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Title: El libro de las mil noches y una noche; t 2
Author: Anonymous
Language: Spanish
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produced from images generously made available by The
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                         [imagen: LIBROS

                               CÉLEBRES

                               ESPAÑOLES

                                   Y

                             EXTRANJEROS]

                 Director literario: V. Blasco Ibáñez



                        [imagen: EL LIBRO

                                DE LAS

                        MIL NOCHES Y UNA NOCHE]

                        ES PROPIEDAD. DERECHOS
                       EXCLUSIVOS DE TRADUCCIÓN
                              AL ESPAÑOL.

                       [Illustration: EX-LIBRIS

                           MANUEL TARANCÓN]



                            [imagen:

                               EL LIBRO
                           DE LAS MIL NOCHES
                              Y UNA NOCHE

             TRADUCCIÓN DIRECTA Y LITERAL DEL ÁRABE POR EL
                         DOCTOR J. C. MARDRUS

               Versión española de VICENTE BLASCO IBAÑEZ

                     PRÓLOGO DE E. GÓMEZ CARRILLO

                             TOMO SEGUNDO

            Historias: Del visir Nureddin, de su hermano el
              visir Chamseddin y de Hassan Bareddin.--Del
            Jorobado, con el Sastre, el Corredor nazareno,
       el Intendente y el Médico judío; lo que de ello resultó,
               y sus aventuras sucesivamente referidas.

                               PROMETEO
                       Germanías, 33.--VALENCIA
                         (Published in Spain)
                                   ]



                            [imagen]

                       DEDICO ESTE SEGUNDO TOMO

                           AL ADMIRABILÍSIMO

                            SEÑOR BERGERET

                      Á TRAVÉS DE ANATOLE FRANCE

                               J. C. M.

[imagen]

[imagen]

[imagen]



Historia del visir Nureddin, de su hermano el visir Chamseddin y de
Hassán Badreddin


Entonces, Giafar Al-Barmakí dijo:

[imagen]

«Sabe, ¡oh Comendador de los Creyentes! que había en el país de Mesr[1]
un sultán justo y benéfico. Este sultán tenía un visir sabio y prudente,
versado en las ciencias y las letras. Y este visir, que era muy viejo,
tenía dos hijos que parecían dos lunas. El mayor se llamaba Chamseddin y
el menor Nureddin[2]; pero Nureddin, el más pequeño, era ciertamente más
guapo y mejor formado que Chamseddin, el cual, por otra parte, era
perfecto. Pero nadie igualaba en todo el mundo á Nureddin. Era tan
admirable, que en ninguna comarca se ignoraba su hermosura, y muchos
viajeros iban á Egipto, desde los países más remotos, sólo por el gusto
de contemplar su perfección y las facciones de su rostro.

Pero quiso el Destino que falleciera su padre el visir. Y el sultán se
condolió mucho. En seguida mandó llamar á los dos jóvenes, hizo que se
aproximaran á él, les regaló trajes de honor, y les dijo: «Desde ahora
desempeñaréis junto á mí el cargo de vuestro padre.» Entonces ellos se
alegraron, y besaron la tierra entre las manos del sultán. Después
hicieron que duraran todo un mes las exequias fúnebres de su padre, y en
seguida empezaron á desempeñar su nuevo cargo de visires, y cada uno
ejercía durante una semana las funciones del visirato. Y cuando el
sultán salía de viaje, sólo llevaba consigo á uno de los dos hermanos.

Y una noche entre las noches, ocurrió que el sultán tenía que salir á la
mañana siguiente, y habiéndole tocado el cargo de visir aquella semana á
Chamseddin, el mayor, los dos hermanos departían sobre asuntos diversos
para entretener la velada. En el transcurso de la conversación, el mayor
dijo al menor: «¡Oh hermano mío! creo que debemos pensar en casarnos, y
mi intención es que nos casemos la misma noche.» Y Nureddin contestó:
«Hágase según tu voluntad, ¡oh hermano mío! pues estoy de acuerdo
contigo en esta y en todas las cosas.» Y convenido ya entre los dos este
primer punto, Chamseddin dijo á Nureddin: «Cuando, gracias á Alah, nos
hayamos unido con dos jóvenes, y la misma noche nos acostemos con ellas,
y hayan parido el mismo día, y (¡si Alah lo quiere!) tu esposa dé á luz
un niño y la mía una niña, tendremos que casar uno con otro á los dos
primos.» Y Nureddin repuso: «¡Oh hermano mío! ¿y qué piensas pedir
entonces como dote á mi hijo para darle á tu hija?» Y Chamseddin dijo:
«Pediré á tu hijo, como precio de mi hija, tres mil dinares de oro, tres
huertos y tres de los mejores pueblos de Egipto. Y realmente esto será
bien poca cosa, comparado con mi hija. Y si tu hijo no quiere aceptar
ese contrato, no habrá nada de lo dicho.» Al oirlo, respondió Nureddin:
«Pero ¿estás soñando? ¿Qué dote quieres pedirle á mi hijo? ¿Has olvidado
que somos dos hermanos, y hasta dos visires en uno solo? En vez de esas
exigencias, deberías ofrecer como presente tu hija á mi hijo, sin pensar
en pedirle ninguna dote. Además, ¿no sabes que el varón vale siempre más
que la hembra? Y he aquí que el varón es mi hijo, ¿y aún aspiras á que
lleve la dote, cuando es tu hija quien debiera traerla? Obras como aquel
comerciante que no quiere vender su mercancía, y para asustar al
parroquiano empieza por pedirle cuatro veces su precio.» Entonces dijo
Chamseddin: «Sin duda te figuras que tu hijo es más noble que mi hija,
lo cual demuestra que careces en absoluto de razón y sentido común, y
sobre todo de agradecimiento. Porque al hablar del visirato, olvidas
que tan altas funciones me las debes á mí solo, y si te asocié conmigo,
fué por lástima únicamente, para que pudieses ayudarme en mi labor.
¡Pero, en fin, ya está dicho! Puedes creer lo que gustes; porque yo,
desde el momento en que piensas así, ¡ya no quiero casar á mi hija con
tu hijo ni aun á peso de oro!» Mucho le dolieron estas palabras á
Nureddin, que contestó: «¡Tampoco yo quiero casar á mi hijo con tu
hija!» Y Chamseddin replicó entonces: «Pues no hay para qué hablar más
del asunto. Y como mañana tengo que marchar con el sultán, no dispongo
de tiempo para que comprendas lo inconveniente de tus palabras. Pero
después, ¡ya verás! ¡Cuando regrese, si Alah lo permite, sucederá lo que
ha de suceder!»

Entonces Nureddin se alejó, muy apenado por esta escena, y se fué á
dormir solo, con sus tristes pensamientos.

A la mañana siguiente salió de viaje el sultán, acompañado del visir
Chamseddin, y se dirigió hacia la ribera del Nilo, lo atravesó en barca
para llegar á Guesirah, y desde allí hasta las Pirámides.

En cuanto á Nureddin, después de haber pasado aquella noche
contrariadísimo por el modo de proceder de su hermano, se levantó casi
al amanecer, hizo sus abluciones, dijo la primera oración matinal, y
después se dirigió á su armario, del cual sacó una alforja, y la llenó
de oro, pensando siempre en las palabras despectivas de Chamseddin y en
la humillación sufrida. Y entonces recitó estas estrofas:

_¡Marcha, amigo mío! ¡Abandónalo todo, y marcha! ¡Otros amigos
encontrarás en vez de los que dejas! ¡Marcha! ¡Deja la ciudad y arma tu
tienda de campaña! ¡Y vive en ella! ¡Allí, y nada mas que allí,
encontrarás las delicias de la vida!_

_¡En las moradas civilizadas y estables, no hay fervor ni hay amistad!
¡Créeme! ¡Huye de tu patria! ¡Arráncate del suelo de tu patria!
¡Intérnate en países extranjeros!_

_¡Escucha! ¡He comprobado que el agua que se estanca se corrompe; podría
librarse de su podredumbre corriendo nuevamente! ¡Pero de otro modo es
incurable!_

_¡He observado también la luna llena, y pude averiguar el número de sus
ojos, de sus ojos de luz! ¡Pero si no hubiese seguido sus revoluciones
en el espacio, no habría podido conocer los ojos de cada cuarto de luna,
los ojos que me miraban!_

_¿Y el león? ¿Sería posible cazar al león si no hubiese salido del
espeso bosque?... ¿Y la flecha? ¿Mataría la flecha si no escapara
violentamente del arco tenso?_

_¿Y el oro y la plata? ¿No serían polvo vil si no hubiesen salido de sus
yacimientos? ¿Y el armonioso laúd?_ _¡Ya sabes! ¡Sólo sería un pedazo de
leño si el obrero no lo arrancase de la tierra para darle forma!_

_¡Expátriate y alcanzarás las cumbres! ¡Si permaneces adherido á tu
suelo, jamás escalarás la altura!_

Cuando acabó de recitar estos versos, mandó á uno de sus esclavos que le
ensillase una mula torda, poderosa y rápida para la marcha. Y el
esclavo preparó la mejor de todas las mulas, le puso una silla
guarnecida de brocado y de oro, con estribos indios y una gualdrapa de
terciopelo de Ispahán. Y lo hizo tan bien, que la mula parecía una
recién casada con su traje nuevo y brillante. Después todavía dispuso
Nureddin que le echasen encima de todo un tapiz grande de seda y otro
más pequeño de raso, terminado lo cual, colocó entre los dos tapices la
alforja llena de oro y de alhajas.

En seguida dijo á este esclavo y á todos los demás: «Me voy á dar una
vuelta por fuera de la ciudad, hacia la parte de Kaliubia, donde pienso
pasar tres noches. Siento una opresión en el pecho, y voy á dilatar mis
pulmones respirando el aire libre. Pero prohibo á todo el mundo que me
siga.»

Y provisto de víveres para el camino, montó en la mula y se alejó
rápidamente. No bien salió del Cairo, anduvo tan ligero, que al mediodía
llegó á Belbeis, donde se detuvo. Bajó de la mula para descansar y
dejarla descansar, comió algo, compró en Belbeis cuanto podía necesitar
para él y para la mula, y reanudó el viaje. Dos días después,
precisamente al mediodía, merced al paso de su mula, entró en Jerusalén,
la ciudad santa. Allí se apeó de la mula, descansó y la dejó reposar,
extrajo del saco algo de comida, y después de alimentarse colocó el saco
en el suelo para que le sirviese de almohada, luego de haber extendido
el tapiz grande de seda, y se durmió, pensando siempre con indignación
en la conducta de su hermano.

Al otro día, al amanecer, montó de nuevo y no dejó de caminar á buen
paso, hasta llegar á la ciudad de Alepo. Allí se hospedó en uno de los
khanes de la ciudad y dejó transcurrir tranquilamente tres días,
descansando y dejando descansar á la mula, y cuando hubo respirado bien
el aire puro de Alepo, pensó en continuar el viaje. Y al efecto, montó
otra vez en la mula, después de haber comprado los maravillosos dulces
que se hacen en Alepo, rellenos de piñones y almendras, cubiertos de
azúcar, y que le gustaban mucho desde la niñez.

Y dejó que la mula se encaminase por donde quisiese, pues al salir de
Alepo ya no sabía adónde dirigirse. Y cabalgó día y noche, hasta que una
tarde, después de puesto el sol, se encontró en la ciudad de Bassra,
pero no sabía que aquella ciudad fuese Bassra. Y no supo su nombre hasta
después de llegado al khan, donde se lo dijeron. Se apeó entonces de la
mula, la descargó de los dos tapices, de las provisiones y de la
alforja, y encargó al portero del khan que la paseara un poco, para que
no se enfriase por descansar en seguida. Y en cuanto á Nureddin, él
mismo tendió su tapiz, y se sentó en el khan para reposar.

El portero del khan cogió la mula de la brida, y se fué con ella. Pero
ocurrió la coincidencia de que precisamente entonces el visir de Bassra
hallábase sentado á la ventana de su palacio, contemplando la calle. Y
al divisar una mula tan hermosa, con sus magníficos jaeces de gran
valor, sospechó que esta mula pertenecía indudablemente á algún visir
entre los visires extranjeros, ó acaso á algún rey entre los reyes. Y se
puso á mirarla, sintiendo una gran perplejidad. Y después ordenó á uno
de sus esclavos que le trajese en seguida al portero que paseaba á la
mula. Y el esclavo corrió en busca del portero y lo llevó ante el visir.
Entonces el portero avanzó un paso y besó la tierra entre las manos del
visir, que era un anciano de mucha edad y muy respetable. Y el visir
dijo al portero: «¿Quién es el amo de esta mula, y qué posición tiene?»
El portero contestó: «¡Oh mi señor! el amo de esta mula es un joven muy
hermoso, lleno de seducciones, ricamente vestido, como hijo de algún
gran mercader, y todo su aspecto impone el respeto y la admiración.»

Al oirle, el visir se puso de pie, montó á caballo, y marchando
apresuradamente al khan, entró en el patio. Cuando lo vió Nureddin,
corrió á su encuentro y le ayudó á apearse del caballo. Entonces el
visir le dirigió el saludo acostumbrado, y Nureddin se lo devolvió y lo
recibió muy cordialmente. Y el visir se sentó á su lado, y le dijo: «¡Oh
hijo mío! ¿de dónde vienes y por qué estás en Bassra?» Y Nureddin
contestó: «¡Oh mi señor! vengo del Cairo, mi ciudad natal. Mi padre era
visir del sultán de Egipto, pero murió al ser llamado á la misericordia
de Alah.» Después contó toda su historia, desde el principio hasta el
fin. Y luego añadió: «No he de volver á Egipto hasta después de haber
recorrido el mundo, visitando todas las ciudades y todas las comarcas.»

Y el visir contestó á Nureddin: «Hijo mío, prescinde de esas ideas de
continuo viaje, porque causarán tu perdición. Sabe que el viajar por
países extranjeros es la ruina y lo último de lo último. Atiende esta
advertencia, pues temo que te perjudiquen los percances de la vida y del
tiempo.»

Después el visir ordenó á sus esclavos que desensillaran la mula y le
quitasen los tapices y las sedas, y se llevó consigo á Nureddin,
alojándole en su casa, y lo dejó descansar, luego de haberle
proporcionado todo lo que necesitaba.

Nureddin permaneció algún tiempo en casa del visir, y el visir le veía
diariamente y le colmaba de consideraciones y favores. Y acabó por
estimarle enormemente, hasta el punto de que un día le dijo: «Hijo mío,
ya soy muy viejo, y no tengo ningún hijo varón. Pero Alah me ha
concedido una hija que te iguala en belleza y perfecciones. Y hasta
ahora se la he negado á cuantos me la pidieron en matrimonio. Pero á ti,
á quien quiero con todo el cariño de mi corazón, he de preguntarte si
consientes en aceptarla como esclava tuya. Porque yo deseo
fervientemente que seas el esposo de mi hija. Y si quieres aceptar,
marcharé en busca del sultán y le diré que eres un sobrino mío, recién
llegado de Egipto, y que has venido á Bassra expresamente para pretender
á mi hija en matrimonio. Y el sultán, por cariño á mí, te dará el
visirato, porque yo ya estoy muy viejo y necesito descansar. Y así
podré encerrarme muy á gusto en mi casa para no salir de ella.»

Al oir esta proposición, bajó los ojos Nureddin, y después dijo:
«Escucho y obedezco.»

Entonces el visir llegó al colmo de la alegría, é inmediatamente ordenó
á sus esclavos que preparasen el festín y adornasen é iluminasen la sala
de recepción, la más espaciosa de todas, reservada especialmente al más
grande entre los emires.

Después reunió á todos sus amigos, é invitó á todos los nobles del reino
y á todos los mercaderes de Bassra, y todos acudieron á presentarse
entre sus manos. Entonces, el visir, para explicarles el haber elegido á
Nureddin con preferencia á todos los demás, les dijo: «Yo tenía un
hermano que era visir en Egipto, y Alah le había favorecido con dos
hijos, como á mí me favoreció con una hija, según sabéis. Mi hermano,
poco antes de morir, me encargó que casara á mi hija con uno de sus
hijos, y yo se lo prometí. Y precisamente este joven á quien veis es uno
de los dos hijos de mi hermano el visir de Egipto. Ha venido á Bassra
con tal objeto. ¡Y mi mayor anhelo es que se escriba su contrato con mi
hija, y que viva con ella en mi casa!»

Entonces contestaron todos: «¡Sea como dices! ¡Ponemos sobre nuestra
cabeza cuanto hagas!»

Y todos tomaron parte en el gran festín, bebieron toda clase de vinos, y
comieron una cantidad prodigiosa de pasteles y confituras. Y después,
rociada la sala con agua de rosas, según costumbre, se despidieron del
visir y de Nureddin.

Entonces el visir mandó á sus esclavos que llevasen á Nureddin al hammam
y le diesen un buen baño. Y el visir le regaló uno de sus mejores trajes
entre sus trajes, y después le envió toallas, palanganas de cobre,
pebeteros y todas las demás cosas necesarias para el baño. Y Nureddin se
bañó y salió del hammam con su traje nuevo, y estaba más hermoso que la
luna llena en la más bella de las noches. Después Nureddin cabalgó en su
mula torda, encaminándose hacia el palacio del visir, y al pasar por las
calles le admiraban todos, elogiando su hermosura y la obra de Alah. Y
descendió de la mula, entró en casa del visir y le besó la mano.
Entonces el visir...

En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y
se calló discretamente.

[imagen]

_PERO CUANDO LLEGÓ LA 20.ª NOCHE_

Ella dijo:

He llegado á saber, ¡oh rey afortunado! que entonces el visir se
levantó, acogiendo con júbilo al hermoso Nureddin y diciéndole: «Entra,
¡oh hijo mío! en la cámara de tu esposa, y sé dichoso. Mañana te
llevaré á ver al sultán. Y ahora sólo me resta implorar de Alah que te
conceda todos sus favores y todos sus bienes.»

Entonces Nureddin besó otra vez la mano del visir su suegro, y entró en
el aposento de la doncella. ¡Y sucedió lo que había de suceder!

Y esto fué lo referente á Nureddin.

En cuanto á Chamseddin su hermano... he aquí lo que ocurrió. Terminada
la expedición que hizo con el sultán de Egipto, hacia el lado de las
Pirámides, regresó inmediatamente á su casa. Y se inquietó mucho al no
encontrar á su hermano Nureddin. Y preguntó por él á sus esclavos, que
le respondieron: «Nuestro amo Nureddin, el mismo día que te fuiste con
el sultán, montó en una mula enjaezada con gran lujo, como en los días
solemnes, y nos dijo: «Me voy hacia la parte de Kaliubia, estaré fuera
unos días, pues noto opresión en el pecho y necesito aire libre; pero
que no me siga nadie.» Y desde entonces no hemos vuelto á tener noticias
suyas.»

Entonces Chamseddin deploró mucho la ausencia de su hermano, y fué
aumentando su dolor de día en día, hasta que acabó por convertirse en
una aflicción inmensa. Y pensaba: «Seguramente, el motivo de que se haya
marchado no es otro que aquellas palabras tan duras que le dije la
víspera de mi viaje con el sultán. Y esto y no otra cosa le ha obligado
á huir. Pero es preciso que repare la falta cometida contra él y
disponga que lo busquen.»

Y Chamseddin fué inmediatamente á ver al sultán, y le refirió lo que
ocurría. Y el sultán mandó escribir mensajes autorizados con su sello y
los envió con emisarios de á caballo en todas direcciones á todos sus
lugartenientes de todas las comarcas, y les decía en estos pliegos que
Nureddin había desaparecido y que precisaba buscarle fuese donde fuese.

Pero transcurrido algún tiempo, todos los correos regresaron sin ninguna
noticia, porque ni uno solo había ido á Bassra, donde estaba Nureddin.
Entonces Chamseddin, lamentándose hasta el límite de las lamentaciones,
exclamó: «¡Mía es toda la culpa! ¡Todo esto me ocurre por mi poco tacto
y mi falta de discreción!»

Pero como todo tiene su término, Chamseddin acabó por consolarse, y un
día pidió en matrimonio á la hija de un gran comerciante del Cairo, hizo
su contrato con ella y con ella se casó. ¡Y sucedió lo que había de
suceder!

Y se dió la coincidencia de que la misma noche que penetró Chamseddin en
la cámara nupcial, fué justamente la misma en que Nureddin penetró en el
aposento de la hija del visir de Bassra. Y permitió Alah esta
coincidencia del matrimonio de los dos hermanos en la misma noche, para
demostrar que manda en el destino de las criaturas.

Y todo se verificó además según lo habían combinado los dos hermanos
antes de su querella, pues las dos esposas quedaron preñadas la misma
noche: parieron el mismo día y á la misma hora, y la de Chamseddin,
visir de Egipto, parió una niña cuya hermosura no tuvo igual en todo el
país, y la de Nureddin, de Bassra, dió á luz un niño tan hermoso que no
había otro como él en todo el mundo. Ya lo dijo el poeta:

_¡El niño!... ¡Cuan delicado es!... ¡Y que gentil! ¡Y qué gracioso!...
¡Beber su boca! ¡Beber esta boca hace olvidar las cosas llenas y los
vasos desbordantes!_

¡_Beber en sus labios, apagar la sed en la frescura de sus mejillas y
mirarse en el manantial de sus ojos, es olvidar la púrpura de los vinos,
sus aromas, su sabor y toda su embriaguez!_

_¡Si viniese la misma Belleza á compararse con este niño, bajaría
humillada la cabeza!_

_Y si le preguntaseis: «¡Oh Belleza! ¿Qué te parece? ¿Viste jamás nada
semejante?» Ella contestaría: «¡Como él, verdaderamente, ninguno!»_

Al hijo de Nureddin se le llamó Hassán Badreddin, á causa de su
hermosura[3].

Su nacimiento motivó grandes regocijos públicos. Y el séptimo día se
dieron fiestas y banquetes dignos de príncipes.

Terminados los festejos, el visir de Bassra fué con Nureddin á ver al
sultán. Entonces Nureddin besó la tierra entre las manos del sultán, y
como estaba dotado de una gran elocuencia y era muy versado en las
bellezas literarias, le recitó estos versos del poeta:

     _¡Ante él se inclina y se eclipsa, el mayor de los bienhechores;
     pues ha conquistado el corazón de todos los seres elegidos!_

     _¡Canto sus obras, aunque no son obras, sino cosas tan bellas que
     debería formarse con ellas un collar que adornara el cuello!_

     _¡Y si beso la punta de tus dedos, es porque no son dedos, sino la
     llave de todos los beneficios!_

Tanto gustaron al sultán estos versos, que obsequió espléndidamente á
Nureddin y á su suegro el visir, ignorando aún lo del matrimonio y
cuanto se relacionaba con su existencia, por lo cual preguntó al visir
después de haber felicitado á Nureddin: «¿Quién es este joven tan
hermoso y tan elocuente?»

Entonces el visir contó al sultán toda la historia, desde el principio
al fin, y le dijo: «Este joven es sobrino mío.» Y el sultán exclamó: «¿Y
cómo no había yo oído hablar de él?» Y el visir dijo: «¡Oh mi soberano y
señor! Sabe que un hermano mío era visir de Egipto. Al morir dejó dos
hijos, el mayor de los cuales heredó el cargo, y el otro, que es éste,
ha venido á buscarme, pues prometí y juré á mi hermano que casaría á mi
hija con uno de mis sobrinos. Así es que apenas llegó lo casé con mi
hija. Este sobrino mío es joven, como ves, y yo ya soy demasiado viejo
y estoy sordo y no puedo atender á los negocios del reino. Por eso vengo
á pedir á mi soberano el sultán que se digne nombrar á mi sobrino, que
es también mi yerno, para el cargo de visir. Y puedo asegurarte que
merece este cargo, pues es hombre de buen consejo, pródigo en ideas
excelentes y muy ducho en el modo de despachar los asuntos.»

Entonces el sultán miró con más detenimiento á Nureddin, y quedó
encantado de este examen, aceptó el consejo de su anciano visir y nombró
para el cargo á Nureddin en lugar de su suegro, y le regaló un magnífico
traje de honor, el mejor de todos lo que pudo encontrar, y una mula de
sus propias caballerizas, y le señaló sus guardias y sus chambelanes.

Nureddin besó entonces la mano del sultán, y salió con su suegro, y
ambos regresaron á su casa en el colmo de la alegría y besaron al recién
nacido Hassán Badreddin y dijeron: «El nacimiento de esta criatura nos
trajo buena suerte.»

Al día siguiente, Nureddin fué á palacio á desempeñar sus nuevas
funciones, y al llegar besó la tierra entre las manos del sultán, y
recitó estas dos estrofas:

     _¡Para ti son nuevas las felicidades todos los días, y las
     prosperidades también! ¡Y el envidioso se consume de despecho!_

     _¡Ojalá sean blancos para ti todos los días, y negros los días de
     todos los envidiosos!_

Entonces el sultán le permitió que se sentara en el diván del visirato,
y Nureddin se sentó en el diván del visirato. Y empezó á desempeñar su
cargo, despachando los asuntos pendientes y administrando justicia como
si llevara muchos años de visir, y lo hizo tan á conciencia ante el
sultán, que se maravilló de su inteligencia, de su comprensión para
aquellos asuntos y de su admirable manera de administrar justicia, y le
distinguió más aún, entrando en gran intimidad con él.

Y Nureddin siguió desempeñando á maravilla sus elevadas funciones; pero
no por eso olvidó la educación de su hijo Hassán Badreddin, á pesar de
todos los asuntos del reino. Porque Nureddin era cada día más poderoso y
más favorecido del sultán, que aumentó el número de sus chambelanes,
servidores, guardias y correos. Y llegó á ser tan rico, que pudo
dedicarse al comercio en gran escala, fletando naves mercantes que
recorrían todo el mundo, construyendo molinos y ruedas elevadoras de
agua y plantando magníficos huertos y jardines. Y todo esto antes de que
su hijo cumpliera los cuatro años.

Falleció entonces el anciano visir, suegro de Nureddin, y éste le hizo
un entierro solemne, al cual asistieron él y todos los grandes del
reino.

Y desde entonces Nureddin se consagró exclusivamente á la educación de
su hijo. Y lo confió al sabio más versado en leyes religiosas y civiles.
Este sabio venerable iba todos los días á dar lecciones de lectura al
niño Hassán Badreddin, y poco á poco, con método, le inició en la
interpretación del Corán, que acabó por aprenderse de memoria, y después
el sabio siguió años y años enseñando á su discípulo todos los
conocimientos útiles. Y Hassán no dejaba de crecer en hermosura, gracia
y perfección, como dice el poeta:

     _¡Este joven! ¡Es la luna, y, como ella, resplandece de hermosura,
     aunque el sol tome el esplendor de sus rayos de las anémonas de sus
     mejillas!_

     _¡Es el rey de la hermosura por su distinción sin igual! ¡Y habrá
     que suponer que prestó su lozanía á las flores y las praderas!_

Durante todo aquel tiempo, el joven Hassán Badreddin no abandonó un
instante el palacio de su padre Nureddin, pues el sabio le exigía una
gran atención á sus lecciones. Pero cuando Hassán cumplió los quince
años y ya no tuvo que aprender nada más del viejo maestro, su padre le
llamó, le puso el traje más lujoso que encontró entre los suyos, le hizo
que montara en la mejor de sus mulas y se dirigió con él al palacio del
sultán, atravesando con numeroso séquito las calles de Bassra. Y todos
los habitantes, al ver al joven Hassán Badreddin, prorrumpían en gritos
de admiración, por su hermosura, la esbeltez de su talle, su gracia y
sus modales encantadores. Y exclamaban: «¡Por Alah! ¡Es hermoso como la
luna! ¡Que Alah lo libre del mal de ojo!» Y aquello duró hasta la
llegada de Badreddin y su padre al palacio, y entonces comprendió la
gente el sentido de las estrofas del poeta[4].

Cuando el sultán vió la hermosura del joven Hassán Badreddin, quedó tan
sorprendido, que perdió la respiración y se olvidó de respirar durante
un buen rato. Y le mandó acercarse, y le estimó mucho, le hizo su
favorito, colmándole de regalos, y dijo á su padre Nureddin: «Visir, es
absolutamente indispensable que me lo envíes todos los días, pues
comprendo que no podría pasarme sin él.» Y el visir Nureddin tuvo que
contestar: «Escucho y obedezco.»

Cuando Hassán Badreddin hubo llegado á ser amigo y favorito del sultán,
su padre Nureddin cayó gravemente enfermo, y sospechando que no tardaría
Alah en llamarle á Su misericordia, mandó á buscar á su hijo y le
dirigió las últimas advertencias, diciéndole: «Sabe, ¡oh hijo mío! que
este mundo es para nosotros una morada pasajera, porque el mundo futuro
es eterno. Por eso antes de morir quiero darte algunas instrucciones;
óyelas bien y ábreles tu corazón.» Y Nureddin explicó á su hijo Hassán
las mejores normas para conducirse como es debido con sus semejantes y
guiarse en la vida.

Luego se acordó Nureddin de su hermano Chamseddin, el visir de Egipto,
y de su país y de sus parientes y de todos sus amigos del Cairo, y al
recordarlos no pudo dejar de llorar por no haberlos vuelto á ver. Pero
en seguida se acordó de que tenía que aconsejarle algo más á Hassán, y
le dijo: «Hijo mío, conserva en tu memoria las palabras que voy á
decirte, porque son muy importantes. Sabe que tengo en El Cairo un
hermano llamado Chamseddin, que es tío tuyo, y además visir de Egipto.
Hace tiempo que nos separamos algo disgustados, y yo estoy aquí, en
Bassra, sin licencia suya. Voy, pues, á dictarte mis últimas
disposiciones sobre esto. Toma un papel y un cálamo y escribe lo que
dicte.»

Entonces Hassán Badreddin cogió una hoja de papel, extrajo el tintero
del cinturón, sacó del estuche el mejor cálamo, que era el que estaba
mejor cortado, lo mojó en la estopa empapada en tinta que estaba dentro
del tintero, se sentó, dobló el pliego de papel sobre la mano izquierda,
y cogiendo el cálamo con la derecha, le dijo á Nureddin: «¡Oh padre mío,
escucho tus palabras!» Y Nureddin empezó á dictar: «En nombre de Alah el
Clemente, el Misericordioso...» Y continuó dictando en seguida á su hijo
toda su historia, desde el principio hasta el fin, y además le dictó la
fecha de su llegada á Bassra, y de su casamiento con la hija del viejo
visir, y le dicto su genealogía completa, sus ascendientes directos é
indirectos, con sus nombres; el nombre de su padre y de su abuelo, su
origen, su grado de nobleza personal adquirida, y en fin, todo su
linaje paterno y materno.

Después le dijo: «Conserva cuidadosamente ese pliego de papel. Y si por
mandato del Destino te ocurriese alguna desgracia en tu vida, regresa al
país de origen de tu padre, en donde nací yo, ó sea El Cairo, la ciudad
próspera; pregunta allí por tu tío el visir, que vive en nuestra casa, y
salúdale de mi parte, deseándole la paz, y dile que he muerto afligido
por morir en el extranjero, lejos de él, y que antes de morir no tenía
más deseo que verle. He aquí, ¡oh hijo mío Hassán! los consejos que
quería darte. ¡Te conjuro á que no los olvides!»

Entonces Hassán Badreddin dobló cuidadosamente el papel, después de
echarle arenilla, secarlo y sellarlo con el sello de su padre el visir,
y luego lo colocó en el forro de su turbante, y lo cosió allí,
habiéndolo envuelto en un pedazo de hule para preservarlo de la humedad.

Hecho esto, no pensó mas que en llorar, besando la mano de su padre
Nureddin y afligiéndose al comprender que se quedaba solo, siendo tan
joven, y privado de la compañía de su padre. Y Nureddin no dejó de dar
consejos á su hijo Hassán Badreddin hasta que entregó el alma.

Entonces Hassán Badreddin sintió un pesar grandísimo, así como el sultán
y todos los emires, y los grandes y los humildes. Y enterraron á
Nureddin según su rango.

Hassán Badreddin hizo durar dos meses las ceremonias del luto, y
durante todo este tiempo no salió un instante de su casa y hasta olvidó
la visita á palacio para saludar al sultán, según costumbre.

Y el sultán no comprendió que era la aflicción la que retenía al hermoso
Hassán Badreddin lejos de él, sino que pensó que Hassán lo abandonaba y
lo menospreciaba. Y entonces se indignó mucho, y en vez de nombrar á
Hassán sucesor de su padre el visir Nureddin, nombró á otro para este
cargo, haciendo privado suyo á un joven chambelán.

No contento con esto, hizo más el sultán contra Hassán Badreddin. Mandó
sellar y confiscar todos sus bienes, todas sus casas y todas sus
propiedades, y después dispuso que prendiesen á Hassán Badreddin y se lo
llevasen encadenado. Y en seguida el nuevo visir, en compañía de varios
chambelanes, se dirigió á la casa del joven Hassán, que no podía
sospechar la desgracia que le amenazaba.

Pero afortunadamente, había entre los esclavos de su palacio un joven
mameluco que quería mucho á Hassán Badreddin. En cuanto supo lo que
pasaba, echó á correr, y llegó á casa del joven Hassán, al cual halló
muy triste, con la cabeza baja y el corazón dolorido, sin dejar de
pensar en la muerte de su padre. Y el esclavo le enteró entonces de lo
que ocurría. Y Hassán le preguntó: «¿Pero no tendré tiempo para coger
algo con que subsistir durante mi huida al extranjero?» Y el mameluco le
elijo: «El tiempo urge. No pienses mas que en salvar tu persona.»

Al oirle, el joven Hassán, vestido tal como estaba, y sin llevar nada
consigo, salió apresuradamente, después de echarse la orla de su túnica
por encima de la cabeza para que no lo conociesen. Y siguió caminando
hasta que se vió fuera de la ciudad.

Al saber los habitantes de Bassra que se había intentado prender á
Hassán Badreddin, hijo del difunto visir Nureddin, y la confiscación de
sus bienes y su probable sentencia de muerte, se afligieron en extremo y
exclamaron: «¡Qué lástima de hermosura y de joven tan agradable!» Y
Hassán, al recorrer las calles sin que le conociesen, oía estos lamentos
y exclamaciones. Pero aún se apresuró más, y siguió andando, hasta que
la suerte y el destino hicieron que precisamente pasase por el
cementerio donde estaba la _tourbeh_[5] de su padre. Entonces entró en
el cementerio, y caminando por entre las tumbas llegó á la _tourbeh_ de
su padre. Y se quitó la ropa que le cubría la cabeza, entró bajo la
cúpula de la tourbeh, y resolvió pasar allí la noche.

Pero mientras permanecía sentado y sumido en sus pensamientos, vió que
se le acercaba un judío de Bassra, mercader conocidísimo en la ciudad.
Este mercader judío regresaba de un pueblo cercano, encaminándose á
Bassra. Y al pasar cerca de la _tourbeh_ de Nureddin, miró hacia el
interior, y vió al joven Hassán Badreddin, á quien conoció en seguida.
Entonces entró, se acercó á él respetuosamente y le dijo: «¡Oh mi
señor! ¡qué mal semblante tienes y qué desmejorado estás, siendo tan
hermoso! ¿Te ha ocurrido alguna nueva desgracia además del fallecimiento
de tu padre el visir Nureddin, á quien respeté, y que tanto me quería y
estimaba? ¡Téngale Alah en Su misericordia!» Pero Hassán Badreddin no
quiso revelarle el verdadero motivo de su trastorno, y le contestó:
«Esta tarde, mientras estaba durmiendo, se me presentó mi difunto padre,
y me ha reconvenido porque no visitaba su _tourbeh_. De pronto me
desperté, lleno de terror y remordimiento, y me vine aquí en seguida. Y
aún estoy bajo aquella impresión tan penosa.»

Entonces el judío le dijo: «¡Oh mi señor! Hace tiempo que pensaba ir en
tu busca para hablarte de un asunto, y ahora me favorece la casualidad,
puesto que te encuentro. Sabe, pues, ¡oh mi joven señor! que tu padre el
visir, con quien estaba yo en relaciones mercantiles, había fletado
naves que ahora vuelven cargadas de mercancías. Estas naves vienen
consignadas á él. Si quisieras cederme su carga, te ofrecería mil
dinares por cada una, y te pagaría al contado.»

Y el judío sacó de su bolsillo un monedero lleno de oro, contó mil
dinares, y se los ofreció en seguida á Hassán, que no dejó de aceptar
este ofrecimiento, ordenado por Alah para sacarlo del apuro en que se
hallaba. Y el judío añadió: «Ahora, ¡oh mi señor! ponme el recibo,
provisto de tu sello.» Y Hassán Badreddin cogió el papel que le
alargaba el judío, así como el cálamo, mojó éste en el tintero de
cobre, y escribió en el papel:

«Declaro que quien ha escrito este papel es Hassán Badreddin, hijo del
difunto visir Nureddin (¡Alah lo haya acogido en su misericordia!), y
que ha vendido al judío N., hijo de N., mercader de Bassra, el
cargamento de la primera nave que llegue á la ciudad de Bassra y forme
parte de las pertenecientes á mi padre Nureddin. Y vendo esto por mil
dinares, y nada más.» Luego puso su sello en la parte inferior de la
hoja, y se la entregó al judío, que lo saludó respetuosamente y se fué.

Entonces Hassán rompió á llorar, pensando en su padre, en su posición
pasada y en su suerte presente; pero como ya se había hecho de noche, le
venció el sueño y se quedó dormido en la _tourbeh_. Y así siguió hasta
que salió la luna, y como en aquel momento se le había escurrido la
cabeza de encima de la piedra de la _tourbeh_, hubo de dar una vuelta
completa, echándose de espaldas, y la luna iluminó por completo su
rostro, que resplandecía con toda su belleza.

Aquel cementerio era frecuentado por efrits de la buena especie, efrits
musulmanes y creyentes. Y por casualidad, aquella noche, una encantadora
efrita volaba por allí, tomando el fresco, y vió á la luz de la luna al
joven Hassán que estaba durmiendo, y observó su belleza y sus hermosas
proporciones, y quedándose maravillada, dijo: «¡Gloria á Alah! ¡Oh, qué
hermoso joven! ¡Cómo me enamoran sus hermosos ojos, que me figuro muy
negros y de una blancura...!» Pero después pensó: «Mientras se
despierta, voy á seguir mi paseo por los aires.» Y echó á volar, subió
muy arriba buscando el fresco, y se encontró en lo más alto con uno de
sus compañeros, un efrit también musulmán. Le saludó muy gentilmente y
él le devolvió el saludo con mucha deferencia. Entonces ella le
preguntó: «¿De dónde vienes, compañero?» Y él le contestó: «Del Cairo.»
Y la efrita volvió á preguntar: «¿Les va bien á los buenos creyentes del
Cairo?» Y el efrit contestó: «Gracias á Alah, les va bien.» Entonces la
efrita le dijo: «Compañero, ¿quieres venir conmigo para admirar la
hermosura de un joven que está durmiendo en el cementerio de Bassra?» Y
el efrit dijo: «Estoy á tus órdenes.» Entonces se cogieron de la mano,
descendieron juntos al cementerio, y se pararon delante de Hassán,
dormido. Y la efrita dijo al efrit, guiñándole el ojo: «¿Eh? ¿Tenía yo
razón?» Y el efrit, asombrado por la maravillosa hermosura de Hassán
Badreddin, exclamó: «¡Por Alah! ¡No he visto cosa parecida! ¡Ha sido
creado para poner en combustión todas las vulvas!» Después reflexionó un
momento, y dijo: «Sin embargo, hermana mía, he de decirte que he visto á
otra persona que puede compararse con este joven tan hermoso.» Y la
efrita exclamó: «¡No es posible!» Y dijo el efrit: «¡Por Alah, que la he
visto. Ha sido bajo el clima de Egipto, en El Cairo, y es la hija del
visir Chamseddin.» La efrita dijo: «Pues no la conozco.» Y el efrit le
replicó: «Escucha. He aquí la historia de esa joven:

«Su padre, el visir Chamseddin, ha caído en desgracia por causa de ella.
Habiendo oído el sultán de Egipto hablar á sus mujeres de la belleza
extraordinaria de la hija del visir, se la pidió en matrimonio á su
padre. Pero el visir Chamseddin, que había pensado otra cosa para su
hija, se vió en una gran confusión, y dijo al sultán: «¡Oh mi señor y
soberano! Ten la bondad de permitirme que me excuse, y perdóname por
ello. Ya sabes la historia de mi pobre hermano Nureddin, que era visir
conmigo. Ya sabes que desapareció un día, sin que hayamos vuelto á saber
de él. Y el motivo de su marcha no pudo ser más leve.» Y contó al sultán
detalladamente este motivo. Y después añadió: «He jurado ante Alah, el
día que nació mi hija, que, ocurriera lo que ocurriera, no la casaría
mas que con el hijo de mi hermano Nureddin. Y han transcurrido desde
entonces diez y ocho años. Pero afortunadamente, he sabido hace pocos
días que mi hermano Nureddin se había casado con la hija del visir de
Bassra, y que había tenido un hijo. Por lo tanto, mi hija, nacida de mis
obras con su madre, está destinada y escriturada á su primo, el hijo de
mi hermano Nureddin. En cuanto á ti, ¡oh mi señor y soberano! puedes
elegir otra joven. El Egipto está lleno de ellas. ¡Y muchas son bocado
de rey!»

Pero el sultán, al oirle, se enfureció mucho, y gritó: «¿Qué has dicho,
miserable visir? Te quise honrar descendiendo hasta ti para casarme con
tu hija, ¿y aún te atreves á negármela, alegando ese pretexto tan
estúpido? ¡Está muy bien! Pero ¡juro por mi cabeza que te obligaré á
casarla, á despecho de tu nariz, con el último de mis servidores!» «Y el
sultán tenía un palafrenero contrahecho y jorobado, con una joroba
delante y otra joroba detrás, y le mandó llamar en seguida y dispuso que
se escribiese su contrato de matrimonio con la hija del visir
Chamseddin, á pesar de las súplicas del padre. Y ordenó al jorobado que
se acostara aquella misma noche con la joven. Además, mandó que la boda
se celebrase lujosamente y con música.»

Así los he dejado, ¡oh hermana mía! en el momento en que los esclavos de
palacio rodeaban al jorobado y le dirigían bromas egipcias muy
graciosas, llevando cada uno en la mano las velas de la boda para
acompañar al novio. Y éste tomaba el baño en el hammam, entre las risas
y las burlas de los esclavos, que decían: «¡Mejor quisiéramos tener la
herramienta pelada de un borrico, que el asqueroso zib de ese jorobeta!»
«Y efectivamente, hermana mía, el jorobado es muy feo y repulsivo.» Y el
efrit, al recordarle, escupió en el suelo con un gesto de repugnancia.
Después dijo: «En cuanto á la joven, es la criatura más bella que he
visto en mi vida. Puedo asegurarte que es todavía más hermosa que este
mancebo. La llaman Sett El-Hosn[6], y se merece el nombre. Ha quedado
llorando amargamente, alejada de su padre, al cual se le ha prohibido
asistir á la ceremonia. Y está sola, en medio de los festejos, entre los
músicos, danzarinas y cantadoras. Y el repugnante palafrenero no tardará
en salir del hammam, y le aguardan para empezar la fiesta.

     En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la
     mañana, y se calló discretamente.

[imagen]

_PERO CUANDO LLEGÓ LA 21.ª NOCHE_

Ella dijo:

He llegado á saber, ¡oh rey afortunado! que el efrit terminó su relato
con estas palabras: «Y no esperan otra cosa sino que el jorobado salga
del hammam.» Y la efrita repuso: «Se me figura, ¡oh compañero! que te
equivocas al afirmar que Sett El-Hosn es más hermosa que ese joven. No
es posible. Es indudablemente el más hermoso de su tiempo.» Pero el
efrit respondió: «¡Por Alah, hermana mía! te aseguro que aquella joven
es más bella todavía. No tienes mas que venir conmigo, para que á su
vista te convenzas. Bien fácil te ha de ser esto. Además, podríamos
aprovechar la ocasión para burlar al maldito jorobado aquella maravilla
hecha carne. Porque los dos jóvenes son dignos el uno del otro, y tanto
se parecen, que diríase que son hermanos, ó primos por lo menos. Y sería
una lástima que el jorobado copulase á Sett El-Hosn.»

Entonces contestó la efrita: «Razón tienes, hermano mío. Llevemos en
brazos á ese mancebo dormido y juntémoslo con la joven de quien hablas.
Así haremos una buena obra, y veremos además cuál es más hermoso de los
dos.» Y el efrit dijo: «¡Escucho y obedezco! Tus palabras están llenas
de rectitud y de justicia. ¡Vamos, pues!» Y entonces el efrit se echó á
cuestas al joven y comenzó á volar, seguido de cerca por la efrita, que
le ayudaba para llegar antes, y ambos, de este modo, llegaron cargados
al Cairo con toda rapidez. Y allí soltaron al hermoso Hassán, dejándole
dormido sobre el banco de una calle próxima al palacio, que rebosaba de
gente. Y entonces le despertaron.

Hassán se despertó, y quedó en la más extrema perplejidad al no verse en
Bassra, en la _tourbeh_ de su padre. Y miró á la derecha. Y miró á la
izquierda. Y no conocía nada de aquello. Pues aquello era una ciudad,
pero una ciudad muy distinta á la de Bassra. Tan sorprendido quedó, que
abrió la boca para gritar; pero en seguida vió delante de sí á un hombre
gigantesco y barbudo, que le guiñó el ojo para indicarle que no gritase.
Y Hassán se contuvo. Y aquel hombre, que era el efrit, le presentó una
vela encendida, y le mandó que se uniera á las muchas personas que
llevaban velas encendidas para acompañar á la boda, y le dijo: «¡Sabe
que soy un efrit, pero creyente! Te transporté aquí durante tu sueño.
Esta ciudad es El Cairo. Te he traído porque te quiero y deseo
favorecerte sin ningún interés, sólo por amor á Alah y por tu hermosura.
Toma esta vela encendida, intérnate entre la muchedumbre y marcha con
ella hasta ese hammam que allí ves. De él ha de salir una especie de
jorobado á quien llevarán triunfalmente. ¡Síguele! Ve siempre á su lado,
pues es el novio. Entrarás en el palacio con él, y al llegar á la gran
sala de recepciones te colocarás á su derecha, como si fueses de la
casa. Y cada vez que veas llegar ante vosotros un músico, una danzarina
ó una cantora, métete la mano en el bolsillo, que ya cuidaré yo de que
esté siempre lleno de oro, y cógelo á puñados sin vacilación alguna y
arrójaselo á todos. Y no temas que se te acabe, que eso es cuenta mía.
Obsequia, pues, con puñados de oro á cuantos se te acerquen. Aventúrate
y no te detengas ante nada. Confía en Alah que te creó tan hermoso y en
mí que te estimo. Además, todo lo que te suceda, te sucederá por la
voluntad y el poder del Altísimo.» Y dichas estas palabras, el efrit
desapareció.

Entonces Hassán Badreddin de Bassra dijo para sí: «¿Qué querrá decir
todo esto? ¿De qué favores me ha hablado este asombroso efrit?» Pero sin
perder más tiempo en estas preguntas, echó á andar, encendió su vela en
la de un invitado, y llegó al hammam cuando el jorobado había acabado de
bañarse y salía á caballo con un traje magnífico.

Hassán Badreddin se internó entonces entre la muchedumbre, dándose tanta
maña, que llegó á la cabeza de la comitiva, junto al jorobado. Y
entonces brilló en todo su esplendor la maravillosa hermosura de Hassán.
Iba vestido con el más suntuoso de sus trajes de Bassra, llevaba un
manto de seda tejido con hilo de oro, y en la cabeza un birrete rodeado
de un magnífico turbante bordado en oro y plata, puesto á la usanza de
Bassra. Y todo ello realzaba su apuesto continente y su hermosura.

Durante la marcha del cortejo, cada vez que una cantora ó una danzarina
se separaba del grupo de los músicos y se acercaba á él para llegar
frente al jorobado, Hassán Badreddin se echaba mano al bolsillo, y
sacándola llena de oro, lo derramaba á puñados á su alrededor, y echaba
más en la pandereta de la danzarina ó de la cantora, llenándola de oro,
con ademanes de sin igual donosura.

Y por eso todas estas mujeres, lo mismo que la muchedumbre, quedaron
asombradas de aquella esplendidez, admirando la belleza y los encantos
de Hassán.

La comitiva acabó por llegar al palacio. Entonces los chambelanes
detuvieron á la multitud, y sólo dejaron entrar detrás del jorobado á
los músicos, las danzarinas y las cantoras.

Pero las cantoras y las danzarinas interpelaron unánimemente á los
chambelanes, y les dijeron: «¡Por Alah! Hacéis bien en impedir á esos
hombres que entren con nosotras en el harén para presenciar cómo se
viste la novia. Pero por nuestra parte, nos negaremos á entrar si no nos
acompaña este joven que nos ha colmado de beneficios. Y no hemos de
festejar á la novia como no sea en presencia de este joven, amigo
nuestro.»

Entonces las mujeres se apoderaron á la fuerza del joven Hassán y lo
llevaron con ellas al harén, en medio de la gran sala de fiestas. Y fué
el único hombre que estuvo en el harén á despecho de la nariz del
jorobado, que no pudo impedirlo. Allí se hallaban reunidas todas las
damas de palacio, las esposas de los emires, visires y chambelanes. Y se
alineaban en dos filas, sosteniendo cada una en la mano un gran cirio; y
todas tenían la cara cubierta con el velillo de seda blanca, á causa de
la presencia de aquellos dos hombres. Y Hassán y el jorobado pasaron por
entre las dos hileras y fueron á sentarse en una tarima alta, teniendo
que atravesar las dos filas de mujeres, que se prolongaban desde la sala
de festejos hasta la cámara nupcial, de donde había de salir la novia
para la boda.

Al ver á Hassán Badreddin y advertir su hermosura, sus encantos y su
rostro luminoso cual la luna creciente, las mujeres se emocionaron hasta
casi quedarse sin aliento y perder la razón. Y ardía cada cual en deseos
de abrazar á aquel joven maravilloso, y traerle á su regazo,
permaneciendo unidos un año, ó un mes, ó siquiera una hora, solamente el
tiempo preciso para que la asaltase una vez y sentirlo dentro de ella.

Y en un momento dado, todas estas mujeres, no pudiendo resistir por más
tiempo, se descubrieron el rostro, levantando el velillo. ¡Y se
mostraron sin pudor, olvidando la presencia del jorobado! Y todas se
acercaron á Hassán Badreddin para admirarle más de cerca y decirle
palabras de amor, ó siquiera guiñarle un ojo para que pudiese comprender
cuánto le deseaban. Y además las danzarinas y las cantoras ponderaban la
generosidad de Hassán, alentando á las damas á que le sirviesen lo mejor
posible. Y las damas decían: «¡Por Alah! ¡He aquí un hermoso joven!
¡Éste sí que puede dormir con Sett El-Hosn! ¡Nacieron el uno para el
otro! ¡Confunda, pues, Alah á ese maldito jorobado!»

Y mientras las damas seguían alabando á Hassán y lanzando imprecaciones
contra el jorobado, las tañedoras de instrumentos rompieron á tocar, se
abrió la puerta de la cámara nupcial y la novia Sett El-Hosn entró en la
sala de festejos rodeada de eunucos y doncellas.

Sett El-Hosn, hija del visir Chamseddin, apareció en medio de su
servidumbre, y brillaba como una hurí. Las otras, comparadas con ella,
no eran mas que unos astros que formaran su cortejo, como las estrellas
que rodean á la luna al salir de una nube. Se había perfumado con ámbar,
almizcle y rosa, y su peinada cabellera brillaba bajo la seda que la
cubría. Sus hombros admirables marcábanse á través de su traje suntuoso.
Iba de un modo regio: entre otras galas, llevaba un vestido bordado de
oro rojo, con dibujos de pájaros y flores. Y esto era el traje exterior,
pues los interiores sólo Alah sería capaz de conocerlos y estimarlos en
su verdadero mérito. En la garganta lucía un collar que suponía
incalculables millares de dinares. Y cada una de sus piedras era de tal
valor, que ningún mortal, ni el rey en persona, las había visto iguales.

En una palabra, Sett El-Hosn aparecía tan hermosa como la luna llena en
la decimacuarta noche.

Y Hassán Badreddin seguía sentado entre el grupo de damas, causando la
admiración de todas. Y la novia avanzó con un gracioso movimiento,
dirigiéndose hacia el estrado. Entonces el jorobado se levantó y quiso
besarla. Pero ella, horrorizada, lo rechazó y fué á colocarse
rápidamente al lado del hermoso Hassán. ¡Y pensar que era su primo, y
ella no lo sabía, lo mismo que él!

Y todas las damas se echaron á reir, principalmente cuando la novia se
detuvo ante el hermoso Hassán, por el cual se sintió al instante
abrasada en deseos, y exclamó, levantando al cielo las manos:
«¡Alahumma! ¡Haz que este hermoso joven sea mi marido, y líbrame de ese
palafrenero jorobado!»

Entonces, Hassán Badreddin, siguiendo las instrucciones del efrit, metió
la mano en su bolsillo y la sacó llena de oro, echándoselo á puñados á
las servidoras de Sett El-Hosn y á las cantoras y danzarinas, que
exclamaron: «¡Ojalá poseas á la novia!» Y Badreddin correspondió con una
gentil sonrisa á este deseo y á estas felicitaciones.

Y el jorobado se veía, durante esta escena, abandonado de todos, y
hallábase solo, más feo que un mico. Y todas las personas que por
casualidad se le acercaban, al pasar junto á él apagaban la vela en
señal de burla. Y así permaneció algún tiempo, aburriéndose y poniéndose
cada vez de peor humor. Y todas las damas se reían al mirarle, y le
dirigían bromas escandalosas. Una le decía: «¡Mico, ya podrás
masturbarte en seco y copular con el aire!» Otra le increpaba: «¡Mira!
¡Apenas abultas lo que el zib de nuestro buen amo! ¡Y tus dos jorobas
son la medida exacta de sus compañones!» Y decía una tercera: «Si te
diese un golpe con su zib, irías á caer de trasero en la cuadra.» Y todo
el mundo se reía.

La novia dió la vuelta al salón siete veces consecutivas, vestida cada
una de diferente modo, y seguida por todas las damas, y se paraba á cada
vuelta delante de Hassán Badreddin El-Bassrauí. Y cada traje nuevo era
mucho más hermoso que el anterior, y cada aderezo infinitamente superior
á los otros aderezos. Y mientras avanzaba lentamente la novia, las
tañedoras hacían maravillas y las cantoras decían las canciones más
apasionadamente amorosas y excitantes, y las danzarinas, acompañándose
con las panderetas, saltaban como pájaros. Y Hassán Badreddin
El-Bassrauí no dejaba de lanzar puñados de oro, esparciéndolo por todo
el salón, y las mujeres se precipitaban á recogerlo para tocar algo que
hubiera pasado por la mano del joven. Y hasta hubo algunas que,
aprovechándose de la hilaridad y la excitación generales, del sonar de
los instrumentos y de la embriaguez de las canciones, se tumbaron en
tierra, una encima de otra, para simular una copulación, contemplando á
Hassán, que desde su asiento sonreía. Y el jorobado presenciaba todo
esto muy desolado. Y su desolación aumentaba cada vez que veía á una de
las mujeres volverse hacia Hassán, y con la mano tendida y bajada
bruscamente, ofrecerle, por señas, la vulva; ó á otra agitar el dedo del
corazón, guiñando el ojo; ó á otra menear las caderas retorciéndose, y
dando con la mano derecha abierta en la izquierda cerrada; ó á otra, con
ademán más lúbrico, golpearse las nalgas, y decirle al jorobado: «¡Lo
catarás en tiempo de los albaricoques!» Y todo el mundo se reía.

Terminada la séptima vuelta, se acabó la boda, que había durado gran
parte de la noche. Y las tañedoras dejaron de pulsar los instrumentos,
las danzarinas y las cantoras se detuvieron, pasando con todas las damas
por delante de Hassán, besándole la mano ó tocándole la orla del traje.
Y todo el mundo le miraba al salir, haciéndole entender que no se
moviera de aquel sitio. Y en efecto, sólo quedaron en el salón el joven
Hassán, el jorobado y la novia con su servidumbre. Entonces las
doncellas se llevaron á Sett El-Hosn á la estancia destinada á
desnudarse, quitáronla uno por uno los vestidos, diciendo al caer cada
prenda: «¡En nombre de Alah!» para librarla del mal de ojo. Y después
se fueron, dejándola sola con su vieja nodriza, que antes de conducirla
á la cámara nupcial tenía que aguardar que entrase primero el novio
jorobado.

Y el jorobado se levantó entonces de la tarima, y advirtiendo que Hassán
no se movía de su asiento, le dijo secamente: «En verdad, señor, que nos
honraste mucho con tu presencia, colmándonos de beneficios esta noche.
Pero ahora, para salir, no esperarás que te echen.» Entonces, el joven,
que ignoraba lo que tenía que hacer, contestó: «¡En nombre de Alah!» Y
levantándose salió. Pero apenas había franqueado los umbrales de la
sala, se le apareció el efrit y le dijo: «¿Adonde vas, Badreddin?
Detente y oye mis instrucciones. El jorobado acaba de marchar al
retrete. Allí se las entenderá conmigo. Tú encamínate á la cámara
nupcial, y cuando veas entrar á la novia, le dices: «Tu verdadero marido
soy yo. El sultán, de acuerdo con tu padre, ha empleado esta estratagema
por temor al mal de ojo. Y en cuanto al palafrenero, que es el más
miserable de los palafreneros, para indemnizarle le están preparando en
la caballeriza un buen jarro de leche cuajada para que refresque á tu
salud.» Luego te acercarás á ella, y quitándole el velo, harás con su
persona lo que debes hacer.» Y dicho esto, desapareció el efrit.

El jorobado había ido, efectivamente, al retrete para descargarse antes
de entrar en la cámara de la novia. Y poniéndose de cuclillas sobre el
mármol, comenzó su obra. Pero súbitamente el efrit tomó la forma de una
rata y salió del agujero del retrete, dando gritos de rata: «¡Sik!
¡sik!» Y el jorobado dió una palmada para que huyese, y le chilló:
«¡Hesch! ¡hesch!» Pero la rata empezó á crecer y se convirtió en un
enorme gato de ojos feroces y brillantes, que rompió á maullar muy
enfurecido. Después, como el jorobado prosiguiese en su operación, el
gato fué creciendo, y se convirtió en un perro enorme, que se puso á
ladrar: «¡Guau! ¡guau!» Entonces el jorobado comenzó á asustarse, y le
dijo: «¡Marcha de ahí, monstruo!» Pero el perro, creciendo siempre, se
convirtió en un borrico, que se puso á rebuznar en la misma cara del
jorobado y á ventosear con un estrépito terrible. Y el jorobado, lleno
de terror, sintió que todo su vientre se deshacía en diarrea, y apenas
si pudo gritar: «¡Socorro! ¡socorro!» Y en seguida el borrico creció aún
más y se transformó en un búfalo monstruoso, que obstruyó por completo
la puerta del retrete para que no se le escapase, y el búfalo, esta vez,
habló con voz de hombre, y dijo: «¡Caiga la desgracia sobre ti, jorobeta
de mi trasero! ¡Eres el palafrenero más inmundo!» Al oir estas palabras,
sintió el jorobado que le invadía el frío de la muerte, y resbaló á
medio vestir hasta el pavimento, y las mandíbulas se le entrechocaron,
acabando el espanto por soldárselas. Entonces el búfalo gritó:
«¡Jorobado de betún! ¿No has podido buscar otra mujer mas que á mi
querida para atacarla con tu innoble herramienta?» Y el palafrenero,
lleno de terror, no pudo articular palabra. Y el efrit le dijo:
«¡Responde, ó te haré morder tus excrementos!» Entonces, el jorobado,
todo tembloroso por esta terrible amenaza, pudo decir: «¡Por Alah! ¡Yo
no tengo la culpa, pues sabe que me han obligado! Y además, ¡oh poderoso
soberano de los búfalos! yo no iba á adivinar que la joven tuviese un
búfalo por amante. Pero juro que me arrepiento y que pido perdón á Alah
y á ti.» Entonces el efrit le dijo: «Vas á jurar por Alah que obedecerás
mis órdenes.» Y el jorobado se apresuró á jurar, y el efrit le dijo:
«Pasarás aquí la noche, hasta que salga el sol, y no te marcharás hasta
esa hora. Pero sobre todo, no digas una palabra de esto, si no quieres
que te rompa la cabeza en mil pedazos. Y no vuelvas á poner los pies en
esta parte del palacio, ni á acercarte al harén, porque te repito que he
de aplastarte la cabeza y hundirte en el pozo negro.» Y luego añadió:
«Ahora voy á ponerte en una postura, y no te moverás hasta el amanecer.»
Entonces el búfalo agarró con los dientes al palafrenero y lo metió de
cabeza en el agujero del retrete, sin dejarle fuera mas que los pies. Y
le repitió: «¡Mucho cuidado con hacer ni un movimiento!» Y desapareció
en seguida.

Y esto es todo lo que le acaeció al jorobado.

Por su parte, Hassán Badreddin El-Bassrauí, dejando que se las
entendiesen el efrit y el jorobado, atravesó los aposentos particulares
y entró en la cámara nupcial, yendo á sentarse en el testero. Y apenas
había llegado, apareció la recién casada apoyada en su nodriza, que se
detuvo á la puerta, dejando entrar sólo á Sett El-Hosn. Y sin ver bien
al que estaba en el testero, y creyendo hablar con el jorobado, le dijo
la vieja: «¡Levántate, héroe valiente, coge á tu esposa y pórtate de una
manera brillante! ¡Y ahora, hijos míos, Alah sea con vosotros!» Y la
vieja se retiró.

Entonces entró muy desesperada Sett El-Hosn, y se decía: «¡Es preferible
la muerte, antes que este jorobado inmundo!» Pero apenas hubo reconocido
al maravilloso Badreddin, dió un grito de felicidad, y dijo: «¡Oh
querido mío! ¡Qué amable fuiste aguardándome tanto tiempo! Pero ¿estás
solo? ¡Oh, qué dicha tan grande! Te confieso que al verte en la sala
junto á ese odioso jorobado, creí que os habíais asociado los dos para
poseerme.» Y Badreddin contestó: «¡Oh mi señora! ¡qué pensaste! ¿Es
posible que te toque ese maldito jorobado? Y ¿cómo íbamos á asociarnos
para tal cosa?» Entonces Sett El-Hosn preguntó: «Pero en fin, ¿quién de
los dos es mi marido: él ó tú?» Y Badreddin repuso: «¡Soy yo, querida
mía! Se ha inventado esta farsa del jorobado para hacernos reir, y
también para librarnos del mal de ojo; pues todas las damas han oído
hablar de tu hermosura sin igual, y tu padre alquiló á ese palafrenero
para que conjurase el mal de ojo, gratificándole con diez dinares. Y
ahora está en la caballeriza á punto de tragarse á nuestra salud un
jarro de leche fresca bien cuajada.»

Al oír á Badreddin, Sett El-Hosn llegó al colmo de la alegría, y sonrió
gentilmente y rompió á reir más gentilmente aún. Y luego, sin poder
contenerse más, exclamó: «¡Por Alah, querido mío! ¡Poséeme! ¡Apriétame
bien! ¡Ven en seguida á mi regazo!» Y como Sett El-Hosn se había
despojado de las ropas interiores y estaba toda desnuda, sólo cubierta
por una falda, cuando dijo: «¡Ven en seguida á mi regazo!», la levantó
rápidamente hasta la altura de la vulva, mostrando en toda su
magnificencia sus muslos y sus nalgas de jazmín. Y á la vista de los
encantos de aquella carne de hurí, Badreddin sintió que el deseo
recorría todo su cuerpo y despertaba al niño dormido. Y levantándose
apresuradamente, se desnudó, despojándose del calzón de innumerables
pliegues y de la bolsa que contenía los mil dinares que le había dado el
judío ele Bassra, y la colocó en el diván, junto á los calzones, y luego
se quitó el hermoso turbante y lo puso en una silla, cubriéndose con
otro ligero de dormir que habían dejado allí para el jorobado, y sólo se
quedó con la fina camisa de muselina de seda bordada de oro y con el
ancho calzoncillo de seda azul, sujeto á la cintura por unos cordones
con borlas de oro.

Y soltando estos cordones, abrazó á Sett El-Hosn, que le ofrecía todo su
cuerpo. La levantó en alto, la tendió en la cama, y se echó sobre ella.
Y agachado, abiertas las piernas, cogió los muslos de Sett El-Hosn, los
atrajo hacia él y los separó. En seguida apuntó contra la ciudadela su
ariete, que estaba ya dispuesto. Empujó este ariete poderoso,
hundiéndolo en la brecha, y la brecha cedió. Y Badreddin pudo
entusiasmarse al comprobar que la perla no estaba perforada y que no
había penetrado en ella más ariete que el suyo, ni la habían tocado
siquiera con la punta de la nariz. Y comprobó también que aquel trasero
bendito nunca había resistido el peso de un cabalgador.

Y en el colmo de la dicha, le arrebató la virginidad y se deleitó á su
gusto con el sabor de aquella juventud. Y ataque tras ataque, el ariete
funcionó quince veces seguidas, entrando y saliendo sin interrumpirse. Y
todas ellas le parecieron deliciosas.

Y desde aquel instante, sin género de duda, quedó preñada Sett El-Hosn,
según verás en lo que sigue, ¡oh Emir de los Creyentes!

Y cuando Badreddin acabó de hincar los quince clavos, dijo para sí: «¡Me
parece que es bastante por ahora!» Y se tendió al lado de Sett El-Hosn,
pasándole con suavidad la mano por debajo de la cabeza, y ella le rodeó
también con su brazo, enlazándose ambos estrechamente, y antes de
dormirse se recitaron estas estrofas admirables:

     _¡No temas nada! ¡Penetra tu lanza en el objeto de tu amor! ¡Y no
     hagas caso de los consejos del envidioso, pues no será el envidioso
     quien sirva á tus amores!_

     _¡Piensa que el Clemente no creó más hermoso espectáculo que el de
     dos amantes entrelazados en la cama!_

     _¡Míralos! ¡Ahí están, pegados uno á otro, cubiertos de
     bendiciones! ¡Sus manos y sus brazos les sirven de almohadas!_

     _¡Cuando el mundo ve á dos corazones unidos por ardiente pasión,
     trata de herirlos con el acero frío!_

     _¡Pero tú no hagas caso! ¡Cuando el Destino pone una beldad á tu
     paso, es para que la ames y para que con ella únicamente vivas!_

Y esto es todo lo que acaeció á Hassán Badreddin y á Sett El-Hosn, la
hija de su tío.

El efrit, por su parte, se apresuró á ir en busca de su compañera la
efrita, y uno y otra admiraron á los dos jóvenes dormidos, asistiendo
antes á sus juegos y contando los ataques del ariete. Luego el efrit
dijo á la efrita: «Habrás visto, hermana, que tenía yo razón. Ahora
debes cargar con el joven y llevarlo al mismo sitio de donde lo cogí, al
cementerio de Bassra, en la _tourbeh_ de su padre Nureddin. Y hazlo
pronto, que yo te ayudaré, pues ya apunta el día y no es posible que
dejemos así las cosas.» Entonces la efrita levantó al joven Hassán
dormido, se lo echó á cuestas, sin más ropa que la camisa, porque el
calzoncillo se le había caído en uno de sus embates, y voló con él,
seguida de cerca por el efrit. De improviso, durante esta carrera por el
aire, al efrit le asaltaron ideas lúbricas respecto á la efrita, y quiso
violarla yendo cargada con el hermoso Hassán. Y la efrita no se hubiese
opuesto en otra ocasión, pero ahora temía por el joven. Además
intervino, afortunadamente, Alah, enviando contra el efrit á unos
ángeles, que le echaron encima una columna de fuego y lo abrasaron. Y la
efrita y Hassán se vieron libres del terrible efrit, que acaso los
hubiese desplomado desde aquella altura. ¡Porque el efrit es terrible en
su copulación! Entonces la efrita descendió al suelo, hacia el mismo
sitio donde había caído el efrit, con el cual habría copulado de no
llevar á Hassán, por el que temía mucho la efrita.

Pero había escrito el Destino que el lugar donde la efrita depositara á
Hassán Badreddin (por no atreverse á transportarlo ella sola más lejos)
estaría muy próximo á la ciudad de Damasco, en el país de Scham[7]. Y
entonces la efrita llevó á Hassán muy cerca de una de las puertas de la
ciudad, lo dejó suavemente en tierra y echó á volar otra vez.

Cuando llegó la aurora, abriéronse las puertas de la ciudad, y los que
salieron de ella se asombraron, ante aquel maravilloso joven dormido,
sin más ropa que la camisa y con un gorro de dormir en la cabeza en vez
de turbante. Y se decían unos á otros: «¡Es asombroso! ¡Mucho habrá
tenido que velar para estar ahora dormido tan profundamente!» Y otros
dijeron: «¡Alah, Alah! ¡Hermoso joven! ¡Dichosa y afortunada la mujer
que con él se ha acostado! Pero ¿por qué estará completamente desnudo?»
Otros contestaron: «Probablemente, este pobre joven habrá pasado en la
taberna más tiempo del preciso, y habrá bebido más de lo que pueda
resistir. Y al regresar de noche, habrá encontrado cerradas las puertas,
decidiéndose á dormir en el suelo.»

Pero mientras conversaban de este modo, se levantó la brisa matinal, y
acariciando al hermoso joven, le alzó la camisa. ¡Y entonces se vió
aparecer un vientre, un ombligo, unas piernas y unos muslos como de
cristal! Y un zib y unos compañones muy bien proporcionados. Y este
espectáculo maravilló á las gentes, que admiraban todo aquello.

Despertó entonces Badreddin, y hallándose tumbado cerca de aquella
puerta desconocida y rodeado por tantas personas, se sorprendió mucho, y
exclamó: «¿Dónde estoy, buena gente? Os ruego que lo digáis. ¿Y por qué
me rodeáis así? ¿Qué es lo que ocurre?» Y le contestaron: «Nos hemos
detenido por el gusto de verte. Pero ¿no sabes que te hallas á las
puertas de Damasco? ¿En dónde has pasado la noche, para estar
completamente en cueros?» Y Hassán replicó: «¡Por Alah, buena gente!
¿qué me decís? He pasado la noche en El Cairo. ¿Y me decís que estoy en
Damasco?» Entonces se echaron á reir todos, y uno de ellos dijo: «¡Ah,
gran tragador de haschich!» Y dijeron otros: «Está loco, sin remedio.
¡Lástima que esté demente un joven tan hermoso!» Y otros añadieron:
«Pero en fin, ¿qué historia es esa con que has querido engañarnos?»
Entonces Hassán Badreddin contestó: «¡Por Alah! ¡buena gente, yo no
miento nunca! Os afirmo y repito que esta noche la he pasado en El
Cairo, y la anterior en mi pueblo, que es Bassra.» Al oirle, uno gritó:
«¡Qué cosa más sorprendente!» Otro dijo: «¡Está loco!» Y algunos se
desternillaban de risa, dando palmadas. Y otros dijeron: «¿No es una
verdadera lástima que un joven tan admirable haya perdido la razón? ¡Qué
loco tan singular!» Y otro, más prudente, le dijo: «Hijo mío, vuelve en
ti y no digas semejantes extravagancias.» Entonces Hassán contestó: «Sé
muy bien lo que digo. Además, habéis de saber que anoche, en El Cairo,
pasé una noche muy agradable como recién casado.» Entonces todos se
convencieron de su locura. Y uno de ellos exclamó riéndose: «Ya veis que
este pobre joven se ha casado en sueños. ¿Y qué tal es ese matrimonio?
¿Cuántos cayeron? ¿Era una hurí ó una ramera?» Pero Badreddin empezaba á
enfadarse, y les dijo: «Pues sí que era una hurí, y no he copulado en
sueños, sino quince veces entre sus muslos, y he ocupado el lugar de un
asqueroso jorobado, y me he puesto su gorro de dormir, que es éste.» Y
luego recapacitó un momento, y dijo: «Pero ¡por Alah! buena gente, ¿en
dónde está mi turbante, y mis calzoncillos, y mi ropón, y mis calzones?
Y sobre todo, ¿en dónde está mi bolsillo?»

Y Hassán se levantó y buscó su traje á su alrededor. Y entonces todos
empezaron á guiñarse el ojo y hacérse señas de que el joven estaba loco
de remate.

Entonces el pobre Hassán se decidió á entrar en la ciudad tal como
estaba, y tuvo que atravesar las calles y los zocos en medio de un gran
cortejo de niños y de mayores, que gritaban: «¡Es un loco! ¡un loco!» Y
el pobre Hassán ya no sabía qué hacer, cuando Alah, temiendo que al
hermoso joven le ocurriese algo, le hizo pasar por junto á una
pastelería que acababa de abrirse. Y Hassán se refugió en la tienda, y
como el pastelero era un hombre de puños, cuyas hazañas eran muy
conocidas en la ciudad, la gente tuvo miedo y se retiró, dejando en paz
al joven.

Cuando el pastelero, que se llamaba El-Hadj Abdalá, vió al joven Hassán
Badreddin y pudo examinarle á su gusto, le maravilló su hermosura, sus
encantos y sus dones naturales, y rebosante de cariño el corazón, le
dijo: «¡Oh gentil mancebo! dime de dónde vienes. Nada temas; pero
refiéreme tu historia, pues ya te quiero más que á mi misma vida.» Y
Hassán contó entonces toda su historia al pastelero Hadj Abdalá, desde
el principio hasta el fin.

Y el pastelero, profundamente maravillado, dijo á Hassán: «¡Oh mi joven
señor Badreddin! En verdad que esa historia es muy sorprendente y muy
extraordinario tu relato. Pero te aconsejo, hijo mío, que á nadie se lo
cuentes, pues es peligroso hacer confidencias. Te ofrezco mi tienda, y
vivirás conmigo hasta que Alah se digne dar término á las desgracias
que te afligen. Además, yo no tengo hijos, y me darás mucho gusto si
quieres aceptarme por padre. Yo te adoptaría como hijo.» Y Hassán
respondió: «¡Aceptado! ¡sea según tu deseo!»

En seguida fué al zoco el pastelero, y compró trajes magníficos con que
vestir al joven, y lo llevó á casa del kadí, y ante testigos prohijó á
Hassán Badreddin.

Y Hassán permaneció en la pastelería como hijo del amo, y cobraba el
dinero de los parroquianos, y les vendía pasteles, tarros de dulce,
fuentes llenas de crema y toda la confitería famosa de Damasco, y
aprendió en seguida el oficio de pastelero, que le gustaba mucho, por
las lecciones recibidas de su madre, la mujer del visir Nureddin, que
preparaba pasteles, y dulces delante de él cuando era niño.

Y como en toda la ciudad de Damasco fué elogiada la hermosura de Hassán,
el gallardo joven de Bassra, hijo adoptivo del pastelero, la tienda de
Hadj Abdalá llegó á ser la más frecuentada de todas las pastelerías de
Damasco.

¡Y esto fué todo lo de Hassán Badreddin!

En cuanto á la recién casada Sett El-Hosn, hija del visir Chamseddin, he
aquí lo que hubo de ocurrirle:

Cuando se despertó Sett El-Hosn, la mañana siguiente á la noche de sus
bodas, no encontró á su lado al hermoso Hassán; pero figurándose que
habría ido al retrete, le aguardó muy tranquila.

En aquel momento se presentó á saber de ella su padre el visir
Chamseddin. Llegaba muy inquieto. Estaba poseído de indignación por la
injusticia del sultán obligándole á casar á la hermosa Sett El-Hosn con
el palafrenero jorobado. Y al entrar en las habitaciones de su hija, se
dijo: «Como sepa que se ha entregado á ese inmundo jorobado, la mato.»

Golpeó en la puerta de la cámara nupcial y llamó: «¡Sett El-Hosn!» Y
desde dentro ella contestó: «¡Ya voy á abrir, padre mío!» Y levantándose
en seguida, abrió la puerta. Parecía más hermosa que de costumbre, y
mostraba resplandeciente el rostro y el alma, satisfecha por haber
sentido las briosas caricias de aquel hermoso ciervo. E inclinándose
ante su padre con coquetería, le besó las manos. Pero su padre, al verla
tan contenta, en lugar de encontrarla afligida por su unión con el
jorobado, le dijo: «¡Ah, desvergonzada! ¿Cómo te atreves á mostrarte con
esa cara de alegría, después de haber dormido con el horrendo jorobeta?»
Y Sett El-Hosn, al oirlo, se echó á reir, y exclamó: «¡Por Alah, padre
mío, dejémonos de bromas! Bastante tengo con haber sido la irrisión de
todos los invitados, á causa de mi supuesto marido, ese jorobado que no
vale ni la recortadura de una uña de mi verdadero esposo de esta noche.
¡Oh, qué noche! ¡Cuán llena de delicias junto á mi amado! Basta, pues,
de bromas, padre mío. No me hables más del jorobado.» El visir temblaba
de coraje escuchando á su hija, y sus ojos estaban azules de furor, y
dijo: «¿Qué dices, desdichada? ¿No pasaste aquí la noche con el
jorobado?» Y ella contestó: «Por Alah sobre ti, ¡oh padre mío! No me
hables más del jorobado. ¡Confúndalo Alah, á él, á su padre, á su madre
y á toda su familia! Sabe de una vez que estoy enterada de la
superchería que inventaste para defenderme del mal de ojo.» Y dió á su
padre todos los pormenores de la boda y de cuanto le había ocurrido
aquella noche, añadiendo: «¡Qué bien lo pasé sintiendo en mi regazo á mi
adorado esposo, el hermoso joven de exquisitas maneras y espléndidos y
negros ojos y de arqueadas cejas!»

Oído esto, gritó el visir: «Pero hija, ¿estás loca? ¿sabes lo que dices?
¿Dónde se halla el joven á quien llamas tu esposo?» Y Sett El-Hosn
respondió: «Ha ido al retrete.» Entonces, el visir, muy alarmado, se
precipitó afuera de la habitación, y corriendo hacia el retrete, se
encontró al jorobado que seguía inmóvil, con los pies hacia arriba y la
cabeza dentro del agujero. Estupefacto hasta más no poder, exclamó el
visir: «¿Qué veo? ¿Eres tú, jorobeta?» Y como no le contestase, repitió
esta pregunta en voz más alta. Pero el jorobado tampoco quiso contestar,
porque seguía aterrado, creyendo que quien le hablaba era el efrit...

     En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la
     mañana, y se calló discretamente

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_PERO CUANDO LLEGÓ LA 22.ª NOCHE_

Ella dijo:

He llegado á saber, ¡oh rey afortunado! que Giafar prosiguió así la
historia contada al califa Harún Al-Rachid:

«El cobarde jorobeta, creyendo que le hablaba el efrit, tenía un miedo
horrible, y no se atrevía á contestar. Entonces, muy enfurecido, el
visir le increpó: «¡Respóndeme, jorobado maldito, ó te atravieso con
este alfanje!» Y entonces el jorobado, sin sacar del agujero la cabeza,
contestó desde dentro: «¡Por Alah! ¡Oh jefe de los efrits, tenme
compasión! Te juro que te he obedecido, sin moverme de aquí en toda la
noche.» Al oirle, el visir ya no supo qué pensar, y exclamó: «Pero ¿qué
estás diciendo? No soy ningún efrit, sino el padre ele la novia.» Y el
jorobado, dando un gran suspiro, contestó entonces; «Pues márchate de
aquí, que nada tengo que ver contigo. Y vete antes de que aparezca el
terrible efrit, arrebatador de almas. Además, te odio, porque tú tienes
la culpa de todas mis desdichas, al casarme con la querida de los
búfalos, los asnos y los efrits. ¡Malditos seáis tú, tu hija y todos los
que obran tan mal como vosotros!» Y el visir le dijo: «Pero ¿estás loco?
Sal de ahí, para que escuche bien eso que acabas de contar.» Entonces
el jorobado replicó: «Acaso esté loco; pero no lo estaré hasta el punto
de moverme de este sitio sin permiso del terrible efrit. Porque me ha
prohibido salir del agujero antes de que amanezca. Así, pues, vete y
déjame en paz. Pero antes dime: ¿falta mucho para que salga el sol?» Y
el visir, cada vez más perplejo, contestó: «¿Pero qué efrit es ese del
cual hablas?» Y entonces el jorobado le contó la historia, su ida al
retrete para hacer sus necesidades antes de entrar al cuarto de la
desposada, la aparición del efrit bajo las diversas formas de rata,
gato, perro, asno y búfalo, y por fin la prohibición hecha y el trato
sufrido. Y terminado el relato, rompió á llorar.

Entonces el visir se acercó al jorobado, y tirándole de los pies le sacó
del agujero. Y el jorobado, con la faz lastimosamente embadurnada de
amarillo, gritó al visir: «¡Maldito seas tú, y maldita tu hija, la
amante de los búfalos!» Y por temor de que se le apareciese de nuevo el
efrit, echó á correr con todas sus fuerzas, dando alaridos y sin
atreverse á volver la cara. Y llegó al palacio, y fué á ver al sultán, y
le explicó su aventura con el efrit.

En cuanto al visir Chamseddin, regresó como loco al aposento de su hija
Sett El-Hosn, y le dijo: «Hija mía, noto que pierdo la razón. Aclárame
lo sucedido.» Entonces, Sett El-Hosn le dijo: «Sabe, ¡oh padre mío! que
el joven encantador que logró los honores de la boda durmió toda la
noche conmigo, gozando mis primicias; y tendré un hijo seguramente. Y en
prueba de lo que hablo, ahí en la silla tienes su turbante, sus calzones
en el diván, y su calzoncillo en mi cama. Además, en sus calzones
encontrarás algo que ha escondido y que yo no pude adivinar.» A estas
palabras, se dirigió el visir hacia la silla, cogió el turbante, y le
dió vueltas en todos sentidos para examinarlo bien, y luego exclamó:
«¡Es un turbante como el de los visires de Bassra y de Mossul!» Después
desenrolló la tela, y encontró un pliego que allí estaba cosido, y se
apresuró á guardarlo, y examinó luego los calzones, encontrando en ellos
el bolsillo con los mil dinares que el judío había dado á Hassán
Badreddin. Y en el bolsillo había un papel, donde el judío había escrito
lo siguiente: «Yo, comerciante de Bassra, declaro haber entregado la
cantidad de mil dinares al joven Hassán Badreddin, hijo del visir
Nureddin (á quien Alah haya recibido en Su misericordia), por el
cargamento de la primera nave que arribe á Bassra.» Al leer el papel, el
visir Chamseddin lanzó un grito y quedó desmayado. Cuando volvió en sí,
se apresuró á abrir el pliego que había encontrado en el turbante, é
inmediatamente conoció la letra de su hermano Nureddin. Y entonces
empezó á llorar y á lamentarse, diciendo: «¡Pobre hermano mío! ¡pobre
hermano mío!»

Y cuando se hubo calmado un poco, exclamó: «¡Alah es Todopoderoso!» Y
dijo á Sett El-Hosn: «¡Oh hija mía! ¿sabes el nombre de aquel á quien
te has entregado esta noche? Pues es Hassán Badreddin, mi sobrino, el
hijo de tu tío Nureddin. Y esos mil dinares son tu dote. ¡Alah sea
loado!» Después recitó estas dos estrofas:

     _¡Vuelvo á encontrar sus huellas, y al instante me domina el deseo!
     ¡Y al recordar la mansión de la dicha, derramo todas las lágrimas
     de mis ojos!_

     _Y pregunto y grito, sin lograr respuesta: «¿Quién me ha arrancado
     lejos de él? ¡Oh! ¡tenga piedad de mí el autor de mis desventuras,
     y permítame que vuelva!»_

En seguida leyó cuidadosamente la Memoria de su hermano, y encontró
relatada toda la vida de Nureddin y el nacimiento de su hijo Badreddin.
Y quedó muy maravillado, sobre todo cuando contrastó las fechas anotadas
por su hermano con las de su propio casamiento en El Cairo, y del
nacimiento de Sett El-Hosn. Y vió que estas fechas concordaban
perfectamente.

Y tanto hubo de asombrarse, que se apresuró á ir en busca del sultán
para contarle la historia y mostrarle aquellos papeles. Y el sultán se
asombró también de tal modo, que mandó á los escribas de palacio
redactasen tan admirable historia para conservarla escrupulosamente en
el archivo.

En cuanto al visir Chamseddin, marchó á su casa y esperó en compañía de
su hija el regreso de su sobrino Hassán Badreddin. Pero acabó por darse
cuenta de que Hassán había desaparecido. Y no pudiendo explicarse la
causa, se dijo: «¡Por Alah! ¡Qué aventura tan extraordinaria es esta
aventura! No he conocido otra semejante...»

     Al llegar á este momento ele su narración, Schahrazada vió aparecer
     la mañana, y discreta, interrumpió su relato, para no cansar al
     sultán Schahriar, rey de las islas de la India y de la China.

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_PERO CUANDO LLEGÓ LA 23.ª NOCHE_

Ella dijo:

He llegado á saber, ¡oh rey afortunado! que Giafar al-Barmakí, visir del
rey Harún Al-Rachid, prosiguió de este modo la historia que contaba al
califa:

«Cuando el visir Chamseddin se convenció de que su sobrino Hassán
Badreddin había desaparecido», se dijo: «Puesto que el mundo está hecho
de vida y de muerte, nada tan oportuno como que procure que mi sobrino
Hassán encuentre á su regreso esta vivienda igual que la ha dejado.» Y
el visir Chamseddin cogió un tintero, un cálamo y un pliego de papel, y
anotó uno por uno todos los muebles y enseres de la casa, en esta forma:
«Tal armario está en tal sitio; tal cortina en tal otro», y así
sucesivamente. Cuando terminó, selló el papel después de leérselo á su
hija Sett El-Hosn, y lo guardó con mucho cuidado en la caja de los
papeles. Después recogió el turbante, el gorro, los calzones, el ropón y
el bolsillo, é hizo con todo ello un paquete, que guardó con el mismo
esmero.

En cuanto á Sett El-Hosn, la hija del visir, quedó preñada efectivamente
la primera noche de bodas, y á los nueve meses cumplidos parió un hijo
tan hermoso como la luna y que se parecía á su padre en todo, en lo
bello, lo gentil y lo perfecto. En seguida que nació lo lavaron las
mujeres y le ennegrecieron los ojos con kohl. Después le cortaron el
cordón umbilical, y lo confiaron á las criadas y á la nodriza. Y por su
hermosura sorprendente se le llamó Agib[8].

Pero cuando el admirable Agib llegó, día por día, mes por mes y año por
año, á cumplir los siete de su edad, su abuelo el visir Chamseddin le
mandó á la escuela de un maestro muy famoso, recomendándoselo mucho á
este maestro. Y Agib, acompañado diariamente del esclavo negro Said,
eunuco de su padre, iba á la escuela para regresar á su casa al mediodía
y al anochecer. Y así fué á la escuela durante cinco años, hasta cumplir
los doce. Pero á todo esto los demás niños de la escuela no podían
soportar á Agib, que les pegaba y les insultaba y les decía: «¿Cuál de
vosotros puede compararse conmigo? Mi padre, es el visir de Egipto.» Al
fin se reunieron los niños y fueron á quejarse al maestro contra la
conducta de Agib. Y el maestro, al ver que sus exhortaciones al hijo del
visir no daban resultado, sin atreverse á despedirle, por ser quien era,
dijo á los otros niños: «Os voy á indicar una cosa que en cuanto se la
digáis le impedirá volver á la escuela. Mañana á la hora del recreo os
reuniréis todos en torno de Agib y os diréis los unos á los otros: «¡Por
Alah! ¡Vamos á jugar á un juego maravilloso! Pero para jugarlo es
preciso que diga en alta voz cada uno su nombre, y el nombre de su padre
y de su madre. Pues el que no pueda decir el nombre de su padre y de su
madre será considerado como hijo adulterino y no jugará con nosotros.»

Y aquella mañana, cuando Agib hubo llegado á la escuela, todos los niños
se reunieron á su alrededor, y uno de ellos dijo; «¡Vamos á jugar á un
juego maravilloso! Pero nadie podrá jugar sino con la condición de decir
su nombre y los de sus padres. ¡Empecemos, uno á uno!» Y les guiñó el
ojo.

Entonces avanzó uno de los niños, y dijo: «Me llamo Nahib, mi madre se
llama Nahiba y mi padre Izeddin.» Y otro dijo: «Yo me llamo Naguib, mi
madre se llama Gamila y mi padre se llama Mustafá.» Y el tercero y el
cuarto y los otros se expresaron en la misma forma. Cuando le tocó el
turno á Agib, dijo orgullosamente: «Yo soy Agib, mi madre se llama Sett
El-Hosn y mi padre se llama Chamseddin, visir de Egipto.»

Pero todos los niños replicaron: «¡No, por Alah! ¡El visir no es tu
padre!» Y Agib gritó enfurecido: «¡Alah os confunda! ¡El visir es mi
padre!» Pero los niños comenzaron á reirse y á palmotear, y le volvieron
la espalda, gritando: «¡Vete, vete! ¡No sabes cómo se llama tu padre!
¡Chamseddin no es tu padre, sino tu abuelo, el padre de tu madre! ¡No
jugarás con nosotros!» Y los niños se desbandaron, riendo á carcajadas.

Entonces Agib sintió que se le oprimía el pecho y le ahogaban los
sollozos. Y en seguida se le acercó el maestro, y le dijo: «Pero ¡cómo,
Agib! ¿no sabías que el visir no es tu padre, sino tu abuelo, el padre
de tu madre Sett El-Hosn? A tu padre, ni tú, ni nosotros, ni nadie le
conoce. Porque el sultán había casado á Sett El-Hosn con un palafrenero
jorobado, pero el tal no pudo acostarse con ella, y ha ido contando por
toda la ciudad que la noche de su boda los efrits le habían encerrado á
él, para dormir ellos con Sett El-Hosn. Y ha contado también historias
asombrosas de búfalos, perros, borricos y otros seres semejantes. De
modo, ¡oh mi querido Agib! que nadie sabe el nombre de tu padre. Sé,
pues, humilde ante Alah y con tus compañeros, que te miran como á hijo
adulterino. Considera que te hallas en la misma situación que un niño
vendido en el mercado y que ignora quién es su padre. Sabe, pues, que el
visir Chamseddin no es mas que tu abuelo, y que tu padre nadie lo
conoce. Y en adelante procura ser modesto.»

Después de oir al maestro de escuela, Agib salió corriendo á casa de su
madre Sett El-Hosn, llorando tanto, que no pudo al principio articular
palabra. Entonces su madre empezó á consolarle, y viéndole tan
conmovido, se le llenó el corazón de lástima, y le dijo: «¡Hijo mío,
cuéntale á tu madre la causa de tu pena!» Y le besó y le acarició.
Entonces el pequeño le dijo: «Dime, madre, ¿quién es mi padre?» Y Sett
El-Hosn, muy asombrada, dijo: «¡Pues el visir!» Y, Agib le contestó,
ahogado por el llanto: «¡No; ese no es mi padre! ¡No me ocultes la
verdad! ¡El visir es tu padre, pero no el mío! Si no me dices la verdad,
con este puñal me mataré ahora mismo.» Y Agib le repitió á su madre las
palabras del maestro de escuela.

Entonces, al recordar á su primo y marido, la hermosa Sett El-Hosn
recordó también su primera noche de bodas y la belleza y encantos del
maravilloso Hassán Badreddin El-Bassrauí, y lloró muy emocionada,
suspirando estas estrofas:

     _¡Encendió el deseo en mi corazón, y se ausentó muy lejos! ¡Y se
     ausentó hacia lo más distante de nuestra morada!_

     _¡Mi pobre razón no he de recobrarla hasta que él vuelva! ¡Y
     aguardándole, he perdido asimismo el sueño reparador y toda la
     paciencia!_

     _¡Me abandonó, y con él me abandonó la dicha, arrebatándome la
     tranquilidad! ¡Y desde entonces perdí todo reposo!_

     _¡Me dejó, y las lágrimas de mis ojos lloran su ausencia, y al
     correr, sus arroyos llenan los mares;_

     _Que no pasa un día sin que mi deseo me empuje hacia él y palpite
     mi corazón con el dolor de su ausencia;_

     _Por eso su imagen se alza frente á mí, y al mirarla, aumentan mi
     cariño, mi anhelo y mis recuerdos!_

     _¡Oh! ¡Su imagen amada es siempre lo primero que se presenta á mis
     ojos en la primera hora de la mañana! ¡Y así ha de ser siempre,
     pues no tengo otro pensamiento ni otros amores!_

Después prosiguió en sus sollozos. Y Agib, viendo llorar á su madre, se
echó á llorar también. Y mientras los dos estaban llorando, entró en la
habitación el visir Chamseddin, que había oído los llantos y las voces.
Y al ver cómo lloraban, se le oprimió el corazón, y dijo muy alarmado:
«Hijos míos, ¿por qué lloráis así?» Entonces Sett El-Hosn le refirió la
aventura de Agib con los chicos de la escuela. Y el visir, al oirla, se
acordó de todas las desventuras pasadas, las que le habían ocurrido á
él, á su hermano Nureddin, á su sobrino Hassán Badreddin, y por último á
su nieto Agib, y al reunir todos estos recuerdos no pudo menos de llorar
también. Y se fué muy desesperado en busca del emir, y le contó lo que
pasaba, diciéndole que aquella situación no podía durar, ni por su buen
nombre ni por el de sus hijos; y le pidió su venia para partir hacia los
países de Levante, y llegar á la ciudad de Bassra, en donde pensaba
encontrar á su sobrino Hassán Badreddin. Rogó asimismo que el sultán le
escribiera unos decretos que le permitiesen realizar por los países las
gestiones necesarias para encontrar y atraerse á su sobrino. Y como no
cesaba en su amargo llanto, se enterneció el sultán y le concedió los
decretos. Y después de darle gracias mil veces y hacer votos por su
engrandecimiento, prosternándose ante él y besando la tierra entre sus
manos, el visir se despidió. Inmediatamente hizo los preparativos para
la marcha y partió con su hija Sett El-Hosn y con Agib.

Anduvieron el primer día y el segundo y el tercero, y así sucesivamente,
en dirección á Damasco, y por fin llegaron sin dificultad á Damasco. Y
se detuvieron cerca de las puertas, en el meidán de Hasba, donde armaron
sus tiendas para descansar dos días antes de seguir el camino. Y les
pareció Damasco una ciudad admirable, llena de árboles y aguas
corrientes, siendo en realidad como la cantó el poeta:

     _¡He pasado un día y una noche en Damasco! ¡Damasco! ¡Su creador
     juró no hacer en adelante nada parecido!_

     _¡La noche cubre amorosamente á Damasco con sus alas! ¡Y cuando
     llega el día, tiende por encima la sombra de sus árboles
     frondosos!_

     _¡El rocío en las ramas de estos árboles no es rocío, sino perlas,
     perlas que caen como copos de nieve á merced de la brisa que las
     empuja!_

     _¡En sus bosques luce la Naturaleza todas sus galas: el ave da su
     lectura matutina; el agua es como una página blanca abierta; la
     brisa responde y escribe lo que dicta el ave, y las blancas nubes
     derraman gotas para la escritura!_

La servidumbre del visir fué á visitar la ciudad y sus zocos para
comprar lo que necesitaban y vender las cosas traídas de Egipto. Y no
dejaron de bañarse en los hammams famosos, y entraron en la mezquita de
los Bani-Ommiah[9], situada en el centro de la población, y que no tiene
igual en todo el mundo.

Agib marchó también á la ciudad para distraerse, acompañado de su fiel
eunuco Said. Y el eunuco le seguía muy próximo y llevaba en la mano un
látigo capaz de matar á un camello, pues sabía la fama que tienen los
habitantes de Damasco, y con aquel látigo quería impedirles acercarse á
su amo el hermoso Agib. Y efectivamente, no se engañaba, pues apenas
hubieron visto al hermoso Agib, los habitantes de Damasco se percataron
de lo encantador y gracioso que era, hallándole más suave que la brisa
del Norte, más delicioso que el agua fresca para el paladar del sediento
y más grato que la salud para el convaleciente. Y en seguida la gente de
la calle, de las casas y de las tiendas siguieron á Agib, sin dejarle, á
pesar del látigo del eunuco. Y otros corrían para adelantarse y se
sentaban en el suelo, á su paso, para contemplarle más tiempo y mejor.
Al fin, por voluntad del Destino, Agib y el eunuco llegaron á una
pastelería, donde se detuvieron para escapar de tan indiscreta
muchedumbre.

Y precisamente aquella pastelería era la de Hassán Badreddin, padre de
Agib. Había muerto el anciano pastelero que adoptó á Hassán, y éste
había heredado la tienda. Y aquel día Hassán estaba ocupado en preparar
un plato delicioso con granos de granada y otras cosas azucaradas y
sabrosas. Y cuando vió pararse á Agib y al eunuco, quedó encantado con
la hermosura de Agib, y no solamente encantado, sino conmovido con una
emoción cordial y extraordinaria, que le hizo exclamar lleno de cariño:
«¡Oh mi joven señor! Acabas de conquistar mi corazón y reinas para
siempre en lo íntimo de mi ser, sintiéndome atraído hacia ti desde el
fondo de mis entrañas. ¿Quieres honrarme entrando en mi tienda? ¿Quieres
hacerme la merced de probar mis dulces, sencillamente por piedad?» Y
Hassán, al decir esto, sentía que, sin poder remediarlo, sus ojos se
arrasaban en lágrimas, y lloró mucho al recordar entonces su pasado y su
situación presente.

Y cuando Agib oyó las palabras de su padre, se le enterneció también el
corazón, y volviéndose hacia el esclavo, le dijo: «¡Said! Este pastelero
me ha enternecido. Se me figura que ha de tener algún hijo ausente y
que yo le recuerdo este hijo. Entremos, pues, en su tienda para
complacerle, y probemos lo que nos ofrece. Y si aliviamos con esto su
pena, es probable que Alah se apiade á su vez de nosotros y haga que
logren buen éxito las pesquisas para encontrar á mi padre.»

Pero Said, al oír á Agib, exclamó: «¡Oh mi señor, no hagamos eso! ¡Por
Alah! ¡De ningún modo! No es propio del hijo de un visir entrar en una
pastelería del zoco, y menos todavía comer públicamente en ella. ¡Oh!
¡No puede ser! Si lo haces por temor á estas gentes que te siguen, y por
eso quieres entrar en esa tienda, ya sabré yo espantarlas y defenderte
con mi látigo. ¡Pero lo que es entrar en la pastelería, en modo alguno!»

Y Hassán Badreddin se afectó muchísimo al oir al eunuco. Y luego,
volviéndose hacia él, con los ojos llenos de lágrimas, le dijo: «¡Oh
eunuco! ¿Por qué no quieres apiadarte y darme el gusto de entrar en mi
tienda? ¡Porque tú, como la castaña, eres negro por fuera, pero por
dentro blanco! Y te han elogiado todos nuestros poetas en versos
admirables, hasta el punto de que puedo revelarte el secreto de que
aparezcas tan blanco por fuera como por dentro lo eres.» Entonces el
buen eunuco se echó á reir á carcajadas, y exclamó: «¿Es de veras?
¿Puedes hacerlo así? ¡Por Alah, apresúrate á decírmelo!» En seguida
Hassán le recitó estos versos admirables en loor de los eunucos:

     _¡Su cortesía exquisita, la dulzura de sus modales y su noble
     apostura han hecho de él el guardián respetado de las casas de los
     reyes!_

     _¡Y para el harén, qué servidor tan incomparable! ¡Tal es su
     gentileza, que los ángeles del cielo bajan á su vez para servirle!_

Estos versos eran, efectivamente, tan maravillosos y tan oportunos, y
fueron tan admirablemente recitados por Hassán, que el eunuco se
conmovió y se sintió halagadísimo, hasta el punto de que, cogiendo de la
mano á Agib, entró con él en la tienda.

Entonces Hassán Badreddin llegó al colmo de la alegría y se apresuró á
hacer cuanto pudo para honrarlos. Cogió un tazón de porcelana de los más
ricos, lo llenó de granos de granada preparados con azúcar y almendras
mondadas, perfumado todo deliciosamente y muy en su punto, y lo presentó
sobre la más suntuosa de sus bandejas de cobre repujado. Y al verlos
comer con manifiesta satisfacción, se sintió muy halagado y muy
complacido: «¡Oh, qué honor para mí! ¡Qué fortuna la mía! ¡Que os sea
tan agradable como provechoso!»

Agib, después de probar los primeros bocados, invitó á sentarse al
pastelero, y le dijo: «Puedes quedarte con nosotros y comer con
nosotros. Porque Alah lo tendrá en cuenta, haciendo que encontremos al
que buscamos.» Y Hassán Badreddin se apresuró á replicar: «Pero ¡cómo,
hijo mío! ¿Acaso lamentas ya, siendo tan joven, la pérdida de un ser
querido?» Y Agib contestó: «¡Oh buen hombre! ¡La ausencia de un ser
querido ha destrozado ya mi corazón! ¡Y ese ser por quien lloro es nada
menos que mi padre! Porque mi abuelo y yo hemos abandonado nuestro país
para recorrer todas las comarcas en su busca.» Y Agib, al recordar su
desgracia, rompió á llorar, mientras que Badreddin, emocionado por aquel
dolor, lloraba también. Y hasta el eunuco inclinó la cabeza en señal de
sentimiento. Sin embargo, hicieron los honores al magnífico tazón de
granada perfumada, dispuesta con tanto arte. Y comieron hasta la
saciedad, pues tan exquisita estaba.

Pero como apremiaba el tiempo, Hassán no pudo saber más, porque el
eunuco hizo que Agib partiese con él hacia las tiendas del visir.

Y apenas se hubo marchado Agib, Hassán sintió que su alma se iba con él,
y no pudo sustraerse al deseo de seguirle. Cerró en seguida su tienda, y
sin sospechar que Agib era su hijo, marchó á buen paso, para alcanzarles
antes de que hubiesen traspuesto la puerta principal de la ciudad.

Entonces el eunuco se apercibió de que el pastelero les seguía, y
volviéndose hacia él, le dijo: «Pastelero, ¿por qué nos sigues?» Y
Badreddin respondió: «Tengo que despachar un asunto fuera de la ciudad,
y he querido alcanzaros para que vayamos juntos y regresar después en
seguida. Además, vuestra partida me ha arrancado el alma del cuerpo.»

Estas palabras indignaron profundamente al eunuco, que exclamó: «¡Parece
que va á salirnos muy caro el dichoso dulce! ¡Qué maldito tazón! ¡Este
hombre nos lo va á amargar! ¡Y he aquí que ahora nos seguirá á todas
partes!» Entonces, Agib, al volverse y ver al pastelero, se puso muy
colorado, y balbuceó: «¡Déjalo, Said, que el camino de Alah es libre
para todos los musulmanes!» Y añadió después: «Si viene hasta las
tiendas, ya no habrá duda de que nos persigue, y entonces lo echaremos.»
Y dicho esto, Agib bajó la cabeza y continuó andando, y el eunuco
marchaba á pocos pasos detrás de él.

En cuanto á Hassán, no dejó de seguirles hasta el meidán de Hasba, donde
estaban las tiendas. Y entonces Agib y el eunuco se volvieron, viéndole
á pocos pasos detrás de ellos. Y esta vez acabó por enfadarse Agib,
temiendo que el eunuco se lo contase todo á su abuelo: ¡que Agib había
entrado en una pastelería y que el pastelero había seguido á Agib! Y
asustado de que esto ocurriese, cogió una piedra y volvió á mirar á
Hassán, que seguía inmóvil, contemplándole siempre con una extraña luz
en los ojos. Y Agib, sospechando que esta llama de los ojos del
pastelero era una llama equívoca, se puso aún más furioso y lanzó con
toda su fuerza la piedra contra él, hiriéndole de gravedad en la frente.
Después, Agib y el eunuco huyeron hacia las tiendas. En cuanto á Hassán
Badreddin, cayó al suelo, desmayado y con la cara cubierta de sangre.
Pero afortunadamente no tardó en volver en sí, se restañó la sangre, y
con un trozo de su turbante se vendó la herida. Después comenzó á
reconvenirse de este modo: «¡Verdaderamente, toda la culpa la tengo yo!
He procedido muy mal al cerrar la tienda y seguir á ese hermoso
muchacho, haciéndole creer que le acosaba con fines sospechosos.» Y
suspiró después: «¡Alah karim!»[10]. Luego regresó á la ciudad, abrió la
tienda y siguió preparando sus pasteles y vendiéndolos como antes hacía,
pensando siempre, lleno de dolor, en su pobre madre, que en la ciudad de
Bassra le había enseñado desde muy niño las primeras lecciones del arte
de la pastelería. Y se puso á llorar, y para consolarse, recitó esta
estrofa:

     _¡No pidas justicia al infortunio! ¡Sólo hallarás el desengaño!
     ¡Porque el infortunio jamás te hará justicia!_

En cuanto al visir Chamseddin, tío del pastelero Hassán Badreddin,
transcurridos los tres días de descanso en Damasco, dispuso que
levantasen el campamento del meidán, y continuando su viaje á Bassra,
siguió el camino de Homs, luego el de Hama y por fin el de Alepo. Y en
todas partes hacía investigaciones. De Alepo marchó á Mardin, después á
Mossul y luego á Diarbekir. Y llegó por último á la ciudad de Bassra.

Entonces, apenas hubo descansado, se apresuró á presentarse al sultán
de Bassra, que le recibió con mucha amabilidad, preguntándole el motivo
de su viaje. Y Chamseddin le relató toda la historia, y le dijo que era
hermano de su antiguo visir Nureddin. Y al oir el nombre de Nureddin
exclamó el sultán: «¡Alah lo tenga en su gracia!» Y añadió:
«Efectivamente, Nureddin fué mi visir, y lo quise mucho, y murió hace
quince años. Y dejó un hijo llamado Hassán Badreddin, que era mi
favorito predilecto; mas un día desapareció, y no hemos vuelto á saber
de él. Pero en Bassra está todavía su madre, la esposa de tu hermano, é
hija de mi antiguo visir, el antecesor de Nureddin.»

Esta noticia colmó de alegría á Chamseddin, que dijo: «¡Oh rey!
¡Quisiera ver á mi cuñada!» Y el rey lo consintió.

Chamseddin corrió á casa de su difunto hermano inmediatamente después de
haber averiguado las señas. Y no tardó en llegar, pensando durante todo
el camino en Nureddin, muerto lejos de él, con la tristeza de no poder
abrazarle. Y llorando, recitó estas dos estrofas:

     _¡Oh! ¡Vuelva yo á la morada de mis antiguas noches! ¡Logre yo
     besar sus paredes!_

     _¡Pero no es el amor á estos muros de la casa querida el que me ha
     herido en mitad del corazón, sino el amor al que en ella vivía!_

Atravesó Chamseddin la puerta principal, llegando á un gran patio, en
cuyo fondo se alzaba la morada. La puerta era una maravilla de arcadas
de granito, embellecida con mármoles de todos los colores. En el umbral,
sobre una magnífica losa de mármol, vió el nombre de su hermano Nureddin
grabado con letras de oro. Se inclinó para besar aquel nombre, y se
afectó mucho, recitando estas estrofas:

     _¡Todas las mañanas pido noticias suyas al sol que sale! ¡Y todas
     las noches se las pido al relámpayo que brilla!_

     _¡Cuando duermo, hasta cuando duermo, el deseo, el aguijón del
     deseo, el peso del deseo, la sierra afilada del deseo, trabaja en
     mí! ¡Y nunca clamo estos dolores!_

     _¡Oh dulce amigo! ¡No prolongues más la dura ausencia! ¡Mi corazón
     está destrozado, cortado en pedazos, por el dolor de esta
     ausencia!_

     _¡Oh! ¡Que día bendito, qué día tan incomparable sería aquel en que
     al fin pudiéramos reunimos!_

     _¡Pero no temas que por tu ausencia se haya llenado mi corazón con
     el amor de otro! ¡Mi corazón no es bastante grande para encerrar
     otro amor!_

Después entró Chamseddin en la casa y atravesó varios aposentos, hasta
llegar á aquel en que estaba generalmente su cuñada, la madre de Hassán
Badreddin El-Bassrauí.

Desde la desaparición de su hijo, se había encerrado en aquella
estancia, y allí pasaba días y noches en continuo llanto. Y había
mandado construir en medio de la habitación un pequeño edificio con su
cúpula, para que figurase la tumba de su pobre hijo, al cual creía
muerto desde mucho tiempo atrás. Y allí dejaba transcurrir entre
lágrimas su vida, y allí, extenuada por el dolor, abatía la cabeza
aguardando la muerte.

Al llegar junto á la puerta, Chamseddin oyó á su cuñada, que con voz
doliente recitaba estos versos:

     _¡Oh tumba! ¡Dime, por Alah, si han desaparecido la hermosura y los
     encantos de mi amigo! ¿Se desvaneció para siempre el magnífico
     espectáculo de su belleza?_

     _¡Oh tumba! No eres seguramente el jardín de las delicias ni el
     elevado cielo; pero dime, ¿cómo veo resplandecer dentro de ti la
     luna y florecer el ramo?_

Entonces entró el visir Chamseddin, saludó á su cuñada con el mayor
respeto, y la enteró de que era el hermano de su esposo Nureddin.
Después le refirió toda la historia, haciéndole saber que Hassán, su
hijo, se había acostado una noche con su hija Sett El-Hosn y había
desaparecido por la mañana, y Sett El-Hosn quedó preñada y parió á Agib.
Después añadió: «Agib ha venido conmigo. Es tu hijo, por ser el hijo de
tu hijo y mi hija.»

La viuda, que hasta aquel momento había estado sentada, como una mujer
de riguroso luto que renuncia á los usos sociales, al saber que vivía su
hijo y que su nieto estaba allí y tenía delante á su cuñado el visir de
Egipto, se levantó apresuradamente y se echó á los pies de Chamseddin,
besándoselos, y recitó en honor suyo estas estrofas:

     _¡Por Alah! ¡Colma de beneficios á aquel que acaba de anunciarme
     esta nueva feliz, pues para mí es la noticia más dichosa y mejor de
     cuantas pueden oirse!_

     _¡Y si le agradan los regalos, puedo hacerle el de un corazón
     desgarrado por las ausencias!_

El visir ordenó que buscasen en seguida á Agib, y cuando éste se
presentó, su abuela se abrazó á él llorando. Y Chamseddin le dijo: «¡Oh
mi señora! No es el momento de llorar, sino de que prepares tu viaje á
Egipto en compañía de nosotros. ¡Y quiera Alah reunirnos con tu hijo y
sobrino mío Hassán!» Y la abuela de Agib respondió: «Escucho y
obedezco.» Y en el mismo instante fué á disponer todas las cosas
necesarias, y los víveres, y toda su servidumbre, no tardando en
hallarse dispuesta.

Entonces el visir Chamseddin fué á despedirse del sultán de Bassra. Y el
sultán le entregó muchos regalos para él y para el sultán de Egipto.
Después, Chamseddin, las dos damas y Agib emprendieron la marcha
acompañados de todo su séquito.

Y no se detuvieron hasta llegar nuevamente á Damasco. Hicieron alto en
la plaza de Kânun, armaron las tiendas, y el visir dijo: «Ahora nos
detendremos en Damasco toda una semana, para tener tiempo de comprar
regalos como se los merece el sultán de Egipto.»

Y mientras el visir recibía á los ricos mercaderes que habían acudido
para ofrecerle sus géneros, Agib dijo al eunuco: «Baba Said, tengo ganas
de distraerme un rato. Vámonos al zoco para saber qué novedades hay y
qué le ocurrió á aquel pastelero cuyos dulces nos comimos, y teniendo
que agradecerle su hospitalidad le pagamos partiéndole la cabeza de una
pedrada. Realmente, le volvimos mal por bien.» Y el eunuco respondió:
«Escucho y obedezco.»

Entonces Agib y el eunuco abandonaron el campamento, porque Agib obraba
con un ciego impulso, como movido por un cariño filial inconsciente.
Llegados á la ciudad, anduvieron por todos los zocos hasta que
encontraron la pastelería. Y era la hora en que los creyentes marchaban
á la mezquita de los Bani-Ommiah para la oración del _asr_.

Y precisamente en dicho momento estaba Hassán Badreddin en su tienda,
ocupado en confeccionar el mismo plato delicioso de la otra vez: granos
de granada con almendras, azúcar y perfumes en su punto. Y entonces Agib
pudo observar al pastelero, y ver en su frente la cicatriz de la pedrada
con que le había herido. Y se le enterneció más el corazón, y le dijo:
«¡Oh pastelero, la paz sea contigo! El interés que me inspiras me hace
venir á saber de ti. ¿No me recuerdas?» Y apenas lo vió Hassán, se le
conmovieron las entrañas, le palpitó el corazón desordenadamente,
abatió la cabeza hacia el suelo, y su lengua, pegada al paladar, le
impedía decir palabra. Por fin hubo de levantar la vista hacia el
muchacho, y sumisa y humildemente recitó estas estrofas:

     _¡Pensé reconvenir á mi amante, pero en cuanto le vi lo olvidé
     todo, y no pude dominar mi lengua ni mis ojos!_

     _¡He callado y bajé los ojos ante su apostura imponente y altiva, y
     quise disimular lo que sentía, pero no lo pude conseguir!_

     _¡He aquí cómo, después de haber escrito pliegos y pliegos de
     reconvenciones, al hallarle ante mí me fué imposible leer ni una
     palabra!_

Luego añadió: «¡Oh mis señores! ¿Queréis entrar sólo por condescendencia
y probar este plato? Porque, ¡por Alah! apenas te he visto, ¡oh lindo
muchacho! mi corazón se ha inclinado hacia tu persona, como la otra vez.
Y me arrepiento de haber cometido la locura de seguirte.» Y Agib
contestó: «¡Por Alah, que eres un amigo peligroso! Por unos dulces que
nos diste, estuvo en poco que nos comprometieras. Pero ahora no entraré,
ni comeré nada en tu casa, como no jures que no saldrás detrás de
nosotros como la otra vez. Y sabe que de otra manera nunca volveremos
aquí, porque vamos á pasar toda la semana en Damasco, á fin de que mi
abuelo pueda comprar regalos para el sultán.» Entonces Badreddin
exclamó: «¡Lo juro ante vosotros!» Y en seguida Agib y el eunuco
entraron en la tienda, y Badreddin les ofreció al instante una terrina
de granos de granada, su deliciosa especialidad. Y Agib le dijo: «Ven, y
come con nosotros. Y así puede que Alah conceda el éxito á nuestras
pesquisas.» Y Hassán se sintió muy feliz al sentarse frente á ellos.
Pero no dejaba ni un instante de contemplar á Agib. Y lo miraba de un
modo tan extraño y persistente, que Agib, cohibido, le dijo: «¡Por Alah!
¡Qué enamorado tan pesado y tan molesto eres! Ya te lo dije la otra vez.
No me mires de esa manera, pues parece que quieras devorar mi cara con
tus ojos.» Y á sus frases respondió Badreddin con estas estrofas:

     _¡En lo más profundo de mi corazón hay para ti un secreto que no
     puedo revelar, un pensamiento íntimo y oculto que nunca traduciré
     en palabras!_

     _¡Oh tú, que humillas á la brillante luna, orgullosa de su belleza!
     ¡oh tú, rostro radiante, que avergüenzas á la mañana y á la
     resplandeciente aurora!_

     _¡Te he consagrado un culto mudo; te dediqué, ¡oh vaso selecto! un
     signo mortal y tinos votos que de continuo se acrecientan y
     embellecen!_

     _¡Y ahora ardo y me derrito por completo! ¡Tu rostro es mi paraíso!
     ¡Estoy seguro de morir de esta sed abrasadora! ¡Y sin embargo, tus
     labios podrían apagarla y refrescarme con su miel!_

Terminadas estas estrofas, recitó otras no menos admirables, pero en
otro sentido, dirigidas al eunuco. Y así estuvo diciendo versos durante
una hora, tan pronto dedicados á Agib como al esclavo. Y luego que sus
huéspedes se hubieron saciado, Hassán se levantó á fin de traerles lo
indispensable para que se lavasen. Y al efecto les presentó un hermoso
jarro de cobre muy limpio; les echó agua perfumada en las manos y se las
limpió después con una hermosa toalla de seda que le pendía de la
cintura. Y en seguida les roció con agua de rosas, sirviéndose de un
aspersorio de plata que guardaba cuidadosamente en el estante más alto
de su tienda, sacándolo nada más que en las ocasiones solemnes. Y no
contento aún, salió un instante para volver en seguida, trayendo en la
mano dos alcarrazas llenas de sorbete de agua de rosas, y les ofreció
una á cada uno, diciendo: «Aceptadlo y coronad así vuestra
condescendencia.» Entonces Agib cogió una alcarraza y bebió, y luego se
la entregó al eunuco, que bebió y se la entregó otra vez á Agib, que
bebió y se la volvió á entregar al esclavo, y así sucesivamente, hasta
que llenaron bien el vientre y se vieron hartos como nunca lo habían
estado en su vida. Y por último, dieron las gracias al pastelero, y se
retiraron muy de prisa para llegar al campamento antes de que se
ocultase el sol.

Y llegados á las tiendas, Agib se apresuró á besar la mano á su abuela y
á su madre Sett El-Hosn. Y la abuela le dió otro beso, acordándose de su
hijo Badreddin, y hubo de suspirar y llorar mucho. Y después recitó
estas dos estrofas:

     _¡Si no tuviese la esperanza de que los objetos separados han de
     reunirse algún día, nada habría aguardado ya desde que te fuiste!_

     _¡Pero hice el juramento de que no entraría en mi corazón más amor
     que el tuyo! ¡Y Alah mi señor, que conoce todos los secretos, puede
     atestiguar que lo he cumplido!_

Después le dijo á Agib: «Hijo mío, ¿por dónde estuviste?» Y él contestó:
«Por los zocos de Damasco.» Y ella dijo: «Ya debes tener mucho apetito.»
Y se levantó y le trajo una terrina llena del famoso dulce de granada,
deliciosa especialidad en que era muy diestra, y cuyas primeras nociones
había dado á su hijo Badreddin siendo él muy niño.

Y ordenó al eunuco: «Puedes comer con tu amo Agib.» Y el eunuco,
haciendo muecas, se decía: «¡Por Alah! ¡Maldito el apetito que tengo!
¡No podré comer ni un bocado!» Pero fué á sentarse junto á su señor.

Y Agib, que se había sentado también, se encontraba con el estómago
lleno de cuanto había comido y bebido en la pastelería. Sin embargo,
tomó un poco de aquel dulce, pero no pudo tragarlo por lo harto que
estaba. Además le pareció muy poco azucarado. Y en realidad no era así
ni mucho menos. Porque la culpa era de él, pues no podía estar más
ahíto de lo que estaba. Así es que, haciendo un gesto de repugnancia,
dijo á su abuela: «¡Oh abuela! Este dulce no está bien hecho.» Y la
abuela, despechada, exclamó: «¿Cómo te atreves á decir que no están bien
hechos mis dulces? ¿Ignoras que no hay en el mundo quien me iguale en el
arte de la repostería y la confitería, como no sea tu padre Hassán
Badreddin, y eso porque yo le enseñé?» Pero Agib repuso: «¡Por Alah,
abuela, que á este plato le falta algo de azúcar! No se lo digas á mi
madre ni á mi abuelo; pero sabe que acabamos de comer en el zoco, donde
nos ha obsequiado un pastelero, ofreciéndonos este mismo plato. ¡Ah!
¡sólo su perfume ensanchaba el corazón! Y su saber delicioso habría
despertado el apetito de un enfermo. Y realmente, este plato preparado
por ti no se le puede comparar ni con mucho, abuela mía.»

Y la abuela, enfurecida al oir estas palabras, lanzó una terrible mirada
al eunuco Said y le dijo...

     En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la
     mañana, y se calló discretamente.

     Entonces, su hermana, la joven Doniazada, le dijo: «¡Oh hermana
     mía! ¡Cuán dulces y agradables son tus palabras, y cuán delicioso y
     encantador ese cuento!»

     Y Schahrazada sonrió y dijo: «Sí, hermana mía; pero nada vale
     comparado con lo que os contaré la próxima noche, si vivo aún, por
     merced de Alah y gusto del rey.»

     Y el rey dijo para sí: «¡Por Alah! No la mataré antes de oir la
     continuación de su historia, pues realmente es una historia en
     extremo asombrosa y extraordinaria.»

     Después el rey Schahriar y Schahrazada pasaron enlazados el resto
     de la noche, hasta que salió el sol.

     Inmediatamente el rey Schahriar fué á la sala de sus justicias, y
     se llenó el diván con la multitud de visires, chambelanes, guardias
     y gente de palacio. Y el rey juzgó y dispuso nombramientos y
     destituciones, y gobernó y despachó los asuntos pendientes, hasta
     que hubo acabado el día.

     Y luego se levantó el diván, regresó el rey al palacio, y cuando
     llegó la noche fué á buscar á Schahrazada, la hija del visir, y no
     dejó de hacer con ella su cosa acostumbrada.

[imagen]

Y ERA LA 24.ª NOCHE

Y la joven Doniazada, en cuanto se hubo terminado la cosa, se apresuró á
levantarse del tapiz y dijo á Schahrazada:

«¡Oh hermana mía! Te suplico que termines ese cuento tan hermoso de la
historia del bello Hassán Badreddin y de su mujer, la hija de su tío
Chamseddin. Estabas precisamente en estas palabras: «La abuela lanzó una
terrible mirada al eunuco Said, y le dijo...» ¿Qué le dijo?»

Y Schahrazada, sonriendo á su hermana, repuso: «La proseguiré de todo
corazón y buena voluntad, pero no sin que este rey tan bien educado me
lo permita.»

     Entonces, el rey, que aguardaba impaciente el final del relato,
     dijo á Schahrazada: «Puedes continuar.»

     Y Schahrazada dijo:

He llegado á saber, ¡oh rey afortunado! que la abuela de Agib se
encolerizó mucho, miró al esclavo de una manera terrible, y le dijo:
«Pero ¡desdichado! ¡Así has pervertido á este niño! ¿Cómo te atreviste á
hacerle entrar en tiendas de cocineros ó pasteleros?» Á estas palabras
de la abuela de Agib, el eunuco, muy asustado, se apresuró á negar, y
dijo: «No hemos entrado en ninguna pastelería; no hicimos mas que pasar
por delante.» Pero Agib insistió tenazmente: «¡Por Alah! Hemos entrado y
hemos comido muy bien.» Y maliciosamente añadió: «Y te repito, abuela,
que aquel dulce estaba mucho mejor que este que nos ofreces.»

Entonces la abuela se marchó indignada en busca del visir para enterarle
de aquel «terrible delito del eunuco de alquitrán». Y de tal modo excitó
al visir contra el esclavo, que Chamseddin, hombre de mal genio, que
solía desahogarse á gritos contra la servidumbre, se apresuró á marchar
con su cuñada en busca de Agib y el eunuco. Y exclamó: «¡Said! ¿Es
cierto que entraste con Agib en una pastelería?» Y el eunuco, aterrado,
dijo: «No es cierto, no hemos entrado.» Pero Agib, maliciosamente,
repuso: «¡Sí que hemos entrado! ¡Y además, cuanto hemos comido! ¡Ay,
abuela! Tan rico estaba, que nos hartamos hasta la nariz. Y luego hemos
tomado un sorbete delicioso, con nieve, de lo más exquisito. Y el
complaciente pastelero no economizó en nada el azúcar, como la abuela.»
Entonces aumentó la ira del visir, y volvió á preguntar al eunuco, pero
éste seguía negando. En seguida el visir le dijo: «¡Said! Eres un
embustero. Has tenido la audacia de desmentir á este niño, que dice la
verdad, y sólo podría creerte si te comieras toda esta terrina preparada
por mi cuñada. Así me demostrarías que te hallas en ayunas.»

Entonces, Said, aunque ahito por la comilona en casa de Badreddin, quiso
someterse á la prueba. Y se sentó frente á la terrina, dispuesto á
empezar; pero hubo de dejarlo al primer bocado, pues estaba hasta la
garganta. Y tuvo que arrojar el bocado que tomó, apresurándose á decir
que la víspera había comido tanto en él pabellón con los demás esclavos,
que había cogido una indigestión. Pero el visir comprendió en seguida
que el eunuco había entrado realmente aquel día en la tienda del
pastelero. Y ordenó que los otros esclavos lo tendiesen en tierra, y él
mismo, con toda su fuerza, le propinó una gran paliza. Y el eunuco,
lleno de golpes, pedía piedad, pero seguía gritando: «¡Oh mi señor, es
cierto que cogí una indigestión!» Y como el visir ya se cansaba de
pegarle, se detuvo y le dijo: «¡Vamos! ¡Confiesa la verdad!» Entonces el
eunuco se decidió y dijo: «Sí, mi señor, es verdad. Hemos entrado en una
pastelería en el zoco. Y lo que se nos dió allí de comer era tan rico,
que en mi vida probé una cosa semejante. ¡No como este plato horrible y
detestable! ¡Por Alah! ¡Qué malo es!»

Entonces el visir se echó á reír de muy buena gana; pero la abuela no
pudo dominar su despecho, y dijo: «¡Calla, embustero! ¿A que no traes un
plato como éste? Todo eso que has dicho no es mas que una invención
tuya. Ve, si no, á buscar una terrina de ese mismo dulce. Y si la traes,
podremos comparar mi trabajo y el de ese pastelero. Mi cuñado será quien
juzgue.» Y el eunuco contestó: «No hay inconveniente.» Entonces la
abuela le dió medio dinar y una terrina de porcelana, vacía.

Y el eunuco salió, marchando á la pastelería, donde dijo al pastelero:
«He aquí que acabamos de apostar en favor de ese plato de granada, que
sabes hacer, contra otro que han preparado los criados. Aquí tienes
medio dinar, pero preséntalo con toda tu pericia, pues si no, me
apalearán de nuevo. Todavía me duelen las costillas.» Entonces Hassán se
echó á reír y le dijo: «No tengas cuidado; sólo hay en el mundo una
persona que sepa hacer este dulce, y es mi madre. ¡Pero está en un país
muy lejano!»

Después Badreddin llenó muy cuidadosamente la terrina, y aún hubo de
mejorarla añadiéndole un poco de almizcle y de agua de rosas. Y el
eunuco regresó á toda prisa al campamento. Entonces la abuela de Agib
tomó la terrina y se apresuró á probar el dulce, para darse cuenta de su
calidad y su sabor. Y apenas lo llevó á los labios, exhaló un grito y
cayó de espaldas.

Y el visir y todos los demás no salían de su asombro, y se apresuraron á
rociar con agua de rosas la cara de la abuela, que al cabo de una hora
pudo volver en sí. Y dijo: «¡Por Alah! ¡El autor de este plato de
granada no puede ser mas que mi hijo Hassán Badreddin, y no otro alguno!
¡Estoy segura de ello! ¡Soy la única que sabe prepararlo de esta manera,
y sólo se lo enseñé á mi hijo Hassán!»

Y al oirla, el visir llegó al límite de la alegría y de la impaciencia,
y exclamó: «¡Alah va á permitir por fin que nos reunamos!» En seguida
llamó á sus servidores, y después de meditar unos momentos, concibió un
plan, y les dijo: «Id veinte de vosotros inmediatamente á la pastelería
de ese Hassán, conocido en el zoco por Hassán El-Bassrauí, y haced
pedazos cuanto haya en la tienda. Amarrad al pastelero con la tela de su
turbante y traédmelo aquí, pero sin hacerle daño alguno.»

Luego montó á caballo, y provisto de las cartas oficiales, se fué á la
casa del gobierno para ver al lugarteniente que representaba en Damasco
á su señor el sultán de Egipto. Y mostró las cartas del sultán al
lugarteniente gobernador, que se inclinó al leerlas, besándolas
respetuosamente y poniéndoselas sobre la cabeza con veneración. Después,
volviéndose al visir, le dijo: «Estoy á tus órdenes. ¿De quién quieres
apoderarte?» Y el visir le contestó: «Solamente de un pastelero del
zoco.» Y el gobernador dijo: «Pues es muy fácil.» Y mandó á sus guardias
que fuesen á prestar auxilio á los servidores del visir. Y después de
despedirse del gobernador, volvió el visir á sus tiendas.

Por su parte, Hassán Badreddin vió llegar gente armada con palos,
piquetas y hachas, que invadieron súbitamente la pastelería, haciéndolo
pedazos todo, tirando por los suelos los dulces y pasteles, y
destruyendo, en fin, la tienda entera. Después, apoderándose del
espantadísimo pastelero, le ataron con la tela de su turbante, sin decir
palabra. Y Hassán pensaba: «¡Por Alah! La causa de todo esto debe haber
sido esa maldita terrina. ¿Qué habrán encontrado en ella?»

Y acabaron por llevarle al campamento, á presencia del visir. Y Hassán
Badreddin, muy asustado, exclamó: «¡Señor! ¿Qué crimen he cometido?» Y
el visir le dijo: «¿Eres tú quien ha preparado ese dulce de granada?» Y
Hassán repuso: «¡Oh mi señor! ¿Has encontrado en él algo por lo cual
deban cortarme la cabeza?» Y el visir replicó severamente: «¿Cortarte la
cabeza? Eso sería un castigo demasiado suave. Algo peor te ha de pasar,
como irás viendo.»

Porque el visir había encargado á las dos damas que le dejasen obrar á
su gusto, pues no quería darles cuenta de sus investigaciones hasta su
llegada al Cairo.

Llamó, pues, á sus esclavos, y les dijo: «Que se me presente uno de
nuestros camelleros. Y traed un cajón grande de madera.» Y los esclavos
obedecieron en seguida. Después, por orden del visir, se apoderaron del
atemorizado Hassán y le hicieron entrar en el cajón, que cerraron
cuidadosamente. En seguida lo cargaron en el camello, levantaron las
tiendas, y la comitiva se puso en marcha. Y así caminaron hasta la
noche. Entonces se detuvieron para comer, y á fin de que Hassán también
comiese, le dejaron salir unos instantes, encerrándole después de nuevo.
Y de este modo prosiguieron el viaje. De cuando en cuando se detenían, y
se hacía salir á Hassán para encerrarle luego de ser sometido á un
interrogatorio del visir, que le preguntaba cada vez: «¿Eres tú el que
preparó el dulce de granada?» Y Hassán contestaba siempre: «¡Oh mi
señor! Así es, en verdad.» Y el visir exclamaba: «¡Atad á ese hombre y
encerradle en el cajón!»

Y de este modo llegaron al Cairo. Pero antes de entrar en la ciudad, el
visir hizo que sacaran á Hassán del cajón y se lo presentasen. Y
entonces dispuso: «¡Que venga en seguida un carpintero!» Y el carpintero
compareció, y el visir le dijo: «Toma las medidas de alto y de ancho
para construir una picota que le vaya bien á este hombre, y adáptala á
un carretón, que arrastrará una pareja de búfalos.» Y Hassán, espantado,
exclamó: «¡Señor! ¿Qué vas á hacer conmigo?» Y el visir dijo: «Clavarte
en la picota y llevarte por la ciudad para que todos te vean.» Y Hassán
repuso: «Pero ¿cuál es mi crimen, para que me castigues de ese modo?»
Entonces el visir Chamseddin le dijo: «¡La negligencia con que
preparaste el plato de granada! Le faltaban condimento y aroma.» Y al
oirlo Hassán se aporreó con las manos la cabeza, y dijo: «¡Por Alah!
¡Todo eso es mi crimen! ¿Y no es otra la causa de este suplicio del
viaje, y de que sólo me hayas dado de comer una vez al día, y pienses,
por añadidura, clavarme en la picota?» Y el visir respondió:
«Ciertamente, esa es toda la causa; ¡por la falta de condimento!»

Entonces Hassán llegó al límite del asombro, y levantando los brazos al
cielo se puso á reflexionar profundamente. Y el visir le dijo: «¿En qué
piensas?» Y Hassán respondió: «¡Por Alah! Pienso en que hay muchos locos
en este mundo. Porque si tú no fueses el más loco de todos los locos, no
me hubieras tratado así porque falte un poco de aroma en un plato de
granada.» Y el visir elijo: «He de enseñarte á que no reincidas, y no
veo otro medio.» Pero Hassán exclamó: «¡Pues tu manera de proceder es un
crimen muchísimo mayor que el mío, y debías empezar por castigarte!»
Entonces el visir contestó: «¡No te preocupes! ¡La picota es lo que más
te conviene!»

Y mientras tanto, el carpintero seguía preparando allí mismo el poste
del suplicio, y de cuando en cuando dirigía miradas á Hassán, como
queriéndole decir: «¡Por Alah, que has de estar muy á tu gusto!»

Pero á todo esto se hizo de noche. Y se apoderaron de Hassán y
nuevamente lo encerraron en el cajón. Y su tío le dijo: «¡Mañana te
crucificaremos!» Después aguardó á que Hassán se hubiese dormido dentro
de su cárcel. Entonces dispuso que cargasen la caja en un camello y dió
la orden de partir, no deteniéndose hasta llegar al palacio.

Y fué entonces cuando quiso revelárselo todo á su hija y á su cuñada. Y
dijo á su hija Sett El-Hosn: «¡Loado sea Alah, que nos ha permitido
encontrar á tu primo Hassán Badreddin! ¡Ahí le tienes! ¡Marcha, hija
mía, y sé feliz! Y procura colocar los muebles, los tapices y todo lo de
la casa y de la cámara nupcial exactamente lo mismo que estaban la noche
de tus bodas.» Y Sett El-Hosn, casi en el límite de la emoción, dió al
momento las órdenes necesarias, y sus siervas se levantaron en seguida,
y pusieron manos á la obra, encendiendo los candelabros. Y el visir les
dijo: «Voy á auxiliar vuestra memoria.» Y abrió un armario, y sacó el
papel con la lista de los muebles y de todos los objetos, con la
indicación de los sitios que ocupaban. Y fué leyendo muy detenidamente
esta lista, cuidando que cada cosa se pusiera en su lugar. Y tan á
maravilla se hizo todo, que el observador más inteligente se habría
creído aún en la noche de la boda de Sett El-Hosn con el jorobado.

En seguida el visir colocó con sus propias manos las ropas de Hassán
donde éste las dejó: el turbante en la silla, el calzoncillo en el
lecho, los calzones y el ropón en el diván, con la bolsa de los mil
dinares y el contrato del judío, volviendo á coser en el turbante el
pedazo de hule con los papeles que contenía.

Después recomendó á Sett El-Hosn que se vistiese como la primera noche,
disponiéndose á recibir á su primo y esposo Hassán Badreddin, y que
cuando éste entrase, le dijera: «¡Oh, cuánto tiempo has estado en el
retrete! ¡Por Alah! Si estás indispuesto, ¿por qué no lo dices? ¿Acaso
no soy tu esclava?» Y le recomendó también, aunque en realidad Sett
El-Hosn no necesitaba esta advertencia, que se mostrase muy cariñosa con
su primo y le hiciese pasar la noche lo más agradablemente posible.

Y luego el visir apuntó la fecha de este día bendito. Y fué al aposento
donde estaba Hassán encerrado en el cajón. Lo mandó sacar mientras
dormía, le desató las piernas, lo desnudó y no le dejó mas que una
camisa fina y un gorro en la cabeza, lo mismo que la noche de la boda. Y
después se escabulló, abriendo las puertas que conducían á la cámara
nupcial, para que Hassán se despertase solo.

Y Hassán no tardó en despertarse, y atónito al verse casi desnudo en
aquel corredor tan maravillosamente alumbrado, y que no se le hacia
desconocido, dijo: «¡Por Alah! ¿estaré despierto ó soñando?»

Pasados los primeros instantes de sorpresa, se arriesgó á levantarse y
mirar á través de una de las puertas que se abrían en el pasillo. Y al
momento perdió la respiración. Acababa de reconocer la sala donde se
había celebrado la fiesta en honor suyo y con tal detrimento para el
jorobado. Y al mirar por la puerta que conducía á la cámara nupcial, vió
su turbante encima de una silla y en el diván su ropón y sus calzones.
Entonces, llena de sudor la frente, se dijo: «¿Estaré despierto? ¿Estaré
soñando? ¿Estaré loco?» Y quiso avanzar, pero adelantaba un paso y
retrocedía otro, limpiándose á cada momento la frente, bañada de un
sudor frío. Y al fin exclamó: «¡Por Alah! No es posible dudarlo. ¡Esto
es un sueño! Pero ¿no estaba yo amarrado y metido en un cajón? ¡No; esto
no es un sueño!» Y así llegó hasta la entrada de la cámara nupcial, y
cautelosamente avanzó la cabeza.

Y he aquí que Sett El-Hosn, tendida en el lecho, en toda su hermosura,
levantó gentilmente una de las puntas del mosquitero de seda azul y
dijo: «¡Oh dueño querido! ¡Cuánto tiempo has estado en el retrete! ¡Ven
en seguida!»

Y entonces el pobre Hassán se echó á reir á carcajadas, como un tragador
de haschich ó un fumador de opio, y gritaba: «¡Oh, qué sueño tan
asombroso! ¡Qué sueño tan embrollado!» Y avanzó con infinitas
precauciones, como si pisara serpientes, agarrando con una mano el
faldón de la camisa y tentando en el aire con la otra, como un ciego ó
como un borracho.

Después, sin poder resistir la emoción, se sentó en la alfombra y empezó
á reflexionar profundamente. Y es el caso que veía allí mismo, delante
de él, sus calzones tal como eran, abombados y con sus pliegues bien
hechos, su turbante de Bassra, su ropón, y colgando, los cordones de la
bolsa.

Y nuevamente le habló Sett El-Hosn desde el interior del lecho y le
dijo: «¿Qué haces, mi querido? ¡Te veo perplejo y tembloroso! ¡Ah! ¡No
estabas así al principio!»

Entonces, Badreddin, sin levantarse y apretándose la frente con las
manos, empezó á abrir y á cerrar la boca, con una risa de loco, y al fin
pudo decir: «¿Qué principio? ¿Y de qué noche? ¡Por Alah! ¡Si hace años y
años que me ausenté!»

Entonces Sett El-Hosn le dijo: «¡Oh querido mío! ¡Tranquilízate! ¡Por el
nombre de Alah sobre ti y en torno de ti! ¡Tranquilízate! Hablo de esta
noche que acabas de pasar en mis brazos, ¡la noche del poderoso ariete!
Saliste un instante y has tardado cerca de una hora. Pero ya veo que no
te encuentras bien. ¡Ven, ojos míos, á que te dé calor; ven, alma mía!»

Pero Badreddin siguió riendo como un loco, y dijo: «¡Puede que digas la
verdad! ¡Es posible que me haya dormido en el retrete y que haya
soñado!» Después añadió: «¡Pero qué sueño tan desagradable! Figúrate que
he soñado que era algo así como cocinero ó pastelero en la ciudad de
Damasco, en Siria, muy lejos de aquí, y que vivía diez años en ese
oficio. He soñado también con un muchacho, seguramente hijo de noble, al
que acompañaba un eunuco. Y me ocurrió con él tal aventura...» Y el
pobre Hassán, notando que el sudor le bañaba la frente, fué á
enjugarla, pero entonces tentó la huella de la piedra que le había
herido, y dió un salto y dijo: «¡Por Alah! ¡Esta es la cicatriz de la
pedrada que me tiró aquel muchacho!» Después reflexionó un instante, y
añadió: «¡Es efectivamente un sueño! Este golpe es posible que me lo
hayas dado tú hace un momento, en uno de nuestros transportes.» Y luego
dijo: «Sigo contándote mi sueño. Llegué á Damasco, pero no sé cómo. Era
una mañana, y yo iba como ahora me ves, en camisa y con un gorro blanco:
el gorro del jorobado. Y los habitantes no sé qué querían hacer conmigo.
Heredé la tienda de un pastelero, un viejecillo muy amable. ¡Pero claro,
esto no ha sido un sueño! Porque he preparado un plato de granada que no
tenía bastante aroma... ¿Y después?... ¿Pero he soñado todo esto ó ha
sido realidad?...»

Entonces Sett El-Hosn exclamó: «¡Querido mío, realmente has soñado cosas
muy extrañas! ¡Por favor, prosigue hasta el final!»

Y Hassán Badreddin, interrumpiéndose de cuando en cuando para lanzar
exclamaciones, refirió á Sett El-Hosn toda la historia, real ó soñada,
desde el principio hasta el fin. Y luego añadió: «¡Cuando pienso que por
poco me crucifican! ¡Y me hubiesen crucificado si no se disipa
oportunamente el sueño! ¡Por Alah! ¡Todavía sudo al acordarme del
cajón!»

Y Sett El-Hosn le preguntó: «¿Y por qué te querían crucificar?» Y él
contestó: «Por haber aromatizado poco el dulce de granada. ¡Oh! Me
esperaba la terrible picota con un carretón arrastrado por dos búfalos
del Nilo. Pero gracias á Alah, todo ha sido un sueño... Y á fe que la
pérdida de mi pastelería, destruída por completo, me dió mucha pena.»

Entonces, Sett El-Hosn, que ya no podía más, saltó de la cama, se echó
en brazos de Hassán Badreddin, y estrechándole contra su pecho empezó á
besarle todo. Pero él no se movía. Y de pronto dijo: «¡No, no! ¡Esto no
es un sueño! ¡Por Alah! ¿dónde estoy? ¿dónde está la verdad?»

Y el pobre Hassán, llevado suavemente al lecho en brazos de Sett
El-Hosn, se tendió extenuado y cayó en un sueño profundo, velado por su
esposa, que de cuando en cuando le oía murmurar: «¡Es la realidad! ¡No!
¡Es un sueño!»

Con la mañana volvió la calma al espíritu de Hassán Badreddin, que al
despertarse se encontró en brazos de Sett El-Hosn, viendo al pie del
lecho á su tío el visir Chamseddin, que en seguida le deseó la paz. Y
Badreddin le dijo: «¡Por Alah! ¿No has sido tú quien mandó que me atasen
los brazos y has dispuesto la destrucción de mi tienda? ¡Y todo ello por
estar poco aromatizado el dulce de granada!»

Entonces, el visir Chamseddin, como ya no había razón para callar, le
dijo:

«¡Oh hijo mío! Sabe que eres Hassán Badreddin, hijo de mi difunto
hermano Nureddin, visir de Bassra. Y si te he hecho sufrir tales tratos
ha sido para tener una nueva prueba con que identificarte y saber que
eras tú, y no otro, el que entró en la casa de mi hija la noche de la
boda. Y esa prueba la he tenido al ver que conocías (pues yo estaba
escondido detrás de ti) la casa y los muebles, y después tu turbante,
tus calzones y tu bolsillo, y sobre todo, la etiqueta de esta bolsa y el
pliego sellado del turbante, que contiene las instrucciones de tu padre
Nureddin. Dispénsame, pues, hijo mío; porque no tenía otro medio de
conocerte, ya que no te hube visto nunca, pues naciste en Bassra. ¡Oh
hijo mío! Todo esto se debe á una divergencia que surgió hace muchos
años entre tu padre Nureddin y yo, que soy tu tío.»

Y el visir le contó toda la historia, y después le dijo: «¡Oh hijo mío!
En cuanto á tu madre, la he traído de Bassra, y la vas á ver, lo mismo
que á tu hijo Agib, fruto de tu primera noche de bodas con tu prima.» Y
el visir corrió á llamarlos.

El primero en llegar fué Agib, que esta vez se echó en brazos de su
padre, y Badreddin, lleno de alegría, recitó estos versos:

     _¡Cuando te fuiste, me puse á llorar, y las lágrimas se desbordaban
     de mis párpados!_

     _¡Y juré que si Alah reunía alguna vez á los amantes, afligidos por
     su separación, mis labios no volverían á hablar de la pasada
     ausencia!_

     _¡La felicidad ha cumplido lo que ofreció y ha pagado su deuda! ¡Y
     mi amigo ha vuelto! ¡Levántate hacia aquel que trajo la dicha y
     recógete los faldones de tu ropón para servirle!_

Apenas concluyó de recitar, cuando llegó sollozando la abuela de Agib,
madre de Badreddin, y se precipitó en los brazos de su hijo, casi
desmayada de júbilo.

Y á la vuelta de grandes expansiones y lágrimas de alegría, se contaron
mutuamente sus historias y sus penas y todos sus padecimientos.

Dieron después gracias á Alah por haberlos reunido sanos y salvos, y
volvieron á vivir en la felicidad y entre puras delicias y sin privarse
de nada, ¡hasta que les visitó la Separadora de los amigos, la
Destructora de la felicidad, la Irreparable, la Inevitable!»

       *       *       *       *       *

Y esta es ¡oh rey afortunado!--dijo Schahrazada al rey Schahriar--la
historia maravillosa que el visir Giafar Al-Barmakí refirió al califa
Harún Al-Rachid, Emir de los Creyentes de la ciudad de Bagdad. Y son
estas también las aventuras del visir Chamseddin, de su hermano el visir
Nureddin y de Hassán Badreddin, hijo de Nureddin.

Y el califa Harún Al-Rachid dijo: «¡Por Alah, que todo esto es
verdaderamente asombroso!» Y admirado hasta el límite de la admiración,
sonrió agradecido á su visir Giafar, y ordenó á los escribas de palacio
que escribiesen con oro y con su más bella letra esta maravillosa
historia y que la conservasen cuidadosamente en el armario de los
papeles, para que sirviese de lección á los hijos de los hijos.

     Y la discreta y sagaz Schahrazada, dirigiéndose al rey Schahriar,
     sultán de la India y de la China, prosiguió de este modo: «Pero no
     creas, ¡oh rey afortunado! que esta historia sea tan admirable como
     la que ahora te contaré si no estás cansado!» Y el rey Schahriar le
     preguntó: «¿Qué historia es esa?» Y Schahrazada dijo: «Es mucho más
     admirable que todas las otras.» Y el rey Schahriar preguntó: «Pero
     ¿cómo se llama?» Y ella dijo:

     «Es la historia del sastre, el jorobado, el judío, el nazareno y el
     barbero de Bagdad.»

     Entonces el rey exclamó: «¡Te lo concedo! ¡Puedes contarla!»

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Historia del jorobado, con el sastre, el corredor nazareno, el
intendente y el médico judío; lo que de ello resultó, y sus aventuras
sucesivamente referidas.


Entonces Schahrazada dijo al rey Schahriar:

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He llegado á saber, ¡oh rey afortunado! que en la antigüedad del tiempo
y en lo pasado de las edades y de los siglos, hubo en una ciudad de la
China un hombre que era sastre y estaba muy satisfecho de su condición.
Amaba las distracciones apacibles y tranquilas y de cuando en cuando
acostumbraba á salir con su mujer, para pasearse y recrear la vista con
el espectáculo de las calles y los jardines. Pero cierto día que ambos
habían pasado fuera de casa, al regresar á ella, al anochecer,
encontraron en el camino á un jorobado de tan grotesca facha, que era
antídoto de toda melancolía y haría reir al hombre más triste, disipando
todo pesar y toda aflicción. Inmediatamente se le acercaron el sastre y
su mujer, divirtiéndose tanto con sus chanzas, que le convidaron á
pasar la noche en su compañía. El jorobado hubo de responder á esta
oferta como era debido, uniéndose á ellos, y llegaron juntos á la casa.
Entonces el sastre se apartó un momento para ir al zoco antes de que los
comerciantes cerrasen sus tiendas, pues quería comprar provisiones con
que obsequiar al huésped. Compró pescado frito, pan fresco, limones, y
un gran pedazo de _halaua_[11] para postre. Después volvió, puso todas
estas cosas delante del jorobado, y todos se sentaron á comer.

Mientras comían alegremente, la mujer del sastre tomó con los dedos un
gran trozo de pescado y lo metió por broma todo entero en la boca del
jorobado, tapándosela con la mano para que no escupiera el pedazo, y
dijo: «¡Por Alah! Tienes que tragarte ese bocado de una vez sin remedio,
ó si no, no te suelto.»

Entonces, el jorobado, tras de muchos esfuerzos, acabó por tragarse el
pedazo entero. Pero desgraciadamente para él, había decretado el Destino
que en aquel bocado hubiese una enorme espina. Y esta espina se le
atravesó en la garganta, ocasionándole en el acto la muerte.

     Al llegar á este punto de su relato, vió Schahrazada, hija del
     visir, que se acercaba la mañana, y con su habitual discreción no
     quiso proseguir la historia, para no abusar del permiso concedido
     por el rey Schahriar.

     Entonces, su hermana la joven Doniazada le dijo: «¡Oh hermana mía!
     ¡Cuán gentiles, cuán dulces y cuán sabrosas son tus palabras!» Y
     Schahrazada respondió: «¿Pues qué dirás la noche próxima, cuando
     oigas la continuación, si es que vivo aún, porque así lo disponga
     la voluntad de este rey lleno de buenas maneras y de cortesía?»

     Y el rey Schahriar dijo para sí: «¡Por Alah! No la mataré hasta no
     oir lo que falta de esta historia, que es muy sorprendente.»

     Después el rey Schahriar cogió á Schahrazada entre sus brazos, y
     pasaron enlazados el resto de la noche, hasta que llegó la mañana.
     Entonces el rey se levantó y se fué á la sala de justicia. Y en
     seguida entró el visir, y entraron asimismo los emires, los
     chambelanes y los guardias, y el diván se llenó de gente. Y el rey
     empezó á juzgar y á despachar asuntos, dando un cargo á este,
     destituyendo á aquel, sentenciando en los pleitos pendientes, y
     ocupando su tiempo de este modo hasta acabar el día. Terminado el
     diván, el rey volvió á sus aposentos y fué en busca de Schahrazada.

[imagen]

Y CUANDO LLEGÓ LA 25.ª NOCHE


     Doniazada dijo á Schahrazada: «¡Oh hermana mía! Te ruego que nos
     cuentes la continuación de esa historia del jorobado, con el sastre
     y su mujer.» Y Schahrazada repuso: «¡De todo corazón y como debido
     homenaje! Pero no sé si lo consentirá el rey.» Entonces el rey se
     apresuró á decir: «Puedes contarla.» Y Schahrazada dijo:

He llegado á saber, ¡oh rey afortunado! que cuando el sastre vió morir
de aquella manera al jorobado, exclamó: «¡Sólo Alah el Altísimo y
Omnipotente posee la fuerza y el poder! ¡Qué desdicha que este pobre
hombre haya venido á morir precisamente entre nuestras manos!» Pero la
mujer replicó: «¿Y qué piensas hacer ahora? ¿No conoces estos versos del
poeta?»

     _¡Oh alma mía! ¿por qué te sumerges en lo absurdo hasta enfermar?
     ¿Por qué te preocupas con aquello que te acarreará la pena y la
     zozobra?_

     _¿No temes al fuego, puesto que vas á sentarte en él? ¿No sabes que
     quien se acerca al fuego se expone á abrasarse?_

Entonces su marido le dijo: «No sé, en verdad, qué hacer.» Y la mujer
respondió: «Levántate, que entre los dos lo llevaremos, tapándole con
una colcha de seda, y lo sacaremos ahora mismo de aquí, yendo tú detrás
y yo delante. Y por todo el camino irás diciendo en alta voz: «¡Es mi
hijo, y ésta es su madre! Vamos buscando á un médico que lo cure. ¿En
dónde hay un médico?»

Al oír el sastre estas palabras se levantó, cogió al jorobado en
brazos, y salió de la casa en seguimiento de su esposa. Y la mujer
empezó á clamar: «¡Oh mi pobre hijo! ¿Podremos verte sano y salvo?
¡Dime! ¿Sufres mucho? ¡Oh maldita viruela! ¿En qué parte del cuerpo te
ha brotado la erupción?» Y al oirlos, decían los transeuntes: «Son un
padre y una madre que llevan á un niño enfermo de viruelas.» Y se
apresuraban á alejarse.

Y así siguieron andando el sastre y su mujer, preguntando por la casa de
un médico, hasta que los llevaron á la de un médico judío. Llamaron
entonces, y en seguida bajó una negra, abrió la puerta, y vió á aquel
hombre que llevaba un niño en brazos, y á la madre que lo acompañaba. Y
ésta le dijo: «Traemos un niño para que lo vea el médico. Toma este
dinero, un cuarto de dinar, y dáselo adelantado á tu amo, rogándole que
baje á ver al niño, porque está muy enfermo.»

Volvió á subir entonces la criada, y en seguida la mujer del sastre
traspuso el umbral de la casa, hizo entrar á su marido, y le dijo: «Deja
en seguida ahí el cadáver del jorobado. Y vámonos á escape.» Y el sastre
soltó el cadáver del jorobado, dejándolo arrimado al muro, sobre un
peldaño de la escalera, y se apresuró á marcharse, seguido por su mujer.

En cuanto á la negra, entró en casa de su amo el médico judío, y le
dijo: «Ahí abajo queda un enfermo, acompañado de un hombre y una mujer,
que me han dado para ti este cuarto de dinar para que recetes algo que
le alivie.» Y cuando el médico judío vió el cuarto de dinar, se alegró
mucho y se apresuró á levantarse; pero con la prisa no se acordó de
coger una luz para bajar. Y por esto tropezó con el jorobado,
derribándole. Y muy asustado, al ver rodar á un hombre, le examinó en
seguida, y al comprobar que estaba muerto, se creyó causante de su
muerte. Y gritó entonces: «¡Oh Señor! ¡Oh Alah justiciero! Por las diez
palabras santas!» Y siguió invocando á Harún, á Yuschah[12], hijo de
Nun, y á los demás. Y dijo: «He aquí que acabo de tropezar con este
enfermo, y le he tirado rodando por la escalera. Pero ¿cómo salgo yo
ahora de casa con un cadáver?» De todos modos, acabó por cogerlo y
llevarlo desde el patio á su habitación, donde lo mostró á su mujer,
contando todo lo ocurrido. Y ella exclamó aterrorizada: «¡No, aquí no lo
podemos tener! ¡Sácalo de casa cuanto antes! Como continúe con nosotros
hasta la salida del sol, estamos perdidos sin remedio. Vamos á llevarlo
entre los dos á la azotea y desde allí lo echaremos á la casa de nuestro
vecino el musulmán. Ya sabes que nuestro vecino es el intendente
proveedor de la cocina del rey, y su casa está infestada de ratas,
perros y gatos, que bajan por la azotea para comerse las provisiones de
aceite, manteca y harina. Por tanto, esos bichos no dejarán de comerse
este cadáver, y lo harán desaparecer.»

Entonces el médico judío y su mujer cogieron al jorobado y lo llevaron
á la azotea, y desde allí lo hicieron descender pausadamente hasta la
casa del mayordomo, dejándolo de pie contra la pared de la cocina.
Después se alejaron, descendiendo á su casa tranquilamente.

Pero haría pocos momentos que el jorobado se hallaba arrimado contra la
pared, cuando el intendente, que estaba ausente, regresó á su casa,
abrió la puerta, encendió una vela, y entró. Y encontró á un hijo de
Adán de pie en un rincón, junto á la pared de la cocina. Y el
intendente, sorprendidísimo, exclamó: «¿Qué es eso? ¡Por Alah! He aquí
que el ladrón que acostumbraba á robar mis provisiones no era un bicho,
sino un ser humano. Este es el que me roba la carne y la manteca, á
pesar de que las guardo cuidadosamente por temor á los gatos y á los
perros. Bien inútil habría sido matar á todos los perros y gatos del
barrio, como pensé hacer, puesto que este individuo es el que bajaba por
la azotea.» Y en seguida agarró el intendente una enorme estaca, yéndose
para el hombre, y le dió de garrotazos, y aunque le vió caer, le siguió
apaleando. Pero como el hombre no se movía, el intendente advirtió que
estaba muerto, y entonces dijo desolado: «¡Sólo Alah el Altísimo y
Omnipotente posee la fuerza y el poder!» Y después añadió: «¡Malditas
sean la manteca y la carne, y maldita esta noche! Se necesita tener toda
la mala suerte que yo tengo para haber matado así á este hombre. Y no sé
qué hacer con él.» Después lo miró con mayor atención, comprobando que
era jorobado. Y le dijo: «¿No te basta con ser jorobeta? ¿Querías
también ser ladrón y robarme la carne y la manteca de mis provisiones?
¡Oh Dios protector, ampárame con el velo de tu poder!» Y como la noche
se acababa, el intendente se echó á cuestas al jorobado, salió de su
casa y anduvo cargado con él, hasta que llegó á la entrada del zoco.
Paróse entonces, colocó de pie al jorobado junto á una tienda, en la
esquina de una bocacalle, y se fué.

Y al poco tiempo de estar allí el cadáver del jorobado, acertó á pasar
un nazareno. Era el corredor de comercio del sultán. Y aquella noche
estaba beodo. Y en tal estado iba al hammam á bañarse. Su borrachera le
incitaba á las cosas más curiosas, y se decía: «¡Vamos, que eres casi
como el Mesías!» Y marchaba haciendo eses y tambaleándose, y acabó por
llegar adonde estaba el jorobado. Y entonces quiso orinar. Pero de
pronto vió al jorobado delante de él, apoyado contra la pared. Y al
encontrarse con aquel hombre, que seguía inmóvil, se le figuró que era
un ladrón y que acaso fuese quien le había robado el turbante, pues el
corredor nazareno iba sin nada á la cabeza. Entonces se abalanzó contra
aquel hombre, y le dió un golpe tan violento en la nuca, que lo hizo
caer al suelo. Y en seguida empezó á dar gritos llamando al guarda del
zoco. Y con la excitación de su embriaguez, siguió golpeando al jorobado
y quiso estrangularlo, apretándole la garganta con ambas manos. En este
momento llegó el guarda del zoco, y vió al nazareno encima del musulmán,
dándole golpes y á punto de ahogarlo. Y el guarda dijo: «¡Deja á ese
hombre y levántate!» Y el cristiano se levantó.

Entonces el guarda del zoco se acercó al jorobado, que se hallaba
tendido en el suelo, lo examinó, y vió que estaba muerto. Y gritó
entonces: «¿Cuándo se ha visto que un nazareno tenga la audacia de
golpear á un musulmán y matarlo?» Y el guarda se apoderó del nazareno,
le ató las manos á la espalda y le llevó á casa del walí[13]. Y el
nazareno se lamentaba y decía: «¡Oh Mesías, oh Virgen! ¿Cómo habré
podido matar á ese hombre? ¡Y qué pronto ha muerto, sólo de un puñetazo!
Se me pasó la borrachera, y ahora viene la reflexión.»

Llegados á casa del walí, el nazareno y el cadáver del jorobado quedaron
encerrados toda la noche, hasta que el walí se despertó por la mañana.
Entonces el walí interrogó al nazareno, que no pudo negar los hechos
referidos por el guarda del zoco. Y el walí no pudo hacer otra cosa que
condenar á muerte á aquel nazareno que había matado á un musulmán. Y
ordenó que el portaalfanje pregonara por toda la ciudad la sentencia de
muerte del corredor nazareno. Luego mandó que levantasen la horca y
llevasen á ella al sentenciado.

Entonces se acercó el portaalfanje y preparó la cuerda, hizo el nudo
corredizo, se lo pasó al nazareno por el cuello, y ya iba á tirar de
él, cuando de pronto el proveedor del sultán hendió la muchedumbre y
abriéndose camino hasta el nazareno, que estaba de pie junto á la horca,
dijo al portaalfanje: «¡Detente! ¡Yo soy quien ha matado á ese hombre!»
Entonces el walí le preguntó: «¿Y por qué le mataste?» Y el intendente
dijo: «Vas á saberlo. Esta noche, al entrar en mi casa, advertí que se
había metido en ella descolgándose por la terraza, para robarme las
provisiones. Y le di un golpe en el pecho con un palo, y en seguida le
vi caer muerto. Entonces le cogí á cuestas; y le traje al zoco,
dejándole de pie arrimado contra una tienda en tal sitio y en tal
esquina. Y he aquí que ahora, con mi silencio, iba á ser causa de que
matasen á este nazareno, después de haber sido yo quien mató á un
musulmán. ¡A mí, pues, hay que ahorcarme!»

Cuando el walí hubo oído las palabras del proveedor, dispuso que
soltasen al nazareno, y dijo al portaalfanje: «Ahora mismo ahorcarás á
este hombre, que acaba de confesar su delito.»

Entonces el portaalfanje cogió la cuerda que había pasado por el cuello
del cristiano y rodeó con ella el cuello del proveedor, lo llevó junto
al patíbulo, y lo iba á levantar en el aire, cuando de pronto el médico
judío atravesó la muchedumbre, y dijo á voces al portaalfanje:
«¡Aguarda! ¡El único culpable soy yo!» Y después contó así la cosa:
«Sabed todos que este hombre me vino á buscar para consultarme, á fin de
que lo curara. Y cuando yo bajaba la escalera para verle, como era de
noche, tropecé con él y rodó hasta lo último de la escalera,
convirtiéndose en un cuerpo sin alma. De modo que no deben matar al
proveedor, sino á mí solamente.»

Entonces el walí dispuso la muerte del médico judío. Y el portaalfanje
quitó la cuerda del cuello del proveedor y la echó al cuello del médico
judío, cuando se vió llegar al sastre, que, atropellando á todo el
mundo, dijo: «¡Detente! Yo soy quien lo maté. Y he aquí lo que ocurrió.
Salí ayer de paseo y regresaba á mi casa al anochecer. En el camino
encontré á este jorobado, que estaba borracho y muy divertido, pues
llevaba en la mano una pandereta y se acompañaba con ella cantando de
una manera chistosísima. Me detuve para contemplarle y divertirme, y
tanto me regocijó, que lo convidé á comer en mi casa. Y compré pescado
entre otras cosas, y cuando estábamos comiendo, tomó mi mujer un trozo
de pescado, que colocó en otro de pan, y se lo metió todo en la boca á
este hombre, y el bocado le ahogó, muriendo en el acto. Entonces lo
cogimos entre mi mujer y yo y lo llevamos á casa del médico judío. Bajó
á abrirnos una negra, y yo le dije lo que le dije. Después le di un
cuarto de dinar para su amo. Y mientras ella subía, agarré en seguida al
jorobado y lo puse de pie contra el muro de la escalera, y yo y mi mujer
nos fuimos á escape. Entretanto, bajó el médico judío para ver al
enfermo; pero tropezó con el jorobado, que cayó en tierra, y el judío
creyó que lo había matado él.»

Y en este momento, el sastre se volvió hacia el médico judío y le dijo:
«¿No fué así?» El médico repuso: «¡Esa es la verdad!» Entonces, el
sastre, dirigiéndose al walí, exclamó: «¡Hay, pues, que soltar al judío
y ahorcarme á mí!»

El walí, prodigiosamente asombrado, dijo entonces: «En verdad que esta
historia merece escribirse en los anales y en los libros.» Después mandó
al portaalfanje que soltase al judío y ahorcase al sastre, que se había
declarado culpable. Entonces el portaalfanje llevó al sastre junto á la
horca, le echó la soga al cuello, y dijo: «¡Esta vez va de veras! ¡Ya no
habrá ningún otro cambio!» Y agarró la cuerda.

¡He aquí todo, por el momento!

       *       *       *       *       *

En cuanto al jorobado, no era otro que el bufón del sultán, que ni una
hora podía separarse de él. Y el jorobado, después de emborracharse
aquella noche, se escapó de palacio, permaneciendo ausente toda la
noche. Y al otro día, cuando el sultán preguntó por él, le dijeron: «¡Oh
señor, el walí te dirá que el jorobado ha muerto, y que su matador iba á
ser ahorcado! Por eso el walí había mandado ahorcar al matador, y el
verdugo se preparaba á ejecutarle; pero entonces se presentó un segundo
individuo, y luego un tercero, diciendo todos: «¡Yo soy el único que ha
matado al jorobado!» Y cada cual contó al walí la causa de la muerte.

Y el sultán, sin querer escuchar más, llamó á un chambelán y le dijo:
«Baja en seguida en busca del walí y ordénale que traiga á toda esa
gente que está junto á la horca.»

Y el chambelán bajó, y llegó junto al patíbulo, precisamente cuando el
verdugo iba á ejecutar al sastre. Y el chambelán gritó: «¡Detente!» Y en
seguida le contó al walí que esta historia del jorobado había llegado á
oídos del rey. Y se lo llevó, y se llevó también al sastre, al médico
judío, al corredor nazareno y al proveedor, mandando transportar también
el cuerpo del jorobado, y con todos ellos marchó en busca del sultán.

Cuando el walí se presentó entre las manos del rey, se inclinó y besó la
tierra, y refirió toda la historia del jorobado, con todos sus
pormenores, desde el principio hasta el fin. Pero es inútil repetirla.

El sultán, al oir tal historia, se maravilló mucho y llegó al límite más
extremo de la hilaridad. Después mandó á los escribas de palacio que
escribieran esta historia con aguja de oro. Y luego preguntó á todos los
presentes: «¿Habéis oído alguna vez historia semejante á la del
jorobado?»

Entonces el corredor nazareno avanzó un paso, besó la tierra entre las
manos del rey, y dijo: «¡Oh rey de los siglos y del tiempo! Sé una
historia mucho más asombrosa que nuestra aventura con el jorobado. La
referiré, si me das tu venia, porque es mucho más sorprendente, más
extraña y más deliciosa que la del jorobado.»

Y dijo el rey: «¡Ciertamente! Desembucha lo que hayas de decir para que
lo oigamos.»

Entonces, el corredor nazareno dijo:


[Illustration: Relato del corredor nazareno]

«Sabe, ¡oh rey del tiempo! que vine á este país para un asunto
comercial. Soy un extranjero á quien el Destino encaminó á tu reino.
Porque yo nací en la ciudad de El Cairo y soy copto entre los coptos. Y
es igualmente cierto que me crié en El Cairo, y en aquella ciudad fué
corredor mi padre antes que yo.

Cuando murió mi padre ya había llegado yo á la edad de hombre. Y por eso
fuí corredor como él, pues contaba con toda clase de cualidades para
este oficio, que es la especialidad entre nosotros los coptos.

Pero un día entre los días, estaba yo sentado á la puerta del khan de
los mercaderes de granos, y vi pasar á un joven, hermoso como la luna
llena, vestido con el más suntuoso traje y montado en un borrico blanco
ensillado con una silla roja. Cuando me vió este joven me saludó, y yo
me levanté por consideración hacia él. Sacó entonces un pañuelo que
contenía una muestra de sésamo, y me preguntó: «¿Cuánto vale el
_ardeb_[14] de esta clase de sésamo?» Y yo le dije: «Vale cien dracmas.»
Entonces me contestó: «Avisa á los medidores de granos y ven con ellos
al khan Al-Gaonalí, en el barrio de Bab Al-Nassr; allí me encontrarás.»
Y se alejó, después de darme el pañuelo que contenía la muestra de
sésamo.

Entonces me dirigí á todos los mercaderes de granos y les enseñé la
muestra que yo había justipreciado en cien dracmas. Y los mercaderes la
tasaron en ciento veinte dracmas por _ardeb_. Entonces me alegré
sobremanera, y haciéndome acompañar de cuatro medidores, fuí en busca
del joven, que, efectivamente, me aguardaba en el khan. Y al verme,
corrió á mi encuentro y me condujo á un almacén donde estaba el grano, y
los medidores llenaron sus sacos, y lo pesaron todo, que ascendió en
total á cincuenta medidas en _ardebs_. Y el joven me dijo: «Te
corresponden por comisión diez dracmas por cada _ardeb_ que se venda á
cien dracmas. Pero has de cobrar en mi nombre todo el dinero, y lo
guardarás cuidadosamente en tu casa, hasta que lo reclame. Como su
precio total es cinco mil dracmas, te quedarás con quinientos, guardando
para mí cuatro mil quinientos. En cuanto despache mis negocios, iré á
buscarte para recoger esa cantidad.» Entonces yo le contesté: «Escucho y
obedezco.» Después le besé las manos y me fui.

Y efectivamente, aquel día gané mil dracmas de corretaje, quinientos del
vendedor y quinientos de los compradores, de modo que me correspondió el
veinte por ciento, según la costumbre de los corredores egipcios.

En cuanto al joven, después de un mes de ausencia, vino á verme y me
dijo: «¿Dónde están los dracmas?» Y le contesté en seguida: «A tu
disposición; helos aquí metidos en este saco.» Pero él me dijo: «Sigue
guardándolos algún tiempo, hasta que yo venga á buscarlos.» Y se fué y
estuvo ausente otro mes, y regresó y me dijo: «¿Dónde están los
dracmas?» Entonces yo me levanté, le saludé y le dije: «Aquí están á tu
disposición. Helos aquí.» Después añadí: «¿Y ahora quieres honrar mi
casa viniendo á comer conmigo un plato ó dos, ó tres ó cuatro?» Pero se
negó y me dijo: «Sigue guardando el dinero, hasta qué venga á
reclamártelo, después de haber despachado algunos asuntos urgentes.» Y
se marchó. Y yo guardé cuidadosamente el dinero que le pertenecía, y
esperé su regreso.

Volvió al cabo de un mes, y me dijo: «Esta noche pasaré por aquí y
recogeré el dinero.» Y le preparé los fondos; pero aunque le estuve
aguardando toda la noche y varios días consecutivos, no volvió hasta
pasado un mes, mientras yo decía para mí: «¡Qué confiado es ese joven!
En toda mi vida, desde que soy corredor en los khanes y los zocos, he
visto confianza como esta.» Se me acercó y le vi, como siempre, en su
borrico, con suntuoso traje; y era tan hermoso como la luna llena, y
tenía el rostro brillante y fresco como si saliese del hammam, y
sonrosadas las mejillas y la frente como una flor lozana, y en un
extremo del labio un lunar, como gota de ámbar negro, según dice el
poeta:

     _¡La luna llena se encontró con el sol en lo alto de la torre,
     ambos en todo el esplendor de su belleza!_

     _¡Tales eran los dos amantes! ¡Y cuantos los veían, tenían que
     admirarlos y desearles completa felicidad!_

     _¡Y ahora son tan hermosos, que cautivan el alma!_

     _¡Gloria, pues, á Alah, que realiza tales prodigios y forma sus
     criaturas á su deseo!_

Y al verle, le besó las manos ó invoqué para él todas las bendiciones de
Alah, y le dije: «¡Oh mi señor! Supongo que ahora recogerás tu dinero.»
Y me contestó: «Ten todavía un poco de paciencia; pues en cuanto acabe
de despachar mis asuntos vendré á recogerlo.» Y me volvió la espalda y
se fué. Y yo supuse que tardaría en volver, y saqué el dinero y lo
coloqué con un interés de veinte por ciento, obteniendo de él cuantiosa
ganancia. Y dije para mí: «¡Por Alah! Cuando vuelva, le rogaré que
acepte mi invitación, y le trataré con toda largueza, pues me aprovecho
de sus fondos y me estoy haciendo muy rico.»

Y transcurrió un año, al cabo del cual regresó, y le vi vestido con
ropas más lujosas que antes, y siempre montado en su borrico blanco, de
buena raza.

Entonces le supliqué fervorosamente que aceptase mi invitación y comiera
en mi casa, á lo cual me contestó: «No tengo inconveniente, pero con la
condición de que el dinero para los gastos no lo saques de los fondos
que me pertenecen y están en tu casa.» Y se echó á reir. Y yo hice lo
mismo. Y le dije: «Así sea, y de muy buena gana.» Y le llevé á casa, y
le rogué que se sentase, y corrí al zoco á comprar toda clase de
víveres, bebidas y cosas semejantes, y lo puse todo sobre el mantel
entre sus manos, y le invité á empezar, diciendo: «¡Bismilah!» Entonces
se acercó á los manjares, pero alargó la mano izquierda, y se puso á
comer con esta mano izquierda. Y yo me quedé sorprendidísimo, y no supe
qué pensar. Terminada la comida, se lavó la mano izquierda sin auxilio
de la derecha, y yo le alargué la toalla para que se secase, y después
nos sentamos á conversar.

Entonces le dije: «¡Oh mi generoso señor! Líbrame de un peso que me
abruma y de una tristeza que me aflige. ¿Por qué has comido con la mano
izquierda? ¿Sufres alguna enfermedad en tu mano derecha?» Y al oirlo el
mancebo, me miró y recitó estas estrofas:

     _¡No preguntes por los sufrimientos y dolores de mi alma!
     ¡Conocerías mi mal!_

     _¡Y sobre todo, no preguntes si soy feliz! ¡Lo fuí! ¡Pero hace
     tanto tiempo! ¡Desde entonces, todo ha cambiado! ¡Y contra lo
     inevitable no hay mas que invocar la cordura!_

Después sacó el brazo derecho ele la manga del ropón, y vi que la mano
estaba cortada, pues aquel brazo terminaba en un muñón. Y me quedé
asombrado profundamente. Pero él me dijo: «¡No te asombres tanto! Y
sobre todo, no creas que he comido con la mano izquierda por falta de
consideración á tu persona, pues ya ves que ha sido por tener cortada la
derecha. Y el motivo de ello no puede ser más sorprendente.» Entonces le
pregunté: «¿Y cuál fué la causa?» Y el joven suspiró, se le llenaron de
lágrimas los ojos, y dijo:

       *       *       *       *       *

«Sabe que yo soy de Bagdad. Mi padre era uno de los principales
personajes entre los personajes. Y yo, hasta llegar á la edad de hombre,
pude oir los relatos de los viajeros, peregrinos y mercaderes que en
casa de mi padre nos contaban las maravillas de los países egipcios. Y
retuve en la memoria todos estos relatos, admirándolos en secreto, hasta
que falleció mi padre. Entonces cogí cuantas riquezas pude reunir, y
mucho dinero, y compré gran cantidad de mercancías en telas de Bagdad y
de Mossul, y otras muchas de alto precio y excelente clase; lo empaqueté
todo y salí de Bagdad. Y como estaba escrito por Alah que había de
llegar sano y salvo al término de mi viaje, no tardé en hallarme en
esta ciudad de El Cairo, que es tu ciudad.»

Pero en este momento el joven se echó á llorar y recitó estas estrofas:

     _¡A veces, el ciego, el ciego de nacimiento, sabe sortear la zanja
     donde cae el que tiene buenos ojos!_

     _¡A veces, el insensato sabe callar las palabras que, pronunciadas
     por el sabio, son la perdición del sabio!_

     _¡A veces, el hombre piadoso y creyente sufre desventuras, mientras
     que el loco, el impío, alcanza la felicidad!_

     _¡Así, pues, conozca el hombre su impotencia! ¡La fatalidad es la
     única reina del mundo!_

Terminados los versos, siguió en esta forma su relación:

«Entré, pues, en El Cairo, y fuí al khan Serur, deshice mis paquetes,
descargué mis camellos y puse las mercancías en un local que alquilé
para almacenarlas. Después di dinero á un criado para que comprase
comida, dormí en seguida un rato, y al despertarme salí á dar una vuelta
por Bain Al-Kasrain, regresando después al khan Serur, en donde pasé la
noche.

Cuando me desperté por la mañana, dije para mí, desliando un paquete de
telas: «Voy á llevar esta tela al zoco y á enterarme de cómo van las
compras.» Cargué las telas en los hombros de un criado, y me dirigí al
zoco, para llegar al centro de los negocios, un gran edificio rodeado
de pórticos y de tiendas de todas clases y de fuentes. Ya sabes que allí
suelen estar los corredores, y que aquel sitio se llama la kaisariat
Guergués.

Cuando llegué, todos los corredores, avisados de mi viaje, me rodearon,
y yo les di las telas, y salieron en todas direcciones á ofrecer mis
géneros á los principales compradores de los zocos. Pero al volver me
dijeron que el precio ofrecido por mis mercaderías no alcanzaba al que
yo había pagado por ellas ni á los gastos desde Bagdad hasta El Cairo. Y
como no sabía qué hacer, el jeique principal de los corredores me dijo:
«Yo sé el medio de que debes valerte para que ganes algo. Es
sencillamente que hagas lo que hacen todos los mercaderes. Vender al por
menor tus mercaderías á los comerciantes con tienda abierta, por tiempo
determinado, ante testigos y por escrito, que firmaréis ambos, con
intervención de un cambiante. Y así, todos los lunes y todos los jueves
cobrarás el dinero que te corresponda. Y de este modo, cada dracma te
producirá dos dracmas y á veces más. Y durante este tiempo tendrás
ocasión de visitar El Cairo y de admirar el Nilo.»

Al oir estas palabras, dije: «Es en verdad una idea excelente.» Y en
seguida reuní á los pregoneros y corredores y marchó con ellos al khan
Serur y les di todas las mercaderías, que llevaron á la kaisariat. Y lo
vendí todo al por menor á los mercaderes, después que se escribieron las
cláusulas de una y otra parte, ante testigos, con intervención de un
cambista de la kaisariat.

Despachado este asunto, volví al khan, permaneciendo allí tranquilo, sin
privarme de ningún placer ni escatimar ningún gasto. Todos los días
comía magníficamente, siempre con la copa de vino encima del mantel. Y
nunca faltaba en mi mesa buena carne de carnero, dulces y confituras de
todas clases. Y así seguí, hasta que llegó el mes en que debía cobrar
con regularidad mis ganancias. En efecto, desde la primera semana de
aquel mes, cobre como es debido mi dinero. Y los jueves y los lunes me
iba á sentar en la tienda de alguno de los deudores míos, y el cambista
y el escribano público recorrían cada una de las tiendas, recogían el
dinero y me lo entregaban.

Y fué en mi una costumbre el ir á sentarme, ya en una tienda, ya en
otra. Pero un día, después de salir del hammam, descansé un rato,
almorcé un pollo, bebí algunas copas de vino, me lavé en seguida las
manos, me perfumé con esencias aromáticas y me fuí al barrio de la
kaisariat Guergués, para sentarme en la tienda de un vendedor de telas
llamado Badreddin Al-Bostaní. Cuando me hubo visto me recibió con gran
consideración y cordialidad, y estuvimos hablando una hora.

Pero mientras conversábamos vimos llegar una mujer con un largo velo de
seda azul. Y entró en la tienda para comprar géneros, y se sentó á mi
lado en un taburete. Y el velo, que le cubría la cabeza y le tapaba
ligeramente el rostro, estaba echado á un lado, y exhalaba delicados
aromas y perfumes. Y la negrura de sus pupilas, bajo el velo, asesinaba
las almas y arrebataba la razón. Se sentó y saludó á Badreddin, que
después de corresponder á su salutación de paz, se quedó de pie ante
ella, y empezó á hablar, mostrándole telas de varias clases. Y yo, al
oir la voz de la dama, tan llena de encanto y tan dulce, sentí que el
amor apuñalaba mi hígado.

Pero la dama, después de examinar algunas telas, que no le parecieron
bastante lujosas, dijo á Badreddin: «¿No tendrías por casualidad una
pieza de seda blanca tejida con hilos de oro puro?» Y Badreddin fué al
fondo de la tienda, abrió un armario pequeño, y de un montón de varias
piezas de tela sacó una de seda blanca tejida con hilos de oro puro, y
luego la desdobló delante de la joven. Y ella la encontró muy á su gusto
y á su conveniencia, y le dijo al mercader: «Como no llevo dinero
encima, creo que me la podré llevar, como otras veces, y en cuanto
llegue á casa te enviaré el importe.» Pero el mercader le dijo: «¡Oh mi
señora! No es posible por esta vez, porque esa tela no es mía, sino del
comerciante que está ahí sentado, y me he comprometido á pagarle hoy
mismo.» Entonces sus ojos lanzaron miradas de indignación, y dijo: «Pero
desgraciado, ¿no sabes que tengo la costumbre de comprarte las telas más
caras y pagarte más de lo que me pides? ¿No sabes que nunca he dejado
de enviarte su importe inmediatamente?» Y el mercader contestó:
«Ciertamente, ¡oh mi señora! Pero hoy tengo que pagar ese dinero en
seguida.» Y entonces la dama cogió la pieza de tela, se la tiró á la
cara al mercader, y le dijo: «¡Todos sois lo mismo en tu maldita
corporación!» Y levantándose airada, volvió la espalda para salir.

Pero yo comprendí que mi alma se iba con ella, me levanté
apresuradamente y le dije: «¡Oh mi señora! Concédeme la gracia de
volverte un poco hacia mí y desandar generosamente tus pasos.» Entonces
ella volvió su rostro hacia donde yo estaba, sonrió discretamente, y me
dijo: «Consiento en pisar otra vez esta tienda, pero es sólo en obsequio
tuyo.» Y se sentó en la tienda frente á mí. Entonces, volviéndome hacia
Badreddin, le dije: «¿Cuál es el precio de esta tela?» Badreddin
contestó: «Mil cien dracmas.» Y yo repuse: «Está bien. Te pagaré además
cien dracmas de ganancia. Trae un papel para que te dé el precio por
escrito.» Y cogí la pieza de seda tejida con oro, y á cambio le di el
precio por escrito, y luego entregué la tela á la dama, diciéndole:
«Tómala, y puedes irte sin que te preocupe el precio, pues ya me lo
pagarás cuando gustes. Y para esto te bastará venir un día entre los
días á buscarme en el zoco, donde siempre estoy sentado en una ó en otra
tienda. Y si quieres honrarme aceptándola como homenaje mío, te
pertenece desde ahora.» Entonces me contestó: «¡Alah te lo premie con
toda clase de favores! ¡Ojalá alcances todas las riquezas que me
pertenecen, convirtiéndote en mi dueño y en corona de mi cabeza! ¡Así
oiga Alah mi ruego!» Y yo le repliqué: «¡Oh señora mía, acepta, pues,
esta pieza de seda! ¡Y que no sea esta sola! Pero te ruego que me
otorgues el favor de que admire un instante el rostro que me ocultas.»
Entonces se levantó el finísimo velo que le cubría la parte inferior de
la cara y no dejaba ver mas que los ojos.

Y vi aquel rostro de bendición, y esta sola mirada bastó para aturdirme,
avivar el amor en mi alma y arrebatarme la razón. Pero ella se apresuró
á bajar el velo, cogió la tela, y me dijo: «¡Oh dueño mío, que no dure
mucho tu ausencia, ó moriré desolada!» Y después se marchó. Y yo me
quedé solo con el mercader, hasta la puesta del sol.

Y me hallaba como si hubiese perdido la razón y el sentido, dominado en
absoluto por la locura de aquella pasión tan repentina. Y la violencia
de este sentimiento hizo que me arriesgase á preguntar al mercader
respecto á aquella dama. Y antes de levantarme para irme, le dije:
«¿Sabes quién es esa dama?» Y me contestó: «Claro que sí. Es una dama
muy rica. Su padre fué un emir ilustre, que murió, dejándole muchos
bienes y riquezas.»

Entonces me despedí del mercader y me marché, para volver al khan Serur,
donde me alojaba. Y mis criados me sirvieron de comer; pero yo pensaba
en ella, y no pude probar bocado. Me eché á dormir; pero el sueño huía
de mi persona, y pasé toda la noche en vela, hasta por la mañana.

Entonces me levanté, me puse un traje más lujoso todavía que el de la
víspera, bebí una copa de vino, me desayuné con un buen plato, y volví á
la tienda del mercader, á quien hube de saludar, sentándome en el sitio
de costumbre. Y apenas había tomado asiento, vi llegar á la joven,
acompañada de una esclava. Entró, se sentó y me saludó, sin dirigir el
menor saludo de paz á Badreddin. Y con su voz tan dulce y su
incomparable modo de hablar, me dijo: «Esperaba que hubieses enviado á
alguien á mi casa para cobrar los mil doscientos dracmas que importa la
pieza de seda.» A lo cual contesté: «¿Por qué tanta prisa, si á mí no me
corre ninguna?» Y ella me dijo: «Eres muy generoso; pero yo no quiero
que por mí pierdas nada.» Y acabó por dejar en mi mano el importe de la
tela, no obstante mi oposición. Y empezamos á hablar. Y de pronto me
decidí á expresarle por señas la intensidad de mi sentimiento. Pero
inmediatamente se levantó y se alejó á buen paso, despidiéndose por pura
cortesía. Y sin poder contenerme, abandoné la tienda, y la fuí siguiendo
hasta que salimos del zoco. Y la perdí ele vista; pero se me acercó una
muchacha, cuyo velo no me permitía adivinar quién fuese, y me dijo: «¡Oh
mi señor! Ven á ver á mi señora, que quiere hablarte.» Entonces, muy
sorprendido, le dije: «¡Pero si aquí nadie me conoce!» Y la muchacha
replicó: «¡Oh cuán escasa es tu memoria! ¿No recuerdas á la sierva que
has visto ahora mismo en el zoco, con su señora, en la tienda de
Badreddin?» Entonces eché á andar detrás de ella, hasta que vi á su
señora en una esquina de la calle de los Cambios.

Cuando ella me vió, se acercó á mí rápidamente, y llevándome á un rincón
de la calle, me dijo: «¡Ojo de mi vida! Sabe que con tu amor llenas todo
mi pensamiento y mi alma. Y desde la hora que te vi, ni disfruto del
sueño reparador, ni como, ni bebo.» Y yo le contesté: «A mí me pasa
igual; pero la dicha que ahora gozo me impide quejarme.» Y ella dijo:
«¡Ojo de mi vida! ¿Vas á venir á mi casa, ó iré yo á la tuya?» Yo
repuse: «Soy forastero y no dispongo de otro lugar que el khan, en donde
hay demasiada gente. Por tanto, si tienes bastante confianza en mi
cariño para recibirme en tu casa, colmarás mi felicidad.» Y ella
respondió: «Cierto que sí; pero esta noche es la noche del viernes y no
puedo recibirte... Pero mañana, después de la oración del mediodía,
monta en tu borrico, y pregunta por el barrio de Habbania, y cuando
llegues á él, averigua la casa de Barakat, el que fué gobernador,
conocido por Aby-Schama. Allí vivo yo. Y no dejes de ir, que te estaré
esperando.»

Yo estaba loco de alegría; después nos separamos. Volví al khan Serur,
en donde habitaba, y no pude dormir en toda la noche. Pero al amanecer
me apresuré á levantarme, y me puse un trajo nuevo, perfumándome con los
más suaves aromas, y me proveí de cincuenta dinares ele oro, que guardé
en un pañuelo. Salí del khan Serur, y me dirigí hacia el lugar llamado
Bab-Zauilat, alquilando allí un borrico, y le dije al burrero: «Vamos al
barrio de Habbania.» Y me llevó en muy escaso tiempo, llegando á una
calle llamada Darb Al-Monkari, y dije al burrero: «Pregunta en esta
calle por la casa del nakib[15] Aby-Schama.» El burrero se fué, y volvió
á los pocos momentos con las señas pedidas, y me dijo: «Puedes apearte.»
Entonces eché pie á tierra, y le dije: «Ve adelante para enseñarme el
camino.» Y me llevó á la casa, y entonces le ordené: «Mañana por la
mañana volverás aquí para llevarme de nuevo al khan.» Y el hombre me
contestó que así lo haría. Entonces le di un cuarto de dinar de oro, y
cogiéndolo, se lo llevó á los labios y después á la frente, para darme
las gracias, marchándose en seguida.

Llamé entonces á la puerta de la casa. Me abrieron dos jovencitas, dos
vírgenes de pechos firmes y blancos, redondos como lunas, y me dijeron:
«Entra, ¡oh señor! nuestra ama te aguarda impaciente. No duerme por las
noches á causa de la pasión que le inspiras.»

Entré en un patio, y vi un soberbio edificio con siete puertas; y
aparecía toda la fachada llena de ventanas, que daban á un inmenso
jardín. Este jardín encerraba todas las maravillas de árboles frutales
y de flores; lo regaban arroyos y lo encantaba el gorjeo de las aves. La
casa era toda de mármol blanco, tan diáfano y pulimentado, que reflejaba
la imagen de quien lo miraba, y los artesonados interiores estaban
cubiertos de oro y rodeados de inscripciones y dibujos de distintas
formas. Todo su pavimento era de mármol muy rico y de fresco mosaico. En
medio de la sala hallábase una fuente incrustada de perlas y pedrería.
Alfombras de seda cubrían los suelos, tapices admirables colgaban de los
muros, y en cuanto á los muebles, el lenguaje y la escritura más
elocuentes no podrían describirlos.

A los pocos momentos de entrar y sentarme...

     En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la
     mañana, y se calló discretamente.

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_PERO CUANDO LLEGÓ LA 26.ª NOCHE_

Ella dijo:

He llegado á saber, ¡oh rey afortunado! que el mercader prosiguió así su
historia al corredor copto del Cairo, el cual se la contaba al sultán de
aquella ciudad de la China:

»Vi que se me acercaba la joven, adornada con perlas y pedrería,
luminosa la cara y asesinos los negros ojos. Me sonrió, me cogió entre
sus brazos, y me estrechó contra ella. En seguida juntó sus labios con
los míos, y gustó de mi lengua con la suya. Y yo hice lo propio. Y ella
me dijo: «¿Es cierto que te tengo aquí, ó es un sueño?» Yo respondí:
«¡Soy tu esclavo!» Y ella dijo: «¡Hoy es un día de bendición! ¡Por Alah!
¡Ya no vivía, ni podía disfrutar comiendo y bebiendo!» Yo contesté: «Y
yo igualmente.» Luego nos sentamos, y yo, confundido por aquel modo de
recibirme, no levantaba la cabeza.

Pero pusieron el mantel y nos presentaron platos exquisitos: carnes
asadas, pollos rellenos y pasteles de todas clases. Y ambos comimos
hasta saciarnos, y ella me ponía los manjares en la boca, invitándome
cada vez con dulces palabras y miradas insinuantes. Después me
presentaron el jarro y la palangana de cobre, y me lavé las manos, y
ella también, y nos perfumamos con agua de rosas y almizcle, y nos
sentamos para departir.

Entonces ella empezó á contarme sus penas, y yo hice lo mismo. Y con
esto me enamoré todavía más. Y en seguida empezamos con mimos y juegos,
y nos estuvimos besando y haciéndonos mil caricias, hasta que anocheció.
Pero no sería de ninguna utilidad detallarlos. Después nos fuimos al
lecho, y permanecimos enlazados hasta la mañana. Y lo demás, con sus
pormenores, pertenece al misterio.

A la mañana siguiente me levanté, puse disimuladamente debajo de la
almohada el bolsillo con los cincuenta dinares de oro, me despedí de la
joven y me dispuse á salir. Pero ella se echó á llorar, y me dijo: «¡Oh
dueño mío! ¿cuándo volveré á ver tu hermoso rostro?» Y yo le dije:
«Volveré esta misma noche.»

Y al salir encontré á la puerta el borrico que me condujo la víspera, y
allí estaba también el burrero esperándome. Monté en el burro, y llegué
al khan Serur, donde hube de apearme, y dando medio dinar de oro al
burrero, le dije: «Vuelve aquí al anochecer.» Y me contestó: «Tus
órdenes están sobre mi cabeza.» Entré entonces en el khan y almorcé.
Después salí para recoger de casa de los mercaderes el importe de mis
géneros. Cobré las cantidades, regresé á casa, dispuse que preparasen un
carnero asado, compré dulces, y llamé á un mandadero, al cual di las
señas de la casa de la joven, pagándole por adelantado y ordenándole que
llevara todas aquellas cosas. Y yo seguí ocupado en mis negocios hasta
la noche, y cuando vino á buscarme el burrero, cogí cincuenta dinares de
oro, que guardé en un pañuelo, y salí.

Al entrar en la casa pude ver que todo lo habían limpiado, lavado el
suelo, brillante la batería de cocina, preparados los candelabros,
encendidos los faroles, prontos los manjares y escanciados los vinos y
demás bebidas. Y ella, al verme, se echó en mis brazos, y acariciándome
me dijo: «¡Por Alah! ¡Cuánto te deseo!» Y después nos pusimos á comer
avellanas y nueces hasta media noche. Entonces nos enlazamos hasta por
la mañana. Y me levanté, puse los cincuenta dinares de oro en el sitio
de costumbre, y me fuí.

Monté en el borrico, me dirigí al khan, y allí estuve durmiendo. Al
anochecer me levanté y dispuse que el cocinero del khan preparase la
comida: un plato de arroz salteado con manteca y aderezado con nueces y
almendras, y otro plato de cotufas fritas, con varias cosas más. Luego
compré flores, frutas y varias clases de almendras, y las envié á casa
de mi amada. Y cogiendo cincuenta dinares de oro, los puse en un pañuelo
y salí. Y aquella noche me sucedió con la joven lo que estaba escrito
que sucediese.

Y siguiendo de este modo, acabé por arruinarme en absoluto, y ya no
poseía un dinar, ni siquiera un dracma. Entonces dije para mí que todo
ello había sido obra del Cheitán. Y recité las siguientes estrofas:

     _¡Si la fortuna abandonase al rico, lo veréis empobrecerse y
     extinguirse sin gloria, como el sol que amarillea al ponerse!_

     _¡Y al desaparecer, su recuerdo se borra para siempre de todas las
     memorias! ¡Y si vuelve algún día, la suerte no le sonreirá nunca!_

     _¡Ha de darle vergüenza presentarse en las calles! ¡Y á solas
     consigo mismo, derramará todas las lágrimas de sus ojos!_

     _¡Oh, Alah! ¡El hombre nada puede esperar de sus amigos, porque si
     cae en la miseria, hasta sus parientes renegarán de él!_

Y no sabiendo qué hacer, dominado por tristes pensamientos, salí del
khan para pasear un poco, y llegué á la plaza de Bain Al-Kasrain, cerca
de la puerta de Zauilat. Allí vi un gentío enorme que llenaba toda la
plaza, por ser día de fiesta y de feria. Me confundí entre la
muchedumbre, y por decreto del Destino hallé á mi lado un jinete muy
bien vestido. Y como la gente aumentaba, me apretujaron contra él, y
precisamente mi mano se encontró pegada á su bolsillo, y noté que el
bolsillo contenía un paquetito redondo. Entonces metí rápidamente la
mano y saqué el paquetito; pero no tuve bastante destreza para que él no
lo notase. Porque el jinete comprobó por la disminución de peso que le
habían vaciado el bolsillo. Volvióse iracundo, blandiendo la maza de
armas, y me asestó un golpazo en la cabeza. Caí al suelo, y me rodeó un
corro de personas, algunas de las cuales impidieron que se repitiera la
agresión cogiendo al caballo de la brida y diciendo al jinete: «¿No te
da vergüenza aprovecharte de las apreturas para pegar á un hombre
indefenso?» Pero él dijo: «¡Sabed todos que ese individuo es un ladrón!»

En aquel momento volví en mí del desmayo en que me encontraba, y oí que
la gente decía: «¡No puede ser! Este joven tiene sobrada distinción para
dedicarse al robo.» Y todos discutían si yo habría ó no robado, y cada
vez era mayor la disputa. Hube de verme al fin arrastrado por la
muchedumbre, y quizá habría podido escapar de aquel jinete, que no
quería soltarme, cuando, por decreto del Destino, acertaron á pasar por
allí el walí y su guardia, que atravesando la puerta de Zauilat, se
aproximaron al grupo en que nos encontrábamos. Y el walí preguntó: «¿Qué
es lo que pasa?» Y contestó el jinete: «¡Por Alah! ¡Oh Emir! He aquí á
un ladrón. Llevaba yo un bolsillo azul con veinte dinares de oro, y
entre las apreturas ha encontrado manera de quitármelo.» Y el walí
preguntó al jinete: «¿Tienes algún testigo?» Y el jinete contestó: «No
tengo ninguno.» Entonces el walí llamó al mokadem, jefe de policía, y le
dijo: «Apodérate de ese hombre y regístralo.» Y el mokadem me echó mano,
porque ya no me protegía Alah, y me despojó de toda la ropa, acabando
por encontrar el bolsillo, que era efectivamente de seda azul. El walí
lo cogió y contó el dinero, resultando que contenía exactamente los
veinte dinares de oro, según el jinete había afirmado.

Entonces el walí llamó á sus guardias, y les dijo: «Traed acá á ese
hombre.» Y me pusieron en sus manos, y me dijo: «Es necesario declarar
la verdad. Dime si confiesas haber robado este bolsillo.» Y yo,
avergonzado, bajé la cabeza y reflexioné un momento, diciendo entre mí:
«Si digo que no he sido yo, no me creerán, pues acaban de encontrarme el
bolsillo encima, y si digo que lo he robado, me pierdo.» Pero acabé por
decidirme, y contesté: «Sí, lo he robado.»

Al verme quedó sorprendido el walí, y llamó á los testigos, para que
oyesen mis palabras, mandándome que las repitiese ante ellos. Y ocurría
todo aquello en la Bab-Zauilat.

El walí mandó entonces al portaalfanje que me cortase la mano, según la
ley contra los ladrones. Y el portaalfanje me cortó inmediatamente la
mano derecha. Y el jinete se compadeció de mí é intercedió con el walí
para que no me cortasen la otra mano. Y el walí le concedió esa gracia y
se alejó. Y la gente me tuvo lástima, y me dieron un vaso de vino para
infundirme alientos, pues había perdido mucha sangre, y me hallaba muy
débil. En cuanto al jinete, se acercó á mí, me alargó el bolsillo y me
lo puso en la mano, diciendo: «Eres un joven bien educado y no se hizo
para ti el oficio de ladrón.» Y dicho esto se alejó, después de haberme
obligado á aceptar el bolsillo. Y yo me marché también, envolviéndome el
brazo con un pañuelo y tapándolo con la manga del ropón. Y me había
quedado muy pálido y muy triste á consecuencia de lo ocurrido.

Sin darme cuenta, me fuí hacia la casa de mi amiga. Y al llegar, me
tendí extenuado en el lecho. Pero ella, al ver mi palidez y mi
decaimiento, me dijo: «¿Qué te pasa? ¿Cómo estás tan pálido?» Y yo
contesté: «Me duele mucho la cabeza; no me encuentro bien.» Entonces,
muy entristecida, me dijo: «¡Oh dueño mío, no me abrases el corazón!
Levanta un poco la cabeza hacia mí, te lo ruego, ¡ojo de mi vida! y dime
lo que te ha ocurrido. Porque adivino en tu rostro muchas cosas.» Pero
yo le dije: «¡Por favor! Ahórrame la pena de contestarte.» Y ella,
echándose á llorar, replicó: «¡Ya veo que te cansaste de mí, pues no
estás conmigo, como de costumbre!» Y derramó abundantes lágrimas
mezcladas con suspiros, y de cuando en cuando interrumpía sus lamentos
para dirigirme preguntas, que quedaban sin respuesta; y así estuvimos
hasta la noche. Entonces nos trajeron de comer y nos presentaron los
manjares, como solían. Pero yo me guardé bien de aceptar, pues me habría
avergonzado coger los alimentos con la mano izquierda, y temía que me
preguntase el motivo de ello. Y por tanto, exclamé: «No tengo ningún
apetito ahora.» Y ella dijo: «Ya ves como tenía razón. Entérame de lo
que te ha pasado, y por qué estás tan afligido y con luto en el alma y
en el corazón.» Entonces acabé por decirle: «Te lo contaré todo, pero
poco á poco, por partes.» Y ella, alargándome una copa de vino, repuso:
«¡Vamos, hijo mío! Déjate de pensamientos tristes. Con esto se cura la
melancolía. Bebe este vino, y confíame la causa de tus penas.» Y yo le
dije: «Si te empeñas, dame tú misma de beber con tu mano.» Y ella acercó
la copa á mis labios, inclinándola con suavidad, y me dió de beber.
Después la llenó de nuevo, y me la acercó otra vez. Hice un esfuerzo,
tendí la mano izquierda y cogí la copa. Pero no pude contener las
lágrimas y rompí á llorar.

Y cuando ella me vió llorar, tampoco pudo contenerse, me cogió la cabeza
con ambas manos, y dijo: «¡Oh, por favor! ¡Dime el motivo de tu llanto!
¡Me estás abrasando el corazón! Dime también por qué tomaste la copa con
la mano izquierda.» Y yo le contesté: «Tengo un tumor en la derecha.» Y
ella replicó: «Enséñamelo; lo sajaremos, y te aliviarás.» Y yo respondí:
«No es el momento oportuno para tal operación. No insistas, porque estoy
resuelto á no sacar la mano.» Vacié por completo la copa, y seguí
bebiendo cada vez que ella me la ofrecía, hasta que me poseyó la
embriaguez, madre del olvido. Y tendiéndome en el mismo sitio en que me
hallaba, me dormí.

Al día siguiente, cuando me desperté, vi que me había preparado el
almuerzo: cuatro pollos cocidos, caldo de gallina y vino abundante. De
todo me ofreció, y comí y bebí, y después quise despedirme y marcharme.
Pero ella me dijo: «¿Adónde piensas ir?» Y yo contesté: «A cualquier
sitio en que pueda distraerme y olvidar las penas que me oprimen el
corazón.» Y ella me dijo: «¡Oh, no te vayas! ¡Quédate un poco más!» Y yo
me senté, y ella me dirigió una intensa mirada, y me dijo: «Ojo de mi
vida, ¿qué locura te aqueja? Por mi amor te has arruinado. Además,
adivino que tengo también la culpa de que hayas perdido la mano derecha.
Tu sueño me ha hecho descubrir tu desgracia. Pero ¡por Alah! jamás me
separaré de ti. Y quiero casarme contigo legalmente.»

Y mandó llamar á los testigos, y les dijo: «Sed testigos de mi
casamiento con este joven. Vais á redactar el contrato de matrimonio,
haciendo constar que me ha entregado la dote.»

Y los testigos redactaron nuestro contrato de matrimonio. Y ella les
dijo: «Sed testigos asimismo de que todas las riquezas que me
pertenecen, y que están en esa arca que veis, así como cuanto poseo, es
desde ahora propiedad de este joven.» Y los testigos lo hicieron
constar, y levantaron acta de su declaración, así como de que yo
aceptaba, y se fueron después de haber cobrado sus honorarios.

Entonces la joven me cogió de la mano, y me llevó frente á un armario,
lo abrió y me enseñó un gran cajón, que abrió también, y me dijo: «Mira
lo que hay en esa caja.» Y al examinarla, vi que estaba llena de
pañuelos, cada uno de los cuales formaba un paquetito. Y me dijo: «Todo
esto son los bienes que durante el transcurso del tiempo fuí aceptando
de ti. Cada vez que me dabas un pañuelo con cincuenta dinares de oro,
tenía yo buen cuidado de guardarlo muy oculto en esa caja. Ahora recobra
lo tuyo. Alah te lo tenía reservado y lo había escrito en tu Destino.
Hoy te protege Alah, y me eligió para realizar lo que él había escrito.
Pero por causa mía perdiste la mano derecha, y no puedo corresponder
como es debido á tu amor ni á tu adhesión á mi persona, pues no bastaría
aunque para ello sacrificase mi alma.» Y añadió: «Toma posesión de tus
bienes.» Y yo mandé fabricar una nueva caja, en la cual metí uno por uno
los paquetes que iba sacando del armario de la joven.

Me levanté entonces y la estreché en mis brazos. Y siguió diciéndome las
palabras más gratas y lamentando lo poco que podía hacer por mí en
comparación de lo que yo había hecho por ella. Después, queriendo colmar
cuanto había hecho, se levantó é inscribió á mi nombre todas las alhajas
y ropas de lujo que poseía, así como sus valores, terrenos y fincas,
certificándolo con su sello y ante testigos.

Y aquella noche, á pesar de los transportes de amor á que nos
entregamos, se durmió muy entristecida por la desgracia que me había
ocurrido por su causa.

Y desde aquel momento no dejó de lamentarse y afligirse de tal modo, que
al cabo de un mes se apoderó de ella un decaimiento, que se fué
acentuando y se agravó, hasta el punto de que murió á los cincuenta
días.

Entonces dispuse todos los preparativos de los funerales, y yo mismo la
deposité en la sepultura y mandé verificar cuantas ceremonias preceden
al entierro. Al regresar del cementerio entré en la casa y examiné todos
sus legados y donaciones, y vi que entre otras cosas me había dejado
grandes almacenes llenos de sésamo. Precisamente de este sésamo cuya
venta te encargué, ¡oh mi señor! por lo cual te aviniste á aceptar un
escaso corretaje, muy inferior á tus méritos.

Y esos viajes que he realizado y que te asombraban eran indispensables
para liquidar cuanto ella me ha dejado, y ahora mismo acabo de cobrar
todo el dinero y arreglar otras cosas.

Te ruego, pues, que no rechaces la gratificación que quiero ofrecerte,
¡oh tú que me das hospitalidad en tu casa y me invitas á compartir tus
manjares! Me harás un favor aceptando todo el dinero que has guardado y
que cobraste por la venta del sésamo.

Y tal es mi historia y la causa de que coma siempre con la mano
izquierda.

       *       *       *       *       *

Entonces, yo, ¡oh poderoso rey! dije al joven: «En verdad que me colmas
de favores y beneficios.» Y me contestó: «Eso no vale nada. ¿Quieres
ahora, ¡oh excelente corredor! acompañarme á mi tierra, que, como sabes,
es Bagdad? Acabo de hacer importantes compras de géneros en El Cairo, y
pienso venderlos con mucha ganancia en Bagdad. ¿Quieres ser mi compañero
de viaje y mi socio en las ganancias?» Y contesté: «Pongo tus deseos
sobre mis ojos.» Y determinamos partir á fin del mes.

Mientras tanto, me ocupé en vender sin pérdida ninguna todo lo que
poseía, y con el dinero que aquello me produjo compré también muchos
géneros. Y partí con el joven hacia Bagdad, y desdo allí, después de
obtener ganancias cuantiosas y comprar otras mercancías, nos encaminamos
á este país que gobiernas, ¡oh rey de los siglos!

Y el joven vendió aquí todos sus géneros y ha marchado de nuevo á
Egipto, y me disponía á reunirme con él, cuando me ha ocurrido esta
aventura con el jorobado, debida á mi desconocimiento del país, pues soy
un extranjero que viaja para realizar sus negocios.

Tal es, ¡oh rey de los siglos! la historia, que juzgo más extraordinaria
que la del jorobado.

Pero el rey contestó: «Pues á mi no me lo parece. Y voy á mandar que os
ahorquen á todos, para que paguéis el crimen cometido en la persona de
mi bufón, este pobre jorobado á quien matasteis.»

     En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la
     mañana, y se calló discretamente.

[imagen]

_PERO CUANDO LLEGÓ LA 27.ª NOCHE_

Ella dijo:

He llegado á saber, ¡oh rey afortunado! que cuando el rey de la China
dijo: «Voy á mandar que os ahorquen á todos», el intendente dió un paso,
prosternándose ante el rey, y dijo: «Si me lo permites, te contaré una
historia que ha ocurrido hace pocos días, y que es más sorprendente y
maravillosa que la del jorobado. Si así lo crees después de haberla
oído, nos indultarás á todos.» El rey de la China dijo: «¡Así sea!» Y el
intendente contó lo que sigue:

[Illustration: Relato del intendente del rey de la China]

«Sabe, ¡oh rey de los siglos y del tiempo! que la noche última me
convidaron á una comida de boda, á la cual asistían los sabios versados
en el Libro de la Nobleza. Terminada la lectura del Corán, se tendió el
mantel, se colocaron los manjares y se trajo todo lo necesario para el
festín. Pero entre otros comestibles, había un plato de arroz preparado
con ajos, que se llama _rozbaja_, y que es delicioso si está en su punto
el arroz y se han dosificado bien los ajos y especias que lo sazonan.
Todos empezamos á comerlo con gran apetito, excepto uno de los
convidados, que se negó rotundamente á tocar este plato de rozbaja. Y
como le instábamos á que lo probase, juró que no haría tal cosa.
Entonces repetimos nuestro ruego, pero él nos dijo: «Por favor, no me
apremiéis de ese modo. Bastante lo pagué una vez que tuve la desgracia
de probarlo.» Y recitó esta estrofa:

     _¡Si no quieres tratarte con el que fué tu amigo y deseas evitar su
     saludo, no pierdas el tiempo en inventar estratagemas: huye de él!_

Entonces no quisimos insistir más. Pero le preguntamos: «¡Por Alah!
¿Cuál es la causa que te impide probar este delicioso plato de
rozbaja?» Y contestó: «He jurado no comer rozbaja sin haberme lavado las
manos cuarenta veces seguidas con sosa, otras cuarenta con potasa y
otras cuarenta con jabón, ó sean ciento veinte veces.»

Y el dueño de la casa mandó á los criados que trajesen inmediatamente
agua y las demás cosas que había pedido el convidado. Y después de
lavarse se sentó de nuevo el convidado, y aunque no muy á gusto, tendió
la mano hacia el plato en que todos comíamos, y trémulo y vacilante
empezó á comer. Mucho nos sorprendió aquello, pero más nos sorprendimos
cuando al mirar su mano vimos que sólo tenía cuatro dedos, pues carecía
del pulgar. Y el convidado no comía mas que con cuatro dedos. Entonces
le dijimos: «¡Por Alah sobre ti! Dinos por qué no tienes pulgar. ¿Es una
deformidad de nacimiento, obra de Alah, ó has sido víctima de algún
accidente?»

Y entonces contestó: «Hermanos, aún no lo habéis visto todo. No me falta
un pulgar, sino los dos, pues tampoco le tengo en la mano izquierda. Y
además, en cada pie me falta otro dedo. Ahora lo vais á ver.» Y nos
enseñó la otra mano, y descubrió ambos pies, y vimos que, efectivamente,
no tenía mas que cuatro dedos en cada uno. Entonces aumentó nuestro
asombro, y le dijimos: «Hemos llegado al límite de la impaciencia, y
deseamos averiguar la causa de que perdieras los dos pulgares y esos
otros dos dedos de los pies, así como el motivo de que te hayas lavado
las manos ciento veinte Veces seguidas.» Entonces nos refirió lo
siguiente:

«Sabed, ¡oh todos vosotros! que mi padre era un mercader entre los
grandes mercaderes, el principal de los mercaderes de la ciudad de
Bagdad en tiempo del califa Harún Al-Rachid. Y eran sus delicias el vino
en las copas, los perfumes de las flores, las flores en su tallo,
cantoras y danzarinas, los ojos negros y las propietarias de estos ojos.
Así es que cuando murió no me dejó dinero, porque todo lo había gastado.
Pero como era mi padre, le hice un entierro según su rango, di festines
fúnebres en honor suyo, y le llevé luto días y noches. Después fuí á la
tienda que había sido suya, la abrí, y no hallé nada que tuviese valor;
al contrario, supe que dejaba muchas deudas. Entonces fuí á buscar á los
acreedores de mi padre, rogándoles que tuviesen paciencia, y los
tranquilicé lo mejor que pude. Después me puse á vender y comprar, y á
pagar las deudas, semana por semana, conforme á mis ganancias. Y no dejé
de proceder del mismo modo hasta que pagué todas las deudas y acrecenté
mi capital primitivo con mis legítimas ganancias.

Pero un día que estaba yo sentado en mi tienda, vi avanzar montada en
una mula torda, un milagro entre los milagros, una joven deslumbrante de
hermosura. Delante de ella iba un eunuco y otro detrás. Paró la mula, y
á la entrada del zoco se apeó, y penetró en el mercado, seguida de uno
de los dos eunucos. Y éste le elijo: «¡Oh mi señora! Por favor, no te
dejes ver de los transeúntes. Vas á atraer contra nosotros alguna
calamidad. Vámonos de aquí.» Y el eunuco quiso llevársela. Pero ella no
hizo caso de sus palabras, y estuvo examinando todas las tiendas del
zoco, una tras otra, sin que viera ninguna más lujosa ni mejor
presentada que la mía. Entonces se dirigió hacia mí, siempre seguida por
el eunuco, se sentó en mi tienda y me deseó la paz. Y en mi vida había
oído voz más suave ni palabras más deliciosas. Y la miré, y sólo con
verla me sentí turbadísimo, con el corazón arrebatado. Y no pude apartar
mis miradas de su semblante, y recité estas dos estrofas:

     _¡Di á la hermosa del velo suave, tan suave como el ala de un
     palomo!_

     _¡Dile que al pensar en lo que padezco, creo que la muerte me
     aliviaría!_

     _¡Dile que sea buena un poco nada más! ¡Por ella, para acercarme á
     sus alas, he renunciado á mi tranquilidad!_

Cuando oyó mis versos, me correspondió con los siguientes:

     _¡He gastado mi corazón amándote! ¡Y este corazón rechaza otros
     amores!_

     _¡Y si mis ojos viesen alguna vez otra beldad, ya no podrían
     alegrarse!_

     _¡Juré no arrancar nunca tu amor de mi corazón! ¡Y sin embargo, mi
     corazón está triste y sediento de tu amor!_

     _¡He bebido en una copa en la cual encontré el amor puro! ¿Por qué
     no han humedecido tus labios esa copa en que encontré el amor?..._

Después me dijo: «¡Oh joven mercader! ¿tienes telas buenas que
enseñarme?» A lo cual contesté: «¡Oh mi señora! Tu esclavo es un pobre
mercader, y no posee nada digno de ti. Ten, pues, paciencia, porque como
todavía es muy temprano, aún no han abierto las tiendas los demás
mercaderes. Y en cuanto abran, iré á comprarles yo mismo los géneros que
buscas.» Luego estuve conversando con ella, sintiéndome cada vez más
enamorado.

Pero cuando los mercaderes abrieron sus establecimientos, me levanté y
salí á comprar lo que me había encargado, y el total de las compras, que
tomé por mi cuenta, ascendía á cinco mil dracmas. Y todo se lo entregué
al eunuco. Y en seguida la joven partió con él, dirigiéndose al sitio
donde la esperaba el otro esclavo con la mula. Y yo entré en mi casa
embriagado de amor. Me trajeron la comida y no pude comer, pensando
siempre en la hermosa joven. Y cuando quise dormir huyó de mí el sueño.

De este modo transcurrió una semana, y los mercaderes me reclamaron el
dinero; pero como no volví á saber de la joven, les rogué que tuviesen
un poco de paciencia, pidiéndoles otra semana de plazo. Y ellos se
avinieron. Y efectivamente, al cabo de la semana vi llegar á la joven,
montada en su mula y acompañada por un servidor y los dos eunucos. Y la
joven me saludó y me dijo: «¡Oh mi señor! Perdóname que hayamos tardado
tanto en pagarte. Pero ahí tienes el dinero. Manda venir á un cambista,
para que vea estas monedas de oro.» Mandé llamar al cambista, y en
seguida uno de los eunucos le entregó el dinero, lo examinó y lo
encontró de ley. Entonces tomé el dinero, y estuve hablando con la joven
hasta que se abrió el zoco y llegaron los mercaderes á sus tiendas. Y
ella me dijo: «Ahora necesito estas y aquellas cosas. Ve á
comprármelas.» Y compré por mi cuenta cuanto me había encargado,
entregándoselo todo. Y ella lo tomó, como la primera vez, y se fué en
seguida. Y cuando la vi alejarse, dije para mí: «No entiendo esta
amistad que me tiene. Me trae cuatrocientos dinares y se lleva géneros
que valen mil. Y se marcha sin decirme siquiera dónde vive. ¡Pero
solamente Alah sabe lo que se oculta en un corazón!»

Y así transcurrió todo un mes, cada día más atormentado mi espíritu por
estas reflexiones. Y los mercaderes vinieron á reclamarme su dinero en
forma tan apremiante, que para tranquilizarlos hube de decirles que iba
á vender mi tienda con todos los géneros, y mi casa y todos mis bienes.
Me hallé, pues, próximo á la ruina, y estaba muy afligido, cuando vi á
la joven que entraba en el zoco y se dirigía á mi tienda. Y al verla se
desvanecieron todas mis zozobras, y hasta olvidé la triste situación en
que me había encontrado durante su ausencia. Y ella se me acercó, y con
su voz llena de dulzura me dijo: «Saca la balanza, para pesar el dinero
que te traigo.» Y me dió, en efecto, cuanto me debía y algo más, en pago
de las compras que para ella había hecho.

En seguida se sentó á mi lado y me habló con gran afabilidad, y yo
desfallecía de ventura. Y acabó por decirme: «¿Eres soltero ó tienes
esposa?» Y yo dije: «¡Por Alah! No tengo ni mujer legítima ni
concubina.» Y al decirlo, me eché á llorar. Entonces ella me preguntó:
«¿Por qué lloras?» Y yo respondí: «Por nada; es que me ha pasado una
cosa por la mente.» Luego me acerqué á su criado, le di algunos dinares
de oro y le rogué que sirviese de mediador entre ella y mi persona para
lo que yo deseaba. Y él se echó á reir, y me dijo: «Sabe que mi señora
está enamorada de ti. Pues ninguna necesidad tenía de comprar telas, y
sólo las ha comprado para poder hablar contigo y darte á conocer su
pasión. Puedes, por tanto, dirigirte á ella, seguro de que no te reñirá
ni ha de contrariarte.»

Y cuando ella iba á despedirse, me vió entregar el dinero al servidor
que la acompañaba. Y entonces volvió á sentarse y me sonrió. Y yo le
dije: «Otorga á tu esclavo la merced que desea solicitar de ti y
perdónale anticipadamente lo que va á decirte.» Después le hablé de lo
que tenía en mi corazón. Y vi que le agradaba, pues me dijo: «Este
esclavo te traerá mi respuesta y te señalará mi voluntad. Haz cuanto te
diga que hagas.» Después se levantó y se fué.

Entonces fuí á entregar á los mercaderes su dinero con los intereses que
les correspondían. En cuanto á mí, desde el instante que dejé de verla
perdí todo mi sueño durante todas mis noches. Pero en fin, pasados
algunos días, vi llegar al esclavo y lo recibí con solicitud y
generosidad, rogándole que me diese noticias. Y él me dijo: «Ha estado
enferma estos días.» Y yo insistí: «Dame algunos pormenores acerca de
ella.» Y él respondió: «Esta joven ha sido educada por nuestra ama
Zobeida, esposa favorita de Harún Al-Rachid, y ha entrado en su
servidumbre. Y nuestra ama Zobeida la quiere como si fuese hija suya, y
no le niega nada. Pero el otro día le pidió permiso para salir,
diciéndole: «Mi alma desea pasearse un poco y volver en seguida á
palacio.» Y se le concedió el permiso. Y desde aquel día no dejó de
salir y de volver á palacio, con tal frecuencia, que acabó por ser
peritísima en compras, y se convirtió en la proveedora de nuestra ama
Zobeida. Entonces te vió, y le habló de ti á nuestra ama, rogándole que
la casase contigo. Y nuestra ama le contestó: «Nada puedo decirte sin
conocer á ese joven. Si me convenzo de que te iguala en cualidades, te
uniré con él.» Pero ahora vengo á decirte que nuestro propósito es que
entres en palacio. Y si logramos hacerte entrar sin que nadie se entere,
puedes estar seguro de casarte, pero si se descubre te cortarán la
cabeza. ¿Qué dices á esto?» Yo respondí: «Que iré contigo.» Entonces me
dijo: «Apenas llegue la noche, dirígete á la mezquita que Sett-Zobeida
ha mandado edificar junto al Tigris. Entra, haz tu oración, y
aguárdame.» Y yo respondí: «Obedezco, amo, y honro.»

Y cuando vino la noche fuí á la mezquita, entré, me puse á rezar, y pasé
allí toda la noche. Pero al amanecer vi, por una de las ventanas que dan
al río, que llegaban en una barca unos esclavos llevando dos cajas
vacías. Las metieron en la mezquita y se volvieron á su barca. Pero uno
de ellos, que se había quedado detrás de los otros, era el que me había
servido de mediador. Y á los pocos momentos vi llegar á la mezquita á mi
amada, la dama de Sett-Zobeida. Y corrí á su encuentro, queriendo
estrecharla entre mis brazos. Pero ella huyó hacia donde estaban las
cajas vacías é hizo una seña al eunuco, que me cogió, y antes de que
pudiese defenderme me encerró en una de aquellas cajas. Y en el tiempo
que se tarda en abrir un ojo y cerrar el otro, me llevaron al palacio
del califa. Y me sacaron de la caja. Y me entregaron trajes y efectos
que valdrían lo menos cincuenta mil dracmas. Después vi á otras veinte
esclavas blancas, todas con pechos de vírgenes. Y en medio de ellas
estaba Sett-Zobeida, que no podía moverse de tantos esplendores como
llevaba á partir del ombligo.

Y las damas formaban dos filas frente á la sultana. Yo di un paso y besé
la tierra entre sus manos. Entonces me hizo seña de que me sentase, y
me senté entre sus manos. En seguida me interrogó acerca de mis
negocios, mi parentela y mi linaje, contestándole yo á cuanto me
preguntaba. Y pareció muy satisfecha, y dijo: «¡Alah! ¡Ya veo que no he
perdido el tiempo criando á esta joven, pues le encuentro un esposo cual
éste!» Y añadió: «¡Sabe que la considero como si fuese mi propia hija, y
será para ti una esposa sumisa y dulce ante Alah y ante ti!» Y entonces
me incliné, besé la tierra y consentí en casarme.

Y Sett-Zobeida me invitó á pasar en el palacio diez días. Y allí
permanecí estos diez días, pero sin saber nada de la joven. Y eran otras
jóvenes las que me traían el almuerzo y la comida y servían á la mesa.

Transcurrido el plazo indispensable para los preparativos de la boda,
Sett-Zobeida rogó al Emir de los Creyentes el permiso para la boda. Y el
califa, después de dar su venia, regaló á la joven diez mil dinares de
oro. Y Sett-Zobeida mandó á buscar al kadí y á los testigos, que
escribieron el contrato de matrimonio. Después empezó la fiesta. Se
prepararon dulces de todas clases y los manjares de costumbre. Comimos,
bebimos y se repartieron platos de comida por toda la ciudad, durando el
festín diez días completos. Después llevaron á la joven al hammam para
prepararla, según es uso.

Y durante este tiempo se puso la mesa para mí y mis convidados, se
trajeron platos exquisitos, y entre otras cosas, en medio de pollos
asados, pasteles de todas clases, rellenos deliciosos y dulces
perfumados con almizcle y agua de rosas, había un plato de rozbaja capaz
de volver loco al espíritu más equilibrado. Y yo, ¡por Alah! en cuanto
me senté á la mesa, no pude menos de precipitarme sobre este plato de
rozbaja y hartarme de él. Después me sequé las manos.

Y así estuve tranquilo hasta la noche. Pero se encendieron las antorchas
y llegaron las cantoras y tañedoras de instrumentos. Después se procedió
á vestir á la desposada. Y la vistieron siete veces con trajes
diferentes, en medio de los cantos y del sonar de los instrumentos. En
cuanto al palacio, estaba lleno completamente por una muchedumbre de
convidados. Y yo, cuando hubo terminado la ceremonia, entró en el
aposento reservado, y me trajeron á la novia, procediendo su servidumbre
á despojarla de todos los vestidos, retirándose después.

Cuando la vi toda desnuda y estuvimos solos en nuestro lecho, la cogí
entre mis brazos; y tal era mi ventura, que me parecía mentira el
poseerla. Pero en este momento notó el olor de mi mano con la cual había
comido la rozbaja, y apenas lo notó lanzó un agudo chillido.

Inmediatamente acudieron por todas partes las damas de palacio, mientras
que yo, trémulo de emoción, no me daba cuenta de la causa de todo
aquello. Y le dijeron: «¡Oh hermana nuestra! ¿qué te ocurre?» Y ella
contestó: «¡Por Alah sobre vosotras! ¡Libradme al instante de este
estúpido, al cual creí hombre de buenas maneras!» Y yo le pregunté: «¿Y
por qué me juzgas estúpido ó loco?» Y ella dijo: «¡Insensato! ¡Ya no te
quiero, por tu poco juicio y tu mala acción!» Y cogió un látigo que
estaba cerca de ella, y me azotó con tan fuertes golpes, que perdí el
conocimiento. Entonces ella se detuvo, y dijo á las doncellas: «Cogedlo
y llevádselo al gobernador de la ciudad, para que le corten la mano con
que comió los ajos.» Pero ya había yo recobrado el conocimiento, y al
oir aquellas palabras, exclamé: «¡No hay poder y fuerza mas que en Alah
Todopoderoso! ¿Pero por haber comido ajos me han de cortar una mano?
¿Quién ha visto nunca semejante cosa?» Entonces las doncellas empezaron
á interceder en mi favor, y le dijeron: «¡Oh hermana, no le castigues
esta vez! ¡Concédenos la gracia de perdonarle!» Entonces ella dijo: «Os
concedo lo que pedís; no le cortarán la mano, pero de todos modos algo
he de cortarle de sus extremidades.» Después se fué y me dejó solo.

En cuanto á mí, estuve diez días completamente solo y sin verla. Pero
pasados los diez días, vino á buscarme y me dijo: «¡Oh tú, el de la cara
ennegrecida![16]. ¿Tan poca cosa soy para ti, que comiste ajo la noche
de la boda?» Después llamó á sus siervas y les dijo: «¡Atadle los brazos
y las piernas!» Y entonces me ataron los brazos y las piernas, y ella
cogió una cuchilla de afeitar bien afilada y me cortó los dos pulgares
de las manos y los dedos gordos de ambos pies. Y por eso, ¡oh todos
vosotros! me veis sin pulgares en las manos y en los pies.

En cuanto á mí, caí desmayado. Entonces ella echó en mis heridas polvos
de una raíz aromática, y así restañó la sangre. Y yo dije, primero entre
mí y luego en alta voz: «¡No volveré á comer rozbaja sin lavarme después
las manos cuarenta veces con potasa, cuarenta con sosa y cuarenta con
jabón!» Y al oirme, me hizo jurar que cumpliría esta promesa, y que no
comería rozbaja sin cumplir con exactitud lo que acababa de decir.

Por eso, cuando me apremiabais todos los aquí reunidos á comer de ese
plato de rozbaja que hay en la mesa, he palidecido y me he dicho: «He
aquí la rozbaja que me costó perder los pulgares.» Y al empeñaros en que
la comiera, me vi obligado por mi juramento á hacer lo que visteis.»

       *       *       *       *       *

Entonces, ¡oh rey de los siglos!--dijo el intendente continuando la
historia, mientras los demás circunstantes estaban escuchando--pregunté
al joven mercader de Bagdad: «¿Y qué te ocurrió luego con tu esposa?» Y
él me contestó:

       *       *       *       *       *

«Cuando hice aquel juramento ante ella, se tranquilizó su corazón, y
acabó por perdonarme. Entonces la cogí y me acosté con ella. Y ¡por
Alah! recuperé bien el tiempo perdido y olvidé mis pesares. Y
permanecimos unidos largo tiempo de aquel modo. Después ella me dijo:
«Has de saber que nadie de la corte del califa sabe lo que ha pasado
entre nosotros. Eres el único que logró introducirse en este palacio. Y
has entrado gracias al apoyo de El-Sayedat[17] Zobeida.» Después me
entregó diez mil dinares de oro, diciéndome: «Toma este dinero y ve á
comprar una buena casa en que podamos vivir los dos.»

Entonces salí, y compré una casa magnífica. Y allí transporté las
riquezas de mi esposa y cuantos regalos le habían hecho, los objetos
preciosos, telas, muebles y demás cosas bellas. Y todo lo puse en
aquella casa que había comprado. Y vivimos juntos hasta el límite de los
placeres y de la expansión.

Pero al cabo de un año, por voluntad de Alah, murió mi mujer. Y no
busqué otra esposa, pues quise viajar. Salí entonces de Bagdad, después
de haber vendido todos mis bienes, y cogí todo mi dinero y emprendí el
viaje, hasta que llegué á esta ciudad.»

       *       *       *       *       *

Y tal es, ¡oh rey del tiempo!--prosiguió el intendente--la historia que
me refirió el joven mercader de Bagdad. Entonces todos los invitados
seguimos comiendo, y después nos fuimos.

Pero al salir me ocurrió la aventura con el jorobado. Y entonces sucedió
lo que sucedió.

Esta es la historia. Estoy convencido de que es más sorprendente que
nuestra aventura con el jorobado. ¡Uasalam![18].

Entonces dijo el rey de la China: «Pues te equivocas. No es más
maravillosa que la aventura del jorobado. Porque la aventura del
jorobado es mucho más sorprendente. Y por eso van á crucificaros á
todos, desde el primero hasta el último.»

Pero en este momento avanzó el médico judío, besó la tierra entre las
manos del sultán, y dijo: «¡Oh rey del tiempo! Te voy á contar una
historia que es seguramente más extraordinaria que todo cuanto oíste, y
que la misma aventura del jorobado.»

Entonces dijo el rey de la China: «Cuéntala pronto, porque no puedo
aguardar más.»

Y el médico judío dijo:

[Illustration: Relato del médico judío]

«La cosa más extraordinaria que me ocurrió en mi juventud es
precisamente esta que vais á oir, ¡oh mis señores llenos de cualidades!

Estudiaba entonces medicina y ciencias en la ciudad de Damasco. Y
cuando tuve bien aprendida mi profesión, empecé á ejercerla y á ganarme
la vida.

Pero un día entre los días, cierto esclavo del gobernador de Damasco
vino á mi casa, y diciéndome que le acompañase, me llevó al palacio del
gobernador. Y allí, en medio de una gran sala, vi un lecho de mármol
chapeado de oro. En este lecho estaba echado y enfermo un hijo de Adán.
Era un joven tan hermoso, que no se habría encontrado otro como él entre
todos los de su tiempo. Me acerqué á su cabecera, y le deseé pronta
curación y completa salud. Pero él sólo me contestó haciéndome una seña
con los ojos. Y yo le dije: «¡Oh mi señor, dame la mano!» Y él me alargó
la mano izquierda, lo cual me asombró mucho, haciéndome pensar: «¡Por
Alah! ¡Qué cosa tan sorprendente! He aquí un joven de buena apariencia y
de elevada condición, y que está sin embargo muy mal educado.» No por
eso dejé de tomarle el pulso, y receté un medicamento á base de agua de
rosas. Y le seguí visitando, hasta que, pasados diez días, recuperó las
fuerzas y pudo levantarse como de costumbre. Entonces le aconsejé que
fuese al hammam y que después volviese á descansar.

El gobernador de Damasco me demostró su gratitud regalándome un
magnífico ropón de honor y nombrándome, no sólo médico suyo, sino
también del hospital de Damasco. En cuanto al joven, que durante su
enfermedad había seguido alargándome la mano izquierda, me rogó que le
acompañase al hammam, que se había reservado para él solo, prohibiendo
entrar á los demás clientes. Y cuando llegamos al hammam se acercaron
los criados del joven, le ayudaron á desnudarse, cogiendo su ropa y
dándole otra, limpia y nueva. Y al ver desnudo al joven, noté que
carecía de mano derecha. Y me sorprendió y apenó grandemente el
descubrimiento. Y aumentó mi asombro cuando vi huellas de varazos en
todo su cuerpo. Entonces el joven se volvió hacia mí, y me dijo: «¡Oh
médico del siglo! No te asombre el verme como me ves, pues voy á
contarte el motivo, y oirás una relación muy extraordinaria. Pero
tenemos que aguardar á estar fuera del hammam.»

Después de salir del hammam llegamos al palacio, y nos sentamos para
descansar y comer luego. Pero el joven me dijo: «¿No prefieres que
subamos á la sala alta?» Y yo le contesté que sí, y entonces mandó á los
criados que asaran un carnero y lo subieran á la sala alta, á la cual
nos encaminamos. Y los esclavos no tardaron en subir el carnero asado y
toda clase de frutas. Y nos pusimos á comer, y él siempre se servía de
la mano izquierda. Entonces yo le dije: «Cuéntame ahora esa historia.» Y
él contestó: «¡Oh médico del siglo, te la voy á contar! Escucha, pues.»

       *       *       *       *       *

Sabe que nací en la ciudad de Mossul, donde mi familia figuraba entre
las más principales. Mi padre era el mayor de los diez vástagos que dejó
mi abuelo al morir, y cuando esto ocurrió, mi padre estaba ya casado,
como todos mis tíos. Pero él era el único que tuvo un hijo, que fuí yo,
pues ninguno de mis tíos los tuvo. Por eso fuí creciendo entre las
simpatías de todos mis tíos, que me querían muchísimo y se alegraban
mirándome.

Un día que estaba con mi padre en la gran mezquita de Mossul para rezar
la oración del viernes, vi que después de la plegaria todo el mundo se
había marchado, menos mi padre y mis tíos. Se sentaron todos en la gran
estera, y yo me senté con ellos. Y se pusieron á hablar, versando la
conversación sobre los viajes y las maravillas de los países extranjeros
y de las grandes ciudades lejanas. Pero sobre todo hablaron de Egipto y
del Cairo. Y mis tíos repitieron los relatos admirables de los viajeros
que habían estado en Egipto, y decían que no había en la tierra país más
bello ni río más maravilloso que el Nilo. Por eso los poetas han hecho
muy bien en cantar ese país y su Nilo, y dice la verdad el poeta cuando
dice:

     _¡Por Alah! ¡Te conjuro que digas al río de mi país, al Nilo de mi
     país, que aquí no puedo extinguir la sed, que el Éufrates no puede
     apagar la sed que me atormenta!_

Mis tíos empezaron á enumerar las maravillas de Egipto y de su río, con
tal elocuencia y tanto calor, que cuando dejaron de hablar y se fué
cada cual á su casa, quedé muy pensativo y preocupado, y no podía
apartarse de mi espíritu el grato recuerdo de todas aquellas cosas que
acababa de oir con motivo de aquel país tan admirable. Y cuando volví á
casa, no pude pegar los ojos en toda la noche, y perdí el apetito.

Averigüé á los pocos días que mis tíos estaban preparando un viaje á
Egipto, y rogué con tanto ardor á mi padre, y tanto laboré para que me
dejase ir con ellos, que me lo permitió y hasta me compró mercaderías
muy estimables. Y encargó á mis tíos que no me llevasen con ellos á
Egipto, sino que me dejasen en Damasco, donde debía yo ganar dinero con
los géneros que llevaba. Me despedí de mi padre, me junté con mis tíos,
y salimos de Mossul.

Así viajamos hasta Alepo, donde nos detuvimos algunos días, y desde allí
reanudamos el viaje hacia Damasco, adonde no tardamos en llegar.

Y vimos que Damasco es una hermosa ciudad, entre jardines, arroyos,
árboles, frutas y pájaros. Nos albergamos en uno de los khanes, y mis
tíos se quedaron en Damasco hasta que vendieron sus mercaderías de
Mossul, comprando otras en Damasco para despacharlas en El Cairo, y
vendieron también mis géneros tan ventajosamente, que cada dracma de
mercadería me valió cinco dracmas de plata. Después mis tíos me dejaron
solo en Damasco y prosiguieron su viaje á Egipto.

En cuanto á mí, continué viviendo en Damasco, en donde alquilé una casa
maravillosa, cuyas bellezas no puede enumerar la lengua humana. Me
costaba dos dinares de oro al mes. Pero no me contenté con esto. Empecé
á hacer cuantiosos gastos, satisfaciendo todos mis caprichos, sin
privarme de ninguna clase de manjares ni bebidas. Y este género de vida
duró hasta que hube gastado el dinero con que contaba.

Y por entonces, estando sentado un día á la puerta de mi casa para tomar
el fresco, vi acercarse á mí, viniendo no sé de dónde, á una joven
ricamente vestida, sobrepasando en elegancia á todo cuanto había visto
en mi vida. Me levanté súbitamente y la invité á que honrase mi casa con
su presencia. No hizo ningún reparo, sino que traspuso el umbral y
penetró en la casa gentilmente. Cerré entonces la puerta detrás de
nosotros, y lleno de júbilo la cogí en brazos y la transporté al salón.
Allí se descubrió, se quitó el velo, y se me apareció en toda su
hermosura. Y tan hechicera la encontré, que me sentí completamente
dominado por su amor.

Salí en seguida en busca del mantel, lo cubrí con manjares suculentos y
frutas exquisitas y cuanto era de mi obligación en aquellas
circunstancias. Y nos pusimos á comer y á jugar, y luego á beber, y de
tal manera lo hicimos, que nos emborrachamos por completo. La poseí
entonces. Y la noche que pasé con ella hasta la mañana se contará entre
las más benditas.

Al día siguiente creí que hacía bien las cosas ofreciéndole diez dinares
de oro. Pero los rechazó y dijo que nunca aceptaría nada de mí. Después
me dijo: «Y ahora, ¡oh querido mío! sabe que volveré á verte dentro de
tres días, al anochecer. Aguárdame, porque no he de faltar. Y como yo
misma me convido, no quiero ocasionarte gastos; de modo que te voy á dar
dinero para que prepares otro festín como el de hoy.» Y me entregó diez
dinares de oro que me obligó á aceptar, y se despidió, llevándose tras
ella toda mi alma.

Pero, como me había prometido, volvió á los tres días, más ricamente
vestida que la primera vez. Por mi parte, había preparado todo lo
indispensable, y en realidad no había escatimado nada. Y comimos y
bebimos como la otra vez, y no dejamos de hacer juntos aquello que
hicimos hasta que brilló la mañana. Entonces me dijo: «¡Oh mi dueño
amado! ¿de veras me encuentras hermosa?» Yo le contesté: «¡Por Alah! Ya
lo creo.» Y ella me dijo: «Si es así, puedo pedirte permiso para traer á
una muchacha más hermosa y más joven que yo, á fin de que se divierta
con nosotros y podamos reirnos y jugar juntos, pues me ha rogado que la
saque conmigo, para regocijarnos y hacer locuras los tres.» Acepté de
buena gana, y dándome entonces veinte dinares de oro, me encargó que no
economizase nada para preparar lo necesario y recibirlas dignamente en
cuanto llegasen ella y la otra joven. Después se despidió y se fué.

Al cuarto día me dediqué, como de costumbre, á prepararlo todo, con la
largueza de siempre, y aún más todavía, por tener que recibir á una
persona extraña. Y apenas puesto el sol, vi llegar á mi amiga acompañada
por otra joven que venía envuelta en un velo muy grande. Entraron y se
sentaron. Y yo, lleno de alegría, me levanté, encendí los candelabros y
me puse enteramente á su disposición. Ellas se quitaron entonces sus
velos, y pude contemplar á la otra joven. ¡Alah, Alah! Parecía la luna
llena. Me apresuré á servirlas, y les presenté las bandejas repletas de
manjares y bebidas, y empezaron á comer y beber. Y yo, entretanto,
besaba á la joven desconocida, y le llenaba la copa y bebía con ella.
Pero esto acabó por encender los celos de la otra, que supo
disimularlos, y hasta me dijo: «¡Por Alah! ¡Cuán deliciosa es esa joven!
¿No te parece más hermosa que yo?» Y yo respondí ingenuamente: «Es
verdad; razón tienes.» Y ella dijo: «Pues cógela y ve á dormir con ella.
Así me complacerás.» Yo respondí: «Respeto tus órdenes y las pongo sobre
mi cabeza y mis ojos.» Ella se levantó entonces, y nos preparó el lecho,
invitándonos á ocuparlo. Y después me tendí junto á mi nueva amiga, y la
poseí hasta por la mañana.

Pero he aquí que al despertarme me encontré la mano llena de sangre, y
vi que no era sueño, sino realidad. Como ya era de día claro, quise
despertar á mi compañera, dormida aún, y le toqué ligeramente la
cabeza. Y la cabeza se separó inmediatamente del cuerpo y cayó al suelo.

En cuanto á mi primera amiga, no había de ella ni rastro ni olor.

Sin saber qué hacer, estuve una hora recapacitando, y por fin me decidí
á levantarme, para abrir una huesa en aquella misma sala. Levanté las
losas de mármol, empecé á cavar, é hice una hoya lo bastante grande para
que cupiese el cadáver, y lo enterré inmediatamente. Cegué luego el
agujero y puse las losas lo mismo que antes estaban.

Hecho esto fuí á vestirme, cogí el dinero que me quedaba, salí en busca
del amo de la casa, y pagándole el importe de otro año de alquiler, le
dije: «Tengo que ir á Egipto, donde mis tíos me esperan.» Y me fuí,
precediendo mi cabeza á mis pies.

Al llegar al Cairo encontré á mis tíos, que se alegraron mucho al verme,
y me preguntaron la causa de aquel viaje. Y yo les dije: «Pues
únicamente el deseo de volveros á ver y el temor de gastarme en Damasco
el dinero que me quedaba.» Me invitaron á vivir con ellos, y acepté. Y
permanecí en su compañía todo un año, divirtiéndome, comiendo, bebiendo,
visitando las cosas interesantes de la ciudad, admirando el Nilo y
distrayéndome de mil maneras. Desgraciadamente, al cabo del año, como
mis tíos habían realizado buenas ganancias vendiendo sus géneros,
pensaron en volver á Mossul; pero como yo no quería acompañarlos,
desaparecí para librarme de ellos, y se marcharon solos, pensando que
yo habría ido á Damasco para prepararles alojamiento, puesto que conocía
bien esta ciudad. Después seguí gastando, y permanecí allí otros tres
años, y cada año mandaba el precio del alquiler á mi casero de Damasco.
Transcurridos los tres años, como apenas me quedaba dinero para el viaje
y estaba aburrido de la ociosidad, decidí volver á Damasco.

Y apenas llegué, me dirigí á mi casa, y fuí recibido con gran alegría
por mi casero, que me dió la bienvenida, y me entregó las llaves,
enseñándome la cerradura, intacta y provista de mi sello. Y
efectivamente, entré y vi que todo estaba como lo había dejado.

Lo primero que hice fué lavar el entarimado, para que desapareciese toda
huella de sangre de la joven asesinada, y cuando me quedé tranquilo me
fuí al lecho, para descansar de las fatigas del viaje. Y al levantar la
almohada para ponerla bien, encontré debajo un collar de oro con tres
filas de perlas nobles. Era precisamente el collar de mi amada, y lo
había puesto allí la noche de nuestra dicha. Y ante este recuerdo
derramé lágrimas de pesar y deploré la muerte de aquella joven. Luego
oculté cuidadosamente el collar en el interior de mi ropón.

Pasados tres días de descanso en mi casa, pensé ir al zoco, para buscar
ocupación y ver á mis amigos. Llegué al zoco, pero estaba escrito por
acuerdo del Destino que había de tentarme el Cheitán y había de
sucumbir á su tentación, porque el Destino tiene que cumplirse. Y
efectivamente, me dió la tentación de deshacerme de aquel collar de oro
y de perlas. Lo saqué del interior del ropón, y se lo presenté al
corredor más hábil del zoco. Éste me invitó á sentarme en su tienda, y
en cuanto se animó el mercado, cogió el collar, me rogó que le esperase,
y se fué á someterlo á las ofertas de mercaderes y parroquianos. Y al
cabo de una hora volvió, y me dijo: «Creí á primera vista que este
collar era de oro de ley y perlas finas, y valdría lo menos mil dinares
de oro; pero me equivoqué: es falso. Está hecho según los artificios de
los francos, que saben imitar el oro, las perlas y las piedras
preciosas; de modo que no me ofrecen por él mas que mil dracmas, en vez
de mil dinares.» Yo contesté: «Verdaderamente, tienes razón. Este collar
es falso. Lo mandé construir para burlarme de una amiga, á quien se lo
regalé. Y ahora esta mujer ha muerto y le ha dejado el collar á la mía;
de modo que hemos decidido venderlo por lo que den. Tómalo, véndelo en
ese precio y tráeme los mil dracmas.» Y el astuto corredor se fué con el
collar, después de haberme mirado con el ojo izquierdo.»

     En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la
     mañana, y se calló discretamente.

[imagen]

_PERO CUANDO LLEGÓ LA 28.ª NOCHE_

Ella dijo:

He llegado á saber, ¡oh rey afortunado! que el médico judío continuó de
este modo la historia del joven:

«El corredor, al ver que el joven no conocía el valor del collar, y se
explicaba de aquel modo, comprendió en seguida que lo había robado ó se
lo había encontrado, cosa que debía aclararse. Cogió, pues, el collar, y
se lo llevó al jefe de los corredores del zoco, que se hizo cargo de él
en seguida, y fué en busca del walí de la ciudad, á quien dijo: «Me
habían robado este collar, y ahora hemos dado con el ladrón, que es un
joven vestido como los hijos de los mercaderes, y está en tal parte, en
casa de tal corredor.»

Y mientras yo aguardaba al corredor con el dinero, me vi rodeado y
apresado por los guardias, que me llevaron á la fuerza á casa del walí.
Y el walí me hizo preguntas acerca del collar, y yo le conté la misma
historia que al corredor. Entonces el walí se echó á reir, y me dijo:
«Ahora te enseñaré el precio de ese collar.» E hizo una seña á sus
guardias, que me agarraron, me desnudaron, y me dieron tal cantidad de
palos y latigazos, que me ensangrentaron todo el cuerpo. Entonces,
lleno de dolor, les dije: «¡Os diré la verdad! ¡Ese collar lo he
robado!» Me pareció que esto era preferible á declarar la terrible
verdad del asesinato de la joven, pues me habrían sentenciado á muerte y
me habrían ejecutado, para castigar el crimen.

Y apenas me había acusado de tal robo, me asieron del brazo y me
cortaron la mano derecha, como á los ladrones, y me sumergieron el brazo
en aceite hirviendo para cicatrizar la herida. Y caí desmayado de dolor.
Y me dieron de beber una cosa que me hizo recobrar los sentidos.
Entonces recogí mi mano cortada y regresé á mi casa.

Pero al llegar á ella, el propietario, que se había enterado de todo, me
dijo: «Desde el momento que te has declarado culpable de robo y de
hechos indignos, no puedes seguir viviendo en mi casa. Recoge, pues, lo
tuyo y ve á buscar otro alojamiento.» Yo contesté: «Señor, dame dos ó
tres días de plazo para que pueda buscar casa.» Y él me dijo: «Me avengo
á otorgarte ese plazo.» Y dejándome, se fué.

En cuanto á mí, me eché al suelo, me puse á llorar, y decía: «¡Cómo he
de volver á Mossul, mi país natal; cómo he de atreverme á mirar á mi
familia, después que me han cortado una mano!... Nadie me creerá cuando
diga que soy inocente. No puedo hacer mas que entregarme á la voluntad
de Alah, que es el único que puede procurarme un medio de salvación.»

Los pesares y las tristezas me pusieron enfermo, y no pude ocuparme en
buscar hospedaje. Y al tercer día, estando en el lecho, vi invadida mi
habitación por los soldados del gobernador de Damasco, que venían con el
amo de la casa y el jefe de los corredores. Y entonces el amo de la casa
me dijo: «Sabe que el walí ha comunicado al gobernador general lo del
robo del collar. Y ahora resulta que el collar no es de este jefe de los
corredores, sino del mismo gobernador general, ó mejor dicho, de una
hija suya, que desapareció también hace tres años. Y vienen para
prenderte.»

Al oir esto, empezaron á temblar todos mis miembros y coyunturas, y me
dije: «Ahora sí que me condenan á muerte sin remisión. Más vale
declarárselo todo al gobernador general. El será el único juez de mi
vida ó de mi muerte.» Pero ya me habían cogido y atado, y me llevaban
con una cadena al cuello á presencia del gobernador general. Y nos
pusieron entre sus manos á mí y al jefe de los corredores. Y el
gobernador, mirándome, dijo á los suyos: «Este joven que me traéis no es
un ladrón, y le han cortado la mano injustamente. Estoy seguro de ello.
En cuanto al jefe de los corredores, es un embustero y un calumniador.
¡Apoderaos de él y metedlo en un calabozo!» Después el gobernador dijo
al jefe de los corredores: «Vas á indemnizar en seguida á este joven por
haberle cortado la mano; si no, mandaré que te ahorquen y confiscaré
todos tus bienes, corredor maldito.» Y añadió, dirigiéndose á los
guardias: «¡Quitádmelo de delante, y salid todos!» Entonces el
gobernador y yo nos quedamos solos. Pero ya me habían libertado de la
argolla del cuello, y tenía también los brazos libres.

Cuando todos se marcharon, el gobernador me miró con mucha lástima y me
dijo: «¡Oh hijo mío! Ahora vas á hablarme con franqueza, diciéndome toda
la verdad, sin ocultarme nada. Cuéntame, pues, cómo llegó este collar á
tus manos.» Yo le contesté: «¡Oh mi señor y soberano! Te diré la
verdad.» Y le referí cuanto me había ocurrido con la primera joven, cómo
ésta me había proporcionado y traído á la casa á la segunda joven, y
cómo, por último, llevada de los celos, había sacrificado á su
compañera. Y se lo conté con todos sus pormenores. Pero no hay utilidad
en repetirlos.

Y el gobernador, en cuanto lo hubo oído, inclinó la cabeza, lleno de
dolor y amargura, y se cubrió la cara con el pañuelo. Y así estuvo
durante una hora, y su pecho se desgarraba en sollozos. Después se
acercó á mí, y me dijo:

«Sabe, ¡oh hijo mío! que la primera joven es mi hija mayor. Fué desde su
infancia muy perversa, y por este motivo hube de criarla severamente.
Pero apenas llegó á la pubertad, me apresuré á casarla, y con tal fin la
envié al Cairo, á casa de un tío suyo, para unirla con uno de mis
sobrinos, y por lo tanto, primo suyo. Se casó con él, pero su esposo
murió al poco tiempo, y entonces ella volvió á mi casa. Y no había
dejado de aprovechar su estancia en Egipto para aprender todo género de
libertinaje. Y tú, que estuviste en Egipto, ya sabrás cuán expertas son
en esto aquellas mujeres. No les basta con los hombres, y se aman y se
mezclan unas con otras, y se embriagan y se pierden. Por eso, apenas
estuvo de regreso mi hija, te encontró y se entregó á ti, y te fué á
buscar cuatro veces seguidas. Pero con esto no le bastaba. Como ya había
tenido tiempo para pervertir á su hermana, mi segunda hija, hasta el
punto de inspirarle un amor apasionado, no le costó trabajo llevarla á
tu casa, después de contarle cuanto hacía contigo. Y mi segunda hija me
pidió permiso para acompañar á su hermana al zoco, y yo se lo concedí.
¡Y sucedió lo que sucedió!

Pero cuando mi hija mayor regresó sola, le pregunté dónde estaba su
hermana. Y me contestó llorando, y acabó por decirme, sin cesar en sus
lágrimas: «Se me ha perdido en el zoco, y no he podido averiguar qué ha
sido de ella.» Eso fué lo que me dijo á mí. Pero no tardó en confiarse á
su madre, y acabó por decirle en secreto la muerte de su hermana,
asesinada en tu lecho por sus propias manos. Y desde entonces no cesa de
llorar, y no deja de repetir día y noche: «¡Tengo que llorar hasta que
me muera!» Y tus palabras, ¡oh hijo mío! no han hecho mas que confirmar
lo que yo sabía, probando que mi hija había dicho la verdad. ¡Ya ves,
hijo mío, cuan desventurado soy! De modo que he de expresarte un deseo y
pedirte un favor, que confío no has de rehusarme. Deseo ardientemente
que entres en mi familia, y quisiera darte por esposa á mi tercera
hija, que es una joven buena, ingenua y virgen, y no tiene ninguno de
los vicios de sus hermanas. Y no te pediré dote para este casamiento,
sino que, al contrario, te remuneraré con largueza, y te quedarás en mi
casa como un hijo.»

Entonces le contesté: «Hágase tu voluntad, ¡oh mi señor! Pero antes,
como acabo de saber que mi padre ha muerto, quisiera mandar recoger su
herencia.»

En seguida el gobernador envió un propio á Mossul, mi ciudad natal, para
que en mi nombre recogiese la herencia dejada por mi padre. Y
efectivamente, me casé con la hija del gobernador, y desde aquel día
todos vivimos aquí la vida más próspera y dulce.

Y tú mismo, ¡oh médico! has podido comprobar con tus propios ojos cuán
amado y honrado soy en esta casa. ¡Y no tendrás en cuenta la descortesía
que he cometido contigo durante toda mi enfermedad tendiéndote la mano
izquierda, puesto que me cortaron la derecha!

       *       *       *       *       *

En cuanto á mí--prosiguió el médico judío--, mucho me maravilló esta
historia, y felicité al joven por haber salido de aquel modo de tal
aventura. Y él me colmó de presentes y me tuvo consigo tres días en
palacio, y me despidió cargado de riquezas y bienes.

Y entonces me dediqué á viajar y á recorrer el mundo, para
perfeccionarme en mi arte. Y he aquí que llegué á tu Imperio, ¡oh rey
espléndido y poderoso! Y entonces fué cuando la noche pasada me ocurrió
la desagradable aventura con el jorobado. ¡Tal es mi historia!

       *       *       *       *       *

Entonces el rey de la China dijo: «Esa historia, aunque logró
interesarme, te equivocas, ¡oh médico, porque no es tan maravillosa ni
sorprendente como la aventura del jorobado; de modo que no me queda mas
que mandaros ahorcar á los cuatro, y principalmente á ese maldito
sastre, que es causa y principio de vuestro crimen.»

       *       *       *       *       *

Oídas tales palabras, el sastre se adelantó entre las manos del rey de
la China, y dijo: «¡Oh rey lleno de gloria! Antes de mandarnos ahorcar,
permíteme hablar á mí también, y te referiré una historia que encierra
cosas más extraordinarias que todas las demás historias juntas, y es más
prodigiosa que la historia misma del jorobado.»

Y el rey de la China dijo: «Si dices la verdad, os perdonaré á todos.
Pero ¡desdichado de ti si me cuentas una historia poco interesante y
desprovista de cosas sublimes! Porque no vacilaré entonces en empalaros
ti y á tus tres compañeros, haciendo que os atraviesen de parte á parte,
desde la base hasta la cima.»

       *       *       *       *       *

Entonces el sastre dijo:

[Illustration: Relato del sastre]


Sabe, pues, ¡oh rey del tiempo! que antes de mi aventura con el jorobado
me habían convidado en una casa donde se daba un festín á los
principales miembros de los gremios de nuestra ciudad: sastres,
zapateros, lenceros, barberos, carpinteros y otros.

Y era muy de mañana. Por eso, desde el amanecer, estábamos todos
sentados en corro para desayunarnos, y no aguardábamos mas que al amo de
la casa, cuando le vimos entrar acompañado de un joven forastero,
hermoso, bien formado, gentil y vestido á la moda de Bagdad. Y era todo
lo hermoso que se podía desear, y estaba tan bien vestido como pudiera
imaginarse. Pero era ostensiblemente cojo. Luego que entró adonde
estábamos, nos deseó la paz, y nos levantamos todos para devolverle su
saludo. Después íbamos á sentarnos, y él con nosotros, cuando
súbitamente le vimos cambiar de color y disponerse á salir. Entonces
hicimos mil esfuerzos para detenerle entre nosotros. Y el amo de la casa
insistió mucho y le dijo: «En verdad, no entendemos nada de esto. Te
ruego que nos digas qué motivo te impulsa á dejarnos.»

Entonces el joven respondió: «¡Por Alah te suplico, ¡oh mi señor! que
no insistas en retenerme! Porque hay aquí una persona que me obliga á
retirarme, y es ese barbero que está sentado en medio de vosotros.»

Estas palabras sorprendieron extraordinariamente al amo de la casa, y
nos dijo: «¿Cómo es posible que á este joven, que acaba de llegar de
Bagdad, le moleste la presencia de ese barbero que está aquí?» Entonces
todos los convidados nos dirigimos al joven, y le dijimos: «Cuéntanos,
por favor, el motivo de tu repulsión hacia ese barbero.» Y él contestó:
«Señores, ese barbero de cara de alquitrán y alma de betún fué la causa
de una aventura extraordinaria que me sucedió en Bagdad, mi ciudad, y
ese maldito tiene también la culpa de que yo esté cojo. Así es que he
jurado no vivir nunca en la ciudad en que él viva, ni sentarme en sitio
en donde él se sentara. Y por eso me vi obligado á salir de Bagdad, mi
ciudad, para venir á este país lejano. Pero ahora me lo encuentro aquí.
Y por eso me marcho ahora mismo, y esta noche estaré lejos de esta
ciudad, para no ver á ese hombre de mal agüero.»

Y al oirlo, el barbero se puso pálido, bajó los ojos y no pronunció
palabra. Entonces insistimos tanto con el joven, que se avino á
contarnos de este modo su aventura con el barbero.

[Illustration: Historia del joven cojo con el barbero de Bagdad

(CONTADA POR EL COJO Y REPETIDA POR EL SASTRE)]

«Sabed, ¡oh todos los aquí presentes! que mi padre era uno de los
principales mercaderes de Bagdad, y por voluntad de Alah fuí su único
hijo. Mi padre, aunque muy rico y estimado por toda la población,
llevaba en su casa una vida pacífica, tranquila y llena de reposo. Y en
ella me educó, y cuando llegué á la edad de hombre me dejó todas sus
riquezas, puso bajo mi mando á todos sus servidores y á toda la familia,
y murió en la misericordia de Alah, á quien fué á dar cuenta de la deuda
de su vida. Yo seguí, como antes, viviendo con holgura, poniéndome los
trajes más suntuosos y comiendo los manjares más exquisitos. Pero he de
deciros que Alah, Omnipotente y Gloriosísimo, había infundido en mi
corazón el horror á la mujer y á todas las mujeres, de tal modo, que
sólo verlas me producía sufrimiento y agravio. Vivía, pues, sin ocuparme
de ellas, pero muy feliz y sin desear cosa alguna.

Un día entre los días, iba yo por una de las calles de Bagdad, cuando vi
venir hacia mí un grupo numeroso de mujeres. En seguida, para librarme
de ellas, emprendí rápidamente la fuga y me metí en una calleja sin
salida. Y en el fondo de esta calle había un banco, en el cual me senté
á descansar.

Y cuando estaba sentado se abrió frente á mí una celosía, y apareció en
ella una joven con una regadera en la mano, y se puso á regar las flores
de unas macetas que había en el alféizar de la ventana.

¡Oh mis señores! He de deciros que al ver á esta joven sentí nacer en mí
algo que en mi vida había sentido. Así es que en aquel mismo instante mi
corazón quedó hechizado y completamente cautivo, mi cabeza y mis
pensamientos no se ocuparon mas que de aquella joven, y todo mi pasado
horror á las mujeres se transformó en un deseo abrasador. Pero ella, en
cuanto hubo regado las plantas, miró distraídamente á la izquierda y
luego á la derecha, y al verme me dirigió una larga mirada que me sacó
por completo el alma del cuerpo. Después cerró la celosía y desapareció.
Y por más que la estuve esperando hasta la puesta del sol, no volvió á
aparecer. Y yo parecía un sonámbulo ó un ser que ya no pertenece á este
mundo.

Mientras seguía sentado de tal suerte, he aquí que llegó y bajó de su
mula, á la puerta de la casa, el kadí de la ciudad, precedido de sus
negros y seguido de sus criados. El kadí entró en la misma casa en cuya
ventana había yo visto á la joven, y comprendí que debía ser su padre.

Entonces volví á mi casa en un estado deplorable, lleno de pesar y de
zozobra, y me dejé caer en el lecho. Y en seguida se me acercaron todas
las mujeres de la casa, mis parientes y servidores, y se sentaron á mi
alrededor y empezaron á importunarme acerca de la causa de mi mal. Y
como nada quería decirles sobre aquel asunto, no les contesté palabra.
Pero de tal modo fué aumentando mi pena de día en día, que caí
gravemente enfermo y me vi muy atendido y muy visitado por mis amigos y
parientes.

Y he aquí que uno de los días vi entrar en mi casa á una vieja, que en
vez de gemir y compadecerse, se sentó á la cabecera del lecho y empezó á
decirme palabras cariñosas para calmarme. Después me miró, me examinó
atentamente, y pidió á mi servidumbre que me dejaran solo con ella.
Entonces me dijo: «Hijo mío, sé la causa de tu enfermedad, pero necesito
que me des pormenores.» Y yo le comuniqué en confianza todas las
particularidades del asunto, y me contestó: «Efectivamente, hijo mío,
esa es la hija del kadí de Bagdad y aquella casa es ciertamente su casa.
Pero sabe que el kadí no vive en el mismo piso que su hija, sino en el
de abajo. Y de todos modos, aunque la joven vive sola, está vigiladísima
y bien guardada. Pero sabe también que yo voy mucho á esa casa, pues soy
amiga de esa joven, y puedes estar seguro de que no has de lograr lo que
deseas mas que por mi mediación. ¡Anímate, pues, y ten alientos!»

Estas palabras me armaron de firmeza, y en seguida me levanté y me sentí
el cuerpo ágil y recuperada la salud. Y al ver esto, se alegraron todos
mis parientes. Y entonces la anciana se marchó, prometiéndome volver al
día siguiente para darme cuenta de la entrevista que iba á tener con la
hija del kadí de Bagdad.

Y en efecto, volvió al día siguiente. Pero apenas le vi la cara,
comprendí que no traía buenas noticias. Y la vieja me dijo; «Hijo mío,
no me preguntes lo que acaba de suceder. Todavía estoy trastornada.
Figúrate que en cuanto le dije al oído el objeto de mi visita, se puso
de pie y me replicó muy airada: «Malhadada vieja, si no te callas en el
acto y no desistes de tus vergonzosas proposiciones, te mandaré castigar
como mereces.» Entonces, hijo mío, ya no dije nada; pero me propongo
intentarlo por segunda vez. No se dirá que he fracasado en estos
empeños, en los que soy más experta que nadie. Después me dejó y se fué.

Pero yo volví á caer enfermo con mayor gravedad, y dejé de comer y
beber.

Sin embargo, la vieja, como me había ofrecido, volvió á mi casa á los
pocos días, y su cara resplandecía, y me dijo sonriendo: «Vamos, hijo,
¡dame albricias por las buenas nuevas que te traigo!» Y al oirlo, sentí
tal alegría, que me volvió el alma al cuerpo, y dije en seguida á la
anciana: «Ciertamente, buena madre, te deberé el mayor beneficio.»
Entonces ella me dijo: «Volví ayer á casa de la joven. Y cuando me vió
muy triste y abatida y con los ojos arrasados en lágrimas, me preguntó:
«¡Oh mísera! ¿por qué está tan oprimido tu pecho? ¿Qué te pasa?»
Entonces se aumentó mi llanto, y le dije: «¡Oh hija mía y señora! ¿no
recuerdas que vine á hablarte de un joven apasionadamente prendado de
tus encantos? Pues bien; hoy está para morirse por culpa tuya.» Y ella,
con el corazón lleno de lástima, y muy enternecida, preguntó: «¿Pero
quién es ese joven de que me hablas?» Y yo le dije: «Es mi propio hijo,
el fruto de mis entrañas. Te vió hace algunos días, cuando estabas
regando las flores, y pudo admirar un momento los encantos de tu cara, y
él, que hasta ese momento no quería ver ninguna mujer y se horrorizaba
de tratar con ellas, está loco de amor por ti. Por eso, cuando le conté
la mala acogida que me hiciste, recayó gravemente en su enfermedad. Y
ahora acabo de dejarle tendido en los almohadones de su lecho, á punto
de rendir el último suspiro al Creador. Y me temo que no haya esperanza
de salvación para él.» A estas palabras palideció la joven, y me dijo:
«¿Y todo eso es por causa mía?» Yo le contesté: «¡Por Alah, que así es!
¿Pero qué piensas hacer ahora? Soy tu sierva, y pondré tus órdenes sobre
mi cabeza y sobre mis ojos.» Y la joven me dijo: «Ve en seguida á su
casa, y transmítele de mi parte el saludo, y dile que me causa mucho
dolor su pena. Y en seguida le dirás que mañana viernes, antes de la
plegaria, le aguardo aquí. Que venga á casa, y ya diré á mi gente que le
abran la puerta, y le haré subir á mi aposento, y pasaremos juntos toda
una hora. Pero tendrá que marcharse antes de que mi padre vuelva de la
oración.»

Oídas las palabras de la anciana, sentí que recobraba las fuerzas y que
se desvanecían todos mis padecimientos y descansaba mi corazón. Y saqué
del ropón una bolsa repleta de dinares y rogué á la anciana que la
aceptase. Y la vieja me dijo: «Ahora reanima tu corazón y ponte alegre.»
Y yo le contesté: «En verdad que se acabó mi mal.» Y en efecto, mis
parientes notaron bien pronto mi curación, y llegaron al colmo de la
alegría, lo mismo que mis amigos.

Aguardé, pues, de este modo hasta el viernes, y entonces vi llegar á la
vieja. Y en seguida me levanté, me puse mi mejor traje, me perfumé con
esencia de rosas, é iba á correr á casa de la joven, cuando la anciana
me dijo: «Todavía queda mucho tiempo. Más vale que entretanto vayas al
hammam á tomar un buen baño y que te den masaje, que te afeiten y
depilen, puesto que ahora sales de una enfermedad. Verás qué bien te
sienta.» Y yo respondí: «Verdaderamente, es una idea acertada. Pero
mejor será llamar á un barbero, para que me afeite la cabeza, y después
podré ir á bañarme al hammam.»

Mandé entonces á un sirviente que fuese á buscar á un barbero, y le
dije: «Ve en seguida al zoco y busca un barbero que tenga la mano
ligera, pero sobre todo que sea prudente y discreto, sobrio en palabras
y nada curioso, que no me rompa la cabeza con su charla, como hacen la
mayor parte de los de su profesión.» Y mi servidor salió á escape y me
trajo un barbero viejo.

Y el barbero era ese maldito que veis delante de vosotros, ¡oh mis
señores!

Cuando entró, me deseó la paz, y yo correspondí á su saludo de paz. Y me
dijo: «¡Que Alah aparte de ti toda desventura, pena, zozobra, dolor y
adversidad!» Y contesté: «¡Ojalá atienda Alah tus buenos deseos!» Y
prosiguió: «He aquí que te anuncio la buena nueva, ¡oh mi señor! y la
renovación de tus fuerzas y tu salud. ¿Y qué he de hacer ahora?
¿Afeitarte ó sangrarte? Pues no ignoras que nuestro gran Ibn-Abbas dijo:
«El que se corta el pelo el día del viernes alcanza el favor de Alah,
pues aparta de él setenta clases de calamidades.» Y el mismo Ibn-Abbas
ha dicho: «Pero el que se sangra el viernes ó hace que le apliquen ese
mismo día ventosas escarificadas, se expone á perder la vista y corre el
riesgo de coger todas las enfermedades.» Entonces le contesté: «¡Oh
jeique! basta ya de chanzas; levántate en seguida para afeitarme la
cabeza, y hazlo pronto, porque estoy débil y no puedo hablar ni aguardar
mucho.»

Entonces se levantó y cogió un paquete cubierto con un pañuelo, en que
debía llevar la bacía, las navajas y las tijeras; lo abrió, y sacó, no
la navaja, sino un astrolabio de siete facetas. Lo cogió, se salió al
medio del patio de mi casa, levantó gravemente la cara hacia el sol, lo
miró atentamente, examinó el astrolabio, volvió, y me dijo: «Has de
saber que este viernes es el décimo día del mes de Safar del año 763 de
la hégira de nuestro Santo Profeta; ¡vayan á él la paz y las mejores
bendiciones! Y lo sé por la ciencia de los números, la cual me dice que
este viernes coincide con el preciso momento en que se verifica la
conjunción del planeta Mirrikh con el planeta Hutared, por siete grados
y seis minutos. Y esto viene a demostrar que el afeitarse hoy la cabeza
es una acción fausta y de todo punto admirable. Y claramente me indica
también que tienes la intención de celebrar una entrevista con una
persona cuya suerte se me muestra como muy afortunada. Y aún podría
contarte más cosas que te han de suceder, pero son cosas que debo
callarlas.»

Yo contesté: «¡Por Alah! Me ahogas con tanto discurso y me arrancas el
alma. Parece también que no sepas mas que vaticinar cosas desagradables.
Y yo sólo te he llamado para que me afeites la cabeza. Levántate, pues,
y aféitame sin más discursos.» Y el barbero replicó: «¡Por Alah! Si
supieses la verdad de las cosas, me pedirías más pormenores y más
pruebas. De todos modos, sabe que, aunque soy barbero, soy algo más que
barbero. Pues además de ser el barbero más reputado de Bagdad, conozco
admirablemente, aparte del arte de la medicina, las plantas y los
medicamentos, la ciencia de los astros, las reglas de nuestro idioma, el
arte de las estrofas y de los versos, la elocuencia, la ciencia de los
números, la geometría, el álgebra, la filosofía, la arquitectura, la
historia y las tradiciones de todos los pueblos de la tierra. Por eso
tengo mis motivos para aconsejarte, ¡oh mi señor! que hagas exactamente
lo que dispone el horóscopo que acabo de obtener gracias á mi ciencia y
al examen de los cálculos astrales. Y da gracias á Alah, que me ha
traído á tu casa, y no me desobedezcas, porque sólo te aconsejo tu bien
por el interés que me inspiras. Ten en cuenta que no te pido mas que
servirte un año entero sin ningún salario. Pero no hay que dejar de
reconocer, á pesar de todo, que soy un hombre de bastante mérito y que
me merezco esta justicia.»

A estas palabras le respondí: «Eres un verdadero asesino, que te has
propuesto volverme loco y matarme de impaciencia.»

     En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la
     mañana, y se calló discretamente.

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_PERO CUANDO LLEGÓ LA 29.ª NOCHE_

Ella dijo:

He llegado á saber ¡oh rey afortunado! que cuando el joven dijo al
barbero: «Vas á volverme loco y á matarme de impaciencia», el barbero
respondió:

«Sabe, sin embargo, ¡oh mi señor! que soy un hombre á quien todo el
mundo llama el Silencioso, á causa de mi poca locuacidad. De modo que no
me haces justicia creyéndome un charlatán, sobre todo si te tomas la
molestia de compararme, siquiera sea por un momento, con mis hermanos.
Porque sabe que tengo seis hermanos que ciertamente son muy charlatanes,
y para que los conozcas te voy á decir sus nombres: el mayor se llama
El-Bacbuk, ó sea el que al hablar hace un ruido como un cántaro que se
vacía; el segundo, El-Haddar, ó el que muge repetidas veces como un
camello; el tercero, Bacbac, ó el Cacareador hinchado; el cuarto, El-Kuz
El-Assuaní, ó el Botijo irrompible de Assuan; el quinto, El-Aschâ, ó la
Camella preñada, ó el Gran Caldero; el sexto, Schakalik, ó el Tarro
hendido, y el séptimo, El-Samet, ó el Silencioso; y este silencioso es
tu servidor.»

Cuando oí todo este flujo de palabras, sentí que la impaciencia me
reventaba la vejiga de la hiel, y exclamé dirigiéndome á mis criados:
«¡Dadle en seguida un cuarto de diñar á este hombre y que se largue de
aquí! Porque renuncio en absoluto á afeitarme.» Pero el barbero; apenas
oyó esta orden, dijo: «¡Oh mi señor! ¡qué palabras tan duras acabo de
escuchar de tus labios! Porque ¡por Alah! sabe que quiero tener el honor
de servirte sin ninguna retribución, y de servirte sin remedio, pues
considero un deber el ponerme á tus órdenes y ejecutar tu voluntad. Y me
creería deshonrado para toda mi vida si aceptara lo que quieres darme
tan generosamente. Porque sabe que si tú no tienes idea alguna de mi
valía, yo, en cambio, estimo en mucho la tuya. Y estoy seguro de que
eres digno hijo de tu difunto padre. (¡Alah lo haya recibido en Su
misericordia!) Pues tu padre era acreedor mío por todos los beneficios
de que me colmaba. Y era un hombre lleno de generosidad y de grandeza, y
me tenía gran estimación, hasta el punto de que un día me mandó llamar,
y era un día bendito como éste; y cuando llegué á su casa le encontré
rodeado de muchos amigos, y á todos los dejó para venir á mi encuentro,
y me dijo: «Te ruego que me sangres.» Entonces saqué el astrolabio, medí
la altura del sol, examiné escrupulosamente los cálculos, y descubrí que
la hora era nefasta y que aquel día era muy peligrosa la operación de
sangrar. Y en seguida comuniqué mis temores á tu difunto padre, y tu
padre se sometió dócilmente á mis palabras, y tuvo paciencia hasta que
llegó la hora fausta y propicia para la operación. Entonces le hice una
buena sangría, y se la dejó hacer con la mayor docilidad, y me dió las
gracias más expresivas, y por si no fuese bastante, me las dieron
también todos los presentes. Y para remunerarme por la sangría, me dió
en el acto tu difunto padre cien dinares de oro.»

Yo, al oir estas palabras, le dije: «¡Ojalá no haya tenido Alah
compasión de mi difunto padre, por lo ciego que estuvo al recurrir á un
barbero como tú!» Y el barbero, al oirme, se echó á reir, meneando la
cabeza, y exclamó: «¡No hay más Dios que Alah, y Mahoma es el enviado de
Alah! ¡Bendito sea el nombre de Aquel que transforma y no se transforma!
Ahora bien, ¡oh joven! yo te creía dotado de razón, pero estoy viendo
que la enfermedad que tuviste te ha perturbado por completo el juicio y
te hace divagar. Pero esto no me asombra, pues conozco las palabras
santas dichas por Alah en nuestro Santo y Precioso Libro, en el
versículo que empieza de este modo: «Los que reprimen su ira y perdonan
á los hombres culpables...» De modo, que me avengo á olvidar tu sinrazón
para conmigo y olvido también tus agravios, y de todo ello te disculpo.
Pero, en realidad, he de confesarte que no comprendo tu impaciencia ni
me explico su causa. ¿No sabes que tu padre no emprendía nunca nada sin
consultar antes mi opinión? Y á fe que en esto seguía el proverbio que
dice: «¡El hombre que pide consejo se resguarda!» Y yo, está seguro de
ello, soy un hombre de valía, y no encontrarás nunca tan buen consejero
como este tu servidor, ni persona más versada en los preceptos de la
sabiduría y en el arte de dirigir hábilmente los negocios. Heme, pues,
aquí, plantado sobre mis dos pies, aguardando tus órdenes y dispuesto
por completo á servirte. Pero dime, ¿cómo es que tú no me aburres y en
cambio te veo tan fastidiado y tan furioso? Verdad es que si tengo tanta
paciencia contigo es sólo por respeto á la memoria de tu padre, á quien
soy deudor de muchos beneficios.» Entonces le repliqué: «¡Por Alah! ¡Ya
es demasiado! Me estás matando con tu charla. Te repito que sólo te he
mandado llamar para que me afeites la cabeza y te marches en seguida.»

Y diciendo esto, me levanté muy furioso, y quise echarle y alejarle de
allí, á pesar de tener ya mojado y jabonado el cráneo. Entonces, sin
alterarse, prosiguió: «En verdad que acabo de comprobar que te fastidio
sobremanera. Pero no por eso te tengo mala voluntad, pues comprendo que
tu inteligencia no está muy desarrollada, y que además eres todavía
demasiado joven. Pues no hace mucho tiempo que aún te llevaba yo á
caballo sobre mis espaldas, para conducirte de este modo á la escuela, á
la cual no querías ir.» Y le contesté: «¡Vamos, hermano, te conjuro por
Alah y por su verdad santa, que te vayas de aquí y me dejes dedicarme á
mis ocupaciones! ¡Vete por tu camino!» Y al pronunciar estas palabras,
me dió tal ataque de impaciencia, que me desgarré las vestiduras y
empecé á dar gritos inarticulados, como un loco.

Y cuando el barbero me vió en aquel estado, se decidió á coger la navaja
y á pasarla por la correa que llevaba á la cintura. Pero gastó tanto
tiempo en pasar y repasar el acero por el cuero, que estuve á punto de
que se me saliese el alma del cuerpo. Pero, al fin, acabó por acercarse
á mi cabeza, y empezó á afeitarme por un lado, y, efectivamente, iban
desapareciendo algunos pelos. Después se detuvo, levantó la mano, y me
dijo: «¡Oh joven dueño mío! Los arrebatos son tentaciones del Cheitán.»
Y me recitó estas estrofas:

     _¡Oh sabio! ¡Medita mucho tiempo tus propósitos, y no tomes nunca
     resoluciones precipitadas, sobre todo cuando te elijan para ser
     juez en la tierra!_

     _¡Oh juez! ¡Nunca juzgues con dureza, y encontrarás misericordia
     cuando te toque el turno fatal!_

     _¡Y no olvides jamás que no hay en la tierra mano tan poderosa que
     no pueda ser humillada por la mano de Alah, que la domina!_

     _¡Y tampoco olvides que el tirano ha de encontrar siempre otro
     tirano que le oprimirá!_

Después me dijo: «¡Oh mi señor! Ya veo sobradamente que no te merecen
ninguna consideración mis méritos ni mi talento. Y sin embargo, esta
misma mano que hoy te afeita es la misma mano que toca y acaricia la
cabeza de los reyes, emires, visires y gobernadores; en una palabra, la
cabeza de toda la gente ilustre y noble. Y debía referirse á mí ó á
alguien que se me pareciese el poeta que habló de este modo:

     _¡Considero todos los oficios como collares preciosos, pero el de
     barbero es la perla más hermosa del collar!_

     _¡Supera en sabiduría y grandeza de alma á los más sabios y á los
     más ilustres, y su mano domina la cabeza de los reyes!»_

Y replicando á tanta palabrería, le dije: «¿Quieres ocuparte en tu
oficio, sí ó no? Has conseguido destrozarme el corazón y hundirme el
cerebro.» Y entonces exclamó: «Voy sospechando que tienes prisa de que
acabe.» Y le dije: «¡Sí que la tengo! ¡Sí que la tengo! ¡Sí que la
tengo!» Y él insistió: «Que aprenda tu alma un poco de paciencia y de
moderación. Porque sabe, ¡oh mi joven amo! que el apresuramiento es una
mala sugestión del Tentador, y sólo trae consigo el arrepentimiento y el
fracaso. Y además, nuestro soberano Mohamed (¡sean con él las
bendiciones y la paz!) ha dicho: «Lo más hermoso del mundo es lo que se
hace con lentitud y madurez.» Pero lo que acabas de decirme excita
grandemente mi curiosidad, y te ruego que me expliques el motivo de
tanta impaciencia, pues nada perderás con decirme qué es lo que te
obliga á apresurarte de este modo. Confío, en mi buen deseo hacia ti,
que será un motivo agradable, pues me causaría mucho sentimiento que
fuese de otra clase. Pero ahora tengo que interrumpir por un momento mi
tarea, pues como quedan pocas horas de sol, necesito aprovecharlas.»
Entonces soltó la navaja, cogió el astrolabio, y salió en busca de los
rayos del sol, y estuvo mucho tiempo en el patio. Y midió la altura del
sol, pero todo esto sin perderme de vista y haciéndome preguntas.
Después, volviéndose hacia mí, me dijo: «Si tu impaciencia es sólo por
asistir á la oración, puedes aguardar tranquilamente, pues sabe que en
realidad aún nos quedan tres horas, ni más ni menos. Nunca me equivoco
en mis cálculos.», Y yo contesté: «¡Por Alah! ¡Ahórrame estos discursos,
pues me tienes con el hígado hecho trizas!»

Entonces cogió la navaja y volvió á suavizarla, como lo había hecho
antes, y reanudó la operación de afeitarme muy poco á poco; pero no
podía dejar de hablar, y prosiguió: «Mucho siento tu impaciencia, y si
quisieras revelarme su causa, sería bueno y provechoso para ti. Pues ya
te dije que tu difunto padre me profesaba gran estimación, y nunca
emprendía nada sin oir mi parecer.» Entonces hube de convencerme que
para librarme del barbero no me quedaba otro recurso que inventar algo
para justificar mi impaciencia, pues pensé: «He aquí que se aproxima la
hora de la plegaria, y si no me apresuro á marchar á casa de la joven,
se me hará tarde, pues la gente saldrá de las mezquitas, y entonces todo
lo habré perdido.» Dije, pues, al barbero: «Abrevia de una vez y déjate
de palabras ociosas y de curiosidades indiscretas. Y ya que te empeñas
en saberlo, te diré que tengo que ir á casa de un amigo que acaba de
enviarme una invitación urgente convidándome á un festín.»

Pero cuando oyó hablar de convite y festín, el barbero dijo: «¡Que Alah
te bendiga y te llene de prosperidades! Porque precisamente me haces
recordar que he convidado á comer en mi casa á varios amigos y se me ha
olvidado prepararles comida. Y me acuerdo ahora, cuando ya es demasiado
tarde.» Entonces le dije: «No te preocupe ese retraso, que lo voy á
remediar en seguida. Ya que no como en mi casa, por haberme convidado á
un festín, quiero darte cuantos manjares y bebidas tenía dispuestos,
pero con la condición de que termines en seguida tu negocio y acabes
pronto de afeitarme la cabeza.» Y el barbero contestó: «¡Ojalá Alah te
colme de sus dones y te lo pague en bendiciones en su día! Pero ¡oh mi
señor! ten la bondad de enumerar, aunque sea muy sucintamente, las cosas
con que va á obsequiarme tu generoso desprendimiento, para que yo las
conozca.» Y le dije: «Tengo á tu disposición cinco marmitas llenas de
cosas excelentes: berenjenas y calabacines rellenos, hojas de parra
sazonadas con limón, albondiguillas con trigo partido y carne mechada,
arroz con tomate y filetes de carnero, guisado con cebolletas. Y además
diez pollos asados y un carnero á la parrilla. Después, dos grandes
bandejas: una de kenafa y la otra de pasteles, quesos, dulce y miel. Y
frutas de todas clases: pepinos, melones, manzanas, limones, dátiles
frescos y otras muchas más.» Entonces me dijo: «Manda traer todo eso
aquí, para verlo.» Y yo mandé que lo trajesen, y lo fué examinando y lo
probó todo, y me dijo: «¡Grande es tu generosidad, pero faltan las
bebidas!» Y yo contesté: «También las tengo.» Y replicó: «Di que las
traigan.» Y mandé traer seis vasijas, llenas de seis clases de bebidas,
y las probó una por una, y me dijo: «¡Alah te provea de todas sus
gracias! ¡Cuán generoso es tu corazón! Pero ahora falta el incienso, y
el benjuí, y los perfumes para quemar en la sala, y el agua de rosas y
la de azahar para rociar á mis huéspedes.» Entonces mandé traer un
cofrecillo lleno de ámbar gris, áloe, nadd, almizcle, incienso y benjuí,
que valía más de cincuenta dinares de oro, y no se me olvidaron las
esencias aromáticas ni los hisopos de plata con agua de olor. Y como el
tiempo se acortaba tanto como se me oprimía el corazón, dije al barbero:
«Toma todo esto, pero acaba de afeitarme la cabeza, por la vida de
Mohamed (¡sean con El la oración y la paz de Alah!)» Y el barbero dijo
entonces: «¡Por Alah! No cogeré ese cofrecillo sin haberlo abierto, á
fin de saber su contenido.» Y no hubo más remedio que llamar á un criado
para que abriese el cofrecillo. Y entonces el barbero soltó el
astrolabio, se sentó en el suelo, y empezó á sacar todos los perfumes,
incienso, benjuí, almizcle, ámbar gris, áloe, y los olfateó uno tras
otro con tanta lentitud y tanta parsimonia, que se me figuró otra vez
que el alma se me salía del cuerpo. Después se levantó, me dió las
gracias, cogió la navaja, y volvió á reanudar la operación de afeitarme
la cabeza. Pero apenas había empezado, se detuvo de nuevo y me dijo:

«¡Por Alah, ¡oh hijo de mi vida! no sé á cuál de los dos alabar y
bendecir hoy más extremadamente, si á ti ó á tu difunto padre! Porque,
en realidad, el festín que voy á dar en mi casa se debe por completo á
tu iniciativa generosa y á tus magnánimos donativos. Pero ¿te lo diré?
Permíteme que te haga esta confianza. Mis convidados son personas poco
dignas de tan suntuoso festín. Son, como yo, gente de diversos oficios,
pero resultan deliciosos. Y para que te convenzas, nada mejor que los
enumere: en primer lugar, el admirable Zeitún, el que da masaje en el
hammam; el alegre y bromista Salih, que vende torrados; Haukal, vendedor
de habas cocidas; Hakraschat, verdulero; Hamid, basurero, y finalmente,
Hakaresch, vendedor de leche cuajada.

»Todos estos amigos á quienes he invitado no son, ni con mucho, de esos
charlatanes, curiosos é indiscretos, sino gente muy festiva, á cuyo lado
no puede haber tristeza. El que menos, vale más en mi opinión que el rey
más poderoso. Pues sabe que cada uno de ellos tiene fama en toda la
ciudad por un baile y una canción diferentes. Y por si te agradase
alguna, voy á bailar y cantar cada danza y cada canción.

»Fíjate bien: he aquí la danza de mi amigo Zeitún el del hammam... ¿Qué
te ha parecido? Y en cuanto á su canción, es ésta:

     _¡Mi amiga es tan gentil, que el cordero más dulce no la iguala en
     dulzura! ¡La quiero apasionadamente, y ella me ama lo mismo! ¡Y me
     quiere tanto, que apenas me alejo un instante la veo acudir y
     echarse en mi cama!_

     _¡Mi amiga es tan gentil, que el cordero más dulce no la iguala en
     dulzura!_

»Pero ¡oh hijo de mi vida!--prosiguió el barbero--he aquí ahora la danza
de mi amigo el basurero Hamid. ¡Observa cuán sugestiva es, cuánta es su
alegría y cuánta es su ciencia!... Y escucha la canción:

     _¡Mi mujer es avara, y si la hiciese caso me moriría de hambre!_

     _¡Mi mujer es fea, y si la hiciese caso estaría siempre encerrado
     en mi casa!_

     _¡Mi mujer esconde el pan en la alacena! ¡Pero si no como pan y
     sigue siendo tan fea que haría correr á un negro de narices
     aplastadas, tendré que acabar por castrarme!_

Después, el barbero, sin darme tiempo ni para hacer una seña de
protesta, imitó todas las danzas de sus amigos y entonó todas sus
canciones. Y luego me dijo: «Eso es lo que saben hacer mis amigos. De
modo que si quieres reirte de veras, he de aconsejarte, por interés tuyo
y placer para todos, que vengas á mi casa, para estar en nuestra
compañía, y dejes á esos amigos á quienes me has dicho que tenías
intención de ver. Porque observo aún en tu cara huellas de fatiga, y
además de esto, como acabas de salir de una enfermedad, convendría que
te precavieses, pues es muy posible que haya entre esos amigos alguna
persona indiscreta, de esas aficionadas á la palabrería, ó cualquier
charlatán sempiterno, curioso é importuno, que te haga recaer en tu
enfermedad de modo más grave que la primera vez.»

Entonces dije: «Hoy no me es posible aceptar tu invitación; otro día
será.» Y él contestó: «Lo más ventajoso para ti es que apresures el
momento de venir á mi casa, para que disfrutes de toda la urbanidad de
mis amigos y te aproveches de sus admirables cualidades. Así, obrarás
según dice el poeta:

     _¡Amigo, no difieras nunca el aprovecharte del goce que se te
     ofrece! ¡No dejes nunca para otro día la voluptuosidad que pasa!
     ¡Porque la voluptuosidad no pasa todos los días, ni el goce ofrece
     diariamente sus labios á tus labios! ¡Sabe que la fortuna es mujer,
     y como la mujer, mudable!»_

Entonces, con tanta arenga y tanta habladuría, hube de echarme á reir,
pero con el corazón lleno de rabia. Y después dije al barbero: «Ahora te
mando que acabes de afeitarme y me dejes ir por el camino de Alah, bajo
su santa protección, y por tu parte, ve á buscar á tus amigos, que á
estas horas te estarán aguardando.» Y el barbero repuso: «Pero ¿por qué
te niegas? Realmente, no es que te pida una gran cosa. Fíjate bien: que
vengas á conocer á mis amigos, que son unos compañeros deliciosos y que
nada tienen de indiscretos ni de importunos. Y aún podría decirte que,
en cuanto los veas una vez nada más, no querrás tener trato con otros, y
abandonarás para siempre á tus actuales amigos.» Y yo dije: «¡Aumente
Alah la satisfacción que su amistad te causa! Algún día los convidaré á
un banquete que daré para ellos.»

Entonces ese maldito barbero me dijo: «Ya veo que de todos modos
prefieres el festín de tus amigos y su compañía á la compañía de los
míos; pero te ruego que tengas un poco de paciencia y que aguardes á que
lleve á mi casa estas provisiones que debo á tu generosidad. Las pondré
en el mantel, delante de mis convidados, y como mis amigos no cometerán
la majadería de molestarse si los dejo solos para que honren mi mesa,
les diré que por hoy no cuenten conmigo ni aguarden mi regreso. Y en
seguida vendré á buscarte, para ir contigo adonde quieras ir.» Entonces
exclamé: «¡Oh! ¡Sólo hay fuerzas y recursos en Alah Altísimo y
Omnipotente! Pero tú ¡oh ser humano! vete á buscar á tus amigos,
diviértete con ellos cuanto quieras, y déjame marchar en busca de los
míos, que á esta hora precisamente esperan mi llegada.» Y el barbero
dijo: «¡Eso nunca! De ningún modo consentiré en dejarte solo.» Y yo,
haciendo mil esfuerzos para no insultarle, le dije: «Sabe, en fin, que
al sitio donde voy no puedo ir mas que solo.» Y él dijo: «¡Entonces ya
comprendo! Es que tienes cita con una mujer, pues si no, me llevarías
contigo. Y sin embargo, sabe que no hay en el mundo quien merezca ese
honor como yo, y sabe además que podría ayudarte mucho en cuanto
quisieras hacer. Pero ahora se me ocurre que acaso esa mujer sea una
forastera embaucadora. Y si es así, ¡desdichado de ti si vas solo!
¡Allí perderás el alma seguramente! Porque esta ciudad de Bagdad no se
presta á esa clase de citas. ¡Oh, nada de eso! Sobre todo, desde que
tenemos este nuevo gobernador, cuya severidad es tremenda para estas
cosas. Y dicen que no tiene zib ni compañones, y por odio y por envidia
castiga con tal crueldad esa clase de aventuras.»

Entonces, no pudiendo reprimirme, exclamé violentamente: «¡Oh tú el más
maldito de los verdugos! ¿Vas á acabar de una vez con esa infame manía
de hablar?» Y el barbero consintió en callar un momento, cogió de nuevo
la navaja, y por fin acabó de afeitarme la cabeza. Y á todo esto, ya
hacía rato que había llegado la hora de la plegaria. Y para que el
barbero se marchase, le dije: «Ve á casa de tus amigos á llevarles esos
manjares y bebidas, que yo te prometo aguardar tu vuelta para que puedas
acompañarme á esa cita.» E insistí mucho, á fin de convencerle. Y
entonces me dijo: «Ya veo que quieres engañarme para deshacerte de mí y
marcharte solo. Pero sabe que te atraerás una serie de calamidades de
las que no podrás salir ni librarte. Te conjuro, pues, por interés tuyo,
á que no te vayas hasta que yo vuelva, para acompañarte y saber en qué
para tu aventura.» Yo le dije: «Sí, pero ¡por Alah! no tardes mucho en
volver.»

Entonces el barbero me rogó que le ayudara á echarse á cuestas todo lo
que le había regalado, y á ponerse encima de la cabeza las dos grandes
bandejas de dulces, y salió cargado de este modo. Pero apenas se vió
fuera el maldito, cuando llamó á dos ganapanes, les entregó la carga,
les mandó que la llevasen á su casa, y se emboscó en una calleja,
acechando mi salida.

En cuanto á mí, apenas desapareció el barbero, me lavé lo más de prisa
posible, me puse la mejor ropa, y salí de mi casa. E inmediatamente oí
la voz de los muezines, que llamaban á los creyentes á la oración aquel
santo día de viernes:

     _¡Bismillahi'rramani'rrahim! ¡En nombre de Alah, el Clemente sin
     límites, el Misericordioso!_

     _¡Loor á Alah, Señor de los hombres, Clemente y Misericordioso!_

     _¡Supremo soberano, Arbitro absoluto el día de la Retribución!_

     _¡A ti adoramos, tu socorro imploramos!_

     _¡Dirígenos por el camino recto,_

     _Por el camino de aquellos á quienes colmaste de beneficios,_

     _Y no por el camino de aquellos que incurrieron en tu cólera, ni de
     los que se han extraviado!_

Al verme fuera de casa, me dirigí apresuradamente á la de la joven. Y
cuando llegué á la puerta del kadí, instintivamente volví la cabeza y vi
al maldito barbero á la entrada del callejón. Pero como la puerta estaba
entornada, esperando que yo llegase, me precipité dentro y la cerré en
seguida. Y vi en el patio á la vieja, que me guió al piso alto, donde
estaba la joven.

Pero apenas había entrado, oímos gente que venía por la calle. Era el
kadí, que, con su séquito, volvía de la oración. Y vi en la esquina al
barbero, que seguía aguardándome. En cuanto al kadí, me tranquilizó la
joven, diciéndome que la visitaba pocas veces, y que además siempre se
encontraría medio de ocultarme.

Pero, por mi desgracia, había dispuesto Alah que ocurriera un incidente,
cuyas consecuencias hubieron de serme fatales. Se dió la coincidencia de
que precisamente aquel día una de las esclavas del kadí hubiese merecido
un castigo. Y el kadí, en cuanto entró, se puso á apalearla, y debía
pegarle muy recio, porque la esclava empezó á dar alaridos. Y entonces
uno de los negros de la casa intercedió por ella; pero, enfurecido el
kadí, le dió también de palos, y el negro empezó á gritar. Y se armó tal
tumulto, que alborotó toda la calle, y el maldito barbero creyó que me
habían sorprendido y que era yo quien chillaba. Entonces comenzó á
lamentarse, y se desgarró la ropa, se cubrió de polvo la cabeza y pedía
socorro á los transeuntes que empezaban á reunirse á su alrededor. Y
llorando decía: «¡Acaban de asesinar á mi amo en la casa del kadí!»
Después, siempre chillando, corrió á mi casa seguido de la multitud, y
avisó á mis criados, que en seguida se armaron de garrotes y corrieron
hacia la casa del kadí, vociferando y alentándose mutuamente. Y
llegaron todos, con el barbero á la cabeza. Y el barbero seguía
destrozándose la ropa y gritando á voz en cuello delante de la puerta
del kadí, junto adonde yo estaba.

Y cuando el kadí oyó este tumulto, miró por una ventana y vió á todos
aquellos energúmenos que golpeaban su puerta con los palos. Entonces,
juzgando que la cosa era bastante grave, bajó, abrió la puerta y
preguntó: «¿Qué pasa, buena gente?» Y mis criados le dijeron: «¿Eres tú
quien ha matado á nuestro amo?» Y él repuso: «¿Pero quién es vuestro
amo, y qué ha hecho para que yo le mate?...

     En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la
     mañana, y se calló discretamente.

[imagen]

_PERO CUANDO LLEGÓ LA 30.ª NOCHE_

Ella dijo:

He llegado á saber, ¡oh rey afortunado! que el kadí, sorprendido,
repuso: «¿Qué ha hecho vuestro amo para que yo le mate? ¿Y por qué está
entre vosotros ese barbero que chilla y se revuelve como un asno?»
Entonces el barbero exclamó: «Tú eres quien ha matado á palos á mi amo,
pues yo estaba en la calle y oí sus gritos.» Y el kadí contestó: «¿Pero
quién es tu amo? ¿De dónde viene? ¿Adónde va? ¿Quién lo ha traído aquí?»
Y el barbero dijo: «Malhadado kadí, no te hagas el tonto, pues sé toda
la historia, la entrada de mi amo en tu casa y todos los demás
pormenores. Sé, y ahora quiero que todo el mundo lo sepa, que tu hija
está prendada de mi amo, y mi amo la corresponde. Y le he acompañado
hasta aquí. Y tú lo has sorprendido en la cama con tu hija, y lo has
matado á palos, sin ayuda de tu servidumbre. Y yo te voy á obligar ahora
mismo á que vengas conmigo al palacio de nuestro único juez, el califa,
como no prefieras devolvernos inmediatamente á nuestro amo, indemnizarle
de los malos tratos que le has hecho sufrir y entregárnoslo sano y
salvo, á mí y á sus parientes. Si no, me obligarás á entrar á viva
fuerza en tu casa para libertarlo. Apresúrate, pues, á entregárnoslo.»

Al oir estas palabras, el kadí quedó cortado y lleno de confusión y de
vergüenza ante toda aquella gente que estaba escuchando. Pero de todos
modos, volviéndose hacia el barbero, le dijo: «Si no eres un embaucador,
te autorizo para que entres en mi casa y busques á tu amo por donde
quieras, y lo libertes.» Entonces el barbero se precipitó dentro de la
casa.

Y yo, que asistía á todo esto detrás de una celosía, cuando vi que el
barbero había entrado en la casa, quise huir inmediatamente. Pero por
más que buscaba escaparme, no hallé ninguna salida que no pudiese ser
vista por la gente de la casa ó no la pudiese utilizar el barbero. Sin
embargo, en una de las habitaciones encontré un cofre enorme que estaba
vacío, y me apresuré á esconderme en él, dejando caer la tapa. Y allí me
quedé bien quieto, conteniendo la respiración.

Pero el barbero, después de rebuscar por toda la casa, entró en aquel
cuarto, y debió mirar á derecha é izquierda y ver el cofre. Entonces, el
maldito comprendió que yo estaba dentro, y sin decir nada, lo cogió, se
lo cargó á hombros y buscó á escape la salida, mientras que yo me moría
de miedo. Pero dispuso la fatalidad que el populacho se empeñase en ver
lo que había en el cofre, y de pronto levantaron la tapa. Y yo, no
pudiendo soportar aquella vergüenza, me levanté súbitamente y me tiré al
suelo, pero con tal precipitación, que me rompí una pierna, y desde
entonces estoy cojo. Y luego sólo pensé en escapar y esconderme, y como
me vi entre una muchedumbre tan extraordinaria, me puse á echar puñados
de monedas, y mientras se detuvieron á recoger el oro, me escurrí y
escapé lo más aprisa que pude. Y así recorrí las calles más oscuras y
más apartadas. Pero juzgad cuál sería mi temor cuando de pronto vi al
barbero detrás de mí. Y decía á gritos: «¡Oh buenas gentes! ¡Gracias á
Alah que he encontrado á mi amo!» Después, sin dejar de correr detrás de
mí, me dijo: «¡Oh mi señor! Ya ves ahora cuán mal hiciste en obrar con
impaciencia y sin atender á mis consejos, porque, según has podido
comprobar, no eres hombre de muchas luces, pues eres muy arrebatado y
hasta algo simple. Pero señor, ¿adónde corres así? ¡Aguárdame!» Y yo,
que no sabía ya cómo deshacerme de aquella calamidad á no ser por la
muerte, me paré y le dije: «¡Oh barbero! ¿No te basta con haberme puesto
en el estado en que me ves? ¿Quieres, pues, mi muerte?»

Pero al acabar de hablar vi abierta delante de mí la tienda de un
mercader amigo mío. Me precipité dentro y supliqué al mercader que le
impidiera entrar detrás de mí á ese maldito. Y pudo lograrlo con la
amenaza de un garrote enorme y echándole miradas terribles. Pero el
barbero no se fué sin maldecir al mercader y también al padre y al
abuelo del mercader, vomitando insultos, injurias y maldiciones tanto
contra mí como contra el mercader. Y yo di gracias al Recompensador por
aquella liberación que no esperaba nunca.

El mercader me interrogó entonces, y le conté mi historia con este
barbero, y le rogué que me dejara en su tienda hasta mi curación, pues
no quería volver á mi casa por miedo á que me persiguiese otra vez ese
barbero de betún.

Pero por la gracia de Alah, mi pierna acabó de curarse. Entonces cogí
todo el dinero que me quedaba, mandé llamar testigos y escribí un
testamento, en virtud del cual legaba á mis parientes el resto de mi
fortuna, mis bienes y mis propiedades después de mi muerte, y elegí á
una persona de confianza para que administrase todo aquello,
encargándole que tratase bien á todos los míos, grandes y pequeños. Y
para perder de vista definitivamente á este barbero maldito, decidí
salir de Bagdad y marcharme á cualquiera otra parte, donde no corriese
el riesgo de encontrarme cara á cara con mi enemigo.

Salí, pues, de Bagdad, y no dejé de viajar día y noche hasta que llegué
á este país, donde creía haberme librado de mi perseguidor. Pero ya veis
que todo fué trabajo perdido, ¡oh mis señores! pues me lo acabo de
encontrar entre vosotros, en este banquete á que me habéis invitado.

Por eso os explicaréis que no pueda tener tranquilidad mientras no huya
de este país, como del otro, ¡y todo por culpa de ese malvado, de esa
calamidad con cara de piojo, de ese barbero asesino, á quien Alah
confunda, á él, á su familia y á toda su descendencia!»

Cuando aquel joven--prosiguió el sastre, hablando al rey de la
China--acabó de pronunciar estas palabras, se levantó con el rostro muy
pálido, nos deseó la paz, y salió sin que nadie pudiera impedírselo.

En cuanto á nosotros, una vez que oímos esta historia tan sorprendente,
miramos al barbero, que estaba callado y con los ojos bajos, y le
dijimos: «¿Es verdad lo que ha contado ese joven? Y en tal caso, ¿por
qué procediste de ese modo, causándole tanta desgracia?» Entonces el
barbero levantó la frente, y nos dijo: «¡Por Alah! Bien sabía yo lo que
me hacía al obrar así, y lo hice para ahorrarle mayores calamidades.
Pues á no ser por mí, estaba perdido sin remedio. Y tiene que dar
gracias á Alah y dármelas á mí por no haber perdido mas que una pierna
en vez de perderse por completo. En cuanto á vosotros, ¡oh mis señores!
para probaros que no soy ningún charlatán, ni un indiscreto, ni en nada
semejante á ninguno de mis seis hermanos, y para demostraros también que
soy un hombre listo y de buen criterio, y sobre todo muy callado, os voy
á contar mi historia, y juzgaréis.»

Después de estas palabras, todos nosotros--continuó el sastre--nos
dispusimos á escuchar en silencio aquella historia, que juzgábamos había
de ser extraordinaria.»

[Illustration: Historias del barbero de Bagdad y de sus seis hermanos

(CONTADAS POR EL BARBERO Y REPETIDAS POR EL SASTRE)]


HISTORIA DEL BARBERO


El barbero dijo:

«Sabed, pues, ¡oh mis señores! que yo viví en Bagdad durante el reinado
del Emir de los Creyentes El-Montasser Billah[19]. Y bajo su gobierno
vivíamos, porque amaba á los pobres y á los humildes, y gustaba de la
compañía de los sabios y los poetas.

Pero un día entre los días, el califa tuvo motivos de queja contra diez
individuos que habitaban no lejos de la ciudad, y mandó al
gobernador-lugarteniente que trajese entre sus manos á estos diez
individuos. Y quiso el Destino que precisamente cuando les hacían
atravesar el Tigris en una barca, estuviese yo en la orilla del río. Y
vi á aquellos hombres en la barca, y dije para mí: «Seguramente esos
hombres se han dado cita en esa barca para pasarse en diversiones todo
el día, comiendo y bebiendo. Así es que necesariamente me tengo que
convidar para tomar parte en el festín.»

Me aproximé á la orilla, y sin decir palabra, que por algo soy el
Silencioso, salté á la barca y me mezclé con todos ellos. Pero de pronto
vi llegar á los guardias del walí, que se apodéraron de todos, les
echaron á cada uno una argolla al cuello y cadenas á las manos, y
acabaron por cogerme á mí también y ponerme asimismo la argolla al
cuello y las cadenas á las manos. Y yo no dije palabra, lo cual os
demostrará ¡oh mis señores! mi firmeza de carácter y mi poca locuacidad.
Me aguanté, pues, sin protestar, y me vi llevado con los diez individuos
á la presencia del Emir de los Creyentes, el califa Montasser Billah.

Y en cuanto nos vió, el califa llamó al portaalfanje, y le dijo: «¡Corta
inmediatamente la cabeza á esos diez malvados!» Y el verdugo nos puso
en fila en el patio, á la vista del califa, y empuñando el alfanje,
hirió la primera cabeza y la hizo saltar, y la segunda, y la tercera,
hasta la décima. Pero cuando llegó á mi, el número de cabezas cortadas
era precisamente el de diez, y no tenía orden de cortar ni una más. Se
detuvo, por tanto, y dijo al califa que sus órdenes estaban ya
cumplidas. Pero entonces volvió la cara el califa, y viéndome todavía en
pie, exclamó: «¡Oh mi portaalfanje! ¡Te he mandado cortar la cabeza á
los diez malvados! ¿Cómo es que perdonaste al décimo?» Y el portaalfanje
repuso: «¡Por la gracia de Alah sobre ti y por la tuya sobre nosotros!
He cortado diez cabezas.» Y el califa dijo: «Vamos á ver; cuéntalas
delante de mi.» Las contó, y efectivamente, resultaron diez cabezas. Y
entonces el califa me miró y me dijo: «¿Pero tú quién eres? ¿Y qué haces
ahí entre esos bandidos, derramadores de sangre?» Entonces, ¡oh mis
señores! y sólo entonces, al ser interrogado por el Emir de los
Creyentes, me resolví á hablar. Y dije: «¡Oh Emir de los Creyentes! Soy
el jeique á quien llaman El-Samed, á causa de mi poca locuacidad. En
punto á prudencia, tengo un buen acopio en mi persona, y en cuanto á la
rectitud de mi juicio, la gravedad de mis palabras, lo excelente de mi
razón, lo agudo de mi inteligencia y mi ninguna verbosidad, nada he de
decirte, pues tales cualidades son en mí infinitas. Mi oficio es el de
afeitar cabezas y barbas, escarificar piernas y pantorrillas y aplicar
ventosas y sanguijuelas. Y soy uno de los siete hijos de mi padre, y mis
seis hermanos están vivos.

»Pero he aquí la aventura. Esta misma mañana me paseaba yo á lo largo
del Tigris, cuando vi á esos diez individuos que saltaban á una barca, y
me junté con ellos, y con ellos me embarqué, creyendo que estaban
convidados á algún banquete en el río. Pero he aquí que, apenas llegamos
á la otra orilla, adiviné que me encontraba entre criminales, y me di
cuenta de esto al ver á tus guardias que se nos echaban encima y nos
ponían la argolla al cuello. Y aunque nada tenía yo que ver con esa
gente, no quise hablar ni una palabra ni protestar de ningún modo,
obligándome á ello mi excesiva firmeza de carácter y mi ninguna
locuacidad. Y mezclado con estos hombres fui conducido entre tus manos,
¡oh Emir de los Creyentes! Y mandaste que cortasen la cabeza á esos diez
bandidos, y fuí el único que quedó entre las manos de tu portaalfanje, y
á pesar de todo, no dije tan siquiera ni una palabra. Creo, pues, que
esto es una buena prueba de valor y de firmeza muy considerable. Y
además, el solo hecho de unirme con esos diez desconocidos es por sí
mismo la mayor demostración de valentía que yo sepa. Pero no te asombre
mi acción, ¡oh Emir de los Creyentes! pues toda mi vida he procedido del
mismo modo, queriendo favorecer á los extraños.»

Cuando el califa oyó mis palabras, y advirtió en ellas que en mí era
nativo el valor y la virilidad, y mi amor al silencio y á la compostura,
y mi odio á la indiscreción y á la impertinencia, á pesar de lo que diga
ese joven cojo que estaba ahí hace un momento, y á quien salvé de toda
clase de calamidades, el Emir dijo: «¡Oh venerable jeique, barbero
espiritual é ingenio lleno de gravedad y de sabiduría! Dime: ¿y tus seis
hermanos son como tú? ¿Te igualan en prudencia, talento y discreción?» Y
yo respondí: «¡Alah me libre de ellos! ¡Cuán poco se asemejan á mí, oh
Emir de los Creyentes! ¡Acabas de afligirme con tu censura al compararme
con esos seis locos que nada tienen de común conmigo, ni de cerca ni de
lejos! Pues por su verbosidad impertinente, por su indiscreción y por su
cobardía, se han buscado mil disgustos, y cada uno tiene una deformidad
física, mientras que yo estoy sano y completo de cuerpo y espíritu.
Porque, efectivamente, el mayor de mis hermanos es cojo; el segundo,
tuerto; el tercero, mellado; el cuarto, ciego; el quinto, no tiene
narices ni orejas, porque se las cortaron, y al sexto le han rajado los
labios.

Pero ¡oh Emir de los Creyentes! no creas que exagero con esto mis
cualidades, ni aumento los defectos de mis hermanos. Pues si te contase
su historia, verías cuan diferente soy de todos ellos. Y como su
historia es infinitamente interesante y sabrosa, te la voy á contar sin
más dilaciones.

[Illustration: Historia de Bacbuk, primer hermano del barbero]

Así, sabe, ¡oh Emir de los Creyentes! que el mayor de mis hermanos, el
que se quedó cojo, se llama El-Bacbuk, porque cuando se pone á charlar,
parece oirse el ruido que hace un cántaro al vaciarse. Su oficio ha sido
el de sastre en Bagdad.

Ejercía su oficio de sastre en una tiendecilla cuyo propietario era un
hombre cuajado de dinero y de riquezas. Este hombre habitaba en lo alto
de la misma casa en que estaba situada la tienda de mi hermano Bacbuk. Y
además, en el subterráneo de la casa había un molino, donde vivía un
molinero y el buey del molinero.

Pero un día que mi hermano Bacbuk estaba cosiendo, sentado en su tienda,
teniendo debajo de él al molinero y al buey del molinero, y encima al
enriquecido propietario, he aquí que mi hermano Bacbuk levantó de pronto
la cabeza, y vió asomada en una de las ventanas altas á una hermosa
mujer como la luna saliente, que se distraía mirando á los transeuntes.
Y esta mujer era la esposa del propietario de la casa.

Al verla mi hermano Bacbuk, sintió que su corazón se prendaba
apasionadamente de ella, y le fué imposible coser ni hacer otra cosa que
mirar á la ventana. Y se pasó todo el día como aturdido y en
contemplación hasta por la noche. Y al día siguiente, en cuanto
amaneció, se sentó en su sitio de costumbre, y mientras cosía, muy poco
á poco, levantaba á cada momento la cabeza para mirar á la ventana. Y á
cada puntada que daba con la aguja se pinchaba los dedos, pues tenía los
ojos en la ventana constantemente. Y así estuvo varios días, durante los
cuales apenas si trabajó ni su labor valió más de un dracma.

En cuanto á la joven, comprendió en seguida los sentimientos de mi
hermano Bacbuk. Y se propuso sacarles todo el partido posible y
divertirse á su costa. Y un día que estaba mi hermano más entontecido
que de costumbre, la joven le dirigió una mirada asesina, que se clavó
inmediatamente en el corazón de Bacbuk. Y Bacbuk miró en seguida á la
joven, pero de un modo tan ridículo, que ella se quitó de la ventana
para reírse á su gusto, y fué tal su explosión de risa, que se cayó de
trasero sobre el piso. Pero el infeliz Bacbuk llegó al límite de la
alegría pensando que la joven le había mirado cariñosamente.

Así es que al día siguiente no se asombró, ni con mucho, mi hermano
Bacbuk cuando vió entrar en su tienda al propietario de la casa, que
llevaba debajo del brazo una hermosa pieza de hilo envuelta en un
pañuelo de seda, y le dijo: «Te traigo esta pieza de tela para que me
cortes unas camisas.» Entonces Bacbuk no dudó que aquel hombre estaba
allí enviado por su mujer, y contestó: «¡Sobre mis ojos y sobre mi
cabeza! Esta misma noche estarán acabadas tus camisas.» Y efectivamente,
mi hermano se puso á trabajar con tal ahinco, privándose hasta de comer,
que por la noche, cuando llegó el propietario de la casa, ya tenía las
veinte camisas cortadas, cosidas y empaquetadas en el pañuelo de seda. Y
el propietario de la casa le preguntó: «¿Qué te debo?» Pero precisamente
en aquel instante se presentó furtivamente en la ventana la joven, y
dirigió una mirada á Bacbuk, haciéndole una seña con los ojos, como
indicándole que no aceptase nada. Y mi hermano no quiso cobrarle nada al
propietario de la casa, por más que en aquella ocasión estuviese muy
apurado y cualquier dinero habría sido para él una gran ayuda. Pero se
consideró dichoso con trabajar para el marido y favorecerle por amor á
la linda cara de la mujer.

Y al día siguiente al amanecer se presentó el propietario de la casa con
otra pieza de tela debajo del brazo, y le dijo á mi hermano Bacbuk: «He
aquí que acaban de advertirme en mi casa que necesito también
calzoncillos nuevos para ponérmelos con las camisas nuevas. Y te traigo
esta otra pieza de tela para que me hagas calzoncillos. Pero que sean
muy anchos. Y no escatimes para nada los pliegues ni la tela.» Mi
hermano contestó: «Escucho y obedezco.» Y se estuvo tres días completos
cose que te cose, sin tomar otro alimento que el estrictamente
necesario, pues no quería perder tiempo, y además no tenía ni un dracma
para comprar comida.

Y cuando hubo terminado los calzoncillos, los envolvió en el pañuelo, y
muy contento, fué á llevárselos él mismo al propietario de la casa.

No es necesario decir, ¡oh Emir de los Creyentes! que la joven se había
puesto de acuerdo con su marido para burlarse del infeliz de mi hermano
y hacerle las más sorprendentes jugarretas. Porque cuando mi hermano le
presentó los calzoncillos al propietario de la casa, éste hizo como que
iba á pagarle, pero inmediatamente apareció en la puerta la linda cara
de la mujer, sonriéndole con los ojos y haciéndole señas con las cejas
para que no cobrase. Y Bacbuk se negó en redondo á recibir nada del
marido. Entonces el marido se ausentó un instante para hablar con su
esposa, que había desaparecido también, y volvió en seguida junto á mi
hermano y le dijo: «Para agradecer tus favores, hemos resuelto mi mujer
y yo casarte con nuestra esclava blanca, que es muy hermosa y muy
gentil, y de tal suerte serás de nuestra casa.» Y Bacbuk se figuró en
seguida que era una excelente astucia de la mujer para que él pudiese
entrar con libertad en la casa. Y aceptó en el acto. Y al momento
mandaron llamar á la esclava, y la casaron con mi hermano Bacbuk.

Pero cuando llegó la noche, quiso acercarse Bacbuk á la esclava blanca,
y ésta le dijo: «¡No, no! ¡Esta noche no!» Y por mucho que lo deseara
Bacbuk, no pudo darle ni siquiera un beso.

Además, el propietario de la casa había dicho á mi hermano Bacbuk que
aquella noche, en lugar de dormir en la tienda, durmiese en el molino
que había en el sótano de la casa, á fin de que estuviesen más anchos él
y su mujer. Y como la esclava, después de resistirse á la copulación, se
subió á casa de su señora, Bacbuk tuvo que acostarse solo. Y al amanecer
aún dormía Bacbuk, cuando entró el molinero y dijo en alta voz: «Ya ha
descansado bastante este buey. Voy á engancharlo al molino para moler
todo ese trigo que se me está amontonando en cantidad considerable.» Y
se acercó entonces á mi hermano, fingiendo confundirle con el buey, y le
dijo: «¡Vaya, arriba, holgazán, que tengo que engancharte!» Y mi hermano
Bacbuk no quiso hablar, tal era su estupidez, y se dejó enganchar al
molino. Y el molinero lo ató por la cintura al cilindro del molino, y
dándole un gran latigazo, exclamó: «¡Yallah!» Y cuando Bacbuk recibió
aquel golpe, no pudo menos de mugir como un buey. Y el molinero siguió
dándole grandes latigazos y haciéndole dar vueltas al molino durante
mucho tiempo. Y mi hermano mugía absolutamente como un buey, y resoplaba
al recibir los estacazos.

Y no tardó en llegar el propietario de la casa, que, al verle en tal
estado, dando vueltas y recibiendo golpes, fué en seguida á avisar á su
mujer, y ésta envió á la esclava blanca, que desató á mi hermano y le
dijo muy compasivamente: «Mi señora acaba de saber el mal trato que te
han hecho sufrir, y lo siente muchísimo. Todos lamentamos tus
sufrimientos.» Pero el infeliz Bacbuk había recibido tanto palo y estaba
tan molido, que no pudo contestar palabra.

Y hallándose en tal estado, se presentó el jeique que había escrito su
contrato de matrimonio con la esclava blanca. Y le deseó la paz, y le
dijo: «¡Concédate Alah larga vida! ¡Así sea bendito tu matrimonio! Estoy
seguro de que acabas de pasar una noche feliz y que has gozado los
transportes más dulces y más íntimos, abrazos, besos y copulaciones
desde la noche hasta la mañana.» Y mi hermano Bacbuk le contestó: «¡Alah
confunda á los embaucadores y á los pérfidos de tu clase, traidor á la
milésima potencia! Tú me metiste en todo esto para que diese vueltas al
molino en lugar del buey del molinero, y eso hasta la mañana.» Entonces
el jeique le invitó á que se lo contase todo, y mi hermano se lo contó.
Y entonces el jeique le dijo: «Todo eso está muy claro. No es otra cosa
sino que tu estrella no concuadra con la estrella de la joven.» Y Bacbuk
le replicó: «¡Ah, maldito! Anda á ver si puedes inventar más perfidias.»
Después mi hermano se fué y volvió á meterse en su tienda, con el fin de
aguardar algún trabajo que le permitiese ganar el pan, ya que tanto
había trabajado sin cobrar.

Y mientras estaba sentado, hete aquí que se presentó la esclava blanca,
y le dijo: «Mi ama te quiere muchísimo, y me encarga te diga que acaba
de subir á la azotea para tener el gusto de contemplarte desde el
tragaluz.» Y efectivamente, mi hermano vió aparecer en el tragaluz á la
joven, deshecha en lágrimas, y se lamentaba y decía: «¡Oh querido mío!
¿por qué me pones tan mala cara y estás tan enfadado que ni siquiera me
miras? Te juro por tu vida que cuanto te ha pasado en el molino se ha
hecho á espaldas mías. En cuanto á esa esclava loca, no quiero que la
mires siquiera. En adelante, yo sola seré tuya.» Y mi hermano Bacbuk
levantó entonces la cabeza y miró á la joven. Y esto le bastó para
olvidar todas las tribulaciones pasadas y para hartar sus ojos
contemplando aquella hermosura. Después se puso á hablarle por señas, y
ella con él, hasta que Bacbuk se convenció de que todas sus desgracias
no le habían pasado á él, sino á otro cualquiera.

Y con la esperanza de ver á la joven, siguió cortando y cosiendo
camisas, calzoncillos, ropa interior y ropa exterior, hasta que un día
fué á buscarle la esclava blanca, y le dijo: «Mi señora te saluda. Y
como mi amo y esposo suyo se marcha esta noche á un banquete que le dan
sus amigos, y no volverá hasta por la mañana, te aguardará impaciente mi
señora para pasar contigo esta noche entre delicias y lo que sabes.» Y
el infeliz Bacbuk estuvo á punto de volverse loco al oir tal noticia.

Porque la astuta casada había combinado un último plan, de acuerdo con
su marido, para deshacerse de mi hermano, y verse libres, ella y él, de
pagarle toda la ropa que le habían encargado. Y el propietario de la
casa había dicho á su mujer: «¿Cómo haríamos que entrase en tu aposento
para sorprenderle y llevarle á casa del walí?» Y la mujer contestó:
«Déjame obrar á mi gusto, y lo engañaré con tal engaño y lo comprometeré
en tal compromiso, que toda la ciudad se ha de burlar de él.»

Y Bacbuk no se figuraba nada de esto, pues desconocía en absoluto todas
las astucias y todas las emboscadas de que son capaces las mujeres. Así
es que, llegada la noche, fué á buscarle la esclava, y lo llevó á las
habitaciones de su señora, que en seguida se levantó, le sonrió, y le
dijo: «¡Por Alah! ¡Dueño mío, qué ansias tenía de verte junto á mí!» Y
Bacbuk contestó: «¡Y yo también! ¡Pero démonos prisa, y ante todo, un
beso! Y en seguida...» Pero aún no había acabado de hablar, cuando se
abrió la puerta y entró el marido con dos esclavos negros, que se
precipitaron sobre mi hermano Bacbuk, lo ataron, le arrojaron al suelo y
empezaron por acariciarle la espalda con sus látigos. Después se le
echaron á cuestas para llevarle á casa del walí. Y el walí le condenó á
que le diesen doscientos azotes, y después le montaran en un camello y
le pasearan por todas las calles de Bagdad. Y un pregonero iba gritando:
«¡De esta manera se castigará á todo cabalgador que asalte á la mujer
del prójimo!»

Pero mientras así paseaban á mi hermano Bacbuk, se enfureció de pronto
el camello y empezó á dar grandes corcovos. Y Bacbuk, como no podía
valerse, cayó al suelo y se rompió una pierna, quedando cojo desde
entonces. Y Bacbuk, con su pata rota, salió de la ciudad. Pero me
avisaron de todo ello á tiempo, ¡oh Príncipe de los Creyentes! y corrí
detrás de él, y le traje aquí en secreto, he de confesarlo, y me
encargué de su curación, de sus gastos y de todas sus necesidades. Y así
seguimos.»

Y cuando hube contado esta historia de Bacbuk, ¡oh mis señores! el
califa Montasser-Billah se echó á reir á carcajadas, y dijo: «¡Qué bien
la contaste! ¡Qué divertido relato!» Y yo repuse: «En verdad que no
merezco aún tanta alabanza tuya. Porque entonces, ¿qué dirás cuando
hayas oído la historia de cada uno de mis otros hermanos? Pero temo que
me tomes por un charlatán indiscreto.» Y el califa contestó: «¡Al
contrario, barbero sobrenatural! Apresúrate á contarme lo que ocurrió á
tus hermanos, para adornar mis oídos con esas historias que son
pendientes de oro, y no temas entrar en pormenores, pues juzgo que tu
historia ha de tener tantas delicias como sabor.» Y entonces dije:

[Illustration: Historia de El-Haddar, segundo hermano del barbero]

«Sabe, pues, ¡oh Emir de los Creyentes! que mi segundo hermano se llama
El-Haddar, porque muge como un camello. Y además está mellado. Como
oficio no tiene ninguno, pero en cambio me da muchos disgustos. Juzgad
con vuestro entendimiento al oír esta aventura.

Un día que vagaba sin rumbo por las calles de Bagdad, se le acercó una
vieja y le dijo en voz baja: «Escucha, ¡oh ser humano! Te voy á hacer
una proposición, que puedes aceptar ó rechazar, según te plazca.» Y mi
hermano se detuvo, y dijo: «Ya te escucho.» Y la vieja prosiguió: «Pero
antes de ofrecerte esa cosa, me has de asegurar que no eres un charlatán
indiscreto.» Y mi hermano respondió: «Puedes decir lo que quieras.» Y
ella le dijo: «¿Qué te parecería un hermoso palacio, con arroyos y
árboles frutales, en el cual corriese el vino en las copas nunca vacías,
en donde vieras caras arrebatadoras, besaras mejillas suaves, poseyeras
cuerpos flexibles y disfrutaras de otras cosas por el estilo, gozando
desde la noche hasta la mañana? Y para disfrutar de todo eso, no
necesitarías mas que avenirte á una condición.» Mi hermano El-Haddar
replicó á estas palabras de la vieja: «Pero ¡oh señora mía! ¿cómo es que
vienes á hacerme precisamente á mí esa proposición, excluyendo á otra
cualquiera entre las criaturas de Alah? ¿Qué has encontrado en mí para
preferirme?» Y la vieja contestó: «Ya te he dicho que ahorres palabras,
que sepas callar, y conducirte en silencio. Sígueme, pues, y no hables
más.» Después se alejó precipitadamente. Y mi hermano, con la esperanza
de todo lo prometido, echó á andar detrás de ella, hasta que llegaron á
un palacio magnífico, en el cual entró la vieja é hizo entrar á mi
hermano Haddar. Y mi hermano vió que el interior del palacio era muy
bello, pero que era más bello aún lo que encerraba. Porque se encontró
en medio de cuatro muchachas como lunas. Y estas jóvenes estaban
tendidas sobre riquísimos tapices y entonaban con una voz deliciosa
canciones de amor.

Después de las zalemas acostumbradas, una de ellas se levantó, llenó una
copa y la bebió. Y mi hermano Haddar le dijo: «Que te sea sano y
delicioso y aumente tus fuerzas.» Y se aproximó á la joven, para tomar
la copa vacía y ponerse á sus órdenes. Pero ella llenó inmediatamente la
copa y se la ofreció. Y Haddar, cogiendo la copa, se puso á beber. Y
mientras él bebía, la joven empezó á acariciarle la nuca; pero de pronto
le golpeó con tal saña, que mi hermano acabó por enfadarse. Y se levantó
para irse, olvidando su promesa de soportarlo todo sin protestar. Y
entonces se acercó la vieja y le guiñó el ojo, como diciéndole: «¡No
hagas eso! Quédate y aguarda hasta el fin.» Y mi hermano obedeció, y
hubo de soportar pacientemente todos los caprichos de la joven. Y las
otras tres porfiaron en darle bromas no menos pesadas: una le tiraba de
las orejas como para arrancárselas, otra le daba capirotazos en la
nariz, y la tercera le pellizcaba con las uñas. Y mi hermano lo tomaba
con mucha resignación, porque la vieja le seguía haciendo señas de que
callase. Por fin, para premiar su paciencia, se levantó la joven más
hermosa y le dijo que se desnudase. Y mi hermano obedeció sin
protestar. Y entonces la joven cogió un hisopo, le roció con agua de
rosas, y le dijo: «Me gustas mucho, ¡ojo de mi vida! Pero me fastidian
las barbas y los bigotes, que pinchan la piel. De modo que, si quieres
de mí lo que tú sabes, te has de afeitar la cara.» Y mi hermano
contestó: «Pues eso no puede ser, porque sería la mayor vergüenza que me
podría ocurrir.» Y ella dijo: «Pues no podré amarte de otro modo. No hay
más remedio.» Y entonces mi hermano dejó que la vieja le llevase á una
habitación contigua, donde le cortó la barba y se la afeitó, y después
los bigotes y las cejas. Y luego le embadurnó la cara con colorete y
polvos, y lo condujo á la sala donde estaban las jóvenes. Y al verle les
entró tal risa, que doblaron sobre sus posaderas.

Después se le acercó la más hermosa de aquellas jóvenes y le dijo: «¡Oh
dueño mío! Tus encantos acaban de conquistar mi alma. Y sólo he de
pedirte un favor, y es que así, desnudo como estás y tan lindo, ejecutes
delante de nosotras una danza que sea graciosa y sugestiva.» Y como
El-Haddar no pareciese muy dispuesto, prosiguió la joven: «Te conjuro
por mi vida á que lo hagas. Y después lograrás de mí lo que tú sabes.»
Entonces, al son de la darabuka, manejada por la vieja, mi hermano se
ató á la cintura un pañuelo de seda y se puso á bailar en medio de la
sala.

Pero tales eran sus gestos y sus piruetas, que las jóvenes se
desternillaban de risa, y empezaron á tirarle cuanto vieron á mano: los
almohadones, las frutas, las bebidas y hasta las botellas. Y la más
bella de todas se levantó entonces y fué adoptando toda clase de
posturas, mirando á mi hermano con ojos como entornados por el deseo, y
después se fué despojando de todas sus ropas, hasta quedarse sólo con la
finísima camisa y el amplio calzón de seda. Y El-Haddar, que había
interrumpido el baile tan pronto como vió á la joven desnuda, llegó al
límite más extremo de la excitación.

Pero entonces se le acercó la vieja y le dijo: «Ahora te toca correr
detrás de ella. Porque cuando se excita con la bebida y con la danza,
acostumbra á desnudarse por completo, pero no se entrega á ningún amante
sin haber examinado su cuerpo desnudo, su zib en erección y su ligereza
para correr, juzgándole entonces digno de ella. De modo que la vas á
perseguir por todas partes, de habitación en habitación, hasta que la
puedas atrapar. Y sólo entonces consentirá que la cabalgues.»

Y mi hermano, al oir aquello, se quitó el cinturón de seda y se dispuso
á correr. Y la joven se despojó de la camisa y de lo demás, y apareció
toda desnuda, cimbreándose como una palmera nueva. Y echó á correr,
riéndose á carcajadas y dando dos vueltas al salón. Y mi hermano la
perseguía con su zib erguido.»

     En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la
     mañana, y se calló discretamente.

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_PERO CUANDO LLEGÓ LA 31.ª NOCHE_

Ella dijo:

He llegado á saber, ¡oh rey afortunado! que el barbero prosiguió su
relato en esta forma:

«Mi hermano Haddar, con su zib erguido, empezó á perseguir á la joven,
que, ligera, huía de él y se reía. Y las otras jóvenes y la vieja, al
ver correr á aquel hombre con su rostro pintarrajeado, sin barbas, ni
bigotes, ni cejas, y erguido su zib hasta no poder más, se morían de
risa y palmoteaban y golpeaban el suelo con los pies.

Y la joven, después de dar dos vueltas á la sala, se metió por un
pasillo muy largo, y luego cruzó dos habitaciones, una tras otra,
siempre perseguida por mi hermano, completamente loco. Y ella, sin dejar
de correr, reía con toda su alma, moviendo las caderas.

Pero de pronto desapareció en un recodo, y mi hermano fué á abrir una
puerta por la cual creía que había salido la joven, y se encontró en
medio de una calle. Y esta calle era la calle en que vivían los
curtidores de Bagdad. Y todos los curtidores vieron á El-Haddar afeitado
de barbas, sin bigotes, las cejas rapadas y pintado el rostro como una
ramera. Y escandalizados, se pusieron á darle correazos, hasta que
perdió el conocimiento. Y después le montaron en un burro, poniéndole al
revés, de cara al rabo, y le hicieron dar la vuelta á todos los zocos,
hasta que lo llevaron al walí, que les preguntó: «¿Quién es ese hombre?»
Y ellos contestaron: «Es un desconocido que salió súbitamente de casa
del gran visir. Y lo hemos hallado en este estado.» Entonces el walí
mandó que le diesen cien latigazos en la planta de los pies, y lo
desterró de la ciudad. Y yo ¡oh Emir de los Creyentes! corrí en busca de
mi hermano, me lo traje secretamente y le di hospedaje. Y ahora lo
sostengo á mi costa. Comprenderás que si yo no fuera un hombre lleno de
entereza y de cualidades, no habría podido soportar á semejante necio.

Pero en lo que se refiere á mi tercer hermano, ya es otra cosa, como vas
á ver.

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ÍNDICE


                                                  Páginas

HISTORIA DEL VISIR NUREDDIN, DE SU HERMANO EL
  VISIR CHAMSEDDIN Y DE HASSÁN BADREDDIN            9-104

    Empieza á mediados de la 19.ª noche y termina á últimos
    de la 24.ª

HISTORIA DEL JOROBADO, CON EL SASTRE, EL CORREDOR
  NAZARENO, EL INTENDENTE Y EL MÉDICO JUDÍO;
  LO QUE DE ELLO RESULTÓ, Y SUS AVENTURAS
  SUCESIVAMENTE REFERIDAS                         105-179

    Comienza hacia el fin de la 24.ª noche y termina á últimos de
    la 32.ª--Comprende:

        RELATO DEL CORREDOR NAZARENO              118-145
        RELATO DEL INTENDENTE DEL REY DE LA CHINA 146-160
        RELATO DEL MÉDICO JUDÍO                   160-177
        RELATO DEL SASTRE                         178-179

            la cual comprende:

                HISTORIA DEL JOVEN COJO CON EL BARBERO DE
                  BAGDAD                          180-210

            y las

                HISTORIAS DEL BARBERO DE BAGDAD Y DE SUS
                  SEIS HERMANOS                   210-229

                    que son:

                        _Historia del barbero_    210-214
                        _Historia de Bacbuk_      215-223
                        _Historia de El-Haddar_   223-229

       *       *       *       *       *

Editorial PROMETEO.--Llorca y C.ª 5.d b.ª Apartado 130, Valencia


OBRAS DE V. BLASCO IBAÑEZ

Director literario de esta Editorial

NOVELAS: Arroz y tartana. Flor de Mayo. La Barraca. Entre naranjos.
Sónnica la cortesana. Cañas y barro. La Catedral. El Intruso. La Bodega.
La Horda. La maja desnuda. Sangre y arena. Los muertos mandan. Luna
Benamor. Los argonautas (2 tomos). Los cuatro jinetes del Apocalipsis.
Mare nostrum. Los enemigos de la mujer. El préstamo de la difunta. El
paraíso de las mujeres. La tierra de todos. La reina Calafia. Novelas de
la Costa Azul. _5 ptas. vol._--CUENTOS: La Condenada. Cuentos
valencianos. _5 ptas. vol._--VIAJES: En el país del arte. Oriente. La
vuelta al mundo, de un novelista (3 t.) _5 ptas. vol._--ARTÍCULOS: El
militarismo mejicano. _5 ptas._

El Papa del mar (novela). _5 ptas._


NOVÍSIMA HISTORIA UNIVERSAL

escrita por individuos del Instituto de Francia, dirigida á partir del
siglo IV por E. Lavisse y A. Rambaud.--Traducción de V. Blasco
Ibáñez.--20.000 grabados. Historia por la imagen más completa y
detallada que ninguna.--Publicados hasta el tomo XIV. En prensa el
XV.--_10 pesetas volumen encuadernado._


NOVÍSIMA GEOGRAFÍA UNIVERSAL

por Onésimo y Eliseo Reclús.--Traducción de V. Blasco Ibáñez.--6
tomos.--Millares de grabados y mapas.--_7'50 ptas. vol._


NOVELAS Y TEATRO

Obras de gran amenidad, interés y emoción novelesca.--_1'25 ptas.
volumen._


BIBLIOTECA FILOSÓFICA Y SOCIAL

Altamira, Büchner, Darwin, Kropotkine, Renán, Spencer, etc.--_2 ptas.
volumen._


BIBLIOTECA CLÁSICA

HOMERO: _Ilíada._ 2 t.--_Odisea._ 2 t.--ESQUILO. 1 t.--SÓFOCLES. 2
t.--HESIODO. 1 t.--EURÍPIDES. 4 t.--TEÓCRITO. 1 t.--ARISTÓFANES. 3
t.--Jenofonte. 1 t.--PLAUTO: _Comedias._ 2 t.--FEDRO: _Fábulas._--SYRO:
_Sentencias._ 1 t.--CICERÓN: _La República._--_Las paradojas._ 1
t.--ARISTÓTELES: _La política._ 1 t.--LA CANCIÓN DE ROLDÁN. 1
t.--QUEVEDO: _Obras satíricas._ 1 t.--CERVANTES: _Teatro selecto._ 1
t.--VIDA DE CERVANTES, por su primer biógrafo Mayáns y Siscar. 1
t.--LOPE DE VEGA: _Novelas._ 1 t.--_Comedias._ 1 t.--GUILLEM DE CASTRO:
_Teatro._ 1 t.--CALDERÓN: _Teatro._ 2 t.--SHAKESPEARE: _Obras
completas._ 12 t.--_2 ptas. vol._


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CULTURA CONTEMPORÁNEA

E. FAGUET: _El arte de leer._ 3 ptas.--E. BERGSON: _La risa._ 3
ptas.--W. WILSON, ex presidente de los Estados Unidos: _La nueva
libertad._ 3 ptas.--W. SOMBART: _Socialismo y movimiento social._ 4
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Anatole France, Daudet, Víctor Hugo, etcétera.--_2 ptas. vol._


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Obras de Apuleyo, Longo, Marcial, Voltaire, Casanova, etc.--_2 ptas.
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Aventuras del famoso detective Sherlock Holmes, por Conan Doyle. 8
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COLECCIÓN POPULAR

Filosofía, Historia, Pedagogía, Política, Crítica, Viajes, Arte,
etc.--_1 pta. volumen._


LOS GRANDES NOVELISTAS

Tolstoi, Dumas, Sué, Conan-Doyle, etc.--A _35 cénts._ Edición _La Novela
Ilustrada_.


LA NOVELA LITERARIA

Amplia y selecta colección dirigida por Blasco Ibáñez, que cuenta con el
apoyo de los novelistas de todos los paises para esta obra de difusión
literaria. Todos los volúmenes llevan un estudio biográfico y crítico
del autor de la obra escrito por Blasco Ibáñez. Novelas de Paul Adam,
Barbusse, Bazin, Bourges, Bourget, Duvernois, Frapié, Harry, Hermant,
Huysmans, Jaloux, Lavedan, Louys, Margueritte, Miomandre, Regnier,
Rosny, Tinayre y otros muchos maestros de la novela contemporánea.--_4
pesetas volumen en rústica._

     J. FRANCÉS: _La danza del corazón_ (novela). 3'50 ptas.--_Teatro de
     amor._ 3 ptas.

     F. LLORCA: _Lo que cantan los niños._ Canciones y juegos
     infantiles. 2 ptas.


HISTORIA DE LA GUERRA EUROPEA DE 1914

ESCRITA POR V. BLASCO IBÁÑEZ.

Ilustrada con millares de grabados.

     _Las grandes batallas.--El heroísmo.--Los horrores de la lucha.--La
     guerra en el mar y en los aires.--Tipos y costumbres de los
     beligerantes.--Personajes de la tragedia, retratos, caricaturas y
     documentos.--Planos y mapas.--La vida en el campamento, en los
     campos de batalla y hospitales.--Panoramas trágicos._--Nueve tomos,
     lujosamente encuadernados.--Precio de cada tomo, _25 pesetas_.


El libro de las mil noches y una noche.

Traducción directa y literal del árabe por el doctor Mardrus.--Versión
castellana de V. Blasco Ibáñez.--Prólogo de E. Gómez Carrillo.--23
tomos.--_2 ptas. volumen._


_Pídanos Catálogos especiales de estas obras y Bibliotecas_


NOTAS:

[1] _Mesr_ ó _Massr_ es el nombre con que los árabes designan
indistintamente á Egipto y á la ciudad de El Cairo (Al-Kahira).

[2] _Chamseddin_: Sol de la Religión. _Nureddin_: Luz de la Religión.

[3] _Hassán_: Hermoso. _Badreddin_: Luna llena de la Religión.

[4] Se refiere á las que figuran en la página 26.

[5] Tumba.

[6] La Soberana de Belleza.

[7] _Scham_: Siria. También se llama así a la ciudad de Damasco.

[8] Esto es: Maravilloso.

[9] Los Bani-Ommiah, ú Ommiadas, dinastía de califas en Damasco.

[10] ¡Dios es generoso!

[11] _Halaua_, pasta blanca hecha con aceite de sésamo, azúcar, nueces,
etcétera, en forma de panes grandes y semiesféricos.

[12] Aarón, Josué.

[13] _Walí_: gobernador de una provincia por delegación del sultán.

[14] _Ardeb_ ó _irdab_, medida árabe de capacidad que todavía se usa
hoy.

[15] Gobernador de una provincia.

[16] Expresión muy usada: significa que no se ha ejecutado bien un acto
cualquiera. En cambio, cuando se dice: «Tu cara se ha blanqueado», se
quiere decir que alguien ha salido airosísimo de algún trance.

[17] _El-Sayedat_: la gran señora, el ama.

[18] Fórmula para despedirse ó retirarse: «Que la paz sea sobre ti.»

[19] _Montasser Billah_: El Victorioso con ayuda de Alah.





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