Home
  By Author [ A  B  C  D  E  F  G  H  I  J  K  L  M  N  O  P  Q  R  S  T  U  V  W  X  Y  Z |  Other Symbols ]
  By Title [ A  B  C  D  E  F  G  H  I  J  K  L  M  N  O  P  Q  R  S  T  U  V  W  X  Y  Z |  Other Symbols ]
  By Language
all Classics books content using ISYS

Download this book: [ ASCII | HTML | PDF ]

Look for this book on Amazon


We have new books nearly every day.
If you would like a news letter once a week or once a month
fill out this form and we will give you a summary of the books for that week or month by email.

Title: Viaje a los Estados Unidos, Tomo 1 (of 3)
Author: Prieto, Fidel Guillermo
Language: Spanish
As this book started as an ASCII text book there are no pictures available.


*** Start of this LibraryBlog Digital Book "Viaje a los Estados Unidos, Tomo 1 (of 3)" ***


(This file was produced from images generously made


                       NOTA DEL TRANSCRIPTOR:

—Los errores obvios de impresión y puntuación han sido corregidos.

—Se ha mantenido la acentuación del libro original, que difiere
 notablemente de la utilizada en español moderno.



                                 VIAJE
                                 Á LOS
                            ESTADOS-UNIDOS

                               Por FIDEL

                          (GUILLERMO PRIETO)

                                (1877)

[Illustration: LOGO]

                                MEXICO

               IMPRENTA DEL COMERCIO, DE DUBLAN Y CHAVEZ

                    _Calle de Cordobanes número 8_

                                 1877



PROLOGO


POR vida del prólogo! Bien pobre y bien mezquina es despues de todo
nuestra naturaleza: procedemos por pautas, por patrones, por moldes;
éstos se han hecho solos; pero ¡ay de aquel que se sale de ellos y se
atreve á pensar con su cabeza!

¿Cómo le va á vd? para saludar:—que le vaya á vd. muy bien, para
despedirse. Al comer, comience vd. por la sopa; al subir, por el primer
escalón. Al escribir un libro, cuídese de aderezar su prólogo; si no,
está vd. perdido.

Estas son las reglas, reglas que me tienen frito; yo quisiera blandir
una espada por el medio, ensartar una aguja por la punta, vivir sin
trabajar, entrar á la casa por el balcon, cambiar de sexo todos los
dias, ó por lo ménos en invierno y en verano, y entónces me llamarian
loco de atar; y son sabios, el que trepa en globo por esos aires sin
resultado alguno, y todos los que tratan de enderezar el pelo del
diablo ó sean las cosas públicas de nuestra tierra.

Vamos al prólogo.

No quiero decir al lector por qué; pero es el caso que en mi infancia,
era yo el niño más cuitado y más asustadizo que vdes. quieran ver, más
entumido y más desdeñado del mundo.

Flaco, cari-acontecido, lloron y triste como un buho.

En el Molino del Rey, situado en las lomas de Tacubaya, famoso en
nuestra historia, pasé mis primeros años, se puede decir que ví la luz.

Es un molino de trigo con sus accesorios de campo.

Por supuesto que los niños más estimados, los jóvenes irresistibles que
me servian de modelo, eran aquellos ostentosos de brío y de pujanza,
diestros ginetes, hábiles cazadores, y ágiles en la lucha y la carrera.

Yo tenia las cualidades contrarias, á un grado de espantosa perfeccion;
me desequilibraba con solo abrir las piernas, tenia susto frente á un
caballo, porque me parecia que de repente me soltaba una palabra que
me dejaba frio: me vencia cualesquiera niña, poseia la ligereza de la
tortuga, apuntaba á un pájaro, y ponia en peligro la existencia del
compañero que quedaba á mi espalda, y en esto de habilidades de manos,
desde entónces soy un prodigio; no atino nunca con los ojales de la
camisa, el nudo de la corbata es para mí el nudo gordiano y no hay
tornillo que no trasrosque, ni chapa que no desgobierne, ni tapa que
no apriete, ni hilo que no enmarañe, ni treta que no quede inservible
entre mis dedos, punzándome, pinchándome, quemándome ó desbarrancándome
en cualquiera intento de destreza corporal.

Por este conjunto de deliciosas cualidades, sobre todas la del miedo,
mi sociedad predilecta fueron las viejas, y los cuentos, el alimento y
el placer de mi alma.

Aquel caballito de siete colores que venia á visitar al rey niño,
pasando como una mariposa sobre las rosas y claveles del jardin;
aquella Cubi Cubiana que cruelmente perseguida se libraba de sus
verdugos, ya arrojando frente á ellos un peine que se convertia en
monte de espinas, ya dejando caer un espejo que se tornaba extenso y
cristalino lago, ya poniendo en el suelo un dedal que se convertia en
los vivos aires en una capilla con su ermitaño, todo me encantaba, me
enamoraba de lo maravilloso, y tenia risas para las diabluras de Pedro
de Urdimalas, y lágrimas para el niño hijo menor del rey convertido en
morado lirio que cantaba:

    Pítame mi cedacero,
  Pítame con grande amor;
  Me mató mi hermano el grande,
  Soy espina de la flor.

Contábase una noche al calor de la lumbre un cuento; mi Nana, que
era la narradora, estaba bajo una ventana, con sus cabellos blancos,
blancos como copos de algodon. Lita, mi prima, que ¿qué tal seria de
bonita cuando la eligieron para representar á la Virgen en un coloquio
en que era yo San Miguel? esa, estaba á mi lado; mis primos, sembrados
entre mis tios; y mis señores padres.... lindos, porque lo eran,
sentados en un sofá á lo léjos.

En el cuento se decia que tres niñas, hermosas como estrellas y más
seductoras que nuestra madre Eva, llevaban al enfermo y joven rey
regalos para enamorar su triste corazon y salvar su vida distrayendo su
pena.

—La niña mayor, que se llamaba Fresca Rosa.... ¿qué le llevó? preguntó
mi Nana.... estos confites al que diga qué le llevó....

—Yo lo diré, clamó un chico que era la piel de Barrabás. (Atención
general). Le llevó tres piñoncitos: partió uno y fué sacando una camisa
de hilo tan sutil y con tan lindos bordados, que tal parecia hecha por
los ángeles: en estas, que parte otro piñoncito y que va sacando un
manto real, como tejido de rayos de sol.

No pestañábamos: aquella relacion era maravillosa; se sentia dulce la
boca escuchándola.

—¿Y qué tenia el tercer piñoncito? preguntamos interrumpiendo....

—Tenia, tenia, ¿digan qué tendria? acentuaba el triunfal muchacho.

—Tenia un pajarito que cantaba tan dulce y tan alegre, y abria sus
alitas y hacia tales monerías, que asomó la risa á los labios del rey,
y las hermanas rivales se creyeron perdidas.

—Caten vdes., continuó la Nana, que ese fué el regalo de la primera
niña; ¿y la segunda?

—La segunda, ¿cómo se llamaba?

—Se llamaba la segunda, Granito de oro.

—Esa, ¿qué le llevó?

Lola que era una mozuela con unos ojazos negros como una vida y una
frentaza como predicador, bullanguera y alborotadora como un fandango,
dijo, haciéndose la gazmoña:

—La pobre le presentó un canutero de ébano, bien labrado, pero no
gran cosa; el canutero tenia dentro una plumita primorosa, como de
chupamirto. Pero es el caso, que la niña mandó cerrar todas las puertas
para sacarla del estuchito, las cerraron y se quedaron á oscuras
completamente.

Entónces la niña sacó la pluma, y alumbró de repente una luz de luna
deliciosa—porque estaba por el revés la pluma—lo mismo hacia la pluma
en los campos y por donde quiera.

El rey, asombrado, volteó la pluma por el derecho, y entónces fué como
si hubiera alumbrado el sol....

—Eso estuvo mejor, mejor que mejor, gritaba Lolita, sonando sus
manecitas de azucenas.

—Esperen vdes., que falta lo bueno.

Cuando se sacudia la pluma, alumbrando por el revés, entónces caia
una lluvia de mediecitos nuevos de plata, y cuando por el derecho,
escuditos de oro.

—Cabal, de su apellido, dijo una anciana, porque ella era Granito de
oro.

El niño-rey tomó los escuditos y vió á la niña, y la pobrecita que
quedaba, estaba al morir.

—Yo que ella no hago nada.

—Ni yo.

—Ni yo.

—¿Y cómo se llamaba la niña más chiquita?

—Se llamaba Lucero del Alba.

—Bonito nombre....

Miéntras todos habian escuchado y Pancho y Lola decian sus regalos, yo
me devanaba los sesos para entrar en la palestra y pensar en mi regalo
tambien.

—Bueno; ¿qué llevaba Lucero del Alba? exclamó mi Nana.

Yo no me pude contener, me puse en pié, y con la voz trémula dije:

—Llevaba una cajita que se alargaba y se encogia mucho, mucho.

—¿Y qué tenia dentro?

—Pues, señor, tenia dentro unos cristalitos que á primera vista nada
ofrecian de particular....

—Habias de salir con eso, Guillermo, dijo Lolita.

—Esperen vdes. un _poquitito_.

—Perdió Lucero del Alba.

—En cuanto que se tomaba el cristalito con los dedos, se veia al
través de ellos lo que uno queria como si estuviera presente; campos,
mares, cielos, y por aquí la gran ciudad del Santo Padre de Roma, y con
otro cristalito todita la Francia, y con otro todita España; pero no en
pintura, sino de veras; las calles, las personas, los carruajes, todo,
todo.

Si era de noche, se veia de noche; si de dia, de dia; y si entusiasmado
queria uno estar en cuerpo y en alma donde se estaba mirando, no habia
más sino pasarse el cajoncito de una mano á otra, llenándose de onzas
de oro el tal cajoncito, que jamás se agotaba, aunque con una bomba le
estuvieran sacando dinero.

Aplaudia la gente tan de buena fé, que yo me puse anchísimo: le
contaron la gracia á mis señores padres.... que les ví lágrimas en los
ojos, creyéndome capaz por aquella pamplina de echar el pié atrás al
propio D. Quijote de la Mancha.

—Siga vd., Nana, siga vd., dijimos todos.

Y mi Nana continuó:

—Aunque hubieron sus opiniones sobre todos los regalos y los otros tal
vez eran mejores....

—Y cómo que eran mejores, dijo Pancho.

—Mucho que mejores, repitió Lola, pidiendo aplausos.

—Siempre el rey se divirtió tanto tanto con los vidritos, es decir,
como tenia á todo el mundo en su cajita, que se le quitó la tristeza y
se casó con Lucero del Alba.

Pancho y Lola bramaron contra la parcialidad visible de mi Nana; pero
sea por lo que fuere, á mí me ha quedado tal aficion á las cajitas de
vidritos, que nada creo comparable á ese regalo, con las diferencias
esenciales que el ménos avisado percibe.

Esta es una caja de vidritos; quien quiera ver, que se haga inocente
como los niños de mi cuento.

¡Buen chasco se lleva quien busque en este libro observaciones
profundas, estudios sérios, animadas descripciones, sino en descolorida
imitacion los vidritos del cuento!

Los mios han sido viajes al vapor, siempre con el pié en el estribo y
cantando como el soldado de la zarzuela:

    Siempre sin dormir,
  Siempre sin cenar;
  Qué vida tan perra
  La del melitar.

Es decir, se trata de charla, y charla tendrán los que quieran comprar
esta cajita de vidritos.

  FIDEL.



                                 VIAJE

                                 Á LOS

                            ESTADOS-UNIDOS

                               POR FIDEL


DESPERTABA como de un sueño á la orilla del mar Pacífico y en el puerto
del Manzanillo el 13 de Enero de 1877.

Y cuidado que el sueño picaba en historia: habia de todo, como en los
dramas románticos: escursiones á caballo, lastimeras y dolientes como
un _de profundis_, entrevistas al rayo de la luna, como parodiando las
que tuvo el Ariosto con los recaudadores de equipajes en los caminos,
mansiones en una especie de sepulcros de vivos, de donde habia huido
para siempre el ruido y caminaban maquinalmente los cadáveres con los
ojos abiertos: arcos triunfales, repiques, banquetes y entusiasmo
frenético, descensos á las entrañas de la tierra, sonrisas del poder,
cobardía y traiciones viles, y en fin, tanto y tan variado suceso, que
á ser mi objeto, formaria entretenidas leyendas y sabrosas enseñanzas
para los presentes y venideros siglos.

Yo tenia la conciencia de haber visitado en otro tiempo, _dulce y
alegre cuando Dios queria_, aquellos mismos lugares, embriagado de
luz con la grande epopeya de la Reforma, y tratando de seguir las
huellas, como por mi fortuna las seguí de cerca, de Juarez, de Ocampo
y Degollado. Pero aunque mi memoria insistia en restablecer el cuadro
que entónces se ofreció á mis ojos, no quedaba ni un fragmento, ni
un resquicio, ni señal ninguna que sirviese de punto de apoyo á mis
recuerdos.

Entónces (1858), mal feridos y desgobernados en nuestros rocines y
llevando á cuestas el retumbante título de _la familia enferma_,
llegamos al Manzanillo, Juarez, Ocampo, Leon Guzman, Ruiz Manuel,
Cendejas Francisco, Jacinto Aguilar, Zambrano, D. Matías Romero y
algunos otros, como perseguida compañía de cómicos de la legua.

Era en aquel tiempo Manzanillo una playa casi desierta en donde la
fiebre se enseñoreaba, tenia el apodo de centro mercantil una tienda de
lona, habitada por unos alemanes que no interrumpian su eterno sueño
sino para agotar toneladas de cerveza ó hacer sus excursiones á la
aduana.

Estaba enriquecida con titulo tan afianzador y conspicuo una galera
sucia y sombría con el brazo tendido de una viga sobre las aguas, para
afianzar los cargamentos que no habia querido recoger el contrabando,
porque en cuanto á los náufragos, se encargaban de ellos los tiburones,
únicos competidores en voracidad con el hambriento resguardo marítimo.

Unos cuantos jacales hundidos en la arena, como sapos y tortugas que
hubiesen dejado en seco las mareas, la falda escabrosa del monte, de
que parecian precipitarse enormes peñas, y un cerro avanzado hácia
el mar, pomposo y arrogante, que desde entónces, á la entrada de la
bocana, pide á gritos un faro, sin que nadie le haga maldito el caso.

Recordaba con enérgica fidelidad, que habiendo llegado muy enfermo y
manifestando deseo de ver la bahía, Juarez y Ocampo me hicieron silla
de manos y me pasearon en la playa, yendo yo orgulloso y triunfal y con
el alma luminosa dentro del pecho, más feliz que sobre el primer trono
del mundo: mi amado Pancho Cendejas iba por delante haciendo farsa. De
repente volvia los ojos y me sorprendian las brillantes huellas que
iban dejando mis conductores (eran los efectos del fósforo): alegres
con mis sorpresas, los acompañantes de mis amigos restregaban la arena
con las manos y la esparcian refulgente como polvo de luceros....

Ahora el puerto del Manzanillo tiene sus calles regulares, sus tiendas
y valiosos almacenes, su capitanía, su cuartel, su plaza, con asientos
y embanquetado, y su aduana, que es un edificio de madera con sus
amplísimos corredores viendo á la bahía, que es por cierto poética y
encantadora.

El Manzanillo sale de las aguas de la laguna de Cuyutlan, sacude su
cabellera y se escurre entre dos altísimas montañas: parecen descender,
saltando sobre las rocas, casucas alegres con sus huertecitos llenos de
flores, á ver pasar á la pequeña ciudad que se asienta en la arena de
la playa, entre edificios de apariencia americana, con sus ventanillas
con persianas verdes, sus enverjados y sus chimeneas en alto, agitando
sus plumeros de humo.

Caminaba al lado de Joaquin Alcalde, haciéndole partícipe de mis
impresiones: éste, con sus ojazos negros, su fisonomía animada y su
mímica vehemente, acentuaba mi relacion, produciéndome vivo placer.

Vestía Joaquin frac gris y pantalon ajustado, bota fuerte y un fieltro
tan elástico y expresivo como la fisonomía del propietario.

Ibamos al acaso, cuando de un balconcillo pequeño, angosto, desdentado
y trémulo de barandal, una señora frescachona, morena, alegre y de
blanquísima dentadura, nos dió el alto.

—Aquí, Sr. D. Guillermo, aquí, yo soy Fermina, la que asistió á
vdes. la otra vez; aquí, en este lugar, vivió el Sr. Juarez, yo tengo
la silla en que estuvo sentado, y no la doy por todo el oro de la
tierra.... Pasen vdes.

En dos por tres renovamos conocimientos, procuróse una cómoda
instalación en una piececita aseada con sus blancas cortinas de
musolina en los catres y cómodas butacas de fresca vaqueta en las
puertas.

Miéntras yo hacia preguntas á Fermina y la acompañaba, tomando posesion
de su casa, Alcalde, en el expendio de tabacos, anexo á la misma casa,
se daba á conocer con el marido de Fermina, portugués recalcitrante,
recio de carnes, flaco de costillar, con unos nervios como cables y
unas venas como tubos de acueducto.

El portugués es marino consumado, _atraca_ junto á un tonel y se queda
fresco, fuma unos tabaquillos como baupré de navío y dispara unas
desvergüenzas capaces de descalabrar al más pintado.

[Illustration: _LIT. DE H. IRIARTE MEXICO._

Puerto del Manzanillo.]

En el Manzanillo, y asistidos por Fermina y su consorte, duramos cuatro
dias, hasta que el dia 17 las señales del _Cerro del Fraile_ nos
anunciaron la llegada del vapor que debia conducirnos para Mazatlan.

El vapor “Granada” en que nos embarcamos es hermoso, y se distingue
entre los palacios flotantes, que con el nombre de vapores, atraviesan
las aguas del Pacífico.

Sobresale del seno de las aguas el casco inmenso del buque, que apénas
cabria en una de las calles que llamamos cabeceras, teniendo mayor
altura.

Dos fajas de balaustrados lo ciñen exteriormente, formando corredores,
y la superior que es, digámoslo así, la cubierta ó azotea del barco.

En los corredores se ven las puertecitas de los cuartitos ó camarotes.

En el interior, por pisos que comunican régias escaleras, están el
amplísimo corredor con sus lámparas, alfombras y muebles riquísimos, y
en el piso superior, cuyo techo es la cubierta, hay un salon espléndido
con espejos y sofaes riquísimos, mesas y sillones y un soberbio piano
que suele ser solaz y contento de la tripulacion, cuando el dios de las
aguas echa una cana al aire.

Sobre la cubierta está la elegante estancia del capitan, contigua á un
precioso gabinete destinado á los fumadores.

Sombrea la cubierta tendida lona, bajo la que están colocados cómodos
asientos de bejuco, ocupados dia y noche por los que se recrean con el
espectáculo siempre nuevo y sorprendente del mar.

El “Granada” mide 2,500 toneladas y está al mando de un excelente
marino, que es además cumplido caballero.

Luego que hicimos nuestros arreglos de instalacion, pasé revista á mis
compañeros de viaje.

Eran _ladys_ deliciosas, entre las que abundaban personas de esmerada
educacion; habia una Sussy dulce y melancólica como la estrella de
Occidente cuando brilla solitaria sobre las montañas de mi patria; una
Emma poética como una pasionaria viéndose en las aguas del dormido
lago; una Katty bulliciosa y sensual como una inspiracion maliciosa de
Lecoq, y una Lora sentimental como una melodía de Shubert.

Por supuesto no faltaba una literata que iba en pos de impresiones á la
California, ni una buena esposa que corría tras del marido escurridizo,
ni una víctima que iba á gestionar su divorcio de una especie de tigre
feroz que habia marchitado en flor su juventud.

Habia viajeros pacíficos de distinguida clase y que viajaban en el
estricto órden constitucional.

En este número se contaba un acreditado doctor homeópata y su linda
esposa. Esta señora es andaluza, y á pesar de su circunspeccion y de su
estado, derrama la sal de Jesus por todos los cuatro costados.

El servicio del buque se hacia á nuestra llegada con rigorosa
puntualidad, y el capitan, que es un cronómetro de cachucha azul, no
permitia se relajase en lo más leve la disciplina.

La servidumbre era toda de chinos. No dejó de excitar nuestra
curiosidad el conocimiento con estos bípedos que están metiendo tanto
ruido.

El chino no es un hombre, es un ejemplar de una obra inmensa; los
chinos son como alfabetos de imprenta; el que conoce una _b_
minúscula, conoce todas las _b b_. El chino se produce por moldes, sus
poblaciones son como paquetes de alfileres.

Cabeza obtusa con el pelo alisado y dos grandes trenzas que rematan en
listones negros, y le dan en la parte posterior de los muslos, tez de
amarillo deslavazado, ojos oblícuos, nariz chata, boca grande....

Una especie de solideo sobre el occipucio, una muy holgada y luenga
blusa hasta abajo de la rodilla; la blusa azul ó negra de seda ó lienzo
de algodon; calzones anchísimos, azules ó negros; medias blancas como
la nieve, y un calzado que tiene mucho de la _chalupa_, con las puntas
agudas vueltas hácia arriba, y una suela gruesa de tres dedos en el
centro, dada de blanco como correaje de tropa. _Ese_ son los chinos, y
esos chinos componian la servidumbre del buque.

La parte masculina eran negociantes ó viajeros retraidos, aventureros
alegres y buenos bebedores, y la colonia mexicana en perpétuo
movimiento por todos los vericuetos de la embarcacion, las pocas horas
que no hicieron amistades extrañas.

Pocos de nuestros compañeros, y por desgracia los más graves, sabian
inglés, y tambien por desgracia, pocos viajeros, esencialmente
viajeras, conocian el español.

A Ramon Alcalde quedó reservada la gloria de dar vida y comunicar
cohesion á aquellas almas huérfanas que se consumian de fastidio.

Acercóse en la noche como distraido al piano, alzó su tapa, preludió
algunas quejosas melodías; pero tan silenciosas, por expresarme así,
tan ténues, que parecia que hablaba á solas el piano.... en medio de
aquellos rumores tímidos oiamos abrir las puertas de los camarotes,
tambien con mucha precaucion. El músico requiere auditorio, se rinde á
la alucinacion de la gloria.

Las teclas, al fin, dejaron piar, con coquetería indecible, la
Paloma.... esa Paloma comprometedora é insurgente, que no puede
escuchar con calma ningun ente de razon.

Aletea, se sacude y estallan los requiebros abrasadores de la cancion
habanera. Los mexicanos, como movidos por un resorte, cercaron el
piano y ensayaron el canto: de repente, surge vibrante y sonora una
voz ejercitada, dulcísima, llena de aquel jaleo y aquellas cosquillas
que nos sacan de quicio; era la esposa del doctor, que dejándolo
con tantos ojos abiertos, siguió las notas, se envolvió en ellas, y
se pronunció por México.... bendita sea su boca!.... las risas, las
palmadas, el entusiasmo, se parecian al delirio.... Las _ladys_ estaban
á las puertas de sus camarotes.... retiradas, pero no esquivas; á la
Paloma siguióse el _Té_ y el _Tá_; habia un D. Juanito, aleman, de
voz privilegiada, que regaba con excelente champaña sin cesar, que
acometió el _Té_ y el _Tá_, que siguió á la Paloma con desusado brío,
sin interrumpir los compases, al brindarnos con su champaña.... las
_ladys_ se acercaron al piano.... amables, pero no comunicativas....
Alcalde, superándose á sí mismo, dejó caer entre una tempestad de notas
incendiarias nuestro himno nacional.... hubo entonces explosiones de
entusiasmo frenético.... los ojos brillaban con lágrimas, las manos
redoblaban los palmoteos, alguno se pasó la mano sobre la frente por
sentir como cosquillas; era el tacto de las plumas de los sombrerillos
de las _ladys_, que se inclinaban tambien sobre el piano.... Era
necesario no tener pizca de vergüenza, para no estar hecho una
aleluya....

Al dia siguiente, todos aprendiamos inglés, y las _ladys_ balbutian
palabras españolas que era un contento. La desciplina del buque sufrió
un golpe contuso. Uno de los empleados me decia: _como estás alborota
los mecsicanos_.

La cosa fué tal, que nadie paró mientes en que el sol caduco que
llamamos luna, tenia una glorificacion sublime en el desierto inmenso
de las aguas.

La navegacion del Manzanillo á Mazatlan se hace casi sin perder de
vista las costas, y las nuestras en esa parte del mar Pacífico, si
bien desiertas, tienen belleza extremada, por la verdura de los campos
cercanos y por las caprichosas montañas que las animan y les quitan su
monotonía.

Aunque muchas veces, léjos de disminuirse los peligros con la
proximidad de las costas se aumentan, hay algo de arrimo con ver la
tierra; se nos figura que en un siniestro viene en nuestro auxilio;
sobre todo, la idea de un pronto y feliz término del viaje, envolvia
las largas horas de fastidio en las distracciones de las sorpresas de
los que por primera vez se embarcan.

La curiosidad de ver una ballena tenia preocupados á varios de los
compañeros, desde el Manzanillo. Al dia siguiente de nuestro embarque,
y cruzando las inquietas aguas de Cabo Corrientes, álguien vió aparecer
y desaparecer el monstruo, como un relámpago.

Agolpámonos sobre cubierta, los conocedores rastreaban con curiosidad
el rumbo; al fin vimos salir de entre las aguas una cabeza enorme,
boluda, unida á un cuello largo, muy largo y angosto, que como que se
balanceaba, dependiente de una masa negruzca que se sumergia en las
aguas.

Como la navegacion en último término es el abandono de la personalidad;
como el ócio es una llama solapada que consume los jugos del espíritu;
como la espectativa del acaso, luego que se prolonga produce la
indolencia, que es una especie de catalepsia para el alma, cualquier
accidente cobra desusada importancia en el mar.

La rama vagamunda que se balancea sin rumbo en las olas, la gaviota que
sigue al barco para merodear sus desechos y nosotros la creemos cortejo
cariñoso, el pájaro perdido en el rastro de humo que deja el vapor, y
forma como hileras de árboles y cimas de montañas en el vacío, todo nos
despierta, nos interesa, lo encadenamos al mundo que hemos dejado, lo
atesoramos, como atesora el pájaro los granos de la planta, y todo lo
convierte en reliquia nuestro apartamiento de la madre tierra.

Se agobia con preguntas á los viejos marinos y á los navegantes
aguerridos, que por su parte se hacen los menesterosos y dan valía á
sus conocimientos, viendo con cierta piedad á los neófitos.

—Ya verá vd., me decia uno de esos marinos viejos, poseido del
provincialismo de las aguas; ya verá vd. si admite comparacion aquel
mar encallejonado y mezquino de Veracruz, con este mar que es un señor
mar.

En aquel mar se revuelven las olas como las nueces en un talego; aquí,
no señor, parece que se arrancan del confin del cielo y vienen inmensas
y se elevan poderosas y se rompen á los piés de vd., que ve como
despedazarse un universo de cristales.

Vea vd. qué costas inmensas y desiertas con acceso por todas partes....
dígame si con dos buquecillos como cáscaras de coco y cuatro gatos
de resguardo se podrá evitar el contrabando. ¡Y qué costas! Vd. no
puede calcular, aunque quiera, la inmensa riqueza de ese _Valle de
Banderas_ que tenemos al frente y el partido que podria sacarse para la
exportacion. Solo en maderas posee tesoros que no se pueden ni valuar;
tiene vd. ébano en abundancia, _Primavera_, que es la codicia de los
artistas, linaloé aromático, moral, huayacan y otros muchos árboles
preciosos. Pero desde aquí hasta Compostela, donde vamos á llegar, el
tabaco crece casi espontáneo, y bastaria un ligero cultivo para hacer
de ese ramo un venero inagotable de riqueza.

¡Oh y qué atencion tan especial merecen los puertos del Pacífico!
Sin los puertos de depósito en estas costas, sin las franquicias
arancelarias, se perderán para siempre; no se canse vd.; la
desmembracion del territorio, los compromisos de la independencia, no
los procuran los yankees; los agentes de esa perdicion están en México,
en las aduanas interiores, en las levas, en la bestial proteccion á
la industria, que no puede tener otra más eficaz que la libertad y la
seguridad.

Aquella rinconada que se ve desde aquí, es Ipala.

—Sí, señor, es el puentecillo en que han hecho tantos su fortuna.... á
poco distinguimos á San Blas, encapotado sesgo entre las rocas, como si
quisiera sustraerse á toda vigilancia. El clima dicen que es pésimo.

—Así, así; al que perdona la fiebre, le matan las calenturas, y al
que no la disenteria; al sol se tuesta el cristiano, y á la sombra se
encargan de la tarea de devorarlo los mosquitos y otros bichos.

Cuentan de un paisano que quiso venir á instalarse en ese puerto y paró
en la casa de un andaluz su amigo. A las veinticuatro horas de estar
en San Blas, ya ardia su alma y alzaba el grito al cielo. Quejóse con
el andaluz; éste, sin chistar palabra, le tomó por la mano y le llevó
al templo: le colocó frente á Señor San Blas, patrono de la ciudad; el
santo está muy fresco, con su monterilla puntiaguda, su aire resuelto
como el de un majo, el brazo tendido y en alto dos dedos de la derecha
mano.

—¿Ve vd. ese caballero? dijo el andaluz á su amigo.

—Lo veo, ¿y eso qué me importa?

—¿Sabe vd. lo que quieren decir esos dos dedos?

—No, señor.

—Pues quieren decir.... ó aguantarse, ó largarse.

—Vdes. ven que el santo no se anda con chiquillas ni con escrúpulos de
monja.

Poco despues de amanecer el 19, y en la mañana más alegre y fresca que
puede darse, nos encontrábamos frente á Mazatlan.

Mazatlan se percibe á poco más de dos millas, le forma el mar una
herradura inversa á la bahía que cierran enormes peñas, que dan idea
como de que el mar corre entre ruinas á estrecharse con la alegre
ciudad.

Las casitas blancas del puerto parece que bajan en tropel de la colina,
atravesando arboledas, trepando sobre las rocas, corriendo por la playa
en tumulto, llevando en alto astas, torres y banderas que flotan en los
aires.

En la bahía percibimos una que otra nave; pero en cambio, multitud de
botes cayucos y embarcaciones pequeñas, ya tendiendo sus velas, ya
abriendo y cerrando en afanosa marcha sus remos, como las largas patas
de animales acuáticos.

Dirigiéronse al vapor, como parvada de aves, algunos botes oficiales,
otros rodearon el buque como hormigas un terron de azúcar....

Como he dicho, contábamos con hacer pié en Mazatlan; pero los hados lo
dispusieron de otra manera, y de un modo inesperado, instantáneo, nos
encontramos con que debiamos seguir á California. El cambio era súbito
y la cuestion de presupuesto, entre otras, se nos presentó con toda su
tremebunda deformidad.

Antes de partir, visitaron nuestra embarcacion los Sres. Kelly,
Ferreira y otros nobles caballeros que nos hicieron generosas ofertas
y se apresuraron á aliviar la suerte de los compañeros, que no por no
aceptar sus favores dejaron de reconocerlos en lo más íntimo de sus
corazones.

Yo recibí especiales atenciones de mis amigos Joaquin Redo y su esposa,
honra y decoro de las matronas de mi patria; á esas personas quiero
consignar este recuerdo de tierna gratitud.

En Mazatlan se verificó la desmembracion completa de la familia
embarcada en el Manzanillo; hombres heróicos, corazones nobles,
caballeros sacrificados á la idea del deber, caian como náufragos en
una playa que pudieran llamar extraña, sin recursos, sin arrimo, sin
otra espectativa que la de la persecucion y la miseria, y sin haber
salvado otra cosa que la dignidad del hombre y las inspiraciones de la
conciencia.

Vuelta la proa á San Francisco, alzadas las áncoras, viendo perderse
en el horizonte las alturas de Mazatlan, como se extinguen las luces
de un festin nocturno, se abatió sobre nuestras frentes la tristeza y
seguimos al destino, oyendo el resoplar del vapor y sintiendo cimbrar
bajo nuestras plantas el costillar del buque que cortaba impetuoso las
olas.

La noche fué sombría; á deshora, D. Juanito, que se paseaba haciendo
X por el salon, sin duda por el recio movimiento del buque, entonó
una melodía de Shubert, acompañándose con el piano, tan tierna, tan
hondamente sentida, que me pareció que habian encontrado acento todas
las dolorosas amarguras, que hechas lágrimas estaban al desbordarse de
mis ojos.

Llegó el momento de hacer formal conocimiento con la cocina americana.

Anúncianse las comidas con un instrumento especial que hace las veces
de campana. Este instrumento es un disco de hoja de lata más grande,
pero de la figura de un _comal_; á este disco, se golpea con un bolillo
dejándolo resbalar vibrante, lo que produce estrepitosas notas; mejor
dicho, una algarabía de ruidos encerrados en un solo ruido, de venirse
el mundo abajo. Ese escándalo de hoja de lata, se llama _gongo_.

Un chino lo suspende por uno de sus lados, tomando por punto de partida
la cocina, empuña el bolillo y echa á correr por todo el buque,
subiendo y bajando escaleras y armando una algazara verdaderamente
infernal.

La gula tiene culto especial en un buque; se toma té, se toma _lonche_,
se come, se cena, se vuelve á tomar té y las quijadas pueden resolver
el movimiento perpétuo con poquísimo esfuerzo.

La mesa está cubierta de platos y escudillas pequeñas con manjares, si
es que tan lisonjero nombre puede darse á esas confecciones inventadas
expresamente para martirio y sonrojo de los estómagos.

Maíces fresquecitos acabados de llegar de la milpa y á medio cocer,
nadando en leche, con trozos de huevo empedernido, jitomates crudos
que fungen, bien como frutas, bien como materia prima para ensalada,
ramas colosales de ápio, erguidas sobre picheles y jarrones, tortillas
de huevo que rociadas con melaza sirven de dulce, mantequilla que
se mezcla indistintamente á las frutas, á las conservas y á las más
repugnantes grasas, y unos pasteles de intestinos de calabaza mezclados
con ruibarbo, capaces de resucitar á un muerto si se le pasa por la
nariz.

Pero este es solo el pretexto; la verdadera confeccion de los manjares
reside en el _convoy_, ó lo que se llama las angarillas ó aceiteras y
sus adminículos.

Todos los cáusticos, todos los tósigos, todos los similares del
aguarrás, del álcali y del petróleo, están encerrados en botellitas que
hacen temblar las carnes, con los nombres de salsas, pikles, pimientas,
polvos y sazones.

Llega el manjar, y caldo ó carne todo es uno, llueven polvos, vinagres,
melazas, el caos de los sabores, la Babel de los tósigos; aquello se
devora y su hervor se apaga con cerveza ó se inunda en agua, varias
veces nauseabunda....

La mesa era, pues, la béstia negra para mis compañeros y para mí; pero
pasadas sus embestidas, renacia el buen humor y se trataba de comunicar
variedad al triste encierro que nos sujetaba.

El piano levantaba los ánimos, el aprendizaje del idioma estrechaba
los vínculos, y la amabilidad mexicana hizo tales conquistas, que á
poco tiempo los chinos ensayaban dancitas, los empleados tarareaban
el _sombrero ancho_, el servicio se relajaba y el capitan se tiraba
las barbas al ver que la _fiebre mecsicana_ hubiese invadido su ántes
silenciosa y austera mansion.

Un pasajero de la Baja California, ancho de espaldas, resuelto de
mirada, pero de finas maneras, me sorprendió en la tarde dirigiendo
piropos á las nubes, extasiado con el espectáculo magnífico de la caida
del sol (ya es conocida de mis amigos mi manía de declamar mis versos
al improvisarlos, manía que me ha valido algunos chascos).

El cuadro que yo tenia delante de los ojos era de una grandiosidad
inexplicable.

Moles inmensas de nubes veíanse tendidas y como superpuestas en la
dilatada extension del horizonte; sobre aquella gradería aérea se
condensaban grupos de nubes formando árboles, arcos, pirámides,
cabezas de monstruos con garras y alas, caballos, columnas, ancianos
de profusa barba y dragones gigantescos: de las extremidades de ese
horizonte amplísimo colgaban cortinajes caudalosos de púrpura, que se
revolvian ó se derramaban sobre las gradas: el sol, primero apareció
como en el centro de un pórtico fantástico y fué descendiendo tras
la gradería, trasparentándola, tiñéndola de escarlata, bordando de
oro los cortinajes, circuyendo de ráfagas, árboles, arcos y columnas,
dejando como en la sombra, rocas, ancianos y monstruos; descendió más
y el globo inmenso de fuego tornó en raudalosas cataratas de llama las
gradas, apareciendo el astro rey ahogándose en el infinito de luz que
reproducian las aguas como incendiándose, en tanto que vislumbraba la
luna en Oriente como inundada en lágrimas al presenciar la agonía de
su hijo, el padre del dia.... El cuadro, aunque desnaturalizado por
mi pluma, era magnífico, la tripulacion entera asistia á él, ébria de
deliciosa admiracion. Yo estaba aislado, y como digo, declamando no sé
cuantos disparates.... sentí á mi espalda un ruido y era el pasajero
que me decia:

—Continúe vd., señor.... continúe vd., yo rezaba tambien como vd.

El pasajero es amigo del Sr. Pedrines, vecino de la Baja California,
con quien por tal motivo contraje relacion.

—Allí tiene vd. mi casa, esa es la Baja California, yo poseo
unos ranchos cerca de San José. Cierto es, continuó, que la Baja
California no tiene los tesoros que la Alta; pero es opulentísima,
son innumerables los ganados que sustenta, de sus minas tienen vdes.
noticias bastante exactas por los escritos de los Sres. Esteva y
Castillo, el comercio de la orchilla podria hacerse fecundísimo, la
pesca de la ballena es ramo que ha producido cuantiosas ganancias y no
tengo noticia de que se haga la pesca de la perla, que produce cuarenta
y cincuenta mil pesos anuales, en mejores condiciones que aquí.

Sobre todo, hay islas no explotadas que encierran inmensas riquezas.
¿Vd. no tiene conocimiento del proyecto del Sr. D. Guillermo Andrade
para enlazar por medio de comunicaciones rápidas, Guaymas, es decir,
Sonora, la Baja California y San Francisco ó mejor dicho, para
comunicar varios pueblos por el Golfo de Cortés?

—No, señor; pero debe ser de importancia, porque el Sr. Andrade es
hombre calculador y audaz para los negocios.

—No sé los pormenores del Proyecto, aunque anda impreso en varias
manos; pero sé que se reduce á pedir subvencion para las comunicaciones
frecuentes entre esos puntos que á vd. digo, por medio de vapores que
conduzcan pasajeros, carga y correspondencia.

Como complemento del Proyecto se pide la habilitacion como puerto de
altura al de la Libertad, hoy solo de cabotaje, y el de San Felipe en
la Baja California, cercano á los valles de la Trinidad, Santa Catarina
y los placeres de oro que ahora se tienen que surtir de San Diego, con
perjuicio de los intereses nacionales.

—De solo harina, continuó uno de los que estaban cerca de mi amigo, se
consumirian más de 50,000 pesos al año. La harina de California, puesta
en San Rafael, cuesta de cuatro á cinco pesos quintal, ó sean de doce á
quince pesos carga; abierto el puerto de San Felipe, tendriamos carga
de harina del Altar, por ocho pesos.

Lo propio que digo de la harina podria decirse del azúcar, manteca,
jabon, tabaco, aguardiente, sal, maíz, frijol y otros artículos.

—Tiene vd. razon; yo he oido decir que artículos nacionales, como
panocha, mezcal, sombreros, sillas de montar, zarapes, etc., tienen
primero que ir á San Francisco, donde pagan derechos, y despues venirse
á vender á la Baja California.

Esa tendencia á unirse una parte de Sonora en intereses con San
Francisco, depende de las pésimas disposiciones fiscales, y el gobierno
protegeria con solo no oprimir al trabajo.

Medio de oro hubiese yo dado á mis _vencedores_ los proteccionistas
de México, porque hubieran aprovechado las lecciones sábias del Sr.
Pedrines, á quien apedrearian sin duda los capataces de nuestros buenos
y crédulos artesanos.

En estas conversaciones íbamos al frente del Cabo de San Lúcas: allí,
en una humilde barca de pescadores, resuelto, y sin arrimo ni otra
proteccion que la del cielo, ganó la playa nuestro caballeroso y leal
compañero Antonio Gomez, que se separó de nosotros siguiendo la ruta
que le marcó su sino.

La sencilla y majestuosa celebracion del domingo me conmovió
profundamente.

Sin antecedente el más ligero, uno de aquellos caballeros, que en nada
se diferenciaba de los demás, fué resultando sacerdote. Por supuesto
que jamás le ví al lado de sobrinitas cariñosas de parecido perfecto
del siervo del Señor; nunca le escoltaba un creyente de fisonomía
humilde y estúpida; nunca manifestó esa superioridad del que por
creerse en relaciones con el cielo, puede hacer de la tierra cera y
pábilo.

El comedor se adicionó con una mesa cubierta con la bandera americana,
y sobre la mesa un libro.

Detrás de la mesa estaba el sacerdote: en las bancas, y al rededor de
las mesas se sentaron los creyentes; niñas primorosamente vestidas,
señoritas adornadas con elegancia extraña, jóvenes y caballeros entre
quienes reinaba el silencio y la compostura.

Nada más sencillo que aquel cuadro; pero el recogimiento, la seriedad
y el espíritu religioso preponderante, convirtieron en augusto templo
aquel departamento del buque y dieron solemnidad al que á primera vista
parecia trivial espectáculo.

En determinado momento, el sacerdote inició, y los circunstantes
formaron coros tan acordes, tan llenos de majestad, que me encantaron;
y cuando por las ventanillas del buque distinguia el hervor de las olas
de oro que cortaba la proa, y cuando en los intervalos del canto se oia
el respirar esforzado de la máquina titánica, domadora de las aguas: en
algo de vago y de infinito, tendia sus alas el espíritu, sintiéndose
como enaltecido y purificado por la manifestacion del Hacedor Supremo
en aquel desierto, en que como algas leves flotaban nuestras vidas en
la inmensidad del Océano.

Despues de los coros, pusiéronse los circunstantes en pié y el
sacerdote hizo una invocacion sublime, que conmovió profundamente.

Terminada la ceremonia, unas damas pasearon sobre cubierta, otras se
refugiaron al salon, y yo, acurrucado en mi camarote, de pié y haciendo
que una tablilla puesta sobre el colchon fungiese de mesa, improvisé
los siguientes versos:



AL MAR


    Te siento en mí; cuando tu voz potente
  Saludó retronando en lontananza,
  Se renovó mi ser, alcé mi frente,
  Nunca abatida por el hado impío,
  Y vibrante brotó del pecho mio
  Un cántico de amor y de alabanza!

    ¿Te encadenó el Señor en estas playas,
  Cuando Satán del mundo
  Temerario plagiando el infinito,
  Le quisiste destruir, y en lo profundo
  Gimes ¡oh mar! en sempiterneo grito?
  Tú tambien te retuerces cual remedo
  De la eterna agonía;
  Tambien como al sér mio
  La soledad te cercan y el vacío;
  Y siempre en inquietud y en amargura,
  Te acaricia la luz del claro dia,
  Te ven los astros de la noche oscura.

    A mí te ví venir como en locura
  Desparcido el cabello de tus ondas
  De espuma en el vaiven, como cercada
  De invisibles espíritus, llegando
  De abismos ignorados y clamando
  En acentos humanos que morian
  Y el grito y el sollozo confundian.
    A mí te ví venir ¡oh mar divino!
  Y supe contener tanta grandeza,
  Como tiembla la gota de la lluvia,
  En la hoja leve del robusto encino!
    Eres sublime ¡oh mar! los horizontes
  Recogiendo las alas fatigadas
  Se prosternan á tí desde los montes.
    Prendida de tus hombros la luz bella,
  Forma los pliegues de tu manto inmenso.
  Entre la blanca bruma
  Se perciben los tumbos de tus ondas,
  Cual de hermosa en el seno palpitante
  Los encajes levísimos de espuma.
    Si te agitas, arrojas de tu seno
  En explosion tremenda las montañas,
  Y es un remedo de la brisa el trueno,
  Terrible mar, si gimen tus entrañas.
    ¿Quién te describe ¡oh mar! cuando bravía,
  Como mujer celosa,
  En medio de tu marcha procelosa
  El escollo tus iras desafía?

    Vas, te encrespas, le ciñes con porfía,
  Retrocedes rugiente,
  Y del tenaz luchar desesperada,
  Te precipitas en su negro seno,
  Despedazando tu altanera frente.
    En tanto el viento horrible,
  Arrastrando al relámpago y al rayo,
  Cimbra el espacio, rasga el negro velo
  De la tiniebla, se prosterna el mundo
  Y un siniestro contento se percibe
  ¡Oh mar! en lo profundo,
  Cual si con esa pompa celebraras,
  Entre el eterno duelo,
  Tus nupcias con el cielo!

    Cansada de fatiga, cual si el aura
  Tierna te prodigara sus caricias,
  A su encanto dulcísimo te entregas,
  Calma tu enojo, viertes tus sonrisas,
  Y como niña con las olas juegas
  Cuando te dan su música las brisas.
    Tú eres un sér de vida y de pasiones:
  Escuchas, amas, te enloqueces, lloras,
  Nos sobrecoges de terrible espanto,
  Embriagas de grandeza y enamoras.
    Cuando por vez primera ¡oh mar sublime!
  Me ví junto de tí, como tocando
  El borde del magnífico infinito,
  _Dios_, clamó el labio en entusiasta grito:
  _Dios_, repitió tu inquieta lontananza:
  Y _Dios_, me pareció que proclamaban
  Las ondas, repitiendo mi alabanza.

    Entónces ¡ay! la juventud hervia
  En mi temprano corazon, la suerte
  Cual guirnalda de luz embellecia
  La frente horrible de la misma muerte.
  Y grande, grande el corazon, y abierto
  Al amor, á la patria y á la gloria,
  Émulo me sentí de tu grandeza
  Y mi orgullo me daba la victoria.

    Entónces, el celaje que cruzaba
  Por el espacio con sus alas de oro,
  De la patria me hablaba.
  Entónces ¡ay! en la ola que moria
  Reclinada en la arena sollozando,
  Recordaba el mirar de mi María,
  Sus lindos ojos y su acento blando.
  Si una huérfana rama atravesaba,
  Juguete de las ondas, cual yo errante,
  Léjos de su pensil y de su fuente,
  La saludaba con mi voz amante,
  La consolaba de la patria ausente.

    Si el pájaro perdido iba siguiendo,
  Rendido de fatiga, mi navío,
  ¡Cuánto sufrir, Dios mio!
  Su ala se plega, aléjase la nave,
  Y se esfuerza, y se abate y desfallece,
  Y convulsa, arrastrándose en las ondas,
  El hijo de los bosques desparece.

    En tanto, tus inmensas soledades
  La gaviota recorre, desafiando
  Las fieras tempestades.
  Entónces, en la popa dominando
  La inmensa soledad, me parecia
  Que una voz á lo léjos me llamaba,
  Y acentos misteriosos me decia:
  Y yo le preguntaba:
  ¿Quién eres tú? ¿de la creacion olvido
  Te quedaste sus formas esperando
  Engendro indescifrable, en agonía
  Entre el ser y el no ser siempre luchando?
  ¿Al desunirse de la tierra el cielo,
  En tus entrañas refugiaste el caos?
  ¿O mágica creacion, rebelde un dia
  Provocaste á tu Dios, se alzó tremendo:
  Sobre tu frente derramó la nada
  Y te dejó gimiendo
  A tu muro de arena encadenada?

    ¿O promesa de bien, en tus cristales
  Los átomos conservas, que algun dia
  Cuando la tierra muera,
  Produzca con encantos celestiales
  Otra luz, otros séres, otro mundo,
  Y entónces nuestro suelo
  A tus plantas se llame mar profundo
  En que retrate su grandeza el cielo?

                     *
                   *   *

    Hoy llegué junto á tí como otro tiempo
  Siguiendo ¡oh libertad! tu blanca estela;
  Hoy llegué junto á tí cuando se hundia
  En abismos de horror y de anarquía
  La linfa de cristal de mi esperanza,
  Y hoy como en otro tiempo la voz mia,
  En himno se tornó de tu alabanza.

    Porque tú eres un poema de grandeza,
  Porque en tí el huracan sus notas vierte,
  Luz y vida coronan tu cabeza,
  Tienes por pedestal tiniebla y muerte.

                     *
                   *   *

    Nadie muere en la tierra; allí se duerme
  De tierna madre en el amante pecho:
  Velan cipreses nuestro sueño triste
  Y riegan flores nuestro triste lecho.
  Solitaria una cruz dice al viajero
  Que pague su tributo
  De lágrimas y luto
  En el extenso llano y el sendero.

    En tí se muere ¡oh mar! ni la ceniza
  Le das al viento: en la ola que sepulta
  La rica pompa de poblada nave
  Nada conserva las mortales huellas,
  Se pierden.... y en tu seno indiferente
  Nace la aurora y brillan las estrellas.

    A tí me entrego ¡oh mar! roto navío,
  Destrozado en las recias tempestades,
  Sin rumbo, sin timon, siempre anhelante
  Por el seguro puerto,
  Encerrando en mi pecho dolorido
  Las tumbas y el desierto....

    Pero humillado no; y en mi fiereza,
  A tí tendiendo las convulsas manos,
  Sintiendo en tí de mi alma la grandeza,
  Y ahogando mi tormento,
  Le pido á Dios la paz de mis hermanos:
  Y renuevo mi augusto juramento
  De mi odio á la traicion y á los tiranos.

  ENERO DE 1877.

  A bordo del “Granada” en el mar Pacífico.

  GUILLERMO PRIETO.

El amor irreflexivo de padre me hizo enseñar mis versitos, y cátenme
vdes. en posesion de la más molesta, perjudicial y engorrosa para mí,
de todas las reputaciones: la reputacion de poeta.

A ella debo que mis estudios más sesudos se hayan graduado de quimeras;
de ello ha tomado pié la maledicencia para pintarme como un sér
insustancial y soñador; por ella cualquier _quídam_ me hace objeto
de sus sátiras y soy el tema obligado de todas las detracciones y
calumnias. Ella me hace la mina inagotable de las gracejadas de todos
los necios, y el objeto predilecto para los desahogos de los pedantes y
malvados.

Yo tengo aversion al título de poeta, entre otras cosas, porque no lo
merezco: doy todos mis laureles por una gota de olvido de mi manía.

Pero no hubo remedio. Joaquin Alcalde y yo fuimos los poetas del buque;
en ménos que canta un gallo, se nos volvieron todas nuestras compañeras
de viaje, literatas y sentimentales, llovieron _álbums_ y aquello fué
una gloria.

A persona tan circunspecta y retraida como Francisco Gomez del Palacio,
le asediaban pidiéndole traducciones de nuestros versos, y este buen
amigo pegaba el grito al cielo por la tarea que le imponian nuestra
facundia y los deberes de urbanidad.

La fiebre poética se apoderó hasta del sexo fiero, y no faltó bigotudo
que se hiciera conducir á mi presencia con su intérprete, diciéndome
que cuánto podia bajarle en el precio de una pequeña cantidad de versos
de tristeza y de amor.

Pero tal circunstancia estableció la confianza, menudeaban las
confidencias, se hacia comunicativa la alegría y era de escucharse _un
palomo_ coreado por las lindas hijas de Guillermo Penn y de Washington,
con sus medias lenguas.

La aurora del 25 de Enero nos saludó anunciándonos nuestro pronto
arribo al puerto de California.

El buque tenia más aseo y estaba más engalanado que de costumbre; los
chinos, desde las tres de la mañana, habian hecho maniobrar sus bombas,
y chorros y cataratas de agua habian dejado la embarcacion como un
espejo.

En todos los cuartos se hacian líos y se preparaban los objetos
pertenecientes á cada individuo para su fácil trasporte, corrian los
niños vestidos de lujo, por corredores, escaleras y cubierta, salieron
á luz canarios, guacamayas y perritos falderos, y damas y galanes,
guapos como para asistir á un baile, esperaban con sus sacos, bastones,
paraguas y sombrillas al lado, el deseado momento del desembarco.

Solo el grupo de mexicanos, asaz tristes y derrotados, veian aquel
que para los demás era término, como principio de desdichas y como
confinacion, algunos al destierro y acaso á la miseria.

La navegacion habia sido un paseo, sin una sombra de peligro; el
capitan se habia hecho acreedor á nuestra sincera estimacion y gratitud.

El mar estaba terso y reluciente con el sol, como un inmenso lago
de acero y oro fundidos; comenzamos á percibir buques en todas
direcciones, ya cruzando arrogantes por en medio de las aguas, ya en
tragin perpétuo, cercanos á la costa. A los primeros se interrogaba con
la vista: ¿cuál es tu rumbo? ¿qué destino te prepara el cielo? á los
segundos se les veia como de casa, como la servidumbre de la entrada de
los palacios, con la que se quiere uno informar de las costumbres de
los amos y de las poridades de familia.

Los veteranos del mar, los conocedores de las costas, iban nombrando
las rocas y designando los accidentes del terreno.... La bulla crecia,
la tripulacion de nuestro buque coronaba la cubierta y los corredores
vestida de gala, viéndose en los balaustrados del exterior como orlas
de rostros humanos, sorbetes y sombrillas de todos colores.

De un grupo de buques que parecia venir á nosotros se desprendió el
práctico, sonaron los pitos de los vapores, como el relincho de dos
caballos que se reconocen.

En semicírculo inmenso fueron desplegándose las rocas, los árboles y
las alturas de la bahía. Por el centro del pórtico que parece formar
al descubrirse, sobre olas de nácar y de llama, se distinguian bosques
de mástiles, entre los que negreaban las chimeneas de los vapores,
arrojando torrentes de humo blanco y negro que subia vago y se tendia
dorándose con el sol. Cordajes y banderas de todas hechuras y colores,
formaban redes en los aires, y surcando las aguas, se agitaban
embarcaciones de todos tamaños con sus velas hinchadas y sus remeros
alegres.

Forman gigantescos peñones como inmenso pórtico á la entrada de aquel
mar interior que se llama la bahía de San Francisco, una de las más
grandes y más bellas del mundo.

La bahía de San Francisco tiene grandiosidad sin ejemplo, porque es
realmente una cadena de bahías, eslabonadas por las peculiaridades de
un terreno cuyos accidentes forman una sucesion de prodigios.

El puerto es propiamente la _Puerta de oro_ del Pacífico; dilatadas
costas se extienden á sus lados, forman un estrecho promontorio de
rocas, que parecen penetrar en las nubes, y enormes peñascos le forman
pórtico y la decoran.

Islas, fuertes y montañas, forman el cañón de su entrada, y al
extenderse como que aparta la tierra empujándola y se dilata diez y
ocho leguas. Los bordes de esta inmensa bahía, tranquila y de limpias
aguas, están decorados en uno y otro márgen por pueblos, fábricas,
molinos y estancias circuidas de árboles y por sementeras risueñas que
casi tocan las olas.

Cuando uno cree que se terminó la bahía porque se tocaron sus confines,
se interna y se percibe una isla que como que la limita; pero al
trasponerse la isla, ve abrirse y dilatarse el panorama magnífico de
la bahía de San Pablo, encerrada entre fertilísimas tierras, ceñida de
árboles gigantes y circundada tambien de habitaciones de campo, que
blanquean entre los trigales y al través de los sombríos emparrados.
Ebria de tanta hermosura se quiere como reposar la vista, y entonces
ve como partidas las montañas y que se precipitan á su espalda en ese
cañón profundo, los rios de San Joaquin y del Sacramento, trayendo en
su corriente parvadas de embarcaciones que penetran por esa sucesion de
bahías y se extienden y como que juegan en las aguas hasta dispersarse
en la gran bahía, como una legion de aves acuáticas.

Y cuando se ven como perdidas en aquella inmensidad tres mil y más
embarcaciones de todos los países, entónces parece trivial el cálculo
de que aquellas bahías pueden encerrar la marina de todo el universo.

Un jóven amabilísimo de la familia del Sr. D. Guillermo Andrade (Manuel
Gonzalez), con quien habiamos contraido muy buenas relaciones, se
encargó de ser mi _cicerone_ luego que nos acercamos á la bahía.

El jóven á quien me refiero, perfectamente educado y de buenos estudios
náuticos, me habia instruido en las riquezas de la costa, se habia
extendido en hacerme explicaciones sobre el importante buceo de la
perla, la pesca de la ballena, el cultivo de la orchilla y otros ramos
de riquísimo comercio, de la Sonora y de la Baja California.

A grandes rasgos, y sin pretensiones de pedagogo, más bien con la
pasion de mexicano patriota, me decia:

—¡Ah, señor! qué tesoros perdió nuestra patria; este es un suelo
divino, acaso destinado para una sorprendente revolucion en la gran
metamórfosis de las nacionalidades americanas, cuando despedazados los
miembros del coloso del Norte, adquiera vida propia cada uno de ellos.

La California está limitada al Norte por el Oregon, á los 42 grados de
latitud setentrional; al Este por las Montañas Rocallosas y la Sierra
de los Mimbres; al Sur por Sonora y la Baja California, que acabamos
de ver; al Oeste por el Océano Pacífico. Su extension de Norte á Sur
es de cerca de setecientas millas; de Este á Oeste de seiscientas á
ochocientas: su superficie de 400,000 millas cuadradas!

Levántase en los mares de Occidente California, como apoyándose en las
abiertas costas de México; desde el Ecuador le tienden los brazos y la
cortejan como á una reina las Américas hermanas; las islas de Sandwich
y la Australia romancesca, la ven aduladoras y le envían sus frutos: el
istmo de Panamá la aclama el gran depósito de los efectos de Europa; el
de Suez le sonríe tras los horizontes como celebrando sus nupcias con
el mundo antiguo, y el Japon y la China con los encantos de la leyenda,
y las tradiciones de la cuna del mundo, la lisonjean, con todo lo que
tiene de más grandioso el espectáculo del porvenir de la humanidad.

—Yo, replicaba casi avergonzado de mi ignorancia, todo lo que sé de
California es que fué descubierta en 1548 por Cortés y explotada por
el navegante español Juan Rodriguez Cabrillo. Treinta años despues la
visitó Francisco Drake, quien le dió el nombre de la Nueva Albion, y
que colonizada por los españoles en 1768, formó parte de una de tantas
provincias de la Nueva España.

—Ya estamos en la entrada de la bahía, me dijo Manuel; vea vd., forma
horizonte, parece un mar interior; diga vd. francamente si tenia idea
de un tumulto, de una aglomeracion de embarcaciones semejante; y en tal
movimiento, ¿ve vd. esa isla asentada en el centro de la bahía?—Es la
isla del Alcatráz.

Estos lienzos de roca que parecen precipitarse en el mar, por los
que sin embargo hay caminos que culebrean de alto á bajo, son
fortines y campamentos para las tropas. El lugar ó entrada por donde
estamos pasando es _Golden Gate_ (puerta de oro). Vea vd. entre esos
promontorios de rocas ese palacio como volado sobre el mar: es _Cliff
House_, casa pública de recreo magnífica: ¡qué balaustradas y qué
espléndidos corredores! ¡y cuán concurrido de damas y caballeros!
Al frente, en esos arrecifes, están los famosos leones marinos, que
viven bajo la proteccion de la ciudad. Las falúas de la capitanía del
puerto, del cuerpo de sanidad y del correo estaban abajo de nuestro
buque, tambaleándose en las olas, multitud de negociantes, de agentes
de periódicos, de amigos y curiosos se nos acercaban: numerosos
botes proclamaban sus asientos y medios de trasporte, y por entre
los viajeros circulaban en enjambres con sus tarjetas en las manos,
personas que nos brindaban hospitalidad en hoteles, _restaurants_,
casas de huéspedes y paraderos infinitos. El “Granada” avanzaba por
un laberinto de buques sobre los que flotaban banderas de todos los
pueblos del globo, se oian acentos en todos los idiomas conocidos, y
se veian los trages variadísimos del chino, del danés, del ruso, del
austriaco, del europeo y del americano.

Aturdian los mil ruidos, deslumbraba el sol reverberando en las olas
inquietas, embriagaba la multitud.

Ibamos viendo como ascendiendo á las alturas las calles de la vasta
ciudad, rozábamos multitud de corredores de madera que daban á inmensas
galeras bajo las cuales habia coches, ómnibus y carros en número
sorprendente: eran los _muelles_; en los claros que éstos dejaban,
veíanse regados y amontonados tercios, maquinaria de fierro, madera en
montañas y tragin de carga y de descarga.

En las posas que hacia nuestro buque ántes de acomodarse en su
respectivo muelle, se hablaban los amigos, los esposos se decian
ternezas, los niños desde los brazos de las madres tendian sus bracitos
inquietos á los autores de sus dias.

Algunos, impacientes, tomando en sus manos una especie de morillo con
muescas terminado en gancho (_bichero_), le afianzaban á la orilla
del buque, trepaban de sorbete y paraguas por sus costados como una
lagartija, y caian entre risas y lágrimas en los brazos de personas
queridas.

De mis compañeros y de mí se habia apoderado un recaudador de viajeros
y nos condujo al hotel Gaillard; hotelito para la gente de mediana
fortuna, pero en el que se comia á la francesa, recomendacion poderosa
para los que traiamos el estómago en un hilo á causa del _plan_ ó
_sistema_ americano.

Rompiamos un mar de transeuntes y carruajes, nos deslumbraban por todas
partes edificios magníficos de donde entraban y salian raudales de
gentes bien vestidas, y venciendo cuestas y trepando alturas, llegamos
al suspirado hotel y quedamos oficialmente instalados.

El hotel, como la mayor parte de las casas, está construido bajo el
tema de buque.

Son grandes cajones de madera dentro de los cuales, y siempre bajo de
techo, se superponen pisos de cuartos, comunicados por escaleras de
caoba con escalones forrados de metal, los cuartos tienen ventanillas á
la calle ó se alumbran con tragaluces de variadas formas. No se conoce
lo que llamamos patio, y esto empuja á las gentes á la calle como
temerosas de la asfixia.

Por lo demás, aunque nuestro hotel fluctúa entre la segunda y la
tercera clase, no faltaban sus alfombras y su gas en los tránsitos, ni
en los cuartos su cama matrimonial, sus cómodas con mármol, su tocador,
su perchero y su mesilla exígua para escribir ó refrescar.

El comedor está situado en el primer piso que da á la calle, tiene
sus mesillas como nuestros cafés, su mostrador tras el cual yacia como
embutida la monumental directora de escena y un sirviente jorobado, de
sesgos ojos azules, sarcástico y pacienzudo como un jefe de glosa del
antiguo régimen.

Percheros en las paredes, avisos de teatros colgando acá y acullá, un
espejo vergonzante, retratos de héroes ó bailarinas, ese era el comedor
que se veia á la entrada y frente por frente de la cantina y despacho
del hotel, en donde el _Lager beer_ impera, los _coptails_ abundan,
verdeguea la yerbabuena y está tendido patiabierto el libro colosal en
que los mismos viajeros inscriben su nombre al instalarse.

Hay sus mesillas para los bebedores sedentarios y su mesa de billar
para que maten el fastidio los devotos del trago.

Al recomendar mi escaso equipo á un sirviente francés, de charlar
inagotable, patilla de contrabandista y empaque de teniente de dragones
enamorado, me dijo:

—Aquí no hay ladrones; no estamos en México.

Acababa de hacer esa reminiscencia de mi cara patria, cuando pasaba un
compañero caritativo y supo acentuar con un puntapié tan á tiempo la
frasecilla del francés, que jamás se borró de su memoria, conservando
hácia mí, sin motivo alguno, especial antipatía.

Al frente de la ventana de mi cuarto está un hospital y templo chino,
las bocacalles próximas dan á la opulentísima calle de Kearny, asciende
la vista por un extremo hasta perderse en la altura silenciosa y poco
poblada de la calle de _Pine_ y desciende hasta emborucarse en el
tropel de calles y vericuetos, que como que se atropellan buscando la
orilla del mar.

Descansaba en la noche en mi cuarto, cuando en la esquina próxima brotó
un desaguisado de tambora, tambores, trompetas, platillos y triángulos,
que me conmovió como golpe eléctrico.

Asoméme á la ventana, fijé la vista y era una orquesta entre hachones,
que alumbraban en carteles estupendos, danzarinas, negros, caballos, y
no se cuántas figuras más, con el nombre de Circacianas.

Descendí para ver de cerca la gresca, la concurrencia se agolpaba
al borde de una escalera que conducia á un subterráneo, que era un
verdadero abismo de luz vivísima.

Sin más averiguacion, me descolgué por aquella escalera y me encontré
en un saloncito pequeño, con su mostrador al rededor del cual, hervian
fieltros y sorbetes, levitones y chaquetas de punto, y gente, ya con
lo abigarrado del desórden y la dejadez, ya con cierta pulcritud, que
certificaba el guante, la cadena del reloj y el bastoncillo pretencioso.

En los extremos de la salita hay dos entradas: una para el salon
del espectáculo, la otra para los palcos. Yo nada de esto sabia, ni
entendia palabra de lo que á mi alrededor se hablaba.

Fuí literalmente despojado de medio peso y me empujó suavemente uno de
los empresarios á un corredor angosto y no muy alumbrado, que corre á
la espalda de los palcos.

Entré á uno de esos palquitos cuyo techo casi tocaba con la mano. Son
de reducido espacio, tienen hácia el salon una cortinita que se cierra
y se abre discretamente.

En el palco, y guiados por un mismo impulso de curiosidad impertinente,
se encontraban, Alfonso Lancaster, Pablo Ibarra y Manuel Alatorre,
de la comitiva mexicana el primero; los otros dos, mexicanos, pero
personas independientes, bien acomodadas, ligados á nosotros por sus
afectos á Lancaster y el deseo de servirnos personalmente.

Mi contento fué extremo. Ellos estaban muy sérios viendo el salon. El
tal salon está cubierto de bancas de madera pintada, sin más atavíos ni
adminículos; es casi cuadrado, de techo bajo y ancho de extension. En
el fondo se levanta sobre gruesos vigones un teatrito, tan escurrido y
apocado, que se avergonzaria si se encontrase al frente de nuestros más
humildes teatros caseros de casa de vecindad. Unos picos de gas pegados
á la pared, un candilillo en el centro á cuarta parte de haber y una
hilera de mecheros en el palco escénico, en que no se conoce la concha
del apuntador: este es el salon.

En cuanto á la concurrencia, masculina en su inmensa mayoría, ya hemos
visto algunos bosquejos á la entrada; pero con la luz del gas se ponian
en relieve aquellas barbas amarillas como untadas de cera, aquellos
cuellos largos y empedrados de poros escarlatas como el cuello de un
_guajolote_, aquellos ojos pardos, pequeños y llenos de penetracion
y de audacia, y aquellas concatenaciones de trapos de todas las
formas, de todas las procedencias, de la ruina de todas las hechuras,
salpicados con botones de vidrio, cadenas de acero, anillos de _doublé_
y todos los caprichos de la mercería, y estos narigudos, cuellilargos
y burdos personajes, envueltos en espesas nubes de tabaco de puro ó de
pipa, que ponen la atmósfera de poderse cortar con un cuchillo.

El telon estaba levantado y se representaban cuadros animados de no sé
cuántas atrocidades mitológicas, históricas y bíblicas.

Seguian servilmente la desnudez de las mujeres, ajustadas carnes de
finísimo punto; en los hombres habia mayores economías sin ofender el
pudor.

Pero es de advertir que la propia especulacion y la abundancia de
hermosas, hacen que se soliciten por los empresarios mujeres de rara
belleza, de suerte que independientemente de la exactitud histórica, la
simple exposicion de aquellas damas esclaviza y enamora.

El foco en que aparece el cuadro se ilumina con luz eléctrica, miéntras
el gas disminuye su fulgor, quedando casi oscura la pieza.

Acababa de presentarse el cuadro de Sanson y Dálila; el teatro se
hundia á palmadas y gritos.

Echóse el telon, blasfemó la música no sé cuántas cosas, y quedó casi
desierto el salon, por ser la hora, segun despues supimos, de las
grandes libaciones.

Nosotros, siguiendo las costumbres que veiamos, corrimos la cortinilla
de nuestro palco para fumar con mayor comodidad.

Apénas hicimos esto, cuando sin más antecedente y de manos á boca
se encontró el palquito invadido por las deidades bíblicas del sexo
contrario, que tanto habian encantado al público.

Mandaba la guerrilla de hermosas, una matrona gravedosa que conducia
cerveza y Champaña _para obsequiarnos_.

Alatorre habla inglés perfectamente; dió las gracias, brindamos
asientos á aquellas criaturas que parecian salir del baño, tomamos una
copa y llamó una campanilla á la escena á nuestras bellas visitadoras.

Por más que ninguno de nosotros tuviese una aureola de inocencia, la
visita nos sorprendió altamente, por la excesiva economía en los trages
de nuestras favorecedoras.

En medio de nuestra sorpresa, no habiamos notado que las hijas de Eva
habian despabilado lagos de Champaña. La matrona austera llegó á cobrar
una barbaridad por el obsequio que nos habia hecho (dos onzas de oro).

Continuó la funcion: á la entrada del proscenio habia unas sillas
de palo y en ellas sentados negros y negras, falsificados con
perfeccion; los unos tocaban el tambor, otro agitaba una pandereta con
cascabeles, el otro tenia unos palillos pequeños entre los dedos, los
que sacudiendo fuertemente la mano, castañetean, repican y forman una
ruidera espantosa. Todos, cuando el caso llegaba, zapateaban de punta y
talon, azotando la pata á trechos con ímpetu desaforado.

Estos negros son el alma de la funcion, que no sé por qué se llama de
_Ministrils_; ellos dicen gracejadas obscenas, ellos se dan puñadas y
se derriban de las sillas; pero con tan extravagantes contorsiones,
con tan descompasados gritos, con puñetazos y patadas tan soeces, que
nuestros payasos más desastrados se ruborizarian de semejantes émulos.

La escena suele representar un matrimonio mal avenido, con un nene
de á dos varas, á quien vapulan, poniendo el reverso de su cuerpo en
espectáculo, ó bien le dan papilla en un lavamanos y con una cuchara
como una pala. Ya es un negro sirviente de un doctor que le usurpa sus
funciones en sus ausencias, equivocando recetas y poniendo á la muerte
á los clientes, quienes se vengan á porrazos; ya un chino camarista de
su señora, que se ostenta más frio y estúpido, miéntras ella es más
abandonada, y que sin la intervencion del telon, único representante de
la decencia, yo no sé hasta dónde habria llevado sus libertades.

Pero esta farsa indigna es el regocijo de la canalla, silba
desaforadamente, que es un modo peculiar de aplaudir, golpea las
bancas, grita, aulla y hace que se repitan las escenas más repugnantes,
exigiéndolo con frenesí.

Apénas terminó el acto, cuando oimos los pasos de las negritas;
entónces cerramos el palco, atrancamos con sillas, pusimos verdaderas
barricadas; ellas empujaban, de hacer retemblar el cancel, escalaron el
tabique y sacaban sus negras caras y sus lanudos cabellos por encima de
las tablas; nosotros permanecimos impasibles, atrayéndonos al fin no sé
cuántas injurias.

No era posible resistir más; en la primera coyuntura, abandonamos
el campo, no obstante la curiosidad de viajeros y á pesar de que el
espectáculo suele prolongarse hasta la una ó dos de la mañana.

Cuando al siguiente dia impuse á Francisco Gomez del Palacio de mi
primera aventura, reprochó altamente mi excursion.

—¿No sabes que á esos teatros subterráneos, cafés cantantes y
salones de baile les llaman _los infiernos_? ¿No sabes que esos son
los receptáculos de la gente más perdida, de la que hay en grande
abundancia en esta tierra? ¿Ignoras que noche á noche en esos lugares
hace grandes colectas la policía?

En efecto, á los dos ó tres dias de nuestro primer estudio en el
teatro de las Circacianas, supimos que Dálila, Sanson y la comitiva de
Filisteos y espectadores estaban en la cárcel, de donde nunca debieron
haber salido segun sesudas opiniones.

       *       *       *       *       *

La ciudad de California está construida al E. en línea oblícua á
la Península, sembrada en su centro de colinas elevadas de tierra
pobrísima y de arena; en las ondulaciones rebajadas y aplanadas desde
1846, y en las cuencas de los valles, la vegetacion se ha forzado y se
ven algunos árboles tendiéndose en pequeños jardines, follajes pomposos
de enredaderas de infinita variedad; á todos los vientos y por donde
quiera que se alcanza una altura, se divisa la bahía, que siempre
bella, siempre poblada de multitud de buques, ó sorprende nuestra vista
con su febril tráfico, ó deja ver á lo léjos melancólica y poética la
inmensidad del mar.

En el ángulo N. E. de la ciudad se halla el cerro del Telégrafo, á 294
piés de alto; en el ángulo S. E. el cerro Kincon, y al O. la Montaña
Rusa, á 360 piés de altura.

La parte plana de ese terreno que da al mar y se halla en contacto
con la bahía, es la de los grandes almacenes, la de los barqueros y
pescadores; se asciende, y es el tráfico en toda su opulencia; se aleja
de la bahía, y el terreno se deprime: son las estancias aisladas ó
formando calles silenciosas, las grandes casas, los palacios de los
banqueros y las mansiones de las familias de la clase media.

Porque es de saber que comerciantes, banqueros, letrados, y en general,
los hombres todos de negocios, asisten á despachos ú oficinas al
interior de la ciudad y residen en mansiones campestres, rodeándose de
todo género de comodidades, que se llaman _residencias_.

Al caminar por el interior de la ciudad se asciende, se desciende ó se
camina como hundido en una barranca, siempre presentando regularidad
las casas. Pero en las bocacalles, esencialmente en las que se retiran
de la bahía, las perspectivas son magníficas; son montañas de casas
de campo, palacios y templos; son hondonadas con risueñas mansiones
y parques opulentos, y son inmensos horizontes que forma el mar, ya
desierto, ya cruzando sus olas una barca aventurera en pos de las
posesiones rusas ó la China, ó aisladas barquillas de pescadores.

La ciudad puede llamarse naciente: por todas partes se ven señales de
propiedades que están esperando el _ecsurge_ de la arquitectura para
saltar de entre la arena como Vénus de las ondas; grandes huecos como
tanques que serán almacenes, salones y lugares de placer, y esqueletos
descarnados como peines, como huacales inmensos, como ordenadas
osamentas, cartílagos y fibras, que se envolverán en ricos tapices, se
engalanarán con cuadros, espejos y candelabros y se revestirán de una
capa de cantería ó granito hecho polvo, pero que á la vista y al tacto
consuman la suplantacion del mármol y la cantera.

Y no obstante que esas jaulas de madera tienen un valor tres ó cuatro
veces superior á nuestros edificios de piedra, los creemos roperos
habitados, casas de chanza, falsificaciones que no podemos hacer
formales por más que queramos.

Por otra parte, la vejez de esas casas es verdaderamente espantosa. Si
no se tiene sumo cuidado, las persianas se desarticulan, pierden su
quicio cornisas y columnas, vuela un pedazo de lienzo como denunciando
un fraude, y de los techos se ven próximos á caer, tablones
ennegrecidos por la tierra, el sol y la lluvia, latas desclavadas,
costillares al descubierto, balcones desdentados y gateras y tuseros
que son el harapo, la hilacha, la piltrafa y la zurrapa de la humana
habitacion.



II

Las calles de dia.—De noche.—Los carruajes, wagones y carros.


COMO al desembarcar en California aturdido con la grandeza de la
bahía se encuentra uno sin transicion en las principales calles,
es decir, donde está establecido el tráfico y donde se palpan, por
decirlo así, las formas de la niña gigante, la inmensa aglomeracion de
gente, los tropeles de coches, ómnibus y carruajes de todas hechuras,
la amplitud de las calles, que es de veinticinco á treinta varas,
la de las banquetas que es de cinco ó seis, la elevacion inmensa de
los edificios con sus ventanas, formando hileras superpuestas, sus
pórticos y sus aparadores de cristales de siete y ocho varas de largo
en no interrumpido muro, y la extrañeza y el lujo de las damas y
caballeros, hacen creer que se encuentra uno en una ciudad encantada.
El acrecimiento ha sido tan rápido y tan estupendos los trabajos, que
en los lugares en que todavía en 1846 podian anclar grandes navíos, hoy
se pisan calles opulentas perfectamente adoquinadas.

Las calles de Kearny, la de Montgomery, la del Mercado (Market),
California y Sacramento, son características por su magnificencia y
riqueza.

La primera tendrá dos millas de extension. El primer piso le forman
esos vidrios gigantescos, detenidos entre columnas airosas de fierro,
de suerte que parece una portalería espaciosa de cristales, sobre
la que descansan las masas de los edificios, que están como en el
aire. Estos constan de seis pisos: en las paredes se abren, con
uniformidad constante, ventanas en hileras, unas sobre otras, del
mismo tamaño y hechura, con sus persianas verdes; ó se destacan como
aparadores y nichos salientes, unos sobre otros como sartas, si se ven
verticalmente; como sogas, si se buscan las líneas paralelas, y esos
nichos tienen cristales, molduras y verdaderas filigranas de madera y
de hierro.

De trecho en trecho se interrumpe la monotonía para dejar sobresalir
atrevidas columnas, elegantes pórticos, aéreas construcciones de
aspiraciones griegas y romanas, jarrones, fuentes y estatuas, que
si no fueran de tan leve material, serian milagros del delirio
arquitectónico, provocado por la fiebre de lo opulento y lo fantástico.

Junto á estos sorprendentes edificios hay casucas siempre puntiagudas
y singulares, de la más pobre apariencia, del aspecto más repugnante,
y son la carrocería ó el establo, casas de lavanderas ó almacenes de
grasas y de pieles pestilentes, de donde brotan endriagos enmarañados
y haraposos, fantasmas de falla y borceguíes, y duendes en camisa con
chorreones que escandalizan la vista y el olfato.

[Illustration:

_LIT. DE H. IRIARTE MEXICO._

San Francisco.]

La espalda de esos palacios son callejones inmundos, desahogo de
bebedores, muladares asquerosos sin banqueta, con alumbrados exíguos y
transeuntes patibularios.

Pero el primer piso de esas calles principales es la exposicion
perpétua de cuanto el arte, la ciencia, el buen gusto y la riqueza
pueden mostrar con más orgulloso alarde.

Tiendas de ropa hecha en que se verifican intempestivas metamórfosis,
casas de modistas de inconcebible profusion de trages, chales y
tocados, cajones de ropa en multitud, que como la _Casa blanca_ sola,
contiene mayor riqueza que las de nuestra calle de Plateros juntas, y
joyerías que el solo Palacio de los diamantes con sus espejos, con sus
aparadores forrados en terciopelo negro, ostentan en centellas de luz,
de ópalo, de esmeralda, perlas y oro, por valor de catorce millones de
pesos.

El lujo que en general gastan caballeros y damas, tiene razon de
sospecharlo de fabuloso el que no lo haya visto con sus ojos.

Llegamos en el corazon del invierno: el frio era intenso. Los hombres,
porque no podiamos, ni pude jamás distinguir clases ni posiciones,
vestian de paño negro, llevando al brazo, ó puestos, paletos riquísimos.

Las damas, con generalidad que degeneraba en vulgar y monótona,
caminaban cubiertas de paletos de paño ó de pieles de nutria ó
castores; algunas de esas talmas ó burnuces, valiosos en trescientos
ó quinientos pesos, con sus gorrillos con flotantes velos blancos,
azules, verdes y negros, y sus inseparables sombrillas. No ví sino
muy contados mendigos, y éstos ayudados de un organillo, de un
violin, de un ramo de flores ó una cajilla de fósforos, y esos entes
aguardientosos, trapudos y abigarrados, y esas mastodontas de _schal_,
esas _elefantas_ de delantal y zapato desgobernado, solian pasar por el
centro, como el mal olor donde solo se respiran perfumes.

La afluencia de la concurrencia de _ladies_, en las calles de Kearny,
Montgomery y el Mercado, es perpétua, sin variar ni interrumpirse á
ninguna hora. La _ladie pur sang_ vive en la calle, y ya se sabe que
está en todas partes, y en todas partes se la recibe con preferente
atencion.

Por otra parte, aunque se dice que New-York es el emporio de la
hermosura americana, yo ni teniéndolo presente me imaginé jamás un
conjunto de mujeres más bellas ni seductoras, que tienen derramados
en sus formas tales visos de alegría y de fiereza, y es tan suelto
y desembarazado su porte, que no el vejete que esto escribe y está
turbado y descolorido con cerca de sesenta duros á la espalda, sino la
flor y la nata de los primeros donceles del mundo, quedaria ante ellas
con un palmo de nariz....

A las orillas de las banquetas y frente á las grandes joyerías ó
cajones, hay postes para que desciendan las damas ó para que los
dependientes alcancen cómodos á las portezuelas; en los hoteles tienen
entrada especial las señoras; en los restaurants, hosterías, etc., hay
departamentos preparados con particular lujo para _ladies_, y en el
carro _Pullman_ hay gabinete de aseo reservado para las damas, en donde
se agotan las previsiones de la más exquisita galantería.

La mujer está en posesion plena de su supremacía social; va apoyada en
el inviolable respeto de toda la nacion.... la circuye una aureola de
consideracion, fundada en la fuerza y en la dignidad del hombre. En las
intimidades esa mujer será digna del anatema y del castigo; pero en
la calle, en sociedad, esa mujer, por solo serlo, tiene el amparo del
hombre y de la ley.

En la noche se renueva la vida en el centro de la ciudad, en que se
ven como rios y piélagos de llama; tan viva así es la iluminacion de
algunas calles, como la de Kearny, tantas veces citada, el Mercado
(Market), Montgomery, Dupont y alguna otra.

Muchas tiendas permanecen abiertas y concurridas, y como todas están
profusamente alumbradas con gas, pueden llamarse diáfanas las paredes;
tanta así es la generalizacion de los cristales enormes y las luces
de los aparadores; en la calle se hace luz de dia y se cree una
continuidad de festin el movimiento nocturno. Las tiendas se cierran
uniendo los cristales de las puertas con una aldabilla, que proclama
muy alto la seguridad y la confianza en el pueblo y en la autoridad.

La iluminacion de las calles se debe al tráfico; en las que éste no
impera, hay oscuridad y tristeza, aglomeraciones de casas sombrías y
lugares desiertos, en que apenas con latas hundidas en la arena se
marca la division de propiedades.

Los puestos de frutas, las fondas, los muchos teatros y cafés
cantantes, los vendedores de varios objetos y los prestidigitadores y
caballeros de industria, usan teas y luminarias para atraer la gente
que se agolpa curiosa, pendiente de la charla.

La constitucion material de que hemos hablado en un principio, hace
que en las noches la vista de la ciudad sea singular. A mí en cada casa
me parecia que habia baile.

Desde cualquiera de las alturas que dominan toda la ciudad, las luces
muestran en relieve sus accidentes, se marcan con cintas y firmamentos
de llama, como que se tienden bajo nuestros piés; en los valles, los
reverberos de luz, ó corren en caprichosas ráfagas, ó surgen salpicando
las sombras entre los árboles y los grandes edificios, derramándose en
las plazas y la orilla del mar.

Los carros y carruajes son en gran número, de todas formas y tamaños,
comenzando desde la carretilla de mano, teniendo por sentado que no
hay sér más resistente que el yankee para eso de llevar á cuestas una
carga, y este tal vez es resultado de un sentimiento de dignidad,
benéfico en alto grado, bajo todos sus aspectos, para un pueblo.

Apénas sale de la humilde fortuna un particular ó una familia, cuando
aspira á tener un _vogue_, es decir, un cochecito de dos asientos,
tirado por un caballo, con el que transita por todas partes y se
hombrea con las personas más opulentas.

Pero hay más; el panadero, la lechera, la vendedora de verdura, el
labriego más infeliz, aspiran á tener un carruaje; en él conduce su
mercancía; pero á su familia tambien, que entra sin sentirlo por la
puerta del trabajo, al goce de las comodidades sociales.

En los coches del sitio hay verdadera riqueza; son landós ó carretelas
tirados por soberbios frisones, cubiertos con sus camisas y
esmeradamente cuidados.

Frecuentemente el cochero es dueño del coche y viste elegantemente;
su trage de paño fino, su sorbete, su reloj y sus guantes. Va en el
pescante con las piernas envueltas en ricas pieles, y cuando deja el
puesto de auriga, se introduce en un café, visita un banco ó se instala
en un teatro, relacionándose á veces con lo que parece más encopetado
de la sociedad. Los carruajes transitan á todas horas del dia y de
la noche; pero ¡ay de aquel que no se ajusta con el cochero! porque
ese será irremisiblemente su víctima. Por supuesto no han llegado _al
estupendo progreso de México_, de limitar ese tráfico ni hacer una
oficinita con un administrador y un regidor y alguaciles para los
coches, no se cuidan de que tengan ó no tengan cordeles los carruajes,
ni si los caballos son gordos ó flacos; dejan que el público que paga
califique.

Y en esto de trenes, no me sorprendia su riqueza y compostura, porque
en México habia visto muy buenos: me sorprendía el número. En México
se cita el tren de Barron, el de Iturbe, el de Rubio, el de Mier, y
otros cuatro ó cinco: en San Francisco hay tantos, que no se pueden
particularizar ni colegir de ellos las fortunas de sus dueños. Lo
mucho, lo vulgar en la opulencia, es lo que deslumbra y admira.

Los ferrocarriles pecuarios cruzan las principales calles, y llevan
á distancia de cuatro y seis millas á los pasajeros, por el uniforme
precio de cinco centavos.

Varias son las empresas de estos _wagones_, que compiten en comodidad y
exactitud de servicio.

Los varios empresarios se combinan de modo, que los billetes de una
carrera pueden servir para varias, pudiéndose comprar en junto, con
ventajas como abonados.

Los _wagones_ pueden contener hasta veinte personas cómodamente;
pero se admiten todos los que se quieren ó pueden acomodar, de pié,
aprensados, colgados, hechos racimos ó aglomerándose como una torta,
eso no es del caso: á las señoras se da lugar preferente; pero desde
que las _ladies_ exigieron esa distincion, desde que se daban con
orgullo por bien servidas, la cortesía se resfrió y ahora son más
tibios los varones y mucho más atentas las damas.

Entre los _wagones_, dos clases de ellos llamaron mi atencion.

Los unos, de figura completamente esférica, como quien ve sobre ruedas
caminar un globo de lotería, accesibles á todos los vientos y por
todas partes, corren con un solo caballo: en el término del viaje hay
un círculo de madera incrustado en el suelo que hace girar caballo y
carruaje y lo pone en direccion opuesta á la que traia, con todo y
pasajeros, que entran y salen como en su casa.

Los otros carruajes son más originales: se ven andar por en medio de la
calle de Clay y Sutter sin mulas, ni máquina, ni cochero, ni nada, como
por sí mismos, acarreando pasajeros y subiendo y bajando cerca de dos
millas de distancia.

El mecanismo del movimiento consiste en unas canales paralelas á los
rieles, en donde giran cadenas de fierro con horadaciones que recorren
unas uñas fuertísimas. A los extremos de esas cadenas está la máquina
de vapor, y los carruajes se paran, aceleran ó modifican el paso, segun
la voluntad del conductor, que realmente no tiene sino muy poco que
hacer. Esto me han dicho: veré y contaré.

Pero la impresion que producen esos _wagones_ es rara, y si aplicado el
mecanismo á terreno quebrado parece tan fácil, mucho más lo seria en
los terrenos planos de muchas de nuestras ciudades.

En 1846, la poblacion era de mil almas. Entónces comenzó el influjo
del Este, y en Diciembre de 1850 era de 25,000 habitantes. En 1860 se
computaron en 56,802; en 1870, en 149,473, y en Abril de 1876, las
autoridades locales estimaron el número en 272,345.



III

Visitas.—Los reporters.—La poblacion.—Los mexicanos.


EL arribo del grupo de mexicanos que aventaba la fortuna á California,
produjo alguna sensacion. Los _reporters_ ó noticieros de periódicos
nos asediaban desde el buque, cercando al Sr. Iglesias que era nuestro
compañero de viaje, y el nombre más proeminente entre nosotros.

Este tipo del _reporter_ merece una descripcion especial: es la parte
activa, el resorte del escándalo, lo más importante acaso de un
periódico.

Es un sér curioso y acomodaticio, sagaz como la zorra, escurridizo como
el viento, movible como el azogue.... rastrea como el perdiguero, se
lanza sobre el rumor, el chisme ó la noticia, con la avidez del gavilan
sobre su presa, y salta del duelo al baile, del baile al teatro, ó á la
tertulia literaria, ó al banquete, ó á las carreras de caballos, ó á
la riña de la calle, con sorprendente facilidad.

La prensa anunció con sus cien trompetas la llegada de los mexicanos,
las autoridades locales visitaron al Sr. Iglesias, dándole testimonios
de sincera simpatía y estimacion.

Algunas coplas habian llevado mi nombre por aquellas regiones, y á
poco me encontré rodeado de personas generosísimas, que me colmaron de
agasajos y finezas.

Entre las personas que nos visitaron y se particularizaron más
especialmente conmigo, debo mencionar al general D. Mariano Guadalupe
Vallejo.

El general Vallejo es un hombre de más de setenta años; pero tan
expedito y robusto, como si estuviera en la flor de la vida.

Ancho de espaldas, firme de piernas y de andar desembarazado y ligero,
tez morena, ojos negros, ardientes y atrevidos, pelo negro sin una sola
cana, patilla negra y borrascosa como de curro andaluz, y una boca que
ríe oportuna, y suelta sabrosa la palabra.

Vallejo nació mexicano y se distinguió en las armas; dueño de varias
propiedades en California y partícipe en el descubrimiento del oro,
tendria colosal fortuna; pero es hombre de singular desinteres y ha
gastado parte de ese caudal en buenas obras y en que se le ponga su
nombre á una calle, á un templo y no sé á qué otros lugares.

El general reside en _Sonoma_, cerca de San Francisco; antigua mision
de ese punto, es hoy poblacion risueña, rodeada de fértiles campos y
llamada á un opulento porvenir.

Al general suelen darle sus visitadas las musas retozonas, y con
ese motivo me declaró su compañero de armas poéticas, iniciándome
en excelentes relaciones y llenándome de elogios cada vez que se
mencionaba mi nombre.

Vallejo ha visto nacer, por decirlo así, á California, conoce los
accidentes todos de su fortuna, se recrea en sus recuerdos, es su
historia viva, se enorgullece con sus gracias, le lisonjea que la
llamen bella y se extasía de júbilo considerando en su porvenir.

El general Vallejo ha escrito en elegante y castizo estilo la historia
de California y enriquecido con preciosos manuscritos y curiosísimas
noticias la librería de Banckroff, la más numerosa y rica en documentos
de México, de cuantas tienen los Estados-Unidos y tal vez México mismo.

Aunque entrado en la nacionalidad americana el general Vallejo, la
sangre hace su oficio, defiende á su patria natal, habla de sus glorias
con entusiasmo, conserva sus costumbres y se interesa vivamente en
cuanto corresponde á México.

Un compañero suyo á quien llamaré D. Vicente, quien aferrado á su
nacionalidad mexicana hace de ella alarde, renegando de los americanos
y exagerando sus defectos, me decia:

—Aunque le cuenten á vd., California es cierto que ya no es México,
pero es California; estos no son los Estados-Unidos: en cualquier
mostrador en que se venden ostiones, le preguntan á vd.: ¿de los
Estados-Unidos ó de California? Al partir un buque, decimos todos, si
toma aquel rumbo, va á los Estados-Unidos.

El pueblo será americano por nacimiento ó por conquista; pero aquí
hay multitud de ingleses, irlandeses, franceses, alemanes, italianos,
españoles, mexicanos, hispano-americanos, escandinavos, dálmatas y
chinos. Tiene vd. periódicos, franceses, alemanes y españoles. Teatros
é iglesias pertenecientes á los mismos diversos inmigrantes. La ciudad
da abrigo á veintiocho iglesias protestantes, diez católicas, dos
judías y varias buddistas.

Hay muchas asociaciones de placer, de beneficencia y comercio, así como
logias masónicas en que entran y se estrechan los vínculos sociales en
el sentido de la confraternidad.

De las conversaciones del general Vallejo y de otras personas
pensadoras y atentas al desenvolvimiento de la California, pude colegir
lo siguiente.

Cuando la fiebre del oro (1848), es decir, despues que la noticia de
su prodigioso descubrimiento se propagó como el relámpago, produciendo
ese delirio universal, esa rabia provocada por la sed de improvisar
opulentas fortunas, el desquiciamento social fué completo; apareció
activa y omnipotente la idea de que el oro es la riqueza por excelencia
y se desencadenaron en breve tiempo y en un corto espacio, los
tremendos resultados de ese absurdo.

Abandonaban los padres de familia sus hogares, sin cuidarse de sus
hijos, los labradores huian de los campos, los soldados desertaban
de sus cuarteles, los marinos saltaban á tierra, quedando las
embarcaciones á merced de los vientos, y todos acudian en tropel,
hostilizándose, abriéndose paso con los puños ó con las armas, á los
campos de Sacramento, en donde manaba entre las aguas, en partículas de
rayos de sol, ese metal con que creian forjar la llave para abrir de
par en par las puertas de la felicidad.

En aquel sentimiento comun de enriquecerse, se confundian los
sexos, las edades, las religiones, las nacionalidades; se forjaban
instantáneas alianzas, repulsiones tremendas, colisiones y
complicidades de los hombres de todas las regiones del globo.

Entre tanto estrépito, entre tan inaudito tumulto, las leyes inmutables
de la economía enarbolaban su cetro de bronce, haciendo sucumbir y
plegando todos los ensueños y todas las aspiraciones, á la necesidad.
Cobraron valor fabuloso los artículos de preciso consumo; se daban
puñados de oro por los comestibles, por los abrigos, por los zapatos y
por los instrumentos de trabajo.

Me ha dicho el general Vallejo que un zarape del Saltillo se vendió
por valor de _catorce mil pesos_, libra de abalorio por libra de
oro, un espejillo ordinario de pacotilla por diez pesos, por más de
veinticinco, unas pinzas.

—Yo he visto, me decia mi amigo Escalante, el encuentro de un negro y
un buscador de oro.

El segundo traia un mal fieltro escondido casi bajo del arca derecha,
lleno de onzas de oro. El primero llevaba en la mano una botella de
_wiskey_.

—¿Cuánto quieres por esa botella?

—No la vendo, es muy cara.

—¿Cuánto quieres?

—Lo que pueda tomar con esta mano, de su sombrero.

—Trato hecho.

El negro metió su manaza en el sombrero y la retiró llena de oro.

El buscador se fué muy contento con su botella, y los dos vieron el
trato como la cosa más natural del mundo.

Ningun barbero hacia la barba por ménos de una onza de oro.

Cuando una camisa se ensuciaba, no habia más que tirarla, porque tenia
mayor costo la lavandera que el de una camisa nueva.

Un intérprete exigia cantidades enormes por poner en inteligencia dos
personas prontas á devorarse por no entenderse; el pintor, el carrero,
la servidumbre, se solicitaba en vano muchas veces con el oro en las
manos.

La violencia y el crímen despues, llegaron á imperar despóticamente: el
que atesoraba tenia en espectativa y como que soñaba en las delicias de
Paris y de Italia; pero le acompañaba su revólver, en la mesa, en el
lecho y en todas partes, como si temiera encontrarse momento á momento
con la muerte.

Al potentado se dirigian envidiosas miradas; el asesinato, el
envenenamiento, la traicion y el robo le seguian como su sombra.

Valia una vaca 400 pesos, un barril de aguardiente 700, la libra de
carne 3 pesos; un comerciante llamado Jhones, compró millon y medio de
pesos á razon de seis pesos la onza de oro.

Los improvisados millonarios se tenian que dar bola á sus botas, que
lavarse la ropa y que hacerse la comida, por falta de criados.

Cuando estaban en todo su auge el desórden y la matanza, roto todo
freno, desconocida toda autoridad, asentada la orgía en medio de ese
tumulto de codicia y locura, se anunció la llegada de un cargamento de
carne salada de cerdo.

Acude en tropel la multitud con el oro en las manos para calmar el
hambre, rómpense algunos barriles, y la gente espantada reconoce
miembros humanos despedazados, para servirse en aquel banquete de
furias infernales.

Hechos como este despiertan los sentimientos de órden y de bien,
dormidos en todos los corazones; se lanza una convocacion á los hombres
honrados, sin distinguir colores ni castas, ni nacionalidades, y se
forma la santa alianza del bien, contra aquel desencadenamiento de
maldades.

Los tumultos se sucedian, las olas desencadenadas que formaban los
malvados, se estrellaban en la ley _linche_ y en el _comité de
vigilancia_, que amontonaba y suspendia ajusticiados para escarmientos.

El desórden se apacigua, y de aquel caos surge como un sol el derecho,
con el prestigio y con las bendiciones de todos los buenos.

A la luz de esa victoria del bien, se encontraron en la noble
confraternidad de la revindicacion de la ley, unidos con vínculos
estrechos, el inglés, el ruso, el italiano, el chino, el
hispano-americano, el aleman, los hombres todos, la gran familia
humana, en la cuna de la regeneracion y el progreso.

En San Francisco no avanza un pueblo, es la humanidad la que marcha; no
es el francés, ni el inglés los que fundaron la sociedad; es el hombre,
y el hombre invocando el derecho como primer elemento de salvacion y de
vida.

Esta circunstancia hace esencialmente variar en su fondo y esencia, los
puntos de vista sociales y económicos y hace que la libertad sea una
condicion de existencia, que en vano las leyes convencionales y los
intereses del Norte pretenden embarazar y restringir.

Antes de que la transfiguracion de que hemos hablado se verificase
en 1849, se citó una convencion y se adoptó de pronto en Sonoma la
constitucion del Missouri, reuniéndose la convencion en Monterey, y
señalándose allí á San José como capital del Estado.

San Francisco se vió como un punto _de depósito_ y centro del tráfico,
y de ahí su inverosímil importancia y desarrollo.

En San Francisco tenian varias posesiones los mexicanos.

El lugar donde está ahora la ciudad era como una sucesion de médanos;
sin embargo, M. John S. Hittel, que es en mi juicio de los escritores
más eminentes de aquella region, dice en un momento de exaltacion
patriótica: “Roma tenia siete colinas: la metrópoli de California tiene
muchas más.”

La península se forma de tres anfiteatros enlazados entre sí y á cual
más bello, encerrándose cada uno en su cordillera de hermosas colinas.
La Yerbabuena, que dió su nombre á todo el distrito, al Este, rodeada
de lo que llamamos Montañas Rusas: el anfiteatro de Spring Valley
(Valle de Primavera), al Poniente, y el anfiteatro de la Mision, al
Sur, á donde desemboca la calle de _Pine_. Nada más poético que esos
valles, esas colinas invadidas por palacios, sombreadas por árboles y
arrulladas por las blandas olas de la bahía magnífica.

Esos accidentes del terreno se prestan á mil inesperadas bellezas: la
quinta opulenta, la humilde cabaña, el paseo espléndido, el cementerio
melancólico, todo se realza y arrebata al alma á los espacios del ideal
y del ensueño. Yo querria escribir como mi querido M. Hittel, que con
la pluma de Hugo Foscolo, pinta estos cuadros; pero cabalgando en mi
humilde prosa, diré que en la época del sistema colonial, casi á la
orilla del mar, se encontraba el Presidio ó puerto militar, instituido
para la defensa contra los gentiles ó indios bárbaros, conforme á
los sabios reglamentos de D. José de Galvez. A corta distancia del
Presidio, y á la orilla de la playa desierta, se hallaba la mision de
Dolores, servida por frailes franciscanos, y á su lado, en una corta
extension, la ranchería.

El presidio no pudo establecerse sino hasta 1822.

Verificada la independencia de México, y en las épocas en que rigió la
federacion, figuró la Alta California como territorio.

Los lotes que se enajenaban ántes del descubrimiento del oro en los
arenales en que hoy está construida la ciudad, valian _nueve pesos
cinco reales_, inclusives los costos del documento de venta. Ahora esos
mismos lotes se han dado por _setenta y ochenta mil pesos_.

Los mexicanos poseedores de esos lotes se encontraron fácil y
legítimamente dueños de opulentas fortunas y en elevada posicion
social, atrayendo así otros paisanos y formando la unidad de la raza
más poderosa que cualquiera otra nacionalidad.

El idioma, la religion, las costumbres, el recuerdo de la patria
perdida, creó un ideal que embellecia México, fanatizando á sus hijos
por él, creando patria en aquella trasformacion del suelo.

Las familias mexicanas, sin perder su fisonomía, se enlazaban con
americanos, franceses, rusos y alemanes, y los hijos que nacian y nacen
de esos enlaces, cobran un tipo especial; tienen culto por México, sus
héroes, su idioma y costumbres, y visten como americanos, y comen como
alemanes ó franceses, y se expancen y florecen al soplo vivificante de
la libertad.

Este espectáculo ha formado contraste con las mezquindades económicas
de nuestra patria, sus aduanas interiores, sus levas, su persecucion al
capital, los odios de algunos militares contra todo lo que es razon y
derecho, sus contribuciones excesivas, su desierto, sus malos caminos y
sus ladrones.

Multitud de sinaloenses, sonorenses é individuos de la Baja California
emigran dia á dia á California, donde el lujo, la seguridad y todos los
goces, los esperan; y lo sorprendente es que esos hombres ansíen por
volver á nuestra patria y se consideren como desterrados en aquel país
que realmente suele servir á muchos de refugio.

Los hijos de estos mexicanos adoptan la leyenda de los poéticos
sentimientos de sus padres; pero su idioma, su creencia, su trage y su
espíritu son de California, haciéndose esfuerzo por tener afinidades
con sus paisanos, que verdaderamente no admitirian como sus padres ni
en su servidumbre.

De aquellos mexicanos distinguidísimos por su patriotismo, por
sus talentos y por su caballerosidad, son los Sres. Gaxiolas, D.
Guillermo Andrade, Shleidem, Loaiza, y otras familias como la de Cima
y Concepcion Ramirez, Godoy, Gutte Lhose, Labiaga, José Carrascosa
y otras muchas que nos colmaron de atenciones y empeñaron viva y
profundamente mi gratitud.

De José Carrascosa quiero hacer mencion particular.

Hallábame mústio y cabizbajo en una casa, en espera de Gomez del
Palacio que iba á un negocio particular.

Desconocido, en espantosa inopia, cuellicaido y mal pergeñado de
vestido, esperaba en una pieza solitaria cercana al lugar en que
hablaba mi amigo.

De repente paróse frente á mí un chico con una fisonomía rubicunda como
un sol y alegre como un fandango.

Ancho de carrillos, blanca dentadura, ojos pequeños y retozones....
Robusto pecho, pronunciado abdómen.

—Hombre, con un diantre, me dijo, toma ese trago de coñac.

—Para servir á vd....

—Qué tiquis, ni qué miquis; tú estás cabizbajo, hombre; tú no tienes
un cuarto, Fidel mio, dame como cinco ó diez abrazos; pero menudealos,
pedazo de tarugo.

—Pero ¿quién es vd.? á quién tengo el honor....

—¡Cáspita! siempre el mismo: ¿no te acuerdas de cuando eras
escribiente en la aduana, de aquel gachupincillo de abarrotes que
partia contigo sus almuerzos....

—¡Pepe de mi corazon! vengan cien abrazos. Echaremos el primer trago.

—Pues así como así, prosiguió Pepe radiante de bondad y satisfaccion:
dicen que yo tengo mis cuartos: se acabaron tus penas; mis criados, mi
casa, lo poco que valgo, todo es para tí, hombre.... pero echa otro
trago.

Ese hombre y esa familia fueron mi familia y el consuelo de mis penas;
al rendirles, así como á Concha Ramirez, Shleidem y Cima, mi gratitud,
pago un tributo lleno de espontaneidad y de ternura.

Las familias que he mencionado llenaron á los mexicanos de obsequios
y atenciones; nos crearon una atmósfera de patria y familia y nos
hicieron olvidar las penas consiguientes á nuestra situacion.



IV

Hoteles.—Casas de huéspedes.—Comidas.


CON motivo de nuestra invitacion, tuvimos empeñadas discusiones sobre
los alojamientos, en que hay lujo espléndido.

En esas ciudades americanas, el hotel es el emporio del lujo, el
palacio de la vida, el camarin en que se hace el hogar al viajero y se
le mima, porque saben que el hombre es la primera de las riquezas de un
pueblo.

El hotel es la aspiracion á la confraternidad, la asimilacion del
extraño, la tendencia humanitaria á la formacion de la gran familia
humana, la expresion más alta de la civilizacion, entronizando la
igualdad aunque sea en la vida íntima de un dia. Dios nos libre de esa
hospitalidad en que conoce uno que molesta, y en que le dicen cuando
quiere pagar.... _lo que vd. guste_, para concluir por dar lo peor y
más caro, tratando al extraño como á enemigo.

Segun las relaciones, pude dividir los hoteles en tres clases.

   1ª CLASE.           2ª CLASE.       3ª CLASE.

  Palace-hotel.     Comercial-hotel.     Gaillard.
  Lick-House.       Cosmopolitan-hotel.  California.
  Great-hotel.                           Nevada.
  Occidental-hotel.                      Arizona.
                                         Pacif.

En los hoteles de primera clase se pagan desde tres á quince pesos
diarios.

En los de segunda, de tres á seis pesos, y en los de tercera, de dos á
tres pesos.

Hay casas de huéspedes en que se alquilan cuartos y se come por ocho
pesos semanarios.

Un _lunch_ ó almuerzo económico puede conseguirse por diez centavos:
esas son las casas en que se dice que se paga lo que se bebe;
pudiéndose comer un trozo de _beesfteak_, carnes frias, pan y queso.

En la calle de Montgomery hay una fonda en que por 25 centavos se sirve:

  Sopa.
  Beefsteak.
  Roast-beef y frijoles.

Hay una casa en el barrio de Green, en que se da alojamiento y comida
regular por cuarenta y cinco centavos diarios.

Yo tuve ocasion de visitar el Palace Hotel y no habia visto en mi vida
grandeza semejante. La área que ocupa es de 96,250 piés cuadrados.

El edificio ocupa un paralelógramo de 275 piés en un frente, y en
el otro 350: tiene siete pisos, en que hay 755 cuartos lujosos para
huéspedes: el terreno y edificio, con los principales muebles, tuvo de
costo 3.250,000 pesos.

El patio, singularidad que distingue al hotel, puede contener diez ó
doce coches que se muevan con holgura, bajo una techumbre deslumbradora
de cristales.

Por el interior se ven siete filas de corredores sostenidos por gruesas
columnas, alfombrados todos, llenos de espejos y consolas, jarrones
y estatuas, y reproduciendo incontables lámparas de gas que despiden
vivísima luz que hiere la vista como una basílica, como si estuviera
hundida la mole inmensa en un abismo de llamas.

La parte inferior del edificio la componen salones, oficinas de
ferrocarriles, despacho del hotel, telégrafos, escritorios para los
huéspedes, etc., etc. El depósito de agua contiene 630,000 galones, hay
dentro el edificio cuatro pozos artesianos. El edificio se construyó en
1875 y fué el arquitecto J. B. Gaynor.

Por divertirse con mis impresiones, Iglesias y Gomez del Palacio me
introdujeron en una piececita perfectamente alfombrada y tapizada, con
sus lámparas y sus cómodos asientos: yo creia que era alguna antesala y
seguí hablando; de repente, poniéndome á la puerta de la piececita me
dijeron, dando unos pasos fuera: asómate.... estuve al dar un grito de
espanto: habiamos subido sin sospecharlo yo siquiera al último piso,
más alto que el primer cuerpo de las torres de Catedral y me producia
vértigo aquella altura. Aquel cuartito es un _elevador_.

Lo sorprendente para mí fué hallarme en aquella elevada region con
un jardin espléndido, con profusion de deliciosas flores, fuentes,
estatuas, asientos, kioskos y cuanto habria podido inventar la poderosa
imaginacion del autor de las Mil y una Noches.

En cada uno de los pisos hay sus _Parlors_ ó salones, para la recepcion
de visitas, y en esos salones se ven los tapices de blanco y oro, con
fuentes, aves del paraíso, palmas y cascadas realzadas; se admiran los
bronces airosos, figurando guerreros, trovadores y reinas; nos encantan
las lámparas como un manojo de soles suspendidos de la techumbre de
filigrana; nos convidan sofaes y sillones; nos arroban los magníficos
pianos; nos seducen mujeres como deidades que sonríen y como que
derraman sus encantos sobre cútis de alabastro y rosas; nos alegran
niños juguetones vestidos con elegancia y haciendo flotar en sus
carreras sus cabellos de oro, y nos hechiza la reproduccion de tanta
belleza en los espejos colosales, en que parece que dejó á guardar el
dia sus fulgores.

Las galerías interiores ó claustros que conducen á las habitaciones
de los huéspedes, tienen tambien rara elegancia. Se ven tapizados y
alumbrados perfectamente.

Los departamentos de los huéspedes más pudientes constan de salon, una
ó dos alcobas, escritorio, gabinete de aseo y baño, con agua fria y
caliente.

Embutidos en los marcos de las puertas están los botones para llamar
á los criados, y los tubos de guta percha para comunicar órdenes al
despacho, sin moverse de su asiento ó su cama el huésped.

El comedor corresponde á tanta opulencia: es un salon de cien varas
cuadradas, cubierto de mesas de todos tamaños, con lo necesario para el
servicio.

De trecho en trecho hay grandes aparadores con porcelana y cristal,
espejos por todas partes, consolas y una servidumbre que es un ejército
sobrevigilado por caballeros ceremoniosos, que designan los asientos,
cuidan de la exactitud en todos los criados y llenan de atenciones á
los concurrentes.

Ya se deja suponer lo que serán las cocinas y las dependencias todas
del hotel.

Por la negociacion, tal como yo la ví, me aseguran que ofrecian en
aquellos dias los chinos siete millones de pesos.

Cuando yo creia que se habia dicho la última palabra en materia de
opulencia, me nombraron _El Baldwin House_, que estaba al estrenarse
cuando yo salí de California, y es mucho más extenso y rico que el
Hotel Palace.

El comedor del Lick House está considerado como el más elegante de
los Estados-Unidos. Se halla bajo una inmensa cúpula formando elipse,
con columnas, pórticos y bellezas arquitectónicas de primer órden. El
salon, calculado para contener quinientas personas, está alumbrado por
colosales ventanas que forman en su conjunto como un gigantesco capelo
de cristal.

Cubren el suelo grandes mesas, en las paredes hay gigantescos espejos,
y corona la pieza en su altura una amplia galería en que se coloca la
música en los dias de festin, y asiste numerosísima concurrencia á
disfrutar del espectáculo de los banquetes y escuchar los bríndis, á
que son muy afectos los americanos.

“Hay muchas posadas, donde pueden conseguirse, dice una guía,
alojamientos cómodos, por veinticinco y cincuenta centavos cada noche,
siendo de esta clase el más frecuentado el What Cheer, en la calle de
Sacramento, que fué primitivamente el mejor hotel de la ciudad.

“Los _restaurants_ son una peculiaridad notable y característica de San
Francisco: ninguna otra ciudad de los Estados-Unidos puede comparársele
en esa línea.

Restaurants _Chop-houses_, literalmente casas de chuletas y
_rotisseries_, abundan en cada manzana. Muchos de ellos son de primera
clase, y todos á tan igual altura, que es difícil hacer una eleccion.
Las _Chop-houses_ y _rotisseries_ difieren de los restaurants en que
sus cocinas están dispuestas á un lado del salon, y cada uno puede
escoger su racion de carne, y hacérsela preparar á su vista. Hay
numerosas mesas redondas, en las que pagando cincuenta centavos puede
uno comer y pedir todos los manjares puestos en lista, incluyendo el
vino. “Martins,” en la calle del Comercio, cerca de Mongomery, es
notable por sus excelentes cenas.”



V

Bar-rooms.—Salones en que se venden ostiones.—Salones de
baile.—Aguas minerales.—Dulcerías.


EN San Francisco no hay cafés á nuestra usanza, es decir, salones en
que se sirve café, chocolate, helados, refrescos y comidas, cuando
están en punible ayuntamiento el café y la fonda.

Estancias de vagamundos, residencia de politicastros, alfolies de
chismes, fábricas de crónica escandalosa, centro de novelerías,
desahogo de vejetes verdes y de beodos de levita, reinado del periódico
y teatro de las primeras hazañas del calavera temeron y del pollo
capense ó subteniente. Eso no lo hay. Tampoco hay expendios exclusivos
de licores, á la manera de nuestras vinaterías.

El _bar-room pur sang_ es una pieza con su celosía ó alambrado á
la calle, su mostrador con su indispensable pico de gas para que
enciendan dia y noche sus tabacos los bebedores, ó su fosforero, y su
botecito con limpiadientes de palo.

Contra la pared, y á espalda del mostrador, corre una repisa con vasos
y botellas, y sobre ella su espejo y su reloj de madera, teniendo á los
lados un cuadrito que señala la fecha y un calendario ó directorio de
viajeros.

Debajo del mostrador se encuentra listo un enorme barril de cerveza.

Entra el marchante, suelta sus cinco centavos y se marcha en un abrir
y cerrar de ojos, no sin visitar la oficina tributaria de que está
provisto indispensablemente todo _bar-room_.

En estos establecimientos hay, sin embargo, su variedad; ya estimulan
á la detencion órganos, valiosos algunos de ellos en veinticinco ó
treinta mil pesos, á los cuales se les da cuerda y tocan oberturas,
marchas y variaciones preciosas; ya una música de la murga ó un piano,
halagan á los devotos de Baco, y ya unido á la murga se tiene una
servidumbre femenina capaz de despertar la sed en una piedra.

En las casas citadas, hay sus mesas, se destapan botellas á montones y
se estacionan los borrachines armando gresca y fumando sus pipas, que
nublan la atmósfera de humo pestilente.

Cuando las damas intervienen, es otra cosa; la servidora se sienta
bonitamente junto al forastero ó forasteros, llama á sus amigas para
que no haya nones y se aumentan prodigiosamente los consumos.

Cuando los marchantes son caprichosos y quieren aislarse, no faltan sus
piececitas en alto, _up-stair_, en que se bebe y se conversa con mayor
holgura.

Hay sitios, sin embargo, como el de _La Fuente_, que es subterráneo
y elegantísimo, que tienen bastante semejanza con nuestros cafés; se
toman ostiones, licores ó helados y se goza de la compañía de personas
distinguidas.

El _restaurant mencionado_, que toma su nombre de una lindísima fuente
con peces de colores que tiene en su centro, es el punto de cita de los
banqueros.

En una de las paredes del edificio, como si un delgado chorro de agua
cayese, se desprende una tira de papel que culebrea y se asienta en
un canasto que está en el suelo: mucho llamó mi atencion que multitud
de personas llegasen á consultar la tirita de papel. Esa tirita para
mí fué un prodigio: contiene noticias de todo el mundo, llegadas
momento á momento y sirviendo como de resorte para todas las grandes
transacciones mercantiles: es el cable submarino. No sé por qué aquella
servidumbre del rayo, su objeto, sus consecuencias, el modo sencillo
con que sin aparato se verificaban confidencias hasta el otro lado
del mar, me produjeron tanta impresion. La unificacion de todos los
intereses del globo, fiados con seguridad á una tira un poco más ancha
que una canal de cigarro.

Abundan los _bar-rooms_ cantantes y los salones de danza; pero esos
generalmente se instalan en calles poco frecuentadas y en subterráneos.

Para comprender el subterráneo es forzoso tener presente que lo primero
que se hace en una fábrica es un salon subterráneo, al que se comunica
con la calle por una escalera cuyo último escalon es la banqueta.

Así es que el primer piso ó _bassement_ figura en la calle asomándose
á la banqueta; esos subterráneos tienen sus tragaluces incrustados y
cubiertos como de celosías de fierro y rueditas gruesas de cristal;
tendidos en las banquetas con la luz artificial, se ven como pozos de
llama por esas celosías; se pasa sobre ellos y dan á las banquetas
cierta originalidad.

En cuanto á los salones de danza, el pretexto son las damas para
encarecer los licores; por lo demás, los cantos son desaforados, los
bailes tienen mucho del tropel y el tumulto, y á veces la policía
desciende á poner en paz esos con tan justa razon llamados los
_infiernos_. El café ó salon danzante es el _trait d’union_ del
_restaurants_ de baja clase y el teatro de _Ministrils_ ó negros
falsificados.

Hacen contraste con estos pecaminosos comercios, las dulcerías,
pastelerías, á la vez expendios de aguas, de _Vichy_ y de _Soda_, y las
casas en que se venden ostiones que constituyen una especialidad de San
Francisco.

El amor y la gula están siempre de gorja en la capital del Pacífico.



VI

Visita á la Sra. Godoy.—Sus hijos.—Casa de Moneda.—Album.


ENTRE las personas que nos favorecieron con sus atenciones, debo
mencionar al jóven abogado Godoy, hijo del Sr. D. José Antonio Godoy,
periodista notable en México, con cuya suerte se identificó cuando
la invasion francesa, siguiendo al Gobierno de la nacion, y despues
nombrado cónsul mexicano en California.

El jóven á quien me refiero es de selecta instruccion y su primer deseo
fué presentarnos á su familia.

Habita la distinguida familia Godoy una modesta casita en la calle de
Sutter, con su escalerilla al frente, sus enredaderas colgando del
airoso pórtico y las conveniencias de una decente medianía.

Tocamos la puerta, depositamos en la antesala en un mueble _ad hoc_
que existe en todas las casas de los Estados-Unidos, sombrero y
paraguas, y penetramos al salon, casi á oscuras, porque eran más de las
seis de la tarde.

La Sra. Godoy, que aunque no es como sus hijos nativa de México tiene
verdadera pasion por nuestro país, nos recibió al Sr. Gomez del Palacio
y á mí con finas atenciones y con la dulzura seductora de las señoras
de nuestro país. La Sra. Godoy trabaja á la par de su hijo, dando
lecciones de música é idiomas.

Como he dicho, al entrar estaba el salon casi á oscuras: á poco de
estar en él se encendió el gas y vimos una reducida estancia adornada
con exquisito gusto; alfombras, espejos y cuadros, un buen piano en el
fondo de la pieza; pero yo apénas me fijé en esos accesorios, porque la
luz bañó la cabecera de la sala y me conmovió lo que ví.

Cruzadas dos banderas mexicanas formaban pabellon á tres hermosos
cuadros con los retratos de Juarez, Zaragoza y Ocampo: al pié de Juarez
está otro cuadrito con Degollado y fotografías de mexicanos ilustres.

El conjunto forma una especie de altar en que hay acomodadas chucherías
de México, muñequitos de barro de Guadalajara, figuritas de alabastro
de Celaya, con tal amor, con tan voluptuoso esmero, como puede arreglar
una madre el tocador de una hija adorada.

Respirábamos mexicano, teniamos inesperadamente una entrevista con la
patria: la señora recordaba todas las calles, todos los paseos y á
todas las personas notables. Atropellábanse preguntas y respuestas, se
encendían los ánimos: nos entregamos al culto de la patria.

La señora se colocó frente al piano: el saludo era de rigor, el Himno
nacional, que escuchamos con íntima emocion y recogimiento; despues....
ya conocen mis lectores mis flaquezas, me atreví á solicitar un
recuerdo para los sonecitos del país, que como es de suponerse,
pusieron como almíbar mis labios y armaron fandango dentro de mi
corazon.

La conversacion se animó extraordinariamente.

—No vaya vd. á pensar, me decia la Sra. Godoy, aquí en muchas casas se
tiene este fanatismo por nuestra patria. Hay un barrio mexicano, en que
las tiendas, las fondas, los guisos, son al estilo de México.... Vd.
verá: nuestro templo mexicano es provisional, porque la iglesia grande
está en obra. El templo está dedicado á la Vírgen de Guadalupe, se
predica en castellano y hace los oficios el señor obispo, que ahora se
encuentra aquí.

En los dias de gloriosos recuerdos para nuestros hijos, reunidos ó
aislados, pero todos tributamos á México nuestros homenajes. El 16 de
Setiembre, el 5 de Mayo, el 2 de Abril, no faltan sus diversiones,
porque al fin la sangre habla, y habla muy alto, en aquella patria de
mis hijos.

Yo me contenia; estaba al cometer una barbaridad, mandando traer
Champaña ó pidiéndolo; pero me volvia serio este Pancho Gomez, que no
olvida jamás los reglamentos de la circunspeccion.

El jóven abogado se ofreció á ser mi _cicerone_ en las excursiones que
le anuncié para conocer algo de California.

La visita de la familia Godoy ha sido de las impresiones más agradables
que yo tuve en California: es una familia modelo de finura y honra de
México.

Al despedirnos me anunció la Srita. Godoy que me remitiria su Album
para que escribiera yo cuatro palabras; y aunque me vinieron ímpetus
de ponerme de rodillas para que olvidase mi manía aquella que en el
buque me dió tanto en qué pensar, no hubo remedio.... el álbum aquel
fué motivo para que me llovieran _Albums_ por todas partes y yo soltara
granizadas de versos á troche moche, como un espirituado.

A los dos dias de esta visita, el jóven Godoy, con exquisita cortesía y
despues de invitar al Sr. Iglesias, pasó á mi cuarto para que fuésemos
á la _Casa de Moneda_.

Copiaré mis apuntaciones hechas al paso y á pulso en aquella excursion.

“Estamos al frente del edificio de la Casa de Moneda, y no le doy
epíteto alguno, porque lo colosal y lo gigantesco son términos
vulgares, aquí donde lo titánico y estupendo sustituye muchas veces á
lo grande y á lo bello.

Amplio y tendido pórtico de correcto estilo griego y robustas columnas
de cantería, reciben que no sorprenden al viajero.

Está el edificio situado en la 5.ª calle y Mission, y se penetra por
una corrida escalera de granito.

A un empleado que parece tener el exclusivo objeto de recibir á los
viajeros, hicimos los saludos oficiales.

Miéntras se daba parte al superintendente de nuestra llegada,
descansamos en un salon calentado por una gran chimenea, al frente de
la cual un _gentleman_ en cuclillas y poniendo el reverso al fuego,
apénas se apercibió de nuestra llegada.

Al entrar al salon nos presentaron un gran libro para que escribiésemos
en él nuestros nombres, como es la costumbre.

El superintendente ó director del establecimiento es el capitan
Lagrange, jóven robusto, desembarazado, rubio, de nariz roma y de
amabilidad extrema.

Materialmente nos colocó el director nuestro guía en la locomotora de
su voluntad, y comenzamos un viaje de huracan recorriendo la Casa de
Moneda.

Imposible me será dejar aquí en claro mis impresiones recogidas al
vuelo. Es un laberinto de salones inmensos, en los que el ruido
ejercita todos los tonos, la máquina todas las actitudes, la ciencia
todo su poder y el oro y la plata toda su fascinacion deslumbradora.

Volaba que no corria el inteligente conductor; seguíale el Sr.
Iglesias, imponiéndose sesudo de sus explicaciones y yo las asgaba
jadeando y á pedazos, entendiendo algo que me trasmitia el Sr. Godoy,
lleno de deferencia y bondad para conmigo.

Va diciendo me hacia notar mi guía que siempre hay aquí gran depósito
de plata y oro procedente del Oregon.

—Aunque está vd. mirando, continuaba el guía, tan multiplicadas
operaciones, solo hay empleados en él ciento veinte hombres y sesenta
mujeres.

Siempre corriendo, me decia al oido Sr. Godoy:

—El gobierno nombra cuatro empleados de categoría, de los que uno de
ellos es el director; estos cuatro forman Consejo para decidir de los
asuntos árduos y cada uno preside un departamento, siendo libre en su
esfera de accion.—Ande vd. más vivo.—Esas galerías espaciosas que vd.
está viendo, son pertenecientes á la fundicion.—Inclínese vd.—¿Ve
vd. ese chorro líquido que flamea? Es el oro. Esas son oficinas de
refinacion.—Ande vd. aprisa que están nuestros amigos frente á
la maquinaria.—Yo me limpiaba el sudor, y seguia.—Esas máquinas,
decia yo, merecian ponerse bajo un capelo: ¡qué limpieza! ¡qué finura
de piezas!—Esa máquina grande tiene una fuerza de ciento veinte
caballos.—Allí se verifica el apartado.

—Advierta vd., me decia sin detenerse mi guía, que estos salones
tienen doble piso: uno terso, compacto, de fierro, como una sola
lámina; otro de fierro dividido en fracciones y compuesto de agujeros
como de celosía, que se quitan para barrer, y con las que no se
pierde ni la más leve partícula de metal, recogiéndose fácilmente y
con seguridad las monedas que caen al suelo, sin que los vigilantes
lo perciban. Más adelante se hacen los rieles.—Dése vd. prisa: Sr.
Iglesias va muy léjos.

—Estamos donde se opera la acuñacion, y no me fijo en detalles porque
todas estas operaciones se hacen en México con mejor órden y más
perfeccion que aquí.

—Un poquito más ligero.—Caballero, me estoy ahogando: ese director es
un torbellino.

Sin oirme, me siguió diciendo Sr. Godoicito:

—Esta casa acuña cincuenta millones de pesos anualmente.

En todos los Estados-Unidos solo hay tres Casas de Moneda, que dan
perfectamente abasto: ésta, la de Filadelfia y la de Nevada, que es la
verdaderamente opulenta.

—Le dan á vd., me hizo advertir Sr. Godoy.—Tiene vd. en la mano el
famoso _Trade dollar_ (peso de tráfico).—Yo no estoy cierto, añadió mi
guía, pero diré á vd. su orígen. En el tráfico con China, compitiendo
con los pesos mexicanos, perdian los Estados-Unidos el 8%. El cambio
que hicieron en México de tipo, abatió su precio en el Japon y
China: entónces se inventó aquí el peso de tráfico con su águila á la
mexicana, para el comercio chino.... Vd. lo está viendo: este peso, así
como está, pesa ahora más que el mexicano. Con este peso se hace un
tráfico con China calculado en treinta millones.

En solo el mes pasado (Enero de 77) se enviaron á China ocho millones!!

—¡Hermoso salon! dije á mi compañero, sin alcanzar resuello, y lo que
es más, lindísimas muchachas.

—Esas _ladies_, continuó mi buen guía, están haciendo el pulimento de
los pesos; cada una tiene su balanza al frente y su lima en la mano:
¡qué silencio! ¡cuánta decencia y compostura!

—Aquí, me dijo deteniéndome Sr. Godoy, se cuenta. Vea vd.

En efecto, sobre un tablon dividido en pequeños carriles formados
de rieles paralelos de laton, ví llover como al acaso una granizada
de pesetas. Un empleado cernia el tablon, las pesetas se acomodaban
como por sí mismas en los rieles, y en un abrir y cerrar de ojos, con
exactitud infalible, se habian contado doscientos cincuenta pesos.

Existe en otras partes otro mecanismo para contar los pesos.

Es una especie de tolva en que se depositan los pesos. Estos caen sobre
un plano inclinado dividido por rieles pequeños de laton y cerrados por
una faja. Al caer se acomodan, se levanta la compuerta y se precipitan
en un talego; así se cuentan en minutos miles de pesos.

La maquinita para contar monedas en otras partes, de cinco y diez
centavos, tiene la hechura de un molinito de café, cuyos dientes tienen
el hueco para contener la monedita; se llena de pequeñas monedas la
taza, se agita el manubrio y caen contadas las monedas, señalándose la
cantidad en una especie de reloj que está en el tornillo que afianza el
manubrio.

—Entre vd. á esos pequeños cuartitos de fierro, me dijo mi guía.

Estaban casi oscuros; pero la luz del gas alumbró á nuestra entrada y
me ví cercado de pilas de barras de plata y oro y algunas tortas de
cobre, que reverberaban como espuma de oro salpicada de esmeraldas.

—Habrá aquí, me dijo mi guía, tres millones que están á disposicion
del gobierno federal. El mes pasado dispuso de ocho millones.

Al decir esto iba descendiendo las escaleras mi guía, como arrebatado
por una máquina de vapor, y nos detuvimos en el primer piso del
edificio, en los grandes almacenes de leña y de todos los útiles de la
negociacion.

Hay allí extensos talleres en que se fabrica y repara la maquinaria:
hicimos parada al frente de un inmenso pozo artesiano, de donde manan
cada veinticuatro horas 25,000 galones de agua.

El pozo costó á la negociacion 1,600 pesos, y produce un ahorro de
8,000 pesos al año.

Pero nuestras observaciones se hacian por vapor: de trecho en trecho
estábamos al dejarnos caer de fatiga; al fin nos derribamos en unas
muelles poltronas en el despacho del director.

Amplio salon con grandes ventanas rasgadas á todos los vientos, larga
y despejada mesa en el centro con recado de escribir, lujo espléndido
con el dejo y el buen tono de sencillez admirable.

Ardia la chimenea. El director puso el dedo sobre un timbre que resonó
obediente y apareció como brotando de la pared un negro vestido
elegantemente, conduciendo en una charola de plata espumosas copas de
Champaña helado.

Bebimos á la salud del director, y éste, en los términos más corteses,
correspondió al bríndis, apurando su copa por México y por el Sr.
Iglesias.

Despues se nos repartieron unos cuadernos, que son las Memorias anuales
del estado que guarda la casa.

Nos despedimos llenos de gratitud y prendados de la finura y
complacencia de los Sres. Lagrange y Godoy. Al volvernos, como para
despedirnos del grandioso edificio, pregunté su costo y me dijo un
empleado que habia sido de 1.600,000 pesos, y que todo él era de bóveda
y estaba á prueba de fuego.

Al volver de la expedicion de la Casa de Moneda, y como por vía de
descanso, escribí en el Album de la Srita. Godoy lo siguiente:

EN EL ALBUM DE LA SEÑORITA MEXICANA ADELA GODOY.

    Tú tienes una patria, niña graciosa,
  Que pisa siempre alfombras de frescas flores,
  En donde el aura pura cruza amorosa,
  Cantando amores.

    Tú tienes una patria, que como una Hada
  Hechiza la existencia con sus halagos;
  Que cual á cisne mecen limpios cristales
  De mansos lagos.

    Le rinde el liquidámbar dulces aromas,
  Sombra dan á su frente verdes manglares,
  Y se miran los nidos de sus palomas
  Desde sus mares.

    Las aves á sus aires les dan conciertos,
  Y pompa del espacio son sus volcanes,
  Sublimes atraviesan los huracanes
  Por sus desiertos.

    Da el trigal á sus campos matices de oro,
  Y el algodon vellones de blanca espuma,
  El árbol de sus frutos con el tesoro,
  Cruge y se abruma.

    Las montañas desparecen en el vacío
  Cabelleras inmensas de humo y de llama,
  A sus plantas torrente se torna el rio
  Que ronco brama.

    Cuando Vieron absortos tanta grandeza,
  De la tierra se hundieron en las entrañas
  Los metales, que buscan patrias extrañas,
  Como riqueza.

    Y son sombra de sueño tantos primores,
  Y recuerdo de un sueño tantos placeres,
  Comparado al encanto de los amores
  De sus mujeres.

    Ellas son luz de aurora de nuestra cuna,
  Alivio, encanto, hechizo de nuestra suerte;
  Ellas son en las ondas de duelo y muerte
  Rayo de luna.

    Ellas la aura perfuman cuando suspiran;
  Ellas nos acarician con sus desvelos;
  Infiernos de dolores tornan en cielos,
  Cuando nos miran.

    Y porque no me digas que por galante
  Trovador mexicano, te forjo un cuento,
  Frente á imparcial espejo puesto el semblante,
  Dime si miento.

San Francisco California, Febrero 5 de 1877.

  GUILLERMO PRIETO.



VII

Las calles de dia y de noche.—Remates.—Embaucadores.—El
parque.—Casas de placer.—Calle de Dupont.—Barrio Chino.


HEMOS indicado cuánto es el movimiento, cuánta y cuán viva la animacion
en las calles centrales del comercio y en las próximas al muelle.
De dia hacen ostentacion de estas cualidades las calles de Kearny y
Montgomery, con sus efectos de lujo; las de California y Sacramento con
el movimiento imponderable de sus bancos; la de Battery y otras con la
carga y descarga de sus efectos en los almacenes, y todas con la mezcla
de placer y de los negocios que dan al conjunto una fisonomía alegre de
bienestar y contento.

Lo que no es describible es el conjunto, por más que muchas veces
lo haya intentado. Esas masas gigantescas de edificios austeros,
atrevidos, uniformes y pesados en su parte superior, descansando
sobre nichos de cristales inmensos sostenidos por ligeras columnas;
esa especie de fabricacion aérea, esa luz que corre bajo el macizo de
la construccion de siete y ocho pisos, y que forma como bosques de
lienzos, de joyas, de muñecos, de tocados, máquinas y figurines, eso es
lo que se necesita ver para formar aproximada idea de lo que se quiere
describir.

Atraviesan sin cesar las calles carros y carretas de todas formas y
dimensiones, desde el _vogue_ con sus dos colosales botes de hoja de
lata del vendedor de leche, hasta carretones que llevan montones de
tercios y de baules. El pan, la verdura, la carne, la cerveza, la
soda, todo se conduce en carros y se proclama en todos los tonos, con
insistencia grande, aunque en acento desgarbado y monótono.

El negociante atraviesa en su quitrincillo tirado por un caballo y
sube y baja haciendo su negocio; trepa el ómnibus las cuestas afanoso,
llevando de trasporte familias enteras; wagones innumerables se cruzan
rápidos con un tumulto de viajeros á su retaguardia, y en landós
soberbios y carretelas abiertas van las damas, recostadas entre pieles
negligentemente y dando al aire los velos blancos que revuelan sobre
las flores de sus primorosos gorritos.

Negrean las calles de los bancos con caballeros uniformemente vestidos
de negro, y como para una gran festividad, con sus sobretodos al brazo
como si estuvieran á la entrada de la ópera, culebrean y se agolpan los
chinos vestidos de azul, con los brazos abiertos en actitud de vuelo,
azotando las trenzas su espalda, dejando ver sus medias blanquísimas
como nieve y sus zapatos ó babuchas de chalupa, con los que andan muy
desembarazados, y entre ese gentío se abre paso con su sombrilla la
_lady_ vestida, con deslumbradora elegancia, de pieles, terciopelos y
sedas, reverberando de soguillas y pedrería, ágil, risueña, quemando,
desesperando á los inexpertos hijos de Adam.

Se deslizan y caracolean en todas direcciones vendedores de diferentes
artículos, que excitan ambulantes el apetito, y atacan insolentes los
bolsillos.

Cajoncitos con ramos de flores: cacahuates y naranjas en carritos de
mano; cortaplumas, botones y corbatas, limonadas y refrigerios, en
cajones sobre tripiés.

El sentimiento de igualdad se lleva tan al cabo aquí, que hasta las
que yo habia tenido como naturales categorías de las mercancías,
desaparecen. Entre una joyería y una tienda de modas, invadiendo la
banqueta, esperan marchante las frutas, el apio, los botes de conserva,
el jabon y los zapatos. Interrumpen las hileras de tápalos, casimires
y sombrillas, sendos cuartos de carnero ó de res pendientes de sus
clavijeros y tirando del _schal_ ó la mantilla á los transeuntes. Una
iglesia deja escuchar sus himnos gravedosos al lado de un establo en
que se forcejea con la curacion de un cuadrúpedo. Junto al portátil
despacho de aguas minerales, están los periódicos en todos los idiomas,
con sendos rubros de sus novedades, y lado á lado de la juguetería
de los niños, hay figuras anatómicas anunciando á un cirujano ó á un
dentista.

La botica constituye un ramo de comercio _sui generis_: hay con
profusion cajitas de píldoras, botes y botellas que todo lo sanan, que
prolongan la vida, que reconquistan la fuerza y la hermosura; pero
en la botica se expenden toallas, corbatas, perfumes, _protectores_
para el pecho, ojos de vidrio, bragueros en número estupendo y no sé
cuántas cosas más.

Es de rigor que las boticas ostenten suma elegancia y que sus
gigantescos botellones con aguas de colores sirvan de guía en las
noches, como faros á distancias inmensas. Los aparatos de mármol para
las aguas minerales heladas, suelen valer dos y tres mil pesos. En
México hay uno de estos en la botica de la calle de Tacuba.

En este país inquieto, voluntarioso y movedizo, los _remates_ tienen
importancia especial. La gente, al trasladarse á otro punto, todo lo
abandona, cambia de localidad como la víbora de piel, sin retener ni
reservar nada; parece que desea abandonar hasta sus recuerdos; pero eso
sí, sacando partido.

Por todas las calles hay remates.

Congréganse carros y carretas, colchones, cuadros, pianos, útiles los
más inciviles de la vida íntima; y así como todo lo deja el emigrante,
todo se apropia sin el menor escrúpulo el que queda, sin cuidarse de
la procedencia y haciendo uso inmediato de los desechos que remata.
Lo mismo sucede con los sombreros, con los zapatos y con la ropa que
llaman _de segunda mano_.

Todo el tragin que hemos procurado bosquejar de dia toma en las noches
otro tipo, sin dejar su actividad febril, á lo ménos en las calles
principales.

Pero la noche es el misterio y lo fantástico con que se complica
admirablemente la luz artificial.

En varias esquinas, en alto y á la luz de las antorchas, se miran los
mil suertistas, embaucadores y charlatanes en que tanto abundan estos
lugares.

Ya es un hombre que traga á puñados copos de algodon y por la manga
de la levita le sale hilo de la mejor calidad, vendiendo sus carretes
á alto precio. Ya es un sabio que hace funcionar su máquina eléctrica
para hemorragias, reumatismos, dispepcias y qué sé yo cuántas lacras y
achaques de la triste humanidad. Ya el propietario de unos pajaritos
que predicen el futuro, acarreando papelitos de diversos colores en el
pico. Una gitana dice la buena ventura á unos labriegos, miéntras un
espiritista denuncia sus conversaciones con el alma de Señora Santa
Ana ó de Booth, el asesino de Lincoln. Un Arago callejero explica los
fenómenos celestes al frente de un telescopio por donde todos ven
oscuro, y un perro sabio adivina lo que tiene uno en el bolsillo y la
chica que más le confronta de la concurrencia.

Los cafés cantantes, los teatros de _Ministrils_, los totilimundis y
los saltimbanquis, se anuncian con músicas de viento, sin cesar por
ello los cilindros, haciéndose rajas con los carcajeos de Offembach
ó las salidas picarescas de la Fille de Mad. Angot, miéntras tres
desgalichaos músicos de la Murga con su arpa y sus violines, sus
sorbetes y sus levitas raidas, gimen sus himnos á Garibaldi, con un
sentimentalismo como de quien no ha probado bocado en todo el dia.

En las noches de luna, los parques y jardines son muy concurridos,
viéndose en el parque, en _Cliff House_ y en otras casas de campo,
concurrencia hasta muy entrada la noche.

Pero donde se concentra una animacion nocturna que sorprende al
viajero, es en la calle de Dupont y sus alrededores.

Esa seccion de la ciudad, en una extension como de tres millas y
con muy contadas excepciones, se compone de estancias habitadas por
elegantes sirenas, que atraen con sus cantos y sus hechizos á los
frágiles mortales.

Las bellas habitadoras de esas mansiones se exponen dia y noche en las
ventanas de sus habitaciones, cuyo interior se percibe desde fuera.

Alfombras, espejos, candelabros, estatuas y el indispensable piano en
perpétuo ejercicio, se distinguen en esos templos del ocio.

Las hermosas en las noches suelen estar á la puerta de su negociacion,
vestidas de fantasía. Sultanas, sacerdotisas, griegas, amazonas,
divinidades olímpicas, alternan en todos los idiomas, invitando al
viajero á tomar descanso y encareciendo las grandes recomendaciones de
los establecimientos.

En algunas casas las escalerillas que dan á la calle están llenas
de jóvenes de deslumbradora hermosura, y se oyen de lo alto de los
escalones todos los idiomas, como divertida parodia de la torre de
Babel.

Inglesas, francesas, chinas, españolas, rusas, americanas, parecen con
el destino único de alimentar el bien parecer y la sociabilidad, y en
enjambres los viajeros acuden á hacerse cargo de esa instruccion al
aire libre, competentemente encerrada por la policía en determinados
límites.

Pero yo no sé: cuando entre nosotros se lanza una infeliz á esas
distracciones, la miseria, el desengaño, algun móvil que se relaciona
con misterios del corazon, son determinantes de su fatalidad. En lo
poco que yo pude estudiar de estas desgraciadas, no es así: disponen
de sus gracias como de una mercancía, se trata de su venta como
un expendedor de licores ó de lienzos, el tráfico es en frio....
descarnado, calculado, se valúan los cambios.... y se lamenta ó se
aplaude la alza y baja de la demanda, como al tratarse de la melaza ó
del tabaco.

De este modo, en la joyería, en la fonda, en el hotel, en el baile, se
sazona con la presencia de una hermosa el comercio, como si se tratara
de conducir allí una caja de música ó una bombilla de cristal con
pescados de colores.

Siguiendo las calles de Dupont y las de Jackson, se van viendo en las
puertas los nombres de _Miss Emma_, _Miss Virginia_, _Srita. Adela_,
para que no quede duda y para que no extravíe direccion aquel que suele
recibir una tarjeta en medio de la calle.

En unas de esas quiebras de las calles Dupont y Jackson, residen las
chinas.

Sabido es que las chinas de alguna distincion no ven la luz pública, y
que las aventureras que han logrado fugarse del celeste imperio son de
la peor ralea.

Se compone su vestido de un saco y una enagüilla. Tienen como zorongo y
abultados bucles de cabello cerdoso y reluciente sobre las sienes.

De tez amarilla, chatas, de ojos en diagonal, que parecen arrancar
desde la frente, boca grande y labios delgados, con pintura escarlata
en los carrillos: esa es la china. No lleva sobre sí harapos, ni
denuncian rasgones su mala fortuna; pero hay algo del ocre y de la cera
de Campeche en su atmósfera, que repugna.

Por lo demas, la china es el sér más atrevido, más desvergonzado y
repugnante de cuanto se puede imaginar.

Habita cuartitos sucios y desamueblados que constantemente están
cerrados; pero tiene en su puerta unos boquetes cuadrados con su
puertecilla constantemente abierta; por allí asoma la china su
fisonomía aplastada y saca sus dientes teñidos de colorado, con una
raíz que masca y le comunica ese color de sangre que repele.

Pero muchas chinas no se conforman con su encierro: se posan en el
medio de la calle y se abalanzan al viajero, agarrándole del vestido;
uno de nuestros amigos, entrado en años y circunspecto, dejó,
parodiando á José, la solapa de su levita en descomunal batalla con una
de esas paisanas de Confucio.

Leed lo que escribia en mi cartera el 2 de Febrero de 1877, y que pinta
mis primeras impresiones en el Barrio Chino.

“Saliamos contentos algunos compañeros y yo de la fonda.

Los recuerdos de la patria, las evocaciones á la juventud, y el
vino y el _rompope_, tenian alegres nuestros corazones y traiamos
á las vueltas la historia antigua y moderna de México, la crónica
escandalosa, las ilusiones perdidas y las esperanzas al perderse,
cuando sin antecedente alguno, del modo más repentino y más inesperado,
al doblar una calle, como por mágia, estábamos en China.

En las aceras van corriendo en giros encontrados dos raudales de
hombres y mujeres, vestidos de una manera imperturbablemente uniforme.
Amplio pantalon azul, calzado ó babuchas como chalupa, con la punta
hácia arriba, y una franja blanca ántes de la suela, blusa azul hasta
la rodilla y anchas mangas, largo y bien rasurado cuello, rapada
mollera, con un islote de cabello espeso en el centro, de donde se
desprenden para enroscarse en la propia cabeza ó flotar á la espalda,
luengas trenzas de más de vara, con su mota de cordon ó seda en la
punta. Esas trenzas se equivocan con la cola del mono, no sé por qué.

Las casas de tráfico, con pocas excepciones, están como amontonadas
al ras de la calle, ó en hondos subterráneos húmedos, mal alumbrados,
llenos de embarazos y suciedad.

Ya son fruterías con naranjas colosales, nueces de figura de riñones
que saben á la vez á coco y á nuez: unas raíces de preparacion
particular, que tiñen los dientes y la saliva de color de sangre, y
en tiendas más elegantes, á la usanza americana, chucherías mil, de
marfil, de ébano, de bambú y madera comun, con barnices deliciosos.

Joyas de oro, tejidos de seda con los matices y la levedad de los
colores del íris, y pájaros desecados y pinturas que asombran por la
perfeccion del trabajo.

Todo esto lo veiamos en una especie de tumulto, entre gritos como
ladridos, y desesperándonos la algarabía de instrumentos en que el
rechinar de la carreta y el tirabuzon, rozando con aspereza el corcho,
nos habrian parecido arrullos de tórtola.

En medio de aquella balumba, en que perdia para mí toda su reputacion
filarmónica el celeste imperio, alcé los ojos.

Los terrados, las flores, las personas, no ofrecen diferencia alguna
con las pinturas que vemos, creyéndolas fantásticas, en tibores,
biombos, cuadros y muebles chinos.

Son los balcones salientes y como encerradas sus puertas en cuadros ó
jaulas formados por las celosías.

Lámparas con grandes borlas ó colgajos de seda carmesí los adornan, y
flores importadas con especialidad del Japon las embellecen.

El lirio japonés, que es aquí muy comun, tiene sus tallos como la
azucena, se conservan á la sombra, se desarrollan entre pedrezuelas que
se humedecen y producen flores como de cera.

Los artefactos son muy variados y me producian extrañeza, aunque
conocia algunos, desde los juguetes de los niños, hasta los trages de
los mandarines y sacerdotes.

Para los niños hay trompos á los que se da cuerda, y al bailar se
deshacen en variedad de trompitos de colores que bailan á la vez.

Hay caprichosos ejercicios de paciencia para combinar los colores y
para vencer dificultades, como los nudos mágicos y el freno del gato.

La porcelana se ha docilitado entre los japoneses á un punto que
parece imposible. Se enrosca, se escurre, se volatiliza casi, y al
trasparentarse, revela colores ignorados á la simple vista.

La madera en sus barnices y su levedad, que la confunde con el carton,
presenta mil bellezas.

Pescados que plagian á los naturales con perfeccion, y adornan
charolas, azafates y platos, bandejas, picheles y tazas con flores y
pájaros realzados, desesperacion del pincel, del bajo relieve y el
buril, y partes en que parece se ha condensado la espuma para que en
ella se realcen edificios, árboles, navíos, hombres, mujeres y niños.

Me llamó la atencion, entre mil cosas, la filigrana, emulando el
cabello por su flexibilidad y sutileza en muchas joyas. Diré en este
particular, para desahogo de mi orgullo, que mostré en una tienda unas
mancuernas de filigrana que poseo, obra de mi querido amigo y compadre
José Carrillo, que tiene su taller junto al núm. 30 de la calle de
Ortega, y produjeron admiracion entre aquellos artistas, ofreciéndome
por ellas alto precio.

Ví unos bastones de caña, ligerísimos como plumas, que encierran otros
y otros que se desenvainan hasta prolongarlos de un modo increible.

Admiré barcos, jarrones y columnas de marfil como tela de huevo, llenos
de paisajes deliciosos.

Por último, me extasié al frente de la cabeza de un pájaro hermoso, en
cuyo pico, que tiene la figura del de la guacamaya, se esculpió un bajo
relieve aprovechando las plumas y los accidentes de aquella cabeza,
para producir un edificio fantástico en miniatura, de maravillosa
perfeccion.

No habria salido jamás de aquel laberinto de primores, si no me
hubieran conducido mis compañeros á la fuente del ruido incesante,
que se oia por todas partes vibrar y repercutirse, producido por dos
enormes círculos de metal, extension gigantesca de los platillos de
nuestras músicas de viento, y que forman la boruca más aturdidora, sin
dar tregua á la algazara un solo instante.

Estábamos en el teatro; apénas pude ver el recinto medio oscuro
azuleando de chinos, fumando opio ó tabaco, con sus fieltros echados
hácia atrás, dejando ver las pieles amarillas, las narices aplastadas,
las bocas enormes, el conjunto pasguato y desgoznado. En México hay
muchos que tienen caras de chinos.

En el conjunto de aquella concurrencia me hacia esfuerzo para conocer
á las hembras, que se me resiste llamar bello sexo.

El teatro es semicircular, con una sola galería, como una gran cornisa
saliente.

Esto apénas lo distinguí, porque me dediqué de lleno á ver la
representacion.

No tiene telon ni decoraciones el proscenio; en el palco escénico,
al frente del espectador, está una mesita de madera blanca, entre
dos puertas, y á su lado la orquesta que consiste en el _gongo_ ó
_comal_ de metal, y unos bolillos de palo sonorísimos, que golpean
contra piedras. Una especie de violines de la hechura del mango de una
guitarra y algun caracol ó trompeta; esa es la orquesta, cuyo conjunto
forma cuanto puede inventarse de más rasposo, horripilante y asesino en
materia de ruidos.

Entre aquel golpeo embriagador del gongo, se ven carreras desaforadas,
gesticulan caras estrambóticas, se encogen y desplegan actitudes de
verdaderos demonios.... Atencion, me dijeron, se está verificando la
batalla....

Sale por ejemplo un caudillo con sus alas blancas, con su túnica
riquísima de sedas de colores y oro, con su casco y su espada,
dirigiendo á unos hombres desnudos de medio cuerpo.

Encuéntrase este grupo con otro, que sigue á distinto caudillo; si
aquellos hombres del primer grupo tenian la parte superior del cuerpo
desnuda, éstos tienen la inferior. Embístense las legiones, luchan,
se ruedan por el suelo, dan machicuepas, se revuelcan como unos
frenéticos. La victoria se declara por el primer caudillo, que es una
caricatura de San Miguel Arcángel.

Los chinos victoriosos desfilan con una celeridad que apénas puede
seguirse con la vista, corriendo, dando brincos increibles y vueltas
en el aire, completándose en el vuelo circular que remedan, la parte
desnuda de los unos con la parte vestida de los otros, como si
estuvieran pintados en una rueda que diese vueltas en alto.

Los vencidos, en medio del tragin, ponen obstáculos á la festividad
vertiginosa; obstáculos que consisten en amontonar mesas y sillas,
sobre los que se precipitan los retoños del celeste imperio, como si se
desensartaran de un hilo multitud de cuentas azules que rodaran sobre
planos inclinados en todas direcciones.

El ruido no cesa, y á su golpeo, que no se puede llamar compás, salen
diversas cuadrillas de combatientes, entre las que me deslumbró por
la riqueza de sus vestidos, una que remedaba padres con casullas y
dalmáticas de seda y oro y de bordados espléndidos, que valuaron los
conocedores en muchos miles de pesos.

Nuestra completa ignorancia de la representacion hizo que pronto
degenerasen en monótonos los saltos, los alaridos, el ir y venir y las
posturas puntiagudas, cuadrangulares y diabólicas de los actores.

Segun mis confusas reminiscencias, aquella era una representacion
histórica, en la que un erudito habria encontrado rastros de las
religiones orientales y de la nuestra; pero aunque la ignorancia
es atrevida, en mí, no lo es tanto que me arriesgue á indicar mis
conjeturas, y dejo las cosas de tal tamaño.

Mi _cicerone_ me aseguró que aquella representacion duraba muchas
noches, siempre atrayendo igual gente.

En efecto, en los intervalos de los saltos, los grandes personajes
hablaban, y entónces se notaba en el concurso viva atencion, señales de
interes y aun lágrimas.

Las mujeres se sitúan en la galería, separadas de los hombres.

Durante la representacion, circulan entre los espectadores, gentes que
venden bizcochos, dulces, tabacos y refrescos.

Salí del teatro atarantado, como si hubiera estado en un campanario
durante un largo repique.

Apénas habiamos dado unos cuantos pasos en la calle, cuando nos
detuvimos frente á una puerta, de la que arrancaba una escalerilla de
palo angosta, pero cómoda, y nos encontramos al acabar de ascender, en
un elegante salon chino. Era un _restaurant_.

Tiene dos pisos el _restaurant_. No daré cuenta del primero, porque
estaba cuasi á oscuras. Nos instalamos en el segundo piso, que se
iluminó convenientemente.

Las mesas son redondas, color de café oscuro, con ese barniz peculiar á
los muebles chinos, que semeja al barniz de nuestras _jícaras_.

No usan sillas, sino unos banquillos, que cuando no están de servicio,
se hacinan en un rincon.

En las paredes están como sobrepuestas celosías de madera con pinturas
exquisitas, y sobre las puertas hay cornisas y goteras con labrados,
que figuran frutas, flores y árboles de notable perfeccion.

Muebles, adornos, manteles y lámparas, todo es rigorosamente chino é
importado de aquellas regiones.

En este particular es tan estricta la observancia de consumir todo del
país, que muchos comestibles son chinos. Hay en almacenes hacinados
patos que parecen cachuchas dobladas y que se inflan y ponen en venta:
los cerdos llegan barnizados como de madera fina, como guitarras, y
muchas frutas y legumbres empacadas.

Pedimos _té_, que genuínamente se pronuncia _Cham_: tendió el sirviente
el mantel y nos pusimos en tren de hacer la libacion Asiática.

Colocaron en la mesa panecillos y dulces: los panecillos del mismo
sabor y figura que los que conocemos con el nombre de _polvorones_;
uno de los dulces sabia á dátil, los otros tenian parentesco con las
pinturas de aceite y los menjurjes de botica.

Colocó el doméstico frente á cada uno de los compañeros una pequeña
tacita al ras del mantel, y á corta distancia una especie de dulcera
con su tapa. En aquella ánfora pusieron gran cantidad de hojas de thé y
le vertieron encima agua hirviendo. La tapa de la tetera se desvía para
dar salida al thé, que corrió á nuestras tazas perfumando el salon.

Alegrísimos se pusieron los chinos con nuestras señales de aprobacion,
advirtiéndonos que aquella era la primera toma, que seguirian la
segunda y la tercera, haciéndose más concentrada y aromática la bebida.

Nuestros sirvientes, acompañados del dueño ó encargado del
establecimiento, nos hicieron ver minuciosamente el salon.

Antes nos explicó uno de ellos la manera de servirse las comidas.

En una mesita de las que veiamos, é igual á la en que estábamos
sentados, se colocaban los convidados. Del frente de cada uno de ellos
parte una fila de platos con manjares; los platos son de mayor á menor,
formando el conjunto como los rayos de una rueda, mejor dicho, los
platos y platitos forman una estrella. Los platos grandes son para los
manjares, los pequeños para los dulces. Sobresale entre las bebidas el
sabor del agua-cola, y entre las comidas el de la asafétida. Con eso
queda hecha la apología de la cocina de los chinos.

Véamos el salon detenidamente.

Grandes arcos y cornisas de madera calados, figurando pájaros, pescados
y flores: lianas que cuelgan de las puertas y parecen temblar con el
viento.

En la gotera superior, en delicadísimos bajos relieves, vimos figuras y
caractéres que nos dijeron referirse á la vida de Confucio, á episodios
de sus viajes y la traslacion de sus sábias máximas.

Al subir del primero al segundo piso para retirarnos, nos detuvimos
frente á un mostrador en que se encontraba el director de la
negociacion y el dependiente principal.

El primero de estos personajes fumaba su pipa, de pié, pero recostado
en el armazon de aquella especie de cantina.

Tenia el director entre sus labios su pipa como de ébano, con boquilla
y preciosos adornos de plata. La pipa consiste en un tubo delgado, como
de una tercia de largo, y remata en una pequeña cazoleta donde apénas
cabrá la yema del dedo meñique: allí está ardiendo una bolita poco
mayor que un garbanzo: ese es el opio, que constituye la delicia y que
consume la existencia de los chinos.

En el fondo del salon se ven unos pequeños cuartitos con sus cortinas:
dentro, sobre tarimas, hay grandes cojines; allí se encierran los
fumadores de opio.... á olvidar la realidad de la vida.... soñando
cosas encantadoras.... Pues, señor.... ¿eh?....

El dependiente tenia entre sus manos una especie de bastidor con
alambres horizontales, y en ellos, ensartadas unas cuentas de palo. Eso
se llama _abaco_.

Empujaba las esferitas aquel chino, como una rezandera ejercitada las
cuentas de su rosario.

—Así hacen sus cálculos estos hombres, nos dijo nuestro guía, y
resuelven las más complicadas operaciones de la aritmética.

Aventuramos pruebas haciendo preguntas al dependiente, y quedamos
sorprendidos de la celeridad y exactitud de los contadores.

A mano derecha del dependiente estaba un pincel y en un trastecito
pequeño la tinta de China con que escriben, poniendo unas abajo
de otras, letras y palabras en líneas perpendiculares, como todos
conocemos.

Al despedirnos, el obsequioso sirviente nos dió las tarjetas del
establecimiento, en inglés, pero con su traduccion en chino, para mayor
claridad.

El 13 de Febrero es el dia de año nuevo entre los chinos.

Se saluda el dia con salvas, que se hacen quemando manojos de cohetes
forrados en badana, que ya conocemos, y que producen el ruido de una
matraca, ó como en nuestros fuegos artificiales cuando se quema la
parte superior del castillo (_bouquet_).

Pasean los chinos las calles sacando á luz sus más ricos vestidos: los
de los personajes y mandarines valiosísimos.

El Barrio Chino está extraordinariamente animado ese dia; atraviesan
sirvientes con largos _bambous_, de cuyas extremidades cuelgan canastas
con viandas y verduras.

Como ya he dicho, al frente del hotel en que habito hay un hospital. Al
lado del hospital se ve una pequeña capilla.

Ese dia de año nuevo chino, visitan la capilla. En su centro, y en una
especie de altar, dominaba un ídolo negro.

A su frente hacian varias genuflexiones los sacerdotes.

Uno de ellos agitaba en su mano una especie de cubilete, lleno de unos
palillos delgados como limpiadientes: despues de agitar el cubilete
para que se revuelvan los palillos, los arroja por alto, y al caer, ó
por la postura en que se colocan, que suelen formar letras del alfabeto
chino, ó por su número, marcan tal augurio, que interpreta el sacerdote
y apunta en un papel, hasta que concluido su cálculo, arroja el papel
al fuego. Si el augurio es feliz, entónces hay cantos y demostraciones
de regocijo. Si es desgraciado, exhorta el sacerdote á la conformidad ó
á la penitencia.

En la noche el Barrio Chino está iluminado. En varias tiendas hay una
especie de altares que visitan todos los que quieren.

Los chinos se muestran complacidos de las visitas, y obsequian á sus
amigos con dulces, bizcochos y Champaña.

Yo entré á una botica china que tiene el aspecto de nuestras malas
boticas mexicanas del año de 30. Muchos cajoncitos, botes de barro
vidriado y botellones de vidrio ordinario.

En el fondo de la pieza estaba la figura, de Khoing-Theseu ó Confucio,
con su bonete de dos altos, su luengo bigote y su barba rala y tendida
como una cortina.

A los lados del altar me pareció reconocer á Hoase, madre de Fou-hi, de
quien cuenta la leyenda que siguiendo los pasos de un hombre la circuyó
el arco-íris y dió á luz al gran rey. El seductor tenia el cuerpo de
serpiente y la cabeza de buey.

Díjome el boticario, que hablaba francés con bastante soltura,
mostrándome otro retrato: este es Chin-noung, inventor de la medicina,
y éste, Hoaug-ti, que escribió sobre ella libros admirables.

Por último, enseñándome con sumo respeto otro muñeco, me dijo: conozca
vd. al gran Yu, uno de nuestros reyes más sabios.

El altar, no sé por qué, me recordó á nuestras ofrendas de dia de
muertos.

Habia en el altar dulces, panecillos, toronjas de tamaño colosal: entre
los dulces y las frutas habia tres candeleros con sus velas de cera,
teniendo por pábilo astillas de sándalo. Todo esto se veia al través
del humo del incienso, que se quemaba en un braserillo colocado frente
al altar.

Esta excursion la hice acompañado de la estimable familia Cima,
distinguida más que por su posicion, que es brillante, por su finura y
excelentes cualidades.

El boticario nos brindó con unas pipas de hechura particular; constan
de dos cajoncitos de metal y un pico levantado por donde se fuma.
En uno de los cajoncitos se pone tabaco, en el otro agua hirviendo.
Nosotros rehusamos el obsequio, pero dicen que es muy agradable.

El farmacéutico, que parece hombre de instruccion poco comun, invitó á
las damas para que hablasen con su señora y sus hijas; pero mostró gran
reserva con los hombres, porque los extraños no ven jamás á las chinas
de categoría.

En otra vez hablaré de la poblacion china de California, y su
significacion en las cuestiones económicas y sociales.



VIII

Las religiones.—Los templos.—Los clubs.—La asociacion.


YA hemos indicado cuánta es la libertad religiosa que se practica en
California, los muchos y benéficos templos y la generosa emulacion
que mueve á los sacerdotes de los diferentes cultos para acreditar
sus creencias, difundiendo la instruccion, procurando el alivio y
derramando beneficios en la sociedad en que viven.

En California, cinco familias promovieron, en 1849, la ereccion de un
templo protestante, y despues se multiplicaron sus subdivisiones de
Episcopales, Metodistas, Evangelistas, Presbiterianos, etc.

La religion protestante puede dividirse en dos grandes categorías.
La primera contiene el Episcopalismo, el Congregacionalismo, el
Presbiteranismo. En la segunda, el Metodismo y el Bautismo.

La primera categoría es la de los viejos creyentes, la de la tradicion
y la preeminencia; las segundas se dirigen á las masas. Cuentan los
metodistas con la simpatía de las mujeres del pueblo, y en la cruzada
que formaron contra la embriaguez, tuvieron ocasion de ostentar su
prestigio. Entre los medios de accion de que se sirven los metodistas,
están los _rewals_ (despertadores religiosos), y los _camp meetings_
(asambleas al aire libre).

Se entiende por _rewals_ una visita de la gracia divina, un despertar
á los afectos santos, una resurreccion de la fé en el alma, segun
la voluntad de los confidentes del Señor y acaso conforme á las
necesidades del presupuesto _del cielo_.

Entónces es cuando estallan en los templos esos gritos, esas
convulsiones, esos escándalos, que determinan en poblaciones enteras
mil casos de locura y de suicidio.

El _camp meeting_, nacido tal vez de la necesidad de dirigirse á los
peones del campo ó á los habitantes de pequeñas aldeas, hace sentir
á los creyentes el soplo divino, cantando y bailando, y tienen la
analogía, con las antiguas misiones, en que el enemigo malo no suelta
sus presas y suele colocar su copita de ambrosía, como si dijéramos,
entre la calavera y la disciplina.

Pero en California, por lo que ví, está en completo descrédito el
martirio. Pasaron para siempre en esos lugares felices las lides
religiosas; y si hay algo característico, es la indiferencia de las
masas á esas cuestiones que no dan pesetas sino á reducido número.

Los creyentes tienen sus círculos y sus influencias, sus caballeros de
industria y sus especulaciones; pero el comercio no puede compararse á
ninguno de los ramos favoritos de especulacion.

[Illustration: _LIT. DE H. IRIARTE MEXICO._

Cliff House.]

En cuanto á los católicos, más compactos, con mejor disciplina, mucho
más ilustrado y tolerante que el nuestro, su crédito, ha sabido
aprovechar la emigracion europea, sobre todo la irlandesa, y puede
asegurarse que seis millones de habitantes de la Union son católicos.

En uno de los dias en que los recuerdos caian como sombras en mi
espíritu, busqué el apartamiento de la ciudad, encumbrando una de las
calles centrales.

Llamó mi atencion un templo con su torre en el centro, y el aspecto de
una extensa galera descansando en groseros estribos de cal y canto,
rodeada de un bello jardin circundado por un barandal de fierro.

Espié hácia el templo; estaba completamente solo, se oian mis pisadas
resonar en el pavimento de madera, y el eco de mi tos moria en la
altísima bóveda.

Volví el rostro á todos lados: dominaba en el altar la Vírgen María; al
lado del altar ardia la lámpara; era un templo cristiano con todos los
adornos, accidentes y particularidades que un templo de México.

Tal vez la disposicion de mi alma, acaso la soledad y el silencio, que
es una solemnidad para el espíritu, no sé, pero el conjunto me produjo
intensa conmocion.

Sentia en mi oido el acento de mi Santa Madre como encaminando mis
pasos al cielo por la senda misteriosa de la oracion, poblaban mis
recuerdos los altares, algo de la blanca luz de mi risueña infancia
coronaba las simas negras de mis desengaños y de mis dolores.

Yo dudo de todo lo que puede haber inventado el ingenio humano para
hacer de Dios un objeto de tráfico; mi razon protesta contra esa fé que
consiste en volar en el caos como los arcángeles malditos de Milton;
pero yo siento á Dios y él da luz á mis fibras y canta mi sangre dentro
de mi corazon sus alabanzas.

Yo estaba prosternado: mi patria descendió á mí en espíritu, en
recuerdo, con los afectos de los que amo, con las memorias de los que
esperan mi regreso sobre sus lechos de piedra.

Algun rayo de sol que reverberó en el oro de las molduras del altar, el
gorgear de alguna ave que cantó en las ventanas del templo, huyéndose
alegre, me volvió de mi arrobamiento.... y me dispuse á salir.... en
la puerta del templo habia una mujer anciana que pedia limosna en
español.... vestida como las mujeres pobres de nuestra clase media, de
mi clase.... no sé lo que pasó por mí.... se me figuró que era nuestra
raza entera refugiada cerca de los altares, como una barca náufraga
tras una roca bienhechora.

Voy ahora á dar cuenta á mis lectores de mis impresiones en la Sinagoga.

A gran distancia percibimos la Sinagoga Emmanuel; brillaban al sol las
voluptas de oro colosales en que terminan sus dos torres ó almimbares.
El templo levanta su pórtico como un nicho sobre dos elevadas
escaleras, y ostenta el arco de su pórtico sostenido por macizas
columnas del órden compuesto.

Sobre el arco se ve uno como segundo pórtico formado por tres arcos
ó nichos, y coronado por una gran cornisa saliente de la que parecen
arrancar las torres hasta su mitad, cubiertas en el interior por
espesas celosías.

La parte exterior del templo puede dividirse en tres cuerpos: el
primero, compuesto de grandes ventanas coronadas de respiradores
ó tragaluces circulares de gran tamaño; el segundo lo compone una
colosal arquería con vidrios de colores, como los tragaluces, pero de
forma gótica los bastidores, y el tercer cuerpo, el techo en declive
por ambos lados, como un caballete cercado de pilares de tamaño
proporcional á la mole estupenda del edificio.

Al penetrar al templo nos hallamos casi á oscuras; la luz se modifica
en sus rasgadas ventanas por los vidrios de colores, arabescos de
exquisito primor en que el nácar, el azul y el naranjado, sobresalen y
se combinan con deliciosa belleza.

El templo es como un gran salon; componen su techumbre grupos de
bóvedas, recogidas como un cortinaje azul, sembrado de estrellas.

Sobre el pavimento de madera hay tres hileras de lujosas bancas,
separadas por cómodos pasillos para que la concurrencia transite con
holgura.

En las bancas, de madera fina, con muelles cojines, se encontraban con
sus adornos variados, sus gorros, chales y mantillas, las hijas de
Abigael y de Ruth, que son morenas, de ojos negros, nariz aguileña; en
una palabra, de una hermosura que rinde el alma.

Los caballeros estaban sentados con sus sombreros puestos, lo mismo
los niños; pero todos leyendo en el mayor silencio y guardando la más
reverente compostura.

En el fondo del templo, de sobre el presbiterio arranca un arco
gigantesco que casi toca el techo: en su clave está colocado el órgano,
y á los lados, tras balaustrada riquísima, cantores y cantoras.

Debajo del órgano se desplega un segundo arco y penetra la vista en una
especie de capilla interior, á cuya entrada cuelga una profusa cortina
de color oscuro.

En el centro de la capilla se alza una especie de plataforma, á la que
se asciende por dos amplias escaleras. En medio de la plataforma se ve
un gran bulto de figura cilíndrica, cubierto de terciopelo carmesí.

A los dos lados del arco del presbiterio estaban dos hombres de pié con
sus sombreros puestos.

En la barandilla que limita el presbiterio, que está en alto, se veia
un gran atril y en él varios libros.

Frente al atril, y á uno de sus lados, se percibian dos sacerdotes;
el uno leia, el otro escuchaba atento; ambos vestian ropas talares,
percibiéndose sus camisas, corbatas y trages de caballeros. Cubrian sus
cabezas unos como gorrillos griegos.

El sacerdote, que leia en hebreo, es de arrogante figura, como de
treinta y cinco años, alto, blanco, de negra y espesa barba y de un
metal de voz sonoro y dulcísimo.

Leia con gran fervor el Rabino ó Doctor de la ley y escuchaba el
auditorio conmovido. A veces se ponia de pié el concurso y como que
pasaba invisible sobre él el espíritu de Dios.

El aura recogia el acento melodioso del Rabino, y entónces, léjos, muy
léjos, entre los rayos trémulos de aquella luz crepuscular, se oia una
música de notas celestiales.

Fuese como acercando aquella música que descendia, como gotas de
lluvia heridas por el sol, de regiones sublimes, y entónces, voces
de arcángeles, que no de mujeres, se desataron en cantos dulcísimos
empapados en ternura infinita.

El sacerdote que estaba de pié, al acercarse el canto, abrió sus labios
y escuché la voz de barítono más grandiosa, más augusta y más tierna de
que puede tener idea el sentimiento humano.

Era un idioma extraño, un canto que no tiene analogía con la música
religiosa que prestó sus alas á mi espíritu cuando niño, y que sabe
trasparentar la queja y el ruego; no, era el canto que nos conduce en
la arrobacion del éxtasis, á las contemplaciones de lo infinito y de lo
eterno.

Me sentí conmovido en lo más hondo de mi alma; fué aquella para mi
espíritu una aparicion de la inmortalidad en su más esplendente
seduccion.

La lectura, la deprecacion y el canto, se siguieron alternando entre
los sacerdotes, el auditorio y las melodías en las alturas.

Unas hermosas judías que estaban frente á mí, lloraban, y se limpiaba
sus ojos y su barba blanca un caballero que estaba á mi lado.

De pronto se rasgó el velo que oculta dentro de la capilla el _Sancta
Sanctorum_: los torrentes de armonías del órgano descienden como en
cascadas sonoras. En los cielos, en la tierra, en todas partes resuenan
cánticos sagrados. El auditorio entero hacia vibrar como una sola voz
el himno triunfal del Dios de Jacob.

Los sacerdotes ascendieron por las dos escaleras del fondo de la
capilla que conducen al tabernáculo, y uno de ellos colocó en sus
brazos el bulto forrado en terciopelo carmesí, de que hemos hablado.

Descendieron del tabernáculo los sacerdotes: lo que conducian eran las
Tablas de la Ley.

“¡Aleluya! ¡Aleluya!” clamaba el acento henchido de acentos de la
multitud, entre las vibraciones metálicas del órgano.

Se hizo ascender á un niño al presbiterio, repitiendo como una leccion
la voz del sacerdote la lectura del Decálogo.

Moisés, los Profetas, los truenos y relámpagos del Sinaí, los tiempos
bíblicos de la comunion íntima del hombre con su Dios, palpitaban,
irradiaban en mi alma.

   _ Al Dios de Sabahot, honor y gloria_;
  _Cantemos su poder y su bondad_, etc.,

repetia yo maquinalmente con la voz trémula y los ojos llenos de
lágrimas.

He asistido á los templos cristianos y á los protestantes, he escuchado
la voz de las catedrales y los cantos rústicos de la iglesia de la
aldea ensalzando al Dios de mis padres; y jamás mi alma ha sentido una
impresion más intensa, con ciencia más patente de la Divinidad, que la
que me poseyó en la Sinagoga Emmanuel de California.

       *       *       *       *       *

Fuí invitado y concurrí á otro templo en ciernes, dedicado á la Vírgen
de Guadalupe, favorecido por las familias mexicanas.

En efecto, el domingo que yo asistí la concurrencia era numerosa.
El templo es casi subterráneo, oficiaba el señor obispo de la Baja
California, al que escuché una plática doctrinal dicha con pretenciosa
prosopopeya y muy vacía de sentido.

El templo presenta el aspecto de cualquiera de nuestras parroquias de
pueblo, con la sola diferencia de las hileras de bancas, lo que siempre
da á la concurrencia cierto aspecto de formalidad y compostura, que una
vez vista, se echa mucho de ménos en nuestras iglesias.

Aquella anciana oronda que hace plaza y ocupa los tránsitos; aquella
madre de familia que se aplasta, recoge los sombreros de sus hijos
y los deja retozar sin cuidado, distrayendo y molestando á los
circunstantes; aquellos devotos que atraviesan como haciendo equilibrio
para llegar al altar mayor, y aquellos sacristanes cuchicheadores,
entrometidos y diestros para cruzar entre los ruedos de los túnicos
y de las enaguas que tapizan el suelo; aquellos grupos de hombres
recargados en las puertas, brujuleando y formando biombo á los que de
rodillas ven á su espalda, eso no se conoce en ningun templo de aquí,
por infeliz que sea.

Respecto al servicio de la iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe,
aunque el templo tiene un carácter de muy provisional, deja mucho que
desear.

—Y qué, ¿no ha oido vd. predicar, me decia un paisano, á un padre G***
que se chupa el dedo para eso de la elocuencia? Hace dos domingos nos
predicó un sermon, poco más ó ménos en estos términos. Se hablaba de lo
efímero de la felicidad mundana:

“Dios Nuestro Señor es muy bueno: no seré yo quien hable mal de Su
Divina Majestad, ni quien le ponga tacha; pero no lo vayan vdes. á
creer, un Juan de buena alma, que aguanta carros y carretas.

“Ve, por ejemplo, á un ladron, y haciéndose disimulado, dice: “Buen
provecho, tú las pagarás todas juntas.”

“Se le pasea por los bigotes un borrachin, que le hace tanto caso como
si estuviera pintado, y él dice para sus adentros: “Goza, borrachito,
goza, que no me la has de ir á penar.”

“Se pavonea con su madama uno de estos amancebados que parece que no lo
merece la tierra, y el Señor se está como si tal cosa, ya clavado en su
cruz, ya recibiendo azotes en la columna, ya con la mano en la mejilla,
como quien dice: “Véamos hasta cuándo se hartan estos pecadores.”

“Pero un dia se levanta con todo lo Dios en la cabeza y dice: “Ahora se
hizo la mia,” y entónces, allá va una tempestad, allá va un temblor,
allá una epidemia, por aquí suelta una apoplegía, por allá un insulto,
por acullá una peritonitis de momento, y entónces todos aquellos
pecadorcitos que hemos visto, van sin zumba, sin alcanzar resuello, á
los apretados infiernos.

“Amados fieles: no hay que andarse con chiquillas ni que aturdirse:
amar á Dios sobre todas las cosas y á tu prójimo como á tí mismo: así
se gana la gloria, que os deseo en el nombre del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo. Amen.”

Mucho me temo que el sermon del padre G*** sea invencion de mi amigo;
pero sí me consta que por el estilo son los rasgos de elocuencia que me
han referido personas muy sensatas.

Insistiendo en la importancia del culto católico, se calcula que la
iglesia de Santa María, de que hablamos al principio, y es considerada
como la Catedral, San Patricio y San Ignacio, han costado 175,000 pesos
la primera, 100,000 la segunda y 160,000 la tercera.

Son más de cuarenta los establecimientos que subsisten de la caridad
cristiana, como conventos, colegios, escuelas y hospitales.

El colegio de San Ignacio, para niños exclusivamente, es un
establecimiento de educacion de primer órden. El número de alumnos que
tiene la escuela es de seiscientos.

       *       *       *       *       *

El sentimiento práctico de igualdad, el respeto á lo ajeno, y sobre
todo, cierta altura de civilizacion, provocan en este país á las
asociaciones, que centuplican la valía del hombre, aumentan su
inteligencia, procuran su perfeccionamiento y combaten enérgicamente
el socialismo, porque la libertad es el vínculo de esos empeños
fraternales.

La asociacion cria el capital, emancipa el trabajo, funda bajo
sólidas bases el crédito y prepara al obrero solaz y consuelos en las
enfermedades y la vejez.

Uno de los resortes más poderosos de la grandeza de los Estados-Unidos,
acaso el mayor, son esas asociaciones que en lo científico, en lo
industrial, y de todas maneras, impulsan el inmenso desarrollo de los
elementos de prosperidad de los pueblos.

La civilizacion ilustra al hombre y duplica su importancia, luego que
otro hombre, que á la vez es un capital, se une á él: la moralidad
mantiene la balanza de los intereses entre los asociados: el espíritu
de igualdad impide las explotaciones ventajosas y embota los avances de
la mala fé y de la especulacion vedada. Cuando un pueblo ó una reunion
de hombres no pueden armonizar sus intereses, búsquese la causa
en cualquiera de los motivos que dejamos anunciados, y no culpemos
exclusivamente á la educacion y á la raza, como solemos hacerlo. _El
mal radical de nuestra sociedad mexicana está en que no es armónica.
Piénsese mucho en esto._

Favorece en gran parte en los Estados-Unidos la asociacion, que no hay
cuestiones religiosas, ni se indaga para favorecer á un hombre cuáles
son sus creencias. Se ven frecuentemente tan felices enlaces entre
protestantes y judíos, entre cristianos y turcos, que es un hábito
respetar el ajeno sentir en estas materias.

La política, por otra parte, á nadie divide; el país está constituido y
se desconoce el terreno de la conspiracion: los _polyticians_ se ocupan
de intrigas y de aspiraciones; pero esto es aparte, es como lo poco
que se cuida el público de que haya maromas por San Pablo y ejercicios
en la Villa de Guadalupe: maromeros y devotos hacen su negocio; pero
á la masa del público no le afecta ni le conmueve que un maromero se
descoyunte, ó que un devoto gane con una salve ochenta años de perdon
de sus culpas.

Pero no solo en lo científico ó en lo literario, en las grandes
empresas industriales y en la beneficencia y caridad la asociacion
opera sus milagros, sino en reuniones de puro contentamiento y
distraccion: el _Club_ estrecha las voluntades y calienta los corazones
extendiendo la órbita de las relaciones y los placeres.

Hay, no obstante, quien asigne al Club influencia perniciosa, diciendo
que enfrian los afectos de familia, arrancando á los esposos del
hogar y encendiendo en su corazon las propensiones á la soltería, la
intemperancia y el despilfarro. Acaso sea cierto; acaso sea uno de
los motivos del apartamiento del hombre de negocios del bello sexo,
haciendo insustancial á la mujer y amiga de las aventuras: yo no sé,
ni es mi objeto entrar en semejante análisis; el hecho es que el Club
tiene vida activísima, y los de California son centros en que se
disfrutan las delicias de la buena sociedad.

Los más selectos Clubs son la Union, el Pacífico, y el Club de
California: tiene merecida estimacion el Club aleman, la asociacion y
el Club Hispano-Americano, de que hablaré despues.

El Club se instituye á expensas de los socios y se rige por sus
reglamentos particulares.

Dispone el Club en general de grandes y elegantísimos salones en que
hay su cantina con exquisitos vinos, sus mesas de billar en salas
separadas, mesillas para jugar ajedrez y departamentos para los
aficionados á la música y á las conferencias científicas y literarias.

Los amigos se agrupan ó se aislan acompañados de aquellos con quienes
tienen mayores simpatías, se congregan los artistas, los dados á la
lectura encuentran selectas bibliotecas y periódicos de todo el mundo,
y muchas veces, sin pretenderse, se ajustan entre dos copas negocios, y
se celebran transacciones que tal vez habrian sido difíciles fuera de
aquel lugar.

Yo asistí al “Bohemian Club” (Club de los Bohemios).

Su reglamento particular acoge periodistas, artistas y gente de todas
las naciones, con tal de que las aliente el espíritu de confraternidad
y el buen humor.

Tiene mil prácticas extravagantes dirigidas á hacer más cordiales que
lo comun las relaciones de los socios y quitarle á la reunion la
tiesura y las etiquetas, que son á veces incompatibles con la franca
alegría.

Cada vez que se renuevan los oficios, el presidente pronuncia un
discurso al frente de una enorme tetera que se pasea en procesion, y se
rinden honores á un buho que se mantiene vivo y lleno de atenciones en
uno de los salones del Club.

Pero en medio de esta gresca se verifican interesantísimas lecturas y
conferencias que honrarian á los más encopetados cuerpos científicos y
literarios.

Aunque el Club tiene el nombre de aleman, en el vulgo, hay socios de
todas las naciones, y cuando la caldera de la cantina eleva el vapor,
se produce en miniatura una torre de Babel, que no hay más que pedir.

Mi compañero en esas excursiones era el Lic. Pablo Newman, aleman al
decir; pero que pertenece á la alta aristocracia del universo que se
llama del talento y la virtud.

M. Newman habla español como Fígaro y conoce los modismos de México
como el Pensador, tararea en francés un M. de Framboisy como pudiera
hacerlo la Aimé, y se da cierto _chic_ y sazona con su sal y pimienta
las canciones de la Estudiantina Alemana.

En los negocios nadie es más grave y sesudo que M. Newman; pero luego
que encuentra un resquicio para dar un puntapié á los códigos y á los
comentadores taciturnos, desplega un carácter franco, jugueton, y es el
bebedor más alegre y divertido, sin dejar nunca la finura de cumplido
caballero.

Rubio; con unos desordenados rizos que se columpian sobre su ancha
frente, nariz chata, boca grande, con dentadura temeraria de blancura
y de fuerza, regordete y de movimientos listos: tal es M. Newman.

Le veia una noche hacer más piruetas que de costumbre.

—Muy alegre está vd., le dije....

—¡Oh amigo, eso no es de mi cuenta! Es esta pierna (mostrándome una de
sus piernas) que se acuerda de su orígen campestre....

En efecto, era una pierna de palo la que se regocijaba, con total
independencia de su humanidad.

El Bohemian Club hizo al Sr. Iglesias la acogida á que es acreedor por
su sabiduría y finura, distinguiéndose entre otras personas el Sr.
Lohse, amigo entusiasta de México, que es uno de los ornamentos más
preciados del Club de los Bohemios.

Pero lo que ha dejado en mi alma más vivos recuerdos, es nuestra visita
al Club Hispano-Americano.

Es una preciosa estancia compuesta de cuatro salones y dos pasadizos,
en uno de los cuales está como en modesto retiro una muy bien surtida
cantina.

En el centro está el salon de tertulia.

A un lado se extiende la sala de billares, y al opuesto uno en que se
suelen ajustar juegos de cartas, y el contiguo que funge de gabinete de
lectura.

Españoles, hijos de las Américas hermanas y mexicanos, formaban la
animada reunion.

Un jóven español, cuyo nombre, si mal no recuerdo, es Arrillaga, y un
aleman, ambos eminentes profesores, hacian cantar divinidades al piano
que adornaba la sala.

En la aurora del entusiasmo, llegaron dos caballeros vestidos de negro,
que parecian retraidos.

Al rincon en que estaban llegó una arpa, y en pos de ella una guitarra,
con cuyos instrumentos hicieron conocimiento los recien llegados.

A poco se oyó el cuchicheo de la arpa y el primer carcajeo de la
guitarra: M. Newman estaba en medio de la pieza radiante de alegría.

Aquellos eran eminentes artistas; sus instrumentos expresaron el
requiebro y la zandunga, y el clamoreo sentimental, y el suspirar
apasionado por la patria ausente.

Apareció el Champaña desbordándose, como tendiéndonos los brazos,
escoltado por M. Newman, los Gaxiolas, Pepe Shleidem, Andrade y no sé
cuántos más.

Nos rodeamos á una mesilla que estaba en el centro de la sala, donde se
colocó el Champaña, y un caballero nombrado por todos los socios del
Club, nos dió la bienvenida en los términos más elocuentes y sentidos.

Habló el Sr. Iglesias con la correccion y elegancia con que sabe
hacerlo, hablaron Gomez del Palacio y Velasco, y yo dije cuatro
atrocidades de piés cortos, que se publicaron en los periódicos.

Estaba en su colmo el contento: Labiaga queria torrentes de Champaña
hasta para los que paseaban en la calle.

Nuestros amigos Salvatierra y Ferrer, que eran los artistas de arpa
y guitarra, nos convertian en armoniosos y divinos los recuerdos de
México; Benitez con sus modales finísimos se aislaba con unos amigos,
formaban grupos, enlazados de los brazos, americanos, mexicanos y
españoles, y Carrascosa me llamaba aparte para echar un trago entre
carcajadas y palabras extra-diccionario, por nuestras memorias
juveniles, como Cleto y Venancio en la Gallina Ciega.

—¿Te acuerdas de aquellas costurerillas de que éramos los Tenorios?

—¡Cállate! ¡cállate!

Despertóse á varios la impaciencia de que yo hiciese versos sin cesar:
en medio de aquel barullo, yo comencé el que sigue, apuntándolo con
un lápiz sobre la rodilla y arrebatándomelo de las manos sin concluir
para darle lectura, porque lo que importaba era dar pábulo á la comun
alegría, y allá va:

    Más vino á mí: que mi razon se finja
  El ruido atronador de los festines:
  Que mujeres de faz de querubines
  Me den sonriendo el tósigo á beber.
    Que produzcan los ecos del contento,
  Ráfagas de huracan, notas extrañas:
  Bebed! bebed, que se arden mis entrañas
  Y tiene el labio inextinguible sed.

         *       *       *       *       *

    Bebed! bebed; pero á la vez ansiosos,
  Vosotros ilusiones, yo el olvido,
  Bebed, para que apague mi gemido,
  El ruidoso tumulto del gozar.
    Y en esas olas en que envuelve el íris
  Entre el oro del ópalo, la llama,
  No mireis que furtivo se derrama
  Con llanto acerbo de mi pena el mar.

         *       *       *       *       *

    ¿Dónde estoy? Esas calles, esos ecos,
  Esas bellas.... sus gracias y su lloro,
  No son tuyos ¡oh patria á quien adoro!
  Nada me dicen, para mi alma á mí.
    ¿Dó están las hadas que en mis negros sueños
  Fúlgidas pasan, mis dolores viendo,
  Y á mí sus brazos, con amor tendiendo,
  Porque tal vez por siempre las perdí?

         *       *       *       *       *

    Que alce el Yankee palacios en los mares;
  Que de férreo tendon doten al viento,
  Para que tenga cuerpo el pensamiento,
  Rieles el éter, el espacio voz.
    Que entre el triunfal hosanna del trabajo
  Levanten los alcázares su frente;
  Que pase sobre el cuello del torrente
  Envuelto en humo rápido el vapor....

         *       *       *       *       *

    Todo lo pueden ellos; ellos pueden
  Convertir en espléndidas naciones
  De mi patria infelice los girones,
  Botin de engaño, presa de baldon.
    Todo lo pueden ellos; mas no pueden
  Arrancar á mi patria su nobleza:
  Ni robar á su espléndida belleza
  Su heróico, su divino corazon.

         *       *       *       *       *

    Más vino á mí, ¡bebamos! á la patria,
  Que más se adora, cuánto más ausente....
  Que disipen las sombras de mi frente
  Sus recuerdos dulcísimos de amor....
    Que se desplegue el lábaro latino
  Refulgente en los cielos del progreso....
  Copa de mis amigos.... en mi beso
  Recoge con ternura.... mi ovacion......

No estoy cierto si he descifrado con fidelidad los garabatos medio
borrados del lápiz, pero ellos alentaron el contento; Carrascosa me los
aprobó sorbiendo sin tiquis ni miquis, como él dice, una copa en que se
podia bañar un cristiano.

Hemos visto, bajo el aspecto que parece más trascendental y frívolo,
la asociacion; pero si la consideramos con sus verdaderos caractéres,
veremos que ella realiza esas obras gigantescas, esas empresas
titánicas que como que borran en la historia los recuerdos de Egipto y
Babilonia.

Surcan los vientos, comunican los mares, taladran las montañas,
encadenan el desierto, ahogan la distancia entre los dos brazos de los
rieles.

En la ciudad, la asociacion derrama sobre la cabeza del pueblo las
aguas puras de la instruccion, recogen al huérfano, alivian los dolores
del enfermo, ofrecen apoyo al anciano, desposan en alianza bienhechora
al capital con el trabajo, y decoran como morada del placer, el triste
asilo de la muerte.

En San Francisco hay más de cien sociedades de beneficencia, excluyendo
las sociedades masónicas, que son muchas, y de que no pude tener
conocimiento.

Los caballeros de Pitias tienen una firme organizacion, con doce logias
que le están subordinadas (1869).

El antiguo órden de los Hibernianos que cuenta nueve (1869).

Asociacion de socorros mútuos de los hombres de color (Reed Men).

Idem de la Grande Armada, organizada en 1867 para socorro de soldados y
marineros.

Antigua órden de Druidas, para socorro de forasteros desvalidos.

Casi todas las congregaciones religiosas sostienen instituciones de
beneficencia, generosamente dotadas por los creyentes.

La Sociedad de Jóvenes Cristianos es una de las que procuran mayores
beneficios á California: cuenta con una magnífica librería.

La asociacion para alivio de muchachos y muchachas desamparados, ha
contribuido muy eficazmente á mejorar la condicion de la juventud en
San Francisco.

Para no cansar al lector copiando la larga lista de los
establecimientos de caridad, de educacion y de mejora, diré que casi
no se ha manifestado una necesidad que no haya procurado socorrer la
asociacion, desde la casa en que el niño se inicia en la vida, hasta la
tumba en que descansan los restos de los mortales.



IX

El Parque.—Cliff House.—El Woodward’s Garden.


APROVECHANDO los accidentes del terreno, las hondas cuencas, las
empinadas lomas que corren desde el centro de la ciudad, como los
pliegues caprichosos de una lona mal desdoblada, hasta la orilla del
mar, se ha formado el Parque, sembrando de árboles las sinuosidades y
laderas, convirtiendo las hondonadas en jardines y cruzando con amplias
calzadas de menuda arena el recinto bastante espacioso, que remeda un
laberinto de árboles y flores limitado por el mar, que se rompe en la
orilla á veces, y á veces como que se retira para que transiten en la
playa carruajes y caballos. El conjunto de la perspectiva es de una
belleza superior á todo encarecimiento.

Al caminar por las cañadas que forma el terreno, flotan sobre nuestras
cabezas las copas de los árboles, y vamos admirando su relieve en
el cielo azul. Al ascender, como que avasallamos á nuestros piés
aquella naturaleza fecunda, y al recorrer los tendidos horizontes que
nos cercan, vemos en las lomas distantes casas como rostros alegres
que nos espían, apoyándose unos edificios como en los hombros de los
otros, y es un tumulto de árboles, estatuas, flores, balcones, ventanas
y azoteas que siempre nos sorprenden, y percibimos en las llanuras
casas que como que van corriendo entre los árboles, ya aisladas, ya en
grupos, á unirse al conjunto que primero deslumbró nuestros sentidos.

Ya hemos hablado de la importancia del carruaje en su más humilde
acepcion. Digamos algo del carruaje aristocrático.

La calesa abierta, el landó, el _troiquart_, el faeton, son comunes y
abundan; pero el _vogue_ es lo característico.

El _vogue_ es un quitrin de dos ruedas, ligero como pluma y más barato
que un saludo; el _vogue_ es como complemento del _pollo_ que algo se
respeta y del hombre de negocios. Es una adicion á la personalidad
del yankee, que lo convierte en más movible y ligero. De ahí la
predileccion extraordinaria.

Por otra parte, un _vogue_ decente con su caballo bien guarnecido,
podrá tener de costo doscientos ó doscientos cincuenta pesos, nuevo,
y de segunda mano mucho ménos. El _vogue_ tiene dos asientos, y como
el propietario arrienda, el asiento sobrante es del amigo íntimo ó la
querida.

Para el aislamiento con esta última es admirable, por la estrechez
de la distancia, por la independencia que se disfruta y porque en
las cuestiones de seguridad, un brazo amigo es siempre un delicioso
respaldo.

Es de advertir que en casas de recreo y particulares, así como en
fondas y _restaurants_, hay columnillas con sus argollas para asegurar
los caballos, y escalones para que las señoras desciendan, sin distraer
al encargado de las riendas.

Pero el _vogue_, en su acepcion más poética, es cuando funge como
relicario, como nido, como la concha en que brillan dos deidades como
dos perlas.

Sea _vogue_, ó sea calesa, la señorita es quien maneja las riendas casi
siempre, con rara destreza, y parece que el frison galante se somete
humilde á la mano encantadora que le guía.

Nada más bello que ver dos gentiles damas envueltas en sus capotas de
pieles, con sus gorrillos, dejando flotar al viento las blancas gasas
del tocado, festivas, alegres, atravesar hasta perderse en la playa, en
la bruma del mar.

Allí, con temerario arrojo, azotan al corcel, compiten con otras
amigas, entretanto que enfurecido el mar, se rompe en tumbos
estrepitosos contra las ruedas del carruaje, pareciendo que éste
levanta las olas en su vertiginosa carrera.

Nada más bello que el correr de los ginetes, entre cientos de veloces
carruajes, como en vuelo fantástico, y verse esa hilera ó cordon
de paseantes al través, de la bruma, tomando algo de aéreo, de
sobrenatural, ese capricho en que el amor y el placer cierran con besos
los ojos de la temeridad.

El gentío se agolpa, y carruajes y ginetes, ya aparecen en las alturas,
ya se precipitan en los bajíos, ya tascando los frenos los caballos en
competencia, los aurigas se persiguen en las alturas, compiten en las
curvas, y buscando la arena endurecida por las aguas, hacen gala de
despreciar el peligro, como las deidades fabulosas que pasaban sobre
las olas sin hundirse.

En las quiebras del Parque hay casas de recreo y _restaurants_ en que
está previsto el aislamiento, porque nada más típico en la naturaleza
de un _yankee_ que asumir su soberanía y emanciparse.... Ya me dirán
los lectores que tengan pizca de vergüenza, si en esto tienen razon....

El término del Paseo del Parque es _Cliff House_, que con ayuda de Dios
voy á describir.

Desde lo alto de una elevada montaña cuya base bañan las olas del mar,
se ha precipitado una vereda tan pendiente, que parece, culebreando,
que es el surco que abrió un rayo: despues de descender la vereda se
pierde en una ciudadela natural, saliente sobre el mar, y se abren al
abandonarla dos caminos: uno que sube en cómodo terraplen al Parque,
que está á un costado de la montaña; el otro que, separando las peñas y
apoyado en un borde salvaje, parece caer en el mar.

En la plataforma ó ciudadela saliente, está construido lo que se llama
_Cliff House_.

Es un vasto edificio de fierro y madera apoyado en piés derechos que
entran en las aguas.

El edificio, que es un cuadrilongo imperfecto, consta de tres secciones.

La primera es un amplísimo corredor techado, del ancho de diez varas, y
su airoso balaustrado guarnecido con lujosa sillería, que da sobre las
aguas del mar.

La seccion intermedia se compone de lujosísimos gabinetes privados, con
sus persianas, en que se aislan parejas y familias.

La tercera seccion es el paradero de carruajes y caballos, en donde hay
abundantes criados para recibir y despedir á los viajeros.

A los lados del edificio hay dos extensos salones. Uno con grandes
espejos, pianos, candelabros, estatuas, sofaes y sillones, para
tertulias, conciertos y bailes, y en el opuesto extremo, están
la cantina que por sí constituye una negociacion cuantiosa, la
opulentísima fonda y mesillas para refrescos y licores.

En este departamento existe un órgano valioso en veinte ó treinta mil
pesos, movido por una cigüeña que comunica accion á un cilindro, y
cuyo órgano hace los oficios y remeda los instrumentos de una orquesta
completa.

Extraordinario es el gentío elegante y el movimiento que se nota en
_Cliff House_; lo que tiene de más espléndido la moda, de más seductor
la hermosura, de más lujoso los grandes trenes de la riqueza, todo se
da cita para concurrir determinados dias á aquel sitio encantador.

Una de las particularidades que distinguen á _Cliff House_, es que al
frente del tendido balcon, que ve al mar, se levanta entre el choque
de las aguas un promontorio de rocas, nido, estancia y palacio de los
leones marinos.

Estos animales monstruosos, con su piel lisa y reluciente como de
tafilete pardo, sus cabezas como cabezas humanas, sin pelo, sus ojos
redondos, y sus labios partidos, cayendo en arco á los lados de la
enorme boca, se arrastran sobre las rocas, descienden y como que
ladran, aullando de un modo espantoso. Esta es la diversion. La ciudad
ha tomado bajo su proteccion á los monstruos, y ha dictado penas
severas á los que los molesten ó persigan.

El edificio lo construyó en 1863 el capitan Foster.

El paisaje que se admira desde la balaustrada saliente de _Cliff
House_, haria la reputacion del pintor ó del poeta que lograran
trasladarlo al lienzo ó al papel. Por una parte la bahía con su
animacion sorprendente; por el otro, el mar con su majestad augusta; al
frente las islas, las alegres sementeras, los ganados y las montañas.

En los barandales que rodean el edificio, en los corredores, en los
salones, sombrillas, gorros, paraguas, mujeres como arcángeles,
caballeros y niños, dan al conjunto un aire de fiesta indescribible....

       *       *       *       *       *

Yo todo lo queria ver, queria fijarme en todo y sacar las consecuencias
más absurdas de mis primeras impresiones.

Mis amigos, que sabian que acumulaba datos y hacia apuntaciones, me
procuraban medios para que hiciese á cada instante nuevos conocimientos.

—No deje vd. de apuntar en su cartera que en esta tierra se come sin
cesar un instante, y que se podria navegar en la cerveza que se consume
aquí diariamente.

—Hombre, ponga vd. que estas judías con su tez apiñonada, sus ojos
negros, su nariz aguileña, fueron las que realmente crucificaron
á Nuestro Señor, que los usureros de los judíos estaban demasiado
ocupados en sus negocios, para andarse de Herodes á Pilatos.

—¿No ha visto vd. al médico espiritista? ¿ni al frenólogo? La
charla de los franceses es una reputacion usurpada; los verdaderos
saltimbanquis y charlatanes, aquí los tiene vd.

—Hombre, dí que aquí todas las mujeres son divinas y amigables:
las ves, y te ven más; sonríes, y ellas se desmorecen; les tiras un
beso.... y mete la mano en el bolsillo, porque te enganchan á su brazo
y te meten á tomar ostiones, que tú pagas por supuesto, y te despabilan
los pesos con una habilidad extraordinaria.

—Ahora me perteneces, decia uno; vas á saber lo que son las _Matinés_.

—Yo estoy comprometido á que vaya, clamaba otro, á ver el barrio de
California.

—¡Eh, Fidel! gritaba Carrascosa cuando me asomaba á la ventana. Hoy es
la cita para ver el Depósito.

—Toma tu sombrero, replicó al fin Francisco, que esos señores esperan
á la puerta para llevarnos á Woodward’s Garden, y con esta son tres
veces que los dejamos plantados.

Me separé de los amigos colaboradores, y cátennos vdes. en marcha para
el Célebre Jardin, ornamento de San Francisco.

Como ya tengo dicho, despues de las calles principales se halla uno
entre iniciativas de calles figuradas con latas, en las que hay, sin
embargo, régias mansiones, falta de banquetas, tablazon y escombros, y
parques, y jardines encantadores, solares abandonados, con montones de
arena, en que los muchachos juegan á la pelota, con sendos garrotes en
vez de _chacuales_; y _ladies_ preciosas con sus botes de hoja de lata,
que fungen de cestos, y sus libros debajo del brazo, marchan solitarias
á su negocio, ni más ni ménos que un corredor de número.

Ocupa el Gran Jardin que visitamos un terreno espacioso sembrado de
árboles y de exquisitas flores, entre las que las enredaderas envuelven
profusas los muros de los varios edificios que contiene el Jardin, de
formas gótica, arabesca, china y judía.

Sobre cada pabellon, _kiosko_ ó galería, flotan banderas, sobresaliendo
y prodigándose la americana, con vanidosa ostentacion.

Frente á la entrada del edificio, nos llamó la atencion un arco dentado
de figura extraña: me dijeron que era una quijada de ballena ó monstruo
marino.... Yo abrí tantos ojos, y no dije oste ni moste.

Lo primero que recorrimos fué lo que llaman el Museo, formado de varios
estantes incrustados en la pared y cubiertos de grandes cristales.

Las colecciones geológica y mineralógica son extensas y variadas, pero
muy léjos de competir en riqueza con las de nuestro museo.

Las cristalizaciones y petrificaciones son muchas, colocadas con
esmero; pero sin gusto, ni grande escrupulosidad científica, segun
algunos observaron.

En una seccion de ese departamento existe una coleccion de minerales
del Japon, formada por el japonés Jacques Kaderly, bastante conocido en
el mundo científico.

Los gabinetes que forman el Museo que da al jardin, circuyen lo que se
llama el pabellon y el _restaurant_.

El primero es un salon elíptico con su valla y sus gradas capaces de
contener como mil personas. Allí se dan bailes públicos esplendidos;
en el pavimento de madera, terso como el acero, patinan en invierno
las hermosas, y cuando yo lo visité habia en el centro una orquesta
alemana, de gran reputacion y nombradía.

Contiguo al salon se ve el _restaurant_, con su armazon, su mostrador,
sus mesillas, sus bebedores y sus periódicos, distinguiéndose entre
espesas nubes de tabaco.

El departamento zoológico lo forma un inmenso patio, en que se ven por
una parte jaulas para fieras y para aves; por otra, establos; por otra,
largos corredores con jaulas, como celdillas con rejas, residencia de
los monos, y en el centro un pozo en cuyo fondo se solazan los osos,
teniendo la facultad de ascender á una plataforma bastante distante en
el brocal del pozo, cuando se quieren dar en espectáculo.

La multitud recorre aquel lugar para conocer al tigre feroz, á la
pantera inquieta y alevosa, al gato montés amenazador, al leopardo ágil
y atrevido.

En el establo se examinan búfalos, camellos, bisontes, llamas, zebras,
caballos de diferentes razas y algunos burros indiferentes á cuanto les
rodea, como cualquier filósofo de primer órden.

El lugar más concurrido de la _menajería_ es el de las jaulas de los
monos, y confieso que yo disentí del general parecer.

Ese plagio carnavalesco de la figura humana; ese juego grotesco de
la fisonomía del hombre; esa especie de demente ó de idiota que nos
provoca con su semejanza y humilla nuestro orgullo con el miedo de la
certeza de su paternidad; ese parecido á personas que tienen rango
social y á las que tendemos la mano de amigo ó llamamos parientes, todo
eso, lo confieso, me mortifica, me horripila, me hace estar inquieto y
humillado frente á un mono.

Hay monos de todos tamaños, glotones, atrevidos, impúdicos, que nos
interrogan con la mirada y quieren establecer inteligencia con la
accion; los muchachos se perecen de gusto con estos borradores de
hombrecillos; les pinchan, les tiran frutas, les azuzan y les irritan.

El pozo de los osos es sombrío, está coronado de gente. Los animales,
cabizbajos y taciturnos como un juez íntegro, suben á la plataforma,
hacen sus maromas y suelen presentar espectáculos poco adecuados para
las señoras y para los niños.

—De todo esto ha visto vd. mucho en México, me decia un amigo: lo que
puede que le ofrezca algun interes es el _acuario_; pase vd. por este
costado.

Atravesamos el primer patio, en que nos detuvimos á ver un leon marino,
con el que se entretenia la gente arrojándole sendos trozos de carne
que devoraba, y nos detuvimos al frente de una cueva oscurísima.

La cueva parecia abierta en la roca viva: es bastante extensa, y á
algunos pasos del cañon de la entrada, se abre una especie de salon
circular de bastante amplitud.

En ese punto, habituados los ojos á la oscuridad, comienzan á percibir
como lampos de luz en las paredes, hasta aparecer del todo iluminadas,
y cercándonos por todas partes.

Entónces, recuperados de la sorpresa, á nuestros lados y sobre nuestra
cabeza, como si estuviéramos sumergidos en el agua, vemos pasar
pescados de todas formas y colores, con sus caras de sordo, sus hocicos
aguzados ó redondos, conservando abiertos sus ojos saltones é inmóviles.

Van, vienen, ascienden, se precipitan, se agrupan, riñen y se separan.

El cangrejo despatarrado y torpe, la anguila escurridiza, el pez espada
bélico, el tiburon con su aspecto de sargento serrano hecho general de
brigada, y todo como se palpa a través de los cristales, y como que se
abre para el hombre el misterio de los mares y completa su señorío del
universo.... Esta iniciacion en la vida íntima de los peces me agradó
infinito, y es uno de los espectáculos que más llamó mi atencion en San
Francisco.



X

Divagaciones.—Visitas.—Convites.—Tipos originales.—Northons.—Casa
ambulante.


SAN Francisco es una ciudad que tiene regularidad en sus calles, salvo
una que otra diagonal no muy católica; un solo nombre guía al viajero
de uno al otro extremo de la poblacion: el reparto de la numeracion
en pares de un lado y nones del otro, no da lugar á dudas; además, de
trecho en trecho, en los faroles se ven escritos los nombres de las
calles; cocheros, vendedores y transeuntes, son comedidos al extremo,
para señalar el sitio á donde el extranjero quiere dirigirse, y por
último, los policías tienen deber estricto de conducir al viajero á su
destino, siempre que se le requiera.

Los wagones que transitan por todas las calles, tienen los nombres
á donde se dirigen; además, lo indican con sus pinturas, y en las
noches, el distinto color de los faroles, al hombre más torpe del mundo
le dan rumbo y le advierten de cualquiera extravío.

¿Ya ven vdes. todo eso? ¿Ya se han fijado en que mucha gente habla
español ó francés ó italiano, de modo que yo estaba en plena aptitud
de comprenderlos? Pues bien; mi estancia en California fué un perderme
incesante, una eterna desviacion de mi objeto, una tergiversacion como
una enfermedad, porque no solo confundia las calles sino las casas, y
no solo las casas sino las personas, dirigiéndome á unas por dirigirme
á otras, con una diabólica perseverancia.

En cuanto á las calles, queria dirigirme al Sur, y de fé resultaba muy
orondo en el Norte; queria remediar mi error, y resultaba atascado
por unos médanos del Poniente.... iba al teatro, y héteme de manos á
boca á la entrada del cementerio; tomaba entónces un wagon procurando
elegir el que creia tener conocido: andaba, andaba, y cuando ménos
lo esperaba, habian acabado las calles y me hallaba á una legua de
distancia de mi objeto. Al fin, ébrio de ira contra mi propia barbarie,
con el sombrero hundido hasta las orejas y cara de simple, sacaba
una peseta del bolsillo y al primer muchacho vendedor de papeles que
cruzaba le decia:—“Gaillard Hotel,” y me dejaba conducir por él como
un ciego, hasta la puerta del hotel, donde producian la hilaridad de
mis amigos, haciéndose proverbiales mis distracciones.

Respecto de las casas, como hay muchas de una uniformidad desesperante,
como hechas con molde, las equivocaciones eran más patentes. Tomaba á
cada paso una por otra, tocaba la campana, me entraba de rondon, me
encontraba caras extrañas, bigotudos con apetencia de descrismarme,
señoras no vestidas para recibir visitas, que me ponian moro.

Y esa imperturbable corbata blanca, y ese eterno vestido negro, y ese
desbarajustado _sobretodo_ al brazo, me hacian tender la mano al más
pintado y dejarlo estupefacto cuando le iba soltando un abrazo de
esprimirlo.

Nada digo de los chinos: con esos se confunde todo el mundo; son como
los pericos, fotografías los unos de los otros, se tiran ejemplares, se
producen bajo el tema de vestidos de municion.

Con la mayor sangre fria del mundo, confiaba mi ropa, para que me
la lavase, al primer chino que se me ocurria. El chino, en algunos
dias, ni su luz. Entónces yo, frenético, salia á la puerta del hotel
y arremetia con todos los hijos del celeste imperio, reclamándoles
mi ropa.... unos ladraban explicaciones que jamás entendí; otros se
enojaban; yo poseia la evidencia de que tenia entre mis manos al
lavandero.... pues, señor, iba yo saliendo con un sacerdote ó con un
médico.

Pero á esta enfermedad, porque no puedo darle otro nombre, que me
acometió en California, daba realce y la convertia en única y en
monumental, mi torpeza infinita para articular el delicioso idioma de
Byron.

Habia aprendido unos cuantos nombres: tenia la necesidad de pedir agua,
y decia yo, en inglés, sombrero: se reian á mis barbas, yo insistia; el
yankee, muy pacífico, quitaba mi sombrero de la percha, y lo colocaba
entre los platos; entónces mi furor no tenia límites, ni tenia límites
la risa y el buen humor de los que me rodeaban; no habia en semejante
extremidad, sino echar las cosas á la broma.

Mi carácter se sublevaba contra tanta contrariedad, y entónces se
empeñaba en mí la lucha de dominar aquella situacion á fuerza de
audacia; pero mi lengua se empeñaba en no ayudarme y las gentes en no
entenderme, constituyendo yo solo un espectáculo grátis, una diversion
ambulante.

En un dia en que me era preciso decir unas cuantas palabras á una
persona que salia para México, me informé bien del nombre del muelle
que yo creí saber, me lo escribieron en mi cartera y me pusieron en la
calle por donde debia pasar el wagon para conducirme.

Pero es de saber que en California hay cientos de muelles y wagones por
docenas, que parecen brotar de las piedras.

La hora de la salida de los vapores tiene una diabólica exactitud.

Tomé un wagon y me llevó derechito á la puerta de una iglesia en que
habia millares de almas justas encomendándose á Dios. Hecho un demonio
me aparté de aquel lugar; atravesaba un _cupé_, paré al auriga, le
enseñé la cartera; el tiempo avanzaba, faltaba media hora para el plazo
fatal; el coche corrió como seis cuadras, me paró en un muelle, habia
gran movimiento, el cochero me pidió dos pesos y medio por haber andado
diez minutos; resistí, porfié, clamé al cielo.... dí los veinte reales,
me fuí al costado del buque.... _ladies_ encantadoras, chicos riendo,
canastos de almuerzo, música, aquello era un paseo en el mar....
Un chiquitin caravanista y risueño, francés por más señas, celebró
mi llegada, aprestó su botella de coñac, que llevaba con un cordon
atravesado á un costado,—-es vd. de los nuestros ¡que viva!—me
queria presentar á todo el mundo. Yo le hice presente mi afliccion,
le mostré mi reloj; por fin, lo tomó á lo serio y me endilgó con uno
de los coches de retorno: yo no sé lo que le dijo al conductor, en el
desastrado inglés de su uso particular; yo habia tomado las señas del
muelle; ví que el cochero me extraviaba entre el tumulto de la carga y
descarga de los muchos muelles; iba volando, pero me extraviaba: tiré
del cordon; ni por esas; toqué, pateé, saqué medio cuerpo, y nada; el
tragin lo detuvo un instante: yo lo aproveché para saltar del coche y
echar á correr: el cochero dejó el coche, y culebreando por entre los
carros, corria tras de mí; forcejeo.... me toma del brazo, resisto:
al fin, me arranco de sus garras. La hora iba á sonar.... Atravesaba
un italiano vendedor de verdura en su carrillo, en la direccion del
muelle.... faltaban tres minutos.... detuve el carro, hablé al vendedor
para que me llevase corriendo en su vehículo. Ir botado entre nabos y
lechugas, se me resistia, entre otras cosas, porque me habria empapado.
Le pedí ir en el pescante; pero el pescante era una reata atravesada
de uno al otro lado del carreton: allí me senté en peligro de muerte;
el carro corria dando tumbos y al desbaratarse: yo me caia; me monté á
caballo en el lazo.... el italiano azotaba el caballo con fuerza....
yo abracé al auriga con un entusiasmo desconocido para las Julietas y
Romeos.... coles, nabos, rábanos y lechugas se estrellaban contra mí:
así entramos triunfales al suspirado muelle: banqueros y gente de buen
tono que presenciaron aquel arrebato, alzaron mi nombre al cielo; y
aquella atrocidad ¡quién lo creyera! fué motivo de buenas y cordiales
relaciones con gente de verdadera importancia.

El círculo de nuestras amistades se extendia, y se hizo general la
opinion de finura y respetabilidad de los mexicanos, entre la gente de
buena sociedad. Por supuesto independientemente de mí y de la aventura
de las lechugas.

En las casas del Sr. D. Guillermo Andrade, mexicano; en la de las
Sritas. Rotausis, encantadoras italianas; en los salones de las
señoritas francesas y judías, habia animadas tertulias, en que se
tocaba, se bailaba y se tenian los goces todos de reuniones de personas
distinguidas.

La frecuencia del trato con extranjeros; la conviccion íntima y
universal de que la amabilidad es la primera de las cualidades de todo
hombre ó señora que están en sociedad; la vulgarizacion de la riqueza;
la filosofía que engendra el espectáculo de fortunas que se improvisan
y fortunas que desaparecen, comunican cierta bondad á las reuniones de
que no tenemos idea.

Por otra parte, la abundancia increible de mujeres hermosas, llenas de
gracias y dinero, la generalidad en el bien vestir, y más que nada, la
conviccion íntima de que una mujer gana mucho y adquiere una posicion
social casándose, hacen que no exista esa gente uraña y montaraz que
vemos por otras partes; esta muchacha aferrada á su título de rica y
encastillada en su tren y en sus talegos, no se conoce, mejor dicho,
seria el borron y la sombra de una buena sociedad.

Entre esas casas en que tan especialmente fuimos favorecidos, se
distinguió la de la Sra. Doña Concepcion Ramirez.

Es la Sra. Ramirez, de treinta años, morena, gentil y de una grandeza
de alma y una inteligencia que como que iluminan su fisonomía, como
el sol cuando deja caer sus rayos sobre la nube que lo medio oculta en
Occidente.

Habla el inglés con rara perfeccion, y lo que la hacia y la hace
estimable á todos los mexicanos, es la exaltacion por México, que la
vió nacer.

No hay mexicano desvalido que no tenga acogida en su casa; no hay
enfermo infeliz que no la vea prodigándole consuelos á la cabecera de
su cama; no conoce dolor del que no solicite el alivio; no ve lágrimas
que no procure enjugar.

Para Conchita, la llegada de los mexicanos fué un acontecimiento y una
ocupacion preferente; á todos les dispensó servicios, queria que todos
disfrutásemos comodidades, que nuestras habitaciones fuesen las más
sanas, nuestros sirvientes los mejores.

En su casa se nos dió la bienvenida con una tertulia espléndida.

El elegante salon en que recibe se iluminó á _giorno_, las jóvenes
más lindas de California le daban vida, las flores más exquisitas la
adornaban.

En el _bassements_ ó piso subterráneo se sirvió el banquete.

Manjares que habrian honrado una mesa dispuesta por Brillat de Savary,
vinos deliciosos, mujeres divinas, música, flores, luz: ni en la gloria.

Alternaban las marchas nacionales. La inglesa, casi religiosa; la
Marsellesa, pasion y entusiasmo; la italiana, clamores y lágrimas;
México, al fin, heroismo y gloria: las señoras se pusieron en pié,
los caballeros tenian en alto sus brazos con sus cálices de Champaña.
Conchita descubrió un objeto que estaba en el centro de la mesa,
envuelto en un espeso velo, en un momento dado y.... apareció como
un sol la estatua de Juarez, con la bandera nacional en la mano....
México.... ¡hurra México! repetian alemanes, franceses, españoles,
judías: era como el Tedeum triunfal cantado á nuestra patria por todos
los acentos del mundo.

Cuando ménos lo esperábamos, Joaquin Alcalde, encaramado en una silla,
formulaba en un bríndis los sentimientos de la patria que se estaban
desbordando de todos los corazones.

Las lágrimas, las risas, el repicar de las copas, el frenesí, cubrieron
las últimas palabras de Alcalde, que con la instrumentacion metálica de
su voz y con su accion, tan elocuente como su palabra, supo ponerse á
la altura de la situacion.

Despues de Alcalde, brindamos otros muchos, en todos los idiomas, y
cada bríndis era como la refaccion riquísima del placer.

—Estos mexicanos son como algunos muchachos traviesos; en la casa
ajena son deliciosos.

Yo me ponia como un pavo, como tia vieja que tiene sobrinas hermosas.

Quién me elogiaba la modestia y sabiduría de Iglesias; quién la
apostura y modales aristocráticos de Lancaster; quién la caballerosidad
de Gomez del Palacio; quién la viveza y las simpatías que sabe
granjearse Alcalde; quiénes la elegancia y la urbanidad de Alatorre y
de Ibarra, y todos, el comedimiento y el buen trato de todos los otros
muchachos, que, la verdad de Dios, á mí mismo me cautivaban.

Conchita cooperó muy eficazmente á abrirnos las puertas de la más culta
sociedad de California.

No hay ni para qué decir que yo tuve que cargar mi cruz. Al dia
siguiente de la fiesta, más de treinta _albums_ estaban esperando sobre
mi mesa las caricias de mi pluma.

Y ya que estamos en familia, como por vía de sobremesa y entre sorbo
y sorbo de café, para no dormirnos, platiquemos algo de esta preciosa
mitad del género humano, que á pesar de mis años, como dice la zarzuela
de la Gallina Ciega, repertorio el más rico de mi erudicion, me hace
tilin, tilin......

Advierto que son mis primeras impresiones, es decir, parciales,
insustanciales, compuestas de las observaciones de amigos aguerridos en
eso de dimes y diretes con las bellas.

—Hombre, ni te metas en esos apuntitos de pipiripau, me decia
Carrascosa; si aquí, como en toda tierra en que se anda en dos piés, la
mujer es el freno del gato; quítate de tapujos y de circunloquios; si
son malditas, ó si no, pon:

Artículo primero: en esta tierra, mujeres y hombres, blancos y negros,
muchachos y viejos, hacen cuanto se les antoja, es decir, hacen de sus
cuerpos y de sus almas cera y pábilo, con tal que no estorben el paso á
nadie.

Un sonorense sesudo que escuchaba atento, añadia:

—Eso que parece mentira, es la pura verdad.

—Para mí la dificultad consiste, replicaba un tocayo á quien mucho
quiero, y que sin preciarse de ello, es muy entendido, en que cada
grupo conserva su nacionalidad, sin dejar de participar de las que ya
son manías de la tierra: va vd. al barrio francés, y está en Francia;
toma su _trompinell_ y canta su _M. de Framboisy_, toma tabaco el
señor, y un jesuita mete la cola en la familia; pero la niña va á la
_matiné_ y deja el idioma de Racine por contestar á un _my dear_ (mi
querida), con toda su sal y pimienta.

Sazona sus macarrones la italiana y se enternece con los recuerdos de
Garibaldi frente á su madona; pero como le ha escrito su _swethear_ un
precioso papelito, revuelve el diccionario inglés para endulzar la vida
del nietecito de Washington.

Y la mexicana, dispone para la mesa mole poblano y chiles rellenos;
pero encarga que no pique, porque su maestro de francés brama con
los guisos aztecas, y bufa el yankee banquero, patron de su primo
idolatrado.

—No te lo he dicho, exclamaba Carrascosa, déjate de apuntes.

—Hombre, si solo quiero hablar de la sociedad selecta.

—Maldito! aquí no hay selectos ni repulgos de monjas; aquí hay ricos y
pobres.

—Pero la gente fina.

—¿Qué millonario no se vuelve fino en cuanto le pega la gana?

—Y los que han aprendido en Europa.... A esos les retienta el _leage
beer_ y el jamon á la hora ménos pensada.

¿Ya oyes todos esos sermones de la educacion de la mujer, y de la
inocencia, y de la conservacion de la moralidad por la confusion de
los sexos en las escuelas?.... pues, chico, todos esos son embustes;
embustes del tamaño de una bala de á treinta y seis.

¿Ya las ves chiquitinas, con su gorrito como una hoja de col ó como una
cazuela boca abajo en las cabezas?.... pues eso es cajeta; á los doce
años tienen el novio en la escuela, y son capaces de llevarse un hombre
en cada bolsillo del delantal, como si fueran dos perones.

Salen de vareta en cuanto Dios echa su luz; eso sí, como unas vireinas
de lindas y de guapas: la que no tiene por lo bajo tres vestidos para
cambiar en el dia, es mujer al agua.

Si aprenden música, nada de escalas, ni de piropos, ni de ejercicios de
paciencia; no, señor: la cancioncilla por aquí, la ária por allá, lo
que tiene salida para los novios.

Al papá se le paran de gallo á la primera observacion....

—¿Y la mamá?

—Anda por su lado y se hombrea con la hija para vestir y acicalarse
más que ella.... porque aun declarada vieja, procura sobrenadar, aunque
sea como un zoquete de corcho, en las olas de la juventud.

—Eso de gobierno de casa, y de repaso de ropa y de cocina, eso para
ella es casi lo estúpido.

—Entremos en cuentas, mis amigos, decia uno de los circunstantes,
muy dado á los estudios sociales. Esta es una sociedad, en que no se
puede presentar una fisonomía única, porque es sociedad de extranjeros,
en que cada cual sigue sus costumbres como le acomoda, y no puede
presentar un conjunto ó tipo regular, como la española á que estamos
acostumbrados. Entre españoles, franceses é italianos se pudiera hallar
la señorita á nuestra manera; entre las otras naciones, no.

Comience vd. porque el sentimiento de la emancipacion se respeta y su
desarrollo es poderoso y rápido.

Desde muy temprano, el niño y la niña asumen la responsabilidad de sus
acciones; se le suelta, es cierto que cae, pero es cierto que confía
en sus fuerzas y las mide para no caer segunda vez. Esto produce
extravíos, pero comunica virilidad, independencia y reflexion al niño
desde sus primeros pasos.

El niño mexicano tiene ayo que cuida sus pasos; á poco andar se vuelve
su cómplice. Se apega al árbol paterno y se nutre con los mimos de
familia; pero ese sér menesteroso y raquítico, confiado en las ajenas
fuerzas, amigo del ócio, será femenil en sus aspiraciones, corromperá
la vida íntima, acabará por casarse para que le mantengan á su mujer.

Eso no concibe el americano; en sus juegos finge atravesar los mares y
recorrer los desiertos, juega con costalitos de tierra en que descarga
café, conduce fierro ó plantea un ferrocarril, y á los quince años,
es carpintero, ó voluntario, ó quiere marchar á China, ó resulta
perniquebrado, ensayando dar direccion á los globos; pero ese es un
hombre y un hombre útil á la sociedad; miéntras el niño nuestro, es un
muñeco que cuando más aspira á ser del Colegio Militar ó diputado, es
cierto; á ser mantenido de la nacion, ya que no por sus padres.

La sociedad americana se cuida mucho de los delitos, es decir, de las
acciones que perjudican á los demás; no se cuida de los pecados: á esto
llamamos nosotros inmoralidad; lo otro constituye un gobierno de trabas
y de chisme, que degrada y envilece á los pueblos.

En cuanto á la mujer, se siente desde que nace rodeada de respeto:
una niña, una señorita, puede atravesar de aquí á Nueva-York, de dia
ó de noche, sin que nadie la importune; va con la conciencia de ser
protegida de cuantos la rodean.

La niña se educa, ilustra su razon, se desarrolla, y protegida por
la universal consideracion, aspira á la libertad; para mí todo eso
es excelente: _la parte delicada de esta educacion es que, en mi
juicio, no se le inculca bastante la idea de que se tiene que educar
para madre de familia, es decir, con aspiraciones adecuadas, con la
subordinacion á una voluntad superior_.

La educacion, á fuerza de extraviado engrandecimiento, pretende
hacer de una mujer un hombre, y la educacion de la mujer debe ser
el perfeccionamiento de la mujer. No puede ser perfeccionamiento el
hermafrodismo intelectual.

La mujer, con ese falso principio desarrollado en sistema, busca los
medios de vida propia é independiente, y como ni su organizacion, ni su
naturaleza la sostienen en su tarea, termina por explotar sus gracias,
y semejante mercancía atenta contra la familia y hace la desdicha de la
misma mujer.

Es cierto que amparando esa independencia, se abren la oficina y el
taller; pero la oficinista y la obrera son séres masculinos, sin sexo,
y de esto siempre nacen aberraciones sociales.

—Alto, chico! clamó otro españolito, amigo de Carrascosa, todo eso
bien pudiera ser: ¿quién quita de que estos salvajes blancos son tan
pazguatos y tan friones, que ellas, pues, vd. me entiende, se dan sus
mañas para no pasar la vida tan triste, y vienen con nosotros que somos
más amorosillos?

—Sí, muy amorosillos, replicó con ironía mi tocayo; nos derretimos
en una mesa ó en una tertulia, brota una flor de cada una de nuestras
palabras; pero le faltamos al respeto al lucero del alba, no nos
paramos en pintas para una seduccion, y mil veces se recuerdan con
lágrimas nuestras dulzuras en las casas honradas....

—Eso es la fuerza de la sangre, dijo el españolito.

—No, amigo; es en el hombre el respeto al derecho ajeno, y es en la
mujer el sentimiento de su propia dignidad.

—Hombre, hombre, interrumpió otro concurrente, vdes. se están metiendo
en honduras de esas de que se escriben cientos de libros, sin que se
le encuentre punta á la hebra, y yo queria hablar de la _lady_, de esa
que no tiene padre ni madre, que es linda como una estrella, que viste
como una reina, toca, canta, sonríe, endulza la vida, y el dia ménos
pensado toma un bebistrajo que la despacha al otro barrio, de guante de
cabritilla y capota de riquísimas pieles.

—A propósito, dijo uno de los amigos, á uno de los compañeros de vd.
acaba de pasar un lance que parece de novela....

—Que se oiga el cuento.

—¡¡¡Atención!!!

—Vd. tiene la palabra.

—Silencio....

—¿Vdes. conocen á P. Y. G.?

—Como á mis manos, repliqué yo, es nuestro íntimo.

El muchacho es gallardo, elegante y hombre de mundo, aunque muy
reservado y duro de aspecto.

Convidóle el capitan á una cena, en _Lit-House_, de esas fincas entre
árboles y flores que habrá vd. visto á la orilla del Parque.

Grandes salones con columnas, colgaduras y espejos, magnífico piano,
candil soberbio, decoraban la estancia.

Departamentos como claustros y habitaciones propias para cambiar de
direccion á cada instante, y un comedor con todos los adminículos que
exige el buen tono cuando impera la gula.

Eran de la partida cosa de siete garzones como almendros, y otras
tantas bellas, realizaciones del ideal de los bardos más enamorados.

Cantóse, tocóse, danzóse, y se deshojó la flor de la vida, dejándola
caer en agua cristalina con esencia de rosa.

Aislábanse las parejas al pié de las estatuas, en sofaes magníficos.

Parece que veo á P. con sus ojos negros, su rizado cabello, su
dentadura que al sonreir despide luz. Leila estaba á su lado, con su
vestido de seda blanco, atravesado por unas lindísimas sartas de rosas.

¿Conocen vdes. á Leila?

Leila triunfa en su perfeccion de la Vénus de Médicis; entre una
cabellera de espuma de oro, aparece su semblante como una glorificacion
del ideal; en la atmósfera que la rodea se mece la voluptuosidad; sus
movimientos acarician, sus ojos embriagan y atormentan. Su conjunto
es como un canto, su andar es el himno. Si cerrados los ojos pasara á
nuestro lado, sentiriamos como nadando en luz nuestra alma......

Esa mujer hablaba con P. Y. G., y su brazo de alabastro descansaba
sobre su cabello de ébano, á los piés de una estatua de Apolo, como
completando un grupo de Fidias.

P. la reprochaba su tristeza.

Ella le decia que cumplia con un compromiso estando allí; que tenia una
amiga moribunda; que le parecia escucharla; que no tenia sosiego; y se
abandonaba melancólica, escondiendo su labio de carmin en un cáliz de
rosa blanco, que parecia rendirse y abrir sus pétalos con avidez, para
recoger sus besos.

P. fijó atentamente los ojos en aquella mujer, erguió su cuerpo sobre
el sofá, y con un aire de finura y atencion irresistibles, y con un
ademan en que habia respeto, súplica y mandato, se quitó una de las
riquísimas mancuernas del puño de la camisa, y le dijo:

—Hágame vd. favor de ofrecer á su amiga ese recuerdo; yo libraré á vd.
de todo compromiso; vaya vd. á su lado: mi coche está listo.

Atravesaron el salon los jóvenes, no sin que los siguieran algunas
maliciosas miradas.

Habló P. con el dueño de la casa, y condujo á la hermosa al carruaje.

—Está vd. á las órdenes de la señorita, dijo al cochero, y se retiró
sin demostracion alguna, sin un movimiento que indicase interes.

—El nombre de vd., caballero? le dijo, con el pié en el estribo del
coche, aquella divinidad.

-Soy un mexicano, respondió P.

El coche se perdió en las sombrías calzadas del Parque.

La preciosa Leila no habia mentido: fuése del convite á asistir á la
amiga moribunda que estaba en la miseria.

—Esos demonios son así, exclamó el españolito, gastan cada dia los
cientos de pesos en alhajas y aventuras, y van á un hospital.

Apénas alumbró el dia, fué Leila á realizar la mancuerna. Sin titubear,
le ofrecieron quinientos pesos.

Sea por la riqueza de la dádiva, sea por la originalidad de la
aventura, sea por el poco interes de la recompensa manifestado por P.,
lo cierto es que Leila se apasionó perdidamente: corria las calles
preguntando por Mr. Pibl, y nada de diversion ni de amoríos. El mundo
elegante estaba asombrado con la conversion de Leila.

P., sea que realmente se propuso hacer una buena accion sin recompensa;
sea que sus amigos le retrajeron de un empeño que pudiera haberle sido
funesto; sea capricho, evitó las ocasiones de ver á Leila y se encerró
en su reserva.

La linda mujer de que hablo era sin duda una de esas jóvenes de
opulentas familias que caen en las redes de la disipacion y pierden
para siempre nombre, padres y hogar.

Conocia su situacion, se sentia abyecta, despreciable; los puros
sentimientos, sepultados en su vanidad y su locura, despertaban,
alumbrándole el hondo abismo de su infelicidad; era una mártir de quien
la presencia del resultado de sus extravíos, constituian su suplicio.

Una tarde recibió P. un billetito muy perfumado, en que Leila le
invitaba á un té en la bahía, á bordo de un buque.

Decíale en qué punto deberia hallar un bote que lo condujera, y
hacia alusion á la hermosísima vista de la bahía, á la luz de la
luna, viéndose á distancia y fantástica, la ciudad con sus luces
artificiales, reverberando, esparciéndose y agrupándose en todas
direcciones.

P. se forjó una novela, y asistió á la cita: en el comedor del buque, á
cierta hora, notó algun tragin y subió sobre cubierta, oyó los silbidos
del vapor y vió movimiento como de marchar.

Preguntaba por señas qué era lo que sucedia: nadie le daba razon.

Con mil trabajos, y despues de mil gestiones, supo que en aquel momento
partia para China la embarcacion.

La congoja de P. fué extrema; tratábase de un plagio: habló, protestó,
gritó, pidió socorro; y al fin, por milagro, se hizo entender; detuvo
su curso el buque, y descendió.... dejando á la nueva Dido, que siguió
su marcha, conducida por la desesperacion al celeste imperio.

—Saben vdes., dijo el españolito, que la broma estuvo pesada?

—Más pesada está la del paisano D., que queriendo hacer una de las
nuestras con una chica, dió cartitas, hizo promesas, regaló anillos,
como de juguete, y ahora, que quiera que no quiera, lo casan, y ni toda
la corte del cielo le quita de encima el ¡¡oh José, divino esposo!!

—Oiga vd., me dijo mi tocayo, si en las hembras tiene vd. tipos tan
originales, entre los machos puede vd. contar primores.

—Otra vez nos ocuparemos de las relaciones de los chicos de ambos
sexos, con divorcio, matrimonio y todo su acompañamiento.

—Echa líneas, chico, me decia Carrascosa, echa líneas para ejercitar
el pulso.... y solo cuando te encuentres muy diestro, emprende el
retrato.

—Pues, por ahora, te obedezco, contesté: dejo en tal estado mis
primeros perfiles.

[Illustration: _LIT. DE H. IRIARTE MEXICO._

Vista del Jardin de Woodward.]



XI

Depósito de seguridad.—Telégrafo.—¡¡Fuego!!


EMPIEZA este capítulo con un prodigio: Northons, que es un loco frison
como una casa, y una casa ambulante, se quedaron en el tintero.... y ni
su luz.... si es gana, eso de los compromisos me asesina: ya hablaremos
del loco y de la casa.... Hablemos ahora del Depósito de Seguridad.

¡Suntuoso edificio! clamé entusiasmado un dia en la esquina de
Montgomery y California, al ver una fábrica que tiene en el primer piso
arquería de cristales de seis varas, diáfanos hasta dudar los ojos de
su existencia: cinco pisos, séries de arcos con molduras y columnas, y
una caprichosa torre con su aguja, que parece penetrar en las nubes.

—Magnífico es realmente y corresponde á su objeto, me dijo un amigo
que me acompañaba: este es el _Depósito de Seguridad_, de que acaso
habrá vd. oido hablar.

—Sí, señor, contesté, me han hecho grandes elogios de él: dicen que
este es el relicario que guarda el corazon de California.

—Ese es un chiste, replicó mi amigo; pero sí es cierto que este
depósito encierra grandes riquezas.

—¿A qué se reduce el depósito? pregunté yo.

—Se reduce, dijo mi amigo, á que una riquísima Compañía ofrece toda
especie de garantías para la seguridad de las escrituras, papeles,
secretos, alhajas, dinero y valores de cierta clase, y que esta es una
institucion de alta importancia en pueblos en que los incendios son
frecuentes y desastrosos; en que los extranjeros son muchos y pueden
hallar al momento de su arribo, seguridad para sus intereses, y en que
los ladrones están á la altura del progreso y de la audacia de estas
gentes. Ya habrá vd. sabido de una Compañía de ladrones ingleses, de
los que solo las herramientas valian más de cincuenta mil pesos.

—Y esas cajas de fierro que se pintan como una maravilla de seguridad
y que lo son en efecto......

—Lo serán tal vez en México.

—Y cómo que si lo son: antiguamente las barras de plata que se
enviaban del Mineral de Catorce para San Luis Potosí, iban en carros
custodiados por numerosa escolta, y á cada momento habia asaltos y
encuentros sangrientos.

Se supo un dia que la conducta de Catorce caminaba sin escolta alguna;
cantaron aleluya los ladrones, y fueron á cortar el paso al carro que
llevaba la plata. Llegan, le rodean, y la Sra. Plata venia muy oronda
en su caja de fierro.

Los ladrones, volvieron y revolvieron la caja, como un dado, le dieron
golpes y martillazos, y la burla fué completa: prendieron fuego para
derretirla, pero todo fué en vano: hasta con los dientes querian forzar
la caja: en estas y las otras, llegó la policía y los halló como á
canes que hubieran querido hacer banquete de bolas de billar. Hizo la
policía gran cosecha.

—Pues si hubiera vd. dejado la caja cerrada cerca de New-York, no
tarda vd. cinco minutos sin verla de par en par: así es que este
depósito disfruta, con sobrada justicia, del favor público. Venga vd.
conmigo, porque es digno de que lo examine vd. con detenimiento.

El frente del edificio ocupa 1,372 piés de la calle de Montgomery, y 68
de la de California. Lo ideó J. C. Duman y fué el arquitecto William
Potton, de merecida nombradía.

El cimiento del edificio está abierto con grandes obras que penetran
en las aguas del mar que llegan allí, y ligado al techo por medio de
fuertísimas barras de hierro.

Estábamos mi amigo y yo en la calle de Montgomery; me dejó un momento
para solicitar el correspondiente permiso, lo cual es obvio en toda
clase de establecimientos cuando se trata de extranjeros, y volvió
diciéndome que pasase.

Descendimos tres ó cuatro escalones, en que forma al edificio gruesa
muralla la misma calle, y nos hallamos en un amplio corredor, frente á
una extensa puerta formada de varas de hierro.

A los lados del corredor habia dos empleados en sus escritorios.

Abriónos la puerta un caballero, así deben llamarse á los dependientes
custodios, por la escrupulosidad de su eleccion y sus elevados
honorarios, y nos puso al frente de un edificio, encerrado en el
edificio en que estábamos, que todo me pareció de acero y bronce, y es,
en efecto, de un metal á prueba de fuego, que tiene esa apariencia.

El edificio interior figura por todas partes grandes puertas; entre
columnas, y de trecho en trecho, estatuas colosales de bronce y acero,
figurando guerreros con sus corazas, lanzas y atavíos de la edad média,
sobre sus pedestales de mármol.

El interior de ese edificio, incluso en el edificio exterior, se
comparte en calles angostas, pero regulares, formadas de paredes
compuestas de 4,600 huaricos ó cajones grandes y pequeños.

El techo, ó mejor dicho, la bóveda, es hecha de fajas fuertísimas de
acero, superpuestas y cerradas por planchas del mismo metal; el piso es
de bronce y acero.

El costo de esa parte del edificio fué de 207,000 pesos, y el valor
total del establecimiento es de dos millones de pesos.

Cada individuo de los abonados tiene á su disposicion una caja en que
guarda papeles, alhajas y dinero.

Posee una llave el inquilino, hecha por herrero especial, con tan
ingeniosas combinaciones, que no hay dos ni semejantes, dando el
artesano seguridades de todo género y completándose las guardas de la
chapa tan sagazmente, que no se ha dado caso de falsificacion.

Todo el edificio está á prueba de fuego, y lo que es más, á prueba de
_burglar proof_ (ladrones nocturnos), en donde están agotadas realmente
las previsiones de la malicia humana: hay en el interior de la chapa,
segun dicen, vidrios gruesísimos, que cuando se forza, se rompen en
astillas que frustran toda combinacion de violencia.

La bóveda se compone de treinta arcos de acero superpuestos, enlazados
y sostenidos por pilares, que solo ellos constituyen un admirable
monumento.

Los nichos ó huaricos son de distintas capacidades y se dividen en
clases de primera á cuarta clase, pagándose desde dos hasta veinte
pesos mensuales.

Ningun arrendatario puede penetrar solo á registrar su nicho; le
acompaña constantemente un empleado que para nada ve ni escudriña lo
que hace en la localidad que le pertenece.

Dia y noche arden lámparas en la pequeña ciudad de acero y bronce, y
rondan incesantemente de esos policías de fianzas y recomendaciones,
que son distinguidos caballeros.

Por último, hay un departamento para señoritas fuera del gabinete,
llamado _Bóveda de plata_, por ser de ese metal, que es una joya de
riqueza y esplendor.

Actas de nacimiento, contratos matrimoniales, disposiciones
testamentarias, escrituras, secretos los más íntimos de la vida del
hombre y la mujer, joyas de todo género, cuanto hay de más importante
para una sociedad en sus más recónditos misterios, todo lo contiene el
_Safe Depot_, que se calcula en muchos millones; y su presidente, M.
Eugene Casserly, lo mismo que el vice y secretario, M. M. Raymond y
Le Warne, han sabido dar cierta grandeza y seguridad á sus actos, que
inspiran la más completa confianza.

El transeunte; la obrera económica; el opulento banquero; el anciano
infeliz; el representante del que llega á la vida, y el que se dispone
para el viaje á la muerte, todos emprenden sus relaciones con el _Safe
Depot_, como si fuera confidente de todos los dolores, de todas las
esperanzas y consuelos.

Se dice que se ha apurado tanto el ingenio en materias de seguridad,
que la maquinaria del reloj colocado en la puerta, no permite que
se abra ésta sino á cierta hora de la mañana, y que en el lugar en
que está depositado el tesoro, se le forzara la doble puerta; por un
mecanismo, que se guarda con sigilo sagrado, se volverian á cerrar
las dos puertas, se verificaria un efecto neumático, y los ladrones
quedarian allí hechos momias para escarmiento de malvados.

La Compañía comenzó á funcionar en 1875, y cada dia disfruta mayor
crédito.

       *       *       *       *       *

Otro de los establecimientos que me parecieron de utilidad suma para el
público y de excelente organizacion, es el _Telégrafo Americano_, del
distrito de San Francisco.

El objeto de la Compañía que se encuentra al frente de este negocio,
es comunicar, por medio de un aparato telegráfico sencillísimo, á toda
clase de personas con los puntos en que pueden encontrar satisfaccion
las necesidades que los aquejen.

En la oficina central, dispuesta por Mr. Jas. Gamble, existen tantos
nichos pequeños cuantos abonados tiene el telégrafo, con sus nombres y
sus registros correspondientes á los llamamientos convencionales de la
persona que se sirve de la Compañía.

Cada habitacion ó residencia de los abonados se relaciona con el
sistema nervioso, digámoslo así, de la accion central.

En las paredes de la casa, junto al mostrador del _bar-room_, á la
cabecera de la mujer enferma, se ve pendiente de un clavo una especie
de carátula de reloj, que tiene escrito en su círculo, bien marcado y
dividido:

[Illustration]

y los números 1, 2 y 3 para advertir que es primera, segunda, ó tercera
llamada.

En el centro de la carátula descrita, se ve una manecilla que se
hace girar sobre el letrero que corresponde al deseo que se quiere
manifestar: ésta oprime uno de los alambres que están en la cajita
que contiene la carátula, y la oficina central recibe el aviso y
corresponde al llamado.

La renta de la caja avisadora es de veinte reales al mes: al mensajero
se pagan quince centavos por el primer llamado, y precio convencional
por la comision que se le encarga ó el mandado que se quiere que haga.

A la policía nada se le paga porque acuda, lo mismo que á los
encargados de apagar incendios.

De esta suerte, los más infelices, en el último barrio de la ciudad,
están acompañados, asistidos por ese establecimiento poderoso, y parece
cosa de mágia ver aparecer en medio de una riña en una casa particular,
á la policía, ó acudir al médico, ó llegar un caballo listo para que
nos sirva cuando se acaba de hacer el llamamiento convencional, con
solo mover la manecilla mágica.

El telégrafo del distrito se estableció en 1875, y puede asegurarse
que no hay un diez por ciento de edificios que no hayan acudido á sus
beneficios, dispensándole toda clase de personas universal proteccion.

Despues de Mr. Gamblé, M. Greenwood, superintendente del telégrafo de
alarmas, es tambien superintendente de este telégrafo, con universal
aceptacion.

Hay otro servicio telegráfico, cuyas señales se ven en las montañas y
en las lomas, y sirve para dar aviso de los arribos de buques, que es
tambien de suma utilidad y disfruta del favor del público.

       *       *       *       *       *

La generalidad de las construcciones de madera, su altura, su
aglomeracion y el número de personas y de intereses que encierran,
dan á los incendios importancia espantosa y colocan á los que los
combaten, en primera línea entre los bienhechores de aquella sociedad,
captándoles, con justicia, la estimacion universal.

La aureola espléndida que circundaba en otras edades al trovador y
al paladin; las seducciones que embellecian al caballero temerario
en las lides y diestro en los torneos, son nada comparados con el
prestigio del Bombero: cultiva el lirismo de la accion, vulgariza el
heroismo, prodiga su existencia en el torbellino de fuego y horror que
le circundan, y arranca á las llamas al anciano moribundo, á la jóven
desfallecida y al niño inocente, delicia de los autores de sus dias.

El amor, hasta el olvido de su propio sér; la audacia, hasta
confundirse con el delirio; la bondad, hasta no poderse distinguir de
la pasion; el sublime, hasta irradiar en los más leves accidentes de un
drama terrible.

Parece que aquellas naturalezas frias de aquellos adoradores del oro,
se conmueven y despiertan al sentimiento, en un instante dado; que
se funde la costra de hielo sobre los corazones y las fisonomías, y
aspiran con la llama, la plenitud de la vida, aquellos romancescos
hijos del peligro.

Las oficinas ó establecimientos para extinguir el fuego, en todos los
puntos de los Estados-Unidos, están montados con verdadera riqueza;
pero como el primero que yo veia era en San Francisco, atrajo mi
profunda admiracion.

La Brigada de Bomberos consta de 250 hombres, al mando de M. Rossell
White, de Boston.

Tiene á su servicio cincuenta caballos y las máquinas y útiles
correspondientes, que son una riqueza.

Devenga la Brigada anualmente cerca de trescientos mil pesos.

Los departamentos de Bomberos, en general, constan de tres secciones
principales.

En alto las habitaciones de los oficiales y dormitorio de los soldados
de guardia. En la parte baja, en contacto con la calle, las bombas,
escaleras y demás útiles para apagar el fuego, é inmediatamente atrás,
el establo y sus dependencias.

El dormitorio tiene sus camas correspondientes y su despertador
estrepitoso.

El vestido, el modo de ajustarlo con pequeños ganchos, se prestan tanto
á la celeridad, que el bombero está listo en ménos de dos segundos.

En el departamento en que se hallan las bombas, se ve el telégrafo y el
timbre de la alarma.

La bomba tiene ganchos, guarniciones, todo lo necesario á punto de
servir.

En el establo se encuentran constantemente enguarnecidos los caballos,
que son siempre escogidos y notables por su hermosura, su brío, y sobre
todo, por estar perfectamente enseñados y ser de rara inteligencia.

Al toque de alarma ó vibraciones rapidísimas del timbre á la vez, y
con una celeridad que permitiria ver todo lo que pasa con la luz de un
solo relámpago, los caballos cabecean y se desprenden por sí mismos
del pesebre, corren furiosos y se acomodan á la bomba, donde uno ó
dos movimientos los enganchan, miéntras se han vestido los bomberos y
están en sus puestos; una trampa del techo se abre, y por unos cables
descienden soldados y conductores, y parte la máquina al sonar el
mandato dictado con el timbre.

Los rapidísimos instantes en que esta revolucion se efectúa, están
los caballos con las orejas inquietas, los ojos despidiendo llamas,
inteligentes, indagadores, poseidos de su mision, parecen prevenirlo
todo y adelantarse á los deseos de los jefes y de los compañeros de
peligros.

Dáse la señal: desbocados materialmente los caballos, arrastran como
un torbellino las bombas, que corren, al clamoreo de sus campanas y
entre el tumulto, al lugar del peligro.

El edificio que se trata de salvar está envuelto en las llamas.... Unos
bomberos en escaleras altísimas, que recargan á las paredes, penetran
al lugar de la catástrofe; otros ajustan mangas á las ventanas para
salvar enfermos, niños y muebles; algunos, escalando por un cable ó una
asta, derriban techos y se hunden con ellos para incomunicar el fuego,
y entre los alaridos, las escenas de horror y las corrientes caidas y
crujidos de la llama, pasea el bombero su heroismo, y es como el génio
del bien y de la salvacion.

A veces el incendio cede á los esfuerzos de estos generosos custodios
de la ciudad, y entónces, con las ropas desgarradas y rastros del
incendio, polvosos, escurriendo agua, se organizan, se forman, y
vuelven cantando con entusiasmo su marcha favorita, que es como el
himno del bien y de la fraternidad triunfante.

Los niños siguen á los bomberos, las jóvenes aplauden y los saludan,
agitando sus pañuelos, y los hombres se descubren conmovidos y
orgullosos en presencia de aquel espectáculo lleno de grandeza.



XII

Vida externa.—Pick-nic.—Un paseo á la orilla del mar.—La mision de
Dolores.—Fort-Point.—El Alcatraz.—La bahía.—El peñon.


LA CONSTRUCCION de las casas sin patio ni balcon, dan idea, á primera
vista, de la poquísima importancia que tiene la vida íntima, la
residencia ociosa, en una ciudad americana.

El patio, recuerdo del serrallo, se engalana con flores primorosas y
con pájaros cautivos, juegan los niños en sus corredores y recibe el
anciano las caricias del sol.

El balcon es como el aparador en que las bellas se dan en espectáculo:
anima el muro, sirve de atalaya á la vieja curiosa y á la criada
diligente; en los países calientes es el punto de reunion en que se
anima la tertulia y se reciben los halagos de la brisa.

En la casa americana, se come, se duerme, se baila, se cura, se muere;
pero no se puede decir que se vive.

Tal vez depende la circunstancia en que me he fijado, de que la primera
necesidad de estos pueblos es el movimiento.

Fomenta la benéfica tendencia á la accion constante, la afluencia de
extranjeros, que es á la vez renovacion y purificacion de la sociedad;
esa oferta de trabajo más barato y más inteligente; esa emulacion, no
se traduce en odios y repulsiones, sino en competencia de mejora, y
esto es fundamental, en mi juicio, para aquellos pueblos.

Las naciones débiles, como los animales débiles, son celosas; en
ciertos países se expía toda superioridad como si fuera crímen: cuando
un hombre descuella, cuenta con la insurreccion de las medianías. En
estos pueblos no: cuando álguien sobresale, se procura superarle, se
ponen los medios para avanzar más; pero sin deprimir al adversario:
entónces viene la competencia que perfecciona, el invento que eleva
la industria, la supremacía legítima del mérito. La intriga y las
envidias, se estrellan en el buen sentido universal.

El espíritu de emancipacion es otro motivo de la virilidad de ese
pueblo. El niño aspira á hombre, ama la vida propia, le humilla la
dádiva, y en la espectativa de la independencia, el trabajo se le
presenta con las manos llenas de preciosos dones, y el peligro mismo le
sonríe.

Es raro encontrar un americano de quince años al cuidado de un criado,
pidiéndole á papá, no solo para sus necesidades sino para sus vicios:
es raro ver que pase del presupuesto doméstico al presupuesto del
gobierno, aunque sea como escribiente; y mucho más raro que forme una
familia parásita al lado de sus padres ó de sus suegros, teniendo en
nada la dignidad y la vergüenza.

No seguiré, por amor á mis lectores, este fecundo tema; básteme decir,
que uno de los rasgos más salientes de la existencia americana, es la
propension á la vida externa.

Al niño, al mes de nacido le pasean en su carrito por calles y plazas:
el niño y las niñas se dirigen solos á sus escuelas, sin escoltas,
cómplices ni cuidadores; los hombres corren á sus negocios y toman
su _lunche_ al paso, en el _restaurant_ ó la cantina, sin perder su
tiempo; la obrera abandona su domicilio y lo cambia por la vida del
taller.

La _lady_ finge negocio para estar en la calle perpétuamente, y la
vieja, temblando por quedar confinada al secuestro y al rezago, se
acicala, se adereza, acude á su corsé como á un salvavidas, empuña su
sombrilla y flota en las aguas de la animacion general.

A todas estas causas reunidas se debe que negocios que no se pueden
ajustar en la lonja, se emplacen para el _bar-room_ y para el
_restaurant_, y que las plazas, los parques y los teatros, sean lugares
de citas y contento.

La construccion de las casas y su falta de patio quitan el alimento á
la crónica escandalosa y al chisme.

En el patio de la casa de vecindad se ponen muy de manifiesto, las
libertades del muchacho ordinario, las reyertas del matrimonio mal
avenido, las comidas del artesano sin trabajo, las visitas misteriosas
de la viuda recatada, pero fresca y graciosa. En esta especie de
colmenas, cada persona tiene su celda, sin cuidarse de los que viven
juntos, á veces por años enteros, desconocidos.

Como es de suponerse, el ideal para personas que así se han educado y
así gozan, es el Hotel.

El provee de servidumbre al alojado; en su seno hay derecho de
reprochar por igual el mal servicio y hacerlo mejor; nadie nos acaricia
ni nos consuela, pero nadie nos pone mal modo ni nos molesta; no
se hace agradable nuestra comida con los halagos y las atenciones
delicadas de la mujer, pero no se amarga con el celo y con las
impertinencias domésticas.

Esta y otras costumbres nos parecen intolerables, y lo son en efecto;
pero es necesario tener en cuenta que nosotros lo juzgamos todo desde
el punto de vista de nuestros hábitos y de nuestra educacion, que
son para nosotros una segunda naturaleza. ¿Cómo juzgaria un pato, me
pregunto yo, de las constumbres de un asno? ¿qué papel haria un cerdo á
los ojos de un pájaro, columpiándose y dando chillidos en una rama?

Muchas de las singularidades de los yankees, dependen de que los
juzguemos en nuestra calidad de patos ó de cerdos, y este es un
principio realmente ilógico y falible.

Entre las constumbres de esta vida externa, el _Pick-nic_ es de las que
me simpatizan, con perdon de vdes.

El _Pick-nic_ es un paseo en comun, y se divide en dos clases: ó es por
empresa, ó es por asociacion.

Si por empresa, los empresarios, que suelen ser dependientes de
algun establecimiento de beneficencia ó caridad, toman á su cargo un
buque, lo engalanan, le dan el atractivo de una orquesta y anuncian
excursiones á cualquiera lugar favorito de damas y caballeros, donde se
baila, se come y se solaza el prójimo.

A veces el _Pick-nic_ se cita para un jardin en que se dispone algo
como nuestras jamaicas, y es de excelente efecto.

El _Pick-nic_ por asociacion tiene un carácter íntimo y suele dar lugar
á expansiones deliciosas.

Se reunen siete ú ocho amigos: cada uno se cotiza con un plato para
el banquete campestre; otro da el pan, otro los licores, el otro la
música, el de más allá los vehículos de conduccion.

Como se deja entender, el amor anda con tanto ojo en todos estos
aprestos, y desde la deliberacion sobre el punto de reunion y sobre las
comidas, es deliciosa.

—Iremos al mar, decian las muchachas, hablando del _Pick-nic_ á
que voy á referirme, y ojalá nos toque un nortecito, verán qué bien
arriamos velas y manejamos el timon.

—No, por María Santísima, clamaba yo; yo no soy animal acuático; vdes.
quieren tener la satisfaccion de vernos ahogados.

—No, á la montaña! á la montaña!....

—Nos va á dar una fiebre.

—El lugar está elegido: vamos á _Fort Point_, dijo un doctor, que sabe
unir á una profunda sabiduría, una amabilidad perfecta.

En efecto, fuimos invitados y tuvimos nuestro _Pick-nic_, en Fort Point.

La estimable familia que nos invitó al _Pick-nic_, es mexicana de
orígen; pero la señorita de la casa nació en San Francisco, de madre
mexicana, y se educó en Alemania; el doctor, que ya ha tomado la
palabra, nació americano; pero ha vivido constantemente en México y es
un generoso ranchero del Bajío; habia dos mexicanos, uno de ellos de
educacion inglesa _pur sang_; otras señoritas de California, es decir,
de todo el mundo, y coronaba la reunion un polaco, que así pespunteaba
un fandango andaluz, como se extasiaba recitando el célebre monólogo
del Manfredo, de _Byron_.

Eramos representantes netos del _mole poblano_ y _el pulque de piña_,
una señora esposa de un amigo mio, apreciabilísima, y yo, que me he
exhibido bastante para tener necesidad de presentar aquí mi fotografía.

Llegaron los carruajes, coronaron el ómnibus los canastos y cajones
con los pertrechos de boca, y se acomodaron nuestras compañeras con
sus sombreritos de campo, sus flores, sus sombrillas y sus vestidos de
lienzo leve, pero elegantísimos.

El jóven polaco, sentado en un albardon como una uña, cabalgaba al lado
del coche, diciendo chistes y amenizando la concurrencia.

Recorriamos médanos y colinas áridas, interrumpidas por deliciosos
jardines, régias estancias y chozas entre árboles, rodeadas de ganados.

Veiamos, como esqueletos de pié, armazones de casas, con trazos hechos
con latas, de departamentos que deberian alojar á la comodidad y al
lujo, y se recreaba nuestra vista en paisajes cuyo último término
lo forman las sierras, si no tan levantadas y romancescas como las
nuestras, sí de grande belleza y majestad.

El doctor, á la vista del edificio de adobe del antiguo presidio,
aprovechado ahora para una pequeña guarnicion, conservando su tipo
español, me decia:

—Ya vd. ve lo que es el mundo: la gloria de la conquista de estos
lugares se atribuye generalmente á Cabrillo, sin recordar al asesino
Jimenez, que de resultas de la muerte que dió á Diego Becerra, tocó en
la Paz en 1533; ni á la famosa expedicion de Cortés; ni á las tropas
que mandó en 1564 D. Luis Velasco, miéntras otras tomaban posesion
definitiva en las islas Filipinas; ni siquiera á las correrías del
pirata Francisco Drake, que aunque vino á California, 37 años despues
que Cabrillo, quiso poner á California la Nueva Albion y arrogarse la
gloria del descubrimiento.

Al ver esa humilde iglesia, aunque de construccion muy moderna (1822),
continuó señalando la mision de Dolores, no puede dejarse de recordar
el zelo apostólico de los padres franciscanos primero, y de los
jesuitas despues.

—Pues en México, dijo uno de mis compañeros, mexicano, acaso porque
lo más precioso de nuestra historia se encuentra en las crónicas de
misiones y conventos, las personas estudiosas conocen las relaciones
de Clavijero, Gomara, el capitan Sebastian Vizcayno, el derrotero del
P. Escobar, el del almirante Anson y los minuciosos detalles del P.
Torquemada.

¡Qué divino P. Salvatierra! qué P. Piccolo tan lleno de espíritu de
caridad! qué ingenioso P. Ugarte! qué ardiente fervor del P. Luyando!
cuánta sabiduría muestra el P. Sedelmayer en su reconocimiento del rio
Gila!

Muy satisfecho se mostraba el doctor de los conocimientos de mis
amigos, y se hubiera convertido en Liceo el ómnibus, si las muchachas
no apagaran con sus cantos las voces de los sabios, con aplauso general.

A poco de que esta interrupcion acontecia, y despues de pasar al
frente de los corredores de lo que fué presidio, y de la iglesia con
su fachada que termina en triángulo, sostenido por gruesas columnas,
pararon los carruajes, descendimos todos, tomaron los criados el rumbo
de la playa inmediata, y nos detuvimos frente á la entrada de la
inmensa fortaleza que no ofrece accidente alguno, sino muros lisos,
formidables, con sus ventanas y troneras.

En la fortaleza no habia nadie absolutamente: uno de nuestros amigos
se dirigió al Presidio, hoy residencia de la guarnicion, y solicitó
permiso para que unos extranjeros viesen Fort Point: al momento
se obtuvo la licencia, presentándosenos para darnos entrada é
instrucciones, un jóven sargento, con sus llaves en la mano.

Abrió el sargento una puertecilla ancha y del alto de dos varas á lo
más, y penetramos en la fortaleza.

Desde la entrada de la bahía se percibe la fortaleza que vamos á
describir, como un punto saliente en una línea de obras estupendas que
van siguiendo las sinuosidades del terreno: cerca de una milla tendrá
ese conjunto de obras, y en ella existen veinticinco baterías. Despues
hay troneras á corta distancia en que se ven de dos en dos cañones de
grueso calibre, teniendo á la retaguardia un bien provisto almacen
cada batería, incrustado en el muro fortísimo, de más de tres varas de
espesor.

El cañon del punto más saliente es una exageracion, una paradoja de
bronce.

El tránsito á cada batería está dispuesto sobre el glácis del parapeto,
formando unas garitas que sirven de refugio á los defensores.

Los parapetos tienen treinta y siete piés de ancho y algunos de ellos
más: las bóvedas de las travesías miden cinco piés de espesor.

Todo el edificio de piedra está construido á prueba de bomba y de
fuego, y presenta la solidez del granito.

El centro de la línea que parte de la batería está provisto de doce
colosales morteros.

El fuerte descansa en un gran cimiento ó peana, que combinada con la
configuracion del mar, es capaz de resistir á la artillería de mayor
calibre.

La inmediacion del fuerte al mar es tal, que se rompen las olas
constantemente en el muro exterior, y los arrecifes son en aquel lugar
tantos y tan erizados, que no digo un esquife ó un bote, pero ni un
hombre los podria atravesar fácilmente.

Desde la altura de la batería se domina la bahía, y los paisajes que se
descubren tienen inmensa grandiosidad.

En la bóveda del fuerte, con el mar al frente, con el movimiento
inexplicable de las embarcaciones, con los campos cercanos cargados
de mieses, con las fantásticas serranías que limitan y embellecen el
tendido horizonte, Fort Point es un punto encantador.

—Siga vd., me decia el doctor, la línea toda de las obras de
fortificacion; fíjese vd. en aquella otra fortaleza no ménos formidable
que ésta: es Old Fort.

La puerta principal, que es de fierro, está flanqueada por dos gruesos
cañones que tienen esculpidas las armas españolas, el nombre de
Cárlos III y la fecha de 1760: esos cañones, continuó nuestro amigo,
formaron indudablemente parte del armamento de la fragata concedida
á los jesuitas. El fuerte es de ladrillo y tiene una triple hilera
de cañones. La Puerta de Oro (_Goldem Gate_), que ve vd. al frente,
y Punta Caballo que se distingue á un lado, cierran la cadena de
fortificaciones, que hacen la bahía realmente inexpugnable.

Pero en medio de aquellos gigantes edificios que parecen encerrar en
palacios de granito las formidables divinidades del mar; entre aquellos
monstruos de piedra que aparecen coronados de bronces estupendos, que
encierran la tempestad y están prestos á lanzar el rayo; entre aquellos
prodigios de solidez, que como que compiten y desafian el empuje de las
olas, la amenaza tremenda del arrecife y las iras del mar, en que se
pierde como átomo la pretensiosa representacion del hombre, nada más
grande que la fortaleza del Alcatraz, imperando como sobre un trono de
escarpadas rocas en aquella magnífica bahía.

Circunda á la fortaleza el mar. Está asentada sobre una isla que por
sí sola forma muralla caprichosa y ciudadela. El fuerte que corona la
isla se tiende arrogante y como que se empina para dominar el mar,
alcanzando ciento diez y nueve piés sobre su nivel. Yo no he visto
ostentacion más grande de poder. La bandera que saluda á los pabellones
de todos los pueblos del mundo, que están á sus piés, es como una
promesa de bienaventuranza y de luz, en un mundo que está despertando á
una nueva creacion.

El Alcatraz es una prision militar, que tiene una organizacion
perfecta, y en la que están establecidos talleres que producen gruesas
sumas al establecimiento y á los presos.

Mucho hubiéramos querido aprender con el doctor sobre la fortaleza
del Presidio Yerbabuena y otras; pero nuestras compañeras no fueron
del propio parecer, y subiendo y bajando por toda la fortaleza, con
celeridad increible, nos invitaban para el almuerzo, entre la bulla, el
tragin de las señoras y la algazara de los chicos.

Se habia hecho lumbre á la orilla del mar y á la sombra de
empinadísimas rocas. Circuian la lumbrada los sirvientes y las mismas
damas, expeditas y alegres, despojadas de sus sombrerillos y sus
guantes.

Sobre la arena, y siempre al abrigo de las rocas, se tendieron los
manteles, blancos como la nieve, dando lucimiento á hileras de
botellas, con sus corazas de plata y oro, á cristalería riquísima y á
porcelana reluciente.

Rodando piedras, se suplió la sillería, y fueron llegando, humeantes,
en alto y en procesion, los manjares, preguntando por nuestro apetito
que esperaba con tanta boca abierta.

Se sentia el halago, la confianza estaba como derramada en la
atmósfera, el contento buscaba pretextos para estallar en centellas
mil, que llevaban por doquier el regocijo. Competian las damas en
amabilidad, los jóvenes en galantería y finura.

De la manera más espontánea daban á luz sus gracias los que las
poseian, y los que no, de su inutilidad misma sacaban partido.

Se cantó en todos los idiomas, se hicieron suertes de prestidigitacion,
á que son muy afectos, y una morena de ojos como dos soles, y de una
sal de Jesus que quita el sosiego á las piedras, nos dijo la buena
ventura, remedando una gitana, que como quiera, se llevaba prendidos
pedazos de corazon entre sus gracias.

Pero lo que me tenia realmente como lechuza en maitines, era la
relacion de aquellos pollos sin pizca de barba.

Quién estaba acabadito de llegar de China, á donde se fué en un barco
lleno de cadáveres de chinos, en un cementerio flotante, tripulacion la
más quieta del mundo, á correr aventuras.

Otro chico venia de Australia y nos pintaba caballos color de zafiro,
perros de tres cabezas, guajolotes azules, cosas estupendas.

Ese _yankee_, tan pronto está en una carrocería, como es médico ó se
ajusta como ingeniero en un ferrocarril; pone una tabla de carnicería
y la suelta para ocupar un asiento en el congreso; le desaira el voto
público y se reune á unos funámbulos que exhiben fieras, y se arranca
de las jaulas de los monos para componer el cuerpo diplomático de
Francia ó de Turquía....

La comida fué una abreviatura de las bodas de Camacho; algunos se
entregaron á esa inmovilidad de la necesidad satisfecha, que es como el
éxtasis de la gula; las jóvenes corrian y se lanzaron en busca de un
bote para dirigirlo y pasear.

Los muchachos saltaban entre las rocas, y yo buscaba, por la primera
vez de mi vida, con ternura, á las ancianas, porque cada muchacha era
un peligro de muerte.

¡Qué soltura para escalar las más escarpadas eminencias; cuánta
destreza y cuánto arrojo para correr sobre las angostas citarillas que
caen al mar; qué agilidad para equilibrarse sobre las crestas de los
arrecifes, rompiéndose y empapándose los vestidos! Aquello era para mí
como sentirme condenado á muerte: cada invitacion me parecia una red
tendida á mi existencia....

Tomé una resolucion desesperada: me oculté á todas las miradas, y
lo diré aunque me cueste un sacrificio de amor propio.... me dormí
profundamente.



XIII

Un ruso furibundo.—Pregones de vendimias en las calles.—Los
teatros.—La Maison Doré.—Los extranjeros y su influencia.


LOS MEXICANOS nos dividimos en grupos, y cada quien, con excepcion
de Sr. Iglesias, corria por aquellos mundos surciéndose relaciones,
procurándose paseos y entretenimientos y dedicándose á estudios
especiales, ó á sus gustos.

A la hora de la comida nos reuniamos en mayor número, y nos dábamos
cuenta de nuestras impresiones.

El uno se habia hallado una fonda de marinos alegres, barata, y en que
era el condimento excelente; pero bufaba de ira y no podia soportar los
movimientos bruscos de los que entraban, se empinaban en su tripié,
empujando á todo el mundo, y devoraban, dejando, como cerdos, un
basurero de fragmentos de carne, migajas y chorreones de cerveza.

Un músico de nuestros compañeros venia sordo y escandalizado de un
concierto de pífanos, trompetas y tambores, que habian extasiado á los
_yankees_, y á él le tenian á dos dedos de la _epilepsia_.

Tal, estaba frenético contra una lindísima _lady_ á quien vió descender
de un coche; hizo una seña, se aceptó la libranza telegráfica, tomó su
mano, vió ella un anillo que llevaba en el dedo, clamando: _veri fine_,
_esplendid_: dijo él: “muy á la órden,” y sin más ni más, la _lady_ se
lo puso en el dedo.... y se marchó.... Era el anillo de la señora de
sus pensamientos....

Alguno llegaba medio loco, porque un espiritista le dijo quién era, por
qué iba á California y que probablemente la hija ausente se le habria
casado con un perdulario.

Unos noveleros ensalzaban á los cielos cuanto veian, pintando á
nuestras mexicanas, chiquitinas, gazmoñas y encogidas, ceremoniosas,
llenas de vanidad y de celos.

Miéntras otros estaban reñidos con las extranjeras por su brusquedad,
criticaban su espíritu mercantil, su flexibilidad de carácter con el
primer transeunte, y su aire vagamundo y masculino, y nada sacábamos en
limpio, y todo era disertar, y todos y ninguno teniamos razon.

Yo frecuentemente me acompañaba con Alfonso Lancaster, Pablo Ibarra y
Manuel Alatorre.

Melancólico, aunque finísimo, el primero: reservado, pero lleno de
nobleza, el segundo; y Manuel, condescendente y delicado.

Por supuesto, tenian que buscarme dia á dia mis amigos, como con
linterna, por aquella enfermedad de que ya tengo dada cuenta á mis
lectores. Porque eternamente me perdia al salir de la casa, al torcer
una esquina, al saludar.

Se estacionaban dos en una magnífica fonda de la calle de Sutter, y
otro iba en mi busca; al cabo de tiempo, volvia conmigo, mal perjeñado,
aturdido, polvoso.... era que me habia sacado de unas barracas de
gitanos, donde me habian llamado á danzarme una tarantela.... ó bien,
en la inteligencia falsa de que era mason, me querian comprometer á que
instalara con unos franceses un taller, negándose á creer que soy un
profano de lazo y reata.

En uno de los dias de cita, me encontré que no almorzábamos en el salon
comun, sino en un departamento reservado, dispuesto para corresponder
con un espléndido almuerzo, el convite de un ruso que nos habia llenado
de obsequios y atenciones.

Esos convites privados se hacen con toda perfeccion en los
_restaurants_ americanos; pero es preciso confesar que los franceses
se llevan la palma y conservan en alto la bandera de la supremacía
gastronómica.

Cómodos sillones de terciopelo; la luz vertical penetrando entre
ondas de gasa blanca y color de oro; espejos, divanes, flores, con
extraordinaria profusion.

Yo me habia figurado los rusos velludos, de anchos hombros, de largas
cejas y ojos hundidos: un ruso como los representados en grabados en
madera.

Nosotros esperábamos inquietos: á cierto tiempo, el criado anunció
á nuestro convidado, que era un hermoso jóven vestido con exquisita
elegancia. Pero yo apénas me fijé en el ruso, porque llevaba como
colgada de su brazo la criatura más poética y angelical que puede
imaginarse: sin más averiguacion, declaré en mi interior que las rusas
eran las mujeres más lindas del universo.

Los rayos de sol disueltos en una atmósfera divina; la sonrisa de los
cielos refugiándose en las llamas de los labios; el amor, palpitacion
y vida; la ilusion hecha mirada; la pasion, encerrándose en las formas
del arcángel; la voluptuosidad de la Vénus, escondiéndose tras de la
inocencia del niño. Eso era aquella mujer, que nació despues de Eva;
porque Eva se hubiera muerto de celos al ocupar el paraíso, si la
hubiera encontrado allí.... y para colmo de sorpresa, aquella no era
rusa, sino una vision celeste escapada del cerebro de Víctor Hugo, su
compatriota, para mi ejercicio y mayor corona.

El ruso aquel, que me hizo abrazar incontinenti el partido de los
turcos, nos presentó, con la mayor naturalidad, á su querida.

Por fortuna, el ruso elegante no hablaba palabra de español; se
entendia en inglés con su adorado tormento, y nosotros hablábamos con
la hermosa convidada en español.

¡Qué alegres y decidores nos pusimos todos! cómo se hizo comunicativa
la alegría, y qué infieles traducciones llegaban al ruso de nuestros
piropos y galanterías!

Objeto _Desiré_ de las más delicadas atenciones, se declaró por México
con frenesí, y yo, á pesar de mis años, la declaré más mexicana que á
la Malitzin.

Una de mis exclamaciones entusiastas hizo hablar á mis compañeros de
mi lacra poética, y fuí hombre perdido. El ruso aquel cobraba cierto
aspecto feroz.

La jóven habló á un criado al oido, sacó una tarjetita, escribió y
despidió al criado.

Sirviéronse los postres: me parecia que el ruso me veia cara de
turco; pero bebió conmigo y mis compañeros: me dijeron que su fijeza
en el mirarme era por curiosidad de conocerme y que decia mil cosas
lisonjeras para mí.

Yo me tranquilicé; pero _Desiré_ era tan espiritual, tan amable, sabia
decir cosas tan seductoras, que los Moctezumas estábamos lelos de
admiracion.... y sin perder de vista al ruso....

Hablóse de caballos, de libros, de caza, de marina, de armas. En este
punto, el ruso habló divinamente: eso de escribir un nombre con balas,
de poner puntos á unas _ies_, de clarear los pequeños círculos de un
siete de oros, eran para el maldito ruso como beber un vaso de agua.

El criado de la tarjeta llegó conduciendo un álbum, que era un
verdadero prodigio artístico.

_Desiré_ se dirigió al ruso, y éste, con la mayor finura, me suplicó
rendidamente, por medio de un intérprete, escribiese allí algunas
palabras, y que le hiciese la gracia de que fuese en aquel momento,
porque tenia que partir de un dia á otro para las islas de Sandwich.

Pedí permiso para retirarme á una pieza contigua á escribir en el álbum.

Los jóvenes quedaron en medio de la algazara, las risas y las copas.

Yo me sustraje al ruido y comencé á hojear el libro, distraido, porque
realmente, no tenia humor de escribir.

El precioso libro contenia miniaturas encantadoras, paisajes deliciosos
y versos en varios idiomas.

Era aquel álbum como un altar en que la gracia, la inspiracion y el
talento artístico habian colocado las más ricas ofrendas.

Oia yo como á lo léjos las risas, y no sé por qué me sobrecogió
inesperadamente rara tristeza.

Seguia hojeando el libro y me fijé en unos versos, escritos de mano
de mujer; pero los escribia una mano enferma, trémula: ví con más
atencion, y en el papel habia huellas de lágrimas.

Los versos ocupaban las últimas hojas del libro: entre ellas habia un
_pensamiento_ hermosísimo, perfectamente desecado.

Aquellos versos, ¿quién lo creeria? son de la madre de _Desiré_,
elocuentísimos, sublimes de bondad y de virtud.

Eran los versos un contrasentido en aquel libro. Eran un llamamiento
á la virtud, con los recuerdos de la infancia, frente á la tumba del
honrado padre que habia derramado su sangre por la patria; eran la
representacion de la vida apacible del hogar, rodeada de los encantos
de la inocencia, y formando la niña las delicias de la madre, que la
idolatraba.... Era una apelacion á su corazon; era una retencion en el
camino del bien, bañando sus manos de lágrimas, cubriendo de besos su
frente todavía pura......

Las risas y el contento que llegaban hasta mí en ecos interrumpidos; la
soledad de aquella estancia; la confidencia de dolor de aquella madre,
hacian en mí profunda revolucion, y por un capricho inexplicable, tomé
la pluma y derramé en el papel cuanto encerraba de amargura mi alma,
cuantos sollozos íntimos estaban contenidos en mi pecho, secundando
ardiente aquella imprecacion maternal, que era como un alarido de
angustia que llevaba el presentimiento de la perdicion de un sér
querido.

Yo no sé cuánto tiempo duré escribiendo: cuando terminaba las últimas
estrofas, mis amigos se habian levantado de la mesa, y yo, concluyendo
de escribir, puse al salir á la calle el álbum en manos de la
deslumbradora _Desiré_.

Al siguiente dia, mis amigos entraron á mi cuarto azorados.

—¿Qué demonios has hecho?

—¿Qué atrocidades fuiste á escribir en el álbum de _Desiré_?

—¿Pues qué es lo que pasa?

—Pasa, que vas á tener un lance muy desagradable con el ruso; que te
busca frenético para una reparacion.

—¿De dónde te ocurrió esa predicacion de misionero en un libro de
galanterías y de chistes?

—¿Pues qué ha pasado?

—Que _Desiré_ se retiró á su casa, leyó los versos, los releyó, y ha
manifestado al ruso su resolucion de volver al camino de la virtud, al
lado de la madre que la llama inundada en lágrimas, junto á la tumba de
su heróico padre, y toda la sarta de barbaridades con que te quisiste
lucir en tus versitos.

El mundo se me vino encima con esta relacion: yo veia rusos por todas
partes.

—¡Vamos! no tiene más remedio que desconvertir á _Desiré_.

El lance era terrible.... solicité una entrevista con aquella
criatura.... y nada, ella estaba abrazada á su cruz de redencion, con
un entusiasmo, que ni Santa María Magdalena....

El ruso bufaba, la deidad aquella, era una fortaleza inexpugnable....
Jamás me ha hecho mayor daño la virtud de una mujer.

Maldecia yo mi aptitud de ganar almas para el cielo: mis amigos dejaron
al ruso que habia salido al campo.

Por fin, el ruso hubo de marcharse para las islas, y _Desiré_ se
embarcó para Francia.... Yo confieso que tuve dias pesadísimos, y que
á eso debo tal vez mi exaltada simpatía por la causa de los turcos.
¡Permita Dios que en este desfiladero de Shipka que disputan, dé al
traste con su alma el convidado de la fonda de Sutter!

       *       *       *       *       *

Miéntras duró la aventura del ruso, no me acompañé con mis amigos,
vagaba al acaso por las calles, siempre perdiéndome y siempre
resultando rumbo opuesto á aquel á que queria dirigirme.

Aunque hay movimiento inmenso por las calles centrales, se nota la
preocupacion del negocio: hay mucho mayor silencio, aun cuando se
formen grupos.

Rios de gentes desembocan de las banquetas de Montgomery, el Mercado
y Kearny; cuelgan en las afueras de las tiendas sombreros, zapatos,
lienzos y plátanos. Se roza la gente con los cuartos de carne puestos
en los clavijeros; tropieza con las frutas, los cestos y los botes que
están á la entrada de las _Groseries_ ó tiendas mestizas, y no tienen
las calles, con todo su gentío, el ruido que se nota en México en las
calles centrales.

En las calles de California y al rededor del Sacramento, se atropella
la multitud de personas vestidas de negro, que entran en bancos y
depósitos: van, vuelven, transan, disputan y se pierden en la multitud,
siempre corriendo, y siempre codeando y apartando á los que les
interceptan el paso.

En algunas partes están regados ó amontonados muebles en medio de la
calle, y entre jaulas, colchones, roperos y carruajes, se encarama
un yankee, martillo en mano, haciendo un remate entre _ladies_ y
labriegos, potentados y carreros.

En tal esquina, un prestidigitador come lana y arroja llamas; en otra
muestra un charlatan, con un microscopio, los arcanos del cabello ó las
curiosidades de una gota de agua; allí se ven trabajar á las abejas
en un panal cubierto de cristales; adelante un mono sabio dice la
buenaventura á los transeuntes, y en medio de la calle, sobre un cajon
de vino, boca abajo, un demócrata furibundo pone de oro y azul á las
autoridades, y grita en todos los tonos que Hayes, el presidente, es un
pícaro redomado.

Pero este México cantante, esta voz de las plazas y de las calles que
se armoniza con el aire y la luz; que cambia con las estaciones y hasta
con las horas del dia, eso extrañaba tanto cuanto no es decible.

El tenor que pregona las manitas; el agudo grito de _carbon sioó_; los
barítonos de la cecina, y el melado y el requeson; los tenores de los
mosquitos; el contralto de la sebera y la vendedora de nueces, el bajo
profundo de las _tinajaaas_, dan voz especial á nuestras calles, educan
nuestro oido de un modo particular.

Las diligencias retumban en nuestros empedrados; los _simones_,
acentuando con la llanta floja su ruido, nos avisan su tránsito á
distancia; las partidas de mulas, los carneros y los soldados mantienen
en perpétua inquietud la poblacion.

En los mercados parece que las gentes riñen; ruega la india, invita
como amenazante el ranchero, el varillero charla y arma plaza, el
órgano congrega á los muchachos, y el cartelon de la esquina á los
artesanos de poca fortuna, y á las garbanceras.

Allí los traficantes callejeros se sitúan en las esquinas, y no gritan,
sino que hacen invitaciones á los que pasan.

Vénse canastos con frutas, y sobre perones y manzanas, piñas ó plátanos
empapelados, fijado el precio de cada pieza.

Sobre un asiento de tijera descansa un cajoncillo con ramitos de
flores ó con pasas, ó con cortaplumas y portamonedas, proclamadas
por un italiano, aunque las frutas son el comercio principal de los
compatriotas del Dante; otro cajoncito contiene juguetes ó candís
(dulces) para los niños.

En la noche, en algunos puntos, á la luz de colosales teas, suele verse
una gran caja dominada por una calavera: dice el rubro: “El mejor
amolador de toda la ciudad! Remedio infalible para los callos.”

Vése atravesar un hombre tirando de un carrito, sobre el que estriban
dos morillos y un cordel, formando columpio entre unos cencerros. El
conductor grita con voz desmayada: “_Wags_, _sochs_, _botls_.”

Es un recaudador de hilachas y botellas vacías, que no penetra á las
casas, porque no hay ni zaguanes, ni patios, como ya tenemos dicho.

Entre los carros de verduras, pan, leche, naranjas y simples avisos,
que se anuncian ó con campanas ó con roncas y disonantes trompetas,
una vez llamó un carro mi atencion.

Era un gran carro silencioso, tirado por cuatro caballos; el interior
era un salon bien alfombrado, con un pequeño mostrador en uno de sus
extremos, y botes, botellones y cajas de hoja de lata.

Al lado del mostrador, habia un hombre venerable de larga barba,
envuelto en una especie de sotana negra, con su bonete griego de
terciopelo, sobre su reluciente calva.

Por fuera del carro habia letreros en todas direcciones: _Dr.
Kinswelbourg. Las universidades de Alemania y Paris. El gran confidente
de los espíritus. El rival de Mesmer, en descubrimientos magnéticos.
Naturalista, botánico. Enfermedades incurables. Raíces de Arabia para
las lombrices.... Hiel de la serpiente. “Goatsichen” de Australia para
las enfermedades del espíritu_.

El carruaje marchaba lentamente, y el mágico iba recibiendo consultas
por medio de un intérprete que estaba en el pescante del carro, y
expendiendo sus drogas: jamás ví un más estupendo charlatan en mi vida.

El _allegro_ de las calles, es el muchacho vendedor de periódicos:
pocas veces tiene más de doce años.

Cruza las calles dando carreras y saltos y gritando desaforadamente;
descalzo, con los pantalones remangados hasta cerca de la rodilla,
en mangas de camisa. Ese muchacho, con el cabello á la frente, y el
sombrero, que es un muédano ó un remolino de arrugas, con afinidades
con el trapo, fuma cigarro y bebe _wiskey_, se ingiere en la política y
está al tanto de las peripecias mercantiles.

No siempre ese muchacho es un perdulario; mantiene algunas veces su
familia; jamás pide limosna ni estafa en sus tratos, y suele tener sus
economías en la caja de ahorros.

Otro de los comercios callejeros es el de los que dan bola á las
botas: los hay ambulantes, que con su cajita en una mano y el cepillo
en la otra, interceptan el paso y obligan al transeunte á mantenerse
equilibrado en un pié, miéntras comunican lustre á su calzado, y los
hay sedentarios, que poseen una especie de garita de tablas, con su
empinado sillon, su espejo y sus periódicos.

Una vez paseaba con J. Alcalde: seguíamos con la vista un carruaje
abierto, espléndido, en que dominaba una matrona lindísima, é iban
entre las olas que formaban las pieles, sacando sus cabecitas rubias,
unos niños como arcángeles.

Detúvose el carruaje frente á una de esas garitas, y la dama saludó
afectuosa á uno de esos tiznados _boleadores_, que en mangas de camisa
y con su pipa en la boca, subió al estribo del coche: los niños se
abalanzaron á su cuello, pidiéndole (_five cents_), cinco centavos.
Creimos que aquel era un criado.... Era el padre de aquella preciosa
familia.

El boleador ha hecho en su pedestre oficio una fortuna de más de
_doscientos mil pesos_, jugando al Stock; pero se honra con ejercer su
profesion!!!

Además de los vendedores ambulantes que hemos mencionado, hay
vendedores como los que propalan _naranjas de los Angeles_ y otros,
pero con un grito único, triste y desairado.

       *       *       *       *       *

A estos californios á quienes nada distrae de su negocio; que tan
guapos son en tierra como en la mar, y que así se encaraman aislados
sobre una roca, sin más comunicacion que la de las aves y las nubes,
como se sepultan en las entrañas de la tierra; estos californios, digo,
son los chicos más bobos y los más afectos á las diversiones públicas.

Un vagamundo con su cilindro y su mono, una música de la murga en que
rasca el arpa, chisporrotea un violin y una flauta asmática, destrozan
al artista más pintado; unos perros sabios, un equilibrista, los sacan
de quicio.

Y el mismo hombre que para no distraerse saca su navaja y desbasta un
palito miéntras hace un negocio, pierde horas enteras curioseando y
sintiéndose el mortal más feliz.

No se puede fijar el número de salones de espectáculos, teatros, etc.,
porque estos caballeros, con el desplante mayor del mundo, y en ménos
que canta un gallo, convierten un templo en salon de baile, y el salon,
en dos por tres, en jardin, y el jardin en establo; pero todo en ménos
de cuarenta y ocho horas: se quitan bancas y reclinatorios, y se cubre
el suelo de césped, y se trasportan árboles; desaparecen los árboles, y
se ven los pesebres y las jaulas de fieras.

Todo parece de armar y desarmar; todo parece de desenvolver; todo
parece conducido en latas y en botes, desde el otro lado del mar.

Y para mí lo más singular era, que así como me parecia que para los
diversos espectáculos se desempacaban las decoraciones adecuadas, así
me parecia que venian en botes los actores, y ya devotos, ya bailarines
flamantes, ya pescadores, y ya volatines y saltimbanquis.

En un principio, es decir, por los años de 1848 y 1849, era el Circo
la diversion favorita del público, sea por la clase de espectadores,
sea porque realmente sobresalen estos hombres en tales ejercicios.

En estos espectáculos se lleva hasta la temeridad el arrojo; la
agilidad solo reconoce igual en el peligro; se domina el imposible; se
confunde el salto con el vuelo; el hombre parece que ha encarnado en
gutta perca ó en budruz.

La mujer hace ostentacion del poema de sus formas: se enrosca, se hace
fugaz como la brisa, palpita como la ola, se volatiliza como el éter.
Y la cascada de cabellos rubios que flota á su espalda, y los ricos
trages sembrados de estrellas, con voluptuosos flecos de oro y plata,
y el columpiarse convirtiendo en verdad la fábula, y convirtiendo en
palpable el ensueño, hacen el arrobamiento, la fascinacion, el éxtasis
en lo sublime; y en lo plebeyo, las cosquillas, el calosfrio y el
calambre....

M. Rower fué quien primero dió asilo estable á los volatines en la
calle de Montgomery.

M. Pipes y M. Masset, no sé cómo se apoderaron del único piano que
habia en la ciudad (1849, hoy es incontable el número de pianos), y
amenizaron la diversion con cantos y recitaciones.

Yendo y viniendo dias, pasaron por aquellos lugares unos cómicos
ingleses, y ahí tienen vdes. que M. Rower los atrapa, y con el auxilio
de aquellos hombres, se instala realmente el teatro.

—No conmigo, dicen los reyes del histrionismo, y una Compañía francesa
de aficionados interpreta á Molier y á Sardou.

Brotaban por todas partes los teatros.

M. Backer salta á la palestra, y Miss Matilde Heron levanta el arte
á una altura en que compite su teatro con los mejores de la Union
Americana.

En 1869, el Teatro de California, cuyo costo fué 125,000 pesos, eclipsa
todo lo que se conocia en materia de teatros.

Y por fin, el Teatro de la Opera, pone el sello á las aspiraciones de
grandeza y elegancia de los californios.

El Gran Teatro se abrió en 17 de Junio de 1876: tiene 110 piés de
largo, por 275 de alto.

Puede contener cómodamente, segun los inteligentes, más de cuatro mil
personas.

La arquitectura exterior es de estilo romanesco é italiano: en las
cornisas descansa suntuosa balconería, adornada de jarrones y estatuas.
El corredor principal termina en un gran vestíbulo: en el centro del
vestíbulo se ve una preciosa fuente de cristal, que en los dias de
grandes funciones vierte agua de Colonia.

En la parte interior pudiera decirse que el lujo agotó sus tesoros y
dijo su última palabra.

Al teatro que yo asistí mayor número de veces y con el que hice más
amplio conocimiento, fué el Teatro de California.

El gran salon de este teatro forma perfecto semicírculo. El patio se
divide en tres secciones, una en que está colocada la grande orquesta,
cerca del proscenio, separada del público por un gran corredor de
fierro: la segunda, las que llamamos nosotros lunetas, ó silloncitos
de tafilete ó terciopelo con asientos movibles, para facilitar los
tránsitos; y la tercera, lo que conocemos por plateas, que son
graderías de sillones.

Sobresaliendo de los palcos volados sobre la concurrencia del patio, se
ve un corredor con sillones espléndidos.

No hay palcos á nuestra manera: son corredores con escaso número de
columnas y con asientos siempre formando gradas, hasta la galería, en
que las gradas se apiñan hasta tocar el techo, que es de una altura
sorprendente.

Esta manera de construccion, tiene, por decirlo así, montada al aire la
concurrencia, comunicándole singular animacion, y completando su pompa,
el lujo, la pedrería, las plumas y tocados de las damas, que ya hemos
dicho que vulgarizan la magnificencia.

El techo del salon se hace admirar por sus adornos y bajo-relieves.

A los lados del palco escénico sobresalen gigantescas columnas, y entre
ellas, altas puertas con profusos cortinajes de musolina, terciopelo
y seda. Esos son palcos privados, generalmente ocupados por viajeros
distinguidos, cortesanas deslumbradoras ó cortejos de las actrices,
que en algunos teatros convierten en retretes de tertulia íntima sus
palcos, y con la proteccion de las cortinas, se platica dulcemente y se
toma Champaña helado.

En el centro del teatro, y suspendido del altísimo techo, se ve el
candil, que tiene más de doscientas lámparas de gas y que inunda en
torrentes de luz el salon.

El palco escénico es soberbio: forma su boca un arco inmenso que
estriba en robustísimas columnas.

El telon es un cuadro de bastante mérito, que representa las caravanas
de los primeros emigrantes, con mucha propiedad.

No hay concha, y en la representacion aparecen los actores como
hablando de su propia cosecha.

Al cambiarse la decoracion, no se hace por medio de telones, como
nosotros; tiene unos rieles el piso, y por ellos, en dos secciones,
corren las vistas, puestas en sus bastidores de tablas, con suma
celeridad.

La escena se sirve con grande propiedad, y en punto á maquinaria, los
teatros de California puede decirse que no reconocen rivales en los
mismos Estados-Unidos.

Por meses enteros se está dando una misma representacion, y hay actor
que con la interpretacion de uno ó dos papeles, haya hecho su fortuna.

Asistí, como digo, al Teatro de California, á la representacion que se
dió por meses enteros, de _La Vuelta al Mundo_.

Antes de entrar al salon hay un gran patio de mármol, en cuyo centro se
admira una lindísima fuente.

En el mismo patio se recogen los boletos, se alquilan anteojos, se
suelen vender las fotografías de los actores y actrices distinguidos, y
sale á fumar la concurrencia en los entreactos.

Todas las puertas están forradas de valleta verde, giran para atrás y
para adelante y no chocan ni producen jamás el más leve ruido; en ellas
hay sus óvalos de cristales que permiten ver la representacion.

La _Vuelta al Mundo_ está tomada punto por punto de la novela de Julio
Verne, que lleva ese título, sin más, que para comunicarle unidad
é interes, se hace depender el éxito de la apuesta del inglés, de
su matrimonio con una simpática muchacha, y que se hace uno de los
personajes principales un yankee valiente y generoso.

Por supuesto, que en esa revista de todos los países; en esas campañas
con los salvajes; en esos tránsitos de la locomotora entre las rocas,
haciendo saltar el hielo, aquel público, se ve, se siente, pasan á su
vista escenas de que está siendo actor y es infinito para ellos el
interes del espectáculo.

Domina lo tremebundo y exagerado, sea en lo trágico, sea en lo
grotesco: riñas, tiros, puñadas, empellones y agonías, se hacen muy á
lo vivo.

Se desatan los estusiastas en silbidos furibundos, y hacen que les
repitan los trozos más de su agrado, sean muertes, ó bailes, ó lo que
se fuere.

En lo grotesco, sucede lo mismo: un policía que persigue á sol y sombra
al protagonista, se disfraza de negro con toda perfeccion; el criado de
ese personaje principal lo sospecha, y en un momento dado, le pasa por
el semblante una toalla empapada y se pone de manifiesto el engaño....
El público pedia la repeticion, y se tiznaba y destiznaba el actor, que
era un contento.

En la farsa, las payasadas me parecieron intolerables, y no muy de
acuerdo con el respeto al público; pero el servicio de la escena, la
parte de maquinaria, es sorprendente.

En la _Vuelta al Mundo_, que ya tengo dicho que es un embrollo
dramático, sin piés ni cabeza, hay dos escenas, que con razon iba mucha
gente solo por admirarlas.

Una representa el ferrocarril del Pacífico, atravesando mares de hielo
entre inmensas rocas; abismos espantosos y desfiladeros que sobrecogen
de terror.... En uno de esos puntos la máquina aulla, presa entre la
nieve, los viajeros asoman las cabezas, algunos tratan de huir de una
muerte inevitable, y entónces, descolgándose por entre las rocas, caen
sobre los viajeros los salvajes, y se emprende encarnizada batalla de
puñaladas y pistoletazos.

La otra escena representa la mar enfurecida y el célebre naufragio, que
se verifica ántes que el protagonista, que no recuerdo cómo se llama,
llegue al término de su viaje.

El viento arrebata en ráfagas impetuosas la obra muerta del inmenso
navío, los marinos se entregan á la maniobra con audacia inconcebible,
se oyen á lo léjos los gemidos y las deprecaciones de los viajeros de
la nave que se hunde.

El vaiven del buque es tremendo; destrozado, abiertos sus costados,
lucha aún; pero en medio de esa lucha se levanta en torbellino la
llama; el magnífico navío se incorpora una y dos veces como un guerrero
moribundo que rodeado de enemigos busca sus armas.... y al fin vacila y
se hunde con estrépito, oyéndose un desgarrador gemido entre las olas
desencadenadas.

Y es tan cierto cuanto pasa y tan magnífica la representacion, que yo,
viejo; yo, gastado; yo, olvidando que estaba en el teatro, grité de
espanto y me sentí inundado en sudor, de la congoja que la vista de
aquel siniestro me produjo.

Es de advertir, que durante la representacion el salon del espectáculo
casi queda á oscuras, el gran candil se sube y oculta en la linternilla
del techo, los globos de gas casi se apagan y la iluminacion del palco
escénico, que es vivísima, presenta como en relieve la representacion,
y es de grande efecto.

En los entreactos se ilumina el salon, suena la orquesta, y en general,
señoras y señores, abandonan sus asientos y se dirigen á los corredores
exteriores, que son salones magníficos, con alfombras, espejos, sofaes
y á veces mesillas en que se sirven á las damas refrescos.

Frecuentemente, despues del teatro, cuyas representaciones terminan á
más de las doce de la noche, mis amigos y yo pasábamos al _restaurant_
llamado la _Maison Doré_, calle de Kearny núm. 117; establecimiento
malamente comparado con el Delmónico de New-York.

No obstante, la _Maison Doré_ es el punto en que se reune el mundo
elegante, y en que son exquisitos los manjares y esmerado el servicio.

Para emplear la noche las veces que no asistia al teatro, me instalaba
en un agradable _bar-room_, situado en un jardin pequeño, pero
perfectamente cultivado, que se llama el _Tívoli_.

Son dos grandes salones en figura de martillo, hundiéndose en su
conjuncion otro saloncito que forma altura y en que se coloca la
orquesta.

Los salones de que hablo están en su totalidad cubiertos de mesillas
redondas acompañadas de sillas, dejando estrechos tránsitos entre mesa
y mesa.

El consumo principal en el _bar-room_ es cerveza, comunmente de muy
buena calidad, siendo el valor de un vaso, cinco centavos. El expendio
debe ser considerable, puesto que costea la caudalosa renta del local,
más de veinte sirvientes y una orquesta que en aquella época era el
atractivo de la concurrencia.

En el saloncito que ya hemos descrito y sobresale de los otros
salones, estaba la orquesta. Componian esta orquesta diez ó doce
jóvenes alemanas; pero de tan notable hermosura y de habilidad tan
extraordinaria, que noche á noche estaba el Tívoli inundado de gente,
complacida al extremo de asistir á los sobresalientes conciertos.

Lo más selecto de la música antigua y moderna, forma el repertorio de
esa orquesta.

No se exigia pago alguno á la entrada de los salones, y se podia
permanecer escuchando sin hacer ningun consumo.

Los asientos más codiciados eran los cercanos á la música.

Los _amateurs_ se limitaban á depositar ramos de flores á los piés de
aquellas beldades encantadoras, sin que jamás traspasasen los aplausos
los límites de la más respetuosa galantería. Y las artistas eran bellas
y graciosas, y casi confundidas con el público, que tampoco pisaba la
línea casi imaginaria que dividia la orquesta del auditorio.

Era de ver entre el humo espeso de las pipas y de los puros, hervir
cabelleras y sorbetes, y sobresalir, corriendo en todas direcciones, á
los criados diligentes que hacian el servicio.

Era de admirarse la compostura y el silencio, miéntras se escuchaban
las sentidas melodías de Shubert y las sábias notas de Wagner, y el
tragin, el estrépito y la confusion en los entreactos.

Las damas de la orquesta vestian con suma elegancia y eran modelos de
señorío: ganaban su vida honradamente, y merecian el respeto universal.

Yo no sé, acaso es cuestion de sentimiento no sujeta á reglamentacion;
pero esas señoritas me cautivaban, y no podian merecer mi propia
estimacion las jugadoras de billar, las acróbatas y las parlanchinas
del _amor libre_.

En la mesita á que yo asistia constantemente se sentaban un griego, un
danés, un turco, un inglés, un polaco; es decir, no nos entendiamos
sino una que otra palabra, y no obstante, reinaba la cordialidad, la
alegría y las recíprocas atenciones en la accidental reunion: mis
compañeros mexicanos no podian explicarse aquella amalgama en que yo
entraba, nacida de la espontánea simpatía: el polaco, sobre todo, era
un apasionado á quien quise mucho. Nos encontrábamos en el paseo, nos
tomábamos del brazo, fumábamos sendos puros y nos retirábamos siempre
afables y con deseo de volvernos á reunir, sin habernos entendido
palabra muchas veces.

—No se canse vd., me decia un español, aquí no hacen letra ni tienen
cabida más que los hijos del país: esto de vd. es una rareza.

—Pero, hombre, ¿no ve vd. que aquí todos los hijos de Adam son hijos
del país?

—Siempre es la media lengua la que se hace camino; pero españoles y
americanos están por los suelos.

—En México decimos lo contrario; decimos que los hijos del país no
hacemos letra y que de los extranjeros son las consideraciones y el
dinero. Vd. lo ve: millares de españoles hacen su fortuna en México.

—Pues por lo mismo, amigo, la raza: estos son _money_, y no hay para
ellos otro Dios.

—Eso lo que quiere decir es que nosotros somos un tanto cuanto más
perezosos y más llenos de vanidad que vdes. Los españoles en México
tienen monopolizados varios comercios: las tiendas de abarrotes, casi
todas están en poder de españoles: en el comercio de panadería, apénas
se menciona uno que otro mexicano; y las tiendas de empeño son para
exclusivo lucro de vdes.

Diga vd. y acertará que nosotros aspiramos á ser los niños finos;
queremos ser senadores, generales, diputados, empleados, abogados,
médicos ó ingenieros á lo más, pero siempre con sus conexiones con el
presupuesto.

Ocupados en frustrar aquello de: “comerás con el sudor de tu rostro,”
dejamos el comercio exterior á los alemanes, las fondas y las modas á
los franceses, á los indios el pequeño tráfico, y reservamos el trabajo
á la gente ordinaria y mal vestida, porque en cuanto el artesano tiene
siquiera chaqueta y más de dos camisas, piensa en el club y en ser por
lo bajo _protestante_, ó _regidor_, ó cuando ménos _frac-mason_.

—Así es que en esta tierra, decia un venezolano, muy estudioso y
entendido en materias sociales, la influencia extranjera es altamente
benéfica. Esas oleadas de gente de todas las naciones verifican una
trasfusion completa, renuevan la sangre, vivifican el cuerpo social.
Urgidos por el hambre y aconsejados por la audacia, establecen
competencias en todos los ramos, despiertan la emulacion, crian, se
elevan, borran su orígen con su posicion y se incorporan á la masa
comun formando vínculos poderosos.

El residente del país, que sabe que el hombre es una riqueza, léjos de
repeler al extranjero, _le abre las puertas del municipio_, es decir,
le sienta á su hogar, le presenta en espectativa lisonjera, escuela
para sus hijos, templo para sus creencias, hospital para que cure sus
enfermedades y sepulcro en que descansen sus restos.

¿Ve vd. á los chinos? Los ve vd. objeto al parecer de la persecucion;
los ve vd. repelidos y presentados como una degradacion de la especie
humana? Pues ya quisiéramos que el indio de México estuviera en la
posicion del chino. Por otra parte, si tienen mala posicion y no
produce aquí tanto bien, como debiera, su presencia, es precisamente
porque son perseguidos.

El chino viste, calza y come á su manera, regularmente; casi todos leen
y escriben, cuentan con ahorros para sus necesidades, viven en casas,
asisten á espectáculos y tiene cada uno de ellos dos ó tres ejercicios
para ganar su subsistencia.

La grandeza de este país consiste en que por un encadenamiento de
circunstancias muy difíciles de explicar en una conversacion del
momento, el trabajo repelido de los otros pueblos, cuando no estaba
revestido de formas aristocráticas, la subsistencia de hecho de las
clases y distinciones sociales, sostenidas por la tradicion de siglos;
en una palabra, lo que se llamó la canalla, aquí se llamó pueblo, y
abrió de par en par las puertas á todo el mundo, y brindó paz, respeto
y consideracion al hombre por ese solo título.

Nosotros, que del punto de vista de la sangre y los fueros, el
monopolio y el privilegio, asistimos á este espectáculo, nos repugna,
nos avergüenza, porque nos sentimos despojados de nuestro oropel de
supremacía, y el niño fino español y el caballerito mexicano, valen
ménos, porque son ménos útiles á la sociedad, que el carrero, el
limpiabotas y el limpiador de chimeneas americano ó de la Suiza.

Bruscos dicen á los americanos. Pues qué, ¿el destripa terrones de
ayer, puede tener las maneras del caballero de industria de la alta
sociedad europea? Pero ese herrero, ese carpintero que se suena con
las manos y enarbola su pataza sobre una mesa, es más formal y más
cumplido que ese trapacero vizconde y que ese general cuya esperanza
de ascenso y de fortuna es que le den á mandar una brigada, ó hacer un
pronunciamiento para salir de apuros.

Ese refinamiento social que con justicia nos halaga y que existe en la
culta sociedad americana, no puede ser á la manera nuestra, por esa
afluencia perpétua de extranjeros y porque las condiciones de igualdad
hacen que se posponga cualquier otro título á los que dan el trabajo y
la honradez. No nos cansemos: el hombre es sociable, la comunicacion
de las ideas es una fuente de perfeccionamiento y de rápido adelanto,
y las armonías universales no pueden ser ni estables ni fecundas, si
no se apoyan en la libertad y si no encierran en un círculo de goces
comunes, á todos los hombres.



XIV

La librería de Bancroft.—Las escuelas.—La alta sociedad.


ENTRE las personas distinguidas con quienes nos dió conocimiento el Sr.
general Vallejo, fué de las más agradables el de M. H. H. Bancroft.

Los hombres estudiosos de México tienen conocimiento de este literato
eminente, por la publicacion de su obra monumental titulada: “Sobre el
orígen de las razas, etc.”

En efecto, tal obra es por su profundidad de miras, por su correccion
y elegancia y por la vastísima erudicion que encierra, una de las más
preciadas joyas de la literatura americana.

Antes de pasar adelante, diré que es necesario no confundir á M. H.
H. Bancroft con M. Jorge Bancroft, nacido en 1800 en el Estado de
Masachutes, autor de la excelente _Historia de los Estados-Unidos,
desde el descubrimiento de América hasta nuestros dias, impresa en
Boston en seis volúmenes, desde 1844 á 1855_, y uno de los principales
redactores de la _Northon American Review_.

La publicacion de la obra de M. H. H. Bancroft da idea de la magnitud
de sus empresas.

En el quinto piso de la librería que lleva su nombre, está instalado el
sabio escritor.

La Biblioteca, de que hablaré despues, tendrá cincuenta varas de
extension, dividiéndose en secciones abiertas que la comparten en
varios salones, y dos departamentos privados para copistas de ambos
sexos y para el Sr. Bancroft.

En la Biblioteca existe una oficina en forma, con empleados superiores
y escribientes, ocupados en hacer extractos de las obras que tiene
el sabio en estudio; éste forma el conjunto del estudio y escribe,
alcanzando así una suma maravillosa de datos.

Además, tiene secciones de correspondencia con varias naciones, y
caballeros especialmente expensados en Europa y América para que
registren los archivos y le comuniquen noticias.

Es el Sr. Bancroft un hombre de cuarenta y cinco á cincuenta años,
perfectamente conservado, y de notable gallardía y finura de maneras.

Alto, rubio, de frente despejada y ojos claros, de una profusa barba
como de oro, que se abre bajo su labio inferior y cae sobre su pecho en
dos raudales luminosos.

La esposa del Sr. Bancroft es muy jóven y habla perfectamente español,
así como su hija, ideal de perfecciones y de gracias.

Presentónos el Sr. Vallejo á M. Bancroft: nos embarcamos en un elegante
elevador, y surcando el viento, nos encontramos en dos minutos en los
espléndidos salones de la Biblioteca.

M. Bancroft da animacion y como que comunica luz á aquel
establecimiento magnífico. Grandes y numerosas ventanas dan luz á los
salones: por todas partes se ven atriles con libros, bastidores con
mapas, de mecanismo sencillísimo, copiadores y útiles de toda clase,
para economía de trabajo y celeridad de todas las operaciones.

Lápices con gutta perca en el extremo opuesto, para borrar; libros
en los que se escribe, sacándose dos y tres copias á la vez; reglas,
broches, tintas, pinceles y papel de todas clases y tamaños.

Tragaluces, cortinas para modificar la luz, veladores, y no sé cuántas
cosas más, para que el pensamiento gire libre y la parte mecánica no lo
distraiga ni entorpezca.

Mostrónos el Sr. Bancroft diez y ocho tomos de apuntaciones
curiosísimas de solo California, con multitud de anotaciones, hijas de
una inverosímil erudicion.

Yo escuchaba con orgullo y con admiracion al Sr. Iglesias y á Gomez
del Palacio, ampliar las notas, apuntar las incorrecciones, y verter,
sin pretensiones y con la mayor modestia, raudales de erudicion que
sorprendian al auditorio, dejando complacido al extremo á nuestro sabio
_cicerone_.

Con especial agrado, y haciéndonos notar mil particularidades y
bellezas, hojeó M. Bancroft á nuestra vista la historia inédita de
California, escrita por el Sr. general Vallejo, y que es un tesoro de
curiosidades científicas y literarias.

¡Qué claridad de estilo! ¡qué sencillez tan limpia y tan llena de
verdad!

Vimos muchas preciosidades bibliográficas, entresacadas de cerca de
veinte mil volúmenes.

Al fin, nos detuvimos en un saloncito muy esmeradamente cuidado y en el
que existirán como cuatro mil tomos, y allí, con la mayor sencillez,
nos dijo M. Bancroft: “Examinen vdes. con atencion: todo lo que vdes.
ven, habla de México.”

Iglesias, Gomez del Palacio, Alcalde y yo hicimos el registro más
minucioso de aquella Biblioteca Mexicana, sin duda la primera en su
género en los Estados-Unidos, y acaso, con vergüenza lo confieso, del
mismo México.

Autores ignorados; otros apénas conocidos de nombre; ediciones
rarísimas, desde la época de Juan Pablos; crónicas de conventos;
colecciones de periódicos, desde las primeras Gacetas; folletos;
relaciones de viaje manuscritas; diarios curiosos de individuos
particulares; autógrafos, y todos los historiadores, desde Alva
Yxtlatxochil, hasta nuestros dias.

En cuanto á biografías de mexicanos, el número de las que posee el Sr.
Bancroft me sorprendió. No mencionábamos ninguno de nuestros hombres
célebres, del que no nos diese detalles, siendo en general rectas y
justas sus apreciaciones.

Por halagarnos, y con exquisita galantería, nos mostró el Sr. Bancroft
la historia de la guerra americana, en que el Sr. Iglesias y yo
escribimos bastante, mis _Indicaciones sobre las rentas generales_,
y mis _Viajes de Orden Suprema_, diciéndome para _Fidel_, cariñosos
cumplimientos. Es de advertir que yo hace tiempo busco esa obrita para
tenerla y no la he podido conseguir.

Dió el Sr. Bancroft al Sr. Iglesias mil testimonios de estimacion,
haciendo la justicia que se merecen, su vastísima erudicion, su claro
talento y su recto juicio.

Aquella visita fué una aparicion en espíritu de nuestros amigos más
queridos; era la asistencia al juicio de la posteridad que les fingia
la distancia.

Es dulce encomiar el bello clima y los claros cielos en que vimos la
luz; nos enorgullece y como que se citan timbres de nobleza, cuando
maravillas de la creacion se ostentan en la patria; pero nada enaltece
ni ilumina al alma, como el elogio á nuestros compatriotas eminentes.

Se siente uno bañado en los rayos de sus altas inteligencias, les rinde
espontánea admiracion, como que los vemos vengados del desden y de la
mala suerte que frecuentemente los aflige.

Sin sombra de envidia; sin las reticencias con que suele el celo
amenguar el elogio; sin la realidad de los defectos que suele exagerar
nuestra pequeñez; sin los cambiantes colores con que el prisma político
nos hace contemplar los objetos, se goza del astro el brillo, de
la flor el perfume, del sér sublime la esencia inmortal, vencedora
del tiempo; nos hacemos el grandioso apoteósis de esos obreros del
Progreso, que son al fin los más grandes blasones de gloria de los
pueblos.

Despues de examinar á nuestro sabor la librería, nos invitó el Sr.
Bancroft á que por vía de paseo, en nuestro descenso, viéramos el
establecimiento de librería que contiene el edificio, uno de los más
grandiosos de la calle del Mercado (Market Street).

La librería y sus dependencias, de que nos vamos á ocupar, está
situada en la calle de Montgomery, y cuando se proyectó trasladarla á
la calle del Mercado, entre la tercera y cuarta calle, en 1869, estaba
de tal manera despoblado aquel rumbo, que los burlones decian con
cierto chiste: “Bancroft se lleva sus almacenes al campo.”

En ménos de seis años, la humilde calle del Mercado es una avenida de
palacios.

El edificio ocupa 170 piés de frente entre las calles del Mercado y la
de Steveson.

Los negocios que comprende la librería son por mayor y por menor.
Leyes, educacion, billetes de banco, impresiones, música, litografía,
etc.

Hay más de doscientas personas empleadas en las diversas oficinas.

El subterráneo ó _bassement_, contiene local para las manipulaciones
estereotípicas, y un gran pozo artesiano relacionado con todos los
pisos para caso de incendio.

El salon del primer piso, que está al ras de la calle y al que se
entra por arcos con cristales de cerca de siete varas de largo, y tan
trasparentes que chocaria uno con ellos si no viera á su través papeles
suspendidos de sus marcos, tiene 170 piés de largo (56⅔ varas), por 35
piés de ancho (11⅔ varas).

Están las paredes completamente tapizadas de libros, y en el centro
forman calle dilatadísimos mostradores con libros y curiosidades para
escritorio. Este piso es el destinado á la comunicacion con el público,
y al comercio por mayor y al menudeo.

El segundo piso se ha reservado á la fabricacion de libros en blanco,
siendo extraordinario el número de máquinas, rayadores, etc., y
forjándose por cientos esos libros de baratura extrema y de inmenso
consumo. En ese mismo departamento existen las oficinas relativas á la
impresion de música.

Ocupan el tercer piso la imprenta y la litografía, y en esto hay tales
adelantamientos y se ha llegado á tal perfeccion, que me aseguraron los
conocedores, que despues de haber recorrido aquellas oficinas, no me
sorprenderian, en cuanto á los prodigios de la mecánica, las grandes
oficinas del _Herald_ de New-York, ni la misma casa de Appleton, que
disfruta de nombradía universal.

Todo lo relativo á encuadernacion existe en el cuarto piso, que es un
salon lleno de preciosas _ladies_ ocupadas en sus labores, y en cuyo
local reinan el aseo, el silencio y la decencia.

El quinto piso es en el que nos recibió el Sr. Bancroft y donde tuvimos
nuestra agradable entrevista con nuestra patria.

En toda esta dilatada excursion, en que nos llenó de atenciones nuestro
_cicerone_, no dejamos de admirar su erudicion inmensa, su talento
perspicaz y una dulzura y sencillez de carácter que cautivan tanto ó
más que su inteligencia.

Un amigo nuestro de Sonora nos decia al salir de la librería de
Bancroft: “Ya vdes. verán otras librerías y otras imprentas, y se
formarán idea del movimiento intelectual de California.”

—¿Se han fijado vdes., continuó, en un edificio ancho, macizo, que se
encuentra en la calle de Bush, entre Montgomery y Samsone?

Forman la fachada nueve elevadísimos arcos superpuestos, que tienen
otros arcos laterales en intercolumnios, coronando el todo del edificio
un bastion de zinc, circundado con su barandal de fierro.

Esa es la que se llama la Librería Mercantil: contienen sus salones,
librería, gabinetes de lectura para damas y caballeros con separacion,
cuartos para escribir, para platicar y fumar, y un riquísimo museo.

Una asociacion de negociantes fundó este establecimiento por
suscricion, que llegó en su principio á la suma de dos mil quinientos
pesos. Esto pasaba en 1868.

La asociacion, aunque con nombre mercantil, está al servicio de toda
clase de personas, sin distincion de nacionalidades, ni de edad, ni de
sexo.

Los socios se han aumentado al número de 2,135, que por medio de muy
módica suscricion, sostienen aquel establecimiento, honra del pueblo de
California.

Hoy cuenta la Librería Mercantil cincuenta mil volúmenes en los
departamentos de ciencias y literatura.

La mayor parte de las obras son en inglés; pero hay muchos libros
franceses, alemanes, españoles y de todos los idiomas conocidos.

No me fué dado calcular siquiera en aquel gran número los volúmenes de
periódicos políticos, científicos, etc., que á más de los cincuenta mil
volúmenes, están á disposicion de los concurrentes á la librería.

La Sociedad de Particulares de San Francisco, costea una librería que
tiene treinta y dos mil volúmenes.

Hay otras muchas librerías que tienen objetos especiales, del peculio
de las asociaciones privadas, como la librería de Obreros, la de la
Academia de ciencias, de Jóvenes cristianos, la librería Militar y la
de la Asociacion de los Abogados, que es muy numerosa y escogida.

Además, casi no hay una calle en que no haya una librería, y en puntos
de educacion, puede decirse que los libros se esparcen en los vientos y
se riegan en las calles.

Los libros usados y los de educacion primaria, abundan á dos y tres
centavos, y el zapatero, el sastre, el boticario, dan por vía de halago
á sus marchantes, una guía, una historia, un almanaque, cualquier libro
curioso, sin contar con los itinerarios de ferrocarriles, que se dan
grátis, y con los que se podrian formar cursos completos de historia y
geografía.

A pesar de lo expuesto, el espíritu fiscal, siempre mezquino, y el
sistema prohibitivo, siempre salvaje, tienen impuestos á los libros que
no son americanos tan altos derechos, que hacen su circulacion difícil
é influyen no poco en cierto atraso en materias literarias y teorías.

Las personas estudiosas siempre compran los libros extranjeros; pero
la misma carestía impide el empleo de sumas en los libros nacionales,
resultando que sin beneficiarse esa industria, se perjudican los
adelantos.

De ahí es que en lo práctico, mejor dicho, en lo mecánico, los avances
son asombrosos; no así en los demás ramos en que se conoce el orígen
europeo, dándole cada dia más aprecio la prohibicion, que llama en su
auxilio al contrabando, contra esa estúpida legislacion.

—Vdes. no imponen derechos á los libros, me decian los americanos
ilustrados; basta ese rasgo para vindicar á vdes. del atraso en que tan
injustamente se les supone.

Extractamos por vía de complemento de este capítulo, algunas noticias
tomadas del _Evening Post_, y que se refieren á la suntuosa librería de
Bancroft:

“Desde 1868, dice el periódico á que hacemos referencia, se hallaba M.
Bancroft en posesion de cinco mil volúmenes, incluyendo los panfletos.

“En ese año recorrió Madrid, Roma y Viena, aumentando su coleccion.

“En 1869, dejó los negocios mercantiles bajo la direccion de su
hermano, y se entregó de todo punto á las tareas literarias, atesorando
dia á dia preciosidades bibliográficas.

“Despues de ese tiempo tuvo noticia M. Bancroft, de que en Lepsik se
encontraba la Biblioteca del Emperador Maximiliano, formada por el Sr.
D. José María Andrade, en un período de más de cuarenta años. Bancroft
escribió á Lóndres, puso en juego sus relaciones y recursos, y adquirió
más de tres mil volúmenes de curiosidades bibliográficas sobre México,
raras y altamente apreciadas en aquella nacion. Entre estos libros hay
preciosísimos autógrafos de mexicanos ilustres.

“La librería, de resultas de las nuevas adquisiciones, contaba diez
y seis mil volúmenes, en fines de 1869, sin entrar en este cálculo,
folletos, periódicos, manuscritos y autográficos de todos los hombres
notables de América.

“La librería consta ahora de veinte mil volúmenes, habiéndolos entre
ellos de mucho costo: un solo tomo titulado: “Exploracion de las Costas
de los Estados-Unidos,” ha tenido de costo 1,000 pesos. La librería se
ha valuado, tal como se encuentra, en 60,000 pesos (1872).

“La mayor parte de las obras están escritas en inglés; pero hay
como una tercera parte de libros españoles, franceses, latinos,
portugueses, alemanes, rusos, aztecas y de varias lenguas indígenas.

“Los libros españoles, las crónicas de los conventos mexicanos, y los
manuscritos, forman sin duda la parte más valiosa de la coleccion;
entre esos libros se encuentran las “Noticias de las Californias,” del
V. P. Francisco Palau, tan codiciadas de los hombres estudiosos.

“Las ediciones más raras de todas las obras sobre California, de
Clavijero, Ugarte, Venegas, Gomara y otras, se encuentran en esa
librería.

“Hemos visto allí la obra titulada: “Navegacion especulativa y práctica
del Almirante Cabrena,” así como los “Viajes de Navarrete y Fages,”
y es de muy alto precio sin duda la “Coleccion completa de todos los
Concilios Mexicanos.”

“En cuanto á manuscritos, nada tiene tanto valor en la librería de M.
Bancroft, como los recuerdos históricos y personales del Sr. general
Vallejo.”

       *       *       *       *       *

Joaquin Alcalde, que es en su trato íntimo, amabilísimo, condescendente
y servicial, me acompañaba frecuentemente en mis estudios sobre
instruccion pública, que durante mi viaje fueron ocupacion á que me
entregaba con particular placer, con la esperanza de sacar de mis
tareas algun provecho para mi país.

Antes de tocar materia tan delicada, diré las ideas que yo tenia
en general, y que he podido ratificar despues sobre la instruccion
pública en los Estados-Unidos. Y advertiré de paso, que estas son muy
superficiales apuntaciones, pues me propongo escribir sobre esta
materia un libro especial, con el detenimiento que merece.

Para la nacion americana, la libre escuela ó la escuela comun, es el
asunto de todos los ciudadanos, como si se tratara de empeño personal;
cuidar la escuela es proveer á la subsistencia de la patria y del
suelo en que se vive: por esto el americano no hace distincion marcada
en este punto, entre lo que debe á sus hijos y lo que debe á los
demás; el niño es la semilla comun; el cuidado es de todos, porque
ese niño ignorante podria producir el mal de muchos: esta aspiracion
en comun me parece á mí que es el elemento fundamental de la grandeza
de la escuela, aunque en esto no hayan pensado escritores eminentes,
dedicados al estudio de la instruccion pública en los Estados-Unidos.

Las escuelas se sostienen de los productos de las tierras afectas á
esa obligacion, de las contribuciones que se imponen entre sí los
ciudadanos y de los donativos de ricos particulares.

La instruccion y la educacion se confunden en la escuela, y se
confunden para servir de sávia á las instituciones políticas en que
descansa la sociedad.

En la escuela está la patria; allí se identifica el niño con ella, se
amamanta á su seno, hace indivisible su vida del bien y la prosperidad
de aquella.

La escuela tiene de dar ciudadanos aptos para entender en sus destinos;
en la escuela se produce el hombre y sale de ella como armado de todos
sus derechos.

Esta materia prima de la sociedad se elabora en la escuela; de ahí los
cuidados físicos; de ahí la escrupulosidad moral.

_Antes que sabios se quiere que sean honrados_; aspiracion distinta de
la nuestra, en que no nos detenemos en que se corrompa el niño, con tal
de que se distinga en el púlpito, en la tribuna, ó en el foro.

Los españoles que perseguian en la Nueva España el trabajo, lo primero
que instituyeron fué _una Real y Pontificia Universidad_.

La instruccion tiene por objeto en los Estados-Unidos procurar á todos
los discípulos, indistintamente, arbitrio para que al salir de las
escuelas se puedan aplicar á las _diversas_ profesiones de la vida,
dando lleno á sus deberes de ciudadanos y ciudadanas de la República.

El depósito general á que todos los niños tienen accion en las
escuelas, es el conocido con los nombres de Instruccion Primaria y
Superior, con solo una parte de la enseñanza clásica, que más bien se
dirige á las literaturas griega y latina.

De este modo la instruccion es la gran toma de aguas del saber, en que
cada cual se provee de lo que necesita, sin coto para tomar ménos que
cualquier otro; no hay distincion social, la masa es una y para todos.

La enseñanza, que en España, que en Francia, y en general, en todos los
países latinos, era de la gente decente; esa enseñanza á que los hijos
de los pobres no podian llegar sino por favor, esa, está en este gran
surtidor para todo el mundo, y esta es una peculiaridad esencialísima.

Así, las _grammar schools_ y la _alta escuela_ son pocas, á las que
llegan todos los que tienen fuerzas para ello, sin que la autoridad los
detenga en su camino.

Es la instruccion primaria como un paradero de ferrocarril, á donde
pueden llegar todos, grátis, y tomar despues el derrotero que le
parece, á cada uno, segun sus personales aspiraciones. La democracia,
en su expresion más íntima, involucrada en el entendimiento y la
conciencia, está en la escuela.

Se calculaba en 1868, que se empleaban 450 millones de pesos en el
sostenimiento de los establecimientos de enseñanza, en todos los
Estados-Unidos; que habia una escuela por cada 180 habitantes; que el
número de preceptores y preceptoras era de 350,000, sobrevigilados por
más de 500,000 ciudadanos elegidos por el pueblo.

La escuela tiene por objeto apoderarse de los niños, de las mujeres y
de los hombres que ingresan de nuevo á aquella sociedad, y asimilarlos
á ella, confundiendo sus intereses con el interes comun. Es como un
molde en que cobran formas semejantes las masas que se depositan en él,
aplanando y borrando las desigualdades, para que no opongan obstáculos
á la felicidad comun.

El negocio de instruccion pública, legalmente es del municipio, bajo la
vigilancia del gobierno general: el municipio tiene el deber de que se
mantenga un número de escuelas proporcional á los niños de la Comuna;
este deber es tan estricto, que si fuera posible que se rehusara á un
niño la enseñanza, el padre de familia tendria derecho á demandar daños
y perjuicios al ayuntamiento por semejante falta.

Pero en este punto la accion del pueblo es tan poderosa, que el propio
municipio no hace sino seguir el impulso de los padres de familia, y
el cuerpo de enseñanza no es sino una asociacion popular con funciones
determinadas, para el objeto exclusivo de la instruccion.

La enseñanza, como se ha visto, es gratuita, y en cuanto á la
obligatoria, nadie pone en duda que se trata de los derechos del niño,
sin que pueda existir entre las prerogativas paternales el hacer de un
niño un bruto; por el contrario, el deber del Estado es hacer de un
niño, no solo un hombre, sino un buen ciudadano.

Por esta razon, el cuidado del Estado, en su calidad de tal, es la
instruccion primaria y _no otra_, porque las carreras profesionales
no pueden considerarse como elemento fundamental para la prosperidad
pública; mejor dicho, no pueden incluirse entre los deberes del Estado.

Como hemos dicho, las escuelas se dividen en tres clases: _primary
schools_, _grammar schools_, _high schools_: estas escuelas se recorren
en doce años, y en ellas se aprende:—

Lectura, escritura, dibujo, música, gimnasia, gramática, lengua
materna, lenguas extranjeras, geografía, historia, aritmética, álgebra,
geometría, trigonometría, física, química, historia natural.... Este es
el conjunto de conocimientos puestos al alcance de todo el mundo, y que
sirven á su vez para entrar á cualquiera de las carreras profesionales.

Además de estas escuelas, las hay nocturnas, dominicales, y con
determinados objetos, entrando en esto la competencia de las sociedades
de beneficencia, corporaciones religiosas y aun asociaciones
mercantiles é industriales.

Siempre el local en que se sitúa la escuela es un local _ad hoc_, bien
ventilado, y en que se atiende á la vez á las condiciones físicas y
morales de los niños.

El presupuesto de la ciudad de New-York para la conservacion y mejora
de las escuelas, se eleva algunas veces hasta tres millones de pesos.

Hé ahí mis ideas mal expresadas sobre la instruccion pública, es
decir, los conocimientos que tenia á mi llegada á California; faltábame
ver la práctica, y con este motivo me acompañé de Joaquin Alcalde para
visitar la escuela de Lincoln, á cuya visita fuimos invitados por el
caballeroso jóven Godoy.

La escuela de Lincoln es un grandioso edificio de dos pisos, coronado
por extensa cornisa y rematando en almenas airosas.

El primer piso se compone de una série de salones para las distintas
clases, divididos por amplios corredores que reciben las escaleras del
primer piso, que es exactamente igual.

La fachada es maciza y severa; pero la alegran vistosos árboles y
plantas, y la circunda un elegante barandal de fierro.

A la derecha del espectador, al pié de la ancha escalera del pórtico,
se levanta dulce y llena de majestad la estatua de Lincoln, en ademan
de invitar á que pasen al establecimiento.

Cuando nosotros entramos eran las nueve y media de la mañana: la
persona que nos iba á mostrar la escuela, y es uno de los maestros
de mayor categoría, cuyo nombre siento no recordar, se ocupaba en un
pequeño despacho en que está la portería, en preparar una leccion sobre
objetos.

Abandonó el preceptor su ocupacion, y nos dijo:

—Falta poco ménos de media hora para que los niños tengan sus
ejercicios gimnásticos; pero les llamaremos como alarma de fuego, para
que vdes. vean á los niños reunidos y juzguen en parte de la disciplina
del establecimiento.

Subimos al primer piso y se dió la señal de alarma; oimos al instante
un ruido tremendo sobre nuestras cabezas y en el primer piso; pero no
desordenado, no tumultuoso, sin que á nadie se escapase un grito, ni
hubiera señal del más leve desórden.

Sonaron dos golpes precipitados; entónces, por todas las escaleras que
de distintos puntos se desprenden y vienen á convergir al lugar en que
nos hallábamos, para derramarse y salir á distintas puertas, salieron
rios de muchachos que se precipitaban; pero en hileras, en marcha
uniforme, viendo á todos lados, como inquiriendo el lugar del incendio.

Eran cerca de mil los niños que, como raudales, veiamos descender de
las alturas; niños desde ocho hasta doce años, perfectamente aseados
y peinados, con sus amplias chaquetas, sus holgados pantalones y su
lustroso calzado.

La marcha continuó acelerada, porque todas las operaciones se habian
verificado en instantes, hasta tocar los niños en las puertas, sin
ningun accidente.

—Vea vd. lo que es el órden: bajando en peloton estos niños por las
escaleras de madera, me decia Alcalde, habria habido lastimados y
atropellados, y habrian tardado doble tiempo.

—Nosotros, dije á Alcalde, en odio al militarismo, vemos de reojo
estas formaciones dentro de las escuelas: ellas se prestan á las
monerías, empujones y juegos de los niños; pero no tenemos razon: basta
solo con la ordenacion de los movimientos, la compostura en el andar,
el brío y el despejo de la marcha, para recomendar tal sistema.

Impacientes esperaban los chicos en las puertas, tal vez el toque de
salida y dispersion, cuando la campana, porque con campana se daban
las señales, llamó á la turba á los patios del gimnasio.

Cesó la alarma, en la misma formacion; pero con la alegría en todos
los semblantes, volvieron los jóvenes á los patios, en donde entraron
despues de ciertos toques, saltando, gritando, confundiéndose, llenos
de contento.

El gran patio del gimnasio se divide en dos secciones, por un gran
jacalon central que forma caballete á la altura de las ventanas del
primer piso.

Por una de esas ventanas saltó el preceptor, y en pos de él, un ágil
muchacho que se terció al hombro la correa de que pendia un tambor, y
tocó llamada desde el caballete.

Los chicos se formaron en hileras y por tallas, en ambas secciones del
patio, y á los toques comenzaron en un lugar, distintos ejercicios de
cabezas, de piés, de manos, de inflexiones y escorzos violentísimos.

Ya corria la luz en los movimientos de los piés, como haciendo olas en
los claros que les dejaban los pasos; ya se veian las manos en alto
como que aleteaban palomas blancas en tumulto singular; ya parecian
los brazos partes componentes de una maquinaria que se estiraba y se
encogia; ya los movimientos de las fisonomías centuplicaban las caras y
habia como naufragios de ojos, de sonrisas, en mares de cabellos negros
y rubios.

Alcalde se habia encaramado á la ventana contigua al caballete, y con
su fisonomía animadísima y con sus movimientos, seguia los de los
niños, haciendo yo acaso lo mismo, porque el Sr. Godoy nos advirtió á
ambos que no nos cayésemos de la ventana.

A un toque, volvieron los niños á ordenarse y entraron en sus clases.

La escuela de Lincoln es _grammar schools_, es decir, escuela de
perfeccionamiento de la instruccion primaria.

Los departamentos son varios, y en todos ellos hay un preceptor
particular, combinándose para cada seccion de enseñanza, niños más y
ménos adelantados.

En las paredes de todos esos departamentos, hay cuadros con dibujos de
ornamentacion, figuras geométricas y retratos de los hombres eminentes
de los Estados-Unidos.

La clase de deletreo es muy escrupulosa, porque no pronunciándose el
inglés segun se escribe, para escribir propiamente se necesita un muy
perfecto conocimiento de las letras con que cada palabra se escribe, y
este ejercicio es aun de las clases que pudieran llamarse superiores.

Para la lectura se acostumbra mucho que todos los niños atiendan
al mismo texto; uno lee en voz alta, y el maestro interrumpe,
cerciorándose así de que los niños prestan la debida atencion.

En varias clases de aritmética está abolido el pizarron: con una pasta
adecuada, se forma al rededor del cuarto una especie de guardapolvo
(_como de hormigon_), á la altura de los niños, y esto permite que
muchos á la vez hagan la misma operacion. Este pizarron no estorba á
la vista y facilita mucho la enseñanza de la lectura, haciendo que los
niños escriban letras, sílabas y palabras.

En cada departamento, la preceptora ó preceptor están en una plataforma
que domina, tras un barandal de madera semicircular. Al entrar los
niños, se ponian de pié: se nos presentaba á la preceptora ó preceptor,
éstos hacian que los niños mostraran sus conocimientos y despues
nos invitaban á que les dirigiésemos la palabra, á lo que accediamos
alternativamente Alcalde, ó yo, sirviéndonos de intérprete el Sr. Godoy.

Despues de recorrer varias clases, descansamos en el cuarto del
profesor, á quien agobiamos á preguntas, lo mismo que al Sr. Godoy. De
esto, y de algunas lecturas, formé las ligeras apuntaciones que van á
ver mis lectores, siempre que Dios les dé paciencia para ello:

  El número total de niños registrados en las
  escuelas del Estado de California, de 5 á
  17 años, es de                                   130,930

  Asistencia constante, término medio               78,027

  Niños que no asisten á las escuelas               39,646
                                               ——————————————

  Ingreso anual para la instruccion pública    $ 3.390,359 00

  Egresos                                      ” 2.701,863 34
                                               ——————————————

  Número total de escuelas en el Estado              2,190
                                               ——————————————

  Valor de la propiedad de las escuelas de San
  Francisco                                    $ 5.068,678 30

La administracion de la instruccion pública en San Francisco se
compone de doce miembros, de los que se cambia un tercio cada año,
con un superintendente de escuelas, un diputado, un secretario, un
escribiente, un copista y un mandadero.

La poblacion total en la ciudad de California se estimaba, en 1875,
en 234,000 habitantes, y niños aptos para concurrir á las escuelas,
41,029. De éstos habia registrados en las escuelas públicas, 32,175, y
en las privadas, 6,094.

Los sueldos de preceptores y preceptoras son, desde seiscientos á
_cuatro mil pesos_, permitiendo estas altas dotaciones el ingreso al
profesorado de la primera enseñanza, de personas altamente notables. En
California hay la profunda conviccion de que sin decentes dotaciones á
los maestros, es imposible la buena enseñanza. Nosotros solemos dotar
maestros, sirviéndonos de norma el salario de los cocheros.

Hay escuelas conocidas con el nombre de Cosmopolitas, en que se da la
instruccion á un tiempo, en francés y aleman.

Las escuelas nocturnas, en que se admiten, sin distincion toda clase
de personas, sea el sexo, la edad y la procedencia la que fuere, hacen
mucho bien. Hay maestros de dibujo y de música, para los que da el
Estado 10,500 pesos.

El costo del edificio de la escuela de Lincoln en las calles 5.ª y
Mercado, cerca del edificio de la casa de Moneda, fué de 125,000 pesos.

—Bueno será que deje vd. sus apuntaciones, me dijo un polluelo alegre
que habia ido en nuestra busca; eso, continuó señalando mi escrito,
para tratado es muy diminuto, y para apuntaciones al correr la pluma,
dan sueño.

El chico tenia razon: despedímonos del preceptor que nos habia guiado,
significándole nuestro profundo reconocimiento, y quedando realmente
admirados y envidiosos de la grandeza y de la importancia que da
California á la instruccion pública.

       *       *       *       *       *

—No todo ha de ser Valle de lágrimas, ni todo _Fidel_, estar como
un santo de piedra sin despegar los ojos del libro: ¿no sabes tú que
hay máscaras? ¿no sabes que el dios de la locura agita su sonaja y
hace repicar los cascabeles de su cucurucho? Disponte, que esta noche
se arde el teatro y la vida es bastante amarga, para desperdiciar la
ocasion de echarle unas gotitas de miel.

—¿Con esas á mí, eh? ¿con esas? Pues voy al baile, y llevando esta
mismísima cara, hago un máscara á pedir de boca: cuenten vdes. conmigo.

Esto dije á mis amigos, Lorenzo, Manuel y Pablo.

Ocupado con tan sério compromiso, me dirigí á la casa de las Sritas.
S. y C., como lo tenia pensado; ardia el mundo de entusiasmo, y los
preparativos estaban en todo su ardor.

En general, los saloncitos de recepcion de las casas tienen como
pared, bajo un elegante arco, dos lienzos corredizos de tablas, que
retirándose, se convierten en un salon elegante en las circunstancias
graves, y para el ordinario servicio, uno de los saloncitos funge de
comedor, asistencia ó gabinete.

Las piezas estaban de telon corrido, viéndose por un extremo, mesa,
aparadores, cuadros y muebles de un comedor elegante, y por el otro,
piano, sofaes, espejos, consolas, cuadros, candelabros y floreros para
salon.

La juventud y la hermosura reinaban: veíanse por aquí afanosas
costureras pegando listones y sembrando flores en los trages, que en
abultadas ondas caian de los sofaes á la alfombra; por el otro extremo,
chicos de buen carácter arreglando sobre la mesa del comedor, cascos y
plumeros, mantos de templarios y luengas cabelleras.

Las señoras en un rincon preparaban, para las niñas, peinados, joyas,
guantes y cuanto su vanidad maternal les sugeria, para la compostura de
las hijas.

Ya se deja entender la animacion de los diálogos, las monerías de las
presumidas, que con todo les parecia estar mal y ponerse en ridículo:
los recuerdos de las ancianas, los planes de los primitos y los amigos
íntimos.

Y al pedirse del hilo, y al valuar el colorete, y al dame ese carrete,
y dónde están las tijeras, se interponia una copita de _chericordial_
ó de rompope, ó circulaba un vaso de _coptail_ entre los polacos,
ingleses, italianos y mexicanos, que formábamos el grupo masculino.

Es de advertir que por aquellos dias estaban en toda su boga los
_Valentines_: estos _Valentines_ son obsequios de principio de año, por
todo el mundo hechos, y recibidos por los papás y mamás más cerriles.

El obsequio del _Valentin_ ó cortejo consiste en cajitas, cuadros y
chucherías, envueltas en papeles picados, y llevando en su centro
sentencias, versos, ardientes declaraciones de amor y sátiras más ó
ménos picantes.

La gracia del _Valentin_ es conservar el más riguroso anónimo, y esto
da lugar á chanzas y pesquisas, de que sacan inmenso partido, el amor,
el placer y la inocente amistad.

Como es de suponerse, hay _Valentines_ intencionales, y entónces son
valiosas cajitas con dulces y alhajas, _porta-bouquets_ de concha,
caracoles, nueces y huevos con ricas joyas, ó por el contrario, algun
chistoso envía un rizo de canas, una disciplina, ó una caricatura que
hace ver estrellas á la obsequiada.

Por supuesto, á las muchachas en cuya casa estaba les habian llovido
_Valentines_. A Ernestina le enviaron una cajita deliciosa, con unos
versos ingleses lindísimos, pegados á una áncora de oro (sospecho que
era un marino el _Valentin_); á Virginia, que es como un dulce de
agradable, le dirigieron, entre otros _Valentines_, un guante trunco
y un letrero que decia: “Busca el compañero,” y una judía, Raquel,
seductora como la beldad bíblica de quien lleva el nombre, recibió
en una cajita de ébano un _pensamiento_, y en el centro un riquísimo
diamante, figurando una gota de rocío. En la cajita estaba incrustado,
en menudísimas perlas, este nombre: “México.”

Y á la muy linda muchacha Mery le dispararon una caricatura en que
acariciaba á un vejete su galan, á quien la preciosa niña profesaba
especial antipatía, por meloso y farsante.

La niña lloraba de cólera y se hacia mil conjeturas.

Los _Valentines_ daban especial atractivo á las máscaras.

A las diez de la noche la comparsa estaba lista.

Pusiéronse en marcha los disfrazados, y las mamás y yo tomamos rumbo
diferente para no denunciar á nuestras amigas.

El baile se verificó en el gran salon de Platt, calle de Montgomery:
brillaba el edificio como un incendio, formaba ráfagas y labores el
gas en la techumbre, y reverberaba en globos de cristal apagado y en
lámparas y vasos de colores.

La orquesta, desde el palco escénico, derramaba á torrentes la armonía.
En un extremo del proscenio se veia un dosel magnífico: bajo él habia
majestuosos asientos.

Aquel lugar debian ocuparlo, á cierta hora, los jueces ya nombrados,
que debian adjudicar premio á la dama mejor vestida, al máscara que
mejor caracterizase su papel y al bailarin ó bailarina que más se
hubiera distinguido en el arte de Terpsícore.

A la entrada del teatro se encontraban los que recibian los boletos,
los que recogian sombreros y abrigos, y los comisionados del buen órden
del baile, con luengos listones con flecos de canutillos pendientes del
ojal del frac.

En el fondo del salon y en uno de los costados, se veian grandes
cuartos con cantinas y espléndido servicio de licores, refrescos y
cenas.

El conjunto de la concurrencia era espléndido, los corredores y
galerías estaban llenos de gente, que no se mezclaba con las máscaras,
y sí en las bancas que rodeaban el salon.

Odaliscas, rusas, gitanas, garbosas andaluzas, druidas y hadas
vaporosas, cruzaban por aquella atmósfera de luz, armonías y perfumes,
entre guerreros, sacerdotes, caballeros de la edad média y figurones
grotescos, con caras de perros, de patos y de leones.

Pero no habia bromas de carnaval; tal cual francés, vestido de mujer,
con insolente descoco daba patadas y hacia cabriolas; el yankee se
ahogaba, tiraba la careta y seguia andando con su vestido carnavalesco,
como si estuviera en sus negocios.

Un vejete de calzon corto y sombrero de tres picos, con un farolillo en
la mano, iba, como Diógenes, en busca de un hombre.

Las _ladies_ provocaban con sus llamamientos á verdaderos autómatas, y
no ví nada de más soso ni de más desgarbado que aquel baile de máscaras.

Iban á dar las doce de la noche, las cantinas estaban llenas y el
salon vacío. Se anunció la marcha de los premios; tomaron sus asientos
los jueces; los máscaras, con gravedad oficial, emprendieron su paseo.

¡Qué magnificencia de trages! ¡qué lujo de atavíos! ¡qué esplendor de
formas en las damas! ¡qué indiferencia y qué frialdad en la mayor parte
de los machos!

Cesó la música, y se proclamaron los nombres de los premiados.

Una bella italiana vestida de reina, obtuvo el premio de la elegancia;
premio que consistia en un _schal_ de seda y una bandeja de plata.

Se escuchó caluroso aplauso de parte de los hombres; un rumor sordo de
descontento contra la parcialidad de los jueces.

Al viejo del farol, modelo de sandez y de tiesura insulsa, le
adjudicaron como recompensa, un reloj de oro. Y el premio lo recibió
en medio de aplausos irónicos, que contribuyeron no poco á extender el
buen humor.

Por último, el lauro del baile lo otorgaron á una _lady_ sacudida y
despierta, que fué resultando hombre al recibir un precioso anillo con
un zafiro.

Dispersóse la concurrencia; pero se dispersó para agolparse al rededor
de un máscara que concentraba la atencion universal y merecia unánimes
aplausos.

Tenia el máscara bien asentado sobre la espaciosa frente, un sombrero
blanco, ancho, con gruesas toquillas y flecos de oro. Chapetas de
diamantes que figuraban águilas, y ribetes de galon de oro.

Caia sobre sus hombros finísima chaqueta de ante, con botonadura y
agujetas de plata, llena de bordados y alamares como _dolman_, y una
_pantalonera_ de casimir café, con botoncitos de filigrana de oro, de
los que cada uno podia pasar por una joya.

La camisa, las alhajas, el calzado, y sobre todo, las maneras, decian
que aquel _payo_ era un distinguido caballero mexicano.

El _ranchero mexicano_ hablaba inglés, francés, italiano y español
perfectamente, sin serle desconocido el aleman, aunque no hablaba en
ese idioma. Era el _mexicano_ chancero y alegre; pero encerrándose en
la más delicada finura, usaba de chanzas discretas con los jóvenes, á
los viejos decia palabras sesudas, y era tan galante con las damas, que
le hicieron su favorito y fué el rey de la fiesta.

Yo estaba encantado: lo inesperado de la aparicion me tenia lelo y
orgulloso; el jóven era mexicano, conocia nuestra vida en lo más
íntimo; pero no sospeché siquiera quién fué quien nos dió aquella
sorpresa de carnaval.

Entónces tuve motivo de conocer á la multitud de gente de California
que ha estado en México, que ha hecho en él su fortuna y que ha dejado
en todos recuerdos agradables.

El _mexicano_ fué conducido en triunfo á la cantina, se destapó
Champaña, se dijeron bríndis, se vitoreó á México, y no lograron, ni
la cortesía, ni la hermosura, ni la confianza loca, alzar el velo del
extraordinario personaje.

Despues de mucho tiempo, en una tertulia privada, invitaron á la linda
judía Raquel á que tocase el piano.... cuando lo estaba pulsando,
reconocí en uno de sus dedos de marfil, hecho anillo, un botoncito de
_filigrana_ con una piedrecita preciosa en el centro, y tal me pareció
que pertenecia al equipo del _rancherito mexicano_.

En cambio, otro de mis compañeros se empeñó en seguir á una circasiana
espléndida; salió con ella del baile.... y en los extremos de la
ciudad.... se quitó la deslumbradora vision la careta, y era.... una
negra, feroz, desastrada, amenazadora, hombruna, ronca, que le hizo
correr á todo escape hasta el hotel, donde llegó como quien se ha
salido de las garras de un tigre.



XV

El correo.—La aduana.—El Hipódromo.—Caballos trotadores.


ENTRE las calles de _Battery_ y de Washington está colocado el correo,
en conyugal armonía con la aduana, lo que no concuerda con la grandeza
que tienen en general las construcciones de California.

Es un edificio aislado con avenidas á los cuatro vientos, con
escalinatas y columnas á cada frente, y que pasaria por un bello
edificio si no estuviera en California.

Poco tiene que ver el edificio en los corredores que sirven de
despacho, porque formándole altas paredes los cajoncitos de apartado,
la comunicacion entre el público y los empleados, ó son buzones con
las diversas carreras de correspondencia, ó son postigos en los que se
venden estampas, se requisitan certificados y se dan las poquísimas
cartas que se ponen en lista.

Las operaciones de cambio y situacion de dinero están en otra oficina
separada, aunque conexa y en el mismo edificio del correo.

Pero si es cierto que no llamó mi atencion el edificio, sí me pareció
muy digno de atencion y de alabanza el servicio postal, por más que se
noten grandes abusos.

En la conciencia del gobierno y en la del último de los ciudadanos está
que la comunicacion es la respiracion, que el servicio postal debe
estar al alcance, no de la última aldea ni de la última choza, sino del
último de los ciudadanos.

Despues de levantada del suelo la colonia naciente, entre la primera
y segunda casa, hay una lata, una piedra, una carreta, en que está
escrito _Post office_, y no importa que no haya comunicacion ni que se
derroche en el aprovechamiento de los especuladores: la balija lleva
el hilo misterioso que une todos los vínculos sociales con aquel ó
aquellos hombres que parecen olvidados en los desiertos.

Se cree que donde está un hombre asiste la patria entera, para darle á
entender que pertenece á la gran comunidad social.

La bondad del servicio del correo se mide por la extension, la
regularidad, la seguridad y la violencia de los servicios que presta,
no por sus rendimientos.

En México tuvimos un administrador de correos, que formó á su antecesor
una reputacion de despilfarrado, porque extendió varias líneas de
comunicacion, y el muy bárbaro se jactaba de tener catorce mil pesos en
caja, sin pensar en crear una sola vía nueva para la correspondencia.
Lo singular es que el gobierno y el público aplaudian á dos manos al
inservible pero honradísimo administrador.

El solo condado de California tiene más de mil administraciones de
correos, y Nuevo-México más de cien, con todo y ser un país casi
desierto.

En la naciente ciudad de San Francisco se distribuyen de cuatro á seis
mil cartas diarias, y veinticinco mil, tambien diariamente, en todo el
Estado. Además, mensualmente se dirigen á China y al Japon seis mil
cartas, cinco mil á Australia, á la América central cuatro mil, y sobre
seis mil se reparten entre las islas de Sandwich, Alasca y otros puntos.

Para la proteccion de carreras extraordinarias, se gastan veinticinco
mil pesos por semana.

El número de periódicos que se reciben es enorme, y se calculan por
toneladas para la valuacion de los fletes.

Un pequeño ejército de empleados da cumplido lleno á las diferentes
labores del correo: cincuenta y cinco se emplean en lo que se llama
servicio de puertas, es decir, recibir y repartir la correspondencia en
el interior de la oficina, treinta fungen como agentes y escribientes,
y cuarenta trabajan con la denominacion de mensajeros ó colectores
(carteros).

El servicio de la ciudad se hace por pequeñas cajas de fierro, fijas
en las columnas que sostienen los faroles del gas. Tres veces al dia
recogen la correspondencia de esos buzones los carteros, y tres veces
reparten las cartas con la mayor puntualidad.

El cartero deja las cartas á los porteros, y cuando no hay porteros,
usa un silbato para avisar su llegada á una casa, y que estén
pendientes los que en ello tengan interes.

La proteccion al correo es decidida; no hay circunstancia alguna, por
grave que sea, que embarace su tránsito, y cuando el cerco es más
riguroso, por ejemplo, en un incendio, el correo se abre paso con solo
anunciarse.

A veces, mejor dicho, con mucha frecuencia, se llenan las cajas ó
buzones de la correspondencia que están en las calles; el público no se
detiene por eso, continúa poniendo cartas y periódicos sobre la tapa
de la caja, á la vista y al alcance de todo el mundo, sin que se dé
el caso de que se pierda una carta, ni de que nadie se atreva á tocar
aquellos papeles, puestos bajo el sagrado de la confianza pública. Este
solo rasgo hace la apología de un pueblo.

       *       *       *       *       *

Ya hemos indicado que del edificio de la aduana no se puede hacer una
descripcion especial, confundida, como está, con el correo, y teniendo
las oficinas un carácter provisional y una adicion en otro edificio que
está á la espalda del correo.

Por lo demás, la aduana de San Francisco se considera que ocupa el
cuarto lugar en importancia entre los Estados-Unidos, siendo solo
inferior á New-York, Boston y Baltimore, pero superior á Filadelfia y
Nueva-Orleans.

Las embarcaciones que entran en el puerto anualmente, son 45,000, que
miden más de millon y medio de toneladas anualmente.

Las embarcaciones proceden de Europa y los mismos Estados-Unidos,
China, Japon, Indias Occidentales, Polinesia, Sur América y casi todos
los puntos del globo.

Se calcula el importe de los derechos aduanales solo en San Francisco,
en ocho millones de pesos anualmente, y el valor de las exportaciones
es de veinticinco millones por dicho puerto, y las extracciones de todo
el Estado cerca de sesenta.

Por supuesto que en esa suma están incluidos los productos minerales.
Pero la sorprendente grandeza de California se debe en gran manera á su
puerto de depósito, del que no me ocupo, porque ya ven mis lectores que
voy con la maleta debajo del brazo y escribo mis apuntaciones sobre la
rodilla. Por lo demás, en mi obrita de economía política he tratado con
la extension debida esta materia, repitiendo hasta el fastidio que los
puertos de depósito son una necesidad imperiosa para todo el país, y
para los pueblos de Occidente una tabla de salvacion......

       *       *       *       *       *

—¿Y qué me quieren vdes.? dije á mis amigos que entraban por mi
puerta, dejando libros y poniendo á un lado los números que tenia en
rigurosa formacion para escribir sobre la aduana.

—Queremos, me dijo Pablo, con su hosquedad que no lo abandona jamás,
que cumplas tu palabra á los amigos á quienes tenemos esperando en el
Hipódromo.

—Te sobra la razon; van á ser las doce y á las once fué la cita: si de
que me veo con ciertos librejos delante, me pongo cerrado de mollera,
como guarda de garita ó lector apasionado de _El Flos Santorum_. Allá
voy.

Y diciendo y haciendo, zambullí la cabeza en el agua, me pasé los
dedos por entre los cabellos, que es en lo que consiste mi _toillet_,
y fuí á acabarme de vestir y á ponerme la corbata á la puerta de la
calle, como lo tengo de costumbre, cuando no se me olvida la tal
corbata.

Instaléme con mis tres compañeros en un carruaje abierto, cubriéndonos
muslos y rodillas con voluptuosas pieles de lobo marino, y partimos
para el Hipódromo, que se halla á un lado del Parque, por donde hemos
paseado ántes de hacer conocimiento con _Cliff-House_.

El Hipódromo es de la propiedad y está bajo la direccion del _Jockey
Club_, asociacion instituida para el desarrollo y mejoramiento de la
raza caballar.

La parte exterior del Hipódromo es un segmento de círculo, en donde se
ven tránsitos, corredores y escaleras para distintos departamentos.

La entrada es como la de nuestras plazas de toros.

El segmento de círculo que hemos visto exteriormente, está ocupado por
cuádruple galería de amplios tránsitos comunes, asientos ó bancos, y
lumbreras con asientos para señoras.

Corona el lugar que describimos una amplísima galería llena de sillas,
y en el extremo derecho lujosos asientos y privilegiados lugares para
los individuos del Club, porque aquel es su departamento especial.

Limitando la galería se perciben ricos salones, cantina bien surtida y
gabinetitos para comidas y refrescos.

Casi en la base de la gradería, y de uno y otro extremo, se encuentran
situados los departamentos para caballos y ginetes, teniendo la
preferencia los primeros, porque se trata de verdaderas alcobas,
perfectamente entablonadas, con sus lechos de paja, sus mantas, sus
cortinas, sus útiles de aseo, su cuarto para el veterinario, y sus
remedios para los casos que puedan ocurrir.

El Hipódromo tiene figura elíptica y su extension es de una milla, de
amplia calzada, perfectamente terraplenada de arena menuda, y corriendo
entre dos cercas de tabla que forman valla. El ancho del carril serán
diez varas.

En la elipse interior que forma la valla, se levanta el tablado de
los jueces, con vista á todos lados, y bajo su techo una mesa, reloj,
ampolleta y recado de escribir.

Al rededor del tablado, y en el amplio espacio que deja la cerca del
Hipódromo, discurren los facultativos, los íntimos y los que ensayan
sus caballos y ajustan sus partidos.

Al dirigirnos al Hipódromo, en competencia con multitud de carruajes
y caballos, distinguiamos á lo léjos, en todas las alturas que rodean
el circo, un gentío inmenso, que realmente hacia desaparecer lomas y
colinas, sobresaliendo en la figura de las eminencias, y siguiendo
su forma, lujosas calesas, ágiles _tilburis_, arrogantes faetones y
caballos lindísimos.

En la parte interior del Hipódromo formaba masa compacta la
concurrencia: los hombres permanecian de pié en las gradas. Las damas
formaban orlas encantadoras entre sus trages de pieles, flores y
plumas, y la luz jugaba en las sombrillas, en los velos y en los rizos
de las hermosas.

No habia carreras; la competencia se habia anunciado con caballos
trotadores, con tales particularidades y con circunstancias tales, como
si se tratara de los héroes de la Iliada.

El orígen de caballos y yeguas, sus retratos, los caballos históricos
que habian ilustrado la genealogía de cada corredor, con altas proezas
y referencias á sus títulos de nobleza ó blasones escrupulosamente
registrados.

El programa de la funcion á que asistiamos era igualmente minucioso.
El peso de los _vogues_, el de los aurigas, el nombre y color de cada
cuadrúpedo, la cantidad de las apuestas, los nombres de vedores, de
jueces y de árbitros, todo se contaba en el programa, con especiales
detalles y con una formalidad, como en el negocio público de mayor
trascendencia.

Reinaba la confusion: á nuestra entrada, la concurrencia vagaba de los
establos á los lugares de las apuestas, al tablado de los jueces, á
las lumbreras y las gradas: de pronto se presentaron en la escena los
primeros lidiadores.

El _vogue_ es un quitrin de dos ó cuatro ruedas y caja de dos asientos;
pero la diferencia entre el _vogue_ comun y los corredores, consiste
en que está suprimida la caja y hay en su lugar uno como asiento de
albardon que sirve al conductor. La construccion de estos _vogues_ es
tan leve, las varillas del juego tan delgadas y ligeras, que parecen
de alambre ó de hilo; se le figura á uno que desenredándose, se podian
contener en un carrete. Hay _vogue_ que pesa únicamente setenta y cinco
libras; el peso comun son noventa libras.

Aparecieron, como digo, los campeones con sus cachuchas de prolongada
visera, sus chaquetillas de seda, coloradas, verdes, azules, amarillas
y otros colores, pantalon blanco de casimir ó punto, y borceguí á la
pantorrilla, cubriendo el pantalon.

El _Jockey_, ó corredor, se sienta en la uña central del juego, abre de
par en par sus piernas, las apoya en las varas que carga el caballo, é
inclina su cuerpo hácia adelante; la figura que forma el conjunto, es
grotesca, es como un pinacate cabalgando en una araña.

Los caballos eran lindísimos: cuello tendido, leve cintura, anca
redonda; las piernas delgadas y ligeras como cañas de la India, el ojo
ardiente, la nariz abierta, y las crines tendidas.

Cinco eran los adalides, sobre cinco rúbricas de fierro, moviéndose con
tal ligereza y haciendo giros tan vistosos, que con razon animaban la
concurrencia.

Los conocedores saltaron cerca de la valla; veian si el caballo metia
el pié; si tenia puesto el forro para no chocar con la tierra dura el
pié ó la mano; si el arnés estaba seguro; si el freno era adecuado, y
entónces llovian las apuestas y tenian expansion las simpatías.

Fueron á las voces de mando encarrilándose los cinco campeones; los
caballos, inteligentes, se observaban, husmeaban, inquirian con
inteligencia suma el sonido de la campana, piafando, conteniéndose
apénas.... en un momento inesperado, sonó la campana.... la
concurrencia toda se puso en pié.... al fin partieron....

Confundiéronse los carruajes: en las sinuosidades del terreno, muy
calculadas, aparecian los competidores para perderse y reaparecer
de nuevo: los espectadores seguian con inquietud extrema la
competencia.... un caballo negro hacia punta, seguíale un alazan....
despues un bayo; los otros caballos quedaban muy atrás.... se
acercan.... se oye golpear la tierra con las herraduras de los
corceles.... ya llegan.... se duda si el alazan ó el prieto pisará
la línea; al fin, el prieto cruza.... desembarazado, arrogante,
victorioso.... la concurrencia aplaude con entusiasmo, las damas agitan
sus pañuelos, el nombre del _Jockey_ afortunado se proclama entre vivas
y bravos!

Así se entablaron varias competencias hasta anunciarse la última, en
que una yegua, cuyo retrato y biografía circulaban con profusion, saltó
á la arena.

A la presencia de la yegua, abandonaron sus asientos los _amatteurs_
y fueron á cortejarla como á una reina; la veian, la acariciaban, le
prodigaban elogios, le decian: “encantadora señorita.”

El hermoso animal parecia comprender y se mostraba contenta de sus
adoradores.

Se anunció la carrera, se cruzaron las apuestas, y casi sin esfuerzo
venció la gran señora de las yeguas, marcando con un nuevo lauro su
alta posicion.

Al terminar esta carrera, algunos de los individuos del Club nos
invitaron á tomar una copa, y penetramos en los grandes salones, en
donde habia distinguidas señoritas.

Yo no sé por qué singularidad de mi fortuna, uno de los más afamados
conocedores me creyó inteligente, y por más que le protesté mi
ignorancia, y no obstante llamar testigos para probar mi inutilidad,
luego que concluyó la carrera, me llevó á la caballeriza de la yegua,
donde recibia como una prima donna en su cuarto.

La yegua estaba arropada con una rica manta, se le daban paseos cortos,
despues se le sirvió agua con los tragos contados.

El amigo accidental que me deparó la fortuna, se empeñó en instruirme
en lo que él creyó á pié juntillas mi especialidad.

—Hasta 1852, me decia, no se pensó en California en introducir
caballos de raza pura procedentes del Ohio y el Kentucky; á la vez que
llegaron los primeros caballos, tuvimos el gusto de recibir aquí á la
famosa yegua llamada _Blak Swan_ (cisne negro.) Esta _dama_ corrió
una carrera de diez mil pesos, pagaderos en ganado, contra un caballo
mexicano cuyo nombre era _Zarco_, por cierto, soberbio animal.

Al comodoro Stockton somos deudores del primer caballo de las grandes
razas inglesas, llamado _Longfelow_, porque ya vd. sabe que los
caballos célebres tienen nombres de personajes célebres; un potrillo,
su hijo, le acompañaba como si fuera príncipe heredero.

_Ashlan_, caballo finísimo, vino á vivir entre nosotros: los caballos
de esas razas se vendian á diez mil pesos en el Sacramento, y llegaron
á alcanzar de velocidad en la carrera, cuatro millas en 7 minutos y 30
segundos.

En 1864, M. Alexandre pagó quince mil pesos por _Lexington_, que era un
caballo ilustre y ciego como Milton; cuando le burlaban decia que los
hijos de _Lexington_ valdrian tanto como sus hijos del comprador.

Por aquellos tiempos se verificó la famosa carrera de _Norfolk_ y
_Lodi_: corrieron esos caballos tres millas; el primero, en 5 minutos
27½ segundos; el segundo, en 5-29½: el vencido siguió disfrutando la
consideracion que se habia sabido conquistar.

—Muchos progresos han hecho, continuó mi instructor, en cuanto
al desarrollo de las más escogidas razas de los Estados-Unidos y
Australia. Hoy por hoy, podemos lisonjearnos de que la raza de
California es de las más sobresalientes. Pero en lo que sí podemos
tener ventajosa competencia con cualquier país del mundo, es en
cuanto á los caballos trotadores. El _Occidente_, que es el primero
de nuestros caballos de este género, trota una milla en 2 minutos 16¾
de segundo, y en tres millas, un caballo de carrera no le sacará de
ventaja dos minutos.



XVI

Un viejo.—Comercio.—Recuerdos históricos.


PASEANDO una hermosa tarde, á pié, por las orillas del extenso Parque
que conocemos, formamos corrillo, en la esquina de una calzada, varios
mexicanos.

Nos rodeaban altos médanos: en una de aquellas quiebras que hace la
arena, un carromato desvencijado, una tienda de lona, un caballejo
flaco, haciéndose las ilusiones de pastar, y un grupo de mujeres,
hombres y muchachos, sucios, abigarrados y siniestros, nos llamaron
la atencion. Eran gitanos. Una mujer de tez morena, gruesos mechones
de cabellos á la frente, ojos grandísimos y apasionados, y una boca
guarnecida de blanquísimos dientes, con harapos flotantes sobre su
arrugada frente, nos llamaba para decirnos la buena ventura.

Al extremo opuesto de la gitana, y á la entrada de unas elegantísimas
calzadas del Parque, hay un _bar-room_ espléndido, y en la esquina
que forma, se veia cabizbajo un viejo inclinado sobre su baston, y
pendiente de nuestro grupo que estaba muy cerca. El aspecto del viejo
era como el de nuestros militares retirados, adorno del Zócalo y de los
arbolitos.

Mugroso sorbete, arrugado pantalon de lienzo, y cabellos grises
alborotados sobre la frente, y descolgándose sobre el cuello de la
levita.

Como de costumbre, lamentábamos las desdichas de nuestra patria. Uno
decia:

—Vea vd. esta tierra; para nosotros era desconocida, nadie le hacia
caso, y no bien sale de nuestras manos, llueven sobre ella las
bendiciones del cielo.

—Yo apénas sabia que existia la tal California; oí decir que habia un
rincon de la tierra por aquí, en que frailes y soldados hacian cera y
pábilo.

—Ahora es el paraíso; todos los encantos de la vida; todas las
riquezas de la tierra, y un porvenir de grandeza que apénas alcanza á
concebirlo la imaginacion.

—Es porque nosotros no tenemos hechura; cuando existia California para
México, se sabia por los situados de Mazatlan y por los mordiscos que
todo el mundo le tiraba al _fondo piadoso_.

—No seamos injustos; los presidios eran el gran medio de civilizacion
del indio, ayudado por los misioneros.

—En eso hay su más y su ménos, decia otro: muchos dicen que léjos de
mejorarse la suerte del indio, se empeoraba.

—Lo cierto es, hacia notar otro, que cuando la guerra de Tejas, ya
muchos aventureros americanos, por sí y ante sí, habian tomado posesion
de mucha tierra, y el puerto de Monterey habia tenido una invasion en
forma.

El viejecito del baston, aunque disimulando, habia seguido con vivo
interes nuestra conversacion, y más de una vez le ví en ímpetus de
levantarse y tomar la palabra en nuestro corrillo; pero se reprimia y
se fingia como dormitando.

Nuestra conversacion continuó bajo el mismo tema: nos dispusimos á
retirarnos, y yo torcí solitario por la calle de Franklin, para la casa
de la Sra. Cima, donde frecuentemente tomaba té al caer la tarde.

Apénas habria yo andado treinta pasos, separado de mis amigos, cuando
noté que me seguia el viejecito del baston: suspendí mi marcha y le
esperé, creyendo que llegaba en solicitud de un socorro.

Sin más preámbulo, y fijando en mí sus pequeños y animadísimos ojos,
como dos chipas, bajo los tejados blancos de sus cejas, y abriendo su
bolsuda y desdentada boca, me dijo:

—Todo eso que han hablado sus amigos de vd. es una sarta de mentiras,
que prueban su ignorancia de la historia y su ingratitud para con los
hombres que luchamos porque tuviera patria toda esa maldita canalla.

Yo veia atónito al viejo, me imponian respeto sus años, me subyugaba
su mirada, me atraia el tono de majestuosa verdad que revestia aquella
conmovida palabra.

Animado con mi atencion, continuó:

—Desde el tiempo del gobierno español se dió suma importancia á
California; se dotaron las misiones, se protegie-ron los presidios, se
vió como rica joya y como llave del mar Pacífico.

Es una impostura histórica, continuó el viejo, pintar al indio
amamantado por el cristianismo, entrando al goce de la civilizacion:
el indio era tratado como esclavo, se le enervaba con el vicio, se le
embrutecia con el fanatismo y se le degradaba como á la béstia.

El cepo, los azotes, la crueldad más impía se ejercia con esos hombres,
cuya posicion aferraba á los salvajes en su libertad.

Ese _Fondo Piadoso de California_, léjos de servir para la conversion
y alivio del indio, conforme á la mente de los fundadores, era
instrumento de tortura, cebo de codicia y elemento de asquerosa
corrupcion.

En California se dejaron frailes y soldados, que no eran ya los
misioneros apostólicos, ni los jesuitas fervorosos que menciona la
historia.

En cambio, el soldado no era el aventurero ávido, ni el asesino
implacable.

La riqueza de California era ya conocida en 1844 y denunciada al
gobierno.

El Sr. D. Manuel Castañares, digno representante del Departamento,
decia al gobierno: “además de las minas de plata, se ha descubierto _un
placer de oro de treinta leguas de extension_, y muchas minas de carbon
de piedra.”

Yo vine á esta tierra de maldicion para México, decia con acento
doloroso el anciano, con el patriota, con el sabio, con el gran general
Micheltorena.

El, en las horas de corto descanso que nos daban las fatigas militares,
nos instruia como un padre y nos hacia notar que el trigo da
seiscientos por uno, el maíz mil, el frijol quinientos.

El alentaba á los indios al cultivo de la caña, de donde sacaban azúcar
que se exportaba.

Del cultivo de la jarcia daban testimonio las embarcaciones todas del
Pacífico; del lino, nuestros vestidos y los de los habitantes de las
misiones.

La nutria y el castor de California se enviaban de regalos á los
magnates de México, y los periódicos europeos estaban cansados de
llamar la atencion del mundo sobre la pesca de la perla y la ballena.

¿Queria aquel gobierno y todos los que le sucedieron más noticias?
Diga vd. que en México, por la fatal organizacion de aquella sociedad,
los que estaban fuera del presupuesto luchaban para derribar á los que
estaban dentro de él, y que en esa tarea infame los ha de hallar la
pérdida de la nacionalidad.

Miéntras aquella puja y aquel tráfico del poder, única industria
de aquella clase média y de aquellos magnates ignorantes, fátuos y
corrompidos, se efectuaba, habia aquí un puñado de mexicanos, con el
general Micheltorena, sacrificándonos por la independencia.

Aquel jefe tenia á sus órdenes, para contener la rebelion, de hijos del
país y aventureros, 195 hombres, de todo punto desnudos, con armamentos
de diversos calibres, con cuatro paradas de cartuchos por plaza,
con treinta pesos para dar de comer á toda la tropa, y veintitantos
oficiales en el puerto de Monterey, sin tener quien les diera al
crédito una sola libra de carne.

El general Codallos, antecesor del general Micheltorena, fué modelo de
honor y sufrimiento: éste hizo cotidiano el heroismo. Jamás le oimos
exhalar una queja, nunca desmayó en las fatigas, su palabra elocuente
nos reconciliaba con la patria, que parecia habernos condenado á la
vergüenza y al abandono.

¿No se encuentra la Baja California en posicion semejante? ¿No tenemos
las costas del Pacífico en peligros análogos? ¿No escucha vd. en
los desiertos el grito de la locomotora llamando á los pueblos á la
participacion del Progreso? ¿Quedarán Sonora, Sinaloa y la California
como los príncipes del cuento indio, atados á sus columnas de bronce,
de espectadores, retorciéndose de hambre, miéntras se entregan sus
vecinos á los placeres en brazos de la opulencia?

¿Legitimará esta situacion la moral? ¿La humanidad? ¿No es hacer del
patriotismo una virtud de pigmeos y de idiotas?....

La luz del sol poniente daba al viejo de espalda y presentaba sus
contornos luminosos.... era terrible y bella para mí la presencia del
viejo.

—Y no piense vd., continuó, que yo creo en ese paraíso que pintan sus
menguados amigos. Yo trato con injusticia á este suelo, lo detesto,
porque es para mí como la hija que se prostituye y nos insulta con su
riqueza en brazos de su raptor.

Hay políticos venales como en parte alguna, al robo se le llama
comercio, las niñas se embriagan y cambian el Champaña por el arsénico
en el dia de su infortunio. El yankee dice á su hijo: _si puedes tener
dinero bien habido, tenlo; y si no lo puedes tener honradamente, tenlo
tambien_.

[Illustration: _LIT. DE H. IRIARTE MEXICO._

Tipos Chinos.]

Pero hay en el fondo de esas iniquidades ciertos principios de vida
propia, ciertos cimientos de derecho universal, cierta inviolabilidad
del derecho, un acatamiento ciego á la ley, tanto, que esa espuma, esa
borra impura, esas inmundicias, pasan sin perturbar la vida en sus
condiciones esenciales.

Se alzará más y más el coloso en la inundacion de los pueblos; su
grandeza misma lo derribará, y de las piedras que se esparzan nacerán
pueblos, como nacian hombres del diluvio de Pirra......

El viejo se alejó hablando á solas.... y le pude oir: “México....
México,” con acento de ternura infinita.

Corrí tras el anciano, á quien ya queria y veneraba.... acerquéme á
él.... le pregunté su nombre.... Vaciló un momento.... despues, con
voz resuelta y bronca, me dijo: “Quede vd. con Dios”.... y siguió su
marcha, proyectándose en el camino su sombra gigantesca, con su baston.

Preocupado con la conversacion del viejo del baston, promoví en mi
visita conversacion acerca de lo que me habia hablado, y uno de los
huéspedes de la casa, marino inteligentísimo y noble amigo de México,
me prestó un folleto titulado: _Coleccion de documentos relativos
al Departamento de Californias, publicados por el ciudadano Manuel
Castañares, diputado por aquel Departamento. Impreso en México en 1845_.

En ese folleto encontré confirmados todos los conceptos emitidos por
el viejo, y ellos forman la apología del ignorado representante de
California.

En una nota del Sr. Castañares, fecha 2 de Agosto de 1844, dice:

“La revolucion acaecida en California en 1836, se verificó por los
hijos del país, pero instigados por los americanos y apoyados por el
llamado capitan Green, que á la cabeza de un respetable número de
rifleros, secundó el movimiento que, sin este auxilio, no hubiera
podido triunfar de las tropas del gobierno; pero aun hay más en contra
de la pequeña seccion militar que existe en California, y es esto: en
el interior del Departamento se encuentran al pié de dos mil americanos
armados, que en su mayor parte viven al pié de la Sierra de Santa Cruz.”

Hablando de la riqueza del país, y bajo el rubro de “Pesca de pieles,”
se expresa en estos términos:

“Es incalculable la riqueza extraida de Californias en este ramo. La
abundancia de la nutria de agua salada era en tal extremo, que los
marineros de los botes, al tiempo de pasar sobre el _zargazo_, las
mataban con los remos. Es admirable la exportacion que se ha hecho y
aun se hace del castor, nutria de agua dulce y otras pieles. Respecto
de la nutria de agua salada, calculan los marinos, que hace muchos años
recorren aquella costa, que puede llegar al número de cincuenta mil
pieles las extraidas en los años de 1830 á 40. Del castor y nutria de
agua dulce es incalculable, porque éste lo sacan los hijos del país,
los extranjeros establecidos en él, porcion de compañías americanas y
canadenses, que vienen á Californias con este exclusivo objeto; y las
tribus bárbaras hacen tambien caza de pieles para cambiarlas á dichas
compañías por los efectos que traen, y que tanto halagan con ellos al
salvaje.

“Don Cárlos Augusto Sutter, dueño del establecimiento de campo conocido
con el nombre de la Nueva Helvecia, situado en las márgenes del rio
Sacramento, fué nombrado por el Sr. D. Juan B. Alvarado, juez de
paz de su establecimiento y comandante militar de aquel rumbo casi
desierto.”

Continúa el Sr. Castañares:

“PUERTO DE DEPÓSITO.—Desde el año de 1825 se ocupó ya de este asunto
una junta nombrada por el supremo gobierno para proponer los medios más
conducentes al progreso, cultura y civilizacion de las Californias.
Desde entónces se conoció la importancia que podria cobrar esta
península mexicana por su situacion topográfica en el comercio del
Asia, haciéndola el centro de las especulaciones que las diferentes
partes de Europa emprenden con la China. Se propuso por aquella
ilustrada junta el establecimiento de una compañía de comercio directa
con el Asia por el mar Pacífico en el puerto de Monterey, que deberia
denominarse: “Compañía Asiático-Mexicana, protectora del fomento de la
Península de California.”

Por último, como un grito de desesperacion terrible; como una profecía
espantosa; como un anatema, se repite en ese cuaderno, hablando al
gobierno: “_Si no atendeis pronto á California, se pierde sin remedio!_”

¡Cuán dolorosas reflexiones me sugirió la lectura del interesante
cuaderno á que acabo de referirme.

Nuestra inmensa costa del Pacífico propicia como las Californias al
comercio con las otras Américas y con el Asia, se encuentra en completo
abandono. Sus desiertos, su sistema fiscal, sus caminos, todo la
condenan á la absorcion de los Estados-Unidos, y á ello coopera la
ceguedad de los gobiernos y su respeto á los bastardos intereses que
mantienen en sus puestos _á los politicastros_ de la capital.

No hay remedio: si en la lucha indeclinable _de intereses_ con los
Estados-Unidos está de nuestra parte la barbarie, la repulsion y la
indolencia, y de parte de ellos la civilizacion, la confraternidad y el
trabajo, la derrota será nuestra, pronto, y lo que es más doloroso, con
aplauso de la humanidad entera.

Si tiene un inmenso puerto de depósito San Francisco, convirtamos
nosotros en puertos de depósito, desde la Baja California hasta
Acapulco; si llama San Francisco la colonizacion por medio de sábias
leyes y de franquicias, mejoremos esas leyes y séamos más liberales;
si aquellos inquietan á los chinos, llamémoslos nosotros con mayores
atractivos.

El arancel americano es absurdo y sacrifica á la codicia del Norte
y del Este los intereses del Sur y del Oeste; en esa tarifa hay
una cotizacion insostenible: declaremos libres de todo derecho los
artículos gravados por ellos, y veremos efectuarse una revolucion que
nos sorprenderá á nosotros mismos.

La creacion del ferrocarril de Veracruz, tiene dividida á la República
y condenados á los Estados distantes de la vía á la miseria y á la
muerte, entre tanto los Estados de Occidente oyen los gritos de la
locomotora del Pacífico ofreciéndoles salvacion. No volvamos la espalda
á esta situacion, atendamos á esos Estados, porque se perderán sin
remedio, como decia hablando de California su diputado Castañares.

Muy loable es el empeño para extender la línea de ferrocarriles,
ligando al Atlántico con el Pacífico; pero en mucho se esterilizarán
esos esfuerzos, si no se procuran cambios, si los ferrocarriles no dan
consumidores; si esas arterias no llevan sangre, ¿de qué servirán?
La cuestion hacendaria de México es su cuestion social y política, y
solo un conjunto de medidas sábias puede proveer á las necesidades del
Occidente y de nuestras fronteras.

Pero ya se encargará algun rábula de algun Club de proponer la panacea
para nuestros males públicos, exagerando el proteccionismo.

Fijemos sobre todo nuestra atencion en que esas familias y esos
capitales que ingresan á San Francisco procedentes de Sonora,
Sinaloa y la Baja California, aunque parecen abandonar nuestro suelo
accidentalmente, quitan vigor, trabajo y recursos de subsistencia á los
pueblos que abandonan, presentando contrastes que ceden en mengua y en
empobrecimiento de nuestra patria.

Esos hombres han emigrado por el pésimo sistema de impuestos, por
las extorsiones de los jefes militares, por los robos oficiales que
se llaman préstamos forzosos, por el plagio oficial que se llama
leva y por el estúpido provincialismo que repele y ahuyenta todas
esas poblaciones, que al principio escuchaban con espanto y odio los
amagos de anexion al Norte, y que hoy han perdido mucho de su energía
patriótica.

Muy tristes consideraciones me sugirió el cuaderno del Sr. Castañares,
y quién sabe hasta dónde las habria extendido, con riesgo de dormir á
mis lectores, cuando tocó á mi puerta Gomez del Palacio.



XVII

Laborio de minas.—Un almuerzo.


VEN, Guillermo, oirás una conversacion de unos mineros, de la que
puedes sacar partido para tus apuntaciones: están en mi cuarto, y les
he dicho que iba á tener el honor de presentarte.

Diciendo y haciendo, me puse al lado de Francisco y entramos á su
cuarto.

Rodeados á la pequeña mesita que fungia de escritorio de mi amigo, se
encontraban tres personajes, que por ser característicos, me voy á dar
el trabajo de bosquejar.

Era el uno Mr. Wood, de nueve arrobas de tara, con cada dedo como un
morillo y con cada pié como una canoa traginera; de la piel de su cara
escarlata habria podido salir una tambora.

La frente aplastada y ancha, los ojos azules, parapetados en los
carnudos pómulos, el cabello blanco, cayendo en hilos separados sobre
sus hombros y espaldas.

Negro leviton, con la figura de un baul á medio abrir, y uno de esos
sombreros puntiagudos, desgobernados, de ala ancha y accidentada, que
solo se ven en la cabeza de un yankee.

Ese tosco campesino; ese hombre de carcajada franca y estrepitosa, con
una dentadura de marfil luminoso, con su pipa de palo apagada en la
diestra, y su pulgar de la mano derecha negro de tabaco; ese tiene más
de tres millones de pesos, su casa es como un palacio y se trata como
un príncipe.

El otro que está á su lado, con la espina dorsal doblada, dando su
rostro casi sobre sus rodillas, cayendo su pelo castaño como una
cortina sobre su rostro, con una enorme navaja en la mano, puliendo,
como distraido, un palito, volviéndose á cada instante para escupir el
negro tabaco que masca grosero; ese, es Mr. Keen, accionista de minas,
que en los _Stokes_ ha perdido y ganado inmensas fortunas; hombre de
negocios, _manejador_ de plata.

El tercero, de sombrero blanco, elegante porte, rica cadena de oro,
pálido, rubio, nariz puntiaguda, boca pequeña, escasa patilla y barba
rasurada. Es ingeniero de minas: está con el pié derecho sobre el sofá,
inclinado sobre la mesa, tiene una de sus manos en el bolsillo del
pantalon, cuyo bolsillo encierra llavero, lápices, medidas, compases,
navajas, y no sé cuántos útiles que suelen sacar las narices y
desaparecen en aquel antro que hemos titulado bolsillo. Este ingeniero,
á quien llamaremos Mr. Swift, es hombre de números, y por consiguiente,
encanto de los negociantes.

Los caballeros con quienes acabo de dar conocimiento á mis lectores,
iban á consultar al Sr. Gomez del Palacio sobre una escritura de
Compañía, porque es de advertir, para orgullo nuestro, que el Sr.
Gomez del Palacio es conocido de toda la gente de valer de los
Estados-Unidos, no solo como eminente jurisconsulto y hombre próvido,
sino como muy entendido en negocios y como hombre que escribe con
la mayor cultura y correccion el idioma inglés. Por otra parte, un
hombre tan distinguido y considerado como Mr. Cushing, es el amigo
de Gomez del Palacio, amigo á quien mucho estima, y esta es una gran
recomendacion en aquellos países. Muchas de las consideraciones que yo
merecí en los Estados-Unidos á las personas de la alta sociedad, las
debo á mi amistad con el respetable Mr. Bryant, eminente poeta, y uno
de los hombres más dignos y más ilustres de la patria de Washington.

La consulta habia concluido muy satisfactoriamente, reinaba el buen
humor, se atizaba el _coptail_ y la cerveza, con alguna economía del
tabaco, porque á Francisco le endiablan los fumadores.

M. Wood me flechó, nos hablamos un inglés españolizado que hizo soltar
la risa al concurso, y á poco, el comerciante de granos y ganados y yo,
hubiéramos hecho la envidia de Pílades y Orestes.

El ingeniero que tenia la palabra cuando fué á llamarme Gomez del
Palacio, fué invitado á continuar despues de la interrupcion que
produjo mi llegada.

M. Swift habla perfectamente castellano.

—Decia yo, continuó el ingeniero, que la conmocion producida por el
descubrimiento de los placeres de oro de Calfornia, no ha tenido igual
en el mundo, no obstante que la Australia, tres años despues, daba
tanto como California, y que la fábula misma no se habria atrevido á
inventar bonanzas como las de la Nevada, más productivas en pocos años
que las riquezas de las Américas en tres siglos.

—Incluyendo por supuesto, dijo el de la navaja, el Colorado, Idalio.

—Bien, bien, decia M. Wood; pero de 1848 á 1873, dió California mil
millones de pesos; siempre este está bonita, y Montañas, Arizona, Nuevo
México, trescientos millones.

—Era de verse, continuó el ingeniero, llegar aventureros de todas
partes del mundo, lo mismo los que doblaban el Cabo de Hornos que los
que atravesaban el Istmo de Panamá; lo mismo los que saltaban sobre las
Montañas Rocallosas que los que se aventuraban en los inmensos llanos
del _farwest_, donde muchas veces perecian de hambre las caravanas.

Instalábanse los buscadores á la orilla de un arroyo, sin más útiles
que una barreta, una criba, y la batea mexicana para lavar el oro.
Cuando eran muy pequeñas las partículas de oro, se empleaba el mercurio.

Se tomaban el agua y las arenas, y el oro quedaba en el fondo.

Despues de esto se introdujo la cuna, es decir, un tamiz de esa figura
en que se depositaba la arena, y meciéndose, se hacia el cernido: este
sistema producia tres tantos más que el anterior.

Por último, se adoptó el sistema de tubos, que exige gran número de
trabajadores.

Los chilenos tambien plantearon su método, que consiste en poner la
arena en un patio enlosado. Allí se deposita al arena, se echa agua, y
al descender la arena por un plano inclinado, queda el oro.

Hubo tambien un método que se llamó hidráulico, que produjo los mejores
resultados.

—Eso fué, dijo M. Wood, de un hombre del Conneticut; el método
consistia en dirigir un chorro de bomba contra las rocas en que se
esconde el oro, y así sale el gato amarillo á toda prisa.

Algunas veces los lechos de la arena se tenian que profundizar;
abriéronse hondísimos pozos en que los buscadores se hundian.

—Y bien que se hundian; uno se hundió tanto, que dejó allí el cráneo,
dijo el de la navaja; y vea vd. las cosas: yendo dias y viniendo dias,
un sabio, M. Wetney, halló el tal cráneo, y dió y tomó que era un
cráneo fósil. Las sociedades científicas hicieron grande escándalo, se
escribieron libros, se nombraron comisiones y no se habló de otra cosa
que del hombre _prehistórico_, que era en resumidas cuentas un pobre
diablo desbarrancado en un pozo.

—Despues de esto fué el beneficio del cuarzo, ¿no es así? le pregunté
al ingeniero.

—Sí, señor; y aunque hoy las minas de cuarzo están muy en boga, al
principio se decia que no costeaban. En el centro de la Nevada tiene
vd. hoy á _Allision Banck_, que debió haber hecho millonarios á tres
irlandeses ignorantes que lo descubrieron y le abandonaron el año de
1851, que fué el mismo año del descubrimiento.

—Los tiempos heróicos del oro, replicó el de la navaja, son de 1848 á
1859.

Un mormon Marshal, soldado licenciado que habia estado en la guerra
de Mexico, y de paso para Utah, se empleó momentáneamente en la
máquina de aserrar madera que tenia el capitan Sutter á las orillas
del Sacramento, y éstos, por verdadera casualidad, descubrieron los
placeres de oro.

—Al decaer la bonanza del oro, notó el ingeniero, muchas familias
estaban aquí establecidas, y los naturales del país, en once años,
habian dado gran desarrollo á sus industrias.

La viña, las cereales, las maderas, constituian ramos de riqueza tan
valiosos como los placeres.

—Y más que todo, dijo alegremente M. Wood, la Nevada, el Colorado, los
montes de Wahsath, son vacas que dan plata y oro.

—No, dijo el ingeniero entusiasmado, con una mímica grotesca y
especial al yankee. Ahora es el tiempo heróico de las minas, se han
hecho inventos maravillosos, se ve á la ciencia armada con la clava de
Hércules, arrancando á la tierra sus tesoros, guardados por la sombra y
el abismo.

Apénas se sospecha una veta, se le ponen diques, se le circunscribe, se
sorprende con grandes túneles debajo de la tierra, se descuelga dentro
de ellos el dia por la lámpara del gas, se abren espacios en figura
de cruz, se rellenan de barriles de pólvora ó dinamita, se escurre
entre ellos el hilo metálico conductor del rayo, y se envía la chispa
eléctrica; la explosion es espantosa, vuelan como polvo y como hojas
secas las piedras y los inmensos peñascos, se derrumban masas enormes
de granito, se desgarran y riegan las entrañas del abismo; entre ese
humo, esa llama, esa granizada de fragmentos de montaña, se precipitan
los monitores, bombas de agua estupendas, del empuje del ariete y del
proyectil del cañon; la respiracion de esas bombas llama con terrible
pujanza 3.800,000 litros de agua.

Vencida, pulverizada la roca, deja al descubierto heridas
profundísimas, se abren extensos arcos, surgen pirámides y pilares
de la superficie plana de la roca; al terminarse este cataclismo....
alumbra el gas y la reverberacion de rayos de sol de oro, anuncia la
bonanza y corona una lucha en que el peligro ha sido contínuo, y la
muerte ha estado vacilando entre la eleccion de sus presas.

Ahora, para que vdes. se formen idea de una de estas negociaciones, les
citaré la de _Noorth Bloomfiel_, que es de la que hay mejores noticias.

La Compañía posee 635 hectaras de terreno aurífero.

En un angosto valle ha construido un gran dique para formar un
receptáculo que en 21 metros de altura deposite el agua.

El volúmen de agua encerrado en el cañon que describimos, es de 15
millones de metros cúbicos.

El canal que va del dique al terreno aurífero tuvo de costo 500,000
pesos.

Desemboca el acueducto á trescientos metros sobre las minas, y allí se
encuentra un segundo receptáculo.

—Gigantesco! estupendo! exclamé sin poderme contener.

—Pues no ha oido vd. todo: la Compañía tiene en obra otro canal que
reunido á este, le dará posibilidad de trabajar todo el año; habrá
entónces muchos puntos de ataque, se verán dos infiernos, uno de
piedras y otro de agua, y tendrá la Compañía en caja, como quien dice,
380 millones de litros de agua. La Compañía es dueña de 150 kilómetros
de agua empacada, que puede dejar caer desde lo de alto las montañas,
bañar los picos de nieve de la Sierra y convertir en lagos los valles
que se extienden á sus piés.

En los bancos hay varios pozos de trecho en trecho y sus túneles: hay
cerca de 300 millones de metros cúbicos de tierra aurífera, que se cree
contienen, mejor dicho, que contiene cientos de millones de pesos. El
ingeniero de esas obras titánicas se llama M. Hamilton Smith.

—Usted que es compadre de las musas, me decia M. Wood, habia de ver
esos inmensos canales que llegan en todos los terrenos metalíferos á
10,000 kilómetros, con lo que se podria hacer una faja á la cuarta
parte del globo, y las ruinas de esos antros son una maravilla:
montañas desbaratadas, moles gigantescas en tierra, laberintos de
granito y de cuarzo, el desórden, la desarticulacion, el caos de la
piedra, los despojos, la osamenta de los montes gigantescos, vecinos de
las nubes.

La Nevada, Calaveras, Amador, Joulumne, presentan espectáculos nuevos,
terribles, de desquiciamiento y muerte. ¡Cuando se abandonan esos
trabajos y la soledad impera en aquellos sitios, se ve algo semejante á
lo que será el cadáver del mundo en el seno de la Eternidad!

—Bien, muy bien, M. Wood, dijimos todos: un hombre del Kentuky, poeta,
eso es más raro que los canales de que se nos habla.

Yo seguia con interes sumo la conversacion de los amigos de Francisco,
y ellos me alentaban en mis apuntaciones, haciendo que éste me
tradujese lo que yo no podia entender; pero léjos de molestar á
aquellos caballeros, mi curiosidad les complacia, se esperaban á que
yo escribiese, me repetian lo que habian dicho, con suma deferencia y
finura.

—Hoy, me dijo el ingeniero, la atencion se concentra en la explotacion
de los placeres subterráneos. El oro no aparece ya en deslumbradoras
_pepitas_ como en otros tiempos felices. Es muy raro aquel que
amaneciendo pobre anochece rico, como sucedia cuando Eldorado.

Los rendimientos son ménos fecundos, y ya no se prestan al romance: en
cambio, están permanentemente organizados; esto hace que la poblacion
del Estado sea de cerca de un millon de habitantes.

La tierra, como celosa de las minas, abre su seno vírgen y convierte en
cuento mezquino la fábula preciosa del Cuerno de Amaltea. Las cereales
y la vid producen cosechas abundantísimas: el año de 1874 dieron los
campos 150,000 hectólitros de vino.

Las maderas se exportan para los más remotos pueblos; 18 millones de
kilógramos de lana han producido nuestros carneros, que se crian lo
mismo que en Australia, y ya vd. ve, en cuanto á los negocios, algo
dirá á vd, Mr. Keen, que se ha estado callado como un muerto.

Mr. Keen dió un tajo al palito que tenia entre sus manos, pronunció un
_old rigt_ estrepitoso, y habló en estos términos:

“En varios puntos de los Estados-Unidos se produce la plata, aun cuando
no todos tengan la nombradía de la Nevada, Utah, el Nuevo México y la
parte del Arizona que se relaciona con el Estada de Sonora.

Utah fué ménos explotado que aquellos distritos; mejor dicho, no
fué explotado sino hasta 1870, porque el Papa de los Santos, así es
llamado el Jefe de los Mormones, odia el contacto de los gentiles, así
llamados á todos los que no pertenecen á su comunion.

Las minas juntas de México, Chile, Perú y Bolivia, no producen lo que
una sola mina de la Nevada. Los rendimientos de aquel solo distrito
fueron en 1875 sesenta millones de pesos.

La vena más rica descubierta hasta ahora está en Virginia-City, y se
llama Comstok.

El descubrimiento y las peripecias de esas minas, aunque no tan
estrepitosas como los placeres de oro, pusieron á prueba el carácter
del aventurero; muchos de éstos tuvieron que andar entre la alta nieve
de las montañas, emprendiendo increibles trabajos, y muchos murieron
con la palabra _Go ahead_ (Adelante!) entre los labios. Socavones de
1,200 piés, pozos insondables, todo se intentó y la tierra arrojó
tesoros de su seno sobre los atrevidos trabajadores. La cantidad de
metal desprendido de solo la mina de Ophir, se calcula en 150,000
toneladas.

El juego de alza y baja de las minas para valorizar sus productos, se
hizo objeto de las especulaciones de los banqueros, quienes no solo
hacen adelantos al minero sobre los futuros productos, sino que creen
esto más fructuoso que las operaciones de descuento, y en este juego,
si bien algunos improvisan fortunas colosales, otros, y son los más, se
arruinan espantosamente.

No obstante, esa excitacion, ese juego de azar empeña á hombres
emprendedores de los Estados-Unidos y de Europa.

Se propala el descubrimiento de una mina ó de una veta, se encarecen
sus frutos, se publican opiniones de peritos, y la prensa echa á vuelo
todas las campanas de la publicidad. Ha habido vez que la prometida
bonanza se realice: entónces son los grandes paseos, el juego y las
orgías, al punto que unos negociantes de Chile tuvieron una bonanza de
cerca de un millon de pesos, y al mes no lograron reunir dinero para
comprar dos burros en que volverse al puerto.

La charla, la codicia, la prevision, los _anzuelos_ para atraer á
los incautos, se ponen en juego en aquella lotería peligrosa de que
resultan verdaderos desastres.

Los banqueros de San Francisco, más prudentes que otros, hacen
generalmente sus préstamos á las Compañías, con un tanto de premio, lo
que es ménos expuesto.

Se forma la Compañía, se emiten _Stokes_ ó acciones, y la alza ó baja
de los _Stokes_ constituye el juego.

El Banco de California, que quebró hace poco estrepitosamente, hacia,
como ninguno, la alza y la baja de los _Stokes_. Se hallaba á su cabeza
el célebre Ralston, que puede citarse como el tipo del negociante
americano.

Marinero subalterno, llamó la atencion por su porte y audacia. El
banquero Garrison le dispensó su proteccion y le encargó en Panamá
de sus sucursales del Banco de San Francisco: en 1855, cuando tenia
veinticinco años, Garrison le llamó á su lado y le interesó en todas
sus empresas.

En 1864, ya Ralston volaba con sus propias alas, y fundó con esplendor
el Banco de California.

Ninguna empresa minera, ni industrial, ni de mejora importante para la
costa del Pacífico, dejó de contar con la cooperacion de M. Ralston.

Se valuaba su fortuna en cien millones de pesos.

Su casa es sin duda alguna la más espléndida de California: tenia
constantemente sobre cien convidados á su mesa, y habia departamentos
lujosísimos para huéspedes.

Abria para sus amigos las puertas de las elecciones públicas. En las
minas, sus indicaciones eran órdenes. Fué padrino y se hizo cargo de la
mitad de los costos del Palace Hotel, uno de los primeros del mundo.

Ralston tenia un rival, Mackay, poseedor de una fortuna de setenta
y cinco millones de pesos. Es uno de los directores de la mina
_Consolidatet Virginia, California y Ophir_.

Dos de los asociados de Mackay son de orígen tan humilde como el
O’Brien y Flood, que empezaron su carrera como dependientes de taberna.

Ralston murió ahogado: cuenta la maledicencia que habiendo determinado
suicidarse y verificarlo descaradamente, quitaba á su familia el
_derecho de seguros_: entónces fingió una excursion en el mar, y allí
borró la huella de su atentado. Juzgo que no sea cierta esta version;
pero el cálculo pinta al yankee. San Francisco le hizo funerales como á
un monarca. Muchas personas vistieron luto y se pronunciaron notables
discursos fúnebres en su honor.

El Banco de California cerró sus puertas, y se consideró tal
acontecimiento como una calamidad pública.

El 3 de Octubre de 1875, un telégrama anunció al _Times_ de Lóndres que
el Banco de California abria de nuevo sus puertas al público.

Hubo hurras, bravos, y contento como en un dia de fiesta nacional: la
gente bebia y brindaba en las calles; la multitud rodeaba al Banco como
se rodea con entusiasmo un monumento de gloria.

Lo singular en todo esto es que los ingenieros, los mineros, en una
palabra, todos los hombres de trabajo de las minas, permanecen como
indiferentes á cuanto ocurre al rededor de ellos y sobre sus cabezas,
dedicándose con perseverancia extrema á sus ocupaciones.

La dinámica, la química, las ciencias todas, hacen progresos para la
más fructuosa extraccion de los metales, y cuando todo parece agotado,
se envía la tierra metalífera á Swance, en el país de Gales, y á
Friburgo, en donde los más económicos procedimientos sacan partido de
los desechos de las minas.

El año pasado y parte del presente han producido las minas todas de la
Nevada, entre plata y oro, cien millones de pesos. La Australia, la
Siberia y las Américas reunidas, no llegan á esa suma.”

Aunque dilatada y no muy amena la relacion de M. Keen, la escuchamos
todos con vivo interes, esencialmente en lo relativo á los _Stokes_,
que tanto influjo tienen en la sociedad de California.

Quedaron charlando y fumando mis nuevos amigos en compañía de
Francisco, y yo me dirigí á mi cuarto, donde me esperaban mis viejos
compañeros.

       *       *       *       *       *

—Comes con nosotros, me dijo Pablo; estarán en nuestra compañía el
bravo capitan Heigs y D. Lino Patiño, aquel viejecito español que tanto
blasfema contra los yankees.

A la una de la tarde estábamos en el gran _Restaurant_ de la calle de
Sutter, en el salon inmenso que da á la calle, desde donde se ve el
mostrador de los marmitones, y donde la servidumbre tiene todos los
matices y está en posesion de todos los idiomas del globo.

La mesa albeando, jarrones con flores, jarras con gigantescas ramas
de apio, unos panes sacados de trozos de masa cuadrada, como grandes
zoquetes de madera.

Comimos alegremente: D. Lino me veia de reojo, porque me habia oido
elogiar lo que me parece digno de elogio en los americanos. D. Lino es
un carlista recalcitrante, bilioso, de ojos verdes, patilla gris, y un
fruncimiento de labios que recrudece su palabra y hace incisivas sus
malas razones.

—Instruccion pública, instruccion pública, decia D. Lino, que el sol
así, que la luna asado, que esa yerba es lanzácea, y no conocen la _O.
Ginacio_, hombre, retozo y manoteo, y unos angelitos como unos chivos,
y unas niñas como gañanes.... y no es eso lo más, sino liebres corridas
desde chiquitinas. ¿Union de los sexos? Como el diablo, hombre; cada
escuela es una cena de negros.... Hombre, por la Santísima Vírgen esto
es una condenacion!

Yo reia, y D. Lino queria comerme con los ojos; mis amigos le azuzaban
llevándole la contra.

—El señor habla como adolorido: que le cuente á vd. su aventura con
Lulú.

—Hombre, ese no es cuento de broma, replicó D. Lino; no creo que vdes.
quieran que me dé cabezadas contra las paredes.

—Cuente vd.

—Cuente vd., repetimos á una voz.

—Pues, señor, yo soy viudo y con tres hijas, cristianas y educadas á
mi modo, gracias á Dios! Vine á esta California ó Calinfierno á recoger
unos cuartos de un tio minero.

Don Lino, ¿un paseito por _Cliff-House_?—D. Lino viene á su negocio y
no pasea.—D. Lino, ¿una visitadita al Teatro de las Circasianas?—D.
Lino no visita, y que esas doncellas se la pasen como puedan.

Un dia fuimos á Oklan; esos _ferris_ son como demonios, se embaula
gente hasta el tope y todo el mundo está de bromilla; yo no soy
enamorado, pero tampoco un pedazo de atun: ví á unos amigos con unas
señoritas; ¡qué graves y qué circunspectas! una de esas señoritas
cargaba un envoltorio enorme: al salir del ferro tomó el tercio aquel
en brazos ¡pobrecita! y luego era tan linda.... por negada que sea
una persona, se comide en tales lances.... cargué el envoltorio, ella
no sabia palabra de español.... tomó un ómnibus, y yo fuí, cargando,
hasta depositar el bulto en el coche.... como no tenia rumbo, allí
me quedé.... y llevábamos el estorbo aquel entre los dos.... _thank
you_, muchas gracias, decia ella.... y yo contento.... llevaba un
anillo en mi dedo.... ella me tomó el dedo.... y á mí se me fué la
mano.... veia y examinaba el anillo.... y decia: _very fine_, _very
nice_, _esplendide_.—A la órden, señorita, y ¿lo creerán? me lo fué
safando del dedo, y ahí te quiero ver.... por recobrar el tal anillo,
me perdí.... á los tres dias éramos amigos. Pero yo dije: “Lino, aquí
paras”.... me informé; aquella no era una mujer pública, era una
preceptora de idiomas... Vamos, con mil diantres, sea vd. maestra de
mis hijas!

Va á la casa, les enseña este _gury gury_, y á mí ¡pícaro! á decir: “Mi
querida señorita, mi esposa,” y.... ¡quién sabe cuántas tonterías!

Pícales el celo á mis hijas y despiden á la preceptora....

Lo perdido, perdido, dije con mi conciencia limpia, y quedamos en paz.

Pero amigos, ¿cuál fué mi asombro, cuál mi espanto, cuál mi
estupefaccion, cuando me van notificando que me case con Lulú? ¿Yo con
Lulú? hombre, si no estoy dejado de la mano de Dios; si poco me falta
para tomar una calavera y una disciplina!

—Que se case vd., que no hay remedio, ó cien mil pesos por
indemnizacion.

—¿Indemnizacion de qué? ¿qué pedazo de territorio le he quitado á esa
furia?

Me llevan á una conciliacion, muestra mi anillo, ríe el auditorio, le
digo al asno del abogado que yo no habia tenido dares ni tomares....
grito, charlo, nadie me entiende. A los tres dias de esta escena, voy
viendo un periódico ilustrado, y allí estaba yo en estampa, sin que
me faltara pelo ni señal, debajo de un árbol, dando un anillo á Lulú.
Pues, señor, aquello _era causa célebre_: mis hijas empezaron á saber
no sé cuántas cosas. Lulú tenia tios, primos, apoderados, abogados, y
todos con las uñas clavadas en M. Lain Pastaino (eso quiere decir Lino
Patiño, ese soy yo), que bufaba por estas calles. ¿Pero una prueba? La
ley quiere que se esté al simple dicho de la mujer.

—¿Pero si yo no tengo aliento ni para verme?—Que afiance Mr. Pastaino.

—Hombres, pero si yo nada he afianzado ni quiero afianzar.

Entre tanto mis retratos volaban por el orbe: ya viene un _reporter_
con quien me doy de puñetazos por venirse á meter en lo que no le
importa; ya quiere un fotógrafo sacar ejemplares de mi individuo, en no
sé cuántas actitudes; ya un frenólogo me quita el sombrero en la calle
para reconocerme _la amativité_, y yo por aquí riño, por allá bufo, y
por todas partes reniego, muriéndome de vergüenza al entrar en mi casa
y encontrar á mis hijas con mi retrato y el de Lulú, como dos tórtolas,
en el periódico!

Para no cansar á vd., la mitad de la herencia del pariente, se fué en
pitos y flautas de jueces y escribanos, y en pagar á Lulú su inocencia,
que llevaba tres _gachupines_ desplumados!!

Descuídense vdes., descuídense; hagan lo que en México, diciendo
palabritas, dando anillos y haciendo protestas á la primera que pasa, y
les dan una secuestrada que el alma les arda.

Aplaudimos á D. Lino, y apuramos por su salud nuestra última copa.

[Illustration: _LIT. DE H. IRIARTE MEXICO._

Templo Chino.]



XVIII

Excursiones.—Prostitucion.—El juego.—Una escena de la vida íntima.


PARA nosotros que tenemos como frases características aquello de: ¿qué
anda vd. haciendo?—Hombre, pasando el rato.—¿Qué es de la vida de
vd.?—Ya vd. lo ve, vegetando.—¿Qué vino vd. á hacer por aquí?—A dar
una vuelta, á matar el fastidio; para nosotros, que tan paladinamente
confesamos el imperio del ocio, no se conciben esos tropeles de gente
que van, vienen, suben, bajan, escriben en sus carteras, corren, se
encaraman en el pescante de un coche, saltan á un tren y se escabullen
en una embarcacion; no se conciben personas que vuelan unas en pos de
otras á alcanzar el ómnibus que parte, y á asaltar el wagon que va
corriendo: va uno como perdido entre gente que huye de un incendio ó á
quien agita una conmocion popular. Si en una casa ruedan tercios, en
la otra celebran un remate, y de otro edificio salen volando los que
llevan noticias al barco que parte.

Se entra uno en un almacen, nadie se distrae, nadie saluda, á nadie
importa lo que hacen los demás; se cuela uno en una tabaquería,
enciende su cigarro, ve, inspecciona, y á nadie se le ocurre detenerlo
ni despedirlo. De este modo, el ente sin ocupacion alguna, está como
aislado y se le figura que le señalan con el dedo.

Pero con todo y todo, así vagaba yo entre la multitud, cuando me tomó
del brazo mi apreciable amigo el Sr. Gaxiola, y me subió á su despacho,
en un vuelo, porque á tanto equivale subir á cualquiera parte en
elevador.

Tienen para un mexicano cierta novedad esos edificios en que los
hombres hacen el despacho de sus negocios, independientes de toda
familia y destinados _ad hoc_ para asuntos.

Desde la calle, en los claros que hay de escalon á escalon, se leen
letreros con los nombres y las profesiones ó negocios que tienen los
varios departamentos.—_Mad. Lilí_, modista, núm. 14.—_Mr. Raff_,
Atorney, núm. 18.—_Mr. Thetti_, dentista, núm. 9, etc.

El elevador va haciendo posas en cada piso, como un _wagon_ en cada
bocacalle, y salen y entran viajeros que es una gloria.

Por supuesto que no se ve ese letrado de _gorra griega_ y bata, con la
bordada chinela, que recibe pretensioso, con quien juega el faldero,
carga al _nene_ para conceptuarse de padre amoroso, ó le llaman de
parte de la señorita, que está inquieta por las clientes buenas mozas;
no distrae de los asuntos al capitalista salir al patio á ver los
caballos de los chicos, ni al agente de negocios, las resistencias
del párvulo para ir á la escuela; nada de eso, cada quien está en sus
asuntos, y el número uno me lo tengo yo.

Subí, pues, con el Sr. Gaxiola á su despacho, que consta, como todos,
del mostrador, el enverjado, la caja de fierro y los escritorios, y me
dijo: esperaba á vd. porque almorzamos juntos.

Así fué: á dos pasos del despacho, en la calle de Montgomery, y
sin grande apariencia, se encuentra uno de los más espléndidos
_restaurants_ de San Francisco: manjares exquisitos, riquísimos vinos,
departamentos como relicarios de belleza.

Cada uno de los departamentos es aislado: consta de una pequeña sala de
desahogo y del salon del comedor, lleno de espejos y cortinas.

Me esperaba una agradabilísima sorpresa: en el comedor estaban mis
amigos Shleiden, Iberri, Andrade, Carrascosa y no sé cuántos más, que
nos instalamos al entusiasta grito de “¡Viva México!” Se comió, se
bebió, se cantó y nos mecimos en los recuerdos de la patria ausente.

—A propósito, _Fidel_, me dijo uno de los amigos, cuidado con los
estudios de costumbres por esos desastrados barrios del norte de la
capital, ó como si dijéramos: “Barbary Coast.”

—¡Cómo! replicó otro, ¿se ha atrevido vd. á penetrar por esos antros?

—Tengo gran curiosidad de verlos, dije yo; es mi costumbre en México:
lo más que me ha costado es la diatriba de la gente gazmoña de la
aristocracia _de doublé_ y garbanzas, que es tan asustadiza como
corrompida, y de los malquerientes que nunca faltan, y muchos de los
cuales merecen un grillete, como San Antonio una vela.

—Pues por estos mundos es otra cosa; nadie se meterá con vd., porque
el chisme, que es nuestro pan cotidiano por allá, tiene poca boga donde
hay poca gente ociosa; pero en cuanto á peligros de otro género, es muy
diferente.

—Hoy han disminuido mucho esos peligros; pero ántes, en esas
encrucijadas que parten de la calle de Dupont, se enmarañan en el
mercado chino, cuelgan y como que se escurren por Stockton y otros
puntos, se anidaba todo lo que hay de más nauseabundo en el vicio y de
deshonroso para la especie humana.

—Era imposible penetrar por esos barrios, aun de dia: las
descripciones de la _Cité_, hechas por Victor Hugo y por Eugenio Sué;
lo escrito en los Misterios de Lóndres, sobre aquellos prófugos del
patíbulo; aquellos harapos, aquellas voces aguardientosas de mujeres;
lujuria, miseria y putrefaccion sobre el vicio insolente, son sombras
comparados con esto.

—El gargarismo rasposo de la palabra alemana, el chillido del chino,
el salvaje gruñido del yankee, una música que aulla, unas bebidas que
queman, unas mujeres que azotan la piel con su mirada, como la ortiga,
ojos destilando aceite, pechos con maque de alcohol, brazos de momia,
vientres salidos de quicio, tabernas como infierno, el humo, el tifo,
el absurdo, la contradiccion social, el asco y la muerte.

—Es natural; entre los aventureros poderosos viene esa borra, esa
gusanera que se recoge y queda como la hez de esta sociedad heterogénea
y temeraria.

—La blasfemia, el asesinato, el abortivo, la sangre, la sombra, la
formacion de un caos de los desechos de la desorganizacion social.

—En esos barrios habia como una muralla en que se estrellaba la
policía; muchas veces tuvo ésta que retroceder, repelida por ese
conjunto de buitres, de víboras y de panteras.

—Allí se forjan instrumentos sutilísimos para horadar techos y forzar
cerraduras; allí se confeccionan venenos; allí se idean instrumentos
con que se produce la muerte, borrando la huella del crímen; allí se
halla listo para todo infernal servicio, el salteador, el incendiario,
el falsificador y el supuesto heredero; allí se escandalizaria Satanás,
si tuviera valor de penetrar.

Y como han solido precipitarse en esos abismos grandes damas,
personajes opulentos, letrados eminentes, se ven harapos sociales en
que se reconoce la seda y la gasa, el esmerado lenguaje y las maneras
pulcras en hombres medio desnudos y asquerosos, y nos repugna, como
nos repugna el mono, porque somos nosotros mismos en degradacion y en
caricatura espantosa.

Allí se ven patentes los efectos de esa educacion masculina de la
mujer, que rompe todo vínculo, que ahoga todo afecto, que la aisla y
emancipa.

Allí se palpa esa propension á la esterilidad artificial que suprime
_estorbos_, pero que pudre el corazon de la infanticida.

Allí retrocede espantado el hombre de corazon, de esa _conciencia_, que
es el todo de esta sociedad, en que domina encarnado el positivismo.
Allí, por último, se rebaja mucho la admiracion por el respeto que en
lo ostensible se rinde á la mujer, cuando tan fácilmente se abandona y
se le entrega á su suerte, frente á frente del vicio y el suicidio.

—Pero bien, esta sociedad en que se depositan esos elementos
disolventes, no solo vive y florece, sino que asombra por sus adelantos.

—Esa prosperidad cabalmente se debe á ciertos principios fundamentales
inviolables, y que están en la conciencia de la nacion, que forman
parte de su mismo sér.

La soberanía local, que impide que la tiranía se propague y consolide,
el respeto al hombre, como tal, la propiedad inviolable, la inmigracion
de gente trabajadora y honrada, que se incorpora y robustece las
virtudes sólidas de los primitivos fundadores de la República y de los
sacerdotes de las varias religiones, _sobre todo el respeto á la ley_,
restablecen el equilibrio social.

Y son tan poderosos y enérgicos estos elementos, y han creado tan
desembarazada corriente, que esos vicios y esa corrupcion no impiden la
marcha social, son como la espuma y las basuras que caen en un inmenso
rio, que enturbian é inficionan á trechos sus aguas, pero ni detienen
su corriente, ni impiden que fecunde las tierras.

—Hasta ahora, _Fidel_, ha visto vd. el anverso de la medalla; falta
que examine vd. el reverso.

—Todavía no ha fijado vd. bastante la atencion en lo que llamamos el
_peso omnipotente_. La sed de dinero que impulsa y atormenta al yankee
y que hace que todo lo posponga á la riqueza, es cierto que es el
resorte de esta actividad asombrosa, de esas empresas inverosímiles,
de esa superabundancia de fuerzas que levantan montañas y suprimen
obstáculos. Pero eso mismo da, aun á sus cuestiones de honor, un
colorido altamente repugnante para nosotros.

En general, y con pocas excepciones, todo lo que se puede vender se
vende; lo mismo el sufragio que la curul; lo mismo la vara de la
justicia que la vigilancia aduanal.

En dinero contante se puede apreciar y se aprecia, la honra de la
vírgen, una injuria, una bofetada.

En la balanza del amor, ponga vd. seducciones y adulterios, con tal que
mantengan el equilibrio en el platillo opuesto, los billetes de banco.

En todos los Estados-Unidos no se pregunta: ¿quién es ese hombre? sino
¿cuánto vale ese hombre? y ese solo rasgo caracteriza la sociedad. Por
supuesto que en todo hay excepciones.

La pobreza tiene mucho mayor vilipendio que el vicio. Pocos, muy pocos
son los que preferirian ser pobres á ser criminales.

La malaversacion es poca cosa: la estafa no se ve como entre nosotros;
si se hace con viveza, importa una recomendacion.

Se provoca el incendio por trasmano para cubrir una quiebra ó para
jugar una mala pasada á una Compañía de Seguros.

Entre comerciantes que pasan por próvidos, los hay que hayan tenido
cuatro y cinco quiebras. La política, la religion, son negociaciones
mercantiles en el fondo.

Las sociedades por acciones difunden la esperanza de riqueza hasta las
últimas clases. M. Jaunet valúa en dos mil quinientos millones el monto
de las acciones de minas y caminos de fierro, en el año pasado. Esta
cantidad se doblará ántes de dos años.

Estas sociedades se prestan á especulaciones desastrosas: es muy comun
que los empresarios poderosos acumulen acciones y pongan la ley á los
débiles. Este juego se llama _regar el capital_ (stock watering): se
calcula que en el año pasado, veintiocho compañías pusieron en juego
400 millones de pesos!!

“Se ha notado, dice un escritor americano, que los privilegios de las
compañías están en razon directa de los recursos con que cuentan _para
comprar diputados_.”

El esplendor con que viven los capitalistas, el hábito de ver caer y
levantar á los especuladores, cierta aura, cierto renombre que rodea á
los hombres atrevidos, suele producir crísis como la del año de 1869.

Los derroches, los despilfarros, la falta de probidad, se quiere
equilibrar ó dicen que se equilibra con las instituciones caritativas,
que tienen con esto el complemento de aquella máxima de: “Bueno es
encender dos velas, una á Dios y la otra al diablo.”

El juego, como es de suponerse, es la manía, la locura de California,
aunque se dice que está prohibido: tal circunstancia influye para
que las casas de juego no tengan la apariencia ni el lujo que otros
establecimientos análogos; pero en cambio, el consumo de licores
exquisitos es extraordinario en esos lugares en que se improvisan y se
pierden grandes fortunas.

Cuando terminó el almuerzo, álguien propuso un paseo á pié por el
Parque, que fué aceptado con entusiasmo.

El panorama que se veia en aquel lugar delicioso, era encantador.

A nuestra espalda se hundia el sol, sin sus rayos, como un inmenso
globo de oro en un hirviente piélago de llamas.

A nuestra izquierda y á nuestro frente estaba apiñada la ciudad, y se
veia como los semblantes de una multitud que invade una altura y se
empina para ver pasar algo á sus piés. A nuestro rededor habia colinas
llenas de árboles, y flores, y ondas, que formaban altos médanos y
hondonadas de arena, y en una de esas cuencas descollando las delgadas
puntas de los pinos, las cúpulas de los robles, y dejando percibir
entre los troncos y el follaje, los blancos sepulcros y las soberbias
estatuas del cementerio.

Yo caminaba con un anciano español, muy conocedor de las costumbres
americanas: viendo mi preocupacion y sabiendo la causa, me dijo:

—¿En qué piensa vd., que le he dirigido dos ó tres veces la palabra y
no me contesta?

—Pienso, le dije, en esto que han platicado vdes. sobre el OMNIPOTENTE
DOLLAR; ni afectos, ni artes, ni moral, ni nada es posible donde todo
está metalizado.

—Hay muchas y muy honrosas excepciones, esencialmente en el Sur; pero
en general, es exacta la pintura.

—Figúrese vd., continué yo, que en mi tierra puede decirse que se
peca por el extremo contrario. _Contigo pan y cebolla_ es comedia que
se representa con más frecuencia que la conveniente; es característica
y universal la fórmula de la madre de familia respecto de su hija:
_Yo quiero para mi hija un hombre de bien, que la ame mucho_. Nada
más frecuente que la espera de cinco y seis años para que mejore de
fortuna el amado del corazon de una jóven. Nada más vulgar que en
los frecuentes cambios de fortuna, consecuencia de las vicisitudes
políticas, ver trasformar á la mujer exigente y antojadiza, en sufrida
y llena de abnegacion; nada nos parece más cotidiano que la pasion
vehemente de una beldad llena de encantos, por un escribiente de
oficina, sin un cuarto, miéntras la rodean con sus seducciones los
hombres del poder y del oro; no, en ese punto, México es adorable, y
sus mujeres, las primeras de la tierra.

—Pues para que vd. vea, dijo el español, hasta dónde destruye los
vínculos más sagrados el amor al dinero, voy á contar á vd. una de mis
primeras y más hondas impresiones en los Estados-Unidos.

Visitaba con cierta intimidad, en uno de los Estados del Norte, una
familia compuesta de cinco personas. El padre de la casa, agente de
negocios; la mamá, frondosa y frescachona; dos hijas como dos perlas,
Katy y Mary, y Jhon, jóven elegante, de los típicos del mundo elegante.

Tomábamos juntos el _the_ todas las noches; el papá se iba al Club, en
seguida, con sus amigos: una chica se acuartelaba con su novio en un
extremo de la sala; la otra tocaba al piano con desgano; dos ó tres
amigos leian sus periódicos, tendidos bocarriba sobre sus asientos.

La noche del suceso que voy á referir á vd., despues de tomar el _the_
el papá en la mesa, sin mantel, con una pequeña servilleta blanca y
encarnada y unos cuantos bizcochos, se sentó en cuclillas, dando la
espalda á la chimenea que ardia.

Jhon estaba á poca distancia del papá, y el reflejo de la chimenea
daba en sus lustrosos botines, cosidos en la pala con seda, haciendo
curiosas labores.

—Rico calzado, dijo el papá, dirigiéndose á Jhon, y debe ser costoso.

—Muy costoso: yo lo sé, puesto que á mí solo me cuesta mi dinero.

—Es brusco el muchacho, nos hizo notar el papá.

—Oh! no, señor, es franco, dije yo.... mortificado de la respuesta, y
queriendo borrar su impresion.

—El es así: gasta, dijo su padre; pero en la casa come
desaforadamente, mortifica á sus hermanas, que todo se lo hacen de
balde, y es insoportable con los criados.

—Como que no habrá vd. visto casa como esta, me dijo Jhon, ni mujeres
más abandonadas, ni comida más detestable, ni criados más estúpidos.

—Eso tiene un remedio, hijo mio: el hotel. Vete por allá y serás
servido á las mil maravillas.

Oia yo con infinito disgusto aquel diálogo, sin saber cómo cortarlo.

—Por supuesto, que si desde ahora me voy al hotel, figure vd.: por
veinte reales, buenas piezas, excelente comida, baño, entrada libre.
Queda vd. entendido, querido papá: me marcho al hotel.

Reinó profundo silencio despues de este diálogo: yo, sacando fuerzas
de flaqueza, hablé de viajes, de modas, de teatros; pero suponia que
estaban al hacer explosion los disgustos, que como negras nubes,
estaban amontonadas en aquel sitio.

Jhon se acababa de poner los guantes, tiró de su cordoncillo del
puño para sujetarlos, tomó su baston y su sombrero, y se despidió,
tarareando alguna cancion entre dientes.

La mayor parte de las casas americanas tienen el porton á la calle, y
una escalerilla que da á la banqueta: pisaba ésta Jhon, cuando el papá,
desde el primer escalon, le decia:

—Jhon?

—Papá.

—¿Cuánto me dijiste que ibas á dar en el hotel?

—Veinte reales.

—Oye, si quieres quedarte en la casa por doce reales, puedes hacer
cuanto quieras, y á más se dará bola á tus botas, sin cobrarte de más.

—_Oll rihgt_, dijo Jhon, y el padre y el hijo quedaron los mejores
amigos del mundo.

—Eso no tiene nombre, dije yo, agarrándome la cabeza con las dos
manos.



XIX

Tabaquerías.—Personajes célebres.—Salones aristocráticos.—Un
entierro.


ENTRE la multitud de avisos con que se pretende llamar la atencion del
público, sobresalen los de las tabaquerías, que además del aparador con
cajas de polvos, pureras, bolsas de budruz, mechas, eslabones, cajitas
de tabacos, etc., y además de la enorme pipa suspendida en la puerta,
que puede distinguirse á media legua, hay una estatua enorme sobre su
pedestal de madera, que invade la banqueta y casi tira de la ropa á los
transeuntes.

Estas estatuas, verdaderas blasfemias de la escultura, representan
indios bravos, con su penacho y su cendal de plumas, marinos barrigones
y abiertos de piernas, con su sombrerillo de paja y su enorme puro
entre los lábios, negros que corren con un mazo de puros en las manos,
soldados y contrabandistas de navaja al cinto y de fusil terciado.

La mayor parte del comercio de tabacos está en manos de habaneros
y españoles, siendo innumerables estos establecimientos en los
Estados-Unidos, merced á la prohibicion, que convierte el contrabando
en extraordinariamente lucrativo.

Las tabaquerías están adornadas con verdadero lujo, y hay negociantes
que tienen invertidos en ellas cuantiosos capitales.

Como accesorios de los tabacos se venden en las tabaquerías, pipas de
todas clases y tamaños, entre las que tienen la primacía las de espuma
de mar, valiosas muchas veces en cincuenta y cien pesos; pureras,
bolsitas de tabacos y otros muchos útiles pagados á alto precio por los
buenos fumadores.

El consumo del cigarro y del puro habano es el más lucrativo, aunque
se comercia en grande escala con el tabaco de mascar, que se rebana en
panes como el jabon, y del que se hacen grandes marquetas.

En los tabacos hay grande variedad, teniendo aprecio el tabaco turco
que se expende en cigarros y en hebras para pipa, y el habano, que se
elabora en todas partes.

Para eludir los altos derechos, se compra el tabaco habanero y el papel
aparte, haciéndose los cigarros donde se quiere; esto burla la tarifa
y permite á los contrabandistas hacer impunes introducciones por la
imposibilidad de inspeccionar cigarro por cigarro.

La renta que produce al erario el tabaco es enorme, y sin embargo,
cualquiera conoce que si se disminuyeran los derechos produciria doble,
con mucha menor extorsion del pueblo.

La circunstancia de estar las tabaquerías en manos de españoles y
cubanos, hace que cada uno de esos establecimientos sea agradable
tertulia de cuantos hablan español, y por _consiguiente_, reniegan del
yankee y sus costumbres.

A una de esas tabaquerías de la calle de Kearny concurria yo
frecuentemente.

En uno de tantos dias, me llamó la atencion en una cajetilla el retrato
de un personaje grotesco, de gran baston, plumas sobre el sombrero y un
rubro abajo del busto, que decia: “_Northon, emperador de California y
protector de México_.”

—¿Cómo andamos ahí? dije sorprendido.... quién es este bicho? ¿Tenemos
un protector y está en México?

—No, amigo, me dijo el Sr. López, dueño de la tabaquería, ese
emperador de California, protector de México, está en San Francisco,
paseándose muy fresco.

—¿Quién es ese hombre?

—Northon es un personaje célebre, de esos que suelen tener las grandes
ciudades y aun los pueblos, como vdes. tuvieron su loco Santa María,
San Luis Potosí su Juan del Jarro, y su Tlaco de risa, Puebla; con
la diferencia que éste, ni pertenece á familia distinguida como el
primero, ni sabe de memoria el Calendario como el segundo, ni comparte
sus limosnas con los infelices como el último.

Nació en Inglaterra y estuvo empleado en la marina mucho tiempo,
haciendo sus viajes por el Cabo de Buena Esperanza. Establecido en
California, entró en grandes negocios; con rara habilidad, hizo una
gran fortuna y despues la perdió en uno de tantos vaivenes de este
mercado.

Entónces le hirió la monomanía que le preocupa, esto es, que es el
emperador de California y protector de México.

Su tema es la paz universal; en la cuestion Franco-Prusiana, se le
oia constantemente hablar contra los horrores de la guerra. Entraba
á las redacciones de los periódicos y suplicaba se publicasen sus
observaciones, ya respecto de las operaciones militares, ya sobre los
proyectos de la paz.

En la cuestion actual de Rusia y Turquía exhorta á la reconciliacion;
pero en el fondo, es ardiente partidario de los turcos.

Fuera de su monomanía, habla con acierto y es rara su instruccion en
materias históricas y científicas.

Anda en las calles de una á otra parte, entrando en talleres y tiendas,
almacenes y gabinetes de lectura.

Viste leviton azul, pantalon blanco, lleva las botas siempre lustrosas
y en buen órden, y solo se sospecha su trastorno mental por las plumas
de gallo que pone en su sombrero.

Jamás arma pendencia ni importuna á nadie. Todas las puertas de San
Francisco están abiertas para el emperador, sin que nadie le moleste.

Recoge abundantes limosnas, y cuando por casualidad su erario está
exíguo, decreta una contribucion entre sus súbditos, lo que le da
siempre excelentes resultados. Se citan muchas agudezas de Northon, y
aun los periódicos suelen publicar originales algunas de sus singulares
producciones.

—No todos los personajes populares de la ciudad tienen el tipo del
loco Northon; otros, como Thomas Star King, James Lic y Jack, son
característicos de esta sociedad.

El primero de estos personajes es el tipo del sacerdote evangélico. Su
vida es un modelo de honor. Su actividad para el bien forma sus títulos
al aprecio universal y _conserva California verde su memoria_, como él
deseaba, porque aún fructifica la semilla de sus inmensos beneficios.

La vida de Star tiene poca semejanza con la de nuestros padres
católicos, segun nosotros los ensalzamos, dijo despues de una pausa el
español que tenia la palabra.

No aparece interiorizándose é influyendo en la vida íntima de las
familias, por medio del confesonario: no se jacta de haber conducido
al claustro jóvenes inexpertas que despiertan en la desesperacion,
encadenadas con el voto de esposas del Señor; no reviste con formas
piadosas, cotidianas especulaciones que solo aprovechan á los
mercaderes del templo; no desliza consejos ó preceptos en la hora
suprema de la muerte, que se vuelven en el testamento cosechas de los
vivos. Oigan vdes. esa vida:

Nació en 1824, perdió á sus padres á los once años: ganó desde luego su
vida como escribiente y como profesor de primeras letras, sin abandonar
el estudio, en que hizo rápidos progresos.

A los veintiun años predicó su primer sermon, y fué tan elocuente y
tan sentido, y sus palabras fluian tan llenas de uncion y de amor al
pueblo, que fué llamado á la Iglesia Unitaria de Boston, donde ejerció
su ministerio, siendo consuelo de los desvalidos, luz de los ignorantes
y amparo de los desgraciados.

La fama de sus virtudes llegó á California, y fué invitado para hacerse
cargo de la Iglesia Unitaria.

Continuó en esta ciudad sus tareas evangélicas, contrarestando con su
fervor y con su ejemplo, los progresos de la corrupcion, que tanto
cunde en esta turbulenta sociedad.

En sus horas de solaz se dedicaba á la literatura, y publicó obras
deliciosas, en que resplandecen elevadas dotes poéticas y una moral
purísima.

No he leido todas esas obras ni soy voto para calificarlas; pero
aseguro á vd. que su “White Hills,” sus Leyendas y Poesías, son de
muchísimo mérito.

Atento á las necesidades de su grey, dió en su Iglesia luminosísimas
lecturas sobre agricultura y laborío de las minas, en que no se sabia
qué admirar más, si lo profundo de la ciencia ó la tersura y claridad
de un estilo que se hacia comprender hasta de los niños.

La sociedad religiosa á que pertenecia Mr. Star, tenia de deudas á su
ingreso en la Iglesia, más de veinte mil pesos.

Al año habia pagado todas las deudas y comenzó á construir la actual
Iglesia Unitaria, que tuvo de costo noventa mil pesos, y se ve como un
monumento elevado á su tierna memoria.

—Ya que para biografías estamos, pemítame vd., _Fidel_, que le refiera
la de James Lick, aunque de otro tipo, pero tambien es característica.

—Ya escucho á vd.

—James Lick nació en Frederisckburg de Pensilvania: en sus primeros
años apénas pudo recibir la educacion que se daba entónces en las
escuelas públicas de primera enseñanza.

Muy muchacho, entró de aprendiz en una fábrica de órganos, en donde no
solo aprendió el oficio, sino que adquirió vastos conocimientos en el
comercio de pianos, que siguió despues con tan buen éxito.

En 1819, ocupaba Lick un puesto distinguido en una fábrica de pianos de
Baltimore.

Al siguiente año se separó de Baltimore y se dirigió á Buenos Aires,
donde su habilidad financiera, su constancia y su honradez, le
procuraron una fortuna de cuarenta mil pesos al cabo de doce años, con
la que regresó á establecerse como fabricante de pianos en Filadelfia.
Pero apénas se habia instalado en su país natal, cuando la espectativa
de lucrativos negocios, lo llamó á Buenos Aires de nuevo.

Entónces conoció California, viajó por Buenos Aires, Valparaiso, Chile,
el Perú y México, y en 1847 se fijó definitivamente en San Francisco.

Su génio lucidísimo fungió como de adivinacion de la suerte, que á poco
deparó á San Francisco el descubrimiento de los placeres de oro.

Compró un lote en estos ántes vastos arenales, en cinco mil pesos, en
la calle de Montgomery, que vendió despues á la Compañía de Seguros en
treinta mil pesos.

Era el año de 1848; la fiebre del oro estaba en todo su auge. Lick se
entrega á atrevidas especulaciones, engrandeciéndose su génio á medida
que los negocios se hacian más cuantiosos.

En el naciente pueblo de San José establece en ese tiempo un molino de
harina, de tal magnificencia, de tan grandiosas proporciones, que se
le dió el nombre de la “Locura de Lick,” porque no podia presumirse
que aquel pueblo correspondiese á los costos de la maquinaria y de la
fábrica, que fueron de doscientos mil pesos.

Casi al mismo tiempo edificaba este trabajador ardiente, el “Lick
House,” en la calle de Montgomery, hotel que fué el más lujoso de San
Francisco, y cuyo comedor, de que ya hemos hablado, no tiene rival
hasta el dia en todos los Estados-Unidos.

Pero en lo que Lick realmente sobresale; lo que le ha concitado la
admiracion y le ha ganado la justa estimacion y el renombre de que
disfruta, es en sus legados para establecimientos de ciencias, de artes
y de beneficencia.

Parece increible que un obrero oscuro, que un hombre de educacion casi
rudimental, y que persona dedicada á fatigosos trabajos, tuviera y
supiera realizar ideas tan grandiosas en bien del pueblo á que debia
su fortuna. Escuchen vdes. algunos de sus legados testamentarios,
y servirá de paso para que haga vd. conocimiento, Sr. _Fidel_, con
algunas instituciones y establecimientos de San Francisco.

—Oigamos los legados.

A los regentes de la Universidad de California, 700,000 pesos para la
construccion de un gran telescopio que se colocará en un observatorio
que se denominará: “Departamento Astronómico de Lick, en la Universidad
de California.”

Para la escuela de artes y oficios en que se eduquen y aprendan hombres
y mujeres, 540,000 pesos.

Para la fabricacion y sostenimiento de baños públicos, 150,000 pesos.

Para la ereccion de un monumento de bronce á Francis Scott-Key, autor
de la cancion titulada: “Star Spingled Banner,” 60,000 pesos.

Para un grupo de bronce que represente la ciudad de California y
deberá colocarse al frente de la Casa Municipal, 100,000 pesos.

Para el establecimiento de un asilo de huérfanos, sea la que fuere su
nacionalidad, 25,000 pesos.

Para la Sociedad Bienhechora de los animales, 10,000 pesos.

Para el hospital de mujeres ancianas, 100,000 pesos.

Conozca vd. al hombre, y dígame si tiene razon de amarlo California.

—Para la galería que hemos comenzado á formar á vd., permítame que,
aunque muy en bosquejo, le dé el retrato de dos personajes célebres de
California, me dijo otro amigo. Nada ménos que de dos cuadrúpedos.

—Que no se agote la paciencia de vd., porque no será larga mi
biografía.

—¿De dos cuadrúpedos? repliqué yo.

—Sí, señor, de dos cuadrúpedos: así como ha visto vd. llamar á los
caballos con los nombres de los héroes, y á las yeguas, nombrárseles
señoritas, mis personajes son dos perros.

—¡Hombre de Dios!!

—Dos perros, adoptados como hijos protegidos y mantenidos por la
ciudad, con su comida, su casa y consideraciones entre toda clase de
personas.

—Ya oigo á vd.

—Este era un _bar-room_ de esos en que se paga lo que se bebe, de que
ya tiene vd. prolijas noticias; á este _bar-room_, á la misma hora,
pero con infalible asiduidad, concurria un perro, el más considerado
y pulcro que vd. puede imaginarse. Sus buenas maneras hacian que no
faltara quien le arrojase un buen pedazo de carne. Apénas se proveia,
cuando se salia el perro corriendo á todo escape, sin probar bocado, y
desaparecia.

La singular conducta del perro atrajo al cabo de tiempo la atencion
de muchos de los concurrentes al _bar-room_, y se propusieron hacer
indagaciones sobre su vida.

En efecto, despues de muchas diligencias, supieron que el perro tomaba
su carne, corria, salia de la ciudad y se perdia en una especie de
cueva que estaba al pié de una colina.

Irritada con esto la curiosidad, propagada la noticia y desfigurada
con los fingidos accidentes de una leyenda, estuvieron algunos en
acecho de la cueva: entró á ella el perro con su carne, se acercaron
los curiosos, y vieron que llevaba aquel alimento á otro perro herido
de una mano, tendido en un rincon de la cueva, que recibia al amigo
generoso con muestras de tierna gratitud. Era aquella pareja, Pílades y
Orestes en cuatro piés.

La historia de los perros conmovió todos los ánimos; el ayuntamiento
de la ciudad se hizo eco del sentimiento popular, sacaron á los perros
de la cueva, los condujeron en triunfo á una casa de la municipalidad,
llamada _del incendio_, y se dió especial acuerdo por el municipio,
adoptando por hijos aquellos canes, manteniéndolos y recomendándolos á
la bondad del pueblo.

Pronto se restableció de sus males el perro enfermo; les lavaron y
compusieron, pusiéronles ricos collares para distinguirlos, y desde
entónces los perros fueron objeto del aprecio general.

Los dos canes amigos eran inseparables; visitaban los paseos,
penetraban en todas las casas, y en todas partes eran atendidos y
agasajados.

Por fin, dieron los perros en visitar la bahía, y manifestaron deseos
de viajar.

Acogidos en todos los buques y con pasajes grátis, fueron á China,
á Australia, á Valparaiso y á donde querian, siendo á su regreso
perfectamente recibidos en su casa, donde los esperaban las atenciones
de la ciudad.

—Singular historia, dije yo, comparando la suerte de aquellos perros
con la de algunos heróicos servidores de mi patria.

Al salir de la tabaquería, ví varios coches como detenidos en una
bocacalle....

—¿De qué se trata?

—Está pasando un entierro: vea vd. la fila de coches, y los cocheros
se detienen no solo por respeto, sino porque está muy extendida la
supersticion de que el que corta un entierro muere sin remedio.

—¿Pero esos coches son los del duelo?

—Sí, señor; ¿por qué lo pregunta vd.?

—Porque veo á los concurrentes vestidos de color y adornados como para
una fiesta: además, van mujeres y niños.

—Esa es la costumbre; no hay diferencia, en efecto, entre una comitiva
de paseo y la de un entierro. Las cortinitas de los coches se echan
para librarse del sol, ó cuando los que van dentro del coche no quieren
que los vean; pero en los entierros es otra cosa.

—¡Rarezas! ¡rarezas de los yankees!



XX

Las criadas.—Los chinos.—Los alemanes.—Casas ambulantes.


ENTRE las casas de mexicanos que me favorecian con su amistad, habia
una que visitaba con particular complacencia.

Era una señora venerable, con tres hijas, modelos de virtud y de
hermosura.

El padre de la familia fué á California con objeto de establecer un
comercio: le halagó la fortuna uno ó dos años, murió repentinamente,
y la familia, inexperta en los negocios, se encontró pereciendo de
miseria al cabo de algun tiempo.

Las jóvenes, perfectamente educadas, se persuadieron de su posicion,
tomaron sobre sí el cargo de la subsistencia de la familia, y cada cual
utilizó su aptitud, no solo conservando la casa como ántes, sino con
mayor decencia, rodeándose de toda clase de consideraciones.

Una de las jóvenes se dedicó á dar lecciones de piano, lo que hacia
con el mejor éxito; otra entró como dependiente á una casa de modas, y
estaba encargada de los libros y de los grandes negocios del almacen,
y la otra, como maestra de idiomas, contribuia á la subsistencia de la
familia.

La señora gobernaba la casa, y en las noches se disfrutaba en ella de
la mejor sociedad á que yo haya concurrido.

Una noche encontré á Guadalupita de mucho mal humor, y cada vez que la
acentuaba con cualquier signo, reia la mamá y le decian todas.... “neta
mexicana, mexicana completa.”

Al fin se descubrió el motivo del mal humor.

En la casa estaban con la necesidad de una recamarera. Se presentó una
jóven á quien se le impuso de sus obligaciones, y parecia con todo
conforme.

—¿Cuánto es lo que quiere vd. de salario? le preguntó Guadalupe.

—Yo, señorita, nada.

—Cómo nada! eso no puede ser!

—Sí puede ser. Yo trabajaré todo el dia, como vd. me dice; pero luego
que termine yo mi trabajo, vd. me dará durante una hora mi leccion de
piano, porque yo quiero ser artista: con mi trabajo pago á mi maestra.

—Yo, dijo Guadalupe, le volví la espalda, y ella replicó:

—Es que acepta muy gustosa mi propuesta una paisana mia que lo hace
muy bien; pero su método de vd. es mejor.

—¿Me dará vd. insolencia? repetia colérica Guadalupe.

Y la mamá y las otras dos jóvenes reian, llamándola “muy mexicana.”

—_Fidel_, me decia un viejo frances visita de la casa, que me
profesaba particular cariño. Aquí los criados son trabajadores como los
artesanos; aquí, propiamente hablando, no hay servidumbre á la manera
que vdes. lo comprenden.

Un criado se contrata para determinados quehaceres, asiste á la casa
como á su oficina á desempeñar sus obligaciones, llena éstas y queda en
libertad para otros trabajos ó sus placeres en la calle.

Es muy frecuente que su cocinero de vd. le tome la delantera en un
teatro, ó se siente en un _bar-room_ á tomar ostiones.

—Pero eso es repugnantísimo.

—¿Por qué? le choca á vd. un pintor? un músico? pues yo no sé que
tenga más importancia que un cocinero. Todo es cambio de servicios.
Todo es el mismo proloquio: dinero por mi pan, nada me dan; pan por mi
dinero, nada agradezco al panadero.

—Todo estará muy bueno; pero ese igualamiento no puede ser; ese criado
un dia tira á vd. con un trasto en la cabeza, le replicará á todo, será
insoportable.

—Nada de eso, porque á la primera falta le pondrá vd. en la calle. Su
interes, por otra parte, le obliga á cumplir con exactitud, concurre á
la casa como á su taller ó á su oficina: lo que hay de cierto es que el
_amo_ no ultraja al criado, no le quiere corregir en su vida íntima,
ni se mete en las poridades de su conciencia; en las noches es libre,
y hace de su tiempo lo que le parece. Estas casas, que son una prision
para las criadas; esa comunicacion de carácter clandestino con niños y
niñas, trae inconvenientes de otro género; tal vez se priva uno de esos
criados viejos que se identifican con los amos y son modelos de lealtad
y amigos llenos de abnegacion en sus infortunios; pero en cambio, pocas
veces aquí el criado es el cómplice de una maldad; en fin, tendrá su
pro y su contra la servidumbre constante en el interior de la familia;
pero sí aseguro á vd. que con el sistema americano, gana mucho la
dignidad humana.

—_Fidel_, vd. se ha _ayankado_, vd. no discurre como mexicano.

—No, señora; si apruebo lo que el señor dice, es porque no veo
inconveniente en que luzca su trabajo el lacayo, en que si es
instruido, se abra camino y ocupe un asiento en el congreso; ¿por qué
no?

Yo conozco lacayos mucho más ameritados é instruidos que muchos
próceres de alfanje al cinto, que no tienen más méritos que extorsionar
á los pueblos y oprimir á los infelices.

No obstante lo expuesto, el americano es poco afecto al servicio
doméstico; aquí los chinos desempeñan esas tareas; excelentes
cocineros, buenos y dedicados jardineros, peones del campo y
trabajadores asíduos, se concitan el odio de los yankees, cabalmente
por la competencia terrible de sus menores salarios; pero esto mismo
los hace acreedores á mil consideraciones.

Los chinos han sido los grandes obreros de los caminos de fierro; su
sobriedad y su decision para el trabajo, los hace apreciables. En los
negocios, los comerciantes han hecho muy considerables fortunas.

Hay más de cien mil chinos en todo California, la mayor parte de
ellos, hombres. Las mujeres, que llegan en corto número, se dedican á
la prostitucion, y se acusa á muchos de los hombres de vicios infames.

Pero el chino, con generalidad hablando, es perseverante, económico,
sufrido y de gran flexibilidad para toda clase de ocupaciones.

Reservado y astuto, siempre que puede engaña á las personas con quienes
trata, y espía el medio de descargar sobre otro su responsabilidad.

Gran parte de los chinos que llegan á San Francisco dependen de
las compañías formadas expresamente con el objeto de proteger la
emigracion. Dícese que estas compañías tienen ostensiblemente objetos
caritativos y de beneficencia, y que realmente hacen poderosas
especulaciones.

Las compañías se denominan y tienen de fondo:

  Wing Yung  $ 75,000
  Hop-Wo     ” 10,200
  Sam Yup    ” 10,100
  Yan Wo     ”  4,300
  Kong Chow  ” 15,000

Cada compañía tiene un presidente elegido por los comerciantes y los
ricos únicamente.

Los alemanes, aunque en gran número, pocas veces se dedican á la
servidumbre, establecen á los cuatro vientos sus chozas ó tiendas,
guareciéndose algunas ocasiones bajo una carreta; de los primeros
cuatro palos que tienen á mano, construyen un _bar-room_, en que se
expende cerveza; sin esa circunstancia, la iniciativa de poblacion es
como trunca y defectuosa. En pos del tonel viene la Biblia. El templo
protestante y el _bar-room_ son como las piedras angulares de la futura
poblacion.

El aleman se instala con familia y trabajan todos los miembros de ella
asíduamente: sóbrio, económico, previsivo y constante en el trabajo, no
aventura un paso sin sentir muy firme el terreno.

Admira la audacia del _yankee_, elogia los arranques de su génio
emprendedor; pero él no abandona sus prácticas; modesto, reservado con
el americano, expansivo y servicial con sus paisanos. El aleman es
como ciertos insectos, no se perciben hasta que no se trasforman en
mariposas, ó más propiamente, el aleman _es la araña de la mosca del
yankee_.

El uno audaz, pero frívolo; el otro, cauto y reflexivo; el _yankee_ es
el hombre de hoy; el aleman el de mañana: el _yankee_ en una empresa
entrega muchas probabilidades al acaso; el aleman ninguna. Diez
alemanes se hacen ricos con las locuras de un _yankee_; el _yankee_
pocas veces explota á un aleman. En sus juegos de astucia, el aleman
semeja á esos gatos que dormitan sobre una silla al parecer, que se
descuidan y no se aperciben del raton que va, vuelve y se solaza á
sus piés; pero en el momento ménos pensado, cae el raton, rendido de
fatiga, en las garras del gato papalon.

Por este estilo fué la plática de la casa de Guadalupita, que disipó su
mal humor con los chistes y con el agrado de sus apreciables hermanas.

Serian las once de la noche cuando nos retiramos de la agradable
tertulia: la noche era hermosa, la mitad de la calle estaba alumbrada
por la luna: en la otra mitad se proyectaba la sombra, abriendo claros
de trecho en trecho, en las puertas y ventanas, la luz artificial.

De pronto, detuve á mis compañeros, porque me pareció que torciamos por
una calle cerrada: un gran edificio nos obstruia el paso.

—Vamos bien, esta es la calle.

—¿Cómo ha de ser? ¿No ven vdes. que vamos á dar de narices contra esas
paredes?

—Esa es una casa que anda.... acércate, me dijeron.

Y yo, con estupor, me acerqué. En efecto, venian varios trabajadores
conduciendo una casa en forma, con todas sus cosas: la habian sacado de
su quicio, y por medio de rodillos, cables y palancas, la trasladaban á
otro lugar de la ciudad.

La casa era de tres pisos; pero lo que me sorprendió fué que en esos
pisos habia gente, se veian las recámaras con unas criadas, y las camas
hechas y en tren de no interrumpirse los quehaceres comunes.

—¡Esto es singular! singular! decia yo.

—Singular para vd.: aquí no hay cosa más comun.

—Pues mucho más le sorprenderia á vd., me decia otro amigo, lo que
sucedió hace pocos dias en la calle de Washington. Un propietario
queria aumentar su casa. Vió á uno de nuestros célebres ingenieros,
y éste hizo de modo que independió un piso del otro, suspendiendo
realmente en el aire una seccion de la casa: intercaló el nuevo piso y
volvieron las cosas á su estado normal, sin que se hubiese desarreglado
nada, ni interrumpido la familia sus costumbres: por ese estilo se
verificó una ampliacion de terreno en la calle del Mercado.

—Es verdad que se trata de casas de palo; pero siempre tienen fierro y
ladrillo, y el conjunto compone moles inmensas.

Yo seguí gran trecho viendo andar la casa y admirando la tranquilidad,
mejor dicho, la indiferencia que mostraban en el interior de ella los
habitantes.

Despues, en las colonias nacientes, en los caminos
desiertos, me he encontrado verdaderas habitaciones y aun
oficinas sobre carros, con sus rubros:—_Gran Galería de
Pinturas._—_Fotografía._—_Sastrería._—_Dentista._

Una de esas habitaciones que encontré en otro tiempo en Tejas, era de
hoja de lata: las personas formales iban entregadas á sus ocupaciones,
en medio del ruido infernal que producian los juegos de los niños; pero
estos edificios ambulantes en California fué la primera vez que los ví,
y me dejó estupefacto el espectáculo.



XXI

Hábitos íntimos.—Los niños.—La muñeca.—Artistas.—Compañías de
buques.—Tráfico marítimo.—Escuela de ciegos y sordo-mudos.


AUNQUE mis relaciones, en su mayor parte, adolecian de una novedad
muy poco á propósito para interiorizarme en las costumbres íntimas de
las casas, no obstante, procuraba observar con la mayor atencion las
costumbres, y expongo mis impresiones, sin poder asegurar si bosquejo
retratos ó trazo particulares cuadros.

La configuracion de las casas, el espacio limitado que ocupan y su
falta de patio, hacen que los niños vivan en la calle, y yo no sé si en
ella recogen sus primeras semillas de independencia, si allí adquieren
el hábito de la vida exterior y vagamunda, y si esa separacion del
hogar contribuye á laxar los vínculos de familia que positivamente son
muy débiles.

Dan no solo los americanos, sino todos los habitantes de los
Estados-Unidos, grande importancia á los ejercicios corporales; la
quietud preceptiva del niño se veria como un atentado contra su salud.

En los juegos, en las conversaciones, en las reprimendas, se cuida
mucho de no humillar al niño ni familiarizarlo con dictados infamantes,
como ladron, sin vergüenza, holgazan, come de balde, tragon, etc., como
hace entre nosotros gente que se tiene por bien educada.

Cuando un niño aprende casualmente una palabra inconveniente, no se
fija en ello la atencion, se deja correr sin reprension y así se
consigue que la olvide.

Tampoco se hacen otras correcciones á título de honestidad, y acaso
este es el secreto de que niñas mayores, bien educadas, conserven su
pureza.

En los juegos se cuida mucho de la imitacion del trabajo: acarreo de
tercios en carros, exportaciones de efectos, importaciones, son objetos
de su divertimiento.

Multitud de juguetes no son sino lecciones disfrazadas, sobre
ferrocarriles, telégrafos, teléfonos, mecánica, etc., etc.

Abundan en cantidades asombrosas los cuentos morales ilustrados,
fábulas, máximas, y cuanto puede hacer amable la sólida moral. En este
punto, creemos no sobresale ningun pueblo al lado de los Estados-Unidos.

En las tertulias familiares, en la vida íntima, casi nunca se rechaza
ni se expulsa á un niño, creyendo los padres que precisamente es bueno
asistan al centro de las buenas maneras, de la educacion esmerada y del
puro y correcto lenguaje.

En las grandes procesiones los niños ocupan el primer lugar. En
los buques los niños son los primeros llamados á la mesa. En las
líneas de ferrocarriles, un niño está seguro de tener todo género de
consideraciones.

Desde la edad más temprana, el niño asume la responsabilidad de sus
acciones; se le deja el desarrollo de sus fuerzas y su inteligencia;
se le enseña el ahorro, siendo muy comunes las alcancías, y en algunas
casas labra su tierra y goza del fruto de su trabajo.

Luego que tiene siete años, se lava por sí mismo, cepilla su ropa y va
y viene solo á su escuela ó su quehacer.

Respecto de las niñas, la dedicacion es más esmerada. La cuerda, el
arco, los ejercicios gimnásticos de salon, desarrollan y embellecen sus
formas.

La muñeca grande es digna de estudio.

Una muñeca grande es un instrumento de enseñanzas.

Ella sirve de figurin: el túnico, el gorro, el entallar, el bien
parecer, son ejercicios á que se habitúa la niña cuidando á su muñeca.

La muñeca grande se sienta en alto, remeda la visita, alecciona á la
niña en los hábitos de buena sociedad, al andar, sentarse y mantener la
debida compostura.

La muñeca chica busca el suelo, el vestido es el frunzon, y el bodrio y
la tertulia que provoca, es el escondrijo y las maneras degradantes é
impropias.

El sentimiento de la dignidad se inculca en la última niña con el mayor
cuidado, y la ciencia y las artes se hacen niñas para que los niños y
niñas las llamen á sus juegos y obtengan su conocimiento benéfico.

La esmerada pulcritud en el vestir de los niños, hace que se convierta
en ellos en hábito la elegancia en años más entrados, y que se relegue
la suciedad, como corteza del vicio, á las clases realmente abandonadas.

La mentira, el ocio, la degradacion, se combaten desde que el niño abre
los ojos, dando suma importancia á todo lo que nos parecen á nosotros
pequeñeces en materia de educacion.

El niño, aun para sus juegos, se enseña á buscar el ahorro del trabajo,
utilizando la maquinaria y la mecánica; por esta razon, al frente de un
obstáculo cualquiera recurren á su navaja, que es su sexto dedo, ó á
una palanca, ó á una polea.

Al frente de un tercio, para removerlo un mexicano se lanzará sobre él,
le meterá los puños, se doblará para alzarlo y ponerlo en sus hombros:
el yankee correrá en busca de un morillo ó de unos rodillos, ó rodará ó
hará girar el tercio, sin pensar, sino en último extremo, en cargarlo.

Más que el trabajo, el negocio es lo que seduce al americano, siendo
para él la misma vida una especie de juego de azar.

Volviendo al niño, su ideal desde la escuela, es depender de sí mismo
y ser dueño de sus acciones; esa responsabilidad individual le cria
el instinto del propio gobierno y reduce la accion del poder público,
sin interrumpir sus legítimas funciones. De todas maneras, los grandes
principios conservadores de la sociedad, están en la escuela.

Constantemente se ha hecho la observacion, mejor dicho, se ha
convertido en una tradicion de rutina, la de que los americanos tienen
poca aptitud y mal gusto para las bellas artes. Yo carezco de datos
para asegurar cuál sea el estado de las artes en California, pero en
general, se me han ocurrido las siguientes consideraciones.

La poblacion heterogénea de California, es de gente que va en busca de
fortuna: en los dias del descubrimiento del oro, como se ha visto, se
buscaban con ahinco los elementos de subsistencia, los artículos de
primera necesidad, y en aquel tragin y en aquella existencia agitada,
hubiera sido un positivo estorbo una estatua ó un cuadro precioso.

Pudo el capitalista ostentoso, despues de establecido, adquirir un
milagro del arte; pero no educado, y solo por fátuo, ha preferido la
compra de un original de cualquiera pintor ó estatuario de reconocida
reputacion; y de esto hay ejemplos.

El americano no se provee de cosas de lujo hasta que no posee todo lo
necesario: de ahí es que en materia de útiles domésticos, dudamos que
tenga competidores un americano.

Los cuidados higiénicos en la habitacion, las bombas ventiladoras y
caloríferos, los lechos, los medios de la purificacion del aire y
del agua, y hasta lo más imperceptible, está atendido con esmerada
delicadeza.

La prosperidad de los Estados-Unidos está manifestada, ménos en los
opulentos capitales que en la subdivision inmensa de fortunas, y
entre esta mayoría se conoce mucho la movilizacion del dinero: ellos
juzgarian una locura, tener inactivo su dinero en una famosa galería de
pinturas.

La generalidad de la demanda es la verdadera proteccion del arte, y en
los Estados-Unidos los hábitos se oponen á esta cultura.

Figuras llenas de oropeles en actitudes provocativas cromolitográficas
más ó ménos vergonzosas, fotografías excelentes, suplen á las
necesidades reducidas de esos negociantes.

No obstante, en la pintura de paisajes cuentan los californios artistas
de gran mérito.

Acuerda el voto público la palma á M. Hill, decano de los pintores,
quien más que pintar calca con vehemente colorido las vistas de los
tendidos valles, los gigantescos árboles y los torrentes impetuosos.

El valle de “Yosemita,” tan célebre por su hermosura apasionada,
ha sido la mina inagotable de su inspiracion. En sus cuadros se ve
suplantada, sorprendida la naturaleza; no atraviesa sus horizontes
el aura vivificadora del arte. La parte mecánica no deja que desear;
parece que distingue uno á la naturaleza por una cámara oscura.

Kecth, paisajista, tambien tiene mayor intencion poética: hay algun
celaje que recoge las sonrisas del sol; hay una rama que se inclina
enamorada á verse en la corriente; hay una ave que tiende su vuelo al
infinito de las sombras y que dora sus alas un furtivo rayo de sol.

Aunque sobresaliente el mérito de Mr. Virgilio Williams, parte de su
celebridad la debe á su carácter fino y caballeroso, á su buen gusto y
al empeño de fomentar la escuela de dibujo, de que es digno maestro.

Marple, Rosenthal, Jobe-Irwing, son retratistas notables, lo mismo que
Tojetti, retratista italiano muy jóven, que hace grandes progresos.

Entre estos artistas, que un dia elevarán al rango que merece su
escuela, merecen especial mencion Couller y Books, el primero pintor de
marina, el segundo de costumbres.

Y á fé que cada uno en su género necesita muy especial aptitud.

Esos grandes espectáculos que todos tenemos la facultad de
asimilárnoslos y engrandecerlos con nuestros propios sentimientos,
con nuestro modo peculiar de concebir lo grande y lo bello, son de
dificultad extrema; porque siempre hay más poesía en el alma que la que
puede verter la palabra y remedar el pincel; siempre lo más sublime de
esos espectáculos queda dentro del espíritu del que los admira.

El pájaro perdido que vuela sobre las olas; el celaje que flota perdido
en el horizonte tempestuoso; la barquilla solitaria alumbrada en la
inmensidad de las aguas por los últimos rayos de la luz; la feria
alegre; la querida que espera ansiosa la llegada de aquella barca que
viene en lucha con las olas enfurecidas, todo necesita por intérprete
un gran poeta, para que florezca un pintor excelente.

¿Y el cuadro de costumbres? ese Fígaro del colorido, ese pincel proteo
que travesea con el muchacho, cuchichea con la vieja, y sabe reir
malicioso con el viejo caricato y su cuidadora gazmoña, pintores son
estos que confunden al filósofo y al poeta y merecen doble corona
cuando logran el acierto.

Por lo demás, el establecimiento de la sociedad artística y de la
escuela de dibujo, cuenta con pocos años de existencia, y en esos pocos
años ha producido ópimos frutos.

Obra de la iniciativa particular, se instaló bajo la direccion de Mr.
Brunel, con solos veinte mil pesos: asociáronse al pensamiento benéfico
cuatro ó cinco mil personas con suscriciones de á uno y dos pesos, y en
seis años es un establecimiento que no desdice de los mejores de los
Estados-Unidos.

Ocupábame en mis anteriores apuntaciones, cuando se entró de rondon
en mi cuarto Joaquin Alcalde, vibrante aún de la expedicion que habia
hecho á Oakland y su visita á la escuela de sordo-mudos y ciegos.

Iba y volvia del uno al otro extremo de la pieza, hacia el ciego,
gesticulaba como los sordo-mudos; en una palabra, su rica imaginacion,
su sensibilidad y su facultad mímica inimitable, estaban en accion por
las poderosas impresiones que acababa de recibir.

—Cuénteme vd. en órden, refiérame por partes lo que ha visto.

—¿Vd. conoce el muelle de Oakland? me preguntó.

—Le he visto de léjos, contesté; me parece muy grande.

—Sépase vd., continuó, que como muelle de madera acaso es el primero
del mundo; tiene capacidad para cargar y descargar á la vez ocho
buques, mantiene en depósito constantemente veintiuna locomotoras, y
además, transitan por él constantemente un sinnúmero de carruajes.

—¿Y esa es la causa de la admiracion de vd.?

—No, señor, ese es un incidente; mis impresiones han sido en el
colegio de sordo-mudos y ciegos de Oakland.

—Por eso digo á vd. que me haga favor de imponerme en órden.

—Como vd. sabe, la Sra. Ramirez, tan servicial, tan generosa y buena
con todos nosotros, se dignó invitarnos para este paseo.

Atravesamos el muelle de Oakland, cruzamos la bahía y tomamos el
ferrocarril. Nuestra primera sorpresa al entrar en los wagones,
atravesar en toda su extension la naciente ciudad, llena en sus
alrededores de ricas sementeras, viñedos y jardines, fué no pagar por
nuestro trasporte.

—¡Eso es una ganga!

—Sí, señor; los propietarios de las tierras, para valorizarlas y crear
la necesidad del tránsito, dan por ahora grátis el pasaje, y es uno
de los grandes estímulos que ha tenido para su pronto desarrollo la
poblacion.

Caminamos sobre cuatro millas y me fijé en las ruinas que habia dejado
el incendio entre unos campos, los más risueños y mejor cultivados de
la comarca.

—“Esa era la escuela, me dijo la señora que nos conducia; esos altos
muros surcados por la llama; esas ventanas sin objeto como los huecos
de una calavera, eran grandes salones, animados talleres y lugares de
instruccion y recreo.

“La noche del 17 de Junio de 1875, durante una espantosa tempestad, se
declaró el fuego en torrentes de llamas con una voracidad inextinguible.

“Antes que todo, amigos, vecinos y transeuntes acudieron al lugar
del siniestro, y sin distincion de personas, abrieron sus puertas y
pusieron en salvo á los niños en poco más de diez minutos.

“Humeantes aún esas ruinas, la caridad pública acudia al desastre y se
reunian cerca de cien mil pesos para la reparacion de la obra.”

Corria el coche por entre sombrías arboledas, con jardines de uno
al otro lado del camino; los que fungian de peones eran jóvenes
sordo-mudos, sencilla, pero decentemente vestidos, que suspendian sus
tareas para saludar á la Sra. Ramirez, con alegría y con amor, como que
es de las bienhechoras más asíduas de la escuela.

Detúvose al fin el carruaje y entramos al edificio provisional que
está sirviendo de escuela, en donde, como es de suponerse, no hay
la amplitud y propiedad que habia en el edificio incendiado. Algunas
cátedras están unidas, en otras no se completan los muebles y todas se
resienten de lo transitorio de su situacion.

M. Warrin Wilkson, que es el director de la escuela, y que nos hizo con
exquisita finura los honores de la casa, nos mostró sus departamentos,
en que unidas á la limpieza y al buen órden, se percibian las
atenciones de un padre solícito y amante.

En el establecimiento, y acomodándose á las necesidades especiales de
los alumnos, se dan la educacion elemental y la que se comprende en lo
que se llama _grammar schools_, no echándose de ménos ningunos de los
sagaces procedimientos que se emplean en ese género de educacion, en
los establecimientos de Lóndres y Paris.

En uno de los salones de estudio hicimos conocimiento con los alumnos
sordo-mudos.

Aseados, despiertos, destrísimos en su lenguaje de signos, y con
aquella mirada centellante, indagadora, maliciosa del sordo-mudo, nos
examinaban atentos.

Hicimos á algunos niños preguntas sobre la historia de México, y
contestaban escribiendo en el pizarron, con tal certidumbre, exactitud
y aplomo, que quedamos sobremanera complacidos.

Por sus propias inspiraciones, una de las alumnas, al hablar de la
historia contemporánea, concluyó deseando paz y prosperidad á esta
tierra mexicana, bendecida por el cielo.

Los ciegos, con aquellas fisonomías de exhumados, con aquellos rostros
dejados á guardar en la tierra, miéntras sus almas vagan en lo
desconocido; los ciegos, digo, mostraron adelantos sorprendentes.

Entre todos los que se educan en la escuela, llamó mi atencion y captó
mis simpatías una jóven sordo-muda como de diez y seis años.

—Vd. no tiene idea de una fisonomía más expansiva, de una alegría más
ingénua y de facciones más movibles y elocuentes.

Preguntáronle á qué nacion habia pertenecido California, y con su
manecita primorosa escribió “México,” no sin dirigirnos una mirada
llena de expresion delicadísima.

Deseando alguno de los concurrentes borrar alguna nube sombría que
acaso creyó percibir en nuestros semblantes, invitó á la preciosa
criatura á que imitase con la fisonomía á algunos de los animales que
conocia: yo no puedo decir á vd. cómo se verificó la trasformacion
aquella; con el cabello fingió las orejas hácia atrás, aguzó su
boquita, hizo saltones sus ojos, tendió el cuello, encogió las
piernas.... yo no sé, era un perro perseguido que huia alebrestado
y se volvia.... y se embarraba en la pared temblando.... despues
imitó una liebre, luego un zorro, atisbando y persiguiendo gallinas:
aquella fisonomía era todo un espectáculo encantador, cómico, lleno de
gracia.... por último, le dijeron se despidiera de nosotros remedando
á un jorobado, y no puedo decir á vd. cómo desquició su pecho, levantó
su espalda, hundió entre los hombros el cuello y dió á su fisonomía
el mirar malicioso, la sonrisa irónica y el conjunto sarcástico de
los jorobados. Divina muchacha.... y tan pura y tan infantil, que
aplaudimos todos y ella se pavoneaba, andando en las puntas de los piés
y representando un _guajolote_ que hacia la pompa y cimbraba sus alas,
arrancando nuevos aplausos.

Preguntamos al fin el nombre de la adorable suplantadora del arca de
Noé, y con la máquina de escribir puso en varios papelitos: “Mi nombre
es MAGGIE AITKEN.”

En el establecimiento de ciegos, poco llamó nuestra atencion, porque el
de México está á la altura de los adelantos que allí se notan, aunque
siempre en inferior escala.

A nuestro regreso encontramos sola en su pequeño _vogue_ á la
directora, que venia por aquellos caminos, como haciendo alarde de la
envidiable seguridad que se disfruta en aquella comarca.

La escuela cuenta con ciento cincuenta discípulos, y es una de las más
florecientes, y que dan mejores frutos en los Estados-Unidos.



XXII

Primeros rumores de partida.—Pájaros.—Viajes desde mi cuarto.—El
Monte Parnaso.—Romance de un soldado.


COMENZABASE á susurrar nuestra partida: nuestros compañeros la veian
y la deseaban; yo no cesaba en mi acopio de apuntaciones, preguntando
aquí, inquiriendo allá, y formando al fin tal guirigay de notas, que no
las he podido desenmarañar despues.

Una mañana entera pasé en un almacen de pájaros, de tan ricos plumajes,
de tan variadas formas y de cantos tan armoniosos, que pasé las horas
con positivo embeleso.

Tucanes con sus pechos airosos; guacamayas colosales ostentando
por trages el azul de los cielos y la púrpura; águilas audaces, de
férrea garra, ojos de llama y encorvados picos, y colibrís hermosos,
ostentando matices y reverberaciones de todas las piedras preciosas y
de todos los caprichos del íris.

La China, la Australia, las Islas de Sandwich, la América del Centro,
México y los mares, habian dado su contingente para la alabada
exposicion, y de todas partes del mundo tenian demanda los hechiceros
habitantes del aire.

Al presenciar mi sincera admiracion, me decia el general Vallejo que me
acompañaba:

—Es imperdonable en vd. marcha tan próxima: no puede vd., aunque
quiera, formarse ni dar idea de los tesoros que encierra este Estado.

No conoce vd. ese tendido Valle de Napa, compuesto de paisajes
deslumbradores, los pórticos de sus casitas blancas entre cortinajes de
enredaderas, en medio de las olas de oro de sus feraces trigales.

No se le ha mencionado á vd. siquiera á Calistoya, entre bosques
en cuyos árboles parecen dormir y reposarse las blancas nubes. Sus
manantiales son de aguas más calientes que las del Peñon de los Baños,
cerca de México.

No ha querido vd. honrar mi casa yendo á Sonoma, llamado por los indios
el Valle de la Luna, y cuyo pueblo lo habria representado la mitología
griega, coronado de pámpanos, con una copa de oro en la mano.

Sonoma es un valle risueño, salpicado de quintas como palacios,
dividido en alegres sementeras, ceñido de feraces campos en que pastan
los ganados más robustos y más bellos que se puede imaginar.

Santa Rosa es la capital del condado, y se persigue, que no se mira,
entre bosques intrincados de alisos, madroños y sándalo, formando
alfombra como un tapiz de oro los trigales, que como que inundan los
piés de los árboles y forman cambiantes de luz divina entre las sombras
y los rayos de sol que filtran por entre las hojas de los madroños y
de las lianas que se columpian en los aires.

Esos valles han llegado á producir de cuatro á cinco millones de
galones de vino, que se conoce con los nombres de Clarete, Tockay,
Susfaudel, etc., á más el riquísimo aguardiente, del que no he podido
hacer cálculo.

El cultivo del Valle de San José nació ayer: entre sus alegres casas
circundadas por barandales que limitan los jardines, crecen la uva y
el olivo y nos sorprenden galanos árboles con frutas semitropicales.
Cruzan los campos los ferrocarriles, y como si los rieles fueran surcos
que contuvieran hombres, la poblacion ha subido á 60,000 almas en ménos
de diez años.

San Leandro y Alameda cuentan 80,000 almas en igual período, y hasta
los lugares desiertos parecen preparados por génios invisibles para
esperar y enriquecer á la humanidad desheredada.

Del Valle de Yosemita no hablo á vd., porque hace poco ha visto
en mi compañía la descripcion del árbol monstruoso que tiene más
de quinientos piés de altura; es decir, los más altos árboles de
Chapultepec, no llegan á la tercera parte de la altura de ese gigante
inverosímil.

Puede vd. asegurar, sin ser desmentido, que se conserva en ese valle,
á raíz del suelo, el tronco de un árbol que es del tamaño de la parte
alta del zócalo de la Plaza de Armas de México.

Por cierto que los americanos que derribaron ese árbol, queriendo dar
idea de él á los pueblos del Este, usaron de un procedimiento que me
pareció ingenioso.

Ahuecaron el tronco, dividieron la corteza y la encajonaron; despues
la armaron y quedó un conjunto que daba idea perfecta del grueso del
árbol.

Santa Bárbara sorprenderia á vd. con sus minerales de azogue. En su
seno le halagarian las auras perfumadas de sus tierras calientes, y el
naranjo le brindaria sus frutos de oro, bajo las tendidas hojas de sus
exuberantes platanares.

En San Clemente hallaria minas de petróleo que compiten en riquezas
con las de plata, y por último, en San Diego, veria realizado todo un
Olimpo de deidades, porque es sacrilegio llamar mujeres á aquellas
hermosuras.

A propósito, voy á relatar á vd. el romance de un viejo soldado
presidial, que quiso dar idea del Monte Parnaso.

No se fije vd. ni en la rima ni en el giro del verso: es un romance
tosco y descuidado como los primitivos de nuestro idioma, pero que da
idea de aquellos hombres y de su manera de sentir. Oido á la copla:

EL MONTE PARNASO DE MONTEREY CAL

Al más mexicano de los mexicanos que conozco,

A “FIDEL”

    Majestoso y soberbio,
  Sobre el mundo apoyado,
  Se percibe el gigante
  Que se llama el Parnaso.
  Los bosques le circundan,
  Su pompa custodiando,
  Y los jardines tienden
  Tapices esmaltados
  A todo el que de cerca
  Pretende contemplarlo.
    Allá están los pinares
  De follaje gallardo,
  Verdes como esmeraldas,
  Umbrosos.... sosegados,
  De los extensos mares
  Las olas contemplando.
    La encina está más léjos
  Junto al roble lozano,
  Haciendo pabellones
  A los enamorados,
  Que á sus ninfas les cantan
  Canciones como Bardos.
  Este monte es más lindo
  Que aquel otro Parnaso,
  Todo con embelesos
  Y todo con arcanos,
  Y con sus nueve musas
  Y nueve mil resabios.
  Aquí se ve patente
  Al Dios de lo creado,
  El que á la luz da vida
  Y mieses á los campos.
  De lo alto de este monte
  ¡Qué lindo es el Océano,
  Cómo en tropel sus olas
  Van corriendo al ocaso!
  Rielando con la luna
  Que gira en el espacio,
  En posesion grandiosa,
  Seguida de sus astros!
  Miro á “Punta de Pinos,”
  Al poderoso Faro
  Del navegante amigo,
  Y amparo de los barcos;
  Allí ostentan sus gracias,
  Cuando llega el verano,
  Las bellas que produce
  El suelo afortunado.
  De lona alegres tiendas
  Bordan los verdes campos,
  Y se pueblan los aires
  De músicas y cantos.
  En vistosas carreras
  Compiten los caballos,
  Y hay damas y convites
  En medio de los campos.
    Monterey á la falda
  Del excelso Parnaso,
  Parece hermosa niña
  En maternal regazo.
  ¡Oh qué bello es su puerto
  De pueblos circundado!
  Y las sierras del “Toro,”
  El “Gavilán” mentado,
  Huerta del “Rey Saucito,”
  “Cañada de los Gatos,”
  “Huerta vieja,” “Cayuelas,”
  Muy cerca “Los Berracos,”
  “Cañada del Teniente,”
  “El pocito del Blanco,”
  “Cañada de los Hornos,”
  “Picadero”.... y me callo,
  Porque al fin esta sarta
  De nombres tan extraños,
  Tan solo los conocen
  Los soldados de antaño.
  ¿Qué fueron de las casas
  De adobes y enjarrados?
  ¿De dónde nos vinieron
  Jardines y palacios?
  Silencio, que no hay huella
  De los pasados años,
  Que desde aquí al olvido
  Corriendo se marcharon.
  ¿Dónde está la capilla,
  Iglesia de soldados,
  Que hicieron á su costa
  Como buenos cristianos?
  ¿En dónde está el castillo,
  Cuyo fuerte artillaron
  Los hombres más valientes
  Que este suelo pisaron?
    Triste está la Bahía
  De Monterey ufano,
  Dió tono á California
  Por más de sesenta años.
  ¡Salve, Monte Carmelo!
  Con tu templo arruinado,
  Cuya cúpula miro
  Como en mis verdes años.
  ¿Por qué no detuviste
  Los tiempos que pasaron?
  Viendo estoy á tus puertas
  A los viejos soldados,
  Hablando reverentes
  Con frailes franciscanos,
  Con sus espadas unos
  Y otros con sus breviarios.
    En bella lontananza
  Con la vista cruzando
  La _bahía_, se mira
  Santa Cruz, la de Mayo,
  Cuyos valles y montes
  Desde tiempos lejanos
  Están siempre cubiertos
  De palos colorados,
  De Laureles, Madroños,
  De esbelto encino blanco,
  De fresnos y de Alisos
  Y grandes Avellanos.
    El rio San Lorenzo
  Camina serpenteando,
  Llevando entre montañas
  Su curso manso y claro.
    Allí de Branciforte
  Los ricos hacendados,
  Cogen pingües cosechas
  De flores y de granos.
    Allí “Soquiel ameno,”
  “Corralitos” y el “Pájaro,”
  Se enlazan con sus valles
  Al de San Cayetano,
  Y se unen á Salinas
  Con el Montereyano,
  Orgullo de sus hijos
  Do descuella el Parnaso,
  Realidad portentosa
  Del artífice Magno.
  ¡Qué escena tan grandiosa
  Oh, y cuán sublime cuadro!
  No en el antiguo mundo,
  Aquí es dó está el Paraiso.

         *       *       *       *       *

    Si alguno este romance
  Quisiere criticarlo,
  Le suplico que lo haga
  Subiendo á lo más alto
  Del monte que describo,
  Con calma, paso á paso,
  Llevando de Champaña
  Lo ménos un canasto,
  Y diga, cual yo digo:
  “¡Salud, Monte Parnaso!”

Recitaba el general con tal entusiasmo su romance, que aunque me
aseguró que era de un viejo presidial, yo me atrevo á afirmar que es
hijo de su númen, y así se lo hice presente, convenciéndome cada vez
más de que la sangre estira.

Como he dicho en otra parte, el general es la encarnacion de la
historia de California, y en esta última entrevista, me relató
biografías, leyendas y rectificaciones históricas, que siento mucho que
mi mala memoria se niegue á recordar.

Hablóme de los gobernadores Rivera, Moncada, Fajes, Arrillaga, Sola,
Tamariz y Echandía.

Me describió con vivísimos colores la expedicion rusa para la pesca de
nutrias, en 1831.

Hablando de tradiciones, se remontó al año de 1817: me representó
la expedicion de los piratas, y cómo en el estrecho de Karkines, se
desfiguraron los indios espantosamente para librar una tremenda batalla
que dió su nombre al _Monte del Diablo_.

Por último, como cuento de niños, me relató el descubrimiento del oro,
en estos ó semejantes términos:

—Ha de estar vd. para bien saber, y yo para mal contar, que en
aquellas tierras invadidas por los rusos, que despues se llamaron
Sacramento, vivia y bebia un capitan Sutter, dueño de una máquina de
aserrar madera: la máquina resistente y el capitan resignado, hubieron
de ponerse de acuerdo en trabajar poca cosa con el asentimiento de un
Mr. Marshall, soldado divertido, buen fumador de pipa como Sutter, y
amigo de la contesta y del trago, como soldado viejo.

Terciaba en tan buena sociedad la esposa de Sutter, señorona expedita,
rolliza, cejijunta y de resueltos movimientos, con un lunar en un
carrillo como una tarántula.

Yendo dias y viniendo dias, en una calurosa siesta, en que entre
dormitando y durmiendo creia departir muy formal el terceto
descrito, un peon del campo, con cierto desgaire que se parecia á la
indiferencia, allegóse al grupo, con un puñado de tierra en la mano y
le dijo á Sutter: “Vea, señor; ¿de qué serán estas chispitas?” Abrieron
los tres personajes tamaños ojos con la noticia de las chispitas....
las chispitas eran oro, oro purísimo....

Pidieron más chispitas, y aquel era inagotable manantial.

La madama iba y venia alborotando el cotarro, arrojó líquidos, vació
botellas, y á poco, todos los trastos de la casa estaban rebosando en
brillantes chispitas....

La cosa no tuvo gran publicidad; pero ha de saber vd. que el capitan
Sutter debia cierto piquillo que le molestaba, y los acreedores,
ignorantes de lo de las chispas, cayeron sobre él y sus posesiones, con
tan resuelta furia, que á la primera negativa querian dar con el bravo
militar en la cárcel. “Eso no en mis dias,” dijo la arrebatada esposa
de Sutter, y les metió por los ojos unas botellas de chispitas, que los
dejó aturdidos: aquellas botellas cayeron como áscuas sobre pólvora en
el público, y en el mundo entero tocaron á rebato con el maravilloso
descubrimiento del oro.

Muy gratas y muy instructivas para mí fueron las conversaciones del Sr.
Vallejo, á quien consigno agradecido este recuerdo.

[Illustration: _LIT. DE H. IRIARTE MEXICO._ Palace Hotel.]



XXIII

Delaciones de un perdido.— Exposicion singular.—El cuarto
negro.—Jodlums.— Embaucadores.—Los vidrios azules.


TAN color de rosa ha pintado vd. á California, que de repente la
desconozco en las páginas de vd., me decia un amigo.

—Pero vd. lo que me ha de decir es en dónde están las inexactitudes
para corregirlas.

—Inexactitudes no hay, replicaba; pero á ese cuadro le faltan sombras:
sépase vd., que no faltan en California cosas curiosas en materia de
diabluras.

—Lo supongo, continuaba yo, y aun lo sé; pero, en primer lugar, no
tengo aptitud para hacer rectificaciones por mí mismo, y por otra
parte, yo no pretendo escribir un Manual de gente perdularia, sino
simples impresiones de viaje.

—Vd. diga lo que le parezca; pero con el sistema de vd., solo se
conocerá el anverso de la medalla.

—¿Y quién me garantiza la verdad de cuentos y consejas que unos
afirman y otros desmienten? Ya ha oido vd. lo de la _exposicion_ que
nos contó el españolito: eso no es creible.

—Yo no sé si aquí en San Francisco existirá; pero en Nueva-York, yo he
sido objeto de _exposicion_.

—Véamos cómo.

—Aseguráronme algunos amigos calaveras que varias _damas_, ofendidas
del desden de sus compañeros á quienes absorben totalmente los
negocios, formaron sigilosamente una asociacion para proveerse de
_novios_.

La asociacion costea una casa magnífica, á cuyos corredores, llenos de
flores, estancias deliciosas y retirados gabinetes, se atraen por medio
de agentes, diestros viajeros de la más alta distincion y hermosura;
allí pasean los galanes, miéntras por una entrada subterránea penetran
aisladas, á miradores con espesas celosías, damas opulentas: allí ven
y examinan á los paseantes, haciendo conducir cuando conviene, á la
presencia de la hermosa, al objeto de su eleccion.

—Hombre, calle vd., clamé; calle vd., por el amor de Dios: eso, dado
caso que fuera cierto, no me lo creerian en mi tierra, aunque me
pusiera en cruz.

—Pues ménos habrán de creer lo que se platica, muy en secreto, pero en
todas partes, del _Blak room_.

—¿Qué quiere decir eso?

—Quiere decir el cuarto negro.

—¿Y qué?

—Es una asociacion de mujeres caprichosas. Se invita al caballero
para una visita, absolutamente á oscuras. Se penetra en las tinieblas,
se introduce al galan á una espantosa caverna, y no sabe jamás quiénes
son las personas que le dan hospitalidad.

—Sabe vd. que eso es tremendo. Esa será una asociacion de viejas, ó
por lo ménos de lisiadas.

—Yo no sabré decir á vd.; pero la cosa tiene tanto de romancesco y
de fantástico, que hay viajeros excéntricos que lo primero porque
preguntan es por el _Blak room_, haciendo grandes desembolsos para
encontrar un guía que los lleve al imperio de las tinieblas.

—Vd. lo ve. ¿Cómo habia de poner esas atrocidades en mi viaje?

—Pues ponga vd. siquiera á los _Jodlums_ (Judloms), que están á la
vista de todo el mundo.

—Instrúyame vd. acerca de esos animalejos.

—Los _Jodlums_ son esos muchachos vagabundos que se pudieran llamar
_aerolitos_, porque parecen llover de lo alto, sin padre ni madre.

Estos chicos nacen ébrios al parecer y con el tabaco en la boca: se
ocupan en robos, en seducciones y en cuanto malo puede imaginarse. Los
diablos estos, de 18 á 20 años, son los más perniciosos.

Propiamente hablando, el tipo que me propongo describir, es una especie
de calavera temeron, novel, un calavera en agraz, más atrevido, más
impertinente y más escandaloso que el calavera aguerrido.

Seria el ideal el _Jodlums_ de nuestros advenedizos _desordenados_ de
la escuela materialista, que ni estudian ni comprenden, de _rivolver_
y aventuras soeces: en el periodismo traficantes; en la amistad
rastreros y desleales; en el amor abyectos y asquerosos; vagos de
profesion, llevando sus mercancías de desvergüenzas y calumnias al
primer _receptador_ de infamias que aparece como al frente de un gran
partido político, como él mismo cacarea _modestamente_.

El _Jodlums_ no es así, se fija especialmente en no respetar lo que se
respeta en público, más religiosamente en los Estados-Unidos: la mujer.

No solo emprende, para jactarse, criminales seducciones, sino que se
congrega en compañías que en el despoblado, en los lotes mal cercados
con latas, se embosca y asalta á la mujer honrada y abusa de ella
algunas veces, arrancándola de los brazos del marido y del amante.

En el año de 74 hubo un lance en una de las calles más conocidas de
estos asaltos: el esposo riñó hasta rendirse; á la esposa la pasaron
al interior de la cerca; pero aquella robusta Lucrecia, repelió á los
unos, perniquebró á los otros, magulló á todos y dió tales gritos y
armó tal escándalo, que la perezosa policía hubo de acudir al fin, y la
cuasi víctima, desmelenada, desgarrada, inmirable, pudo exclamar como
Francisco I y sus atrasados plagiarios: “Todo se ha perdido, ménos el
honor.”

Los calaveras de que me ocupo, suelen organizarse y prestarse
admirablemente al incendio, á los asesinatos contra los chinos y á
romper vidrios ó carruajes, de acuerdo con hojalateros y carroceros,
para proteger la industria del país.

El teatro de las hazañas de estos malvados, son los muelles, y suelen
extender sus correrías hasta lo que se llama la _contracosta_.

Allí suelen verificarse esos asaltos con _chorizos de arena_, cuyo
golpe certero en el cerebro, no deja rastro del crímen que se perpetra.
A veces detienen á un viandante: uno le oprime con los dedos abajo de
las orejas, hasta dejarlo sin respiracion; el otro le quita entre tanto
cuanto lleva, y tal parece el grupo un corrillo de amigos; pero estas
son las hazañas del calavera vulgar.

El _Jodlums pur sang_ percibe un labriego bonachon, un viajero
aturdido; á esto le llama, _un green_, es decir, un verde, y ó bien
le echa los brazos, dizque confundiéndolo con un pariente ó con un
bienhechor, ó bien le propone un negocio pingüe, una posada cómoda, etc.

Domesticado el _Green_, se le lleva á una posada de mala ley, en que
hay generalmente cantadoras y bailarinas; el pobre labriego siente
palpitar su corazon; el cantinero, cómplice casi siempre del calavera,
mezcla un ingrediente adecuado al vino del hombre de los campos, y allí
es Troya: se le desbalija en un abrir y cerrar de ojos, y se tiene por
bien librado en el desenlace del drama, si logra, con los restos de su
fortuna, interesar á la inflexible policía.

El calavera que nos ocupa, aunque tenga domicilio conocido, flota en
las calles y se guarece en los sótanos de las casas arruinadas ó de las
que están por construir. Muchas veces sus guaridas se encuentran en las
cuevas de las colinas que rodean la ciudad; aquellos antros tenebrosos
son verdaderamente infernales; la orgía impera en toda su desnudez, y
lo que hemos leido de peor, respecto de bohemios, de _lazzaronis_ y
gitanos, no es ni sombra comparado con esos sepulcros de la honra, de
la decencia, de la honestidad y de todas las virtudes sociales.

El género femenino de esta especie es verdaderamente espantoso: niñas
en la flor de la vida, deshojando sus encantos en la embriaguez y
la locura; quejas como aullidos; besos como cáusticos; alegrías que
estremecen y horrorizan, y llega á tal extremo la perversidad, que
aun cuando á aquella precoz decrepitud se ofrezca un arrimo; aun
cuando la fortuna le brinde luz y bienestar, él ó ella se apegan á
sus compañeros, contraen sus enlaces y forman su mundo aparte, en el
corazon mismo de la sociedad.

El _Jodlums_ siempre es jóven, siempre temerario y arriesgado; va en
la popa de la vida desafiando las tempestades; el calavera no muere,
se pierde ó se borra de un modo insensible; una misma alma parece
trasmigrar á varias personalidades.

El aumento del cuerpo de policía, los ejemplares castigos aplicados
á personajes que se habian burlado de la justicia, y otras causas,
han disminuido la importancia del _Jodlums_; pero cuando se le cree
perdido, reaparece tremendo, y un grande escándalo sirve como de aviso
de su existencia turbulenta.

El salon subterráneo, la casa de juego, son como las oficinas de este
dañino personaje; la noticia de un envenenamiento, la suministracion
de bebidas con brebajes que ponen á las víctimas á discrecion de los
malvados; la extincion de la luz en los juegos; los enmascarados y
otras fechorías, son los solaces de estos verdaderos demonios.

—Realmente espantado me ha dejado vd. con su relacion, dije á mi
amigo; yo ni sospechaba siquiera en la existencia de esa aberracion
social, en vista del órden, del bienestar y de la superficie tranquila
de esta poblacion afortunada.

—Para completar el cuadro de estas curiosidades, deberia yo hablar á
vd. de gitanos decidores de la buena ventura, de espiritistas, sobre
todo, que hacen su agosto, avasallan voluntades y gozan en aquel país
de números, de inmensa popularidad.

Entre los adivinadores no olvide vd. mencionar al Dr. Koern.

—Pues bien, dícteme vd.

—El Dr. Koern, vive en ese callejon sucio y oscuro que corre entre las
calles de Bush y de Sutter.

Su tipo es el tipo neto del judío: gran melena, narigudo, ojo pequeño
y cuerpo corcovado. El retrete en que despacha tiene el aspecto
de aquellas oficinas de alquimistas que ha inmortalizado la pluma
de Walter Scot, y no precisamente por hornos y retortas, lagartos
disecados, y cráneos humanos, sino por el aspecto del mago ó nigromante
y por el carácter de misterio que sabe comunicar á cuanto le rodea.
Tiene muy numerosa clientela, recibe como un potentado, y se cree que
ha reunido un inmenso caudal.

De King ya ha hablado vd. extensamente, pero no de Foster.

Del primero se dice que con perseverancia inaudita, y hace muchos años,
lleva libros en que están inscritas mil particularidades, sucesos
notables y nombres de personas que se hacen un tanto visibles. Para
resolver una consulta se da dos ó tres dias, y en ese tiempo hace sus
indagaciones, valiéndose de agentes diestrísimos.

La especialidad de Foster es la adivinacion: se cuentan de él cosas
que rayan en prodigios. Se le escribia un nombre y se le decia que
adivinase; para esto el doctor suministraba el lápiz ó tenia en el
círculo un corresponsal, que por medio de signos imperceptibles le
ponia al tanto de lo escrito. Sus manejos fueron denunciados.

Un competidor suyo, disfrazado, le preguntó dónde estaba su hermano.
Foster le designó un punto del Este con particularidades especiales....
despues de oirlo el rival, le dijo que no tenia hermano y que Foster
era un embaucador; la prensa se apoderó del suceso, y Foster emigró de
San Francisco.

Las originalidades del yankee, su supersticion, en nada se han dado á
conocer como en el uso de los vidrios azules.

Lancaster Jones escribia con este motivo á uno de sus amigos de México:

“Es muy general en algunos pueblos de los Estados-Unidos la
preocupacion de que el vidrio azul ejerce un influjo tan favorable á
la salud, que la preserva de casi todas las afecciones. El antídoto no
puede ser más sencillo en su aplicacion, ni más barato, pues basta para
el objeto recibir de vez en cuando los rayos del sol al través de un
vidrio de aquel color, cualquiera que sean su tamaño, y la manera de
colocarlo. Deben ser muchas las víctimas de esta superchería, puesto
que en New-York existen almacenes de importancia, cuyo principal
negocio consiste en vender el encantado talisman. Los poseedores de él,
miéntras no se enferman, viven contentos y tranquilos con la idea de
que han adquirido, en cambio de algunos centavos, la invulnerabilidad
contra todas las enfermedades, excepto la última; así es que no se
puede negar por completo la virtud del vidrio azul, una vez que sirve
al ménos para aquietar á las personas aprensivas.

“Si nuestros frailes ó sacristanes vinieran aquí á vender sus
_medidas_, su _tierra de Chalma_ y sus _aguas milagrosas_, hombres,
mujeres y niños de estos pueblos se les reirian á las barbas; pero en
cambio, es la cosa más fácil del mundo engañar á un yankee en estas
materias, atribuyendo calumniosamente el mayor absurdo á cualquiera
ley de la naturaleza. No se les debe decir nunca la palabra milagro,
sino simplemente: una invencion, un descubrimiento debido á la profunda
sabiduría; con esto, y el sello de la oficina de _patentes_, tienen
pasaporte las mayores barbaridades.

“Respecto de los vidrios azules, debo decir que las personas ilustradas
se burlan de ese Aquiles de la salud, que todo se vuelve talon y aun
suele servir de asunto para epígramas y chistes. En una comedia de
_Ministrils_, por ejemplo, aparece el presidente Grant quejándose de
sus padecimientos físicos, en conversacion con uno de sus amigos. Este
le dice:—“General, ¿por qué no ensaya vd. los vidrios azules?”—Grant
contesta: “Es inútil, amigo mio: por que el Sol está en mi contra.” Es
sabido que en New-York se publica un periódico con el nombre de _El
Sol_, que hacia la oposicion á Grant.

“Esta facilidad y llaneza con que para divertir al público toman
los histriones por tema los más sérios y respetables negocios de la
vida política y hacer la caricatura animada de los más eminentes
funcionarios de la nacion, me recuerda, aunque no viene al caso, otra
ocurrencia de _Ministrils_.

“Asistia el presidente Jhonson á un espectáculo de este género, en que
figuraba un perro sabio haciendo gracias y manifestando sorprendente
habilidad. El payaso excitaba los aplausos del público, y en uno de
sus raptos de entusiasmo, exclamó: “Este perro no tiene nombre: yo
quisiera ponerle uno con que se inmortalizara.”

—“¿Qué nombre le pondremos? preguntó el empresario.

—“Washington, Washington, dijo el payaso.

—“Eso no será; yo reverencio y amo demasiado ese nombre, para ponerlo
á un perro, por más gracioso y estimable que sea el animal....

—“¿Le pondremos Aníbal?

“El empresario hacia que nó con la cabeza.

—“¿Carlo Magno?

—“No.

—“¿Napoleon?

—“No, tampoco.... ¡Ah! ya caigo, le pondremos.... Jhonson.

—“Eso no puede ser; yo tengo en mucho la importancia y habilidad de mi
perro, para consentir en ponerle el nombre de Jhonson....

“A estas palabras, el público estalló en ruidosos aplausos, y Jhonson
aplaudia tambien, celebrando el llamado chiste.”



XXIV

Casas de habitacion.—Baños turcos y rusos.—Una aventura de wagon.


AUNQUE he hablado con mucha repeticion de las casas americanas,
insistiendo en su uniformidad, haciendo comprender que calles enteras
parecen hechas con molde, mejor dicho, que se tiran ejemplares de
casas, como de un aviso ó de un retrato fotográfico, quiero ahora que
he penetrado en el interior de varias de esas casas, consignar mis
recuerdos.

La casa americana ocupa un cuadrilongo, dividido en dos terceras partes
para la habitacion y otra para corral ó seccion interior á la espalda
de la habitacion, en que se deposita la leña y el carbon, se solazan
pollos y gallinas, y por lo comun se hacinan toda clase de trebejos:
allí suele existir el depósito de la agua.

Entremos á la habitacion. En su parte interior, corre del uno al otro
extremo un angosto pasadizo, á donde dan por un lado las puertas de las
piezas del primer piso y por el otro da la escalera al piso ó los pisos
superiores.

A la entrada de la calle existe siempre, en uno de los costados del
pasadizo, un mueble como tocador con su armazon, para depositar
bastones y paraguas, y su perchero, pues así deberia llamarse donde se
colocan sombreros y abrigos y puede asearse la visita para presentarse
_come il faut_: debajo de la escalera está imperturbablemente la
despensa, en que se guardan las provisiones todas de la familia.

El pasadizo descrito conduce al salon. Este, en general, es extenso: en
su centro se levanta un arco y ese arco sustenta un cancel de tablas
corredizo, que divide, cuando se requiere, el salon en dos salones
pequeños, segun las distribuciones de la casa.

Siguen al salon dos ó tres cuartos, y en el fondo del pasadizo están
ubicados el baño y el comun (water closer), departamento con agua
corriente, perfectamente aseado, y al que se dan siempre nombres que no
despierten ideas desagradables.

Del pasadizo parten dos escaleras; una ascendente, la otra descendente:
la primera conduce á las recámaras, con sus ventanas, su comun inglés y
su _closer_ ó perchero para la ropa. En esas habitaciones hay tambien
su baño.

La escalera que desciende lleva al comedor, en el _bassement_ ó
subterráneo, porque está hundido medio cuerpo y solo asoma los ojos de
sus ventanas al jardin exterior ó la banqueta de la calle.

En el comedor se ve una alacena, que no es propiamente sino ventana
ó punto de comunicacion con la cocina, lugar por donde se sirve, sin
percibirse desde la primera pieza el tragin de la oficina culinaria, ni
dar lugar á las disputas de los criados.

Las piezas de los varios pisos, en su espalda, se comunican con el
corral.

Pero en todo esto no hay un claro de luz, ni un pedazo de cielo,
sino el que se ve por las ventanas: cada casa es un estuche; con una
asa en la azotea, se podria trasportar como una portavianda: es una
construccion como de buque; son cajones de madera más bien para empaque
que para habitacion: de ahí nace la tendencia á la vida exterior y al
aire libre. En esas pichoneras nos asfixiariamos los mexicanos.

En las construcciones de San Francisco y en casi todas las de los
Estados-Unidos, hay una singularidad. Puertas y ventanas, sin excepcion
alguna, son del mismo tamaño, las mismas dimensiones para marcos y
vidrios, el mismo herraje y hasta el propio color, de suerte que
pérdidas y deterioros se reparan con la mayor facilidad, y las casas
enteras están en fracciones, de suerte que no es más que armarlas. Las
improvisaciones son muy comunes.

Los artesanos trabajan centuplicados ejemplares de celosías, de
goznes, de todos los artículos de carpintería y herrería, y aun
familias hay que parece tienen una especie de balero para reproducir
individualidades exactamente iguales.

Cuando salen del órden comun las habitaciones, entónces esas cajas
que hemos descrito cobran mayores dimensiones; ostenta en ellas sus
primores la arquitectura, y están ubicadas en el centro de un jardin
delicioso en que se admiran estatuas soberbias, se deleita la vista
con fuentes y cascadas, y se recrea con la competencia de los primores
de la naturaleza y del arte.

       *       *       *       *       *

Ocupábame de las apuntaciones anteriores, para dar á conocer las casas
de habitacion de San Francisco y de la mayor parte de las ciudades de
los Estados-Unidos, cuando, como lo tenian de costumbre mis amigos, que
se esmeraban en prepararme diariamente una nueva sorpresa, llegaron,
no obstante que corria un cierzo cruel, con la peregrina ocurrencia de
llevarme á tomar un _baño turco_.

—Hombre, vdes. se han vuelto locos! Si en mi tierra, y con su aire
amoroso y las aguas dulcemente templadas, esto del baño lo veo como
asunto de pensarse sériamente, ¿qué será aquí? Vayan vdes. con la
música á otra parte.

Instaron, resistí; persuadió Alatorre, forzó Ibarra, espiaron todos
mis lados débiles, y dí al traste con mis propósitos, no sin ofrecer
y cumplir que seria simple espectador en el lance de aprender de
condenado, con que me brindaban.

Hicimos la excursion: contaria maravillas si la describiese
puntualmente. Despues que los bañadores salieron frescos y rozagantes,
tuvieron la bondad de mostrarme el establecimiento, que tiene el nombre
de “Hamman” y está en la conjuncion de las calles de Dupont y del
Mercado.

Los baños turcos de que hablo se construyeron bajo la direccion del Dr.
Loryea, quien ántes de poner mano á la obra habia recorrido por todo el
universo mundo los más famosos establecimientos de su género.

Proponíame hacer la descripcion lo mejor que pudiese, cuando cayó en
mis manos la traduccion que del inglés hizo mi amado amigo y hermano
Francisco Urquidi, del periódico _Overland Montly_, que conservaba
inédito entre sus papeles, y que yo me tomé la libertad de extractar y
acomodar al tono de esta obrilla. Oigamos:

“Subiendo la calle de Dupont, el viajero se detiene ante una hermosa
fuente de bronce, cuyos elevados chorros brillan con el sol.

“Sobre la puerta que da entrada al establecimiento que vamos á
describir, hay una inscripcion primorosamente ejecutada, que dice en
árabe: “Bismi Uah Allá il Allá.”

“A la derecha de la entrada se ve un departamento provisto de refrescos
y de estimulantes adecuados: á la izquierda está el despacho, que
se comunica por medio de tubos con los diferentes departamentos del
“Hamman.” Allí es donde el bañador deposita sus prendas, inscribe su
nombre y recibe su boleto. Despues de estos preliminares, penetra al
_mustaby_ ó cuarto fresco, cuyo centro está ocupado por una especie
de tina de mármol blanco, de seis piés de profundidad, seis de ancho
y como seis varas de largo. En ese departamento derrama sus purísimas
aguas una hermosa fuente de plata.

“A cada lado de la fuente hay piezas para descansar y para fumar,
espléndidamente amuebladas y separadas cada una de ellas por cortinajes
y tableros de madera calada y labrada, por donde penetra, como
adelgazándose y refrescándose, el aire.

“Los techos y paredes están magníficamente pintados al fresco. El dia
penetra en aquellas estancias por dos grandes tragaluces circulares
cubiertos de vidrios de colores, cuyos matices están graduados de
manera que impresionen con la sensacion de frescura que se experimenta
en aquel recinto.

“Sobre todas las puertas y algunas paredes, hay sentencias tomadas del
Koran y preces que se dirigen al consuelo de las buenas almas de Moslen.

“Inmensos espejos reproducen por todas partes los objetos, y el
visitador, con aquella luz ténue, aquel murmurar de la fuente, aquel
sosiego y frescura, se siente dominado por una languidez soñolienta,
voluptuosa, esencialmente oriental, viendo, al mismo tiempo que crece
su ilusion de lo turco, lo pérsico y lo asiático que le rodea.

“Con precaucion científica, se han cubierto los suelos de una hermosa
estera de la India, para que no se conserve el menor calor.

“El _mustaby_ ó pieza del fresco y del frio, es el _opodyterium_,
cónclave ó _spoliatorum_ de los romanos.

“Contiguo al _mustaby_ está el _tepideryum_, correspondiente al “mas”
de los indios y al _piscinium_ de los romanos. Este es el cuarto ó
la cámara caliente que con constancia se mantiene de 120° á 130°
Fharenheit.

“En este departamento todo corresponde al nombre que lo anuncia, y
concurre á producir el calor.

“La inmediata en el órden de las piezas es el _calidarium_ ó
_sudatorium_, que corresponde á los baños de piedra caliente de los
rusos, irlandeses y algunas tribus de América. El calor de esta pieza
es de 160° á 180° y puede aumentarse á discrecion del superintendente.
Aquí tambien cada cosa está en relacion con el nombre y uso del
departamento. Toda la pieza es de mármol, y de mármol la gran mesa que
se halla en el centro, rodeada de sillones de mármol tambien, destinada
para el procedimiento sudatorio, que es muy singular.

“Todos los empleados de los baños son turcos, educados en aquel oficio
desde la edad de ocho años.

“Los dependientes trabajan generalmente ocho años en los baños, y si se
debilitasen por estar expuestos tanto tiempo á tan alta temperatura, se
notaria en su apariencia, lo cual no sucede.

“El hermoso cielo arqueado del _calidarium_, refleja é irradia el calor
con igualdad por toda la pieza, iluminada por soberbios candelabros de
exquisito gusto y en perfecta armonía con sus accesorios.

“Separados de esta pieza por gruesas cortinas de fieltro, hechas é
importadas especialmente para su objeto, hay otros tres departamentos
más chicos, en dos de los cuales la temperatura es mucho más alta
que en la pieza principal. Habiendo pasado por el _calidarium_ y sus
auxiliares, el visitante encuentra la entrada de las señoras en _Bagley
Place_, donde una escalera volada une el segundo y tercer piso, estando
destinado el segundo al uso de ellas y el tercero á toda clase de baños
medicinales.

“Las piezas de las señoras están suntuosamente amuebladas y
profusamente provistas de cuanto puede conducir al deleite.

“La pieza destinada á los baños de vapor mercurial, está toda compuesta
de espejos trasparentes, de manera que quien se baña pueda ser visto
por el facultativo; esta es una nueva y valiosa idea introducida por el
Dr. Loryea.

“Sin emprender una descripcion de los departamentos de las señoras,
los cuales solo vistos se les puede hacer justicia, inspira una gran
admiracion la manera con que las investigaciones de la ciencia han sido
utilizadas y combinadas para hacer el “Hamman” tan perfecto como es
posible.

“Es un hecho establecido, que la química suministra el modo de extraer
los ingredientes activos de las aguas medicinales, por medio de lo
cual pueden ser trasportadas, en pequeño volúmen, disueltas de nuevo y
reproducidas las aguas, sin pérdida alguna de sus efectos, sino ántes
bien, con el poder de remediar algunos defectos existentes en las aguas
originales, y asegurando por tanto la certeza en su operacion, que no
se obtiene siempre en su estado primitivo.

“El Dr. Loryea se ha servido felizmente de la ayuda que proporciona la
química, y despues de haber examinado á fondo los principios activos
de las más célebres aguas sanitarias de Europa, ha condensado aquellos
principios y está preparado para administrar los baños de más nota en
el mundo. Puede uno allí tomar los baños de mar del Mediterráneo, sin
pasar el estrecho de Gibraltar; los baños de carbonato ó alcalinos de
Vichy, están á nuestras puertas; los famosos baños de la serpiente de
Schlaugenbad, han sido trasportados á la ciudad; los de Kesselbrunen,
Swalbash, Mariembad y Bareges, se han establecido aquí.

“Baños eléctricos administrados por diestros operadores, y hasta baños
cosméticos perfumados, para entonar la complexion delicada, encontramos
entre estos prodigios neptunianos.

“Las cuasi fabulosas virtudes de Bethesda, Siloam y el Jordan, han
sido restauradas y concentradas para nuestro regalo.”

Tal es la descripcion de los famosos baños turcos.

Miéntras los tomaban mis compañeros, yo conversaba en la pieza de la
entrada con un _amateur_, que disertó conmigo de lo lindo sobre las
excelencias del remojo humano.

El _amateur_ tenia sus puntas de erudito y de médico; disertaba sobre
las excelencias de los baños de aire para conservar libres los poros.

Yo, que deseaba no quedar en mal concepto con aquel personaje tan
entendido, y á la vez tan obsequioso, emprendí una disertacion sobre el
_Temascalli_ azteca, que yo mismo por dentro me dí coraje de verme tan
charlatan: despues me he persuadido de que es enfermedad que acomete
sin sentir al viajero.

Aquella indiezuela doliente que quiere vivificar su sangre y su
existencia, para renovar, despues de ser madre, sus gracias para
presentarse al esposo.

El local, especie de horno con su depósito de agua interior, en que
hace sus abluciones la jóven para exponerse á las devorantes caricias
de un aire como llama; el lienzo que se agita y con el aire que despide
refresca sus formas como envolviéndola en deliciosas emociones; las
ramas de árbol empapadas en agua helada y sacudidas sobre la piel,
tostada casi por la temperatura del horno.... yo no sé como expresé
todo esto, que el desconocido compañero, primero escuchó atónito,
despues tomó apuntes, renovó sus obsequios y me ofreció muy formalmente
que pronto tendria la dicha de participarme el establecimiento del
_Temascalli_ azteca en San Francisco.

Mis compañeros salieron complacidos al extremo de los baños turcos; no
así un español cejijunto y de alborotado cabello sobre la frente, que
aseguraba haber pasado las penas del purgatorio, y que al sentirse en
el cuarto caliente, echó á correr, desnudo como estaba, golpeando las
puertas y pidiendo socorro por haber caido en el mismo infierno!

Separéme de mis compañeros, y como de costumbre, me metí al acaso en el
primer wagon que atravesaba, sin cuidarme de la direccion que llevaba,
y como lugar cómodo para ir haciendo mis apuntaciones. El _wagoncito_
urbano la llevaba larga.

Quedamos gran trecho de tiempo, y casi á la salida de la ciudad, dos
pasajeros que nos espiábamos sobre nuestros respectivos libros.

Uno de estos transeuntes no era pasajero, era pasajera; pero la hembra
más excitadora del mundo para esto de la conversacion.

La señorita era francesa, ó por lo ménos sabia francés, á dar crédito
al libro que llevaba abierto en las manos; este descubrimiento ya era
algo para aquel á quien iba sabiendo la boca á medalla.

Yo veia, tosia.... dejaba escapar una que otra palabra como hablando á
solas.... y recordaba los usos de la tierra.... y me estaba fuerte....
al fin, ella, dizque entregada á su lectura, alzó la voz.... leia
el “Viaje á Oriente” de Lamartine, con acento tan dulce y con tan
apasionada modulacion, que yo, sin que al caso viniese, ni saber
precisamente de lo que se trataba.... me acerqué, como enajenado con la
lectura, diciendo:—“¡Oh: señorita, eso es divino, divino, Lamartine
es mi poeta....!” Por supuesto que tales exclamaciones requerian cierto
acortamiento de distancias....

Así se entabló la conversacion, primero desconfiada y curiosa, despues
franca y cordial, haciendo la señorita la debida justicia á mis años, y
dando esto soltura á nuestra naciente relacion.

En frente de la parte despoblada de la calle de Franklin, se detuvo,
cambiamos nuestras tarjetas y me invitó para su tertulia en la calle de
Washington; tertulia que se verificaba los miércoles y á la que asistia
Mr. Lestalié, jóven comerciante á quien profeso particular cariño, que
me habia presentado á la mejor sociedad francesa de San Francisco.

Como es de suponerse, acudí puntual á la cita.

El tabique de la sala de la tertulia Washington se habia corrido: en
una de las secciones se charlaba, se tomaban refrescos, bizcochos y
dulces: la otra seccion estaba consagrada á los artistas que ocupaban
el piano, cantaban y hacian ostentacion de sus notables habilidades.

En el rol de los artistas unas jóvenes italianas, las Sritas. Rotanzi,
deslumbradoras de gracia y sentimiento, rodearon el piano, reclamando
su nombre la atencion universal.

Interrumpióse el cuchicheo delicioso de viajes, de modas, de amores y
de bromas sabrosas, y las tres artistas preludiaron un canto en medio
del silencio más profundo.

Si á mí me hubiera tocado en suerte bautizar á las tres señoritas, que
sin pretenderlo se imponian á nuestra admiracion, á una hubiera llamado
_Ensueño_, á la otra _Pasion_ é _Inocencia_ á la tercera.

_Ensueño_ soltó sobre las teclas las deliciosas armonías que estaban
escondidas entre sus dedos, y dejó flotar en el éter invisible, la
inspiracion divina que se anidaba en su mente.

Alentadas con aquel ensayo, piando primero, despues en torbellino de
notas estusiastas, al último, en requiebro apasionado de desesperacion,
de locura y gemidos, se seguian las voces como cuando á dos aves en el
espacio separa el viento y luchan por reunirse, y ráfagas tempestuosas
las dividen, hasta juntarse y guarecerse bajo una rama amiga,
reprimiendo los sollozos para dar vuelo á las emociones del placer.

La concurrencia entera se agolpó al rededor de las artistas: yo veia
reproducidos los grupos en los espejos, pareciendo cuadros allí
fijados, ó más bien vistas fotográficas de otros países. Aquellos
viejos de anchas y relucientes calvas y cabellos canos colgando sobre
los hombros; aquellas jóvenes como estampas de un periódico de modas;
el perro junto á la chimenea; el jarron con flores sobre la consola; el
retrato de Napoleon I en su caballo blanco cruzando los Alpes, todo me
parecia que eran recuerdos que animaban en aquel instante mi fantasía.

Redobles continuados de aplausos ardientes, acogieron las notas de
aquel terceto en que la música fué el pretexto, la ejecucion un
accesorio, y la vida y el drama de pasion estaba en las animadas
fisonomías de aquellas celestiales hijas del Adriático.

El gozo dejó caer su lluvia de hojas de rosa y sus rayos de oro, y tomó
la concurrencia el carácter más agradable del mundo.

Disputábanse las muchachas el piano y los cantos; americanos, rusos,
ingleses, hebráicos y de todo el mundo, encontraron intérprete.

Hay en México una cancion que tiene su fecha: no se conoce su autor,
ni dos personas cantan los mismos versos. Es una cancioncilla que ni
cruza dorados salones, ni se anida entre el populacho; vive como paloma
consentida al calor de los corazones sensibles.

Esa cancion que me parece es de mi amigo el apasionado Antonio Plaza,
la arrullamos, la escondemos, es una confidencia y una duda; se exhala
caliente con un beso; muere como un sollozo entre los labios de quien
canta.

La cancion evoca el recuerdo de la adorable clase media de mi patria;
la polluela obstinada y heróica para el sacrificio, el galan rendido
y esperando su ingreso al presupuesto para la realizacion de sus
ensueños; lirio escondido para el escribiente de oficina; albor de luz
risueña para el colegial que está al romper el huevo de la preparatoria
y pretende volar á jurisprudencia ó medicina; desahogo del teniente, en
las altas horas de la noche, que vela en su guardia, y éxtasis para el
ranchero que va desde la hacienda á pasar el domingo en una ciudad de
tierra adentro con su novia; esa cancion, cuyo nombre no recuerdo, pero
dice en uno de sus versos, remendados como han querido los cantantes:

    Pero mi amor aun al delirio excede;
  Pero mi anhelo vence el cruel dolor;
  Mi corazon sufrir ya más no puede:
  Quiero morir, pero morir de amor,

esa la cantó _Pasion_ en su castellano peculiar, con tal ternura, con
tan intenso sentimiento, que la cancion vino á mí como una querida
que se lanza á nuestro cuello y nos envuelve en ella é inunda con sus
cabellos nuestro rostro, y esculpe su semblante sobre nuestro abrasado
corazon.

México, sus guitarras, sus pollas, sus enamorados, su zócalo, sus
noches de luna, todo vivia en aquella voz, y me requebraba y me
enloquecia.... “Quíteme vd. de aquí, le dije á mi compañero, porque de
fijo cometo una barbaridad si sigue ese canto.”

La misma dificultad de la pronunciacion española; vamos! ¿para qué lo
he de negar? me caia en gracia y me tenia trastornado el cerebro.

  Yo quiere mucho mi morir damore.

Terminó la cancion: la Srita. Rotanzi recibió con suma amabilidad mis
cumplimientos, y mi compañera de _wagon_, á quien llamaremos Clara,
dijo: “La señorita dice, que quiere obtener de vd. un favor, M.
Guillermo.

—¡Favor! ¿quién no lo recibe sirviendo á la señorita?

—Lo vamos á ver.

—La señorita canta una cancion italiana, cuyos versos ha olvidado;
quiere que vd. improvise los versos: nosotros haremos coro.

A este anuncio, la concurrencia toda se puso en pié, _Pasion_ ensayó
las primeras notas y en un momento estuvo en corriente el coro.

Yo, sobre el piano, iba improvisando lo que _Pasion_ cantaba.

Antes dijeron que me dieran el asunto de la cancion.

Clarita dijo: “Figúrese vd. la vista del mar, la playa, el muelle; el
buque que se ve, está pronto á partir.... un jóven se despide de su
patria, y de su amor....”

Mil aplausos celebraron el asunto de Clarita.

Comenzó la música....

_Pasion_, inclinada, veia sobre mi hombro lo que yo iba escribiendo, y
nacia en la voz de _Pasion_, viva en mi oido, la idea que acababa de
depositar en el papel mi corazon.

El asunto, el compás acelerado y vehemente de los coros, la voz
vibrante de _Pasion_, la luz, la animacion de las fisonomías, todo
realzaba el cuadro y lo hacia interesante.

A medida que yo iba improvisando, tomaban parte todos en el coro y me
estimulaban á continuar.

Yo no sé de dónde aparecieron funcionando una flauta y un violin,
despues un piston que clamaba sus sonoras notas con acentos apasionados.

Yo, aunque hago esfuerzo, no puedo recordar lo que improvisaba; era
el estallar de mis propios dolores; dejar su quejido á mis penas,
guardando su revelacion en el misterio; eran alusiones á esos hondos
infortunios que lloran dentro de nuestra alma y encuentran simpatías en
todos los corazones.

¡Oh patria! ¡oh sagrado nombre! ¿quién te pronuncia indiferente cuando
teme perderte?

Al último, viejos, mujeres, muchachos, todos cantábamos agolpados al
piano y teniamos los ojos llenos de lágrimas.

Pues, señor, no puedo recordar ni una estrofa de los tales versos, y
ahora que no los puedo recordar, creo que estaban bonitos; ¡qué diantre
de cosa!

Miéntras nosotros componiamos y cantábamos, un viejo coronel italiano,
de calva frente, frac con cinta en el ojal del holgado redingote,
y pierna de palo, habia mandado por unas botellas de Champaña, y al
terminar el canto, entre hurras y palmadas, estalló una salva de
taponazos para resucitar á los muertos.

Por de contado, que yo era el amigo de todo el mundo, y vino aquello de
los _Albums_, y los encargos de epitafios, y todo lo que ya saben los
copleros que esto lean, que acaso sean pocos.

Clarita estaba ufana con su presentacion, como con un gorrillo nuevo:
me llenó de agasajos, me presentó á su novio, me dijo que le habia
hablado mucho de mí M. Lestalier, y que estaba cierta, cuando le hablé
en el _wagon_, que yo era el viejo _Fidel_, siempre amigo de las
muchachas alegres y de las buenas mozas.

Esto explica su fácil amabilidad con mi persona, en el encuentro del
_wagon_.

Aquella familia y aquella Clarita me dieron dias verdaderamente
agradables.

En una de mis visitas á Clarita, la hallé á la entrada de la casa,
frente al jardin, bajo el pórtico cubierto de enredaderas, blanqueando
entre los huecos del cortinaje de yerba.

Vinieron á nosotros como aves parleras que buscan sus nidos, los
recuerdos infantiles: me refirió Clarita sus dias de pobreza, y cómo
debió su fortuna á una tia que tenia en gran veneracion, y de quien me
contó la anécdota que van vdes. á saber:

“Como digo de mi tia, era una mujer de humilde nacimiento, robusta como
un carretero irlandés y con un buen sentido que ya envidiarian más de
cuatro gobernantes de naciones.

“La santa señora era viuda y solo me tenia á mí en el mundo; á mí que
perdí á mis padres desde mi tierna infancia y quedé á sus expensas,
porque ella era hermana de mi padre.

“Luchando á brazo partido con la miseria, se hundia su buque y ella
sobrenadaba dejando media vida en la lucha.

“Algunos de los amigos más íntimos de mi tia, sumidos como ella en la
desgracia, pensaron en alzar el vuelo, seducidos no sé por qué leyendas
de ventura, y situarse en las inmediaciones de San Francisco California.

“Omito decir á vd. cuántos fueron los trabajos para disponer la
partida, las despedidas y lágrimas de los viejos, el contento de los
muchachos y lo romancesco que es lanzarse sin un cuarto á correr
aventuras en tierras desconocidas.

“El terror á los peligros, la esperanza de la adquisicion de una
fortuna y una posicion, los proyectos frustrados, las ilusiones
deslumbradoras.

“Despues de establecidos en Oakland, y no sé al cabo de cuántas
fatigas, mi tia hacia sus pequeños acopios de carne salada, y se
contrató en una línea de vapores para hacer su tráfico á la Baja
California y Guaymas.

“Parece que la estoy viendo con su gran falla de lienzo blanco, los
rizos de sus canas saliendo sobre sus sienes, su pañolon de madraz, su
burdo vestido negro y sus chinelas de gruesas suelas, como un marino.
Ella era sin embargo fresca, derecha y hermosa.

“Su honradez, su comedimiento, y su desembarazo para servir en cuanto
se ofrecia, la hicieron muy querida, especialmente del capitan, jóven
americano, franco, alegre, valiente, liberal y comedido con las
mujeres.

“Mi tia fué como la madre de aquella tripulacion: ella veia al capitan
como á su hijo, y acrecia su fortuna, al punto de que ya M^[me.]
Peplier conducia, no un barril de salazon, sino barriles, y se hallaba
al frente de un tráfico respetable.

“Yo estaba, aunque niña, al frente de los trabajos de la casa.

“El capitalito de mi tia seria de unos 10,000 pesos: ella contrataba
los cerdos, compraba semillas, regañaba, escribia y navegaba como un
Nelson.

“Cuando nuestra fortuna parecia más propicia, cátese vd. que se va
poniendo una línea de vapores y establece la competencia á la línea de
M. Prittson, protector de mi tia.

“Los vapores de nuestra línea eran hermosísimos y andadores; los de la
competencia les igualaron: dispusieron los contrarios que hubiese á
bordo de sus barcos soberbias músicas que atrajeran el concurso; las
músicas que nosotros llamamos á bordo eran de más renombre: anunció
entónces la Compañía competidora pasajes grátis; la nuestra prometió
grátis el pasaje y la comida: entónces, grandes carteles llamaron á
bailes suntuosos en los vapores de la Compañía enemiga; y parvadas de
lindas muchachas poblaron las cubiertas de nuestros barcos.

“Fijóse, pues, la competencia en la celeridad, sin que en tres viajes
consecutivos se pudiese sacar la ventaja una á otra línea.

“Tratábase de una guerra en forma, hacíanse cuantiosas apuestas, la
gente de mar se dividió en bandos, y las tripulaciones de los buques,
de mil amores habrian convertido en naval batalla, aquella porfiada
competencia.

“Al partir los buques de los muelles y al llegar á su destino,
millares de espectadores agitaban sus pañuelos, alzaban en alto sus
sombreros y saludaban con hurras y palmadas á los campeones marítimos.

“En uno de esos viajes, acaso el más empeñado, en medio de la travesía
faltó carbon á la línea de M. Prittson, en que iba mi tia; la congoja
fué inmensa, la desesperacion tocaba á su colmo, la tripulacion
acarreaba de sobre cubierta cuanto podia servir de combustible, y todo
lo devoraba en instantes la llama, levantándose remolinos de humo en la
agonía del fuego, que anunciaba vergüenza y derrota.

“Mi tia, con el valor de Juana de Arco, con una intrepidez digna de los
tiempos fabulosos, se puso al frente de la desesperada situacion.

“Mandó que se arrojase al fuego cuanto habia en las bodegas, excitaba
á los marinos, alentaba los ánimos caidos, predecia la victoria,
anticipando su entusiasmo; pero faltaba el combustible: entónces, y sin
esfuerzo, como por una inspiracion salvadora, mandó atizar las calderas
con su barrilaje de lardo; la llama, alimentada, revive; el vapor cobra
demasiado empuje; la tripulacion se alienta; el buque se reanima, y
volando sobre las aguas, llega triunfal al puerto, con la valerosa
matrona en la popa, que se habia apoderado y revoleaba la bandera
americana.

“La línea competidora no sobrevivió á su derrota; á mi tia le hicieron
grandes obsequios: no obstante que en sus barriles de lardos cifraba
su fortuna, rehusó que se los pagasen, diciendo que cuando la Compañía
estuviese en fondos, repartiese el valor de sus barriles entre los
bravos marinos que habian alcanzado aquella victoria.

“La prensa, con sus mil trompetas, publicó estos sucesos, y del fondo
del Kentuky vino un riquísimo banquero, hizo la corte á mi tia y se
casó con ella, declarándola poseedora de una opulenta fortuna.

“De esa fortuna participé yo, y ve vd. que mis títulos de nobleza son
tan buenos, como los de cualquier potentado europeo.”

Clarita fué de las personas más queridas para mí.

Al separarme esa noche de la tertulia, dejé escritos en su Album estos
versos, que no puedo decir que improvisé, porque yo jamás hago otra
cosa:

  A CLARA

    ¿Habrá una cosa más rara,
            Clara,
  Aunque no lo quieras creer?
  Cuanto más miro tu cara,
  La miro con más placer.

         *       *       *       *       *

    Es hermoso hallar el dia
  En el limpio azul del cielo,
  Cuando sin un solo velo
  La aurora su luz envía....
    Pero pasa esa alegría....
  ¿Y habrá una cosa más rara,
            Clara,
  Aunque no lo quieras creer?
  Miéntras más miro tu cara,
  La miro con más placer.

         *       *       *       *       *

    Dios mismo quiso adunar
  En tu nacer, jóven bella,
  Lo apacible de la estrella
  A lo grandioso del mar.
    Podrá su encanto pasar;
  Pero, ¿habrá cosa más rara,
            Clara,
  Aunque no lo quieras creer?
  Miéntras más miro tu cara,
  La miro con más placer.

         *       *       *       *       *

    En ella brilla el contento,
  En ella el alma más pura,
  Sabe realzar la hermosura
  Con las gracias del talento....
    Así es momento á momento,
  Porque, ¿habrá cosa más rara,
            Clara,
  Aunque no lo quieras creer?
  Miéntras más miro tu cara,
  Mucho más la quiero ver.

         *       *       *       *       *

    Se tiembla de que haya un dia
  Que nuble tus negros ojos
  Y provoque tus enojos
  Voluble, la suerte impía.
    Yo niego tal tiranía,
  Porque, ¿habrá cosa más rara,
            Clara,
  Aunque no lo quieras creer?
  Miéntras más miro tu cara,
  Mucho más la quiero ver.

         *       *       *       *       *

    Es un festin de hermosura
  Ese mirar y ese cuello,
  Y esas ondas de cabello
  Contraste de tu blancura.
    El mirarlo da ventura;
  Por eso no es cosa rara,
            Clara,
  Aunque no lo quieras creer,
  Que mirándote la cara,
  Mucho más la quiero ver.

         *       *       *       *       *

    Voy á partir, y te dejo,
  No mis recuerdos de amores,
  Sí de mi patria unas flores
  Para adorno de tu espejo.
    Porque, por más que estoy viejo,
  Es una cosa muy rara,
            Clara:
  Aunque no lo quieras creer,
  Siento haber visto tu cara,
  Porque no la vuelvo á ver.

  Alta California, Marzo 29 de 1877.

  GUILLERMO PRIETO.



XXV

Colegio de Corredores.—Ojeada retrospectiva.—Las costas del Pacífico.


“AUNQUE vdes. lo pidan con memorial; aunque me cueste un ojo de la cara
desarrugar el ceño de vdes., ni por una de estas nueve cosas pongo
números en mis viajes. Será interesante, será lo que se quiera. ¿Tienen
por ahí sus mercedes algo de crónica escandalosa? ¿un cuento de hadas?
¿un romance de amor? cualquiera de esos cachivaches me conviene más que
las bolsas y los _Stokes_, y todo ese arsenal de guarismos que barrunto
traen vdes. entre pecho y espalda.”

Tal y tan enérgico lenguaje empleé con unos amigos que vinieron nada
ménos que á seducirme para que llenase algunas páginas con estados de
importacion y exportacion, y cálculos sobre la melaza y el café, la
lana y los cueros de res.

—¿Están vdes. locos? proseguia yo casi colérico: ¿no ven que para
charla eso es muy soporífero, y para estudio muy superficial y
diminuto? Señores, no puedo complacer á vdes.

—Le faltará á vd., me dijo un sonorense, tirante como un riel de
fierro y exacto como un acreedor avaro, uno de los rasgos fisonómicos
de esta sociedad. ¿Vd. no ha visto siquiera nuestro _Colegio de
Corredores_?

—No, señor, ni el cementerio, contesté: el primero, porque en mi vida,
pienso que me _corran_ más que de la casa que no pague; y el segundo,
porque un viejo en un cementerio parece que va á buscar hospedaje, y yo
no deseo quedarme por aquí.

—No, dijo un aleman que se desentelaraña los labios para soltar un
monosílabo, hay cosas de números muy divertidas.

—Ya lo creo: vd. tiene cara de tenderse de risa con un arancel, y
acudir á una tabla de logaritmos para disipar su mal humor.

—Déjese vd. de bromas, me dijo un amigo corredor que siempre está en
movimiento: cuando no canta, silba; y cuando no trastorna los útiles
todos del escritorio, es porque alborota al perico, hace desesperar al
perro, ó lucha por dar rapé al gato.

—¿Vd. ve ese gentío, dijo mi amigo _Seis por ciento_, que inunda
mañana y tarde las calles de California y contiguas? Pues lo produce
exclusivamente el Colegio de Corredores.

—Los corredores, añadió D. Pedro Decimal, forman una corporacion muy
respetable: el oficio se compra á elevados precios, cuando hay vacante
en el número, que es limitado. Yo conozco corredor á quien ha costado
su oficio veinte mil pesos.

Las sesiones de la cámara de corredores se verifican en un gran local
en la calle de California, muy semejante en estructura y tamaño, á la
antigua cámara de diputados de México.

Dos horas por la mañana y dos por la tarde acuden á ese local los
corredores, para el remate de los _Stokes_ ó acciones de minas.

Ocupan los corredores, á guisa de los diputados de por estas tierras,
el salon, cada uno en su asiento y con su mesita al frente, dejando
una calle central para tránsito, que comunica con la gran mesa que se
halla á la cabecera del salon, donde fungen el presidente y cuatro
secretarios, que tienen altísimas dotaciones: no se usa campana; se
sirven de un enorme martillo que golpea el presidente sobre una piedra,
cada vez que lo requieren las circunstancias: diga vd. ahora á _Fidel_
el modo de proceder en las sesiones, dijo D. Pedro á _Seis por ciento_.

—El procedimiento es muy sencillo: uno de los secretarios anuncia, por
ejemplo, que se trata de rematar acciones de la mina _Alfa_, que las
personas que tengan acciones avisen á los secretarios.

A esta voz, se levanta espantoso tumulto: todos los que tienen acciones
brincan de sus asientos y se precipitan, agitando sus papeles, al
camino central, empujándose, escurriéndose, alzándose sobre los hombros
del que estorba; en una palabra, como una manada de potros brutos.

En instantes, inscriben los secretarios acciones y propuestas y se
impone silencio. Establecido el silencio, los secretarios proclaman
los remates hechos y su término medio, para dar á la operacion la
debida publicidad, porque es de advertir que estas sesiones son
privadas del colegio; el público no tiene derecho á asistir á ellas,
pero sí los extranjeros que, como se sabe, tienen acceso á todas
partes, en medio de particulares consideraciones.

Como es de suponerse entre yankees, y tratándose de cuestiones de
dinero, no son raras las disputas en el Colegio de Corredores.
Cuando esas disputas se enardecen, el presidente manda á uno de sus
secretarios que haga una informacion sumarísima y verbal; se improvisa
una especie de jurado y se multa al culpable. Este queda renegando y
dice pestes; pero entónces son las palmadas, las risas, los desahogos
del buen humor, que hacen que por fin el mismo multado siga la gresca.

Si el alboroto tiene visos de seriedad, entónces, á un solo golpe del
formidable martillo, se restablece la calma y siguen en órden los
negocios: para que se forme idea de las operaciones de comercio, aquí
traigo la lista de las que se verificaron ayer.

Sacó, en efecto, mi amigo una tirita de papel impreso de su bolsillo,
y me dijo: “Vea vd.: sesion de la mañana. Se jugaron _Stokes_ de 57
minas: ya vd. ve los nombres: Alfa, Belcher, Chollar, Crown, Juha,
Bryant, Nevada, Imperial, etc.... estos guarismos indican el número de
acciones: así al vuelo, serán sobre quince mil acciones.... en esta
columna están los precios de Alfa: de 90 á 98 pesos, 300 acciones:
1,410 acciones Caledonia, de 35 á 40.... ¿calcula vd.?....”

Hizo mi amigo varios números en su cartera, y resultaron más de 600,000
pesos de transacciones en las dos horas de la mañana. Ha habido épocas
de dos y tres millones al dia.

—Aquí tiene vd. el movimiento de la tarde: son más de 100,000 pesos.

En 1874 el valor de las operaciones de minas fué de 260.471,915 pesos:
ya vd. verá que aunque estos son números, tienen su poesía, al tratarse
de la prosperidad de un pueblo, doscientos sesenta millones.

—Fíjese vd. además, me dijo otro amigo, en que esta es la simple base
de los negocios: con esa suma se enlazan otras y otras combinaciones, y
lo que aparece doscientos en el movimiento y circulacion, afecta muchos
valiosos negocios en nacimiento y refaccion perpétua.

Además, en ese movimiento se cria el juego de los _Stokes_, que es
peligrosísimo; exige prevision y destreza, y al que, por lo mismo, son
afectísimos los americanos.

Por ejemplo: ¿conviene aparecer que se deprecian las acciones de una
mina para comprar á bajo precio? se hacen ligas sumamente reservadas,
aparecen las acciones ofrecidas por unos corredores, compradas por
otros; de los tenedores inocentes de la intriga se apodera el terror,
ofrecen sus acciones y tienen los depreciados ganancias locas: en esto
se ha dado caso, no en San Francisco, ni en negocio de minas, que un
comerciante se finja quebrado para comprar por trasmano sus mismos
créditos con gran descuento, y reaparecer despues doblando su fortuna.
Tal rasgo ha parecido de suma habilidad, sin lastimar la reputacion del
_prestidigitador_.

Por el contrario, se hacen subir artificialmente los valores, parecen
comprar acciones los confabulados, y este es un anzuelo para que otros
compren y se estrellen, así como en un juego de azar se ven aparecer y
desaparecer fortunas; y esos tahures de nuevo género, ni se envanecen
con la opulencia, ni se abaten con la adversidad.

La fiebre del _Stoke_ acomete al artesano y al labrador, al padre
de familia pacífico y al jóven aturdido: el yankee sale de su vida
habitual, persigue la quimera, se embriaga con sus conjeturas y sus
cálculos, y cuenta como una página de las más interesantes de su
existencia, esa alucinacion de la que muchas veces despierta en la
miseria, ó se duerme para siempre con el suicidio.

El corredor es el sabueso destrísimo en esta caza de fortunas: hay
_Stokes_ llamados _con márgen_, que interesan al corredor, y entónces
se amplían las operaciones, y es más complicado, y exige mayor destreza
de los que entran en esas campañas.

—Nada de esto habia en los tiempos en que vine yo la primera vez
aquí, dijo mi compañero sonorense, fino, generoso, servicial, de ojos
centellantes, abierto reir y tez morena, á quien por cariño llamábamos
_El Negro_; nada de esto, y cuidado que eran los dias del oro.
Entónces el albur embriagaba la gente y corria como agua la fortuna,
deteniéndose ó escapándose del modo más caprichoso del mundo.

—Que traigan unas copas y le remojaremos al _Negro_ la garganta para
que nos cuente sus aventuras.

—Cerveza.

—Ajenjo.

—Un coptail.

—Señores, felicidades.

Tocaron las copas la obertura de la narracion, y el _Negro_ dijo así:

—Como es sabido, los primitivos pobladores de California fueron de
Sonora, Sinaloa y Horcasitas, y aunque tibias y tardías las relaciones,
el árbol ama su raíz, y siempre se mantenian amistades.

Cuando la fiebre del oro, en 1848, llevaron á nuestras tierras la
noticia, aquellos hombres llenos de asombro y de riquezas, Juan,
que era comerciante del tres al cuarto, Pedro el vaquero, Fulano el
arriero, el mozo de mandados, el quídam que pedia limosna, llegaron
ostentando grandes trenes, ricos relojes, armas hermosísimas, y
contando maravillas: el oro, segun ellos, brotaba por todas partes,
inundaba; habia lagos y montañas del precioso metal, y en los placeres,
vino corriendo como en Jauja, muchachas deliciosas, y hombres
compartiendo su riqueza con todo el género humano.

Yo tenia quince años, la sangre hervia en mis venas, y la espectativa
de aventuras inauditas, de aquellas fabulosas fortunas, y el volver
derramando onzas de oro, haciendo la dicha de cuantos me rodeaban,
como el héroe de una leyenda de las “Mil y una noches,” me enloqueció
realmente.

Reuní hasta treinta mulas, me proveí de caballos y de mozos valientes
y diestros ginetes, y se me unieron algunos amigos, con los cuales
formé una de tantas caravanas que, con temerario arrojo, se lanzaron á
atravesar aquellos espantosos desiertos.

Así salió en són de conquista nuestra caravana del Altar, entre las
bendiciones de nuestros padres, las señales de envidia de nuestros
amigos y las lágrimas de nuestras novias, con las que nos haciamos
los importantes, dándonos el aire de que íbamos á la conquista del
_Vellocino de oro_.

Pasamos con felicidad al frente de los Papagos y Pimas, terror de
aquellos desiertos; dejamos á un lado los indios _areneños_, que
son feroces y se mantienen de ratones, ratas y víboras, porque no
hay idea de lugares más sombríos y más estériles, y llegamos al fin
á la confluencia de los rios Colorado y Gila, que formando, aunque
imperfectamente, como los dos brazos de la parte superior de una Y
griega, invade en todas direcciones nuestro territorio, despues de los
tratados, siempre irreflexivos y funestos de Guadalupe y la Mesilla,
conocido este segundo con el nombre de _Tratado de Gasden_. A esa
confluencia llega hoy el ferrocarril, tocando el fuerte Yuma, situado
en la union de aquellos rios.

Despues de haber llegado al punto descrito, venciendo mil penalidades,
nos internamos en otro desierto, más sombrío y más peligroso que el
anterior.

Allí aumentó el espanto que llevábamos, el espectáculo de caravanas
perdidas, de carros, herramientas y despojos de trenes regados por el
suelo, y de esqueletos de animales, que parecian dar testimonio, en
aquellas soledades, de la imposibilidad de la vida.

Rendidos de fatiga, agotadas las fuerzas de nuestros animales,
temerosos de haber perdido el rumbo, y al entregarnos á la
desesperacion, pernoctamos en una espantosa llanura en que el desamparo
parecia tener su asiento, y la muerte su terrible dominio.

Los criados que vigilaban nuestras béstias, con los primeros albores
del dia descubrieron al Norte, y como asomando entre árboles y montones
de tierra, unas casitas blancas. Era el pueblo de los Angeles, hoy
de tanto renombre. Gritaron los criados, corrió la gente, estallamos
en demostraciones de contento, y regocijados y risueños, partimos y
llegamos á la pequeña poblacion, que tendria habitualmente cuatro mil
almas, pero que en aquellos momentos era como un vasto hotel en que se
alojaban gentes de todas las naciones.

No habia ni rastros de autoridad, ni de órden, ni de nada.

Todas las accesorias eran fondas, juegos ó casas de baile; en medio de
las calles, bajo toldos formados de estera y lienzos, habia tambien
juegos, bailes y cantinas, y era aquello una bola tumultuosa en que se
hablaban todas las lenguas, se ostentaban todas las costumbres y se
proclamaba por el mismo demonio, que se tendia de risa, el triunfo de
los siete pecados capitales.

Entre esta hervidora invasion, en la que se veia brotar el oro,
como el agua entre las piedras de un torrente, aparecian los tipos
característicos de la antigua poblacion, conservando nuestras antiguas
tradiciones de colonia.

Los californios, altos, morenos, con sus grandes trenzas, muy bien
formados; las mujeres macizas, corpulentas, de ojos divinos, de
infinita gracia.

Vestian los hombres pantalon ajustado de punto, chaleco y chaqueton ó
chupa de seda, y calzaban zapatos _morunos_.

Las señoras usaban túnicos escurridos, de alto talle y ruedo que daba
sobre sus tabas, calzadas como las señoras de México á principios del
siglo. Algunas llevaban peineton.

Las mujeres eran escasas, y solian algunos pagar, por el _honor_ de
visitarlas, diez onzas de oro.

Puede formarse idea de los Angeles de aquella época, quien conozca
los pueblos de Atzcapotzalco, San Juanico, Mixcoac y otros de los
alrededores de México, ó algunas villas de tercer órden del interior.

Al Sur de la pequeña poblacion de los Angeles corre el rio de su
nombre, y en sus vegas y llanuras se producen uvas, peras y duraznos,
que enriquecen las huertas de lo que se llama el barrio de Sonora.

Hoy aquella es una ciudad americana, con treinta mil habitantes, su
magnífico puerto de San Pedro, y por las orillas de la ciudad atraviesa
el ferrocarril, que se liga con el del fuerte Yuma, que ya hemos dicho
está en la confluencia de los rios Gila y Colorado.

Como potros sin rienda nos desatamos en los Angeles: todos eran amigos,
nos llamaban de todas las casas, comiamos y bebiamos con todo el mundo,
y nos brindaban dinero por todas partes.

Un ranchero á quien caí en gracia solo por su querer, me dijo que
íbamos en _vaca_ de los albures que estaba jugando, y al dia siguiente,
sin más ni más, me puso en posesion de veinte libras de oro que dizque
habia yo ganado, sin saber por qué regla.

Mi fortuna fué tan loca, que por un caballo que compré en Sonora en
cincuenta pesos, me dieron quinientos, y vendí á trescientos pesos
cada una de las treinta mulas que saqué de mi tierra, y me costaron á
cuarenta pesos.

Los placeres del oro estaban situados en la Sierra, que en todas sus
crestas, cañadas y accidentes, se vió sembrada de habitaciones y
tiendas que blanqueaban entre las rocas y al través de los gigantescos
pinos, alisos, madroños y encinas, que bordan riachuelos y cascadas.

Aun no se entronizaba el crímen en aquellos lugares en los primeros
momentos; aun presentaban las campiñas algo parecido á la edad de
oro; aun no se bañaba el metal, árbitro de la fortuna humana, con la
sangre de los que en pos de la opulencia y la dicha, encontraron la
persecucion y la muerte.

Me hizo partir de los Angeles un incidente que tiene sus puntas de
sentimental, que parecerá á vdes. importuno referir aquí, y que,
sin embargo, me impresionó muchísimo: ó más bien, dijo vacilando el
_Negro_, lo pasaremos por alto....

—No, no, cuéntalo, dijimos todos á una voz.

—Habla todo lo que quieras.

Entre tanto el _Negro_ echaba un buen trago, y dejando su copa sobre la
mesa, continuó:

—Entre las gentes que reclamaban la piedad pública en aquella orgía
estupenda, habia una jóven italiana de 17 á 18 años, cubierta de un
_garzolé_ blanco como la nieve, erguida, rubia, de ojos de cielo, y de
dentadura que iluminaba las sonrisas que jugaban entre sus labios, como
un manantial de luz.

Su trage denunciaba excesiva pobreza: era de lanilla rayada,
deslavazado y con remiendos, pero muy limpio.

La niña tocaba el armónico, que obedecia dulcísimo á sus presiones
hábiles, y así imploraba la caridad á la entrada de las fondas, de los
juegos y de las casas de huéspedes.

No obstante el desórden que por todas partes reinaba, pocas ó ningunas
veces era aquella niña molestada ni con una mirada.

Y era justo: se descubria tan pura inocencia al través de su mirada
melancólica, denunciaba tan hondo dolor su actitud digna y llena de
sencilla naturalidad, y tenia dulzura tan angélica su voz, que parecia
imposible que la perversidad misma atropellase tantos encantos.

Además, no faltó quien dijese á la colonia mexicana, de que era
favorita, que Eva (este era el nombre de la niña), tenia un padre
anciano tullido y demente á quien mantenia con sus limosnas, que su
conducta era angelical y que su descanso lo empleaba en atender á su
padre y tocarle y cantarle, porque con eso encontraban alivio las penas
del anciano.

Como tengo dicho, la niña recibia toda especie de atenciones en
el grupo mexicano, donde no solo tocaba su armónico, sino que se
acompañaba á veces canciones tan vaporosas, tan llenas de sentimiento,
tan empapadas en lágrimas, que eran el contrasentido, la aberracion y
la inconsecuencia seductora del tumultuoso concurso.

Entre todos nuestros amigos, uno á quien llamaremos Espinosa, porque
así lo exige la discrecion, la socorria con más asiduidad y delicadeza
que los otros: álguien decia que porque le inspiraba amoroso afecto;
pero habia quien atribuyese tal preferencia al pago del tributo á un
recuerdo apasionado de una jóven adorable de nuestra tierra.

Pero ni la maledicencia ni nada pudo empañar la pureza de Eva, que
pasaba solitaria á su morada en las altas horas de la noche, al rayo de
la luna, tarareando esas canciones hijas de las olas del Adriático, que
besan y acarician cuando llegan á nuestros oidos.

Eva, reconocida sin duda á la respetuosa conducta de Espinosa, le
mostraba cierta preferencia de gran señora, que á todo el mundo
agradaba.

Y era justa de parte de Eva semejante distincion; aquel muchacho
maniroto, atrevido, no muy cauto al esgrimir la sin hueso, á la
presencia de Eva tenia cierta compostura, y la niña entónces le pagaba
en melodías dulcísimas sus caballerosos cuidados.

Un dia estaba Espinosa en el juego, sin tomar parte en él; algo se
fastidiaba, cuando apareció Eva tocando su armónico.

Invitóla el jóven á que siguiese; lo hizo de buena voluntad; pero
no era, como otras veces, la queja ni la súplica; era la golondrina
parlera que saluda su pensil y las aguas de la fuente, en que se ha
contemplado enamorada, y humedecido su pico charlador....

Espinosa mostró buen humor, sacó un puñado de onzas de la bolsa, y
le dijo á Eva: “¿A cuál apostamos de tres y caballo?” La niña dijo:
“Al tres,” y siguió gorgeando su cancion. El incidente aquel, por
insignificante que fuese, produjo vivo interes.... el albur era
hondo, no sé por qué todos tenian el alma en un hilo, querian que Eva
acertara.... una carta.... no, no era caballo, era sota.

—Tres de oros viejo, gritó el montero, y se oyó una respiracion
colectiva, como si todos hubieran contenido el aliento.

El montero pagó treinta y tres onzas, que era la apuesta de Espinosa;
pero éste no tocó el dinero.... todos lo veian.

—Eva, dijo entónces el muchacho, ese dinero es tuyo.

Eva abrió los ojos como una insensata.

—Es tuyo, repitió Espinosa con naturalidad, pero con cierta energía:
llévalo á tu padre.

La niña estaba indecisa, se puso encendida como la llama, y al fin
prorumpió en sollozos.

—Canario! yo tambien tenia un nudo en la garganta; toma niña tu
dinero, y ¡Viva México!

—¡Viva México! gritaron todos, recogiendo el dinero y poniéndolo en el
delantal de la niña.

—¡Cómo! dijo uno, ¿las sesenta y seis onzas?

—Todo, dijo Espinosa.

Unos amigos acompañaron á la niña á su casa, y dicen que allí pasó una
escena, junto al lecho del anciano, capaz de conmover corazones de
bronce.

En cuanto á Espinosa, siguió de excelente humor, jugó, ganó, y no se
volvió á hablar de la tocaya de la madre del género humano.

Eva, bien aconsejada, depositó su dinero y siguió con su armónico
ganando la vida.

Espinosa no cambió en lo más leve de conducta; siempre atento, siempre
respetuoso, al extremo de sufrir algunas bromas por insensible con Eva.

Quien hubiera sondeado el alma diáfana de la pobre niña, la habria
hallado ménos tranquila; quien se hubiese fijado en sus cantos, habria
sorprendido trémulos sollozos en las notas, que parecian solamente
expresivas; y quien hubiera seguido los rayos furtivos de aquella
mirada límpida, los habria visto deslizarse apasionados entre los
rizos de cabellos que caian bajo el ala del galoneado sombrero de
Espinosa.... pero todo esto pasaba inapercibido.... Eva era tan
pobre.... Espinosa parecia tan preocupado con el placer y los negocios,
que nadie siguió las peripecias del drama que se estaba representando
al aire libre.

Los negocios exigieron la pronta salida de Espinosa, y éste, sin
reserva alguna, hizo sus preparativos de marcha.

La víspera del dia de la partida, que recuerdo que era un miércoles,
regresábamos á nuestro hospedaje, despues de las doce de la noche. El
cielo se veia oscurísimo, nuestra casa estaba al comenzar el llano;
apénas doblamos la esquina, oimos en lo profundo de las sombras el
canto de Eva, tan dolorido, que heló nuestras palabras y suspendió
nuestros pasos: no comprendiamos ni se percibia con claridad la letra;
pero los ángeles que dejaron para siempre el cielo, deben haber llorado
así el dia que fueron sepultados en la condenacion eterna.

—Adelántate, dijo Espinosa, dale algo á esa niña y que se vaya á su
casa, ó acompáñala.

Yo obedecí maquinalmente; pero por más que busqué, no encontré á
nadie....

Al siguiente dia partió Espinosa, sin que volviésemos á mencionar á
Eva; le fuimos á dejar hasta la orilla de la poblacion.

Cuando regresamos de encaminar á nuestro amigo, la colonia mexicana
estaba hundida en espantoso duelo.

Eva supo la hora de la salida de Espinosa, se subió á la torre de la
iglesia para.... verlo partir.... y al torcer el carruaje entre unos
pinos, y perderse de vista envuelto en polvo.... se vió, ¡qué horror!
precipitarse de la torre á la niña.... y hacerse mil pedazos en el
empedrado del cementerio.

—¡Horrible! horrible! exclamó el _Negro_ con el cabello erizado y los
ojos queriéndosele saltar de sus órbitas.

Reinó profundo silencio....

—Este fué, continuó con esfuerzo el _Negro_, el motivo porque abandoné
los Angeles, dirigiéndome aquel mismo dia á San José y perdiendo
realmente una fortuna.

San José era entónces una aldehuela: ahora es una poblacion con campos
perfectamente cultivados y un ferrocarril de mucha importancia.

En San Francisco permanecí poco tiempo; era un gran bazar y un gran
proyecto de ciudad: la calle de Dupont, en que se construyó la primera
casa, estaba desierta, nos sombreamos bajo las copas exíguas de unos
árboles que habia en un arenal.... ese arenal está hoy convertido en
las calles de palacios que se llaman Kearny y Montgomery.... ya ve vd.,
de esto no hace ni veinte años.

—Pues señor, perfectamente lo han hecho vdes., exclamé yo, despues
de que cesó de hablar el _Negro_: venian muy preparados para que
hablásemos de comercio, y hemos salido con relaciones de viajes y con
leyendas de amores; mejor para mí, así hemos pasado el tiempo más
entretenidos.

—Yo traia á vd., me dijo Decimal, los estados del movimiento mercantil
de nuestros puertos del Pacífico con México.

Esos estados yo los copié del archivo del Sr. Lic. D. Manuel Azpiroz,
cónsul mexicano en California, y uno de los hombres más dedicados al
desempeño de su encargo, más patriota y más benéfico.

Los estados pertenecen al año de 1874. Vea vd., aunque sea muy por
encima, el de exportacion.

—Ave María Purísima! ese es un laberinto de guarismos.

—No lo voy á leer todo; pero permítame vd. una que otra reflexion.

—Que hable! que hable! dijeron los amigos.

—El comercio de exportacion de California á México, importó 1.134,364
pesos, como ve vd. al fin del estado.

Note vd., que los efectos más valiosos son procedentes de California,
como el azogue, que figura por 3,773 frascos.

En otros artículos ve vd. la relacion de intereses del Sur y el Oeste
de los Estados-Unidos, como en los aceites procedentes de Pensylvania,
el azúcar que figura por 122,468 libras.

Lo singular es en este artículo, que se da perfectamente la caña en las
costas y aun se fabrica panocha; pero ó no costea la elaboracion del
azúcar, ó la panocha satisface la ambicion del fabricante.

Hay artículos curiosos. Vea vd. el café: la importacion á México es de
277,909 libras, y Colima puede decirse que está en nuestras costas, y
en Michoacan puede producirse todo lo que se quiera: el café que se
importa en el Occidente de México, procede de Costa-rica y de Java, y
este solo renglon hace nacer varias reflexiones.

Los medios de comunicacion son más difíciles y costosos, de Uruapan y
los terrenos de Colima al puerto, que de Java al mismo punto.

La comunicacion directa entre esos puntos y México, tendria mil
ventajas para el tráfico, por los cambios que provocaria: no es
concebible tanta indolencia y tanto abandono.

—De eso ni platique vd., dijo _Seis por ciento_.

—Aquí tiene vd. cáñamo que viene desde Manila; cebollas, vea vd.
bien; cebollas en la cantidad de 63,200 libras, y sépase que en Sonora
las cebollas son de más peso y de mejor gusto que las de California:
preguntando yo cómo era posible esa competencia, me dijeron que no
querian sembrar muchos, porque no tenian cercas sus tierras y les
robaban.

Aquí consta la introduccion de chocolate procedente de San Francisco,
donde existe una fábrica magnífica para proveer á pueblos mexicanos.

Ya vd. ve: frijol, mantequilla, rollos de estera, fideos y otros
artículos de primera necesidad, nos hacen depender de San Francisco;
¿qué más? aquí ve vd. 2,727 cajas de velas importadas á México.

Hay efectos, como por ejemplo, los calzados, que figuran por 87 cajas,
y son más del triple lo que se introduce de contrabando.

Nuestra tarifa para proteger á los artesanos de México ha querido que
anden descalzos en las costas: aquellos pueblos no se han conformado
y han hecho santamente: botas magníficas á cuatro pesos, botines
claveteados á tres, vienen de California y se consumen con gran placer
de los interesados.

Lo más singular es que los pocos zapateros que hay en las costas, han
consumido veinticinco cajas de hormas y diez de herramientas; de suerte
que si para proteger á los hormeros y herreros mexicanos logra un
círculo que se alcen los derechos, quedan lucidos aquellos zapateros.

Otro tanto sucede con los carruajes: se han introducido veinticinco
bultos con derechos exorbitantes; puede decirse que el contrabando ha
sido cuadruplicado.

¿Pero es posible que para proteger á las carrocerías de México, carguen
como béstias los hombres de las fronteras y de las costas?

Un carro mexicano de cuatro ruedas costaria en Guaymas quinientos
ó seiscientos pesos, llegando destartalado y en mala posicion á su
destino: un carro importado de San Francisco puede costar doscientos
pesos. ¡Bestial sistema protector!

Ya vdes. han visto: maíz, jabon, velas, frijol, mantequilla, jarcia, de
todo nos surte el extranjero: la prohibicion ha hecho nacer una sola de
esas industrias que son genuinas del país. ¿La proteccion ha sido á la
industria ó al abandono y la pereza?

Lo singular es que esas prohibiciones son las que han creado la
poblacion del _Tucson_ en terreno americano; poblaciones nacientes,
pero vigorosas, que deben su existencia al contrabando: así se ha
logrado la despoblacion del país, la ruina del erario y el poder y
dominio en los mares del Sur del elemento americano.

De 98 buques que hicieron el tráfico entre San Francisco y nuestros
puertos, fueron:

  Americanos            91
  Mexicanos              2
  Ingleses               1
  Colombianos            2
  Alemanes               1
  Franceses              1
                        ——
                        98

¿No parecen á vdes. muy elocuentes esas cifras?

—En materia de contrabando, dijo Decimal, como yo lo he visto hacer es
del modo siguiente.

El importador saca sus guías en San Francisco, en toda forma,
anunciando que unos artículos lleva para puertos mexicanos que
determina, y los otros para las otras Américas.

Ancla frente de la aduana, practican la visita y todo se encuentra en
órden: miéntras se verifica la descarga se hace el _conchavo_ de lo de
las otras Américas, _con quien se puede_, y así se verifica el negocio
sin riesgo y de un modo inevitable.

Véamos ahora á las exportaciones de México.

—Hombre, vdes. quieren que acabemos por dormirnos: ya vd. ve con la
obstinacion que huyo á las pláticas de M. Law, que quiere ajuararme la
cabeza con lo relativo á policía, municipio y otros primores, que yo de
muy buena voluntad dejo á la gente séria.

Cuatro palabras nada más. Vea vd. el estado y note los artículos más
importantes:

  Cedro, piés                   91,000
  Cueros de res                 12,073
  Juguetes, cajas                   72
  Loza corriente, cajas             10
  Orchilla, fardos               3,636
  Perlas, cajas                      4
            Valor, 30,000 pesos.

  Piedra mineral, sacos          2,435
  Tabaco, bultos                     3
  Sal, toneladas                   999

Hé ahí los artículos más importantes.

Las maderas dicen concesiones hechas, ó mejor dicho, abusos de
concesiones en que se ha extorsionado al erario.

Los cueros no constituyen un comercio: son accesorios de otro que no
tiene fijeza.

Los juguetes son pedidos aislados á Guadalajara, para la poblacion
mexicana de California, que gasta tambien chile, frijol y loza
corriente.

En este punto es muy notable lo que ocurre en nuestras dos fronteras.

Por la frontera del Norte se introduce loza de Aguascalientes: es comun
encontrarse en los desiertos, carros de alto toldo, á los que forman
orla en el arco exterior, ollitas, jarros, cantimploras y cazuelas; el
trayecto que tienen que atravesar es de más de cuatrocientas leguas, el
viaje dura meses enteros, el cargamento del carro se compra por quince
pesos ó veinte en el punto de la procedencia, y se realiza en ciento
veinte pesos, poco más ó ménos, en las Villas del Norte.

Como vd. ha visto, los artículos realmente importantes son la orchilla,
la perla y la piedra mineral.

Cuando vd. inició la exportacion, me dijo, se le vino el mundo encima,
se le inculpó de mal mexicano, y en los círculos de obreros se
escarneció su nombre y se ha borrado de su afecto.

La piedra se estaba en la playa como la basura.

Ahora la exportacion ocupa muchos brazos, se ha atraido poblacion á
lugares casi desiertos y se han levantado establecimientos alemanes de
importancia, ingresando muchos capitales al país....

Pero no entremos en honduras, porque los veo bostezando.

—A beber, dijimos todos, y que se levante la sesion de números.

—Don Guillermo, me dijo el _Negro_, véamos su cartera de vd.: siempre
en ella hay un versito fresco, de los forjados en el escalon de una
calle ó en un _simon_, miéntras está inmóvil en el Parque, ó miéntras
espera vd. al fantástico jorobado de la fonda, que le sirve el té por
las mañanas.

—Véamos la cartera.

—Aquí está.

Tomó la cartera el _Negro_ en sus manos.... la hojeó.....

—¿No lo dije? Aquí está acabadito de salir del cuño.... maldito lápiz
y diabólica letra. ¿Cómo dice aquí?

—_Un Encuentro_, leí yo.

—El título promete: carguemos las copas.

—Ya estamos listos.

—Lea vd.

—Pues allá va.

Repasé en medio del silencio los garabatos escritos, y despues leí lo
que sigue:

UN ENCUENTRO.

    “Ve, china, que te conozco
  “Al través del velo verde,
  “Y que ese mirar me pierde
  “Porque habla, como hablo yo.
    “Ve, que se me seca el alma
  “Y que estoy en tierra ajena;
  “Y que esa tu tez morena,
  “Es de mi tierra de amor.

         *       *       *       *       *

    “¿Callas y marchas resuelta
  “Esgrimiendo el abanico?
  “Mírame, que soy buen chico,
  “Vuelve la cara, mi bien!
    “No porque vas arrestada
  “En esa maldita funda,
  “Tu corazon me confunda
  “Con los que _pican_ inglés.

         *       *       *       *       *

    “No porque llevas sombrilla,
  “Y pañuelo blanco, y gorro,
  “Me tengas por tan modorro
  “Que no conozca el frijol.
    “Si al cabo la sangre estira;
  “Si al fin sin chistar palabra,
  “Al monte tira la cabra,
  “Y al puchero va la col.

         *       *       *       *       *

    “Risita....? te vas, garbosa?
  “Y al cabo dices _no entende_?
  “Mira indina que te vende
  “Ese tu hablar al revés.
    “Hazte el ánimo, mi vida,
  “Y oye mi ruego encendido:
  “Ese _yankee_ desabrido
  “No sabe lo que es querer.

         *       *       *       *       *

    “¿Vuelas?.... ya.... vamos solitos,
  “No temas el atropello,
  “Mira que estoy de un cabello
  “Pendiente, con inquietú.
    “Mira que si en este instante
  “Me dejas de hacer la guerra,
  “Veremos de nuestra tierra
  “Pedazos de cielo azul.”

    Y levantando su velo
  Y alumbrando dos luceros
  Tan lindos y zalameros,
  Hasta ya más no poder....
    Exclamó: “Diga qué quiere,
  “No me tenga por canalla.”—
  “Pus.... por sabido se calla,
  “Mi vida, ¿qué he de querer?....”

         *       *       *       *       *

    Yo no sé; pero en el barrio
  De la Iglesia de Vallejo,
  La del gorro y su cortejo
  Se fueron llenos de amor.
    Yo cauto saber no quise
  Lo que tiernos se decian,
  Ni indagar á dónde irian....
  _Allá que los juzgue Dios_.

  FIDEL.

[Illustration: _LIT. DE H. IRIARTE MEXICO._

Calle de Kearny.]



XXVI

Varios amigos.—Otra mirada
restrospectiva.—Rectificaciones.—Ferrocarriles urbanos.—Los carritos
que andan solos.


ENTRE las personas á quienes merecí servicios y consideraciones, debo
mencionar varios amigos de que hasta ahora no he tenido ocasion de
hablar especialmente, pero que de omitirlos, faltarian sus estrellas á
la clara noche de mis recuerdos. Estos amigos son José María Sleidem,
el Dr. Rodger, el Capitan Hagen, David Guarin y D. J. Ahumada.

Sleidem es mexicano de nacimiento, y sus recuerdos de la capital y de
Mixcoac, matizan agradablemente su conversacion.

Su ocupacion es de comerciante comisionista, tiene su despacho, como
suele acontecer, en compañía de un relojero, sin que se rocen ni
estorben los giros.

Hijo de aleman, Sleidem posee ese idioma, el inglés, el frances, y
habla con los mismos modismos y la misma sal y pimienta que nosotros.
Honradez, instruccion y buen humor, son las divisas del carácter de
Sleidem.

En el cálculo más que yankee, con las damas más rendido que mexicano
y que frances, y al trabajar y beber le llama la sangre _tedesca_ que
bulle en sus venas.

Sleidem lo sabe todo. Confecciona una factura en tres trancos, se
alista para un baile en un decir Jesus, y en un abrir y cerrar de ojos
hace servicios importantes á sus amigos, siempre alegre y siempre dando
á entender que le produce contento servirnos.

Sleidem me instruyó en todos los inconvenientes de los trámites que
exige el arancel en las copias de las hojas de despachos, juegos
de facturas y tanto requisito impuesto, que hacen onerosísima la
preparacion de salida de un cargamento mexicano.

En lo familiar, no hay más que decir sino que Sleidem es un excelente
amigo y que nada sorprende más, sino ver salir relámpagos de
sensibilidad exquisita y de tiernos afectos, de aquella locomotora de
cálculos y de negocios.

Sleidem es miembro de varias sociedades y clubs mercantiles, pulsa el
piano, bebe alegre y es oportuno en sus acciones y palabras.

Es de advertir, que para hacerse lugar un mexicano entre yankees, se
necesita su sal y pimienta, por la codicia de éstos, por el desden con
que en general nos miran y el concepto que tienen de nuestra indolencia
y orgullo.

De la escuela de Sleidem son Loaeza, Gutte, Lohse, Newman y otros
extranjeros y mexicanos, entre quienes tiene nuestra patria generosos
apologistas.

El Dr. Rodger es americano, casado con una mexicana de dulcísimo
carácter y á quien el doctor adora; seco, meditabundo, frio, á primera
vista parece inaccesible.

Pero posee esta singularidad: habiendo vivido en Mazatlan y en otros
puntos de México, es ya más mexicano que nosotros y hace el papel de un
verdadero desterrado de su país; nuestros defectos le han contagiado, y
se han vuelto genuinas y nativas para él nuestras buenas cualidades.

Esto del _monay_ y del _bisness_ (negocio), lo ahoga y lo hace renegar
del mundo americano. Generoso, caritativo y llevando al extremo el
desinteres, no se aviene con las especulaciones de los unos, con la
charla de los otros, ni con la tominera escuela de los más.

Los médicos tienen sus despachos fuera de sus casas, se encargan de
curaciones en casas que sostienen ó improvisan, y todo es negocio.

Por nada de esto entra el doctor, aunque esté reconocido por eminente
en su profesion y le ocupe numerosa clientela: él ejerce á la mexicana,
y arma con los yankees campaña en que los deja tirrios.

Debajo de la áspera corteza que reviste al hijo de Esculapio, es un
verdadero colegial á nuestra usanza, picante, travieso, condescendiente
y bueno como él solo.

Escribe español elegantemente, y sus escritos sobre ciencias, á pesar
de mi ignorancia, me parecieron de mucho mérito.

Paso, señores! tengo el honor de presentar á vdes. al capitan Hagen:
¿no le ven vdes.? Ahí viene. Es aquel alto, de largos brazos, cabello
rubio lacio y una fisonomía pálida, pero franca y generosa.

Hé ahí el marino _pur sang_, dócil y sufrido como un niño, resuelto
hasta la temeridad en un caso dado, con aquel sello de _bonhomie_
y de pureza que tienen los semblantes, cuando posee el alma la
naturalizacion de la mar.

O se concentra aquel carácter, ó estalla en explosiones de contento;
narra fácil, escucha curioso y como en accion, y ríe como quien está
acostumbrado á jugar sobre una tabla el albur precioso de la vida.

En los dias en que hicimos conocimiento con él, estaba reciente uno de
sus naufragios: el buque que mandaba y era de su propiedad, cargaba
algodon. Una noche, inesperadamente gritaron: ¡fuego! Decia él y
continuaba: “Las bodegas eran los mismos infiernos, y el buque, que era
de un génio terrible, pegaba saltos como un desesperado.

“Era fuerza escaparlo todo; por ahí van llevando chiquitos, despues
viejos.... yo decia á mi buque: hombre, espera que se van todos, aquí
me tienes.... me estaba asando vivo.—Capitan, vd. se va....—Oh! no
me va, primero se va la última rata; el buque no quiere, se sume y se
sume: ¡pobrecito! ya se está sumiendo.... él se va para siempre, yo me
va nadando con mis compañeros é queda muy contenta.”

Alma hermosa del capitan Hagen, valiente hijo de las olas, á quien el
corazon ama, respeta el peligro y admira la amistad.

Franco, enamorado, tierno y sincero como un niño.

El capitan Hagen nos mostraba la bahía como un cazador sus bosques,
como una coqueta su tocador; nos explicaba las regatas, hacia justicia
á las mejoras de las otras naciones, y era como un viajero singular que
habia tenido por rutas los mares y por posadas las naciones.

Hagen era nuestro inseparable compañero, y á Lancaster, que mucho le
queria, profesaba especial cariño.

David Guarin es un escritor eminente de Bogotá, cultiva la poesía
pulsando las delicadas cuerdas de la lira de Beker y de Lamartine, á
la vez que Mesonero Romanos y Santos López Pellegrin, parecen haberle
prestado sus privilegiados pinceles.

Soy deudor á David del conocimiento de varios poetas y hombres
eminentes de las otras Américas.

La carrera diplomática ha aprovechado en su patria sus talentos, las
sociedades literarias han tributado honores á su pluma; pero como
sobresale David, es como buen amigo.

No ví jamás corazon más sinceramente modesto. ¡Cómo sabe admirar á sus
mismos émulos! ¡cómo desconoce la envidia, mancha y carcoma de los
hombres dados á las letras, donde quiera que se habla español!

David no se contentó con ser mi amigo, sino que me procuró conocimiento
con periodistas muy entendidos y hombres de verdadero mérito.

Si la naturaleza de este escrito lo permitiese, hablaria de la
literatura en las otras Américas; copiaria aquí con verdadero contento
las sabrosas letrillas de David, y artículos de costumbres que como
_Regaños al corazon_, _La casa nueva_, _Por andar á oscuras_, _Un dia
de fiesta en San Victorino_, y otros en que abundan los delicados
chistes de _Jouy_, la fidelidad de pinturas de _Mesonero_ y la
intencion profunda de _Addison_ y de _Fígaro_.

¿Quién es ese señor, enjuto de carnes, delgado de cuerpo, modesto y
atento, que no se atreve á pasar el quicio de la puerta?

Es el Sr. Ahumada, mexicano, persona cuya dedicacion es servir y
atender á los paisanos que llegan á aquella tierra, no solo con gran
desinteres, sino gastando de su peculio para cumplir con esos deberes
de bondad que él solo se ha impuesto.

Hay en San Francisco, como en todos los Estados-Unidos, un tipo
altamente repugnante: el mexicano _ayankado_. Usa bota fuerte, esgrime
estupenda navaja, con la que pule y aguza sus uñas, labra palos y se
limpia los dientes; habla poco y siempre en inglés, casi se acuesta
boca arriba y fija los piés en una mesa, ó un barrote, ó la pared, bebe
_wiskey_, masca tabaco, da sendos apretones de mano al primero que le
habla y salpica con desvergüenzas desde el saludo, llamándose á los
ojos su machucado y desgobernado sombrero.

El reverso de ese tipo es el Sr. Ahumada, siempre mexicano, aunque
amigo de muchos americanos apreciables.

El Sr. Ahumada me procuró el conocimiento de M. Hithell, uno de los
primeros pobladores de California en la época americana.

M. Hithell despacha en un cuartito de tablas contiguo á una casa de
comisiones, calle de Sacramento: es afable, habla bien español, y en su
fuerte contestura y en su rostro abierto, campean la inteligencia y la
franqueza.

Lo más notable y sesudo que se ha escrito sobre California, se debe á
la pluma de M. Hithell.

Yo le mostré mis apuntaciones, y se dignó hacerme delicados
cumplimientos.

—Le faltó á vd. algo.

—Mucho me debe faltar, le dije: figúrese vd. que estas realmente son
primeras impresiones, impresiones de dos meses, impresiones á todo
vapor.

—Siendo así, es mucho, replicó.

—Yo queria referirme á los primeros pobladores despues de 1848, es
decir, de la época del _Negro_.

—Vd. ha pintado las expediciones aisladas y novelescas de la parte de
México, y falta pintar lo que sucedia en los Estados del Oeste, padres
de California.

—Mucho me agradaria, dije, pero no he podido encontrar los datos que
deseo.

Se levantó de su asiento mi cariñoso amigo, revolvió montañas de
papeles, y me dijo:

—Aquí tiene vd. mi obra; ha quedado por fortuna un ejemplar: en el
prólogo hallará vd. mis impresiones, y serán de un _Blanco_, con lo que
se completa vd.

Dí las gracias á M. Hithell y envié mi libro á mi querido amigo F. U.,
para que lo hojease y me apuntase lo notable para ahorrarme trabajo.

Mi amigo me volvió el libro á los pocos dias, con anotaciones mejores
que las que esperaba, y el extracto que van á conocer mis lectores:

“Mr. Jhon S. Hithell, en el prólogo de la 6.ª edicion de su interesante
libro titulado “_Recursos de California_,” hace un bosquejo á grandes
rasgos de la historia de este país, en un estilo entusiasta y elegante,
con toda la pasion de un americano de los primeros que se establecieron
allí, despues de que dejó de pertenecer á México aquel importante
territorio.

“Juzga poco probable, así la tradicion de que los aztecas vinieron de
aquella costa, como la teoría de que los indios norteamericanos son
descendientes de los asiáticos; y de esa éra primitiva dice que no
quedan hoy más que unos cuantos nombres propios, como Sonoma, Napa,
Potaluma, etc.

“La segunda éra, que es la de la dominacion española, la cuenta desde
el 11 de Abril de 1769 en que llegó á San Diego el bergantin “San
Antonio,” con los primeros hombres blancos que iban á establecerse
allí, y eran frailes franciscanos misioneros y unos cuantos soldados
que los acompañaban.

“Pone por término de esta segunda éra y principio de la tercera la
proclamacion oficial de nuestra independencia en Monterey, capital
del territorio, el 9 de Abril de 1822. Da una idea general del estado
del país durante esta éra, bajo el dominio de México, y hace mencion
de los nombres de los cabezas de familias principales en aquella
época; familias, en su concepto, demasiado numerosas, siendo en efecto
notable, entre otros, el ejemplo que cita de una anciana llamada Juana
Cota, que dejó vivos al morir, quinientos descendientes. Los demás
nombres que cita y que bien merecen recordarse entre nosotros, por el
interes especial que inspiran aquellos antiguos hermanos nuestros,
son los de Ignacio Vallejo, Joaquin Carrillo, José Noriega, José
María Pico, Francisco Sepúlveda, José María Ortega, Juan Bandini y
otros descendientes de éstos en una segunda generacion. Esta éra del
dominio de México termina con la ocupacion por los americanos de la
que nosotros llamábamos Alta California, respecto de cuyo suceso dice
nuestro autor, que poco despues de la primer batalla en el Rio Grande,
se ordenó por el gobierno americano se levantase en Nueva-York un
regimiento de hombres comprometidos á permanecer en California despues
de la guerra, como fundadores de un nuevo país, sin cuyo requisito no
debian ser admitidos. Esto prueba la muy deliberada intencion de aquel
gobierno, desde el principio de la guerra, de apropiarse aquel país
decididamente.

“El 6 de Marzo de 1847 llegó á él aquella expedicion militar, y el 19
de Enero de 1848 se hizo el descubrimiento del oro, un mes ántes de que
se firmase el tratado de Guadalupe, y cinco y medio meses ántes de que
la paz fuese finalmente proclamada, y reconocido por México el título
americano de California. En Noviembre de ese mismo año se formaron en
los Estados-Unidos las expediciones que, de cerca del Atlántico por el
Cabo de Hornos, y del Valle del Mississippí á través de las Montañas
Rocallosas, se lanzaron á buscar oro, dice Hithell, en aquel remoto
Eldorado, en una tierra desconocida á la geografía, en un océano
desconocido al comercio.”

Hé aquí á continuacion cómo habla de una de esas expediciones:

“Yo fuí uno de los que formaban aquel ejército de 20,000 hombres, sin
organizacion, que en Mayo de 1849 acampaba en las orillas del Rio
Missouri, entre _Councill Bluffs_ é Independencia, en marcha para la
tierra del oro. Pocos tenian animales de carga ó mulas de tiro: la
mayor parte teniamos tres yuntas de bueyes, y tres hombres y un carro
con provisiones para un año, como que no habia entónces capital para
las minas, ni sabiamos cuándo llegariamos á encontrar alguna refaccion.
En cuanto á los hombres, éramos la flor y nata del Oeste, casi todos
jóvenes, activos, sanos; muchos, bien educados: todos llenos de
esperanzas y entusiasmo. En nuestras ilusiones durante el dia y en
nuestros sueños en la noche, nos imaginábamos dueños de tesoros más
espléndidos que aquellos que deslumbraban la vista de Aladino. Nos
comparábamos á los Argonautas, al ejército de Alejandro al marchar á
conquistar la Persia, ó á aquellos hombres de las Cruzadas. Nuestro
entusiasmo estaba sostenido por nuestro número. El camino, en toda la
extension que podia abarcar la vista desde las más altas montañas, era
una línea de hombres y de carros: en la noche las fogatas parecian
como las luces de una ciudad situada sobre una colina. Nuestras más
brillantes esperanzas en nada disminuian, á medida que avanzábamos en
nuestro viaje: no olvidábamos, ni dudábamos alcanzar la recompensa de
las molestias y el cansancio que sufriamos diariamente. La extensa
marcha de dos mil millas que casi todos haciamos á pié, porque no habia
lugar en los carros; el paso á vado de frias y rápidas corrientes; los
contínuos preparativos de defensa por las falsas alarmas de ataques
de los indios; la fastidiosa guardia del ganado en la noche; las
largas travesías por el desierto; el calor sofocante y más sofocante
todavía el polvo de aquellos llanos alcalinos; la fatigosa subida á
las montañas, que parecian tan escarpadas que ni sabiamos cómo podian
traspasarlas nuestros bueyes, todo esto era sobrellevado por nosotros,
si no alegremente, al ménos sin pesar de haberlo arrostrado. Yo puedo
mencionar, pero no describir, la ansiedad que nos causó el que un tramo
de desierto que creiamos de cuarenta millas, resultase mucho más largo,
y que un hombre que encontramos nos asegurase que él habia penetrado
más allá de aquel punto treinta millas y no habia hallado ni muestras
de agua ni de pasto. Nuestros bueyes estaban rendidos y recorrer tal
ditancia era impracticable. Nadie, que nosotros supiéramos, habia
pasado jamás por aquel camino, ni teniamos guía alguno. Continuamos,
sin embargo, y encontramos dos familias: llorando los hombres, las
mujeres y los niños, sus bueyes muertos y ellos mismos sin esperanza
de socorro; pero apresurando nuestra marcha, á la mañana siguiente,
nosotros y aquellas desgraciadas familias acampábamos en un oasis, y
se jugaba y se bailaba despues de tanto sufrimiento. Tampoco puedo
describir la delicia con que desde la cumbre de la Sierra Nevada
descubrimos el lejano Valle de Sacramento, entre los rayos de oro del
sol poniente.

“Nosotros habiamos venido en busca del oro, y casi todos los que
vinieron por tierra se dedicaron á las minas. Aunque no hicimos tanto
como esperábamos, encontramos, sin embargo, los placeres admirablemente
ricos. No era raro que un hombre solo sacase quinientos pesos en un
dia, ó que dos ó tres trabajando juntos, dividiesen el polvo que
habian juntado en la semana, midiéndolo en bandejas. Pero no estábamos
satisfechos: otros habian ganado más: nosotros no habiamos ganado lo
suficiente. Penetramos en los terrenos ocupados por indios de guerra,
y encontramos placeres que podrian habernos hecho millonarios; pero en
medio de nuestro negocio quedamos sin provisiones, teniendo que vivir
por algunos dias con yerbas y bellotas sacadas de los agujeros de los
árboles en que las habian puesto los pájaros _picamaderos_. Por algunos
meses no dormimos bajo de techo ni vimos casa alguna, y lo peor de
todo fué que nuestros placeres, que tan léjos y con tanto peligro
fuimos á encontrar, nos dieron al fin un desengaño. No eran tan ricos
como imaginábamos, la agua faltaba y no éramos suficientes en número
para sostener una guardia en todos aquellos puntos contra los indios.
Todas estas cosas las sufrí en mi persona, y mi experiencia quizá fué
ménos llena de accidentes que la de la mayor parte de los trabajadores
mineros. Los gastos, el tiempo empleado en viajar y emprender, y la
privacion de las dulzuras y de las comodidades de la vida, hicieron
pensar á muchos de nosotros en que era preferible ganar el oro por
otros medios, que trabajando en los placeres. Abandonamos las minas.
Nuestros brillantes sueños de hacernos millonarios lavando las tierras
de la Sierra Nevada, se disiparon totalmente, y tampoco habiamos hecho
gran fortuna en otra línea segun nuestra clase; y de aquellos que la
habian logrado, no pocos volvieron á perderla. Sin embargo, cuando
volvemos la vista veinte años atrás, no nos lamentamos de haber sido
peones trabajadores. Pedimos á California que nos llenase á todos las
bolsas de oro; y si bien no accedió á nuestra demanda, nos dió en
cambio un hogar querido, un alegre y brillante cielo, un suelo fértil,
un país delicioso, un clima propio para todo vigoroso desarrollo, la
sociedad del pueblo más emprendedor é inteligente y un sitio adecuado
para una gran ciudad y para la concentracion del comercio y la riqueza
de la costa. Nos dió la mayor abundancia relativa de oro conocida en
el mundo: presentó en unos cuantos años un progreso que en cualquiera
otra parte hubiera requerido un siglo: nuestros negocios han tenido
una actividad sin igual y nuestra vida ha sido una rápida série
de fuertes sensaciones. Una gran riqueza nos ha rodeado á todos,
sin haberla alcanzado; y si muchos de nosotros no hemos sabido el
momento preciso de lograrla, hemos estado sin embargo por algunos años
interesados en cazarla, y quizá la activa excitacion de la empresa nos
ha proporcionado más placer que el que hubiéramos gozado en poseerla.
Muchos de nosotros han vuelto á los Estados del Este con la intencion
de hacer allí sus casas; pero ha fallado completamente su empresa. La
vida allá era una rutina vulgar é insípida: una vez acostumbrados al
movimiento de especulacion de California y á la cordialidad de esta
sociedad, no podiamos vivir sin ella.

“Por algun tiempo no pudimos pensar ni hablar de esto en familia.
Habiamos partido con la espectativa y la promesa de un pronto regreso.
Cuando por primera vez vimos las oscuras montañas y los desnudos llanos
de California en 1849, no nos ocurrió que jamás nos fuera preciso vivir
allí. Nada habia aquí que excitase la ambicion mas que el oro. Nuestras
madres, nuestras hermanas, nuestras esposas, todas nuestras prendas
del alma, permanecian en los “Estados” y de año en año diferiamos
volver á su lado. Ellas, privadas por las injustas y opresivas reglas
sociales de una suerte semejante en el curso de la vida, esperaban que
volviésemos á acompañarlas y asistirlas. El afecto de un millon de
familias á través del mundo civilizado, estaba fijo sobre California
por tales lazos. El pesar causado por estas separaciones y los
disgustos que resultaban de muchas causas, eran demasiado grandes....”

Aquí inserta el autor una composicion poética escrita por Mr. Akers,
expresion de las ideas y sentimientos que acaba de indicar y que
prosigue explayando despues de esta insercion, y luego añade:

“La alza repentina de la produccion del oro hasta la cantidad de
sesenta millones de pesos; la excitacion en Kern River, Fraser River,
Washoe y White-Pine; el comité de vigilancia; los grandes incendios
é inundaciones; el desarrollo de nuestra agricultura y horticultura
sobresaliendo por su excelencia en algunos ramos; la introduccion del
Panamá y de los estimbotes del rio; la construccion del ferrocarril
de Panamá; el establecimiento del _poni express_, de la línea de
diligencias, del telégrafo tras-continental y de la línea de vapores
tras-Pacífico, y al último de todos la conclusion del ferrocarril
del Pacífico, todo esto hace época en nuestra vida. En la conciencia
y en la memoria de todos los trabajadores, por pequeña que sea para
otros su importancia, la historia del “Estado” desde su llegada á él,
es una parte importante de su historia personal. Difícilmente podian
ver algunos de nosotros la prominente mojonera entre Shasta y San
Bernardino, sin recordar que está asociada á algunos interesantes
accidentes de su propia vida.”

“Despues de dar una idea de los atractivos de la vida en California y
de enumerar las ventajas que progresivamente ha adquirido, concluye
Mr. Hithell su prólogo citado, con una entusiasta apología de aquel
país y de los trabajadores ó _peoneers_ que lo poblaron despues del
descubrimiento del oro, y compara á éstos ventajosamente con los
conquistadores de México, llama á aquel suelo “la Italia del Nuevo
Mundo,” y dice que los descendientes de los Godos, de los Vándalos y
los Hunos que aniquilaron la civilizacion de Italia bajo su barbarie, y
de los Germanos, los Francos y los Españoles, cuyos campos de batalla
favoritos fueron por algunos siglos las llanuras de Lombardía y de
Nápoles, vendrán, no á pelear con las armas con los californienses,
sino á competir con ellos en las artes.”

Ufano al extremo quedé con las apuntaciones sobre el libro de M.
Hithell, las comuniqué á Gomez del Palacio, mi consejero predilecto y
mi maestro en mucho, y me dijo:

—Yo habia notado esa falta, y aquí tengo otras apuntadas; pero tú has
emprendido la tarea de escribir sobre el lomo de un venado cuando va
corriendo á todo escape. Mira este apuntito.

Y sacó una tira de papel de su cartera; leyéndola, me dijo:

—Te falta amplificar lo que escribiste sobre los carritos de la calle
de Clay.... los que andan solos.... decir algo de Bancos.... ver el
templo chino, porque tú no has visto más que un adoratorio cualquiera,
y sobre todo, volver á visitar el cementerio.

—Hombre! ¿pues no me llevaste tú con la Sra. A***?

—Ni me lo recuerdes: te llevé con todos mis años.... y á la mejor te
dormiste como.... no quiero recordar.... como es tu costumbre.

—Tienes mucha razon; ¡qué vergüenza! voy á enmendarme y á hacer lo que
me dices.... venga acá la tirita de papel.

—La vas á perder.

—Hombre, no tengas cuidado.

Vamos para la calle de Clay y estudiemos los carritos.

Al pasar por la calle de Kearny, frente á las casas del Ayuntamiento ó
_City-Hall_, encontré á un amigo á quién comuniqué mi intento de ir á
ver cuidadosamente los carritos que andan solos.

El amigo me ofreció su compañía, porque yo no he visto en mi vida
persona más entusiasta por los ferrocarriles urbanos.

—Ellos, me decia, aceleran los negocios, porque son calles que andan
y van al encuentro de ellos, permiten al pobre comodidades, porque sin
alejarse de los negocios, ponen á su alcance habitaciones cómodas y
baratas, siendo esto un gran elemento para la salubridad; ellos son su
abrigo en el invierno, su seguridad en la noche y su recreacion en los
dias de descanso.

Ellos han trasformado en jardines los arenales, los lugares desiertos
en paseos y plazas, y los antros de malhechores en quintas risueñas,
de que se han apoderado las modestas fortunas. Vd. ve, me decia: el
ferrocarril urbano es el carruaje comun, es el nivel por elevacion, que
es lo que engrandece á los pueblos.

—Segun eso, repliqué yo, es decir, segun la acogida del público, debe
tener cierta riqueza ese tráfico.

—Le diré á vd. lo que yo sé, me dijo mi indulgente amigo. Por ahora,
digo por ahora, porque aquí son los cambios diarios en todas materias;
por ahora, hay ocho compañías que emplean ochocientos hombres y mil
quinientos caballos.

Están en movimiento constantemente desde que sale la luz hasta más de
media noche, doscientos carros, recorriendo una extension, en todas
direcciones, que se ha calculado en cincuenta millas. Se gradúa en
más de un millon de pesos el capital circulante, y el movimiento de
pasajeros en más de veinte millones, advirtiéndose que la capital tiene
doscientos cincuenta mil habitantes y gira el género de los negocios en
un círculo en que no se hace uso de carruaje.

Los wagones son de varias clases, teniendo algunos notable elegancia:
presentan cabida para veinticuatro y doce personas; generalmente van
tirados por dos caballos; los más económicos son conducidos por un
caballo, encargándose el conductor de recoger la paga á los pasajeros.

En esta conversacion llegamos á la calle de Clay.

En la esquina que da á la de Kearny esperamos los wagones, que son como
los comunes, sin más diferencia que la de que la plataforma se extiende
como un pequeño portal sostenido en delgadas varillas, y aquellos
asientos al aire libre son muy codiciados y comunican al tren cierto
aspecto de alegría muy agradable. Por supuesto que en los dias de
lluvia y en el rigor del invierno, son ménos solicitados los asientos
de plataforma.

Los coches no tienen mulas ni se percibe á primera vista conductor en
el interior del carro, ni en la parte exterior visible hay manubrio,
ni nada que parezca comunicarse con el carruaje. Rueda éste sobre sus
rieles como un wagon comun, y solo se percibe en el espacio de riel á
riel una canal ó zanja muy angosta.

—Para que vd. tenga idea perfecta de lo que desea saber, subamos en
los carruajes.

La calle de Clay está situada en la pendiente de una colina de bastante
elevacion, y en la colina se percibe el rápido descenso.

La colina está en el centro de una localidad, no solo la más bella,
sino la más salubre de la ciudad: de ahí es que, como por encanto,
brotaron á la falda y á los alrededores de la colina, preciosas
quintas, jardines perfectamente cultivados, fábricas y talleres que
hicieron ese rumbo de la ciudad de lo más interesante.

Proyectóse, en cuanto se notó el desarrollo de esa parte de la
poblacion, el ferrocarril; pero no se pudieron vencer los obstáculos
que oponia el terreno, ya para la traccion por caballos, ya para la
locomotora.

A M. A. S. Hallidie se reservó el triunfo sobre esas dificultades, que
parecian insuperables.

M. Hallidie es un excelente ingeniero que ha obtenido por sus talentos
mecánicos notables triunfos: á él se debe el éxito brillante de los
ferrocarriles de la calle de Clay.

Descendimos de los wagones mágicos: estábamos en lo alto de la colina.

Vimos una gran máquina de vapor dando vuelta á una gran rueda dentada.
A la rueda la circuye una cadena sin fin, que corre en toda la
extension de los rieles por el canal ó abertura, en el intermedio de
los rieles de que hablamos; por medio de una fuerte polea se une la
cadena con el extremo de la grada del wagon, á una uña de acero; así se
comunica el impulso de subir ó bajar con la celeridad que se quiera.

La uña suelta ó afianza la cadena por medio de un resorte.

Cuando se quiere detener el carro, la uña suelta la cadena, levantando
á la vez unas palancas que suspenden en alto el wagon, miéntras
la cadena sigue girando, y para continuar el camino afianza la uña
la cadena: esto se hace instantáneamente, sin el menor peligro ni
inconveniente.

El sistema, segun el dicho de M. Hallidie, no es nuevo, pero tiene
algo de mejor, y es que es muy bueno, y tanto, que varias compañías
se habian propuesto adoptarlo, por las inmensas ventajas que produce,
entre otras, la de prestarse á una baratura positivamente fabulosa.

Cuando volví al hotel, dije á Francisco:

—Mira estas apuntaciones; ya verás que soy obediente chico.

—Me parece bien: en cambio, yo te he guardado una anédocta que
me acaba de contar un paisano recien llegado de New-York, que ha
acontecido á un mexicano, que en este momento estará en nuestra patria
en paz y en gracia de Dios....

—Venga el cuento....

—Alto, hermano, dijo Francisco, será despues de visitar al Jorobado,
tu favorito de la fonda; volveremos aquí y te ayudará á conciliar el
sueño la relacion que sabrás por boca del testigo presencial, que quedó
de volver á las tres de la tarde.

Comimos nuestra rutinaria alimentacion: la sopa con apio, los
pescadillos de carton, los riñones cotidianos de gutta perca
barnizados, el dulce de pintura de bermellon ó cosa muy parecida.

Cuando regresamos al cuarto, nos hallamos al paisano de holgado paletó,
sorbete como de cantería, tremendas botas, guante de lana, baston como
rama de árbol y dos ráfagas de bigote que parecian salir de sus narices
y entrar en sus orejas, teniendo como en columpio su nariz, del tamaño
de un muchachito desnudo volteado de espaldas.

Bramaba el paisano contra los yankees.

—¡Qué modales! decia. Cambian á la madre que los parió por un
_greenbak_! Y las mujeres.... esas no son mujeres, son tenazas, son
garfios.... no conozco pegamento más obstinado que esas arpías.... son
alguaciles y guardas de resguardo....

Por tan fácil camino llegamos al cuento anunciado por Francisco,
teniendo no obstante la discrecion de cambiar los nombres para no herir
susceptibilidades.

—Venimos á los Estados-Unidos Lucio y yo, en comision de una riquísima
casa de comercio, hace dos años. Nada nos faltaba, teniamos dinero,
buenas relaciones, salud y juventud.

Nos soltamos por aquellas calles de New-York, como toros: los prácticos
nos rodearon, los paisanos nos hicieron la corte, y á muy poco
conociamos á todas las actrices, nos hombreábamos con los calaveras,
recorriamos como nuestras casas las calles de Green y la 26, los cafés
cantantes y el _Restaurant de las Sultanas_.

Teniamos nuestro peluquero servil, nuestro sastre condescendiente,
nuestras modistas de confianza y nuestros valientes y endemoniados por
amigos.

Al principio nos instalamos en un grande hotel, despues preferimos un
cuarto independiente y comer _á la carte_, y por último, nos radicamos
en una casa de huéspedes, que presentaba mil comodidades.

Se comia _en familia_, se nos proveyó de una llavecita para penetrar á
todas horas de la noche en nuestro departamento y se nos presentó _en
el parlor_ á visitas de la casa, _comme il faut_, es decir, como las
podiamos apetecer.

La familia hospedadora se componia de una señora aun no retirada á
inválidos, un señor taciturno, gloton y más indiferente al parecer á la
familia que cualquier huésped, y unas dos ó tres criadas, fortachonas,
blancas y muy expertas en esto de cuidar solteros; esto, unido al perro
dormilon y al gato travieso, eran el personal de la casa de huéspedes.

A los tres ó cuatro dias de instalados, me dijo Lucio:

—Chico, amores tenemos: la Ernestina se ha sonreido conmigo.... y
mira, voy á la casa de mi maestro de inglés para que me traduzca esta
carta....

Era una declaracion incendiaria.

En efecto, la niña hacia avances, se apoderó á la hora de la mesa del
asiento cercano á Lucio.

—Julian, me dijo, la niña está flechada; ¿no oiste? le dije que cómo
le habia yo de nombrar, y me dijo: _My wif_.

—¿Qué quiere decir eso?

—Clarito: mi esposa.

—Y creerás? gente de buen trato, no aquellas gazmoñerías de nuestra
tierra. Julian, ya podias decirle cuatro palabras á esa Emma que viene
aquí, _me harias lado_, podriamos pasear juntos.

—¡Excelente idea! _Incontinenti_, le disparé á la tal Emma una
descarga de visajes que la dejé fria.

Lucio no estaba enamorado, pero sí orgulloso: regaló á la chica un
anillo con su fecha y un “tuyo hasta la muerte,” que hacia temblar las
carnes.

En la noche del obsequio hubo no sé qué juego de prendas, y no diré á
vd. por qué carambola; pero en cierta penitencia, cuando yo volví la
cara, Ernestina habia plantado un beso retronado á Lucio, que se quedó
con cara de tonto.... el viejo clamó: _Oll rihgt_, y pasó aquello como
inapercibido.

Al fin Ernestina combinó las salidas con Emma, y á poco, coche arriba,
coche abajo, y paseos y teatros van y vienen.... y Emma y yo les
establecimos competencia, por supuesto sin faltar en lo más leve al
órden legal.

Una noche, á deshora, la Ernestina salió de su cuarto, y sin gran
reserva, y como si nadie la sintiese, vino á visitar el nuestro, porque
dizque tenia miedo....

Confieso á vd. que yo fuí quien me asusté, y le dije á Lucio:

—Hermano, aquí espantan, y yo me largo....

Con efecto, pretextamos ocupaciones, necesidad de estar al otro extremo
de la ciudad en nuestros negocios, etc.... Los viejos hicieron en todo
esto un papel como si fueran de palo......

Las correrías en la calle fueron más frecuentes y costosas.

—Hermano, le decia yo á Lucio, acuérdate de aquella Guadalupe que está
gimiendo y llorando en el Valle de México por tí, y que ya mero queda
calva de los mechones de cabello que te incluye en sus cartas....

—No seas bárbaro, me contestaba, aquella es la mujer del corazon: esta
es la de la civilizacion....

Y luego, aquellas mujercitas de México tan chiquitas, y tan de mal
génio, y tan celosas, y tan escurridas.... no, hombre, si esto es
divino! me parece que estoy enamorado de una Catedral.... cada beso
suyo me alza un moreton.

El dia ménos pensado, y cuando ménos lo esperaba, recibió una carta
Lucio, á raja tablas, llamándole para nuestra tierra.... yo debia
permanecer en New-York.

Mi amigo pagó sus cuentas, hizo sus aprestos y dió parte á la familia
de Ernestina de su partida.

—_Well_, _Well_, dijo el viejo, que repito era un mastodonte brusco y
taciturno como él solo. _Well_, mañana á las siete espero á vd. á tomar
el _the_ por despedida.

—Aquí estaré sin falta.

—Ya lo ves, me decia el amigo al salir; ahora solo pienso en mi
Lupe.... tendremos nervios, habrá éxtasis.... yo seré feliz....

En cuanto á mí, me quedaba el recurso de convertir en crónico el amor
de Emma, y con calmantes de otra especie, consolarme de la ausencia de
mi amigo.

Al siguiente dia fuimos puntuales al _the_; Lucio estaba guapo:
guantes, corbata blanca, elegante _sobretodo_, raya abierta en medio de
la cabeza.

Yo me compuse lo mejor que pude.

Algunos amigos de la casa asistieron, las criadas estaban de gala, el
comedor muy alumbrado.

Carnes frias, lenguas de _Sandwich_, quesos, pickles, frutas en su
jugo, keks.... vamos, se habia portado nuestra antigua patrona.

La señora presidia: de un lado de ella estaba el viejo; del otro,
Lucio. Se comió con alegría, se bebió mucho, y se dijeron bríndis
entusiastas.

Cuando estábamos al concluir, M. Horace, que así se llamaba el viejo,
dijo á Lucio:

—Por fin, resueltamente marcha vd. mañana?

—Sí, señor, mañana sin falta.

—Oh, bien! bien! yo creo que partirá vd. con su mujer....

—¿Cómo con mi mujer? yo no soy casado.

—_O Well_, lo será vd. Ahí está su mujer de vd. (señalando á su hija),
y ó se va vd. con ella, ó se va por otra parte.

Y diciendo esto, con la mayor sangre fria del mundo, sacó de las hondas
bolsas de su paletó dos pistolas; puso una de ellas frente á Lucio, y
la otra, despues de requerir el gatillo, la colocó frente á sí....

El espanto fué universal; todos quedaron como petrificados en sus
asientos; quiso hablar Lucio, el viejo le impuso silencio: estaba
espantoso; yo.... quise mediar.... pero callé.... sin darme cuenta,
porque la escena, sin el menor aparato, cobró un aspecto horroroso.

—Como un hombre que va á morir puede tener algo que disponer, doy á
vd. por plazo lo que tarde en arder este purito.... fume vd. tambien....

El viejo, tan silencioso, tan frio aparentemente, tenia bajo su máscara
de hielo un aspecto terrible; á su lado habia cartas de Lucio y el
anillo aquel de _tuyo hasta la muerte_. La concurrencia era como de
estatuas.

Lucio estaba perdido....

—Que venga el notario, dijo al fin....

—¡Hurra!.... clamó la concurrencia, levantando las copas y dando así
tregua á su agonía.

Al dia siguiente, salia mi amigo casado de New-York para México,
cargando envoltorios, llevando del brazo á Ernestina y hecho un modelo
de padres de familia.

—¿Y vd., dije yo al narrador de aquella aventura, qué hizo?

—Yo! pues aquí estoy.... dí tal estampida al dia siguiente, que no
paré sino hasta aquí, donde tengo unos parientes que me proveerán de
recursos para volver á mi patria.... y me voy á vivir á un pueblo de
indios, para no ver Ernestinas, ni Emmas.... ni nada que trascienda
á _gringo_. Lances por este estilo son frecuentes; habrá quien me
reproche mi actitud impasible en lo de la escena del viejo; pero en
esto de valentías sucede como con las malas jugadas del ajedrez: los
mirones siempre ganan....



XXVII

Despedidas.—Charla.—El ahorro.—Las Matinés.


DESDE los primeros dias de nuestra permanencia en San Francisco
partieron por los desiertos, rumbo al puerto Yuma, los Sres. Emilio
Velasco y Estéban Benitez, á quienes estimaba mucho la colonia
mexicana, por su alto mérito, y el grupo de sus compañeros, por todas
las cualidades que les adornan.

Como el pensamiento del Sr. Iglesias era partir directamente para
Orleans, y eso importaba para algunos el sacrificio de no visitar el
Niágara, los que tuvieron medios de hacerlo, emprendieron su marcha por
ese camino; y estos amigos fueron Joaquin Alcalde, Francisco G. Prieto,
Iglesias, Calderon, Alvarez Rul, y no recuerdo si algun otro.

Estas despedidas mucho nos entristecieron; por otra parte, los dias
eran sombríos y lluviosos, los paseos cesaron y no dominaba otro
pensamiento que el de la marcha.

Para ser franco y no aparecer con mi corona de víctima, porque es papel
que lo resisten mi cara redonda y mis siete arrobas de peso, yo no
cesaba en mis correrías; seguia trasconejando wagones, frecuentando mis
visitas, concurriendo á teatros y cumpliendo la única mision dulce y
envidiable en la tierra: hacer cada quisque su soberana voluntad.

A mi regreso al hotel, en el cuartito de Iglesias, solia encontrar
excelente sociedad.

Hombres sesudos y estudiosos, personas instruidas á quienes promovia
conversacion sobre los asuntos que yo ignoraba, que eran muchos, y las
que me sacaban de dudas ó me metian en otras nuevas, porque todo solia
suceder.

Hablando de _Bancos_, por ejemplo, yo estaba palpando su influencia
benéfica, el vuelo inmenso que ellos comunican á todos los negocios;
pero me parecia resbaladizo su terreno, porque es infalible la regla
de que el crédito sigue la posibilidad del pago: esto es, el fondo
del Banco debe ser contante y sonante, y para esto no se presta la
incertidumbre de la explotacion de minas.

—No, amigo, me decia uno, no se responde con lo que está debajo de la
tierra. Rolston estableció el _Banco de California_ con seis millones
de pesos sonantes.

—_El Nevada_, dijo otro, hace grandes especulaciones; pero Flot y
O’Briend, que son los banqueros, pusieron en caja diez millones, como
capital del Banco.

De suerte que hay Bancos por compañías, Bancos de cierto carácter
privado, y Bancos con carácter nacional, y de éste es el _Ferit
National Gold Bank_.

Los propietarios depositaron en poder del gobierno un millon de pesos
que ganan interes; el gobierno expide su garantía por tal suma, y con
esa garantía, que es muy sólida, se hacen todas las operaciones.

El _London San Francisco_, que tiene ocho millones de pesos, tambien es
un Banco de capital limitado.

Del modo explicado, las operaciones de crédito son por cantidades
inmensas.

Además, los comerciantes tienen abiertas sus cuentas con el Banco, dan
y reciben valores, liquidando cada dos ó tres meses que refrendan su
crédito.

Además, en cada calle tiene vd. lo que se llaman _Monay Broker_, es
decir, cambistas de monedas de todo el mundo; y no vaya vd. á pensar,
esto constituye un comercio muy lucrativo. Los pobres depositan en los
_Bancos de depósito_ con toda seguridad sus ahorros.

Porque no hay que andarse por las ramas; la movilizacion de la riqueza,
los cambios, la formacion y difusion de capitales, hé ahí el secreto de
ese movimiento sorprendente.

—Se persuade vd., continuó el caballero que me instruia, de lo que es
esta sociedad, el dia que quiera, yendo á la oficina de contribuciones.

Verá vd. llegar á pagar sus cuotas, como propietarios, á las
verduleras, al carnicero, al curtidor, al limpiabotas, á la criada,
al policía, al peon del campo, á todo el mundo, y estos propietarios
son la conciencia de la paz, la dignidad nacional, la independencia
del pueblo y el bienestar y prosperidad de la nacion. El ahorro es
lo característico del hombre civilizado: entre los salvajes, los más
dañinos é indomables son los que viven con el dia.

Y lo notable es que el limpiabotas sigue en su oficio, y el zapatero
en el suyo, y la verdulera con sus lechugas y sus coles, sin abandonar
sus talleres para hacerse grandes próceres y criar hijos libertinos,
holgazanes y colgados á la teta del erario....

Todo esto me decia.... el amigo: un mexicano que esto oia decia quedo:

—Patanes! estos yankees se pierden, mejor lo hacemos nosotros.... pan
para hoy y hambre para mañana.... y Dios proveerá....

Increibles son los milagros del ahorro, y en San Francisco, como en
todos los Estados-Unidos, se citan con orgullo ejemplos de esa faz
preciosa de la prevision y de la probidad.

Como para recomendarse un individuo, como su hoja de servicios social
está lo humilde de la fortuna con que comenzaron Flood y O’Briend,
banqueros que acabamos de mencionar.

Comenzaron estos caballeros su fortuna en una humilde cantina, con las
mangas de la camisa remangadas y limpiando vasos; despues se hicieron
accionistas de la mina _Virginia_, y ambos cuentan hoy con un capital
de sesenta millones.

Muller y Luchs, ambos carniceros, cuentan una fortuna de cincuenta
millones de pesos.

Muller deja por temporadas su rica estancia, para ir entre sus ganados,
dormir en el suelo y comer su carne asada como en sus dias juveniles.

Es muy frecuente ver á Luchs en una casa de matanza, que se quita su
levita, esgrime su cuchillo, destaza una res, para dar pruebas de que
está listo y conoce bien su ejercicio.

Por supuesto que todo esto escarapela el cuerpo de un fidalgo español,
de un caballero frances, de un niño fino de México.

Es cierto que la buena sociedad americana pule sus maneras, les
comunica barniz europeo é imita y adopta ciertas costumbres; pero no
desprecia ni le causa extrañeza el hombre del trabajo, ni le repugna
que se ingiera en los negocios, ni le lastima que concurra con él á la
eleccion, ni que se le sobreponga en la guardia nacional, ni atenerse á
una misma ley, porque la democracia es práctica y tiene sus raíces en
el valor intrínseco del pueblo.... en su trabajo. Pero entendámonos, en
su trabajo.... no en pretexto de trabajo para farsas.

En estas conversaciones solia asomarme á la ventana: ¡qué desgracia!
precisamente cuando en raudales, las mujeres divinas, los grandes
trenes, los caballos arrogantísimos pasaban por la calle de Kearny.

Era la _matiné_, es decir, las diversiones teatrales desde las dos de
la tarde del sábado, y el pretexto para las salidas de toda clase de
personas, en todo el esplendor del lujo.

El amor sagaz aprovecha todas estas coyunturas para las entrevistas,
para los obsequios, para las citas; y como la simple aglomeracion de
gente ya es un festin, cualquiera incidente da movimiento al tráfico y
los especuladores aprovechan las ocasiones.

La _matiné_ es, como si dijéramos, una fiesta dominguera, y se codicia
y solicita en casi todas las ciudades americanas.

Señores.... para servir á vdes., esas _matinés_ están lindísimas, y yo
de puro sabio me estoy sintiendo con sueño. Hasta la vista.



XXVIII

El Templo chino.—Confucio.—Fábrica de vinos.—El Bwilden Hotel.


SEÑOR Don Francisco, dije á Gomez del Palacio, aquí me tienes con mi
librillo y con mi lápiz en regla, para ir á obsequiar tus consejos; me
siento chino hasta la médula de los huesos, y si á mano viniese, para
cobrar mi naturalizacion en el celeste imperio, me hallo en disposicion
de almorzarme una rata con el mayor desplante.

—Vé, hombre, vé y no dejes de buscar la compañía del policía aquel,
tan conocedor y tan atento con nosotros.

—Voy en su busca, clamé, cerrando la puerta con tiento, porque le
enojan mucho los puertazos, y dejándolo, como pasaba las horas enteras,
sin despegar los ojos de su libro.

En tres brincos subí á la calle de Dupont, con sus cuestas
y hondonadas, sus arboledas, sus casitas provocativas, sus
tarjas de metal en las puertas:—_Mis Adeline._—_Madamoisel
Printemps._—_Carlotita._—_Lola_,—y otros nombres de personas
que saben saludar con un _para servir á vd._, que allá para los
_biencriados_ dicen que tiene mucho chiste.

Como lo esperaba, en medio del barullo inmenso del mercado chino, me
encontré á mi policía, tieso como un pilar, esperándome impasible.

Me parece que indiqué cuando visité el barrio chino que el policía de
que se trata es un cumplido caballero, que sirvió como coronel en el
ejército invasor de México, que habla perfectamente castellano y que ha
hecho especial estudio de las costumbres chinas.

Agreguen vdes. á todo esto, que M. M*** es de trato franco y alegre, y
pocas veces me habrán visto en mejor compañía.

—_Oll rihgt_, me dijo al verme, á tres pasos tenemos uno de los
grandes templos chinos.... perderá vd. poco tiempo.

—Se lo quitaré á vd., debia decir.... que mi sola ocupacion es perder
tiempo; pero yo no veo, continué, entre estos balcones salientes y
entre esas tupidas celosías, nada que indique un templo.

—Ni lo veria vd., si á eso se atuviese, aunque recorriera toda la
ciudad: los templos están por dentro; por fuera son casas como todas.

—¿Lo mismo será en China?

—Allá es otra cosa; pero aquí tienen carácter muy provisional los
templos, sin duda por las hostilidades de que son objeto los chinos, ó
por la desconfianza que tienen de amalgamarse con la raza anglo-sajona.

—¿Y es una misma la secta ó religion dominante?

—Diré á vd., que por lo poco que he podido comprender en San
Francisco, las sectas chinas de más prestigio son dos: la de Confucio
y la de los Teonistas ó Buddistas; esta última es la que tiene más
privanza.

—Me saca vd. de un error: yo creia que Confucio no tenia rival.

—Como es aceptado, en efecto, por muchos, como el divino maestro de
los hombres, el mecanismo gubernativo está basado en sus máximas, y los
sabios se dedican á la lectura de sus obras para comprender bien sus
instituciones.

El Libro de los Ritos de los chinos, es, como si dijéramos, ley suprema
aun para los discípulos de Budda ó del divino _Lao-Tsze_.

—Y vd., que habrá leido algo, dígame lo que sepa de la vida de
Confucio.

—Si mal no recuerdo, continuó el coronel mi guía, Confucio nació el
19 de Junio, 551 años ántes de J. C., en la pequeña provincia de Lu;
su nombre era Kong; pero sus discípulos y admiradores le llamaban
Kong-fu-tzi, que significa maestro de los maestros, de cuyo nombre,
latinizado por los misioneros jesuitas, viene el de Confucio.

Confucio no se dió jamás tono de sabio ni de gran filósofo; se
contentaba con predicar su doctrina, sin armar campaña con alma
viviente. El enseñó á los hombres el cómo debian vivir, y dejó el
cuidado de morirse á cada cual, como negocio muy privado.

En sus obras no habla de Dios; pero en cuanto al hombre, le creia capaz
de llegar al más alto grado de perfeccion moral é intelectual.

Sus obras tienen un carácter moral marcadísimo, y en mi juicio, son
admirables sus doctrinas: recae todo sobre las relaciones:

  1ª.—Del soberano y el súbdito.

  2ª.—Del padre y del hijo.

  3ª.—Del marido y la mujer.

Proclama como capitales, cinco virtudes:—Caridad
universal,—Justicia,—Conformidad en el infortunio,—Rectitud,—y
Sinceridad en pensamiento, palabra y obra.

Dicen que se ocupó mucho de la conmemoracion de los muertos, y que sus
preceptos se siguen hasta el dia.

Confucio desempeñó con integridad é inteligencia notables, cargos
públicos; fué legislador sapientísimo y se le recuerda como introductor
de utilísimas reformas. Murió á la edad de 70 años, 479 años ántes de
J. C.... vd. me perdone, esto lo puede vd. ver en cualquier catecismo
de biografía.

—Prosiga vd., dije á mi guía; en eso tengo mucho interes y estoy
avergonzado de mi ignorancia.... ya se ve, el vulgo es muy estúpido;
yo tengo un amigo muy querido á quien han valido en mi patria sátiras
y ridículo, su indisputable instruccion en estas materias: el Sr.
Caravantes, á quien guardo un lugar muy privilegiado en mi estimacion.

—La doctrina de Confucio es muy digna de estudiarse, y los que
ensalzan la escuela positivista, deberian no atribuir á Comte y á
otros, méritos que no les pertenecen.

¡Qué sencillez de principios! ¡qué esplendor de la moral universal,
conservadora de las sociedades!

_Lao-Tsze_, fundador de la escuela Taonista, de la razon mística,
floreció 604 años ántes de J. C.: fué contemporáneo de Confucio, con
quien no se avino en las pocas conferencias que sostuvieron.

Con la doctrina Taonista especularon multitud de farsantes alquimistas
y adivinadores: atribuyéronle longevidad fabulosa, y al fin fingieron
sus adeptos una ascension al cielo, montado el apóstol en un búfalo.

—Soberbio! dije yo: ese viaje en búfalo me agrada. ¿Y no dice más el
repertorio religioso de vd.?

—Mi escasísimo repertorio acaba en Budda el inspirado; las creencias
del Indostan de que habla tan elocuentemente Jacoliot, que sé que
le es á vd. conocido: lo curioso de este dogma es lo referente á la
trasmigracion; hay muchos cielos para estos creyentes chinos, y la
friolera de 136 infiernos...

En San Francisco hay seis grandes templos de las diferentes sectas de
que hemos dado idea.

Como dije al principio, la vista del templo que visitábamos, era de
apariencia comun.

La entrada al templo, es una galera oscura y angosta; de distancia en
distancia hay sobre una especie de altares, toscos nichos y en ellos
unos ídolos, que verdaderamente faltan á la gente al respeto, de puro
feos.

Los vestidos de esos ídolos son magníficos; sedas deslumbradoras de
riqueza, bordados, afrenta del pincel, y ramajes, aves y flores, de
embebecer de encanto y admiracion.

Al frente de alguno de los dioses, dentro de bombillas de cristal,
habia pequeños, pero robustos cirios de cera, y al pié de su altar,
braseros en donde á fuego lento se quemaban dia y noche granos de
incienso y astillas de sándalo, que tienen no poco tiznados, ojos y
narices de aquellas divinidades.

Contra las paredes se ven aquí y allá mesas con ramilletes semejantes
á los de los altares de los pueblos de indios de nuestra tierra, y
regados en las mismas mesas pedacitos de _bambou_, que es una especie
de carrizo flexible, varitas, astillas y menudos fragmentos de papel,
cuyo objeto no supieron explicarme.

Entre ese pintoresco basurero veíanse figurillas humanas y de animales,
muy quitados de la pena: sin duda eran de la comitiva de los dioses ó
de los héroes.... pero nadie me sacó de dudas.

En un marco de palo habia suspendida una gran campana y á su lado una
tambora....

—¿Qué significan esos dos _instrumentos_ de dulce música? dije á mi
guía.

—Son para despertar á los dioses, me dijo con mucha seriedad el
coronel.

Frente á los dioses principales se veian varias mesas para que los
fieles coloquen las ofrendas.... esto es, la tesorería general, porque
sus divinas majestades quieren ver sin duda con la que pierden.

En esas mesas hay siempre buen _thé_ y bizcochos, porque los dioses
saben lo que es una necesidad.... y á cada momento.... esto es, en
cuanto los dejan solos, toman un _tente en pié_, como lo puede hacer
cualquiera persona decente.

La parte interior del dosel de los principales dioses, así como las
paredes, pilastras y artesones, están pintados de color morado, y
escrito en letras de oro sobre los altares:

  _Ching-Ti-Ling-Zoi_,

que me dijeron que queria decir: _Galería espiritual de los dioses
omnipotentes_, y adelante

  _Ching-Cham-Mo-Keung_,

ó sea: _Dioses cuya santa edad es perpétua_. Y con ese par de
rengloncitos, siento inclinado el cuerpo por hablar chino.

Por otra parte, ¿quién quita que sea verdad eso que me dijo tan formal
el coronel?

Las principales imágenes que en aquel templo se adoran, son:

 _Young-Zen-Tin_.—Dios de los cielos sombríos.

 _Koban-Tai_.—Dios de la guerra.

 _Gua-Tau_.—Dios de la medicina.

En fin, dios que se encarga de remediar en algo las averías del
compañero de poder, y _Tsot-Pah-Sheing_, dios de la riqueza, que aunque
puesto en último término, ha de ser en último resultado el que mueva
los alambres; pero como no sé chino, nada puedo decir. Bastante trabajo
me ha costado ver multitud de librejos para explicarme lo mismo que
veia. Esta relacion la ilustré principalmente con los libros titulados
“Luces y Sombras.”—“César Cantú.”—“Jacoliot”—y “Joseph Ferrari.”

Diré sí que los creyentes me parecieron los hombres de más confianza
con sus dioses: entran al templo conversando, cubiertos con sus
bonetes, fumando sus pipas, se pasean y no gastan ceremonias.

Hay no obstante algunos que hacen profundas reverencias.... y otros más
fervorosos que se postran de remate y como quien se va á dormir.... No
obstante, por lo poco que ví, las ofrendas no escasean y el presupuesto
de los siervos de los dioses no arroja deficiente....

Salia medio mareado por el humo del templo chino, cuando á tres pasos
oí la voz de Francisco G. del Palacio.

—¿No se los dije á vdes? decia; yo sabia que por aquí andaba
_Fidel_.... ¡Hola! eh! por aquí, Guillermo.

Eran Francisco, M. Collen y otros amigos que andaban en mi busca.

—¿Qué se ofrece? estoy á la disposicion de vdes., dije á mis amigos.

—Aquí hacemos á vd. prisionero, dijo con excelente humor M. Collen. De
frente, marchen!

Me despedí á toda prisa del coronel, mi guía, y seguí obediente la voz
de mando.

Anduvimos no sé cuántas cuadras, dimos vuelta por callejones y
vericuetos embarazados con carros, cajones vacíos y no sé cuántos
despojos más, y nos detuvimos en una especie de bodega, toda travesaños
y escaleras, cordeles de elevadores y signos de tragin extraordinario.

En uno de los lados de la bodega, formado de latas, habia un
departamento dividido en dos secciones: en uno, gran caja de fierro,
mostrador para contar dinero y grande aparato de escritorio; en el
otro, mesas, sillas, bitoques, canillas y varios instrumentos de esos
que extraen los vinos de los barriles, y que no recuerdo cómo se
llaman, y no soy yo quien me he de estar diez minutos con la mano en la
mejilla para atinar con el nombre.

Por negada que sea la persona, conoce con esas señas que se trata de
empinar el codo.... Así era en efecto.... y para quitar dudas, el
dueño, á nuestra entrada, nos recibió con sendas charolas repletas de
copas, con vinos de todos colores y de todos los nombres conocidos.

Acogióse aquel recibimiento con regocijo, no porque hubiese copólogos
en nuestra comitiva, sino por los sacerdotes de aquel templo, esto es,
adeptos apasionados, de nariz escarlata, ojos llorosos y alegrones,
franco reir y vientres prominentes.

Aquel era el jubileo de los vinos; la California del licor del Tokay al
Jerez y al Chacoli; desde el Burdeos y el Champaña, hasta el Joanisbert
y el Lacrimæ Christi. ¡Qué magnificencia de _beberecua_, como diria un
pelado de mi tierra! Por supuesto todo era allí técnico: por aquí se
hablaba del buen _bouquet_; por allí de que estaba muy cabeceado; más
adelante de la preeminencia del Jerez; de la excelencia del Burdeos
para las familias; de la virtud del Rhin, porque dizque no ataca al
cerebro. Hicimos los honores á las copas, y nos dispusimos á visitar la
riquísima fábrica.

Eran océanos, que no pipas ni tanques de vinos, colocados en secciones,
los que nos iban enseñando, explicándonos peculiarmente cada
elaboracion al pié del edificio, porque así podia llamarse cada una de
aquellas tinas.

Entre los que se agregaron de la calle, sin saberse cómo, á nuestra
comitiva, y se entraron con nosotros á la fábrica, iba un jóven de
poco ménos de veinticinco años, blanco, robusto, sin ser obeso, de tez
femenil, de hermosos ojos azules, de desordenado y delgado cabello
rubio sobre la angosta frente.

Tenia sombrero ancho á la mexicana, chaleco de lienzo, una mascada azul
detenida por un anillo de diamantes por corbata, ajustado pantalon y
zapato de gamuza: era el yankee neto; pero, segun me dijeron, estaba
perdidamente enamorado de una mexicana, y Coelupaita (Guadalupita), lo
volvia loco.

Este chico, por otra parte muy servicial y amable, aunque bobalicon y
sincerote, se apoderó de mí y no me dejó imponer de todos los grandes
misterios del templo de Baco.

—Cuando vienes tú por mi casa, me decia, yo prepara mis botella de
pulque por tu chocolata.

—Muchas gracias!

—Tú nos vende los mecsicana Sonora, y yo voy allá por Coelupaita....

—Excelente idea....

—¿Está cierta que las señorita de Mecsico tienen navaca por el amor....

—Hombre! qué me está vd. diciendo? las señoritas mexicanas son de lo
que vdes. ni sospechan de finura y amabilidad.

—_Oll rihgt_, ¿cuando baila su palomito?

—Hombre! ¿pues qué no ve vd. aquí que las mexicanas dan el tono de
buen trato y delicadeza?

—Esas está ya americana, and habla yo de la casa de tu tiera....

—¿Y todos vdes. andan en dos piés? me dieron ganas de decirle.

La comitiva proseguia: íbamos por dilatadísimos subterráneos,
alumbrados por gas; las paredes del subterráneo las componian grandes
armazones llenos de cientos de miles de botellas.

—En tu tiera, me decia M. Foolisch, que este es su nombre, toda la
lampara está ocota....

—Toda, le decia yo, y está bruta.... (me iba amoscando aquel maldito
que se moria por mí).

Llegamos á un punto donde unos chinos estaban fabricando el Champaña:
llegar los cascos, llenarlos, revolver el dedo en el vino del cuello,
taparlo con unas maquinitas y volverlos al carro conductor, era obra de
un instante.

—Dicen que todo lo suegro é suegra de tu tiera está como un pero de
rabias.... ¿é por qué están robadoras las señoritas mecsicanas?

—Yo veo que vd. es incapaz de ofendernos; pero ni vd. conoce México,
ni sabe lo que está diciendo, y le solté un _espiche_ que lo dejé
espantado.

Entónces medió uno de los que venian con M. Collen, y nos dijo que
aquel jóven era del Kentuky, hijo de buena familia, que se habia
apasionado de una mexicana y que no tenia más noticias de México que
las comunes á la gente vulgar de los Estados-Unidos, que es mucha.

Así, estaba creido en que nos desayunábamos con tortillas con
chile.... que hombres y señoras pasan el dia sentados al sol con sus
guitarritas, en el bosque de Chapultepec.... que en los ridículos
cargan los tamalitos y que son capaces de robarle la dentadura postiza
á cualquiera que pasa con la boca cerrada. Sobre todo, él delira con
ser padrecita ó general, que le parece que es lo único que puede llenar
el ojo á Coelupaita.

Despues de hacer las paces con M. Foolisch, á quien fué forzoso
considerar como una especie de salvaje blanco, nos unimos á nuestros
compañeros que estaban en una verdadera oficina.... de nuevo género.

En grandes estantes, con cuidadoso esmero, habia tapones, alambres,
lacres, sellos, y sobre todo, variadísimas etiquetas para hacer los
pasaportes de la falsificacion de todos los licores, porque realmente
se trataba de una gran negociacion de falsificaciones.

—Aquí tiene vd. todos los sacramentos del Burdeos: nada le falta para
Chateau Laffite: esta marca, este lacre, estos tapones.... para San
Vicente esta imprenta más tosca; para el Champaña esta cubierta, estas
botellas, este estaño; y vea vd., el cometa Cliquot, exactísimo. Aquí
tiene vd. el Jerez que enloquece á los ingleses....

Y todo se decia con tal desenfado, en tono de tan plena legalidad, que
yo estaba, lo mismo que mis compañeros, aturdido.

—Las ventas son locas, decia el dueño; muchos prefieren el Champaña de
aquí al de por allá.

Despues de nuestra excursion, volvimos al despacho.

Allí volvieron las copas á despedirnos con mayor ostentacion.

M. Foolisch, que trataba de desenojarme, me dijo:

—Toma este vinito dulce y haz cuenta de que está Tlachico, del que te
bebe en Mecsico con tus señoritas.

—Así bebiera vd. arsénico, para no decir tanta atrocidad.

Despedímonos del dueño de la fábrica y de los sacerdotes del templo de
Baco.

Durante nuestra monótona comida promoví la cuestion china, que me traia
profundamente preocupado.

—Pero, véamos, me decia uno de los compañeros, tú cómo consideras la
cuestion?

—Yo, así en extracto, les diré que la veo como cuestion de
concurrencia de salario; el chino trabaja más barato, quita el trabajo
al yankee.

—Pero bien, esa baratura cede en beneficio público; sin los chinos no
se habrian efectuado las grandes obras de que se vanagloría California;
por otra parte, ese odio es consecuente con la doctrina proteccionista;
nada más perjudicial á una industria atrasada que un obrero adelantado.

—Entónces, échele vd. un galgo á las cuestiones de colonizacion.

—Yo aborrezco á los chinos, porque los chinos no tienen mujeres.... ya
vdes. lo ven, chinas perdidas es todo lo que aquí se conoce.

—Pues todo eso tengan vdes. en cuenta: el chino se incrusta en un
pueblo, sin asimilarse jamás, ni perder su tipo, ni consumir nada....
ya lo ven vdes.: vestidos, zapatos, frutas, legumbres, trastos,
lienzos, dioses, todo se trae de China, y habitantes así, sin cohesion,
más bien son un elemento disolvente en un pueblo....

—Eso lo produce la persecucion: otra cosa seria con la paz......

Hablábamos en estos términos, poco más ó ménos, cuando me dijeron que
un caballero que habia preguntado por mí, se paseaba al frente de mi
cuarto.

Subí precipitado: era el finísimo Sr. Gaxiola.

—Ha concluido vd.? yo no deseo molestarle, puedo esperar.

—Vd. no puede molestarme jamás, pase vd.: no quiere vd. tomar café con
nosotros?

—No, _Fidel_ querido, mil gracias; como los tiempos se acercan, he
querido que vea vd., aunque no está concluido, el “Bwilden Hotel” ántes
de nacer, anunciado como el rey de los hoteles de San Francisco.

—Vamos allá, dije.... y salimos á la calle.

—Ya tendrá vd. noticia, me dijo el Sr. Gaxiola, de que Mr. Baldwin es
uno de los pocos hombres de mérito con quien ha sido justa la fortuna.

—No estoy en pormenores, repliqué, de la vida de este caballero; sé
que es del Ohio; que desde 1853 reside en California y que ha sido tan
atinado y feliz en sus negocios, que siempre se le menciona con el
sobrenombre del “afortunado Baldwin.”

Llegamos á la calle del Mercado, en la union de las de Ellis, Powel....
de luego á luego me pareció el edificio de rara grandiosidad.

—Su frente, me dijo G*** en esta calle, es de 210 piés, y en la
Porwel, por donde está la entrada, 275.

Volteamos á la calle de Powel, y abracé entónces en su conjunto el
monstruoso edificio.

El Hotel Baldwin tiene seis pisos, y 162 piés de alto; es una manzana
como de una pieza, alta como las torres de Catedral, y con sus cuatro
fajas de nichos ó ventanas á los cuatro vientos.

Y si he dicho seis pisos, es porque las cuatro fajas de ventanas,
descansan en esas portalerías de cristales, que tienen sus columnas y
pórticos salientes y que hacen aparecer como en el aire el edificio.

Además, el subterráneo es un piso en forma, y ese, como se deja
suponer, no está á la vista.

Pero lo que se ve es, en las alturas del hotel monstruo, otra especie
de ciudad en las nubes, con sus edificios, sus torres, sus rotondas,
sus linternillas, sus cúpulas, un verdadero tumulto de prominencias,
que se las disputan con acueductos y con extensos lagos, pues no pueden
llamarse tanques los depósitos que existen verdaderamente en la region
de las aves.

Las cúpulas son de tal magnificencia, como la de nuestra iglesia de
Santo Domingo y Loreto, y pudiera dar ligera idea de su forma, la
cúpula del Señor de Santa Teresa de México, ó la del Cármen de Celaya.

Penetramos al interior del hotel; pero ¡qué! si aquello era una
Babilonia incapaz de dejar que se juntaran dos ideas.

Suspendidos en los aires, brotando del suelo, embarrados á las
paredes, encaramados en escaleras, colgando de los techos, por todas
partes habia carpinteros, herreros, hojalateros, pintores, tapiceros,
cargadores y traficantes, entre un ruido, superior á toda ponderacion,
al redoble de tambores y al repique, á un altercado de costeños y á un
_¡al hígado!_ de muchachos desaforados.

Virutas, pedruscos, retazos de lienzos, cubetas, carrillos, obstruian
el aire y el piso, y sin embargo, se perdia la vista en corredores
espaciosos, salones, rotondas y bóvedas de una grandiosidad
indescriptible.

G*** me decia:

—No nos engañaron: la arquitectura es del estilo frances del
renacimiento. Esas columnas corintias, esas cornisas del gusto clásico,
son airosas y correctas.

En este primer piso, como vd. lo ve, revestido de mármol, está el
despacho, la biblioteca, los _bar-roms_. Esta escalera que va del
primero al segundo piso, como vd. ve, toda es de mármol; tendrá poco
ménos de diez varas; las balaustradas son de maderas finísimas de
varios colores.

Subimos la escalera, y en el segundo piso me dijo, al frente de un
salon con grandes ventanas y columnas:

—Este es el comedor: tiene más de cincuenta varas de largo, por doce
de ancho. Como vd. ve, está dividido en varios departamentos. Hay otro
comedor preciosísimo para los niños.

Todo ese laberinto de salones de este segundo piso son piezas de
recepcion, para negocios, tertulias y solaz de los huéspedes.

—Y los pisos superiores?

—Los pisos superiores son viviendas, porque este propiamente es un
hotel para familias.

Cada una de las viviendas de esos pisos, continuó mi amigo, tiene cinco
piezas, que son: dos recámaras, una sala, un cuarto para vestirse y un
riquísimo tocador. Comunican extensos corredores todo el edificio y se
concentran en la escalera principal, escaleras privadas y elevadores
haciendo calle por los aires, de arriba para abajo y de abajo para
arriba.

En cada grupo de piezas hay sus linternillas, que dan luz, aire y sol á
todas y cada una de las piezas.

Tomamos uno de aquellos elevadores ó _simones_ del aire, y subimos al
techo.

A mí se me volteó el mundo al revés, porque me encontré en una
inmensa calzada y tenia á mis piés la ciudad, la bahía y los paisajes
deliciosos de los alrededores de San Francisco.

Cuando ménos lo esperaba, y en lo más alto de una torre, ¡señores de mi
alma! que me voy encontrando una pequeña pieza, elegantemente tapizada,
con primorosos muebles, y en medio de todo esto, dos ó tres mesas de
billar, ¡adivinen!.... para las _ladies_ (ya aprendí á escribir el
plural), para ellas, y tacos á propósito para sus.... ya iba yo á
decir manecitas; pero no, para sus manos de marfil.

Al rededor de la estancia etérea, prisioneras en sus jarrones las más
exquisitas flores, envían sus suspiros de perfume á los campos y á los
mares, y el sol poniente, rompiendo sus reflejos en los cristales de
las cúpulas, centuplica su luz como para caer en lluvias de centellas
en aquella mansion de las hadas.

Preguntando por el subterráneo donde no quise descender, me dijo G***
que allí están las piezas de los almacenes, carnicerías, lavaderos,
máquinas de vapor, bombas y calderas.

Un elevador particular comunica la cocina con el segundo piso, y así se
hace el servicio perfectamente.

La proteccion contra el incendio es completa; hay telégrafos para
dar toques de alarma, luego que se eleva la temperatura de un modo
desusado en cualquier departamento: cruzan tubos enormes en todas
direcciones, y en un momento dado, cúpulas, torres, acueductos, etc.,
pueden convertirse en caudalosas cataratas, é impetuosos rios, que
sin comprometer la vida de los habitantes del hotel, vierten 100,000
galones de agua, que son los que acopian dia á dia los pozos y los
tanques.

Estos son de una magnitud tal, que me llamó la atencion de cómo no
los han hecho navegables aquellos caballeros para recreacion de las
señoritas.

Mr. Alexander Macabee es el superintendente del edificio, y coadyuva
con gran inteligencia á las ideas de Mr. Baldwin.

Hay una particularidad en este hotel, y es que cada departamento tiene
su provision de gas separada, y bajo una sola y constante inspeccion.

La campana para llamar á todos los cuartos de cada piso, está colocada
en una estacion central del corredor, que comunica con el despacho por
medio de un pequeño elevador particular.

Hay una persona en constante espectativa de esta campana, para hacer
acudir al llamamiento de los huéspedes.

Haciendo observaciones á mi amigo sobre lo muy costosa que deberia ser
la vida en aquella mansion, me aseguró que el cálculo estaba hecho de
manera que el costo fuese menor de lo que seria en una habitacion comun.

Por supuesto, que solo he podido describir el cuerpo muerto del hotel:
cuando se tendrá verdadera idea de su magnificencia será cuando palpite
en él la vida y surja una poblacion entera en el auge de la opulencia,
y por decirlo así, en el corazon de una gran ciudad.

Al salir del hotel volví á fijarme en el _Conservatorio de Música_
de Baldwin, que está inmediato al hotel y que es un ornamento de la
ciudad. El teatro, porque eso es propiamente, puede contener 1,700
personas.

El arquitecto que ideó y dirigió el hotel y el teatro, es M. Jhon A.
Renier, y el pintor de todos los hermosos frescos es un artista de
New-York, llamado Garriboldi. La obra de pintura costó treinta mil
pesos.

El importe total de la obra del Conservatorio excede de dos millones
de pesos, habiéndose pagado solamente por la pintura de la cúpula del
teatro diez mil pesos; por uno de los telones, seis mil, y por cada uno
de los dos candiles que están á los lados del palco escénico, tres mil
cuatrocientos pesos.

Segun estos antecedentes, el auge y la preponderancia de la música
deberian ser extraordinarios; y aunque en todas las casas hay pianos
y es ramo de educacion el conocimiento del arte divino, no se hace
sensible el buen gusto como en México, ni se habla de compositores de
alta nombradía, como hay novelistas y poetas.

Ahora, si dicen vdes. que tanto trabajo y tanto apunte es paseo.... me
calumnian cruelmente mis lectores.



XXIX

Cosas que á muchos dan sueño y yo pasaré á carrera.—El amor.


CIERTO es, me decia un amigo sesudo y bien intencionado, que no entra
en tu plan hacer un estudio de las instituciones de estos pueblos, ni
mucho ménos comparar su práctica con la nuestra; pero dí una palabra
siquiera para despertar la curiosidad de la gente.

—Hombre, si de eso se ocupa todo el mundo, con la particularidad,
que nosotros todo nos volvemos teorías sobre la constitucion;
los americanos no la razonan, pero la practican: un yankee nace
constitucional, por la misma razon que nace rubio ó con los piés
grandes.

—Note vd., si hace ese estudio, que aunque en el _comité de
vigilancia_ y en el restablecimiento de la paz hubo hombres de
todas las nacionalidades, los constituyentes de California fueron
en su mayoría americanos, y americanos que comenzaron aboliendo la
esclavitud, cosa que algo escoció á los abuelos de Washington.

—Hay parrafillos en esa constitucion que me saben á merengue, decia mi
amigo. Dice uno:

“El poder militar estará subordinado al poder civil. Ningun ejército
permanente será pagado por el Estado en tiempo de paz. Ningun soldado
será alojado en una casa sin el consentimiento del propietario.”

Zúrrales á esos yankees que se la dan de civilizados, continuaba mi
amigo; ya los ves con cosas de licenciados; quieren que esté sujeto un
general á un alcalde.... y que al primero que se le antoje impida la
entrada en su casa á un servidor de la nacion.... despues que los van á
cuidar.... y no solo á él, sino á su mujer y á sus hijos....

Hay en la constitucion un inspector de instruccion pública nombrado
por el pueblo. La legislatura tiene el deber de proteger todo lo que
concierne á las mejoras materiales y á los descubrimientos, en el órden
moral, científico y agrícola.

Ahí tiene vd. otra série de barbaridades; ¿y entónces el gobierno
general para qué sirve? ¿No es más puesto en razon, que el puente, que
la calzada, que el pozo y hasta los faroles para una plaza, ó el candil
para un teatro, lo apreste el gobierno?

Bueno es que un casado se mantenga; pero es mejor casarse y que nos
siga manteniendo _papá_.

Por otra parte, los muchachos que no necesitan, se vuelven
voluntariosos: bueno es tenerlos sujetos de la soga del favor.

Pero, por último; ¿qué importancia tendrian varios diputados que ni
entienden ni hablan, si no llevasen entre pecho y pulmon un decreto
para un puente, para un camino ó para que se declare ciudad cualquier
cortijo en que tiene sus finquitas el gobernador?....

—Hombre, pero eso será lo que vd. quiera; esa no es federacion....

—Bueno, aquella es de los yankees.... y la otra es la nuestra: cada
pueblo es aparte....

Un artículo expreso de la constitucion prohibe el duelo, y este
artículo es eludido, como en todas partes; dígalo si no, el desafío, de
Broderik y David Terry, ante más de cien espectadores.

—Lee, Guillermo, lee la constitucion, y dínos cuatro palabras.

—Pues, aunque me pierda, y aunque me llamen insustancial y para
nada.... y aunque tengan en cuenta este arrebato los árbitros de todas
las elecciones futuras, no escribo más.

—Dí siquiera, que los ciudadanos son muy celosos de intervenir en las
funciones públicas, porque saben que todos deben entender en lo que á
todos importa.

—No insistas en que diga lo que todo el mundo sabe, y es, que la
organizacion de los Estados es lo mismo que entre nosotros; esto
es, tienen su gobernador, su legislatura, con cámara de diputados y
senadores, sus autoridades judiciales nombradas por el pueblo.

—Los oficiales municipales son nombrados tambien popularmente: el
asesor, el recaudador de contribuciones, el _constable_ ó encargado de
la policía, el _recorder_ ó juez de lo civil, el tesorero y el juez de
paz....

La poblacion entera del Estado nombra gobernador, vice gobernador y
empleados judiciales, secretario de Estado, el _controller_, especie
de ministro del interior, tesorero ó ministro de Hacienda, porque aquí
no hay la distincion de México, que duplica y embrolla las operaciones
de Hacienda; el _attorney general_ ó procurador general, el _surveyor
general_ ó inspector de trabajos públicos, el superintendente ó
inspector de la instruccion pública y el ayudante general.

—Alto! alto! por Dios; te tengo dicho que no quiero nada sério ni
emperingonotado, ni empedrado de nombres ingleses, en que me turbo y me
descompongo como un animal.

—¿No ves que han empleado tomos enteros, Toqueville, Laboulay,
Chevalier y otros para desembrollar esas cuestiones, guisándolas
siempre á la francesa?

¿No ves que la igualdad, y la igualdad práctica por las relaciones
sociales es lo que mantiene en órden toda aquella máquina, y que esa
igualdad no la conocemos ni la conocen aquellos?

¿No ves que aunque haya intrigas y corrupcion y todo lo que quieras, se
contrabalancea con el conocimiento que el pueblo tiene de sus derechos
y por los medios que posee para hacerlos efectivos?

¿No notas toda la filosofía, toda la conveniencia práctica de que
el extranjero figure en el municipio, si es posible, desde el dia
siguiente de su arribo?

El tiene interes por la paz, porque es un elemento de su fortuna; á él,
puesto que paga su agua, su alumbrado, su piso y sus condiciones de
vida, se le llama para que intervenga, se le asimila y así deja de ser
extranjero.

Y ese extranjero, y esa masa de trabajadores, y ese cúmulo de
propiedades, y esa ley imperando siempre, y ese soldado á quien no se
le ve en las calles sino en formacion, uno que otro dia, porque su
residencia es fuera de las ciudades, hacen dos cosas muy importantes,
vitales, que es necesario no olvidar, porque nosotros no nos fijamos en
ello: que la democracia sea un hecho y que las leyes sean una verdad....

—Hombre, no me busques la boca, porque con el opio derramado en estas
páginas, hay para dormir á una generacion; si me sigues hablando de
esto, grito ¡socorro! por la ventana.....

Ya era tiempo: varios de mis amigos llegaron, como siempre, alegres y
sedientos de diversion.

—_Fidel_, nos están esperando: la Pepita sonorense quiere á toda costa
los versos que le ofreciste, y hemos quedado en llevarte.... dáte por
preso!

—Espérenme un poco.... voy á entregarme á la penosa tarea de buscar mi
corbata, mis botines y mi sombrero....

—Ese es cuento de nunca acabar.

—La corbata parece que me ve chuela; la tengo delante de los ojos y no
la miro, y cuando me fijo en ella, le quisiera decir una mala razon;
de los botines siempre hallo uno: ¿andaré dormido en un pié? jamás veo
los dos juntos, parecen matrimonio mal avenido.... el sombrero está de
gresca siempre, ó se me aparece sobre un ropero ó bajo de una silla....
ó hecho una indignidad debajo de toda la ropa.

—¿Acabas, _Fidel_? me dijo Manuel, que es el jóven más entusiasta por
todo lo americano, y más listo.

—A la órden, mis amigos.

En dos brincos ya estábamos en la tertulia.

Habia en el saloncito de la casa de Pepita, su grupo de políticos,
diciendo por supuesto que los Estados-Unidos tienen en su seno mil
elementos disolventes; que no se hace sensible el influjo del centro de
los Estados lejanos, que el Sur, el Este y California, estaban llamados
á formar una nueva entidad.

Allí exponia sus dudas un aleman frenton, de ojos azules, leviton
hasta los tajones, y de pausado hablar, diciendo que unas veces creia
en que aquel era el pueblo más justificado del mundo, y otras, el más
corrompido de la tierra.

Citaba en apoyo de la severidad que encomiaba, la grave pena que se
impone á los que en la calle dicen insolencias; aludió á la prision de
una sirvienta, porque en un dia de baile se puso un trage de su ama, y
otras anécdotas por el estilo, y traia á cuento asesinatos perdonados
de la manera más cínica, y burlas á la justicia, en que no se respetaba
ni la apariencia del rubor.

En otro grupo se jugaba ajedrez, con aquellos espectadores estáticos,
aquellos contendientes ensimismados y aquella atencion sostenida como
si algo se hiciese de provecho.

Y en un rinconcito con sofaes y poltronas amontonadas, habia chicos y
chicas al amor del piano, alegres, burlones, ungiendo la palabra con el
chiste ó la pasion.

Jóvenes de todas las nacionalidades, muchachos del gran mundo y
cotorronas desengañadas, decidoras y malignas, al dejar como forzadas
el terreno florido de los ensueños y de las gracias.

Ni que preguntar, allí nos instalamos: se hablaba de todo; tenia campo
la charla de Juvenal y las melodías de Peza, los arrebatos de Justo
Sierra y la incisiva malicia del Nigromante.

Algunas parejas como que se andaban en apartes íntimos, sin soltar del
todo el hilo de la conversacion.

La conversacion sobre el amor imperó, con aplauso universal; allí los
epígramas; allí las alusiones picantes; allí la polémica eterna, que
viene sin solucion desde Adan y Eva.

—Esta independencia de la mujer, decia Sussy, repugna á vdes. porque
el español siempre remeda al árabe, y vdes. quieren esclavas, no
mujeres.

—Queremos, señora, decia Ramon, sonorense de buen criterio y querido
de las americanas, porque los morenos de ojos negros tienen gran salida
en aquel mercado; queremos madres para nuestros hijos, no que se vuelva
el juego tablas; la vida del hogar, no la del hotel.

—Pues en los Estados-Unidos se vive esa vida del hogar, y entre las
familias de los antiguos pobladores, sobre todo en el campo.

—Eso seria ántes, decia Ramon: ahora, ya vd. lo ve, M. Stanton acaba
de instituir y se hace propaganda para que las mujeres sean admitidas
al voto y á los cargos públicos; el _free lowe_ (amor libre), da un
tipo masculino á la mujer, y en Filadelfia acaban de verificarse
escenas escandalosas; sobre todo, las leyes del divorcio abren la
puerta de par en par á la disolucion de todo vínculo.

—Vean vdes., decia Manuel, esto es magnífico; aquí en este libro
(tomando un libro de sobre la mesa), tienen vdes. las causas que se
admiten como legítimas para el divorcio.... son nada ménos que diez y
seis.

Oigan vdes.:

  1.—Bigamia.

  2.—Adulterio de la mujer.

  3.—Desercion voluntaria.

  4.—Ausencia por cinco años.

  5.—Estado de locura ó imbecilidad.

  6.—Relaciones del marido con mujer de color.

  7.—Vagamundería del marido.

  8.—Sevicia ó violencia.

  9.—Injurias graves.

  10.—Embriaguez.

  11.—Prision por determinados delitos.

  12.—Incapacidad conyugal.

  13.—No proveer el marido á la subsistencia de la mujer.

  14.—Que la mujer rehuse seguir al marido.

  15.—Desórdenes de la conducta de uno de los esposos.

  16.—Adhesion de uno de ellos á la secta de los _Shakers_,
  ó sea alejamiento de la mujer....

—Pues lo que son las cosas, dijo un mexicano; creo que no son tan
descabellados como pintan, los motivos que considera la ley; aunque en
nuestra legislacion me parece que hay más moralidad y filosofía. ¿Qué
razon hay para que se abandone al marido porque de resultas de una
enfermedad se enloqueció?

—Aquí, decia Ramon, se debe ver la situacion de la mujer, no en las
atenciones del _wagon_ ni en los rendimientos de la calle.

—La situacion de la americana, con todo y esa libertad, es infeliz,
decia una Sra. Doña Sofía, española muy afecta á las mexicanas: como
vdes. solo tratan con americanas jóvenes, hablan de otro modo.

Esa mujer aventurera y errante, ese mueble que ha pasado de mano en
mano, sin asiento, sin hijos, con una vejez en que deja sus heces, todo
lo que más repugna á la naturaleza, con razon suele tener por desenlace
la embriaguez y el suicidio.

—Bien! Bien, Doña Sofía! dijimos á una voz los mexicanos.

Entónces una americana que ha vivido mucho tiempo en México, herida sin
duda por la pintura de Doña Sofía, nos dijo:

—Todos los pueblos tienen sus manchas. ¿Les parece á vdes. bien que
la mujer de su país, se crea oprimida siempre y sacrificada porque un
hombre identificó con ella su suerte y la hizo madre de sus hijos? La
mujer es la que pierde casándose, dicen en general las mexicanas: el
marido es un mingo, ó un papanatas, ó se le acusa de tirano y opresor:
¿cuándo se vanagloría una mexicana de trabajar á la par del esposo para
hacer la felicidad del hijo? ¿Y qué me dicen vdes. de esos indisolubles
matrimonios, siempre en riña, en que forman partidos los hijos, en
que es un infierno el hogar, y en que por lo indisoluble, contraen
los consortes vínculos bastardos que manchan y envilecen generaciones
enteras?

—Señores, no hay que acalorarse, dijo el viejo, se trata de dos razas,
de dos puntos de partida: el americano ama á su modo; nosotros al
nuestro; no hay más ni ménos; son distintos los modos.

—La paloma arrulla, el perro retoza; el yankee calcula, nosotros nos
vamos de bruces.

—Que hable _Fidel_!

Entónces yo, tomando la entonacion de Pedraza, que es la figura que más
me gusta de cuantas recuerdo en materias oratorias, entre pretensioso y
amable, dije:

—No nos cansemos: el americano, en general, se surte de novia; se
procura una mujer, como un paraguas para la lluvia ó un capote para el
frio: deja de llover y deja de nevar, y el chico no haya qué hacer del
estorbo.

El mexicano solicita novia; ama el prólogo; los trámites le encantan.

El americano se ajusta, el mexicano ama.

Sale un caballerete de su almacen ó su taller, y en el Tívoli, en
el teatro, en el baile público ó en la calle, hace su provision de
muchacha; es por una hora, ó por un dia; beben alegres, bailan sin
chistar y se agasajan mútuamente. El amor platónico les preocupa poco:
hay incidentes.

En nosotros todo es drama.

El muchacho ve y se enloquece; suelta una primera carta, por negado que
sea, que escarapela el cuerpo.

La niña desde ese momento perdió el sosiego, llora y busca cómplice,
esto es, una amiga que arde de compasion; suele ser presa de un amor
desdichado.

Si le sacuden los nervios, es de desesperarse.... El padre recela,
una anciana entrometida, para descargo de la conciencia, atiza la
discordia.... el tendero de la esquina, y la anciana del estanquillo,
dan hospitalidad al novio.... allí es ello.... otra carta como lumbre,
y una declaracion de balcon.

—Yo no puedo responder.... se lo diré á papá.

—Mi bien, alma mia, es que vd. no me quiere.

—Fije vd. sus ojos en otra persona.

—Vd. va á hacer que me vuele la tapa de los sesos....

—No hable vd. así!

—Me ama vd.?

—¿Qué? (poniendo el oido).

—¿Me ama vd.?

Ella, (colgándose fuera del balcon)—Sí.

—No, no así: “sí te amo, mi Arturo.”

—Qué cosas tiene vd.!.... Mi mamá!....

Puertazo.... _¡tableau!_

El chico tira el sombrero contra el suelo y se mesa los cabellos.

Confiese vd. que todo eso es delicioso; sobre todo, por los trámites.

Póngala vd. de otro modo: está vd. en visita; una niña que se quedó á
comer, le flecha á vd. Miéntras los otros cantan.... vd. la dice que es
muy hermosa y que ha lucido para vd. la felicidad.

La niña sonríe y quiere llevar las cosas á la broma.

El novio, que ve que ese camino le perjudica, se enséria, habla de
su orfandad, aunque tenga más padres que el coro de Catedral, de su
porvenir tempestuoso y.... tu amor ó la muerte.

La polla escucha cabizbaja.... con la relacion de aquellos infortunios,
han venido á sus ojos las lágrimas.

—No me ame vd., yo soy muy exigente.

—Prueba que sabes amar....

Y no.... y sí.... y nos están viendo, y de una conferencia de esas de
baños eléctricos, queda la gente con las coyunturas descompuestas.

Póngala vd. de otro modo:

  La dama.

  El escribiente.

  Un padre rehacio.

  Un seductor hipócrita.

  Una causa política sin éxito.

  Un clérigo despreocupado.

  Entrometidos, valientes, chismosos y demás animales dañinos.

Estos dramas son de cajeta: ella se emberrinchina, él se aferra, el
padre persigue, el seductor arma intrigas y provoca celos, y hay
carreras y palizas, y se complica el sereno.... y triunfa la buena
causa, y entre los vítores del pueblo, se celebran las nupcias....
prévio aquello de: _En atencion á los méritos y servicios_.....

Mejor se las cuento á vdes. Dos pollos, pollo y polla por supuesto, se
enamoran precisamente porque no se pueden ver, y se abre una estupenda
série de campañas, de chuparse los dedos. Menudean las jaquecas,
llueven los ataques.... los celos tienen en peso la casa, y al fin, se
verifica el enlace, para abrirse otra sucesion de pleitos bajo el órden
constitucional.

Pero en todos esos incidentes, cuánto rasgo de infinita ternura y de
heroismo.

Aquella polluela pendiente del cambio de fortuna, sin una queja, ni un
desahogo, perseguida por sus padres, agasajada por un novio opulento,
y ella, remachada á su esperanza que florece entre la última yerba del
presupuesto, ó colgada de una charretera de teniente.

[Illustration: _LIT. DE H. IRIARTE MEXICO._

Interior de un Carro Palacio en el Interior del Pacifico.]

Aquella jóven que pasa de la fortuna opulenta á la miseria, que se
desnuda de dijes y joyas, y que miéntras más persigue la fortuna al
amante, se muestra ella más amartelada y consecuente.

Aquel “no te aflijas, bien mio, Dios nos abrirá camino. Dios aprieta,
pero no ahoga....”

Y aquel decir una madre: “yo no quiero para mi hija.... ricos ni
potentados; quiero un hombre de bien que la ame mucho, mucho....”
eso es divino, y esa es fruta que solo se da bajo el lindo cielo de
México....

Los palmoteos, los ¡hurras! las copas, vinieron á coronar mi discurso;
pero la americana no se dió por vencida: púsose en pié, y exclamaba,
esforzándose por darse á entender....

—Vdes. mucho mimo á los hijos, no se emancipan, no costean su
alimento, se guarecen bajo el ala de paloma de la madre.

Pero ese niño, es vago de profesion, bebe sus copita y enamora y
se jacta de la perdicion de las señoritas, es pendenciero, y aun
casado, quiere le mantenga papá á la mujer, y siempre sin trabajar....
se hace empleado ó militar.... ó le pone pleito á sus padres por
la herencia.... ¡oh! mucho se hace con ese grande amor en que la
vergüenza.... no entra por nada....

—Señora, calle vd., calle, ó le cito pormenores del _Club_, para la
frustracion de la maternidad, que es el oprobio y la vergüenza del
linaje humano.

—Con decir que la americana llama estorbos á sus hijos.

—Esa es una llaga mortal del pueblo americano; pero anatematizada por
las muchas gentes honradas de esa nacion.

—Cierto, en México no concebimos esa iniquidad, dijo el viejo
imparcial, y sin seguir en este camino de inculpaciones, contaré á
vdes. una anécdota cuya verdad puedo certificar. Atencion:

Una jóven encantadora y recatada de mi país (Guadalajara), fué seducida
y desapareció de la casa, para ocultar el fruto de sus ilegítimos
amores.

En vano el padre hizo pezquisas por hallar á la jóven; en vano gastó
gruesas sumas en que la rastrearan.... pasó más de un año, cuando la
casualidad hizo que el padre descubriese el paradero de su hija, que
era una hacienda del Estado de Zacatecas.

Acude el ofendido padre, frenético, al lugar de refugio de su hija;
penetra, ciego de furor, en el aposento; la hija se arrodilla, implora
su perdon con tan viva elocuencia, con tal ternura, que el ofendido
padre, duda, vacila, se agolpan las lágrimas á sus ojos y se arroja
en brazos de su hija, pronunciando la palabra redentora: “Estas
perdonada....” Pero ese (señalando la cuna del niño) testimonio de tu
afrenta y de mi agravio, ese, se separará de tí: irá á la _cuna_ (la
inclusa), donde yo le socorreré.

Miéntras decia estas palabras el padre de Julia (este era el nombre
de la jóven), ella se contraia, su cabello se erizaba, sus ojos se
le saltaban de las órbitas, y como leona que ve acometidos á sus
cachorros, cubre al niño con su cuerpo, lo esconde en su seno, se lo
incorpora, y fuera de sí exclama: “No, no; maldicion y miseria.... y
todo en el mundo; pero mi hijo!.... mi hijo!....”

A estos gritos, el padre, radiante de júbilo, exclamaba: “Bien, bien,
hija mia, tu hijo contigo: yo te dije que lo dejases, para saber si se
habia corrompido tu corazon: tú eres mi hija, y es de vdes. cuanto soy
y cuanto valgo....” y el viejo inundaba de lágrimas y besos el rostro
del niño..... ¡¡¡Ese es México!!!

Por supuesto que aquello fué el delirio.... las _ladies_.... sí.... las
_ladies_ lloraban, porque al fin son mujeres.... y la mujer en todas
partes se llama sentimiento y corazon....

Yo sentia como gorda la garganta, como radiante el alma.... Qué ancho
me sentia, como dicen en mi tierra, con aquella Julia y su viejo
padre!....

—Ahora, me dijo mi amigo, entremos en explicaciones más sérias sobre
el divorcio.

—Pues.... estás fresco.... ya te pondré en comunicacion con muchos
sabios que hormiguean en mi tierra, y que te echarán sermones que te
dejen con tanta boca...... Abur, chico.



XXX

Lo de enántes.—La marina.—El Cementerio.


MUY conmovidas encontré á Pepa y á Sofía por nuestra conversacion del
dia anterior; cuando llegué á la casa, aun se ocupaban de ella con
D. Antonio, que es el nombre del viejo, sesudo representante de la
imparcialidad la noche anterior.

Don Pedro, que es el nombre del otro estimable viejo, decia:

—¡Ojalá no hubiera sido la conversacion entre señoras; por eso callaba
yo: si hubiera sido entre hombres de mundo, yo habria mostrado que la
prostitucion llega á un grado inverosímil. Yo habria dicho de las casas
ó establecimientos para dejar sin _nuissance_ (sin estorbos), á las
jóvenes desdichadas; habria pintado, con los colores á que se presta,
la colosal fortuna hecha por una charlatana para procurar _la soledad_
permanente de las jóvenes.

Y Doña Sofía, continuaba, ya recordarán lo que acontecia en Indiana,
donde el divorcio solo requeria la simple manifestacion de discordancia
de génios. Llegaba por el ferrocarril un matrimonio, se presentaba, y
al volver á partir el tren, estaban desligados para siempre los más
sagrados vínculos.

Muchos cócoras, en las estaciones de Indiana, gritaban al llegar los
wagones: “¡Veinte minutos para divorciarse!”

—Varios anuncios de abogados habrá vd. visto, añadió D. Pedro, que
dicen: _Fulano,—Licenciado,—Con especialidad para el divorcio, con
causa ó sin ella, cinco pesos.—Consultas grátis_.

Lo que espanta es que aun en la sociedad puritana, como en Vermont,
Maine, New-Hampshire, Filadelfia y otros pueblos, se muestre ese
disgusto por la duracion de la vida conyugal y ese _horror por
los niños_, como decia M. Dirou, y que más bien en el Oeste y en
las poblaciones más sencillas, se hayan refugiado los más puros
sentimientos de la naturaleza.

Mr. Jannet, en su obra titulada: “Los Estados-Unidos contemporáneos,”
publicada en 1876, dice:

“Los últimos censos tienen demostrado que en los Estados del Este,
la poblacion no crece con especialidad, sino en los distritos
manufactureros, donde afluyen los inmigrantes. En los distritos
rurales, ó permanece estacionaria, ó disminuye. Los últimos datos sobre
la poblacion de Rhode-Island, prueban que cien americanos tienen por
término medio dos hijos por año, miéntras seis emigrados tienen seis.
Si este desórden continúa, no habrá dentro de cincuenta años un solo
habitante de la raza anglo-sajona.”

—Contaré á vdes., interrumpió un jóven guatemalteco, que nos
escuchaba, una anécdota que es característica, y que reasume, por
decirlo así, cuanto hemos hablado sobre el particular.

Julio Martinez llamaremos al jóven. Contrajo matrimonio con una
lindísima _lady_, que pudiéramos llamar una de las más ricas joyas de
la 5.ª avenida, porque Esther era no solo hermosa, sino que su padre
poseia opulenta fortuna.

Los primeros albores de la luna de miel los hallaron como dos tórtolas;
eran la envidia y el modelo de los amantes entusiastas.

Julio es nativo de la Habana, hermoso, perfectamente educado y de
riquísimo caudal. Emigró de su país por causas políticas, se enamoró de
Esther, fué correspondido y se creia el más feliz de los mortales con
su enlace.

Un dia, y cuando no se sospechaba siquiera, llegaron á Julio cartas
de la Habana en que le participaban que su familia estaba perseguida,
que sus bienes los habia confiscado el gobierno y que no contase con
auxilio alguno.

El jóven participó el acontecimiento á la esposa, lleno de
consternacion, y como consecuencia le propuso la reduccion de gastos y
su cambio á una modesta habitacion.

La jóven escuchó con suma frialdad, casi con indiferencia, aquel
relato, y le dijo con cierto tono de superficialidad:

—A la modesta habitacion, te vas solo.

—¡Cómo! replicó sorprendido el marido, ¿no me sigues?

—Oh! á ese barrio de obreras?.... vas tú solito.

Quiso el marido esforzarse y obligar á su consorte; pero todo fué en
vano. No habia pasado una hora de esta conversacion, cuando Esther
estaba en un hotel y el matrimonio en realidad disuelto.

Julio.... abandonó la casa en que vivia.... y no se volvió á saber de
él......

Esther se dirigió á la casa de su padre.

—Vengo á decir á vd., le expuso, que Julio me quiere llevar á una casa
indigna de nosotros, muy pobre.

—Oh! esa es tu cuenta.... dijo el padre.

—Yo he resistido, y me vengo á mi casa.

—Oh! tú irás con tu marido ó por tu lado; esa es tu cuenta.... Esta no
es tu casa.

—La beldad no se dió por derrotada: se encerró en su cuarto del hotel
á calcular, y se encontró con que tenia _un obstáculo_ (¡un hijo!) que
le impedia discurrir con libertad.

Nada más sencillo.... como proemio de sus planes, hizo desaparecer _el
obstáculo_ y quedó como soltera.

Entónces, exhumó sus correspondencias amorosas, pasó una especie
de circular á sus antiguos pretendientes, y la tiene vd. instalada
de nuevo en su 5.ª avenida, merced á la prodigalidad de un judío
millonario, que fué el mejor postor.

—Eso es espantoso, exclamé yo.

—Será lo que vd. guste, me dijo D. Pedro; pero en esa foja arrancada
del Album de la vida íntima, tiene vd. la facilidad de romper las
relaciones más estrechas, los vínculos más sagrados, el horror á los
niños y la subasta y el remate al martillo.

       ················································

Uno de mis compañeros llegó en aquel momento, y tomó otro giro la
conversacion.

Habia hecho, en union de los Sres. Iglesias, Gomez del Palacio y otros
mexicanos, un hermoso paseo en la Bahía, invitados y obsequiados por el
Sr. D. Romualdo Pacheco, una de las personas más distinguidas y amables
que tratamos en California.

Antes de ceder la palabra á mi amigo, en lo que ganarán sin duda mis
lectores, para la relacion de su paseo, me la concedo yo para hacer la
presentacion del Sr. Pacheco en toda regla.

El Sr. D. Romualdo Pacheco nació en el pueblo de Santa Bárbara, donde
tenia ricas posesiones y numerosos ganados su familia.

Quince años tenia el jóven Pacheco cuando se verificó la guerra
americana, y de sus resultas, su cambio de nacionalidad.

Pacheco partió para Paris, donde perfeccionó su educacion, y vino á
ejercer, como juez de su condado, las primeras funciones públicas, con
aplauso universal.

Abrazó el partido republicano, se le nombró tesorero del Estado: sus
talentos y virtudes le granjearon la estimacion pública, y en 1871 le
hizo el voto popular teniente gobernador, y quedó al fin ejerciendo el
mando como gobernador, por renuncia que hizo Mr. Booth, nombrado para
ese encargo.

Hé aquí los términos en que habló entónces del Sr. Pacheco, el
periódico más acreditado de California:

“En su carrera pública, el gobernador Pacheco ha sido probo entre los
probos y honrado entre los honrados. Jamás se le ha atribuido un
hecho que pudiera empañar el escudo de un hidalgo en aquellos dias.
El gobernador Pacheco heredó los extensos terrenos de su familia, así
como sus ganados. Durante los años de sequía, se deshizo de todo eso,
que ahora constituiria la fortuna de un príncipe, para socorrer á los
pobres. A Pacheco pertenece la honra de haber atravesado una série de
pingües destinos, sin haberse enriquecido por ello.

“Personalmente posee cualidades que tienen mucho mérito para el pueblo.

“Es considerado como el hombre de mejor figura y de más finos modales
del Estado.

“Laza un oso con la propia facilidad que un becerro, maneja un _yate_
como el más diestro marino, es un tirador de primera fuerza, y como
cocinero, no le conocemos rival.”

Esto dice el periódico americano.

Nosotros podemos asegurar que ninguno de esos elogios es exagerado, y
que el cariño que profesa á México nos lo hizo recomendable en alto
grado.

El amigo que venia de disfrutar de la buena compañía del Sr. Pacheco,
estaba encantado con los recuerdos de su paseo.

Contábame regocijado mi amigo, que el Sr. Pacheco llevó en su compañía
al paseo á su hijita, niña encantadora en cuya fisonomía y modales
parece que se habian dado cita las dos razas, sajona y española, para
ostentar sus gracias: además, se reunieron al caballero obsequiante
unos americanos, tan francos, tan alegres, que sin la denuncia
impertinente de los años, se habria semejado el paseo á una _salada_ de
colegiales.

—Vimos la Bahía, me dijo el amigo, con sus muchos muelles, su tragin y
su riqueza deslumbradora.

Por una parte, el _the_ que llega del Oriente, entre la algarabía de
los chinos; por otro lado, montones de tercios de trigo, esperando
buques para un puerto extranjero.

Pacas, costales, barriles, maquinaria de fierro, pianos, cuanto sueña
la necesidad, cuanto inventa el lujo, cuanto solicita el trabajo,
cuanto imagina la gula.

Pasamos por enfrente de San Quintin, que es una isla en que está
la prision, y es al mismo tiempo escuela de artes y oficios, cuyos
talleres trabajan con la mayor actividad.

Allí, me dijo mi amigo, como en otras partes, no ha tenido solucion
satisfactoria la cuestion de talleres; el gobierno paga seis reales por
la manutencion de cada preso; pero en otras épocas se han apoderado de
ellos especuladores, que despues de exprimir su jugo, sueltan al preso
casi en la miseria cuando termina su condena.

Además, el auxilio del gobierno produce una baratura forzada, que da
superioridad á los efectos hechos por los presos, y esto sacrifica al
artesano honrado que no tiene más auxilio que su esfuerzo personal.

La prision de San Quintin está citada como modelo; pero yo creo que hay
instituciones mejores y más humanitarias en Europa.

Entre la multitud de asociaciones marítimas de _Express_ comisionistas
y traficantes de mar, descuella poderosa la Compañía que dirigen MM.
Goodall, Nelson y Pekin, titulada: “Compañía de vapores de la Mala del
Pacífico,” relacionada con otras compañías que recorren las islas del
Pacífico, China, Japon, los principales puertos de América, Europa,
Asia, Africa y Australia, haciendo de fácil acceso á California todos
los pueblos del mundo.

La seguridad, la baratura y las comodidades todas de la vida, se han
trasladado á esos buques, al punto que familias enteras se estacionan
en ellos.

Los negocios de la Compañía requieren, en movimiento perpétuo, 35
agencias colocadas en los puntos más importantes de las costas de los
Estados-Unidos, México, Sur, Centro América, el Canadá, Inglaterra,
Japon, China y las Indias Occidentales. La capacidad de su flota excede
de 70,000 toneladas, y la distancia entre los puertos de salida y
entrada que los vapores atraviesan en viajes regulares, es de más de
25,000 millas por viaje.

Uno de nuestros complacientes compañeros de paseo, continuó mi amigo,
nos hizo una descripcion animadísima del vapor conocido con el nombre
de “Ciudad de Pekin,” llamado por los marinos “El Palacio Flotante.”

Los salones, decia, refiriéndose á M. Lloyd, escritor americano de gran
mérito, son tan espaciosos y elegantes como los de los millonarios de
la 5.ª avenida en Nueva-York.

Grandes espejos, deliciosas pinturas, jarrones con flores y cuantos
primores ha derramado la estética en las estancias de los próceres
europeos.

La cocina parece dirigida por Brillat de Savary y por Alejandro Dumas
á competencia, es un paraíso en donde las seducciones no son manzanas,
sino los manjares más exquisitos; seria el orgullo de Manuel Payno,
haria las delicias de Morquecho, ese par de amigos de tan exquisito
gusto para sus comidas.

Cada camarote parece preparado por una novia solícita á un solteron
comodino.

Solo el “Grande Oriental” es superior en tamaño á la “Ciudad de Pekin,”
que mide 5,080 toneladas, es de fierro y hélice y hace el tráfico con
China.

La flota de la Compañía se compone de 16 buques de fierro y hélice, y 9
de madera de ruedas laterales.

Los buques de primera clase tienen los nombres de “Pekin,” “Tokio,”
“Gran República,” “Colorado,” “Ciudad de San Francisco,” “New-York,”
“Australia,” etc., etc.; miden de 3 á 5,000 toneladas; los de 2.ª y 3.ª
clase, de 1 á 3,000.

Diez de esos buques, los de primera clase, hacen el tráfico de China y
Australia; seis el de New-York y Panamá, y los demás los de las islas y
la América Central.

Por la brevísima idea que hemos procurado dar de la Mala del Pacífico,
se vendrá en conocimiento del movimiento de sus muelles, del tragin de
sus almacenes, de la multiplicidad de sus cambios, de la extension de
sus relaciones y del impulso que esa sola Compañía comunica á todos los
ramos de la riqueza pública.

—Volviendo al Sr. Pacheco, dijo mi amigo, es persona altamente
considerada, no obstante manifestar su adhesion por México; nosotros le
debemos mil atenciones y le estamos profundamente obligados.

—¿Creerán vdes. que he pensado muy detenidamente en lo que acontece,
no con el Sr. Pacheco, sino con otros mexicanos que conservan con
heroismo su nacionalidad? Ellos son tratados como cualquier otro
extranjero; léjos de recibir ofensas, son acogidos en la mejor
sociedad, y sin embargo, se tiene por nuestra raza sumo desprecio y se
siente algo en la atmósfera, que nos sofoca.

—Eso depende de dos cosas: primero, de que no se distingue bien entre
la gente bien educada y la que no lo es, y en que no es lo mismo las
ciudades que los campos.

La gente de las fronteras se cree sin fundamento que es, en general,
como el sedimento de lo que tienen de peor los dos pueblos; y como
el americano tiene la fuerza, y los testigos, y los medios de
superioridad; y como de nuestra parte la representacion es tan débil,
llevamos la peor parte en todo.

—Yo, dije, he estado en Tejas en 1865. La poblacion americana invadia
dia por dia la parte central de la ciudad; á sus orillas, bajo las
lonas, como la ramazon y los despojos que empujan á la tierra los
grandes lagos, se iba aglomerando la poblacion mexicana, sucia,
desnuda, corrupta, bajo girones de lienzo, ó bajo cueros de res,
apiñándose como gusanos, formando como costras y grumos repugnantes.
El cólera imperaba devastando. Se cebó en el barrio mexicano. Cuando
iba desapareciendo la plaga, se publicaba: “_Demos gracias á Dios. El
cólera se va: ya solo mueren algunos negros y muchos mexicanos._”

En los jurados generalmente resultaban condenados los mexicanos: los
nombres de mugrosos y de ladrones les designaban al castigo: yo jamás
me he sentido tan humillado como entre aquellas gentes.

—Habia mil razones, replicó mi amigo: los usurpadores de las tierras,
pintaban á los mexicanos como bandidos y citaban hechos atroces: los
mexicanos, que no tenian justicia ni apoyo alguno, recurrian á la
fuerza, se exacerbaban los odios y siempre el juez decidia en favor de
los suyos.

Por otra parte, debe tenerse en cuenta que tambien de nuestra parte ha
habido violencias.

Pero el hecho es que se pueden citar matanzas atroces por órden de las
autoridades, robos injustificables, incendios y todo lo que no seria
lícito emplear ni para el exterminio de fieras.

Pero los hechos que hemos palpado y de los que hemos sido víctimas, son
no tener quien hiciera justicia á un mexicano, sino condenarle por la
primera delacion; en Brownsvill, no se permitia á un mexicano galopar
á caballo, ni tener vela encendida, y la más leve sospecha provocaba
ejecuciones espantosas..................................................

Pepa, que observó que el terreno en que nos estábamos colocando era muy
resbaladizo, cambió de conversacion y me trajo su Album, empeñada en
que escribiese en él cualquier cosa que no fuera séria.

La conversacion séria voló hecha girones, los concurrentes se rodearon
del piano y á mí me dejaron con el Album y un tintero en la mesita del
centro de la sala.

Allí, al querer ó no, hilvané, en ménos que canta un gallo, unas coplas
festivas, que por fortuna de mis lectores no recuerdo.

La circunstancia de ser víspera de partida, y la intimidad de mis
relaciones con la estimable mamá de Pepita, hicieron pasable la
improvisacion, que se hubiera calificado de llaneza, si no estuviera
autorizada por la confianza y por la broma.

       *       *       *       *       *

Al siguiente dia de esta entrevista me desprendí de todo compromiso
para hacer en la mañana mi paseo solitario al Cementerio, ya que era
preciso verlo todo.

Al Oeste de la ciudad, entre la árida playa y el Océano, en medio de un
hervidero de caprichosas colinas, se levanta entre un grupo de pinos
silenciosos, una gigantesca cruz rústica, recuerdo de los primeros
misioneros españoles, propagadores de la civilizacion y el Evangelio,
en aquellas remotas regiones.

La sombra del signo de la redencion se proyecta gigantesca con la luz
vespertina, como para abrigar los restos queridos de aquellos que
encendieron audaces la doctrina del Evangelio en aquellos dominios de
la barbarie; y algo de religioso y de sublime hay en aquel triunfo
de las conquistas del espiritu, frente al mar, representacion de lo
eterno, y la playa, símbolo del principio y del fin de la vida.

Lone-Mountain es el nombre de la ciudad de los muertos, y sus blancas
columnas y sus estatuas, sus cúpulas y campanarios, parecian cadáveres
de edificios, en que en otro tiempo se habia refugiado la vida.

No sabemos por qué, si no es por seguir alguna vulgar imitacion
del Este, se ha querido sustituir al nombre de Lon-Mountain el de
Laurel-Hill, por mil títulos más adecuado.

Sea como fuere, posee el cementerio una grandeza imponente, la soledad
y el silencio le revisten de extraña majestad.

Desde el pié de la cruz se distinguen, por una parte, las tendidas olas
del Océano, y por el otro, el tumulto de casas de la ciudad, corriendo
entre las arboledas de las calles, apiñándose en las azoteas, con sus
puertas y ventanas como fisonomías, y extendiéndose en las plazas,
abriendo campo como en espera de otra comitiva de edificios.

Entrando al cercado del cementerio, se ven anchas avenidas de árboles
sombríos, calles regulares, tramos de césped y jardines esmeradamente
cultivados, rodeando, ya monumentos, ya sencillos sepulcros en que
parecen confiadas á las regiones desconocidas, las memorias de los que
lloran en este suelo.

Templetes, arcos, bóvedas de granito y de mármol, proclamando la
opulencia, cruces de piedra denunciando la miseria: tambien allí se ve
la desigualdad en la cubierta del polvo.

Recorria las inscripciones, muchas sin entenderlas, como si yo fuese
instrumento del castigo de la vanidad mundana, como si tambien en la
muerte hubiese extranjería!

Una flor aislada y marchita, una corona comenzada á destruir por el
tiempo, hablaban más alto á mi corazon que los esfuerzos que sin duda
habia hecho el talento para protestar contra lo implacable de la nada.

Para un extranjero, para uno que viaja, un cementerio es la aparicion
de la patria comun, es el aviso de que todos los caminos tienen un
fin único, y de que el sueño eterno, lo mismo se concilia bajo todas
las zonas del globo.... ¡Qué pequeño es el hombre! ¡qué miserable la
existencia!

Todos los epitafios son lo mismo: la queja del bien perdido, la
protesta contra lo imposible, el ahinco de defraudar al olvido una
partícula de lo que tiene de desaparecer para siempre. ¿Pero por qué
siente uno morirse más definitivamente en un país extranjero?

En la parte más elevada de Lon-Mountain hay un monumento de mármol
erigido á una que fué persona muy estimable en California: por un lado
del monumento se lee: “Mecánico;” por el otro: “Senador.” Ese epitafio
tiene el mérito de que con dos palabras pinta á un yankee.

El epitafio que produjo en mí más honda impresion, fué el de Arturo
French, muerto en 1860 en el naufragio del vapor “Norterner,” cerca
del Cabo Mendocino. French era el primer oficial del buque; parece
que habia venido varias veces á la playa para procurar la salvacion
de sus compañeros. Contestó á los que trataban de disuadirlo que
volviese al buque náufrago: “Yo debo vivir como cualquiera otro; pero
mi vida pertenece á los que se hallan á bordo de aquel navío, y así,
iré y permaneceré allí con el capitan. Si muero, decid á mi esposa y á
mis hijos, que despues que hice siete inútiles tentativas, he muerto
cumpliendo con mi deber.”

Un mástil solo señala su tumba, emblema significativo de los peligros
de su vida y de su heróica muerte.

En un lugar apartado del cementerio, sin monumentos ni inscripciones,
está el lugar concedido á los extranjeros.

Crece allí espontánea la yerba; en piedras humildes están depositadas
algunas fechas y algunos nombres; de vez en cuando salpican frescas
flores sitios que no tienen inscripcion alguna; lágrimas, confidencias
íntimas, desconocidos misterios de amor y quebranto....

El murmullo de los árboles en aquel sitio, parece remedar los acentos
del hogar distante..........

Yo no sé por qué en aquel lugar tuve como la aparicion
de todo cuanto amo en el mundo.... La tumba en tierra
extraña.... ¿qué más da?.... Oh, no! es horrible morir sin
patria!........................................

La sensacion que acababa de recibir, no me dejó fijarme en otros
suntuosos monumentos ... ni en una seccion destinada á los sepulcros de
los individuos de las Compañías de apagar incendios, que es muy bella.

Poco me detuve en el Cementerio Chino, que está cerca de Lon-Mountain,
ó mejor dicho, que como el Cementerio Católico, son secciones separadas
de él.

El Cementerio Chino, realmente son depósitos de cadáveres encajonados,
que hacen las Compañías para conducirlos al Japon ó China, como es
sabido y está pactado: frente á los sepulcros hay hoyos en que se
queman lo que ellos llaman perfumes.

En estos lugares suele insultar el odio público á los cadáveres,
arrojándoles piedras y suciedades; no hay para qué encarecer lo que
tiene de sucio y repugnante aquel lugar.

En el Cementerio Católico descuella el del Sr. Labiaga, que costó más
de cincuenta mil pesos.

Aquella tarde fué de honda tristeza.... parece que algo de mí mismo
quedó allí sepultado. ¿A qué caminar? ¿á qué vivir? si al fin todos los
caminos conducen á la muerte!!!



XXXI

Preparativos de salida.—Compra.—El Express.—Visitas.—Albums.


SINGULAR condicion de la humanidad y notable desengaño para los
materialistas! Apénas sobre el modo de existir comun cae una idea;
apénas se le adhiere un recuerdo, cuando realmente se trasforma y tiene
significacion distinta para nosotros.

Tenemos en la mano una pluma, estamos prontos á tirarla como una
basura, una voz nos dice al oido: “Con esa pluma escribió Heredia sus
odas inmortales.” Entónces la vemos como una precea y la conservamos
como una reliquia. Como que á la pluma descendió una alma; como que es
un sér con quien nos queremos relacionar.

Así, en la partida de un lugar, las calles como que se embellecen y
como que nos confian secretos que se habian reservado, las fuentes
corren de otro modo, la luz como que se vuelve diferente, aquello que
se va á perder se ama más.

Nunca me pareció San Francisco más seductor que el 3 de Marzo, víspera
de nuestra partida. Iba como daguerreotipando en mi memoria calles y
plazas; queria como calcar en mi cerebro aquella casa, con su enverjado
de hierro, sus macetones y estatuas en el jardin; aquellos niños
corriendo tras de sus aros al rededor de la fuente; aquella pareja
perdiéndose en la distante arboleda en su elegante _vogue_; ella,
indolente, acurrucándose al lado del yankee colorado, frio y preocupado
solo del trotar desembarazado de su caballo.

En el saloncito que ocupaba Iglesias, habia personas de las más
distinguidas, despidiéndose y prodigándole atenciones, más que
relacionadas con su posicion, con su mérito real, con su sabiduría y
virtudes.

En cada uno de los cuartos habia un _totum revolutum_ infernal,
baúles abiertos, sombreros regados aquí y acullá, botas y botines
estorbosos, esperando colocacion, camisas, calcetines, pantalones, y
con predileccion el cajon para los regalos á México, denunciando los
afectos y el estado de los fondos del viajero.

En medio de este baratillo estaban los amigos libando en mi cuarto
sendas copas, haciendo itinerarios, dando recomendaciones y encargos y
comidiéndose á desempeñar comisiones, de la manera más servicial.

Por supuesto que no faltaba, sentada en un baúl con su canasto al
frente y su chico sentado en el suelo, la lavandera, primer doliente en
la partida de un soltero, ni la costurera con su mamá, que por primera
vez se aparece, ni criados y conocidos que van hacinando lo inútil
y dejan traslucir las satisfacciones y las envidias que provoca la
herencia.

Los criados andan más listos que nunca, como que se acerca la hora de
la propina extraordinaria; encuéntrase uno con afectos que le eran
desconocidos, por supuesto de gente menesterosa y con cualidades que
nunca sospechó tener.

Aquello de las peticiones de retratos, ni se cuente, que yo los repartí
por docenas y recogí muchos, siendo para mí reliquias muy queridas
algunos de ellos. A propósito:

Cuando un tonto es de _pur sang_ me deleita, es tonto de ley de oro,
como algunas piedras minerales.

Así habia en la colonia italiana una dama que tenia una hija
hermosísima, de la que varios deseábamos el retrato; requerimos á
la jóven, instamos á la mamá, y por fin, la víspera de mi partida,
corrimos varios en tumulto á que se retratase Adelina.

La mamá fué con nosotros á la casa de Housewort y C.ª, establecimiento
espléndido, N.º 12 Montgomery Street Market, donde se ejecutan con toda
perfeccion las operaciones fotográficas.

Entrar, colocarse Adelina y poner en nuestras manos ejemplares
primorosamente acabados, fué obra de ménos de tres cuartos de hora.

Yo no pude dejar de mostrar mi asombro, no solo por lo acabado del
retrato, sino por la prodigiosa celeridad con que se habia verificado
la operacion.

Recordaba los pasados tiempos de la pintura al óleo, las dificultades
del parecido, etc., y la deuda que teniamos con la ciencia por
descubrimientos tan sorprendentes y fecundos como el daguerreotipo.

—¿Y á vd. qué le parece de ese retrato, señora? dijo á la mamá uno de
los circunstantes.

—A mí, nada, dijo la señora con aplomo, _porque como los señores ya
conocian á mi niña......_

—Vd. tiene mil razones, señora, repuse yo (vd. es una asna, dije
aparte), yo no habia tenido presente esa circunstancia.

Volviendo á los preparativos de marcha, Gomez del Palacio, que
siempre se distingue donde quiera que se halla, por lo servicial y lo
caballeroso, se habia encargado de la compra de boletos, ajuste del
carro de dormir y del _Express_.

Pocas instituciones hay más benéficas que el _Express_, para la
comodidad, no solo de los viajeros, sino de todo el mundo.

En la oficina del _Express_, perfectamente dotada, escrupulosamente
servida y que posee con justicia la confianza universal, deposita el
viajero el bulto ó bultos que desea se trasporten á cualquier lugar del
mundo y sean del valor que fueren.

Se depositan los bultos, recibe su constancia el interesado, y el dia
convenido encuentra el depositario en el lugar pactado su caja ó su
fardo, sin la menor lesion, y como si hubiera sido trasportado por
mágia.

En cuanto á los equipajes que van en el mismo tren que el viajero,
llueven comisionados y agentes que se encargan de enfardelar,
trasportar y depositar en manos del empleado del tren, sin más cuidados
de parte del interesado que recoger el _check_ ó boleto con un número
igual al que tiene la petaca ó baúl.

Al acercarse el viajero al punto de su destino, vuelven á presentarse
agentes de casas y hoteles conocidos que se encargan de los equipajes,
los recogen, los colocan en el hotel en el lugar que se les designa, y
el propietario se ve servido como con las manos blancas que se movian
en el aire de sus cuentos de niño.

Y todo esto se hace por tan módica retribucion, que está realmente al
alcance de todas las fortunas y se verifica del modo más natural.

Arreglados, ó mejor dicho, á medio arreglar los equipajes, salí, en
union de varios amigos, á hacer compras para los obsequios de familia.

Conmovedor es realmente ese balance y esos conflictos entre las
inspiraciones de la ternura y la tirantez del presupuesto.

Yo queria abarcarlo todo: gorritas, saquitos, zapatitos chinos,
juguetes milagrosos, de objetos mil, que presumia iban á enloquecer de
contento á mis nietecitos.

Representábame la imaginacion, la llegada del baúl á la casa, prévios
anuncios incitadores y halagos referentes á los juguetes, y amenazas,
segun la buena ó mala conducta de los niños.

Que llegará el baúl como en procesion, que se irán congregando curiosos
los criados y criadas, _pilmemes_ y nodrizas.

Colocaráse el baúl en medio de la pieza: el papá y la mamá de la
casa llevarán la batuta; agruparánse los chicos; subiránse en los
hombros de los autores de sus dias, armando algazara, apartándolos
y revolviéndose, miéntras el cargador y los criados forcejean por
desenfardelar.... Atencion general.....

Ya se abrió la tapa.... ya se desembaraza de los papeles un objeto
que se ve en alto.... es un polichinela que mueve los ojos, que anda
solo.... que repica sus cascabeles y que abre y cierra las piernas
intempestivo, miéntras suena los platillos con sus manitas. El asombro,
las risas, las disputas se suceden. Los chicos se desmorecen, todos lo
quieren para sí.

Un cochecito de cuerda, una locomotora, unas cajitas de música, un
ratoncito que corre, prodigios, primores; los chicos bailan, ríen,
hacen caricias á sus padres, queriéndolo todo.... pero han salido á
luz unos saquitos, unos casquetes chinos, unos zapatitos bordados con
lentejuelas de oro.

Aquello es mucho: se visten los chicos, se prueban los zapatos, se
hunden los casquetes á los ojos; los desconoce el perro y ladra, dan su
voto las criadas y llevan á los niños frente al espejo.... y aquello
es una bola de placer.... los papás, con la carta en las manos y los
ojos inundados en lágrimas, hablan del _Papati_ (así me llaman mis
nietecitos), y tiemblan á la idea de no volverle á ver......

Las personas pudientes compraban capotas de pieles, y joyas exquisitas;
los ménos favorecidos de la suerte, juguetes y fruslerías, y álguien,
pundonoroso y maltratado por la fortuna, esperaba á que todos saliesen
para comprar unos aretes humildes, una mascadita china ó una pelota de
hule, para la esposa, para la hija infeliz, ó para el niño amado del
corazon. ¡Oh, cuánto amo yo á esos pobres, me muero por ellos!

Apénas nos desembarazamos de las compras, cuando tomé un carruajito de
dos asientos y un caballo, que cuestan la mitad ménos que los comunes;
me puse en contacto con mi cochero favorito, Dionis, que no sabia
palabra de español y á quien con mi diabólico inglés le pegaba mil
chascos, y me eché á volar por aquellos mundos de Dios.

Como he dicho ántes de las calles, las visitas cobraron para mí
desusado atractivo; como que me veian con mayor interes; como que,
aunque aparentemente festiva la conversacion, guardaba algo de
lágrimas; como que entre los rayos de la fugaz alegría, pasaba gimiendo
la ave negra de la ausencia. Y sin duda, cosa análoga debe pasar
entre los que quedan contemplando el vacío que va á dejar nuestra
desaparicion.

Una de mis primeras visitas de despedida, fué una casa que podremos
llamar incrustacion mexicana.

Allí todo respira México: las muchachas, que son lindísimas, tienen en
la sala cuadros con el paseo de la Viga, el de Bucareli, la calle de
Roldan y el Santuario de Guadalupe.

Detestan á americanos y americanas, haciendo de ellos injustas, pero
graciosísimas caricaturas: se cantan canciones sentimentales de las
que forman el repertorio de la clase media en mi tierra; se brinda á
las visitas chocolate; se las obsequia con atole de leche y tamales
cernidos; se juegan juegos de prendas, y se disponen dias de campo á
nuestra usanza.

—Ni se vuelve vd. á acordar de nosotros, Sr. _Fidel_. El que se va se
divierte con lo verde del camino.

Y cosas por ese estilo se decian....

Una Pepita, burlona, chancera, chancera con talento y finura, con
unos ojazos negros que levantan en peso al que los mira, y con una
sensibilidad que se exalta fácilmente hasta las lágrimas, me presentó
su Album....

Es el caso que Pepita es novia de un jóven, muy jóven, á quien yo
amo mucho, por pertenecer á mi familia, y que el jóven aludido habia
escrito en su Album unos versos para que yo los glosara, que dicen:

   _ Pepa, tú lo sabes bien.
  Escribir aquí es error;
  Aunque me dé gran contento,
  Pepa, lo que por ti siento,
  No es amor y es más que amor._

—¡Hola! Como en mis tiempos, dije al frente del Album; como cuando se
glosaba aquello de _Aprended flores de mí_.

Tomé la pluma, las señoras siguieron hablando en voz baja, y yo
escribí, sin abandonar la conversacion:

    Ni su arco-íris la esperanza,
  Ni, negras sombras el celo,
  Me muestran, al ver tu cielo,
  Que es de grata bienandanza.
    Los dos esta adivinanza,
  Acogemos sin desden;
  Yo me doy el parabien;
  Díme lo que pasa en tí,
  Que lo que me pasa á mí,
  _Pepa, tú lo sabes bien_.

         *       *       *       *       *

    Es, niña, poco discreto
  Que mi confidencia escriba,
  Cuando es forzoso que viva
  En la cárcel del secreto.
    Es como raro amuleto
  Que encierra gozo y temor;
  No lo muestres, por favor,
  Que acaso te pondrá triste;
  Y si ya en tu pecho existe,
  _Escribir aquí, es error_.

         *       *       *       *       *

    De tu mirar de gacela,
  De tus dientes de marfil,
  De tu frescura de Abril,
  Que á más de un galan desvela,
    Ser el poseedor no anhela
  Mi paternal sentimiento,
  Y cuando tu blando acento
  Me diriges con ternura,
  No codicio tu hermosura
  _Aunque me dé gran contento_.

         *       *       *       *       *

    Miro tu rostro halagüeño
  Y te contemplo en mi hogar,
  Como sobre de un altar,
  Como realizando un sueño.
    Miro nacer con empeño
  Entre flores de contento,
  La linfa de un pensamiento,
  Que guardas en tu alma oculto,
  Y entónces es casi un culto,
  _Pepa, lo que por tí siento_.

         *       *       *       *       *

    A tus ojos celestiales,
  Tesoros de amor envío,
  Si dicen: “amigo mio”
  Esos labios de corales.
    Si acaso entre negros males,
  Se desvanece el albor
  De tu ensueño encantador,
  No me castigue tu olvido,
  Pues lo que por tí he sentido,
  _No es amor, y es más que amor...._

Las palmadas, las lágrimas, los encargos á México de las muchachas, las
recomendaciones de misas á la Virgen de Guadalupe, á la de la Soledad
de Santa Cruz y á la Divina Infantita de las ancianas, y los pedidos de
juguetes de los niños, terminaron la escena.

Díjele al cochero que me llevase á la calle de Franklin, casa opulenta
de distinguida educacion.

En medio del jardin está la casa blanqueando, con su pórtico de ligeras
columnas. Cerca el jardin un pulido barandal de fierro. Grandes y
frondosos árboles se agrupan á la entrada y al rededor de la casa.
Hay su fuente con pescados de colores y su _kiosko_ para las lecturas
solitarias.

La casa es, con poca diferencia, como las ya descritas; con la
circunstancia que de un lado del pasadizo hay un extenso y elegante
salon, y del otro, la asistencia y el comedor, divididos por el tabique
corredizo que ya conocemos.

La familia es mexicana, la señora de la casa conserva culto profundo
por México y acoge y mima con su amistad á personas mexicanas.

La niña, que es un encanto de virtud y hermosura, conserva el tipo de
México, pero como desvaneciéndose entre nieblas alemanas y perdiéndose
en la bruma del Niágara.

Lo más seductor en T*** es su inocencia, inocencia alegre, franca,
ingénua: la gentil doncella, juega con las niñas, monta á caballo y
maneja las riendas de su carretela, y no va á más; ni tira la pistola,
ni tiene aspiraciones á invadir la educacion masculina.

La señora, repetimos, es mexicana; la niña rinde culto á los recuerdos
de la mamá; pero nacida en California y educada en Alemania, sus
relaciones son en mucha parte de americanos, ingleses, alemanes,
siempre, por supuesto, imperando nuestra tierra en la casa.

Las tendencias y tradiciones que hemos apuntado, producen encuentros
deliciosos: yo he visto en una rinconera el busto de Escobedo, mano á
mano con Bismark; casi del brazo á Zaragoza con el baron de Humboldt, y
departiendo en una consola á Juarez, nada ménos que con San Patricio,
como si fueran los mejores amigos del mundo.

A mi llegada, un jóven Arrillaga, eminente artista, tocaba el piano;
varias jóvenes, con sus delantales albeando, fabricaban bizcochos, y la
señora iba y venia, teniendo sobre la mesa canastos, botiquines y un
precioso neceser de viaje.

Un polaco amabilísimo y de vasta instruccion, era el ayudante de campo,
en union de Ferrer, el artista celebrado del Club Hispano-Americano.

A mi llegada, tocó diana el piano y la señora se adelantó á recibirnos.

—Vea vd. en lo que nos han metido vdes.: todas trabajamos.

—Pero, señora, por nosotros!

—¿Cómo es eso? ir á pasar esos desiertos, sin un trago que beber,
cuando muchas veces no se puede uno apear en la estacion, eso no era
posible.... vea vd., estas son carnitas frias, este garrafon contiene
Jerez; vea vd., aquí pan, mantequilla....

—Pero....

Y sin dejarme concluir, me dijo:

—Esta botellita es árnica, aquí tiene vd. su letrero; esta es álcali;
vea vd., aquí, carbonato, polvos de Sedlitz: vea vd., con este
aparatito se calienta agua, este es el alcohol para la lamparilla. En
todo esto deben ir los bizcochos que están haciendo las niñas; pero
economicen vdes.: cuando haya qué comer, no apelen al repuesto.

Y todo estaba previsto, todo era tan oportuno, tan cuidadoso, tan
tiernamente delicado, que parece que nuestra misma madre se habia
encargado de aquellos cuidados.

Era forzoso volverse todo corazon y amar, amar mucho á quienes así nos
amaban, porque la gratitud, la simple gratitud, es la contribucion
oficial de los tontos y el hilo sin anzuelo que queda en las manos de
los ingratos.

Amar es otra cosa.

Incorporéme á los trabajadores: Tulita mandó el coche por sus amigas, y
se instaló, sin quererlo, una tertulia, sin pretensiones de tal, de las
más agradables, miento, de las más deliciosas que se puede imaginar.

Alternaban Arrillaga y Ferrer tocando divinidades; el polaco y un
hermano de la señora distribuian obsequios, respetando el haber de
los viajeros, y las chicas, realmente con la masa en las manos, se
acercaban al piano á interpretar á Verdi, á Mozart y á Wagner.

Por supuesto, frente á mí llovieron los Albums, y aunque supliqué á las
señoritas me diesen copia de mis versos, solo dos de ellas lo hicieron,
y allá van:

A TULITA.

    ¿A qué perturbar tu sueño
  Y tu sonreir halagüeño,
  Con mi doliente cantar?
    Ni tu existir que se mira,
  Que entre alegres flores gira
  Con tranquilo murmurar?

         *       *       *       *       *

    Sigue viendo embelesada
  De tu vida la alborada
  En el limpio cielo azul.
    Y entre celajes de gasa,
  Como blanca estrella pasa
  Con tu corona de luz.

         *       *       *       *       *

    Vive erguida, fresca rosa,
  A la sombra deliciosa
  Del amparo maternal.
    Y como segura nave,
  Deslízate en vaiven suave
  Sobre lagos de cristal.

         *       *       *       *       *

    Piensa en hermosos jardines
  De azucenas y jazmines,
  En palacios de zafir.
    Y los cielos contemplando,
  Vé los párpados cerrando
  Y sonriéndote al dormir.

         *       *       *       *       *

    ¡Oh! qué dulce es la existencia
  Cuando la dulce inocencia
  Abre de armiño su flor,
    Y en el horizonte bello
  Vemos el primer destello
  De nuestro primer amor.

         *       *       *       *       *

    Ya que te pinto dormida,
  Responde: ¿es cierto, mi vida,
  Que se sueña en la niñez,
    Con un mundo de ilusiones
  En el que no hay nubarrones
  De espantosa lobreguez?

         *       *       *       *       *

    ¿Es cierto que nunca el daño
  Percibimos, ni el engaño
  En amor y en amistad?
    ¿Y creemos que eternamente
  Hay juventud en la frente
  Y en el corazon bondad?

         *       *       *       *       *

    ¿Que si angustias nos desvelan
  Hay almas que nos consuelan
  Con encantador afan?
    ¿Y no falta techo amigo,
  Que nos dé amparo y abrigo
  Cuando ruge el huracan?

         *       *       *       *       *

    Si es verdad, guarda tu sueño
  Y no pidas con empeño
  Sus notas á mi cantar.

    Que si mis trovas oyeras,
  Tal vez, ¡oh niña! supieras
  Que se llora al despertar.


EN EL ALBUM DE MARIA PISIS.

    Luciente apareciste en mi existencia:
  Como pasa fosfórica la luz
  Que deja la ola en la desierta playa,
  Así pasaste tú.

         *       *       *       *       *

    Y fué tan puro su fulgente brillo,
  Y tan feliz me ví con su fulgor,
  Que al hundirme en la sombra de la ausencia
  Desgarra mi alma tu doliente “adios.”

A la algazara sucedió el silencio, la respiracion tenia humedad de
llanto, queria sagaz el ingenio distraernos y caia en frio el chiste
más agudo, y las notas alegres de la música eran como cantos de
febricitante, que más atormentan miéntras calumnian á la felicidad.

Sombras de muerte proyecta tras de sí la ausencia; lo que nos rodea
deja de existir, se va, se borra, no vive de nuestra vida, no flota
nuestro yo en esa atmósfera. Extraemos nuestro cadáver del seno de los
que amamos, y el recuerdo no es más sino el esqueleto tambien de la
vida real: es lo que el humo á la llama......

       *       *       *       *       *

—Cochero, calle de Fulson.

Era la casa del Sr. Andrade un rincon de México, mejor dicho, un oasis
de México.

El Sr. Andrade, como la familia Carrascosa, como los Sres. Gaxiolas,
Labiagas, como muchos, conservan por México vírgenes sus afectos,
cuidan su nacionalidad intacta, espían los acontecimientos de la
patria, enorgulleciéndose con sus glorias, llorando sus infortunios,
fanatizándose por ella, porque amar á los padres y á la patria es
persuadirnos de que la que nos dió el sér es la más grande, la más
bella, la más adorable de las patrias. Todo lo demás son cuentos, como
diria el amigo Carrascosa.

En la casa del Sr. Andrade se forma patria á todos los mexicanos que
llegan á San Francisco, y se disfruta de la más cordial acogida.

Andrade y su familia se saben convertir en servidores de cuantos
favorecen su casa, y para todo el mundo tienen agasajos y finezas.

Allí pude contemplar á las mujeres privilegiadas de Sonora y Sinaloa,
espléndidas como sus mares, dulces y melancólicas como el crepúsculo de
su cielo occidental.

Pálidas y amorosas como elegidas para recoger las últimas miradas del
padre de la luz. Sobre que son lindas, ¿para qué me he de devanar los
sesos haciendo inventarios?

La casa de mi tocayo estaba literalmente invadida por sus amigos, y él,
verdaderamente en sus glorias.

Los hombres bebiamos en el comedor, disputábamos en el cuarto para
fumar y nos agolpábamos á los tránsitos; las señoras cantaban, tocaban
excelentes artistas y reinaba por todas partes esa finura desembarazada
y generosa que tanto halaga y como que perfuma y ennoblece todas
nuestras acciones.

Volvieron á aparecer las señoritas Rotanzis á mi vista deslumbrada,
y volví á admirar sus gracias; la única sombra que para mí tuvo el
cuadro, fué la ausencia de Chonita Ramirez, de Virginia Sleiden y de
unas judías. ¡Oh, qué judías!.... Solo Dios, Dios nuestro Señor, pudo
haber estado en aquellas tierras, sin apasionarse como un desesperado,
y dejar al género humano que se lo llevase el demonio: al fin, para el
pago que sacó......

Nada de disparates; pero quién está en sus cabales con aquellas judías?

¡Qué breves pasaron aquellas horas! ¡qué rastro de luz producen en mi
alma aquellos recuerdos!......

Y á propósito: ya se deja entender, la mitad del tiempo lo pasé yo
frente á los _Albums_, que eran mi tormento.

Habia en aquella familia á quien debí tantas finezas, una señorita,
dije mal, un arcángel amantísimo á la poesía.

No era una mujer, era la vibracion de una queja; era un sollozo que
temblaba en los labios de la vida, para desvanecerse en una sonrisa de
muerte.

Era como la oscilacion de un rayo de luna entre las inclinadas ramas
de un sauce, y parecia su rostro reflejar la agonía de una llama
perdiéndose en un horizonte lejano.

No sé por qué me finqué con obstinacion en que consumia aquella
existencia, además del veneno implacable de la tísis, algun dolor
intenso producido por la orfandad ó por un amor infeliz.... ¡pobre
niña! llena de mimos y cuidados, la llevaba la corriente á la muerte,
y ella se asia al muro de rosas de la juventud, que desgarraba sus
manecitas con sus espinas.

Habia comprado un Album, solo para que escribiera yo en él, y nadie
más: la muerte selló la fidelidad de su promesa.

Esa noche espió con timidez un momento, y me presentó el libro. Nos
uniamos dos viajeros: ella debia partir para la eternidad. Yo me aislé
en un cuarto, y sin poder dominar mis emociones, escribí:

  EN LA PRIMERA PAGINA

  DEL

  ALBUM DE EMILIA.

    ¡Oh! cuando voy viajero fatigado
  Sembrando quejas y vertiendo llanto,
  ¿A qué pedir al pecho desgarrado
  Ecos sentidos de amoroso canto?
  Tu alma requiere acento regalado,
  No el gemir ronco de íntimo quebranto;
    Puedes hallar aquí, dándote enojos,
  Tristes huellas del llanto de mis ojos.

         *       *       *       *       *

    Si esta fuera la entrada de tu vida
  Yo la sembrara de jazmin y rosas:
  Como fuente purísima escondida
  Entre sombras de acacias y mimosas,
  La ingrata suerte hallárate dormida
  Viendo en tu seno estrellas luminosas,
    Y el límpido cristal creyendo cielo
  A distante region torciera el vuelo.

         *       *       *       *       *

    Ave inexperta, tiemblas en la rama
  Que en inquieto vibrar te lanza al viento:
  ¿No ves, mi bien, que el huracan rebrama
  Entre nubes preñadas de tormento?
  ¿No oyes, mi amor, que la razon te llama
  Como una madre, y que con tierno acento
    Quietud le pide á tu existir querido
  Entre las flores del materno nido?

         *       *       *       *       *

    ¡Pobre niña! que sueña la existencia
  Vertiendo risas y pisando flores,
  Entreabriendo su cáliz la inocencia
  Al beso de los cándidos amores,
  La alma exhalando su divina esencia
  Al trinar de los pájaros cantores,
    Y reflejando la risueña aurora
  La frente pura de quien la alma adora.

         *       *       *       *       *

    Pobre nave que anhela en la bahía
  Cruzar soberbia los inciertos mares;
  Que de las hondas la inquietud bravía
  Piensa en su loco error que son cantares.
  ¡Oh! no dejes el puerto, vida mia;
  No te entregues del viento á los azares;
    No provoques las iras de la suerte
  Cerca el escollo ves, que da la muerte.

         *       *       *       *       *

    Al amor abres la existencia pura
  Y dejas que se escapen en raudales
  De tu alma los tesoros de ternura;
  Pródiga desparramas sus cristales
  En seca arena, y en la roca dura,
  Y cuando en vez de amor, te cerquen males,
    En estéril desierto y entre abrojos
  Agotarse el raudal verán tus ojos.

         *       *       *       *       *

    Triste es, muy triste, en insensato empeño
  Brindar caricias y encontrar quebranto,
  Y despertarnos del placer del sueño
  Para inundarnos en eterno llanto;
  Triste es buscar el porvenir risueño
  Y encontrar donde quiera negro espanto,
    Sed devorarnos, y empapar el labio
  En la hiel quemadora del agravio.

         *       *       *       *       *

    Pobre mujer, tu angustia es nuestro juego,
  Y tu llorar de amor, es nuestro hastio;
  El que te dice que te adora ciego,
  Te hiere aleve con engaño impío:
  Niña inocente, del amor el fuego
  Será tal vez de lágrimas un rio.
    Duerme, duérmete en paz, y no mi canto
  Tu faz anuble con temprano llanto.

         *       *       *       *       *

    Oh! si estas fojas fueran los encajes
  Que cayeran profusos en tu cuna,
  Y te dejasen ver como celajes
  La blanca faz de la apacible luna,
  Yo alejara del mundo los ultrajes
  Y el amago falaz de la fortuna;
    Yo evocara con cantos halagüeños,
  Al querubin de los dorados sueños.

         *       *       *       *       *

    Yo arrullara felice tu inocencia
  Con cantos tan sentidos de ternura,
  Que te hicieran sonreir de complacencia
  En dulce arrobamiento de ventura.
  Alejando tus sombras mi experiencia,
  Entónce apareciera tu hermosura,
    Como tiembla en el lago casta y bella
  En cielo azul la matutina estrella.

         *       *       *       *       *

    Este libro es tu altar, niña inocente,
  Yo olvidé al contemplarlo mis dolores
  Y en él pegué mi atormentada frente.
  No tiene el alma ya cantos de amores,
  Perdió mi lira el resonar ardiente:
  A mi existir desierto pedí flores....
    Una sola me otorga mi quebranto,
  Ponla en tu corazon: tiene mi llanto.

  GUILLERMO PRIETO.

Estos versos, disparatados como son, tienen su disculpa, por la manera
con que se escribieron, en reducido cuarto, entre el bullicio y con
frecuentes distracciones, para corresponder á los bríndis de los
amigos.

Al fin, ví la cara del último de los Albums, y escribí en la última de
las hojas, porque habia personas de verdadero mérito que se disponian á
escribir:


A CARMELITA ANDRADE.

    El fin del libro aquí está,
  Yo lo asalto con valor,
  Que el libro, como mi amor,
  Ya no tiene más allá.
    Y tan bien pensado está
  Lo que yo supe elegir,
  Que en el grande ir y venir
  Del mundo, el _quid_ suele estar
  No en cómo hemos de empezar,
  Sí, cómo hemos de concluir.

         *       *       *       *       *

    ¿Qué importa á la mariposa
  Nacer como en dulce nido
  En el clavel encendido
  O en el cáliz de la rosa?
    En el aura vagarosa
  Como en inconstante juego,
  Se ve girar sin sosiego
  Y el dolor no la reclama,
  Despues adora en la llama
  Y la devora su fuego.

         *       *       *       *       *

    Nace cristalina fuente
  En el otero sombrío,
  Corre despues manso rio
  Como el cristal trasparente.
    Pero tal vez en torrente
  Se torna, y al rebramar,
  Su vida suele acabar,
  Extraviando su camino,
  En el pantano mezquino
  Y no en el inmenso mar.

         *       *       *       *       *

    Casi todas las auroras
  Prometen risueños dias,
  Y hay tempestades sombrías
  Tras de las alegres horas.
    Se miran nubes traidoras
  Que envuelven en negro velo
  El límpido azul del cielo:
  Yo no quiero, vida mia,
  Para tí, un sol de alegría,
  Que muera en sombras de duelo.

         *       *       *       *       *

    Es enojosa rutina
  Que lloremos flores muertas,
  Que alumbre tumbas abiertas
  El sol que nos ilumina.
    Esa escala que asesina
  Y se llama del vivir,
  No la quisiera seguir....
  Aunque la he de recorrer....
  ¡Qué hermoso fuera nacer
  Mucho despues de morir!

         *       *       *       *       *

    Yo te miré, y al momento
  Sentí en el pecho alegría,
  Y fué, Cármen, que vivia
  Del placer de tu contento.
    Que siga el gozo en aumento
  En el seno de tu hogar,
  Y que goces sin pensar
  Si en dudoso porvenir,
  El dolor puede venir,
  Y la dicha ha de volar.

         *       *       *       *       *

    Entusiastas trovadores
  Y tambien sesudos sabios,
  Pintan con sombras de agravios
  Las alas de los amores.
    Dicen que siguen dolores
  A la delicia de amar;
  Si tal pudiera pasar,
  Y si tal pudiera ser
  La conclusion del querer,
  Más valiera no empezar.

         *       *       *       *       *

    ¿Por qué ensalzar el arbusto
  Que encierra traidor veneno
  Y da fruto en cuyo seno
  Hay gusanos de disgusto?
    ¿Por qué quiere el hado injusto
  A las almas encender;
  Que deliren de placer,
  Y despues que en su gemir
  Digan: ¡qué triste es vivir!
  Más valiera no nacer?

         *       *       *       *       *

    Que á tu virginal cabeza,
  Como hoy, adorada niña,
  Siempre engalanada ciña
  La auréola de la pureza.
    No dé sombra la tristeza,
  Cármen, á tu dulce hogar,
  Que en el duro batallar
  De la suerte, al fin rendida,
  Haga más feliz tu vida
  Que lo que fué al comenzar.

  GUILLERMO PRIETO.

Omito la relacion de mis visitas á mis amigos Carrascosa, Gaxiola, Dr.
Rodger, Schleidem y otros amigos, porque las flores de la ternura se
conservan mejor á la sombra.

Por una razon análoga no menciono á mis amigos de la prensa, á quienes
merecí distinguidos favores, y los que supieron conquistar lugar
distinguido en mi corazon.

Cuando volví á mi hotel, dormian todos profundamente: las puertas
estaban entreabiertas, esperando el aviso de los criados.

Yo me tiré vestido en la cama, y oia el despertar de la ciudad
entre las tinieblas, percibiendo á lo léjos el agudo clamor de los
ferrocarriles y vapores.



XXXII

El 4 de Marzo.—El muelle.—El ferry.—Amigos cariñosos.—Ibarra y
Alatorre.—Capitan Hagen.—La estacion.—El tren.


AMANECIÓ al fin el 4 de Marzo, reinando aún cruelísimo el invierno.—No
obstante los preparativos de viaje y el buen arreglo de los equipajes,
expeditados desde la víspera, quedaron como adheridos á nosotros,
flotantes y sin colocacion, canastos, abrigos, sombreros, paraguas y
todo aquello á que se le ha dado el significativo nombre de _triquis_,
no obstante proclamar todo viajero, que estorba hasta el rosario á los
que tienen la costumbre de usarlo.

A mí me condujo hasta el muelle el coche de un caballo, mi vehículo
constante, el confidente, por decirlo así, de todas mis impresiones de
San Francisco.

Ya hemos dado idea del muelle de Oakland y ya conocemos esos _ferrys_
ó vapores de rios, encargados en tragin constante del acarreo de
viajeros de uno al otro lado de la bahía.

Las aguas estaban un tanto inquietas, pero como encadenadas y
obedeciendo al timon y viendo subordinadas las maniobras de los buques.

Al entrar en nuestro vapor, á las seis de la mañana, encontramos
arropados á varios de nuestros amigos, y á algunas señoritas vestidas
elegantemente y desafiando el ventisco helado, que azotaba sus hermosos
rostros.

Entre los favorecedores que acabo de mencionar, se contaban los Sres.
Andrade, Ferrer, Ahumada, Gaxiola, Coroella, y las Sritas. Gutierrez,
de lo más inteligente y virtuoso que cuenta la colonia mexicana.

Dos ó tres dias ántes de nuestra partida, un amigo veracruzano, á quien
soy deudor de mil finezas, me invitó á una visita por una de las calles
más accidentadas y embrionarias, por decirlo así, de San Francisco: la
calle de Green.

No hacia mucho, en una de mis descarriladas por falta de direccion,
me encontré en el término de los ferrocarriles urbanos del N. E. de
la ciudad: apéeme resuelto para seguir á pié; interceptó mi vista un
barranco profundo; descendí casi rodando; á poco me salió al paso una
montaña y la escalé decidido: entónces me quisieron envolver marañas
de casas, escaleras escurriéndose y asaltando las rocas, ventanillas
como los ojos de un buho en las eminencias, tendederos de ropa, juegos
de coche botados en el suelo, vacas pastando tranquilas en la llanura
tendida entre dos casas, hondonadas con sus árboles, sus jardines
floridos y sus graciosas fuentes, todo á los lados de una cuesta; yo
descendia entretenido, cuando ví en un farol escrito el nombre de
_Green_. Estaba en la calle de Green, indicando la resurreccion de la
ciudad.

[Illustration: _LIT. H. IRIARTE._

Calle de Montgomery.]

A la calle de Green fuí conducido por mi amigo el veracruzano, una
noche oscurísima. Llegamos á un punto en que estaba obstruido el paso;
era una casa en obra: atravesamos por entre escombros y como en un
subterráneo; yo llamaba á mi guía á cada momento, porque perdia el
piso: me dijo “suba vd.” y comencé mi ascension por una escalerita
de palo que casi flotaba como una cinta con nudos, que no tendrá una
vara de ancho; dí vuelta, y entónces me embarraba á la pared por una
verdadera cornisa con su barandal, todo trémulo y amenazante. Saliónos
al paso una puertecita pequeña. Estábamos á grande altura, causaba
pavor la consideracion de los muchos escalones que habiamos subido.

Abrióse la puertecita y nos hallamos en el sacramental pasadizo
americano, con sus _guarda-sombreros_, como es de rigor.

Podria caber la casita en la palma de la mano; pero qué limpieza! qué
elegancia! qué exquisitos adornos! siendo para mí el de más precio las
banderas nacionales y los retratos de Juarez, Zaragoza y Ocampo.

Esa es la casita de las Sritas. Gutierrez, entre quienes se mantiene
dudoso el sólido mérito, sin decidirse por la hermosura, por las
gracias ó las virtudes.

Saben encargarse de nuestra felicidad miéntras estamos bajo su techo,
olvidamos nuestras penas y va nuestra admiracion de sorpresa en
sorpresa, enorgulleciéndonos de lo que vale la mujer mexicana.

Una de las señoritas me enseñó sus versos, llena de timidez y de
bondad.

Lindísimos versos, alma pura de mujer, cantos de ave melodiosa que
enajenan por su elevacion y su pureza cristalina.

Estas Sritas. Gutierrez estaban tambien formando grupo cerca de nuestro
noble marino el capitan Hagen y de Schleidem, ambos sombríos, y el
primero con brusco aspecto y brillantes los ojos de llanto reprimido.

Nuestros amigos Ibarra y Alatorre, que quedaban en San Francisco, se
disponian á acompañarnos con M. Hagen hasta la primera estacion del
tren.

La conversacion fué animada, casi alegre, durante los primeros
momentos; entónces, en tiras de papel, escribí algunos versos; en
cuanto partió el vapor, se hizo entrecortada y difícil la palabra;
al tocar el muelle de Oakland, unos amigos se arrojaron en nuestros
brazos, los otros se alejaron, llevándose sus pañuelos á los ojos.

La estacion ó punto de partida del ferrocarril, con la grandiosidad del
edificio, los rieles y ruedas en los suelos, las máquinas, los talleres
y el inmenso agolpamiento de gente, presentaba aspecto singularísimo.

Los grupos de viajeros se ordenan como por sí mismos: el viajero
aguerrido se relaciona con el conductor, recorre los asientos para
apoderarse del mejor, y cuando suena la campana, está instalado.

Hablemos de los trenes.

Los diversos trenes corren por sus cuerdas separadas, aunque dependan
de una misma empresa.

Así es que hay trenes de efectos, de semillas, de ganados, y de
pasajeros con sus equipajes.

Los carros de semillas son verdaderas trojes rodantes de tablas, con
sus grandes puertas en el medio ó en los extremos.

Los carros de ganado son como grandes jaulas exteriormente, y en la
parte interior como corrales y caballerizas; hay carros descubiertos
totalmente, en que se conduce carbon, y otros, como tanques ó grandes
cajones para el petróleo.

El tren de pasajeros tiene dos grandes divisiones: una de carros que
pertenecen á la Compañía empresaria, y otra de carros accesorios y
especiales (_los de Pullman_), que pagan á la Compañía un tanto por
recorrer el trayecto.

Entre los carros de la empresa, los hay de primera y segunda clase,
division que marca más bien el precio para hacer más escogida la
concurrencia.

Los carros de primera clase tienen sus asientos traveseros de dos
en dos, con sus cojines, su alfombra y sus departamentos cuidados y
limpios.

Los de segunda, están llenos de sofacitos de bejuco; en uno de los
extremos de ese carro se ve la estufa y el depósito de la leña que la
alimenta.

Al extremo opuesto hay oficinas de desahogo y de aseo, y un aparato que
contiene agua con hielo para la provision comun.

La gente que se aloja en las secciones más baratas, es pobrísima y
de maneras las más bruscas; patanes, con pisones tremendos llenos de
clavos, por piés; racimos de plátanos, por manos; sobrecargados de
trapos y de chirlos, y con unos sombreros obtusos, inverosímiles,
escurridizos y sin figura determinada, como al derretirse, como al
pasar á líquidos. En esos carros se fuma con libertad, y eso quiere
decir el imperio de la pipa, esa hornilla adherida á un tubo y
dependiente de unos labios como claraboyas, y de unos pulmones como
fuelles, que soplan torbellinos de humo pestilente....

Y ese incidente es el menor; los que mascan tabaco, en los muladares,
en las zahurdas, en las cloacas, en donde la asafétida seria perfume
y la putrefaccion campea, pueden llevar el estandarte de la suciedad
repugnante.

El tabaco de mascar es un panecillo negro y meloso, compacto como una
tabla: las astillas de ese tabaco, que son las que se mascan, producen
raudales de saliva negra, que todo lo inunda, dejando por donde quiera
rastros asquerosos.

En esos carros, en que el que puede duerme sentado, se ostenta el tipo
del yankee ordinario, en toda su desnudez. El yankee en quietud, se
echa, se rueda, se empina, se para de cabeza; pero pocas ó ningunas
veces atina á sentarse como la gente, y el pandemonium aquel del carro,
es una de cuadriles, de codos, de patazas enarboladas, de gañanes
patiabiertos, que es una delicia.

El yankee es invasor por excelencia, y declara respaldo, cojin, ó
colchon, ó silla, al primero que se le presenta; cuando uno vuelve la
cara, ya un rinoceronte de esos se le reclinó en el pecho, como si le
hubiesen visto á uno cara de sofá: cuando ménos siente, puja oprimido
por una torre que se le vino encima; y cuando está más descuidado, un
brazo pesado y velludo le está enlazando el cuello como una serpiente,
si no es que se ha instalado con el mayor desplante en las rodillas de
cualquiera.

Por su parte, la mamá de baja estofa, protege con todas sus fuerzas la
independencia del nene, y el nene, en mangas de camisa, salta sobre
las gentes, invade tambien, y es un encanto pasar unas horas con los
renuevos de los titanes de la América.

En cuanto al _Pullman car_, hay el _carro-salon_, _el carro-comedor,
con cocina_, y el _carro de pasajeros_, secciones que constituyen el
departamento de un palacio andante, con cuanto el esplendor, el lujo,
la grandeza y la comodidad pueden inventar.

Me ceñiré por ahora á la descripcion del carro de dormir ó de
pasajeros, porque los otros se habian suprimido en el ferrocarril
central del Pacífico en que yo hice el viaje.

El carro todo es de madera exquisita, y en su interior, de chapeados y
embutidos de madera de rosa, con adornos y molduras riquísimas de plata
alemana.

Al entrar al carro, perfectamente alfombrado de alfombras, imitacion
de las turcas, se pasa por un callejon con sus ventanas de cristales
cincelados, que da al gabinete de aseo de las señoras.

Ese gabinete es un precioso camarin, con su tocador, con su mesa de
mármol, agua corriente, jabones, pomadas, cepillos, toallas y cuanto
puede desearse para el aseo.

Contiguo al tocador, y dando uno de sus costados al tránsito que ya
describimos, existe un cuarto pequeño para familias que desean estar
aisladas, y el que se incomunica del resto del carro, quedando con su
luz y todas sus comodidades.

Al extremo opuesto hay tres departamentos para los hombres, uno de
aseo, el _Water Closset_, y el cuarto de fumar, porque en el interior
de estos carros no se fuma.

La seccion de aseo la compone un gran mostrador, con tres ó cuatro
lavamanos bajo sus llaves, de metal blanco, que arrojan agua en
abundancia, requeridos por sus respectivas bombas; junto á cada
lavamanos, hay en sus trastos grandes trozos de jabon, una que otra
vez con esponjas; no se conoce el _zacate_, y á los extremos, toallas
que podrian llamarse fajas que giran contínuas en un perchero, y donde
litografía su rostro y se limpia todo bicho viviente.

El yankee zabulle su cabeza, escupe, hace diabluras, y deja las más
veces su agua inmunda como herencia al sucesor. En una especie de nicho
embutido en la pared, está un vaso y hay agua con hielo.

Por supuesto, las escenas de ese departamento son en paños menores, y
nada hay más repugnante que el estado en que dejan jabones y toalla
giratoria, los hijos de Guillermo Pen.

El _Water Closset_ y el _Smoking car_ (carro de fumar), son cuartos
adaptados á su objeto. Este último da á la plataforma, con completa
separacion del carro interior.

Veamos ahora lo que constituye el _Sleepen car_ (carro de dormir), que
se elogia como una invencion de las más felices.

Figuremos un salon, poco más ó ménos de doce varas de largo, lleno de
pequeños sofacitos de dos asientos, unos frente á los otros, pero con
goznes en el respaldo, de modo que se presten á la trasformacion en
lecho cuando conviene.

Los viajeros quedan durante el dia en secciones de cuatro en cuatro
con dos ventanillas disponibles. En el intermedio de las ventanas hay
un hueco donde se coloca una pequeña lámpara en las noches, y de dia
se afianza una mesita muy cómoda para escribir ó para comer los que
llevan provisiones y no quieren salir del carro.

En la parte superior del carro se abulta un adorno ó cómoda corrida que
lo corona lateralmente, y siguiendo una especie de órden gótico, toca
el cielo, de donde penden de trecho en trecho grandes lámparas dentro
de globos de cristal apagado, en sus sustentáculos elegantes de plata
alemana.

Al frente del adorno que describimos, corre una gruesa varilla de metal
blanco y reluciente.

Los pequeños sofaes ó asientos están forrados en terciopelo carmesí.
Los cristales de las ventanas son hermosísimos.

La concurrencia es selecta, generalmente se aisla, jamás importunan á
una señora, prodigan á los niños cariñosos cuidados, y un _yankee_ bien
educado, es de lo mejor y más caballeroso.

Fino sin afectacion, consecuente y franco sin llaneza.

Ríe con _bonhomie_ y estrepitosamente, manifiesta ingénua admiracion
por lo que cree bueno y no comprende, y se apasiona de las gracias y de
la dulzura de nuestras damas.

Sobre todo, el respeto á las señoras es de todos ellos, y eso explica
esa intimidad y esas grandes travesías sin accidentes, que no, no
pasarian con gente de nuestros hábitos; se puede jurar esto que digo,
no hay que acusarme de parcialidad.

En las noches, los asientos de los sofacitos se corren y extienden: el
adorno cae como una tapa, sirviéndoles de techo, de esa tapa se hace
otra alcoba y se convierte aquella seccion en dos camas: dentro de
la caja superior está la ropa de las dos camas, que quedan con sus
colchones, sus cobertores, sus respaldos, su lámpara y cuanto puede
apetecerse, ménos cierto adminículo que en esos casos quisiera uno
llevar colgado como un arete.

Dispuestas así las cosas, se corre una cortina por las varillas
superiores, se afianza de trecho en trecho de grandes clavos de metal,
y quedan formadas alcobas perfectamente iguales, donde se pasa la noche
muy cómodamente, cuando todo marcha en regla.

El exterior de las alcobas queda como un callejon angosto entre dos
altas paredes de lienzo grueso.

El servicio está sobrevigilado por caballerosos y atentos inspectores,
á quienes se recomiendan las mejores maneras, y los que son despedidos
á cualquiera falta.

Se ocupan del aseo y sirven á los viajeros, negros muy elegantes y
bien vestidos de azul, con sus cachuchas en que está escrito el oficio
á que se les destina. Estos negros asean, preparan el agua, cepillan
la ropa, limpian las botas, y en la carga y descarga de los trenes se
encargan de los equipajes, haciendo mandados en las estaciones y siendo
en general útiles y honrados.

En el interior de los carros, y á los piés de los asientos, corren
tubos caloríferos que los mantienen á la temperatura que se quiere, de
suerte que está azotando la nieve los cristales, á la vez que corren
los niños en el saloncito con sus vestidos de lienzo, y las damas
ostentan sus trages de primavera.

Por los tránsitos interiores de todo el tren pasa, con más frecuencia
que lo que se quisiera, álguien que ofrece en venta á los viajeros
libros y folletos á propósito para los ferrocarriles, guías de viaje,
vistas, itinerarios y cuadernos con novelas maravillosas y patibularias.

Acaba su primera excursion el vendedor y á poco vuelve á pasar con su
canasto de naranjas, peras, dulces y juguetes; en otro paseo ofrece las
curiosidades de la localidad que se recorre.

Los libros y cuadernos los deja en los asientos.... despues recoge los
que no se han vendido, y cobra.

Pero tanto éstos como los servidores, si bien no hablan sino pocas
palabras, dan en cambio sendos puertazos, que aturden cuando se cierran
y abren varias puertas á la vez.

Por la parte exterior de todos los carros, y saliente sobre las ruedas,
hay una andadera ó pasadizo por donde transita la servidumbre, con tal
desembarazo y rapidez, como si fueran en un corredor.

Corren, suben, bajan, se escurren, se acurrucan, se encaraman y se
estacionan como unos zopilotes horas enteras, asidos á la rueda de que
pende el garrote, en lo más alto de los trenes, con sus blusas cortas
y sus cachuchas, cuyas viseras se ven á lo léjos como anchos picos de
grandes pájaros.

El conjunto de la concurrencia que partió con nosotros era hermoso
é iba alegre como á un paseo, en el carro de dormir que ocupaba la
primera clase.

En lo alto del interior del carro veíanse, bien colocados, sombreros,
neceseres, paraguas y bastones, y bajo los asientos, petaquillas
manuables, sacos de noche, licoreros, botiquines, porta-ropas,
neceseres de viaje y esos mil utilísimos adminículos del viajero, que
están al alcance de todo el mundo en los Estados-Unidos, y donde se
confeccionan con increible baratura.

Hay baúles desde veinte reales hasta cuarenta y cincuenta pesos, con
cuanto se puede desear para un viajero, y lo mismo puede decirse de los
artículos manuables.

El interior del carro, lleno de luz, presentaba un bello conjunto.
_Ladies_ con sus sombrerillos con flores y plumas, sus grandes
sobretodos de nutria ó de paño, caballeros con paletós riquísimos de
las mismas materias y sus cubiertas de dril para conservar siempre el
aseo, y niños angelicales con increible gorrillos, encajes, sedas y
pieles.

Como deciamos, nos acompañaban nuestros amigos Ibarra, Alatorre y Hagen.

Nada puede compararse en fertilidad y animacion á los campos que
recorriamos. En los caminos se encontraban ómnibus y carruajes, y
carretas que chirriaban conduciendo mieses y granos; en el suelo
formaban alfombra las sementeras; bajo grupos de árboles gigantes
tendia la viña sus toldos caprichosos; sobresalian entre los sembrados
los discos de los molinos de viento, las chimeneas de las fábricas y
las puntiagudas torres de los templos; y á lo léjos, al pié de las
montañas, veíanse pastando los ganados ó corriendo en hileras al lago
en que reverberaba, tiñéndolo de azul y grana, la risueña luz matutina.

En la estacion de _Lanthroop_, ántes de Sacramento, recibimos los
adioses de nuestros amigos.............................

De aquella estacion parten varios caminos; pero dos me atraian por
su fama: el de los Angeles y el del Valle de _Yo-semite_. El primero
conserva mil recuerdos de México: en medio de la corriente de la
colonizacion; donde hay una leyenda sentida; donde se balancea una ave
canora; donde tiende el amor sus alas de oro, allí se invoca á México,
como si el sentimiento concediera nuestra nacionalizacion á todo lo
bello y á todo lo poético.

En cuanto al Valle de _Yo-semite_, llenos están los _Albums_ y las
guías de viaje con las relaciones de aquella naturaleza magnífica sobre
toda comparacion.

Arboles á los que se ha tenido que llamar monstruosos, porque ha
parecido vulgar y fria la denominacion de gigantescos, rocas cuyo
conjunto ha merecido el dictado de catedrales y de las que una
sola fungiria como montaña. Cataratas cayendo como en tropel y
precipitándose por gradas de inmensa altura, valles apacibles y
sombríos limitados por alturas inconmensurables, y lagos entre follajes
y arboledas, que como que se esconden avaros para guardar pedazos
de cielo en sus entrañas, y comprender en un sentimiento único de
admiracion tierna, las más espléndidas manifestaciones de Dios....

Pero no era posible detenerse: el _wagon_ tiene algo de fatal en su
marcha; sigamos contemplando lo que nos rodea, á vuelo de pájaro.

Dejando por uno y otro lado sembradas estancias y chozas, que como que
brotaban al borde de las ventanillas del carro, abriendo sus bocas y
sus ojos para vernos pasar y desaparecer veloces, los conocedores nos
hacian notar la proximidad de una grande estacion.... leña apilada por
dos y tres millas.... ruedas y rieles aquí y acullá.... grandes pipas
con agua.... carbon amontonado en colinas.... despues cruceros de
rieles en todas direcciones.... luego como una ciudad desbaratándose y
andando sus aceras cada una con su locomotora.

La estacion, cuando es de alguna importancia, está bajo grandes
jacalones que cubren el despacho, el telégrafo, los depósitos para la
carga, caminos para coches y carros, fondas y cantinas, depósitos de
ropa hecha, sombreros, zapatos, baúles y todo género de útiles de viaje.

Antes de llegar el tren á la estacion, repica á vuelo su sonora
campana; el mugir de la locomotora se hace vibrante y agudísimo, jadea
la máquina, el sonar de las ruedas parece remedar la carrera contenida
del monstruo.

A ese espectáculo corren en bandadas los vendedores y asaltan el tren
con periódicos, tarjetas y vendimias á millares; suena á la vez el
_gongo_ ó la campana del _restaurant_; la voz del conductor anuncia que
hay diez ó veinte minutos de descanso: entónces, como una catarata,
descienden los pasajeros y corren á las mesas del _restaurant_, esto
es, los pasajeros acomodados: los de escasa fortuna, vuelan á la
cantina ó _restaurant_ de puro mostrador.

Luego que han entrado los viajeros al _restaurant_ decente, se cierran
las puertas, quedando una salida única, donde se paga cuota fija,
cómase lo que se comiere, ó no se coma nada.

El arrastrar de sillas, el sonar de platos y cubiertos, los gritos y
el afan de engullir lo mejor y más pronto, preocupa la voracidad de
esta raza humana, que en ciertos momentos se las puede disputar á los
buitres y á los lobos.

En cuanto á las comidas, _plan_ americano neto: maíces, papas, huevos,
trozos de carne como para jaula de fieras, melaza, _cakes_, jamon,
polvos y salsa de lumbre y aguarrás.

Aunque á veces el tiempo concedido de diez á veinte minutos sea el
necesario para sorber unos tragos de café y devorar un trozo de carne,
la preocupacion de la marcha es tal, que las mismas horas parecerian
instantes.

Se come ladeado, con la vista fija en la puerta, con el oido atento al
más leve ruido.

Hay quien diga que esa situacion la explotan maravillosamente los
dueños de las fondas: de uno se contaba que hacia servir la sopa de tal
manera caliente, que entre un sorbo y un soplido y cien maldiciones,
por la tostada del esófago, se iba el tiempo sin que casi probaran
bocado los transeuntes: hacia así su negocio, porque el resto de la
comida quedaba intacto; pero despues notó que en las bolsas se sacaban
muchos la carne y las papas, etc., que el café y el caldo lo enfriaban
con trozos de hielo, y celebró una especie de transaccion.

Como tengo dicho, desde el anuncio del tren se agolpa la gente á la
estacion: nosotros estábamos en _Lanhtroop_. El ferrocarril tiene allí
ramales para _Yo-semite_, por Visalia y San Joaquin.

Partió por fin el tren por entre campos cultivados y caminos que
parecian escaparse de debajo de nuestros wagones, llenos de movimiento.

La personalidad se concentraba: cada uno queria acomodar lo mejor
posible sus cachivaches; cada cual buscaba medio de hacerse agradable á
los sirvientes.

El viajero aguerrido cuidaba su canasto con comestibles, sus neceseres
y sus babuchas.

El tétrico sacaba su libro, incomunicándose con todo el mundo.

Las simpatías y antipatías se manifestaban como por explosion, formando
grupos, aunque saludándose apénas.

Entre los viajeros, habia dos que desde luego me impresionaron.

Era el uno pelon, barbilampiño, rubio, de azules ojos, y de
desembarazados movimientos.

En todas partes habia estado y todo lo sabia, posee cuatro ó cinco
idiomas, es capaz de hacer una tortilla de huevos en la uña del dedo
meñique, lleva botiquin, hace prodigios con su navaja, lo mismo engulle
dulces que sorbe _wiskey_, parece diestro en las armas, habla de música
como un filarmónico consumado, tiene retratos de todos los artistas
célebres, que son sus amigos, y no hay suceso notable que no haya
presenciado y cuyos resortes íntimos no conozca del pé al pá.

Y no obstante esa pluralidad de aptitudes, á nadie molesta, sirve á
todo el mundo y de todo el mundo se hace querer: llámase Mr. Gland, é
iba para Missouri.

El otro era un viajero realmente de leyenda.

Encapotado, taciturno, á quien mejor deberia llamarse bulto que persona.

Le cubria hasta los ojos, escurriéndose como un lienzo, un sombrero
negro, de anchas alas, bajo de las cuales relumbraban los vidrios de
sus anteojos verdes, ocultaba su barba y su boca tosco _cachenéz_ de
lana, mal embutido en la solapa de su paletó, que caia sobre gruesas
botas de enormes suelas.

Unos guantes grises de lana forraban sus manos, haciéndolas de tamaño
desproporcionado con su cuerpo.

Pero el cabello que ocultaba el disparatado sombrero y se escapaba en
sutiles hebras sobre sus hombros, era de rayos de sol, y el cútis, que
solia verse por entre el gollete de groseros trapos en que se embutia
su cuello, tenia la tersura y la delicadeza de un cáliz de azucena.

Era evidente: tratábase de un jóven de alta distincion, que viajaba de
incógnito; no se oyó su voz una sola vez; de dia estaba como clavado en
su asiento, con su libro al frente, del que no despegaba los ojos. En
la noche solia descender en alguna estacion; pero salia ántes que todos
y volvia á su puesto primero que nadie.

En la noche, cuando todo el mundo se habia recogido, pasaba solitario
horas enteras en el cuarto de fumar.

Yo, que estaba como Hércules III, deseosísimo que algo me sucediera
para tener qué contar, me forjé una novela con aquel personaje
desconocido: pero por más intruso que me mostré, no conseguí saber nada
absolutamente.

A un amigo que nos acompañaba, y que por su desgracia sabia inglés
perfectamente, le iba agobiando á preguntas sobre los sitios que
recorriamos.

—Esta poblacion se llama Stockton, en memoria del célebre comodoro de
ese nombre, uno de los conquistadores de California.

—Qué alegre es! y parece de importancia por sus muchos edificios, sus
torres, sus plazas y el tragin que se nota.

—Este pueblo es la cabecera de San Joaquin.... vea vd. los ligeros
vaporcitos de su rio.... al principio, el único comercio eran las
minas; ahora, los granos hacen competencia á aquel comercio. Hace diez
años, continuó Lorenzo, que este es el nombre del amigo, esto era casi
desierto; ahora tiene trece iglesias de todos los cultos, catorce
escuelas públicas y particulares, está alumbrado con gas y tiene un
pozo artesiano de mil dos piés de profundidad, que produce 360,000
galones de agua.

Vea vd. esos grandes edificios: aquel que ve vd. al frente es
_Yo-semite_; más adelante tiene vd. á Lafayette, por entre aquellos
pinos, adelante de esos jardines.

Se publican varios periódicos: aquí han traido los tres principales,
que son: _El Independiente_, _La Gaceta_, _El Observador_........

Relinchó el vapor, sonó la campana.... trac, trac...... adelante.

El propio esmerado cultivo, las mismas sementeras; tras de las yuntas,
en apariencia señores decentes, con sus gruesos levitones de paño, sus
botas hasta la rodilla, alguno su sorbete muy catrin.... ¡diantre de
cosa! decia yo.... aquí no hay peones como en México.

—Sí, hombre; pero los peones de aquí son ciudadanos como los demás,
todos esos comen con tenedor y cuchillo, y leen su periódico, y tienen
su mujercita de gorro y de guantes cuando va á la ciudad.

—Hombre, ni me lo diga vd.; esas parejuras, por fuerza los han de
molestar.

Casi todos los campos que cruzábamos estaban cercados y atravesados por
pequeños caminos y multitud de carros de todos tamaños y hechuras: un
hombre con una carga á cuestas, ni para un remedio; mulas de carga, ni
por un ojo de la cara.... ¿y los burros?.... ¿los burros?....

—Pero venga vd. acá. ¿Vd. se puede imaginar siquiera á un yankee
arreando un burro? La gradacion tiene de ser forzosa: en una invasion
americana, los que no combatieran, que por fortuna serian los ménos,
bajarian al rango de indios, los indios al de burros y los burros
desaparecerian....

—Pues oiga vd., á palos muera el pronóstico, y no me ande con esas
bromas, si quiere que las amistades se conserven.

—Quieto, _Fidel_, que hemos llegado á Sacramento.

Desde luego conocimos que estábamos en una poblacion de alta
importancia: la capital nada ménos del poderoso Estado de California.

El gentío agolpado en la estacion era inmenso y de personas
distinguidas; negreaba de sombreros, casacas y sobretodos aquel
espacio; los mil vendedores de toda clase de efectos, circundaron
el carruaje, los muchachos repartidores de periódicos invadieron el
interior de los wagones, proclamando desaforados sus diarios.

El Sr. Iglesias recibió en el wagon la visita de las autoridades y
personas notables del Estado, quienes se particularizaron en finura y
atenciones.

Miéntras se verificaban esas presentaciones, Lorenzo me sacó á la
plataforma, dando espalda al bullicio, y me dijo:

—Aunque sea á tiro de fusil, vea vd. el Sacramento. Este era el
término del ferrocarril en 1870: desde San Francisco á Ogden solamente
tiene este ferrocarril 882 millas de largo, ó sean 294 leguas, es
decir, como desde México hasta cerca de Matamoros.

Vea vd. la ciudad como sobre una peana entre bosques de pinos: á esa
altura llaman el Banco de Sacramento: fíjese vd. en sus emparrados y
jardines; las calles son muy amplias, las plazas hermosísimas.

Los hoteles son excelentes: por aquí tiene vd. á Orleans: allí está
vd. viendo el Aguila de Oro; en aquel extremo se distingue el Hotel del
Capitolio.

Y no es el todo la mucha poblacion, sino la poblacion industriosa y
moralizada. Sacramento tiene 18,000 habitantes solamente, y hay más
energía de vida que en México comparativamente.

Serán 18 iglesias de varias religiones, hay dos orfanatorios, gas y
agua por todas partes. Se publican aquí cinco periódicos.

—Bien; ¿pero á qué se debe la extraordinaria altura á que está
colocada la ciudad?

—Se debe á la lucha que se tuvo que sostener con las corrientes
impetuosas del rio: en 1851 y 52 fueron esas inundaciones espantosas;
no dejaban rastros de construccion, pusiéronse murallas y barreras
que paliaron el inconveniente: en 1861 y 1862, repitiéronse las
inundaciones, hasta ahogar la ciudad: entónces se levantó el piso
sobre el mayor nivel que pudieron alcanzar las aguas, se desgarraron
las montañas, se levantó un dique poderoso á la corriente, que vino á
estrellarse contra este obstáculo invencible.

Una parte de la ciudad quedaba descubierta. Alzóse un muro fuertísimo y
se coronó con un ferrocarril.

Entónces á la ciudad se le dijo: “Florece.” Se tendió el rio á sus piés
como un lebrel, y ella, descuidada y tranquila, desplegó todos sus
encantos.... toda esa algarabía de alturas que está vd. viendo y parten
del centro y circundan la ciudad, son molinos, talleres, fundiciones y
fábricas de maquinaria.

Ese gran edificio es el hospital, que sostiene la Compañía del
ferrocarril, y en que se atiende á los enfermos como á príncipes. Tuvo
de costo el edificio, 60,000 pesos.

Nos quedan pocos, minutos, me dijo Lorenzo. Vea vd. la maravilla de
Sacramento: su Capitolio.

—El edificio, segun he leido en las guías, continuó Lorenzo, ocupa
como cuatro de nuestras manzanas regulares.

Se ven primero como tres terrados uno sobre otro en gradacion: á
cada uno de esos terrados, que son otros tantos deliciosos jardines
en ascenso, se sube por escaleras tendidas.... á los lados de las
escaleras centrales hay dos grandes alas de edificios suntuosos.

Como trepando á lo más alto, se ve como en el aire otra escalera de
granito, de 25 piés de alto por 80 de ancho, que conduce al pórtico.

Este pórtico tiene diez columnas de frente.... y se entra al salon de
la rotonda que tiene 72 piés de altura.

En el frente y alas del edificio hay distribuidas cinco colosales
estatuas que representan: á California, la Guerra, la Ciencia, la
Agricultura y la Minería.

Las alas son de 164 piés sobre el cimiento; los lados Norte y Sur
contienen las Cámaras de diputados y senadores.

A la espalda del edificio central, hay una extensísima proyeccion
circular, que contiene la librería.

La cúpula es, como lo está vd. viendo, grandiosísima.

Sobre ese pedestal circular que parece descansar en la parte alta del
edificio, se eleva esa gigantesca tribuna formada en círculo de 24
columnas histriadas: sobre ellas, como engastado más reducido círculo,
se alzan otros 24 pilares circuidos en su base de una balconería
corrida: allí se redondea la gran cúpula metálica y cierran su amplia
bóveda, 12 columnas corintias que sustentan la coronilla sobre que se
levanta la estatua olímpica de California.

—Ya se deja entender, dije aturdido, la profusion de cristales,
marcos, cuadros y todo lo consiguiente á ese _embutimiento_ de
palacios, á esa hipérbole de fierros, cristales, ladrillos, para cubrir
esa superficie de 60,000 piés que reza la guía......

—Juuú!!.... Ju-ú!.... hizo la locomotora; y adelante....

El sueño, que escolta á la gula satisfecha, puso en silencio el carro,
silencio que dejaba escuchar el compasado galopar del tren y los
puertazos con que anunciaba su presencia la servidumbre de los wagones.

Sentado, solitario en el cuarto destinado para fumar, saqué mi
carterita, y consagrando mis primeras apuntaciones á la locomotora,
escribí lo siguiente:

EL TREN DE VAPOR.

    Va cruzando en las llanuras,
  Va corriendo en las montañas,
  Con sus músculos de fierro,
  Con su penacho de llamas,
  Con su estridor que remeda
  El retumbar de las aguas,
  El intrépido gigante
  Que devora las distancias;
  Parece que en su carrera
  Muros rompe y velos rasga,
  Que extiende verdes campiñas,
  Que engendra las sierras altas,
  Y va soltando los rios
  Que cantan en las cañadas:
  Las alegres sementeras
  Le saludan cuando pasa,
  Y repite sus acentos
  Pavorosa la barranca.
  Parece que lleva un vítor
  Cuando corre entre las casas,
  Y que al contento congrega
  En el campo á las cabañas,
  Que alzan sus plumeros de humo
  Sobre sus techos de tablas.
  A su paso se detienen
  Los caballos y las vacas,
  Y curiosas al principio
  A su encuentro se adelantan,
  Y cuando le miran cerca
  Retroceden y se escapan.
  Va despertando la noche
  El rumor de sus pisadas,
  Y á modo de sol viajero
  Su ojo fijo lanza llamas.
  Ruge y vibran los espacios
  Como si en lo alto á las almas
  Dijera: “haced los honores
  A la humanidad que pasa.”
  Y así corrientes de pueblos
  Se conocen y se enlazan,
  Y en el seno del Progreso
  Con santa efusion se abrazan,
  Los que entre los hielos nacen
  Y los que hacen en Africa.
  Tú, imperando, vendrá un dia
  Que el hombre en comunion santa
  A tus clamores de bronce
  Responda con mil hosannas....
  Siendo los pueblos familias....
  Y el mundo, la comun patria.

  FIDEL.

  Marzo 5 de 1877.

Las casuquitas que ya de trecho en trecho, ya dispersas, ya
agrupándose, veiamos, todas como que se dirigian á nuestro encuentro,
como que venian á buscar los rieles, como se dirigen los ganados á la
corriente.

Detrás de esas casitas aparecian los sembrados, despues los árboles,
que en hileras como soldados ó como frailes, parecian andar
descaminados ascendiendo á la montaña, donde en filas ó en grupos
les esperaban sus compañeros.... alguna vez se tendia la llanura
amarillenta y salpicada de nieve, ascendia revistiendo la loma,
formaba muro la Sierra, coronada de sus picos desiguales, los brazos
abiertos de los pinos y sus figuras fantásticas, y tras este muro
se aislaba grandiosa y solitaria, una montaña de cristales, que tal
parecia, revestida por el hielo, trasparentando las hondas grietas, los
espantosos derrumbes, las rocas gigantescas.

Esto, visto entre esos calados de las ramas, entre esos pabellones de
las copas sin hojas, es el paisaje que presenta el monte Shasta de
California, donde parece decir en la Sierra Nevada, sus últimos adioses
la vegetacion.

El camino sigue ascendiendo: la serranía forma muros y se abre, se
apiña, se aglomera y trepa tumultuosa; á su pié negrea, culebreando, el
hondo abismo; el tren va como equilibrándose en la cresta que se forma
en el borde de la hondonada.... del lado opuesto; no se percibe un
árbol, ni una choza; el horizonte como que se abate doliente sobre la
nieve.

Las sombras bajaban lentas de lo alto de los montes, y como que se
apiñaban el el fondo de los valles.... en el vacío.... como que se
iniciaba la nada .... ¡qué triste es el alma de la noche cuando pasea
por esos desiertos!!

Los conocedores del terreno nos anunciaban que pasábamos por
precipicios horrorosos, cortábamos aquella Sierra que describe con
tanta valentía Bulnes, que parece despedazada por los huracanes y las
erupciones volcánicas, y es por el cataclismo producido por la pólvora
y el fierro, dirigidos por el hombre.

En medio de las sombras atravesábamos alturas levantadísimas y aisladas
rocas, en cuya cima abrió una como ceja el camino sobre una pared lisa,
y por aquella ceja, balanceándose; sobre el abismo, pasa la locomotora
y el tren poderoso.... las luces de los faroles como que se descuelgan
para alumbrar la inmensidad del abismo, muriendo en sus sombras
pavorosas....

Gemia con prolongados ecos el viento, caia la nieve azotando los
vidrios del _wagon_, los pasajeros guardaban profundo silencio.

Varios amigos nos refugiamos al cuarto de fumar: la conversacion giró
incierta sobre varios asuntos, fijándose al último en la historia del
ferrocarril del Pacífico y en los progresos del vapor.

—Parece increible, dije yo, que un invento planteado apénas en 1831,
haya producido tan estupendos resultados.

—Pero los obstáculos que aquí se amontonaron, dijo M. Gland, exceden
á toda ponderacion; parece que se trataba de un duelo á muerte entre la
audacia del yankee y las dificultades de la naturaleza.

—Si hubiéramos podido disponer en Sacramento, me dijo Lorenzo, de
media hora siquiera, ya habria llevado á vd. y le habria colocado en
frente de la casa núm. 54.

Veria vd. una tienda de aspecto sencillo con un rótulo maltratado
por el tiempo; que dice simplemente: “Hunkington y Hop-Kins.” El
establecimiento es una ferreterría y sus propietarios lograron, á
fuerza de actividad y de honradez, acumular una fortuna regular. En esa
casa se proyectó el ferrocarril del Pacífico.

Aunque simples comerciantes aquellos propietarios, se ocupaban de la
política: fueron primero _Free soilers_ y despues republicanos: la casa
era punto de reunion de sus correligionarios; con ese motivo asistian
frecuentemente _Stanford_, despues popular gobernador de California, y
los dos Crokers, uno de ellos juez y ambos hombres inteligentes y de
empresa.

Vaso de cerveza en mano, y al amor de la chimenea, se discutia sobre
política, recayendo siempre la conversacion sobre las ventajas inmensas
de un ferrocarril que atravesase aquellos desiertos, comunicando el
Atlántico con el Pacífico.

—Ya vd. sabe, interrumpió uno de los circunstantes, cómo comienzan
aquí estos negocios: dos ó tres arbitristas, con un nombre que dé algun
viso á su frente, logran una concesion, forman su fondo (_stock_),
cierto ó imaginario, y quiebran.

Los capitalistas machuchos, que conocen este juego, acechan y esperan,
se muestran los trazos del camino, se ha vulgarizado el negocio. Los
capitalistas hacen propuestas desastradas, que al fin se aceptan,
gritando entusiasmados: “Al vencedor pertenecen los despojos.”

Este juego se ha hecho ó intentado en México; pero la _inocencia_ de
nuestros gobiernos ha hecho de modo que todas las pérdidas hayan sido
para la nacion, siendo los arbitristas dueños y señores del campo....
todavía hoy....

—No fué así el ferrocarril del Pacífico: los cinco comerciantes que
hemos mencionado, apechugaron el negocio y no lo soltaron de la mano, á
pesar de la conjuracion de los hombres y de los elementos.

Es de advertir que los cinco comerciantes de que hablamos eran hombres
desconocidos en todos los mercados monetarios; que el proyecto se
calificó de imposible por ingenieros de renombre; que se apoderó de él
la caricatura y el ridículo sangriento: zaherido por los políticos,
dice la historia; combatido por la prensa; despreciado por los
capitalistas, y por mucho tiempo tan desprestigiado, que un banquero se
desacreditaba por el solo hecho de suscribirse al _stok_.

Ya tenemos presente que se trataba de un camino de cerca de ochocientas
leguas, con trechos ardientes como el Africa, ó helados como la
Siberia, y con desiertos más inclementes que los de Arabia, y por
todas partes salvajes contra quienes se tenian que sostener luchas
encarnizadas y sangrientas.

No solo habia que crear crédito para la empresa contra todas estas
dificultades, sino que cuando se tuvo dinero, el material para el
camino, el fierro, las espigas ó clavos, las herramientas, la pólvora,
las locomotoras, los carros, tenian que embarcarse en New-York y
rodear el Cabo de Hornos en viajes de ocho meses para llevarse á San
Francisco, desde donde atravesando 120 millas llegaba á Sacramento.
Ni un pié de fierro fué puesto en el camino en las 300 millas que hay
á Ogden, ni una espiga clavada que no hubiese atravesado el Cabo de
Hornos.

Los operarios tuvieron que hacerse venir á largas distancias con el
material.

Escasamente poblada California en aquel tiempo, los jornales eran muy
subidos.

Vinieron operarios de New-York, y por último, diez mil chinos fueron
trasportados al través del Océano Pacífico, y su trabajo completó la
obra.

Cuando un tal Judah, ingeniero, comenzó por construir el primer tramo
de ferrocarril del Valle de Sacramento, las gentes dijeron que se habia
vuelto loco.

Este individuo consiguió, no obstante, algun dinero: se internó en la
Sierra, y volvió con la noticia de que habia descubierto puntos por
donde hacer practicable el camino.

Una ley del Estado de California declaró que para que una Compañía
tuviera derecho al permiso, debia pagar mil pesos por cada milla que se
propusiese construir.

Esto desesperó casi á los cinco empresarios; pero léjos de
desalentarse, formaron la Compañía en estos términos:

  Stanford,—Presidente.

  Hunkington,—Vicepresidente.

  Mark,—Secretario.

  Hop-Kins,—Tesorero.

Hunkington fué á Washington y logró la concesion, comunicando la fausta
noticia á sus compañeros, en estos términos: “El _bill_ pasó. Nos
sacamos el elefante.”

Con la concesion se solicitaron nuevos accionistas, y el primer momento
de entusiasmo.... produjo.... la suma miserable de 600 pesos.

—No, dijo Mr. Gland á Lorenzo; aunque exacta, está vd. haciendo muy á
la ligera la historia de este ferrocarril. Oigan vdes. lo que yo sé y
recuerdo haber leido en Laboulaye y en Simonin, uno de los viajeros más
ilustres de los Estados-Unidos.

El decreto de concesion fué de 1.º de Julio de 1862, es decir, en plena
guerra de Secesion: á Lincoln cupo la gloria de firmar la union de los
Océanos, con la misma pluma tal vez con que abolió la esclavitud.

Dividió la concesion en dos secciones; una comprendiendo la Sierra
Nevada, y es la Compañía Central Pacifique, y la otra, la de las
Montañas Rocallosas, y es Union Pacifique que llega hasta Omaha.... las
conquistas de la nieve y del fuego, para ponerlos al servicio de la
humanidad.

Esta division produjo la competencia consiguiente, y forma dos séries
de leyendas interesantes, que tienen por móviles la emulacion y la
temeridad.

Cada Compañía queria mayores avances y verificaba más milagrosas
empresas.

La Compañía del Este, tendia sus rieles, disciplinaba á su gente de un
modo estricto, improvisaba ciudades, salvaba abismos, abria pozos para
procurarse agua.

La del Oeste acarreaba gente del Japon, contenia las avalanches de las
nieves con palizadas, con _Snow-Sheeds_ (jacalones), ó mejor dicho,
grandiosos edificios de madera, sostenidos por robustas vigas, galeras
inmensas con sus paredes de tablas puestas en los grandes descensos
para impedir la acumulacion de la nieve.

En el Este, por los grandes desfiladeros, se lanzaba la locomotora, se
ponian los rieles sobre las rocas desiguales, cruzaba el vapor dejando
el peligro, y la temeridad el trazo, despues se avanzaba....

En el Oeste porfiaba la nieve por obstruir el paso y se amontonaban
metros sobre metros. Entónces afrontaba la locomotora la situacion,
agregando á su frente despejadores del terreno, como rejas de arado;
la nieve resistia como un muro de bronce: entónces se ponian dos
locomotoras y tres; crugia el hielo, gemia como herida la locomotora
y muros enteros de nieve se derrumbaban, pasando, sobre sus entrañas
dispersas, triunfante el vapor.

El gobierno, al presenciar la formalidad de las construcciones, acudió
al auxilio de las dos Compañías, y les dió en calidad de subvencion,
cincuenta millones de pesos.

Diré á vd. algo sobre la construccion científica.

—No, por el amor de Dios; así como así, ya está vd. viendo las
distracciones de su auditorio.

—Dicen que el plazo para la construccion de la vía fué el de ocho años.

—Sí, señor, me replicó Mr. Gland; pero ántes de siete años, el 10 de
Mayo de 1869, estaba concluida.

Al principio se marchó con bastante rapidez; pero al fin, una especie
de fiebre, de rabia, se habia apoderado de ambas Compañías.

En Abril de 1869, una de las Compañías construyó diez millas en un dia
(más de tres leguas). Lo más notable es que solo ocho hombres colocaron
y manejaron todos los rieles. Estos ocho gigantes trasportaron cada uno
8,000 arrobas de fierro en el dia!!

En la parte de las Montañas Rocallosas, el general Dodge, que dirigia
los trabajos como ingeniero en jefe, dió á sus obreros organizacion
militar.

Salvajes y animales feroces corrian despavoridos á la proximidad de los
trabajadores.

Los primeros obreros hicieron pié en Julesburgo.

Los irlandeses terraplenaban; gritones, batalladores, afectos al trago,
vivian en casas rodantes de madera. Cada cual tenia su _revolver_ al
cinto para defenderse de los indios y para armar campaña.

Entre estos obreros y sus secuaces, habia la gente más perdida del
mundo: aventureros de todas las naciones, figuras siniestras, fachas
patibularias, arpías desechadas de la cárcel y los hospitales.

Los _salones danzantes_ eran teatro de asaltos cuotidianos y batallas
en forma, que apaciguaba el terrible _juez Linch_, que solia funcionar
activamente. Al general Dodge cupo la honra de domesticar estas fieras.

Avanzó el camino á _Chayene_: desaparecieron las fieras de que hemos
hablado, y una ciudad floreciente, industriosa y feliz, brotó en el
desierto de aquella levadura de veneno, de víboras y de guano de vicios.

En el Oeste, los chinos hacian casi todo el trabajo; sóbrios,
disciplinados, inteligentes, rompieron esa muralla de granito que se
llama la Sierra Nevada, cuya mayor altura es de dos mil metros sobre el
nivel del mar.

En los descensos se hacia y se hace marchar el tren sin locomotora,
por efecto de su propia gravedad, retenido y moderado por los frenos:
en las subidas se ponen dos locomotoras, que se oyen como jadear y
sofocarse, agotando su titánico impulso.

Si hubiera luz, me decia M. Gland, distinguiria vd. desde las alturas
que vamos cruzando, allá muy abajo, llanuras cubiertas de nieve, y en
el confin del horizonte, como serranías de cristales apagados, formando
pliegues sus ondulaciones, alzándose como en olas petrificadas sus
colinas superpuestas: es un mar sorprendido y encadenado en medio de su
hervor, por las nieves eternas.

En algunas eminencias suelen verse en alto los brazos de los árboles,
como luchando por salvarse de un estupendo naufragio.... y grupos de
pinos, como señores consternados que lamentaran con espanto aquel
aniquilamiento silencioso y terrible.

Uno de nuestros compañeros sacó el reloj.... eran las once de la noche.
A dormir....

El interior del _Slepen car_ era un triste dormitorio con sus lámparas
de trecho en trecho.

Mis compañeros, muy habituados á los viajes, tuvieron pronta colocacion.

M. Gland, habia conversado y obsequiado á un sirviente que le tenia
preparado su cómodo lecho.

Yo quedé solitario, sin colocacion alguna, aunque cierto de que me
esperaba allí una cama con los brazos abiertos.

El sueño me vencia; pero los departamentos estaban cubiertos
totalmente, y son tan iguales, tan difíciles de distinguir, que
me temia uno de esos encuentros, que no me fuera en manera alguna
agradable.

Al fin, logré instalarme; pero tan mal y con tales inconvenientes, que
con notoria injusticia, porque en ninguna parte del mundo se camina
con mayores comodidades que en los Estados-Unidos, forjé ántes de que
alumbrase la luz, el siguiente calumnioso romance:

MALA NOCHE.

    Ven pronto, luz de los cielos,
  Para mirar por mis ojos
  Que soy el mismo sugeto
  Con mi piel y con mi rostro;
  No me hagan creer mis sentidos
  Que estoy habitando en otro,
  Ligero para tortuga,
  Muy obeso para mono.
  Y lo digo porque siento
  Que me morí como un pollo
  En las contiendas de anoche,
  En este _Eslip_ del demonio:
  _Eslip_, sangrienta asechanza,
  _Eslip_, sobrenombre irónico,
  Cual si dormir se pudiese
  En medio de un terremoto,
  O al que se mece colgado
  En las dos astas de un toro;
  O al que va haciendo columpio
  En la barquilla de un globo.
  Era un carro intercadente;
  Era el retozar de un cojo;
  Era un brusco zarandeo,
  Como de Pane el birlocho;
  Era un carro como estuche,
  Do íbamos unos tras otros,
  Como en cuello de botella
  Tapones de hinchado corcho.
  Tan tartamudo de ruedas,
  Y de unos muelles tan flojos,
  Como tras el _si_ adorado
  Se queda voluble novio.
  Era por fuera una artesa
  Con sus puertas y cerrojos,
  Y por dentro gallinero,
  Jaula, cómoda, sarcófago,
  Todo, ménos una estancia
  De gente de tomo y lomo.
  Llega la noche, se torna
  La prision en dormitorio,
  Y es un salon _de profundis_
  El _Pullman Palace_ lóbrego:
  (Yo digo en el que me encuentro,
  Dicen que hay mejores otros).
  Hambriento porque no quise
  Desafiar al fiero noto
  Que les dió tal safacoca
  A mis compañeros mozos,
  Que yacen enteleridos
  Y duermen desde las ocho.
  Resuelto por fin me empaco
  Al uso, debajo de otro,
  Que si no ronca, rechina,
  Y puede, al descender tosco,
  Aplastarme las narices
  Si salen con bien mis ojos.
  Me empaco en cinco dobleces,
  Que aunque tengo el cuello corto,
  Cuando pienso levantarme,
  De cada sosquin me doblo:
  Antes de entregarse al sueño
  Quiere mi cuerpo reposo;
  Mas quietud en este carro
  Es pedir peras al olmo.
  Prescindo de sus vaivenes
  Y del tufo del petróleo,
  Y del viento que se cuela
  Hasta taladrar los poros,
  Y del ruido que en cien millas
  De correr, me tiene sordo;
  Pero los rieles son cuerdas
  Y el wagon holgado choclo,
  Que gobierna el maquinista
  Con tan temerario arrojo,
  Que cada vaiven nos pone
  Entre este mundo y el otro.
  En vano viajes emprendo
  Allende del dormitorio:
  Al regresar entumido
  Y dando un diente contra otro,
  Los nichos de los durmientes
  Por lo iguales equivoco.
  Uno me despide airado,
  El otro me gruñe fosco:
  Y al cielo rindo mil gracias
  De no encontrar un celoso,
  Que me rompa tres costillas
  Porque con su esposa topo,
  Diciéndole: “compañero,
  ¿Tiene usted á mano fósforos?”
  Así, subiendo y bajando,
  Sin poder cerrar los ojos,
  Me halló la luz de la aurora
  Dando vueltas como un loco.

  FIDEL.

  Marzo 5 de 1877.

No obstante la extension de la nieve, el dia amaneció hermoso y el sol
apareció espléndido, convirtiendo aquellas atrevidas alturas, aquellos
despeñaderos, aquellas ramas de los árboles, en paisajes de cristales,
en quiebras de luz, en reverberaciones de íris y en todo lo que puede
soñar de más fantástico la imaginacion.

Al Sur se extendian las llanuras y se agrupaban las montañas, como de
cristal.

El carro verificó su trasformacion, y quedó convertido en la sala
elegante que ya conocemos.

El previsivo M. Gland me invitó al _carro de fumar_, á que echásemos un
trago por vía de abrigo contra la intemperie.

A cada cuarto de hora, á cada media hora, nos sorprendia una casita
medio hundida en la nieve, ó grupos de chozas en que parecia imposible
la vida, y allá volaba desde la plataforma del tren, una balija con
correspondencia, y veiamos descolgarse el alambre telegráfico, vínculo
poderoso de los hombres en la sublime comunicacion de sus espíritus.

Yo no perdia ocasion de manifestar á M. Gland mi asombro por el
ferrocarril del Pacífico.

—Oh! me decia M. Gland, le han contado á vd. una puntita solamente:
estos indios que vd. vió ayer, mansos, degradados como un toro que
monta un muchacho, fueron tremendos enemigos del camino.

Ya amontonaban piedras enormes para descarrilar el _wagon_,
precipitándose ellos en la avalanche de peñascos; ya sorprendian á los
viajeros y entablaban sangrientas campañas, saltando como furias por
esas quiebras; ya un indio en un descenso se abalanzaba al tren, rompia
sus frenos y en espantoso remolino, locomotora, tren y pasajeros se
hundian en los abismos; ya se proveian mañosos de pólvora, petróleo y
brea con que untaban los árboles, y al pasar el tren por un peligroso
desfiladero, el relámpago, la explosion, el incendio, detenian al
reptil gigante.

La vez que sucedió eso se destacaba la locomotora en un mar de llamas,
aullando como un monstruo en agonia; vaciló.... pero el _goehed_ yankee
le dió tremendo empuje, voló sobre el abismo de fuego con impetuosidad,
los muros de llama se barrieron y cruzó el vapor.... que habia separado
con su empuje el peligro y dejaba tras de sí la estupefaccion y el
escarmiento.

Yo escuchaba todo esto como una leyenda, muy superior á las de las “Mil
y una noches.” Me parecia aquel un país encantado, temia que á la hora
ménos pensada se abriese la tierra, se desgajaran rocas y montañas, se
partiesen los árboles, se hundiesen los muros y corriesen los hielos,
dejando al descubierto una ciudad con sus catedrales, sus torres, sus
palacios, sus rios, y saliendo de los troncos de los árboles y las
abiertas rocas, damas y caballeros vestidos con primor, saludando la
locomotora, que ya era un carro de oro cuya chimenea, trasformada en
sitial de diamantes, sustentaba como respaldo á una divinidad que
derramaba por donde quiera la vida y la felicidad de los mortales.

—No crea vd., me decia M. Gland, á quien algo participaba de mis
sueños, los indios tienen tambien sus leyendas poéticas que vd. no
desdeñaria si yo se las pudiese contar.

—Haga vd. un esfuerzo.

—En las luchas que han sostenido los indios en los fuertes, en las
paces ajustadas y destruidas, no faltaron sus entrevistas poéticas.

Una jóven, hija de un jefe de tribu, garrida, airosa, soberbia, amazona
de los desiertos, en sus encuentros con las caras pálidas, se enamoró
de uno de ellos, oficial americano. En uno de los combates murió el
oficial y fué sepultado en el lugar destinado á los blancos.

Desde entónces, en las noches de luna se veia descender de las
montañas, aéreo y flotando las profusas crines, un caballo blanco,
montado por una verdadera deidad.

El caballo se detenia cerca de las tumbas, y la jóven que lo montaba
descendia y entonaba sobre la tumba del oficial muerto, cantos tan
doloridos, que parecia que hacian gemir el viento y que se derretian de
dolor los hielos.

Despues de algun tiempo, conducia casi un esqueleto el caballo de nieve.

La jóven, próxima á su muerte, llamó á su padre, le hizo confidente de
su amor; pero le dijo que no guerrease con las caras pálidas, que eran
las almas de sus antepasados que venian del Oeste; por último, rogó al
jefe le diese sepultura en el panteon de los blancos, junto al amado de
su corazon.

El jefe de la tribu cumplió las disposiciones de su hija, se hicieron
solemnes honras á la hermosa india; el comandante de las fuerzas
americanas se quitó sus guantes y los puso sobre la niña, para que en
su travesia por los _desiertos sin término_, no la hiriese el frio.
Así se selló la paz con la tribu india.

—Es sencilla, pero hermosa esa leyenda, Mr. Gland: ¿no sabe vd. otra?

—La va vd. á oir, me dijo.

Como he dicho á vd., continuó, los indios creen que despues de su
muerte sus almas se dirigen al Oeste, sin duda conservando la tradicion
de las primeras emigraciones de sus antepasados.

Tras esas montañas del Oeste está para ellos el país de la
bienaventuranza.

Un jóven cazador perdió á su amada, y su casa se destruyó, sus bienes
se aniquilaron, y su consuelo único era dirigir sus pasos por el
principio de la vía que conduce al otro lado de las montañas, ó sea al
país de las almas.

Descuidando sus correrías, triste, consumiéndose, decidióse á marchar
al lugar donde se encontraba el encanto de su corazon.

Absorbido hondamente en esta idea, un dia se sintió como trasportado
á un reducido lugar que estaba en la quiebra de la Sierra: allí vió
unos picos de rocas que como que se alargaban hasta tomar la figura de
cuellos de serpiente, enlazándose para cerrarle el paso. El cazador
avanzó resueltamente, y entónces cada serpiente vomitó chorros de agua,
que formaba remolinos tremendos, que lo arrebataban, subiéndole al
espacio; allí veia como trasparente su vestidura mortal; por su espalda
y en sus entrañas se jugaban los rayos del íris como entre cristales.

Abrió sus brazos como las alas de un pájaro y se lanzó al espacio; pero
cayó blandamente á la orilla de un lago, donde un anciano pálido de
blanca barba, le metió en una barca; la barca avanzaba, y tras ella se
evaporaban las aguas, quedando un vacío inmenso: llegaron al pié de una
Sierra semejante á la Sierra natal. Abandonaron la barca, y vió que
montes, árboles y rocas, flotaban en el espacio, y él atravesaba todos
esos objetos como si fueran figuras formadas por las nieblas.

De cuando en cuando se oia un eco poderoso, tremendo como el trueno;
pero que al repercutirse moria en deliciosas melodías: entónces, al
estampido, se desprendian de las ramas de los árboles y de las crestas
de las rocas, trozos como de cristal, verdaderos prismas que al cruzar
los aires, producian los colores y volaba la verdura á los prados, el
íris á las nubes, los celajes imitaban el topacio y se suspendia la
púrpura, como un dosel, sobre una encantadora pradera circuida por una
faja de estrellas.

Allí distinguió á las almas con figuras que él comprendia que palpaba,
pero de que no pudo jamás dar cuenta en el lenguaje del mortal.

De entre un grupo de esos espíritus, bella sobre toda belleza
concebible, y hechizadora del espíritu sobre todo encanto, oyó
el mismo requiebro de ternura y la misma voz amada, porque para
el hombre ni en el país de las almas hay otra de más dulzura y
melodía, esa voz le dijo: “Vuelve á tu país natal, y deja que el
dolor y las lágrimas rompan y destrocen tu vestido humano: entónces
vendrás á mí y viviremos en la eterna dicha....” La alma del cazador
estaba ébria de felicidad.... tendió su mano.... creyó que asia su
manto luminoso........ y volvió en sí.... junto á su cabaña medio
destruida.... un viejo, con remota semejanza, estaba á su lado....
“¿Qué es de mí? dijo, ¿qué me queda despues de este desencanto......?”

—Alza la frente, dijo el viejo... álzala y bendice á tu Dios.... _te
queda la esperanza_....

El viejo se desvaneció entre las nubes que arrastraba una ráfaga de
viento......

Yo quedé sumergido en hondas reflexiones.

—Vea vd., me dijo Mr. Gland, hemos pasado lugares muy interesantes sin
habernos fijado en ellos. New-Castle, Clips Gaf Mill, Cisco.... posas,
paraderos del camino, pueblos en gérmen, con sus historias interesantes.

_Cisco_ está á 5,939 piés sobre el nivel del mar, tres millas al Oeste
de Tamarak: hay aquí como 400 habitantes, en esas colmenas de palo que
está vd. viendo.

El wagon avanzaba sobre negras masas de roca que sobresalen de las
lomas.

—¿Ve vd., me dijo mi guía, esas pilas de madera, esas tablazones,
esas vigas? Vea vd. esas hileras como de cucuruchos de payaso: son las
casas de Truekee. La ciudad está al Norte, tiene como 2,000 habitantes
y pertenece al condado de la Nevada: de aquí parten los caminos para el
Oregon y Sacramento; hay tres hoteles, tienen un periódico y por todas
partes hay escuelas.

Rastros de cercas, establos, carruajes.... mucha madera á la orilla del
rio.... ese lugar se llama “Boca:” está cinco mil quinientos piés sobre
el nivel del mar.

Vea vd. ahora correr el tren haciendo _zig-zag_ sobre las aguas del
rio: le atraviesa, como que lo persigue y sorprende, como el juego de
un monstruo marino, de un gigantesco caiman.... todo entre árboles
tronchados, entre rocas despedazadas, sobre aguas que caen en cascadas
á incorporarse con las aguas del rio.

Hemos pasado varios grupos de chocillas. Son _Bronco_ y _Verdi_.

¿Ve vd. esas llanuras como de mármol blanco? ¿Ve vd. esos horizontes
tranquilos que redondean el suelo y como que le forman borde en un
infinito de claridad magnífica?

En este lugar se produce muy frecuentemente el fenómeno llamado
_miraje_. Es decir, al viajero rendido de fatiga en estas soledades, se
le presentan de repente, y á corta distancia, fértiles llanos cruzados
por rios cristalinos, arboledas sombrías, edificios, torres y todos los
atractivos del descanso.... y aquello es una ilusion.... el viajero
corre ansioso y la ilusion se retira y se desvanece como un sueño de
felicidad que trae en pos de sí el desengaño y el abatimiento.... Ese
es el _Miraje_ tan celebrado por los viajeros.

Vamos ahora á llegar á _Winremuca_: véala vd. naciente en el desierto
y se fijará en sus hoteles.... nos saldrán á recibir sus periódicos,
nos señalarán en la fonda los lugares ántes ocupados por los indios
Pinkas.... despues sigue Golconda y lo que llaman Iron Point, que está
situado en una cañada profundísima, lo mismo que la Palizada y Cartin,
donde se hace el consumo de madera.

Todos estos lugares son accidentados al extremo: el tren hace
evoluciones que solo viéndose se pueden comprender. A veces como que
asciende aéreo y vuela, dejando á sus piés despeñaderos y cascadas:
otras como que se sumerge entre las peñas y va soltando á su espalda
los rieles, que se tienden sobre crujías de palizadas, tejidos de
alambre, ó como que se va asiendo á barretones de fierro.

En los desfiladeros se multiplican los galerones, que son inmensos, y
sus armazones de bóvedas, y sus vigas, nos hacen creer como que vamos
dentro del esqueleto de un gran monstruo al chocar con sus costillares,
que hacen barras de luz y sombra al ir corriendo....

Desde Cartin cobra el paisaje el aspecto de los desiertos mineros, y
así es _Elko_, condado de la Nevada, _Peco Disth_ y _Toano_.

Tierra aridísima, montones de los terreros de las minas tristes y
verdiosos.

Por donde quiera que se vuelven los ojos hay minas de plata y oro,
hasta deslumbrar, hasta fatigar la atencion.

En _Toano_ se hace el camino más quebrado; pero de entre las hendeduras
de las rocas, en las quiebras, en algunas alturas, sonríe la
vegetacion, anunciando la Cañada de Keclton, que tiene grandes lagos y
pintorescas colinas: en Keclton hay estacion en forma, en contacto con
los caminos y líneas de vapor del Oregon.

Abundan en este territorio las minas de cuarzo y oro.

El país minero es de 150 millas: allí cerca tiene vd. al Condado Hada,
con 6,000 habitantes; hay más de 500 casas de ladrillo. Más adelante
está la poblacion....

Esas grandes rocas como columnas, cuyas cimas apénas alcanza la
vista, es el _Monument Point_, los lagos que están á su pié se llaman
Alcalinos, el aire en estos lugares es sofocante y malsano.

Desde las alturas de esas rocas se percibe el gran Lago Salado.

No se fije vd. en ese grupo de casucas: es Rosel.

Este gran conjunto de rocas, me dijo mi guía, siempre al avanzar
rapidísimo del tren, es Promontory: aquí se verificó la union de los
caminos en Mayo de 1862. Vamos adelante.

—No adelante, dijo Lorenzo, que bien vale la pena refiera vd. á
_Fidel_ algo de aquella solemnidad que completó la comunicacion rápida
de los polos, uniendo al Atlántico con el Pacífico.

—Yo no recuerdo bien, replicó Mr. Gland; pero vd. podria referirnos
algunos pormenores de aquel grande acontecimiento.

—Escuche vd. lo que recuerdo, aunque muy confusamente, continuó
Lorenzo, y eso porque hace poco refresqué mis ideas con la más popular
Guía de viajeros titulada: “Crofutt’s Tras-Continental Tourist.”
Despues de recapacitar algunos instantes, así habló Lorenzo:

“El lúnes 10 de Mayo de 1869, en este punto se fijó el último clavo, ó
como si dijésemos, el amarre de los lazos que unen al Atlántico con el
Pacífico.

En este lugar parece que se habian dado cita los representantes de
todos los pueblos del globo, bajo arcos y bóvedas de banderas de todas
las naciones.

Se terminaba aquí la construccion de 1,774 millas, que era el trayecto
del camino.

La agitación era inmensa: al tropel de las gentes, á los ecos de las
músicas, como que se despertaba y salia de sus soledades el desierto.
Era el gran jubileo de la confraternidad de los pueblos, las nupcias de
los antípodas, la alianza santa de todos los hombres.

En aquel mar de gente que en oleadas llegaba á las orillas del camino,
sobresalian lonas haciendo sombra, edificios portátiles, ómnibus,
diligencias, guayines y carros como zozobrando en aquellos oleajes en
que todos los ruidos brotaban entre todos los colores y se repercutian
en todos los ecos.

El punto en que se iban á unir los caminos, dejaba ver un claro con
los durmientes preparados y los rieles á un lado, para fijarse en el
instante que el sol tocase en el zenit.

En San Francisco se habian reunido á las campanas, por medio de
alambres telegráficos, los alambres con que se toca á fuego, poniéndose
en conexión con el alambre principal, comunicando Baltimore,
Filadelfia, Chicago y Cincinati, con el objeto de que en un solo
instante llevase el rayo á pueblos lejanos la noticia de aquella gran
victoria de la humanidad.

El sol estaba próximo á marcar el instante de la gran solemnidad; el
presidente Stanford apareció representando al Ferrocarril Central; el
H. M. Durand representaba el Ferrocarril de la Union, con el carácter
de vice-presidente.

Millares de voces invocaron la asistencia divina al colocarse los
últimos rieles: entónces se dejaron ver tres personajes, cada uno con
un clavo en la mano: dos clavos de oro de California y la Arizona, uno
de plata de la Nevada.

Vióse tambien á otro personaje con un martillo de plata, de que pendia
un alambre unido al telégrafo.

A cierto momento surgieron de entre el concurso, por lados opuestos,
dos hermosísimas locomotoras: el “Júpiter,” del Ferrocarril Central,
y la “116” del Pacífico: vieron llegarse como dos paladines armados
de punta en blanco.... como que hablaron, como que se estrecharon,
mugiendo potentes.

Por fin brilló el sol, dando la gran señal del regocijo: se fijan los
rieles, clamorean las máquinas, el mundo prorumpe en aclamaciones,
y al primer martillazo dado por Stanford al clavo de oro, lleva el
telégrafo la noticia á los más remotos pueblos, donde repite el
entusiasmo, el himno de triunfo sobre el tiempo y la distancia.

Multitud de personas, subiéndose en las máquinas, tocaron sus copas y
estallaron mil ¡vivas! corria el vino á torrentes, y nunca júbilo mayor
fué más legítimo que el que despertó los ecos de estos desiertos y
estremeció las eternas nieves de estas montañas......

Varias veces en cortísimo tiempo se tuvieron que reponer los rieles,
porque las gentes arrancaban fragmentos, para guardarlos como reliquias
de aquel gran suceso y de aquel gran dia....”

Cesó de hablar Lorenzo: M. Gland aplaudió, certificando su exacta
relacion.

Habiamos pasado entre tanto los campos solitarios cubiertos de nieve de
_Blue Crecks_.

El tiempo era muy inclemente y se hacia sentir el frio, no obstante que
los tubos funcionaban á nuestros piés.

Soplaba el huracan, se desataba una tempestad de nieve espantosa....
los gemidos del viento y los aullidos de la máquina se perdian en
aquellas soledades, en que no quedaba un solo resquicio, un fragmento
el más ligero de vida.

En el interior del wagon parecia hacerse el duelo de la naturaleza, por
una reunion de cadáveres.

De repente me pareció escuchar algo como un canto, como los acentos de
una música que más bien eran ayes doloridos.

Asoméme á una ventanilla, en un alto que hizo el wagon, y al borde
de aquel camino lúgubre, en aquella soledad sin arrimo alguno, ví de
pié.... un ciego con su barba blanca, apoyado en un báculo, y una
niña, bella como un ángel, medio desnuda, á su lado, reclamando con sus
cantos el ciego, la piedad de los pasajeros.

El horizonte sombrío, la nieve, la soledad terrible: estos eran los
componentes del cuadro más conmovedor y patético que yo haya visto en
mi vida.

Varios pasajeros arrojaron monedas al ciego; éste, por medio de la
niña, hizo circular sentidísimos versos impresos, de que siento no
haber guardado copia.....

Estábamos á corta distancia de Ogden, lugar en que termina el
Ferrocarril Central y se cambian los trenes.

Las sombras caian sobre los llanos cubiertos de nieve.

Yo me retiré solitario al cuarto de fumar, y en el libro de mis
apuntaciones dejé el recuerdo que sigue de la escena que tenia ante mis
ojos:

CAMPOS DE NIEVE.

    Ni una ave cruza los vientos,
  Ni hay en la tierra una planta,
  Blanco sudario de nieve
  Cubre el valle y las montañas,
  Donde osamentas remedan
  Del árbol las secas ramas
  Que en la nieve sobresalen,
  Y que con esfuerzo se alzan
  Como pidiendo socorro,
  Porque míseras naufragan.
  Cual cadáveres parecen
  De edificios, las cabañas,
  Con los postigos cerrados
  De sus amarillas tablas.
  Esas mansiones parecen
  O de muertos, ó de estatuas,
  Porque casi es imposible
  Que cruce la voz humana.
  ¡Oh y cuán pérfida la nieve
  Nuestras miradas encanta,
  Miéntras que tristes sentimos
  Hielo y muerte en nuestras almas!
  Como una mujer hermosa
  Que con sus pérfidas gracias,
  Embelesa los sentidos
  Miéntras traidora nos mata.
  Ni hay arroyos que murmuren,
  Ni aves amorosas cantan....
  Se oye gemir á lo léjos....
  Es el huracan que pasa
  Como huyendo del demonio
  De la muerte y de la nada....
  ¡Oh montes encantadores!
  ¡Oh verjeles de mi patria!

  FIDEL.

  Marzo de 1877.

El personaje misterioso de bota fuerte y cabellos de oro siguió
llamando mi atencion. Generalmente esperaba á que todo estuviese en
profundo silencio y se deslizaba como una sombra al cuarto de fumar.

La noche que llegamos á Ogden brillaba la luna intermitente, cruzando
por entre grupos de negras nubes, deslizándose despues entre leves
celajes y volviéndose á hundir como en mansos y claros lagos de un
extenso bosque.

Yo, espiando siempre al desconocido ó desconocida que burlaba sin
pretenderlo mis pesquisas, me escurrí hácia la plataforma que daba al
cuarto de fumar. Pegado á los cristales de su ventanilla, se veia su
rostro, verdaderamente hermoso, como un bajo relieve de la plegaria ó
del éxtasis... Era divina.... Me pareció que murmuraba un canto; yo me
colgaba por la parte exterior.... Sí, cantaba.... y podia yo seguir la
medida del canto.... Pero la aparicion se apercibió de mi presencia,
sacó del bolsillo una enorme pipa.... y yo no sé cómo se escapó de mis
labios esta exclamacion: _Maldito yankee!_.... Cuando quise contener
mis palabras, ya habian salido de mis labios.... me volví azorado y me
pareció ver una alegre sonrisa culebrear sobre la dentadura de marfil
del hombre de la pipa....

La noche fué tranquila y agradable.

Al siguiente dia, como el bulto de la cabellera de oro se lavaba ántes
que nadie y se retiraba despues al cuarto de fumar, yo allí me instalé.

El personaje, con el _cachenéz_ sobre la nariz y el sombrero á los
ojos, estaba en un rincon.

Yo, con la detestable é indómita voz que me ha valido ignominiosas
expulsiones de los círculos musicales, comencé á tararear la cancion
que habia escuchado la noche anterior, saqué mi libro de apuntaciones
y comencé á escribir, recitando y cantando mis versos en el tono
de la cancion...: por supuesto, fingiéndome distraido y en total
independencia del de las botas fuertes....

En uno de mis gorgoreos desastrados, alcé la voz y ví á la del
cabello de oro inclinada hácia mí con una expresion de inteligencia
y de satisfaccion indescribible: entendia lo que yo escribia, sabia
español, era.... una beldad perseguida.... era la heroina de una novela
mexicana.... _A pesar de mis años_.... ¿eh?.... leí entónces, como
para mí solo, mis versos....

Oiganlos vdes., ya que aquel patan los oyó como un zoquete, cruzando
frente á mí con sus patazas de á vara y su brusquedad de carretero....
¡y yo que me habia enternecido tan de veras!.... _Maldito yankee!_

CANCION.

    Tierna memoria
  Del bien querido,
  Que al pecho herido
  Consuelo dás.
    Ay! no abandones,
  Blanco lucero,
  Al extranjero
  Que errante va.

         *       *       *       *       *

    Sentido arrullo
  Que busco en vano,
  Porque lejano
  Vibrando está.
    Dulce consuelo
  Da en su camino,
  Al peregrino
  Que errante va.

         *       *       *       *       *

    Nítida estrella
  Del Occidente,
  Sobre mi frente
  Miré lucir.
    Oh! no le ocultes
  Tu faz brillante,
  Al bardo errante
  Que adora en tí.

         *       *       *       *       *

    Pasé rendido
  Por la fatiga,
  Tu sombra amiga
  Me consoló.
    En tí luz halla
  Mi incierto paso,
  Cuando á mi ocaso
  Llorando voy.

         *       *       *       *       *

    Sobre mi abismo
  De inmenso duelo,
  Tendiste un cielo
  De inmenso amor.
    En los desiertos,
  Sobre los mares,
  No desampares
  A tu cantor.

  GUILLERMO PRIETO.

  Marzo de 1877.

Estábamos á la orilla del _Lago Salado_, cruzábamos lo que se llama el
_Cañon del Diablo_, profundísima barranca que parece formada á pico:
trozándose una inmensa montaña que se abre en su cima, se cuelga y
precipita en un abismo espantoso.

Por allí asoman, y se extienden, y se inclinan los rieles, sobre
tejidos de barras de hierro, que á lo léjos forman caprichosos calados
por entre los cuales se ven cruzar las aguas despedazando su corriente.

Al Sur se ven las cercas de madera, las palizadas, las sementeras y los
edificios de Utah, del país de los _Mormones_, de que tanto se habla, y
que son ciertamente dignos de profundo estudio.

El tren hizo alto un momento: de entre las chocillas salian corriendo
primorosas muchachitas, que con sus piernitas desnudas, sus zapatitos
de lana y sus cestillos y trastos, subieron al tren alegres y
juguetonas, á ofrecernos café caliente, leche, bizcochos y dulces.

La niña que nos servia era deliciosa de hermosura y alegría: iba,
venia, atendia á todos y mostraba complacencia en servirnos. Los
mexicanos hicimos una colecta de algunos pesos para gratificarla....
cuando la recibió.... mostró extraordinaria sorpresa, incredulidad
suma; pero la persuadimos que aquello era suyo y para sus padres:
entónces.... saltaba, nos daba á todos las manos, y se fué corriendo y
brincando sobre la nieve, derramandola felicidad....

El tren continuó su marcha.... íbamos por un terreno en que la
vegetacion, la vida, triunfaban de la nieve.... verdes pinos....
risueños trigales, el sol reflejando en los lagos, los ganados en la
ladera del monte, los becerros atravesando en fuerza de carrera por el
llano, espantados con los bufidos de la locomotora....

En el interior de la locomotora, todos hablábamos de _Mormones_.

Un viajero frances cautivó nuestra atencion, diciéndonos que él habia
visitado la ciudad del _Lago Salado_. Casi todos nos agrupamos al
rededor de su asiento, y él, con la mayor amabilidad y compostura,
habló de esta manera:

“De Ogden hay ferrocarril hasta la ciudad de _Lago Salado_, y recorren
esa distancia los pasajeros, en dos horas y media.

“Al camino lo hace muy pintoresco el hermoso lago que va á la derecha,
con sus infinitas montañas al Oeste, que le sirven como de muro y se
reflejan en sus cristalinas aguas, inversas, de una manera gigantesca y
caprichosa.

“No existen peces en el lago, porque su agua es extremadamente salobre;
pero sí patos de gran tamaño y color negro, que me sorprendió verlos
allí, por la razon de que no tienen de qué alimentarse.

“Llegué á la ciudad á las ocho y media de la noche, habiendo salido de
Ogden á las seis, y desde luego descansé en un elegante y bien servido
hotel, situado en la calle principal de la ciudad.

“Era por este tiempo: hacia un frio que se sentia en los huesos;
caia en copos tupidos la nieve é invadia las aceras hasta hacerlas
intransitables.

“La costumbre es limpiar las aceras diariamente y amontonar, ó mejor
dicho, formar murallas á sus orillas, de modo que se camina como por
cañadas formadas, por las paredes de las casas de un lado, y por el
otro, de la nieve. Cuando brilla el sol, aparece una ciudad encerrada
en muros de cristal.

“Las calles son amplias y rectas, todas ellas con hileras de árboles
por sus dos lados y una corriente de agua potable á su pié, en
acueducto aseado y á propósito para que se surtan todas las casas de la
ciudad.

“Al siguiente dia de mi permanencia en Utah, me acompañó, en calidad de
_cicerone_, un dependiente del hotel.

“El gran Tabernáculo ó templo _Mormon_ es el edificio que más
sobresale: es como una inmensa cúpula sostenida por innumerables
columnas y abierta á todos los vientos.

“Se distingue á lo léjos como una media naranja, sobre los otros
edificios de la ciudad: puede contener el edificio, que tiene el
aspecto de un perol boca abajo, doce mil personas, y en caso de
incendio, se desocuparia instantáneamente.

“Las condiciones acústicas del edificio son tan excelentes, que no
obstante su extension, desde cualquiera de sus extremos la voz del
opuesto lado se escucha, sin perderse una sílaba, aunque no se esfuerce.

“El órgano del templo es como otro edificio, tiene tres mil tubos y los
hay de cinco y seis piés de altura.

“El H^[no.] _Mormon_, encargado del templo, nos dijo que allí mismo se
construyó el órgano, en un taller que nos mostró.

“Otro de los grandes edificios es el Museo, especulacion de un viejo
que muestra con gran prosopopeya petrificaciones vulgares, pájaros
disecados, vestidos y armas de indios. Nosotros lo recorrimos de prisa,
para visitar la gran casa de comercio de Bringam Young.

“Ropa, sedería, armas, instrumentos de labranza, muebles, todos los
inventos de las ciencias y de las artes, se encuentran en aquel
espléndido bazar.

“Los dependientes serán de treinta á cuarenta, entre hombres y mujeres,
todos hijos de Bringam Young.

“El teatro, aunque edificio de grande magnitud, no tiene nada de
extraordinario.

“El templo de que hice mencion anteriormente es de madera y fierro:
ahora se construye uno nuevo de granito, de una magnificencia superior
á todo encarecimiento: es costumbre que los viajeros den su limosna
para la construccion del nuevo templo.”

Cesó de hablar el caballero frances, y ví á mis compañeros poco
satisfechos de su narracion. Se ha pintado á los _Mormones_ de un modo
tan fantástico; la circunstancia de poseer cada uno de esos chicos
cinco y seis mujeres, y vivir, segun dicen, en paz, cuando por mi
tierra muchos no se la pueden entender con una, exigia algo de crónica,
algo de cuchicheo y de chisme, que no se encontraba en la relacion del
frances, ó algun estudio sobre el particular.

Entónces yo dije que poseia una carta sobre el particular, de mi
erudito y sabio hermano y amigo, Ignacio Ramirez.

Mostraron los circunstantes mexicanos interes por conocer mi carta,
y yo dí lectura á la siguiente, que veo como la mayor gala y como el
más valioso ornamento de mis pobres Viajes, aprovechando la ocasion de
hacer pública mi gratitud, á aquel cuyo talento admiro más cada dia, y
cuyas virtudes y patriotismo son honra de mi patria.

Oigamos al ilustre _Nigromante_, miéntras llegamos á Ogden:

  “SR. D. GUILLERMO PRIETO.

  “Querido _Fidel_:

“Voy á referirte todo lo que he leido con relacion á los _Mormones_,
procurando, con este trabajo, satisfacer tus deseos, y estudiar, al
mismo tiempo, cómo se forma una religion verdadera, supuesto que la
revelacion de Smith es, segun éste pretende, la única fidedigna.

“Salomon Spaulding, eclesiástico, doctor y comerciante, fué desgraciado
en todas sus profesiones; para agravar sus penas se metió á erudito.
Los yankees, como asíduos lectores de la Biblia, son propensos á
resolver el problema sobre los primeros pobladores de la América,
por medio de un dilatado viaje que se supone hicieron en otro tiempo
varias tribus judías; así es que Spaulding hizo fácilmente su Exodo
americano. En su entusiasmo, para acreditar su teoría, escribió una
obra, suponiéndola traduccion de otra, donde en estilo bíblico se
cuenta que Lehi, con sus hijos Laman, Lemuel, Sam y Nephi y con las
esposas de éstos, en el reinado de Zedekias, salió de Jerusalem y vino
á dar al nuevo continente. Figuran tambien en el libro otros nombres
como los de Mormon, Moroni, Mosiah y Helam, héroes, profetas y personas
distinguidas, siempre necesarias en un dilatado drama. Establecidas
las tribus semíticas en la América Setentrional, sobrevinieron los
disgustos y las guerras consiguientes, hasta haberse declarado Dios
en favor de los Nepitas, que por lo mismo fueron destruidos por los
feroces é impíos Lamanitas: de éstos descienden los actuales _pieles
rojas_.

“El caviloso anticuario trató de publicar la Odisea, pero no encontró
un socio capitalista; se murió dejando en ajenas manos su mujer y su
manuscrito. La viuda, en tiempo oportuno, hizo la revelacion verdadera
de la falsa revelacion de su consorte difunto; y el manuscrito paró en
manos de Sidney Rigdon, impresor, teólogo, versátil en sus creencias
religiosas, grande ergotista y más amigo de esta vida transitoria que
de la eterna: era uno de tantos que se afanan por encontrar la religion
verdadera para los otros, partiendo de la conviccion de que ellos no
necesitan ninguna.

“Dueño Rigdon de este tesoro, no sabia cómo emplearlo, cuando la
Providencia le deparó un mozalbete que ella habia destinado para
trastornar el mundo. Joseph Smith, primer profeta de los _Mormones_,
nació en 13 de Diciembre de 1805, en Sharon, condado de Windsor; y
en 1816 pasó con sus padres, hermanos y hermanas á Palmira, lugarejo
perteneciente á Nueva-York. Smith, padre, se dedicó á varias humildes
profesiones, por no tener ninguna; fué principalmente cervecero,
varillero, cavador de pozos y buscador de tesoros. Smith, hijo,
trabajaba lo ménos que podia. Elegante de aldea, aborrecia por igual
su estado humilde y los medios comunes para mejorarlo. Sensual,
misterioso en sus palabras y acciones, pasaba sus ocios pescando en
el rio y cazando ratas almizcladas. Ignorante hasta apénas saber leer
y escribir, se dedicó sin embargo á repetir de memoria numerosos
versículos de la Biblia. Ese mozuelo, con ocasion de que su padre y
hermanos abrian un pozo, se apoderó de una piedra trasparente que tenia
la figura de un pié; hallazgo que en vano le reclamaron los dueños del
terreno: esa piedra sirvió de base á su pedestal de profeta.

“Esto pasaba en 1819, cuando tú habias entrado en tu segundo año de
edad. Intencionalmente aproximo tales nombres y tales fechas. Pocos
años despues, segun refieres en el bellísimo prólogo de tu “Viaje á
los Estados-Unidos,” inventabas unos cristalitos por medio de los
cuales se veian campos, mares y cielos, completándose el encanto por la
maravilla de un cajoncito que, sin agotarse, producia onzas de oro.
Tu infantil invencion revelaba al mundo un poeta; pero el vidrito de
Smith, mejorado despues con otros vidritos, iba á convertir todas tus
ilusiones en sorprendentes realidades. Armado el mozalbete haragan con
su curiosidad geológica, dió y tomó en que á través de ella descubria
lo pasado y lo futuro; positivistas los yankees, solicitaron al zahorí
para que les enseñase, no de dónde vinieron los indígenas al Nuevo
Mundo, ni si la tierra fué criada en siete dias, ni á dónde irán á
parar sus almas, ni ningun problema científico, sino pura y simplemente
dónde habia dinero enterrado.

“Entónces ya tuvo el jóven Smith una profesion tan nueva como preciosa;
muchos, muchos tesoros buscó sin descubrir ninguno, porque siempre el
encanto se deshacia á causa de que alguno de los concurrentes hablaba
mal á propósito; pero ganaba el importe de las buscas, y la numerosa
familia de su padre pudo vivir con algun desahogo.

“Creció tanto la fama del _vidente_, que llegó á los oidos de Rigdon;
éste, pues, cargó con su misterioso manuscrito, y despues de muchas
conferencias secretas, se publicó solemnemente la primera página del
mormonismo. Hé aquí en extracto lo que esa historia contiene:

“Un ángel, con todo el aparato escénico que acostumbran los ángeles,
se apareció repetidas veces á José Smith: despues de haberlo sometido
á las pruebas convenientes, le llevó á un montículo, y le dijo:
“Escarba.” Smith, que era un escarbador hereditario, comenzó á
profundizar la tierra y á levantar piedras, hasta que formada por
varias de éstas, descubrió una caja donde se encerraban, figurando un
libro, varias láminas que el profeta unas veces llama de bronce y
otras de oro. Sobre ese libro aparecieron unos anteojos propios para
el más agigantado de los gigantes; uno de sus cristales sirve para
ver lo pasado, y el otro, para el porvenir: tales vidritos se llaman:
el “Urim” y el “Zhummim.” Ya ves cómo la revelacion ha derrotado
completamente á la poesía.

“Amigo de proceder con órden, José Smith comenzó aplicando uno de los
extensos lentes, no sé si el “Urim” ó el “Zhummim,” á la lectura del
libro que el cielo le habia entregado.

“La Biblia mormónica, lo mismo que el “Manuscrito descubierto” de
Spaulding, se ocupa del viaje que varias tribus judías hicieron desde
hace más de tres mil años al nuevo continente, y de la destruccion de
los Nefitas por los degenerados Lamanitas; ese libro nos revela que la
brújula ha sido descubierta y usada desde, por lo ménos, hace cuatro
mil años; que los geroglíficos egipcios se han usado desde entónces
en la América, desfigurándose con el tiempo hasta convertirse en la
escritura azteca y maya; que los mahometanos no inventaron ni la voz ni
el instrumento _cimitarra_; que ya desde entónces la voz Biblia, que
designa la coleccion del Antiguo, y Nuevo Testamento, era tan conocida,
que Cristo y su crucifixion se mencionan como acontecimientos sabidos
desde la dispersion de Babilonia; y que el Señor Dios siempre ha
aborrecido la poligamia; pero en el fondo esa obra contiene lo que todo
libro revelado: la Moral saliendo de los brazos de la Fé.

“Smith, más afortunado que Spaulding, encontró, no sin alguna
dificultad, quien le costease los gastos de imprenta. Martin Harris,
anciano de frente levantada, cabellera alisada cayendo en bucles sobre
la oreja, y con todas las arrugas que caracterizan á la vejez; medio
teólogo, lleno de supersticion y fatigado por ingénita codicia; usurero
y mal casado, solo por contradecir á su esposa y ganar un ciento
cincuenta por ciento, aceptó la empresa de publicar á su costa el libro
revelado: publicólo, se arruinó, pero quedó divorciado.

“Cuando Harris vacilaba en sus compromisos, se le dieron por Smith,
en copia, algunas páginas del libro milagroso. Harris consultó con
varias personas, cuya opinion no le fué favorable. Una circunstancia
hizo que ántes de conocer los fragmentos de la obra, vacilasen
algunos inteligentes. El profesor Rafinesque llamó la atencion de los
sabios sobre algunas láminas de oro encontradas en nuestra República,
y que contenian extrañas inscripciones; recordáronse entónces
hallazgos semejantes en diversas planchas metálicas, y se renovaron
todas las antiguas teorías sobre el orígen de los indios; para los
hebreo-maniacos aparecia muy natural que se descubriese algo semítico y
que en pos de las inscripciones saliesen de las entrañas de la tierra
los libros sagrados de los judíos. Cuando muchos sabios se dicen: “Esto
es posible,” la muchedumbre clama: _Esto se ha realizado!_

“El profesor Anthon, citado como testigo del monumento egipcio por la
opinion pública, desmintió la especie burlándose de los pretendidos
caractéres geroglíficos, y de la doctrina mormónica, y de Martin
Harris. Este, entónces, como buen creyente, se confirmó en la fé
mormónica, aprontó sus ahorros y fué el primer editor de la Biblia del
Siglo XIX, tan fecundo en biblias.

“La sociedad mormónica quedó solemnemente establecida. Ya, desde
entónces, la formaban los hermanos y hermanas y los padres de José
Smith; Olivier Cowdery, secretario del profeta; Sidney Rigdon, que
tuvo derecho y autoridad para publicar despues el apéndice bíblico,
titulado: “_Doctrinas y pactos_;” Martin Harris, satisfecho de
haber compensado todas sus pérdidas con un divorcio que le permitió
intervenir en una milagrosa concepcion segun los rumores que corrieron
sobre una hermana de Smith, y muchos otros que pronto fueron potentados
de la Iglesia.

“La concordia entre el profeta y sus primeros apóstoles, duró poco,
así lo quiso el Señor. En prueba de ello, en 1831, Smith tuvo una
revelacion del tenor siguiente: “Escúchame, dijo el Señor Dios, en lo
que concierne á mi servidor Olivier Cowdery. No conviene á mi sabiduría
que le confíe el dinero que debe llevar á Sion, si no es que lo
acompañe una persona segura y fiel.”

“El gobierno de Smith, fué una série no interrumpida de revelaciones;
te mencionaré las más importantes: “Conviene, dijo una revelacion del
Señor, que se fabrique una casa para mi servidor, José Smith.” En otra
revelacion, quiso el Señor que se construyese un palacio para Smith y
sus esposas. Y por fin, el Señor se resolvió á que su pueblo aceptase
la poligamia, no dando para tanta inconsecuencia otra razon, sino esta:
“_Yo soy alfa y omega._”

“Los habitantes de Palmira no se vieron en tan extraños
acontecimientos, por no tener á su disposicion el “Urim” y el
“Zhummim,” un conjunto de maravillas y la renovacion del mundo,
sino la audacia en la mentira, la santificacion del escándalo y un
peligro contínuo para la seguridad de sus bienes; multiplicaron,
pues, de tal suerte sus hostilidades, que Smith y su Iglesia tuvieron
que trasladarse á Kirtland en el Ohio. Aquí reinó la “efusion del
espíritu,” y todos los habitantes se convirtieron en profetas; fué
necesario que el Señor prescribiese que Smith tenia concedido el
monopolio de las revelaciones.

“Poco despues, para libertarse de la accion inmediata de toda
autoridad, resolvió el legislador trasladar su pueblo á las fronteras
occidentales, que tenia entónces la poblacion de los Estados-Unidos;
emprendióse, pues, una marcha atrevida hasta Independencia, en el
condado de Jackson. Así pinta la localidad el mismo Smith: “La
temperatura es deliciosa durante nueve meses del año; la nueva Sion,
la ciudad que estableceremos, quedará situada á igual distancia del
Atlántico y del Pacífico, en el grado 39 de latitud y entre los 10º y
20º de longitud occidental; será, por lo mismo, uno de los lugares más
afortunados del mundo.”

“Ese establecimiento no duró mucho tiempo. Smith tuvo que ausentarse
para volver á Kirtland, donde fué emplumado y donde la suerte le
fué adversa en toda clase de negocios; y cuando regresó á Sion,
sosteniendo una nueva lucha contra la fortuna, se vió expulsado del
Estado de Missouri, y aceptó un asilo en el Illinois, donde fundaron á
Nauvoo, “La Biblia.” Aquí fué donde se desarrollaron admirablemente la
prosperidad material y la organizacion característica de la secta.

“Bajo el nombre de diezmo, los _Mormones_ contribuyen para los gastos
públicos con todo lo que les sobra de sus gastos privados, á juicio
del profeta. La institucion es una mezcla de la propiedad individual
y del comunismo. Así, el gobierno disfruta de influencia y de
recursos poderosos. Vióse Smith derepente con la múltiple investidura
de revelador, jefe de la Iglesia, de prefecto y de general, y con
autorizacion, por parte del gobierno de la Union, para levantar una
fuerza respetable. Habitó un magnífico palacio, edificó un templo
monumental, y pudo pasar revista á cuatro mil hombres, acompañado de un
brillante _estado mayor_, donde figuraban diez damas.

“Pero Satanás y sus secuaces no se cansaban en perseguir al santo y á
su Iglesia; José Smith, candidato para la presidencia de la República,
murió á manos de infames asesinos, y los _Mormones_ tuvieron que
abandonar á Nauvoo para refugiarse en Utah, desierto que entónces
pertenecia á la Nacion Mexicana. La historia de tan audaz y dilatada
peregrinacion, es conmovedora. Doscientas mil personas abandonaron
sus comodidades, y á pié, á caballo y en carros, atraviesan vastas
soledades, donde sus pasos levantan sal en vez de polvo; donde el
silencio es importunado por el aullido del lobo; donde el mosquito,
como los héroes, nace del fango y se alimenta de sangre; donde la
vegetacion se arrepiente de su nacimiento y se oculta entre las
desnudas rocas; donde el manto de la nieve dura seis meses sobre el
suelo; y donde los vientos no corren, sino patinan. Las jóvenes,
orgullo de Nauvoo, lavando sus vestidos en una fuente extraviada y
sin más adorno que su hermosura, celebraban las fiestas religiosas,
entonando los himnos de las tribus judías, cuando marcharon al
cautiverio de Babilonia. La nieve era lecho nupcial, cuna y sepulcro.

“En esos dias, el yankee se apoderaba de la Alta California, se
descubrian los placeres de oro, y los _Mormones_ podian improvisar una
maravilla en el _Lago Salado_. Pero, muerto Smith, ¿quién ha podido
recoger su herencia, presentarse como profeta, dirigir la inaudita
expedicion é imponer su voluntad á los creyentes y á los gentiles? Ese
hombre extraordinario ha sido Brigham Young, que acaba de entregarse al
eterno reposo.

“Brigham Young, adoptó el mormonismo en Kirtland, el año de 1832. Nació
en Veomont, cuatro años ántes que José Smith. Era audaz, astuto y gran
conocedor del corazon humano. Urbano en su trato y de buen gusto en sus
placeres. Comprendia fácilmente toda clase de negocios y se expresaba
con facilidad y elocuencia. Su organizacion atlética le inclinaba á
rivalizar con Hércules, en algunas de sus hazañas escandalosas. Y su
incontestable superioridad le dió la mano para elevarlo á una altura en
que se ha sostenido hasta su muerte.

“Brigham Young asaltó el poder, luchando con poderosos rivales; derrotó
en la opinion pública y expulsó á un hermano del primer profeta;
excluyó de la herencia pontifical al hijo mayor de Smith, haciendo
notoria la incredulidad del jóven y de su madre Emma, en lo relativo
al orígen divino de la revelacion sobre la poligamia, y excomulgó
solemnemente al tremendo Rigdon, que era acaso el verdadero padre del
mormonismo.

“Brigham Young, por medio de sábias y minuciosas precauciones, hizo
posible la peregrinacion de doscientas mil personas por el desierto;
y arrancó de entre los bancos de sal, en Utah, una ciudad con sus
palacios, sus jardines, su movimiento industrial y mercantil, y su
templo.

“Brigham Young ha visto caer bajo el puñal de los celos á los
principales jefes del mormonismo, y siéndoles superior en intemperancia
erótica, ha podido dominar las tempestades públicas y privadas que á
cada paso levanta la poligamia. Los disturbios domésticos ocupan una
página extensa y curiosa en la historia de los santos del último dia, y
la intervencion de Brigham Young, se hace á veces tan necesaria, como
la intervencion de nuestro gobierno en los pronunciamientos locales, y
esa mediacion es tan desinteresada como la nuestra. Por lo comun, las
riñas conyugales terminan con una paliza.

“La sobrevigilancia de Brigham Young, dice Rocheford, desciende á veces
hasta los últimos pormenores domésticos y hasta los más fútiles adornos
del tocado. Así, ha predicado en el templo, contra los abultadores:
“_Hace algun tiempo que observo en vuestros talles algunas hinchazones
insólitas. ¿Qué significan esas modas ridículas? Salid y volved sin ese
aparato mundano. No es hácia las espaldas donde debeis lucir vuestras
protuberancias. Veo, no sin ira, que de seis meses á esta parte, en la
ciudad santa, nacen muy pocos muchachos._”

“Muerto Young, ¿qué será del mormonismo? yo no tengo el “Urim” ni
el “Zhummim” para revelarlo; puede ser que tú descubras algo con
tus cristalitos. Pero la prosperidad actual de esa tribu es la
encarnacion de una verdad importante; así en la sociedad como en el
individuo, los estados de barbarie y de civilizacion no son sucesivos
sino simultáneos. En la república-modelo coexisten la libertad y la
lucha de razas, la monogamia y la poligamia, la libertad individual
y el comunismo, y la teocracia y la democracia. Algunos escritores
consideran la poblacion de Utah como un remolino; pero los mismos
Estados-Unidos, ¿no son una vorágine?

“La única leccion que para mi uso he sacado de estos estudios, se
reduce á que la religion verdadera del _Lago Salado_ se ha concebido
y formado lo mismo que las falsas; pero no terminaré sin hacerte
notar que los _Mormones_, por medio del trabajo, han desterrado del
Desierto dos plagas de los países más favorecidos por la naturaleza; la
mendicidad y el infanticidio.

“En verdad te lo digo, hermano mio, la poligamia es un acto de
barbarie. Esclavizarse toda la vida á una mujer por amor, se concibe
y tiene su utilidad y su poesía; los pesares entónces son las espinas
de la flor. Pero solo por incontinencia, alumbrar numerosos hogares,
pagar numerosos caseros, luchar con innumerables suegros, fastidiarse
en todos los lechos y sacrificar á las queridas la esposa, es pagar
muy caro el vicio; sobre todo en este siglo en que la Vénus de lance,
muy diversa de la Vénus vaga, está de tal suerte acreditada, que no
hay marido de esos que lloran en el teatro, que no desee poseer una
mujer infiel por el placer de perdonarla. Sin embargo, yo creo que las
señoras _Mormonas_ disfrutan alguna compensacion, supuesto que cuando
en Utah algun pequeñuelo afirma que conoce á su padre, todo el mundo
exclama: _Este niño es más sabio que su madre!_

“En cuanto á la iniciativa individual, es seguro que los _Mormones_
hubieran desaparecido desde que llegaron á Utah, si en vez de confiarse
al trabajo hubieran pretendido subvenciones ó derechos protectivos: los
ignorantes y perezosos han inventado la proteccion y las subvenciones,
que son hijas de los caballeros de industria.

“Yo te presento un mundo helado: anímalo con el sol de tu inteligencia;
sepan los _Mormones_ algun dia, que por el _Lago Salado_ pasó el año de
1877 un poeta.

  “Tu hermano,

  EL NIGROMANTE.

“POSDATA.—Yo no conozco á ningun _Mormon_; pero he tratado á muchos
amigos, que por intuicion han seguido el sistema de Smiht: en sus riñas
conyugales, tú harias tal vez el papel de Brigham Young.—_Vale._”

[Illustration: _LIT. H. IRIARTE._

Vista de las Sierras en el Ferrocarril central del Pacífico.]

La lectura del manuscrito que dejo copiado, de tal manera nos preocupó,
que pasamos por Ogden sin fijarnos en él convenientemente.

La poblacion tendrá 3,500 habitantes: sobresalen entre las casitas de
madera las iglesias, las escuelas y los hoteles: se ven al rededor de
las casas jardines cultivados con esmero, y en el fondo del paisaje
riseñas sementeras.

El cañon de Ogden, que tiene de largo cinco millas, se ve como una
inmensa galería de altas y negras rocas, que parecen unirse luego
que pasa el tren: del corazon de estas paredes hendidas, desiguales,
como que se arrancan y están como al caer, peñascos estupendos que
encallejonan y dan aspecto caprichoso al horizonte.

Gigantescas masas de roca decoran la salida de ese cañon, y despues de
un trecho accidentado se precipita el tren en _Devils Gate_ (La Puerta
del Diablo), que es imponente y pintoresca.

Colosales peñascos derrumbados de uno y otro lado de los rieles,
fragmentos de piedra que remedan ruinas estupendas, forzan el curso
impetuoso de un verdadero torrente, y en aquellos desfiladeros y sobre
las crestas de esas rocas parece que se han desafiado como para un
duelo á muerte la naturaleza y el arte.... se interpone el promontorio
de piedra, lo supera el arco.... quiere hundirse, y robustas columnas
le detienen.... como que intenta una desviacion, y la malla de fierro
sujeta el camino, ó un tejido de alambre resiste los vaivenes que
parecen empujar al abismo la locomotora.... en el fondo de esas rocas,
y abriéndose como un pórtico espléndido, se ven los campos de esmeralda
y los sembrados de oro.... alegrando el espíritu y ofreciendo al
mortal, en medio de los desiertos, la prosperidad y la abundancia.

Con la misma distraccion pasé frente á _Eco_, y á _Pulpit-Rocks_, con
sus bosques de abundante caza y sus rios de riquísima pesca.

Nos detuvimos en _Green-River_ (Rio verde), cabecera del Condado de
_Sweet Watter_, y que tendrá una poblacion como de 200 almas.

Pero realmente en iniciativa estas poblaciones, tienen aspiraciones
extraordinarias: son niños hercúleos, que poblarán de gigantes esta
parte de las Montañas Rocallosas.

Al pasar por _Point-Rocks_ me dijo uno de los compañeros, que en aquel
punto existe un abundante pozo artesiano y ricos criaderos de carbon de
piedra, que explotan las compañías.

La noche fué tremenda; aullaba el viento, la nieve azotaba las
ventanillas del wagon.... El dudoso viajero de los cabellos de oro se
encerró en el cuarto de fumar....

De trecho en trecho se detenia la máquina: en las profundidades del
camino, veia yo, á la luz de linternas que proyectaban su claridad en
la nieve, rompiendo muros de tinieblas, trabajadores infelices, con sus
altas capuchas, ocupados en barrer los rieles.

En cada detencion, la máquina era objeto, lo mismo que los trenes, de
escrupuloso reconocimiento.

La luz del dia 7 fué tristísima: caia como doliente y llorosa sobre
tendidas y monótonas llanuras.

Ninguna huella de la humanidad; era como una navegacion de un género
tristísimo, en que no habia esa majestad del mar, esa comunicacion con
el infinito, que engrandece el espíritu.

Los pasajeros permanecian en sus lechos como sin acabarse de persuadir
que era del dia la luz que se deslizaba por entre los empañados
cristales, á visitarlos.

¿Qué hacer?.... Tomé mi lápiz, y haciendo mesa de mi almohada, escribí
lo que leerá, si gusta, el piadoso lector:

UN SUEÑO.

    Soñé que el manto de plata
  Que del sol quebró los rizos,
  Como sembrando diamantes
  Y salpicando de brillo
  El primor de los cristales
  Y las galas del armiño,
  Dejaba ver tras sus pliegues
  Con sus perfiles distintos,
  A los montes gigantescos
  Y á los soberbios encinos,
  A risueñas sementeras,
  Y á murmuradores rios.
  Y yo soñando esperaba,
  Tras una roca escondido,
  Del sol la primer sonrisa,
  Porque dulce voz me dijo,
  Que del sol al primer rayo,
  Miraria de improviso
  La nieve desvanecerse,
  Romper el hielo sus vidrios,
  Y brotar árboles verdes,
  Y correr alegres rios,
  Y renovarse la vida
  En el monte y el bajío,
  A los cantos de las aves,
  De las gentes al bullicio,
  Y al saltar de los ganados
  Con soltura y regocijo.
  Yo esperaba, y poco á poco
  Sentí del terror el frio,
  Porque tras el blanco manto
  Pensé ver, claro y distinto,
  El hogar porque yo anhelo
  Y do me esperan los mios.
  Y del sol espiaba entónces
  Con honda ansiedad el brillo
  Porque me asaltó la duda,
  Del augurio, é indeciso
  Ya la muerte me amagaba,
  Ya el gozo me daba brío,
  Y del problema de mi alma
  Estaba al romperse el hilo.
  La luz plegaba sus alas
  Tras un celaje sombrío,
  Cual mirada de quien llora
  Y en la sombra busca alivio;
  Y á medida que avanzaba
  Como con incierto giro
  La luz, y sobre la nieve
  Se derramaba su brillo,
  Se exhumaban de la tierra,
  Tristes y descoloridos,
  Como fantasmas los montes,
  Como esqueletos los pinos,
  Alzando sus secos brazos
  Y dando al viento gemidos.
  Y la luz adelantaba,
  Y su semblante amarillo,
  De cadáver, sacó el campo
  Y apareció muerto el rio,
  Como fallece una madre
  Sobre el sepulcro de su hijo.
  Y la luz se iba extendiendo,
  Y al dar en el caserío,
  Alumbrando un cementerio
  Y á la entrada de sus nichos,
  De pié tristes esqueletos
  Que con los brazos tendidos
  Inmóviles señalaban
  Nuestro lúgubre camino.
  Hondo terror me embargaba,
  Sentí el corazon herido:
  Era como luz enferma,
  Erase un cráneo el sol mismo
  Despojado de sus rayos,
  Escuálido y amarillo.
  Dejaba en el negro suelo
  El hielo medio fundido,
  Como de huesos humanos
  Los fragmentos esparcidos.
  La luz doliente avanzaba;
  Reconocí con delirio,
  El lúgubre cementerio,
  Y en los huesos sentí frio,
  Ví avanzar la luz terrible,
  Avanzar.... llegar sus visos
  A un punto.... donde se encuentra
  Cuanto adora el pecho mio....
  Y  creí morir.... de repente,
  Y de un relámpago al brillo,
  La tumba corrió á mi encuentro
  Dando agudos alaridos.

  ····························

  Ví al monstruo que me llevaba,
  Y llevaba mi destino,
  Que me arrancó de mi sueño
  Con sus intensos gemidos.

  GUILLERMO PRIETO.

  Marzo 7 de 1877.

Estamos en _Laramie_, tan célebre en las relaciones de los viajeros,
tan encarecido en la leyenda.

El aspecto de la naturaleza cambia; la nieve, adelgazándose y
derritiéndose, deja ver de trecho en trecho amarillenta yerba y
sonríe el verde césped en alguna hondonada, como tímida promesa de la
pronta llegada de la primavera. Algunos árboles, como viajeros recien
llegados, parece que inspeccionan el campo desde las orillas del
camino.... trenes, oficinas, transeuntes, como que anuncian de léjos el
fin del desierto, como los indicios de tierra en el mar.

Hace muy poco, cerca de la poblacion estaba el fuerte, perfectamente
guarnecido por tropas americanas.

Algunos soldados se instalaban en aquel ingrato suelo con sus familias,
pugnaban por conquistar las comodidades de la vida, y tenia algo de la
detencion de la _caravana_, los grupos de mulas y caballos, las tiendas
de campaña y los depósitos de provisiones.

_Laramie_, cabecera del Condado de Albany, tiene más de mil
habitantes; la ciudad está paralela al camino, una ancha y clara
corriente atraviesa las calles principales.

Hay muchas elegantes iglesias y cómodos hoteles; el edificio municipal
es digno de una gran ciudad.

Se publican en _Laramie_ dos periódicos: _El Centinela_ y _El
Independiente_. El telégrafo y el buen servicio del correo hace que
los habitantes de _Laramie_ y los pasajeros estén al tanto, como donde
quiera que se publica un periódico, de cuanto ocurre dia á dia en todos
los Estados de la Union.

A la salida del pueblo hay un molino, cuyo costo ha sido ciento veinte
mil pesos. Es magnífico.

En los alrededores de la ciudad, y como agrupándose á la vía férrea,
están situadas las oficinas de maquinaria y los talleres del
ferrocarril, entre leña apilada, rieles amontonados en los suelos,
grandes pipas con agua y colinas de carbon que hacen negrear el suelo
con su polvo.

_Laramie_, segun reza la leyenda, fué el primer lugar del mundo en que
se reunió _un jurado de mujeres_.

Sucedíanse las tremendas nevadas: los altos picos de las Montañas
Rocallosas, las tendidas llanuras á sus piés, las negras rocas, los
impetuosos torrentes, la luz como despedazada sobre las peñas, y en las
hondas cañadas formaban paisajes ásperos, sombríos, que sin embargo
poseian cierta grandeza que me cautivaba.

Los viajeros, acurrucados en sus asientos ó hundidos en sus abrigos,
dormitaban. M. Gland mismo, habia dejado de hablar.

Yo soñaba con los ojos abiertos, me parecia atravesar una region
desconocida, como que esperaba que tierra, rieles y trenes, se
hundiesen de repente, por una fundicion repentina del suelo, y
seguir corriendo bajo tierra, bajo bóvedas iluminadas á la luz de
rojas llamas, y que fuesen una sucesion de salones con caballeros y
paladines, damas y dueñas, enanos y gigantes.... tan excéntrico, tan
inesperado así era cuanto me rodeaba.

Saltando de su asiento y como si hubiese tenido aviso en medio de su
sueño, volvióse á mí M. Gland, y me dijo:

—_Chayene._ ¿No ha oido vd. hablar de _Chayene_?

_Chayene_, continuó, es la más grande ciudad entre Ogden y Omaha; desde
aquí se siente la influencia del Colorado, que está llamado á un gran
porvenir.

Estamos, siguió alegremente M. Gland, sobre mantos de plata y oro:
desde aquí hasta Omaha comienza la série de aventuras romancescas de
los Apaches, Kayoways, Comanches, Arrapaos y Chayenes, de donde tomó su
nombre esa gran ciudad que parece ir corriendo en los inmensos llanos,
por el movimiento de nuestro carruaje.

En 1859, esto era desierto, tendido en inmensas llanuras.

Se anunció la corriente del camino, llegaron empacados y en su estado
primitivo de fierros y tablas, iglesias, hoteles, almacenes, y al
concluirse el desempaque, quedó una ciudad, como si se sacara de una
cajita de juguetes.

Héla ahí, con sus acueductos y sus arboledas, sus edificios uniformes y
sus grandes plazas.

Atrás quedaba Dember, capital del Colorado, que es como otro grande
embrion de donde ha salido un territorio que pronto se convertirá en
grande Estado de la Union, y aparecerá otra estrella en el firmamento
de Washington.

Es de advertir que aquí no fué, como en otras partes, la poblacion,
conjunto de hombres de varios pueblos, luchas de costumbres
diferentes, fusiones y trasformaciones y productos de esas entidades
heterogéneas, no, señor; la casi totalidad de estos hombres era del
Oeste: el móvil, los metales preciosos.

Por todas partes se veian hombres sujetándose á las mayores privaciones
y peligros, extraviarse adrede en busca de aventuras; unos se perdian
entre las nieves; los otros desaparecian en las entrañas de la tierra:
allí, á manera de cazadores, espiaban la huella de una veta, la
seguian en alturas y en profundidades, la sorprendian y se publicaba
la bonanza: así adquirió el renombre de Golden City la capital del
Colorado.

Un tumulto, un incendio, ó no sé qué, parecian estos campos.

Montañas de ropa hecha, fondas brotando como hongos de la tierra,
hoteles como regados á mano por todas partes.

Comer, vestir, dormir: hé ahí cubiertas las primeras necesidades.

Chillaba la carreta, porfiaba ruidoso el martillo, la sierra armaba
escándalo, la garrucha chirriaba levantando piedras, y tercios, y
muebles á las nubes; todo en el suelo eran escombros, todo ruido en
derredor: así lanzó sus primeros vagidos Chayene, y así el Colorado y
Omaha brotaron de la tierra, como los personajes de los cuentos, al
herirla la indomable audacia del yankee......

Durante la travesía de Ogden á Omaha, los dias habian sido pésimos, y
las noches fatales. Mi único entretenimiento fué observar al ambiguo
aquel de la cabellera rubia, que advertido sin duda de mi diligencia
en observarlo, era á cada momento más caprichoso ó caprichosa, porque
aquello era una condenacion.

Su rostro, como ya hemos dicho, lo conservaba obstinadamente
cubierto, y sus modales eran tan bruscos, que parecian afectados;
alguna vez desnudó una mano de su guante, y era una mano alabastrina,
aristocrática, de una mujer distinguida; pero aquel estirar las
piernas, aquellos piés que parecian falúas.... esas no eran
pertenencias femeninas, era un patan que provocaba mis rencores....
Cuando sacaba su pipa, que era rara vez, se le notaba, aunque muy
imperceptiblemente, la repugnancia con que apelaba á aquel accesorio de
su disfraz.... era, no hay duda, una bella lanzada á lo desconocido, en
alas del infortunio, é inundada en lágrimas.... ¿Era tal vez una jóven
que queria ocultarse á las miradas del zelo, y que creia oir tras de
sí los pasos de un asesino.... era una mujer criminal que envenenó al
amante infiel é iba á ocultar su quebranto y sus remordimientos entre
el tumulto de las ciudades del Este?

La noche anterior á la en que llegamos á Omaha, en las paradas del
tránsito subian y bajaban viajeros sin cesar.

El personaje _comun de dos_ se encerró en el cuarto de fumar.... yo
penetré, en las altas horas de la noche, y permanecimos como dos
estatuas.

La luna descolgaba dispersos rayos del borde de una nube lóbrega, el
huracan gemia.... en la Sierra se veian dudosas claridades sobre la
cima de los montes, y se extendian como corrientes de sombra que se
precipitaban en las cañadas.

El cuarto de fumar es pequeño y angosto; en el centro hay dos
banquillas, una frente á otra, como los asientos de un coche; en
la pared de tabla existe uno como farol incrustado en el carro, que
contiene una rojiza lámpara: á los lados de aquella especie de nicho
están dos ventanillas del carruaje: una era del misterioso personaje,
la otra mia. A cada avance de mi mirada, á cada indagacion, se sustraia
el desconocido en la sombra, ó bien pegaba el rostro al cristal del
postigo: á mí á veces me parecia que sonreia mujer angélica; á veces
que se disponia carretero feroz á descargarme un puñetazo.

Fingí dormir, y entónces, suponiéndome, él ó ella, distraido, cantó
clara y distintamente el “Adios” de Shubert; pero tan sentido, tan
hondamente sentido, que me subyugó, me empujó á la region de mis
recuerdos más dolorosos, y sentí lágrimas en mis ojos.

Entónces, como de costumbre, recurrí á mi lápiz, y escribí y declamé
con toda energía lo siguiente, que puede acomodarse á los compases de
aquel canto delicioso:

CANCION.

    Alma que mi alma adora
  Con íntima pasion,
  Por tí doliente llora
  Mi triste corazon.

         *       *       *       *       *

    Aislado en mi tormento
  Mi voz te aclamará,
  Y sin eco mi acento....
  En sombras morirá.

         *       *       *       *       *

    Se alzó cual llama pura
  Por tí mi ardiente amor;
  Mas yo soy noche oscura
  Y tú, radiante sol.

         *       *       *       *       *

    Dulce rayo de luna
  Entre las ruinas fué
  Tu amor, en mi fortuna
  Y en mi hondo padecer.

         *       *       *       *       *

    Sin rumbo y sin abrigo
  En mi dolor te ví;
  Tú fuiste faro amigo
  Del náufrago infeliz.

         *       *       *       *       *

    Yo soy, mi bien, tu templo,
  Mi corazon, tu altar,
  Y tu incienso el más puro,
  Mi férvido cantar.

         *       *       *       *       *

    Fuiste del alma mia
  Las auras y la luz,
  Y el sol de mi alegría
  Tu hermosa juventud.

         *       *       *       *       *

    Un punto cruzó el cielo
  Tu ráfaga fugaz:
  Pasó.... y en negro duelo
  Por siempre me hallarás.

         *       *       *       *       *

    Ya escucho el tierno acento
  De tu amoroso “Adios:”
  La eternidad horrible
  Los ecos repitió......

         *       *       *       *       *

    Adios....! adios! mi encanto,
  Sangre de mi alma, adios!
  Será eterno mi llanto,
  Como mi eterno amor.

         *       *       *       *       *

    Será mi llanto eterno,
  Eterno mi dolor....
  Adios, cielo de mi alma!
  Luz de mi vida.... Adios!

  GUILLERMO PRIETO.

A medida que yo leia, la persona misteriosa desprendia el rostro
del grosero _cachenéz_ que la cubria y dejaba al descubierto un
cuello de cisne, émulo de la nieve herida por el sol.... ella habia
comprendido.... casi era una revelacion la que me hizo el _cachenéz_.

Habiamos tocado la estacion anterior á Omaha: á los lados del paradero
del tren, que despedia luz vivísima, se distinguia una diligencia
y varios _bogues_; de uno de estos _bogues_ se apeó un arrogante
caballero, moreno, de cabello negro, de maneras desembarazadas y ojos
negros hermosísimos: detúvose el tren, el jóven saltó y se colocó
al pié de la escalerilla del wagon. El viajero _comun de dos_, con
la velocidad del relámpago, recogió su saco de viaje y se precipitó
fuera del coche; apénas salido, se lanzó á los brazos del dueño del
_bogue_.... al hacer este movimiento, se le cayó el sombrero, y una
catarata de rizos de oro inundó los hombros y el cuello del jóven de
los ojos negros......

Yo habia seguido maquinalmente al viajero y estaba estupefacto con
la trasformacion.... quise darme de cachetadas.... cuando estaba
suspendida en los brazos del viajero afortunado, se volvió á mí, y con
una sonrisa angélica, me dijo: “Adios, Sr. Prieto!.... Adios!”

Tan linda!.... y sabe español.... Soy un asno, soy un rinoceronte....
¡pecador de mí!

A poco se detuvo el tren en Omaha, y miéntras mis compañeros comian, yo
apunté en mi cartera:

_Omaha_: Término del ferrocarril de la Union, está á la orilla
occidental del Missouri y al lado del famoso puente que se cita como
un grandioso monumento. Es extraordinario el movimiento que se nota
por todas partes: vienen á agolparse á nuestro alrededor, ómnibus,
coches, quitrines y carros de todos tamaños, para conducir pasajeros,
equipajes y efectos. La poblacion, sin embargo, solo tiene diez y ocho
mil habitantes. El edificio más notable que percibo por aquí cerca es
_Claim House_ (Casa de reclamaciones).

En 1854 este era un punto casi desierto: la oficina de correos era
el sombrero del administrador, porque en él recogia y despachaba la
correspondencia.

La poblacion tiene hoy 18,000 habitantes, y la oficina de correos, así
como las del Estado, se encuentran en edificios magníficos.

Al principio los hoteles de Omaha eran de segundo órden; pero se
organizó una Compañía y se edificó el Gran Hotel Central, que
puede figurar, y es mucho decir, entre los buenos hoteles de los
Estados-Unidos.

Por todas partes se ven hornos de fundicion; por todas partes hay
regada maquinaria; se suceden las fábricas, y la plata y el oro
beneficiados se calculan en más de un millon de pesos anuales.

Los principales periódicos que se publican en la ciudad, son: _El
Heraldo_, _La Tribuna_, _El Republicano_, y _La Abeja_. Además, hay
un periódico Bohemio, otro Escandinavo, otro Aleman y un Semanario de
Agricultura, que goza de merecida nombradía.

Por entre las verdes arboledas que atraviesan en todas direcciones
la ciudad, se ven blanquear fábricas y edificios: hay multitud de
escuelas, dos institutos, diez y nueve iglesias, cuatro bancos,
cuarenta factorías y grandes depósitos de carbon y leña, y almacenes en
que se agencian fletes.

Para asilo y proteccion de los emigrantes, se encuentra en este punto
un inmenso edificio, en que se les procura, por veinticinco centavos al
dia, habitacion y comida.

La Compañía del Ferrocarril de la Union, sostiene en este lugar sus
valiosísimas fábricas y se jactan los carroceros de ser este el punto
del Oeste en que se construyen mejores wagones.

Sin duda la ciudad fué trazada, previendo que un dia ocupara un lugar
eminente entre las mejores ciudades del Oeste.

El trazo la divide en ocho cuarteles, capaces entre todos de contener
un millon de habitantes.

En esa proporcion son las plazas y los paseos, de los que algunos son
muy frecuentados.

Mis compañeros lamentaban que no hubiésemos tenido tiempo de que viese
yo el Puente, que se cita como una verdadera maravilla de la ciencia.
En la historia del Puente hace ostentacion de su tenacidad y ardimiento
el pueblo americano.

Decretada en 1866, se presentaron obstáculos que parecian insuperables,
y se suspendió en 1868. En 1870 se hicieron esfuerzos que no dieron
resultado satisfactorio; pero en 1871, se autorizó especialmente á la
Compañía para continuar, auxiliándole con dos millones y medio de pesos.

El Condado de Douglass, en Nebraska, se suscribió con 250,000 pesos, y
con más de 200 el Potawatoma.

Tiene el puente, con las obras adyacentes, una milla de largo, y sus
alrededores los forman calzadas y parques que sirven de vistosísimos
paseos.

De Omaha tomamos el tren para San Luis Missouri.

—Hénos aquí, me dijo Lorenzo, atrayéndome al cuarto de fumar, en
terrenos que serán futuras naciones, porque esta region americana
amamanta leones.

Los Estados del Oeste, incluyendo en ellos el Sur, son los
proveedores inmensos de la América: de su conjunto surgen destellos
de emancipacion; su acrecimiento rápido es el anuncio de que está por
nacer una gigantesca nacionalidad en esta parte del Nuevo Mundo.

La tierra, herida por la azada del colono, derrama sus mieses con
prodigalidad, sin más proteccion que la del cielo; los grandes
depósitos del Oeste llaman á sus mercados á los hombres de todo el
globo, y miéntras la Europa, en las aguas del Atlántico, la corteja,
el Japon y la China le tienden los brazos sobre la peana de oro que
erigió California como un tálamo á la confraternidad universal.

He dicho que no son pueblos sino naciones las que se perciben desde
aquí en embrion: el Oregon es más grande que la Inglaterra; Tejas más
que la Francia; California más que España.

En estas inmensas zonas que florecen solas bajo un mismo pabellon, se
reunen y dan cita los productos todos del globo, y hacen imposible
cualquiera exclusion: los artículos favorecidos en un punto dañarian
al opuesto, y esto relajaria todo vínculo, convirtiendo en nominal el
poder del centro.

Los elementos de vida propios de cada pueblo son tales, que Chicago,
propiamente llamada la Reina de los lagos, era apénas en 1830 un punto
militar atascado en un pantano.

Hoy cuenta la ciudad 300,000 habitantes.

Se encadenó la ciénega y se le hizo desaparecer bajo cimientos de
palacios; en la guarida de la putrefaccion y de la fiebre, tendieron
sus doseles de ramas los árboles y brotaron las flores; se dirigió
la corriente de las aguas á los labios de la capital sedienta, por
acueductos que ponen en olvido las inmortales obras de los romanos.

Apénas se anuncia la industria de la _salazon de cerdos_, cuando más de
un millon se trasforman en un año en sabrosos manjares.

El cultivo del maíz hace que por millones se cuenten sus rendimientos,
y que un frances diga que deberia servir de emblema de esa nacionalidad
una mazorca, así como Chicago deberia dejar su nombre para llamarse
Porcopolis, como se denominaba á Cincinatti.

—Sin embargo, dije yo, Chicago aun no se restablece de su último
asolador incendio.

—Creo que padece vd. una equivocacion. Chicago está más floreciente
que nunca.

Chicago fué presa del incendio la noche del 9 de Octubre de 1871:
17,500 edificios se sepultaron en el mar de llamas.

En 1872, la nueva ciudad habia resucitado de entre escombros y cenizas,
y contaba 41 bancos y 201 iglesias, 35 grandes hoteles, entre ellos
_Palmer-house_, que es de primer órden, calles, plazas, edificios y
paseos en mayor número y mejores que ántes del incendio. Chicago, como
vd. ha oido, cuenta apénas 47 años de existencia, y su poblacion es de
500,000 almas. Es sin duda el primer mercado del mundo por los granos,
el ganado y las viandas saladas. Más al interior, su territorio es como
el centro de todos los pueblos bañados por el Atlántico; 17 caminos
de fierro conducen á esta gran metrópoli del Illinois; cada línea se
esfuerza por conducir á Chicago con mayor baratura y en ménos tiempo
que las otras: hoy de New-York á Chicago se hace el camino en ménos de
treinta horas y hay 1,600 kilómetros de distancia, es decir, como de
México á Chihuahua, poco más ó ménos.

A medida que avanzaba el tren, redoblaba la locomotora sus gritos,
prolongándolos más y más, para evitar un choque con los trenes que sin
cesar se cruzan.

Los campos cultivados, los ganados, las casas rústicas, los jardines y
los carros, anunciaban la proximidad de la gran poblacion de San Luis.

—Es de sentirse, me decia Lorenzo, que no pueda vd. hacer un estudio
detenido de esos lugares, en que se verifica la alianza del Mississippí
y el Missouri, que traen como en gérmen en sus aguas las mayores
riquezas de la tierra.

Inmensas llanuras divididas por fértiles sementeras; las corrientes
conduciendo y trasportando pueblos; las trojes henchidas brindando
goces al hombre y creces al comercio, y la preponderancia del trabajo
presentándose, desde la iniciativa de la colonia con el aventurero con
su hacha al hombro, seguido de su familia llena de harapos, hasta el
opulento propietario que trasporta el lujo de las grandes ciudades y
hace que le rinda homenaje en la tierra, que él, el primero, arrancó á
la barbarie, desembarazándola de malezas y ahuyentando con su rifle á
los animales feroces.

Al ruido cercano de la locomotora; al traqueteo de fierro de su galopar
afanoso; á la vista de las embarcaciones del rio; bajo los hermosos
árboles de la quinta opulenta, refieren los ancianos las luchas con
los Pieles Rojas, las torturas á que sujetaban al blanco ántes de
inmolarlo, y esas escenas de horror y de sangre de los primitivos
tiempos del Oeste.

Por lo demás, la historia aun no desplega sus labios de una manera
clara y distinta, sobre esos restos de murallas, esos esqueletos de
ciudades perdidas en los tiempos, esos resíduos de grandes poblaciones
que se encuentran en el Ohio, Illinois, la Indiana, Kentuky, Michigan y
la Luisiana.

Tocábamos, en estas pláticas, en la estacion de San Luis.

Aunque allí habia carruajes, un senador que se hizo muy nuestro amigo
en el viaje, nos dijo que el Hotel del Sur, que era el mejor, estaba
muy cerca y que podriamos ir á pié.

La noche era oscurísima, el alumbrado parecia encomendado á un
ayuntamiento de los de por acá, caminábamos en medio de una oscuridad
completa, rompiendo la nieve con nuestro calzado.

El senador, nuestro guía, es robusto como atleta y ligero como un
venado; tomó del brazo al Sr. Iglesias, y eso fué correr: yo me
resbalaba, me hundia, me tropezaba con mi propio aliento, y hubiera
sucumbido sin el auxilio de Lorenzo, que casi me llevaba en peso.

Por aquí torcemos, por allá nos descrismamos; de repente nos detenemos
porque un amigo se habia dejado un botin en un atascadero y porfiaba
por encender un fósforo para buscarlo.

Así corrimos más de una milla, empapándonos, tropezando á cada paso,
y oyendo, con la bílis derramada, la charla del senador, que estaba,
con nuestras inquietudes, nuestras resbaladas y equilibrios, como una
pascua.

Al fin tocamos en el Hotel del Sur, empujamos la puerta y nos deslumbró
un salon magnífico, de sesenta varas de extension, con altísimas
columnas, pavimento de mármol y una magnificencia superior á todo
encarecimiento.

Miéntras Gomez del Palacio arreglaba lo correspondiente á nuestro
hospedaje, yo me encargué de examinar el salon espléndido que funge
como patio del hotel.

A mi derecha se veian las oficinas de recepcion de los equipajes, el
despacho al pié de la amplísima escalera, correo, telégrafo y expendios
de periódicos.

A la izquierda, gabinete de periódicos, expendios de tabacos y
dilatadas sillerías, cerca de una gran chimenea.

Por todas partes se agolpaba la gente, hablando de negocios, leyendo
periódicos, y en perpétuo movimiento, á todos los departamentos del
hotel.

Sobre la escalera soberbia de mármol, se arrancaba, sobre pilares
colocados circularmente, la cúpula del edificio, alta y grandiosa,
ceñida de trecho en trecho por anchos corredores que conducian á
suntuosos salones, de los que cada uno era lugar de tertulia en que se
tocaba, se cantaba y las hermosas hacian ostentacion de sus gracias.
Las paredes eran espejos, el suelo alfombras, y en los aires, la
claridad del gas no permitia el recuerdo del sol.

Despues de instalados varios compañeros, fuimos presentados á M.
Ca-hill, redactor de un periódico en español, titulado: _El Comercio
del Valle_, quien tiene noticias bastante exactas sobre el tráfico
de México, y sostiene con calor y copia de datos, las ventajas de la
estrechez de relaciones mercantiles.

Pequeño de cuerpo, de ojos vivos, de fácil palabra, aunque con dejo
inglés, M. Ca-hill era un precioso _cicerone_.

Nos dijo que tocando San Luis en el golfo de México, nuestra República
está llamada á estrechar sus vínculos con esta parte de la Union,
fundando una ventajosa reciprocidad.

San Luis, decia M. Ca-hill, en rigorosa exactitud geográfica, está
situado casi en el centro del gran valle de Mississippí, y participa
de las ventajas de suelo tan fértil y de punto de comunicacion tan
poderoso.

La ciudad está delineada con toda regularidad, y como vd. sabe,
contiene medio millon de habitantes. Por lo general, las calles,
partiendo de la orilla del rio, corren al Occidente. Los edificios más
notables son de fierro, piedra y ladrillo.

—Es lástima, dijo un compañero de M. Ca-hill que solo permanezcan
vdes. aquí unas cuantas horas, en cuyo tiempo no pueden formarse idea
de nuestra sociedad.

Esta sociedad, que tuvo nacimiento de la Luisiana, mejor dicho, que
en calidad de cesion de ella, se hizo la concesion cuando todavía era
Colonia Francesa, en 1762, á Liguest Laclede y á sus socios, conserva
algunos tintes de su orígen. En el fondo de sus costumbres, hay algo
del pulimento de la raza latina, se tiene en mucho la sociedad culta,
las artes merecen atencion y encuentra analogías la raza de vdes., que
no encontraria en el Norte.

El acrecimiento de la ciudad en poco más de cien años de fundada, ha
sido estupendo. Vea vd. solo en poco más de cincuenta años:

  En 1811 tenia    1,400  habitantes.

  En 1850   ”     74,439       ”

  En 1860   ”    160,773       ”

  En 1870   ”    310,864       ”

  En 1875   ”    490,000       ”

Los ramos principales de comercio, son: algodon, plomo de las minas del
Missouri, heno, sal, lana, maderas de construccion, tabaco y especias y
granos.

En 1874, la importacion del grano ascendió á 30.674,504 fanegas, y la
exportacion á 24.417,411.

San Luis es la primera ciudad de la Union en la elaboracion de harina.
En 1874 habia 24 molinos en actividad, los cuales producian 1.573,202
barriles.

No obstante desarrollo tan prodigioso en la agricultura, se calculan
40,850 hombres dedicados á las manufacturas, y la riqueza que
representan se valúa en 240.000,000 de pesos.

Miéntras disertaban muy sérios los señores formales en la sobremesa de
la fonda, otros amigos, en un santiamen, habian contraido relaciones
y las calentaban con sabrosos ponches en el _restaurant frances_,
comunicado con el hotel.

Contaba uno lo familiar que es aquí á los americanos el idioma de
Racine, y apoyaba su aserto en varias anécdotas.

En una botica, por cierto muy próxima, cuyo propietario es cubano,
charlaba un compatriota de la brusquedad de los yankees y de la
antipatía de las razas.

Un yankee se presentó pidiendo una bebida: el imprudente cubano seguia
su charla, y por vía de paréntesis, dijo al boticario; “Oh! si estos
son unos béstias.... póngale vd. á ese unas gotitas de estrignina en
ese brebaje, á ver si revienta.” Eso lo decia en broma, por supuesto.

El yankee no se dió por entendido de la conversacion.

Confeccionáronle su bebida, tomóla el yankee, pagó, y al salir, con
mucha amabilidad dijo al cubano en correcto español:

—Dígame vd., caballero: ¿cuál es la causa de que desee vd. que yo
reviente?

El cubano quedó estático, respondiendo confuso y aturdido:

—Yo he dicho al señor “revente,” es decir, que vuelva á venir conmigo,
para que demos un paseo....

El _yankee_ se retiró riendo á carcajadas.

La conversacion continuó animada, hasta que nos retiramos á nuestros
cuartos, deseosos de aprovechar el siguiente dia para dar un paseo por
San Luis.

Yo dormí mal, porqué me tocó un alojamiento en el quinto cielo, y la
preocupacion de los incendios se apodera de tal modo de la imaginacion,
que constituye un verdadero tormento: presentir convertido el local que
nos abriga en inmensa hoguera; verse rodeado de abismos; escuchar el
desplome de los techos; oir los alaridos de las víctimas.... todo eso
me espantaba, considerándome como condenado á muerte.

Un francecillo muy simpático, llamado Arture, que me habia conocido en
México, estaba en mi cuarto á las auroras de Dios, invitándome á pasear.

Arture es el hombre de sociedad por excelencia; sabe un poco de todo
y se amolda á todas las situaciones y á todos los caractéres; tira
la pistola, canta, diserta sobre ciencias y artes con buen sentido,
conoce á las notabilidades de Europa y América; galante con las damas,
audaz con aventureros, marinos y soldados, circunspecto con hombres de
respeto, y alegre, servicial y campechano con todo el mundo. Era otro
Mr. Gland en tafilete frances.

—Ha venido vd. al mejor hotel, me decia, y esto que en la ciudad los
hay magníficos.

_Lindell-Hotel_, sin ir más léjos, compite con este; tiene seis pisos,
es de piedra arenisco, costó 800,000 pesos. Está aquí cerca, en la
avenida de Washington.

_Plander’s-Hotel_, _Hotel-Barnim-Lacled_, y hasta el _Gran-Central_,
que cuesta un peso diario, son establecimientos que no desdeñarian las
mejores capitales de Europa.

—_Plan_ americano por supuesto, observé yo aludiendo á las comidas.

—Hay de todo: ya ha visto vd. anoche una excelente fonda francesa.

—Excelente, Arture: yo sentí no cenar, porque todo me pareció muy bien.

—Por ese estilo es la fonda Sincler y C.ª, de Olive-Street, Garner,
Cafferitta, Garmi-Restaurant, _Nicholas-Cantine_, y otras muchas, la
mayor parte al estilo frances.

Miéntras hablaba Arture, yo me vestia á toda prisa y hablaba á
Lancaster, que estaba en un cuarto contiguo, para que hiciese lo mismo.

Alfonso, como lo tenia de costumbre, en cuanto llegó, y en el propio
hotel, se habia provisto de guías, de mapas y de lo necesario para sus
sesudos estudios, dedicándose á ellos en las noches y al levantarse.

—Vamos A***, aprovechemos la bondad de nuestro _cicerone_: quiere que
primero recorramos algunas calles, visitemos algunos edificios, y desea
que concurramos en la tarde á un concierto que dan unas señoritas, para
el fomento de una Biblioteca.

—¿De qué te ocupabas tú? dije á Alfonso.

—Me ocupaba, me dijo, del estudio de este comercio en sus relaciones
con el nuestro. Estos Estados brindan mil facilidades, así como
Orleans, por muchos motivos que explaya perfectamente el periódico en
español que nos facilitaron anoche.

—Pero en estas relaciones mercantiles, en su modo espontáneo, y con
total independencia de los gobiernos, es en donde yo creo ver, dije, el
_quid_ de nuestras difíciles cuestiones de los Estados-Unidos, y á ello
dirijo yo mi mira: el acrecimiento prodigioso de la Union Americana
presenta estos sorprendentes resultados. La creciente preponderancia
del Oeste que es entidad autonómica, tan independiente del Norte como
del Sur, formando espontáneos vínculos, convierte en privativos sus
intereses y debilita la influencia del gobierno central.

Este acrecimiento tendrá por fuerza su representacion en el congreso, y
al punto que esa representacion se aumente, la lucha tiene de iniciarse
y poner en peligro las conveniencias del Norte.

La adquisicion de tierra, el fomento de las ideas de conquista, la
intervencion por la fuerza, en mi juicio no las intentará el Norte;
pero no puede ser indiferente á la marcha de México ni á sus tendencias
á la libertad mercantil; así, no le queda más recurso que influir en
sus negocios, sea por medio de tratados, sea considerando á México
como colonia ó brindándole con un protectorado; pero esto mismo ofrece
graves dificultades. El ideal de la gente ambiciosa del Norte, es hacer
de México la India de los Estados-Unidos.

—Señores.... el tiempo vuela, dijo nuestro _cicerone_. Veamos aunque
sea algunas calles y volvamos por los compañeros. Si pudieran vdes.
detenerse siquiera un dia, tendria el gusto de presentarlos al Club
Germania ó al de la Universidad, centros en que se reune lo más selecto
de la sociedad de San Luis.

Para que vdes. se formen muy somera idea del movimiento de San Luis,
iriamos á los depósitos de los ferrocarriles: el de San Luis y Kansas;
el del Atlántico, Pacífico, Kansas, Tejas y el Gran Depósito de la
Union, en que parece que el mundo entero se da cita para activar el
tráfico.

Por lo demás, las ciudades de los Estados-Unidos se parecen como gotas
de agua: dilatadas arboledas, anchas plazas, generalidad de edificios
hechos como con panes de jabon, techos de caballete, largas chimeneas,
coches, carretones, carros y carritos por todas partes.

Vacilábamos sobre el rumbo que tomariamos á la puerta del hotel, cuando
burla, burlando, no obstante el pésimo dia, salian nuestros compañeros
á ver la Lonja del Comercio, y nos antellevaron, como se dice por
nuestra tierra.

Yo me dejé conducir por M. G. A. Hayward, cumplido caballero á quien
merecí especiales atenciones, y quien me encantó por la mezcla de
sabiduría y buen humor de su conversacion: á mí los sabios adustos....
me cargan, no los puedo tolerar.

Fuimos á la Lonja de Comercio, que es un edificio como una catedral:
soberbio pórtico con robustas columnas, amplios corredores con ventanas
rasgadas y lujosos departamentos, y en el templo, un salon como una
iglesia, de forma elíptica, lo ménos de ochenta varas de extension.

El centro del salon está despejado para el tráfico, y hay gente que va
y viene como en una gran plaza.

En una de las cabeceras y en los costados, hay extensas mesas que
corresponden á los diferentes bancos; al pié del salon se ven como
aparadores con toda clase de semillas y artículos de comercio, como
un depósito inmenso de muestras, al cuidado de corredores y agentes
mercantiles.

La techumbre es una alta y extensa cúpula con una cornisa saliente en
su arranque, que le forma cintura, y la guarnece una amplia balconería,
desde donde asiste el público á aquel espectáculo lleno de ruido, de
movimiento febril y de cierta alegría, de que no es fácil dar idea.

No es fácil describir, en efecto, aquellas caras rubicundas, con sus
dentaduras blancas y su piel restirada; aquellas inmensas botas
de suelas de á dos dedos de grueso; aquellos hombres intrusos, de
camisetas encarnadas, y aquellos flacos escurridizos que parece que
llevan una locomotora en cada corva.

Este gentío, que es inmenso, se agrupa en el centro del salon, corre,
alterca, disputa, improvisa remates, transa, y sale y entra, como si se
tratase de apagar un incendio.

Adviértase que este tragin se verificaba estando las calles inandables
de lodo y de nieve, entrando algunos empapados con la lluvia, con sus
pantalones remangados hasta la mitad de las botas, ó hundidos en la
parte superior de ellas.

A medio dia el salon se despeja, se establece silencio profundo y se
hacen las operaciones de _Clearing-House_, ó sea casa de liquidaciones,
ó como si dijéramos, traduciendo la palabrita en _lépero_, (aclarar
paradas).

Como se sabe, cada banco emite sus billetes que fungen como dinero: de
esos papelitos hemos visto en México y sabemos cómo se manejan.

Pues bien, con los tales papelitos, éstos y aquellos han hecho sus
compras. A tal hora, cada banquero recoge sus billetes y da en cambio
los de los otros bancos, quedando cada quien con lo suyo. Así se hacen
cambios y negocios por millones, sin necesidad de que ande el dinero de
aquí para allá, y en un abrir y cerrar de ojos. Toma tus billetes, dáme
los mios, y tan amigos como siempre....

El crédito, el crédito es una gran cosa; pero no estamos para sermones.

Nosotros habiamos asistido al espectáculo descrito al principio, desde
la balconería superior.

Salimos de allí y nos condujeron á la parte superior del edificio,
desde donde se distinguia la opulentísima ciudad, las llanuras que la
circundan cuajadas de vistosas sementeras, y ese mar subordinado y
grandioso que tiene por nombre “El Padre de las Aguas,” y que lleva
en su seno ciudades de embarcaciones, que hacen marchar sobre la
corriente, sementeras, ganados, bosques y montañas.

M. Hayward me decia, satisfecho de mi sincera admiracion:

—Oh! es un dolor que vd. no vea el puente para que vd. se forme idea
de ese puente: le referiré, poco más ó menos, lo que dice de él un
ilustre viajero frances (Simonin), á quien tal vez habrá vd. leido.

El largo del rio, dice, en aquel punto es de quinientos metros, el
lecho es profundísimo, la corriente cambiante, y movibles los bancos de
arena de las orillas.

Fué necesario para establecer el cimiento del puente descender hasta
la roca sólida que está situada á treinta metros bajo el nivel medio
de las aguas. Cuando se proyectó al principio este trabajo, se juzgó
imposible.

Se llegó á la roca por medio de cestos y cajones en que descendian
los obreros, proveyéndoseles de aire desde sobre las aguas. Así se
quitaron por medio de bombas de vapor las arenas y se evitaron las
infiltraciones que pasaban, á pesar de la presion de muchas atmósferas
mantenidas en el aparato.

De esta manera se empezaron á construir los cimientos, venciendo, con
esfuerzo hercúleo, obstáculos inmensos.

Despues se elevaron los pilares, ó mejor dicho, las torres en que
descansa el puente. Estos pilares, en número de cuatro, son de granito
y parecen construidos para la eternidad: dos á los extremos y dos en el
centro del rio.

Los arcos que se apoyan sobre estas torres están formados de enormes
tubos de acero, abiertos en el interior, y empalmados de dos en dos.
Los dos arcos exteriores tienen de luz 150 metros, el del medio 158,
tanto y medio de la distancia del Sena á Paris.

La altura del arco principal, sobre el nivel de las aguas, y midiendo
desde la clave, es de cerca de cuarenta varas, de tal manera, que los
más grandes buques de vapor pueden pasar por debajo, inclinando sus
chimeneas, lo que ejecutan fácilmente por medio de una palanca.

Así correspondió esta obra grandiosa á la obligacion que se impuso á
los ingenieros de que no estorbasen la navegacion del rio.

El puente tiene dos corredores ó tránsitos, uno superior para la gente,
los caballos y los coches, y uno inferior para el tránsito de los
trenes de los ferrocarriles. Estos entran en la ciudad por un túnel
abierto donde termina el puente. Catorce líneas férreas tocan en el
puente monumental. El corredor ó tránsito superior tiene bastante
espacio para que se haya formado en él un paseo público.

En el pilar central del puente se fabricó una plataforma, en que se
reune por las noches la música militar.

Desde aquel sitio se disfruta la vista de un panorama magnífico: el
rio cuajado de embarcaciones, las fértiles llanuras del Illinois á
corta distancia, y en el fondo, hasta el horizonte, se percibe, se
ve, un bordado de alegres sementeras, cortado de Norte á Sur por una
ancha faja de plata, con ligeras sinuosidades, que parece una mansa
corriente, y que conduce á la mar, como dice Simonin, una de las más
grandes masas líquidas que corren sobre el globo.

Descendimos de la Lonja y nos dirigimos á la oficina de apagar
incendios. Allí nos recibió un caballero chaparro, de una fisonomía
alegre como una sonaja, de dentadura blanquísima y de unas mejillas
escarlatas que reventaban de gordura.

Reia de todo, nos apretaba las manos hasta hacernos desesperar, iba,
venia, y se manifestaba, no con intimidad, sino casi con parentesco,
con sus caballos.

La oficina tiene el mismo ó mayor esplendor que en San Francisco, con
la diferencia de que cada caballo es un prodigio de hermosura, y que
haria una buena compra quien consiguiese cada uno en mil quinientos
pesos.

El _cicerone_ escarlata de que acabo de hacer mencion, afable,
obsequioso, semibrusco, pero atento y franco, es un personaje
popularísimo en la ciudad entera, por su nobleza y generosidad.

No solo enseñó á mis compañeros todas las oficinas, sino que ofreció
hacer, como lo hizo en la tarde, un simulacro de apagar un incendio en
nuestro propio hotel, para que viésemos funcionar las máquinas.

El escarlata y yo fuimos los hombres más amigos del mundo, y apuramos
sendos vasos de cerveza en el breve espacio de nuestro conocimiento.

Miéntras descansaba el Sr. Iglesias y recibia personas de las más
notables de la ciudad que le presentaba el senador y el distinguido
periodista que ya conocemos, yo, sacudiendo la albarda de la etiqueta,
me lancé á recorrer la animadísima ciudad.

Como era mi costumbre, entré en dos ó tres tabaquerias, cierto como
estaba de encontrar en alguna de ellas gente de la tierra de María
Santísima.

En una de ellas, que tenia por muestra la estatua grotesca de un
marino patilludo, de piernas abiertas, puro en boca; volteado cuello
y sombrerillo con sendos listones, percibí un conjunto que me atrajo,
porque trascendia á tierra de cristianos, como manojito de flores.

Un viejecillo de sombrero alto á la Pipelet, chupiturco de lienzo
rayado y con más arrugas el pantalon tirando á blanco, que carrillos
de vieja histérica, estaba repantigado en una butaca, con un párvulo
panzudo en camison entre las rodillas; un gato y un perro dormitaban á
distancia, desmintiendo aquello de “Como perros y gatos.”

Las paredes del estanquillo están tapizadas de anuncios: en el aparador
del mostrador hay sus chácharas: bolsitas para tabaco, pipas, fósforos,
tijeras para cortar las cabezas de los puros, mecheros, bolsas de
budruz y atadillos de papel, para improvisaciones de cigarros.

La dama que despachaba en el interior del mostrador es nariguda,
rígida, biliosa, con el peineton ladeado, un tápalo como colcha cruzado
al pecho, y un purillo entre los labios, que la enseria y masculiniza
lo que no es decible.

Entré al estanquillo de _La Perla de las Antillas_ pidiendo cigarros
de Cabañas, y soltando cien palabras más, para dar á conocer que era
de casa, y al punto, de debajo del mostrador y tras de las vidrieras,
asomaron caritas de ángeles de ojazos negros, boquitas de flor de
granado y aquella _endenidá_ de la raza española que me agarabata
materialmente.

—¡Hola! hola! dijo la señora saliendo del mostrador y fijándose en
mí.... Isabela!.... Paquita!.... Tula! (gritando) vengan vdes. acá.
¿Cuál es su gracia de vd.?

—Guillermo Prieto, servidor de vd.

—Oh! si no lo podrá decir.... ¿lo ven? el mismo empaque, la propia
manera de reir.

—Veanle vdes..... (á sus hijas).

—Vamos, despáchate.... dale un abrazo.

—Denos vd. un abrazo.

Yo tenia cara de simple; pero tratándose de bonitas, en abrazar no
hay engaño.... abracé á las muchachas, á la vieja, al viejo.... y me
disponia á seguir con todo el mundo.

—No, vd. por fuerza es pariente muy cercano de D. Felipe de la Cueva:
si tiene vd. toda su cara.... veanle vdes. ahora que se ríe.... y
aquello fué agasajarme y llevarme al interior de la habitacion, en
medio del regocijo mayor.... excepto Tulita, á quien se anublaban los
ojos y soltaba cada suspiro que me erizaba el cabello.

Don Felipe de la Cueva, que debe ser buen chico y á quien en su casa
conocen, habia hecho mil favores á aquella excelente familia y era el
prometido de Tulita. Yo me encontré con los honores de la fotografía, y
no me pesaba.... procuraba adivinar hasta dónde llegaban las confianzas
del venturoso D. Felipe con Tulita, para perfeccionar mi asimilacion....

—Tula.... ¿ven vdes.? decia, y su propio buen humor; ahí se sentaba,
yo aquí....

—Debe haber sido más cerca de mi silla.

En cinco minutos fuí dueño de la casa.

Regalé al viejo D. Pablito un lapicero, á las muchachas unos anillos
y mis mancuernas á Tulita, que me hacia probar los placeres de la
semejanza.... Yo, que en mi país me parezco á todos los decidores,
á todos los padres de hijos de contrabando y á todos los políticos
derrotados, gozaba de deliciosas sorpresas....

En la casa almorcé y pasé parte de la tarde oyendo tocar la guitarra.

De todo me hablaban, todo me consultaban; yo encarecí á Doña Salomé las
inmensas ventajas de que se estableciese en México: allí, le decia,
nos desayunamos con cajetas de la Habana; por poco que una gente se
respete, fuma puro habano; el cigarro habano es de toda gente bien
educada, y desde el salon al templo, una danza habanera disipa los
pesares y refresca y anima los más adoloridos corazones....

Don Pablito me habló de negocios; echó pestes contra los yankees, y
cuando vino su hijo Leopoldo del colegio, porfió porque me enseñase la
traduccion que estaba haciendo del inglés, porque es un muchacho como
el demonio y con un talentazo más lindo que Jesus del Monte.

Leopoldo ya tenia sus toques de yankee; su saco holgado, su sombrero de
fieltro y su zapato bajo con hebilla de acero.

Las muchachas estaban acurrucadas, por mi dicha, al rededor del retrato
de D. Felipe....

—Vea vd. mi traduccion, me dijo, es un simple _Book notes_ sobre
Missouri.

—Lee tú, Leopoldo, para que el señor se haga el cargo de tu sindéresis.

Y leyó Leopoldo:

“El Missouri, desde los tiempos que pueden distinguirse á la luz de la
historia, era del dominio de los hombres de _Piel Roja_, que vivian en
aduares y formaban bandas ó tribus errantes sobre el territorio que hoy
forma el Estado de aquel nombre. Vivian los _pieles rojas_ de la caza
y la pesca. Tenian perros, pero no otros animales domésticos; hablaban
diferentes idiomas incultos, y á veces se hacian cruda guerra los unos
á los otros.

Tal era la condicion de aquellos hombres, cuando el 7 de Julio de 1683,
una pequeña banda de europeos y canadienses, procedentes de Quebec y
conducida por el fraile Marquete y el comerciante Zohet, llegó con
todos á las orillas del Mississippí.

Está comprobado que los _pieles rojas_ no hostilizaron á los
extranjeros y que los dejaron internarse rio abajo hasta la reunion con
el Arkansas, y volver de allí á remontar el rio para ocupar su punto
de partida á publicar ante el mundo la admirable descripcion del rio
más grande é imponente conocido hasta entónces, ya por el caudal de sus
aguas, la extension de su curso, su magnificencia, la majestad de sus
tributarios y la riqueza de sus márgenes.

En 1688, Lasalle navegó por el Mississippí hasta la desembocadura,
sin hallar obstáculo alguno ni resistencia de parte de los indios, y
desde entónces hasta hoy, los aborígenas del Missouri han mostrado gran
confianza en toda clase de extranjeros.

Por la causa enunciada, esta region ha sido siempre de paz, donde no se
han sentado jamás las discordias y las guerras, que en otras comarcas
de los Estados-Unidos han sembrado por todas partes la ruina y la
desolacion.

El Missouri ha sido siempre una tierra de asilo. En 1755 fundaron á
Santa Genoveva los franceses, atraidos allí por las minas de plomo
encontradas en sus inmediaciones. Este fué el primer establecimiento
fundado por europeos en el Estado. No hay memoria de que los
fundadores compraran tierra alguna á los habitantes primitivos, ni que
éstos los viesen como enemigos; aunque es cosa sabida que los indios
del Illinois eran reconocidos como los dueños de aquellas tierras por
los _pieles rojas_. Pero en aquellos dias, ni se conocia el nombre de
indios, ni se les habian dado leyes algunas para protegerlos, de manera
que se les invadian sus tierras impunemente y se les despojaba de ellas
para todos los que las codiciaban.

La paz de Paris fijó, en 1763, el Mississippí como límite de las
posesiones de Francia é Inglaterra. Esto cambió el tráfico y relaciones
de los indios con los franceses, continuando aquellos su comercio
en las poblaciones de Cahokia y Kaskaskia, hasta que Pedro Laclede
trasladó sus almacenes del fuerte Chartres hasta el sitio donde hoy
está la ciudad de San Luis.

El 15 de Febrero de 1764, un lugar-teniente, el coronel Chouteau,
comenzó á trabajar en el lago, cerca del rio, al Sur de donde hoy está
la casa del cambio, y ha sido el único mercado en forma que tuvo la
ciudad durante sesenta años.

Laclede construyó edificios pasajeros para abrigar á sus trabajadores
y herramientas, con las abundantes maderas que habia en las márgenes
del rio y de que estaba cubierta aquella orilla, bastando para
esas construcciones y para el fuego de los vivaques de los nuevos
pobladores, durante la rigurosa estacion del invierno. En Marzo volvió
allí Pedro Laclede, llevando consigo el plan del nuevo pueblo, que
debió llamarse San Luis, en honor de Luis XV, rey de Francia.

Lisquet manifestó en la fundacion de la ciudad un gran respeto por la
religion y las cosas sagradas. Al lado de la calle del Mercado destinó
un lote de más de cien yardas por lado cuadrado, para una iglesia
católica y un cementerio que sirviera para su objeto, durante el cual
fueron sepultados allí cuantos acompañaron á Pedro Laclede Lisquet.

Todos estos restos se conservan en la Catedral y en la Casa del Obispo,
que ocupa la mayor parte de la calle del Nogal.

Lisquet era un hombre activo y perspicaz; se dedicó á varias empresas,
instalado en la que hoy es calle de Main, frente al mercado. Donde
hoy se encuentra el Hotel Barnim y otros magníficos, estaba la casa
habitacion de Lisquet y sus almacenes.”

Miéntras el jóven estudiante nos leia entusiasmado su traduccion, las
chicas, primero tímidas, despues ménos consideradas, cuchicheaban y
me llamaban la atencion, haciéndome la jóven llorosa, confidente de
las penas por la ausencia de mi parecido, á quien en otra edad hubiera
querido semejarme en todo y por todo.

La bulla era tal, que al lector apénas se escuchaba, quedándole por
todo auditorio su amante padre.

Mis amigos fueron á buscarme: unos estaban citados para ver fungir las
bombas en el simulacro de un incendio figurado en el hotel Southern,
y otros debiamos ir al concierto musical cuyos productos deberian ser
para una biblioteca particular.

Despedíme de la tabaquería, no sin dar las gracias por la generosa
acogida á que habia dado lugar mi semejanza con D. Felipe de la Cueva.

Mis compañeros se dispusieron á ver el gran simulacro del incendio, yo
me dirigí al concierto.

Allí ví, como entre nosotros, y no sé con cuántas exageraciones más,
aquellos socios ceremoniosos y encendidos por el afan de figurar, que
apartan curiosos, conceden gracias, suben de brinquito las escaleras y
llevan triunfales de su brazo á las notabilidades artísticas.

No faltaban sus _donas_ acatarradas, siempre envidiosas y poniendo
peros á sus compañeras, que lo hacen divinamente; no escaseaban esos
figurines que ven con el lente, tararean distraidos, y desde la altura
de una _cromática_, apénas nos distinguen á los míseros mortales.

Como tengo indicado, á mí me llevó al concierto una persona amabilísima
que tenia un amigo, mi acompañante, conocedor de todos los artistas,
confidente de todas las poridades de los teatros, _dilletanti_
encarnizado, que sabe todos los motivos, impone silencio en las
reuniones, lleva pastillas de pino marítimo para obsequiar á los
_virtuosi_, y para quien los asuntos de bastidores son como el primero
de todos los deberes y la más séria de todas las ocupaciones.

Algunas frases de buena educacion le hicieron creer, yo no sé con qué
motivo, que yo era (¡bárbaro!) un _amateur_ de primera fuerza.

Aquel era un concierto de mucha importancia.

El elegante teatrito, los pianos, todo me trasportó al Conservatorio
Mexicano.

La tarde era lluviosa: el salon estaba amorosamente calentado por bien
repartidos tubos.... la música era clásica hasta en sus últimas notas;
imperaban Mozart, Hayden, Bethoven; todo era recogimiento y atencion.

Yo comencé á sentir pesada la cabeza, tiesos los párpados, á sufrir
un muelleo desconocido en mis quijadas; cuando quise evitarlo, habia
topado con mi frente á una respetable señora que estaba delante de mí;
quise reponerme, con esa afectada gravedad de los dormilones, pero á
poco me sentí sacudido con cierta brusquedad por un caballero de cuyo
hombro habia hecho mi reclinatorio.

Entre tanto, los sacerdotes de la armonía estaban en el éxtasis.... mi
compañero vino á decirme al oido que roncaba yo de un modo estúpido,
de llamar la atencion, de hacer el descrédito de México.... mi amigo
queria devorarme, y me sacó de aquel lugar, sonrojado y queriéndome
pedir una satisfaccion.

Cuando volvimos al hotel, nuestros compañeros nos describieron el
simulacro del incendio, altamente complacidos de la precision y
celeridad de las maniobras, de la inteligencia de los caballos y de la
bondad y riqueza de máquinas, escalas y útiles de todas clases para la
extincion de los incendios.

Gomez del Palacio, á quien muchas bondades merecí, siempre habia
recogido para mí algunos datos sobre el comercio de Missouri, que yo
me entretuve en ordenar, miéntras llegaba la hora de la marcha, no
obstante el tragin y el aire de fiesta que reinaba en el hotel.

¿Quién me habia de decir que á los diez dias habia de quedar convertido
aquel alcázar del descanso y del lujo, en un monton de cenizas, despues
de los horrores del incendio?...................

Pero no anticipemos los sucesos........

Las apuntaciones anteriores las hice en verdadera tortura, porque
han de estar vdes. que un amigo de San Luis me proporcionó un
chiquitin, como un monito, para que me acompañase. Este diminuto
_cicerone_ á quien llamaban _Petit-Courrier_ era un rehilete, y para
mí, un verdadero tabardillo: no me dejaba quieto un instante, á cada
movimiento me decia: “¿se ofrece algo?” Veia yo para una tabaquería,
él me decia al momento: “¿qué usa vd.? ¿trabucos?”—Hombre, si soy
un pollo.—¿Damas?—No me ve vd. viejo?—¿Coraceros?—Esos los
usan conmigo cuando me ponen preso. Volteaba como examinando una
cantina:—Tomamos _lague_? ¿coptail? ¿unos amargos? ¿menta? Y aquel
demonio no me dejaba un instante, haciendo diez mil caravanas en un
ladrillo.

—Hermosa mujer! clamaba yo.... ¿Eh? je!.... repetia el chiquitin....
ese es el lado flaco de todos.... iremos á una visita.... se habla
español.... buen Champaña; hay una andaluza que canta el torito de
la castainuela....—¡Hombre, si estamos con el pié en el estribo! yo
quisiera.... un libro cualquiera......

—¡Oh, la bella literatura! para eso, la francesa, centro del mundo....
¿Vd. conoce algo de Feuillet? ¿de Droz?.... _Oh, quell filosofie!_....
Y con semejante chicharra pegada á la oreja, he escrito esos números,
que parece que cada uno de ellos me picaba los dedos con un alfiler.

Las diez de la noche fué la hora designada para nuestra marcha á
Orleans.

Soplaba un viento cortante y destemplado; á la estacion marchábamos
hundiéndonos en el lodo y rompiendo fragmentos de hielo: un policía,
alto como torre, fornido como un Sanson, y del que cada bota podria
servir de funda á un pilar de Catedral, arrojaba al vuelo tercios y
baúles al carro de los equipajes; nosotros nos acomodamos lo mejor que
pudimos en el wagon, y partió el tren.

En los momentos en que partiamos para Orleans, estaba la cuestion
política en su mayor efervescencia; demócratas y republicanos se
tiraban con las gamarras á la cara, y no fijaba uno los ojos por parte
alguna, por donde no viera saltar un politicastro vivaz y escurridizo
como una rata.

Los programas que circulaban, corrian parejas con sus avisos para curar
toda clase de enfermedades, con la sola diferencia que la competencia
era en cinismo en cuanto á abalanzarse rabiosos á los destinos públicos.

No puede ser de otra manera: los partidos beligerantes son como
empresas mercantiles, con sus ramificaciones perfectas hasta las
últimas aldeas; ahí está la intriga, la corrupcion; ahí se apuran hasta
los últimos términos la influencia y el soborno; pero esto afecta poco
el modo de ser social, que sigue el rumbo de los grandes intereses de
aquella sociedad.

Hablando de tarifas de aduanas, decia la _plat form_ (programa) de los
demócratas:

“La tarifa actual empobrece multitud de industrias para subvencionar un
pequeño número, prohibe la importacion que podria comprar el trabajo
americano, ha degradado al comercio americano, ha detenido la venta
de los productos del trabajo entorpeciendo los cambios; una industria
que ocupa la mitad de la poblacion y cuesta al pueblo cinco veces más
de lo que produce el Tesoro, impide los progresos de la produccion y
es nociva al trabajo. _Queremos que la aduana se reduzca á su purísimo
carácter fiscal._ Tal como está la tarifa, solo sirve para alentar el
contrabando, enriquecer empleados pícaros y precipitar en la bancarota
á los negociantes honrados.”

No obstante las recriminaciones que se hacian al partido republicano,
éste decia en su favor:

“Durante el último año fiscal que terminó en 30 de Julio de 1876, el
excedente de los ingresos fué 29.249,000 pesos, que fueron aplicados
á la reduccion de la deuda. En los diez últimos años, el reembolso
ha sido 579.423,284 pesos de nuestra deuda. En 30 de Junio de 1866,
la deuda nacional era de 2,640.348,000 pesos. En 1866, el ingreso
producido por las contribuciones interiores era de 309.226,813 pesos.
En 1876, se redujo en 200.000,000 para aliviar al pueblo.”

Veamos ahora la situacion del Sur pintada por un republicano:

“Cinco, diez ó veinte negros han sido muertos, y á veces tambien algun
blanco segun se nos dice diariamente; pero cada anuncio de un hecho de
este género, es seguido de la mentira de estampilla de que los negros
han comenzado el ataque ó los blancos se han limitado á defenderse.
Los negros, pobres ignorantes, casi desarmados ó sabiendo apénas
servirse de sus armas, son representados como precipitándose sobre
sus adversarios, bien armados, ejercitados é intrépidos, haciéndose
matar con el único objeto de preparar un pequeño suplemento de capital
político á sus amigos del Norte.

Los asesinatos cometidos de diez negros en Hamburgo, con las
particularidades de una atrocidad extraordinaria, no son sino el
prólogo de la campaña en favor de Tilden en aquel Estado.

Ese es el principio de la obra de intimidacion. Bajo un pretexto fútil
y escandaloso, como trescientos hombres blancos invaden aquella pequeña
aldea habitada por gente de color, y ejecutan allí sus asesinatos,
lanzan á los bosques á las mujeres y á los niños, y saquean sus
infelices habitaciones.”

—No se apure vd., decia yo al entusiasta mexicano que me hablaba de
estos pormenores: si le cogemos la embocadura al sufragio, como estos
caribes, armaremos cada zambra de perecernos de risa.... No se puede
decir que estemos del todo atrasados...................................

—No, no es para dar idea, á galope, de la situacion de los partidos
en los Estados-Unidos, y mucho ménos despues de la guerra. Cuando vd.
profundice sus estudios, verá que en la vida privada, el americano es
inteligente, racional y modesto; pero en cuanto se trata de la cosa
pública, nada conoce vd. de más fátuo, de más pretensioso é intolerante.

Se elogia su sentido práctico, porque todo lo quiere reducir á la
mecánica y al número; el derecho, la economía política, la diplomacia,
todo se subordina á la conveniencia del momento, aunque esto les
produzca terribles desengaños.

En la guerra pasada se ha perdido un millon de hombres, se han gastado
catorce mil millones de pesos; pero la emision del papel aumentaba el
negocio, y se decia que casi era un bien la guerra.

Pero las quiebras se sucedieron, huyeron los capitales espantados, y en
el fondo de la reorganizacion, quedan vivos los gérmenes de lucha entre
el Este y el Sur.

No puede ser de otra manera: la masa del pueblo trabaja y se entrega á
sus negocios; cosa de trescientos mil _politiqueros_ tienen á su cargo,
ó mejor dicho, profesan como industria la cosa pública: éstos están
divididos en republicanos y demócratas, partidos irreconciliables,
porque no caben en una propia especulacion: la lid se entabla; el
partido vencido sigue explotando en corta escala á sus adeptos; el
vencedor se apodera de los destinos públicos, y anda la anderga.

Vea vd. cómo pinta Molinari á los partidarios de Tilden, con motivo de
la convencion de San Luis. Se habla del partido demócrata:

“Allí se encuentra, dice, el viejo propietario de esclavos, con
el corazon henchido de amargos recuerdos, convencido de que la
emancipacion era el robo, y de quien la única esperanza es la
indemnizacion que puede arrancarse al gobierno.

“Allí se encuentra el viejo agitador _separatista_ que precipitó á
los Estados á la rebelion y redactó las actas de sesecion. Allí están
los oficiales y soldados que hicieron flotar la bandera confederada
sobre campos de batalla teñidos de sangre de sus compatriotas, y que
se vanagloriaban de sus expediciones como títulos legítimos para los
honores y los empleos. Allí están los nombres del congreso rebelde de
Richmond, que debatieron á puerta cerrada la cuestion de la bandera
negra....”

—No, decia mi amigo, la cuestion en muchos puntos está intacta ahora
como ántes; es preciso armonizar por medio de la libertad intereses que
aun están encontrados. Hoy puede decirse á Hayes como se decia á Grant:

“Los productos que alimentan las manufacturas del Norte y sostienen
las relaciones con el extranjero, se recolectan en el Sur; el Oeste
cuenta con los mercados de la Luisiana, de la Florida y de la Carolina,
para la salida de sus cereales, en cambio de lo que recibe azúcar y
tejidos. De esos intereses comerciales depende todavía la conservacion
y tranquilidad de la Union.”

Durante la travesía en que me ocupo, se hablaba de la série de
batallas conocida en la última guerra con el nombre de la “Campaña del
Mississippí,” y se repetian nombres que, aunque nos eran familiares,
oiamos figurar con cierto carácter de novedad.

Lincoln, Farragust, Rosecrans, venian á nuestro encuentro como viejos
conocidos.

Yo aproveché aquella ocasion para hacer algunas apuntaciones acerca de
esos personajes, que tambien cobraron nuestro conocimiento en los dias
de la intervencion francesa.

Hé aquí algunas de mis apuntaciones:

“Lincoln nació en 12 de Febrero de 1809, de unos padres tan oscuros,
que Tomás Lincoln, que le dió el sér, apénas sabia firmar.

A los siete años, y ya frecuentando la escuela Abraham, el padre
abandonó el Kentuky y se trasladó al condado de Spencer, en Indiana,
donde se dedicó al cultivo de la tierra, de suerte que hasta los
veintidos ó veintitres años, no dejó la azada de la mano.

Hasta 1830, Lincoln no era otra cosa que un buen peon de campo.

Honradísimo, robusto, constante en el trabajo Abraham Lincoln, la única
aventura que interrumpió la tranquilidad de su vida, fué un encuentro
con siete negros que quisieron asaltarlo en compañía de un amigo suyo,
yendo á Orleans, y en que el intrépido labriego del Kentuky salió
victorioso.

En 1830, emigró de nuevo Abraham con su padre al Illinois, dirigiendo
él mismo las carretas que conducian á su familia.

En la nueva residencia, se distinguió Lincoln como leñador, manejando
el hacha con más destreza que la hoz y el azadon.

En 1831, un tal Denton Offat, que traficaba con Nueva-Orleans, le
propuso una expedicion, unido á dos de sus amigos; para ello fué
preciso construir una barca: dedicáronse al trabajo Lincoln y sus
amigos con la remuneracion de doce pesos diarios, y se efectuó la
expedicion.

Al volver Lincoln de su viaje, se encontró con que su padre se habia
mudado al condado de Coles, á la orilla del rio Sangamon.

En aquel lugar quiso continuar Abraham su educacion: comenzó por
procurarse una gramática inglesa, y no habiéndola, hizo un viaje de
ocho millas para ir á copiar el libro requerido, que aprendió en un
mes, con sorprendente tenacidad.

El presidente Jackson nombró por este tiempo á Lincoln administrador
de correos de la Nueva Salem. Sin duda el nombramiento de Lincoln se
debió á lo muy despoblado de aquellos lugares. Lincoln, sin embargo del
cortísimo sueldo de administrador, recorria aquellos lugares, dando
pábulo á la inclinacion que tenia á los debates políticos.

Ascendió Lincoln á escribiente de los almacenes de Offat, y de ahí
nacieron sus relaciones con Douglas.

En 1834, fué elegido representante de la legislatura, y en 1836, fué
reelecto.

En 1834, le aconsejó Juan D. Stuart que estudiase leyes; le facilitó
libros, otros amigos influyentes le favorecieron y se hizo al fin
abogado.

Acreditado su bufete más de lo que él mismo esperaba, se trasladó á
Sprierfield, se unió primero á Stuart y despues al juez Longan.

En la campaña de 1844, Lincoln fué de los más celosos é infatigables
partidarios de los _whigs_, se opuso enérgicamente á la anexion de
Tejas y compartió la derrota del famoso orador Enrique Clay, derrota
que debia precipitar la guerra con México.

En 1846, se le eligió para tomar asiento en el congreso general, siendo
el único _whig_ que ganó la votacion.

Cuando se verificó la eleccion presidencial en 1848, Lincoln apoyó
la candidatura de Taylor, pronunciando en su favor elocuentísimos
discursos.

En 1849, se retiró Lincoln del congreso para dedicarse á su profesion,
y reapareció en 1852 en la escena política, propalando la presidencia
de Scott.

En la convencion nacional republicana de 1856, Lincoln obtuvo ciento
dos votos para el cargo de vice-presidente, si bien no alcanzó entónces
la victoria, y en 1858 se le proclamó como el primer campeon del
partido.

En 1860, la convencion republicana formada en Chicago dió todos sus
votos á Lincoln para la presidencia, y en 1861, el 13 de Febrero, fué
proclamado presidente de los Estados-Unidos.

Estéban Douglas fué de los más ardientes partidarios de Lincoln. En uno
de sus más notables discursos decia:

“Hace veinticinco años que conozco á Lincoln, nos tratamos los dos,
siendo muy pobres ambos; yo era maestro de escuela, él tenia una
tiendecita cualquiera en Nueva Salem; era él más afortunado que yo,
y tuve lugar de admirar su perseverancia, su honradez sin tacha, su
inteligencia y sus buenos sentimientos.”

Morris, al mismo tiempo, emitia conceptos respecto de Lincoln, en que
se le representaba como una medianía en el foro y en la tribuna. Decia
Morris tambien:

“Cuando se comunicó á Lincoln que la convencion republicana de Chicago
le habia elegido presidente de la Union, estaba jugando un partido
de pelota con los muchachos, y no dejó el juego. Elegidle, anunciad
despues que ha desembarcado algun enemigo en nuestras costas ó que
algunos Estados se niegan á reconocer al gobierno general, y es
muy probable que vaya á terminar alguna partida empezada, ántes de
averiguar si el hecho es cierto.”

Estos eran los juicios sobre Lincoln en los momentos de su eleccion; el
triunfo de Lincoln determinó la separacion de la Carolina, siguiendo
su ejemplo Virginia, Georgia, Carolina del Norte, Luisiana, Alabama,
Florida, Tennessee, Kentucky, Missouri, Tejas, Mississippí y Arkansas.
Al advenimiento de Lincoln al poder, tronaba la guerra civil y estaba
destrozada la Union.

Durante cuatro años, se sucedieron los combates: las masas de hombres
que se chocaron ensangrentando el suelo americano, oscurecen todo lo
conocido en los tiempos antiguos y modernos.

El tercer año de la guerra fué inaugurado por Lincoln con la proclama
de emancipacion, fecha 1.º de Enero de 1863. En 1864, el Norte contaba
con más de un millon de hombres á su servicio.

La Guerra, que hasta entónces le habia sido adversa, comenzó á
sonreirle, y conquistando palmo á palmo un terreno que se podia
calcular en extension como la mitad de la Europa, penetró al interior
del Sur, y encerró, por decirlo así, en la fortificacion de Richmond,
al general Lee, que ántes habia sido el terror de Pensylvania, miéntras
los formidables monitores en el mar, se apoderaban, despues de
sangrientas luchas, de todos los fuertes sublevados.

El Norte entero, como un solo hombre, secundaba las miras de Lincoln;
abrió la mano con liberalidad inaudita para toda clase de recursos,
contándose por millones diarios. Se escucharon rumores de paz, pero las
primeras proposiciones fueron inadmisibles.

Lincoln se habia trasladado á Haptom para facilitar las negociaciones,
y al fin, el 9 de Abril, las fuerzas del general Lee se rindieron
al general Grant en Appomata Court House, despues de una honrosa
capitulacion.

La guerra habia durado cuatro años, dia por dia.

Con el fin de celebrar tan fausto suceso, los habitantes de la capital
se reunieron al frente de la Casa Blanca, y Lincoln les dirigió una
arenga llena de moderacion y compostura, evitando toda alusion que
pudiese herir susceptibilidades.

Tres dias despues, aunque era el aniversario del bombardeo del fuerte
Sumter, se evitó todo recuerdo; pero en la noche asistió Lincoln al
teatro con su familia.

Poco despues, dice uno de sus biógrafos, de terminado el tercer acto
del drama que se representaba, y á eso de las nueve de la noche, la
detonacion de una pistola hacia estremecer al público, y el presidente
Lincoln, que se hallaba apoyado en el antepecho del palco, caia herido
mortalmente por la bala que le disparó el asesino John Wilkes Booth,
jefe de una partida de conspiradores.

El presidente recibió la herida en la parte inferior de la cabeza,
yendo la bala á sepultarse en el cerebro, y quedando el herido
insensible hasta su muerte, que fué á las siete y veinte minutos del 18
de Abril.”

Al amanecer del siguiente dia, esto es, del 12 de Marzo, con un
cielo espléndido como si se hubiera corrido una cortina, como si se
presentase á nuestros ojos deslumbrados el cambio de una decoracion
teatral, gozábamos las delicias de un clima templado, y como que nos
sorprendia la vegetacion de nuestro país.

Corria el tren entre quiebras y cañadas á los dos lados del camino;
dilatadísimos bosques ofrecian á los ojos sus sombras, sus hilos de
agua pura cayendo de las rocas, y sus claros en que ya distinguiamos
habitaciones risueñas rodeadas de ganados, ya chozas medio destruidas
con los rastros del incendio, la tablazon floja y como flotante, y
cenizas y desolacion por todas partes.

A veces de entre esas chozas arruinadas salian, colocadas en fila para
ver pasar el tren, familias de negros; los niños casi desnudos; las
mujeres como arpías, con el seno desnudo y los lanudos montones de
cabellos en desórden, y negros con _sorbetes_ desgobernados y rotos,
restos de harapos de paño y unas botas incomprensibles, indescribibles,
que eran el cataclismo del calzado sobre el pié desnudo.

No es posible describir el efecto que me producian aquellos lugares,
algunos de ellos semejantes á nuestras Huastecas. ¡Cómo revivian en
mi mente mis impresiones de niño, cuando leyendo á Chateaubriand, me
encantaba con aquellos cuadros en donde parece que vibra su voz y se
desliza su poderoso espíritu!

Atravesando esos pintorescos rios nos detuvimos algunas horas en Mobila.

Mobila, como dice Molinari, es el gran puerto de embarque del algodon
del Alabama y de una parte de la Georgia. En ninguna parte se han hecho
más sensibles los estragos que agobiaron á aquella rica y fecunda
region del Sur.

Las más hermosas habitaciones se destruyeron ó vendieron á vil precio.

Mobila exportaba ántes de la guerra 900,000 balas de algodon por año:
la exportacion, hoy, ha disminuido en más de una mitad.

Al ver las calles de Mobila, involuntariamente se exclama:

“¿Por qué se ha convertido en desierto la ciudad llena de gente?”

Mis compañeros se quedaron descansando en uno de los hoteles; yo
me salí á la ventura á recorrer aquella ciudad, que hace esfuerzos
titánicos por reconquistar su antiguo esplendor.

En un _bar-room_, de la manera más inesperada, me hallé un mexicano
jóven, aventajadísimo estudiante de medicina, que, como por
adivinacion, se dirigió á mí, me tendió la mano del modo más oportuno,
y á las cuatro palabras éramos amigos.

El jóven Z*** es natural del Saltillo; su vestir es elegante y su
educacion me pareció sobresaliente.

Hacia alarde del habla, de las maneras y de las costumbres de la gente
bien educada de la frontera. Apénas hablamos, cuando le invité á que
diéramos una vuelta, porque solo cinco horas teniamos disponibles.

Tomó á pechos el chico su mision, y echamos á andar.

A nuestro regreso al hotel, me ayudó á compaginar las siguientes
apuntaciones.

Mobila está situado en la parte occidental del rio de su nombre, casi á
la entrada de la bahía y á treinta millas del Golfo de México.

La ciudad está como guarecida entre frondosos árboles, como si temiera
el arenal que la rodea, y la limitan colinas de poca elevacion.

Tiene grande regularidad la ciudad, por supuesto forjada con el molde
americano; el piso es excelente y llaman sobre todo la atencion en
el centro las sombrías arboledas y el profuso follaje de los robles,
entre cuyas ramas medio aparecen, medio se ocultan los edificios, dando
aspecto muy agradable al conjunto.

Dominan la reducida, pero risueña bahía, el fuerte Morgan, antiguamente
Bowyer, Mobila, Point y el fuerte Gaine: en la extremidad de la isla
del Delfin, descuella sobre todas esas eminencias un faro cuya linterna
está elevada á cincuenta y cinco piés sobre el nivel del mar.

En la direccion de la bahía se distinguen restos de las baterías
construidas durante la guerra, que destruyeron los vencedores.

Gran número de buques de vela navegan entre Mobila y Nueva-Orleans, y
cruzan en el interior el Alabama, el Tombigbe y otros rios, lo que da á
la bahía y á las orillas de los rios grande animacion.

Mobila fué el sitio original de la colonizacion francesa, y los
que conocen las costumbres de sus habitantes, hacen grandes elogios
de su cultura, costumbres y maneras simpáticas con nuestra raza. La
fundacion, en el comun sentir, se verificó en 1703.

En 1723, la residencia del gobierno colonial se trasportó á
Nueva-Orleans. En 1763, Mobila, con toda la parte de la Luisiana,
al Este del Mississippí y al Norte de Bayon, Iberville y los lagos
Maurepas y Pontchartrain, pasaron á la posesion de la Gran Bretaña.
En 1780, la Inglaterra devolvió á España este territorio, y aquel
gobierno, en 1813, entregó la ciudad, que no contenia ni mil personas,
á los Estados-Unidos, por el tratado de 1819.

Mobila en la última guerra, se hizo notable por su poderosa resistencia
al Norte, tanto que no se rindió sino tres dias despues de la rendicion
de Lee (12 de Abril de 1865).

Cuando en 1864, las tropas del general Farragust destrozaron los
fuertes y cerraron el puerto, no lograron apoderarse de la ciudad.

Además del comercio del algodon, de cuya extension hemos dado idea,
tiene importancia la manufactura de muebles, carruajes, papel,
fundiciones, maquinaria, etc.

La calle del Gobierno es de las más hermosas, los jardines de las casas
que se perciben bajo los robles pomposos que sombrean la calle, hacen
hermosísima la vista.

_Bienville park_, entre las calles del Delfin y San Francisco, es
tambien muy hermoso, y ya se notarán en los nombres las invasiones de
la raza americana entre franceses y españoles, y ya se deja entender
cuáles serán los matices que tal mezcla produzca en lo más íntimo de
las costumbres.

La aduana, en que se encuentra la oficina de correos, es de los más
hermosos edificios; está hecha toda de granito y tuvo de costo 250,000
pesos.

El Teatro y la Casa del Mercado, están en la Calle Real.

Dos edificios llamaron, en mi rápido tránsito por Mobila, singularmente
mi atencion: el edificio de las Compañías impares, _Old fellows Hall_,
que está al frente de la aduana y es de fierro y ladrillo, y el Banco
de Mobila, que tienen columnata y pórtico magníficos.

Las iglesias más notables son la Catedral de la Inmaculada Concepcion
(católica romana); la Iglesia de Cristo y la Trinidad (episcopales).

Hay en Mobila suntuosos hospitales, cuatro asilos para huérfanos, un
colegio de Medicina á que pertenecia mi simpático fronterizo, muy bien
atendido, y multitud de escuelas y academias, entre ellas una escuela
hebrea, de mucha fama.

_Spring Hill_ es un agradable suburbio situado al Oeste de la ciudad,
al cual se va por los wagones de la calle de San Francisco.

En la ciudad hay seis líneas de wagones.

En _Spring Hill_ está situado el colegio de San José, institucion
jesuítica: fué fundada en 1832 por el obispo Portier, y tiene un
hermoso edificio de 375 piés de largo, coronado por una torre desde la
cual se disfrutan vistas deliciosas.

El colegio contiene una librería de 8,000 volúmenes, y una muy valiosa
coleccion de aparatos científicos. En la espalda del edificio hay una
magnífica estatua de la Vírgen, llevada de Francia.

A lo largo de la bahía, en una extension de más de dos leguas, se
prolonga una magnífica calzada, que puede considerarse como el mejor
paseo de la ciudad.

Acababa mis apuntaciones con mi jóven amigo el Sr. Zartuche, le
abrazaba, me escribia en un papel algunas palabras afectuosas para su
hermano Andrés, que reside en México, cuando tocó la puerta Francisco,
que venia á decirme que iba á sonar la hora de partir.

Estábamos á 144 millas de Orleans, é íbamos á ver el Golfo de México,
algo de México, por Dios, que yo estaba sudando _wiskey_ hacia tres
dias, y á recorrer el camino de fierro más sorprendente de los
Estados-Unidos.

Como suena la palabra, es un camino construido sobre un pantano lleno
de resumideros y hundiciones; vamos, era como un esfuerzo de patinar
sobre una tortilla de huevos.

Lo diré francamente: yo no estoy organizado para ninguna clase de
maromas; pero mucho ménos para estas; no las soporto, no hay una cosa
que más me encocore, que esos fanfarrones del mar, que dicen que á
ellos se les marean los dientes cuando se anuncia una tormenta, ó esos
soldaditos de tres al cuarto que se jactan de dormir en el suelo y
beberse una botella de aguarrás, porque son hombres.

El camino es un equilibrio perpétuo; se ven los delgados troncos de
los pinos como balaustradas y crujías en que salta y se juega la luz,
se extienden en soberbios cortinajes enredaderas que flotan rotas por
los vientos; y por los claros de aquella crujía de los árboles tupidos,
se ven casitas blancas, vegas risueñas en que juegan los niños, ó que
atraviesan los carros tirados por caballos, y grupos de hombres blancos
y negros, dedicados á unas mismas labores.

Hay en el trayecto muchas estaciones de nombres franceses: Rigollets,
Cheft, Menteur, Michaud, Gentilly, y nombres indios como Pascagoula y
Biloxi: esta última estacion está habitada por gascones á quienes se
conoce al vuelo.

Vayan vdes. á ver una puerilidad singular: aquel coqueteo de las selvas
con el Golfo de México, visto por interrupciones como envuelto en un
manto de púrpura y oro, me tenia realmente regocijado; pero con un
verdadero fandango en las entrañas, me saludaban los árboles, me decian
chicoleos las aves, me parecia que tenia el cielo sombrero ancho y que
la estrella de la tarde se habia terciado un rebozo para hacerme una
muequilla, como cualquiera maldita de estas de los barrios de México.

La tarde caia como para restituirme á la realidad: la sombra descendia
lentamente como un párpado que priva al ojo eternamente de la luz.

No cantaban las aves, el viento parece que llegaba fatigado y recogia
sus alas sobre las ramas de los árboles.

Hondo silencio reinaba en el interior de nuestro coche; yo, en la
plataforma, veia sin ver, me mantenia sin conciencia de la vida, en esa
disposicion del espíritu, entre el ensueño y el éxtasis: mi alma no
estaba en mí, se paseaba libre en esos espacios que nos deja el olvido.

Repentinamente me pareció que atravesábamos por dentro un mar de
llamas; era, en efecto, el resplandor vivísimo de un incendio
reverberando en las aguas.

Incendiaban aquellos, como nuestros labradores, el pasto seco; pero la
llama caprichosa, ya se recogia como encharcándose entre los árboles,
ya se extendia en agitados lagos en los claros sin árboles, ya trepaba
á lo más alto de una colina, convirtiéndola en edificio maravilloso y
fantástico, y ya, descendiendo en corrientes, perfilaba los bordes de
las aguas y culebreaba en direcciones distintas.

[Illustration: _LIT. H. IRIARTE MEXICO._

Calle del Canal.

N. ORLEANS]

Las aguas realzaban y embellecian el espectáculo, corriendo en el filo
de las bases de la colina iluminadas por las llamas; presentaban como
suspendidas en un éter de oro, colinas y arboledas, destacándose en las
sombras, que eran ya espesas, pero que dejaban percibir las figuras
monstruosas de las nieves: el espectáculo era al extremo fantástico.

De pronto, el tren se encarriló como entre dos cercas de madera; se
escuchó un ruido extraño.... yo saqué espantado la cabeza, y ví como
suspendido el inmenso tren sobre las olas hirvientes del Océano, pero á
gran altura.

El cimbramiento era horrible, parece que el monstruo de fierro que nos
conducia temblaba ante la empresa temeraria de atravesar el puente.

Lancaster, que en situaciones semejantes es impasible, estaba con su
libro en la mano, titulado: _Los Estados-Unidos_ y _el Canadá_, de
Molinari: leia con una de las lamparillas del wagon (leyendo): “¿Cómo
pasaremos?—En Europa este seria gravísimo negocio. En América la cosa
es muy sencilla: se han cortado de las cercanías los pinos más largos y
más gruesos, y de dos en dos se han metido y afirmado en las aguas como
pilares. En seguida se les ha asegurado con trozos trasversales, sobre
los que se han colocado los rieles, y adelante! _¡go ahead!_ Si uno de
estos pilares sepultados sesenta ú ochenta piés de profundidad, cede al
peso del convoy, entónces, tomaremos algunos tragos de agua salada.”

Aunque tal es el texto de Molinari al hablar del paso en que nos
hallábamos, confieso que no me hizo ninguna gracia la muy adecuada cita
de mi querido Alfonso.

El tren se detuvo sobre aquel precipicio, y entónces más bien
adivinamos que distinguimos el Golfo de México.

Sea por la disposicion de mi alma, sea por lo inesperado de aquella
especie de revelacion, me impresionó profundamente.

Unas veces, como vulgarizándose mi espíritu, queria llamar á mi patria
con los nombres de la hija, de la madre, de la querida; otras, no me la
podia figurar sin personalidad, con sus ojos, con sus labios trémulos,
con su seno palpitante y con su negra cabellera tendida sobre su
espalda: era su aparicion en mí, dentro de mi alma, rejuveneciéndola,
iluminándola, empapándola en ternura infinita.

Ponia atento el oido, porque creia reconocer en los ecos de las olas,
articulaciones de voces amigas.

A veces se me figuraba que de detrás de la curva de las olas, aparecian
las cúpulas de las torres de nuestra Catedral, y los templos, las
copas encanecidas de los ahuehuetes de Chapultepec y estas serranías
que viven, que sienten, que descienden en tropel á las llanuras, como
moviéndose, que se aislan como pensativas.

A veces se me figuraba que se hundia el puente, que unos momentos nos
envolvian las ondas rugientes, produciéndonos congojas mortales, y que
seguia despues el tren corriendo por el poético camino de Maltrata, con
sus selvas gigantes, sus hondonadas risueñas, sus quiebras romancescas,
bajo un cielo delicioso y envuelto en auras empapadas en aromas.

Despues se desvanecia la ilusion, las olas sin fin del Océano corrian,
empujadas por el viento, y venian á morir saltando bajo nuestros piés,
donde temblaban melancólicas las luces de las linternas del tren y de
los faroles del puente.

No me fué posible percibir el lago de Ponchartrain, porque ya era de
noche.

Los aprestos de los viajeros, la llegada de los agentes de ómnibus
y hoteles y la vista confusa de sembrados y chozas, nos advirtieron
nuestra próxima llegada á Orleans.

En la extendida llanura se veian, ya distantes las luces de las cabañas
de los labradores, ya más cercanos los claros de luz de llama de
algunas casas, ya entre ramajes y cañas, picos de gas que reverberaban
como luceros.

Los gritos de los sirvientes del ferrocarril comenzaron á escucharse,
los alaridos de la locomotora fueron más repetidos, y la campana
triunfal del tren, sonando á vuelo, anunció nuestra llegada á Orleans.

Antes de arribar á la estacion, que es bien pobre y desmantelada, se
habia deliberado concienzudamente sobre dónde deberiamos parar, y nos
habiamos fijado en el Hotel Metropolitano; pero no habia allí cuartos y
tuvimos que acomodarnos en el _City Hotel_, uno de los más americanos y
favorecidos de la ciudad: _Corner Camp and Common Streets._

En efecto, la afluencia de pasajeros es mucha, y el tragin insoportable.

Llovia á cántaros: llegamos sacudiéndonos y buscando en el primer piso
en que está el despacho, el salon de recepcion, y en el comedor algun
refrigerio; allí amontonaban unos desesperados dependientes baúles y
almofrejes, con la tosquedad peculiar á los criados y carreteros.

Corrimos al despacho, donde nos tocó un servidor áspero como almohaza y
con ménos palabras que un poste; nos arrojó á la cara nuestras llaves y
subimos escaleras que fué un contento.

Estas escaleras eran muchas; por todas partes conducian á callejones,
vericuetos, pasillos y escondrijos.

Soliamos topar á nuestro paso negros desastrados y verdaderas arpías de
peineta, delantal, brazos apergaminados y amarillos, y unos zapatazos
capaces de contener á Vicente Manero, cómodamente sentado dentro de uno
de ellos, y es de advertir que Manero es el hombre más gordo de México.

A mis compañeros les dieron habitaciones más ó ménos cómodas. Yo salí
de inclinacion á una irlandesa, con más años que el andar en dos piés
los llamados racionales, y un malditísimo génio que parecia educada por
portero de ministerio ó por guerrillero hecho general; esta animala
quiso encaramarme á un último piso, en que materialmente escuchaba los
estornudos de los habitantes de la luna.

Como quien quiere y no quiere la cosa, me informé acerca del importante
ramo de comidas, y supe, con amargo desconsuelo, que se observaba el
_plan americano_ con inquebrantable rigidez.

Tal anuncio me hizo volver á mi undécimo cielo, turbado y descolorido.

Habia lugar en mi cuarto para todo, absolutamente para todo, ménos para
el huésped; ese quedaba suprimido ó se suponia de enrollar para meterlo
en el ropero ó dejarlo en el barrote de una puerta, ó declararlo en
cama luego que entrase.

Alcalde, que llegó dias despues á mi vecindad, tenia que escalar su
baúl para llegar á su lecho.

Tendido en un colchon que tenia perfecta semejanza con un globo al
desinflarse, me quedé dormido.

                         FIN DEL TOMO PRIMERO



                                INDICE.

                                                                Páginas.

  PRÓLOGO                                                              i

          Viaje á los Estados-Unidos por _Fidel_                       1

      II.—Las calles de dia.—De noche.—Los carruajes, wagones y
          carros                                                      43

     III.—Visitas.—Los reporters.—La poblacion.—Los mexicanos         53

      IV.—Hoteles.—Casas de huéspedes.—Comidas                        65

       V.—Bar-rooms.—Salones en que se venden ostiones.—Salones de
          baile.—Aguas minerales.—Dulcerías                           71

      VI.—Visita á la Sra. Godoy.—Sus hijos.—Casa de Moneda.—Album    75

     VII.—Las calles de dia y de noche.—Remates.—Embaucadores.—El
          parque.—Casas de placer.—Calle de Dupont.—Barrio Chino      87

    VIII.—Las religiones.—Los templos.—Los Clubs.—La asociacion      107

      IX.—El Parque.—Cliff House.—El Woodward’s Garden               127

       X.—Divagaciones.—Visitas.—Convites.—Tipos originales.
          —Northons.—Casa ambulante                                  139

      XI.—Depósito de seguridad.—Telégrafo.—¡¡Fuego!!                157

     XII.—Vida externa.—Pick-nic.—Un paseo á la orilla del mar.—La
          mision de Dolores.—Fort-Point.—El Alcatraz.—La bahía.—El
          Peñon                                                      169

    XIII.—Un ruso furibundo.—Pregones de vendimias en las calles.
          —Los teatros.—La Maison Doré.—Los extranjeros y su
          influencia                                                 181

     XIV.—La librería de Bancroft.—Las escuelas.—La alta sociedad    207

      XV.—El correo.—La aduana.—El Hipódromo.—Caballos trotadores    235

     XVI.—Un viejo.—Comercio.—Recuerdos históricos                   247

    XVII.—Laborío de minas.—Un almuerzo                              259

   XVIII.—Excursiones.—Prostitucion.—El juego.—Una escena de la
          vida íntima                                                277

     XIX.—Tabaquerías.—Personajes célebres.—Salones aristocráticos.
          —Un entierro                                               289

      XX.—Las criadas.—Los chinos.—Los alemanes.—Casas ambulantes    301

     XXI.—Hábitos íntimos.—Los niños.—La muñeca.—Artistas.—Compañías
          de buques.—Tráfico marítimo.—Escuela de ciegos y
          sordo-mudos                                                309

    XXII.—Primeros rumores de partida.—Pájaros.—Viajes desde mi
          cuarto.—El Monte Parnaso.—Romance de un soldado            321

   XXIII.—Delaciones de un perdido.—Exposicion singular.—El cuarto
          negro.—Jodlums.—Embaucadores.—-Los vidrios azules          333

    XXIV.—Casas de habitacion.—Baños turcos y rusos.—Una aventura
          de wagon                                                   343

     XXV.—Colegio de Corredores.—Ojeada retrospectiva.—Las costas
          del Pacífico                                               365

    XXVI.—Varios amigos.—Otra mirada retrospectiva.—Rectificaciones.
          —Ferrocarriles urbanos.—Los carritos que andan solos       389

   XXVII.—Despedidas.—Charla.—El ahorro—Las Matinés                  415

  XXVIII.—El templo chino.—Confucio.—Fábrica de vinos.—El Bwilden
          Hotel                                                      421

    XXIX.—Cosas que á muchos dan sueño y yo pasaré á carrera.—El
          amor                                                       441

     XXX.—Lo de enántes.—La marina.—El Cementerio                    457

    XXXI.—Preparativos de salida.—Compras.—El Express.—Visitas.
         —Albums                                                     473

   XXXII.—El 4 de Marzo.—El muelle.—El ferry.—Amigos cariñosos.
          —Ibarra y Alatorre.—Capitan Hagen.—La estacion.—El tren    499





*** End of this LibraryBlog Digital Book "Viaje a los Estados Unidos, Tomo 1 (of 3)" ***

Copyright 2023 LibraryBlog. All rights reserved.



Home