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Title: La voz de España contra todos sus enemigos
Author: Avilés, José María
Language: Spanish
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*** Start of this LibraryBlog Digital Book "La voz de España contra todos sus enemigos" ***


En esta edición se han mantenido las convenciones ortográficas del
original, incluyendo las variadas normas de acentuación presentes en el
texto. (nota del transcriptor)



LA
VOZ DE ESPAÑA
CONTRA
TODOS SUS ENEMIGOS
POR
UN PATRIOTA

[imagen decorativa]

SEVILLA

Imp. de EL MERCANTIL, San Eloy 16.
1899.



_Á LA MARINA

    Y AL EJÉRCITO ESPAÑOL:_


_Todas las deficiencias y fraudes, errores y debilidades que pueden
acumularse sobre una nación, habían caído sobre España en los últimos
lustros, y el conflicto con los Estados-Unidos no ha hecho más que poner
de relieve tanta miseria y podredumbre._

_Ya hasta los ciegos han visto que en nuestra patria existen muchas
instituciones y personalidades inútiles y perniciosas, y otras que es
necesario restablecer y dignificar, si hemos de levantarnos de la
humillante postración en que nos hallamos._

_Por menguados sabios y sectarios de la peor estofa se ha hecho creer á
la mayoría del noble pueblo español, que lo pasado era la esclavitud y
la ignominia; lo presente la libertad, la honra y la paz, y lo futuro el
mayor engrandecimiento y la gloria de España; y cuando al monótono
arrullo de esta falsa cantinela política se había dormido la nación
española, la despertó de su engañoso sueño el estampido de los cañones
enemigos._

_¿Dónde están nuestras escuadras? ¿Qué ha sido de nuestras ricas y
hermosas colonias? ¿Qué ha hecho el Gobierno de los inmensos tesoros de
que ha dispuesto? ¿Cómo ha sacrificado la sangre de nuestra juventud?_

_Nadie contesta satisfactoriamente á estas dolorosas exclamaciones de
tantos españoles afligidos y arruinados._

_Los agentes de la Revolución, que por mote especial se llamó la
gloriosa, y sus cómplices después, han enmudecido para no confesar sus
culpas, é impuesto el silencio á la tribuna y á la prensa para que no
les acusen de autores de las pérdidas y de la deshonra que ha sufrido
España._

_No obstante los bajos deseos de esos políticos sin fe y sin
patriotismo, se han publicado ya notables opúsculos y artículos sobre la
DEFENSA DE LA MARINA, APUNTES EN DEFENSA DEL HONOR DEL EJÉRCITO, LIJERA
CRÍTICA DE NUESTRAS CAMPAÑAS NAVALES, etc.; y en todos ellos se
demuestra técnicamente que el Ejército y la Marina han cumplido con su
deber hasta de un modo heróico; y que los políticos son los causantes de
nuestros desastres é infortunios._

_Nosotros, amantes de las glorias españolas y de nuestro Ejército y
Marina, las defenderemos también en el curso de este trabajo; pero
incompetentes para seguir el mismo método, alegaremos, en primer
término, razones del orden moral, histórico y jurídico, á fin de que se
conozca mejor el origen de todas nuestras terribles calamidades y el
remedio posible y oportuno que nos resta._

_Según la práctica del sistema que nos ha conducido á tan espantosa
decadencia, no se puede exigir á los Gobiernos responsables más
responsabilidad que la de su caida ignominiosa; y es necesario que todos
pensemos en lo que ha de sustituir á lo presente._

_Los llamados á regenerar á España no han de ser políticos de oficio, ni
volterianos en la fe; y como el Ejército y la Marina no pertenecen á
ningún partido político, y en ocasiones solemnes han hecho sus jefes y
soldados pública manifestación de su fe católica, y por cumplir sus
deberes han perdido sus vidas tantos valientes y otros han sacrificado
hasta sus prestigios personales; por todo esto es lícito considerarlos
como entre los llamados á regenerar á esta nación desventurada._

_La disciplina militar, de la que tan brillantes pruebas ha dado el
Ejército y la Marina, aplicada en proporción y forma conveniente á la
futura política, será importante elemento de restauración social._

_Esta esperanza patriótica justifica en cierto modo el honor que tenemos
AL DEDICAR AL EJÉRCITO Y Á LA MARINA este humilde trabajo: mas á ella se
une un recuerdo de otros tiempos y una convicción de actualidad._

_Entre las proezas históricas del Ejército y de la Marina, leímos en
nuestra juventud LA VINDICACIÓN DE LA ARMADA ESPAÑOLA en el que llamaron
los poetas GLORIOSO DESASTRE DE TRAFALGAR; desde entonces no hemos
olvidado los nombres inmortales de Gravina, Churruca, Galiano, Alcedo,
Moyúa y Castaños, y nunca se ha extinguido nuestra admiración á esos
valientes y el amor á la Marina y al Ejército; por esta causa, al
renovarse parecidos desastres é igual heroismo, queremos vindicar á
nuestra Marina y al Ejército de injustas acusaciones, y dedicarles el
testimonio de nuestra leal consideración._

_Cumpliendo este deber de justicia y de patriotismo, nos embarga el
temor de que nuestros esfuerzos no correspondan á la grandeza del fin
propuesto y á lo que exigen las necesidades actuales; y sentimos con
toda ingenuidad que otros más competentes é ilustrados no hayan
acometido este laborioso empeño en el orden preciso, para que resultara
mejor defendida la causa de la verdad, de la justicia y de la patria,
que es la causa de todos los buenos españoles y de lo porvenir de
España._

_Llenos de confianza, esperamos que el Ejército y la Marina se dignarán
aceptar esta dedicatoria respetuosa de un español que desea servir á su
patria con la bravura y la fidelidad con que le han defendido y servido
tantos mártires de su deber, en la guerra más inícua y torpe que ha
presenciado nuestro siglo._

El Autor.



ADVERTENCIA


La mayor parte de los sombríos y dolorosos cuadros que forman este
pequeño libro, fueron escritos bajo la impresión de los acontecimientos
que en ellos se refieren y comentan.

Habiendo perdido algunos esa novedad que dan á los sucesos los
accidentes y las convulsiones de la lucha, cuando todavía se oyen los
lamentos de los moribundos y la resonancia de los desastres y de la
victoria, dudamos si sería conveniente su publicación, ó aumentar con
los originales el legajo de los escritos en que solemos guardar los
recuerdos y las observaciones de la experiencia.

En medio de esta duda nos hemos preguntado.

Para determinar el origen y las causas inmediatas de tantos males como
aflijen á España, y resolver las graves cuestiones que actualmente la
agitan, ¿hace falta nuestro trabajo?

Creemos que no: y si fuera útil un nuevo escrito sobre hechos y
problemas tan importantes, no nos consideramos llamados á darlo á luz,
ya por nuestra insuficiencia, ya porque no alcanzaría éxito alguno
favorable.

Tienen los hombres y las sociedades á la vista la suprema dirección de
la Iglesia Católica; tienen los principios de la moral, de la justicia y
del derecho; tienen abundantes lecciones en la historia contemporánea y
en los sucesos actuales; y si no quieren someterse á las enseñanzas
infalibles de la Iglesia, ni poner en práctica las reglas seguras de la
moral, aplicadas á la justicia, á el derecho y á la política, ni tomar
de lo presente y de lo pasado lecciones para lo porvenir, ¿quién podrá
encausar el torrente de las pasiones humanas, desbordado por la
Revolución? ¿Y quién someterá á el yugo de la verdad y de las leyes
justas á los hombres, que por sistema las rechazan, sin temor á nuevas y
tremendas calamidades?

Y si no se quiere oir la voz poderosa y autorizada que viene de las
alturas, ¿qué atención se prestará á la débil y privada que se levanta
enmedio de la multitud?

Estas consideraciones han pesado tanto en nuestro ánimo, que nos
hicieron desistir una vez más de la publicación de estos apuntes.

Ha sido preciso que, observando un día y otro día el rumbo que lleva en
nuestra patria la política, viéramos claramente, _que no tienen remedio
los males de España_, sino hay en ella un cambio radical en los
principios, en los procedimientos y en la orientación de la política y
de los políticos; para demostrar esta verdad con los hechos pasados que
nos han traído al estado presente, publicamos nuestros juicios á este
fin dirigidos.

Después de nuestros grandes infortunios, es general el deseo que tienen
manifestado los españoles de que España sea regenerada: hasta los
gobiernos han hecho sus _nuevos programas_ de la regeneración.

Pero es preciso conocer que ni Silvela, ni Sagasta, ni éste ni el otro
partido, con sus falsos principios, gastados procedimientos y
aspiraciones insensatas, _quieren, ni pueden, regenerar á España_.

Los causantes de nuestra decadencia manifiestan grande interés en que se
olviden sus culpas y las pérdidas que hemos sufrido y no se depuren las
responsabilidades; y por lo mismo ha de ser mayor nuestro empeño para
presentarlas al público en forma de juicio moral y de defensa de los más
sagrados intereses de la nación.

Al hacerlo, sin prejuicios ni odio contra las personas y las
instituciones dignas, creemos cumplir un deber de conciencia y de
patriotismo, y _nos hacemos eco de las desgracias y de las necesidades
de nuestra amada España_.



I

     La voz de España.--Los ideales.--Carácter del pueblo español y su
     degeneración.--Idem del americano, deducido de su breve
     historia.--Elogios que se han tributado á los Estados-Unidos.--La
     venta de Cuba.--La guerra popular y Mac-Kinley conquistador.


Ofendida en su honor, menospreciada en su autoridad soberana, en sus
derechos atropellada, calumniada en su ejército y hecha el ludibrio de
las naciones por las fáciles victorias de sus enemigos y el injusto
despojo de sus colonias, la noble y valerosa España, herida, pero no
muerta, se levanta de la postración y del cieno en que la han sumergido
las faltas de sus hijos y la codicia de sus adversarios y eleva su voz
contra todos sus enemigos exteriores é interiores.

_Voz de indignación_ por las provocaciones, calumnias é injurias de los
Estados-Unidos, que fingiéndole amistad y respeto á su soberanía en las
colonias, se han manifestado después sus mayores enemigos.

_Voz de dolor_ por la guerra injusta que le declararon cuando se estaba
desangrando en medio de las insurrecciones parricidas por ellos
alentadas; y de mayor dolor por las imprevisiones y torpezas de su
Gobierno en defenderla de sus pérfidos enemigos.

_Voz de desolación_ por las inmensas pérdidas que ha sufrido en su
honra, en el sacrificio de sus hijos, en sus bienes y en su territorio.

_Voz de aflicción_ por la ingratitud y los crímenes de tantos españoles
que han sido desleales y por la falta de energía y de abnegación en sus
gobernantes.

_Voz de queja_ por el abandono en que la han dejado las naciones
civilizadas y por los auxilios prestados á sus enemigos.

_Voz de justicia_ contra todos los que contribuyeron á su abatimiento
moral y á su material ruína.

_Voz de esperanza_ por la que abriga en el amor de sus buenos hijos,
deseosos de su regeneración.

_Voz de temores_ por la falta de patriotismo que ve en muchos de sus
ciudadanos que, ó no sienten sus tribulaciones, ó sacrifican todos los
intereses nacionales para continuar gozando de las ventajas del poder, ó
de una falsa libertad.........

¿Quién no oye en medio del silencio que han producido los desastres y
las ruínas de la última guerra, estas voces de nuestra afligida patria?

No basta, empero, oirlas: es ahora un deber sagrado de todos los
españoles el estudiar estas palabras, tan sentidas como elocuentes, tan
dolorosas como llenas de grandes enseñanzas para lo porvenir.

       *       *       *       *       *

Los filósofos proclaman sus ideales, y los políticos que no son
filósofos tienen por un deber aplicar á la sociedad aquellos ideales que
consideran más útiles y prácticos: en el ideal de la belleza inspiran
sus obras los artistas, y en el de la virtud los que desean ser justos,
y todos los hombres persiguen en la vida algún ideal ó con él sueñan.

Lo ideal es la forma de la inteligencia, la aspiración del corazón
humano, la vida de la razón, la atmósfera superior que envuelve el
universo.

Pero no todos los ideales son verdaderos: unos representan los delirios
de las pasiones humanas, otros el espejismo de la felicidad, y no faltan
ideales para los más absurdos sistemas. La edad de oro cantada por los
poetas ofrece mentidos ideales á los utopistas, y los progresos de la
civilización y de las ciencias sin Dios dan atrevidas alas á el
pensamiento del hombre y lo elevan hasta las regiones de lo infinito
para precipitarlo después en los abismos de la idea hegeliana ó de lo
absoluto de Schelling.

El ideal verdadero fué revelado á los hombres desde el principio de los
tiempos: se manifiesta en nuestra conciencia, lo conocemos por la
tradición y por la fe, lo realizan los justos y tiene su más excelente
expresión en las verdades católicas. Fuera de él no hay ideales
sublimes, y los que en el mismo no se concentran no pueden ser bellos,
ni justos, ni laudables.

Cuando la mente humana contempla ese ideal, sintetizado en el Evangelio,
enseñado por la Iglesia y viviente en el espíritu cristiano, reconoce
que tiene su origen en Dios, principio de toda verdad y de justicia
eterna y fuente de todas las ideas que engrandecen y dignifican á los
hombres.

Las leyes de la afinidad unen las partes del mundo físico; las de la
gravitación sostienen los globos en el espacio y las del equilibrio
impiden que el orden universal sea perturbado; y todas estas leyes son
manifestaciones de las ideas creadoras existentes en la mente divina.

Y de un modo semejante, todo lo que hay de necesario, de estable, de
hermoso y de sublime en el orden moral, está encadenado y depende de ese
ideal supremo que contiene la verdadera religión, la autoridad legítima,
sanciona el deber, armoniza la libertad humana con los preceptos divinos
y las leyes naturales y positivas, señala el camino á el progreso y
perfecciona la civilización: y todas las naciones y gentes que no
inspiran en ese admirable ideal su legislación, su derecho y sus
costumbres, ni pueden formar un pueblo equilibrado, ni ser justas, ni en
verdad, libres, ni humanitarias.

       *       *       *       *       *

En toda la redondez de la tierra y en todos los siglos no se ha visto
una nación como España que se haya inspirado mejor en el ideal de la
justicia, del derecho, de la moral y de la religión: por eso sus guerras
fueron justas y legítimas sus conquistas; sus caudillos fueron
religiosos y caballeros, como sus magnates; y sus reyes se llamaron
católicos; y á tanta altura se elevaron las leyes del honor y de la
humanidad entre nuestros antepasados, que los plebeyos parecían
hidalgos, y éstos como los más nobles caballeros.

Nunca España fué agresora, y cuando fenicios y cartagineses, romanos y
sarracenos invadieron sus comarcas, brotaban de su suelo guerreros
valerosos como Indibil, Viriato y Sartorio, que por su heroismo en
defender sus hogares, infundieron temor á las legiones romanas y
emularon las hecatombes de Sagunto y de Numancia.

Los bárbaros del Norte no pudieron dominar en España sino haciéndose
españoles; y sepultado su imperio en las funestas aguas del Guadalete,
el indómito valor de los iberos levantó en Covadonga el estandarte de la
reconquista, que al cabo de ocho siglos llegó triunfante á las almenas
de Granada.

Si las armas victoriosas de España llegan hasta el Oriente, entran en
Orán, vencen en Pavía y San Quintín y combaten en Flandes, siempre la
causa de la religión, de la justicia, del derecho y de la humanidad, es
la que las mueve y las guía.

España no ha hecho guerras de conquistas para dominar á los pueblos y
enriquecerse con sus tesoros; y sin duda, por la alteza de su espíritu y
de su generosidad, la Providencia le señaló nuevos derroteros en los
mares y la hizo Señora de dos mundos.

Como apóstoles, más que como guerreros, fueron á América los españoles.

Isabel I no vendió sus alhajas para conquistar un nuevo mundo, ni Colón
guió sus carabelas por el _Océano tenebroso_ para avasallar á los
indios, sino para descubrir tierras remotas en donde fuera extendido el
reinado de Jesucristo.

Si luego Hernán Cortés, Francisco Pizarro y Vasco-Núñez de Balboa
conquistan el imperio de los Incas y de los Astecas, fué principalmente
para desterrar de ellos la idolatría y los sacrificios humanos y plantar
el árbol de la cruz allí donde se adoraba al sol.

Antes de someter por las armas al emperador de Méjico, procuró Hernán
Cortés convertirlo á la verdadera fe y le hablaba de la religión
cristiana como un misionero; y lo mismo hicieron todos los grandes
capitanes donde entraban con sus estandartes: pero más que á ellos se
debió la conquista y la sumisión de América á los religiosos
predicadores del Evangelio que, con su celo y caridad para con los
pobres indios, hicieron amable la dominación española y la religión que
los libraba de su ignorancia y de sus vicios y los protegía y defendía
de todos sus enemigos.

No se debe inculpar á España el pandillaje y los desmanes que cometieron
en América los aventureros que todo lo explotan en provecho propio: lo
que hay que atribuirle es la gloria de haber civilizado al continente
americano, llevando á él su religión y sus costumbres y el espíritu de
sus sabias leyes, representado en el inmortal Código de las Indias.

La solicitud de los monarcas españoles por el bien de sus nuevos
súbditos; las limitaciones puestas á los abusos de sus virreyes y
gobernadores mediante los juicios de residencia; los establecimientos de
enseñanza y de caridad que por todas partes se fundaban, y la grande
influencia que los Obispos y misioneros ejercían por su religión y por
sus virtudes entre los indígenas, todo esto contribuyó para que en poco
tiempo las colonias y las muchas ciudades fundadas por los españoles se
igualaran á la Metrópoli, y en ellas floreciera la cultura y la
civilización de España, á la sazón la primera de Europa y del universo.

Se puede afirmar, que así como ninguna nación ha tenido más colonias que
España, tampoco ninguna las ha regido y gobernado con más justicia y
equidad, llevando á ellas su mismo espíritu, elevación de ideas y
sentimientos por el sistema maternal de la asimilación y no por el de la
explotación mercantil, como lo hacen otras naciones.

       *       *       *       *       *

Mucho se ha hablado en estos últimos tiempos de la decadencia de España
y de las causas que la han producido hasta llegar á la presente ruína y
humillación.

Cada uno juzga acerca de ella según el criterio de la escuela ó de los
partidos en que, por desgracia, se encuentra dividida nuestra patria.

Para unos, la decadencia de España se debe á el absolutismo de los
reyes, á la expulsión de los judíos y de los moriscos y á la
intolerancia y al fanatismo: para otros, las causas fueron las guerras
de religión y el empeño en sostener la soberanía en extensos
territorios, gastando la nación en las colonias y en la guerra de los
Países Bajos las fuerzas y los capitales que debió emplear en la
agricultura y en la industria de la península: y para algunos, que se
fijan en otras causas más próximas, han sido los indolentes reinados de
Felipe IV y de Carlos IV y el poder arbitrario de sus favoritos el conde
duque de Olivares y el príncipe de la Paz, juntamente con el atraso
intelectual y comercial en que quedó España el siglo pasado y las
vacilaciones de Fernando VII al principio del actual y la pérdida de
nuestras posesiones en el continente americano.

Los secuaces de estas opiniones parece que olvidan de propósito el
infausto reinado de Carlos III y la influencia que en él tuvieron los
Grimaldi, Esquilache con el masonizante conde de Aranda, brazo de la
expulsión de los jesuítas, que privó á la juventud de sus mejores
maestros; y olvidan á los Moñinos y Campomanes, que completaron la obra
del famoso Conde, como legulellos enciclopedistas.

Nadie puede negar que con el llamado absolutismo de algunos de nuestros
reyes, sin judíos y sin moriscos, con la santa Inquisición y reyes
indolentes é ineptos favoritos, sin grande industria, ni comercio,
España no dejó de ser una nación de primer orden, importante y
respetada, hasta contar con ella las demás naciones para humillar al
Coloso de este siglo.

En la guerra de la Independencia dió España todavía á el mundo pruebas
de su carácter, de su poder y de lo que es capaz un pueblo unido por los
sentimientos de la fe y del patriotismo.

No tenía un gobierno fuerte y prudente al ser abandonada por su rey
débil, pero entonces existían todavía las clases sociales y el pueblo
español, existían el valor y el carácter nacional y la fe y el
patriotismo de nuestros gloriosos tiempos, y salimos victoriosos de tan
grande empresa.

Algo nuevo debe haber entrado en España, cuando después de lo que nos
había hecho grandes é invencibles, se ha ido perdiendo todo.

Últimamente no nos quedaba más que el patrimonio de nuestra legendaria
historia, el valor y el honor proverbiales, que se comprometieron y se
han eclipsado en la última guerra.

Adornaban el carácter de la nación española, la hidalguía castellana, la
tenacidad de los aragoneses, el ingenio catalán, la constancia
valenciana, el entusiasmo andaluz, la audacia extremeña, la
caballerosidad manchega, la fidelidad de los gallegos, la lealtad de los
asturianos, la nobleza de los vascongados, la fortaleza de los navarros,
es decir, todas las virtudes cívicas elevadas por la fe y por el valor
de todos al heroísmo que había hecho del pueblo español, un pueblo
católico, noble, invencible, porque obedecía á los supremos ideales de
la religión, y á las leyes de la justicia y del honor.

Con la invasión de las doctrinas revolucionarias é impías ha perdido
España su espíritu nacional; y con la propagación de la secta masónica y
de los errores del liberalismo, se han desterrado la mayor parte de las
virtudes públicas y privadas, que eran nuestra gloria; y el carácter
español ha degenerado tan notablemente en el siglo actual, que ya es
completa nuestra decadencia.

Cuando teníamos el espíritu, las virtudes y el carácter nacional, nunca
nos faltó la fuerza para vencer á nuestros enemigos.

Ahora, un pueblo de mercaderes, inícuo y egoista, nos ha envuelto con
su astucia y con su fuerza abrumadora y medios nefandos nos ha vencido.

España no podía sufrir mayor humillación que la de caer á los pies del
pueblo americano, ni éste, en su codicioso orgullo, ha podido tener
satisfacción más completa que la de despojar á nuestra patria de sus
ricas colonias, injuriar sus blasones y marchitar los laureles de su
historia.

       *       *       *       *       *

Para conocer la verdad de estas aseveraciones, conviene tener á la vista
un resumen de la pequeña historia de los Estados-Unidos, que nos dará
una idea de sus tendencias, de su espíritu y de su carácter nacional.

Los españoles habían ya prodigado por muchos años su sangre, su valor,
su ilustración y su caridad en América para convertirla á la religión,
civilizarla y someterla á la soberanía de España; cuando llegaron al
Norte los primeros emigrantes de Inglaterra que, como los de otras
naciones, iban en busca de las riquezas del Nuevo Mundo.

Conocida la fertilidad de aquellos inmensos territorios, Jacobo I, dió
en 1606 en cartas patentes á la Compañía de Londres, la parte meridional
y la septentrional á la de Plymouth: estas Compañías fueron el plantel
de las colonias inglesas, y fué desde el principio la más importante la
formada por los Padres Peregrinos de Nueva Inglaterra, célebres
puritanos que salieron de su patria en el buque _Flor de Mayo_.

Bien se ve que, á la formación de dichas colonias, presidió el espíritu
de lucro y el de la fanática herejía del puritanismo.

En su creciente desarrollo, después de siglo y medio, se vieron
detenidas por las colonias francesas del valle de Misisipí; las
combatieron con las armas y se apoderaron de ellas.

Como Inglaterra había ayudado á sus colonias en la guerra contra las de
Francia, para resarcirse de los gastos hechos, votó en 1764 la ley del
papel sellado, que introducía restricciones en el comercio con las
colonias. La de Virginia se negó á pagar un impuesto que no había
aprobado. Y desde entonces, secundada por las demás colonias, empezó la
lucha con la Metrópoli, _ésta por cobrar y las otras por no pagar_.

En vano Inglaterra transformó el impuesto poniéndolo sobre el te, el
papel, el cristal y otras mercancías, que importaban sus colonias; éstas
no quisieron admitir los barcos en sus puertos, ó arrojaban al mar las
cajas de te y los demás artículos.

Con este motivo la guerra de la emancipación se declaró formalmente en
1775 con el combate de Lexington, la batalla de Barken-hille y el asedio
de Quebec, que tuvieron que levantar los americanos por la muerte de
Montgomery.

Entonces Tomás Payne, con su folleto titulado _El Buen sentido_, reanimó
el espíritu de las colonias para sostener la lucha que, con el auxilio
de los franceses mandados por Lafayet, les dió la emancipación completa
en 1783.

Washington fué el alma principal en los combates y después en la
organización federal de las colonias emancipadas, á las que dotó de una
Constitución prudente y sólida, que le ha dado más fama que sus
victorias y por la cual hace más de un siglo se rigen los
Estados-Unidos.

La historia propia de éstos, podemos decir que empieza con la
emancipación de las trece colonias inglesas, que se erigieron en otros
tantos Estados, á los cuales se han unido ó anexionado después otros
treinta, que con los anteriores forman al presente la gran República.

Muchas de estas agregaciones no se han hecho sin violencia y sin notoria
injusticia.

Con la guerra de 1813 se extendieron por las posesiones inglesas del
Oriente; y si España les cedió la Luisiana, le fué arrebatada gran parte
de la Florida, cuando el año 1810 invadieron los americanos las ciudades
de San Marcos y Pansacola, quedándose después con toda la península por
el tratado de 1819, que los hizo dueños por el Mediodía hasta el mar de
las Antillas.

Por el Norte, muchas tribus de los pieles rojas han pagado con su vida
el delito de haber nacido en territorio ambicionado por vecinos
poderosos.

Y Méjico, ya teniendo que cederles la California, ya sufriendo el
despojo de las provincias de Texas, ha contribuído por el Occidente á el
engrandecimiento de los Estados-Unidos, que dueños al fin del Alaska y
de otros territorios por compras y conquistas, se enseñorean entre los
dos océanos y los hielos de la bahía de Hudson y de las templadas brisas
del golfo mejicano.

Y no satisfechos con tantas adquisiciones, rapiñas y exterminios de
tribus realizados, se propusieron arrojar á España enteramente de
América, por ella descubierta y en gran parte civilizada.

Con lo dicho basta para que se comprenda que los Estados-Unidos
conservan su carácter de origen y que forman un pueblo de mercaderes y
negociantes, sin otras aspiraciones que las del vil interés; y aunque
las cubran con la máscara de los sentimientos humanitarios, de la
libertad, de la justicia y de la moral, no son más que impulsos del
engrandecimiento propio, de una codicia insaciable y de la más
desenfrenada ambición.

En los Estados-Unidos todo se mueve por el resorte del interés: la
misma célebre guerra de secesión no tuvo otro origen; y vencidos los
intereses del Sur por los del Norte con la libertad de los esclavos, el
presidente vencedor Abrahan Lincoln fué asesinado una noche al salir del
teatro. Sus enemigos no le perdonaron el quebranto que les había hecho
sufrir en sus negocios.

Con una historia de ayer, sin literatura nacional, ni ciencia
especulativa, ni moral verdadera, los amantes de estos estudios, se
dedican á escribir la historia de Europa, como Prescott, de nuestra
literatura, como Thignoc, ó á combatir la moral en la religión, como
Drapper.

Toda la grandeza de los Estados-Unidos tiene un aspecto material: sus
adelantos son mecánicos y sus ciencias favoritas las naturales; y como
no se nutren de ideas verdaderas, han comenzado á degenerar en medio de
tanta prosperidad, apartándose del espíritu y de la letra de su
Constitución y de los límites que la doctrina de la libertad y del
respeto á la independencia de los pueblos les tenía prescritos.

       *       *       *       *       *

El observador atento é imparcial, que se fija en los verdaderos
intereses de la justicia y de la humanidad, no ve en la breve historia
de los americanos del Norte, hechos notables dignos de alabanza.

¿Por qué, pues, se han hecho y repetido tantos elogios de los
Estados-Unidos?

¿Por ventura han descubierto otro Nuevo Mundo, ó traído á la
civilización elementos nuevos, que libren á los hombres de las miserias
de esta vida y los hagan mejores?

Nada de esto han realizado: y sus inventos, con ser tan prodigiosos, no
pueden compararse con los que ya poseía Europa; y por cierto que no se
les elogia porque hayan perfeccionado algunos ó hecho más útil
aplicación de otros.

Lo diremos en tres palabras: á los Estados-Unidos se les han tributado
tantas alabanzas, porque nuestro siglo ama al becerro de oro, acepta con
facilidad servil las opiniones corrientes y aborrece la religión
positiva.

Como poseen inmensos y fértiles territorios, bosques vírgenes, minas
abundantes y rios navegables, no es extraño que con el trabajo, la
industria y el comercio, se hayan enriquecido, y sus grandes capitales
llaman la atención de los pobres del Viejo Mundo. Muchos aman á los
Estados-Unidos por la sola razón de que son riquísimos.

Otros los admiran porque han oído celebrar la amplia libertad de que
gozan allí los ciudadanos, no sólo en la emisión de sus opiniones, sino
en el ejercicio de su soberanía; y en particular encomian el respeto y
la obediencia que todos tienen á las leyes y á la policía.

Antes de que mediara el presente siglo, muy pocos conocían en Europa la
vida, las costumbres, la libertad y la legislación de los
Estados-Unidos; pero dos emigrados franceses vivieron allí algunos años,
y no lo pasarían muy mal, cuando al regresar á Francia escribieron sus
obras elogiando al pueblo que habían abandonado.

M. Renato Laboulaye escribió su _Historia de los Estados americanos_, y
M. Enrique de Tocqueville las suyas de la _Democracia en América_ y del
_Sistema penitenciario de los Estados-Unidos_.

Si inspiró estas obras el amor á la verdad, ó el deseo de propagar en
Francia la democracia, cuando se avecinaba la Revolución de Julio, no es
fácil averiguarlo; lo cierto es que alabaron los franceses á los
americanos, y esto bastó para que se extendiera la opinión favorable, y
para que nuestros Roque Barcia, Pí y Castelar, pusieran por cima de las
nubes á la gran República, queriéndonos hacer á todos federales y
felices con la democracia.

Más adelante veremos el valor que tienen esos sistemas practicados por
los americanos. Los hechos son más elocuentes que las palabras, y sobre
todo, los últimos acontecimientos condenan en los Estados-Unidos lo que
hubiera laudable en sus leyes y costumbres.

España ha tenido mejor sistema penitenciario que los norteamericanos;
era el preventivo que nunca permitía el lynchamiento que ellos
practican.

Y para acabar estas consideraciones, sólo diremos: que con razón alaban
los impíos, los masones y muchos liberales á los Estados-Unidos, porque
allí, como el Estado no tiene religión, ó se contenta con la natural, se
pueden difundir los errores monstruosos y hacer las mayores
barbaridades, si se guardan las formas, no teniendo la inflexible
censura de la Iglesia, que es la que en todas partes aborrecen hoy los
amigos de la _conciencia libre_.

Después de que expongamos todo lo que es preciso decir en esta ocasión
de nuestros enemigos, veremos si queda en España un hombre de buen
sentido y de juicio sano, que crea en la justicia de los elogios hechos
á los Estados-Unidos.

Completaremos este cuadro con algunos datos históricos relacionados con
la guerra que empezó por arrebatarnos la isla de Cuba.

       *       *       *       *       *

Desde 1822 vienen trabajando los estadistas norteamericanos para
conseguir, mediante compra, la anexión de Cuba á los Estados-Unidos. Los
presidentes Adams, Clay y Monroe, ya en aquella fecha habían ponderado
la conveniencia de esa adquisición.

M. Adams preveía bien la dificultad de la anexión por medios violentos,
y no queriendo malquistarse con Inglaterra y Francia, dispuestas ambas á
impedir que por la fuerza fuera arrebatada Cuba á España, ofreció á
nuestro gobierno un empréstito importante, hipotecando las rentas de la
isla; y cuando se llegara al trance de la quiebra, tener ocasión de
apoderarse de la hipoteca.

Los cálculos de Adams le salieron fallidos, pero no por esto los
políticos _yanquis_ desistieron de su propósito, sino que esperaron la
oportunidad para con mayor instancia renovar sus ofrecimientos.

Esta oportunidad la vieron en 1848, cuando la mayor parte de las
naciones de Europa sufrían tremendas convulsiones revolucionarias, y el
embate del huracán azotaba á España, entonces el ministro norteamericano
en Madrid, M. Saunders, recibió el encargo de reiterar las proposiciones
de Adams, ofreciendo 100 millones por la isla de Cuba.

M. Saunders, que conocía bien la diferencia que hay entre un _yanqui_ y
un español, no se atrevió á cumplir el encargo, y fué preciso que
Buchanan le amenazara con la destitución para insinuarse al general
Narváez, que era presidente del Consejo.

El duque de Valencia, dice el ilustrado cronista que nos ofrece estos
datos, supo reprimir la impetuosidad de su carácter, y á pretexto de que
él no entendía de estas cosas, envió á M. Saunders al marqués de Pidal,
ministro de Estado.

En la primera entrevista se mostró muy diplomático, pero en la segunda
creyó que podía arrojar la careta diplomática y contestó al embajador de
los Estados-Unidos:

«No me es permitido oir hablar de este asunto: ¡húndase Cuba en el
Océano: cúbranla las olas antes de cederla á otra potencia!»

En 1853 reanudóse la interrumpida gestión por otro ministro del gobierno
americano, M. Soulé, que era un francés naturalizado, y aunque de algún
talento, le faltaba la prudencia, y por esta causa fué muy desairado en
Madrid y advertido por su gobierno, de que no empleara las amenazas
contra los altivos españoles.

En 25 de Abril de 1854 recibió plenos poderes del presidente para
negociar con el gobierno de S. M. católica la cesión de la isla de Cuba
á los Estados-Unidos, ofreciendo hasta doscientos millones de duros.

En momento más intempestivo no podían haberse otorgado semejantes
poderes. El desairado embajador creyó llegada la hora de intimidar á
España con tremendas amenazas y dijo, escribiendo al ministro de Estado,
M. Marcy: que era necesario recurrir á la fuerza para obligar al
Gobierno de Madrid á entrar en negociaciones.

Más cautos y conocedores del carácter español, el presidente y el
ministro de Estado, insistieron en que sólo por el camino de la
moderación y de la prudencia se podría llegar al término apetecido.

Mucho después, el presidente Jonson, en su mensaje del año 1867, dijo:
«Convengo con nuestros poderosos hombres de Estado, en que las Indias
Occidentales gravitan naturalmente y deben ser absorbidas por los
estados del continente, incluso el nuestro; convengo también con ellos
en que es prudente dejar ese problema al problema natural de la
gravitación política.»

Y Cleveland, en el mensaje del 96, decía: «Se ha sugerido al gobierno la
idea de que los Estados-Unidos podrían comprar la isla: ésta sería digna
de consideración si se encontrase España dispuesta á discutir este
punto.»

El sucesor de Cleveland, Mac-Kinley, no debió ver las cosas y los
últimos gobiernos españoles del mismo modo, cuando se volvió á hablar
de nuevas tentativas de compra-venta, hasta que por fin debió pensar con
los suyos: _que era más breve el tomarla de cualquier modo_.

Cerca de un siglo han estado los norteamericanos ambicionando la isla de
Cuba. De sus costas, y particularmente de Nueva-York, salieron _sesenta
y tres expediciones filibusteras_ para fomentar y sostener las
insurrecciones, tan ruinosas y mortíferas para la isla, como para
España.

Y últimamente, el Sindicato de la misma ciudad, bajo los auspicios de
Mac-Kinley, hizo los postreros esfuerzos para asegurar por medio de la
guerra sus capitales con la adquisición de la garantía que se les había
ofrecido.

       *       *       *       *       *

España ¿ha sido víctima de una especulación comercial? ¿Era legítima la
constante aspiración de los Estados-Unidos por adquirir la isla de Cuba?
¿Cómo se hace popular una guerra injusta en una nación de 75 millones de
almas?

Importa mucho estudiar y conocer estos fenómenos de los pueblos libres.

Sin duda, España ha sido víctima de algo más de lo que supone un negocio
mercantil.

No ha sabido, ni por último ha podido contrariar la ambición de los
Estados-Unidos: tantas eran sus culpas que el honor nacional no podía ya
cubrir con su gloriosa bandera.

La guerra llegó á hacerse tan popular en la gran República, que
Mac-Kinley, para llegar á la presidencia y sostenerse en ella, tenía que
desplegar el pendón de la conquista.

El hombre de negocios, el autor del _bill de Aduanas_, el pacífico
ciudadano, se ha visto en la necesidad de emular las hazañas de
Alejandro, de César y de Napoleón, y sin salir de su casa blanca de
Washington, contraer méritos suficientes para que le llame la historia:
Mac-Kinley el conquistador.

[imagen decorativa]



II

     Voz de indignación...--Importancia de la guerra para España y para
     los Estados-Unidos.--Causas de la guerra.--El pueblo español y su
     gobierno.--Los primeros desaciertos.--Cobardía monumental.--Duelo á
     primera sangre.--Ellos y nosotros.


Las afrentas y las calumnias, al par que las injusticias y los
atropellos, no causan el mismo efecto cuando se hacen á un pueblo
ignorante y bárbaro, que cuando se dirigen á una nación ilustrada y
noble, que sabe estimar su honra. Por este motivo fué tan grande la
indignación que sintió España al verse insultada y provocada al fin por
la incalificable agresión de la gran República americana.

       *       *       *       *       *

Es preciso recordar algunos antecedentes para conocer en toda su
extensión la importancia que tenía este conflicto, tanto para España,
como para los Estados-Unidos, y por ampliación para las demás naciones á
causa de su aspecto internacional y de la lucha de ideas, sentimientos é
intereses que representaba.

La mayor parte de este siglo la han empleado los hombres políticos de
España en combatirse, ya con obras, ya con palabras, aceptando unos las
teorías modernas y las instituciones liberales, y defendiendo otros las
tradiciones, la fe y la verdadera libertad del pueblo español; y cuando
los primeros, dueños del gobierno por más de sesenta años, sin haber
tenido la suerte de engrandecer á la nación con sus trabajos políticos,
ni de pacificarla con sus nuevas Constituciones, habían proclamado el
presupuesto de la paz para consagrarse á el fomento de los intereses y á
la prosperidad de la nación, se encontraron con insurrecciones nuevas,
que todas las reformas liberales si no las provocaron, no pudieron
evitarlas.

Al gobierno liberal, autor de los mayores daños que venían arruinando á
nuestra patria, y heredero de todas las debilidades y corrupciones de
sus antepasados, le quedaba el último recurso á que apelar, y cuando
nuevamente pretendió el poder, después de lanzar á los cuatro vientos su
nuevo programa, lo puso en práctica, repitiendo: _la autonomía es la
paz_.

Y la autonomía concedida á Cuba y á Puerto Rico, fué la chispa que
aumentó el fuego de la insurrección y el deseo de la independencia en la
isla de Cuba é hizo más difícil la solución del problema, que tenían en
sus manos los Estados-Unidos.

Á la altura en que se encontraba la cuestión cubana, apoyada
públicamente por nuestros enemigos, el resolverla por medio de un
expediente decoroso, salvando los intereses de España, hubiera sido el
mayor triunfo para el Gobierno y la más grande victoria que hubiese
hecho olvidar todos sus desaciertos y faltas pasadas.

Con el gobierno liberal quedarían salvados los procedimientos liberales,
las intenciones de sus más ilustres representantes y hasta el régimen en
lo que no tiene de falso y pernicioso; por esta razón entrañaba tanta
importancia la guerra para nosotros: así es, que los gobernantes han
perdido en ella el poco prestigio que les quedaba; y juntamente con el
territorio acabaron de perder el crédito ficticio de sus doctrinas,
dejando por el suelo el sistema que ha traído sobre la nación tantas
calamidades.

Era para ellos cuestión de honra y de vida, y la vida y la honra la han
perdido deplorablemente.

Para los Estados-Unidos tenía también la guerra una grande importancia.

Desde su emancipación han sido vecinales sus luchas; mas ahora, deseosos
de adquirir mayor influencia en el mundo, se propusieron arrebatar á
España sus colonias, entrando en desigual batalla con una nación
europea, sin consideración á su buena amistad, ni á los títulos
legítimos de posesión, ni al derecho internacional.

Los Estados-Unidos querían poner su civilización á la altura de la
civilización de Europa en lo tocante al derecho de la fuerza, como el
primero de los derechos, según la frase de un célebre estadista: _le
premier droit le force_, y lo han conseguido haciendo sus bárbaras é
injustas conquistas con el consentimiento de las primeras potencias del
mundo; y así han logrado entrar de lleno en el concierto de la
civilización moderna, usando del derecho de la fuerza, contra la fuerza
del derecho.

Si por un caso raro de la adversa fortuna hubieran fracasado en sus
ambiciosos proyectos, por lo pronto reinaría entre ellos la mayor
confusión, y la culta Europa no contaría con el _leal concurso_ de la
gran República americana, para las célebres conferencias de la paz en La
Haya.

Por la grande preparación que hicieron para la guerra y los medios que
emplearon tomando por aliados á los mismos insurrectos, hasta celebrar
con ellos convenios oficiales, que por cierto no pensaban cumplir, como
el celebrado con Aguinaldo por el consul americano de Singapoore, y
después con Dewey, se puede comprender la importancia que daban los
Estados-Unidos á la guerra que iban á hacer á España. El gobierno de un
pueblo tan grande no llegaría á infamarse ni á recurrir á cierta clase
de tratos, sino mediando para él intereses de valor extraordinario.

¿Y cuáles eran estos intereses, que movieron á una nación civilizada á
declarar á otra una guerra injusta, inhumana y hasta cruel, por las
circunstancias en que la última se hallaba?

El conocimiento de las verdaderas causas de la guerra, nos manifestará
la clase de intereses que perseguían los Estados-Unidos.

       *       *       *       *       *

Es común sentencia de los filósofos, la de que sólo llegan á el
conocimiento verdadero de las cosas, los que estudian y conocen bien sus
causas.

Vamos, pues, nosotros á exponer las causas de la guerra
hispano-americana y así podremos dar razón de sus lamentables
resultados.

Á juzgar por los efectos, han debido concurrir motivos poderosos para
que se realizaran sucesos tan notables.

Pero juzgando por lo que á nuestra consideración se ha presentado, vemos
que no existían esos _casus belli_, que de ordinario promueven las
guerras entre las naciones.

España nada había pedido, ni nada había negado á los Estados-Unidos, y
éstos la trataban como nación amiga hasta la víspera de intimarle la
evacuación de Cuba.

¿Dónde se encontraban las causas jurídicas de la guerra? En ninguna
parte, porque no existían.

Mas como el hecho horroroso se ha verificado, hay que referirlo á otras
causas, que son las causas morales.

Los sentimientos humanitarios y de amor á la justicia, á la libertad y á
la independencia de los pueblos, que luchan por ser libres, alegados por
los _yanquis_ para declararse primero á favor de los cubanos é
intervenir después para librarlos del dominio de España, se han visto
que no eran más que pretextos y no móviles verdaderos.

Los Estados-Unidos amaban á Cuba, no á los cubanos. En ese deseo de
poseer la isla, que dejamos consignado en el párrafo de _la venta de
Cuba_, es en donde tenemos que reconocer la causa principal de la pasada
guerra, por parte de los norteamericanos.

En la historia de las guerras hechas por los anglosajones, se conocen
unas con el nombre de _guerras del te y del algodón_; á las que hay que
añadir ahora _la del azúcar_.

Tenemos informes y datos suficientes para hacer esta afirmación.

Los Estados-Unidos no producen más que 900.000 toneladas de azúcar y
necesitan 2.000.000 para su consumo. No querían, ya que son tan
poderosos, ser por más tiempo tributarios de España por los derechos del
azúcar, del tabaco, ni por los del café de Puerto Rico.

Aunque esto es verdad, no debemos admitirlo como causa exclusiva del
conflicto. Las causas morales son como los fenómenos meteorológicos, en
los cuales entran varios elementos, que se desarrollan y producen
funestos resultados cuando en su marcha no hallan obstáculos
disolventes.

Si España hubiera podido contrarrestar la acción de los Estados-Unidos,
la guerra no estalla.

Pero nos veían cada año más débiles y degenerados, y por esto, ciegos
por la ambición y la codicia, se lanzaron como el águila hambrienta
sobre el indefenso cordero.

Mucho importa á nuestro propósito y nos será fácil demostrar, que las
causas morales de la guerra han sido: _nuestra degeneración, la
degeneración de los Estados-Unidos y la de Europa; tres degeneraciones
que tienen un mismo origen_.

Al lector que juzga por lo enunciado más que por la demostración de la
verdad, creemos verlo sorprendido ante estas afirmaciones categóricas y
generales.

Bien puede asegurarse, dirá, que España se encuentra degenerada; pero
decir lo mismo de Europa, y sobre todo, de los Estados-Unidos, si no es
un juicio erróneo, tiene mucho de paradógico ó de intención odiosa.

Veamos quien está en lo cierto.

Degenera un hombre, una familia y una nación, cuando se apartan de las
leyes y de la conducta que les dieron el ascendiente que tenían, el
poder y la prosperidad que gozaban, como se debilitan los organismos
vivientes al alimentarse de substancias extrañas.

Á los principios de la libertad y de la independencia, á las leyes del
trabajo y de la industria, y á las artes pacíficas é inventos útiles,
han debido los norteamericanos su principal crecimiento, el desarrollo
de los capitales y la unión legal que disfrutaban viviendo en la
abundancia y con las grandes comodidades de una civilización y de un
progreso notables, más por lo material que por lo moral y justo.

Ahora, sin que nadie pretendiera estrechar los límites de sus fronteras,
ni impedir su comercio, ni turbar la paz interior de sus Estados,
construyeron buques, no para su legítima defensa, ni para llevar los
productos de su industria y de sus feraces campiñas á otras regiones,
sino para extender su poderío por todas partes.

Han querido aumentar sus riquezas monopolizando los productos de otros
países, que han robado á su legítimo dueño: al derecho de la libertad
unen el de la fuerza y el de la conquista: han dedicado sus buques á la
piratería, y sus ciudadanos libres serán en adelante mercenarios del
imperialismo.

Este es el principio de la degeneración de un pueblo, que pasaba por
modelo de las naciones civilizadas.

No con razones propias ó inventadas confirmaremos nuestros juicios, sino
con los testimonios de un honorable norteamericano, publicados en el
_Atlante Journal_.

M. Dupout Guerry, ha juzgado la conducta del gobierno y del pueblo
americano, y empieza por calificar la guerra con España como _el crímen
del siglo_.

No disculpa las faltas cometidas por los españoles en las colonias, y
dice: «que los Estados-Unidos, con más rápidos y efectivos
procedimientos, han llevado á cabo el robo, el asesinato y el incendio,
en incomparablemente mayor escala.»

En cuanto á las causas de la guerra, afirma: «que los americanos tenían
interés en que el conflicto no acabara por las vías pacíficas. El mágico
resorte de tan diabólico invento, no era otro que la sed de lucro y el
ansia de dominar. Cuba es rica y fácil presa. Nuestro gobierno que es un
_fragil mandatario_, tenía que proporcionar destino á el ejército de
desocupados, á la carne atrasada, á los patrióticos negociantes y
derramar beneficios en forma de comisiones y grados á toda la caterva de
talentos ignorados, tanto civiles, como militares, que no habiendo
podido entrar en el reparto consiguiente á un cambio de administración,
hacen casi imprescindible una guerra que les ponga en el caso de ofrecer
sus servicios al país y de que el gobierno aproveche sus aptitudes y
salve sus compromisos.

»Las causas apuntadas, continúa diciendo M. Guerry, no son las únicas
responsables.

»Para desgracia de la paz, hay cierto eclesiasticismo en este país
distinto del existente en España y en Cuba. Hoy, como en los tiempos de
Adisson, profesamos la religión del odio y no bastante la del amor. La
ocasión presentada al protestantismo para atacar al catolicismo en uno
de sus baluartes, era ciertamente extraordinaria, sino _providencial_, y
por tanto, no debía desperdiciarse. Tentación era ésta demasiado fuerte
para los ministros de las sectas, por lo que unieron sus voces al
universal clamoreo por _la guerra á todo trance_, sin reparar en medios
ni pretextos.

»Para tan laudable fin se inauguró una política de difamación contra
España, acompañada de las más efusivas expresiones de admiración por los
insurrectos de Cuba, y de amenazas de reconocimiento de beligerancia y
de intervención por parte de los demagogos de ambas Cámaras y de la
prensa _jingo_, todo lo cual encontraba eco fiel en las columnas de la
prensa protestante y en la voz de sus ministros. ¿Qué resultaba de todo
esto? Que España se atemorizaba, la insurrección cobraba nuevos vuelos y
la guerra civil, con toda su secuela de horrores, se prolongaba de
hecho, cuando nó de propósito.

»Sin impedir el filibusterismo, á pesar de la amplitud de nuestros
medios, antes bien, bajo la máscara de amistosa visita, el gobierno
envía el _Maine_ á la Habana, intimidando así á una parte y animando á
la otra. Acaece la destrucción del acorazado y la pérdida de la mayor
parte de su dotación, y el partido de la guerra echa toda la
responsabilidad de la catástrofe encima (¿cómo no?) de España. La
humanidad se estremece á la noticia del suceso.

»En vano España, ansiosa de paz y temerosa de las consecuencias de una
ruptura, paralizada de terror por tan malaventurada ocurrencia, propone
una investigación mixta, el arbitraje, cualquier cosa, en fin, que el
interés de la humanidad y la justicia puede sugerir. Pero en los
Estados-Unidos prevalecen otros sentimientos y el partido de la guerra
ve con satisfacción el pretexto que buscaba. Á la proposición de
arbitraje se responde con el nombramiento de una comisión investigadora,
escogida de antemano para que condene, y sin embargo, esa comisión no se
atreve á condenar por falta de pruebas. Gran desencanto y no poco
embarazo causa tal decisión. Pero se impone la guerra, con causa ó sin
ella, y ya que España no se resuelve á declararla, forzoso es que lo
hagamos nosotros mismos, pues la misma ausencia de motivo por nuestra
parte hace la idea de la paz más intolerable.

»La codicia, la ambición de mando, la hipocresía religiosa, siempre á la
altura de las circunstancias, saben colocarse por encima de las naciones
en el terreno de la humanidad, de la civilización y del Cristianismo,
obligan á una nación á ir contra su voluntad y sin fuerzas para medirse
con tan formidable adversario. Nuestro caballeroso y cristiano
presidente concede á su débil y temerosa hermana la reina regente, como
él cristiana, tres días para evacuar por completo la isla, á pesar de
que bien sabía ser cosa imposible de ejecutar, y por el crímen de dar á
nuestro representante sus pasaportes antes de que empiecen las
hostilidades, para que su retiro de España sea menos peligroso,
precipita la guerra antes del período por él designado.

»El único y declarado objeto de la guerra era, por nuestra parte, la
pacificación, liberación é independencia de Cuba, «tan cercana á
nuestras playas.» Después de todo, este objeto podía haberse alcanzado
más fácil y prontamente, con más lógica y menos gastos de sangre y de
dinero. El plan era sencillísimo: concentrar en la isla y sus aguas
nuestros ejércitos y escuadras. Pero no. El primer golpe en defensa de
Cuba, de la humanidad, de la civilización y del Cristianismo, hacía
imperiosa la destrucción de la escuadra de Montojo y la matanza de sus
hombres, que no estaban en aguas cubanas ni americanas, sino en Manila,
en los antípodas respecto de Cuba y del centro de nuestro gobierno.
Después de Dewey toca el turno á Sampson, quien, no hallando flotas que
combatir, bombardea á San Juan de Puerto Rico, pues el «entusiasmo por
la humanidad es irresistible». Viene luego la gloriosa conquista de
Guam, cuya guarnición y habitantes no saben que hay guerra en
existencia, y tomando el bombardeo por saludo amistoso, se excusan de no
poder contestar por falta de pólvora.

»No quedando escuadras que destruir, y en nuestro poder Cuba, Puerto
Rico, Guam, etc., nos disponemos á atacar á España en su terreno. Y
gracias á que pidió la paz, no sin haber nosotros suspendido operaciones
en Cuba para dirigirnos á Puerto Rico á toda prisa, pues no había tiempo
que perder.

»Y nos glorificamos y damos gracia á la Providencia por haber vencido á
una nación pequeña, pobre en comparación nuestra, cargada ya de
pesadísima deuda; sus ejércitos mal equipados y dispersos, sus buques á
propósito para servir de blanco á los grandes acorazados de la época,
sola y sin amigos en el momento supremo.

»Mejor haríamos en entregarnos al ayuno y abrir nuestros corazones á la
penitencia, por los espantosos crímenes cometidos y que estamos aún
cometiendo contra Dios y la humanidad.

»Si Bob Fitzsimons, en un acceso de furiosa embriaguez, descargase su
brazo contra el primer vecino pacífico que encontrase al paso y después
de derribarle le limpiase los bolsillos, tanta ocasión tendría como
nosotros de ponderar su valentía y dar gracias á Dios por haber escapado
milagrosamente del peligro.»

No hemos querido extractar esta segunda parte del escrito de M. Guerry,
por ser elocuentísimo y dar idea exacta del espíritu de los
Estados-Unidos y de los intereses que han buscado por medio de la más
injusta de las guerras; y aunque la cita resulta extensa, nos ahorra
consideraciones importantes para declarar toda la indignación que
debemos sentir los españoles contra un pueblo tan poderoso como
miserable, tan inhumano como hipócrita.

Y ya que un ciudadano protestante llama á sus compatriotas _asesinos_,
_incendiarios_ y _ladrones_, bien podemos nosotros, católicos y
españoles, lamentar los excesos de la civilización moderna y sentir que
nuestro riquísimo imperio colonial haya caído, por culpa de nuestros
gobiernos liberales, en las manos groseras de esos vándalos del siglo
XIX y por medio del mayor de los crímenes.

No cabe, pues, la menor duda, que por parte de los Estados-Unidos, la
única y principal causa de la guerra ha sido la más vulgar, bárbara y
desapoderada ambición; y por nuestra parte, el abatimiento en que nos
hallábamos y la negligencia de los gobiernos.

España no quería la guerra con la gran República americana, porque
estaba cansada de luchar consigo misma, y sólo deseaba se sofocasen las
insurrecciones coloniales para reponer sus fuerzas y descansar de las
fatigas que le habían proporcionado tantas convulsiones políticas y
contiendas civiles.

Pero no pueden gobernar bien una nación, ni librarla con sus prudentes
determinaciones de los peligros que la amenazan, aquellos hombres que se
han elevado á las esferas del poder por medio de los pronunciamientos,
de las intrigas políticas y de sus propias ambiciones.

Es el gobierno del Estado una función de conciencia muy noble y ardua
para que la puedan desempeñar debidamente esos hombres, en los cuales,
la sed de mandar sólo es igual á su audacia, y ésta es superior á sus
talentos por grandes que sean.

El sistema liberal y el régimen de la opinión, que es su engendro
propio, no considera estas verdades, y así sobre el pavés de todas las
conveniencias y de los intereses sagrados de la patria, de la justicia,
de la moral y hasta de la religión, confiere el poder á los hombres que
serían buenos en sus profesiones, pero que como gobernantes no pueden
ser más calamitosos para los pueblos que tienen que sufrirlos.

Ni el señor Cánovas del Castillo con sus energías personales, ni con sus
despreocupaciones el señor Sagasta, han hecho otra cosa que debilitar la
nación, hacerla víctima del caciquismo y de la inmoralidad, y exponerla,
primero á las injurias del Norte de América y después á su ambiciosa
rapacidad.

Esos hombres que nos han empequeñecido, esos estadistas que nos han
arruinado, esos políticos que no han sabido gobernar á España, ni
conducir la nave del Estado por entre los escollos para librarla de un
inminente naufragio, ignoraban, sin duda, aquellas consideraciones
políticas del conde de Mirabeau: decía este revolucionario del siglo
pasado, que constando á un gobierno los malos propósitos de otro, sin
más motivos, lo debía tener como enemigo y como si la guerra se hubiese
declarado.

Este pensamiento no tiene novedad alguna; es la antigua sentencia que
dice: _si vis pacen, para bellum_.

Nuestros imprevisores y falsos gobernantes han venido haciendo todo lo
contrario.

Como si hubieran conquistado al mundo y puesto en paz toda la tierra, y
ceñido sus frentes con el laurel de victorias inmortales, no cuidaban
más que de las cosas de la paz, de dar y de conceder todo lo que no
alterase la paz, como si no tuviéramos enemigos antiguos y ejemplos
recientes de sus malos propósitos; como si todos los hombres se hubieran
convertido en corderos en la península y en las colonias; como si las
malas doctrinas y sectas perversas no fomentaran las insurrecciones, y
como si los Estados-Unidos hubieran desistido de querer la posesión de
Cuba; así no venían pensando nuestros gobiernos en otra cosa sino en
vivir _pacíficamente_ y en hacer la felicidad de España con el turno
_pacífico_ en el poder; con estos mansos propósitos, ordenó el señor
Cánovas allá por el año de 1878, se hiciera el convenio de Zanjón, para
acabar con la insurrección de Cuba, ya casi vencida; pero por dicho
convenio no se extinguieron los gérmenes de las futuras, que quedaron
alentados con el precio y la forma de la pacificación y con los honores
dispensados á los principales jefes.

Con idénticos propósitos concedió por aquella fecha á los Estados-Unidos
todas las ventajas comerciales, y algunas políticas que le pidieron en
Cuba, y pagó todas las indemnizaciones exigidas.

Con el mismo fin de conseguir la paz, otorga muchos años después, el
propio señor Cánovas, las reformas que había considerado inconvenientes
para la isla y paga la célebre indemnización Mora: y ya durante la
última insurrección parece que no se propone otra cosa más que evitar
rozamientos con los norteamericanos y no darles el menor pretexto para
una declaración de guerra: por este motivo se siguen atendiendo todas
las reclamaciones que hacen, y á gusto de ellas se resuelven las
cuestiones de la _Alliance_, del _Competitor_ y del _Laureada_: y aunque
el gobierno español sabía que continuaban saliendo de los puertos
americanos nuevas expediciones para Cuba, no presenta reclamación alguna
al gobierno amigo, que las consentía, si no las autorizaba; y en cambio
da severas órdenes á los comandantes de los buques de guerra para que
_sean muy prudentes_ y no se repita el caso del crucero _Conde de
Venadito_.

Mientras que esto sucede en Cuba, tenemos la suerte de que un valeroso
caudillo apague en Filipinas la hoguera de la insurrección que dejó
encendida el general Blanco; pero como habían de venir para España todas
las desgracias juntas, el afortunado vencedor de los tagalos fué
sustituído por Primo de Rivera, que en vez de acabar de extinguir el
incendio y de aventar las cenizas, las cubrió con el pacto de
_Biagnabató_, para que los traidores, reconocidos en él como jefe,
pudieran en adelante, con más prestigio, encender otra hoguera más
espantosa.

La paz de Filipinas se celebró oficialmente, sin regocijo público.

La nación no podía alegrarse con la paz comprada por ir perdiendo toda
la confianza en los gobiernos que no le daban la paz verdadera.

Por entonces se oyó en Zaragoza una voz anunciando que la autonomía era
la paz.

El asesinato cometido en Santa Agueda da á esa voz el poder de conceder
la autonomía á Cuba y de proporcionar la paz deseada; y allí se mandó al
general Blanco, y la paz ni se encontraba en la manigua, ni aparecía en
las cumbres de las montañas, ni nadie la veía por los horizontes del
mar.

Pero, al par de todo, nada había que temer: el marqués de Peña Plata
estaba ya en la Habana; Primo de Rivera en Manila; Sagasta en Madrid,
presidiendo el Consejo de Ministros y Moret era ministro de Ultramar; el
partido liberal manda, la masonería impera, la nación calla, y la
prensa, que había censurado acerbamente al general Blanco, nada dice.

Es verdad que no teníamos formidables escuadras cuando se van á
necesitar, porque los presupuestos extraordinarios destinados para
ellas, los gastó en parte Beranger en compañía de otros ministros y con
aprobación de Cánovas, y el resto lo hechó al agua.

Después de todo, estábamos mejor sin acorazados, sin fortificar los
puertos, sin artillar nuestras plazas de guerra y sin preparación
alguna.

La paz no había de alterarse: así lo decía Moret, lo declara
oficialmente el Gobierno, lo creen los ministros, como Bermejo, aunque
todos los españoles, que no habían perdido el sentido común ni el decoro
nacional, entienden, ven, temen y esperan otra cosa.

Nos hallábamos en el período más crítico y veíamos que los gobiernos de
España cuidaban mucho de no dar pretexto alguno á los Estados-Unidos; y
contra todo lo que era de esperar del carácter español y de nuestra
historia, sufríamos toda clase de injurias, humillaciones y exigencias
fuera del derecho, de la justicia y de las leyes del honor, llegando
hasta consentir una especie de intervención á favor de los
reconcentrados; y apesar de todo, el gobierno no puede evitar la guerra.

¿Fué ésta un fenómeno sin causa proporcionada?

No: que como hemos visto, existían las causas morales de la misma: la
ambición creciente de los norteamericanos por poseer á Cuba y nuestra
debilidad, mayor cada día para poderla defender.

Entre los Estados-Unidos y España estaba Cuba: los primeros se iban
cansando de no hallar ocasión oportuna para apoderarse de ella; la
segunda la venía defendiendo con tenacidad é inmensos sacrificios;
porque sobre ella era su soberanía legítima y representaba á la vez las
glorias pasadas. Si bajo la bandera española prospera la autonomía y
termina la insurrección, ya se les quitaba á los Estados-Unidos el
pretexto para intervenir y se les hacía más remota la esperanza de
apoderarse de la isla.

Mas se iban á eclipsar las glorias de España y á derrumbar su imperio
colonial, y sólo restaba una esperanza á los que temían estos grandes
males: la diplomacia podía impedir la injusta agresión que los
Estados-Unidos tenían ya anunciada y dispuesta contra España.

Tratándose de evitar una cruenta lucha y un robo internacional, nada más
justo y conveniente que la intervención de las grandes potencias por
medio de sus diplomáticos, representantes del derecho, del poder y de la
justicia de las naciones civilizadas.

En efecto: los diplomáticos se mueven, toman en consideración la
gravedad del asunto, reciben instrucciones de su gobierno y se reunen en
Washington los representantes de las grandes naciones de Europa; y
recibidos con las formalidades republicanas por Mac-Kinley en su
gabinete de la Casa Blanca, todos juntos, como buenos amigos, exponen
sus pareceres y al fin acuerdan:

Que verían con satisfacción que los Estados-Unidos desistieran de mandar
á España su _ultimatum_, porque no hallaban las razones de justicia ni
de derecho internacional, ni aun de conveniencia, por las cuales se
pudiera despojar á una nación de parte de su territorio, sobre el cual
era legítima su soberanía y que podía conservar en paz, si en el mismo
no se fomentaran las insurrecciones.

No conformándose con este parecer el representante de la Gran Bretaña,
todos retiraron sus notas y alegatos, manifestando que sus gobiernos se
declararían neutrales y dejaban en libertad al de Washington para que
ejecutara la redención de Cuba, según la _resolución conjunta_ del
Congreso federal.

¡Qué decepción tan amarga debieron sufrir todos los que habían puesto
alguna esperanza en la diplomacia europea!

Hace más de dos siglos que ésta no es lo que fué en los pasados; amiga
del derecho, defensora de la justicia y amparo de los débiles contra las
arbitrariedades de los fuertes.

La diplomacia actual no es lo que fué cuando la Europa formaba la
cristiandad bajo la influencia y la dirección suprema del Romano
Pontífice: ahora no es más que el órgano de los intereses materiales y
de las arbitrarias é injustas aspiraciones de las grandes potencias; en
sus congresos no se respeta la moral, la justicia no se conoce y el
derecho se mide por la fuerza que representa cada nación y por los
intereses que pueden contrariar ó favorecer.

Ante el imperio de la fuerza, en este siglo de la libertad, del progreso
y de la civilización, los débiles han sido condenados á muerte
ignominiosa; el derecho de conquista reclama sus fueros y la guerra dará
la paz á el mundo cuando las grandes potencias se hayan destrozado ó se
informen del espíritu católico, que ciegamente rechazaron.

Aunque muy desventurada, hoy más que ayer, es España una nación noble y
generosa; la falta de sus hijos le han causado enormes daños; pero sus
enemigos nada tenían que temer de ella ni ha ofendido á sus adversarios;
y no obstante, es abandonada por las potencias en el más grave
conflicto.

Y ciertamente, la nación de la fe y del honor ¿qué podía esperar de la
pérfida Albión, del luterano imperio de Alemania, de la cismática Rusia,
de la judaizante Austria, de la Francia masónica y del sacrílego reino
de Italia?

Á las causas de la guerra que hemos reconocido, hay, por consiguiente,
que agregar la de la culpable indiferencia ó complicidad de Europa; así,
pues, la guerra más inícua de este siglo se ha verificado por la codicia
insaciable de los Estados-Unidos, que no conocen _la justicia_; por la
degeneración de España, que se ha apartado de las vías de _la justicia_;
y por el absurdo egoismo de la culta Europa, que la mueve á obrar contra
_la justicia_.

       *       *       *       *       *

Si un gobierno no es la suma de todas las inteligencias de la nación, y
de todos los sentimientos patrióticos y de todos los intereses
legítimos, y no es moralmente superior á todos los súbditos, entonces es
una _autoridad nominal_ y el mayor enemigo del Estado; porque ocupa un
lugar preeminente que no corresponde á la ignorancia, ni al egoismo, ni
á la ambición, y mucho menos á la impiedad y á las pasiones, que jamás
se encumbran en un pueblo sin atraer sobre él todo género de
perturbaciones y de infortunios.

Es evidente que el pueblo español tiene más espíritu de sacrificio, más
virtudes y más inteligencia que sus gobernantes; por esta causa es más
honda cada día la separación que existe entre el gobierno y los
gobernados. Éstos conocen el engaño de que son víctimas y dejan vacíos
los comicios. No sienten la derrota de un Ministerio porque saben que
será peor el siguiente. Vieron venir sobre España toda clase de
adversidades y clamaron por el remedio que no se ponía; y cuando se le
han pedido sus bienes y sus hijos los han dado generosamente á la
patria, mientras que á los gobiernos les importa poco que sucumba todo
por continuar en el poder.

Y no se diga que cada nación tiene el gobierno que se merece; porque
España, ni es digna de los gobiernos liberales que la han pervertido y
arruinado, ni los viene sufriendo, sino como una calamidad impuesta, que
cada año se hace más insoportable.

Mucho ha degenerado la nación española, pero en gran manera se equivocan
los que la juzgan por sus gobiernos, sus cómplices y amigos políticos.

       *       *       *       *       *

Los peritos en una materia nunca deben equivocarse; y los arquitectos
que han trazado el plano de un edificio, si después no saben darle la
solidez necesaria, dejan á otros la dirección de la obra; lo mismo debió
hacer el gobierno sagastino cuando se equivocó en el asunto tan
importante, como fué el de la paz, y no pudiendo consolidarla, debió al
momento entregar el poder en manos más acertadas.

No estando preparado para la guerra, jamás debió emprenderla; pues
gobierno desprevenido es siempre vencido: y si la pretensión de los
americanos hizo necesaria la guerra, á la fuerza debió, por lo menos,
oponerse un Ministerio de fuerza, ya que no la dictadura, como las
circunstancias lo exijían: y este fué el segundo desacierto que se
cometió por los políticos, ya fracasados en lo de la autonomía cubana,
dada sin oportunidad y sin necesidad verdadera.

El tercer desacierto, más graves que los anteriores, fué el aceptar la
guerra, no con ánimo de vencer, pero ni siquiera con el de la defensa
necesaria, sino que como después se ha visto claro, el gobierno fué á la
guerra para llegar á la paz por cualquier camino. En este sentido,
España fué entregada al poder de sus enemigos implacables, y no pudo
hacerse la paz contando siquiera con alguna condición favorable, como la
de la resistencia posible que hubiera quebrantado las fuerzas del
enemigo.

       *       *       *       *       *

Los que atraviesan los mares llevando sus mercancías á países lejanos,
fian sus vidas y sus intereses á la pericia y desvelo de los pilotos; y
éstos, al emprender la navegación, tienen á la vista no sólo las rutas
generales y las cartas marítimas, sino también las predicciones que
desde sus observatorios hacen los sabios naturalistas: y de igual modo
confían los pueblos sus intereses y su seguridad á los gobiernos que
dirigen la nave del Estado: y los gobernantes han de ser tan prácticos y
entendidos en el arte de la política y han de tener tan presente los
dictámenes de la ciencia y las enseñanzas de la historia y de los
hechos, que puedan con seguridad evitar y salvar los escollos que en la
marcha de los negocios públicos se presenten.

No haciéndolo así, ó son gobernantes torpes, que no han debido aceptar
nunca la responsabilidad del poder, ó son unos vulgares ambiciosos, que
no tienen valor de declarar sus equivocaciones y de sacrificarlo todo al
bien y á la salvación de la patria.

La nación española, más por las necesidades del momento, que por
expontánea voluntad, tuvo que poner su confianza en el gobierno que le
prometía la paz, evitando la guerra, al resolver el problema de Cuba.

Mermadas sus fuerzas, consumidos sus capitales y muriendo sus soldados
en lucha insidiosa y fratricida, el pueblo español anhelaba el término
de los sacrificios que estaba haciendo por el honor y la integridad de
la patria, y no quería la guerra con los Estados-Unidos, sino en cuanto
fuera la conclusión de todos los males que venía sufriendo.

El gobierno, no obstante las injurias, las notas y los mensajes de la
República norteamericana, seguía creyendo en su buena amistad; y
entonces fué cuando de improviso se presentó la guerra como una
tempestad formada por las densas nubes que se veían en los horizontes,
y que impelidas por los vientos huracanados llevan la desolación y la
muerte á las comarcas que invaden.

No estaba España colocada bajo los pararayos de las alianzas políticas,
ni tenía de su parte la diplomacia europea, ni se hallaba protegida por
los diques de poderosas fortificaciones, ni dispuesta para luchar con
éxito favorable contra un enemigo temible y alteramente preparado para
asegurar sus triunfos: en tan grave situación, un gobierno, por poco
prudente y patriótico que fuera, nunca debió dejarse sorprender, como
fué el nuestro sorprendido, ni aceptar una guerra que él sólo sabía los
grandes desastres que iba á traer sobre nuestra patria.

En la memoria de todos los españoles quedarán impresos los tristes
recuerdos del más grande de los desastres que ha sufrido nuestra patria,
y la historia imparcial consignará, que muchos de ellos se originaron
por el miedo monumental con que fué á la guerra el Gabinete de la paz,
presidido por el H.·. Paz.

Tuvo miedo por lo grave del conflicto: temía, como mal padre, á sus
hijos los españoles, y le faltó valor para abandonar el poder: no faltó
al Ministerio más que el miedo suficiente para morirse de vergüenza.

       *       *       *       *       *

Cuando se forme un verdadero juicio de los actos de nuestros últimos
gobiernos, entonces admirarán y espantarán los desaciertos por ellos
cometidos, los tesoros dilapidados, las vidas inútilmente sacrificadas;
entonces se pondrán de manifiesto las previsiones del almirante Cervera,
que en tiempo oportuno advirtió al gobierno las deficiencias que había
en los buques, la necesidad de estar preparados y de llevar un plan si
habían de salir para las Antillas y no exponerse á un desastre
inevitable; entonces se verá cuán grande fué la disciplina de nuestros
marinos y el valor de los Comandantes de los buques, que conociendo que
iban á hacer un sacrificio inútil y á dejar indefensa la península,
cuando se les dió la orden, allá fueron á morir heróicamente; entonces
se ha de conocer mejor lo que dijo el señor Silvela: que por parte del
gobierno la guerra no fué guerra, sino _un duelo á primera sangre_, para
salir del paso y salvar la vida de las instituciones; entonces se verá
cumplida la horrible sentencia de los liberales, que decían: _sálvense
los principios, aunque se pierdan las colonias_.

En efecto: las colonias se han perdido, pero los principios no se han
salvado; porque el fracaso del liberalismo y de los gobiernos liberales
ha sido completo al dejar á España desmembrada y arruinada.

       *       *       *       *       *

Cuando los americanos limpiaban los fondos de sus cruceros y acorazados
y tenían estacionada en Hong-Kong una fuerte escuadra, y disponían
numerosa flota auxiliar de trasatlánticos y trasportes de todas clases;
cuando alistaban sus regimientos de voluntarios y formaban sus
campamentos cerca de nuestras colonias; cuando tenían bien abastecido
sus depósitos de municiones de guerra y llenos de provisiones de boca
sus almacenes; cuando por medio de sus cónsules y emisarios se habían
informado de todos nuestros escasos medios de defensa y del abandono en
que se hallaban las fortificaciones de nuestras plazas más importantes;
y cuando no sólo de Cuba y de Puerto Rico, sino también de Filipinas
conocían el estado de sus puertos y las débiles escuadras con que
podíamos defenderlos, entonces el seducido y confiado pueblo español se
entregó por espacio de algunos días á los entusiasmos bélicos, y
paseando nuestra bandera al compás de la _Marcha de Cádiz_ y haciendo
gala de sus colores, asistía á las corridas de toros y á toda clase de
espectáculos, que se convirtieron en patrióticos; entonces con esos
derroches de patriotismo liberal y con llamar puercos á los americanos y
extender por todas partes las caricaturas del tío Sam, y con criticar y
burlarse de la organización militar de los Estados-Unidos y de que sus
voluntarios hacían con palos el ejercicio por no tener fusiles; con
todos estos recursos y dosis de buen humor y aventurados juicios, que
hacían hasta los periódicos más serios y de mayor circulación, creyeron
muchos ilusos y algunos cuerdos que íbamos á defendernos de los
_yanquis_ y á darles una tremenda zurra.

_Preparados y decididos ellos_, como hemos visto, y _nosotros como
estábamos_, con un _gobierno tan pacífico_ y que va á la guerra como el
más cobarde de los reclutas, ¿quién no había de prever interminables
desgracias? Y en verdad, no hubo cordura en parte del pueblo, ni razón,
ni buen sentido, ni energía en el gobierno para elevarse á la altura de
las circunstancias y calcular: que un enemigo tan poderoso y bien
preparado, á pesar de todo lo que se decía para disculpar nuestra
imprevisión y vana confianza, no se puede rechazar ni vencer con música
y pergaminos, ni con barcos de madera, ni con una administración
corrompida, ni con generales masones, ni con ministros inhábiles é
imprudentes.

España podía haber rechazado á los americanos, si se hubiera dispuesto
para la defensa, levantando fuertes donde era conveniente y construyendo
en tiempo oportuno los buques de combate necesarios; si hubiera ahorcado
á Sagasta cuando fué por sus delitos sentenciado á esta pena; si hubiera
puesto en presidio á Cánovas cuando publicó el manifiesto de
Manzanares, que produjo la sublevación de Vicálvaro; si hubiera
procesado á Moret y á todos sus cómplices en las malas artes de la
política; si hubiera residenciado á los generales, que con sus
negligencias y mala administración dejaron en peligro el orden en las
colonias; si hubiera fusilado en sus días á todos los jefes y oficiales
del ejército que se pronunciaron; si hubiera proscrito la memoria de
Riego y demás traidores, en vez de permitir que se venga celebrando con
un himno que ha sido heraldo de todos los trastornos sociales; por
último, España se hubiera defendido de los _yanquis_ y conservado su
imperio colonial, habiendo ella permanecido fiel á su espíritu
religioso, á sus leyes y á su carácter tradicional, y no habiendo
fomentado en su seno las libertades de perdición, el espíritu liberal y
el traidor masonismo, que por medio de los gobiernos degenerados é
impíos y de sus cómplices venales y ambiciosos políticos, la tenían
privada de todas sus grandezas, de sus nobles energías y de su poder,
hasta ponerla en el peligro de los desastres y de las pérdidas más
espantosas.

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III

     Voz de dolor... La guerra y la democracia.--Los bárbaros del
     Occidente y sus ideales.--Anarquía gubernamental.--El éxodo de la
     escuadra.--Invocación: primeras víctimas.--Ansiedades.--Preparando
     la catástrofe.--Santiago... y abajo España.


Si existiera en el mundo un pueblo que por el olvido de su historia,
desprecio de su religión, divisiones intestinas, dilapidaciones de sus
tesoros públicos, conculcación de la justicia y desapoderadas
ambiciones, fuera esclavo de todas las concupiscencias y juguete de los
más cínicos y audaces ciudadanos, ese pueblo merecería que sobre él
cayeran toda clase de males, infortunios, guerras y desolaciones, hasta
la más grande humillación, para que recuperara el buen sentido y
reconociera sus culpables extravíos, antes de llegar á ser despreciado
de sus hijos y de las demás naciones, y objeto de la indignación divina.

Nos causa tristeza reconocer esta verdad; pero ese pueblo existe, y es
el pueblo español, que acaba de ser víctima de las más tremendas
desgracias y de las mayores expiaciones.

Sólo en parábolas es posible dar á conocer bien las fuentes del dolor
que inundan de amargura el corazón de España.

Los bandidos de la comarca de Estatopolis, tenían deliberados propósitos
de apoderarse de los bienes que en aquellos lugares poseía un rico noble
llamado D. León Castilla. Mientras éste tuvo amigos poderosos y fieles
servidores, no se atrevieron los ladrones á penetrar en la hacienda de
su vecino; mas cuando por las desgracias de familia fué el gran
propietario perdiendo sus amigos y la fidelidad de sus criados,
entonces, envalentonados los bandidos, se apoderaron de las ricas
propiedades y maltratando al vecino y amigo le arrojaron de ellas como
se despide á un huésped intruso y molesto. No es posible ponderar el
dolor que sufrió el noble propietario al verse desposeído de sus bienes
y tratado de un modo tan inhumano, pues sólo conservó la vida no
resistiendo á los depredadores de sus bienes.

La democracia, que según sus apóstoles ha venido al mundo para acabar
con la tiranía de los reyes y de sus ambiciones personales y dar la paz
á todos los hombres, reconociéndolos como hermanos, iguales y libres,
esa democracia es la que proclama injustamente la guerra, y su
protagonista ha sido la nación más demócrata del universo: la República
federal del norteamérica.

Es evidente que un pueblo sin religión y sin moral verdadera no puede
amar á los hombres, ni practicar la justicia, ni respetar la libertad,
ni sentir la igualdad: por esta causa, en ninguna nación son más
desiguales las fortunas, ni hay más esclavos del trabajo, ni menos
caridad cristiana que en los Estados-Unidos.

       *       *       *       *       *

Para anunciar sus misteriosos designios sobre el mundo, envió el Señor
los profetas, y los apóstoles para predicar á los hombres las verdades
del Evangelio: para edificar á los pueblos con el ejemplo de las
virtudes forma los santos, y para castigar las naciones que prevarican,
permite que enemigos poderosos las combatan y humillen.

Esto vemos en la historia y es la ley de la providencia, con la cual
Dios gobierna á los hombres y á las sociedades.

La guerra de los Estados-Unidos tiene para nosotros los caracteres de un
gran castigo; se ha presentado como inevitable, desgraciada en todos sus
accidentes y terrible en sus consecuencias.

El gigante de la América del Norte, armado para la guerra, se levanta,
avanza y extiende sus poderosos brazos, uno por el Pacífico, por el
Atlántico el otro, para ahogar entre ellos los dominios de España en
aquellos mares.

No va como nuestro inmortal Quijote á enderezar entuertos ni á desfacer
agravios; sus ideales no son los del Caballero de la triste figura.

       *       *       *       *       *

Entretanto todo es apresuramiento y confusión en las esferas
gubernamentales de España. Quieren los Ministros hacer en veinte y
cuatro horas lo que no habían hecho en los veinte años transcurridos
desde la paz del Zanjón.

Hacen venir del extranjero trenes de municiones, y gastan muchos
millones en comprar barcos para la guerra, y que no podían ir al
combate.

En vano los bautizan con los nombres de _Patriota_, de _Rápido_ y de
_Meteoro_; porque ni sirven para defender á la patria, ni son rápidos
en la navegación, aunque sean meteoro en las manos de los agentes de
negocios.

Al fin se hacía algo, y se improvisaban las defensas como los ministros,
y éstos daban señales de actividad, formando nuevas escuadras que habían
de pasar y repasar el canal de Suez, como principio de una repatriación
anticipada.

Como si la anarquía hubiera tomado asiento al lado del gobierno para
aconsejarle lo que era más pernicioso á la patria, así no se daban
órdenes prudentes ni salvadoras, y todo se dirige por el patrón de las
primeras disposiciones dadas á los marinos del Atlántico.

       *       *       *       *       *

Damos un nombre bíblico á la salida de la escuadra de las islas de Cabo
Verde, porque nos recuerda otra catástrofe en el mar.

Si el gobierno fué, según las apariencias, sorprendido por la guerra, lo
fué mucho más nuestra marina en su estado de preparación, no en el ánimo
de sus jefes.

Faltas gravísimas, que aquí no debemos mencionar, habían impedido á la
escuadra su preparación, el abastecimiento y el encontrarse en lugar
oportuno para defenderse, sin muy graves inconvenientes, de las
poderosas escuadras de los Estados-Unidos.

Además de esta circunstancia tan desfavorables, tenía nuestra marina la
mayor de todas; cual era su gran inferioridad en el número de buques y
en el poder ofensivo y defensivo de los mismos; y no obstante los
informes, representaciones y telegramas dirigidos al gobierno, éste, tan
mal asesorado como peor influído, sin concierto ni plan, ordena la
salida de la escuadra para el mar de las Antillas, donde ya la esperaban
las enemigas.

Creemos que en la historia de los ejércitos y de la marina, no se ha
ofrecido otra ocasión en la que se pudiera justificar de algún modo la
desobediencia, ó un pronunciamiento.

El que hizo la marina en Cádiz en Septiembre de 1868, y que dió origen á
la Revolución, nunca se ha justificado; pero el regreso de la escuadra
de Cabo Verde y su desobediencia á las órdenes del gobierno para salvar
los intereses generales que éste comprometía, mandándola á sufrir una
derrota inevitable, hubiera tenido su razón y justificación debida:
primero entre las personas conocedoras del arte de la guerra, y después
ante la nación, cuando los resultados correspondieran á los motivos que
se habían tenido presentes, como los dejó expuestos el inteligente y
prudente general Cervera: mas la marina, por medio de su digno jefe y de
los comandantes de los buques, había prometido obedecer en todo, y
cumplió su palabra, evitando una confusión y un ejemplo funesto para el
porvenir de nuestra patria.

Si al fin del siglo, tanto el ejército como la marina, hubieran
desobedecido al gobierno, se podría decir ahora, que habíamos acabado de
perder nuestra soberanía en América por la falta de los llamados á
defenderla; y entonces el régimen liberal y la turba de los políticos
habrían quedado impunes y en cierto modo libres de las tremendas
acusaciones, que actualmente pesan sobre ellos, y por las cuales han de
ser sentenciados á perpétuo ostracismo.

Habiendo, pues, la marina cumplido con exceso sus deberes, toda la
responsabilidad de los desastres y de las pérdidas consiguientes, quedan
á cargo de los que ordenaron tan imprudente salida.

       *       *       *       *       *

Mientras que á la ventura sale nuestra escuadra, singla desde Hong-Kong
la que tenían allí estacionada los americanos, para bombardear á
Manila....

Sombras inmortales de Magallanes, de Legazpi y de Simón de Anda, ¿por
qué no salís de vuestros sepulcros á detener esos buques enemigos? ¿No
veis que van á destruir vuestra obra civilizadora?

Llevan en sus bodegas cajas de fusiles y ametralladoras para renovar la
insurrección fratricida; y sobre las cubiertas, la formidable artillería
que destrozara nuestros barcos y la ciudad de Manila, por vosotros
fundada y recuperada.

Sus tripulantes son hijos de la América del Norte, donde la perfidia
tiene su asiento, y su trono la ambición y la soberbia; ellos no van á
ese Archipiélago como vosotros fuísteis, para libertar de la idolatría y
de la barbarie á sus habitantes y someterlos á la obediencia de un rey
católico; van á llevar la discordia, la guerra y la libertad del error;
van á establecer el imperio de la masonería y de la indiferencia
religiosa; van á robar á España sus derechos y á explotar las riquezas
del país en beneficio propio.

Como las aves de rapiña que se preparan para caer de improviso sobre sus
presas, así ellos vienen presurosos desde las costas de la China, donde
estaban esperando el día fatal de una guerra insidiosa y contra todo
derecho premeditada....

Y tú, sombra de Monroe, que en este siglo has proclamado desde el
Capitolio de Washington, que Europa no tenía derecho para intervenir en
los negocios de las naciones americanas, ¿por qué permites que tus
ciudadanos intervengan en los de la Occeanía?

Si tu colega Mac-Kinley y su Congreso ordenan esta invasión contraria á
tu doctrina, vuela, ve y diles: que si América ha de ser para los
americanos y la Occeanía para los occeánicos, que los _yanquees Shoes_,
ó los de los zapatos de madera con clavos, regresen á su país de orígen
y dejen á los pobres indios, que viven y á los _pieles rojas_, que no
han exterminado, y no se entrometan más en querer á su vandálico modo
dominar al mundo.

Si así no lo haces y no te obedecen, quedará tu doctrina deslucida y tu
pueblo á la altura de los bandidos....

No hay obra de iniquidad, ni infamia increíble, ni sangriento crímen que
no se haya cometido en el mundo por la ambición humana.

Ella llevó á Alejandro al Asia, hizo pasar al César el Rubicón, puso el
alfange en las manos de Mahoma, trastornó la Europa por medio de
Bonaparte y conduce á las Antillas y á Filipinas las flotas americanas.

La ambición pone el ridículo mandil en el pecho de los hombres, la
mentira en sus bocas y el odio en sus corazones; la ambición fomenta las
insurrecciones de los mambises y de los tagalos, la codicia de los
sindicatos de Nueva York, y el vehemente deseo de riquezas y honores en
los soberbios; y en tanto que exalta por un lado las pasiones
infernales, por el otro hace que se les sacrifiquen todos los deberes.

Por la ambición de mando se creen los políticos estadistas eminentes, y
por no dejar el poder cuando lo han alcanzado, persisten en sus errores,
y á su ambición sacrifican la conciencia, la dignidad, y el patriotismo.
Por la ambición de algunos españoles se halla España á los burdos pies
de los _yanquis_.

Desventurada patria mía, que tienes por gobernantes á hombres imperitos
ó sin conciencia: mira como entregan á tus hijos á las crueles manos de
tus enemigos; la obra de tres siglos se ha derrumbado en cuatro horas,
al sepultarse ardiendo tus débiles barcos en la bahía de Manila.

Las primeras víctimas han muerto heróicamente, pero sus sacrificios no
salvarán tu soberanía en aquellos mares; porque la inmoralidad, la
corrupción, la discordia de las sectas y el mal ejemplo de tus
representantes, habían ya debilitado tu poder y tus derechos soberanos.

       *       *       *       *       *

Después del gran desastre de Cavite, eran extraordinarias las ansiedades
del pueblo español por saber la suerte que esperaba á la escuadra de
Cervera, refugiada en la bahía de Santiago de Cuba, cuya plaza,
bloqueada por mar, empezaba á ser hostilizada por tierra.

En vano en sentidos y enérgicos telegramas había pedido refuerzos el
general Linares: la escuadra estaba segura en la bahía, y sus
tripulantes ayudaban á defender por tierra la ciudad.

Los rusos se vieron en Sebastopol en un trance parecido, y aunque tenían
en el puerto ciento dos buques de guerra con más de dos mil cañones, no
intentaron romper el bloqueo: pero las autoridades españolas no ven
siquiera la ayuda que les presta la fiebre amarilla diezmando cada día
el ejército de Sthafer: todo parece que va dirigido á preparar la
catástrofe más horrenda.

«Cuando se piensa en la situación insostenible del ejército _yanqui_
ante Santiago de Cuba; cuando se palpa que los infames invasores iban á
sufrir un terrible descalabro, y luego se ve que en los momentos
decisivos llegó la orden de que saliera la escuadra y á esto siguió la
capitulación, etc. etc., no hay más remedio que confesar, que chorrea
sangre todo lo ocurrido y que en ello hay algún misterio, sólo conocido
por determinados personajes.

No somos nosotros solos los que lo decimos.

He aquí otra opinión autorizada.

El capitán de fragata ruso Livene, que estuvo como agregado naval en la
flota americana durante la última guerra contra España, ha dado
recientemente una conferencia en el Círculo de los Ejércitos de mar y
tierra en San Petersburgo, sobre el desembarco efectuado cerca de
Santiago de Cuba por los norteamericanos, á la cual han asistido el
general Kouropatkine, ministro de la Guerra, bastantes generales y más
de cuatrocientos oficiales de la guarnición.

Lo más saliente de dicha conferencia fué lo que sigue:

Siendo siempre un desembarco muy peligroso cuando el enemigo tiene
elementos en el mar, aunque sean poco considerables, los americanos
tomaron con razón, como primer objetivo de la campaña, la destrucción de
la flota del almirante Cervera, que se había refugiado en la bahía de
Santiago de Cuba. Pero no pudiendo franquear el estrecho paso de la
entrada, bien defendido por torpedos, ni destruír las baterías
españolas, colocadas demasiado elevadas sobre el nivel del mar para ser
alcanzadas eficazmente por los proyectiles de la flota, tuvieron
lógicamente que recurrir á la acción combinada del ejército de tierra y
de la escuadra.

Al principio, según el plan propuesto, la acción debía ser convergente,
pero como consecuencia de lo débil de la disciplina, de la carencia de
organización, y, sobre todo, de la falta de unidad en el mando y
dirección, se prescindió del plan primitivo y se vino á esas acciones
divergentes que estuvieron á punto de hacer fracasar lo concebido y
comenzado con tanta fortuna. _Las circunstancias se hicieron de tal modo
difíciles para los americanos, que la cuestión de una retirada honrosa
fué planteada._

Les era imposible penetrar en la bahía, no podían apoderarse de las
posiciones españolas del E. de Santiago, y el ejército se hallaba
aislado de la flota, que era su base de operaciones, careciendo de los
objetos de primera necesidad y aniquilándose rápidamente á consecuencia
de las enfermedades. En el momento de la rendición de Santiago existían
11.750 enfermos, de los 16.000 hombres que contaba el ejército
americano.

En tal momento fué cuando el almirante Cervera, obedeciendo órdenes
categóricas venidas de la Habana, salió de la bahía é intentó abrirse
paso á través del bloqueo enemigo.»

Cuando un testigo imparcial de los hechos emite juicios tan severos
contra las autoridades de Cuba, bien podemos nosotros sentir todas las
consecuencias de tales desaciertos; pero al sentirlas debemos
expresarlas en la forma propia.

Sea, pues, el resumen de este párrafo la siguiente:


TRAGICOMEDIA

_Acto I._--Las escenas se suceden con una rapidez asombrosa en el tiempo
y en los distintos lugares.

En Filipinas, se hallan en Subic los cañones á la altura del gobierno
español, por el suelo: la bahía de Manila y la isla del Corregidor están
casi tan fortificadas como Subic; pero en cambio el almirante Montojo
sale con su escuadra á tomar posiciones y á impedir, _como un
espartano_, la entrada en la bahía _al desequilibrado Dewey_, como le
llamó _El Imparcial_.

Hay por todas partes gran expectación.

En Madrid, el primer actor, nada teme: ha mandado.... de paseo á
Woodfford y descansa en su poltrona tranquilamente.

El público se impacienta porque no adivina el argumento de la
tragicomedia.

Allá en lontananza, hacia el Oriente, se ven unos barcos pesados y de
poco andar que entran en la gran bahía de Manila y se dirigen á Cavite.
La escena, contra todas las reglas del arte, queda desierta.

Las sombras de la noche impiden que se vea lo que pasa en el escenario.

Suenan primero unos cañonazos, y después todo queda en silencio....

Cuando con sus arpadas lenguas y alegres trinos empiezan los cantores
pajaritos á saludar la alborada del primer día de Mayo, se oyen
terribles descargas de gruesa artillería, y los rayos del sol, que
despuntan por el Oriente, iluminan una espantosa catástrofe. La escuadra
de Dewey destroza é incendia á mansalva la del contraalmirante Montojo,
que para salvar á lo menos el honor, hunde en el fondo del mar sus
ardientes barcos.

Los espectadores quedan aterrorizados porque ya han visto el principio
del fin, y oyen los lamentos de los moribundos.

_Acto II._--El escenario representa los horizontes brumosos del Occéano
Atlántico.

Todos los asistentes miran y remiran, con extraordinaria fijeza para
descubrir el rumbo de una escuadra que salió de Cabo Verde.

Ni los del viejo, ni los del nuevo mundo, ven por donde va, ni por
consiguiente á dónde se dirige: unos creen que la han visto hacia el
Oriente por el Cabo de Buena Esperanza; otros la suponen en las costas
meridionales de los Estados-Unidos, y como pasan días sin que nadie la
divise, la llaman _la escuadra fantasma_.

Entre tanto, aparece en la nueva escena un personaje semigigante y
declara oficialmente: que la escuadra de Cervera ha entrado en la bahía
de Santiago de Cuba.

Notable sorpresa causa la noticia en todo el público.

Al momento, aparecen á gran distancia muchos buques americanos que se
dirijen hacia el Oriente de la Isla de Cuba.

Los espectadores de la derecha comienzan á impacientarse, porque temen
que se reproduzca la escena de Cavite.

Romero Robledo grita, Moret se esconde, Sagasta se rasca la barba y
atusa el tupé y Blanco se pasea en la Habana tranquilamente; la gran
expectación se generaliza y el temor embarga los ánimos.

Á lo lejos se oyen estampidos de los cañones y por intervalos, nutridas
descargas de fusilería.

Va á terminar la jornada: Blanco manda que salga la escuadra de la bahía
de Santiago _á todo evento_: la marina obedece y las nubes del humo de
la artillería impiden que se vea lo que sucede: cae el telón y el
público sabe después que la escuadra de Cervera ha sido totalmente
destruída.

_Acto III._--En el fondo del escenario se ven las lomas de Santiago y el
horizonte cubierto de nebulosidades. Toral se fija en ellas y no puede
explicarse este fenómeno.

Una parte de los espectadores empieza á retirarse conmovida y cansada de
ver que la trama de la acción resulta siempre contraria á los españoles.

Los _yanquis_ avanzan por tierra para sitiar y tomar la plaza de
Santiago.

El coronel Escario no llega en su auxilio: las tropas de Guantánamo no
se mueven: el general Pareja espera órdenes superiores: el general Pando
ha ido á Méjico y no sale desde la Habana al Oriente con los 30.000
hombres de que hablaron los telegramas.

Linares cae herido, y Toral ve que las nebulosidades aumentan á su
alrededor.

El H.·. Paz, tan compasivo y amante de la humanidad, siente desde Madrid
la sangre que se ha derramado en Caney y en las lomas de San Juan: lo
mismo siente la de los españoles que la de los _yanquis_, y ve á éstos
caer enfermos á millares y que se hallan en una situación apuradísima; y
entonces, ó porque llega al extremo su compasión, ó porque ha llegado la
hora del desenlace, reune á los ministros y piden la paz _á todo
trance_.

Aunque se había anunciado, no se presenta Mac-Kinley en las aguas de
Cuba con el pendón presidencial que le estaban bordando; pero en cambio,
aparece en la última escena con el _imbroglio_ del protocolo en la mano,
y como lo tiene bien estudiado, lo pasa sin demora á M. Cambon para que
se lo envíe á Sagasta.

Todos los personajes se ocultan en una traslogia: el telón se rompe y
los espectadores de acá, indignados y llenos de pavor, condenan la
_tragicomedia_.

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IV

     Voz de desolación...--Las ruinas de un imperio.--La decadencia de
     una nación.--La fatalidad y el progreso. No hay efecto sin
     causa.--El fin de la guerra.--Consummatum est.


    _¿Qué resta de mi ayer? No más que el llanto._
    _Á mi a afligido espíritu conviene._

Así, en nombre de España, y á la vista de los estragos que había sufrido
en la guerra de la Independencia, hablaba un poeta nuestro en una
célebre elegía.

Si hoy viviera, es seguro, que no tomaría en sus manos la triste lira
para entonar endechas con motivo de la mayor desolación que ha visto
nuestra patria.

Es tan luctuosa, que más que el llanto le conviene el silencio.

       *       *       *       *       *

Más de una vez, no hallando al presente nuestro amor patrio nada que
pueda satisfacerlo, hemos abierto antiguos mapas para ver siquiera en
las cartulinas la grandeza que tuvo el imperio español.

Los Países Bajos, el Franco Condado, Nápoles, Milán, Sicilia, Portugal,
etc., en Europa; en Africa, Orán y otras plazas fuertes; parte de
Borneo, Filipinas y otros archipiélagos en la Occeanía; y en América
fueron tan extensos nuestros dominios, cual correspondía á la afortunada
nación, que la sacara del fondo de los mares.

De tan grande imperio, como de un hermoso palacio arrasado por un
ciclón, no quedan ya para España más que las ruínas.

       *       *       *       *       *

Siempre son sensibles para los hombres las pérdidas materiales, pero las
sienten más cuando por sus faltas se ven privados de sus bienes; porque
entonces reconocen su ignorancia ó negligencia para la buena gestión de
sus asuntos; lo cual es signo de decadencia moral.

Un noble, que ha sido privado de la mayor parte de su patrimonio por un
latrocinio irresistible, no es un degenerado; pero si no hizo la defensa
necesaria, ó sus mayordomos le dilapidaron sus bienes por su incuria, ó
los malgastó en orgías con sus amigos, entonces no sólo es completa su
decadencia, sino que además quedan manchados sus blasones por la falta
de valor, de inteligencia y de sentido moral que manifiesta.

España es una imagen de ese noble; ella, por los crímenes de los
extraños, por las faltas de sus gobiernos y las de sus hijos, acaba de
perder cuantiosos bienes, y lo que era más estimable, los timbres de su
nobleza y la honrosa fama de su gloriosa historia: por esto yace
sumergida en la más profunda desolación.

       *       *       *       *       *

Para muchos, las vicisitudes por las cuales atraviesan las naciones y
que se ven lo mismo en las familias, hoy opulentas y que mañana vivirán
en la miseria, son inevitables; porque cierta fatalidad acompaña á las
cosas humanas en el mundo.

Para nosotros no existe la fatalidad, ni entre los turcos, los cuales si
la admiten como consecuencia de su falso sistema religioso, la rechazan
en la práctica, y lo mismo en Constantinopla que en Teheran luchan por
evitar la completa decadencia del imperio otomano.

Es muy digno de notarse, que los mismos que en las desgracias apelan á
la fatalidad, para considerarlas necesarias y sentirlas menos, son los
que más creen en las leyes del progreso moderno.

¿Pero qué es? ¿En qué consiste? ¿Cómo no alcanzan todas las naciones que
lo desean ese decantado progreso?

Nuestra patria, por entrar en las vías de los adelantos del siglo, se
declaró enemiga de sus tradiciones, y al presente, ni posee la grandeza
moral é intelectual de sus antepasados, ni ha conseguido la vida
exuberante que en lo político y en lo material tienen otras naciones.

Excepcionales é injustas deben ser las leyes del progreso, cuando los
pueblos que gozan de él son moralmente bárbaros é inhumanos; y aquellos
otros que no han obtenido sus privilegios, se hallan, cual moribundos
próximos á la muerte, y expuestos á ver, como España, su ruína y el
engrandecimiento de sus enemigos.

       *       *       *       *       *

Es necesario apelar á los principios de la filosofía y de la razón para
conocer con claridad lo que los hombres confunden por sus pasiones é
intereses.

No pocos atribuyen la pérdida de nuestras colonias á los frailes y á no
haberles dado en tiempo oportuno todas las reformas políticas que
reclamaban.

Como no hay efectos sin causas proporcionadas, veamos si esas han sido ó
nó las verdaderas.

Hablando de Filipinas nuestro patricio, señor Escosura, que estuvo allí
muchos años y conocía bien á los naturales, dice: _ese vasto
archipiélago, cuya importancia es inmensa, sólo lo enlaza, une y asegura
á la Metrópoli el lazo, la fuerza y el vínculo de los frailes_.

Ayala, siendo ministro de Ultramar, en 1871, dijo:

«Si por imprevisión é imprudencia y por el culto exajerado que en épocas
dadas alcanzan ciertas ideas, nos trajesen á tanta desventura, que
España amaneciese un día desposeída de sus provincias de Ultramar,
veríais inmediatamente y casi anulada nuestra marina, tristes y
desiertas nuestras costas, sin expansión ni esperanza nuestro comercio,
amenguada nuestra importancia en el mundo, y la nación entera bajo el
peso del abatimiento.»

«¿Y quién duda, _que todos los principios, que todos los derechos
políticos_, cuya conquista en la Metrópoli hubiera coincidido con esta
inmensa tragedia, quedarían para siempre _marcados con el sello del
infortunio ignominioso_?»

Notable fué esta predicción, que por desgracia se ha cumplido, y cada
año se notarán más los efectos.

En este particular, está dicha la última palabra por hombres tan
competentes: los que cortaron _el lazo, la fuerza y el vínculo de los
frailes_, que _enlazaba, unía y aseguraba_ á la Metrópoli el
Archipiélago, esos son los causantes de su pérdida, como los demás que
han aplicado _los principios_ y los _derechos políticos_ que ahora y
para siempre _quedan marcados con el sello del infortunio ignominioso_.

       *       *       *       *       *

¿Qué diría el mismo Ayala, que aunque liberal, conservaba no poco del
carácter español, si hubiera visto que además de los principios y de los
derechos políticos, iban á quedar marcados con el sello de la ignominia
todos sus colegas?

Como todo tiene término en este mundo, había también de tener su fin la
guerra, que nos hacían los americanos, y, para nuestra mayor desventura,
él fué el que agravó nuestros males.

El gobierno de Sagasta pidió la paz, sin tener ninguna garantía de la
magnanimidad de los Estados-Unidos, y firma un Protocolo que resultó un
lazo echado al cuello.

Si por el art. 1.º debía renunciar España á su soberanía en Cuba, por el
art. 2.º cede Puerto Rico á los Estados-Unidos por gastos de guerra; y
por el 3.º sólo se estipula la cesión de una de las islas Marianas y la
ocupación temporal de Manila con el famoso _controle_ sobre el
Archipiélago.

Las conferencias de París, demostraron la terrible ambición de los
norteamericanos y la degeneración de los delegados españoles, que nunca,
contra el parecer de la nación y de toda Europa, debieron consentir el
injusto despojo, contrario al derecho y á la sinceridad de los tratados.

Convenir en que los Estados-Unidos adquieran las Filipinas por una
compensación de 20 millones de dollars, fué el colmo de la debilidad,
que los españoles de otros tiempos jamás hubieran tenido.

Ante la felonía de nuestros enemigos, no quedaba otro recurso que el de
la protesta, interrumpiendo las negociaciones, y que Europa hubiera sido
el árbitro de nuestra causa: todo antes que la deshonra.

Pero el gobierno lo entendió de otro modo; y como no supo defender el
territorio, tampoco tuvo valor para salvar la honra de España, y dió
ocasión para que le atribuyeran todos los crímenes que se pueden
imputar á los hombres sin abnegación y sin carácter.

       *       *       *       *       *

Los Estados-Unidos no han sido los autores, pero sí han proclamado en
París el moderno derecho internacional: el _vae victis_ de los antiguos.

Bien merecía el cerebro de Europa presenciar esta afrenta hecha á la
civilización cristiana.

_El crímen de este siglo_, que empezó por el acto _humanitario_ de la
liberación de Cuba (que no se verá libre del dominio de los _yanquis_)
había de ocasionar á España desgracias imponderables, el sacrificio de
miles de millones, y lo que es más sensible, la muerte de tantos
españoles y el cautiverio infelicísimo de millares de soldados que por
otra guerra criminal, sufren en Filipinas privaciones indecibles:
debiéndose agregar á todo esto el desprestigio y la humillación en que
ha quedado España; cargada, por último, con una deuda espantosa,
impuesta en parte por sus enemigos.

Al ponerse el sello á esta obra de grande iniquidad, exclamó el Sr.
Montero Rios, según dijeron los telegramas: _consummatum est_; y en
efecto, llegaron á su colmo las desventuras de nuestra patria; se ven
arruinados innumerables españoles, otros que vuelven como esqueletos, y
el mar queda cubierto de cadáveres, y no hay familia que no tenga que
sentir dolor: ya por la desolación, ya por la muerte.

            Lloremos duelo tanto:
    ¿Quién calmará ¡oh España! tus pesares?
            ¿Quién secará tu llanto?

[imagen decorativa]



V

     Voz de aflicción...--Males sin remedio.--Culpas de antaño,
     remordimientos de ogaño y notabilidades obscurecidas.--Continuamos
     lo mismo.--Todo ha fracasado.--El árbol maldito.--Una esperanza.


Tan aflictivas habían de ser para nuestra patria las consecuencias de la
guerra, como fueron sus procedimientos y sus principios.

Después de una paz leonina, nos hemos quedado sin las Antillas y sin las
mil quinientas islas del Archipiélago magallánico, y al presente, no
sólo estamos conformes con nuestras inmensas desgracias, sino que casi
casi nos alegramos de ellas, aunque nunca imaginamos que serían tan
grandes.

Nosotros, que hemos amado siempre desde el primer horizonte que al nacer
vimos en nuestra patria, hasta la última isla del remoto Océano, en que
flotaba la bandera española, como fiel testigo de la grandiosa herencia
que nos dejaron nuestros antepasados; y hemos sentido la destrucción de
las escuadras y los reveses del ejército, ahora estamos, si nó alegres,
á lo menos insensibles ante la desmembración y la deshonra de la
patria.

¿Cómo se ha obrado en nosotros tan notable cambio?

Se ha realizado, porque nos hemos convencido de que el imperio que se
dió á la lealtad y á la fe, no le podían conservar la incredulidad y la
rebeldía, ni ser patrimonio de la indiferencia, lo que fué rico premio
de la constancia: y hemos visto también, que la pesada mole de un
edificio, creada sobre las espaldas robustas de hombres gigantes, no
podía ser sostenida por miserables pigmeos; y en fin, porque es cierto,
que el honor y la gloria que acompañan á la soberanía legítima sobre las
naciones y los pueblos arrancados á la ignorancia y á la barbarie, y
civilizados por la religión y las leyes justas, no debían brillar en la
frente de los gobernantes que se han degradado por sus bastardas
ambiciones y están manchados por sus delitos.

El que es Soberano del universo, quita á los servidores inútiles los
talentos que les había dado y los entrega á otros para que negocien con
ellos; y del mismo modo traslada los reinos de la tierra de unos á otros
pueblos; y _el reino, nación ó poder que no le sirva_, PERECERÁ.

       *       *       *       *       *

Ahora sienten muchos que hayamos tenido colonias, porque por ellas nos
han venido tantas calamidades. ¡Como si pudieran quejarse los hijos de
la rica y noble herencia que les dejaron sus padres, porque no han
sabido guardar la una, ni ser fieles á la otra!

Por más de tres siglos hemos poseído pacíficamente nuestras colonias, y
con más prosperidad y adelantos que las de otras naciones; si las
acabamos de perder con tantos daños de vidas y haciendas y hasta del
honor patrio, no se atribuyan estas desdichas al haber sido España una
nación colonial, sino al régimen funesto que se entronizó en ella en el
segundo tercio de este siglo, y á los gobiernos sectarios é inmorales
que han venido corrompiendo y arruinando la peninsula, á la vez que por
sus representantes llevaban los gérmenes de las divisiones, sectas
impías y malos ejemplos á las colonias, donde siendo, como es natural,
más débiles los vínculos del patriotismo y de la autoridad, se habían de
romper de un modo cruento al violentarlos nuestros enemigos.

¡Qué grandes responsabilidades han contraído ante Dios y ante la patria,
los que por sus culpas y desaciertos perdieron nuestras colonias!

¡Qué delito de lesa nación han venido cometiendo las autoridades y los
españoles que llevaron á las colonias la masonería y fomentado en ellas
la inmoralidad y el desprecio de la España católica!

Si es cierto, como es notorio que algunos generales y gobernadores se
condujeron como masones en Ultramar, y allí, por sí ó por otros, han
favorecido las logias de donde brotaron las insurrecciones ¿qué
tormentos no sufrirán al presente?

Debieron saber esos infelices, que el fuego de la discordia abrasa más
que el de un horno ardiendo, pues éste no quema sino lo que en él se
arroja, y el otro se extiende hasta consumir los más grandes imperios.

Á la vergüenza y al dolor presentes, se unirán los anatemas de la
historia para todos los culpables.

Y por mucho que se esfuercen en acallar los remordimientos de la
conciencia disculpando sus faltas pasadas con las especiosas razones de
los males inevitables, nunca podrán impedir que la historia diga á las
futuras generaciones: que en el siglo del liberalismo llegó España á la
mayor postración y á perder sin verdaderos combates casi la mitad de su
territorio; y que tuvo que repatriar un ejército de 200.000 hombres; y
que sucumbió su marina, puesta al alcance de los enemigos, como la presa
destinada á saciar el hambre de las fieras; y que gastó muchos miles de
millones sin fruto y sin haber siquiera alimentado bien á los que la
defendían; y que todo esto sucedió cuando un gran masón y liberal cínico
era presidente del gobierno de la católica España....

Y añadirá: que en esta obra de la desmembración y de la deshonra de
España, le ayudaron otros masones y conspícuos liberales que le
precedieron y acompañaron en la gobernación del Estado.

Esos hombres funestos para España, fueron, entre otros, Moret y
Beranger, Blanco y Primo de Rivera, Romero Robledo y Montero Ríos,
Castelar y Silvela, Martínez Campos y Cánovas del Castillo; éste
restaurador civil y el otro militar de la dinastía, que presencia el
despojo y la ruína de la nación: y que formaban el ministerio que fué á
la guerra y que pidió la paz _á todo trance_; hombres tan notables como
Gamazo y Correa, Romero Girón y Groizard, Puigcerver y el duque de
Almodóvar, Capdepón y Auñón: y que estas notabilidades consumaron la
obra antipatriótica que había venido preparando el liberalismo auxiliado
de la masonería.

Así como á los hombres que fundan un imperio, engrandecen su nación ó
con su heroísmo la libran de sus enemigos, se han levantado en todos los
tiempos, trofeos, erigido estátuas ó escrito sus nombres en letras de
oro sobre los mármoles y los bronces, la historia no tendrá más que
páginas amargas y negra tinta para escribir los nombres de aquellos que,
salvando los buenos propósitos de algunos, han contribuído á la ruína de
la rica, noble y fiel España.

Los nombres de todos los que, durante este siglo han faltado á sus
juramentos de fidelidad, hecho traición á la patria, entregándola
indefensa al poder de sus enemigos, se podrán escribir como epitafio en
el sepulcro de las grandezas españolas.

¡Cuán triste es la realidad!

La mayoría de los españoles siguen viviendo como si nada hubiera pasado,
como si la patria no se hallase en la crisis más espantosa, como si
muchos de ellos no resultaran culpables de los tremendos castigos que
hemos experimentado y de la expiación terrible que sobre nosotros pesa.

Algunos creen que las causas de tantos males sólo tienen ya un interés
histórico; y no falta buen número, que por el estado de perversión y
falta de sentido moral, no se conmueven por las públicas desgracias;
aunque éstas se presentaran á su vista, formando por su magnitud y
variedad una montaña tan elevada como los picos del Himalaya.

Aquí, ó no se preveían los peligros, ó no existía el patriotismo
suficiente para evitarlos; antes como ahora, no se cuidan los
gobernantes y los que aspiran á serlo, más que de las intrigas y de los
pugilatos para seguir la obra funestísima de la política de los
partidos.

Por el contrario, no considerando moralmente el proceder de nuestros
enemigos, es preciso reconocer, que han hecho una barbaridad; pero que
la han realizado con admirable astucia y prudencia consumada, según el
espíritu del mundo; así es, que antes de la guerra, durante la misma, y
después, se ha visto España como el león, cogido en un fuerte lazo, del
que no ha podido librarse sino perdiendo hasta su natural fiereza.

       *       *       *       *       *

Dejando aparte la intervención que la masonería haya tenido en nuestras
innumerables desgracias, hay motivos suficientes para atribuir grandes
responsabilidades á los gobiernos, á los políticos, á la prensa, á
muchos particulares y principalmente al régimen parlamentario.

Á los gobiernos, por sus imprevisiones culpables y notorios desaciertos,
y por venir sacrificando la justicia y los intereses de la nación á sus
miras personales y al favor de sus amigos y partidarios.

Con frecuencia se venían cometiendo desfalcos é irregularidades en la
administración pública y en los servicios del Estado, y no han puesto
remedio alguno, ni se ha visto el castigo de los prevaricadores.

Los políticos españoles no han hecho más que parlamentar y enmendarse
unos á otros la plana, sin llegar ninguno á escribirla bien: y lo mismo
ha hecho la prensa de grande y de pequeña circulación; pues si alguna
vez ha clamado contra las inmoralidades y pedido el juicio de residencia
para algunos gobernadores de Ultramar, cesaba en sus campañas
patrióticas, cuando no le producían beneficios ó veía encumbrados á los
personajes que antes consideraba dignos de graves censuras y de penas
graves.

Mientras que los particulares gozaban de los favores de la política y
del caciquismo, no han visto con malos ojos lo que había de redundar en
daño para la nación; y por esto resultan culpables de complicidad en el
régimen, que ha originado tantos males y ruínas como se revelan en el
estado presente.

Se puede, por lo tanto, asegurar: que en nuestra patria han fracasado
todos los gobiernos liberales, los políticos y su política, la prensa
callejera y la de los gabinetes, los particulares que defraudan á la
Hacienda, queriendo vivir de ella; y ha fracasado también el régimen de
la opinión y el sistema parlamentario, productores de tanta corrupción y
del abatimiento nacional: aquí ha fracasado todo, menos el espíritu de
España.

       *       *       *       *       *

Por la falta de patriotismo y de amor al bien común, no se ha querido,
ni aún se quiere comprender, que la raíz de todos los males que sufre
España, se encuentra en el abominable empeño de regirla y gobernarla con
los principios y las doctrinas por la Iglesia condenados.

¿Qué frutos puede dar un árbol maldito?

El liberalismo, que ha penetrado hasta en las costumbres del pueblo
español, es ese árbol cuyos frutos de perdición nos parecen ahora tan
amargos.

Hallábase Napoleón I en el apogeo de sus glorias militares, y cuando
puso sus manos conquistadoras en los Estados de la Iglesia, fué
excomulgado por el romano Pontífice; y despreciando la excomunión
prosigue su obra; mas después llegó á conocer que su mayor falta había
sido la de no respetar al Pontífice romano.

Entre las muchas faltas cometidas por la Nación española, ha sido la más
grave, la de dejarse dominar por los errores del liberalismo, que la han
privado de todas sus grandezas, de sus energías y de sus virtudes
cívicas y religiosas; por esta causa no ha tenido ahora valor más que
para sufrir sus derrotas y le han faltado alientos para sentirlas y
llorarlas.

       *       *       *       *       *

Los que miran las cosas presentes como hijas de lo pasado y creen en la
fecundidad del mal y en la eficacia de la virtud, deben reconocer con
nosotros: que en el estado en que se hallaba España, y dada su marcha
política, (que por desgracia aún no ha variado) no convenía para nuestro
mejor porvenir el triunfo en la pasada guerra.

Al fijarse en lo que acabamos de aseverar, algunos, sin razón, nos
tacharán de pesimistas ó faltos de patriotismo.

El primer efecto de la victoria, hubiera sido el consolidar las
instituciones liberales y el hacer perpétuo el turno de los partidos
con todas las consecuencias de la mayor centralización, del despotismo é
imposición de nuevos errores.

El segundo, el aumento de las ambiciones y de la corrupción que siguen á
la prosperidad en el mal, y entonces era ya inevitable la total ruína de
España; porque el triunfo no nos hubiera dado las fuerzas de los
bárbaros, ni las virtudes históricas, que ya no existen en la
generalidad; en tanto que ahora, abatidos y humillados podremos
levantarnos de nuestra postración, trabajar y hacernos dignos de nuestro
pasado y de la misión que tiene España entre las naciones civilizadas.

En apoyo de nuestro parecer, vemos lo que ha dicho _The Pall Mall
Gaccettee_: «que si España tiene valor para mirar el porvenir con calma,
su último infortunio será un beneficio en realidad.»

Y _The Globe_ añade: «que si España deja de existir como potencia
colonial, no por eso ha quedado destruída como potencia europea. Posee
cuantiosos recursos, y si sabe aprovecharse de ellos, sus desdichas
podrán ser un beneficio á pesar de las apariencias.»

       *       *       *       *       *

¿Pero de qué modo podrá salir nuestra patria de la presente crisis y
volver en lo posible á su pasada grandeza?

Esto es lo que muchos preguntarán, teniendo á la vista las anteriores
consideraciones: y nosotros contestamos diciendo: España puede
levantarse de su actual postración y adquirir el puesto que le
corresponde, _empezando á ser lo que siempre debía haber sido_.

Hay hombres que parecen destinados para el trabajo y la esclavitud, y
otros que llevan en sus frentes el sello de la inteligencia y del
poderío; y lo mismo sucede con los pueblos; pero estas cualidades no
son permanentes, y cambian ó se modifican con las costumbres y las
ideas, que informan la vida de las naciones: por esta causa, un pueblo
esclavo puede llegar á ser libre, y otro libre, puede caer en la
esclavitud y sufrir la más cruel de las tiranías.

Las cualidades propias de nuestra raza, se avaloraron con el espíritu
cristiano que las ennobleció y elevó á su mayor grado de virtud y de
perfección.

La España católica no ha tenido que envidiar á ningún pueblo del
Universo el valor de sus hijos, la hidalguía de sus sentimientos, su
fidelidad á las leyes del honor, el talento de sus gobernantes, el
ingenio de sus letrados, la ciencia de sus sabios y las virtudes
públicas y privadas de sus ciudadanos.

Tampoco ha podido envidiar el imperio del mundo y las grandezas de la
tierra, porque sus hijos le dieron uno tan dilatado, y las otras tan
extraordinarias, que las hazañas de los navegantes y de los guerreros
españoles y sus conquistas, parecerían fabulosas, si no estuvieran
escritas en la historia.

Toda la política de nuestros gobernantes, se ha debido cifrar en la
conservación y en la defensa del espíritu, de la religión y el carácter
de nuestra patria, y así hubiera sido permanente la grandeza y el
dominio español y su influencia enmedio de las grandes vicisitudes
porque ha atravesado Europa y pasa el mundo.

¿Quién hubiera resistido á España, unida en la fe, llena de gloriosas
tradiciones y ejemplos heróicos, con extensos dominios y fortalecida con
todos los adelantos modernos en su marina y en sus ejércitos?

Si á la unión de los espíritus que teníamos, se hubiera agregado la
fuerza material, siempre necesaria para la defensa de grandes
territorios, del derecho y de la justicia, es seguro que España sería
al presente una de las primeras potencias del Universo.

Mas en una hora fatal, empezaron á removerse los cimientos de la
nacionalidad española, y desde entonces, los gobernantes, malos
católicos y pésimos políticos, no han cesado en su obra demoledora,
importando todos los errores y novedades de otros pueblos, que han
venido á precipitar nuestra decadencia.

Y para mayor desgracia, no se ha levantado un hombre superior que
desterrara esa política exótica, y devolviera á la Corona sus
prerrogativas, y al pueblo sus libertades, fueros y franquicias
verdaderas.

Comprendemos las inmensas dificultades que existen y que se han de
presentar para _la regeneración de España_; pero también sabemos lo que
puede hacer un hombre extraordinario en un pueblo donde el mal y la
corrupción están sólo en una clase, y no se han extendido á las otras,
sino parcialmente.

Acábese primero con los políticos de oficio, ahóguese después el
espíritu de la revolución en sus instituciones, renazca la libertad
verdadera y foméntense los intereses generales, y entonces el Jorge Monk
español, podrá dar principio á la restauración nacional.



VI

     Voz de queja...--La Europa salvaje.--El orígen de la
     revolución.--Aumento de los ejércitos.--El anarquismo.--Los ciegos
     en Roma, guiando á los ciegos.--Nuestro abandono.--El poder que nos
     resta.


Hace pocos años, que con un realismo verdadero se publicó una obra
titulada _La Europa salvaje_.

Para justificar el título se fijaba su autor en el espectáculo de la
corrupción y de los crímenes que ofrecen las ciudades populosas, y en el
abandono en que se hallan en todas partes las clases menesterosas, los
trabajadores de las fábricas, el pueblo; y en la explotación que se hace
en los talleres de las jovenes y de los niños, sujetos á un trabajo
superior á veces á sus fuerzas y sin educación moral, ni instrucción
religiosa no pueden menos de caer en la más abyecta inmoralidad.

Si á esos cuadros horrorosos se unen los que presentan el agiotaje en
los negocios, el soborno de los magistrados y la farsa de las costumbres
políticas, tendremos un fiel retrato de las sociedades cultas que, por
el refinamiento de los vicios, la sed del oro, el olvido de la religión,
de la moral y de la justicia, tienen bastante semejanza con las tribus
salvajes entre las cuales se ven los más brutales egoismos.

Pero esas tribus, enmedio de sus instintos salvajes, no abandonan á sus
amigas cuando por las contrarias son acometidas; lo cual prueba, que
existe entre ellas algún respeto á lo que pudiéramos llamar su derecho
de gentes.

La etnografía de la diplomacia europea nos da á conocer que ella misma
se ha colocado detrás de los pueblos más bárbaros, y en este sentido,
podemos decir que es _ultra-salvaje_.

Europa, en el estado en que se halla, dirán algunos, no podía obrar de
otro modo, ni impedir la cruel agresión de los Estados-Unidos.

Es verdad, y esto es lo que vamos á demostrar para que se conozca el
valor que tienen las quejas de España.

       *       *       *       *       *

Cuando al amparo de la Iglesia se formaron las naciones europeas, éstas
se inspiraban en los preceptos de la justicia y de la equidad universal;
y entonces nació ese admirable derecho de gentes que rigió á toda la
Cristiandad, y del cual era árbitro y Juez supremo el soberano
Pontífice, que hablando á los reyes y á los pueblos en nombre de Dios,
de la obediencia y de la fidelidad debidas, llevaba la justicia y la paz
á los tronos de los más poderosos monarcas y á los humildes hogares de
las aldeas; pero llegó una época luctuosa en la historia de las naciones
de Europa, y en ella se negó la obediencia al Pontífice, se secularizó
la política, y se habló á los pueblos en nombre de la libertad y del
progreso; y entonces se formaron en el seno de la Europa cristiana esas
tempestades sociales y religiosas que llamamos las revoluciones;
fenómeno singular y nuevo en la historia de la civilización, y contra
el cual es impotente la diplomacia.

En Grecia se sublevan los ilotas, los plebeyos de Roma se retiran al
Aventino, los Circunceliones en los primeros siglos de nuestra Era y los
pobres de Lyón después, recorren las comarcas y devastan los pueblos;
pero todos esos movimientos sociales no son la Revolución, sino la lucha
del espíritu de rebeldía y de las pasiones que dominan á los hombres:
_la revolución es la negación y el desprecio de toda autoridad legítima
ordenada por Dios_.

En la revolución entran como partes principales, la herejía, la
injusticia, la ambición y el egoismo humano.

Antes del protestantismo, las herejías tuvieron carácter particular,
negando unas un dogma, otras otro; pero el libre examen de la reforma se
opuso en primer término á la autoridad de la Iglesia, fundamento de
todos los dogmas; y por esta razón, cuando el libre examen se aplicó á
la sociedad, nacieron esas luchas de los pueblos contra los soberanos, y
de éstos contra sus pueblos; luchas inspiradas por las nuevas doctrinas
y sostenidas por el derecho que cada parte se atribuía para que
prevalecieran sus ideas y el sistema de gobierno que se proponían; y
esto es lo que forma el espíritu de la revolución y sus obras
perturbadoras.

En Alemania, donde primero se separaron los pueblos de la Iglesia, no
tuvo la Revolución un carácter general por los distintos principados en
que estaba dividida; mas en Inglaterra, el movimiento revolucionario se
generaliza, y se encuentra con un rey y lo decapita; lo mismo hace
después en Francia, donde halla un trono trece veces secular y lo hecha
por tierra, llevando á la guillotina al infortunado Luis XVI; como en
España destierra á Isabel II, rompe la unidad católica y concede la
libertad de blasfemar de Dios.

En presencia del espíritu revolucionario, los reyes sintieron vacilar
sus tronos, y no teniendo base firme en que apoyarse, transigen con la
Revolución, aceptando algunos de sus principios y pactando con sus
súbditos la clase de libertades que habían de gozar; y entonces se
formaron las constituciones más ó menos liberales y revolucionarias;
pero como ni los reyes separados de la fuente de la justicia podían ser
justos, ni los pueblos leales, continúa la lucha de los reyes contra la
exigencia y rebeldía de los pueblos, y la de éstos contra las
injusticias y el despotismo de los reyes; entonces todos los gobiernos,
para defenderse, empezaron á aumentar sus ejércitos.

Con la paz armada, no se pueden contentar los hombres; porque por un
lado es insostenible á causa de los gastos que origina, y por el otro,
no sirve para acabar con las ambiciones de los hombres, ni tampoco hace
más justos y benéficos á los gobiernos.

       *       *       *       *       *

Los gritos de la revolución, se han venido acallando con la fuerza y las
concesiones por algún tiempo, pero ya los verdaderos amigos de la
revolución se han cansado de esperar su triunfo completo en todos los
órdenes y para todos los ciudadanos, y no quieren libertades á medias,
ni que unos se sienten á la mesa opípara del presupuesto y otros no
tengan ni migajas que comer; ni tampoco quieren que unos trabajen hasta
ser víctimas de su desgraciada suerte, y otros no tengan más que pensar
en nuevas comodidades y en placeres nuevos; y como no ven en lo humano
razón alguna para esta espantosa desigualdad, y no han aprendido la
resignación cristiana, en el paroxismo de su despecho y amargura han
declarado la guerra á los ricos y á los burgueses, á los gobiernos y á
la sociedad, y levantan, llenos de envidia y de furor, la negra bandera
de la _Anarquía_.

Siendo el anarquismo un desarrollo procaz de la Revolución, no se puede
combatir con éxito, sino acabando con ella, es decir, dejando de ser
revolucionarios los gobiernos, para que en los pueblos desaparezca la
Revolución.

       *       *       *       *       *

Los representantes de los gobiernos europeos se reunieron en Roma para
tomar acuerdos radicales contra los anarquistas.

Nos parece bien que se castigue con rigor á todos los criminales de
cualquier clase y condición que sean: pero ¿por qué no se han castigado
antes los delitos políticos y las usurpaciones realizadas en nombre del
derecho nuevo y de la unidad de las naciones?

Por esta razón, y porque nunca han sido buenos jueces los delincuentes y
usurpadores, no había que esperar de esa asamblea ningún buen resultado.

La primera grave falta cometida por los gobiernos, fué la de elegir á
Roma para el mencionado congreso.

Cualquiera otra capital hubiera ofrecido menos inconvenientes; pero la
capital del orbe católico, donde se halla el romano Pontífice despojado
de su poder temporal contra toda justicia, derecho y conveniencia, no es
apropósito para que se condenaran allí los crímenes de los hijos de la
Revolución, en presencia de su víctima soberana.

Los gobiernos, movidos sólo por el interés de su propia conservación y
por la necesidad de defender á las sociedades del nuevo enemigo,
hicieron todos los esfuerzos imaginables, que no pueden menos de
resultar insuficientes, porque desconocen la raíz del mal y el remedio
oportuno.

Sin duda, en la ciudad del Lacio, para designar el lugar de la reunión y
su objeto, pondrían este rótulo:

    _Adversum anarquistas conventus._

Y también pudo suceder, que otro moderno y atrevido Pasquín, conociendo
á los congresistas y lo que había de resultar de sus acuerdos, lo
rectificara con este otro:

    _Cœci cumt, et duces cœcorum._

Nosotros, desde lo bajo de nuestra pequeñez é ignorancia, nos hubiéramos
atrevido á decir á esas majestades, altezas y señorías representadas en
Roma; que si en verdad querían matar el anarquismo, sin exterminar á los
anarquistas, practicaran este nuestro consejo:

Czares, Emperadores, Reyes, Presidentes de las Repúblicas, Príncipes y
Duques, mandad á vuestros representantes que abandonen el lugar del
Congreso, y presididos por el más anciano y respetable de ellos, se
dirijan todos juntos al Vaticano, donde está depositada la luz del
Cielo, y allí, ante el trono más augusto de la tierra, postrados á los
piés del Soberano Pontífice, diga el que preside:

SANTÍSIMO PADRE: Los soberanos de Europa, á quienes hemos venido á
representar en las conferencias contra el anarquismo, nos han ordenado
oficialmente que nos presentemos á vuestra Santidad declarando:

Que al fin han comprendido la inutilidad de todos los esfuerzos que
hagan contra los anarquistas sin la guía y cooperación de la Iglesia
Católica, única que en nombre de Dios puede dar la paz á los hombres y á
las Naciones.

Reconocen también que una Encíclica de vuestra Santidad, aceptada
benévola y fielmente por los gobiernos y los pueblos, puede producir por
las luces de la verdad y el bálsamo de la caridad que brotan de la mente
y del corazón del mejor de los padres, mayores bienes y más felices
resultados que todos los decretos de los reyes más poderosos y
respetables.

SANTÍSIMO PADRE: Los gobiernos que representamos, me ordenan que haga
confesión de sus culpas ante el sucesor de San Pedro: ellos se
arrepienten de todas las iniquidades que han cometido y de los despojos
inícuos é inmensos latrocinios que han sancionado; y conocen ya
claramente, que toda hostilidad que se hace á la Iglesia de Dios y toda
oposición á sus enseñanzas infalibles, se convierten en guerras entre
los hombres y llenan de tinieblas al mundo.

La última orden secreta que hemos recibido, la acabamos de cumplir,
intimando en nombre de la Europa cristiana al usurpador de Roma, al rey
excomulgado Humberto I de Saboya, que en breve plazo abandone esta
ciudad y elija otra capital, entre las muchas de Italia, porque nuestros
gobiernos se han persuadido hasta la evidencia, de que _mientras el Hijo
de Victor Manuel esté en Roma, el anarquismo estará en todas las
naciones_....

       *       *       *       *       *

¡Pobre y desventurada España! Tú que habías puesto el mayor empeño en
asemejarte á esa Europa en la libertad, en el progreso y en la
civilización, ya conoces, por lamentable experiencia, lo que puedes
esperar de ella en tanto no realice ese acto de reparación y de justicia
que hemos imaginado.

Después de la gran iniquidad y del robo sacrílego, triunfante y
subsistente, cometido contra el Principado civil y la libertad del
Romano Pontífice, ¿no había en toda la redondez de la tierra otros
Estados que pudieran ser objeto de un nuevo latrocinio, más que nuestra
infeliz España?

¿No hay otras naciones débiles, con ricas posesiones codiciadas por los
fuertes?

¿No existen imperios infieles, bárbaros y tiránicos que conquistar y
civilizar?

¿Por qué el humanitarismo de los Estados-Unidos y su poder colosal,
representante del progreso moderno, se ha levantado contra España para
despojarla de sus ricas colonias y hundirla en el mayor abatimiento?

No busquemos la contestación á estas preguntas en los cálculos humanos,
ni en los secretos de los gabinetes diplomáticos, ni siquiera en los
antros de la masonería cosmopolita.

Todos los poderes del infierno y todas las potestades de la tierra y
todas las cábalas de la ambición, no hubieran podido arrebatar á España
un islote, ni domeñar por un instante la bravura del león castellano, si
España no se hubiera hecho digna de que Dios la abandonara.

Antes que ella, otra nación, que también tuvo reyes santos, fué
destrozada por sus enemigos; y España es más culpable que lo fué
Polonia, porque ha recibido mayores beneficios y fué más fuerte que
Cartago, más grande que Roma, más fiel que la Francia de Carlos-Magno, y
fué vencedora de Napoleón; pero ha sido más ingrata y desleal que
Inglaterra y que la misma Italia, porque había salvado su unidad
religiosa de todos los peligros y la sacrificó al imperio de la
Revolución, después de reconocer el sacrílego reino italiano.

Si el más obligado por los títulos de la justicia, de la piedad y del
honor á defender al inocente le abandona, es más culpable que todos; y
esto ha hecho España, y con razón podemos decir, que por su aquiescencia
ha triunfado en el mundo la Revolución, cuando se entronizó en Roma.

Ahora España lamenta sus culpas tardíamente al tocar el abandono en que
Europa la ha dejado, semejante al abandono en que ella dejó al Romano
Pontífice.

       *       *       *       *       *

Nadie duda de que es grande el poder de los hombres; ellos perforan las
montañas, allanan los valles, cruzan los mares con la velocidad de los
vientos, encadenan los rayos de las tempestades y hacen que la luz
estampe en las cartulinas las maravillas de la creación; pero no pueden
suspender ni variar las leyes naturales, que son superiores al poder de
todos.

En el orden moral, los límites del poder humano son más extensos: pueden
los hombres despreciar la religión, conculcar la justicia, desconocer el
derecho, interrumpir la paz, y en el santuario de las leyes proclamar el
imperio de la fuerza bruta, del ateismo y de la Revolución: pero también
tienen potestad para venerar la religión, restablecer la justicia,
constituir el derecho, determinar las leyes, enaltecer la fuerza moral,
vencer la Revolución y condenar el absurdo ateismo; haciendo que reine
en el universo la fraternidad cristiana, la igualdad y la libertad
verdaderas, heraldos de la civilización y de la gloria del Salvador de
los hombres.



VII

     Voz de justicia...--Causas principales.--Su naturaleza y sus
     combates.--Luchas nuevas y problemas antiguos.--El progreso y la
     civilización desnudos.--Los sentimientos humanitarios
     desenmascarados.--La justicia salvadora.


Según las ideas en que se inspiran, las aspiraciones que tienen, los
hechos que realizan, y por ende, los méritos que contraen, reciben las
sociedades, daños ó beneficios, según el orden de la justicia que reina
sobre todos los seres morales.

Como las naciones no tienen más que la vida presente, en ésta son
premiadas con bienes temporales, ó castigadas, ya cayendo ante la
injusticia de los hombres, ya siendo azotadas por la justicia divina,
como ha sucedido á nuestra patria, por haberse apartado de los senderos
del bien.

En todo el mundo no existen más que dos causas principales, la causa de
Dios y la causa de los hombres: la primera está representada y defendida
por la Iglesia y por los fieles que le están sumisos, la segunda no
tiene institución propia y la representan los hombres libres con las
asociaciones que forman y la propagan con las fuerzas de su ingenio y de
su efímero poder.

La primera es inmortal, y transitoria la segunda: pero si la causa de
Dios no puede faltar en el mundo, se debe tener presente que no se halla
vinculada á una ú otra región, á esta ó aquella raza, es la causa de
todo el género humano y puede acabarse en unos pueblos y propagarse en
otros.

Hasta el presente, por ejemplo, la causa de Dios ha tenido su vida y su
representación propia en nuestras colonias: de aquí en adelante podrá
vivir en ellas la Iglesia católica, pero no como vive la madre entre sus
hijos.

¿Por qué se ha obrado este cambio, sino porque allí ha triunfado la
causa de los hombres?

Dios permite el triunfo de la injusticia para castigar á los pueblos que
han dejado de sostener dignamente su causa; y la Iglesia, al sufrir las
consecuencias del poder humano, se prepara para conseguir nuevas
victorias, mientras que la nación culpable es realmente castigada.

Ya la bandera de España, enarbolada por el genio de Colón, no existe en
el Nuevo Mundo, y los laureles que tremolándola alcanzaron tantos
insignes capitanes, se han marchitado; ya las hermosas bahías de la
Habana, de Puerto Rico y de Manila no reflejan los colores del pabellón
español izado sobre sus fortalezas; ya en los días de los _patronos_ de
España no será saludado con el estampido de los cañones en aquellos
mares; ya la armoniosa lengua de Castilla no dictará leyes á ambos
mundos; ya se han desprendido las mejores perlas de la rica corona de
los reyes católicos, ya la soberanía de España no existe en América ni
en la Occeanía.

       *       *       *       *       *

La indiferencia con que verá el mundo ese cambio de soberanía, no
podemos tenerla nosotros, que vemos interrumpido el destino de España,
vemos las luchas de las razas y el triunfo de la fuerza contra el
derecho, que señala rumbos peligrosos á la civilización.

Había la cristiandad quitado á las guerras la ferocidad y la barbarie, y
no pudiendo evitarlas enteramente (porque habrá guerras mientras haya
hombres ambiciosos y enemigos de la paz) las había reducido á las justas
y á las de legítima defensa; y para librar á los guerreros de sus deseos
de venganza y del latrocinio, hizo de la milicia una profesión noble y
hasta religiosa. Las órdenes militares fueron en los siglos cristianos
el modelo de los ejércitos civilizados, que servían á la causa de la
justicia.

Pero ni los hombres ni los pueblos en general, quieren ya servir la
causa de Dios, y tremenda y llena de problemas difíciles se presenta la
causa de humanidad, emancipada de la Iglesia.

¿Quién obtendrá en el mundo la hegemonía?

¿Será la raza anglo-sajona, arrebatando á la latina su antigua
preeminencia?

¿Quién dominará al envejecido Oriente?

¿Cuál será el porvenir de la raza amarilla y de los pueblos infieles?

¿En el siglo XX, será el mundo católico ó presa del anarquismo?

En lo humano, todo lo que haya de suceder parece que está sujeto á la
potencia de los acorazados y al poder de los cañones y de los fusiles de
tiro rápido: pero éstos se pueden caer de las manos de los mercenarios,
los otros derrumbar las murallas de la iniquidad, y aquéllos hundirse en
los mares; y sobre las ruínas del poder de los hombres, irá adelante la
nave de la Iglesia conduciendo todo lo que se salve de la catástrofe de
la iniquidad.

Un día se oyó en el mundo una palabra que no había salido de las
academias de Grecia, ni de los liceos de Roma, ni de las Sinagogas de
los judíos, ni era el oráculo de los templos paganos, ni la voz de la
ciencia antigua; y esa palabra que oyeron los habitantes de Jerusalem,
los del Ponto y la Galacia, los de Siria y la Bitinia, los que habitaban
la Mesopotamia, los persas, griegos y latinos, hizo que todos los
hombres se reconocieran como hermanos, porque era la palabra de Dios: y
después de diez y nueve siglos, aquellos que se tienen por humanitarios
y civilizados, destruyen en lo posible los efectos de esa palabra divina
y renuevan las guerras de razas y la lucha de los fuertes contra los
débiles.

En los pueblos antiguos, muchos de los problemas modernos estaban
resueltos por la ignorancia, la esclavitud y la tiranía: pero las
sociedades cristianas no pueden soportar por mucho tiempo el dominio de
la fuerza, ni vivir como esclavas, ni tolerar los absurdos de la
impiedad: por esta causa, en unas latente, en otras manifiesta, existe
en todas las naciones esa lucha de la verdad contra el error, de la
justicia contra la iniquidad, del derecho contra la fuerza, ya proceda
ésta de los reyes, ó de los pueblos por medio de los presidentes de las
Repúblicas.

       *       *       *       *       *

Si los principios y las doctrinas de la civilización moderna fueran
verdaderos, buenos y conformes á la naturaleza y al fin de las
sociedades, es indudable que serían mejores y más perfectas aquellas en
las cuales, su aplicación é imperio no tuvieran límites, ni hallaran
obstáculo alguno: y si son falsos, perjudiciales y opuestos al bien
general, es evidente que llevarán mayor ó menor perturbación y daños á
las sociedades en que sean admitidos y practicados con más ó menos
extensión y sentido lógico.

No cabe duda de que la corrupción de las costumbres, la iniquidad
triunfante, la fuerza en lugar del derecho, la indiferencia religiosa en
unos hombres, la impiedad sistemática en otros, la oposición de los
gobiernos á la autoridad de la Iglesia, la audacia de los herejes y de
los sectarios, fomentada por la licencia más absurda, las intrigas de la
masonería y todas las pasiones sin freno, son frutos propios de esos
principios deletéreos y de esas falsas doctrinas, que han penetrado en
el espíritu y en la vida de los pueblos separados de Dios.

Los Estados-Unidos ofrecen un ejemplo notable.

Constituídos conforme á las doctrinas de la independencia y de la
indiferencia religiosa, de la secularización social y de la libertad en
todas sus manifestaciones, habían de verse allí los efectos naturales
del sistema.

Allí se han realizado los sueños de la democracia, los deseos de los
republicanos, las aspiraciones de los hombres que no quieren religión
del Estado, ni mandamientos divinos en la vida pública: allí el
pensamiento es libre y la prensa libérrima y los ciudadanos no tienen
más restricciones en sus actos públicos que la de sus faltas y la vara
del polizonte; allí el pueblo manda, la masonería impera y gobierna la
opinión pública; allí el último aventurero que llega, puede después de
algunos años, presidir á setenta y cinco millones de hombres; y
halagando sus pasiones y favoreciendo sus intereses, arrastrarlos á las
empresas más inícuas y descabelladas: allí, donde las riquezas son tan
caudalosas como sus ríos, y son fabulosos sus inventos y sus ciudades
soberbias como Babilonia, allí debían presentarse desnudos el progreso y
la civilización y desenmascarados los sentimientos humanitarios y todas
las mentiras del siglo presente; porque superior á todo lo ingenioso,
útil y naturalmente bueno que tengan los Estados-Unidos, es la
injusticia, el atropello y la barbarie que han cometido con España y
están cometiendo con Filipinas.

       *       *       *       *       *

Siendo Dios tan justo y bueno, no podía permitir sin altísimos fines los
males que vemos y tocamos.

Entregado el mundo á las locuras de las invenciones humanas, necesitaba
en este fin de siglo una lección ejemplar para que aprendiera, que ni
los hombres, ni los pueblos, pueden ser justos sin la justicia divina.

Nuestra patria se iba apartando de ella, y los Estados-Unidos han
querido ser algo más que el azote de Dios, y poseídos de loca ambición y
de codicia insaciable, emprenden otra guerra de conquista al imponer su
soberanía á las islas Filipinas, contra la voluntad de sus naturales.

Se ha dicho que nunca fueron buenas las segundas partes, y así resulta
patente la iniquidad y la traición de los norteamericanos en esa guerra
en que un pueblo libre quiere privar á otro de su independencia.

Emancipados de España por el triunfo de la insurrección que ellos
favorecieron, tienen los filipinos derecho á su independencia natural; y
toda conquista que se haga por los americanos es injusta y contraria al
derecho de gentes: pero empeñándose los Estados-Unidos en proseguir su
falta, la agravarán cometiendo el crímen de exterminar un pueblo para
dominarlo, y las grandes naciones civilizadas que presencian ese
horrible espectáculo y no lo impiden, se hacen cómplices de la
injusticia y de la inhumanidad de los Estados-Unidos, que demuestran con
los hechos cuán bárbaro es el progreso moderno y qué horrible es la
civilización, que emplea sus fuerzas poderosas en el latrocinio y en el
asesinato.

Si nuestra patria hubiera expiado todas sus faltas, ninguna ocasión como
la presente para conocer que no puede hallar justicia en las naciones
civilizadas con la civilización moderna; y que el hambre y sed de
justicia que siente para reparar sus desastres y regenerar su vida, sólo
sus hijos pueden satisfacerla, buscando esa justicia salvadora que eleva
á los pueblos, librándolos de las miserias del pecado.

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VIII

     Voz de esperanza...--La gran crísis.--Palabras de moda. Todos
     conformes.--Programa de regeneración.--Los temores de Silvela.--El
     pueblo español, el gobierno y la Iglesia católica.

      _Por la espaciosa esfera de este mundo_
    _En alas de la dulce libertad_
    _Un pueblo á la ventura caminaba._
    _Hasta que llegó á dar en el profundo_
    _Abismo de su loca veleidad,_
    _Que le impide la marcha que llevaba:_
    _Y por temor á la cercana muerte_
    _Párase al fin á deplorar su suerte._


Como expresan una verdad notable y se acomodan á nuestro propósito,
tomamos de un poeta mediocre estos pensamientos.

Es evidente que nuestra patria venía caminando sin rumbos fijos,
arrebatada por el torbellino de insensatas aspiraciones y de falsos
ideales, que la han traído á una crísis espantosa.

¿Se agravará más la enfermedad que padece, ó empezará España á mejorarse
hasta recobrar enteramente la salud?

Esto es lo que ahora hemos de considerar.

       *       *       *       *       *

Hay palabras afortunadas como algunas personas y cosas, que llegan á
estar de moda, cual los últimos figurines venidos de París.

En el siglo presente, la palabra _libertad_ no ha reconocido fronteras:
en todos los pueblos se ha aclamado y en algunos llegó á la apoteosis.

Desde el siglo XVI, la palabra _Reforma_ viene resonando por todas
partes: la Iglesia consideró necesaria la Reforma y comenzó á hacerla,
pero sus enemigos tomaron la bandera y por ellos se hizo la _falsa
Reforma_.

Y desde entonces todo se ha querido _reformar_ en el mundo: las ciencias
y las artes, el derecho y las leyes, las costumbres y la sociedad, y
todo se ha trastornado, como lo fué la religión en las naciones en que
triunfó el protestantismo: los hombres no pueden tocar los principios
sagrados de la religión, de la sociedad y de la familia, sin profanarlos
y destruírlos.

España, la nación más libre del universo con la libertad de los hijos de
Dios, quiso también, mal aconsejada, tener su _libertad liberal_ y sus
_reformas políticas_, y desde esa fecha su decadencia se precipitó, como
la bola puesta en un plano inclinado.

La catástrofe que nos aflije, ha hecho olvidar á muchos las palabras
_reforma_ y _libertad_, para recordar á todos la palabra REGENERACIÓN.

Ésta es la que se oye por todas partes, la que escriben los periodistas,
la que proclaman las asambleas del comercio, la que invocan los
políticos fracasados y la que sirve de bandera á los que ambicionan el
poder.

Quiera Dios que ya que tan cara nos ha costado la _libertad_, y tan mal
nos han salido todas las _reformas_, que no caigamos en más hondo abismo
al emprender el camino de la _regeneración_ de la patria.

       *       *       *       *       *

Pocas veces se manifiestan en una nación unánimes los pareceres, como
ahora entre nosotros.

Todos los españoles, ya inocentes, ya culpables, ora blancos, ora rojos,
estamos conformes en dos cosas: en que nuestra patria se halla
necesitada de una urgente y completa _regeneración_, y en que todos los
políticos son culpables de su actual abatimiento: lo primero es verdad
de sentido común, y lo segundo lo han declarado los mismos interesados,
desde Montero Ríos con su cuento de Meco, hasta Canalejas que sigue
siendo político _por expiación_.

Tan grandes son las calamidades que sobre nosotros pesan, tan terribles
las decepciones que hemos sufrido, tan notorias las faltas y desaciertos
de los políticos, y, por último, tan tremendos los castigos á que Dios
nos ha sometido, que han abierto los ojos á los que no querían ver y á
los insensibles les han dado exquisita sensibilidad; por este motivo y
excepcionalmente es ahora general y verdadera la opinión de los
españoles.

Mas por desgracia nuestra y porque España tiene, sin duda, que pasar
todavía por muchas amarguras, esta conformidad desaparece apenas se
trata de lo que ha de constituir la regeneración.

       *       *       *       *       *

Se han dado ya á luz muchos programas regeneradores: con uno bueno y
bien practicado nos contentaríamos todos los que queremos se haga el
milagro, sea éste ó aquél santo el salvador de España.

Quieren unos, que la regeneración sea ó empiece por el orden económico;
otros por el político social, y algunos creen que ha de ser moral y
religiosa.

Los primeros no piensan más que en el aumento de las riquezas por medio
de la explotación de sus fuentes y del desarrollo de la industria y del
comercio.

Los segundos, piden reformas políticas y sociales para que las
libertades públicas y las iniciativas de cada uno produzcan todos los
frutos que han impedido los vicios del sistema y las faltas de los
gobiernos.

Y los que piden la regeneración moral y religiosa desean que se comience
por negar al error, á las sectas y á la impiedad los derechos que no
tienen, y se proclame el respeto y la obediencia á las leyes divinas
antes que á las humanas.

Los políticos que han pedido y alcanzado el poder después de los grandes
desastres, no podían menos de llevar al gobierno sus programas de
regeneración, que, como es natural, se habían de refundir en el del
presidente del consejo de Ministros.

Ya nadie se acuerda del programa de Polavieja, ni de las tendencias
regionales de otros Ministros, y para la regeneración de España sólo nos
queda oficialmente el programa de Silvela: mas como este señor, desde
que quiso presidir el gobierno de la nación, ha dado tantos programas,
tenemos que reducirlos á su común esencia, esto es, _á la selección, á
la liquidación y á la moralización_.

Selección entre las personas, liquidación de las colonias, moralidad en
la administración.

Ya hemos visto como ha cumplido el Sr. Silvela la primera parte,
recusándose para que entraran en el Congreso los masones y los traidores
de la patria.

La segunda la ha realizado sin dificultad, firmando la venta á Alemania
de los tres archipiélagos que nos quedaban en la Occeanía; y la última
queda aplazada hasta que el Sr. Villaverde reuna nuevos fondos públicos
que puedan ser bien administrados.

Estas son las partes positivas del programa regenerador, que á nadie
satisface, ni á los mismos que de él están viviendo políticamente.

Ahora debemos ocuparnos en la parte negativa, que es, sin duda alguna,
la más interesante.

       *       *       *       *       *

Todos los que conocen al Sr. Silvela ó se fijan en sus declaraciones,
saben muy bien que tiene dos grandes temores: teme á _la reacción_ y á
_la dictadura_; y como no le falta talento, sus razones tendrá para
manifestar estos temores.

Nosotros sólo podemos juzgar de que iría del brazo del mismo Morayta,
porque no le tengan por reaccionario; y respecto de la dictadura, como
él no puede ejercerla y ella le privaría del poder, por esta causa la
teme.

Pero estas son razones extrínsecas, y nosotros vamos en busca de las
fundamentales.

Temen todos los políticos liberales _la reacción_ y _la dictadura_,
porque ellas solas pueden regenerar á España, y ellos, si quieren, no
pueden.

Por la cabecera de un ilustre enfermo han pasado todas las notabilidades
médicas de la nación; y ya en juntas consultivas, ya particularmente
imponiendo su parecer el médico de cámara, han ensayado con el paciente
toda clase de métodos curativos, agotando la farmacopea y no olvidando
los modernos específicos: en lo que más se han manifestado conformes es
en que el enfermo necesitaba mucha libertad y nada de reposo, ni de
molestas ligaduras, ni cáusticos.

Y después de muchos años, el enfermo no consigue el menor alivio y va
perdiendo las fuerzas hasta el extremo de que algunos doctores han
declarado, que no sienten ya el pulso indicador de la vida.

Pero es lo cierto, que todos convienen en que la enfermedad no es
mortal, que el ilustre enfermo puede aliviarse y recobrar la salud
perdida: luego si no mejora, es por la deficiencia de las medicinas ó
por culpa de los médicos, que ignoran las más eficaces ó tienen interés
en que continúe la enfermedad para cobrar sus honorarios.

¿Quién no ve en ese ilustre enfermo al pueblo español, que no han podido
vigorizar ni engrandecer todos los políticos que con el sistema liberal
se propusieron hacerlo feliz y poderoso?

Algunos de la familia quieren que se llamen á los curas á ver si con sus
exhortaciones y consejos consiguen mejorarlo.

Nunca está demás un sacerdote á la cabecera de un enfermo; pero la
misión de la ciencia hay que dejarla á la ciencia misma; y en este caso
con mayor motivo.

España no se puede reconstituir sin la política y sin los políticos; la
una y los otros son necesarios para gobernar á los hombres en sociedad:
así lo ha ordenado. Él mismo que dispuso fuera su Iglesia dirigida y
gobernada por sus ministros.

Si una mala política y unos políticos peores han degradado y corrompido
á España, otra política y otros hombres podrán regenerarla.

Y no hay que juzgar las doctrinas por los hombres, sino á éstos por sus
doctrinas; y como los liberales están ya por ellas juzgados y condenados
hasta en su propio juicio, no es posible que ninguno de ellos, ni sus
partidos puedan regenerar á España.

Los buenos médicos procuran una reacción en sus enfermos cuando es
necesaria; ¿por qué los políticos, como Silvela, temen á la reacción, si
es indispensable para salvar á nuestra patria de la presente crísis? ¿Y
si esa reacción no puede verificarse más que por una especie de
dictadura, venga mil veces la dictadura franca, antes que una sola vez
la mayor postración de España?

Hagamos, por lo tanto, los sacrificios necesarios para librar á nuestra
amada patria de todos sus enemigos interiores y después de los
exteriores.

       *       *       *       *       *

Engañan al pueblo y lo seducen criminalmente, todos los que dicen que es
soberano, y luego se burlan de su ignorancia, lo explotan y dominan,
constituyéndose en sus maestros y representantes.

El pueblo nunca ha sido, ni es, ni será soberano en el sentido que le
dan los liberales: el pueblo debe ser objeto de la solicitud y del amor
del soberano; para el pueblo, Dios ha constituído los poderes públicos;
la Iglesia y el Estado existen para servir, dirigir, enseñar y salvar á
los hijos del pueblo.

Siempre menor, no tiene el pueblo la inteligencia de las clases
elevadas; pero tiene el sentido común y razón suficiente para conocer á
los gobernantes que se interesan por su bien y le hacen justicia, y
entonces los ama y muere por defenderlos; pero cuando son egoistas ó
injustos, como los gobiernos liberales y no está el pueblo del todo
sugestionado, entonces desprecia á esos gobernantes, no los ama y sólo
quiere el remedio de sus males.

Sin poder directo para el gobierno de los pueblos en lo temporal, Dios
ha puesto á su Iglesia entre los gobernantes y los gobernados, para
hacer á éstos dóciles con sus doctrinas y preceptos saludables, y á los
otros, justos y benéficos.

Cuando á título de una independencia mal entendida y de una libertad
falsa se prescinde de la Iglesia, entonces los gobiernos se ven privados
en el cumplimiento de sus deberes de las luces superiores, y los pueblos
no tienen quien los proteja y libre de la ambición de los hombres y del
despotismo de los imperantes; si las potestades públicas yerran y no son
justas y buenas algunas veces, ahí está la Iglesia, que es infalible y
santa, instituída por Dios en el mundo para dirigirlas y salvarlas.

[imagen decorativa]



IX

     Voz de temores...--El exceso del mal.--Los odios.--Los políticos de
     oficio y la Revolución de arriba.--Nuestra dedicatoria.--El todo
     por el todo.


Muy fundados son los temores de España ante el gran problema que tienen
que resolver sus hijos con la mayor urgencia.

Muchos, con infantil candidez, han venido creyendo, que cuando llegaran
las cosas públicas al exceso del mal, entonces vendría el remedio
impuesto por la dura ley de la necesidad.

Ahora conocerán, que de los males sólo Dios puede tomar ocasión para
superarlos con la abundancia de bienes: el mal, por su naturaleza,
produce el mal, como la corrupción insectos inmundos.

Mal, muy mal llegó España á encontrarse al principio del siglo; peor
después cuando perdió sus grandes colonias en América, y en la península
adquiere ardor bélico la división de los españoles; y acabadas las
primeras guerras civiles, confiaron muchos en que la paz nos daría
alguna bienandanza; pero una revolución insensata abrió las puertas del
abismo para derramar sobre España innumerables plagas, que han sido,
como los gérmenes de las que ahora lamentamos, sin consuelo ni alivio.

Todavía, nadie lo dude, podemos estar peor y llegar á ser fácil presa de
nuestros implacables enemigos, si al torrente de las calamidades que nos
arrastra, no oponemos el remedio que está á nuestro arbitrio, cegando
con valor las fuentes del mal con el bien en pro de la nación.

       *       *       *       *       *

Hay males más terribles para un pueblo que la pérdida de sus bienes y de
una parte de su territorio y la muerte de millares de sus hijos, y esos
males son los odios de unos ciudadanos contra otros por las diversas
ideas y sentimientos que dominan en los ánimos y que se manifiestan en
las grandes crísis.

Hemos visto con inmenso dolor á algunos españoles, formar sectas y
asociaciones que han hecho traición á nuestra patria, y cuando sus
corifeos principales debían, por lo menos, estar avergonzados y
retirados de la vida pública llorando sus crímenes, se presentan audaces
á provocar á las víctimas de su iniquidad, excitando los odios contra
los inocentes.

Nadie podía creer que los Moraytas y Blasco Ibáñez, pidieran los
decretos de la Revolución en los tiempos de _la Regeneración_.

¿Cómo no ha de temer España que el odio enconado de sus hijos sea un
impedimento gravísimo para restañar sus heridas?

       *       *       *       *       *

Llamamos políticos de oficio, á todos los que por ambición, deseo de
lucro ó de aura popular, se dedican á la política: éstos son enemigos de
la autoridad que ellos no ejercen, del pueblo que avasallan para
dominarlo, y tienen por contrarios á todos los de su oficio que no los
favorecen ó no reconocen su jefatura ó partido.

Son, por lo general, excépticos, presuntuosos y tan audaces como lo
requiere la profesión. Para salvar las apariencias, proponen algo y
prometen más, y como todos no pueden á la vez explotar á la nación, han
inventado el turno de los partidos y ese convencionalismo político, que
es la mentira menos dañosa de sus falsos principios y procedimientos
corruptores.

¿Y creen algunos que esta clase de hombres podrán hacer un cambio
radical en el régimen del Estado, ó una revolución desde arriba?

Sueñan despiertos todos los que esperan algún eficaz remedio á nuestras
desgracias, procurado por semejantes políticos.

«El Sr. Silvela, ha dicho un escritor, ve claramente la necesidad de una
revolución, pero no la siente, ni en todo caso acierta á encontrarle la
embocadura.»

Si esto puede decirse, con verdad, del prohombre de la selección y
regeneración ¿qué se puede esperar de los demás?

Los liberales jamás echarán por tierra su obra: ellos no confesarán sus
errores, ni renunciarán á la centralización, ni suprimirán esos
organismos, que, como las diputaciones provinciales no sirven más que
para el fraude; ellos continuarán con el sufragio, sabiendo que es
mentira y tendrán caciques, aunque sea una barbaridad.

       *       *       *       *       *

Algunos de nuestros lectores, amigos de la claridad y enemigos de la
confusión, dirían al empezar este libro: ¿por qué lo dedicará su autor á
la Marina y al Ejército?

¿No es nuestra Marina la que ha perdido tantos buques sin causar apenas
daño á los enemigos?

Nuestro ejército ¿ha conseguido algunas victorias?

¿Cómo á una Marina que sumergió sus barcos, y á un Ejército que ha
entregado virgen la plaza más fuerte del Nuevo Mundo, se les hacen
laudables dedicatorias?

Además, el conde de las Almenas ha dicho: que había que subir al cuello
muchas fajas; y los tribunales de honor han expulsado á algunos como
indignos de llevar el uniforme militar, y sin duda quedan otros que
faltaron á sus deberes, descuidando á los soldados y no defendiendo sus
puestos con la diligencia y el valor necesarios.

¿Por qué, pues, se dedican obras á los que tan mal parados se hallan, y
no han hecho todo lo posible para salvar á la patria?

Nosotros no hemos dedicado nuestro trabajo á los culpables, que son una
excepción, sino á la Marina y al Ejército que se han sacrificado en el
cumplimiento de sus deberes y que han sido víctimas de la pésima
dirección de los políticos y de las malas artes de la política.

Dedicamos nuestro trabajo al Ejército y á la Marina, porque cuando
debieron sublevarse, han dado el ejemplo de la mayor disciplina, con el
cual, y con la expiación sufrida, han reparado las faltas de otros
tiempos; y como clases sujetas á una ley rigurosa, podrán, siendo fieles
á ella y á los intereses de España, contribuir poderosamente á su
regeneración.

Apesar de todas las teorías de libertad, de progreso y de civilización,
ó más bien por las mismas, la fuerza pública es hoy un elemento
importante en las sociedades, porque ella, bien dirigida y empleada,
tiene el objeto inmediato de conservar el orden y de hacer entrar al
mundo en razón, ya que de la razón prescinde.

Lo diremos sin rodeos: España no puede regenerarse sin que el Ejército y
la Marina deshagan la obra que con su ayuda se levantó; pues los
políticos de oficio, ni se arrepienten, ni se enmiendan, ni tienen
valor, ni fuerza moral para regenerarnos.

       *       *       *       *       *

Las naciones más civilizadas conservan su preponderancia, no abandonando
sus tradiciones y apoyándose en la fuerza: tienen del pasado el espíritu
nacional, y del presente los adelantos del siglo.

No se censura á Rusia porque siga en el cisma, ni á Turquía por que no
haya abolido la falsa leyenda del Alcorán, ni Alemania porque siga el
luteranismo, y sus sectas Inglaterra, y á España se le ha hecho por su
fe la guerra más despiadada por propios y extraños.

Todos los que han combatido nuestra fe con el pretexto de la libertad y
del progreso han sido los primeros enemigos de España, y hoy pueden ver
el fruto de su obra nefanda, y la necesidad que tiene nuestra patria de
salvarse, cueste lo que cueste.



X

RESUMEN Y CONCLUSIÓN


La luz brilla con un esplendor meridiano y todos los objetos se perciben
con facilidad: el movimiento que las auras imprimen á las plantas y á
las flores, anima de tal suerte la naturaleza, que forma un admirable
concierto con el canto de los pájaros y el murmullo de las fuentes: el
pintor que ante un paisaje semejante no hiciera un hermoso cuadro de
perspectiva, bien puede guardar sus pinceles y borrar de su paleta los
variados colores.

Guardaremos nuestra tosca pluma, sin emborronar en adelante más papel,
si á juicio de nuestros compatriotas no hemos logrado siquiera imprimir
en las páginas de este librito, algo de lo que todos vemos en la
atmósfera, en las nubes, y en el cielo que envuelven como un sudario el
dolor de España por sus muchas desventuras.

Hemos querido también consignar lo que la misma siente, y lo que desean
los españoles, y todo lo que hay, palpita y vive en este gran pueblo
español, digno de otra fortuna.

Por esta causa, en las voces de España hemos expresado todo lo que por
ella sentimos; y en las reflexiones damos á conocer toda la indignación
que abriga nuestro pecho contra sus bárbaros enemigos y los malos
españoles que la han puesto en el presente marasmo.

Si los cuadros en que hemos dividido nuestro trabajo no resultan tan
interesantes, dolorosos é instructivos como el asunto, es por nuestra
falta de habilidad y de suficiencia, que nunca deploramos más que ahora,
cuando tan grande es el amor patrio que debemos tener y manifestar.

Que los desaciertos y graves faltas de muchos españoles han traído sobre
España las actuales desgracias, es una verdad tan evidente, que los
mismos culpables lo confiesan: pero de las culpas de los españoles no
son jueces sus enemigos, que pueden ser, como son en realidad, más
culpables que nosotros; y como no sólo se han constituído en jueces,
sino en verdugos nuestros, debemos reconocer que Dios ha permitido tan
grande iniquidad para nuestro castigo; y para que se manifestase en un
gran pueblo toda la hipocresía, mentira y barbarie que encubren con su
espléndido ropaje el progreso y la civilización moderna.

Sabemos que á estas verdades y á los altos fines de la Providencia
divina, no se dan por muchos la importancia que tienen; pero el mundo
nunca se ha regido ni gobernado en lo que es transcendental, por el
parecer de los hombres, sino por las leyes del orden superior.

La España oficial, en gran parte, había olvidado estas leyes y quería
ser poderosa y prosperar con los errores y las invenciones humanas; así
ha caído en tan grande abismo.

¿Reconocerá al presente el orígen de sus desgracias, y se levantará
humilde procurando su remedio?

Mucho lo dudamos, porque no parece dispuesta á romper los ídolos que se
ha fabricado; y si no interviene la Providencia, todo lo podemos
considerar perdido.

No negamos que en el fondo del pueblo español hay todavía alientos para
empresas mayores que la de la regeneración de España; pero por una parte
no hay quien los excite y los dirija con éxito, para llegar al fin
necesario; y por la otra se hallan sojuzgados tantos españoles por los
bastardos intereses, por la ambición y las preocupaciones erróneas del
sistema liberal, que se puede desconfiar de su buena voluntad y del
espíritu de sacrificio que se necesita para salvar á España.

Los hombres y los principios que han arruinado á nuestra nación, no
pueden ciertamente regenerarla.

Pueden cambiar los hombres, pero no los principios, que son por su
naturaleza inmutables: y con doctrinas erróneas y un sistema corruptor,
y por lo tanto, desacreditado, como el liberal parlamentario, no es
posible que los hombres más hábiles, enérgicos y aun sabios, puedan
reconstituir una nación que lleva en sus entrañas el tósigo mortal.

La experiencia proclama esta verdad: que un pueblo no se regenera si no
vuelve á los principios y á las leyes que les diera el ser y la vida.

Hay, por lo tanto, imperiosa necesidad de abandonar mentirosos ideales,
doctrinas y procedimientos falsos y opuestos al carácter de nuestro
pueblo.

Todos los que hablan de regeneración y la quieren, y no tienen valor
para renunciar al falso sistema que nos ha dividido y desolado, ó
padecen una aberración ó no aman á España.

La obra es grande; todos los españoles estamos llamados á tomar parte en
ella, poniéndonos debajo de la bandera de aquéllos ó de aquél que estén
elegidos para sacar á nuestra patria del abismo en que se halla.

Contra el supremo interés de la nación, que no se levanten otros
intereses: estemos todos dispuestos á sacrificarlo todo por la patria.

Nos parece que desde el fondo de su atribulado espíritu nos dirige este
llamamiento para que la salvemos de los peligros que aún la rodean y
amenazan.

La voz de España es la que nos llama á la concordia y á la acción
generosa; ella conjura á todos los españoles para que acudamos
presurosos en su auxilio; ella ruega, suplica y pide á sus hijos que se
acuerden de sus grandezas pasadas y de sus males presentes: ella nos
conmina para que entendamos que Dios no ha permitido la gran crísis en
que se encuentra, sino para excitar el amor de sus hijos y levantarlos
de su postración, para que libres de los errores, podamos librarnos de
nuestros enemigos; y recobrando las perdidas energías, el valor
legendario y el heroismo, mostremos á las naciones que España no muere,
que si Dios nos ha castigado, ha sido para salvarnos; y que en tanto que
nuestros _soberbios enemigos_ serán humillados, se levantará el león
español para volver con sus rugidos á llenar al mundo de espanto y de
admiración.

FIN



ÍNDICE


Capítulos.                                                       Páginas

Dedicatoria.                                                         III

Advertencia.                                                         VII

I =La voz de España.=--Los ideales.--Carácter del
pueblo español y su degeneración.--Idem del
americano, deducido de su breve historia.--Elogios
que se han tributado á los Estados-Unidos.--La
venta de Cuba.--La guerra popular
y Mac-Kinley conquistador.                                             9

II =Voz de indignación...=--Importancia de la guerra
para España y los Estados-Unidos.--Causas
de la guerra.--El pueblo español y su gobierno.--Los
primeros desaciertos.--Cobardía monumental.--Duelo
á primera sangre.--Ellos
y nosotros.                                                           27

III =Voz de dolor...=--La guerra y la democracia.--Los
bárbaros del Occidente y sus ideales.--Anarquía
gubernamental.--El éxodo de la escuadra.--Invocación:
primeras víctimas.--Ansiedades.--Preparando
la catástrofe.--Santiago...
y abajo España.                                                       51

IV =Voz de desolación...=--Las ruínas de un imperio.--La
decadencia de una nación.--La fatalidad
y el progreso.--No hay efecto sin causa.--El
fin de la guerra.--Consummatum est.                                   64

V =Voz de aflicción...=--Males sin remedio.--Culpas
de antaño, remordimientos de ogaño y notabilidades
oscurecidas.--Continuamos lo mismo.--Todo
ha fracasado.--El árbol maldito.--Una
esperanza.                                                            70

VI =Voz de queja...=--La Europa salvaje.--El origen
de la Revolución.--Aumento de los Ejércitos.--El
anarquismo.--Los ciegos en Roma
guiando á los ciegos.--Nuestro abandono.--El
poder que nos resta.                                                  80

VII =Voz de justicia...=--Causas principales.--Su naturaleza
y sus combates.--Luchas nuevas y
problemas antiguos.--El progreso y la civilización
desnudos.--Los sentimientos humanitarios
desenmascarados.--La justicia salvadora.                              89

VIII =Voz de esperanza...=--La gran crísis.--Palabras de
moda.--Todos conformes.--Programa de regeneración.--Los
temores de Silvela.--El
pueblo español, el gobierno y la Iglesia católica.                    96

IX =Voz de temores...=--El exceso del mal.--Los ódios.--Los
políticos de oficio y la Revolución de
arriba.--Nuestra dedicatoria.--El todo por el
todo.                                                                103

X =Resumen y conclusión.=                                            107

[imagen decorativa]

PRECIO: 50 CÉNTIMOS

Se vende en la Librería de San José, Francos nº 8--SEVILLA.

       *       *       *       *       *

Errores corregidos

Todas las deficencias y fraudes=> Todas las deficiencias y fraudes {pág
iii}

cuando al monotono arrullo=> cuando al monótono arrullo {pág iii}

leimos en nuestra juventud=> leímos en nuestra juventud {pág v}

hecha el ludribio de las naciones=> hecha el ludibrio de las naciones
{pág 9}

Voz de aflixión=> Voz de aflicción {pág 10}

juntamente son el atraso intelectual=> juntamente son el atraso
intelectual {pág 15}

Ahora un, pueblo de mercaderes=> Ahora, un pueblo de mercaderes {pág 16}

el poder y las prosperidad=> el poder y la prosperidad {pág 32}

M. Adams prevía bien la dificultad de la anexión=> M. Adams preveía bien
la dificultad de la anexión {pág 23}

le primeire droit le force=>le premier droit le force {pág 29}

los fenómenos metereológicos=> los fenómenos meteorológicos {pág 31}

del progreso y de la civilizacion=> del progreso y de la civilización
{pág 43}

En la memoria de todos los españoles quedaran impresos=> En la memoria
de todos los españoles quedarán impresos {pág 47}

sálvense los princios=> sálvense los principios {pág 48}

España desmembrada y arruínada=> España desmembrada y arruinada {pág 48}

había de preveer interminables desgracias=> había de prever
interminables desgracias {pág 49}

fuera esclava de todas las concupiscencia=> fuera esclavo de todas las
concupiscencias {pág 51}

el día fatal de una guerra incidiosa=> el día fatal de una guerra
insidiosa {pág 56}

la hora del descenlace=> la hora del desenlace {pág 63}

éste restaurador civi=> éste restaurador civil {pág 73}

hombres sin agnegación y sin carácter=> hombres sin abnegación y sin
carácter {pág 69}

porque no han sabido guardar la una, ni ser fieles á la otra=> porque no
han sabido guardar la una, ni ser fieles á la otra! {pág 71}

la dejarse dominar=> la de dejarse dominar {pág 79}

Más en una hora fatal=> Mas en una hora fatal {pág 79}

un hombre superir=> un hombre superior {pág 79}

la regeración de España=> la regeneración de España {pág 79}

recorren las comarcas y desvantan los pueblos=> recorren las comarcas y
devastan los pueblos {pág 82}

Voz de juzticia=> Voz de justicia {pág 90}

es evidente que llevaran mayor=> es evidente que llevarán mayor {pág 92}

con las errores=> con las errores {pág 109}

primeras victimas=> primeras víctimas {pág 111}





*** End of this LibraryBlog Digital Book "La voz de España contra todos sus enemigos" ***

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