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Title: El proletario en España y el Negro en Cuba
Author: Espinosa, Ramón J.
Language: Spanish
As this book started as an ASCII text book there are no pictures available.


*** Start of this LibraryBlog Digital Book "El proletario en España y el Negro en Cuba" ***


available at the University of Miami Digital Collections.



Nota del transcriptor: En esta edición se han mantenido las convenciones
ortográficas del original, incluyendo las variadas normas de acentuación
presentes en el texto.



El PROLETARIO EN ESPAÑA

Y

EL NEGRO EN CUBA,

PÁGINAS

ESCRITAS PARA EL QUE LAS QUIERA LEER

POR UN OBSERVADOR

AMANTE DE LA VERDAD.

R. J. E.

HABANA.

IMPRENTA MILITAR DE M. SOLER, MURALLA 40.

1866.



ADVERTENCIA IMPORTANTE.


No somos publicistas, afiliados á este ni al otro partido político; ni
abogamos por las aspiraciones de tal ó cual escuela filosófica, ni
económica.

Libres, independientes en nuestras ideas; sin que _nadie_ ejerza presión
en nuestro _modo de ver las cosas_; escribimos las siguientes páginas,
solo por el placer de escribirlas y por inspiracion propia.

Habrá quien al leerlas, forme tal vez un juicio equivocado de nuestras
creencias, en cuestiones políticas, sociales y económicas.

A fin de evitarles el riesgo de equivocarse, y antes de que su errada
opinion llegue á tomar cuerpo ó á _crear atmósfera_, trataremos de
destruirla, y la destruiremos con solo dos palabras.

_Somos eclécticos._

Pensamos, en teoría, como el mas avanzado discípulo de las modernas
escuelas; pero no convenimos en los medios ni en la época de plantear
aquellos principios, que han de conmover toda la base del edificio
social, de la familia y de la tradicion: mas claro; no creemos llegada
aun la hora de establecer en nuestro pais, esas reformas radicales que
piden algunos ilusos, sin tener en cuenta, que la tierra cansada de
producir, necesita del tiempo y la preparacion necesarias, para que la
nueva semilla fructifique.

Comprendemos que la vida de los pueblos de moderna fundacion, pueda
adaptarse desde sus primeros pasos á la práctica y planteamiento de esas
brillantes teorías que deslumbran, y trasforman el mísero erial de la
vida en el mas florido Eden; pero opinamos que las sociedades de la
vieja Europa, trabajadas en esa gradacion natural y lógica que el
progreso ha venido operando en ellas, á través de los siglos, no podrian
resistir una transicion fuerte y repentina en sus leyes y sus
costumbres, tal como la sueñan algunos utopistas, sin sucumbir
estrepitosamente, arrastrando en sus ruinas á sus mismos reformadores.

Hecha, pues, nuestra _profesion de fé_, conste que no somos esto, ni lo
otro, ni lo de mas allá, sino que somos lo que decimos. No somos eco, ni
obedecemos á las inspiraciones de ningun partido ni escuela determinada,
sino á las de nuestra propia conciencia, y esto nos basta.

Saludamos y aplaudimos toda idea nueva, que tienda á mejorar las
condiciones de nuestra desorganizada sociedad; pero acojiéndola siempre
con la prudente reserva del que, víctima de su juvenil entusiasmo, ha
visto mas de una vez perdidas sus mas caras ilusiones.

En la primavera de nuestra vida, vivíamos en una provincia, alejados del
bullicio de la corte. Los ecos de las brillantes serenatas, que en la
prensa y en la tribuna, daban nuestros mas inspirados publicistas y
oradores modernos, llegaban hasta allí, impregnados con el delicado
perfume de la poesía, del amor á lo bello, á lo sublime, con el
prestigio en fin, de lo desconocido y el encanto de la distancia; y
arrastrados por nuestra fantasía, fiados en aquellos seductores
principios de luz y de armonía, de amor y de justicia, de paz y de
ventura; hacíamos de cada uno de aquellos privilegiados apóstoles de
nuestro siglo, un ídolo, un ser perfecto; adornado de todas las
virtudes; dotados de un corazon fuerte y de una conciencia pura, y con
ellos nos forjábamos un mundo ideal, un nuevo paraiso; tal como lo
perdieron nuestros primeros padres despues del pecado......

    _«¡Ilusiones engañosas,_
    _livianas como el placer!......»_

El desencanto debia llegar, y llegó.

Así como el adolescente, la primera vez que asiste al teatro, cree ver
en cada actriz una _diosa_ y una _hada_ en cada bailarina,
persiguiéndole hasta en sueños su seductora imájen; y luego, al penetrar
en las misteriosas sinuosidades del escenario, advierte que aquellas
encantadoras deidades que su mente acariciaba, son deidades de barro,--y
no siempre del mas puro,--cubiertas de falso oropel, y se arrepiente, y
se sonroja del culto que les rindiera, suspirando á pesar suyo por sus
muertas ilusiones: así nosotros, al llegar al _gran teatro_ de la
coronada villa _y al ver la funcion entre bastidores_, arrancamos de
nuestro pecho el culto que consagráramos á aquellos _ídolos_, tambien de
barro, y fuimos á ocultar nuestra vergüenza y nuestro despecho en el
seno del mas exajerado escepticismo político; no sin lanzar un profundo
suspiro, al ver marchitas y por tierra las flores de nuestras ilusiones
queridas.

Aquellos hombres, dotados de un talento superior, armados de bellísimas
teorías y poseyendo en el mas alto grado los recursos de la oratoria;
conmovían, arrastraban al público, pendiente de sus palabras, de sus
ademanes, de sus miradas!..........

Y aquellos mismos hombres...... con la mas impasible serenidad, con sin
igual _sans façon_, destruian hoy, lo que ayer habian edificado;
atacaban mañana, lo que hoy habian defendido; segun que el viento de sus
ambiciones ó de sus intereses, les arrastrara hácia uno ú otro lado.

Entonces nos convencimos de que el orador y el publiscito político en
general, ejercian un oficio como el zapatero ó el sastre, alterando sus
principios y reformándolos segun las circunstancias, como aquellos
varian la forma y hechura, segun las modas ó el capricho del
parroquiano!...

¡No mas ídolos! ¡no mas Dioses!.....--dijimos--y nos encerramos en la
mas prudente y fria reserva, y nos decidimos á no juzgar de los hechos y
de las cosas, mas que por lo que nuestro pobre criterio nos dictára, ó
nos fueran enseñando nuestras modestas observaciones.

Vamos á concluir esta ADVERTENCIA, para entrar en el asunto que la ha
motivado. Creemos haber llenado el objeto que nos propusimos al
empezarla, pero si no lo hemos conseguido, culpa será de nuestras
escasas dotes que no dieron á nuestras frases toda la fuerza necesaria
para llevar el convencimiento al ánimo de los que se dignen leer estas
líneas.

EL AUTOR.

Habana 26 de Octubre de 1866.



CUATRO PALABRAS QUE PUEDEN MUY BIEN SERVIR DE

PROLOGO.


No es un _libro_ el que tratamos de dar hoy al público; ni tan siquiera
es un _folleto_, por mas que de algunos años á esta parte, se hayan
puesto de moda esta clase de publicaciones, hasta para tratar de las
cuestiones mas sérias y trascendentales. Todo lo mas será un modesto
_opúsculo_, sin aspiraciones de _mas allá_, y condenado tal vez á no ser
leido mas que por compromiso, y á andar _á pié_,--desde sus primeros
pasos en el mundo,--por esas calles de Dios, hasta dar con su cuerpo en
casa de algun _bodeguero_ ó almacenista de comestibles, que, hoja por
hoja, lo vaya convirtiendo en cucuruchitos de pimienta, canela y clavo,
ó en medios de azúcar.

En fin, sea cual fuere el porvenir que esté reservado á este, que desde
luego llamaremos _opúsculo_, pasaremos á explicar los motivos que nos
han impulsado á publicarle.

Hace ya muchos años, que una de esas que en Europa han dado en llamarse
_grandes potencias_, de su propia autoridad, y que _por ende_, se están
permitiendo intervenir hasta en los asuntos mas íntimos y familiares, y
en regir los destinos de las que á su vez llaman _pequeñas potencias_;
una de esas, repetimos, impulsada, nó por un sentimiento humanitario y
noble, que es incapaz de sentirlos, sino celosa de la floreciente
prosperidad de esta venturosa Isla, por lo que á sus colonias perjudica,
y de acuerdo con sus demas compañeras de _grandeza_, empezó á perseguir,
con un ardor sin igual, á los buques que hacian el tráfico de negros en
la costa de Africa.[1]

[1] Véase el tratado de paz entre Inglaterra y España de 29 de Setiembre
de 1817 y prohibicion de la trata desde el 30 de Mayo de 1820.--El
tratado de 28 de Julio de 1835 y su promulgacion del 2 de Marzo de 1845
y Proyecto de ley de 19 de Febrero de 1866.

Las demas naciones tomaron tambien muy á pecho esta cuestion y
declamaron muy alto en contra de la _trata_.

La _trata_ es, en efecto, un comercio que la civilizacion rechaza, la
razon repele y el corazon humano condena; por lo que el hecho en sí,
tiene de injusto y de repugnante.

Hasta aquí, estamos de acuerdo con las _grandes potencias_, en que
levantaran cruzadas contra aquel comercio humano; y si bien el motivo
que á ello les impulsára, fuera en el fondo mezquino y egoista, por
parte de la potencia iniciadora, la prohibicion está en armonía con
nuestros sentimientos y la aprobamos.

Pero no podemos prescindir de decir algo, respecto al extraño contraste
que notamos en esa potencia iniciadora de la persecucion de la trata.

Ese nebuloso pais que á ninguno otro se parece; eterno consorcio de luz
y de tinieblas, de risa y de llanto, de oro y de cieno; que observa en
su interior una política diferente de la que practica en el exterior;
que, como vulgarmente se dice, juega siempre con dos barajas: una para
ganar y otra para no perder; que con sus excentricidades y su obligado
_spleen_, su egoismo y su avaricia há llegado á _captarse_ las
antipatías de casi todos los demas paises del globo: ese pais,
repetimos, hace cuantiosos gastos para perseguir la _trata_, y en cambio
deja que pululen por muchos de sus extensísimos barrios, millares de
criaturas, que fallecen víctimas de la miseria y del abandono. ¿Dónde
están esos sentimientos humanitarios de que se hace tanto alarde? ¿Cómo
no atienden á las necesidades de su casa antes de cuidarse de las de la
ajena? ¿No ofrece esto un notable contraste y hasta hace dudar de su tan
decantada filantropía? ¿A cuántas reflexiones no se presta esta gran
verdad que conoce todo el que ha visitado la capital del carbon de
piedra?......

Mas dejemos tranquila á la ahumada isla de allende el canal y prosigamos
el curso de nuestro disfrazado prólogo.

Tanto y tanto se ha escrito y hablado sobre esta cuestion de los negros
en Cuba, de su trabajo y de su vida, que despertóse nuestro deseo de
conocerla á fondo; estudiarla concienzuda y detenidamente y emitir
despues francamente nuestra humilde opinion.

Poco tiempo despues, por una causa por cierto bien extraña á este
asunto, nuestra buena ó mala estrella nos condujo á esta hermosa Isla,
donde hemos satisfecho aquella viva curiosidad y cumplido á la vez
nuestro propósito.

Este es, pues, el motivo de dar al público en las modestas páginas de
este _opúsculo_ el fruto de nuestras observaciones, con la esperanza de
que destruirán en parte algunos errores y rancias preocupaciones,
sembradas allende el Occéano, que perjudican notablemente los intereses
de nuestro pais, sin beneficio alguno real.



I.

BREVE OJEADA RETROSPECTIVA.


Desde que la misteriosa y tradicional _Caja de Pandora_, abierta en un
arranque de _travesura_ y de _infantil curiosidad_, por nuestros
primeros padres, esparció por toda la haz de la tierra el gérmen de las
pasiones humanas; desde que Cain mató á su hermano Abel y los demas
hombres, hermanos tambien, empezaron á distinguir lo _mio_ de lo _tuyo_
y á despertarse entre ellos la soberbia, la avaricia, la lujuria, la
ira, la gula, la envidia y la pereza, es decir, los siete _pecados
capitales_ y sus obligados _satélites_, el mundo comenzó á formarse, tal
cual el mundo debia ser.

Habrá quien nos interrumpa, para decirnos tal vez, que aquella malhadada
semilla, legado de nuestros descamisados padres, debió perecer bajo las
turbulentas ondas del diluvio universal; pero nosotros, que tenemos el
deber de saberlo todo, á fuer de cronistas, podemos asegurar de buena
tinta, que entre los animales de distintas especies que Noé introdujo en
el arca, construida por mandato de Dios, lograron penetrar furtivamente
las pasiones humanas; y cuando el martillo de Noé levantó la primera
tabla de la tapa del arca, que habia quedado en seco en el Monte
Ararat, se escabulleron precipitadamente, lanzándose por esos mundos de
Dios á hacer de las suyas.

Decíamos, que el mundo comenzó á formarse tal cual el mundo debia ser, y
como lo que estaba escrito debia cumplirse, se cumplió.

Rechazado el hombre por su culpa, de aquel encantado paraiso, eden
florido de eternal primavera, donde por primera vez abriera sus ojos á
la vida material y admirara extasiado la explendente luz del astro del
dia, el riquísimo manto de la noche tachonado de estrellas y adornado
por el diamantino broche de la luna; donde contemplara estupefacto los
prados y los montes, las fuentes y los rios, las plantas y las flores;
todo ese conjunto en fin, de bellezas y armonías, que la omnipotente
voluntad del Divino Artista, reuniera allí para servir de expléndido
paisaje, de magnífico fondo al mejor cuadro de su creacion: _el hombre_;
lloró desconsolado su destierro, abrasó su frente el sello de la
esclavitud, impuesto en justo castigo de su enorme falta y, mohino y
arrepentido, aunque consolado á veces por los encantos de su dulce
compañera, _la mujer_, causa primordial de su pecado; empezó á recorrer
con ella el escabroso sendero de la vida, legando por fin á su
posteridad ese inmenso caudal de lágrimas y sufrimientos; de trabajos y
miserias; de vicios y corrupcion; que hacen mas penosa para los mortales
su transitoria marcha por el mundo.

Los hombres, _esclavos_ desde entonces de sus pasiones y sin que el lazo
fraternal que los unia bastara á contener sus ímpetus, dieron principio
á esa lucha tenaz y constante que aun hoy subsiste y que tanto
empequeñece á la humanidad: dividiéronse en diferentes bandos ó partidos
al esparcirse por todos los ámbitos del mundo, y adoptando diverso
lenguaje y religion, y leyes y costumbres tambien distintas, llegaron á
desconocerse por completo y á formarse entre ellos, esa division de
razas que determinó sin duda el clima de cada uno de los paises en que
fueron á habitar.

Las razas fundaron pueblos, ciudades y reinos, y empezaron á
establecerse entre ellos mismos distinciones, grados y gerarquías que
hicieron señores á los unos, y siervos, esclavos ó vasallos á los otros.

Hé aquí, pues, el principio de la esclavizacion del hombre por el
hombre; de esa ley que tantos siglos pesó sobre media humanidad, y que
con tan ruidoso estruendo lograron quebrantar algunos pueblos, por
aspirar el aura de libertad que mas tarde les habia de dar hambre,
miseria, desesperacion y muerte.

Hé aquí tambien la cuna de las diferentes clases en que las modernas
sociedades se hallan divididas en los pueblos de la vieja Europa; clases
que han sufrido ya distintas modificaciones y reformas, desde los
memorables tiempos del feudalismo hasta nuestros dias. Entre ellas se
cuenta, como la mas numerosa, la del proletariado, á la cual hemos de
consagrar algunas líneas en el siguiente capítulo.



II.

EL PROLETARIO.


Distínguese en Europa bajo este nombre, á aquel que, careciendo
absolutamente de bienes, vive solo con el producto de su trabajo.

El es el que únicamente viene sosteniendo de siglo en siglo, de
generacion en generacion y á través de las distintas fases por que ha
pasado el mundo; el carácter del hombre primitivo, porque en el empleo
de su fuerza material estriba su único elemento de produccion y
subsistencia.

Labra y siembra los campos que son de otro, ya bajo los ardientes rayos
del sol del medio-dia, ó ya azotado por el cierzo y las nieves del
norte.

Su brazo es el alimento vivo é indispensable de todas las industrias y
artefactos: tanto se encuentra en la elevada cúspide de una torre, como
penetra en las entrañas de la tierra, en busca de los productos del
reino mineral.

Sin él, el comercio y la navegacion, las artes y los oficios, la
agricultura y la industria, no existirian; y la vida de los pueblos se
arrastraria lánguida y miserable y sin adelantar un paso en las vias del
progreso material é intelectual.

Y sin embargo, el proletario es en todos los pueblos y en todos los
paises, el que menos garantida tiene su subsistencia y la de su familia;
por mas que los filósofos y sabios de todos los tiempos, se hayan
dedicado, con filantrópico afan, á mejorar las condiciones de esta clase
desheredada de la sociedad.

Su vida es precaria y triste, y limitado y nebuloso el horizonte de su
porvenir.

Hijo del trabajo, fáltale _el pan de cada dia_, cada vez que por razon
de las crísis ó convulsiones que con frecuencia experimentan los
pueblos, se suspende ó escasea aquel; así como cuando por causas
naturales ó accidentales, se ve postrado en el leche de dolor.

El proletario es una _parte_ importante de ese gran _todo_ que se llama
pueblo, y el pueblo es el que constituye la verdadera fuerza y riqueza
de cada pais.

Con el sudor de su frente, explota los diferentes veneros de una nacion,
y por mas que en los trabajos que ejecuta, se obtengan pingües
resultados, nunca le corresponde mas parte en los beneficios que el
importe de su modesto jornal.

En algunos pueblos de Europa, se han formado asociaciones de diferente
carácter, aunque llevando casi todas por tendencia, la del _socorro
mútuo_ entre las clases trabajadoras. En algunos paises y en ciertas y
determinadas épocas, fracasaron ó mas bien fueron disueltas por sus
respectivos gobiernos, muchas de estas asociaciones, por el carácter
político que iban tomando sus numerosas reuniones; y solo las que han
sabido librarse de aquel carácter, extraño al objeto de su institucion,
dan satisfactorios resultados para sus socios: pero...... ¡son tan pocas
las que se hallan en estas ventajosas condiciones!......

Con razon se llaman _clases desheredadas_ á las clases proletarias,
porque en verdad que llevan la peor parte en los trabajos impuestos al
hombre á su tránsito por el mundo; y en cambio carecen de los goces
materiales é intelectuales, que las demas clases de la sociedad se
proporcionan, gracias á los medios y elementos de que pueden disponer.

En suma diremos: que el proletario, colocado desde que nace bajo la
imperiosa ley del trabajo,--del cual es verdaderamente esclavo,--consume
en él la vigorosa sávia de su juventud y de su vida, enriqueciendo con
frecuencia al que, poseyendo bienes ó capitales, los emplea en su
explotacion, sin que por eso _él_ vea jamás asegurado su porvenir; y
allá, cuando la nieve de los años enerva las fuerzas de su cuerpo y de
su espíritu, se ve generalmente sumido en la escasez y la indigencia;
entonces que es cuando debiera recojer el fruto de sus afanes y vivir
tranquilamente los últimos años de su existencia.



CUADROS TOMADOS AL ACASO.



III.

CUADRO PRIMERO.

EL ALBAÑIL EN MADRID.


El pueblo de Madrid, que aun á mediados del último siglo, poseia ese
carácter distintivo con que nos le han dado á conocer los mas ilustres
de nuestros autores, historiadores y poetas; ha ido poco á poco y
gradualmente, perdiendo su sello característico; y formándose, al
sucederse las generaciones, de elementos tan distintos y heterogéneos,
que el pueblo de los _manolos_, ese pueblo que tan brillantes pruebas ha
dado de su valor y de su abnegacion, el pueblo en fin del _dos de Mayo_,
ha desaparecido por completo, quedando en su lugar un compuesto
abigarrado é informe, en que los tipos, carácteres y costumbres de las
demas provincias de España, se encuentran amalgamados en desconcertado y
desigual conjunto.

Al presentar el primero de nuestros cuadros en Madrid, conste que solo
lo hacemos por el conocimiento que hemos adquirido de la vida íntima y
social de las clases trabajadoras, en los muchos años que vivimos en
aquella localidad.

Pero procedamos á la descripcion de nuestro cuadro.

Nos hallamos á mediados del mes de Diciembre.

Una menuda y constante lluvia cae sobre los infelices obligados á
transitar á pié por las calles de la capital de la monarquía.

Hace un frio muy intenso, como que es el helado soplo del Guadarrama, y
aunque no son mas que las cuatro de la tarde, es ya casi de noche.

En lo último de la calle de Embajadores, hay una casa de pobre
apariencia: una de esas que se llaman _corralones_ ó casas de vivienda.

Penetremos hasta el patio: en él corre á la izquierda una tapia elevada
y negruzca, que lo divide del de la casa contigua: á la derecha, se ven
en forma de miserables celdas, seis puertas pintorreadas unas,
carcomidas y remendadas otras y por encima del marco de cada una de
ellas, sobre la amarillenta pared, un número hecho con carbon.

Cada una de estas mal llamadas habitaciones está ocupada por alguna
pobre familia, que paga por ella seis reales á la semana, de modo que
solo para la casa han de deducir cada dia un real de su jornal ó
salario.

Acerquémonos al último de estos cuartos ó celdas: tiene el número seis:
penetremos.... ¿Qué es eso?......... ¿retrocedeis?...... ¿tan triste ó
repugnante es el cuadro que se os presenta á la vista?..... ¿tan fétido
es el aire que en aquella húmeda habitacion se respira?.... Veamos que
es lo que causa ese malestar que veo retratado en vuestro semblante....
¡Ah!... sí... ya comprendo: el cuadro de la miseria y del hambre en toda
su horripilante desnudez, es lo que ha herido vuestra vista y afectado
vuestra esquisita sensibilidad: el aspecto de esa pocilga húmeda y
sombría, como las mazmorras de los grandes criminales; falta de luz y
de aire; sin mas muebles que una mala silla de madera y dos sucios
gergones que apenas contienen paja, y sobre ellos, acurrucada una mujer
pálida y demacrada, medio cubierta de harapos, tiritando de frio y
procurando á la vez comunicar á sus dos hijos, pedazos de sus entrañas,
el calor que la infeliz no tiene!...... ¡Oh, sí, comprendo vuestra
penosa situacion!........ Es un espectáculo que desgarra el alma del ser
mas estóico!.... pero, contengamos nuestras lágrimas y observemos: los
niños tendrán de siete á ocho años, pero ¡están tan macilentos, tan
flacos, tan consumidos por el hambre y la miseria, que solo aparentan
tener de cuatro á cinco años! ¡Infelices!.... ¡cuán triste es la
primavera de su existencia!...... ¡Desgraciadas criaturas!....

Para ellos no hay flores en el jardin de la vida, ni purísimas auras
embalsamadas con su perfume; ni arroyos, ni praderas; ni fuentes ni
cascadas; ni blanco cesped ni pintadas mariposas; ni el sol tiene para
ellos esos rayos explendentes y vivificadores, que iluminan la frente de
otros niños!.........

Un hombre se acerca á la puerta: dejémosle entrar: tal vez sea el padre
de esas desventuradas criaturas: está pobremente vestido y calado hasta
los huesos: debajo de la remendada chaqueta, oculta con cuidado alguna
cosa: ¡ah, es un pan!...... Retirémonos; nuestras miradas no pueden
profanar todo lo que de augusto y sagrado encierre la escena que va á
tener lugar en esa oscura y hedionda habitacion. Retirémonos: despues de
lo que habeis visto, yo os referiré los tristes sucesos de esa
desgraciada familia y completaré el
cuadro................................

       *       *       *       *       *

Ya estamos libres de la presion de aquella atmósfera tan cargada de
miasmas deletéreos: ¡Dios mio!...... ¿Cómo pueden vivir siquiera diez
años esas pobres gentes, respirando ese aire impuro que envenena la
existencia?....

Mas oidme con atencion.

El hombre que acabais de ver es efectivamente el padre de aquellos
pobrecitos niños. Llámase Pablo y es un buen oficial de albañil.

Hace diez años que casó con Antonia, aquella mujer tan pálida y
demacrada, que hoy no es ni sombra de sí misma: durante algun tiempo, en
que las obras no escasearon, vivieron tranquilos y felices en una
modesta buhardilla, estrecha, pero cómoda y ventilada.

Aunque alguno que otro año, por el invierno, faltó el trabajo á Pablo;
como economizaban el verano, podian ir tirando hasta alcanzar el buen
tiempo: pero el verano último, fué este atacado de unas calenturas
tifóideas, que le tuvieron durante muchos dias á las puertas de la
muerte y de las que logró al fin salvarse, gracias á los desvelos y
cuidados de su buena Antonia y á los eficaces remedios que se le
administraron.

Pero los infelices lograron vencer un mal y entraron en otro peor.

El médico y la botica acabaron bien pronto con sus escasas economías de
aquel año, y aun no habia entrado el enfermo en el período de la
convalecencia, tan largo en estas enfermedades, cuando ya Antonia habia
tenido que ir á empeñar lo poco que poseian; de modo que cuando Pablo
estuvo ya en disposicion de trabajar, habian tenido que dejar su alegre
buhardilla y empeñado ó vendido lo último que les quedaba. Entonces
empezaron las lluvias, se suspendieron las obras y los infelices se
vieron sumidos en la mayor indigencia.

¿De qué le servia al pobre Pablo ser honrado y trabajador si no
encontraba donde ganar un jornal?

Aquellas lluvias, que á los labradores prometian _oro_, á él le
producian _hambre_.

Y veia que los empleados, los comerciantes, los agentes y en fin, todos
los que no estaban como él pendientes de un jornal, se agitaban,
bullian, ganaban su vida, lo mismo un dia que otro, sin cuidarse de si
el cielo estaba sereno ó nublado. Que si estaban enfermos, sus sueldos ó
emolumentos corrian sin interrupcion y rara vez les faltaba pan para dar
á sus hijos y abrigo para preservarse del frio.

El infeliz recorria casi diariamente todo Madrid, en busca de trabajo y
cada dia volvía á su casa mas triste y desalentado; y á la vista de sus
hijos y de su mujer medio muertos de frio y de hambre, se apoderaba de
su alma la mas profunda desesperacion y la criminal idea de obtener por
la fuerza ó por el crímen, el pan que sus hijos le pedian y no podia
ganar con su trabajo, cruzaba tentadora por su mente; pero su buena
Antonia, que leia en sus ojos lo que pasaba en su alma, confortaba su
abatido espíritu y haciéndole volver los ojos á Dios y confiar en su
sabia providencia, borraba pronto de su imaginacion aquella pasajera
nube que la oscureciera.

Y aquel hombre vigoroso y fuerte, enérgico y valiente, resignado al fin
con su mísero destino, vencido por las virtuosas palabras de su santa
mujer, se encierra en un mutismo sombrío y desconsolador, brotando de
vez en cuando de sus apagados ojos, cuya hundida órbita revelaba sus
terribles sufrimientos, una ardiente lágrima que es una protesta viva y
elocuente del abandono en que la sociedad tiene á aquellos de sus hijos
que mas necesitan de sus maternales desvelos; los hijos del trabajo;
los que verdaderamente hacen reproductivo el pan que llevan á sus
labios; la poderosa palanca en que aquella se apoya y sin la cual no
existiria, porque ellos son los que sostienen el equilibrio y las
fuerzas de una nacion.

Con dolor lo decimos, pero es preciso: aquella desventurada familia,
pereció víctima del frio y del hambre en su oscuro rincon, sin que la
sociedad se conmoviera al ver que abrian una fosa mas profunda que las
demas en el cementerio general.

No así en la otra vida, donde sin duda el Dios de la justicia les
destinó un puesto preferente entre los bienaventurados.

Nos reservamos toda clase de reflexiones y comentarios sobre este
sencillo y oscuro drama, para cuando llegue su turno.



IV.

CUADRO SEGUNDO.

EL OBRERO EN BARCELONA.


El pueblo catalan es, sin disputa, uno de los pueblos mas activos y
emprendedores; mas cultos é ilustrados; mas laboriosos y económicos de
cuantos pueblos forman parte de la monarquía española.

Orgullosos y dignos, á la vez que rectos en sus principios, son sobrios
en sus necesidades, modestos en su trato y fieles guardadores de la
honra de su pais y de sus gloriosas tradiciones.

La gran mayoría de este pueblo, la forman los obreros ú operarios de las
innumerables fábricas, que constituyen una de las principales riquezas
del antiguo principado.

El obrero catalan, vive dedicado esclusivamente á su trabajo, que
desempeña con inteligencia y aficion durante los dias laborables de la
semana; pero el dia de fiesta lo dedica por entero á su familia, si es
casado, ó á sus amigos si no lo es, con los cuales forma partidas de
caza ó pesca, á que suele ser muy aficionado.

Conoce perfectamente sus deberes para con la sociedad, pero á la vez
tiene conciencia de sus derechos como ciudadano.

Un triste episodio que conocemos, acaecido en una de esas épocas
calamitosas que, casi sin interrupcion, se suceden en aquel pais de
algunos años á esta parte, dará á conocer la verdad de cuanto dejamos
anteriormente consignado.

Corria el mes de Febrero del año 184... y era el segundo dia de Carnaval
ó _Carnestoltas_, que la condal Barcelona celebrára siempre con
extraordinaria pompa y regocijo.

Las calles principales y la Rambla, que en años anteriores se vieran tan
animadas por la algazara de numerosas comparsas y cabalgatas, se veian
ahora desiertas y silenciosas.

Los rostros de aquellos hijos del pueblo, que tanto aman esta fiesta,
macilentos y tristes aquel dia, no expresaban otra cosa que abatimiento
y desesperacion.

Las autoridades trataron de organizar cabalgatas y fiestas con que
animar el aspecto de la poblacion: ofrecieron los fondos necesarios á
los que anualmente se encargaban de la direccion de estas bromas, pero
ellos los rehusaron, alegando que no hallarian quien les secundara
aunque intentaran hacer algo, porque _cuando el pueblo tiene hambre, no
está para fiestas_.

Y en efecto: hacia ya algunos meses que la mayor parte de las fábricas
estaban cerradas y la que trabajaba algo, era á lo sumo un par de dias á
la semana.

El que conozca algo aquella poblacion, esencialmente fabril, comprenderá
que los operarios y las infinitas familias y pequeñas industrias, que
viven solo del alimento que las fábricas les proporcionan, quedarian, al
cerrarse estas, en la mas precaria situacion. Y así era, en efecto.

Esta tranquila manifestacion, digna y severa á la vez, fué interpretada
por algunos hombres, como una muda y sombria amenaza, en que el órden
corria peligro de alterarse; comunicaron á otros sus temores, estos los
propalaron como cosa infalible; tomó cuerpo, y la noticia llegó á
extenderse de tal modo, que las tiendas se cerraron mas temprano que de
costumbre, y las autoridades hubieron de tomar sus medidas de
precaucion, colocándose á la espectativa y dictando, entre otras
disposiciones, la de que en cada una de las principales calles de la
capital, se colocara una pareja de mozos de escuadra, que las
recorrieran incesantemente.

En una estrecha y tortuosa callejuela del barrio de San Pedro y en un
reducido _zaquizami_, levantado en la azotea de una casucha vieja, que á
duras penas se sostenia de pié, vivia, ó mas bien, prolongaba con
trabajo su existencia, un pobre obrero, con su mujer y su anciana madre
paralítica.

Los esposos caminaban ya entre los cincuenta años, y en esa edad en que
las fuerzas físicas empiezan á decaer sensiblemente, la paralizacion de
las fábricas, de que dependian, vino á hacerles probar todos los
sinsabores de la indigencia.

Llevaban ya tres meses el uno y el otro sin ganar un solo jornal, no
quedándoles ya nada que vender ni que empeñar, para atender á sus mas
precisas necesidades y pagar al casero las cuatro pesetas mensuales que
les costaba el vivir en aquella especie de palomar.

Mientras lo pudo soportar, el obrero, hijo cariñoso y amante de su
madre, la hacia visitar una ó dos veces á la semana por el médico, que
si bien no la curaba completamente, la aliviaba mucho en sus dolencias;
pero desde que ya no podia pagar á este, ni gastarse los cuatro ó seis
reales que le importaba en la botica cada receta, el pobre Jayme, que
así se llamaba, sufria el tormento de oir los lamentos de su madre sin
poderla consolar. Su mujer la cuidaba con cariñoso esmero y procuraba,
con remedios que le facilitaban los vecinos, aliviarla en sus
padecimientos; pero nada conseguia y el mal tomaba cada dia mayor
incremento.

Serian las once de la noche: negros nubarrones cruzaban por la
atmósfera, como fantasmas jigantescos, arrastrados por un fuerte viento
del Sudoeste, cuyo desagradable silvido penetraba por las rendijas de la
carcomida puerta de aquel albergue.

Jayme y Quima, su mujer, estaban acurrucados en un rincon, envueltos en
un pedazo de manta, que apenas les resguardaba del frio y en el lado
opuesto yacia la anciana paralítica, tendida sobre un colchon relleno de
borras de algodon y cubierta con una vieja frazada y un refajo de Quima
extendido á sus piés. Una mariposa improvisada en una taza rota,
consumia sus últimas gotas de aceite y alumbraba con su débil y
vacilante luz aquel cuadro de dolor y de miseria.

Jayme, con la desesperacion y el desaliento pintado en su rostro,
demacrado por las privaciones; meditaba profundamente sobre la triste
situacion y el mísero abandono en que se encontraba. Gracias á sus
economías, habian podido vivir tres meses sin trabajo, pero ya no podian
mas: habianse agotado todos sus recursos y al dia siguiente, para dar á
su madre y á su mujer algun alimento, tendria que ir á mendigar por las
calles.... ¡mendigar!.... ¡qué vergüenza!.... La poca sangre que habia
en sus venas afluia á su corazon y subia á enrojecer su altiva frente, á
la sola idea de la mendicidad!.... Y era preciso hacer este inmenso
sacrificio: su deber de hijo y de esposo se lo mandaban y forzoso era
obedecer......

¡Por qué amargo trance estaba pasando el infeliz Jayme!.........

Pero Quima, que leia en las prolongadas arrugas de su frente, las
tristes ideas que le preocupaban; que comprendia sus repentinos
sonrojos, sus temblores convulsivos, formaba á su vez la resolucion de
aprovecharse del sueño de este y salir muy de mañana á mendigar, á fin
de evitarle el rudo golpe, que seguramente no podria soportar.

Pero aun quedaba algo mas que sufrir á aquellos desventurados.

Llamaron á la puerta: levantóse Jayme á abrir y se halló frente á frente
con las atléticas figuras de un sub-cabo y dos mozos de escuadra[2] que
traian la órden de prenderle.

[2] Institucion creada en Cataluña para la persecucion de malhechores
dentro y fuera de la poblacion, que tanto hacen el servicio de la
guardia civil, como el de los agentes de policía de las demas provincias
de España.

La anciana lanzó un grito de espanto al despertarse: Quima se levantó
sobresaltada y aunque lloró y suplicó, y Jayme se deshizo en protestas
de inocencia, nada consiguieron; porque aquellos hombres debian cumplir
con su deber y no les tocaba á ellos hacer cargos ni admitir disculpas,
sino llenar su cometido dentro de los límites que les habian marcado.

Así, pues, Jayme, convencido por las poderosas razones de estos, razones
que no admitian réplica, se vió obligado á abandonar su casa y su
familia, y salió acompañado de los mozos y el sub-cabo; sin atreverse á
volver la cara por que le espantaba el cuadro de miseria que dejaba tras
de sí, en las personas mas queridas para él en el mundo. De esta manera
fué conducido hasta la cárcel, donde aquellos le entregaron al alcaide.

La puerta de la habitacion quedó abierta de par en par al salir el
obrero y los mozos: una ráfaga de aire apagó la ya moribunda lámpara ó
mariposa, y el silencio y la oscuridad de la muerte reinaron en aquella
estancia; porque Quima cayó al suelo presa de mortal congoja, al ver
marchar á su esposo hácia la cárcel.

Precisamente ocurria esto en momentos tan críticos para ellos y sin que
la pobre pudiera hacer nada para variar el curso de las cosas.

Oh!...... la fatalidad con su fatídica mano pesaba sobre aquellos
desvalidos ó la Providencia les sujetaba á duras y amargas pruebas que
tal vez no tendrian fuerzas suficientes para soportar con resignación.

Rendida Quima por las fatigas y las privaciones de tantos dias,
permaneció muchas horas aletargada, aturdida y como juguete de una
horrible pesadilla; pero al penetrar por la puerta con las primeras
luces del alba la fresca brisa matutina, despejáronse poco á poco sus
sentidos; empezó á tener conciencia de sí misma, reconoció el cuarto con
azorados ojos; recordó la escena de la noche anterior, y como movida por
una poderosa fuerza magnética, se incorporó de un salto y su primer
ímpetu fué salir á la calle á averiguar el paradero y la suerte de su
marido.

Ya estaba en la puerta, cuando una idea repentina cruzó por su mente y
volvió á entrar pálida y temblorosa.

Se habia acordado de la pobre anciana y del sobresalto que le causara la
brusca aparicion de aquellos hombres. Su pertinaz silencio la espantaba
porque todos los dias á aquellas horas ya se la oia quejarse. Presa de
un fatal presentimiento, se acercó á su lecho, la llamó repetidas veces
y viendo que no contestaba la cogió una mano.......

Un escalofrio y estremecimiento general recorrió todo su cuerpo al
contacto de aquella mano rígida y helada con el frio de la muerte: un
grito de espanto se escapó de su boca y asustada, despavorida, se lanzó
á la azotea, bajó de cuatro en cuatro los escalones y como perseguida
por un fantasma aterrador, salió á la calle y huyó sin direccion fija y
sin parar, hasta encontrarse en el paseo de S. Juan.

Serenóse algun tanto allí su atribulado espíritu y la razon, recobrando
su imperio, vino en su ayuda: reflexionó, y al hacerlo, comprendió sus
deberes en aquella apurada situacion; así, pues, volvió sobre sus pasos,
entró de nuevo en su casa; llamó á la puerta de dos vecinas, que
enteradas por ella del suceso, se apresuraron á auxiliarla, yendo á dar
parte al médico, al celador del barrio y á la parroquia y ayudándola por
fin en los tristes preparativos que suceden siempre á la muerte........
porque la anciana madre de Jayme habia muerto efectivamente á
consecuencia del sobresalto que le causó la violenta escena de aquella
noche fatal.

Jayme entre tanto, se hallaba encerrado é incomunicado en oscuro
calabozo, presa su alma de mortales angustias y devorando en sus
ardientes lágrimas que vertia una á una como otras tantas gotas de
fuego, toda la indignacion, toda la rabia que habia encendido en su
pecho el injusto atropello cometido en su persona y en su casa.

Un negro presentimiento le anunciaba, que algo mas terrible que su
prision, tendria que lamentar, como fatal consecuencia de aquellos
sucesos: crispábanse sus dedos; levantábase su pecho á impulsos de la
ruda tempestad que en él empezaba á agitarse y de sus trémulos labios,
contraidos por el dolor y el despecho, se escapaban inarticuladas
frases, cuyo terrible significado era fácil comprender.

En sus momentos de tregua, recorria el infeliz toda su vida pasada y no
hallaba en ella nada de que tuviera que reprocharse. Su amor al trabajo,
á la familia y á las tradiciones de su pais; su vida pacífica, sus
escasas reuniones y amistades; todo, todo lo examinaba..... Una idea
acudió á su mente, pero la rechazó en seguida, porque ¿qué delito habia
en ello?....

Jayme recordó que entre los tranquilos goces que se proporcionaba en las
horas destinadas al descanso en su modesto hogar, se contaba la lectura
de libros y periódicos. Estos libros y estos periódicos, escritos por
hombres que _se decian_ colocados á la vanguardia del progreso y de la
civilizacion, abogaban por las clases proletarias; y aunque en su sano
criterio siempre consideraba irrealizables aquellas bellísimas teorías y
sueños aquellas imágenes poéticas con que engalanaban sus discursos
aquellos canoros ruiseñores; con todo, halagaban su imaginacion y
recreaban su fantasía. ¿Qué le importaba al mundo que hubiera _uno mas
que soñara_? ¿qué mal hacia en ello á la sociedad, si al salir cada dia
á la calle con la aurora, sus sueños de color de rosa se habian borrado
de su mente y en el resto del dia no pensaba mas que en su trabajo?

En estas alternativas pasó hasta las doce del dia, hora en que fueron á
sacarle para tomarle la primera declaracion, sobre un delito que el
infeliz no conocia.

Su arresto de aquella noche, así como el de otros muchos, fué motivado
por las falsas noticias que circularon de que los obreros sin trabajo
iban á alterar el órden, y el pobre Jayme fué comprendido en este
número, no solo por que se hallaba en esta situacion, sino porque se
sabia de público que era suscritor constante á periódicos y obras de
política avanzada, en la cual se le consideraba afiliado.

Fácil le fué probar su inocencia y al dia siguiente expidieron su órden
de libertad y abandonó las puertas de la cárcel, cuyos umbrales era la
primera vez que habia pisado; pero cuando Jayme llegó á las
inmediaciones de su casa, lo primero que hirió su vista fué...... ¡Un
entierro! Nadie le dijo nada: el atahud iba cerrado, pero su corazon de
hijo, adivinó que el cuerpo de su madre iba encerrado en aquella caja,
que acompañaban algunos de sus amigos y vecinos!....

Un vértigo se apoderó de todo su ser: una nube de sangre cruzó por su
vista y loco, desatinado, sin concierto, se lanzó rápido hácia el centro
de la poblacion.

¿Adonde iba á parar aquel hombre?... ¿Cuál era su designio? Ni él mismo
tenia conciencia de ello.

En aquel estado llegó á la Rambla: la fatalidad hizo que casualmente
acertaran á pasar por delante de él dos mozos de escuadra: este hecho
tan insignificante en otra ocasion, determinó sus intenciones.

Estaban arreglando el paseo y habia diseminadas por el suelo algunas
herramientas: veloz como un relámpago, se lanzó sobre una de ellas y
arremetió furioso á los mozos, recibiendo uno de ellos una herida
tremenda en la cabeza, que le hizo bambolearse; pero cuando sus brazos
iban á descargar el segundo golpe, dos detonaciones seguidas le
arrojaron cadáver al suelo, atravesado su cráneo por dos balas, que le
disparó el otro mozo de escuadra.

De esta manera trájica y sangrienta, concluyó el pobre Jayme una vida
apacible, honrada y laboriosa.

En cuanto á la desgraciada Quima, estuvo dos meses en el Hospital,
luchando entre la vida y la muerte; pero por fin curó y al verse en la
calle sin casa, sin familia, sin recursos, se puso á servir de cocinera
en casa de unos señores de su pueblo que se habian establecido en
Barcelona.

Por ella supimos los tristes detalles de este trágico suceso, que dejó
profunda huella en nuestra alma.



V.

CUADRO TERCERO.

EL JORNALERO DEL CAMPO EN MÁLAGA.


Uno de los pueblos en que mas fotografiados quedaron el carácter, los
usos y costumbres y hasta el tipo distinguido y poético de los árabes,
despues de su dominacion de siete siglos en la mayor parte del
territorio de la Península Española, fué sin duda el pueblo de Málaga;
último escalon que, vencidos y espulsados, pisaron aquellos al regresar
á las ardientes playas del Africa, donde debian ser víctimas de la
ferocidad de sus mismos hermanos, que ya los desconocian.

Nacidos en un suelo feraz y bajo los ardientes rayos de un sol
abrasador, los hijos de la _perla del mediterráneo_, como la llamara uno
de nuestros inspirados poetas contemporáneos, son en general de carácter
vivo y risueño; francos, amables y hospitalarios con los extranjeros;
pero á la vez burlones y ponderativos; haciendo alarde de prendas y
cualidades que á veces no poseen; indolentes y perezosos para el trabajo
material, se entregan con pasion al _dolce farniente_ del que solo se
cuida del _hoy_, y jamás piensa en el _mañana_.

Dotados por un lado de bellísimas dotes, que hacen ameno y agradable su
trato; adolecen por otro, de todos los vicios y defectos inherentes á
los hijos de los puertos meridionales.

Son á la vez músicos y poetas, _boleros_ y farsantes; materia siempre
dispuesta para todo lo que no sea grave y formal; airosos y gallardos,
tienen siempre en sus labios una flor y un chiste para la mujer y en sus
ojos una provocacion y una amenaza para el hombre; pero en lo general
son tan prontos para lanzar lo uno y lo otro, como para retirarlo cuando
conviene.

Calcúlese pues, en hombres _hechos así_ por la naturaleza: ¡cuál no será
el sacrificio del pobre jornalero del campo, que para vivir se ha de
colgar del hombro el pesado azadon, cuando aun brillan las estrellas; y
se ha de encaminar á la viña de Juan ó de Pedro y empezar la ruda tarea
de cavar profundamente aquella tierra, desde que amanece Dios, hasta que
anochece; y esto, con pequeños intérvalos de descanso y durante todo un
dia, que al pobre le parece una eternidad: y para mayor consuelo,
repetir esta funcion al dia siguiente, y al otro, y al otro, y por
último, todos los dias del año, escepto los domingos y fiestas de
guardar!

Y sin embargo, es tal la costumbre y el hábito del trabajo, creado por
la necesidad; que este mismo hombre, que de tan mal talante empieza su
trabajo por la mañana, concluye generalmente alegre y festivo y
dispuesto para una broma y un jaleo, aunque sus huesos esten
quebrantados. Es verdad, que mientras sus brazos lanzan una y otra vez
el azadon sobre la dura tierra, su voz no cesa de cantar esas melodiosas
y poéticas _playeras_, cuyas ricas armonias y suaves modulaciones jamás
ha podido escribir ninguno de los príncipes del arte; y que recrean su
mente, trasladando su espíritu á otras regiones y haciéndole olvidar que
su cuerpo trabaja.

Pero el dia de fiesta, el jornalero del campo, falto de instruccion y de
esos gustos que recrean la inteligencia, sin menoscabar la dignidad del
hombre y sin perjudicar su cuerpo; lo pasa entregado á los corruptores
vicios del juego y la bebida, entre las pintorreadas paredes de una
taberna, donde pierde ó gasta con frecuencia, el mísero jornal que con
tantos sudores ganara y de donde salen siempre riñas y pendencias, que
le conducen con frecuencia al patíbulo ó al presidio, dejando á su
familia deshonrada y sumida en la indigencia.

Dada ya una ligera idea del carácter, costumbres é índole especial de
los hijos del pueblo del castillo y la Alcazaba, pasemos á dar á
conocer, tambien ligeramente, el asunto que motiva este cuadro.

Un jóven de unos veinte y cinco años, fuerte, robusto y vigoroso,
jornalero del campo, vivia con su padre y una hermanita, menor que él,
en una modesta, pero aseada casita del barrio de la Trinidad.

La circunstancia de ser hijo único varon de padre sexagenario, le habia
servido de escepcion legal, para librarse de la suerte de las quintas y
el mozo trabajaba para mantener á aquel y á su hermana, que tambien
ayudaba algo, vendiendo frutas y flores por las calles de la ciudad.

Ganaba seis, siete y hasta ocho reales de jornal, segun las
circunstancias, y con esto y con lo poco que su hermana se agenciaba,
vivian, sino con desahogo, por lo menos sin pasar necesidades, que bien
pocas son las de los pobres.

Juan,--que así se llamaba el mismo,--era alegre y de chispa; enamorado
y amigo de bailoteos y francachelas, en que figuraba como _cantaor_ que
era, y de _primo cartello_ en aquellos barrios, de _rondeñas_ y
_fandango_, _playeras_ y _soleá_; pero el trabajo no le dejaba tiempo
para aquellas bromas y hacia de la necesidad virtud. Con todos, los dias
de la semana destinados al descanso, Juan se entregaba en cuerpo y alma
á estas bromas con sus amigotes, y mas de una vez, arrastrado por la
tentacion del vicio y calientes los cascos por el vinillo seco de
Málaga, que embriaga solo de olerlo, hubiera dejado á su familia en
ayunas, si su padre, conocedor del mundo en que vivian, no le hubiera
con tiempo registrado la faja y sacado de ella todo el dinero, escepto
dos pesetas, que cada semana le dejaba para fumar y demas gastos.

Mal que bien, la olla se ponia todos los dias en aquella casa, y esto
indicaba un pasar regular entre aquellas gentes en cuyas chimeneas no
siempre se veia humo, y tanto era así, que muchos envidiaban su
bienestar, citando á Juan y á Cármen como modelo de buenos hijos.

Mas como quiera que nada hay duradero en este mundo, pues que todo en él
tiene término; sucedió que empezó á desarrollarse entre las viñas una
enfermedad que los sencillos labradores llamaban _ceniza_ y que no era
otra cosa que el _oidium tukeri_ y á perderse sus frutos un año y otro
año bajo la influencia abrasadora de esta epidemia.

Aquellos, que vieron en el primer año perdido el valor de los jornales
invertidos en el cultivo de las viñas, los escasearon en el segundo, y
al ver en el segundo el mismo lamentable resultado, los suprimieron por
completo en el tercero. Juan fué de los últimos trabajadores que
despidieron, porque era un mozo que trabajaba con conciencia, pero al
fin le despidieron, porque no podia ser otra cosa.

Este fué un golpe fatal para aquella pobre familia, ante quien se
presentaba una larga série de privaciones.

Juan, el primer dia, hizo vivas dilijencias por encontrar trabajo; el
segundo vió á algunos labradores y maestros de obras con el mismo
objeto; el tercero encargó á algunos amigos que le avisaran cuando
supieran donde habia un jornal que ganar: el cuarto se lamentó de ello
en la taberna y, por último, el quinto, sexto y subsiguientes, no se
ocupó mas del asunto y empezó para él esa vida de desarreglo y
desenfreno, en que el dia y la mayor parte de las noches trascurrian
entre el vino y los cantares.

Mas como quiera que para todo esto se necesitaba dinero y este no le
habia, ni por donde viniera, y en las numerosas tabernas de donde eran
parroquianos él y sus amigos, se negaban ya á darles al fiado, sucedió
lo que era natural que sucediera, que cada cual empezó por vender y
empeñar cuanto tenia en su casa; y cuando esto se acabó, que no tardó
mucho, se formaron planes á cual mas descabellados, para obtener á todo
trance aquel elemento tan indispensable para continuar alimentando su
detestable vicio.

El infeliz padre de Juan, que observaba con espanto el camino de
perdicion que habia emprendido su hijo, el único sosten de sus ancianos
dias; que veia con amargo dolor que á sus consejos, amonestaciones y
reprimendas, contestaba unas veces con el silencio y otras,--cuando su
razon estaba ofuscada por los vapores del vino,--con una falta de
respeto y hasta con una desvergüenza, que el pobre no podia castigar por
su imposibilidad física; que pasó muchas noches en vela, con el alma en
un hilo y temiéndose siempre alguna catástrofe; que echó de menos alguna
ropa de cama y un cuadrito con marco dorado de la Santísima Trinidad,
que tenia en mucha estima y devocion por ser herencia de sus padres; y
por último, que su hija Cármen, única que entonces atendia á las
necesidades de la casa con lo poco que ganaba, habia sufrido ya en la
calle dos ó tres acometidas de su hermano, para que le diera el dinero
que habia ganado, llegando hasta á maltratarla una vez porque la infeliz
se negaba á ello; y que ya los vecinos empezaban á murmurar en alta voz
y á pronosticar un fin desastroso para su hijo; aquel hijo que antes era
citado como modelo entre los buenos; todos estos disgustos, bien graves
por cierto, unidos á la escasez de alimentos sanos y nutritivos, fueron
minando su ya quebrantada salud y acabaron por imposibilitarlo en el
lecho, quizás para no levantarse mas.

Cármen, que era una buena muchacha, amante de su padre y de su hermano
hasta el delirio, redoblaba sus esfuerzos por ganar lo suficiente para
alimentar al primero y aun para dar algunos cuartos á su hermano á fin
de tener derecho á llorarle y suplicarle por Dios, que dejase aquella
vida y aquellos amigos que habian de causar su perdicion y su desgracia;
consejos que aquel oia como quien oye llover.

Una noche, acababa Cármen de dar á su padre un cocimiento de flores
aromáticas que una vecina le habia aconsejado, y así que lo vió
reposando al parecer, cerró la puerta de su dormitorio y ya se iba á
desnudar para descansar de las fatigas del dia.

Varias veces se habia asomado durante la noche á la ventana por ver si
volvia su hermano, pero como esto acontecia muy rara vez antes del alba,
aunque se asomó una vez mas, fué mas bien por costumbre, que por la
esperanza de verle llegar.

Acababan de dar las doce en todos los relojes de la poblacion: las
calles estaban silenciosas y desiertas y no se escuchaba otro ruido que
el confuso murmullo de las aguas del Guadalmedina, que con las lluvias
del dia anterior habia tenido dos fuertes avenidas, y de vez en cuando
el grito lejano y monótono del sereno que cantaba la hora.

Ya iba á cerrar el postigo y á acostarse, cuando creyó oir unos pasos
sordos y precipitados, como de alguno que corriera descalzo. Cármen
prestó atencion y empezó á temblar al percibir aquellos pasos cada vez
mas cerca y ahogó un grito al reconocer á su hermano en un hombre
pálido, ensangrentado, descompuesto, que de un salto cruzó la calle,
empujó la puerta, volvió á cerrar atrancándola por dentro, penetró en la
sala, dió un soplo al candil de hoja de lata que ardia colgado de un
clavo, cerró cuidadosamente el postigo y agarrándola convulsivamente por
el brazo, le dijo al oido con voz lúgubre: «_¡A dormir!_» y la empujó
violentamente hácia su cuarto.

La infeliz, toda trémula y sobrecojida, no pudo articular una frase y
temblando de angustia y de miedo, se arrojó vestida en su cama, aunque
dispuesta á saber en qué paraba todo aquello, que habia despertado en su
alma los mas tristes presentimientos.

Por lo pronto, oyó que su hermano cojió á tientas el porron del agua, se
salió al patio y al parecer se estuvo lavando: esto le recordó las
manchas de sangre de que le habia visto cubierto al cruzar la calle y
cierta húmeda frialdad que notó en sus dedos al cojerla por el brazo. Su
mente vió mas claro entonces, y comprendió horrorizándose, que su
hermano venia de cometer algun crímen.

Un sudor frio corrió por todo su cuerpo y acurrucandose en un rincon de
la cama, contuvo hasta la respiracion y su corazon latió con violencia,
por que en medio de la densa oscuridad que la rodeaba, creyó ver mil
fantasmas ensangrentados cruzar por delante de su vista.

En esta horrible situacion, oyó dar la una y las dos y antes de dar las
tres, oyó fuertes pisadas en la calle, rumor confuso de voces y los
secos golpes de los chuzos de los serenos al apoyarlos en el suelo; notó
que el ruido se acercaba lentamente y que llegaba hasta su casa y se
medio incorporó jadeante y muerta de angustia y ansiedad, porque creyó
que aquella patrulla se detenia en su puerta y la reconocian y aun se
figuró oir decir en voz baja pero firme: «_¡aquí es!..._»

Al mismo tiempo creyó percibir un leve ruido por el patio, poco despues
sordas pisadas en el tejado y...... nada mas por aquel lado...... pero
instantáneamente sonaron en la puerta dos fuertes golpes dados con la
contera de un chuzo y una voz, que reconoció por la del celador,
intimando la órden de abrir.

Confusa, atribulada y llena de miedo contestó: «¡Ya van!» y levantándose
encendió el candil y ya se dirigia á abrir, cuando se vió el brazo
izquierdo manchado de sangre: aunque esto la acabó de trastornar, se
limpió apresuradamente, fué á la puerta, quitó la tranca y al abrir, vió
penetrar la acerada punta de tres chuzos y brillar el cañon de una
pistola.

El celador y los serenos, al verla sola, entraron en la casa y el
primero le preguntó apresuradamente por su hermano.

Cármen no podia contestar, pues su voz se anudaba en su garganta, pero
intimada fuertemente por aquel, dijo al fin balbuceando, que aun no
habia vuelto á recojerse.

El celador entonces, cogiéndola del brazo, la condujo hasta la puerta y
mostrándole las manchas de sangre, fresca aun, impresas en ella por
fuera y por dentro, así como en la tranca, le dijo que ¿quién habia
podido dejar allí señalada aquella sangrienta huella sino Juan?

Cármen, ante esta prueba evidente, palpable, del crímen de su hermano,
palideció intensamente y cayó de rodillas á los pies del celador,
balbuceando algunas frases de súplica que este no solo no escuchó, sino
que alzándola bruscamente, la hizo marchar delante de él para registrar
la casa; pero colocando antes uno de los serenos en la puerta de la
calle, otro en el patio y haciéndose acompañar por el tercero.

Todo esto pasó en menos tiempo del que se necesita para describirlo.
Bien pronto hubieron investigado todos los rincones de la casa y ya se
dirigian á la alcoba interior donde dormia el anciano, cuando Cármen,
que lo creia ignorante de cuanto habia sucedido, pedia ya al celador que
por la Vírgen Santísima evitara á su padre enfermo el sobresalto que
esta visita y la causa de ella le habia de ocasionar; pero no pudo
concluir, porque abriéndose la puerta le vió aparecer en el dintel y
apoyándose en su marco, pálido como la muerte, vacilante, herizado el
blanco cabello y cubierta la frente de gruesas gotas de sudor, indicando
al celador, con su brazo descarnado y tembloroso, que pasara á reconocer
aquella habitacion.

Este, á quien la aparicion inusitada de aquel espectro vivo, habia
sorprendido momentáneamente, recordó sus deberes y penetró resuelto con
el sereno, volviendo á salir al cabo de un momento sin hallar lo que
buscaban.

Entonces se dirigió al patio para recojer al sereno y continuar sus
pesquisas por otro lado, pero este le dijo algunas palabras al oido y
variando de opinion, comunicó rápidamente algunas órdenes á los otros
dos y él se quedó en el patio con el primero, esperando el resultado de
su disposicion.

El anciano á todo esto, se habia adelantado paso á paso y apoyándose en
el hombro de su hija, expresando su rostro una angustia indescriptible y
encendida su frente por el rubor de la vergüenza, porque...... ¡lo habia
oido todo y en el fondo de su alma, juzgaba á su hijo criminal!

El desenlace de aquella fatal escena, no se hizo esperar mucho: oyóse
distintamente una voz que decia: «_¡entrégate!_» luego, un segundo de
silencio, interrumpido por una detonacion: un grito de dolor, y por
último, el ruido sordo que produce la caida de una masa inerte desde una
altura á la calle.

«¡Mi hijo!..» «¡Mi hermano!..»--esclamaron á un tiempo el padre y la
hija, lanzándose á la calle precedidos del celador y el sereno, que se
habian precipitado hacia el lugar de la catástrofe.........

A unos quince pasos mas abajo de la casa, se hallaba Juan tendido en un
mar de sangre, lívido, descompuesto y lanzando prolongados gemidos de
dolor; rodeábanle los serenos y algunos vecinos que habian salido de sus
casas al oir el tiro.

Cármen, arrastrando mas bien que conduciendo á su anciano padre, que por
un prodigioso y supremo esfuerzo podia seguirla, y exhalando lastimeros
ayes, se arrojó sobre su hermano, vió que de su pecho manaba la sangre á
borbotones y rasgando sus vestidos procuró restañarla, pero entonces
observó con espanto que aquella salia por la boca y que las sombras de
la muerte iban cubriendo su faz lívida y descompuesta.

Por fin llegaron el médico y el escribano, á quienes se habia mandado
buscar. Examinóle el primero y mandó que inmediatamente se avisara á la
parroquia, pues al herido le quedaban muy pocos minutos de vida. El
escribano quiso á su vez extender las primeras diligencias, pero no pudo
conseguir una sola palabra del moribundo y se hubo de contentar por
entonces con las declaraciones del celador, los serenos y algunos
vecinos.

El anciano padre de Juan, de quien nadie se cuidaba, fijos sus
desencajados ojos en su hijo; entreabierta la boca; crispados sus dedos;
sombrío, mudo, sin ver á nadie de los que le rodeaban, iba reflejando en
su semblante las rápidas trasformaciones, los mismos signos mortales que
se dibujaban, con tintas cada vez mas pronunciadas, en el rostro de
aquel, hasta el punto de que, al llegar el sacerdote y cuando ya
empezaba á administrar el _Santo Oleo_ al moribundo, se exhaló un ronco
y extraño quejido de su pecho, dobláronse sus piernas, nubláronse sus
ojos y cayó pesadamente al lado de su hijo, arrancando á los
circunstantes un grito general de conmiseracion mezclado de espanto.

El sacerdote tuvo que pasar del hijo al padre y á los pocos segundos,
ambos habian dejado de existir.

Los caritativos vecinos se llevaron á Cármen á su casa atacada de
horribles convulsiones, y la justicia se encargó de lo demas, enterrando
al dia siguiente y en una misma fosa al padre y al hijo.

El hecho que habia provocado aquel sangriento drama, hélo aquí: Juan, y
tres mas de sus amigotes de taberna, á quienes, como ya dijimos
anteriormente, no fiaban en ninguna parte, se habian pasado algunos dias
sin _mosto_ por carecer de _blanca_ y proyectaron robar al tio Curro el
tabernero, que segun fama de todo el barrio tenia _achocados_ algunos
napoleones en el fondo del arca.

Esperaron á que todo el mundo durmiera aquella noche y asaltando su casa
por las tapias del patio trasero, penetraron sigilosamente tres de
ellos, pues el otro se quedó en la calle de acecho, y llegaron hasta la
alcoba donde el tabernero y su mujer dormian. Por mas cuidado que
pusieron, marchando descalzos y sin hacer ruido, el tio Curro, que tenia
seguramente el sueño muy ligero ó que aun no se habia dormido
profundamente, oyó sus sordas pisadas y levantándose de un brinco,--pues
era hombre _terne_,--cogió la descomunal _tea_ que siempre tenia á la
mano, salió al encuentro de los salteadores y les arremetió á tientas,
_despachando_ á uno de ellos del primer _viaje_.

Aunque esto fué rápido como el pensamiento, los otros dos cayeron sobre
él y lo arrojaron al suelo sin vida, no sin que arrastrara en su caida á
Juan, de quien el tabernero se habia agarrado fuertemente.

La mujer del tio Curro se despertó sobresaltada al ruido de aquella
sangrienta lucha, y empezó á dar tan desaforados gritos, que pusieron en
fuga á los dos ladrones que quedaban de pié. Saltaron la misma tapia por
donde habian entrado y ya no vieron al compañero que habia quedado de
acecho, por lo cual huyó cada uno en distinta direccion.

Hé aquí explicado el estado en que Juan llegó á su casa, descalzo y
cubierto de sangre.

Cuando Juan se hubo lavado y hecho desaparecer en parte las manchas
delatoras que le cubrian, temblando como un azogado y asaltado por
atroces remordimientos, porque aquel era su primer paso en la sangrienta
carrera del crímen, se sentó vestido en su lecho y se puso á reflexionar
sobre su crítica situacion.

Le espantaba el temor de dar en manos de la justicia y aunque creia que
las sospechas de esta no podrian recaer sobre él, con todo, su espíritu
estaba desasosegado, intranquilo.

Pasaron algunas horas y aunque se recostó y quiso dormir, el sueño huia
de sus párpados.

En vela como estaba, oyó los pasos de los serenos y su corazon empezó á
latir con violencia, porque comprendió instantáneamente que venian en su
persecucion. De un salto se plantó en el patio, se encaramó en el
tejado, lo atravesó saltando á otro y de allí á otro, hasta alejarse
bien del de su casa y se escondió detrás de una chimenea. Allí estuvo
largo rato, interin registraban su casa, pero de pronto vió la luz de un
sereno que se acercaba por aquel lado y que hiriéndole con sus rayos le
denunciaria en cuanto aquel se aproximara y montando al caballete del
tejado iba á descolgarse á la calle, cuando se encontró con otro sereno
que le intimó á que se entregara, encañonándole una pistola.

Juan, que á todo trance queria escapar, del poder de la justicia que le
horrorizaba, trató de huir de este nuevo peligro, pero la bala que el
sereno le envió, le cortó la retirada, pues atravesándole el pecho, le
echó sobre el alero del tejado y de allí á la calle, en cuyas duras
piedras acabó de hallar el castigo de su crímen.

La huella de su fuga por el patio de su casa, la descubrió el sereno que
quedó allí de centinela, porque sus pies descalzos habian pisado en la
huida, el agua que vertiera en el patio al lavarse, dejando impresas sus
plantas en la pared al trepar por ella.

La pobre Cármen, continúa aun vendiendo flores y frutas, con lo que se
mantiene, sin haberse querido nunca casar por mas partidos que se le
han presentado, porque no quiere exponerse á que un hijo suyo renueve la
profunda herida que dejó en su alma el desastroso fin de su padre y de
su hermano.



VI.

REFLEXIONES.


Los tres _cuadros tomados al acaso_ que, de entre los infinitos que
conocemos de su género, hemos presentado á nuestros lectores; verídicos,
reciente uno de ellos y elocuentes por sí solos, se prestan sin embargo
á un mundo de reflexiones. No podemos prescindir de estampar algunas en
estas páginas, siguiendo nuestro inalterable principio de emitir
francamente nuestra opinion.

Téngase bien entendido, que no son cuentos creados por nuestra mente,
los que hemos tratado de bosquejar; y en los cuales, solo hemos alterado
los nombres, por creerlo así oportuno y por razones de fácil
comprension.

En todos ellos, se echa de ver esa falta de proteccion al trabajo, esa
garantia indispensable de su modesta existencia; espuesta siempre á los
azarosos vaivenes de la fortuna; esa estabilidad de que carece, por que
infinidad de elementos de diferente índole: como las guerras, las
sublevaciones, las luchas políticas, diplomáticas y financieras; las
ambiciones personales, las epidemias ¡y hasta la atmósfera! la alteran
con harta frecuencia y siempre en su inmediato perjuicio.

En todos ellos aparece como la verdadera víctima de todos los desastres
y conmociones que esperimenta la sociedad y rara vez vislumbra en el
limitado horizonte de sus aspiraciones, ese iris de esperanza que á las
demas criaturas promete con frecuencia, un cambio favorable y progresivo
en su posicion y en su fortuna, y con él una vida apacible y rodeada de
tranquilos goces.

Pablo el albañil, era un honrado y laborioso trabajador, que cumplia con
sus deberes para con la sociedad y con su familia; que vivía feliz y
tranquilo, atendiendo á todas sus necesidades con su modesto jornal; sin
envidiar jamás la grandeza y el fausto que por do quiera hería su vista;
y le vemos perecer de hambre y de frio con su familia, abandonado de sus
hermanos los demas hombres; relegado al olvido en el sombrio y húmedo
rincon de su miserable albergue; sin que la mano protectora de la
sociedad, de que él formaba parte, se tendiera hácia él con dignidad y
con amor, no humillándole, para levantarlo de la triste postracion en
que le habian sumido elementos contrarios á su voluntad.

Jayme el obrero, infatigable y entusiasta trabajador; constante y
aplicado en su oficio; buen hijo y buen esposo; amante de su patria y de
sus hermanos; de sanas y religiosas costumbres y orgulloso de su humilde
pero honrada posicion; halla tambien en la falta de trabajo y en la de
prevision y cordura de los encargados de la seguridad pública,
fatalmente combinados en un momento, el mas terrible de los golpes y la
mas trágica de las muertes.

Y por último, vemos á Juan, el jornalero del campo, que á pesar de su
organizacion meridional, tan contraria á la rudeza de un constante y
asiduo trabajo; vence su natural molicie por atender á las necesidades
de su casa de que es el único sosten y solo la falta de ocupacion,
unida á su ningun criterio para distinguir lo bueno de lo malo, le
conducen paso á paso por la rápida pendiente del vicio hasta llegar al
insondable abismo del crimen, que es su inevitable y fatal consecuencia.

Fijemos nuestra atencion en estos hechos y meditemos.

Nace un hombre, entre las remendadas sábanas de una pobre cuna; se
desarrolla y crece, y cuando se halla en esa edad en que la imaginacion
puede recoger con fruto la regeneradora semilla de la instruccion,--antorcha
luminosa que es á la humanidad, lo que el radiante astro del dia es á
las brumosas sombras de la noche; que disipa sus tinieblas y alumbra sus
pasos por el escabroso sendero de la vida; con la cual salva las
distancias mas remotas; penetra en los profundísimos abismos de los
mares y en las recónditas entrañas de la tierra; observa la marcha de
los astros, conoce su magnitud y su naturaleza, la distancia que de
ellos nos separa y sus misteriosas revoluciones; dá direccion á los
rayos, los recoje y los analiza; varía el curso de los rios y de los
mares y abre anchurosos caminos por debajo de su lecho; allana los
montes y perfora gigantescas montañas; aplica maravillosamente el vapor
y la electricidad; navega por el fondo de las aguas y fabrica aire
artificial igual al de la atmósfera y en fin, produce ese conjunto
sorprendente de adelantos y reformas que el progreso va marcando en las
brillantes páginas de oro de su libro, pues bien, cuando el hijo del
pobre, decíamos--; se encuentra en la edad á propósito para beber en esa
bienhechora fuente que se llama _enseñanza_, sus padres, hijos del
trabajo, faltos tambien de instruccion y de elementos, por que apenas
les basta lo que ganan para atender á las mas perentorias necesidades de
la vida, los llevan consigo á las obras, al campo, á los talleres, y
allí, á fuerza de años y de constancia, aprenden el oficio, arte ú
ocupacion que en su edad viril les ha de dar el _pan de cada dia_.

¿Y la enseñanza gratuita?--Se nos dirá.

La enseñanza gratuita, aprovecha á _unos pocos_, dá un escasísimo rayo
de sus luces á _muchos_, y de nada sirve á la _gran mayoría_.

La veracidad de este aserto, que la experiencia misma manifiesta, la
probaron ademas, plumas mas competentes que la nuestra, señalando, á la
vez que los defectos de que adolecía aquella institucion, el remedio
necesario para evitar sus perniciosas consecuencias, contrarias á su
verdadero é interesante objeto.

No es nuestro ánimo venir á desentrañar estas cuestiones, harto graves
por cierto, para tratadas en las modestas páginas de un _opúsculo_.
Cumple solo á nuestra designio, probar que, entre las causas que
conocemos como orígen de los males que aquejan á las clases proletarias;
la falta de instruccion es una de las mas trascendentales sin duda,
puesto que ella es la que engendra en el hombre el deseo de su
perfeccionamiento; reformando sus gustos y sus hábitos, en armonia con
la civilizacion que le rodea y haciéndole conocer por último, todos esos
goces intelectuales que no pueden comprender y apreciar los que de ella
carecen.

No echamos en olvido, el inmenso bien que hacen en todos los pueblos,
esas caritativas asociaciones de beneficencia domiciliaria y parroquial,
socorriendo á los pobres en su indigencia; pero no es esto lo bastante
para las clases proletarias de que nos ocupamos, por que al hombre
honrado, laborioso, trabajador, repugna la limosna y se crée humillado
al recibirla, á pesar de las delicadas formas con que á veces se reviste
para presentársela.

Esta clase proletaria, forma la inmensa mayoria de la nacion, y aunque
son los mas en número, son los menos en riqueza, puesto que nada poséen.
Por eso las demas clases poseedoras de bienes, capitales ó
conocimientos, que todo es poseer, deberia reunir sus esfuerzos y con
sus elementos y sus luces, asentar en buenas y sólidas bases un
principio salvador é imperecedero, que pusiera fin, de una vez para
siempre, á esos vaivenes y contratiempos á que constantemente se vé
expuesta la nave que conduce á los hijos del trabajo, sus hermanos, por
el proceloso mar de la vida.

Muchas desgracias y no menos crímenes se evitarian y la humanidad
adelantaria mas desembarazada y rápidamente por las vias de la
civilizacion y del progreso.

¡Cuan feliz no seria el pueblo que lograra llevar á cabo esta noble
empresa! Ella señalaria una nueva era de paz y de ventura, de bienestar
y de abundancia, que borraria, tal vez para siempre, esos ódios y
mezquinas ambiciones que se anidan en el corazon de la mitad del género
humano, hácia la otra mitad.

Pero nos hemos dejado arrastrar mas allá de lo que nos propusimos al
trazar el plan de esta obrita.

Siguiendo pues, las exigencias de ella, nos hemos de trasladar, con
aquellos de nuestros lectores que gusten acompañarnos, al feracísimo
suelo de nuestras ricas Antillas, á la inestimable perla de occidente, á
la tierra prometida del inmortal Colon.



VII.

EL ESCLAVO.


Mucho se ha escrito y hablado respecto del esclavo africano en América,
objeto hoy de este capítulo, presentándole unos como un ser embrutecido,
fanático, incorregible; otros como una especie de hombre fiera, dotado
de sanguinarios instintos; y por último, algunos como un ser inocente y
sencillo, sumiso y obediente, aunque á la vez perezoso y poseyendo todos
esos detestables vicios que corroen la existencia de lo mas abyecto de
la sociedad.

Unos y otros tal vez tendrian razon al expresarse así, por que sin duda
basaron sus observaciones en un tipo determinado ó en el estrecho
círculo de una localidad, y esto no basta.

Sin tratar por esto de herir su susceptibilidad, debemos exponer nuestra
franca opinion en el asunto; y á nuestro modo de ver, no es suficiente
el exámen de un individuo para determinar el carácter de una localidad,
así como el estudio de esta no nos puede dar el conocimiento exacto de
las condiciones de un pueblo en general.

La raza africana, tal como nos la presentan los negros bozales, se
encuentra como es de suponer, en un grado muy inferior de civilizacion
respecto de la nuestra, pero ellos entre sí difieren y no poco, en
caracteres, costumbres, creencias, cultura é inteligencia, segun el
reyno ó nacion de donde proceden.

El tráfico negrero, ha importado á esta Isla hombres, mujeres y niños de
diversos puntos del golfo de Guinea, pero mas principalmente del Congo,
Macuá, Lucumí, Carabalí y Arará, reinos ó naciones del Africa, que mas
se han prestado á esta clase de comercio humano.

Escasos de inteligencia y predominando en todos ellos, en general, el
elemento material; apenas se descubre en ellos una leve chispa de su
espíritu, esa divina antorcha que la voluntad del omnipotente coloca en
la grosera envoltura de cada uno de sus hijos, para que ilumine sus
pasos por la senda de la vida terrenal; pero con todo, en instintos y
cualidades morales, se notan entre ellos, como decíamos anteriormente,
muy marcadas diferencias, segun podrá observarse por el retrato que de
cada uno damos á continuacion, producto del detenido estudio que de
ellos hemos hecho y de los varios informes y noticias que hemos tomado
de personas respetables del pais.

El negro Congo, es de entre los de su raza, el ser mas inteligente y el
que con mas facilidad se adapta á nuestro lenguaje, usos y costumbres;
pero á la vez es perezoso para el trabajo material: voluble, adulador y
embustero; presuntuoso y vano, amigo de componerse de bayles y
diversiones y de agradar á las hijas de Eva. Generalmente se saca mas
partido de ellos dedicándolos al servicio doméstico, que á los trabajos
del campo.

El Macuá, es de muy limitada inteligencia; tardío en amoldarse á
nuestros hábitos y á nuestro idioma; de carácter arrebatado é
irascible, aunque muy fácil de calmar en sus accesos y sobre todo es
buen trabajador.

El Lucumí, es ardiente y belicoso; duro para el trabajo; enérgico y
altivo, aunque como todos, de escasa inteligencia; lujurioso en el mas
alto grado y aficionado en estremo á las bebidas alcoholicas, en las que
á veces gasta cuanto posée.

El Carabalí, es avaro; de carácter sombrio y poco comunicativo con los
demas negros que no son de su nacion; arraigado hasta el fanatismo á sus
creencias religiosas y dotado de animales instintos, mas que de
inteligencia.

Y por último, el Arará, dotado de medianas luces, es de carácter
bondadoso, sencillo y franco; sumiso y aplicado al trabajo, descuella
pronto en el ramo á que se le dedica, por que procura adelantar para
cuando sea libre: comprende la ventajosa diferencia que hay de esta vida
civilizada á la vida semi-salvaje de su pais y prefiere la primera.
Amante de su familia, trabaja para ellos con ardoroso afan: cobra á su
amo un estremado cariño y por nada del mundo le abandona ni descuida sus
intereses que son para él sagrados. En fin, el negro Arará, es sin
disputa el mejor de entre los que de su raza se conocen en esta Isla.

Las dotaciones de los cafetales, ingenios y demás fincas rurales; se
componen de negros de nacion, ó sean los importados del Africa y de
negros criollos, ó sean los nacidos aquí; sin que la ley establezca
ninguna diferencia entre unos y otros, respecto á las condiciones de su
esclavitud. Ambos se hallan protegidos igualmente bajo su salvadora
égida; y los cuarenta y ocho artículos del _Reglamento de esclavos_,
comprendido en el _Bando de Gobernacion y política_ expedido en esta
Isla por el Excmo. Sr. Don Gerónimo Valdés, Gobernador Superior Civil,
y publicado en 14 de Noviembre de 1842, hoy vigente; dan una idea de la
tierna solicitud con que el gobierno ha atendido siempre á esta raza,
enseñándole á amarnos como bienhechores y amigos y no á odiarnos como
despóticos señores.

Vamos á dar ahora una ligera idea de la interpretacion y cumplimiento
que dan, la generalidad de los hacendados que poséen esclavos, al
Reglamento antes citado; y se comprenderá el fundamento que tuvimos al
emprender la publicacion de estas páginas.

Al llegar un negro bozal á una finca, se le hace entrega de un cerdo y
del pedazo de tierra que él puede trabajar, al que se dá el nombre de
_Conuco_.

A cada uno de los antiguos, instruidos ya, se les designan dos de los
recien llegados ó _bozales_, para que cuiden de enseñarles los sanos
principios de nuestra religion y prepararlos así para el dia en que se
hayan de bautizar. Estos, á la vez les enseñan nuestro idioma, nuestras
costumbres, el medio de procurarse su redencion por medio del trabajo,
las leyes que los protejen y sobre todo, la justicia con que el amo
premia al que es bueno y castiga al que es malo: les presentan el
ejemplo de otros compañeros, un tiempo _bozales_ como ellos y gozando ya
del bienestar y de la dicha que en su modesta esfera, pueden
proporcionarles la posesion de un capital adquirido con el sudor de su
frente; y esto al lado de una mujer querida y rodeado de sus hijos: que
el amo cuida de la crianza de estos con esmero y atiende á todos en sus
enfermedades con médico, botica, buenos caldos y cuanto sea necesario
para su curacion.

Respecto al negro _criollo_ ó nacido en la finca; desde que viene al
mundo, ya tiene su principio de riqueza; pues el amo al presentarle la
negra á su hijo, le entrega, para ella, una ó dos onzas y para el hijo,
un cerdo y un pedazo de tierra contiguo al de la madre y que solo separa
de ella cuando se casa, para unirlo á lo que posée la que vá á ser su
mujer.

Terminado el tiempo de la lactancia, se reune con los demas de su clase
en una casa que se designa _casa de criollos_, á cargo siempre de una,
dos ó tres negras que por su moralidad, instruccion, edad y buenas
costumbres, merecen ocupar este puesto, y las cuales les enseñan los
misterios y saludables preceptos de nuestra religion; las buenas
costumbres; el amor al trabajo, fuente de toda riqueza; el respeto y
sumision á sus amos y la conformidad y resignacion con la suerte que les
cupo al nacer.

El batey ó centro en que se hallan reunidas todas las fábricas de un
ingenio, por ejemplo, se compone en general, de la casa-vivienda, casa
de administracion, casa-mayordomia, casa de mayoral, casa de criollos,
casa-enfermeria, casa de molienda, casa de purga, casa de calderas, casa
de bagazo y por último, del barracon, que es el que habita la dotacion
de la finca.

Este último, está dividido en su interior, no solo para la debida
separacion de los dos sexos, si que tambien para los matrimonios, que
ocupan cada cual su habitacion separada.

El edificio está bien situado, y goza de buenas condiciones higiénicas;
y durante la noche se halla constantemente alumbrado.

La dotacion se halla dividida en tres cuadrillas diferentes, á saber:

La _primera_, es la de los _matungos_ ó ancianos, que solo se ocupan ya
en faenas propias á su cansado vigor.

La _segunda_, es la de los _fuertes_ ó jóvenes, que son los que ejecutan
los trabajos mas duros de la finca.

Y la _tercera_, es la de los _criollos_, compuesta de jóvenes de 9 á 15
años y que se emplean en labores adecuadas á sus escasas fuerzas.

Las mujeres forman cada una, segun su edad, entre las tres cuadrillas
que dejamos apuntadas, pero los mayorales y contramayorales (estos
últimos nombrados de entre ellos mismos), cuidan de que ellas no
ejecuten nunca trabajos superiores á sus fuerzas relativamente y á su
sexo.

Las horas y reglas del trabajo en _tiempo muerto_, ó sea desde Junio á
Noviembre, son las siguientes:

Al toque del _Ave-Maria_, se levantan y forman para pasar lista y
dividirse las cuadrillas, marchando cada una hácia el lugar del trabajo,
que solo empiezan cuando ya es completamente de dia. A las nueve lo
suspenden durante media hora para almorzar y á las once se vienen al
batey para formar de nuevo y recibir cada uno su racion diaria, que se
compone: de 16 onzas de carne, buniatos, plátanos, yuca, malanga
(especie de patata) ó harina de maiz (que llaman _funche_ despues de
cocinada), todo esto alternado y en porciones muy suficientes para el
alimento de una persona.

Desde dicha hora, hasta las dos de la tarde, se ocupan en comer, cuidar
sus cerdos ó gallinas y en reposar en el barracon, á esta hora vuelven á
formar y á distribuirse como por la mañana, emprendiendo cada cuadrilla
su interrumpido trabajo hasta el oscurecer, en que regresan por última
vez al batey y despues de pasar lista, depositar en las caballerizas el
haz de yerbas, que cada cual al volver del campo trae siempre para los
animales, y de entregar en la mayordomia los machetes y demas útiles y
herramientas de labranza, se recojen á comer y con libertad de andar
por la finca hasta las nueve de la noche, en que se toca la campanada
del silencio, y media hora despues todos se hallan recojidos en el
barracon, donde despues de rezar se entregan al descanso.

En _tiempo de zafra_ ó molienda, ó sea desde Diciembre hasta Mayo,
escepto los que cortan la caña y los que la conducen á la casa de
molienda, los demas se ocupan en la fabricacion del azúcar y sus horas
de trabajo varian algo, pues las cuadrillas se subdividen entre sí y se
relevan de dia y de noche en razon á que las máquinas no cesan de
funcionar durante una época dada. El pequeño aumento que tienen así en
las horas del trabajo, lo soportan fácilmente, pues este es mas bien una
ocupacion que un trabajo corporal, comparado con el de siembra, chapeo y
demas labores del campo en el _tiempo muerto_.

Hay grandes barracones ambulantes, tirados por bueyes, que acompañan á
las cuadrillas al campo y donde se guarecen estas cuando llueve, lo que
con frecuencia sucede todos los dias.

Los domingos descansan de las fatigas de la semana, pero entonces se
ocupan ellos desde las seis de la mañana hasta las nueve de la noche, en
trabajar su _conuco_, lavar su ropa y cuidar á sus animales, lo cual
hacen en provecho propio y por via de entretenimiento.

Casi todos los domingos, hay algun grupo de parientes ó amigos, que
solicitan y obtienen permiso para pasar al pueblo inmediato á oir alguna
misa mandada decir en sufragio del alma de sus difuntos.

Cada año, despues de concluida la _zafra_, el cura del pueblo á que
pertenece la finca, pasa á ella á verificar los bautizos de los nacidos
y de los bozales llegados desde el año anterior, así como los
casamientos contratados para dicha época, todo lo cual se celebra con
grandes fiestas y regocijos.

Cada una de las cuadrillas encargada de una faena, solicita del amo al
concluirla, una gratificacion; pero no pidiéndola de viva voz, sino
valiéndose de señales que signifiquen la expresion de sus deseos, siendo
esta con mas frecuencia, análoga á la que emplean los albañiles cuando
acaban de techar una casa. Coloca cada cual una bandera en la
casa-vivienda, diferentes entre sí, y el amo ata en una de sus puntas
una cantidad cualquiera ó nada si es su voluntad ó no ha quedado
satisfecho de la faena; y al dia siguiente, vuelve cada cuadrilla á
recojer su bandera, alegrándose naturalmente si una de sus puntas
encierra algo, pero conformándose y reconociendo que no lo habrán
merecido, si por el contrario, aquella flota con sus dos puntas sueltas.

Al deternos algun tanto en ciertos detalles, se comprenderá que lo hemos
hecho, nó para los hijos de esta Isla, que todos se los saben de
memoria; sino para que sus compatriotas de allende el Occéano, puedan
formar un juicio aproximado de la vida y trabajos del esclavo, objeto de
estas líneas.

Del mismo modo que al tratar de las clases proletarias, presentaremos
tres cuadros de distintos episodios, acaecidos entre los esclavos y que,
como los anteriores, vienen á probar la verdad de nuestros asertos y
sirven de base al paralelo que pensamos establecer.



VIII.

Cambia la decoracion.--Nuevos cuadros,

CUADRO PRIMERO.

EL ESCLAVO DE UN INGENIO.


Nicolás llegó con otros muchos al ingenio T... del señor A... cuando
apenas contaba doce años, procedente y natural de Arará, en donde habia
sido cautivado y vendido despues á un buque negrero, que allá por los
años de 184... hacia el comercio de _ébano_ en la costa de Africa.

Pasada la primera impresion que en él habia de hacer naturalmente, el
método de vida regimentado y uniforme á que se le sujetaba, aquella
naturaleza salvaje se fué amoldando poco á poco; fué despertando su
dormida inteligencia de las densas tinieblas en que yacia, y á los
veinte años de edad, ya se habia captado las simpatias de sus amos,
administradores y mayorales, así como de sus compañeros de dotacion.

Su laboriosidad y aplicacion en el trabajo; su carácter bondadoso y
sumiso, servian de poderoso estímulo á los demas negros; y su _conuco_
era citado como modelo en toda la finca, por la gran extension de
terreno que comprendia, y que labraba él solo en las horas libres y
dias festivos; así como por la abundante cosecha que recojia, merced al
cuidadoso esmero con que lo cuidaba.

Cada año criaba uno ó dos cerdos y algunos hasta tres, y á la vez
multitud de gallinas; de lo cual destinaba lo mejor para regalárselo á
su amo, segun es costumbre y por lo cual recibia siempre doble importe
de su valor, así como las cosechas que tambien aquel le compraba.

En _tiempo muerto_, trabajaba en el campo como uno de tantos, animando
con sus jocosidades, sus gritos y sus estrambóticos gestos al resto de
la cuadrilla de los _fuertes_, en que figuraba de los primeros, dando
así á aquellos monótonos coros que incesantemente cantan los negros al
compás del azadon ó guataca, cierta _sal_ y _pimienta_, que enardecia á
los mas débiles ó perezosos en el trabajo.

En la época de molienda ó _zafra_, se habia dado tal maña trabajando al
lado del _pailero_, que con frecuencia suplia á este cuando por
enfermedad ú otros accidentes no podia asistir, sin que en nada se
echase de ver su falta; lo cual, ademas de las naturales
consideraciones, le valia por parte de sus amos una buena gratificacion
al concluirse aquella.

Todo esto, reunido á su vida arreglada y económica, aumentó de tal modo
sus ahorros, que al cumplir veinte y cinco años, se encontraba en
posesion de un capital de _tres mil pesos_ y pensó en reunir este y su
_conuco_, por medio del matrimonio, al de una negrita criolla llamada
Felicia, que tenia el suyo contiguo y con quien estaba en amores hacia
dos años. Es verdad, que el _conuco_ de su futura era reducido y solo
tenia _tres onzas_ por todo capital; pero era bonita, tenia quince años
y estaba enamorado de ella; y sobre todo, consideraba que no era preciso
que la mujer aportara al matrimonio tanto como el marido. Así pues,
maduró su proyecto de acuerdo con ella; pidieron el competente permiso á
sus amos y aquel mismo año, cuando á la conclusion de la _zafra_ llegó
el cura de N... al ingenio para verificar los casamientos y los bautizos
de los nacidos y los _bozales_, Nicolás y Felicia se unieron en
indisoluble lazo, obteniendo de sus amos, con este motivo, un buen
regalo.

Nicolás y Felicia tenian ya con qué comprar su libertad, pero ¿qué
conseguían con rescatarla? ¿A dónde irian que tuvieran tan asegurada su
subsistencia y la de sus hijos, si los tenian? Si Dios les enviaba una
enfermedad, ¿quién les cuidaria con el esmero y atencion con que asisten
á los enfermos en la casa-enfermeria, donde nada se escasea? Si les
faltaba el trabajo, ¿de qué vivirian? Por otra parte: ¿cómo abandonar á
sus amos que hacian con ellos las veces de padres y por los cuales
sentian el mas tierno y respetuoso cariño?

Todas estas y otras reflexiones análogas se hacian los esposos, preñados
los ojos de lágrimas, cada vez que sus amitos les indicaban que estaban
en posicion de libertarse, protestando una y mil veces, que aun cuando
les concedieran esta graciosamente no la admitirian, pues preferian
vivir esclavos en el ingenio á encontrarse libres fuera de él.

Hoy tiene él treinta y nueve años y ella veinte y nueve. Han tenido
varios hijos, de los cuales, uno trabaja al lado de su padre, dos en la
cuadrilla de criollos y los restantes juegan todo el dia en el patio de
la _casa de criollos_ con los demas pequeñuelos de su edad. Su _conuco_
y su capital han aumentado considerablemente, pues tiene mas terreno y
mas brazos que le ayuden á fomentarlo, y por último, Nicolás y Felicia
no cambian su posicion y su dicha por la de ningun potentado de la
tierra.

Cuando se le pregunta á él si volveria gustoso al Africa con su mujer y
sus hijos, contesta sonriendo y enseñando su blanca dentadura, que el
negro que ha vivido algun tiempo como _persona_, no puede volver á vivir
como _fiera_.

Este no es un caso aislado: hay muchos otros en condiciones análogas á
la del tipo que hemos presentado en Nicolás y Felicia. Hemos hablado con
ellos, tomado nuestros informes y adquirido el conocimiento exacto de la
verdad.



IX.

CUADRO SEGUNDO.

LA VIUDA DE UN ESCLAVO.


En el ingenio A... del Sr. S. A... vivia hacia ya muchos años, un
matrimonio de esclavos pertenecientes á la dotacion de aquella finca.

Ambos eran procedentes del Africa desde la menor edad, naturales de
Carabalí, desde donde ya se conocian y llegados á esta Isla en la misma
expedicion. El cargamento de que se componia esta, se habia dividido en
lotes, y la casualidad hizo que ambos fueran comprendidos en uno mismo,
de suerte que fueron á poder del mismo amo y á habitar bajo el mismo
techo en la finca que ya hemos mencionado. Tambien fueron bautizados en
el mismo dia, recibiendo ella el nombre de Filomena y él el de Cayetano.

Este último, que en los primeros años de su estancia en el ingenio,
habia probado varias veces á recobrar su perdida libertad, procuraba
siempre arrastrar en sus locas tentativas á la negrita Filomena, hácia
la que sentia una vehemente inclinacion; pero esta, aunque mas jóven que
él, se resistia siempre á acompañarle y aun intentaba disuadirle de sus
ideas, que le habian acarreado los castigos y trabas consiguientes á su
temeridad y el inherente calificativo de _cimarron_. Apenas se escapaba,
al momento era hecho prisionero, porque como no conocia el terreno, se
extraviaba en el monte y por donde quiera que huia.

Supersticioso y fanático, mas de una vez hubiera atentado contra su
existencia, á no detenerle la idea de que Filomena no querria tampoco
acompañarle en esta expedicion y de que quedando sola podria casarse con
otro.

La luz de la razon fué iluminándole poco á poco y el ejemplo de la vida
apacible y resignada de sus demas compañeros de dotacion, empezó á
despertar en su alma el deseo de gozar tambien de aquella felicidad de
que él carecia tan solo por su culpa.

Dedicóse, pues, á trabajar su _conuco_, casi abandonado hasta entonces;
dió á sus amos seguridades y garantias de mejorar su conducta y como sus
obras correspondieron á sus promesas, aquellos suavizaron el rigorismo
con que era tratado, hasta el punto de olvidarse por completo que
Cayetano habia sido _cimarron_.

Esta nueva era de su vida de esclavo, empezó favorablemente para él:
recojió muy buenas cosechas y crió muchos animales que le valieron
algunos pesos y este resultado, despertando su ambicion, le hizo
comprender que para llegar á hacer fortuna necesitaba hacer algo mas que
trabajar la tierra de su _conuco_ y criar sus animales: aguzó el
ingenio; formó sus planes, que consultaba siempre con Filomena, muy
dispuesta entonces á escucharle y por último, pidió á sus amos permiso
para casarse con ella y obtenido, lo realizó, como de costumbre, á la
conclusion de _zafra_ de aquel año.

Una vez casado y reunido su _conuco_ y sus ahorros á los de Filomena,
empezó á comprar y vender cochinos, á relacionarse con compradores y
vendedores y de aquí á tratar con ellos de las compras y ventas de
otros, arreglando sus diferencias y transacciones: en una palabra, se
hizo corredor de cerdos y llegó á cobrar tal fama en aquellos contornos,
que ninguno hacia una operacion de compra ó venta, sin valerse de él
como intermediario, por supuesto, mediante la retribucion de su
correduria por una y otra parte.

Aprendió mal que bien á leer, escribir y contar, para lo cual robaba al
sueño una hora cada noche y cuando se halló en posesion de estos
conocimientos y con su capital medianamente aumentado, se dió á prestar
dinero á interés, mediante pagarés á plazo mas ó menos largo y con la
garantia de cosechas ó animales, llegando de este modo á hacerse el
hombre indispensable entre los suyos que contínuamente le buscaban ya
como _corredor_ ó ya como _prestamista_.

El éxito mas satisfactorio fué coronando los esfuerzos de esta especie
de pequeño Rothschild africano; y no era ya por cierto Cayetano el
_cimarron_ huido constantemente y castigado con el cepo y el grillete;
tan _bravo_, tan supersticioso, tan incorregible y siempre pugnando por
recobrar una libertad que ahora despreciaba y que aunque podia recuperar
ni siquiera soñaba en ella, ni la hubiera admitido aunque se la
ofrecieran.

Tuvo en su matrimonio numerosos hijos, á quienes veia con placer crecer
á su lado y por último, á los cincuenta y nueve años de edad murió de
una congestion cerebral; querido de su familia, de sus amos, de sus
compañeros y de cuantos en vida le trataron, y dejando en la finca un
buen ejemplo de laboriosidad y de honradez.

Filomena lloró inconsolable la pérdida de su querido y dulce compañero;
se hizo cargo de los papeles y metálico que dejó aquel al morir, y
pasados los primeros dias de luto, solicitó permiso para bajar á la
Habana y ver á su amo á quien, como heredero natural de su marido,
queria entregar aquella herencia que á ella no le pertenecia.

El amo recibió de sus manos aquellos valores, para no barrenar el
derecho ó costumbre que por tradicion se reconoce al amo para heredar á
sus esclavos, pero despues de poner en claro aquellos documentos que
eran pagarés, cuentas de corretajes, &a, saldar algunas y contar el
dinero, en presencia de la viuda, le volvió á hacer entrega de todo,
diciéndole que se lo regalaba para ella y sus hijos, como una prueba de
afecto hácia su difunto marido.

El capital en metálico y papel, realizable á muy corto plazo, que
Cayetano habia dejado al morir y que el Sr. S. A.... donó á su viuda,
ascendia á la suma de _¡trece mil pesos!_

Creemos que esto no necesita comentarios.



X.

CUADERNO TERCERO.

EL ESCLAVO EN EL SERVICIO DOMÉSTICO.


En casa de un rico hacendado y propietario de esta capital, con cuya
amistad nos honramos, tenian, entre otros un negro esclavo criollo,
llamado Antonio y que desde su menor edad estaba dedicado al servicio
doméstico.

Ya el padre del actual jefe de esta casa; persona notable por la nobleza
de sus sentimientos y por hallarse dotado de un talento poco comun, de
una vastísima erudicion y de un profundo conocimiento del corazon
humano, habia distinguido á Antonio con su afecto y adivinado que bajo
aquella negra corteza, se albergaba un alma susceptible de las mas
bellas acciones y un corazon franco y leal.

Mantúvole á su lado por espacio de muchos años, dispensándole su
confianza y colmándole de dones y de regalos; y cuando asuntos de grave
interés para la patria, le llamaron á la corte, donde habia de hacerse
un lugar preferente; quiso, como recuerdo de despedida, concederle su
libertad; pero Antonio que amaba aquella casa con entrañable cariño,
pidió á su amo, que le permitiera continuar siendo su esclavo; y si no
ya á su inmediato servicio, puesto que se marchaba, al de uno de sus
hijos, en los cuales estaba seguro de hallar el mismo afecto y
consideracion.

Cuantas reflexiones le hizo su amo para convencerle á admitir la
libertad, fueron inútiles, y conmovido este al ver aquella inmensa
prueba de adhesion y de cariño, despues de hacerle un buen regalo, le
dejó en casa de uno de sus hijos, recomendándoselo muy particularmente.

Pero los hijos poseian como el padre un bellísimo corazon y ademas,
Antonio se recomendaba por sí solo; de suerte, que al poco tiempo ocupó
en la casa de su nuevo amito, el mismo puesto de confianza que habia
merecido en la del padre.

Antonio vestia decentemente y hasta con lujo; recibia sus regalos ó
propinas y tenia su piquillo depositado en la _Caja de ahorros_, donde
acumulaba cada año los intereses al capital, así como las nuevas
imposiciones que hacia y algunos premios que habia sacado en la loteria
de esta Isla; y esto lo hacia desahogadamente, puesto que para cubrir
sus atenciones y necesidades, para nada le hacia falta su dinero.

En los viajes, diversiones ó cacerias, Antonio acompañaba siempre á su
amo, gozando y disfrutando de todo; siempre atento y solícito al menor
deseo de aquel, por quien á su vez era tratado con suavidad y con
cariño.

Nada faltaba á su dicha: los dias trascurrian serenos y apacibles para
él; sin esa afanosa ansiedad del que viviendo con el escaso producto de
su trabajo ó industria; del que, en una palabra, está sujeto
esclusivamente á sus propios recursos, se desvela y apura, pensando en
el _mañana_ siempre nebuloso y oscuro para el pobre y á veces hasta para
el rico.

Pero el diablo tentador, que siempre vá buscando sus víctimas en
aquellos mortales mas felices, se acordo sin duda del pobre Antonio;
envidió su dicha y se propuso conquistarle, envolviéndose al efecto en
las provocativas formas de una negrita libre llamada Serafina, de
esbelto talle, turgente seno y chispeantes ojos.

Antonio resistió algun tiempo á las seducciones de aquella encantadora
sirena de su color; pero menos fuerte que su santo en punto á tentacion
es de aquel género, cedió al fin y se dejó prender incauto entre las
dulces y á la vez punzadoras redes de amor.

Desde aquel momento, fatal para él, como lo fué para el primer hombre;
el aspecto de su vida cambió completamente. No habia amado nunca y por
lo mismo, la primera chispa de amor que penetró en su pecho, desencadenó
en él una pasion vehemente, volcánica; que mató, de una vez para
siempre, la dulce tranquilidad de que gozaba en el eden de aquella casa.

Ya no era Antonio aquel servidor diligente, que adivinaba en la mirada
de su amo su menor capricho ó sus órdenes para cumplirlas en el acto.
Distraido siempre, inquieto, desasosegado, todo lo equivocaba y hacia de
través; aprovechandose de cualquier recado á la calle, para ir á ver á
su amada, sin recordar que á veces le esperaban con urgencia.

Su amo se vió ya en la necesidad de reñirle, aunque con su mesura y
suavidad acostumbradas y comprendió que á Antonio le pasaba algo
extraordinario.

Llamóle un dia á capítulo y procuró averiguar la causa que ocasionaba en
él aquella repentina trasformacion, y aunque Antonio balbuceando, trató
de evadir una confesion que le avergonzaba; como jamás habia mentido ni
ocultado nada á sus amos; concluyó por confesarle que estaba enamorado
perdidamente de una negrita libre llamada Serafina, hija de una
lavandera que vivía por la calle de San Rafael; que queria casarse con
ella; pero que para eso necesitaba la libertad que antes habia rehusado
de su amo, abandonar una casa que siempre habia considerado como suya;
unos amos á quienes tanto queria, que tanto le estimaban y al lado de
los cuales habia pensado morir cuando Dios lo llamara á sí. Que aquella
lucha contínua entre su corazon y su cabeza que le inclinaban, el uno á
volar á la calle de San Rafael y la otra á rechazar aquel amor y á
seguir viviendo como hasta entonces; le producia un contínuo malestar
que degeneraba en insomnios, angustias y delirios que quebrantaban sus
fuerzas y su espíritu.

El amo se enterneció al oir la narracion de sus tormentos, pero
conociendo bien el corazon humano y la hirviente lava que circula por
las venas de la raza africana, comprendió que para el pobre Antonio no
habia otro camino que casarse con aquella negrita, que habia despertado
en su alma el germen de sus dormidas pasiones, y al efecto escribió lo
que pasaba á su padre, que era el verdadero amo de Antonio, para que él
determinara.

A los dos meses recibió de su padre el permiso para que Antonio se
casara, si aun insistia en su empeño y la autorizacion en debida forma,
para que como presente de bodas por su parte, le hiciera graciosa
donacion de su libertad.

Arrastrado por su fatal destino, casóse por fin Antonio; despidióse de
su amito haciéndole mil protestas de su adhesion y entrañable afecto y
fuese á gozar con su Serafina los deleites de la luna de miel.

Durante dos años, todo fué á las mil maravillas; es decir, mientras duró
el dinero que Antonio tenia en la _Caja_ _de ahorros_ producto de las
economias de toda su vida; pero cuando este hubo dado fin, el diablillo
que se habia ocultado en el cuerpo de Serafina,--permítasenos esta
figura,--empezó á enseñar las uñas y la felicidad desapareció de aquella
casa.

En fin, para concluir: Serafina, aficionada en extremo á gastar y
triunfar; cuando vió que Antonio ya no tenia una onza de que
disponer...... buscó un amante que la tuviera, empezando desde entonces
las sospechas, los disgustos, los celos, las riñas y por último,
sorprendida aquella _in fraganti_ por su marido, en una cita amorosa, en
que _ninguna duda_ le quedó de la perfidia y de la infidelidad de su
mujer; arrebatado por los celos, la ira y el despecho, precipitóse
furioso sobre los culpables y los cosió á puñaladas.

La ley le absolvió, porque pudo probar de un modo claro y patente, el
crímen de adulterio que le habia arrastrado á cometer aquel doble
asesinato.

Inmediatamente que se vió libre de la justicia, fué á presentarse á su
antiguo amo, curado completamente, aunque de una manera terrible, de su
fatal amor, y rompiendo á su vista el documento de libertad que le habia
otorgado dos años antes; le suplicó que lo admitiera de nuevo como
esclavo y que dispusiera de él á su antojo; pero rogándole le enviara á
alguna de sus fincas en el campo, donde dedicado á los rudos trabajos de
la tierra y lejos del teatro de su sangriento drama, pudiera olvidar mas
pronto aquel triste episodio de su vida.

El amo accedió á sus deseos y hoy se encuentra en uno de sus ingenios,
lejos de toda poblacion, sino contento y feliz, por lo menos tranquilo y
llevando una vida metódica y ejemplar.

Allí lo hemos conocido y por él mismo, á la vez que por su amo, hemos
sabido los tristes detalles de este suceso, que ha dejado en el pobre
Antonio una profunda huella de melancolía y abatimiento y le ha robado
veinte años de su existencia, por dos de escasa y mentida felicidad.



XI.

NUEVAS REFLEXIONES.


Ya habrán podido observar nuestros lectores, por los tres diferentes
cuadros que anteceden, que la vida del esclavo en esta Isla, lejos de
ser lo que muchos escritores, fanáticos y apasionados, describen con los
mas negros colores, alterando así la verdad y sorprendiendo á los que
lejos de nuestra Antilla, no pueden convencerse por sus ojos de la
realidad, es por el contrario una vida muy llevadera y preferible en
muchas ocasiones á la que arrastra una clase numerosísima entre los
hombres libres.

Casos análogos ó parecidos á los que hemos presentado en Nicolás y
Felicia, Cayetano y Filomena, y por último en el desgraciado Antonio,
encuentra á cada paso el hombre observador y amante de estudiar en las
costumbres de los pueblos, los misteriosos arcanos de la vida social.

Muchas ideas nos sugiere el estudio de estos cuadros y muchos puntos de
comparacion estableceríamos, si nó temieramos salirnos de los límites
trazados al escritor.

A esos escritores apasionados que hablan de la esclavitud en esta
Antilla, muchos de ellos sin conocerla ni menos al esclavo; que se dicen
con mucho énfasis, dispuesto á sacrificar su vida, por conquistar la
independencia de sus hermanos que califican de desgraciados _párias_ de
la humanidad--por su puesto, que estas declamaciones son de boca, por
que si se llegara á la realidad de los hechos, ya vendria, como suele
decirse, _el tio Paco con la rebaja_,--á esos escritores repetimos, que
se cifran para sus mas famosos argumentos, en recordar el _pasado_ de
América y colocarlo en el _presente_, conmoviendo á sus lectores y
arrancando de sus pechos un grito de indignacion contra esa esclavitud,
padron de ignomínia de nuestro siglo de _civilizacion de libertad_, y de
_luces_; convendria preguntarles: ¿habeis estudiado las condiciones
_actuales_ de la esclavitud? Si muchos de vosotros no las conoceis, si
nó podeis señalar los lunares y defectos de que adolece; ¿como os
atreveis á tomar plaza en el palenque de la discusion que sobre ella se
suscite? ¿Basais los fundamentos de vuestros discursos, como decíamos
antes, en rancios hechos de la historia, ó forjais _á prióri_ estos
hechos?.... Ya comprendereis que cuando son falsos los cimientos, el
edificio no puede sostenerse.

Pero si quereis hacer desgraciados á los _pobres negros_--son vuestras
palabras--, _que hoy gim en bajo el férreo y opresor yugo de la
esclavitud_, dadles de pronto la libertad. Con ello lograreis hacer de
hombres laboriosos, honrados trabajadores, y útiles á su nueva pátria;
cien veces mas felices en su esclavitud, que lo eran en el Africa en
pleno goce de su libertad; unos seres desgraciados, miserables y
corrompidos, cuya mayor parte acabarán sus dias en los hospitales, las
cárceles ó los presidios.

Ya lo dijimos en nuestra _advertencia_; somos eclécticos; en esta como
en toda cuestion de reformas en nuestro pais, queremos y pedimos no
retrogradar ni estacionarnos; si nó marchar, pero suavemente por las
vias del progreso; ascender por grados en el camino de las reformas
útiles y convenientes: esto es lo lógico y lo racional; la misma
naturaleza nos lo enseña así constantemente: todas las transiciones
fuertes, violentas, perjudican mas que favorecen. Si quereis matar á un
hombre que haya estado ocho dias á dieta á causa de una enfermedad,
dadle de pronto una opípara comida. ¿Podeis obligar á un árbol á que dé
su fruto antes de tiempo sin perjudicar las condiciones de su vida
orgánica?

Desengañaos, hombres de brillantes teorías; la galanura de vuestras
frases, la belleza de vuestras fantásticas creaciones, se estrellarán
siempre en el terreno de la práctica y de los hechos. Las lecciones de
la experiencia, aprendidas en las inmutables leyes de la naturaleza, nos
enseñan el camino y la marcha reposada y tranquila que hemos de llevar.

No precipitemos los acontecimientos con inmoderada imprevision; _cada
cosa vendrá á su tiempo_.



XII.

PARALELO.--CONCLUSION.


Llegados al término de nuestra obrita, vamos á establecer un breve
paralelo entre el _Proletario_ y el _Esclavo_, cumpliendo el propósito
que nos impusimos al empezarla.

Los _cuadros_ que de la una y la otra parte del Océano hemos presentado,
para dar á conocer la _verdadera_ situacion de cada una de las dos
clases que nos ocupan, copiados _d' aprés nature_ y tomados al acaso de
entre los infinitos que conocemos, se adelantan ya por sí solos á
economizarnos aquel trabajo comparativo, resultando entre ellos las
enormes diferencias que hemos visto.

El jornalero, el trabajador en España, merced á un trabajo tan duro como
el esclavo en América, relativamente á su organizacion y al clima en que
lo ejecuta, se alimenta y alimenta mal á su familia y apenas si puede
atender á sus vestidos y á sus enfermedades, interin cuenta con aquel;
pero desde el momento en que le falta, (lo cual es harto frecuente), le
vemos sumido con su familia en la indijencia, en la desesperacion y en
la muerte. ¡Los ahorros, las economias, un porvenir de fortuna y
bienestar!...... Son estos, quiméricos ensueños, que ni aun por
casualidad, cruzan jamás por su mente.

El esclavo en América, con iguales condiciones que el proletario en
España, si es laborioso, honrado y económico, llega á su vejez poseedor
de una mediana fortuna, en aptitud de gozarla tranquilamente y de
recobrar ó nó su libertad; con su familia educada y al abrigo de toda
clase de contratiempos y enfermedades y todo esto, sin sacrificio alguno
por su parte, sin haber experimentado un solo dia, ni él ni su familia,
las amarguras y tormentos del hambre; y sobre todo, que si no ha hecho
fortuna, cuando está agobiado por los años, ocupa en las fincas una
plaza de _guardiero_ donde jamás le falta el alimento necesario, ó la
casa enfermeria si sus achaques le impiden estar de pié.

Basta de consideraciones por nuestra parte: queremos que los hechos con
su formidable elocuencia, hablen por nosotros y lleven á los ánimos el
convencimiento, por medio de la explendente luz de la verdad.

Carecemos de amor propio y no desconocemos los infinitos lunares que la
crítica literaria hallará en las modestas páginas de este _opúsculo_;
poco nos importará, pues no hemos pretendido conquistar con él una
reputacion. Nuestra conciencia esta satisfecha, por que crée haber hecho
un bien á su pais y haber proporcionado á esas antorchas del saber
humano, que rigen los destinos y guian la opinion de nuestra patria, un
dato mas para su obra de regeneracion y perfeccionamiento.

Dios, que penetra los mas misteriosos arcanos de nuestras intenciones,
conoce bien la pureza de las que nos han inspirado la ejecucion de esta
obrita, que aunque sencilla, es superior á nuestras fuerzas.

Satisfecha quedará nuestra alma, si con ella consiguieramos la mas
pequeña parte del objeto que nos propusimos al escribirla.

Y por último: _Quien hace lo que puede, hace lo que debe._

FIN





*** End of this LibraryBlog Digital Book "El proletario en España y el Negro en Cuba" ***

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