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Title: Canto a la Argentina, Oda a Mitre y otros poemas - Obras Completas Vol. IX Author: Darío, Rubén Language: Spanish As this book started as an ASCII text book there are no pictures available. *** Start of this LibraryBlog Digital Book "Canto a la Argentina, Oda a Mitre y otros poemas - Obras Completas Vol. IX" *** CANTO A LA ARGENTINA ODA A MITRE Y OTROS POEMAS CANTO A LA ARGENTINA ODA A MITRE Y OTROS POEMAS POR RUBÉN DARÍO ILUSTRACIONES DE ENRIQUE OCHOA [imagen] Volumen IX de las obras completas. Administración: Editorial MUNDO LATINO MADRID [imagen ES PROPIEDAD] [imagen CANTO A LA ARGENTINA] CANTO A LA ARGENTINA ¡Argentina! ¡Argentina! ¡Argentina! El sonoro viento arrebata la gran voz de oro. Ase la fuerte diestra la bocina, y el pulmón fuerte, bajo los cristales del azul, que han vibrado, lanza el grito: _Oíd, mortales, oíd el grito sagrado._ Oid el grito que va por la floresta de mástiles que cubre el ancho estuario, e invade el mar; sobre la enorme fiesta de las fábricas trémulas de vida; sobre las torres de la urbe henchida; sobre el extraordinario tumulto de metales y de lumbres activos; sobre el cósmico portento de obra y de pensamiento que arde en las poliglotas muchedumbres; sobre el construir, sobre el bregar, sobre el soñar, sobre la blanca sierra, sobre la extensa tierra, sobre la vasta mar. ¡Argentina, región de la aurora! ¡Oh, tierra abierta al sediento de libertad y de vida, dinámica y creadora! ¡Oh, barca augusta, de prora triunfante, de doradas velas! De allá de la bruma infinita, alzando la palma que agita, te saluda el divo Cristóbal, príncipe de las Carabelas. Te abriste como una granada, como una ubre te henchiste, como una espiga te erguiste a toda raza congojada, a toda humanidad triste, a los errabundos y parias que bajo nubes contrarias van en busca del buen trabajo, del buen comer, del buen dormir, del techo para descansar y ver a los niños reir, bajo el cual se sueña y bajo el cual se piensa morir. ¡Exodos! ¡Exodos! Rebaños de hombres, rebaños de gentes que teméis los días huraños, que tenéis sed sin hallar fuentes y hambre sin el pan deseado, y amáis la labor que germina. Los éxodos os han salvado: ¡Hay en la tierra una Argentina! He aquí la región del Dorado, he aquí el paraíso terrestre, he aquí la ventura esperada, he aquí el Vellocino de Oro, he aquí Canaán la preñada, la Atlántida resucitada; he aquí los campos del Toro y del Becerro simbólicos; he aquí el existir que en sueños miraron los melancólicos, los clamorosos, los dolientes poetas visionarios que en sus olimpos o calvarios amaron a todas las gentes. He aquí el gran Dios desconocido que todos los dioses abarca. Tiene su templo en el espacio; tiene su gazofilacio en la negra carne del mundo. Aquí está la mar que no amarga, aquí está el Sahara fecundo, aquí se confunde el tropel de los que al infinito tienden, y se edifica la Babel en donde todos se comprenden. [imagen] Tú, el hombre de las estepas, sonámbulo de sufrimiento, nacido ilota y hambriento, al fuego del odio huído, hombre que estabas dormido bajo una tapa de plomo, hombre de las nieves del zar, mira el cielo azul, canta, piensa; mujik redento, escucha cómo en tu rancho, en la pampa inmensa, murmura alegre el samovar. ¡Cantad judíos de la pampa! Mocetones de ruda estampa, dulces Rebecas de ojos francos, Rubenes de largas guedejas, patriarcas de cabellos blancos, y espesos como hípicas crines; cantad, cantad, Saras viejas y adolescentes Benjamines, con voz de vuestro corazón: ¡Hemos encontrado a Sión! Hombres de Emilia y los del agro romano, ligures, hijos de la tierra del milagro partenopeo, hijos todos de Italia, sacra a las gentes, familias que sois descendientes de quienes vieron errantes a los olímpicos dioses de los antaños, amadores de danzas gozosas y flores purpúreas y del divino don de la sangre del vino; hallasteis un nuevo hechizo, hallasteis otras estrellas, encontrasteis prados en donde se siembra, espiga y barbecha, se canta en la fiesta del grano, y hay un gran sol soberano, como el de Italia y de Jonia que en oro el terruño convierte: el enemigo de la muerte sus urnas vitales vierte en el seno de la colonia. [imagen] Hombres de España poliforme, finos andaluces sonoros, amantes de zambras y toros, astures que entre peñascos aprendisteis a amar la augusta Libertad, elásticos vascos como hechos de antiguas raíces, raza heroica, raza robusta, rudos brazos y altas cervices; hijos de Castilla la noble rica de hazañas ancestrales; firmes gallegos de roble; catalanes y levantinos que heredasteis los inmortales fuegos de hogares latinos; iberos de la península que las huellas del paso de Hércules vísteis en el suelo natal: ¡he aquí la fragante campaña en donde crear otra España en la Argentina universal! ¡Helvéticos! La nación nueva ama el canto del libre. ¡Dad al pampero, que el trueno lleva, vuestros cantos de libertad! El Sol de Mayo os ilumina. Como en la patria natal veréis el blancor que culmina allá donde en la tierra austral erige una Suiza argentina sus ventisqueros de cristal. Llegad, hijos de la astral Francia: hallaréis en estas campiñas entre los triunfos de la estancia las guirnaldas de vuestras viñas. Hijos del gallo de Galia cual los de la loba de Italia placen al cóndor magnífico, que ebrio de celeste azur abre sus alas en el sur desde el Atlántico al Pacífico. Vástagos de hunos y de godos, ciudadanos del orbe todos, cosmopolitas caballeros que antes fuísteis conquistadores, piratas y aventureros, reyes en el mar y en el viento, argonautas de lo posible, destructores de lo imposible, pioneers de la Voluntad: he aquí el país de la armonía, el campo abierto a la energía de todos los hombres. ¡Llegad! [imagen] Os espera el reino oloroso al trébol que pisa el ganado, océano de tierra sagrado al agricultor laborioso que rige el timón del arado. ¡La pampa! La estepa sin nieve, el desierto sin sed cruenta, en donde benéfico llueve riego fecundador que aumenta las demetéricas savias. Bella de honda poesía, suave de inmensidad serena de extensa melancolía y de grave silencio plena; o bajo el escudo del sol y la gracia matutina, sonora de la pastoral diana de cuerno, caracol y tuba de la vacada; o del grito de la triunfal máquina de la ferro-vía; o del volar del automóvil que pasa quemando leguas, o de las voces del gauchaje, o del resonar salvaje del tropel de potros y yeguas. ¡La pampa! Inmolad un corcel a Hiperión el radiante, cual canta un dueño del laurel del Lacio. ¡La pampa fragante! En la extendida luz del llano flotaba un ambiente eficaz. Al forastero, el pampeano ofreció la tierra feraz; el gaucho de broncínea faz encendió su fogón de hermano, y fué el mate de mano en mano como el calumet de la paz. Oh, como cisne de Sulmona, brindaras allí nuevos fastos, celebrarías nuevos ritos y ceñirías la corona lírica por los campos vastos y los sembrados infinitos! Otros Evandros de América juntarán arcádicos lauros mientras van en fuga quimérica otros tropeles de centauros. [imagen] Animará la virgen tierra la sangre de los finos brutos que da la pecuaria Inglaterra; irán cargados de tributos los pesados carros férreos que arrastran candentes y humeantes los aulladores elefantes de locomotoras veloces; segarán las mieses las hoces de artefactos casi vivientes; habrá montañas de simientes; como en litúrgico aparato se herirán miles de testuces en las hecatombes bovinas; y junto al bullicio del hato, semejantes a ondas marinas irán las ondas de avestruces. Pasarán los largos dragones con sus caudas de vagones por la extensión taciturna en donde el árbol legendario como un soñador solitario da sus cabellos al pampero. Y en la poesía nocturna, surgirá del rancho primero el espíritu del pasado que a modo de luz vaga existe, cuyo último vigor palpita en el payador inspirado que lanza el sollozo del triste o el llanto de la vidalita. ¡Oh, Pampa! ¡Oh, entraña robusta, mina del oro supremo! He aquí que se vió la augusta resurrección de Triptolemo. En material continente una república ingente crea el granero del orbe, y sangre universal absorbe para dar vida al orbe entero. De ese inexhausto granero saldrán las hostias del mañana; el hambre será, si no vana, menos multiplicada y fuerte, y será el paso de la muerte menos cruel con la especie humana. ¡Argentina! tu ser no abriga la riqueza tentacular que a Europa finesecular incubó la Furia enemiga. Y si oyes un día explotar el trágico odio del iluso, regando ciega desventura, es que Ananke la bomba puso en la mano de la Locura. ¡Demeter, tu magia prolífica del esfuerzo por la bondad envíe la hostia pacífica a la boca de la ciudad! Se agita la urbe, se alza la Metrópoli reina, viste el regio manto, se calza de oro, tiarada de azur yergue la testa imperiosa de Basilea del Sur; es la fecunda, la copiosa, la bizarra, grande entre grandes; la que el gran Cristo de los Andes bendice, y saluda de lejos entre los vívidos reflejos del lumar que la corona, la Libertad anglo-sajona. Saluda a la Urbe argentina el Garibaldi romano, cabalgante en su colina, en nombre de Roma materna, vestida de su memoria y como su decoro eterna. La saluda Londres que empuña el gran Tridente de acero por dominar el mar entero. La saluda Berlín casqueada y con égida y espada como una Minerva bélica. Y Nueva York la babélica, y Melbourne la oceánica, y las viejas villas asiáticas, y presididas por Lutecia, todas las hermanas latinas y hermanas por la libertad. La saluda toda urbe viva en donde creyente y activa va al porvenir la Humanidad. ¡Buenos Aires! es tu fiesta. Sentada estás en el solio; el himno desde la floresta hasta el colosal Capitolio tiende sus mil plumas de aurora. Flora propia te decora, mirada universal te mira. En tu homenaje pasar veo a Mercurio y su caduceo, al rey Apolo y la lira. [imagen] Es la fiesta del Centenario. El Plata, padre extraordinario, más que del Tíber y el Sena, más que del Támesis rubio, más que del azul Danubio y que del Ganges indiano, es el misterioso hermano del Tigris y Eufrates bíblicos, pues junto a él han de surgir los adanes del porvenir. Cual por llamamientos cíclicos, Argentina, solar de hermanos, diste por tus virtuales leyes hogar a todos los humanos, templos a todas las greyes, cetro a todos los soberanos que decoran sus propias frentes, que se coronan por sus manos con kohinoores y regentes tallados en sus almas propias, vertedores de cornucopias, emperadores de simientes, césares de la labor, multiplicadores de pan, más potentes que Gengis-Khan y que Nabucodonosor. Se erizaron de chimeneas los docks; a los puertos flamantes llegaron músculos e ideas que enviaban los pueblos distantes. Se rasparon viejas carcomas, se redujeron a pedazos falsos ídolos, armas romas, e impusieron sus firmes lazos la fraternidad de los brazos, la transmisión de los idiomas. Para dar las gracias a Dios guarda la ciudad liberal las naves de su catedral. Y se verán construídos los muros de las iglesias todas, todas igualmente benditas, las sinagogas, las mezquitas, las capillas y las pagodas. Y en la floración eclesiástica, los que buscan luz en la sombra, por la media luna o la suástica, o por la tora, o por la cruz, irán al Dios que no se nombra y hallarán en la sombra luz. [imagen] Tráfagos, fuerzas urbanas, trajín de hierro y fragores, veloz, acerado hipogrifo, rosales eléctricos, flores miliunanochescas, pompas babilónicas, timbres, trompas, paso de ruedas y yuntas, voz de domésticos pianos, hondos rumores humanos, clamor de voces conjuntas, pregón, llamada, todo vibra, sensación de un foco vital, como el latir del corazón o como la respiración del pecho de la capital. Que vuestro himno soberbio vibre, hombres libres en tierra libre! Nietos de los conquistadores, renovada sangre de España, transfundida sangre de Italia, o de Germania, o de Vasconia, o venidos de la entraña de Francia, o de la Gran Bretaña, vida de la Policolonia, savia de la patria presente, de la nueva Europa que augura más grande Argentina futura, ¡Salud, Patria, que eres también mía, puesto que eres de la humanidad: salud, en nombre de la Poesía, salud en nombre de la Libertad! ¡El himno, nobles ancianos! ¡El himno, varones robustos! Pueriles coros escolares, ¡el himno! Llevad en las manos palmas, coronad los bustos de los patricios; a millares dad flores a los monumentos. El himno en los instrumentos de armónicas bandas bélicas que animan las fiestas pacíficas. El himno en las bocas angélicas de las gallardas mujeres, de las matronas prolíficas, de las parecidas a Ceres, de las a Diana asemejadas, las esposas y las amadas. El himno en la egregia ciudad y en el inmenso imperio agrario anuncie el victorioso día, y vierta su sonoridad como una copa de armonía en la fiesta del Centenario. ¡Saludemos las sombras épicas de los hispanos capitanes, de los orgullosos virreyes, de América en los huracanes águilas bravas de las gestas o gerifaltes de los reyes; duros pechos, barbadas testas y fina espada de Toledo; capellán, soldado sin miedo, don Nuño, don Pedro, don Gil, crucifijo, cogulla, estola, marinero, alcalde, alguacil, tricornio, casaca y pistola, y la vieja vida española! ¡Y gloria! ¡Gloria a los patricios, bordeadores de precipicios y escaladores de montañas como el abuelo secular que, fatigado de triunfar y cansado de padecer, se fué a morir de cara al mar, lejos, allá en Boulogne-sur-Mer [imagen] ¡Héroes de la guerra gaucha, lanceros, infantes, soldados todos, héroes mil consagrados, centauros de fábula cierta, sacrificados del terruño, granaderos el rayo al puño, locos de gloria, despierta al sol la mente! La Fama a todos ilustres proclama, sus hechos ínclitos nombra, constela con ellos la sombra y forma un halo en el azur, a la dantesca Cruz del Sur. Así la sideral retórica de las odas y de las águilas va en sublimes hipérboles a ofrendar sus rítmicos dones al gran Dios de las naciones. ¡Por todo el himno! La expresión del colosal corazón de esa patria palpitante: la nieve de la cordillera y el azul forman la bandera que sostiene un brazo de Atlante. La Argentina de fuertes pechos confía en su seno fecundo y ofrece hogares y derechos a los ciudadanos del mundo. ¡Oh, Sol! ¡Oh, padre teogénico! ¡Sol simbólico que irradias en el pabellón! Salomónico y helénico, lumbre de Arcadias, mítico, incásico, mágico! ¡Foibos triunfante en el trágico vencimiento de las sombras; Tabu y Totem del abismo! ¡Oh, Sol! que inspiras y asombras, que perdure tu portento que el orbe todo ilumina tal como en el firmamento desde la enseña argentina. Y con la lluvia sagrada y con el aire propicio, brinda a la tierra labrada en el rural ejercicio plurales savias y fragancias y el don de matriz y de ubre que de cosechas pingües cubre los edenes de las estancias. Ilumina el advenimiento del creciente pensamiento que crea el caudal en la banca, o en el taller la estatua blanca que decora el monumento. Al lírico que el verso arranca del corazón del instrumento. A los que un Píndaro diera, por los olímpicos juegos, por el salto, por la carrera la oda cara a los griegos, que se cerniría sonora sobre el aquilino aeroplano que es grifo, pegaso y quimera; sobre el remero que evoca haciendo volar la prora los de la pristina galera; sobre los que en lucha loca disputan la elástica esfera; sobre las sudorosas frentes de los sanos adolescentes. Ilumina el casco griego que cubre la cabeza altiva de los combatientes del fuego; vierte tu luz genitiva sobre las mil procesiones que arbolan sus estandartes y cantan en sus canciones la paz, la dicha y las artes. Van los magistrados egregios, van las espadas relumbrosas, van las pompas y lujos regios, van las niñas de los colegios como lirios y como rosas. ¡Sonad, oh claros clarines, sonad tambores guerreros, en el milagroso escenario; los nombres de los paladines, nombres oros, nombres aceros, se oyen en vuestros sones fieros en la fiesta del Centenario! Viento de amor en la floresta cívica pasa. Es la fiesta de las guirnaldas de fe, de los ramos de esperanza, de los mirtos de amor y de los olivos de bonanza. Hojas de roble, hojas de hiedra, para el fundador de ciudades, que puso la primera piedra, que unificó las voluntades, que dedicara las vigilias, que consagrara los dineros, al colmenar de los obreros y a los nidos de las familias. [imagen] Conspícuas guirnaldas de gloria a aquellos antiguos que hacen de bronce y de mármol la historia. Hoy los abuelos renacen en la floración de los nietos. Por sublimes amuletos lo antes soñado ahora existe, y la Argentina reviste su presente manto suntuario y piensa en los brillos futuros en la fiesta del Centenario. Ahora es cuando los videntes de los porvenires obscuros miran las estrellas polares, e interpretando los orientes cantan cármenes seculares. Hoy los cuatro caballos sacros las fogosas narices hinchan, como en versos y simulacros, huellan nubes, al sol relinchan, y a un más allá se encaminan marcando el cielo de huellas; mientras otros astros declinan ellos van entre las estrellas por obra de la ley eterna que el ritmo del orbe gobierna. Ante la cuadriga que crina de orgullos de olimpo su llama, voz de augurio animador clama: ¡Hay en la tierra una Argentina! Diré la beldad y la gracia de la mujer. Así cual por singular eficacia el buen jardinero acierta a crear en su arte vegetal por lo que combina e injerta, por lo que reparte o resume, inédito tipo de rosas, de crisantemos o jacintos, con raro aspecto y perfume, con corolas esplendorosas, con formas y tonos distintos, así la mujer argentina con savias diversas creada espléndida flor animada, esplende, perfuma y culmina. [imagen] Talle de vals es de Viena, ojo morisco es de España, crespa y espesa pestaña es de latina sirena; de Britania será esa piel cual la de la pulpa del lis y que se sonrosa en el rostro angélico de la miss; esa ondulante elegancia es de la estelar París, y esa luminosa fragancia de las entrañas del país. Concentración de hechizos varios, mezcla de esencias y vigores, nórdico oro, mármoles parios, algo de la perla y del lirio, música plástica, visión del más encantador martirio, voluptuosidad, ilusión, placidez que todo mitiga, o pasión que todo lo arrolla, leona amante o dulce enemiga, tal la triunfante Venus criolla. Se tejerán frescas coronas en recuerdo de las patricias que fueron como las matronas de Roma, como las mujeres de Esparta. Las que son delicias y ensueños de las moradas, cumplirán filiales deberes con las genitoras pasadas; y recordándolas a ellas, siendo las amadas y esposas llenarán radiantes y bellas la obligación de las estrellas y la misión de las rosas. Diré de la generación en flor de las almas flamantes, primavera e iniciación; de vosotros, oh, estudiantes, empenachados de ilusión y acorazados de audacia, que tendéis vuestras almas plenas de amor, de fuerza y de gracia, al divino Platón de Atenas o al celeste Orfeo de Tracia, a la Verdad o a la Armonía, al Cálculo o al Ensueño, firmes de ardor, vivos de empeño, robustos de confianza propia y a quien es justo que ceda la fugaz Fortuna su rueda, la Abundancia su cornucopia; vosotros que sabéis por qué abre Pegaso las alas y hay misterio en la lumbre de los ojos del buho de Palas, sed cantados y bendecidos. Estad atentos a los ruidos que preceden la alba naciente, estad atentos a los nidos que se incuban en el presente, a lo que vendrá y que se anuncia, en la palabra que pronuncia vuestra boca. El grito sagrado para vosotros resuena como pitagórico verso, clamad así ante el universo: _¡Ave, Argentina, vita plena!_ ¡Jóvenes, frentes para lauros, brazos para amantes abrazos, pero también gímnicos brazos para hidras y minotauros; infantes de mundial estirpe, que vuestra voluntad extirpe, falso anhelo, odio victimario, y en el patriótico sagrario dejéis como ofrendas de aristos ansias de Perseos o Cristos en la fiesta del Centenario! [imagen] Cuando el carro de Apolo pasa una sombra lírica llega Junto a la cuadriga de brasa de la divinidad griega. Y se oyen como vagos aires que acarician a Buenos Aires: es el alma de Santos Vega. El gaucho tendrá su parte en los jubileos futuros, pues sus viejos cantares puros entrarán al reino del Arte. Cantaré del primer navío que velivolante saliera desde las aguas del Río de la Plata con la bandera bicolor al mástil gallardo. Recordad al nauta que vino de Saint-Tropez, a Buchardo, el capitán franco-argentino, hábil bajo las marejadas, bajo las tormentas ufano; y a todos sus camaradas que fueron por el oceano, denodados predecesores de los que hoy en acorazadas naves portan a sol y bruma los dos simbólicos colores flameantes sobre la espuma. Bien vayan torres y palacios erizados de cañones suprimiendo tiempo y espacios a visitar a las naciones, pero no por guerra voraz, productora de luto y llanto, mas diciendo como en el canto del italiano: ¡Paz! ¡Paz! ¡Paz! Heroica nación bendecida, ármate para defenderte; sé centinela de la Vida y no ayudante de la Muerte. Que tus máquinas de hierro y que las bruñidas bocas cruentas no alegren al perro negro avernal. Que tu lanza, cual la libertad que invocas, garantía a tu pueblo sea; que tu casco abrigue la Idea, sabiduría y esperanza, como el de Palas Atenea. [imagen] Salgan y lleguen en buen hora, dominando los elementos las velas que el marino adora, y los steamers humeantes que conducen los alimentos, la carga de los fabricantes, los ejércitos de emigrantes, el designio, el brazo que va a arar, sembrar y producir en el latifundio, en el pago, partan las naves de Cartago y arriben las naves de Ofir! ¡Y bien se escuche en las funciones de conmemoración el trueno de las salvas de los cañones del mar conmoviendo el estuario de hímnicas vibraciones lleno en la fiesta del Centenario! ¡Gloria a América prepotente! Su alto destino se siente por la continental balanza que tiene por fiel el istmo: los dos platos del continente ponen su caudal de esperanza ante el gran Dios sobre el abismo. ¿Y por quién sino por tu gloria, oh, Libertad, tanto prodigio? Aguila, Sol y Gorro Frigio llenan la americana historia. Y en lo infinito ha resonado, júbilo de la humanidad, repetido el grito sagrado: ¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad! Antes que Ceres fué Mavorte el triunfador continental. Sangre bebió el suelo del Norte como el suelo Meridional. Tal a los siglos fué preciso. Para ir hacia lo venidero, para hacer, si no el paraíso, la casa feliz del obrero en la plenitud ciudadana, vínculo íntimo eslabona e ímpetu exterior hermana a la raza anglo-sajona con la latino-americana. Proles múltiples, muchedumbres, tupidas colmenas de hombres, transformadoras de costumbres, con vosotras está la suma de fuerza en que América finca; fuisteis presentidas del inca; os adivinó Moctezuma. En este día supremo: ¡Excelsior! se oye en un extremo; en el otro se oye ¡Adelante! ¡Glorificado el instante en que resurge Triptolemo! América que la dicha encierra vivirá del sol y la tierra; y hoy la tierra, pánico incensario encendido por el destino, perfuma el día argentino en la fiesta del Centenario. [imagen] A las evocaciones clásicas despiertan los dioses autóctonos, los de los altares pretéritos de Copán, Palenque, Tihuanaco, por donde quizá pasaran en lo lejano de tiempos y epopeyas Pan y Baco. Y en lo primordial poético todo lo posible épico, todo lo mítico posible de mahabaratas y génesis, lo fabuloso y lo terrible que está en lo ilimitado y quieto del impenetrable secreto. Cantaré la Paz sobre todo. Huya el Demonio perverso, huya el Demonio beodo que incendia en mal el universo, desaparezcan las furias que con sangre de los ejércitos empurpuraron las centurias; que no más rujan los tigres marciales sino de alegría, y que a la Paz se alce un templo como aquel que dando un ejemplo insigne Augusto romano ordenara elevar un día. El industrioso ciudadano el ramo de olivo venere: que tenga sus armas listas, no para inhumanas conquistas, mas para defender su tierra donde por la patria se muere. ¡Guerra, pues, tan sólo a la guerra! Paz, para que el pensamiento domine el globo, y vaya luego, cual bíblico carro de fuego, de firmamento en firmamento. ¡Paz para los creadores, descubridores, inventores, rebuscadores de verdad; paz a los poetas de Dios, paz a los activos y a los hombres de buena voluntad! En paz la hora renaciente, continua y poliformemente, el movimiento y no la inercia, legiones dueñas de sus actos, gente que osa, que comercia, multiplica los artefactos, combate la escasez, la negra miseria, y pasa sus revistas a las usinas y talleres; y sus horas áureas alegra con la invención de los artistas y la beldad de las mujeres. ¿A qué los crueles filósofos? ¿A qué los falsos crisóstomos de la inquina y de la blasfemia? ¡Al pueblo que busca ideal ofrezca una nueva academia sus enseñanzas contra el mal, su filosofía de luz; que no más el odio emponzoñe, y un ramaje de paz retoñe del madero de la Cruz! [imagen] ¡Argentina! el cantor ha oteado desde la alta región tu futuro. Y vió en lo inmemorial del pasado las metrópolis reinas que fueron, las que por Dios malditas cayeron en instante pestífero; el muro que crujió remordido de llamas la hervorosa Persépolis, Tiro, la imperial Babilonia que aun brama, y las urbes que vieron a Ciro, a Alejandro, y a todos los fuertes que escoltaron victorias y muertes. Y miró a Bizancio y a Atenas, y a la que, domadora del mundo siendo Lupa indomable, fué Roma. Y vió tronos, suplicios, cadenas, y con tiaras a tigres y hienas, Y cien más capitales precitas donde el hombre fué ciego a la vasta Libertad, donde fueron escritas terroríficas y duras leyes, contra tribus y pueblos y casta, o las leyes fueron voluntades; y a través de tragedias y gestas derrumbáronse tronos y reyes, o se hicieron cenizas ciudades por ensalmos de frases funestas. Y después otros siglos y luchas, otra vez lo que arrasa y escombra, muchos reinos que surgen y muchas vanidades que caen en la sombra infinita. Mane, Thecel, Phares. Y el poeta miró un astro eterno sobre ruinas y tierras y mares, que alumbraba con su claridad nuevos cultos, cultura y gobierno y a su brillo quedó deslumbrado: era el astro de la Libertad. Argentinos, la inmortal estrella a vosotros simbólica es Sol: las naciones son grandes por ella: lo sabía el abuelo español. Dad a todas las almas abrigo, sed nación de naciones hermana, convidad a la fiesta del trigo, al domingo del lino y la lana, thanks-giving, yon kipour, romería, la confraternidad de destinos, la confraternidad de oraciones, la confraternidad de canciones, bajo los colores argentinos! [imagen] Argentina, el día en que te vistes de gala, en que brillan tus calles y no hay aspectos ni almas tristes en alturas, pampas y valles; el día en que desde tus fuertes, tus cruceros y tus cuarteles salvas lanzas, músicas viertes entre las palmas y laureles, visitada por los príncipes de reinos y tierras lejanas y mensajeros de repúblicas, son las patrias americanas las que más comparten tu júbilo. Son las próximas hermanas las que te proclaman primera en el decoro familial, después de heroica y guerrera, hospitalaria y maternal. Argentina tiarada de ónice y de mármol, se puede ver cuál luce sobre tu frente el diamante refulgente de las alturas, Lucifer: pues eres la aurora de América. Magnifícase tu apoteosis, regazo de múltiples climas, preferida del nuevo siglo, y en sus cláusulas y en sus rimas te profetizan tus profetas y te poetizan tus poetas. Crece el tesoro año por año mientras prosigues las tareas de las por Dios suspendidas civilizaciones de antaño; encarnas, produces, creas cerebro para otras ideas, útero para nuevas vidas. Tus hijos llevarán en sí por su sangre el hierro y rubí de los cuatro puntos del globo. Concentración de los varones de vedas, biblias y coranes, en el colmo de sus afanes, en el logro de sus acciones, tu floración de floraciones tendrá un perfume latino. En el primitivo crisol Roma influyó en tu destino, cuando a través del español puso su enérgico metal. Y sus históricas llamas animarán genios y famas al argentino Arco Triunfal. ¡Y yo, por fin, qué he de decirte en voto cordial, Argentina! Que tu bajel no encuentre sirte, que sea inexhausta tu mina, inacabables tus rebaños y que los pueblos extraños coman el pan de tu harina. ¡Cómalo yo en postreros años de mi carrera peregrina, sintiendo las brisas del Plata! Que libre de hambre y pestes por tus tesoros y tu ciencia, jamás enemigas huestes te combatan. Tu preeminencia sea siempre mayor, y homérica voz de tu genio viril por ti diga el triunfo de América. Y mi inspiradora, alumna del Musagetes, al viento las alas, mi pensamiento florido da a la columna, riega junto al monumento; y en lo solemne del coro del himno, el acento canoro une mi amor y mi acento: ¡Argentina tu día ha llegado! ¡Buenos Aires, amada ciudad, el Pegaso de estrellas herrado sobre ti vuela en vuelo inspirado! _Oid, mortales, el grito sagrado: ¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad!_ [imagen] [imagen ODA A MITRE] [imagen] ODA A MITRE 1906 Cingor Apollinea victircia tempora lauro Et sensi exsequias funeris ipse mei. Decursusque virum notox mihi donaque regum; Cunctaque per titulus oppida lecta suos; Et quo me officcio portaverit illa juventus, Quæ fuit ante meum tam generosa forum; Denique laudari sacrato Cæseris ore Emerui lacrimas elicuique Deo. OVIDIO. I «¡Oh, captain! Oh, my captain!», clamaba Whitman. ¡Oh,! gran Capitán de un mundo nuevo y radiante, yo qué diría sino «¡mi General!» en un grito profundo que hiciera estremecerse las ráfagas del día! Gran Capitán de acero y oro, gran General que amaste en la acción y el sueño de Psiquis el decoro, el único tesoro que en Dios agranda el átomo de este mundo pequeño. II Á la sabia y divina Themis colocaron las Parcas, según Píndaro, en un carro de oro para ir hacia el Olimpo. Que las tres viejas misteriosas hayan parado en un momento--el instante de un pensamiento-- el trabajo continuo de sus manos, cuando, de un lauro y una palma precedida, ha pasado el alma de Aquel que los americanos miraron hace tiempo trasladado y fundido en el metal que vence la herrumbre del olvido. III Es de todos los puntos de nuestra tierra ardiente que brota hoy de los vibrantes pechos voz orgullosa o reverente para el que siendo un alma de todo un continente, defendió, Cincinato sabio y Catón prudente, todas las libertades y todos los derechos. Pues él era el varón continental. Y era el amado Patriarca continental. ¡Patriarca que conservó en sus nobles canas la primavera, que soportó la tempestad más dura, y a quien una paloma llevó una rosa al arca, rosa de porvenir, rosa divina, rosa que dice el alba de América futura, de la América nuestra de la sangre latina! IV Jamás se vieron una lealtad mayor que la del León italiano al amigo de América que amó en fraterno amor. ¡De Garibaldi y Mitre las dos diestras hermanas sembraron la simiente de encinas italianas y argentinas que hoy llenan la tierra de rumor! A ambos cubrió la gran sombra del Dante, y en el Dante se amaron. En el vasto crisol se encontraron un día dos almas de diamante hechas de libertad y nutridas de sol. V ¡Condor, tú reconoces esos sagrados restos! ¡Oh, tempestad andina, tú sabes quién es él! Doncellas de las pampas, rellenad vuestros cestos de las más frescas flores y de hojas de laurel. [imagen] VI De las fechas de púrpura de la Historia Argentina, del fulgor de sus glorias, de su guerrero horror, de todo ello se enciende tu apoteosis divina hecha de patrio fuego y universal amor. Cristal y bronce el verbo y de cristal tu idea, tuviste el equilibrio que mantiene en sí mismo, y ajeno a los halagos de la nocturna Dea, subiste a las alturas sin miedo del abismo. «Los dioses y los hombres tienen un mismo origen», dice el lírico. Y sabe que el orbe entero gira por las manos supremas que un plan supremo rigen como los sacros dedos el alma de la lira. Cuando hay hombres que tienen el divino elemento y les vemos en cantos o en obras traspasar los límites de la hora, los límites del viento, los reinos de la tierra, los imperios del mar, ¡sepamos que son hechos de una carne más pura; sepamos que son dueños de altas cosas, y los que encargados del acto de una ciencia futura tienen que darle cuenta de los siglos a Dios! VII De la magnífica marea hecha de sombra, hecha de idea, que sube del mar popular, asciende a tus conquistas sumas el perfume de las espumas de ese inmenso y terrible mar. Pues tu pueblo te ama, austero y pensativo caballero que hiciste del deber tu cruz, y a quien el arcángel ardiente de la guerra besó en la frente dejando una estrella de luz. ¡Cuántas veces tu diestra augusta, cuántas tu palabra robusta conjurara la tempestad! ¡Cuántas salvaste la bandera, y cuántas la Argentina fuera por ti sacra a la Humanidad! ¡Cuántas evitaste los llantos, la triste faz, los negros mantos y el morder las manos de horror! ¡Cuántas con tus acentos grandes apartaste sobre los Andes nubes de trueno y de dolor! VIII ¡Ilustre abuelo!, partes, pero cuando contempla el orbe entero la obra en que hiciste tanto tú, ¡triunfo civil sobre las almas, el progreso llena de palmas, la libertad sobre el ombú! Tu gloria crece y se ilumina en la República Argentina con una enorme luz de sol, y tu idea en el continente ha derramado su simiente en donde se habla el español. [imagen] Lleno de cívico decoro y limpio de odio y de oro hacia la eternidad te vas, como un jefe amado y amante, con las banderas por delante y las bendiciones detrás. ¡Oh, Capitán! ¡Oh, General!; jefe sereno e inmortal que hacia la sombra te encaminas, recibe el voto de los nobles y la inclinación de los robles y el saludo de las encinas. IX Belgrano te saluda y San Martín y el mundo americano. El alma latina te decora con la palma que anuncia el porvenir fecundo, y una guirnalda fresca y blanca, color de aurora. Pues tú fuiste aquel fuerte que se reposó un día después de los horrores terribles de la guerra, hallando en los amores de la santa Armonía la esencia más preciosa del zumo de la tierra. En el dintel de Horacio y en la dantesca sombra, te vieron las atentas generaciones, alto, fiel al divino origen del Dios que no se nombra, desentrañando en oro y esculpiendo en basalto. Y para mí, Maestro, tu vasta gloria es ésa: amar los hechos fugaces de la hora, sobre la ciencia a ciegas, sobre la historia espesa, la eterna Poesía más clara que la aurora. Cuando, cual los centauros de metopas y estampas, ibas en un revuelo de tempestad marcial, bravo generalísimo, jinete de las pampas, envuelto ya en el alba de un futuro real, quizás te acompañaba, junto al corcel guerrero, la musa de tus años en flor; quizás entonces pensabas en los épicos exámetros de Homero, sublimes como mármoles y eternos como bronces. Y luego ya en tus horas de Néstor Argentino, sintiendo en ti la fuerza que las edades doma, te acompañaba el soplo del rudo Gibelino y Flacco te traía sus músicas de Roma. Supiste que en el mundo los odios, la mentira, los celos, las crueles insidias, los espantos, se esfuman ante el alma celeste de la Lira que puebla el universo de estrellas y de cantos. ¡Gloria a ti sobre el sistro antiguo y sobre el parche que ha sonado con duelo a tu fúnebre paso! ¡Gloria sobre el ejército que en lo futuro marche con los ojos en ti como en sol sin ocaso! ¡Gloria a ti que a Catón y a Marco Aurelio hubiste rimando versos que eran siempre de cosas puras, pues las Gracias brindaron a tu espíritu, triste de pensar, los diamantes de sus minas obscuras! [imagen] ¡Gloria a ti que en tu tierra, fragante como un nido, rumorosa como una colmena y agitada como un mar, ofrendaste, vencedor del olvido, paladín y poeta, un lauro y una espada! ¡Gloria a ti, pensativo de los grandes momentos, para traer el triunfo del instante oportuno, o cuando hechos relámpagos iban tus pensamientos vibrando en tus vibrantes arengas de tribuno! ¡Ya tu imagen el útil del estatuario copia; ya el porvenir te nimba con un eterno rayo; las líricas victorias vierten su cornucopia, la Fama el clarín alza que dora el sol de Mayo! ¡Gloria a ti que, provecto como el destino plugo, la ancianidad tuviste más límpida y más bella; tu enorme catafalco fuera el de Víctor Hugo, si hubiera en Buenos Aires un Arco de la Estrella! X ¡Descansa en paz...! Mas no, no descanses. Prosiga tu alma su obra de luz desde la eternidad, y guíe a nuestros pueblos tu inspiración, amiga de lo bello y lo justo, del Bien y la Verdad. ¡Tu presencia abolida, que crezca tu memoria; alce tu monumento su augusta majestad; y que tu obra, tu nombre, tu prestigio, tu gloria, sean, como la América, para la Humanidad! [imagen] [imagen OTROS POEMAS] FRANCE-AMÉRIQUE Un vent Plein de sanglots sur la mer impassible Vient jusqu’ici! La France écoute, grave, Or, Ce sont les voix éplorées, la douleur terrible Des Hécubes en pleurs des Amériques d’or. Là-bas, dans l’épouvante et l’injure et la haine, Les chasseurs de la mort ont sonné l’hallali Et de nouveau soufflant sa venimeuse haleine On croirait voir la bouche d’Huitzilohoxtli. Il semblerait que tous les démons du passé Viennent de s’éveiller empoisonnant la terre. Si contre nous l’étendard sanglant s’est levé, C’est l’étendard hideux de ce tyran: la Guerre. Marseillaises de bronze et d’or qui vont dans l’air Sont pour nos cœurs ardent le chant de l’espérance. En entendant du coq gaulois le clairon clair On clame: Liberté! Et nous traduisons: France! Car la France sera toujours notre espérance, La France à la Amérique donnera sa main, La France est la patrie de nos rêves! La France Est le foyer béni de tout le genre humain! Crions: Paix! sous les feux des combattants en marche, La paix qui prêche l’aube et chante l’angelus, La Paix qui promulgua la colombe de l’arche Et fut la voix de l’ange et la croix de Jésus. Crions: Fraternité! que l’oiseau symbolique Soit nonce de fraternité dans le ciel pur, Que l’aigle plane sur notre inmense Amérique Et que le condor soit son frère dans l’azur, Et toi, Paris! magicienne de la Race, Reine latine, éclaire notre jour obscur, Donnez-nous le secret, que votre pas nous trace Et la force du _Fluctuat nec mergitur!_ Et quand nous sommes pris dans cette noire flamme, Qui fait de nos esprits, de Caïn les égaux Nous levons nos regards et nous chauffons nos âmes Au soleil de Voltaire et de Victor Hugo! GESTA DEL COSO GESTA DEL COSO _Dramatis personæ._ EL TORO EL BUEY LA MUCHEDUMBRE América. Un coso. La tarde. El sol brilla radiosamente en un cielo despejado. En el anfiteatro hay un inmenso número de espectadores. En la arena, después de la muerte de varios toros, la cuadrilla se prepara para retirarse triunfante. El primer beluario, cerca de una huella sangrienta, está gallardo, vestido de azul y oro, muleta y espada bajo el brazo. Los banderilleros visten de amarillo y plata. En las chaquetas de los picadores espejean las lentejuelas al resplandor de la tarde. En el toril han quedado: un toro, hermoso y bravo, y un buey de servicio. Son de clarín. LA MUCHEDUMBRE ¡Otro toro! ¡Otro toro! EL BUEY ¿Has escuchado? Prepara empuje, cuernos y pellejo: Ha llegado tu tumo. Ira salvaje, Banderillas y picas que te acosan, Aplausos al verdugo; al fin, la muerte. Y arriba, la impasible y solitaria Contemplación del vasto firmamento. Yo, ridículo y ruin, soy el paciente Esclavo. Soy el humillado eunuco. Mi testuz sabe resistir, y llevo Sobre los pedregales la carreta Cuyas ruedas rechinan, y en cuya alta Carga de pasto crujidor, a veces Cantan versos los fuertes campesinos. Mis ojos pensativos, al poeta, Dan sospecha de vidas misteriosas En que reina el enigma. Me complace Meditar. Soy filósofo. Si sufro El golpe y la punzada reflexiono Que me concede Dios este derecho: Espantarme las moscas con el rabo. Y sé que existe el matadero... EL TORO ¡Pampa! ¡Libertad! ¡Aire y sol! Yo era el robusto Señor de la planicie, donde el aire Mi bramido llevó, cual son de un cuerno Que soplara titán de anchos pulmones. Con el pitón a flor de piel, yo erraba Un tiempo en el gran mar de verdes hojas, Cerca del cual corría el claro arroyo Donde apagué la sed con belfo ardiente. Luego, fuí bello rey de astas agudas: A mi voz respondían las montañas, Y mi estampa, magnífica y soberbia, Hiciera arder de amor a Pasifae. Más de una vez, el huracán indómito, Que hunde los puños desgarrando el roble, Bajo el cálido cielo del estío, Sopló al paso su fuego en mis narices. Después fueron las luchas. Era el puma, Que me clavó sus garras en el flanco, Y al que enterré los cuernos en el vientre. Y tras el día caluroso, el suave Aliento de la noche, el dulce sueño, Sentir el alba, saludar la aurora Que pone en mi testuz rosas y perlas: Ver la cuadriga de Titón que avanza Rasgando nubes con los cascos de oro, Y alrededor de la carroza lírica Desparecer las pálidas estrellas. Hoy aguardo martirio, escarnio y muerte... EL BUEY ¡Pobre declamador! Está a la entrada De la vida una esfinge sonriente. El azul es en veces negro. El astro Se oculta, desparece, muere. El hombre Es aquí el poderoso traicionero. Para él, temor. Yo he sido en mi llanura Soberbio como tú. Sobre la grama Bramé orgulloso y respiré soberbio. Hoy vivo mutilado, como, engordo, La nuca inclino. EL TORO Y bien: para ti el fresco Pasto, tranquila vida, agua en el cubo, Esperada vejez... A mí la roja Capa del diestro, reto y burla, el ronco Griterío, la arena donde clavo La pezuña, el torero que me engaña Agil y airoso, y en mi carne entierra El arpón de la alegre banderilla, Encarnizado tábano de hierro; La tempestad en mi pulmón de bruto, El resoplido que levanta el polvo, Mi sed de muerte en desbordado instinto, Mis músculos de bronce que la sangre Hinche en hirviente plétora de vida; En mis ojos dos llamas iracundas, La onda de rabia por mis nervios loca Que echa su espuma en mis candentes fauces; El clarín del bizarro torilero Que anima la apretada muchedumbre; El matador que enterrará hasta el pomo En mi carne la espada; la cuadriga De enguirnaldadas mulas que mi cuerpo Arrastrará sangriento y palpitante; Y el vítor y el aplauso a la estocada Que en pleno corazón clava el acero. ¡Oh, nada más amargo! A mí, los labios Del arma fría que me da la muerte; Tras el escarnio, el crudo sacrificio, El horrible estertor de la agonía... En tanto que el azul sagrado, inmenso, Continúa sereno, y en la altura, El oro del gran sol rueda al poniente En radiante apoteosis... LA MUCHEDUMBRE ¡Otro toro! EL BUEY ¡Calla! ¡Muere! Es tu tiempo. EL TORO ¡Atroz sentencia! Ayer el aire, el sol; hoy el verdugo... ¿Qué peor que este martirio? EL BUEY ¡La impotencia! EL TORO ¿Y qué más negro que la muerte? EL BUEY ¡El yugo! TUTECOTZIMÍ [imagen] TUTECOTZIMÍ Al cavar en el suelo de la ciudad antigua, La metálica punta de la piqueta choca Con una joya de oro, una labrada, roca, Una flecha, un fetiche, un dios de forma ambigua, O los muros enormes de un templo. Mi piqueta Trabaja en el terreno de la América ignota. --¡Suene armoniosa mi piqueta de poeta! Y descubra oro y ópalos y rica piedra fina, Templo, o estatua rota! Y el misterioso jeroglífico adivina La Musa. De la temporal bruma surge la vida extraña De pueblos abolidos; la leyenda confusa Se ilumina; revela secretos la montaña En que se alza la ruina. Los centenarios árboles saben de procesiones, De luchas y de ritos inmemoriales. Canta Un zenzontle. ¿Qué canta? ¿Un canto nunca oído? El pájaro en un ídolo ha fabricado el nido. (Ese canto escucharon las mujeres toltecas Y deleitó al soberbio príncipe Moctezuma). Mientras el puma hace crujir las hojas secas El quetzal muestra al iris la gloria de su pluma Y los dioses animan de la fuente el acento. Al caer de la tarde un poniente sangriento Tiende su palio bárbaro; y de una rara lira Lleva la lengua musical el vago viento. Y Netzahualcoyotl, el poeta, suspira. Cuaucmichin, el cacique sacerdotal y noble, Viene de caza. Síguele fila apretada y doble De sus flecheros ágiles. Su aire es bravo y triunfal. Sobre su frente lleva bruñido cerco de oro; Y vese, al sol que se alza del florestal sonoro, Que en la diadema tiembla la pluma de un quetzal. Es la mañana mágica del encendido trópico, Como una gran serpiente camina el río hidrópico En cuyas aguas glaucas las hojas secas van. El lienzo cristalino sopló sutil arruga, El combo caparacho que arrastra la tortuga, O la crestada cola de hierro del caimán. Junto al verdoso charco, sobre las piedras toscas, Rubí, cristal, zafiro, las susurrantes moscas Del vaho de la tierra pasan cribando el tul; E intacta con su veste de terciopelo rico; Abanicando el lodo con su doble abanico Está como extasiada la mariposa azul. Las selvas foscas vibran con el calor del día; Al viento el pavo negro su grito agudo fía, Y el grillo aturde el verde, tupido carrizal; Un pájaro del bosque remeda un son de cuerno; Prolonga la cigarra su chincharchar eterno Y el grito de su pito repite el pito-real. Los altos aguacates invade ágil la ardilla, Su cola es un plumero, su ojo pequeño brilla, Sus dientes llueven fruto del árbol productor; Y con su vuelo rápido que espanta el avispero, Pasa el bribón y obscuro sanate-clarinero Llamando al compañero con áspero clamor. Su vasto aliento lanzan los bosques primitivos, Vuelan al menor ruido los quetzales esquivos, Sobre la aristoloquia revuela el colibrí; Y junto a la parásita lujosa está la iguana, Como hija misteriosa de la montaña indiana Que anima el teutl oculto del sacro teocalí. El gran cacique deja los bosques de esmeralda; Camina a su palacio el carcaj a la espalda, Carjaj dorado y fino que brilla al rubio sol. Tras él van los flecheros; y en hombros de los siervos, Ensangrentando el suelo, los montaraces ciervos Que hirió la caña elástica del firme huiscoyol. Camina. Llega al regio palacio el jefe noble. De las cuadradas puertas en el quicio de roble, De Otzotskij, su tierna hija, ve el flamante huepil. Súbito se oye un sordo rumor de voz profunda. ¿Es la onda del Motagua que la ciudad inunda? No, cacique; ese ruido es del pueblo Pipil. Como torrente humano que ruge y se desborda, Como un clamor terrible que la ciudad asorda, Hacia el palacio vienen los hijos de Ahuitzol. Primero, revestidos de cien plumajes varios, Los altos sacerdotes, los ricos dignatarios, Que llevan con orgullo sus mantos tornasol. Después vanos guerreros, los de brazos membrudos, Los que metal y cuerno tienen en sus escudos, Soldados de Sakulen, soldados de Nabaj; Por último, zahareños, cobrizos y salvajes, El cuerpo rudo y rojo de místicos tatuajes, Ixiles de la sierra, con arcos y carcaj. Como a la roca el río circundan el palacio. Sus voces redobladas se elevan al espacio Como voz de montaña y voz de tempestad: Hay jóvenes robustos de fieros aires regios, Ancianos centenarios que saben sortilegios, Brujos que invocar osan al gran Tamagastad. Y a la cabeza marcha con noble continente Tekij, que es el poeta litúrgico y valiente, Que en su pupila tiene la luz de la visión. Lleva colgado al cuello un quetzalcoatl de oro; Lleva en los pies velludos caites de piel de toro; Y alza la frente, altivo como un joven león. Del palacio en la puerta vese erguido el cacique. Tekij alza sus brazos. Su gesto, como un dique, Contiene el gran torrente de agitación y voz. Cuaucmichin orgulloso, se apoya en su arco elástico. Y teniendo en sus labios como un rictus sarcástico, Pone en sus pardas cejas una curva feroz. Curva de donde lanza cual flecha su mirada Sobre las mil cabezas de la turba apiñada, Curva como la curva del arco de Hurakán. Y Tekij habla al príncipe que le escucha impasible: Y lleva el aire tórrido la palabra terrible Como el divino trueno de la ira de un Titán. --«Cuaucmichin, la montaña te habla en mi lengua ahora. ¡La tierra está enojada, la raza pipil llora, Y tu nahual maldice, serpiente-tacuazín! Eres cobarde fiera que reina en el ganado. ¿Por qué de los pipiles la sangre has derramado Como tigre del monte, Cuaucmichin, Cuaucmichin? ¡Cuaucmichin! El octavo rey de los mexicanos Era grande. Si abría los dedos de sus manos, Más de un millón de flechas obscurecía el sol. Era de oro macizo su silla y su consejo. Tenía en mucho al sabio; pedía juicio al viejo; Su maza era pesada; llamábase Ahuitzol. Quelenes, zapotecas, tendales, katchikeles, Los mames que se adornan con ópalos y pieles, Los jefes aguerridos del bélico kiché, Temían los embates del fuerte mexicano Que tuvo, como tienen los dioses, en la mano La flecha que en el trueno relampaguear se ve. Él quiso ser pacífico y engrandecer un día Su reino. Eso era justo. Y en Guatemala había Tierra fecunda y virgen, montañas que poblar. Mandó Ahuitzol cinco hombres a conquistar la tierra, Sin lanzas, sin escudos y sin carcaj de guerra, Sin fuerzas poderosas ni pompa militar. Eran cinco pipiles; eran los Padres nuestros; Eran cultivadores, agricultores, diestros En prácticas pacíficas; sembraban el añil, Cocían argamasas, vendían pieles y aves; Así fundaron, rústicos, espléndidos y suaves, Los pristinos cimientos del pueblo del pipil. Pipil, es decir, niño. Eso es ingenuo y franco. Vino un anciano entre ellos con el cabello blanco, Y a ese miraban todos como una majestad. Vino un mancebo hermoso que abría al monte brechas, Que lanzaba a las águilas sus voladoras flechas Y que cantaba alegre bajo la tempestad. El Rey murió; la muerte es reina de los reyes. Nuestros padres formaron nuestras sagradas leyes; Hablaron con los dioses en lengua de verdad. Y un día, en la floresta, Votan dijo a un anciano Que él no bebía sangre del sacrificio humano, Que sangre es chicha roja para Tamagastad. Por eso los pipiles jamás se la ofrecimos, Del plátano fragante cortamos los racimos Para ofrecérselos al dios sagrado y fiel. La sangre de las bestias el cuchillo derrame; Más sangre de pipiles, ¡oh, Cuaucmichin infame!; Ayer has ofrecido en holocausto cruel.» --«¡Yo soy el sacerdote cacique y combatiente!» Tal ha rugido el jefe. Tekij grita a la gente: --«Puesto que el tigre muestra las garras, sea, pues.» Y, como la tormenta, los clamores humanos, Sobre cabezas ásperas, sobre crispadas manos, Se calman un instante para tornar después. --«¡Flecheros, al combate!», clama el fuerte cacique, Y cual si no existiese quien el ataque indique, Se quedan los flecheros inmóviles, sin voz. --«¡Flecheros, muerte al tigre!» responde un indio fiero. Tekij alza los brazos y quédase el flechero Deteniendo el empuje de la flecha veloz. Y Tekij:--«¡Es indigno de la flecha o la lanza! ¡La tierra se estremece para clamar venganza! ¡A las piedras, pipiles!» Cuando el grito feroz De los castigadores calló y el jefe odiado En sanguinoso fango quedó despedazado, Vióse pasar un hombre cantando en alta voz Un canto mexicano. Cantaba cielo y tierra, Alababa a los dioses, maldecía la guerra. Llamáronle: «¿Tú cantas paz y trabajo?»--«Sí.» --«Toma el palacio, el campo, carcajes y huepiles; Celebra a nuestros dioses, dirige a los pipiles.» Y así empezó el reinado de Tutecotzimí. LIBROS EXTRAÑOS [imagen] LIBROS EXTRAÑOS RIGHT _A F. Sicardi._ Libros extraños que halagáis la mente En un lenguaje inaudito y tan raro, Y que de lo más puro y lo más caro, Hacéis brotar la misteriosa fuente; Inextinguible, inextinguiblemente Brota el sentir del corazón preclaro Y por él se alza un diamantino faro Que al mar de Dios mira profundamente... Fuerza y vigor que las almas enlaza, Seda de luz y pasos de coloso Y un agitar de martillo y de maza Y un respirar de leones en reposo Y una virtual palpitación de raza; Y el cielo azul para Orlando Furioso... RETORNO [imagen] RETORNO El retorno a la tierra natal ha sido tan sentimental, y tan mental, y tan divino, que aun las gotas del alba cristalinas están en el jazmín de ensueño, de fragancia y de trino. Por el Anfión antiguo y el prodigio del canto se levanta una gracia de prodigio y encanto que une carne y espíritu como en el pan y el vino. En el lugar en donde tuve la luz y el bien, ¿qué otra cosa podría sino besar el manto a mi Roma, mi Atenas o mi Jerusalén? Exprimidos de idea, y de orgullo y cariño, de esencia de recuerdo, de arte de corazón, concreto ahora todos mis ensueños de niño sobre la crin anciana de mi amado León. Bendito el dromedario que a través del desierto condujera al Rey Mago, de aureolada sien, y que se dirigía por el camino cierto en que el astro de oro conducía a Belén. Amapolas de sangre y azucenas de nieve he mirado no lejos del divino laurel, y he sabido que el vino de nuestra vida breve precipita hondamente la ponzoña y la hiel. Mas sabe el optimista, religioso y pagano, que por César y Orfeo nuestro planeta gira, y que hay sobre la tierra que llevar en la mano, dominadora siempre, o la espada, o la lira. El paso es misterioso. Los mágicos diamantes de la corona o las sandalias de los pies fueron de los maestros que se elevaron antes, y serán de los genios que triunfarán después. Parece que Mercurio llevara el caduceo de manera triunfal en mi dulce país, y que brotara para, hecha por mi deseo, en cada piedra una mágica flor de lis. Por atavismo griego o por fenicia influencia, siempre he sentido en mí ansia de navegar, y Jasón me ha legado su sublime experiencia y el sentir en mi vida los misterios del mar. ¡Oh, cuántas veces, cuántas oí los sones de las sirenas líricas en los clásicos mares! ¡Y cuántas he mirado tropeles de tritones y cortejos de ninfas ceñidas de azahares! [imagen] Cuando Pan vino a América, en tiempos fabulosos en que había gigantes, y conquistaban Pan y Baco tierra incógnita, y tigres y molosos custodiaban los templos sagrados de Copán, se celebraban cultos de estrellas y de abismos; se tenía una sacra visión de Dios. Y era ya la vital conciencia que hay en nosotros mismos de la magnificencia de nuestra Primavera. Los atlántidas fueron huéspedes nuestros. Suma revelación un tiempo tuvo el gran Moctezuma, y Hugo vio en Momotombo órgano de verdad. A través de las páginas fatales de la Historia, nuestra tierra está hecha de vigor y de gloria, nuestra tierra está hecha para la Humanidad. Pueblo vibrante, fuerte, apasionado, altivo; pueblo que tiene la conciencia de ser vivo, y que reuniendo sus energías en haz portentoso, a la Patria vigoroso demuestra que puede bravamente presentar en su diestra el acero de guerra o el olivo de paz. Cuando Dante llevaba a la Sorbona ciencia y su maravilloso corazón florentino, creo que concretaba el alma de Florencia, y su ciudad estaba en el libro divino. Si pequeña es la Patria, uno grande la sueña. Mis ilusiones, y mis deseos, y mis esperanzas, me dicen que no hay patria pequeña. Y León es hoy a mí como Roma o París. Quisiera ser ahora como el Ulises griego que domaba los arcos, y los barcos y los destinos. ¡Quiero ahora deciros ¡hasta luego! porque no me resuelvo a deciros adiós! INDICE Páginas. Canto a la Argentina 7 Oda a Mitre 117 OTROS POEMAS France-Amérique 143 Gesta del Coso 149 Tutecotzimí 165 Libros extraños 183 Retorno 189 [imagen ACABÓSE DE IMPRIMIR ESTE LIBRO EN MADRID, EN LA TIPOGRAFÍA YAGÜES EL DÍA VIII DE ABRIL DEL AÑO MCMXVIII ] *** End of this LibraryBlog Digital Book "Canto a la Argentina, Oda a Mitre y otros poemas - Obras Completas Vol. IX" *** Copyright 2023 LibraryBlog. All rights reserved.