturaleza que en nada alteran las leyes eternas; una cosa justa no pierde la justicia, por serle desagradable; una cosa injusta, por serle agradable, no se lava de la injusticia. El enemigo implacable que hunde el puñal vengador en las entrañas de su víctima, siente en su corazon un placer feroz, y su accion no deja de ser un crimen; la hermana de la caridad que asiste al enfermo, que le alivia y consuela, sufre mas de una vez tormentos atroces, mas por esto su accion no deja de ser heróicamente virtuosa. Prescindiendo de lo moral, y atendiendo á lo útil, es necesario tratar las cosas con arreglo á lo que son, no á lo que nos afectan; la verdad no está esencialmente en nuestras impresiones, sino en los objetos; cuando aquellas nos ponen en desacuerdo con estos, nos extravian. El mundo real no es el mundo de los poetas y novelistas: es preciso considerarle y tratarle tal como es en sí; no sentimental, no fantástico, no soñador; sino positivo, práctico, prosáico. § LIV. Un sentimiento bueno, la exageracion le hace malo. La religion no sofoca los sentimientos, solo los modera y los dirige; la prudencia no desecha el auxilio de las pasiones templadas, solo se guarda de su predominio. La armonía no se ha de producir en el hombre con el simultáneo desarrollo de las pasiones, sino con su represion; el contrapeso de las que se dejen funcionando no son solo las otras pasiones, sino principalmente la razon y la moral. La oposicion misma de las inclinaciones buenas á las malas; deja de ser saludable, cuando en ella no preside como señora la razon; porque las inclinaciones buenas no son buenas sino en cuanto la razon las dirige y modera: abandonadas á sí mismas, se exageran, se hacen malas. Un valiente está encargado de un puesto peligroso: el riesgo crece por momentos; á su alrededor van cayendo sus camaradas: los enemigos se aproximan cada vez mas; apénas hay esperanza de sostenerse, y la órden para retirarse no llega. El desaliento entra por un instante en el corazon del valiente; ¿á qué morir sin ningun fruto? El deber de la disciplina y del honor ¿se extenderá hasta un sacrificio inútil? ¿No seria mejor abandonar el puesto, excusarse á los ojos del jefe con lo imperioso de la necesidad? «No, responde su corazon generoso; esto es cobardía que se cubre con el nombre de prudencia. ¿Qué dirian tus compañeros, qué tu jefe, qué cuantos te conocen? ¿la ignominia ó la muerte? pues la muerte, sin vacilar, la muerte.» ¿Se puede culpar esa reflexion con que el bravo oficial ha procurado sostenerse á sí mismo, contra la tentación de cobardía? Ese deseo del honor, ese horror á la ignominia de pasar por cobarde, ¿no ha sido en él un sentimiento? sí; pero un sentimiento noble, generoso, con cuya fuerza y ascendiente se ha fortalecido contra las asechanzas del miedo, y ha cumplido su deber. Esa pasion pues dirigida á un objeto bueno, ha producido un resultado excelente, que tal vez sin ella no se hubiera conseguido: en aquellos momentos críticos, terribles, en que el estruendo del cañon, la gritería del enemigo cercano, y los ayes de los camaradas moribundos, comenzaban á introducir el espanto en su pecho, la razon enteramente sola tal vez hubiera sucumbido; pero ha llamado en su ayuda á una pasion mas poderosa que el temor de la muerte: el sentimiento del honor, la vergüenza de parecer cobarde; y la razon ha triunfado, el deber se ha cumplido. Llegada la órden de replegarse, el oficial se reune á su cuerpo, habiendo perdido en el puesto fatal á casi todos sus soldados.--Ya le teníamos á V. por muerto, le dice chanceándose uno de sus amigos; no se habrá V. olvidado del parapeto.--El oficial se cree ultrajado, pide con calor una satisfaccion, y á las pocas horas el burlon imprudente ha dejado de existir. El mismo sentimiento que poco ántes impulsara á una accion heróica, acaba de causar un asesinato. El honor, la vergüenza de pasar por cobarde, habian sostenido al valiente, hasta el punto de hacerle despreciar su vida; el honor, la vergüenza de pasar por cobarde, han teñido sus manos con la sangre de un amigo imprudente. La pasion dirigida por la razon se elevó hasta el heroismo; entregada á su ímpetu ciego, se ha degradado hasta el crímen. La emulacion es un sentimiento poderoso, excelente preservativo contra la pereza, contra la cobardía, y contra cuantas pasiones se oponen al ejercicio útil de nuestras facultades. De ella se aprovecha el maestro para estimular á los alumnos; de ella se sirve el padre de familia para refrenar las malas inclinaciones de alguno de sus hijos; de ella se vale un capitan para obtener de sus subordinados, constancia, valor, hazañas heróicas. El deseo de adelantar, de cumplir con el deber, de llevar á cabo grandes empresas, el doloroso pesar de no haber hecho de nuestra parte todo lo que podíamos y debíamos, el rubor de vernos excedidos por aquellos á quienes hubiéramos podido superar, son sentimientos muy justos, muy nobles, excelentes para hacernos avanzar en el camino del bien. En ellos no hay nada reprensible; ellos son el manantial de muchas acciones virtuosas, de resoluciones sublimes, de hazañas sorprendentes. Pero si ese mismo sentimiento se exagera, el néctar aromático, dulce, confortador, se trueca en el humor mortifero que fluye de la boca de un reptil ponzoñoso, la emulacion se hace envidia. El sentimiento en el fondo es el mismo, pero se ha llevado á un punto demasiado alto; el deseo de adelantar ha pasado á ser una sed abrasadora; el pesar de verse superado, es ya un rencor contra el que supera; ya no hay aquella rivalidad que se hermanaba muy bien con la amistad mas íntima, que procuraba suavizar la humillacion del vencido prodigándole muestras de cariño, y sinceras alabanzas por sus esfuerzos; que contenta con haber conquistado el lauro, le escondia para no lastimar el amor propio de los demas; hay sí, un verdadero despecho, hay una rabia, no por la falta de los adelantos propios, sino por la vista de los ajenos; hay un verdadero odio al que se aventaja, hay un vivo anhelo por rebajar el mérito de sus obras, hay maledicencia, hay el desden con que se encubre un furor mal comprimido, hay la sonrisa sardónica, que apénas alcanza á disimular los tormentos del alma. Nada mas conforme á razon que aquel sentimiento de la propia dignidad, que se exalta santamente cuando las pasiones brutales excitan á una accion vergonzosa; que recuerda al hombre lo sagrado de sus deberes, y no le consiente deshonrarse faltando á ellos; aquel sentimiento que le inspira la actitud que le conviene tomar, segun la posicion que ocupa; aquel sentimiento que llena de majestad el semblante y modales del monarca, que da al rostro y maneras de un pontífice santa gravedad y uncion augusta; que brilla en la mirada de fuego de un gran capitan y en su ademan resuelto, osado, imponente; aquel sentimiento que á la dicha no le permite alegria descompuesta, ni al infortunio abatimiento ignoble; que señala la oportunidad de un prudente silencio, ó sugiere una palabra decorosa y firme; que deslinda la afabilidad de la nimia familiaridad, la franqueza del abandono, la naturalidad de los modales de una libertad grosera; aquel sentimiento en fin que vigoriza al hombre sin endurecerle, que le suaviza sin relajarle, que le hace flexible sin inconstancia, y constante sin terquedad. Pero ese mismo sentimiento, si no está moderado y dirigido por la razon, se hace orgullo; el orgullo que hincha el corazon, enhiesta la frente, da á la fisonomía un aspecto ofensivo, y á los modales una afectacion entre irritante y ridícula; el orgullo que desvanece, que imposibilita para adelantar, que se suscita á sí propio obstáculos en la ejecucion, que inspira grandes maldades, que provoca el aborrecimiento y el desprecio, que hace insufrible. ¡Qué sentimiento mas razonable que el deseo de adquirir ó conservar lo necesario para las atenciones propias, y de aquellas personas de cuyo cuidado encargan el deber ó el afecto! Él previene contra la prodigalidad, aparta de los excesos, preserva de una vida licenciosa, inspira amor á la sobriedad, templanza en todos los deseos, aficion al trabajo. Pero este mismo sentimiento llevado á la exageracion, impone ayunos que Dios no acepta, frio en el invierno, calor en el verano, mal cuidado de la salud, abandono en las enfermedades, mortifica con privaciones á la familia, niega todo favor á los amigos, cierra la mano para los pobres, endurece cruelmente el corazon para toda clase de infortunios, atormenta con sospechas, temores, zozobras, prolonga las vigilias, engendra el insomnio, persigue y agita con la aparicion de espectros robadores los breves momentos de sueño, haciendo que no pueda lograr descanso El rico avaro en el angosto lecho, Y que sudando con terror despierte. Véase pues con cuánta verdad he dicho que los mismos sentimientos buenos la exageracion los hace malos; que el sentimiento por sí solo, es una guia mas segura, y á menudo peligrosa. La razon es quien debe dirigirle conforme á los eternos principios de la moral; la razon es quien debe encaminarle, hasta en el terreno de la utilidad. Por esto jamas el hombre se ocupa demasiado del conocimiento de sí mismo; ningun esfuerzo está de mas para adquirir aquel criterio moral y acertado, que nos enseña la verdad práctica, la verdad que debe presidir á todos los actos de nuestra vida. Proceder á la aventura, abandonarse ciegamente á las inspiraciones del corazon, es exponerse á mancharse con la inmoralidad, y á cometer una serie de yerros que acaban por acarrear terribles infortunios. § LV. La ciencia es muy útil á la práctica. En todo lo concerniente á objetos sometidos á leyes necesarias, claro es que el conocimiento de estas ha de ser utilísimo, cuando no indispensable. De cuyo principio infiero que discurren muy mal los que en tratándose de ejecutar, descuidan la ciencia y solo se atienen á la práctica. La ciencia, si es verdaderamente digna de este nombre, se ocupa en el descubrimiento de las leyes que rigen la naturaleza; y así su ayuda ha de ser de la mayor importancia. Tenemos de esta verdad una irrefragable prueba en lo que ha sucedido en Europa de tres siglos á esta parte. Desde que se han cultivado las matemáticas y las ciencias naturales, el progreso de las artes ha sido asombroso. En el siglo actual se estan haciendo continuamente ingeniosos descubrimientos; y ¿qué son estos, sino otras tantas aplicaciones de la ciencia? La rutina que desdeña á la ciencia, muestra con semejante desden un orgullo necio, hijo de la ignorancia. El hombre se distingue de los brutos animales por la razon con que le ha dotado el Autor de la naturaleza; y no querer emplear las luces del entendimiento para la direccion de las operaciones, aun las mas sencillas, es mostrarse ingrato á la bondad del Criador. ¿Para qué se nos ha dado esa antorcha sino para aprovecharnos de ella en cuanto sea posible? Y si á ella se deben tan grandes concepciones cientificas, ¿porqué no la hemos de consultar para que nos suministre reglas que nos guien en la práctica? Véase el atraso en que se encuentra la España en cuanto á desarrollo material, merced al descuido con que han sido miradas durante largo tiempo las ciencias naturales y exactas; comparémonos con las naciones que no han caido en este error, y nos será fácil palpar la diferencia. Verdad es que hay en las ciencias una parte meramente especulativa, y que difícilmente puede conducir á resultados prácticos; sin embargo es preciso no olvidar, que aun esta parte al parecer inútil, y como si dijéramos de mero lujo, se liga muchas veces con otras que tienen inmediata relacion con las artes. Por manera que su inutilidad es solo aparente, pues andando el tiempo se descubren consecuencias en que no se habia reparado. La historia de las ciencias naturales y exactas nos ofrece abundantes pruebas de esta verdad, ¿Qué cosa mas puramente especulativa y al parecer mas estéril, que las fracciones continuas? y no obstante ellas sirvieron á Huigens para determinar las dimensiones de las ruedas dentadas en la construccion de su autómata planetario. La práctica sin la teoría permanece estacionaria, ó no adelanta sino con muchísima lentitud; pero á su vez, la teoría sin la práctica fuera tambien infructuosa. La teoría no progresa ni se solida sin la observacion, y la observacion estriba en la práctica. ¿Que seria la ciencia agrícola sin la experiencia del labrador? Los que se destinen á la profesion de un arte deben, si es posible, estar preparados con los principios de la ciencia en que aquella se funda. Los carpinteros, albañiles, maquinistas, saldrian sin duda mas hábiles maestros si poseyesen los elementos de geometría y de mecánica; y los barnizadores, tintoreros y de otros oficios no andarian tan á tientas en sus operaciones, si no careciesen de las luces de la química. Si una gran parte del tiempo que se pierde miserablemente en la escuela y en casa, ocupándose en estudios inconducentes, se emplease en adquirir los conocimientos preparatorios, acomodados á la carrera que se quiere emprender, los individuos, las familias y la sociedad reportarian por cierto mayor fruto de sus tareas y dispendios. Bueno es que un jóven sea literato; pero ¿de qué le servirá un brillante trozo de Walter Scott, ó de Víctor Hugo, cuando colocado al frente de un establecimiento sea preciso conocer los defectos de una máquina, las ventajas ó inconvenientes de un procedimiento, ó adivinar el secreto con que en los paises extranjeros se ha llegado á la perfeccion de un tinte? Al arquitecto, al ingeniero, ¿serán los artículos de política los que les enseñarán á construir un edificio con solidez, elegancia, aptitud y buen gusto, á formar atinadamente el plan de una carretera ó canal, á dirigir las obras con inteligencia, á levantar una calzada, ó suspender un puente? § LVI. Inconvenientes de la universalidad. El saber es muy costoso y la vida muy breve; y sin enbargo vemos con dolor que se desparraman las facultades del hombre hácia mil objetos diferentes, halagando á un tiempo la vanidad y la pereza. La vanidad, porque de esta suerte se adquiere la reputacion de sabio; la pereza, porque es harto mas trabajoso el fijarse sobre una materia y dominarla, que no el adquirir cuatro nociones generales sobre todos los ramos. Se ponderan de continuo las ventajas de la division del trabajo en la industria, y no se advierte que este principio es tambien aplicable á la ciencia. Son pocos los hombres nacidos con felices disposiciones para todo. Muchos que podrian ser una excelente _especialidad_, dedicándose principal ó exclusivamente á un ramo, se inutilizan miserablemente aspirando á la universalidad. Son incalculables los daños que de esto resultan á la sociedad y á los individuos: pues que se consumen estérilmente muchas fuerzas que bien aprovechadas y dirigidas, habrian podido producir grandes bienes. Vaucanson y Vatt hicieron prodigios en la mecánica: y es muy probable que se hubieran distinguido muy poco en las bellas artes y en la poesía; Lafontaine se inmortalizó con sus _Fábulas_, y metido á hombre de negocios, hubiera sido de los mas torpes. Sabido es que en el trato de la sociedad, parecia á veces estar falto de sentido comun. No negaré que unos conocimientos presten á otros grande auxilio, ni las ventajas que reporta una ciencia de las luces que le suministran otras, quizas de un órden totalmente distinto; pero repito que esto es para pocos, y que la generalidad de los hombres debe dedicarse especialmente á un ramo. Así en las ciencias como en las artes, lo que conviene es elegir con acierto la profesion: pero una vez escogida, es preciso aplicarse á ella ó principal ó exclusivamente. La abundancia de libros, de periódicos, de manuales, de enciclopedias convida á estudiar un poco de todo: esta abundancia indica el gran caudal de conocimientos atesorados con el curso de los siglos y de que disfruta la edad presente; pero en cambio acarrea un mal muy grave, y es que hace perder á muchos en intensidad lo que adquieren en extension; y á no pocos les proporciona aparentar que saben de todo cuando en realidad no saben nada. Si la España ha de progresar de una manera real y positiva, es preciso que se acuda á remediar este abuso; que se encajonen, por decirlo así, los ingenios en sus respectivas carreras, y que sin impedir la universalidad de conocimientos en los que de tanto sean capaces, se cuide que no falte en algunos la profundidad, y en todos la suficiencia. La mayor parte de las profesiones demandan un hombre entero, para ser desempeñadas cual conviene; si se olvida esta verdad, las fuerzas intelectuales se consumen lastimosamente sin producir resultado: como en una máquina mal construida se pierde gran parte del impulso por falta de buenos conductos que le dirijan y apliquen. A quien reflexione sobre el movimiento intelectual de nuestra patria en la época presente, se le ofrece de bulto la causa de esa esterilidad que nos aflige, á pesar de una actividad siempre creciente. Las fuerzas se disipan, se pierden, porque no hay direccion: los ingenios marchan á la aventura, sin pensar adónde van: los que profesan con fruto una carrera la abandonan á la vista de otra que brinda con mas ventajas: y la revolucion trastornando todos los papeles, haciendo del abogado un diplomático, del militar un político, del comerciante un hombre de gobierno, del juez un economista, de nada todo, aumenta el vértigo de las ideas, y opone gravísimos obstáculos á todos los progresos. § LVII. Fuerza de la voluntad. El hombre tiene siempre un gran caudal de fuerzas sin emplear; y el secreto de hacer mucho, es acertar á explotarse á sí mismo. Para convencerse de esta verdad basta considerar cuánto se multiplican las fuerzas del hombre que se halla en aprieto: su entendimiento es mas capaz y penetrante, su corazon mas osado y emprendedor, su cuerpo mas vigoroso: ¿y esto porqué? ¿se crean acaso nuevas fuerzas? no ciertamente: solo se despiertan, se ponen en accion, se aplican á un objeto determinado. ¿Y cómo se logra esto? El aprieto aguijonea la voluntad, y esta desplega, por decirlo así, toda la plenitud de su poder: quiere el fin con intensidad y viveza, manda con energía á todas las facultades que trabajen por encontrar los medios á propósito, y por emplearlos una vez encontrados; y el nombre se asombra de sentirse otro, de ser capaz de llevar á cabo lo que en circunstancias ordinarias le pareciera del todo imposible. Lo que sucede en extremos apurados, debe enseñarnos el modo de aprovechar y multiplicar nuestras fuerzas en el curso de los negocios comunes: regularmente, para lograr un fin, lo que se necesita es _voluntad_: voluntad decidida, resuelta, firme, que marche á su objeto sin arredrarse por obstáculos ni fatigas. Las mas de las veces, no tenemos verdadera voluntad, sino veleidad; quisiéramos, mas no queremos, quisiéramos, si no fuese preciso salir de nuestra habitual pereza, arrostrar tal trabajo, superar tales obstáculos, pero no queremos alcanzar el fin á tanta costa; empleamos con flojedad nuestras facultades, y desfallecemos á la mitad del camino. § LVIII. Firmeza de voluntad. La firmeza de voluntad es el secreto de llevar á cabo las empresas arduas; con esta firmeza comenzamos por dominarnos á nosotros mismos; primera condicion para dominar los negocios. Todos experimentamos que en nosotros hay dos hombres; uno inteligente, activo, de pensamientos elevados, de deseos nobles, conformes á la razon, de proyectos arduos y grandiosos; otro torpe, soñoliento, de miras mezquinas, que se arrastra por el polvo cual inmundo reptil; que suda de angustia al pensar que se le hace preciso levantar la cabeza del suelo. Para el segundo no hay el recuerdo de ayer, ni la prevision de mañana; no hay mas que lo presente, el goce de ahora, lo demas no existe; para el primero hay la enseñanza de lo pasado, y la vista del porvenir; hay otros intereses que los del momento, hay una vida demasiado anchurosa para limitarla á lo que afecta en este instante; para el segundo el hombre es un ser que siente y goza; para el primero el hombre es una criatura racional, á imágen y semejanza de Dios, que se desdeña de hundir su frente en el polvo, que la levanta con generosa altivez hácia el firmamento, que conoce toda su dignidad, que se penetra de la nobleza de su orígen y destino, que alza su pensamiento sobre la region de las sensaciones, que prefiere al goce el deber. Para todo adelanto sólido y estable, conviene desarrollar al hombre noble, y sujetar y dirigir al ignoble, con la firmeza de la volundad. Quien se ha dominado á sí mismo domina fácilmente el negocio, y á los demas que en él toman parte. Porque es cierto que una volundad firme y constante, ya por sí sola, y prescindiendo de las otras cualidades de quien la posea, ejerce poderoso ascendiente sobre los ánimos, y los sojuzga y avasalla. La terquedad es sin duda un mal gravísimo, porque nos lleva á desechar los consejos ajenos, aferrándonos en nuestro dictámen y resolucion, contra las consideraciones de prudencia y justicia. De ella debemos precavernos cuidadosamente, porque teniendo su raiz en el orgullo, es planta que fácilmente se desarrolla. Sin embargo, tal vez podria asegurarse que la terquedad no es tan comun, ni acarrea tantos daños como la inconstancia. Esta nos hace incapaces de llevar á cabo las empresas arduas, y esteriliza nuestras facultades, dejándolas ociosas, ó aplicándolas sin cesar á objetos diferentes, y no permitiendo que llegue á sazon el fruto de las tareas; ella nos hace retroceder á la vista del primer obstáculo, y desfallecer al presentarse un riesgo ó fatiga; ella nos pone á la merced de todas nuestras pasiones, de todos los sucesos, de todas las personas que nos rodean; ella nos hace tambien tercos en el prurito de mudanza, y ella nos hace desoir los consejos de la justicia, de la prudencia, y hasta de nuestros mas caros intereses. Para lograr esta firmeza de voluntad, y precaverse contra la inconstancia, conviene formarse convicciones fijas, prescribirse un sistema de conducta, no obrar al acaso. Es cierto que la variedad de acontecimientos y circunstancias, y la escasez de nuestra prevision nos obligan con frecuencia á modificar los planes concebidos; pero esto no impide que podamos formarlos, no autoriza para entregarse ciegamente al curso de las cosas, y marchar á la aventura. ¿Para qué se nos ha dado la razon sino para valernos de ella, y emplearla como guia en nuestras acciones? Téngase por cierto que quien recuerde estas observaciones, quien proceda con sistema, quien obre con premeditado designio, llevará siempre notable ventaja sobre los que se conduzcan de otra manera; si son sus auxiliares, naturalmente se los hallará puestos bajo sus órdenes, y se verá constituido su caudillo, sin que ellos lo piensen ni él propio lo pretenda; si son sus adversarios ó enemigos, los desbaratará, aun contando con ménos recursos. Conciencia tranquila, designio premeditado, voluntad firme; hé aqui las condiciones para llevar a cabo las empresas. Esto exige sacrificios, es verdad; esto demanda que el hombre se venza á sí mismo, es cierto; esto supone mucho trabajo interior, no cabe duda; pero en lo intelectual como en lo moral, como en lo físico; en lo temporal como en lo eterno, está ordenado que no alcanza la corona quien no arrostra la lucha. § LIX. Firmeza, energía, ímpetu. Voluntad firme no es lo mismo que voluntad enérgica, y mucho ménos que voluntad impetuosa. Estas tres cualidades son muy diversas, no siempre se hallan reunidas, y no es raro que se excluyan reciprocamente. El ímpetu es producido por un acceso de pasion, es el movimiento de la voluntad arrastrada por la pasion, es casi la pasion misma. Para la energía no basta un acceso momentáneo; es necesaria una pasion fuerte, pero sostenida por algun tiempo. En el ímpetu hay explosion, el tiro sale, mas el proyectil cae á poca distancia; en la energía hay explosion tambien, quizas no tan ruidosa, pero en cambio el proyectil silba gran trecho por los aires, y alcanza un blanco muy distante. La firmeza no requiere ni uno ni otro; á veces no consiente ni uno ni otro; admite tambien pasion, frecuentemente la necesita; pero es una pasion constante, con direccion fija, sometida á regularidad. El ímpetu, ó destruye en un momento todos los obstáculos ó se quebranta; la energía sostiene algo mas la lucha, pero se quebranta tambien; la firmeza los remueve si puede, cuando no, los salva, da un rodeo, y si ni uno ni otro le es posible, se para y espera. Mas no debe creerse que esta firmeza no pueda tener en ciertos casos energía, ímpetu irresistible; despues de esperar mucho, tambien se impacienta, y una resolucion extrema es tanto mas temible cuanto es mas premeditada, mas calculada. Esos hombres en apariencia frios, pero que en realidad abrigan un fuego concentrado y comprimido, son formidables cuando llega el momento fatal y dicen «ahora».... Entónces clavan en el objeto su mirada encendida y se lanzan á él rápidos como el rayo, certeros como una flecha. Las fuerzas morales son como las físicas; necesitan ser economizadas; los que á cada paso las prodigan las pierden; los que las reservan con prudente economía, las tienen mayores en el momento oportuno. No son las voluntades mas firmes las que chocan continuamente con todo; por el contrario los muy impetuosos ceden cuando se les resiste, atacan cuando se cede. Los hombres de voluntad mas firme no suelen serlo para las cosas pequeñas; las miran con lástima, no las consideran dignas de un combate. Así en el trato comun son condescendientes, flexibles, desisten con facilidad; se prestan á lo que se quiere. Pero llegada la ocasion, sea por presentarse un negocio grande en que convenga desplegar las fuerzas, sea porque alguno de los pequeños haya sido llevado á un extremo tal en que no se pueda condescender mas, y sea necesario decir, _basta_; entónces no es mas impetuoso el leon, si se trata de atacar, no es mas firme la roca, si se trata de resistir. Esa fuerza de voluntad que da valor en el combate y fortaleza en el sufrimiento; que triunfa de todas las resistencias, que no retrocede por ningun obstáculo, que no se desalienta con el mal éxito, ni se quebranta con los choques mas rudos; esa voluntad, que segun la oportunidad del momento, es fuego abrasador, ó frialdad aterradora; que segun conviene, pinta en el rostro formidable tempestad, ó una serenidad todavía mas formidable; esa gran fuerza de voluntad, que es hoy lo que era ayer, que será mañana lo que es hoy; esa gran fuerza de voluntad sin la que no es posible llevar á cabo arduas empresas que exijan dilatado tiempo; que es uno de los caractéres distintivos de los hombres que mas se han señalado en los fastos de la humanidad, de los hombres que viven en los monumentos que han levantado, en las instituciones que han establecido, en las revoluciones que han hecho, ó en los diques con que las han contenido; esa gran fuerza de voluntad que poseian los grandes conquistadores, los jefes de sectas, los descubridores de nuevos mundos, los inventores que consumieron su vida en busca de su invento, los políticos que con mano de hierro amoldaron la sociedad á una nueva forma, imprimiéndola un sello que despues de largos siglos no se ha borrado aun; esa fuerza de voluntad que hace de un humilde fraile un gran papa en Sixto V, un gran regente en Cisneros; esa fuerza de voluntad que cual muro de bronce detiene el protestantismo en la cumbre del Pirineo, que arroja sobre la Inglaterra una armada gigantesca, y escucha impasible la nueva de su pérdida, que somete el Portugal, vence en San Quintin, levanta el Escorial, y que en el sombrío ángulo del monasterio, contempla con ojos serenos la muerte cercana; miéntras Extraña agitacion, tristes clamores En el palacio de _Felipe_ cunden, Que por el claustro y poblacion á un tiempo Con angustiados ayes se difunden; esa fuerza de voluntad, repito, necesita dos condiciones ó mas bien resulta de la accion combinada de dos causas; una idea, y un sentimiento. Una idea clara, viva, fija, poderosa, que observa el entendimiento, ocupándole todo, llenándole todo. Un sentimiento fuerte, enérgico, dueño exclusivo del corazon y completamente subordinado á la idea. Si alguna de estas circunstancias falta, la voluntad flaquea, vacila. Cuando la idea no tiene en su apoyo el sentimiento, la voluntad es floja; cuando el sentimiento no tiene en su apoyo la idea, la voluntad vacila, es inconstante. La idea es la luz que señala el camino; es mas, es el punto luminoso que fascina, que atrae, que arrastra; el sentimiento es el impulso, es la fuerza que mueve, que lanza. Cuando la idea no es viva, la atraccion disminuye, la incertidumbre comienza, la voluntad es irresoluta; cuando la idea no es fija, cuando el punto luminoso muda de lugar, la voluntad anda mal segura; cuando la idea se deja ofuscar ó reemplazar por otras, la voluntad muda de objetos, es voluble; y cuando el sentimiento no es bastante poderoso, cuando no está en proporcion con la idea, el entendimiento la contempla con placer, con amor, quizas con entusiasmo, pero el alma no se halla con fuerzas para tanto: el vuelo no puede llegar allá; la voluntad no intenta nada, y si intenta, se desanima y desfallece. Es increible lo que pueden esas fuerzas reunidas; y lo extraño es que su poder no es solo con respecto al que las tiene, sino que obra eficazmente sobre los que le rodean. El ascendiente que llega á ejercer sobre los demas un hombre de esta clase, es superior á todo encarecimiento. Esa fuerza de voluntad, sostenida y dirigida por la fuerza de una idea, tiene algo de misterioso que parece revestir al hombre de un carácter superior y le da derecho al mando de sus semejantes: inspira una confianza sin límites, una obediencia ciega á todos los mandatos del héroe. Aun cuando sean desacertados, no se los cree tales; se considera que hay un plan secreto que no se concibe: «él sabe bien lo que hace,» decian los soldados de Napoleon, y se arrojaban á la muerte. Para los usos comunes de la vida no se necesitan estas cualidades en grado tan eminente; pero el poseerlas del modo que se adapte al talento, índole y posicion del individuo, es siempre muy útil y en algunos casos necesario. De esto dependen en gran parte las ventajas que unos llevan á otros en la buena direccion y acertado manejo de los asuntos; pudiendo asegurarse que quien esté enteramente falto de dichas cualidades será hombre de poco valer, incapaz de llevar á cabo ningun negocio importante. Para las grandes cosas es necesaria gran fuerza, para las pequeñas basta pequeña; pero todas han menester alguna. La diferencia está en la intensidad y en los objetos: mas no en la naturaleza de las facultades ni de su desarrollo. El hombre grande como el vulgar, se dirigen por el pensamiento, y se mueven por la voluntad y las pasiones. En ambos la fijeza de la idea y la fuerza del sentimiento, son los dos principios que dan á la voluntad energía y firmeza. Las piedrezuelas que arrebata el viento estan sometidas á las mismas leyes que la masa de un planeta. § LX. Conclusion y resúmen. Criterio es un medio para conocer la verdad. La verdad en las cosas es la realidad. La verdad en el entendimiento, es conocer las cosas tales como son. La verdad en la voluntad es quererlas como es debido, conforme á las reglas de la sana moral. La verdad en la conducta es obrar por impulso de esta buena voluntad. La verdad en proponerse un fin, es proponerse el fin conveniente y debido, segun las circunstancias. La verdad en la eleccion de los medios es elegir los que son conformes á la moral, y mejor conducen al fin. Hay verdades de muchas clases; porque hay realidad de muchas clases. Hay tambien muchos modos de conocer la verdad. No todas las cosas se han de mirar de la misma manera, sino del modo que cada una de ellas se ve mejor. Al hombre le han sido dadas muchas facultades. Ninguna es inútil. Ninguna es intrínsecamente mala. La esterilidad ó la malicia les vienen de nosotros que las empleamos mal. Una buena lógica debiera comprender al hombre entero; porque la verdad está en relacion con todas las facultades del hombre. Cuidar de la una, y no de la otra, es á veces esterilizar la segunda, y malograr la primera. El hombre es un mundo pequeño: sus facultades son muchas y muy diversas; necesita armonía, y no hay armonía sin atinada combinacion, y no hay combinacion atinada si cada cosa no está en su lugar; si no ejerce sus funciones ó las suspende en el tiempo oportuno. Cuando el hombre deja sin accion alguna de sus facultades, es un instrumento al que le faltan cuerdas; cuando las emplea mal es un instrumento destemplado. La razon es fria, pero ve claro; darle calor, y no ofuscar su claridad: las pasiones son ciegas, pero dan fuerza; darles direccion, y aprovecharse de su fuerza. El entendimiento sometido á la verdad; la voluntad sometida á la moral; las pasiones sometidas al entendimiento y á la voluntad, y todo ilustrado, dirigido, elevado por la religion; hé aquí el hombre completo; el hombre por excelencia. En él la razon da luz, la imaginacion, pinta, el corazon vivifica, la religion diviniza. FIN. NOTAS [1] Pág. 7.--_Verum est id quod est_, dice san Agustin (Lib. 2. Solil. cap. 5). Puede distinguirse entre la verdad de la cosa y la verdad del entendimiento: la primera, que es la cosa misma, se podrá llamar objetiva; la segunda, que es la conformidad del entendimiento con la cosa, se apellidará formal, ó subjetiva. El oro es metal, independientemente de nuestro conocimiento; hé aquí una verdad objetiva. El entendimiento conoce que el oro es metal, hé aquí una verdad formal ó subjetiva. Mucha presuncion seria el despreciar las reglas para pensar bien. «Nullam dicere maximarum rerum esse artem, cum minimarum sine arte nulla sit, hominum est parum considerate loquentium.» «Es de hombres lijeros, decia Ciceron, el afirmar que para las grandes cosas no hay arte, cuando de él no carecen ni las mas pequeñas.» (Lib. 2. de offic.) En la utilidad de las reglas han estado acordes los sabios antiguos y modernos: la dificultad pues está en saber cuáles son estas, cuál es el mejor modo de enseñar á practicarlas. _Don de los dioses_ llamó Sócrates á la lógica, mas por desgracia, no nos aprovechamos lo bastante de este don precioso, y las cavilaciones de los hombres le hacen inútil para muchos. Los aristotélicos han sido acusados de embrollar el entendimiento de los principiantes con la abundancia de las reglas, y el fárrago de discusiones abstractas; en cambio, las escuelas que les han sucedido, y particularmente los ideólogos mas modernos, no estan libres del todo de un cargo semejante. Algunos reducen la lógica á un análisis de las operaciones del entendimiento, y de los medios con que se adquieren las ideas; lo que encierra las mas altas y difíciles cuestiones que ofrecerse puedan á la humana filosofía. Quisiéramos un poco ménos de ciencia y un poco mas de práctica; recordando lo que dice Bacon de Verulamio sobre el arte de observacion, cuando le llama una especie de sagacidad, de olfato cazador, mas bien que ciencia. Ars experimentalis sagacitas potius est et odoratio quædam venatica quam scientia. (De Augm. scient. L. 5. c. 2.) [2] Pág. 10.--Los hombres mas insignes en el mundo científico se han distinguido por una gran fuerza de atencion; y algunos de ellos por una abstraccion que raya en lo increible. Arquimedes ocupado en sus meditaciones y operaciones geométricas, no advierte el estrépito de la ciudad tomada por los enemigos. Vieta pasa sin interrupcion dias y noches absorto en sus combinaciones algebráicas y no se acuerda de sí propio, hasta que le arrancan de tamaña enajenacion sus domésticos y amigos; Leibnitz malbarata lastimosamente su salud, estando muchos dias sin levantarse de la silla. Esta abstraccion extraordinaria es respetable en hombres que de tal suerte han enriquecido las ciencias con admirables inventos; ellos tenian verdaderamente una mision que cumplir, y en cierto modo era excusable que á tan alto objeto sacrificaran su salud y su vida. Pero aun en los genios mas eminentes no ha estado reñida la intensidad de la atencion con su flexibilidad: Descartes estaba elaborando sus colosales concepciones entre el estruendo de los combates; y cuando cansado de la vida militar se retiró del servicio en que se habia alistado voluntariamente, continuó viajando por los principales paises de Europa. Con semejante tenor de vida, es muy probable que el ilustre filósofo habia sabido enlazar la intensidad con la flexibilidad de la atencion, y que no seria tan delicado en la materia como Kant, de quien se dice, que el solo desarreglo ó cambio de un boton en uno de sus oyentes era capaz de hacerle perder el hilo del discurso. Esto no es tan extraño si se considera que el filósofo aleman jamas salió de su patria, y que por tanto no debió de acostumbrarse á meditar sino en el retiro de su gabinete. Pero sea lo que fuere de las rarezas de algunos hombres célebres, importa sobre manera esforzarse en adquirir esa flexibilidad de atencion que puede muy bien aliarse con su intensidad. En esto como en todas las cosas puede mucho el trabajo, la repeticion de actos, que llegan á engendrar un hábito que no se pierde en toda la vida. Acostumbrándose á pensar sobre cuantos objetos se ofrecen, y á dar constantemente al espíritu una direccion seria, se consigue lentamente, y sin esfuerzo, la conveniente disposicion de ánimo, ya sea para fijarse largas horas sobre un punto, ya para hacer suavemente la transicion de unas ocupaciones á otras. Cuando no se posee esta flexibilidad, el espíritu se fatiga y enerva con la concentracion excesiva ó se desvanece con cualquiera distraccion; lo primero, á mas de ser nocivo á la salud, tampoco suele servir mucho para progresar en la ciencia; y lo segundo inutiliza el entendimiento para los estudios serios. El espíritu como el cuerpo ha menester un buen régimen; y en este régimen hay una condicion indispensable: la templanza. [3] Pág. 14.--Un hombre dedicado á una profesion para la cual no ha nacido, es una pieza dislocada: sirve de poco, y muchas veces no hace mas que sufrir y embarazar. Quizas trabaja con celo, con ardor; pero sus esfuerzos ó son impotentes, ó no corresponden ni con mucho á sus deseos. Quien haya observado algun tanto sobre este particular, habrá notado fácilmente los malos efectos de semejante dislocacion. Hombres muy bien dotados para un objeto, se muestran con una inferioridad lastimosa cuando se ocupan de otro. Uno de los talentos mas sobresalientes que he conocido en lo tocante á ciencias morales y políticas, le considero mucho ménos que mediano con respecto á las exactas; y al contrario, he visto á otros de feliz disposicion para adelantar en estas, y muy poco capaces para aquellas. Y lo singular en la diferencia de los talentos es que aun tratándose de una misma ciencia, los unos son mas á propósito que otros para determinadas partes. Así se puede experimentar en la enseñanza de las matemáticas que la disposicion de un mismo alumno no es igual con respecto á la Aritmética, Algebra y Geometría. En el cálculo, unos se adiestran con facilidad en la parte de aplicacion, miéntras no adelantan igualmente ni con mucho, en la de generalizacion; unos adelantan en la Geometría mas de lo que habian hecho esperar en el estudio del Algebra y Aritmética. En la demostracion de los teoremas, en la resolucion de los problemas, se echan de ver diferencias muy señaladas: unos se aventajan en la facilidad de aplicar, de construir, pero deteniéndose, por decirlo así, en la superficie, sin penetrar en el fondo de las cosas; al paso que otros no tan diestros en lo primero, se distinguen por el talento de demostracion, por la facilidad en generalizar, en ver resultados, en deducir consecuencias lejanas. Estos últimos son hombres de ciencia, los primeros son hombres de práctica; á aquellos les conviene el estudio, á estos el trabajo de aplicacion. Si estas diferencias se notan en los límites de una misma ciencia, ¿qué será cuando se trate de las que versan sobre objetos los mas distantes entre sí? y sin embargo, ¿quién cuida de observarlas, y mucho ménos de dirigir á los niños y á los jóvenes por el camino que les conviene? A todos se nos arroja, por decirlo así, en un mismo molde: para la eleccion de las profesiones suele atenderse á todo, ménos á la disposicion particular de los destinados á ellas. ¡Cuánto y cuánto falta que observar en materia de educacion é instruccion! En la acertada eleccion de la carrera no solo se interesa el adelanto del individuo, sino la felicidad de toda su vida. El hombre que se dedica á la ocupacion que se le adapta, disfruta mucho, aun entre las fatigas del trabajo; pero el infeliz que se halla condenado á tareas para las cuales no ha nacido, ha de estar violentándose continuamente, ya para contrariar sus inclinaciones, ya para suplir con esfuerzo lo que le falta en habilidad. Algunos de los hombres que mas se han distinguido en la respectiva profesion, habrian sido probablemente muy medianos, si se hubiesen dedicado á otra que no les conviniera. Malebranche se ocupaba en el estudio de las lenguas y de la historia, y no daba muestras de ninguna disposicion muy aventajada, cuando acertó á entrar en la tienda de un librero, donde le cayó en manos el _Tratado del hombre_ de Descártes. Causóle tanta impresion aquella lectura, que se cuenta haber tenido que interrumpirla mas de una vez para calmar los fuertes latidos de su corazon. Desde aquel dia Malebranche se dedicó al estudio que tan perfectamente se le adaptaba; y diez años despues publicaba ya su famosa obra de la _Investigacion de la verdad_. Y es que la palabra de Descartes despertó el genio filosófico adormecido en el jóven bajo la balumba de las lenguas y de la historia: sintióse otro, conoció que él era capaz de comprender aquellas altas doctrinas, y como el poeta al leer á otro poeta, exclamó: «_tambien yo soy filósofo_.» Una cosa semejante le sucedió á Lafontaine. Habia cumplido veinte y dos años, sin dar muestras de abrigar genio poético. No lo conoció él mismo hasta que leyó la oda de Malherbe sobre el asesinato de Enrique IV. Y este mismo Lafontaine que tan alto rayó en la poesía, ¿qué hubiera sido como hombre de negocios? Sus inocentadas que tanto daban que reir á sus amigos, no son muy buen indicio de felices disposiciones para este género. He dicho que convenia observar el talento particular de cada niño para dedicarle á la carrera que mejor se le adapta: y que seria bueno observar lo que dice ó hace cuando se encuentra con ciertos objetos. Madama Perier, en la _Vida_ de su hermano Pascal, refiere que siendo niño le llamó un dia la atencion el fenómeno del diverso sonido de un plato herido con un cuchillo, segun se le aplicaba el dedo ó se le retiraba; y que despues de reflexionar mucho sobre la causa de esta diferencia escribió un pequeño tratado sobre ella. Este espíritu observador en tan tierna edad ¿no anunciaba ya al ilustre físico del experimento de Puy-de-Dôme confirmando las ideas de Torricelli y Galileo? El padre de Pascal deseoso de formar el espíritu de su hijo, fortaleciéndole con otra clase de estudios ántes de pasar al de las matemáticas, hasta evitaba el hablar de geometría en presencia del niño; pero este encerrado en su cuarto, traza figuras con un carbon, y desenvolviendo la definicion de la geometría que habia oido, demuestra hasta la proposicion 32 de Euclides. El genio del eminente geómetra se debatia bajo una inspiracion poderosa, que todavía no era él capaz de comprender. El célebre Vaucanson se ocupa en examinar atentamente la construccion de un reloj de una antesala donde estaba esperando á su madre; en vez de juguetear, acecha por las hendiduras de la caja, por si puede descubrir el mecanismo: y luego despues se ensaya en construir uno de madera que revela el asombroso genio del ilustre constructor del _flautista_, y del _áspid de Cleopatra_. Bossuet á la edad de 16 años improvisaba en el palacio de Rambouillet un sermon que por la copia de pensamientos y facilidad de expresion y de estilo, admiraba al concurso compuesto de los talentos mas escogidos que á la sazon contaba la Francia. [4] Pág. 25.--He dicho que la teoría de las probabilidades auxiliada por la de las combinaciones, pone de manifiesto la imposibilidad que he llamado de sentido comun, calculando, por decirlo así, la inmensa distancia que va de la posibilidad del hecho á su existencia; distancia que nos le hace considerar como poco ménos que absolutamente imposible. Para dar una idea de esto supondré que se tengan siete letras e, s, p, a, ñ, o, l, y que disponiéndolas á la aventura, se quiere que salga la palabra _español_. Es claro que no hay imposibilidad intrínseca, pues que lo vemos hecho todos los dias, cuando á la combinacion preside la inteligencia del cajista; pero en faltando esta inteligencia, no hay mas razon para que resulten combinadas de esta manera que de la otra. Ahora bien: teniendo presente que el número de combinaciones de diferentes cantidades es igual á 1×2×3×4.......(n-1)n, expresando n el número de los factores; siendo siete las letras en el caso presente, el número de combinaciones posibles será igual á 1×2×3×4×5×6×7.=5040. Ahora: recordando que la probabilidad de un hecho es la relacion del número de casos posibles, resulta que la probabilidad de salir por acaso las siete letras dispuestas de modo que formen la palabra _español_, es igual á 1/5040. Por manera que estaria en el mismo caso que el salir una bola negra de una urna donde hubiese 5039 bolas blancas. Si es tanta la dificultad que hay en que resulte formada una sola palabra de siete letras; ¿qué será si tomamos por ejemplo un escrito en que hay muchas páginas, y por tanto gran número de palabras? La imaginacion se asombra al considerar la inconcebible pequeñez de la probabilidad cuando se atiende á lo siguiente: 1º. La formacion casual de una sola palabra es poco ménos que imposible, ¿qué será con respecto á millares de palabras? 2º. Las palabras sin el debido órden entre sí no dirian nada, y por tanto seria necesario que saliesen del modo correspondiente para expresar lo que se queria. Siete solas palabras nos costarian el mismo trabajo que las siete letras. 3º. Esto es verdad, aun no exigiendo disposicion en líneas, y suponiéndolo todo en una sola; ¿qué será si se piden líneas? Solo siete nos traerán la misma dificultad que las siete palabras y las siete letras. 4º. Para formarse una idea del punto á que llegaria el guarismo que expresase los casos posibles, adviértase que nos hemos limitado á un número de los mas bajos, el _siete_; adviértase que hay muchas palabras de mas letras; que todas las líneas habrian de constar de algunas palabras, y todas las páginas de muchas lineas. 5º. Y finalmente, reflexiónese adónde va á parar un número que se forma con una ley tan aumentativa como esta 1×2×3×4×5×6×7×8 ... (n-1)n. Sígase por breve rato la multiplicacion y se verá que el incremento es asombroso. En la mayor parte de los casos en que el sentido comun nos dice que hay imposibilidad, son muchas las cantidades por combinar, entendiendo por cantidades todos los objetos que han de estar dispuestos de cierto modo para lograr el objeto que se desea. Por poco elevado que sea este número, el cálculo demuestra ser la probabilidad tan pequeña, que ese instinto con el cual desde luego, sin reflexionar, decimos «esto no puede ser» es admirable, por lo fundado que está en la sana razon. Pondré otro ejemplo. Suponiendo que las cantidades son en número de 100, el de las combinaciones posibles será 1×2×3×4×5×6.... 99×100. Para concebir la increible altura á que se elevaría este producto, considérese que se han de sumar los logaritmos de todas estas cantidades, y que las solas _características_, prescindiendo de las _mantisas_ dan 92: lo que por sí solo da una cantidad igual á la unidad seguida de 92 ceros. Súmense las _mantisas_, y añádase el resultado de los enteros á las _características_, y se verá que este número crece todavía mucho mas. Sin fatigarse con cálculos se puede formar idea de esta clase de aumento. Así suponiendo que el número de las cantidades combinables sea diez mil, por la suma de las solas _características_ de los factores se tendria una _característica_ igual á 28894; es decir que aun no llevando en cuenta lo muchísimo que subiria la suma de las _mantisas_, resultaria un número igual á la unidad seguida de 28894 ceros. Concíbase si se puede lo que es un número, que por poco espesor que en la escritura se dé á los ceros, tendrá la longitud de algunas varas; y véase si no es muy certero el instinto que nos dice ser imposible una cosa cuya probabilidad es tan pequeña que está representada por un quebrado cuyo numerador es la unidad, y cuyo denominador es un número tan colosal. [5] Pág. 35.--He creido inútil ventilar en esta obra las muchas cuestiones que se agitan sobre los sentidos, en sus relaciones con los objetos externos, y la generacion de las ideas. Esto me hubiera llevado fuera de mi propósito, y ademas no habria servido de nada para enseñar á hacer buen uso de los mismos sentidos. En otra obra, que tal vez no tarde en dar á luz, me propongo examinar estas cuestiones con la extension que su importancia reclama. [6] Pág. 47.--Lo que he dicho sobre las consecuencias que instintivamente sacamos de la coexistencia ó sucesion de los fenómenos, está íntimamente enlazado con lo explicado en la _Nota 4_, sobre la imposibilidad de sentido comun. De esto puede sacarse una demostracion incontrastable en favor de la existencia de Dios. [7] Pág. 56.--Los que crean que la moral cristiana induce fácilmente á error por un exceso de caridad, conocen poco esta moral, y no han reflexionado mucho sobre los dogmas fundamentales de nuestra religion. Uno de ellos es la corrupcion original del hombre, y los estragos que esta corrupcion produce en el entendimiento y en la voluntad. ¿Semejante doctrina es acaso muy á propósito para inspirar demasiada confianza? ¿Los libros sagrados no estan llenos de narraciones en que resaltan la perfidia y la maldad de los hombres? La caridad nos hace amar á nuestros hermanos, pero no nos obliga á reputarlos por buenos, si son malos, no nos prohibe el sospechar de ellos, cuando hay justos motivos, ni nos impide el tener la cautela prudente, que de suyo aconseja el conocer la miseria y la malicia del humano linaje. [8] Pág. 67.--Para convencerse de que no he exagerado al ponderar el peligro de ser inducidos en error por los narradores, basta considerar que aun con respecto á paises muy conocidos, la historia se está _rehaciendo_ continuamente, y tal vez en este siglo mas que en los anteriores. Todos los dias se estan publicando obras en que se enmiendan errores, verdaderos ó imaginarios; pero lo cierto es que en muchos puntos gravísimos hay una completa discordancia en las opiniones. Esto no debe conducir al escepticismo, pero sí inspirar mucha cautela. La autoridad humana es una condicion indispensable para el individuo y la sociedad: pero es preciso no fiarse demasiado en ella. Para engañarnos basta ó mala fe ó error. Desgraciadamente, estas cosas no son raras. [9] Pág. 72.--Es muy dudoso si el periodismo causará daño ó provecho á la historia de lo presente; pero no puede negarse que multiplicará el número de los historiadores con la mayor circulacion de documentos. Antes, para proporcionarse algunos de ellos era necesario recurrir á secretarías ó archivos; mas ahora, son pocos los que son tan reservados que ó desde luego, ó á la vuelta de algun tiempo, no caigan en manos de un periódico; y por poco que valgan, pueden contar con infinitas reimpresiones en varias lenguas. Por manera que ahora las colecciones de periódicos son excelentes memorias para escribir la historia. Esto aumenta el número de los hechos en que se pueda fundar el historiador; y de que puede aprovecharse con gran fruto, con tal que no confunda el texto con el comentario. [10] Pág. 78.--Al leer algun libro de viajes, no debemos buscar el capítulo de paises lejanos, sino de aquellos cuyos pormenores nos sean muy conocidos; esto proporciona el juzgar con acierto de la obra, y á veces no escasa diversion. Entónces se palpa la lijereza con que se escriben ciertos viajes. Una poblacion que tenia yo bien conocida, y cuyos alrededores secos y pedregosos habia recorrido no pocas veces, la he visto en un libro de viajes cercada como por encanto de jardines y arroyos; y á otra en que se habla de las aguas de un rio no lejano, como de un bello sueño que algun dia se pudiera realizar, la he visto tambien en otro libro regalada ya con la ejecucion del hermoso proyecto, ó mejor diré, sin necesidad de él, pues que el cauce del rio estaba junto á sus murallas. [11] Pág. 89.--He manifestado mucha desconfianza de las obras póstumas, sobre todo si el autor no ha podido darles la última mano, dejándolas á persona de muy segura entereza, y que no haya de hacer mas que publicarlas. Entre los muchos ejemplos que se pudieran citar, en que la falsificacion ha sido probada, ó en que se ha sospechado no sin fuertes indicios, recordaré un hecho gravísimo, cual es lo que está sucediendo en Francia con respecto á una obra muy importante: _Los Pensamientos de Pascal_. En el espacio de dos siglos se han publicado numerosas ediciones de esta obra, y ha sido traducida en diferentes lenguas, y todavía en 1845 estan disputando M. Cousin y M. Faugère sobre pasajes de gran trascendencia. M. Cousin pretendia haber restablecido el verdadero Pascal, haciendo desaparecer las enmiendas introducidas en la obra por la mano de Port-Royal, y ahora M. Faugère ha dado á luz otra edicion, de la cual resulta que solo él ha consultado el escrito autógrafo, y que M. Cousin, el mismo M. Cousin, se habia limitado, por lo general, á las copias. Fiaos de editores. [12] Pág. 102.--Lo dicho en la _Nota 3_ sobre la diferencia de los talentos deja fuera de duda lo que acabo de asentar en el capítulo XII. Sin embargo para hacer sentir que la escena de los _Sabios resucitados_ no es una ficcion exagerada, citaré un ejemplo que equivale á muchos. ¿Quién hubiera pensado que un escritor tan fecundo, tan brillante, tan lozano y pintoresco como Buffon, no fuese poeta ni capaz de hacer justicia á los poetas mas eminentes? Tratándose de un hombre que solo se hubiese distinguido en las ciencias exactas, esto no fuera extraño; pero en Buffon, en el magnífico pintor de la naturaleza, ¿cómo se concibe esta anomalía? Sin embargo la anomalía existió, y esto basta á manifestar que no solo pueden encontrarse separados dos géneros de talento muy diversos, sino tambien los que al parecer solo se distinguen por un lijero matiz. «Yo he visto, dice Laharpe, al respetable anciano Buffon, afirmar con mucha seguridad que los versos mas hermosos estaban llenos de defectos, y que no alcanzaban ni con mucho á la perfeccion de una buena prosa. No vacilaba en tomar por ejemplo los versos de la _Athalia_ y hacer una minuciosa crítica de los de la primera escena. Todo lo que dijo era propio de un hombre tan extraño á las _primeras nociones de la poesía_, y á los ordinarios procedimientos de la versificacion, que no habria sido posible responderle sin _humillarle_.» Y adviértase que no se habla de un hombre que pensase ménos en la forma del escrito que en el fondo; se habla de Buffon, que pulia con extremada escrupulosidad sus trabajos, y de quien se cuenta que hizo copiar once veces su manuscrito _Epocas de la naturaleza_; y sin embargo este hombre que tanto cuidaba de la belleza, de la cultura, de la armonía, no era capaz de comprender á Racine, y encontraba malos los versos de la _Athalia_. [13] Pág. 115.--La confusion de ideas acarrea grandes perjuicios á las ciencias: pero el aislamiento de los objetos es causa tambien de mucha gravedad. Uno de los vicios radicales de la escuela enciclopédica fué el considerar al hombre aislado, y prescindir de las relaciones que le ligan con otros seres. El análisis lleva á descomponer, pero es necesario no llevar la descomposicion tan léjos que se olvide la construccion de la máquina á que pertenecen las piezas. Algunos filósofos á fuerza de analizar las sensaciones, se han quedado con las sensaciones solas; lo que en la ciencia ideológica y psicológica, equivale á tomar el pórtico por el edificio. [14] Pág. 134.--La _duda_ de Descartes fué una especie de revolucion contra la autoridad científica, y por tanto fué llevada por muchos á una exageracion indebida. Sin embargo no es posible desconocer que habia en las escuelas necesidad de un sacudimiento, que las sacase del letargo en que se encontraban. La autoridad de algunos escritores se habia levantado mas alto de lo que convenia; y era menester un ímpetu como el de la filosofía de Descartes para derribar á los ídolos. El respeto debido á los grandes hombres no ha de rayar en culto, ni la consideracion á su dictámen degenerar en ciega sumision. Por ser grandes hombres, no dejan de ser hombres, y de manifestarlo así en los errores, olvidos y defectos de sus obras. _Summi enim sunt, homines tamen_, decia Quintiliano. Y san Agustin confiesa, que la infalibilidad la atribuye á los libros sagrados; pero que en cuanto á las obras de los hombres, por mas alto que rayen en virtud y sabiduría, no por esto son mas obligados á tener por verdadero todo cuanto ellos han dicho ó escrito. [15] Pág. 142.--Voy á compendiar en pocas palabras lo mas útil que dicen los dialécticos sobre la percepcion, juicio, raciocinio, término, proposicion y argumentacion. Segun los dialécticos, la percepcion es el conocimiento en la cosa, sin afirmacion ó negacion; el juicio es la afirmacion ó negacion; el raciocinio es el acto del entendimiento de lo que de una cosa inferimos otra. Pienso en la virtud sin afirmar ó negar nada de ella; tengo una percepcion. Interiormente afirmo que la virtud es loable; formo un juicio. De aquí infiero que para merecer la verdadera alabanza es preciso ser virtuoso; esto es un raciocinio. El objeto interior de la percepcion, se llama idea. El término ó vocablo es la expresion de la cosa percibida. La palabra _América_ no expresa la idea del nuevo Continente, sino el mismo Continente. Es cierto que no existiera el término si no existiese la idea, y que esta sirve como de nudo para enlazar el término con la cosa; pero no lo es ménos, que cuando expresamos _América_, entendemos la cosa misma, no la idea. Así decimos la América es un pais hermoso, y es evidente que esto no lo afirmamos de la idea. Al pensar en los metales, conozco que el ser _metal_ es comun á muchas cosas que por otra parte son diferentes, como la plata, el oro, el plomo etc.; al pensar en los brutos, veo que hay algo en que convienen el camello, el águila, la serpiente, la mariposa, y todos los demas, á saber el _vivir y sentir_, ó el ser animales. Cuando expreso esto que conviene á muchos, diciendo, _metal_, _animal_, _cuerpo_, _hombre justo_, _malo_ etc, el término se denomina _comun_. El término comun tomado en general es aquel cuyo significado conviene á muchos; pero como puede suceder que convenga á muchos, ó bien tan solo en cuanto se consideran reunidos, ó bien que se aplique á cualquiera de ellos por separado; suele decirse que en el primer caso el término es colectivo, en el segundo distributivo. _Academia_, es un término comun colectivo, porque expresa la _coleccion_ de los académicos; pero no de tal suerte que cada uno de estos pueda llamarse _academia_. _Sabio_ es término comun distributivo, porque se aplica á muchos, de manera que cualquiera individuo que posea la sabiduría, puede llamarse sabio. Término singular es el que expresa un solo individuo: como Pirineos, mar Negro, Madrid, etc. Me parece que el término colectivo no deberia contarse como una especie del comun, porque entónces hay el inconveniente de que la division no está bien hecha. Decimos el término es comun ó singular. El comun se divide en colectivo y distributivo. Para que una division sea bien hecha se requiere que de dos miembros opuestos el uno no pertenezca al otro, lo que se verifica si adoptamos la division expresada. En efecto, la palabra _nacion_ es comun, distributivamente, porque conviene á todas las naciones; y colectivamente porque se aplica á una reunion. Francia es comun colectivo porque se aplica á un conjunto de hombres, y singular porque expresa una sola nacion, un verdadero individuo de la especie de las naciones. Luego el término colectivo no debe contarse entre los comunes, como contrapuestos al singular, pues hay nombres colectivos comunes, y los hay singulares. El término comun se divide en unívoco, equívoco y análogo. Unívoco es el que tiene para muchos un significado idéntico: como hombre, animal, corpóreo. Equívoco es el que lo tiene diferente, como leon, que expresa un animal y un signo celeste. Análogo que lo tiene en parte idéntico y en parte diferente: como sano, que se aplica al alimento que conserva la salud, al medicamento que la restablece, al hombre que la posee; piadoso, que se aplica á la persona, á un libro, á una accion, á una imágen. _Amo_, se dice de los monarcas; así esa fórmula «el rey mi augusto amo» se dice de los que tienen esclavos; se dice de los que tienen dependientes ó criados, se dice del dueño de la habitacion. De muchos términos se verifica que envuelven una idea general, susceptible de varias modificaciones; y el emplearlos sin hacerla competente distincion, da lugar á confusion de ideas, y estériles disputas. Usamos á cada paso las palabras rey, monarca, soberano; hablamos sobre lo que ellas significan, asentando nuestros respectivos sistemas. Y sin embargo es imposible no desacertar gravísimamente, si en cada cuestion no se fija con exactitud lo que estas palabras expresan. Soberano es el sultan, soberano es el emperador de Rusia, soberano es el rey de Prusia, soberano es el rey de Francia, soberana es la reina de Inglaterra, y no obstante en ninguno de estos casos, la soberanía expresa lo mismo. La definicion es la explicacion de la cosa. Si explica la esencia se llama esencial; si se contenta con darla á conocer, sin penetrar en su naturaleza, se apellida descriptiva. Cuando la cosa explicada es la significacion de una palabra, se llama definicion del nombre: _definitio nominis_. Conviene no confundir la definicion del nombre con su etimología: porque siendo esta última la explicacion del orígen de la palabra, acontece muchas veces que el sentido usual es muy diferente del etimológico. La etimología ilustra para conocer el verdadero significado, pero no lo determina. Así, por ejemplo, la palabra obispo, _episcopus_, que atendida su etimología griega significa vigilante, y en su acepcion latina, superintendente, nos indica en cierto modo las atribuciones pastorales; pero dista mucho de determinarlas en su verdadero sentido. Así esta palabra significaba entre los latinos, el magistrado á cuyo cargo corria el cuidado del pan y demas comestibles. Ciceron escribiendo á Atico le dice: «Vuit enim Pompejus me esse quem tota hæc Campania, et maritima ora habent episcopum ad quem delectus et negotii summa referatur.» (Lib. 7. epist.) Las calidades de una buena definicion, son claridad y exactitud. Será clara, si no puede ménos de entenderla quien no ignore la significacion de las palabras; será exacta, si explica de tal manera la cosa definida, que ni le añada ni le quite. La mejor regla para asegurarse de la bondad de una definicion, es aplicarla desde luego á las cosas definidas; y observar si las comprende á todas, y á ellas solas. La division es la distribucion de un todo en sus partes. Segun son estas, toma distintos nombres; llamándose actual cuando existen en realidad, y potencial cuando no son mas que posibles. La actual se subdivide en metafísica, física, é integral. Metafísica, es la que distribuye el todo en partes metafísicas, como el hombre en animal y racional; física, la que lo distribuye en partes físicas, como el hombre en cuerpo y alma; integral, la que lo distribuye en partes que expresan cantidad, como el hombre en cabeza, pies, manos etc. La potencial es la que distribuye un todo en aquellas partes que nosotros le podemos concebir. Así, considerando como un todo la idea abstracta _animal_, podemos dividirle en racional é irracional. Si lo expresado por la division potencial pertenece á la esencia de la cosa, se llama esencial, si no, accidental. Será esencial si divido el animal en racional é irracional; será accidental si le divido por sus colores, ú otras calidades semejantes. La buena división debe: 1º. agotar el todo; 2º. no atribuirle partes que no tenga; 3º. no incluir una parte en las otras; 4º. proceder con órden, ya sea que este se funde en la naturaleza de las cosas, ó en la generacion ó distribucion de las ideas. Si afirmo una cosa de otra, formo un juicio; si lo enuncio con palabras, tengo una proposicion. Afirmo interiormente, que la tierra es un esferóide; hé aquí un juicio; digo ó escribo: «la tierra es un esferóide» hé aquí la proposicion. En todo juicio hay relacion de dos ideas, mas bien de los objetos que ellas representan; lo mismo ha de suceder en la proposicion; el término que expresa aquello de que afirmamos ó negamos, se llama sujeto; lo que afirmamos ó negamos se denomina predicado; y el verbo _ser_, que expreso ó sobrentendido se halla siempre en la proposicion, se apellida union ó cópula, porque representa el enlace de las dos ideas. Así en el ejemplo anterior: la _tierra_ es el sujeto, _esferóide_ el predicado, y _es_ la cópula. Si hay afirmacion, la proposicion se llama afirmativa, si hay negacion negativa. Pero conviene advertir, que para que una proposicion sea negativa, no basta que la partícula _no_ afecte alguno de sus términos, sino que es preciso que afecte al verbo. «La ley _no_ manda pagar.» «La ley manda _no_ pagar.» La primera es negativa, la segunda afirmativa; el sentido es muy diferente con solo mudar de lugar el _no_. Las proposiciones se dividen en universales, indefinidas, particulares y singulares, segun que el sujeto es singular, indefinido, particular, ó universal. _Todo cuerpo_ es grave: es proposicion universal, á causa de la palabra _todo_. _El hombre_ es inconstante; la proposicion es indefinida, por no expresarse si lo son todos ó alguno. _Algunos axiomas_ son engañosos; la proposicion es particular porque el sujeto está restringido por el adjunto _alguno_. Gonzalo de Córdoba fué insigne capitan; la proposicion es singular, por serlo el sujeto. Para ser singular la proposicion, no es preciso que el nombre sea propio, basta una palabra cualquiera que lo determine; como si digo: _esta_ moneda es falsa. Tocante á las proposiciones indefinidas, puede preguntarse si el sujeto se toma en sentido universal ó particular; y á esta cuestion dan orígen dos motivos: 1º. el no estar aquel acompañado de término universal ni particular; 2º. el observarse que el uso les señala á unas un sentido universal y á otras no. La proposicion indefinida equivale á la universal, en sentido absoluto, si se trata de materias pertenecientes á la esencia de las cosas, ó alguna de sus propiedades que pueda considerarse necesaria; equivale á universal moral, es decir, para la mayor parte de los casos, si versa sobre calidades que así lo demanden; y por fin á particular, si así lo indica la cosa de que se habla. Los cuerpos son pesados: equivale á decir todos los cuerpos son pesados. Los alemanes son meditabundos; no equivale á decir que todos lo sean, sino que este es uno de los caractéres de aquella nacion. Las proposiciones son simples ó compuestas. Las simples son las que expresan la relacion de un solo predicado á un solo sujeto: como todas las de los ejemplos anteriores. Las compuestas son las que contienen mas de un sujeto ó predicado; y por lo mismo explícita ó implícitamente comprenden mas de una proposicion. Con la clasificacion y los ejemplos, se comprenderá mejor en qué consiste una proposicion compuesta. Los dialécticos suelen distribuirlas en varias clases; indicaré las principales. Proposicion copulativa es la que expresa el enlace de dos afirmaciones ó negaciones. El oro y la plata son metales. Equivale á estas dos reunidas: el oro es metal, y la plata es metal. El oro es amarillo, y el oro es ductil. Para que estas proposiciones sean verdaderas se necesita que lo sean sus dos partes: porque la afirmacion no se limita á la una sino que se extiende á las dos. A la misma clase pueden reducirse estas negativas: ni la codicia ni la soberbia son virtudes; la templanza no es dañosa ni al alma ni al cuerpo, etc. Disyuntiva es la proposicion en que entre dos ó mas extremos se afirmó la existencia de uno. Las acciones humanas son ó buenas ó malas. A estas horas se habrá ejecutado el designio ó no se ejecutará nunca. Para la verdad de estas proposiciones, se necesita que no haya medio entre los extremos señalados. Un papel ó es blanco ó es negro: la proposicion es falsa, porque puede ser de otros colores. Proposicion condicional es la en que se afirma una cosa con condicion. Si el viento sopla el tiempo será frio. Si hiela se echarán á perder los frutos. Para la verdad de estas proposiciones se necesita que en realidad la primera parte traiga consigo la segunda; porque esto es lo que se afirma; mas no que la segunda traiga la primera, porque de esto se prescinde. Así en el último ejemplo se dice que al hielo seguirá la perdicion de los frutos; pero no que si se pierden los frutos haya hielo; porque no se afirma que los frutos no puedan perderse por otras causas. Poco diré sobre las formas de argumentacion. Los dialécticos las han distribuido en muchas clases, y señalándoles abundantes reglas, todo con mucho ingenio. Ya he indicado lo que pensaba de su utilidad. Para inventar sirven poco ó nada; para exponer mucho; y en general, el acostumbrarse á ellos por algun tiempo, deja en el entendimiento una claridad y precision que no se pierden fácilmente, y se hacen sentir en todos los estudios. Silogismo es la argumentacion en que se comparan dos términos con un tercero, para inferir la relacion que ellos tienen entre sí. Lo simple es incorruptible, el alma es simple, luego es incorruptible. Los extremos son _alma_ é _incorruptible_, el término medio es _simple_. Entimema es un silogismo abreviado. El alma es simple, luego es incorruptible. El dilema es una argumentacion fundada en una proposicion disyuntiva, que por todos los extremos hiere al adversario. O el cristianismo se difundió con milagros ó sin ellos; si con milagros, el cristianismo es verdadero; si sin milagros, el cristianismo es verdadero tambien, pues se difundió con un gran milagro que es el difundirse sin milagros. [16] Pág. 155.--He recordado con elogio una doctrina de santo Tomas; y no puedo ménos de advertir lo muy útil que considero la lectura de las obras de aquel insigne Doctor, á cuantos deseen entregarse á estudios profundos sobre el espíritu humano. Si bien es verdad que se halla en ellas el estilo de la época, tambien es cierto que mas de una vez se asombra el lector de que en medio de la ignorancia, que todavía era mucha en el siglo XIII, hubiese un hombre que á tan vasta erudicion reuniese un espíritu tan penetrante, tan profundo, tan exacto. [17] Pág. 165.--La carrera de la enseñanza debiera ser una profesion en que se fijaran definitivamente los que la abrazasen. Desgraciadamente no sucede así, y una tarea de tanta gravedad y trascendencia se desempeña como á la aventura, y solo miéntras se espera otra colocacion mejor. El orígen del mal no está en los profesores; sino en las leyes que no los protegen lo bastante, y no cuidan de brindarles con el aliciente y estímulo, que el hombre necesita en todo. Un solo profesor bueno es capaz en algunos años de producir beneficios inmensos á un pais: él trabaja en una modesta cátedra, sin mas testigo que unos pocos jóvenes; pero estos jóvenes se renuevan con frecuencia, y á la vuelta de algunos años ocupan los destinos mas importantes de la sociedad. [18] Pág. 171.--Esa inclinacion del hombre á seguir la autoridad de otro hombre, da lugar á elevadas consideraciones sobre la fe, sobre el principio de la autoridad de la Iglesia católica, y sobre el orígen y carácter de las extraviadas sectas que han perturbado y perturban el mundo. Como en otra obra traté extensamente esta materia, me basta referirme á lo que en ella dije. Véase _El Protestantismo comparado con el Catolicismo en sus relaciones con la civilizacion europea_. _Tomo 1º_. [19] Pág. 203.--Podria escribirse una excelente obra con el título de _moral literaria y artística_. El asunto es tan útil como fecundo. Si esta obra la ejecutase un escritor de crítica segura y delicada y de moral pura, podria ser de gran provecho. El abuso, cada dia mayor, que de las mas bellas dotes del alma se está haciendo para extraviar y corromper, aumentaria la importancia de semejante trabajo. Ojalá que esta indicacion despierte la voluntad de alguno que se sienta con fuerzas para ello. [20] Pág. 209.--La filosofía de la historia, si bien ha adelantado algo en los últimos tiempos, es sin embargo una ciencia muy atrasada. Probablemente sufrirá modificaciones no ménos profundas que otra ciencia tambien nueva: la economía política. Para los católicos hay en esta clase de estudios el grave inconveniente de que varias de las obras principales que en esta materia se han escrito, han salido de manos de protestantes, ó escépticos; así es que se las encuentra llenas de errores y equivocaciones en lo concerniente á la Iglesia. Verdad es que últimamente en Inglaterra, en Francia y en Alemania, se está rehaciendo la historia en un sentido favorable al catolicismo: pero esta es una mina riquísima de la cual no se ha explotado mas que una pequeña parte. Los tesoros abundan; solo se necesita trabajo. [21] Pág. 227.--Figúranse algunos que la religiosidad es signo de espíritu apocado y capacidad escasa; y que por el contrario la incredulidad es indicio de talento y grandeza de ánimo. Yo sostengo que con la historia en la mano se puede demostrar que en todos tiempos y paises los hombres mas eminentes han sido religiosos. FIN DE LAS NOTAS. ÍNDICE DE LAS MATERIAS CONTENIDAS EN ESTA OBRA. CAPÍTULO PRIMERO. CONSIDERACIONES PRELIMINARES. § I. En qué consiste el pensar bien. Qué es la verdad. 1 II. Diferentes modos de conocer la verdad. 2 III. Variedad de ingenios. 3 IV. La perfeccion de las profesiones depende de la perfeccion con que se conocen los objetos de ellas. 4 V. A todos interesa el pensar bien. 5 VI. Cómo se debe enseñar á pensar bien. 6 CAPÍTULO II. LA ATENCION. § I. Definicion de la atencion. Su necesidad. 7 II. Ventajas de la atencion é inconvenientes de su falta. 8 III. Cómo debe ser la atencion. Atolondrados y ensimismados. 9 IV. Las interrupciones. 10 CAPÍTULO III. ELECCION DE CARRERA. § I. Vago significado de la palabra Talento. 11 II. Instinto que nos indica la carrera que mejor se nos adapta. 12 III. Experimento para discernir el talento peculiar de cada niño. 13 CAPÍTULO IV. CUESTIONES DE POSIBILIDAD. § I. Una clasificacion de los actos de nuestro entendimiento, y de las cuestiones que se le pueden ofrecer. 14 II. Ideas de posibilidad é imposibilidad. Sus clasificaciones. 15 III. En qué consiste la imposibilidad metafísica ó absoluta. 16 IV. La imposibilidad absoluta y la omnipotencia divina. 17 V. La imposibilidad absoluta, y los dogmas. _Id._ VI. Idea de la imposibilidad física ó natural. 18 VII. Modo de juzgar de la imposibilidad natural. 19 VIII. Se deshace una dificultad sobre los milagros de Jesucristo. 20 IX. La imposibilidad moral ú ordinaria. 22 X. Imposibilidad de sentido comun impropiamente contenida en la imposibilidad moral. 24 CAPÍTULO V. CUESTIONES DE EXISTENCIA. CONOCIMIENTO ADQUIRIDO POR EL TESTIMONIO INMEDIATO DE LOS SENTIDOS. § I. Necesidad del testimonio de los sentidos, y los diferentes modos con que nos proporcionan el conocimiento de las cosas. 26 II. Errores en que incurrimos por ocasion de los sentidos. Su remedio. Ejemplos. 27 III. Necesidad de emplear en algunos casos mas de un sentido, para la debida comparacion. 29 IV. Los sanos de cuerpo y enfermos de espíritu. 31 V. Sensaciones reales, pero sin objeto externo. Explicacion de este fenómeno. 33 VI. Maniáticos y ensimismados. 34 CAPÍTULO VI. CONOCIMIENTO DE LA EXISTENCIA DE LAS COSAS ADQUIRIDO MEDIATAMENTE POR LOS SENTIDOS. § I. Transicion de lo sentido á lo no sentido. 35 II. Coexistencia y sucesion. 37 III. Dos reglas sobre la coexistencia y la sucesion. 39 IV. Observaciones sobre la relacion de casualidad. Una regla de los dialécticos. 42 V. Un ejemplo. 45 VI. Reflexiones sobre el ejemplo anterior. 46 VII. La razon de un acto que parece instintivo. _Id._ CAPÍTULO VII. LA LÓGICA ACORDE CON LA CARIDAD. § I. Sabiduria de la ley que prohibe los juicios temerarios. 47 II. Exámen de la máxima «piensa mal y no errarás.» 48 III. Algunas reglas para juzgar de la conducta de los hombres. 49 CAPÍTULO VIII. DE LA AUTORIDAD HUMANA EN GENERAL. § I. Dos condiciones necesarias para que sea valedero un testimonio. 56 II. Exámen y aplicaciones de la primera condicion. 57 III. Exámen y aplicaciones de la segunda condicion. 61 IV. Una observacion sobre el interes en engañar. 64 V. Dificultades para alcanzar la verdad, en mediando mucha distancia de lugar ó tiempo. 66 CAPÍTULO IX. LOS PERIÓDICOS. § I. Una ilusion. 67 II. Los periodicos no lo dicen todo sobre las personas. 68 III. Los periódicos no lo dicen todo sobre las cosas. 71 CAPÍTULO X. RELACIONES DE VIAJES. § I. Dos partes muy diferentes en las relaciones de viajes. 72 II. Origen y formacion de algunas relaciones de viajes. 73 III. Modo de estudiar un país. 77 CAPÍTULO XI. HISTORIA. § I. Medio para ahorrar tiempo, ayudar la memoria, y evitar errores, en los estudios históricos. 78 II. Distincion entre el fondo del hecho y sus circunstancias. Aplicaciones. 79 III. Algunas reglas para el estudio de la historia. 82 CAPÍTULO XII. CONSIDERACIONES GENERALES SOBRE EL MODO DE CONOCER LA NATURALEZA, PROPIEDADES Y RELACIONES DE LOS SERES. § I. Una clasificacion de las ciencias. 90 II. Prudencia científica y observaciones para alcanzarla. 91 III. Los sabios resucitados. 97 CAPÍTULO XIII. LA BUENA PERCEPCION. § I. La idea. 103 II. Regla para percibir bien. 105 III. Escollo del análisis. 110 IV. El tintorero y el filósofo. 112 V. Objetos vistos por una sola cara. 114 VI. Inconvenientes de una percepcion demasiado rápida. 115 CAPÍTULO XIV. EL JUICIO. § I. Qué es el juicio. Manantiales de error. 116 II. Axiomas falsos. _Id._ III. Proposiciones demasiado generales. 118 IV. Las definiciones inexactas. 119 V. Palabras mal definidas. Exámen de la palabra igualdad. 120 VI. Suposiciones gratuitas. El despeñado. 126 VII. Preocupacion en favor de una doctrina. 131 CAPÍTULO XV. EL RACIOCINIO. § I. Lo que valen los principios y las reglas de la dialéctica. 134 II. El silogismo. Observaciones sobre este instrumento dialéctico. 135 III. El entimema. 139 IV. Reflexiones sobre el término. 140 V. Utilidad de las formas dialécticas. 142 CAPÍTULO XVI. NO TODO LO HACE EL DISCURSO. § I. La inspiracion. 143 II. La meditacion. 145 III. Invencion y enseñanza. 146 IV. La intuicion. 147 V. No está la dificultad en comprender sino en atinar. El jugador de ajedrez. Sobieski. Las víboras de Aníbal. 148 VI. Regla para meditar. 151 VII. Carácter de las inteligencias elevadas. Notable doctrina de santo Tomas de Aquino. 152 VIII. Necesidad del trabajo. 154 CAPÍTULO XVII. LA ENSEÑANZA. § I. Dos objetos de la enseñanza. Diferentes clases de profesores. 155 II. Genios ignorados de los demas, y de si mismos. 156 III. Medios para descubrir los talentos ocultos, y apreciarlos en su valor. 158 IV. Necesidad de los estudios elementales. 162 CAPÍTULO XVIII. LA INVENCION. § I. Lo que debe hacer quien carezca del talento de invencion. 165 II. La autoridad científica. 166 III. Modificaciones que ha sufrido en nuestra época la autoridad científica. 168 IV. El talento de invencion. Carrera del ingenio. 170 CAPÍTULO XIX. EL ENTENDIMIENTO, EL CORAZON Y LA IMAGINACION. § I. Discrecion en el uso de las facultades del alma. La reina Dido. Alejandro. 171 II. Influencia del corazon sobre la cabeza. Causas y efectos. 175 III. Eugenio. Sus transformaciones en veinte y cuatro horas. 176 IV. Don Marcelino. Sus cambios políticos. 183 V. Anselmo. Sus variaciones sobre la pena de muerte. 187 VI. Algunas observaciones para precaverse del mal influjo del corazon. 188 VII. El amigo convertido en monstruo. 191 VIII. Cavilosas variaciones de los juicios políticos. 193 IX. Peligros de la mucha sensibilidad. Los grandes talentos. Los poetas. 195 X. El poeta y el monasterio. 197 XI. Necesidad de tener ideas fijas. 199 XII. Deberes de la oratoria, de la poesía, y de las bellas artes. 200 XIII. Ilusion causada por los pensamientos revestidos de imágenes. 202 CAPÍTULO XX. FILOSOFÍA DE LA HISTORIA. § I. En qué consiste la filosofía de la historia. Dificultad de adquirirla. 203 II. Se indica un medio para adelantar en la filosofía de la historia. 205 III. Aplicacion á la historia del espíritu humano. 206 IV. Ejemplo sacado de las fisonomías, que aclara lo dicho sobre el modo de adelantar en la filosofía de la historia. 207 CAPÍTULO XXI. RELIGION. § I. Insensato discurrir de los indiferentes en materias de religion. 209 II. El indiferente y el género humano. 211 III. Tránsito del indiferentismo al exámen. Existencia de Dios. 212 IV. No es posible que todas las religiones sean verdaderas. 213 V. Es imposible que todas las religiones sean igualmente agradables á Dios. 214 VI. Es imposible que todas las religiones sean una invencion humana. _Id._ VII. La revelacion es posible. 216 VIII. Solucion de una dificultad contra la revelacion. _Id._ IX. Consecuencias de los párrafos anteriores. 217 X. Existencia de la revelacion. _Id._ XI. Pruebas históricas de la existencia de la revelacion. 219 XII. Los protestantes y la Iglesia católica. 222 XIII. Errado método de algunos impugnadores de la religion. 223 XIV. La mas alta filosofía acorde con la fe. 225 XV. Quien abandona la religión católica no sabe dónde refugiarse. 226 CAPÍTULO XXII. EL ENTENDIMIENTO PRÁCTICO. § I. Una clasificacion de acciones. 228 II. Dificultad de proponerse el debido fin. 229 III. Exámen del proverbio: cada cual es hijo de sus obras. 230 IV. El aborrecido. 232 V. El arruinado. _Id._ VI. El instruido quebrado y el ignorante rico. 234 VII. Observaciones. La cavilacion y el buen sentido. 238 VIII. Delicadeza de ciertos fenómenos intelectuales, en sus relaciones con la práctica. 239 IX. Los despropósitos. 240 X. Entendimientos torcidos. 241 XI. Inhabilidad de dichos hombres para los negocios. 242 XII. Este defecto intelectual suele nacer de una causa moral. 243 XIII. La humildad cristiana en sus relaciones con los negocios mundanos. 245 XIV. Daños acarreados por la vanidad y la soberbia. 246 XV. El orgullo. 248 XVI. La vanidad. 250 XVII. La influencia del orgullo es peor para los negocios que la de la vanidad. 251 XVIII. Cotejo entre el orgullo y la vanidad. 252 XIX. Cuán general es dicha pasion. 253 XX. Necesidad de una lucha continua. 255 XXI. No es solo la soberbia lo que nos induce á error al proponernos un fin. 256 XXII. Desarrollo de fuerzas latentes. 257 XXIII. Al proponernos un fin debemos guardarnos de la presuncion y de la excesiva desconfianza. 259 XXIV. La pereza. 260 XXV. Una ventaja de la pereza sobre las demas pasiones. _Id._ XXVI. Orígen de la pereza. 261 XXVII. Pereza del espíritu. 262 XXVIII. Razones que confirman lo dicho sobre el orígen de la pereza. 263 XXIX. La inconstancia. Su naturaleza y orígen. _Id._ XXX. Pruebas y aplicaciones. 264 XXXI. El justo medio entre dichos extremos. 265 XXXII. La moral es la mejor guia del entendimiento práctico. 266 XXXIII. La armonía del universo defendida con el castigo. 267 XXXIV. Observaciones sobre las ventajas y desventajas de la virtud en los negocios. 269 XXXV. Defensa de la virtud contra una inculpacion injusta. 270 XXXVI. Defensa de la sabiduría contra una inculpacion infundada. 271 XXXVII. Las pasiones son buenos instrumentos, pero malos consejeros. 273 XXXVIII. La hipocresía de las pasiones. 274 XXXIX. Ejemplo. La venganza bajo dos formas. 275 XL. Precauciones. 280 XLI. Hipocresía del hombre consigo mismo. 281 XLII. El conocimiento de sí mismo. 282 XLIII. El hombre huye de sí mismo. 283 XLIV. Buenos resultados del reflexionar sobre las pasiones. 284 XLV. Sabiduría de la religion cristiana en la direccion de la conducta. 285 XLVI. Los sentimientos morales auxilian la virtud. 287 XLVII. Una regla para los juicios prácticos. 288 XLVIII. Otra regla. 290 XLIX. El hombre riéndose de sí mismo. 292 L. Perpetua niñez del hombre. 293 LI. Mudanza de D. Nicasio en breves horas. 294 LII. Los sentimientos por sí solos, son mala regla de conducta. 297 LIII. No impresiones sensibles, sino moral y razon. 300 LIV. Un sentimiento bueno, la exageracion le hace malo. 301 LV. La ciencia es muy útil á la práctica. 305 LVI. Inconvenientes de la universalidad. 309 LVII. Fuerza de la voluntad. 312 LVIII. Firmeza de voluntad. 313 LIV. Firmeza, energía, ímpetu. 316 LX. Conclusion y resúmen. 321 FIN DEL ÍNDICE. Besanzon, imprenta de la viuda C. Deis. *** End of this LibraryBlog Digital Book "El Criterio" *** Copyright 2023 LibraryBlog. All rights reserved.