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Title: El Campesino Puertorriqueño - Sus Condiciones Físicas, Intelectuales y Morales, Causas - que la Determinan y Medios Para Mejorarlas
Author: Atiles, Francisco Del Valle
Language: Spanish
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*** Start of this LibraryBlog Digital Book "El Campesino Puertorriqueño - Sus Condiciones Físicas, Intelectuales y Morales, Causas - que la Determinan y Medios Para Mejorarlas" ***


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  Nota del Transcriptor:


  Se ha respetado la ortografía y la acentuación del original.

  Los errores obvios de imprenta han sido corregidos.

  Las páginas en blanco han sido eliminadas.

  Letras itálicas son denotadas con _líneas_.

  Las versalitas (letras mayúsculas de tamaño igual a las minúsculas)
  han sido sustituidas por letras mayúsculas de tamaño normal.



                             EL CAMPESINO

                            PUERTORRIQUEÑO.


           SUS CONDICIONES FÍSICAS, INTELECTUALES Y MORALES,

          CAUSAS QUE LAS DETERMINAN Y MEDIOS PARA MEJORARLAS,


                                  POR


                      FRANCISCO DEL VALLE ATILES,

                     DOCTOR EN MEDICINA Y CIRUJÍA.



                                MEMORIA

          PREMIADA EN EL CERTAMEN DEL ATENEO PUERTORRIQUEÑO,
                     CORRESPONDIENTE AL AÑO 1886.
                DE CONFORMIDAD CON EL LAUDO DEL JURADO
          ELEGIDO POR LA ASOCIACIÓN DE ESCRITORES Y ARTISTAS,
                              DE MADRID.

                     SECCIÓN DE CIENCIAS MORALES.


                             [Ilustración]


                             PUERTO RICO.

                   TIPOGRAFÍA DE JOSÉ GONZÁLEZ FONT.
                         FORTALEZA, NÚMERO 27.

                                 1889.



                             EL CAMPESINO

                            PUERTORRIQUEÑO.


           SUS CONDICIONES FÍSICAS, INTELECTUALES Y MORALES,

          CAUSAS QUE LAS DETERMINAN Y MEDIOS PARA MEJORARLAS,


                                  POR


                      FRANCISCO DEL VALLE ATILES,

                     DOCTOR EN MEDICINA Y CIRUJÍA.



                                MEMORIA

          PREMIADA EN EL CERTAMEN DEL ATENEO PUERTORRIQUEÑO,
                     CORRESPONDIENTE AL AÑO 1886.
                DE CONFORMIDAD CON EL LAUDO DEL JURADO
          ELEGIDO POR LA ASOCIACIÓN DE ESCRITORES Y ARTISTAS,
                              DE MADRID.

                     SECCIÓN DE CIENCIAS MORALES.



                             PUERTO RICO.

                   TIPOGRAFÍA DE JOSÉ GONZÁLEZ FONT.
                         FORTALEZA, NÚMERO 27.

                                 1887.



                     EL CAMPESINO PUERTORRIQUEÑO.

                            SUS CONDICIONES
                   FÍSICAS, INTELECTUALES Y MORALES,
          CAUSAS QUE LAS DETERMINAN Y MEDIOS PARA MEJORARLAS.


                                   Os diré toda la verdad, porque es
                                   ella la que salva. Hombres hay
                                   que juzgan bueno ocultarla; estos
                                   son impostores ó tímidos que Dios
                                   rechaza, porque la verdad es Dios
                                   mismo y velarla es velar á Dios.
                                                   LAMENNAIS.
                                       _El Libro del Pueblo._



PREÁMBULO.


La Junta Directiva del Ateneo de Puerto Rico ha tenido á bien someter
á estudio la interesante cuestión de _El campesino puertorriqueño_.
Nosotros, más que por otro motivo, por sernos simpático el asunto,
cuando el Certámen se anunció resolvimos redactar esta Memoria; pero
algunas circunstancias individuales nos obligaron á suspender el
trabajo, cuando aun no llegaba á la mitad. Sólo después de prorrogado
el plazo de admisión por acuerdo del Ateneo, reanudamos la tarea
comenzada, y la hemos seguido con una precipitación que, si no puede
servir de disculpa á la deficiencia de este trabajo, servirá por lo
ménos como excusa de su desaliño.

Sin pretensiones de ninguna especie, hemos procurado consignar hechos y
apreciarlos con imparcialidad, estudiando las causas que según nuestro
modo de ver los determinan; en ocasiones hemos tenido que refrenar
nuestro provincialismo para conseguir aquel propósito; pero estamos
seguros de haber hecho lo posible para mantenernos dentro del carácter
imparcial que debe animar al que estudia esta clase de asuntos. Luego
proponemos los remedios que estimamos convenientes para impedir el
mal, porque mal y grande es por cierto que en una provincia como la de
Puerto Rico, esencialmente agrícola, exista un considerabilísimo número
de brazos, y brazos precisamente destinados á la agricultura, incapaces
por sus condiciones físicas, intelectuales y morales de aportar, de una
manera cumplida, su contingente á la obra del progreso.

Hemos seguido en la redacción de esta Memoria el mismo órden con que ha
sido enunciado el tema que nos proponemos desarrollar. "Estado actual
de las condiciones físicas, intelectuales y morales del campesino
puertorriqueño y su familia, causas que lo determinan y medios para
mejorar dichas condiciones." En la primera parte hacemos algunas
consideraciones generales, sin profundizar en ellas, porque tienen su
lugar en la sección correspondiente.

Al investigar las causas que determinan el estado físico del campesino,
tratamos á grandes rasgos de las condiciones de la Isla, bajo sus
aspectos, clima, suelo, etc., es decir, de todo aquello que deba
tenerse en cuenta en la apreciación del medio; datos de los cuales no
hemos creido que debíamos prescindir, pues su importancia es grande
en el análisis de estos problemas sociales. Por eso entramos en él,
bien que tratándole someramente, ya que á ello nos obliga la premura
del tiempo, dada la brevedad del plazo que se concede para estudiar
problemas tan árduos como el que motiva este trabajo.

El estudio de los caractéres intelectuales del campesino, se nos ha
facilitado mucho por los trabajos recientemente publicados en el país,
que se refieren á la cultura intelectual de nuestra Isla.

Los caractéres morales que ostentan nuestros jíbaros, encuéntranse
sobradamente explicados por la historia de este pequeño trozo de
tierra, en el que no por serlo se dejan de presentar los mismos
problemas que en otras partes preocupan la atención; problemas que
siendo nuestros, á nosotros principalmente nos interesa resolverlos.

Por eso, porque hemos visto en el tema propuesto por el Ateneo esa
aspiración, nos hemos decidido á concurrir al Certámen, no creyendo
resolver desde luego cuestión tan trascendental como la que envuelve
el estado social del grupo rural puertorriqueño, sino aportando á
la obra nuestro pobre trabajo, y sin buscar en ello otra cosa que
el reconocimiento de la buena voluntad que nos guía. Lo primero es
acopiar materiales para la obra; si ella resultase demasiado árdua
para nuestras fuerzas, otras personas podrán, sin duda, hacer más, con
mayor provecho. Por nuestra parte bástanos la satisfacción de haber
coadyuvado en la medida de nuestras fuerzas á propósito tan laudable
como lo es el mejoramiento de nuestras clases agrícolas.



ETNOLOGÍA.


No tenemos la pretensión de hacer un estudio completo de etnología
puertorriqueña. Agrupar en cuadros más ó ménos sencillos los variados
elementos etnológicos que constituyen nuestra actual población no sería
obra imposible, pero requiere una labor especial que no creemos sea
de absoluta necesidad para el desarrollo del tema presente; aparte de
que, asunto de tal interés no cabría dentro de la modesta extensión que
pensamos dar á esta Memoria. Creemos, sin embargo, que será conveniente
apuntar algunas ideas generales acerca de este asunto, las cuales son
dignas de tenerse en cuenta, y nos importará recordar cuando estudiemos
las causas que determinaron el modo de ser del campesino borincano.

Poblada la Isla de Puerto Rico hasta fines del siglo XV por la raza
indígena--especie americana--raza originaria de las regiones del
nordeste de Asia, que--ateniéndonos á la descripción que de sus
caractéres físicos nos hacen los historiadores, y á la clasificación
de Mr. de Quatrefages,--hemos de considerar como una raza mixta, de
las aproximadas al tronco amarillo, vino el descubrimiento á cambiar
radicalmente este estado de cosas, trayendo con los españoles, que
desde el principio del siglo XVI ocuparon la Isla, el elemento blanco
que poblaba el suelo de la península española, en el cual, como
sabemos, existían confundidas razas mediterráneas distintas: vascos,
semitas en sus dos ramas, é indo-europeos en su rama aryo-romana. Luego
cuando la Real Cédula de 1513 autorizó la importación de esclavos, se
introdujo en la colonia naciente la especie negra, y por último, una
vez abierta la Isla al comercio universal, á ella han venido, aunque en
poco importante número, distintas razas y aún otras especies que son un
factor secundario en la etnología puertorriqueña.

Alguna influencia, aunque poca, debemos asignar al tronco indígena,
como elemento etnológico; pues los españoles mezclaron desde los
primeros dias de la conquista su sangre con la india. Este parentesco
no es, sin embargo, de los más importantes, pues aunque la Historia
asegura que cuando Don Juan Cerón pasó en 1509 á San Juan, la isla
"estaba tan poblada de gente como una colmena," es lo cierto que
en 1582, por haber emigrado los unos y sucumbido los otros, no
había ya naturales en el país; cosa que había motivos para esperar
que sucediese, en más ó ménos lejano plazo, desde que ocupó el
limitado territorio de Borínquen una raza más viril y civilizada
que la indígena, supuesto que los españoles sólo tenían en contra
la naturaleza del clima, mientras que á su favor estaban todas las
ventajas de la civilización. Es axiomático que la cultura de los
pueblos invasores es siempre fatal para los pueblos salvajes invadidos.

Además de esta ley, que se cumple indefectiblemente en el combate de
la vida, como quiera que la superioridad para el triunfo la preparan
elementos varios, debemos anotar que el trabajo rudo á que se sometió
á los indios, principalmente el de las minas, las nuevas costumbres
impuestas á los indígenas, el abatimiento consiguiente á un pueblo
dominado, que vé ocupado el querido suelo patrio por extraña gente,
las enfermedades importadas y otras muchas causas, entre las cuales
predominó, por desgracia, la explotación de los vencidos y el mal trato
que se les dió, á pesar de las Reales recomendaciones que ordenaban
lo contrario; son causas que contribuyen á justificar el hecho de la
rápida extinción del primitivo habitante de Puerto Rico.

La falta de brazos que esta desaparición originó, hizo pensar á
los conquistadores en los esclavos negros para satisfacer aquella
necesidad. La raza etíope vino, pues, al suelo borincano; de modo
que, si bien ésta nunca llegó á estar representada por un número de
indivíduos superior al de los blancos, fué no obstante suficiente para
que constituyera un factor tan fundamental como la raza caucásica de la
población actual de Puerto Rico. De estos factores, por los inevitables
cruzamientos, se ha originado el elemento mestizo, distinto de los
anteriores.

Es sabido que en las costas, por su acceso al comercio, es más fácil
el cruzamiento de razas que en los pueblos del interior, en donde
el trato con extraños apénas tiene lugar. Obsérvase, además, que la
mujer muestra siempre mayor repugnancia á mezclar su sangre con la
de una raza inferior, y si tenemos en cuenta la degradación que la
esclavitud imprime á los que la sufren, se explica el porqué la mujer
blanca de los campos, aunque pobre, huyó por largo tiempo de contraer
lazos amorosos con el negro. Las mismas circunstancias influyeron en
que muchos blancos, aún los que se dedicaron á las mismas labores del
campo que el esclavo, rehuyeran el matrimonio con las negras. Tales
causas creemos que son bastantes para explicarnos el hecho de que hoy,
en nuestra población rural, pueda distinguirse de las familias negra,
mezclada de blanco y negro, y mestiza--en la que el sello indio es
perceptible por caractéres físicos apreciables para todo el mundo--otra
cuya filiación caucásica pura no es discutible.

Últimamente, después que el hábito y la vida en el mismo suelo han
suavizado las asperezas que existían entre personas de razas tan
opuestas, luego que las castas han desaparecido, rota la línea de
separación por el blanco, ménos escrupuloso en solicitar á la mujer
negra, sobre todo si el consorcio es transitorio y obedece á caprichos
pasajeros, los cruzamientos se han generalizado más en todas formas
y la pureza de razas va siendo cada dia más rara; por lo cual, á
causa del predominio que siempre tuvo y sigue teniendo en Puerto Rico
el elemento caucásico, y atentos á los datos que la observación nos
suministra, puede asegurarse que la raza negra, no engrosada por la
inmigración, está llamada á desaparecer de la Isla por fusión dentro
de la raza superior que la absorbe, modificándose á su vez. En este
cruzamiento que presenciamos, el aniquilamiento de la raza negra no se
produce ya porque las enfermedades ó el mal trato la hagan menguar,
sino porque la raza blanca renueva constantemente sus representantes,
mientras que la abolición de la trata cortó la corriente inmigratoria
del negro, corriente que siempre fué muchísimo ménos activa que la
determinada por el mejor mercado de la Isla de Cuba, además de que la
tendencia natural que inclina al hombre á mejorar las circunstancias de
orígen, obra en el mismo negro y principalmente en la mujer de color,
facilitando la fusión.

Aún estamos á mucha distancia de la resultante de esa mezcla de razas,
pues los caractéres comunes que aquella deberá tener, caractéres
que--como es sabido--para significar su posesión deberán ser
trasmisibles de un modo regular por la herencia, sólo se adquieren
con lentitud y á fuerza de siglos; pero indudablemente, la adaptación
al medio, modificando al europeo que logró y logra resistir á las
condiciones climatológicas del país, su influencia sobre el negro y
sobre el mestizo, influencia que hoy se hace ya extensiva al interior
de los campos, deberán al cabo producir en la sucesión de los tiempos,
si estos cruzamientos persisten bajo el mismo suelo y en mejores
circunstancias para la vida, una raza apropiada á las necesidades del
clima ó mejor del medio; raza que bajo la saludable influencia de una
educación ajustada á los progresos que la civilización ha realizado,
se podría encontrar en condiciones físicas, intelectuales y morales
buenas para subsistir, sin tener que mirar con recelo á la familia
anglo-sajona vecina. Poner al habitante de Puerto Rico en condiciones
favorables para la lucha por la existencia, no es una utopia; todo es
obra de la educación. Únicamente por medio de ella se puede alcanzar
esa "acorde armonía del organismo con su objeto", esa condición de vida
_sine qua non_ para el hombre de todas las regiones habitables del
globo.



GRUPO RURAL.


En tésis general, afirman los higienistas "que la salud y vitalidad
de las gentes del campo son muy superiores á las del grupo urbano."
Esta verdad, que tiene por fundamento circunstancias sobradas que la
justifiquen, como más adelante veremos, tiene, no digamos de un modo
absoluto, pero sí de una manera general, su excepción en Puerto Rico.
Pero ántes de explanar esta idea, y con el fin de evitar confusiones,
conviene precisar lo que entendemos por campesino, voz en la que
comprendemos al _jíbaro_, que es á quien nos referimos en las líneas
anteriores.

Y por jíbaro entendemos, para todo lo que digamos en este estudio,
"el campesino puertorriqueño sin instrucción" como lo define un
querido amigo nuestro, (en un libro que su galana pluma nos ofrecerá
pronto)[1] ó sea el _rústico_, _gañán_, _paleto_, aceptando en esto el
mismo criterio de otro ilustrado publicista de grata memoria.[2] Esta
aclaración que un reputado escritor creyó con fundamento que debía
hacer en su erudito estudio de reciente publicación,[3] la repetimos y
á ella nos atenemos, entre otras razones, porque creemos que el estudio
solicitado por el Ateneo puertorriqueño, sólo puede referirse al
_jíbaro_. Aplícase en general la palabra campesino á los habitantes del
campo, pero la índole del estudio y el objetivo que es de suponer se
propuso aquel centro en el tema elegido para el certámen de 1886, nos
autorizan á limitar la acepción de la palabra al concepto expresado.

       [1] Don Manuel Fernández Juncos.--_Estudio de costumbres._

       [2] Don José Pablo Morales.--_Almanaque Aguinaldo._

       [3] Don Salvador Brau.--_La Campesina._

Del apuntamiento etnológico hecho anteriormente podemos deducir
que entre los campesinos puertorriqueños los hay pertenecientes á
la raza blanca, á la negra, y á la mezcla de las dos, por lo que
habría necesidad de estudiar cada uno de estos grupos por separado;
pero como el género de vida es igual para los indivíduos de las
tres agrupaciones, ya pertenezcan á una ó á otra raza, y como el
predominio de la blanca es todavía notable en el interior, sólo en
conjunto estudiaremos las condiciones físicas, intelectuales y morales
de los tres grupos étnicos referidos, pues algunas cualidades de
estas les son comunes, sin perjuicio de señalar las características
de raza y algún detalle que los distinga cuando así lo creamos
necesario. Desde luego podemos decir, hablando en general, que el
campesino blanco puertorriqueño de nuestros dias se parece bastante
al criollo que describía Fray Íñigo Abad en su Historia de Puerto
Rico, anotada por nuestro respetable amigo el conspícuo escritor Don
José Julián Acosta. Decia Fray Íñigo: "los criollos son bien hechos y
proporcionados, su constitución es delicada y en todos sus miembros
tienen una organización muy fina y suelta, propia de un clima cálido;
carecen de viveza regular en las acciones, y tienen color y aspecto de
convalescientes; son pausados, taciturnos. Las mujeres son de buena
disposición, pero el aire salitroso del mar les consume los dientes y
priva de aquel color vivo y agradable que resalta en las damas de otros
países... Los mulatos son de color oscuro y bien formados, más fuertes
y acostumbrados al trabajo que los blancos criollos."

Muchas de estas cualidades caracterizan hoy todavía al criollo, pero
pueden aplicarse de un modo más especial y concreto al campesino, pues
por lo que respecta al habitante de las poblaciones, ya sean estas
del interior y mejor si son de la costa, ha ganado en condiciones
físicas desde que los progresos de la civilización le han dado medios
de vivir mejores que en aquellos tiempos á que se refiere el discreto
historiador citado. No queremos decir que hoy el criollo puertorriqueño
viva dentro de las más exquisitas y apropiadas condiciones para
su mejoramiento, sino que algo ha ganado, mucho tal vez, como era
lógico esperar, desde aquella época hasta nuestros dias. Que necesita
aun mejorar, es evidente; y á ello llegará, así lo esperamos, si el
cultivo intelectual aumenta como debe; pero dejemos este asunto que nos
apartaría por el momento del motivo principal de estas líneas.

Para ser exactos, respecto de las condiciones físicas, intelectuales
y morales que ostenta el campesino puertorriqueño, conviene hacer una
distinción dentro del grupo rural, distinción que no es arbitraria,
y sobre todo que está justificada por ciertas diferencias de que
haremos mención. Para nosotros el campesino de los alrededores de las
poblaciones y haciendas se diferencia bastante del que habita en los
barrios más lejanos, cultivando en pequeños predios de su propiedad
los frutos menores y dedicado á la crianza de animales útiles, ó bien
_agregado_ á alguna heredad mayor.

El jíbaro del primer grupo, nómada por lo que respecta al lugar donde
trabaja, no puede atender tan cumplidamente á su subsistencia, por
razones que no son del caso examinar ahora; es un jornalero expuesto á
todas las fluctuaciones del trabajo y con mayores necesidades y vicios.

El del segundo grupo, pequeño propietario, (si el suelo que ocupa no
es estéril y si el fisco no le arruina) puede alimentarse, vestir y
aposentarse mejor, por lo cual podemos distinguir mayor fortaleza de
organización, más saludable aspecto en los últimos que en los primeros
y un carácter moral más elevado.

Todo el mundo ha oido hablar de ciertos jíbaros que, aun viejos, montan
á caballo, trabajan y cumplen todas sus obligaciones, siendo modelos de
honradez; que viven internados, distantes de las poblaciones; jíbaros
de color blanco por lo común, de aspecto sano, y cuya familia huirá
de seguro al ver aproximarse una persona extraña y no aparecerá en
la sala del bohío, dejando que el padre, ó la madre si aquél no está,
reciba al visitante; si éste se detiene, verá, así que la desconfiada
rusticidad de la familia cesa, cómo poco á poco irán apareciendo caras
nuevas, muchas de ellas jóvenes bonitas, que le sorprenderá encontrar
entre las selvas, no bien vestidas, acaso sin calzado, pero frescas
y sanas, gracias á una alimentación medianamente regularizada, tal
vez al ozono en que abunda la atmósfera sana que rodea á la casa, y
á la dulzura de un clima distinto del de la costa, según tendremos
ocasión de ver en las notas sobre climatología de Puerto Rico, que
necesitaremos exponer en este trabajo. Desgraciadamente no es lo
general encontrar en los campos puertorriqueños familias de esta clase
en mayoría, pero las hay; mas no adelantemos las ideas.

El jíbaro de Puerto Rico es esbelto; si se le vé encogido no es por
falta de gallardía en sus miembros, sino á causa de su natural reserva,
que se revela hasta en este detalle. Es enjuto y le son aplicables
todas las cualidades de un temperamento nervioso-linfático: aunque
su viveza física no es notoria, su organización ligera le permite
desarrollar cuando quiere toda la agilidad de que es capaz un habitante
de los países insolados abundantemente: por lo demás, el campesino de
todas partes, bien se sabe que es inferior en viveza al hombre culto.
El vigor del campesino borinqueño ofrece particularidades dignas de
notarse: si como cree Spencer "el grado de vigor depende esencialmente
de la índole de la alimentación"--veremos cuando tratemos de las causas
de esta carencia de vigor, que si á esa ley principalmente está sujeta
la limitada vigorosidad de nuestro campesino, en resistencia para el
trabajo no hay quien le supere.--"El jíbaro--ya lo dijimos en otra
ocasión--trabaja tanto proporcionalmente á su alimentación como el
mejor jornalero y más bien alimentado de otras partes."[4]

       [4] _Tres causas de atraso_, artículos publicados en _La Salud_,
       por el autor.

Sí; su vigor, limitado y todo, le permite trabajar con constancia las
10 ú 11 horas de labor diarias, cosa que no es explicable como no sea
á causa de esa _complexión enjuta y seca é increspatura general de
fibras_ observadas por Fray Íñigo y dependiente, á su juicio, del uso
frecuente del café entre los criollos, uso todavía general en el país.

Entiéndase que no sostenemos que el amor al trabajo sea cualidad
dominante en el jíbaro, no; tenemos "en la climatología, en el estado
político social del país y en el orígen histórico" del puertorriqueño,
razones que explican esa negativa inclinación de una manera sobrada;
pero nos parece que la acusación de haraganería recaida sobre el
_jíbaro_ tan en absoluto, exije que se demuestre al ser formulada, ó
que se limite á sus justas proporciones el hecho consignado; exige
además que se de cuenta de todas las causas del hecho, y estudiando así
el asunto sus términos decrecen quizá más de lo que á primera vista
pueda creerse.

Es preciso no juzgar por las apariencias; es preciso no contentarse con
decir que el campesino es indolente y que le gusta la hamaca más que el
trabajo; otros podrían decir que trabaja más de lo que podía esperarse,
que su indolencia, entre otras muchas razones, tiene fundamento en que
por desgracia el trabajo "no encuentra (como sucede en Sevilla según
Hauser) suficiente estímulo en este país, donde prevalece el sistema
del favoritismo" y donde--añadimos nosotros--el pequeño propietario
no resiste la enorme contribución municipal que sobre él pesa, además
de las otras cargas, y donde, como ya ántes hemos apuntado, en tésis
general el pobre campesino está poco ó mucho enfermo; pero así y todo
trabaja desde el amanecer hasta el anochecer á jornal ó á destajo
(mal alimentado y mal resguardado por el vestido, de las influencias
atmosféricas), trabaja decimos, cuanto le es preciso para ganar lo
indispensable con que atender á sus escasas necesidades. Verdad es que
ha limitado dichas necesidades hasta lo incomprensible, perjudicando su
salud y sus energías; pero acaso en esta misma conducta no carezca por
completo de justificación.



CONDICIONES FÍSICAS.


Pueblan los campos de esta Isla, según hemos dicho ántes, hombres
blancos, negros y mestizos, razas extremas que constituyen grupos bien
caracterizados físicamente, y los productos del cruzamiento, agrupación
en que la uniformidad de caractéres no es tan constante, ya por el
variable predominio de uno de los dos elementos originarios sobre el
otro, ya á causa de los enlaces de mestizos entre sí y con indivíduos
de las razas de donde proceden. Así, para evitar las confusiones á que
pudiera dar lugar la variedad de tipos étnicos que hay que considerar
en esta parte de nuestro estudio, hemos decidido, al tratar de cada
uno de los caractéres físicos, señalar sólamente las diferencias
primordiales á que dan lugar las razas; y á fin de llevar un órden
claro en la exposición, siguiendo á distinguidos antropólogos, vamos
á ocuparnos de los caractéres exteriores, anatómicos, fisiológicos y
patológicos.

Creemos que hasta hoy no se ha publicado obra alguna en que se
estudie al actual habitante de Puerto Rico. Si existe algo relativo á
antropología puertorriqueña lo desconocemos; por tanto, como no hemos
podido hacer algunas consultas que nos habrían sido de gran utilidad,
hemos tenido que limitarnos á nuestras apreciaciones, más ó ménos
defectuosas, y á deducir de generalidades y de estudios verificados en
zonas parecidas á la nuestra, analogías con que suplir la falta de un
estudio especial que no podíamos hacer, entre otras razones, porque tan
sólo para acopiar materiales--aún habiéndonos limitado á los caractéres
anatómicos que ofrece nuestro campesino--necesitaríamos invertir
algunos años.

Hecha esta aclaración vamos á abordar la materia.



CARACTÉRES EXTERIORES.


_Talla._--La talla, como dice Littré, es uno de los elementos
demográficos mejor conocidos, á causa de su fácil determinación y de
las exigencias de las quintas. En Puerto Rico, en donde no existe el
reclutamiento, hay que acudir al recuerdo histórico de las milicias
disciplinadas para apreciar este dato, y eso tan sólo por lo que
respecta al campesino blanco, único obligado al servicio militar cuando
existía éste.

Desde luego diremos que la talla media de nuestro _jíbaro_ no parece
que deba ser muy inferior á la media universal, provisionalmente
aceptada de 1.^m 635, que ha sido por cierto considerada excesiva por
Quatrefages; pues todos los informes que hemos podido recoger están
contestes en que no era una de las causas más frecuentes de quedar
libre del servicio de las armas la falta de estatura; y siendo así
que la talla que se exijía al miliciano era de 1.^m 596, la misma que
para el ejército metropolitano, claro es que si no hubo necesidad de
disminuirla era porque con facilidad se cubría el contingente exigido
por las quintas.

Aparte de esta consideración, lo que por punto general podemos apreciar
á simple vista, es que entre los jíbaros, ya pertenezcan á una ó á otra
raza, no predominan las tallas rechonchas, sino más bien las estaturas
medianas; abundan personas altas y no faltan hombres pequeños, pero no
es lo común.

Aquí, como en todas partes, la mujer es más pequeña que el hombre.
Este hecho, resultado de las mediciones practicadas hasta hoy, se
confirma en el grupo rural borincano. Á nosotros nos ha parecido, por
lo que respecta al sexo femenino, que el número de campesinas de corta
estatura es más considerable que el de campesinos; principalmente entre
las blancas y las que por su color recuerdan al indio, se encuentran
muchas mujeres pequeñas.

       *       *       *       *       *

_Proporción del cuerpo y de los miembros._--La proporcionalidad y
la simetría en la estructura general del cuerpo es un carácter de
los hombres pertenecientes á la especie mediterránea. El jíbaro
puertorriqueño no es por lo común defectuoso; no obstante, hemos creido
advertir que tanto las extremidades superiores como las inferiores
tienden á adquirir mayor largura que la debida.

En los negros adviértese la mayor longitud de los brazos, propia de la
raza.

Por lo que se refiere á las mujeres del campo, no hemos comprobado que
exista falta de proporción entre el cuerpo y las extremidades; por
el contrario, la jíbara es bien formada, y hasta podría llamársela
esbelta, á no ser por su desgarbo en el andar.

Las mestizas ostentan proporciones muy armónicas; casi todas son bien
formadas.

La generalidad de las negras no se distingue por este concepto.

       *       *       *       *       *

_Coloración._--Si entre indivíduos pertenecientes á una misma especie
el color no es constante y varía, como sucede con la raza llamada
caucásica, desde el blanco rosa más puro, hasta el moreno más oscuro,
con mucha más razón encontraremos estos distintos tonos de coloración
entre campesinos de tan distintas razas como los puertorriqueños,
principalmente entre los mestizos. Y así es en efecto; existe la
variedad más abigarrada en lo que se refiere al color. Entre los
blancos predomina el color oscuro, propio del habitante de las zonas
cálidas.

Como casi todos los jíbaros están anémicos, por excepción se ven
algunos de temperamento sanguíneo; y claro es que el color rosa ó rojo
vivo es raro; el color blanco en ellos es mate, amarillo ó amarillo
verdoso, principalmente en los cloróticos y anémicos.

Á los negros y mestizos que están enfermos se les advierte un color
cenizoso.

En las mujeres se observa con frecuencia el cútis manchado ó con pecas.

Asímismo es variadísimo el color de los ojos. Hay campesinos de ojos
azules y pardos; pero ordinariamente tienen los ojos negros.

       *       *       *       *       *

_Piel y principales anexos._--La acción del calor determina en la
piel una sobre actividad funcional notable, especialmente en la
perspiración; de aquí que los habitantes de climas cálidos tengan por
lo común la piel blanda y húmeda.

En ciertas razas, y especialmente en la negra, la piel suave y como
satinada es más espesa. La frescura y suavidad de cútis de las negras
es muy estimada en los harenes.

Ocurre la pregunta de si el campesino de orígen europeo, al ser
sometido á la acción de este clima, ha sufrido la transformación
orgánica de que acabamos de hablar, y desde luego la buena lógica hace
esperar una contestación afirmativa, siquiera aceptemos que ese cambio
no haya adquirido un grado de desarrollo tan grande como en el negro.

Si respecto del desarrollo de las glándulas sebáceas no decimos lo
mismo, es porque no se advierte, entre los jíbaros blancos, el olor
desagradable que se percibe en los negros y en muchos mulatos, olor que
se ha explicado por el predominio de esa clase de glándulas, debido al
excesivo aflujo de sangre á la superficie cutánea.

       *       *       *       *       *

_Vellosidades._--Los campesinos son bien barbados, especialmente los
blancos; entre los mestizos y negros se encuentra mayor número de
lampiños.

El pelo de la cabeza en ellos es abundante, variando, como es de
suponer, desde el que no se riza nunca, hasta el que se ostenta
fuertemente encrespado, propio del hombre africano.

El color del pelo también varía; pero domina el negro; hemos encontrado
ejemplares de pelo rojo y no pocos de pelo rubio.

       *       *       *       *       *

_Cráneo y cara._--El cráneo del jíbaro no ofrece deformidad alguna. La
cara presenta rasgos agradables; los ojos son grandes, vivos y están
horizontalmente situados; por rareza se encuentran ojos oblícuos como
los de los chinos; la nariz es bien formada y la boca pequeña.

Entre las mujeres estos rasgos adquieren mayor delicadeza; sobre todo
la hermosura de los ojos negros es común entre ellas.

Estos rasgos fisonómicos cambian en el campesino descendiente de
africanos, en el cual la nariz es ancha y los labios son gruesos
deformando la boca, grande por lo general.

Entre los mestizos se encuentran personas no exentas de hermosura,
máxime cuando en ellas predomina el elemento caucásico; sobre todo
entre las mujeres las hay bellas, pero por lo general la nariz y la
boca del elemento africano se trasmiten al mestizo con sus formas
características afeándo las facciones.

       *       *       *       *       *

_Tronco y miembros._--La belleza del cuerpo depende, como es sabido,
de la diferencia del diámetro entre el pecho, la cintura y la pelvis,
diferencia que no falta en el campesino puertorriqueño, alejándole por
este detalle de muchos indivíduos de las razas amarilla y americana que
no tienen cintura.

La circunferencia del torax nos demuestra que el campesino tiene el
pecho desarrollado; en todos notamos amplitud torácica suficiente
cuando no están enfermos.

En la mujer el pecho está ménos desarrollado; por punto general no ha
adquirido la amplitud debida.

La _esteatopigia_ que dá carácter á la Venus Hotentote no se observa en
las campesinas blancas; no puede decirse que en este particular ocurra
en Puerto Rico lo que según Livingstone comienza á manifestarse entre
ciertas mujeres Boërs, á pesar de pertenecer á la raza blanca pura. El
_delantar_ que con la _esteatopigia_ son dos particularidades propias
de las Hotentotes y Boschinianas, tampoco se encuentra entre ellas.

Entre las mestizas existen casos, aunque raros, de abultamiento
excesivo de las caderas; protuberancia muy notable en casi todas las
negras y especialmente en las africanas puras.

Por lo que respecta al hombre blanco puede asegurarse que el
abultamiento de las nalgas es mucho menor en el criollo que en el
europeo.

Ha sido señalado como carácter propio de la raza negra el tener la
pantorrilla alta y poco desarrollada, pero esto no debe ser un signo
de exacta fijeza y exclusivo, porque entre personas de raza blanca,
principalmente en Puerto Rico, es frecuente encontrar éste carácter.

Las manos de los campesinos son anchas y callosas; los piés se
desarrollan más en el sentido de su anchura; la planta endurecida
es casi plana, ó por lo ménos está muy disminuida la bóveda que de
ordinario presenta: en muchos, el dedo grande está bastante separado de
los otros y como opuesto, á causa de que se sirven de él para varias
faenas.



CARACTÉRES ANATÓMICOS.


Muy á la ligera tenemos que pasar por esta parte de nuestro estudio,
tanto porque desgraciadamente la anatomía comparada de las razas
humanas ha avanzado poco, cuanto porque aún en lo que se refiere á lo
más conocido, como es el esqueleto, carecemos de colecciones que nos
permitan recoger los datos oportunos.

Por lo que respecta al cráneo, por ejemplo, cuyos diámetros sirvieron
á Retzius para hacer la distinción entre las razas _dolicocéfalas_ y
_braquicéfalas_, á las que luego añadió Broca la _mesaticéfala_, nada
podemos decir.

Sería más que curioso averiguar cuál de estos tres caractéres domina
entre el elemento rural de este país; y no porque, como creyera
Retzius, el _índice cefálico horizontal_ sirva para clasificar las
razas humanas, puesto que este carácter coloca juntas á las razas más
distintas, sino por lo mismo que las mezclas de razas han sido grandes
en este suelo.

Pasaremos asímismo sin tratar del _índice cefálico vertical_,
_diámetros frontales_, etc., del campesino; en cuanto á las
_proyecciones craneanas_, nos limitaremos á recordar que en la raza
negra se proyecta más hacia adelante la cara que en la blanca.

El volúmen del cráneo es más pequeño en los negros que en los blancos;
la capacidad craneana, que es menor en la mujer que en el hombre, varía
en éste siguiendo una proporción ascendente desde el australiano al
europeo; conviene tener presente, sin embargo, que no puede deducirse
el grado de desarrollo intelectual de una raza, de este solo carácter;
pues resulta de las medidas de Morton, que el negro criollo de la
América del Norte tiene ménos capacidad craniana que el africano,
siendo superior en inteligencia á su progenitor.

Considerada la cara por sí sola deberíamos ocuparnos del _índice
facial_, de los rasgos nasales, _índice nasal_, _orbitario_,
prognatismo, etc., caractéres poco estudiados aún y de cuyos datos no
sacaríamos consecuencias para nuestro objeto.

Mencionaremos el _ángulo facial_ ideado por Camper y cuyas variaciones
son apreciables en las distintas razas, viéndose disminuir su abertura
desde el blanco al negro, por más que no corresponda siempre á la
superioridad angular una inteligencia excepcional; los escasos
datos que hemos recogido acerca de este punto en la familia jíbara
borinqueña, no nos autorizan á sacar deducciones dignas de tenerse en
cuenta.

Acerca de los huesos de la cabeza, nuestras observaciones nos permiten
asegurar que existe cierto grado de dureza más considerable en el
esqueleto de esa región en el negro, que en el blanco; y no lo
atribuimos solamente á la osificación de los senos frontales, observada
en las razas inferiores, sino á mayor espesor y solidez de todos los
huesos que lo forman; en las autópsias hemos comprobado con frecuencia
este detalle.

La caja osea torácica ofrece ordinariamente en el negro respecto del
blanco, la diferencia de ser en éste ancha y plana, mientras en aquel
es estrecha y prominente; en nuestras investigaciones hemos encontrado
que en los mestizos abunda esta forma de pecho, principalmente entre
las mujeres; en no pocas blancas hemos observado también esta forma de
pecho.

Aparte de las diferencias que los antropologistas han creido poder
señalar en el estudio de la pelvis, en las distintas razas humanas,
como tésis general se puede afirmar que entre los campesinos no son
frecuentes las deformidades pelvianas.

El mayor desarrollo que alcanza el hueso rádio y que dá lugar al
alargamiento que se observa en el brazo del negro, así como otros
detalles relativos al esqueleto de los brazos, no nos ha sido posible
comprobarlos suficientemente; en las extremidades inferiores hemos
notado, muy á menudo, entre los campesinos, el arqueamiento de las
piernas; carácter que si en antropología tiene una significación de
valor, no en todos los casos obedece á una conformación originaria,
pues no encontramos difícil que esa curvatura se produzca en la
infancia, á causa de poner de pié á los niños ántes de que los huesos
hayan adquirido solidez bastante para sostener el peso del cuerpo.

El exámen anatómico de las partes blandas nos lleva á tratar el
cerebro, y en general de todo el sistema nervioso. Lo haremos muy
sucintamente, y eso tan sólo para recordar que de los resultados
generales formulados hasta hoy, se deduce que el cerebro pesa ménos en
la mujer que en el hombre; que dicho peso varía proporcionalmente á la
estatura; que el cerebro del blanco pesa más que el del negro, y que
en los mestizos disminuye el peso al mismo tiempo que la proporción de
sangre blanca.

Ya queda dicho que el peso del cerebro por sí no significa, sin
embargo, mayor cultura intelectual; en cambio, los pliegues cerebrales,
_circunvoluciones_, parecen depender del grado de desarrollo de la
inteligencia.

Para terminar este apartado añadiremos que el sistema nervioso
predominante en el blanco por el cerebro, se manifiesta en el negro con
mayor número de expansiones nerviosas, troncos más gruesos y filetes
más numerosos. No cabe que hagamos aplicaciones concretas sobre este
punto.

Hemos tenido ocasión de corroborar en las autópsias que hemos
verificado, las observaciones de Prunez Bey, confirmadas por Jacquart,
acerca del predominio del sistema venoso sobre el arterial en el negro,
y el mayor volúmen de los pulmones del blanco, comparado con los de los
descendientes de africanos.

En cuanto al hígado, por punto general le hemos encontrado siempre
grande, tanto en el blanco como en el negro; ya veremos más adelante
que este hecho se explica satisfactoriamente, así como el de que los
estómagos ofrezcan á menudo afecta la mucosa.

No habiéndonos sido posible verificar más autópsias que las judiciales,
estos apuntes nos resultan deficientes; la necrografía sólo tendría
utilidad en este caso, verificándose en un gran número de cadáveres.



CARACTÉRES FISIOLÓGICOS.


Está demostrado que, bajo los trópicos, el hombre es naturalmente
sóbrio y prefiere para su alimentación las sustancias vegetales, sin
que este régimen de lugar á perturbaciones en la salud; pero esto,
que es cierto dentro de los límites racionales que la Ciencia señala,
conviértese en vicio cuando la alimentación es insuficiente.

Por desgracia este es el caso en que se encuentra la gran mayoría de
nuestros campesinos. La alimentación que usan es tan escasa, que apénas
si basta para la reparación de los gastos orgánicos á que dan lugar los
fenómenos de la vida. Cuando se recuerda que un hombre adulto gasta
cada dia Az. 20 gramos--C. 300 gramos--y Agua 3 kilos, necesitando,
según Moleschott, un trabajador para conservar su salud consumir
diariamente 130 gramos de albuminoideos secos, 84 gramos de grasa,
400 gramos de hidrato de carbono, y 30 gramos de sales, cuesta trabajo
comprender cómo la ruina orgánica no es aún más considerable en el
campesino borincano.

Tengamos presente las sustancias que constituyen de ordinario su
alimentación: arroz, plátano--del ménos nutritivo por cierto--batatas,
ñames, malangas, bacalao y pescado salado,--con frecuencia en pésimo
estado de conservación--maiz, no siempre; leche, con escasez, y se verá
claramente que la miseria orgánica tiene que ser la consecuencia de tal
régimen.

El jíbaro se alimenta mal. Además de las sustancias referidas, suele
comer alguna que otra vez carne de cerdo, y pan de trigo,--mal
preparado casi siempre,--pero ni esta variante es regla general, ni
basta á modificar el carácter de pobreza de que adolece la alimentación
cotidiana de las clases rurales de Puerto Rico.

Como consecuencia de esta defectuosa alimentación la nutrición general
ha de resentirse á causa de la composición de una sangre pobre de
elementos nutritivos, y todas las funciones orgánicas han de ser
influidas desfavorablemente por este concepto.

Perturbada la nutrición, han de faltar necesariamente las energías
musculares sanas, fisiológicas, que obligadas á producirse, lo hacen
con debilidad ó si se llenan debidamente es á beneficio de agentes,
de acción transitoria mal sana á la larga que sustituyen el defecto
nutritivo.

Como quiera que al estómago se le impone bajo un régimen pobre un
trabajo muy considerable, claro es que la fatiga del órgano sobreviene
y con ella la necesidad tan sentida entre los jíbaros del uso de
estimulantes, que al cabo determinan en la cavidad estomacal estados
patológicos de que luego hablaremos.

Esto mismo, añadido á la influencia climatológica, dá lugar á las
irregularidades en la función intestinal, función perezosa siempre,
principalmente en las mujeres.

El hígado, el bazo y el páncreas, modifican su modo de funcionar. La
sangre, por su calidad, afecta frecuentemente al músculo cardiaco; ésta
importante víscera funciona mal, disminuyendo su fuerza y aumentando
la frecuencia de sus contracciones, aminorándose la velocidad de la
corriente sanguínea y la presión del líquido vital.

La función respiratoria, gracias á la gran cantidad de aire oxijenado
que respira de ordinario el campesino, se verifica bien.

Los órganos de los sentidos no ofrecen particularidad digna de
mencionarse.

Por lo que respecta á la función cerebral nos limitaremos á apreciarla
con Gratiolet "por sus manifestaciones," de las que trataremos en lugar
oportuno.

En cuanto á la función catamenial, siendo un hecho conocido que en la
raza de color el flujo menstrual se presenta más temprano, debemos
añadir que entre las campesinas es siempre temprana la época de de la
aparición de aquél, tanto por la influencia del clima, cuanto por otras
causas del órden moral que apuntaremos oportunamente.

La actividad genital y la fecundidad son notables en el grupo rural;
entre ellos el número de hijos llega á veces á ser considerable; la
esterilidad puede asegurarse que es una bien rara excepción en el campo.

La secreción láctea es abundante en las madres, si bien la leche se
resiente de exceso de agua.

La duración de la vida no podemos fijarla; el Registro Civil,
establecido hace poco más de un año, lucha aún con las dificultades de
su instalación y los obstáculos propios del esparcimiento en que viven
los campesinos. En los registros parroquiales los datos referentes á
las edades no merecen entera confianza para justipreciar la vida media
del campesino. Puede asegurarse, sin embargo, que el jíbaro que vive en
regulares condiciones, llega á la vejez, y es un hecho evidente que su
ancianidad es ménos achacosa, más fuerte de lo que podía esperarse.

Confírmase en Puerto Rico lo que ya ha sido sentado por los
antropologistas, y es que la vida media en todas partes y para todas
las razas es poco más ó ménos igual.



CONDICIONES PATOLÓGICAS.


Entre las diversas enfermedades que el hombre puede contraer, ¿hay
algunas que sean exclusivas al campesino? No ciertamente; pero es
innegable que el grupo rural se encuentra sometido á influencias
distintas de las del grupo urbano, y por lo tanto sus aptitudes
morbosas han de ser diferentes. El hombre, en general, es apto para
contraer cualquier dolencia. Por lo que tiene de uniforme el organismo
humano, ó mejor dicho, de idéntico en lo fundamental, en toda la
especie, la morbosidad afecta por igual á todos los indivíduos; pero
por cuanto cada persona, sin dejar de ser en lo fundamental idéntica á
su congénere, es, no obstante, diferente en lo accidental, así como en
cada familia existen rasgos diferenciales, y en las razas caractéres
especiales que las distinguen entre sí, las condiciones de morbosidad
son variables para el indivíduo, la familia y la raza.

Todos los antropologistas convienen en que ciertas razas están más
predispuestas que otras á adquirir un estado morboso dado; y que
indivíduos de la misma raza adquieren aptitudes que les hacen indemnes
para ciertas enfermedades á que otros pagan tributo. Sin ir más lejos,
todo el mundo sabe que la edad es bastante para modificar las aptitudes
patológicas; no se padecen en la infancia, las enfermedades que en la
edad adulta y en la vejez; en cuanto al sexo, las diferencias morbosas
son aún más notables.

Pero de todas las causas capaces de ocasionar aptitudes distintas para
adquirir las enfermedades, ninguna tan digna de atención como el medio,
que si es acción modificadora importante, también puede constituir un
elemento perturbador del organismo.

Sabido es que la ciencia mesológica es de gran importancia en la
Sociología; pero no lo es ménos cuando se trata de patología humana;
la Geografía médica, por ejemplo, estudiando la influencia morbosa
ejercida por los agentes meteorológicos sobre el hombre, la influencia
del clima, etc., nos dá la clave de muchos hechos que observamos.

El hombre no puede llamarse cosmopolita, en el sentido de poder habitar
impunemente para su salud este ó aquel lugar del globo; es sabido que
el negro no prospera sacándole de los trópicos, y si hemos de atenernos
á las observaciones de los higienistas americanos, si por acaso
resiste físicamente al frio, es en menoscabo de su inteligencia; en la
provincia de Maine parece que se encuentra 1 loco por cada 14 negros;
estadística horriblemente dolorosa, que demuestra que en las regiones
del Norte no puede prosperar esta raza.

Las mismas enfermedades tienen sus estaciones y hasta sus países;
algunas no salen de ciertos límites, como, por ejemplo, la fiebre
amarilla que no se ha observado más allá de los 928 metros de altura,
ni el cretinismo á más de 1000 metros. Otras no se conocen en algunas
regiones. El paludismo, por ejemplo, tan común en nuestra Isla, no se
encuentra en el cabo de Nueva Esperanza.

Las mismas relaciones mútuas de los hombres entre sí, modifican la
patología de una región, y en este particular conviene señalar el
hecho de la desastrosa influencia que ejerce la raza blanca sobre las
razas inferiores cuyo país invade. Todo el que se dedique á estudiar
estas cuestiones de patología étnica, sabe que en las islas Sandwich,
en Nueva Zelandia, en las Marquesas, en toda la Polinesia, tanto en
la oriental como en la occidental, la presencia del europeo ha sido
seguida de una despoblación notablemente rápida, hecho que nos hace
recordar la cuestión del número de habitantes que, según los primitivos
historiadores, tenía Puerto Rico en la época del descubrimiento.
Posible es que existiese aquí tan crecido número de indígenas, y
fundamos nuestra creencia en los ejemplos análogos que nos ofrece la
historia contemporánea.

El capitán Cook en 1778 encontró en la Nueva Zelandia 400.000 maorís;
el año 1858 no quedaban sino 56.049; Porter en 1813 encontró 19.000
guerreros en las Marquesas, y en 1858 M. Jouan sólo halló 2.500;
Forster calcula en 20.000 almas la población de Taïti, y en 1857 la
estadística oficial sólo arroja 7.212. Estas elocuentes cifras de
hechos ocurridos en nuestros dias dan apoyo á dicha opinión.

Puerto Rico pudo ser despoblado en tan poco tiempo, no obstante
ser numerosísima su población indígena. Ya ántes hemos enumerado
rápidamente multitud de causas que lo explican; pero además de ellas
existe esa extraña influencia de que hablamos, ejercida por la raza
blanca, influencia que se traduce por una mayor mortalidad y por el
descenso de la natalidad que llevan al aniquilamiento la raza inferior.

Despréndese de todo cuanto llevamos dicho, que la morbosidad en la
especie humana es variable según numerosas causas; por lo que se
refiere al campesino borinqueño nos habremos de ocupar de las entidades
morbosas que lo afectan actualmente desde la niñez, consagrándole
atención preferente á las que de un modo general actúan sobre el total
del grupo que estudiamos.

Hay en esta cuestión involucrada otra primordial para el porvenir de
este país. ¿Cuál es la raza que puede vivir en mejores condiciones
en él? Cuestión ajena á este trabajo, pero á la cual la patología
puertorriqueña lleva un contingente de datos preciosos.

Abordémos este análisis de la patología puertorriqueña dentro de los
límites que á nuestro problema interesa.



PATOLOGÍA DE LA INFANCIA.


Existe un cierto número de enfermedades que, por ser de las que invaden
al hombre durante los primeros dias de su existencia, constituyen un
grupo patológico especial de la infancia. Acerca de esta parte de
la patología general expondremos algunas breves consideraciones que
juzgamos pertinentes al asunto que nos ocupa.

El acto fisiológico más importante de cuantos verifica el organismo de
la mujer, aquel en que la vida misma está comprometida, es, sin duda,
la maternidad. Entre algunos pueblos salvajes, el solemne momento de
dar vida á un nuevo sér no parece que tenga mucha mayor importancia
para la mujer que para las hembras de los animales irracionales; no
solamente carece de sérios peligros y no exije precauciones, sino que
el _tempus puerperii_ en nada se diferencia de las épocas comunes;
pero tratándose de la mujer civilizada las circunstancias varían
radicalmente. La civilización que ha hecho de la mujer algo más que la
hembra del hombre, la ha rodeado de un medio, artificial si se quiere,
y criticable bajo otros aspectos, al cual se ha amoldado su organismo,
y por ello, la que va á ser madre, debe ser objeto de ciertas
atenciones, sinó queremos comprometer su vida y la de su hijo.

Ahora bien, la campesina puertorriqueña dá á luz sus hijos rodeada
de pésimas condiciones. Ninguna persona idónea la asiste; á lo sumo
recibe los cuidados de alguna curiosa, con pretensiones de comadrona,
cuya ignorancia suele correr parejas con su atrevimiento para propinar
brebajes inconvenientes, y que es incapaz de servir debidamente á la
madre en el doloroso trance, ni al niño en los primeros momentos,
momentos difíciles y delicados á veces, en que la criatura que viene
al mundo necesita solícito y racional tratamiento sin el cual aquella
nueva vida quizá se extinguiría en sus albores.

Prescindamos, por ahora, de los inconvenientes que acarrea esto á
las madres; en cuanto á los niños atañe, se comprende fácilmente la
perniciosa influencia de semejantes circunstancias; pero si á ellas
añadimos la ignorancia de las madres campesinas, mucho mayor ha de ser
el riesgo que corran las criaturas que vienen al mundo en nuestros
distritos rurales.

La asfixia de los recién nacidos, por ejemplo, esa muerte aparente en
que la respiración está detenida, ó se verifica de un modo incompleto
ó irregular, debe ocasionar bastantes víctimas; sobre todo la asfixia
que depende de las enfermedades debilitantes de la madre, ó es la
consecuencia de la debilidad orgánica de los padres, que por cierto son
los casos en que el proceso morboso es más grave.

Otra dolencia que exije científica solicitud, es la hemorrágia
umbilical, accidente que no debe ser raro entre los hijos de los
campesinos, que por lo general heredan de sus progenitores una
organización pobre.

Entre ellos hemos tenido oportunidad de observar, si no con más
frecuencia que en otras clases sociales con la misma al ménos, casos
de supuración y ulceración del ombligo. Lo mismo decimos de la hernia
umbilical; si bien es preciso anotar que esta enfermedad es mucho más
común en la raza de color; casi es general entre los negritos. Sábese
que las criaturas flatosas, á causa del dolor que experimentan durante
los cólicos ventosos de que sufren, lloran con violencia y á menudo; á
esta causa obedecen algunos casos de hernias; pero otros son debidos á
la lentitud con que se desarrollan las paredes abdominales, y tal vez á
esto se deba la predisposición mayor con que las padece la raza negra.

Pero de todas las enfermedades que el niño puede adquirir en los
primeros dias de su nacimiento, el tétanos, _mocesuelo_, es la que
mayor mortalidad ocasiona en la población infantil: puede decirse que
el padecimiento es endémico en Puerto Rico.

Hasta ahora se ha venido atribuyendo su producción á cambios
atmosféricos, á irritaciones nerviosas, etc.; hoy comienza á señalarse
otra causa, parasitaria, que se ha creido encontrar en el suelo de las
cuadras y lugares análogos en donde habita el caballo. No hemos de
discurrir en este momento acerca de la procedencia equina del tétanos
en general, limitándonos á señalar la nueva hipótesis; pues sea de
esto lo que quiera, el hecho es que tanto al influjo de los cambios
atmosféricos, cuanto á la infección del suelo por la vecindad de sitios
frecuentados por caballos, está más expuesto el recién nacido en el
pobre bohío del jíbaro, que el que viene al mundo rodeado de otras
comodidades.

Citaremos la ictericia por ser enfermedad frecuente entre los niños,
y la oftalmia purulenta, de desastrosas consecuencias cuando no se
cuida; afección esta última propia de los hijos de madres linfáticas y
de constitución débil, y que es, por lo tanto, muy común en la familia
rural puertorriqueña.

Las enfermedades de que hemos hablado hasta ahora no son todas las
que puede padecer el niño; por desgracia éste no sólamente tiene
su morbosidad propia, sino que dicha morbosidad es considerable.
El niño es un tipo fisiológico especialísimo, que tiene una salud
muy quebradiza; las estadísticas lo demuestran, enseñándonos que
el obituario de la infancia suma cifras mucho más altas que el de
los adultos. Si esto es cierto en general, ¿cuánto más no lo será
tratándose de personas que por su modo de vivir y por su posición
social están más expuestas que otras á enfermarse?

Hemos visto en la enumeración anterior, la aptitud morbosa del hijo
del campesino en los primeros dias de su vida; continuando este
breve análisis, indicaremos los desórdenes patológicos de que es más
susceptible durante todo el período infantil.

Empezando por las enfermedades de la piel, se ofrece desde luego á
nuestra consideración el grupo de los exantemas agudos y contagiosos,
que son:

_La Escarlatina_, no tan frecuente ni tan grave como en otros climas.
Suele, sin embargo, traer por secuela, en muchos casos, la enfermedad
de Bright; si bien creemos que se deba más á descuidos en el régimen,
que á la malignidad de la afección principal.

_El Sarampión_, tampoco se presenta, de ordinario, en sus formas
graves; pero á consecuencia de las preocupaciones y erróneas creencias
del vulgo, ocasiona bastantes víctimas. Créese en el campo, que el
sarampión no debe tratarse guardando cama el enfermo, y que si el
exantema brota estando al aire el niño, es más peligroso recogerle
que dejarle pasar la enfermedad _á todo viento_; así, como cuando
empieza el catarro que precede al sarampión, si el niño no está muy
abatido no quiere estar en la cama, y por lo general pasa al aire su
enfermedad; de aquí las retropulsiones del exantema, y las pulmonías;
con este sistema coincide una alimentación pésima y el uso de remedios
que descomponen el vientre, los desórdenes intestinales sobrevienen,
el enfermito se demacra, la fiebre persiste y el niño sucumbe de
consunción.

_La Viruela_ suele presentarse en sus formas graves; pero también
mueren más niños víctimas de las preocupaciones paternas, que por la
enfermedad en sí. Tiene el vulgo la creencia, lo mismo en los campos
que en las ciudades, de que los médicos _no saben curar la viruela_.
De aquí el frecuente uso de remedios caseros internos y externos;
algunos, por cierto, de procedencia no muy compatible con la limpieza
que fuera de desear.

Aunque la generalidad crée en el contagio, no es con una fé muy firme;
nadie, v. g., concibe que los vestidos se carguen de los miasmas
productores del exantema y que por este medio se pueda transportar á
distancia el gérmen de la dolencia; por eso las personas que se ponen
en contacto con los enfermos para asistirlos ó visitarlos, luego van á
sus casas y á la de los vecinos, y sin mudarse de ropas toman en brazos
los niños y les trasmiten la enfermedad, poniéndoles en comunicación
con los gérmenes de que son portadoras.

Por esto, y por la prevención con que aún se mira la vacuna, es que
se propaga con tanta intensidad la viruela en nuestros campos. Son
pocos los que creen en la vacunación como medio profiláctico y siempre
encuentran un pretexto para huir de una práctica que sólo aceptan
forzados y á regaña-dientes. Una vez vacunados, ya no se cuidan más de
la revacunación, entendiendo que la inmunidad que se les ha prometido
no tiene límite.

La enfermedad que nos ocupa no sólo diezma á ésta, como á las demás
clases pobres de nuestra sociedad, sino que deja á su paso multitud de
ciegos y lisiados.

El cuadro de las enfermedades nerviosas nos ofrece gran número de
padecimientos, entre los cuales, la fiebre cerebral, las meningitis, el
hidrocefalóides y el hidrocéfalo crónico se observan con frecuencia.

Casos de espina bífida también los hemos encontrado á menudo.

La eclampsia, convulsiones de los niños, llamada _alferecía_, es, á
no dudarlo, un padecimiento muy común; y se explica con sólo recordar
que en su etiología figura con frecuencia la irritabilidad intestinal,
y que esta se produce á causa de una alimentación mal dirigida ó
viciosa, que es casi siempre el caso en que se encuentran los hijos
de gentes pobres y aun de no pocas familias acomodadas. "El hijo del
pobre, dicen, debe acostumbrarse á comer de todo," y siguiendo esta
máxima le echan al estómago de las criaturas sustancias alimenticias
que no puede aquel órgano digerir.

La imbecilidad, el idiotismo y las anomalías congénitas del cerebro dan
también en los campos su contingente á la patología infantil.

De los afectos propios de los órganos de los sentidos, el más frecuente
es el catarro del oido en sus distintos grados.

Los órganos de la respiración se afectan de muy varios modos: el
catarro nasal simple, el catarro bronquial, la neumonia, se observan á
menudo; el asma misma se halla con extraordinaria frecuencia; la tos
ferina, _tos brava_, reviste caractéres de rebeldía muy acentuados, y
el crup no deja de castigar á las pobres familias campesinas.

Las endocarditis y pericarditis, enfermedades del aparato circulatorio,
siendo como es cosa común el reumatismo, ocasionado por la falta de
abrigo conveniente, también encajan en esta enumeración á título de
padecimientos no raros.

Las enfermedades del aparato digestivo son las más numerosas: el
muguet, _sapos_, lo padecen casi todos los niños, principalmente
durante la dentición, que es difícil, en tésis general, á causa de
múltiples circunstancias que se refieren á la pobreza de calidad de
la leche de las madres, á la debilidad orgánica congénita, á la mala
alimentación, etc.

Esta última causa, contribuye á que los padecimientos
gastro-intestinales, agudos y crónicos, sean tan comunes en los niños
de nuestra población rural; la lienteria y la misma tabes, se las
encuentra en casi todas las familias haciendo víctimas.

La perversión del apetito, _el vicio_ como le llaman en el campo, que
consiste en alimentarse de tierra, ceniza, cal, es un estado morboso
que los médicos tienen ocasión de comprobar á cada paso.

Lo propio sucede con los entozoarios, _lombrices_. Este padecimiento es
tan general, que las madres atribuyen á las lombrices casi todos los
desórdenes morbosos que observan en sus hijos.

Los infartos del hígado y del bazo son de una notable frecuencia; lo
propio que las fiebres intermitentes, que no respetan edades. Hemos
tenido ocasión de observar el paludismo hasta en niños recién nacidos.

Las parótidas--_paperas_--son bastante comunes; la angina tonsilar y
sobre todo la hipertrofia de las amigdalas son padecimientos ordinarios.

El raquitismo, las discrasias tuberculosas y escrofulosas, y las
manifestaciones de esta última ya en los ganglios, huesos, ó
articulaciones, son casos que hallamos todos los dias en las criaturas
de la clase de que venimos ocupándonos.

La nefritis es una enfermedad á causa de la cual sucumben bastantes
niños.

Recordando que es frecuente la fimosis congénita, y el hidrocele en los
varoncitos, y el catarro de la mucosa genital, _flores blancas_, en
las niñas, cerramos este compendio de las enfermedades á que está más
expuesto durante la infancia el habitante de nuestros campos.



PATOLOGÍA DE LA MUJER.


Desde la infancia se distingue el tipo femenino del masculino por
caractéres fisiológicos que no escapan á una observación discreta; pero
las diferencias no se limitan á esto. La sexualidad, dentro del terreno
patológico, se manifiesta perfectamente diversa desde ese período de
la vida humana en que el indivíduo sólo tiene señalados los rasgos
particulares que más adelante han de acentuar los sexos.

Estas modalidades patológicas, notorias ya en la infancia, se marcan
más después que la pubertad establece el poder sexual, continuándose
con la actividad funcional de órganos que han de extinguirse en la edad
de la menopausia, no sin dar lugar á perturbaciones en el organismo
femenil.

La aptitud morbosa de la mujer, como la del niño, ofrece, pues,
caractéres de singularidad que nos obligan á dedicarle algunas líneas.

La campesina puertorriqueña, anémica por lo general, está sugeta,
más que otra alguna, á trastornos funcionales de los órganos de la
generación, sobre todo aquellos que dependen de causas predisponentes
generales y constitucionales debilitantes, tales como alimentos de
mala calidad, temperamentos linfático y nervioso, constitución pobre,
etc. De aquí que la amenofánia, (ausencia de la primera evolución
catamenial) y la amenorrea (supresión del flujo ya establecido) no sean
del todo raras.

La dismenorrea nerviosa, vulgarmente _dolor de hijada_, es muy
frecuente.

La menorragia, ó sea la exajeración del flujo menstrual, se observa
también á menudo.

Como todo lo que es capaz de debilitar el organismo es causa de la
clorosis, no es de extrañar que una afección caracterizada por el
aumento de la parte serosa de la sangre y la disminución de los
elementos cruóricos y fibrinosos, sea común entre personas del grupo á
que nos referimos.

Entre las lesiones de la inervación, el histerismo nos merece atención
especial. Causas bastantes abonan la frecuencia con que se observa esta
enfermedad entre las campesinas: las condiciones climatológicas, el
temperamento, el tipo moreno dominante, la debilidad constitucional,
etc. Los médicos tienen ocasión de comprobar á cada paso que la
histeria--_mal de corazón_, _mal de pelea_--es un padecimiento
corriente.

Debemos señalar, á título de enfermedades comunes, las vaginitis,
la procidencia y otras dislocaciones uterinas; no lo son ménos las
metritis en sus distintas manifestaciones, las ulceraciones del cuello,
los tumores y el mismo cáncer.

La leucorrea, _flores blancas_, es un padecimiento vulgar; las mismas
causas debilitantes á que ántes hemos hecho referencia, el uso de
vestidos de poco abrigo y la costumbre de no usar ciertas prendas de
vestido interior, destinadas á cubrir partes del cuerpo que conviene
preservar de la humedad, facilitan la presentación de este padecimiento.

Durante el embarazo la campesina está sugeta á esa multitud de
trastornos que caracterizan la patología de la preñez: vómitos,
hemorragias, varices, albuminúria, neurálgias diversas, eclampsia, etc.

La distocia no es más común entre las campesinas que en otros grupos
femeninos; pero á causa de las razones que expusimos al tratar de
las enfermedades de la infancia, ofrece mayor gravedad. Casi siempre
el médico es llamado después que por la comadre ó curiosa se han
puesto en práctica multitud de absurdos procedimientos, ofreciéndosele
como es consiguiente al práctico dificultades sumas para salvar á la
paciente. Si se trata de hemorragias puerperales, que no son raras,
por desgracia, casi siempre llega tarde; y en los casos de posiciones
viciosas del feto, de ordinario es imposible una oportuna rectificación.

Los cuidados posteriores al alumbramiento son nulos entre las
campesinas; el régimen higiénico no existe; la madre deja el pobre
lecho pocas horas después del parto, y si bien este mal parece
que no las perjudica en el acto, casi todas sufren más tarde las
consecuencias, manifestadas en forma de prolapsus uterino, hemorrágias
secundarias, etc. No son extraños los casos de fiebre puerperal. En no
pocas ocasiones la convalecencia de un alumbramiento no es más que el
principio de una tísis que lleva rápidamente al sepulcro á una madre.

Durante la lactancia, hemos observado á menudo que las mamas eran
asiento de linfitis, de grietas y de tumores.

La galorrea, ó sea la secreción excesiva de la leche, se presenta con
frecuencia.

Por último, los tumores no malignos y el cáncer de las mamas se
encuentran en el cuadro patológico de la mujer de nuestros campos.



ENFERMEDADES EN GENERAL.


Ninguna otra afección como el paludismo merece el primer lugar en este
estudio, por la importancia que tiene en la patología puertorriqueña.
Puede asegurarse que todas las enfermedades que en Puerto Rico se
padecen, principalmente entre los campesinos, se relacionan con el
paludismo: cuando él no las constituye, á lo ménos las complica.

Ya es franca y abiertamente una manifestación febril cotidiana, tercia
ó cuarta, ya una engañosa larvada, ya una perniciosa que reviste las
más caprichosas formas; es un verdadero Proteo de la patología, contra
el que hay necesidad de vivir alerta para descubrirlo en sus más
caprichosos y sorprendentes disfraces.

Siempre fué el paludismo, según todos los médicos que de este asunto
se han ocupado, un padecimiento frecuente en Puerto Rico. Ya Fray
Íñigo, en el capítulo _Enfermedades que más comunmente se padecen
en la Isla_, decía: "Otra especie de calenturas se padecen en esta
Isla y son frecuentes en las vecinas y mucho más en los valles de la
tierra-firme: dánlas el nombre de calenturas de costa, de tercianas y
otras diferentes. Atacan á los criollos, á los europeos y africanos,
especialmente á los que habitan en los valles, tierras húmedas ó
meramente desmontadas. La espesura de exhalaciones pútridas que la
fuerza del sol levanta de las tierras nuevas y lagunas, impregnan el
aire, éste inficciona la masa de la sangre y resultan las calenturas
intermitentes que suelen guardar en las accesiones la crísis de
tercianas ó cuartanas, cuya duración llega á cuatro ó seis años _sin
que hasta ahora hayan encontrado medios de cortarlas_. Los que llegan á
limpiarse de ellas convalecen con mucha dificultad y lentitud, muchos
quedan en una debilidad habitual, el cuerpo extenuado y sin fuerzas.
Los alimentos sin sustancia y el aire poco favorable para recuperar la
salud conducen al paciente de una enfermedad á otra; los que se salvan
de las calenturas vienen á morir de hidropesía."

Admira ver cómo el religioso benedictino aprecia las causas
esencialísimas del modo de ser de nuestra población. Enseñanza grande
nos dá este párrafo por lo que demuestra respecto de las condiciones
físicas del habitante de Puerto Rico á fines del siglo XVIII. En él
vemos que ya entónces era un hecho la extenuación y debilidad habitual
de muchos; extenuación y debilidad que, como era lógico suponer,
siguiendo como han seguido actuando las causas del paludismo en los
campos, han venido á influir considerablemente en la patología actual
de nuestros campesinos.

Nótese bien que todavía en la época de Fray Íñigo, allá por los años
de 1781, no había medio con qué cortar las calenturas intermitentes.
Se curaban porque sí, ó no se curaban, dejando en el primer caso una
debilidad orgánica que ha redundado en perjuicio de la generación
presente, generación sobre la cual, preciso es confesarlo, aun puede el
paludismo actuar grandemente, gracias á la falta de drenajes, etc., y á
la falta de ilustración y escasez de medios, lo cual hace que todavía
el quinino no preste toda la utilidad debida entre las gentes del campo.

El doctor Don Calixto Romero y Togores, en sus notas á este capítulo
de la Historia de Puerto Rico, decía el año de 1866: "Las fiebres
intermitentes siguen siendo uno de los padecimientos más frecuente de
la Isla." Habla luego de las causas, ó sea de la influencia telúrica y
añade: "Por esta razón, los hombres expuestos á su acción, v. gr., los
_labradores_, la padecen con frecuencia," y concluye diciendo: "Al cabo
de cierto tiempo constituyen á los calenturientos en sugetos raquíticos
que sufren infartos del bazo ó de éste y el hígado, que determinan á
su vez una série de padecimientos que abrevian considerablemente la
duración de la vida."

En nuestros dias los médicos que han escrito acerca de este particular,
están de acuerdo en declarar endémicas las fiebres intermitentes en
la Isla; así lo creen todos los profesores de medicina que practican
en la provincia. Hay localidades en las que se extrema la frecuencia
del elemento palustre. El doctor Don Antonio J. Amadeo, de Maunabo, y
el doctor Don José de Jesús Dominguez, de Mayagüez, han escrito en el
sentido expuesto luminosos artículos acerca de este particular. El
doctor Don Ricardo Rey, con el mismo motivo, ha dicho hace poco:[5]
"Basta recorrer la Isla de Norte á Sud y de Este á Oeste, para observar
que uno de los efectos morbosos con que el médico práctico ha de luchar
de contínuo, ha de ser el miasma de los pantanos. El suelo, continúa el
mismo escritor, en que el astro del dia ejerce su poder, no puede ser
más abonado ni reunir mejores condiciones. Por todas partes se observa
una exuberante vejetación. No hay lugar en que el médico lo mismo que
el botánico no admiren la rica flora que presenta la Isla; pero también
admira y causa al mismo tiempo dolor, contemplar inmensos focos de
infección producidos por múltiples pantanos, por ciénegas infinitas,
por aguas sin corriente, que cubiertas de flores y verdor, rodeadas
de impenetrables bosques, ofrecen á sus habitantes un constante y
deletereo elemento que viene dia tras dia, generación tras generación,
ejerciendo su influencia morbífica."

       [5] _Estudios sobre el Paludismo_, artículos publicados en _El
       Eco Médico Farmacéutico_, de Puerto Rico.

Efectivamente, _dia tras dia, generación tras generación_ vienen
actuando sobre el puertorriqueño y de un modo especial sobre
el jíbaro las influencias reunidas del calor, la humedad y las
sustancias orgánicas vegetales, que son los elementos necesarios para
que--verificada la descomposición de las últimas--se desarrollen las
calenturas intermitentes y remitentes que actúan todo el año en los
campos de la Isla, en donde encuentran organismos ya predispuestos á
padecerlas por el hambre y otras causas debilitantes.

No somos nosotros los primeros en decirlo: el escritor que acabamos
de citar, en su estudio ya referido, lo ha dicho ántes que nosotros:
"Existe, vive en esta Isla una población, y no es la ménos numerosa,
vejetando (permítaseme la frase) entre ciénegas y pantanos, sostenida
con alimentos vejetales y bebiendo agua fangosa." Expone luego el
deber en que está la administración de hacer desaparecer esa causa de
paludismo, y de ella "espera que _un pueblo enfermizo y de poca vida_
se convierta en sano y viril."

Ciertamente, el campesino puertorriqueño es enfermizo; por muchos
otros motivos, pero indudablemente á causa del mismo paludismo que,
produciendo la caquéxia palúdica, nos le presenta con semblante
abofado; le produce infiltración del tejido celular subcutáneo, le dá á
la piel color terroso sucio, á su mirada languidez, á las conjuntivas
exangües blancuras, á los miembros laxitud general, cortedad á la
respiración, palpitaciones irregulares al corazón, hinchazones al
hígado y bazo, é hidropesías, en fin, que todas estas lesiones suelen
ser consecuencias de tan poderoso veneno.

       *       *       *       *       *

Tócale á la anémia, en órden de importancia, lugar análogo al del
paludismo. Enfermedad propia de los climas tórridos, amaga á todos
los habitantes de la Isla, agobiando á la mayoría de los campesinos
puertorriqueños. La influencia térmica del medio ambiente basta por sí
sóla para producir la anémia. Aun en los climas templados se observa,
durante el verano, cuando los calores han sido fuertes, que muchas
personas pierden el apetito, se sienten incapaces de desarrollar su
actividad ordinaria, palidecen; en una palabra, están bajo el influjo
de un ligero grado de anémia. ¡Con cuánta más razón no ha de ser
general este padecimiento en una zona cuya temperatura constante es
alta todo el año!

En tésis general podemos decir que el habitante de los trópicos está
sugeto á la anémia por el sólo hecho de la temperatura que soporta;
pero esto tiene sus limitaciones individuales. Hay razas organizadas
para sufrir los calores tropicales sin menoscabo de la salud, y otras
que, aún no estando tan bien dotadas por la naturaleza, proceden de
climas cálidos, han nacido en la zona ó tórrida, se han aclimatado y
viven bien, aunque ligeramente anémicos; porque la anémia dentro de
ciertos límites, mientras la cantidad y la calidad de los glóbulos
sanguíneos no disminuye de un modo considerable, es compatible con
la salud, y hasta se ha considerado como necesario y saludable
acomodamiento del organismo al clima. Claro es que si pasa de estos
límites, constituye un estado morboso.

Para la raza originaria de África, por ejemplo, la acción del clima
puertorriqueño, por lo referente á la temperatura, no es perjudicial;
para los europeos la acción morbosa de la temperatura será tanto más
sensible, cuanto mayor sea la discrepancia del clima en donde nacieron,
con el de este país; y por lo tanto, cuanto de más hacia el Norte
procedan, más en peligro estarán de ser víctimas de la anémia térmica;
sus condiciones funcionales orgánicas están muy distantes de las que
les serían necesarias para resistir el ardiente sol de los trópicos.
Por razones opuestas, los europeos nacidos en las zonas cálidas están
mejor dispuestos para acomodarse á las necesidades del clima, y he aquí
explicado por qué los españoles han prosperado y dejado descendencia
viable en estas regiones, cosa que no han logrado otros pueblos.

En efecto; la península Ibérica está colocada entre las líneas
isotermas de +15° y +20° formando parte de la zona comprendida entre
las líneas isotermas +15° y +25° ó sea la región de los climas
cálidos. Puerto Rico está comprendido en la zona que desde la línea
isotérmica +25° va hasta el Ecuador termal; su temperatura media,
según las observaciones meteorológicas hechas por la Jefatura de Obras
públicas, en San Juan es de 26° en invierno y de 28° en verano; pero
en el interior es indudablemente más baja; por lo cual la divergencia
climatológica no resulta tan extrema como la latitud geográfica. Así
se comprende que los españoles, y sobre todo los de la parte del
medio-dia, hayan podido fundar sociedades permanentes en estas Islas;
están en condiciones de adaptación de que carecen el alemán y el ruso,
nacidos en zonas contenidas entre las líneas isotermas +15° y +5°.

Si el padre ha triunfado de las condiciones térmicas, por las leyes
de la herencia se explica que el hijo vaya ganando en facilidades
para habituarse á las influencias del nuevo clima; y así es: los
descendientes de europeos soportan el clima mejor que sus progenitores,
con sólo ese ligero grado de anémia de que ántes hemos hablado.

Esto no quiere decir que el campesino puertorriqueño de orígen
europeo, no pueda ser víctima de la anémia morbosa, dependiente del
clima tórrido que habita; de la anémia habitual y compatible con el
ejercicio normal de las funciones orgánicas á la morbosa grave, el
paso se efectúa con facilidad; pero hay que tener en cuenta, que la
temperatura en los campos, sobre todo en las alturas, es notablemente
más baja que la arriba citada, y por lo tanto más soportable, por lo
cual nos permitimos asegurar que los casos de anémia tropical pura,
exclusivamente debidos al calor excesivo, son escasos.

En cambio la anémia dependiente de otras causas es común; organismos ya
predispuestos, fácilmente se vuelven anémicos á poco que hayan sufrido
una enfermedad grave, una pérdida de sangre, etc.

Todas las causas, pues, que en otros países son capaces de determinar
la anémia, obran con mayor facilidad en el campesino borincano. En
las mujeres, el alumbramiento es casi siempre motivo de anémia; la
lactancia, con más razón. ¡Cómo no había de ser así cuando á las
naturales pérdidas orgánicas propias de esos actos, hay que añadir la
insuficiencia de la alimentación!

No podemos prescindir de ocuparnos de este particular cada vez que se
nos presenta ocasión de hacerlo. Tenemos, según hemos visto, que el
país, por sí mismo, basta para que el hombre que lo habita se vuelva
algo anémico y aun que sucumba á la anémia. ¿Qué hay que esperar que
suceda cuando la alimentación es insuficiente y á veces de pésima
calidad? Ya ántes hemos mencionado las sustancias que componen la
mesa del jíbaro; pero nos falta añadir que muy frecuentemente algunas
de esas sustancias las consume dañadas; hemos visto en no pocas
ocasiones expender, principalmente las _arenques_, el bacalao y el pan
de tan pésima calidad, que debía haberse prohibido su venta. En este
particular es preciso hacer constar que la avaricia y el poco escrúpulo
de algunos especuladores raya en lo increíble. Hay quien se enriquece
en poco tiempo acaparando el dinero del infeliz labrador á cambio de
los desechos de los almacenes de las poblaciones, alimentos podridos
que se adquieren á bajo precio, para venderlos al jíbaro, en vez de
elementos reparadores de su empobrecido organismo; sustancias que no
sólo no le nutren, sino que pueden enfermarle. Por desgracia la falta
de una organización sanitaria hace posibles estos delitos, verdaderos
agiotajes con la sangre del pobre labrador.

Cierto que el jíbaro es poco escrupuloso y se conforma con que le
cueste barato el alimento, aunque la inanición le consuma; pero esto
no es razón para dejar que se le explote. Bastante hay ya con que de
por sí sea sóbrio; admira verle satisfecho con encontrar bajo un árbol
de mangó mesa puesta mientras dura la cosecha, y consumir el fruto aun
ántes de que madure.

Es de notar que el jíbaro no usa el maiz con la frecuencia que debiera;
prefiere el arroz, aunque no es tan nutritivo; este cereal que á menudo
consume sin otra preparación que la de cocerle con agua y sal, le
produce opilaciones. En ciertos casos, ántes de estar completamente
formado el grano, se sirve de él como alimento; corta las espigas
todavía verdes, tuesta el grano y satisface su hambre á cambio siempre
de la pobreza nutritiva.

Otra de las causas de anémia consiste en la mala calidad del agua. El
campesino en muchas localidades bebe la que tiene más cerca, aunque sea
poco potable. Los estímulos que emplea para activar la digestión, el
uso del alcohol como compensador de su régimen alimenticio, y el abuso
del tabaco mascado, son causas que contribuyen á la enfermedad de que
venimos tratando.

Al paludismo, á las causas debilitantes de una alimentación escasa
y de mala calidad y á las enfermedades producidas por un régimen
higiénico detestable, debemos atribuir principalmente la anémia del
campesino puertorriqueño. Sáquesele de ese régimen y se le verá perder
ese acentuado color pálido, tan frecuente entre los jíbaros. El clima
debilita un poco, pero el daño no lo produce solamente el calor, lo
hacen más acaso las transgresiones indicadas.

       *       *       *       *       *

Aunque no tan generalizadas como la anémia, pueden citarse la clorosis
y la leucenia misma, como padecimientos del campesino.

La escrofulósis es más común; hiere á un considerable número de
indivíduos de este grupo. Y se explica: en los campos los enlaces
entre parientes cercanos no son raros; no es extraño tampoco encontrar
viejos empeñados en trasmitir una vida que se les escapa, y personas
caquécticas vemos á cada paso llenas de numerosa familia; los hijos que
de estos enlaces nacen, están, casi todos, condenados á ser víctimas de
la escrófula. Si á esto añadimos las causas debilitantes de que ántes
hemos hecho mención, no nos sorprenderá que el escrofulismo se haya
enseñoreado de los campos de Borínquen.

Las enfermedades más comunes del aparato digestivo son las dispepsias,
gastritis, gastrálgia; ésta, llamada por el vulgo _pasmo_ y confundida
con el tétanos, no es más que una neurálgia del estómago dependiente de
la anémia, de la clorosis, del abuso del café, de las especies ó de un
simple enfriamiento.

Entre las afecciones de este aparato, las diarreas agudas y crónicas,
gastro-enteritis, disentería aguda y crónica, son las que juegan un
papel más importante en la patología rural; las impresiones repentinas
de la humedad á causa de los inopinados cambios atmosféricos, la mala
calidad de los alimentos, las caquexias, la elevada temperatura de
la estación calurosa, las malas aguas, todo esto dá razón de aquella
importancia.

Las aguas impuras y el uso de las carnes de cerdo que contienen
gérmenes de ténia--equinococos--exponen al campesino á padecer de
lombrices.

La hidropesía ascitis se encuentra á menudo, ya desarrollada bajo la
influencia de obstáculos circulatorios de la vena porta--enfermedades
del hígado--ó de la cava--enfermedades del corazón--ya debida á la
caquéxia palúdica, á la enfermedad de Bright, que es más frecuente
de lo que pudiera creerse, á lesiones peritoneales y á un sencillo
enfriamiento, sobre todo cuando la anémia existe como causa
predisponente.

La dispepsia, la malaria, la disentería, aparte de la acción térmica
del clima, son causas de que el hígado y el bazo sean frecuentemente
asiento de lesiones crónicas--congestiones, infartos é inflamaciones.
Los abscesos del hígado no se observan sino excepcionalmente. La
ictericia catarral es común. En cuanto á la cirrósis hepática, su
patogénia nos dice que la hemos de encontrar á cada paso. Paludismo
crónico, enfermedades del corazón, alcoholismo, abuso de especias, son
otras tantas causas de producción del padecimiento.

La peritonitis no es afección extraña á la patología del campesino.

Al ocuparnos de los venenos morbosos humanos, por lo que se refiere á
las fiebres eruptivas, nos remitimos á lo dicho en la patología de la
infancia.

La fiebre tifoidea reviste caractéres especiales que han dado lugar á
que se niegue por inteligentes médicos su existencia en Puerto Rico,
y que por otros se la llame tifóica para reconocer sus caractéres
físicos sin declarar que sea la verdadera tifoidea; no es este el
sitio de discutir si son ó no legítimas tifoideas todas las pirexias
de larga duración con síntomas atáxicos y adinámicos que en esta isla
se observan; pero no puede negarse que la tifoidea, aunque sea rara,
existe en el país.

La fiebre amarilla castiga también á los campesinos; pero más á
los blancos que á los negros, los cuales tampoco están exentos de
padecerla. Cuando reina una epidemia de tifus amarillo en alguna
población de la costa, son invadidos los campesinos que residen en
la localidad epidemiada ó vienen á ella; á veces, aún en los mismos
pueblos del interior se desarrollan epidemias mortíferas de _vomito
negro_.

Otras pirexias se encuentran en la patología puertorriqueña, tales como
las fiebres gástricas, biliosas, remitentes biliosas, etc.

Debemos citar la erisipela como exantema febril que complica á veces
los traumatismos y úlceras, ó se presenta espontáneamente; pero es
bueno advertir que por el vulgo se comprende bajo la misma denominación
la linfagitis--inflamación de los vasos ganglios linfáticos de suma
frecuencia y que se presenta á causa de simples picaduras, de la
presencia de _niguas_ ó de ligeras heridas.

Los venenos de orígen animal están representados por la rabia, que es
una enfermedad rara; por el muermo, que lo es ménos, pues facilita el
contagio el poco cuidado y ninguna medida de aislamiento que se toman
con los caballos muermosos; la pústula maligna, _picada de la mosca_,
suele propagarse por las mismas causas, es decir, por el descuido en
que se tienen los animales enfermos, la despreocupación en utilizar los
cueros de reses muertas de la epizootia, y los malos enterramientos de
los animales que sucumben á causa de enfermedades carbuncosas.

Á otras infecciones ménos importantes están expuestos los campesinos;
tales son las picaduras de insectos, principalmente del alacrán,
escolopendra (cienpiés), arañas, que no suelen por lo general tener
consecuencias funestas.

Á título de enfermedad muy general en los campos tócanos hablar del
reumatismo; este padecimiento que tiene preferencias por los organismos
pobres y por las personas sujetas á privaciones, necesario es que
lo encontremos además entre una clase que, por las necesidades de
su trabajo, se expone á menudo á las influencias atmosféricas más
variadas, y que, sin embargo, se viste muy pobremente, lo necesario
para no herir el pudor--y se aloja en casas pésimamente construidas,
incapaces de resguardar á los que las habitan de las inclemencias del
tiempo.

La nefritis catarral, la enfermedad de Bright, la uremia y la litiasis,
proporcionan casos de observación al médico. Como queda indicado, el
mal de Bright es más frecuente de lo que parece. Obedece á la caquéxia
palúdica, al alcoholismo, á enfriamientos y á otras causas que actúan
sobre los campesinos.

No faltan lesiones de la próstata de orígen venereo, dependientes
del hábito de montar á caballo, etc. La cistitis es también afección
corriente.

Pericarditis, endocarditis, lesiones valvulares, palpitaciones
nerviosas, angina de pecho y aneurismas, representan la patología del
aparato circulatorio.

Los órganos de la respiración, que se afectan por muy distintas causas,
también son asiento de enfermedades entre las cuales el sencillo
coriza, la laringitis, bronquitis, asma, pulmonías y pleuresías dan su
contigente á la enfermería rural.

La tuberculosis, enfermedad tan común de los organismos debilitados, se
hace cada dia más general entre nuestros campesinos.

El aparato de la inervación nos ofrece los meningitis, las
inflamaciones del encéfalo, la anémia cerebral, el hidrocéfalo, las
lesiones medulares, diversas neuroses-epilepsia-corea y las parálisis.

Pero entre las neurosis son las más frecuentes la jaqueca, las
neurálgias y sobre todos el tétanos. Esta dolencia es sin género
de duda bastante frecuente; suele aparecer á causa de un simple
enfriamiento ó después de haber sufrido un traumatismo; en ocasiones
basta el pinchazo de un alfiler, una ligera rozadura, la extirpación
de una nigua. Pretenden los jíbaros precaverse del tétanos usando el
tabaco mascado.

Las enfermedades de la piel más comunes son el acné, las eczemas
y herpes. La elefantiasis de los griegos es aquí rara; pero la
elefantiasis de los árabes está muy extendida entre las clases
pobres. Favorecen el desarrollo de esta enfermedad las condiciones
climatológicas y la influencia de la humedad del suelo--la inmensa
mayoría de los campesinos andan descalzos.--Generalmente el punto
de partida del padecimiento es una leuco-flegmasia que aumenta á
cada ataque de linfitis, hasta que se manifiesta en toda su horrible
deformidad la elefantiasis.

Al alcoholismo y á la locura paga su tributo también el campesino.
Resultado de un vicio, el primero, va generalizándose entre hombres
y mujeres lo bastante para hacernos temer por la degeneración de la
especie, trasmitiéndose, como se trasmite, el envenenamiento alcohólico
de padres á hijos. La afición á los alcoholes es general entre las
clases proletarias de todas partes, como que obedece á las exigencias
del organismo que pide combustible para entretener la vida, cuando
los alimentos no se toman en la cantidad necesaria, ni son de calidad
nutritiva suficiente. Por lo mismo, pues, que se conoce su causa es más
sensible su generalización.

En cuanto á la locura, no son extraños á su manifestación los comunes
enlaces entre parientes cercanos; tampoco faltan las monstruosidades
para completar esta parte del cuadro patológico que venimos bosquejando.

Llama particularmente la atención de los cirujanos que ejercen en
Puerto Rico, la facilidad con que se cicatrizan las heridas de todas
clases. Casi ningún campesino ocurre al médico cuando sufre una
herida, y aun tratándola del modo peor posible se cicatriza aquella
rápidamente. Más frecuentes son las hemorragias tenaces de pequeños
vasos que no deberían dar un chorro tan abundante, á tener el herido
una sangre más rica en elementos plásticos. Las operaciones se
practican con un éxito asombroso en este país, sin que la fiebre ni
el delirio traumáticos intensos, ni las supuraciones, ni la absorción
purulenta, las compliquen casi nunca.

Entre las enfermedades quirúrgicas, suelen encontrarse con frecuencia
casos de úlceras de las piernas, rebeldes á todo tratamiento.

Entre los tumores que más comunmente padecen nuestros campesinos
citaremos los fibromas, lipmass, el sarcoma á veces, frecuentemente los
quistes, adenomas y cáncer.

He aquí trazada á vuela pluma la patología del campesino
puertorriqueño; las enfermedades á que están sujetos esos infelices
que viven diseminados por los campos de la isla, en la ignorancia,
sin que puedan contar, cuando se enferman, con otra cosa que con la
visita del médico, visita que resulta estéril á veces, porque si el
pobre campesino consigue los medicamentos prescritos nunca es con la
debida oportunidad, y se dan casos de no conseguirlos. En ocasiones
hasta el médico les falta, porque, aún queriendo cumplir los dignos
profesores titulares que casi todas las poblaciones tienen, no pueden
hacerlo; carecen del tiempo material para acudir á barrios extremos, á
donde se tarda dos ó tres horas en llegar, corriendo pésimos caminos
y atravesando peligrosos rios. No es de extrañar que entre una
clase sometida á estas circunstancias prosperen tanto los curiosos,
curanderos y yerbateros de toda clase.



BREVES CONSIDERACIONES ACERCA DE LA PATOLOGÍA COMPARADA DEL CAMPESINO.


Desde luego se advierte en la reseña que acabamos de hacer, que un
considerable número de las enfermedades en ella citadas no excluye
á ninguna clase social, mientras que otras, ménos numerosas, se
encuentran más frecuentemente en indivíduos del grupo humano que
estudiamos. Algunas hemos visto que son enfermedades propias de éste
y de análogos climas, y otras que son comunes á diversas regiones
geográficas. Por último, esas dolencias no afectan de igual modo á
indivíduos de diversas razas.

Este asunto, como se vé, es interesantísimo: la consideración de
la patología humana desde el punto de vista del clima y en cuanto
se relaciona con las razas, dá lugar á deducciones de importancia
suma; como que el porvenir de toda colonia depende tanto de las
circunstancias climatológicas, como de las aptitudes de la raza
fundadora para resistir á las morbosas influencias del nuevo suelo.
Para Puerto Rico mismo, colonia ya estable, y aún para los campesinos,
circunscribiéndonos á nuestro problema, no deja de tener interés la
materia de que vamos á ocuparnos.

El paludismo, que hemos dicho se ceba en la población rural, si
bien no perdona al negro ni al mestizo, hace mayores estragos entre
los blancos; no solamente las formas simples de las intermitentes
palúdicas, sino también las perniciosas, formas gravísimas del
envenenamiento palustre, son más comunes entre estos que entre
aquellos. Por rareza se encuentran negros, de raza pura, caquéticos á
consecuencia de la malaria. Ya en los mestizos se observan más casos
de caquéxia, aunque nunca tantos como entre los jíbaros de orígen
caucásico. Y no es que el organismo del hombre de color no resista
tanto como el del blanco y sucumba con los grados de intoxicación
malárica que éste soporta; nosotros, al ménos, creemos lo contrario: el
negro resiste más al envenenamiento, por condiciones orgánicas que le
dan esta ventaja; condiciones orgánicas acaso no muy precisadas, pero
que probablemente consistirán en una fuerza eliminadora grande que se
opone á que su organismo llegue á la dósis de infección necesaria, ó en
que los gérmenes del paludismo encuentren un terreno pobre, ya que no
estéril por completo, para desarrollarse tan á sus anchas.

Por lo que respecta al paludismo, puede asegurarse que la raza blanca
tiene mejores disposiciones que la raza negra para contraerlo, y está
en condiciones más desfavorables para exponerse á sus influencias.

Otro tanto puede decirse de la anémia tropical.

La anémia dependiente por modo exclusivo del clima afecta al blanco y
deja indemne al negro; excepcionalmente padecerá un negro de anémia
debida sólo á la temperatura de la zona tórrida. Habrá sin duda casos
de anémia en esta raza, como los hay entre los habitantes de los climas
templados, pero desde luego serán la excepción; y de ordinario la
anémia, en los sujetos de color, será debida, la generalidad de las
veces, á hemorrágias, fiebres ú otras causas.

El hombre blanco, sometido á la acción del calor constante, se vuelve
anémico sin que otra causa tenga que influir para ello; obedece esto á
condiciones orgánicas por virtud de las cuales no le es dado resistir
impunemente á las influencias climatológicas de estas latitudes. Su
gasto orgánico es más considerable que el del negro, no puede bastarle
la escasa alimentación con que éste se satisface, y como la pérdida
del apetito y la debilidad digestiva no le permiten nutrirse como
es debido, resulta que, además del calor, causa primera de tales
trastornos, contribuyen estas concausas á desarrollar la anémia en un
plazo breve.

Por opuestas razones está el oscuro africano ménos expuesto á este
padecimiento. Dijimos, al ocuparnos de la anatomía, que la piel del
negro es más espesa y que se advierte en ella una turgencia que la
hace fresca al tacto; explicamos entónces, dentro de lo posible, estos
rasgos diferenciales de razas, á los cuales se unen otros sobre los que
vamos á insistir un poco.

Si observamos dos trabajadores, uno blanco y otro negro, sometidos á
igual faena en condiciones análogas, notaremos muy pronto que el último
empieza á sudar ántes y suda de una manera más copiosa que el primero;
de este hecho podemos deducir, sin violencia, que el negro posee un
aparato glandular sudorífero más desarrollado y por consiguiente de una
actividad funcional superior, como en efecto parece que ocurre.

Las condiciones de la secreción sudoral también son distintas en uno y
en otro. Mientras el sudor del blanco apénas hiere el olfato, el del
negro tiene un olor penetrante; diferencia debida á la mayor riqueza
en ácidos graso valérico, fórmico, butírico y otros que, dando lugar
á combinaciones complejas de estos elementos con sales sódicas y de
potasa, y aún con otros productos de eliminación cutánea, le comunican
ese carácter distintivo que falta de ordinario en el sudor del blanco,
en cuya secreción sudoral sólo se advierten trazas de algunos de esos
principios.

Pero esa misma riqueza en los ya dichos ácidos, de naturaleza volátil,
es un arma defensiva contra el calor. Pocas personas habrán dejado de
experimentar la refrigeración que se produce en la piel, cuando se
vierte sobre ella una sustancia que se volatiliza rápidamente; pues
bien, el sudor del negro, evaporándose con mucha celeridad, á causa
de la composición química indicada, ejerce una acción refrigerante
bienhechora, que es más tardía y mucho ménos intensa en la piel del
blanco.

Ahora bien; sabemos que si por el pulmón se elimina calor, por la
piel esta eliminación es casi nueve veces mayor. La transpiraría
cutánea, que con la respiración pulmonar y la digestiva constituyen
los principales reguladores del calor de la máquina animal, según
Lavoisier, son "tres factores que no pueden olvidarse, dice Lacasagne,
cuando deseamos apreciar la influencia de la temperatura exterior en
los diversos climas."

Si recordamos con Gavarret que "en igualdad de circunstancias, la
resistencia del hombre al calentamiento en los diversos medios de
temperatura elevada que le rodean se halla en razón directa de la
cantidad de vapor acuoso que en el mismo tiempo puede formarse en la
superficie de la piel y mucosa respiratoria," comprenderemos fácilmente
la mayor resistencia del negro, que suda más y evapora más rápidamente
su sudor, para las temperaturas elevadas.

Á esta actividad funcional de la superficie cutánea, además de otras
circunstancias en cuyos detalles no entraremos por no hacer prolijo
este apartado, débese principalmente que el negro resista, sin
anemiarse, altas temperaturas, que conserve sus fuerzas y su salud,
allí donde el blanco se anémia y pierde fuerzas y salud. Á beneficio
de tales disposiciones orgánicas su actividad nutritiva se mantiene
en límites que están en consonancia con el clima tórrido, y á ellas
debe el mantener un equilibrio conveniente, al habitante de la zona
tórrida, entre la producción y la eliminación del calor.

La escrofulósis, que obedece á causas debilitantes, claro está que
ha de ser frecuente en organismos débiles. La pobreza constitucional
del jíbaro blanco, castigado por el paludismo y por la anémia, le
predisponen al escrofulismo. Por razones fáciles de apreciar y que
deben buscarse en las circunstancias á que en no pocos casos deben la
existencia gran número de mestizos, se encuentran entre éstos muchos
escrofulosos.

Las enfermedades del aparato digestivo, sin que dejen de padecerse por
la raza de color, nos han parecido más rebeldes en la raza blanca.

La tuberculosis se halla muy generalizada tanto entre los blancos y los
mestizos como entre los negros; pero en los primeros, que tienen mayor
capacidad respiratoria que los últimos, un torax más desarrollado, se
nota mayor resistencia á los progresos de la enfermedad; en general
todas las enfermedades del aparato respiratorio son de marcha insidiosa
y grave en el hombre de color.

Lo mismo debe decirse acerca de las enfermedades febriles: la tifoidea,
las biliosas, ofrecen mayor gravedad en el negro porque su resistencia
individual es menor, desfallece ántes que el blanco. En la misma fiebre
amarilla, que sólo por excepción padece el negro, reacciona torpemente,
y con dificultad.

En cuanto al tétanos, créese por la generalidad de los observadores que
hace mayor estrago en los niños recién nacidos de la raza de color que
entre los de la raza blanca. El tétanos, dicho espontáneo, _a frigore_,
si aceptamos como causa inmediata del padecimiento una impresión brusca
de aire frio en un cuerpo sudado, compréndese que sea más común en el
negro.

Aunque la elefantasis de los árabes no es padecimiento exclusivo de
la raza negra, sin duda alguna es más frecuente entre los indivíduos
pertenecientes á ella.

De lo poquísimo que en materia tan vasta hemos podido decir, algunas
deducciones pueden hacerse. Aparte de las ya hechas en el estudio del
paludismo y la anémia, podemos sacar otras consecuencias relativas al
trabajo del jíbaro, de lo cual nos ocuparemos en su oportunidad.

Para reconocer la importancia de este estudio sobran razones; pero
veamos cómo aún en un terreno tan limitado como lo es el de la Isla de
Puerto Rico, el instinto humano se acomoda á la ley de la patología y
del clima.

El jíbaro blanco apénas viene, á ménos que esté muy necesitado, á las
poblaciones de las costas á buscar trabajo; en cambio el negro abandona
el interior y se aglomera en las poblaciones de las costas. ¿Obedece
esto á un capricho? No ciertamente; es que en la costa la fiebre
amarilla aflige al jíbaro blanco y respeta al negro; y es, además,
que el negro es muy sensible al frio y huye del fresco del interior,
mientras que el blanco le teme al calor del litoral.

Ya dijimos que en las regiones del Norte de los Estados Unidos de
América no prospera el negro. En Europa se ha observado lo mismo; dice
el Dr. Baudin que en 1817 fué de guarnición á Gibraltar un batallón de
negros, el cual, durante los 22 meses que estuvo allí, perdió un 6.20%
de su contingente, mientras los soldados blancos sólo perdieron un
2.14%. Cuando las enfermedades del aparato respiratorio figuran en las
estadísticas de morbosidad de los batallones de blancos como 0.53%, en
los negros llegaron á un 4.30%. Este hecho es de gran valor, porque se
refiere á un clima como el de Gibraltar, suave, puede servirnos sin que
resulte inaplicable á Puerto Rico para darnos la explicación del aflujo
de negros á la costa. En cuanto la libertad les permitió establecerse
á su gusto abandonaron las alturas, huyendo instintivamente de las
temperaturas frescas de la isla, en donde los blancos se sienten mejor,
y buscaron el calor que es necesario al organismo del hombre de color.

En este mismo órden de ideas mucho podría decirse, pero no es la
ocasión de tratar tan ámplia materia; procuraremos, no obstante, al
ocuparnos de la manera de remediar las malas condiciones físicas del
campesino, y dentro de los límites en que nos ha sido dado abarcar este
tema, hacer aplicaciones al estudio local que venimos haciendo.



CAUSAS QUE DETERMINAN LAS CONDICIONES FÍSICAS DEL CAMPESINO.


Á tres orígenes podemos referir las causas á que obedece el modo de
ser físico del campesino puertorriqueño. Son ellos la herencia, las
circunstancias climatológicas y las condiciones higiénicas en que ha
vivido y vive todavía el jíbaro.

Por lo que hace relación á la herencia, impórtanos recordar algunas
de las circunstancias en que se realizó el descubrimiento de América,
empresa, juzgada fabulosa, y para la cual necesitó emplear el audaz
marino que la llevó á término feliz toda su constancia. Sin su
perseverancia habría desistido ante los desaires con que por todas
partes le recibían; aún en la misma España, destinada á dar vida nueva
á un mundo, á no ser por la influencia de amigos entusiastas, habrían
despedido definitivamente á Cristóbal Colón, como lo habían hecho ya de
otras cortes.

Pero el "loco" se obstinaba en revelar un mundo desconocido; y
mendigando, iba ofreciendo de puerta en puerta la ignota tierra
americana llena de maravillas. Á pesar de la Asamblea de Salamanca,
Colón debía triunfar; los destinos providenciales indefectiblemente
se cumplen en la hora precisa y se ejecutan por el destinado á
realizarlos. Los Reyes Católicos, que acababan de engrandecer á España
con la conquista de Granada, concluyeron por aceptar los planes del
ilustre genovés y se aventuraron á ayudarle en la gigante obra. El
hallarse á la sazón la corte en Granada, estar la villa de Palos
obligada á facilitar á Sus Altezas dos carabelas por seis meses para
lo que se les mandase, y el ser "buenos y cursados hombres de mar" los
habitantes del célebre puerto citado, fueron circunstancias favorables
para la realización del gran acontecimiento.

Las condiciones excepcionales de los españoles para todo género de
aventuras guerreras, estaban ya probadas en aquella época de la
historia en que España ocupaba un lugar distinguido como nación;
roto el último eslabón de la cadena árabe, la independencia, con ser
suceso gloriosísimo, no era sino el comienzo de próximas grandezas que
había de alcanzar en reinados posteriores. Pero aparte de esto, por
circunstancias geográficas del suelo español, eran sus hijos los que
estaban mejor dispuestos para soportar la acción del clima tórrido
á que debía arribar Colón; y de España, precisamente Andalucía, la
región más meridional, de donde convenía que el descubridor sacase los
primeros compañeros de fatiga en aquellos gloriosos dias. Seguramente
si los primeros europeos que pisaron el suelo americano no hubiesen
tenido la ductilidad orgánica que convenía para vivir en las nuevas
tierras descubiertas, se habría retardado la conquista de América.

Andaluces eran en su mayor parte los compañeros de Colón, y cuando
más tarde se verificó por Ponce de León la conquista de Puerto Rico,
la corriente de inmigración andaluza fué la más nutrida de las que
llegaban á la Isla. Por las condiciones de esta, relativamente
pobres, y á causa de las riquezas que las otras regiones americanas
brindaban, podemos suponer que en Puerto Rico sólo permanecían aquellos
inmigrantes obligados por los cargos oficiales que desempeñaban, y los
que estaban dotados de un carácter sosegado y preferían á las aventuras
guerreras del Continente, la vida en esta isla, fácilmente dominada,
en donde la raza indígena había casi desaparecido y mermaba á ojos
vistas, y en donde, por consiguiente, salvo las rivalidades entre los
dominadores, se gozaba de tranquilidad.

Ahora bien; tales condiciones de carácter suelen, por lo común, ir
unidas á un convencimiento íntimo de gran superioridad, ó, por el
contrario, á cierta debilidad orgánica. En una época de guerreros
como aquella, en la que además existía el incentivo de riquezas nunca
soñadas, para los exploradores atrevidos, no hemos de suponer que la
gente cuyo temperamento fuese inclinado á la lucha, se quedase en
Puerto Rico, haciendo una vida poltrona; las personas, sinó débiles,
por lo ménos no tan bien dotadas por la naturaleza como las otras, que
encontraban aquí ciertas facilidades en la lucha por la existencia,
eran las que aquí permanecían voluntariamente; y que estas facilidades
se hallaban, lo confirma D. Alejandro O'Reylly cuando informa acerca de
la gente que pobló á Puerto Rico: "Soldados sobradamente acostumbrados
á las armas para reducirse al trabajo del campo, Polizones, Grumetes
y Marineros desertores, gente por sí muy desidiosa, inaplicada,
perezosa"--(y por lo tanto cuya organización física no sería de las más
vigorosas, porque el vigor físico y la pereza son incompatibles), "que
se mantenía de leche, verduras, frutos y alguna carne conseguidos con
muy poco esfuerzo."

Pero aún descartando estas razones, tendríamos bastante para sospechar
el influjo de la herencia en la debilidad actual del campesino, con
la sola consideración del orígen andaluz de sus progenitores; porque
es innegable que los climas cálidos no producen organizaciones tan
robustas como los climas templados; y el clima de la Bética, de cuyas
excelencias se ocuparon los escritores griegos y romanos, al fin tiene
prolongados estíos durante los cuales reina excesivo calor que debilita
el organismo. Así, pues, la herencia juega un papel atendible en los
caractéres físicos del jíbaro.

Examinemos otro más principal, cual es la influencia climatológica del
país.

No se ha hecho todavía un estudio científico, completo, del clima de
Puerto Rico. El ilustrado anotador de la Historia de Puerto Rico, D.
José J. de Acosta, lamenta, como nosotros, esa falta, pero es justo
reconocer que algo ha empezado á hacerse con objeto de subsanarla.
La Jefatura de Obras Públicas verifica hace años observaciones
meteorológicas, interesantísimas por muchos conceptos, que han de
servir de base al estudio deseado. Dichas observaciones sólo se hacen
en San Juan, por lo cual entendemos que la temperatura media que en
ellas se consigna no debe tomarse como la media de la Isla, pues
sabemos cuánto hace variar la temperatura de un paraje su altura sobre
el nivel del mar y otras causas que originan los climas parciales
dentro de un mismo país, siquiera sea tan pequeño como Puerto Rico;
pero así y todo recurriremos á esta fuente, por ser la única que nos
merece fé.

La isla de Puerto Rico forma parte del archipiélago de las Antillas.
Situada en la zona tórrida, se extiende unos 170 kilómetros de E. á
O. y 65 de N. á S. teniendo próximamente una superficie de 10,000
kilómetros cuadrados. Bañadas sus costas por el Mar de las Antillas,
hállase entre los 17° 54' y los 18° 30' 40" de latitud N. y su latitud
O., según el Mediterráneo de Cádiz, entre los 59° 20' 26" y los 60° 58'
52".

La altura de sus tierras y montañas sobre el nivel del mar, varía
según los accidentes topográficos; así no hay para qué decir que
existen en este particular notables diferencias entre las poblaciones
de la costa de la Isla y las situadas en el interior; por ejemplo,
Cayey á 600 metros de altura sobre el nivel del mar, Aibonito y
Adjuntas á 800 metros y aún podríamos citar el _Yunque_ de la sierra
de Luquillo á 1,520 metros, la altura de Peñuelas á 908 metros, el
Torito de Cayey á 907 metros y otras; pero con las mencionadas bastan á
nuestro objeto.

El terreno de la isla también varía. Según la opinión de D. José
R. Abad, expuesta en su notable trabajo "Puerto Rico en la Feria
Exposición de Ponce," las cordilleras Central y de la Sierra de
Luquillo "han constituido, en sus orígenes, una masa más compacta y
unida y sus mesetas han sido rotas y disgregadas por las primeras
convulsiones volcánicas de orígen submarino."

Encuentra el Sr. Abad "en las vertientes de las altas montañas, mezclas
de rocas de granito, mica, feldespato y antracita con las formaciones
plutónicas de los terrenos terciarios; en diferentes direcciones
de las vertientes de la Cordillera Central grandes conglomerados
calizos. En las explanadas estepárias que unen en el interior algunas
montañas entre sí y se extienden por el litoral hasta algunas millas
del mar, materias terreas saturadas de sales minerales en fusión,
particularmente de peróxido de hierro; aparte de esto existen
territorios de formación moderna; terrenos de aluvión, formados por
los acarreos é inundaciones de los rios, y bancos de arena, terrenos
ganados al mar (manglares) y pantanos de agua dulce."

Los vientos reinantes en la isla son distintos según los meses del año
en que se observen; el N. y el N. E., frios é impregnados de humedad,
dominan durante la estación fresca que suele ser de Noviembre á
Febrero, en el resto del año reinan las brisas frescas ó los vientos
del Sur, calientes, sobre todo de Julio á Octubre.

Supónese que cada litro de agua produce unos 1,700 litros de vapor. Por
este hecho deduciremos cuán cargada de humedad estará por lo común la
atmósfera de la isla de Puerto Rico teniendo tan cerca esa gran masa de
agua de mar que la rodea, y siendo además el país tan rico en aguas;
existen considerable número de rios y siete lagunas, aparte de otros
depósitos de agua ménos importantes, que son otros tantos focos de
evaporación; así se explica que la media humedad relativa, representada
por 100 la saturación, llegue en la capital de la isla á 77. Á esto hay
que añadir las lluvias, abundantes en la costa Norte principalmente.

La temperatura media de la capital, calculada en un período de seis
años, es de +26° 29' y la correspondiente á los años 1886 y 1887 de
+25° 75' y +25° 44' respectivamente, con una presión media barométrica
de 762.00 para el año 86 y de 752.50 para el 87.

Fundándonos en estos apuntes, podemos clasificar el clima de Puerto
Rico de caliente y húmedo y perteneciente á los climas tórridos que son
los comprendidos hasta la línea isoterma +25° á partir del ecuador,
como hemos dicho.

Pero teniendo en cuenta que por cada 200 metros de elevación disminuye
un grado la temperatura, y que se admite que en las ascensiones á las
altas montañas, una subida de 100 metros equivale á un cambio de lugar
de 1 ó 2 grados hacia los polos[6] convendremos en que en el interior
de la isla deben existir climas parciales cuya medida anual acaso no
llegue á +25° y por consiguiente puedan clasificarse entre los climas
cálidos.

       [6] Lacasagne.--Resumen de Higiene privada y social.

Sostiene el ya citado Sr. Abad que en las alturas de la Cordillera
Central el termómetro suele bajar hasta +2° centígrados, y á nosotros
nos han asegurado personas que nos merecen entera fé, haber visto la
columna termométrica bajar á +12° en Cayey y á +8° en Aibonito. Aunque
estos datos, que confirman lo que dijimos en el párrafo anterior, no se
les estima de rigurosa exactitud, merecen citarse pues son temperaturas
posibles á la sombra; no obstante conviene tener presente que durante
el dia, que son las horas hábiles para el trabajo del campesino, nunca
baja tanto el termómetro, manteniéndose, con frecuencia, más bien á
alturas de +30 grados al sol aún en Diciembre.

Por fortuna tenemos un auxiliar poderosísimo para moderar la
temperatura, en la superficie líquida que rodea la Isla. "La
temperatura de una comarca, dice Rochard, es tanto más uniforme cuanto
más se deja sentir la influencia del mar. En pleno mar, no se conocen
los grandes frios ni los calores fuertes." Puerto Rico se encuentra en
este caso; y así vemos cuan insignificantes diferencias se observan en
sus estaciones; de modo que, si la latitud isotérmica por una parte
hace ménos rudos los efectos de la latitud geográfica, por otro lado el
mar modifica favorablemente las condiciones de esta última.

Bajo el influjo favorable de semejantes circunstancias, fácilmente
comprenderemos que la raza blanca procedente de las regiones cálidas de
Europa (Estados del Sur) pueda subsistir por sus solas fuerzas, como en
efecto lo ha demostrado la experiencia que subsiste.

Un país cuya densidad de población es de 82.6 por kilómetro cuadrado
no parece que debe reunir condiciones muy desfavorables para la vida.
Puerto Rico ha aumentado su población en el espacio de 36 años en un
76-1/2 por ciento, y esto en un período comprendido desde 1846 hasta
1883 en que ya habían cesado las fuertes inmigraciones procedentes de
la América del Sud y de algunas Antillas, y en que la misma europea ha
ido disminuyendo de una manera considerabilísima. Podemos, por estos
elocuentes datos, deducir que Puerto Rico reune buenas condiciones para
la vida.

Para la población negra la cosa no tiene duda; para la población blanca
y mestiza, que lejos de disminuir ha aumentado también, es evidente.
Mas tan bellos resultados no son absolutos. Si hemos visto que en
Andalucía, clima más benigno que el de Puerto Rico, el hombre se
debilita, no hay para qué decir que en este último país ocurre lo mismo
de una manera algo más acentuada.

Así lo confirman las razones expuestas con motivo de la anémia térmica,
la cual ha tenido que sufrir el blanco originario y sus descendientes;
si bien estos hayan debido nacer, orgánicamente constituidos, en
mejores condiciones para soportarla que sus padres.

Y vamos á tratar de la falta de higiene, tercera causa y la más
esencial de todas á nuestro juicio.

Siempre se ha atribuido al terreno una gran influencia patogénica, y
así es en efecto: el suelo, las sustancias vegetales, la humedad y el
calor son, según M. Colin, los cuatro elementos necesarios para la
producción de la malaria. Pettenkofer ha llamado la atención sobre la
influencia que en la generación de la cólera y de la fiebre tifoidea
ejerce el terreno.

Suelo muy fértil, de comarcas cálidas, que permanezca infecundo para
la agricultura ó no tenga toda la vegetación que puede alimentar,
seguramente es foco de paludismo. Pantanos de cualquiera clase en los
que no se renueve el agua y queden bajo la acción del sol detritus
vegetales, sin duda alguna serán focos del miasma palustre. Ya dijimos
oportunamente cuál es la enfermedad que más castiga al campesino--las
fiebres intermitentes palúdicas--y esto precisamente no es debido más
que á una transgresión de la higiene, que consiste en que no se han
verificado jamás trabajos de desecación y de drenaje.

El jíbaro edifica en cualquier terreno su casa y vive respirando dia y
noche el veneno que le vuelve caquéctico.

Incidentalmente hemos hablado de la alimentación del campesino y de
su insuficiencia en calidad y en cantidad; también mencionamos lo mal
que viste; fáltanle á su vestido habitual prendas como el calzado
que le preserve de la humedad del suelo; y si durante el verano y
para trabajar bajo el ardiente sol en los campos necesita usar ropas
ligeras, cuando no se encuentra sometido á este trabajo y el tiempo se
torna frio ó lluvioso, debería usarla de más abrigo y no lo hace así.
Si un chaparrón le cae encima y le empapa los vestidos probablemente
los dejará secarse encima de su cuerpo.

En la estación lluviosa y en las comarcas en donde se cultiva café,
hemos visto á mujeres, niños y hombres que después de haber permanecido
bajo las sombras en el cafetal, húmedo y frio, recogiendo el preciado
grano, mientras la lluvia menuda de los dias de Norte azotaba sus
mojados cuerpos mal alimentados, sin bastante abrigo, pálidos, con los
piés macerados por el agua, retornaban del trabajo con más aspecto de
enfermos que de trabajadores; y no obstante, en tan pésimas condiciones
habíanse procurado con su trabajo el pan que debían comer al dia
siguiente.

El tabaco mascado (para no pasmarse), y el trago de ron (para
calentarse), son los únicos medios que utiliza el campesino para
combatir esas influencias. Medios que desde luego se convierten en daño
de su organismos debilitado.

El agua que consume el campesino tampoco es siempre de buena calidad;
constituyendo por sus pésimas condiciones, el vehículo de gérmenes
de enfermedades; por último, como la generalidad de las madres por
desgracia están anémicas, no se encuentran en las condiciones debidas
para servir debidamente de nodrizas á sus hijos.

Para terminar, diremos que los instintos sexuales despiertan muy
prematuramente en los campesinos y que las funciones de la generación
las ejercen abusivamente contribuyendo ambas cosas á aumentar su
pobreza orgánica.

Ante el cúmulo de faltas contra las prescripciones de la higiene que
hemos enumerado rápidamente, sobran comentarios. Es patente la tercer
causa determinante del estado físico actual del jíbaro.



MEDIOS PARA MEJORAR LAS CONDICIONES FÍSICAS DEL CAMPESINO.


De las consideraciones que hasta aquí llevamos hechas, concluimos: que
el campesino puertorriqueño, de orígen africano, sin perjuicio de las
pequeñas modificaciones que haya podido determinarle el nuevo clima,
conserva, físicamente considerado, los caractéres esenciales de raza y
subsiste bien, principalmente en las regiones más cálidas de la Isla.

El mestizo no vive mal tampoco en Puerto Rico. Por virtud de su
herencia africana soporta bien el clima tropical, goza de cierta
inmunidad contra algunas enfermedades --fiebre amarilla, etc.--y
por lo que en su sangre tiene de la europea ostenta modificaciones
orgánicas--color más claro, formas más esbeltas--que los negros, y
mejor aptitud y fortaleza para el trabajo que el blanco; en cambio le
hallamos propenso á las manifestaciones escrofulosas.

Tanto los negros como los mestizos son aptos para las faenas agrícolas
y toleran perfectamente la influencia del espléndido sol de Borínquen;
pero la aptitud del mulato,--cierta en lo que depende de sus apropiadas
condiciones orgánicas y de la consecuente adaptación al clima,--por
otras razones se encuentra tan disminuida, que tal como es en la
actualidad el elemento mestizo, carece, á nuestro juicio, de cualidades
y vitalidad suficientes para considerarle como un grupo en cuyo tipo
se haya de cumplir, con respecto á Puerto Rico, la profecía de Mr.
Quatrefages, de que "la posesión definitiva del suelo pertenece á las
razas mestizas."

Vemos á los mestizos trabajar junto á los negros con mayor
inteligencia, y aún soportar el género de vida que á estos les
basta; les vemos reproducirse, pero no ofrecen un conjunto en cuyos
indivíduos se observen cualidades preeminentes: no exceden al negro en
organización respecto del clima, ni tienen tampoco grandes ventajas
positivas sobre el blanco en este concepto.

Forman--tal nos lo parece--una agrupación transitoria, en que los
tipos más fuertes, bellos é inteligentes se funden en la raza blanca,
mientras que el linfatismo, la tísis y otras causas segregan á los de
condiciones opuestas, limitando su reproducción hasta la esterilidad
misma que anula el tipo.

En esta cuestión del cruzamiento, lo que pasa á nuestra vista nos dice
que en ninguno de los tres elementos que forman la actual sociedad
que habita nuestra isla, se encuentra el tipo definitivo que ha de
subsistir, supuesto que alguno haya de excluir á los otros; pero
indudablemente la selección, hoy por hoy, se indica en el sentido
de dar la prelación á la sangre europea. En efecto; observamos una
tendencia firme en el negro criollo á cruzar su sangre; si en el
africano existe fuerte el instinto de raza á reproducirla, en el
criollo, su descendiente, y de un modo más manifiesto en la mujer,
se nota el vivo deseo de obtener descendencia de color más claro. El
mestizo á su vez busca cualidades morfológicas é intelectuales que le
eleven, y solicita y acepta gustoso la mezcla de su sangre con la del
blanco mientras rechaza las uniones con tipos inferiores al suyo; es
que aspira constantemente, á borrar ó á atenuar cuando ménos los rasgos
africanos, conociendo que así se le facilita el medio de franquear
el límite que le separa de la raza blanca, en donde, subsistentes
como están las preocupaciones del color, es preciso que los signos
exteriores apreciables de un orígen africano estén disminuidos
notoriamente, para ser aceptado sin viva protesta.

La preocupación del color concurre, pues, al mejoramiento de las razas
llamadas inferiores; y esa misma preocupación que tienen las familias
blancas para aceptar en su seno á una persona de color, la tiene el
mestizo para unirse con elementos inferiores, y aún mayor á veces es
en él esta prevención, hija legítima de ese anhelo instintivo del
hombre hacia el perfeccionamiento. De suerte que en la sucesión de
los tiempos, á beneficio de esta evolución ascendente, lenta, pero
contínua, surgirá el tipo orgánico que hoy no encontramos, y procederá
de un cruzamiento en el cual predominará la sangre europea.

En un concienzudo estudio del Dr. J. Orgeás, titulado "La patología
de las razas humanas y el problema de la colonización," estudio que
nos ha suministrado muchos datos para la redacción de esta parte de
nuestro trabajo, dice el competente médico de la marina francesa:
"Se puede afirmar que en todas las antiguas colonias de esclavos de
la zona tórrida, el porvenir no pertenece á los mestizos, como se ha
pretendido. Á consecuencia de las revoluciones políticas hacia las
cuales tiende fatalmente el antagonismo de las razas, revoluciones
que no son sino una cuestión de tiempo, y de las cuales todos estos
países serán teatro más ó ménos tarde, la selección natural hecha por
el clima, las condiciones diversas de la vida y las luchas políticas,
traerán poco á poco la disminución del número de los mestizos y acaso
en un porvenir lejano su desaparición casi completa, para no dejar
subsistir sino la raza pura mejor adaptada al medio."

Nosotros, refiriéndonos á Puerto Rico, diferimos en cuanto á la
conclusión final que asigna al elemento negro esa estabilidad
definitiva, deducida de lo que parece ocurrir en Haití y otras
colonias; y pensamos así, porque ni el elemento africano ha predominado
nunca en esta isla, ni el elemento europeo ha dejado de adaptarse á
Puerto Rico, por las circunstancias especiales del clima. Si cuando el
terreno permanecía vírgen, sin cultivo la mayor parte del territorio,
pudo permanecer el español y dejar descendientes que subsisten después
de cerca de tres siglos, con razón podemos esperar lo mismo hoy que la
civilización ha penetrado en nuestra isla, y por lo tanto el aumento
del cultivo ha hecho disminuir la insalubridad del suelo y ofrece
mejores elementos para el trabajo.

Mientras de las provincias españolas arriben, como hasta aquí,
elementos blancos adaptables al clima,--y la experiencia demuestra que
lo son en su mayor parte casi todos los peninsulares y los procedentes
de las islas Baleares y las Canarias,--el predominio pertenece á la
raza blanca, que aún en los campos mismos se establece y subsiste sin
dificultad.

Seguramente ella se dejará invadir por sangre extraña, confirmándose el
hecho observado por los antropólogos y consignado por Mr. Ed. B. Tylor
en las siguientes palabras: "En estos últimos siglos se ha comprobado
perfectamente que no sólo donde viven juntas dos distintas razas se
produce una, nueva ó mixta, sino que una gran parte de la población del
mundo debe su existencia al cruzamiento," pero en la mezcla, siendo
invariables los factores que hemos estudiado, habrá mucha más sangre
europea que la que tiene el mestizo de nuestros dias; la suficiente,
quizá, para ocultar mucho la sangre africana.

Del campesino blanco hemos dicho que ha conservado caractéres físicos
de sus progenitores que no permiten dudar de su orígen; al adaptarse,
ha acentuado algunos rasgos de sus ascendientes meridionales, tales
como su color más pálido y moreno, menor actividad, etc., y ha
adquirido algunas modificaciones no muy precisadas aún. Á causa de las
influencias que en su oportunidad hemos señalado, se nos presenta con
_aspecto de convaleciente_, tanto que,--si no de un modo absoluto,--en
tésis muy general pudiera decirse que nuestro campesino blanco está
enfermo. Pero esto obedece, insistimos en ello, á circunstancias
secundarias perfectamente remediables. Reconocemos la influencia del
clima en el modo de sér individual; inspirándonos en las ideas de
Montesquieu y de muchos otros ilustres sabios, la aceptamos no sólo
como un principio determinante de las cualidades orgánicas, sino
hasta de la moral misma; pero también hallamos en otras causas la
pobreza orgánica del jíbaro, pues como ha dicho brillantemente el
insigne Castelar, "conocemos el estrecho parentesco que existe entre
la naturaleza y el alma. Los minerales nos dan la base de nuestro
esqueleto. El hierro penetra en nuestras venas, colora y enciende la
sangre. Con sólo mirar al cuerpo humano se ven relaciones y armonías
con las plantas. La relación es mayor en las esferas superiores de la
vida. Todas las especies animales tienen afinidades físicas, químicas,
fisiológicas con el cuerpo que las reune, las corona y las completa.
Por todas partes nos sentimos unidos con el Universo, y en relación,
así con la estrella lejana, perdida en los abismos del cielo, como con
la humilde florecilla hollada por nuestros piés," de modo que, sin
negar al clima su influjo como medio, damos á éste la latitud que le
corresponde.

Visto así el asunto, ¿nos es dado modificar el lamentable modo de sér
del jíbaro? Sí; y cuanto digamos útil para el blanco, debe entenderse
como dicho para los miembros de las otras razas.

De las causas que hemos analizado, la ascendencia no es modificable;
en cuanto á las condiciones climatológicas, algo podemos hacer,
pues es sabido que los climas cambian, dentro de ciertos límites,
por virtud de accidentes que á primera vista parecían incapaces de
producir variaciones: así se ha visto que la destrucción de un monte
vecino alteraba por completo el clima de una localidad; de manera
que, repoblando de árboles algunas comarcas en que indebidamente se
había destruido el arbolado, se han obtenido modificaciones favorables
en este sentido. Impórtanos, por lo tanto, no obrar inspirados sólo
por el capricho ó la utilidad de momento, y atenernos á lo que
la ciencia aconseja, reconociendo en el revestimiento y cultivo
del suelo una importante influencia modificadora del clima. "La
influencia de las selvas sobre la temperatura del suelo, dice Arnould,
ha sido expresamente estudiada por Ebermayer (de Aschaffembourg).
La temperatura media anual, la cual decrece de la superficie á la
profundidad y que baja medio grado de 1 á 4 piés, es todavía más baja
en los terrenos poblados; el grado observado en la profundidad de éste
es generalmente 21 por 100 más baja que en el suelo descubierto, en
condiciones por lo demás iguales," y también añade: "De una manera
general se puede admitir esta fórmula ya antigua: que el revestimiento
vegetal del suelo impide el acceso de los rayos del sol, pero es
también un obstáculo á la pérdida del calórico de la tierra; por
consecuencia atenúa los extremos de la temperatura en la superficie...
Las observaciones agrícolas de Montsouris indican bien la influencia
del cesped con relación á la temperatura. Las mínimas son mucho más
bajas en la superficie del cesped que á la altura de dos metros bajo
resguardo."

No puede negarse que sobre las condiciones de vida del jíbaro nos es
dado influir de un modo mucho más eficaz que sobre la determinante
anterior, y cambiarlas á tal punto, que de enfermos se tornen, no
digamos en campesinos de la robustez de aquellos de los climas
templados, pero sí en hombres relativamente vigorosos.

Y que esto no es utópico nos lo demuestra la observación de lo que pasa
á nuestro alrededor. En la capital, y nótese que elegimos una población
en que el calor domina casi todo el año, encontramos junto al negro y
al mulato, compitiendo en los trabajos de carga y descarga del muelle,
carretaje, albañilería, herrería, etc., al europeo y al criollo blanco;
y entre estos últimos algunos jíbaros que no tienen el aspecto de
enfermos.

Multitud de sirvientes de ambos sexos han acudido últimamente á este
centro de población empujados por la crísis agrícola; casi todos esos
desgraciados jíbaros llegan á nuestras casas anémicos; muchos con
el vientre recrecido, la respiración anhelante, cansones aún para
las faenas ménos fuertes del servicio. Durante los primeros dias la
alimentación les hace daño; toda una série de trastornos digestivos
se presenta en ellos á causa del cambio radical á que se someten
sus estómagos mal habituados; acaso se les desarrollen calenturas
intermitentes; en una palabra, el sirviente que se nos entra por la
puerta es un enfermo. Pero este enfermo resiste el cambio de régimen,
su estómago se acostumbra á los hasta entónces desconocidos alimentos,
y á la regularidad de las comidas; el cuerpo se acomoda á reposar
en mejor cama y en más abrigada casa, las intermitentes se curan, y
al cabo de poco tiempo aquel jíbaro color de cera, incapaz para el
trabajo, se ha vuelto robusto, ágil, ha mejorado de color, y hasta su
aspecto general es mejor que el de los habituales vecinos de la ciudad.

No ménos significativo es el tercer hecho en que nos apoyamos
para sostener nuestro aserto. Existían las milicias disciplinadas,
suprimidas por motivos que no hemos de analizar, con perjuicio de los
hábitos viriles de los campesinos. Compuestas estas tropas de jíbaros
que vivían en sus casas, con la única obligación de concurrir una
vez por semana ó cada quince dias al ejercicio, hemos de convenir
en que su aspecto marcial dejaba mucho que desear; sobre no estar
convenientemente equipados, parecían una tropa de convalecientes,
casi en su totalidad; pues bien, esos mismos hombres, á causa de las
necesidades de la guerra de Santo Domingo, fué preciso utilizarlos
para el servicio de guarnición de San Juan y de otras poblaciones de
la Isla, y al clima rudo de la Capital vino un batallón de milicianos,
que desde luego fué sometido al régimen militar de las tropas de
línea: acuartelamiento, buena alimentación, vestido apropiado con uso
forzoso de calzado. Al ejercicio semanal sucedieron los ejercicios casi
diarios, al descanso en el bohío, las guardias; en una palabra: el
cambio de género de vida fué radical. Hubieron de prestar un servicio
árduo y desacostumbrado para ellos; porque como sólo eran cinco
compañías, unos seiscientos cazadores de milicias, y las demás tropas
estaban escasas, sobre ellos pesaba todo el servicio de la plaza. No
obstante esto, cuatro meses después de sometidos al nuevo régimen
llamaba la atención general el cambio verificado en aquellos hombres:
ninguna persona extraña hubiera podido entónces, por el sólo aspecto,
distinguir los soldados de milicias de los otros. El color anémico
había desaparecido, robusteciéronse notablemente, y en el Hospital
Militar apénas había milicianos enfermos. Resumiendo: aquellos jíbaros,
en muy poco tiempo de buen régimen, se rehicieron orgánicamente y
adquirieron la gallardía marcial de los soldados españoles europeos.

Estos hechos nos parecen elocuentísimos para probar lo que venimos
sosteniendo; esto es, que el clima no es el culpable único de la
debilidad del campesino; y no en vano nos interesamos en consignar
esto, pues frecuentemente hemos oido decir: "¿Qué hemos de hacer
contra la influencia de este clima tan debilitante? El jíbaro es
como debe ser, y ello no tiene remedio." Sí que le tiene; pues sobre
otros motivos descansa más principalmente la decadencia física que
presenciamos, y prueba de ello es que entre esa misma población débil
encontramos ejemplares de hombres fuertes y sanos.

Si á un higienista europeo dijéramos que en los campos de Puerto
Rico, entre labradores, se encuentran las naturalezas más pobres; que
la población rural es tan poco vigorosa, sino ménos que la urbana,
encontraría el hecho sorprendente; porque si bien es verdad que en
Europa, en los campos, se desconoce la higiene más que en las ciudades,
es precisamente en el campo en donde se encuentran las personas más
sanas, los hombres de fuerzas físicas más notables, el elemento viril
de las naciones; y si entre nosotros no ocurre lo propio, débese á que
á las condiciones climatológicas, indudablemente inferiores á las de
los países europeos, se une, no ya el desconocimiento de la higiene,
sino el llevar un género de vida en completa contradicción con los
saludables preceptos higiénicos. ¿Cómo conseguir que el campesino
cambie de modo de vivir? Mejorando su alimentación y sus costumbres
domésticas.

Desde luego, sobre la generalidad de los jíbaros ya adultos, la reforma
ofrecerá dificultades; pero sí se puede alcanzar, dentro de algún
tiempo, educando la generación del porvenir. Ni es cosa de imponer
un sistema por la fuerza, ni la persecución es practicable; pero
educando al niño llevará á la casa de sus padres la semilla que ha de
fructificar. El maestro de escuela, además de los conocimientos de la
educación ordinaria, debe instruir á sus discípulos en las nociones de
higiene, que les hagan comprender cuán mal sano es el género de vida
que siguen sus padres, y así influir en que este sea sustituido por
otro más racional.

"El niño es el padre del hombre," ha dicho Wordsworth; el niño es
por tanto el terreno donde nuestra labor deberá actuar para que sea
fructífera, pues como dice Fonssagrives: "el terreno está vírgen, la
tabla está lisa y la higiene puede labrar en ella, con entera libertad,
su programa de educación. El niño es, entre sus manos, la materia de
lo factible; es el pedazo de mármol de la fábula, del que saldrá una
estátua viva, hermosa de formas, armoniosa de proporciones, en la
que todo estará colocado y dispuesto para el vigor y la longevidad,
ó bien una obra disforme, defectuosa, sin belleza, sin porvenir y
sin duración." Este hermoso párrafo explica por qué es la escuela el
fundamento más importante de cuanto nos es dado hacer para mejorar
las condiciones físicas de la población rural puertorriqueña, porque
la fuerza, como ántes indicamos, las medidas que tendiesen á obligar
al jíbaro á mejorar su alimentación y sus hábitos malsanos serían
un absurdo; y la persuasión tampoco podría ejercerse sino acaso muy
imperfectamente sobre un grupo de séres no preparados para sacar
provecho de una propaganda conducente á esos fines.

Hemos de ampararnos, pues, de la educación, y confiar en el porvenir
sirviéndonos de enseñanza el pasado, cuyas consecuencias tocamos
no sólo nosotros, sino pueblos que exceden en adelante al nuestro.
Higienista tan eminente como el ya citado Arnould nos lo dice respecto
de Francia: "La ignorancia de las primeras nociones de higiene, la
pureza y multiplicidad de las preocupaciones y supersticiones más
groseras, constituyen en verdad una razón por la cual los campesinos
no evitan muchas plagas que sólo tratan de eliminar únicamente cuando
han invadido el grupo. Nuestros pueblos y aldeas están siempre
dominados por los vendedores de amuletos contra el trueno, el rayo y
la calentura, por los curanderos y farsantes de todo género; creen
que las costras que aparecen en la cabeza de los niños les sirven de
protección, que los piojos son necesarios para la salud, etc." ¿Qué es
todo este cúmulo de creencias, si no el resultado de un ignorantismo de
que no puede ser culpable la generación actual? ¿Qué si no consecuencia
legítima de análogo ignorantismo en que ha vivido hasta el dia nuestro
jíbaro, es el estado de decadencia física que hemos indicado? Por
fortuna nuestro siglo ha roto con todas las rutinas, y amparado por
la ciencia busca el bien social de todas las clases en la educación;
en nuestro país mismo hemos logrado el aumento de escuelas en estos
últimos años, lo cual ha sido dar un paso trascendental en la senda
del progreso, por mucho que dichos establecimientos de enseñanza
no satisfagan de una manera cumplida las exigencias de un programa
completo de educación.

El remedio, no es permitido dudarlo, es la escuela; pero ésta debe
reunir ciertas condiciones para que sirva á su objeto como es debido.
"El niño (decía el doctor Remolar, catedrático de higiene de la
Universidad de Valladolid, prematuramente perdido para la ciencia),
desde que tiene seis años hasta los doce, trece ó catorce, pasa muchas
horas de cada dia en la escuela primaria; ¿cuál no será, pues, la
influencia que sobre él ejerza la escuela, según que su construcción,
su mobiliario y la organización de la enseñanza se ajusten ó no á los
preceptos de la higiene?"

Refiriéndose á la ignorancia del campesino francés exclama Arnould:
"Hay en este estado de cosas, si no un remedio inmediato, por lo ménos
una garantía de mejoramiento progresivo é indefinido en la _escuela
de instrucción primaria_ con la enzeñanza _gratuita_, _obligatoria_ y
(digámoslo únicamente en nombre de la higiene) _láica_. Para esto es
preciso que la escuela realice dos condiciones: 1.ª, que produzca una
instrucción sólida, recta, escrupulosamente respetuosa de la verdad,
en la cual las nociones de higiene se asocien á las lecciones de cosas
y hechos (sobre todo agricultura é higiene rural); 2.ª, que sea un
ejemplo y una aplicación patente de la higiene."

Pero mientras que la educación realice su obra, ¿hemos de abandonar al
campesino á su propio instinto? No; todos los medios racionales capaces
de hacer penetrar en la familia jíbara costumbres más apropiadas á
las conveniencias de su salud, deben adoptarse. Quisiéramos escuelas
de adultos, á ser posible, en cada barrio rural. Con perseverante
solicitud llevaríamos al ánimo del campesino las nociones de cuanto le
fuese útil conocer; entre otras cosas la conveniencia que le reportaría
el aposentarse mejor, en casa más abrigada, bien situada, de más número
de compartimientos, limpia, en la que no le sirviera al propio tiempo
su dormitorio, de depósito de frutos.

Ilustrarles, aprovechando todos los recursos para hacerles comprender
las ventajas de vestirse mejor, de calzarse, es, no solamente
trabajar en beneficio de esas pobres gentes, sino también contribuir
al desarrollo de nuestra cultura en general; que "el traje, como
la arquitectura de un país, permite juzgar el estado social de sus
habitantes."

Bien aposentado y bien vestido el jíbaro, necesitaría además
sustituir su actual alimentación por otra más reparadora. En Europa
la alimentación, casi en todos los campos, es esencialmente vegetal,
pero suele intervenir en ella la grasa para compensar en parte la
falta de carne; sin embargo, recordamos que en unas notas sobre la
higiene provincial de León, escritas por el Dr. García Ponce, hemos
leído lo siguiente: "Muchas, muchísimas aldeas de esta provincia
tienen por única base de alimentación general un pan mal amasado, mal
cocido, de harina negra de centeno, y algunas patatas y verduras que
se desprecian en los mercados de otros pueblos algo más importantes.
Muchas aldeas hay donde ni aún el mal pan se come, y este se sustituye
por patatas y coles." Como se vé, el problema de la alimentación
insuficiente no es nuestro solo, pero como el nuestro es el que nos
importa estudiar en estos momentos, á él nos referimos, insistiendo en
dejar sentado que la alimentación en los campos de Puerto Rico es casi
exclusivamente vegetal y de escaso poder nutritivo por lo común.

Mucho ganaría el jíbaro si prefiriese la carne al bacalao; si asociase
al arroz y mejor al maiz, ya que no siempre la carne fresca, por lo
ménos un poco de tocino; si en lugar del pescado salado y el bacalao
que á veces consume de mala calidad, optase por el _tasajo_, de todos
modos algo más nutritivo, y que puede adquirir á un precio cómodo.

"El ideal de la alimentación sería, según Arnould, encontrar para
cada dia una mezcla de sustancias alimenticias tal que, con la menor
cantidad de cada una, el cuerpo recibiese todo lo más completamente
y en el más completo equilibrio todos los materiales de restitución,
sin fatiga para el estómago y sin pérdida económica." ¡Cuán lejos está
de este ideal la alimentación de nuestros jíbaros! Si alguno come lo
bastante para restituir sus fuerzas, es á beneficio de una alimentación
voluminosa que fatiga el estómago y que tolera gracias al hábito.

Compárese la alimentación de nuestro labriego con la de un robusto
agricultor lorenés, constituida próximamente como sigue:

                                 Albumina. Grasa. Hidrocarbonados.
                                ---------- ------ ----------------
  Pan              1,250 grms.      103      ..         551
  Tocino             125 grms.        2     118          ..
  Legumbres frescas  250 grms.        5      ..          30
  Queso               60 grms.       20      14          20
                                     ---    ---         ----
                         Total      130     132         601

Además medio litro de vino ligero.

No hay punto de comparación. El labrador puertorriqueño acaso no tenga
necesidad de una ración alimenticia tal; por su orígen y por el clima
que habita no tiene que satisfacer exigencias orgánicas imperiosas;
pero no puede negarse que su alimento actual es insuficiente, y le
convendría, y fácilmente lo podría conseguir, adoptar una fórmula
alimenticia mejor acomodada á las necesidades nutritivas y á las
condiciones del trabajo.

Y no es solamente del interés exclusivo del jíbaro el alimentarse
mejor, sino que á la sociedad toda le importa que así sea, porque un
trabajador que se alimenta mal ha de buscar fatalmente en el alcohol,
que es un alimento nervino, las fuerzas y energías que no puede
proporcionarle una alimentación insuficiente; y de esta inclinación se
va fácilmente al vicio con todas sus terribles consecuencias.

Supongamos que, comprendida esta necesidad, se quisiera encontrar
una ración alimenticia conveniente ó por lo ménos muy cercana de la
conveniencia. ¿Cómo se formularía?

Sin creer que vamos á dar la solución definitiva del problema, nosotros
propondríamos una bajo las bases siguientes:

                                   Albumina.   Grasa.   Hidrocarbonados.
                                   ---------   ------   ----------------
  Maiz                  180 grms.    14.40      9.00         131.40
  Arroz                 125 grms.     6.25     00.87         105.62
  Habichuelas            90 grms.    20.25      1.80          48.60
  Carne de mamíferos    125 grms.    21.87      5.00          00.00
  Verduras y legumbres  500 grms.    10.00     00.00          60.00
  Tocino                  7 grms.    00.12      9.00          00.00
  Queso                  30 grms.     9.75     10.08           7.30
  Grasa                  30 grms.    00.00     30.00          00.00
                                     -----     -----          -----
                     Total           82.64     65.75         352.92

Esta fórmula, como se vé, no dista mucho en sus proporciones de la de
Moleschott, de que hablamos en los comienzos de este estudio:

  ALBÚMINA.     GRASA.   HIDROCARBONADOS.
  ---------    -------   ----------------
  130 grms.    84 grms.      400 grms.

Y aún se acerca más á la Voit, quien quisiera que cada comida
suministrase al obrero:

  ALBÚMINA.    GRASA.    HIDROCARBONADOS.
  ---------   --------   ----------------
   59 grms.   34 grms.       160 grms.

Adviértase que no es un arreglo caprichoso el que preside á la
combinación que á título de una de tantas proponemos. En primer
lugar todas las sustancias elegidas son del gusto del jíbaro y con
ellas puede preparar un guiso ó rancho aceptable, y á los cuales son
aficionados los campesinos; además, todas están al alcance de los
recursos del labriego, como se deduce del precio de la ración que no
es exorbitante, aún habiéndolo calculado á tipo alzado y como se
adquieren aquellas sustancias al por menor:

  6 onzas de harina de maiz cuestan   1-1/2 centavos
  4   "   de arroz                    1-1/2     "
  3   "   de habichuelas              1-1/2     "
  4   "   de carne                    2-1/2     "
  1   "   de legumbres                3         "
  1/4 "   de tocino                     1/4     "
  1   "   de queso                    2         "
  1   "   de manteca                  1-1/4     "
                                     ---------------
                     Total           13-1/2 centavos

Si por habitar los campesinos lejos de las poblaciones les es
embarazoso adquirir cada dia la carne fresca, no es difícil conservarla
con una preparación cualquiera; ni hay motivo alguno que justifique en
la casa del jíbaro la carencia de aves de corral y de otros animales
domésticos con que suplirla.

Á la suma que hemos obtenido como precio de la ración, habría que
añadir el valor de la sal y otros accesorios de la preparación;
pero muchos de los condimentos puede cultivarlos nuestro campesino,
y aún las mismas sustancias principales--legumbres, maiz--para las
necesidades de la casa, podría obtenerlas con su propio trabajo, sin
perjudicarse en el que verifica á jornal. La manteca, el tocino y
algo de carne no le serían onerosos si imitase la costumbre, seguida
en algunas comarcas españolas, de criar un cerdo para sacrificarlo y
guardar lo necesario para el consumo de la familia.

Por lo que atañe al Gobierno, tócale papel esencial en la resolución
del problema que analizamos, suprimiendo ó reduciendo los arbitrios
sobre los artículos de consumo de primera necesidad.

"Entre todos los impuestos que tiene la Nación, el de _consumos_--como
dice muy bien el Dr. Hernández Iglesias en su discurso leído en la
Sociedad de Higiene,[7]--debe ser por lo ménos reducido. En buen hora
que la industria, el arte y la ciencia contribuyan equitativamente á
levantar las cargas del Estado; pero en los artículos que el hombre
consume para alimentarse, por lo ménos en aquellos que son de absoluta
necesidad, no parece natural ni razonable exigir impuesto alguno."

       [7] Notas sobre la higiene provincial de León.

"Si la industria, la ciencia ó el arte han contribuido en razón de sus
recolecciones, el comercio ha pagado al comprar el artículo industrial
más el importe de la contribución; pero como el comercio es industria
que rinde producto al ramo, por razón de esos rendimientos es claro que
debe contribuir; mas el consumidor, el viviente que come, ¿qué cobra
por haber comido? ¿No ha pagado, al comprar su comestible, el precio
natal de éste y los recargos derivados de las contribuciones? Pues así
como el hombre no paga, ni pagar debe impuesto alguno por la ropa que
compra para su uso, así es antisocial pagar contribución por comer.
Esto equivale á decir al hombre que no tiene derecho para morir, puesto
que el suicidio es un crímen justísimamente reprobado, y disputarle el
derecho de la vida; porque no se puede vivir sin comer, y por comer
no sólo hay que pagar el alto precio que de dia en dia toman los
alimentos, sino un impuesto de consumos, impuesto verdadero en toda la
extensión de la palabra."

En Puerto Rico, la carne, por ejemplo, alimento tan necesario y
tan útil, estaría barata como en ninguna parte. Por circunstancias
favorables del suelo, desde la primera introducción de ganado en la
isla hasta la fecha, éste ha prosperado de modo tal, que hemos podido
surtir á otros pueblos vecinos; cesó la exportación, coincidiendo
con la baja de precios del azúcar y la consiguiente conversión
de algunas haciendas en hatos; con esto bajó el precio del ganado
considerablemente, no obstante lo cual en casi todas las carnicerías
de la isla se vende cara la carne, gracias á los excesivos recargos
municipales que pesan sobre este artículo. Si sobre él no pesase tan
enorme contribución, y se suprimiesen todos aquellos procedimientos
que obstaculizan la matanza y favorecen las combinaciones de los
especuladores en perjuicio del consumidor, de seguro que la carne
estaría en Puerto Rico al alcance de las fortunas más reducidas,
porque no habiendo otro medio, como no le hay, de consumir el ganado,
sino llevándole al matadero, la abundancia abarataría el producto
favoreciéndose por este medio la mejor alimentación del campesino.

En la fórmula propuesta se nota la ausencia del pan de trigo, omisión
que hemos cometido exprofeso para hacer más accesible al pobre dicha
ración alimenticia; pues por lo demás estamos convencidos de que al
jíbaro le gusta el pan y lo adquiere cada vez que sus recursos se lo
permiten, siquiera no sea de buena calidad; de modo que, á poco que los
derechos fiscales se modificasen, la introducción de la harina de trigo
aumentaría, y se podría comer en Puerto Rico pan fabricado con harinas
americanas á un precio compatible con todas las fortunas.

Pero, en fin, le hemos sustituido con el maiz, cereal que el jíbaro
podría consumir en más cantidad, desechando la preocupación de que _es
caliente_. El maiz, en cantidad proporcionada, sano y bien maduro, no
puede ocasionar perjuicios á la salud, sobre todo no constituyendo un
alimento exclusivo.

En la ración que venimos analizando hemos mezclado verduras y
legumbres, abrazando en estos nombres todas esas sustancias que el
jíbaro tiene tan á mano en nuestros campos--plátanos, ñames, papas,
habas, castañas, etc.,--y haciendo un cálculo aproximado de su
composición. Como complemento á la ración, añádase alguna fruta y un
poco de café con leche, que es una excelente bebida; bajo tal régimen,
no dudamos que el campesino puertorriqueño cambiaría de aspecto.

Seguramente que alguien habrá sonreído con desconsuelo cuando hemos
dicho que el jíbaro podrá cultivar en un huertecillo alrededor de su
casa muchas de las sustancias que hemos indicado, así como criar el
cerdo, etc., y habrá pensado: "todo eso que no entra en los hábitos
del campesino, es imposible que lo adopte, porque las contribuciones
acabarían con él." Por desgracia tenemos que tomar en cuenta esa
circunstancia; desearíamos ver desaparecer toda contribución sobre esa
clase de productos, á no ser que fuese tan leve que en nada aminorase
la buena voluntad del campesino. Estamos perfectamente de acuerdo con
el Dr. García Ponce, cuando en el ántes citado trabajo dice: "Suben
á tal punto las cargas que pesan sobre la Agricultura, la heredad y
la Industria, que no sólo matan á ésta y al _estímulo del trabajo_,
sino que aniquilan á la sociedad. Si no es posible gobernar sin
contribuciones, con tantas puede llegar el dia en que no haya á quien
gobernar. La Nación debe enriquecerse con las economías del Tesoro,
y no con las cargas del contribuyente que necesita del fruto de su
trabajo para la conservación de su vida y salud, fuente de riqueza y
poderío de los pueblos."

Estúdiese con deseo de acierto por la Administración este asunto, y
se verá cómo es posible descargar de ciertas contribuciones al pobre
labrador. El catastro, hecho debidamente, acaso descubriría riqueza
imponible suficiente para sustituir la tributación que gravita sobre
los infelices que no pueden mantener fuera del alcance del ojo fiscal
su escasa propiedad.

Con el auxilio del gobierno, como hemos dicho, y muy especialmente
con el impulso de la enseñanza, el problema de la regeneración de
la familia rural borinqueña no parece tan difícil de resolver. La
instrucción del campesino, elevándole en el concepto de sí propio, le
predispondrá á adoptar mejores costumbres, y la higiene le enseñará que
debe ser sóbrio en las bebidas alcohólicas y aún desechar aquellas cuya
pureza no esté garantida, porque en la cuestión del alcohol no sólo hay
que temer los excesos, sino también la calidad de la bebida.

En el aprendizaje de la higiene encontrará que los placeres del amor
deben ser satisfechos sin desenfreno, y comprenderá que las uniones
entre parientes son disparates en perjuicio de la prole, que á menudo
nace enferma; la consanguinidad, que no es un obstáculo en nuestros
campos para las uniones legítimas é ilegítimas, es sin duda alguna un
mal grave que nos importa cortar, por el bien de la descendencia.

Todo esto, bien lo sabemos, es obra larga; pero no nos desanimemos
para caer en el mismo vicio que criticamos en el campesino, en esa
imprevisión y egoísmo que le inducen á no sembrar lo que no pueda él
mismo cosechar y pronto; sembremos y que recojan las generaciones
venideras.

La gimnasia en la escuela es necesaria para la obra que aconsejamos; el
profesor, sin ser gimnasta, puede á poca costa hacer que sus discípulos
se desarrollen física á la par que intelectualmente. Aparte de esto,
los ayuntamientos podrían instituir certámenes públicos de gimnasia,
como se verifican exámenes para conocer el adelanto intelectual de los
niños, y también asignar premios á la familia jíbara que presentase
niños más robustos y sanos.

La propagación de la vacuna para alejar las epidemias de viruela; la
construcción de canales, los desagües, las plantaciones de árboles,
la desecación de los pantanos para acabar con el paludismo. Una
legislación sanitaria, de que hoy carecemos, para evitar los desastres
de la alimentación malsana, y que protegiese á los jíbaros contra la
codicia de los mercaderes poco escrupulosos en vender comestibles
capaces de alterar la salud.

Reglamentar las industrias mal sanas, sujetando á un plan higiénico la
construcción de mataderos, hospitales, cementerios, etc.; regular el
uso de las corrientes de agua; dar protección á los niños, hé aquí una
série de medidas que son un deber de toda sabia administración.

Higiene y medidas de protección administrativa; instrucción y estímulo
por medio de recompensas; tal es el modo de llegar á algo positivo. No
pedimos una obra de titanes, es sencillamente un plan racional que al
cabo ha de traducirse en beneficio para el mismo gobierno que recogerá
el fruto, en el aumento de la producción imponible, que necesariamente
debe seguir á la robustez y salud de los productores; pero aunque la
obra fuese más árdua no desistiríamos de pedir que se llevase á cabo
en bien de una sociedad que está pidiendo reformas para ostentarse tal
como debe ser. ¿Exige algún sacrificio el agregar á la enseñanza el
aprendizaje de la higiene? ¿Acaso el aumento de escuelas no coincide
en las naciones cultas con su engrandecimiento? La protección de una
clase ignorante, ¿no es un deber administrativo? Los premios, las obras
de saneamiento del suelo, la gimnasia, ¿consumirán de peor manera
el dinero que otras obras que se emprenden cada dia sin justificada
utilidad?

Los remedios que hemos propuesto bajo una forma elemental no son
difíciles de llevar á la práctica; si no se continúa esperando el
remedio del cielo y se empieza la obra, los resultados no tardarán
tanto en obtenerse como podríamos figurarnos. Decididamente ya
es tiempo de pensar en el mejoramiento de una clase importante
de la sociedad puertorriqueña, y dejar de lado las lamentaciones
y recriminaciones inútiles que no mejoran nada y acaso culpan
indirectamente á algunos de los que más descontentos se muestran con la
decadencia de un hombre inculto, que hasta aquí ha vivido sin otra guía
que su propio instinto.



CONDICIONES INTELECTUALES.


Si en todas partes deja que desear el desarrollo intelectual del
campesino, en Puerto Rico este mal es de una evidencia desconsoladora.
Bien es cierto que ha habido bastantes motivos para explicarnos el
atraso que deploramos, atraso que no es más que el resultado lógico
de la lentitud con que se realiza el progreso general del país; pues
como ha dicho acertadamente el Sr. Don José R. Abad, en su _Memoria_
acerca de la Feria-exposición de Ponce, "la historia de la Agricultura
es la historia de la Civilización; los progresos de ésta determinan
los progresos de aquella y cada nuevo misterio de la fuerza de la
naturaleza, arrancado á los arcanos de lo desconocido por el ingenio
del hombre, ha sido una nueva conquista al servicio de su bienestar
social."

Ahora bien, es indudable que la cultura de Puerto Rico se ha verificado
muy pausadamente; el desarrollo de la agricultura ha debido guardar, y
así ha sido en efecto, una perfecta relación con este tardo incremento
de los demás principios civilizadores. Mas el atraso del arte de
cultivar la tierra no es sino una consecuencia de la deficiencia
intelectual de los agricultores, por lo cual no es un absurdo deducir
de aquél el poco camino que en la senda de su ilustración ha recorrido
el grupo que venimos estudiando.

Al jíbaro hay que asignarle papel esencialísimo en los adelantos
agrícolas, porque es innegable que el esfuerzo del hombre de mejor
voluntad y más versado en los conocimientos agronómicos fracasa si
al llevarlos á la práctica se encuentra con brazos inútiles por su
impericia, ó, lo que es peor, rebeldes á todo lo que no sea rutinario.

En el exámen que emprendemos es, por tanto, acertado investigar las
prácticas agrícolas del bracero desde los tiempos cercanos á la
conquista, y compararlas con las que actualmente ha adoptado.

Al escudriñar en la historia la marcha que la agricultura ha seguido
en nuestro país, nos encontramos huellas verdaderamente asombrosas. En
el siglo pasado, el ilustre Fray Íñigo Abad, autor de la Historia de
Puerto Rico, decía en el capítulo titulado _Estado de la Agricultura
de esta Isla_: "La Agricultura, que es la primera de las artes y la
verdadera riqueza de un Estado, está muy en los principios en esta
Isla. Por la mayor parte se reduce al cultivo, de las legumbres y
frutos de primera necesidad, sin ofrecer al comercio objeto digno de
atención.

"Apenas conocen instrumento, ni medio útil para ejercerla. Con una
hacha, ó más regularmente con fuego, baten los árboles. Un sable, que
llaman machete, acaba de desmontar la maleza, y limpiar la tierra;
con la punta del sable, _ó de un palo_ hacen pequeños hoyos ó surcos,
en donde ponen la planta del tabaco, café, arroz, cazabe, plátanos,
maiz, frixoles, batatas ú otras legumbres que son los objetos de sus
cosechas, á los que dedican solamente algunos pedazos de las tierras
llanas."

Como lo hace notar el comentador de Fray Íñigo, el erudito Sr. Acosta,
en esa época todavía _el labrador puertorriqueño no conocía el arado_.
Servíase de igual instrumento que los salvajes errantes australianos
usan, según Tylor, para plantar y desenterrar las raices comestibles, ó
sea de un palo puntiagudo; utensilio de labranza tan primitivo que se
han encontrado de él algunos ejemplares pertenecientes á los primeros
pobladores del mundo americano. Desconocer el arado en el siglo diez
y ocho es casi inconcebible en un pueblo civilizado; siendo así, que
en el valle del Nilo fué ya conocido, siquiera fuese rudimentario, ese
beneficioso útil de labranza, perfeccionado algo por los romanos y que
después de sucesivas evoluciones ha llegado en nuestros dias á adquirir
un grado de perfección notable, gracias á las aplicaciones que el
descubrimiento del vapor ha permitido hacer.

Por fortuna al comienzo de este siglo se inicia el progreso del cultivo
de la tierra borinqueña, á beneficio, según explica el Sr. Acosta, de
la supresión de algunas absurdas disposiciones como la relativa al
abasto forzado de carne; por virtud de la sabia administración del
nunca bastante alabado Don Alejandro Ramirez, y á merced de la cédula
de 15 de Agosto de 1815, que favoreció la inmigración en el país de
gente entendida en las prácticas agrícolas.

Esto no obstante, el adelanto es poco notable, comparado con el
florecimiento que en otras partes ostenta la agricultura; es grande
tal vez teniendo presente los tiempos á que hemos hecho alusión,
pero no lo es para la época que alcanzamos. Corroborada está nuestra
afirmación por persona tan competente como el Sr. Abad, quien dice
refiriéndose al concurso verificado en Ponce en época recientísima:
_La exhibición de plátanos, frutos, semillas y granos comprendida
en la sección cuarta, adoleció de todos los defectos inherentes y
propios de una agricultura rudimentaria._ Como se puede deducir de
esta apreciación la senda del progreso apénas ha sido hollada sino
muy tímidamente por nuestro campesino; y así es la verdad. Veamos si
no, ¿qué perfección han alcanzado sus utensilios de labranza? ¿qué
conocimientos tiene acerca de las formas de cultivo? ¿qué aprecio hace
del empleo de los abonos y de sus clases? ¿qué sabe ó procura saber
de las condiciones de los animales que le son útiles? ¿qué sabe de la
selección, del cruzamiento, de la influencia del establo en la crianza?
¿qué conoce de la diversa aptitud de las tierras laborables? ¿qué del
influjo que las circunstancias meteorológicas del país determinan en
su agricultura? ¿qué de los fecundos resultados que reporta la armonía
entre la producción animal y la vegetal? En una palabra: salvo lo
rutinario, ¿qué alcanza de cuanto la ciencia agrícola enseña, siquiera
sea elemental, y por serlo se halle vulgarizado entre los labriegos de
otros países?

Hay que confesarlo con dolor; muy pobre es, sin duda, el caudal de
experiencia del jíbaro en lo que toca á este particular, pobreza que no
por ser motivada es ménos sensible, en una época como la presente en
que el movimiento científico ha dado á la agricultura leyes naturales
que la han hecho engrandecer. Tal deficiencia resalta evidentemente
cuando comparamos los elementos de que se vale para verificar su
labor el campesino puertorriqueño, con los que tiene á su disposición
el labriego norteamericano, por ejemplo. Mientras que el _yankee_
tala, ara, siembra y recolecta, utilizando para ejecutar todas estas
operaciones instrumentos perfeccionados, á beneficio de los cuales
realiza su trabajo, hasta con cierta comodidad, el jíbaro, rutinero
en sus prácticas y desconocedor de otros aperos que los primitivos,
se fatiga en faenas que á aquél le son fáciles; y no es sólo que el
labrador de Puerto Rico necesite producir mayor cantidad de trabajo
muscular y que gaste más tiempo en sus faenas, sino que á la postre los
productos con que la tierra corresponde á sus afanes, acaso no resistan
la competencia de la producción norteamericana, obtenida--gracias al
empleo hábil de máquinas y de buenos instrumentos de mano--con ménos
costo. Así se explica que nuestra isla pague tributo á otros países
comprándoles frutos como maiz, arroz, patatas y otros que la tierra
borinqueña puede producir en cantidad suficiente para anularlos de la
importación, y que al labrador le sería dado cosechar con beneficio
positivo de sus intereses, decidiéndose á pisar nuevas sendas en el
cultivo de sus campos.

Que el bienestar del país depende en gran parte de la prosperidad de su
agricultura, es una tésis que no ha menester demostración. Preciso es,
pues, tratar de que la producción agrícola reporte utilidades ciertas,
en cuanto sea posible; y para conseguirlo, además de huir de todo
cuanto por deficiente en la práctica pueda disminuir lo producible,
conviene facilitar al jornalero agrícola su trabajo, con arreglo á
los buenos principios de economía rural: que en parte alguna como
en la zona tórrida y concretándonos á nuestros intereses, en Puerto
Rico--dada la pobreza física que hemos advertido en una buena parte
de la población rural,--es conveniente ahorrar esfuerzos musculares
excesivos al hombre, para que, haciéndole ménos fatigosas las
operaciones de la labranza, pueda ejecutarlas sin que le atemorice lo
rudo de las labores que por necesidad han de practicarse bajo la acción
de este sol tropical de una esplendidez que embriaga el alma, pero que
á la vez enerva el cuerpo.

No es indiferente pedir en este clima al jornalero, más ó ménos
horas de trabajo, ni que lo ejecute suave ó rudamente; arar ó
sembrar utilizando el vapor ó la fuerza animal, con instrumentos
perfeccionados, exije ménos cantidad de trabajo personal que el hacerlo
como en los tiempos primitivos, teniendo que ir poco á poco para abrir
un imperfecto surco y depositar en él la semilla; pero la desventaja
resalta más, considerando que la temperatura habitual de nuestro suelo
no permite un desarrollo considerable de fuerzas, continuado por muchas
horas, sin perjuicio para la salud; de modo que, instintivamente, el
hombre siente aquí repugnancia por los trabajos muy fuertes. Añádase
á esto la miseria orgánica del jíbaro, ya indicada, y desde luego
apreciaremos la importancia que tiene para la riqueza agrícola el que
sus brazos utilicen los ventajosos sistemas é instrumentos que la
civilización nos ha proporcionado.

Pero nuestro labriego no se halla preparado ni aun para poder darse
cuenta de la utilidad de los procedimientos modernos. No es culpa
suya; mas por desgracia es así. Al estudiar las clases jornaleras
puertorriqueñas, uno de los observadores más conspícuos de nuestras
costumbres, Don Salvador Brau, dice:

"El jornalero labrador ignora las teorías más rudimentarias de la
ciencia agronómica; las diferentes fases de la luna y los periódicos
movimientos de las mareas constituyen para él, como para casi todos los
pequeños propietarios rurales, el texto sagrado de sus doctrinas.

"Con arrojar la semilla en un surco apénas abierto por un grosero
arado, digno de figurar en un museo de curiosidades prehistóricas,
cree, por lo común, el labriego de nuestra tierra, haber practicado,
casi completamente, cuanto cabe practicar en materia de agricultura.
Las fuerzas de la naturaleza se encargarán de lo demás."

Nos pesa tener que insistir tanto en señalar el atraso de nuestro
campesino, precisamente en lo que le incumbe más de cerca; pero es
cumplir con un deber hacerlo y lo cumplimos, corroborando lo que,
cuantos escritores han tratado este asunto en Puerto Rico, han dicho
ántes que nosotros.

Si pasamos á examinar las manifestaciones de la industria, no seremos
más afortunados en el descubrimiento de los progresos que anhelamos
para nuestra clase rural. Refractario el campesino á toda innovación,
mira con desconfianza los pocos adelantos que la industria azucarera
ha adoptado en el país, y hay que verle menospreciarlos y sonreír
maliciosamente, dándose aire de perspicaz, cuando por desgracia es
testigo de algún fracaso de las empresas progresistas; entónces
atribuye el mal éxito á los inventos nuevos, y ni siquiera se le
ocurre, ni puede comprender, que en muchas de estas ruinas intervienen
como factores, ya una ilustración profesional incompleta, ya falta de
aptitudes agrícolas y de crédito, con frecuencia los excesos de la
usura y acaso la misma ignorancia de los brazos que ha sido preciso
utilizar.

En las manifestaciones industriales que por pequeñas son casi usufructo
del campesino pobre, tampoco nos es dado señalar adelanto alguno
de nota. Hoy sigue obteniendo, por ejemplo, las harinas de maiz y
de arroz, las féculas de yuca, etc., en cantidades limitadas y por
procedimientos antiguos; lo mismo hace para la obtención de aceites
como el de coco, ricino y otros, productos que trae al mercado llenos
de impurezas; el jabón, llamado _de la tierra_, pone de manifiesto
también lo elemental de estas pequeñas industrias en nuestro país.

Estas apreciaciones no son personales. Todo aquel que se haya
dedicado á observar nuestra actual sociedad, ha podido deducir de sus
observaciones que Puerto Rico está aún en mantillas en lo relativo
á procedimientos industriales; de manera que, si por su parte el
labrador no sustituye sus añejas malas prácticas, ni mejora las
especies vejetales que cultiva, ni se preocupa de los estancamientos
de agua, dañosos á los terrenos que labra, haciendo á lo sumo zanjas
al descubierto que desaguan mal, ni aprecia el valor de los abonos que
desperdicia mientras presencia impasible cómo se agotan sus tierras, á
las que sigue pidiendo lo que ya no pueden dar, en lo que respecta al
industrial se advierte análoga falta de discernimiento.

El fabricante de cal, por utilizar los imperfectos y anticuados hornos
pierde en rendimientos; el ladrillero sigue fabricando los ladrillos á
mano; el carbonero, sobre contribuir á la destrucción inconveniente de
los montes y quemar sin consideración maderas útiles, si llega el caso,
persiste en hacer sus viejos hornos en los cuales el producto de su
explotación disminuye.

La industria pecuaria no se rige en Puerto Rico por ningún
procedimiento científico, y tan confiados se muestran los campesinos en
las fuerzas naturales, que ni siquiera las epizootias les preocupan;
el contagio no existe para ellos; así no es extraño que por falta de
aislamiento se desarrollen epidemias de muermo y de pústula maligna que
causan destrozos en esta riqueza y aún hacen víctimas entre los hombres
dedicados á la ganadería.

Entre los productos procedentes de animales vivos ó muertos que
explota el campesino, los quesos--cuya fabricación más general es
rudimentaria--son de buen gusto, pero de poca duración; la mantequilla,
á causa de su defectuosa preparación, no se conserva por mucho tiempo
sin aranciarse; la manteca de cerdo no puede competir en precio y
cantidad con la extranjera, si bien la aventaja en pureza: la cera,
amarilla y la miel se recogen en corta cantidad, sin que nadie se haya
cuidado gran cosa de las abejas.

Otras industrias rurales como los tejidos de cortezas, de bejucos y
paja--sogas, aparejos, cestos y sombreros--aunque pobres, dejan ver
ciertas favorables disposiciones dignas de ser alentadas.

La fabricación de dulces con frutas del país, se reduce á las conservas
de naranjas, ordinaria y de mejor calidad, pasta de guayabas, yuca,
etc., y no se ofrecen á la venta tan bien acondicionadas como fuera de
desear.

La panificación de la yuca, cazabe, no ha adelantado mucho desde los
tiempos indios hasta nosotros. Otros productos, que se presentan en
forma de panes, de maiz, batata, etc., no ofrecen particularidades que
admirar.

Lo propio hay que decir de la limitadísima industria forestal--resina
de tabanuco, aceite de palo.--Como hemos podido ver, existe un atraso
notorio en todo lo que se refiere á los diversos ramos de la producción
agrícola, atraso lamentable cuyas causas trataremos de explicar
oportunamente.

Veamos ahora si las casas que habita el grupo rural puertorriqueño
corresponden con el pobre progreso que en él venimos señalando, pues
sabido es que existe relación directa entre el grado de cultura del
hombre y la vivienda que para sí construye, pudiendo deducirse de las
condiciones de ésta el desenvolvimiento de aquella. Desde el refugio
natural que contra la intemperie ofrecieran al hombre primitivo un
árbol ó una roca saliente, hasta las modernas casas en que se aloja
el hombre civilizado de nuestros dias, hay una escala ascendente que
manifiesta las gradaciones del desarrollo intelectual de la especie
humana. Marca el primer paso en las construcciones artificiales de
casas, la sencilla pantalla inclinada, por el estilo de la que algunos
picapedreros usan para defenderse de la acción del sol: siguen á
tan imperfecta defensa las chozas rudimentarias de hojas de palma ó
de tiernos árboles, é iníciase luego el primer adelanto, en materia
de construcciones, con las chozas edificadas sobre postes ó paredes
forradas de zarza, lodo y otros groseros materiales. Á la cabaña de
forma redondeada y de techo en pabellón, sucede--en época de más
progreso--la de forma cuadrada y techo en caballete, apoyado sobre
las paredes y sostenido por vigas; la madera seca es sustituida por
la piedra tosca al principio y luego labrada. Nace el arte de la
albañilería que utiliza más variados elementos de construcción; entre
otros el cemento, el ladrillo, los metales mismos, y llega por último
el hermoso período en que la arquitectura, en su apogeo, hace surgir
esos asombrosos monumentos, libros de piedra en que los arquitectos de
pasadas edades han dejado escritos los mejores y más bellos capítulos
de la civilización antigua de los pueblos.

Hecha esta rapidísima excursión en el arte de las construcciones,
nos será fácil de apreciar, conocida la vivienda del campesino
puertorriqueño, su estacionamiento, puesto que aún construye su bohío
de madera y yagua, sin que jamás emplée la piedra, ni siquiera el
adobe; y aunque se explique que prefiera aprovechar para hacer su casa
aquellos materiales que ménos trabajo le cuesta adquirir, como son
troncos, cañas, paja, etc., no podemos darnos satisfactoria cuenta
de que esa cabaña siga siendo como en los viejos tiempos endeble, de
poco resguardo, y sin ninguna comodidad, ni casi separación interior
que evite esa amalgama en que viven padres, hijos y hermanos, tan
perjudicial para las buenas costumbres.

Ya el indio borincano construía poco más ó ménos como hoy construye el
jíbaro; lo cual basta para hacernos evidente el pobre adelanto de éste,
quien, después de tres siglos, en nada ha mejorado las condiciones
de la morada que servía á una raza incivil. "Las casas--dice nuestro
tantas veces citado historiador Fray Íñigo--las construían (los
indios) sobre vigas ó troncos de árboles que fijaban dentro de la
tierra á distancia de dos ó tres pasos uno de otro, en figura oval,
_cuadrilátera_ ó _cuadrilonga_, según la disposición del terreno: sobre
dichos troncos formaban el piso que era de cañas ó varas; alrededor de
este piso hacían las paredes ó tabiques de las casas que eran asímismo
de cañas, cruzando sobre ellas al través muchas latas que hacían de
las hojas de las palmas con que aseguraban la obra. Todas las cañas
que formaban los tabiques se juntaban arriba en el centro de la casa
afianzándolas unas con otras quedando el techo en figura de pabellón."

"Otras casas construían también sobre troncos de árboles y de los
mismos materiales; pero más fuertes y de mejor disposición. Desde
la tierra hasta el piso que formaban sobre los troncos, dejaban sin
cercar una parte que servía de zaguán: en lo alto dejaban ventanas
y corredores que hacían de cañas: el techo estaba á dos vertientes,
_mediante un caballete_ que ponían sobre porciones cubiertas de hoja
de palma. Toda la fábrica de aquellas casas se aseguraba, en lugar de
clavos, con bejucos silvestres que son flexibles y de gran duración."

Es indudable que estas edificaciones indias descubren un cierto grado
de adelanto en los aborígenes; pues, según Tylor, todos los viajeros
africanos convienen en que la casa con esquinas cuadradas indica un
gran paso en la civilización de los pueblos; pero encontrar á la raza
que sustituyó á aquellos construyendo y habitando iguales moradas,
ántes bien significa un atraso, toda vez que los conquistadores por
traer ideas de construcciones superiores debieron mejorar los ranchos
indios. Podríamos añadir que quizá no fué la mejor de las casas
borinqueñas la copiada por los conquistadores y sus descendientes; pues
leemos en W. Irving, que, cuando los españoles pisaron por vez primera
este suelo, "encontraron un lugar indio construido como de ordinario,
alrededor de la plaza, parecida á un mercado y con una casa _muy grande
y bien concluida_," de modo que, como los europeos no habían de llamar
bueno á cualquier edificio de salvajes, y tuvieron lugar de examinarlo
detenidamente, y de cerca, porque lo hallaron desierto, como todo el
lugar, podemos deducir que los aborígenes construían mejores casas de
las que pueden darnos idea la generalidad de los bohíos primitivos, aun
imitados por el campesino de nuestros dias.

Lo defectuoso de la casa del jíbaro coincide con un ornamento también
pobrísimo del interior de ella. La hamaca, usada por el indio, y mueble
indispensable al jíbaro, acaso algún lecho de tablas, y raras ocasiones
algo donde sentarse, es casi todo lo que en un bohío se encuentra. No
pretendemos hallar comodidades dentro de las humildes viviendas del
campesino, pero lo mísero de semejante menaje es de sentirse, tanto por
lo que revela de la cultura de su dueño, cuanto porque como dice un
higienista, el Dr. Billandeau, no es indiferente habitar una casa que
agrade, pues hay en las condiciones de suficiencia y hasta en el adorno
de la habitación, una fuente de goces de que disfrutamos sin darnos
cuenta y que nos liga al hogar, alejándonos de peligrosas aficiones.

Digamos algo acerca del lenguaje del jíbaro, ya que la palabra,
_expresión total de la vida del espíritu_, como la considera Revilla,
puede darnos valiosos datos en lo relativo á esta parte de nuestro
trabajo.

Es el habla del campesino defectuosa, como la de aquellas personas
que no han recibido instrucción alguna; todavía emplea palabras ya
olvidadas en el moderno castellano, y la impureza é impropiedad de su
lenguaje son notorias. Á los defectos de pronunciación, que citaremos
en breve, hay que añadir un cierto dejo en el modo de hablar, dejo
que, más ó ménos acentuado, parece común de todos los habitantes
de la América española y aún de las Canarias y por lo tanto de los
puertorriqueños en general, pero que entre los jíbaros es notablemente
más pronunciado.

Aunque en nuestros campesinos se corrobora la observación de que las
personas habituadas á vivir en el campo hablan en alta voz, nótase
á menudo que esta no tiene la intensidad, el vigor que es casi
general entre la gente ruda; hecho que, si bien no es absoluto, puede
explicarse por el empobrecimiento orgánico, al cual corresponde un
aparato respiratorio en cierto modo débil. No predominan en el tono
de voz de los jíbaros los sonidos graves; ántes bien pueden estos
referirse á las escalas de barítono, tenor y aún contralto; no siendo
raras las voces de falsete.

El alfabeto fonético del campesino carece de la _c_ suave, así como
de la _ll_, _v_, _x_ y _z_. La _c_, al unirla con las _e_ é _i_, y la
_z_, casi siempre las transforma en _s_, v. gr. _s_erro, _s_imarrón,
_s_anja, _s_umo. Cambia la _ll_ en _ñ_ y á veces en _y_, como en
_ñ_aman, caba_y_o; la _v_ en _b_ como en _b_ira. La _d_ final, y la de
las terminaciones de los participios de pretérito, no suenan; así dice:
_mitá_, _comprao_. La _rr_ con frecuencia la arrastra dándole sonido
de _j_; como en _ajrój_ por _arroz_; la _r_ la convierte en _l_ muchas
veces, otras en _j_, v. gr.: amo_l_, ca_j_ne; y por último, según nos
lo ha hecho notar nuestro buen amigo y excelente poeta Don Luis Muñoz
Rivera, á la _s_ le dan casi constantemente un sonido de _j_ suave; por
ejemplo: _loj_, _pejroj_, _ejtán_. Á veces ocurre lo propio con la _z_,
como cuando dicen _ajoraoj_ por _azorados_. La _h_ es una _j_ fuerte
siempre, v. gr.: _jacer_ por _hacer_.

Si bajo su aspecto físico, el lenguaje del jíbaro está lleno de
defectos, desde el punto de vista físico-espiritual, evidencia de
ordinario la pobreza de su desarrollo intelectual, por mucho que á las
veces revele agudezas que demuestran una inteligencia fácil de cultivar.

Una vez hecho este breve exámen, vamos á dar comienzo á la
investigación del estado en que se encuentran en la clase rural las
artes útiles; y empezaremos por la más hermosa de todas: la poesía.
Producto esta de la imaginación y del sentimiento, la encontramos,
ya que no revestida de sus mejores galas, embellecida con el ropaje
natural de la espontaneidad y sencillez que en todas partes ostenta
la poesía popular. En muchos de los _cantares_ jíbaros se descubre
una naturaleza poética rica en fantasía y no exenta de imaginación
y viveza, como no podía ménos de suceder tratándose de meridionales
descendientes de españoles, quienes poseen como pocos aquellas
preciosas dotes.

Sensible es que la escasa ilustración del jíbaro sea causa de que
esa fuente de belleza no de cuanto podría dar de sí; al cabo la
imaginación no basta para producir lo bello, si no vienen en su auxilio
otras facultades del espíritu convenientemente cultivadas. De esta
deficiencia nace que el campesino cante asuntos pocos dignos y que en
sus canciones se hallen dislates tan grandes que, á juzgar por ellos,
habría que negar á sus autores hasta el sentido común. Encuéntranse
_décimas glosadas_ que están llenas de obscenidades; otras hay
disparatadas, sin piés ni cabeza, como vulgarmente se dice, que no son
más que palabras vacías de sentido, por mucho que la presunción del
autor las titule de _argumento_.

No obstante, otras veces acierta el inculto poeta. Hemos oido algunos
villancicos, llamados _aguinaldos_, bastante bellos é ingeniosos. Entre
sus _cantares_ los hay capaces de despertar la emoción estética. Casi
siempre el motivo de ellos es el amor y los sentimientos que de esta
pasión dependen; pero no desdeña su inspiración otros asuntos. Sus
coplas recuerdan la rica poesía popular española, y es fácil de hallar
en ellas su filiación andaluza las más de las veces, sin que falten
cantares de otras provincias de la Metrópoli, tan pródiga en hermosos
villancicos, alegres seguidillas, picarescas coplas, etc.

Para dar una ligera idea de nuestra poesía popular, reproducimos á
continuación algunos _cantares_, sugetándonos á la ortografía propia
del jíbaro[8].

      "Puse en tu puelta un letrero
    Y el letrero dise así:
    --Pasajero, pasajero,
    Cuando pasej por aquí,
    Si no quierej sel cautibo
    Pasa sin miral siquiera;
    Yo miré una vej, y bibo
    Ejclabo jajta que muera."

       [8] Debemos á los Sres. Don Luis Muñoz Rivera y Don José Negrón
       Sanjurjo agradecimiento por habernos hecho conocer algunos
       bellos ejemplos de nuestra poesía popular. Reciban por éste
       valioso obsequio nuestra expresiva gratitud y reconocimiento.

Galano requiebro que por su concepto es digno de la dama de más
delicado gusto.

Bien expresan los siguientes _cantares_ la intensidad del sentimiento
amoroso:

      "Nunca me digaj adioj
    Cuando pol la caye baj,
    Que parese que me disej
    Adioj para nunca maj."

           *       *       *       *       *

      "Si doblasen laj campanaj,
    No preguntej quién murió:
    Ausente de tí, mi bia,
    ¿Quién puée sel si no yó?"

La pertinacia del amor verdadero se pinta en el siguiente cantar,
no ménos naturalmente que los afectos expresados en las cuartetas
anteriores:

      "Buscando boy pol la Ijla
    Quien quiera haselme un fabol:
    Ajrancal de mi memoria
    El recueldo de tu amol."

Bella cuarteta es esta en la que el poeta utiliza la perífrasis, para
advertir á una novia cuyo galán no parece serle muy fiel:

      "Quítate de esa bentana,
    No le baya á jasel daño
    Á la flor de tu ilusión
    El biento del desengaño."

Lo exclusivo del afecto amoroso y el desprecio de la vida, de que
suelen hacer gala los enamorados infelices, unas veces de veras, otras
_pro fórmula_, palpitan en estos cantares:

      "Ayá bá mi corasón,
    Abrele con esa yabe,
    Y veraj si dentro del
    Sólo tu recueldo cabe."

           *       *       *       *       *

      "Dejde que pagaj mi amol
    Con el odio y el dejden,
    Boy bujcando una dolama
    Que me mate de una vej."

           *       *       *       *       *

      "Si me quieres dimeló
    Y si no dame beneno,
    Que no es el primer amol
    Que le dá muelte á su dueño."

También sabe expresar en sus cantares cierto pesimismo irónico, del que
hay frecuentes casos en la poesía popular española: véanse estos dos
ejemplos:

      "Si quierej ejtal contento
    Manda compral, buen amigo,
    Un quintal de indiferiensia
    Y dos arrobaj de olbido."

           *       *       *       *       *

      "El honol es un tesoro
    Del que lo sabe gualdal,
    Lo he bijto cambial pol oro
    Ejto no se ha de admiral."

Epígramas hay, como el siguiente, que velando de un modo conveniente la
idea, hieren sin embargo donde se propuso el autor:

      "Disen que tienej un nobio;
    Disen que le quieres bien;
    Disen que disen que yoraj,
    Pero no disen pol qué."

Otros son más transparentes y desenfadados, como de ellos es ejemplo el
que sigue:

      "Esoj seloj de tu amante
    Me dan ganaj de reil.
    ¡Pobresito del que pasa
    Por onde han pasao mil!"

Manifestación, algo fanfarrona, del sentimiento patrio, avivado con
motivo de las invasiones inglesas, de que nos habla nuestra historia
provincial, es el _cantar_ que dice así:

      "¿De qué le bale al ingléj
    El ponel tantaj trincheraj,
    Si sabe que Puerto Rico
    Tiene lanchas cañoneraj?"

Basta con lo expuesto para dejar demostrado que, á pesar de ser pobre
el desarrollo intelectual del jíbaro, este infeliz anémico mantiene
vivo, allá en su alma, el culto de la poesía, y puede y sabe sentir la
belleza y producirla á veces.

Para terminar, y por tratarse de otra forma de expresión poética,
diremos que los _cuentos_ de los jíbaros adolecen de exceso de
fantasmagoría y no se encuentra en ellos cosa que llame la atención.
Duendes, pájaros de mal agüero, varitas de virtud, transformaciones
milagrosas, tránsitos repentinos, sin que intervengan el esfuerzo
propio, de la miseria á la riqueza; nada, en una palabra, en los que
conocemos al ménos, que por este concepto revelen valor intelectual.

Digamos algo, aunque brevemente, acerca de los instrumentos musicales
campestres: la _maraca_, especie de sonaja de orígen indio, que
por su nombre y por el ruido que produce, podría compararse con la
matraca, tosco y primitivo representante del instrumental de casi
todos los pueblos no civilizados; el güiro, desapacible instrumento
para oidos no acostumbrados al guachapeo seco que ocasiona el raspear
sobre su lineada superficie; y algunas derivaciones de la guitarra
y de la bandurria, es cuanto en el particular se ofrece á nuestra
consideración. Son estas derivaciones: el _tiple_, guitarrillo de cinco
cuerdas, que ofrece la inexplicable particularidad de tener la prima
y la quinta iguales, lo que dá lugar á una combinación anómala de
sonidos; el _cuatro_, que tiene cinco cuerdas dobles, colocadas de dos
en dos, se templa como la bandurria y se toca como esta; la _bordonúa_
lleva seis cuerdas, y la _vihuela_ hasta diez, pues en esto entra
por mucho el capricho del constructor. Ninguno de estos instrumentos
obedece en su construcción á una idea artística racional; el poco valor
material de ellos hace que sólo los construyan los mismos jíbaros,
quienes la mayor parte de las veces se valen de útiles poco apropiados.
Sería interesante señalar el proceso de desviación que en esta
provincia han seguido los citados instrumentos nacionales de cuerda;
en ellos subsiste la idea que preside á la construcción de guitarras
y bandurrias; pero la carencia de utensilios para fabricarlos iguales
á los modelos que de la Metrópoli trajeron los españoles, ha debido
influir en la imperfección de aquellos.

Imperfectos y todo se pueden ejecutar en ellos tocatas agradables.
Manos hábiles saben arrancar á tan toscos instrumentos musicales
airosas melodías, sin embargo de que debe de ofrecer serias
dificultades, cuando ménos, el producir con ellos modulaciones. Hay
tocadores que con una maestría sorprendente, hacen verdaderos alardes,
produciendo, sobre todo con el _cuatro_, inesperadas melodías.

Acompañándose con estos rudos instrumentos, canta el jíbaro sus
languidísimas coplas eróticas, ó sus animados villancicos durante la
época de aguinaldos.

Orquesta tan menguada basta al jíbaro para sus bailes, de los cuales,
algunos es lástima que vayan cayendo en desuso. El _seis_, así llamado
acaso en recuerdo de los seises que bailaban delante de los altares,
según un rito cristiano ya olvidado, es un baile de figuras, de
cierto donaire, que es sensible vaya perdiendo sus reminiscencias de
la antigua danza, de figuras como la española, hoy sustituida por el
_merengue_ sensual, al que también se ajusta el _seis_. El _sonduro_,
las _cadenas_, _caballos_, _puntillanto_, _fandanguillo_, y tal vez
algunas otras variedades que nos son desconocidas, van quedando
relegadas al más injustificado olvido.

El baile llamado _caballo_, exije que los bailadores den vueltas
vertiginosas de vals; en el _sonduro_ el zapateo ha de ser fuerte,
tanto, que á veces los bailadores solían poner chapas de hierro
al calzado para hacer más ruido; las _cadenas_ son un baile de
combinaciones muy bonitas y de música linda, que se asocia al canto;
el _puntillanto_ es una especie de zorcico zapateado, de una música
agradable en sumo grado: parece una combinación de los compases
ternario y cuaternario, de un efecto bellísimo. También es danza de
figuras que apénas se conoce ya en algunos barrios del interior.

La danza moderna tiende á anular todos estos bailes; en sociedad
se anularon los de figuras; y en los campos va sucediendo lo mismo
con perjuicio de los caractéres propios del baile; porque en último
término éste, aparte de ser un ejercicio plausible, tiene su aspecto
espiritual. Ha servido para expresar por medio de la música los
sentimientos más elevados: el religioso, el del amor, el guerrero;
hoy sólo expresa la pasión amorosa, pero representada por medio de la
moderna danza, resulta algo brutal. En la danza de figuras la pantomima
desarrollaba el proceso amoroso más lógicamente; las parejas colocadas
unas frente á otras, se saludaban, paseaban, se daban las manos, y
por último, después de varias figuras, llegaba el baile íntimo, por
vueltas de vals. En el _merengue_ todo preliminar está casi abolido; el
caballero invita á la dama y en seguida se establece la intimidad de
un abrazo, que por cierto dura largo tiempo, sin que apénas esfuerzo
físico distraiga la atención; porque para bailar la danza no es preciso
ejecutar movimientos que, cansando el cuerpo, aparten del baile toda
voluptuosidad posible, sobre todo hallándose la pareja solicitada por
una música de languidez dulce y predisponente.

No queremos decir que esto ocurra siempre que se baile la moderna
danza; pero no puede desconocerse el peligro de la posibilidad. Es
posible bailar inocente y correctamente el _merengue_, pero en este
baile se reunen una porción de circunstancias, contra las cuales
es bueno estar prevenido; si al baile hay que concederle título de
utilidad, es á condición de que en vez de enervar produzca sano placer.
Báilese la danza en hora buena, pero no tan exclusivamente que ella
anule á otras danzas más bellas y espirituales.

El baile, considerado como arte recreativo, tiene entre los jíbaros
escasa representación: entre los niños, la _gallina ciega_, la
_peonza_, el _hoyuelo_, los _volantines_ y otros juegos propios de
la infancia. Entre los adultos las _bochas_, bolos, algo en desuso.
Sensible es que no exista ningún juego que ejercite el sistema muscular
del campesino; el juego de pelota, que por ser nacional y haberse usado
también entre los indios, debía existir, nadie lo juega; en cambio
los gallos y los juegos de azar, de los que trataremos oportunamente,
dominan al jíbaro.

Los juegos de carnaval conservan aun en nuestro pueblo el carácter
que tenían en España en el siglo XVII. Enharinamientos, pintarrajeos,
mojaduras, lanzar cascarones de huevos, á guisa de proyectiles,
sobre los transeúntes, es lo que constituye nuestra diversión en
Carnestolendas; manera de divertimiento enojosa y poco culta por cierto.

Como ha podido apreciarse por esta breve reseña, existen algunas
buenas disposiciones naturales, sobre todo en el jíbaro descendiente
de la raza blanca, de cerebro bastante bien organizado, para que,
desarrolladas dichas aptitudes, mejoren las condiciones intelectuales
del grupo rural; como hasta ahora nada se ha hecho para procurarlo,
lo mismo el campesino de filiación caucásica que el de orígen
africano ó mixto, vegetan más que viven en cuanto se refiere á la
vida de la inteligencia; la fuerza intelectual sólo existe latente.
Nuestro campesino es capaz de ser educado por medio del estudio, pues
tiene disposiciones muy favorables para ello; pero estas facultades
permanecen estériles por falta de instrucción y no por incapacidad
para la educación. Á cada paso podemos comprobarlo en niños nacidos en
los más humildes bohíos, que han alcanzado un desarrollo intelectual
sobresaliente, cuando se les ha llevado oportunamente á la escuela.



CAUSAS DE SU ESTADO INTELECTUAL.


La investigación histórica nos enseña que las generaciones que
precedieron á la nuestra muy poco pudieron legar de cuanto la vida del
espíritu necesita para su desarrollo; circunstancia que explica el
retraso general de Puerto Rico, y que á su vez constituye una causa
eficiente del escasísimo progreso que hallamos en el grupo rural.

Sabido es que nuestra Isla, corno toda la América, debe su vida moderna
á la conquista. Por una parte hombres de armas y por otra aventureros
echaron los cimientos de esta sociedad. Ni los unos ni los otros se
preocuparon del porvenir intelectual del país, ni era la ocasión de
que tales ideas surgieran; los hombres de letras no coexisten de
ordinario con los conquistadores, y no eran los guerreros de aquella
época personas tan ilustradas que se cuidasen de algo más que de domar
la fiereza de los indios, que luchaban como podían para rechazar la
invasión extranjera. La anécdota de Pizarro y el Inca Atahualpa, si
no dá la medida exacta de la instrucción de todos los conquistadores,
nos pone en autos de que no precisaba saber leer para dominar un
vasto imperio. Es verdad que las comunidades religiosas enviaron á
estas tierras personas ilustradas, y que trajeron la nota humanitaria
y un principio civilizador distinto del generalmente adoptado; pero
por lo común, creencias muy estrechas y el exclusivismo de la época
determinaban en el espíritu de los misioneros la idea única de
convertir á la fé católica los salvajes.

El incremento de esta sociedad se hubo de resentir de tales
circunstancias de orígen, y también de la poca importancia que Puerto
Rico tenía con relación á otras colonias, pues es claro que esta isla
si no acogía en su seno lo peor, indudablemente tampoco recibía lo
más florido de la emigración española; y aunque los tiempos no eran
á propósito para que la Metrópoli nos enviase grandes luces, pues
ella misma no poseía un gran caudal de cultura,--entre otras causas
porque el pensamiento estaba esclavizado por la intransigencia,--es
muy probable que las personas que huían de la Península, porque su
desarrollo intelectual era incompatible con la época, al emigrar
buscaran, para establecerse, los mejores territorios de los países
descubiertos. Por lo demás, como dice G. G. Courcelle-Seguin, "la
libertad de pensar, proscrita en España, no podía hallar refugio en
las colonias españolas.... El letargo de las inteligencias pesaba
necesariamente sobre la industria, alimentaba las preocupaciones
hostiles al trabajo y hacía imposible todo progreso económico."

Los colonizadores de los primeros tiempos, guerreros, catequistas y
aventureros, no trajeron, pues, á esta colonia los elementos de una
civilización tan completa que hiciese injustificado nuestro atraso.
Ocupó su ánimo la idea de dominar y convertir á los indios primero,
y luego, cuando las exploraciones del suelo descubrieron su riqueza
en metales preciosos, la explotación de las minas; las ciencias y
las artes estaban fuera de su lugar. La misma agricultura permanecía
olvidada. ¿Quién siembra cuando la tierra produce directamente el
precioso metal? Más tarde, estando las minas ya flacas, la tierra, aun
vírgen, daba de sí, sin necesidad de arañarla siquiera, sávia bastante
á las semillas para que las plantas alcanzaran vida exuberante, y los
pastos naturales sobraban para que el ganado se multiplicase de un modo
fabuloso. Todo conspiraba á que la vida intelectual durmiese.

Sucédense largos años durante los cuales la enseñanza primaria apénas
existe en Puerto Rico, y en la misma Península es deficiente, á tal
extremo que--refiriéndose al año 1838--ha podido decir el esclarecido
Don Eduardo Benot en una conferencia dada en el Ateneo de Madrid,
acerca del ilustre literato D. Alberto Lista, lo siguiente:

  "Yo aprendí en la escuela mejor de Cádiz donde sólo me enseñaron (es
  verdad que muy bien) á leer, escribir y contar. ¿Y sabéis por qué
  era esa escuela la mejor? Porque en ella se enseñaba el carácter
  de letra inglesa y además los quebrados comunes y las fracciones
  decimales....... ¿Geografía? ¿Historia? ¿Física? ¿Química? ¿Historia
  natural? ¡Oh! eso no había donde aprenderlo. Este era el estado de
  la enseñanza en Cádiz, entónces indisputablemente la ciudad más culta
  de toda la Península..."

De Puerto Rico cuanto digamos es poco, relativo á esta materia; el
año 1765 informaba al Gobierno el General señor Conde de O'Reylly
diciéndole:

  "Para que se conozca mejor cómo han vivido y viven hasta ahora estos
  naturales, conviene saber que en toda la Isla no hay más que dos
  escuelas de niños, que fuera de Puerto Rico y la villa de San Germán
  pocos saben leer..."

La instrucción, sin embargo, no mejoró en seguida como era de esperarse
después de este tristísimo y desconsolador informe oficial. Dos
interesantes "Memorias," justamente premiadas por este Ateneo, nos
permiten apreciar la lentitud con que la enseñanza ha progresado en
esta tierra. En una de ellas, trabajo excelente por muchos conceptos
de nuestro querido amigo y compañero el doctor Don Martín Travieso y
Quijano, encontramos este párrafo que no podemos ménos de transcribir:

  "Triste, muy triste, verdaderamente desconsolador es el pasado de
  la instrucción en Puerto Rico. El ánimo se contrista al ver, que
  cerca de tres siglos habían transcurrido desde el descubrimiento de
  esta Antilla por el inmortal Cristóbal Colón en 1493, y apénas si la
  instrucción había sido planteada en este territorio, no había dado
  señales de vida, nadie había pensado en los inmensos beneficios que
  se derivan de ella."

En el otro luminoso trabajo, debido á la pluma de nuestro colega y
buen amigo el doctor Don Gabriel Ferrer, vemos que: "en Diciembre de
1864, esto es, un año y medio ántes de publicarse el Decreto orgánico
anterior, reciban enseñanza primaria en las Escuelas públicas, los
siguientes alumnos:

  Niños                2,840.
  Niñas                1,347.
                       ------
             Total     4,187 alumnos."

Por entónces la Isla tenía seguramente más de medio millón de
habitantes, pero un cálculo basado en esta cifra nos dá sólo un 8,374
por 1,000 habitantes que recibieran instrucción, estando ya bien pasada
la mitad del siglo _de las luces_.

Añádase que hasta esa época no todos los profesores dedicados al
magisterio tenían una aptitud indiscutible, y nos daremos cuenta de
cómo no podía ménos de ser mala la instrucción en los campos de la
Isla, ya que la general adolecía de tantas deficiencias.

En nuestros dias las cosas relativas á la educación han mejorado por
fortuna; el progreso iniciado con la reglamentación de la instrucción
primaria en 1838 se acrecienta desde 1875 con el impulso que le dieron
el señor Marqués de la Serna primero y luego el señor Conde de Caspe.
Desde entónces se comprueba un aumento considerable de alumnos en las
escuelas, que también han aumentado; pero ese poder civilizador del
maestro de escuela no resulta todo lo eficaz que debiera en los campos,
á causa de la falta de grupo de población, pues los jíbaros viven, como
es sabido, diseminados por nuestros hermosos campos, dificultando la
enseñanza y siendo esto mismo otra causa de la pobreza de cultura de
los campesinos.

Aparte de esto conviene hacer constar que hasta aquí se ha trabajado
más por la instrucción de los varones que de las niñas, y que las
escuelas de adultos en los campos son desconocidas, circunstancia
que seguramente contribuye á retardar la reforma intelectual de los
habitantes de nuestros campos.

Como se vé, las causas principales del atraso señalado proceden de
dos fuentes: una de ellas de los orígenes mismos de la sociedad en
que vivimos; otra, del abandono en que se ha tenido la instrucción
primaria, y acaso de su defectuoso encauzamiento.

Tales circunstancias han actuado, como es natural, más principalmente
sobre la clase ménos atendida, la rural.

Concretándonos ahora á los trabajos agrícolas, el atraso lo hallamos
determinado al propio tiempo por motivos especiales.

  "Los primeros colonos españoles--dice el ántes citado Courcelle--no
  tenían práctica de la agricultura. Así no sólo la sociedad no
  contenía ningún elemento de progreso agrícola, sino que el punto de
  partida de la agricultura era más atrasado que el cultivo europeo
  contemporáneo."

Sentado esto, no podía esperarse un rápido progreso de la clase rural.
El desconocimiento de las prácticas agrícolas, se hubo de suplir con el
buen juicio de los improvisados agricultores; la experiencia trasmitida
de padres á hijos hubo de crearlas; de aquí que aún hoy sea infantil
nuestra agricultura. Fijémonos en uno de los instrumentos agrícolas más
usados por nuestro jíbaro: el machete. No se puede ocultar que ántes
que otra cosa parece un arma de guerra: y en efecto, arma debió ser en
un principio y no apero de labranza.

Los primeros colonos, que no eran agricultores precisamente, cuando
se dedicaron al cultivo copiaron á las indias; las veían escarbar con
un palo puntiagudo la tierra para sembrar y arrancar las raices, y
ellos para hacer lo propio se valieron de su espada, que también les
servía para cortar ramas, etc. Después la espada se fué acortando y
modificando para ajustarse al nuevo oficio á que se destinó, hasta
adquirir su forma actual; pero todavía conserva rasgos característicos
de su primitivo uso, y aun llevan el machete al cinto los campesinos
como debieron llevar los soldados su espada en todas ocasiones.

Otro motivo de atraso agrícola depende de la clase de cultivo adoptado
cuando se introdujo la caña de azúcar. Al principio, cuando se podía
disponer de todas las tierras de la isla, el cultivo extensivo era lo
natural. Después, así que la propiedad limitó la porción de terrenos
comunes, y en la época en que el precio del azúcar despertaba la
ambición de los hacendados de caña, proporcionándoles fortunas
fabulosas, el deseo de poseer mucho terreno, sin mirar si podía ó
no cultivarlo, era, hasta cierto punto, lógica pretensión en el
propietario, que no conocía otro medio de sacar mayor producto á su
predio sino aumentándolo en extensión. Como para cultivar la caña son
mejores las tierras de las llanuras, los propietarios ricos fueron
desalojando, como pudieron, á los jíbaros y llevándolos á los terrenos
quebrados, en los cuales las condiciones topográficas dificultan el
empleo de los instrumentos de labranza perfeccionados, que de ordinario
se usan en los llanos.

Claro es que por su parte el hacendado, ateniéndose á las grandes
extensiones de terrenos, descuidó el conocimiento de los abonos, el
estudio de los arados, etc. y no enseñó á sus braceros nada capaz de
despertar en ellos ideas nuevas en el cultivo de la tierra; de modo
que por ninguna parte encontró la clase jornalera de nuestros campos
luces que dirigieran sus pobres conocimientos agrícolas. Á todo esto,
ténganse en cuenta las dificultades de comunicación que había con la
metrópoli, la prohibición de tratos comerciales con el extrangero, el
aislamiento de los habitantes de esta isla entre sí, y se comprenderá
que la industria, las artes y todo haya llevado una vida lánguida en
esta provincia.

Estos casos explican cómo el jíbaro copió la casa y el mobiliario
del indio, y hasta el vestido mismo, puesto que este consiste en la
menor cantidad posible de ropas compatible con el pudor natural
y con el calor del clima, viniendo á darse el desgraciado caso de
que si el europeo dominó la tierra y destruyó la raza que en ella
vivía, el espíritu de ésta ha persistido hasta nuestros dias en
muchos particulares, como una dominación póstuma sobre los hijos de
los dominadores que, faltos de escuela, han tenido sus facultades
enteramente dormidas, viviendo en una ignorancia crasa, incapaz de
producir ningún género de progreso, como hemos podido apreciar en el
presente análisis.



MEDIOS DE MEJORAR SUS CONDICIONES INTELECTUALES.


Cultivar las facultades intelectuales, instruir: hé aquí el gran afán
de los pensadores modernos; hé aquí el único medio de mejorar, mejor
aun, de cambiar favorablemente las condiciones intelectuales de la
familia rural borinqueña.

La enseñanza: esa es la palanca que ha de remover la ignorancia del
campesino. El maestro de escuela: ese es el que ha de aplicar el
remedio al mal que lamentamos. El gobierno es el llamado á interesarse
sinceramente en el progreso de la educación. Le debe esta reparación al
pueblo puertorriqueño; tiene con él contraída una deuda intelectual, y
sólo puede pagársela favoreciendo por todos los medios la enseñanza;
factor el más poderoso de la educación individual y social de nuestra
época.

"Si la enseñanza primaria es necesaria á la niñez, si es un
hecho indiscutible que un pueblo se encontrará más próximo á su
perfeccionamiento cuanto mayor sea el número de sus indivíduos que
adquieran los rudimentos del saber, es indudable que por esta sóla
circunstancia el nuestro se encuentra todavía muy distante del término
deseado."[9]

       [9] Memoria sobre instrucción pública premiada por el Ateneo,
       escrita por el Dr. Don Gabriel Ferrer.

El mal está terminantemente expresado. El remedio lo precisa otro autor
en las siguientes líneas:

  "Abandonemos la indiferencia que nos consume. _Hora est jam nos de
  somno surgere._ Pidamos luz, pero pidámosla ámplia como la del sol
  que ilumina con sus rayos todo el organismo universal. Procuremos
  que luzca sus facetas el diamante pulimentado, mas sin despreciar
  por eso el cuarzo modestísimo. La suntuosidad del mármol no aminora
  la utilidad de la arcilla. Rindamos culto á la ciencia en sus
  más supremas manifestaciones, pero no olvidemos que las escuelas
  elementales son aun una palabra hueca para la mayoría de nuestra
  población. Solicitemos que esas escuelas extiendan su regenerador
  influjo hasta el predio rústico: caiga el refrigerante rocío de la
  instrucción en la agotada inteligencia de la mujer campesina."[10]

       [10] _La Campesina._--Disquisiciones sociológicas por Don
       Salvador Brau.

Cierto; ese es el remedio: la escuela elemental prodigada y la escuela
elemental para la mujer con preferente cuidado. _Hora es ya de salir
de nuestro sueño_, hora es de que administración y administrados
coadyuvemos á plantear la educación elemental; hora es ya de que padres
del pueblo y padres de familia nos amparemos en brazos de la educación,
como refugio de salvación para un pueblo que yace en la oscuridad; que
si la administración dispone de amplios elementos para derrotar la
ignorancia, el más modesto esfuerzo individual puede, por su parte,
disminuirla, llevando el pan del saber lo mismo á los hijos que á los
sirvientes y braceros. Cada criado que en los ratos de ocio aprende á
leer es un sér que se eleva y elevará á su familia.

¿Cómo debe ser esta educación? "Es más complicado--pero mucho más--de
lo que parece, organizar un sistema de enseñanza que aspire á dirigir
la educación nacional," ha dicho uno de los pensadores modernos que
con mayor lucidez han tratado esta cuestión en nuestros tiempos,
D. Francisco Giner, el cual se expresa en los siguientes términos:
"Sigue nuestra enseñanza el impulso de las ideas reinantes. Según esta
se halla concedida, organizada y desempeñada como una mera función
intelectual, ó sea que atienda á la inteligencia del alumno tan sólo,
no á la integridad de la naturaleza ni á despertar las energías
radicales de su sér, ni á corregir la formación de sus sentimientos,
de su voluntad, de su ideal, de sus aspiraciones, de su moralidad y
de su carácter." La clase de educación que nosotros desearíamos es
precisamente la opuesta. Nosotros querríamos pedagogos que tuviesen una
idea exacta de la naturaleza humana para no perturbarla inútilmente,
pedagogos que despertaran en el alma del alumno todas sus energías, y
dirigiesen sus sentimientos, su voluntad, su ideal, sus aspiraciones,
su moralidad, su carácter; así nos satisface la educación elemental.

Esta es la que solicitamos para nuestros campesinos precisamente,
porque nadie está más necesitado que él de que se mejoren todas esas
facultades que la educación debe cultivar.

Por fortuna los ilustrados profesores de la Isla lo comprenden también
así, y es probable que dentro de plazo breve notemos los resultados de
sus trabajos.

¿Á cuál de los dos sexos convendría educar ántes? Suponiendo que por
este concepto--el del sexo--pudieran existir preferencias, desde
luego nos decidiríamos por la enseñanza de las niñas; pero como
creemos que ambos sexos tienen igual derecho á la instrucción, y en
los distritos rurales de Puerto Rico ambos sexos están igualmente
necesitados de ella, se nos ocurre que, á imitación de los Estados
Unidos del Norte--como ya ha demostrado el ántes citado autor de _La
Campesina_--podrían las escuelas mixtas salvar todas las dificultades.
Agrupemos los niños de ambos sexos bajo la dirección de la mujer
"teniendo confianza en la naturaleza humana;" demos á esta educación un
carácter racional y práctico, y la base de nuestro perfeccionamiento
será sólida.

La mujer es la llamada á salvar á la sociedad educándose y sirviendo
á la vez de preceptora; "los profesores más escogidos fracasan
frecuentemente, donde una _yankee_ realiza prodigios. La infancia
pertenece á la mujer," ha dicho Laboulaye. Apliquemos el conocimiento
de esta verdad y nos habremos salvado.

Desearíamos ver la educación en manos de la mujer. Como Juan Jacobo
Rousseau, creemos que "la primera educación es la más importante y esta
pertenece indudablemente á las mujeres. Eduquemos mujeres y hagamos que
esa educación sea tan ámplia que le permita desempeñar cumplidamente
las sagradas obligaciones de la maternidad que no se limitan á cuidar
y alimentar á sus hijos, sino que tienen por principal objeto la
educación de los mismos."[11]

       [11] Memoria sobre instrucción pública, premiada por el Ateneo y
       escrita por el Dr. Don M. Travieso.

Cuando este ideal se realice, cuando la madre esté bastante instruida
para cumplir con el noble encargo de alimentar la inteligencia de su
hijo como le alimenta el estómago con el blanco y nutritivo néctar de
sus pechos, entónces, como ha dicho Emilio de Gerardín, el maestro de
instrucción primaria desaparecerá y será felizmente reemplazado por la
madre.

Además de la instrucción general de que tan necesitado está el
campesino, urge la enseñanza elemental agrícola en las escuelas
primarias. No se puede prescindir de ella, tratándose de
establecimientos de enseñanza para las clases rurales, so pena de que
la educación sea deficiente. Esto aparte de la escuela de agricultura
más ó ménos modesta, pero en donde se instruya á la juventud con
arreglo á los modernos adelantos de la ciencia agronómica, á fin de que
sea capaz de comprender las ventajas que reportaría á la explotación
de la tierra el abandono de las prácticas rutinarias. La educación de
peritos agrónomos, de capataces de cultivo, etc., es tan necesaria como
la de obreros agrícolas. De poco valdrían los rudimentos de agricultura
enseñados al obrero en las escuelas elementales, si dejamos en la
ignorancia de aquella ciencia á las personas llamadas á dirigirlos.

Sólo llevando á los campos gente capaz de comprender el adelantamiento
de la agricultura á beneficio de la Ciencia, lograremos sacar á las
industrias y demás manifestaciones agrícolas del atraso en que se
encuentran.

Escuelas, escuelas para niñas, profesoras instruidas, madres educadas,
agricultores inteligentes, hé aquí los medios de mejorar las
condiciones intelectuales del campesino y su familia.

Una dificultad que no podemos ocultar ofrece la propagación de la
enseñanza en nuestro suelo, y consiste en la diseminación en que viven
nuestros campesinos. Alemania, acaso sin tener en grado tan alto este
inconveniente, tiene los profesores ambulantes que llenan, en la medida
de lo posible, su misión civilizadora.

Nos parece que oimos decir á alguien: "Los presupuestos están muy
recargados á causa de las escuelas que se han creado, y aun se pide
más; esto sería la ruina." Desengáñense los espíritus timoratos que
ven las cosas por ese lado: lo que no se emplea en escuelas se gasta
en cárceles y en presidios; y cuanto dinero se emplea en propagar la
instrucción es como si se diese con interés usurario á la sociedad,
que, educada, renumera espléndidamente, desarrollando todas sus fuentes
de producción, dormidas mientras reina la ignorancia.

Como todo cuanto tienda á facilitar la instrucción ha de ser
beneficioso al mejoramiento del campesino, el procurar por medios
racionales su agrupamiento en aldeas es una idea feliz, de la cual
trataremos más adelante: el cumplimiento de los preceptos de la
enseñanza obligatoria por parte de las autoridades locales, es una
necesidad con cuya falta no se debería transigir, pues para algo se han
dictado. Si las escuelas públicas no pueden admitir mayor número de
alumnos del que hoy asiste á ellas, no hay más remedio que multiplicar
las escuelas; eso sí, que se emplée el dinero bien, es decir, que cada
maestro cumpla con las obligaciones de su grandioso ministerio, y todo
lo demás es secundario.



CONDICIONES MORALES.


Llegamos á la parte más escabrosa, para nosotros, del tema que venimos
desarrollando. Como hombres imparciales tenemos que exponer nuestras
observaciones tales como nos impresionan; como puertorriqueños
sentiremos, más de una vez, abordar las delicadas cuestiones de moral
relacionadas con nuestros campesinos, pues si en lo que respecta á
condiciones físicas é intelectuales hemos encontrado deficiencias
lamentables, no son menores las que hallamos respecto de moralidad.

Entremos, sin embargo, en el asunto. Reviste de por sí sobrada
importancia el cumplimiento del deber y el ejercicio del derecho, actos
que compendian la vida moral del hombre, para excusarnos de estudiar el
jíbaro en cuanto se relaciona con tan interesante materia.

Empezaremos por el análisis de los deberes para con Dios.

La creencia en Dios es general entre los campesinos; puede asegurarse
que en nuestros campos no es conocido el ateísmo; pero por desgracia
abundan los errores en lo referente á los atributos del Sér Supremo.
Existe confusión en el modo de apreciar sus cualidades, á causa, sin
duda, del poco desarrollo intelectual que hemos reconocido en nuestra
gente de campo. La naturaleza divina del Omnipotente no es concebida
con bastante pureza. Reconocen, es cierto, la existencia de un Sér
Superior, pero suelen atribuirle cualidades humanas que desdicen de la
majestuosa grandeza con que debieran comprenderle, concepción hasta la
cual no es extraño que no se eleve la gente ruda, cuando vemos á menudo
que personas algo más educadas atribuyen al Hacedor caractéres que
tienen más de humanos que de divinos.

En los asuntos del culto, hemos de decir que el campesino, aunque
católico, se muestra indiferente hacia ciertas prácticas, reconocidas
como esenciales dentro del catolicismo, mientras dedica escrupulosa
atención á otras que no lo son tanto. Así, por ejemplo, quizá se
apresure á ofrecer un ex voto á alguna imagen de su devoción, mientras
deje de cumplir con algunos de los sacramentos; apréndese de memoria
oraciones que pueden calificarse de ridículas, y quizás no sabe el
sencillo Padre Nuestro.

Algunos de sus actos piadosos revisten formas supersticiosas, y en sus
oraciones suele pedir á Dios ó á los santos mercedes que sólo pueden
disculparse por la ignorancia del peticionario. Quién guarda cuidadoso
una oración, á guisa de amuleto, contra las enfermedades ó el mal de
ojo; quién pide con fervor al cielo que Santa Lucía ciegue á tal ó cual
persona, ó bien alguna otra majadería indigna de la atención Suprema.
Que el necesitado dirija sus plegarias á lo alto es tan natural, como
absurdo es pretender cambiar las leyes de la naturaleza en provecho
propio. Orar es útil y consolador para el creyente: útil, porque es un
tributo dirigido á Dios; consolador, porque aviva la esperanza en la
adversidad; pero la oración y su objeto deben estar purificados de todo
lo que no sea racional y digno.

Se vé que el jíbaro es católico, pero carece de una instrucción
religiosa que le ayude á dar cumplimiento debido á sus obligaciones
de tal, y á esto se debe lo poco diligente que se muestra para el
matrimonio, la manera con que celebra las fiestas, el carácter profano
que revisten sus _fiestas de cruz_, su creencia en hechizos, mal de
ojo, brujerías, la veneración y confianza algo gentílica que profesa á
tal imagen, medalla, escapulario ú otras cosas, más ó ménos absurdas,
formas de culto que la sana razón rechaza, pero que prosperan entre los
infelices á quienes no ha llegado hasta la fecha el pan intelectual.

Cuando se advierte esta falta, y se considera que el campesino ha
vivido casi aislado y en roce con una raza, como la africana, portadora
de ciertas creencias, no extraña esta confusión en materia religiosa.
Añádase á esto una imaginación fantaseadora, y nos explicaremos
perfectamente cómo el espiritismo (cuyo valor no discutimos, pero que
bajo la forma algo quimérica en que se propaga entre el vulgo nos
parece que no resiste un exámen sério), encuentre adeptos entre esas
masas que por su orígen, leyes y costumbres debieran ser depositarias
escrupulosas de la doctrina católica, única legal durante largos años
en este territorio, pero en la cual están indudablemente poco ó nada
instruidos nuestros jíbaros.

En la crísis actual que atraviesan todos los pueblos cultos, en cuanto
á las creencias religiosas, es más que nunca necesario que el que
se llame católico, así pertenezca á la clase ménos acomodada, pueda
ostentar su fé despojada de todo error ó absurdo que la debilite ante
los ojos de los que no profesan el mismo culto y ante el propio
exámen; pues aun para el hombre ménos instruido llega un dia en que
desea encontrar el fundamento de ciertas cosas, y entónces corren igual
riesgo las creencias verdaderas y las falsas, por estar acompañadas las
primeras de superfluidades que á nada conducen ni aportan un ápice al
mejoramiento moral del indivíduo.

Después de los deberes para con Dios vienen, en el órden natural,
los deberes del hombre para consigo mismo, y como primordial el
perfeccionamiento de sus facultades; pero como no es dable exigir el
cumplimiento de un deber cuando se desconoce, y desconocida tiene que
ser para el jíbaro semejante prescripción, toda vez que su incultura
es notoria, de aquí que no hagamos sino señalar el hecho, sin inculpar
al campesino por su indiferencia hacia todo cuanto se relaciona con su
mejoramiento.

Su inteligencia inculta, su voluntad, educada en un medio más apropiado
para debilitarla que para favorecerla; en una palabra, el cultivo de
sus facultades todas, abandonado ó mal dirigido, han debido conducir al
campesino á esa falta de emulación, á ese abatimiento moral que en él
se advierte.

El deber de conservar la vida es universalmente reconocido: el suicidio
es un acto reprobado que no tiene explicación más satisfactoria que un
profundo trastorno de las facultades humanas, un desorden patológico
durante el cual el raciocinio perturbado deja al hombre inerme contra
el vértigo que lo impulsa hacia la sima de su aniquilamiento. No nos
dice la estadística que exista entre los campesinos puertorriqueños
mayor número de suicidas que entre los demás grupos sociales.

Es innegable que el hombre de campo de Puerto Rico no atiende á sus
necesidades corporales como es debido. No es á él á quien hay que
predicar la templanza en las comidas, sino que, por el contrario,
será preciso convencerle de la necesidad en que está de alimentarse
mejor; pero no hay que atribuir esto á una tendencia contraria á la
conservación de la vida, sino á las ventajas que encuentra en ser
sóbrio y al abuso, posible en este clima, de una sobriedad á que le
predispone la raza, las condiciones climatológicas y las circunstancias
que le rodean; pues no cabe duda que cuando el trabajo no produce al
hombre lo suficiente y no puede forzar la cantidad de labor más allá de
ciertos límites, si vé que la vida se le sostiene con una alimentación
escasa, á ella se atiene, exagerando esta ventaja en perjuicio de la
economía, y haciendo de la alimentación defectuosa regla ó costumbre
invariable.

Reconocen todos los moralistas el derecho del hombre á repeler las
agresiones injustas, á defenderse contra los obstáculos dañosos á su
persona, en virtud de la potestad indiscutible que á todos nos asiste
de mirar por nuestro bien y de conservar la vida; el ejercicio de
este derecho no es indiferente al jíbaro: él sabe y tiene brios para
rechazar los ataques injustificados, pero por lo general se muestra
prudente contra los agresores, si son estos de los privilegiados por la
fortuna ó la posición oficial; frente á otro campesino ó convencido de
que por la justicia le será reconocido el derecho que tuvo de atender á
su propia defensa, procederá con valentía y resolución.

Frecuentes son entre los jíbaros los combates singulares y privados,
á los que dan á menudo cierta forma caballeresca, puesto que hasta
precede á la lucha la designación de hora y sitio. Tienen estas luchas
algo del duelo, adoptado aun en nuestro siglo por la gente culta; que
en medio de los campos como en las ciudades, el hombre, ante ciertas
deficiencias jurídicas, prefiere confiar á su propio esfuerzo ántes
que á la autoridad pública el castigo de las injurias, sometiéndose á
una costumbre inmoral á todas luces y de la cual resultan muchísimas
desgracias sin satisfacer casi nunca al ofendido.

Pasemos al tercer grupo de los que constituyen la vida moral del
hombre; á los deberes para con sus semejantes. Suele el jíbaro no
mostrarse muy escrupuloso en cuanto se relaciona con algunos deberes
nacidos del amor al prójimo; creemos que no tiene una idea clara del
valor de ciertos actos, dado el poco respeto que aparenta profesar á la
propiedad ajena cuando se trata de cosas de poco precio. Sin que esto
quiera decir que el robo no sea un acto repulsivo para la generalidad
de los campesinos, reconocemos que el concepto del dominio estable
privado no parece que lo extiendan á aquellas cosas que por causa de la
facilidad con que se producen valen poco; así, entendemos que un jíbaro
no cree violar ningún derecho cuando se apropia un ave de corral, un
racimo de plátanos ú otra pequeñez, que no por serlo deja, sin embargo,
de ser propiedad ajena y por lo tanto nos está vedado utilizarla sin
consentimiento de su dueño, ó si lo cree, no es porque esté convencido
de que practica un acto reprobado, sino porque sabe que si le
sorprenden le castigan. Seguramente no todos los jíbaros profesan este
comunismo, pero sí hay muchos que no muestran escrúpulo en practicarlo,
ya en esta forma, ya tomando á préstamo dinero sin intención de pagar
la deuda ó bien comprando algo cuyo importe no satisfacen. Digamos de
paso que estos defectos morales, en lo que se refiere á la falta de
formalidad en los tratos principalmente, no son del todo exclusivos del
campesino, sino que se encuentran harto generalizados en todo el país.

Esta falta de respeto á los bienes ajenos la manifiesta el campesino
también cuando se quiere vengar de alguna ofensa; entónces suele
mutilar algún animal de la propiedad de su enemigo; si bien en este
caso la intención del hecho no es obtener un beneficio, sino la
satisfacción del pesar que ha de producir á su enemigo perjudicándole
en sus bienes.

Los homicidios, las heridas, las lesiones corporales son delitos que
se encuentran en la familia rural como en todas partes, pero no hay en
el jíbaro inclinación hacia estos actos reprobados; al contrario, el
carácter general del campesino es dulce, inofensivo, y muéstrase ántes
inclinado al perdón de la ofensa que al asesinato para vengarla.

En cuanto á sus costumbres, principalmente en lo que afecta á la
familia, de la cual trataremos más adelante, existen vicios que nada
tienen de la sencillez bucólica, cantada por los poetas de otro tiempo.

Los deberes de humanidad, en cambio, son perfectamente cumplidos por
nuestro campesino. En este particular llega hasta lo sublime; el jíbaro
no tiene nada suyo cuando se trata de ejercer la caridad. El forastero
hallará la hospitalidad más ámplia en el humilde bohío, aun cuando
se trate de un desconocido y á veces de un enemigo; la familia del
campesino puertorriqueño obsequiará con cuanto tiene al huesped que
llama á su puerta, sin interés alguno; cuando se trata de remediar una
necesidad, de salvar de un peligro á alguien, de servirle en casos de
enfermedad, ninguna consideración detiene á nuestros jíbaros, ni aún
los perjuicios que de ello puedan resultarles. ¡Ojalá que su moralidad
pudiera medirse en todas ocasiones por la expresión de estos generosos
sentimientos tan desarrollados en su corazón!

Al examinar en sus bases constitutivas la familia rural borinqueña, nos
vienen, desde luego, á la memoria las frases que con motivo de este
delicado asunto dijo el señor conde de Caspe, siendo Gobernador de esta
Provincia:

"Completamente diseminada la población rural en chozas aisladas, falta
de toda instrucción religiosa y de freno moral, sin que la eficacia del
Sacramento ni la sanción de la ley vengan á legitimar muchas uniones,
más ó ménos duraderas, creadas sobre la sóla y deleznable base del
apetito sensual, puede decirse en verdad que la familia de los campos
de Puerto Rico no está moralmente constituida."

Triste es tener que confesar que la aserción del gobernante no carece
de exactitud. Si la sociedad conyugal se ha de fundar en la unión,
legitimada en alguna forma, del hombre y la mujer; si el matrimonio
es el lazo que resulta del contrato legítimo que une por vida á los
cónyuges; si ha de representar la perfecta fusión en uno sólo de dos
séres que se complementan física y moralmente, la familia, en tésis
general, no está constituida en los campos puertorriqueños.

¡Y á cuán tristes consideraciones se presta semejante estado de cosas!

Como dice Samuel Smiles, tratando de la familia, "de esa fuente, pura
ó impura, emanan los principios y las máximas que gobiernan en la
sociedad. La familia es la primera y la más importante escuela del
carácter; y en el seno de ella es donde todo sér humano recibe su mejor
ó su peor educación moral."

Véase, pues, cuánto importa que la familia esté constituida sobre bases
regulares; que reine en ella estricta moralidad; que el hogar doméstico
sea arca de los puros afectos, que despierta esa necesidad ineludible
de amar que solicita á todos los séres creados, y no templo del brutal
sensualismo que enerva y envilece los caractéres.

Sin negar que el amor se rebela, en determinados casos, contra todas
las conveniencias sociales, instituir la excepción en regla general
de conducta sería una aberración; por otra parte, es sabido que el
sentimiento amoroso regulado y sostenido por principios morales, no
sólo ejerce influencia benéfica sobre la sociedad, sino también sobre
el indivíduo; y no ya en la esfera de la moralidad, sino que su acción
se extiende hasta lo físico. En ambos conceptos hay que convenir en
que el Cristianismo ha trazado admirablemente las condiciones que
debe reunir la familia; condenando la poligámia, el concubinato y el
adultério, execrando la sensualidad, ha hecho respetable el hogar
cristiano; declarando á la mujer la compañera y no la hembra del
hombre, la ha restituido al rango que sociedades ménos perfectas le
habían negado.

Ahora bien, desde el momento en que por uno ú otro motivo el hombre
menosprecia esas condiciones, incurre en un error moral que redunda
en su desprestigio; cuando el error se encuentra generalizado, hasta
perturba el progreso social. Á esa trasgresión en la moral de la
familia, hay que atribuir algunos de los males físicos, intelectuales y
morales que mantienen en una languidez sensible á una parte importante
de la sociedad á que nos referimos; porque no es exagerado decir que
en nuestros campos, principalmente, existe gran despreocupación en ese
particular. Colocado el jíbaro en medio de una naturaleza exuberante de
vida, aislado, ignorante, una vez que su instinto genésico despierta
satisface su afectividad con la misma llaneza que los séres que le
rodean entonan de contínuo esos himnos de amor que renuevan la vida por
doquiera.

Tal despreocupación no es siempre hija del desenfreno; no es el descaro
del vicio quien la produce en todas las ocasiones, sino más bien el
desconocimiento del valor moral que el acto de la reproducción tiene,
según se llene dentro ó fuera de las reglas que la sociedad actual
acata. Hay un cierto infantilismo, sobre todo en la mujer, semejante
al que debió reinar en los primeros tiempos de la vida humana, cuando
el deseo de la propagación de la especie era lo único que regía en los
impulsos amatorios. Sin pasarnos por la mente el disminuir la gravedad
del mal que estudiamos y somos los primeros en deplorar, creemos que
en justicia puede interpretarse del modo expresado la corruptela que
sobre este punto existe en nuestro país, país que, sin duda alguna, por
sus condiciones climatológicas, predispone al desarrollo temprano y
fogoso de las pasiones.

No, no es impudencia lo que en la mujer jíbara hace que sea madre sin
ser esposa, pues la gran mayoría de estas madres solteras jamás llega
á prostituirse, sino que lleva una vida marital que en nada mejora sus
condiciones de pobreza. Por mucha que sea su miseria tampoco abandona
al hijo, y esto es también una prueba de que su corazón no está viciado
por la impudicia, como podría deducirse de la facilidad con que se
rinde á los galanteos. Conviene dejar sentados estos particulares, que
en concepto nuestro establecen alguna diferencia entre el concubinado
de algunas jíbaras y el amancebamiento vulgar.

En el hombre hay que reconocer que el sensualismo juega no escaso papel
en estas uniones libres, pues á menudo le vemos, casado ó soltero,
sosteniendo una ó más concubinas, y hay quien mantiene bajo el mismo
techo esposa y querida: que á tal extremo ha llegado el espantoso
desbarajuste moral que reina en esta sociedad tan minada por la falta
de educación como por la sobra de influencias depresivas en que ha
venido desarrollándose. Es cosa que á nadie que haya meditado un poco
acerca de este asunto puede ocultarse: muchos son los elementos que
han determinado en el jíbaro de ambos sexos este desquiciamiento que á
fuerza de generalizarse ya no sorprende sino á los forasteros; todo el
que no habita en el país, tiene por necesidad que impresionarse ante el
espectáculo de un amor libre que aquí, por la fuerza de la costumbre,
miramos sin que nos alarme.

Un observador que no sea superficial podrá no obstante distinguir en
el fondo de este cuadro poco halagüeño, algo que le diga: no estoy
viendo sacerdotisas de una prostitución vil é interesada, sino á
mujeres sin cultura moral ni intelectual, que aceptan, sin escrúpulos
ni preocupaciones, el papel que la naturaleza les ha asignado en
la perpetuación de la especie; que obedecen á esa ley poderosa que
aproxima los sexos, ley cuyo cumplimiento sólo la educación podría
regular debidamente: que como ha dicho con su acierto acostumbrado,
nuestro aplaudido escritor D. Salvador Brau, "en estas uniones
ilícitas, si bien una parte corresponde al vicio, entra por mucho en
ellas la ignorancia."

Volviendo ahora á los matrimonios legítimos, que sin duda existen
en el campo, y á los deberes mútuos de los esposos, diremos que la
fidelidad conyugal es respetada, hablando en tésis general, por la
mujer; ella sabe guardar la fé jurada, someterse á la voluntad del
marido y cumplir, hasta el sacrificio, con las obligaciones domésticas.
No así el hombre, más despreocupado de ordinario tanto en lo de ser
fiel á su compañera como en procurarla lo necesario para la vida; pues
por desgracia, ya porque mantiene más de una casa, ya porque el vicio
del juego suele dominarle, es harto común que en muchos bohíos reine
escasez y hasta miseria.

Unida á la sociedad conyugal está la sociedad paterna, cuyo objeto es
la educación de los hijos. Entre nuestros campesinos, el cumplimiento
de este deber se resiente de las deficiencias paternas de que venimos
dando cuenta. Los padres cuidan de sus hijos, los alimentan y visten
aunque imperfectamente, como lo hacen consigo mismo; pero respecto á
instrucción, ni siquiera piensan que sus criaturas la necesiten: es un
deber que nadie cumplió con ellos y que desconocen por completo.

Cuando el vínculo del matrimonio se halla relajado ó está sustituido
por el concubinato, hay que lamentar además de la carencia del pan
intelectual, el ejemplo de inmoralidad dado por los padres á tiernos
séres necesitados, más que de otra cosa, de ver en el hogar costumbres
puras que le preparen convenientemente para su entrada en la vida
social, á donde no podrán ménos de llevar las mismas ideas que por el
ejemplo adquirieron en la casa paterna.

En general las madres puertorriqueñas suelen mostrarse algo débiles en
la dirección de sus hijos, pero en las campesinas esta debilidad raya
en abandono ante los caprichos infantiles; y es que el carácter del
amor materno tiene en ellas mucho de instintivo, y tal cariño no es
suficiente para llenar los deberes de la maternidad, pues para algo le
ha sido dada al hombre la inteligencia. Una mujer inculta querrá á sus
hijos tanto como otra cuya inteligencia haya sido cultivada, pero esta
le aventajará en conocer las leyes por que debe guiarse para dirigir el
desarrollo físico y moral de su familia, y por virtud de sus aptitudes
librará de una muerte temprana á su hijo y le preparará para que en su
espíritu se vayan infiltrando las virtudes que cuando hombre le han de
valer la consideración de sus semejantes.

En cuanto se refiere á los deberes de los hijos para con sus padres,
hemos de decir que los casos de ingratitud hacia los beneficios y el
amor paternos son raros. Los hijos de los campesinos son de ordinario
de buena índole y profesan á sus padres el respeto y cariño que les es
debido.

Réstanos apuntar algo acerca de las relaciones del jíbaro con las
personas á quienes sirve. Cuando el campesino se decide á prestar sus
servicios, lo hace con buena voluntad; pero en honor de la verdad no se
impone la obligación de ser estricto cumplidor de lo convenido, ni se
afana por los objetos confiados á su custodia; trabaja y lo hace como
pocos obreros, si se tiene en cuenta su insuficiente alimentación, pero
mantiene una cierta independencia que á veces se traduce en falta de
asistencia al trabajo á que se comprometió, y esto sin más razón que
los impulsos de su voluntad. Mucho se ha hablado de la holgazanería del
jíbaro, pero nadie ha demostrado que tal vicio sea tan general como se
ha pretendido injustamente, siendo por el contrario fácil de probar que
la generalidad ama el trabajo mucho más de lo que sería de esperar,
dadas las condiciones en que ha vivido ese pobre hombre abandonado
durante siglos á sus instintos en un clima enervante, como lo es el de
nuestro país, y sin tener acerca del trabajo más que el desfavorable
concepto de que es un castigo impuesto al hombre para llenar sus
necesidades personales; idea poco apropiada para despertar por sí
sóla el amor hacia una ley natural, cuyo cumplimiento procura tantos
beneficios al hombre.

Réstanos para completar esta ligera reseña moral del campesino
puertorriqueño, considerarle en sus relaciones con la sociedad civil.

Desde luego conviene repetir que la familia rural vive aquí
desparramada por los campos de la Isla con grave perjuicio para su
propio bienestar; vive en estado poco ménos que antisocial, pues
algunas conglomeraciones de bohíos que se encuentran en determinados
barrios apénas pueden servir de excepción á la regla general. No hemos
de esforzarnos en demostrar la conveniencia de que el hombre viva en
sociedad con sus semejantes; muchos son los grandes pensadores que
han demostrado la utilidad de ello, y las razones en que apoyan su
decisión son harto conocidas para que las reproduzcamos. Filósofos de
las más opuestas ideas convienen, salvo raras excepciones, en declarar
al hombre un sér sociable, por necesidad: "Un solo hombre, dice Santo
Tomás, no puede por sí solo llegar al conocimiento de todas las cosas;
luego al hombre le es necesario vivir con otros muchos, para que los
unos sean ayudados por los otros." Por su parte Spinosa, á quien podría
suponérsele predispuesto contra la vida social, dado su voluntario
encierro en su gabinete de la Haya, dice: "No solamente es útil la
sociedad á los hombres para la seguridad de la vida; proporciónales
otras muchas ventajas y la necesitan todos por otras muchas razones...
Así vemos á los hombres que viven en la barbárie arrastrar una vida
miserable y casi brutal." Es indudable que ese aislamiento, aun
cuando no sea absoluto, como no lo es el del jíbaro, perjudica á su
desarrollo moral entorpeciendo y retardando la acción de los elementos
civilizadores que, á pesar de todo, van actuando sobre nuestra
sociedad. Quien vive separado del trato y compañía de los otros, se
priva del ejemplo, del estímulo y de las relaciones de los buenos, y
necesita mayor fuerza de voluntad para no infringir las leyes morales;
toda vez que no tiene que preocuparse de las censuras de sus convecinos.

De la precisión de vivir en sociedad y de la dificultad de conseguir
que los deseos de todos los hombres estén regulados siempre por la
razón, surge la necesidad de que existan leyes y personas encargadas de
su cumplimiento, á las cuales debemos acatar. Es el jíbaro naturalmente
inclinado á reconocer y prestar obediencia á la autoridad; cierto es
que suele temerla más que amarla, pero esto depende de que, á causa
del sistema político colonial adoptado, por lo común se ha entendido
que gobernar es hacer sentir el peso del poder hasta el extremo de
no desautorizar en ningún caso los actos del gobernante, en vez de
levantar el prestigio de la autoridad sustentando la justicia, la
rectitud, el imperio sobre sí mismo; en una palabra, sosteniendo al que
gobierna rectamente procurándose el cariño de los gobernados por medio
de las virtudes que dignifican el carácter del hombre, y al modo que
persona tan poco sospechosa como don Juan Ortiz y Lara, lo explica en
el siguiente párrafo:

"Los príncipes (léase cualquier autoridad) deben mirar la autoridad que
ejercen, con relación al bien de la sociedad, para la cual les ha sido
otorgada; y por lo mismo reputarse obligados á respetar y hacer que
se cumplan todos los derechos; á proveer á la prosperidad pública, y
atender particularmente á la honestidad de las costumbres, á que reinen
por todas partes la verdad y la justicia." ¿Se ha practicado siempre,
especialmente tratándose de pobres campesinos, esta sana doctrina?
Respondan á esta pregunta esa desconfianza y ese temor invencibles
que tiene el jíbaro de verse en relaciones con cualquier autoridad
administrativa ó judicial; desconfianza y temor que no han podido tomar
cuerpo en su espíritu sino cuando la experiencia de sus antepasados y
la suya propia le han llevado al convencimiento de que en numerosos
casos el último ministril puede más por sólo su carácter oficial que él
con la asistencia de toda la razón.

Respecto á formas de gobierno poco ó nada se preocupa de ellas el
campesino; muestra, sin embargo, cierta natural inclinación á la
democracia; pero sin que pueda decirse que tiene conciencia clara,
noción completa de la superioridad del régimen democrático sobre los
otros.

Ni el comunismo, ni el socialismo han hecho prosélitos en nuestros
campos; á lo ménos el comunismo en el sentido en que se toma de
ordinario la palabra; pues esa especie de comunidad que parece
practicar el jíbaro en cuanto se relaciona con los productos de poco
valor, de que ántes hicimos mención, no la atribuimos sino á que no
sabe apreciar el derecho de propiedad en toda su escrupulosa latitud.

En cuanto á las virtudes sociales, en el carácter del campesino brillan
algunas, si bien se encuentran deficiencias que son de lamentar.

Entre las que le enaltecen no es la que ménos el amor á la patria,
ya tomemos esta voz en su sentido académico, ya la interpretemos
como la tierra de nuestros padres. En nuestra historia provincial
podemos encontrar hechos que justifican nuestro aserto. Desde los
remotos tiempos en que España mantenía guerras contra Inglaterra y
Holanda, hasta nuestros dias, el jíbaro ha sido un buen soldado español
dispuesto á morir por su patria; llamado por el Gobierno ó voluntario,
ha sabido acudir siempre al puesto del deber: desde este punto de
vista, discutir su amor á la patria española sería cerrar los ojos ante
la verdad.

Tratándose de su provincia, el cariño que profesa al terruño es
extraordinario; tiene tal apego á su pequeña isla, que ningún otro país
le atrae; en ninguna parte que se halle olvida su tierra. Este cariño,
sin embargo, es hasta cierto punto vicioso; por lo ménos es deficiente;
es un afecto en el que notamos carencia de ideales elevados, que
se conforma con todo lo establecido, que le falta el noble deseo
de la prosperidad del país, que no tiene la aspiración cabal de su
engrandecimiento. Ya ántes hemos dicho que en lo referente al progreso
material, el campesino es rutinario, y en cuanto al mejoramiento
social es indiferente ó no tiene entusiasmo sólido. Y no se nos diga
que la pequeñez del territorio mata todo ideal, pues unas leguas más
ó ménos de suelo no pueden afectar á estas cuestiones; una provincia,
como una nación, será respetable en mayor ó menor grado, según sea el
carácter de sus habitantes más ó ménos digno y elevado; pero no según
tenga tantos ó cuantos kilómetros de extensión. Nada de cuanto pudiera
moralmente engrandecer á Puerto Rico puede estar entorpecido por lo
reducido del territorio; ni esta causa debe hacer olvidar á sus hijos
que la única manera de querer al país es procurar por todos los medios
su adelantamiento. Leemos en el capítulo _La influencia del carácter_,
por Smiles: "Para que una nación sea grande, no es necesario que tenga
grandes dimensiones, aunque suele confundirse á menudo el grandor con
la grandeza. Puede una nación ser muy grande en el punto de vista
del territorio y de la población, y estar, sin embargo, desprovista
de verdadera grandeza. Pequeño era el pueblo de Israel, pero ¡cuán
grande no ha sido su existencia y cuánta influencia no ha ejercido en
los destinos del mundo! No era grande la Grecia; la población entera
del Atica era menor que la del condado de Lancaster; Aténas era ménos
populosa que Nueva York; pero ¡cuánta grandeza en las artes, en la
literatura, en la filosofía, en el patriotismo!"

Siendo esto lo cierto, y complaciéndonos de que en todas las esferas
sociales de nuestro pequeño mundo existiese vivísimo el deseo del
mejoramiento material y moral de Puerto Rico, aclararemos que no
olvidamos el medio en que se ha desarrollado esta sociedad, que no
pedimos lo imposible, sino que lamentamos, en la clase que venimos
estudiando, que no exista el culto de ese patriotismo sério y racional
que eleva á los pueblos; ni es esto decir que sólo entre los campesinos
se eche de ménos. Esto sentado, y como un particular del asunto á
que nos referimos, hemos podido notar, á veces, que no obstante la
inclinación de nuestro campesino hacia las ideas liberales, las
personas que luchan, en el campo de la política, por el triunfo de
estas ideas, desconfían, temen, aparte de los manejos que quitan
virtualidad al sistema electoral de nuestros dias, porque no pueden
contar con que todos los electores jíbaros tengan tal firmeza de
convicciones que desafíen en todos los casos no ya las amenazas y
coacciones, sino cierto egoísmo, á veces pereza, y, en ocasiones,
aunque raras, la tentación de un interés mezquino; por eso es que en
tal ó cual época han podido ser utilizados algunos votos en contra de
las ideas que en circunstancias análogas habían ostentado aquellos
mismos electores, sin que signifique esto, que han renunciado á ellas,
sino que han transigido cuando ménos se esperaba, pues es sabido que el
abstenerse ó votar en tal ó cual sentido uno de estos jíbaros, depende
de la influencia que sobre él ejerza quien le habla. Quizá sea este
un vicio común á muchas regiones, pero no está de más señalarlo en la
nuestra, ya que comprueba falta de entusiasmo é indiferencia por tales
asuntos en una parte, no despreciable, de la población rural.

Cumple á nuestro propósito decir algo ahora acerca de otras cualidades
del campesino borinqueño. Liberal con sus huéspedes, desprendido, no
deja de ser algo interesado en los obsequios que hace fuera de su casa;
en su bohío la hospitalidad es noble, pero fuera de allí el hombre de
campo aparece, como en todas partes, cuidadoso de su utilidad ántes que
otra cosa; sin embargo, no es tacaño; por su mal, es hasta pródigo y
está desprovisto de todo espíritu de ahorro. Su dinero se consume en
la gallera ó en el juego de naipes, vicio alentado en este país hasta
por bandos gubernativos, como el de galleras, y por instituciones
oficiales, como la lotería, que desvían el espíritu inculto del pobre
del verdadero camino que conduce á la riqueza, ó sea del trabajo
honrado.

La amistad, esa pasión sublime, ese sentimiento de las grandes almas
como la llama Lacépede, es una virtud que profesa el campesino; el
cariño mútuo entre ellos cuando se llaman amigos, es, en tésis general,
sincero, y en determinados casos, como por ejemplo, entre compadres,
reviste caractéres particulares de seriedad; el compadrazgo es un lazo
que respetan los jíbaros escrupulosamente.

Es algo huraño el jíbaro, más por ser reservado que por falta de
afabilidad; sus maneras se resienten de la falta de instrucción, pero
en ellas se puede advertir más timidez que grosería, y es esto tan
exacto que vencida aquella, lejos de mostrársenos rudo le hallamos
cortés en cuanto es posible, dado el ningún cultivo que han recibido
estas sencillas gentes habituadas á la soledad de sus campos.

Para concluir, vamos á señalar un defecto bastante común entre
los campesinos, cual es el poco respeto que profesan á la verdad.
Desconfiados por naturaleza, por lo ménos disimulan la verdad. La
desconfianza ha nacido y tomado cuerpo á causa de ciertos vicios del
régimen colonial, y ella les ha hecho astutos. Se han visto tan á
menudo engañados, que no sólo dudan de todo, sino que han erigido en
sistema la costumbre de ocultar sus ideas. Es casi general el caso
de que un campesino, al dirigirse con un objeto dado á otra persona,
procure desviar la atención de esta ántes de llegar á manifestarle la
verdadera intención que le anima; se ha habituado á la línea curva,
quizá por no haberle ido siempre bien cuando ha marchado por la línea
recta.

Hé aquí á grandes rasgos apuntados los caractéres más salientes de
las condiciones morales del campesino puertorriqueño. Por ellos hemos
podido ver que no es un malvado. Adviértese, por el contrario, que
posee ciertas virtudes, que tiene una índole benigna, que existe
en él la tendencia al bien, aunque maleada por circunstancias que
estudiaremos en el capítulo inmediato; gérmenes que sólo esperan para
desarrollarse una educación racional. La tierra está dispuesta; sólo
falta el jardinero que venga á sembrar las flores (y ojalá sea pronto)
para poder aplicarles aquella bellísima frase de una fábula oriental
citada por S. Smiles: "arcilla vulgar era yo ántes que en mí hubieran
sembrado rosas."



CAUSAS QUE LAS DETERMINAN.


Sin atribuir al clima una influencia exclusiva é incontrastable en la
determinación del carácter moral de las razas, no puede negarse que
las condiciones climatológicas tienen cierta importancia en los rasgos
morales característicos que distinguen á los pueblos entre sí, como
la tienen el género de alimentación y el gobierno, siquiera los tres
factores no basten para explicar satisfactoriamente la diferencia de
caractéres que se advierte, por ejemplo, entre un habitante del Norte,
melancólico de ordinario, y otro del Mediodía, impresionable y alegre
por lo común. Al clima de Puerto Rico hay, pues, que asignarle una
parte en el modo de ser moral del campesino, sin perjuicio de reconocer
que otras causas, especialmente la falta de cultura intelectual y
moral, han aportado su contingente á la formación del mundo moral que
estudiamos.

Causa más importante que la anterior lo es sin duda la heterogeneidad
de las razas que en la génesis de esta sociedad se encontraron en el
suelo de Boriquén. De aquellas tres razas, la india, como es sabido,
desapareció muy pronto; pero no sin que dejara en la sangre de los
nuevos pobladores parte de la suya, legándonos así algo del tipo moral
indio que nos han descrito nuestros historiadores, legado de buenas y
de malas cualidades que no pueden desconocerse en el moderno boricano,
y que acusan con frecuencia su parentesco, aunque lejano, con la raza
indígena.

Pero es indudable que la raza negra ha actuado más poderosamente
que la india, en lo que respecta á ciertas condiciones morales que
encontramos en el jíbaro; no sólo porque desde los tiempos cercanos á
la conquista ha persistido en la isla al lado de la blanca, sino porque
vino en calidad de esclava, trayendo, por consecuencia de esta nefanda
circunstancia, honda perturbación en el sentido moral de este pueblo,
ya desde las fuentes de su nacimiento.

Amén de algunas de las deficiencias de moralidad del negro, trasmitidas
al campesino, á causa de las relaciones que con él tenía en los
trabajos de campo, es de todo punto incontrovertible que la esclavitud,
el hecho sólo de esta degradante institución, ha debido ser causa
poderosísima, capaz de producir resultados dañosos en la índole moral
del hombre de campo; que la atmósfera malsana donde necesariamente
hay que ahogar el sentimiento moral que protesta contra la venta de
seres racionales, obscurece también los demás sentimientos, y no sólo
envenena á los amos y á los esclavos, sino que se difunde por todo el
cuerpo social emponzoñándole.

El estado de servidumbre contraría todo progreso moral; y esto es de
tal evidencia, que hasta un escritor tan del gusto de los esclavistas
como lo era D. José Ferrer de Couto, lo consigna así en el siguiente
párrafo, que parece una protesta contra el propio libro _Los negros_,
de donde lo reproducimos:

"Y sin embargo--dice--la esclavitud, si tal fuese en realidad el
trabajo organizado de los negros, no se debiera tolerar en pleno siglo
XIX, por ser contraria á la ley de Dios y contraria también á los
progresos morales de los hombres."

Pero la esclavitud no se limitó á detener el progreso moral solamente,
sino que pervirtió las bases de la moral misma, llevando el hálito de
inmoralidad que salía de los cuarteles de las haciendas hasta el seno
de la familia. La preocupación de aumentar el número de esclavos por la
natalidad, hacía que se toleraran, si no era que se favorecían, las
uniones puramente brutales entre los dos sexos; esto sin contar con los
caprichos del amo por tal ó cual de sus esclavas, y la facilidad con
que podía el hijo de familia satisfacer su sensualidad, tempranamente
despierta en aquel medio, sin moverse del predio que la pobre esclava
regaba con el sudor de su frente, al propio tiempo que saciaba los
apetitos voluptuosos de los dueños de la propiedad y hasta de los
mayordomos que las hacían trabajar. Ejemplos tales no podían sino
servir de estímulo al campesino y hacer que le fuera ménos repulsiva la
ilegitimidad en los consorcios.

En otro órden de ideas, la esclavitud degrada el trabajo, y por lo
tanto el hombre libre cree humillarse dedicándose al oficio del siervo,
y se desdeña de trabajar á su lado para que no le confundan con él; y
hé aquí otro motivo que debemos tener en cuenta para darnos explicación
de por qué el campesino ha podido ser juzgado como holgazán por algunas
personas que desconocieron ó callaron este y otros motivos nada
favorables para la dignificación del trabajo.

Tócanos ahora tratar acerca de la raza blanca que aquí ha ejercido su
influencia, tanto trasmitiendo á sus descendientes los caractéres que
le eran propios, cuanto encauzando por el medio más potente de todos,
por el gobierno que siempre estuvo á su cargo, la índole moral del
pueblo.

Por lo que á lo primero atañe, conviene no olvidar la calidad y
cualidades de las personas que, según el conde de O' Reylly, poblaron
este país. Dice el perspicaz comisionado del gobierno metropolítico,
que la isla fué poblada "con algunos soldados sobradamente
acostumbrados á las armas para reducirse al trabajo del campo,"
y además "polizones, grumetes y marineros que desertaban de cada
embarcación que allí tocaba," Es decir, con gentes cuyas condiciones
morales dejaban sin duda bastante que desear.

Sin que esto quiera decir que todo el elemento blanco llegado á Puerto
Rico fuera de la misma clase, es necesario, sin embargo, hacer constar
que una parte de él, y precisamente la que al principio hubo de
desparramarse por los campos, estaba así constituida.

Réstanos tratar de cómo ha influido el gobierno de la isla en el
desenvolvimiento moral de sus habitantes. Para ello importa tener en
cuenta que la necesidad de consolidar la conquista imponía desde luego
el gobierno militar; muy pronto surgieron en la isla conflictos entre
los mismos vencedores, de los cuales la pasión se amparó esgrimiendo
toda clase de armas; cuando se recuerda que el propio Cristóbal
Colón fué acusado de sedicioso, no se puede dudar que otras personas
ménos importantes lo fuesen del mismo modo, originándose así la
suspicacia que casi siempre ha informado al gobierno metropolítico
en los problemas americanos; si á esto se añade la justificación que
á tal suspicacia trajeron las guerras de la independencia de todo el
continente descubierto por el ilustre genovés, nada sorprendente se nos
presentará el hecho de la perpetuación del gobierno militar en esta
Antilla, sólo interrumpido por brevísimo lapso de tiempo.

Ahora bien; el gobierno militar, en tésis general, se hace despótico y
se muestra poco hábil en la dirección de los negocios civiles. Sabido
es que en los pueblos regidos militarmente se suele entronizar el
despotismo, y, si éste dura, los ciudadanos se convierten en esclavos
viles, buenos sólamente para arrastrarse á los piés del déspota su
Señor.

Para honra de España, Puerto Rico no ha sido gobernado por jefes al
estilo asiático; pero es un hecho cierto que los gobernadores militares
han sido la regla, y que han gozado de facultades suficientes para
que pudieran contagiarse de un despotismo, siquiera modificado por la
ingénita hidalguía española, no por eso ménos dañoso á los intereses de
la colonia.

Este régimen, la suspicacia creciente contra toda manifestación de
descontento de los actos gubernamentales, ó contra los que creían
que estas tierras debían someterse á un gobierno más en armonía con
los progresos sociales, la sospecha de separatismo, de la que no se
ha visto libre nuestra isla, con ser tan pequeña, permitieron que
adquiriesen preponderancia ciertos elementos, más preocupados de su
interés personal que del progreso de la tierra donde acaso dejaban
hijos que debían ser víctimas de tales preocupaciones y propagandas.

Cuando el interés se ha referido á la adquisición de una fortuna
labrada sin la ayuda de privilegios irritantes ó conquistada por el
trabajo honrado que no explota nunca al proletario, tal interés ha
sido, por lo ménos, indiferente, si no simpático á los progresos
humanos; pero cuando se ha viciado el fundamento de las riquezas,
como ocurrió por virtud de la servidumbre, y se han explotado las
preocupaciones políticas y aun la justicia misma en beneficio
particular, entónces puede haber interesados en que no se difunda la
cultura, enemiga de todas estas concupiscencias.

Ya hemos reconocido lo que se ha dificultado la llegada del pan
intelectual hasta el campesino, á causa de su diseminación; esto no
obstante, puede afirmarse que no ha sido ella la causa del olvido en
que se le ha tenido, ya que, como queda dicho, hasta hace muy poco
tiempo la instrucción pública en Puerto Rico estuvo casi abandonada, y
no hay que dudar que el sentido moral esté subordinado, por lo común,
al desarrollo natural ó adquirido de nuestras facultades intelectuales.

De esa fuente dimanan ciertos vicios de carácter que hemos encontrado
en la clase rural; ella ha favorecido el caciquismo, entronizándole,
y ha dejado al jíbaro á merced de sus instintos groseros en mengua de
las virtudes que el civismo alienta, cuando no se le extingue ahogando
sus más puras manifestaciones en el seno de preocupaciones sin cuento;
estas fuerzas desviadas se dirigen entónces torcidamente ó se atrofian
en los placeres que debilitan el alma y hacen al hombre cada dia más
indiferente á los ideales de la dignidad humana. Una vez que el vicio
ha obscurecido toda noble aspiración, y cuando ya el hombre sólo busca
su bienestar físico á la manera que lo entiende, no se muestra asiduo
trabajador ó cae en el abatimiento, se fulminan crueles acusaciones
contra él, olvidando las causas que á tal condición le llevaron. Por
espacio de cuatro siglos se ha estado preparando el vicioso gérmen de
la condición actual del campesino, y aun hay quien pretende corregir
el daño con nuevos medios coercitivos; quien todavía sueña con las
libretas de jornaleros, ó más platónico echa de ménos los rigores de
un invierno para reformar á un sér que sólo necesita educación y el
régimen político civilizador á que por fortuna vamos llegando, gracias
al progreso social y político que alcanza la Metrópoli, progreso
que concluirá por encauzar debidamente la dirección de los negocios
públicos de este pueblo, acaso el más saturado de sávia española entre
todos cuantos ha fundado nuestra patria.

Sólo nos resta, en la investigación de estas causas, tratar sobre la
falta de educación religiosa que se nota en el jíbaro. Ya sea por las
dificultades antedichas relacionadas con el desparramamiento de las
chozas rústicas, ya por otra causa, ello es que semejante falta se deja
sentir.

Cierto es que la acción del sacerdote no puede ser tan inmediata como
lo es en otros países, donde las aldeas más insignificantes tienen
su cura, especie de patriarca, inamovible las más de las veces, cuya
respetabilidad va creciendo entre los feligreses á medida que entre
ellos permanece; pero creemos que, aún dentro de nuestro medio social,
puede hacerse en beneficio del campesino algo más que decir la misa
y aplicar los sacramentos; el jíbaro es dócil y tiene respeto al
sacerdote, cualidades que éste puede dirigir y educar provechosamente.

Sea esto posible ó no, lo que nos importa por el momento es señalar
la deficiencia de una educación religiosa racional que encontramos en
el jíbaro, y que constituye otra de las causas que han contribuido á
empobrecerle moralmente.

Á la falta de esta educación hay que añadir que el mal ejemplo es tanto
más pernicioso, cuanto de más alto viene; el jíbaro, aunque dócil y
respetuoso por naturaleza, al fin tiene ojos para ver y cerebro para
discurrir. Si--por ejemplo--vé á su director espiritual en la casa de
juego ó entregado al concubinato, discurrirá que no es tan malo esto
cuando quien entiende de tales cosas las practica; y no hay que negar
que, por desgracia, casos de esta naturaleza han podido ser señalados
en nuestra isla.

Hemos terminado el exámen de las causas que más principalmente han
contribuido al desnivelamiento moral que en cierto modo descubrimos en
nuestra población rural.

Pasemos ahora á examinar cuáles son los medios capaces de levantar las
cualidades morales del campesino, despertando sus aptitudes y haciendo
vigorosas las virtudes que en él existen.



MEDIOS PARA MEJORAR LAS CONDICIONES MORALES DEL CAMPESINO.


Las causas que hemos considerado como determinantes del carácter moral
del campesino, pueden dividirse en dos clases. En una agruparemos
aquellas que, como el clima y la herencia, no pueden ser removidas y
cuyos efectos sólo nos es dado modificar, en parte, á beneficio de
los medios que influyen sobre las otras, únicas susceptibles de ser
dominadas por nuestro propio esfuerzo, como lo son las referentes á la
educación y al régimen político social.

De entre estas últimas podemos descartar la esclavitud, que por fortuna
ha desaparecido; y aun cuando la redentora ley de la abolición no
haya podido purificar de pronto, ni en absoluto, la atmósfera que
alimentó por tantos años aquella institución, es evidente que hemos
logrado, al quebrantar las cadenas de los esclavos, romper el más
fuerte valladar que entorpecía nuestra cultura. Bendigamos y guardemos
eterno agradecimiento á los legisladores del memorable 22 de Marzo de
1873. Gracias á ellos nacen libres é iguales todos los hombres que ven
la luz primera en nuestro suelo, sin que el color de la piel ni la
condición social de sus antepasados les impidan el goce de sus derechos
indiscutibles; gracias á aquel acto de justicia, nuestros hijos no oyen
ya el crujir del látigo al azotar las espaldas del esclavo.

¡Felices tiempos! ¡Dichosos los que los hemos alcanzado, siquiera no
podamos hacer otra cosa que admirar á cuantos con ánimo esforzado
lucharon uno y otro dia por devolver á los negros sus derechos de
hombres, y siquiera, á causa del veneno que nos queda en nuestro
organismo inficionado, no hagamos sino ir preparando, entre caidas
lastimosas y esfuerzos de convalescientes, la regeneración social de
esta tierra adorada donde nacimos!

Por lo que se refiere al régimen político, fundadamente hay que
esperar que sigan cambiando aquellas condiciones que hacen inferior,
políticamente considerado, al español nacido en Puerto Rico,
relativamente á su hermano peninsular. Toda restricción en este sentido
es injusta y despótica. Por otra parte, los tiempos actuales, pese á
quien pese, son de libertad; como dice el ilustre Monseñor Guilbert:
"Un movimiento democrático arrastra al mundo moderno con fuerza
irresistible que nada contendrá. No es solamente entre nosotros, en
Francia, donde la tierra trepida bajo nuestras plantas; es también en
nuestra vieja Europa, como en América y en el extremo Oriente." Este
movimiento invasivo de las ideas modernas, llegando hasta el bohío del
campesino levantará su espíritu, haciéndole patente que el reinado del
derecho ha sustituido al de los privilegios; demostrándole que la vieja
máxima que nos enseña que todos somos hijos de un mismo Padre es una
verdad en la práctica, como lo es en el dicho; dándole á conocer la
Justicia, una, imparcial, en toda su majestuosa respetabilidad, para
que la ame en vez de huirla; asegurándole que el fruto de su trabajo no
irá al fisco para mantener inútiles servicios; diciéndole que sus hijos
no seguirán creciendo en la ignorancia; probándole que sólo tendrá que
temer cuando falte á sus deberes; en una palabra: enseñándole que si
tiene sagrados deberes que cumplir, también puede gozar derechos más
nobles y dignos del hombre que los de ir á la gallera y entregarse al
baile.

Se nos dirá, tal vez, que hay cierto optimismo en esperar que cambien
tan radicalmente los desacreditados procedimientos coloniales, y que
este cambio se opere tan pronto como fuera de desear. Por de pronto
debemos responder que proponemos aquellos medios que á nuestro juicio
mejorarían el estado moral del campesino, recomendamos lo que de
buena fé nos parece justo, y á eso nos limitamos; pero aun podríamos
aplicar á nuestra tésis las siguientes palabras de Spencer: "Así como
respecto del gobierno político, conviene saber dónde está la justicia,
aunque en la actualidad no sea posible practicarla en toda su pureza,
á fin de encaminar hacia ella, y no en sentido opuesto, las reformas
que efectuamos, de igual manera conviene tener presente un ideal
de gobierno doméstico para tratar de acercarnos á él gradualmente,
sin temer nada de la realización de semejante ideal. El instinto
conservador de la sociedad es, por lo general, demasiado vivo para
permitir un cambio muy rápido. Tal como se hallan las cosas, la
sociedad no puede aceptar ninguna idea superior á su cultura hasta
haberse elevado á su nivel; la podrá aceptar nominalmente, pero no en
realidad. Aún después que una verdad ha sido reconocida generalmente
como tal, la persistencia de los obstáculos que impiden conformarse
con ella, sobrevive todavía á la paciencia de los filántropos y hasta
de los filósofos." Esta manera de ver las cosas puede ajustarse
perfectamente á nuestro modo de sér social, y nos alienta para
aguardar, sin impaciencias, que al progreso político de la Metrópoli
vaya unido el nuestro. Aparte de esto, conviene recordar que de cuantos
medios existen capaces de influir en el estado moral del grupo que
estudiamos, ni uno solo hay tan poderoso que, aun planteándose en
seguida, pueda en el acto patentizar sus efectos. Cuatro siglos de
régimen colonial no podrían borrarse en un dia, por muy radical que
fuese el cambio.

Pasemos ahora á indicar otro poderoso medio de mejoramiento, cual es
el que se refiere á la educación moral que debe recibir el campesino,
si se le quiere elevar por este concepto. Considerando la educación
religiosa tanto más necesaria cuanto más deficiente es la cultura
intelectual, estimamos conveniente que á las creencias religiosas de
la familia rural vaya unida una enseñanza adecuada al fin que nos
proponemos; porque si no es discutible que á veces coinciden en un
indivíduo una gran perversión moral con un gran desarrollo intelectual,
tampoco se puede negar que sólo la falta de cultura de las facultades
de la inteligencia explica los ejemplos de malhechores de la peor
especie, en los que la devoción coexistía con la inmoralidad; prueba
de que estos desgraciados sólo habían recibido de la instrucción
religiosa poco de lo esencial, y ateniéndose á ello y faltos de la
luz que una inteligencia educada les habría dado, creían de buena fé
que eran compatibles las plegarias á la Vírgen, con una vida de robos
y crímenes, y hasta que las influencias celestiales podrían venir en
ayuda de ellos para sacarles airosos de las más innobles empresas.

Ahora bien; nuestros jíbaros han nacido cristianos, por tales se
tienen, y nada más lógico que pensar en la influencia que en asunto de
moral pueden ejercer los ministros del cristianismo, de esa religión
del amor y de la fraternidad, que enseña á respetar el deber y á amar
el derecho; plácenos reconocer que el sacerdote puede contribuir á
desarrollar el sentido moral del jíbaro enseñándole que para ser
admitido en el reino de Dios, no bastan las oraciones y las prácticas
del culto si á ellas no va unida la práctica de una moral severa. Bien
sabemos que no pedimos ninguna cosa extraordinaria, ni novedad alguna;
pero ello es que el procedimiento aun cuando no sea nuevo, tenemos
motivo para creerle necesario, y por lo tanto estamos en el derecho
de apuntarlo, toda vez que la doctrina evangélica, compendio el más
hermoso de moral, siendo la doctrina que al través de los siglos ha
reinado en este suelo, ha debido darnos jornaleros sanos de espíritu,
y, según hemos podido deducir, los sentimientos morales del campesino
dejan bastante que desear en determinados puntos, aún sin exagerar sus
vicios. No acusamos á nadie, sólo indicamos que la acción moralizadora
de la religión ha sido poco eficaz, probablemente á causa de no
haberse insistido lo bastante en la enseñanza moral, y lamentamos que
una fuerza tan poderosa como la Religión no haya sido aquí todo lo
provechosa que debiera.

Conviniendo, sin embargo, en que la acción del sacerdote, por varias
razones, no es hoy, por sí sola, suficiente, desearíamos que en las
escuelas se diera á la educación moral toda la importancia que reclama,
tanto bajo el aspecto religioso como bajo el aspecto filosófico; es
decir: que sin descartarla de la religiosidad se la enseñara como uno
de los elementos de una buena educación, llevando á la conciencia
del jíbaro el deber en que está de ajustar su conducta á los sanos
principios morales, tanto por ser un deber, cuanto porque las virtudes
que honran al hombre y le hacen mejor, son una conveniencia para
el mismo, ya desde el punto de vista de la respetabilidad con que
le reviste, ya mirando á la utilidad que aun en el órden puramente
material reportan.

Y de nuevo repetimos lo que al tratar del modo de mejorar
intelectualmente al campesino dijimos; escuelas, muchas escuelas,
y á ser posible, ponerlas bajo la dirección de la mujer; pues sin
negar al hombre capacidad para ejercer el profesorado de la infancia,
es incuestionable que la mujer, poseedora de esos delicadísimos
sentimientos, de esa dulzura, de ese tesoro de amor que la naturaleza
ha depositado en su organismo, previendo la maternidad, es más apta por
este concepto para realizar su empeño. Todo en su sér conspira para
hacerla capaz de realizar esta obra; la de sembrar en el corazón del
hombre los gérmenes de las virtudes que luego le han de dar realce
merecido.

De todos modos, encomendadas á uno ó á otro sexo las escuelas, lo
importante es la multiplicación de estas, y que el programa de
enseñanza atienda como es debido á la cultura moral del alumno; es
preciso contar para ello con el profesor y atenernos á sus esfuerzos,
con tanto más motivo cuanto que en la escuela hay que contrarrestar las
deficiencias de moralidad que en la casa de los padres existan, y por
el apuntamiento que hemos hecho háse visto que existen en no escaso
número tales deficiencias, que, lejos de ser los padres guías de sus
hijos, hay que invertir los términos y hacer del hijo, por medio de
la instrucción, un modificador saludable de los hábitos paternos, ya
que sobre estos es más difícil actuar por haberse desarrollado en la
ignorancia; hoy por hoy debemos educar los padres del porvenir y sobre
todo las madres; después acaso la labor del preceptor sea ménos ruda,
pero por el momento no cabe contar con fuerza más poderosa que con la
del educador.

Una vez señaladas la conveniencia de un cambio en los procedimientos
administrativos, de una instrucción religiosa y de una educación moral
en las escuelas, vamos á indicar, siquiera brevemente, algunos otros
medios, ya en un sentido ménos general del que hasta ahora lo hemos
hecho, ya de una esfera más relacionada con el elemento rural motivo de
nuestras investigaciones, porque si al Gobierno hay que pedirle algo
en la obra del progreso social de los pueblos y algo importante, no
todo ha de esperarse de arriba; mucho pueden hacer las corporaciones
que más inmediatamente están en relación con los campesinos y hasta los
mismos particulares pueden contribuir al objeto en que todos estamos
interesados.

Á las acciones reunidas del sacerdote y del maestro debe agregarse la
acción individual; la obra de moralizar á un pueblo es tan grande y de
tanta trascendencia, que pedir ejemplos de moral al que sobresale del
nivel de las clases populares es asegurar el éxito de la empresa. De
las montañas baja el alud á los valles; de las montañas baja también la
corriente de agua fresca y cristalina que los fertiliza.

Además del ejemplo, algo práctico pueden hacer esas personas que
están más en contacto con el jíbaro; despertar el espíritu del ahorro
fundando sociedades que adquieran la confianza del bracero, y que
les sirvan de prueba tangible de la utilidad que reporta el ahorro,
considerando el trabajo como nobilísima virtud que debemos amar,
honrando al bracero laborioso, distinguiéndole, ayudándole en sus
necesidades para que aprecie el fruto de su honrado proceder cuando
más falta puede hacerle el esfuerzo de sus brazos, en vez de echar
de ménos bandos de política y de buen gobierno que se explicaban en
otros tiempos pero que hoy están justamente desechados por injustos é
incapaces de producir el bien.

Los municipios deberían además de atender preferentemente á la creación
de las escuelas rurales, organizar diversiones que sustituyan á la
gallera y al juego: si al principio se mostrasen refractarios los
campesinos, luego gustarían de ellas. Los pueblos como los indivíduos
tienen sus necesidades y una de ellas es la de distraerse; organícense
distracciones instructivas, decorosas, y se habrá matado el juego; para
lo cual convendría también que la lotería no existiese.

Contra el progresivo desarrollo de la embriaguez, échese mano de
las Sociedades de Templanza; prémiese la temperancia, la asiduidad
en el trabajo, la virtud en todas sus manifestaciones, despertando
la emulación y encauzando el espíritu de esas pobres gentes, con
procedimientos dulces, por el camino que deben ir.

Como las Sociedades de Templanza, las Sociedades cooperativas son un
medio moralizador de una fuerza que todo el mundo reconoce; que entre
nosotros habría que vencer dificultades para aclimatar estos hábitos es
innegable, pero tal razón sólo es buena para permanecer en la inercia.
Nada que de los esfuerzos humanos dependa es imposible de realizar;
la cuestión está en ajustarse á las condiciones que nos rodean cuando
intentamos alguna cosa, y el éxito no podrá ménos de coronar nuestra
diligencia.

La creación de las aldeas, de que se ha venido ocupando últimamente el
Gobierno, es una obra útil para el mejoramiento del campesino; pero no
nos forjemos ilusiones: las aldeas son como una semilla, las aldeas
nacen espontáneamente cuando caen en buen terreno, cuando se fundan en
zonas apropiadas. Si elegimos un sitio cualquiera, fabricamos veinte
casas, traemos veinte familias á ellas, siempre que estas familias
carezcan de medios hábiles para procurarse la subsistencia en el mismo
lugar ó en sus cercanías, de seguro abandonarán las casas; al fin y al
cabo la casa es lo de ménos para gente que la estiman en poco, para
quien con casi nada fabrica una casa en muy pocas horas.

Para nosotros esas aldeas, si han de tener condiciones de viabilidad,
deben reunir muchas circunstancias favorables. La bondad del sitio,
la favorable disposición del terreno y la vecindad de una fábrica,
hacienda, etc., en donde el aldeano encuentre ocupación.

Indudablemente á los grupos rurales se les ha dado muchísima
importancia, y con razón en estos últimos tiempos; sin negársela,
creemos, no obstante, que los esfuerzos directos serán inútiles;
creemos que se hará más fundando colonias agrícolas y obreras en
lugares bien elegidos, que levantando casas al capricho, aunque sea en
un páramo; de semejantes aldeas, muy pronto no quedará ni el recuerdo
del sitio en que se fundaron.

Para terminar, diremos que es indispensable procurar por todos los
medios hábiles, que le sean agradables al labrador las ocupaciones
agrícolas, no sólo protegiendo y premiando el trabajo libre del
bracero, sino fomentando el desarrollo de las pequeñas propiedades;
el hombre de campo ama la tierra como un enamorado, quiere poseerla á
pesar de todas las contrariedades, los trabajos campestres en que el
humilde labrador funda su esperanza le absorben, y cuanto mayor fuere
el número de estos pequeños propietarios, más estímulo habría para el
trabajo; pero sería preciso que los braceros viesen que sus compañeros
de fatigas elevados al rango de propietarios no se arruinaban por causa
de los excesivos impuestos.

Precisamente el número de estos labradores, pequeños propietarios,
disminuye cada dia, no sólo porque al jíbaro casi le conviene más
_alquilarse_, sino porque se ha favorecido el desarrollo de las
extensas posesiones agrícolas hasta en el reparto de los terrenos
baldíos, en el que resultan beneficiados los acaparadores de mucha
extensión de tierra, reproduciendo, hasta cierto punto, algo de lo
que ocurrió cuando las ya extinguidas _manos muertas_; esto es, que
la tierra no pudo ser explotada tan fácilmente como lo es cuando se
encuentra más repartida la propiedad agrícola.

Tal es, en pocas palabras, el conjunto de medios que nos parecen más
acertados para mejorar moralmente al campesino; no es labor fácil
ni de un dia el reformar todo lo que debe reformarse con objeto de
conseguir la transformación de las costumbres de un pueblo; pero hay
que acometer la obra cuyo término nos ofrece la más hermosa y saludable
consecuencia, cual es el progreso de esta tierra á la que nos debemos.

Todos los que aspiramos al bien de los demás, que es el nuestro
propio, debemos en la esfera en que estamos colocados aportar á esta
obra de engrandecimiento del país en que nacimos nuestro óbolo, y
cuando hayamos cumplido nuestra tarea, encomendarla á nuestros hijos
y trasmitir esta aspiración á nuestros sucesores, convencidos, como
debemos estarlo, de que ni los derechos políticos más extensos, ni nada
podrá resucitar á un pueblo, darle virilidad, si está corrompido, y que
hasta la misma libertad peligra cuando se olvida la práctica de las
virtudes, que dan á los pueblos elevación y carácter moral.



RESUMEN.


Sintetizando lo dicho, entendemos que el campesino puertorriqueño
adolece--en el órden físico--de faltas dependientes de su género
especial de vida, tanto ó más que del clima de este país.

Que dicho género de vida puede y debe cambiarse por otro que tienda
á mejorar aquellas condiciones, siendo el más importante de los
medios para conseguirlo, la higiene; su enseñanza en las escuelas
de instrucción primaria. Además, es preciso, por medios indirectos,
mejorar la alimentación del campesino, oponerse á todo aquello que haga
subir el precio de los alimentos de primera necesidad, suprimiendo los
derechos de consumo, castigando el expendio de sustancias alimenticias
de mala calidad y matando los privilegios.

Dirigir la educación física por medio del gimnasio en la escuela,
organizando juegos gimnásticos adecuados á la época y hasta utilizando
el sistema de premios al mejor desarrollo físico de los niños, etc.

El estado intelectual del campesino no es mejor que el físico. Las
causas de ello están perfectamente explicadas en la falta de educación
en que se ha tenido y aun se tiene á la familia rural.

Las escuelas, la educación en general, y en especial la de la mujer,
remediarán este atraso.

El nivel moral del campesino es poco satisfactorio, y obedece, como
hemos podido ver, á múltiples y complejas, causas de las cuales unas
han cesado y otras persisten aun.

Para levantar este nivel es necesario que todos trabajemos; la
administración ganándose la confianza del campesino, haciendo cesar los
abusos que, cometidos en perjuicio del campesino pobre, han viciado su
carácter; prodigando la educación, favoreciendo el trabajo honrado,
tratando por todos los medios que están á su alcance de elevarle
moralmente. El jíbaro, justo es confesarlo, ha sido tratado de un modo
tal, que su desconfianza hacia el poder está plenamente explicada.
"Gracias á Dios nunca he tenido que ver la cara á la justicia," dice el
campesino puertorriqueño, no porque se vanagloríe de no haber cometido
falta penable solamente, sino expresando que desconfía del éxito que
habría alcanzado en caso que hubiese tenido que entrar en relaciones
con razón ó sin ella con la justicia.

Esa desconfianza, las decepciones que le han aflijido le han hecho
huraño, y le han inducido á huir de la sociedad buscando la libertad
donde únicamente puede hallarla, entre sus bosques y montañas;
aislándose, en una palabra, con perjuicio de su educación.

Hemos terminado nuestro estudio: en él hemos tratado de compendiar
lo esencial, al ménos, de cuanto abarca el vasto problema social que
encierra el tema propuesto. Al hacerlo hemos tenido que decir con
franqueza ciertas cosas, bien que sin ánimo de herir á nadie; hicimos
ni más ni ménos que lo que hubiera hecho una persona encargada de
mostrar al médico el mal de que padece un miembro de su familia,
descubrirlo y decir lo que sepa sobre las causas que lo motivaron. Si
al descubrirle se ha enrojecido el paciente, mejor; conoce su estado;
hará un esfuerzo para ayudar al médico. Si el médico aprecia las
causas, el remedio le vendrá á las manos. Todos habrán ganado en ser
francos.

Nosotros estamos satisfechos del fin que nos hemos propuesto, de la
honradez que nos movió á tomar la pluma; pero desconfiamos de las
condiciones de una obra superior á nuestras fuerzas y ejecutada con
una precipitación que perjudica siempre á esta clase de trabajos. La
ofrecemos, no obstante, persuadidos de que todo lo que tienda á mejorar
nuestro estado social es digno de atención y obliga lo mismo al sabio
que al último de los obreros.

Creyéndonos el último de todos, sólo aspiramos á que se nos reconozca
la buena voluntad que nos ha guiado, siquiera á esa buena voluntad vaya
unido también el interés que recuerda aquella máxima de Jorge Herbert:
"Formaos una buena sociedad, y sereis uno de sus miembros."


FIN.



ÍNDICE.


  CAPÍTULOS.                                                   PÁGINAS.
  ----------                                                   --------
  Laudo del Jurado.                                                   5
  Preámbulo.                                                          7
  Etnología.                                                          9
  Grupo rural.                                                       14
  Condiciones físicas.                                               19
  Caracteres exteriores.                                             20
  Caracteres anatómicos.                                             25
  Caracteres fisiológicos.                                           28
  Patología de la infancia.                                          34
  Patología de la mujer.                                             41
  Enfermedades en general.                                           43
  Patología comparada del campesino.                                 57
  Causas que determinan las condiciones físicas del campesino.       63
  Medios para mejorar las condiciones físicas del campesino.         72
  Condiciones intelectuales.                                         94
  Causas de su estado intelectual.                                  114
  Medios para mejorar sus condiciones intelectuales.                121
  Condiciones morales.                                              126
  Causas que las determinan.                                        145
  Medios para mejorar las condiciones morales del campesino.        152
  Resumen                                                           162



OBRAS DEL MISMO AUTOR.


INOCENCIA (novela). 50 ctvs.

D. FRANCISCO J. HERNÁNDEZ (biografía). 25 ctvs.

CARTILLA DE HIGIENE, para las escuelas públicas. Única declarada de
texto en esta Isla. 25 ctvs.

LOS ANIMALES VERTEBRADOS ÚTILES Y LOS DAÑINOS Á LA AGRICULTURA DEL
PAÍS. (Memoria premiada en el Certámen del Ateneo.) 40 ctvs.


EN PREPARACIÓN.

EPISODIO PUERTORRIQUEÑO (época de la invasión de Drake).





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