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Title: Comentario del coronel Francisco Verdugo, de la guerra de Frisia - en xiv años que fue gobernador y capitan general de aquel - estado y ejercito por el rey don Felipe II, nuestro - sen{~COMBINING TILDE~}or Author: Verdugo, Francisco Language: Spanish As this book started as an ASCII text book there are no pictures available. *** Start of this LibraryBlog Digital Book "Comentario del coronel Francisco Verdugo, de la guerra de Frisia - en xiv años que fue gobernador y capitan general de aquel - estado y ejercito por el rey don Felipe II, nuestro - sen{~COMBINING TILDE~}or" *** COLECCION DE LIBROS ESPAÑOLES RAROS Ó CURIOSOS. TOMO SEGUNDO. COMENTARIO DEL CORONEL FRANCISCO VERDUGO, DE LA GUERRA DE FRISIA, _EN XIV AÑOS QUE FUÉ Gobernador y Capitan general de aquel Estado y Ejército por el Rey Don Felipe II, Nuestro Señor_ [Illustration] MADRID, IMPRENTA Y ESTEREOTIPIA DE M. RIVADENEYRA, calle del Duque de Osuna, núm. 3. 1872. ADVERTENCIA PRELIMINAR. Hasta tal punto era desconocida de casi todos nuestros bibliógrafos la obra que publicamos hoy en nuestra coleccion, que uno de los más distinguidos, el colector de los _Historiadores de Sucesos particulares_[1], se lamentaba de que quizá se hubiesen perdido por completo las Relaciones que manuscritas dejó el coronel Verdugo sobre la guerra de Frisia, y sólo hubiese llegado hasta nosotros la traduccion que en italiano publicó Fracheta[2], libro tambien muy raro, y el solo conocido ademas de la obra manuscrita que se conservaba en alguna que otra biblioteca; por fortuna no era así, y debemos al autor de _La Lena_[3], amigo y servidor de Verdugo, el que la obra de éste, tal como él mismo la escribió, se publicase en Nápoles, salvando así del olvido un libro que ciertamente no lo merece. Pero sea por haberse publicado fuera de España, ó por otras causas que ignoramos, el hecho es que la obra se habia hecho rarísima, hasta el punto de que todas nuestras investigaciones desde que tuvimos conocimiento de que existia, sólo dieron por resultado el de encontrar entre los libros que componen la rica biblioteca del Marqués de la Romana, hoy del Ministerio de Fomento, dos ejemplares, uno de ellos, no sólo completo y bien conservado, sino que ademas reune el mérito de estar encuadernado perfectamente en Valencia por Vicente Beneito; el otro, aunque completo, no está en buen estado, y como, segun se nos asegura, falta alguna hoja al que posee el Sr. Fernandez San Roman, de aquí el que perdidos ó inutilizados los dos primeros, que nos han servido para esta reimpresion, hubiera sido imposible reproducir íntegro el libro que hoy publicamos, á no haber tenido la fortuna de que hubiese aparecido otro ejemplar, cuya existencia ignoramos. Hubieramos deseado tener á la vista las Relaciones manuscritas que con su generosidad acostumbrada nos fueron ofrecidas por su dueño, el Sr. Don Pascual de Gayángos, pero que estando en poder de otra persona, no hemos podido ver; sentimos este contratiempo, que, si bien en nada afecta á la edicion, en la que necesariamente teniamos que seguir el texto impreso publicado por Velazquez de Velasco, nos priva de dar una noticia de ellas y de saber si son copia del _Comentario de Verdugo_ ú otra obra distinta; en cambio van como apéndice algunos documentos que creemos verán con gusto nuestros lectores; son éstos: dos cartas escritas por Verdugo á los soldados españoles amotinados, del tercio del Maestre de Campo Francisco Valdés, otras várias dirigidas á él por D. Luis de Requesens y Zúñiga, Comendador mayor de Castilla, Gobernador y Capitan general de aquellos Estados, y una noticia de los pueblos de Holanda en que estaban alojadas nuestras tropas en aquel tiempo: entre estos documentos se encontraba uno que, áun cuando no tenga relacion directa con Verdugo ni con lo sucedido en los Países Bajos, nos ha parecido conveniente publicar; está escrito, al parecer, en Nápoles, y trátase en él de la mejora de la disciplina de la infantería española, y como de esto se quejase ya Verdugo en su _Comentario_, no creemos sea inutil darlo á luz. Todos estos documentos, así como otros muchos de gran valor é importancia histórica, pertenecen á un amigo nuestro, que todos los ha puesto á nuestra disposicion, pero cuya excesiva modestia nos impide revelar su nombre. Tambien acompañan á este volúmen la reproduccion por medio de la foto-litografia de la portada del libro de Verdugo, así como de su escudo y emblema, y copia de parte de la carta inserta en la pág. 272. Del coronel Francisco Verdugo hay extensas noticias en todos nuestros escritores y tambien en la mayor parte de los extranjeros que se han ocupado de las guerras de Flándes[4]; trabajo digno sería de alguno de nuestros literatos la biografía de uno de nuestros más ilustres capitanes, que luchando con dos de los mejores generales de su tiempo, Guillermo el Taciturno y Mauricio de Nassau, contra una poblacion, en su mayoría protestante, sin dinero, sin tropas suficientes y sin recursos, mantuvo la dominacion española en las apartadas regiones de la Frisia; nosotros, sin tiempo y sin competencia para ello, nos limitarémos á copiar á continuacion lo que de él escribe uno de sus compañeros de armas[5], que con esto y lo que se contiene en la obra que publicamos, hay lo bastante para tener una breve noticia de su vida;—dice así: Fué el coronel Verdugo, natural de la villa de Talavera de la Reina, hijo de padres nobles, aunque tan pobre, que en llegando á diez y nueve años, con las primeras caxas que se tocaron en su patria, que fueron las del capitan D. Bernardino de Ayala, natural de la dicha villa, asento su plaza, y siguiendo su bandera, se halló en la presa de San Quintin, donde empezó á mostrar sus aceros de suerte que mereció ocho escudos de ventaja, en tiempo que se daban bien limitados. Con estos buenos principios fué caminando adelante, hasta que madama de Parma, cuando comenzaron las revueltas de los Estados, le mandó levantar una compañía de valones en el regimiento del coronel Mondragon, con lo cual fué descubriendo su valor tan aprisa, que muy presto obligó á encomendarle todo lo más importante que se ofreció en aquellas ocasiones. Llegado el Duque de Alba, le halló ya en tanta opinion, que le nombró por Sargento mayor de todo el exército, cargo que hasta allí no se habia visto en otro; y tras otros sucesos le mandó que se encargarse del gobierno de la villa de Harlem, habiéndole nombrado ántes por coronel de infantería valona; y cuando la pérdida del Conde de Bosu, le encomendó la armada con título de Almirante. En las ocasiones que se ofrecieron despues de llegado el Comendador mayor, se señaló con tantas ventajas, que le obligó á que escribiese al Rey la carta que hoy tienen sus herederos; en la cual dice que es de los más aventajados capitanes que ha tenido la nacion española. Y despues de la muerte del dicho Comendador mayor, se halló con su regimiento cuando los amotinados de Alost ganaron á Ambéres, y tomó por prisionero al Conde de Agamont y á un caballero frances que á él solo se quiso rendir. Desde allí le mandaron ir al castillo de Breda, en los tiempos más calamitosos que hubo en aquellas provincias hasta la llegada del Sr. D. Juan, que al momento le envió á llamar, y le mandó ir á la villa de Tiumbila para que con su regimiento asegurase aquellas fronteras, hasta que poco ántes de la rota de Jubelurs le sacó, sirviéndose dél en aquella jornada para que hiciese oficio de Maestro de Campo general, y aunque tenía la mayor parte de su regimiento en Tiumbila, con la otra le mandó que se encargase del castillo de Namur: y habiendo nombrado el Rey por sucesor de su Alteza al Príncipe de Parma, le escribió una carta en que se echa bien de ver el gran concepto que hacia de su persona. Asentadas las paces con condicion que saliesen los extranjeros, y que los que no fuesen naturales de los Estados no pudiesen tener cargo ni gobierno en ellos, dió su regimiento al Conde Octavio de Mansfelt, su cuñado, y queriéndole ceder tambien el gobierno de Tiumbila, su Majestad ni el de Parma ni los mismos Estados no lo consintieron, con que de allí á poco fué necesario mandarle levantar nuevo regimiento y golpe de caballería para pasar á Frisa en socorro de la ciudad de Gruninghen, adonde quedó por Gobernador por muerte del Conde de Renemberg, y alcanzó las señaladas victorias que no han podido ofuscar los émulos de nuestra nacion. Heme querido alargar más de lo que acostumbro en escribir la vida de este capitan excelente, lastimado del descuido que tantos autores modernos han tenido en publicar sus cosas, ocupando mucho tiempo y papel en relatar las de otros, algunos de ellos de todo punto inferiores en valor y fortuna. Tuvo este insigne caballero elocuecia natural grandísima, y todas las partes que para ser gran soldado y gran gobernador convenian: y solia decir de ordinario que habia procurado siempre ser Francisco para los buenos, y Verdugo para los malos. F. DEL V. J. S. R. COMMENTARIO DEL CORONEL FRANCISCO VERDVGO, De la guerra de Frisa: en xiiij. Años que fuè Gobernador, y Capitan general, de aquel Estado, y Exercito, por el Rey D. Phelippe II. N. S. _Sacado à luz por_ _D. Alfonso Velazquez de Velasco_ Dedicada A D. FRANCISCO IVAN DE TORRES, Comendador de Museros, de la Orden de San Tiago; Alcayde perpetuo de la Casa Real de Valencia; del Consejo Colateral de su Magestad en Nap. &c. [Illustration] EN NAPOLES, Por Iuan Domingo Roncallolo 1610. _Con Licencia de los Superiores._ [Illustration: EN VIE MALGRE ENVIE. ] Á D. FRANCISCO IVAN DE TORRES &c. Confieso haberme pesado de ver este _Comentario_ traducido é impreso en lengua italiana, ántes que en la natural que le escribió su autor, el cual, como á su familiar servidor, me le dió de su mano en Brusélas; y así, estimándole por de no ménos sustancia, en su tanto, que cualquiera de los de Julio César, le he traido como un breviario despues acá siempre conmigo. Y aunque creo que habiendo hecho el efecto que deseaba (como con universal satisfacion le hizo), mandaria hacer de él lo que Virgilio de su _Eneida_, por no dexarle subjeto á los invidiosos de su gloriosa fama, que tan injustamente en vida la calumniaron. No por esto, ni porque diga Platon ser justa cosa privar á los tales de la vida que gozar esperan, he querido dexar de sacarle de la tiniebla en que le he tenido, y así le comunico ahora á mi patria y nacion en su idioma, sin alterar cosa ninguna de él, ni añadir las postilas ó glosas que suelen notarse en semejantes obras, por saber de cierto que la intencion del Coronel no fué señalarse en la pluma (aunque podia) como en las armas, ántes decir sucintamente los sucesos de Frisa, sin más afectacion de la que trae la pura verdad consigo; manifestando su integridad y proceder para confusion de sus émulos. Y si bien el discurso caminára seguro con sólo llevar su nombre escrito en la frente, porque dice el poeta que el libro para vivir ha menester un ángel bueno que le guarde, habiéndole de dar protector, me ha parecido tocar de derecho á V. S., que será custodia más segura y perpétua que la de inestimable valor que el Magno Alexandro destinó para las obras del divino Homero; porque su persona conserva y va dilatando la felice memoria de su heroico suegro, el cual, así por ilustre nacimiento, como por egregias obras, mereció ser yerno de el fielísimo Pedro Ernesto, conde de Mansfelt, de la órden del Toison de Oro, Gobernador y Capitan general que fué de los estados de Flándes, cuya ilustrísima casa compite en antigüedad con la serenísima de Austria. Y si Apion Gramático osaba decir que daba inmortalidad á aquellos á quien dirigia sus obras, con más razon podria yo prometer que ésta hará el mesmo efecto en la clara prosapia de V. S., á quien la dedico y consagro en reconocimiento de la obligacion que tengo á sus cosas. Las cuales prospere Dios, y guarde á V. S. como yo deseo. En Nápoles, á 1.º de Mayo de MDCX años. D. ALFONSO VELAZQUEZ DE VELASCO. D. A. AL LECTOR. Siempre acompaña á la virtud la invidia: y así, prudente lector, dixo bien aquel sabio, que la miseria sola podia estar en el mundo segura y sin temor de invidia, considerando los innumerables inconvenientes que por ella suceden, y los daños en que han incurrido tantos ilustres varones. Que siempre los que son dotados de singulares virtudes están más sujetos á la emulacion y calumnias, por las cuales, el que ha vivido haciendo su deber, viene muchas veces á padecer en su reputacion, ántes á ser mal visto que bien galardonado; y al contrario, recibir las mercedes y gracias los que no las han merecido sino por ser finos cortesanos, ántes ecos y camaleones, que toman los colores y humores de los príncipes á quien siguen para hacer mejor lo que desean. Por esto dixo Séneca que lo que falta á aquellos, á quien parece que lo tienen todo, es la verdad. Y así me atrevo á decir que esta perniciosa especie de hombres es la que los engaña con la vana adulacion, por no tener cerca de sus personas otras que fiel y libremente los digan las verdades; ántes quien los hace caer en notables faltas con sus malicias é invenciones, dilatándolas con la agua maldita de córte, hasta esta bestia popular que fácilmente se mueve y cree á ciegas lo que refiere una pestilencial boca contra cualquiera persona por aprobada que sea, habiéndolo impíamente reforzado con estas ó semejantes palabras: puede ser lo contrario, pero al fin no hay fuego sin humo. ¡Oh infernal, oh fuerte persuasion! ¿Es posible que baste una venenosa lengua á lacerar la reputacion de un personaje puro y justo? ¿Puede ser mayor liviandad que creer sin bastante causa lo que falsamente se le imputa? debiendo, por razon divina y humana, cuando en ausencia se oyó calumniar á alguno, creer ántes lo contrario, mayormente si es persona que ha probado bien su valor. Siendo cosa cierta que como la sciencia no tiene mayor enemigo que el ignorante, el rico que el pobre, la virtud que el vicioso, así el hombre valeroso tiene siempre contra sí el roedor gusano de la invidia, que no atiende ni entiende, sino en macular á los que por sus virtudes son dignos de la célebre fama que han alcanzado. Mas á mi parecer, no debemos culpar á estos abominables Proteos, tanto como á los que (con su notable daño) los entretienen sin duda por persuadirles haber en sus personas más cualidades de las que con verdad alcanzan, con que los desvanecen y hacen que se estimen por dignos de la gloria que los pulpos que se les pegan les atribuyen; deseo saber de los tales señores si hubiesen de decir lo que de sí piensan, responderian lo que Theodoro á Stilpon cuando le preguntó si creia ser el que algunos le daban á entender, y habiendo respondido por señas que sí, tú eres luégo un Dios, dixo Stilpon; y consintiendo como ántes, Stilpon se puso á reir, diciendo: ¡oh! cómo eres gran loco, pues por la mesma razon confesarias ser una corneja. Mas cuán al contrario proceden los doblados aduladores, que para representar mejor su tragicomedia encantan á quien dan lo negro por blanco, poniendo mil lazos, para no dexar cosa que no abarquen. ¡Oh, si los príncipes los alexasen de sus córtes, imitando al emperador Alexandro Severo, el cual, habiendo entendido que Turino, su gran privado, le engañaba, le hizo quemar vivo en una pública plaza! Sin duda que no se hubiera acudido tan lentamente por falsos reportes á las necesidades de Frisa, dexando á punto quemar la propia casa por apagar el fuego de la ajena: interrumpiendo con débil correspondencia las buenas ocasiones que se ofrecian. Y con ser esto así, la malicia de algunos llegó á tanto extremo que pretendieron cargar la pérdida de aquel Estado á quien con tanto trabajo le entretuvo catorce años, opuesto siempre á las grandes fuerzas del enemigo, como parece en este puntual discurso, que para su justificacion escribió el coronel Francisco Verdugo. Dexando los no ménos notorios y señalados servicios que ántes habia hecho, comenzando del tiempo que Madama de Parma la primera vez gobernaba los Estados de Flándres, cuando á 4 de Julio del año de 1566, en Anvers, los herejes dieron principio al rompimiento de las imágenes, sembrando con prédicas sus enormes errores, que hallándose entretenido en la córte de S. A., la suplicó le diese licencia para emplear su persona en tal ocasion, levantándose gente para extirpar la sediciosa, y concediéndosela por no haber entónces milicia española, salió capitan en un regimiento de valones del coronel Cristóbal de Mondragon, ántes de la llegada á los Estados, del memorable Duque de Alba, el cual entró en Brusélas á 22 de Agosto de 1567, continuando con eminentes cargos con todos los demas que en aquel gobierno sucedieron, hasta que el Conde de Fuentes, que gobernaba los Estados por muerte del Archiduque Ernesto, le invió á llamar á Luxemburg, donde tenía su casa, para decirle que S. M. mandaba que le fuese á servir en el exército que tenía en Francia, por haber de acudir el Condestable de Castilla, general de él, á su gobierno de Milan. Y no hubo llegado á la Córte, cuando se entendió que el Duque de Bullon habia entrado impensadamente en el Estado de Luxemburg con gran número de caballería é infantería, y tomado tres villas importantes de aquel país. Y habiéndose de acudir á atajar su desiño, el Conde ordenó al Coronel que con la poca gente que pudo darle fuese á remediar la invasion y el daño que se temia, y él lo hizo con tanto valor y presteza, que recobrando en breve tiempo las plazas, hizo retirar al frances con gran pérdida de su gente, y en venganza del daño que habia hecho, se le entró por la frontera de Francia, arruinando cuantos casales y castillos habia hasta las puertas de Sedan. Y con esta victoria, habiendo encaminado la gente á Xatelet, que el Conde en persona tenía sitiado, se retiró á su casa á prevenirse para el viaje que habia de hacer. Donde le sobrevino la enfermedad con que dió fin á los trabajos de la vida, año de 1597, y de su edad 61, sin haber hecho en toda ella más diligencia, para alcanzar premio de sus servicios, que obligar á S. M., perseverando 31 años continuos sin haber hecho ausencia, á hacerle las mercedes que nunca llegaron por causa de quien corta todas las humanas pretensiones y grandezas. Pero no podrá impedir la memoria de las preclaras obras que verás, prudente lector, en tan varios accidentes guiados por él con singular prudencia, consejo, resolucion, trabajo, sufrimiento y paciencia admirable. Dios te guarde. Á LA EMBLEMA DEL CORONEL F. V. Como fuerte leon fué vigilante Contra el pueblo rebelde y su tirano; Ser la causa de Dios llevó delante, Siempre prontas las armas en la mano; Con el hereje, en el error constante, Terrible; y para el fiel humilde, humano; Y en el grave accidente que ocurria, Con prudencia y consejo resolvia. D. A. D. A. Aquí, divino Febo, emplea tu lira, Pues la que con razon agradó tanto Al primer Maño por su excelso canto, Temiera empresa tal que al mundo admira. Oh, ya padre dulcísimo me inspira El aliento y furor que baste á cuanto Piden los hechos, que terror y llanto Dieron al Frisio hereje que áun suspira. Dirásme que la fama es quien pregona (A pesar de la invidia detestable) El nombre de Verdugo en todo el suelo. Que por su gran valor al memorable Defensor de la Iglesia, dió ya el cielo ¡Oh máximo varon! doble corona. EL CORONEL FRANCISCO VERDUGO. Siendo advertido de la córte de estos Estados de los malos oficios que en ella algunos me hacen contra razon, procurando por sus pasiones, ó particulares intereses, oscurecer mis servicios, me ha parecido convenirme cortarles el hilo de sus tramas y desiños por este medio, no pudiendo por ahora hacerlo en persona. Y así, forzado, divulgaré mi proceder en los catorce años que he tenido esta provincia y ejército á mi cargo, narrando llanamente todos los accidentes de este tiempo, con tan manifiesta y pura verdad, que ninguno, sin apartarse della, podrá decir en contrario cosa que baste á disminuir un solo punto de el nombre y reputacion que Dios ha sido servido darme, que sabe la intencion con que siempre he vivido, en servicio de mi Rey. Y para darme á entender mejor, diré ántes el camino por donde vine á este puesto, y continuaré hasta dar fin á mi intento, el cual es de satisfacer á quien soy obligado, y confundir á mis de secreto émulos; que con el favor del cielo y este desengaño, espero hacer el efecto que deseo. * * * * * Habiendo el serenísimo Duque de Parma ganado la villa de Maestricht, con tanto trabajo y efusion de sangre, y reducido al servicio del Rey nuestro señor las provincias de Artois y Haynault, por conocer ellas que la intencion del Príncipe de Orange era de hacerse señor absoluto de todas las del País Bajo, olvidado del bien público, en el concierto que se hizo con ellas, fué capitulado que todos los extranjeros, que en estos estados servian á su Majestad, saliesen de ellos, dejando los cargos que tenian en los naturales, y en cumplimiento de esto, comenzaron á caminar los tres tercios de españoles y la caballería de la mesma nacion, tomando la via de Luxemburg, haciendo yo el oficio de Maestro de Campo general, y llegando á Arlon con la gente, su Alteza la entregó á Octavio de Gonzaga, general de la caballería, y despidiéndose de ella, se volvió á Namur, y de allí á Mons de Haynault, por más asegurar las provincias nuevamente reconciliadas. Partiendo de Arlon á 1.º de Abril del año de 1580 (habiendo ya tomado la gente el camino de Italia), me fuí á Luxemburg, no pudiendo ir con ella, por tener á cargo la villa de Tionvilla, y deseando dejar aquella plaza, lo procuraba con grande instancia, suplicándolo á su Alteza, y lo mesmo pedia á los nobles y al Consejo de aquel país. De su Alteza nunca pude tener resolucion, y la de los de Luxemburg fué que ellos no me la habian encargado, ni me la podian quitar, porque no entendian estar obligados á cumplir lo que las otras provincias habian prometido, ni habian menester reconciliarse los que no se habian rebelado, y que la suya era separada de las demas; y así me estuve quedo, esperando licencia. Llegada en aquella villa madama de Parma (á quien su Majestad inviaba para gobernar lo político en estos estados, y que el Príncipe su hijo manejase la guerra), significando á su Alteza el deseo que tenía de salir de allí, me mandó que en ninguna manera lo hiciese, sin órden del Rey ó suya, porque deseaba emplearme en cosas mayores del servicio de su Majestad. En tiempo de la buena memoria del señor D. Juan de Austria, la villa de Gruninghen se concertó con el Príncipe de Orange y Estados generales, publicando y declarando, á són de campana, á su Alteza por enemigo, nombrando por gobernador de Frisa al Conde de Bosu. Y el Príncipe de Orange, temiendo á este caballero por su valor, y haberle traido engañado mucho tiempo con promesa de casamiento con su hija, sin otras que le habia hecho, no cumpliéndole ninguna, procuró que este gobierno se diese al Conde de Rinamburg, como cosa suya y puesta de su mano. Entre la villa de Gruninghen y el país ha habido siempre, y hay, gran disputa sobre los previlegios y pretensiones, y conociendo los de la villa que los del país sus contrarios eran favorecidos de los Estados, del Príncipe de Orange y del Conde de Rinamburg, se resolvieron de hacer mudanza y reconciliarse con su Majestad, y significando su voluntad, su Alteza los admitió graciosamente, procurando asimesmo reducir al Conde al mesmo servicio. Y para este efecto, invió á madama de Monseao, su hermana, y á su marido, para que lo tratasen. Él al principio hizo dificultad de reducirse, pero á la fin se concluyó y reconcilió con la villa de Gruninghen, que poco ántes la hacia guerra por entender que ella hacia lo mesmo, teniéndola medio sitiada. Y entrado dentro, concertaron todos los buenos con él que á cierta hora se hallasen con las armas en las manos, como lo hicieron, apoderándose de los malos. Los cuales, sospechando esto, habian inviado á pedir á sus amigos socorro, el cual venía ya tan cerca de la villa, que si el Conde tardára pocas horas más, hicieran con él lo que él hizo con ellos. Y fué que habiendo salido á la hora concertada, con muerte de uno ó dos, echó del lugar y prendió la mayor parte dellos. Y visto por los Estados y el Príncipe de Orange lo que el Conde de Rinamburg y la villa habian hecho, se resolvieron de sitiarla, y así lo hicieron, con muchos fuertes al rededor. Pedian con grande instancia el Conde y los de la villa socorro á su Alteza, y deseándosele dar, quiso inviar con él á Mons de Billí, con su regimiento de alemanes, que poco ántes habia levantado; y él se excusó de ir en persona no sé con qué causa, pero fué su regimiento con algunas compañías de hombres de armas y caballos ligeros, y por cabeza del socorro, el coronel Martin Schencks, que poco ántes habia venido al servicio de su Majestad. Caminó este socorro hasta cerca de Covorden, que el enemigo habia ya ganado, y por esta causa tomaron el camino de Hardemberg. Los enemigos que estaban en el sitio de Gruninghen, entendiendo que este socorro venía, dexando los fuertes proveidos, le salieron al camino y le toparon junto al dicho lugar; y el Conde de Holac, que gobernaba esta gente, por tener más que la nuestra, quiso pelear y fué vencido; y sabiendo esto los del sitio, le desampararon. Socorrida esta tierra, los de ella queriendo mandar absolutamente, como siempre han pretendido, usaban muchas indignidades contra este caballero, que aunque habia mostrado valor y hecho algunas buenas cosas ántes que yo llegase, no por eso le respetaban ni tenian en más. Fastidiado del proceder de éstos, pretendió ir á besar las manos á su Alteza, pidiéndole con grande instancia que inviase alguna persona, acompañada de arcabucería valona, para mezclarla con las picas alemanas, por tener tres regimientos de ellos y ser mal obedecido y respetado de el de Mons de Billí por la pretension que su coronel tenía al Gobierno, y de el de Gheldres, por ser desobediente. Su Alteza trata con Mons de Billí que hiciese este viaje, y él se excusó como ántes, y el Conde procuraba con mucho calor y solicitud su licencia. Su Alteza, con parecer de los estados de Haynault y Artois, del Conde de Lalaing y Marqués de Renty, primos suyos, me invió á llamar á Luxemburg, donde estaba. Y aunque me pareció que yo no habia de volver á entrar en el país sin órden del Rey, pues con ella habia salido, todavía, considerando que tenía órden de su Majestad de obedecer en todo lo que de su servicio me mandase su Alteza, me partí para Valencianas, adonde á la sazon estaba, y llegado, declarándome la causa de mi venida, le dixe que á mi partida de Luxemburg habia propuesto de no rehusar ninguna cosa de las que fuesen del servicio de S. M., que no habia estado jamas en Frisa, ni sabía cómo las cosas de ella estaban, que su Alteza se sirviese de proveerme como via ser necesario, que yo no atenderia sino á obedecerle, confiado de que siendo yo tan su servidor, criado y hechura de madama su madre, no me inviaria sino como debia. Tambien los Estados y el Conde de Lalaing y su hermano el Marqués me hablaron, pidiéndome que lo hiciese. El recaudo que su Alteza me dió para hacerlo fué que levantase de nuevo dos mil arcabuceros valones, porque mi regimiento, que el Conde Octavio de Mansfelt tenía entónces, no se me podia volver, como se me habia prometido, por no gustar de ello el Conde su padre. Proveyéronme de cuarenta mil escudos para la gente que allí estaba, los cuales se inviaron con un pagador y un comisario, á Carpen, donde yo habia de acudir con la gente para pasar la muestra y encaminarme á priesa. Y por tener para levantarla más estorbo que asistencia, se tardó más tiempo del que yo quisiera y era necesario. Ido á Carpen á esperar el regimiento, por entender que los comisarios me estaban allí aguardando, tardaron los capitanes en levantarla. En el tiempo que estuve allí esperando mi regimiento, sucedió la enfermedad del Conde de Rinamburg, causada, segun decian sus criados, del mal tratamiento que los de la villa de Gruninghen le habian hecho, los cuales, pretendiendo mandar absolutamente, han siempre tenido poco respecto á las órdenes de su Majestad y á sus gobernadores, á quien al fin de sus trabajos y servicios han dado muy ruin pago, como hicieron á George Schencks, caballero muy honrado y valeroso, á Mons de Billí y á otros, por la insaciable y mal fundada ambicion, que siempre han tenido, la cual los ha traido al estado en que se hallan, y á hacer lo que han hecho. Y con esta sed, no obstante el haber jurado al emperador Cárlos Quinto de gloriosa memoria y á su Majestad por sus señores hereditarios, como duques de Brabante y condes de Holanda, su decir ordinario era que el Rey solamente es su protector, y que pagándole doce mil florines al año, no tenian más que ver con él (digo esto para que se entienda su buen proceder). Inviaron los de la villa, estando yo en Carpen, á darme priesa al consejero George Wentendorp y al capitan Finchiburg, que era del consejo de la villa (amigo mio de Holanda, siendo capitan de alemanes), los cuales vieron que no era por mi culpa no haber partido. Diéronme á entender la necesidad que habia de mi persona y regimiento, por haber sido roto Juan Baptista de Tassis, teniente coronel de Mons de Billí, con todo el exército; habiéndole los de la villa de Gruninghen constriñido á entrar en Frisa, contra toda razon de guerra; y los enemigos, siguiendo la victoria, hecho retirar á los nuestros hasta la puerta de la villa, y ellos alojádose en la Abadía Seluvart, que está de la otra parte de ella. Llegó mi regimiento á Carpen, y queriéndole tomar muestra, me vino nueva de la muerte del Conde de Rinamburg, que fué causa para que con mas diligencia apresurase mi partida, entendida la rota de Tassis y la muerte del Conde, vi ser necesario tener alguna caballería conmigo, por ser todo mi regimiento de arcabuceros por órden. Ofrecióse estando en Colonia levantando una corneta de raitres Mons de Buy por el Duque de Alanson, cuyo capitan se llamaba Vanlanghen, que por haber recibido de Mons de Buy, entre escudos buenos algunos falsos, habian los dos venido en disension. Viendo esta ocasion, por la necesidad que de esta gente tenía invié al comisario Luis de Camargo, á intentar con el Raytmaister si queria venirse conmigo. Y yendo á embarcarme con mi regimiento, en una Abadía junto á Colonia vino á verme. Concertámonos, y dándole cuatrocientos escudos, luégo se obligó de ir conmigo hasta ponerme en Frisa, con la gente del Rey que allá estaba, con condicion de que yo suplicase á su Alteza le recibiese en servicio del Rey. Él cumplió lo que prometió, y por mi medio su Alteza le recibió, y despues sirvió muy bien en el sitio de Tornay. Partimos para Frisa, él por tierra costeando el Rin con todos los caballos de su corneta, y yo con los de mi regimiento, y nos venimos á juntar entre Sante y Burik en muy breve tiempo, en un lugar llamado Berck, y luégo comencé á caminar hácia Bredevord. En esto habian los enemigos acometido el fuerte de Ghoer, y los nuestros, acudiendo á tiempo, los habian sitiado á ellos, en la casa de un caballero que estaba allí junto, y con mi venida y la necesidad de vituallas que los enemigos pasaban, se rindieron. Proseguí mi camino hácia Gruninghen, y llegando á Covorden, me adelanté á reconocer el sitio donde los enemigos estaban, con intencion de que si fuese en parte donde se pudiese venir á las manos con ellos, hacerlo, por la buena gana de pelear que los soldados de mi regimiento mostraban (ya los que habian sido rotos con Tassis estaban armados). Deseé pelear, ántes de distribuir los cuarenta mil escudos que el pagador traya conmigo, mas sabiendo el enemigo mi venida, se levantó del puesto de la Abadía en que estaba, quemando su alojamiento, y retirándose por una puente que tenian en el Niediep, se fueron á pasar por Niezijl, fuerte que los enemigos ganaron cuando Tassis fué roto. Llegado á Gruninghen hallé toda la infantería amotinada, de tal manera que me fué forzoso procurar de apaciguarla ántes de moverla de allí, para ir contra el enemigo. Y entre tanto (á requisicion de los de Gruninghen) invié mi regimiento contra el fuerte de Reyden, que los enemigos habian ganado y fortificado, puesto en una punta enfrente de la villa de Emden, el rio en medio; hallaron á los enemigos reparados, no sólo en el fuerte que habian hecho de nuevo en la dicha punta, mas en otros pasos, para estorbar el llegarse á él. Fueron acometidos y rotos, y siguiendo nuestros soldados la victoria, los encerraron en el fuerte grande, adonde poniéndoles algunas piezas y comenzándole á tirar, no obstante que habia dentro buena cantidad de gente con cuatro banderas, vinieron á parlamentar, y los soldados á cerrar con el fuerte, y entrando en él, tomaron las cuatro banderas, matando algunos enemigos; y los demas se echaron á la mar, adonde habia algunos navíos del enemigo, que con barquillas los recibian. Hecho esto, invié alguna parte de mi regimiento á la Marna, país de Gruninghen, á reconocer otro fuerte que los enemigos tenian en la punta de un dique llamado Solcamp, el cual desampararon quemándole. Habiendo entendido lo de Reyden, me quedé en Gruninghen apaciguando la infantería, que estaba alterada, para poderme poner en campaña y seguir al enemigo; tuve que hacer en darles satisfacion, porque, no solamente hallaba el descontento en los soldados, mas tambien en los capitanes; al fin, fuí forzado, para acabar con ellos, de repartir los cuarenta mil escudos, segun la cantidad de gente que cada capitan tenía. Y hecho esto, me puse en campaña con toda la gente que me quedaba, habiendo dexado partir de este país un regimiento de alemanes, que llamaban de Gheldrés, por ser (como he dicho) de soldados mal voluntarios y desobedientes. Tambien habia dexado partir las dos compañías de hombres de armas del Conde de Lalaing y de Mons de Montaiñi, con otra compañía de arcabuceros á caballo de Mons de Vallon, las cuales se querian volver en Hainault, con licencia ó sin ella; quedándome con sólo cuatro compañías de caballos, tres de lanzas y una de arcabuceros á caballo; y habiendo su Alteza inviado á llamar para el sitio de Tornay á los reytres de Martin Schencks, y á la corneta de Adan Vanlanghen, con la gente que me quedaba me puse en campaña, alojándome en la Abadía de Grotavert, quexándose ya los soldados de falta de dinero. En el tiempo que estuve ocupado en acordarlos y hacer lo que he dicho, el general Norys, caballero inglés, que fué el que tenía sitiada á Gruninghen, aumentaba su exército en Frisa, con gente de Bravante y otras partes, con promesa que habia hecho de pelear conmigo, casi asegurando de la victoria. Sus soldados ingleses y frisones andaban en disensiones y se hacian poca amistad donde se topaban, por las desórdenes que los soldados hacian, quemando casas y villajes, por vengar las muertes de algunos compañeros suyos que los villanos mataban; y llegó esta disension á término que algunos de Frisa vinieron á tratar conmigo de que ellos tomarian las armas y se juntarian con nosotros á dar sobre los ingleses. Yo acepté el partido, como me diesen seguridad de que harian lo que decian y de que no serian contrarios en lugar de ser en favor, acordándome entónces de lo que habia siempre oido decir en Holanda, que no se debe dar crédito á frison que no tenga pelos en las palmas de las manos. Estando esperando la seguridad, que nunca vino, me inviaron los de Gruninghen al Abad de la Abadía donde yo estaba alojado, á Meppen, teniente de la cámara del Rey, al consejero Wetendorp, y al burgomaestre Dirique Robert, á instigarme que entrase en Frisa á buscar al enemigo. Yo, hallándome con gente que me pedia dineros, no del todo apaciguada de la alteracion pasada, inferior mucho de fuerzas, sin medio para haber vituallas ni poderlas llevar conmigo, considerando lo que poco ántes habia sucedido al teniente coronel Tassis por haber seguido la órden ó mal consejo de los de la villa de Gruninghen, les respondí que si querian tener paciencia, que yo constriñiria al enemigo á salir de Frisa, ó venir á pelear conmigo (lo cual fundaba sobre la disension de los ingleses y frisones, y la plática que yo traia con ellos), y si el enemigo salia de Frisa, que con más comodidad podia efectuar lo que ellos pedian; y si me venian á buscar, que no era razon que dexase mi ventaja y sitio fuerte, perdiéndome por complacerlos en su injusta demanda, fuera de toda razon de guerra; acordándolos lo que digo haber acontecido á Tassis por haber seguido su parecer; que tomaria el de los capitanes y cabezas del exército, por ser los que habian de aventurar sus vidas y honras conmigo, que á ellos, sentados en su casa de villa, se les daria poco del mal suceso que hubiese, sin declararles que echaba de ver en su manera de proceder con la gente del Rey, que en el adverso ó próspero suceso tenian ya pensado lo que habian de hacer en su particular. Fueron mal contentos de mi respuesta, porque vieron que no haria lo que ellos me aconsejasen, sino lo que hallase convenir con el consejo de las cabezas y capitanes del exército. Yo via que el enemigo tenía gana de pelear, en que dos dias ántes habia dado una encamisada á mi regimiento, aunque de poco fruto. Y viniendo despues á mí el consejero Wetendorp (no sé si inviado del magistrado ó de suyo), me pidió con importunidad, que ya que no queria entrar en Frisa, á lo ménos saliese del Abadía y me adelantase á Northorno, una legua hácia el enemigo. Consultélo con los capitanes y con el teniente coronel Tassis, el cual respondió que lo haria, pero que habia dos capitanes de los suyos (cuyos nombres me dixo) que le eran rebeldes y de mala voluntad, yo le dixe que los diésemos de puñaladas, y como él les fué á decir esto, no hablaron más en ello, y aunque la mayor parte de ellos no eran de parecer de mudarse, yo, por no mostrar flaqueza, se lo prometí, y así invié luégo al teniente coronel y otros capitanes á visitar el lugar, los cuales me dieron aviso de que no habia agua en él; y paresciéndome que, aunque el tiempo era seco, sería imposible que en tal país hubiese falta de agua, fuí yo mismo á reconocerlo, y hallé fosos con ella, y pozos en algunas casas. Invié luégo por todo el exército, y vino sin la compañía de Tassis, que, sin saberlo yo, ni por mi órden, la dexó en la Abadía, que me dió á pensar que sus soldados y los demas, que habian sido rotos, tenian todavía miedo al enemigo, y que era menester muy buen pié, fundamento y tiento para ir á pelear con ellos. Aloxé el exército en aquel villaje, de la manera que habia de salir á la plaza de armas á pelear, y no obstante que yo habia hecho lo que Wetendorp me habia rogado, el magistrado de la villa de Gruninghen no permitia salir de ella ningunas vituallas para el campo, ni con dinero ni sin él. Yo, viéndome empeñado cerca del enemigo, conociendo la falta que habia hecho en moverme, invié dos capitanes, uno de caballería y otro de infantería, á rogarles que nos dexasen sacar lo necesario por nuestro dinero, lo cual me fué rehusado; y segun algunos decian, era por tener por más cierto el perdernos que haber victoria, y con esto tener al enemigo más grato, si nos sucediese mal; y esta fué la causa que al tiempo de pelear habia muchos soldados fuera del campo, para buscar de comer. Atrincheé las avenidas y cuerpos de guardia, preparéme y puse en órden lo que era necesario, segun la comodidad que tenía por saber que en breve sería acometido, como fué así, que habiendo el general Noris, augmentado su exército en mucho más número de gente que yo tenía, propuso venirme á buscar. Nuestros soldados, por la necesidad que tenian, se iban á buscar de comer y á batir trigo para sustentarse; y al tiempo que el enemigo se comenzó á mostrar por el dique de Niezijl, faltaba la tercia parte de la gente en el alojamiento para el efecto. Fuí yo á reconocer, y como vi que no traia bagaje ninguno, me pareció que venía con gana de pelear luégo, y así volviendo al cuartel hallé, segun la órden que les habia dado, todos los soldados recogidos en sus banderas, mandélos salir á la plaza de Armas, y púseme en forma de batalla contra la opinion del enemigo, como despues entendí, que no pensaba que yo saliera del villaje, sino que en él me defendiera; fundábalo en la superioridad de gente que tenía, y en la reparacion de las avenidas que yo habia hecho en el cuartel. Puse la gente en escuadron, los alemanes en medio, y mi regimiento repartido, la metad al cuerno derecho, y la otra metad al izquierdo, repartiendo asimesmo las cuatro compañías de caballos que tenía, dos á un lado y dos á otro. El enemigo formó tambien sus escuadrones. A nuestro cuerno izquierdo habia un camino ancho, por donde, y no por otra parte, podia acometer la caballería que tenía el enemigo á su cuerno derecho. Por una y otra parte de los dos cuernos era país roto, lleno de fosos, y hácia la parte de este camino, obra de trescientos pasos de nuestros escuadrones, puse un capitan de mi regimiento, con hasta doscientos mosqueteros y arcabuceros, con órden de poner el pecho en tierra, y esperar allí que la caballería acometiese, que estaban en parte segura, por los fosos que por todas partes cercaban donde ellos estaban. Conociendo yo el sitio, y que en ninguna manera se podia acometer sin romperse los escuadrones, fuí avisando á los nuestros que no se moviesen sin que yo les diese la órden. Diciendo á los escuadrones estas palabras: Hijos, viendo cómo el enemigo se ha puesto, y cuán mal ha hecho sus escuadrones, con el favor de Dios la victoria es nuestra, y sólo consiste en que esteis firmes y no moveros sin mi órden, porque el primero de los dos exércitos que se moviere será perdido. Dicho esto saqué de nuestro cuerno derecho hasta doscientos arcabuceros de mi regimiento, y los puse junto á la compañía de arcabuceros á caballo de Mons de Villers y la mia, algo apartado de nuestros escuadrones, junto á una casa, en frente de la cual habia hecho algunas esplanadas, para que habiendo el enemigo pasado por ellas alguna gente, acometiese con los primeros, no los pudiendo socorrer los que los seguian. Hecho esto, me fuí á los escuadrones, de donde hice comenzar la escaramuza por tres partes; y miéntras escaramuzaban, adelantaron los enemigos cinco piezas de campaña, y comenzaron á cañonearnos, sin que hiciesen más efecto que matar un atambor mio: la escaramuza fué refrescada tres veces, sobre ganar ó perder una montañica verde, que estaba entre los dos campos. Mi intencion era darles con estas escaramuzas ocasion de mover sus escuadrones, en que consistia (despues de la voluntad de Dios) la victoria, como sucedió, porque viendo el general Noris aquellas dos compañías de caballos y la infantería que habia puesto con ellos tan apartados del cuerpo de nuestros escuadrones, mandó á su nacion que cerrase con ellos, tomando su camino á salir por las esplanadas que habia hecho. Alonso Mendo, alférez de mi compañía de lanzas, y el capitan Villers, que lo era de arcabuceros á caballo, en lugar de esperar que el enemigo pasase por la última esplanada señalada con dos palos, que de mi mano habia puesto, habiendo dado órden que en comenzando á pasar algunos por allí, cerrasen con ellos, que rotos aquéllos, pondrian en detrimento los demas, ellos se adelantaron á pasar por la señal hecha, y dieron la mesma ocasion que yo les habia dicho que el enemigo les daria á ellos. Fueron acometidos y rotos, y la infantería, que cargaba á su mano derecha, pegada á ellos, rompió la nuestra. En este tiempo la caballería del cuerno derecho del enemigo cargó adelante por un camino ancho, junto al cual estaban los mosqueteros y arcabuceros que he dicho, los cuales se levantaron, y no estando más que á treinta pasos del camino, de la primera ruciada que dieron, hicieron tan buen efecto, que derribaron muchos de ellos. Viendo lo que la nacion inglesa habia hecho en nuestro cuerno derecho, mandé que cerrasen nuestros escuadrones contra los del enemigo, que ya se habian movido y venian medio desordenados. Yo cerré por el mesmo camino con dos compañías de caballos del capitan Thomas Frate, albanés, y del Baron de Bievres contra esta caballería, que venía cargando por él, la cual por las rociadas que los mosqueteros y arcabuceros la daban, hallé medio desbaratada, y con mi carga volvió las espaldas poniéndose en huida, que fué dar mucho ánimo á nuestra infantería, que cargaba á su mano derecha, y quitarle al enemigo viéndola ir rota. Los ingleses que cargaron á nuestro cuerno derecho siguieron la victoria hasta nuestro cuartel, y cuando pensaron tenerla del todo, vieron su cuerno derecho y el cuerpo de sus escuadrones roto. Y así, volviendo tambien las espaldas, hallaron el paso tomado por nuestra infantería, que los deshizo como los demas, matando gran número de ellos; yo, siguiendo su caballería que cargó por el camino primero, con intencion de en tomando el dique que iba á Niezijl, hacer cara á la caballería inglesa, que como he dicho habia llegado á nuestro cuartel; pero nuestras compañías que me seguian se quedaron matando los que la infantería habia roto, y cuando pensé estar acompañado de ellos, me hallé solo en el dique, por donde pasaron todos los principales con sus capitanes, y maltratándome estuve preso dos veces sin ser socorrido; mas al fin, con el miedo que llevaban, defendiéndome yo lo mejor que pude, me dexaron. Los de la infantería del enemigo, que venía rota por la mayor parte, echaron á nuestra mano derecha por unas praderías hácia el canal de Niezijl, y habiendo llegado alguna gente, seguí á sus banderas, las cuales se tomaron, sino una que uno de á caballo salvó. Murieron de los enemigos de dos á tres mil hombres; pocas veces es cierto el número de los muertos que en tales casos se dice, pero el comun de los que lo vieron fué éste. Y siguiendo yo, como digo, las banderas del enemigo, vi ir por el camino adelante al teniente coronel Tassis y á otros capitanes hácia el fuerte del enemigo, que fué desamparado por poco tiempo, y la guarnicion de él, temiendo ser cortados de alguna caballería nuestra, que habia pasado á nado, se volvió á meter dentro, pudiendo los nuestros haberlo ocupado ántes. Esto sucedió sábado, el último dia de Setiembre y de San Jerónimo, año de 1581. Murieron veinte y cuatro capitanes, dos tenientes coroneles y uno preso, perdiendo tambien las cinco piezas de artillería, y el general Noris fué herido en una mano, de que ha quedado manco. Éste es el general que llevaba la gente de guerra á su cargo cuando fueron á sitiar á Lisbona los años pasados. Comenzando ya á venir la noche, dí órden recogiendo la gente, que cada uno se volviese al puesto que tenía, y estando en escuadron en la plaza de Armas todos arrodillados, dimos gracias á Dios por la victoria, que habia dado á su Majestad con tan poca pérdida nuestra. Y aquella noche ordené al teniente Tassis, por hallarme con calentura, que pasando por el puente de Emeltil que está rio arriba junto á Northorno, fuese siguiendo al enemigo dentro en la Frisa, sacando al amanecer la gente para este efecto. Y estando como á dos tiros de mosquete fuera del alojamiento, se me alteraron los alemanes pidiendo el mes de batalla: bien es verdad que el tiempo se habia mudado, lloviendo tanto, que apénas y con mucho trabajo podia caminar la infantería; pero con todo esto se pudiera haber hecho gran servicio á su Majestad, mas no fué posible sacarlos de su opinion, y así no pasó el desiño adelante. É informándome de quién habia sido causa de esto, me dixo el capitan Locheman, teniente que es ahora de Mons de Billí, que el capitan Clostre que al presente es Drosart de Vollemhove habia sido el primer inventor de esta desobediencia. Por la alteracion de la gente y ser yo nuevamente venido, lo disimulé por entónces. Otro dia los burgomaistres de la villa y algunos diputados del país me vinieron á visitar, dándome un presente de vituallas. Agradecíselo diciendo que daba gracias á Dios porque lo que dos dias ántes me negaron por dinero me daban ahora sin él; y temiendo que otro dia me cerrasen las puertas como entónces, les consentí que pusiesen otro dacio nuevo sobre cada tonel de cerveza, que aunque era en perjuicio de la soldadesca, me era fuerza pasar por ello, por ser naturalmente aquella gente muy interesable, que ya comenzaba á conocer su humor. Avisé luégo de lo sucedido á su Alteza con el capitan Pedrosa, suplicándole que fuese servido de asistirme para poder pasar adelante contra el enemigo, ó que inviase á Mons de Billí, pues que él se estimaba y tenía por gobernador de esta provincia. Y por no perder tiempo, quise sitiar luégo el fuerte de Niezijl, y los soldados de los dos regimientos de alemanes no quisieron moverse del alojamiento de Northorno sin que los diese dineros y la paga de batalla; y así con las cuatro compañías de caballos, mi regimiento y algunos voluntarios de los dos regimientos, me fuí hácia el fuerte, intentando tomarle por hambre por no tener otra comodidad y hallarme desproveido. El invierno y la necesidad de la soldadesca cargaban á furia, y algunos mal intencionados de la villa de Gruninghen, so color de inviarnos vituallas, metieron en el fuerte algunas barcas cargadas de ellas, sin podérselo estorbar; y tras esto vino una tormenta con tan mal tiempo que no fué poco poderse salvar nuestra caballería y bagajes. Volví á alojarme al villaje de Northorno con los alemanes que no habian querido salir, donde estuve algunos dias; y por las contínuas aguas se pusieron tales los caminos, que puedo decir con verdad haber muerto en el lodo algunos de los nuestros; saquélos á país seco y arenisco y entré en la villa de Gruninghen á tratar con el magistrado de nuestra necesidad y del descontento de nuestra gente, el cual me presentó dos cartas de su Alteza, una en frances y otra en español, en que expresamente me ordenaba que diese á la villa de Gruninghen la gente de guerra, tal cual los de ella me pidiesen y quisiesen tener, sin cargarles de otra manera que á su voluntad, y obedesciéndolas, nombraron la gente como ellos quisieron. Hasta entónces no se sacaba nada para la gente de guerra ni provecho de su Majestad. Y desde aquí comenzaron, para entretener la gente que me pidieron, hasta que llegase el dinero de su Majestad. Y no sabiendo cómo sustentar la demas, tomando conmigo al consejero Wetendorp, me fuí con ella al país de la Tuvent, adonde con ayuda del consejero la alojaron y dieron á cada soldado cinco placas cada dia. En este tiempo sucedió que hasta trescientos ó cuatrocientos caballos del enemigo, que habian quedado de la batalla, se alojaron en el Burgo de Keppel contra la voluntad del señor de él, muy sentido de ello. Mons de Rinavelt, que estaba en guarnicion en Oldenzel, me dió aviso de esto y de que el enemigo se queria amparar de la villeta y castillo de Bronckorst. Inviéle á él á tratar con la Condesa vieja, muy cristiana señora, que nos diese aquel castillo para aprovecharnos del paso del rio Isel para la Veluva y Vuethua, y concediéndolo, me partí luégo con una buena tropa de gente para la guarnicion del castillo, y hallé la caballería que he dicho en el Burgo de Keppel, adonde me llegué con la gente que traia; y reconociendo el Burgo, vi que por la parte del jardin de la casa del señor, no habia otra fortificacion para entrar en él, sino una fuerte palizada, y para esto era fuerza pasar el rio Isel viejo, y estando mirando cómo poderlo hacer, llegó á mí un caballero mancebo, pariente del señor de Keppel, á quien yo habia conocido paje del Conde de Mansfelt. Díxome que el señor de Keppel deseaba saber si yo estaba ó no allí. Preguntéle cómo habia pasado, y mostróme una barca pequeña, la cual hice luégo guardar; y haciéndose ya tarde, ordené á Mons de Rinavelt que con su gente, la compañía del Baron de Anholt y alguna de mi regimiento, fuese en anocheciendo á ponerse detras del castillo de Keppel, avisando al dicho señor que no se moviese ni tocase arma, so pena de tenerle por enemigo; por todo lo demas, estaba el Burgo cercado de grandes fosos de agua con su terrapleno; tenía dos puertas, en la una, que iba hácia Emmerik, puse al teniente Tassis con parte de su regimiento y la compañía de arcabuceros de Mons de Villers con la mia de lanzas; en la otra puerta me puse yo con alguna infantería y algunos caballos alemanes, gobernados por Mons de Rinavelt á costa del país de la Tuvent; y sabiendo que todos estaban en el puesto que les habia ordenado, les invié á decir que en tirando yo dos piecezuelas de campaña (que llevaba conmigo para meter en el castillo de Bronckorst) cada uno arremetiese por su parte; que Tassis y yo hiciésemos gran ruido, y que el de Rinavelt arremetiese callando, porque él habia de ser el que más efecto hiciese. Los enemigos que estaban dentro, temiendo lo que sucedió, habian ya cargado sus carros y bagajes; y así, aparejándose para partir, en tocándose arma, abrieron una puerta que va á Emmerik, y comenzaron á huir por aquella parte; Tassis cerró con ellos y el de Rinavelt entró rompiendo la estacada y yo por la otra puerta. En el Burgo no habia sino una calle, y ésta ocupada con carros y con raitres á caballo, y nosotros entre ellos; por lo cual pocos ó ninguno de la caballería é infanteria que allí estaban se salvaron. Ganáronse muchos y buenos caballos con su estandarte, y de nuestra parte no se recibió más daño que salir el teniente Tassis con un arcabuzazo en el carrillo. Hecho esto, invié la gente que estaba destinada para Bronckorst con Mons de Rinavelt, y yo fuí con las demas hacia Emmerik á tomar de allí vituallas, y ver si podia dar una escalada á la villa de Scherembergh. Hice visitar el foso por donde estaba más seco, y halláronle lleno de abroxos y la subida más dificultosa de lo que me habian dicho, y así no se acometió; y volviéndome hácia la Tuvente, Mons de Rafueldt, primo hermano del Baron de Anholt, me pidió que le diese gente para ir á tomar la villeta y castillo de Vueert, país de Munster, pero como era señor de ella el Conde de Colemburg y tenía en aquella plaza algunos soldados, que no se contentaban de ser neutrales como es el país de Munster, hacian todo el mal que podian á los vasallos y servidores de su Majestad; y así invié con él á Tassis con la gente de su cargo. Sacaron dos piezas de artillería del castillo de Anholt, y al fin tomaron el de Vueert defendiéndose un dia ó dos; el cual hasta hoy se conserva y tiene por su Majestad. Dexé de guarnicion en Keppel caballería é infantería. Los enemigos, viendo el daño que los de la guarnicion del castillo de Bronckorst les hacian, principalmente por el rio Isel, les sitiaron, batieron y dieron asalto sin tomarle; tuviéronle muchos dias sitiado y algunas veces fuí desde Gruninghen á socorrerle, y metiendo vituallas, sacaba los heridos y enfermos y dexaba otros de refresco; y el enemigo entendiendo que yo venía cerca se metia en un fuerte que tenía con su artillería, dexándome hacer lo que queria. En un viaje de éstos invié á Keppel, que estaba cerca, á Mendo mi alférez con vituallas, el cual, acercándose, oyó escaramuzar; y adelantándose con la caballería, ordenando que alguna le siguiese, halló que la guarnicion de Desburgh (que era de los ingleses que habian escapado de la batalla de Northorno, y alguna cantidad más de nobleza y soldadesca que de Lóndres habia venido de nuevo) por gallardía habian salido á escaramuzar con los de Keppel, cerró Mendo con ellos, y rotos, se retiraron á una casa, donde no queriéndose rendir, con la asistencia de la infantería que venía con la escolta, que se habia dado priesa á caminar oyendo escaramuzar, y la guarnicion de Keppel, los hicieron pedazos. Yo me fuí derecho á Gruninghen, y porque helaba, invié á Frisa la caballería é infantería que se pudo sacar con el Baron de Monseao; y entrado en ella, le dieron la palabra de contribuirle; mudóse el tiempo, y no lo cumplieron, y así puse mi regimiento á la entrada de Frisa en un castillo de un gentil hombre llamado Rom, con algunas compañías de alemanes, de donde procuraban hacer en Frisa todo el mal que podian; y muchas veces acontecia que algunos prisioneros de ella ántes se dexaban matar que pagar contribucion. Llegado el verano, y padesciendo necesidad la gente que habia quedado con Tassis en la Tuvente (porque ya no podia el país pagar lo que ántes), él fué con mi parecer hácia Locchum á hacer un fuerte al rededor de la casa de un gentil hombre para desde allí inquietar la villa impidiendo el coger los trigos que tenian sembrados, que eran muchos. Juntóse con el Baron de Anholt, que era vuelto de la córte á su casa con el título de coronel del regimiento del Conde de Rinamburg, que su Alteza le dió. Y hallando la tierra muy desproveida, se acercaron más á ella para sitiarla del todo; y el Baron fué á Gruninghen á darme cuenta de lo que Tassis y él habian hecho, rogándome que, siendo posible, me hallase allí, porque sin ninguna duda el enemigo queria venir á socorrer la tierra. Y considerando que aunque se habian puesto sobre ella sin mi órden, no era razon rehusar lo que en tal ocasion me pedia, me partí luégo con él, llevando conmigo alguna infantería y caballería, y en dos dias llegué á Locchum, dexando atras un poco de infantería por no poder caminar tanto. Y en amanesciendo, el Baron y Tassis me mostraron de la manera que habian sitiado, y hallando que la parte más necesaria se habian dexado abierta, queriéndolo remediar con diligencia, vimos que los escuadrones del enemigo venian al socorro por el camino de Zutphen, y así fué necesario tomar por plaza de armas una montañuela que está delante de la villa, junto á la cual estaba el camino que yo temia para el socorro de ella. Acercándose el enemigo, se trabó la escaramuza con caballería é infantería, donde sucedieron algunas buenas cosas y daño, porque de una parte y de otra habia piecezuelas de campaña que daban en los escuadrones. Ellos, conociendo que con el cuerpo de la gente les estorbaba el socorro en grueso, y que en aquel punto me llegó la infantería que yo traia de Gruninghen, resolvieron que su caballería tomase algunos sacos de trigo que para aquello habian hecho, y que de una arremetida los echasen al borde del foso. Yo, temiéndome de esto, puse en un camino hondo pegado á la montañuela parte de nuestra caballería, para que, arremetiendo ellos hácia la tierra, los diesen de traves. Movióse la del enemigo, que era mucho más que la nuestra, so color de querer escaramuzar, y corriendo, de una arremetida hicieron su efecto con poco ó ningun daño, estando yo en otra parte, dando órden á la nuestra que cerrase, y hízolo tan tarde, que no sirvió de nada: durando todavía la escaramuza, no se peleó del todo aquel dia, porque la desigualdad de la caballería era grande, y no poderme yo mover por aquella parte donde el enemigo estaba sin romper los escuadrones. Hallaba el enemigo los suyos hechos, y delante una trinchera natural donde tenía su artillería, y del lado estaba toda su caballería muy bien puesta y en órden; y contentándose con el poco socorro que habia metido, comenzó á retirarse. Entónces, aunque era algo tarde, quise pelear, pudiendo hacerlo con más comodidad, seguridad y razon de guerra que ántes, por haber dexado el enemigo el puesto fuerte que tenía. Y comunicándolo con las cabezas de la gente, no lo aprobaron, ni ménos yo hallaba algunos de ellos con la voluntad de pelear, que mostraban tener cuando no era lícito ni convenia hacerlo por las causas que he dicho. Que tambien hay en este nuestro negro y mal oficio, como en otras cosas, hipocresía y artificio. Retirado el enemigo, ordené que se atrincheasen en aquella parte, y se hiciese un fortezuelo. Hiciéronse otros necesarios al rededor de la tierra, repartiéndolos y dándolos en guardia á los regimientos y capitanes que allí habia. Y luégo despaché á su Alteza avisándole de cómo habia hallado á aquella gente empeñada, y que sin órden no la podia desamparar, ni ménos dexar el sitio, estando en tal punto. Suplicándole que viendo la ocasion que se ofrecia, me ordenase lo que habia de hacer, y fuese servido de mandarme proveer de más gente y medios para poderla entretener, porque á causa de la necesidad que se pasaba, dejaban las banderas solas ó mal acompañadas por ir á buscar de comer. Y aunque andaba por la campaña el conde Cárlos de Mansfelt con algun buen golpe de gente, por entónces no vino ninguna adonde yo estaba, ni ménos tuve respuesta suya. Consumido en pocos dias el trigo que aquella caballería puso en el lugar, se determinó el enemigo de socorrerle con todas las fuerzas posibles é intencion de pelear. Movióse el Príncipe de Orange á tomar esta resolucion, porque las villas vecinas, principalmente Zutphen y Deventer, amenazaban que si no socorrian á Locchum se rendirian á su Majestad; y así vino el Conde Holac, con la mayor parte de la gente de guerra que tenian, y con él otros muchos principales y coroneles, y entre ellos, los tres hermanos condes de Berghes (que entónces servian al enemigo), los condes Guillermo y Filipe de Nasao, otro hermano del Conde Holac, los coroneles Smit, Ifelstein, Lalayne y Hesnoy, frances, con algunos cañones para batir nuestros fuertes. Vinieron con este aparato á presentarse delante de nosotros, á los 27 de Agosto de 1582. Trabáronse buenas escaramuzas, en las cuales uno de los enemigos dixo al capitan Guzman de mi regimiento y al capitan Bartolomé Sanchez, que me dixesen que me fortificase en la montaña, porque venian con mucha gente y gran preparacion. Plantó el enemigo su campo á las espaldas del rio Berck, que pasa por las murallas de la villa, teniendo un camino ancho, que va á la tierra derecho, donde habia hecho Tassis un fuerte con foso seco todo de arena, el cual quiso tomar el enemigo, y haciendo ántes sus trincheas, plantando la artillería, le comenzó á batir. Desde la montaña donde yo estaba con los escuadrones, inviaba siempre gente de refresco seguramente por nuestras trincheas; la artillería del enemigo al principio pasaba el fuerte y hacia mucho daño, pero Camiga, capitan del regimiento del Baron de Billí que estaba dentro, como valeroso soldado, se reparó de manera que la artillería no hacia más daño. El enemigo, viendo que habia hecho alguna subida en el fuerte para dar asalto, invió algunos capitanes franceses á reconocer mejor la batería, y vieron que el fuerte y los fosos estaban llenos de gente, y sin falta, si dieran asalto, perdieran mucho, porque yo, desde la montaña donde estaba, podia por nuestras trincheas socorrer el fuerte seguramente, y en todo este tiempo no cesaba la escaramuza. Los sitiados, viendo el poco efecto que el enemigo hacia, y tambien desde una torre, que un fuerte que estaba junto al molino, el rio arriba, á cargo del Baron de Anholt, le tenian mal proveido de gente, por haber venido muchos á ver lo que pasaba en las escaramuzas, que desde el fuerte no se podia ver por estar la villa en medio, hicieron á la desesperada una salida, y le ganaron, degollando la mayor parte de ellos, muy descuidados de ser acometidos, y por allí avisando lo sucedido al Conde Holac (que su campo ni el nuestro no lo podian ver), el cual, dexando el rio en medio de ambos campos, caminó con su exército y vituallas á entrar en la tierra por el fuerte ganado. El Baron de Anholt pudiera haber dado mejor cuenta de aquel fuerte, pues no tenía otra cosa á cargo. El enemigo proveyó por él la tierra á su gusto; y conosciendo yo que al fin se habia de venir á pelear, saqué la gente que habia en todos los fuertes, é hice un cuerpo de toda. La intencion del enemigo era, segun los condes de Berghes me han dicho despues, de irse á la villeta de Borckeló, país de Munster, que era de donde nos venian las vituallas, y forzarme, por falta de ellas, á levantarme de allí con desórden, y entónces acometerme, y sin falta (si Dios no remediaba por otra via) nos pusieran en aprieto. Esto causó un descuido, que en la guerra es muchas veces causa de notables pérdidas. En todo este tiempo nunca cesaba la escaramuza, y los enemigos, por haber salido con su intencion, estaban tan gallardos, que salieron con golpe de gente hácia nuestro alojamiento, en el cual habia puesto, para guardia de él, al capitan Camiga, que se defendia valerosamente. Viendo yo lo que pasaba desde la montaña, y que todo el campo del enemigo marchaba hácia allá, descendí con la gente, dexando en un fuertecillo que habia en ella al capitan Decheman con su compañía y algunas de mi regimiento, y me arrimé á nuestro alojamiento, y no pudiendo meter la frente del escuadron al enemigo, me fué forzado dar el costado, y por tener poca caballería, y el enemigo mucha, la arrimé á nuestra infantería, esperando á pié firme la suya, que venía cargando con furia, y como á media carrera de caballo choqué con ella, y peleando ambas partes obstinadamente, hubo muchos hombres y caballos derribados por tierra; y no conociendo ventaja, saqué del escuadron de infantería algunas hileras de alabardas, picas y espadones, ordenando á los demas que estuviesen firmes, y porque lo restante del exército enemigo caminaba, invié al capitan Decheman que cargase con la gente que le habia dexado en la montaña y diese de traves, como yo tambien hice con la que habia sacado del escuadron, desbarrigando caballos y haciendo el daño que podia; pusiéronse en huida tomando el camino por donde yo tenía los escuadrones. Aquellos tres dias y dos noches estuvimos con las armas en las manos adonde los soldados habian hecho muchos fosos para estar seguros de la artillería de la villa, en los cuales la caballería del enemigo huyendo, y la nuestra siguiendo, daban malas caidas. Lo restante del campo enemigo, viendo su caballería rota, hizo alto, salvo la tropa que el conde Federico tenía y otros caballeros, que acometiendo el alojamiento contra Camiga, cerró con nuestro escuadron, y uno de los enemigos á caballo entró hasta las banderas y se llevó una, derribando por muerto al alférez, y es la primera que acá se ha perdido en mi tiempo. Las picas resistieron al encuentro muy bien, haciendo gran daño al enemigo; y viendo desde la montaña que se peleaba abaxo, dexé el siguimiento de la caballería del enemigo y junté la gente en ella, y haciendo todos segunda vez oracion baxé á dar calor á nuestro escuadron y banderas, y con mi venida el enemigo se rompió; fuíle siguiendo hasta las puertas de la villa, y si algunos de los nuestros no acertáran á cerrar la puerta, todos entráramos mezclados. Yo seguí con la caballería la gente que echó á mano izquierda, y por hallar el puente roto, invié á Mendo con alguna caballería, el cual entró tras ellos por el agua, y yo volví por la infantería que ya me venía siguiendo, la cual me pidió licencia para acometer los fuertes que las compañías francesas habian ocupado; y viendo que estaban con tan buena voluntad, se la dí, y habiendo ántes hecho tercera vez oracion arremetieron luégo con tanto valor, que los ganaron, retirándose la mayor parte de los franceses dentro de la tierra; y los nuestros hallando junto el bagaje del enemigo y algunas piezas de campaña, que la gruesa ya la habian metido dentro, saquearon el bagaje, y fué bueno el butin por la mucha nobleza que entre los enemigos habia. El Conde de Holac, que estaba en la tierra, viendo que se peleaba sin su órden, salió fuera, y no pudiendo dar remedio, por estar ya rota su gente, rogó á los tres hermanos condes de Berghes que se quedasen dentro, prometiendo de venir á socorrerlos, como lo hizo despues. Quedaron en la tierra con ellos las compañías francesas con su coronel y otros muchos de caballería é infantería, dexando muchos caballos entre los dos fosos de la villa, de donde nuestros soldados sacaron algunos de noche. Prosiguióse el sitio, porque, aunque habian puesto provisiones, era tanta la gente que habia dentro, que no podia durar mucho. * * * * * Invié al capitan Frias á la córte con los estandartes y banderas que se habian ganado, suplicando á su Alteza que me diese asistencia para acabar sitio que tanto trabajo y sangre habia costado. Y no faltó quien en el Consejo, segun he sido despues informado, dixo que merecia castigo por haberme empeñado en tales sitios sin órden de mi superior. Y así por estos buenos oficios despues he sido tratado como podia esperar del mayor enemigo que he tenido todo el tiempo que he servido en Frisa, y el que más daño ha hecho al servicio de su Majestad, que ha sido y es la calumniosa invidia, como lo he visto en el término que se ha usado conmigo. Habiéndome, pues, resuelto de proseguir el sitio, esperando ser asistido, viendo que el enemigo venía al socorro, por hallarme falto de muchas cosas, principalmente de pólvora, fuí á Linghen á pedirla al Drossarte, que no la habia á la mano en otra parte, y por no tener aún la patente de gobernador, me la negó, teniéndose por más señor de aquella plaza que el Rey. Al fin me la dió, dexándole en prendas á mi mujer y dos hijas, con juramento de no sacarlas sin que se la hubiese pagado ó vuelto. Entre tanto que yo hacia esto, el conde Cárlos de Mansfelt, Mons de Altapena y el Conde de Hoechstrate vinieron al socorro con buen golpe de caballería é infantería, que sin tener órden habian venido allí, y sabiendo que habian llegado, me partí con la pólvora que tenía á nuestro campo, donde supe de ellos y de algunas espías que tenía, que el enemigo con todo el poder que el Duque de Alanzon habia traido de Francia, y la gente que los Estados tenian en Frisa, querian socorrerla, por la grande instancia que el Conde de Berghes hacia por sus tres hijos, y el Conde de Holac por la palabra que les habia dado de socorrerlos y ser sobrinos del Príncipe de Orange; los Estados resolvieron de inviar el socorro á cargo del dicho Conde, con el cual tambien venía el general Noris, que fué roto en Northorno, y otros muchos caballeros. Augmentóse el exército del enemigo, dos ó tres dias ántes que viniese el socorro, con dos mil gascones que por la mar habian venido de su tierra, bien armados y en órden, y entre ellos mucha nobleza á cargo de Mons de Burey, gascon; y tambien en su favor llegaron mil y quinientos raitres, segun decian, del viejo conde Cárlos que se dice Conde de Mansfelt. Con todo este aparato vino el enemigo á buscarnos. El conde Cárlos se habia alojado, no estando yo allí, por la parte que el enemigo venía marchando con su exército, para del todo cerrar la villa. Y considerando yo que era gran multitud de gente la que cargaba sobre nosotros, hice proveer bien los fuertes. Y para la resistencia dixe al Baron de Anholt que inviase alguna persona á su fuerte para que no sucediese lo que otra vez; y acuérdome de haberle dicho delante del conde Cárlos que no fuese, sino que inviase; mas él, como buen caballero, quiso ir en persona, y como era de grande estatura, y sus soldados no habian hecho las trincheas, para ir al fuerte, muy altas, el Conde Herman y sus hermanos le conocieron, y (segun ellos me han dicho despues) le hicieron tirar, por cierta question y ódio particular que habian tenido, diéronle un arcabuzazo por los riñones, de que murió despues, y fué gran pérdida, porque si viviera, fuera gran servidor de su Majestad. Viniendo el exército enemigo derecho al cuartel del conde Cárlos, le fuí á pedir que nos juntásemos todos, porque así seríamos algo, y separados nada, pero él insistió en no querer sino pelear allí; y aunque le habia proveido de alguna gente de mi regimiento, via que si él aguardaba se perdia, y perdido él, infaliblemente se perdia todo el exército, y que no podia yo juntarme con él, porque el cuartel y los fuertes quedaban perdidos, y el camino de las vituallas mal seguro; y volviendo á pedirle con grande instancia que se partiese de allí y que nos juntásemos todos, me lo concedió cuando ya la avanguardia del enemigo venía cargando sobre su retroguardia. Los sitiados pasaban tan extrema necesidad, que desenterraban y comian los caballos muertos de seis y ocho dias, y así hacian una puerta nueva hácia el rio para por allí hacer una salida á la desesperada (siendo la parte por donde ménos guardia habia) y salvarse el que pudiese. Estaba dentro el coronel Smit, escoces, y en mi regimiento habia un capitan llamado Hamelton, de la misma nacion, y hablando los dos en su lengua, el uno desde la villa, y el otro de la trinchea, el Hamelton avisó al Smit cómo su campo venía á socorrerlos, y que estaria allí dentro de dos dias, y así no hicieron la salida y esperaron el socorro que vino al tiempo que habia avisado. El capitan Camiga, que los oyó hablar, y aunque no sabía la lengua del todo, entendia algo de ella, por ser la antigua frisona conforme á la inglesa, me dixo que le parecia ser avisos que le daba, y era así, segun los condes me dixeron despues; y como yo no podia probar lo que él decia y sospechaba, busqué alguna ocasion despues para echar al Hamelton de mi regimiento, y así lo hice. Llegado el campo del enemigo al alojamiento del conde Cárlos, puse en un cercado que estaba en aquella parte, junto al fuerte que se decia de Camiga, el rio en medio, al teniente Tassis con más de dos mil y quinientos hombres, el cual mantuvo valerosamente todo aquel dia la escaramuza con el campo del enemigo, y miéntras él escaramuzaba, los tres condes de Berghes y los coroneles Halayn y Smit plantaron la artillería gruesa que el Conde Holac les habia dexado sobre la muralla, y de allí batieron el fuerte, que llamábamos de Anholt, que en la batalla se habia tornado á cobrar, porque por allí la podian socorrer fácilmente ayudándose para el paso del rio del molino, á la defensa del cual yo habia puesto algunos valones del Conde de Manderscheit, que habian llegado con el conde Cárlos y otros de aquí, gente escogida. Yo me puse con un escuadron de infantería poco apartado del fuerte que los de la tierra batian, para socorrerlos si el enemigo daba asalto, desde donde yo via lo que pasaba con Tassis de la otra parte del rio. Hacia hacer balas apriesa á todas las mujeres de mi regimiento, y faltándome plomo, hice tomar todas las pesas de los vivanderos y deshacer los platos de estaño en que se comia. Habiendo dicho á los del fuerte que me habia puesto allí, no sólo para defenderlos, mas para hacerlos pedazos en caso que le dexasen sin órden. Despues de batidos por los de dentro, las compañías francesas salieron á dar el asalto; yo me moví al socorro, y los del fuerte se defendian bravamente, que fué causa de que con la mesma furia que habian salido se volviesen, habiendo recibido gran daño, con muertes de cinco ó seis capitanes y muchos soldados heridos. Y miéntras yo estaba ocupado en esto, el conde Cárlos andaba proveyendo todo lo que era necesario en el campo. Aquel dia no se hizo otra cosa, y á la noche nos fuimos los condes Cárlos, el de Hoecstrate, Mons de Altapena y yo al fuerte de Camiga para dar asistencia al teniente Tassis si acaso el enemigo le acometiese en su cercado. Habia entre él y el fuerte que los enemigos habian batido hácia la parte donde estaba el enemigo, una casa con un jardin, en el cual puse al capitan Decheman y algunos otros capitanes de mi regimiento, y yendo mi sargento mayor con algunos oficiales á visitar esta casa, encontraron á Mons de Burey con algunos gascones soldados suyos, el cual habia propuesto, como caballero mozo, de ser el primero que entrase en la tierra; escapóseles de las manos, y fué á dar al puente que los de dentro habian hecho á la puerta nueva sobre el rio; traxeron presos algunos de los que le acompañaban, á quien examinó el conde Cárlos, y de ellos se supo la gran cantidad de gente que allí habia, obligando sus vidas si no fuese verdad lo que decian. Considerando la poca que nosotros teniamos, y esa repartida en tantas partes y fuertes, y que lo más útil y mejor que podiamos hacer era juntarnos todos y procurar dar batalla; no pudiendo estorbar al enemigo la entrada en la villa por haber crecido el rio, habiendo los de Zutphen detenido la agua en sus molinos, por la cual entró el de Burey aquella noche, y sacó los condes de Berghes, que por salvarlos el enemigo habia puesto todas sus fuerzas. Consideramos tambien no haber entre nosotros dinero para comprar vituallas, y que ésas áun no venian, y á la llegada del conde Cárlos con aquellos señores, fué menester dar á su gente lo poco que yo tenía, sin que me quedase un real. Hiciéronse escuadrones ántes del dia en nuestra plaza de armas por asegurar más el alojamiento y tener mejor sitio para pelear. Repartióse la poca municion de guerra que quedaba entre los soldados; y siendo de dia, comenzamos con todas las trompetas á llamar al enemigo á la batalla, y él se arrimó con todo su exército á la tierra, entre la cual y nosotros habia poca plaza para meter en órden tan gran exército como ellos traian, que, segun nos parecia, era la causa por que no se movian de junto á la tierra; y así, sin mover la órden de los escuadrones, vueltas las caras á las de los enemigos, nos retiramos á otra montaña más adelante, camino de Grol, dándole lugar para ponerse en batalla. Allí estuvimos esperando á ver lo que queria hacer, y visto que no se movia, se resolvió de retirarnos; y así ordené que los heridos, enfermos y gente inútil caminase delante con alguna guardia, y que retirando todo lo que habia en el alojamiento, se le diese fuego; y tras esto, tomó el conde Cárlos la avanguardia con su regimiento, llevando consigo la artillería que se habia ganado en la batalla; tras ellos otros dos regimientos de alemanes, y yo, poniendo las banderas del mio entre las de los alemanes, hice dos mangas de los soldados de él, y con ellas y con toda la caballería tomé la retroguardia. El enemigo, viéndonos con tan buen órden, nos dexó ir en paz, salvo algunos que nos venian tirando á las espaldas, y por ser tarde para nuestro camino, no se hacia caso de ellos; pero al cabo, como se llegaban muy cerca, habiendo yo de pasar por un camino muy estrecho, donde habia valladares y arboledas, hice baxar las lanzas á algunos soldados de mi compañía, y que se quedasen allí, para que en volviendo yo la cara cerrasen con ellos, y llegando cerca de la emboscada, la volví, y luégo cerraron, matando algunos. Tomóse un prisionero aleman de poca edad, que, aunque no queria decir quién era, mostraba ser persona de calidad, el conde Cárlos me le pidió, y yo le compré á los soldados en doscientos escudos, y se le dí; y despues, estando en Grol, confesó al Conde ser hermano de la mujer del conde Hans Albert, su tio, y que él era conde de Glelik, de casa principal y rica. De allí adelante los enemigos nos dexaron del todo. Llegamos con esta órden á un pequeño rio, y no habiendo puente, fué necesario romper la órden, y pasar cada uno como podia. Y considerando yo que la compañía del Baron de Anholt, que guardaba á Grol, estaba tan amotinada, que á su mesmo coronel y capitan, yendo herido de muerte, no le quisieron dexar entrar ni acompañarle hasta Bredevord, que era suya, dos horas de camino de allí, adonde murió aquel mesmo dia. En la cual compañía habia dos ó tres que hablaban bien español, habiéndolo aprendido siendo alabarderos del Rey, principales autores del motin, á los cuales yo habia ganado con dineros que los daba cuando por allí pasaba, y de esta manera tenía la entrada y salida en aquella villa como yo queria, rehusándola á su coronel. Y aunque se inviaron los furrieles al villaje de Iburgh á hacer alojamiento, mi intencion era de alojarla en Marsfelt, detras y junto á la villa de Grol, para mayor seguridad nuestra, y efectuar lo que despues se hizo, y así me adelanté con todos estos señores, y los amigos que yo tenía entre los soldados de aquella guarnicion abrieron las puertas y alojaron al conde Cárlos y á los demas. Yo me fuí á hacer el alojamiento al lugar que he dicho, é invié á decir al exército que se encaminase allí, y á los furrieles, que habian ido á Iburgh, que se volviesen á este lugar. El enemigo, habiendo metido todas las vituallas que tenía dentro de Locchum, y proveida, caminó hácia Vildemburgh, castillo del Conde de Isteron; y sabiendo yo cuán mal proveidos iban, no cesaba con tropas de caballería de tocarles arma para que no se desmandasen á buscar de comer. Estas tropas que yo inviaba, mataban muchos de ellos, y era lástima de ver los gascones, que por no ser acostumbrados á beber cerveza, bebian agua, y con ella les vino una enfermedad, que se quedaban por aquellos caminos en tropas; habia entre ellos mucha nobleza y joventud, despues los alojó su coronel Nedereltem junto á Emmerik, adonde fué tanta la mortandad, que no escaparon de veinte uno. Los Estados, considerando el fastidio que Keppel y Bronchorst les habian dado, ordenaron al exército que las fuese á tomar. Cargó tanta agua y tan mal tiempo, que si en la gente de guerra que estaba en una y otra parte hubiera fidelidad, no las tomáran, porque les faltaba artillería y lo demas necesario para sustentarse en campaña. En este tiempo, por no tener dineros, nuestra gente se comenzaba á alterar, y los burgomaistres de la villa de Grol me vinieron á avisar que los soldados de su guarnicion tenian inteligencia con el enemigo, y que si los dexábamos allí y nos partíamos sin mudarlos, que sin falta la villa se perderia. Y así ordené aquella noche que viniese la mayor parte de mi regimiento sin banderas, y la mayor de la caballería; y socolor de inviarlos contra el enemigo, hacerles entrar en la tierra, por acortar camino, porque era menester rodear mucho por otra parte, y con el crédito que yo tenía con aquellos soldados, tuve las llaves, y estando la gente en la plaza se puso en escuadron. Venido el dia, los soldados me vinieron á decir que estaban muy maravillados de que aquella gente no marchaba. Yo les invié al conde Cárlos que les diese la respuesta, y sin dársela, se vino con ellos á mi casa, por estar yo mal dispuesto, díxele que sería bueno desengañarlos, y así lo hizo, diciéndoles que no era la gente que estaba en la plaza la que habia de salir, sino los que tan mal se habian gobernado como ellos. Respondiéronle que pues habian de salir, que fuesen de su regimiento ya que con él habian pasado muestra, que es el mesmo que llaman de Gheldres, que á mi venida en Frisa invié á Brabante por su mal gobierno, con la caballería de Schenck y los hombres de armas, y despues el regimiento fué dado al conde Cárlos, el cual los aceptó en el suyo, con no haber sido de él ántes, y luégo habiéndolos hecho sus procesos, mandó ahorcar algunos de los más culpados, y otros se echaron por las murallas huyendo; y aquel mesmo dia hizo salir fuera de la villa á los demas, y que caminasen con mi regimiento, poniendo una compañía del suyo, que era de Tisilinghe y la coronela mia, y al Tisilinghe por gobernador. En toda nuestra gente de guerra crescia la necesidad y con ella la desobediencia, y no sabiendo qué hacerme de ella, propuse, tomando conmigo la que el país podia sustentar, que la demas fuese con el conde Cárlos á Brabante, so color de inviarle con más seguridad. Habíase ya partido Mons de Altapena con su compañía de lanzas con poco gusto, por haber entendido que sin avisarle le habian quitado el gobierno de Breda. Invié con el Conde la mayor parte de mi regimiento y todo el del Conde de Rinamburg, quedándome con el del Baron de Billí, con el cual he tenido particular cuenta, dándole lo mejor que habia en todo este gobierno, por respecto de su coronel, y merecerlo ellos por ser tan buenos soldados. El Conde se fué, y yo me volví á mi gobierno á Oldenzel, alojando este regimiento en aquellos contornos, y de allí vine al castillo de Lynghen, donde dexé empeñadas mi mujer é hijas por la pólvora que me habian dado. Y aquí me dixo el Drosarte de Covorden que la villa de Steenvick estaba tan mal reparada que fácilmente se podia entrar en ella, dándole una escalada. Y siendo necesario ántes de intentarlo saber la hondura del foso (que el Drosarte no lo sabía), empleé una mujer, la cual yendo al rededor, desde el camino iba mirando que no la viesen, echando dentro su capelo como que el viento se le llevaba, y así entró y tomó la hondura que tenía sin ser vista, que no llegaba á la rodilla. Determiné de sacar la gente de las guarniciones, y que Tassis fuese á la empresa, y como estaba reposada, iba de buena gana, aunque caminando por agua algunas veces hasta la cinta, y acertó á ser una noche oscura, y por la mesma parte que la mujer habia reconocido, le dió asalto y la tomó. Y por la obligacion que tenemos de venerar las imágines de los Santos escogidos de Dios, diré lo que aquel dia sucedió. Estando la villa de Hasselt entre la de Steenvick y de Svuol, la cual se mantenia todavía secretamente en la religion católica, conservando las iglesias enteras y adornadas, sin recibir guarnicion de una ni de otra parte, los enemigos, por asegurarse de ella, la hicieron una emboscada, y con ella tomaron la puerta y entraron dentro, y para el efecto habian ido dos capitanes de la guarnicion de Steenvick con algunos soldados suyos, y despues de haber dexado guarnicion y roto las iglesias, tornaron á inviar sus soldados, y ellos, tomando las casullas y cruces de las iglesias, y la imágen de la Santísima Vírgen Madre de Dios y la de San Juan, que estaban al pié de un gran Crucifixo, entraron en procesion de aquella manera en la villa de Steenvick, al rededor del terrapleno, y en el mismo lugar por donde fué entrada la tierra las pusieron en la muralla, diciendo con escarnio á las imágines que guardasen bien aquel portillo, miéntras ellos iban á hacer buenaxera de lo que habian ganado en Hasfelt; mas fué Dios servido (en venganza de su Santísima Madre, por el escarnio que se hizo á su imágen) que por aquella mesma parte se volviese á ganar la tierra, sin pérdida de ningun soldado, ni haber costado á su Majestad más de cuarenta tallares, que se dieron á la buena mujer y á su marido. Como supe lo sucedido, acudí luégo allá, llevando conmigo al consejero George Wetendorp, del Consejo de Frisa, y á Hoctendorp, del de Overissel, á poner de allí contribucion de todo lo que se pudiese de la parte de Frisa, para sustentar la guarnicion que allí estuviese de caballería é infantería; de donde se ha sacado gran cantidad de dinero, en provecho de su Majestad, que les ha sido descontado á los soldados. Púsose un recibidor que daba cuenta de todas las contribuciones al Presidente y Consejo de Frisa. Tambien con amenazas y obras malas, que se hacian á los frisones, hice que los que estaban en contribucion pagasen las rentas reales en mano de Wetendorp, entónces recibidor de su Majestad, y así fuí el primero que puso el país en contribucion en provecho del Rey, que de ántes no se hacia. Procuré hacer lo mesmo en el país de Gruninghen, y tratándolo con los offemans en la cámara que llaman del Rey, que son los burgomaistres sacados del magistrado, que con el gobernador administran la justicia del país, y con el mejor modo y razones que pude les propuse que permitiesen que el comisario ó otro de la parte del Rey recibiese lo que se sacase del país. A que me respondió el burgomaistre Wifringa (que era uno de los offemans) con su acostumbrada arrogancia, que si el Rey queria tener cuenta de dineros, que los inviase, pues que no tenía que hacer con el que se sacaba del país de Gruninghen, que á ellos les tocaba. Esta tierra de Steenvick, miéntras ha estado por de su Majestad, ha hecho mucho daño al enemigo, gobernándola lo más del tiempo Antonio de Coquela, teniente coronel de Mons de la Mota, hombre de mucho valor y gobierno. En esta sazon, estando yo en Oldenzel, se hizo la presa de Zutphen de esta manera. Habiendo los soldados del Baron de Anholt tomado dos de la guarnicion de ella, no queriéndolos rescatar su capitan, se resolvieron de hacer que aquella tierra viniese á manos de su Majestad. Y habiéndome traido algunos que me dixeron de la manera que se habia de hacer, no fiándome mucho, invié con ellos al capitan Tissilinghe, el cual, reconociéndolo, me dixo ser como los soldados decian. Dexélo resfriar por un poco de tiempo, porque Mons de Nienoort, caballero del país de Gruninghen que servia á los Estados, les prometió que permitiéndole levantar cuatro mil hombres entraría en aquel país y le sustentaría, haciéndome la guerra sin gasto suyo. Y avisado yo de esto, habia inviado á Tassis con la mayor parte de su regimiento y de otros que estaban conmigo, á guardar el país y los diques por donde el Nienoort podia acometerle con sus navíos. Los de Gruninghen, queriendo usar de la autoridad que siempre han pretendido tener con sus gobernadores, volvieron á inviar á Tassis con la mayor parte de la gente que yo habia inviado, dexando la ménos útil para lo que se pretendia, y llegaron á tiempo que Tissilinghe era vuelto de reconocer á Zutphen; y así invié á Tassis á hacer la empresa, la cual se executó de esta manera. Siendo la villa cercada de altas murallas de ladrillo á lo antiguo, tenian hecha delante del foso viejo otra fortificacion de tierra con sus baluartes, el uno junto á los molinos, el cual tenía un cuerpo de guardia que podian estar en él veinte y cinco ó treinta personas, y entre la primera y segunda puerta habia otra que iba á dar á este baluarte; y fiándose de la primera, no ponian guardia en la primera fortificacion; no cerraban aquélla, ni ménos proveian aquel cuerpo de guardia, por no tener sino una compañía de infantería, con los vecinos; y así, arrimando una escalera por defuera al baluarte (que aunque nuestra gente hacia algun ruido, no se podia sentir por ser el del agua de los molinos mucho mayor, ni teniendo foso, por causa del molino y de un riachuelo que por allí pasaba), se metieron en el cuerpo de guardia hasta treinta hombres escogidos en toda la tropa, que eran los que podian caber, y Tassis, con toda la demas infantería, se metió en unos fosos cerca de la puerta, por donde D. Fadrique de Toledo la batió y tomó el año setenta y dos. Dexó la caballería que llevó en un bosque algo apartado, porque no se oyesen los relinchos de los caballos, y siendo de dia, los de la villa salieron á abrir la puerta como acostumbraban, y al punto los nuestros, que estaban en el cuerpo de guardia, fueron á buen paso á la que iba donde ellos estaban, que era entre las dos de la villa, y repartiéndose, los unos fueron á acometer á los que fueron á abrir la primera, y los otros á los que guardaban la segunda, acertaron á matar al que iba á echar el rastrillo segun yo les habia ordenado que hiciesen, y poniendo guardia en él se apoderaron de la puerta; los que habian salido á reconocer, viendo ser acometidos por las espaldas, y Tassis, oyendo el ruido, embistiéndolos por delante, se huyeron al rededor de la tierra á la campaña. Tassis no hizo caso de seguirlos y fué á ayudar á los nuestros que todavía peleaban á la segunda puerta, y como llegó, se entró del todo, y fueron siguiendo á los enemigos hasta otra puerta antigua, adonde los soldados y burgeses que habian corrido á la arma hicieron un poco de resistencia, y habiendo acudido la caballería que habia dexado en el bosque al ruido del pelear, todos juntos entraron en la plaza, adonde hubo poca resistencia, y así del todo se acabaron de apoderar de la villa. Habiendo yo dado órden á Tassis que si entraba dentro, á la mesma hora pasase á la otra parte del rio y hiciese una trinchea, aunque fuese con las dagas ó uñas, y que pusiese guardia en ella, porque el enemigo no se amparase en aquel puesto, ocupado en el saco se descuidó de hacerlo, dexándolo para la mañana. El conde Herman de Berghes (que servia á los Estados) hallándose por allí con gente, vino y ocupó el sitio que yo deseaba que Tassis tomára, adonde hicieron un fuerte, que despues por mantenerle costó tanta sangre y trabajo como adelante diré. Por este descuido de Tassis se verá que en las cosas de la guerra, las que se pudieren hacer hoy no se han de dilatar para mañana, porque pequeños descuidos traen consigo tan grandes inconvenientes, como he dicho que habemos tenido, y la diligencia cierto es madre de todo buen suceso en semejantes casos. Luégo que supe esto, ordené á Tassis que se quedase allí por gobernador con alguna parte de la gente, y que la demas se me inviase luégo. Comencé á caminar hácia Gruninghen, por haber entendido que el de Nienoort se habia embarcado con la gente que habia levantado para el efecto que he dicho, y en el camino supe que habia tomado un dique entre Delfezijl y Reyden, en un lugar llamado Oeterdam, y cortándole de repente se reparó en aquel lugar, adonde acudió Mendo con mi compañía de caballos y la del capitan Willers, no pudiendo la infantería caminar tanto como ellos, que iban en navíos por agua. Yo me dí toda la prisa posible para llegar á Gruninghen, y fué tanta que todos los caballos de mi coche murieron del trabajo que por la diligencia hecha pasaron; luégo me partí para donde estaba el enemigo, y poniendo la gente en los puestos que me parecieron á propósito para estorbar que no entrase más adelante en el país, ni trabajase tan á su salvo en el fuerte que hacia, y por no tener él toda la comodidad que era necesaria para entretener sus soldados y sustentar la fortificacion, se le desmandaban y tomábamos muchos de ellos, á los cuales mandaba ahorcar luégo á la hora delante de su fuerte y echar en la mar, sino era á los de las compañías viejas, que con ellos venian algunos, y á éstos los dexaba ir por su paga, cosa que daba grandísimo descontento á los demas; híceles poner al rededor de su alojamiento algunos billetes en que les decia que hombres que no tenian sueldo, no merescian ser tratados como soldados, sino como ladrones, que el nombre del soldado venía del sueldo, y el que carecia de él no era soldado, que el que quisiese venir al servicio del Rey, sería bien venido, y el que irse á su tierra, se le daría pasaporte y dinero para su camino; muchos vinieron y los más de ellos se fueron á sus casas, con la comodidad que yo les habia prometido y dado. Yo procedia haciéndoles la guerra más rigurosa que podia, procurando deshacerlos por aquella via, no pudiendo por otra. Sucedió despues que el de Nienoort, viendo lo que pasaba de su gente y el poco medio que tenía para sustentarla, se determinó de entrar dentro del país, el cual, por las grandes aguas que caian, siendo el mes de Octubre y el tiempo tal, que con gran trabajo pude inviar tras él alguna gente, habiendo de ir por caminos profundísimos los dos, y él caminaba por el dique adelante hasta llegar á Wischoten, adonde dexó parte de su gente, y con la demas fué en persona á poner en contribucion la señoría de Wedden, que es del Conde de Arambergh, no sabiendo que los nuestros les seguian. Llegaron á Winschoten, y sitiaron en una iglesia la gente que el Nienoort habia dexado en ella. Y como él, volviendo de Wedden, supo lo que pasaba, viendo que le habian tomado el camino, rodeando por los prados adelante, vino á salir al mesmo puesto, donde en tiempo del Duque de Alba el Conde de Arambergh fué roto con el tercio de Cerdeña, pensando por aquella parte entrar dentro. Nuestra gente le salió al camino y le rompieron, dándole un arcabuzazo en una pierna, que le estorbaba el caminar. Mas viéndole allí un hijo suyo que estaba cerca, se abrazó con él diciendo que no le desampararia hasta la muerte; y permitió Dios por su buen celo que nuestros soldados, que estaban más cerca de él, tomaron una bandera, y poniéndose en contienda sobre ella, dieron lugar á que el hijo pudiese salvarle, aunque llevándole recibió tambien otro arcabuzazo; metiéronse en la iglesia con los que de aquella refriega habian escapado, y nuestra gente se descuidó aquella noche, y fué tan escura que se pudieron salir sin ser sentidos, tomando el dique que va á Bellinwolde, y de allí á Hoguebond tierra del Conde de Emden, donde el dique se acaba; embarcáronse aquí, y volviéndose á su fuerte sin haber efectuado cosa de lo que pretendian, padre é hijo, que iban mal heridos, murieron en él miserablemente, siendo ambos merecedores de muerte más honrada y en mejor ocasion y parte, el hijo por haber mostrado tan honradamente la aficion y obligacion que tenía á su padre, y el padre por ser caballero real, afable, de tanta cortesía y buenas partes, como se pudiera hallar en toda esta provincia, el cual, por sus deudas y mal tratamiento que los de la villa de Gruninghen le hacian, fué forzado á declararse por enemigo del Rey y serlo de ellos. Era hombre que se trataba con tanta grandeza, que comia á la real, con música, por lo cual vino á ser tan pobre, que al tiempo de la muerte dicen que no tenía siquiera un poco de cerveza que beber. Y con su fin se huia mucho más la gente que él habia traido. Y así los Estados se resolvieron de sacar la poca que quedaba y mantener ellos el fuerte, como lo hicieron, fortificándole con mucha costa, por batir la mar en él, que cada tormenta le hacia mucho daño, y por estar en tal parte era inacesible. Hícele algunos fuertes al rededor para estorbarles la entrada en el país del Holdam, territorio de la villa de Gruninghen; y hallándome un dia en uno de estos fuertes, vinieron algunos navíos cargados de municiones á entrar en el del enemigo, los cuales por falta de la marea se quedaron junto á él en seco. Y considerando yo, por el viento que hacia, que pegándoles fuego se podian tambien quemar las barracas de los soldados, que eran de paja, les batí con dos medios cañones que estaban en nuestro fuerte, para que viniendo la marea se hinchiesen de agua y no pudiesen entrar en el fuerte, y á la baxa marea acometerlos; y en siendo de noche invié al de Rinavelt, á cuyo cargo estaba el fuerte donde yo me hallaba, para que con una parte de soldados alemanes tomase la marina; y los valones, por junto al dique donde habia una cortadura, ganaron los navíos y pusieron fuego al más cercano, y si en aquel punto no se mudára el viento en contrario, sin duda se pegára fuego al fuerte y se ganára, no pudiendo estar el enemigo á la defensa, por estar las barracas pegadas al parapeto, no temiéndose de ser acometidos por mar. En este tiempo su Alteza me escribió que inviaba al regimiento de Mons de la Mota para que sirviese aquí, que por algunas causas entónces la Mota no estaba en su gracia y queria alexar de sí su regimiento, más por esto que por asistirme. Fué necesario partirme para hacerle pasar el Rin, y con él las compañías de mi regimiento que yo habia inviado con el Conde Cárlos, la de la guardia del Conde Mansfelt, la de Mons de Teves y la de Mario Martinengo. Hallándome con pena de no poder entretener esta gente, porque las contribuciones que se sacaban no eran suficientes, ni nunca lo han sido tanto que pudiesen sustentar la cuarta parte de ella por más diligencia que se hiciese en buscarlas. Y así me resolví, ya que no podia sacar más sustancia de mi gobierno, de entrar en el de Gheldres, en el país de la Veluva, pasando el rio por Zutphen, y así, aunque era invierno y hacia mal tiempo, lo puse por obra, caminando con la gente nueva que habia venido, y la demas que pude juntar. Tenian los enemigos un navío armado en el rio, á media hora de camino, tomando más alto el ponton de la villa, y habiendo puesto una cuerda más abajo de donde estaba este navío y más arriba de la villa, comencé á hacer pasar la gente, y ántes que fuese de dia, habia pasado una parte; y los del navío, viendo que habian pasado, y la cuerda en el rio, dexaron colgar una áncora para llevársela consigo; yo, temiendo esto, hice soltar de un lado la cuerda, y como hubo pasado el navío, torné á tirarla, y acabé de pasar la gente que quedaba, la cual se fué al país llamando á los villanos que viniesen á contribucion, sin hacerles otro daño. Yo me volví á la tierra, y con la guarnicion de ella, y alguna más de la que habia traido, sitié el fuerte. Este paso se hizo el dia de los Reyes, viniendo el rio tan crecido, que entró en el fuerte por estar en parte baxa, haciéndome retirar de las trincheas y forzado á los soldados, no pudiendo estar en sus barracas por ir creciendo el rio de hora en hora, á meterse encima del terrapleno, y viendo que no podia acometerle de otra manera, me fuí á la tierra, de donde con la artillería les hice mucho daño, y así se rindieron á mi voluntad, y quitándoles tres banderas y las armas, los invié el rio abaxo á Deventer. Todavía crecia el rio, de manera que habia entre la villa y lo seco, donde las barcas iban á llevar las vituallas, una hora de camino. Nuestra gente caminó hácia Utrecht, y puso tanto espanto allí y en Holanda, que el Príncipe de Orange hizo juntar toda la gente que pudo de Bravante y otras partes, é invió al Conde Holac, al Conde Herman y á sus hermanos contra la nuestra. Sabido esto, la invié á llamar, y como no era posible volver á repasar por haber crecido tanto el rio, se puso á la lengua del agua. Los enemigos se juntaron y vinieron hasta Arnem, y alguna de su infantería se amotinó contra el Conde Holac, amparándose en una casa, donde el Conde con la demas gente los sitió, y rindiéndosele, hizo ahorcar á algunos de ellos, y luégo comenzaron á marchar contra nuestra gente, con órden de pelear con ella. Quiso Dios que en este tiempo comenzó á baxar el rio, y un soldado de los nuestros, caballo ligero, se metió á nado por él, buscando paso, y vino hasta el fuerte donde yo estaba entónces para el mismo efecto; hallóse el paso, aunque malo, y así ordené á nuestra gente que á la mesma hora se viniesen adonde yo estaba, haciéndolos guiar por los mesmos que habian reconocido los pasos, y así se vinieron derechos al fuerte, estando ya el enemigo á vista de ellos, tan superior de gente, que traia bien cuatro para uno. El Príncipe de Orange, habiendo entendido lo que sucedió, invió al Conde Holac á sitiar el fuerte y tomarle si pudiese, porque no queria que nuestra gente entrase á inquietarle en Holanda; y así como acabó de baxar el rio, el Conde se acercó para hacerlo. Yo, dexando al Tassis toda la infantería que pude, y desiñándole unas alas para asegurar más el fuerte, y el paso de la villa á él, porque si no se hiciera se arrimara á él de manera que nos fuera imposible la entrada y la salida de él; y que el un cuerno de estas alas se diese á los capitanes de mi regimiento, y el otro á los de Mons de la Mota, con ayuda de algunas picas alemanas; en cada parte trabajaron estos soldados tan animosamente, y el Conde venía tan poco á poco aguardando sus comodidades, que ántes que llegase estaban ya las alas en defensa. Acometiólas, y plantó artillería á la de Mons de la Mota, y á la de mi regimiento vino con zapa y mina, lo cual podia hacer fácilmente por ser el foso seco y arenisco. Yo me fuí á Oldenzel para proveer lo necesario, é invié á decir á Tassis que hiciese una mina que saliese al foso, para poderle mejor defender. El Conde batió la ala que llamaban de la Mota y se llegó con trincheas hasta el foso, y allí, con la grande comodidad de faxina que tenía, quiso henchirle y dar el asalto, y ansí comenzó á echar faginas dentro desde su trinchea. Tassis, desde la mina que habia hecho, sacaba toda la que ellos echaban, y con ella fortificaba lo batido por el enemigo, en que hubo de ambas partes muchos muertos y heridos. Y considerando el Conde que en las alas habia mucha gente, y que el fuerte hacia traves tanto por de dentro como por de fuera de ellas, y que no podia dar asalto sin perder mucha gente, se resolvió de tomarle por hambre, lo cual no podia hacer sino sitiando la villa, que no estaba bien proveida, y para hacerlo invió de la otra parte del rio al de Wilers, Maestro de Campo general del Príncipe de Orange, con la caballería, que era mucha y buena, y con ella al Conde Herman; y aunque tenian muy apretada la villa, me aventuraba siempre á meter alguna cosa, é inviando una vez al capitan Mario Martinengo con su compañía, llevando cada soldado á las ancas un saco de pólvora, topó con una emboscada que le tenía hecho el de Wilers con más de dos mil caballos; mas el capitan llevaba tan recogida su compañía, retirándose, que no le osaban acometer hasta que, llegando á un bosque, los soldados comenzaron á desmandarse y separarse por él sin que el capitan lo pudiese remediar, y visto por los enemigos, cerraron y prendieron cuasi todos los soldados sin matar ninguno, no escapándose sino los tres oficiales de la compañía y dos ó tres soldados que los siguieron. Contra el fuerte no hacia el Conde otra cosa sino seguir la zapa y la mina, y los nuestros defendérsela; y un dia, que hicieron una salida contra su artillería, rompieron la guardia y llegaron hasta el cuartel del enemigo, donde los soldados se pusieron á saquear, que, á no hacer más de intentar solamente la artillería, la ganáran sin ninguna duda, y la pudieran sustentar por estar fortificada, mas como se detuvieron, cargando el campo del enemigo, los hicieron retirar. Hallóse en esta salida Maximiano du Bois, capitan de caballos, á quien yo habia dexado de guarnicion con su compañía en la villa, fué preso herido de un mosquetazo en un muslo, de que murió despues. Conociendo el mal punto en que las cosas de Zutphen estaban, suplicaba continuamente á su Alteza que me socorriese con alguna gente para poder yo darle á nuestros sitiados; y así, no hallando su Alteza otra más á la mano que la que servia en la guerra de Colonia, invió al capitan Juan de Castilla á procurarla con el Elector, el cual la concedió luégo, y vino á cargo de D. Juan Manrique, cabeza de la gente de guerra de su Majestad, que servia allí, y con ella venía tambien la del Elector. Aloxé esta gente en Winterswyck, lugar grande junto á Bredevord y una legua de Grol, donde yo estaba, y entre tanto que llegaba, hice aparejar los carros y vituallas que se habian de llevar, y alguna artillería que habia sacado de Linghen. En este tiempo el Conde y la Condesa de Berghes, padre y madre de los tres condes, procuraban que sus hijos viniesen al servicio de su Maestad; y su Alteza, avisándole yo dello, me lo habia remitido, y para este efecto andaba conmigo un criado suyo, que era Drosarte de Buxmer, á quien dixe que estaba resuelto de socorrer la tierra ó perderme, y que creia que no sería sin pelear, que hiciese con estos señores que no se hallasen dentro por no dificultar su reconciliacion. Respondióme que no sabía cómo se pudiesen retirar con su honra, porque les sería mal contado si en tal ocasion lo hiciesen, ni ménos alcanzaba qué color dar para ello. Respondíle que diciendo que su madre los inviaba á llamar porque su padre estaba muy malo. Ella lo hizo así, y teniendo todas las cosas ya á punto para socorrer la tierra, comencé á marchar de esta manera. Hice de los carros cargados de vituallas y municiones dos hileras guiadas por dos provostes, y que los caballos de ellos llevasen unos cabestros ó cuerdas para que, en tocándose arma, los atasen á la trasera de los carros, cada uno al que le iba delante; entre estas dos hileras de carros, iba primero toda la caballería, y de los valones que habia traido D. Juan Manrique, guiados por sus capitanes, poniendo sus banderas en el escuadron de los alemanes, hice dos mangas que fuesen pegadas con la caballería, que iban de avanguardia con D. Juan Manrique y Nicoló Basta, y para si fuese menester algunas picas con ellos, hice un escuadron volante de ellas, llevando consigo dos piezas de campaña, este escuadron iba en medio de las dos mangas de arcabuceros, un poco atras; á éste seguian otras dos mangas pequeñas de mosqueteros, cerca de los dos cuernos de un gran escuadron de picas alemanas de la gente del Elector con su coronel Herlach, suizo de nacion, delante. Tras este escuadron iba otro casi tan grande como el de la gente de esta provincia, quedando detras otras dos mangas de arcabuceros de la resta del regimiento de Mons de la Mota y del mio con la compañía de arcabuceros á caballo del capitan Leecola, con órden de ir recogiendo toda la retroguardia porque nadie se quedase atras ni se apartase de la tropa sin órden; tambien de que, en tocándose arma, cerrasen por detras las dos hileras de los carros y se encerrasen dentro de la del gran escuadron de alemanes; donde el coronel Herlac y yo íbamos, iba una culebrina reforzada de quince libras de bala que yo habia sacado de Linghen para mejor alcanzar los escuadrones de los Herreruelos y la demas caballería enemiga, que era mucha, pero ménos infantería que la nuestra. Toda esta gente iba en medio de las dos hileras de carros con la órden que he dicho, y así caminábamos por campaña rasa hácia el villaje de Holguel. Tomé esta manera de marchar por más segura, aunque tuviese el enemigo mayor número de caballería, por llevar la gente junta, porque caminando por camino que era estrecho, los carros tomáran grande espacio, y el enemigo podia por una y otra parte hacernos daño, sin podernos socorrer los unos á los otros, por estar alojado en un sitio donde habia mucha arboleda y podia venir cubierto con ella hasta dar en nosotros; y por evitar este gran inconveniente, invié al capitan Leecola con algunos soldados sacados de todas compañías á reconocer los caminos y bosques por donde el enemigo podia venir, dexando su compañía con su teniente, en retroguardia para el efecto que he dicho, fué siempre caminando delante á nuestra vista hasta llegar al villaje de Ingle, adonde encontró al Conde Herman de Berghes, con treinta ó cuarenta caballos, que iba á ver á su padre, habiéndole la madre dado á entender que estaba muy malo, sin que él supiese otra causa de su llamada, ni entendido que nosotros marchábamos; y como vió entre los soldados de nuestra tropa diversas casacas, conoció de cierto estar allí toda nuestra gente, se volvió con buena órden á su alojamiento y dió cuenta á Mons de Wilers de lo que habia visto. Yo, entendiendo que habian descubierto enemigos, pensando que eran más, habia hecho caminar apriesa los carros y los escuadrones por ocupar el lugar que está en sitio fuerte ántes que el enemigo le tomase. Estando allí, traté con D. Juan Manrique, Nicoló Basta, Juan de Castilla, Suartzemburgh, cabo de la caballería del Elector, y con el coronel Herlach, que sería bueno que dexando alguna gente con los carros é inviando á llamar á Tassis, como ya lo habia hecho con diligencia, con la gente que podia sacar de la villa, á recibir el socorro y llevarle dentro; y que nosotros con todos los demas siguiésemos al enemigo, que nuestros corredores decian se retiraba, segun se via por los fuegos de su alojamiento; y la mayor parte de ellos me respondieron que no eran de aquel parecer, y que mejor sería ir derecho á la villa y socorrerla, pues habiamos venido para aquel efecto; yo alegaba que el socorro podia marchar seguramente, ya que nosotros habiamos de marchar entre el enemigo y él. Con todo esto y mis ruegos, no pude hacer que se hiciese, que algunas veces en los consejos de guerra contrarian algunos á la opinion de otros, más con pasion y mostrar poder ó saber más, que con razon. Quedámonos aquella noche en aquel lugar, y al amanecer llegó Tassis con la gente, y así marchamos todos hácia la villa, y el enemigo se fué á las puertas de Deventer, pasó el rio y juntóse con el demas exército que estaba delante del fuerte. Ya la villa estaba á lo último de victuallas, y se hubiera perdido si no fuera por estar los trigos en la campaña casi maduros, que las mujeres y niños iban á cortar las espigas, con quien Mons de Wilers usó de gran crueldad, segun se dixo, enterrando vivos algunos y cortando á otros las narices y orejas, y así despues le pagó Dios, como adelante se verá. Aquella noche se ordenó de dar una encamisada á los fuertes que el enemigo habia hecho al rededor del nuestro; hacia un tiempo muy áspero de agua, viento y escuridad, y aunque lo intentó no pudo efectuar nada. Proveyendo la tierra de lo más necesario que habia menester, nos volvimos hácia Grol, por no consumir las victuallas que habiamos traido; y caminando D. Juan Manrique con la gente delante, supo que cerca de allí habia un castillo llamado Hackfort, donde estaba una compañía de la gente que habia quedado del regimiento de Nienoort; se fué allá sin haberme avisado dello, pensando tomarle luégo, y no pudo hacer más que perder gente, por no tener artillería, que la poca que habiamos traido, se habia dexado en la tierra; retiróse y retirámonos todos sin tomarle, pero despues, con mi órden, Tassis la sacó, batió y tomó el castillo, haciendo matar toda la gente que habia dentro. Don Juan recogió su gente, y yo la de mi gobierno, de donde se retiró él hacia Colonia, y yo á Oldenzel. Los enemigos, viendo que habiamos socorrido la villa y que en su campo comenzaba á haber falta de todas las cosas por la muerte que entónces sucedió del Príncipe de Orange, hicieron siete ú ocho fuertes al rededor del nuestro y de nuestras alas, y dexándolos proveidos de gente, se retiraron con la demas á sus presidios. * * * * * El invierno entraba áspero, y nuestra gente, por lo que habia padecido en el sitio y la extrema necesidad que pasaba, estaba muy descontenta, por lo cual invié á llamar á Tassis para que recogiendo el trigo que se pudiese hallar en la Tuvent, lo llevase dentro de la villa. Y considerando que habia mucho tiempo que no llovia, y que ordinariamente hácia la fin del otoño, como no llueva, el Rin está más baxo que en todo el año, y por consiguiente los demas brazos de él, y más con los vientos orientales; venido, le ordené que buscase vado, no dudando de que le hallaria (por tener alguna experiencia de aquel rio, del tiempo del Duque de Alba, el cual me invió de guarnicion á Deventer con el coronel Mondragon), y hallándole, que pasase y tentase si por detras podria ganar los fuertes que el enemigo habia dexado, y en caso que no, se entrase por la Veluva adelante á executar las contribuciones que habian prometido y no pagado, y para este efecto le proveí de más gente de la que él tenía. Avisóme que habia hallado el vado, y que pasaba y seguia la órden que yo le habia dado. Hubo dificultad en el pasar, porque por el rio venian ya los hielos grandes, por los cuales se perdieron algunos de nuestra caballería, la infantería pasaba en barcas y á ancas de caballos, muy poco á poco, y con mucho trabajo. Hacia una niebla tan espesa, que impedia que los de los fuertes del enemigo no los viesen, mas oyendo algun ruido, inviaron cuarenta ó cincuenta soldados á reconocer, y hallaron que los primeros de nuestra infantería habian pasado, y que hecho fuego, se estaban calentando al rededor de él, y por la escuridad de la niebla estuvieron muy cerca unos de otros ántes de verse. Nuestros soldados desesperadamente cerraron con ellos, sin capitanes, porque todos estaban de la otra parte del rio ocupados con Tassis en hacer pasar la gente, fuéronlos siguiendo hasta hacerlos meter en su fuerte, y con el mesmo ánimo cerraron con él, y ayudándose los unos á los otros con las picas y alabardas lo mejor que pudieron, le entraron, y degollaron más de cien hombres. En aquel tiempo aclaró el dia, y los dos fuertes más cercanos de él, viendo lo sucedido y no teniendo tanta fortaleza ni provision de gente como el ganado, viendo que nuestra gente se preparaba para acometerlos (que ya habia pasado alguna más y acudido á la arma con los oficiales), alzaron los capelos para rendirse, y visto por los soldados de los otros fuertes, desamparándolos, se metieron en otros dos que estaban el rio abaxo. Tassis se fué á la tierra y sacó artillería y los sitió. Entendido lo sucedido por el Conde de Murs y el Wilers, que estaban en Arnem, con la caballería que pudieron juntar en aquel contorno, vinieron al socorro sin infantería, por no tenerla, habiendo perdido mucha en el sitio de Zutphen, y la que quedó inviado á reposar y rehacerse á Holanda y á Utrecht; y así no hicieron ningun efecto, no pudiendo pasar por no tener el hielo tanta firmeza que pudiese sostener los caballos; y los dos fuertes sitiados, padeciendo necesidad, se rindieron, de manera que el fuerte que el enemigo queria tomar por batería, minas, fuerza y hambre, tomó Tassis con otros siete ó ocho, de aquel modo. Hecho esto, los del país vinieron en contribucion y púsose un recibidor para ella á voluntad de Tassis, que yo no me quise entremeter en ello, por no ser de mi gobierno. Avisé de todo lo sucedido á su Alteza, suplicándole mandase poner una persona para esto, y el caballero Cicoña invió por recibidor al comisario Gramay, que lo ha manejado hasta la fin, sin que entrase en mis manos un solo real, ni por mi órden se distribuyese, que es bien al contrario de lo que despues dieron á entender á su Alteza, diciendo que yo en aquellas contribuciones me aprovechaba de cuarenta ó cincuenta mil tallares cada mes; y despues se averiguó que ántes habia yo prestado al recibidor para deshacer las trincheas y fuertes que los enemigos habian hecho al rededor del nuestro. Y de esta manera es cuanto me van ahora calumniando de las contribuciones de Frisa, de las cuales y de todas las demas que se han sacado en todo mi gobierno ha habido recibidores puestos por los mesmos del país; y si alguna cosa yo he tomado de su mano, ha sido de las contribuciones que vienen del enemigo, ganadas á fuego y sangre, y esto con órden de mi general, dadas al comisario Francisco Vazquez de Umaña, que aquí tenía los libros del sueldo del Rey, donde está escrito, y así se hallará que nunca he tocado á las contribuciones, que no haya sido para el puro servicio de su Majestad, al cual yo he acudido con mi persona y hacienda, ordinariamente sin hacer falta, y no lo he dexado en las ocasiones urgentes, como lo han hecho mis secretos émulos, que algunos de ellos nunca se han hallado en ninguna, ántes ofreciéndose, han buscado que negociar en esa Córte por huir de ella. He hecho esta pequeña disgresion por ser lo que digo la causa de mi discurso, no por hacer historia, sino por mi justificacion y descargo, y así va con más verdad que adornado de estilo. Tornando pues á lo de Zutphen, digo, que despues de sucedido lo que ántes dixe, no se entendia sino en proveer aquella tierra, que se hacia con gran trabajo, por haber metido gran guarnicion el enemigo en Locchun y Desburg; y estando yo en la villa de Oldenzel, vinieron el conde Herman de Berghes y su hermano Oswolt al servicio del Rey, habiendo ántes tomado licencia y pasaporte de los enemigos, segun el concierto que yo habia hecho con ellos; y tenian tanto deseo de servir á su Majestad, que me importunaban cada hora que les tomase el juramento de fidelidad, lo cual por cortesía deferia yo, hasta que su Majestad los proveyese de algun cargo; y ellos me han hecho siempre merced de darme crédito en cuanto les he aconsejado, y así los he siempre servido fielmente; llegaron á Oldenzel con peligro de los enemigos, que sabiendo que habian de hacer este viaje, los pusieron emboscada en el camino. Significando yo á su Alteza que la villa de Zutphen era la verdadera entrada para la Holanda, y siendo aquella provincia el nido de los rebeldes, si deseaba ver el fin de la guerra, entrase en ella, y que para hacerlo con más comodidad sería necesario tomar la villa de Arnem, que era fácil de hacer por estar señoreada de montañas y haberse las villas de Nimega y Desburg, vecinas á ella, reducido entónces al servicio de su Majestad; incitado de esta manera su Alteza y pareciéndole bien, quiso ántes mi parecer por escrito. Con esto fué y vino muchas veces el capitan Frias, el cual, á lo último, en la negociacion y viajes, se perdió y estuvo mucho tiempo en prision. Al fin se resolvió ántes de intentar á Arnem de inviar al conde Cárlos á sitiar la villa de Grave, y entre tanto invié á Tassis á hacer un fuerte junto á la villa de Arnem, adonde se divide el rio Isel del Rin, á la punta de los dos rios llamada Iseloort; hízole, aunque no muy perfecto, si bien tal que daba mucho estorbo al enemigo, y estándole haziendo, salieron los de Arnem á escaramuzar con los nuestros, y Anníbal Gonzaga, á quien se habia dado la compañía de Maximiano du Bois, acompañado de infantería, cerró con los enemigos y los rompió y mató algunos, y entre ellos quedó por muerto medio desnudo el Conde de Solms, ahora por los Estados gobernador de Celanda, que retirándole los de Arnem, le curaron con cuidado y teniendo más de cincuenta heridas, las más de ellas mortales, segun me han dicho, sanó, y no es la peor cabeza que los Estados tienen hoy en su servicio. Habíase resuelto su Alteza, como ganase á Grave, de venir en persona con el exército á Nimega, y que Tassis y yo con la gente de esta provincia nos llegaríamos á la villa de Arnem y haríamos un fuerte cerca de un molino de viento que estaba el rio abaxo, y que él vendría de la otra parte por la Veluva. En este tiempo proveyó su Alteza á Mons de Altapena del gobierno de Geldres, concertámonos los dos de juntarnos en Zutphen para buscar medio de entretener aquella guarnicion. Y partiendo yo de Gruninghen para este efecto, llegué á Zutphen con los condes Herman y Oswolt, y avisé á Mons de Altapena de cómo habia llegado allí, rogándole que viniese porque tenía necesidad de volverme luégo á Frisa. Respondióme, en lugar de venir, que era necesario que me llegase yo allá, con toda la gente de guerra que habia traido conmigo y la más que pudiese sacar de Zutphen, porque el coronel Schenck y el Conde de Murs habian sitiado un fuerte y le batian. El coronel, hombre de poca conciencia y acostumbrado á rapiñas, habia dexado el servicio de los enemigos y venídose al del Rey, como queda dicho, habiendo hecho ántes obras de sus manos y apoderádose de la señoría de Bliembek, quitándola á un pariente suyo legítimo heredero de ella que la poseia; y así por lo que habia hecho con sus compañeros, como por mantener esta tiranía, se vino al servicio del Rey. Y su Alteza le empleó en el socorro que se invió al Conde de Rinamburgh ántes que yo viniese á Frisa; peleó en el camino con el Conde Holac, y sucedióle bien, y así le hallé en Frisa cuando fuí á gobernarla, adonde su Alteza le invió á llamar para el sitio de Tornay, con la corneta de Adam Vanlanghen, haciéndole coronel de mil caballos; mas él y sus soldados se gobernaron tan mal en aquella jornada, que le despidió la gente, dexando en servicio al dicho Vanlanghen, de que se resintió mucho, por ser el primero desgusto que recibió. Tenía en Bliembeck una compañía de arcabuceros á caballo, con la cual se hacia contribuir de todos los alrededores, y venía conmigo algunas veces con ella á los socorros cuando el enemigo tenía sitiado á Bronckorst. Los de Nimega, ántes de su reduccion al servicio del Rey, todos los soldados que le tomaban, luégo se los ahorcaban, y por esta causa era enemigo mortal de la villa; y por hacerla mayor despecho hizo un fuerte en el rio Wael, que pasa por ella, con que la impedía la navegacion. Cuando este fuerte se hizo, ya la villa trataba de reducirse, como lo hizo, mandaron romper el fuerte, y pareciéndole á él que habia sido causa de la reduccion de la villa á su Majestad, pretendia el gobierno, no sólo de ella, mas de toda la provincia de Gheldres. Dióle su Alteza á Mons de Altapena, y á él ni aquello ni ménos el regimiento del Baron de Anholt, que tambien pedia; y el caballero Cicoña le quitó las contribuciones que él habia puesto en los países, por lo cual le fué fuerza despedir la compañía que tenía, y él se fué al sitio de Ambers, donde estaba su Alteza, á procurar que le diesen algun cargo ó entretenimiento, contentándose con una compañía de caballos y servir aquí en Frisa. Lo cual tampoco no hubo lugar, pero diéronle cien escudos de entretenimiento. Mas no satisfecho de esto, trató secretamente con el Conde de Murs de volverse al servicio del enemigo, y así lo hizo, adonde prosiguió la enemistad que con la villa de Nimega ántes tenía, y lo mesmo contra Mons de Altapena, por haber alcanzado el gobierno que él pretendia. Y la primera cosa que despues siendo enemigo hizo, fué sitiar este fuerte por hacerle despecho. He dicho todo esto de él, porque á las personas tales, aunque sean viciosas y de mala vida, siendo hombres de guerra y de efecto, no los deben poner en desesperacion, porque con ella hacen mucho mal, como él hizo: y así los condes de Berghes y yo volvimos en gran diligencia al socorro de este fuerte, dexando todo el bagaje é impedimento atras; y yo iba con tanta más voluntad, por haber tenido dos ó tres dias ántes carta de su Alteza, con órden de que procurase en todas maneras de sacar al Schenck en campaña y pelear con él; y como se ofrecia la ocasion de efectuar lo que se me habia mandado, apresuré el camino y fuí derecho á Iseloort, donde habia gente nuestra, y pasando el Rin, llegué á Huessen, villa del Duque de Cleves en la Wethua; y caminando hácia Nimega, vino á encontrarme Mons de Altapena, avisándome que el Conde de Murs y Schenck se habian retirado sabiendo mi venida y dexado el fuerte; rogándome con mucha instancia que me llegase á Nimega, dexando la gente que yo traia al rededor de aquella villeta, junto á la cual tenian los enemigos un fuerte á la orilla del rio, el cual él y los de Nimega me rogaron que ántes que me volviese con la gente le tomase, ofreciendo que me darian artillería y municiones. La que me dieron era suficiente, pero la pólvora tan poca, que no me atreví á batirle. Reconocíle, y vi que por la zapa vendriamos más presto á ganarle que por batería, porque aunque estaba hecho con mucha faxina y árboles, el foso era seco ó con muy poca agua y arenisco, y que zapando lo que habia desde la agua hasta la faxina, vendria todo á caer abaxo. Invié á Tassis por una parte, para que guiase su trinchea derecha al fuerte, y yo con los Condes por otra, y cuando venimos con nuestras trincheas á entrar en el foso y á zapar lo que he dicho que habia de la agua á las faxinas, se rindieron los del fuerte, y á la entrada del foso dieron una pedrada al conde Federico, que habia venido de Buxmer á ver á sus hermanos, y entre ellos cayó sin habla, de suerte que pensamos ser muerto, y mataron al capitan Claraute del regimiento de Mons de Billí, hombre de valor y de virtud. Yo tenía por cosa cierta que Schenck viniera á socorrer este fuerte, pues estaba en Arnem, que no está más de allí de una hora de camino, y tenía consigo toda la gente con que habia sitiado el fuerte de Nimega; no vino ni supe por qué. Y tratando con Mons de Altapena del entretenimiento de la gente de la guarnicion de Zutphen, que era la causa de mi venida de Gruninghen, me dixo que era necesario entrar en la Veluva á executar las contribuciones y á procurar sacar más. Respondíle que tenía mucho que hacer en Gruninghen, que aunque la Veluva era de su gobierno, le sirviera en aquello de muy buena voluntad, pero que era fuerza partirme. Pidióme la gente y á Tassis para hacerlo, concedíselo, y partíme para Oldenzel, y Tassis entró hácia Utrecht para el efecto. El Conde de Murs, Schenck y Mons de Wilers, gobernador que era del país de Utrecht, juntaron sus fuerzas y fueron contra él. Tassis llevaba la mejor y más experimentada gente que el Rey tenía en estas partes, así caballería como infantería, y lo mostraron bien, porque estando alojado junto á la villa de Rhenen, en un villaje llamado Hameronghen, adonde de improviso acudió el enemigo, hallándole con la caballería separado de la infantería, y pareciéndole buena ocasion, dexó tambien su infantería atras y acometió á nuestra caballería. Valióle á Tassis mucho el consejo que yo le habia dado, que si viniese á pelear, tuviese un cuerpo entero de caballería para acudir á las necesidades; que esto, despues de Dios, fué causa de la victoria. Rota esta caballería con la nuestra, y la infantería, que ya llegaba, cargaron en la infantería del enemigo, de manera que pocos soldados de ella quedaron vivos. El Conde de Murs y Schenck se escaparon, y el de Wilers quedó preso, con quien en nuestra joventud habia yo tenido estrecha amistad, y así le compré de los soldados que le habian tomado y le traxe conmigo, y despues su Alteza me hizo gracia de permitir su rescate, que fué dándome doce mil florines. Despues de esto sucedió que inviando el conde Guillermo de Nassao dos compañías de caballos, una de arcabuceros y otra de lanzas (de esta era capitan Mons de Bordas, caballero frances, y de la de arcabuceros Bernalt Cessin) á tomar las vacas de la Drent, y tocándose arma en Steenvick, donde estaba mi compañía de lanzas, con ella y algunos garabies del regimiento de Mons de la Mota, saliendo Mendo á ellos en un paso estrecho, los acometió y rompió, prendiendo al capitan frances mal herido, de que murió despues, que el conde Guillermo lo sintió mucho. Siendo este invierno grandes las heladas, los de Frisa no querian pagar las contribuciones, como siempre han hecho, si no es á fuego y á sangre; ofreciéndose esta ocasion, invié á Zutphen á llamar á Tassis, ordenándole que traxese la más gente de aquella guarnicion que pudiese, y á los dos hermanos condes de Berghes, á Mons de la Coquela y á Mons de Rinavelt, y que juntos entrasen en Frisa á executar las contribuciones, como lo hicieron. Los enemigos, temiéndose de esto, se habian juntado con mucha cantidad de trineos, con los cuales llevaban parte de su gente y vituallas. Tassis, sin saber esto, quiso entrar en la Bildt, que es un pedazo de tierra de aquella provincia ganado de la mar con diques, y la gente que habita en ella muy rica. Mas como comenzaba á deshelar, le fué necesario dar la vuelta, y de manos á boca topó con el enemigo que le venía siguiendo, el cual, como vió volver los nuestros, se apoderó del Cassar Huysum, junto á Liewerdt. Tassis se puso al rededor de este lugar con la caballería, y los demas acometieron al enemigo dentro de él, y le deshicieron, matándole mucha gente, y tambien hubo algunos heridos y muertos de nuestra parte, habiéndose peleado bien de ambas. Y habiendo el Conde Hoswolt muerto y quitado la bandera á un alférez del enemigo, el pobre señor volteándola, con el contento de lo que habia hecho, se la revolvió el viento á la cabeza, y uno de los nuestros, pensando ser enemigo segun dicen, le dió con una pica ó alabarda por el colodrillo y le mató. Fué muy sentida su muerte, porque daba esperanzas de venir á ser grande hombre, por ser muy diestro á caballo, de gran valor, bondad y discrecion. Murió tambien el capitan Enrique Wandelde, muy buen soldado nuestro. Y porque deshelaba mucho, se dieron priesa á volverse á Gruninghen, adonde yo estaba, trayéndome preso á Steynmalts, teniente del conde Guillermo, que era el que gobernaba la gente enemiga, hombre muy noble, vasallo del Rey de Dinamarca; y dos ó tres dias despues vino allí un mensajero, no sabiendo lo sucedido, que iba en su busca á Frisa con carta del Rey y otras de su padre, parientes y amigos, las cuales abrí por la ocasion que diré; pero la del Rey, por su respeto, se la invié cerrada, y leyéndola, me la volvió luégo abierta, la cual ni las demas no contenian otra cosa sino que se volviese luégo á Dinamarca, porque el Rey tenía necesidad de su persona. Corria entónces fama por las villas marítimas de Alemania que este rey, incitado de algunos príncipes y señores della pretendia la corona imperial, y quitarla al que la tiene. Y pensando por esta via saber algo de ello, le invié este prisionero sin ningun rescate, escribiéndole que por no estorbar su servicio, ni el bien ni acrescentamiento de aquel caballero teniéndole preso, en viendo su real carta, se le inviaba, porque otro ninguno le diese libertad sino su Majestad, suplicándole que recibiese aquel pequeño presente del menor ministro y vasallo que el Rey, mi señor, tenía. El caballero se presentó al suyo, así preso como iba, y dándole libertad, se acordó el Rey que teniendo yo en Holanda la armada de mar á mi cargo, le hice otro semejante servicio de unos navíos de su reino que me pidió, y así me quiso honrar escribiéndome con un presente real que me invió, de parte del cual se sirvió su Alteza, y con parte quedé yo. Mucho importa en tales ocasiones ganar semejantes voluntades, porque vienen despues á ser de mucho momento en el servicio del príncipe á quien se sirve, pues tienen necesidad unos de otros, y así es bien tenerlos gratos, que por esta razon supe de este rey algo de lo que deseaba, y avisé dello á quien convenia. Al principio del verano vino su Alteza al sitio de Grave con todo lo necesario, que al fin es el verdadero camino de hacer la guerra, y no á remiendos, adonde me mandó que le viniese á ver para lo de Arnem, y así lo hice. Y estando todo concertado, despues de sitiado Grave me llegó nueva de la muerte de mi mujer, á quien habia dexado enferma en Gruninghen; dióme su Alteza licencia para ir á su enterramiento y exequias. Batida la tierra, la tomó su Alteza, y dexando la empresa de Arnem, que era tan necesaria y provechosa, se fué á sitiar á Venlo, que estaba á cargo de Schenck, y con asistencia de los burgeses la tomó. Y de allí se fué á sitiar á Nus, tierra del Arzobispo de Colonia, que poco ántes habia tomado por inteligencia el Conde de Murs; batióla, y tomándola por asalto, la quemó, y volvióse por el Rin abaxo con su exército á tomar á Rimbergh, del mismo arzobispo, que habia ocupado el de Murs, adonde yo, siendo de vuelta de Gruninghen, llegué con alguna gente de mi cargo. Díxome su Alteza que se espantaba de que en tal tiempo pidiese mi nacion alojamiento, siendo el más propio que se podia desear para hacer guerra. Hablé sobre ello á algunos capitanes, los cuales me respondieron que no sabian nada, y que estaban prestos para todo lo que su Alteza les mandase: no quiero decir lo que sobre esto podria, por muchas causas. * * * * * Despues de la muerte del Príncipe de Orange, la Reina de Inglaterra habia inviado á los Estados á Milort Roberto, conde de Lecestre, por su Capitan General; y con los ingleses é irlandeses que trajo, y la gente de los Estados, formó un exército, con el cual se vino hácia Arnem. Hubo nueva en nuestro exército que algunos herreruelos que se levantaban por la Reina, habian de pasar para juntarse con el Lecestre por esta Señoría de Linghen. Entróse en consejo sobre ello, y su Alteza me mandó que con la gente de mi cargo, luégo á la hora partiese y procurase deshacer esta caballería por cualquiera via que pudiese. Fuí, é invié luégo corredores hácia donde decian que estaban, y de algunos que se tomaron se entendió que de sí mesmos se deshacian por falta de dineros, y que ya cada uno se habia ido á su casa. Volvíme hácia Grol, y allí supe cómo Lecestre venía á sitiar á Desburgh, adonde estaba una compañía del Baron de Billí de guarnicion, puse otra de mi regimiento y provision de pólvora con ella. Lecestre la sitió y batió por dos partes, y como no habia terrapleno, sino casamuro, le fué fácil hacer entrada, y queriendo dar asalto, se rindieron los de dentro. Su Alteza, por más avisos que teniamos, no movia el exército de Rymbergh, ni se acercaba al lugar. Los enemigos tenian en el Rin algunos navíos de guerra, y su Alteza venía algunas veces hasta Wesel con artillería á batirlos. En frente de Wesel está Burick, tierra del Duque de Cleves, en la cual, contra la voluntad de los moradores, se metió dentro á induccion del Elector de Colonia, por tener en brida á Wesel, que es otra Ginebra en lo que toca á la cristiandad y desobediente á su señor. Propuso su Alteza hacer allí un puente y fuertes para guardalle. Esto, y el largo sitio de la villa de Rymbergh, ha costado á su Majestad muchos millares de escudos sin merecerlo la tierra, por ser la más flaca que hay en todos los Países Baxos que tenga guarnicion; y si su Alteza la acometiera, sin duda la ganára solamente con la zapa en muy pocos dias, que aunque Schenck tenía mucha gente dentro, no se fiaba, y habia hecho una puerta falsa hácia el rio, para salvarse por agua de noche si fuera acometido. Estando su Alteza en Burick, me mandó venir á juntar con él y que me adelantase á hablarle. Pasando junto al castillo de Ulft, donde estaba enfermo el Conde, padre de estos señores, no pudiendo yo hacer ausencia de la gente, me hizo merced de venir adonde yo estaba, y me dixo que él via en sí no ser largos sus dias, y que me encomendaba sus hijos, que les sirviese de padre; y así por su valor y virtud, y la promesa que hice al padre, me han obligado á serles muy aficionado servidor; murió dentro de pocos dias. Despues yo fuí á Burick á ver lo que su Alteza me mandaba, adonde vino nueva que el Conde de Lecestre iba caminando á sitiar á Zutphen; entróse en consejo sobre ello, y todos los de él fueron de parecer de socorrerla, sino fué uno, partióse su Alteza con la más escogida gente que tenía en el exército para hacerlo, mandándome que hiciese el oficio de Maestro de Campo general. Aloxé el exército á la segunda jornada junto á Bredevord, de donde su Alteza sacó todo el grano que habia en aquella villa para meter en Zutphen, y de allí le aloxé junto á Borkeló, tierra del país de Munster, y á su Alteza en ella con una compañía de alemanes de las de mi cargo, para su guardia. Antes que el exército fuese del todo aloxado allí, le vino aviso cómo los enemigos, que estaban aloxados de esta parte del rio, se habian pasado de la otra con el Conde Lecestre; y con esta nueva, se hizo consejo con algunos de nosotros, así á caballo como estábamos, y su Alteza nos propuso que su voluntad era de irse á Zutphen, y pidiéndome parecer, dixe que yo no tenía nueva ni de Tassis ni de mi teniente, que habia inviado dentro con mi compañía, pero que si era como le avisaban, sería una cosa muy honrosa mostrarse donde los enemigos habian estado, para dar á entender que los venía á buscar. Resolvióse de ir, escogiendo la mayor parte de la caballería, y pasando por junto á Locchum, me mandó que le mostrase el aloxamiento que habia tenido y donde fue la batalla, y yo se lo dixe, como en esta relacion queda dicho. Supliquéle que mandase inviar adelante al capitan Mario con su compañía á descubrir cierto camino estrecho y lleno de arboledas que se habia de pasar ántes de llegar á Zutphen; que por haber estado este caballero allí con su compañía de guarnicion y ser gran cazador, sabía todos los pasos. Fué y halló que el conde Guillermo de Nassao se estaba todavía, con la gente de su cargo, alojado de esta parte del rio, en una montañuela, y bien fortificado, como despues se vió, en frente de la cual tenía una puente de barcas para comunicarse con el exército que estaba de la otra parte. Entró su Alteza sin estorbo en la tierra, fué á la iglesia, y habiendo hecho oracion, subió á la torre para desde allí ver el campo enemigo, que se iba acercando á nuestro fuerte, adonde yo habia hecho pasar á Tassis para rehacer las alas de él. El enemigo habia inviado un capitan escoces para fortificarse en una de ellas, el cual dió de manos á boca con nuestra gente, que trabajaba, rompieron al escoces, y preso le traxeron á su Alteza, de quien, siendo hombre práctico, se supo toda la intencion del enemigo. Y en siendo dia, su Alteza entró en consejo, donde propuso que él se queria quedar allí, que todos nos volviésemos al exército y le proveyésemos de lo necesario. Yo le respondí que no convenia que un Príncipe, y General se encerrase, y que fuera de esto, para las provisiones que él pedia y cosas semejantes haria su Alteza más en una hora que ninguno de los que allí estaban en un mes; y que sería hacer agravio á tantos hombres principales como tenía cerca de su persona, tan suficientes para ello, y más estando allí el gobernador de la provincia, á quien de derecho tocaba. Replicóme que, pues yo era de aquella opinion, me quedase allí, y así lo hice, y él se fué á Borkeló. Y aunque yo habia avisado que reconociesen muy bien el camino por donde pasaban, y que por evitar el peligro tomasen otro del que habiamos traido, no hicieron ni lo uno ni lo otro, y así pasó con grandísimo peligro, porque el Conde Lecestre, sabiendo que habia entrado dentro y que no podia estar allí mucho tiempo, le tenía hecha una grande emboscada con caballería é infantería, segun que despues fuí avisado. Los enemigos tuvieron aviso de que llevaba mucha infantería, y así le dexaron pasar sin acometerle. Llegado á su alojamiento, me invió la gente de mi cargo con algunas victuallas, porque toda la que él habia traido, y áun los de su Córte, habian comido á discrecion, ó sin ella, dentro de la tierra á costa de los burgeses, y él (no sé con qué consejo ó parecer) se partió con todo el exército á buscar á los herreruelos, que poco ántes yo le habia dicho y asegurado haberse de ellos mesmos deshecho é ídose á sus casas. Y dexando en Oldenzel á Mons de Altapena con las banderas, y parte del exército, con los demas se vino á esta villa de Linghen, y de aquí á Haesluyn á buscar aquella gente con gran diligencia trabajando mucho los soldados, y llegó al lugar donde supo de cierto ser así lo que yo le habia dicho. * * * * * Como vino á noticia de Lecestre la partida de su Alteza, hizo pasar de esta parte del rio alguna gente de su exército para que se juntase con los Frisones y se acercase á la tierra, y comenzase las trincheas, como lo hicieron; y lo mismo hizo él contra el fuerte. Avisé luégo á su Alteza dello, y que tenía necesidad de ser socorrido. Volvióse á su alojamiento de Borkeló, y de allí invió al Marqués del Guasto con alguna infantería española, alemana y valona, y con cantidad de carros cargados de vituallas para meter dentro de Zutphen, sin avisarme ni su Alteza ni el Marqués de su venida. Los enemigos, sabiéndolo, le salieron al camino de la montaña que los Frisones habian fortificado, adonde todavía tenian el puente. El Marqués (no sé con qué consejo) habia dexado la metad de la caballería en la campaña de Locchum, y con la infantería acompañado los carros hasta allí, donde halló los enemigos, y á su llegada se vió en peligro de perderse. Yo, como oí tirar, vine á la puerta de la villa, y viendo que se peleaba, y que en tales ocasiones se va algunas veces desproveido, hice sacar un carro con pólvora y balas, sin que nadie me lo pidiese, y llegó á tan buen tiempo, que ya con el contínuo tirar, los soldados no tenian ninguna en los flascos. Entendí despues que sabiendo su Alteza lo que pasaba, sacó lo restante del exército en campaña confusamente, y el sargento mayor hizo escuadron de ella, y su Alteza echaba la culpa á Propercio, ingeniero, de no haberse él hallado, en lo que daba á entender que, no sólo en su oficio, pero en cosas graves y de mayor importancia, le daba mano y crédito. Sabido lo que habia pasado se volvió á su alojamiento. Pero hasta entónces, segun dicen, estuvo muy congoxado, y como yo supe tambien lo que era, hice tocar arma y adelantéme á caballo á hablar al Marqués, y tras mí salió Tassis; hallé á los enemigos y á los nuestros en escuadron tan cerca, que no habia sino un camino en medio. En este tiempo vino la caballería que habia dexado el Marqués en campaña, y tambien iba llegando la gente que salió de Zutphen. El Marqués me preguntó qué se haria, yo le dixe que estábamos tan cerca del enemigo, que mal podriamos apartarnos sin pelear, y que era de parecer que se hiciese, dando yo con la gente de Zutphen por un costado, y él acometiendo por la frente. Preguntó lo mismo á Tassis, y conformóse su respuesta con la mia. Él nos respondió que no traia órden de pelear, sino meter el socorro. En este mesmo punto acometió el Conde Lecestre á nuestras alas del fuerte de la otra parte del rio, donde estaban el Conde Herman y Mons de la Coquela, que la defendian, donde hubo una muy grande escaramuza, y buenas cosas en ella; adonde estaba el Marqués se oia la escaramuza, y no se pensaba sino que era dentro de la tierra, y nosotros que la suya era tambien dentro de ella, cosa que me daba mucha pena, temiendo que por haber yo sacado la gente, no se hubiesen rebelado contra la poca que habia quedado, ó que el enemigo no la hubiese acometido por la parte de sus trincheas que tenian hechas hácia la puerta del Pescado. Volví un poco atras, viendo que el Marqués no queria pelear, y sabido que no habia peligro en la tierra, me volví luégo á juntar con él, y hallé que Anníbal Gonzaga y George Crescia habian cerrado con los enemigos, con sus compañías desordenadamente, por pasos dificultosos, donde se perdió el Crescia, y á Anníbal Gonzaga le dieron una gran cuchillada en el cuello por ir sin celada, que no fué poco escapar de ella; cayó, y despues le retiró nuestra caballería. La demas caballería nuestra se venía retirando con poca órden, á favorecerse de los escuadrones de infantería, yo procuré detenella con ayuda de Nicolo Basta y Evangelista de las Cuevas, que hacia el oficio de Comisario general, y no pudiendo hacer lo que deseaba, saqué mi compañía aparte, que tambien se retiraba con los demas; y la caballería del enemigo no pasó más adelante, y toda la demas caballería hizo alto, y yo me fuí á la infantería. El enemigo, viendo que los que habian salido de Zutphen les hacian daño por un lado, teniendo un camino hondo casi por foso, se comenzó á retirar. Del escuadron de los españoles se desmandaron algunas picas, y por aquel camino hicieron daño al enemigo y señaláronse algunos de ellos valerosamente. El Marqués, viendo al enemigo retirado, se retiró tambien, dexando en la villa la provision que los carros habian traido. Su Alteza procuró de hacer otra escolta ántes de partirse del alojamiento donde estaba, y sabiendo que se peleaba, dándole mucha pena, quiso venir al socorro, y entendiendo lo sucedido, se aquietó, y vino en persona con todo el exército formado, y dexando los escuadrones, entró en la tierra. Y aquel mesmo dia habia el enemigo batido un fuertezuelo que los nuestros habian hecho á una de nuestras alas, y le dieron asalto, donde perdieron mucha gente sin tomarle. Habiendo su Alteza puesto la provision dentro, se salió, y haciendo una manera de consejo, me ordenó que me quedase todavía en aquella tierra; y considerando que no teniendo un real para la gente de guerra y las cosas que son menester en tales ocasiones, le respondí que ella estaba en gobierno de otro, y el Gobernador de la provincia allí presente, á quien su Alteza, siendo servido, la podia encomendar; que cuanto á mí, me parecia haber hecho harto en haberla ganado y sustentado con tanto derramamiento de sangre, y que habiéndola puesto en manos de mi Generalísimo y del Gobernador de la provincia, con razon me podia tener por excusado, y más habiendo el campo del enemigo mudado ya de alojamiento y dado muestra de quererse retirar; pero si su Alteza gustaba de que yo quedase, me descargase del gobierno que tenía, que lo haria de muy buena voluntad. Y no agradándole mi respuesta, por más que la peticion era tan fundada en razon, me respondió que si no gustaba de ello, que otro lo haria, y así salí de la tierra y me fuí con él á Borkeló, adonde le supliqué que miéntras estaba allí el exército sin hacer nada, fuese servido de acometer la villeta de Locchum, asegurándole de que la ganaria. Dióme buenas esperanzas de hacerlo, pero segun entendí despues, hubo algunos que le mudaron de voluntad, diciendo que yo le queria empeñar y otras cosas semejantes, y así se resolvió de no hacerlo. Dexó con Tassis á Propercio, el cual comenzó á hacer ciertas fortificaciones, gastando en ellas seis ó siete mil escudos sin ningun provecho, porque la primera creciente del rio se llevó todo cuanto habia hecho; y si yo quedára allí, no habia memoria de dar un real, ni dexára para uno ni otro. Resolviéndose su Alteza de partirse y volverse á Brabante, me mandó que fuese á Gruninghen á dar órden á lo necesario, y que despues volviese, porque queria que quedase con el exército al rededor de Wesel. Fuí luégo, y por haber pasado malas noches en Zutphen, me dió una enfermedad tan grande que estuve desahuciado por tres médicos, sin ninguna esperanza de vida. Avisé á su Alteza del estado en que me hallaba, inviándole atestacion de los médicos y burgomaistres de la villa de Gruninghen, suplicándole que pusiese en el exército alguna persona entre tanto, que si Dios me daba vida, como pudiese caminar, iria luégo. Y como nunca han faltado algunos en esa Córte, más para hacerme mal que bien, ménos entónces, pues hubo quien dixo á su Alteza que él tenía la culpa por haberme hecho tantas mercedes, y que aunque estuviera á la muerte, no habia de dexar de ir, mandándomelo él. Diciendo tambien estos mis amigos que yo habia prometido á su Alteza provisiones y victuallas, lo cual nunca hice, ántes estando en Bredevord, cuando íbamos á Zutphen, le dixe que no hacia bien en ir tan desproveido de ellas como iba, y con el celo que yo debo al servicio de mi Rey y al suyo, se lo dixe algo ásperamente, como podrá decir el conde Cárlos, que lo oyó; y en el alojamiento que yo hice al rededor de Borkeló habia tanta provision de trigo, que no sólo bastó para toda la caballería que habia en el exército, mas para batir y vender hasta los de su Córte, como lo hicieron. Su Alteza dexó el exército al rededor de Wesel á cargo de Mons de Altapena, hizo acabar el puente sobre el Rin y hacer dos fuertes, uno de una parte y otro de otra, para guardarle. Y viendo el Conde Lecestre que su Alteza era partido de Zutphen, prosiguió el sitio del fuerte. Y Tassis y Propercio sacaron la gente y lo que habia en él y le dexaron. Pusieron allí los enemigos luégo muy buena guarnicion y provision, y queriéndose el Conde tambien retirar con su exército, ántes de partir procuró con engaño meter en la villa de Deventer guarnicion, y así puso á Mons de Stenley, coronel de irlandeses, con su regimiento, y con él otras compañías inglesas. El Stenley, hallándose ofendido del Conde Lecestre y de otros de su nacion, y lo que yo más creo, por tener buen celo al servicio de Dios, siendo muy católico, dió á entender á Tassis, que estaba en Zutphen, que queria reducirse al servicio de su Majestad, y dalle aquella su tierra sin recompensa alguna. Y estando asegurado Tassis de su voluntad, me vino á avisar á Gruninghen, díxele que no se podia tratar de ello sin licencia de nuestro superior, y que haria bien en irse á Brusélas á dar cuenta de todo á su Alteza. Hallóme con la enfermedad en el estado que he dicho, y él se informó de los médicos que me curaban. Partióse para Brusélas, y no sólo traxo órden de tratar con el Stenley, pero de hacer su residencia en Gruninghen, teniéndome ya por muerto. Acabó Tassis su concierto, y el Stenley le metió una noche dentro con la gente que consigo llevaba, y ántes estuvo hecho escuadron en la plaza que los de la villa lo entendiesen: á las compañías de ingleses, que estaban allí, dexaron salir libremente, y á los burgeses no se les hizo mal ninguno. Estaba con el Stenley el capitan Roland Yorch, inglés, el cual se partió de Deventer, al punto que Tassis entró, para el fuerte de Zutphen, y avisando de lo sucedido en Deventer, puso tanto miedo á la guarnicion, que les hizo salir de allí, de manera que el Stenley no sólo dió la villa de Deventer á su Majestad, pero fué causa que aquel fuerte tambien se ganase. Este caballero ha servido despues acá con su regimiento, tan fielmente como todos saben; y al Roland dió su Alteza una compañía de caballos, con la cual sirvió á su Majestad hasta la muerte, la cual, segun dicen, procedió de tósigo que un cocinero suyo le dió. Como entendió su Alteza lo sucedido en Deventer, ordenó que un oficial del pagador fuese con dinero para pagar la gente que allí estuviese, y en Zutphen el comisario Francisco Vazquez hiciese las libranzas y que Tassis las firmase. Yo me estaba en Gruninghen, adonde padecia lo que Dios sabe por darles satisfaccion; y temiendo que el de Villers, que yo tenía preso en mi casa, no tuviese comunicacion con algunos de los malos de la villa, de que fué siempre bien proveida, le invié al castillo de Linghen, ordenando al Drosarte que no le dexase tratar con ningun extranjero si no fuese en su presencia, y que le tuviese estrechamente guardado; pero él era tan astuto y mañoso, que ganó la voluntad del Drosarte, el cual le trató con tanta libertad y familiaridad, que tuve mala sospecha de él. Levantaban los Estados en aquel tiempo cierta cantidad de herreruelos, los cuales, viniendo de Alemania, habian de pasar por Cloppenburg, y cerca de este país de Linghen. El Conde de Murs, ó que tuviese alguna inteligencia con el de Villers, ó que en efecto fuese llamado de esta caballería, juntaba cerca de Suvol toda la suya y la infantería que podia. Yo tenía proveidas y avisadas todas las guarniciones que estuviesen á punto para cuando él se moviese, teniendo muchas espías y hombres á caballo á trechos para avisarme con tiempo, y no me ponia en campaña por no tener dineros que dar á la gente y por conservar los trigos que áun no estaban maduros, pareciéndome que, segun la órden que yo habia dado á las espías, sería avisado con tiempo; y entendiendo que el Conde marchaba, marché tambien hácia Covorden con la gente que pude sacar del país de Gruninghen y de la guarnicion de Steenvick, y pensando tener lugar de juntarme con la gente que estaba en la Tuvent, hallamos al enemigo alojado en el villaje de Ulsent, camino forzoso que yo habia de hacer para ir allá, y adelantéme con la gente que traia conmigo á un villaje llamado Emmelinken, á una buena legua de donde él estaba, y entendiendo que partia de allí caminando hácia Linghen, y tomando el camino del alojamiento que con la suya habia tenido aquella noche, invié á Mendo con parte de mi compañía á tocarle arma á la retroguardia para entretenerle porque no hiciese diligencia; y la infantería que yo tenía, la invie por los pantanos para más seguridad suya, dando órden de acudir todos á Oetmarsum, adonde yo iba; y allí hallé á Mario Martinengo con toda la caballería que estaba alojada en la Tuvent, y la compañía de D. Rodrigo de Castro, que estaba de guarnicion en Linghen, que yo habia inviado á llamar para cierto efecto del servicio del Rey, que me hizo temer más el suceder allí alguna desgracia; y así luégo como llegué á Oetmarsum, ordené al capitan Mario que con su compañía y la de D. Rodrigo se partiesen luégo á la hora por otro camino del que el enemigo llevaba, caminasen en diligencia, y se metiesen en Linghen. El Conde de Murs, por las armas que Mendo le habia tocado, no pudo caminar más que hasta la abadía de Oetmarsum; y caminando de noche derecho á Linghen, supo como el capitan Mario habia entrado ya en ella, y así, por disimular la inteligencia que tenía dentro, si la habia, tomó á la mano izquierda hácia Meppen, dexando el rio Ems á la derecha. Yo, habiendo reposado un poco la gente, y recogiendo la demas infantería, que estaba alojada en la Tuvent, le iba siguiendo lo más cerca que podia; y como llegué á Linghen, supe como el Conde se habia apoderado de la villa de Meppen, so color de pedir victuallas y entrar á comprarlas. Por lo cual despaché luégo parte de la gente que tenía, á entrarse tambien en la villeta de Haesluyn, ambas del país Munster, para impedirle el paso de Alemania y de las victuallas. Dexáronla entrar con asistencia de un caballero del país, que se halló allí acaso; puse tambien la demas gente en puestos donde se le podia hacer daño al enemigo y apretar más la villa. Despaché luégo con toda diligencia á su Alteza, suplicándole que me declarase si podia poner artillería en campaña para batir al Conde de Murs en aquella tierra, por ser del imperio, y esto por tres y cuatro mensajeros, sin tener respuesta ni resolucion ninguna de lo que habia de hacer. Mas no por eso dexaba de hacer de léjos al enemigo la guerra que podia, que en diversas veces Mendo le mató mucha gente. Y entendiendo por mis espías que trataban de salirse y escaparse de noche, avisé de ello al Conde de Barlaymont, que gobernaba por entónces el país de Gheldres, y la gente que estaba cerca del Rin, por muerte de Mons de Altapena, su hermano, y acudió con parte de ella. Y el Conde de Benthen, cuñado del de Murs, y de una mesma religion, le avisó de la venida del de Barlaymont; y así determinó el de Murs de salvarse con la caballería de noche, no osando aventurar la infantería. Yo habia dado órden al capitan Mario, que gobernaba en Haesluyn, que tuviese siempre gente á las puertas de Meppen, y que, como sintiese que el enemigo se retirase, hiciese pegar fuego á una casa, para que, con la gente que yo tenía conmigo, con aquella seña le saliese al camino, lo cual podia hacer en media hora, y estar en el puesto una ántes que él llegase, y que él caminase luégo á la hora á juntarse conmigo, que era fácil, porque tenía ménos camino que andar que el enemigo; pero los que él habia puesto en centinela se descuidaron de manera, que el enemigo salió de Meppen sin ser sentido dellos, llevando preso consigo al Drosarte. Fuí avisado tarde de su salida por un villano, y con todo eso le seguí con la gente que tenía conmigo, y por hallarme con poca, por no haber llegado la de Mario, no hacia más que procurar entretenerle como, podia hasta que llegase, matando algunos de los que se quedaban atras. El Conde de Barlaymont venía caminando apriesa, pero no pudo llegar á tiempo; yo le seguí hasta el villaje de Ulsen, y poco despues llegó el de Barlaymont, pero el enemigo estaba ya tan adelante, que se hubiera hecho poco servicio en seguirle más. Fué una ocasion muy buena, perdida por un descuido. Yo me volví á Linghen á procurar de apretar á Meppen, porque estando en manos del enemigo, era de grande estorbo para el camino de Gruninghen. La infantería que quedó dentro, viéndose desamparada de la caballería, se resolvió de tratar conmigo, y así sobre mi palabra, vinieron dos de sus capitanes, el uno escocés y el otro valon, y concertamos que si dentro de cierto término no eran socorridos, que dexarian la villa y se volverian á Holanda. En este tiempo llegó aquí Mateo Serrano, un entretenido, con cartas de su Alteza, por las cuales me mandó tomar á mi cargo las villas de Deventer y Zutphen y que metiese guarnicion en ellas, queriendo emplear los irlandeses en el viaje de Inglaterra, y poner á Tassis con su regimiento en Buryk y en los fuertes que su Alteza habia dexado allí al rededor, y dábame el Serrano tanta priesa, que me fué fuerza inviar al Conde Herman á Deventer á tratar con el Stenley su salida de allí. Yo me quedé esperando que el enemigo socorriese á Meppen, ó que ellos rindiesen la villa, segun el tiempo que habian prometido. Mas los diputados del país de Munster, que estaban aquí, con dones y promesas hicieron tanto, que al fin ellos no lo cumplieron, temiendo los de Munster que viniendo en nuestras manos no se la volverian, teniéndola su Majestad como ganada en guerra. Yo, habiendo esperado el término puesto, me partí para Deventer, por la gran priesa que el Serrano me daba, y llegué en un dia, con ser jornada que vale por dos, y en partiéndome yo de allí, los enemigos se acordaron con los de Munster y los dexaron la villa. Salió Stenley de Deventer, y Tassis de Zutphen, en las cuales tierras puse guarnicion de la gente de mi cargo. Su Alteza me mandó que señalase los gobernadores en ellas que yo quisiese, que él los aprobaria é inviaria las patentes, y así nombré al Conde Herman para ambas, que estando tan cerca una de otra, podia bien tener cuenta con ellas; y en su ausencia gobernaba en Zutphen el teniente coronel de Mons de Billí. Y demas de esto, su Alteza me mandó que fuese á Burick á tener cargo de toda aquella ribera del Rin. No quise replicar en ello, y por no darle desgusto fuí luégo. Habia Schenck poco ántes tomado la villa de Bona, cuatro leguas de Colonia, rompiendo una puerta que salia al rio, donde habia puesto buena guarnicion. El Elector habia pedido asistencia á su Alteza para volver á cobrarla, y el Nuncio del Papa, que estaba con él, solicitaba lo mesmo. Su Alteza invió alguna gente para este efecto, y por cabeza della al Príncipe de Simay, el cual estando yo en Burick, me invió á rogar con Tassis que me llegase á Bruck, donde estaba, para tomar mi parecer en lo que se habia de hacer en aquella guerra. Fuí, y Tassis conmigo, y llegados allí tuvimos nueva que Schenck habia salido de Bona por esta parte del rio con mucha gente y artillería, á batir dos navíos de guerra del Rey, que yo habia inviado á Colonia y estaban pegados á la ciudad. Hízolo así, y los capitanes de los navíos sacaron la gente en barcas dexándolos batir como quisieron; y por no ser la artillería gruesa, no los hizo mucho daño. Vino el Príncipe de Simay con caballería é infantería á ponerse por la otra parte del rio, arrimado á la tierra, hácia donde los navíos estaban, sin hacer más efecto, por estar el rio en medio y no tener barcas para pasar, que tirarse mosquetazos unos á otros. Y así, retirándose el Schenck á Bona con la artillería que habia traido para batir los navíos, el Príncipe pasó el rio con barcas y se fué á alojar á Ducque, burgo que está de la otra parte de la ciudad, el rio en medio. La primavera comenzaba á venir y el invierno á aplacarse, que hasta entónces no se podia estar en campaña por el cruel tiempo que hacia, y Schenck, temiendo que el Príncipe no hiciese lo que yo le advertia y rogaba, y era que se fortificase en frente de Bona, haciendo un fuerte con sus alas, á imitacion de el de Zutphen, se fortificó. Y como yo habia venido allí sin órden de su Alteza, me quise volver á mi gobierno, ó á Burick, que no lo habia hecho ántes porque el Nuncio y el Príncipe me aseguraban que me harian venir órden para mi quedada allí; pero no viniendo tan presto como yo deseaba, me resolví de partirme en uno de los navíos de armada. Pidiéronme el Nuncio y el Príncipe que les dexase á Tassis allí, y así lo hice. Y acuerdóme haberles dicho á ambos á mi partida que con el regimiento de Mons de Sant Valamont, que habia llegado aquel dia, acometiesen luégo el fuerte que Schenck hacia, que aún no estaba en defensa; decíalo por ser la mayor parte de aquel regimiento de la nacion francesa, que al principio es de mucho más servicio que despues, y tambien lo dixe por no dar lugar al Schenck á que fortificase más el fuerte, y tardáronse de efectuarlo. Y yendo allá se resolvieron, no sé por qué causa, de hacer fuertecillos al rededor, sin acometerle de otra manera que, á mi parecer, se podia hacer. Los fuertecillos que hicieron eran tales, que saliendo el enemigo del suyo, ó los dexaban, ó les degollaban la gente que habia dentro. Yendo Tassis á reconocer el rio arriba, donde hacia otro fuerte, estando cinco ó seis de los enemigos escondidos en unas viñas que allí habia, el uno de ellos le dió un arcabuzazo por la cabeza, de que murió luégo, que fué gran pérdida, porque si Dios le diera vida, hiciera muchos servicios á su Majestad, siendo hombre de mucho valor y buena intencion. Llegando yo á Burick, entendiendo que Rhymbergh estaba muy mal proveida, salí en campaña con la gente de Tassis y alguna de la villa de Gheldres, y me puse en la abadía de Camp, de donde tenía tan apretada la villa, que era fuerza al enemigo venir á socorrer ó perderla. Mas dándome cierta enfermedad, me constriñó á venir á Burick, adonde recibí órden duplicada de su Alteza para que fuese á Bona; y una de ellas me traxo un caballero inglés, teniente de la compañía de caballos del capitan Roland Yorck, que estaba de guarnicion en la villa de Deventer, el cual habia ido á la Córte á solicitar la compañía, por la muerte de su capitan, y volvia mal satisfecho, segun yo colegí por sus palabras, y su Alteza me escribia en su carta que tuviese cuidado con él, porque no le contentaba su manera de hablar ni proceder; y así, entreteniéndole conmigo dos ó tres dias, despaché un mensajero al Conde Herman, diciéndole que estuviese sobre aviso. Llegado á Deventer, fué con un su hermano á hablar al Conde, á quien halló comiendo, y ofreciéndole que se sentase á su mesa y le hiciese compañía, él comenzó á hablar ásperamente, y echando mano á la espada acometió al Conde tan denodado, que si no fuera por los que estaban con él á la mesa, sin duda le matára; mas, levantándose con presteza, tomó sus armas y mató á ambos hermanos, sin que jamas se haya sabido la causa que les movió á hacerlo. Teniendo órden de su Alteza de ir al sitio de Bona, aunque la enfermedad me tenía en la cama, por no poder ir á caballo ni en coche, me puse en un navío de armada, y así llegué allá. El Príncipe de Simay no habia hecho otra cosa en aquel sitio, sino comenzar á hacer trincheas, aunque tenía artillería para batir la tierra y exército suficiente para la empresa. Y como llegué, se entró en consejo para lo que se habia que hacer, que esperándome no habian comenzado más de lo que digo. Antes de mi venida los enemigos habian hecho salidas, degollado alguna gente, quemado cuarteles, roto una compañía de hombres de armas y tomado preso á Mons de Conroy, haciendo su deber como muy valiente caballero; y estuvo preso hasta que la tierra se rindió. En el consejo que se tuvo dixe: que tierra que no estuviese del todo cercada y no tomada en veinte y cuatro horas, era difícil de ganar si los de su parte la quieren socorrer y los de dentro defender; y que mi parecer era que primero se acometiesen los fuertes que Schenck habia hecho de la otra parte del rio, porque tomándolos, podrian pasar los navíos de armada el rio arriba, y estorbando el socorro, tomar la tierra, y no de otra manera, como se vió claramente en lo que despues sucedió, que viendo Schenck ir el sitio de véras, dexando al Baron de Polvitz por gobernador, se salió della; y levantada gente en el Palatinato, embarcándola el rio abaxo, entró de noche en Bona. Así se resolvió de acometer los fuertes; tomáronse uno ó dos que estaban el rio arriba, sitióse el grande con gran peligro, batióse y ordenóse de dar asalto; y porque de la otra parte del rio se descubria todo el fuerte, mandó el Príncipe poner tres piezas para dar asistencia á los que le diesen, tirando á quien se pusiese á la defensa, que todos estaban descubiertos. Ordenóse que el tercio de Cárlos Spineli llevase la avanguardia, pero que no arremetiesen hasta que se les diese órden. Los alemanes lo hicieron sin ella, y el capitan D. Alexandro de li Monti, que estaba señalado para dar el asalto, viendo los alemanes ir á él, se movió tambien, y los unos y los otros confusamente, lo cual fué causa que los de dentro se defendieron é hicieron retirar á nuestra gente. Quexábase Cárlos Spineli de que don Alexandro se hubiese movido sin órden, diciendo algunos que el moverse sin ella á cosa semejante no era bien hecho. Pero si ellos se halláran en el puesto de D. Alexandro, que es un cuerdo y valiente caballero, hicieran lo mesmo para no permitir que se les quitase la avanguardia, como lo hizo. Prosiguiendo el sitio de este fuerte, acercándose con trincheas, los alemanes de Aquemburg, que llevaban la suya á la ala dél, estando cerca de ella, hablaron con los de dentro, que eran de su nacion, y los traxeron á nuestra parte, y ocuparon la ala que éstos guardaban, por donde los del fuerte no podian entrar ni salir, á cuya causa padecian. El Príncipe se pasó hácia el fuerte dexándome á mí con la gente al rededor de Bona, porque se entendia que Schenck la queria socorrer por tierra. Los del fuerte trataron con el Príncipe y se rindieron, y sin avisarme, los invió el rio abaxo hácia Holanda. El conde Federico de Berghes, á quien yo habia dexado en Burick, no los dexó pasar, por no llevar pasaporte ni carta mia, de que se sintió el Príncipe, y pudiera excusar este fastidio si fuera servido de mandarme que lo escribiese al Conde; pero nunca falta quien incita á la disension ántes que á la concordia, como lo procuraron hacer entre él y mí, mas no pudieron tanto, que yo dexase de serle muy servidor, y él de tenerme por tal. Despues de tomado el fuerte y pasado los navíos de armada el rio arriba, se apretó más la tierra con la zapa, y llegados al foso, le hallamos muy hondo y hechas en él casasmatas. La intencion que el Príncipe tenía era de henchir el foso, y haciéndolo, fuera obra larga, pero segura. Los enemigos no dexaban casi cada dia de hacer salidas, y algunas con daño nuestro, principalmente donde estaban los loreneses de Mons de Sant Valamont, que con éstos tenian los de dentro particular tema y enemistad. Vino en este tiempo nueva al Príncipe que su Alteza inviaba al Conde de Mansfelt, queriéndole emplear á él, por ventura, en otra parte. El Conde, considerado, dilató su venida por respecto del Príncipe, y él se dió priesa á concluir con la tierra ántes que llegase, y halló buena ocasion para ello, porque los de dentro, cansados ya de estar allí, dician que por un Schenck, que habia tomado esta empresa á cargo, no querian llegar al extremo peligro del sitio; y por esto no quisieron tener órden, así en las municiones de guerra como en las de boca, por tener tanto mayor ocasion de rendirse, principalmente despues que supieron la venida del Conde de Mansfelt; pareciéndoles que el Príncipe, por no dexar devenir al cabo de su empresa, les haria mejor partido que otro, comenzaron á tratar con él, y así, teniendo ambas partes gana de acordarse, se hizo brevemente, saliendo la gente de guerra con sus armas y bagaje. Pidieron rehenes para la seguridad de su camino y personas, é inviaron á Rhymbergh, si bien me acuerdo, dos caballeros napolitanos, Federico de Afflitto y Cola María Carachiolo, capitanes del tercio de Carlo Spineli. Hubo alguna dificultad sobre la seguridad de volver los navíos que habian de llevar el bagaje, y como estaban á mi cargo, tenía cuidado de mirar por ellos. Mas habiendo por ventura entre los enemigos un capitan llamado Gerit Heryunge, que fué el que ostinadamente defendió á Locchum, por haberle yo conocido por hombre cortés y de verdad, y haber tenido, siendo yo gobernador de Harlem, de donde era natural, grande amistad con su padre y parientes, prometiéndome que me los volveria, me fié de su palabra, y él la cumplió honradamente. Su Alteza, entendiendo la rendicion de esta tierra, mandó que el Príncipe se retirase, y que la gente de guerra fuese á cargo del Conde de Mansfelt á sitiar á Watendonck, y así el Conde, para este efecto, se fué á la villa de Venló á esperar allí la gente. Los de aquella villa y el coronel Wuentin, gobernador de ella, eran los que solicitaban aquel sitio, por la mala vecindad que los de aquella villa les hacian. Y yo, tomando licencia del Príncipe, me volví con los navíos de armada á Burick, adonde supe la venida del Conde de Mansfelt á Venló, y porque era fuerza partirme para Gruninghen, le fuí á besar las manos y á tomar su licencia. Y tratándome del sitio de Watendonck y de las comodidades que tenía para él, le dixe, como su servidor, considerando el tiempo, que era principio de invierno, muy lluvioso, y el puesto de la tierra, de sí mismo pantanoso, la necesidad y mala voluntad de la gente de guerra que venía de Bona, y la comodidad y asistencia que le daban, que no le haria Dios poca merced si salia con aquella empresa, y que cuanto á lo demas que le ordenaba su Alteza que hiciese acabado aquello, me parecia imposible, por las razones que por escripto le dí luégo, y que sin duda el que dió á entender aquello á su Alteza debió de ser alguno que ignoraba el país donde se habia de efectuar, ó mal intencionado. Sitió su Excelencia la villa de Watendonck, y con hallar las dificultades que yo le habia dicho, con su buena diligencia y valor, y la ayuda de Dios, salió con la empresa sin proseguir más adelante. Yo me partí para Gruninghen, dexando al conde Federico en mi lugar en Burick. Llegado que fuí hallé los trabajos y fastidios que siempre, porque en mi ausencia á toda aquella provincia la habia puesto en contribucion el enemigo y estaba á su devocion, perdida la poca que ántes tenian á los de la parte del Rey; ayudándolos á esto el burgomaestre Bal, por presentes que le dieron los Anabaptistas, de que aquel país está lleno. Poco despues su Alteza proveyó el gobierno de Gheldres en el Marqués de Varambon, encargándole tambien lo del Rin; y por muerte del Tassis, encomendó su regimiento á Juan Tissilinghe, capitan de él. En este tiempo proveyó su Alteza al Baron de Chassé la Drosartía de Linghen, con patente, no sólo de Drosarte, pero de gobernador del castillo, villa y país de Linghen, que era quitarme enteramente lo que tenía por patente y habia dias que servia. Supliqué á su Alteza que si su voluntad era que yo no gozase del gobierno, conforme á las patentes que tenía y juramento que habia hecho, que me descargase del todo de él, y le proveyese en quien fuese servido; que el que no hallaba bueno para el todo, ménos mereceria parte, y que no recibiria al Baron en Linghen, sino fuese descargándome del juramento que habia hecho. Y así su Alteza le recompensó en otras cosas. Y viendo cómo todo andaba, más quisiera yo que le proveyera esto, con las condiciones que le pedia, para irme á servir á S. M. en otra parte. * * * * * En esto tuve avisos de Holanda, de personas de quien me fiaba, que se habia resuelto en los consistorios herejes, por mejor plantar su herejía en el estado de Cleves, riberas del Rin y aquí, que les convenia hacer enloquecer al duque Juan, Príncipe católico y bueno, y á su mariscal Terhorst, dotado de muchas virtudes, que como tal, les impedia en aquel estado sus maldades, y procurar ganar los fuertes del Rin y echarme á mí de este gobierno. Avisé de ello á su Alteza, al duque Juan y á su Mariscal, y tambien, por otra parte, al conde Cárlos de Mansfelt, que andaba con el exército de su Majestad la vuelta del Rin, para que por su parte tambien les avisase lo mesmo. Y no pasaron tres meses que sucedió, como me advirtieron, en lo de los fuertes del Rin. El remedio que se puso fué encomendarlos á un comisario de muestras, y así se perdieron luégo, habiendo costado el hacerlos y entretenerlos hasta entónces tantos millares de ducados á su Majestad; y en todo lo sucedido, se conoce bien el deseo que han tenido de echarme de este gobierno. No sé si la resolucion de estos herejes fué verdad que entre ellos se tomase ó no; mas por lo sucedido se le puede dar algun crédito. Estando en Gruninghen propuse de hacer dos fuertes para poder facilitar la entrada en Frisa, porque los de aquel país se rebelaban cada dia y no querian pagar las contribuciones, el uno en las Salinas que el de Nienoort tenía junto á Niezijl, y el otro junto al castillo de Nienoort. Hiciéronse á costa de los de Frisa, aunque estaban en el país de Gruninghen por sobrellevar á los de esta villa, y cargarlos á las gritanias frisonas vecinas, porque los demas no se podian executar. Miéntras estos fuertes se hacian, el conde Guillermo juntó su gente, y en lugar de venirme á buscar con la comodidad de los navíos que tenía, se embarcó y fué hácia Reyden, donde habia una iglesia fortificada, y un fuertezuelo orillas de la mar, frontero de la villa de Emden, con intencion de sitiar estas dos plazas, y para quitarme el medio de poderlas socorrer, acometió primero una esclusa pequeña llamada Suasterfilk, que yo tenía reparada con un parapeto solamente para asegurar las victuallas, que secretamente venian de Emden y de Hogebonde, su país. Y entendiendo el camino que habia tomado el Conde, saqué la gente que pude de la que tenía en uno de estos fuertes que se hacian; y con la diligencia posible, fuí derecho á la esclusa, y hallé que la estaban batiendo; y habiéndome adelantado para reconocer cómo estaba el enemigo, hallé que tenía su gente de una y otra parte de la esclusa, y que habiendo menguado la mar, no se podian juntar los unos con los otros, y si la infantería que yo llevaba pudiera caminar tanto como la caballería, estaba el Conde y su artillería á peligro de perderse, y conociéndolo él, ofreció tan buenos partidos al cabo de escuadra que estaba dentro, que se rindió á mi vista. Y viendo que por aquella parte no podia hacer efecto, volví á Gruninghen á juntar más gente para procurar por diques rotos con barcas socorrer á Reyden, porque el Conde habia ya plantado artillería y no eran para sufrirla, que nunca los de Gruninghen querian que los fuertes fuesen tales que les estorbase á su intencion, y así, habiendo ya pasado parte de la gente los malos pasos que he dicho, se rindieron. No quedó por mi diligencia que fuesen socorridos, sino por la flaqueza de los fuertes, que procedia de la mala provision que siempre he tenido para hacerlos como convenia, y sacarlo del país no podia por estar á la voluntad de los de Gruninghen, que no querian gastar lo que es menester para hacer fuertes que pueden esperar artillería, y ha sido forzoso el complacerlos siempre cuanto he podido, porque, segun es su humor, ha de venir de la mano de Dios saberlos contentar; y así ningun gobernador ha querido ni podido vivir con ellos, y si yo lo he hecho, sabe Dios con cuánto trabajo y fastidio. En este tiempo sucedieron dos cosas: la una que un caballero del país de Gruninghen, llamado Clante, pidió á los Estados que le consintiesen levantar un regimiento de la manera y condiciones que el de Nienoort habia levantado el suyo, y habiéndoselo concedido y juntado la gente hácia Emden, buscaba donde poderla mantener. Y temiendo no diese en la señoría de Wedde, fuí hácia allá con alguna gente, y el Clante marchó con su regimiento por el país donde el Duque de Alba, de buena memoria, rompió al conde Ludovico de Nassao, y fué á dar hácia Aschendorp y Rheyden, territorio de Munster, donde pensaba sacar contribucion. Y siendo avisado de esto, tomé cuantos carros pude por todos aquellos lugares, en los cuales puse toda la infantería á cargo del conde Federico, y la caballería llevábamos el conde Herman y yo con sus dos hermanos pequeños, y así caminamos con toda la diligencia posible por la Bretanga. Tuve aviso que esta gente estaba en Rheyden, y así caminamos á ella, la cual, siendo avisada de mi venida, por otro camino más corto, que el Drosarte de Wedde ni ningun villano me habian advertido, que á haberlo hecho, no se me escapaba ninguno, se retiraba apriesa, y yo la iba siguiendo tambien con la caballería, de que avisé al conde Federico, el cual quedaba atras con la infantería, que se diese priesa á caminar, y él, por hacer más diligencia, hizo subir á los soldados en los caballos de los carros, y así con ellos me fué siguiendo, y yo al enemigo, y estando ya cerca de él, hallaron en un lugar del Conde de Emden unos navíos, y embarcados en ellos, se fueron por el rio Ems abaxo, y llegando nuestra infantería, comenzó á arcabucear los navíos, y no pudiendo gobernarlos, se pegaron á la otra parte de la ribera, y saltando en tierra se fueron huyendo hácia Loeort. Vino á anochecer en aquel tiempo, que á tener dia, yo los siquiera siempre, que ya tenía dos navíos en que pasar, y pensando que hubieran de hacer noche en algun lugar, y que á la mañana tuviera tiempo de seguirlos, me alojé en Weenermoer, lugar del conde Juan de Emden, por estar la gente que traia conmigo muy cansada; mas el Conde dexó pasar al enemigo por el puente de Loeort á media noche, donde corre otro rio que se junta allí con el Ems. Y así se salvó el Clante con más miedo que daño, que fué causa de que pocos dias despues se le deshizo la gente, y él me hizo decir que si le queria recibir en servicio del Rey, que me declararia algunas cosas de mucha importancia. Traté esto con el magistrado de Gruninghen, y procuré que le permitiesen entrar en la villa á hablar conmigo; diósele salvo conducto, y venido, no le quise oir sino en presencia de los burgomaestres en mi casa. Y preguntándole yo qué era lo que me queria avisar, me dixo haber visto cartas de algunos de aquel magistrado para los enemigos ofreciendo la reduccion de la villa á su parte y dexar la del Rey. Y haciéndole instancia que me los nombrase, hacia grande dificultad; mas apretándole yo, nombró dos de los que estaban presentes, y constantemente juró ser verdad, obligándose á la prueba, de lo cual quedé maravillado por tener mejor opinion de ellos. Hice salir del lugar al Clante porque no fuese causa de algun desórden, y se le encargué al conde Herman para que le inviase con escolta á una casa que tiene en el país de Clart. Y avisé á su Alteza diciéndole que era necesario que me asistiese de más gente y medios, porque de otra manera todo lo de acá se perdia. Y algunos ministros que estaban cerca de su persona decian á esto que yo escribia muchas veces que Frisa se perdia, y nunca se acababa de perder. Y pidiendo algunos españoles é italianos para mezclarlos con alemanes, se burlaban de que pidiese estas naciones para Frisa. Y así tomaban siempre los avisos de esta provincia para acudir al remedio de ella. Con todo esto, su Alteza mandó venir aquí al capitan Juan de Contreras Gamarra con su compañía de arcabuceros á caballo, y al coronel Paton con su regimiento. Y habiendo pasado el Rin el coronel Schencks, que estaba en el fuerte que habia hecho contra Nimega, fué avisado de ello, y los vino á buscar con toda la gente que tenía junta, para con ella emprender la villa, y vino á dar sobre nuestra gente al tiempo que se comenzaban á juntar para venir aquí. Halló poca resistencia en la infantería, y defendiéndose el Contreras cuanto pudo, fué herido y preso, y algunos de sus soldados con él, y escapáronse el Paton y sus capitanes. Tenía el Schencks particular enemistad con el Paton, por haber dado la villa de Gheldres en manos de Mons de Altapena, por cierta cuestion que habian tenido los dos. Llegado al fuerte con los prisioneros, se partió para hacer lo que habia pensado de Nimega. Y habiendo ya entrado en la villa bien adelante, los de ella, con asistencia de algunos soldados que estaban dentro, le echaron fuera; y queriendo saltar en uno de los navíos en que habia traido la gente, cayó en el rio armado á prueba, y se ahogó. Los de la villa le sacaron luégo, y echo cuartos, le pusieron en la muralla, y su gente salvó los navíos en que habia venido. Así acabó aquel hombre, que por un desden habia dexado el servicio del Rey y hecho tanto mal, y hubiera sido mucho más si viviera. En este tiempo estaba la infantería española tan mal pagada, que se temia no se alterase; y así procuró su Alteza dividirlos, inviando aquí el tercio de don Francisco de Bobadilla, el cual gobernaba Manuel de Vega, dándoles un tercio de paga para venir, que es cuanto se les dió en nueve ó diez meses que aquí estuvieron. Y así fuí forzado á alojar parte de las compañías en tierras donde pudiesen sustentarse, y parte en el país de Gruninghen, asistidos y ayudados por los de la villa y país; y de esta manera estuvieron todo un invierno, sin suceder otra cosa, salvo que estando una parte de este tercio en un lugar llamado Emelcamp, una legua de Covorden, se alteraron los soldados, y el capitan Prado que gobernaba aquella gente, el capitan Juancho de Ugarte y otros capitanes, salieron al ruido, y tomando algunos de los que se iban juntando, los hicieron dar garrote, con que se apaciguaron. Su intencion era de juntarse todos é ir adonde estaba mi compañía de lanzas y apearla, y con los caballos hacer otra de ellos, y así volverse á Brabante á pedir su dinero. El conde Guillermo, temiendo ser acometido al verano con estos españoles y la gente de mi cargo, procuró socorro de más gente, y le vino con el Conde de Chesteyn con caballería é infantería, y así se puso en campaña y yo hice lo mesmo, y para darle ocasion de venir á buscarme y salir del villaje de Colmer, adonde se habia fortificado, acometí un fuerte suyo llamado Emeltil, batíle con dos piezas que saqué de Gruninghen, y ganado, de allí fuí al fuerte de Lopeslague, que yo habia hecho el año ántes, pensando acometer el de Niezijl del enemigo y procurar sacarle en campaña, que estaba cerca de allí en el villaje de Colmer, que acometerle en él era imposible, por estar en sitio fuerte y bien reparado; y así me alojé con la gente junto al fuerte que yo habia hecho, entre el dique y un brazo de mar que venía á él, sobre el cual brazo entendí en hacer un dique para que las victuallas y lo demas necesario pudiese venir de Gruninghen con más facilidad, y los de ella ayudaron con madera y gente, porque con él ganaban una buena cantidad de tierra; y haciendo un dique desde el fuerte hasta el otro dique de Gruninghen, excusaban el entretener una legua de diques, de que les procedia grandísimo provecho, y á nosotros gran comodidad; y con la gente del Maestre de Campo Manuel de Vega (que en aquel puesto le habia venido la patente) y con la mia, se trabajó de manera que cerramos el brazo de mar, y se hizo el camino hasta el otro dique, siendo muchos de opinion que no lo pudiéramos acabar. Estando alojados de esta manera el enemigo y yo, siempre nos haciamos emboscadas los unos á los otros, escaramuzando con los de su campo ó con los del fuerte, que el enemigo habia bien proveido de gente y lo demas necesario para la defensa de él, no pudiendo yo salir con mi intento por más que lo procuré. Sucedió que estando en aquel puesto hubo gran tormenta en la mar, con aguas vivas y viento nordeste; invié á llamar á Durán, ayudante del sargento mayor, y le dixe que era necesario salir de aquel puesto luégo, porque la mar creceria de manera que los echaria de allí con daño. Respondióme que ya estaba la gente bien acomodada, y en efecto lo estaba, y que hácia el enemigo no habia puesto seguro donde nos pudiésemos poner, y que recular atras sería darle á entender que nos huiamos. Dexélo así, queriendo más estar al peligro que recular, y con la tormenta creció la mar de manera que sucedió lo que yo habia dicho, y con gran trabajo y peligro se salvó la gente, pero no todo el bagaje, y algunos que se tardaron perecieron, pasando el dique nuevamente hecho, que por estar imperfecto, la agua le sobrepujaba. Alojé la gente en la abadía de Grotawert, y de allí la saqué á lo seco y alojarla adonde podia. A los españoles torné á inviar á sus presidios, porque en este tiempo los enemigos habian dado á entender á los de la villa de Gruninghen que su Alteza me habia ordenado que metiese dentro de ella este tercio de españoles, y así no dexaban entrar dentro á ninguno, sino con grande dificultad, y dexando las armas á la puerta. Con semejantes artificios y mentiras se ha perdido aquella tierra, teniendo sospecha de que yo me queria amparar della, lo cual los enemigos y los malos de dentro procuraban estorbar por todas las vias posibles, y como buenos y malos estaban tan resueltos de no tener guarnicion, era tanto más dañosa la desconfianza que tenian de mí. Conociendo esto, supliqué muchas veces á su Alteza, y algunas á su Majestad, que se sirviese de mí en otra parte. Estando en este sitio vino órden al conde Herman de levantar un regimiento de infantería alemana, dándole por plaza de muestra esta señoría de Linghen, diciéndole que hallaria allí el dinero para este efecto. Partió con su hermano Federico, y no hallando el dinero como se le habia prometido, por lo que tocaba á su reputacion, habiendo ya divulgado en Alemania la merced que su Alteza le habia hecho, resolvió de dar una escalada á la villeta de Cloppenburg con ayuda de algunos soldados de esta guarnicion; sucedióle bien, y los de Munster le dieron cierta suma de dinero porque saliese de allí y levantase su regimiento en otra parte. Recibiólo porque ya le comenzaban á faltar victuallas, y los de los contornos no se las podian proveer. Yo le dí esta villeta, en la cual sin daño della ni costa del país hizo su regimiento, y teniéndole ya cumplido el dinero, los comisarios no le venian á pasar muestra, y faltábale ya el que para entretener la gente los de Munster le habian dado; y si yo no acudiera con diligencia á hacérsela pasar con algun dinero del Rey que tenía, sin ninguna duda de este regimiento sucediera lo que de los dos hermanos Francisco y Mauricio, duques de Saxa, que despues de haber arruinado este país y vecinos, se deshicieron por no haber acudido á tiempo á pasarles muestra. El Conde levantó este regimiento y le puso en servicio en muy pocos dias, con la diligencia y valor que siempre ha servido á su Majestad, y ahora le tiene su hermano. Tambien en este tiempo sucedió que Cristóbal Lechuga, sargento mayor del tercio de Manuel de Vega, llevándose mal con su maestre de campo, sin que él lo entendiese, un hermano y un pariente suyo, que servian en el tercio, hicieron una mina á la barraca del Maestre de Campo para volarle; pegaron fuego á la pólvora, la cual en lugar de hacer efecto contra él, le hizo contra los que la habian hecho, quemando al pariente, que no pudo retirarse, y el hermano se escondió y salvó; hallando muchos que le escondieron, alabando su hecho, y más si sucediera bien, por ser el Maestre de Campo malquisto en su tercio. Y esto ha sido causa de haberle su Majestad proveido en otro, pidiéndolo los soldados cuando se amotinaron, y su Alteza se lo concedió. Cosa de mala consecuencia para el servicio del Rey. El Sargento mayor probó su inocencia y salió libre de ello. Padeciendo este tercio por no tener ya más medio para entretenerle, solicitaban en esa Córte con el Conde de Mansfelt, que gobernaba estos Estados en ausencia de su Alteza, que habia ido á Francia, el Maestre de Campo y los capitanes de salir de aquí y volverse á Bravante; y para este efecto inviaron uno de los capitanes del tercio. Concedióselo su Excelencia, y á mí me mandó que fuese con este tercio á ganar un castillo fuerte que los enemigos habian tomado en el país de Reklinchausen, territorio del arzobispado de Colonia, y que de allí le viniese á hablar á Brusélas. Caminé derecho donde se me mandaba, y los del castillo, sabiendo que yo marchaba, se concertaron con los del Elector, y llegado yo delante, sabiendo el concierto y no hallando allí ninguno del Elector que me diese asistencia ni victuallas, pasé derecho á Bravante por el Rin entre Duyseldorp y Keysersuverdt y me adelanté á Brusélas, adonde hallé á Mons de Linden, gobernador de Charlamont, que se habia ido á quexar á su Excelencia de no haber yo querido ir contra el castillo que he dicho. Yo respondí haberlo hecho, dando cuenta de lo sucedido. Advertí tambien á su Excelencia en consejo, del estado en que dexaba mi gobierno, principalmente la villa de Gruninghen, en la cual habia muchos que tenian inteligencia con el enemigo, y entre ellos algunos del Magistrado, recibiendo cartas y avisos, como he dicho, de lo cual quexándome yo al Magistrado, ofreciéndome de probarlo con algunos de él y hombres de la villa, que eran buenos y fieles, y esto diversas veces, y nunca lo han querido remediar. Antes el síndico me respondió una vez, queriéndolos apretar sobre esto, que estando él en Bravante habia visto y oido cosas peores, que no se remediaban, ni tampoco ellos lo querian hacer. Avisé, como he dicho, á su Excelencia diversas veces de la poca seguridad que habia en aquella tierra, de lo cual fueron los burgomaestres avisados no sé por qué via. Estando en córte procurando con el Conde de Mansfelt remedio para estas cosas, volvió su Alteza de Francia, á quien, como á su Excelencia, dí cuenta de todo lo que pasaba en mi gobierno y de la necesidad que tenía de remedio. Habiéndole particularmente avisado de que por las villas de Deventer y Zutphen podria su Alteza hacer grandes progresos entrando por el país de Utrecht en Holanda, lo cual los enemigos sentirian en extremo; y que el pueblo de aquellas provincias, acordándose de los daños que habian recibido en tiempo pasado, se reducirian á su Majestad ántes que pasar otra vez por ellos, y que ya que su Alteza no quisiese hacer esta entrada y efecto, por lo ménos proveyese estos dos lugares de manera que se pudiesen sustentar teniendo el socorro aparejado con tiempo, que pues los holandeses habian tomado el manejo de la guerra, no dudaba que estas dos plazas importantes, y no fuertes, serian las primeras acometidas por lo que les importaban. Prometióme de dar órden y toda asistencia, como adelante diré, avisándole asimesmo por cosa cierta que el enemigo se preparaba con todas sus fuerzas para acometerlas, suplicándole que diese presto remedio; donde no, que el enemigo sin duda haria su efecto por la poca comodidad que habia de hacer resistencia sin su ayuda. Algunos que estuvieron presentes dixeron despues que yo me quexaba siempre de que la Frisa se perdia por falta de asistencia, y que nunca se acababa de perder, como otras veces habian dicho. Supliquéle que miéntras se preparaba el socorro me diese licencia por ocho dias para llegarme á Luxemburg á algunos negocios mios; diómela con promesa de que allí se me inviaria todo el despacho que le pedia muy á mi contento, y al cabo el despacho fué mandarme volver á mi gobierno sin dineros ni gente más de lo que habia traido cuando salí dél. Volví á avisarle que le aseguraba de la pérdida del país si no se proveia como le habia significado, y al Conde de Mansfelt lo mesmo. Volvió á mandarme que me partiese á la hora para mi gobierno, porque tenía el mesmo aviso que yo le habia dado. Y así, por obedecer y no perder tiempo en réplicas, me partí habiendo protestado de que mi venida sin dineros ni gente haria más daño que provecho, habiéndose confiado la soldadesca y pueblo de que yo no volveria sin lo necesario para la defensa del país y sustento de la gente. Al fin me vine casi desesperado, solo con mis criados y alguna poca escolta que tomé en Gheldres, hasta el Rin, y le pasé al fuerte de Rees, y metíme en Anholt inviando para mi escolta por gente de mi gobierno, y venida, me fuí á Zutphen. Estando yo allí invió su Alteza al que gobernaba aquella tierra, y al conde Herman, que gobernaba á Deventer, dineros para comprar victuallas por estar aquellas dos tierras desproveidas de ellas. Preguntando en Zutphen al Gobernador la provision que tenía de pólvora, me respondió que la tenía buena, porque habia hallado en la casa donde aloxaba el coronel Tassis una buena cantidad, la cual habia puesto con la demas que habia en la municion. Ordenéle que con toda diligencia se proveyese de faxina y de cestones, y que trabajase de la puerta del Pescado hasta la del Rio, que era por donde el enemigo le podia hacer daño, y sin que él me la pidiese le puse dentro una compañía de infantería más, y hecho esto, me partí para Deventer. En estas dos tierras hubo mucho descontento entre los soldados de verme volver sin dinero ni gente, y yo los consolaba con la promesa de su Alteza. Y habiendo proveido en Deventer, me partí á dar una vuelta á Gruninghen, que es donde más me temia por las causas que he dicho. El enemigo, entre tanto, formó su exército bien sustancial, y no obstante los avisos que yo habia dado á su Alteza desde Gheldres, como el capitan Nicoló Basta, gobernador de ella, puede certificar, y desde Zutphen y Deventer, como el conde Herman y Loqueman pueden decir, que convenia que su Alteza juntase luégo su gente para socorrerme, y no lo hizo hasta que la villa fué sitiada. Habiendo el enemigo tomado ántes el fuerte de la otra parte del rio, que tanta sangre habia costado el sustentarle, inviando soldados mancebos en hábito de mujeres, los cuales, con las armas que llevaban escondidas debaxo de las faldas, le ganaron. Plantó treinta y tres piezas de artillería, y con cada una tiró tres tiros, con los cuales el Gobernador le rindió la tierra. Quexándome yo de él poco despues á su Alteza, que era ya llegado con alguna gente junto al Rin, á una abadía llamada Mariembon, é yendo á visitar el fuerte de Rees, que gobernaba Mons de Rinavel, dixo su Alteza que sabía que Loqueman estaba en Rees, y que habia estado aquel dia en aquel fuerte, que le avisasen que se guardase de parecer delante de él, y que procurase ganar amigos, lo cual habia hecho ántes á mucha costa de los soldados de su regimiento, cobrando el remate de su descuento. Despues de la muerte de su Alteza este gentil-hombre, procurando descargarse ante el Conde de Mansfelt, fué dado por libre sin saber yo el descargo que habia dado. Él, con la gente que salió de aquella tierra, se fué á Deventer, y el conde Herman tomó de ella la que la pareció que le podia ayudar y asistir, inviándome la demas. El enemigo marchó á sitiar á Deventer, plantó su artillería, y batióle terriblemente por la parte que no habia terrapleno; confiándose en el rio de Isel y en un arroyo que hacia foso por toda aquella parte. El Conde se puso á la defensa, donde con un ladrillo de los que volaban de la batería fué herido en el rostro, de que perdió un ojo y á grande peligro de perder el otro. Para dar el asalto hizo venir el enemigo un puente sobre barcas el rio abaxo, y le puso á la punta del arroyo; y aunque nuestra arcabucería mató muchos de los marineros que le guiaban, todavía le pusieron por donde quisieron dar asalto; y pasando á la batería alguna gente, pusieron en ella una bandera, que los nuestros hicieron retirar della fácilmente por no ser asistidos de los demas que estaban ordenados para dar el asalto, hallando dificultad al entrar en el puente, porque de una parte y de otra los bordes eran hechos de tablas, más altos que el puente, y con más seguridad y ménos daño podia estar nuestra gente peleando mano á mano con el enemigo en aquel puesto, que no estar en él sujeta á la furiosa batería que despues de retirada su gente de ella hizo. Herido el Conde y otros capitanes y soldados, comenzaron, contra la voluntad del Conde, á tratar con el enemigo, á quien rindieron la villa no teniendo nueva de ser socorridos. * * * * * Perdidas estas dos plazas, verdaderas puertas de Holanda y país de Utrecht, por donde se habia de acabar la guerra, ó por lo ménos constreñir al rebelde á reconocer á su Rey y señor natural reconciliándose, dió ánimo al enemigo de proseguir adelante contra esta provincia, en que tanto habia trabajado, y tanta gente habia perdido por señorearse de ella, y así procuró pasar adelante; y á requisicion de los mal intencionados de Gruninghen y solicitud del conde Guillermo de Nassao, que ahora es su gobernador, se determinó de irla á sitiar. El conde Federico y yo estábamos en el fuerte de Covorden á la mira, por ver la punta que hacia, y él, por saber que los dos estábamos en aquel fuerte, procuró cerrar la villa ántes que pudiésemos entrar en ella, y con gente suelta caminó dia y noche para este efecto, mas no lo pudo hacer tan secretamente que con tiempo no fuese yo avisado por las espías que tenía en su campo. Resolvíme tambien de partir para allá, caminando toda la noche, y ordené que alguna infantería que tenía en Covorden, pensando que el enemigo la acometeria, me fuese siguiendo. Entramos dentro el Conde y yo con la gente, á tiempo que ya la avanguardia del enemigo se venía acercando á la tierra, y los mal intencionados de ella, viéndola tan vecina, se comenzaron á alterar (que segun los enemigos decian, habian prometido de hacerlo á su llegada), y de otra parte, el Magistrado no solamente no queria recibir en la villa la gente de guerra que yo habia traido, pero ni áun en el burgo. En este tiempo me llegó cierta cantidad de soldados que habia inviado á sacar de algunos fuertezuelos de poca importancia, y estando con alguna pena de ver el refuso que me hacian de recoger la ente en el burgo, y la alteracion de los malos, por no mostrar flaqueza ordené al conde Federico que con la gente que estaba ya recogida y algunos caballos trabase la escaramuza y tuviese los enemigos lo más léxos de la villa que pudiese, sin desarrimarse mucho del foso y muralla della; y miéntras él peleaba fuera, yo negociaba dentro, de manera que echando fuera alguna cantidad de malos, me abrieron el burgo, y así hice retirar al Conde dentro con la gente, porque no se arrepintiesen. La del enemigo padecia, por haber dexado bagaje y victuallas atras, principalmente los ingleses y escoceses, que viniendo á coger lechugas para comer, se llegaban tanto, que desde las murallas mataban los burgeses muchos de ellos. Llegado todo el exército, se metieron en escuadron algo léxos de la villa, pero con todo eso, con un cañon, dos ó tres medios y una culebrina que hacia tirar, recibian tanto daño que luégo se alexaron, cubriéndose de la artillería lo más que pudieron, pero no tanto, que por el daño que se les hacia, el conde Mauricio reculó sus tiendas y parte del exército, y viendo que los malos que eran de su parte no habian salido con su intencion ni cumplido lo que habian prometido, se estuvo quedo en aquel puesto sin hacer mas trinchea ninguna. Yo imaginaba que lo hacia por esperar la artillería y pertrechos que por la mar venian, como fué así, pues dentro de tres dias comenzaron á parecer gran cantidad de velas, en las cuales, segun los avisos que yo tenía, venian sesenta piezas de batir y las municiones y pertrechos necesarios para un largo y gran sitio. Despaché luégo á su Alteza avisándole de lo que pasaba, el cual invió al teniente de caballos de Mons de Assicourt á reconocer, dando siempre esperanzas de querer dar socorro. Y considerando yo que por estar los españoles amotinados en Diest, y otras incomodidades que su Alteza podia tener, no era posible haber tanta gente que pudiese contrastar con el enemigo, escribí que si su Alteza no tenía doce mil infantes, y por lo ménos dos mil caballos, que no pasase el Rin, porque ménos daño era que yo me perdiese, que no que su Alteza se metiese en este peligro. Estando en la muralla de la villa haciendo tirar la artillería á los escuadrones que se mostraban, mandé que la arcabucería cesase y que no tirase sino de cuando en cuando algun arcabuzazo, lo cual fué causa que los jardines vecinos se hinchiesen de soldados enemigos, que era lo que yo pretendia. Viendo esto, hice juntar una cantidad de soldados que estaban en el burgo, que dentro nunca los dexaron entrar en la villa con saltapantanos ni con espadas, sino solamente con dagas; y á Mendo, con cuarenta soldados de mi compañía que habian venido conmigo y estaban en el burgo, que por hacerme gracia los dexaron entrar. Hice abrir la puerta, y ordené á Mendo que con los caballos cerrase con el primero cuerpo de guardia que tenía el enemigo, y que con la asistencia de aquella infantería, que llevaban saltapantanos, fuese cogiendo y matando á los que andaban en los jardines; y él lo efectuó puntualmente, y trayendo algunos presos, los burgeses se los querian matar, y queriéndolos defender los soldados, les dixe que dexasen hacer á los burgeses por tanto más empeñarlos. Dió este pequeño efecto tanto ánimo á los burgeses, que ya tenian al enemigo en poco; no obstante que si él acometiera la villa por dos partes, como era su intencion, con batería formada, nos pusiera en trabajo, aunque no dudo que tuviera su parte dél ántes de ganarla. Mas pareciéndole que no saldría con la empresa fácilmente, se resolvió de ir á tomar los fuertes que estaban en el territorio de Gruninghen, y el principal era Delfezijl, sobre el rio Ems, de más importancia que todos, en el cual habian puesto los de la villa una compañía, de las dos que ellos tenian á su cargo; y ofreciéndolos yo soldados de su Majestad para meter dentro, jamas los quisieron, pretendiendo ser cosa suya, temerosos de que metiendo yo gente en él, no se le volveria despues. Esta plaza está sobre uno de los dos canales que de la mar vienen á la villa, y cuando el Conde de Rhimbergh la ganó, le usurparon ellos, del cual han pretendido siempre ser propietarios, suplicando á su Majestad les hiciese merced dél dándoles la alta justicia; y sobre esto escribió su Majestad que le informasen de ello; yo lo resistí todo cuanto pude, porque era hacer grande agravio á un caballero llamado Ripperdá, cuyo era el lugar donde estaba el fuerte, y él residia en Alemania; y si bien no servia al Rey, ménos al enemigo. El estorbo que yo les hice en esta tan injusta demanda, con otras ocasiones que adelante diré, fueron causa del ódio que despues han tomado conmigo, y de que yo muchas veces con tanta eficacia haya pedido á su Majestad me hiciese merced de sacarme de este gobierno, porque, como he dicho, así me parecia convenir á su real servicio, pues yo no podia forzar á esta gente á que se le hiciesen como debian. Al fin, el enemigo fué sobre el fuerte, y las compañías que estaban dentro se le rindieron, sin esperar batería. En este tiempo su Alteza invió á Mons de Huerpen, que ahora es gobernador de Maestricht, para que se informase de mí, del estado en que estaban las cosas de este gobierno y las del campo enemigo. Oyó la batería que hacia en los fuertes, é informado de lo que habia en la tierra, se volvió. Su Alteza viendo al enemigo ocupado por estas partes, se resolvió de ir á sitiar el fuerte de Nimega á grande instancia que los de aquella villa le hacian para ello. El enemigo, habiendo tomado los fuertes que he dicho, se volvió con su exército hacia Gheldres. Su Alteza me invió á mandar que le fuese á hablar, y fuimos el conde Herman y yo, y llegamos á Nimega el mesmo dia que su Alteza se retiraba del fuerte, por tener órden de su Majestad de ir á Francia. Mandó que el conde Herman se volviese á este gobierno con los burgomaestres y síndicos de Gruninghen, que estaban allí proveyendo de algun dinero para el sustento de la gente de guerra, y á mí, que tomase el exército á mi cargo, lo cual no quise rehusar por las causas que he dicho. Y ántes de su partida se trató de la recuperacion de Zutphen y de asegurar la villa de Nimega, que á mi parecer, segun le propuse, se podia hacer, ya que no queria dexar guarnicion dentro, pues podia; que atrincheando hacia la puerta que va á Mozza, en aquel alto se podian poner dos ó tres mil hombres, ofreciéndome de quedar con ellos. Parecióle bien esto, pero tratándolo con otros se mudó, y sin dar otra órden, no obstante que los buenos de aquella villa andaban dando voces por las calles diciendo que quedaban perdidos y vendidos, se partió para Francia, y á mí me invió al exército, dexándome ordenado que deshiciese la fortificacion que Camilo Archini habia hecho en Midelver, y el fuerte que Mons de Rinavelt guardaba enfrente de la villa de Rees, necesarísimo para el paso en Frisa. Maravillábame yo de que estando la villa de Nimega en tanto peligro mandase romper estos fuertes, que en parte la tenian sujeta, y así no obedecí al primero mandato, ni ménos al segundo, pero con el tercero y el cuarto fué fuerza hacerlo. Y así no hubo su Alteza partido, cuando los de aquella villa comenzaron á tratar con el enemigo, y él á marchar con alguna gente hacia ella el rio arriba. Entendiendo esto, me partí para allá con alguna caballería é infantería. La gente del enemigo hizo alto hácia Til, y yo en Mozza, y aquí me resolví de ir con alguna parte de mi gente á la villa, y contra la opinion de Nicoló Basta y de otros capitanes que iban conmigo, entré dentro con dos compañías de caballos, dexando los demas fuera; hice convocar al Magistrado en casa de Mons de Guilein, gobernador de la tierra, proponiéndoles que, si la querian asegurar, recibiesen más gente de guerra dentro, que allí la tenía para dársela tal como ellos la quisiesen, lo cual les ofrecí tres veces y todas me lo negaron. Y así, vista su resolucion, me volví á salir y fuí á Midelvert, adonde junté gran cantidad de villanos de alrededor para desmantelarle, como su Alteza me habia mandado, y á Mons de Rinavelt avisé que hiciese lo mesmo del de Rees, llevando la artillería y municiones el rio arriba, á Rhymbergh, donde hoy está. Yo andaba con el exército buscando de comer donde lo podia hallar, por padecer necesidad así la caballería como la infantería, que con esta comodidad me han dado siempre los cargos, y estando entre Mastricht y Riuermunde, tuve aviso que el conde Mauricio marchaba con su exército hacia Nimega. Y por hacer lo que pudiese y que no se me diese culpa, escogí de todo el exército de dos á tres mil hombres sueltos, y aunque los dos regimientos de alemanes, de los condes de Barlaymont y Arembergh, andaban descontentos dias habia, jurando de no tornar á pasar la Mosa hacia Bravante sin ser pagados, todavía con promesa que les hice de que los volveria al mesmo puesto, la pasaron á Venló, por donde caminé por más seguridad mia, que tomando el camino de Mozza iba en gran peligro de perderme, por estar ya el conde Mauricio al rededor de la villa de Nimega. Consideré que ya que aquella villa se hubiese perdido, ó no me quisiesen admitir dentro con la gente que llevaba, por lo ménos aseguraria la de Grave, que es de tanta importancia, y estaba tambien en peligro por estar ausente Mateo de Castelo, gobernador de ella, y haber poca guarnicion dentro; y así me fuí allá, avisando por todas las vias posibles al Gobernador de Nimega que yo estaba allí para meterme con él, y que con la gente de guerra que tenía tomase una puerta, y que avisándome haberlo hecho, á la hora yo caminaria con la gente rio arriba, por ser camino secreto y cubierto. Mas los de la villa, como superiores de la gente del Rey que estaba dentro se apoderaron de las puertas, y dixeron al Gobernador que ni él ni ningun soldado del Rey se llegase á ellas, porque le harian pedazos; y en esto iban tratando con el enemigo. Como supe lo que pasaba, tuve la villa por perdida, y así me resolví de asegurar la de Grave; y habiendo tenido aviso de la gente de guerra que estaba dentro, de que los burgeses no andaban bien, y que eran superiores de ellos, hice caminar á la infantetía que habia traido conmigo hacia allá, y adelantándome un poco, hice venir los burgomaestres á la puerta, á los cuales propuse que valdría mas meter aquella infantería dentro, que no que anduviese por aquella campaña haciendo daño, prometiéndolos de entretenerla sin daño de la tierra. Respondiéronme que lo tratarian con sus burgeses, pero que temian que no lo podrian alcanzar, por haberles prometido otros lo mesmo y no cumplido. Entraron dentro y volvieron con resolucion de que en ninguna manera los burgeses querian que entrasen, y que si yo lo intentaba se alterarian y tomarian las armas. Y estando ya asegurado de los soldados que estaban de guardia á la puerta, hice que detuviesen fuera á los burgomaestres; púseme delante de los soldados, y ordené que sin tocar atambor me siguiesen todos, y así entré dentro sin estorbo ninguno hasta el castillo, donde puse los alemanes, y las demas naciones, como italianos, irlandeses y valones, repartí en los hospitales, cuerpos de guardia y en algunas casas vacías, sin permitir que soldado entrase donde hubiese burges. Ayudóme á dar á esta gente victuallas de pan, queso y cerveza un comisario de victuallas llamado Romade Robertin, en lo cual se empleó como bueno y fiel servidor que es de su Majestad. Supe despues de algunos enemigos que he tenido en prision, hombres que podian saber el secreto de su exército, que si yo no entrára, la villa estaba ya concertada con el enemigo; á lo ménos puedo asegurar que si no era así, estaba en este peligro. Pocos dias despues llegó de la otra parte del rio Mons de Guilein, con toda la gente de guerra que estaba en Nimega, la cual se habia rendido al enemigo sin su voluntad, de que el pobre caballero, como muy fiel á su Majestad, venía con tanta angustia y pena, que temí muriera allí, de que le dió una enfermedad que le duró muchos meses. Al fin los inconvenientes vienen las más veces por negligencia y descuido de otros, y los semejantes lo vienen á lastar y padecer. Alojé aquella gente tambien dentro, por no perderla fuera, dándola la misma comodidad que á la demas, y pocos dias despues llegó Mateo de Castelo, que venía de Tornay, donde tenía su mujer. Habiendo el conde Mauricio dado órden en la villa de Nimega, se retiró; y queriendo yo hacer lo mesmo, dixe al Gobernador que pidiese la gente de guerra de que tenía necesidad, que yo se la dexaria, y que me espantaba de que habiendo tanta artillería dentro de la tierra, tenía tan poca pólvora; y era tal, que me habia sido fuerza refinarla á mi costa miéntras estuve allí; advirtiéndole de los medios por donde se podia proveer de ella suficientemente. Dexéle algunas compañías de italianos, que me pidió y nombró, y volvíme adonde habia dexado el exército. Y su Alteza, para el viaje de Francia, que áun no era partido, invió por la mayor parte de la gente de él, y la llevó el Maestre de Campo D. Gaston Espinola, si bien los dos regimientos de alemanes altos se alteraron del todo, y se alojaron á su gusto entre Mastricht y Liexa. Y en esta sazon mandó su Alteza al duque Mauricio de Saxa levantar un regimiento de infantería alemana en esta provincia de Linghen, y él juntó la gente suficientemente; destruyó el país, y los de él llevaron el regimiento hacia Colonia, haciendo mucho mal por donde pasaba, y así se deshizo de sí mesmo. El Duque, los capitanes y reliquias de él, sabiendo que yo estaba en Mastricht, me fueron á hablar, y en virtud de una carta que su Alteza habia escrito al Duque, me pidieron alojamiento y entretenimiento. Respondíle que su Alteza entendia que habiendo pasado muestra se juntase con el exército que yo gobernaba, y que él no la habia pasado, que el exército era ido á Bravante, y así yo no podia cumplir lo que me pedia; que haria bien en ir á hablar á su Alteza, pues yo no podia mandar en aquel país, y así lo hizo. Sabe Dios las causas por que este regimiento se deshizo y no pasó muestra, y lo mesmo el del duque Francisco, su hermano, que asimesmo se levantó en este país, y en él tambien se deshizo, siendo ambos muy necesarios para el servicio de su Majestad. En el tiempo que se levantaron se perdió el dinero del Rey, destruyóse el país, perdióse el teniente coronel Teseling, y no hicieron otro efecto. Partido su Alteza para Francia, escribí al Conde de Mansfelt, que en su lugar gobernaba, suplicándole que fuese servido de proveerme algun dinero para la gente de guerra de mi gobierno, porque me queria volver á él. Mandóme venir por el dinero á Brusélas, y así fuí, donde estuve algunos meses solicitándolo sin poderlo alcanzar. En este tiempo sucedió la muerte del Duque de Cleves, y siendo necesario inviar de parte de su Majestad á su enterramiento, y á poner una persona en el gobierno de Gheldres, aunque para ambas cosas yo era poco suficiente, me mandó su Excelencia que lo hiciese, sin darme ninguna comodidad para mi gobierno, ni áun para el ajeno, y la que me dió para mi viaje apénas bastaba para pagar la escolta de Brusélas á Namur, que entónces este camino estaba muy peligroso. Tambien me ordenó que acabado aquel servicio me volviese á la villa de Mastricht, que por ser de tanta importancia convenia que una persona de recaudo estuviese en ella, por haber llevado su Alteza consigo á Francia al Gobernador. Pasando por esta villa para el viaje que he dicho, avisé al capitan Limburg, que la gobernaba, que estuviese con cuidado, porque sabía que el enemigo queria dar una escalada á aquella tierra, ordenándole que en sabiendo que el enemigo estaba en campaña, estuviese él con toda la gente de guerra á las murallas todas las noches, y que de dia doblase las guardias á las puertas. El conde Mauricio vino y dió la escalada, y fué ventura no ganarla. El capitan, descuidado demasiado, por más que fué avisado del Gobernador de Wert que el enemigo marchaba, y por no haber dado parte al magistrado de este aviso, vino en ódio de aquel pueblo, el cual, á mi vuelta allí, me solicitaba mucho que le castigase por algunos indicios que tenian de no ser fiel, á mi parecer no bastantes para quitar la vida y la honra á un soldado que, desde el principio de esta guerra, habia yo visto servir á su Majestad bien y fielmente. Poco despues de esto vino de Francia el Gobernador, y yo me volví á Gheldres. Los de la villa de Mastricht procedieron contra el Limburg para echarle de ella, y así vino aquí con el regimiento del Príncipe de Simay y sirvió como muy honrado soldado hasta la muerte. Con todo esto, fuí caminando dia y noche por ser el tiempo corto, y con gran peligro llegué á tiempo. Hice lo que se me mandó, asistiendo al entierro y exequias del Duque, de que puntualmente advertí á su Excelencia, y embarcándome el rio abaxo, me fuí al país de Gheldres, adonde gasté mucho más de lo que tenía. * * * * * Venida la primavera, el enemigo formaba su exército, y avisé de ello, y de que sin ninguna duda daria sobre mi gobierno; y con todos los avisos que dí y la solicitud grande que hice, jamas pude alcanzar asistencia con efecto, sino en promesas. Ya era vuelto su Alteza de Francia, y mandándome volver de Gheldres á mi gobierno, lo hice luégo con la mesma ayuda y provision que ántes me habia dado. Y no hube llegado, cuando entendiendo que el enemigo queria acometer la villa de Steenvick ó Covorden, donde me puse por estar en medio de todo el gobierno, aunque no estaba tan bien proveida como la de Steenvick, que tenía á cargo el teniente coronel de Mons de la Mota con más de mil soldados, la flor de la gente de guerra que el Rey tenía en esta provincia; y él, por su valor y prudencia suficiente para aquello y para mucho más, y con su diligencia y ayuda de los vecinos y soldados de dentro, la habia reparado lo mejor que se pudo; que fortificarla como era menester no se podia hacer por causa del sitio, en mucho tiempo. Acertó á estar en aquella villa Mons de Guaterdich, gobernador de Santa Gertruidemberg, que habia venido allí para cierta empresa que el Rey nuestro señor mandó que se hiciese por Pedro Rans, criado suyo; y aunque se conoció ser engaño y trato doble, este caballero, por tener valor y deseo de servir á su Majestad, sabiendo que el campo enemigo marchaba hácia allí, se quedó dentro queriendo hallarse en aquel sitio. Llegó el enemigo con exército y aparato real, y cuando yo supe que caminaba, importunaba con grande diligencia á su Alteza, que estaba en Aspá tomando la agua, y al Conde á Brusélas, por el socorro; y viendo que se tardaba, procuré, con la poca gente que tenía, aumentar la guarnicion de la tierra, é invié al capitan Sante con alguna gente y el dinero con que me hallaba; el cual hizo tan buena diligencia, y se gobernó de manera que por mucho cuidado que el enemigo tenía y más hacia para estorbar el socorro, entró dentro sin ninguna pérdida. El enemigo, despues de haber hecho sus trincheas, las cuales no pudo hacer sin que las salidas que hizo Mons de la Cocquela le hiciesen daño, hasta tomarle banderas que tenía en ellas, y plantó su artillería en dos partes, en cada una puso treinta piezas, y otras dos en otra parte, que batian un molino que se habia hecho para meter agua en el foso. Comenzó su batería desde las cinco de la mañana hasta las de la tarde, la más terrible que se ha visto en esta guerra; y pareciéndole que habia hecho batería para dar asalto, puso todo su exército en escuadron, y reconociendo las baterías con tres capitanes que fueron á ello, el uno fué muerto al borde del foso, y hallando haber hecho poco efecto, y estarse la estacada entera y bien guarnecida de mosquetería y arcabucería, se retiraron por aquella noche á sus cuarteles, y luégo comenzaron á cegar el foso y á arrimarse con la zapa á la muralla por tres partes, é hicieron dos minas, habiendo batido un torreon de la puerta que estaba á cargo del capitan Bartolomé Sanchez. Nunca yo cesaba de solicitar el socorro viendo la grande ocasion que el enemigo daba para deshacerle parte de su exército si yo tuviera gente para ello. Tenía aloxada su caballería léxos de su infantería, y donde tomándole un puente que no estaba guardado, y rompiéndole, no podian socorrer su infantería, y en el alojamiento no habia sino una calle por donde la caballería podia salir, por ser todo lo demas pantanos, donde la infantería podia hacer grande efecto sin daño de la caballería. A tener yo infantería suficiente, con ayuda de Dios, poca ó ninguna de ella se me escapára, y perdida ésta, la villa fuera socorrida, y por lo ménos el enemigo no podia retirar su artillería por se haber secado el rio por donde la habia traido, de tal suerte que con el tiempo que hacia, de ninguna manera se podia navegar por él. El enemigo, continuando su zapa y mina fuera de ella, habia hecho dos castillos de madera, uno mayor que otro, hechos con gonces y tornillos, de modo que juntando las piezas en parte segura con ruedas y otros artificios, los llevaban enteros donde querian, y eran hechos de arte, que en diversos suelos que tenían, podia estar mucha gente de guerra segura de arcabucería y mosquetería; de donde, descubriendo no solamente el terrapleno, mas las calles y casas, hacian mucho daño. Viendo esto Mons de la Cocquela, puso dos piezas de artillería detras de una casa, con las cuales, batiendo el mayor, le hizo inútil, y del otro se recibia poco daño. Ya estaban los enemigos tan adelante en el terrapleno, que se hallaban con los nuestros pica á pica sin osar dar asalto, y por hacerlos más daño, el enemigo hacia tocar diversas armas falsas, teniendo asestada toda su artillería; y poniéndose los nuestros á la defensa, creyendo que era asalto, hacia grande efecto en ellos. Viendo yo que el socorro tardaba, y conociendo el peligro de perderse en que estaba la tierra, y que no habia mejor remedio para estorbar la pérdida, ó por lo ménos dilatarla esperando el socorro, que meter más gente dentro y proveerla de pólvora, de que comenzaban á tener falta, avisé al conde Herman, que estaba en Gruninghen, que de su parte inviase alguna gente con sacos de pólvora, y que yo tambien inviaria por la mia; y que señalando el dia, hora y lugar donde se habian de juntar, procurasen entrar dentro. Despues que el capitan Sante entró con aquel socorro, los enemigos hicieron en aquella parte algunos fuertes; y aunque el sitio era aguanoso, no dexaban de noche de entrar y salir avisos entre fuerte y fuerte, y esta gente llevaba órden de hacer el mesmo viaje, y con las guías que les habia dado fueron, y la cabeza que yo habia inviado con la gente entró dentro, y el que el Conde por su parte, ó cansado ó perdido de ánimo, estando á tiro de piedra del lugar, por haber tocado los fuertes arma, se retiró, siguiéndole de cuarenta á cincuenta soldados; que los más de ellos, venido el dia, se perdieron, y él tuvo ánimo y fuerzas para volver seis leguas atras, faltándole para ir un tiro de piedra adelante. Este mesmo dia habian comenzado los nuestros á tratar con el enemigo, el cual, habiendo hecho dos minas y alojado su gente por el terrapleno, por no tener por aquella parte traves ninguno que se lo estorbase, dió fuego á las minas, que nos fueron de poco daño, ántes la una de ellas, estando enterrado un torreon de la villa junto á ella, resistiendo, reventó hácia los enemigos, en los cuales hizo mucho estrago. Dieron con todo esto su asalto por tres partes, reforzándole de gente cinco veces, y duró desde las ocho de la mañana hasta las seis de la tarde, perdiéndose mucha gente de ambas partes. Entre los nuestros murieron tres capitanes, el conde Luis, hermano del conde Herman, el capitan Biondel, del regimiento de Mons de la Mota, y el capitan Hessel, de mi regimiento, y el conde Mauricio salió herido de un arcabuzazo en el rostro. Al fin, viendo los nuestros que no habia nueva de socorro, y que los enemigos estaban tan adelante en el terrapleno, muchos de los nuestros heridos, y todos generalmente cansadísimos del trabajo y pelear, tornaron á parlamentear con el enemigo, á quien al cabo rindieron la tierra, y uno de los artículos fué que saliesen de este país, pasasen el Rin, y en seis meses no pudiesen volver á él. Cosa mal á propósito para el servicio del Rey, por ser la gente tan buena, como he dicho, y hallarme con poca esperanza de haber otra para resistir al enemigo. Avisé de todo á su Alteza á Aspá, y al Conde de Mansfelt á Brusélas, suplicándoles me socorriesen, advirtiéndolos de que el enemigo quedaba tan mal tratado, que en mes y medio no se podia rehacer para salir en campaña, porque se decia haber perdido más de dos mil hombres. Bien tardó todo el tiempo que he dicho en refrescar su gente y en rehacerla. Ya que esos señores no procuraron el socorro con tiempo, perdido el que el enemigo no estuvo en campaña y el que estuvo en rehacerse, bien pudieran de haber sido servidos de darle cuando se le pedí, inviándome, como he dicho, que sin duda se hubiera excusado lo que despues ha sucedido. Al fin importuné tanto á su Alteza y á su Excelencia, que resolvieron de inviarme socorro, y entre tanto el enemigo, habiendo rehecho su exército, marchaba hácia Covorden. Y habiendo proveido de artillería, municiones y gente, dexé al conde Federico dentro y me fuí á Grol á aguardar el socorro, teniendo aviso que marchaba. El enemigo vino y sitió el burgo de Covorden, y dexando el Mauricio al conde Guillermo, su primo, sobre aquel sitio, se partió con parte del exército y artillería á sitiar la villa de Oetmarsum; y vino tan repentinamente sobre ella, que Mendo, que estaba dentro con mi compañía, habiéndole dado órden de no dexarse encerrar, hubo de pasar por medio de los enemigos para salvarse con la compañía y meterse en Oldenzel, dexando dentro otra de mi regimiento. El conde Mauricio hizo sus trincheas, y plantando la artillería, mataron los nuestros á Mons de Fama, general de ella; y despues de haber batido, se le rindió la tierra con los mesmos pactos que la de Steenvick. Miéntras él estaba en aquel sitio, su primo se acercaba al burgo de Covorden, el cual no tenía más fortificacion que una trinchea simple, defendióle el conde Federico algunos dias hasta que volvió el Mauricio del sitio de Oetmarsum; y una vez estuvieron los enemigos dentro del burgo, y los nuestros los tornaron á echar fuera; pero viendo el Conde que al cabo no le podia defender, le quemó y se retiró al fuerte hácia donde el enemigo caminó con sus trincheas; y conociendo que era una masa de tierra, y que su artillería, por mucha que era, podia hacer poco efecto, se puso á ganarle por zapa, sangrando primero el foso, que era grande, aunque no muy hondo; y con cierto ingenio que usan los marineros, sacaban la agua apriesa. Hizo tambien dos plataformas que abrazaban los dos baluartes, de donde tiraba á las defensas haciendo daño. Yo, confiando en el socorro que se me prometia, aunque habia puesto dentro mucha gente más de la que se suele poner en semejantes fuertes, hice apear parte de la compañía de don Sancho de Leiva y parte de la mia, y á mi alférez con ellos, y los metí dentro pareciéndome que siendo españoles ayudarian mucho al Conde. El enemigo hizo algunos fuertes, habiendo el Conde hecho una salida sobre ellos; y haciendo uno bien cerca de la tierra, el Conde le batió con su artillería desde el fuerte, y los que estaban dentro fueron tan hombres, que aunque los hacia grandísimo daño por no estar en defensa, nunca se movieron. Mandó el Conde salir del fuerte una buena tropa de soldados para darle asalto, y diéronsele, y los de dentro se defendieron muy valerosamente, pero al fin quedando muy pocos de ellos vivos, y viniéndoles socorros de sus cuarteles, los nuestros, por no ser cortados entre los dos fuertes, se retiraron. Murieron allí dos alférez de mi regimiento, Juan Lopez, español, y Mons de Ruylle, valon, que lo era de mi compañía coronela, ambos muy valientes soldados. Hechas las plataformas, comenzó el enemigo á henchir el foso (hacen esto con mucha maña y presteza), y en este tiempo me llegó el socorro á Grol, á cargo de Mons de la Capela, con su regimiento de Liejeses, el tercio de D. Gaston y el de irlandeses de Mons Stenley, que todos juntos no pasaban de ochocientos soldados, y algunas compañías de caballos á cargo de D. Alfonso de Avalos, hermano del Marqués del Guasto, que cierto no llegaban á cien caballos por tener las compañías muy faltas de gente, tanto que me acuerdo haber pasado una delante de mí con dos arcabuceros delante de avanguardia, tres lanzas de batalla, tres mujeres y un clérigo de retroguardia, sin tener más soldados que éstos, y todo este buen socorro, sin un real, ni ménos yo le tenía. Viendo la sustancia de esta asistencia, y temiendo que si poniala gente en los casales, el enemigo los podria degollar fácilmente, me resolví de meterlos todos en la villa de Grol, por evitar este inconveniente, que sin falta sucediera como digo, y con ser la tierra pequeña y de ruines casas, ellos y la guarnicion ordinaria estaban cubiertos. Y por más entretener al enemigo en el sitio de Covorden, despaché luégo para entrar dentro algunos valones del regimiento de Mons de la Capela con un capitan suyo, y díle tan buena guía, y él lo hizo tan bien, que entró dentro con mucho peligro, y avisando el de la Capela á su Alteza y á su Excelencia particularmente de la gente que habia traido aquí, las cartas se perdieron en el camino y vinieron á manos del conde Mauricio, y él las envió al conde Federico dentro con un trompeta, para que viese el socorro que habia venido. Él respondió que aunque no viniese otro socorro, que esperaba con el de Dios defender la plaza. Tambien escribia yo muy á menudo, suplicando que el socorro fuese tal que pudiese ser bastante, porque aquél no lo era. Tratando yo un dia con algunos capitanes del tercio de D. Gaston, de que holgára que estuvieran dentro del fuerte algunos capitanes más de los que habia, se ofreció de su buena voluntad el capitan Jerónimo de Oria, genovés, caballero de mucha virtud y valor, que él iria, y procuraria entrar ó perderse. Y yo se lo agradecí como á quien él es y el caso requeria; fué con algunos soldados amigos suyos, y con tener guardia el enemigo por aquella parte, pasó como un rayo rompiendo por ella y entró dentro. Su Alteza me escribia que me inviaria socorro suficiente, que así lo habia ordenado y podia hacer porque tenía mucha y muy buena gente en Aspá para su guardia, y grande suma de dinero que le habia venido de España. Invió al fin el socorro á cargo de D. Alonso de Mendoza, con su tercio de infantería española y una buena cantidad de caballería, y con esto y lo que acá estaba, se pudiera socorrer el fuerte si viniera á tiempo y con medios, porque aunque vino con él un oficial del pagador, no traxo un real consigo, ántes me dixo que le habia faltado para cumplir con algunas compañías españolas, de una paga que se les habia dado en Bravante, pero que de Colonia habia de venir cierta suma. Vino esta gente cuando ya el enemigo habia cegado el foso del fuerte, y por una cortina de un baluarte se habia metido dentro, arrancando los árboles de que estaba vestida, con ingenios de tornos. Alojóse dentro de él y minándole sin podérselo estorbar, porque siendo las cortinas cortas, los traveses de los baluartes hacian poco efecto, y las dos plataformas tambien impedian que no se pudiesen valer de ellas, porque tiraban continuamente allí cruzando su batería; acertó á ser el baluarte más fuerte de los cinco que el fuerte tenía, y así el Conde le cortó, desamparando la mayor parte de él, comenzando á hacer una retirada, hácia una plataforma del fuerte, por la cocina de una casa, hasta lo que habia cortado del baluarte, que tambien hacia traves como la plataforma. Y sabiendo yo por las espías que tenía en el campo del enemigo, el estado en que estaban las cosas de él, daba priesa al Maestre de Campo D. Alonso de Mendoza que caminase é hiciese diligencia, y él la hizo, y sabiendo que estaba cerca, tomé la avanguardia con la gente que acá estaba, para informarme de más cerca de cómo se podia socorrer. Llegando el Maestre de Campo y sabiendo que yo me habia partido, me siguió con mucha presteza, aunque llovia y hacia mal tiempo. Juntámonos en Ulsen, lugar del condado de Benthen, y otro dia marchamos juntos á Denichum, tambien lugar del mesmo condado, una buena hora de camino de Covorden. Este fuerte de Covorden está en un sitio fuertísimo, que de todas partes le cercan pantanos y turbales inaccesibles la mayor parte del año; solamente hay un paso arenisco y duro debaxo, pero siempre con agua, y dura ántes que se llegue al fuerte y despues á la entrada de él, adentro, una pequeña hora de camino, paso hecho á posta para las barcas de una provincia á otra, que esto significa el nombre Covorden; hay tres ó cuatro arroyos que salen de estos pantanos y turbales, y todos vienen á dar al fuerte, y de ello se hace un rio, que va por unos grandes prados á entrar en el rio Vecht. Pocos dias ántes que nosotros llegásemos á Denichum, habia venido el Conde Holac con un regimiento nuevo y alguna otra gente, á juntarse con el Mauricio; y queriendo estar apartado de él, se alojó entre Denichum y su campo, pero más cerca de él que de nosotros, donde se habia fortificado; mas sabiendo que el socorro venía, habia dexado aquel puesto y tomado otro. La metad de la fortificacion estaba delante del rio que viene de Covorden, y la metad detras, y tambien dexó éste como supo que éramos partidos de Oldenzel; y luégo tomó otro mucho más fuerte que los dos, acercándose al cuartel del Mauricio, adonde se fortificó con grandísima priesa, como tambien lo estaba el Mauricio en su cuartel, y fuera de esto, así por aquel paso de agua que he dicho, como por otras partes por donde podiamos pasar, habia ya hecho buenos fuertes, y reparar y doblar las trincheas, tanto contra nosotros, como contra el fuerte. Traia conmigo tres piecezuelas de campaña, con las cuales hice señal al Conde de mi venida, y por no perder tiempo, invié alguna caballería á tomar lengua por aquella parte donde estaba el Conde Holac; y por los pantanos invié dos capitanes, uno italiano y otro español, porque mi intencion era, ya que se podia caminar por ellos, que con toda la infantería se llegase por aquella parte, lo más cerca del fuerte que se pudiese, como no fuesen sentidos, y con la caballería tocarles arma la mayor que fuese posible, y que la infantería estuviese hecha alto y que en oyendo esta arma arremetiese á las trincheas, y ganándolas, no dudaba de ganarse las plataformas y echar los enemigos fuera del burgo, que áun todavía estaban atrincheados. Considerando yo que tocando arma al cuartel del Holac, el Mauricio viniera del suyo al socorro, como despues hizo, y que entónces nuestra infantería hubiera hecho el efecto que he dicho facilísimamente, por estar el cuartel del Holac media hora de camino hasta las trincheas. Los dos capitanes fueron á reconocer el paso para guiar la infantería, y de enmedio del camino se volvieron sin reconocerle, echando la culpa el italiano al español, diciendo que no habia querido pasar adelante, y que él no queria ser más prudente ni valiente que el otro. Hicieron una gran falta al servicio del Rey, que con el favor de Dios, rompiéramos al enemigo, porque parte de su exército estaba fuera á traer victuallas, que padecia de ellas por estar léxos de sus tierras; tambien padeciamos nosotros, más por falta de dinero que de victuallas, que muchas nos venian; pero los soldados de este gobierno y los demas que habian venido con el Maestre de Campo D. Alonso de Mendoza, salvo los de su tercio, dexaban sus banderas por ir á buscar de comer, y á no estar el enemigo ocupado en sus fuertes y trincheas, como lo estaba, él hiciera suerte en nosotros. Visto lo que los dos capitanes habian hecho, ó no habian hecho, nos resolvimos de acometer el cuartel del Holac, escogiendo de las naciones que allí habia mil soldados que fuesen de avanguardia, y que tras ellos fuese la demas infantería y la siguiese toda la demas caballería, con intencion de que los mil soldados acometiesen los primeros, y ganando las trincheas, la demas infantería se pusiese en escuadron dentro del cuartel, y que toda la caballería encubierta en un bosque, que estaba junto al cuartel del Holac, esperase á la gente que viniese al socorro del cuartel, del Mauricio. Tambien se ordenó que no se tocase arma hasta que se pelease mano á mano con el enemigo; habiéndolos dado una guía para mostrarles por donde entraban y salian los carros de aquella fortificacion, no habiendo puerta ni trinchea en aquel paso. Cuando llegaron estos mil soldados al cuartel donde habia estado poco ántes el Holac, creyeron que se iban huyendo y diéronse priesa á caminar tras él; á los que llevaban la guía, con la mucha que iban y la arma que tocaron, se les escapó de las manos, que fué causa de que no se acertó lo que pretendiamos. La gente se derramó por aquellas trincheas, acometiéndolas por diversas partes, y el enemigo que estaba en ellas, por haber tocado arma tan temprano, las defendia valerosamente. Mataron luégo al capitan D. Juan de Bivanco que iba en la avanguardia, y á otro capitan aleman del regimiento del Conde de Barlaymont, que habiendo entrado dentro con algunos soldados y no siguiéndole los demas, le mataron con los que con él habian entrado. Ya era llegado el Mauricio con el socorro, y el dia aclaraba, y temiéndome de lo que sucedió, habia hecho adelantar la caballería para dar calor á la infantería, y si sucediese mal, poderla retirar más seguramente. La artillería de sus trincheas nos comenzó á hacer gran daño, y con los unos y con los otros, tuve trabajo en recoger y retirar la infantería, viendo que miéntras más se estaba allí era más perder. Al pasar del rio puse alguna infantería en las trincheas que el Holac habia dexado, por si el enemigo nos cargase. Volvimos al cuartel siempre con cuidado, porque no nos acometiese el Mauricio á la retroguardia, que toda la gente de su exército, salvo la que estaba en las trincheas, habia ya acudido allí. Debieron de morir aquel dia, de los nuestros, cien hombres de la infantería, de todas naciones, que no fué mucho segun jugaba la artillería y arcabucería del enemigo. Otro dia, por no mostrar flaqueza, me fuí á presentar con el exército junto á Covorden, enfrente del cuartel del Mauricio, llamándole con la mayor parte de las trompetas que tenía, á batalla, pero ni quiso darla, ni ménos trabar escaramuza, y yo lo deseaba por ver si le podria sacar de sus trincheas y pelear con él; visto que no queria, me volví al cuartel, habiéndome mostrado á los de Covorden para darles ánimo. Despues de esto fuí á reconocer el paso de Scherembergh, pensando pasar por allí á la Drent y tentar por aquella parte el camino de Gruninghen, y no fué posible con llevar los caballos á mano. El teniente Mendo que iba delante se empantanó de manera que ni él ni su caballo podian salir del pantano. En este tiempo habia llegado el conde Herman á juntarse con nosotros, con la gente que habia sacado de aquel país; y su hermano, que estaba dentro del fuerte, viendo que no le podiamos socorrer, y que el enemigo le habia minado la mayor parte del baluarte que él habia cortado, se rindió con muy honrados pactos que el enemigo le concedió por hallarse apretadísimo de victuallas; y si el socorro, como vino á lo último me viniera al principio, cuando el otro, con las comodidades que en tales casos se requiere, el fuerte se socorriera sin ninguna duda, y el Mauricio y su exército estaban en gran peligro de perderse ó recebir un notable daño. Mas al fin las victorias vienen de Dios y él las da á quien es servido, pero tambien es necesario que los hombres se ayuden y provean de su parte sin dexar tales cosas á la ventura. Cuando vino Mons de la Capela con aquel socorro, el tiempo era seco y por todas partes se podia caminar, lo que no se podia hacer en el que vino D. Alonso de Mendoza, que era de otoño, y con las aguas de él, se habia hecho dificultoso lo que ántes era fácil. * * * * * Sabida la rendicion del fuerte, volví á inviar con gran diligencia al conde Herman con la gente que habia traido á Gruninghen por la Bretanga, que era el camino por donde habia venido, y yo me fuí con la demas gente al villaje de Velthusen, lugar del Conde de Benthem, y allí estuve algunos dias para ver lo que el enemigo queria hacer; donde la gente de guerra que habia venido con Mons de la Capela me pedian la paga, que les escribian de Bravante haber inviado para ellos, y decian que yo habia recibido, lo cual era falso; y los que más me apretaron con poca modestia, fueron los italianos del tercio de D. Gaston, diciéndome que su maestre de campo los habia escrito que yo tenía su dinero. De estas y semejantes caridades se me han hecho muchas en esa Córte, y sus inventores no me han sido de poco trabajo y estorbo al servicio de su Majestad, siendo causa de que los soldados pierdan el respeto, sin el cual no pueden ser bien gobernados. Habiendo el enemigo proveido y reparado el fuerte, retiró su artillería y exército hácia Svol; y yo, habiendo comido y forrajeado los contornos del cuartel adonde estaba, me fuí al villaje de Geelhusem, junto al castillo de Benthem, adonde los alemanes de los regimientos de los dos condes de Arambergh y Barlaymont se alteraron, tocaron sus caxas, y sin ninguna licencia, ni capitanes, ni oficiales, marcharon para volverse á Bravante; yo fuí tras ellos, y con todas las buenas obras y palabras que podia, les rogaba se quedasen á lo ménos miéntras el enemigo estaba todo junto y no muy léxos de nosotros, y que podria ser que él nos vendria á buscar, ó nos daria ocasion de buscarle á él; por aquella noche se quedaron donde yo los alcancé, y otro dia siguieron su camino sin poderlos detener, por más ruegos que D. Alonso y yo les haciamos, y con ellos se fueron algunos que tenian tan poca gana de quedarse como ellos. Pocos dias despues me vinieron de Colonia quince mil escudos, los cuales se dieron á la gente de guerra que Mons de la Capela habia traido consigo, que así vino ordenado de la Córte, y no solamente mandaban que se diese de aquello la paga á los coroneles que estaban ausentes, pero una buena suma de dinero más, sin que viniese un real para los que estaban presentes sirviendo, ni ménos para sus soldados. Recibido este dinero, tambien pretendieron ellos partirse. Todavía estaba el enemigo junto, llegándose lo más cerca que podia al paso por donde esta gente habia de pasar, con intencion de que ya que los alemanes y los que fueron con ellos, por buena diligencia que habian hecho, se le habian escapado, no se le escapasen estos que quedaban. Don Alonso hizo una vez punta de partirse, adelantándose un poco con esta gente, lo cual entendido por el Mauricio, caminó á la ligera á encontrarlos; tuve yo aviso de ello, y advertí á D. Alonso que se volviese, porque corria peligro. Y como el conde Mauricio marchó á la ligera sin victuallas, y por el mal tiempo que hacia de agua, su gente padecia y murmuraba, temiendo no le perdiesen el respeto, deshizo su campo enviándolos á sus guarniciones. Entónces pudo D. Alonso seguramente hacer su viaje como le hizo, y en este tiempo vino aquí Robertin, comisario de victuallas, y ha sonado que venía con alguna comodidad para asistirnos de victuallas al socorro de Covorden, que aunque viniera seis semanas ántes, viniera tarde para ello. Retirada la gente en Bravante, los de la villa de Gruninghen, segun me informaban personas fidedignas y otras que inviaba á la Haya á saber lo que pasaba, trataban con el enemigo, sino el cuerpo todo junto del Magistrado y la burgesia, á lo ménos grande parte de unos y de otros, de que avisaba muchas veces al Magistrado y al conde Herman, que estaba en la villa; y como cada dia crecian estas nuevas, me resolví de ir allá en tiempo de una grande helada, y llevé conmigo cantidad de gente de guerra y pólvora. Los malos, como entendieron que yo sabía su trato, viéndome venir de improviso, y con gente de guerra, pusieron todo el estorbo que pudieron para que no la alojase en el burgo; mas al fin, con ayuda de algunos buenos, la recibieron, y no por eso los malos dexaban de procurar de ponerme mal con los buenos, diciendo una vez que yo me entendia con el conde Guillermo, y que me habian visto hablar con él en una escaramuza; otra que se casaba con mi hija y yo con su hermana, por ponerme mal con los católicos, y como gente vulgar acostumbrada á calumniar á sus gobernadores, no faltaba quien lo creyese. Y teniendo siempre cuenta con sus pasos, entendí que un hombre que vivia en el Coregat habia traido una carta del de Holac para Juan Tembouren, Ernesto Herens y otros sus cómplices, en que los solicitaba el proseguir la plática con la burgesia, prometiéndolos, como Conde de Alemania, que el imperio recibiria la villa en su proteccion, y que dexasen y renunciasen al Rey nuestro señor. La carta y respuesta de ella vino á manos del Magistrado, prendiéronse los hombres, y solicitando yo que hiciesen justicia de ellos, y que echasen de la tierra algunos del Magistrado y del pueblo, que públicamente decian que convenia y querian darse al enemigo, lo cual les queria probar con algunos buenos del Magistrado y del pueblo, que se lo habian oido y se lo querian mantener, el remedio que dieron á esto fué responderme que sus diputados estando en esa Córte habian oido muchas cosas semejantes, y que pues allá las sufrian, que tampoco acá las querian remediar. Yo los repliqué, diciendo cosas que tocaban al servicio de su Majestad y provecho de ellos, de que me pareció no gustaban mucho; y á los tres que tenian presos, todo el mal que les hicieron fué desterrarlos de la villa, y cuatro dias despues, me solicitaban que dexase entrar al Tembouren, que era con quien muy de secreto trataban con el enemigo. Respondíles que les via hablar por él tan aficionadamente, que creia le dexarian entrar contra mi voluntad, y que hiciesen de él lo que quisiesen. Llamáronle, y el Ernesto se entró de suyo, y quexándome de ello á los burgomaestres, me negaban no estar éste dentro de la villa, y sabiendo yo lo contrario, les dixe la parte donde le hallarian, y dándole seguridad, vino á mi casa, de que los burgomaestres quedaron confusos, y en su presencia le pregunté el por qué amenazaba de matarme ó prenderme con otros muchos como él. Que esto no lo decian entre sí solamente ni por las calles, mas á la puerta de mi casa, y las mesmas amenazas hacian á los buenos y católicos de la villa, tanto que una noche, no osando de dia, vinieron á mi puerta algunos de ellos diciéndome estas palabras: Señor, vos y todos nosotros estamos aquí perdidos y vendidos, porque los herejes y mal intencionados son muchos más que nosotros, y vuestra persona particularmente está en muy gran peligro, y así estamos determinados de tomar las armas y defenderos todo cuanto pudiéremos. Yo los respondí que como se conservase la tierra, era poca pérdida la de mi persona. Pero temiendo que osando ellos poner las manos en mí, la pérdida de todo aquel país era cierta, como sucedió cuando prendieron á Mons de Billí siendo su gobernador, á la mañana invié á llamar al Magistrado, y le dí cuenta de lo que habia entendido, rogándolos y protestándolos que reprimiesen á los malos sediciosos, para que no viniesen á desmandarse del todo, y que el remedio que habia era echar del lugar algunos deslenguados de ellos, dándoles por memoria los que eran, la cual me habia dado el vicario, cura de la iglesia mayor; y con todo esto, ninguno de ellos fué echado fuera, ántes supe que secretamente los acariciaban, y de esto, en mi casa reprendí ásperamente á un burgomaestre, el cual por ser mancebo no sabía disimular como los otros, y éste y su suegro, tambien burgomaestre, son los que ahora entonan más alto los psalmos con el predicante hereje. Poco ántes que esto pasase, me invió el Conde de Mansfelt, que ya su Alteza, que Dios tenga en el cielo, era muerto, los italianos del tercio de D. Gaston, los valones que están con el regimiento de Mons Stanley y algunas compañías de Mons de la Mota, y con ellos un comisario con algun dinero, que es la primera vez que me ha venido gente y dinero juntos. El conde Guillermo juntaba gente con intencion de acercarse á la villa de Gruninghen para alterarla, y por las apariencias que habia en ella, y el aviso que yo tenía de una espía que se halló presente, cuando diciendo al Conde que yo estaba dentro con gente, se dió una gran palmada en la frente tirándose la barba, por lo cual, recelándome, no dexé salir ningun soldado del burgo. Él se embarcó con su gente, y fué á dar al Dolart, y apeóse en dos esclusas que están en la señoría de Wedde, llamadas Dennigwolde y Belingvolde; y en aquel punto acertó á llegar á Wedde el conde Federico con la gente que he dicho. Y el enemigo, metiéndose en medio de las dos esclusas, en una hora se fortificó de manera que no era posible llegar á él por ser los prados pantanosos y los diques tan estrechos, que apénas podia un hombre caminar por ellos. Avisó luégo al conde Herman y á mí á Gruninghen de su venida y de lo que habia hallado, yo le escribí que alojase la gente en Winschoten, y procurase estorbar la fortificacion al enemigo, y no lo pudo hacer por las causas que he dicho. Su Excelencia mandó al conde Federico que se diese priesa á levantar la caballería que ántes le habia ordenado, y así se partió para efectuarlo, y en su lugar fué el Conde, su hermano, á gobernar aquella gente; y tambien él, pocos dias despues, fué proveido del gobierno de Gheldres, y siendo fuerza partirse á él, quedó aquella gente á cargo del caballero Carcamo, que gobernaba el tercio de D. Gaston, el cual, así con los capitanes de él, como con los del regimiento de Mons Stenley, tuvo muchas pendencias que pudiera bien excusar. La villa de Gruninghen estaba tal, y la mayor parte del comun tan levantado, que no esperaba sino la hora que lo fuese del todo, dando sobre los católicos y sobre mí, y por esta causa no me osaba deshacer de toda la gente que tenía en el burgo, ni desamparar la tierra, por decirme los buenos que al punto que yo saliese, se perderian. Las indignidades que los malos de aquel pueblo han usado, por no haber querido el Magistrado remediarlo, sabe Dios, y lo que yo he sufrido por el servicio del Rey. Quexábase el Magistrado de que los socorros que inviaban, no bastaban para poder hacer la guerra ofensiva, y que la defensiva no los ayudaba más que á acabarlos de consumir. Yo los aconsejé que lo significasen en la Córte, pensando por esta via tenerlos en obediencia. Lo cual por mi parte habia escrito muy particularmente, y que era necesario acudir muchas veces á la fuente, y así se resolvieron de inviar un burgomaestre y al síndico. Su Excelencia entónces formaba exército para socorrer á Santa Gertruidembergh cuando ya era perdida, y no habiendo menester la gente, se resolvió de inviarme buena parte de ella á cargo del conde Federico, y ya el tiempo estaba tan adelante, que habia poco para hacer guerra en Frisa, pues para el verano era tarde y para el hielo muy temprano, siendo el mes de Setiembre. La gente que habia de traer el Conde era la que habia salido rendida de Steenvick, el regimiento de D. Filipe de Robles, parte del de Mons de Fressin y otras compañías sueltas de guarniciones, dos del regimiento del Conde de Soltz y cuatro compañías lorenesas, dos valonas y dos alemanas. Y como los soldados de estas compañías entendieron que habian de ir á Frisa, habiendo ya padecido en campaña, se desmandaron y huyeron, principalmente los valones, que no quedaron la metad. La caballería era la del Conde, seis cornetas de corazas de Lorena y la compañía de Butherghe, tambien se desmandaron de estos coraceros, y se fué mucha parte de los mejores soldados. Caminó esta gente hácia el Rin, llevándola el conde Herman á su cargo, como Gobernador de aquella provincia, hasta embarcarla. De allí adelante la llevó su hermano. Por la solicitud que los diputados de Gruninghen y yo haciamos en Córte para poder hacer guerra ofensiva, invió tambien cuatro piezas de artillería proveidas muy bastantemente de todo cuanto era necesario para ellas, sólo faltó el dinero para los que las gobernaban, siendo gente que quiere ser bien tratada para sacar servicio de ella. La provision del dinero habia de venir de otro que del general de la artillería, el cual, verdaderamente en lo que le tocó, proveyó suficientemente. Entendiendo el enemigo que me venía este socorro, quiso, no estando ocupado, inviarle tambien á su gente de Frisa, que podia hacerlo con más presteza y comodidad que nosotros, y así se resolvió de hacer un fuerte en la Bretanga, para estorbar que nuestro socorro no entrase hacia Gruninghen. Este paso de la Bretanga, que dura bien dos horas de camino, antiguamente le hicieron los villanos juntando turbas y arena, como lo significa su propio nombre; la metad es territorio de la señoría de Wedde, y la otra del país de Munster, y con trabajo los unos y los otros le entretienen para la comunicacion y trato de ambos países. En medio de este paso, habia un sitio más ancho y arenisco, adonde hizo el enemigo un fuerte, que cortando el camino, y con la cortadura hacer trinchea, cosa que se podia hacer en una hora, era dificultoso echarle de allí, por no poder de ninguna parte llegarse á él sino por el camino. No pudo Carcamo llegar á tiempo para impedirlo, ni tenía comodidad para hacerlo, ni ménos yo para asistirle, por estar tan ocupado en Gruninghen. Antes que esto sucediese, escribí al conde Federico que acometiese el castillo de Saesfelt y la villeta de Oetmarsum, que los enemigos ocupaban, por no dexar atras cosa que nos estorbase, que lo hacian mucho aquellas dos plazas, por estar ambas á hora de camino de Oldenzel, paso forzoso nuestro para ir y venir á Bravante. El de Saesfelt se rindió luégo, y Oetmarsum esperó batería, por tener dentro dos compañías de buenos y experimentados soldados. Hecha batería, se rindieron con los pactos que ellos habian dado á los de Steenvick, quedando los oficiales presos para rescatar á algunos capitanes de Mons de la Mota, que se habian perdido en el socorro de Santa Gertruidembergh. El Conde caminó luégo con la gente, por el paso de Schonrebeck junto á Covorden, que por la Bretanga no pudo hacerlo, por haberla ocupado el enemigo, dexando la artillería que traia de Bravante, en Oldenzel. Habiendo pasado, fué hácia Gruninghen, adonde yo tenía ya junta la gente que podia, con la cual y la asistencia de la que habia venido, en un mesmo tiempo, por no perderle, hice sitiar dos plazas que fastidiaban á Gruninghen, que eran Suartezil y Sloter, yende yo á Suartezil y el capitan Cornelio Gasparino á Sloter; yo llevé dos piezas de campaña que el Conde traia consigo, sacadas de Oldenzel, pareciéndome que no siendo más de una iglesia mal fortificada se le rendiria. El fuerte donde yo fuí, no lo quiso hacer, fué menester batirle, y por ser hecho de tierra fuerte, la batería hacia poco efecto; visto esto, invié un oficial aleman á reconocer el foso, haciendo tirar continuamente la arcabucería de las trincheas, para que más seguramente hiziese lo que le habia ordenado, y tras él salió el alférez Peña con una faxina y una zapa, y poniéndola al borde del foso, se reparaba con la zapa detras de ella, y tras él fueron otros muchos haciendo lo mesmo, y visto por los de dentro dieron muestras de quererse rendir, y en este punto los nuestros salieron de las trincheas y el conde Federico con ellos, y dando asalto, arremetieron por el puente con picas y alabardas y abaxaron el que era levadizo; la subida era áspera y por la firmeza de la tierra daba poca subida el terrapleno, y los de dentro se defendian valerosamente, aunque eran pocos; peleóse mano á mano buen rato, pero habiendo muerto al Gobernador del fuerte, que era el que más resistencia hacia, los nuestros entraron sin dexar hombre á vida, y si alguno saltaba, los de fuera le mataban. Hecho esto, volví con diligencia á Sloter, que no se querian rendir, por aquella simple artillería que el capitan Cornelio tenía; y sabido que yo venía con la preparacion que llevaba, se rindieron. Yo habia ántes para mayor seguridad de Gruninghen y mia (porque de hora en hora tenía avisos de que los malos querian tomar las armas repentinamente y procurar prender ó matar á los católicos y á mí) para poder hacer exército, sacado de Winschoten al caballero Carcamo, y le puse con su gente al rededor de la villa para tenelle á la mano y estorbar que no lo hiciesen. El conde Guillermo, que estaba en el fuerte nuevo de la Bretanga, que hacia, se puso en campaña con artillería, sitió y batió el castillo de Wedden, y los de dentro se rindieron sin esperar asalto. Tambien el villaje de Winschoten, y fortificó la iglesia, adonde yo me encaminé con la artillería que habia sacado de Gruninghen, pareciéndome que los de ella, viéndonos con fuerza en campaña, no osarian intentar su mala voluntad. El conde Guillermo, dexando buena guarnicion en aquellas plazas, se volvió hacia Frisa, á juntarse con el socorro que le habia venido con el conde Filipe, su hermano. Yo proseguí mi camino hacia Wedden y rindióse la gente que estaba en la iglesia de Winschoten. Pasé á Wedden, adonde el enemigo habia puesto dos tenientes de infantería, con gran cantidad de mosqueteros y otra buena tropa de soldados escogidos de todas compañías; y segun se decia, el conde Guillermo y los Estados de Frisa habian prometido á estos dos tenientes que si defendian bien aquella plaza los harian capitanes, dexándolos municiones de boca y guerra, é instrumentos para repararse y fortificarse, que aunque fuera para una gran tierra bastaba, que proveen sus plazas de otra manera que se acude á las nuestras. Esto fué causa que los tenientes no quisieron, habiéndoles yo pedido la plaza, responder otra cosa, sino que la defenderian hasta la muerte, y cumplieron su palabra, y miéntras la artillería que quedaba atras llegaba, hice hacer con diligencia las trincheas. Venida y batida la plaza, los de dentro persistian en defenderla, y su mosquetería tiraba sin cesar dia y noche, lo cual no podia ser sin algun daño nuestro, y recibiéronle más que las otras naciones, los italianos, que verdaderamente habian hecho su deber, en hacer sus trincheas, llegándose al foso con ellas. Y prosiguiendo la batería, habiendo quitado dos torreones, que hacian traves á la cortina, que era de tierra, los de dentro mostraban alguna flaqueza, segun se via y oia entre ellos; nuestra gente y la italiana ántes, por estar más cerca y vengar los compañeros que habian perdido allí, se arrojaron al foso á dar asalto sin órden, cosa que muchas veces sucede mal, y creo que entónces fuera así, si los de dentro se hubieran defendido tan bien como los de Suartezil, entraron con poca resistencia degollando á todos los que habia dentro. Reprendí á los que arremetieron, advirtiéndoles de los inconvenientes que suelen suceder de las cosas que se acometen sin órden. Y en este punto llegaron algunos burgomaestres de Gruninghen, los cuales vieron todo lo que he dicho. * * * * * El tiempo estaba ya tan adelante y el territorio era tal, que si yo esperára mucho por las aguas que comenzaban, fuera imposible retirar el bagaje y caballería. Consideré que me hallaba enterrado con aquella gente sin poder salir ni por la Bretanga ni por Covorden si acometia el fuerte de la Bretanga, no pudiendo en ninguna manera hacer trincheas ni tener gente, porque zapando dos piés, y áun ménos, se hallaba agua; y en más de una hora de camino, no solamente no habia casas, pero ni áun árboles. A ser de verano, por importar tanto aquel paso, yo le hubiera acometido, mas en el tiempo que era, infaliblemente me ponia al peligro que he dicho. Y si me ponia á hacer dos fuertes, uno á la entrada y otro á la salida de aquel paso para dexarlos consumir, como yo tuve intencion una vez de hacerlo, me ponia al mesmo riesgo que sitiando el fuerte; y por ser necesario hacer salida y entrada allí, consideré que era mejor y más fácil hacerla por Covorden que por otra parte, porque no teniendo paso, nosotros consumiamos á Gruninghen en lugar de proveerla; y que hallándose el enemigo en campaña, con exército tan fuerte como el nuestro, nos podia estorbar el sacar fruto y sustancia del país sin medio para entretenernos; y que fuera de esto, él podia aumentar su exército y ser asistido de Holanda, lo que era imposible hacerse conmigo no habiendo paso. Y así me resolví de irle á hacer junto á Covorden; pero ántes de ir allá, hallándome á dos leguas de donde el enemigo estaba alojado, quise acometerle y tentar la suerte de una batalla, más por desesperacion que con razon de guerra, porque se habia de pasar por unos pantanos y turberas peligrosas, y más en aquel tiempo lluvioso, junto á un gran fuerte del enemigo, que á tener artillería, como no la tenian, yo no podia pasar sino con gran daño nuestro. Tomé dos piezas de campaña conmigo y algunos carros ligeramente cargados de victuallas, y fuíle á buscar, haciendo un gran rodeo para ello, no estando él más de una legua de Gruninghen. Tuvo aviso del camino que yo hacia y de la intencion que llevaba, y no lo habia comunicado en aquella tierra con hombre nacido, sino con el síndico y un burgomaestre de quien me fiaba. Pasado estos pantanos y turberas, adonde la artillería y nuestros carros se habian empantanado, y con grandísimo trabajo salido; y fué en parte, que desde su fuerte nos tiraban con su mosquetería, pero hicieron poco daño. Fué menester dexar reposar la gente, que venía cansadísima. Entre el alojamiento que yo habia tomado y el del enemigo, habia otro fuerte junto á nuestro cuartel, no tan sustancial como el que habiamos pasado, hícele reconocer con intencion de darle aquella noche una encamisada; mas los que estaban dentro se huyeron por los pantanos, y le dexaron. El conde Guillermo y su hermano Filipe, como supieron que yo marchaba hácia ellos, se comenzaron á fortificar bien en su cuartel, que ántes no lo estaban; sin poder hacer más diligencia que la que hice, al amanecer caminé hácia el enemigo, habiéndome dado á entender que el puesto que tenía era llano y sin estorbo, y hallélo al contrario, fuera del camino, que era terreno seco, pero todo lo demas de seis á seis pasos fosos tales, que era imposible marchar en órden sin romperla; y lleguéme hácia su sitio, é hice mis escuadrones de caballería é infantería, trabóse escaramuza, puse las piecezuelas de campaña que llevaba en un alto, y fuí en persona á reconocer su sitio para ver si se podia dar asalto á sus trincheas, é hice refrescar la escaramuza con infantería y caballería, pensando sacarle de ellas cebándole y pelear con él fuera, con más seguridad que atrincheado; pero aunque escaramuzaban siempre al abrigo, sin quererse adelantar, habia puesto toda su infantería detras de ellas, y miéntras se escaramuzaba, su caballería andaba siempre dentro de ellas corriendo de una parte á otra, á quien yo hacia tirar nuestras piecezuelas, haciéndoles mucho daño. Ha habido algunos que me han culpado de no haber llevado alguna artillería gruesa para batirlos, y yo confieso que en esto tuvieran razon si fuera posible llevarla, porque las trincheas del enemigo y su puesto era tal, y el que yo tenía tan eminente, que con sola la artillería, no siendo sus trincheas, como hechas de priesa, para sufrirla, con ayuda de Dios les deshiciéramos, si el socorro hubiera venido dos ó tres meses ántes, para poder llevar la artillería por donde yo habia pasado, pero entónces era imposible. Despues de haber reconocido los fosos, que digo que atravesaban por la campaña, y que no se podia pasar por ellos en escuadron, ni dar asalto sin notoria pérdida, se resolvió de retirarnos, habiendo hecho gran daño al enemigo, y él á nosotros muy poco, y éste no á persona particular. Al conde Federico le mataron su caballo y le dieron un arcabuzazo en el brazal, que se le abollo dentro de la carne, cosa de poco momento, y á un capitan italiano hirieron mal en una pierna. Así me retiré al alojamiento que habia tenido la noche pasada, y otro dia por la mañana fuí á pasar por el pantano junto al fuerte del enemigo; por haber llovido aquella noche, y los carros y caballos roto el paso que yo habia tomado á la venida, que estaba trabajoso de pasar, eché por el otro lado, y pasando con trabajo, me fuí hácia Gruninghen cargando de victuallas todo lo más que pude, y proseguí mi camino hácia Covorden, porque miéntras más tardaba, más difícil era el hacer paso. Invié alguna infantería delante, miéntras las victuallas se cargaban, para que ocupasen el villaje de Dalem, y una casa de un caballero llamado Herman Wandecamp, temiendo que los de dentro le quemarian, que era el alojamiento que el conde Mauricio tenía cuando sitió el fuerte. Otro dia, comenzando á caminar con la gente, nos adelantamos el conde Federico y yo á Dalem, así para reconocer dónde se habia de hacer el paso, como por alojar la gente, adonde hallé refrescándose la que habia inviado á ocupar aquel lugar y la casa del caballero, la cual hice partir luégo á la hora, y llegaron á la casa á tiempo que los del fuerte, ó la mayor parte de ellos, estaban fuera, haciendo escolta á muchos carros de victuallas que les venian. Los nuestros dieron de manos á boca con ellos junto á la casa, y conociendo la poca gente que habian dexado en el fuerte, quisieron más retirarse á él que salvar los carros, los cuales se perdieron, y salvaron pocos. Aquí se perdió una muy buena ocasion, porque si aquella gente se deshiciera ó se cortára, que no pudiera entrar dentro, habia quedado tan poca en el fuerte, que se les podia dar escalada por todas partes, sabiendo yo donde habia paso en el foso para poderlo hacer en metad del dia, y siendo poca gente, mal podian acudir á todas partes ni resistir á tanta como les diera el asalto, y habia algunas partes por donde no eran menester escalas; mas no siempre suceden las cosas de la guerra como se desea y pretende. Alojé la gente en aquel villaje de Dalem, é invié parte á la casa de aquel caballero. Las aguas cargaban, la necesidad de la gente se aumentaba, y en los regimientos de valones de D. Filipe de Robles y Mons de Fressin habia casi tantos oficiales como soldados, y éstos con ánimo de volverse, como ya algunos lo comenzaban á hacer sin licencia. Procuré dar priesa á hacer el paso y algunos fuertes en los caminos, y para él, me concerté con el Drosarte de Covorden, y con el teniente coronel de Mons de Billí, y por quinientos escudos, se obligaron de hacerle, y así le acabaron bastante para carros, artillería y todo lo que fuese necesario; y por el mal tiempo de aguas y ser el sitio tan pantanoso, todos los soldados que trabajaban en él, ó murieron ó quedaron para ello; tambien los soldados trabajaban en los fuertes, parte sin dinero y parte pagados. Y considerando que no era posible comunicarnos con Gruninghen sin aquel paso, y que no se podia conservar sino guardándole con gente, y que el enemigo, saliendo fuera ó entrando dentro, podia romperle, y hacer inútil todo lo que se habia trabajado y quitarnos el paso de la otra parte, y no teniendo yo en donde alojar aquella gente el invierno, porque la sustancia de las cuatro villetas no era para alojar la octava parte de la gente, y siendo fuerza tenerla en campaña, en ninguna parte la podia tener más cómodamente y sin ménos daño que al rededor de Covorden, y hacian el efecto que digo de guardar el paso, y estando allí, tambien estorbábamos la entrada y salida de las provisiones del fuerte. En todo el tiempo que allí se estuvo, no me aparté un paso de la gente, sufriendo y padeciendo como el menor de ella. Los valones de los regimientos que he dicho se huyeron, y yo dexé ir los que quedaban, porque no eran de ningun servicio. Las compañías de alemanes altos de Lorena y del Conde de Soltz hice alojar en estas villetas, por ser extranjeros, quedándome en campaña con los demas, de la cual tambien se desmandaban y huian algunos. El Drosarte de Covorden, que ahora está en esa Córte, me daba á entender que los de dentro no tenian de comer sino hasta los Reyes; y con los avisos que él me daba, escribia yo lo mesmo al archiduque Ernesto y al Conde de Fuentes, y tambien avisaba que el enemigo se preparaba para meterse en campaña á la primavera, no sólo con todas las fuerzas que tenía acá, pero que levantaba caballería é infantería nueva, con asistencia del Palatino Elector; que convenia juntar las nuestras tambien y hacerle resistencia. Su Alteza me invió el regimiento del Príncipe de Simay, sin coronel ni teniente coronel, á cargo de un sargento mayor, á quien los oficiales y soldados tenian poco respeto. Esta gente y la mayor parte de la que siempre se me ha inviado, ha sido porque hacia daño ó fastidiaba en Bravante, y del trabajo que el conde Herman tuvo en hacerlos pasar el Rin y su buen gobierno, él podrá dar relacion; fundábanse en su desobediencia y poco respeto de cierta paga que se les habia prometido al paso del Rin; fuéles fuerza darles la mayor parte del dinero que se repartia por entónces entre la gente de guerra de aquí para darlos contento, y con todo esto destruian el país y le robaban, y se iban al enemigo de veinte en veinte, de manera que en poco tiempo se diminuyó mucho este regimiento. Pocos dias despues mandó su Alteza al duque Francisco de Saxa que levantase un regimiento de alemanes, dándole este país de Linghen para el efecto. Escribí á su Alteza que aunque yo sabía que este país no podia sustentar este peso de levantar un regimiento, yo haria por obedecerle todo cuanto pudiese y me fuese posible, y así por esto con mi órden el Drosarte y los del país se concertaron con Juan de Tessilin, teniente coronel de este regimiento, el cual, dándole cierta suma de dinero, se obligó de levantar parte del regimiento aquí, y parte el Duque en su tierra, habiéndole prometido cierta suma de dinero de Córte para ello. El Tessilin cumplió en tener la gente junta para el dia que los comisarios le habian ordenado, y viendo que tardaba el dinero para pasarlos muestra, y que este país se arruinaba, se quiso ayudar del de Munster, adonde estando con poco recato, vino el enemigo contra él, y acometido, le prendieron por desgracia. Faltando á esta gente la cabeza y los medios para entretenerse, siendo nueva y desarmada, se huyó la mayor parte de ella; y á ésta, encontrando con las demas compañías que el Duque habia levantado en su país, la pusieron tanto miedo, que tambien se huyó. De la gente que habia quedado de estas tropas y se pudo recoger, segun la órden que yo tenía, se hicieron tres compañías, que están ahora en servicio, aunque muy deshechas de gente. Este fin hizo este regimiento, no por culpa del país ni mia, sino por no haber acudido al tiempo prometido á pasarle muestra. Con estas y semejantes cosas se desgustan algunos señores de Alemania, que han hecho otras veces servicio á su Majestad y son para hacerle, y á mi parecer, y no me engaño, se ha de tener con esta nacion otro modo de proceder y tratar, procurando tenerla contenta para el servicio de su Majestad, pues siempre ha sido menester, y ahora más que nunca. Por los avisos que continuamente daba á su Alteza, que el enemigo juntaba su exército, me invió al comisario general Juan de Contreras con algunas compañías de caballos, las cuales vinieron sin un real para sustentarlas; y así fuí forzado, porque no se me volviesen á Bravante, á alojarlos á discrecion en estas terrezuelas, con ser la gente de ellas pobrísima, tanto que por no tener la vida, iban muchos á pedir limosna para sustentar sus hijos y soldados, á quien habian de dar feno y avena y de comer á sus mozos, cosa que enterneciera al más cruel hombre del mundo, porque, aunque vian la pobreza de esta gente. Dios sabe cómo algunos soldados de esta caballería los han tratado. Poco ántes de esto, el tercio de don Gaston se desmandaba de manera que andaba del todo desobediente, siempre fuera de sus cuarteles robando el país; y avisándome el que los gobernaba y los capitanes que sus soldados estaban todos resueltos de irse á Bravante, rogándome que por amor de Dios y honra de su nacion y tercios, los diese licencia ántes que ellos la tomasen. Estuve algun tiempo sin querérselo conceder, pero considerando que si se iban sin ella se amotinarian del todo, y que, segun entre ellos se trataba, harian amotinar tambien á los irlandeses y valones, que ya habian tratado del puesto que habian de tomar y de donde se habian de sacar sus contribuciones, pareciéndome que más fácilmente pudieran los señores de la hacienda darles contento, yendo con alguna manera de órden y obediencia, que no del todo amotinados. Fuéronse con este tercio las dos compañías de Cornelio Gasparino y las que habia aquí de valones de Mons de Stenley. Y de todo esto habia avisado diversas veces, y de que convenia darlos contento por la mala intencion que en ellos habia conocido, y si se hiciera, con poco dinero hubieran cumplido con de trescientos á cuatrocientos hombres, y no sucediera lo de Sichen, que tanto fastidio ha dado. Continuando la junta que el enemigo hacia de su gente, y que la que levantaba se le acercaba ya, la cual venía á cargo del Conde de Solms, que traxo un regimiento de buena gente bien armada; y como esta nacion alemana alta y los holandeses se llevan mal estando juntos, no duró mucho en su servicio, y su Alteza se resolvió de inviarme más gente á cargo del conde Herman, que entre alemanes, valones, irlandeses y españoles, podrian ser hasta poco más de mil y sietecientos hombres, los españoles como doscientos sacados de tres tercios, de doce ó trece compañías, y con ellos venian dos capitanes, Juan de Zornoza y Juan Alvares de Sotomayor. Y entre esta gente venian muchas personas particulares y soldados honrados, y toda ella no traia un real, y así fué necesario que el comisario, del poco dinero que tenía, los socorriese. De esta manera y con tanta sustancia y medios, como ántes he dicho, se me han inviado siempre los socorros. El enemigo venía proveido con tanto aparato como el mayor príncipe podia traer; con más de doce mil infantes y más de dos mil caballos, con los que nuevamente le habian llegado de Alemania. Yo saqué la gente que pude de las guarniciones, y con ella, la que tenía en campaña y la que habia venido, no llegaban á tres mil y quinientos infantes, y la caballería que teniamos, inferior de la del enemigo. Y si dixeren que cómo habia tan pocos al pelear y tantos al pagar, responderé que en todas las compañías habia pocos soldados, muchos oficiales y enfermos, y que en éstos entraba más de la tercia parte de la gente. Teniendo el enemigo junta la suya, marchó hacia nosotros y se puso en una villeta abierta llamada Omme, adonde á la mesma hora se fortificó, metiendo dentro de la fortificacion todo su exército, sin que alojase nadie fuera, y se decia que en la trinchea habia tambien una palizada. Algunos dias ántes habia hecho tiempo tan seco, que los pasos que de ántes eran dificilísimos se hicieron buenos y llanos; y siéndome fuerza, por la desigualdad que habia de la gente del enemigo á la nuestra, juntar la que yo tenía, porque así éramos algo y separados nada, y perdida una parte fuéramos perdidos todos, por la distancia que habia de un cuartel á otro y la dificultad de juntarnos, y unidos quedaban todos los pasos abiertos, por los cuales el enemigo podia entrar y salir como quisiese sin podérselo estorbar; habiéndose alojado y fortificado como he dicho, deseando venir con él á las manos, invié al conde Herman á tocarle arma y hacerle emboscada con toda la caballería, y con dar nuestra gente hasta cerca de sus trincheas, no se quisieron apartar léxos de ellas. Era mi intencion sacarlos á la campaña, y que el Conde se viniese retirando poco á poco hacia mí, escaramuzando con poca gente de retroguardia, y que pegando fuego á una casa, fuese señal de que el enemigo marchaba. Yo tenía la infantería ya presta para con la diligencia posible ir á encontrar al Conde, viendo la señal. Ésta hizo dos veces, sin que el enemigo mostrase gana de pelear, el cual, por habernos nosotros juntado y por el tiempo seco que hacia, podia muy bien hacer de noche su efecto. Invié otra vez al comisario general á ver si se movia ó no, y encontrando con una compañía del enemigo, la deshizo. Los villanos, prisioneros y espías, todos confrontaban en tener el enemigo la gente que he dicho, y ya por estar cerca de nosotros no nos venian victuallas, que las villetas y villajes, ó por no las tener, ó por la conformidad de religion con el enemigo, no las querian dar, por cumplir en esto con ellos y su secta; y cuando las hubiera, no pudiera inviar escolta, porque, siendo poca, no fuera segura, y si mucha, el enemigo nos cargára miéntras la gente estaba fuera, y nos poniamos en mayor peligro. Llamé á todas las cabezas del exército á consejo, proponiéndoles el estado en que nos hallábamos y cuán poca comodidad teníamos de victuallas y de forraje, y que lo más que yo habia podido juntar de feno, avena y pan, no bastaba para sustentarnos dos dias, porque el trigo que los de Gruninghen me habian entregado, se habia dado la mayor parte á la infantería, porque no se desmandase ni tuviese ocasion de dexar sus banderas para irlo á buscar; y que fuera de esto, habia ordenado, por lo que podia suceder, proveer á Oldenzel, Oetmersom y Ensquede, y fué tal la provision, que la que más proveida estaba era por ocho dias á lo más. Poniéndoles asimesmo delante el inconveniente que podia venir de esperar al enemigo y de el no esperarle, que ambas cosas le habia considerada la poca gente que teniamos, para la que el enemigo tenía, que sin aventurar nada, viniendo con trincheas como venía, nos aventurábamos á perder y no á ganar; que á poderle acometer adonde estaba, sin evidente pérdida, ya yo hubiera sido de opinion de hacerlo, y que si con todo esto ellos lo tenian por bueno, no quedaria por mí. Los más de ellos fueron de opinion de retirarnos y conservar aquella gente, esperando que se nos inviaria más, poniendo delante que si ésta se perdia, se perderia todo el país y sucederian otras pérdidas mayores. Los condes de Berghes fueron de parecer que se guardase el paso, y fuéles respondido que no era de ningun fruto, pues era fuerza juntarnos todos, y que haciéndolo, dexábamos al enemigo el paso libre para socorrer el fuerte á su voluntad, ni ménos guardar el paso le estorbaba que no fuese á Gruninghen, teniéndole por otra parte más seguro y cómodo para él, y poniéndonos adonde decian, no sólo hacia él lo que está dicho, pero nos podia cortar, sin ninguna duda, por una y por otra parte las victuallas, y que faltándonos éstas, servirian de achaque al soldado para desamparar las banderas por irlas á buscar, y que entónces fuéramos forzados á nuestro pesar á retirarnos y hacerlo á vista del enemigo, tan superior de gente, que no habia tan simple soldado que no entendiese que era peligrosísimo; que ya en el exército comenzaban muchos á murmurar contra mí, diciendo que los queria poner en la carnecería, y otros, quizá ménos valientes, cuando supieron que se retiraba, braveaban, habiendo dicho ántes lo que los otros; que así se gobiernan muchos el dia de hoy, usando de artificio, como en otra parte he dicho. Resuelta la retirada, se trató de inviar la gente de Gruninghen y alguna más, quedándonos con la que arrimados á una tierra, nos podriamos defender, ya que no podiamos ofender; y habiendo rehusado cierta persona de irse á meter en esta villa por falta de dinero, ordené al teniente coronel de Mons de Billí, que fuese con aquella gente, procurando poner la que me quedaba á cargo de otro, é ir yo allá, no mirando que era obligado á quedar con la gente, que no me faltaba voluntad para hacerlo, como lo mostré los años pasados; nadie se queria encargar de la gente, y todos se excusaban, y para decir verdad, yo pudiera servir mejor que otro, si el enemigo nos cargára, como de estilo de guerra debia de hacer, no ignorando él nuestras incomodidades, y lo que más era de temer, que esta gente, que habia venido nuevamente de Bravante, salvo los españoles, me habian dicho no quererse encerrar en ninguna tierra; los irlandeses, por no tener cuartel con el enemigo, y los alemanes, por otros respectos, y si yo no me hallaba con ellos, los unos y los otros entónces efectuáran, sin duda lo que despues hicieron, y si lo hicieran, no quedaba por perder cosa de lo que ahora hay. Caminé con la gente á Denichum, haciendo quemar los fuertes, adonde estuve más de un mes y medio, sin que me inviasen un solo real para entretener esta gente, la cual se comenzó á desmandar luégo como se llegó al cuartel, que ni oficial ni capitan podia estorbarlo. Procuré luégo de inviar á Gruninghen algunos valones, y queriendo emplear una persona, de quien yo tenía confianza, le vi con tan mala voluntad, que me resolví de inviar un oficial de mi regimiento con algunos soldados á sólo reconocer los turbales por donde habian de pasar; él fué, entró con ellos, é invió á avisarme de lo que habia hallado, y el conde Federico entónces deseaba entrar dentro, mas por haber de irse á pié, siendo él pesado y el camino largo, junto con la poca gana de los soldados, lo dexó. Ya habia escrito á los de Gruninghen que les queria inviar gente y cuando podia llegar, y respondiéronme que no fuesen sin dinero. Esto no sólo entónces, pero otras veces me habian respondido lo mesmo. No habia un real ni memoria de que viniese, y no se hallaba, ni el Comisario ni yo teniamos crédito, por no haber hombre que fuese caudaloso en este pobre país que nos pudiese ayudar. * * * * * El enemigo dexó de seguirnos, que, á mi juicio, era lo que debia hacer, y aunque pudiera ir á Gruninghen desde Omme por otra parte tan cómoda y más, tomó este paso por avituallar de un camino el fuerte. Estando en su alojamiento primero, recibia cartas de los malos de Gruninghen, incitándole á venir sobre ella, y prometiéndole que no sería llegado cuando se rendiria, y á su peticion marchó hácia allá. Nuestros soldados se desmandaban de manera que dexaban el cuartel solo, y viendo esto, comunicándolo con algunos, me resolví de inviar una persona á su Alteza, porque á muchas cartas que le escribia no me respondia; é hice eleccion del capitan Juan Álvarez de Sotomayor, el cual, aunque de mala gana por haber de hacer ausencia en tal coyuntura, se partió luégo, pero fué tan mal guiado, que se perdió, dando en una emboscada de los enemigos. Y así, por el peligro en que las cosas de Gruninghen estaban, tomó á su cargo este viaje el Comisario general, prometiendo ser de vuelta en muy pocos dias, y porque no le sucediese lo que al capitan Sotomayor, llevó consigo la mayor parte de la caballería, la cual le habia de acompañar parte hasta pasar el Rin y parte hasta Brusélas; y en el camino encontró con alguna caballería del enemigo, con la cual tuvo buena suerte. Llegado á la Córte, su diligencia se resfrió de manera que no volvió más, ni ménos la caballería, con haberla llevado toda consigo para volver con más diligencia y seguridad. Éste fué el socorro que negoció, no por su falta, porque ni él, ni los diputados de Gruninghen que estaban en la Córte, pudieron alcanzar que el socorro de Gruninghen viniese á tiempo. A la partida del comisario general, estábamos inciertos si el enemigo sitiaria de todo punto á Gruninghen ó si volveria á nosotros; y yo habia escogido aquel puesto de Denichum por ser fuerte y estar cerca de las villas que el enemigo podia acometer, no pudiendo hacerlo tan de priesa que yo no tuviese tiempo de arrimarme con la gente que tenía conmigo. El conde Mauricio prosiguió su camino hácia Gruninghen, y porque las promesas de los malos de aquella villa no le saliesen en vano como la otra vez, llevó grandes provisiones de todo, tales como ántes he significado. Que de esta manera se hacen las empresas difíciles, fáciles, y al contrario las fáciles, dificultosas, faltando lo necesario. Llegado delante de la villa, atrincheó su campo de manera que la entrada y salida era de peligro y dificultosa. Perdiéronse algunos soldados entrando y saliendo, con quien usó de rigor por atemorizar á los demas, y aunque tenía tanta provision de artillería y municiones, su principal intento no fué tomalla por batería, sino por la zapa, y así con ella fué derecho á un rebellin nuevamente hecho, el cual, por no estar acabado, tenía el foso estrecho y de poco hondo. Batió la puerta que salia á este rebellin, así por quitar á los nuestros la entrada y salida en él, como por atemorizar á los burgeses, rompiendo las casas con las balas que pasaban por la batería de la puerta. Tambien batió una torre que está á un canton de la villa, junto á un rio que viene de la Drent, por donde se proveen los burgeses de turbas, y fué siguiendo sus trincheas y sitio, batiendo las defensas. En este tiempo yo solicitaba con mucha instancia que se socorriese esta villa, y á la fin se me escribió que su Alteza habia ordenado al Conde de Fuentes que hiciese este socorro y que ya él se preparaba para ello, pero más despacio que el peligro requeria, porque los motines lo estorbaban, que nunca se han hecho sino en las mayores necesidades que se han tenido de la gente, principalmente para las de este país. Las desórdenes de nuestros soldados se aumentaban tanto, que sin licencia de sus capitanes y oficiales los del Conde de Solms tomaban las armas y se juntaban con intencion de volverse á Bravante, y lo hicieran sin falta entónces, si no acudiéramos los dos condes hermanos y yo; y el conde Federico los apartó á cuchilladas, hiriendo á algunos de ellos; y como estaban de tan mala voluntad, no sólo robaban el país, pero se dieron á saquear iglesias y casas nobles, y las otras naciones hacian lo mesmo, no pudiendo yo remediar ni castigar esta desobediencia general, sino era con fuerza, y ésta habia de salir de los proprios que hacian los robos é insolencias. Castigáronse algunos de los que robaban iglesias, sin osar mostrar rigor con los demas, porque no me dexasen solo, ni hiciesen lo que despues hicieron; y áun disimulando el saquear el país, se volvian á Bravante sin licencia, llevando las bolsas llenas de los robos que habian hecho, y quexándose decian que se habian ido por el mal tratamiento que yo les habia hecho, y si alguno llegó á Bravante pobre, fué porque así los enemigos, como los villanos, sabiendo que se iban, les salian al camino, y quitándoselo, los dexaban ir. La mayor parte de los que se han ausentado sin licencia, lo han hecho más por ruindad y miedo que tenian que por necesidad, pues el mal que yo les hacia era asistirlos y ayudarlos con lo que podia, empleando en esto no sólo mi hacienda, pero mi crédito; y si no les daba pagas como ellos querian, no era culpa mia, pues éstas habian de venir de otra mano que de la mia. Estando en este trabajo, llegó el dinero de su Majestad, el cual procuré que se les diese luégo. Pasó toda la gente una manera de reseña, y el comisario Melendez les repartió el dinero sin meterme yo en ello, como lo hago despues que supliqué á su Alteza que no me mandase manejar dinero del Rey, y con haber sabido algunos que no me he ocupado en esto, me culpan de no haber dado más dinero del que se dió. El Comisario tiene las cuentas, y él hizo el repartimiento, el cual se hizo mejor que por allá se ha hecho, porque se empleó con mucho cuidado en ello, y si la gente no era mucha, eran muchos los capitanes y oficiales, como ántes dixe. Mas por la distancia que hay de aquí á esa Córte, ó por malicia, algunos, con pasion ó ignorancia de las cosas, informan fuera de camino y de la verdad. Despues de haber recibido este dinero la gente de guerra se andaba todavía robando, aunque no con tanta insolencia, por no ser sólo la falta del dinero la que les movía á ello, sino la intencion que tenian de, pagados ó no pagados, volverse á Bravante con licencia ó sin ella. El enemigo proseguia su sitio, y llegando con su trinchea al foso del rebellin, y segándole, se pegó con la zapa y mina dentro de él. Los nuestros en este tiempo hacian algunas salidas, matando muchos enemigos y tomando banderas en sus trincheas, prendiendo tambien algunos oficiales y un capitan. Los de la villa, digo los malos, que eran los más, tomaron las armas para echar á los buenos de la villa, y darla al enemigo, como se lo habian prometido. Mas los soldados del Rey, que estaban fuera, que áun hasta aquel dia no los habian dexado entrar, acudieron al peligro dexando casi la guardia del fuerte y de la batería, y los que estaban en el burgo con los vecinos de él, que siempre han sido fieles, dando asalto al lugar, rompiendo la estacada del foso, entraron dentro. Con esta asistencia sobrepujaron los buenos á los malos, y si entónces del todo hubieran de ellos limpiado la tierra, ó los prendieran ó matáran, pudieran detenerse algun tiempo más. Escondióse el burgomaestre Balen, como autor de la traicion, segun se decia, y el burgomaestre, su yerno, juró por el Rey más de miedo que de voluntad, que no la tenía buena, y si los nuestros en aquella furia halláran al Balen, sin duda le matáran. El conde Mauricio, como sintió la revuelta de la villa, se estuvo en sus trincheas temiendo no fuese alguna estratagema, sin consentir que soldado ninguno saliese de ellas, y si entónces acometieran, pudiera ser que se lleváran el rebellin, y como los nuestros entraron en la tierra contra la voluntad de los de ella, proveyeron mejor las guardias. El enemigo casi perdia la esperanza de tomalla, con haber sido avisado que, no obstante lo sucedido, prosiguiese la empresa, que la villa era suya como fortificase bien las entradas, que no pudiesen pasar quinientos mosqueteros que yo queria inviar, habiendo hecho reconocer los pasos, y eran tales que no era posible, porque los arroyos y fosos tenian barcas armadas, y en los demas fuertes de tierra y trincheas. Los de la villa de Gruninghen dan siempre á uno del Magistrado el cargo de la artillería y municiones, y éste fué entónces Gisbert Harens, el cual al principio del sitio decia á nuestros soldados que tirasen cuanto quisiesen, porque habia pólvora para dos años, y no lo dudo, porque ellos ántes habian hecho gran provision de ella, y cuando últimamente fuí llevé de la del Rey una gran cantidad, y despues les habia dado toda la que ellos dixeron haber inviado á Steenvick, y en este tiempo vino á entenderse que no habia sino de veinte á treinta quintales. Y avisándome de ello el teniente coronel con un soldado, éste fué preso, y por él supo el enemigo la falta de pólvora que habia, y por otra parte tuve aviso que los malos de dentro, so color de apacentar sus vacas por la otra parte de la tierra, daban y recibian avisos de todo lo que en ella pasaba, y como Gisbert dixo que habia tanta abundancia de ella, se gastaba con poca consideracion, tirando liberalmente donde no era necesario. Nunca yo tuve buena opinion de este hombre en lo tocante á cristiano, sabiendo que habia inviado sus hijos á la villa de Amsterdam á un consistoriante, grande hereje, y así se puede creer que de malicia lo habia hecho desperdiciar y escondido mucha parte, como despues se ha dicho y hallado. Sabido esto por el enemigo, minaba á toda furia el rebellin, y sintiéndolo los nuestros, le cortaron reparándose, pero siempre dexaban en lo cortado su guardia. Acabada la mina y dándola fuego, la guardia fué maltratada. Dió una manera de asalto, pero no osando acometer lo cortado. Con esto, la falta de pólvora y el trabajo contínuo, nuestra gente se disminuia de número y de ánimo, y en las casas y por las calles las mujeres de los burgomaestres Balen y Leo, madre é hija, andaban incitando al pueblo que se rindiese, diciendo la madre que si no se hacia, su marido quedaria con infamia por haberlo prometido muchos dias habia; y tambien dicen que la mujer de un capitan del Rey que está en esa córte hacia lo mesmo, y que su marido la escribia que no habia socorro, y que sabía que no la escribiría sino la verdad. Estas tres mujeres hacian más mal que treinta hombres, porque movian á las demas á que incitasen á sus maridos á rendirse, que allí ellas tienen más voto y mando en sus casas que en otras partes. Su Alteza en este tiempo y el Conde de Fuentes, nombrado, como he dicho, para este socorro, escribian á menudo á los de la villa, y por más que yo procuraba con dádivas y promesas que hacia á los soldados, ninguna de las cartas pudo entrar. Poco ántes de esto se perdió junto á Wesel el alférez Lázaro Sanchez, que venía con una de su Alteza en hábito de villano, el cual así habia ido y vuelto dos ó tres veces; lleváronle preso al conde Mauricio, y con amenazas que le hicieron, prometió mostrar las cartas que habia escondido, y fué su ventura hallarlas en el hueco de un árbol, donde las habia puesto, que á no darlas le maltratáran. Díxose de no sé qué promesa que este hombre habia hecho al enemigo, que por haberle yo visto servir lealmente no lo pude creer, pero el miedo hace prometer cosas sin voluntad ni pensamiento de cumplirlas; bien es verdad que despues que se hallaron las cartas, el conde Mauricio le trató bien, le sentó á su mesa y me le invió sin rescate, pero pidiéndome por él otro que el Comisario general habia dexado en Rimbergh, de los que habia roto en el camino yendo á la Córte. Los de Gruninghen, deseando tratar, inviaron sus diputados al enemigo; querian éstos, y áun algunos de los eclesiásticos, ganar las gracias con él, y así cada uno procuraba facilitar la rendicion; y no solamente los que salieron fuera, pero la mayor parte de los que quedaron dentro hacian lo mesmo, hablando y conversando con los enemigos á la puerta, miéntras se trataba, y áun los metian dentro y hacian buena acogida; y á los nuestros, poco ántes, les cerraban las puertas y hacian mal tratamiento. Los principales, que muchos dias ántes trataban con los enemigos, eran los dos burgomaestres Balen y Moyen Steynz, los consejeros Gaspar Willens, Robert Ulgart y Draper. Este Draper era el que avisaba al enemigo lo que pasaba en sus consejos, y Juan Tembouren era el mensajero secreto y Ernest el negociador. La más parte del Magistrado era de la del enemigo, y ellos tenian corrompida la mayor de la villa. De éstos eran los principales el hijo del secretario Altinghe, que agora es burgomaestre, y los hijos de Gaspar Willems, un Rolof Isbrans, y Isbrans Sbrans y otros muchos; y el consejero Ulgart fué el que más insistió y solicitó al enemigo estando en Omme, que fuese á sitiar á Gruninghen, asegurándole que la ganaria. Éstos y otros semejantes eran los que procuraban meterme en mal con todos para mejor venir á su intento. Y lo que hacian conmigo hacian tambien con el Presidente de Frisa y con el consejero Wetendorp, ambos fieles vasallos y servidores de su Majestad, sin tener otra ocasion contra ellos que ser tales. Los principales que hacian esto, que eran malos, comian y bebian conmigo muy á menudo, y despues iban á incitar á los otros para que me prendiesen con los demas católicos, y si no acudiera el conde Federico en aquel tiempo con la gente que traia, sin falta lo intentáran. Cuando yo vine á conocer esta maldad, y ellos entendieron que lo sabía, se dieron más priesa á solicitar al enemigo, y por hacerlo más seguramente, inviaron á esa Córte al burgomaestre Hubena y al síndico á solicitar el socorro por ser los de quien ménos ellos se fiaban. Tambien han procurado, de poco tiempo á esta parte, ganar á los condes Herman y Federico, haciéndolos gratos con los malos, sirviéndolos y acariciándolos más de lo que solian, y sé yo que Pok Hebrardi, secretario de la cámara del Rey, dixo estando con los principales de esta máquina, que se procuraba en vano de ganar á estos caballeros, porque los hallaba muy fieles servidores del Rey. Concertada la villa con el enemigo, y salida la gente con sus armas y bagajes, vinieron á Oldenzel, y de allí á pasar el Rin por haber capitulado de no servir en tres meses de esta parte. Él se estuvo quedo en su campo algunos dias proveyendo lo que era necesario en la tierra, y yo en el primero alojamiento que tomé. Y aunque el Comisario habia dado al regimiento del Conde de Solms más dinero que á los demas, y que el comisario Roberti, que poco ántes habia venido para las provisiones del socorro de Gruninghen, les daba á todos pan de municion, á la fin resolvieron de partirse, dexándome con la necesidad de gente que tenía, y el enemigo desembarazado para poderme acometer. Los del Conde de Solms inviaron sus diputados á Oldenzel, á donde el conde Herman y yo estábamos, á avisarnos de la resolucion que habian tomado, diciendo que no fuesen á estorbárselo á cuchilladas como la otra vez, porque se defenderian, y así otro dia comenzaron á marchar, y con ellos las demas naciones, y la resta de la caballería que el Comisario general habia traido, sin quedar conmigo más que los capitanes y oficiales. Y considerando que si esta gente iba sin ellos les podria suceder algun daño en el camino, ó que llegados á Bravante se amotinarian, los dexé ir con ellos. Y no puedo creer, como tambien era la opinion de algunos oficiales, sino que habia entre ellos algunos de la parte del enemigo que hacian acrescentar estas desórdenes. Al fin son obras del demonio, y que permite Dios para castigo de nuestros pecados y descuidos, él lo remedie, pues es causa suya, y se compadezca de la miserable gente que tan injustamente padece. Partida esta soldadesca de diversas naciones, queriendo yo alojar en Oldenzel á los españoles que habian quedado, la mitad de ellos se alteraron, y siguieron á los demas sin podérselo estorbar; que por ser de tantos tercios, habia poca obediencia entre ellos. Hice alojar en la villa á los que se quedaron, con quien, por exemplo, se habia de usar de gratitud por el buen término que han tenido y las necesidades y trabajos que han pasado. Y aunque el enemigo sabía esto particularmente y lo que habia de hacer, no lo pudo efectuar por haber cargado tanto las aguas, que áun á caballo no se podia ir, ó muy mal, por los caminos, y duró tanto, que la sazon y tiempo de podernos ofender en este país se pasó. Pero habiéndose las lluvias aplacado algo, por no perder el poco de buen tiempo que quedaba, procuró hacer por agua lo que no podia por tierra; y así se resolvió de ir á Berken con navíos, y hallando tambien dificultad, no pudo hacer nada por la mesma causa, habiendo crecido mucho el Rin. Viendo esto, se volvió contra Grol, y encaminando allá su aparato, vino un embaxador del Rey de Navarra á pedir gente á los Estados, y negoció tan bien, que se la concedieron; y así dexando la empresa, inviaron la demas gente á sus guarniciones. No sé cómo no les estorbaron el viaje. Quiso Dios ayudarnos con esto y las contínuas aguas, que sin ellas, es cierto no perdiera el enemigo tal ocasion, é hiciera algun efecto por la poca resistencia que hallára. Recogí la gente que me quedaba en sus guarniciones, entreteniéndola con la municion que se les daba, hasta que llegaron veinte mil felipes, que el Comisario repartió lo mejor que pudo, dando á unos para seis semanas, y á los de mi regimiento para cinco, que es más que el escudo que por allá se dice haber dado yo á cada soldado; pero no se pudieron dar dos pagas, como de ahí se escribia mintiendo á esta gente, pues para una habia avisado este Comisario ser menester mucho más que los veinte mil felipes, que aunque son las compañías pequeñas, son muchos los oficiales y primeras planas con otras aumentaciones lícitas, ó ilícitas, que hacen más número de gente de la que hay. El dar á entender á estos soldados que se les inviaban dos pagas no habiendo para una, fué causa de alterarlos contra el Comisario, yendo á sacarle de su casa, y le tuvieron entre ellos en medio de la plaza, que si no fuera por el conde Federico que fué á sacarle de entre ellos, habiéndoselo yo rogado, le maltratáran. Retiráronse estos soldados á sus posadas, por aquella noche, muy descontentos, y con intencion, segun tuve aviso, de tomar á la mañana las armas y apoderarse de las puertas para hacerse pagar del Comisario y de mí las dos pagas que les escribian de Bravante haberse inviado para ellos. Y temiendo, porque esta nacion alemana, estando una vez alterada, es mala de aquietar, hice venir aquella noche dos compañías de caballos de Paulo Emilio Martinengo y de Alonso Mendo, y con la asistencia de los españoles que habian quedado, mi regimiento y la compañía de don Sancho de Leyva, que estaba dentro, eché fuera del lugar parte de los alemanes más sediciosos, con que se aplacaron, y á no hacer esta diligencia, sin duda se pasára mal. El dinero que entónces vino, dixo el Comisario haber sido proveido por Agosto del año pasado, y ahora estamos en Hebrero de éste, y en todo este tiempo no ha venido otra provision ni memoria de ella; causa bastante para que esta soldadesca, no sólo se hubiera alterado, pero vendido ó saqueado estas tierras, y presentado á sus capitanes y á mí al enemigo por desesperacion, viéndose tan olvidados y poco estimados, habiendo servido fielmente en este país con tanto trabajo y necesidades, y que pagan á otros de su nacion por allá sin hacerles ninguna ventaja en servir, ántes habiendo pocos que se les puedan igualar, y que cuando el enemigo les acomete, no son socorridos á tiempo ni como sería razon que se hiciese. Entre los de Gruninghen y país, como en otra parte he tocado, hay disputa sobre el haberse reducido á la obediencia y servicio del Rey despues que el Sr. D. Juan fué dado por enemigo por la razon que al principio dixe, que fué porque el Príncipe de Oranje y Estados rebeldes mostraban más aficion á los del país que á los de Gruninghen de que en extremo se resentian, que si se la mostráran más á ellos que al país, la opinion de los que entienden su humor es, que nunca vinieran al servicio de su Majestad. Y así á los Estados generales fuera fuerza tenerlos sujetos con guarnicion, por no caer otra vez en este inconveniente, procuran ahora concertarlos, y para esto han inviado sus diputados, que áun están ocupados en ello sin apariencia de concierto, porque se comienzan á arrepentir de lo que han procurado y negociado, conociendo, aunque tarde, el error que han hecho, y los que ya nos fueron contrarios, lo son ahora más del enemigo, si bien de secreto, tal es el humor de los de este pueblo, y creo que serán malos de concertar con haber entremetido al síndico, que estaba en esa Córte cuando se perdió, que como nacido en el país y criado en la villa, ambas partes se fian de él. Yo le he tenido siempre por hombre de bien, pero paréceme imposible que no haya sentido y sabido las traiciones que en su tiempo se han tramado contra el Rey, siendo amigo de los burgomaestres Balen y Moyen Steynz, cabezas de la maldad. Hallándome en el aprieto que he dicho, no me vino otra asistencia despues acá, sino la de un maestro de cuentas con órden de su Alteza, á informarse de los abusos que le habian dado á entender que habia en Linghen, comision procurada por el Recebidor contra el Drosarte de allí, fundado en cierta pasion que entre ellos habia. El Recebidor habia dicho tanto y tanto en Bravante á los de finanzas y de cuentas, que fué despachado para informarse de todo este Comisario, el cual naturalmente es de poca verdad, y enemigo de paz y concordia. El Recebidor le llevó luégo á su casa, y así le informaba de muchas cosas que no se halláran con verdad, y entre otras que este Comisario ha hecho, fué escribir á la mayor parte de los nobles de aquel país, que el peso que tenian de contribuciones era contra la voluntad de su Majestad y de su Alteza, y contra razon y justicia; cosa que no sólo á la nobleza, mas á todo el país ha movido contra mí, de tal manera, que procurando sacar de él alguna sustancia para entretener la soldadesca en la grande necesidad que padecen, no los hallo con la voluntad que solia. Y por esto, á no hallarme con gente de guerra, mi persona y todos los demas ministros del Rey corriéramos peligro del pueblo, con no haberlos cargado jamas sin grande necesidad, utilidad y provecho suyo, porque con la necesidad el soldado se desmanda, y desmandado hace más mal en un dia que interesa en un mes, y el daño que se les hace con desórden no viene tan á provecho de su Majestad como el que se saca con órden; y en presencia de este Comisario se juntaban sin la mia á dar al enemigo lo que extraordinariamente les pedia, y de esto no hacia caso, sino de lo que era para el servicio del Rey, de manera que, ó éste sin duda era más por el enemigo que por su Majestad, ó no acertaba su comision por la pasion que tenía contra el Drosarte y contra mí; y aunque de éstos y de ellos he procurado sacar contribuciones del enemigo, y las hayan prometido, es tan poco lo que de ellas se saca, que el comisario Melendez se ha maravillado de ver que es miseria para lo que allá se ha dicho; que como son sacadas por fuerza, y algunas veces á fuego y sangre, cuando no se pueden executar no las quieren pagar, como lo han hecho siempre. En este tiempo viniendo pocos dias há á este país de Linghen cien caballos del enemigo, invié al capitan Bartolomé Sanchez con mi compañía de lanzas y alguna infantería de esta guarnicion, y hallándolos alojados en un villaje, esperó á que fuese noche para tomarlos más seguros, y venida, los acometió y rompió; y habiendo avisado al capitan Mendo de la venida de estos enemigos, salió con su compañía por otra parte, y dió con otra diferente tropa de caballos, y tambien los deshizo, prendiendo y matando dos capitanes y la mayor parte de los enemigos. * * * * * Esto es lo que hasta ahora puedo escribir de las cosas de este gobierno y exército, habiendo dexado de decir muchas por falta de memoria, ó no ser para que anden en papel. Ha sido gran desgracia mia haber empleado catorce años, los mejores de mi vida, tratando con la gente que en este discurso he significado, opuesto continuamente á la gran ambicion y sed de mandar que siempre los de Gruninghen han tenido y tienen, la cual los ha puesto en el estado en que se hallan. No ha faltado quien los haya fomentado y dado alas contra mí, que diria mejor, con verdad, contra el servicio de su Majestad, al cual he mirado siempre como debo, más que á interes ni pasion que haya tenido, sin haber nunca pretendido de ellos cosa alguna, ántes el desear tenerlos gratos para el servicio de mi Rey, me ha hecho gastar con ellos más de lo que mis fuerzas alcanzaban. Y en recompensa de esto y de las buenas obras que les hice siempre, son los que más me han, por su costumbre, mordido. En conclusion, la guerra se gobierna con diversion y prevencion, y así todas las veces que he podido asistir al serenísimo Duque de Parma, cuando estaba ocupado en Flándes y Bravante, lo he hecho divertiendo al enemigo cuanto más he podido, como parece por las cosas notadas, sin las que dexo por la razon que he dado. Y puedo decir, de que me pesa mucho, que nunca á mí se me daba la asistencia necesaria, ni en lo uno ni en lo otro, y que por conocer esto el enemigo, me ha siempre apretado más de lo que pudiera si fuera acudido conforme á los avisos que daba, pidiendo los socorros con tanta instancia y necesidad, que me obligaba á usar á veces de más libertad que fuera razon, no siendo tan extrema, dexándome siempre, como he dicho, sujeto á los humores de los de esta nacion, principalmente de Gruninghen, la cual con poco mal suceso se humilla y de poco bien se ensalza, tan fácil de mudar, que al que hoy ama mañana aborrece, y así al que aborrece ama á su modo fácilmente. Los que administran la justicia son corruptibles en todo extremo, tanto, que por poco interese la venden y tuercen, dexando el bien universal por él. Yo temia, y ahora echo de ver que no me engaño, que cerca de dicha Alteza habia algunos que no me hacian buenos oficios, ó por presentes, ó por pasion particular, que cerca de un Príncipe los ministros corruptibles y apasionados suelen hacer mucho daño, ó ya que sea permitido el buscar cada uno su provecho y acrescentamiento, á lo ménos fuese sin perjuicio de otros, mayormente de su Rey y del bien público. Y pongo á Dios por testigo que desde que fué servido de dar en estas partes á su Majestad algunos buenos sucesos abriendo camino para muchos mayores, por ver que la invidia y malicia los hacia inútiles, he procurado de todo corazon, con grande instancia, salir de aquí é irme á servir á su Majestad en otra parte, viéndome empleado en las que he servido tan mal correspondido y sin la recompensa que suele darse á los gobernadores de provincias cuando los sacan fuera de sus gobiernos, segun la costumbre de Borgoña. Habiéndome en este tiempo empleado en lo del Rin, en Bona, en el gobierno del exército sobre Mastricht, en el estado de Gheldres, en esa parte, cuando el Sr. don Juan de Austria partió de Namur, dexándome el castillo y fuerte, y despues sirviendo por su mandado el oficio de Maestre de Campo general, en que me ha sido fuerza hacer grandes gastos sin nunca haberme recompensado; y quisiera mucho no ser forzado á decir esto de mí, pero es hoy la malicia y emulacion de algunos tan grande, que no se aplican sino á convertir el bien en mal, sin ninguna certeza de que sea verdad lo que dicen. Y así con seguridad me ofrezco á probar con bastantes informaciones, cartas y órdenes de mis superiores, y copias de las que yo les he escrito, cuanto he dicho hasta aquí. Y en lo que toca á la poca conformidad que he tenido con los de Gruninghen, que por allá me cargan su pérdida, digo que cuando iban por camino derecho y llano la tenía con ellos muy grande y buena, y que por más que hayan variado en su fidelidad, nunca ha procedido con ellos de manera que con razon hayan podido formar quexa de mí, habiéndolos siempre asistido aventurando mi vida muchas veces por ellos; y si yo quisiera conformarme en todo con ellos, habia de ser faltando de la fidelidad que debo á Dios y á mi Rey, que en todo lo demas que buenamente he podido conformarme con ellos, sin perjuicio de esto, lo he hecho con muy gran costa, trabajo y peligro de mi persona. FIN. PATIENTIA OMNIA DUCIT. D. A. V. D. V. Á LA FELICE MEMORIA DEL C. F. V. Fuiste de guerra un valeroso Marte, Y de Estado otro nuevo docto Apolo, Que en ambas cosas alcanzaste, solo, De cuanto pueden dar la mayor parte. ¿Quién luégo dexará de consagrarte, En cuanto ciñe el mar y alcanza Eólo, VERDUGO heroico, luz de nuestro polo, Y estatuas mil de bronce levantarte? ASTREA divina permitió á la fiera Invidia que á sus hijos incitase A lacerarte tan injustamente, Para que, provocado, nos dexase Tu pluma este exemplar, que de Megera Triunfará siempre, y del canino diente. SIGNIFICACION DE LAS FIGURAS DE LA EMBLEMA DEL CORONEL F. V. EL LEON CON LA HACHA MACEDONIA: La natural vigilancia y fortaleza que antepone la eleccion y resolucion para lo que se pretende hacer. EL LIBRO: El consejo de los medios ordenados para el fin de lo que se intenta. LAS CARAS DEL PEDESTAL: La prudencia, que discerniendo entre bien y mal, endereza el acto de la fuerza razonable, en que fundó siempre todas sus acciones el coronel F. V. Imprimatur. PETR. ANT. GHIBERTUS LOCUMTEM. _M. Cornell. Tirobos. Præd. Ordin. Cur. Archiepisc. Theol._ [Illustration] APÉNDICE. AL CORONEL FRANCISCO VERDUGO, DEL COMENDADOR REQUESENS, EN 20 DE FEBRERO DE 1574, DESDE AMBÉRES, CON DON GONZALO DE BRACAMONTE. Muy magnífico señor: Recibí la carta de v. m. de 3 de éste, y por otra mia habrá visto cuán informado estoy de lo bien que ha servido á S. M., y pésame de que la gratificacion no haya sido la que v. m. merece, y yo no faltaré de procuralla en lo que por mi parte pudiere, y agora es tiempo que todos atendamos á servir como sé que v. m. lo hará. Ya habia sabido la gente que se llevó para rehacer las compañías de su regimiento, porque luégo que me encargué de este Gobierno se me pidió licencia para ello, y huelgo de saber que sea ya llegada, y he dado órden que sea socorrida como las demas, y al contador Castellanos que demas de esto envie una paga en paños para ese regimiento, confiando que v. m. dirá claramente, con muestra y sin ella, la gente de servicio que tiene, pues aunque en cualquier tiempo se ha de hacer esto, así mucho más en el que agora estamos, que la necesidad que S. M. tiene de gente y dinero es tan grande; placerá á Dios de remedialla, que guarde, etc. AL CORONEL FRANCISCO VERDUGO, DEL COMENDADOR REQUESENS, EN 22 DE JUNIO DE 1574, DESDE AMBÉRES. Muy magnífico señor: Ayer tarde me dió el alférez de v. m. su carta de 18 de éste, y ántes habia recibido la de 13, y á entrambas responderé en ésta, y comenzando por lo que v. m. dice de la necesidad que pasa su regimiento y lo que desea que se le tome muestra y dé algunas pagas, ó que se despida, y lo que v. m. discurre sobre el trabajo que ha pasado y servicios que ha hecho, digo que de éstos y de las partes que concurren en la persona de v. m., tengo yo tan particular relacion, que me ha obligado á escribillo más de una vez á su Majestad despues que estoy en este Gobierno, y á desear ocasiones en que mostrar á v. m. la satisfaccion que de ello tengo. Pero las que se me han ofrecido en las necesidades de por acá han sido de manera que no puedo remediar, como deseo, las de todas partes, y á ningunas se ha acudido primero que á las de Holanda, porque soy seguro que en siete meses que há que yo estoy en este Gobierno, se han inviado sólo á ella más de 700.000 florines, y los 200.000, ó muy pocos ménos, han sido desde fin de Abril hasta mediado Junio; y el repartimiento de ellos ha ido de acá conforme á las relaciones que han dado los contadores, porque yo no puedo ver tan particularmente las cuentas como querria, y de que de su yerro haya alcanzado parte al regimiento de v. m., me pesa á mí mucho. Pero creo que de las baxas que habrá habido en otras cosas, para que iban las relaciones muy largas, se pudiera haber suplido algo de eso, como yo lo he escrito al Conde de la Rocha y contador Alameda. Quien supiere que se pagó á los amotinados mucho más de lo que se les debia, está claro que le ha de parecer que es más justo, como en efecto lo sería, que se haga lo mismo con los que no se amotinaron, y ninguna cosa deseo yo tanto como podello hacer así. Pero el mismo motin, de que han nacido mayores inconvenientes aún de los que allá se pueden representar, me ha imposibilitado á todo lo demas, y me forzó, habiéndose apoderado de Ambéres y del dinero, y por consiguiente, de todos los estados, á redimir aquella vexacion como pude, y ésta es materia más larga de la que se puede discurrir en carta; basta decir que del trabajo en que agora estamos y de todos los que hubiere en estos Estados, son causa los que se amotinaron, y que fué fuerza pagalles y perdonalles, y lo es tambien cumplilles la palabra, pues se les dió, si bien la culpa es la mayor, que no digo españoles, pero gente de ninguna nacion tuvo jamas á su Príncipe. Yo no vine á este Gobierno por mi voluntad, sino habiéndome hecho el Rey, nuestro señor, fuerza despues de habello rehusado más de un año, que muy bien supe cuán mayor carga tomaba de la que nadie podia llevar, segun en el término que hallé las cosas de aquí. Pero sabiendo esto, vine porque no pude excusar de obedecer como quiera á mi Príncipe y señor natural, despues de habelle representado muchas veces los inconvenientes que en esto habia. Hallé tantos millones de deuda en estos Estados, y tantos de costa ordinaria, y tan poca ayuda en ellos, que con haber hecho el Rey, nuestro señor, muy largas provisiones, no han bastado, y este motin y el exemplo que de él han tomado las otras naciones para hacer lo mismo, y otras cosas que por nuestros pecados han sucedido, me han puesto en tan extrema necesidad, que no puedo acudir á todas, como querria; si bien hago todas las diligencias que humanamente puedo, y Dios sabe la afliccion que tengo de que éstas no aprovechen. Por tener á v. m. en la estimacion que al principio dije, he querido decille todo esto, y aseguralle que deseo remediar las necesidades de su persona y regimiento, y que cuando no se hiciere, entienda que es por no poder más, y que los que nacieron con la obligacion que v. m., me han de ayudar á llevar esta carga y trabajo, que si bien estoy en el mayor que nunca hombre estuvo por faltarme dinero para todo, se ha de esperar en Dios que, como en causa suya, ha de abrir el camino para el remedio por donde no pensamos; como le habia abierto con la rota del conde Ludovico, si no lo atajáran nuestros españoles con su motin, que no sólo me hicieron perder el tiempo, pero todos los medios que para ello habia, de que Dios sea bendito. Pesóme en extremo del subceso que hubo en el Waterlant, y que le cupiese tanta parte del daño á la gente de v. m., y quisiera que el Conde de la Rocha le hubiera dejado más ingleses para rescatallos, porque cuando yo le dí órden que los inviase, no sabía lo que allá subcedió y tenía fin por ciertos justos respetos de inviallos á Inglaterra, y no se podrá hacer agora lo uno ni lo otro, porque no me han avisado qué número de ellos ni en qué forma han llegado adonde se habian de traer. Pero cuando v. m. haya sacado su gente, será muy bien que de todos los que se tomaren de los enemigos, se haga lo mismo que ellos hicieron de nuestros alemanes; y el no haber hecho yo cortar la cabeza á Aldegonda y á otros prisioneros, ha sido por respeto del Conde de Bossú, cuya libertad deseo todo lo posible, y holgaré que se trate la de su primo y del capitan Corcuera y otros caballeros que están con él, en trueque de los prisioneros de Harlem, aunque no entiendo si v. m. dice de las cabezas de los ingleses que agora se tomaron, ó de los burgomaestres y otros que están presos desde que se tomó aquella villa, parte de los cuales habia yo ofrecido dias há por un burgomaestre de Medialburgo, como lo verá v. m. por las copias de las cartas que aquí van en frances, las cuales se inviaron á Medialburgo y nunca ha habido respuesta, ántes dicen que tienen apretado al dicho burgomaestre. Pero puédese tratar de los otros que quedan en Harlem y avisarme v. m. cuando estuviere concertado para que se dé la órden que convenga, de manera que no sea contraria á la que se dió por los de Medialburgo; y volviendo á lo del Conde de Bossú, yo no sé que pueda hacer por mi parte más que lo que ofrecí seis meses há á su hermano de dar por él á Aldegonda y á cuantos otros presos tuviese, y habiéndolo inviado á tratar el dicho su hermano con el Príncipe de Orange, me dixo que le habia desengañado que no lo daria sino por el Conde de Biera, ó por cuatrocientos mil escudos, que lo uno y lo otro es tan gran disparate como se dexa considerar, y en que yo no puedo hacer nada, y holgaré mucho de que venga acá el mayordomo del dicho Conde de Bossú, y que entre tanto vaya allá en prendas por él uno de los presos de Harlem, y al Conde de la Rocha he escripto que haga en esto lo que v. m. le pidiere. Si se puede haber dinero nos sobra gente, y se podrá inviar ahí la que fuere menester para ocupar de nuevo el Waterlant, y aunque los vecinos de él merecen que se les haga todo el mal que v. m. dice, conviene, si algunos se redujesen, regalallos para ejemplo de los demas, porque es imposible con sola la fuerza sostener toda la tierra, y habiéndose publicado el perdon, conviene que cada uno, por su parte, procure de persuadir á esa probe gente que se aprovechen de tan gran merced como el Papa y su Majestad les hacen, y que con el buen tratamiento que á los unos se hiciere, se aseguran los demas. Las urcas que se escaparon de España y han llegado ahí y á Zelanda, habrán hecho gran daño á la venida de nuestra armada, y han sucedido tantos inconvinientes para ésta, que me tienen con gran cuidado, como lo son, entre otros muchos, haber quitado las torres y señales para las honduras y navegacion, y no haber en toda esa provincia puerto seguro, y lo que v. m. dice del de Hemdem, es de mucha consideracion, así por la que siempre se ha tenido de no romper con ningun príncipe libre del imperio por muchas ocasiones que ellos nos den, como porque no sé si sería fácil el poder nuestra armada tomar el dicho puerto y villa de Hemdem, luégo en llegando, con sola la gente que trae; todavía sin que lo entienda nadie, me invie v. m. una muy particular relacion de la calidad y fuerza de aquella villa y puerto y de cualquier otro de que en esa provincia le parece que nuestra armada se podia aprovechar, y en fin, de los efectos que le pareciere que con ella se pueden hacer, así en Holanda como en Zelanda y en cualquier otra parte, presupuesto los estorbos que en todas hay, que aunque yo tengo de esto diversas relaciones, holgaré mucho de tenella de v. m., como de persona que tiene tanta experiencia de estos Estados y tanto celo al servicio de su Majestad, y que no habrá dexado despues que está en Holanda de platicallo con marineros, aunque, como he dicho, ha de ser todo con gran recatamiento, mayormente lo de Hemdem, que nadie ha de entender que se ha pensado en ello. Bien creo que de los pasaportes que da el Conde de la Rocha, deben de nacer inconvinientes, aunque sin culpa suya, sino de sus oficiales. V. m. tendrá, por su parte, la mano para que se excuse sin que se pueda entender que no se obedece lo que el Conde ordena, que yo le escribo para que de aquí en adelante no se den sin muy gran causa. Guarde, etc. AL CORONEL FRANCISCO VERDUGO, EL COMENDADOR REQUESENS, EN 4 DE AGOSTO DE 1574, DESDE AMBÉRES. Muy magnífico señor: Hoy he recibido la carta de v. m. de 22 del pasado, y ántes habia recibido las de 16 y 20, y despues de hechas llegó el dinero y pólvora que envié al Conde de la Rocha, que fué todo el que se pudo juntar en esta villa, y de ello habrá cabido á v. m. y á su gente la parte que se habrá podido, y yo holgára que fuera todo el socorro junto, pero no ha sido posible, y como en otras he escrito á v. m., he hecho todo lo que he podido por proveello, y sea cierto que siento en el alma no podello remediar, y yo he venido á esta villa á buscar dineros y hago todo lo que puedo, y no siendo ayudado de ninguna parte, mal se puede remediar habiendo tanto que cumplir, y yo sé muy bien lo mucho que v. m. ha servido y trabaja, y tengo de su persona la satisfaccion que es justo, y así me ha de ayudar por su parte á llevar esta carga, como le pido por merced lo haga, en que se entretenga su gente con el socorro que se les ha dado, y los marineros de esa armada, hasta que de acá vaya recaudo, que será lo más presto que se pudiere, y v. m. procure que los navíos estén en órden, para que venida nuestra armada en salvamento, de la cual hasta agora no tengo nueva que sea partida, aunque creo que lo será, puedan salir al camino para ayudar á que la del enemigo no la haga estorbo en tomar puerto; y fué de mucha importancia lo que v. m. hizo en defender á los enemigos que no tomasen el fuerte de junto á esa villa, y si como v. m. dice, que se dexan de hacer muy buenos efectos contra ellos por la falta que tenemos de dineros, que me duele infinito, plega á Dios de remediallo como más conviene á su servicio. Yo creo muy bien la dureza que tienen los de Waterlant de no rendirse si no les dejan vivir en su falsa religion, y miéntras no vivieren en la nuestra católica y se conserváre el autoridad de S. M., se pueden desengañar que no serán perdonados, ni harán bien sus negocios, que como se cumpliese con estas dos cosas, en todas las demas yo holgaria de complacelles. Guarde, etc. AL CORONEL VERDUGO, EL COMENDADOR REQUESENS, 7 DE AGOSTO DE 1574, DE AMBÉRES. Muy magnífico señor: Recibí la carta de v. m. de 3 de éste, y con otro responderé á los particulares de ella, que no tengo lugar de hacello en ésta, más de decir que huelgo mucho con la cuenta que v. m. me da de lo que allá pasa, y yo espero en Dios que los enemigos no saldrán con sus designios, y que v. m. les ha de defender que no hagan ahí ningun daño. Yo me hallo aquí buscando dineros para enviar á todas partes, y por mucha diligencia que se ha hecho no se han hallado hasta ayer más de 900 libras, que se envian, de crédito, á pagar en Amsterdam, que será letra cierta y segura, segun el pagador ha dicho, las cuales cobrará el oficial del dicho pagador que allá está, y los gastará señaladamente para socorrer con ellos á los capitanes y marineros, conforme á lo que á v. m. le pareciere: y tambien va carta mia para los de esa villa, en que les escribo pidiéndoles hagan fianza á los capitanes de las vituallas que tomaren para los marineros, y no he hablado sobre ello al burgomaestro que aquí reside, por haberse quedado en Brusélas y no ser venido hasta agora. Y con lo uno y otro, procure v. m. que se entretengan todo lo que se pudiere, que en pudiendo se enviará más recaudo. Guarde, etc. AL CORONEL VERDUGO, DEL COMENDADOR REQUESENS, EN 14 DE AGOSTO DE 1574, DESDE AMBÉRES. Muy magnífico señor: Pocos dias há que envié 6.000 florines para ir entreteniendo los gastos de esa armada, y deseo tanto que se sostenga, que con ser las necesidades de acá extremas, envio agora otros 20.000 para el mismo efecto; v. m. procure que se repartan de manera que duren el más tiempo que pueda, y que en éste se hagan algunos efectos, que si fuese verdad lo que me han escrito, que los marineros de Incusen y Hoornen no han querido embarcarse en el armada de los enemigos, y la nuestra de España acabase de llegar, de que há dos meses que no tengo aviso, podria ser que v. m. hiciese con ésa muy gran servicio á Dios y á S. M., y yo estoy cierto que v. m. no perderá ninguna ocasion, y que estará con los ojos muy abiertos para si se ofreciere alguna novedad en Incusen y en cualquiera desotras villas, que podria ser habellas cada dia, y Dios las encamine á su servicio; y guarde, etc. AL CORONEL FRANCISCO VERDUGO, DEL COMENDADOR REQUESENS, EN 3 DE SETIEMBRE DE 1574, DESDE..... Muy magnífico señor: Bien habrá dos meses que no he recibido carta de v. m., aunque me acuerdo haberle escrito algunas en este tiempo, que es de tanta necesidad y carestía de dinero, que me falta para muchas partes, y siendo todas tan forzosas, bien puede entender el cuidado que me debe de dar; pero con todo esto se han proveido para los gastos de esa armada de pocos dias acá, una vez 6.000 florines y despues 20.000, que lo uno y lo otro sé que ha llegado, y aunque parezca pequeña suma, es muy grande respecto de las necesidades, y así entiendo que con ella y la buena diligencia y maña de v. m. se debe entretener bien esa armada, y porque de la de España há mil dias que no tengo aviso y pierdo ya la esperanza de su venida, siendo el tiempo tan adelante, holgaré para en caso que no venga, que se sabrá con el primer correo, que v. m. me avise, los navíos que forzosamente le parece que deben ahí entretener, y cuáles, y con qué número de gente, y qué costa harán en cada un mes, los cuales han de ser aquellos que bastaren á guardar ese puerto y entrada, y los canales, y no para fuera, pues no viniendo la armada de España, no podemos ser señores de la mar. Por avisos del Maestre de Campo Valdés, entiendo la necesidad en que está Leyden y el esfuerzo que el Príncipe hace para socorrella; bien entiendo que v. m. tiene tan buena correspondencia con el dicho Valdés, que no será necesario encargarle que para lo que tocáre á esto y á lo demas del servicio de S. M., le dé toda ayuda y asistencia, mas con todo es bien que tenga entendido cuánto conviene apretar á Leyden y las demas plazas, y que no sean socorridas, y así v. m. en cuanto á esto ayudará, por su parte, con navíos y con gente, segun se ofreciere la necesidad. CARTA AL CORONEL VERDUGO. Ilustre señor: La de v. m. recibí y fué leida públicamente en escuadron á todos los soldados, y en lo que v. m. dice, le han informado que yo, con los más soldados, hemos determinado de ampararnos de la armada que está á cargo de v. m., ó acometer á Esperandam, de cualquiera de las dos cosas estaba yo y estoy muy descuidado, y por el consiguiente, creo que los demas lo están ansimismo, porque aunque esta alteracion de presente esté en el término que está, no debe v. m. pensar ni otro alguno que hay tan baxos pensamientos y tan poca gana de servir los soldados á su Majestad que en lo que toca á su Real servicio discrepen un punto, procure v. m. proveer con mucha diligencia la gente que ahí está, mandando á los municioneros lo que el Sr. Maestre de campo ha mandado en otra ántes de ésta y lo que de nuevo invia á mandar, de modo que no les falte la comida y lo más necesario, y esto sin descuido, cuando otra cosa no se pueda hacer, mande v. m. quitallo de las propias bocas de los más principales y ricos de esa tierra, y áun de los pobres que lo pudieren suplir, y cúmplase con los soldados, que no son de parecer de quedarse cincuenta como v. m. dice, ántes quieren redoblar mucho número de gente en ese paso si v. m. innova y excede de lo que en ésta se le suplica, y ansí me pidieron se lo requiriese y protestase á v. m. de parte de todos los de esta alteracion, é yo así se lo pido y requiero á v. m. por evitar otros mayores daños, que de no proveello se recrecerán en el deservicio de su Majestad; dicen que no les haga v. m. entender que en ese Harlem falta para tan poco número de gente el recaudo necesario habiendo cerveceros y panaderos y otras maneras de tratos de que lícitamente á buena cuenta y razon v. m. puede tomar lo que mandáre y quisiere, póngole á v. m. por delante el estado en que las cosas están, y el poco achaque que es menester para darse con la carga en tierra con tan excesivo desórden como de no proveerse esa gente se recrecerá acá y allá, y para descargo de ellos y mio, y de este consejo, guardo el traslado de ésta y de todo lo más que aquí se negocia y despacha para enviallo á su Majestad con esto que los soldados despachan, y las más copias se guardan para su tiempo para que su Excelencia sepa cómo v. m. fué requerido y avisado ántes de todo requerimiento de desórden, y con esto acabo. _Nuestro Señor_, etc. _De este Consejo, 19 de Noviembre de 1574._ CARTA DEL CORONEL VERDUGO ÁLOS MUY MAGNÍFICOS SEÑORES, LOS SEÑORES ELECTO Y SOLDADOS, EN LA HAYA. Muy magníficos señores: La de v. m. recebí en respuesta de la mia, y huélgome en extremo que esos señores no estén de opinion de venir á acometer á pasar por este fuerte, y plega á Dios que así sea, porque tan mal hecha cosa no habrán hecho jamas españoles, yo he oido y visto que muchas veces se pide en semejantes negocios que les paguen, pero dejar fuertes nunca lo he oido, ni visto, ni pienso que verdaderos españoles hagan tal traicion. Vuestras mercedes se acuerden que otros estando enojados han ganado fuertes á su Majestad y no perdídoseles, siento yo estas cosas como español y deseoso que nuestra honra no se acabe de perder; vuestras mercedes miren bien lo que hacen porque les juro que hallen más dificultad en todos los pasos que si vuestras mercedes fueran turcos, y junto con la traicion harán la mayor bisoñería que jamas soldados hicieron, porque con grandísimo trabajo saldrán con su intencion. Nuestro Señor dé á vuestras mercedes mejor consejo, y guarde sus muy magníficas personas como desean. _De Harlem, á 22 de Noviembre de 1574._—Besa á vuestras mercedes las manos su servidor, FRANCISCO VERDUGO. Á LOS MUY MAGNÍFICOS SEÑORES ELECTO Y SOLDADOS. Muy magníficos señores: Esta mañana ántes que fuese el dia envié á pedir licencia á vuestras mercedes para hablalles, y salió el señor ayudante con alguna cantidad de arcabuceros y mosqueteros, diciendo lo que ellos hiciesen sería hecho de parte de todos, yo le supliqué que me hiciese merced que pudiese hablar al Sr. Electo y á los demas, porque traia una carta de su Excelencia, y á boca, muchas cosas que decir á vuestras mercedes de su parte tocantes al servicio de Dios y de su Majestad y á honra de toda nuestra nacion, y asimismo les traigo dineros, y en paño y seda lo que quisieren ó hobieren menester. Vuestras mercedes estaban tan de prisa y deseosos de caminar, que no me quisieron oir, sino inviarme y decirme que me fuese, como lo hice; ya que esto es pasado, me ha parescido con intervencion del Sr. Coronel Francisco Verdugo, que gobierna esta tierra, suplicamos á vuestras mercedes cuan encarecidamente podemos sean servidos de esperar ahí en el alojamiento que tienen por mañana mártes en todo el dia, que en este tiempo habrá llegado aquí musiur de Hierge, el cual dará órden á vuestras mercedes de lo que se ha de hacer sin que parezca que vuestras mercedes van alterados y se eviten muchas desórdenes que podria haber. _Nuestro Señor_, etc. _De Harlem, á 29 de Noviembre de 1574._—Despues de escrita ésta ha llegado correo de Amsterdam que dice cómo era llegado allí musiur de Hierge, el cual escribe será aquí luégo.—Servidores de vuestras mercedes, D. RODRIGO ZAPATA DE LEON, FRANCISCO VERDUGO. AL CORONEL FRANCISCO VERDUGO, EL COMENDADOR REQUESENS, EN 6 DE AGOSTO DE 1575, DESDE AMBÉRES. Muy magnífico señor: Holgué de saber por la carta de v. m. de 26 del pasado que fuesen salidos los alemanes de esa villa con quietud, y que quedasen los burgeses de ella más contentos con la gente que entró de guarnicion, y al capitan Mechenan, teniente del Conde de Ebres, á quien he escripto la satisfaccion que tengo de lo bien que se ha portado con su gente, y como v. m. me lo ha escripto, y en cuanto á proveer esa villa de vituallas y municiones de guerra, se hará lo que se pudiere, y asimismo en socorrer á la gente, que por allá queda, que yo lo deseo harto, pero me hallo con grandísima falta para todo; Dios lo remedie, y él guarde, etc. Deseo saber los efectos que hace la armada de Amsterdam, porque si se tiene aquella costa sólo por complacer á los de la villa y por entretener marineros para cuando sean más menester y que no se vayan entre tanto á los enemigos, se podrian inviar acá algunos capitanes y marineros, pues hay hartos navíos, y hacerse con ellos por esta parte algunos efectos. Vuestra merced me avise de su parecer, y cuántos y de qué calidad son los navíos que agora se entretienen allí, y cuáles son los que no se pueden excusar. VICTORIA HABIDA EN FRISA EN 1586. COPIA DE CAPÍTULO DE CARTA DEL PRÍNCIPE DE PARMA PARA SU MAJESTAD DE BRUSÉLAS, Á 28 DE FEBRERO 1586. Por cartas del Coronel Francisco Verdugo se me avisa que, con la ocasion del hielo que hizo en fin de Enero, hizo juntar la gente que pudo, y quedando él con parte al rededor de la villa de Gruninghen para acudir donde fuese menester, amenazándole los rebeldes por más partes, envió al teniente coronel Juan Baptista de Tássis con la otra en Frisa, donde, estando ya para salirse por comenzar á deshelar, entendiendo que los dichos rebeldes habian salido en campaña y que mostraban deseo de pelear, fué hácia ellos conforme á la órden que del Coronel tenía, y encontrados, pelearon muy valientemente, y alcanzó aquel dia vuestra Majestad una buena victoria, pues de dos mil hombres que habia de pelea de los enemigos de las compañías viejas, no escaparon diez, habiendo quedado muertos y presos los demas, con muy poca pérdida de los nuestros, aunque quedó muerto uno de los hijos del Conde de Vandemberg que sigue á Verdugo, y lo hizo muy bien, como otro hermano suyo mayor que quedó herido; ha sido faccion de importancia por ser la gente que era, y haber sucedido en tiempo que pudiera hacer por allá harto daño. A nuestro Señor se deben las gracias, que nos hace más mercedes de las que merescemos, y cierto que al dicho Coronel, como tambien al teniente Tássis se debe agradecer la voluntad con que sirven, y estimar el valor que en todas ocasiones del servicio de vuestra Majestad muestran. RELACION DE LAS PARTES DONDE Y COMO ESTÁ REPARTIDA LA GENTE DEL EXÉRCITO DE SU MAJESTAD, QUE SE SOCORRE EN HOLANDA. _En Vlaerdirgen._ Las compañías de D. Gaspar de Gurrea, D. Rodrigo Zapata, D. Francisco de Vargas, Martin de Orzaes, Juan de Texeda, Lorenzana, y una compañía de alemanes del regimiento del Baron de Frans-Pergue. _En Maeslandt._ Las de Lope Álvarez de Inestrosa y D. Pedro de Benavides. _Maeslandtsluis._ Las de Francisco de Salazar, Artaxona, Rodas, D. Diego de Córdoba. _En Gravesand._ Las de Gaspar Palomino, Eraso y D. Francisco de Toledo. _En Naeldwic._ La del capitan Francisco de Aldana. _En Liera._ La del capitan Luis del Villar. _En Reewyck._ La mitad de la corneta de herreruelos y una compañía de alemanes del regimiento de Frans-Pergue. _En Borbure._ La otra parte de los herreruelos, y otra compañía de alemanes de Frans-Pergue. _En La Haya._ El coronel Frans-Pergue, con cinco compañías de su regimiento y las de D. Fernando de Toledo, Maestre de Campo, D. Rodrigo de Toledo, Diego Felices Cisneros y Rodrigo Perez Palomino. _En Leerdam._ Ochenta alemanes de Frans-Pergue. _En Balsenar._ Una compañía de alemanes de Ebrestayn. _En Monster._ Una compañía de alemanes de Frans-Pergue. _En Esquebelingue._ Otra compañía de alemanes de Frans-Pergue. _En Viennen._ Las de Pompeo Spesiano, Isla, D. Juan de Toledo y Vargas y una de alemanes de Ebrestayn. _En Valquenburt._ Una compañía de alemanes de Ebrestayn. _En Voorschoten._ Las de Carrion, Carreras y Juan Diaz de Cárdenas. _En Soterbaust._ Las de Palma, Melgarejo y Borja. _En Leyderdorp._ El capitan Chaide, y dos compañías de alemanes del Conde de Bossú. _En Alphen._ Una compañía de valones del regimiento de Mos de Latre. _En Bodgrave._ El coronel Mos de Latre. _En Mubergrue._ Dos compañías de valones del regimiento de Mos de Latre. _En Zetfel._ Las de D. Alonso de Cárdenas y D. Gabriel Niño. _En Ramerique._ Una compañía de alemanes del Conde de Bossú. _En Pudcop._ La que era del capitan Zamudio. _En Hermelen._ La del capitan Armengol. _En Linscot._ Las de Escalante y el capitan Tribiers. _En Monfort._ El capitan Estoquel de alemanes del regimiento del Conde de Mega. _En Vasseynt._ Una compañía de alemanes del dicho regimiento. _En Hilguesberguen._ Las de D. Alonso de Sotomayor y D. Hernando de Toledo. _En Sevenhuysen._ Las de Trancosso y Baltasar Franco. _En Poelgeest._ Don Gabriel de Peralta. _En Bleyswyc._ Las de D. Manuel Caveza de Vaca, Pedro de Paz, y el maestro de campo general Valdés. _En Verquel._ Don Luis Gaytan. _Sotermer._ Don Martin de Ayala. _En Eguemont._ Las compañías del maestro de campo D. Gonzalo de Bracamonte, D. Phelipe de Veamonte, Juan Daza, Juan de Porras, Alonso de Ayala, Gaspar Gomez, Diego Ortiz de Angulo, y Martin Flores, y la compañía de borgoñones del Baron de Ehenraus; y la de arcabuceros á caballo de Mos de Moysi. _En Soetermeer._ La del capitan Juan de Castilla y dos de alemanes altos del regimiento de Polviler. _En Beverwick._ Cinco compañías de alemanes del dicho regimiento. _En la villa de Campen (Over-Issel)._ Dos compañías del dicho regimiento. _En la de Deventer (Over-Issel)._ Otras tres compañías del dicho regimiento. _En los diques de Waterland y Amstradam._ Diez compañías de alemanes baxos del regimiento del Conde de Bossu, y dos del de Mega, y siete de valones del regimiento de Francisco Verdugo. _En Utrecht._ La del capitan Linden del dicho regimiento de Bossu. _En Catruyque._ La del capitan Suater del dicho regimiento. _En Viana._ La del capitan Svartz del dicho regimiento, y la de españoles de Pedro de Tordesillas. _En Amsfort._ Una compañía de alemanes altos del regimiento del Fúcar. _En Rin._ Otra compañía de dicho regimiento. _En Harlem._ Otras cinco compañías de alemanes altos del regimiento del Conde de Ebrestayn, y ahora han salido de allí las compañías de caballos de Juan Baptista y Camilo de Montes, que van la vuelta de la Haya. Las dos compañías de caballos de D. _Juan_ Pacheco y Aurelio Palermo, están aloxadas en unos cenos entre Blardinque y Merlan, y la de arcabuceros de García de Valdés está tambien en otros cenos entre Meslan y Granesanda. Muchas de las cuales dichas compañías se mudan de un dia á otro, conforme á las necesidades que ocurren. LAS ÓRDENES QUE PARESCE QUE SE PODRIAN DAR PARA RESTAURAR LA REPUTACION Y DISCIPLINA QUE SOLIA HABER EN LA INFANTERÍA ESPAÑOLA SON LAS SIGUIENTES, SALVO OTRO MEJOR JUICIO. Primeramente, que en la eleccion de los capitanes, alférez, sargentos, cabos descuadra, se observe la ley y la órden que en tiempos pasados se solia guardar y observar en esta nacion, y que como en cosa tan importante y de donde generalmente proceden todas las faltas que de algunos años á esta parte se han visto en ella, no se haga en lo venidero eleccion de ninguna persona para capitan que no sea exercitada y experimentada de muchos años de guerra, para que el tal sepa cómo ha de gobernar y habilitar sus soldados, y no que los soldados de su compañía vengan á ser sus maestros; porque de no hacerse esto, y que los capitanes vayan de primer boleo á aprender en el arte, se siguen muy muchos inconvinientes, y de la misma manera de las muchas elecciones que hacen de sus alférez, sargentos y cabos descuadra, no guardando, como no guardan, la órden que en esto por lo pasado se solia y acostumbraba. Que es muy justo que los Capitanes generales de los ejércitos, que son los que han de proveer las compañías de infantería española, observen las costumbres antiguas, para que se haga como conviene al servicio de su Majestad, que las provean informándose de los Maeses de Campo de los méritos de cada uno, porque son los que han de pelear con ellos, y los que mejor les pueden informar á los Capitanes generales de los méritos y servicios de cada uno, pues los conocen y tienen cuenta con ellos; en cuanto á los alféreces, sargentos y cabos descuadra, que es tambien justo que se provean conforme á la costumbre antigua, y que por lo ménos hayan servido seis ú ocho años sin haber dejado la milicia y servicio en la misma infantería española, y que los capitanes en la provision de alférez, sargentos y cabos descuadra, den cuenta á los Maeses de Campo para que con su aprobacion los hagan, y para que los Maeses de Campo lo sepan para dar cuenta dello á los Capitanes generales, y haciéndose la eleccion desta manera vernán á ser bien y méritamente proveidas las compañías en persona de los alférez, y las banderas en los sargentos, y las ginetas en los cabos descuadra. 2. Que los tales capitanes, siendo los que conviene, sean favorescidos y honrados de sus Generales, los cuales, juntamente con esto, les den la autoridad que se requiere para el gobierno y disciplina de sus soldados, y para poderles arrestar y refrenar segun les paresciese convenir. Que es muy justo que los dichos capitanes sean honrados y favorescidos de sus Generales, porque será ocasion para que sirvan con más contentamiento, y para que sean más obedecidos de sus soldados y estimados de los demas, y que en cuanto al gobierno y disciplina los Maeses de Campo tengan el cuidado que conviene, y son obligados, pues es éste su oficio, y son los que han de dar cuenta á sus Capitanes generales de todo lo que sucede en sus tercios. 3. Que la eleccion de los Sargentos mayores, en cuya habilidad y diligencia consiste por la mayor parte la buena órden y disciplina de la infantería, sea de la misma manera, por pura experiencia y merecimiento, y no por otros fines ni respeto, como se ha visto que en algunas partes los eligen. Que esto conviene que sea así, buscando personas para estos oficios que tengan méritos y experiencia y práctica. 4. Que se dé órden expresa para que los capitanes y Sargentos mayores en la parte que se hallaren hagan exercitar y habilitar los soldados de ordinario con las armas que cada uno dellos hubiere de servir, para que caminando ó estando en sus alojamientos se hagan diestros dellas y las sepan bien manejar, para usarlas mejor cuando se vieren con sus enemigos. Que esto es muy bien que así se haga y cumpla como en este reino se exercita por ordinario la infantería española que al presente reside en él, en las partes donde se halla alojada por órden del Capitan general. 5. Que en ninguna manera se permita se dé ventaja á quien no se hubiese señalado y aventajado de otros en pelear, en asaltos de tierra, ó en batalla ó escaramuza, ó en otra alguna suerte que en la guerra suele acaescer. Que es justo quel soldado que se señaláre en batalla, asalto ó escaramuza, ó en otro suceso ó facion de guerra, le mande el Capitan general dar premio, aventajándole segun le parescerá conforme á lo que habrá hecho, y que esto se entienda con ventaja extraordinaria, porque los treinta escudos que tiene cada compañía de ventaja son muy pocos para cumplir con tantos soldados como hay en cada compañía, con los cuales es justo se tenga cuenta de ordinario, y que esto sea por relacion de sus Maeses de Campo. 6. Y que á los caballeros que acudieren á servir á su Majestad en la infantería, siendo efectualmente y tiniendo disposicion, edad y habilidad competente, allende de sus pagas ordinarias, les mande su Majestad hasta en cuantidad de seis escudos de entretenimiento en cada mes, y dende abajo conforme á la calidad de cada uno; y que esta ley sea general, con tal que hagan sus guardias y el oficio de soldados, sin que ninguno dellos sea reservado de toda suerte de trabajo y oficio que todo buen soldado debe hacer, porque en algunas partes lo son y se sigue dello mucho deservicio á su Majestad, por el descontento universal que procede entre la más gente de guerra. Que será bien hecho, porque será ocasion que se puedan entretener muchos caballeros y hacerse pláticos en el exercicio militar, no incluyéndose estas ventajas en los treinta escudos que cada compañía tiene de ordinario, que son pocos, como se ha dicho arriba, y que los Maeses de Campo tengan cuidado de hacer servir á los dichos caballeros como á los demas. 7. Órden expresa para que los capitanes, sus alférez y otros oficiales, tengan particular cuidado de visitar dos veces cada semana los alojamientos y estancias de sus soldados, y de tomar informacion de sus propios huéspedes y vecinos de la manera que viven, para ver si se hacen desórdenes, y hacerles vivir en la órden que son obligados. En este particular, que los capitanes y Maestre de Campo tengan el cuidado que conviene, guiando de la manera que más cumpla al servicio de su Majestad. 8. Que en todas las partes que esta nacion se entretuviere, se mande y ordene, que no haya en ella, ni cabe las personas de los Generales, ninguna suerte de aventureros ni hombres desobligados de residencia debaxo de bandera, con lo cual se vernán á evitar muchos vicios y excesos, excepto cuando no fuese algun caballero conoscido, señalado y facultoso que estuviese para asestir en alguna guerra ó jornada. En cuanto á esto, es bien que quede á arbitrio de los Generales, como se hace, que segun las ocasiones y tiempos, cuantidad y calidad de las personas, ansí pueda mandar lo que más convenga. 9. Que se haga premática sobre la cualidad de las armas y vestidos que se hubieren de usar en la dicha infantería, pues se sabe que de la demasía y exceso que hay particularmente en esto, suceden en ella muy muchos daños é inconvinientes por quererse los unos aventajar de los otros, en el hábito y trajes, más que en el servicio y obras, aprovechándose, por ventura, de estas insignias y ornato más que de los propios efetos. Allende que por esta misma causa ha crecido en esta nacion el número de los bagajes y otra suerte de embarazos que en otros tiempos no solia haber. En cuanto á esto, nunca entre la infantería española ha habido premática para vestidos ni armas, porque sería quitarles el ánimo y brío que es necesario que tenga la gente de guerra, cuanto más que hoy en dia ninguna de éstas va supérflua en la infantería española, y en lo que toca á los bagajes, ya hay premática del Capitan general de los que se han de dar, que son diez bagajes para cada cien soldados. 10. Que su Majestad condoliéndose, como tan justo Príncipe, de la honra y reputacion de esta nacion, manda sea pagada á sus tiempos como las demas otras de quien se sirve, pues se ha visto muchas veces por experiencia que de no hacerse con ellos esto, siendo el principal niervo de sus exércitos, suceden motines y desórdenes de que ellos vienen á perder el buen nombre que esta nacion tiene en todas partes, y á ser en ellas aborrecidos. Que esto es muy justo, pero en este reino ya se hace, porque el Capitan general tiene cuidado de que sea pagada la infantería española. 11. Y que de la misma manera se ordene y mande que donde quiera que esta nacion residiese, ahora sea en sus alojamientos, ó fuera de ellos, se tenga especial cuidado de hacerles tasar las vituallas que se les hubiesen de proveer, para que se les venda á moderados precios, y que en la tal tasacion y en las contribuciones que por órden se les hubieren de dar, intervengan seis soldados de los más ancianos y acreditados de la tal compañía, así para que los soldados tengan mayor satisfaccion de lo que con ellos se hiciese, como para que sus capitanes ni oficiales no les hagan fraude ni engaño, como muchas veces acaesce, y se ha visto que lo suelen hacer, de que por la mayor parte suceden desórdenes entre ellos. En cuanto á esto es muy justa cosa que las vituallas se pongan en precio justo y moderado, atento el poco sueldo ordinario del soldado, y la órden que en este reino se tiene en los presidios, es que el soldado come las vituallas como los del pueblo, fuera de la gabela, la cual se le baja, que es un tornés por rotul en el pan y carne y vino, porque en lo demas, así para el soldado, como el del pueblo y la infantería española que aloja en Nápoles, paga la gabela por entero en todas las cosas, y en cuanto al intervenir los seis soldados en el precio de las vituallas, esto sería de escándalo, pues los que gobiernan el pueblo tienen cargo, cuando venden sus vituallas, de bajar aquella gabela, y en esto bastará que intervengan, ó lo entiendan los oficiales mayores, á quienes, siendo proveidos, como está dicho, se debe tener más crédito que á los dichos soldados, y en cuanto á las contribuciones, cuando se dan, tengan, como ya se suele hacer, cuenta los cabos descuadra con tomar y repartir dichas contribuciones, y hacer las cédulas á las universidades que las dieren, y para mayor beneficio de la dicha infantería, sería bien que se usase en ella lo mismo que con la caballería, de que en el lugar donde entra de presidio ó alojamiento, no se le pudiese alzar el precio á las vituallas por cuatro meses, contándose del dia que allí entra. 12. Que en todas las partes donde la dicha infantería residiere, se ordene y mande por públicos pregones que no pretendan ignorancia, no venga ningun soldado á la córte de su Majestad á pedir merced, ventaja ni entretenimiento si no fuere con licencia expresa de su General, é informacion de sus servicios hecha por su mandado, y con intervencion de seis soldados, los más ancianos y de mayor crédito de la compañía donde el tal soldado hubiese servido, con tal que á estos tales se les tome primero juramento en forma, que tomarán fielmente la dicha informacion, en la cual señaladamente se declare los servicios que el tal soldado hubiese hecho y las partes donde se señaló, y que otra tal informacion le sirva en caso que pretenda alguna ventaja de su general. En cuanto á esto, que muy bien, pero que la informacion no la hagan los soldados, porque habria poca seguridad en ellas, sino que el Maese de Campo la haga por órden del General, tomando el dicho de personas de crédito, capitanes y alférez, y otras personas dignas de fe. 13. Que todos los entretenimientos que así se dieren por órden de su Majestad vengan á vacar y á resumirse por muerte ó ausencia de la persona en quien se hubiese proveido, que no se pueda proveer en ninguna sin nueva órden y consulta de su Majestad. Que así conviene que sea, siendo las ventajas extraordinarias dadas por servicios particulares, tanto más que así se hace y ha hecho siempre en este reino, etc. FIN DEL APÉNDICE. NOTAS: [1] BIBLIOTECA DE AUTORES ESPAÑOLES, _Historiadores de Sucesos particulares_, tomo II; _Las Guerras de los Estados-Bajos_, recopiladas por D. Cárlos Coloma, pág. 4, nota. Madrid, M. Rivadeneyra, editor. [2] _Li Commentari di Francesco Verdugo delle cose successe in Frisia nel tempo che egli fù Gobernatore e Capitan Generale in quella provincia. Non mai prima messi in luce et tradotti della lingua Spagnuola nell’taliana. Con la vita del medesimo Verdugo. Dedicati da Girolamo Frachetta all’illustris. et Eccellentis. Sig. Don Giovan Alfonso Pimentelo d’errera Conte di Benevento Vicerè, etc. Capitan Generale del Regno di Napoli. In Napoli, nella Stamperia di Felice Stigliola, à Porta Reale. M DCV._ En 8.º [3] Sobre el verdadero apellido del autor de _La Lena_ ó _El Celoso_, que estos títulos tiene cada una de las ediciones publicadas de esta comedia en Milan, 1602, y Barcelona, 1613, ha habido dudas, diciendo unos se llamaba Alfonso Vaz ó Vazquez, y otros Velazquez ó Uz de Velasco, y por último, Velazquez de Velasco, opinion que confirma la obra que reimprimimos hoy. [4] ESTRADA, _De Bello Belgico_; COLOMA, obra citada, _Comentarios de lo sucedido en las Guerras de los Países-Bajos_, por D. Bernardino de Mendoza; BENTIVOGLIO, _Della Guerra di Fiandra_; J. F. LE PETIT, _Grande chronique de Hollande_; VAN-METEREN, _Histoire des Pais-Bas_; TEODORE JUSTE, _Histoire du Soulévement des Pais-Bas contre la domination espagnole_; JOHN LOTHROP MOTLEY, _La Revolution des Pais-Bas, au_ XVI _siècle_. [5] _Las Guerras de los Estados-Bajos_, recopiladas por D. Cárlos Coloma, pág. 106 de la edicion ántes citada. NOTA DEL TRANSCRIPTOR: —Los errores obvios de impresión y puntuación han sido corregidos. —Se ha mantenido la acentuación del libro original, que difiere notablemente de la utilizada en español moderno. *** End of this LibraryBlog Digital Book "Comentario del coronel Francisco Verdugo, de la guerra de Frisia - en xiv años que fue gobernador y capitan general de aquel - estado y ejercito por el rey don Felipe II, nuestro - sen{~COMBINING TILDE~}or" *** Copyright 2023 LibraryBlog. All rights reserved.