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Title: Descripción colonial, libro segundo (2/2)
Author: Lizarraga, Reginaldo de
Language: Spanish
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Notas del Transcriptor:

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  BIBLIOTECA ARGENTINA

  PUBLICACIÓN MENSUAL DE LOS MEJORES LIBROS NACIONALES

  DIRECTOR: RICARDO ROJAS

  14

  Descripción Colonial

  POR

  Fr. Reginaldo de Lizárraga

  (LIBRO SEGUNDO)

  [Ilustración]

  BUENOS AIRES

  LIBRERÍA LA FACULTAD, DE JUAN ROLDÁN

  436--FLORIDA--436

  1916



ORÍGENES DE ESTA BIBLIOTECA


I.--El año 1909, Ricardo Rojas proyectó por primera vez esta BIBLIOTECA,
como parte integrante de su más extenso plan de educación democrática,
que llamó _La Restauración Nacionalista_, en el informe sobre nuestra
enseñanza, presentado entonces al ministro de Instrucción Pública,
doctor Rómulo Naon. (Véase en la citada obra el capítulo VII, páginas
430-434, y en el Apéndice, el acápite número 2, páginas 482-483.)

II.--En 1910, Ricardo Rojas, delegado al Congreso de Bibliotecas,
reunido para el Centenario en Buenos Aires, renovó su iniciativa del año
anterior, concretándola más aun, y dicha asamblea de educadores la
aceptó por unanimidad, despues de oir, en sesión presidida por el
profesor Pablo Pizzurno, los fundamentos y propósitos del autor. (Véase
el proyecto y el voto pertinente del Congreso en _La Nación_ y _La
Prensa_ del mes de junio de 1910.)

III.--En 1911, este proyecto de fundar una Biblioteca popular de autores
argentinos, fué adoptado por el presidente del Consejo de Educación
doctor José M. Ramos Mejía, quien, con la lealtad que le era ingénita,
llamó espontáneamente al autor de la idea para ofrecerle la dirección y
le pidió que redactara un informe ó prospecto sobre la proyectada
Biblioteca. Ricardo Rojas accedió, indicando los mismos autores que
publicaremos nosotros, con idéntico formato, precio y periodicidad; pero
la renuncia del presidente Ramos Mejía, frustró tan generosa tentativa.
(Véase en el _Monitor de la Educación Comun_, tomo XXXIX, número 466,
páginas 105-112, los antecedentes de este asunto y el proyecto de
Rojas.)

IV.--En 1912, la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires, confió
á Ricardo Rojas la nueva cátedra de «Historia de la Literatura
Argentina» y en la conferencia inaugural de su curso, leida el 7 de
junio de 1914 en el anfiteatro de dicha facultad, encareció la urgencia
de organizar, como base de sus estudios, la bibliografía nacional,
restaurando textos corrompidos ó divulgando los olvidados, á fin de
popularizar sus enseñanzas. (Véase dicha conferencia, parágrafo X, en el
tomo XXI de la Revista de la Universidad de Buenos Aires.)

V.--En 1913, la iniciativa teórica de Ricardo Rojas, tan lentamente
madurada, se convirtió en resolucion de fundar la BIBLIOTECA ARGENTINA
por iniciativa particular, y no disponiendo él de medios para hacerlo,
nos convenció de que debíamos acompañarlo como editores en esta empresa
de cultura popular, segun tuvimos ocasion de publicarlo entonces, en
nuestro primer prospecto dirigido á los futuros suscriptores. (Véase
nuestra circular, que se titula BIBLIOTECA ARGENTINA, fechada y
repartida en julio de 1914.)

VI.--Tal es el origen, públicamente documentado, de la BIBLIOTECA
ARGENTINA que Ricardo Rojas dirigirá, por el derecho que le da su
iniciativa y su versación en estas cuestiones. Realizaremos esta empresa
casi en la misma forma y con los mismos libros del proyecto que presentó
al doctor Ramos Mejía. La sanción que esta idea recibiera en el
Ministerio de Instrucción Pública (1909), en el Congreso de Bibliotecas
Populares (1910), en el Consejo de Educación (1911), han influido en
nuestro ánimo, pero declaramos que nuestra confianza estriba, sobre
todo, en el sólido prestigio de su iniciador. Nuestro éxito dependerá,
no de la idea, sino del plan y el método. Lo que no hizo el Estado, lo
hará la iniciativa particular. Desde 1914 hemos esperado para lanzarnos
á la publicidad, tener un número discreto de suscriptores. Ya lo
tenemos; pero aun con ellos, esta es una aventura patriótica, y probamos
no perseguir ganancias, con sólo invocar el delicado trabajo que demanda
cada tomo al Director, y el precio popular de nuestras ediciones.

EL EDITOR.



  BIBLIOTECA ARGENTINA

  Volumen 14



  BIBLIOTECA ARGENTINA

  PUBLICACIÓN MENSUAL DE LOS MEJORES LIBROS NACIONALES

  DIRECTOR: RICARDO ROJAS

  14

  Descripción Colonial

  POR

  Fr. Reginaldo de Lizárraga

  (LIBRO SEGUNDO)

  [Illustration]

  BUENOS AIRES

  LIBRERÍA LA FACULTAD, DE JUAN ROLDÁN

  436--FLORIDA--436

  1916



  ÍNDICE


  LIBRO SEGUNDO

  DE LOS PRELADOS ECLESIÁSTICOS DEL REINO DEL PERÚ, DESDE
  EL REVERENDÍSIMO DON JERÓNIMO DE LOAISA, DE BUENA
  MEMORIA, Y DE LOS VIRREYES QUE LO HAN GOBERNADO, Y
  COSAS SUCEDIDAS DESDE DON ANTONIO DE MENDOZA HASTA
  EL CONDE DE MONTERREY, Y DE LOS GOBERNADORES DE
  TUCUMÁN Y CHILE.
                                                     _Págs._

  I.--De los prelados eclesiásticos                     11

  II.--Del ilustrísimo fray Hierónimo de
  Loaisa, arzobispo do Los Reyes                        13

  III.--Del ilustrísimo Mogrovejo                       20

  IV.--De los reverendísimos del Cuzco                  22

  V.--De los reverendísimos de La Plata                 27

  VI.--De los reverendísimos de Tucumán y
  Paraguay ó Rio de la Plata                            37

  VII.--De el licenciado Vaca de Castro, Blasco
  Núñez Vela y don Antonio de Mendoza                   38

  VIII.--Del Marqués de Cañete                          40

  IX.--Del Marqués de Cañete                            44

  X.--El Marqués llega á Trujillo                       46

  XI.--Parte el Marqués de Trujillo                     50

  XII.--Entra el Marqués en Los Reyes                   52

  XIII--El Marqués hizo perdon general                  54

  XIV.--Cómo proveyó por gobernador de Chile
  á su hijo don García de Mendoza                       56

  XV.--Nombró el Marqués gentiles hombres
  lanzas y arcabuces                                    59

  XVI.--El Marqués quiso prender al doctor
  Sarabia, Oidor                                        62

  XVII.--De las entradas que en su tiempo se
  hicieron                                              64

  XVIII.--El Marqués mandó traer á Los Reyes
  los cuerpos de los Ingas                              72

  XIX.--El Marqués se mostró gran republicano           75

  XX.--De la muerte del Marqués                         80

  XXI.--De las virtudes del Marqués                     83

  XXII.--Cuán enemigo era de acrecentar tributos        88

  XXIII.--Del conde de Nieva                            91

  XXIV.--Del gobernador Castro                          93

  XXV.--Del Visorrey don Francisco de Toledo            99

  XXVI.--De la guerra que hizo al Inga                 105

  XXVII.--El Visorrey en su viaje se encontró
  con el gobernador Castro                             109

  XXVIII.--El Visorrey don Francisco de Toledo
  llega á Potosí y de allí á la ciudad
  de La Plata                                          111

  XXIX.--El Visorrey dió asiento á las tasas y
  cosas de Potosí                                      113

  XXX.--Salieron los Chiriguanas á besar las
  manos á don Francisco de Toledo                      116

  XXXI.--Refiérese la fiction Chiriguana               119

  XXXII.--El Visorrey don Francisco de Toledo
  convoca Audiencia, Sede vacante y
  prelados de las Ordenes, y pide parecer              121

  XXXIII.--Hace el Virrey informacion del milagro      128

  XXXIV.--Los Chiriguanas se huyen                     132

  XXXV.--El Visorrey don Francisco de Toledo
  determina ir á los Chiriguanas en
  persona                                              133

  XXXVI.--El Visorrey don Francisco de Toledo
  pide parecer si dará por esclavos á
  los Chiriguanas                                      135

  XXXVII.--El Visorrey manda al general don Gabriel
  entre contra los Chiriguanas
  por el camino de Santa Cruz                          138

  XXXVIII.--El Visorrey nombra capitanes y entra
  en la tierra Chiriguana                              138

  XXXIX.--El Visorrey nombra capitan á Barrasa,
  su camarero, y lo envia al pueblo
  de Marucare                                          143

  XL.--De la hambre que comenzaba en el
  real, y enfermedad del Visorrey                      146

  XLI.--El Visorrey manda volver el campo al
  Perú                                                 148

  XLII.--Lo que subcedió al general don Gabriel
  Paniagua                                             151

  XLIII.--Despide los soldados el Visorrey y llega
  á la cibdad de La Plata                              153

  XLIV.--Del Capitan Francisco Draque, inglés,
  que entró por el estrecho de Magallanes              154

  XLV.--La Inquisicion vino á este reino               164

  XLVI.--De las virtudes del Visorrey don Francisco
  de Toledo                                            167

  XLVII.--Don Martin Enriquez, Visorrey destos
  reinos                                               169

  XLVIII.--El conde de Villar, Visorrey destos
  reinos                                               171

  XLIX.--Su Majestad provee á don García de
  Mendoza por Visorrey destos reinos                   178

  L.--Quito no quiere recibir las alcabalas
  y medio se rebela                                    181

  LI.--El Marqués tiene aviso de Chile que
  un pirata inglés ha llegado aquella
  costa                                                186

  LII.--Parte la armada del puerto en busca
  del enemigo, agua arriba                             190

  LIII.--Vuélvese la armada al puerto                  195

  LIV.--El Marqués despacha segunda vez en
  seguimiento del enemigo                              197

  LV.--De la jornada y descubrimiento que
  hizo el adelantado Alvaro de Amendaña                201

  LVI.--[De cómo los nuestros llegaron á una
  isla poblada de negros, y de las refriegas
  que con éstos hubo]                                  207

  LVII.--[De la muerte que el Adelantado Mendaña
  hizo dar al Maese de campo]                          213

  LVIII.--[Donde se dice el fin que tuvieron Malope
  y el Adelantado Mendaña]                             216

  LIX.--[De cómo los nuestros llegaron á las islas
  Filipinas y luego volvieron al Perú].                217

  LX.--Sola una desgracia le subcedió al Marqués.      219

  LXI.--Del ilustrísimo Arzobispo de México.           221

  LXII.--Del camino de Talina á Tucumán.               224

  LXIII.--Del valle de Salta, Comarca y Calchaquí.     230

  LXIV.--De la cibdad de Esteco.                       232

  LXV.--De la cibdad de Santiago del Estero.           233

  LXVI.--De la cibdad de Córdoba.                      237

  LXVII.--De los gobernadores que ha habido en
  Tucumán desde el Marqués de Cañete
  acá.                                                 239

  LXVIII.--Del reino del Paraguay.                     243

  LXIX.--Del puerto y pueblo de Buenos Aires.          219

  LXX.--De la provincia de Cuyo, en términos
  de Chile.                                            253

  LXXI.--De la cibdad de Mendoza.                      256

  LXXII.--Del camino de Mendoza á Santiago de
  Chile.                                               257

  LXXIII.--Prosigue el camino de Copiapó á Coquimbo.   261

  LXXIV.--De la cibdad de Coquimbo.                    262

  LXXV.--De la cibdad de Sanctiago.                    266

  LXXVI.--De las demás cibdades de Chile.              271

  LXXVII.--De algunos otros pueblos deste reino.       273

  LXXVIII.--De la cibdad de Valdivia.                  276

  LXXIX.--De la cibdad de Osorno.                      278

  LXXX.--De la cibdad de Castro.                       280

  LXXXI.--De los obispos deste reino.                  281

  LXXXII.--De los prelados y religiosos de las
  Ordenes.                                             283

  LXXXIII.--De los gobernadores de Chile.              283

  LXXXIV.--Del gobernador don Alonso de Sotomayor.     288

  LXXXV.--Del gobernador Martin García de Loyola.      296

  LXXXVI.--Del gobernador don Francisco de Quiñones.   300

  LXXXVII.--Del gobernador Alonso de Ribera.           301

  LXXVIII.--De las calidades de los indios de Chile.   304



LIBRO SEGUNDO

     De los prelados ecclesiásticos del reino del Perú, desde el
     reverendísimo don Jerónimo de Loaisa, de buena memoria, y de los
     Virreyes que lo han gobernado, y cosas sucedidas desde don Antonio
     de Mendoza hasta el Conde de Monterrey, y de los gobernadores de
     Tucumán y Chile.



CAPITULO PRIMERO

DE LOS PRELADOS ECLESIÁSTICOS


Habiendo tractado con la brevedad posible la discripcion deste reino del
Perú, sus ciudades, caminos, y las costumbres y calidades de los
naturales, y de los que nacen en él, nos es tambien forzoso tractar de
los obispos y arzobispos que habemos conocido y tractado, y comenzando
desde la ciudad de Quito, el obispo primero de aquella ciudad fué el
reverendísimo don García Diez Arias, clérigo, de cuya mano recibí siendo
muchacho la primera tonsura[1]; varon no muy docto, amicísimo del coro:
todos los dias no faltaba de misa mayor ni vísperas, á cuya causa venian
los pocos prebendados que á la sazon habia en la ciudad, é iglesia, y le
acompañaban á ella y le volvían á su casa. Los sábados jamás faltaba de
la misa de Nuestra Señora; gran eclesiástico; su iglesia muy bien
servida, con mucha música y muy buena de canto de órgano. En esta sazon
el obispado era muy pobre; agora han subido los diezmos y tiene bastante
renta. Era alto de cuerpo, bien proporcionado, buen rostro, blanco, y
representaba bien autoridad y la guardaba con una llaneza y humildad que
le adornaba mucho. Murió en buena vejez de ocasion de una caida de una
mula, no con poco sentimiento de todo el pueblo, que por padre le tenia.
El obispado comienza desde la ciudad de Pasto, cuarenta leguas más abajo
de Quito, hasta el valle de Jayanca, de quien habemos dicho.

  [1] Primero obispo de Quito, don García Diez Arias. (Nota
  marginal.)

Sucedióle el reverendísimo fray Pedro de la Peña, religioso de nuestra
sagrada religion, habiendo sido primero provincial en la provincia de
México, maestro en Teologia, donde vivió y la leyó más de veinte años;
varon docto y muy cristiano, y gran predicador y celoso del servicio de
Nuestro Señor y del bien y conversion de los indios; murió en la ciudad
de Los Reyes; dejó su hacienda á la Inquisicion.

Despues de la muerte del cual fué algunos años gobernado aquel obispado
por la sede vacante, hasta que fué proveido por obispo della el
reverendísimo fray Antonio de San Miguel, de la Orden del seráfico San
Francisco, varon apostólico, el cual habiendo sido provincial en este
reino fué proveido por obispo de la Imperial, del reino de Chile, donde
gobernó con mucha prudencia y cristiandad, y de allí fué proveido á
Quito; pero antes que llegase á sentarse en su silla, veinticinco leguas
de su iglesia, en un valle llamado Riobampa, le llevó Nuestro Señor á
pagar sus trabajos; dicen que poco antes que expirase, con un ánimo y
rostro muy alegre dijo: _in domum Domini letantes ibimus_; que es decir:
con alegría iremos á la casa del Señor. Mueren los siervos de Dios con
alegría.

A quien sucedió y gobierna al presente aquella iglesia el reverendísimo
fray Luis Lopez, de la Orden de nuestro padre San Augustin, varon de
gran gobierno, docto y de prudencia cristiana y humana; el cual, en este
reino, en su Orden, fué dos veces provincial (como habemos dicho),
gobernando sus religiosos con vida y ejemplo, libre de toda cobdicia, y
finalmente, con las obras enseñaba en lo que le habian de imitar sus
religiosos, porque en los trabajos y observancia _era_ el primero.



CAPITULO II

DEL ILUSTRÍSIMO FRAY HIERÓNIMO DE LOAISA, ARZOBISPO DE LOS REYES


El ilustrísimo fray Hierónimo de Loaisa, primer arzobispo de Los Reyes,
religioso de nuestra sagrada religion, desde su niñez comenzó á dar
grandes esperanzas de lo que fué despues, y de lo que más fuera si, como
le cupo la suerte de iglesia en estos reinos, le cupiera en España,
donde, así del Emperador, de gloriosa memoria, Carlos V, como del rey
nuestro señor Felipe II fuera en mucho tenido, y se le hiciera mucha
merced, conocido su talento general para todas cosas, y no le hiciera
muchas ventajas su tio el ilustrísimo fray García de Loaisa, arzobispo
de Sevilla, de la misma sagrada religion nuestra, con haber sido uno de
los valerosos varones que ha producido nuestra España. Fué varon de
claro y admirable entendimiento, muy docto y bonísimo predicador, aunque
esto pocas veces lo ejercitaba, si no era los dias de Ceniza, domingo de
Ramos y el dia de la Asumpcion de Nuestra Señora, con tanta autoridad y
gravedad, que representaba bien el estado y dignidad archiepiscopal; su
ingenio era general para todas cosas, para paz y para guerra, por lo
cual en la rebelion y tirania de Francisco Hernandez fué nombrado por
capitan general del campo de Su Majestad, juntamente con otros dos
Oidores, el doctor Saravia y el licenciado Hernando de Sanctillan, hasta
que se nombró á Pablo de Meneses por General; gobernó su obispado con
gran rectitud y cristiandad muchos años, creo fueron pocos menos de
cincuenta, sin que del menor vicio del mundo fuese notado, ni un si no
dél se dijese. Con los señores era señor; con los muy doctos, muy docto;
con los religiosos, muy religioso, y con todos los estados se acomodaba
con toda prudencia, que era admiracion. Con los Visorreyes guardaba y
tenia la autoridad que se requeria. Oí decir que en una consulta quel
Visorrey don Francisco de Toledo tuvo luego que vino de España, donde se
halló el arzobispo y otros prelados, reprehendiéndoles de que no habian
remediado algunos vicios que competia á ellos remediarlos, les dijo: Si
vosotros los obispos y arzobispos tuviérades el cuidado que debíades, no
habia yo de venir á remediar esto. Tractaba de ciertos amancebamientos
públicos de personas principales; á quien el arzobispo respondió entre
otras cosas: Si vosotros, Visorreyes, tuviésedes el celo que se requiere
al servicio de Dios, y favoreciésedes á los prelados de las iglesias
como debéis, no era necesario que viniérades á remediarlo; nosotros en
muchas cosas tenemos necesidad de vuestro favor, como vosotros del
nuestro. Era don Francisco de Toledo amicísimo de ganar honra con los
prelados y con todos.

Su consejo en todas cosas era acertadísimo, como de quien era dotado de
bonísimo entendimiento. En todo el tiempo que gobernó, la renta que le
venia de su cuarta nunca llegó á 7.000 pesos ensayados, y con ser tan
poca, su casa tenia muy llena y harta y bastantes criados, y le lucia
más que á otros que mucha más tenian, y daba á caballeros pobres largas
limosnas sin que ellos se las pidiesen. Hizo á su costa el hospital de
los indios de Santa Ana, donde todos los indios que vienen á sus
negocios á la ciudad de Los Reyes, y enferman, son curados con todo el
regalo posible, y dos ó tres años antes que muriese hizo donacion al
hospital de toda la vajilla suya, mucha y muy buena, y de toda su
hacienda, esclavos, mulas, tapicerias, con condicion que por el tiempo
de su vida fuese como usufructuario dello, con obligacion de pagar lo
que se gastase ó perdiese. Celosísimo del bien y conservacion de los
naturales deste reino, tanto como ha habido en todas las Indias prelado,
y si dijere más no engañaré; por el bien de los cuales no temia
barbadamente oponerse á los Virreyes y Audiencias, en lo cual á Nuestro
Señor hacia servicio, y no menos al Rey; de sus prebendados y demás
clérigos del obispado era temido y amado por la entereza de su vida.
Tenia unas entrañas piadosísimas para los pobres, á los cuales recibia y
consolaba como padre; de los indios de todo el reino era grandemente
amado, porque sabian cuánto en lo justo les favorecia, y así con todas
sus cosas venian á él, á los cuales cuando era necesario reprehendia y
castigaba como padre amantísimo. Todo el tiempo que vivió, su iglesia
fué muy bien servida con mucha música y buena; los oficios divinos con
gran cuidado celebrados, y porque los prebendados los dias principales
solian darse priesa á decir la última Hora, despues de misa, les mandó
que la sexta ó nona, conforme al tiempo que era despues de misa, la
cantasen como cantaban tercia antes della, y desta suerte, cuando
acababan, ya toda la gente habia salido de la iglesia. A un clérigo que
yo conocí, y era muy conocido en la ciudad, y tenia bastante hacienda
para tractar bien su persona, como es decente un sacerdote se trate, le
vistió graciosamente, porque el vestido era muy mugriento. Llamóle y
díjole: padre fulano, tengo necesidad; prestáme una barra de plata, yo
os la devolveré presto. El clérigo, aquélla y más le ofreció, y dióla
luego. El buen arzobispo mandó se la diese á su mayordomo, el padre
Ribera, sacerdote bueno, á quien dende á pocos dias le dijo: tomad
aquella barra y con ella vestíme muy bien al padre Godoy (así se
llamaba); de suerte que todo se gaste en vestirle, que por la buena obra
le quiero dar de vestir. El padre Ribera, de allí á ocho dias ó diez
llamó al padre Godoy y dícele: Padre Godoy, su señoría os hace merced de
daros de vestir por la buena obra de la barra; de aquí me mandó desta
tienda os sacase dos pares de vestidos. El clérigo no los queria
recibir, pero, finalmente, pensando ahorrar, tomó sus vestidos; de
suerte, que la barra se consumió menos 17 ó 18 pesos. El mayordomo llevó
al padre Godoy á casa de un sastre donde le hicieron de vestir, y
concertadas las hechuras librósela en la tienda donde se puso la barra,
y se sacaron los vestidos. Toma la cuenta y la resta, y da cuenta al
Arzobispo de lo hecho; entre los vestidos sacó una sotana de chamelote
de seda, un manteo de paño veinticuatreno, otro de raja; hasta zapatos.
Nuestro padre Godoy, que pensaba ser vestido á costa del señor
Arzobispo, con su sotana [de] chamelote, fué á besar las manos al señor
Arzobispo y rendir las gracias por la merced de los vestidos. Entró con
la sotana rugiendo; cuando el Arzobispo le vió y oyó el ruido de la
sotana y tan bien vestido, dice: Sanctos, Sanctos, mas no tantos;
nuestro padre Godoy híncase de rodillas pidiéndole las manos por la
merced, á quien haciéndole levantar le dijo: Padre Godoy, aquella barra
no os la pedí prestada para mí, sino para vos; della se os han dado
estos vestidos; yo poca necesidad _tenía_; necio venís pensando que yo
os hacia merced; id al mayordomo, que os dé la resta, y de aquí adelante
tracta muy bien vuestra persona y andad muy bien vestido como sacerdote
honrado; si no, yo os vestiré otra vez y mejor; y desta suerte vistió y
despidió á nuestro padre Godoy, que pensaba á costa del Arzobispo ser
vestido. Adornó su iglesia de buenos ornamentos, á su costa, de brocado,
bordados, etc., y mandó hacer la custodia de que agora se usa para el
Sanctísimo Sacramento, de plata, como dejamos dicho, y dió la custodia
de oro en que se pone el Sanctísimo Sacramento, que vale tres mil
pesos, todos de oro.

En su tiempo, gobernando el marqués de Cañete, de buena memoria, una
moza liviana se fingió endemoniada, la cual alborotaba la ciudad, y como
era fiction, los conjuros y exorcismos de la iglesia no aprovechaban más
que en una piedra; llevábanla á la iglesia mayor á los curas con gran
copia de muchachos tras ella, en cuerpo, con un rostro muy
desvergonzado. El Arzobispo afligióse; mandó que se la llevasen al
hospital de Santa Ana, donde la mayor parte del tiempo vivia;
lleváronsela, exorcizóla, como quien exorciza á una piedra. Sucedió que
un dia le fué á visitar y besar las manos un religioso nuestro, gran
predicador y de mucha opinion, llamado fray Gil Gonzales Dávila; hallóle
muy afligido y lloroso, y preguntándole la causa respondió: ¿No me tengo
de afligir, que sea yo tan desventurado que en todo mi arzobispado no
haya quien pueda echar un demonio del cuerpo de una moza, é yo propio la
he exorcizado y no aprovecha más que si exorcizase á un poste? ¿No me
tengo de afligir? El religioso nuestro le dijo: Suplico á vuestra
señoría mande que me la lleven mañana á casa; yo la exorcizaré, y mal
que la pese la compeleré á que me responda en la lengua que yo le
hablare. Hízose así, y otro dia mandó llevasen la moza á nuestro
convento, y llamado el padre fray Gil á la capilla de San Hierónimo,
donde estaba la endemoniada fingida, en viéndole entrar díjole ciertas
palabras afrentosas llamándolo capilludo, ¿qué queria? ¿qué buscaba? El
religioso luego conoció ser fiction y maldad, y al cura que la llevaba,
llamado el padre Valle, dícele: Diga vuestra merced al señor Arzobispo
que esta desvergonzada no tiene demonio, y el que tiene se le han de
sacar del cuerpo con muchos y crudos azotes; y acertó en esto, porque
volviéndola á su casa no fingió más el demonio, y se conoció que por
usar de su cuerpo deshonestamente con un hombre fingió aquella maldad y
remaneció preñada. En hacer órdenes era muy recatado, como es necesario,
aunque al principio, por haber falta de ministros, no sé si ordenó á
algunos no muy suficientes, pero de buenas costumbres y lenguas, para
que lo que en la sciencia faltaban en las costumbres y buen ejemplo
supliesen. Nunca tractó de pedir cuarta á los clérigos de su obispado,
como despues acá se ha pedido y puesto; á las Ordenes la quiso pedir,
empero no salió con ello, y esto creemos lo hizo insistido por los
prebendados, que por otra cosa. Tuvo con ellos algunos recuentros;
presto los fenecia, y no por eso dejaba de comunicarlos y hacerles
cuanto bien podia, y con su prudencia y cristiandad en breve eran
concluidos. Muchas cosas, si de años atrás fuera mi intento hacer este
breve compendio, se pudieran escrebir; por ventura otros las ternán
notadas, las cuales, si por extenso se hubieran de tractar, requerian un
libro entero; para nuestro intento sea suficiente decir que fué un
prelado en toda virtud consumado, y que la majestad de Nuestro Señor
provea de que los sucesores suyos sean como este ilustrísimo señor;
finalmente, lleno de buenas obras dió su ánima al Señor, y está
enterrado en Los Reyes, en su hospital, en la capilla mayor, llorado de
todo el reino, pobres y ricos.



CAPITULO III

DEL ILUSTRÍSIMO MOGROVEJO


Sucedió en la silla arzobispal el ilustrísimo don Toribio Alfonso
Mogrovejo, que al presente loabilísimamente vive; varon consumado en
toda virtud, celosísimo de sus ovejas, y en particular de los naturales,
por el bien de los cuales nunca deja de andar visitando su arzobispado
con admirables obras, dignas de ser imitadas. El cual no creo que ha
vivido, en más de 26 años que tiene la silla, los tres en la ciudad de
Los Reyes, ocupado en caminos bien ásperos, confirmando á los niños y
desagraviando á los indios que halla agraviados de los sacerdotes que
entre ellos residen. Es gran limosnero; porque le ha sucedido llegar á
pedir limosna un buen cristiano que en la ciudad de Los Reyes se ocupa
en tener cuidado de buscar de comer, llamado Vicente Martines, para los
pobres, y de acudirles con limosnas de lo que pide desde los Virreyes
abajo, llegar y decirle: Señor, los pobres no tienen que comer, y
librarle buen golpe de plata en don Francisco de Quiñones, casado con
una hermana del señor arzobispo, en cuyo poder entran las rentas; y
respondiendo no tener plata, porque se ha dado en limosnas, llegar el
mismo arzobispo y echar mano de la tapiceria y mandar se descuelgue, se
venda y dé la plata á los pobres; otras veces mandar sacar las mulas, y
que asimismo se vendan; libérrimo de toda avaricia y cobdicia, castísimo
y abstinentísimo; no es amigo de comidas regaladas, ni en los caminos,
donde se requiere algun regalo, por su aspereza y destemplanza, porque
es varon muy preeminente, de mucha oracion y diciplina. Las penas en que
condena á los clérigos descuidados y que su oficio no lo hacen como
deben, las aplica para un colegio que hace en la ciudad de Los Reyes,
que será cosa principal; con limosnas que ha pedido á todo género de
hombres, indios, españoles, negros, mulatos, ha hecho un monasterio
llamado Sancta Clara, etc. En ordenar es, como se requiere,
escrupulosísimo; los interticios se han de guardar al pie de la letra, y
han de pasar los que pretenden ordenarse por examen riguroso de vida,
costumbres y ciencia. Cuando reside en Los Reyes, pocos domingos ni
fiestas deja de se hallar en los oficios divinos, amicísimo de que todos
los domingos del año haya sermones en todas partes. Con el marqués de
Cañete el segundo tuvo no sé qué pesadumbres sobre las ceremonias que á
los Virreyes se hacen en la misa, por lo cual huia de venir á la ciudad;
más queria vivir ausente della en paz, que en ella con pesadumbre;
finalmente, hasta agora hace su oficio como un apóstol.



CAPITULO IV

DE LOS REVERENDÍSIMOS DEL CUZCO


La catedral del Cuzco tambien ha tenido bonísimos prelados. El primero
el reverendísimo fray Juan Solano, de nuestra sagrada religion, el cual,
gobernando don Hurtado de Mendoza, de buena memoria, marqués de Cañete,
se fué á España y de allí á Roma, donde vivió muchos años y acabó
loablemente en buena vejez, con admirable ejemplo de virtud, haciendo
crecidas limosnas. Sucedióle don Sebastian de Lartaum, dotor por Alcalá
de Henares, guipuscuano, varon doctísimo y por sus letras nominatísimo
en aquella Universidad, y de allí por la buena fama de su cristiandad
fué promovido á esta silla; gran eclesiástico, amigo de toda virtud,
temido de los que no la seguian; tuvo muchos trabajos en este reino, en
que Nuestro Señor le ejercitó, así con sus prebendados como con otras
personas; empero el mayor fué un falso testimonio que le levantaron,
diciendo que en el Cuzco habia hecho compañia para sacar un tesoro con
el licenciado Gamarra, médico, y segun fama con el capitan Martin de
Olmos, vecino encomendero de la misma ciudad, del hábito de Santiago;
los cuales todos tres lo[2] sacaron y ocultaron por defraudar al Rey
nuestro señor de su parte y quintos, y cupo á cada uno trecientas y
sesenta y tres cargas y media de oro, el cual se sacó en casa (segun
afirmaron) del licenciado Gamarra; esta fama llegó á oidos de don
Francisco de Toledo, Visorrey, y luego envió al Cuzco al licenciado
Paredes, Oidor de la Real Audiencia de Los Reyes, el cual procedió
contra el licenciado Gamarra; prendiólo, y á su mujer doña Catalina de
Urbina; dióles tormento, y al capitan Martin de Olmos tuvo preso: no
pareció nada. ¿Cómo habia de parecer lo que no era?

  [2] En el ms., _los_.

Al reverendísimo mándanle bajar á Lima, y no pudo hacer otra cosa;
decian que debajo de una torrecilla edificada junto á la escalera de la
casa del licenciado Gamarra, de allí lo habian sacado, y por eso la
derribaron, y es cierto que yo me hallé en el Cuzco cuando la torrecilla
se cayó, por ser el año de muchas aguas, y entonces no se dijo tal ni
estaba el reverendísimo en el pueblo, y dende á dos años adelante se
publicó el falso testimonio; fueron, si no me engaño, tres clérigos los
autores desto, y todos tres pararon en mal. El uno, estando preso en un
navio en el puerto del Callao de Lima, se quemó, con otras muchas
personas, en él. El otro, saliendo de su casa en un pueblo de indios que
doctrinaba, cayó un rayo y lo mató; no habian pasado tres dias que
pasando yo pocas leguas de aquel pueblo por el camino de Potosí á Arica,
así lo referian, y así pasó. El otro tambien acabó en mal, y porque la
honra del dicho señor obispo no perezca, porné aquí lo que al tiempo de
su muerte mandó para defensa suya se hiciese, y la sentencia que por el
Concilio provincial de Lima en su favor se dió el año de 83 pasado.

«Alonso de Valencia, scrivano público de la ciudad de Los Reyes, da fe
cómo ante el reverendísimo de Tucumán, don fray Francisco de Victoria,
de la Orden de Santo Domingo, y ante el mismo Alonso de Valencia, Alonso
García Salmerón, vicario de Ariquipa, Beltran de Sarabia, Bartolomé
Ximenez y Pero Lopez, sacerdotes, el reverendísimo del Cuzco don
Sebastian de Lartaum hizo una declaracion en ocho de octubre del año de
83, estando enfermo, de la cual enfermedad murió, del tenor siguiente:

»Item que por cuanto en el santo Concilio provincial que se celebra en
esta ciudad se han tractado y tractan muchas causas civiles y criminales
de parte de muchas personas contra su señoria reverendísima, y su
señoría contra ellos, en defensa de su honra y auctoridad episcopal,
quiere y es su voluntad que las dichas causas se sigan y fenezcan en
cuanto toca á la defensa de su honra y fama, y la difinicion dello
quiere se lleve ante Su Santidad y del Rey nuestro señor, si fuere
necesario, para que conste de su limpieza, y en lo demás, que su señoría
perdona de muy buen corazon y voluntad á todas aquellas personas que le
han ofendido é injuriado, por escripto ó por palabra, ó de otra manera,
por que Dios Nuestro Señor le perdone sus culpas y pecados, y les pide
perdon si los ha injuriado».

Siguiéronse sus causas despues de muerto, por sus procuradores y partes
contrarias en el dicho Concilio, y finalmente por los señores obispos
jueces nombrados por el Sancto Concilio, conviene á saber, don fray
Francisco de Victoria, obispo de Tucumán; don Alonso Dávalos Granero,
obispo de la ciudad de La Plata; don fray Alonso Guerra, obispo del
Paraguay, por otro nombre del Rio de La Plata, cuya sentencia es la que
se sigue:

«Fallamos que la parte del bachiller Sanchez de Renedo, fiscal, no probó
cosa alguna de lo contenido en su acusacion y capítulos della, fecha por
la dicha delacion del dicho Diego de Salcedo y puesta contra el dicho
reverendísimo del Cuzco; damos y declaramos su intencion por no probada,
y que el dicho reverendísimo del Cuzco y sus procuradores en su nombre
probaron sus ecepciones y defensiones bien y cumplidamente, y así lo
declaramos; en cuya consecuencia debemos dar y damos al dicho
reverendísimo obispo don Sebastian de Lartaum por libre de todo lo
contra él pedido y acusado en esta causa, y declaramos haber sido
injustamente acusado, por estar inoscente y sin culpa do lo contenido en
los dichos capítulos y querellas que le fueron puestos, los cuales
parece haber sido calumniosos, y con odio y enemistad contra él puestos,
y así lo declaramos y damos por libre dellos y de la dicha acusacion,
condenando, como condenamos, al dicho delator y al fiador por él dado en
las costas y gastos por el dicho reverendísimo obispo hechos, cuya
tasacion en nos reservamos por esta nuestra sentencia difinitiva,
etcétera.»

Dióse esta sentencia en Los Reyes, á 7 de Noviembre de 83; notificóse á
las partes y pregonóse en la plaza públicamente con trompetas en 12 de
Diciembre del dicho año; fué secretario del Concilio en esta causa
Hernando de Aguilar, sacerdote.

Los seglares que persiguieron al reverendísimo del Cuzco fueron
Francisco de Valverde, que le mató un clérigo en su propia casa; el
dicho Diego de Salcedo, que murió excomulgado, y otro vecino del Cuzco.

Era varon de buenas y loables costumbres; vestido de pontifical parecia
admirablemente de bien; alto de cuerpo, bien proporcionado, con unas
venerabilísimas canas que adornaban mucho el rostro; hablaba cerrado
como si no hobiera estudiado, ni criádose en escuelas, pero en las cosas
de Teologia y lingua latina no se echaba de ver; hizo una ampla limosna
al reverendísimo del Paraguay luego que llegó al Concilio, por ser muy
pobre; acabó sus dias en la ciudad de Los Reyes; mandóse enterrar en
nuestro convento; diósele sepultura junto al altar mayor, á la peana del
altar al lado de la Epístola, porque en el otro lado tiene la suya el
reverendísimo de los Charcas, fray Tomás de San Martin, como diremos en
el capítulo siguiente; fué su muerte muy sentida, y con mucha razon,
particularmente de la nacion vizcaina.

Sucedióle el reverendísimo fray Gregorio de Montalvo, de nuestra sagrada
religion, obispo primero de Yucatan, en los reinos de México, varon
religioso, muy docto, bonísimo predicador, de quien no sé qué poder
decir, porque vivió poco y con pesadumbres con sus prebendados. Quién
tenia justicia, no es de mio definirlo; dióle Nuestro Señor una
enfermedad trabajosísima, que le llevó desta vida, como se cree, á gozar
de la eterna.

Al presente acaba de llegar á Los Reyes, venido de España, el
reverendísimo de la Camara y Raya; no le conozco; su fama es mucha de
cristiandad y todo género de virtud. Nuestro Señor le conserve por
muchos años.



CAPITULO V

DE LOS REVERENDÍSIMOS DE LA PLATA


El primer obispo nombrado para la ciudad de La Plata fué el Regente fray
Tomás de San Martin, de nuestra Orden, de quien, tractando en el libro
precedente de nuestro convento de Los Reyes, dijimos alguna cosa; varon
de mucho pecho y valor, muy docto, gran predicador, de bonísimo y
acendrado ingenio, de mucha prudencia, con la cual, despues de
vencido[3] el tirano Gonzalo Pizarro, y repartida la tierra, hallándose
muchos descontentos, por haber quedado sin suerte, de los servidores de
Su Majestad, temiéndose otra rebelion peor que la pasada, en un
sermon[4] los quietó, diciéndoles que lo menos que habia que repartir se
repartió; porque habia tal y tal descubrimiento y conquista, de noticia
y riquezas nunca oidas; que esto se dejaba para los ánimos valerosos,
con lo cual y con otras razones quietó los ánimos que estaban ya medio
rebelados. No le alcancé, porque cuando llegué á la ciudad de Los Reyes
habia poco era muerto; pero lo que dél se decia es que en el tiempo que
duró la tirania de Gonzalo Pizarro, el cual siempre lo tuvo por
sospechoso, y aun le quiso matar, y despues de llegado á estas partes el
presidente Gasca, andando siempre en el ejército de Su Majestad, más
soldados y capitanes le acompañaban que al Presidente, ni al ilustrísimo
de Los Reyes; tan bien quisto era de todos, y tanto le amaban. Diré lo
que á personas que le oyeron el sermon dijo hablando con el presidente
Gasca en favor de un caballero de Cáceres que habia servido bien, y
habia quedado sin suerte; llamábase el caballero Mogollon; quejósele que
no le habian gratificado sus servicios, y rogóle con el presidente Gasca
fuese parte para ello; prometióle hacerlo, y en un sermon que se
ofreció, presente el Presidente, muy á propósito trujo: Agora, señor,
cosa es digna de que nos admiremos que coman todos de mogollon, y que
Mogollon muera de hambre; no es de vuestra señoría consentir tal cosa.
Esto fué bastante para que se le diese un repartimiento, creo en
Arequipa, y así fué. Predicó á Su Majestad del emperador Carlos V, de
gloriosa memoria, Rey y señor nuestro, en Flandes, domingo, en las
octavas de Nuestra Señora de la Asumpcion, y el dia propio de Nuestra
Señora habia predicado un religioso del seráfico Francisco, y hecho una
escalera de doce gradas por donde habia subido Nuestra Señora; dejó
admirada á la corte la fama del regente y provincial de las Indias;
además de la presencia del Emperador y cortesanos, concurrió todo el
mundo, y refiriendo en breve las gradas de la escalera que habia traido
el presidente de San Francisco, dijo: pues más gradas faltaron, y
añadió otras ocho más, con lo cual todos quedaron pasmados. Allí le hizo
Su Majestad merced por sus méritos, y porque más merced merecia, del
obispado de La Plata, dividiéndolo del Cuzco, de donde se partió para
estas partes, habiendo dado primero larga relacion de todo lo pasado en
la rebelion de Gonzalo Pizarro (fué con el presidente Gasca) á Su
Majestad, y Su Majestad, teniéndose por muy servido, le dió licencia
para volverse. Llegó á la ciudad de Los Reyes, donde en breves meses dió
el ánima al Señor y fué enterrado en nuestro convento é iglesia, que
siendo provincial habia hecho, en la capilla mayor, al lado del
Evangelio, con gran sentimiento de toda la ciudad, y mayor de nuestros
religiosos, sin llegar á sentarse en su silla. Todo lo que tenia dejó al
convento.

  [3] En el ms., _venido_.
  [4] En el ms., _que los_.

Quedando vaca esta silla, Su Majestad del Rey nuestro señor Filipo II
hizo merced della al padre fray Domingo de Santo Tomás, maestro en
sancta Teologia, doctísimo, gran predicador, gran religioso, gran
celador del bien y conversion de los naturales, y no menos de las
conciencias de los españoles, varon benemérito desta silla y de otra
mayor; debia haber un año ó poco más habia venido de España, donde
siendo provincial habia ido á un capítulo general en que se juntaron
todos los provinciales de la Orden, y con traer recado del General de la
Orden para ser vicario general y visitador suyo, nunca quiso usar deste
poder, ni mostrarlo hasta haber aceptado; vivia en el convento de Lima,
con título solamente de la Universidad que entonces en nuestra casa
estaba, y en las con conclusiones generales, particulares y
conferencias se hallaba y presidia: entonces era yo estudiante de
_Súmulas_. Llegadas las bulas y cédulas de Su Majestad, no queria
aceptar, aunque el conde de Nieva y comisarios le daban priesa aceptase;
retrújose á nuestra chácara, que dista de la ciudad una legua pequeña;
finalmente, allí aceptó; aunque algunos religiosos nuestros,
particularmente un buen viejo que vivia en Chincha, le persuadia no
aceptase, y finalmente aceptó, y el propio dia, viniendo de la chácara
al convento acompañado de muchos caballeros y religiosos, en el camino
le dió un tan gran dolor de ijada, que llegando á la ciudad, y habiendo
de pasar por el convento de San Augustin, que es donde agora está la
iglesia y parroquia de San Marcelo, no le dejó el dolor llegar á nuestro
convento, sino que allí se quedó hasta que se aplacó, y aplacado se vino
á casa. Sabido por el buen viejo en Chincha, escríbele y dícele: Señor,
¿no persuadí á vuestra señoria no aceptase el obispado? Advierta bien á
lo que le sucedió el dia que aceptó, y sepa que no le han de faltar
grandes trabajos. Parece le fué profeta el buen religioso, porque, como
luego diremos, tuvo muchos, y la orina é ijada le acabó. Ello es cierto
que _honores afferunt secum dolores_, que es decir: los cargos traen
consigo muchos trabajos. Acordábase muchas veces el buen obispo de la
carta de su amigo.

Aceptado el cargo, luego le consagró el ilustrísimo y reverendísimo de
Los Reyes con mucha pompa y aparato, donde concurrió á la iglesia mayor
todo el pueblo, por ser el primer obispo que en ella se consagraba; hizo
la fiesta y gasto el ilustrísimo de Los Reyes, con mucha magnificencia;
luego se celebró un Concilio provincial; acabado, fuese á su iglesia,
donde fué recibido solemnísimamente, y en el primer pueblo de indios de
su obispado, creo ser Paucarcolla, por el camino de Arequipa, viéndolo
sin iglesia, la mandó hacer á su costa, con ser los pueblos y indios
ricos, buena, de una nave de adobe, sus portadas de ladrillo; el
enmaderamiento es lo más costoso, porque se traen de lejos las vigas; no
reparó en eso. Llegado á la ciudad de La Paz, el primero pueblo en su
camino de españoles, dió priesa á la labor de la iglesia mayor, á la
cual ayudó de su renta un tanto cada año, aunque no se acabó viviendo,
pero despues años; llegando á la ciudad de La Plata, fué recibido con
gran aplauso de la ciudad é indios de toda la marca, y de los que
vinieron de Potosí; amábanle como padre, y visitado su obispado, bajó
otra vez á Lima, á otro Concilio provincial, y volviendo á su silla y
llegando á ella dióle Nuestro Señor un purgatorio, ó por mejor decir
dos: el uno con sus prebendados (no con todos) que yo conocí, no agora
tales como su estado requeria, y favorecidos por la mayor parte de la
Audiencia, á los cuales queriendo corregir no podia. El otro fué el
mayor, pues le acabó la vida: una enfermedad, por muchos meses, de ardor
de orina (con ser templadísimo en comer y beber) que en fin le llevó á
la sepultura. Dos meses antes que moriese, sintiendo ya se le acercaba
la hora de su partida para el Padre, pidió al padre prior de nuestro
convento, que no está más que la calle en medio de su casa, le fuésemos
allí á servir y acompañar cada uno ocho dias, hasta que Nuestro Señor
fué servido de llevarle; fuimos de muy buena gana, donde yo serví las
semanas que me cupieron. El Padre de misericordias que le dió aquel
purgatorio le doctó de una paciencia admirable, porque todas las veces
que habia de orinar, y eran más de cuarenta entre noche y dia, cuando
los dolores más le afligian, y la orina más le abrasaba, nunca le oimos
decir otra cosa más de: _Pecavi, Domine; pecavi, Domine_; que es decir:
Señor, pequé; Señor, pequé. Lo cual muchas veces repetia, y descansando
un poco decia: Ah, Señor, ¿á un hombre miserable enfermedad de
caballeros? _Fiat voluntas tua._ Desabrirse con el servicio de su casa,
ni tener la menor impaciencia del mundo si no se acudia tan presto con
lo que pidia, ni por imaginacion. Esto es don de Dios y merced que á los
suyos hace; cuando les da trabajos, los provee de fuerza y virtud para
con alegría llevarlos. Viéndose ya cercano á su partida, reconcilióse;
confesarse hacialo muchas veces; mandó se le trujese el Santísimo
Sacramento; diré lo que le ví hacer, y todo el pueblo presente: trújolo
el cura, llamado el padre Prieto, que despues fué religioso de San
Francisco, y acabó loablemente en Tucumán; esforzose cuanto pudo, mejor
diré, esforzóle Nuestro Señor; levantóse de la cama, vistióse su hábito
de religioso, el cual nunca mudó, con su capa negra. Cerca del altar en
que se habia de poner el Santísimo Sacramento se hincó de rodillas sobre
una alfombra; quisiéronle poner un cojín; mandólo quitar; púsosele un
escabelo corto sobre que se recostase, la enfermedad no le dejaba hacer
otra cosa. Pues como llegase el cura y pusiese el Santísimo Sacramento
sobre el altar, volvióse para este gran varon, comenzóle á hablar con la
cortesía y reverencia que se debe á un obispo, y díjole: ¿no veis,
hermano, que está presente el Señor de los señores, Rey de reyes, Señor
del cielo y de la tierra? no me habeis de tractar sino como á uno de los
del pueblo, delante del Rey no hay señoría; y así le dió el Santísimo
Sacramento como si fuera el menor del pueblo, con tantas lágrimas de
todos los presentes, cuantas era justo allí se derramasen. Poco antes
que expirase recibió el Sacramento de la Extremauncion, y expirando, con
ser un poco moreno de rostro, y la nariz aguileña, pequeño de cuerpo,
quedó tan hermoso que parecia otro; era cierto maravilla verle y vestido
de pontifical; parecia vivo. A cosa de su casa ninguno de sus criados
llegó antes ni despues, más que si estuviera vivo, lo cual pocas veces
suele suceder en las muertes de los obispos, como sucedió en la muerte
de otro que luego diremos.

Diré tambien lo que vimos todos cuantos acompañábamos su cuerpo desde su
casa á la iglesia: fué uno de los religiosos que volvió por el bien y
conservacion de los naturales que ha habido en estas partes, y si dijere
que ninguno le llegó, no mentiré. Era conocido de todos los curacas y no
curacas del Reino, y como le habian tratado muchas veces tenianle amor.
Sabida en Potosí (que dista de la ciudad de La Plata 18 leguas) su
enfermedad, que le iba consumiendo, muchos curacas de los allí
residentes le vinieron á ver, y á llorar con él, cuando estaba en la
cama. El dia de su enterramiento, con toda el Audiencia y la ciudad, los
indios se hallaron en su acompañamiento, y dábanse mucha priesa á
llegar al ataud, donde le llevábamos vestido de pontifical,
particularmente en las posas, á las cuales más de golpe se llegaban; los
españoles deteníanlos, y ellos decian: dejanos ver á nuestro padre, pues
ya no le veremos más, y no queda quien mire por nosotros; hiciéronsele
las obsequias debidas, con gran sentimiento de todo el pueblo, y los
canónigos, que no le eran muy aficionados, derramaban abundancia de
lágrimas: Creemos piadosamente que desde su pobre cama, no era rica,
sino casi como de pobre fraile, Nuestro Señor se lo llevó al cielo. Todo
el tiempo que vivió, así en la Orden como fuera della, dió muestras de
mucha virtud; jamás se le conoció vicio notable; de los descuidos
cuotidianos ¿quién se libra de ellos? libérrimo de toda cobdicia y
avaricia, y muy observante en los tres votos esenciales, y en las
ceremonias de la Orden; era de mucha prudencia y cordura, y que delante
de los príncipes del mundo podia razonar; humilde en gran manera, amigo
de pobres y limosnero, su renta nunca llegó á 8.000 pesos, los cuales,
dejando para su casa gasto moderado, lo demás repartia entre pobres;
fundó en la ciudad de La Plata un recogimiento que se llama Santa
Isabel, donde se criaban hijas de hombres buenos, pobres; sustentábalo
con su hacienda; despues que murió creo no se tiene tanto cuidado. Con
ser religioso nuestro, en su testamento no dejó más limosna á nuestro
convento que á los demás. Entre los tres mendicantes mandó repartir
igualmente su libreria, que era mucha y muy buena.

Sus casas, á una cuadra de la plaza, buenas, que rentan más de dos
barras, dejó á su iglesia con obligacion de que cada uno el dia de su
enterramiento le digan los prebendados vigilia y misa; no hizo ni fundó
mayorazgo alguno, sino, á lo que creemos, en el cielo.

A quien sucedió el reverendísimo don Fernando de Santillan, que fué
Oidor de Lima y Presidente de Quito, donde tuvo muy grandes trabajos y
testimonios falsos que le levantaron; sacóle Nuestro Señor dellos y
sublimóle á la catedral de La Plata; no llegó á sentarse en su silla,
porque murió en Los Reyes. Su muerte fué bien llorada; no habia un mes
que se habia tomado la posesion del obispado por él, cuando luego llegó
la nueva de su muerte. Varon de grandes prendas y de mucha virtud,
aunque fué primero casado.

A este famoso varon sucedió el reverendísimo Granero de Avalos, clérigo;
no sé que dejase memoria de sí más de haber entablado la cuarta funeral
en su obispado, como ya lo está en los demás destos reinos, con lo cual
en breve, y con lo mucho que crecieron las rentas de los diezmos, se
enriqueció mucho. Oí decir en la ciudad de Guamanga, que tractó casar un
sobrino suyo con una hija de un vecino de aquella ciudad, con el cual
ofrecia dar al sobrino 300.000 reales de á ocho; pero, finalmente murió,
y sus criados le desampararon, y viéndose morir via le descolgaban la
tapiceria, y dejaban las paredes mondas; é ya que estaba para expirar,
en la cámara le tenian puesto un candelero de plata con una vela, y
llegó uno, no hallando ya otra cosa, le quitó y se lo llevó poniéndole
la candela entre dos medios ladrillos, y desta suerte acabó sus dias.
La hacienda no sé qué se hizo; más vale morir pobremente con bendicion
del Señor, que rico y desamparado. Dicen estaba muy mal quisto con sus
prebendados y con otros; por eso se hallaron tan pocos en su casa al
tiempo de su muerte.

Sucedióle el reverendísimo fray Alonso de la Cerda, de nuestra sagrada
religion, hijo del convento nuestro de Los Reyes; acabó loablemente;
vivió poco en el obispado; varon religioso y ejemplar y limosnero.

Al reverendísimo fray Alonso de la Cerda subcedió el reverendísimo don
Alonso Ramirez de Vergara, varon de grandes prendas y muy docto y muy
galano predicador, limosnero, y que en su iglesia catedral de los
Charcas labró, segun soy informado, dos capillas y las dotó con
abundante renta, de quien yo recibí y me invió quinientos reales de á
ocho de limosna para ayuda á venir á este reino de Chile al obispado de
la Imperial, que si con ella no me favoreciera, con dificultad viniera á
él. Fué Dios servido de llevarlo casi súpitamente con una sangría que
sin discrecion de los médicos se le hizo. A la hora que esto se escribe
tengo por nueva cierta es promovido á aquel obispado el reverendísimo de
Quito, de quien arriba tenemos hecha mencion.



CAPITULO VI

DE LOS REVERENDÍSIMOS DE TUCUMÁN Y PARAGUAY Ó RIO DE LA PLATA


La provincia de Tucumán, con distar muy lejos del obispado de los
Charcas por más de 200 leguas, las más despobladas (como tractaremos
adelante), era del obispado de los Charcas; dividióse habrá treinta
años, poco más ó menos. El primer obispo fué don fray Francisco de
Victoria, de nacion portugués, hijo de nuestro convento de la ciudad de
Los Reyes, en el Pirú, donde fuimos novicios juntos; varon docto y
agudo; fuese á España, donde murió en Corte, y hizo heredero á la
majestad del Rey Filipo Segundo, de mucha hacienda que llevó, y
loablemente lo hizo así.

Sucedióle el reverendísimo don fray Francisco Trejo, que agora reside en
su silla y resida por muchos años.

De los reverendísimos del Paraguay, ó Rio de la Plata, despues que el
reverendísimo fray Alonso Guerra salió de aquel obispado promovido á
otro en el reino de México, como dijimos arriba, no sé cosa en
particular que tractar, más que le sucedió el reverendísimo Liaño, varon
apostólico y de grandes virtudes; fué Nuestro Señor servido llevarlo
para sí dentro de pocos años despues que llegó á su obispado; á quien
sucedió el reverendísimo don fray Ignacio de Loyola, fraile descalzo,
que hasta agora lo gobierna loablemente.



CAPITULO VII

DE EL LICENCIADO VACA DE CASTRO, BLASCO NUÑEZ VELA Y DON ANTONIO DE
MENDOZA


Habiendo brevemente tractado, no conforme á las calidades de las
personas, de los reverendísimos obispos é ilustrísimos arzobispos deste
reino, por no quedar cortos, con la brevedad que más pudiéremos
tractaré, y con toda verdad, sin género de adulacion ni malevolencia, de
los Virreyes que he conocido en estos reinos de cincuenta[5] años á esta
parte, y tomando un poco atrás la corrida.

  [5] Tachado: _cuarenta_.

El primero que los gobernó despues de la muerte del marqués de Pizarro,
por Su Majestad, fué el licenciado Vaca de Castro, el cual, cuanto al
gobierno de los indios y de los españoles, lo que dél se tracta fué buen
gobernador, porque desembarcó en la Buena Ventura, y de allí atravesando
la gobernacion de Belalcazar vino á la ciudad de Los Reyes; vió la
tierra y calidad della y de los indios, que es gran negocio y principio
para acertar á gobernar; halló alterado á don Diego de Almagro, y
tiranizado el reino; juntó campo contra él, habiéndole primero requerido
se redujese al servicio de su rey; dióle batalla campal en Chupas, legua
y media de Guamanga, donde le venció y cortó la cabeza como á traidor;
allanó la tierra, hizo ordenanzas buenas, conforme al tiempo, para los
indios y españoles, principalmente mandando que para el servicio de los
tambos, y aderezarlos, sirviesen los mismos que el Inga tenia señalados;
estas ordenanzas se guardaron algunos años; ya no hay memoria dellas.

Sucedióle el Visorrey Blasco Nuñez Vela, que luego le prendió é puso en
un navio en el puerto del Callao; de allí fué á España, donde muchos
dias y años estuvo preso; la causa no sé, mas despues salió de allí y
fué presidente del Consejo de Indias.

Blasco Nuñez Vela, por no moderar su condicion y dejar las cosas para su
tiempo, perdió en la batalla de Quito la vida, y puso el reino en riesgo
de que perpétuamente se apartase de la corona de Castilla. Es suma
prudencia en un Rey y en un Virrey disimular cuando no se puede hacer
otra cosa, so pena que se recrecerán gravísimos males, irremediables por
fuerzas humanas; desto en las divinas Escripturas leemos una prudencia
digna de ser imitada, y para esto se puso y escribió por órden del mismo
Dios, en David, el cual, no se hallando poderoso para castigar á su
sobrino y capitan general Joab la muerte de dos capitanes generales que
habia cometido, Abner, hijo de Ner, y Amasa, disimuló con él, y el
castigo cometió á su hijo Salomón, el cual hízolo por superior mandado,
y aunque David dilató el castigo, no por eso le reprehende la
Escriptura. No es inconveniente seguir el tiempo que pide el tiempo.

Al Virrey Blasco Nuñez Vela sucedió el prudentísimo y bonísimo Visorrey
don Antonio de Mendoza, primero Visorrey de Méjico; el cual, por venir
muy enfermo, y acabar presto sus dias en este reino, no sé cosa notable
que dél se pueda tractar, sino que así enfermo y tendido en la cama era
temido y amado de los españoles y naturales.



CAPITULO VIII

DEL MARQUÉS DE CAÑETE


Al Visorrey don Antonio de Mendoza sucedió don Andrés Hurtado de
Mendoza, marqués de Cañete, cuya memoria permanece con alabanza
perpétua; varon realmente de muchas y admirables virtudes, dignas de ser
imitadas de todos sus subcesores, y alabadas de los historiadores, y
puestas sobre las nubes, pues para tractar dellas se requeria otro
talento qu'el mio, y facundia más aventajada; por lo cual confieso ser
atrevimiento mio, criado (puedo decir) en estas remotas partes, á quien
lenguaje y órden de escribir le falta, que ni he visto cortes de Reyes
ni príncipes, ponerme á escribir lo que otros, haciéndome grandes
ventajas, han reusado; mas viendo que no era decente que sus virtudes y
hechos en el rio del olvido quedasen anegados, en breve escribiré lo que
todo este reino de su gran cristiandad experimentó, ánimo generosísimo,
entrañas más que de padre para los pobres, afabilidad para los humildes
y pecho para rebatir los ánimos soberbios, y finalmente, mereció ser
llamado padre de la patria.

Partió de España el año de 56, y llegando con buen tiempo á Tierra
Firme, halló en ella muchas cartas de la Audiencia de Los Reyes, en que
le avisaban que don Pedro Luis de Cabrera, vecino del Cuzco, se habia
retirado medio casi rebelado á la ciudad de San Miguel de Piura,
teniendo en su compañia algunos de los notablemente culpados en la
rebelion y tirania de Francisco Hernandez Giron, uno ó dos de los cuales
habian sido sus capitanes, por lo cual viese lo que convenia ser hecho;
y porque se entienda lo que vamos tractando, don Pedro Luis de Cabrera,
caballero conocido, natural de Sevilla, era vecino (como dijimos) del
Cuzco, y de muy buen repartimiento; concluida la guerra de Francisco
Hernandez, y tirania, donde sirvió muy bien, bajando á Lima no sé con
qué ocasion, con alguno ó con todos de los Oidores se desabrió, por
ventura por la compañia que sustentaba, y desabrido se vino con los
suyos á Trujillo, de Trujillo á Piura, donde muchas veces fué requerido
por la Audiencia de Los Reyes despidiese aquellos traidores; si no,
procederian contra él.

El Audiencia por entonces no era poderosa contra don Pedro de Cabrera,
por no alborotar la tierra, porque los ánimos de los que en la guerra
habian servido á su costa, hallándose pobres y sin remedio de que se les
gratificasen sus servicios, no sabiendo quién era proveido por Virrey, y
no lo esperando tan presto, descomedíanse, y aun hacian algunas befas, y
hobo dia que muchos destos pretensores juntos se fueron al acuerdo donde
los Oidores estaban, á pedirles les diesen de comer, con no poco
descomedimiento; bastante fué ir junctos á esto; de suerte que por ver á
la tierra en la condicion y estado referido, los señores de la Audiencia
sufrian más de lo que en otro tiempo no sufrieran.

Don Pedro de Cabrera hacia poco caso destos requerimientos ó cartas, ni
despedia la compañía de traidores; ya dije no eran todos. Despachó el
Audiencia al factor Bernardino de Romani, hombre de pecho, y prudente;
pero no se atreviendo á ejecutar lo mandado, ni llegar donde don Pedro
de Cabrera estaba, se volvió á Los Reyes. Luego la Audiencia, temiendo
alguna rebelion, despachó al licenciado Hernando de Santillan, Oidor,
que despues fué Presidente de Quito y obispo de la ciudad de La Plata,
contra don Pedro de Cabrera, con copia de criados, porque ruido de armas
no convenia, porque la tierra no se alborotase si con soldados y armas
descubiertas le despachara, para que le redujese, y si fuese necesario
prendiese, y preso lo trujese á Los Reyes; sabido esto por don Pedro de
Cabrera, salióse de Piura con toda su gente y dió la vuelta sobre la
isla de la Puna, donde se hizo como fuerte y estaba como medio
encastillado; por lo cual el licenciado Santillan se quedó en Piura, no
pasando más adelante, casi como en frontera, para que si don Pedro se
desmandase le pudiese refrenar. Vistas, pues, estas cartas por el
Marqués, ignorando que don Pedro estaba en la Puna, despachó luego de
Tierra Firme á un caballero de su casa, don Francisco de Mendoza,
nobilísimo caballero, deudo suyo, muy discreto y no menos gentil
hombre, con cartas para don Pedro de Cabrera, regaladas y discretas (yo
las vi y leí en Túmbez), en que le mandaba que, recibidas, se partiese
luego para Los Reyes y allí le aguardase, porque no pensaba desembarcar
en ningun puerto hasta llegar al del Callao, adonde le veria, porque
traia órden de Su Majestad el emperador Carlos Quinto, de gloriosa
memoria, de tenerle muy cerca de sí, de quien se habia de informar del
estado de todo el reino, y con su parecer hiciese merced á los
beneméritos. Llegó don Francisco á Paita, y sabiendo don Pedro se habia
retirado de Piura para la Puna, despachó luego las cartas del Marqués
con un criado suyo, las cuales recibidas, con gran alegría se embarcó
con aquellos capitanes y soldados en balsas, para la playa de Túmbez,
adonde llegando en dos dias y aun ante se desembarcó con todos ellos,
confiadísimo que el Marqués habia de hacer muchas mercedes á los que
traia consigo.

Llegado á Túmbez, luego se partió para Trujillo; perdióse en el camino
antes de llegar á Piura, adonde Nuestro Señor le proveyó de un aguacero;
si no, pereciera de sed, y los suyos, ó porque olieron el poste ó porque
fueron mejor aconsejados, desde Piura cada uno tiró para su parte, que
nunca más se vieron; llegó á Trujillo y luego cayó en la cama
indispuesto.



CAPITULO IX

DEL MARQUÉS DE CAÑETE


El marqués de Cañete, embarcándose en Panamá con su casa mucha y muy
buena, y con muchos caballeros pobres que salieron de España con el
Adelantado Alderete para Chile, el cual muriendo en la isla de Perico ó
Taboga, los dejó pobres y desamparados; mas el buen Marqués los recogió
y á la mayor parte dellos recibió en su casa; á los demás dió pasaje.
Con próspero viento, en el navio de Baltasar Rodrigues, en breves dias
(era tiempo de brisas) llegó á Paita, y de allí, prosiguiendo su viaje,
con la intencion dicha, de no desembarcar en puerto hasta el Callao,
enfadado de la navegacion, saltó en tierra en un puerto no seguro,
conforme á su nombre, llamado Mal Abrigo, diez leguas más abajo de la
ciudad de Trujillo, adonde no halló ni habia recado, ni para el Marqués
ni para sus criados, sino fué un asnillo, el cual le aderezaron lo mejor
que pudieron sus criados, y en él vino hasta un poblezuelo tres leguas
de allí, ó poco menos, llamado Llicapa, de la encomienda de un vecino de
Trujillo, llamado Francisco de Fuentes, de donde ya con todo recado
llegó al valle de Chicama, dos leguas de camino, donde le aposentaron en
el ingenio del capitan Diego de Mora. En breve tiempo, desembarcado el
Marqués en Mal Abrigo, se supo la nueva en Trujillo, donde á la sazon le
estaban aguardando muchos caballeros y capitanes de Su Majestad que en
la guerra contra Francisco Hernandez le habian servido, gastados della,
é para comer tambien allí habian venido, entre ellos, el general Pablo
de Meneses, aunque no habia venido sino á besar las manos al Virrey que
viniese y á darle noticia del estado del Reino; de Huánuco, á lo menos
de Chachapoyas, habian venido vecinos y capitanes á lo mismo; todos
estos caballeros, capitanes y vecinos de Trujillo, sabida la nueva,
luego vinieron á Chicama, donde le besaron las manos y fueron del
Marqués muy alegre y benignamente recibidos.

Don Francisco de Mendoza, que dijimos haber venido despachado por el
Marqués para don Pedro de Cabrera, llegando á Piura hizo no sé qué
liviandad de caballero gentil hombre y cortesano, la cual en
desembarcando el Marqués se la dijeron; sintiólo mucho, y luego propuso
de lo embarcar para España, y lo tractó ó amenazó lo habia de hacer. Su
hijo don García de Mendoza, caballero de 22 años, de grandes esperanzas,
allí en Chicama una noche, andándose paseando el Marqués por una sala,
con no poca pesadumbre de lo sucedido[6], en pie, en cuerpo, la gorra
quitada, suplicábale templase aquel rigor y no embarcase á don Francisco
de Mendoza, ejecutando la primera justicia en un deudo y caballero de su
casa, representándole lo que le habia servido en mar y tierra; á lo cual
el cristianísimo Marqués le respondió, oyéndolo todos aquellos
caballeros que esperaban la resolucion y deseaban se quedase en la
tierra don Francisco de Mendoza, el cual ya les tenia con su tracto
cortesano y nobilísimo ganadas las voluntades, dijo: Por vida de la
marquesa, que si como don Francisco hizo esta villanía la hicieras tú,
del primer árbol te dejara ahorcado. No traigo yo hijos, deudos ni
criados, para que agravien al menor indio del mundo, cuanto menos á
ningun hombre honrado y vecino, sino para que los sirvan, agasajen y
honren. A estas palabras no se atrevió su hijo á replicarle más, y todos
aquellos caballeros quedaron muy tristes y entendieron el pecho
cristiano que el Marqués traia, y que no se habian de burlar con él.
Todo esto y lo que se sigue vi con mis ojos.

  [6] Tachado: _Don García_.



CAPITULO X

EL MARQUÉS LLEGA Á TRUJILLO


Aquí en Chicama fué servido el Marqués con todo el regalo posible,
porque así lo mandó doña Ana de Valverde, mujer que fué del capitan
Diego de Mora, en cuyo ingenio fué hospedado (como habemos dicho) con
gran abundancia y todos que iban y venian; de donde partió para la
ciudad de Trujillo, cinco leguas de camino, en la cual fué recibido con
mucha alegría y gasto de aquellos vejazos vecinos, en palio. Entró en un
caballo blanco que le dió la ciudad y lo compró el comendador Melchior
Verdugo, vecino de aquella ciudad. Trujo mucha casa: un mayordomo
mayor, hombre muy principal, de mucho gobierno, de pocas palabras, pero
muy discretas y graves, llamado Diego de Montoya; cuatro mestresalas;
dos capellanes, y luego recibió en su servicio otro, un hermano mio,
llamado Juan de Ovando; dos caballerizos, mayor y menor; muchos pajes y
lacayos, y su guarda con su capitan; tanta y tan buena casa, que ningun
Visorrey la ha traido tal, harta ni abastada. Fuese á posar á las casas
del Capitan Diego de Mora, donde fué servido como era justo se sirviera
un varon y señor de tanto valor y ánimo. Prestólo allí doña Ana de
Valverde 12.000 pesos ensayados para su gasto; volvióselos de la
Audiencia de los Reyes en oro. En llegando, la primera cosa que hizo fué
mandar embarcar á don Francisco de Mendoza en un navio que acertó á
estar en el puerto, para le llevar á Tierra Firme y se volviese á
España, con lo cual los ánimos soberbios comenzaron á humillarse y á
temer.

Entre otros capitanes y caballeros pobres gastados de la guerra que
habian bajado á Trujillo á matar la hambre, bajó el capitan Rodrigo
Niño, caballero pobre y adeudado de los gastos de la guerra, el cual á
la sazon estaba en la cama enfermo, que no tenia sobre qué caer muerto,
en casa de doña Isabel Justiniano, señora principal, que movida de
caridad le regalaba en su casa y curaba. El cual así enfermo, diciéndole
y pidiéndole albricias, que ya el Marqués habia desembarcado en la
tierra y costa del Perú, preguntó que dónde; respondiéronle en Mal
Abrigo; entonces dijo: Más quisiera desembarcara quinientas leguas más
abajo, porque quien desembarca en Mal Abrigo no nos puede abrigar bien;
mas engañóse diciéndolo, porque luego que el piadosísimo Marqués supo
estaba enfermo, y sus servicios, le envió con un paje 1.500 pesos
ensayados, para su enfermedad, animándole á que procurase[7] su salud,
que dándosela Dios, en nombre de Su Majestad le haria merced, como se la
hizo dándole 5.000 pesos de renta, y no los quiso; mandó el Visorrey al
paje no recibiese un grano del capitan Rodrigo Niño; vuelto el paje y
dada la respuesta, preguntole: ¿qué te pasó con el capitan? respondióle:
señor, porfió mucho conmigo que tomase las barras para calzas, y como
llevaba órden de Vuestra Excelencia que no recibiese un grano, no las
quise recibir. Entonces dijo el Marqués: ¿es posible que un hombre que
no tiene un grano de plata, tenga tanto ánimo? ¿quién ha de hartar los
ánimos de los hombres deste Perú? y quien esto hacia con el capitan
Rodrigo Niño, no le queria abrigar mal. Oí decir que el Marqués en
España era tenido por escaso.

  [7] En el ms., _procurando_.

No se puede creer, por la liberalidad que mostró en estos reinos en
todas sus cosas, siendo, como es así, verdadero refran que los que pasan
la mar mudan los aires y no los ánimos; que es decir: múdanse de un
reino á otro, de una region á otra, pero no mudan sus inclinaciones
naturales. En esta ciudad se detuvo casi un mes, en el cual tiempo
muchas veces enviaba á visitar á don Pedro de Cabrera, el cual, como
dijimos, llegado á ella enfermó, y don Pedro deseaba mucho la salud, por
besar las manos al Marqués, pensando habia de destruir á todos los
Oidores, segun tenia contra ellos cosas verdaderas ó fingidas, y
fingidas debian ser, porque los Oidores de aquella sazon eran varones
muy libres y enteros de lo que á algunos suelen infamar. Ya que estuvo
con salud, envió pedir licencia al Marqués para le besar las manos.

Envíale á su capitan de la guardia con cuatro alabarderos y una mula
para que lo lleve al puerto y lo embarque en el navio donde estaba
embarcado don Francisco de Mendoza, y de allí lo lleven á Tierra Firme,
y dende á España, como se hizo. Fué justísimo embarcarle, con que admiró
á muchos y sosegó á otros.

Cuando llegó á esta ciudad, la justicia tenia preso á un vecino della,
llamado Lizcano, por sospecha que habia hecho un libelo infamatorio,
contra el cual hobo algunos indicios, los cuales si se le probaran
corriera riesgo de la vida, como lo merecen semejantes malos hombres y
peores cristianos; no se le probó. El Marqués muy buenos, sí los
mostraba, de le mandar justiciar; mandólo desterrar á España, y
embarcáronle en el mismo navio.

Hiciéronse muchas fiestas de toros y cañas, y el Marqués, como
aficionado á caballos y ejercicio dellos, los domingos y fiestas salia á
caballo y hallábase en la carrera; hízosele allí un picon gracioso.

En la ciudad vivia Salvador Vazquez, muy buen hombre de á caballo de
ambas sillas, pero de la jineta mejor; tenia bonísimos caballos hechos
de su mano; un dia en la carrera tractó con el general Pablo de
Meneses, y comendador mayor Verdugo, de hacer el picon, y puesto en ella
parte con su caballo, y ya se le caía la capa, ya la gorra, ya estaba en
las ancas del caballo, ya en el pescuezo; finalmente, paró, y fínjese
muy enojado, y vuelve á pasar delante del Marqués. Cuando emparejó
díjole el Marqués: bueno está, señor, no os pongais en más riesgo; la
culpa fué del caballo; no paseis adelante, por mi vida. Salvador
Vazquez, responde: suplico á Vuestra Excelencia sea servido darme
licencia para pasar otra vez la carrera, porque estoy corrido y
afrentado que este caballo delante de Vuestra Excelencia haya hecho
tantos desdenes y á mí caer en una falta semejante.

Los que sabian el caso suplicaron al Marqués lo dejase volver á pasar la
carrera; consintiólo, y puesto en ella, parte Salvador Vazquez con su
caballo como un gamo, y antes de parar el caballo hecha mano á la capa y
espada, y desnuda, jugó della muy bien, y tornó á ponerla en la vaina y
su capa en su lugar. El buen Marqués recibió mucho gusto y dijo
riéndose: Bueno ha estado el picon; yo me he holgado de ver la segunda
carrera, porque delante del príncipe nuestro señor se pudiera hacer.



CAPITULO XI

PARTE EL MARQUÉS DE TRUJILLO


Partió desta ciudad de Trujillo para la de Los Reyes en un machuelo bayo
que trujo desde Tierra Firme, en el cual, llegando al rio de Sancta, en
todo tiempo grande y pedregoso, lo pasó á vado por más que le suplicaron
tomase un caballo, y en el mismo vadeó el de la Barranca, que es el más
raudo, mayor y de más piedras de todos los Llanos.

Al valle de Guarmey, que es la mitad del camino, le salió á besar las
manos don Pedro Portocarrero, vecino del Cuzco, maese de campo en la
guerra contra Francisco Hernandez, el cual fué haciendo la costa al
Marqués con mucha abundancia, trayendo lo necesario en sus camellos y
mulas, hasta la ciudad de Los Reyes, y abajando á la sierra de la Arena,
seis leguas de Los Reyes, en un arenal hizo banquete general á yentes y
vinientes, y otro aparte para el Marqués, con bastante agua fria para
todos, que es el mayor regalo, porque allí ni callente la hay; ramadas
hechas, debajo de las cuales se pusieron las mesas; llegando á tambo
Blanco, que es en el valle de Chancay, nueve leguas de Los Reyes, le
salieron á besar las manos los criados que habian sido del Visorrey don
Antonio de Mendoza, su mayordomo mayor, Gil Ramirez Dávalos, y el
secretario, Juan Muñoz Rico, y otros, y algunos vecinos de Los Reyes.
Conociendo el Marqués la suficiencia de Juan Muñoz Rico, le mandó
sirviese en el mismo oficio que habia servido al Visorrey don Antonio de
Mendoza. Podia servir en aquel oficio al gran monarca Carlos Quinto, lo
cual Juan Muñoz Rico hizo en el tiempo que vivió con toda la fidelidad
que el oficio requiere; empero no vivió tres años y murió súbitamente.
Llegando á media legua de la ciudad, ó poco menos, á una chácara ó viña
de Hernando Montegro, vecino della, de los antiguos conquistadores,
adonde le tenia aderezada la casa como se requeria, aquí se detuvo hasta
el dia de San Pedro, que debieron ser dos dias, mientras la ciudad
acababa lo necesario á su recebimiento. Antes de llegar á esta viña, los
vecinos viejos le hicieron una escaramuza á la jineta en un bosquecillo
que habia antes de llegar á la viña; holgó mucho el Marqués de verla y
dijo: Así, ¿esto hay por acá? ¿esto hay por acá? galanísimamente han
escaramuzado; casi parecia de veras. Luego se hizo un combate de un
castillo por infanteria, los infantes muy bien derezados, la cual
acabada entró en la viña y estuvo el tiempo que habemos dicho.



CAPITULO XII

ENTRA EL MARQUÉS EN LOS REYES


Dia de San Pedro partió desta viña despues de comer, y llegando á la
ciudad fué recibido de la Audiencia y de toda ella debajo de palio, en
un bonísimo caballo muy ricamente aderezado, los regidores llevando las
varas, y dos de los más antiguos el caballo de diestro, con sus ropas
rozagantes de terciopelo carmesí, gorras de lo mismo bien aderezadas y
cadenas riquísimas de oro, con gran alegría de todo el pueblo, como
aquel que se esperaba ser padre de la patria, como lo fué; delante del
cual marchaba un escuadron de infanteria, el que hizo la escaramuza, con
diferentes vestidos; desta suerte llegó á la iglesia mayor, donde el
Dean y Cabildo della con toda la clerecia le recibió con la cruz alta,
cantando: _Te Deum, laudamus_, y hecha oracion y la ceremonia
acostumbrada, dió la vuelta para las casas llamadas de Antonio de
Ribera, á una esquina de la plaza, las más cómodas para le aposentar,
porque no están de las casas Reales más que una calle en medio, y á
ellas se pasa por un pasadizo de madera, donde fué aposentado. Dende á
pocos meses llegaron los procuradores de las ciudades, los más
principales vecinos dellas, con mucho aparato de gasto de casa y
criados, y luego tractó de reformar el reino. Envió por corregidor del
Cuzco al licenciado Muñoz, que trujo consigo de España, hombre docto en
su facultad, el cual cortó las cabezas á los capitanes Tomás Vazquez y á
Piedrahita, y á otros vecinos, porque fueron los principales en la
tirania de Francisco Hernandez Giron. Esto hizo por órden del Marqués, y
el Marqués por órden del Emperador Carlos Quinto, de gloriosa memoria,
que le mandó que á los que hobiesen sido cabezas, despachase.

Estos vecinos y capitanes siempre anduvieron con Francisco Hernandez
hasta que fué desbaratado en Pucara, como dijimos; pero viéndose
perdidos y sin cabeza, se vinieron al campo de Su Majestad, y los
Oidores les perdonaron, volvieron sus indios y haciendas, y los hijos
las tienen hoy dia por los padres, mas ellos se quedaron justiciados; si
justamente, otros lo juzguen.

En este tiempo tambien mandó ahorcar á Pavia, por traidor, que habia
sido criado del Visorrey don Antonio de Mendoza, el cual fiando en
esto, ó en no sé qué, se andaba paseando por la ciudad, y con avisar el
Marqués á los criados de don Antonio le dijesen se le quitase delante
los ojos, avisado no lo quiso hacer, antes un dia principal pasó la
carrera delante del Marqués, el cual enfadado de tanto desacato le mandó
prender y justiciar, y porque entendió habia de ser muy importunado le
otorgase la vida, el dia que le ahorcaron se salió de la ciudad muy de
mañana; debia la muerte bien debida, porque no se redujo al servicio de
Su Majestad hasta ver desbaratado de todo punto en Pucara á Francisco
Hernandez; he dicho esto porque algunos tuvieron por riguroso al Marqués
por la muerte de Pavia.



CAPITULO XIII

El MARQUÉS HIZO PERDON GENERAL


Dia de Sant Andrés adelante se celebraron fiestas en la ciudad, con una
sortija y muy costosas libreas; los más principales del reino corrieron;
hallóse presente el Marqués, y dió perdon general á los culpables en la
tirania de Francisco Hernandez, si no fueron aquellos cuyas causas
estaban pendientes y presos, entre los cuales en la cárcel de Corte
habia algunos, no llegaban á veinte; á éstos, porque el Marqués era
humanísimo y nada amigo de derramar sangre, los condenó á que
aherrojados con grillos trabajasen en la labor de la puente que mandó
hacer en el rio desta ciudad, como arriba tractamos; mas trabajaron
pocos meses, algunos de los cuales, teniendo amigos conocidos ó
conterráneos mercaderes, se encomendaron que les pidiesen limosna y
comprasen negros, y por ellos los diesen al Marqués; hiciéronlo así los
mercaderes (era mucha lástima ver aquellos miserables cargar ladrillo y
mescla, aherrojados); fuéronse al Marqués y dícenle: Señor, vuestra
excelencia tiene condenado, y justísamente, á fulano á que trabaje en la
puente, como trabaja; vuestra excelencia sea servido recibir un esclavo
negro que traemos[8] por él, y desterrarlo ó hacer lo que vuestra
excelencia fuere servido; el negro ofrecemos á vuestra excelencia para
que perpétuamente sirva como lo es, y despues de acabada la puente
aplíquelo vuestra excelencia á quien fuere servido. El Marqués holgó
extrañamente con la merced que se le pedia, y alabóles el hecho, porque
ya sus entrañas no sufrian ver españoles en estos reinos trabajar
aherrojados como esclavos en la puente con indios y negros; concedió lo
pedido, y uno desta manera libre, los demás así se libertaron, á los
cuales desterró del reino, y embarcó, unos para México, otros para el
reino de Tierra Firme; fuéronse y no volvieron más. Los negros creo se
aplicaron para la ciudad. Despues desto, porque el capitan Martin de
Robles, suegro del general Pablo de Meneses, se descomidió (segun dicen)
á decir que el Virrey venia mal criado y era necesario bajar á Los Reyes
á ponerle crianza, mandó por una carta al licenciado Altamirano, Oidor
de la Audiencia, á quien habia hecho corregidor de la ciudad de La Plata
y Potosí (entonces este corregimiento, como agora, era uno) que hiciese
justicia dél. Prendiólo y ahorcólo; que fuese justamente justiciado ó
no, no es de mio juzgarlo; á lo menos, las palabras fueron
demasiadamente descomedidas (no digamos desvergonzadas), porque sabian á
rebelion, y por ellas y por otras que se escribian al Marqués,
libérrimas, mandó lo referido. Era el capitan Martin de Robles (no le
conocí) hombre que se picaba de gracioso y decidor y no perdonaba por un
buen dicho (así lo llamaba el vulgo necio, siendo mal dicho y
pernicioso) ni á su mujer ni á otro, y por eso, por donde pecó pagó. Era
fama en Los Reyes que el Marqués, enfadado desto, decia al general Pablo
de Meneses, yerno de Martin de Robles: escribid á vuestro suegro venga á
esta ciudad; pero que el general Pablo de Meneses le escribiese, ó no,
no lo sé; á lo menos del ánimo generosísimo del Marqués se collige que
si bajara, no muriera como murió. Fué su muerte en Potosí, donde á la
sazon estaba.

  [8] En el ms., _atraemos_.



CAPITULO XIV

CÓMO PROVEYÓ POR GOBERNADOR DE CHILE Á SU HIJO DON GARCIA DE MENDOZA


Hecho esto, luego determinó remediar el reino de Chile, porque demás de
la guerra con los indios araucanos, que se habian rebelado y muerto al
gobernador don Pedro de Valdivia, entre dos capitanes, Francisco de
Aguirre y Francisco de Villagrán, habia disensiones sobre el gobierno,
cada uno pretendiéndolo para sí: por lo cual nombró por capitan general
á su hijo don García de Mendoza que consigo trujo, de 23 á 24 años, de
grandes esperanzas, como las ha cumplido, y diremos cuando de su
gobierno en estos reinos tractaremos; con quien fueron muchos y muy
buenos soldados, viejos y bisoños, y caballeros principales desta
tierra, con los cuales y con el favor de Nuestro Señor en breve redujo
al servicio de la corona Real los indios rebelados; repartiólos y dejó
el reino tan llano como este del Perú, y porque esta historia en la
_Araucana_ de don Alonso de Ercilla se puede ver, desto no más.

Compuesto el reino y gozando de mucha paz, tractó de hacer mercedes á
los beneméritos, así capitanes como soldados principales, que en la
tirania de Francisco Hernandez habian servido á Su Majestad gastando lo
poco que tenian y de sus amigos, como fueron los capitanes Diego Lopez
de Zúñiga, Rodrigo Niño (de quien dijimos), Juan Maldonado de Buendia, y
otros bravos y famosos soldados, á los cuales llamándoles y haciéndoles
su razonamiento, con esperanzas de les acrecentar las mercedes, les daba
á uno 7.000 pesos ensayados por dos vidas, á otros cinco, á otros
cuatro, á los soldados, á dos mil pesos, porque la tierra no sufria más
por entonces, no habia repartimientos vacios: empero ellos, no usando de
la cordura que se requeria, no quisieron recebir la merced que se les
hacia, y dijeron les diese de comer conforme á sus méritos, y si en
breve relacion se ha de tractar verdad, y en larga, otros méritos no
tenian más de haber servido de capitanes, porque hacienda no tenian
mucha; pues experiencia de guerra, no creo ninguno dellos habria servido
en Italia, y por eso dijo Martin de Robles: Malograda de la madre que
este año no tuviese hijo capitan; y en esta guerra contra Francisco
Hernandez, ninguno derramó gota de sangre, porque con él nunca llegaron
á las manos, y cuando Francisco Hernandez se desbarató y perdió, como
referimos, no hobo quien contra los traidores echase mano á la espada;
de suerte que muy bien pagados eran los unos y los otros, y yo sé que se
arrepintieron más de seiscientas veces por no haber admitido las
mercedes que en nombre de Su Majestad el buen Marqués les hacia.

El cual, oyendo la respuesta, no tan prudente ni humilde como era justo,
les respondió: en hora buena, yo os daré muy bien de comer; los cuales
despedidos, luego llamó á su mayordomo Diego de Montoya y dícele: Mañana
han de comer conmigo los capitanes; aderécese bien de comer: hízose así,
convidólos á comer; comieron espléndidamente; empero túvoles aparejadas
mulas y su guardia, con el capitan de ella, y embarcólos á España,
diciéndoles que Su Majestad les daria de comer allá, porque tenia mucha
necesidad dellos para la guerra de San Quintín, donde el rey nuestro
señor, entonces príncipe, estaba ocupado; dióles cartas de
recomendacion, alabándoles de valientes, y suplicando les gratificase
conforme á sus servicios; dióles alguna plata para el camino, á unos
más, á otros menos: naipes y cintas para que jugasen en la mar, y
encomendó los llevase á España el capitan Gomez Zeron, el cual, en la
mar, antes de llegar á Tierra Firme, ahorcó á uno de los soldados
embarcados, llamado fulano Chacon, bravato y de muy buena presumpcion,
porque le quiso matar, y si le acertara de lleno, acabárale. Destos
capitanes y soldados ninguno volvió á casa, si no fué el capitan Diego
Lopez de Zúñiga, y el capitan Juan Maldonado de Buendia; el primero
murió pobre y ningun Visorrey le hizo merced, ni pudo cumplir las
cédulas de Su Majestad en que mandaba se les hiciese, por no haber vacos
indios; el otro volvió casado y pobre, é yo le vi en Los Reyes, y toda
la ciudad, padecer gran necesidad; agora vive en el Cuzco, creo con
3.000 pesos de situacion; los cuales si recibieran la merced que el
Marqués les hacia agora cuarenta años, hobieran della gozado todo este
tiempo y murieran ricos; empero la imprudencia no puede ser causa de
sosiego.



CAPITULO XV

NOMBRÓ EL MARQUÉS GENTILES HOMBRES LANZAS Y ARCABUCES


Embarcados estos no muy prudentes capitanes y soldados, no con poco
asombro de la ciudad, para enfrenar y sosegar la soberbia de los
soldados de la necia valentona, y para gratificar á otros más cuerdos, y
visto lo que pasaba, se humillaban, instituyó cien gentiles hombres,
que llamó lanzas, con 1.000 pesos ensayados cada año, con su capitan
general y alferez. Por capitan nombró á don Pedro de Córdoba, caballero
muy principal y discreto, del hábito de Santiago, deudo suyo, que con el
Marqués vino de España, con 5.000 pesos ensayados; alferez fué nombrado
Muñoz Dávila, vecino de Los Reyes, de poca renta, con 3.000 pesos,
encomendero de Guarmei; estos pesos se pagaban por sus tercios de cuatro
en cuatro meses infaliblemente; los lanzas eran obligados á tener
caballo y armas y cuartago, coracinas ó cotas, y lanzas y adargas. Dos
dias antes de la paga salian á la plaza en reseña con sus dobladuras,
ellos en sus caballos, los criados en sus cuartagos. Poníase el Marqués
en los corredores de las casas de la Audiencia y pasaban delante dél la
carrera, y al tercero dia les pagaban el tercio de los 1.000 pesos, que
son 333 pesos, 2 tomines y 8 granos. Con esta paga vivian de dos en dos;
tenian sus casas muy concertadas, sus caballos muy gordos, ellos bien
vestidos y contentos. Los arcabuces gentiles hombres fueron cincuenta
con 500 pesos de acostamiento; éstos habian de tener sus cotas,
arcabuces y mulas; nombró por sus capitanes á Domingo de Destra y á Juan
de Ribera, vizcainos, bonísimos soldados; éstos salian el mismo dia que
los lanzas á su reseña en sus mulas y arcabuces; pagábaseles su tercio
de la plata el mismo dia que á los lanzas. Dicia el prudentísimo Marqués
que los instituia para que anduviesen, fuesen y viniesen con el
Visorrey, y cuando se tractase alguna cosa contra el servicio de Su
Majestad, los lanzas y arcabuces se hallasen á pique para hacer lo que
se les mandase.

Era mucho gusto ver las barras que atravesaban de las casas Reales por
medio de la plaza para las casas de los mercaderes, que á este crédito
daban á los unos y á los otros sus haciendas. Esta paga perseveró todo
el tiempo que vivió el Marqués, y despues algunos años; mas agora no se
pagan con tanta solemnidad, ni tan bien, y un Virrey les quita un
pedazo, otro, otro. Para esta paga señaló ciertos repartimientos que
halló vacos, y otros que vacaron, de donde bastantemente se pagaba dia á
dia; á sus tres capellanes tambien señaló á 1.000 pesos ensayados, y se
les pagaba en el mismo dia que á los lanzas, y es cierto que si los
lanzas fueran pagados y arcabuces, y de hambre los unos no se hobieran
comido las armas y lanzas y los otros los arcabuces, cuando el cosario
capitan Francisco inglés, entró en el Callao, no se saliera riendo ni
robara lo que robó. Pero ni los gentiles hombres lanzas las tenian, ni
los arcabuces, escopetas, ni polvo de pólvora; no les pagaban,
habíanselos comido, y por eso el enemigo se fué riendo con tanta
riqueza, y no menor infamia de los leones del Perú. Nombró otro capitan
de artilleria al capitan Ximeno de Berrio, hombre en quien cabia muy
bien el cargo. Esta artilleria se guardaba en palacio con bastante copia
de municiones, para cuando fuesen necesarias; desta suerte enfrenó los
ánimos indómitos y necios deste reino, que les parecia para cada uno el
Perú era poco.



CAPITULO XVI

EL MARQUÉS QUISO PRENDER AL DOCTOR SARABIA, OIDOR


Gobernando, pues, el valeroso Marqués con la prudencia suya el Reino, no
sé qué cizaña se comenzó á sembrar entre él y el doctor Sarabia, Oidor
más antiguo de la Audiencia; por lo cual el Marqués, enfadado, y con
razon, determinó prenderle y ponerle en la fortaleza que hizo reparar de
Cañete, donde tenia por castellano al capitan Hierónimo Zurbano, hombre
principal. Esta fortaleza no es tan perfecta y acabada como las de
nuestra España. El Inga á su modo la hizo; reparóse, hiciéronse en ella
algunos aposentos donde el castellano viviese, y donde si algun hombre
principal se hobiese de prender y no estuviese seguro en la ciudad, le
llevasen á aquella fortaleza, pero ya ni hay castellano, aunque la
fortaleza así persevera. Una noche envió á don Pedro de Córdoba, general
de las lanzas, á llamarle; el doctor Sarabia entendió la balada; acababa
de cenar; dijo: en hora buena, luego salgo; mientras, me visto;
levantóse de la mesa, donde estaba con una ropa de levantar; entróse en
su cámara, y por una ventana, no era alta, descolgóse á la huerta, y de
allí por la puerta falsa que sale al rio, dió consigo en nuestro
convento, donde le pusieron en casa de novicios. Don Pedro, viendo se
tardaba, entró en el aposento; no le hallando, y hallándose burlado, se
volvió al Marqués, el cual viendo que no se lo trujo, luego de mañana
despachó á Chancay á nuestro provincial, que á la sazon era fray Gaspar
de Caravajal, que allí estaba en una hacienda del convento visitándola,
dándole relacion de lo pasado; que luego se partiese y viniese á tractar
de las amistades, sin que se entendiese que por su parte se comenzaba
primero. Nuestro provincial vino luego y tractó de la confederacion;
salió el doctor Sarabia de nuestro convento, fuese á su casa y de allí á
la Audiencia, sin que más sobre este particular se tractase.

El vulgo decia que el Marqués, si le viera de sus ojos aquella noche, le
diera garrote en palacio; es falso. Lo que pretendió no era sino
enviarlo á la fortaleza de Cañete, y para esto tenia aparejadas acémilas
con repuesto, hasta cocinero, uno de dos que tenia, y para el aposento
tapiceria y servicio de plata. Sobre qué se armase este nublado, no sé;
unos dicen que tractaba mal el doctor Sarabia del gobierno del Marqués,
y sobre ello, con otros personajes graves, habian escripto á Su
Majestad, y aun otros añaden le imputaban se queria alzar con el Reino:
esto, porque seria temeridad afirmarlo, no haré tal; pero colígese por
lo que el magnánimo Marqués dijo en los corredores de la Audiencia á los
mismos Oidores y otros caballeros que allí estaban, que fueron estas
palabras: Bueno seria, por cierto, que perdiese yo un estado que vale
millon é medio por ser capitan de bellacos. Sea lo que fuere, yo me
meteria en un fuego por la inocencia del Marqués en este particular.



CAPITULO XVII

DE LAS ENTRADAS QUE EN SU TIEMPO SE HICIERON


Hay en este reino grandes noticias de entradas y nuevos descubrimientos;
los más son sobre mano izquierda, al Oriente. El generosísimo Marqués,
para descargar el reino de gente ociosa, pidiéndole el capitan Gomez
Arias una entrada á las espaldas de Huánuco, donde era vecino, se la dió
con las instructiones cristianas necesarias; esta entrada se llama de
Rupa Rupa; salió de Huánuco en prosecucion de su jornada con doscientos
hombres, pocos más ó menos, pero dando en unas montañas asperísimas,
calurosísimas y despobladas, no se atreviendo á pasar más adelante, que
fuera locura, se volvió sin hacer otro efecto más que gastar mucha
hacienda; murieran todos de hambre si la prosiguiera.

Dió tambien descubrimiento adelante los Bracamoros al capitan Antonio de
Hoznayo; fueron con él algunos lanzas, por mandado del Marqués, y casi
150 soldados; tambien se volvieron temprano, porque no hallaron sino lo
mesmo que el capitan Gomez Arias; perdiéranse si pasaran adelante.

Vino despues desto el capitan Pedro de Orsúa de Tierra Firme, á quien
habia encomendado la pacificacion de los negros cimarrones, que llaman
la pacificacion de Ballano; despues de pacificados, aunque se tornaron á
rebelar, llegó á la ciudad de Los Reyes; _era_ de buen cuerpo y
conforme á él gentil hombre; _de_ nacion guipuzcuano[9], si no era
navarro; muy bien criado, afable, y parecia en viéndole ser hombre
noble; llevábase los ánimos de los hombres tras sí; realmente tenia
muchas y muy buenas partes, á quien el Marqués, para acabar de limpiar
la tierra, dió el descubrimiento y entrada del rio Marañon, para lo cual
le ayudó con plata y municiones bastantes, y en la ciudad de Los Reyes
se le junto mucha gente, y de otras ciudades bajaron soldados para irse
con él, como se fueron. Esta entrada se habia de hacer por la ciudad de
Chachapoyas, el Rio Grande abajo, y como por rio habian de ir, dióle el
Marqués todo lo necesario para hacer bergantines. Túvose por cosa cierta
que los que allá fuesen habian de hallar montes de oro, porque como no
hay casamiento pobre ni mortuorio rico, así no hay descubrimiento pobre.
A esta fama bajó del Cuzco, y aun de más arriba, un viscaino llamado
Lope de Aguirre, de mediana estatura, no muy bien tallado, cojo, gran
hablador y jurador, si no queremos decir renegador, con una hija suya
mestiza, no de mal parecer; vi á este Lope de Aguirre muchas veces
siendo yo seglar, sentado en una tienda de un sastre vizcaino, que en
comenzando á hablar hundia toda la calle á voces. Llegóse tambien á
Pedro de Ursúa un caballero, creo de Xerez, llamado don Fernando de tal,
pequeño de cuerpo, de buen rostro, la barba un poco roja, y despues allá
en Chachapoyas, ó cerca, otro soldado casado en Los Reyes, llamado Juan
Alonso de la Valentona, bien dispuesto el rostro, nariz aguileña, de
buen color, que por cierta pendencia no le convenia quedar en la tierra.
Nombro á estos tres por lo que adelante sucedió; y aunque tracté al don
Fernando, más á este Juan Alonso. En Los Reyes habia un clérigo llamado
Henao, de edad al parecer de 50 años, y para su estado tenia con
suficiencia lo que habia menester; dió su hacienda á Pedro de Ursúa,
como otros se la daban, y fuese con el despacho Pedro de Ursúa de Los
Reyes, _con_ los que se le junctaron (no hobo atambor ni bandera) y
todos, unos en pos de otros tomaban su camino para Chachapoyas, cuales
por la Sierra, cuales por los Llanos. Pedro de Ursúa tomó el suyo por
Trujillo, donde estaba viuda aquella señora con quien don Francisco de
Mendoza, siendo casada, tuvo ciertos dares y tomares; concertáronse los
dos fácilmente (dicen era muy hermosa mujer) y llevósela consigo, que no
debiera, por ser la causa de su perdicion. Llegó Pedro de Ursúa á
Chachapoyas, donde junctó 400 hombres, ó poco menos, bien aderezados de
armas. Los que nombró por capitanes creo fueron á don Fernando y á Lope
de Aguirre, y creo al Lope de Aguirre hizo maese de campo; con esta
gente y lo necesario para hacer los bergantines caminó en demanda del
Rio Grande, que se hace de todas las vertientes de la cordillera de
Pariacaca y de Villcanota, de donde dijimos una laguna vertia á una y
otra mar; componen este rio el de Jauja, Villcas, Amancay, Apurimac y el
de Quiquixana, que es el que comienza de la laguna de Villcanota con los
demás que con éstos se junctan. Llegado á él (hasta entonces ni
poblazones de indios, ni tierra donde pudiesen parar hallaron) hacen sus
barcas y bergantines, y échanse el rio abajo, mientras más abajo mayor,
y la vuelta arriba imposible; finalmente, á lo que me refirieron
soldados conocidos antes, que con él fueron, y despues volvieron acá,
andadas á su cuenta más de 200 leguas el rio abajo, sobre mano derecha
dieron en una barranca grande, encima de la cual habia gran cantidad de
indios con sus arcos y flechas bien dispuestos, que les prohibian salir
á tierra, y en canoas les daban en qué entender; pero, finalmente, los
arcabuces y versetes los aojearon; saltaron en tierra, toda llana y
rasa; la de la mano izquierda, montosa é cenagosa, inhabitable, y el rio
ya de más de tres leguas de ancho, aunque llano. Saltando en tierra
hallaron un camino anchísimo y más trillado, que venia á dar al rio; no
vieron poblazones; siguieron algunos soldados con su capitan el camino;
empero como le iban siguiendo se iba ensangostando, y sendillas á una y
otra parte. Estos indios deben vivir sin república ni señor, cada uno en
su casa por sí, y de sus casas venian al rio á tomar agua, y á pescar
por sus sendillas, hasta que cerca del rio hacian, juntándose las
sendillas, aquel camino ancho. El capitan con los soldados volviéronse
sin traer más relacion que la dicha.

  [9] Tachado: _y que parecia en viéndole_.

Parten de allí, y por la barranca otro dia parecen tambien muchos
indios, no tantos como el primer dia, diciendo: ¡Omagua, Omagua! muchas
veces. El capitan y los demás ¿qué pensaron? que el descubrimiento que
buscaban se llamaba Omagua, donde los arroyos manaban oro, y no les
querian decir sino: abajo, abajo, como si les dijeran: no pareis aquí,
pasa adelante. El desdichado Pedro de Ursúa, habiendo de parar donde los
indios le salieron á defender salir á tierra, y enviar á descubrirla,
sus pecados que le cegaron, siguió el rio abajo, más de otras 200 leguas
de aquí, donde no vian indio en la costa ni barranca, y la vuelta al
Perú más imposible. Los soldados ya murmuraban del capitan, y
principalmente por la mujer que llevaba, de suerte que los tres, don
Fernando, Lope de Aguirre, Juan Alonso, se concertaron de matar á su
capitan Pedro de Ursúa y á la pobre mujer, y como lo concertaron así lo
hicieron; llegan todos tres, no creyendo Pedro de Ursúa sino que le
querian hablar como otras veces, dánle de puñaladas y mátanle, y luego
matan á la desventurada señora, que ni lágrimas, ni lástimas, ni su
hermosura le aprovechó para librarse destos malos hombres. Luego tocan
arma y levantan por rey á don Fernando; júranle por tal todos, más de
temor que de amor. Luego se les reviste el demonio en el cuerpo á estos
sacrílegos demonios (nómbrolos así por lo que luego diré) y
principalmente á Lope de Aguirre, y conjurado, era esto de mañana,
llaman al padre Henao, hácenle decir misa en una ramada en tierra, y
mándanle consagre dos hostias, que consuma la una y deje la otra. El
pobre y pusilánime sacerdote hízolo así; dice misa, consagró dos
hostias, consumió la una, dejó la otra sobre los corporales en el ara;
acabada, llegase Juan Alonso (si no me acuerdo mal, éste fué, á lo que
me dijeron): toma la hostia con sus sacrílegas manos, consagrada; hácela
tres partes ¡oh, Señor! y cuánta es vuestra misericordia y paciencia;
es misericordia y paciencia de Dios, pues allí no se abrió la tierra y
vivo tragó á este más que sacrílego demonio; da la una á don Fernando,
otra á Lope de Aguirre y toma él la otra, y allí se conjuraron de no ir
ni venir el uno contra el otro, ni el otro contra el otro, y en señal
partian la hostia; invencion de más que demonios. Los demás soldados
estaban atónitos y fuera de sí viendo una maldad, un sacrilegio jamás
oído; empero Nuestro Señor, que no deja sin castigo semejantes
impiedades, dentro de pocos dias ya el Lope de Aguirre tenia muertos á
puñaladas á los dos, al negro rey y á Juan Alonso, que si no me engaño
era nombrado maese de campo, y el Aguirre coronel, ó al revés; poco va
en esto: Lope de Aguirre volvióse la bestia y tirano más cruel que ha
habido en nuestros tiempos, ni en pasados, y lo que más admira, que con
abominar los soldados aquellas impiedades, le temian tanto que no se
atrevian ni á mirarle; mató á muchos: si se reian, los mataba; si
estaban tristes, los mataba; si se juntaban, los mataba; si se paseaba
uno solo, le mataba; no se ha visto ni leido semejante ánimo de demonio.
Parte, pues, de donde cometieron esta más que impia maldad, su rio abajo
(el temple todo desde que se echaron al agua hasta desembocar en la mar
del Norte, calidísimo) y ya cerca de la mar dieron en muchas islas
pobladas de indios desnudos, de las costumbres Chiriguanas; las casas
como las tenemos dichas ser las de los Chiriguanas; duermen en hamacas,
gente desnuda y bestial; adonde ocupaba á los soldados que deshiciesen
las hamacas y destruyesen para aderezar los bergantines, y la cabuya
sirviese de estopa, porque su intencion era en desembocando procurar
volver al Perú. Allí se rehizo lo mejor que pudo; comida no les faltaba
de la que tenian los indios, y mucho pescado y marisco, y entre los
peces unos que llamaron roncadores, porque en pescándolos roncaban como
un hombre cuando duerme, grandes y sabrosos. Vino á desembocar por el
rio en la mar del Norte, llamada la Burburata, donde dicen tiene ochenta
leguas de boca; es el mayor del mundo. De allí vino á la Gobernacion de
Venezuela, y saltando en tierra, persuadia con oraciones, como un
Ciceron, no le dejasen hasta que sus ojos viesen al Perú y sus pies
hollasen aquella tierra, donde los pensaba hacer señores della;
llamábalos mis marañones, porque se tenia por desgraciado morir en otra
parte, y más en aquella miserable y pobre Gobernacion. El desventurado
bien conocia que, vista la suya, todos los soldados se le habian de
huir. Aquí mató uno, si no fueron dos religiosos nuestros, porque
persuadian á los soldados les dejasen, pero de temor hasta que vieron el
estandarte Real no lo hicieron; llegó la voz al gobernador; juntó gente;
vino contra este peor que demonio; los que con él venian, visto el
estandarte Real, luego todos le desampararon; pero era tanto el temor
que le tenian, que ni los que con él vinieron, ni los de la tierra le
osaron llegar á prender, si no de fuera le arcabuceban á un hombre solo,
cojo, con una partesana en las manos, el cual viendo su perdicion, llega
á su hija y dala de puñaladas, diciendo: No te han de llamar hija de
traidor. Luego diéronle un arcabuzazo y dijo: Este no: pero al segundo,
diciendo: Este sí, cayó muerto el más que miserable, muriendo como un
gentil y que no tuviera conocimiento de Dios. Decia: Yo bien sé que me
tengo de condemnar, pero en el infierno no tengo yo de estar con la
gente bahuna, sino con Alejandro Magno, con Julio César, con Pompeyo y
otros príncipes del mundo: puede ser que se halle con otros más infames
pecadores que éstos, y sus tormentos sean mayores, por tener
conocimiento de Dios más que aquellos gentiles, y ser cristiano, y sin
puede ser lo podemos decir, porque un hombre sacrílego como éste, y que
murió impenitente, habiendo hecho tantas crueldades y muerto dos
sacerdotes ¿por qué lo habemos de poner en puede ser? Desta manera acabó
este impiísimo tirano, que quien le conoció en este reino é oyó decir
las maldades que hizo, se admirará. Todos los que con él fueron tambien
perecieron, unos en unas partes, otros en otras; en este reino tres vi,
los cuales en diferentes tiempos informándome de lo que habia pasado, me
refirieron en suma todo este suceso. No tracto de las cartas que dicen
escrebia á Su Majestad del Rey nuestro señor; algunas vi en pedazos,
llenas de mil disparates, aunque daba algun poco de gusto leerlas, por
solo ver el frasis, que no sé quién se lo enseñó. Su Majestad mandó que
á todos los que con él llegaron á la Venezuela y la Burburata, las
justicias hiciesen castigo en ellos; mas los que lo olieron no se
descubrian á todos. Tambien mandó aprestar dos navios, en que envio á
descubrir el estrecho de Magallanes, en uno al capitan Ladrillero,
vecino de La Paz, á quien subjectó el otro navio; capitan un maestresala
suyo, llamado el capitan Cáceres. Salieron del Callao; el capitan
Cáceres, no pudiendo sufrir los temporales de Chile, arribó á
Valparaiso. El capitan Ladrillero pasó más adelante, pero no entró en el
Estrecho, y si entró, por ser el tiempo de nieves, habiéndosele muerto
marineros y soldados, volvió al puerto de la Concepcion, donde una
negra, viendo la tierra y puerto, de alegría se quedó muerta, y sin
hacer ningun efecto cesó este descubrimiento.



CAPITULO XVIII

EL MARQUÉS MANDÓ TRAER Á LOS REYES LOS CUERPOS DE LOS INGAS


Cuando aquel más que impio tirano Lope de Aguirre tractaba de crueldades
y de hacer grandes ofensas contra Nuestro Señor, el marqués de Cañete
tractaba de componer la tierra, y quitar á los naturales cualquier
ocasion del deservicio de Dios Nuestro Señor; por lo cual, sabiendo que
en el Cuzco los indios tenian en mucha veneracion y como por dioses
suyos, á quien adoraban y reverenciaban, los cuerpos de Guaina Capac y
de otros Ingas que fueron señores destos reinos, mandó los sacasen de su
lugar y los trujesen á Los Reyes para quitar esta ocasion á los indios y
darles á entender no eran más que cuerpos muertos; hízose así y
trujéronlos á Los Reyes, enteros, sin corrupcion. Tienen estos indios
sus yerbas, que antiguamente en su infielidad á los cuerpos de los
señores aplicaban, con las cuales no se corrompian, como si los
embalsamaran. Mandó, pues, los pusiesen en el hospital de los españoles,
en un aposento donde ningun indio los viese. Despues desto, sabiendo
tambien que en los Andes, que son unas montañas muy calurosas y
lluviosas, á las espaldas de Guamanga, y no lejos della, se habia
retirado un Inga, y allí vivia con otros Ingas en unos valles asaz
cálidos, procuró reducirlo y sacarlo y hacerle merced, por lo cual envió
á dos religiosos nuestros, el uno llamado fray Melchior de los Reyes,
hombre docto, gran cristiano, y que todo el tiempo desde que llegó á
este reino se ocupó en predicar el Evangelio á estos indios, gran lengua
y de muchas y buenas partes, y con él fué otro religioso nuestro llamado
fray Pedro de Arrona, hombre esencial y buen fraile: juntamente con un
vecino del Cuzco llamado Betanzos entraron en los Andes, hablaron á el
Inga, que lo reverenciaban los demás que allí vivian, y servian con las
mismas ceremonias que en tiempos antiguos en estos reinos; descendia de
los Ingas, señores desta tierra; persuadiéronle saliese con todos los
demás, que el Marqués les enviaba á este efecto, con protestacion de le
hacer muchas mercedes en nombre de Su Majestad: finalmente, tanto
pudieron con él y con algunos de sus capitanes, que le persuadieron á
que saliese. Otros Ingas le persuadian lo contrario, y éstos no
quisieron salir, dando allá sus excusas, no muy fuera de razon;
finalmente, el Inga salió, vino á la ciudad de Los Reyes; trujéronle
los indios en unas andas guarnecidas con plata. El Marqués le recibió
muy alegre y afablemente, prometióle mucha merced en nombre de Su
Majestad si se volvia cristiano y se quedaba en la tierra; mirase lo que
más le convenia, y si se queria volver, libremente se volviese; dióle de
su hacienda algunas preseas buenas y el Inga determinó quedarse y
baptizarse, aunque no se baptizó en Los Reyes. Esto asentado, con órden
del Marqués volvió al Cuzco, donde se baptizó y casó con una deuda suya,
en grado para los indios no prohibido, y dispensado por la Sede
Apostólica, llamada la Coya, que quiere decir la Emperadora dona Maria,
mujer de no mal parecer y de buen entendimiento; hízole el Marqués
merced, en nombre de Su Majestad, de 12.000 pesos de renta perpétuos en
indios.

Tuvo una hija, llamada doña Beatriz, heredera, porque no tuvo hijo
varon, á la cual criaron, muerto el padre (no vivió muchos años despues
desto), en casa de un vecino principal donde la enseñaron toda buena
policia y costumbres con las demás cosas que se suelen enseñar á las
mujeres generosas; la cual casó despues el Visorrey don Francisco de
Toledo con el comendador Martin García de Loyola, como despues diremos.

La madre, digamos la Coya, así la llaman los Ingas que se quedaron en
los Andes y en aquellos valles, luego levantaron por cabeza á otro Inga
de la casa destos señores, pariente más propincuo; de los cuales,
tractando de don Francisco de Toledo, y _lo_ sucedido en su tiempo,
habremos de volver á tractar dellos.



CAPITULO XIX

EL MARQUÉS SE MOSTRÓ GRAN REPUBLICANO


En todo el tiempo que el generosísimo Marqués gobernó, se mostró gran
republicano, y quien lo es merece nombre de padre de la patria, y el que
no mira por el bien de la república no merece el nombre de padre della,
y en una de las cosas en que el buen príncipe se muestra ser padre de la
patria, es en traer siempre delante de los ojos lo que los filósofos
antiguos con lumbre natural alcanzaron, que el príncipe es por el reino,
y no el reino por el príncipe; de donde luego el buen príncipe, con
todas sus fuerzas procura la conservacion de su república y augmento
della; que se guarde justicia y se haga que los vasallos sean ricos y
prósperos, y otras cosas que ni deste lugar ni tiempo es agora
tractarlas.

Todo esto pretendia el buen Marqués y en esto se desvelaba.

Sabiendo que en este reino habia rios, y muy grandes, donde perecian á
los iviernos algunos indios y españoles, mandó hacer puentes y se
hicieron: la de Lima; en el rio del valle de Jauja, dos; en el de
Abancay, otra; en los dos rios que hay de la ciudad de La Plata á
Potosí, en cada uno la suya, y si viviera, la del rio Grande de
Chunguri, como habemos dicho, la acabara, y la de Apurima.

Los caminos bien aderezados, los tambos bien proveidos lo fueron,
pagando á los indios comidas y trabajo. La justicia siempre estuvo en su
punto, y los indios muy favorecidos y amparados. Pretendia que todos los
que viviesen en estos reinos fuesen ricos; los nobles como nobles y los
labradores como tales, y si alguno por su suerte buena alcanzaba á ser
rico, dándosela Dios, San Pedro se la bendijese (como dicen), y por esto
muchas veces entre semana iba á las huertas de los hombres pobres, que
en contorno de la ciudad tenian, animábalos á que plantasen, trabajasen;
preguntábales qué fructa buena tenian, y decíales le enviasen della, y
el servicio, y si era necesario más, que les favoreceria: porque no
siendo, como no era, hombre de letras, Nuestro Señor le dió un
entendimiento acendrado, con el cual alcanzaba que la proporcion que hay
de los miembros á la cabeza esa hay de los vasallos al Rey. Entonces el
Rey es poderoso, rico y temido, cuando los vasallos son ricos; entonces
se defiende y ofende; ofende digo á quien le quiere ofender, y
fácilmente le conquista. Entonces el brazo defiende bien la cabeza y
sufre el golpe que sobre ella viene, cuando es recio y sano; el manco no
tiene fuerza, no se puede levantar, y siendo esto así, ¿cómo defenderá
la cabeza? Los vasallos ricos muy bien defienden el reino; al reino
pobre, como no tenga fuerzas para defenderse, cualquiera un poco más
poderoso se lo atreve, y fácilmente lo conquista. Por eso, el otro, para
conquistar cierta fuerza, ó cibdad, pedia dinero y más dinero.

Un año, habiendo mucha falta de trigo, llamó á los vecinos que lo tenian
sobrado; persuadíalos lo trajesen á la plaza, y moderasen el precio;
hízoseles de mal; tomó cantidad de plata, envióla en barcos grandes por
los valles; trujo bastante trigo; socorrió á su cibdad; hizo alhóndiga,
y los vecinos quedáronse con su trigo comido de gorgojo, por no hacer lo
que el justísimo Marqués les mandaba y aconsejaba, y perdieron, de lo
que pensaron ganar, no poca plata.

Saliéndose á pasear un dia de trabajo, volviendo para palacio, en la
plaza vió á un espadero, llamado Mendoza, que con un jubon de raso
carmesí, y carzas de terciopelo carmesí aforradas en los mismos, estaba
acicalando una espada; paró el caballo, y díjole: Buen hombre, ese
vestido más es para los domingos y fiestas que para entre semana; por mi
vida que lo guardéis para entonces; en algo nos habemos de diferenciar
en estos dias; y luego, volviendo la cabeza á un criado llamado
Parrilla, díjole: De aquel paño pardo que me envió la marquesa, dad á
este buen hombre para que haga un vestido con que entre semana trabaje,
y pues la marquesa (dice al espadero) me lo envió para que yo hiciese un
vestido, bien podéis vos vestiros dél. El espadero estaba en pie, su
gorra quitada; besóle las manos diciendo haria lo mandado por Su
Excelencia; luego, preguntábale: ¿Cómo os llamáis? respondió: Mendoza;
dijo el Marqués: ¿Mendoza? parientes somos, y volviéndose á sus criados
mandóles diciendo: Todas vuestras armas traérselas á Mendoza como las
habeis de llevar á otro; es mi pariente; habémosle de ayudar todos.

Fué amicísimo de que todo el reino viviese en servicio de nuestro Señor,
y así casó muchas mujeres principales, y no principales, principalmente
de las que venian con el Adelantado Alderete, que traia muchas. Mis
padres vivian en Quito, y allí les casó dos hijas, y todos los
casamientos subcedieron bien; solo uno salió avieso. Entre estas señoras
venia una llamada doña Graciana, mujer principal, discreta, no muy
hermosa, pero gallarda. Casóla con un vecino del Cuzco, rico, llamado
Villalobos; allá en el Cuzco no sé que desabrimiento tuvieron; el vecino
era mal acondicionado, ella mal sufrida; el desabrimiento no fué por
cosa que doña Graciana no debiese hacer conforme á su calidad; no fué
cosa que tocase á honra, y el demonio, que no duerme, el Villalobos
dióla de puñaladas; la justicia prendióle y encubóle, y perdió la vida
con este ejemplar castigo; desto no tuvo la culpa el buen Marqués, sino
los pecados del Villalobos; esto me pareció no dejar en olvido, cosa
rara y que en reinos más extendidos subcede pocas veces.

Los vecinos que tenian hijos diéronselos para que le sirviesen, á los
cuales en su casa les enseñaban toda buena crianza y policia, y les daba
estudio dentro de palacio; algunas veces comiendo tomaba un plato y
llamaba al que le parecia y decíale: Ve á tu madre y dile que, por que
me sabia bien esto, por amor de mí lo coma. Partia el paje; llamábalo y
preguntábale: ¿qué te dije? Señor, respondia, esto, y esto; decíale: Mas
mira que cuando entres delante de tu madre le has de hacer la reverencia
con el pie izquierdo; con el derecho á Dios y á sus imágines; y cuando
volvia preguntábale cómo la halló, cómo hizo la reverencia.

Parecerá esto cosas muy menudas y no dignas de un Visorrey del Perú, que
es lo mejor que Su Majestad tiene que proveer; no es sino muy esencial,
porque la crianza de los muchachos conviene mucho les sea enseñada, y
mejor la toman del señor que del maestresala, y más le temen. Dia de la
Asumpcion de Nuestra Señora, habiéndose de hacer fiestas en la plaza, de
toros y cañas, se dijo en el pueblo, sin saber de dónde, ni cómo habia
salido: El Emperador es muerto. Viniendo de misa de la iglesia mayor,
despues de comer, el mayordomo mayor le dijo: Señor, esto se tracta en
el pueblo, que el Emperador es muerto; Vuestra Excelencia, aunque no sea
sino por esta nueva, mande no haya hoy fiesta. Sintió la nueva el
Marqués, porque el Emperador le tenia en mucho y dél hacia mucho caso;
en diciéndoselo, dice: bien decís; avisa á los alcaldes deshagan las
barreras, y si así es, yo no soy Virrey del Perú. Fué así, que aquel dia
ya era enterrado el Emperador, de gloriosa memoria, y Su Majestad del
Rey nuestro señor habia proveido por Visorrey destos reinos á don Diego
de Acevedo, aunque no llegó asá, por morir en Sevilla. Tardó la nueva
cierta más de seis meses; llegada, mandó se hiciesen las honras del
Emperador con mucha solemnidad; hiciéronse en la iglesia mayor; salió
todo el pueblo del monasterio de Nuestra Señora de las Mercedes, los más
principales llevando las insignias. Otro domingo adelante se hicieron
las fiestas del nuevo rey con mucha solemnidad, y el Marqués tomó la
posesion por Su Majestad deste reino; juróse con la solemnidad
acostumbrada, batióse moneda, y derramóse cantidad della, así en la
iglesia mayor como en la plaza, con gran alegría de todo el pueblo.



CAPITULO XX

DE LA MUERTE DEL MARQUÉS


Cuatro años habia, poco más, que gobernaba el Marqués, padre de la
patria, siendo amado y tenido de los buenos y de los malos, cuando
Nuestro Señor fué servido llevarle para sí, recibidos devotísimamente
todos los Sacramentos, que muchas veces frecuentaba, sabida ya la venida
del conde de Nieva por Visorrey destos reinos, proveido luego que murió
don Diego de Acevedo. El dia de su muerte fué muy triste para la cibdad
de Los Reyes, y para todo el reino; fué llorado de todos y en particular
de los pobres. Enterróse en el convento del seráfico San Francisco, de
donde, sacados sus huesos, fueron llevados á España por el padre fray
Juan de Aguilera, comisario de aquella Orden en estos reinos.

Era hombre de mediana estatura, más grande que pequeño, espaldudo, y de
miembros fornido, de gran ánimo y generoso; nada amigo de derramar
sangre, empero que se hiciese justicia; amigo de los hombres animosos.
No se espantaba de que hobiese algunas pendencias, porque es imposible
menos. Sucedió lo que diré: Acabando de comer (no dormía la siesta, sino
por maravilla), salíase á pasear á una sala cuya ventana en la esquina
salia á la plaza; cuando á ella llegaba, sacaba el cuerpo fuera y miraba
si habia algo en ella; á una vuelta, mirando la plaza, vió que se
encontraron dos caballeros de Jerez, enemistados, ó escogieron aquel
lugar para reñir á tiempo que en ella no pareciese nadie; echaron mano á
sus espadas don Yelmo de Gallegoso y el capitan Patiño, y comenzaron á
reñir con gentil donaire y ánimo. El Marqués recostóse sobre el pretil
de la ventana mirando cómo reñian, en lo cual tardaron buen rato sin que
la justicia ni hombre acudiese á meterles en paz; hiriéronse ambos y
mal; acude la justicia, préndelos; entonces el Marqués mandó al paje de
guardia que vaya alcalde y le diga de su parte no los lleve á la cárcel,
sino á cada uno les dé la posada por tal, que aquella causa tomaba para
sí; y luego envíales á cada uno una barra de plata diciéndoles les ha
visto reñir desde el principio, y se habia holgado, y lo habian hecho
como muy buenos caballeros; se curasen y recibiesen cada uno su barra
para pollos, y sanos, tractaria de las amistades. Los heridos besáronle
las manos, y que Su Excelencia hiciese dellos lo que fuese servido.
Sanaron, hízoles amigos; don Yelmo siguió su viaje á España; el otro se
quedó acá en el reino. Hacia burla de cosas de alzamientos y rebeliones,
de lo cual otros han hecho gran descargo de servicios á Su Majestad.
Hobo en Los Reyes cierto rumor de alzamiento; salíase á pasear una y dos
veces cada semana, y las fiestas y domingos íbase por las chácaras, y á
los que le acompañaban mandaba se quedasen, y con un solo paje se iba
buen trecho solo. Su mayordomo mayor decíale: Señor, ¿cómo se va
Vuestra Excelencia solo sabiendo lo que se ruje en la ciudad?
Respondióle diciendo: Por eso me aparto solo, para ver el ánimo destos.
Pues esta gente, ¿se ha de atrever á eso? Sucedió así que de la cibdad
del Cuzco le enviaron un soldado, con informacion no muy bastante, sino
de indicios leves, que se queria alzar ó tractaba dello, para que el
Visorrey le mandase castigar. En una visita de cárcel (no perdió
ninguna), salió el pobre soldado aherrojado, y leida en breve la causa
de su prision, llamóle y díjole: ¿Vos os queríades alzar con el Cuzco?
el miserable, temblando, respondió: No, señor; ¿quién soy yo ni qué
calidad tengo para eso? Enemigos que en el Cuzco tengo me han impuesto
ese testimonio. El Marqués llama al alcaide (el pobre ya pensó estaba
ahorcado), y dícele: Quitad las prisiones á ese hombre; y al hombre
dícele: Andad, id luego derecho al Cuzco, y alzáosme con aquella ciudad;
si no, por vida de la marquesa, que tras vos envio para que si no lo
hiciérades os hagan cuartos. ¿Cada chirrichote se ha de alzar contra la
Majestad del Emperador y rey nuestro señor? El otro, en saliendo de la
cárcel, no pareció más ni fué al Cuzco; bien sabia el magnánimo Marqués
que no habia de ir aquel miserable al Cuzco.

En manos de otro cayera, que por lo menos fuera á remar á las galeras.



CAPITULO XXI

DE LAS VIRTUDES DEL MARQUÉS


En tiempo que vivió en estos reinos fué castísimo y muy amigo que todos
los de su casa, como es justo, lo fuesen, y mirando por esto y por el
buen ejemplo que están obligados á dar los que gobiernan. Diré lo que
dijo el padre Molina. Este padre Molina se consagró á servir á los
españoles en el hospital llamado San Andrés: en él era capellan,
mayordomo, y toda la casa quien la gobernaba, y todas las haciendas. El
piadosísimo Marqués acudia á hacerle muy crecidas limosnas, porque le
dió más de 30.000 pesos de su hacienda; el padre Molina venia de noche á
tractar con el Marqués las necesidades del hospital, y como de clérigo,
los vestidos eran largos; díjole el Marqués: Padre Molina, ya sabeis que
para vos no hay puerta cerrada, ni hora ocupada; no vengais más de
noche; traeis esas faldas largas; algun malicioso pensará sois mujer;
mirad que en público y en secreto somos obligados á dar buen ejemplo.

Como se preciaba tanto de ser padre de pobres, fuera de las limosnas
hechas al hospital de los españoles, y aun al de los indios y al
convento de San Francisco, hizo otras en particular, no pocas, pero
destas referiré dos ó tres. Un buen hombre vino de México, casado y
pobre; entró á pedirle limosna (para los pobres no habia puerta
cerrada); mandólole dar una barra; las limosnas luego se daban sin
réplica ni libramiento, porque luego mandaba á su mayordomo y mandábale
diciendo: Dad tanto á este buen hombre; luego era cumplido. El buen
hombre, muy contento con su barra, antes que saliese de la sala, tornólo
á llamar el piadoso Marqués y dícele: Buen hombre, ¿sois casado?
respóndele: Sí, señor, y traigo mi mujer é hijos; dice al mayordomo:
Montoya, dadle otra barra; no tiene para zapatos; y luego pregúntale:
¿Tenéis oficio? y respondióle: Sí, señor; sé mucho de labranza y
crianza; el buen Marqués dícele: Mucho me alegro de eso, porque agora
mando poblar un pueblo 22 leguas desta ciudad, de muy fértil suelo; ídos
allá con vuestra mujer é hijos; yo os daré una carta para el capitan
Zurbano; allí os dará solar para casa, tierras para pan y para viñas;
hacedme allí una heredad muy buena para vos y para vuestros hijos, y
cuando tuviéredes necesidad, no vengais acá, sino escribídmela, yo os la
remediaré. Con esto se fué el hombre muy contento, y de aquí á Cañete.

Levantábase muy de mañana, y sólo con un paje de guardia se iba al rio
arriba, rezando en unas Horas; prosiguiendo su camino oyó lloros como de
mujer que se estaba acuitando, porque una sola negra que tenia, con que
amasaba un poco de pan, y lo sacaba á la plaza, y desto se sustentaba
trabajosamente, se le habia muerto aquella mañana. El pientísimo Marqués
¿qué pensó, cuando oyó los gemidos y voces? que la hacian alguna fuerza;
alargó el paso y púsose á la puerta para oir lo que pasaba, y como
entendió á la mujer que se lamentaba y la causa, diciendo: ¡Ay! cuitada
de mí, que sola una negra que tenia, que me ayudaba á pasar mi trabajo,
me ha llevado Dios; ¿qué tengo de hacer, miserable? y otras cuitas que
las mujeres pobres en semejantes trances suelen hacer. Luego el padre de
pobres y buen Marqués da la vuelta y con el paje que le acompañaba le
envió una barra de plata de 250 pesos ensayados (entonces aun no valian
tanto los negros bozales), diciéndola no se afligiese más, y que con
aquella barra comprase otra negra y supliese su necesidad, y con las
demás acudiese, que se las remediaria. Desta manera favorecia á los
pobres y les hacia bien y mercedes y limosnas.

Otras muchas limosnas hizo á caballeros pobres y á personas necesitadas,
que seria largo de contar, y nuestro intento no lo permite; pero
decillas en breve, pídelo; finalmente de su hacienda dió de limosnas
pasados de 80.000 pesos, por lo cual su hijo, don García de Mendoza,
bajando de Chile, bien pobre, hallando muerto á su padre y en el
gobierno al conde de Nieva, que consigo trujo á don Juan de Velasco su
hijo, estando juntos los dos, don Juan de Velasco dijo á don García de
Mendoza, como por baldón y mofando: ¿Qué hizo su padre de vuestra merced
en este reino? al cual con mucha prudencia respondió don García de
Mendoza: Un monasterio de San Francisco, donde se enterró, y un hospital
de españoles, donde como á pobre me den de comer; y guárdele Dios á
vuestra merced no muera su padre en el Perú, y vuestra merced entonces
se halle en él, porque se verá uno de los más desventurados caballeros
del mundo. Parece le fué profeta, porque se vió paupérrimo y con suma
pobreza, y esto allí le vimos y tractamos.

En su tiempo los mercaderes de la ciudad de Los Reyes, juntándose,
tractaron de pedir limosna para los pobres de la cárcel, que se iban
multiplicando, no con título de cofradia, sino por via de caridad;
despues se constituyó cofradia y creció como habemos dicho.

Concertáronse que dos cada semana pidiesen por amor de Dios para los
pobres della, y les diesen de comer, y cuando las limosnas no
alcanzasen, de su casa les proveyesen; la segunda semana cupo á dos,
Juan Vazquez y Juan Vaz, hombres de caridad, casados y ricos; conocílos
y tractélos mucho; convinieron en ir á pedir limosna al Marqués;
entraron y dícenle lo que habian ordenado, y que suplicaban á Su
Excelencia les mandase dar limosna; alabóles mucho la buena obra, y
mandóles dar, para aquella semana (como tractando de la fundacion desta
cofradia dejamos dicho), cien pesos, y para cada mes cincuenta, y que no
se los viniesen á pedir, sino á su mayordomo, lo cual infaliblemente el
tiempo que vivió se cumplió así.

Diré otra, que fué graciosa. Pocos meses despues de llegado á la ciudad
de Los Reyes, cantó misa un clérigo llamado el padre Roberto; hallóse
presente el Marqués y el Audiencia y todo el pueblo; entonces de tarde
en tarde se cantaban; salió el misacantano á ofrecer. El Marqués habia
pedido al mayordomo un pedacillo de oro de 25 pesos; ofreciólo; luego
los Oidores, los cuales no ofrecieron, mandaron, y las mandas se
escribieron; en las fuentes llevaban papel y tinta: hobo quien dijo
dellos (si no me acuerdo mal fué el licenciado Santillan, de quien
arriba tractamos): Escriban 50 pesos; el Marqués casi corrióse, y dijo:
Pues dijéranme que se usaba mandar por escripto; yo tambien mandara;
escriban 100 pesos, y así ofreció 125 pesos, los 25 en oro; y á quien
era tan limosnero y liberal, no es necesario alabarle que jamás recibió
dádiva, ni nadie se atreviera á ello, ni á cohechar al menor de su casa;
y que esto se entienda ser así, es verdad lo que diré: habia en la
ciudad un mercader rico y de mucho crédito, llamado Gonzalo Fernández,
de cuya casa se proveia todo lo necesario para la del Marqués, y era
como el cambio del mayordomo mayor, y el salario del Marqués todo
entraba en casa deste mercader. Tractábase como criado del Marqués, y no
perdia en ello nada. Quiso hacer un servicio á la marquesa, y tuvo para
servirla un cofrecito de plata como el segundo del terno, y en él no sé
qué sortijas con esmeraldas y otras piedras; no faltó quien se lo dijo
al Marqués, ignorándolo Gonzalo Hernandez, y un dia llamóle y díjole:
Dícenme que enviais á la marquesa no sé qué regalo; por mi vida ¿qué es?
El mercader respondióle: Es verdad, señor, que á mi señora la marquesa
tenia determinado servir con un cofrecito de plata, y otras cosas no de
mucho valor, conforme á mi posible y no conforme á quien es mi señora la
marquesa. Mandóle lo trujese; holgóse de verlo, y díjole: ¿Qué vale
esto? El mercader respondió: Señor, no tracte, suplico á Vuestra
Excelencia, deso; es muy poco; finalmente, dijo á su mayordomo que
supiese de los oficiales lo que valia y lo pagase al mercader, y que él
lo queria enviar en nombre del mismo Gonzalo Hernandez. Quien esto hizo
no puede ser notado de avariento, ni cobdicioso, ni que jamás recibió
cohecho.

Las vísperas de Pascua, en las visitas de cárcel, jamás ningun Virrey
(sin les hacer agravio) dió tantas limosnas, pagando por los pobres que
no tenian dónde pagar, lo cual con suma liberalidad hacia. Ninguna
destas visitas le costaba menos de 1.000 pesos, pues para cobrarlo no
era necesario más que pedirlo al mayordomo. ¿Quién ha hecho tal? Pero no
lo echaba en saco roto; Nuestro Señor se lo ha pagado cient doblado, y
porque para todas las limosnas y mercedes que hacia de su hacienda no
habia libramientos, mandó en su testamento que no pidiesen á su
mayordomo, sus herederos, más cuenta de la que él quisiese dar, ni
libramiento para lo que hobiese dado de limosnas, y bien seguramente lo
mandó, porque el mayordomo no le hiciera menos un grano.



CAPITULO XXII

CUÁN ENEMIGO ERA DE ACRECENTAR TRIBUTOS


Siempre miró mucho por la conservacion de los naturales, para que con
todo el descanso posible pagasen sus tributos. Sucedió así: proveyó por
corregidor de la provincia de Chucuito á García Diez de San Miguel,
hombre muy cuerdo, y benemérito y noble, al cual mandó que visitase toda
aquella provincia; hasta entonces no se habian hallado más que 17.000
indios tributarios; éstos pagaban del tributo 24.000 pesos en plata
ensayada y 12.000 pesos en ropa de la tierra: visitados, parecieron mil
indios más. García Diez de San Miguel, pareciéndole ganaria gracia con
el Marqués, avisóle del augmento de los indios, y que se les podia
acrescentar el tributo, pues para tantos indios era poco, mayormente que
para pagar los 24.000 pesos de plata, en Potosí residian 500 indios que
fácilmente los pagaban; á quien respondió: Escribiéradesme vos que
abajara los tributos, de muy buena gana lo hiciera; pero augmentarlos,
no haré tal; ¿qué cosa hay más grave que el tributo? Otro lo subió á
102.000 pesos ensayados en plata y ropa, como diremos.

Decia que si su parecer se hobiera de seguir, que de toda la renta que
Su Majestad tiene en este Perú se habria de hacer tres partes: una, que
se llevase á Su Majestad: otra, para pagar los ministros de la justicia,
así acá como de España; otra, que se quedase en este reino para lo que
puede suceder y para casar hijas de conquistadores y pobladores pobres á
quien Su Majestad no ha hecho merced ni gratificado sus servicios. Por
lo cual comenzó á edificar en el lugar donde agora es la Universidad una
casa de recogimiento, á quien llamó San Juan de la Penitencia, á donde
se recogieron algunas hijas destos conquistadores y pobladores, con
renta para su sustento; mas como murió temprano cesó el edificio y agora
no hay memoria dello; y para hacer puentes, hospitales, iglesias y otras
obras pias y públicas, como los reyes han hecho en España, y para
socorrer á caballeros pobres que vienen de Castilla encomendados de Su
Majestad, que le han servido y no les ha gratificado, mientras vaca en
qué ocupallos. A los negros horros que habia en Los Reyes, qu'es la
ladronera de los cimarrones, sacó de la ciudad y envió al asiento de
minas de Caravaya, que es tierra calurosa y lluviosa, y era tan humano
con ellos, que no se desdeñaba de responder á las cartas que le
escrebian.

Esto así en breve se ha dicho del magnánimo marqués de Cañete, de buena
memoria, padre de la patria y de pobres, como epílogo de sus virtudes,
dejando de tractar más difusamente á otros que sean dotados de más
facundia y mejor estilo que el nuestro; concluyamos que fué gran
vengador de los juramentos falsos en daño de tercero; mandó quitar los
dientes á un Fulano de Quintana porque juró falso delante de la
justicia. Tambien mandó que ningun negro cargase con botija de agua ni
otra cosa á ningun indio, al negro so pena de caparle y á la negra de
docientos azotes, y en quien primero se ejecutó la sentencia fué en un
esclavo suyo; vió que traia á un indio con una botija de agua cargado
del rio; llamó al caballerizo; preguntole cuántos caballos tenia, y
cuánto servicio de esclavos; respondióle que para los caballos tenia
bastante servicio; ¿pues cómo esclavo mio ninguno ha de cargar á indio
libre? luego mandó se ejecutara la ordenanza, y de allí adelante no se
atrevió negro á cargar indio. Era lástima, y hoy lo es, que el negro y
negra esclavos se vienen las manos en el seno, y el indio libre las trae
en la botija de agua, la canasta de la ropa y la carne de la
carneceria, ó del rastro, como si ellos fueran señores y los indios los
esclavos. Duró poco esta ley, no más de cuanto vivió el Marqués.



CAPITULO XXIII

DEL CONDE DE NIEVA


Al liberalísimo y cristianísimo marqués de Cañete sucedió el conde de
Nieva don... de Velasco, bonísimo caballero y buen gobernador, de quien
no podemos decir cosas notables que en su tiempo subcedieron; no las
hobo; el reino gozó de mucha paz y abundancia. Entre otras cosas buenas
que tenia era ésta, gran paciencia para oir á los pretensores que les
parecia estar agraviados del liberalísimo marqués de Cañete por no los
haber dado todo el Perú, y para los demás negociantes.

Diré una cosa de admirable paciencia para quien tenia la suprema del
reino: acabando de comer se levantaba y oia á los negociantes y
pretensores, arrimado á una ventana; llegó un pretensor, y por ventura
fatigado de la hambre, y por otra parte demasiadamente atrevido, por sus
servicios, y pidiendo remuneracion dellos, levantó la voz más de lo
justo; á quien el Conde con gran paciencia y con voz baja le dijo: Habla
más paso; el nescio pretensor, no curando del buen consejo, levantó más
la voz, representando sus servicios; díjole otra vez el Conde: Ya os he
dicho que hableis paso; respondió el pretensor: ¡Oh, señor, soy
colérico! á esto respondió el Conde con la paciencia de que habia usado:
Tambien soy yo colérico y me modero en mis palabras; andad con Dios, y
otro dia venid más moderado. Los circunstantes admiráronse de tanta
paciencia y salieron alabándola. Despues desto, dijéronle que un soldado
escrebia á Su Majestad cosas del gobierno del Perú, y algunas no muy en
favor del Conde; mandóle llamar, y díjole: Dícenme que escrebís al Rey
Nuestro Señor. El soldado respondió: Sí, señor, han dicho verdad á
Vuestra Excelencia. A quien no dijo más palabra: En hora buena,
escrebidle; pero advertid que le escribais verdad, porque si no, la
carta que le escribiéredes ha de volver á mis manos, y lo que no fuere
verdad pagareis.

Trujo buena casa y música, la cual ni hasta entonces ni despues ningun
Visorrey la ha traido. Con el Conde vinieron el licenciado Muñatones,
Diego de Vargas Caravajal, el contador Melgosa, á tractar la perpetuidad
de los vecinos y encomiendas, pero no se concluyó cosa alguna.

En el tiempo que gobernó fué amado de todo el reino por su mucha nobleza
y afabilidad, si no fué de algunos pretensores por que no les daba de
comer, no habiendo cosa vaca. Murió al fin de los cuatro años de su
gobierno, teniendo ya nueva que el gobernador Castro venia y estaba en
el reino por subcesor suyo. Su muerte fué de mucha lástima en toda la
ciudad; murió de una apoplejia. No bebia vino, sino agua, y muy fria con
nieve. Es así que el licenciado Alvaro de Torres, médico muy experto,
estando comiendo, le dijo: Vuestra Excelencia no beba tanto y tan frio,
porque si frecuenta esa bebida, dentro de pocos dias morirá de
apoplejia y dejará á todo el reino muy lloroso; hizo burla dello, y
murió en breve. Su hijo don Juan de Velasco se halló presente, y muerto
su padre se vió en la ciudad de Los Reyes uno de los caballeros más
pobres que se ha visto en el; salióle el prognóstico de don García
verdadero.



CAPITULO XXIV

DEL GOBERNADOR CASTRO


Dende á pocos meses de la muerte del nobilísimo conde de Nieva, entró en
la ciudad de Los Reyes, con título de gobernador, el licenciado Lope
García de Castro, del Consejo de Indias, y aunque con título de
gobernador, con todo el poder que traen los Visorreyes; hízosele el
recibimiento que á los Visorreyes se suele hacer. Gobernó poco más de
cinco años, con mucha paz y tranquilidad, y aunque en su tiempo hobo
algunos rumores de motines, y no eran rumores, sino más, con todo eso
los apaciguó sin derramar gota de sangre. Fué gran cristiano y
afabilísimo, y muy amigo de hacer merced á los hijos, nietos y demás
descendientes de los conquistadores, porque como vacase repartimiento
destos tales, no lo habia de quitar á los hijos segundos, nietos ó
tataranietos de los conquistadores, y así lo decia, como lo hizo con don
Juan de Ribera, el viejo (hijo de Nicolás de Ribera), el cual muriendo,
y por su muerte heredando el hijo mayor, Alonso de Ribera, que murió
sin heredero, los indios de la encomienda dió á don Juan de Ribera, hijo
segundo, mandándole se llamase don Juan de Ribera, y no de Avalos, como
se llamaba, porque la memoria de su padre no pereciese, pues los indios
no se los encomendaba por ser Avalos, sino por ser Ribera; y lo mismo
tenia determinado hacer, y la cédula firmada, si muriera el capitan
Diego de Agüero, el mozo, de una enfermedad de que estaba desafuciado,
para dárselos al mayor de sus hijos, porque las dos vidas en él se
concluian, en lo cual mostraba bien el ánimo suyo para con los
conquistadores y sus descendientes. Tuvo algunos émulos en los
pretensores, y no pudo satisfacerlos, porque en el tiempo que gobernó
vacaron muy pocos repartimientos, y no vacando no tenia que encomendar,
por lo cual para entretener, con acuerdo de la Audiencia y del
ilustrísimo Arzobispo y prelados mayores de las Ordenes, instituyó
corregidores en partidos de los indios, que por entonces pareció
convenia; mas dende á poco tiempo se vieron grandes inconvenientes, y no
tantos como agora; señalábales salario repartido por cabezas de los
indios, para los que eran corregidores; no los sacaban de las tasas como
agora se sacan. Por lo cual en nuestro convento de Los Reyes nos
mandaron los prelados, á los que podiamos confesar, no confesásemos á
corregidor, ni que lo hobiese sido, ni lo pretendiese; buscasen otros
confesores; destos corregidores por ventura volveremos á tractar
adelante, y no será muy tarde, cuando tractaremos del gobierno de don
Francisco de Toledo.

En su tiempo despachó á un sobrino suyo, llamado Alvaro de Mendaña,
caballero de 25 años, pocos más, de grandes esperanzas, nobilísimo y de
muy buenas partes, con dos navios y muchos y muy buenos soldados
antiguos y modernos, al descubrimiento de las islas de Salomón, con
título de gobernador y capitan general, y por su maese de campo á Pedro
de Ortega Valencia, hombre de mucho gobierno, á quien, si Alvaro de
Mendaña faltase, le instituia en el mismo cargo; con próspero viaje, en
breve tiempo caminando, ó por mejor decir navegando al Poniente, sin se
apartar de la línea equinoctial más que á doce grados de la una y otra
parte della, descubrió cantidad de islas, todas pobladas, y algunas muy
grandes, y en particular una que, por descubrirla el maese de campo,
natural de Guadalcanal, le puso el nombre de su patria. Esta es muy
grande y pobladísima; la gente es morena, y alguna que come carne
humana; bien dispuesta y valiente; usan arco y flecha, qu'es el arma más
antigua del mundo, y dardos de palma arrojadizos, con los cuales
fácilmente pasan una rodela; los que fueron eran pocos para poblar, y se
habian de dividir, porque en un navio necesariamente habia de volver con
la nueva y relacion de lo descubierto, y en él algunos de los soldados,
y los que quedaban eran pocos para sustentarse; determinaron dar la
vuelta al Perú, donde aportaron. Despues fué Alvaro de Mendaña á España,
hizo relacion de lo que habia visto y descubierto; hízole merced Su
Majestad del Adelantamiento dellas, y dióle cédulas y recados para que
el Visorrey le diese lo necesario.

Vino con ellos á tiempo que gobernaba don Francisco de Toledo, el cual
dilató el cumplimiento de las cédulas. Lo mismo hicieron sus sucesores,
hasta que don García de Mendoza las cumplió, el cual, partiendo del
puerto del Callao con dos navios y una fusta para correr la costa y
reconocer los puertos, con su mujer y la gente que pudo juntar y le
pareció bastante para su intento; el piloto que llevaban no era tan
experto como el primero, erraron la derrota, aunque dieron en otras
islas pobladas, creo mucho más adelante de las que descubrió primero,
por lo cual, ó por no sé qué ocasion, su maese de campo, Fulano Merino,
se le quiso amotinar con parte de los soldados, de quien hizo justicia,
y de los más culpados. Pero dende á poco murió el pobre caballero, y su
mujer, con parte de la gente, aportó á las islas de Manila, adonde se
casó segunda vez con un hermano del gobernador de aquella isla, y dió la
vuelta para este reino, y desta suerte se desbarató y perdió aquella
jornada. Vi una carta en que decia les habia Nuestro Señor ofrecido muy
buena y gran ocasion para que tuviera buen fin este viaje, pero no la
supieron conocer, porque no llevaba capitanes expertos, y por eso la
perdieron; algunos de los soldados que fueron, han vuelto pocos; no los
he visto para informarme de lo sucedido; otros lo escribirán.

Un año antes ó poco más, en la ciudad del Cuzco so tractó una rebelion
contra la Majestad Real, por un soldado llamado Fulano de Tordoya,
emparentado en el Cuzco, el cual, no se atreviendo ponerla en ejecucion,
se salió de la cibdad y con sus valedores, unos por una parte y otros
por otra, en número más de 130 se fueron á una provincia llamada de los
Chunchos, indios de guerra, adonde en alguna manera se hicieron fuertes,
teniendo tractado con un Fulano Galvan, que residia en la provincia de
Chucuito, valenton, que habia de ser maese de campo, que juntase los más
soldados que pudiese en aquella provincia y otras comarcanas al Cuzco y
avisase al Tordoya, con quien se comunicaba, de la gente que tenia
persuadida á la rebelion, y entonces Tordoya con los suyos habia de
salir, y juntándose con Galvan tiranizar la tierra.

Descubrióse este tracto y llegó la nueva[10] á la ciudad del Cuzco, de
donde por la posta salió el capitan Sotelo, vecino de aquella ciudad, á
dar favor á Diego de Galdo, corregidor que á la sazon era de la
provincia de Chucuito, donde Galvan solicitaba traidores; el cual
capitan Sotelo cuando llegó, ya el corregidor Diego de Galdo habia hecho
cuartos á Galvan y puesto la cabeza en el rollo de Chucuito, y hecho
justicia de algunos traidorcillos que halló culpados, á cuyo castigo
salieron tambien el corregidor con los vecinos de la ciudad de Arequipa,
que dista del pueblo de Chucuito cuarenta leguas, poco más. El capitan
Sotelo tenia comision, desde el Cuzco para adelante, del gobernador
Castro, hasta la provincia de Chucuito, para cognocer de semejantes
delitos y castigar los culpados; mas como halló hecho el castigo,
componiendo algunas cosas se volvió á su casa.

  [10] Tachado: _á la Audiencia de los Charcas y á la ciudad del
  Cuzco_.

Sabido por el Presidente de la ciudad de La Plata, licenciado Juan
Ramirez de Quiñones, y Oidores, despacharon al licenciado Recalde, Oidor
de aquella Real Audiencia, con poderes bastantes para cognocer y hacer
justicia y lo demás necesario; el cual, llegando á la provincia de
Chucuito, y poniéndose lo más cerca que pudo de la provincia de los
Chunchos, donde estaba Tordoya con sus secuaces, los curacas de los
indios Chunchos le enviaron sus mensajeros á decir qué queria que
hiciesen de aquellos españoles que allí se habian recogido; les
respondió que los matasen todos; lo cual los indios hicieron de muy
buena gana, porque ninguno dellos jamás salió de aquella provincia.

Proveyó Su Majestad por Visorrey destos reinos á don Francisco de
Toledo, el cual, llegando á la ciudad de Los Reyes, tomó residencia al
gobernador Castro, contra quien no halló en qué condenarle, porque Su
Majestad le mandaba que, dada la residencia, subiese á visitar el
Audiencia de la ciudad de La Plata, subió á visitarla, lo cual hizo con
toda la rectitud y cristiandad posible; yo me hallé entonces en aquella
ciudad; á unos privó, á otros condemnó, á otros de los Oidores
suspendió. Contra quien no halló querella ni otra cosa fué el fiscal, el
licenciado Rabanal, que hacia su oficio muy cristianamente. Hecha esta
visita volvió á la ciudad de Los Reyes, y dende á España con próspero
viaje, donde dentro de pocos meses murió (dicen) Presidente del Consejo
de Indias, loablemente.



CAPITULO XXV

DEL VISORREY DON FRANCISCO DE TOLEDO


Sucedió (como acabamos de decir) al humanísimo gobernador Castro don
Francisco de Toledo, caballero del hábito de Alcántara, de bonísimo y
delicado entendimiento; fué recibido en Los Reyes con la solemnidad
acostumbrada. Luego dentro de pocos meses procuró reformar algunas cosas
en la ciudad dignas de reformación, de servicio de Dios Nuestro Señor,
que fueron ciertos públicos amancebamientos, los cuales reformados, y
aun castigados, y acabada la residencia del gobernador Castro, en la
cual tuvo poco que entretenerse, salió á visitar todo el reino, como
traia órden de Su Majestad para ello, cosa necesarísima para todo el
reino, de Lima hasta Potosí, que es lo principal, y siendo informado, y
viéndolo en muchas partes por vista de ojos, cuán derramados vivian los
indios en poblezuelos pequeños, si no eran los del Collao, que éstos
tenian sus pueblos grandes y formados, y aun aquí se redujeron no pocos
que habia en la Puna, ó Xalca (Puna ó Xalca llamamos á la tierra fria
donde se cria el ganado), mandó hacer esta reducción, de muchos años por
los sacerdotes deseada; obra de mucho trabajo, por la dificultad que en
los indios se halló para dejar sus casillas donde sus antepasados habian
vivido, pero de gran bien para la instrucción de los naturales en la
doctrina cristiana, porque antes pueblos que hora son de trescientos
vecinos y cuatrocientos, y más, estaban divididos en más de diez y doce
poblezuelos, en circuito de más de tres leguas; por lo cual el sacerdote
vivia en perpétuo movimiento, fuera de que, como en esta miserable gente
ha entrado tan mal la fe y ley evangélica, volvíanse fácilmente á sus
idolatrias y ritos antiguos. Agora, viviendo el sacerdote con ellos y
ellos con el sacerdote, evítanse grandes inconvenientes, y acúdese á las
confesiones y administración de sacramentos con mucha facilidad. Tasó de
nuevo la tierra, y en muchas partes, por hallar multiplicados los
indios, ó por ser la tierra más rica, subió los tributos. Pocos, creo,
rebajó; á la provincia de Chucuito (como habemos dicho) lo que va á
decir: de 36.000 pesos ensayados á 102.000, en lo cual si acertó ó erró,
Nuestro Señor lo ha ya juzgado. En las tasas señaló el salario á los
sacerdotes, á los corregidores de los partidos, porque antes pagábanlo
los indios fuera de la tasa, y al curaca principal; luego al
encomendero. Las más de las tasas redujo casi á plata, quitando no
pagasen los indios tributos en cosas que en sus tierras tenian, conforme
á las cédulas de Su Majestad hasta entonces usadas y guardadas; por lo
cual la tierra ha venido á carecer de las menudencias que antes andaban
rodando.

La tierra _estaba_ más harta, y las casas de los vecinos más abundantes
y llenas, y los indios con menos trabajo pagaban sus tributos, porque
como parte fuese en plata, parte en ropa, parte en trigo, maíz, sogas,
alpargates, gallinas, huevos, cebones, etc., si no era la plata, lo
demás tenian en su tierra sin salir della; agora en las partes donde las
redujo á plata, han de salir los miserables á buscarla á otras partes, á
donde no pueden ayudarse de sus mujeres, y así las dejan, y hijos, y
unos se mueren, otros se quedan, otros se meten en valles apartados de
su natural, donde ojalá y no se casen otra vez; y con estos y otros
inconvenientes, los más de los pueblos padecen detrimento, lo cual
experimentamos con evidencia, porque en pueblos de 1.000 vecinos
tributarios no se juntan á la doctrina, los domingos y dias para ellos
forzosos, 250, y al respecto en lo demás. Allégase á esto para que
acudan menos los tractos y contractos de los corregidores, que ocupan
los indios enviándolos lejos de sus tierras, particularmente los del
Collao, por trigo é maíz, más de treinta y cuarenta leguas, y por vino á
la ciudad de Arequipa y á otras tierras de los Llanos, adonde corren
riesgo de salud; por lo cual lo que se pensó que poner los corregidores
habia de ser para bien de los naturales y para librarlos de las tiranias
de los curacas, y malos tractamientos de algunos españoles, y para el
augmento de sus haciendas, es la total destruicion de las haciendas de
los indios, y mayor cuando se les ponen administradores, como los más
los tienen, y para diminucion de los naturales.

Libráronlos, y no quedaron muy libres de las manos de los curacas, pero
los malos corregidores apodéranse dellos, y si no digo la provincia de
Chucuito, que es fama pública en el reino haberse ido della, dejando sus
mujeres, hijos y haciendas, más de 8.000 indios á la provincia de los
Chunchos, indios de guerra, de donde han enviado á decir no volverán á
sus tierras mientras así los tractaren; no es posible sino que sean
apóstatas, y se vuelvan á sus idolatrias; yo he visto muchas veces esta
tierra desde Los Reyes á Potosí, donde la obediencia me ha enviado á
servir con lo que mi pobre talento alcanza, y he tenido muchos dares y
tomares con los corregidores de los partidos, y administradores, sobre
las haciendas de los indios y sus menoscabos, y no hay hacerles creer á
los administradores que son como tutores de los indios, y que así como
el tutor no puede sacar para sí, ni por sí, ni por tercera persona, la
hacienda de la menor, ellos tampoco la pueden sacar, por más razones que
se les traigan delante, porque están persuadidos que, dando lo que otro
diera por ella, ellos la pueden sacar, y no hay sacarlos de aquí, y
corregidores, preguntándoles si juran guardar las ordenanzas de
corregidores, me han dicho que no, y por esto los tractos y contratos
son no pocos, en sus distritos, con gran detrimento de los indios, de
los cuales pusiera aquí algunos si fuera deste intento tractarlo, los
cuales he visto con mis propios ojos; tambien para los caminantes es
inconveniente, porque como los corregidores malos vendan en ellos todo
lo necesario, pan, maíz, vino, tocino y otras cosas, ¿cómo han de poner
los precios en el arancel? lo más subidos que pudieren, de suerte qu'el
arancel y lo en él contenido es del[11] corregidor. Los bienes de las
comunidades que se sacan á vender en pregones, cuales son carneros de
los nuestros, carneros de la tierra, coca, maíz y otras cosas, los que
los han de rematar lo sacan para sí, echando terceros, y luego se sabe
es para el corregidor, protector ó administrador, y por ventura para
todos tres; porque el lobo y la vulpeja, si alguno lo quiere poner en
precio, luego le dicen á la oreja: no hable en ello, porque es para el
corregidor, so pena que si lo hace se malquista con los tres, y lo echan
del repartimiento, donde el pobre anda afanando un tomin, y desta suerte
¿cómo no se han de menoscabar las haciendas de los indios? Diré lo que
me dijo un indio, agora catorce años, yendo á Potosí, y llegando á la
venta llamada de En Medio; pedíle una frezada para una noche, que es
como bernia de marinero, y es uso darla á los pasajeros; respondióme no
la tener; díjele: ¿Tú no eras del general Lorenzo de Aldana?
respondióme: Sí; díjele: Pues ¿qué es de tanta hacienda como os dejó,
vacas, ovejas y otras más, para que me digas no tienes un chusi? Así se
llaman estas frezadas; respondióme: Estos administradores lo han
destruido todo. Pues es así verdad, que tenian tanto ganado de todo
género, y principalmente vacas y ovejas nuestras, cuando los padres de
San Agustin que doctrinan á estos indios eran los administradores de sus
haciendas, por institucion del general Lorenzo de Aldana, que viviendo
yo en la ciudad de La Plata, donde cae este repartimiento, que es el de
Paria y Capinota, se vendieron en la plaza, en pública almoneda, 3.000
cabezas de vientre, de vacas, á 30 reales, puestas donde el comprador
las quiso. Pues de donde se sacan 3.000 cabezas para vender, ¿cuántas
han de quedar? más habian de quedar de 6.000; si agora tienen ganado,
sea testigo la experiencia. En esto que vamos tractando no culpamos al
Visorrey don Francisco de Toledo, porque esto es cierto que no puso los
corregidores para la destruicion de los indios, ni para que se
aprovechasen de la plata de la comunidad, como parece por las ordenanzas
que hizo, muy justas y buenas, y por las penas puestas á los
corregidores, tractantes y administradores, sino para el bien de los
naturales; pero la avaricia ha crecido tanto que por ventura convernia
quitarlos; porque yo sé de un corregidor, proveido por el mismo don
Francisco de Toledo, hijo de un Oidor de Lima, y corregidor del
repartimiento que vamos tractando, que diciéndole tractaba con la plata
de la comunidad, envió á hacer informacion secreta contra él, y le
castigara, por más hijo de Oidor que fuera, por las penas puestas, sino
que fué avisado, y cuando el que habia de hacer la informacion llegó,
halló las cajas llenas y enteradas. Poner administradores para las
haciendas de los indios no sé si fuera tan acertado, porque más
haciendas tenian cuando ellos las gobernaban, puesto un indio de razon
por administrador, y tambien sé que gobernando don Francisco de Toledo,
no se atrevian los corregidores á tractar ni contractar tan públicamente
como agora. Oí decir á uno y delante de muchos: El Visorrey no me envia
para que me esté mano sobre mano, sino para que me aproveche; y así,
juro á tal, que en viendo la ganancia al ojo no se me ha de ir de las
manos, y en dos años sacó con que vive honradamente.

  [11] Tachado: _arancel_.



CAPITULO XXVI

DE LA GUERRA QUE HIZO AL INGA


Prosiguiendo su viaje don Francisco de Toledo, Visorrey destos reinos,
desde Guamanca al Cuzco, y llegando á esta ciudad, fué recebido
solemnísimamente por el cabildo della y demás ciudadanos, y en la puerta
de la ciudad, jurando de guardar los fueros y derechos della; al tiempo
de firmar, el escribano de cabildo le dió una pluma de oro con que
firmase. El primero dia de fiesta se lucieron muchas con toros y juegos
de cañas guarnecidas con plata. Descansando allí unos pocos de dias del
trabajo del camino, que lo es y muy áspero, aunque para Virreyes,
obispos, prelados y otros personajes desta calidad no lo es tanto,
llevando desde Guamanga noticia de los daños que los Ingas que se
quedaron en los Andes y no quisieron salir cuando el marqués de Cañete
el Viejo, de felice memoria, sacó al Inga (como dijimos), determinó por
bien ó por mal sacarlos, allanarlos y reducirlos al servicio de Su
Majestad, porque salian con mano armada y hacian particularmente daño,
robando y matando en los términos de Guamanga y el camino Real que hay
desde allí al Cuzco; por lo cual nombró sus capitanes á Martin de
Arbieto de Mendoza, capitan general, á Martin de Meneses capitan,
vecino del Cuzco, y á otros, é publicó la guerra con toda solemnidad
acostumbrada; envió algunos criados de su casa, lanzas y arcabuces, que
salieron desde Lima acompañándole, como tenian obligacion, mal pagados;
entraron en las montañas de los Andes; los Ingas habian alzado y jurado
á su modo por rey á un Inga, muchacho de 18 á 20 años, de la casa de los
Ingas señores, porque viejo ni otro no habia más cercano; los cuales,
viendo la pujanza de los españoles, ni los esperaron á batalla ni
acometieron; antes se fueron huyendo un rio grande abajo, en pos de los
cuales en balsas los nuestros se echaron; alcanzáronlo y prendieron al
pobre muchacho y los principales de sus capitanes, con los cuales se
volvieron al Cuzco muy victoriosos, porque ni de la parte de los
nuestros ni de los Ingas hobo derramamiento de sangre.

Llegados al Cuzco, mandó el Visorrey que en la fortaleza que llaman del
Cuzco, casa de don Carlos Inga, hijo de Paulo Inga, el cual ayudó á los
españoles á conquistar el Collao con 40.000 indios que traia consigo, é
fué con don Diego de Almagro el viejo á Chile, que no es muy fuerte, le
mandó poner preso, creo sin prisiones; empero á sus capitanes todos en
ellas y á buen recado con guarda de españoles lanzas y arcabuces, y de
indios Cañares. Procedió contra el Inga y sus capitanes, y mandó á
religiosos de nuestro convento del Cuzco los industriasen y enseñasen
las cosas de la fe, para que si quisiesen ser cristianos los baptizasen,
y lo mismo al Inga, los cuales, particularmente el Inga, como era de
poca edad, en breve deprendió las oraciones, y persuadiéndole fuese
cristiano y pidiese el sacramento del Baptismo, lo hizo é fué baptizado.
El Visorrey procedia y hacia sus informaciones contra el Inga é los
demás, que cometió al capitan general, y por lengua á un mestizo que
consigo traia para este objeto, muy gran lengua y en la nuestra muy
ladino, llamado Fulano Jimenez, empero en comun llamado Jimenillo;
hechas, pareció, conforme á lo que el Jimenillo interpretaba, tener
mucha culpa el Inga de los robos é muertes que los suyos hacian,
saliendo á hacerlos al distrito de Guamanga y camino Real de allí al
Cuzco, y condenóle el Visorrey á cortar la cabeza; hicieron en la plaza
su cadahalso para el dia señalado, y aunque fué importunado el Visorrey
por el reverendísimo de Popayán, augustino, que se halló en el Cuzco,
varon religiosísimo, tenido en su obispado y acá por un hombre perfecto,
no quiero decir sancto, amado de todo el reino, que de rodillas, no es
encarecimiento, le suplicó no le justiciase, sino lo enviase á Su
Majestad, porque era muchacho y habia poco tiempo le habian jurado por
rey, y no era posible que entendiese ni mandase hacer aquellos robos ni
muertes que se habian hecho, y cargando los prelados de las Ordenes, no
fueron poderosos para que no ejecutase la sentencia dada; sacáronle, y
subiéndole al cadahalso para cortarle la cabeza, y viendo el pobre
muchacho que no habia remedio, sino que habia de morir, dijo: Pues ¿para
matarme me persuadieron me baptizase y fuese cristiano? Lo cual en los
que se hallaban presentes causó muchas lágrimas y sentimiento, pero no
aprovechó cosa alguna para que se le otorgase la vida. Cortáronle la
cabeza y á los capitanes ahorcaron, y en una frontera llamada
Villcabamba mandó el Visorrey poblar un pueblo, donde puso por capitan
general de aquella frontera y provincia al mismo Martin de Arbieto, y el
dia de hoy está poblada, y la tierra pacífica; empero Martin de Arbieto
es ya muerto y el Visorrey tambien, los cuales de la justificacion han
dado cuenta, y si fué justa, lo habrá Nuestro Señor pagado, y lo mismo
si injusta.

_De_ las informaciones hechas por la interpretación de Jimenillo,
resultó alguna culpa contra los Ingas que vivian en el Cuzco, y en
particular contra don Carlos, casado con una española, de la cual tenia
entonces un hijo niño, llamado don Melchior; decian que los Ingas de los
Andes y los demás del Cuzco le habian jurado por rey destos reinos, por
lo cual se procedió contra don Carlos. Quitóle el Visorrey la casa y
puso en ella guarnición de soldados lanzas y alguna artilleria, é indios
Cañares, en la cual se guardaban las costumbres que en las fortalezas, y
por castellano á don Luis de Toledo, caballero muy principal y deudo
suyo.

Privó á don Carlos de los indios que tiene perpétuos; empero apelando
por via de agravio, el Audiencia de Los Reyes se los ha vuelto, y casas
y demás haciendas, y por su muerte las posee su hijo, ya hombre, casado
con una española; á los demás Ingas desterró para Lima, y no sé si aun
para Tierra Firme, los cuales apelando como don Carlos, los más murieron
en Los Reyes, como mueren muchos de los serranos, y de los que
volvieron de sus casas al Cuzco libres por el Audiencia, venian tales
de la tierra callente, que en llegando acabaron sus dias; de suerte que
de los Ingas descendientes de Guaina Capac, ninguno, ó pocos, ha
quedado.



CAPITULO XXVII

EL VISORREY EN SU VIAJE SE ENCONTRÓ CON EL GOBERNADOR CASTRO


Todas estas cosas concluidas y dado asiento en otras, salió el Visorrey
don Francisco de Toledo del Cuzco, prosiguiendo su visita para el
Collao, en el cual, en el pueblo llamado Pucara, famoso porque allí se
desbarató el tirano Francisco Hernandez, se encontró ó halló al
gobernador Castro, que bajaba de la visita de la Audiencia de la ciudad
de La Plata, á quien preguntando el Visorrey y diciendo: ¿Qué le ha
parecido á vuestra señoria de la tierra que ha visto, é yo tengo de ver?
respondió: Paréceme, señor, que Su Majestad debe hacer merced á los
hijos é descendientes de los conquistadores, muy crecidas, porque si
nosotros, que caminamos en hombros de caballeros (y es así, en lo llano
caminaban en literas de acémilas, y en los malos pasos, ó cuestas, en
literillas de hombros), comiendo á cada paso gallinas, capones, manjar
blanco, con todo el regalo posible, y no nos podemos valer del frio por
la destemplanza del aire y altura de la tierra, los desventurados que
andaban por aquí á pie, descalzos, las armas acuestas, con un poco de
maíz tostado y papas cocidas, conquistando el reino á Su Majestad ¿qué
no merecen, y por ellos sus hijos? Palabras verdaderas que procedieron
de un ánimo cristiano, benignísimo, muy prudente y gran servidor de Su
Majestad, pues conocia las mercedes que Su Majestad, para descargo de su
conciencia, debia hacer á los descendientes de los conquistadores; pero
es la desventura de los conquistadores, pobladores, y de los que de
muchos años en estas partes vivimos, ó por mejor decir, son nuestros
pecados, y de nuestros padres, que no hay quien venga de España, en la
cual no se saben tener en una burrica, ni limpiar las narices, ni en su
vida echado mano á la espada, (helos visto, en todo género de estado),
que no les paresca, los que vivimos en estos reinos de antiguo, que
somos poco menos que indios, y merecen ellos más en venir, que los
miserables conquistadores, pobladores, ni sus hijos é nietos, ni los que
ayudan á sustentar este reino y lo han ayudado á sustentar de cincuenta
años á esta parte; pero hase de cumplir como se ha cumplido y se va
cumpliendo, que por ser un discurso notable lo quiero escrebir.

En el reino de Chile hay una ciudad llamada Valdivia, de la cual
tractaremos cuando de aquel reino tractaremos; poblóla don Pedro de
Valdivia, el primero gobernador de aquella tierra; fué muy rica de oro y
de indios; estaba el don Pedro de Valdivia en la plaza sentado en un
poyo arrimado á la pared de la iglesia, en buena conversacion, alegre,
con otros vecinos conquistadores con él allí asentados; levantóse á
deshora y comenzóse á pasear delante dellos, la cabeza baja y mustio;
admirados los vecinos, uno dellos le preguntó: Señor, ¿no estaba vuestra
merced agora (no habia señoria para los gobernadores) aquí con nosotros
en buena conversacion y alegre? ¿qué tristeza es esa? Respondió: Rueguen
vuestras mercedes á Nuestro Señor por mi salud; paréceme tengo de vivir
poco (y no vivió seis meses), y la causa de parecer estoy triste es que
se me ha representado aquí agora que están en Valladolid (la corte
residia allí entonces) los niños en las cunas y otros que se andan
paseando ó pasearán por ella muy pintados con medias de aguja y zapatos
acuchillados, que han de venir á gozar de nuestros trabajos, y nuestros
hijos é nietos han de morir de hambre; si así pasa, testigo es todo el
reino, éste y el otro, y el otro.



CAPITULO XXVIII

EL VISORREY DON FRANCISCO DE TOLEDO LLEGA Á POTOSÍ Y DE ALLÍ Á LA CIUDAD
DE LA PLATA


Despidiéndose de Pucara el Visorrey del gobernador Castro, el uno para
España y el otro para Potosí, el Visorrey llegó á Potosí, donde se le
hizo un costoso recibimiento y muy bueno, como en las demás partes, y
deteniéndose allí poco tiempo, no creo fueron tres meses ó cuatro, por
la destemplanza del asiento (entraba ya el verano, que es el tiempo más
frio) para dar asiento á las cosas de aquel pueblo, muchas y muy
graves, vínose á la cuidad de La Plata, temple más moderado mucho, y
donde á todo tiempo y todas horas se puede negociar, y donde reside el
Audiencia, y los vecinos de aquella provincia; presidia en el Audiencia
el licenciado Quiñones; los Oidores, licenciado Haro, licenciado
Matienzo, licenciado Recalde, doctor Barros; fiscal, licenciado Rabanal,
todos en sus facultades eminentes y buenos jueces; hízosele al Virrey
muy bueno y costoso recibimiento; sirvióle la ciudad con un caballo en
que entrase, del más galano pellejo que se ha visto; no parecia sino un
brocado de tres altos, crin y cola blanca, y muy bueno, en quien entró
debajo de su palio. El Audiencia (esto vímoslo todos los religiosos y
otras personas eclesiásticas, prebendados y los demás que allí estábamos
aguardando para recebir en la Iglesia con la Sede vacante al Visorrey);
el Audiencia, digo, habia mandado llevar sus sillas con asientos y
respaldares de terciopelo carmesí, fluecos grandes de oro y seda; no
faltó quien dello dió aviso al Visorrey, y viniendo ya cerca de la
ciudad envió un criado ó portero que las quitase y pusiese una de las
más comunes con guarniciones de cuero, y no muy nuevo. Es el Audiencia
avisado desto; envian un portero y quitan las mandadas poner por el
Visorrey, é pone las de la Audiencia, las cuales se quedaron. Los que
allí estábamos, viendo quitar unas sillas é poner otras, admirábamos; en
la rueda estaba el licenciado don fray Pedro Gutierrez, su capellan, que
fué del Consejo de Indias, y dijo: como su excelencia fué criado del
Emperador Rey nuestro señor, es muy ceremoniático (propias palabras) y
así quiere que todo se guarde muy puntualmente; pero el Audiencia se
asentó en sus sillas y dende adelante sin innovarse otra cosa.



CAPITULO XXIX

EL VISORREY DIÓ ASIENTO Á LAS TASAS Y COSAS DE POTOSÍ


En esta ciudad de La Plata concluyó la tasa de los indios á ella
subjetos, y los de la provincia de Chucuito, y dió asiento á muchas
cosas acerca del cerro de Potosí y azogue; tasó los jornales que se
habian de dar á los indios señalados para el cerro; hizo muchas
ordenanzas acerca del buen gobierno de los naturales y españoles,
justas, aprobadas despues por el Consejo Real de las Indias; empero
pocas se guardan y no nos admiramos, porque la ley de Dios es más justa
y á cada paso la[12] traspasamos. En estas ordenanzas manda se castiguen
con rigor las borracheras, que si los corregidores de los partidos las
ejecutasen, no habria tan poca cristiandad en los indios.

  [12] En el ms., _las_.

En este tiempo se descubrió el beneficio de los desmontes, que es el
metal desechado de los señores de las minas, y sacado fuera dellas sin
hacer caso dello más que de escoria, y por el tiempo que duró, que fué
poco, se sacó mucha cantidad de plata, lo cual viendo, hizo una ó dos
ordenanzas acerca desto, muy buenas y justificadas: la una, que los
declaraba por bienes comunes, pero que ninguno pudiese recoger más
metales de aquellos que en quince dias pudiese beneficiar, so pena de
tanto; ley bonísima para que los que tenian muchos indios, beneficiasen
como muchos; los que no tantos, como no tantos; y porque los que tenian
muchos indios no se ocupasen en amontonar, y á los pobres no dejasen
desmontes, mandó tambien que los señores de minas no se pudiesen
aprovechar de desmontes ni los beneficiasen, aunque estuviesen dentro de
sus pertenencias y les hobiese costado su plata sacarlos fuera de sus
minas.

Esta entre teólogos no se tuvo por tan justa, pues de los bienes comunes
nadie debe ser privado sino por delito; si otro se puede aprovechar de
la escoria del herrero, aunque la haya echado al muladar, ¿por qué no el
herrero? Esta hizo diciendo que los señores de minas labrasen sus minas,
y los que no las tienen, los desmontes, y así se sacaria más plata.

Estos desmontes fueron de mucha riqueza, porque algunos dellos, y todos
generalmente, acudian á cinco pesos por quintal, que es mucho, y hobo
algunos de á siete y á más; y porque no volvamos á ellos, cuando el
Visorrey salió de los Chiriguanas halló que muchos (aunque les
predicábamos no lo podian hacer sin injusticia) habian recogido, á
20.000 y á 30.000 y dende arriba quintales de metal, traspasando su
ordenanza: penólos á tres tomines por quintal, de donde sacó más de
40.000 pesos, con que enteró la caja Real de lo que habia gastado della,
y satisfizo á algunos que fueron con él, que gastaron mucho en la
jornada, sin hacerse cosa de provecho, por nuestros pecados. Asimismo en
esta ciudad, como en las demás, habia algunos amancebados con indias;
quísolos castigar públicamente, y cierto dia á deshora vemos entrar en
el gato[13] al presidente Quiñones, licenciado Matienzo y licenciado
Recalde, y ellos propios sacar las indias de los tales españoles, y
entregándolas á los alguaciles las llevaron á la cárcel; á unos pareció
poca autoridad de Presidente y Oidores; á otros no pareció tan mal;
otros Oidores reian grandemente dello.

  [13] _Gato es como mercado_ (nota marginal).

Así las desterró y condenó á plata á los españoles, y algunos revueltos
con mujeres casadas, no de calidad alguna, los desterró del pueblo.
Tambien en esta ciudad concluyó las cuentas que habia comenzado á tomar
en el asiento de Potosí á los oficiales reales, á dos particularmente,
el tesorero Robles y al factor Juan de Anguciana, que eran propietarios;
el contador habia poco era proveido por el mismo Visorrey por muerte del
contador Ibarra, contra quien no hobo las cosas que contra los dos, á
los cuales privó de los oficios, quitóles las minas é ingenios que
tenian en Potosí; túvolos presos y aun á canto el uno dellos que se le
volara el juicio, é los desterró á España, ó envió, ó ellos apelando de
la sentencia fueron, donde les mandaron volver sus oficios y haciendas,
y condenados en costas, á lo menos al factor Juan de Anguciana (vi la
ejecutoria) como no pasasen de 400 ducados de Castilla. Pero el pobre
caballero viniendo murió en Panamá; el tesorero Robles llegó á Potosí;
volviéronle sus haciendas y le vimos servir en su oficio.



CAPITULO XXX

SALIERON LOS CHIRIGUANAS Á BESAR LAS MANOS Á DON FRANCISCO DE TOLEDO


En esta misma ciudad salieron ocho indios chiriguanas, no llegaron á
diez, á besar las manos al Visorrey don Francisco de Toledo; alegróse
dello, recibióles muy bien y agasajóles, y fingidamente (como es su
costumbre) le dijeron no querian ya más guerra ni enemistad con los
cristianos, ni les hacer mal en las chácaras, como dos años antes lo
habian hecho, sino toda paz y concordia, á lo cual salian para que si Su
Excelencia la queria admitir, volverian á sus tierras y traerian curacas
y indios principales con quien se asentase. El Visorrey admitió su
demanda y envió con algunos dellos, quedando otros como en rehenes de
que no harian mal, á un soldado, por nombre Mosquera, mestizo del Rio de
La Plata, hombre de bien, y en la lengua chiriguana, y en la nuestra,
bien experto; entre los Chiriguanas que quedaron fué un muchachon de 18
á 20 años, que se comenzó á hacer medio chocarrero, á quien, aunque no
le baptizaron, llamaron en palacio don Francisquillo; vistiéronle como á
español, y entraba é salia en palacio, y comenzaba á gorjear en nuestra
lengua, agudo y vivo como un fuego; fué Mosquera y volvió, y con él más
de treinta naturales, Chiriguanas como veinte, y los demás de servicio
indios Chaneses, y entrellos dos Chiriguanas más principales, el uno
llamado Marucare y el otro por excelencia Inga Condorillo, y otro indio
de nacion Chicha, que confinan con estos Chiriguanas, de los cuales
habemos tractado y habemos de tornar á tractar cuando prosiguiéremos el
camino de Talina á Tucumán; este indio se llamaba Baltasarillo,
baptizado, á quien desde niño le crió en este reino el capitan Baltasar
Velazquez, hombre principal y rico, teniendo á su cargo las haciendas de
Hernando Pizarro, de cuyo repartimiento era este indio, porque las
Chichas eran de Hernando Pizarro, digo de su encomienda; bien dispuesto
y en la lengua general y en la nuestra bien ladino. No le pareciendo
bien vivir como cristiano, ni en su natural, se pasó á los Chiriguanas,
y habia ya tomado sus costumbres, y los capitaneaba contra nosotros y
contra su propia nacion y sangre. A estos Chiriguanas se les señaló casa
por sí, y proveyóseles de mucha comida y bebida, entre los cuales no
Chiriguanas salieron dos de servicio, varon é mujer, que si fueran bien
proporcionados eran de género de gigantes; eran de nacion Chaneses. El
Visorrey fué deteniendo á estos indios más de lo que ellos quisieran, y
los parientes que allá en sus tierras los esperaban, aunque es así que á
cabo de muchos meses casi á la mitad dellos dió licencia para que se
volviesen, y entrellos á Marucare, detuvo al Inga Condorillo y al
Baltasarillo. Como los de acá se tardaban, los Chiriguanas que allá en
sus tierras vivian, deseando saber si los suyos eran muertos ó vivos,
hacen y componen una fiction, y con ella envian cuatro indios mozos,
bien dispuestos, á la ciudad de La Plata, para que con ella engañando al
Visorrey los dejase volver á todos, y la fiction fué: los cuatro indios
Chiriguanas que vinieron, cada uno traia una cruz hecha de madera,
colorada, de una pieza, tan grande y gruesa como un bordón, y lisas que
no parecian sino bruñidas; realmente bien hechas. Con éstas partieron de
sus tierras, y entrando en los términos de la cibdad de La Plata, por
los valles que habemos dicho ser poblados de chácaras de españoles,
aunque pasaban por las chácaras pedian comida y eran conocidos ser
Chiriguanas, ninguno les hacia mal, antes les daban matalotaje,
principalmente viéndolos con cruces en las manos, y preguntando por el
Apo, que es decir el Virrey, y encaminaban de valle en valle, hasta que
entraron en la cibdad, en la cual cuando los indios de la plaza los
vieron se alborotaron como quien via á enemigos capitales y comunes, y
de algunos nuestros españoles se alborotaban, no para tomar armas, sino
por verlos con cruces, y preguntando por el Visorrey, con esta palabra:
Apo, Apo, no decian más, y esta no es de su lengua, de la deste reino la
han tomado, con la cual bien se entendia, buscaban ó preguntaban por el
Visorrey. Digo, pues, que los nuestros españoles se admiraban verlos con
cruces en las manos, como cosa nueva. Preguntando, pues, por el Apo,
encamináronlos á la casa del Virrey, donde llegados, aunque el Virrey
estaba enfermo mandó se les diese entrada; en la cuadra donde yacia
enfermo tenia un adoratorio bueno como de Visorrey, en un encaje de una
pared, guarnecidas las paredes con paños de seda; en entrando y viendo
el adoratorio, ningun caso hicieron del Visorrey, sino del adoratorio,
hincándose de rodillas; no rezaron mucho, no son muy amigos de saber las
oraciones; levantándose á su modo hicieron su reverencia al Visorrey;
esto le admiró mucho, y á sus criados y á otros que á la sazon con el
Visorrey estaban, y entre ellos al padre fray García de Toledo, deudo
muy cercano del Visorrey, y religioso nuestro, de quien dijimos haber
sido provincial, pero fuelo despues desto. La cibdad aguardaba saber
esta novedad, y en la sala y patio habia mucha gente de toda suerte.



CAPITULO XXXI

REFIÉRESE LA FICTION CHIRIGUANA


Vistos por el Visorrey los Chiriguanas, mandó llamar un lengua, y fué
uno de dos, ó Mosquera, de quien dijimos haber sacado los treinta
Chiriguanas, ó aquel mestizo Capillas, que habemos referido vive agora
con los Chiriguanas, que junto á las casas de la morada del Visorrey
vivia, y creo fué éste, por estar más cerca; venido, sea ó el uno ó el
otro, proponen su embajada y dicen que los curacas de los Chiriguanas y
demás indios los envian al Apo para hacerlo saber cómo ellos no quieren
guerra con cristianos, ni quieren ya comer carne humana, ni tener
acceso á sus hermanas, ni casarse con ellas, ni los demás vicios que
dejamos referidos, de que son contaminados, sino servir á Dios y al rey
de Castilla, y ser baptizados y cristianos, porque Dios les habia
enviado un ángel, á quien despues llamaron Sanctiago, que de parte de
Dios les dijo se apartasen destos vicios y enviasen al Apo del Perú á
pedirle hombres de la casa de Dios, que son sacerdotes, para baptizarlos
é industriarlos en cosas de la fe; y en señal desto ser verdadero traian
aquellas cruces, y pues no dijeron se las habia dado aquel ángel fueron
inadvertidos, porque tambien fueran creidos. Visto é oído por el
Visorrey y de los de su casa allí presentes, y el padre fray García,
lloraban de gozo dando gracias á Nuestro Señor por tantas mercedes como
á estos bárbaros habia hecho. Luego el Visorrey mandó tomar por relacion
lo dicho por estos come hombres, lo cual hizo el secretario Alvaro Ruiz
Navamuel, y mandó se diese aviso á la Sede vacante, para que salgan á la
puerta del Perdon, de la iglesia mayor, cercana á la puerta de palacio,
con cruz alta, un prebendado con capa reciba las cruces y las ponga en
el altar mayor al un lado y otro del altar, porque estos Chiriguanas
vean la reverencia que los cristianos hacemos á la cruz, lo cual así se
hizo, y el arcediano, que á la sazon era el doctor Palacio Alvarado, se
vistió, recibió las cruces y las puso en el altar mayor, y allí
estuvieron muchos dias á vista de todo el pueblo.



CAPITULO XXXII

EL VISORREY DON FRANCISCO DE TOLEDO CONVOCA AUDIENCIA SEDE VACANTE Y
PRELADOS DE LAS ÓRDENES, Y PIDE PARECER.


Hecho esto, otro dia, el Visorrey, para las dos despues de medio dia,
convocó el Audiencia, Sede vacante, prelados de las Ordenes, cabildo de
la ciudad y letrados del Audiencia, y los más principales del pueblo,
para leerles la relacion que se habia tomado de los Chiriguanas que
trujeron las cruces; en nuestra casa á la sazon, porque el superior
estaba ausente, el vicario del convento mandóme fuese á ver lo quel
Visorrey queria; no sabiamos qué. Llegada la hora y entrando en la
cuadra donde el Visorrey yacia en su cama, á la cabecera se asentó el
Presidente Quiñones, y luego los Oidores por su antigüedad; de la media
cama para abajo corrian las sillas para los prelados de las Ordenes; yo
tomé el lugar de mi Orden; luego el guardian de San Francisco, prior de
San Augustin, y comendador de Nuestra Señora de las Mercedes. Leyóse la
relacion, de tres pliegos de papel; los que viven á _placebo_,
admirándose, muchos visajes con el rostro y cuerpo; otros, los menos,
reianse que se diese crédito á[14] indios Chiriguanas; finalmente, el
Virrey habló en general, refiriendo algunas cosas de las en la relacion
puestas, y luego volvió á hablar con las Ordenes, pidiendo parecer sobre
lo que los indios pedian, haciendo grande hincapie en la veneracion y
reverencia que hicieron al adoratorio, y la que tenian ó mostraban tener
á la cruz, y repitiendo cómo, visto el adoratorio, se humillaron sin
hacer caso del mismo Visorrey ni de los demás que allí estaban, y pidió
parecer si seria bien enviar á la tierra Chiriguana algunos sacerdotes,
creyendo ser milagro la fiction destos come gente; porque pedir parecer
si era fiction, no le pasó por el pensamiento; siempre el Visorrey, y
los de su casa, creyeron ser verdad. Es así cierto, que como se iba
leyendo la relacion, y viendo el crédito que se daba á estos más que
brutos hombres, come gente, me carcomia dentro de mí mismo, y quisiera
tener autoridad para con alguna cólera decir lo que sentia, sabia y
habia oído decir de las costumbres destos Chiriguanas y sus tractos.
Empero, guardando el decoro que es justo, luego que el Visorrey pidió
parecer á las Ordenes, yo, aunque no era prelado, sino representaba el
lugar de nuestra religion, levantándome y haciendo el acatamiento
debido, sin saber hasta aquel puncto para qué éramos llamados, y
tornándome á sentar, dije: No se admire Vuestra Excelencia qu'estos
indios Chiriguanas hagan tanta reverencia á la cruz, porque yo me
acuerdo haber leido los años pasados dos cartas que el reverendísimo
desta ciudad, fray Domingo de Santo Tomás, que está en el cielo, de
nuestra sagrada religion, llevó consigo á Los Reyes, yendo al Sínodo
episcopal, de un religioso Carmelita, scriptas al señor obispo, el cual
entre estos indios andaba rescatando indios Chaneses. En diciendo estas
palabras, no habiendo concluido una sentencia, sin dejarme pasar más
adelante, el Presidente de la Audiencia, el licenciado Quiñones, dice:
No hobo tal Carmelita. Empero, estando yo cierto de la verdad que queria
tractar, respondí: Sí hobo. El Presidente, por tres veces y más
contradiciendo, é yo por otras tantas, no con más palabras de las
dichas, afirmando mi verdad; en fin, el licenciado Recalde, Oidor de la
Audiencia, volvió por ella, y dijo: Señor Presidente, razon tiene el
padre fray Reginaldo: un religioso Carmelita anduvo cierto tiempo entre
ellos. Callando el Presidente, y esta verdad declarada, prosigo mi
razonamiento y dije: Estas dos cartas, el Reverendísimo, cierto dia,
despues de comer y de una conclusion que cuotidianamente se tiene de
Teologia en el general della, las sacó al padre prior, que á la sazon
era el padre fray Alonso de la Cerda, despues obispo de esta ciudad, y
dijo: Mande vuestra paternidad se lean estas cartas, que dará gusto
oirlas á los padres. El padre prior me mandó las leyese, y en ellas el
padre Carmelita, despues de dado al Reverendísimo alguna cuenta del
sitio de la tierra, le decia haber no sé cuantos años, de tres ó cuatro,
que entraba y salia en aquella tierra, tractaba con estos Chiriguanas y
les predicaba, y no le hacian mal alguno, antes le oian de buena gana, á
lo que mostraban, y tenia hechas iglesias en pueblos, á las cuales
llamaba Santa Maria, en cuyas paredes hacia pintar muchas cruces, mas
que no se atrevia á baptizar á ninguno, ni decir misa, ni para esto
llevaba recado; dejábalo en la tierra de paz. A los niños junctaba cada
dia á la doctrina, y se la[15] enseñaba en nuestra lengua, y la letania.
Delante las iglesias habia hecho su placeta, en medio de la cual tenia
puesta una cruz de madera, muy alta, al pie de la cual en cada pueblo
enseñaba la doctrina, y otras veces en la iglesia. Persuadia á todos los
indios, grandes y menores, que pasando delante de la cruz hiciesen la
reverencia; y más decia, que faltando un año las aguas, y las comidas
secándose (no es tierra muy lluviosa), vinieron á él los Chiriguanas del
pueblo donde residia, y le dijeron: Las comidas se nos secan; ruega á tu
Dios nos dé aguas; si no, te mataremos. El cual oyendo el amenaza, dice
que se recogió en su corazon lo mejor que pudo, encomendóse á Dios,
junctó los niños de la doctrina, púsose con ellos de rodillas en la
plaza delante de la cruz, comenzando la letania con la mayor devocion
que pudo. Al medio de la letania revuélvese el cielo y llovió de suerte
que no pudiendo acabarla donde la habia comenzado, se entró con los
niños en la iglesia para acabarla, y dende entonces les proveyó Nuestro
Señor de aguas; el año fué abundante de sus comidas; hecho esto y pasada
aquel agua, luego hizo su razonamiento á todos los indios que á la
letania se hallaron presentes, persuadiéndoles diesen gracias á Nuestro
Señor, se enmendasen y reverenciasen mucho á la cruz; decia más, que
entre otras cosas que les procuraba persuadir, y algunas veces salia
con su intento, era no comiesen carne humana, por lo cual, viendo que ya
tenian á pique de matar al chanés para se lo comer, se lo quitaba, y aun
casi por fuerza, y no se enojaban contra él; otras veces no podia tanto;
reprehendiales gravemente el ser deshonestos con sus hermanas, y referia
que un Chiriguana, enamorado de su propia hermana, y ella no arrostrando
á esta maldad, hallándola un dia aparte donde le pareció poner podia su
maldad en ejecucion, ella se le escapó de las manos y corriendo se le
entró en la iglesia, donde el perro Chiriguana y bestial no se atrevió á
entrar, y visto por la hermana le dijo: Bellaco, yo diré al padre te
castigue; ¿no se te acuerda que nos dice que manda Dios no hagamos esta
maldad? La muchacha diciéndoselo reprehendió al hermano ásperamente.
Reprehendiales gravemente el vicio bestial de comer carne humana, á lo
cual algunas veces le respondian que si la comian era asada ó cocida,
pero que no treinta leguas de allí habia otros indios muy dispuestos,
llamados Tobas, que la comen cruda; estos eran malos hombres, y no
ellos, porque cuando van en el alcance, al indio que cogen, echándoselo
al hombro y corriendo tras los enemigos, se lo van comiendo vivo á
bocados; y que si queria, le llevarian á la tierra destos gigantes, á
los cuales por verlos hizo le llevasen allá, y decia que los habian
visto desde un cerro, mas que no se atrevieron á bajar al llano, y á su
parecer serian de estatura de tres varas y media, ó cuatro de alto,
fornidazos, y visto, dió priesa á los Chiriguanas se volviesen antes de
ser sentidos, y este valle dista, á su parecer, no cien leguas de la
ciudad de La Plata. Todo esto, dije, yo leí en el lugar referido; por lo
cual, no es milagro reverencien tanto á la cruz, enseñados por aquel
padre carmelita. En lo tocante al milagro que dicen Dios les ha enviado
un ángel que les predica y ha mandado vengan á Vuestra Excelencia á
pedir sacerdotes, y lo demás, téngolo por fiction, y aun por imposible,
porque esta es una gente que no guarda un punto de ley natural, tanta es
la ceguera de su entendimiento; y á éstos enviarle Dios ángel no es
creible, porque es doctrina de varones doctos, que si hobiese algun
hombre que en la edad presente, gentil, que guardase la ley natural,
volviéndose á Nuestro Señor con favor suyo, Su Majestad le proveería de
quien le diese noticia de Cristo, porque dice San Pedro que en otro no
hay ni se halla salud para el ánima, como envió á San Pedro á Cornelio,
y á Filipo diácono al eunuco, y á los Reyes Magos trujo con una
estrella; aunque no niego que Nuestro Señor, usando de su infinita
misericordia, no pueda hacer con éstos lo que dicen, pues los hombres
igualmente le costamos su vida y sangre; mas los que agora éstos dicen
téngolo por falsedad y fiction. En lo que toca á irles á predicar, si la
obediencia no me lo manda (no me atreveré á ofrecerme á ello) iré
trompicando. Lo que éstos pretenden es: saben que Vuestra Excelencia
hizo guerra al Inga, le sacó de las montañas donde estaba, trújolo al
Cuzco é hizo dél justicia, y temen Vuestra Excelencia ha de hacer otro
tanto con éstos, por los daños que en los vasallos de Su Majestad y en
los pobres inocentes han hecho y hacen, y quieren entretener á Vuestra
Excelencia hasta que tengan todas sus comidas recogidas y puestas en
cobro, y los Chiriguanas que están agora en esta ciudad, á la primera
noche tempestuosa se han de huir y dejaran á Vuestra Excelencia
engañado. Dicho esto y otras cosas, hecho mi acatamiento, concluí mi
razonamiento. El padre guardian de San Francisco, llamado fray Diego de
Illanes, pidiéndole su parecer, dijo: No parece, Excelentísimo señor, si
no queremos negar los principios de Filosofía, sino que Nuestro Señor ha
guardado la conversion destos Chiriguanas para los felicísimos tiempos
en que Vuestra Excelencia gobierna estos reinos; y poco más dicho, cesó.
El padre prior de San Augustin, fray Hierónimo, no era hombre de letras,
buen religioso, remitióse al parecer de los que mejor sintiesen; lo
mismo hizo el padre Comendador de las Mercedes. El padre fray Juan de
Vivero, que acompañaba al padre prior de San Augustin dijo que iria de
muy buena gana á predicarles, como en público y en secreto lo habia
dicho muchas veces.

  [14] Tachado: _los_.
  [15] En el ms., _le_.

El Visorrey, oído esto, pidió parecer al padre fray García de Toledo, de
quien habemos dicho ser hombre de muy bueno y claro entendimiento, que
un poco apartado de nosotros tenia su silla, diciéndole: y á vuestra
merced, señor padre fray García, ¿qué le parece? No respondió palabra al
Visorrey sino vuelto contra mí, dice: con el de mi Orden lo quiero
haber; yo púseme un poco sobre los estribos, viendo ser una hormiguilla,
y mi contendedor un gigante, y dijo: ¿cómo dice vuestra reverencia lo
afirmado? ¿no sabe que Dios envió un ángel á Cornelio? Respondí: Sí sé,
y sé tambien que antes que se lo enviase, ya Cornelio (dice la Sagrada
Escriptura) era varon religioso y temeroso de Dios, y cuando llegó San
Pedro hacia oracion al mismo Dios. Luego nos barajaron la plática, é yo
quedé por gran necio y hombre que habia dicho mil disparates, sin haber
quien por la verdad ni por mí se atreviese á hablar una sola palabra. Es
gran peso para inclinarse los hombres, aun contra lo que sienten, ver
inclinados á los príncipes á lo que pretenden, por ser necesario pecho
del cielo para declararles la verdad. No digo lo tuve ni lo tengo, mas
dióme Nuestro Señor entonces aquella libertad cristiana.



CAPITULO XXXIII

HACE EL VIRREY INFORMACION DEL MILAGRO


Persuadido el Visorrey don Francisco de Toledo que los indios
Chiriguanas le tractaban verdad, para más en ella confirmarse y
confirmar á otros determinó hacer una informacion de todo lo dicho por
los indios que trujeron las cruces, y los testigos que tomaba y
examinaba eran los mismos que dijeron la fiction, y algunos de los que
estaban acá; hízose la informacion con esta solemnidad; hallóse presente
á ella el mismo Visorrey, el Presidente de la Audiencia, Quiñones; el
dean de La Plata, el doctor Urquiza; el licenciado Villalobos, vicario
general por la Sede vacante, un hombre gran cristiano; tres secretarios:
el de gobernacion, Navamuel; el del Audiencia, Pedro Juares de Valer; el
de la Sede vacante, Juan de Losa; tres lenguas: un religioso nuestro
nacido y lego en el Rio de la Plata, llamado fray Agustin de la
Trinidad; Mosquera, de quien habemos tractado, y el mestizo Capillas. La
hora señalada era de las cuatro de la tarde hasta las ocho de la noche;
yo me hallé á toda ella, porque iba por compañero del religioso lego, y
así lo pedí para ver en qué paraba esta fiction. Los indios que vinieron
con las cruces fueron los primeros examinados, y declararon como habian
referido en su embajada. Luego llamaron á otros de los que estaban acá
que decian saber lo propio, y nunca tal dijeron hasta venidos los de las
cruces; declararon tambien el don Francisquillo, y sucedió lo que diré:
declaraban dos juntamente, y disparaban de lo que los otros habian
declarado; á este tiempo el don Francisquillo, haciendo fuerza al
portero del Virrey, como lo tenian por medio truhan, y el Visorrey
gustaba de verle tartamudear en nuestra lengua, entró dentro de la sala
donde el Visorrey y los demás estábamos, y arrimóse á la pared frontera
de donde era el examen; el cual, oyendo cómo disparaban de lo quél y los
demás examinados habian declarado, díjoles: Hermanos, ¿no os dije ayer
todo lo que habiades de decir? ¿cómo decís al contrario? y todos tres
lenguas fueron tan cortos, que no advirtieron al Visorrey de lo que
aquel don Francisquillo les dijo, para que se entendiera la fiction
destos. Dijéronlo ya que nos veníamos á nuestras casas acompañando al
dean, porque era todo camino entonces, y aun más de una cuadra; lo
dijeron porque veniamos tractando que era fiction y mentira, y ellos
para confirmarlo dicen lo que el Francisquillo dijo á los que disparaban
de los demás encaminados, y fué promision de Dios, porque aunque lo
dijeran, no fueran creidos. Con mi poco talento yo me deshacia viendo lo
que pasaba, y que el Visorrey nos detuviese allí tanto tiempo, y otra
noche siguiente díjele: Suplico á Vuestra Excelencia sea servido oirme;
respondióme: Decid; Señor, dije, si es verdad lo que éstos dicen que
aquel ángel les predica, y afirman que unas veces le ven, otras no, y
cuando le ven entra en la iglesia muy resplandeciente y hermoso, no hay
duda sino que, para confirmacion de que es ángel, ó Sandiago, como ellos
dicen, enviado de Dios, que para que le crean habrá hecho algun milagro.
Porque esta es orden de Dios, como consta de Moisés, con los hijos de
Isrrael, que para que le creyesen hizo milagros delante dellos, y lo
mismo hicieron los apóstoles y otros muchos sanctos para confirmacion de
la fe y predicacion evangélica; mande Vuestra Excelencia se les pregunte
si ha hecho algun milagro. El Visorrey dijo: Bien decís; pregúntenselo.
Pregúntanles las lenguas si aquel ángel ó Sandiago ha hecho algun
milagro; responden haber hecho tres; el primero fué que le llevaron una
yegua picada de una víbora, que era de un curaca, para que la sanase, y
la sanó; este buen milagro es, porque convenia no se perdiese la casta
de los caballos en los Chiriguanas. El otro, que á un muchacho picado
de otra víbora, llevándoselo, lo sanó. El tercero fué, que no queriendo
unos Chiriguanas salir de las casas donde estaban, á oirle su
predicacion, les dijo: ¿así, no quereis oir la palabra de Dios? pues yo
haré venga del cielo fuego y os abrase, y descendió fuego del cielo y
los abrasó; y aun añadieron otro, que son cuatro: que en un pueblo
llamado Cuevo, no le queriendo oir, les dijo: Pues yo me iré, y os
dejaré; é se fué, y la cruz que estaba en la plaza de la iglesia se
levantó y se fué en pos de Sandiago y se plantó en la plaza del otro
pueblo. Examinando á otros dos indios, y preguntándoles destos milagros,
en los dos primeros confirmáronse; en lo del fuego de la casa, dijeron
haberse quemado acaso, pero que dentro della nadie pareció; y lo de la
cruz de Cuevo no hobo tal, sino que allí está, y en el otro pueblo los
indios dél pusieron una cruz delante de la iglesia; y con todo esto se
pasó adelante con la fiction, y se creyó, y en la informacion se
escribieron ochenta hojas, ó pocas menos; empero, cuando se huyeron los
Chiriguanas (como en el capítulo siguiente diremos), ya entonces se
creia la fiction ser mentira, é yo me atreví á hablar cerca desta
materia y que habia salido verdad lo por mí dicho, que no querian sino
engañar al Visorrey, y á la primera noche que sucediese tempestuosa,
huirse á sus tierras, como lo hicieron.



CAPITULO XXXIV

LOS CHIRIGUANAS SE HUYEN


El Visorrey don Francisco de Toledo, hecha la informacion, fué
deteniendo á los indios Chiriguanas, sin dejarles volver á sus tierras,
lo cual ellos sintiendo determinaron de huirse; esto fué descubierto, y
el Visorrey mandó que de una casa que les habia dado, un poco apartada
del pueblo, en la parroquia de San Sebastian, se mudasen á otra dentro
del pueblo, donde se tuviese un poco de más recaudo con ellos, y si se
huyesen luego fuese sabido; subcedió, pues, así, que venida una noche
muy tempestuosa, como las suele hacer en aquella cibdad y en toda la
provincia, se huyeron todos los que habian quedado, y entre ellos
Baltasarillo y el Chiriguana llamado Inga Condorillo. Sabido en casa del
Visorrey por sus criados, antes que amaneciese dispiertan al Visorrey, á
quien ni en aquella hora ni en otra, como durmiese, se atrevian á
despertar, y dícenle: ¡Oh! señor, los Chiriguanas se han huido; entonces
díceles: No me quede ninguno de vosotros en casa que no los vaya
siguiendo y me los traya; sale la voz por el pueblo, de donde algunos de
los criados del Visorrey y otros de la ciudad, con sus vestidos negros,
sin esperar á más, toman sus caballos, y aun los ajenos, que hallaban á
las puertas de sus amos, y sin más detenerse, unos por una parte y
camino, otros por otra é por otro camino, se parten en busca de los
Chiriguanas, sin saber el camino que llevaban; dióse aviso luego á los
chacareros de los valles por donde necesario habian de pasar, y á los
que á las riberas de los rios tenian sus haciendas, que velasen é
procurasen haberlos á las manos. Prendieron al Baltasarillo y á otros
tres, que trujeron al Visorrey. El Inga Condorillo con los demás aportó
al valle do Oroneota, donde hay un poblezuelo pequeño de los indios
llamados Churumatas; en el paso estaban un mulato con dos indios, á
donde llegando el Inga Condorillo con sus compañeros, con un cuchillo
carnicero hirió al mulato, que luego huyó, y luego acometen á los
indios, hiérenlos á ambos, al uno de muerte, de que dentro de breves
dias murió; al otro más livianamente, con lo cual se escaparon hasta
hoy, de suerte que lo que yo dije salió verdad; pero primero que saliese
andaba como corrido, sin atreverme á hablar, ni haber quien se atreviese
de los pocos que conmigo concordaban y sentian, aunque despues que los
recogieron á la cibdad, algunos libremente decian su parecer.



CAPITULO XXXV

EL VISORREY DON FRANCISCO DE TOLEDO DETERMINA IR Á LOS CHIRIGUANAS EN
PERSONA


Sintió gravemente el Visorrey la huida de los Chiriguanas, como á quien
unos indios bárbaros así burlaron, por lo cual, y porque convenia
hacerles guerra, subjectarlos, ó echarlos á lo menos de aquellas
montañas y carnecerias donde vivian, dende á pocos dias determinó él en
persona ir á castigarlos, y de allí entrar en Santa Cruz de la Sierra y
sacar á don Diego de Mendoza y justiciarle, como lo hizo despues, y de
un tiro matar dos pájaros; sacó tiendas, las cuales armaron delante de
su casa, en la cuadra de la iglesia mayor; nombró por capitan general á
don Gabriel Paniagua, vecino de la ciudad de La Plata, hombre muy rico,
comendador de Calatrava; por maestre de campo, á don Luis de Toledo, su
tio. Antes de se determinar tuvo muchos acuerdos y consejos, en los
cuales por el Audiencia siempre fué contradicho su parecer de ir en
persona, y se lo requirieron, porque para aquella guerra era suficiente
un capitan general con ciento y cincuenta soldados y tres capitanes, á
quien mandase ir al puesto del rio de los Sauces, dond'el capitan Andrés
Manso tuvo poblado, y de allí hiciese la guerra como convenia hacerse á
estos come hombres, lo cual mejor que otro lo haria Pedro de Segura, de
nacion vizcaino, cursado en guerra contra los Chiriguanas, á quien ya
tenia perdido el miedo; envióle á llamar, que vivia pobremente con su
mujer y hijos en un valle llamado Sopachui, más de veinte leguas de la
ciudad de La Plata, el cual venido y ofreciéndose á servir á Su Majestad
y al Visorrey en lo que le mandase, conforme á su obligacion de
hijodalgo; empero pidiéndole algun socorro para dejar á su mujer y
hijos, no se le dió, y le despidió diciéndole se volviese á su casa.

Determinóse, pues, el Visorrey, contra el parecer del Audiencia y de los
demás vecinos y hombres que tenian experiencia cómo se habia de hacer
aquella guerra, de ir en persona, y así aderezó y mandó aderezar las
cosas necesarias.



CAPITULO XXXVI

EL VISORREY DON FRANCISCO DE TOLEDO PIDE PARECER SI DARÁ POR ESCLAVOS Á
LOS CHIRIGUANAS


Determinado el Visorrey de entrar en persona contra estos come hombres,
enemigos comunes del género humano, llamó á consulta al Audiencia, Sede
vacante, Cabildo de la ciudad de La Plata y á las Ordenes, y en
particular á estas, y letrados, si podia lícitamente dar por esclavos á
los Chiriguanas que se prendiesen en aquella guerra; juntos á la hora
señalada, y pidiendo parecer, y dando las causas que le movian á poderlo
hacer, hablando primero el doctor Urquizu, dean, le dijo que en la
guerra justa, como era la presente, era lícito al rendido captivarle,
por ser ya Derecho y comun consentimiento de las gentes, porque si á un
enemigo, en la tal guerra, teniéndole rendido, le puedo quitar la vida,
gran beneficio le hago, dándosela, hacerle mi esclavo; empero porque él
habia visto una cédula del Emperador y rey nuestro señor Carlos V, en
que mandaba que á ningunos indios, por delictos gravísimos que tuviesen,
ni porque se hobiesen rebelado contra su corona Real, ni por comer
carne humana, ni por otros ningunos de sus Virreyes, gobernadores, ni
capitanes generales, les pudiesen dar por esclavos, ni á los ya
reducidos á su servicio, ni á los que de nuevo se reduciesen, y así
ponia en su libertad á todos los indios que como esclavos servian,
vendidos y comprados; por lo cual, conforme á esta cédula, usada é
guardada, no era lícito darlos por esclavos, por ser ley de nuestro Rey
y príncipe, en la cual para con estos indios moderaba la ley y Derecho
de las gentes de que arriba hicimos mencion que en la guerra justa al
rendido justamente se hace esclavo; á esto respondió el Virrey, aquella
cédula haberla Su Majestad despachado y establecido aquella ley para los
vecinos de México, donde el Visorrey don Antonio de Mendoza tuvo muchos
esclavos indios con sus ingenios, y que no se entendió en estos reinos.
Oído esto por el doctor Urquizu, dijo: Si Vuestra Excelencia esa ley
puede así interpretar, con justo título los puede dar Vuestra Excelencia
por esclavos. Con este parecer fueron todos los demás prelados de las
Ordenes, y casi concluida la consulta, y en este parecer resuelta,
viéndome el Visorrey, mandóme decir lo que sentia, y es cierto que no
siendo yo sino un muy simple y sencillo religioso de mi Orden, era
compañero de mi prior, me habia asentado muy abajo, y aun casi me
escondia, porque ni me viesen ni me preguntasen, pareciéndome ya en este
particular de los Chiriguanas me tenian por sospechoso. Pero no me pude
esconder qu'el Visorrey no me mandase decir mi parecer, al cual dije (no
parezca á nadie alabo mis agujas; tracto verdad _coram Deo et Christo
Jesu_): Señor, si la ley del Emperador y rey nuestro señor, de gloriosa
memoria, no se entiende en estos reinos, lo que á Vuestra Excelencia se
ha respondido se puede justísimamente hacer; pero aunque sea así,
Vuestra Excelencia debe mandar se modere este rigor desta suerte,
pareciendo conviene que los niños y mujeres inocentes, excepto las
viejas, porque éstas son malditas, por cuyo consejo estos Chiriguanas
van á la guerra, no se den totalmente por esclavos, sino que el que los
captivare se sirva dellos toda su vida como de tales, no los pudiendo
vender ni enajenar, y que si algun otro se los hurtare ó sosacare, sea
castigado como si cosa propia se le hobiera hurtado; los demás inocentes
queden libres como vasallos de Su Majestad, para que Vuestra Excelencia
los encomiende á quien fuese servido. Muévome á esto, porque todos estos
reinos se han de reducir á la corona de Castilla, y en contorno de los
Chiriguanas hay indios, y lejos dellos, que no están reducidos. Pues si
estos tales oyeren decir que los cristianos han hecho esclavos, compran
y venden y han destruido á estos come hombres, no sabiendo la razon é
justicia de parte de Vuestra Excelencia para mandarlo, tenernos han más
aborrecimiento del que nos tienen, y el nombre de cristiano se hace más
odioso. El Visorrey dijo era piadoso parecer; empero, no lo queriendo
admitir, mandó al general don Gabriel saliese á la plaza y con la
solemnidad acostumbrada publicase á fuego y á sangre la guerra contra
estos Chiriguanas, declarándolos y dando por esclavos á todos cuantos en
ella se rindiesen y prendiesen; lo cual hizo luego, y en la plaza
públicamente se publicó y pregonó como el Visorrey lo mandaba.



CAPITULO XXXVII

EL VISORREY MANDA AL GENERAL DON GABRIEL ENTRE CONTRA LOS CHIRIGUANAS
POR EL CAMINO DE SANTA CRUZ.


Publicada la guerra á fuego y sangre, y dados por esclavos los
Chiriguanas, mandó el Visorrey al general don Gabriel que con 120
soldados, sin la gente de su casa, entre contra estos enemigos comunes
por el camino que va á Santa Cruz de la Sierra, y procure allanar al
cacique Vitapue, que está en medio del camino, ó á lo menos impedirle
que no pueda ir á socorrer á los demás contra quien el Visorrey entraba.
Apercibióse el General de lo necesario, y con los soldados dichos, muy
buenos y bien aderezados, tomó su camino. Lo que le subcedió diremos
cuando hobiéramos concluido con lo que _aconteció_ al Visorrey.



CAPITULO XXXVIII

EL VISORREY NOMBRA CAPITANES Y ENTRA EN LA TIERRA CHIRIGUANA


Nombró tambien otros capitanes: por la ciudad de La Plata, á don
Fernando de Zárate, vecino della; por la villa de Potosí, á Juan Ortíz
de Zárate, su criado. Mandó que todos los vecinos del Pueblo Nuevo
viniesen á servir á Su Majestad en esta jornada, ó enviasen personas en
su lugar con sus armas y caballos; los más vinieron; los otros enviaron
soldados á su costa; otros muchos hijosdalgo, conforme á su obligacion,
se ofrecieron á servir y fueron sirviendo sin interés ni socorro alguno.
Partió, pues, el Visorrey llevando en su compañía los lanzas y arcabuces
para la guarda de su persona, y para hacer lo que se les mandase. Por
justicia mayor del campo, al licenciado Ricalde, con buena casa de
soldados vizcainos y mucho gasto. Salieron con él de la ciudad de La
Plata pocos más de 400 soldados, todos deseosos de concluir con esta
maldita canalla y de vengar la injuria hecha al Visorrey, engañándole
como le engañaron; fueron tambien con él otros soldados que tenian sus
haciendas en los valles fronteras desta gente, y que aquella tierra la
habian visto muchas veces.

La primera jornada fué legua y media de la ciudad, á un valle llamado
Sotala, á donde se acabaron de juntar las cosas necesarias de
mantenimientos, y carneros para llevarlos; vinieron tambien allí indios
de servicio y de los Chichas, que es gente buena y bellicosa, con sus
arcos y flechas. En este valle quisieron algunos criados del Virrey
saber qué tan fuerte era el arco Chiriguana, y tomando una cota la
pusieron en un costal de paja y á los indios Chiriguanas que llevaban
para guias hiciéronlos tirasen á la cota, y á los Chichas; los Chichas
desembrazaron primero, pero sus flechas resurtieron. Los Chiriguanas
desembrazando pasaron la cota y costal de banda á banda, de lo cual
fueron no poco admirados; es el Chiriguana bravo hombre de arco y
flecha, como dejamos dicho: y aunque es así que se llevó gran cantidad
de comida, porque siempre se temió hambre, y temiéndola, los cursados en
aquella tierra y el camino que llevaban, dijeron al Virrey que para tal
tiempo proveyese, á lo menos dejase proveido, que de la ciudad de La
Plata y sus términos, en el rio de los Sauces, ó asiento de Condorillo,
le tuviesen comida, porque seria necesaria; no los quiso oir, y subcedió
así como diremos, que si lo dejara proveido, no se viera el campo en la
necesidad que se vió. Llegando, pues, á las puertas de las montañas
Chiriguanas, luego despachó al capitan Juan Ortíz de Zárate con su
compañía de cincuenta soldados, sin otros diez que le dió viejos y
cursados, á un pueblo, creo llamado Tucurube, el primero por aquel
camino; el cual llegó á tan buen tiempo, que no halló indio en él que le
pudiese hacer resistencia, sino las mujeres y niños, por haber tres ó
cuatro dias se habian partido á cazar indios chaneses para su
carniceria, y entre las mujeres vivia una mestiza que dijimos haberse
quedado en los Chiriguanas cuando mataron al capitan Andrés Manso y á
todos los que con él estaban, la cual con las demás indias se huyó al
monte, y conocida por algunos, llamándola, no quiso volver, tiró su
camino con las demás y hasta hoy se quedó hecha chiriguana. Hallóse aquí
mucha comida de maíz, frísoles, zapallos, yucas y otras suertes de
mantenimientos de que se sustentan y hacen sus brevajes en mucha
cantidad; oí certificar á algunos que con él fueron serian de todas
comidas más de 3.000 fanegas. Apoderóse del pueblo, que no era más de
tres casas como las usan, muy anchas y más largas. Los del pueblo _van_
al monte _y_ avisan á los Chiriguanas den luego la vuelta, porque los
cristianos se han apoderado de las casas y comidas; los cuales dentro de
pocos dias volvieron y entraron como de paz, no todos, sino los más
principales, que á escondidas preguntaban quién era el capitan; si era
conocido dellos, viejo ó chapeton, ó si por ventura era el capitan
Hernando Diez de Recalde, que allí como soldado iba. El capitan Hernando
Diez era dellos muy conocido por muchas y muy buenas suertes que habia
hecho con ellos; temianle y deseaban haberle á las manos; mas como
supieron era chapeton, y dellos no conocido, luego le tuvieron en poco y
engañaron, comenzándole á servir y traer agua y leña y lo que les
pedian. El capitan Juan de Zárate despachó luego al Visorrey un soldado
con la nueva de la presa de la comida que tenia; el capitan alojó sus
soldados á lo largo de los buhios, de suerte que por las espaldas
estaban seguros; empero los Chiriguanas le persuadieron se metiese en
uno dellos, porque las indias que traian leña y agua y demás cosas para
guisar de comer tenian miedo de los soldados, y no venian de buena gana,
ni se atrevian á entrar dentro del buhio; persuadióse á ello, aunque por
algunos soldados le fué rogado no lo hiciese ni desamparase su
alojamiento; con todo eso se metió dentro de la casa, á donde por
algunos dias le aseguraron los Chiriguanas sirviéndole con mucho
cuidado. Empero no eran tan recatados que los que tenian alguna
experiencia de sus malas costumbres, por los ademanes y otras cosas,
entendianles los pensamientos, por lo cual avisaron al capitan se velase
y no hiciese tanta confianza de aquella gente sin Dios, sin ley y sin
rey; no quiso admitir este buen consejo, diciendo no era él hombre á
quien los Chiriguanas habian de engañar, no se acordando habian engañado
al Visorrey, con todo su buen entendimiento. Los que se recelaban, que
fué el capitan Hernando Diez de Recalde, con un hijo suyo y un negro, y
otros tres ó cuatro que se le llegaron, no dormian en el buhio, sino
fuera, las espaldas seguras con unas piruas de maíz juncto al buhio
(pirua es un cercado como de dos varas y media, redondo, de cañas, donde
se encierra el maíz), y la noche de cierto dia que conocieron lo que
habia de hacer la gente enemiga, se repararon lo mejor que pudieron y
estuvieron apercebidos velándose; esta noche, el capitan descuidado, dan
los Chiriguanas en él y en los demás que dormian á sueño suelto y sin
centinelas; mataron á un español y á uno ó dos mulatos, y no sé cuántos
indios, y hirieron á otros, y á soldado hobo, y lanza, que le pasaron un
muslo con una flecha, revuelto con su frezada. Los que estaban fuera,
éstos detuvieron á los indios que no entrasen tan de golpe, y mataron
algunos con sus arcabuces, porque los que hicieron daño en el buhio
fueron los que allí se habian quedado, como ellos decian, á dormir, y á
la hora señalada tomaron las armas que entre la leña metieron, y con
ellas hicieron el daño dicho, y al capitan hirieron livianamente en una
mano. Los Chiriguanas, como los de fuera les daban priesa, huyeron al
monte; llegó el dia; curaron los enfermos y enterraron los muertos, y el
capitan fué á buscar los enemigos, pero no hallándolos, se volvió; los
cuales se entiende haber recebido no poco daño, por la sangre que á la
mañana se vió juncto á la casa. Dende á pocos dias determinó el capitan
dejar el pueblo y comidas, y dar la vuelta en busca del Visorrey, á
donde llegando, y sabido el subceso, no lo quiso ver ni hablar por
muchos dias, y no sin mucha razon, porque si el capitan Juan de Zárate
siguiera el parecer de los expertos en la guerra Chiriguana, casi la
habia acabado; pero, como dijimos arriba, los que vienen de España
tiénennos por más que bárbaros; dijéronle no desamparase la comida sin
órden del Visorrey, ni el pueblo, la cual, si no dejara, era fácil
llevarla al real y no se padeciera la hambre que despues se padeció, á
lo menos no tanta.



CAPITULO XXXIX

EL VISORREY NOMBRA CAPITAN Á BARRASA, SU CAMARERO, Y LO ENVIA AL PUEBLO
DE MARUCARE


Prosiguiendo la tierra adentro el Visorrey con su campo, lo asentó en
cierta parte cómoda, de donde nombrando por capitan á Francisco Barrasa,
su camarero, le mandó escogiese cincuenta hombres en todo el ejército, y
con ellos fuese á un pueblo del curaca Marucare, que dijimos haber
salido á la cibdad de La Plata con Mosquera, pero el Visorrey le dió
licencia para volverse á su tierra.

Antes que pasase más adelante, se me podria preguntar por qué el
Visorrey no quiso recebir el consejo de los vaquianos. A esto respondo
lo que oí á un personaje con quien el Virrey tractaba lo íntimo de su
corazon, que era el padre fray García de Toledo: el Virrey se persuadió
á que viendo los Chiriguanas la pujanza con que entraba él propio en
persona, y que por ninguna via se podian huir de sus manos, se le habian
de venir á entregar sin tomar armas; que no se pudiesen huir, era como
demostracion, porque _los de_[16] Vitupue habian de caer en las manos de
don Gabriel, general del campo; si _huían_ á Santa Cruz, en las de don
Diego de Mendoza, á quien mandó saliese hasta tal puesto con sesenta
soldados y algunos amigos indios, cual lo hizo; si la tierra adentro,
habian de dar en los Tobas, que dijimos ser gigantes y enemigos
capitales de los Chiriguanas; persuadido con estas conjeturas no hizo
caso de los buenos consejos; digo tambien que la gloria de la conquista
de los Chiriguanas se la quiso atribuir á sí y á los suyos, y no á los
capitanes y soldados viejos, como la del Inga, porque al mismo padre
fray García oí decir que si los chapetones no fueran á ella, no se
hiciera el efecto que se hizo, porque éstos se echaron el rio abajo,
pidieron y sacaron al Inga y á sus capitanes.

  [16] En el ms., _porque á_.

Volviendo á nuestra historia, el capitan Barrasa escogió los más
principales del ejército en linaje y no en trabajo, ni en ejercicio de
guerra, que fueron á los vecinos de la cibdad de La Paz y otros. Desta
suerte salieron en sus caballos hasta el pie de una cuesta por donde no
se podian aprovechar dellos, y el pueblo estaba fundado en lo alto
della; la cuesta agria y larga, el calor mucho, los cuerpos cargados de
armas y no acostumbrados á traerlas, hobo algunos que dieron señal, y
muy baja; finalmente, llegaron á lo alto; los indios, que antes que
subieran la cuesta los habian visto, no se atreviendo á resistirlos se
metieron en la montaña con sus hijos y mujeres, dejando las casas
desamparadas; los nuestros, cuando llegaron ya llevaban alguna hambre, y
entrando en las casas buscaban qué comer; dieron en una olla grande
llena de maíz cocido; metian las manos y á puñados sacaban el mote (mote
es maíz cocido), lo cual con mucho gusto comian; empero uno, metiendo la
mano un poco más adentro, encontró con un brazuelo de un niño; sacólo á
fuera sin saber lo que sacaba; en viendo los nuestros la carne humana,
fué tanto el asco que recibieron, que lo comido y lo que más tenian en
el cuerpo, con grande asco lo lanzaron fuera, y sin hacer otro efeto se
volvieron al real. No hallaron alguna comida porque los indios la tenian
en la montaña puesta en cobro, y si fueran hombres de guerra y dieran
sobre los nuestros cuando andaban sin órden buscando la comida, no sé
cómo volvieran.



CAPITULO XL

DE LA HAMBRE QUE COMENZABA EN EL REAL Y ENFERMEDAD DEL VISORREY


De aquí partió el Visorrey, donde tenia alojado el campo, la tierra
adentro, y prosiguiendo su camino dió en el rio llamado de Pilaya, á
quien algunos llamaron el rio Incógnito, no lo siendo; muchos iban en el
real que le habian visto antes. Ya en este tiempo se comenzaba á sentir
falta de comida en el real, porque la tierra no la lleva sino en los
lugares donde los Chiriguanas siembran sus comidas, y siendo la tierra
montosa, los árboles son infructíferos, si no son unos llamados
cañares[17] que son los azofeifos nuestros; otros no sé que lleven
fructa, sino muchas garrapatas, á los cuales arrimándose, á un hombre
caen tantas que le cubren de arriba abajo. Los Chiriguanas sus comidas
habíanlas metido en la montaña, y aunque las buscaban los nuestros, no
las hallaban. El Visorrey, ó por la destemplanza de la tierra del mucho
calor ó por otras causas que descomponen los cuerpos humanos, comenzó á
enfermar de unas bravas y recias calenturas que le iban creciendo y
enflaqueciendo mucho, por las cuales é no poder caminar el Virrey en su
literilla de hombros (la tierra no sufria litera de acémilas que
llevaba) se detenian en los alojamientos más de lo necesario para pasar
adelante; su médico todo lo posible hacia para su salud, y dia de
Nuestra Señora de Agosto, cuando se pensó tener acabada la guerra, le
desafució, y con todo esto el Visorrey no queria sino proseguir su
jornada. Lo cual visto por el licenciado Recalde, entrando á visitarle
en la tienda le dijo el estado de su enfermedad, y que si Nuestro Señor
disponia dél en aquella tierra, allí le habian de sepultar, aunque esto
no hacia al caso, porque la comun sepoltura de todos los hombres es la
tierra. Lo que más se habia de advertir, y por lo que más se habia de
mirar, era que todos se perderian cuantos con él entraron, y el reino
del Perú corria mucho riesgo (como era verdad) de perderse con alguna
tirania, y subcediera así si Nuestro Señor otra cosa no ordenara.
Tambien le puso delante de los ojos la hambre que se augmentaba en el
real, y quien más la padecian eran los pobres indios; por tanto, le
suplicaba mirase los grandes inconvenientes que se siguieran,
irremediables, por los cuales perderia el crédito que con Su Majestad
habia ganado hasta allí, y no permitiese que los miserables indios, á
quien sacó de sus tierras, tan miserablemente murieran, porque acosados
de la hambre se huian del real, sin saber camino, los cuales cayendo en
las manos de los Chiriguanas, luego eran comidos, y cuando no, daban en
manos de tigres, de que es aquella tierra poblada, y los despedazaban;
lo cual siendo como era así, Su Excelencia mandase dar la vuelta al
Perú, pues ya se habia hecho todo lo posible, y los Chiriguanas no
parecian en el mundo.

  [17] Tachado: _camotes_.



CAPITULO XLI

EL VISORREY MANDA VOLVER EL CAMPO AL PERÚ


Viendo, pues, el Visorrey su poca salud, y lo que el licenciado Recalde
le aconsejaba era lo justo, bueno y sancto, y el riesgo qu'el reino
corria, determinó mandar se diese la vuelta al Perú, ya todo el campo
muerto de hambre, y los que más la padecian eran los pobres indios, los
cuales si encontraban con algunas sillas se comian los cordobanes y
guarniciones; los más se aventuraban á salir á este reino, y salieron
algunos; vi un indio en la cibdad de La Plata, del repartimiento del
capitan Hernando de Zárate, que á su ventura se atrevió á salir y llegó
á la cibdad, y fuese derecho á casa de su amo, donde á la sazon
estábamos dos religiosos; doña Luisa, mujer del capitan don Fernando,
cuando le vió compadecióse grandemente y todos nos compadecimos;
regalóle, acaricióle, mandó que le diesen de comer; no parecia sino la
estatua de la muerte, en los puros cueros y en los huesos; al cual
preguntándole el estado de los nuestros, dijo lo que habemos referido.
Preguntámosle más: ¿cuántos Chiriguanas traian en colleras? lleváronlas
Chichas de acá. Respondió estas palabras: Ni solo una uña de chiriguana
traen los cristianos.

Todo el real casi venia á pie, porque los caballos, pasaron de más de
1.600, se quedaban estacados de cierta yerba que comian, haciendo
espumarajos; salieron cual ó cual, y como no habia en qué traer la ropa,
quedábanse los toldos armados y las petacas llenas.

El licenciado Recalde se mostró gran cristiano para con los indios, y
Nuestro Señor se lo pagó, porque encontrando al indio animado ó á la
peña, transido de hambre, le hacia dar de comer, lo traia en su
compañia, y si no podia caminar, en sus caballos ó mulas lo mandaba
subir; dejando su caballo, y quitándolos á sus criados y á los de su
casa, los daba á los indios; albergábalos, curábalos en sus toldos, con
lo cual libró no pocos de la muerte y sacó á esta tierra; finalmente,
sus toldos eran las enfermerias de los pobres indios. Con mucho trabajo
salió el Visorrey y el campo á la tierra del Perú, á un valle llamado
Tomina, sin que en el camino recibiese algun daño de los Chiriguanas,
que fué no poca merced que Nuestro Señor hizo á todo el reino, y si bien
se considera, confesaremos que el mismo Dios puso[18] en las manos de
los nuestros á los Chiriguanas, y los cegó para que no conociesen la
oportunidad, creo por la gran soberbia con que entraron.

  [18] Tachado: á los nuestros.

Si el capitan Juan de Zárate siguiera el consejo que le daban, habria
preso y captivado muchos de los principales Chiriguanas, enseñándoselos
con el dedo en el pueblo donde dijimos llegó y no halló resistencia
alguna. Fué señor de la comida, y si no la desamparara no se padeciera
en el real la penuria que della hobo, ni hobiera hambre, y la guerra
casi era acabada, y si no acabada, se habria puesto en término de
acabarla presto. Puso tambien Nuestro Señor á los españoles en las manos
Chiriguanas; empero, usando de su acostumbrada misericordia con ellos,
cegó á los Chiriguanas para que no conosciesen el tiempo, ni se
aprovechasen dél ni de sus propias costumbres de pelear, porque con ser
gente que no pelea sino á traicion y de noche, con nosotros pocas veces
de dia, sí de noche; si fueran dando arma en el campo, de suerte que los
desvelaran y hicieran estar en arma toda la noche, hambrientos, sin
fuerzas para tomar armas, y desvelados, ¿cómo volvieran á este reino?
¿por qué camino?

Abriéndolo venian; cególos Dios, y olvidáronse de su órden de pelear.
Del campo dióse aviso al Audiencia y á la cibdad cómo salian y cuán
destrozados y hambrientos. Salió con la brevedad posible el Presidente
Quiñones á les llevar refresco, el cual llegando al valle de Tomina y
sabiendo cuánta más necesidad traian de la que en las primeras cartas se
habia significado, y que los gastadores estaban cerca, ya casi arrimados
á los árboles, tomando su mula y en ella unas alforjas, y los demás que
con él iban haciendo lo mismo, con la priesa posible llegaron donde los
gastadores estaban, entre los cuales hallaron dos ó tres ya arrimados á
unas peñas, los ojos vueltos en blanco, de hambre; animóles y dióles el
refresco que llevaba, con lo cual los volvió en sí y avisó al campo
cómo habia llegado con bastimentos y otro dia seria con ellos; con esto
los unos y los otros se animaron y llegaron al valle nombrado Tomina,
sin que se perdiesen tres soldados, á donde fueron muy caritativamente
recebidos de los que en él habitaban, españoles chacareros, que con gran
liberalidad daban de comer á todo el campo, vaca, ternera, cabritos,
ellos y sus mujeres amasando de dia y de noche el pan para los que á sus
casas llegaban con no poca pérdida del crédito español.



CAPITULO XLII

LO QUE SUBCEDIÓ AL GENERAL DON GABRIEL PANIAGUA


El general don Gabriel Paniagua, prosiguiendo su viaje por donde le fué
mandado, con 120 soldados (como dijimos), entró en la tierra Chiriguana
sin que los indios se le atreviesen á salir al camino, ni estorbar el
paso; solo un dia, en un pajonal crecido, le tenian armada una celada,
que si no se descubriera acaso, le hicieran algun daño; llegó á este
pajonal ya tarde, donde, alojando la gente, ya comenzaban á armar sus
toldos, atar los caballos y el bagax ponerlo en medio del alojamiento;
un soldado iba en busca de su caballo, que se le habia apartado un poco
de trecho del alojamiento, el pajonal adelante, y era hacia aquella
parte donde los enemigos estaban acachados y escondidos, para en
comenzando á cenar, ó al primer sueño, dar en los nuestros.

Los indios como vieron que el soldado iba para ellos con su escopeta al
hombro, pensaron ser sentidos, levántanse y descúbrense de la emboscada.
El soldado, vistos, disparó su arcabuz contra ellos y volvióse al campo
tocando arma.

A esto los demás tomaron sus escopetas, y puestos en órden, como mejor
pudieron se defendieron y ofendieron al enemigo, sin que ellos
recibiesen en la persona daño alguno; al ruido de los arcabuces, los
caballos, que no estaban atados, se metieron en la montaña y se
desaparecieron, pocos de los cuales volvieron á la compañía; esta fué la
mayor pérdida que subcedió al general don Gabriel, ni tuvo otro
encuentro. Puesto, pues, en medio de las montañas Chiriguanas, no sabia
cosa alguna del Visorrey; no le avisó, ni pudo, como estaba concertado;
indios no le molestaban ni los hallaban; el tiempo del verano era
acabado; las aguas comenzaban, hasta que desde un cerro le dijeron los
enemigos todo lo que pasaba en el campo del Visorrey: la enfermedad, la
hambre, y que ya el Visorrey habia dado la vuelta al Perú; que se
saliese, por ser ya tiempo de sembrar, y no les impidiese las
sementeras, porque si aguardaba á las aguas ni él podria salir, y le
faltarian las comidas, ni ellos sembrar, y así perecerian todos; el
consejo no fué errado.

El general, pues, viendo, y sus capitanes, ser posible lo que los
Chiriguanas decian, considerando el tiempo y lo demás, determinó de dar
la vuelta al Perú, y saliendo sacó toda su gente sana y salva, sin más
pérdida de aquellos pocos caballos que se huyeron en la refriega dicha;
en llegando á tierra de paz, luego fué cierto de lo que los Chiriguanas
le habian dicho ser verdad, y viniéndose para la cibdad de La Plata
halló en ella dias habia al Virrey muy enfermo.



CAPITULO XLIII

DESPIDE LOS SOLDADOS EL VISORREY Y LLEGA Á LA CIBDAD DE LA PLATA


En este valle de Tomina despidió los soldados, dándoles licencia, en
donde descansó el Visorrey hasta adquirir unas pocas de fuerzas, las
cuales, en dándole los aires del Perú comenzó á recobrar, y la
enfermedad á disminuírsele, pero no de manera que se pudiese tener en
pie ni andar un paso; mas sintiéndose ya con algunas fuerzas se puso en
camino para la ciudad de La Plata, adonde llegó en una literilla de
hombros en que le traian dos lacayos, tan flaco y desfigurado, que se
tuvo muy poca esperanza de su salud; mas Nuestro Señor se la dió
enteramente, y todo el pueblo dió muchas gracias á la majestad de Dios
porque le sacó vivo. Alcanzada esta salud y compuestas algunas cosas
tocantes al buen gobierno de aquella provincia, dende á cinco ó seis
meses tomó el camino para Potosí, á donde, hallando que muchos de los
que tenian indios para sus ingenios se habian ocupado más en recoger
metales de los desmontes, y en traspasar la ordenanza por él hecha
(como dejamos dicho), que en beneficiar y labrar sus minas, los condenó
á tres tomines ensayados por quintal, con los cuales enteró la caja Real
de lo que della habia sacado para la guerra chiriguana, y lo demás
repartió en los que más habian gastado, como fué al licenciado Recalde
aplicó cierta cantidad y á otros.

Pudiera escrebir otras cosas particulares que en esta provincia
sucedieron, mas déjolas porque no paresca se tratan con alguna manera de
pasion, de la cual estamos muy lejos; empero la verdad de la historia no
se ha podido dejar. Partió de Potosí, asentado todo lo necesario para su
buen gobierno, para la ciudad de La Plata; de allí á Arequipa, de donde
se fué á embarcar, creo son 22 leguas, á la playa de Quilca; embarcado,
en breves dias llegó al puerto del Callao, de la ciudad de Los Reyes,
adonde fué muy bien recebido.



CAPITULO XLIV

DEL CAPITAN FRANCISCO DRAQUE, INGLÉS, QUE ENTRÓ POR EL ESTRECHO DE
MAGALLANES


El año de 77, así como en España y toda Europa, pareció en la media
region del aire el más famoso cometa que se ha visto; tambien se vió en
estos reinos á los 7 de Octubre con una cola muy larga que señalaba al
estrecho de Magallanes, que duró casi dos meses, el cual pareció ser
anuncio que por el Estrecho habia de entrar algun castigo enviado de la
mano de Dios por nuestros pecados, como sucedió; que dende á dos años,
poco más ó menos, que se acabó, y el Visorrey don Francisco de Toledo
residiendo en la ciudad de Los Reyes, entró en el puerto della un navio
inglés, enemigo, con un capitan llamado Francisco Draque, de noche, sin
que hobiese imaginacion que tal pudiese subceder, en el cual tiempo en
la ciudad de Los Reyes no habia un grano de pólvora, ni gentilhombre
lanza que tuviese lanza, ni gentilhombre arcabuz que tuviese arcabuz,
por se los haber comido y no les haber pagado lo situado por el marqués
de Cañete, de buena memoria. El ejercicio de las armas se habia
olvidado, no sólo en aquella ciudad, sino en todo el reino, por haber
mandado el Visorrey ningun hombre caminase con arcabuz, so pena de
perdido, y á los corregidores de los partidos tenia mandado lo
ejecutasen. En esta sazon, pues, llegó este pirata, que robase y
afrentase y le diese un bofetón de los grandes que han recebido, ni creo
recibiran tan presto los leones del Perú.

El capitan inglés, luterano, con órden de la reina Maria, inglesa,
tambien luterana, una de las malas hembras y crueles que ha habido en el
mundo, se aventuró con tres navios _á_ salir de Inglaterra y venir á
estos reinos á robarlos y á hacerse señor de la mar, caso jamás
imaginado, y de ánimo más que inglés, porque salir de su tierra y venir
por mares y temples tan contrarios al temple inglés, y seguir derrota
que tantos años no se seguia, ni otra que la nao _Victoria_ no habia
hecho, porque de las que con ella salieron sola ésta volvió, las demás
se perdieron, y de las del obispo de Plascencia don Gutierre de
Caravajal, ni una sola se salvó: atreverse este capitan inglés á renovar
esta navegacion, ya casi olvidada, y á meterse en las manos de sus
enemigos, como se metió, tan apartado de donde le pudiese venir socorro,
fué más que temeridad, sino que como venia para castigo destos reinos
por nuestros pecados, todo le subcedia bien. Partió, pues, de Inglaterra
con tres navios, segun algunos referian habérselo oído; piérdense los
dos á la entrada del Estrecho, ó á la salida; sólo él desembocando de la
vuelta sobre mano izquierda, costeando la tierra y costa primera de
Chile, donde en el puerto Valparaiso, viniendo falto de comida, halla
dos ó tres navios con oro, aunque poco; no fueron 30.000 pesos; halla
comida, y vino, y proveyéndose de lo necesario, costeando, sondando los
puertos y las caletas, sin que hallase resistencia alguna, viene hasta
el puerto de Coquimbo, adonde, no hallando qué pillar, treinta leguas de
allí, ó poco más, llegó á la bahia. Salada, donde estuvo dos meses y más
dando carena á su navio y haciendo una lancha, sin que le diesen la
menor pesadumbre del mundo, pudiéndosela dar y facilísimamente. No
parece sino que todo le subcedia al sabor de su deseo, y á los nuestros
les faltaba el consejo, como es así realmente. Era azote enviado de
Dios; habia de azotar. En Chile, á la sazon, Rodrigo de Quiroga, de
quien tractaremos adelante, bonísimo caballero, estaba en Arauco con la
gente de guerra; despacha al capitan Gaspar de la Barrera, y deshace el
campo, pero no fué de ningun efecto, porque se tardó mucho (y no pudo
ser menos) en aprestar el navio, y cuando llegó á Coquimbo ya el capitan
Francisco habia salido de la bahia Salada con su navio y lancha, y no
fué seguido porque el capitan Gaspar de la Barrera no llevaba más
comision de hasta los términos de Chile. Sale de la bahia Salada y llega
en breve al puerto de Arica, donde halla tres navios, y como tal no
habia caido en entendimientos de los nuestros, viéndole venir de arriba,
que es decir de Chile, alegráronse todos los del puerto diciendo: ¡navio
de Chile, navio de Chile! de donde habia dias ninguno bajaba; solo un
piloto, nombrado maese Benito, en viéndole dijo: No, aquel no es sino
navio enemigo. Hacian todos burla dél, y él más se afirmaba en decir era
navio enemigo. Conocióle, como dijo despues, en las velas; las nuestras
son blancas mucho, las de los ingleses son pardas, no son tan blancas
como las nuestras. Pues como el navio enemigo se viniese llegando al
puerto, antes de surgir dispara una pieza de artilleria; luego se
entendió ser verdad lo que decia Maese Benito. La poca gente del pueblo,
con el corregidor y tesorero del Rey, Pedro de Valencia, pusiéronse en
arma para se defender; á las mujeres enviáronlas la tierra adentro, pero
el enemigo no curó saltar en tierra (ni supiera, porque, como habemos
dicho, no tiene sino una caletilla muy angosta para desembarcar; lo
demás es costa brava, llena de peñascos); en surgiendo con la lancha y
batel llenos de gente armada vase á los navios, que sin gente estaban, y
en el del pobre maese Benito, que habia tardado del puerto del Callao
hasta Arica más de seis meses y no habia aun descargado el vino de
Castilla que llevaba; entra en él y halla 150 botijas de vino de
Castilla; en los otros dos solamente halló; en el uno, 12.000 pesos en
barras que habia embarcado un buen hombre, llamado Céspedes, que con su
mujer se embarcaba para se ir á España; tenia embarcada la plata, y él
con solos 500 pesos estaba en tierra, y su mujer, aguardando á que el
maestre con el navio se partiesen; llevóse el capitan Francisco esta
plata y vino; los navios quemólos, no curando de saltar en tierra; no le
convenia.

Luego el corregidor despachó un hombre al puerto de Arequipa, que por la
posta fuese á dar aviso de lo que pasaba, y si algun navio habia en el
puerto, avisase luego alzase velas y se fuese, y si tenia algunas
barras, las echase en tierra; fué Nuestro Señor servido que, con no ser
de viaje por la mar más de un dia natural de Arica al puerto de Chile,
así se llama el de Arequipa, por falta de tiempo tardase el capitan
Francisco Draque tres dias; llegó el aviso por tierra; en el navio, que
era de un Fulano del Rio, donde yo estaba fletado para bajar á Los
Reyes, estaban embarcadas 1.200 barras del Rey y de particulares. Luego
á gran priesa las desembarcaron, y á la última batelada el Francisco con
el navio, y la lancha con el batel, el cual con la mayor priesa que pudo
se metió en la caleta, en la cual echó todas las barras, que eran las
últimas, por miedo de la lancha, que le venia ya en los alcances, la
cual no se atrevió á entrar dentro de la caleta. La caleta es angosta,
fondable, y el agua tan clara que parece _se_ pueden contar las arenas,
y muy segura[19].

  [19] En el ms., _seguras_.

El capitan Francisco entró en el navio, y no hallando sino el casco, lo
tomó y llevó consigo, y en alta mar lo dejó con sus velas altas y
prosiguió su camino y viaje para el puerto del Callao. Del puerto de
Chile luego dieron mandado á la ciudad, que son 18 leguas, y no de buen
camino, y sin agua, la cual se alborotó grandemente, y el corregidor
despachó tres ó cuatro vecinos en muy buenas mulas al puerto, para que
viesen lo que habia y avisasen; creyeron que el otro habia de ser tan
necio que habia de saltar en tierra y venir á robar la ciudad.

Los que tenian registradas sus barras, que eran no pocos, luego con sus
armas caminaron al puerto, mas cuando á él llegaron hallaron sus barras
en tierra y el enemigo partido. Sola una barra de más de 1.200 faltó, de
un soldado que en mi compañia habia venido desde Potosí á aquella
ciudad, para se ir á España con 3.500 pesos que en breve habia ganado.
La barra valia más de 380 pesos ensayados; el cual para cobrar su barra
fué discreto: hizo un anzuelo de cincuenta pesos de plata; echólo á la
mar y halló su barra, que es decir dijo públicamente: mi barra no se
puede esconder, el que la tomó dela á tal persona; yo no quiero saber
quién es, y he aquí cincuenta pesos, que él dará luego los cincuenta
pesos; diólos á la persona señalada, y otro dia pareció su barra. De
aquí del puerto se despachó otro español por tierra por la posta que
diese aviso al Visorrey en la ciudad de Los Reyes, que son 160 leguas
tiradas; fué con toda la brevedad posible, y en todos los valles luego
le daban recado de cabalgaduras para pasar adelante, hasta dos leguas de
Los Reyes, en un pueblo llamado Surco, donde halló al corregidor, que no
debiera, llamado Puga, portugués, ó gallego, el cual diciéndole á lo que
venia, y que le diese un caballo para _ir_ de allí á Los Reyes para
avisar al Visorrey, le tuvo por loco y que venia borracho, y aun dicen
le echó en la cárcel; finalmente, no le dando recado, un dia que le
detuvo y más, en este tiempo llegó el capitan Francisco con su navio; no
pudo antes, porque en este tiempo que navegó por nuestra mar á Los Reyes
era verano y hay muchas calmas en la mar, y por esto llegó el mensajero
por tierra primero que él por la mar; si el corregidor le diera crédito,
el puerto estuviera apercebido, y no se fuera el enemigo riendo, ni
robara lo que robó; pero era azote de Dios, y habia de azotar. El Puga
tenia en casa del Virrey amigos que ataparon la boca al mensajero para
que no dijese nada al Visorrey. Llega, pues, el capitan Francisco al
Callao, y aunque le vieron sobre tarde, entendióse era navio que bajaba
principalmente de Arequipa, á quien aguardaban por momentos; fué cuerdo,
entró de noche por no ser conocido y se atrevió á mucho á entrar aquella
hora por el estrecho, que será de una legua, que hace la isla con la
tierra firme, porque aunque es limpio y fondable, han de entrar por
cuatro brazas de agua casi al medio dél. Pero es fama traia desde el
paraje de España un portugués por piloto, que lo habia sido en esta mar;
de otra suerte no se atreviera á entrar; porque yo he venido de Arica
al Callao, y con ser el piloto muy bueno y muy cursado, llegando á boca
de noche no se atrevió á entrar, y nos quedamos mar en través á la boca
de la isla; finalmente, él entró, y anduvo picando cables, y aun
preguntando si el navio de San Juan de Anton estaba en el puerto, que no
sabemos quién le dijo se habia fletado en él la cantidad de plata que le
tomó. Pero de un maestro ó piloto fué conocido, el cual de su navio
echándose á nado salió á tierra diciendo: ¡arma, arma! Alborótase toda
la gente, que seria poco menos que á media noche; luego despáchase al
Visorrey, no diciendo ni sabiendo si eran luteranos, ó si era navio de
tiranos, alzados en el reino ó en Chile. El Visorrey, oida la nueva, y
la ciudad, tocan cajas, y en las calles ¡arma, arma! sin saber contra
quién, y como no habia armas en la ciudad, hallóse grandemente confuso.
Con todo eso, al amanecer entró en el puerto, y toda la ciudad con él,
sin arcabuces ni artilleria, que ni en la ciudad, sino una poca y sin
municiones _habia_. Pero ¿qué habia de hacer? y es así que en toda esta
costa en todo tiempo, en anocheciendo, casi cesa el viento, y no torna á
ventar hasta las ocho de otro dia. El Francisco no se atrevió, ni le
convenia, saltar en tierra, porque en las ventanas de las casas,
rompiendo sábanas, y por las puertas, hicieron mechas y las encendieron
para que el luterano creyese eran arcabuces; habiendo picado muchos
cables, y los navios sin amarras andando de aquí para allí, él se apartó
y pretendió salir del puerto, y seguir su viaje, sino que le faltó el
viento, y cuando el Visorrey llegó al Callao le vió y todos los demás,
en calma, las velas pegadas á los mástiles. Empero, como no tenia armas
ofensivas más que espadas, cotas pocas, no se atrevió á enviar contra él
algunos bateles grandes y barcos de pescadores; que si hobiera con qué
esquifarlos y arcabuces para ofender al enemigo luterano, armando cinco
ó seis contra él, antes que viniese la marea, pudiera ser le rindieran y
le hicieran pedazos el timon; pero no habiendo un grano de pólvora en la
ciudad, no se podia hacer esto. El enemigo, á vista de todo lo mejor del
reino, en comenzando la marea sigue la mar abajo su derrota. Los
mercaderes que en el navio de San Juan de Anton, que habia pocos dias se
habia partido del puerto para Tierra Firme, que enviaban en él sus
barras, así para aquel reino como para España, dijéronle al Virrey;
Señor, en el navio de San Juan Anton enviamos nuestras haciendas; dadnos
licencia para que despachemos de aquí un barco grande destos de
pescadores á avisarle; ya nos habemos concertado con el señor del barco,
y dice él irá y avisará por dos ó tres barras que le demos; con vuestra
licencia lo enviaremos á nuestra costa, porque el Rey no pierda 300.000
pesos que allí iban ni nosotros nuestras haciendas. El Visorrey no quiso
dar la licencia; por ventura entendió era imposible que el enemigo
alcanzara al navio de San Juan Anton; esto á uno ó dos de los mercaderes
que allí enviaban su plata, y al mismo pescador que se ofrecia á ir, lo
oí como lo tengo referido, y es así. No siendo, pues, avisado el navio
de San Juan de Anton, como se fuese deteniendo por los puertos, y el
enemigo en busca suya, finalmente le alcanzó en la punta llamada de San
Francisco, ya que queria atravesar para Tierra Firme, y aunque nuestro
navio le vió, no imaginó tal, antes, creyendo era navio de los que
quedaban en el puerto del Callao, que bajaba tambien á Tierra Firme, le
aguardó.

El capitan Francisco, llegándose cerca dél, dispárale una pieza de
artilleria y dícele: Amaina, por la tierra de Inglaterra; los nuestros
pensaron ser burla, y dijéronles una palabra afrentosa, sin saber eran
luteranos; entonces el enemigo afierra con el navio nuestro; entró, ni
llevaban armas los nuestros para ofender ni defenderse; ríndense, roba
el luterano cuanta plata en él habia, más de 400.000 pesos ensayados; á
los nuestros no les hizo otro daño que quitarles las haciendas; no venia
por más. El Visorrey, como mejor pudo despachó uno ó dos navios contra
el enemigo, y metió en ellos los vecinos criollos sin armas, sin
artilleria, sin municion, con sus capas negras y medias de punto y
vestidos de ciudad; siguieron al enemigo sin verle dos ó tres dias, al
cabo de los cuales volvieron al puerto; el Visorrey mandólos poner en
carretas, y así los trujo á la ciudad afrentosamente, y no sé si con
prisiones, y los tuvo algunos dias en la cárcel.

Despues de lo cual armó dos navios como mejor pudo; nombró por capitan á
un criado suyo llamado Frias, y por almirante al capitan Pedro de Arana,
con órden que siguiese al enemigo hasta la costa de la Nueva España;
salieron del puerto, y muy buenos soldados y hombres de vergüenza en
ellos; pero como el enemigo habia pasado adelante, sin hacer otro efecto
se volvieron al Callao.

El capitan Francisco Draque prosiguió su viaje á la costa de México,
donde tomó otro navio que del puerto de Guatulco habia salido para estos
reinos cargado de mercaderias, y como no venia por ropa, sino por plata,
dejóle seguir su derrota, tomando algunas cosas de que tenia necesidad,
cuales eran velas y jarcias, y sus soldados tomaron algunos fardos de
ropa, no en mucha cantidad, y pasando adelante siguió la derrota á la
China; de allí, la que hacen los portogueses, y la volvió á entrar en el
mar Occéano, y de allí á Inglaterra, cargado de barras de plata.



CAPITULO XLV

LA INQUISICION VINO Á ESTE REINO


Al mismo tiempo que Su Majestad proveyó por Visorrey destos reinos á don
Francisco de Toledo, proveyó tambien Inquisidores que residiesen en la
cibdad de Los Reyes; un proveimiento acertadísimo y necesarísimo, en lo
cual se manifestó cuánta verdad sea que el corazon del Rey está en las
manos de Dios. El mismo Dios, para bien de todos sus reinos, muchas
veces le pone en el corazon cosas necesarísimas, que se hagan, las
cuales estaban como olvidadas, y si no olvidadas, no parecia haber
necesidad de hacerse; fué, pues, mocion del muy Alto que la majestad del
rey nuestro señor en aquel tiempo se acordase de inviar Inquisidores á
estos reinos y al de México, en la misma flota que vino el Visorrey don
Francisco de Toledo; vinieron proveidos por Su Majestad dos varones
tales cuales convenian para asentarla y para las cosas que subcedieron:
Licenciado Bustamante, que murió en Tierra Firme, y el licenciado
Cerezuela; al licenciado Bustamante subcedió el Inquisidor Antonio
Gutierres de Ulloa, todos en sus facultades muy doctos, grandes
cristianos, celosísimos de las cosas de la fe, de mucho pecho y no menos
prudencia, dotados del mismo Dios de las partes requisitas para el
oficio; vino fiscal el licenciado Alcedo; secretario, Ambrosio de
Arrieta; todos cuales se requerian. Entraron en la cibdad de Los Reyes,
hizóseles el recebimiento cual convenia conforme á lo ordenado por Su
Majestad; asentaron la Inquisicion prudentísimamente, y comenzaron á
hacer su oficio con tanta rectitud y cristiandad cuanta se requiere, y
todo el reino conoció y conoce. Luego se vió la necesidad que della
habia, y cómo fué inspiracion de Dios que Su Majestad la enviase, porque
si no, corria gran riesgo la cristiandad en estas partes, como pareció
por las personas luteranas, y no sé si me diga peores, que luego
prendieron, y por el primer aucto de la fe que hicieron, donde se vió
claramente el riesgo de todo el reino, de lo cual no es de nuestro
intento tractar agora, más de lo que habemos dicho, que fué providencia
admirable de Dios que en este tiempo la enviase, la cual es imposible
falte para el buen gobierno de toda la cristiandad.

Hecho el primer aucto, que fué famoso, el licenciado Cerezuela,
proveyéndole Su Majestad á una silla episcopal de Las Charcas, por su
mucha humildad y cristiandad no la aceptó, antes pidió licencia para se
volver á España, la cual alcanzada, llegando á Cartagena, dentro de
pocos meses loabilísimamente acabó sus dias. Quedó por algunos años el
Inquisidor Ulloa justísima y prudentísimamente haciendo su oficio, hasta
que vino el doctor Prado, varon realmente humanísimo, benignísimo,
afabilísimo y humildísimo, y dotado de una gravedad, que se hace amar de
todo el reino y reverenciar, por Visitador de la Inquisicion, y
Presidente en ella mientras hacia su oficio, la cual visitó con
admirable rectitud, como ha parecido y parecerá en todos siglos, con la
cual volvió á España, y allá, aprobándola, volvió con su presidencia,
donde murió; antes que el doctor Prado volviese de España llegó á la
cibdad de Los Reyes el licenciado don Pedro Ordoñez Flores, por
Inquisidor, varon no menos loable que los referidos, integérrimo en toda
virtud; trajo recados para que el Inquisidor Ulloa fuese á visitar el
Audiencia de la cibdad de La Plata; quedó solo en el oficio hasta que
vino el doctor Prado, gobernándolo con la prudencia, discrecion y
justicia que todo el reino ha conocido y conoce. El Inquisidor Ulloa
partió de Los Reyes; fué á visitar el Audiencia, de donde bajando á la
cibdad de Los Reyes, dentro de pocos dias, no fueron seis, con gran
sentimiento de la cibdad, y aun del reino, pero con gran conocimiento de
Dios, recebidos todos los sanctos sacramentos, murió; hízosele
solemnísimo enterramiento, donde se hallaron presentes Virrey,
Audiencia, Inquisicion y todas las Ordenes; así honra la Majestad de
Dios á sus siervos que en las cosas de la fe le sirven. Tambien murió
antes el secretario Arrieta, y el licenciado Alcedo, fiscal; ambos
acabaron loablemente; en lugar del secretario Arrieta los Inquisidores
nombraron por secretario, mientras de España venia otro, á Melchor Perez
de Maridueña, suficiente para el oficio por su mucha virtud y
cristiandad, y en lugar del licenciado Alcedo á don Pedro de Arpide, el
cual murió en Cartagena de camino para España; en lugar del secretario
Arrieta vino de España proveido Jerónimo de Eugui, por secretario, varon
de muchas y muy buenas prendas y loables costumbres, con las demás
partes que para el oficio se requieren, como la experiencia lo ha
mostrado y lo muestra.



CAPITULO XLVI

DE LAS VIRTUDES DEL VISORREY DON FRANCISCO DE TOLEDO


Al Visorrey don Francisco de Toledo dotó Dios Nuestro Señor de muchas y
muy buenas calidades y partes, como quien lo habia criado para gobernar;
dióle bonísimo entendimiento, presto y subtilisimo, sino que á los de no
tan bueno parecia confuso. Los de tales entendimientos en breves
palabras incluyen mucho, y á los que no lo alcanzan parece confusion,
por lo cual el principio de proponérsele habia de cogerle intento,
porque despues parecia confundirse é implicar muchas cosas. Amigo, como
los demás señores, que en una palabra le propusiesen, ó respondiesen, y
aunque lo que proponia fuese árduo, no le daba gusto le pidiesen espacio
para responder; decia que, pidiéndole término, era querer consultar al
vulgo y á la plaza. En su tiempo, como habemos dicho, se descubrió el
beneficio del azogue; envió mucha plata al Rey nuestro señor, así de los
quintos como de otras cosas, y de un año para otro prometia más y lo
cumplia. Era hombre casto y amigo de la castidad; comia como señor, su
mesa abundante. Trujo buena casa de criados y pajes, y el primero de los
Virreyes que llevaba, yendo á caballo, los pajes delante de sí
destocados. Fué libérrimo en no admitir dádiva, ni cohecho, ni nadie se
le atrevió á tal; fué muy amigo de que se administrase justicia, y
encargaba grandemente la ejecucion della. Labró en este reino abundancia
de plata, y mandó esculpir particularmente en una mesa la guerrilla del
Inga. Sacó la Universidad que en nuestro convento[20] por[21] cédula del
invictísimo Carlos Quinto, de gloriosa memoria, en él habia fundado, y
púsola, como dijimos, en el lugar donde el Visorrey, de buena memoria,
don Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete, fundó el regimiento de San
Juan de la Penitencia. Dábale mucho gusto se dijese dél deshacia motines
y alzamientos, y sobre esto mandó dar tormento á dos españoles que de la
cibdad de La Paz le trujeron presos á la de La Plata; no sé si tenian
ánimo para ello; conocílos. Fué el primero Visorrey que mandó le
predicasen en Palacio. Salia pocas veces á pasearse á caballo por la
cibdad, lo cual era frecuente en sus predecesores, el buen marqués de
Cañete y el conde de Nieva. Reformó muchas cosas dignas de reformación,
y cuando no hobiera hecho otra cosa sino reducir los indios á pueblos,
habia alcanzado bonísimo nombre de gobernador, y celoso de la policia y
cristiandad destos indios. El cual, habiendo gobernado once años, si no
fueron trece, se fué á España, donde en Lisbona besó las manos á Su
Majestad; mandóle ir á descansar á su casa, que se cree lo sintió
demasiado, en la cual dentro de poco tiempo dió el alma á Dios de una
apoplejia que no le dejó testar.

  [20] Tachado: se fundó.
  [21] En el ms., _que por_.



CAPITULO XLVII

DON MARTIN ENRIQUEZ, VISORREY DESTOS REINOS


Importunado Su Majestad del rey Filipo nuestro señor por don Francisco
de Toledo, Visorrey, proveyó en su lugar á don Martin Enriquez, Visorrey
de México, el cual vivió en este reino poco más de dos años; gran
gobernador, gran cristiano, gran limosnero; su salario, que son 40.000
ducados, repartia en tres partes: la una tercia parte para pobres; la
otra, para su plato; la otra, para sus hijos. Era pequeño de cuerpo,
delgado, el rostro un poco blanco. No consintió que ningun religioso
que fuese á negociar con él, ni sacerdote, l'esperase mucho tiempo,
porque tenia mandado á sus criados y pajes que en viendo en la sala
alguno deste género luego le avisasen, como no estuviese durmiendo ó
rezando. Luego que llegó á la cibdad hobo cierto rumor de ingleses, ó
nueva venida de Chile, y luego, por que no le hallasen desapercibido,
nombró cuatro capitanes de infanteria, todos nacidos en Los Reyes, hijos
de conquistadores de los más principales: al capitan Diego de Agüero,
capitan Juan de Barrios, capitan don Josephe de Ribera y capitan Pedro
de Zárate, con 150 soldados cada compañia, y por capitan de los hombres
de á caballo al licenciado Recalde; mandó en un domingo se hiciese la
reseña; salieron los capitanes muy aderezados. El Visorrey fuese á las
ventanas de Palacio, por debajo de las cuales pasaron los capitanes y
soldados disparando sus arcabuces y haciendo su salva. Repartió la
cibdad entre estas cuatro capitanias, mandando cada uno tuviese sus
armas prestas y acudiese con ellas al tiempo de la necesidad á su
bandera. La tierra, en el poco tiempo que gobernó gozó de mucha paz, y
la cibdad de hartura; mas como Nuestro Señor fué servido llevarle para
sí, á todo el reino dejó en gran tristeza; fué muy llorada y sentida su
muerte de toda la tierra en general, y en particular de los pobres;
murió recebidos todos los sacramentos; hízosele solemnísimo
enterramiento en el convento de San Francisco.



CAPITULO XLVIII

EL CONDE DEL VILLAR, VISORREY DESTOS REINOS


Por la muerte del excelentísimo y gran limosnero don Martin Enriquez, Su
Majestad proveyó á don Francisco de Torres y Portugal, conde del Villar,
bonísimo caballero y de acendrado ingenio para gobernar; amicísimo de
hacer justicia y que ninguno de sus criados se oliese recibia la menor
cosa del mundo; el cual, al que traia de España, por un no sé qué que
dél se dijo le despidió en Tierra Firme y mandó volver á España;
servíale despues otro criado suyo mozo, llamado Cabello, al cual por ser
comprehendido en ciertas dádivas que recebia le descompuso con gran
infamia, y á un soldado, que se decia era el trujamán, llamado Gatica,
le mandó, ó por mejor decir condenó, al remo de las galeras, que estaban
en el Callao, donde fué castigado valientemente; las cuales dos galeras,
teniendo á cargo dellas el general Pedro de Arana, estuvieron muy bien
tripuladas, particularmente la mayor, y otros dos navios gruesos con su
general llamado...[22]. Sucedió, pues, por el estrecho de Magallanes
entró el capitan Candelin, luterano inglés, y desembocó en esta mar con
tres navios, el uno de alto bordo, los dos pequeños, y descubriéndose en
la tierra de Chile, luego el gobernador don Alonso de Sotomayor en un
navio[23] despachó, avisado de lo que habia, á un muy buen soldado
llamado Verdugo, el cual llegando á la cibdad de Los Reyes dió aviso al
Visorrey, el cual se lo agradeció mucho, y aun prometió hacer mercedes;
la cibdad se puso en armas, y el Callao; los capitanes nombrados por don
Martin Enriquez, de buena memoria, quedáronse con solo el título, porque
el Conde nombró otros; envió á Huánuco y aun á todas las cibdades los
vecinos viniesen con sus armas y caballos, de las cuales vinieron de muy
buena gana; pero como se tardó más de ochenta dias que no pareció en la
costa el enemigo, burlaban en Palacio y fuera dél del pobre Verdugo; ya
no habia quien le quisiese dar de comer, si no era el licenciado Ulloa,
á quien siempre le pareció ser verdadero el aviso. Los demás decian que
alcatraces eran los que habian visto, y no navios.

  [22] En blanco en el ms.
  [23] Tachado: aviso.

El enemigo, del largo viaje traia sus navios destrozados; dióles lado en
la bahia Salada, entre Caquimbo y Copiapó, en la costa de Chile, donde
el capitan Francisco Draque dió al suyo y hizo su lancha; detenerse en
esto fué causa no se mostrase en la costa, donde en las partes
convenientes habia sus atalayas.

No sabiendo nueva del enemigo en este tiempo (éralo de enviar la plata á
Tierra Firme, así la de Su Majestad como de particulares), en[24] dos
navios que habia gruesos en el puerto, de Su Majestad y de armada,
cargan toda la plata con la artilleria en los navios; despáchalos á
Tierra Firme; despachados, y cerca ya de aquel reino, segunda la nueva
que el enemigo habia parecido sobre Arica, donde no se atreviendo ni á
surgir, siguió su camino la costa en la mano, buscando leña, agua y
mantenimientos, que ya le faltaban, pero en ningun puerto se atrevia á
saltar en tierra para buscarlo; llegó al puerto de Pisco, á donde la
villa de Ica y el corregimiento, con la gente que en él habia, y en los
valles comarcanos, habia venido; tampoco aquí se atrevió á saltar en
tierra. El conde del Villar ya habia proveido lo necesario en el puerto,
donde habia más de 600 infantes y más de 200 hombres de á caballo, con
muy buenas ganas de venir á las manos con el enemigo; empero no teniamos
navios gruesos para le buscar ó seguir, ni artilleria gruesa.

  [24] En el ms., _y en_.

Nombró el Visorrey por General á su hijo don Jerónimo de Torres, de 22
años ó 24, caballero de grandes esperanzas. A la sazon yo vivia en el
convento de Los Reyes, y pidiendo licencia al Provincial me fuí con un
compañero al nuestro del Callao, donde vi todo lo que pasaba, y con
ánimo, si se siguiera al enemigo, _de_ embarcarme con los nuestros.

Una tarde, pues, tocase un arma á mucha priesa, que el enemigo se habia
descubierto con sus navios y parecia traia su derrota de entrar en el
puerto entre la isla y la tierra firme, lo cual no le pasó por el
pensamiento; toda la gente de guerra salió á la plaza y estuvo en
escuadron; empero el luterano siguió su viaje la mar abajo, por detrás
de la isla, de donde las atalayas le vieron muy claro, y pasando con su
viaje, luego las atalayas vinieron diciendo el enemigo habia pasado. Con
esto se deshizo el escuadron; ya no era necesario. Sabido por el general
de las dos galeras, Pedro de Arana, el enemigo haber pasado, hizo un
chasqui que en menos de media hora llegaba al Visorrey á la cibdad, como
el mismo general Pedro de Arana, acabado de despachar, me lo vino á
decir, avisando al Conde cómo el enemigo era pasado, y que agua arriba
irle á buscar, teniendo el barlovento, no convenia, como se habia hecho;
pero ya habiendo pasado, iba perdido; que Su Excelencia le diese
licencia para salir en pos dél, con sus dos galeras, que él se lo
traeria ajorro al puerto, y si no, le cortase la cabeza, porque el
enemigo buscaba dónde tomar agua y leña, y ésta no la podia tomar sino
en el puerto de Guarmey, donde necesariamente le habia de hallar,
cuarenta leguas del puerto del Callao, y allí con sus dos galeras le
maniataria; yo le pregunté si las galeras estaban con el aderezo
necesario, y respondióme: La grande puede ir de aquí á México y volver;
la pequeña (era vieja) hasta Paita. El Conde, recebido este despacho,
mandóle no se moviese hasta ver mandato suyo, el cual nunca llegó, y es
cierto si sale el general Pedro de Arana con las galeras, le halla en
Guarmey como lo habia imaginado; allí surgió el enemigo y tomó agua y
leña sin que nadie se lo estorbase. Luego otro dia que pasó el enemigo
tractan de enviar dos navios, los mayores que habia en el puerto, tras
él; mas como no habia artilleria ni municiones, cesó todo. El luterano
siguió desde Guarmey su viaje, y prosiguiendo la costa, más abajo de
Trujillo encuentra con uno ó dos navios que de los valles venian para
Lima cargados de azúcar, sebo, corambre y otras cosas; desbalijólos y
dejó á sus dueños perdidos. En este mismo paraje, sobre el puerto de
Zaña, llegó un navio llamado la _Anunciada_, cargado con más de 200.000
pesos de mercadurias, que venia de Tierra Firme para el puerto de la
cibdad de Los Reyes, y el piloto é pasajeros, deseosos de saber nuevas
del Perú, no conociendo al navio enemigo, arribaron sobre él, el cual
les disparó muy cerca una pieza de artilleria, diciendo: Amaina por la
reina de Inglaterra; y como se iban llegando y oyeron las voces que
amainasen, viéndose en un peligro tan grande, amainando las velas ya al
medio de los mástiles se encomendaron muy de veras á Nuestra Señora del
Rosario, la cual les hizo merced que sucedió una refriega de viento,
embarazó las del navio luterano y las del navio católico pareció que las
habia aizado arriba, y en dos palabras se vieron libres de aquel
peligro, el navio enemigo á sotavento y el nuestro poniéndose á la
bolina prosiguió su viaje y en breve tiempo llegó al puerto de la cibdad
de Los Reyes, en la cual á uno de los pasajeros oí lo referido, y los
demás decian lo mismo, dando gracias á Nuestro Señor que por intercesion
de su Sanctísima Madre les habia librado.

Con el despojo de los dos navios dichos, que le fué no de poco momento,
pasó adelante y llegó á la isla de la Puna, donde descargó sus navios y
dió lado. Aquí tuvo una refriega con los vecinos de Guayaquil, donde le
mataron 15 ó 16 hombres y quemaron parte de la jarcia, y si fueran
hombres de guerra, ó tuvieran capitan experto, le quemaran los navios;
pero como éste venia por azote para los mexicanos, contentáronse los
nuestros con este pequeño efecto, como los vecinos de Santiago de Chile,
que sabiendo habia llegado un poco más arriba del puerto, salieron
contra él, y con la gente que habia echado en tierra pelearon; matáronle
otros 16 ú 18 hombres, sin salir ni herido uno de los nuestros;
prendieron tres ó cuatro, los cuales si, como se trató aquella noche, se
quedaran emboscados, les mataran muchos más, porque hobo quien dijo al
corregidor, que era el capitan: Señor, quedémonos emboscados esta noche,
que los enemigos han de salir á enterrar sus muertos y á tomar aguas y
darémosle otra bativa arma, mayormente que ni de dia ni de noche el
artilleria no nos puede hacer daño; no se recibió este consejo, y
subcedió así, que los enemigos salieron en tierra y enterraron los
muertos, y en el arena, por no se atrever á ir al rio, temiendo daño,
hicieron hoyos para sacar algun agua medio salobre. El capitan
contentóse con lo hecho y no quiso pasar una mala noche.

Salió este pirata de la Puna; siguió su camino hasta el puerto de la
Navidad, en la costa de México, adelante de Guatulco, donde vienen á
reconocer los navios de la China; allí vino uno muy grande; dicen traia
oro de mercaderia; como venia descuidado sin armas, facilísimamente le
rindió, y dejando azotado al reino de México, volvióse á su tierra con
mucha más hacienda que llevó Francisco Draque.

Despues desto, pasado casi año y medio, no sé qué se les antojó á los
del Callao, ó algunos dellos, que á las diez de la noche habia visto un
farol cerca de la isla por sotavento della; tocan arma en el Callao;
despachan al Conde á poco menos de media noche; tocan arma en la cibdad;
alborótase toda. El General de los navios de la armada que estaba en el
puerto, sin órden del Visorrey levanta anclas y parte con sus dos navios
en busca del farol, y así se lo escribió al Visorrey. El Visorrey, á las
tres de la madrugada parte de la cibdad para el puerto con lo mejor
della, dejando echado bando que todo el pueblo le siguiese. A la sazon
yo era prior de nuestro convento de Los Reyes; fuime al puerto; llegué
ya que era amanecido, y al Conde ofrecíle ochenta religiosos, si fuesen
necesarios, para seguir al enemigo ó defender el puerto, que ni pasasen
de cincuenta años ni bajasen de 25; agradeciómelo mucho, y dijo: Con tan
buen socorro no hay que temer aunque toda la Inglaterra venga, y
cumpliera mi palabra, porque vivíamos en el convento 120 religiosos; de
otras religiones no sé que saliese nadie.

Quiso Dios, y no fué nada, ni tal farol hobo, sino que al que hacia la
guardia aquella hora, un planeta se ponia al Poniente un poco más
encendido que otras veces, y parecióle farol, ó los ojos los debia tener
encendidos, y alborotó el puerto y la cibdad, y al buen viejo conde del
Villar hízole llevar una mala noche en peso, que no durmió en ella ni
media hora.

Antes desto, estando el Conde en el Callao, habiendo despachado el
armada con la plata para Tierra Firme, subcedió un temblor de tierra
muy grande, que arruinó muchas casas en el Callao, y en la cibdad hizo
lo mismo; fué uno de los mayores que se han visto en este Perú, y tras
él en el Callao se siguió retirarse la mar y luego volver con tanta
vehemencia é ímpetu, que saliendo de madre anegó muchas casas y derribó,
y el Conde, que estaba á la sazon, como habemos dicho, en el puerto,
corrió mucho riesgo de la vida, porque las casas donde posaba, que eran
de Fulano Trujillo, dieron consigo en el suelo, y la mar llegó y entró
por ellas, y si no fuera por buena diligencia, y principalmente porque
Nuestro Señor le quiso guardar, allí pereciera, porque en acabando de
salir huyendo de lo uno y de lo otro, la escalera y lo alto dió consigo
en el suelo.

Gobernó muy bien, poco más de cuatro años, aunque sus continuas
enfermedades no le daban tanto lugar; tenia muy entero el entendimiento,
con ser muy viejo; á sus importunaciones, el Rey nuestro señor le dió
licencia para dejar el cargo; fuese á España, y como era viejo en breve
tiempo acabó sus dias en buena vejez.



CAPITULO XLIX

SU MAJESTAD PROVEE Á DON GARCIA DE MENDOZA POR VISORREY DESTOS REINOS


El conde del Villar, viéndose enfermo, cargado de años y cuidados del
gobierno deste Perú, con cartas suplicaba á Su Majestad le librase de
tan pesada carga; libróle della y dióla á don García de Mendoza, hijo
del gran limosnero y amigo de pobres marqués de Cañete, de felice
memoria, Visorrey que fué destos reinos, el cual vino con su padre ya
conocido en toda esta tierra, y dende su tierna edad dió muestras de lo
mucho que habia de ser y valer, y aunque cuando llegó á estas partes no
habia heredado el marquesado, y gobernando acá lo heredó, siempre le
llamaremos marqués de Cañete. La nueva de su proveimiento causó mucha
alegría en los ánimos de cuantos vivíamos en estas regiones, porque se
entendió habia de ser para gran bien dellas (como lo fué), siguiendo las
pisadas de su padre. Con próspero viaje llegó á Tierra Firme, y de allí
al puerto del Callao; no quiso desembarcarse en tierra ni venir por
ella, por ahorrar de gastos á los indios y á los españoles. Trujo
consigo á la ilustrísima señora doña Teresa de Castro y de la Cueva, su
mujer, señora de grandes virtudes, gran cristiana, de quien en breve no
se puede tractar, dejándolo para otra cojuntura, y á don Beltran de la
Cueva, su cuñado, caballero de admirables y grandes virtudes, que les
son como naturales á la sangre de donde descienden. Fué recibido el
Marqués solemnísimamente con mucho aplauso y gasto de los vecinos,
estantes y habitantes; halló en la cibdad al conde del Villar, á quien
tractó con la cortesanía y respecto que se le debia, y el Conde hizo lo
mismo como nobilísimo y generosísimo caballero. Quitó luego algunos
gastos excesivos que se hacian en el puerto del Callao, de la hacienda
de Su Majestad. Certificáronme eran más de 300.000 pesos cada año;
tractó de hacer las casas reales; hízolas muy buenas y estrados para el
Audiencia, sin llegar á quinto ni á otra hacienda de Su Majestad, sino
mandando aplicar condenaciones. Halló la ciudad un poco hambrienta; en
el tiempo que gobernó, casi seis años, siempre la tuvo muy abastada de
pan y de lo necesario. Tuvo ánimo y valor para hacer lo que ninguno de
sus antecesores, desde don Francisco de Toledo acá, se atrevió á hacer,
ni el mismo don Francisco de Toledo con ser tan temido, que fué asentar
las alcabalas; mandábaselo así Su Majestad expresamente. Oí decir á un
criado suyo, y fidedigno, que muchas noches se le pasaban en blanco, no
pudiendo dormir, antes que las pregonase, buscando unos y otros medios
cómo sin riesgo del reino se asentasen, y viendo las dificultades que se
le ofrecian, todo era sospirar. Por una parte temia alguna rebelion; por
otra, si no lo hacia, perdia mucho de su crédito con Su Majestad, que le
mandaba con los mejores medios que pudiese las asentase, y no las dejase
de asentar; finalmente, dióse tan buena maña, que las publicó, asentó é
hizo recebir, y aunque se temió algun escándalo, no en la ciudad de Los
Reyes, sino en las demás del reino, fué Nuestro Señor servido se
aceptasen como justísimo derecho debido á Su Majestad, y no se paga sino
á dos y medio por ciento.



CAPITULO L

QUITO NO QUIERE RECIBIR LAS ALCABALAS, Y MEDIO SE REBELA


Entre todas las cibdades destos reinos, sola la de Quito no quiso acudir
á lo que al servicio de su Rey debia, en la cual no sé cuántos criollos
(así llamamos á los acá nacidos) de poco juicio, particularmente al que
tomaban por cabeza, un muchacho de treinta años, de poca cordura y menos
experiencia, que no sabia limpiarse las narices, encomendero y de buena
renta y bastantes haciendas, casado, hijo del contador Francisco Ruiz, á
quien conocí, conquistador y gran servidor de Su Majestad en la tirania
de Gonzalo Pizarro. Estos, con otros nacidos en España, no quisieron
recebirlas, y casi se pusieron en arma, á los cuales el Audiencia Real
no fué poderosa para refrenarlos, no sé si por faltar el ánimo al
Presidente, doctor Barros, y á los demás Oidores, ó por otros respectos
de atraerlos por bien.

Tuvieron éstos más que necios hombres por muchos dias nombrados sus
oficiales de guerra, y cada dia su escuadron en la plaza de 1.800
hombres, los más arcabuceros.

El que los bandeaba y por cuyo consejo particularmente se regian _era_
un Fulano Vellido, hombre bajo y atrevido, muy adeudado, lo cual le sacó
de juicio á ser el autor deste disparate; empero, viendo el Audiencia
que el todo deste dependia, dió órden cómo en secreto, en una reseña que
ellos hacian, le matasen, en la cual le dieron dos arcabuzazos, de que
murió en su cama, sin saber los demás quién se los dió. Era cosa de
muchachos y como muchachos se perdieron.

El Marqués, con cartas y mensajeros y con todos los buenos medios
posibles, prudentes y amigables, les rogaba se quitasen y no quisiesen
ir contra el servicio de Dios Nuestro Señor y de Su Majestad, y no se
señalasen ellos solos, habiendo el Cuzco, la cibdad de La Plata y
Potosí, con las demás del reino, admitido las alcabalas, enviándoles
testimonio de todo; y no aprovechando cosa alguna, antes cada dia se
iban desvergozando más, determinó el Marqués enviar allá con título de
capitan general y justicia mayor al General de las galeras, Pedro de
Arana, con cincuenta lanzas y arcabuces, el cual partiendo del puerto y
llegando á Guayaquil, de donde sacó alguna más, convocó tambien de la
ciudad de Cuenca otra poca, y con toda ella se puso á 25 leguas de Quito
en el pueblo de Riobamba, amonestándoles se redujesen al servicio del
Rey, deshiciesen la gente, no saliesen cada dia en alarde á la plaza y
despidiesen los oficiales de guerra que tenian nombrados, y á la
Audiencia dejasen libremente hacer justicia, no la teniendo opresa; pero
todo era cantar á sordos, porque á un regidor de Quito, llamado
Francisco ó Pedro de Arcos, enviaron á un pueblo llamado Llactacunga,
doce leguas de la cibdad, hombre de más de 80 años, á hacer pólvora, que
es la mejor del mundo (son los materiales bonísimos), el cual,
llegando, luego quitó la vara al corregidor del Rey, puso otro en su
lugar, hizo su pólvora, y desde allí enviaba cartas de desafio al
general Pedro de Arana, diciéndole se volviese, y si no queria, que ya
ambos eran viejos y podian vivir poco, que los dos en campo averiguasen
la justicia deste negocio; mas el General disimulaba y reiase de la
locura del regidor; este buen hombre escribió tambien á los de Quito le
enviasen ducientos arcabuceros, que él echaria de la tierra al General
Arana, aunque con otras palabras, llamándole vejezuelo; los de Quito no
se atrevieron, ó por no acabarse de declarar ó por otros respectos. Si
lo hacen, se declaran totalmente, y declarados teniamos la guerra civil
en casa.

Mas el General Pedro de Arana fué madurando y esperando, y cansándolos,
con mucha prudencia, hasta que vinieron á deshacer la gente y á no
salir, ni estar en escuadron en la plaza, en el cual, si no eran algunos
vecinos viejos, los oficiales de la Audiencia y los del Sancto Oficio,
todos los demás entraban en el escuadron cada dia, y el comisario de la
Inquisicion con sus ministros, uno de los cuales es hermano mio, que
sirve el oficio de notario, salió de la cibdad y fué hasta Riobamba,
donde estaba el General Arana, á ofrecerse á todo lo que les mandase,
como servidores de Su Majestad; recibiólos muy bien y mandólos se
volviesen á la cibdad para que le avisasen de lo que pasaba. Así,
deteniéndose y madurando las cosas con mucha prudencia, el mismo que
habia de ser cabeza, Juan de la Vega, se le vino á rendir y á excusar;
mandóle tambien con otros no sé cuántos mozos que con él vinieron, se
volviesen y quitasen; volviéronse y quitáronse; ya no habia estruendo de
armas en la cibdad, en la cual fácilmente entró; puso en libertad al
Audiencia, su gente apercebida en la plaza; haciansele las ceremonias de
guerra que se suelen hacer á los Generales cada dia; prendió, procedió
contra los culpados; á los que pudo haber á las manos ahorcó, y entre
ellos al vejezuelo Arcos, dándole por traidor, derribándole _su_ casa y
arándosela de sal; fueron 24 ó 25 los que justició, y justiciara á más
si el Marqués no le fuera á la mano, teniendo y usando de misericordia
con los presos; á Juan de la Vega no le pudo haber; vínose á escondidas
á la cibdad de Los Reyes; confiscóle los bienes y dióles por perdidos;
quitóle la encomienda de los indios; perdió su casa, hacienda y el
nombre que su padre habia ganado. El marqués[25] no supo estaba en Lima
escondido; los que le tenian escondido[26] dieron órden cómo se fuese á
España y presentase delante de la Majestad del Rey nuestro señor, ó de
su Consejo Real de Indias, que teniendo atención á los servicios de su
padre, que por ser conquistador y servidor del Rey en la tirania de
Gonzalo Pizarro le quitó los indios y sus haciendas, y le hizo ir
huyendo á México, le perdonaria; mas el miserable de su hijo, por querer
ser traidorcillo, perdió cuanto le dejó su padre; argumento eficaz que
confirmó aquella verdad: No gozarán los terceros herederos los bienes
mal ganados. No sabemos si Su Majestad ha usado con él de su
acostumbrada clemencia. Los religiosos de las Ordenes mostraron lo que
debian en servicio de Dios Nuestro Señor y de su Rey, si no fué uno á
quien sus prelados castigaron rigurosamente con justicia.

  [25] Tachado: _sabiendo_.
  [26] Tachado: _dió_.

Los nuestros, entre los demás, cuando tenia esta desbaratada canalla á
los Oidores como presos y opresos, sin consentir se les diese de comer,
rompiendo por el escuadron entraban en las casas reales, y les llevaban
la comida en las mangas de los vestidos. Si estos traidorcillos se
declararan de todo puncto, mucho era el riesgo que se corria de perderse
el reino, porque ni por mar ni por tierra les podian hacer daño; tiene
pasos fortísimos aquella provincia para entrar en ella, los cuales
ocupados, no dejaran entrar un pájaro, y _de_ asentadero pueden derribar
á los que contra ellos fuesen, y mientras más fueran, más perdidos; por
lo cual ni el Marqués ni el General Pedro de Arana tienen que atribuirse
mucho en esta pacificacion, sino atribuirla toda á Nuestro Señor, como
lo hicieron, y á las oraciones y diciplinas de todos los conventos de la
cibdad de Los Reyes; soy testigo que en el nuestro todas las noches
despues de maitines habia oracion comun, y en la casa de novicios tres
dias en la semana tambien disciplina y oracion comun sin la que habia en
la iglesia de los padres sacerdotes, que en ella se quedaban en oracion
particular, y despues andaba la disciplina, todos suplicando á Nuestro
Señor no nos castigase con guerra civil. Nuestro Señor dió la paz, que
no se esperaba por manos solas de hombres poderse alcanzar.

Lo mismo se hacia en los demás monasterios; yo escribo lo que en el
nuestro vi, y fué la Majestad de Dios servida se apagase aquesta
centella, por hacernos á todos merced. Ganada esta paz, llana la cibdad,
castigadas las cabezas y otros que se habian desvergonzadamente
señalado, el Visorrey proveyó por corregidor y con título de capitan
general á don Diego de Portugal, caballero muy conocido y de partes muy
necesarias para aquella cibdad, mandando se viniese el General Pedro de
Arana á la cibdad de Los Reyes para hacerle merced, en nombre de Su
Majestad, por sus servicios. El cual llegando al Callao por la mar,
donde el Marqués estaba despachando contra un inglés, como luego
diremos, que ojalá llegara un mes antes, le recibió muy bien y dióle
6.000 pesos de renta por dos vidas; empero, como era muy viejo, gozólos
poco: dentro de breves meses murió. Otras sombras de rebelion hobo en el
Cuzco, de gente muy baja, que es asco tractar sus oficios, ni ponerlos
en historia: un botijero y un no sé qué más, pagaron su desvergüenza en
la horca, porque otro lugar mejor no merecian.



CAPITULO LI

EL MARQUÉS TIENE AVISO DE CHILE QUE UN PIRATA INGLÉS HA LLEGADO AQUELLA
COSTA


Acabado con tan buen subceso lo que de Quito se temia, dende á pocos
meses tuvo el Marqués aviso por un navio, despachado del puerto de
Valparaiso de Chile, que un pirata luterano inglés habia, sin se haber
descubierto en otra parte de toda aquella costa, entrado en él con un
solo navio[27] de 300 toneladas, muy fuerte y bien artillado, y una
lancha, y como entró de repente habiase hecho señor de los navios, donde
halló matalotaje bastante de vino, tocino, biscocho y otras cosas, y
luego puso bandera de paz y de rescate; rescatáronse los navios, aunque
dicen Su Majestad tiene mandado no se haga, mas entonces fué necesario,
porque si no se rescataran los quemara, y no se avisara de Chile su
entrada, como se avisó; porque en anocheciendo, el un navio alzó anclas
y velas, y cogió la delantera al enemigo y vino á dar el aviso con
tiempo.

  [27] Tachado: y una lancha.

Cuando el pirata llegó al puerto de Valparaiso, en uno de los navios
estaba su piloto y maestre, llamado Alonso Bueno, casado en la ciudad de
Los Reyes, el cual al general de navio dijo (era hombre noble y
confiado): Bien sé que me has de matar; en la ciudad de Los Reyes tengo
mujer y hijos y hacienda, y debo y me deben; dame licencia para hacer
una memoria que sirva como de testamento, para se la enviar á mi mujer y
descargar mi ánima, y sepa lo que le queda á ella y á sus hijos. El
pirata se lo concedió, porque no le quiso rescatar, tomándole por piloto
para toda esta costa y la de México. Alonso Bueno, con esta licencia,
tomó tinta y papel, y escribe al Marqués dándole aviso del navio del
enemigo, cuán grande, cuán fornido, qué gente y qué piezas de
artilleria traia, y cómo le llevaba por fuerza por piloto de toda esta
costa pero que él le llevaria poco á poco, y le meteria en el Callao;
que tuviese dos navios gruesos á la punta de la isla, para que no se
pudiese huir, y á dos bergantines fuera de la isla al barlovento della,
que en viendo el navio enemigo huyesen para que el enemigo los siguiese
y se metiese en el puerto, y se lo pornia en las manos como lo venia
haciendo. Este aviso diólo secretamente en el puerto de Valparaiso al
capitan Ramir Yañez de Saravia, vecino de la ciudad de Santiago, que
allí habia venido con gente, entraba y salia en el navio enemigo, para
que con la brevedad posible en uno de los navios rescatados, en siendo
de noche, lo despachase al Visorrey del Perú, lo cual así se hizo, y el
general del navio inglés no le pidió el testamento, creyéndole; si se lo
pidiera antes de darlo, luego ahorcara á Alonso Bueno. Recíbese el
aviso, y despáchase el navio, y fué Nuestro Señor servido que no le
faltase viento y llegase muchos dias primero qu'el enemigo. Todo lo cual
sabido por el Visorrey, no le temió, antes se alegró, por esperar en
Nuestro Señor le habia de haber á las manos. Luego nombró por general de
dos galeones que habia en el puerto, muy buenos, á su cuñado don Beltran
de la Cueva; por almirante, á don Alonso de Carvajal, caballero de
hábito de Calatrava. Añadió otro navio grande y muy bueno, de quien
señaló por capitan á...[28] Manrique, y como aquel á cuyo cargo tenia
el reino, estaba apercebido de mucha municion, pólvora, balas rasas y
de cadena, bombas de fuego, mucha y muy buena artilleria, que se labra
en la ciudad tan buena como en Alemaña, piezas de cuarenta quintales y
más; fuese al puerto, en siendo avisado el luterano habia llegado á
Arica, donde no se atrevió ni á surgir; dió priesa al buen aderezo de
los navios, y en la Almiranta nombró otro capitan á...[29] de Pulgar,
hombre experto en la guerra, como el capitan Manrique. Proveyó otras
tres fragatas, que fuesen como busca ruido, y en ellas nombró sus
capitanes: en la una, á...[30] García Gorvalán, cursado mucho en la mar,
y para que si fuese necesario vinieran á dar aviso de lo que pasaba,
hizo gente _y_ pagóla; hobo muchos hidalgos y caballeros que se
ofrecieron, á su costa, ir sirviendo, y aun pagaron soldados, como fué
Luis de la Serna, regidor de Los Reyes, que por ser viejo y enfermo no
fué á servir en persona: envió cuatro soldados á su costa; y otro
vizcaino...[31] Vergara, con otros dos y su persona hizo lo mismo, á
quien el Marqués lo agradeció mucho y alabó. Pidió religiosos en los
monasterios; la obediencia me mandó fuese con un compañero, llamado fray
Bernardino de Lárraga, y fuimos en la Almiranta; en la Capitana iban dos
padres de la Compañia, por respecto del padre Hernando de Mendoza,
hermano del Marqués y cuñado del General. En el otro navio, llamado _San
Joanillo_, y por otro nombre _Nuestra Señora del Rosario_, dos
religiosos de Nuestra Señora de las Mercedes; iban en nuestro navio,
pagados, casi ochenta soldados y más de treinta hijosdalgo y caballeros
á su costa; en la capitana, otros tantos y más, y con el capitan
Manrique, fuera de los soldados, otros amigos suyos, hombres de
vergüenza, y entre ellos el capitan Baptista Gallinato. Aprestáronse los
navios muy bastantemente, y seis ó siete dias antes que partiésemos
llegó de Quito el general Pedro de Arana en la galizabra, capitan della
Joan Martinez de Leiva de Lizárraga, que despues fué en demanda del
enemigo, y llegado persuadia al Marqués le diese licencia para ir en
esta armada con su galizabra, navio menor que cualquiera de los tres, y
hacia mucha agua. Al cual, diciéndole el Marqués: ¿Cómo quieres ir, si
la galizabra hace tanta agua que de tres á tres horas da á la bomba? Al
cual respondió graciosamente: Tambien, señor, un hombre orina de tres á
tres horas, y no se muere.

  [28] En blanco en el ms.
  [29] En blanco en el ms.
  [30] En blanco en el ms.
  [31] En blanco en el ms.

Pasó esto por donaire, y no le dejaron ir.



CAPITULO LII

PARTE LA ARMADA DEL PUERTO EN BUSCA DEL ENEMIGO, AGUA ARRIBA


Con tanto y buen recado los navios, con tanta y buena gente y mejores
ganas de se ver con el enemigo, nos hicimos á la vela una tarde, y antes
el Marqués visitó los navios y prometió hacer mercedes á todos,
animándolos á que cada uno hiciese lo que debia, así al servicio de
Nuestro Señor como de nuestro Rey.

Otro dia salimos fuera de la isla y fuimos en busca del enemigo, que no
sé si fué muy acertado, por tenernos cogido el luterano y ganado el
barlovento, el cual en esta mar y en todas es la mayor parte de la
victoria, y principalmente en esta nuestra costa; porque como los navios
no sean igualmente veleros, unos suben más, otros menos, que es unos son
mejores de la bolina que otros, por lo cual no pueden ir en conserva
como cuando navegan á popa, ni se pueden socorrer los unos á los otros
tan prestos, y á veces es imposible socorrerse. Empero al Marqués
parecióle no era posible el enemigo írsenos de las manos, y pretendió
tenerle rendido antes que al paraje de Lima llegase. Nuestra Almiranta y
el pataje donde iba el capitan García Gorvalán eran los mejores veleros,
y por esta razon éramos los más delanteros. La órden que llevaba era
ésta: que no nos desabrazásemos de la tierra de diez á doce leguas, y
que á las noches fuésemos la vuelta de la mar, y de dia viniésemos la
vuelta de la tierra, que era lo cierto é conveniente. El Marqués tenia
por momentos chasquis por tierra, con aviso dónde llegaba el enemigo. El
armada seguia su derrota en busca dél. Sucede, pues, que llega el
enemigo á la playa de Chincha, y luego fué dello avisado el Marqués, el
cual despachó un barco de pescadores, con órden que no parase hasta
hallar el armada, avisando al General dónde habia llegado el cosario, y
que dos ó tres dias se habia detenido en aquella playa. Alonso Bueno
venia cumpliendo todo lo que habia escripto. Sábado, pues, víspera de
la Trinidad del año de 94, á la tarde, hallándonos un poco en alta mar,
siete leguas más abajo de donde el enemigo estaba, llega el aviso del
Marqués á la Capitana. El General disparó luego una pieza de artilleria;
llegáronse los dos navios gruesos y patajes. No sé quién le aconsejó que
mandase aquella noche le siguiesen, porque haria farol, y dió cuenta del
aviso que tenia del Marqués; hízose su mandado, y en lugar de ir la
vuelta de la mar, venimos la vuelta de tierra, con pocas velas y viento,
y con unas olas muy hinchadas que daban muestra del mucho temporal que
otro dia habiamos de tener. Cuando amaneció y volviamos la vuelta de la
mar, porque nos hallábamos no cinco leguas de tierra, descubrimos al
enemigo al barlovento de nuestra armada, á lo que decian los pilotos
cuatro leguas más arriba, el cual, como nos descubrió, preguntó á Alonso
Bueno ¿qué navios eran aquellos? Respondióle: los grandes llevan
mercaderias á Arica para Potosí; los pequeños son barcos que van por
vino y trigo á los valles que dejamos atrás; pero viendo que íbamos la
vuelta de la mar, y como en su seguimiento, él tambien dejó de venir á
popa via, y viró la vuelta de la mar á la bolina; el pataje donde iba el
capitan Gorvalán hallóse más á barlovento que ninguna otra de nuestras
velas, y tiró tras él, y le ganó el barlovento; pero como era pataje, y
sin gente ni artilleria, no se atrevia á aferrar con el enemigo, y
aunque aferrara era imposible nosotros favorecerle, digo la Almiranta,
que se halló más á barlovento que las demás velas; tras nosotros, y á
sotavento, se seguia la nao del capitan Manrique; la Capitana se halló
más metida en tierra y más á sotavento; visto al enemigo, y su lancha
delante dél, luego le comenzaron á seguir, atesando las velas todo lo
posible para alcanzarle y pelear con él conforme al órden que del
Marqués se llevaba; mas fué Nuestro Señor servido que cargó tanto el
viento, y con tanta furia, que la Capitana quebró el mástil mayor de
gavia, y no pudiendo sufrir la fuerza del esgarrón arribó á popa al
puerto; lo mismo hicieron los patajes. Es cierto que en mi vida ceñí
espada, y que viendo al enemigo y cuán lejos estaba de nosotros, y el
viento que tomaba más fuerza, que ni me alboroté, ni pareció habiamos de
venir á las manos. Nuestra nao seguia al enemigo, y en pos de nosotros
la del capitan Manrique, y atesando todo lo posible las bolinas, con la
furia del viento rómpesenos el boliche de la vela mayor de gavia, que
para tomarle y coserle se pasaron más de dos horas, y como sin vela
mayor de gavia, ni á bolina ni á popa salga ni navegue mucho el navio,
en este tiempo el navio del capitan Manrique nos cogió el barlovento, y
delante de nosotros iba navegando, cuando con una ola muy muy grande da
una cabezada el navio y hace pedazos la entena mayor, y no pudiendo
navegar, ya nuestra vela de gavia estaba cosida, fácilmente le dejamos
atrás, y nunca más le vimos hasta lunes otro dia á las diez horas. La
Almiranta, pues, sola iba siguiendo al luterano, y ganándole tierra, el
cual bien creyó habiamos de pelear; echó la barca fuera, y alijó su
navio limpiándole la cubierta; todo esto vimos, é ya que anocheció no
estábamos media legua dél, pero en anocheciendo, cerrándose la noche,
aunque seguimos un poco de tiempo nuestra derrota, viéndonos solos
amaináronse las velas y con pocas y bajas íbamos la vuelta de la mar; ya
que amaneció, ni navio de amigo, ni de enemigo, viamos. La culpa que tan
mal nos sucediese, y que un solo navio con una lancha se nos fuese no se
ha de atribuir sino á la soberbia nuestra; por ventura nos parecia
éramos poderosos contra toda Inglaterra. Tambien la echamos al que dió
el consejo que la víspera de la Trinidad, sábado, en la noche viniésemos
la vuelta de tierra; porque es así cierto que, si se hace y guarda la
órden del Marqués, y aunque no la diera se habia de guardar, que de
noche fuéramos la vuelta de la mar, de dia á la de tierra, cuando
volviéramos, el domingo de la Trinidad, sobre tierra, hallábamos al
enemigo sobre ella y el armada á barlovento dél, y era imposible
írsenos; á la mar no se podia ir, porque se la teniamos ganada; pues
habia de abordar en tierra; eso queriamos, sino que debió imaginar quien
dió el consejo que, como estábamos enmarados y no mucho, cuando llegó el
aviso del Marqués donde estaba el enemigo, si el bordo de la mar
lleváramos aquella noche, el enemigo pasara entre la tierra y nosotros,
y por ventura, ó no le viéramos á la mañana, ó no le alcanzáramos, y
otra excusa no hay; tambien es cierto que si el capitan inglés fuera
hombre de conocimiento de mar, muy á su salvo pudiera cazar á popa
contra la Almiranta, viéndola sola y sin quien la pudiera favorecer, y
si esto hace, necesariamente habiamos de huir, porque no le habiamos de
esperar con el lado descubierto á la bolina, para que en él asentara su
artilleria y nos echara á fondo. Nuestro navio era imposible poder
disparar contra él, porque las escotillas del artilleria estaban
calafeteadas, y cuando no lo estuvieran, no nos podiamos aprovechar
dellas, por el barlovento, por no estar muy altas, y no se poder hacer
punteria; por el sotavento menos, por ir debajo del agua, sino qu'el
enemigo, conociendo no le podiamos esperar, no quiso acometernos, y la
mar andaba tan alta, que ni los de barlovento ni los de sotavento se
podian aprovechar de pieza ni de arcabuz, y llegados á aferrar, mejores
éramos que ellos.



CAPITULO LIII

VUÉLVESE LA ARMADA AL PUERTO


El Almirante, viéndose solo en alta mar, púsose mar al través para ver
si algun navio de los nuestros parecia, y en particular el del capitan
Manrique, el cual á hora de media dia llegó donde estábamos, á quien el
Almirante mandó no se desabrazase de nuestro navio, y habido consejo
pareció se debia ir al puerto en busca del General para seguir su órden,
y no le hallando en la mar, cuatro leguas antes de entrar en el puerto
despachó el Almirante á un criado suyo con el maestre del navio, llamado
Andrés Gomez, dándole relacion de lo que pasaba, y no entraria en el
puerto hasta ver su mandamiento, porque no sabia del General; recebido
este despacho, el Marqués le mandó se volviese al puerto, y dentro de
tres dias se aderezase y proveyese de todo lo necesario, y con título de
General, con el navio del capitan Manrique, se partiese luego y siguiese
al enemigo hasta Inglaterra, y la conducta de capitan general se la
enviaria al puerto. Con este recado nos volvimos al puerto, á donde aun
no habia entrado la Capitana, no poco tristes, porque á seis velas se
nos habia el enemigo ido; la culpa ya dije fueron nuestros pecados y
soberbia, y el que aconsejó aquella noche viniésemos el bordo de tierra;
no la tiene el General, porque no sabe de bordos de mar ni de tierra, ni
marear velas; sabe gobernar un ejército entero, sabe pelear y mandar
pelear, y sabe acudir á la sangre ilustrísima de donde desciende. Porque
pasó así: recebida por el Almirante la respuesta del Marqués, me enseñó
la carta y le dice: Señor, esto no habrá efecto, porque el General no
desembarcará en tierra hasta verse con el enemigo y traerlo rendido, ó
morir en la demanda, y cuando el Marqués le quitare el cargo, irá por
soldado, porque á su ser y honra no le conviene otra cosa; y así fué,
porque surto en el puerto y sabido lo que el Marqués proveia, no quiso
salir del navio, sino fué un domingo á oir misa, y luego se volvió á
embarcar, y finalmente, viendo el Marqués que el General no queria dejar
de ir en busca del enemigo con el oficio, ó como soldado, le mandó
seguir al luterano tomando la nao Almiranta por capitana, y á la
galizabra por Almiranta, en que se embarcase el Almirante. El cual
pareciéndole se le hacia agravio, porque la galizabra es navio pequeño,
y apenas cabian en él sus hijos, que llevaba dos mancebos de buenas
esperanzas y pensamientos, como lo mostraron visto el enemigo, ni sus
criados, pidió le diesen la Capitana en que meterse, la cual á su costa
aderezaria, pues el daño no era tanto ni de tantos dias, donde serviria
como lo habia hecho, y habria lugar para su casa y criados y los demás
hijosdalgo y caballeros que se le habian allegado; en esto se pasaron
algunos dias, pocos, y no concediéndosele lo que pedia, pareció no
satisfacia á su honra, y se le agraviaba (y si era agravio ó no, no es
de mio juzgarlo), se quedó y con él los caballeros y hijosdalgo que á su
mesa sustentaba muy cumplidamente, y los religiosos que con él íbamos
tambien nos quedamos.



CAPITULO LIV

EL MARQUÉS DESPACHA SEGUNDA VEZ EN SEGUIMIENTO DEL ENEMIGO


Excusándose don Alonso de Carvajal porque no le daban, ó su navio, ó la
Capitana, como habemos dicho, el Marqués nombró por almirante á Lorenzo
de Heredia, hijodalgo, nacido en la cibdad de Huánuco, hombre de brio y
buenas partes, dándole la galizabra, y en ella por capitan al mismo que
la ha traido y nombramos arriba, gran enemigo de ingleses, sin temor
alguno dellos, por haberse visto muchas veces en la mar del Norte y
peleado con ellos, y haber hecho muchas y muy buenas suertes, que á esta
sazon ya tenia dado á la galizabra y tomádole el agua, donde se metieron
los soldados necesarios; el General, con la brevedad posible, con solos
dos navios muy bien aderezados y con soldados pagados; de los demás
caballeros hijosdalgo que la primera vez á su costa fueron, pocos ó
ningunos admitió; partió del puerto del Callao, y llegando á la playa de
Trujillo halla allí al piloto Alonso Bueno, que unos dicen el enemigo le
echó en tierra, otros que de noche se lanzó á la mar, y nadando se
escapó; recibiólo el General en la Capitana, y fuese con él; llegó al
cabo de San Francisco, ó un poco más abajo, antes que el enemigo
atravesase para Tierra Firme; descubriéndolo la galizabra aferró con él,
y la Capitana, queriendo darla favor, aferró tambien con la galizabra y
la nao enemiga; peleó valientemente con los enemigos, de los cuales
murieron más que los nuestros, y desaferrándose pelearon hasta que la
noche los despartió, á cañonazos; los ingleses se espantaban viendo cuán
buen artilleria era la nuestra, porque les pasaban de claro en claro el
navio.

Otro dia de mañana tornan los nuestros á ver al enemigo (que fué necio,
conociendo la ventaja de nuestra parte, aquella noche no mudar derrota y
escaparse); torna la galizabra aferrar con él y á pelear, pero
desaferrándose la nao enemiga dispara una pieza de artilleria y da con
el mástil mayor de nuestra galizabra en el agua; luego tocóle un clarin
como cantando victoria; mas nuestro capitan Leiva de Lizárraga no por
eso desmayó, y llegándosele el General le dijo se recogiese á un puerto
allí cercano, para se reparar; respondió no tenia necesidad, porque con
medio mástil seguiría al enemigo, y le rendiria, y replicándole el
General que con qué velas, dijo: de las orejas mías haré velas para
seguirle; llegó la noche y despartiéronse; otro dia de mañana tornan á
ver al enemigo, al cual ya faltaba la gente, porque viendo los nuestros
que las velas aquella noche no las habian renovado ni cosido, que
estaban hechas arneros de las balas de nuestra artilleria, conocieron
que ya no tenia gente y le habian muerto mucha; con esto vanse nuestros
navios para el enemigo, y quiso Dios que disparando la galizabra una
pieza da en la triza de la vela mayor y échala en el suelo; de la
Capitana se dispara otra, que se llevó tres ó cuatro soldados,
apercebidos para en aferrando ponerse fuego y quemarse á ellos y á los
nuestros. Entonces el cosario inglés levantó una banderilla en que
confesó rendirse; entraron los nuestros dentro, saquearon lo que
pudieron y alegres con la victoria, preso y rendido el enemigo, fuese á
Tierra Firme al puerto de Panamá, á donde rehizo las quiebras de los
navios. Subcedió esta victoria dia de Nuestra Señora de la Visitacion, 2
de Julio del año de 94, como dijimos; luego despachó el General un
caballero de los criados del Marqués con la nueva de la victoria; llegó
á Los Reyes en breve, porque saltando en tierra, y caminando de dia y de
noche, mudando caballos, _fué_ en menos de 25 dias, á las 10 de la
noche. El Marqués á aquella hora avisó á la iglesia mayor y monasterios
repicasen las campanas, y saliendo de su casa, acompañado de toda la
cibdad, á caballo, anduvo las estaciones por los monasterios dando
gracias á Nuestro Señor por la victoria, y tan á poca costa de los
nuestros.

Todo lo referido vi en una carta quel padre presentado fray Tomás de
Heredia me escribió, sacada de otra que su hermano el almirante Lorenzo
de Heredia le escribió de Tierra Firme.

Gobernó el Marqués seis años estos reinos, sin que le subcediese cosa
mal en que pusiese las manos, enviando cada año mucha plata á Su
Majestad más que ningun Virrey antecesor suyo, porque sacó mucha de la
composición de las tierras y heredades que los españoles poseian, para
que se les quedasen fijas y perpétuas, sin que dende en adelante hobiese
pleito sobre ellas; vendió otras muchas que estaban yermas por no haber
herederos algunos, particularmente en los Llanos. La cibdad de Los Reyes
estuvo abundantísima de pan y demás mantenimientos, y las cosas todas
puestas en mucho órden y concierto, sin que en todos estos seis años
sucediese en el reino disparate digno de memoria, si no fué el de Quito,
que largamente habemos referido. A su importunacion Su Majestad le hizo
merced mandarle ir á su marquesado, porque estando acá le heredó,
dejando en el gobierno deste reino al Visorrey don Luis de Velasco,
caballero del hábito de Santiago, que gobernaba los reinos de México, el
cual agora con mucha rectitud y cristiandad nos gobierna.



CAPITULO LV

DE LA JORNADA Y DESCUBRIMIENTO QUE HIZO EL ADELANTADO ALVARO DE AMENDAÑA


Aunque arriba brevemente tractamos del descubrimiento primero que hizo
Alvaro de Mendaña, gobernando los reinos del Perú el licenciado Castro,
y el segundo de que agora tractaremos, gobernando don García de Mendoza,
marqués de Cañete; despues hube á mis manos una relacion larga de lo
subcedido en este segundo viaje, la cual abreviaré todo lo posible. Dos
años, poco más ó menos, antes que don García de Mendoza, marqués de
Cañete, acabase de gobernar, despachó por órden de Su Majestad del Rey
Filipo Segundo, que goza del cielo (aunque contra su voluntad) á Alvaro
de Mendaña con dos navios grandes y una galeota y fragata, á que
volviese á descubrir é poblar las islas que antes habia descubierto, que
llamaron de Salomón, y á una muy grande que pusieron por nombre
Guadalcanal. Llevaba el Adelantado por almirante á Lope de la Vega, y
por capitan de la gente que se hizo en Lima á don Lorenzo, su cuñado, y
por maestre de campo á Merino. Llevaba consigo casi 600 personas,
soldados marineros, hombres casados y gente de servicio; muchos
bastimentos, piezas de artilleria y municiones bastantes; todos se
embarcaron en el puerto de Zaña, y porque allí no hubo cómodo para
hacer aguada, bajaron á Paita, donde la hicieron, y hecha, siguieron su
derrota procurando ponerse en el altura del Callao en doce grados desta
parte acá de la línea y polo Antártico, y dentro de 38 dias que
partieron de Paita, antes que anocheciese descubrieron una isla, al
parecer quince leguas de donde se hallaron. Fué grande la alegría que
todos recibieron, y al amanecer se hallaron como cinco leguas della, y
la mar cubierta de canoas pequeñas y mayores de que se aprovechan los
indios;[32] llegáronse cerca dellos, que hacian mucha algazara y
muestras de espanto, los cuales, llegándose á los navios, y
particularmente á la galeota, entraron muchos tan crecidos y dispuestos,
aunque desnudos, que les parecian gigantes; pretendieron tomar la
galeota, mas los soldados que iban dentro fácilmente los rebatieron y
echaron fuera; tambien quisieron entrar en los navios grandes, y se les
consintió en la Capitana; entraron admirados de ver gente vestida y en
navios tan grandes; subcedió allí que uno destos naturales tomó un
perrillo de falda en las manos, y luego como que jugaba con él se lanzó
á la mar, zabulléndose debajo del agua, y salió más de dos tiros de
arcabuz adelante con el perrillo en la mano, y se embarcó en una canoa
de las suyas; desde allí este indio, con otros muchos en sus canoas,
hacian señas á los nuestros que fuesen á ellos, enseñándoles como con la
mano otras islas, por donde se entendió que no eran todos de la que
solamente hasta entonces se habia descubierto; empero, como la intencion
del Adelantado fuese ver aquella isla y tomar puerto en ella, declinó
el piloto sobre ella y descubrió una playa, al parecer deleitosa,
poblada de muchas casas, y cerca dellas gran cantidad de platanales,
palmas y otros árboles fructales. En esta playa se descubrió una
ensenada con rios y muchas casas y mayor concurso de gente que se ponian
á defender el puerto, el cual no se tomó por ser el viento contrario, y
visto no se podia tomar, el Adelantado mandó disparar una pieza de
artilleria y arcabuceria, que oído el trueno no paró natural en la mar
ni en la costa, y como no se pudo surgir en este puerto prosiguieron
adelante en demanda de otras tres islas que á diez ó doce leguas se
descubrian, una dellas mayor que las otras. Otro dia al amanecer se
hallaron como dos leguas cerca della, de donde salieron muchas canoas
con muchos indios tambien desnudos, y entre ellas una muy grande, encima
de la cual estaba armada una barbacoa en la cual cabian setenta hombres,
sin los que iban remando por banda, y así como los pasados se admiraban
de ver gente nueva, lo mismo hacian éstos; usan arco y flecha de palma,
y macanas y piedras, que tiran con tanta fuerza que doquiera que
alcanzan no es necesario otro golpe; los navios se fueron llegando para
ver si se hallaba puerto; en unas ensenadas que se descubrian en esta
isla habia tres cordilleras muy alegres á la vista, muy verdes, y
tambien se descubrian sabanas apacibles; no se pudo tomar puerto, y los
navios desembocaron por un estrecho que se hacia entre esta isla y otra,
en lo más angosto de media legua, la una y otra playa muy poblada de
caserias y gente desnuda, los cabellos, en hombres y mujeres, tan
largos que les llegaban á los pies.

  [32] Tachado: y llegándose.

Pasado este estrecho, que no tenia de largo legua y media, se determinó
tomar puerto en la isla de mano izquierda, que parecia la mayor; los
soldados bien apercebidos para lo que se ofreciese, echóse á la mar un
batel y en él 25 soldados, y la galeota y fragata los fuesen haciendo
espaldas para descubrir algun puerto conveniente; salió el maestre de
campo...[33] Merino con ellos, á los cuales cercaron muchas de aquellas
canoas, llegándose tan cerca que parecia les querian coger á manos, mas
con los arcabuces los hicieron desviar, que no paró canoa ni indio
delante; desta suerte prosiguieron hasta llegar á tierra, y saltaron los
soldados en ella sin haber quien les estorbase el paso, y llegaron á
ponerse debajo de un árbol muy grande que parecia á los que en el Perú
llaman ceibas; los naturales que se habian acogido al monte, como en
número de diez en diez salian dando unas carrerillas, y luego se
sentaban, no se atreviendo á llegar á los nuestros; uno destos gigantes
se mostró más atrevido y llegó más cerca, lo cual visto por el maestre
de campo se fué solo para él con su espada y daga en la cinta, y
llegando el indio tomó de la mano al maestre de campo y lo abrazó en
señal de mucha amistad, y trayéndolo consigo el maestre de campo donde
estaban dos soldados le hicieron muchas caricias y regalos, lo cual
visto por los demás se llegaron á los nuestros, aunque con algun temor;
mandó el maestre de campo se hiciese ningun agravio. Algunos traian
plátanos, cocos, palmitos y otras raíces no conocidas, con que se
sustentan; muestra de oro ni plata no se halló. La dispusicion de los
miembros es proporcionada, más colorados que blancos; las mujeres
tambien son desnudas, y algunas traen cubiertas sus vergüenzas con hojas
de plátanos ó cortezas de árboles, no tan dispuestas como los varones.

  [33] En blanco en el ms.

Porque aquí en esta playa no habia puerto seguro para los navios, se
determinó que en la fragata se volviesen 16 soldados, y en el batel en
que se salió á tierra se quedó el maese de campo con seis soldados y
cuatro marineros, los cuales fueron costeando esta isla, y pasado como
espacio de una hora descubrieron una ensenada y puerto muy seguro, con
dos rios y pueblo formado con cantidad de gente, y muchos árboles
fructales, limpio y de mucho fondo; saltaron en tierra el maese de campo
y los soldados, y los marineros volvieron á dar aviso al Adelantado, del
puerto y seguridad dél, con lo cual todos recibieron mucho contento;
partido el batel, los naturales de la isla se llegaron á los pocos
soldados que habian quedado, tocándoles las manos (por ventura para ver
si eran de otro metal que las suyas), con no poco temor los nuestros por
ser tan pocos. Empero, para atemorizarlos, el maese de campo mandó á un
soldado, bonísimo arcabucero, llamado Andrés Dias, tirase á un pajarito
que revoleaba en un árbol, el cual lo hizo y derribó, y los naturales,
con gran admiracion, lo tomaron en sus manos espantados del caso. Aquí
los naturales determinaron matarlos, desenlazando los cabellos de la
cabeza, que es señal entre ellos de acometer. Los nuestros, viéndolos
de mal talante, se fueron recogiendo á una ramada juncto á la playa á
manera de tarazana, donde labraban los naturales una canoa muy grande,
donde tuviesen las espaldas seguras, primero disparándoles los
arcabuces, que hizo los naturales huir, y los nuestros sin peligro
ninguno se recogieron y hicieron fuertes; era ya tarde, y los nuestros,
temerosos no les cogiese la noche en aquel puesto, por tener muy pocas
municiones, fué Dios servido vieran entrar en el puerto la nao Capitana
disparando el artilleria, lo cual visto por los naturales se fueron
todos al monte; luego llegaron los demás navios, dando gracias á Nuestro
Señor que les aparejó tan buen puerto. Amanecido, el Adelantado mandó
hacer aguada y que saliesen los que quisiesen á tierra, los cuales todos
casi salieron, y los sacerdotes, y se dijo misa, la cual todos oyeron
con mucha devocion, y viendo los naturales no se les hacia mal ninguno
se llegaban á los nuestros. Entre otras fructas se halló una en árboles
grandes, tan grande como una naranja, muy verde en la corteza; cómese lo
que está dentro della asada, qu'es blanca como manteca, y aunque habia
muchos árboles destos y con mucha fructa, en pocos dias no se hallaba
una. Demás desto se hallaron en esta isla muchos plátanos, cocos,
palmitos, cañas dulces y otras[34] fructas no conocidas de los nuestros;
puercos de monte, el ombligo en el estómago, tortugas y gallinas; al fin
de tres ó cuatro dias, los naturales les dieron un arma para echarlos
de su tierra, y el mismo dia, sosegado este alboroto, se vieron venir
por una puncta diez ó doce canoas cargadas de gente caminando hacia la
Capitana, y el Adelantado, temiéndose de alguna desgracia ó tracto doble
de los naturales, mandó á los soldados estuviesen á puncto con sus
arcabuces, y al artillero cargase dos ó tres pedreros, y llegando á
tiro, el Adelantado mandó disparar uno dellos, que, dando en las canoas,
hizo mucho daño, y los que quedaron heridos y vivos se volvieron huyendo
por donde habian venido. A esta sazon el batel que venia con agua los
siguió y trujo las canoas á la Capitana, con plátanos, cocos y otras
fructas. Visto esto por los naturales, huian de los nuestros[35].

  [34] Tachado: cosas.
  [35] Tachado: nosotros.



CAPITULO LVI

[DE CÓMO LOS NUESTROS LLEGARON Á UNA ISLA POBLADA DE NEGROS Y DE LAS
REFRIEGAS QUE CON ESTOS HUBO][36]

  [36] Este y los tres capítulos siguientes no llevan epígrafe en
  el manuscrito.


Hecho esto, con toda la seguridad del mundo se hizo la aguada y leña, y
pasados quince dias despues de llegados, los nuestros desampararon la
isla y puerto. Salieron en demanda de las islas que en el primer viaje
descubrió el Adelantado. Otro dia siguiente se descubrieron unas islas
bajas de muchos arrecifes, y detrás dellas tierras altas, con lo cual
se alegró el Adelantado, diciendo ser aquéllas las que buscaban; mandó
al piloto arribase sobre ellas; por el mucho viento contrario, con mucho
descontento de todos, prosiguieron adelante, consolándoles el Adelantado
y certificándoles que poco más adelante descubririan muchas más islas,
porque de cinco grados á quince eran sin número. No fué cuerdo el
Adelantado en desamparar lo que Nuestro Señor le habia dado, porque de
allí se pudiera descubrir lo demás. En breves horas perdieron de vista
estas islas y navegó muchos dias sin ver tierra, mas vian gran cantidad
de pájaros de la mar; desafuciado de verla, navegando de diez á once y á
doce grados se descubrió un farelloncillo redondo, no de media legua,
con algunos arbolillos, despoblado, blanco con el estiércol de los
pájaros; pensóse se hallaria alguna isla cerca, mas salióles al revés su
pensamiento, porque desde que desampararon las islas, en dos meses, poco
menos, no encontraron con tierra, por lo cual toda la gente iba muy
desgustada, perdidas las esperanzas de hallar otra ocasion como la
pasada, faltos de mantenimientos y de agua, aunque Nuestro Señor proveyó
de algunos aguaceros con que recogieron alguna. Pasados estos aguaceros
hubo unas nieblas muy grandes y oscuras, por ocho ó diez dias; al fin
dellos se descubrió tierra; salieron todos á verla como si vieran su
salvacion: era una isla muy larga, y á la una parte della se descubrió
un volcan que de rato en rato lanzaba mucho fuego; cuando llegaron á
este paraje faltó la nao Almiranta, y preguntando á la galeota y fragata
por ella, respondieron no la haber visto despues que la noche antes la
vieron á sotavento de la Capitana, de la cual respuesta se entendió
haber arribado á otras islas que en aquel rumbo se descubrian. La
Capitana y fragata y galeota se arrimaron á tierra v descubrieron una
ensenada grande de más de diez leguas, en cuyo medio estaba el volcan
arriba dicho, y con buen viento entraron en ella, en la cual se
descubrian grandes poblazones. El Adelantado mandó se arrimasen los
navios á tierra para tomar puerto antes que anocheciese; finalmente,
entraron muy adentro de la ensenada y surgieron en 40 brazas, con gran
admiracion de los naturales y contento del Adelantado y demás soldados,
aunque no parecer el Almiranta les ponia no poco temor no se hobiese
perdido. Luego otro dia de mañana el Adelantado mandó al capitan y
piloto de la fragata fuese en busca della, y si dentro de cuatro dias no
la hallase se volviese; esperábase hobiese arribado á alguna de aquellas
islas que de allí se parecian. Este mismo dia acudieron á la Capitana
muchos de los naturales, que todos son negros atezados, y otros como
membrillos cochos, de cabellos largos, con sus armas, arcos y flechas;
muchos destos eran potrosos y con encordios y llenos de sarna; entre
ellos venia un negro que parecia ser rey, por el respecto que le tenian;
el cual así como entró en el navio, lo primero que dijo fué: capitan,
capitan; que admiró mucho, por oir nombre español en tierra tan remota.
El Adelantado mandó que todos delante dél estuviesen destocados, para
que aquellos bárbaros entendiesen era el General de todos. Este negro se
llegó al Adelantado, diciendo: capitan, capitan, muchas veces; Malope
capitan, y dándose en los pechos; por donde se entendió pedia al
Adelantado su nombre para trocar el suyo; porque como le respondió
Mendaña, el negro hizo señas qu'el se llamaba Mendaña y el Adelantado
Malope. Hiciéronles buen tratamiento, dándoles algunos juguetes y cosas
de comer, las cuales por ninguna via gustaron _por_ más que fueron
importunados. Pidieron por señas fuese alguno de los soldados con ellos
á tierra, y ofreciéndose á ello uno de más de 50 años, á quien el
Adelantado dió licencia, quedando dos negros en rehenes, aquella misma
tarde le volvieron al navio, porque no se atrevió á hacer noche con
aquellos naturales; preguntósele qué le habia parecido de la tierra: no
supo dar razon de cosa alguna, porque apenas hubo saltado en ella cuando
pidió le volviesen al navio. Dentro de dos dias volvió la fragata no
trayendo nueva alguna de la Almiranta, diciendo habia descubierto unas
islas bajas y con ellas un bajio muy grande, por el mismo rumbo que
habia llevado la Almiranta; por _lo_ que luego se entendió era perdida,
porque nunca más pareció. Fué mucho el sentimiento que en todos se hizo,
por ir en ella casi la mitad de la gente. El Adelantado determinó saltar
en tierra y aguardar por ventura arribaria si no fuese perdida. Luego se
echó el batel á la mar á traer agua y leña; entraron por un rio arriba
poco trecho, de donde desde el mismo batel se tomaba el agua dulce, la
cual tomando salieron del monte muchos de aquellos negros disparando sus
flechas con mucha algazara; los nuestros se retiraron, dos soldados mal
heridos: el uno de muerte; el otro quedó tuerto de un flechazo, por lo
cual juró el maestre de campo que se lo habian de pagar con las
septenas, y luego se determinó que aquella noche saltasen en tierra
algunos soldados bien apercebidos y diesen al amanecer sobre un pueblo
que desde allí se via cerca, entre árboles, de que toda la tierra es muy
poblada; hízose así, y siguiendo el maestre de campo por una senda
lodosa, una cuesta arriba y como media legua de camino, se descubrió una
centinela; un soldado pidió licencia al maestre de campo para
derribarle, y alcanzada dió con él en el suelo, lo cual hecho entraron
todos de tropel, que serian treinta soldados, por las casas, que
parecian estar vacias de gente, porque la habitacion destos negros es
entre suelos, cubierto el suelo con hojas de palma, y allí duermen y
hacen su habitacion; las casas son redondas, y por todas partes
descubiertas; un soldado mirando para arriba metió una espada por el
entresuelo, y los que en él estaban se alborotaron y hicieron mucho
ruido, y el soldado dió voces diciendo se advirtiese habia mucha gente;
visto esto, el maestre de campo repartió por las casas cercanas los
soldados para que se pudiesen socorrer los unos á los otros; de aquel
buhio, donde se descubrió la gente de los entresuelos, por el agujero
que hizo la espada del soldado se disparó una flecha y hirió á un
soldado en un ojo, que no parecia sino un rasguño pequeño; empero murió
dentro de 24 horas; por donde se entiende la puncta de la flecha traia
yerba. El maese de campo, enojado, mandó poner fuego á los buhios,
porque no se quisieron dar á paz, y los que salian huyendo del fuego
peleaban defendiendo sus vidas valientemente. A las voces acudieron
otros naturales con sus armas y piedras arrojadizas; más de dos horas
pelearon con los nuestros, y viendo el maese de campo que se defendian
mandó á los soldados que de tropel los acometiesen, lo cual apenas hecho
los naturales se desgalgaron por aquellas cuestas abajo, dejando sus
casas, en las cuales habia poco más que nada; sacáronse cantidad de
plátanos verdes, cocos, palmitos y doce puercos de monte que los perros
que llevaban los soldados cogieron. Con esta rica presa se volvieron á
la playa, donde hallaron algunos soldados y otra gente menuda que habia
desembarcado, así para socorrer si fuese necesario como para espaciarse.
El maese de campo mandó hiciesen señas á la Capitana para que les
enviase el batel y fuesen á dar cuenta de lo subcedido; la comida que se
trujo so repartió entre soldados, marineros y demás gente. Aquí se
determinó se fuese á buscar puerto más apacible, porque dentro de la
ensenada se descubrian playas y tierras y muchas poblazones, y la costa
llena de naturales, lo cual se hizo yendo el Adelantado en la galeota, y
_el_ maese de campo; iban tan cerca de tierra que los naturales se
querian entrar en la fragata, metiéndose en la mar hasta la cintura.
Sondóse el puerto, hallóse limpio; dejóse una boya en lugar conveniente
para que allí surgiese la Capitana, á quien se avisó y surgió donde
habia quedado la boya, teniendo muy cerca de allí un rio caudaloso.
Surta la nao Capitana y volviendo á ella el Adelantado y maese de campo
se entró en acuerdo lo que se debia hacer, y salió acordado se saltase
en tierra para ver lo que prometia de sí, y si fuese tal, poblar en
ella. Los negros se metian en la mar casi hasta perder pie, de donde
arrojaban las flechas hasta los navios. El Adelantado, viendo este
atrevimiento, mandó saliesen algunos soldados con sus arcabuces para que
los espantasen, y por capitan don Lorenzo su cuñado, el cual saltando en
tierra y los negros huyendo, fué siguiendo el alcance, excediendo de lo
que se le habia mandado; lo cual visto, el maese de campo llegándose á
bordo la fragata y galeota saltó en ella con gente para ir á socorrer al
capitan don Lorenzo, temiendo los naturales no le tuviesen armada alguna
emboscada; saltó en tierra y fué á alcanzar al capitan don Lorenzo una
legua de camino, junto á un rio, adonde le reprehendió ásperamente, el
cual no respondió palabra, y todos tuvieron temor que de aquella
reprehension subcediese alguna cosa en daño de todos, como despues
subcedió, y pareciendo al maese de campo ser muy bueno el puerto para
fundar pueblo, avisó dello al Adelantado, á quien le pareció bien,
porque de allí se podria tornar á buscar la Almiranta; desembarcóse la
gente y el Adelantado señaló los solares para hacer las casas,
entretanto haciendo cada uno su ranchillo donde albergarse.



CAPITULO LVII

[DE LA MUERTE QUE EL ADELANTADO MENDAÑA HIZO DAR AL MAESE DE CAMPO]


Viendo los naturales que los españoles poblaban, al momento dejaban sus
casas y lo poco que en ellas habia. Visto por los nuestros, con mucha
priesa fueron á ellas, pensando hallar algo de cobdicia, y no hallaron
sino unos pocos de cocos con que beben, y algunas esportillas de palma
con unas raíces á forma de biscocho, que es su principal sustento;
empero para los españoles es como ponzoña, porque en metiéndolas en la
boca se cubria de ampollas, con una aspereza grande y desabrimiento,
aunque la falta de comida general las hacia sabrosas; en todas las casas
no se halló memoria de oro ni plata; sólo se aprovecharon para la nueva
poblazon de la madera; entre las casas destos naturales habia algunas
grandes que parecian ser sus adoratorios; habia pintadas algunas figuras
de demonios, y lo que les ofrecian colgaban juncto á ellas: cocos,
palmitos, plátanos y otras cosas de comida. Al fin hízose el pueblo y
cerróse de palizada para defenderse de los naturales, que por momentos
los apretaban, hasta que se trujeron tres ó cuatro piezas de artilleria,
con las cuales fácilmente los desperdigaban; en todo este tiempo el
Adelantado se estaba en la Capitana sin salir á tierra, sino de cuando
en cuando á dar órden en lo que más convenia.

Los naturales, con todo eso, algunas veces inquietaban; otras traian
cañas dulces y frutas de la tierra.

En este pueblo, por ser la tierra muy cálida y húmida, comenzaron á
enfermar los españoles, que apenas enfermaba alguno que sanase; pero la
mayor enfermedad fué la discordia que se encendió entre el Adelantado y
maese de campo, queriendo defender con palabras á un soldado quel
Adelantado tractaba mal. Las palabras fueron decir que les bastaba á los
pobres soldados sus trabajos, sin malos tractamientos, y que el maese de
campo en todas ocasiones habia vuelto por el Adelantado.

Dende á cuatro ó cinco dias el Adelantado salió á tierra con algunos
marineros y pilotos, habiendo tractado con ellos de matar al maese de
campo, y llegando á tierra se fué derecho á la casa del maese de campo
con Juan Antonio y el capitan Juan Felipe, ambos corsos, y hallando al
maese de campo que acababa de almorzar le dijo le queria hablar dos
palabras; salió el maese de campo con el Adelantado, y llegaron á la
playa, á donde razonando los dos, á cierta seña Juan Antonio llegó y con
una daga le dió una puñalada en los pechos, y queriendo meter mano á su
espada llegó el capitan Juan Felipe y con un alfange le cortó á cercen
el brazo de la espada, y allí murió hecho pedazos. A las voces que dió
una mujer que mataban al maese de campo, salió Tomás de Ampuero,
diciendo: ¡Traidores! ¿á mi camarada? Un cuñado del Adelantado, con
cinco ó seis marineros dieron sobre él y á estocadas le mataron, lo cual
hecho se alzó el estandarte Real, diciendo ¡viva el Rey y mueran
traidores! Tomóse motivo fuera de lo dicho, para estas muertes y otras,
quel maese de campo preguntó á un piloto, llamado Jordán, que para
volver al Perú ¿qué derrota se podria tomar? llegó esto á oidos del
Adelantado y que Tomás de Ampuero habia incitado á 40 ó 50 soldados
hiciesen una peticion para el Adelantado, pidiendo les cumpliese la
palabra que les dió en el Perú de los llevar á la tierra que habia
primero descubierto. Aquel mismo dia, á las cinco de la tarde, llegó el
alferez Buitrago, del maese de campo, que habia ido con veinte soldados
á buscar de comer; llegados, el Adelantado, que los esperaba, como
llegaban los desarmaba y mandaba poner en el cepo, y al pobre alferez
Buitrago mandó echar unos grillos y llevar á la puncta del rio donde
estaba el padre Serpa, y mandó le confesase; el cual hincado de
rodillas, porque dijo: ¿Qué he hecho yo que me quieren quitar la vida?
llegó el sargento mayor, portugués, con un negro, un alfange en la mano,
y dijo: Dale; el cual negro le dió tal golpe en la cabeza que le derribó
muerto á los pies del confesor, dejándole ensangrentada la sotana. La
mujer del alferez, que oyó una gran voz de su marido, saliendo y viendo
lo que pasaba, pedia justicia á Dios; mandáronle callar, so pena que se
haria otro tanto con ella.



CAPITULO LVIII

[DONDE SE DICE EL FIN QUE TUVIERON MALOPE Y EL ADELANTADO MENDAÑA]


Los soldados que fueron con el alferez Buitrago á buscar la comida
susodicha, porque no la hallaron á donde pensaban, que era en las casas
de Malope, el que trocó el nombre con el Adelantado, diciéndoles que en
otro pueblo, á vista de donde estaban, la hallarian, partieron para
allá, y llegando á un paso estrecho salieron á ellos muchos negros,
flechándolos, y ellos se retiraron con buen órden, sacando los enemigos
á lo llano, donde con los arcabuces hirieron y mataron muchos; los demás
huyeron y los nuestros entraron en el pueblo, donde hallaron muy poca
comida, y volviendo al pueblo donde dejaron á Malope, creyendo habia
sido lo subcedido traza suya, le mataron y los demás cuatro ó cinco que
con él estaban, lo cual sabido por el Adelantado le pesó mucho de la
muerte de Malope. Al cabo de cinco ó seis dias dió al Adelantado una
calentura acompañada de gravísima tristeza, de la cual murió dentro de
siete ó ocho dias; murió tambien el padre Serpa, espantado de la muerte
del alferez Buitrago, dentro de tres dias que subcedió, recebidos los
sanctos Sacramentos, con muchas muestras de gran cristiano. Sintióse
mucho su muerte, porque ya no quedaba más que otro sacerdote, que era
vicario.



CAPITULO LIX

[DE CÓMO LOS NUESTROS LLEGARON Á LAS ISLAS FILIPINAS Y LUEGO VOLVIERON
AL PERÚ]


Muerto el Adelantado, quedó en su lugar por capitan don Lorenzo y doña
Isabel Barreto, mujer del Adelantado, á quien se obedecia en todo. En el
pueblo crecian las enfermedades y muertes, falta de comidas y abundancia
de armas que los negros daban, hiriendo á los nuestros; lo cual visto
por don Lorenzo salió á castigarlos con poca gente, doce ó catorce
soldados, que los demás estaban enfermos. Salió á los pueblos
comarcanos, y los negros salieron á ellos y á don Lorenzo dieron un
flechazo y á otros tres ó cuatro, y así se volvió al pueblo.

La herida fué en una pierna, tan subtil y pequeña como si le picaran con
un alfiler; empero el dolor le fatigaba mucho, porque la flecha era de
yerba. Al fin, visto que se iban consumiendo, con parecer de todos fué
acordado dejar aquella mala tierra y buscar otra más cercana de
cristianos. Tomado parecer de los pilotos, dijeron la más cercana ser la
China; empero, que no tenian los navios aparejos para ir allá. En este
mismo tiempo se determinó enviar la galeota á buscar el Almiranta, y que
si no la hallase dentro de cuatro dias, se volviese. Partió la galeota y
al parecer á quince leguas de la bahia hallaron cuatro ó cinco islas
bajas, todas llenas de platanales y palmas muy grandes, y algunos buhios
en que los negros tenian sus mujeres y hijos recogidos; llegóse la
fragata á tierra y saltó la gente toda en ella; los negros, mostrando
amistad, salieron con alguna comida y un tiburon asado en barbacoa; un
soldado, entrando en un buhio, halló que en él habia mucha gente
escondida, mujeres y niños; avisó al capitan, el cual pretendió hacer
presa en ellos; empero los negros defendian sus hijos é mujeres, pero no
pudieron tanto que no les tomasen diez ó doce muchachos y muchachas, con
los cuales volvieron al puerto, no poco tristes por no hallar rastro de
la Almiranta dentro del tiempo señalado; llegados á tierra, preguntando
por la salud de los enfermos, _supieron_ que muchos eran ya muertos y
don Lorenzo estaba expirando del flechazo, del cual murió; antes que
muriese pidió confesion; trújosele al vicario, que se habia recogido á
la Capitana por miedo de la muerte, mas allí le salteó y así enfermo en
una silla le trujeron para que confesase á don Lorenzo, á quien
confesándose le dió un parasismo y otro al vicario, al cual sin habla
llevaron á una casa donde se le hicieron algunos regalos con que volvió
en sí; empero el capitan dió aquella tarde el ánima á Dios, el cual
sepultado se dió órden que los pocos que quedaron vivos se embarcasen y
fuesen en busca de las Filipinas, porque en tierra no se podian defender
de los naturales; estuvieron siete dias embarcados, tomando agua y leña
y los más plátanos y cocos que pudieron coger, y con este matalotaje y
desgraciado subceso, por no haber poblado en las primeras islas que
descubrieron, se hicieron á la vela en la Capitana, fragata y galeota, y
dentro de pocos dias llegaron á las Filipinas, _de_ donde algunos
volvieron al Perú, de quien supe lo referido. Lo más que les subcedió no
es de mi intento tractarlo.



CAPITULO LX

SOLA UNA DESGRACIA LE SUBCEDIÓ AL MARQUÉS


Habia sido el Marqués uno de los caballeros dichosos de nuestras edades,
si todos estos buenos subcesos no se le aguaran con la muerte de la
ilustrísima y cristianísima marquesa, que dejó enterrada en Cartagena,
lo cual en estos reinos dolió mucho; empero, llevóla Nuestro Señor á
gozar del cielo, donde tiene otro mejor y más perpétuo marquesado, y al
Marqués con próspero viaje á España, sin borrasca, ni tormenta, ni cosa
que les diese pena, la flota llena de plata, así de Su Majestad como
suya y de particulares, donde Su Majestad le recibió muy alegremente
haciéndole mucha merced, y le hará más, por sus méritos y partes y
virtudes tan excelentes, cuantas en nuestros tiempos junctas no se
hallan en un supuesto, ni en los pasados en muchos. Tiene bonísimo y
galano entendimiento, como quien nació para mandar y gobernar. Con
señores, es señor; con caballeros, es caballero; con capitanes, es
capitan; con soldados, es soldado, y, finalmente, con todos estados se
sabe acomodar muy bien; amigo de hacer bien á todos, y en particular de
casar huérfanas; dió renta é hizo merced en nombre de Su Majestad al
hospital de San Andrés, de los españoles, á quien dejamos dicho, su
padre, de buena memoria, dió mucha limosna de su hacienda. Esto en
breve, que es más recopilacion[37] de historia que historia, habemos
dicho, dejando á los que son dotados de más facundia y mejor estilo que
el nuestro para que sus libros se enriquezcan con las obras heroicas del
Marqués, y esperamos que Su Majestad le hace mercedes muy copiosas[38].

  [37] Tachado: que.
  [38] Siguen ocho líneas tachadas é ilegibles.



CAPITULO LXI

DEL ILUSTRÍSIMO ARZOBISPO DE MÉXICO


Dentro de breve tiempo qu'el Marqués de Cañete entró en la cibdad de Los
Reyes, vino á ella por órden de Su Majestad el ilustrísimo Arzobispo de
México, á la sazon en la misma cibdad Inquisidor, el licenciado
don...[39] de Bonilla, varon integérrimo en todo género de virtud, y no
de pequeña penitencia y oracion, como su vida y ejemplo son
bastantísimos testigos; de bonísimo y claro entendimiento, y de
prudencia admirable; amado grandemente de todo el reino por su mucha
virtud, y temido por la mucha rectitud que en su vida se conoce; amigo y
favorecedor de los que administran justicia, y de los que son en
contrario, que conciernan á su tribunal, con gran cordura castigador.
Proveyóle Su Majestad, siendo fiscal de la Inquisicion en México,
conociendo todas estas partes y calidades suyas, para que visitase la
Real Audiencia desta ciudad de Los Reyes y para que tomase cuenta á los
oficiales reales, á quien habia muchos años ni se visitaban ni tomaban
cuentas, y asimismo á otros muchos, como al cabildo de la ciudad y
escribanos; á quien Su Majestad, muy servido de lo que ha hecho y hace,
le hizo merced de la Silla metropolitana de México, con esperanzas que
á mayor dignidad le ha de sublimar. Ha hecho y hace su oficio con tanta
rectitud y cristiandad cuanta se esperaba; ha condenado y privado á
algunas personas, y ha sacado á luz muchas cosas tocantes á la Hacienda
Real que estaban solapadas, y aunque á algunos les parece va muy
despacio y desean verle fuera destos reinos, son hombres interesados y
culpados en cosas que le están encomendadas; los demás no le querrian
ver fuera del reino. Luego que Su Majestad le hizo merced del
arzobispado, no quiso gozar más del salario de Visitador, contentándose
con la renta del arzobispado, porque no es persona que tracta de
riquezas temporales, sino de las eternas y del cielo. Este capítulo en
breve me pareció engerir aquí como cosa importante y que pertenecia
tractar della, por haber venido el ilustrísimo de México en estos
tiempos á este reino con oficio en el cual ha servido mucho, mucho, á
Dios Nuestro Señor y á su Rey, y esperamos les hará más servicios.

  [39] En blanco en el ms.

Como los hombres seamos mortales y nuestras vidas dependan de quien es
la vida por esencia, fué Nuestro Señor servido llevársele para sí de una
enfermedad que casi no fué conocida de los médicos; procedióle de que
siendo quebrado y no viviendo con tanto recato de la quebradura, se
rompió más de lo acostumbrado, y salieron las tripas, de suerte que no
fué posible, con los remedios que se hicieron, volverlas á su lugar.
Hizo su testamento, y está enterrado en nuestro convento de Los Reyes,
adonde dejó cuatro mil pesos de limosna: hiciéronsele sus obsequias con
la pompa requisita, con no poco dolor de todo el pueblo, y más del
Virrey don Luis de Velasco, que en todas cosas le consultaba para el
bien del reino; diósele sepultura en la capilla[40] principal, junto al
altar mayor, en medio de otros dos Obispos que allí están enterrados.

  [40] Tachado: _mayor_.

Con lo hasta aquí tractado nos parece haber concluido con la brevedad
posible dejando escriptos los caminos desde Quito á Talina, y lo demás
digno de memoria subcedido en tiempo de los Virreyes que han gobernado
los reinos del Perú, desde el marqués de Cañete, don Hurtado de Mendoza,
de buena memoria, hasta don García de Mendoza, su hijo, subcesor en el
marquesado; todo lo cual, á lo menos la mayor parte, habemos visto ó
sabido por relaciones verdaderas, que es lo menos que en estos ringlones
dejamos á esta escritura encomendado, porque no quedase anegado en el
profundo del rio del olvido.

A don García de Mendoza subcedió don Luis de Velasco, caballero del
hábito de Santiago, mudado del Virreinato de México al del Perú, cuyos
hechos, virtudes y buen gobierno dejamos que lo traten otros, donde
tendran bien que extender las alas de sus ingenios; y porque tambien
habemos visto la gobernacion de Tucumán y de Chile, tractaremos con
brevedad lo visto y sabido.



CAPITULO LXII

DEL CAMINO DE TALINA Á TUCUMÁN


Llegamos en lo que atrás dejamos escripto al último pueblo y términos
del Perú, conforme á la division de los obispados, que es á Talina,
pueblo de los indios Chichas, desde el cual, siete leguas más adelante,
está un arroyo y paredoncillos llamados Calahoyo, desde donde comienza
la jurisdiccion, conforme á la jurisdicion eclesiástica, de Tucumán. El
primer obispo desta provincia, el reverendísimo fray Francisco de
Victoria, de quien habemos tractado, entrando á su iglesia, aquí[41]
tomó la posesion, y por esto decimos que es de la jurisdicion de Tucumán
cuanto á lo eclesiástico.

  [41] En el ms., _á que_.

Desde aquí al primer pueblo de españoles de la provincia de Tucumán,
llamado Salta, fundado en un valle muy ancho y espacioso, del propio
nombre, de buen temple, con su invierno y verano al revés de España, se
ponen más de cien leguas, todas despobladas, á lo menos por el camino
que yo fuí siendo provincial de aquella provincia y de la de Chile, que
por dar órden en ciertos frailes nuestros que allí estaban me fué
forzoso desde la ciudad de Lima tomar este camino por tierra. Empero al
presente, despues que la provincia de Omaguaca, que confina con los
Chichas, y en el traje no se diferencian dellos, se ha reducido y
admitido sacerdotes, vase por un camino más poblado, donde hay tambos á
sus jornadas y en algunos servicio.

Esta provincia de Omaguaca es fértil de todo género de mantenimiento, y
de oro, ovejas de la tierra. Sirvió á la ciudad de La Plata y estuvo
repartida. Yo conocí algunos encomenderos que tenian sus repartimientos
en ella, mas como se rebelaron no habian dellos algun provecho, ni
alguno tienen ya reducidos. La causa por que estos indios se rebelasen,
no la sé; por ventura, por se ver lejos de la ciudad de La Plata, que
dista della más de noventa leguas; contra los cuales salió un vecino
della con soldados, llamado Pedro de Castro, hombre de muy buenas
partes, pero matándole en una guazabara, los soldados, sin cabeza,
saliéronse, y así se quedaron junctamente con otros sus confines,
llamados los Casavindos y Cochiñocas. Pero habrá siete años qu'el
principal curaca desta provincia, cuando iba á Tucumán, llamado
Viltopoco, envió algunos indios principales á la Audiencia de La Plata,
pidiendo queria servir y pagar moderado tributo, poblar los tambos que
hay de su tierra á Talina, dar en ellos al precio que en Talina
gallinas, carneros de Castilla y de la tierra, para cargas, maíz, y lo
demás, como en los tambos del Perú, y darian indios para las minas de
Potosí, _y_ admitirian sacerdotes, con tal condicion que no habian de
tener otro encomendero que á Su Majestad. La Real Audiencia admitió el
partido, é yo, llegando á Talina, me detuve allí algunos dias esperando
el sacerdote señalado, que si viniera me fuera con él por ahorrar de
tanto despoblado y riesgo de algunos indios de guerra, mas Nuestro
Señor fué servido llegase en salvo á Salta; ya el dia de hoy se entra y
sale por aquel camino, y los indios han cumplido lo que prometieron; yo
llegué á Salta, y en todo el camino no vi cosa digna de ser escrita, si
no es, á tres ó cuatro jornadas de Talina, unas salinas en despoblado,
las más famosas que creo hay en el mundo; es un valle que debe tener más
de tres leguas de ancho, y de largo, segun me informé, más de quince; la
sal más blanca que la nieve, de la cual se aprovechan los indios
Casavindos y Cochiñocas y los de la provincia de Omaguaca; de lejos, con
la reberveracion del Sol, no parece sino rio, y á los que no la han
visto espanta, pensando han de pasar un rio tan ancho; llegados, admira
ver tanta sal; los que iban por aquel camino á Salta llevaban alguna,
por ser aquella provincia falta della. Llegado á Salta hallé allí al
Gobernador Juan Ramirez de Velasco, y sabiendo que Viltopoco se habia
reducido al servicio de Su Majestad, envió un capitan con diez soldados
bien apercebidos á tomar la posesion de aquella provincia por su
gobernacion, los cuales llegando y por Viltopoco sabida su venida, les
dijo se volviesen á Tucumán, donde habian salido, porque no habia de ser
subjecto á aquella gobernacion, sino á la Audiencia de los Charcas;
donde no, los haria matar á todos. El capitan y soldados tuvieron por
bien volverse á Salta, estando yo presente en el pueblo cuando fueron y
volvieron; no creo dista Omaguaca de Salta treinta leguas.

Llegando á Omaguaca, poco menos de doce leguas está un valle muy fértil
de suelo, pero no poblado de pueblos, llamado Jujui, donde habrá siete
años quel mismo gobernador Juan Ramirez de Velasco pobló un pueblo de
españoles que para la paz de Omaguaca, si se quisiere tornar á rebelar,
y para la quietud de Salta por respecto de los indios de Calchacuy, fué
muy necesario, el cual en breve tiempo ha crecido mucho, y los padres
Teatinos tienen allí ya una casa, y para el poco tiempo que ha se pobló,
rica de ganados y estancias. Es el mismo temple quel de Salta; á siete
leguas dél envió allí á poblar con título de teniente de gobernador y
capitan, á don Francisco de Argaranaiz, de nacion vizcaino, vecino de la
cibdad de Santiago. El un[42] valle y el otro son abundantísimos de
comida, trigo, maíz, aves, carneros, vacas, y todas fructas nuestras,
viñas, de donde el dia de hoy hacen vino; tienen las plagas que hay en
toda la provincia de Tucumán, que por no tornarlas á referir son las
siguientes: frio á su tiempo, que es desde Mayo hasta Octubre,
insoportable y sequísimo más que el de Potosí, y principalmente los tres
meses Junio, Julio y Agosto; calor al verano de dia y de noche, y más en
Diciembre, Enero, Febrero y Marzo. Las hitas que dijimos haber en la
provincia de Los Charcas, grandes y asimismo pequeñas en gran cantidad;
en el verano mucho mosquito de los zancudos y rodadores; moscas en este
tiempo son innumerables, y de tal calidad, que si se acierta á tragar
una en la comida, revuelve de tal manera el estómago que hace lanzar
hasta la viva sangre, por lo cual, en las cocinas, sobre el fuego,
están dos indios con sus aventadores ahuyentando las moscas. Es así que
en la cibdad de Esteco una mujer de un vecino tenia en su casa un
soldado enfermo (en esta provincia no hay yerbas medicinales ni médicos,
sino abundancia de lechetrezna, que es poco menos que tóxico), y no
mejorando tomó dos moscas, desleyólas en una escudilla de caldo de ave y
sin decirle alguna cosa diósela á beber. Purgó tan bien con ella, que
dentro de pocos dias sanó; esto yo lo pregunté á la misma que dió la
purga. Es abundante de tres géneros de víboras de las de cascabel, y de
otras más pequeñas, como las de España, y de otras llamadas volantines,
porque abalanza más de diez pasos á picar. Proveyó Dios en esta
provincia de unas culebras pequeñas que no hacen daño alguno, antes son
provechosas, las cuales tienen dominio sobre las víboras, de tal manera
que en viendo la víbora de cascabel á esta culebra, luego se vuelve boca
arriba, y llegando esta culebra la degüella y mata; así lo afirman los
nuestros que viven en aquella region.

  [42] En el ms., _una_.

Críanse culebras grandes de las que llaman bobas, y otras, _y_ moscas
que en asentándose sobre la carne la dejan llena de gusanos. Vientos al
ivierno recísimos, sea Sur ó sea Norte, que son los que dominan en esta
provincia y que parece andan en competencia uno un dia, otro otro; al
verano cualquiera destos vientos es fuego. Pedriscos frecuentes, y de
tal manera, tan recios y de piedras grandes, que no se atreven á hacer
atechadas[43] las casas, si no es cual ó cual; cúbrenlas con unos
terrados de más de una tercia de grueso, muy bien pisados con pisones,
un poco corrientes porque no haga canal el agua; es tierra en partes
montañosa y muy llana, los árboles infructíferos, llenos de espinas; los
más son algarrobos; empero, no se come la fructa sino de unos que se
aparran por el suelo; los otros son crecidos como encinas. Los campos
son abundantes de estos animales ponzoñosos, por lo cual en apeándose el
pasajero ha de mirar dónde pone los pies; hay lagartos de sequera tan
grandes como los que dijimos producia la tierra Chiriguana; matamos uno
en una dormida; Dios nos libró dellos; admirónos cuando le vimos; era
tan grande como un caimanillo, y es cierto que se alborotó el
alojamiento como si vinieran sobre nosotros indios de guerra. Es muy
falta de agua, como lo son las tierras llanas, y las aguas de los rios
malas, gruesas y salobres, á las riberas de los cuales son los pueblos
de los indios y de los españoles; en la tierra que es montañosa se crian
leoncillos y tigres en cantidad, que no dejan de noche dormir á los
caminantes con sus bramidos. Los tigres son dañosos si no ven candelada.
Los indios para guarecerse dellos en los caminos que hay montaña, sus
dormidas tienen en los árboles, á los cuales suben por unos escalones
hechos á mano en los mismos árboles, con hachas cortando, donde ponen
los pies para subir y descendir.

  [43] Tachado: cúbrenlas.

El suelo de toda esta provincia es salitre y mientras más cavan, más
salitroso, por lo cual todas las fructas nuestras (que de la tierra
ninguna vi) son de bonísimo sabor, y las hortalizas; mas los árboles
duran poco. En toda esta provincia se dan viñas, membrillos, granadas,
manzanas, etcétera; el vino que se hace dura muy poco, porque se vuelve
vinagre.

Los rios desta provincia, particularmente el de Esteco y el de Santiago
del Estero, al ivierno son como el Nilo, salen de madre y extiéndense
por aquellas llanadas regando la tierra, que allá llaman bañados, y
aquel año es más abundante que hay más bañados; aran y en ellos
siembran; los campos y llanos son espaciosísimos, porque así como
estando en alta mar no vemos sino cielo y agua, así en aquella provincia
de Esteco para adelante no vemos sino cielo y llanuras, y éstas corren
más de 400 leguas sin que se halle ni se vea un cerrillo, ni casi una
piedra. Camínanse todos estos llanos y caminos en carretas, las cuales
no llevan una puncta de hierro, ni los caballos gastan mucho herraje,
por ser tierra fofa.



CAPITULO LXIII

DEL VALLE DE SALTA, COMARCA Y CALCHAQUÍ


Volviendo á proseguir nuestro camino y description de la provincia de
Tucumán, de Jujui se llega en una jornada al valle de Salta y pueblo del
mismo nombre, de españoles, muy moderno, aunque más antiguo que el de
Jujui; valle espacioso, alegre, de buenas aguas; por estar más á la
cordillera participa de algunas sierras llenas de arboleda.

El asiento es bueno y llano; es abundante de las plagas que acabamos de
decir. Poblólo el licenciado Lerma, gobernador de aquella provincia,
para freno, como lo es, de los indios de Calchaquí; danse en él todos
los árboles fructales nuestros y viñas, mucho maíz y trigo. A un lado al
Poniente le demora la provincia de Calchaquí, indios belicosos; el
vestido es como el de los Omaguacas y Chichas; los indios, con manta y
camiseta; las indias, unas camisetas largas hasta los tobillos; no hay
más vestido. Estos indios por dos veces se han llevado dos pueblos de
españoles, y esta última, habrá doce ó catorce años, por órden de don
Francisco de Toledo, el capitan Pedro de Zárate fué con sesenta hombres,
pocos más, á reducirlos; tenia allí cerca indios de encomienda, pero
alzados; fueron con él algunos vecinos de la cibdad de La Plata, que
tambien tenian allí sus repartimientos y habian servido; llegó allá,
pobló; parecióle tener poca gente para sustentarse; dividióse, saliendo
con la mitad á Tucumán á pedir favor; visto por los indios, dieron en
los otros treinta que habian quedado en el pueblo, y aunque se
defendieron bravamente, como eran pocos los mataron á todos; no se
escaparon tres á uña de caballo. Esta provincia de Calchaquí es tierra
alta; es sierra faldas de la cordillera grande deste reino del Perú, que
Norte Sur le atraviesa hasta el estrecho de Magallanes. Es rica de oro y
plata; cuando se les antoja sirven un poco de tiempo al pueblo; cuando
no, vuélvense á las armas.

Eran muchos; agora son pocos, porque las guerras civiles entre ellos los
han consumido. Llegando yo á Salta los vi allí, y un mestizo criado
entre ellos, entre otros indios con quien traian guerra. El mestizo
acaudillaba aquellos con quien se habia criado y tenia tan avasallados á
los Calchaquis, que les forzó á venir á pedir favor á Juan Ramirez de
Velasco contra el mestizo, y si se lo daban le sirvirian en Salta. Salió
Juan Ramirez con la gente que le pareció bastante, y en breve á los unos
y á los otros redujo, prendió al mestizo, trújolo á Salta, donde le vi;
no sabia nuestra lengua, porque no la habia oído; agora no sé cómo
están.



CAPITULO LXIV

DE LA CIBDAD DE ESTECO


Del valle de Salta dista la cibdad de Esteco, así llamada la tercera en
órden, de Tucumán, cincuenta leguas de buen camino carretero: es
abundante de mantenimientos y de fructas de las nuestras; en especial
las grandes son de las buenas del mundo; edificada á la ribera de un rio
grande que en verano sólo se vadea. Los vecinos estaban descontentos del
asiento, porque la madre del rio es arenisca y no pueden hacer molinos
en él, y tractaban mudarse, como dicen se han mudado, casi 25 leguas más
hacia Salta, á un asiento mucho mejor, del mismo temple y más fresco,
llamado Palca Tucumán, donde el rio Grande, como de un arroyo que
tienen á la falda de un cerro, se pueden sacar acequias y hacer molinos,
y para acabar de pacificar unos indios de aquella provincia, belicosos,
llamados Lules, es asiento mucho más cómodo; si á este asiento se han
mudado, será pueblo muy regalado, fresco y muy sano, donde para el
edificio de las casas tienen mucha madera, y el suelo no salitroso,
piedra para hacer cal y buena tierra para teja.

El un suelo y el otro es abundante de pastos, y este segundo mucho más,
y para ganados mejor qu'el de Esteco, y está veinticinco leguas más
cerca del Perú.



CAPITULO LXV

DE LA CIBDAD DE SANTIAGO DEL ESTERO


De la cibdad de Esteco á Santiago del Estero ponen cincuenta leguas,
todas despobladas, á lo menos las cuarenta, porque á diez leguas della
llegamos á dos poblezuelos de indios. Esta cibdad es la cabeza de la
gobernacion y del obispado; es pueblo grande y de muchos indios; al
tiempo de su conquista poblados á la ribera del rio, como los demás de
la cibdad del Estero; ya se van consumiendo por sus borracheras. Son los
indios desta provincia muy holgazanes de su natural; en los rios hallan
mucho pescado, de que se sustentan: sábalos, armados y otros; saben muy
bien nadar, y péscanlos desta manera, como lo[44] he visto: échanse al
agua (los rios, como no tienen ni una piedra, corren llanísimos) ceñidos
una soga á la cintura; están gran rato debajo del agua y salen arriba
con seis, ocho y más pescados colgando de la cintura; débenlos tomar en
algunas cuevas, y teniendo tanto pescado, no se les da mucho por otros
mantenimientos; son borrachos como los demás, y peores; hacen chicha de
algarroba, que es fortísima y hedionda; borrachos, son fáciles á tomar
las armas unos contra otros, y cuando no, sacan su pie y fléchanselo.
Son grandes ladrones; todos caminan con sus arcos y flechas, así por
miedo de los tigres como porque salen indios á saltear, y por quitar una
manta ó camiseta á un caminante no temen flecharle; los arcos no son
grandes; las flechas, á proporcion; pelean casi desnudos. En toda esta
tierra y llanuras hay cantidad de avestruces; son pardos y grandes, á
cuya causa no vuelan, pero á vuelapie, con una ala, corren
ligerísimamente; con todo eso los cazan con galgos, porque con un
espolon que tienen en el encuentro del ala, cuando van huyendo se hieren
en el pecho y desangran. Cuando el galgo viene cerca, levanta el ala que
llevaba caida, y dejan caer la levantada; viran como carabela á la
bolina á otro bordo, dejando el galgo burlado. Hay tambien liebres,
mayores que las nuestras; son pardas, no corren mucho. Es providencia de
Dios ver los nidos de los pájaros en los árboles; cuélganlos de una rama
más ó menos gruesa, como es el pájaro mayor ó menor, y en contorno del
nido engieren muchas espinas; no parecen sino erizos, y un agujero á una
parte por donde el pájaro entra ó á dormir ó á sus huevos, y esto con el
instinto natural que les dió naturaleza para librarse á sí y á sus
hijuelos de las culebras. Es toda esta provincia abundantísima de miel y
buena, la cual sacan á Potosí en cueros; es abundante de trigo, maíz y
algodon, cuando no se les yela; siémbranlo como cosa importante, es la
riqueza de la tierra; con ello se hace mucho lienzo de algodon, tan
ancho como holanda, uno más delgado que otro, y cantidad de pávilo,
medias de puncto, alpargates, sobrecamas y sobremesas, y otras cosas por
las cuales de Potosí les traen reales. Críase en esta provincia la grana
de cochinilla muy fina, con que tiñen[45] el hilo para labrar el
algodon. Es abundante de todo género de ganado de lo nuestro, en
particular vacuno, de donde los años pasados, porque en Potosí ó
provincia de los Charcas iba faltando, lo vi sacar, y se vendia muy
bien, y bueyes de arada, y se vendia la yunta á sesenta pesos. Caballos
solíanse sacar muy buenos; ya se ha perdido la casta y cria, por
descuido de los dueños, de tal manera que es refran recibido en toda la
provincia de Los Charcas: de hombres y caballos de Tucumán, no hay que
fiar; tanto puede la mala fama.

  [44] En el ms., _le_.
  [45] En el ms., _tienen_.

El edificio de las casas es de adobes, como en las demás ciudades, sino
que en estas dos, como la tierra es salitrosa, vase desmoronando el
adobe, y cada año es necesario reparar las paredes. El rio es grande, y
de verano se vadea, mas conviene mucho saber el vado, porque los rios
desta provincia son de tal calidad que, si no es por donde se vadean
cuotidianamente, y con la frecuencia del pasaje el suelo está fijo, por
las demás partes, aunque el agua no llegue á la rodilla, se sume el
caballo y caballero en el cieno. Es cosa de admiracion pisamos aquí, y
tiembla más de diez pasos adelante la tierra cenosa, detrás y á los
lados; padécese en esta ciudad mucho, por no haber molino ni poderse
hacer, porque ya dijimos estos reinos ser de esa calidad; pasan por
tierra arenisca, donde no se halla una piedra, ni se puede hacer ni
sacar acequia dellos; á la primera avenida, allá va todo. Vino á
Santiago un extranjero, estando yo en aquella provincia, y proferiase á
hacer un molino, como en los rios grandes de Alemaña, en medio dél;
escogió el lugar, conciértanse, y volviendo de ver el rio y lugar, en
llegando á la ciudad, dánle unas calenturas que dentro de ocho dias se
lo llevaron á la otra vida. Hay algunas atahonas, no son tres, mas los
dueños muelen sólo para sus casas; si otro ha de moler, ha de llevar
caballo propio; si no, quédese; hacen unos molinillos que traen á una
mano, de madera, con una piedra pequeña traida de lejos; muelen á los
pobres indios que las traen, porque para una hanega son necesarios tres
indios de remuda; empero, el pan es el mejor del mundo.

A la mano derecha desta ciudad, á las faldas de la sierra, hay otra
ciudad llamada San Miguel de Tucumán, pueblo más fresco y de mejores
edificios y aguas.



CAPITULO LXVI

DE LA CIBDAD DE CÓRDOBA


Desta cibdad de Santiago á la de Córdoba, qu'es la última en esta
provincia, hay pocas menos de noventa leguas, todas llanas, sin
encontrar una piedra, y casi todas despobladas, porque en saliendo de un
pueblo de indios, á quince leguas andadas de Santiago, hasta Córdoba, no
se pida más poblado, si no es un poblezuelo de obra de doce casas, diez
leguas ó poco más de Córdoba. Pobló esta cibdad y conquistó los indios
que la sirven don Jerónimo de Cabrera, siendo gobernador; llenos los
campos de avestruces, venados y vicuñas y demás sabandijas. En todas
estas leguas no vi cosa digna de notar. El camino, carretero, y así
caminé yo desde Esteco á esta cibdad, que son poco menos de 200 leguas,
si no son más, y desde aquí se toma el camino á Buenos Aires, tambien en
carretas, que son otras 200, pocas menos; toda la tierra llana, y en
partes tan rasa que no se halla un arbolillo. El hato y comida se lleva
en las carretas; las personas, en caballos; pero no se ha de caminar más
de lo que los bueyes pueden sufrir, que es á cuatro leguas cada dia, y
para cada carreta son necesarios por lo menos cuatro bueyes; pastos,
muchos y muy buenos; agua, poca.

La cibdad de Córdoba es fértil de todas fructas nuestras, fundada á la
ribera de un rio de mejor agua que los pasados, y en tierra más fija
que la de Tucumán, está más llegada á la cordillera; danse viñas, junto
al pueblo, á la ribera del rio, del cual sacan acequias para ellas y
para sus molinos; la comarca es muy buena, y si los indios llamados
Comichingones se acabasen de quietar, se poblaria más. Tres leguas de la
cibdad, el rio abajo, en la barranca dél, se han hallado sepulturas de
gigantes, como en Tarija. Los campos crian muchas víboras y hitas, que
dél vienen volando á la cibdad en anocheciendo, como si no bastasen las
que se crian en las casas; es abundante de todo género de ganado
nuestro, y de mucha caza, venados, vicuñas y perdices. Hállanse en esta
provincia de Tucumán unos pedazos de bolas de piedra llenos de unas
punctas de cristal, ó que lo parece, labradas, transparentes, unas en
cuadro, otras sexavadas; yo las he visto y tenido en mis manos; estas
punctas están muy apeñuscadas unas con otras, y tan junctas como granos
de granada; son tan largas como el primer artejo del dedo de en medio,
comenzando desde la lumbre del dedo, y gruesas como una pluma de ansar
con lo que escribimos; he dicho todas estas particularidades por lo que
luego diré; estas bolas son tan grandes y tan redondas como bolas
grandes de bolos; críanse debajo de tierra, y poco á poco naturaleza las
va echando fuera; cuando ya (digamos así) están maduras, y un palmo
antes de llegar á la superficie de la tierra, se abren en tres ó cuatro
partes, con un estallido tan recio como un arcabuz disparado, y un
pedazo va por un cabo y otro por otro, rompiendo la tierra; los que ya
tienen experiencia dello acuden adonde oyen el trueno y buscan estos
pedazos, que hallan encima de la superficie de la tierra; yo creo que,
fuera destas punctas, hay en medio de la bola alguna cosa preciosa que
naturaleza allí cria y no la quiere tener guardada. Aquellas punctas, si
las labrasen lapidarios, deben ser de algun precio; allí no las estiman
en cosa alguna.



CAPITULO LXVII

DE LOS GOBERNADORES QUE HA HABIDO EN TUCUMÁN DESDE EL MARQUÉS DE CAÑETE
ACÁ


Los gobernadores que en esta provincia de Tucumán he conocido, el
primero fué el general Francisco de Aguirre, que por Su Majestad la
gobernó y acabó de allanar; varon para guerra de indios, bravo; vecino
de Coquimbo, contra el cual ciertos soldados, y creo uno ó dos pueblos,
se le amotinaron, tomando por cabeza á un Fulano Berzocana, soldado
valiente, los cuales le prendieron; pero viniendo al Audiencia de La
Plata envió el Audiencia un juez y hizo justicia del Berzocana y otros,
y concluidos sus negocios en el tribunal del Audiencia y del
reverendísimo de aquella cibdad, volvió á su gobernacion; despues por
órden de la Santa Inquisicion salió á Los Reyes, de donde volvió á su
casa á Coquimbo[46] y en Copiapó, pueblo de su encomienda, acabó la
vida, dicen trabajosamente.

  [46] En el ms., _Quoquimbo_.

Subcedióle Fulano Pacheco, que salió bien de su gobernacion; digo en
paz, porque los tres que se siguen acabaron como diremos. A Pacheco le
subcedió don Jerónimo de Cabrera, hermano de don Pedro Luis de Cabrera,
á quien el marqués de Cañete, de buena memoria, embarcó para España,
como arriba declaramos. Don Hierónimo era muy diferente en trato y
condicion de su hermano, muy noble, afable, con otras muy buenas
calidades de caballero. Amplió aquella gobernacion, porque pobló la
cibdad de Córdoba y conquistó los indios de su comarca. En su tiempo
comenzaron á comunicar los del Paraguay con los del Tucumán y los de
Chile.

Subcedióle un caballero de Sevilla, Pedro de Abreu, dicen deudo suyo,
empero enemigo capital, que desde España andaban encontrados los deudos
de don Hierónimo con los de Pedro de Abreu, porque con don Hierónimo
nunca habia tenido Pedro de Abreu que dar ni que tomar, ni le conocia;
hóbose rigurosamente con don Hierónimo en la residencia, ó con testigos
falsos, ó sin ellos, le cortó la cabeza por traidor, diciendo tractaba
de alzarse con la provincia y tiranizarla, lo cual confesó don
Hierónimo, dándole tormento sobre ello; oí decir á un Oidor de La Plata
habérsele hecho mucha injusticia, pero quedóse degollado; sus hijos
siguieron la causa y no fué dado en el Audiencia por traidor, por lo
cual les volvieron los indios de encomienda y demás haciendas.

A cabo de pocos años á Pedro de Abreu subcedió el licenciado Lerma, el
cual, procediendo en la residencia contra Abreu, le degolló. El
licenciado Lerma, de los de Tucumán, unos le alaban, otros le vituperan;
en cosa de justicia le tenian por buen juez; en otras, como desmandarse
con palabras muy afrentosas contra los vecinos en presencia dellos, era
demasiado. Este licenciado Lerma pobló á Salta, cosa muy importante para
la quietud de Calchaquí; ya desto tractamos, y por quejas que habian ido
contra él al Audiencia, yendo con socorro y de su hacienda á Salta para
los que allí estaban, le encontró al alguacil mayor de los Charcas, que
por órden del Audiencia le iba á prender y traer preso y que el gobierno
quedase en los alcaldes, lo prendió y trujo á la cibdad de La Plata; el
cual en seguimiento de su causa fué á España y miserabilísimamente y
paupérrimamente murió en la cárcel de Madrid, sin tener con qué se le
dijese una misa, y por amor de Dios pidieron á la puerta de la cárcel,
allí puesto su cuerpo, para enterrarlo, á lo cual acertando á pasar por
allí un religioso nuestro que de estos reinos habia ido á los negocios
desta provincia, llamado el Presentado fray Francisco de Vega, que le
conocia, preguntando quién era el difunto y diciéndole qu'el licenciado
Lerma, ayudó bastantemente para que le enterrasen. Todas estas
particularidades, parecerán menudas, he dicho para que se vean los fines
desdichados destos tres gobernadores, y que es verdad: matarás, y
matarte han, etc.

Al licenciado Lerma le subcedió Juan Ramirez de Velasco, caballero bien
intencionado, el cual pobló dos pueblos de españoles en las faldas de
la cordillera vertientes á Tucumán, el uno donde fué poblado los años
pasados la cibdad de Londres, y se despobló por no se poder sustentar, á
causa de ser los indios muchos y muy belicosos; el otro más adelante, á
la misma falda de la cordillera; es tierra fértil y que produce
abundancia de oro y plata; los indios agora no son tantos, por lo cual
han sido fáciles de reducir; hanse consumido en guerras civiles unos con
otros; el Inga los tuvo subjetos, y por la falda desta cordillera
llevaba su camino Real hasta Chile; servíanle y tributábanle oro en
cantidad, y de allí se lo traia acá al Perú; su capitan, con la gente de
guerra, estaba en un fuerte recogida, y no salia dél sino era cuando
algunos indios se le rebelaran; reducidos y castigados, volvíase á su
fuerte; este caballero es bien[47] intencionado, dócil y que fácilmente
recibe la razon y se convence; creo no le subcederá lo que á los
sobredichos. Tomóle la residencia don Fernando de Zárate, caballero de
hábito, vecino de La Plata y muy rico y de bonísimo entendimiento; no sé
hasta agora más dél.

  [47] Tachado: entendido.

En esta provincia hay algunos religiosos del Seráfico San Francisco, y
en todos los pueblos tienen, desde Salta á Córdoba, conventos pequeños
de uno ó dos religiosos; sólo en Santiago del Estero se sustentan
cinco ó seis muy escasamente.

Pasando yo por esta provincia (y esto me compelió ir por ella á Chile)
hallé seis ó siete religiosos nuestros, divididos en doctrinas; uno en
una desventurada casa en Santiago; más era cocina que convento; es
vergüenza tratar dello, y tenianle puesto por nombre Santo Domingo el
Real; viendo, pues, que no se podia guardar ni aun sombra de religion en
él, los saqué de aquella provincia; es cosa de lástima haya ningunos
religiosos en ella, porque un solo fraile en un convento, y en un
pueblo, ¿qué ha de hacer? un ánima sola, decimos, ni canta ni llora, y
más en tiempos tan miserables donde las cosas van tan de caida. De
Nuestra Señora de las Mercedes hay cual ó cuales religiosos, y esto de
la provincia de Tucumán.



CAPITULO LXVIII

DEL REINO DEL PARAGUAY


A la parte del Oriente de toda la provincia de Tucumán demora (hablando
como marineros) el Rio de la Plata; no sé la causa por qué le pusieron
esto nombre; en él no se ha hallado una puncta, ni de oro; acá
llamámosle el Paraguay; no le he visto, mas quien ha atravesado á todo
Tucumán puede decir lo que della ha oído á españoles que cada dia salen
á ella. Tiene algunas cibdades y grandes; la mayor y más principal se
llama la Asumption, cabeza de aquel reino, con mucha gente, los más allí
nacidos, mestizos y mestizas; los españoles meros son pocos. Abundante
de mucho mantenimiento, caña dulce, cosas de azúcar muchas y muy buenas;
vino bonísimo; fundada á la barranca del rio, que en muchos géneros y
muy buenos de pescados es fértil, donde todos los allí nacidos, así
varones como mujeres, desde niños se enseñan á nadar y nadan
galanamente, y no es falta que las mujeres lo sepan, porque Platon en su
_República_ queria que las mujeres supiesen pelear. La segunda cibdad el
rio abajo, segun dicen 150 leguas, se fundó en nuestros dias por el
capitan Juan de Garay, de nacion viscaino, hombre nobilísimo y muy
tenido de los indios, llamada Sancta Fe; conocílo y tractélo en la
cibdad de La Plata. El capitan Juan de Garay, viviendo en la Asumption,
donde era vecino, en cabildo pidió le diesen algunos mestizos, allá
llamados montañeses, y pocos españoles, que él queria aventurarse é irse
el rio abajo con ellos, llenos de Chiriguanas caribes (y todos lo son,
unos comen carne humana, otros no) á descubrir la tierra y ver si podia
dar con la comarca de Tucumán, para comenzar á tener comercio con ella y
con el Perú, y no estuviesen allí acorralados viviendo como bárbaros;
porque si Nuestro Señor le diese ventura de comunicarse con Tucumán, y
de allí con el Perú, entrarian unos y saldrian otros y les vernía quien
les predicase, porque habia muchos años no oian sermon; diéronle la
gente que pidió, y en barcos ó bergantines echóse el rio abajo; tuvo en
el camino, por ir siempre á la ribera, muchos recuentros con los indios,
que algunos dellos tienen esta calidad: cuando quieren que nadie entre
en su tierra, so pena de la vida, toman un calabazo grande, y pasado con
dos flechas ó tres y muy embijado, cuélganlo de un árbol; cuando no
quieren hacer mal á los que entran en su tierra cuelgan una garza
blanca, muerta, de un árbol. No es mal aviso para los comarcanos.

El capitan Juan de Garay, prosiguiendo su viaje, hallando buen sitio y
comarca desembarcó en tierra y pobló esta cibdad de Santa Fe; con los
indios no tuvo mucha dificultad en conquistarlos, y llanos, determinó
caminar al Occidente la tierra adentro, por donde los indios le guiaban,
diciendo haber españoles; siguiólos. A la sazon tambien de la cibdad de
Córdoba habia salido otro capitan con gente hácia el Oriente, en busca
del Rio de la Plata, que tambien los indios decian habia un rio
caudalosísimo por aquella parte, poblado de indios, el cual los nuestros
entendían no podia ser otro que el de la Plata, como lo era; fué Dios
servido que los unos y los otros se encontraron, recibieron y hablaron
amigablemente, y desde entonces se comunica el Rio de la Plata con
Tucumán y Tucumán con el Rio de la Plata. De Santa Fe á Córdoba no hay
más distancia de sesenta leguas, llanísimas, las treinta sin agua, si no
es en medio del camino un pozo muy hondo; empero de allí sacan agua para
las personas y los caballos y bueyes; el dia de hoy se frecuenta mucho
este camino, y traen de Santa Fe bonísimo vino, y de la Asumption,
porque como vienen el rio abajo llegan en breve á Santa Fe, y muchas
cosas de azúcar y conserva bonísimas, como se hacen en Valencia.

Estando yo en Córdoba llegó allí un mercader con tres ó cuatro carretas
cargadas de vino bonísimo y conservas, y le compré dos arrobas para mi
viaje de allí á Chile, á quince reales de á ocho el arroba, y pasó con
ello á Santiago del Estero, y estuvo determinado ir á Chile, donde las
conservas y azúcar vendiera muy bien. Salieron de la Asumption pocos
años ha, no son ocho, á poblar el rio llamado Bermejo, donde sin
dificultad los indios, que son muchos, se redujeron; son los más
ingeniosos que se han hallado en estas partes; tienen buenas casas, á
dos aguas; hacen arcos de madera de medio puncto, como si á compás los
sacasen; vi en Santiago del Estero una muchacha que, sin haber tomado
aguja en su vida en la mano, labraba como si desde que nació se hubiera
criado labrando.

El Rio de la Plata, antes de llegar á este rio Bermejo, en el camino
hace un salto que por debajo dél es el camino real, por donde pasan á
caballo y las carretas sin riesgo alguno; más arriba están poblados, y
de antiguo, dos pueblos de españoles que ha muchos años no tienen
sacerdote, fundados en tierra calidísima; los hombres allí andan y traen
las caras amarillas como los de Santa Marta en el reino de Tierra Firme.

Solíase caminar desde el Brasil al Rio de la Plata en el paraje de la
Asumption (digo venia el camino á salir frontero ó poco más arriba de
donde está poblada la Asumption), distancia de docientas leguas, por
tierra poblada y no mal camino; yo he visto hombres en la provincia de
la Plata que desde el Brasil, con otros, vino hasta Asumption; agora no
se camina; los indios han cerrado el camino por los malos tractamientos
de los nuestros.

Es la provincia del Rio de la Plata abundantísima de todo género de
mantenimientos, así de la tierra como nuestros, y para cañas de azúcar
fertilísima; antes que entrara allá un Andrés Martín, que conocí en la
cibdad de La Plata, no se aprovechaban ni hacian miel de las cañas, sino
del azúcar que reventaba como resina dellas; agora de todo se
aprovechan; si como es abundante y fértil de mantenimientos lo fuera de
oro ó plata, era la mejor provincia del mundo, pero Nuestro Señor no
puso el oro ni la plata sino en tierras inhabitables; el oro por la
mayor parte por el calor y la plata por el mucho frio, porque los
hombres se contentasen con poco; mas la soberbia humana y cobdicia, lo
inhabitable, como haya oro ó plata, lo hace habitable.

Es la tierra abundante del mal francés, y proveyóles Nuestro Señor del
palo que llaman sancto, en mucha cantidad; hay pocos médicos; púrganse
de las demás enfermedades con el agua de un pescado que en ella cuecen,
y el pescado sirve como gallina el dia de la purga, aunque tienen
abundancia dellas. Los indios son todos Chiriguanas, más tractables que
los de la provincia de los Charcas; no comen carne humana, pero hablan
la misma lengua; son así bien dispuestos y valientes; son grandes
holgazanes, como los demás, y la fertilidad de la tierra les[48] hace no
acudan á las cosas de la fe como les era necesario. Admirado desto,
diciéndomelo un padre de San Francisco que salió de aquella provincia á
Esteco, estando yo allí y visitándolo, me dijo no me admirase, porque en
apretando á los indios un poco á la doctrina, con sus mujeres y hijos se
van veinte leguas y más de la cibdad, y tan buena tierra hallan allí y
tan fértil como en la cibdad ó en sus pueblos, y como uno destos tenga
una víbora de cascabel que comer, tiene muy buena comida y cena, y no ha
menester más, las cuales fácilmente las cazan, y no las temen, que no
temerlas parece barbaridad. Castigaron los viejos conquistadores y
criaron en mucha policia á los montañeses y á los meros españoles, como
á ellos los criaron sus padres. Ningun muchacho habia de hablar, ni
cubrir cabeza, ni sentarse delante de los viejos, aunque tuviesen
barbas, ni los viejos al más estirado llamaban sino tú, cuando mucho un
vos muy largo. A los montañeses enseñaban primero á leer, escribir y
contar; luego les daban oficio, y á lo que más se inclinan es á
herreros, y son primísimos oficiales; son grandes arcabuceros, flecheros
y nadadores, recios hombres á caballo; andando en la guerra, luego
quitan las calzas y zapatos y desnudan los brazos; ya han perdido esta
policia, muertos los viejos, y son la gente más mentirosa del mundo, y
como un hombre no tracte verdad, no le pidan honra.

  [48] En el ms., _los_.

Esta provincia tiene muchos árboles de la tierra, fructales, más que
Tucumán, y mejor madera para las casas, y el temple, como el rio va
declinando más á la mar, se va subiendo á este nuestro polo, y así es
más fresco. Sancta Fe está en treinta grados y Buenos Aires en treinta y
siete, donde yela y nieva como la altura lo pide.



CAPITULO LXIX

DEL PUERTO Y PUEBLO DE BUENOS AIRES


El puerto de Buenos Aires, de pocos años á esta parte se ha tornado á
poblar, respecto de la contratacion que hay del Brasil con el Rio de la
Plata y Tucumán; dicen distar de la boca del rio treinta leguas, ó pocas
menos. No tiene servicio de indios, que si lo tuviera hobiera crecido
mucho, y por esta razon se despobló este pueblo de Buenos Aires lo mismo
que la fortaleza llamada de Gaboto. Tiene el rio por aquí más de tres
leguas de ancho, y la boca más de diez; cuando se despobló no pudieron
los españoles traer consigo particularmente los caballos y yeguas sin
que dejasen algunos.

Este ganado se ha multiplicado tanto en aquellos llanos que á los
chapetones les parece montañas de árboles, y así cuando caminan y no hay
un arbolillo tamaño como el dedo paraleno, viendo las manadas dicen:
¿Pues aquella no es montaña? vamos allá á cortar leña, y son las manadas
de los caballos y yeguas. Salen á caza dellos como á venados; están
gordos, que al primer apretón quedan estancados; á los que son potros
atan, doman y hácenlos caballos; he visto en Córdoba muy buenos caballos
destos. Pero con ser este paraje á su tiempo muy frio se crian muchas
víboras. Los venados en todo el Rio de la Plata son muy grandes y no de
menores aspas; las pieles curan y hacen dellas cueras que parecen de
ante, y algunos por de ante las venden. En el camino de Córdoba á Buenos
Aires, y desde Santa Fee por tierra, es necesario ir muy apercebidos de
armas y arcabuces, y en las dormidas velarse, porque salen algunas veces
indios cazadores de venados, y fácilmente se atreven contra los
nuestros; sus armas son arco y flecha, como los Chiriguanas, y demás
desto usan de unos cordeles, en el Perú llamados aillos, de tres
ramales, en el fin del ramal una bola de piedra horadada por medio, por
donde entra el cordel; estas arrojan al caballo que va corriendo, y le
atan de pies y manos con la vuelta que dan las bolas, y dan con el
caballo y caballero en tierra, sin poderse menear; destos aillos usan
para los venados; pónense en paradas, y como va el venado corriendo lo
ailla fácilmente.

De la otra parte del rio hay una provincia de indios llamados Charrucas,
no muy bárbara en algunas cosas; son hombres que guardan palabra y
quieren se le guarde. Traen continuamente guerra con otros indios
comarcanos Chiriguanas, aunque no caribes, y la guerra es sobre las
comidas. Los Chiriguanas no labran la tierra, sino cuando están maduras
las sementeras júntanse en cantidad, y con mujeres y hijos cogen lo que
no sembraron. Los Charrucas, de un navio que dió á la costa en la cual
habitan, cativaron á dos españoles, uno ya hombre y otro muchacho, que
con su padre venia, de edad de ocho años. Los demás todos perecieron en
la costa y se perdieron con los demás navios en que venia por marqués
Juan Ortíz de Zárate, de una tierra que prometió descubrir muy poblada
al rey Felipe Segundo, de inmortal memoria, el cual antes que cumpliese
lo prometido murió cerca de Buenos Aires en una isla llamada Santa
Caterina, por lo cual no cumplió lo prometido, ni cumpliera, por no
haber las poblaciones que imaginaba. El marqués Juan Ortíz de Zárate fué
vecino de la cibdad de La Plata, á quien conocí en el Perú cuando se iba
á España muy rico, á donde llegó en salvamento, y llegado á corte trató
hacer este descubrimiento, con que Su Majestad le hiciese gobernador del
Rio de la Plata y marqués de más de 30.000 indios que habia de
conquistar, y poblar tres ó cuatro cibdades á su costa. Empero, como fué
edificio sobre arena, ó por mejor decir, imaginacion, así paró todo. El
muchacho arriba dicho, ya hombre de 22 años, poco más, me dijo lo que
referiré, al cual hallé quince leguas de Santiago del Estero, cuando yo
iba á Córdoba, y le llevé comigo dándole de comer y caballo hasta
aquella cibdad. El pobre muchacho cautivo servia á su amo de traerle
leña, agua, trabajar en la chácara y en lo que le mandaba.

Desta suerte sirvió más de catorce años, ó pocos menos; certificóme que
hasta entonces sus amos convidándole con mujeres, y aun con sus hijas,
Nuestro Señor le habia hecho merced que con infiel no se habia ensuciado
ni con otra. Este, viendo el daño que los Chiriguanas (nombraba la
nacion, que no me acuerdo, por eso los nombro Chiriguanas) hacian, un
dia que todos los más de los Charrucas estaban muy tristes porque los
otros indios les habian llevado las comidas, _dijo_ que si le daban
licencia él vendria á Buenos Aires y pediria favor á los españoles, los
cuales lo darian luego, y con ellos se podian vengar y destruir á sus
enemigos; sobre esto hubo entre los Charrucas muchos dares y tomares, y
los más eran de parecer no le diesen licencia; finalmente se la dieron y
él les dió su palabra de volver á su amo pasado el invierno, porque
estaba desnudo y habia de buscar con qué vestirse. Salió á Buenos Aires;
trató con el capitan y cabildo á lo que venia; prometiéronle al tiempo
favor, y con esto despachó á dos indios que con él vinieron, tornando á
dar su palabra que con los españoles ó sin ellos, teniendo salud, no
dejaría de volver. En Buenos Aires no halló cómo vestirse; venia á
Santiago del Estero á buscar limosna para su vestido, y encontrándole yo
le persuadí se volviese conmigo, pues sabia el camino, que yo le
ayudaría de mi pobreza y le haria la costa; hízolo así, y vino conmigo
hasta Córdoba, y es cierto que le persuadia yo, si no habia jurado
(decia que no) que se quedase por acá, y siempre me dijo no dejaría de
volver, ó con los españoles, ó sin ellos, porque entre aquellos indios
es gran falta faltar la palabra, y más porque á los de Buenos Aires les
convenia tener amistad con los Charrucas, y desde Córdoba en la primera
ocasion se volvió; lo que ha subcedido no lo sé, y preguntándole de
cosas particulares de aquellos indios, me decia que los viejos de cuando
en cuando junctaban los mozos y les avisaban no hiciesen agravio ni mal
á nadie, no fuesen holgazanes _y_ viviesen de su trabajo. Es entre estos
indios gran maldad el adulterio; empero conciértanse con el marido, y
fácilmente da licencia á su mujer que vaya á servir por tantos dias al
que se la pide; esta es mucha ceguera, y no nos habemos de espantar que
hombres sin lumbre de fe no tengan el adulterio, con esta condicion,
por[49] pecado, ni infamia.

  [49] Tachado: _que_.



CAPITULO LXX

DE LA PROVINCIA DE CUYO, EN TÉRMINOS DE CHILE


De la cibdad de Córdoba al primer pueblo de españoles del reino de
Chile, desta parte acá de la cordillera, llamado Mendoza, hay cien
leguas tiradas, todas despobladas y llanas, camino carretero, en el cual
hay algunos rios, al tiempo de las aguas, grandes. Al rio de Córdoba
llaman el Primero; al que sigue, Segundo; al otro, Tercero; al otro,
Cuarto, y al último, Quinto; Tercero, Cuarto y Quinto son de bonísimas
aguas. El Tercero y Cuarto, poblados de indios apartados del camino
real, llamados Comechingones, bien dispuestos y valientes, subjetos á la
cibdad de Córdoba; sirven cuando quieren; cuando no, izquierdean. En los
términos desta cibdad, á lo menos. Cuando yo pasé por ella, no habia más
sacerdotes que un cura clérigo, y un fraile de San Francisco en su
conventillo, gran conjurador de nublados; los indios subjectos no sabian
qué cosa era Ave Maria, ni Pater noster.

En el rio Quinto hay indios de guerra que no se han reducido; aquí hallé
tomillo salcero, y solo este de todos estos rios entra en el Rio de la
Plata; los demás se empantanan y hacen unas lagunas grandes donde se
cria mucho pescado y aves de diferentes géneros en gran abundancia; los
llanos abundantísimos de pastos, que si como desto son fértiles lo
fueran de aguas y rios, creo fuera la más fértil tierra del mundo.
Críanse en ellos todas las sabandijas que habemos dicho arriba, con
muchos venados, vicuñas y guanacos, perdices y otros pájaros y
avestruces. Vimos una cosa que nos admiró: llegamos á un arroyo á
sestear, donde pensamos no hallar agua; acaso habia llovido y
hallámosla; llevaron los bueyes á beber, que eran mas de sesenta, porque
lleuamos doce carretas; entre los bueyes, saliéndose de beber, metióse
una cierva que habia llegado á beber, pero bebio tanto, que á manos la
tomaron los indios; cuando la vimos con tanta barriga, pensamos estaba
preñada y por eso no habia escapádose corriendo; ábrenla, y toda era
agua; admirados, preguntamos á los indios de qué procedia aquello;
respondiéronnos que al tiempo del verano los venados beben de una vez
para ocho y diez dias, por la falta de las aguas, y así aquella cierva
habia bebido tanto. Hay en este camino algunos indios de guerra, pocos,
en la Rinconada, términos de Córdoba, y en la puncta de los Venados,
términos de Chile; empero pocas veces salen á hacer daño, porque luego
son castigados por los nuestros, como se hizo poco antes que por esta
Rinconada pasásemos. Nosotros uno ningun indio vimos, y si como dicen se
ha poblado la puncta de los Venados, no hay que temer, ni antes lo
habia, como no les hiciesen daño. En este camino hay despoblados sin
agua de á quince leguas y más, de la puncta de los Venados adelante, y
casi uno tras otro, y si ha llovido no hay falta de agua; por el camino
hay unas hoyas hechas á mano por los indios que allí habitaban, donde se
recoge el agua; hallámoslas llenas, y el agua muy sabrosa y fria, con
ser más de mediado diciembre, donde los calores son crecidos. Salimos de
Córdoba á primeros de diciembre, y llegamos con nuestras carretas á
Mendoza, dos dias antes de Navidad, antes de la cual corre el rio de
aquella cibdad, que en este tiempo es muy grande y extendido; augméntase
de las aguas que corren derretidas de la sierra Nevada, y ensánchase
tanto, que debe tener más de tres cuartos de legua de ancho, en brazos;
pasámosle por 37, unos con más agua que otros, y de piedra menuda; si en
un brazo se juntara, era imposible vadearle; yo hobiera de correr un
poco de riesgo en un brazo, que acertó á ser el mayor; iba delante;
echéme al agua; el caballo era bueno, que desde la cibdad de Los Reyes
casi caminé en él; tenia buen camino; sacóme en paz, pero no era tanta
el agua que nadase; los que venian en pos de mí bajaron más abajo y
pasaron más fácilmente, y las carretas sin mojarse cosa de las que en
ellas venian. Pasado el rio, á medio cuarto de legua está la cibdad de
Mendoza.



CAPITULO LXXI

DE LA CIBDAD DE MENDOZA


Fundó esta cibdad el general Juan Jofre, vecino de la cibdad de Santiago
de Chile, por órden de don García de Mendoza, que es agora Marqués de
Cañete y fué Visorrey destos reinos, de quien habemos tractado, en una
provincia llamada Cuyo; no se pasó mucho trabajo, ni hobo batallas con
los indios para reducirlos, porque ellos mismos vinieron á Santiago de
Chile á pedir á don García de Mendoza les enviase españoles y sacerdotes
porque querian ser cristianos; fué el general Juan Jofre con soldados
que habian quedado sin suerte despues de llano Arauco, y pobló esta
cibdad, á quien llamó Mendoza por respecto del gobernador; otro pobló
veinte leguas más adelante, al Norte, llamado San Joan de la Frontera,
en el mismo paraje que Mendoza, á las vertientes destas sierras nevadas;
la cibdad es fresquísima, donde se dan todas las fructas nuestras,
árboles y viñas, y sacan muy buen vino que llevan á Tucumán ó de allá se
lo vienen á comprar; es abundante de todo género de mantenimiento y
carnes de las nuestras; sola una falta tiene, que es leña para la
maderacion de las casas; los indios comunmente se llaman Guarpes, mal
proporcionados, desvaidos; las indias tienen mejor proporcion; es la
gente que más en breve deprende nuestra lengua y la habla de cuantas hay
en el mundo; las indias que se crian entre nosotros hilan el lino tan
delgado como el muy delgado de Vizcaya; los indios grandes ladrones y no
menos borrachos; á nuestra costa nunca se ven hartos; á la suya comen
poco, como los demás del Perú; de sus juegos, grandes tahures; en sus
tierras andan medio desnudos, y cuando les dan de vestir por su trabajo,
luego lo juegan unos con otros; cuando están junctos se alaban de lo que
han hurtado á los españoles; así son los deste Perú, que se alaban de
que nos han mentido y engañado y hurtado lo que pueden, y lo cuentan
como por gran hazaña. Es abundante toda la provincia de víboras y demás
animales ponzoñosos, y de las hitas, importunísimas, grandes y pequeñas;
las mismas calidades tiene San Joan de la Frontera. De ambos estos dos
pueblos, de cada uno por su camino, salen indios todos los años para ir
á trabajar á Chile; los de San Joan á Coquimbo y los de Mendoza á
Santiago, del cual trabajo pagan á sus amos parte del tributo, y á ellos
se les da el cuarto; en su tierra no tienen de qué tributar. Es gente
poca, subjecta á sus curacas, y bárbara; túvolos el Inga subjectos, y
algunos hablan la lengua del Perú, general, como en Tucumán, si no es en
Córdoba, donde no alcanzó el gobierno del Inga.



CAPITULO LXXII

DEL CAMINO DE MENDOZA Á SANTIAGO DE CHILE


Desde estos dos pueblos (como habemos dicho) se camina para el reino de
Chile, de cada cibdad por su camino, por donde se pasa la cordillera
Nevada, que es la misma que llamamos en el Perú Pariacaca, y si no se
aguarda á tiempo que las nieves sean derretidas, es imposible, so pena
de quedarse helados. Comiénzase á pasar casi á mediado Noviembre, y
dende en adelante hasta fin de Marzo, y pocos dias de Abril, porque
luego se cierra con las nieves; yo la pasé á fin de Diciembre sin alguna
nieve; tomase el camino desde Mendoza á Santiago, que son cincuenta
leguas, y ándase en ocho dias por sus jornadas, todas despobladas, si no
es la última; pasadas dos jornadas, que estamos ya á las vertientes de
las faldas de la cordillera, encontramos á mano derecha el camino Real
del Inga; dejelo á mano derecha antes de llegar á Salta siete ó ocho
jornadas, y á la misma mano le hallé, el cual vamos siguiendo casi hasta
Santiago de Chile; el camino no es malo, ni tiene despeñadero, ni es de
mucha piedra; en las dormidas no faltan pastos para los caballos, ni
leña; en hallando el camino del Inga vamos subiendo un valle arriba
hasta nos poner al pie de la cordillera que habemos de doblar, antes de
la cual, pocas leguas, no creo son cuatro, hay una fuente famosa que
terná[50] de largo más de treinta pasos, toda de yeso, por debajo de la
cual pasa el nacimiento del rio de Mendoza.

  [50] En el ms., _toma_.

Esta fuente Nuestro Señor allí la puso; será de ancho más de tres varas;
fuí á verla de propósito, porque está del camino Real un tiro de arcabuz
apartada, y como el rio no llevaba agua, no pasamos por ella. Puestos
al pie de la cordillera, donde se hace noche al reparo de unos peñascos
grandes, saliendo dellos, luego casi se comienza á subir la cordillera,
que no tiene una legua de subida, no agria, antes arenosa y fofa, por
las nieves que tienen quemada la tierra, las cuales derretidas y seca la
tierra queda casi como arena muerta. Lo alto de la cordillera que
encumbramos no tiene medio cuarto de legua de llano, por lo cual en
llegando arriba y comenzando á abajar, todo es uno. Por muchas partes en
este reino he atravesado esta cordillera, pero por ninguna es tan buena
en tiempo de verano; en ivierno ya he dicho, por las nieves, no se
camina. El bajar no es dificultoso ni malo, más de que es más larga la
bajada que la subida; por este camino que voy siguiendo, de cuando en
cuando, á trechos, damos en unas mesas llanas, como descansaderos, y
como bajamos se va moderando el tiempo hasta llegar á la dormida, siete
leguas buenas, que llaman El Camarico, pero no hallaréis de comer si no
lo llevais.

De unos ojos de agua que están á dos leguas ó tres encumbrada la
cordillera, nace el rio del valle de Quillota, por la ribera del cual
vamos prosiguiendo nuestro camino, pasándolo por poca agua, despues
destos ojos de agua, el cual desde su nacimiento corre por muchos
peñascos, y como va bajando se va haciendo mayor y augmentando con otros
arroyos que se le llegan, de suerte que al Camarico no se puede vadear,
no tanto por el agua que en este tiempo lleva, cuanto por las piedra
grandes; vadéanle los caballos descargados, y con riesgo de se quebrar
las piernas; este rio ya grande á cuatro leguas más abajo, ó poco
menos, del Camarico, s'ensangosta mucho entre dos cerros, que no debe
ser la angostura de cuatro varas en ancho, por donde todo él pasa
acanalado. En esta angostura hizo el Inga una puente que hoy vive con
este nombre, la Puente del Inga, pero para pasar por ella es necesario
ir el hombre confesado; para bajar ha de ser por una peña tajada, y para
subir lo mismo, tan tajada que se pasa desta manera: á pie con
alpargates, porque no se deslice el pasajero, atadas á la cintura unas
sogas, una adelante, otra atrás; la trasera tienen los que quedan atrás,
y vánla largando poco á poco, porque el que pasa no resbale y dé consigo
en el cárcabo del rio, y en pasando arrojan la soga delantera á los que
están de la otra parte; estos indios pasan más liberalmente que
nosotros, sin estas sogas, porque parecen tienen diamantes en las
plantas de los pies; y así le aizan arriba, de suerte que el pasajero
lleva dos sogas atadas á la cintura: una delante para subir, otra detrás
para descendir, y por aquí pasan y han pasado mujeres y ninguna se ha
despeñado; yo no pasé por esta puente, sino por otra de madera que se
habia hecho poco más arriba, mas dende á breve tiempo la mandó el
Gobernador quemar, porque no se le huyesen los soldados á la provincia
de Cuyo, permaneciendo aquella puente. Ya pasada esta cordillera, no hay
animal ponzoñoso en todo lo descubierto de Chile, y es tan limpia tierra
cuanto de las vertientes á Tucumán es sucia. Desde esta puente á
Santiago se camina en tres dias, ya por tierra apacible y fértil.



CAPITULO LXXIII

PROSIGUE EL CAMINO DE COPIAPÓ Á COQUIMBO


Esto en breve he dicho, cuanto ha sido posible. Habemos de volver al
otro camino de Chile que corre por la costa, hasta llegar á la misma
cibdad de Santiago. Dijimos que Morro Moreno era como término del Perú y
Chile, dividiendo los linderos, desde donde vientan Nortes, y mientras
más arriba más recios. El primer pueblo de la juridicion de Chile es uno
de indios, en el valle llamado Copiapó, y el pueblo así se llama, donde
los que vienen cansados del largo despoblado de Atacama descansan y se
rehacen; es valle angosto y pequeño; el rio, fértil de mantenimientos, y
se dan en él cañas dulces de donde el amo saca buena miel. Nunca tuvo
muchos indios; agora tiene menos; fueron bellicosos y lo son, por ser
casi parientes de los de Calchaquí, mas como se han apocado, tambien sus
fuerzas; los pocos, poco pueden. De aquí á Coquimbo ponen sesenta leguas
á arbitrio de buen varon, todas despobladas, si no es un valle llamado
el Guasco, diez leguas de Coquimbo, de pocos indios. El valle, fértil y
para viñas bueno, cuyo vino es muy bueno; todo el camino hasta este
valle es falto de agua; hay en las dormidas jagüeyes de agua salobre,
pero á falta, bebedera. Del Guasco en dia y medio se ponen en Coquimbo
los que van de espacio.



CAPITULO LXXIV

DE LA CIBDAD DE COQUIMBO


La cibdad de Coquimbo es la primera del reino de Chile, puerto de mar
capacísimo; el surgidero á dos leguas del pueblo, y seguro; carece de
agua y de leña, todo se lleva en carretas. Fundóse sobre una barranca,
no media legua de la playa, donde la mar es de tumbo; es el mejor temple
que creo hay en el mundo, porque ni hace frio ni calor, en ningun
tiempo, que sea penoso; cuando el ivierno llueve tres veces, es milagro.
El rio, de bonísima agua, que riega la campiña, dende se dan todas las
fructas nuestras, viñas y aceitunas, en unas partes mejores que en
otras; no son tan gruesas como las de los llanos del Perú, pero muy
buenas, mayores que la manzanilla grande de España; si en esta tierra
lloviera, abundara en ser riquísima de oro, porque diré lo que allí me
afirmaron, y no es fábula; en los vientres de las lagartijas se halla
oro, y descubrióse desta manera: un indio de aquel pueblo pagaba muy
descansadamente su tributo, seis pesos en oro cada año, sin ir á las
minas, ni trabajar sino en su chacarilla y casa; apretáronle de dónde
sacaba su tributo; dijo que de las lagartijas del campo, y es así que
llegando el tiempo de pagarlo, se iba á caza de lagartijas al campo, no
lejos de la cibdad, y abriéndolas sacaba cuatro ó cinco tomines de oro
(y si no me engaño) estando en aquella cibdad me enseñaron el indio, y
no es milagro, porque el oro no se criaba en las barrigas de las
lagartijas, sino, como de tierra se mantengan, á vuelta della comen
algunos granillos de oro. Las minas que á poco más de quince leguas
desta cibdad se labran, de oro, desde el tiempo del Inga, por una perdiz
se descubrieron; y esta es tradicion: llegando el capitan general del
Inga que iba conquistando, cerca destas minas, que se llaman Andacollo,
y asentando su real, trujéronle unas perdices, que son muy buenas, en
cuyos papos hallaron unos granillos de oro (los indios de Chile no
conocian oro ni plata); trujéronselo al capitan general; preguntó donde
habian muerto aquellas perdices; respondiéronle: en aquel asiento; mandó
lavar y lavar; sacó mucha cantidad, y perseveró en esta riqueza muchos
años, aun en tiempo de los españoles, y hoy persevera no en tanta
cantidad; es muy fino, porque sube de la ley; este asiento sólo se labra
en los términos desta cibdad un poco adentro de la cordillera, donde
hace muy buen frio, y labran en él todos los años nueve meses pasados de
ducientos y cincuenta indios, y cada año se sacan 75.000 y 80.000 pesos,
sin lo que los indios aplican para sí; y en tres meses que dejan holgar
aquella tierra, se torna á criar y producir otro tanto oro, lo cual á
los que no lo han visto les parecerá fábula, y es verdad lo que habemos
dicho.

Esta cibdad es abundante de pescado muy bueno; péscanse algunos atunes;
no andan en cuadrillas como en España, sino de uno en uno; sale el indio
pescador en busca dél, dos y más leguas á la mar con su balsilla de
cuero de lobos; lleva su arpon, físgale, dale soga hasta que se
desangra; desangrado le saca á la costa; vienen desde Arica á este
puerto, que son más de 250 leguas costa á costa, barcos á hacer sus
pesquerías de tollos, que son muy buenos y en cantidad; lizas y
corvinas. He visto en este puerto cuatro barcos de pescadores venidos de
Arica, poco menores que bergantines. Por cima del pueblo pasa una
acequia grande de agua para todas las casas de la cibdad, y para regar
las haciendas que están cerca dellas; las casas tienen sus huertas
dentro, con naranjos, limos, membrillos, etc. Los vecinos viejos ya se
han acabado y los hijos son como los del Perú; los vecinos desta cibdad
son afables y bien partidos; no tienen las condiciones que los de
puerto. Es pueblo de mucha recreacion, por la caza de perdices, y de
pesca en unas lagunas juncto á la mar, do se crian lizas y otros peces,
y patos de agua; los indios pescan graciosamente; unos con volantines
arrojadizos, en los[51] cuales empalman los anzuelos grandes, y en ellos
el cebo, que sacan de las conchas, atado con un hilo; arrójanlo cuanto
pueden en la mar, ellos en el rebalaje de las olas á la rodilla, el
volantin atado á la muñeca, y no parece si no que ven el pece que pica,
y con la mano derecha dan un golpe en el volantin, y luego halan; pescan
desta suerte lizas grandes, corvinas, y tollos, y lenguados. Ví una vez
á un indio así pescar, y el pece que picó debia ser grande, porque se
llevaba al indio al tumbo de la ola; quiso Dios se rompiese el volantin;
si no, corria riesgo de ahogarse; no tenia con qué cortar el volantin.
Otros entran casi hasta la ola donde quiebra, con sus fisgas de tres
harpones, y en el tumbo de las olas vemos las lizas y demás peces;
arrojan la fisga, y es cosa de ver qué ciertos son á dar en el pece;
luego halan á fuera y sacan su pescado. Aquí se descubrieron minas de
cobre de lo bueno del mundo, lo cual se trae á Los Reyes, y dello se ha
labrado el artilleria para la defensa del puerto, para armar las galeras
y demás navios de armada.

  [51] En el ms., _las_.

De esta cibdad para Sanctiago hay dos caminos: uno por la sierra, que se
sigue en tiempo de aguas; otro casi por la costa de la mar; ponen 65
leguas de camino; en esta distancia hay tres valles muy buenos y
fértiles; el primero se llama Limari, el rio no pequeño, buen agua,
buenas viñas y mejor vino. El segundo se llama Choapa, más ancho el rio,
mayor y más fértil, en el cual hasta agora no han plantado viñas; aquí
hay un poblezuelo de indios, de los que allá quedaron del ejército del
Inga; es abundante de pescado. El nacimiento deste rio es de oro, y en
tiempo que se derriten las nieves es muy grande; más adelante es el
valle de Quillota con otro rio no de tan buenas aguas; es el que dijimos
pasarse por la puente del Inga, mayor, y que no todas veces se deja
vadear; aquí se da mucho maíz, trigo y demás mantenimientos, y el cáñamo
muy crecido, donde hay otro poblezuelo de indios; debe distar de
Santiago 22 leguas, las más llanas, que al ivierno son trabajosas de
caminar, porque se empantanan y parece el campo una mar; empero, como la
tierra es recia, no hay mucha ciénaga; si no son en estos tres valles,
no hay casas donde hacer noche; hácese debajo de arrayanes más crecidos
que los de España, porque dellos se sacan vigas para enmaderar.

A su tiempo hay muy buenos pastos para los caballos, y en estos campos
se criaba abundancia de ganado vacuno, y era tanto la primera vez que
por allí pasé, agora veinticuatro años, que se nos venian los toros á
las dormidas, todo hecho cimarron; no se conocia cuyo era en los
términos de Coquimbo, que corren hasta el valle de Choapa; agora no hay
ninguno, porque los vecinos de Coquimbo lo han consumido matando con
dejarretaderas; cual más podia, más mataba, sacaban el sebo y hacian
cecinas, todo lo cual embarcaban para Los Reyes; en lugar deste ganado
se crian al presente abundancia de perros cimarrones. Cerca del valle de
Choapa, gobernando don García de Mendoza á Chile, se descubrieron en
este camino real las minas de oro que llamaron del Spíritu Sancto,
riquísimas, de donde los vecinos de Santiago y Coquimbo sacaron millares
de pesos; acabáronse temprano y los vecinos no sé qué hicieron de tanto
oro; si sé; gastaron sin discrecion y vinieron á quedar pobres, y sus
hijos mucho más.



CAPITULO LXXV

DE LA CIBDAD DE SANCTIAGO


La cibdad de Sanctiago, cabeza de obispado, y al presente del reino de
Chile, se fundó por el gobernador don Pedro de Valdivia en demasiado
llano, en un sitio nombrado de los indios Mapocho, á la ribera de un
rio, al ivierno grande y peligroso para la cibdad; al verano, que es al
revés de España, se pasa de piedra en piedra; ni tiene barranca, ni
madre, por lo cual se ensancha, y siempre para la cibdad, la cual si no
repara se la ha de llevar, como ya estuvo á pique dello. Es
abundantísima de todo género de mantenimientos, de vino y fructas de las
nuestras, bonísimas, almendras y aceitunas, si estos dos árboles, y
ninguno otro de los nuestros no tuvieran contrario, porque el almendro
comienza á florecer en medio del ivierno por Julio, al principio cae un
yelecillo, arrebátale la flor; y el aceituno, al tiempo que está en flor
suele venir una niebla que se la abrasa; todos los otros árboles
nuestros no padecen[52] detrimentos, ni los naranjos ni limos, que se
dan dentro y fuera de la cibdad. Tambien suelen venir algunos yelos
sobre las viñas, á las cuales cuando están en cierne no le son buenos
amigos.

  [52] En el ms., _parecen_.

Dista esta cibdad de la cordillera tres leguas, y con todo eso el calor
á su tiempo de dia y de noche es crecido, y el frio en el suyo; á este
tiempo suelen venir algunas borrascas de nieve tan buenas como en
Salamanca, con tanto Norte, que arrancan los árboles de cuajo, y á los
que no, con la mucha nieve que cae sobre ellos los desgaja; es pueblo
lluvioso desde mediado abril, que comienzan las aguas cuotidianamente,
hasta agosto; unos años son más, otros menos, como en todos los reinos,
que es cuando comienzan los nortes, los cuales en este reino son
recísimos, y mientras más arriba, más vehementes, y al principio son
poco menos que pestilencia; traen mucho catarro y dolor de costado
consigo, y asimismo en todo el Perú, como actualmente lo expirimentamos
en este valle de Jauja, donde escribimos esto; tres meses no ha dejado
de correr y nos ha traido el sarampion á los niños, y viejos, é mozos, y
á las viejas bastante catarro, con el cual se ha llevado no pocas. Los
vecinos y moradores todos tienen sus viñas, cual mayor, cual menor, y
tierras de pan, donde cogen trigo, maíz, garbanzos, lentejas, melones y
las demás legumbres, de suerte que no hay plaza donde se venda cosa
alguna, ni pulperia; las camuesas y manzanas que se dan, parece no
creible; con ellas se engordan los cebones[53]. El que no las tiene, con
enviar una carreta á casa de su vecino se la daran de valde, y así se
hace. Un buen hombre portugués, un poco fuera de la cibdad, aunque agora
ya están dentro, plantó cuatro cuadras, unas frontero de otras, todas de
camuesos y manzanas, que al tiempo de la fructa entrar en ellas es
entrar en una casa de olores, y no le sirven más que de perderse, y
darlas á carretadas. La comarca desde las tejas de la cibdad es
abundantísima de todo género de ganado: en los campos, hatos de yeguas
cimarronas, de donde cada año sacan no pocos _caballos_ para la guerra;
algunos salen bonísimos; fuera desto hay crias de caballos; los mejores
son de Alonso de Córdoba, que tambien la tiene de mulas que envia á
Potosí, y aprueban muy escogidamente; allá no se usan, porque la tierra
es cenegosa, particularmente de la cibdad de Chillán adelante.

  [53] En el ms., _cevonones_.

Todo este reino es faltísimo de sal, desde Coquimbo á Osorno y Chilué;
llevase en navios de acá del Perú y es una de las mejores mercaderias;
vale en Santiago de Chile una hanega de sal, doce pesos de oro de veinte
quilates, que es el de contracto. Aunque proveyó Dios en el distrito
desta cibdad, doce leguas della, una laguna que es comun, donde debajo
del agua (no es fábula) se cria la sal, y en el verano á tal tiempo se
desacota, á donde van los indios, y vecinos envian sus carretas y traen
la que pueden; andan los indios que la sacan, en el agua hasta la
rodilla y con las manos sacan la sal, que en unas seras de paja echan;
es negra, empero para guisar de comer y salar cecinas es bastante. Si el
año ha sido lluvioso[54] hay poca sal; si un poco seco, hay mucha;
empero la sal del Perú siempre tiene su precio. Cae tambien al verano á
la redonda de Santiago el rocio sobre ciertas yerbas, el cual cuajándose
en ellas se vuelve sal, como el rocio sobre los sauces se vuelve maná;
esta es muy poca; los indios cogen estas yerbas en unas mantas,
sacúdenlas y la sal despídese dellas; es como cosa de fructa. Truena
poco y llueve muy suavemente, tres y cuatro dias sin cesar; miramos á la
parte del Sur si comienza á aclarar un poco, y si aclara, la serenidad
es cierta; es muy lodosa, por ser fundada en tanto llano, y porque el
servicio es de carretas, y por el consiguiente, en el verano es de
mucho polvo. Sustenta cinco conventos: el nuestro con casi treinta
frailes y estudio; el de San Francisco, con otros tantos; la Merced,
seis ó siete; los que tienen San Augustin y los padres de la Compañia no
lo sé, porque se fundaron despues que yo salí de aquel reino. Sustenta
tambien otro monasterio de monjas subjetas al Ordinario; la Orden que
profesan _son de_ las de la Encarnacion de Los Reyes; debe tener
veinticinco monjas de velo. La gente de la cibdad es muy afable y bien
partida, y la que sustenta y ha sustentado de cuarenta años á esta parte
la guerra contra Arauco, que si no, ya se hobieran despoblado algunas
cibdades de las de arriba, en particular la Conception. Los campos son
abundantes de madera y muy buena, roble y otra que llaman Canela, porque
huele un poco á ella y los polvos hacen estornudar bastantemente;
acipreses en la cordillera muy gruesos, muy altos, y olorosísimos; yo
fuí á cortar unos pocos para nuestro convento, doce leguas del pueblo, y
corté aciprés y acipreses, que cuatro indios hacheros cortando uno solo,
no se vian el uno al otro; traense ajorro; de aquí se proveen los
mantenimientos y pertrechos para la guerra. Sobre esta pobre cibdad
cargan las derramas á nunca pagar, sin perdonar á viuda ni huérfana. Es
de cuando en cuando molestada de temblores vehementes, y es cosa no
creible; las casas cuyos cimientos son sobre la tierra no padecen
detrimento con ellos; las que los tienen fondos, éstas corren riesgo y
se abren; los temblores no son de vaiven como los deste reino, sino como
saltando para arriba, y son más peligrosos. Conócese fácilmente cuando
ha de venir el temblor: si á la puesta del sol á dos horas antes, á la
parte de la mar hay una barda (así la llaman los marineros) de nubes,
que corre Norte Sur, es cierto aquella noche ó otro dia el temblor. Uno
vi en esta cibdad; más miedo me puso que los que he visto en este reino.

  [54] En el ms., _llovioso_.



CAPITULO LXXVI

DE LAS DEMÁS CIBDADES DE CHILE


De la cibdad de Santiago, de quien acabamos de decir, á la cibdad de la
Concepcion, ponen setenta leguas de las buenas; todo el camino es fértil
para ganados de toda suerte, para trigo y maíz y demás legumbres, y
viñas, en el cual camino encontramos con algunos rios malos de vadear, y
vienen crecidos al verano con mucha agua que se derrite de las nieves de
la cordillera, como son Maipo, Cachapoal, Maule, Ñúble, el rio de Itata;
los cuales al ivierno llevan poca agua y los arroyos cuyos nacimientos
no es de las sierras nevadas, traen mucha agua. Esta cibdad de la
Concepcion es puerto de mar, con abundancia de pescado, y seguro, si no
es cuando reina Norte en el ivierno, y muchas veces en el verano, porque
ningun mes hay en todo este tiempo que no viente poco ó mucho, y siempre
trae agua, la cual azota las paredes[55] de las casas, y es necesario,
por ser de adobes ó tapias, aforrarlas con alguna cosa que del agua las
defienda. Su asiento es sobre una ciénega junto á un arroyo pequeño.
Poblóse aquí, porque la guerra no ha dado lugar á otra cosa, y los
vecinos tuviesen agua seguramente; en tiempo de paz, antes de la muerte
del gobernador don Pedro de Valdivia, fué muy abundante de naturales,
los cuales se han consumido con la guerra de más de 54 años á esta
parte, y con matarse los unos á los otros como fácilmente lo hacen, así
en las borracheras como con ponzoña, sin que se les castigue nada.
Repartimientos de seiscientos indios tributarios y más no tienen hoy
veinte indios, y así al respecto. Es abundante de todas comidas el
suelo, y de oro, si hay quien labre la tierra y lo saque; junto al
pueblo están las viñas, y se hace vino, aunque no tan bueno como el de
Sanctiago, porque la uva no madura á ponerse dulce. Los edificios son
pobres respecto de la guerra continua, y bajos respecto de la vehemencia
de los vientos. El ivierno es asperísimo, con Nortes y lluvias; el
verano es templado. Agora cuarenta años se retiró la mar, y despues
salió con tanta furia y bramidos que casi anegó todo el pueblo, y luego
sucedieron terremotos muy frecuentes, que echaron la mayor parte del
pueblo por el suelo, y el año pasado de 604 subcedió á las cinco de la
tarde otra inundacion de la mar, con tanta vehemencia y bramidos, que
anegó la mayor parte del pueblo, y en el convento de señor Sanct
Francisco, donde yo residia y vivo, derribó la cerca, que es de piedra,
por tres ó cuatro partes, y se llevaba las piedras grandes, como si
fueran paja; anegó todo el convento, y cuando se retiró dejó algunas
lizas y otros peces en el claustro, y me compelió á mí y á otros salir
por las paredes; y el fuerte, qu'es de tapias, arruinó, llevándoselas y
dando con ellas más de veinte pasos adelante. Si esta inundacion fuera
de noche pereciera mucha gente, y si algun temblor viniera se arruinara
todo el pueblo; fué Nuestro Señor servido que la inundacion fuese de dia
y no subcediese temblor alguno.

  [55] En el ms., _paderes_.



CAPITULO LXXVII

DE ALGUNOS OTROS PUEBLOS DESTE REINO


De la Concepcion, llegándonos á la cordillera Nevada, dista la cibdad de
San Bartolomé de Gamboa doce leguas, cuatro de la cordillera; poblóla el
gobernador Martin Ruiz de Gamboa en buen sitio, llano; la comarca de muy
buen suelo, fértil de todo género de comidas y viñas, junto á un rio que
cria muy buenas truchas y otros peces de buen gusto. Aquí no alcanzan
tanto los temblores. Casi toda la madera de las casas es de aciprés muy
oloroso, que se cria en mucha cantidad en la cordillera, en la cual, en
valles que hay en ella, estaban poblados indios que llamamos Puelches,
bien dispuestos, belicosos, los cuales, así por nuestra parte,
defendiéndonos dellos, como por las guerras civiles que entre sí han
traido, se han acabado casi todos.

_Ongol._--Dista deste pueblo la cibdad de Ongol, por otro nombre llamada
de los Infantes, poblada por don García de Mendoza, marqués de Cañete,
siendo gobernador deste reino, de muy buena gente, es un llano cuyo
suelo tiene las propiedades de San Bartolomé y de la Concepcion; hace
ventaja en las viñas, porque el vino de aquí es muy bueno; tenia
abundancia de indios comarcanos y belicosos, los cuales despues de la
muerte del gobernador Martin García de Loyola se rebelaron y compelieron
á despoblar el pueblo, el cual despobló el gobernador don Francisco de
Quiñones; si fué acertado ó no, otros lo dirán.

Agora Alonso García Ramon lo pretende poblar y envia gente para ello,
porque conviene así para que los pocos indios rebelados se reduzcan al
servicio de Su Majestad. No se puebla donde estaba antes, aunque cerca
de allí, sino más llegado al rio llamado Biobio, por impedir el pasaje á
los indios de Puren y á otros.

De aquí á la cibdad Imperial ponen diez y ocho leguas, en medio de las
cuales está la quebrada Honda que llaman, donde cotidianamente se
hallaban indios de guerra emboscados para hacer suerte en los nuestros
que caminaban por allí. Esta ciudad, antiguamente, cuando la pobló
Valdivia, era abundantísima de indios más que otra alguna. Vecinos hubo
que tuvieron encomendados 25.000 indios y más, como fueron el Adelantado
Jerónimo de Alderete y el gobernador Villagrán, y otros 18.000, y á
quince mil indios, y dende abajo; todos estos indios eran dóciles y
pacíficos, y pretendiendo echar de la tierra á los españoles se
concertaron de no sembrar un año; las justicias no advirtieron en ello;
llegó el año de la hambre, perescieron casi todos, y se comian los unos
á los otros sin perdonar padre á hijo ni hijo á padre, y se halló indio
cortarse un pedazo del muslo y asarlo para lo comer.

Desta suerte los repartimientos muy grandes no quedaron en mil indios, y
los menores casi en ninguno, los cuales despues de la muerte del
gobernador Loyola se rebelaron, cercaron la ciudad y la tuvieron en
mucho aprieto de hambre; los que persuadieron esta rebelion fueron los
indios más regalados de los españoles, y criados desde niños en sus
casas, más ladinos que nosotros. Salió de la Concepcion el gobernador
don Francisco de Quiñones, y la despobló, y así se está hoy, y los
indios con sus guerras civiles se han menoscabado y se van menoscabando,
de suerte que cuando se tornen á reedificar habrá muy pocos naturales.
El suelo es abundante para todo género de comidas y ganados, y es rico
de oro, principalmente el rio que llaman de las Damas; aquí no llegan
las uvas á madurar de suerte que se pueda hacer vino dellas. Dista de la
mar aun no seis leguas, de donde se proveia de pescado; tiene cerca la
provincia de Puren, que siempre la ha fatigado con guerra. De aquí á la
Villa Rica, un poco más metida á la cordillera, ponen 17 leguas, con dos
rios en medio, que no se dejan vadear; pásanse en balsas ó canoas; el
suelo es rico de oro; por eso la llamaron la Villa Rica. Muerto Loyola,
tambien se rebelaron los naturales y la pusieron en tanto aprieto de
hambre, que murieron casi todos los nuestros della, y no quedaron sino
doce ó quince soldados, tan sin fuerzas y flacos para defenderse, que
fácilmente los indios entraron en la cibdad y mataron los pocos que
habian quedado. Robáronla y quemáronla, y así se está hoy destruída;
esta cibdad tuvo continuamente guerra con los indios de la cordillera,
que usan de yerba casi irremediable.



CAPITULO LXXVIII

DE LA CIBDAD DE VALDIVIA


Desde esta Villa Rica á Valdivia ponen otras quince ó veinte leguas; fué
muy rica de oro que subia de la ley; parte dello se sacaba en sus
términos, y parte ó lo más venia de la Villa Rica á fundirse allí y
marcar. Pobló el gobernador Valdivia esta cibdad á la ribera de un rio
navegable y seguro, á donde los navios llegaban á surgir tan cerca de la
barranca del rio á donde se fundó el pueblo, que las gavias llegaban á
las ventanas, y para embarcar y desembarcar no era necesario batel, sino
echar una tabla ancha y entrar y salir por ella. Hubo hombre que á
caballo entró y salió de un navio. Es abundante de mucho monte de buena
madera para edificios, que era el trato desta ciudad, donde habia muchos
ingenios para sacar y aserrar la madera.

El suelo, para maíz abundante; el trigo se sembraba diez y doce leguas
de la ciudad en unos llanos que llaman de Valdivia, donde acudia con
abundancia; traíase al pueblo parte por tierra hasta el rio, de donde en
canoas se proveia la cibdad. Agora 35 años, poco más ó menos, subcedió
un temblor tan vehemente que asoló cinco cibdades deste reino: La
Concepcion, Imperial, Villa Rica, Osorno, y esta Valdivia; y á un navio
qu'estaba surto en este rio lo sacó y echó en tierra buen trecho de
donde estaba, que nunca más se aprovecharon del y allí quedó como el
arca de Noé en los montes de Armenia. Este rio procede de una laguna
grande de la cordillera Nevada; desemboca por entre dos cerros; con el
terremoto se juntaron los cerros y el rio quedó en seco por algunos
años, hasta que creciendo la laguna emparejó y rompió por medio de los
dos cerros, que se juntaron con tanta vehemencia y tanta agua, que robó
mucha parte de los llanos arriba dichos, y se llevó mucha cantidad de
naturales y la cibdad corrió algun riesgo, y desde entonces corre el rio
por su madre como antes. Permaneció esta cibdad en mucha abundancia, así
de oro como de comidas, hasta que agora cinco años, víspera de Sancta
Catalina, por los pecados de los que en ella vivian. Nuestro Señor la
castigó, enviando sobre ella muchos indios, así de los subjetos como de
los de La Imperial, despues de la muerte del gobernador Loyola, y de
noche los indios dieron en la cibdad y la entraron, saquearon y mataron
todos los que en ella habia varones, y se llevaron más de trescientas
mujeres mayores y menores, niños y niñas; robaron las tiendas v las
iglesias y en las imágenes hicieron grandes crueldades, siendo todos
baptizados y casados y ladinos, y los más ladinos mayores crueldades
hacian en los nuestros, y más oprobios en las imágines, y hasta hoy no
se han rescatado ni podido rescatar las mujeres, niños ni niñas, porque
á los varones todos los han muerto; mas como Nuestro Señor castigó
aquella cibdad, tambien castiga á los naturales porque se volvieron á
las antiguas bestialidades de sus padres, matándose los unos á los
otros, como lo hacen, así en borracheras como con ponzoña. Será muy
dificultosa reedificarse aquesta cibdad por la falta de los naturales y
aspereza de la tierra, y para nosotros ser infrutífera.



CAPITULO LXXIX

DE LA CIBDAD DE OSORNO


De Valdivia á Osorno, que la pobló don García de Mendoza, marqués de
Cañete, de mucha y muy buena gente, ha veintidós leguas de camino;
cuando se pobló era abundante la comarca de naturales que fácilmente, al
parecer, recibieron la fe y comenzaron á rescebir la pulicía humana,
vistiéndose como nosotros y acudiendo á las iglesias en sus pueblos con
algun cuidado. El suelo era muy abundante para comidas y ganados. Muerto
Loyola, tambien estos indios, aunque se habian disminuido mucho, que no
llegaban á 8.000, se rebelaron, cercaron la ciudad y la entraron y
quemaron las iglesias, y en las imágines hacian lo mismo que los de
Valdivia; pusieron á la cibdad en mucho aprieto de hambre, y cuando la
entraron y saquearon se llevaron una monja profesa de Sanct Francisco, y
se la tuvieron allá algunos años, hasta que el capitan...[56] la sacó y
la restituyó á su Orden. Estos indios, en un recuentro mataron al
coronel Francisco del Campo, yendo por comidas para la cibdad de Osorno
con otros españoles, como diremos; finalmente, en tanto estrecho
pusieron á Osorno, que compelieron á todos los cercados, con el mejor
órden que les fué posible, dejar el pueblo y despoblarlo y irse á la
cibdad de Castro, que por otro nombre llaman Chilué, de quien luego
diremos, treinta y cinco leguas, poco más ó menos, de Osorno; donde en
el camino padecieron mucho trabajo de hambre, ciénegas, rios, y las
pobres mujeres padescian más, porque algunas caminaban á pie. Los
naturales de Osorno luego consumieron todo cuanto ganado ellos tenian, y
lo que guardaban de sus amos, porque habia más de 400.000 ovejas de
Castilla, más de 50.000 vacas, más de 40.000 yeguas y mucha cantidad de
ganado porcuno, y en tan breve tiempo lo consumieron todo, que el dia de
hoy, que no ha cinco años que se despobló Osorno, no se halla en el
distrito una cabeza de ningun ganado. Consumiéronlo, porque si los
españoles volviesen á reedificar á Osorno no hallasen que comer.
Hicieron otra cosa en gran daño suyo; que no sembraron, y faltándoles
las carnes faltóles las comidas, y sobre la hambre dieron en comerse
unos á otros, y así se han consumido y acabado, que no hay hoy 2.000
indios; tomaban un cuarto de indio, echábanlo en el camino y
emboscábanse; pasaban otros indios de ellos mismos, arrebataban la
carne, salian los emboscados y matábanlos y comiánselos. En estas
bestialidades y otras han caido por sus pecados, ya políticos ladinos,
vestidos como nosotros, los más dellos ricos de todo género de ganados;
ninguno sabia cultivar la tierra sino con bueyes que proprios tenian.

  [56] En blanco en el ms.



CAPITULO LXXX

DE LA CIBDAD DE CASTRO


En cuarenta y dos grados de altura hay cantidad de islas, unas mayores,
otras menores; unas más pobladas que otras, de á legua, de á dos leguas,
entre las cuales hay una, la mayor, llamada Chilué, de tres leguas de
largo y de siete ó ocho de circuito; fué muy poblada de naturales, donde
los españoles poblaron una cibdad llamada Castro, á donde se recogieron
los que vivian en Osorno. Esta isla, con las demás, no tienen suelo para
trigo; dase poco y mal, por ser la costelacion muy lluviosa; para cebada
es mejor y para papas, que son como turmas de tierra de Castilla, sino
que se siembran á mano y crecen mucho, de á dos y tres libras, de
razonable mantenimiento. Los ganados nuestros multiplican, no con tanta
abundancia como en la tierra firme; es abudante de mucha madera, y dende
esta isla al estrecho de Magallanes, que son doce grados, la tierra es
muy áspera, la costa muy brava y sin puertos, poco poblada, aunque los
que en ella viven son como gigantes. La isla es pobre de oro; plata, ni
por imaginacion en ella se halla. Los años pasados, un pirata inglés, el
tercero que desembocó por el Estrecho, llegó allí, saqueo el pueblo y
mató al cura, un clérigo muy honrado y buen cristiano; predicando lo
mandó arcabucear; sabido por el coronel Francisco del Campo, antes que
le matasen como habemos dicho, salió de Osorno con cuarenta soldados,
pocos más, y entró en Castro; vino á las manos con el pirata, matóle
diez y ocho ó veinte luteranos; el pirata se escapó por la codicia de
los soldados nuestros, que se ocuparon en robar lo que los luteranos
enemigos habian robado. Algunos naturales de la tierra firme inquietan á
los nuestros, por lo cual se ha puesto un presidio de soldados en un
puerto veinte leguas de Castro, llamado Calermapo, con que se refrenan
estos indios.

Y esto cuanto á los pueblos españoles deste reino de Chile.



CAPITULO LXXXI

DE LOS OBISPOS DESTE REINO


El primero, aunque no se consagró, fué don Rodrigo González, clérigo que
se halló en la conquista deste reino con don Pedro de Valdivia, y fué su
confesor; varon afable y predicador; murió de gota rescebidos los
Sanctísimos Sacramentos; á quien subcedió el obispo Barrionuevo, de la
Orden de San Francisco, varon religioso, de muchas y buenas partes;
tambien murió en buena vejez; á quien subcedieron dos obispos, porque se
dividió este reino en dos obispados; en el de Sanctiago, que llega hasta
los Cauquenes, seis ó siete leguas adelante del rio de Maule.

En el de Sanctiago subcedió Fr. Diego de Medellin, deudo nuestro, varon
gran religioso de la Orden de Sanct Francisco, que fué provincial en el
Perú de su sagrada religion, de gran ejemplo y cristiandad, así en
España como acá; acabó de hacer la iglesia mayor de Santiago y el coro,
y feneció en buena vejez, casi sin calentura, hombre ya de noventa años.

El otro obispado se llamó de La Imperial, desde los términos de los
Cauquenes hasta Chilué; fué proveido en él por primer obispo Fr. Antonio
de Sant Miguel, de la misma Orden, varon de muchas y loables virtudes;
gobernó con mucho ejemplo y cristiandad y fué casi como profeta del
castigo que Nuestro Señor, por nuestros pecados, lleva adelante en estos
reinos, predicando los españoles que en ellos viven y vivian se
volviesen á Dios y hiciesen penitencia y enmendasen sus vidas, porque le
adivinaba su corazon habia de caer la mano pesada de Dios sobre las
cibdades que agora están despobladas, como ha caido; fué promovido al
obispado de Quito, en cuyos términos, veinte y cinco leguas antes de
allegar á su silla, murió loabilísimamente en un pueblo llamado
Riopampa.

Subcedióle en el obispado de La Imperial don Agustin de Cisneros,
arcidiano, varon docto en cánones y muy principal, de buenas y loables
costumbres; gobernó cinco ó seis años con muy buen ejemplo de vida y
acabóle una enfermedad de gota; á quien sucedí yo, sin merecerlo[57], en
este tiempo tan trabajoso, donde era necesario un varon de grandes
partes y virtudes para ayudar á llevar los trabajos de los pobres y
socorrerlos en sus necesidades; empero falta lo principal, que es la
virtud, y el pusible, por ser el obispado paupérrimo, que apenas me
puedo sustentar, y no tengo casa donde vivir, que si en Sanct Francisco
no me diesen dos celdas donde vivir, en todo el pueblo no habia cómodo
para ello; con todo esto, tengo más de lo que merezco, porque si lo
merecido se me hubiera de dar, eran muchos azotes.

  [57] Al margen: Fr. Reginaldo.



CAPITULO LXXXII

DE LOS PERLADOS Y RELIGIOSOS DE LAS ORDENES


La primera religion que pasó á este reino creo fué de Nuestra Señora de
las Mercedes; no sé qué calidades tuviesen los religiosos, porque dellos
hay poca memoria. Despues vinieron religiosos de la Orden de Sanct
Francisco, y entre ella el padre Fr. Cristóbal de Rabaneda, predicador,
que fué provincial, con otros de buen ejemplo que comenzaron á poblar en
los pueblos de los españoles y á doctrinar á los naturales desde
Coquimbo hasta Chilué. El padre Fray Francisco de Montalvo fué varon
muy religioso, buen predicador y provincial, á quien subcedió el padre
Fr. Domingo de Villegas, religioso de buen gobierno y esencial; despues
del cual subcedió el padre Fray Joan de Tobar, á quien los indios
mataron con dos compañeros cuando al gobernador Loyola; agora esta
provincia está subjeta á la de Lima; gobiérnala con título de Vicario
provincial el padre Fr. Joan de Lizárraga, loablemente, muy buen
pedricador y deudo nuestro. Nuestra religion vino la postrera, y el
primero que de nuestros religiosos entró en este reino con don García de
Mendoza fué el padre Fr. Gil González Dávila, varon docto, gran
pedricador, muy esencial, de muy buen ejemplo, con un compañero llamado
Fr. Luis de Chaves, el cual, aunque no era docto, sus buenas costumbres
suplian la falta en esto; despues le sucedió el padre Fr. Lope de la
Fuente, muy buen religioso y gran lengua en la del Perú, y llegado acá
en breve tiempo deprendió la de los naturales y les predicó con mucho
ejemplo de vida, así en el distrito de Sanctiago como en esta
Concepcion, en Arauco y Tucapel y en las demás ciudades; vino este
religioso padre por Vicario provincial, á quien en el mismo cargo
sucedió el padre Fr. Jerónimo de Valenzuela, buen predicador, y cumplido
su término se volvió al Perú; á quien sucedió y vino por Visitador el
padre Presentado Fr. Diego de Niebla, religioso muy docto; despues de lo
cual el Rmo. General de nuestra Orden, desde Lisbona, sin yo imaginarlo
ni pedirlo, dividió esta provincia de la del Perú, y me nombró
Provincial della, sin merecerlo; hice lo que se me mandó y vine por
tierra desde la ciudad de Los Reyes, donde era prior de nuestro
convento, por tierra, que como dicho tengo arriba, son más de
ochocientas leguas, las más de las trescientas despobladas y de diversos
temples; llegado á Sanctiago, hice lo que pude, y no lo que debia,
porque soy hombre y no puedo prometer sino faltas; acabado mi
provincialato me subcedió el padre Fr. Francisco de Ribero, buen
predicador, á quien sucedió[58] el que agora gobierna, Fray Acacio de
Naveda, hijo deste reino, que hace bien su oficio y ha poblado en la
provincia de Tucumán y del Rio de la Plata cuatro ó cinco conventos, de
pocos frailes porque la pobreza de la tierra no sufre más.

  [58] En el ms., _susedió_.



CAPITULO LXXXIII

DE LOS GOBERNADORES DE CHILE


El primero de los gobernadores de Chile y el que lo conquistó fué don
Pedro de Valdivia, hombre hidalgo de guerra y ánimo, de gran
conocimiento, y en particular para elegir y poblar cibdades; su fin y
muerte no lo trato, porque otros ya lo han hecho. El segundo fué don
García de Mendoza, agora marqués de Cañete, hijo del valeroso y gran
limosnero don Andrés Hurtado de Mendoza, que domó la soberbia araucana
cuando la tierra hervía con indios, soberbios por la muerto de Valdivia
y victoria que contra él y otros capitanes nuestros alcanzaron por justo
castigo de Dios, con los cuales entrando más de veinticinco veces en
batalla, siempre los venció, subjetó y dejó la tierra tan llana como la
del Perú, gastando en menos de cuatro años que fué gobernador de aquella
tierra mucha hacienda que su padre desde el Perú le enviaba, no de Su
Majestad, sino suya propia, con los soldados que traia en su ejército,
Pobló la cibdad de Osorno, y pobló la provincia de Cuyo, como habemos
dicho, y hechas otras cosas como de su sangre se esperaba; salió de
Chile pobre y necesitado, dando en aquel reino bonísimo ejemplo y olor
de su persona, porque ni en cohecho ni deshonestidad, ni en otro vicio
que los cargos traen consigo, se le conoció falta notable.

En los trabajos, el primero; en los recuentros y batallas, no el
postrero; en proveer contra los pensamientos de los enemigos de Arauco,
providentísimo, como si los tuviera delante de los ojos; porque si
enviaba algun capitan á correr la tierra, luego[59] proveia otro con
gente bastante para que ocupase los malos pasos por donde el primero
capitan habia de volver, para que los enemigos allí no le hiciesen daño,
con lo cual felicísimamente acabó aquella guerra y allanó, que en
cuarenta y cuatro años que salió della y los indios se tornaron á
rebelar, no se ha podido reducir al estado en que la dejó.

  [59] En el ms., _luego, luego_.

Sucedióle, proveido por Su Majestad, Francisco de Villagrán,
desgraciadísimo capitan, y para gobernar no sé si de tanto talento, en
cuyo tiempo la tierra se tornó á rebellar, desbaratándole no pocas
veces, y principalmente en la cuesta que llaman de Villagrán, y tambien
en diferentes ocasiones á sus capitanes, y así se ha quedado; á quien
sucedió el doctor Sarabia, Presidente de una Audiencia Real que se fundó
en La Concepcion, con título de capitan general, la cual no permaneció
veinte años; halló la tierra tal que con su mucha prudencia no la pudo
remediar, antes succedieron algunas desgracias y victorias de los
indios, no por culpa suya, sino de confiados capitanes y mal proveidos.

A quien succedió, deshecha la Audiencia, Rodrigo de Quiroga, caballero
de hábito y de bonísimas partes y que tuvo á los araucanos muy apretados
y casi para ponerlos en la subjection antigua, sino sucediera la entrada
por el estrecho de Magallanes del capitan Francisco, azote deste reino,
á quien por seguir deshizo el ejército, y despues acá no se ha puesto la
tierra y fin de la guerra en aquel estado.

Dende á poco succedió su muerte, y en su lugar Martin Ruiz de Gamboa, á
la sazon mariscal, casado con hija del gobernador Rodrigo de Quiroga;
gran soldado, gran capitan, gran trabajador en la guerra, amigo de los
soldados, liberalísimo con ellos, de mucho brio y de gran consejo para
las cosas de la guerra de Chile, y muy caballero de la buena ó mejor
casa de Vizcaya; mas hallándose pobre y no con tanta gente como era
necesaria, y la tierra muy necesitada, no pudo hacer mucho en dos años ó
poco más que tuvo el gobierno de aquel reino; pobló, como dijimos, á San
Bartolomé de Chillán, con que refrenó la soberbia de los indios
comarcanos, y aseguró el paso para La Concepcion y Ongol; en cuyo tiempo
del gobernador Rodrigo de Quiroga, ó poco antes, fué proveido por
teniente general por Su Majestad para las cosas de justicia el
licenciado Lopez de Azoca, hombre hidalgo, cuya ejecutoria he visto,
bonísimo juez, porque en once años que fué teniente general, ni cohecho,
ni barateria, ni cosa deshonesta se le conoció; amigo de hacer justicia,
y la hacia con toda rectitud. El cual, residiendo en esta ó aquella
cibdad podian los vecinos dormir á sueño suelto, las puertas de sus
casas abiertas, sin que nadie les inquietase; tasó los indios de Osorno,
lo cual ningun gobernador habia hecho; fué con su residencia á España,
donde en breve tiempo fué vista por el Consejo Real de Indias, y dado
por buen juez.



CAPITULO LXXXIV

DEL GOBERNADOR DON ALONSO DE SOTOMAYOR


Al mariscal Martin Ruiz de Gamboa succedió don Alonso de Sotomayor,
caballero de hábito, el cual desembarcando en Buenos Aires con su gente,
algunos se le quedaron en aquel pueblo, pero con pocos menos de
cuatrocientos hombres, habiendo padescido grandes trabajos en los
despoblados hasta llegar á la cibdad de Córdoba, de la provincia de
Tucumán, llegó á ella; de allí á la de Mendoza, en su gobernacion, de
donde pasando la cordillera en buen tiempo llegó á la ciudad de
Sanctiago (donde yo me halle á la sazon), con cuatrocientos soldados
(como habemos dicho), pocos menos, destrozados del camino, todos
desnudos y descalzos, á los cuales los vecinos con mucha liberalidad
hospedaron en sus casas, vistieron y regalaron con su pobreza y ayudaron
con caballos; el cual, con venir con buenas intenciones de proseguir
luego la guerra, á persuasion del general Lorenzo Bernal de Mercado,
valentísimo capitan, que á la sazon se halló en Santiago, de gran
conocimiento en la guerra de los indios, muy temido dellos, de los
cuales ha alcanzado famosas victorias con muy pocos soldados, los indios
muchos y aun algunas veces solo, y ha hecho cosas dignas de memoria; le
dió 120 hombres para que fuese á descubrir unas minas de plata en la
cordillera, á las espaldas de Ongol, no faltando quien al gobernador se
lo contradijese, é yo fuí uno dellos, que entonces era á mi cargo
aquella provincia; con todo eso la despachó. Partió con ellos de la
ciudad de Sanctiago á la ribera del rio Biobio arriba; llegó á la
cordillera, halló famosas minas de guijarros, pedernales, peñascos y
breñas; llevaba picos, almadanas, fuelles y lo demás necesario para la
fundición, y un hombre de Potosí gran fundidor y conocedor de metales,
por nombre Pedro Sandi; pero como aquellas minas no llevaban plata,
ninguna halló. Pasó la cordillera, que por ser por Enero y Febrero no
tenia nieve, ni por allí es muy áspera de pasar; de la otra parte halló
algunos indios Poelches ó de aquellos llanos algarroberos; tomó cuatro ó
cinco á las manos, uno de los cuales, ó todos, por verse libres dél, le
dijeron que ciertas jornadas de allí, no pocas, hacia la mar del Norte,
habia otros españoles como nosotros, vestidos á nuestro modo, pero con
pieles de venados y con barbas; que si le daba gusto, uno dellos iria y
volveria y daria noticia á los otros españoles, de nosotros; como en
Chile se tiene aquesta noticia, segun habemos referido, dióle una mano
de papel y escribióles la noticia que aquel indio dellos habia dado, y
que sin duda entendia ser españoles como nosotros, y por parecerle no
tenian comercio con gente cristiana, lo que en España habia les hacia
saber: que en la Sede Apostólica residia Gregorio XIII, y que teniamos
tantos de Aureo número; la letra dominical era tal; en España reinaba
Filipo II, hijo de Carlos Quinto; en el Perú era Visorrey don Martin
Enriquez; en Chile gobernaba don Alonso de Sotomayor, y para que le
respondiesen les enviaba aquella mano de papel, diciendo quiénes eran,
donde vivian y prometiéndoles todo favor, saliendo al reino de Chile
para dárselo, y la respuesta diesen aquel indio, el cual se habia
preferido traerla á Ongol para el mes de Marzo; dióse todo este recaudo
al indio, mas hizo la ida del cuervo; no queria más que verse libre de
las manos de los nuestros. Lo que yo tengo por más cierto es que los
indios son enemigos nuestros capitales, y por una via ó por otra querian
dividirnos para echarnos de sus tierras y matarnos, como dijimos haber
hecho los Chiriguanas con el capitan Andrés Manso, y por eso inventan
semejantes fictiones y mentiras; y que no haya memoria de españoles en
el Estrecho, ni los que allí se perdieron, aunque saliesen á tierra, no
sean vivos, es argumento eficaz lo que en Córdoba de Tucumán me dijo un
vecino de aquella cibdad, por nombre Montemayor, el cual en la armada en
que vino por general Alvaro Flores de Valdés, y por poblador del
Estrecho, Pedro Sarmiento, con gente, y labrada madera para las casas é
iglesias, y en ella tambien vino don Alonso de Sotomayor, gobernador de
Chile, venia por escribano del armada, el cual[60] despues que el
general Alvaro de Valdés, destrozado de la mar, sin poder embocar por el
Estrecho, volvió á Buenos Aires y allí echó en tierra á don Alonso de
Sotomayor con casi 400 hombres, para Chile. El capitan Pedro Sarmiento
quedó con dos navios para proseguir su viaje en ellos, y este
Montemayor; prosiguiendo, pues, su viaje, para hacer lo que habia
prometido á Su Majestad, de poblar en el Estrecho y hacer[61] fuerzas
donde pusiese artilleria para que los enemigos ingleses no pasasen sin
echarlos á fondo, qu'es imposible, porque lo más angosto del Estrecho es
de tres leguas, embarcaron con viento muy próspero, pero á la mitad del
Estrecho les dió un Sur tan desatinado que les compelió cazar á popa y
volver á arribar, pero no arribó mas que la nao donde iba el capitan
Sarmiento: la otra era mejor velera, iba delante, y en una ensenada se
metió y guareció del Sur; la capitana, digamos, arribó hasta tornar á
desembocar en la mar del Norte por donde habia entrado, y llegó al
puerto donde habia salido á la boca del Estrecho.

  [60] En el ms., _lo cuales_.
  [61] En el ms., _hacer y hacer_.

Aquí aguardó algunos dias á la otra nao, y no viniendo, determinóse con
25 ó 30 soldados arcabuceros ir en busca della, entre los cuales iba
Montemayor; tomaron la costa en la mano, y á una ó dos jornadas salieron
á ellos trece indios vestidos de blanco, manta y camiseta, con sus arcos
y flechas; el cabello largo, criznejado, y en las criznejas flechas
largas, y los arcos grandes; ellos poco menos que gigantes, tanto y
medio de más cuerpo que nosotros, uno de los cuales tomó una flecha y
metiósela por la boca casi la mitad; sacóla y á vueltas unos cuajarones
de sangre, que entre ellos debe ser valentía; el capitan Sarmiento,
enfadado y asqueroso de aquello, hizo un ademan que los indios
entendieron era de menosprecio; dejólos; pasó adelante en busca de su
navio la costa adelante, unas veces por la playa, otras metiéndose la
tierra adentro media legua y una, y por camino de la gente que allí
vive, donde hallaban huella de pies grandes como de aquellos indios, y
de otros como los deste reino. Los indios quedáronse un poco atrás como
bufando; alguno de los soldados dijéronle: señor capitan, aquellos
indios parece se quedan para hacer alguna traicion; mande vuestra merced
que se enciendan las mechas de todos los arcabuces, _y_ si dieren en
nosotros no nos hallen desapercebidos; solo un soldado en la vanguardia
llevaba una encendida, y el cabo de escuadra, en la retaguardia el
último. El capitan, con palabras ásperas los reprehendió, llamándolos de
gallinas, y que ¿de qué temian? mas no pasaron mucho adelante cuando los
medios gigantes con gran alarido dan en los nuestros disparando sus
flechas á montones; el cabo d'escuadra de la retaguardia volvió el
arcabuz, puso fuego, no prendió, y dánle un flechazo de que murió dentro
de pocas horas. El que iba en la avanguardia vuelve al ruido, y quiso
Dios que disparara y al medio gigante que venia delantero dale un
pelotazo y tiéndelo; los demás, como lo vieron en el suelo, con grandes
alaridos métense en la montaña y nunca más los vieron. Preguntéle: en
ese viaje qué hiciste hasta hallar el navio, ¿vistes ó hallastes algun
rastro de cristianos? díjome: Padre, lo que pasa es que pasando adelante
de la playa, hallamos una media ancla y una sonda y pedazos de tablas y
un medio mástil, y más arriba, poco apartadas de la playa, como media
legua, en el camino encontramos una peña grande, en la cual estaba
cavada una cruz y tres renglones y medio de letras cavadas en la misma
peña; escarbamos con las puntas de las dagas para ver si podiamos
leerlas; solamente podimos conocer una M y una O y una D, por más que
trabajamos. Preguntéle: ¿Vistes más? respondióme: Sí; más adelante,
antes de llegar al navio, seria como al tercio de lo estrecho, el navio
estaba á la mitad, un poco apartado del camino, descubrimos un cerro
redondo, no muy alto, y en medio de la plaza de la coronilla vimos como
un árbol de navio, hincado, y el cerro cercado de una pared; fuimos
allá, y llegando, la cerca era de la estatura de un hombre, poco más, de
piedras de mampuesto sin barro, y el árbol era de navio, como de mezana,
hincado en medio de la placeta del cerro que la figuraba, tan grande
como una cuadra, y á la redonda de todo el cerro estaban unos colgadizos
de la pared que dijimos le cercaba, y dentro dellos y de aquellas
casillas muchos huesos mondos y calaveras que parecian de españoles, de
donde colegimos que algunos cristianos se recogieron allí y los indias
los tuvieron cercados, y murieron todos, ó de hambre, ó de sed, ó de lo
uno y lo otro; y otra cosa no hallaron, ni más rastro de cristianos,
hasta que volvieron al navio, en el cual entrando se volvieron al puerto
donde estaba la Capitana, y de allí, no dándoles el tiempo lugar, al
Brasil, donde algunos soldados se quedaron, no pudiendo sufrir la
condicion del capitan Pedro Sarmiento, y entre ellos este soldado
Montemayor, y de allí se vino á Buenos Aires, y dende á Córdoba, donde
vive casado y honrado. Lo más cierto es que la noticia que dan los
indios son de los españoles que viven en el Rio de la Plata; de donde se
colige claramente que desde Buenos Aires á la boca del Estrecho no hay
tierra poblada, sino muy poca, y esa barbarísima, aunque de la otra
parte del Estrecho, antes de embocar, se han visto muchos humos, qu'es
señal haber poblacion; y el mismo Montemayor, que me refirió y certificó
lo arriba dicho, tambien me referia que un indio qu'el capitan Pedro
Sarmiento habia tomado cuando desembocó por este Estrecho y lo llevó á
España con otros dos ó tres, y volvió consigo, decia al mismo Sotomayor
que en aquella tierra donde vian los humos nació, y era muy poblada, y
habia allí un señor muy rico y de mucha gente que no comia carne humana
como aquellos indios grandazos del Estrecho.

Volvió despues el General Lorenzo Bernal antes que las nieves le
cerraran el paso, porque si se detuviera quince dias más no volviera
tan presto, y el camino, que cuando entró estaba bueno, á la vuelta le
halló peinado, sin ser posible pasar sino era despeñándose en el rio
Biobio, y arriba en el cerro estaban los indios con unas galgas las más
peregrinas v extrañas que se han inventado; eran unas vigas largas, en
cuyas cabezas y medio tenian atadas livianamente muchas piedras grandes;
dábanlas con los pies, venia la viga rodando y despidiendo piedras á
montones; fué Dios servido quel capitan Joan Ruiz de Leon, valiente
capitan, que llevaba la vanguardia, llegando aquel paraje unos peñascos
donde con su gente _estaba_ haciendo alto, se tendió por el suelo y las
galgas pasaban por cima dando en el rio, de lo cual avisó al General
Lorenzo Bernal, por quien visto, despachó algunos soldados arcabuceros
que por una cuchilla arriba subiendo echasen de allí á los enemigos;
hiciéronlo, y aderezando el camino los nuestros con las picas y azadones
que llevaban para las minas, y para esto fueron provechosos, pasaron
todos; algunos caballos volaron al rio; la gente y el capitan general
Lorenzo Bernal aportó á Ongol, el cual desde entonces comenzó á perder
su crédito con el Gobernador, y no hizo caso alguno dél ni él le
encomendó la menor cosa del mundo, y viéndose así se recogió á Ongol,
donde era vecino, y allí acabó sus dias pobremente; hasta este no buen
subceso se puede comparar con los buenos y venturosos capitanes de todas
las Indias, y esto no es de admirar, porque todas las cosas debajo de la
luna tienen su crecimiento y mengua, si no son los amigos de Dios que de
virtud en virtud crecen.

Despues de salida la gente que fué con Lorenzo Bernal, don Alonso
Sotomayor se ocupó en la guerra todo el tiempo que se puede hacer, qu'es
el verano, permaneciendo en su gobernacion; lo que en particular le
succedió no es de mi intento escrebirlo; los que á su cargo lo han
tomado lo escribirán. Sólo diré que tuvo muchas y muy buenas ocasiones,
pero no por eso habemos de culpar á los que dellas no se saben
aprovechar, porque les parece lo hecho en aquella coyuntura es bastante
para lo que se pretende, y tienen sus razones que les convencen para no
pasar adelante.

Gobernando el mismo don Alonso de Sotomayor se descubrieron en el paraje
del puerto de Sanctiago de Chile, en 32 ó 33 grados, dos ó tres islas
grandes despobladas, los puertos llenos de pescado, de mucha arboleda y
gran cantidad de aves que se dejaban tomar con las manos: tórtolas,
palomas torcazas y otros, de donde se á traido mucho pescado y bueno;
los puertos no son muy seguros de las travesias; distan de tierra poco
más de cient leguas.



CAPITULO LXXXV

DEL GOBERNADOR MARTIN GARCIA DE LOYOLA


Al cabo de siete años del gobierno de don Alfonso de Sotomayor le
succedió Martin García de Loyola, caballero de hábito, el cual llegando
á este reino y tomando el pulso á las cosas, comenzó á gobernar con
mucha cristiandad; entró en la tierra de guerra, y llevando las cosas
con mucha mansedumbre tuvo este reino un punto que la guerra se acabase,
porque si castigara á 170 indios, capitanes belicosos á quien tuvo
convencidos, habiéndole venido de paz y ayudándole como amigos y
vasallos del rey Felipo, que le querian matar sobre siguro con todos sus
españoles que con él estaban, más de 400, la tierra quedara castigada y,
menos estos valentones y capitanes, los demás naturales subjetos,
escarmentados y pacíficos. Usó de más clemencia que convenia á gente
traidora, y despues le mataron viniendo de La Imperial á Ongol, que son
diez y ocho leguas, casi en medio del camino, con otros cuarenta
hombres, los mejores de todo este reino, capitanes espertos y de muchas
partes, y con él mataron tambien los indios dos religiosos de Sant
Francisco, el uno provincial, como habemos dicho. Ofreciósele tambien
otra vez ocasion para castigarlos, porque tratando con estos mismos
capitanes valentones indios que nos quietásemos todos y dejasen las
armas y viviesen en paz, recibiesen sacerdotes que les enseñasen la ley
de Dios, y no le fuesen traidores ni mentirosos, ni ayudasen con gente á
los que no se habian querido reducir al servicio del Rey Filipo, cuyos
vasallos eran, como ellos parecia estar reducidos. Uno de aquellos
capitanes, más principal, le dijo: Señor, desengáñate que todos cuantos
capitanes aquí están conmigo ayudamos á los rebelados con la gente que
podemos de nuestra parte, y yo he sido parte de los que á mí me acuden
para darles más de sesenta indios de guerra. Y si entonces tambien como
á enemigos y traidores los castigara ejemplarmente, no le succediera su
desgraciada muerte, con la cual dentro de pocos meses toda la tierra se
rebeló y mataron los indios, en diferentes ocasiones, más de trescientos
soldados de los bravatos y viejos; luego se rebelaron los indios
subjetos á La Imperial y la tuvieron en gran estrecho de hambre, y
traian alguna harina de maíz y trigo á los nuestros, á rescatar por
capas de paño, sayos y camisas, y entre ella revueltos polvos
ponzoñosos; fué Nuestro Señor servido que de los nuestros, por esta
ocasion, ninguno muriese, basta que don Francisco de Quiñones,
gobernador, fué á socorrerlos y despobló, como dijimos, aquella cibdad.
Rebelada la gente de La Imperial, y muertos algunos indios principales
por decirles cuan mal lo habian hecho con rebelarse, cómo fué don
Felipe, cacique principal de un pueblo llamado Tolten, y á otros,
determinaron de ir sobre la cibdad de Valdivia, lo cual hicieron, y
hallando descuido en la cibdad, una noche, víspera de Sancta Catalina,
el año de 599, entraron y mataron muchos españoles, quemaron los
templos, hicieron pedazos las imágines y robaron las sacristias y toda
la cibdad, matando algunos clérigos y religiosos y llevándose captivas
más de trescientas y tantas mujeres con niños y niñas; mataron á
algunas, porque no querian conceder con su voluntad; fué lo que se
perdió de hacienda más de 350.000 pesos, y si de aquí los indios fueran
á la cibdad de Osorno, la hallaran descuidada y se la llevaran como la
de Valdivia; empero no pasó mucho tiempo que los naturales de Osorno,
todos baptizados y ricos de muchos ganados de los nuestros, y vestidos
casi como nosotros y casados, tambien se rebelaron y vinieron sobre la
cibdad y la quemaron y saquearon y se llevaron, entre otras personas,
una monja profesa de Sancta Clara, que despues se rescató; y si con
tiempo los españoles no se recogieran y hicieran fuertes en una cuadra,
le succediera lo que á los de Valdivia. Sabido en el Perú por don Luis
de Velasco, Visorrey que á la sazon era, la muerte del Gobernador Martin
García de Loyola, despachó con doscientos hombres al coronel Francisco
del Campo, que lo habia sido de don Alonso de Sotomayor, el cual,
llegando desde el pueblo del Callao en veintinueve dias al de Valdivia,
halló la cibdad arruinada y despoblada; pasó á Osorno y reprimió algun
tanto la soberbia de los rebelados, de donde salió á socorrer á la
cibdad de Castro, en la isla de Chilué, donde mató algunos luteranos y
al pirata hizo retirar de su navio; empero volviendo á Osorno, en el
camino le mataron los indios rebelados, trayendo por capitan á un
mestizo que se habia ido á ellos, aunque el mestizo murió en aquella
refriega; despues, viéndose los españoles en grande estrecho de hambre y
pocas fuerzas para resistir á los enemigos, despoblaron y dejaron el
fuerte donde estaban, dellos á pie y dellos á caballo, y muchas mujeres
á talon, se recogieron á la isla de Chilué, cuarenta leguas de camino,
la mitad por tierra y la otra mitad por unas bahías de mar, y llegaron
bien trabajados á la cibdad de Castro, en la isla fundada, como
dijimos.



CAPITULO LXXXVI

DEL GOBERNADOR DON FRANCISCO DE QUIÑONES


Visto por el Visorrey don Luis de Velasco los subcesos deste reino de
Chile tan lastimosos, proveyó, mientras Su Majestad proveia, á don
Francisco de Quiñones por gobernador destos reinos, el cual, saliendo de
Lima con casi 150 hombres, llegó al puerto de la Concepcion, que la
halló bien trabajada; comenzó á usar de rigor, ques lo que quieren estos
naturales, y á castigarlos ejemplarmente, con lo cual se hizo temer y
temblaban dél todos los indios rebelados á donde llegaba la fama de sus
castigos; salió desta cibdad con cuatrocientos hombres para la de La
Imperial á socorrerla, y en el camino tuvo dos recuentros con los
rebelados, en los cuales les mató más de cuatrocientos indios, y con los
castigos que en los presos hizo era muy temido; despobló La Imperial
contra el parecer de muchos; sacó toda la gente y lo más que pudo della,
y volvióse á La Concepcion. Por su órden tambien se despobló la cibdad
de Ongol que dijimos llamarse de Los Infantes, con lo cual los naturales
de aquel distrito, que tambien se habian rebelado, quedaron más
soberbios y más señores; vinieron sobre Chillán, saquearon el pueblo y
lleváronse la mayor parte de las mujeres, y aun mataron algunas. A la
sazon residia en La Concepcion don Francisco de Quiñones, lo cual parece
le atemorizó y comenzó á perder el brio y vigor y tratar de volverse á
su casa á Los Reyes, donde tenia mujer y hijos y mucha hacienda que le
tiraban por los cabellos. Importunó al Visorrey don Luis de Velasco con
cartas le quitase el gobierno; hízolo así y proveyó á Alonso García
Ramon, que fué maese de campo de don Alonso de Sotomayor, el cual,
llegando á este reino y estando en la cibdad de Santiago, supo que otra
vez los indios habian entrado en San Bartolomé de Gamboa, llamado
Chillán por otro nombre y se habian llevado algunas mujeres y niños;
tomó la ligera y en breve tiempo _anduvo_ sesenta leguas de camino y
más, dió en los enemigos y quitó lo que más pudo, aunque no todo, porque
los más de los enemigos se dieron más prisa á huir. Gobernó año y medio,
en el cual tiempo no pudo hacer más de lo hecho.



CAPITULO LXXXVII

DEL GOBERNADOR ALONSO DE RIBERA


Sabido por Su Majestad la muerte de Martin García de Loyola, proveyó por
gobernador á Alonso de Ribera, buen caballero, muy experto en la guerra
de Francia y Flandes, donde habia tenido muchos y muy principales
cargos; el cual, llegando á este reino, luego Alonso García Ramon le
entregó la gente que tenia y se le ofreció á quedarse en la tierra como
soldado suyo; no lo admitió, por lo cual se volvió á su casa á Los
Reyes.

Alonso de Ribera halló la tierra muy trabajosa y falta de
mantenimientos, y la cibdad de la Concepcion, á donde desembarcó, toda
cercada de guerra; dióse tan buena maña que pacificó y redujo los
alterados, de suerte que la cibdad gozaba de una poca de paz. Viniéronle
de paz unos indios, que eran los que más daño hacian en este pueblo y su
comarca, y el de Sanct Bartolomé, llamados Coyuncheses, y su capitan
Longo Tegua, que quiere decir cabeza de perro, indio valiente, belicoso,
que ha perseverado en el amistad y sirve y ha servido fielmente, y agora
dos años corriera mucho riesgo Alonso de ribera si Longo Tegua no se
opusiera á los enemigos con su compañia que no llegaba á cuarenta
indios.

Comenzó Alonso de Ribera á hacer muchos fuertes con presidio de
soldados, lo cual unos aprueban y otros reprueban; la guerra hacia
diferente de lo que hasta aquí se usaba, con infanteria de á pie y poca
caballeria, lo cual si los indios esperaran en campo raso y la guerra
que nos hacen tuviera cuerpo, era muy buena manera de proceder; pero
como se la habremos de hacer á saltos y los habremos de ir á buscar como
quien va á caza de conejos, no se ha tenido por acertada esta manera de
proceder; en lo demás es muy buen capitan, gran trabajador, que provee
bien y puede ser capitan general de un ejército de 20.000 y más
soldados, como capitan experimentado por muchos años en guerras más
trabajosas y peligrosas que las de Chile, porque como los rebelados
conozcan y experimenten vigor y castigo, conforme á sus delictos, no hay
guerra en Chile, por ser gente del ánimo más servil y esclavo que hay
en el mundo; como no se les castigan las traiciones y crueldades que han
hecho, dicen que por eso no los castigamos, porque los tememos. Los
naturales rebelados, viendo el poco vigor que con ellos se ha usado, la
provincia de Arauco, Tucapel, Lebo y otras le dieron la paz y pobló un
fuerte en Lebo con ochenta hombres; otro en Tucapel con otros tantos;
dejó otro á la ribera de Biobio, llamado Nuestra Señora de Alí; otro
Sancta Fee, otro Sancta Lucia, porque las paces que estos indios le
dieron no se tienen por fijas, sino por fingidas, pues ni se les tomaron
rehenes ni los tienen para darlos, ni hay hijos de reyes que pedirles,
porque no tienen ley ni rey, ni entregaron cibdades, ni fortalezas para
la siguridad de la paz, que no las tienen, y así, en viendo al soldado
español desmandado, le quitan la vida echando la culpa á otros indios
que no han venido de paz, y fácilmente se les creen; empero en lo que
más daño nos hacen los que han dado esta paz fingida, es en hurtar
cuantos caballos pueden, que son las fuerzas y niervos de la guerra de
nuestra parte para contra ellos. En este estado dejó la tierra Alonso de
Ribera á Alonso García Ramon, que vino á este reino poco menos ha de un
año, el cual con el socorro que Su Majestad le ha enviado de mil hombres
que ya casi están en los fuertes, esperamos en Nuestro Señor nos ha de
dar paz cumplida y la que estos naturales dieron fingida, mal que les
pese, la han de hacer verdadera; tratan agora con gobernador que les
entiende los pensamientos y conoce sus traiciones, y no se han de burlar
con él, el cual si los saca de sus cuevas y reduce á pueblos
compeliéndoles á que les den las armas y caballos, que tienen muchos más
que nosotros, con el favor divino gozaremos de paz; donde no, la guerra
es infinita.



CAPITULO LXXXVIII

DE LAS CALIDADES DE LOS INDIOS DE CHILE


Tiempo es ya tractemos de las calidades de los indios de Chile; las
mismas son que las de los indios del Perú; enemigos nuestros capitales
como los demás, exceden á los del Perú en ser más animosos, más
soberbios, más fornidos, de mayores cuerpos y más bellicosos, y son
mucho más bárbaros y temerarios, porque no creo se[62] ha hallado alguna
nacion que no adorase alguna cosa y tuviese por dios; estos ni á Sol, ni
á Luna, ni estrellas, ni otra alguna cosa.

  [62] En el ms., _si_.

El capitan del Inga llegó hasta Sanctiago de Chile y doce leguas más
adelante, y viéndolos tan bárbaros los llamó en su lengua Purun auca,
que quiere decir indios barbarísimos; no tenian vestidos; de pieles de
gatillos hacian unas mantas con que se cubrian; el ivierno se estaban en
sus casas metidos, que son redondas, mayores ó menores como es la
familia; al verano, grandes holgazanes, las mujeres trabajaban en todo
lo necesario; fuera desto, sin ley ni rey; el más valiente entre ellos
es el más temido; castigo no hay para ningun género de vicio; tienen
muchos absurdísimos.

A padre ni á madre ninguna reverencia, ni subjection. Deshonestísimos,
sino es á madre, á otra mujer _no_ perdonan: el hijo hereda las
mujeres de su padre, y al contrario; el hermano del yerno, y si un
hermano se aficiona á alguna mujer de su hermano, por quedarse con ella
y las demás, le mata; entre estos hay grandes hechiceros que dan bocados
para matarse los unos á los otros, y se matan fácilmente, y dicen está
en su mano llover ó no. No adoran cosa alguna; hablan con el demonio, á
quien llaman Pilan. Dicen que le obedecen porque no les haga mal.

Creen que despues de muertos van allá de la otra parte del mar, donde
tienen muchas mujeres, y se emborrachan; es el paraiso de Mahoma.

Muchos dstos, aunque son baptizados, niegan serlo; lo mismo hacen las
mujeres; amancebarse con dos hermanas es muy usado, no solo los
infieles, sino los baptizados, por lo cual á los españoles que tienen
captivos, si el español es casado y tiene alguna cuñada, le compelen á
que tenga acceso á ella delante dellos mismos, si no le matarán; conozco
á quien le succedió, y el pobre por huir de la muerte cometió tan grave
incesto.

Han hecho grandes crueldades en las mujeres españolas, por haber acceso
á ellas.

El padre que más hijas tiene es más rico, porque desde niñas las venden
á otros para mujeres, y el que compra es perpétuo tributario.

No saben perdonar enojo, por lo cual son vindicativos en gran manera; no
creen hay muerte natural, sino violenta, y acaso porque si alguno muere
es porque otro le dió riñendo un bofetón ó puñada, ó con un palo, ó le
tiró de los cabellos.

Muchas veces nos dan ponzoña en nuestras comidas, y como no nos hacen
daño, dicen es la causa porque las comemos calientes. Sus consultas son
en las borracheras muy frecuentes en ellas, donde tractan las cosas de
guerra; llevan sus armas, y borrachos se matan fácilmente.

No guardan un puncto de ley natural, á lo menos con nosotros.

No tienen dos dedos de frente, que es señal de gente traidora y bestial,
porque los caballos y mulas, angostos de frente lo son. Cada uno vive
por sí, una casa de otra apartada más de un tiro de honda, á los cuales
si no se reducen á pueblos y les quitan armas y caballos y les hacemos
hombres políticos no los haremos cristianos.

En la guerra obedecen á los capitanes por ellos nombrados; acabada, ó
[en] el verano, no hay obidencia.

Finalmente, es gente sin ley, sin rey, sin honra, sin vergüenza, etc., y
de aquí se infirirá lo que inferir se puede.

Es entre ellos lenguaje de dar la paz por estos tres años en los cuales
nos descuidarán y nos dividiremos, y descuidados y divididos nos matarán
y se quedarán en su infidelidad y bestiales costumbres.

Si el que gobierna no los puebla, como habemos dicho, y quita armas y
caballos, y castiga á los culpados, despues que se les ha notificado la
beninidad que con ellos Su Majestad usa, no habrá paz en Chile.

Si á los indios adultos persuadimos é indias, se baptizen, responden que
tienen vergüenza de ser cristianos, y que harán burla dellos los indios
rebellados; empero, que al fin de sus dias se baptizarán. Tienen por
gran pecado castigar ó corregir á sus hijos.

No miran los padres por sus hijas; ellas busquen lo que les conviene, si
acaso no las han vendido á otros indios para mujeres, como habemos
dicho.

Son invidiosísimos; si un encomendero tiene en su casa tres ó cuatro
indias, pagándoles su trabajo como mozas de soldada, si acaso se regala
más á ésta que aquella, fácilmente la matan con un bocado.


FIN



 Librería LA FACULTAD

 DE

 JUAN ROLDÁN

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     1907 (tamaño, 23×15)                                         5,--

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     Besteiro, 2.ª edición, Madrid, 1906 (tamaño, 19×12)          1,75

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  =Bourdeau.=--El problema de la vida, traducción de Ricardo
     Rubio, Madrid, 1902 (tamaño, 23×15), pasta                   3,50

  =Bray.=--Lo bello.--Ensayo acerca del origen y la evolución
     del sentimiento estético, traducción de Vicente
     Colorado, Madrid, 1904 (tamaño, 19×12)                       2,25

  =Bunge.=--Principios de psicología individual y
     social.--Prólogo por el doctor don Luis Simarro, Madrid,
     1903 (tamaño, 19×12)                                         1,75

  =Bunge.=--La Educación, 3.ª edición dividida en tres partes
     (tamaño, 19×12)

       Parte primera: Evolución de la Educación                   1,75

       Parte Segunda: La Educación contemporánea                  2,50

       Parte tercera: Educación de los degenerados. Teoría
       de la educación                                            1,75

  =Bureau.=--El contrato colectivo del trabajo (Le contrat de
     travail. Le role des sindicats professionels), traducción
     y prólogo de José Jorro y Miranda, Madrid,
     1904 (tamaño, 19×12)                                         2,50

  =Carle.=--La vida del Derecho en sus relaciones con la vida
     social.--Estudio comparado de Filosofía del Derecho,
     versión española de don Hermenegildo Giner de
     los Ríos, Madrid, 1912 (tamaño, 23×15), en prensa.

  =Carlyle.=--Folletos de última hora.--El tiempo
     presente.--Cárceles modelos.--El gobierno moderno.--De un
     gobierno nuevo.--Elocuencia política.--Parlamentos.
     --Estatuomanía.--Jesuitismo, traducción del inglés
     con una introducción y notas, por Pedro González
     Blanco, Madrid, 1909 (tamaño, 23×15)                         4,--

  =Compayre.=--La evolución intelectual y moral del niño,
     traducción de Ricardo Rubio, Madrid, 1905 (tamaño,
     23×15)                                                       4,50

  =Cosentini.=--La sociología genética.--Ensayo sobre el
     pensamiento y la vida social prehistóricos, con una
     introducción de Máximo Kovalewsky, traducción y
     un apéndice bibliográfico de Antonio Ferrer y Robert,
     Madrid, 1911 (tamaño, 19×12)                                 1,75

  =Crèpieux-Jamin= (J.)--La escritura y el carácter,
     traducción de Ansemo González, con 232 figuras en el texto,
     Madrid, 1908 (tamaño, 23×15)                                 4,50

  =Cullerre.=--Las fronteras de la locura, versión española
     de Antonio Atienza y Medrano, Madrid, 1912 (tamaño,
     19×12)                                                       2,25

  =Davidson.=--Una historia de la educación, traducida del
     inglés, por Domingo Barnés, Madrid, 1910 (tamaño,
     19×12)                                                       2,25

  =Delboeuf.=--El dormir y el soñar, traducción de Vicente
     Colorado, Madrid, 1904 (tamaño, 19×12)                       2,--

  =Durkheim.=--Las reglas del método sociológico, traducción
     española de Antonio Ferrer Robert, Madrid,
     1912 (tamaño, 19×12)                                         1,75

  =Eucken.=--Las grandes corrientes del pensamiento
     contemporáneo, versión española de Nicolás Salmerón
     y García, Madrid, 1912 (tamaño, 23×15)                       5,--

  =Eucken.=--Significación y valor de la vida, traducción
     directa del alemán, por Eloy Luis André, Madrid, 1912
     (tamaño, 19×12), en prensa.

  =Ferè.=--Sensación y movimiento, traducción de Ricardo
     Rubio, Madrid, 1906 (tamaño, 19×12)                          1,75

  =Ferè.=--Degeneración y criminalidad, traducción de Anselmo
     González, Madrid, 1903 (tamaño, 19×12)                       1,75

  =Ferrero.=--Grandeza y decadencia de Roma, traducción
     de M. Ciges Aparicio (tamaño, 19×12), precio de
     cada tomo                                                    2,25

       Tomo I. La conquista.--II. Julio César.--III. El fin
       de una aristocracia.--IV. Antonio y Cleopatra.--V.
       La república de Augusto.--VI y último. Augusto
       y el Grande Imperio.

  =Ferriere.=--Errores científicos de la Biblia, traducción
     española de Vicente Colorado, Madrid, 1904 (tamaño,
     19×12)                                                       2,50

  =Ferriere.=--Los mitos de la Biblia, traducción de Benito
     Menacho Ulibarri, Madrid, 1904 (tamaño, 19×12)               2,50

  =Ferriere.=--La materia y la energía, traducido por Anselmo
     González, Madrid, 1910 (tamaño, 19×12)                       2,25

  =Ferriere.=--La vida y el alma, traducción de Anselmo
     González, Madrid, 1911 (tamaño, 19×12)                       2,50

  =Ferriere.=--La causa primera, segun los datos
     experimentales, traducción de Anselmo González,
     Madrid, 1910 (tamaño, 19×12)                                 2,25

  =Ferriere.=--El alma es la función del cerebro, traducción
     de Anselmo González, Madrid, 1912, 2 tomos (tamaño,
     19×12)                                                       4,50

  =Fleury= (Dr. Mauricio de).--El cuerpo y el alma del niño,
     traducido por Matilde García del Real, Madrid, 1907
     (tamaño, 19×12)                                              2,--

  =Fleury= (Dr. Mauricio de).--Nuestros hijos en el colegio,
     traducido por Matilde García del Real, Madrid, 1907
     (tamaño, 19×12)                                              2,--

  =Fouillée.=--La moral, el arte y la religion, segun Guyau,
     traducción de Ricardo Rubio, de la 3.ª edición francesa,
     con estudios acerca de las obras póstumas y
     del influjo de Guyau, Madrid, 1902 (tamaño, 19×12)           2,50

  =Fouillée.=--Bosquejo psicológico de los pueblos europeos,
     traducción de Ricardo Rubio (tamaño, 23×15)                  6,--

  =Fustel de Coulanges.=--La ciudad antigua.--Estudio sobre
     el culto, el derecho, las instituciones de Grecia y
     Roma, traducción de M. Ciges Aparicio, Madrid,
     1908 (tamaño, 19×12)                                         2,50

  =Garofalo.=--La Criminología.--Estudio sobre la naturaleza
     del crimen y teoría de la penalidad, versión española
     de Pedro Borrajo, Madrid, 1912 (tamaño, 23
     por 15)                                                      4,--

  =Gauckler.=--Lo bello y su historia, traducción de Anselmo
     González, Madrid, 1903 (tamaño 19×12)                        1,75

  =Gow y Reinach.=--Minerva.--Introducción al estudio de
     los autores clásicos griegos y latinos.--Obra del doctor
     James Gow, adaptada para las escuelas francesas,
     por M. Salomón Reinach y traducida de la
     6.ª edición francesa, por Domingo Vaca, Madrid,
     1911, ilustrada con numerosos grabados, alfabetos,
     planos, etc. (tamaño, 19×12)                                 2,50

  =Grasserie.=--Psicología de las religiones, traducción de
     Ricardo Rubio, Madrid, 1904 (tamaño, 19×12)                  2,50

  =Greenwood.=--Elementos de pedagogía práctica, traducción
     del inglés por Domingo Barnés, Madrid, 1912
     (tamaño, 19×12)                                              1,75

  =Guignebert= (Carlos).--Manual de Historia antigua del
     Cristianismo.--Los orígenes, versión española de
     Américo Castro, Madrid, 1910 (tamaño, 19×12)                 2,50

  =Guyau.=--Génesis de la idea de tiempo, traducción de
     Ricardo Rubio, Madrid, 1901 (tamaño, 19×12)                  1,75

  =Guyau.=--El arte desde el punto de vista sociológico,
     traducción de Ricardo Rubio, Madrid, 1902 (tamaño, 23
     por 15)                                                      4,50

  =Guyau.=--Los problemas de la estética contemporánea,
     traducción de José M. Navarro de Palencia, Madrid,
     1902 (tamaño, 19×12)                                         2,50

  =Guyau.=--La irreligión del porvenir, traducción y prólogo
     de Antonio M. de Carvajal, Madrid, 1904 (tamaño,
     23×15)                                                       4,50

  =Guyau.=--La moral de Epicuro y sus relaciones con las
     doctrinas contemporáneas (obra premiada por la
     Academia Francesa de Ciencias Morales y Políticas).
     Versión española por A. Hernandez Almansa, Madrid,
     1907 (tamaño, 23×15)                                         3,50

  =Hampson.=--Paradojas de la Naturaleza y de la
     Ciencia.--Descripción y explicación de hechos que parecen
     contradecir la experiencia ordinaria ó los principios
     científicos, traducción del inglés por José Ontañón,
     Madrid, 1912. Con 64 figuras intercaladas en el texto
     y 7 láminas tiradas aparte en papel mate (tamaño,
     19×12)                                                       1,75

  =Hearn= (Lafcadio).--Kokoro.--Impresiones de la vida íntima
     del Japón, traducción del inglés por Julián Besteiro,
     Madrid, 1907 (tamaño, 19×12)                                 2,25

  =Hegel.=--Estética, versión castellana de la segunda edición
     de Ch. Benard, por H. Giner de los Ríos (obra
     premiada por la Academia Francesa), Madrid, 1908
     2 tomos (tamaño, 23×15)                                      9,50

  =Hegel.=--Filosofía del espíritu, versión castellana
     con notas y un prólogo original de E. Barriobero y Herrán,
     Madrid, 1907, 2 tomos (tamaño, 23×15)                        6,50

  =Hennequín= (Emilio).--La crítica científica, traducción de
     Manuel Núñez de Arenas, Madrid, 1909 (tamaño, 19
     por 12)                                                      1,75

  =Hoffding.=--Bosquejo de una Psicología basada en la
     experiencia, traducción de Domingo Vaca, Madrid,
     1904 (tamaño, 23×15)                                         5,--

  =Hoffding.=--Historia de la Filosofía moderna, versión de
     Pedro González Blanco, Madrid, 1907, 2 tomos de
     584 páginas el 1.º, y 671 el 2.º (tamaño, 23×15)            11,--

  =Hoffding.=--Filosofía de la Religion.--Versión española
     de Domingo Vaca, Madrid, 1909 (tamaño, 23×15)                4,--

  =Hoffding.=--Filósofos contemporáneos, traducción, estudio
     crítico del autor, y notas por Eloy Luis André,
     Madrid, 1909 (tamaño, 23×15)                                 3,50

  =James= (W.)--Principios de Psicología, traducción por
     Domingo Barnés, Madrid, 1909 (tamaño, 23×15), dos
     tomos de XII-758 páginas el 1.º, y 712 el 2.º               12,--

  =Janet.=--Orígenes del socialismo contemporáneo, traducción
     de Anselmo González, Madrid, 1904 (tamaño,
     19×12)                                                       1,75

  =Janet= (P.).--Historia de la Ciencia política en sus
     relaciones con la Moral, obra premiada por la Academia de
     Ciencias Morales y Políticas y por la Academia Francesa,
     traducción de don Ricardo Fuente y don Carlos
     Cerrillo, Madrid, 1910, dos tomos (tamaño, 23×15)            9,50

  =Kant.=--Prolegómenos á toda Metafísica del porvenir que
     haya de poder presentarse como una ciencia, traducido
     del alemán y prólogo de Julián Besteiro, con un
     epílogo del Profesor Cassirer, Madrid, 1912 (tamaño,
     19×12)                                                       2,25

  =Kant, Pestalozzi y Goethe.=--Sobre educación, composición
     y traducción de Lorenzo Luzuriaga, Madrid, 1911
     (tamaño, 19×12)                                              1,75

  =Kergomard.=--La educación maternal en la escuela, traducido
     por Matilde García del Real, Madrid, 1906, dos
     tomos (tamaño, 19×12)                                        4,50

  =Lanessan.=--El transformismo, versión española por Mariano
     Potó, Madrid, 1909 (tamaño, 23×15), con varios
     grabados                                                     3,50

  =Lange.=--Historia del materialismo, traducción de Vicente
     Colorado, Madrid, 1903, dos tomos (tamaño, 23×15),
     pasta                                                       10,--

  =Laple.=--Lógica de la voluntad, versión española, Madrid,
     1903 (tamaño, 23×15)                                         3,50

  =Le Bon= (G.)--Psicología de las multitudes, traducción
     de Ricardo Rubio, Madrid, 1911 (tamaño, 19×12)               1,75

  =Le Bon= (G.)--Leyes psicológicas de la evolución de los
     pueblos, traducido por Carlos Cerrillo Escobar, Madrid,
     1912 (tamaño, 19×12)                                         1,75

  =Le Bon.=--Psicología del socialismo, traducción de Ricardo
     Rubio, Madrid, 1903 (tamaño, 23×15)                          4,50

  =Le Dantec.=--Elementos de Filosofía biológica, versión
     española de Mariano Potó, Madrid, 1908 (tamaño, 19
     por 12)                                                      2,25

  =Le Dantec.=--Teoría nueva de la vida, traducido de la
     tercera edición francesa por Domingo Vaca, Madrid,
     1911 (tamaño, 23×15)                                         3,50

  =Lefevre.=--Las lenguas y las razas, versión española por
     don Anselmo González, Madrid, 1909 (tamaño, 23
     por 15)                                                      3,50

  =Leveque.=--El espiritualismo en el arte, traducción de
     Constantino Román (tamaño, 19×12)                            1,75

  =Lhotzki= (H.)--El alma de tu hijo.--Un libro para los
     padres, traducción directa del alemán por Luis de Zulueta,
     Madrid, 1910 (tamaño, 19×12)                                 1,75

  =Llichtenberger= (E.)--La filosofía de Nietzsche, traducción
     española de J. Elías Matheu, Madrid, 1910 (tamaño,
     19×12)                                                       1,75

  =Loliee= (F.)--Historia de las literaturas comparadas, desde
     sus orígenes hasta el siglo XX, versión española
     con las adiciones y correcciones del autor para la tercera
     edición francesa, por Hermenegildo Giner de los
     Ríos, Madrid, 1905 (tamaño, 23×15)                           4,--

  =Lubbock.=--Los orígenes de la civilización y la condicion
     primitiva del hombre (estado intelectual y social de
     los salvajes), traducción española por José de Caso,
     Madrid, 1912, con grabados en el texto y láminas
     aparte (tamaño, 23×15), en prensa.

  =Maspero.=--Historia antigua de los pueblos de Oriente,
     traducción española de Domingo Vaca, Madrid, 1912,
     con infinidad de grabados y mapas en color (tamaño,
     23×15), en prensa.

  =Mauthner.=--Contribuciones á una crítica del lenguaje,
     traducción directa del alemán por José Moreno Villa,
     Madrid, 1911 (tamaño, 19×12)                                 2,25

  =Mercante= (V.)--La verbocromía, contribución al estudio
     de las facultades expresivas, Madrid, 1910 (tamaño,
     19×12)                                                       1,75

  =Mercier.=--La Filosofía en el siglo XIX, traducción de
     Francisco Lombardía, Madrid, 1904 (tamaño, 19×12)            1,75

  =Moreau de Jonnes.=--Los tiempos mitológicos, ensayo de
     reconstitución histórica.--Cosmogonías, El libro de
     los muertos, Sanchoniaton, El Génesis, Hesiodo, El
     Avesta, traducción de M. Ciges Aparicio, Madrid,
     1910 (tamaño, 19×12)                                         2,25

  =Munsterberg.=--La Psicología y el maestro, traducción del
     inglés por Domingo Barnés, Madrid, 1911 (tamaño,
     19×12)                                                       2,25

  =Nitobé.=--Bushido.--El alma del Japón, traducido de la
     13.ª edición del autor por Gonzalo Jimenez de la Espada,
     Madrid, 1909 (tamaño, 19×12)                                 1,75

  =Nordau= (M.)--Psico-fisiología del genio y del talento,
     traducción de Nicolás Salmerón y García, Madrid,
     1910 (tamaño, 19×12)                                         1,75

  =Nordau= (M.)--Degeneración, traducción de Nicolás Salmerón
     y García, con un epílogo del autor, Madrid,
     1902, dos tomos (tamaño, 23×15)                              8,--

     I.--Fin de siglo.--El Misticismo.
     II.--El Egotismo.--El Realismo.--El siglo XX.

  =Nordau= (M.)--El sentido de la Historia, traducción de
     Nicolás Salmerón y García, Madrid, 1911 (tamaño,
     23×15)                                                       4,--

  =Painter.=--Historia de la Pedagogía, traducción del inglés
     por Domingo Barnés, Madrid, 1911 (tamaño, 19×12)             2,25

  =Payot.=--La educación de la voluntad, por el profesor de
     Filosofía é inspector de la Academia, M. Julio Payot,
     traducido de la 4.ª edición francesa, por Manuel Anton
     y Ferrándiz, catedrático de Antropología de la
     Universidad y Museo de Ciencias Naturales de Madrid,
     tercera edición, Madrid, 1907 (tamaño, 23×15)                3,--

  =Payot.=--La creencia, traducción de Anselmo González,
     Madrid, 1905 (tamaño, 19×12)                                 1,75

  =Pearson.=--La Gramática de la Ciencia, versión directa
     del inglés por Julián Besteiro, Madrid, 1909 (tamaño,
     23×15), con 33 figuras en el texto                           5,--

  =Posada= (A.)--Política y enseñanza, Madrid, 1904 (tamaño,
     19×12)                                                       1,75

  =Posada= (A.)--Teorías políticas, Madrid, 1905 (tamaño,
     19×12)                                                       1,75

  =Posada= (A.)--Principios de Sociología.--Introducción,
     Madrid, 1908 (tamaño, 23×15)                                 5,--

  =Preyer.=--El alma del niño.--Observaciones acerca del
     desarrollo psíquico en los primeros años de la vida,
     traducción española con un prólogo de don Martín
     Navarro, Madrid, 1908 (tamaño, 23×15)                        5,--

  =Reinach= (S.)--Orfeo.--Historia general de las religiones,
     traducido por Domingo Vaca, de la 12.ª edición francesa,
     corregida y adicionada por el autor, Madrid,
     1910 (tamaño, 23×15)                                         4,50

  =Ribot.=--Ensayo acerca de la imaginacion creadora, traducción
     de Vicente Colorado, con un prólogo de González
     Serrano (tamaño, 23×15)                                      4,--

  =Ribot.=--La lógica de los sentimientos, traducción de
     Ricardo Rubio, Madrid, 1905 (tamaño, 19×12)                  1,75

  =Ribot.=--Las enfermedades de la voluntad, traducción de
     Ricardo Rubio, 2.ª edición, Madrid, 1906 (tamaño,
     19×12)                                                       1,75

  =Ribot.=--Ensayo sobre las pasiones, versión española de
     Domingo Vaca, Madrid, 1907 (tamaño, 19×12)                   1,75

  =Ribot.=--Las enfermedades de la memoria, traducción de
     Ricardo Rubio, 2.ª edición, Madrid, 1908 (tamaño,
     19×12)                                                       1,75

  =Ribot.=--Las enfermedades de la personalidad, traducción
     de Ricardo Rubio, Madrid, 1912 (tamaño, 19
     por 12)                                                      1,75

  =Ribot.=--Psicología de la atención, traducción española
     de Ricardo Rubio, Madrid, 1910 (tamaño, 19×12)               1,75

  =Ribot.=--La evolución de las ideas generales, traducción
     de Ricardo Rubio, Madrid, 1899 (tamaño, 19×12)               2,--

  =Ribot.=--La herencia psicológica, traducción de Ricardo
     Rubio, Madrid, 1900, (tamaño, 23×15)                         4,50

  =Ribot.=--Psicología de los sentimientos, traducción de
     Ricardo Rubio, Madrid, 1900 (tamaño, 23×15)                  5,--

  =Romanes.=--La evolución mental en el hombre.--Origen
     de la facultad característica humana, traducción del
     inglés por Gonzalo J. de la Espada, Madrid, 1906, (tamaño
     23×15)                                                       4,50

  =Ruskin.=--Munera Pulveris (sobre Economía Política),
     traducción del inglés por M. Ciges Aparicio, Madrid,
     1907 (tamaño, 19×12)                                         1,75

  =Ruskin.=--Sésamo y azucenas, traducida del inglés por
     Julián Besteiro, Madrid, 1907 (tamaño, 19×12)                1,75

  =Ruskin.=--Lo que nos han contado nuestros padres. La
     Biblia de Amiens, traducción del inglés por M. Ciges
     Aparicio, Madrid, 1907 (tamaño, 19×12)                       1,75

  =Sabatier.=--Ensayo de una Filosofía de la Religion, segun
     la Psicología y la Historia, por Augusto Sabatier,
     profesor de la Universidad de París, decano de la
     Facultad de Teologia protestante, traducido de la 8.ª
     edición por Eduardo Ovejero y Maury, Madrid, 1912
     (tamaño, 23×15)                                              4,--

  =Senet.=--Las estoglosias (contribución al estudio del
     lenguaje), Madrid, 1911 (tamaño, 19×12)                      1,75

  =Schwegler.=--Historia general de la Filosofía, traducida
     directamente del alemán por Eduardo Ovejero y Maury,
     con un prólogo de don Adolfo Bonilla y San
     Martín, Madrid, 1912 (tamaño, 23×15)                         4,--

  =Sollier.=--El problema de la memoria (ensayo de
     psico-mecánica), traducción de Ricardo Rubio, Madrid,
     1902 (tamaño, 19×12)                                         2,25

  =Spencer.=--Ensayos científicos, traducción de José González
     Llana, Madrid, 1908 (tamaño, 23×15)                          3,50

  =Spir.=--La norma mental (Ensayos de filosofía crítica),
     traducción y prólogo de Rafael Urbano, Madrid, 1904
     (tamaño, 19×12)                                              1,75

  =Squillace= (Fausto).--Diccionario de Sociología, traducido
     del italiano, Barcelona, 1915 (tamaño, 23×15)                6,--

  =Taine.=--La inteligencia, traducción de Ricardo Rubio,
     Madrid, 1904, dos tomos (tamaño, 19×12)                      5,50

  =Taine.=--Ensayos de Crítica y de Historia, traducción de
     Carlos Cerrillo Escobar, Madrid, 1912 (tamaño, 19
     por 12)                                                      2,25

  =Tarde= (G.)--Las leyes de la imitación, estudio sociológico,
     traducción de Alejo García Góngora, Madrid, 1907
     (tamaño, 23×15), pasta                                       4,50

  =Tardieu.=--El aburrimiento, traducción de Ricardo Rubio,
     Madrid, 1904 (tamaño, 19×12)                                 2,50

  =Thomas.=--La educación de los sentimientos, traducción
     de Ricardo Rubio, Madrid, 1902 (tamaño, 19×12)               2,50

  =Tissié.=--Los sueños (Fisiología y Patología), traducción
     de Ricardo Rubio, Madrid, 1905 (tamaño, 19×12)               2,--

  =Tocqueville.=--El antiguo régimen y la revolución, versión
     castellana de la 2.ª edición francesa por R. V.
     de R., Madrid, 1911 (tamaño, 23×15)                          3,50

  =Tocqueville.=--La democracia en América, traducción española,
     profusamente anotada y con prólogo por Carlos
     Cerrillo Escobar, dos tomos, Madrid, 1911 (tamaño,
     23×15), pasta                                                9,--

  =Tylor.=--Antropología, introducción al estudio del hombre
     y de la civilización, traducida del inglés por Antonio
     Machado y Alvarez, Madrid, 1912, con multitud de
     grabados y un prólogo especial del autor para la edición
     española (tamaño, 23×15), en prensa.

  =Varigny= (H. de)--La naturaleza y la vida, traducción de
     E. Lozano, Madrid, 1907 (tamaño, 19×12)                      2,50

  =Villa= (G.)--La psicología contemporánea (obra premiada
     en la Real Academia de Ciencias de Turín), edición
     cuidadosamente revisada y corregida por su autor, y
     traducida por U. González Serrano, Madrid, 1902
     (tamaño, 23×15)                                              6,--

  =Villa= (G.)--El idealismo moderno, traducción del italiano
     por R. Rubio, Madrid, 1906 (tamaño, 23×15)                   3,50

  =Wagner.=--Juventud (obra premiada por la Real Academia
     Francesa), versión española de H. Giner de los
     Ríos, Madrid, 1906 (tamaño, 19×12)                           2,25

  =Wagner.=--La vida sencilla, versión española de H. Giner
     de los Ríos, Madrid, 1907 (tamaño, 19×12)                    1,75

  =Wagner.=--Junto al hogar, versión castellana de H. Giner
     de los Ríos, Madrid, 1907 (tamaño, 19×12)                    2,--

  =Wagner.=--Para los pequeños y para los mayores.--Conversaciones
     sobre la vida y el modo de servirse de
     ella, traducción española de Domingo Vaca, Madrid,
     1909 (tamaño, 19×12)                                         2,50

  =Wagner.=--Valor, traducción de Domingo Barnés, Madrid,
     1910 (tamaño, 19×12)                                         1,75

  =Wagner.=--A través de las cosas y de los hombres.--La
     base de todo, traducción de Domingo Vaca (tamaño,
     19×12)                                                       1,75

  =Wagner.=--Sonriendo, traducción de Domingo Vaca, Madrid,
     1911 (tamaño, 19×12)                                         1,75

  =Wegener= (H.)--Nosotros los jóvenes.--El problema sexual
     del joven soltero, traducción directa del alemán
     por Luis de Zulueta, Madrid, 1910 (tamaño, 19×12)            1,75

  =Wundt.=--Introducción á la Filosofía, traducción de la 5.ª
     edición alemana por Eloy Luis André, dos tomos,
     conteniendo el 1.º un estudio sobre la Filosofía
     contemporánea en Alemania y la Filosofía científica de
     Wundt, y el 2.º, un estudio sobre el porvenir de la
     Filosofía científica en España é Hispano-América, ambos
     escritos por Eloy Luis André, catedrático de Filosofía,
     Madrid, 1912 (tamaño, 23×15)                                 7,--

  =Xénopol.=--Teoría de la Historia, 2.ª edición de «Los
     principios fundamentales de la Historia», traducción
     española de Domingo Vaca, Madrid, 1911 (tamaño,
     23×15)                                                       4,50



 BIBLIOTECA INTERNACIONAL DE PSICOLOGÍA EXPERIMENTAL NORMAL Y PATOLÓGICA

  PRECIO DE CADA TOMO, ENCUADERNADO, $ 2,50

  Tomos publicados:

  =Baldwin.=--El pensamiento y las cosas.--El conocimiento y el
     juicio, traducción de Francisco Rodríguez Besteiro, con
     figuras, Madrid, 1911.

  =Claparéde.=--La asociación de las ideas, traducción de Domingo
     Barnés con figuras, Madrid, 1907.

  =Cuyer.=--La Mímica, traducción de Alejandro Miquis, con 75
     figuras, Madrid, 1906.

  =Dugas.=--La imaginacion, traducción del doctor César Juarros,
     Madrid, 1905.

  =Duprat.=--La moral.--Fundamentos psico-sociológicos de una
     conducta racional, traducción de Ricardo Rubio, Madrid,
     1905.

  =Grasset.=--El hipnotismo y la sugestión, traducido por Eduardo
     García del Real, con figuras, Madrid, 1906.

  =Malapert.=--El carácter, traducido por José Maria González, Madrid,
     1905.

  =Marchand.=--El gusto, traducción de Alejo García Góngora,
     con 33 figuras, Madrid, 1906.

  =Marie= (Dr. A.)--La demencia, traducción de Anselmo González,
     con 42 grabados, Madrid, 1908.

  =Nuel.=--La visión, traducido por el doctor Víctor Martín, con 22
     figuras, Madrid, 1905.

  =Paulhan.=--La voluntad, traducción de Ricardo Rubio, Madrid,
     1905.

  =Pillsbury.=--La atención, traducción de Domingo Barnés, Madrid,
     1910.

  =Pitres= (N.) =y Regis= (E.)--Las obsesiones y los impulsos,
     traducido por José Maria González, Madrid, 1910.

  =Sergi.=--Las emociones, traducido por Julián Besteiro, con figuras,
     Madrid, 1906.

  =Toulouse, Vaschide y Pieron.=--Técnica de psicología experimental
     (examen de sujetos), traducción de Ricardo Rubio,
     con numerosas figuras, Madrid, 1906.

  =Van Biervliet.=--La memoria, traducido por Martín Navarro,
     Madrid, 1905.

  =Vigouroux y Juquelier.=--El contagio mental, traducción del doctor
     César Juarros, Madrid, 1906.

  =Woodworth.=--El movimiento, traducción de Domingo Vaca, con
     figuras, Madrid, 1907.

       *       *       *       *       *

 Estos volúmenes constan de 350 á 500 páginas, tamaño 19×12
 centímetros, algunos con figuras en el texto.



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  PUBLICACIÓN MENSUAL DE LOS MEJORES LIBROS NACIONALES

 TOMOS PUBLICADOS

  1. =Doctrina Democrática=, de Mariano Moreno.

  2. =Dogma Socialista=, de Esteban Echeverría.

  3. =Las Bases=, de J. B. Alberdi.

  4. =Educación Popular=, de D. F. Sarmiento.

  5. =Tierras Públicas=, de N. Avellaneda.

  6. =Tragedias=, de Juan Cruz Varela.

  7. =Obras Políticas=, de B. Monteagudo.

  8. =Comprobaciones históricas= (Primera parte), de
     B. Mitre.

  9. =Luz del Dia en América=, de J. B. Alberdi.

  10. =Peregrino en Babilonia=, de Luis de Tejeda.

  11. =Reflexiones=, de J. I. de Gorriti.

  12. =Facundo=, de D. F. Sarmiento.

  13. =Descripción Colonial= (Libro primero), de Fray
  Reginaldo de Lizárraga.

       *       *       *       *       *

  _Precio de la subscripción por semestre_, $ 7.50

  LA SUBSCRIPCIÓN CORRESPONDE Á 6 VOLÚMENES

       *       *       *       *       *

 LIBRERÍA LA FACULTAD

 DE

 JUAN ROLDÁN.--436-FLORIDA-436

 BUENOS AIRES



 BIBLIOTECA ARGENTINA


Esta BIBLIOTECA publicará mensualmente, en condiciones económicas, los
mejores ó más famosos libros nacionales, con el objeto de contribuir á
la educación popular, por la obra de nuestros más esclarecidos autores.

Fundada esta BIBLIOTECA por iniciativa particular, ella sale á luz sin
subvención alguna del Estado, librado su éxito al apoyo del pueblo, que
podrá adquirir cada volumen por 1.50 $ m/n, ó á precio más reducido
(7.50 $ m/n) en las suscripciones por semestre.

Para ponerla al alcance de estudiantes y obreros, á quienes
especialmente se la destina, se ha fijado el precio más bajo consentido
por los gastos de imprenta y difusión, sacrificando en ello todo
propósito de lucro, pues aspiramos á caracterizar nuestra BIBLIOTECA
como una institucion de cultura democrática.

La BIBLIOTECA ARGENTINA publicará necesariamente los libros entregados
al dominio comun por la ley de propiedad literaria; pero como una
protesta moral contra esa ley, que sacrifica á las madres, viudas é
hijos de dichos autores, cederemos á éstos una parte de las tiradas, á
pesar de ser exiguas y económicas nuestras ediciones.

Hacemos, pues, en favor de esta iniciativa, un llamado á la prensa, las
escuelas, los ateneos, las bibliotecas públicas, las sociedades de
educación, y tambien á los partidos políticos, dada la función de
cultura popular que la moderna democracia exige de los partidos, como
una necesidad de la soberanía que practican.

Cada uno de los volúmenes llevará un prólogo del Director, donde se dará
una somera noticia biográfica y bibliográfica sobre el autor y el libro
pertinentes, con indicación de las fuentes utilizadas y del estado
actual de la crítica respecto á la obra que se publique.

Interrumpida por la guerra mundial, la influencia inmediata del
pensamiento europeo, tan desorientado en los últimos tiempos, esta
BIBLIOTECA se propone orientar y nutrir la conciencia argentina por el
pensamiento olvidado de nuestros propios maestros.

Acreditamos con este manifiesto la generosa finalidad de la BIBLIOTECA
ARGENTINA, y bajo su único auspicio, confiamos merecer el apoyo de los
estudiosos, para salvar los notorios riesgos que ofrecen todas las
empresas de esta índole en nuestro país.





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