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Title: De Sobremesa; crónicas, Primera Parte (de 5)
Author: Benavente, Jacinto
Language: Spanish
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PARTE (DE 5)***


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Note: Images of the original pages are available through
      Internet Archive. See
      https://archive.org/details/desobremesacrn01bena


Notas del Transcriptor:

      Letras itálicas son denotadas con _líneas_.

      El símbolo ^ indica letras en sobrescrito.

      Las versalitas (letras mayúsculas de tamaño igual a las
      minúsculas) han sido sustituidas por letras mayúsculas
      de tamaño normal.



JACINTO BENAVENTE

DE SOBREMESA

CRÓNICAS



[Ilustración]

MADRID
LIBRERÍA DE FERNANDO FÉ
Puerta del Sol, 15

1910

ES PROPIEDAD.—DERECHOS RESERVADOS

MADRID.—Imprenta Española, calle del Olivar, 8



[Ilustración]



PRÓLOGO


Muchas y celebres conversaciones de sobremesa pasaron á la Historia
ilustradas con grandes nombres, y aún grandes acontecimientos de la
Historia se decidieron entre la _poir et le fromage_. De la panza sale
la danza, y esta danza del bien comer, danza de la vida, como aquellas
famosas danzas de la muerte, evocadas por poetas y pintores en la Edad
Media, á nadie excusa de danzar y todos hacen en ella su mudanza, unos
con gentileza y garbo, otros con más presunción que gracia; otros sin
una ni otra, tímidos y encogidos; pero todos al mismo son, que es la
armonía bien concertada de la vida que nunca pierde el compás, aunque
puede parecerlo alguna vez—á los que más atiendan al moverse de los
danzantes humanos que al son de la música divina.

Suelen ser mis comensales, muchas veces un periódico, revista ó libro,
sostenido entre la copa y el plato, cosa mal vista de los higienistas,
pero no se que más pueda perturbar la digestión, una lectura agradable
que un impertinente compañero de mesa ó que una orquesta próxima, así
sea la banda de alabarderos. Otras veces mis comensales son de las más
variadas condiciones y procedencias, y de todo se charla y de todo se
opina con la mayor disparidad de criterio, que no soy yo hombre de
compromisos políticos ni artísticos, ni mucho menos morales, para no
permitir la libre emisión de todos los disparates. Son juicios orales
sin reo y sin sentencia: personas y cosas son llamados á el, solo como
testigos y al final es siempre la absolución, sin más costas que haber
amenizado la sobremesa. Y he aquí, que como al terminar la comida
recoge el doméstico las migajas materiales, recojo yo las migajas del
alimento espiritual, que son estas charlas de sobremesa en que de todo
se habla, de todo se opina y nada se condena. Y para que nunca nos
falte qué comer ni de qué hablar, empecemos piadosamente diciendo: el
pan nuestro de cada día dánosle hoy ...

[Ilustración]



DE SOBREMESA



I


Bizancio anda revuelto; del circo sale la revolución, pero no se trata
de guiadores de carros, sino de bailarinas; no de verdes y azules,
sino de verdes y más verdes. Ya lo dijo un moralista: lo desnudo no es
indecente, sino lo «remangado»; y estos renacimientos paganos que de
cuando en cuando florecen en nuestros teatros, no son más que un puro
«remangarse». No es la Venus de Milo la diosa majestuosa que preside en
sus altares, no; la Venus de Milo oculta sus piernas y no tiene brazos,
y en esta ocasión piernas y brazos (¡oh Pepita Sevilla!) han sido los
perturbadores. ¿A quien culparemos? ¿A empresas y autores, que dirán
seguramente: el público lo pide? ¡ay, no! El público es como los niños:
sólo pide lo que le enseñan; eso sí, como los niños también, cuando
pide, siempre pide más, y empresas y autores son maternales. ¿Los
artistas? Recuerdo siempre una plegaria con aire de tango que cantaba
la bella Belén en sus tiempos, y era sólo la expresión poética de un
deseo prosaico:

      ¡Padre nuestro que estas en los cielos!
    ¿Por qué no me das mil duros de renta,
    y la pobre Belén estaría sentada en su casa
                tomando la cuenta?

El público reía y pedía: ¡más, más! Seguramente en tres mil pesetas
hubiera podido dejarse la petición por no servirle más de juguete.
¿Verdad que hay aplausos que deben sonar como bofetadas? ¡Pobres
mujeres! ¡Acaso las bofetadas de su casa les hacen preferir esos
aplausos del público!

¡El público! El público también es digno de compasión. En sus bramidos
bestiales, no hay alegría ni voluptuosidad; no es la admiración
desinteresada ó satisfecha á la belleza y á la gracia, es el rugido del
hambre, hambre de carne en todas sus manifestaciones; son las mismas
caras que se observa ante los escaparates de los «restaurants» ó casas
de comidas; no es la sonrisa plácida del sultán ante las danzas de sus
favoritas, es la burla del eunuco ó la rabia del esclavo ante lo que
nunca fué ni será para ellos. Un conjunto lastimoso al que solo pone
la nota ridícula, la autoridad en clase de «encargada», encargada de
que no haya escándalo en el barrio. Como siempre, para los efectos
muy solícita, para las causas ... Las causas que las estudien los
moralistas, los literatos, los periodistas; los que gobiernan sólo
están para prohibir y para castigar.

[Ilustración]



II


Una querida amiga viene á visitarme después de misa y se convida á
almorzar conmigo. Es una casada joven que no se preocupa para nada del
feminismo, porque hace mucho tiempo que ella se ha conquistado, por sí
y para sí, todos los privilegios femeninos y masculinos. (No hay como
la neutralidad en esta lucha de sexos).

El principal objeto de su visita es preguntarme quien hace los
sombreros á Rosario Pino.

—¿Se los traen de París, como las comedias?

—No lo se. Vivo alejado de los teatros; no se nada de comedias ni de
sombreros.

Mi amiga encuentra deliciosas las comedias francesas y admirables los
sombreros de Rosario Pino.

¡Ah! una mujer no cuidará nunca bastante su sombrero. El vestido puede
engañarnos respecto á la clase y condición social de una mujer, el
sombrero no engaña nunca. Desde que las señoras asisten sin sombrero
á los teatros, es más difícil distinguir de personas. Nos dirían que
tal señora no es la señora sino su cocinera, y lo creeríamos. Con
el sombrero no hay equivocación. Mi amiga se atreve á descubrir en
cualquier reunión de mujeres, sólo por el sombrero, á una «cocotte»
entre cien señoras, y viceversa. (Aunque el orden de factores altera
el producto, no altera la habilidad adivinatoria de mi amiga). Y del
mismo modo se atreve á clasificar á las idealistas, á las de sentido
práctico, á las rebeldes, á las resignadas ... (Esto me hace reparar en
el sombrero de mi amiga, que es, en efecto, un ¡viva la anarquía!).

Hablamos de otras cosas; de la temporada del Real que ha terminado. Le
preguntó si ha oído cantar á Anselmi, y cuando espero oir un elogio del
«bel canto» italiano que hiciera las delicias de Arana como empresario
retrospectivo, me deja atónito con un grito del corazón, vibrante como
un «sí» de la Barrientos ... ¡Qué hombre tan guapo!

—¿Quién?

—Anselmi.

—Canta con mucho gusto—insinúo, para encauzar la conversación, por
respeto al criado que nos sirve.

—¡Guapísimo!—insiste con una valentía irrebatible.

—Dicen que volverán á traérselo á ustedes para el año que viene.

—¿Cree usted que no habrá perdido voz?

—Si dependiera de ustedes, amiga mía. Pero creo que no; esos tenores
se cuidan mucho.

—¡Demasiado!—suspira con ingenuidad.

Procuro informarme de sus aficiones musicales; si comprende á Wagner,
si prefiere las óperas modernas, si ...

—Mire usted—me interrumpe.—La ópera es lo de menos. Anselmi con el
traje de Lohengrín, me haría soportar á Wagner.

—Sí, en efecto. La música entra mucho por los ojos.

Un santo bonito, un rey joven y un artista de buena figura, harán
siempre mucho por la Religión, por la Monarquía y por el Arte.

Cambia el tema.

—¿Qué le parece á usted de la «moción» que las solteras de Dublín han
elevado á la virreina de Irlanda, lamentándose de que las casadas de por
allá se traen un toreo que no deja colocarse en suerte á un soltero?

—Me parece que antes que las solteras, debían haberse querellado los
maridos de las acusadas, y no á la virreina precisamente.

—¿Cree usted que aquí sucede algo semejante, y á eso se deba la
abundancia de solteras sin acomodo?

—¿Aquí? Aquí debíamos ser las casadas las que nos quejáramos de que el
coro de vírgenes no nos deja en paz á los maridos.

Y me refiere unas cuántas historias tan escabrosas, tan escabrosas, que
no puede por menos de creerse que son verdaderas.

—Ahí tiene usted asuntos para unas cuántas comedias.

—¿Para sábados blancos? ¿Le parece á usted? ¿No es el día de las
solteras?

—¿Usted sabe el origen de los sábados blancos?

—No. Cuéntemelo usted. Con usted siempre se aprende.

—Eso me dice todo el mundo. Verá usted. Es muy verosímil.

Una señora distinguidísima, opulenta belleza á lo Rubens, mamá de dos
espirituales «Boticellis», padecía con tanta frecuencia de jaquecas,
que apenas asistía á teatros ni á reuniones, y para no privar de
asistir á sus hijas, las confiaba á la autoridad de una señora de
compañía muy garantizada, á quien tenía muy recomendado que si alguna
vez en el teatro, la comedia representada no era de la más absoluta
moralidad, se llevara á las niñas inmediatamente. Sucedió que una
noche, apenas levantado el telón, la primera actriz anuncio tan
resueltamente la decisión de engañar á su marido, que no había duda de
que así sucedería, á más tardar, en el segundo acto.

La buena señora creyó lo más conveniente levantarse y salir del
teatro con el mayor ruido posible, para marcar bien su desagrado.
Las muchachas hubieran querido terminar la noche en cualquier otro
espectáculo, pero la señora rabiaba por hacer presente á la mamá su
escrupuloso celo, y más que aprisa se las llevo á casa ... en mala hora,
porque la mamá, ante tan inesperado retorno, apenas tuvo tiempo de
esconder la verdadera antipirina de sus jaquecas, que era un íntimo
amigo. Y para que no volviera á suceder tal percance, al día siguiente
escribió al director del teatro: Distinguido señor: Como las obras que
se representan en su teatro, no siempre son de una moralidad y una
sana tendencia que puedan inspirar confianza á una madre celosa de no
ofrecer á sus hijas como recreo un espectáculo peligroso, de acuerdo
con otras distinguidas amigas en el mismo caso, ruego á usted fije un
día de abono en que todas, absolutamente todas las obras, puedan ser
vistas por nuestras hijas.

El director, amable, sometió á la censura de las celosas madres la flor
de azahar de su repertorio, las celosas madres aprobaron ... Y ese fué
el origen de los sábados blancos ... en París. Aquí siguieron por moda.

       *       *       *       *       *

—Una huelga, un albañil muerto ...

—No hablemos de eso. Son cosas inevitables, viejas como el mundo, hoy
recrudecidas por la falta de creencias.

—¿De quien?

—De unos y de otros.

—Diga usted de unos, porque los otros en algo deben creer todavía. Les
han dicho: No matarás, y no matan. Les han dicho: No te matarás, y no
se dejan morir de hambre. Les han dicho: Ganarás el pan con el sudor
de tu frente, y eso es lo que no pueden obedecer, porque trabajar sí
trabajan, pero no ganan el pan, y eso es lo triste.

—Yo creí que ya se había usted curado del sarampión socialista que
todos los escritores y políticos de estos tiempos han padecido con
mayor ó menor intensidad.

—Sí, en efecto. Fué como sarampión. ¡Oh! muy benigno. Escritores y
políticos buscaban en la idea socialista un medio fácil de atraer hacia
ellos el aura popular. Paso la moda; los burgueses fruncieron pronto el
ceño, aterrados por el fantasma anarquista, y escritores y políticos
tornaron hacia el sol que todavía calienta.

El anarquismo, con ser el mayor antagonista del socialismo, proyecta
sobre éste su sombra fatídica, que confunde á los dos para la opinión
vulgar en el mismo espanto.

Si en la región de las ideas todas son admisibles, y acaso las más
avanzadas son las más necesarias, porque impidiendo la «calma chicha»
de los espíritus, agitan, renuevan y fecundan, en el terreno práctico,
una idea extremada es el mayor enemigo de una idea razonable. Por eso
cuando halléis un fanático en un partido, sospechad siempre si estará
de acuerdo con el partido contrario. No dijo ningún disparate el que
dijo que el santo es el mayor enemigo de la religión.

Muchas veces se disfrazan de grandes ideales ideas muy pequeñas. El
anarquismo, no hay duda, quiere un mundo transformado y perfecto, pero
con sus intransigencias estorba el andar reposado del socialismo hacia
ese mundo ideal. Desconfiemos de los grandes ideales y atengámonos á
los pequeños.

Como esos que dicen: Yo no soy español, soy algo más; soy ciudadano del
mundo.

Tened por seguro que en el fondo es un regionalista que solo quiere ser
ciudadano de su pueblo, y si es posible, vecino de su calle.

Por ser ciudadanos del mundo antes que españoles, regionalistas y
anarquistas se confunden á veces, y entre la idea chica y la idea
grande, estorban el andar de la vida, que no tolera empujones hacia
adelante ni tirones hacia atrás de violentos ni de fanáticos, sino que
va, va siempre, segura, majestuosa, al paso reposado y firme de los
hombres de buena voluntad.



III


Se de una linda marquesa, por blasón de su hermosura, rayos de sol en
campo de rosas, de pura elegancia española—única elegancia femenina á
la que sientan bien todas las elegancias, lo mismo las de Van-Dyck que
las de Watteau, que las de Gainsborough que las de nuestro Goya—que al
salir del estreno de «Daniel» decía á sus amigos:

—Esta obra sólo puede gustar á los que no tienen una peseta ó no
tienen vergüenza.

¿Una peseta ó vergüenza? ¡Pícara peseta! En qué poco ha estado que la
obra no gustara por completo á cierto público.

¡Oh gentil marquesa, como aquellas de Versalles, más inconscientes ó
más atrevidas al representar con su reina y en la misma corte, «Las
Bodas de Fígaro», como si las burlas no fueran también amenazas; el
autor de «Daniel» no tuvo consideración con vosotras. Ha recargado de
negrura su obra, ¿verdad? Esas cosas no pasan en la vida ó por lo menos
pasan de tarde en tarde. ¿No es eso? Los ricos no son tan malos ni los
pobres tan desgraciados. Lo dices tu, lo dice la crítica. Sí, Dicenta
ha recargado los colores.

Suaves tintas de acuarela son las de ese embarque de emigrantes de que
pocos días después supimos. La realidad ha sido el mejor crítico de la
obra de Dicenta.

¡Oh, qué lindo _embarquement pour Cythere_, como aquel de Watteau, el
de ese barco de miseria, de dolor y de muerte! ¡Oh, qué propio asunto
para ser cantado en rimas ricas y metros dislocados por algún exquisito
poeta de los del Arte por el Arte y caiga el que caiga!

¡Heliópolis! ¿Puede darse más bello nombre para un barco florido,
bogador siempre por mares azules hacia tierras de sol y de alegría?

Dice un crítico, que desde Edipo no se ha presentado en el teatro un
personaje sobre el que tantas desdichas se acumulen como sobre Daniel.
Sí, son muchas desdichas para un solo hombre si fuera un hombre solo.
Pero Daniel es algo más: no es un hombre, son muchos, son muchas
generaciones; sus desdichas no son las que caben en unas horas de
representación teatral: son las de muchos siglos, las de muchas vidas.
Y lo mismo la crueldad, la fuerza y la indiferencia de los otros.

La visión amplia, abarcadora de Dicenta concentra lo esparcido. ¿No es
un derecho del artista? La gentil marquesa estaba también en su derecho
al distraer cuanto podía su atención de la obra y á juzgarla con frase
ligera y desdeñosa. Pero la crítica, no; la crítica ante la obra de
Arte tiene otros deberes que las lindas marquesas.

       *       *       *       *       *

Los artistas lamentan de continuo la falta de ambiente artístico,
increpan al filisteo y al beocio, que no sienten ni admiran, como los
artistas quisieran, la artística belleza, y cuando ellos tratan de
glorificar á otro artista no se les ocurre sino vulgaridades del más
prosaico burguesismo: el insustituible banquete á siete cincuenta,
la abominable estatua á cincuenta mil pesetas, la velada teatral ó
académica. ¿No habrá un poco de fantasía, señores artistas? ¡A ver si
_pué_ ser!—como dicen los chulos.

La escultura conmemorativa moderna, aplicada á políticos, escritores
y demás señores civiles, es francamente horrible. Si el escultor se
atiene á la realidad, un señor de levita ó gabán parecerá siempre
una figura de cera sin colores; si mezcla lo real con lo ideal, la
mezcolanza no es menos detestable: el buen señor rodeado de ninfas ó
genios desnudos hace la más triste figura. Recuerdo la estatua del gran
Eça de Queiroz en Lisboa, bailando un vals _renversée_ con la Verdad
desnuda entre sus brazos; todo ello como interpretación escultórica del
lema literario del escritor: Sobre la fuerte desnudez de la verdad el
velo diáfano de la fantasía.

No sospechaba artista de tan delicado gusto como Eça de Queiroz, que
tan al pie de la letra iban á tomarse sus palabras como esculturales.

Quédese la estatua para perpetuar cuerpos bellos y bellas actitudes, y
de los grandes hombres que triunfaron por el espíritu, perpetúese el
espíritu en copiosas y artísticas ediciones de sus obras. De este modo
llegará su espíritu á todas partes y será la inmortalidad mejor que una
estatua ridícula ante la cual el hombre del vulgo preguntará ignorante:
¿Quién será este? Para que su mujer le responda: ¿No lo ves? Un tío muy
feo.

       *       *       *       *       *

Bombita regresa triunfador de Méjico, Madrid y Sevilla le reciben con
aclamaciones.

Los hombres graves exclaman una vez más: ¡Qué país este! Y otros
hombres que no parecen graves, porque nada les parece tan antipático
como las jeremiadas de esos que no encuentran mejor forma de
patriotismo que abominar por todo de su patria, decimos y creemos: Que
por muchos años vayan nuestros toreros á Méjico y por muchos años sean
allí aplaudidos, que peor señal de los tiempos sería para España si una
ley en idioma extranjero hubiera prohibido las corridas de toros en
aquellas tierras.

[Ilustración]



IV


Pérez Galdós es siempre admirable: terminados sus cuarenta Episodios;
después de haber estudiado para escribirlos, mejor dicho, después
de haber vivido para revivirlos, toda la historia contemporánea de
España con toda su lastimosa política, en lugar de quedar fatigado,
desilusionado y, si se quiere, empachado, con la mayor ilusión del
mundo—¿no se presenta como candidato republicano?—se lanza á la
política activa.

Y es que Galdós, nuestro único gran historiador, al escribir
sus Episodios, ha podido comprender como nadie que, sobre todas
las desventuras de la patria, sobre sus luchas civiles y sus
pronunciamientos, y las intrigas de camarilla y de partido, sobre
Carlos IV, y Godoy, y Fernando VII, y Calomarde, y Espartero, y Narváez
y todas las clases directoras que tan malos pastores fueron de este
pobre rebaño, esta siempre la _masa_, la soberana masa, que dijo el
mismo Galdós, la masa, verdadero héroe de esos cuarenta Episodios
nacionales; y cuando un hombre como Pérez Galdós, después de haber
escrito los cuarenta episodios, hace profesión de fe republicana, es
porque espera mucho de esa masa; porque es de creer que no será en
Salmerón en quien espere.

De todos modos, Pérez Galdós, en lenguaje de empresa teatral, es
una excelente adquisición para el partido republicano; y si no va á
el sólo llevado de su curioso espíritu, á documentarse para futuras
novelas ó comedias, la significación de su nombre glorioso es de gran
importancia. Galdós cuenta con incondicionales adictos á su talento
y á su persona, cuenta con una juventud que le admira y le proclama
maestro; todo eso aporta Galdós á la causa de la República. ¡Ah! Y la
espada de Machaquito. No la tuvo mejor ningún partido español hace
mucho tiempo.

       *       *       *       *       *

Entre la Fiesta del Sainete, la corrida de la Prensa, la Semana Santa,
para terminar con la corrida de inauguración de temporada, he aquí una
semana bien española. Lo picaresco, lo piadoso, lo emocional y lo
sangriento en pintoresca mezcla: toda la lira, mejor dicho, toda la
guitarra.

Y sobre todo ello y para todo ello, la mantilla, que es tanto como la
bandera española, nunca mejor prendida que en nuestras actrices, de tan
diversos pero tan castizos tipos de belleza española todas ellas.

D. Ramón de la Cruz y Goya se habrán asomado, allá por un barandal de
la gloria—algo como la cúpula de San Antonio de la Florida,—para
sentirse más en sus glorias, y los académicos habrán pensado que con
tan lucido cortejo no es posible negar entrada al plebeyo sainete en la
aristocrática Academia. Los ojos de Rosario Pino bien valen por todo un
Diccionario.

       *       *       *       *       *

Con el sainete vuelve el baile español, casi perdido ya, degradado
en esos tangos de un orientalismo de Exposición universal; el baile
clásico español, señoril ó popular ó villanesco, pero verdadero baile
de arte, el baile por el baile; no como el baile francés, que es
siempre decente—porque siempre es un pretexto para enseñar,—ni
como el inglés, que, por otros medios, llega á los mismos fines,
más gimnasia que baile.—En Inglaterra el _sport_ lo tapa todo ó
lo descubre todo.—En Francia aparenta malicia lo más inocente; en
Inglaterra aparenta inocencia lo más malicioso.—Sólo el baile español
es baile, en una justa ponderación, como el amor sano, ni todo carne ni
todo espíritu.

¡Boleras gloriosas que inmortalizaron los nombres de Lola
Montes, de la Nena y de Petra Cámara! En la memoria de los viejos se
asocia el recuerdo de aquellos bailes al del toreo de brazos de Montes,
el Chiclanero y Cúchares: ¡Entonces se bailaba, entonces se toreaba!,
dicen estos respetables viejos, y es: ¡Entonces bailábamos, entonces
toreábamos!, lo que quieren decir siempre estos recuerdos.

¡Dios mío! ¿No habré yo sido nunca joven? Porque todavía alcancé los
tiempos en que las boleras robadas eran fin de fiesta en el teatro
del Príncipe, y me parece más divertido el tango con molinete; y de
toreros, ví muchas veces á Lagartijo y á Frascuelo, y confieso que no
me divertí en los toros hasta el advenimiento del _Guerra_ con todos
sus modernismos tan censurados.

Por fortuna, dentro de pocos años la Imperio y el _Guerra_ serán tan
clásicos como la Nena y Montes, y con qué desdeñoso gesto diré yo
á mi vez: ¡Como se bailaba entonces, como se toreaba ... y como se
escribía! Porque yo también seré clásico. ¿Por qué no? Comparado con el
cinematógrafo, que será toda la literatura dramática del
porvenir al paso que vamos.

[Ilustración]



V


Las naciones que han convenido en llamarse civilizadas, tienen, como
suele decirse, cosas de á cuarto. Apenas en un pueblo de los llamados
salvajes se atropella de cualquier modo á un súbdito de alguna de las
susodichas naciones, ponen todas el grito en el cielo y el cañonazo
en la tierra, y amenazan con meterse todas como Pedro por su casa
y el Kaiser por la de todos, para hacer un ejemplar escarmiento
en los infelices salvajes, y mientras, en el propio territorio de
esas grandes, fuertes y civilizadas naciones, en sus mismísimas
y civilizadísimas capitales, campan bandidos de toda especie que
asesinan, roban, estafan y atropellan á naturales y á extranjeros; y si
cada vez que esto sucede se hablara de intervenciones, no pasaría día
sin una conflagración mundial, como ahora se dice.

Y al hablar de bandidos, no lo digo por el Pernales, que España en
esto también apenas puede llamarse civilizada, y bandolerismo es
éste de lo más inocente y primitivo, como de jácara ó romance; pero
léase cualquier periódico de París, y como la cosa más natural, sin
comentarios y sin aspavientos, raro es el día que no traen sección
especial dedicada á las proezas de _apaches_, _cambrioleurs_,
_souteneurs_ y demás productos de una civilización admirable. ¿Qué
diríamos si aquí sucediera algo parecido, ó qué dirían los franceses si
los moros menudearan tanto y con tal desahogo sus atropellos? Fuera del
centro de París es más aventurado pasearse á ciertas horas que explorar
por el centro de Africa, y mucho más ciertamente que pasear á cualquier
hora por cualquier lugar de Marruecos.

De Londres no se diga; asustan las recomendaciones y advertencias
que recibe cualquiera que llega á la poderosa Metrópoli, y todas son
pocas para evitar y prevenir emboscadas, atracos al cloroformo y otras
menudencias.

En los Estados Unidos el robo á mano armada, el _chantage_, el timo en
todas sus manifestaciones, han llegado á tan suprema perfección, que ya
no se sabe si clasificarlos entre las ciencias ó entre las bellas artes.

Esos piratas modernistas de que nos habla la prensa, que desalojan
una quinta de todo el ajuar y mobiliario y lo transportan á un barco
especial, con toda comodidad y elegancia, son el último chillido de la
civilización. Y nadie se asusta ni pide urgente remedio.

En cambio, ya verán ustedes correr por toda la prensa europea la
leyenda de nuestro Pernales, y en cuanto á los infelices moros,
¡cuidadito con pisar siquiera á un civilizado! ¡No faltaba más! ¿Es que
no habrá nunca seguridad personal en Marruecos?

Sería preciso saber quien tiene la culpa de que no la haya.

Dice la mamá al niño:—Pepito, no tires del rabo al gato.—Si yo no le
tiro, no he hecho más que agarrarle; el que tira es el, por eso chilla.

Marruecos es siempre el gato; Europa no le tira del rabo, no hace más
que sujetarle, el que tira es el y por eso chilla y alguna vez araña.
¡Pobre gato! Todavía recuerdo que fué león en algún tiempo; pero ya
si la piel de león no le alcanza, no le queda siquiera el recurso que
aconsejaba el sabio, de empalmarla con la de zorro, porque su piel
la han agotado entre todas las naciones civilizadas para su
diplomacia.

       *       *       *       *       *

Desde que paso la moda—pícara moda que tanto se detiene en las
frivolidades y tan de ligero pasa por las cosas serias—de asistir á
los conciertos del antiguo Príncipe Alfonso, en cuántas restauraciones
se ha intentado en Madrid de aquellas fiestas musicales, con excelente
propósito todas y éstas de ahora, dirigidas por el maestro Arbós,
con entusiasmo y constancia dignos de todo estímulo y aplauso, se ha
notado siempre el _absentismo_ de la clase más distinguida de nuestra
sociedad. Y digo yo: para esas familias fundadoras de sábados blancos
¿qué espectáculo menos peligroso y de mejores garantías que éste?

¿Ó creen ustedes, como el conde Tolstoï, que hay música pecaminosa y
una sinfonía de Beethoven ó una fantasía de Berlioz pueden turbar la
limpidez lacustre de las almas cándidas?

¿Ó es que teméis á los verdaderos aficionados, que estorbarían con sus
protestas vuestra bulliciosa cháchara?

¿Ó es que la música, sin gorjeos de tiple ó arrullos de tenor, os
aburre?

De cualquier modo, vuestra ausencia de los conciertos no marca un buen
punto en vuestra cultura ni en vuestro interés por el arte nacional.
Claro es que vuestras razones tendréis para no asistir; pero si la
decisiva fuera la del aburrimiento—aburrirse con Beethoven ya es una
distinción como otra cualquiera,—hay un medio de conciliarlo todo.
Podéis pagar vuestro abono y regalarlo después á familias modestas
que, sin duda, agradecerían el regalo. ¿Que sería una primada? No lo
niego; pero yo os hablo en nombre de la distinción, y eso es lo que
hacen en otras partes las personas distinguidas cuando se creen en el
caso de proteger el arte de su patria: pagan, y cuando el espectáculo
les agrada, asisten, y cuando no, regalan su localidad ó se quedan en
casa, pero no _chinchorrean_ á empresas y á autores exigiendo obras
especiales y cambios de función por no perder un solo día y sacarle
el jugó al abonito. Y no cuidarse del dinero ni del cartel, eso es lo
_chic_.

El dinero ya se que no os importa, ni el cartel tampoco debe
importaros, porque si no, debiera parecéroslo de ignominia que sobre la
taquilla del Circo aparezca todos los jueves de moda el cartel de: «No
hay palcos ni sillas», y en la de los conciertos del Real: «Sólo quedan
palcos y butacas».

       *       *       *       *       *

Por lo demás, toda mi simpatía—toda mi admiración están con el Circo.
Mucho ha perdido de su encanto con la intromisión de números más
propios de _Music-hall_ que del circo clásico, el de los caballitos, el
de los volatines, el de los payasos, como le amábamos de niños.

¡Qué efímera gloria la de sus artistas! Su cuerpo es toda el alma de su
arte. Para ellos, como para las mariposas en el año, sólo hay una edad
en la vida. Su arte y su gloria van unidos á la juventud, á la fuerza,
á la agilidad, y cuando acaban, aunque viva el cuerpo, su arte no puede
sobrevivirles.

No se da un salto mortal como se escribe un libro ó se pinta un cuadro
ó se compone una ópera, con recursos de la experiencia cuando faltan
alientos de la juventud.

¡Ah, si para todo arte y toda gloria suya existiera ese momento fatal
y preciso que advirtiera llegado el fin de los saltos mortales! Pero
el espíritu se cree siempre joven, y mientras aletee ya le basta para
creer que vuela.

¡Felices los acróbatas del circo que sólo tienen la juventud para su
arte, aunque muchas veces sólo tengan el hospital para la vejez!

[Ilustración]



VI


Tengo dos muchachas amigas, de estas madrileñitas de la clase media,
cuerpo corto y cabeza gorda, ojillos ratoniles y color de piso tercero,
izquierda ó derecha, con vistas á un patio sucio y obscuro y á una
calle más obscura y sucia que el patio. Pues con este físico y _el
moral_ correspondiente, hete aquí que les ha dado por todo lo inglés,
y hoy vienen á verme acompañadas de una _miss_ de lo más barato y
vestidas como no quieran ustedes saber. Cuando me aseguran que han
llegado á pie desde su casa y las contemplo incólumes, no puedo por
menos de pensar que este Madrid no es aquel Madrid.

Vienen á consultarme sobre lectura de novelas inglesas. Traen dos ó
tres tomos de la colección _Tauchnitz_; yo me esfuerzo por persuadirlas
de que la han errado de plano al principio: la colección _Tauchnitz_ no
tiene entrada en Inglaterra. A ellas no les cabe en la cabeza que un
libro inglés pueda no ser inglés. Les indico los nombres de los
novelistas ingleses más en boga—norteamericanos casi todos;—ellas,
en cambio, me informan de su nueva vida. Todas las mañanas toman su
ducha frío. Así están de roncas y con una tos perruna que debe alarmar
á los que llamen á su puerta en estos días de hidrofobia y recogida de
perros. Pero ellas no se acobardan. No comprenden como se puede vivir
sin ducha. Sus comidas todas á la inglesa, traducidas por una cocinera
de á cuatro duros. Un Támesis de te. En sociedad con otras amigas, han
alquilado un solar por las afueras, han plantado no se qué hierba,
y sobre la verde alfombra tienen su _lawn-tennis_ con su poquito de
_flirt_ y una variada exhibición de medias. La mamá cuida mucho de que
varíe su color todo lo posible, como dice ella, para que se vea que no
son siempre las mismas. ¡Sólo el corazón de una madre tiene cabeza para
pensar en todo!

Tienen una colección de perros y gatos para hablarles en inglés, como
si la _miss_ no fuera bastante. Procuran indignarse si algún corto de
vista las piropea en la calle. El rey Eduardo es para ellas como de la
familia. Piensan mudarse hacia la calle del Gobernador ó adyacentes,
para recibir bien los humos de la fábrica de electricidad sita en aquel
barrio y tener así una sensación londinense.

Toda esto son tonterías sin importancia, pero pensemos que á estas
horas son muchos los políticos, los hombres de negocios, los
comerciantes, los literatos, hasta los filósofos, atacados de esta
última manía nacional. Hay que llamarla de algún modo.

Ya Francia con su París no nos dicen nada; ya sólo creemos, todo lo
esperamos de la que fué reina de los mares y aspira á serlo de las
tierras. La ballena (por algo es mamífero) pretende ser anfibio.

Pidamos que nuestra suerte sea á lo menos la de Jonás en el vientre
del enorme cetáceo: fué devorado, pero salió incólume. Y si algo ha de
sucedernos con el cambio de vida, que no pase de dar que reir, ó todo
lo más, de una tos perruna, como en mis amigas las madrileñitas cursis,
á las que sienta lo inglés como es posible que nos siente á todos. No
tenemos físico para ello.

       *       *       *       *       *

Por fin la lluvia. En Madrid, salvo por razón de salud pública, se
recibe como quien oye llover. Pero en esta pobre aldea donde ahora
escribo, es una fiesta para todos; la gente canta, baila, todos los
ojos se vuelven al cielo y el agua corre por los rostros curtidos
mezclada con lágrimas de alegría. Era la ruina y la miseria, y hoy es
la esperanza.

En Madrid, los abastecedores cuidan amorosos como padres de no bajar
el precio del pan en los años buenos para que no sea tan sensible
la subida en los malos. De este modo, nos preocupamos poco de las
cosechas. Pero aquí el pan es el verdadero pan de comunión, el pan de
vida que es toda la vida. En familia se sembró el grano, en familia se
labró la tierra, en familia se recogió el fruto, y en familia se muele
el trigo, y en familia se amasa la harina, y en familia se cuece el pan
que en familia se come; y el pan, que es casi un adorno en la mesa de
los ricos—la última moda es servir muy poco, y lo más _chic_ dejarlo
casi intacto, leo en unos avisos del buen tono,—es aquí todo el
alimento y su carestía es el hambre para los que muchos días sólo pan
comen.

Por eso el más incrédulo ó para rezar ó para maldecir, pero esperando
de la súplica ó de la amenaza, vuelve los ojos al cielo cuando pasa la
imagen santa en rogativa y mujeres y niños cantan:

      ¡Virgen, madre nuestra,
    Virgen del Rosario,
    envíanos agua
    para nuestros campos!

y luego, en estrofas de dulce espíritu franciscano, piden por sus
ganados también, y la voz de los niños tiembla al cantar: «Los
corderitos se mueren de hambre ...» Porque no serán sólo los corderitos,
serán ellos también los que tendrán hambre. ¡Oh, madrileños, vosotros
no sabéis que la lluvia puede hacer llorar de alegría!

La lluvia, que puede suspender una corrida de toros, es necesaria para
que los toros se críen lúcidos y pujantes.

Pensad en esto y os alegrará también la lluvia como á las pobres gentes
de la pobre aldea.

[Ilustración]



VII


Me entusiasman esas personas que, sea cualquiera el asunto de que
se trata, son siempre de la opinión contraria. No hay que decir si
admiraré á D. Miguel de Unamuno. Por eso no pude por menos de abrazar
al amigo que después de leer las noticias de los últimos atentados de
Barcelona, exclamó con el mayor aplomo, sin dejó alguno de ironía:

—¡Qué agradable debe ser la vida en Barcelona!

Y como advirtió pronto la airada protesta de los otros amigos y mi
conformidad, que debió parecerle todavía más alarmante—no se tiene en
vano la reputación de mefistofélico,—no quiso esperar más para exponer
sus razones.

—Sí, señores; agradable agradabilísima: porque cuando en todas partes
y para todo el mundo y desde muy antiguo, ha sido una de las más
intolerables molestias del trato humano el curioseo y fisgoneo de
toda casta de vecindades, vecinos de barrio, de calle y de casa,
hay que admirar la discreción y poca curiosidad de los vecinos
en Barcelona, cuando es allí posible que por tanto tiempo y tan
continuadamente puedan existir gentes dedicadas á la confección y
colocación de explosivos sin haber tropezado todavía con un vecino
curioso investigador de vidas ajenas. Y esto, cuando todos deben estar
vigilantes como policías, con la indignación y la alarma naturales ante
la repetición de atentados que á todos amenazan. Ó ¿creen ustedes en
cavernas, lugares subterráneos y recónditas guaridas en una ciudad como
Barcelona?

—Luego, ¿usted cree?...

—No creo nada. Sólo pienso que en este caso, como en el de muchos
enfermos crónicos, parece que el enfermo acaba por encariñarse con su
enfermedad que le coloca en una situación interesante. Creo también,
cuando se habla de anarquismo, que por algo es la industrial Cataluña
famosa en imitaciones de todo género de productos, y no estará de más
la sabida advertencia: _Se méfier de contrefaçons_.

—¿Entonces?...

—¿No les parece á ustedes como á mí, que para anarquismo es poco y
para separatismo sería demasiado?

Y hubo un silencio que si no fué de aprobación, fué por lo menos de
_solidaridad_.

       *       *       *       *       *

Entre los colores que la moda femenina ha impuesto en esta temporada,
hay uno que me seduce sobre todos: el color de humo; el color de humo
es adorable. _Couleur fumé_, digámoslo en francés, que es el lenguaje
de la modistería universal, como lo es de la diplomacia, y ya que en
modistería y en diplomacia de fuera ha de venirnos siempre la moda.

Dos tendencias opuestas dominan en el vestir de las mujeres: el género
sastre, vestimenta práctica para la calle, que es democrática, y tanto
quiere serlo que no se contenta con nivelar las clases, sino que
pretende nivelar los sexos. El gabán con vuelo y pliegue _Watteau_
masculino, y la falda redonda, _troteusse_, femenina, son una verdadera
_entente cordiale_ de sastres y modistos.

Pero en la casa, en los salones, en el teatro, triunfa por contraste
en la _toilette_ de las mujeres, lo dulcemente femenino. Nunca más
delicada, más tenuemente vestidas, ¿vestidas? No es exacto; envueltas
apenas, acariciadas en la suavidad de gasas, tules y encajes y telas
flexibles, ondulantes, de matices descoloridos, esos tonos al pastel,
inconsistentes como pelusilla de alas de mariposa, como el polen de las
azucenas. No son aquellos terciopelos y brocados y rasos que se tenían
de pie, según ponderaban nuestras abuelas; aquellos trajes de aparatoso
señorío que podían transmitirse de madre á hijas en cinco ó seis
generaciones. Estos de ahora son gala de una noche, efímeros como flor
ó mariposa, no admiten reformas ni composturas, sus telas diáfanas, no
se cortan, se cortiquean; no se cosen con aquel fuerte pespunteado de
la clásica costura española, se hilvanan ó se prenden de alfileres. Un
pisotón es bastante para destrozar una de estas envolturas de ensueño
que costó cuatro ó cinco mil francos; su misma fragilidad es la mejor
defensa de otras fragilidades. ¿Qué mujer se dejará acariciar con
pasión con uno de estos trajes? Ya eran nube, espuma, flor y mariposa,
y ahora, con el color de moda, son algo más tenue, más vaporoso, son
humo. ¿No es el color de nuestro tiempo? Humo por todas partes. De
la riqueza de las naciones es señal el humo de sus fábricas, de sus
trasatlánticos, de sus ferrocarriles; de su poderío, el humo de sus
acorazados; con el automóvil triunfa también el humo, porque el
automóvil pasa pero el humo queda. Si el siglo XIX pudo llamarse de las
luces, ¿no puede llamarse este siglo XX el de los humos? Los humos de
aquellas luces que no brillaron tanto como había derecho á esperar.

Yo os digo que hay trajes de mujer que son una verdadera obra de arte;
pero si un traje de estos es además de color de humo, ¡oh! entonces ya
es filosofía.

[Ilustración]



VIII


A estas horas son innumerables los Paturots que andan por esos
distritos en busca de una posición social. Unos, con lucida escolta,
se entran por los pueblos como conquistadores, á cosa hecha, les basta
con pasar. Otros, llegan humildes, desconfiados, prodigan sonrisas,
apretones de manos, prometen, regalan; los buenos aldeanos se muestran
socarrones ...—Tocante á nosotros ...—Por nuestra parte ...

¿Pero qué más tiene un diputado que otro? Eso, lo que tenga.

A dos pesetas, un cigarro y vino á _indiscreción_, el voto ... Después
de todo, un voto no es ninguna primogenitura que no esté bien pagada
con un plato de lentejas.

¿Quién engaña á quien? Nadie se engaña por lo visto; todos están
contentos. El diputado cuenta sus votos y triunfa con su acta; los
buenos aldeanos cuentan unas pesetas y ríen entre ellos ...

Entre tanto se sigue labrando la tierra como debió labrarla Adán á la
salida del Paraíso, y cuando llueve, por el techo de la escuela cae la
lluvia benéfica sobre la cabeza de los chicos; y es la mejor enseñanza
que allí reciben, porque así aprenden que todo han de esperarlo del
cielo, hasta el sencillo acto de lavarse la cara algunas veces.

       *       *       *       *       *

Uno de los _clous_ del Salón de París en este año es el retrato de
Tomás Hardy, obra de Blanche. Como la aduana francesa es el tránsito
obligatorio para que llegue hasta nosotros todo nombre y toda fama, es
posible que con este motivo descubramos á Hardy.

Entre la balumba abrumadora de novelas inglesas, acaso no sean las
suyas las que tengan más lectores, aún en la misma Inglaterra. Al
francés tampoco creo que haya sido traducida ninguna, y en España,
donde nos extasiamos con D’Annunzio, donde Bourget, Prevost y Hervieu
nos parecen hondos psicológicos, y las _Claudinas_ de Willy nos
interesan como si aquí estuviéramos en el secreto de los chismes del
_boulevard_, que son todo su chiste, Hardy es casi ignorado, como es
ignorado Meredith, el más original estilista entre los novelistas
ingleses, á quien seguramente D’Annunzio ha leído mucho, porque aquí
nos pasamos el tiempo buscando los plagios en los de casa y mientras
los de fuera se despachan á su gusto.

Hardy es un admirable novelista, de esa raza robusta de escritores
que sólo es producto de una sociedad fuerte; no es de los que salen á
conquistar un público con colorines y fanfarrias.

Hay una firme serenidad en los escritores ingleses, una despreocupación
de la _coterie_ literaria de muy buen ejemplo para nuestros escritores
jóvenes, que sólo saben andar en grupitos para la recíproca admiración;
hasta que alguno del grupo sobresale, que apenas eso sucede, ya le
declaran indigno por haber hecho concesiones al público; porque la
condición para formar parte de uno de esos grupos, es la de ser
_genio_, pero sólo para andar por el grupo.

Sucede como en esas pandillas de estudiantes mozalbetes que emprenden
reunidos la conquista de alguna agraciada muchacha, y reunidos la
siguen y reunidos le pasean la calle y entre todos se escribe una
declaración, y cuando la favorecida, naturalmente, desea saber en quien
ha de fijarse, ó concluye aquel amor colectivo como por encanto, ó
se destaca uno más resuelto á terminar por su cuenta la conquista. Y
entonces los demás le llaman mal amigo.

       *       *       *       *       *

_Baby_ es terrible; tiene unas ocurrencias que dejan parado á
cualquiera; sus padres no saben á quien ha salido. Sus papás son dos
jóvenes, aristócratas de abolengo ilustre, que de sobremesa íntima
tijeretean á los amigos sin preocuparse por la presencia de _Baby_, muy
entretenido en enseñar las estampas de una ilustración extranjera á un
tremendo danés que no parece muy interesado por los sucesos mundiales.

Los papás hablan de unos _parvenus_ con flamantes títulos adquiridos en
Roma, y ríen á su costa.

_Baby_ pregunta muy grave:

—¿Quién es más, el Rey ó el Papa?

El padre se hace el desentendido, esta afiliado á una de las cuarenta y
nueve fracciones liberales.

La madre se cree en el caso de afirmar sus sentimientos católicos, y
contesta sin vacilar:

—El Papa, hijo mío.

—Entonces, ¿por qué os burláis de los títulos pontificios?

Los padres convienen en que delante de los niños no se puede hablar de
nada.

       *       *       *       *       *

Ecos de las elecciones.

La marquesa de—— tiene á su marido diputado conservador y á su mejor
amigo, liberal. La gente ya la llama: el triunfo de la solidaridad.

       *       *       *       *       *

A un candidato á la diputación, de quien ya no se cuenta las
desventuras conyugales, como se lamentara de que le habían birlado su
distrito, le aconsejaba un amigo para consolarle:

—Si usted no necesita el distrito para nada. Usted debía presentarse
por acumulación.

       *       *       *       *       *

En casa del modisto:

La cliente, entusiasmada con un nuevo vestido que favorece mucho su
belleza algo vespertina, le dice al modisto:

—Crea usted que si aquí tuviéramos voto las mujeres, todas las señoras
le votaríamos á usted.

El modisto, confuso y galante:

—¡Oh, muy amable! Pero sería yo el que votaría siempre con ustedes.



IX


Cuando creíamos que los norteamericanos estaban como el pez en el agua,
con sus instituciones democráticas—¿nos habrán refregado el morro
con ellas, hablando pronto y claro, nuestros sociólogos de corrillo
intelectual y lata libre?,—ahora salimos con que el pez es rana y el
agua de charca, y de las más corrompidas, y las ranas no se contentan
con pedir un rey para cambio de sus males, sino que piden nada menos
que un emperador. Mejor dicho, es posible que no sean las ranas, sino
el único que no es rana quien lo pide. Como aquel personaje de un
fin de fiesta, interpretado por Mariano Fernández, que, harto de las
molestias que una finca de recreo le produce, se decide á ponerla en
venta, porque dice el: Mal vendida, ya podrán darme cinco mil duritos
por ella. Y al poco rato insiste en su propósito: Nada, nada, yo vendo
esta finca ... ¿Quién me dijo que me daba por ella cinco mil duros?...
¡Ah! Fuí yo mismo. ¿Quién dijo que los norteamericanos necesitaban un
emperador? El mismo, Teodoro Roosevelt, de imperial y sonoro nombre,
ese Napoleón que, más afortunado que el primero, recoge los laureles de
la guerra y cobra en buenas coronas—¡oh, presagios!—la oliva de la paz.

Yo celebraré la realización de esos imperiales sueños, aunque no sea
más que por ver á su alteza Alicia (así la llamaban de antemano) de
alteza imperial efectiva; porque es seguro que habrá de dar mucho juego
en clase de princesa, y á qué estamos los que hemos de agarrarnos al
clavo ardiendo de la actualidad, antes de que se enfríe, para escribir
de cosas, á los que más calienten, muevan y remuevan esa actualidad de
ordinario monótona.

Pero ¡ay! qué difícil es estar á la última moda en nada y como hemos
de vivir aquí siempre retrasados en literatura, en política, en
filosofía ...

En dramaturgia, cuando nos damos á imitar á Ibsen, ya es Maeterlink lo
que se lleva; cuando empezamos con éste, ya es D’Annunzio; y lo mismo
en filosofía: cuando empezamos á sentirnos superhombres con Nietzche,
ya es la filosofía rusa la que se cotiza por el mundo ó ya hemos vuelto
á Platón; como decía aquel señor á quien pretendían pasmar sus amigos
con toda clase de _sicalipsis_ exóticas. Aquí ya hemos vuelto á lo de
siempre. El caso es que siempre hemos de retrasar. He aquí que cuando
todo un D. Benito Pérez Galdós en España, se hace republicano, todo
un pueblo tan adelantado, tan práctico y tan _vivo_ como los Estados
Unidos, declara que la república y la democracia están mandadas á
retirar.

       *       *       *       *       *

Las buenas hadas de los infantiles cuentos madrinas en todos los
bautizos de príncipes, con sus carrozas voladoras y su cortejo de
elfos y silfos, minúsculos y alados, ya se apresuran para llegar en
torno de la regia cuna á predecir felicidad; y el hada de la Poesía,
la que tiene su reino en un rosal silvestre enrejado de zarzales, la
que ni adula ni miente, sólo te dirá: Príncipe ó princesita; cuando
todas las hadas con su lenguaje cortesano te predicen venturas, yo sólo
te compadezco; te compadezco, por el odio y la envidia que zumbarán
alrededor de tu cuna, sólo por ser regia, cuando todo es amor sobre
cunas humildes; te compadezco por los preceptores que atormentarán tu
inteligencia para cultivarla como flor de invernadero, sabedora de
muchas ciencias, ignorante de la vida; por las adulaciones cortesanas
que interpondrán siempre el velo encantado de Maya entre tus ojos y la
verdad; por tus pasos, siempre vigilados; por tus acciones de todos
sabidas, y cuando no sabidas, calumniadas; por tu corazón, del que
dispondrá la razón de Estado; por toda esa esclavitud de los reyes y
de los príncipes, que os hará sonreir con amargura cuando sepáis que
vuestro pueblo pide libertad. ¡Libertad, que para vosotros quisierais!
Y por todo esto, cuando todas las hadas con su lenguaje más cortesano
te predicen felicidad, el hada de la Poesía, la que tiene su reino
entre los rosales, enrejados de zarzales, el hada libre que ni miente
ni adula, con todo su corazón compadece.

       *       *       *       *       *

La fiesta de San Isidro es como la poesía lírica eminentemente
subjetiva. Hallar motivo de esparcimiento en un paisaje risueño, á la
sombra de árboles frondosos, sobre prados amenos y por fondo montañas
siempre verdecidas y más lejos otras que azulean, no tiene gracia
alguna: la decoración pone la mejor parte. Lo admirable es hallar
ocasión de regocijo en un erial con cuatro estaquillas hojosas por
toda vegetación, entre sucios tenderetes, mendigos harapientos, y allá
arriba, como aviso supremo de un triunfo final de la muerte, digno
de figurar entre los frescos del Camposanto de Pisa, la vista de los
cementerios.

Sólo un pueblo como el madrileño es capaz de poner alegría sobre todo
esto; esa alegría que tanto desconcierta á los extraños, que quieren
persuadirnos de que no es tal alegría. Bien esta, será humorismo si
ustedes quieren; pero es la misma que ríe del hambre, de la suciedad
y de la truhanería en nuestras novelas picarescas; es la misma que
ríe en los mendigos de Velázquez y de Goya, la misma que se desborda
en la Plaza de Toros entre horrores de sangre y peligros de muerte;
alegría que solo puede comprender el que sienta la espiritualidad de
esos ascetas atormentados de los cuadros del Greco, alegría que no
comprenden los extraños, porque es la alegría del «no importa», ese no
importa que es toda la filosofía del alma castellana.

Somos pobres, nuestra tierra es triste, sabemos que hemos de morir,
después ... nada sabemos; se reza ó se blasfema, según las horas; pero
como no pedimos razón para vivir ni para alegrarnos en la vida, tampoco
la pedimos para morir cuando es preciso; ya supo decirlo el pueblo del
Dos de Mayo; el mismo que acude á la fiesta de San Isidro á divertirse
de su propia alegría, en el erial desolado, entre mendigos harapientos
y á la vista de un Camposanto.

       *       *       *       *       *

Después del éxito comercial de la exposición de automóviles, en la
que apenas queda coche sin vender, empezamos á ser distinguidas las
personas que nos hemos quedado sin comprar uno. Por llegar tarde, no
por otra cosa, porque según los jaleadores del _democrático sport_, el
que no tiene auto es porque no quiere.

Hay coches baratísimos, el verdadero _carro do povo_, como llaman en
Portugal al tranvía; el sostenimiento insignificante, los _chauffeurs_
de balde, un apostolado por vocación, los neumáticos irrompibles, ¡Y
los encantos del auto! ¡Higiene, cultura, poesía! ¡El aire libre de
campos y montañas, la geografía y la topografía aprendidas del modo
más fácil y práctico!... ¡El amor sano al paso! ¡Y qué paso! Aquí,
sin exagerar, bien puede sentirse en Cádiz repercutir un beso dado en
Cantón.

Pero digan lo que quieran los propagandistas del automóvil como
panacea, no es su ejercicio muy propicio á los amores; desgasta mucha
fuerza nerviosa y absorbe la atención demasiado. El juego, el automóvil
y las corridas de toros, son los más terribles rivales de las mujeres.
Un hombre sentado á una mesa de juego ó con el guía de un 40 H. P. en
la mano ó sentado en una barrera de la plaza, ante una faena de Bombita
ó de Machaquito, es insensible á las seducciones femeninas. Las mujeres
lo saben; por eso, ya que no pueden competir con esas tres grandes
aficiones de los hombres, han decidido compartirlas con ellos; y cuando
una mujer sale jugadora, automovilista ó aficionada á toros, que se
quiten todos los hombres, con la ventaja para las mujeres de que ellas
pueden llevar su pasión al extremo: en el juego, hasta el _croupier_;
hasta el _chauffeur_ en el automóvil, y en los toros hasta el torero.

       *       *       *       *       *

En la exposición de automóviles:

Un distinguido automovilista á una belleza recién lanzada á la
circulación.

—¿Vienes á ver los automóviles? ¿Quieres comprar alguno?

—Ya lo creo.

—¿Pues sabes quien puede venderte uno?

—No; lo que quiero saber es quien puede comprármelo.

       *       *       *       *       *

Entre mujeres de hombres políticos:

Una de ellas se queja á su amiga del marcado desvío que viene
observando en su marido, desde algún tiempo. Su amiga, para consolarla:

—Eso es por disciplina política.

—¿ ...?

—Como tu marido es de los liberales, esta en plena abstención.

—Si es que ayer le sorprendí abrazando á la doncella.

—Entonces es que se ha pasado á los demócratas.

       *       *       *       *       *

Dejemos al Congreso con sus discusiones de actas, dejemos á los
liberales en su abstención y á los carlistas en su incontinencia; de
todo eso se hace la Historia; la Historia, que va por encima, lo mismo
en las naciones que en los individuos; mientras la vida va por dentro,
tan hondo á veces que apenas percibimos sus pulsaciones. Por eso hay
quien, atento sólo á la superficie bullidora, no vacila en declarar:
Aquí se muere algo; pero aún vivimos, por lo menos aún queremos vivir.

La Agricultura, la Industria, el Comercio, alientan en exposiciones y
concursos, á los que debe atenderse con mayor interés que al cubileteo
de actas; esto es la Historia, mejor dicho, la chismografía de la
Historia; lo otro es la vida, en la que debemos esperar salvación.

Si algunas veces he _fustigado_ (según _cliché_) á nuestra
aristocracia, no fué por prevención desfavorable contra ella, sino que
puesto á satirizar y dada la natural y pícara preferencia del público
por reir á costa de alguien, me pareció más piadoso hacer reir á costa
de los que gozan de muchas ventajas en la vida, que á costa de los
humildes que trabajan y padecen escasez de todo. Nunca me ha parecido
que el tener hambre sea cosa de risa, y ya sabemos que en la mitad de
nuestro teatro cómico es el hambriento principal motivo de regocijo.

Pero como nunca me dolieron prendas, soy el primero en reconocer que á
nuestra aristocracia debe en primer lugar la agricultura española sus
mayores progresos y adelantos. Buena prueba es la actual Exposición
agrícola y de ganados.

En la sección de ganadería, hay ejemplares magníficos. Toros dignos de
ser amados por Pasifae; caballos, por Semíramis.

Un toro negro, de dulce y paternal mirada, como un patriarca bíblico,
nos promete dilatada sucesión y con ella pródigas provisiones de
sabrosa leche y suculentos solomillos.

Vacas suizas nos hablan de praderas idílicas, ovejas y corderos de
todas castas, al ser acariciados por manos de marquesas, evocan
pastorales de Versalles.

Allí están nuestros famosos merinos, y la oveja castellana, y la
andaluza, y las inglesas, de cabezota redonda (como los puritanos
de Cromwell) y de lana apretada, que parecen talladas en piedra por
escultores medioevales. Y razas cruzadas, muy dignas de consideración
en estos tiempos. Y el caballo Orlof, digna cabalgadura de un héroe
victorioso, para bracear sobre laureles y rosas. Y caballos andaluces
de jacarandosa estampa, y tantos bellos animales, á los que nunca
amaremos bastante.

Porque no hay animales fieros; si algunos lo parecen, es porque el
hambre ó el hombre (no es juego de palabras) los hostiga. Pero ellos
agradecen nuestros cuidados y nuestras caricias; ellos nos ofrecen
sumisos su fuerza, y al someterse al hombre, parecen someterse á su
natural destino. En su mirada, ó hay alegría ó dulce resignación;
tristeza, sólo cuando su dueño los maltrata.

¡Como nos enseñan á vivir y á morir los buenos animales; algo hermanos
nuestros porque son hijos también de la Tierra, madre de todos!

       *       *       *       *       *

Si el príncipe Hamlet, prototipo de la duda aunque, como todos los
escépticos, creyó en lo más dudoso, la eficacia de las representaciones
teatrales para descubrir secretos,—aseguraba que hay algo en cielo y
tierra á que no alcanza nuestra filosofía, ¿por qué no hemos de creer
en ese algo? Si toda fe nos falta, tengamos fe en la fe.

Próximo el centenario de los Sitios de Zaragoza, aquel milagro de
heroísmo sobrehumano, en que todos pudieron admirar á un pueblo más
tullido que todos los tullidos, sin creencia y sin esperanzas en lo
humano, levantarse y andar y estremecer con su empuje al mayor imperio
moderno, ¿por qué hemos de sonreir y burlarnos escépticos de un humilde
milagro?

Bien se que las burlas de los descreídos hubieran sido más
irrespetuosas si de otra imagen se tratara. El Pilar es algo muy
respetable, y mal aconsejado estaría el que á estas fechas quisiera
milagrear á su costa, sin un hecho, todo lo maravilloso que se quiera,
pero hecho al fin indudable, que después cada uno puede explicarse á
su manera: desde el milagro divino hasta la sugestión hipnótica ó el
histerismo, hay explicaciones para todos los gustos. Hay cosas que
parecen sobrenaturales y son las más naturales del mundo.

Tengamos fe en la fe, no sonriamos demasiado pronto. ¿Quién sabe si aún
no veremos mayores milagros?

Si algún día, un imperio absorbente ó un disolvente anarquismo,
hubieran conseguido borrar las fronteras de todos los pueblos, el
último patriota que sucumbiría sería un aragonés sobre la última piedra
que marcaría una frontera: el Pilar de Zaragoza.

[Ilustración]



X


Si la felicidad se consiguiera por leyes, decretos, reales órdenes,
ordenanzas, bandos y demás literatura oficial, España sería la nación
bienaventurada entre todas; pero si el infierno, según dicen, esta
todo el empedrado de buenas intenciones, es posible que también esté
empapelado de leyes españolas.

Esta novísima de la colonización interior es otro bello trozo de
literatura, y por si no pasará de serlo, ¿por qué no añadirle algunos
comentarios poéticos?

Esa colonización interior sería una gran empresa si para ella no se
contara sólo con las naturales gentes del campo. La trasfusión de
sangre es de tanto interés para el organismo físico como para los
organismos sociales. Colonizar el campo con gente de la ciudad sería
verdadera y meritoria colonización.

La tierra en España es sólo un lujo de ricos ó una esclavitud de
pobres. Grandes propiedades mal atendidas por sus dueños y otras tan
reducidas que apenas ofrecen la porción de tierra que basta, como
suele decirse, para tener donde caerse muerto, no digamos de qué vivir
mientras se muere.

Hay en las ciudades un proletariado burgués, el que más padece y menos
grita, que se consideraría dichoso con poseer un pedazo de tierra en el
campo. Es un gran error creer que el habitante de la ciudad no ama el
campo. Ofrecedle facilidades para llegar á el, dádselas para poseerlo
y veréis con cuánto más amor lo cultiva y hace suyo que quien vivió
siempre en el y ya lo mira como indiferente ó enemigo.

Sean donaciones de tierras el premio de los buenos servidores del
Estado, el pago de muchas de esas clases pasivas que acaso llevan vida
inútil y vergonzosa en las ciudades. Ellos llevarán al campo cultura
social y el campo les dará en cambio salud y alegría. La tierra no
pide sólo brazos fuertes que la trabajen con dureza, como quien golpea
ó hiere, pide también quien la mire con amor; y nadie la amaría tanto
como esos proletarios que vivieron siempre en vivienda alquilada, muy
tasado el terreno, y el sol y el aire aún más tasados. Esos que en un
día de fiesta en Madrid, van en bandadas como peregrinos del sol, hacia
el Retiro, hacia la Moncloa, hacia los Cuatro Caminos, á emborracharse
de luz para muchos días, ¡como serían felices sobre un pedazo de
tierra suyo, donde el sol es el buen padre de la tierra que á su calor
fructifica y florece, no el astro avergonzador de la gente pobre con su
luz indiscreta que descubre el brillo de la ropa usada y las grietas
del calzado viejo!

       *       *       *       *       *

No me atrevería yo á censurar la prohibición de las capeas en nombre
de las sacrosantas costumbres nacionales, pero á trueque de incurrir
en el enojo de Mariano de Cávia, me atrevo á censurarla por exceso
de sensiblería mía, no de la orden, que á primera vista parece bien
intencionada.

Pero considerando que en esas capeas tomaban la más activa parte los
más brutos de cada pueblo; considerando que en la mayoría de los casos
había cornadas providenciales; considerando que todo ello era indulto
de infelices mujeres, condenadas de por vida á marido bruto, alivio
para el Estado de candidatos al ingreso, aumentando sus cargas, en
establecimientos penitenciarios, considerando que, llegado el día de
la fiesta, habrá sus motines y algaradas que darán lugar á mayores
barbaridades, pues es casi seguro que en muchos pueblos no admitirán
á la Sociedad de Conciertos, como festejo digno de sustituir al toro,
considerando que las escuelas de casi todos los pueblos y aldeas de
España no tienen mejor uso que servir con sus ventanas de palcos y
talanqueras para presenciar con relativa seguridad la gallarda fiesta;
considerando que si damos en lavarnos la cara no van á conocernos,
vengo en opinar que la orden sería más efectiva, plausible y meritoria,
de haber ido precedida de otra: la ley de Instrucción obligatoria;
porque los lugareños son gente maliciosa, y como sólo les llegan del
poder central órdenes prohibitorias, no será extraño que algún día se
cansen y digan: ¡Todo es prohibir, prohibir! ¿Y qué nos dais en cambio?
Que nos manden siquiera un cinematógrafo.

       *       *       *       *       *

Todas las mujeres tienen una edad para parecer más hermosas ó menos
feas. No siempre es la juventud, como puede creerse. Hay géneros de
belleza que se acomodan mejor con la madurez y hasta con la ancianidad.
Cuántas veces la que conocimos francamente fea de joven, nos sorprende
á su declinar con un agradable aspecto.

Hay también bellezas por horas, á las que favorece más ó la mañana ó
la tarde ó la noche, sea por la luz, sea por los trajes propios de
aquellas horas.

Para ser hermosa á toda edad, á todas horas y á todas luces, es preciso
ser la forma de Arte que nunca pasa, como dijo Leonardo de Vinci.

A las ciudades les sucede lo mismo que á las mujeres. Hay de ellas que
sólo parecen bien en invierno, otras que entonan mejor con la suavidad
otoñal, otras que sólo son bellas en verano.

A París, por ejemplo, le sientan bien las estaciones crepusculares;
primavera y otoño, como belleza cansada que se defiende de la luz cruel
con velos y pantallas. A las viejas ciudades flamencas y castellanas
les dice bien la lluvia, bajo un cielo como de cristal esmerilado.
Granada y Córdoba, á pesar de su oriental carácter, entonan mejor en el
invierno. Sevilla, en cambio, sólo se concibe inundada de luz.

Madrid también es hijo predilecto del sol y necesita de toda su luz
para parecer algo. En los días de invierno, con sus tejados parduzcos
y la pobreza de su caserío, visto á lo lejos, parece de un color de
puchero viejo, y bajo la lluvia como lamentable trapo de mil remiendos
desteñido al mojarse.

Pero al sol es como prisma que rompe la luz en destellos de pedrería.
Ya sus remiendos parecen labores de tapiz oriental, los revoques
desconchados de sus fachadas reflejan el oro y el rosa como granitos
y mármoles preciosos. Su gente también parece engalanada: la mayor
baratura de las telas veraniegas pone en las calles la alegría de sus
colores claros.

Esas pobres y simpáticas cursis, tan mal pergeñadas en invierno con
sus abriguillos de sutil pañete, que á nadie engañan, y al frío mucho
menos, con sus boas de pluma de pavo casero y sus manguitos ó sus
estolas de piel, en que aún palpita el último maullido de la víctima,
con sus caritas anémicas amoratadas y sus narices arreboladas y sus
ojillos lacrimosos por el frío, esas pobres cursis que tanto deben
odiar el invierno, con ellas más que con nadie despiadado, ahora son
reinas de calles y paseos, ahora lucen con valentía batistas y gasas y
muselinas y arrogantes sombreros de paja con sus flores vistosas ó su
golpe de guindas entre verde hojarasca que la lluvia y el sol no han
descolorido todavía.

Madrid es suyo en este tiempo. Son las mariposas de su primavera. Pero
como dijo el poeta: ¿Es que los pájaros se esconden para morir? Digamos
también: ¿Dónde se esconderá en invierno tanta pobre cursi? Porque
todas estas que véis ahora no las volveréis á ver hasta otra primavera
y otro verano, aunque las busquéis en el paraíso del teatro Real,
en las galerías de Palacio en los días de capilla pública ó en las
funciones de sociedades de aficionados.

       *       *       *       *       *

En Copenhague, un actor y marido ha disparado unos tiros sobre su dos
veces compañera, en la vida y en el teatro, al terminar ella de bailar
con otro actor un vals que, por lo visto, se las traía. ¡Para que se
fíen ustedes del teatro del Norte!

Se atribuye á los celos el arrebato del marido; pero como da la
casualidad de que el valsecito había entusiasmado al público, vaya
usted á saber si no serían los aplausos los que pusieron al actor,
antes que marido, en el disparadero. ¡La psicología de los actores es
tan complicada!

De cualquier modo, los matrimonios siempre son ocasión de disgustos en
el teatro; sólo sirven para dificultar el buen reparto de las obras y
para desilusionar al público.

Cuántas veces oye uno durante una representación:—Me parece que la
fulana (el nombre de una actriz) engaña á su marido.

—No lo crea usted; si es un matrimonio modelo.

—Si digo en la comedia.

—¡Ah!

Y otras veces lo contrario.

—¡Qué buena es esta mujer para su marido!

—¿Pero usted no sabe ...?

—Ya lo se; si digo en este papel ...

Y con esta confusión de la vida doméstica con la artística se embrolla
á cada paso el asunto de las comedias. Los actores no debían tener vida
privada y las actrices mucho menos. A lo mejor hay aquello de:

—¿Ve usted aquellos cinco niños tan monos que están en aquel palco?...
Son de la que hace de Doña Inés de Ulloa.

Y, en efecto, al llegar la escena del rapto, los chiquitines lloran que
se las pelan porque se llevan á su mamita, y las buenas mamás que están
en el teatro cuchichean unas con otras ... ¡Pobrecitos! ¡Qué ricos!
¡Lloran porque ven que se llevan á su mamá ...!

Y á un espectador que no esta en el secreto y los manda á la Inclusa
desde el paraíso, le advierte uno de la _claque_, con muy malos modos:

—¡No sea usted bruto! ¿No ve usted que son los niños de doña Fulana?

Y con todo esto, al llegar la escena del sofá, ya el público sólo se
interesa porque los niños van á volver á llorar más desesperados,
temiendo que con los arrumacos de Don Juan les van á traer otro
hermanito de París ... ó de Nápoles, rico vergel, que es de donde se los
traerían á Don Juan ...

En fin, que en el teatro como en la política cuando la vida privada
no casa con la pública, no hay modo de convencer á nadie, aunque los
versos sean de Zorrilla y los discursos de Demóstenes.

       *       *       *       *       *

Un libro de versos—_Alma-Museo-Cantares_—simpático como su autor,
Manolo Machado; un moro andaluz que, por no saber adónde iba, se perdió
en Montmartre y se encontró en Madrid, y en el fué bien hallado, porque
su espíritu es de chispero, aunque al cantar su serenata á la luna,
su blancura parece envolverle unas veces en el blanco alquicel de los
árabes, otras en la túnica blanca de Pierrot.

Es muy convencional la división de géneros en poesía; porque si la
poesía lírica es sincera, tiene siempre mucho de dramática; en un solo
monólogo nos dice el drama interior del poeta.

Los sonetos ¿no son una tragedia más de Shakespeare? En las poesías
de Manuel Machado también podemos seguir los pasos de una interesante
acción dramática, por fortuna no trágica. En este caso, ó yo no se
leer, ó todo acabará en boda, y la voluntad del poeta, su voluntad, que
_murió en una noche luna, en que era muy hermoso no pensar ni querer_,
resucitará á la luz de otra luna ... de miel. ¿No es eso? Y el poeta nos
dirá entonces: que es muy hermoso pensar, pensar intensamente ... cuando
se piensa en lo que se quiere.

       *       *       *       *       *

Una madre con cinco hijas en cuenta corriente, esto es, en espera de
colocación, me decía: ¿Ha visto qué idea la de ese joven mejicano?
¡Distinguido, millonario y dedicarse á torero! ¡Mire usted que si le
cogiera un toro!

—¡Qué envidia!, digo, ¡qué lástima!, contesto distraído, pensando en
las cinco hijas.

Lo cierto es que la gente de dinero es la que arriesga la vida con
mayor facilidad y por puro capricho.

¿Es aburrimiento de todo lo que el dinero puede proporcionar, lo que
les lleva á buscar emociones en peligros contra los que nada puede el
dinero? ¿Es la confianza que da el haber triunfado de todo en la vida
por el dinero, la que acaso les hace considerarse inmunes á todo
peligro? ¿Ó es, como dice una amiga mía, que el dinero por sí solo es
seco como un sustantivo y los que lo poseen buscan á toda costa un
adjetivo que lo califique y lo decore?

¡La conquista del adjetivo! No basta tener dinero, hay que llamarse
distinguido, intrépido, inteligente; cuando no se puede otra
cosa, _sportsman_. No saben que una vez encasillados en un adjetivo, no
hay mayor esclavitud que la de sostenerlo y justificarlo.

—¿Usted sabe, me dice esta amiga mía, la venganza que tomó un cronista
de salones de una señora muy distinguida, que en cierta ocasión le hizo
un pequeño desaire? Muy sencillo. En una de sus crónicas de sociedad
escribió:

«La elegantísima señora de——, que cada vez que se presenta en
sociedad luce una nueva _toilette_ ...» Bastó con esto; la elegante
señora, que como cada hija de vecino, tenía sus cuatro ó cinco trajes
de luces para todas las _soirées_ de una temporada, se creyó desde
entonces comprometida á sostener su reputación, y á fuerza de exhibir
_toilettes_, se arruinó en un par de años bonitamente. ¿Qué le parece á
usted?

—Que no debe uno preocuparse por adquirir adjetivos ni por sostenerlos.

—Es mi opinión. Por eso verá usted que yo no vivo para la galería;
no me verá usted nunca danzar en fiestas de sociedad, ni en funciones
benéficas, ni en juntas piadosas ni feministas ... Renuncio á todos los
adjetivos.

—¿Se atiene usted al sustantivo?

—Al verbo, amigo mío, al verbo, que es el fundamento de la oración y
de la vida ... ¡Vivir, poseer, querer ... gozar ...!

—¡Basta, basta amiga mía! Temo que va usted á traspasar los límites
del Diccionario en un rapto lírico.

—¿Pero no esta usted de acuerdo conmigo?

—¡Ya lo creo! Yo tampoco me he preocupado nunca por los adjetivos. Y
sobre todo, ya sabe usted lo que dice el _Génesis_: En principio era
el Verbo ... El adjetivo fué después del Paraíso perdido ... ¡Y cuántas,
cuántas veces puede perderse el estado de inocencia del Paraíso por
querer saber del bien y del mal de un adjetivo!

[Ilustración]



XI


Cuando Enrique III de Francia se vió venir amenazadora aquella famosa
liga dirigida por el duque de Guisa, como no era el un rey para
asustarse por liga más ó menos, se acordó del florentino que llevaba
dentro (¡tal madre tuvo!) y dió con una idea maquiavélica: proclamarse
el mismo como jefe supremo de la liga, que fué como decir á los que
en ella entraban: todo lo que vosotros queréis soy yo el primero en
quererlo, no hay por qué molestar.

No me atrevería yo á comparar á D. Antonio Maura con Enrique III,
aunque en su corte, como en la del último Valois, figuren muy gentiles
_mignons_; pero el también, como Enrique III, se ha visto venir esta
nueva liga de la solidaridad como un peligro más ó menos temible, y ha
querido salirle al encuentro con su proyecto de Administración local;
con el pensaba poco menos que parecer como el primer solidario.

Naturalmente, como la historia es de una gran monotonía, tanto ha
convencido á los solidarios el proyecto como á los partidarios del
duque de Guisa la jefatura de Enrique III.

Hasta aquí la semejanza, y esperemos que de aquí no pase, porque los
sucesos que siguieron en la historia de Francia fueron muy trágicos.
Pero los tiempos no están para tragedias—como deplora D. Valentín
Gómez en su discurso de recepción en la Academia.—La vida, como el
arte, sólo recogen de la historia las pequeñas comedias. La política
moderna, como el teatro moderno, da poco en qué pensar y mucho de qué
reir.

Este proyecto de Administración local, ni una cosa ni otra; es de esas
obras en que el aburrimiento no deja fuerzas para el pateo, en opinión
de los pocos que se han tomado el trabajo de leerlo, tan pocos que,
seguramente á su propio autor podría decírsele sin paradoja, lo que una
dama de la corte de Luis XV contestó á un obispo que le preguntaba si
no había leído sus últimas pastorales.

—No, no las he leído. ¿Y vos, monseñor?

       *       *       *       *       *

Los que conocemos al doctor Simarro, nunca pudimos imaginar que no
fuera el amado maestro de sus discípulos. Con su cara de amable
filósofo griego, con su indulgente escepticismo, sólo podemos creer que
esa severidad de examinador, que tanto ha soliviantado á sus alumnos,
es sólo bondadosa y fraternal solicitud, mal comprendida por ellos.

Creedlo, jóvenes estudiantes; cuando no se ama la ciencia con toda
verdad y todo desinterés; cuando solo se busca en la indulgencia de un
profesor el portillo de escape para llegar más pronto á la declaración
oficial de sabiduría, el maestro, y mucho más si lo es de Fisiología
psicológica, tiene el deber, no sólo de juzgar por vuestra suficiencia
en el examen, sino hasta por la expresión de vuestra fisonomía, que no
habéis elegido el mejor camino, aunque solo pretendáis de la ciencia un
modo de vivir; pero la Ciencia, como el Arte, sólo dan de vivir al que
les dió toda su vida; hay otras profesiones honrosas y lucrativas en
que la impaciencia por llegar pronto esta justificada.

Los sacerdocios exigen verdadera vocación y la verdadera vocación no es
nunca impaciente.

Muchas veces, por la voz del maestro que nos detiene con un suspenso
en lo mejor de una carrera, habla la voz del destino que nos llama
por nuestra verdadera senda. ¡Hay tantos caminos en la vida! Pero la
Ciencia, que es la verdad, sólo tiene uno: ella misma.

       *       *       *       *       *

Cada día es una nueva conquista de la libertad; esta del voto
obligatorio es una de las más preciosas. Cuando vivíamos en la creencia
de que ese voto era un derecho que la ley nos concedía graciosamente,
ahora resulta que es un deber ineludible, un deber del que no nos
habían hablado ni el Catecismo ni la Etica. Verdad es que cuando se
escribió el Catecismo y cuando nosotros estudiamos la Etica, era la ley
la que impedía á la mayoría de los ciudadanos el cumplimiento de ese
deber, al que ahora cree que ninguno debe faltar.

Hasta ahora lo mejor de ese derecho, como de casi todos los derechos,
era la facultad de no usarlo; aparte que si es bueno que todo ciudadano
intervenga en la gobernación del Estado, el abstenerse de votar era en
política, como el sueño en cuestiones literarias, una opinión de tanto
peso como cualquiera otra.

Porque veamos qué hace con su voto un ciudadano con ideas propias y
particulares. ¿Votar una de esas candidaturas impresas, de candidatos
encasillados, desconocidos para el, ó demasiado conocidos? ¿Manuscribir
una candidatura de su gusto, con personas de su particular confianza y
aprecio? ¿Y qué adelantará con votarla el solo? Porque, supuesto que
haya otros ciudadanos que tampoco estén conformes con los papelitos
impresos, menos han de estarlo con el manuscrito por cualquier buen
ciudadano con los nombres de amigos muy apreciables para el, pero no
tan apreciables para su vecino.

¡Ay, bien dicen que nunca aprecia uno lo que tiene ni sabe lo que pide!

Pedimos una gracia y nos encontramos con una obligación. De este modo
no sería extraño que el día en que se votara la ley del divorcio,
en vista de que la gente no hacia tampoco gran aprecio de ella, se
impusiera también como obligatorio; porque las libertades se conceden
para eso, para disfrutarlas, ya que tanto les cuesta á los gobiernos
concederlas.

Como todo se andará al paso que vamos, la instrucción obligatoria,
el servicio obligatorio, la vacuna obligatoria, el matrimonio y el
divorcio obligatorios, el voto obligatorio, prohibida la emigración
y el suicidio muy perseguido, no será ningún contrasentido que las
futuras revoluciones liberales se hagan al grito de: ¡Abajo la
libertad! ¡No más libertades!

       *       *       *       *       *

El actual verano se presenta en Madrid como los más clásicos de feliz
memoria; mucho calor, crimen misterioso, y para que no le faltará su
poquito de epidemia, hemos padecido una de oratoria, más alarmante por
haber sido los casos más fulminantes justamente entre los encargados de
inocularnos el virus preservativo de la enfermedad.

Se conoce que por ahora su sistema de curación es la homeopatía; no por
las pequeñas dosis, sino por lo de _similia_, etc., el mismo que ya
recomendó Cervantes en su entremés de _Los dos habladores_.

Como era de esperar, en el concurso de gorros solidarios: frigio,
barretina y boina, ha sobresalido la última; de modo que ya sabemos por
dónde viene esa España viva dispuesta á luchar con la España muerta.
Con eso y con dividirnos, subdividirnos y desmenuzarnos en castas, cada
una con sus fueros particulares, según su aplicación y comportamiento,
pero siempre bajo la hegemonía de Atenas, ya estamos arreglados para ir
tirando otros cuántos siglos por esos andurriales de la historia.

¡Buenos están los tiempos para jugar á los estaditos! En Alemania—que
es hoy por hoy la verdadera portería—darán razón; y en la Haya, las
mejores referencias.

       *       *       *       *       *

Muy del tiempo y de los tiempos también, ese juez que entrega al
fuego purificador la biblioteca de Vicenta Verdier. Todo cuestión de
forma literaria; porque si esos libros los hubieran firmado Bourget,
D’Annunzio, Willy y Felipe Trigo, á estas horas la Vicenta figuraría en
el libro de oro de nuestros intelectuales.

¡Y qué reclamo para los autores! Como lo será, sin duda, para los
vendedores furtivos de esas amenidades galantes, el susurrar al
ofrecernos su mercancía: ¡Un librito alegre! ¡De la biblioteca de la
Vicenta! ¡El último que me queda!... ¡Qué idea! El reclamo moderno
no se detiene por nada. ¿Será esta una nueva pista del crimen? Si
estuviéramos en los Estados Unidos, no habría que dudarlo; aquí los
crímenes son de una vulgaridad tal, que lo único que puede darles un
poco de poesía es el misterio.

Después de un crimen de estos ¿quien no comprende la emoción que deben
sentir esas mujeres para quien el amor es un constante juego de azar al
encuentro, cuando piensen ante el desconocido de cada día: ¿Será éste
el que mató?

¡Oh suprema voluptuosidad que no saboreó el marqués de Sade y que
tantas mujeres desgraciadas pueden saborear cada día, para envidia de
esas mundanas aburridas que, ansiosas de emociones, se despeñan en un
automóvil á 80 kilómetros por hora!

Las conveniencias sociales nos obligan á buscar derivativos confesables
á nuestras energías más íntimas. ¡Asusta pensar lo que sería de algunas
elegantes automovilistas que conocemos si aplicaran al amor esas
velocidades y ese desprecio á los peligros!

       *       *       *       *       *

Rafael Calvo y Antonio Vico fueron los dos intérpretes brillantes de
ese teatro tan nuestro, sin sinuosidades psicológicas, rotundo como
un imperativo, todo altivez, todo arrogancias; con impertinencia de
bravucón á veces, sombrío acaso, nunca obscuro, en que la imprecación
es razonamiento y el rugido llanto. Ese teatro fué tan de Rafael Calvo
y de Antonio Vico, que bien puede dudarse si ellos fueron por el ó el
fué por ellos.

Hoy es otro teatro; el llamado de ideas, donde se refugian como
novedades las ideas ya viejas en el libro y en el pensamiento. Y otras
obras de chistes ingeniosos, de chismorreo malicioso; hay quien las
dispensa el favor de llamarlas satíricas y hasta quien las considera
demoledoras; nos asustamos por poco, quizás porque lo tememos todo.

Los buenos burgueses no quieren que los autores de comedias asustemos á
sus mujeres y á sus hijas: es un monopolio que quieren conservarlas.

Yo lo encuentro muy natural; tan cuidadosos como ellos de que sus hijas
no oigan algunas de mis comedias, lo sería yo si tuviera hijas de que
no oyeran las conversaciones de las suyas. ¡Porque si uno se limitara á
copiar lo que oye, sin atenuaciones!

Y no es sólo en las clases altas; no cometeré yo tal injusticia. En
la primitiva aldea en que paso algunas temporadas, oí un día de estos
á una sencilla zagala que le decía al autor de sus días con la mayor
ingenuidad: ¡Pero cuando reventará usted, padre! ¡Para lo que sirve
usted en el mundo!

No digo que quedé consternado, porque hace tiempo me sometí á un
tratamiento muy enérgico para curarme de la consternación á que era muy
propenso desde pequeñito, pero sí pensé que tampoco queda el recurso de
refugiarse en la sencillez de los campos para llevar algo de realidad
al teatro sin miedo á escandalizar. Habrá que buscar asuntos de pura
imaginación. ¡Pero hay que ver como esta la imaginación muchas veces,
sobre todo con estos calores!

[Ilustración]



XII


El gobierno con las Cortés y los empresarios de género chico con sus
teatros, siempre se proponen lo mismo al empezar el verano: no cerrar ó
cerrar lo más tarde posible.

Los empresarios siquiera procuran refrescar la vista del público
con su golpe de cortinajes blancos y macetas de permanente verdor,
repartidas por el vestíbulo y los pasillos del teatro. Cuentan además
con la fantasía de autores y escenógrafos, para transportar á los
espectadores á una de esas playas de ensueño cómico-lírico en que todas
las bañistas lucen carnes de color de rosa—todos los rosas marítimos,
desde el salmón al coral, sin olvidar el salmonete ni la langosta
cocida,—visten de raso, impermeabilizado sin duda, calzan sandalias
con tacones Luis XV, y no prescinden de corsé, pendientes, sortijas,
colorete, etc. Y no es cosa de lamentar la impropiedad; desde muy
antiguo, los poetas se permitieron con Galatea toda clase de licencias
al presentarla _alegre y bulliciosa por la ribera arenosa_ ...

¿No nos dijo por ella el poeta en sus quintillas clásicas?

      ¿Qué pasatiempo mejor
    orilla al mar puede hallarse
    que escuchar al ruiseñor,
    coger la olorosa flor
    y en clara fuente bañarse?

Pasatiempos algo más difíciles de hallar á orillas del mar que puede
serlo el ver por esas playas á una bañista moderna, más bulliciosa que
Galatea, vestida como una tiple de juguete cómico-lírico veraniego.

¡Así dispusiera el gobierno de estos recursos teatrales para retener
á su público durante el verano! Pero cualquiera detiene á nuestros
legisladores para estudiar y discutir leyes de tanto peso y abrigo, con
billete gratuito por todas las líneas, y, el que más y el que menos,
con dos ó tres sirenas en casa llamándole hacia el mar con voz, ya
acariciadora y mimosa, como de hija, ya terrible y conminadora, como de
mujer ó de suegra, y todas ellas mostrándole, no sólo un nuevo mundo
como á Colón, sino muchos mundos, tal vez viejos, pero llenos de cosas
nuevas que descubrir y que enseñar por esas playas y casinos.

Como hay autores cómicos que no empiezan á escribir una obra hasta
tener apuntado el suficiente número de chistes con que amenizarla, hay
señoras que hasta no contar con buen número de _toilettes_ no empiezan
á planear su viaje; de otro modo, tampoco tendría chiste. Después,
según la ropa, se piensa en un sitio ó en otro.

Yo se de un padre de familia que este año ha decidido dar la vuelta al
mundo con su mujer y sus hijas, según dice, por economía.

—¡Pero, hombre!—le argumentan los amigos.—¿Por economía? Si le
costará á usted un dineral el viaje.

—No lo crean ustedes. Como estaremos poco tiempo en cada sitio y sólo
vamos de _touristas_, mi mujer y mis hijas se contentan con llevar el
preciso equipaje. Y no saben ustedes lo que esto significa. Un verano
me las lleve á Cercedilla con la idea de hacer economías, y como la
misma gente se reune catorce veces al día, y porque no creyeran que
estábamos allí por economizar ... ¡Aquello era una representación de
Frégoli diaria! En fin, tanto cambiaban de vestidos y tan de pies á
cabeza, que yo no entraba una vez en casa que no me las encontrara
en camisa ... ¿Pero por qué os desnudáis tanto? les decía; vais á
resfriaros ...

—Si no nos desnudamos, papá; nos vestimos.

¡Respuesta de una gran filosofía! Porque, en efecto, las mujeres no
se desnudan nunca, se visten siempre; si alguna vez en su vida puede
parecer que sólo se trata de desnudarse, no lo crean ustedes: es por el
gusto de vestirse luego ... y vestirse algo mejor, si es posible.

       *       *       *       *       *

Lo que más siente el público—¡oh buen público, lector de folletines y
espectador de melodramas!—cuando no parece el autor de un crimen, no
es que éste quedé impune y pueda ser un peligroso ejemplo para animar
á más de cuatro indecisos que no han encontrado todavía su senda por
el mundo; lo que el público siente, es la desilusión de su curiosidad
no satisfecha. Como si un periódico de gran circulación cortara su
gran novela de crímenes en lo más interesante, y los fieles lectores
quedaran sin saber lo que fué de Emma, después de encerrada en el
subterráneo del castillo, ó de la condesa, después de hipnotizada
por el barón, para sugerirle la idea de robar el Banco de Londres, ó
cualquier otra friolera.

¡Ah! si la conciencia pública se manifestara con sinceridad, cuántas
veces en casos de crimen misterioso se votaría con general satisfacción
un plebiscito concediendo, no sólo el perdón, sino hasta una pension
vitalicia y algunas condecoraciones, al criminal, con la única
condición de presentarse á descifrarnos la charada y no dejarnos en la
duda de como y porqué fué el crimen.

No faltarían personas distinguidas que le invitaran á sus comidas y
_soirées_ para oírselo referir de viva voz. ¡Esta pícara hipocresía
social nos priva de los mayores placeres y hasta de algunas buenas
obras! Porque, ¿quien sabe si un criminal, por empedernido que fuera,
al verse así halagado y considerado por las gentes, no acabaría por ser
el hombre más sociable y más _adaptado_ del mundo? Acaso acabaría en
filántropo. No sería el primer caso que conocemos, y no de criminales
misteriosos precisamente, sino muy notorios, aunque impunes.

¡Los altos designios de la impunidad son tan respetables! ¡Cuántas
veces una condena prematura por un _crimencito_ de tres al cuarto,
puede privar á la humanidad de un gran bienhechor, á la sociedad de un
hombre agradable!

       *       *       *       *       *

Cuando llegan de algunas provincias tristes lamentaciones por los
perdidos fueros y andan esos regionalistas—como ciertas mujeres que
culpan siempre de todas sus desgracias al que las perdió, como ellas
dicen—maldiciendo todavía del señor rey Don Felipe II ó Don Carlos
II ó Don Felipe V—según regiones,—que fueron también la causa de su
perdición primera con quitarles sus fueros y privilegios, bueno sería
que los madrileños, tan despreocupados de nuestra historia, indagásemos
si en algún tiempo tuvimos también algún fuero ó siquiera fuerillo
ó ventajilla de que ampararnos ahora ante el nuevo impuesto que nos
amenaza, digno de los mejores tiempos feudales.

Nuestro alcalde quiere ejercer con los madrileños algo así como el
llamado por los franceses, con más delicadeza de frase que entre
nosotros, _le droit du seigneur_. ¡Y cuánto más seguras que en el
antiguo derecho de pernada, serán las primicias de la verdadera flor de
azahar, tratándose de que en Madrid trabajemos todos! ¡Cuántos brazos
vírgenes de toda faena!

Pero como los madrileños, no en balde gatos, somos de natural rebeldes
á imposiciones, tendrá que ver de lo que seremos capaces antes de
someternos á esa prestación personal. Los sablistas y pedigüeños ya
tienen un motivo oratorio más con qué conmovernos: «¡Dos días sin comer
y mañana al tajo; tengan compasión!» No faltarán tampoco funciones
teatrales con el objeto de redimir á un padre de familia, del azadón,
del pico, y ¡qué se yo! Habrá quien sea capaz ... hasta de trabajar por
primera vez en su vida sólo por reunir la cuota necesaria á redimirse
del trabajo.

Pero no hay que alarmarse demasiado; si ello llegase á ser ordenanza
municipal, ya sabemos á lo que todo quedará reducido: á que los días de
elecciones vayan á trabajar al tajo todos los electores de oposición.

       *       *       *       *       *

Entre la infinidad de compras, precursoras del viaje veraniego, las
mujeres no olvidan los libros. En Madrid no hay vagar para la lectura:
el periódico, la revista ilustrada, lo que basta para saber lo que pasa
por el mundo. Pero en estos días la librería á la moda se anima con el
charloteo femenino:—¿Qué novedades hay? ¿Qué novelas pueden leer estas
niñas? Algún libro de versos ...

Ya es la gran dama que presume de intelectual y consulta catálogos y
elige por sí misma, y en el mismo paquete une á Nietzsche con Bourget,
y á Tolstoï con D’Annunzio, sin olvidar algún estudio histórico sobre
algún personaje del siglo XVIII, con preferencia alguna favorita del
Rey Sol ó del Bien Amado. Hay que documentarse, nadie sabe lo que
puede ocurrir en este mundo. Ya es la madre de severos principios que
lleva de antemano anotados los libros que recomienda ó permite el
Padre Dulce, de la Compañía. Ya es la institutriz que elige ante todo
los libros de su gusto, muy convencida de que las señoritas no han de
leerlos, y para ella todos serán pocos en muchas ocasiones cuando para
una institutriz de buen tono no hay libro bastante interesante si ha
de absorber su atención por completo ni bastante voluminoso si ha de
ocultarla discretamente todo lo que sucede á su alrededor.

Ahora son unas muchachas bullangueras, de esas que quisieran á cada
momento, sólo con pasar, exteriorizarse todas, y hablan y ríen,
pensando tanto en que las oyen, que apenas piensan lo que dicen. A
la rebatiña de palabras unas con otras, no suben á tranvía, ni hacen
corro en la calle con amigos, ni entran en tienda sin dar noticia de su
nombre, y parentescos, y relaciones, y gustos y disgustos ...

—Yo, como no puedo resistir á los hombres tontos ...

—Yo, como me vuelvo loca por la horchata de chufas ...

—Yo, como no soy como Fulanita ...

Y á propósito, traje cortado, hilvanado y cortado á la medida de
Fulanita en menos tiempo que un luto.

Estas revuelven la librería, con un comentario para todos los libros,
sin desatender por eso, desde la vidriera, á cuántos pasan por la calle.

—Mira ... Becquer. ¡Qué preciosidad! ¡Es mi poeta!

—Y el mío.

—¿Has leído esto?

—Es muy aburrido, una lata ... ¡Pero como va esa criatura! ¿Habéis
visto?

—¿Quién, quien?

—Juanita.

—¡A ver, á ver!

Se precipitan á la puerta. Risas. Comentarios al traje de Juanita; del
traje pasan á la piel. Vuelven á los libros.

—¿Habéis elegido ya?

—¿Qué decidís?

—Yo, éste.

—Yo, estos dos.

En un aparte furtivo, una de ellas señala un libro.

—¡Fijaos!

—¡Qué horror!

Es un libro de que oyeron hablar, como de tantas cosas; un libro que
ellas sólo pueden conocer así, por el forro, como tantas cosas. Pero
sus ojos acarician el libro cerrado y por su frente pasan adivinaciones
que se traslucen en un reir nervioso.

—¡Qué tonta! ¿De que te ríes ahora?

—¿Y tu?

—Me acuerdo de Juanita.

Entra un criado de casa grande, entrega á un dependiente una larga
lista de libros. El dependiente busca, reune; entre ellos va el libro.
Sale el criado. Ellas, casi á coro:

—¿Para quien son esos libros, sabe usted?

—Para la duquesa de——.

—¡Fulanita!

Lanzan el nombre propio y familiar, para que se entere el dependiente
de que la duquesa es cosa muy suya. A continuación, traje de corte y
gran gala para la duquesa y algunos allegados.

Es un rato muy divertido el que puede pasarse en la librería á la
moda, en estos días en que tantas bellas y graciosas mujeres acuden á
proveerse de literatura.

Yo las deseo á todas que el primer libro abierto ruede días y días por
mesas y sillas y mecedoras de terrazas de hotel ó de balneario, con
un pico doblado, nunca más allá de las veinte primeras páginas. Será
la mejor señal de que el veraneo ha sido agradable para ellas. Que la
lectura sea el refugio de vuestras institutrices y señoras de compañía.
Cuando hayáis leído todos los libros del mundo, no seréis más bonitas
y acaso seréis tan ignorantes. Los libros no enseñan nada cuando, al
leerlos, aún podemos preguntar: ¿Será verdad esto? ¿Será así?

Y cuando podemos decir, al leerlos: ¡Qué verdad es esto! ¡Así es!, ya
es tarde; la vida nos ha enseñado más que todos los libros, y tampoco
pueden ya aprovecharnos de nada.

       *       *       *       *       *

Las autoridades de algunas regiones de Francia infestadas de lobos,
acordaron en una ocasión conceder á los cazadores una cantidad,
bastante apetitosa, por cada lobo presentado. Y sucedió ... ¿Que todo
el mundo se dió á cazar lobos en aquellas regiones?, dirán ustedes. De
ningún modo; á lo que se dieron fué á criarlos como á hijos y á cuidar
por todos los medios de que no acabara la casta, para ir cobrando;
hasta que las autoridades, más que paternales, maritales siempre, en
esto de ser las últimas en enterarse, cayeron en la cuenta de que no
es el mejor modo de acabar con los lobos el convertirlos en fuente de
ingresos saneados para mucha gente.

He aquí un sucedido que debieran tener en cuenta esas autoridades que
se sirven de confidentes, delatores y todo linaje de soplones, para
descubrir y cazar malhechores de cualquier especie. Por natural ley
económica, la demanda crea la oferta. Paguen ustedes por descubrir
anarquistas y los anarquistas no se acabaran nunca y las confidencias
se irán complicando como novelas por entregas, y con todo esto les
sucede á las autoridades celosas lo que á esos maridos, celosos
también, que acuden á una agencia de informaciones para que le
averigüen si su mujer le engaña, y al cabo de gastarse muy buenos
cuartos, confidencia va, confidencia viene, acaba por enterarse de que
precisamente el que trata de pegársela con su mujer es el director de
la agencia.

[Ilustración]



XIII


¡Por qué se veranea? ¿Por huir del calor? Las mismas ó mejores razones
habría para huir del frío en invierno. Y aún el huir del calor sería
un motivo si los que veranean fueran á los polos ó á la América del
Sur, á empalmar invierno con invierno; pero la mayoría va á lugares
en donde el calor, cuando aprieta, no es menor que en Madrid, aunque
exornado con mosquitos, pulgas, orfeones y otros alicientes. En esos
días de calor _excepcional_—los fondistas y patronas del norte siempre
le llaman excepcional—tienen los veraneantes el consuelo de pensar
como aquel espectador de toros en tendido de sol: ¡Si aquí estamos
así, como estarán los de enfrente con el resistero! Suele suceder que
los de enfrente estamos más frescos y más comodos, pero no es cosa
de telefonear ó telegrafiar para que rabien los de fuera, ya que se
han gastado su dinero. Ellos, en cambio, tienen días muy frescos; tan
frescos, que casi siempre van acompañados de ventiscas ó chaparrones,
y hay que pasarlos encerrado en casa ó en el cuarto de una fonda y con
los balcones cerrados; de modo que ... ¡fresco perdido!

¿Se veranea por cambiar de vida? Nada de eso; el ideal de todo
veraneante es encontrarse con el mayor número de gente conocida y
hay que ver con qué exclamaciones de júbilo se saluda á los que van
llegando, aunque sólo se los conozca de vista. ¡Dicha completa si la
tertulia reunida es la habitual de Madrid, sin faltar un amigo! Y si la
compañía que actúa en el teatro es también madrileña y representa las
mismas obras que en Madrid nos aburrieron; y si en la Plaza de Toros
ocupamos localidad equivalente á la de Madrid y alrededor se sientan
los mismos aficionados con los mismos comentarios y las mismas gracias,
y en el redondel vemos á los mismos toreros las mismas faenas.

De San Sebastián á Zarauz, de Zarauz á Biarritz, no se oye otra
pregunta: ¿Qué gente conocida hay? ¿Hay mucha gente conocida? Y se va
de un punto á otro para averiguarlo, y se pondera la excelencia de
un sitio, no por sus propias excelencias, sino porque esta cerca de
otoros sitios y es excelente base de operaciones: Nosotros preferimos
esto—dicen muchos—porque se esta cerca de todas partes. Y hay quien
dice con frase gedeónica: Nosotros lo pasamos muy bien aquí ¿sabe
usted? porque nunca estamos aquí.

A todas horas van por esas carreteras los automóviles, lanzados como
en montaña rusa, trayendo y llevando gente conocida. Y esa es toda la
psicología del veraneo: ¡Movimiento, movimiento!

Es gente de tan pocos recursos propios, que la soledad y el reposo les
llevaría al suicidio por aburrimiento.

En su cerebro sólo suena algo, como en los cascabeles, cuando se
agitan. Todo para que en Madrid pensemos al leer las crónicas de los
corresponsales: ¡Como se divierten por allí! Mientras los de allí dirán
al leerlas: ¿Pero será verdad que nos divertimos tanto?

¡Y Madrid es tan delicioso en verano! En primer lugar deja uno de ver
á mucha gente desagradable. La temperatura es la natural; calor de
verano, fresco de verano—nada de excepcional como en el Norte.

La salud pública es excelente, como en ninguna estación del año; la
prueba es que casi todos los médicos veranean muy descuidados; verdad
que esto puede ser causa ó efecto. En la Exposición del Retiro se
da uno la satisfacción, por poco dinero, de proteger el Arte y la
Industria juntamente, y lo demás se nos da por añadidura. En Parisiana,
con un poco de imaginación, se figura uno estar en la terraza de algún
casino de playa á la moda, con su música de _tziganes_ y su teatrillo.
Y aún queda la Bombilla para darnos la ilusión de que no nos ve nadie,
aunque al otro día le diga á uno todo el mundo: ¿Conque anoche en la
Bombilla? ¡Ya esta usted bueno! Y queda el _boulevard_ para darnos la
ilusión de un paseo provinciano, y queda ... del Prado al Hipódromo
para pasear en simón con neumáticos, con tanta poesía como en góndola
veneciana, amores propios de la estación ... Y en fin, lo que dice un
diputado, retenido en Madrid por la discusión de los azúcares: ¡Si en
Madrid se pasa el verano como en ninguna parte! Yo no tengo prisa por
que se cierren las Cortés; he mandado fuera á la familia.

—No siga usted—le atajé en seguida.—Usted lo entiende. Si sigue
usted en Madrid y la familia fuera, pasará usted el gran verano. Créame
usted; lo que sofoca no es el calor, es la familia. Y si los senadores
y diputados dan en mandar á la familia por delante, ya verá usted como
no hay tantas prisas porque se cierren las Cortés, y cuando se cierren,
todavía se harán algunos los remolones.

Para los que se presenta mal el año, es para esos jóvenes que veranean
en un pueblecito modesto y al regresar quieren hacernos creer que han
estado en todas partes y han alternado con la mejor gente; porque
este año no basta con tener la cara tostada como por el aire del mar,
para darse tono, hay que traer unos cuántos chichones y otros cuántos
cardenales bien repartidos, para demostrar que se ha cultivado los
_sports_ de moda y con alternativa.

       *       *       *       *       *

Permitida la fabricación y la venta de armas, no sólo de las que puede
considerarse como de caza entre las de fuego, ó como utensilios de
trabajo entre las blancas, sino de otras muchas que visiblemente no
pueden tener mejor uso y destino que el de _mojar_, según tecnicismo,
más tarde ó más temprano, ¿no es una contradicción ó _contracción_,
mejor dicho, que la autoridad proceda á impedir el uso de lo que no
impidió la adquisición?

Un navajón tamaño de esos que vemos, ornato de escaparates, con sus
arabescos y lemas en la hoja, para mayor gala; un puñalito de esos
del precioso saca y mete, como cantan en una popular zarzuela, ¿para
qué pueden servir sino es para solucionar á un prójimo, en un abrir
y cerrar de muelles, el pavoroso problema la eternidad? ¿Se supone
que sólo los compra el coleccionista de armas para colocarlos en una
panoplia, ó el extranjero para llevarse un recuerdo más de España, con
la pandereta, el abanico, el par de castañuelas y el de banderillas?
Y si sólo estos pueden ser los usos materialmente inofensivos de
estas armas, ¿no es hora de atajar la superproducción? Y si tales
armas tienen otra utilidad que no adivino, ¿no debe por lo menos
equiparárselas con las medicinas peligrosas y no despacharlas sino con
receta garantizada por algún doctor en medicina social?

No son juguetes que pueda manejar cualquiera, pero mientras cualquiera
pueda adquirirlos, despojarle luego de una propiedad que adquirió
legalmente es ... por lo menos un contrasentido, y los contrasentidos
siempre desprestigian. ¿Que las autoridades tienen el deber y el
derecho de prevenir? Ya lo creo; pero antes de registrar el bolsillo
del transeúnte que compró el arma, debe registrar el bolsillo del
fabricante que la vendió.

¡El acero tiene aplicaciones tan útiles! Además, á la larga, no habría
pérdidas para nadie. Cuando esas preciosas navajas de muelle y esos
puñales primorosos escasearan en el mercado, los coleccionistas y los
extranjeros los pagarían como curiosidades arqueológicas.

Entre tanto, ese procedimiento antipático del _cacheo_ es ... lo de
siempre: poner emplastos á los granitos en vez de purificarnos la
sangre.

       *       *       *       *       *

En Valencia se ha vuelto loco un toro y en Córdoba se ha vuelto loco
todo un público. Los dos han hecho lo mismo: embestir con cuanto se les
ponía por delante. El público se puso en tal estado de indignación por
la mansedumbre de los toros. La locura del toro esta más justificada:
fué de indignación por la fiereza de los hombres. Se vió acosado,
acorralado, enchiquerado, y pensaría: ¿Pero qué va á ser esto? Y
decidió morirse, dispensándonos un favor; porque si tanto se indigno
con los preliminares, si hubiera llegado á la lidia, ¿qué de cosas no
hubiera ido mugiendo de nosotros á los elíseos pastos? ¡«Azafrán»,
«Azafrán»! Tu sangre de toro sería excelente, pero no era sangre
española; los españoles nos dejamos lidiar hasta el fin. Además, nunca
te perdonarán los aficionados sus ilusiones defraudadas. ¡Lo que
hubiera hecho ese toro en la plaza! Menos mal que á los pocos días
pudimos consolarnos, diciendo: ¡lo que han hecho esos animales en la
plaza!

El caso es que veamos siempre bravura, ó en los toros ó en los toreros
ó en el público.

       *       *       *       *       *

Esta vez sí que nos han dado una buena lección los catalanistas, y no
hay que ofenderse por ella, porque si es verdad que nuestra policía les
parece deficiente, no hay que decir que han acudido á ellos mismos para
suplir la deficiencia. Se conoce que entre los cráneos superiores no
se da la protuberancia policiaca, y así lo han reconocido con modestia
al buscar un policía del mejor género inglés, tan acreditado en esta
especialidad. Así esta bien, y lo bueno debe buscarse donde lo haya
mejor. ¡Y ojalá en todo y siempre hubiéramos hecho lo mismo por aquí y
otro gallo nos cantara ó no cantara ninguno!

Los lujos hay que pagarlos, y este se paga bien y tampoco hay que
censurarlo; de este modo se puede exigir méritos en justa relación con
el precio; la verdad, pedir un Gorón ó un Sherlock Holmes por treinta
ó veinticinco duros al mes que cobrarán algunos de nuestros modestos
policías, es como pedir primores culinarios á una cocinera con tres
duros de salario y uno para la compra. La creencia en ultraterrenas
recompensas esta muy debilitada en los espíritus modernos, para que
nadie haga apostolado de servirnos por nuestra linda cara. Todos
sabemos lo que podemos exigir, poco más ó menos, según lo que pagamos
á nuestros servidores particulares; sólo cuando se trata de servicios
sociales, nos creemos en el caso de pedir gollerías. Por mil libras
esterlinas y gastos de _mise en scene_, los barceloneses ya tienen
derecho á quejarse si M. Arrow no les deja aquello hecho un Paraíso
terrenal.

En todas las grandes capitales quedan todos los años más de uno y más
de dos crímenes impunes; en Madrid, aunque quedaran por docenas, no
tendríamos razón para extrañarlo. Con los sueldos mezquinos de nuestra
policía, el personal escaso, y ese ocupado de continuo en velar por
existencias preciosas ¡quien lo duda! y que aún debieran estar mejor
guardadas, pero con personal aparte, lo admirable es que Madrid sea,
y no lo duden ustedes, una de las capitales en que menos _sucesos_
ocurran. Descuenten ustedes muchos de esos timos del portugués y de los
perdigones, que nos hacen pensar: ¿pero es posible que todavía haya
gente tan cándida por el mundo? Y, en efecto, muchas veces el dinero
se perdió en el juego ó se gasto en la aventurilla escabrosa, y el
cándido forastero necesita que _salga_ en los periódicos la noticia del
timo para justificarse con la parienta que le sacará los ojos si otra
cosa creyera. Del mismo modo hay muchos robos y atracos de la más pura
auto-sugestión, y las culpas son siempre para la policía, que no diré
yo que sea perfecta, ni mucho menos, á poco que se piense en como esta
pagada. Aquí, donde para ser lógicos, ya que hay maestros con cinco
duros al mes, necesitaríamos policías con cinco mil al año. En cambio,
si tuviéramos maestros con cinco mil duros al año, acaso nos bastara
con policías á cinco. Para la gente pobre, ya se sabe, al cabo del año
lo que no va en alimentos, se va en botica, y la verdad ¡con cinco
duros de alimentación espiritual, todo debía ser poco después para
remedios!

Esperemos esa segunda lección de los catalanistas. ¡Un maestro de
escuela con mil libras esterlinas de sueldo! Eso sería ... como el
título de la última obra de Mark Twain: «Better than Sherlock Holmes»;
traducido para que no lo entienda míster Arrow y no quieran entenderlo
sus importadores: «Mejor que Sherlock Holmes».

       *       *       *       *       *

¿Qué especie de curiosidad ha llevado á la vista del juicio de
Soleilland á tanta Eva, aunque en lo corporal vestidas por Doucet,
Redfern ó Paquín, en lo espiritual sin la menor hoja de parra para
encubrir su desvergüenza?

¿Era como una tardía manifestación de protesta que pudiera significar:
¡Ah, estos hombres! He aquí un crimen que cualquiera de nosotras
hubiera podido evitar á tiempo?

¿Era la figura simpática del criminal, divulgada por la fotografía, la
que acaso les hacia creer en una probable inocencia, demostrada por
alguna revelación imprevista en el transcurso del juicio?

¿Ó era este mismo picante contraste entre el físico y el empleo, que
dicen por allá, lo que constituía la mayor atracción de Soleilland?

¡La psicología femenina es tan poco complicada como complicada es su
fisiología!

De todos modos, en estos tiempos de apacible vulgaridad, sin
sacudimientos pasionales, un criminal de cualquier género siempre
inspira admiración más ó menos disfrazada. Las mujeres lo disfrazan
todo de curiosidad.

Por este sentimiento no será extraño que leamos muy pronto en los
avisos particulares de algún periódico de París: «Señora del gran
mundo, otoño espléndido, desengaños sentimentales. Desearía ser
violentada. Todos los días, entre dos luces, se hallará sola en el
Bosque de Vincennes». Lo peor es que no se hallaría sola; para una
que se anunciara, hay que pensar en las que acudirían por curiosidad
á ver quien era ella y á ver lo que pasaba, aunque las confundieran
con la del anuncio y las dieran un buen susto; un susto de esos que se
recuerdan siempre en confidencias con las amigas: ¡Para susto el mío!
¡Todavía no me ha salido del cuerpo!

¡Oh, Soleilland, Soleilland! La cabeza te cuesta; pero cuántas
lindas y soñadoras cabecitas se han estremecido por ti, como si las
acariciaras con tu mano estranguladora, tu mano de asesino, fría como
el cuchillo de la guillotina.

       *       *       *       *       *

Por si no bastaba con el uso muy extendido de las máquinas, han dado
las mujeres en escribir con una letra tan impersonal, tan sin carácter
como letra de imprenta. Esa letra á la moda, toda líneas rectas, que
hace parecer una carta como plana de finos palotes, y todas las cartas
iguales, se presta, como los antiguos mantos en nuestras comedias del
siglo XVII, á todo género de confusiones y enredos teatrales.
¡Cualquiera sabe qué mano pudo escribir, cuando todas escriben del
mismo modo!

Yo no se lo que dirá la grafología de ese carácter de escritura que,
ante todo, muestra la falta de carácter de la escribidora. ¡Destruída
la emoción de percibir sólo por el sobrescrito si la carta que llega á
nuestras manos es la carta esperada entre todas!

Confiad un poco más en nuestra discreción y en nuestra lealtad. ¡Oh,
mujeres! Escribid de ese modo á los indiferentes. No hagáis á los que
os aman que recuerden con pena aquellas divinas cartas de mala letra y
peor ortografía, pero cuyo estilo era una mujer, no todas las mujeres,
cualquier mujer, como estas de ahora que, en letra y estilo, parecen
copiadas de un solo modelo epistolar para uso de señoras y señoritas
que no quieren soltar prenda y siempre pueden tener el recurso de
renegar de lo que escribieron: ¡Esa carta no es mía! ¡Es de Fulanita!
Pensad que Fulanita es también vuestra amiga y la comprometéis por
salvaros.

Con la letra y la ortografía de antes podía escribiros las cartas
vuestra cocinera; vosotras tampoco os comprometíais, nosotros nos
divertíamos más, y alguna vez la cocinera podía hacer su suerte.

       *       *       *       *       *

—¿A dónde va usted este verano, marquesa?

—A mis baños, como siempre.

—¿Con el marqués?

—No; el va á los suyos. Ya sabe usted que todos los veranos nos
separamos por incompatibilidad ... de humores.

       *       *       *       *       *

En la playa.

Doña Patro, á quien han recomendado los baños de mar para adelgazar, se
presenta en la playa con un amplio traje que borra todos sus contornos.
Su ilusión de haber disminuido desde el año anterior es completa;
porque el bañero, que es el mismo de otras temporadas, no la reconoce á
pesar de las buenas propinas.

A la media hora del baño, ceñido ya el traje y entregada por completo
á las olas, dejando fuera de la línea de flotación una enorme boya
natural, el bañero, asaltado por un recuerdo imborrable, exclama:
¡Perdone usted, doña Patro! ¡Qué habrá dicho usted! ¡Hasta ahora no la
había conocido!

Doña Patro se sumerge de golpe como para ahogarse.



XV


¡Por qué extraño contraste cuanto más intensa se muestra la vida á
nuestro alrededor, más se impone á nuestro pensamiento la idea de la
muerte! Y como Jerjes lloraba ante la inmensidad de sus ejércitos,
al pensar como dentro de pocos años toda aquella multitud de hombres
habría dejado de existir sobre la tierra, así nos entristece el mismo
pensamiento cuando el hormiguero humano parece más afanoso por la vida,
en esos pueblos de la vida intensa, en esas grandes ciudades emporios
de la civilización en que las gentes van presurosas siempre, apartando
á empujones al que estorba el paso.

En cambio, esos pueblos petrificados que parecen muertos, de raros
paseantes sin prisa, que van lentos, majestuosos, como quien nada tiene
que hacer en ninguna parte, por su misma quietud nos dan una sensación
de eternidad que aleja la idea de la muerte. Pero estos son los pueblos
atrasados á los que es necesario llevar, á cañonazos si es preciso, esa
vida intensa que llamamos civilización. Vivir ó morir; dormir, no. La
civilización, como Macbeth, ha asesinado el sueño.

Y no obstante, no fué en las calles de la gran capital civilizada
donde nos pareció entrever la silueta de algún hombre dichoso. Fué en
la calleja moruna, sobre una esterilla raída, entre el humo aromado
del café y de la pipa, envuelto en su jaique color de pedrusco, el
moro inmóvil, anulado el pensamiento, sabedor de toda sabiduría; la
inutilidad de todo paso nuestro en la vida cuando todos, lentos ó
presurosos, nos llevan á la muerte.

       *       *       *       *       *

Nuestros gobernantes, tan dicharacheros y sábelo todo cuando de los
asuntos caseros se trata, tratándose de asuntos internacionales se
tornan graves y silenciosos; y ya se sabe, cuando ellos se encierran
en la mayor reserva, ó no piensan nada ó piensan hacer una tontería.
Desde Felipe II, llamado el Prudente, que no hizo más que cometer
imprudencias, que todavía colean, en toda su vida, debíamos echarnos á
temblar cada vez que en España se invoca la prudencia para algo.

Los pies de plomo no fueron nunca buenos para ir á ninguna parte,
sobre todo donde sería mejor no ir de ningún modo. La frase vulgar
«Con Fulano ni á coger monedas de cinco duros», debía ser un axioma
de política internacional con respecto á Francia. ¡Porque cuidado si
tuvo siempre mala mano para estas andanzas! Dicen sus admiradores
incondicionales que es la única nación que hizo pura política
internacional de corazón y por ideal. Será que estas cosas de la
política estén reñidas con los arranques cardiacos. Si aún para coger
monedas de cinco duros había que tener reparo, ¿qué será por ochavos
morunos, que es todo lo que podemos ganar en la compañía, viniendo muy
bien dadas?

Entre tanto allá vamos, y quiera Dios que no sea la mil y una salida
que hizo ... alguien más loco que Don Quijote; porque Don Quijote, hay
que hacerle justicia, embistió alguna vez con rebaños pensando que
eran ejércitos, pero no se le ocurrió nunca embestir con ejércitos
creyéndolos rebaños.

       *       *       *       *       *

La competencia de Bombita con Machaquito vuelve á poner sobre el ruedo
la eterna cuestión taurómaca: si es preferible un buen torero á un buen
matador.

Los públicos meridionales siempre han sido más admiradores de los
arabescos con capote y muleta; los públicos del Norte estiman en más la
estocada; la hora de la verdad. Los madrileños en esto nos inclinamos
más al Norte. Los buenos matadores han tenido siempre entre nosotros
mayor partido que los buenos toreros. El madrileño de raza fué gran
frascuelista, como sería hoy machaquista si la espada del valiente
cordobés contrapesara la muleta de Bombita tanto como contrapesó la
espada de Salvador la muleta soberana de Lagartijo.

Por ahora la balanza oscila por días para mayor interés del público,
que en España siempre necesita de estas competencias para sostener sus
admiraciones.

Como el Guerra no tuvo competidor en su tiempo, el público no podía
tolerarlo, y consiguió aburrirle. A lo que esta muy expuesto el Sr.
Maura si continúa toreando sin competencia. En España la admiración se
cansa pronto. La alternativa de solidaridad, que hizo concebir tantas
esperanzas, las defraudó por completo. El espectáculo languidece.

Los toreros viejos cansan al público; entre los novilleros no apunta
ningún astro ... ¡Y es tan aburrido torear sin competidores! ¡Y tan
triste tener que decir, parodiando al Guerra: Después de mí, _naide_;
después de _naide_ ... Rodríguez San Pedro. Ó aquello otro más
expresivo: ¡Qué malos _seis toos_!

       *       *       *       *       *

No hay que ser escépticos; como dijo nuestro gran dramaturgo: _Algunas
veces aquí_ halla la virtud su recompensa, y no sólo la virtud, sino
también el talento, con ser cosa menos estimable. Gracias á nuestras
sabias instituciones oficiales, podemos lograr de cuando en cuando este
anticipo del reino de Dios sobre la tierra.

La Real Academia de la Historia anuncia un concurso de premios á la
virtud y al talento. A primera vista parece que la virtud y la historia
habían de andar algo reñidas, porque siempre se dijo de la gente escasa
de virtudes que era gente de historia, y por lo general, las personas
virtuosas, como los pueblos felices, no tienen historia.

El premio es de mil pesetas, y bien se advierte la sabia previsión de
los donantes; con esa cantidad es seguro que el favorecido con el,
persevere en la virtud. Con mil pesetas no hay para entregarse á muchos
vicios. También se advierte como quiere alejarse toda idea de cálculo
al aspirar al premio; porque mil pesetillas, cualquier vicio bien
administrado puede dejarlas, más ó menos en limpio, al cabo del año.

Pasemos á las condiciones, y copio textualmente porque no quiero
malograr ningún primor de estilo: Este premio será adjudicado á la
persona de quien se cuenten más actos virtuosos, ya salvando náufragos,
apagando incendios ó exponiendo de otra manera su vida por la humanidad.

Aquí se ve como los señores académicos consideran el valor como virtud;
porque á nadie se le oculta que bien puede uno salvar náufragos,
apagar incendios y exponer de otras mil maneras su vida, sin ser por
eso ejemplar de virtudes. ¿Ven ustedes la incompatibilidad entre ser
bombero espontáneo y emborracharse de cuando en cuando? ¿Ó entre
arrojarse á las olas procelosas para salvar hasta media docena de
náufragos y darle luego en casa una paliza diaria á la parienta?

Tampoco me parece muy bien eso de apreciar como mérito la acumulación
de estas proezas. Creo que para cualquier persona de bien ya es
bastante asistir en su vida á uno de estos casos lastimosos. Yo
desconfiaría del que me dijera haber asistido á seis incendios, diez
naufragios y doce epidemias, con alguna que otra tragedia, aunque
en todo ello hubiera realizado heroicas hazañas. Más que virtud me
parecería ... mala pata. Y perdone la Academia.

Sigamos leyendo, que ahora se entra ya sin equívocos en el verdadero
terreno de la virtud. Copio otra vez: Ó al que luchando con escaseces
y adversidades, se distinga en el silencio del orden doméstico por una
conducta perseverante en el bien, ejemplar por la abnegación y laudable
por el amor á sus semejantes y por el esmero en el cumplimiento de los
deberes con la familia y con la sociedad, llamando apenas la atención
de algunas almas sublimes como la suya.

Tomemos un buen aliento y reflexionemos. Todo esta muy bien; sólo que
á esas almas sublimes capaces de apreciar otra alma sublime ... ¿qué
otra alma sublime las garantiza? ¿Y á usted quien le presenta?, puede
aquí decirse. Y en caso de que esas almas sublimes que garantizan
estén á su vez garantizadas, ¿no será cosa de premiarlas también con
algo, siquiera con el tanto por ciento que suele corresponder á los
denunciadores de la riqueza oculta? ¿Es cosa de premiar á los acusones
de culpas y de dejar sin premio á los descubridores de virtudes? No, no
esta bien, y es más de lamentar cualquier humana injusticia cuando se
trata de anticiparnos algo de justicia divina.

El talento ya es tenido en menos que el valor por los académicos, y
en la convocatoria parece por completo deslindado de la virtud. Eso
sí, en lo material el aprecio es el mismo: mil pesetas; es la cifra:
mil pesetas á la virtud, mil al talento. Sólo que aquí no se exige
la acumulación de méritos; una monografía histórica, y listos. No
es tampoco preciso el concurso de otras almas sublimes, etc ... Los
académicos son modestos; para aquilatar virtudes, necesitan del auxilio
de esas almas sublimes, etc.; para juzgar del talento, ellos solos se
bastan.

¡Héroes, santos y sabios! ¡Vayan, vayan llegando ... ¡Mil pesetas á la
virtud, mil pesetas al talento! ¡Ocasión única! El premio no compromete
á nada. Una vez cobrado, puede uno dejar de ser virtuoso ó puede uno
dejar de tener talento. En el primer caso, tendrá abiertas todas las
puertas, y en el segundo ... de par en par _las de la Academia_.

       *       *       *       *       *

Lo de hacer su Agosto, no debía decirse tanto por los labradores como
por los toreros. Nadie como ellos en España hace su verdadero Agosto.
Aunque en el preside el signo del Zodiaco más contrario á los cuernos,
Agosto es el mes taurino por excelencia. No hay capital, villa ni
lugarejo que no arda en fiestas en su coso, con grandes corridas,
novilladas, ó, de no poder más, capeas. La sangre torera hierve al sol
canicular.

Y no es sólo en España; Europa entera asiste emocionada á esa
interesante corrida que en el ruedo _mundial_ se juega. En ella,
Francia y España, con entusiasmo de principiantes, se las entienden
con un ganado de mucho peso y de mucho sentido. En localidad de
preferencia, Eduardo VII preside sonriente, y entre barreras Guillermo
II hace números: el arrastre y la contrata de la carne van por su
cuenta.

       *       *       *       *       *

Así como así, la crónica del veraneo ha sido en este año de lo más
precario. Los pequeños escándalos de siempre á cargo de las mismas de
siempre, vestales _au rebours_ del fuego sagrado de la murmuración.

Sin embargo, la buena sociedad, mostrándose con ellas muy
desagradecida, parece ser que por parte de algunas distinguidas
señoras, se ha permitido este verano sus pinitos de _boycottage_,
creemos que como ensayo de un nuevo _sport_ inglés que no puede
prosperar en nuestras costumbres.

Esos alardes de severidad sólo pueden estar justificados por el
deseo de hacer economías; porque si las señoras dan en seleccionar
sus relaciones, sus comidas de más aparato quedarán reducidas á seis
cubiertos y sus bailes más concurridos á unas veinte personas.

Sin contar con que si los invitados dan también en escrupulizar, habrá
señora que coma sola todos los días del año y tenga que bailar el
rigodón de honor con su portero, si es hombre despreocupado.

¡Cuánto mejor, para evitar complicaciones y comparaciones, es atenerse
á la evangélica indulgencia, sin la cual no sería posible en sociedad
ni tener una mala partida de tresillo!

       *       *       *       *       *

Los reyes, como todo el que hace un regular papel en la mundanal
comedia, no pueden tener vida privada; y me parece muy justa
compensación, ya que ellos suelen privarse de menos cosas en su vida
que el resto de los insignificantes mortales.

Por ejemplo: vida menos privada, en todos los sentidos y extensión de
la palabra, que la del rey Eduardo ...

Según noticias, que hoy son chismografía y mañana serán historia, su
graciosa majestad no se ha aburrido nada durante su permanencia en
Marienbad.

Aparte la interesante aventura de la dama del velo, todos los
periódicos franceses nos han dado cuenta, unos en su sección de
teatros, otros en su sección política—según la procedencia del
reclamo,—de su afectuosa despedida á Lina Cavalieri, próxima á
emprender una gran _tournée_ por los Estados Unidos.

Esa despedida significa para la celebrada intérprete de Tais, tanto
como llevar la bendición paternal de la Vieja á la Nueva Inglaterra.
¡Bendición que caerá también en lluvia de dollars sobre la ondulada
cabecita de la gentil plenipotenciaria!

¡Los millonarios norteamericanos, cuando quieren ennoblecerse, buscan
con tanto afán un antecesor entre los reyes de Inglaterra!

Nadie como la Cavalieri puede ofrecerles ahora ese lujo en las mejores
condiciones de autenticidad.

Y no hay que discutir esa forma de ennoblecerse. De menos hizo una
voluntad soberana la más preciada orden caballeresca de Inglaterra.

[Ilustración]



XVI


El Pernales ha muerto. ¡Viva el Pernales! No puede extinguirse la
dinastía. Si tarda en surgir un sucesor de carne y hueso, la fantasía
popular sabrá crearle y su espíritu vagará por los campos con todas las
apariencias de la realidad. Será sólo un nombre, pero es preciso que
ese nombre suene. Necesita de el mucha gente. El marido ó el hijo de
familia que se jugó en alguna feria las rentas cobradas, y al regresar,
en una carta de letra temblorosa: El Fulano me salió al paso ... sale
del suyo. El administrador que ha de justificar distracciones, el
pastor á quien se le extravió alguna cabeza de ganado, el cacique que
se vale del temido nombre para amedrentar á enemigos molestos ... No hay
duda, un bandido es siempre de utilidad pública.

A pesar de la indudable identificación del cadáver, es de creer que
sólo ha muerto un fantasma, que volverá muy pronto con otro nombre, con
otra apariencia, pero siempre el mismo. ¡Como que á estas horas habrá
quien le llore como á uno de la familia! ¡Pobrecillo! El algo robo,
pero hay que pensar en lo que le habrán explotado. En España es la
condición, para uno que trabaja hay siempre diez holgazanes que viven á
su costa.

       *       *       *       *       *

Hay quien al primer accidente entorpecedor, quisiera dar por fracasado
todo invento; al primer tropiezo, declarar inútil y peligroso todo
paso progresivo. ¿Que hubo un choque de trenes ó cualquier otro
siniestro ferroviario? Volvamos á las galeras y diligencias. ¿Que
la luz eléctrica dejó de lucir en unas horas por desperfectos de la
maquinaria? ¡Quiten ustedes allá! ¡Donde esté un buen candil de aceite!
¿Que los obreros de una gran fábrica se declaran en huelga y perturban
por unos días la siesta y la digestión de los señores? ¡Esas pícaras
industrias modernas!

No hay que decir si el motín de los presos en la Cárcel Modelo se habrá
prestado á este género de consideraciones, á cargo de nuestros más
infatigables retrógrados.

Las novísimas—á ellos les parecen novísimas—doctrinas penales son
buenas para el libro, para el gabinete de estudio del hombre de
ciencia, pero peligrosas en la práctica. ¿Qué tal? La bancarrota de la
ciencia. ¿No es eso?

Todos los penalistas, antropólogos, fisiólogos y psicólogos modernos
son unos soñadores utópicos al pretender llevar algo de luz divina y
con ella algo de calor humano á la clásica mazmorra carcelaria, la
del cantarillo, el haz de sucia paja y su buena argolla con su mejor
cadena. Y como procedimientos judiciales, el tormento y la pena de
azotes son insustituibles.

¡Oh, el palo! Donde esté un buen palo, que se quiten Lombroso, Ferri y
toda la escuela italiana antropológica y el modernísimo inglés Bernardo
Shaw, con sus atinadas opiniones sobre el derecho á castigar. Lean
ustedes sus consideraciones sobre el último ruidoso atentado anarquista
en España, y verán ustedes lo que es _demoler_; aquí donde se llama
demoledor á cualquiera. Y no se trata de un escritor populachero, ni
mucho menos. Bernardo Shaw es hoy por hoy el escritor que más se lleva
en la sociedad aristocrática inglesa. ¡Pero cualquiera se atreve á
traducir lo que allí esta impreso y publicado y todo el mundo lee y á
nadie le parece punible! Tampoco tienen desperdicio sus consideraciones
sobre el militarismo. Pero todo teorías de gabinete, utopias, locuras,
como dirán muchos que, por su gusto, hubieran considerado fracasado el
cristianismo el día en que Cristo fué crucificado.

Acaso ignoran los partidarios de toda suavidad penitenciaria que
existe otra novísima escuela penal muy de su gusto, que no se anda con
rodeos y va derecha á la supresión del delincuente como medio el más
expeditivo de defensa social.

Pero aún estos, dentro de su lógica despiadada, hablan de suprimir, no
hablan de apalear, ni de atormentar, ni de todas esas brutalidades,
encanto aquí de muchos que aprovechan cualquier ocasión para destapar
su furia reaccionaria, como si no los tuviéramos bien conocidos.

       *       *       *       *       *

En otoño es, más que el año nuevo, el verdadero comienzo del año. El
año político, el año teatral, el año social, en fin, tienen en el
principio más determinado que en el día 1.^o de Enero.

Los propósitos de vida nueva son también más decididos en este tiempo.
Todo es planes propósitos para el invierno; casi todos basados en el
espantable desnivel de los presupuestos. ¡Hay que vivir de otra manera!
¡Hay que cambiar de vida! Y en el reposo de los días otoñales creemos,
en efecto, que empezaremos otra vida.

Pero el invierno se aproxima, los teatros anuncian sus abonos y sus
estrenos, los salones sus fiestas, vuelven los rezagados con las
últimas modas y los últimos automóviles, la política, la Bolsa, la
literatura recobran su animación, y el torbellino de la vida, se
lleva los buenos propósitos como las hojas secas del otoño ... Y es un
invierno más como el pasado, como tantos otros, porque la vida es tan
igual que sólo de tantos en tantos años podemos fijar una fecha que
diferencie un año de muchos en nuestro recuerdo.

Y esa fecha señalada en nuestra memoria y en nuestro corazón, lleva
casi siempre una cruz encima, como las lápidas mortuorias.

       *       *       *       *       *

Imponentes son en verdad los programas de oposiciones para ingresar
en los cuerpos de policía y de correos. Pocos ministros y directores
de los respectivos ramos serían capaces de contestar sin un punto á
un cuestionario de tantas y tan varias materias. Ya dijo Beaumarchais
por boca de Fígaro, que con las virtudes que exigimos á los servidores
habría pocos amos que pudieran ser criados.

¡Y todo por mil quinientas ó dos mil pesetas al año! No hay duda que
menos cuesta hacer oposiciones á ministro. Todo se reduce á declararse
adicto á un gran personaje, jefe de partido, y durante algunas
temporadas políticas hacer comedor ó biblioteca en su casa, según
las aficiones del conspicuo, hasta que le llegue el día de formar
gabinete, en una de esas crisis difíciles en que todos los ilustres
del partido promueven dificultades, y el gran señor en un arranque de
despecho exclama:—¡Ea, voy á demostrarles que no los necesito para
nada! ¿A quien haría yo ministro? ¡Hombre! A Fulano. Fulano es leal
por lo menos. Y Fulano, que en aquel momento presenta respetuoso una
cerilla con la punta doblada, para que el jefe encienda una breva ó un
águila imperial, escucha con la mayor emoción estas palabras:—¡Hombre!
Va usted á ser ministro. Voy á demostrar que se puede gobernar con
cualquiera.

Ya ven ustedes si estas oposiciones son fáciles, sin saber derecho
penal, ni idiomas, ni geografía. ¡Ni logaritmos!

       *       *       *       *       *

Nuestra municipalidad, haciendo una vez más de la aseada de Burguillos,
no ha querido que los puestos de libros viejos afrentaran la suntuosa
fachada del ministerio de Instrucción Pública. Y los pobres libros,
más traídos y llevados que leídos, han estado á punto de no asolearse
este año y seguir en el fondo de las obscuras tiendas, á donde sólo el
parroquiano fiel acude á visitarlos de cuando en cuando.

Después tratóse de llevarlos camino del Este, camino que llevaría
siempre por gusto de la grey conservadora todo lo que fuera letra y
espíritu. Por fin han ido á caer frente á unos cuarteles, para que
armas y letras fraternicen una vez más.

Allí volveremos á ver en las estanterías á nuestros buenos amigos de
todos los años: la «Historia Natural», de Buffon; el «Teatro crítico»,
del Padre Feijóo; la «Historia de los trovadores», de D. Víctor
Balaguer ... Y en el montón del baratillo, huesa común de los humildes,
muchos libros, unos de las más raras materias, pero con una misma
historia triste todo: la del autor que los compuso. Penosa historia
que lo mismo dice el viejo libro erudito aforrado en pergamino, que
el flamante volumen de limpia impresión y vistosa cubierta, con sus
páginas sin abrir, virginales, sólo arrancada la primera, donde tal
vez campeaba la dedicatoria aduladora al crítico que le pronosticó
gloriosos destinos en una de sus más brillantes crónicas; «Este libro
es de los que quedan ...» Y en efecto, ha quedado.

Pero en la feria de cada año, al sentirse hojeado por algún curioso, es
una ilusión de inmortalidad para el triste libro, como para una mujer
fea es una ilusión de amor la mirada más indiferente.

Y para los que sabemos comprender estas tristezas calladas hay en estos
libros olvidados, como en las mujeres nunca amadas, un lamento que
parece decir: ¡Quién sabe! ¡Si alguien me leyera! ¡Si alguien me amara!

       *       *       *       *       *

No han de ser conferencias de la paz, ni acuerdos internacionales de
los socialistas lo que ha de concluir con las guerras. Las guerras
acabaran ... por artículo de lujo.

En unos doce millones de francos, sin contar indemnizaciones ni otras
menudencias, se calcula, muy por encima, lo que lleva gastado Francia
en su expedición á Casablanca. Millones que tardará en cobrarse, dada
la habilidad de los moros en el arte de no pagar al casero.

¡Pensar que toda la _mise en scene_ de la «Iliada», con sus carros
de guerra, escudos, lanzas y hasta la maquinaria final del pérfido
caballo, supone cuatro cuartos si se compara con lo gastado en
cualquiera de estas epopeyas modernas!

Hasta para cantarlas, comparen el gasto de corresponsales literarios y
gráficos con lo que costó á Grecia el poema de Homero. Lo que basta,
como suele decirse, para hacer cantar á un ciego.

       *       *       *       *       *

Los tigres del Gran Teatro están presentados con mucho arte. Si no
fueran tigres, habría que convenir en que eran grandes actores. Tal vez
un poco exagerados. Más feroces que el natural. Pero el teatro no es
siempre copia de la realidad.

Como en los conflictos de muchos dramas, no puede uno por menos de
pensar: Si los personajes, en vez de esto, hicieran esto otro, no
habría drama ó el drama sería otro; con los tigres pensamos: Si uno
solo de los zarpazos con que amenazan al domador lo aplicaran á la
débil jaula que los encierra ..., el drama sería otro.

Pero, sin duda, los tigres saben que la fácil libertad les duraría
poco, porque detrás de los hierros no esta la selva, sino la fuerza
armada, por eso se contentan con bufar y enseñar los dientes al opresor
visible, que es el domador.

Los tigres no saben que el verdadero amo es el de fuera, el público.
Por eso se revuelven contra el domador, no contra la jaula.

Eso suelen hacer los pueblos oprimidos cuando se revuelven. Por eso
todas las revoluciones quedan reducidas á lo mismo, á un cambio de
domador.

       *       *       *       *       *

Si la virtud esta en un buen medio, no es de lo alto ciertamente
de donde nos llega á los mortales el mejor ejemplo de esa virtud
templada de los términos medios. Sabido es que aún no hemos terminado
lamentaciones, preces y rogativas para impetrar una benéfica lluvia
que remedie en algo los efectos de una pertinaz sequía, cuando hay
que empezar á lamentarse; implorar y _rogativear_ para que cesen
inundaciones, tormentas y desbordamientos de todas aguas, amenazadoras
de un nuevo diluvio que, por no ser universal, es más desagradable. De
donde pudiera deducirse que, ó los mortales no sabemos lo que pedimos,
ó los dioses inmortales no entienden lo que se les pide.

Tengo además notado que las casas en que hay algún individuo muy
devoto, sin otra ocupación que la de implorar el favor divino para toda
la familia, suelen ser las más castigadas de enfermedades, quebrantos
de fortuna, matrimonios desgraciados, etc.

En los pueblos se advierte lo mismo; cuanta más gente hay en ellos
dedicada á implorar por su salud y bienestar, más desdichas les afligen
de continuo. Favor señalado y no castigo es esto, que de este modo
nos fortificamos en el desprecio de lo terrenal, y lo que perdemos en
cosechas de frutos materiales, lo ganamos en cosecha espiritual.

Sin esta creencia sería para desesperar del todo ver que en un pueblo
como el nuestro, donde tantos son á rezar, hasta desatender toda otra
ocupación, sea siempre de los más azotados, mientras á otros pueblos de
herejes y descreídos todo se les vuelve prosperidad y bienandanza.

¡Y como estas calamidades despiertan los más nobles sentimientos!
Podemos leer con indiferencia la noticia de que en tal parte han
empezado los trabajos para canalizar tal ó cual río, y leer á poco
que las obras se estancaron por falta de fondos ... ¿Pero quien no se
conmueve al leer que apenas ocurrió la inevitable inundación, todo el
mundo inicia suscripciones para remediarla y todo el mundo se apresura
á ofrecer su dinero? ¡Oh dinero español, siempre pronto para toda
calamidad! Ese dinero que siempre llega para tus hombres eminentes, á
la hora del entierro; para tus soldados, á la hora del desastre; para
tus pueblos, á la hora de la epidemia ó de la inundación.

A nuestro yermo nacional, como al de los santos penitentes, siempre ha
de venir el pan de vida en el pico de los cuervos, agoreros de muerte.

       *       *       *       *       *

La memoria de las mujeres.—Entre dos amigas:

—No se de quien me hablas.

—Sí, tienes que acordarte ... La mujer de aquel ingeniero, primo de mi
marido, que te estuvo hablando de tus hermanos y de tu madre.

—Pues no recuerdo.

—Que llevaba un traje heliotropo con adornos de terciopelo negro y un
sombrero negro también con una amazona del mismo color del vestido.

—¡Ah! Ya se quien dices.

[Ilustración]



XVII


No puedo negar mi debilidad—verdad que esto de las debilidades no
sirve negarlo, se trasluce siempre:—me encantan la tiranía y la
reacción en los gobiernos. La demasiada libertad debilita y endulza los
caracteres, que nunca afirman con tanta energía en su individualidad
como al rebelarse contra la opresión del medio, ya sea social, política
ó familiar.

Soy enemigo también de las protestas ruidosas y colectivas. ¡Es tan
fácil, sin molestar á nadie, hacer un noventa y tres para nuestro
uso particular! ¿Y puede haber nada más agradable que sentirse
revolucionario á tan poca costa, sólo con buscar un refugio en donde
cenar ó beber después de la una y media á despecho de severas leyes?
¿Y á quien le faltará ese refugio? Donde cien puertas se cierran, una
se abre, suave y misteriosa, detrás de la cual suele aparecer como
apoteosis de la rebelión triunfante, en primer término, algún delegado
de la autoridad como hada protectora del establecimiento. El sésamo que
nos abre el encantado lugar, tiene algo de santo y seña de conjuración,
y todo ello es sabroso como el fruto prohibido.

Siempre fuí de la opinión de aquella gran señora, golosa de helados,
que al saborearlos con fruición, decía á sus amigos: ¡Lástima que no
sea pecado!

¡Agradezcamos á nuestros moralizadores que hayan hecho pecado de
tantas cosas inocentes.

Y no temamos por nuestras malas costumbres. Antes que los gobiernos, el
mismo Dios intentó reformarlas con diluvios, asolamientos de ciudades,
y, por última vez, con su presencia y predicaciones en la tierra, y
nada, la humanidad empecatada sigue lo mismo, los mismos pecados, los
mismos vicios. ¡Hay para rato!

Pero, en fin, los gobiernos están en su papel. Como aquel fatalista
que, creyendo que todo cuanto sucedía no podía por menos de suceder
así, y á pesar de ello, se indignaba cuando sucedía algo que le
desagradaba y al decirle los amigos: ¿Pero se cree usted que todo esta
escrito porque se incomode usted? Porque esta escrito también que yo me
incomode.

Del mismo modo, como son fatales las malas costumbres de los
gobernados, fatal es también la tontería de los gobiernos en querer
reformarlas. Pero no seamos intolerantes. Hay que justificar los
cargos. Si los gobiernos no molestan alguna vez, ¿se notaría que había
gobierno?

       *       *       *       *       *

A los que no acaba de convencernos la necesidad de dividir las horas en
morales é inmorales, se nos quiere convencer por la materialidad de la
conveniencia higiénica. Y eso sí que es ponerse fuera de la realidad.
En lo sano de los madrugones no es posible que nadie crea.

Salgan ustedes una mañanita tempranito, dénse una vueltecita por esas
calles, suban á un tranvía, entren en una iglesia, y oirán ustedes
toses perrunas y carrasperas y voces catarrosas, y verán ustedes caras
de desenterrados que les pondrán espanto. ¡Son los que madrugan!

Las primeras horas de la mañana son en Madrid las más destempladas y
variables de temperatura; hay un olor á cieno que penetra hasta los
huesos. En cambio á las altas horas de la noche, aún en las más frías
del invierno, parece como que el aire se suspende, hay una limpidez,
una serenidad en la atmósfera. Además, á esas horas el organismo
nutrido por completo (para los que no se nutren todas las horas son
iguales), goza la plena posesión de sus energías; el cerebro funciona
más activo. Entréguense ustedes á cualquier trabajo, sobre todo
intelectual, en las primeras horas de la mañana, con la costumbre
española del desayuno frugal, y verán ustedes primores. Yo creo que el
mal humor de nuestros empleados y oficinistas no tiene otra causa.

Estoy seguro de que si las oficinas del Estado, las particulares,
empezaran á esas horas pecaminosas en que todo ha de cerrarse, sería
aquello un anticipo del teatro poético: tan afables y complacientes se
mostrarían los empleados.

La mañana es la hora del mal humor, de la destemplanza, de las
disputas, de los crímenes. Basta consultar cualquier estadística, para
ver que con ser más propicia la obscuridad de la noche, abundan más los
crímenes matutinos.

La noche es toda amor, afectuosidad. Lo saben los gatos, lo saben las
señoras que dan bailes ... A propósito: ¿en la próxima temporada de
invierno terminarán los bailes de sociedad á la hora en que se cierren
los teatros ó á la hora en que se cierren los cafés? Hay que advertir
que cuando se celebra uno de esos grandes bailes, las molestias del
ruido de coches y de músicas es mayor para los vecinos que las que
puede ocasionar cualquier café abierto hasta la madrugada. Ó se reforma
para todos, ó para ninguno.

Por lo menos, los escotes de las señoras sí deben cerrarse: A las doce
y media, si se consideran como espectáculo; á la una y media, si se
consideran como _restaurant_.

       *       *       *       *       *

Todavía hay ancianos que nos hablan de la aparatosa presentación de
Listz en escena, seguido de un lacayo, al que arrojaba desdeñosamente
los guantes, antes de sentarse al piano.

Hoy, ningún concertista de reputación se dignaría presentarse con
un vulgar lacayo. Para firmar contratos ventajosos, es preciso ir
acompañado de una princesa, por lo menos.

Dado el número de altezas reales é imperiales que en estos últimos años
han lanzado su corona _par dessus les moulins_, pronto veremos como
hasta en los circos no hay _jongleur_ que no lleve consigo una princesa
para alargarle los chirimbolos. Cuando en los carteles de algún teatro
aparezca el anuncio: Asistirán sus majestades y altezas, ya sabrá el
público que no será en los palcos regios, sino en el escenario.

¡Oh locas princesas! ¿No sabéis que en los cuentos de hadas el amor
hace príncipes á los pastores, pero nunca pastores á los príncipes?
¿Tan poco puede la magia del amor en estos tiempos? ¿No pensáis que
algún día el pianista más enamorado podrá recriminaros por vuestra
ligereza? Me has estropeado la carrera, os dirá. Si no hubieras dejado
de ser princesa, á estas horas podía yo ser músico de cámara, director
del Conservatorio y acaso ministro de Bellas Artes.

Y tendrá razón. ¡Pobre Catalina de Rusia, si la primera vez que se
enamoró de un soldado, en vez de ascenderle á general, hubiera ella
dejado de ser emperatriz para hacerse cantinera del regimiento! ¡No
hubieran sido bofetadas! ¡Oh locas princesas! ¿No sabéis que aún en las
más vulgares aventuras callejeras, el amor, por fin, dice: ¡Sube! nunca
dice: ¡Bajo!

Creedlo, bueno esta que perdáis todos los tornillos de la cabeza, pero
no el que sujeta la corona. El amor es gran revolucionario, pero por
eso mismo, si admira á los príncipes que saben morir, desprecia á los
que solo saben abdicar.

       *       *       *       *       *

Sarah Bernard pública el primer volumen de sus memorias. Esta mujer
extraordinaria, que será sin duda una de las figuras representativas
del siglo XIX—no comprendemos como Don Miguel de Unamuno no
la ha tomado ya ojeriza—al relatarnos su vida pone el mismo encanto de
su vida toda. Ese encanto prestigioso de una vida armoniosa, afirmación
de su arrogante divisa: _Quand même_.

Y no obstante, para curarnos de vanidades, ¡como en esta vida en que
todo parece fuerza de voluntad se muestra más claramente el trazo
señalado á nuestros destinos por una voluntad sobrehumana!

Todo, hasta lo que más parece desviar de la senda marcada, es
solo rodeo para llegar más pronto y con más brío. Y sobre las
luchas, los obstáculos, los desfallecimientos, siempre esa alegría
íntima, patrimonio del verdadero artista, que puede tener horas de
desesperación en su vida, pero nunca una vida desesperada, porque hay
algo en el que se sobrepone á todo, la seguridad en sí mismo. Pero
los que crean que el camino es fácil, lean la historia de los penosos
comienzos de la artista, que ella recuerda con sonrisa indulgente de
triunfadora.

¡Las mezquindades de la envidia, la malevolencia de los compañeros, las
injusticias de la crítica, las veleidades del público, tornadizo en sus
admiraciones, deseoso siempre, como niño, de destrozar y de cambiar sus
juguetes!

Cuando se triunfa de todo esto, á pesar de todo—_Quand même_—es
preciso creer en la predestinación, y debemos agradecer á los grandes
elegidos de la gloria que nos cuenten su vida, porque si en ellos puede
haber orgullo al contarla, al leerla nosotros aprenderemos humildad. No
triunfa el que quiere, sino el que puede. Y si el querer es humano, el
poder es divino.

De otro modo, ¿quien triunfaría nunca de la envidia, de la calumnia,
de tanta y tanta miseria?... que esas ¡ay! sí son humanas, demasiado
humanas.

       *       *       *       *       *

Uno que no quiere aburrirse, ó por lo menos cree que no se aburrirá
de ese modo, es un señor que anuncia en la cuarta plana de un popular
periódico lo siguiente: _Deseo conocer á escritores de verdadero
talento._ Y debajo: _Deseo amistad con mujer inteligente_.

Así, poca cosa. Como poseedor de talismán en comedia de magia, que
no cesa de pedir gollerías, seguro de que el genio protector ha de
concedérselo todo.

Es posible que á estas horas ya tenga en su poder buen número de
ofertas y aún es posible, si es hombre de buen humor, que con todas
ellas publique un curioso libro, como hizo un norteamericano, quien
también anuncio en los periódicos que deseaba correspondencia con
señorita distinguida, inteligente y bella, y después con los miles
de cartas recibidas, publicó un libro, con el agradecido título de
_Mujeres anormales que contestan á los anuncios_.

En este caso más que las ofertas de las mujeres inteligentes tendrán
que leer las de los escritores de talento.

También es posible que el anunciante desee lo contrario de lo que pide,
y no hay duda que es el mejor medio para conseguirlo. Porque bien
puede asegurarse que si no logra su deseo de conocer á escritores de
verdadero talento y á una mujer inteligente, conocerá en cambio á mucho
majadero y á muchísima loca.

Lo que no quiere decir que deba dar por mal empleado el dinero que le
costó el anuncio. ¡Puede uno divertirse tanto con un majadero! Y con
una mujer loca, ¡no se diga! Desde la más remota antigüedad son las que
vienen dando mejor resultado.

Y las únicas capaces de amar con desinterés. Por eso son locas. Las
mujeres inteligentes solo aman al que puede ofrecerlas mucho dinero.
Por eso son inteligentes.

       *       *       *       *       *

El paso de Mercurio ha servido, según nos dicen, para descubrir y
demostrar una ley astronómica, que era ya verdad demostrada en las
esferas sociales de este bajo mundo. Que los satélites son los que
determinan el movimiento de los planetas y no lo contrario, como se
creía.

Con toda su luz, el planeta es un juguete de los satélites, que le
traen y le llevan, le acercan ó le alejan de un punto determinado.
¡Pobres planetas! ¡Pensar que si alguno de ellos nos desmenuzara en
partículas por el espacio infinito, el se llevaría la culpa con nuestra
última maldición, cuando toda lo sería de los satélites.

¡Oh, los grandes planetas políticos, orgullosos por contar con una
mayoría compacta, los planetas del arte, ufanos con sus admiradores,
los planetas taurinos _moñudos_ con sus aficionados ... ¡Satélites,
satélites son todos que os marcarán el rumbo á pesar vuestro!

El planeta político se esta quietecito en casa, comprendiendo cuánto le
conviene el reposo para reponer averías, pero los satélites imperan.
¡Hay que volver á la lucha! ¡Hay que aceptar el poder! Y allá va el
planeta ...

El planeta del arte duerme sosegado sobre sus laureles, pero los
satélites le despiertan y sacuden ... ¡Algo nuevo, más, más!... Y el
planeta se lanza por donde no pensaba.

El planeta taurino no quiere competencias, pero los satélites le
vociferan: ¡A ver eso! ¡Que le pisan á usted el terreno! ¡Que se lo
comen!... Y el planeta taurino va á la enfermería.

¡Dichosos los planetas que no tienen satélites, así en la tierra como
en el cielo!

       *       *       *       *       *

Mientras se discute el presupuesto de enseñanza y el señor ministro
de Instrucción Pública se permite finísimas ironías á propósito de
la nueva asociación de cultura, yo evoco una vez más el recuerdo
de aquella escuela de aldea que avergonzaría en el último aduar de
Marruecos.

Lóbrega, sucia, desmantelada; lo único que allí puede aprenderse—y
esto las niñas, que tienen su escuela en el piso alto—es gimnasia,
para trepar por una escalera derrumbada, que es, por lo menos, una
tentativa de infanticidio en cada peldaño.

Y allí preside, bajo un dosel pingajoso, un Cristo lúgubre,
inquisitorial; ese Cristo á quien todos los días crucifica la maldad,
la ignorancia y la indiferencia de los hombres, ese Cristo que dijo:
Dejad á los niños que se acerquen á mí; y allí parece decir, con más
verdadero amor: No, no los dejéis que se acerquen aquí, no los traigáis
á esta mazmorra ...

Y recuerdo los versos de indignación, de santa ira, con que el ilustre
Guerra-Junqueiro maldijo de las escuelas portuguesas.

¡Y aún se discute y se regatea en el presupuesto de enseñanza! Sí, es
verdad, no debe pensarse en pensiones para estudios en el extranjero,
en grandes centros de enseñanza superior, mientras exista una, una sola
de esas escuelas de pueblo, que darían ganas de llorar si no las dieran
de matar ... ¿A quien? ¿Donde puede hallarse el verdadero responsable
de ese crimen tan nacional, tan de todos? El único castigo sería el
de obligar á muchos á llevar á sus hijos, á otros á ser maestros en
ellas, á todos ... ¡Ah! Ese castigo ya se realiza, el de respirar en un
ambiente de incultura, de atraso, en que solo viven y prosperan los que
saben explotarlo en provecho propio.

[Ilustración]



XVIII


Si algún día se escribiera la historia de la tontería, humana, que
sería tanto como escribir la Historia de la Humanidad, uno de sus
capítulos más interesantes sería el de por qué los españoles hemos de
asistir todos los años en fecha fija á las representaciones de «Don
Juan Tenorio».

¿Es que el mérito de la obra la impone á la admiración anual del
público? Bueno sería entonces cualquier día del año. ¿Es por el
cementerio y los aparecidos que en ella figuran por lo que tiene
lugar apropiado al conmemorar la Iglesia á todos sus santos y á todos
sus difuntos? Con la misma razón podría representarse Hamlet, donde
no faltan tampoco apariciones de muertos y camposanto, y donde las
consideraciones sobre la vida y la muerte y la eternidad son más graves
y austeras que en nuestro popular drama, en que más parece tomarse á
broma todo esto ... ¿Pero qué digo? Justamente porque se toma á broma,
es porque no hemos encontrado nada mejor para distraernos de la
seriedad que los días imponen.

¿No es toda la vida española la de Don Juan Tenorio? Fanfarrona,
despreocupada, altas frases, bajas acciones, el sentir y el pensar
afectados, mucha elocuencia, mucha retórica ... y sobre todo esto, la
esperanza en el punto de contrición, gustoso y fácil, y la salvación
final por mano de doña Inés, que por no faltar en nada al simbolismo,
viste hábitos monjiles. Porque ¿como puede salvarse nadie en España sin
intervención de monjío ó _frailío_?

Por algo, con ser tan popular en España la figura de Don Juan Tenorio,
no halló su consagración literaria definitiva hasta que el genio
archiespañol de Zorrilla supo españolizarlo del todo. Los españoles no
podíamos tolerar que Don Juan se condenase de ningún modo, ni con la
música divina de Mozart. Era como condenarnos nosotros mismos.

¿Y no merecía la salvación Don Juan Tenorio mejor que el doctor Fausto,
que es algo también del alma alemana, todo filosofía y pesadez, hasta
cuando enamora y ama?

No, no puede condenarse á estos hombres que son el alma de una raza.
Don Juan Tenorio será siempre el héroe preferido de España, solo por
esto, por salvarse.

Lo hubiera sido Don Quijote, si Cervantes más humano que español, ó
quizás más de su tiempo que español, que humano, en vez de curarle al
morir de todos sus desatinos, para hacerle posible la salvación como
cristiano, le hubiera entrado valientemente en la gloria, de la mano de
Dulcinea, en la suprema exaltación de su locura triunfadora.

       *       *       *       *       *

Madrid se aburre como nunca, desmintiendo así la afirmación de que bajo
gobiernos reaccionarios fué siempre cuando más se divirtió la gente.
Dígalo Roma en tiempos del poder temporal pontificio, dígalo París en
tiempos de Luis XIV, dígalo, en fin, Madrid mismo en tiempos de los
Austrias.

Madrid se aburre, sin que su aburrimiento logre interesarse por nada,
apenas por la reaparición de Gallito. Y eso que al decir de algunos
aficionados, nunca se vió fenómeno igual. ¡Un pase de muleta en dos
corridas!

Bien puede estar agradecido el susodicho diestro á la afición madrileña
y aún decirle como Marión Delorme al caballero Didier en el drama
de Víctor Hugo: _Ton amour m’á refait une virginité_. ¡Oh afición
madrileña, tu que hiciste temblar á Frascuelo, Lagartijo y Guerra,
entusiasmándote por un pase! Bien dicen que cuando nada interesa es
cuando esta uno en peligro de interesarse por cualquier cosa. Hay cosas
que solo el aburrimiento puede explicarlas.

Nada solícita nuestra atención ni nuestro interés. Política, arte,
vida de sociedad, todo languidece. Por algo nuestro nuevo alcalde
quiere obligarnos á marchar deprisita por esas calles, á ver si con la
celeridad de la circulación nos animamos un poquito.

Si la orden se cumple y los habituales plantones de la Puerta del Sol
se ven obligados á circular, aquello parecerá un Tío Vivo. Hay allí
losas que no mojaron nunca lluvias del cielo ni riegos municipales;
resguardadas de todas las inclemencias por el mismo grupo compacto que
hizo de ellas pedestal de un momento á la vagancia y al arte de residir
en el sitio más céntrico y más caro de Madrid, sin pagar al casero.

Bien muestra el nuevo alcalde su procedencia automovilista, y por las
trazas su ideal es ponernos á los madrileños en cuarta velocidad. No
será malo, si lo consigue, porque en Madrid, donde moralmente, el que
no corre vuela, materialmente no se sabe andar por la calle.

Hay quien á más de ir á paso de procesión, serpentea graciosamente para
estorbar el paso al que viene detrás. Hay señor que lleva el bastón ó
el paraguas á guisa de pica, y al andar va marcando puyazos á cuántos
le preceden. Hay quien juguetea con dichos artefactos, como _jongleur_
de circo, y lo mismo le derriba á uno el sombrero que le salta un
ojo. Hay quien se emboza á todo vuelo, envolviendo amorosamente al
transeúnte más próximo. Hay quien es capaz de leer un drama á un amigo
en la acera más transitada, entre un coche parado y un escaparate
llamativo. Hay señoras que reciben á sus relaciones en una esquina y
allí se constituyen en sesión permanente.

Y es que en Madrid, cuando se anda, nadie va á ninguna parte; hace
tiempo para ir á ella y se sale siempre demasiado temprano para ir á un
sitio al que siempre se llega demasiado tarde.

Cosa que también puede suceder al señor Maura en sus concesiones á los
solidarios. Salir á buscarlos; perder el tiempo y llegar tarde.

       *       *       *       *       *

Cuentan del gran Víctor Hugo, que cuando se hallaba en alguna reunión
de escritores, valíase de una inocente estratagema para descubrir
cuáles de entre ellos abrigaban la ilusión y la esperanza de ser
académicos. Para ello, soltaba alguna tremenda irreverencia contra la
Academia ó contra algún grupo ó individuo de ella. Los que francamente
reían á coro con el, era señal de que estaban limpios de toda ambición.
Pero si alguno permanecía serio ó reía para dentro, entonces Víctor
Hugo, sonriente, advertía pronto: Fulano no se ha reído. Quiere ser
académico. Y así descubrió á más de un futuro candidato.

A prueba semejante asistimos á cada paso, cuando algún crimen de
resonancia es preocupación general en todos los círculos sociales.

Hay quien no puede ó no sabe ocultar sus simpatías y su admiración. Se
habla, por ejemplo, de la estafa al Banco de España:

—¿Ha visto usted qué bien combinado todo? Y ya verá usted como al
verdadero autor no se le descubre. Y se extiende en todo género de
admiraciones á la habilidad y serenidad de los falsificadores, y cada
fracaso de las autoridades en descubrirlos lo considera como un triunfo
personal. ¡No los cogen, no; ya lo verán ustedes!

Parece como si se animara á sí propio con la impunidad.

Se habla del crimen del «Hojalata», y el que no se atreve á aclamarle
por su crimen le admira por su muerte. ¿Han visto ustedes? ¡Qué valor!
¡Vaya un tío! La verdad es que ha conseguido imponerse el respeto de la
gente. El hombre que hace eso no es un criminal cualquiera ...

Lectores, desconfiad de estos panegiristas y cuando oigáis á algunos
expresarse así, como Víctor Hugo decía: Fulano quiere ser académico,
pensad vosotros: Fulano va para criminal. A cuatro delitos que queden
impunes, se lanza.

       *       *       *       *       *

Todos hemos asistido alguna vez al estreno de una obra dramática de
interesantísima acción, situaciones de gran efecto, «cuajada» de
pensamientos deslumbradores y frases relampagueantes; todos nos hemos
interesado, emocionado; hemos aplaudido, aclamado, y al salir del
teatro, apenas el aire de la noche ha refrescado nuestra frente, al
pretender recoger nuestra emoción, pensamos y no tardamos en descubrir
que la emoción desaparece. Aquella hermosa situación, recordamos ...
pero verdad es que era muy falsa, porque si el personaje aquel llega
antes con la carta ... Y lo natural era que hubiera llegado. ¿Y aquella
frase?... Sí, pero la verdad es que lo mismo puede significar lo
contrario ... Y así ante el análisis reposado, pronto nos damos cuenta
de que nos habían robado la emoción, habíamos sido víctimas de un
atraco violento, más ó menos artístico, pero atraco, al fin.

Una cosa parecida nos ha sucedido con la memorable sesión que
pudiéramos llamar patriótica. El entusiasmo de la representación no ha
resistido el frío de la calle. La obra ha sido de las efectistas.

Muchos millones, mucho patriotismo, hermosas frases, pero muy poca
escuadra. Todo ha sido decirnos: Tengamos marina y lo demás se nos dará
por añadidura; el común sentir dice más bien: Tengamos lo demás y la
marina se nos dará por añadidura.

Nos dicen que de otro modo no podemos salir de casa, y hay que asomarse
al mundo. ¡Ay! Esto me hace pensar en esas gentes cursis que viven
de mala manera, y cuando se encuentran á algún conocido que ofrece
visitarlas se apresuran á decir: No se moleste usted, nosotros iremos á
verle á usted, no faltaba más. Todo porque no les descubran la modesta
vivienda donde falta toda comodidad y todo lujo. ¿Será por esto nuestro
afán de salir á Europa, como los cursis que con cuatro trapitos hacen
su papel por esas calles y paseos, aunque en casa no coman? ¿Y no sería
mejor que ponernos en facha de salir á visitar el mundo, ponernos en
condiciones de que el mundo pudiera venir á visitarnos?

       *       *       *       *       *

¡El invierno se presenta terrible para los ricos! Ha subido el precio
del pan de lujo. Sólo falta que suba también el precio de la gasolina y
la vida será imposible para las clases acomodadas.

Por fortuna, ahora es la última moda en comidas aristocráticas probar
apenas una cortecita de pan. La delgadez es el ideal estético y casi
todo el mundo esta á régimen. Los anfitriones están de enhorabuena.
Suprimidos los vinos «matusalenes» y las marcas de precio; con buen
surtido de aguas medicinales se sale del paso. Apolinaris, Vichy,
Mondariz ... Los comensales se juntan por afinidades curativas.

—¡Usted es Vichy, verdad, marqués? Siéntese usted aquí con la condesa.

—No, querida amiga. Ahora he cambiado. Vichy no me iba nada ... Ahora
soy Apolinaris.

—Entonces á mi lado.

—Es lo que yo quería.

—¿Cuántos kilos ha perdido usted este mes? Yo, kilo y medio.

—Yo he aumentado en tres.

—¡Qué disparate!

—Pero no estoy seguro, porque me pesé con gabán de pieles y después de
oir «María di Rohan».

—Yo tengo báscula en mi cuarto y me peso con la menor ropa posible.

—Avíseme usted.

—¿Y usted, marquesa? ¿Como va con su régimen?

—Ya me ve usted. Ya no tengo nada que perder.

No hay duda, de los tres enemigos del alma, la carne es el más
combatido entre las personas distinguidas, y la subida del pan, que
tanto contribuye á aumentarlas, no puede afectarlas grandemente.

En cuanto á las clases menesterosas, ¿cuando no han estado á régimen en
España? Ahora, por lo menos, tienen el consuelo de pensar que están á
la última, siempre suena mejor que en las últimas.

       *       *       *       *       *

La verdadera solidaridad española se muestra como nunca en estos días
anteriores á la gran lotería de Navidad. Hay número que, como Don
Juan Tenorio, recorre toda la escala social. Del ministro al último
ordenanza del Ministerio, de la gran señora al carbonero, de la primera
actriz al tramoyista. ¡Todos unidos en una misma aspiración y una misma
esperanza! Hay quien no puede ver un número sin pedir participación, y
por lograrla es capaz de todo. En estos días se descubre como nunca el
carácter de las personas. El egoistón que compra su billete ó su
décimo, según los posibles, con el mayor sigilo, á nadie dice palabra,
y así previene las peticiones de participación antes y las de dinero
después si logra un premio. El altruísta que quisiera compartir su
suerte con todo el mundo y acaba por quedarse con veinticinco céntimos
en cada número y aún piensa fundar un asilo benéfico si le tocara
el gordo. Y el supersticioso que coloca el papelito bajo una imagen
devota ó un amuleto diabólico, según sus inclinaciones agoreras, y el
pendolista que goza sobre todo con extender los recibos de su puño
y letra con arabescos y tintas de colores y toda clase de primores
caligráficos, y el matemático que luce toda su ciencia calculista
repentizando operaciones al tanto de lo que corresponde por fracción
y por premio ... todos, todos descubren su carácter en estos días de
ilusiones, de esperanzas, en que toda preocupación desaparece envuelta
en ilusiones ... ¡Admirable institución esta de la lotería! ¿No es acaso
la única felicidad positiva que debemos á nuestros gobiernos?

[Ilustración]



XIX


La propiedad histórica ha llegado hasta los belenes. Las figuras de
los modernos nacimientos se ajustan á ella con su indumentaria, y no
obstante este «modernismo» retrospectivo—valga el contrasentido,—priva
á los clásicos retablos de su carácter ingenuo. ¡Sientan tan bien las
graciosas impropiedades en la representación de un misterio que es de
todos los tiempos!

Yo he visto un nacimiento en que junto al portal de Belén había una
iglesia con su campanario y un monaguillo que tocaba á misa, y más
lejos una cuadrilla de toreros celebraba con una corrida—suponemos que
regia—el natalicio del Niño de Dios, y por un puente atravesaba un
ferrocarril y esta disparatada mezcla de tiempos y costumbres da la más
clara impresión de catolicismo, porque nos decía como Jesús nació para
todos los siglos y para todos los hombres.

Estos nacimientos de ahora no emocionan tan hondamente. Por algo los
pintores antiguos, tan soberanos artistas, se atenían en las pinturas
sagradas á las figuras y trajes de su época y por ser de su tiempo
lograron ser de todos.

Respetemos el arte primitivo, ingenuo, de los belenes. ¿Qué significan
trajes y figuras? Para los belenes, la humanidad es siempre la misma.

       *       *       *       *       *

Los teatros aprovechan estos días de alegría oficial para presentarnos
lo más disparatado del repertorio francés. El «vaudeville» es el
pavo literario de las Pascuas. Como el pavo, los mejores son los de
más confianza, los más conocidos, con sus eternas combinaciones; el
personaje que pasa por otro durante los tres actos, sin hallar ocasión
de decir quien es, ni á qué vino, hasta la última escena; el segundo
acto con su decoración de veintidós puertas por donde los personajes
entran y salen, se buscan, se persiguen, se suceden, se huyen contra
toda razón y toda lógica.

Y el público que ríe porque es Nochebuena, de lo mismo que protestaría
en otro cualquier día del año. ¿Como no ha pensado nadie en publicar un
almanaque teatral, como el almanaque del agricultor y el del empleado?
Sería tan útil para los autores novicios con sus recetas, consejos y
pronósticos. Por ejemplo, Octubre: Bueno para la comedia satírica.
Noviembre: Excelente para el drama de tesis. Diciembre: Disparate
libre. Enero: Drama y comedia de amor, y así sucesivamente.

No hay idea de la influencia de la estación y de los meses en la
literatura dramática. ¡Cuántas obras que parecen detestables en
invierno hubieran parecido excelentes en primavera! ¡A cuántos habrá
perjudicado el estrenarse en Marzo en vez de estrenarse en Diciembre!

«Don Juan Tenorio», estrenado con mal éxito, no logró el favor del
público hasta que halló su día en el de los difuntos. Estrenar en Apolo
á la entrada de primavera es una seguridad de buen éxito. ¿Qué autor de
experiencia no lo sabe?

¡Ah, el autor dramático debe entender de todo y hasta la Astronomía y
la Meteorología son de utilísima aplicación en su arte!

       *       *       *       *       *

En estas fiestas de Pascua, en las funciones de tarde de los teatros,
en las fiestas familiares á ellas dedicadas, lo he observado con pena
una vez más; los niños de ahora son tristes, no saben reir, parece que,
como Musset, _han venido muy tarde á un mundo muy viejo_.

Nada les sorprende, como si todo lo supieran. En el teatro son ellos
los que preguntan á los mayores: ¿Por qué os reís? Ellos son los
primeros que dicen: ¡Me aburro!

En torno del árbol de Noël se muestran graves y desdeñosos, y en los
Reyes Magos ya no cree ninguno.

Una mamá se lamentaba de esta disposición de espíritu en los
niños.—Figúrese usted que hoy le digo al pequeño: Si no eres bueno, no
te llevó al teatro; y me dice: Mejor. ¡Para ver tonterías!

¡Esta seriedad española! Cuando aquí decimos de un hombre que no es
serio, le hemos imputado el mayor defecto ... Y los que, por desgracia
nuestra, hemos trasmutado los valores, y lo que todos juzgan serio es
lo que más risible nos parece, estamos perdidos.

Yo creo, sin duda alguna, que la mayor superioridad de los
anglo-sajones, consiste en saber reir, en el desprecio al ridículo. Yo
he visto á señoras inglesas muy metidas en carnes y muy entradas en
años, lanzarse al vals y hasta al cake-walk, sin la menor idea de que
estaban _haciendo el paso_. A personajes de grave significación social
ofrecerse espontáneamente á cantar las más extravagantes canciones
de negros, y á distinguidos oficiales de guarnición en Gibraltar,
representar una parodia del «Fausto», interpretando papeles de hombres
y mujeres: todo ello en presencia del gobernador de la plaza y ante
los soldados de la guarnición francos de servicio. ¡Figurémonos el
escándalo que esto hubiera producido en España!

¡Seriedad, seriedad! Es nuestra consigna. En estos días he leído como
algunos revisteros de toros aconsejan á la empresa de la plaza el
contrato de determinados toreros, para dar seriedad al cartel. Y digo
yo: ¿Para qué necesitará la seriedad un cartel de toros?

       *       *       *       *       *

El incendio de uno de los barracones destinados al cultivo del arte
barato, ha venido á dar un voto en pro de los que aconsejaban á las
autoridades la supresión de los que no estuvieran en condiciones
de seguridad. Aconsejaban otros en cambio, la mayor tolerancia,
considerando dichos teatrillos como un anticipo de teatro popular,
muy conveniente para la educación artística de las masas. No creo yo
semejante cosa, y opino que la única defensa que podía tener era el
servir de _modus vivendi_ á mucha gente; pero en nombre del arte no
son defendibles. El arte, ó debe darse gratis, con la protección y
espléndida subvención del Estado, y entonces puede exigirse que sea
verdadero arte, ó hay que pedir, mientras esté en manos de empresas
particulares, que sea lo más caro posible. El arte malo no puede ser
nunca educador, y antes pervertirá que afinará el gusto de la multitud.
Bueno esta compadecerse de los modestos artistas que no pueden, por
ahora, aspirar á mayores empresas; pero ¡ay! que el arte no tiene
entrañas y el sentimiento de compasión que inspiran unos pobres cómicos
antes destruye que aumentan el placer estético. El arte dramático
necesita de bellas figuras con bellos trajes; las caras de hambre y los
trapos descoloridos sólo pueden emocionar tristemente ó cruelmente, por
perverso sadismo, y las dos emociones son las más extrañas á la pura
emoción artística.

El Arte es como el sol; no hay uno para los pobres y otro para los
ricos. Día llegará en que, como el sol también, su luz llegue por igual
á todos; entretanto no se hable de arte barato, arte caro, arte grande
y arte chico, porque el arte es ó no es; no se falsifica con nada.

       *       *       *       *       *

Ha muerto uno de los representantes más ilustres de un arte francés;
mejor dicho, parisiense por excelencia: el modisto Paquín.

El modisto y el literato han sido los creadores de ese tipo
convencional, trapos y literatura de mujer francesa; heroína de novelas
y comedias para la exportación.

Como los modistos imponen sus figurines á las más rebeldes á la moda,
los escritores imponen también sus figurines de almas aún á los menos
atacados de intelectualismo.

¡Bourget y Paquín habrán sido creadores de tantos espíritus femeninos!
Una lectura y una toilette basta á producir un estado de alma. ¡Oh!
¡El Don Juan Tenorio que supiera el libro que acaba de leer una mujer
y sepa interpretar el sentido de un traje ó de un tocado femeninos,
atacaría siempre sobre seguro!

Hay toilettes que suponen una meditación previa sobre el Kempis, otras
que denuncian lecturas de poetas delicados, otras que nos hablan de
Claudina, Colette ...

Hay toilettes que por sí solas dicen al hombre más atrevido: Hoy no
estoy para nada. Hay otras que al más tímido le animan y le dicen: Hoy
estoy para todo.

Y advierto á los que pudieran cometer equivocaciones lamentables, que
la severidad y la ligereza del vestido femenino, suelen estar en razón
inversa del estado de ánimo. Ni debe uno atreverse demasiado por su
«deshabillé», todo trasparencias sugestivas, ni acobardarse por un
riguroso luto ó un severo hábito. ¡Oh, no! El luto sobre todo si es de
viudez reciente, no debe desanimar á nadie. ¡El dolor trastorna!

Los autores dramáticos, por nuestra parte, debemos también una grata
memoria al modisto.

¡Cuántas veces una de sus creaciones habrá distraído al público de una
pesada escena de relleno ó habrá permitido que las elegantes abonadas
perdonen alguna crudeza de frase, disimulando la atención al diálogo
con el examen de la toilette!

¡Y para cuántas actrices habrá sido también el modisto gran inspirador,
y lo que ellas no supieron poner de su alma en un personaje, supo
ponerlo el modisto, mejor intérprete de su carácter con sus trajes, que
la actriz con sus recursos teatrales!

Lloremos á un precioso colaborador y piensen algunas actrices, quien va
á proporcionarles ahora el talento que necesitan. Por algo cuando un
papel le va á un artista, se dice que es un traje á la medida.

Y habrá actrices que no sepan de Ibsen; ¡pero de Paquín!

       *       *       *       *       *

Nadie como yo cree en la conveniencia de los teatros populares como
excelente medio de propaganda educadora; pero creo también que los
espectáculos ofrecidos en nuestros teatros baratos más contrarian que
favorecen la cultura del pueblo.

Convengamos, en que la mayor parte de las obras en ellos representadas
no son escuela de buenas costumbres, ni siquiera de buen lenguaje.
El teatro ha contribuído no poco en España con sus exageraciones ya
cómicas, ya melodramáticas, á la profusión de ese tipo odioso del chulo
teatral, al que si fuera á buscarse cabal genealogía no sería difícil
hallársela en los galanes de nuestras comedias clásicas; pero allí era
por lo menos limpio el vocabulario y la chulada era retórica.

Grave es siempre la responsabilidad del autor que es escuchado del
público; pero si es al pueblo ó á los niños á quien se dirige, su
responsabilidad es mucho mayor.

Lo he dicho en otras ocasiones; calumnian al pueblo los que le
creen incapaz de comprender un arte superior á su inteligencia. El
sentimiento tiene un seguro instinto y estoy seguro de que solo ante un
auditorio popular sería hoy posible en España, sin temor á un fracaso,
la representación de las obras teatrales más sublimes; las mismas que
no vacilaría en calificar de «latosas» (algunas lo fueron ya), el
selecto público del abono.

Sí; tratándose de ofrecer arte al pueblo, soy radical. Nada mejor que
algo, si ese algo es malo.

Muy atendible es la consideración de que muchos pobres artistas viven
de ese teatro. Me parece muy bien que todo el mundo viva, pero de lo
que pueda vivir.

Harto es ya España el país en que decir ¡Pobrecito! lo justifica
todo. Menos compasión y más justicia. Los empleos están ocupados por
muchos ineptos, pero ... ¡Pobrecitos! Los escenarios soportan á muchos
cómicos detestables, pero ... ¡Pobre gente! Hay quien escribe una
obra, no porque sepa escribirla, sino porque lo necesita para comer.
¡Pobrecillo! Y todos ellos encuentran en esta compasión mayor apoyo,
mayor benevolencia, que el fuerte, el valedor, el útil. Con todo esto
hemos llegado á estimar como la mayor prueba de cariño á nuestra tierra
que los extranjeros nos digan: ¡La pobre España!

       *       *       *       *       *

La boda de una Vanderbilt ha _epatado_ á la noble y vieja Europa, con
la verdadera explosión de lujo americano, lujo bárbaro, que dicen los
americanos latinos, pero lujo que en su misma barbarie es de tanto
_grandor_, no diremos grandeza, que sólo así salva los peligrosos
linderos de la ordinariez y la cursería. Un lujo así tiene algo de
sobrehumano, eleva el dinero á la categoría de fuerza ideal, única
capaz de realizar en lo humano fantasías y caprichos divinos. ¡Toda esa
fuerza aplicada á un ideal de Justicia, de Belleza, en vez de aplicarse
á un lujo estéril que ni es justo ni es bello!

Cierto, que ese lujo da de comer á mucha gente; no es dinero tirado,
aunque lo parezca, esos miles de dollars gastados solamente en
orquídeas.

En la actual organización social, sin el lujo y sin los vicios de los
ricos la revolución social sería ya un hecho. Cuando gastan su dinero
tontamente, cuando se arruinan locamente, es tal vez cuando realizan un
principio de justicia.

Y lo que tiene ese lujo de insultante es también un estímulo poderoso,
de envidia ó de ira. Piensan unos: «Así quiero ser yo». Piensan otros:
«Nadie debe ser así». Y estos dos pensamientos, en apariencia tan
opuestos, llevan el germen de una futura y más perfecta organización
social.

Tal vez no sea posible que en todas las mesas haya orquídeas. ¿Pero
será tan difícil, estará tan lejano el día en que pueda haber en todas
pan y unas rosas?



XX


Las señoras de Nueva York andan alborotadas porque recientes ordenanzas
las prohiben fumar en lugares públicos. Creo que las autoridades más
han pretendido favorecerlas que molestarlas.

Nunca he comprendido ese furor que siente mucha gente por obtener una
consagración oficial y pública para una porción de cosas que tiene su
mayor encanto en no trascender del dominio privado.

El cigarrito femenino es una de estas. En la mujer no se comprende el
uso del cigarro por el cigarro. Ha de ser un detalle más de una «mise
en scene» muy cuidada en un cuadro muy íntimo. Decoración muy moderna
de tonos muy armonizados, tono sobre tono, la escala de los verdes ó
de los rosas ó de los grises. Aconsejaos de un buen pintor ... muerto.
En el Museo del Prado hallaréis excelentes motivos de inspiración.
Después, uno de esos divanes, que una señora amiga mía, llamaba con
gráfica expresión, revolcaderos, pero que yo no me atreveré á nombrar
de ese modo; un diván cama, poco levantado del suelo, cubierto con
una auténtica piel; camello, oso blanco, cabra de Angora, zorros
azules con sus cabecitas. Esto último no se recomienda tanto, porque
los amigos harían chistes. La piel puede sustituirse por un rico paño
de terciopelo, bien entonado con nuestra carnación. Hay que ponerse
en todo. Profusión de almohadones, no esos almohadones vulgares de
telas estampadas; almohadones muy personales. Cerca, lo necesario y lo
superfluo «pour en griller une». Todo como de juguete y todo ejemplar
único, á ser posible.

En estas condiciones el cigarrillo, el mismo cigarro puro, parecen tan
propiamente femeninos, que son los hombres los que piensan entonces que
acaso el fumar sea más propio vicio femenino y no tarden en arrojar su
cigarro, como avergonzados.

Para mí no hay duda de que el cigarro pasará en fecha no muy lejana
á ser de uso exclusivo de las mujeres, como el abanico, el manguito,
que en un principio usaban por igual hombres y mujeres; como será con
tantas otras cosas á todas luces más apropiadas al carácter femenino,
por ejemplo, el arte, la política, todo aquello en que sea elemento
primordial la seducción. Porque vamos á ver. ¿A ustedes les parece
propia de hombres la actitud de un artista pensando siempre como
agradará al público? ¿Y la de Maura, pensando siempre como agradará á
Cambó?

       *       *       *       *       *

Es la hora del te. La hora que en los largos anocheceres de invierno
sería para las mujeres la hora de los aburrimientos peligrosos, si la
moda no hubiera inventado esta costumbre.

En torno á la hervidera de plata, que es con su llama azul temblorosa,
como ara encendida en culto á la diosa Frivolidad, es un charlotear
incesante, apenas interrumpido por el picoteo en bocadillos y
golosinas. De un tema á otro, mariposea la charla femenina con frases
que son unas veces, batalla de flores; flores de trapo; otras, como
cruzar de floretes en juego de esgrima, todo galantería; alguna vez,
aquel alfilerazo que busca y acierta con el defecto de la armadura.

Allí murmuran, como en parte alguna, los mil arroyuelos por donde van
las pequeñas historias á formar el mar de la historia grande de una
época.

¿Qué es la murmuración sino la historia de un día? ¿Qué es la historia
sino la gran murmuración de los siglos?

—¡Como canta el Werther ese hombre! ¿Le habéis oído?

—Pero la ópera es una tontería.

—Hay que oirla más de una vez.

—Eso dicen de todas las tonterías. ¿Será ese el secreto del matrimonio?

—¿Has estado en estos bailes?

—En todos. No te he visto en ninguno.

—¿Olvidas mi luto?

—Por una tía ...

—Pero era de mi marido. Tengo que guardar más las apariencias.

—¿Habéis visto la obra del Español?

—No quiere mamá. Creo que es una soltera que tiene relaciones con un
casado, lo mismo que dicen de ...

—¡Calla, que esta ahí su mujer!

—No, si iba á decir la de ...

—¡Calla! ¡Que esta ahí su hermana!

—No comprendo que haya quien no quiera recibir á las que tienen
historia, porque es no poder hablar de nadie en sociedad ...

Y así pasan dulcemente esas horas de los largos anocheceres de
invierno, que son tan peligrosas para las mujeres distinguidas que no
toman te en sociedad con sus mejores amigas.

       *       *       *       *       *

Distinguidas señoras que preparaban bailes de trajes, minués y otras
fantasías propias de Carnaval, han tenido que desistir de sus proyectos
por no hallar suficiente personal masculino propicio á la inocente
diversión y al insignificante gasto que supone presentarse trasformado
por una noche, con propiedad de ópera, en mosquetero, marqués, Luis XIV
ó XV, petimetre del XIX, etc.

El _sport_ lo absorbe todo, energías físicas y pecuniarias. El
automóvil, el polo, el golph, el tiro, el _lawn-tennis_, con la
apropiada indumentaria y los precisos accesorios, no dejan tiempo, ni
dinero, ni fuerzas á la juventud masculina.

Para el ligero _flirt_ que ha de preceder á un matrimonio convenido
en familia, tan bueno es el automóvil con sus expediciones, como un
salón de baile. Un moderno torneo de polo, mejor que un cotillón con
sus figuras grotescas. Dejemos á las cotorronas llorar por las pérdidas
costumbres de los pasados tiempos ... Sus hijas no parecen mal avenidas
con los alardes de fuerza, agilidad y destreza. Cierto que un valsador
infatigable era una garantía; pero en el baile, á la luz artificial de
los salones, es más bien fuerza nerviosa la que se gasta, y la fuerza
nerviosa es traicionera y puede faltar en el mejor momento, como todo
lo que es inspiración.

¡Fuerza, fuerza! Aunque el amor se despoetice. Esta generación no es de
novios; pero quien sabe si, por lo mismo, no nos prepara una brillante
generación de padres.

       *       *       *       *       *

D. Prudencio—nuestro Mr. Prudhomme,—ha tenido en estos días ocasión
de manifestarse. D. Prudencio abomina de las exageraciones, y en su
concepto—D. Prudencio no tiene opiniones, tiene siempre conceptos,—en
su concepto, los sucesos de Portugal han sido una lamentable y funesta
serie de exageraciones. Exagerado el dictador, exagerados sus enemigos
políticos, exagerada, ¿y como no? la prensa, exagerados los regicidas,
estos sobre todo. Los únicos que no le han parecido exagerados, son
los republicanos de allá, lavándose y aún perfumándose las manos, como
Pilatos, abominando del crimen y dejándolo todo para mejor ocasión,
y los ingleses enviando á modo de amistosa advertencia, unos cuántos
barcos á la vista de Lisboa.

No hay que decir si á D. Prudencio le habrá parecido también exagerada
la actitud de esa gente que se ha pasado las horas en acecho y acoso
del caído dictador, durante su estancia en Madrid.

D. Prudencio, en cambio, ante estas grandes tragedias de los grandes,
siente como nunca el efecto que, según retóricos preceptistas, ha de
producir la tragedia en el ánimo del espectador, el de purgar nuestras
pasiones. D. Prudencio se purga, de toda ambición en primer término,
de toda envidia y de toda codicia. ¡Oh su apacible medianía! ¿Quién
quiere ser rey ni dictador después de esto? Y D. Prudencio cree tener
asegurada la material inmortalidad solo con sentirse insignificante.

También han sido gloriosos días estos para los exaltados, para quienes
todo es síntoma y anuncio precursor de trastornos mundiales, para los
que todo lo tenían previsto, porque la historia enseña ...

Y aquí un curso de filosofía de la historia ... Y la historia no debe
enseñar gran cosa cuando todavía no han aprendido algunos gobernantes
que se puede hasta tiranizar en pleno siglo XX, y lo que no se puede es
dejar sin voz á los pueblos para quejarse siquiera de la tiranía.

Carlyle, tan enamorado del silencio, consideraba, no obstante, como
pueblos muertos á los que, según el, no tenían voz, es decir, á los
que no habían expresado en forma artística sus sentimientos, sus
aspiraciones, sus esperanzas ó sus recuerdos. Fuera del arte existen
en la vida moderna otras muchas voces que son señales de vida, el
Parlamento, la prensa, la opinión pública en todas sus manifestaciones;
gobernar sin ellos es gobernar en silencio, el silencio del vacío es
remedar al avestruz en lo de esconder la cabeza bajo el ala, para no
ver al cazador, porque lo que no se ve ni se oye, es por un momento
como si no existiera ... No, la historia no enseña nada, ni siquiera la
Natural; hay gobernantes que no aprenderán nunca que dejar á un pueblo
sin voz es obligarle á que la acción sea más violenta, y que la postura
del avestruz no es postura airosa para hombres de gobierno.

       *       *       *       *       *

La rueca y la pluma. Apólogo.

Dijo la sartén al cazo, etc. Dijo el orador al escritor: Quita de ahí,
hablador.

Ya lo véis, escritores; con un poco de imaginación, podéis pareceros,
al escribir, á la mismísima Margarita del «Fausto» al surgir, evocada
por Mefistófeles, ante los ojos del viejo doctor, dándole á la rueca y
al huso.

¿Con que el ejercicio de la pluma supone cierta timidez y debilidad de
carácter? Pruebe, pruebe el Sr. Maura por una vez á estrenar, siquiera
una piececita del género chico, sin mayoría, es decir, sin _claque_, y
verá lo que es bueno.

Y aún insisten los escritores en acudir al gobierno en demanda de
indultos para Nakens y Morato. Ya véis en lo que se nos estima, y bien
podemos suponer en lo que han de estimarse nuestras peticiones. ¡Gente
de pluma! De rueca como si dijéramos.

¡Si lo dijeran Hernán Cortés y el Gran Capitán!

Pero créanos el Sr. Maura: oradores y escritores, todos somos unos.
Plumas y lenguas, todas son ruecas.

Aparte de que la rueca no es tan despreciable por ser su ejercicio
ocupación de mujeres. Los ingleses tienen un proverbio que dice: La
mano que mece la cuna, mueve el mundo. Y esa mano es la de la mujer, la
misma que mueve la rueca.

Yo, por mi parte, prefiero figurarme al mover la pluma que muevo una
rueca y estoy hilando, que no una espada que corte los hilos de algunas
vidas. Pero es un modo de pensar, de sentir, mejor dicho.

       *       *       *       *       *

Por ser la primera vez que se ha tomado en consideración el voto de las
mujeres, el Congreso ha estado muy consecuente, como dicen los chulos.
Principio quieren las cosas.

Si los hombres fuéramos agradecidos, la votación favorable hubiera sido
más nutrida. ¡Habrá tantos que deban su carrera política á las faldas y
habrán votado en contra ó se habrán abstenido! Cuando en los bastidores
de la política, tan importante papel juegan las mujeres, ¿por qué
impedirles mostrarse en el escenario? ¿Qué se teme? ¿Sus tendencias
reaccionarias? ¡Ay! En otros tiempos no lejanos sí era la mujer la que
extremaba esas tendencias; pero ahora ¡hay tantos matrimonios en que
es la señora la que tiene que retrasar la hora del almuerzo porque
el marido esta en el sermón ó en la junta de cofradía! Será dichosa
casualidad, pero yo conozco muchas más liberalas que liberales. Cierto
que cuando se trato la cuestión de las asociaciones, las señoras
dieron una acentuada nota reaccionaria; pero es que esa cuestión no
las importaba mucho. Pero que se votara la ley del divorcio y ellas
hubieran de decidir con sus votos: reforma implantada; bastaría con
que la votación fuera secreta. Y si había de ser pública, todas se
disculparían con sus amigas.—Yo por mí no hubiera votado ¡qué horror!,
he votado por Fulanita (aquí el nombre de alguna amiga). ¡Para verla
vivir como vive con su marido, más vale que se divorcie!—¿Y qué mujer
no tiene una amiga á quien favorecer en ese caso?

[Ilustración]



XXI


Polichinela airado ha sido una vez más protagonista de la tragedia
tantas veces representada en el teatro, el drama verdadero de la vida
sobreponiéndose á la farsa, el payaso asesino.

Pero esta vez no han sido los celos, resorte dramático, ha sido el arte
mismo. Por torpeza ó malicia del apuntador—un autor teatral hallará
pronto el revuelo de faldas, móvil de la aventura,—fracaso un chiste
de Polichinela y ciego de ira le golpeó el cráneo, como suelen los
polichinelas de cartón golpear á sus interlocutores.

El público reía ... En las farsas de la vida es lo mismo; hasta
ver sangre y muerte tardamos en percibir que no va de burlas.
Actores, siempre queremos parecer trágicos; lo trágico es más noble.
Espectadores, siempre queremos serlo de farsas regocijadas.

Hacer reir es la consigna del payaso. Robar un chiste al público era
faltar á su deber y el deber es antes que todo. ¡El teatro agranda de
tal manera las obligaciones y deberes! ¿No hemos visto dramas en que el
protagonista se cree el hombre más desgraciado por no poder casar á su
hija con el hombre á quien ama, por el terrible caso de conciencia de
que una abuela de la chica tuvo que ver con el abuelo del muchacho?

¡Qué extraño es que el Polichinela agrandara en su imaginación, hecha á
las exageraciones de la farsa, la importancia de aquel conflicto! ¡Un
chiste menos! ¿Como podía compensar al público? Ofreciéndole á cambio
del chiste una tragedia entera.

Lo que puede demostrar la superioridad del género cómico sobre el
trágico. Por un chiste una tragedia, y el público todavía no saldría
satisfecho y preguntaría: ¿Qué chiste era ese? ¡Nos hemos quedado sin
oir el chiste!

       *       *       *       *       *

Esta vez nos llega de Inglaterra la leyenda del bandido simpático,
enamorador de mujeres y de multitudes, leyenda que parecía patrimonio
de países meridionales. Aunque los ingleses cuentan con su Robín Hood,
antecesor pintoresco y glorioso de Roque Guinart y Carlos Moore.

No conozco Raffles, como novela; ignoro si en ella triunfa la justicia
sobre el ladrón «gentleman»; si así fuera, el autor de la adaptación
teatral ha comprendido el grave disgusto que hubiera dado al público
de teatro, más apasionado é irreflexivo que el lector, si Raffles no
quedará triunfante, por lo menos con ese triunfo de final de obra, que
el público, sin más discusiones, acepta como definitivo.

Y esta simpatía por los «out-laws»—que como vemos, la historia
literaria desmiente, localizada en países meridionales,—esta simpatía
universal por los rebeldes á la disciplina social, sobre todo si su
rebeldía solo es peligrosa y solo amenaza á lo que no tenemos ó tenemos
seguro de no perderlo, ¿no es prueba evidente de una protesta continúa
de todos los tiempos y de todos los hombres contra el orden social ...
de los demás?

¡Ah, como celebran las hazañas de Raffles los que nada poseen y de
buena gana le imitarían! ¡Como le celebran también los que tienen su
dinero en valores seguros, resguardados en las cajas de algún Banco
inquebrable! ¿Y las damas?... Darían por bien robados sus collares por
el gusto de haber conocido á ladrón tan encantador. «¡So lovely!»

La chismografía teatral nos cuenta que en Londres el intérprete del
papel es el ídolo de las damas solo con representarlo.

¡No quiero pensar qué sería con el efectivo Raffles! Estos simpáticos
bandidos dejan huella muy honda en los corazones femeninos. Por ellos
suelen decir muchas, cuando el bandido les roba alguna alhaja de precio
y huye, como es natural, de la justicia: ¡Que le busquen, que le
prendan! Pero que no le hagan nada ... aunque no parezca la alhaja. Se
ve que todo el interés esta en que parezca el, para decirle:—¡Ingrato!
¿Qué necesidad tenías de robarme nada? Yo te lo hubiera regalado todo.

       *       *       *       *       *

Paréntesis cuaresmal. Meditación, recogimiento y ... ahorro. Los tés sin
golosinas, las reuniones sin cena, suprimido el teatro; sus turnos de
moda se trasladan á las conferencias religiosas, á cargo de esos buenos
melífluos, y mundanos padres de la Compañía, que son una especie de
Fernando Díaz de Mendoza en lo de saber como agradar al abono.

En esas conferencias se trata casi siempre de ligeros temas sociales;
sólo faltan los nombres propios para que más parezcan prolongación de
los chismorreos de sociedad. Su habilidad consiste en que siempre se de
por aludido ... el prójimo. De este modo nadie se molesta.

Recuerdo el tole tole producido años ha con el famoso sermón de los
descotes, refundición de otro no menos famoso, pronunciado por el abate
Boileau ante la corte de Luis XIV: «Sur l’abus des nudités de
gorge». Pero los tiempos eran otros y lo que las cortesanas del Rey Sol
escucharon con paciencia—claro esta que sin enmendarse,—las modernas
devotas no pudieron sufrirlo.

La religión como el arte deben ser ante todo un consuelo, y si los
predicadores como los artistas, dan en decir cosas desagradables y en
asustar con fieras amenazas ...

Bien lo saben los dulces padres; la severidad no aparta del pecado
y aparta de la Iglesia. Dulzura en el púlpito, dulzura en el
confesionario ... «¡De la douceur, de la douceur!», que dijo aquel gran
poeta y socarrón de Verlaine, que también supo alternar lo pagano con
lo cristiano, como nuestras bellas penitentes en estos cuarenta días de
«magdalenismo» y coqueteo á lo divino.

La «toilette» es más austera, las conversaciones más graves; si se
murmura es por moralizar. Desaparecen los libros profanos y en su lugar
se ostenta «La Imitación de Cristo», «El reloj de la Pasión» y otros de
serias meditaciones. El ayuno colabora con el régimen para adelgazar,
el flirt es compatible con todo, y luego ¡cuarenta días pasan tan
pronto! Y el sábado de Gloria las campanas repican, y las faldas,
que por algo tienen forma de campaña, revuelan también, y las bellas
penitentes parecen rejuvenecidas, como después de una temporada de
baños ó de campo ... Porque, eso sí, veraneen física ó espiritualmente,
todas vuelven del veraneo y de la cuaresma. Ni el mar ni el campo, ni
la religión, pueden más con ellas que este Madrid de sus fatigas y de
sus pecados.

       *       *       *       *       *

Era un tiempo en que el más descreído y despreocupado, sentía avivarse
en su espíritu cierto fervor religioso al llegar los días solemnes
de la Semana Santa. Pero en estos tiempos de profunda piedad que
alcanzamos, tan pródigos en diarias manifestaciones religiosas, la
Semana Santa no es más de notar que otra cualquiera en cuanto á lo
piadoso se refiere. Más bien por lo mundano, si buen tiempo y buen sol
ayudan. No son rostros atormentados por mortificaciones y penitencias,
ni siquiera ensombrecidos por austeros pensamientos los que se ven por
calles y por iglesias en esos días. Y ¿por qué entristecernos? Sabemos
que el sábado han de tocar á gloria; creemos en un Dios misericordioso
y una legión de vírgenes y santos intercesores, que han de salvarnos
por muchos que sean nuestros pecados. El sentimiento religioso pudo ser
alguna vez cruel en España, pero nunca fué triste. No fué triste porque
supo mirar al dolor y á la muerte cara á cara. Fué cruel, porque si el
propio dolor y la propia muerte no importaban ¿qué habían de importar
los ajenos?

Si esta confianza en Dios y esta despreocupación de la muerte fueran
tan conscientes ó tan hijas de una profunda fe religiosa como son de
irreflexivas y de inconscientes, la raza española sería la primera
del mundo. Pero ¡ay! que el despreciar la muerte no es más que la
consecuencia de despreciar la vida, y vida y muerte vienen á ser de
este modo una sola negación y sólo son verdaderamente grandes los
hombres y los pueblos que toda su vida afirman y el morir es para ellos
la suprema afirmación de su vida.

       *       *       *       *       *

Era un tiempo también en que las más bellas y nobles damas turnaban
en las mesas de petitorio, y las ofrendas eran cuantiosas. Pero era
acaso esta sola vez en el año, cuando las señoras ponían á prueba
el desprendimiento de sus buenos amigos. Hoy, todo el año es Jueves
Santo para el petitorio; las funciones benéficas, las cuestaciones
caritativas son un renglón de los más costosos en el capítulo de las
relaciones sociales. Media España vive de la beneficencia de la otra
media y hay dudas sobre cual de las dos mitades vive mejor.

Cualquier persona de cierto viso, al abrir la diaria correspondencia,
puede estar segura de que entre diez cartas, las nueve serán de
peticiones; echarse á pie por esas calles es ir recogiendo memoriales
de palabra con toda suerte de peticiones. No son los mendigos más
enojosos los que le tienden á uno la mano, sino los que la dan. Y
á esos, ¿quien los recoge? No hay idea de lo que aumentarían los
donativos para la Asociación de la Caridad, si las autoridades
se comprometieran á librarnos á cada uno de nuestros pordioseros
particulares.

       *       *       *       *       *

Ya que nuestros legisladores andan tan remisos en conceder á las
mujeres derechos políticos, ¿por qué privarles también del más
elemental de los individuales, que consiste en poder hacer cada una de
su capa un sayo y de su pellejo un tamboril? Desde el punto de vista
estético podrá discutirse la intrusión del feminismo en el toreo. Y
será muy discutible el punto, porque desde el traje hasta las monadas
inherentes al ejercicio de la profesión, hay en todo ello mucho más de
femenino que de propiamente masculino. No digamos de la admiración que
el público siente por sus toreros favoritos. Si el espíritu de las
colectividades es siempre femenino, el de un público de Plaza de Toros
es _hembra_ por los cuatro costados. Acaso es esta la mejor razón de un
espectáculo que con otras razones no puede explicarse ni defenderse. Es
parte de ese eterno femenino, móvil supremo de todo lo humano.

Pero quedamos en que, por no ser costumbre fundar leyes en motivos
estéticos, el ministro de la Gobernación ha fundado en motivos de
moralidad y de protección al bello sexo la prohibición á las mujeres
de una profesión, no más arriesgada que el matrimonio en la mayoría
de los casos y mucho menos inmoral que otras, ¡ay! reglamentadas y
patrocinadas por el ministerio de la Gobernación.

Más cornadas da el hambre, y de la enfermería de la Plaza de Toros
á la enfermería de San Juan de Dios no vemos que la moralidad ponga
tanta distancia—la materialidad ha puesto muy poca.—Pero, en fin,
el legislador paternal os protege, ¡oh, mujeres! Os quitan un modo de
vivir, pero de morir todavía os quedan muchos. Ahora, que en una Plaza
de Toros y ante todo un público, se escandalizaría la gente; en un
hospital no lo ve nadie, y los que lo ven no se escandalizan; están
acostumbrados.

¡Mujeres toreras! Ya lo sabéis; vuelva el estoque á la vaina. El señor
ministro os priva del primer recurso; menos mal que os deja el segundo.

       *       *       *       *       *

¡Oh piadosa voluptuosidad de la justicia humana! ¿No han leído ustedes
la noticia? ¿No les ha conmovido á ustedes? Se ha suspendido la
ejecución de un reo por hallarse muy delicado de salud. Temerían que la
impresión le fuera funesta.

En cambio, un doctor norteamericano propone que á todo enfermo
incurable se le anticipe la muerte. ¿Quién es más piadoso? ¡Vaya
usted á saber! Dado lo que tiene nuestra vida de lucha, desde que
nos abre la puerta del chiquero, hasta que nos arrastra por la de
corrales—perdonen los casados la comparación,—yo creo que siempre
hemos de mirar con más simpatía al puntillero que á los demás que
intervienen en la lidia.

       *       *       *       *       *

Y ¿habrá pagado Madrid toda su deuda de admiración y de gratitud con su
madrileñísimo músico? ¿Nada más, madrileños? Si fuera así, sería cosa
de pensar una vez más en que Madrid es bien ingrata tierra para sus
naturales, y es preferible para toda gloria, viviente ó póstuma, ser
cabeza de ratón en cualquier lugarejo, que cola de león y hasta león
entero, en esta ciudad grande, que quizás por serlo, pone distancias de
desierto en las gentes para los nobles entusiasmos aunque las acerque
y las una, como en Casino provinciano ó solana lugareña, para el
chismorreo, el _despellejeo_ y la maledicencia menuda.

Cuando por esas capitales de provincia, cabezas de partido y hasta
villorrios, con más partido que cabeza, se alzan estatuas y monumentos
á muertos y á vivos, que no hicieron cosa mejor que firmar concesiones
de momios á favor de caciques y mangoneadores, ¿no tendrá en Madrid su
monumento el maestro Chueca? ¿Merecerá menos el que alegró nuestra vida
honradamente que tantos como la entristecieron?

Y no nos vengan doctorales señores, de esos que piensan haber depurado
el gusto, cuando sólo han depurado la envidia y la molestia que les
produce cuanto brilla y triunfa, con lo de música ligera, musiquilla,
de teatrillo, de piano ...

Los entendidos se extasían ahora con _Peleas y Melisenda_ de Debussy,
como expresión exquisita del más puro arte musical. Celebran en
ella como el ritmo musical es fiel intérprete del ritmo de la frase
hablada. Secreto es este que la música de Chueca había encontrado por
genial instinto. Su música tiene todos los ritmos del habla madrileña,
al requebrar, al burlarse, al aclamar al torero en la plaza, á los
soldados en la calle; es desgarrada y fanfarrona en los chulos,
picarescamente llorona en los pobres, desgarbada en los agentes de la
autoridad, cursi en los cursis, airosa en los pasos dobles, con el
gallardo andar de la gente madrileña, que aprendió á andar al son de
músicas callejeras, charangas, pianos de manubrio, guitarras y panderas
de estudiantinas, y al andar parece siempre marcar el paso al ritmo de
esas músicas de la calle, que espantan á los pobres sus cuidados y su
tedio á los ricos.

Si cada uno que se alegró un día á los sones de una canción de Chueca,
contribuye ... con poco, lo que se arroja desde el balcón al pianista
que alegra la calle, ¿no bastará para perpetuar en Madrid, no la gloria
del maestro, sino la gratitud del pueblo madrileño al que alegró su
vida? Y alegrar la vida, ¿no es el modo más sabio de hacerla mejor?

Ya que se empeñan en levantarnos ese monumento lúgubre, funerario de la
calle Mayor, opongamos un monumento risueño, que no evoque tristezas ni
crímenes, por donde se cante al pasar, como la mejor oración y el mejor
recuerdo.

       *       *       *       *       *

Por algo político y cortesía son sinónimos: en las relaciones sociales,
ambas obligan igualmente á transigir con el trato de personas poco
gratas. La visita de Eduardo VII, rey en el pueblo de las más
verdaderas y sólidas libertades políticas, al sombrío Zar de las
persecuciones neronianas, en pleno siglo XX, no es de seguro una visita
de verdadero afecto. La figura del zar Nicolás fué simpática durante
algún tiempo, porque el también parecía, como la primera víctima de su
propio poder autocrático, sometido á pesar suyo por la fuerza de una
aristocracia feudal y bárbara, contra la que era imposible rebelarse.
Pero llegó un día en que tuvo de su parte al pueblo, que sólo le
pedía justicia á cambio de amor y lealtad, y su respuesta esta en esa
estadística publicada por _La Tribuna_ rusa: sentencias de muerte,
deportaciones á millares, víctimas de todas clases, crueldades sin
cuento, crueldades inútiles, feroces ... Y la mano que firmó—horrible
si firmó sin temblar, más horrible si firmó con el temblor del
miedo,—es la que estrecha el rey de un pueblo libre y civilizado, por
conveniencia política. ¿Quién se atreve á condenar las abdicaciones de
los pequeños ante estas abdicaciones de los grandes?

[Ilustración]



XXII


En este mes se celebra la fiesta del santo—San Roque es patrón
favorito—en muchos pueblos y aldeas de España. La prohibición de las
capeas quita á la fiesta su mayor atractivo. Como que no suele haber
otro; de modo que suprimir la capea es suprimir la fiesta, esperada con
ilusión, que no pueden comprender los habitantes de grandes ciudades,
durante todo el año.

Las capeas eran una barbaridad. ¿Quién lo duda? Pero no causa, sino
efecto de otras barbaridades. Cuando se cultiva con ensañamiento la
incultura de un pueblo; ¿á qué pedirle cultura en un día determinado?
Buena esta la incultura para que no piensen, para que labren la tierra
sin protestar al sol y al frío, para que paguen su contribución á un
Estado al que nada deben ni para nada se preocupa por ellos; para que
voten á quien los cuatro caciques mangoneadores ordenan, y ¡ay del que
se resista! Buena para sufrir, buena para el servicio de las armas y
los embargos del fisco, buena para ser rebaño dócil, conducido á gusto
y provecho de cucos pastores ... Para todo eso bien están la ignorancia
y la incultura: cuanto más brutos mejor. ¿No es eso?... ¡Pero una
capea! ¡Ah! Ese espectáculo inculto, esa diversión bárbara no puede
permitirse. Que tengan educación siquiera un día. En las elecciones
pueden desquitarse capeando al candidato de oposición, presididos por
la autoridad competente.

La fiesta de los pobres lugares y aldeas será triste este año. La capea
importará poco, ¡pero es toda la fiesta! Los pueblos son humildes,
son resignados, pero su fiesta es toda su alegría del año. ¿Sería tan
difícil alegrarles la fiesta y compensar con ventaja la prohibición
de las capeas enviando á los pueblos por cuenta del poder central—el
odioso poder central—alguna culta diversión; una compañía de actores
modestos, un cinematógrafo; poca cosa? ¡La alegría de los pueblos, como
la de los niños, es tan barata!

¡Prohibir! ¡Suprimir! ¡Castigar! ¡Pedir! ¿No han de ser otras las
palabras del Estado para esos pobres lugares y esas pobres gentes?
¿Sería indecoroso para el Estado tener comediantes y titiriteros
á sueldo para alegrar un día la vida, cuando paga tantos para
entristecerla en todos los días del año?

Ya se que es demasiado pedir. El socialismo del Estado no puede llegar
á tanto. Por ahora se contenta con llevárselo todo y no repartir nada.
Quedan prohibidas las capeas. Quedan suprimidas las fiestas. El Estado
no esta para divertir á nadie.

       *       *       *       *       *

La alta política de los estados europeos es incomprensible para las
inteligencias vulgares. Un día cualquiera, cuando creemos que no hay
mayores motivos para una conflagración internacional que en la víspera
de ese día y que en todos los días del año, resulta que sin saber como
ni cuando, ni porqué la situación es gravísima; que el conflicto de los
Dardanelos se ha complicado; que la supremacía sobre el mar Báltico
ha de dirimirse; que Alemania no ve con buenos ojos—los ojos del
kaiser—el _flirt_ de Inglaterra con Rusia y con Francia; que Austria é
Italia se despegan de la triple alianza; que en vista de la pequeñez de
los mares, hay nación que desea arrendar el Mediterráneo ó el
Atlántico ó el Pacífico, para uso particular de sus barcos, como si
se tratara del estanque del Retiro; problemas terribles todos ellos
que, no preocupando ni poco ni mucho á nadie en particular, en cuanto
ciudadano inglés, alemán, francés, etc., tienen la virtud de preocupar
á Inglaterra, Alemania, Francia, etc., en cuanto naciones y estados.
Váyase por los muchos problemas que preocupan cada día á los ciudadanos
de esos estados, sin que el Estado se preocupe de ellos para nada.

De un lado va la historia grande, la que se escribe á cañonazos. De
otro la historia chica, la que no se escribe nunca, pero vive siempre.
El divorcio entre una y otra es mayor cada día; de tal modo, que bien
puede arriesgarse la siguiente definición. ¿Qué se entiende por grandes
cuestiones de política internacional?—Las que no le importan á nadie
en el mundo.

       *       *       *       *       *

Y va de pintura. Con motivo del triunfo obtenido por Zuloaga en el
Salón de París, hemos lamentado una vez más la ingratitud de España, en
donde es menos conocido y estimado el nombre del insigne pintor, que en
el extranjero. No es decir que no seamos aquí capaces de algún desvío y
de alguna injusticia, pero en este caso no sería nuestra toda la culpa.
El pintor—¡felices los pintores que por hablar en su arte un lenguaje
en todas partes comprendido pueden elegir ambiente para su arte y
mercado para sus obras!—no se ha dignado nunca presentar sus cuadros
en España; harto hacemos en admirarlos por la fe de fotograbados y de
la admiración que en todas partes los proclama por obras maestras. En
cambio, cuando llega la hora del entusiasmo no nos detenemos por nada.
Para algunos los últimos cuadros de Zuloaga son nada menos que símbolo
de España. Esto ya me parece simplificar el simbolismo como en las
revistas teatrales, donde basta que salga una tiple vestida con más ó
menos fantasía y nos diga: yo soy esto ó lo otro, para que lo demos
por bueno. Pero francamente, un enano con un ojo verde, y al fondo
unas casucas verduzcas y un cielo verdinegro también, de una parte, y
de otra dos brujas, de nariz, barba y dedos retorcidos como de aves de
rapiña, podrán ser todo lo admirables que se quiera como pintura, ¡pero
decir que eso es toda España!

Bien esta que lo digan los franceses, tan aficionados siempre á las
grandes síntesis: el sintetizar ahorra de discurrir, pero nosotros,
¿por qué hemos de decirlo? cuando el mismo pintor al triunfar con sus
cuadros de la más legítima escuela española es el primero en demostrar
que en España hay algo más que enanos y brujas.

       *       *       *       *       *

Zaragoza triunfa con su Exposición. Saludemos á la noble ciudad, entre
todas las de España, hermana predilecta de Madrid. Entre todos los
cantos regionales, la jota, el verdadero himno nacional, fué siempre
el preferido de los madrileños; quizás porque nunca se manchó como
otros aires regionales, al ser demasiado traídos y llevados como enseña
política más que patriótica.

Sin arrogancias, sin bambolla, Zaragoza, que para ser siempre grande,
pudo más que ninguna reposar en sus gloriosas tradiciones, ha sabido
agrandarse y prosperar y engrandecerse sin molestar y sin presumir.
Con sano equilibrio, no atendió solo á los progresos materiales, y
su Facultad de Medicina es gloria de una ciencia, que es quizás hoy
la mayor gloria de España, que ninguna sigue tan de cerca, cuando
no adelanta á la ciencia extranjera. Como en tiempos se dijo de
los Argensolas que habían venido de Aragón á Castilla á enseñar el
castellano, muchos son hoy los escritores aragoneses de que puede
decirse lo mismo, y entre todos ellos no es preciso nombrar en estas
columnas al que todos tenemos por maestro.

En la fe religiosa no hay asomos de clericalismo ni de beatería. Ante
tu Virgen del Pilar—su inicial es la de Patria,—rinde armas toda
impiedad y todo volterianismo. En días tristes, supiste decir que no
querías ser francesa, pero con estar tu pilar tan asentado en tierra
aragonesa, nadie te preguntó nunca si no querías ser española.

Por todo esto, noble Zaragoza, entre todas las ciudades de España,
hermana predilecta de Madrid: ¡Salud y gloria!

       *       *       *       *       *

A estas horas, si el tiempo ó cualquier otro accidente imprevisto no lo
ha impedido, para el público madrileño habrá pasado á la historia del
toreo, acaso la más interesante en la historia de España, uno de los
toreros más aplaudidos y celebrados en los modernos tiempos.

Inteligente, elegante; de una elegancia un poco afectada, poco vario en
su repertorio, fué el torero de las cuatro cosas, pero en esas cuatro,
maestro. Tuvo las bastantes tardes felices para ser admirado, y las
bastantes tardes desdichadas para no llegar á ser odioso al público y á
sus compañeros. No llegó á fatigar la admiración como el Guerra.

Siempre recordaré la corrida en que éste, á lo que se supo después,
toreo por última vez, en Zaragoza. Había toreado toda la tarde con
el mismo arte, con la misma alegría de siempre; pero el público se
resistía al aplauso. A lo admirable decía: ¡Eso ya sabemos que lo hace
bien! y no aplaudía; á lo defectuoso se mostraba severo en demasía.
Aquel año empezaba á brillar el Algabeño, y el público, deseoso de
inventar un torero, se excedía en mostrarle su entusiasmo. Guerra había
dado muerte á sus dos toros; intentó ayudar en una de sus faenas al
Algabeño, y el público, creyendo que trataba de deslucirle, le obligó
con injustas protestas á retirarse. Sentado en el estribo de la
barrera, contemplaba la faena de su compañero, el astro naciente. Los
pases eran efectistas; esos pases llamados del Celeste Imperio: el
público los coreaba con olés, con ese rabioso regocijo de la multitud
cuando más que en aplaudir á uno, piensa en mortificar á otro. Gritó
una voz: ¡Aprende, Guerra! Y Guerra paseo una mirada en torno del
circo, una mirada de profunda melancolía, que era sin duda su adiós á
las glorias del triunfo, su amargura ante la ingratitud de la
muchedumbre.

¡No fué más triste el adiós de Otelo á sus victorias al dudar de la
fidelidad de su amada!

¡Oh público, público; tu nombre puede ser masculino, pero tu alma es
siempre de mujer, y más que ella eres pérfido como el mar!

Por suerte no reza contigo el refrán: «A muertos y á idos ...» que para
unos y otros guardas lo mejor de tu admiración, y una vez desaparecido
el artista, sabes depurar en tus recuerdos todo lo desagradable de su
memoria.

¡Feliz el artista que logra sobrevivir como hombre y apartado de su
arte puede oir todavía de sus contemporáneos como su nombre es parangón
constante á los que permanecen y á los que van llegando!

Antonio Fuentes ha pasado á la historia del toreo. Ya lo sabéis,
toreros del presente y del porvenir, los que más le silbaron en su
vida taurina, serán ahora los que no dejarán de deciros: ¡Como aquel
Fuentes, ninguno!

Salud á todos, el que se retira y los que quedan, para oirlo por muchos
años.

       *       *       *       *       *

Más tarde ó más temprano siempre se recoge lo que se siembra. Llevamos
á América nuestro espíritu, que ella nos ha devuelto pródigamente en
admirables poetas que cantan en nuestro idioma, en inteligentes y
bellas mujeres, que son encanto de nuestra sociedad. Pero América nos
debía algo más, nos debía un torero, y si las señales no mienten llegó
el torero y llegó á su hora, cuando más necesitado estaba el arte
taurino de algo que le animara y renovara.

No debe padecer el amor patrio por eso; aquí no hay América que valga,
y un torero no puede dudarse de que es cosa bien nuestra, mejor que
cualquier otra manifestación de nuestra influencia espiritual. Ya lo
dijo Voltaire: «C’est du nord aujourd’hui qui nous vient la lumière».
Como el sol taurino no nos falte, salga por Antequera. Justo era que
de nuestros antiguos dominios, en donde el sol no se ponía nunca,
viniera siquiera algún reflejo á confortar nuestro desmayado espíritu.
¡Aplaudamos á Gaona y no olvidemos á Hernán Cortés!

       *       *       *       *       *

El proceso Rull es interesante como una novela; no de las llamadas
novelescas; la intriga es poco interesante; mejor de las psicológicas ó
experimentales, y hasta si se quiere, docentes.

Su enseñanza, por no decir moralidad, es mostrarnos bien claramente
lo peligroso que ha sido siempre para toda autoridad valerse como
auxiliares de esos confidentes, delatores y espías, que antes de ser
frailes han sido cocineros y han jugado demasiado á ladrones antes de
jugar á policías, para olvidar tan pronto sus primeras mañas.

Si hay casos en que el fin justifica los medios, hay medios que no se
justifican en ningún caso.

Siempre fué achaque de la policía española servirse de esa clase de
auxiliares que obligan á más de lo que sirven. Hay remedios mucho
peores que las enfermedades. Se ha probado á perseguir el terrorismo de
todas maneras. ¿Si se probara á no perseguirlo de ninguna? Por lo menos
se conseguiría lo mismo, salvo el ridículo.

       *       *       *       *       *

Si hemos de caer alguna vez en falta, el Señor nos libre de que
esa falta pueda ser calificada de tontería. Locura y tontería son
igualmente disparates, pero según la definición de un amigo mío:
tonterías son los disparates que no producen dinero.

Ejemplos: Una joven honrada pierde su reputación por un hombre rico.
Todos dirán: ¡Qué locura la de esa muchacha!

Se casa con un pobre. Todos dirán: ¡Qué tontería!

Un hombre, en opinión de cumplidísimo caballero, se alza de la noche
á la mañana con unos fondos confiados á su honradez. Todos dicen: ¿Ha
visto usted qué locura la de ese hombre?

Se arruina por completo: ¡Qué tontería!

No hay confusión posible entre el tono de compasión del que dice: ¡Qué
tontería!, y el de admiración envidiosa del que exclama: ¡Qué locura!

A propósito de ese desfalco de trescientas mil pesetas. ¿A que no han
oído ustedes decir á nadie: Qué tontería?

       *       *       *       *       *

Todo, menos moralizar. Contemos las cosas como son y la moralidad
saldrá sola, si moralidad hubiere. Dígolo, porque esto de la moralidad
y del humorismo se ha puesto tan barato, que ya no es posible leer la
más sencilla noticia del más insignificante suceso sin su comentario,
ya moral, ya jocoso. Pase por la moralidad; pero lo de hacer donaire
á costa del infeliz que se suicidó, ó del que fué robado, ó del que
sorprendió á su mujer con el amigo, ya no me parece de tan buen gusto.
Los sucesos no deben pesarse por sus causas, sino por sus efectos, y es
crueldad hacer sainete de estas pequeñas tragedias de la vida humilde.

¡Cuánto mejor empleado el humorismo á costa de las ridiculeces de los
grandes! ¿Por qué hablar en serio de los perifollos de la marquesa X
y de sus ridículos saraos y tomar el pelo, en cambio, á la infeliz
costurera que fracasa en su tentativa de suicidio? ¿Por qué tratar en
grave estilo la borrachera de vanidad del eminente imbécil Don Fulano,
y en tono ligero la simpática curda de algún alegre ciudadano?

Bien se, ¡oh apreciables humoristas! que esto del humor es lo más
subjetivo y es cualidad suya reir de lo triste y entristecerse por lo
alegre, pero haya á lo menos simpatía en nuestro humor. Bueno es reirse
de los que quieren entristecernos, pero es crueldad reir de los que
realmente están tristes. ¡Viva el humorismo sobre todo! Menos sobre el
dolor ajeno.

       *       *       *       *       *

Ninguna campaña tan injusta como la emprendida contra los prestamistas;
seguramente por gente que no les debe nada. El arte de estimar á sus
acreedores es un arte de gran señor. ¡Aquel admirable Don Juan de
Molière, deshaciéndose en cortesías y en agasajos con Mr. Dimanche! El
dinero es mercancía cara y no se por qué ha de estimarse al comerciante
que gana un cincuenta por ciento vendiéndonos una corbata, y hemos
de maltratar al que vende su dinero con la misma ganancia. Mucho más
cuando la corbata no nos saca de ningún apuro, y de mejor ó peor
clase, nunca falta un amigo ó pariente que nos regale una flamante
ó de desecho, ó alguna amiga cariñosa que nos fabrique una de algún
vistoso retal de sus galas ... ¡Pero el dinero! Cuando ni amigos ni
parientes os lo faciliten, siempre hallaréis al prestamista, que sin
razones de afecto ni de simpatía, ni importarle dos cuartos de vuestras
condiciones personales, solo por la garantía de vuestro trabajo; ó de
vuestros bienes presentes y futuros, incluida vuestra tumba, si la
poseéis á perpetuidad, os ofrezca, mediante unas ligeras formalidades,
lo bastante á pagarle comisión y el primer mes de intereses. Y es tanto
su deseo de serviros eternamente, que su mayor disgusto es verse pagado
en breve plazo. A los pocos días el mismo vendrá á ofreceros su bolsa,
siempre repleta y siempre franca—salvo las pequeñas formalidades.—Su
ideal es ligaros por fin con algún contrato de carácter matrimonial,
por lo sagrado y por lo inrompible. Sólo así se considerará dichoso. Y
¡hay quien reniega de estos vínculos, que ligan á una persona á nuestra
vida por toda la suya! ¡Una persona que se inquieta como ninguna otra
por nuestra salud, por nuestra suerte, por todas nuestras vicisitudes!
Que será la primera en aconsejarnos y en recomendarnos específicos y
doctores; la primera en evitarnos toda clase de disgustos y lances
desagradables en que podamos arriesgar nuestra vida ... ¡Qué horrible
soledad la del que vive sin este calor afectuoso que nunca falta,
cuando acaso falta el de otras personas á quienes nada debemos y todo
nos lo deben! Esto nunca se paga bastante, no se paga con nada ...
¡Contar con una lealtad á prueba, á cambio de dinero! ¡Cuando todos
nos engañan, saber que alguien no nos engaña nunca! ¡El prestamista! Y
si alguna vez nos engaña, ¡qué sublime engaño! Es que nos rebaja los
intereses ó nos perdona parte de la deuda ... No comprendo como haya
quien hable mal de los prestamistas. El que no haya tenido acreedores,
se morirá sin saber lo que es un verdadero afecto. Y el que antes de
morir haya pagado todas sus deudas, ¿como podrá tener la seguridad de
que alguien llora su muerte sinceramente.

       *       *       *       *       *

La respetable señora que paró el sol de sus elegancias en las modas del
segundo imperio, ve entrar á su nieta, moldeada en un vestido tanagra y
no puede contener su espanto.

—¡Jesús!

—¿Qué te pasa, abuelita?

—Nada. ¡Ese vestido, estas modas! ¡No puedo acostumbrarme!

Una atrevida postura de la joven al sentarse, redobla el espanto de la
abuela.

—¡Si eso es como ir desnudas! Con estos trajes no podrán decir los
hombres que se casen, que fueron engañados al matrimonio, respecto á lo
físico ...

—Es verdad; el miriñaque y el polisón eran más graciosos y más
artísticos. No hay más que ver estos retratos ... ¡Como teníais valor
para vestiros de ese modo!

—¡Calla, calla! Esos trajes tenían un aire señorial que marcaban con
solo el modo de llevarlos la diferencia de clases, de educación ... Eran
imposibles las falsificaciones ... Pero ¡con estos! El aire «cocotte»
predomina. ¡Cualquiera distingue á una señorita de ... las que no lo
son! Esos trajes lo nivelan todo.

—No lo creas,—responde la joven, dándose unos golpecitos en las
caderas.

—Y ¡eso de haber suprimido la ropa interior, para abultar lo menos
posible! Eso ni es decente ni puede ser sano ...

—¿Sientes la nostalgia del refajo, abuelita?...

—¡No cruces las piernas de ese modo! ¡Jesús, Jesús! Pero, ¿no te ves
en el espejo?

—No veo nada de particular. Tu me has contado que muchas veces se os
levantaba el miriñaque al ir á sentaros y dabais un espectáculo ...
El abuelito contaba con mucha gracia que tía Vicenta en un baile de
Palacio ... Gracias á que el abuelito era general, hablaba en un grupo
cerca con sus ayudantes y muchos oficiales y mando formar el cuadro,
mientras se reparaba el desperfecto ...

—No se vió nada. Y, sin embargo, á tu pobre tía le costó una
enfermedad. ¡No quiero pensar si con un traje de estos os ocurriera
algo en la calle!

—Pues nada, abuelita. Lo que sorprende es lo imprevisto ...

—Pues eso es lo que debiérais tener en cuenta para no aceptar esa
moda ... ¡Lo imprevisto! Ese es el secreto de la felicidad y del amor,
por lo tanto. ¡Como habéis de inspirar amor si dejáis de inspirar
curiosidad!

—Queda el reino espiritual, abuelita ... En ese terreno todavía impera
el miriñaque ... No hay vestido tanagra que moldee el corazón como el
cuerpo de las mujeres ... Ahora, siquiera, no engañamos en cuestión de
forma ...

—No, de seguro ... ¡Jesús, Jesús! ¡Si eso es como ir desnudas!

[Ilustración]



XXIII


En un teatro de Italia se ha ensayado el sistema de votación pacífica
para que el público decida del éxito de las comedias, sin molestarse en
aplaudir ó patear, según el argumento requiera. Pero como siempre que
se pone el derecho de sufragio á disposición de un público, son más los
que se han abstenido de ejercerlo, y el autor se ha quedado sin saber
lo que opina la mayoría del público. Siempre he creído á despecho de
los que abominan de la masa neutra, que esto de la abstención es una
opinión tan respetable como cualquiera otra, lo mismo en política que
en arte. ¿Hay que opinar de todo por fuerza? Hay muchas cosas de las
que no puede decirse ni que sí ni que no, que ni están mal ni están
bien, y acaso estarían mejor no estando de ninguna manera. A este
respetable orden de cosas pertenece casi todo lo que es fundamento
del tinglado social. Por instinto de conservación debemos impedir las
votaciones decisivas.

       *       *       *       *       *

Otra aplicación del sufragio universal al teatro es la que ha iniciado
M. de Brieux modificando el desenlace de su nueva obra «Simone» á gusto
del público.

¿Que las obras, y sobre todo las teatrales, se escriben para el
público? Indudable. ¿Que M. de Brieux estuvo en su perfecto derecho
al procurar complacerle por todos los medios? Indudable también. Solo
que cuando se usa de tal derecho y de tales procedimientos, no debe
nadie, como el autor de «La toga roja», de «Maternidad» y de los
famosos ...—¿estaría mal si tradujéramos «Averiados», puesto que de
averías se trata?—presumir de autor que hace tribuna y cátedra del
teatro para defender ideas y doctrinas humanitarias.

Nada habría que decir de esos cambios y acomodos si se tratara de obras
á lo Sardou. Y no ha sido Sardou, hagámosle justicia, de los autores
menos intransigentes en sostener escenas y desenlaces contra las
indicaciones de sus intérpretes y aún del gusto del público.

Pero, francamente, que un autor de ideas pueda dar el mismo valor á
las ideas opuestas, que un carácter humano pueda desenvolverse con la
misma lógica en un sentido ó en el contrario, que Otelo pueda perdonar
á Desdémona y que Yago pueda arrepentirse, todo sin más razón que el
desagrado del público ... No se, pero aún autorizándome con el ejemplo
de Ibsen, no me parece de una gran probidad artística.

Asuntos hay en la realidad, y no digamos en la imaginación, en que
sin detrimento de la verdad ni de la lógica, puede cualquier autor
garantizarse el completo agrado del público. Pero una vez emprendido
el camino de quitarle el hipo, no se debe retroceder ni rectificar.
A más de esto, es no conocer al público el creer que agradece esas
concesiones. El público es como las mujeres, sólo tolera los primeros
atrevimientos con la condición de que se llegue á los últimos. Todo
menos defraudar.

       *       *       *       *       *

Cuando como el mejor pretexto para tirar un poco de la cuerda á la mala
prensa—toda la de oposición, en el más amplio sentido de la frase,—se
aduce el peligro del contagio que la publicidad puede producir en los
crímenes del terrorismo, no se compagina el interés en conmemorar uno
de esos crímenes con un monumento. ¿Puede darse mayor publicidad? Y
de las cuatro caras del monumento, una para la piedad, otra para la
execración, otra para la historia ... ¿no quedará una siquiera para la
glorificación, cuando frente á el se encaren los de la idea?

Hay cosas que mejor están olvidadas que recordadas de ninguna manera.
Ese monumento, como los que recuerdan discordias civiles y luchas
domésticas, no puede servir de ejemplo ni de enseñanza.

¿Qué se pretende con ese inoportuno monumento? ¿Un alarde de
monarquismo? Ahí esta el monumento á Alfonso XII esperando el óbolo de
los más leales monárquicos. ¿Un alarde de piedad religiosa? Sufragios
tiene la Iglesia que aplicar por las víctimas, sin olvidar al culpable,
que para algo somos cristianos. Todo, menos ese monumento antipático,
odioso, recuerdo perenne de algo que esta mejor no recordado.

       *       *       *       *       *

Todos los años al empezar la temporada taurina leemos las mismas
lamentaciones de los profesionales escritores taurinos:—¿Como? La
empresa se olvida del buen torero fulano, un torero serio, un torero
muy apañadito: es imperdonable que la empresa no de un lugar en el
cartel de abono al simpático diestro mengano, que tan desgraciado ha
estado siempre en esta plaza, pero á quien los verdaderos aficionados
verían con gusto por su toreo serio ...—Esto de la seriedad es muy
apreciado en el toreo.

Sucede que la empresa suele conmoverse y atender los clamores de la
opinión, y sucede que la tarde en que anuncia á esos diestros, la
entrada no da ni para pagar las mulillas; sucede que el escaso público
se aburre, y sucede que los mismos que clamaban por que la empresa
diera un lugar en el cartel al torero serio y al torero apañadito,
salen renegando de ellos y de la empresa que los contrato. Es que en el
toreo como en la política hay quien sostiene la reputación á fuerza de
fracasos. Por algo son los dos espectáculos más nacionales. La cuestión
esta en fracasar seriamente. Y en esto de la seriedad el Quinito y
Maura son insustituibles.

       *       *       *       *       *

A Fígaro, como á Espronceda le ha llegado su hora de gloria. Si es
cierto, como asegura un amigo mío, que cuando á un escritor le llega
esa hora es señal de que ya no lo lee nadie, no hay por qué celebrar el
tardío recuerdo, muy prematuro, si cuando más se recuerda al hombre más
olvidadas están las obras.

Pero, en fin, si recuerdo hubiere, Dios nos lo depare bueno, y sobre
todo, para nada se tenga en cuenta los precedentes—¡nuestro gran
tirano!—Hagan algo nuevo, y si á los precedentes hay que atenerse,
cerca esta el de los admiradores de Tolstoï, que se disponen á celebrar
el jubileo del gran escritor, publicando una copiosa edición de sus
obras en todos los idiomas del mundo.

Sin propagar previamente la lectura de sus obras, ¿podemos estar
seguros de que el Larra más popular y conocido sea el primero de la
dinastía, cuando existe el celebrado actor cómico del mismo nombre y
apellido? Sin olvidar al aplaudido autor de «El barberillo de Lavapiés»
y al no menos aplaudido autor de «La trapera»; todos ellos más
populares y conocidos hoy que el inmortal Fígaro; para que los hombres
graves puedan decir como el Rey Lear: «¡Take phisic pomp!» Y no
traduzco, porque dentro de pocos días tendremos aquí una compañía de
opereta inglesa y todos nos hemos de reir como si lo entendiéramos.

A los partidarios de un idioma universal, les anticipo que las artistas
son muy guapas. Tuve el gusto de verlas en Santos; el barco que las
conducía á Buenos Aires hacia allí escala, y las lindas artistas se
divertían en hacer un poco el muelle, y entre los negros cargadores
y los traficantes del puerto, ellas, con sus más claros trajes y sus
más rubias cabelleras daban una alegre nota de juventud y de belleza;
la alegría del arte que pasaba por aquel hormiguero de traficantes y
especuladores ... y ellas reían, reían, en la claridad de sus cabellos
rubios, sus vestidos blancos y sus sombrillas rojas, reían con esa risa
fresca y sana que hace parecer siempre niñas á las inglesas cuando
pasan por tierras de sol y ellas son lindas.

       *       *       *       *       *

La compañía de opereta inglesa ha sorprendido á muchos con su
repertorio y con su manera. ¿Qué esperaban ustedes? ¿Es peor nuestro
género chico? ¿Se convencen ustedes de como nuestro público es el
más difícil de contentar, y eso que paga menos que ningún otro por
divertirse en el teatro? No es que me parezca mal esta opereta inglesa,
que desde luego supone un público bonachón, un público que ha trabajado
y ha pensado seriamente durante la jornada y quiere distraerse con
el menor esfuerzo intelectual posible. Es teatro para razas fuertes
y trabajadoras. Sucede también que en estas razas fuertes están más
especializadas las aptitudes y hay un respeto mutuo de unas profesiones
á otras, que aquí desconocemos, porque aquí todos servimos ó creemos
servir para todo. Aquí, el público se coloca siempre en actitud de
superioridad sobre el autor. Cada uno tanto como vos, y todos juntos
más que vos.

Lo cierto es que por esos mundos teatrales el público se contenta con
menos, y cuatro chistes bastan para decorar una obra cómica y una
escena de fuerza para interesar en una obra dramática; de lo demás se
encarga la belleza de las actrices, el decorado y el vestuario. ¡Pensar
que aquí tenemos para ilustrar el género chico á un músico como Chapí
que en otras partes sólo hubiera escrito grandes óperas, que muy
contados entre los que las escriben por ahí pueden compararse con
nuestro glorioso maestro! Y entre los libretistas son muchos, por
graciosos y atinados observadores, por lo vario y fértil de su
ingenio, los que pueden compararse sin menoscabo, con tanto y tanto
«vaudevillista» de universal exportación y renombre.

Mientras nuestro más selecto público procura convencerse de los
encantos de la opereta inglesa,—el abono esta ya pagado y qué remedio
sino apencar y divertirse,—y mientras en París, una de las obras
maestras del teatro inglés—«Cándida», de Bernardo Shaw,—es acogida
con el eterno desdén de los parisienses por todo lo extranjero,
nuestro género chico, representado por «El pollo Tejada»—«Le beau
Tejada»,—obtiene la más calurosa acogida.

La música alegre de Quinito Valverde esta en París como en su casa.
Bueno es que autores y músicos nos vayamos preparando para la
emigración, porque como esa ley terrorista á todo llega y todo lo
abarca, como el dedo de la Providencia, no digo un Calderón, autor
dramático, hasta un calderón musical puede parecer subversivo.

       *       *       *       *       *

Dice Nietzsche que el imperio—donde dice Imperio léase cualquier
partido de fuerza,—mira en el fondo con gran simpatía al
socialismo—léase cualquier partido más ó menos perturbador ó
avanzado,—porque le da pretexto para extremar los medios de represión,
en defensa del orden social que á todo gobierno esta encomendada.

No diré yo que el terrorismo barcelonés fuera plato de gusto para el
gobierno conservador, pero no ha sido mal pretexto para desatar de una
vez toda su furia reaccionaria y sobre toda España, bien inocente y
bien ajena á lo que en una determinada provincia ocurra.

Si alguien dudaba que el terrorismo se había hecho reaccionario, bien
puede convencerse ahora. Y no hay que fiar en las buenas palabras de
estos conservadores al uso—harto ha confiado en ellas la opinión
liberal del país,—con que pretenden convencernos de que no es para
tanto ni la cosa es tan sería como parece; malo es dejar y permitir en
manos de esta gente leyes de estira y afloja. Sobre todo, hora es ya
de no permitir que entre los partidos reaccionarios y los liberales,
suponiendo que los dos extremos constituyeran un mismo peligro para el
orden conservador, no digamos social, todos los halagos, complacencias
y mimos sean para los primeros, y todos los desdenes, represiones y
alardes de fuerza contra los últimos. Tanto va el cántaro ...

¿Son Rusia, Turquía y Marruecos, ejemplo de países civilizados ni de
tranquilidad siquiera en sus esferas gubernamentales?

¿Tan buen éxito tuvo el ensayo reaccionario en Portugal con estar algo
más justificado que en España? ¿Qué situación excepcional del país
reclama la aplicación de tantas leyes especiales? Porque una persona de
la familia esté enferma, ¿es para sujetar á un plan curativo á toda la
familia? Bastante es ya tolerar las impertinencias del enfermo, y mucho
más cuando la enfermedad es nerviosa y hay tantos motivos para creer
que de conveniencia.

       *       *       *       *       *

¡Si á lo menos para compensación, lo que va en retrocesos espirituales
fuera en adelantos materiales! Pero sí; una vez más el servicio de
incendios ha demostrado que cuenta con todos los elementos más modernos
y necesarios, exceptuando el agua, detalle sin importancia. De la
recogida de pobres, como si nada hubiéramos hablado, porque al que no
le molestan á cada paso, será porque no salga de su casa ó vaya en
coche galoneado. Las calles mal barridas y peor regadas; el pavimento
imitando á la naturaleza, y en todo así. Nuestros gobernantes no tienen
siquiera la delicada atención de esas mujeres que cuando más engañan á
su marido más procuran que no tenga que poner falta en el cuidado de
la casa y de la comida. Yo se de algunos. ¡Seres egoístas y regalones!
que por ver una población linda, con sus calles bien pavimentadas, sus
jardines bien cuidados, las gentes limpias en su aspecto y urbanas en
su trato, la policía y todos los servicios municipales de organización
intachable, darían muy gustosos todas las conquistas de la libertad y
de la democracia, sufragio universal, jurado, hasta la Constitución
inclusive ... Pero la verdad, ¡tan abandonado y tan sucio todo y encima
leyes terroristas! No hay derecho, señores, no hay derecho.

       *       *       *       *       *

¡Quién te ha visto y quien te ve, corrida de Beneficencia! ¡Aquella
famosa, entre todas, en que reapareció Frascuelo, después de no haber
toreado por algún tiempo en Madrid! La víspera de la corrida la gente
velo toda la noche en larga fila esperando la apertura del despacho de
billetes. No bastaba el dinero sin buenas influencias para obtener una
localidad preferente, un coche y un ramo de claveles.

Por fortuna, en esta temporada, algo hemos tenido evocador de aquellos
pasados entusiasmos. La corrida en que tan bien se esta toreando esa
ley del terrorismo, bicho de mucho cuidado y sentido. Corrida que puede
considerarse de beneficencia; que tan necesitada de ella estaba la
pobrecita libertad española. Y gracias sean dadas á los sobresalientes
lidiadores que con el mayor desinterés y entusiasmo se han prestado á
torear en ella. Barcia, Grandmontagne, Iglesias, Dicenta, Costa y otros
muchos, que han picado, banderilleado y estoqueado con arte supremo;
sin olvidar el soberbio quite aguantando del maestro Burell; todo lo
cual ha constituído una corrida inolvidable, bastante á compensarnos de
las mojigangas y novilladas que presenciamos á diario.

La intención de la empresa estaba vista; soltar unos toros que acabaran
de una vez con los primeros espadas que no se presten á contratarse en
las condiciones exigidas por el empresario. Pero la corrida quedó bien
despachada, y por ahora, la empresa no se saldrá con la suya, y en el
fondo, aunque se lastime un poco en su amor propio, debe alegrarse. Por
ese camino íbamos á las corridas á la portuguesa.

       *       *       *       *       *

¡Quién te ha visto y quien te ve también, paseo de coches del Retiro
y de la Castellana, en estas tardes de primavera y entrada de verano!
Eras una de las delicias madrileñas, con tus trenes de lujo á paso
tranquilo, tus mujeres con alegres trajes y floridos sombreros que se
dejaban ver en los milores y sociables. El automóvil ha atropellado con
todo.

La gente adinerada ha sustituído los arrogantes troncos de caballos,
los coches señoriales, por el ruidoso artefacto mecánico. El coche de
establecimiento, el de círculo y el alquilón democrático, quedan como
campeones vencidos del arrastre de sangre. El paseo esta convertido en
carretera, por donde entre nubes de polvo y de humo pestilente corren
los automóviles como tren de viaje ó de guerra. No sabemos que admirar
más, si la tolerancia de las autoridades consintiendo en el paseo
automóviles que no sean eléctricos, si la paciencia de los que reciben
polvo y humo, desde sus modestos carruajes ó la falta de ... diremos
de buen gusto, de los que hacen carretera de un paseo por ostentar un
lujo, que en este caso más parece economía; porque cada cosa en su
lugar y el automóvil para una prisa. ¡Pero para dar unas vueltas en el
Retiro ó la Castellana! ¿No tendrán un capítulo de esto esos libros que
tratan del buen tono ó del arte de vivir en sociedad?

       *       *       *       *       *

Lo poco que hable de la Exposición de pinturas, fué antes de haberla
visto. Hoy, contra la opinión de muchos me atrevo á afirmar que no
puede calificarse de insignificante una Exposición en que figuran—no
cito otras obras de mérito—los cuadros de Romero Torres. No recuerdo á
qué Exposición habría que remontarse para encontrar algo parecido. Las
frases admirativas están mal gastadas por el abuso y no son obras que
puedan elogiarse como se han elogiado tantas otras. Son piezas de
museo; pero si á ese lugar son destinadas, no debe olvidarse que
tenemos dos; uno, ¡ay! llamado moderno—aunque ya va pareciendo
prehistórico,—y otro, el verdadero, el único, conocido en todo el
mundo del arte y Madrid por el, como Museo del Prado. Si los cuadros
de Romero Torres han de figurar entre sus iguales, solo en este Museo
deben hallar lugar, sin temor al fallo de revisión de los venideros.

¡Pero váyanle ó vénganle ustedes con exposiciones al señor público!
Después del día de inauguración, en el que acude la concurrencia por
motivos de curiosidad, ajenos al arte y sus vanidades, no hay sitio
más á propósito para citas misteriosas y entrevistas reservadas, que
cualquiera de nuestras exposiciones.

De la de Pinturas, según nos afirman, ha ahuyentado al público bien,
¡muy bien! la abundancia de desnudos. ¡Siquiera hubieran tenido los
artistas la precaución de vestirlos con esos trajes directorio que
empiezan á lucir nuestras elegantes!

¡La moda de los trajes Directorio después de la moda de los trajes
Imperio! ¿Tendrá esto su filosofía? Solo un Carlyle en un nuevo «Sartor
Resartus» pudiera explicárnoslo ... Pero si la serie continúa de
este modo en sentido inverso á ese paso regresivo, llegaremos á la
Revolución. Todo, por supuesto, en las esferas modistiles y femeninas,
que tocante á los hombres, paso la moda Imperio sin un Napoleón; pasará
la Directorio sin un mal Barrás, y así todo ... La Historia, en su mayor
parte, es hechura de sastres y modistas. Sin la variedad de trajes,
¡sería tan difícil diferenciar los siglos unos de otros! ¡Modas en el
vestir, modas en el pensar! Desnudos cuerpos y pensamientos ... ¡el
hombre siempre el mismo!

       *       *       *       *       *

El pasado día de la Ascensión fué en este año, con doble motivo, uno de
los jueves que relumbran más que el sol, según canta la copla popular.
Todo fué Ascensión; _sursum corda_ de los corazones liberales. Ni la
corrida de toros con su cartel de Miura—casi en aniversario de la
muerte del Espartero, hay que estar en todo ¡oh, empresarios!—pudo
restar concurrencia y entusiasmo al _meeting_ del teatro de la
Princesa. De Maura á Miura no va más que una letra, y desde luego
había más confianza en los diestros que habían de lidiar el ganado del
primero que en los anunciados para lidiar el del segundo.

Plutocracia y Teocracia fueron bien despachadas. Si esta moderna
Teocracia tuviera algo de común con la doctrina predicada por Cristo,
El, que consideró más difícil el paso de un camello por el ojo de una
aguja que la entrada de un rico en el reino de los cielos, no dejaría
de sorprenderse al ver como á los mil novecientos ocho años de su
nacimiento eran los ricos de este mundo los más decididos apóstoles de
su doctrina.

       *       *       *       *       *

Es natural; en una buena y cómoda posición puede esperarse más
tranquilamente el reino de los cielos, y nadie más obligado á creer en
el poder de lo divino que los que tantos favores han recibido de su
bondad. Cuánto más ricos, más fervorosos creyentes. Los que pasaron
su vida dando con el mazo, aunque no hayan dejado de rogar á Dios por
eso, saben muy bien lo que razonablemente puede esperarse del trabajo
honrado y del favor divino.

Pero los que se hallaron en posesión de grandes riquezas, sin esfuerzo
mayor de su parte, por cómodas herencias ó saneados negocios, de esos
que se vienen á la mano, sin buscarlos muchas veces, ¿como no han
de ver algo sobrenatural y milagroso en su suerte, y como no han de
protestar contra los rebeldes y los inquietos que, mal hallados con el
orden social, se atreven á pretender un arreglo más equitativo en las
cosas del mundo, fiando algo más en el esfuerzo humano y un poco menos
en la intervención divina? ¡Oh, gente impaciente y descreída! Como si
todo no estuviera lo mejor posible y los hombres pudiéramos atrevernos
á trastornar esta divina armonía del mundo.

Para estos plutócratas la Teocracia es un punto de apoyo, no para
mover, sino para inmovilizar el mundo.

No es ninguna tontería la de los señores: Resignación, humildad, nada
de rebeldías, nada de impaciencias ... Dios sabe dónde vamos y adónde
nos lleva ... Esperemos, esperemos ...

Todo esta bien: esperemos, pero ¿quieren ustedes cambiar de sitio?

[Ilustración]



XXIV


Desde Juan Pablo Rubens, el magnífico pintor de los dioses paganos,
no tuvo nación alguna por embajador á tan gran artista, como ahora la
república de Nicaragua, en la persona de Rubén Darío.

Mejor que de nación alguna, por noble y poderosa que fuera, quisiéramos
verle embajador por derecho propio, del reino ideal de la Poesía, á
este soberano poeta, rey mago de una región encantada, como Próspero en
la isla prodigiosa de Caliban y Ariel.

Y así ha de ser, que por mano de tal poeta nunca han de cruzarse
enfadosas notas diplomáticas, sino mensajes de paz y salutaciones de
amor.

¡Por bien empleados todos nuestros triunfos y todos nuestros
descalabros en tierra americana; por bien empleados, que por todo
ello hoy nos vuelve con nuestra propia lengua tan alto poeta, como
flor suprema de cuanto allí sembró nuestro espíritu en glorias y en
tristezas.

       *       *       *       *       *

Las compañías de opereta inglesa é italiana ofrecen al observador
fecundo campo en comparaciones. Para que éstas no sean odiosas—hemos
convenido en que las comparaciones son odiosas, mejor dicho, han
convenido los que tienen que perder en ellas,—me limitaré á comparar
estilo con estilo, _la manera_.

En la opereta inglesa todo es candoroso, infantil; se canta, se
baila, se salta, se corre, se abraza y se besa también, sin que el
espectador más picardeado halle malicia en todo ello; es como juego de
niños, todo alegría inocente, salud y vida. Y no es que las artistas
escatimen ninguna exhibición; hay descotes valientes y piernas por
el aire—verdad que tratándose de inglesas, muchas veces es difícil
descubrir dónde acaba el aire y donde empiezan las piernas,—pero
todo, ya digo, es como juego ó gimnasia, que aleja del espectador las
sugestiones maliciosas. Es un espectáculo confortador, reconstituyente;
sale uno del teatro con ganas de bailar, de saltar, más fuerte, más
ágil y más alegre.

En la opereta italiana, todo es sensualidad y maliciosa intención. Los
artistas subrayan las frases más inocentes. Cuando una artista italiana
dice: _Buona notte_, _arrivederci_, el espectador cree adivinar la
promesa de una noche de amor, y así en todo; música, baile, todo
es sensual, todo con ese doble sentido erótico, tan aguzado en los
públicos latinos.

No hay que decir si el éxito de una compañía italiana ha de ser siempre
mayor entre nosotros que el de una compañía inglesa.

Nuestra sensualidad no es nada pagana, no es de bellas formas y
nobles ritmos de actitudes; es de desnudeces entrevistas, de frases
intencionadas, de malicias equívocas ...

La sensualidad de un pueblo de educación frailuna, que se ha bañado
poco y en muchos siglos no ha sabido de más desnudeces que las de los
Cristos crucificados, inquisitoriales y tétricos.

       *       *       *       *       *

¡Tanto puede decirse en defensa y apología del automóvil! Aunque
no le debiéramos más que el arreglo y mejora de muchas de nuestras
carreteras, ya sería para celebrarlo. No diremos lo que contribuye
al conocimiento de la geografía y topografía nacionales, al de
las costumbres, necesidades y escaseces de pueblos y lugares casi
desconocidos antes de quien debía conocerlos, que no toda España esta
en sus capitales y ciudades de importancia, y mucho menos cuando se
engalanan para fiestas.

El automóvil es progreso y es civilización por donde pasa. Alguna vez,
al pasar, atropella; cierta señal del progreso y la civilización que
simboliza.

Nunca, á lo menos, podrá decirse por el: A salvo esta el que repica;
que si mucho han atropellado los automóviles, no han volcado menos, y
si no han sido avaros de la seguridad ajena, tampoco lo han sido de la
propia. Vaya en descargo de sus culpas.

Lo peor del automóvil es que ha venido á ser juguete de «parvenus».
El que viaja por necesidad ó por recreo, ya tiene buen cuidado de no
estropear el viaje con imprudencias. Pero el que solo viaja á corre que
te corre, sin que en ninguna parte le espere asunto que le importe, ni
en el camino haya belleza natural ni edificio histórico que le
interese, el que no tiene más satisfacción al llegar que poder decir:
«Hemos venido en cinco horas, á 95 kilómetros por hora. ¿Qué les parece
á ustedes?» esos terribles traga kilómetros son el mayor enemigo del
automovilismo.

El automóvil utilizado por el industrial, por el comerciante ó por
personas de buen gusto para agradables é instructivas expediciones ...
Pero, ¿cuántas son las personas de buen gusto que en España tienen
dinero? Y el buen gusto sin dinero ... es una patarata, como diría algún
solidario.

       *       *       *       *       *

Yo insistiría, atendiendo la indicación de muchas personas, en lo del
monumento á Chueca. En tan buena compañía como Mariano de Cávia, se
puede ir gustoso á todas partes, hasta el fracaso. Pero dicho lo que se
debía, á otros corresponde hacer lo que se debe, aunque se deba lo que
se hace, como dijo el otro. Ni una vez lanzadas estas ideas—¡y ojalá
pudiera darles uno la misma autoridad lanzándolas sin nombre!—conviene
usufructuarlas demasiado. ¡Hay gentes tan suspicaces que pudieran creer
tenía uno interés especial en aprovecharse, ó por lo menos en lucirse á
su costa!

Bien se yo que no basta con el primer aviso y que toda insistencia
es poca para despertar entusiasmos tan dormidos. ¿Qué fué de los
monumentos proyectados á Zorrilla, á Campoamor? Pero váyale usted
con insistencias á nuestro publiquito. Mejor dicho, al público no;
el verdadero público—nunca nos falte—sabe estimar las buenas
intenciones. Me refiero á los maese Reparos, que si ya les molesta
ver una firma con frecuente periodicidad, ¿qué será ello si además se
repite el tema?—¿Ha visto usted? ¡Otra vez con la misma lata! ¡No hay
paciencia!

Estos maese Reparos son los mismos que en cuanto no ven la firma de
uno en ocho días empiezan á decir que esta uno agotado. Los mismos,
que si la prensa hubiera dejado pasar la ley del terrorismo, hubieran
clamado:—¡Eh, qué prensa! ¡Vea usted, toda á los pies de Maura! Y
apenas los periódicos llevaban tres días de campaña contra la ley, ya
arrojaban el periódico desdeñosos: ¡Vaya! ¡Ya tenemos lata! ¡No saben
hablar de otra cosa!

No seré yo quien arrostre su enojo insistiendo en la idea del monumento
á Chueca. Tienen la palabra más señores. Mejor dicho, palabras es lo
que menos falta hace. Palabras sin dinero, patarata también. No dirá el
Sr. Cambó que no le tengo entre mis clásicos.

       *       *       *       *       *

Aquella discretísima azafata, cuyas memorias nos servía con tanta
amenidad el buen Kasabal, no puede consolarse del cambio de los
tiempos. Y con ella, aquellas castizas señoras madrileñas, fieles
espectadoras de toda gala y de todo ceremonial cortesano, aquellas,
tan bien conocidas de D. Benito Pérez Galdós, que sabían describir tan
puntualísimamente las carrozas de corte, sus arneses y distintivos,
aquellas que conocían á toda nuestra grandeza por sus nombres y caras,
y no había para ellas mejor día que el de una jura, boda ó bautizo
reales.

¡Como comparar aquellos magníficos cortejos de pomposas carrozas,
palafrenos empenachados, pelucas y casacones, por todo un Madrid! ¡que
sólo Madrid es corte! con este ajetreo de ahora tan sin ceremonia, los
automóviles por la carretera, las damas tocándose de prisa y corriendo,
los caballeros sin tiempo ni sitio acomodado para colgarse bandas y
cruces y hasta última hora, sin saber quien llevaría el mazapán, ni
quien llevaría la vela ...

¡Oh, tradiciones veneradas! ¡Oh, pompas! ¡Oh, grandezas! Las viejas
azafatas lloran sin consuelo. Las bocinas de los automóviles las
responden burlonas. El recién nacido sonríe á los tiempos nuevos.

       *       *       *       *       *

No se comprende que la empresa de la Plaza de Toros madrileña haya
puesto tantos obstáculos á la corrida llamada de la Prensa. Nadie más
interesado que esa empresa en que dicha corrida se celebre en las más
favorables condiciones. Si la corrida sale bien, sabido es que una
buena corrida es el mejor cartel para las siguientes, y nada pierde la
empresa con el buen sabor de boca del público. Si la corrida sale mala,
¡ay! como suele verificarse, ¿dónde hallará mejor razón la empresa para
protestar cuando á ella la censuren por sus malas corridas? ¿No será
bueno que esos diablos de chicos de la Prensa aprendan en cabeza propia
lo difícil que es organizar una corrida y divertir á un público que
paga? Si con la flor de los toreros—salvo el capullo de Gaona,—si con
toros escogidos y plaza nueva y camino regado, la corrida no dió mucho
gusto, que digamos, ¿no prueba esto lo difícil que es garantizar la
diversión en fiestas de toros, siendo el arte y valor de los toreros y
el coraje de los toros imposibles de contratar para fecha determinada?
Por eso creo que nadie más interesado que las empresas en que sus
críticos sean, una vez al año, por lo menos, empresarios. Si en todas
las esferas sociales fuera posible de cuando en cuando este cambio
de papeles, la indulgencia, la tolerancia y la benevolencia mutuas,
florecerían naturalmente en los corazones.

¡Ah! Si cada espectador de una corrida hubiera sido una vez siquiera
empresario, otra presidente, otra torero, otra caballo y otra toro,
¿quien se atrevería á llamar ¡ladrón! al empresario, ¡burro! al
presidente, ¡maleta! al torero, y mucho menos á pedir banderillas de
fuego?

       *       *       *       *       *

El proverbio francés: «Les absents ont toujours tort», no reza en
modo alguno con nosotros, que nunca hacemos mejor papel que cuando
nos ausentamos. Dígalo el entusiasmo conque nuestros marinos han sido
recibidos en la Habana. No hay idea del amor que nos tienen en toda la
América española, desde que solo nos queda allí el reino de las almas.
¿No es el, bien mirado todo, el inmortal seguro de que nos hablo el
poeta?

¿Sabremos colonizar mejor estos espirituales dominios que supimos
colonizar los materiales? ¿Todo quedará reducido á luminarias, brindis
y salutaciones?

Ahora somos nosotros los que debemos desear más que nadie la libertad
de Cuba, que yendo para libre se quedó en protegida; cosa tan triste,
como ir para santo y quedarse en beato.

Pero cuando Cuba haya conquistado por completo su independencia y haya
aprendido á gobernarse por sí misma, ¿no será la peor señal de que ha
dejado de ser española?

El día en que esas hijas nuestras tengan juicio, no las va á conocer su
madre.

       *       *       *       *       *

Con las más persuasivas razones quieren convencernos de que ese
proyecto de administración local es, si no la felicidad completa,
que no es de este mundo, ni siquiera dividiéndole en regiones, lo
más parecido á la felicidad. Quieren, además, persuadirnos de que el
más amplio espíritu liberal lo informa, y siendo así no se comprende
la tenaz oposición de los elementos liberales á que el proyecto sea
ley. Y puede que todo sea verdad, pero, ¡«velay» ustedes! Nadie tiene
la culpa de que la opinión liberal esté tan desconfiada que de manos
conservadoras y solidarias, de cien vueltas al duro antes de tomarlo.

Las cosas son buenas ó malas por sí. ¿Quién lo duda? Pero como la
opinión general, de la que todos vivimos, no suele ir tan al fondo y se
detiene en la forma, y la forma en este caso deja tanto que desear ...

¡Oh, la manera! No es nada y es todo. En esta superficialísima región
central, corte del reino de la Bagatela, en este Madrid del chiste y de
la broma, nos pagamos tanto de la manera! Si los catalanistas creen que
nos asustamos de lo que piden, están equivocados; nadie se asusta ...
Nos desagrada la manera de pedirlo.

En cuanto viéramos en ellos alguna indicación que pareciera de un
camino hacia Europa, por allí iríamos con ellos ...

Pero hasta ahora, ¿qué hemos visto? Lo mismo que por aquí, con peores
maneras. ¡Oh, la manera.

Con la culta Atenas á todas partes; con la ruda Esparta, con la áspera
Beocia, á ninguna; mejor estamos en Bizancio.

¿Por qué son tan poco áticas las maneras de los catalanistas? ¡Oh, la
manera, la manera! parece nada y es todo.

       *       *       *       *       *

Desde Buenos Aires me envían con gran constancia un interesante
periódico—_El Zoófilo Argentino_,—dedicado como el nombre indica,
á la defensa y protección de los animales. Ese periódico y sus
propagandistas tienen todas mis simpatías. Como es natural, su campaña,
contra las corridas de toros es incesante, y como á escritor español,
en todos los números que me envían vienen señalados con lápiz rojo
los artículos impugnadores de nuestra fiesta. ¿A quien predican
ustedes? Los argumentos en contra son muy razonables, cuando no se
fundan en estadísticas caprichosas, como el relacionar la proporción
de criminalidad en una provincia con el número de corridas de toros
celebradas en ella.

Que en Madrid haya más delitos y que también haya más corridas,
es natural porque también hay mayor número de habitantes. Que en
Barcelona—ya pareció la oreja catalanista—haya menos delitos y menos
corridas, tampoco es cierto. Justamente, es la única capital en que
existen dos grandes plazas que funcionan constantemente; y en cuánto
á delitos ... con los del terrorismo basta para deducir consecuencias.
Que en lugares de escasa población haya pocos delitos, es tan natural
como que haya pocas corridas. De modo que toda esa sólida argumentación
basada en la estadística, es ... líquido, como dice el banderillero
socialista de «Sangre y arena».

Pero no se apuren los zoófilos argentinos; sin que las estadísticas
nos convenzan, las corridas de toros se caen por sí solas. Es cuestión
de tiempo, de evolución. Si faltarán otros síntomas de su decadencia,
bastaría con ver el número de plazas nuevas en los alrededores de
Madrid. No hay quien tenga el ojo de nuestros empresarios para perder
el dinero. ¿Que la gente se cansa ya del cinematógrafo? Pues ya se
sabe, un cinematógrafo en cada esquina. ¿Que el género chico empieza á
estar agotado? Pues género chico en todos los teatros. Los empresarios
no han comprendido todavía que el secreto no esta en ofrecer al público
lo que le gusta, sino lo que le gustará. Plaza de toros en Madrid,
plaza en Carabanchel, plaza en Tetuán, plaza en las Ventas ... ¿Qué
mejor propaganda contra las corridas de toros?

[Ilustración]



XXV


Las impresiones que recibimos de niños, influyen sobre nuestro espíritu
para toda la vida. ¿Qué deberán pensar esas tiernas criaturas tan
traídas y llevadas en estos días alrededor de la estatua de Mendizábal?
Sus maestros, autoridad respetable: Es preciso que vayáis, niños míos,
á ofrecer el homenaje del porvenir, que sois vosotros, al grande
hombre, al hombre glorioso ... Y el gobierno, autoridad suprema que
dice: No dejéis á los niños que se acerquen; esas manifestaciones son
peligrosas en edad temprana; exponer á los niños á los rigores del
calor, de las apreturas, de la oratoria progresista ... Además, ¿quien
os ha dicho que Mendizábal fuera tan grande hombre? ¿Porque tenga una
estatua en la plazuela del Progreso?

Esa estatua, mantenida sobre el pedestal gracias á la tolerancia sin
límites de los muchos gobiernos conservadores que no se han dignado
concederla ninguna importancia, significa muy poco. La historia no ha
juzgado todavía y la moda ... ¡Ah! La moda nos dijo hace tiempo que el
figurín progresista era de lo más cursi, y ninguna persona distinguida
se atrevería hoy á presentarse en público con la capa de Mendizábal. No
saben muchos de los que así hablan, que acaso en el infierno, círculo
de los hipócritas, les aguardan aquellas capas de plomo con que el
poeta florentino vió pasar abrumados á los más célebres antecesores
de Tartufo. Pero, ¿qué pensarán los niños? De un lado, sus maestros;
de otro, el gobierno ... Un hombre que merece una estatua y no merece
un homenaje ... Para comprender la situación de esas criaturas hay que
recordar cuando alguna vez en nuestra infancia, al anunciarse una
visita en nuestra casa, olmos murmurar:

—¡Ahí esta ese señor tan antipático!—Y cuando nosotros, mal
prevenidos, le mirábamos de reojo, alguno nos decía:—Vamos, da un
besito á este caballero, que es muy bueno y te quiere mucho ... Y estas
primeras impresiones que recibimos de niños, influyen sobre toda la
vida ... No se debe decir á los niños que un señor es antipático, cuando
después hay que decirles que le besen. No se deben levantar estatuas
cuando después hay que prohibir á las nuevas generaciones que las
saluden con respeto.

       *       *       *       *       *

Las vacaciones del veraneo ... ¡Si fueran tales vacaciones! ¡Pero son
descanso para tan pocos! ¿Quién puede decir que deja sus cuidados,
sus preocupaciones, sus afanes, al tomar el tren ó el automóvil que
ha de llevarle lejos de todo menos de sí mismo? El hombre político á
esperar los periódicos y á prodigarse en declaraciones y conferencias,
la dama elegante á fatigar su belleza en bailes, comidas, excursiones,
«flirts», á lucir media docena de «toilettes» por día, á lanzar un
atrevido «tanagra», ya que el desnudo artístico ha sido sancionado
por los tribunales franceses; el _sportsman_ á continuar pendiente
del «poney» de polo, del balandro, del automóvil y del tapete verde,
el escritor á exprimir los sesos por estupendas crónicas, artículos,
comedias; el hombre de negocios á pensar en la futura escuadra,
en una nueva emisión de duros sevillanos, en los que se arruinan
con el veraneo, en las fincas de posible hipoteca; los novios en
llenar pliegos de papel, si ausentes; si juntos, en continuar las
interminables charlas de cuello vuelto, el «allumage» sin escape de
gases, tan perjudicial á los motores ... Las esposas á desesperarse
porque el marido gasta mucho, y los maridos á rabiar porque la mujer
despilfarra. Y los pocos que pretenden descansar y olvidarse de todo,
los contados que cambian en absoluto de vida, ¿no son aquellos para
quienes se definió el veraneo: «Los ocho primeros días descansa uno del
cansancio, los siguientes se cansa uno de descansar»?

Si observamos la terraza del casino en cualquier playa elegante, basta
comprender lo que es el veraneo para muchos. De una parte, el mar; de
otra, la fachada del Casino: gente que pasa y entra y sale ... Todos se
sientan de espaldas al mar, que con razón murmura más que nunca, pero
no tanto como los que le vuelven la espalda.

       *       *       *       *       *

La exhibición de desnudeces en los escenarios de París trae alarmados
á los que no asisten nunca á los teatros. Fué siempre condición humana
la de preocuparnos más por la paja ajena que por la viga propia. Los
tribunales intervinieron con un tacto exquisito. El teatro y las
«cocottes» son instituciones en París muy respetables, para que la
misma justicia no se mire mucho antes de dar un fallo que pueda
disminuirlas en sus prestigios. Y así fué en este caso, mejor dicho
en estos dos casos, pues fueron dos los sometidos á sentencia. En uno
de ellos la absolución fué completa y con todos los pronunciamientos
favorables: se trataba de arte, arte puro; los desnudos eran vivas
esculturas, pero la carne no es menos sagrada que el mármol cuando la
carne copia del mármol blancura y reposo. En el otro caso, ya hubo que
estrechar la manga de la toga. Los desnudos ya se animaban, ya no era
posible confundirlos con estatuas, ya pasaban á cuadros y demasiado
vivos. En la moralidad hay grados. Primero, la escultura sin color y
sin movimiento; después, la pintura, que se anima con colores; por
último, la carne viva con toda la expresión del color y del movimiento.
Mientras la carne copia á la estatua, vamos pasando; si llega al
cuadro, fruncimos el entrecejo ... pero si se empeña en ser carne, ya no
podemos tolerarlo.

La estática, buena; la dinámica, mala: esto es lo que han fallado los
jueces. Al contrario de muchos medicamentos, en el teatro puede usarse
el desnudo, pero sin agitarlo.

¿Qué dirá el público de nuestros teatros sicalípticos, en donde anda el
movimiento más que nada y por el movimiento se disimulan algún tanto
anatomías nada esculturales y muy poco pictóricas? ¿Qué dirán los
insaciables del molinete y de la cadera?

Todo no puede tenerse en este mundo. Ya lo saben las apreciables
tiples. No se puede ser á un tiempo mármol y artista. La que tenga
más de lo primero, que se contente con ser material de estatua: no se
mueva, no hable, no cante sobre todo. La que presuma de lo segundo,
sienta todo y lo mejor que pueda, subraye los equívocos, de á las
coplillas la intención posible, que si en ellas mienta la escarola ó la
lechuga ó la chocolatera ó el molinillo, la sola enunciación de dichas
hortalizas ó utensilios abre á la imaginación de los espectadores
horizontes ilimitados ... Todo es arte; pero ya lo han sentenciado los
jueces franceses y antes lo había sentenciado el buen gusto: lo que no
se puede es promiscuar.

       *       *       *       *       *

Acostumbrados á que las guerras de los marroquíes acaben siempre
con pirámides de cabezas cortadas, mutilaciones crueles, cuando más
dulcemente, por cadenas y mazmorras, esta de ahora entre los dos
hermanos ha parecido poética y caballeresca relación del Romancero
morisco. De tal modo, que á cuántos conocen la tortuosa sencillez del
espíritu moruno, más que lucha entre hermanos parece juego de compadres.

No es el «Quítate tu, para ponerme yo» de otras guerras y luchas
fratricidas, sino el «Yo no puedo quitarme á esos franceses; á ver
como tu me los quitas». Por lo pronto, se abre un compás de espera y
de expectación. Pueblo que sabe esperar sentado á ver pasar el cadáver
de su enemigo por delante de su casa, sabrá esperar con calma en esta
ocasión; mucho más, cuando la silla la ofrece el kaiser, y cuando lo
que ha de ser esta escrito ... en la conferencia de Algeciras. Pero
se ha volcado el tintero, y aunque todo esté escrito, tardará en
descifrarse. Para esto de echar borrones sobre la correcta escritura
de la diplomacia europea, se pintan solos los moritos. Veremos si ese
borrón es cuenta nueva, si basta con el papel secante, ó si el gran
emperador vuelca toda la salvadera, y entonces sí que podrá decir
Francia, alterando nuestro refrán: «De aquellos lodos, vienen estos
polvos». ¡Con tal que no nos pongan perdidos las salpicaduras!

Como al desfallecido de estómago, por insuficiente alimentación, solo
el olor de la comida le produce mareos, así á los españoles, tan
desfallecidos de toda clase de receptáculos, estómago, bolsillo, etc.,
por fuerza ha de producirles mareos y vértigos y delirios, nada más que
el olor de esa cifra fantástica de millones, destinados al principio
del proemio del prólogo de nuestra futura escuadra.

No es extraño que el concurso haya inspirado tanta curiosidad y
despertado tantas emociones como el sorteo de Navidad. El gordo valía
la pena. Sin embargo, ¿será cosa de compadecer á los agraciados? Me
decía una vez el propietario explotador de uno de esos admirables
Tíos-vivos, que tan bien simbolizan la marcha de la humanidad: Mire
usted, esto podía ser un negocio. ¡Pero si viera usted! Para que
esta máquina ande, ¡hay que untar tantas ruedas! Que la licencia del
Ayuntamiento, que el inspector del distrito, que el alcalde de barrio,
que los guardias, que si se quejó un vecino y hay que callarle ...
Crea usted que si me queda una vuelta en limpio me doy por contento.
Guardando las debidas proporciones, bien puede ser que esto de la
escuadra no sea negocio más saneado que el del Tío-vivo, y los
envidiados concesionarios sean al fin más dignos de lástima que de
envidia.

Entre tanto, hay quien no contribuye á las cargas del Estado con más
de una peseta de cédula, y anda por esos corrillos vociferando como si
los millones de la escuadra se los sacaran á el íntegros del bolsillo.
¿Han visto ustedes? ¡qué modo de esquilmar al contribuyente! ¡No se
puede vivir en este país! ¡Eche usted millones! ¿Y de dónde salen esos
millones; ¿quieren ustedes decirme? Y el hombre se congestiona como si
acabara de entregar el cheque.

No, no hay razón para quejarse. Aún los mayores contribuyentes, piensen
como son muchas cosas las que el Estado les da por muy poco dinero. ¡No
digamos los de la cédula de á peseta y los que ni cédula pagan! Y ellos
tienen calles y paseos para esparcirse, alumbrado, museos, iglesias
donde pasar el rato; disfrutan de suntuosos espectáculos, como desfiles
de corte, revistas militares, procesiones; todo mejor presentado que en
cualquier teatro ó cinematógrafo y por menos dinero.

Y estos barcos de ahora, digo de mañana, ¿no son también baratísimos?
Si la canalización del Manzanares permite que lleguen un día, siquiera
hasta la Florida ... Solo el gusto de verlos no se paga. Y no hay duda,
una buena escuadra y un buen ejército son las mejores garantías de paz.
Con buena ropa tiene uno más cuidado de no meterse en pendencias, por
no estropearla. Sobre todo, cuando no se tiene más que lo puesto.

       *       *       *       *       *

Anuncié que la prohibición de las capeas traería algunos disgustos,
como se ha verificado. Es lo que tienen esas leyes de gabinete, tan
bien intencionadas como desconocedoras del terreno en que han de
cumplirse.

La capea más bárbara no perturbará nunca tanto la vida de un lugar,
como esas colisiones entre la Guardia civil y los lugareños, que dejan
un rastro de odios y de venganzas para muchas generaciones.

Ya lo dije; no se ha tenido en cuenta que en muchos pueblos, la fiesta
es la capea, y suprimida falta el pretexto para ir de los pueblos
comarcanos, y falta la alegría y falta el dinero.

Y entre los mozos del pueblo, que por necesidad han de manejar todo el
año vacas y toros, y por gusto los torean un día, y los señoritos de la
ciudad, que sin aplicación ninguna á sus necesidades, matan pichones
estúpidamente ... Dígase quien es más disculpable.

Civilizar por reales órdenes es muy cómodo y muy fácil. Queda prohibido
comer patatas. ¿Y qué comemos? dirán los que no tienen otra cosa. Todos
los españoles se bañarán diariamente. ¿Y donde no hay agua bastante
para beber siquiera?

Los ministros dan leyes desde su gabinete, la «claque» aplaude. ¡Oh,
qué ley tan sabia! En el terreno ya es otra cosa, ya es la Guardia
civil, ya es el Mauser ... El orden ha quedado restablecido. ¡Que se lo
pregunten á los muertos y á sus familias! Es la civilización que pasa.
¡Si hubiera pasado antes en otra forma!

¡Mucha Guardia civil para impedir capeas y ni un mal inspector para
copar partidas de monte y otros recreos en esos casinos burgueses y
aristocráticos! La ley no puede estar en todas partes.

Además, la capea es cosa de bárbaros, lo otro, de pillos. ¡Aún hay
clases!

       *       *       *       *       *

El automóvil ha matado el veraneo estacionario; ya no se esta en
ninguna parte, se va de una parte á otra; del almuerzo al te, del te á
la comida, de la comida á la fiesta, y de la fiesta al descanso; ya no
son horas, sino kilómetros. La racha ó el _tierce á tout_, empezados á
jugar en San Sebastián, se continúa en Biarritz y quiebra en Luchón. El
_flirt_, iniciado en Cestona, termina en Bigorre, sobre todo para los
acompañantes y testigos, que en esto de _flirts_, de llevar la cestona
ó ponerle á uno el bigorre—¡chistes de verano!—no se sale nunca.

De este continuo ajetreo, que convierte el veraneo en una especie de
_toboggan_, se lamentan en primer lugar los que no tienen dinero para
hacer lo mismo; después, los que sólo van á un sitio con el deseo de
cultivar, fomentar y adquirir relaciones, allá para el invierno. Pero
sucede que cuando los periódicos le han dicho á usted que en tales
aguas ó en tal playa están las duquesas de tal y cual, y las marquesas
de esto y de lo otro, y las distinguidas señoras de más acá y de más
allá, y el ilustre hombre público y el conocido _sportsman_, y cuando
llega usted con la lengua fuera para ofrecerles sus respetos y alternar
con ellos, siquiera en las correspondencias periodísticas, ya todos se
han dispersado en alas del _taf-taf_ maldecido. ¡Es para desesperarse!

Se lamentan también las madres de hijas casaderas: el automóvil es
todo lo más el amor que pasa, pero rara vez es el marido que queda. Se
lamentan los fondistas y hosteleros, aunque estos sin razón, porque
ellos bien saben practicar el refrán: «Al ave de paso cañazo». Pero
no sólo del libro de caja vive el hombre, y á ellos les agrada contar
con una selecta clientela fija que decore el libro de oro de su
establecimiento.

La única verdad de estas andanzas es que se ha subido el veraneo, y
las modestas familias que esperaban hacer algún papel instalándose por
una temporada en las sillas más visibles del bulevar de San Sebastián,
tienen que resignarse, como las señoritas que veranean en pueblecillos
y bajan á la estación todas las tardes por ver pasar los trenes, á ver
pasar también el gran tren de lujo, que no se detiene á saludarlas ni
siquiera se fija en ellas. ¡Haga usted sacrificios para esto!

El progreso es cruel. Adelanta mucho ... el que tiene dinero para
adelantarse; los demás van quedando cada vez más rezagados y más
tristes. Unos van por el mundo en el tren de lujo; los otros son
los maquinistas, los fogoneros, los guarda-agujas, los que trabajan
para que el tren de unos pocos pueda llevarles con seguridad á sus
placeres ... Luego quedan las señoritas del pueblo, que ven pasar con
envidia á las elegantes viajeras; la pobre gente de los lugares que ni
siquiera concibe adónde puede irse con tanto lujo, y queda, por fin,
el perro, ese perro sucio y humilde que se pasea siempre por todas las
estaciones por si cae algún resto de las meriendas. Los perros conocen
muy bien el corazón humano. Saben que de los trenes de lujo sale
siempre una voz femenina que dice: ¡Pobre perro! Voy á echarle este
pedazo de jamón y este panecillo.

En los otros trenes nadie se acuerda del perro; y si algún corazón
sensible procura socorrerle, no falta quien lo estorbe:—¡Deje usted
al perro! Cuando veamos á un pobre le daremos lo que ha sobrado de la
merienda.

De ahí la simpatía de los perros por los trenes de lujo y por la
gente rica. ¡Quién sabe! Acaso estos pobres perros hambrientos que
se alimentan con las sobras de las meriendas, sean una fuerza para
contener la revolución social.

[Ilustración]



XXVI


La ópera del Circo merece todas las simpatías; ponerla «Africana»
al precio de la «Cachunda», á más de ponerla en su justo precio, es
empresa laudable. ¡Cuando se piensa que Meyerbeer fué juzgado en sus
tiempos como un gran revolucionario de la música! Algo así, para
los italianistas de entonces como lo que había de ser Wagner años
después. El acaudalado israelita hubiera sido un excelente compositor
de operetas. ¡Qué deliciosos libros y qué deliciosas partituras las
de «Hugonotes», «Africana» y «Roberto el Diablo», tratados en cómico!
Por eso Meyerbeer, que tan buena pareja hizo con Scribe, como Puccini,
en la actualidad, con Sardou, cuando anduvo más cerca de acertar
fué en «La estrella del Norte» y en «Dinorah». ¡Qué tiempos, cuando
«Los Hugonotes» eran la ópera capital para nuestro público, pieza de
concurso obligada para tenores y tiples dramáticas!

«La Africana», bilingüe, del Circo, adquiere algo de ese carácter
cómico que hubiera hecho por completo su fortuna. ¡Son tan divertidas
las aventuras de Vasco de Gama y sus indios!

De la moral, ya sabemos que gana mucho en la ópera con ser cantada
y en italiano; pero del arte, no sabemos que gane gran cosa con la
castellanización de la letra; si castellano puede llamarse esa especie
de Esperanto en que suele traducirse las óperas.

Aparte lo indiferente del idioma para la mayoría de los cantantes,
que en vez de vocalizar, se enfangan con las palabras, sin que sea
posible entenderles nunca una sola; yo creo que á la amplitud de
líneas dramáticas de la ópera, conviene mejor un idioma extraño, que
dejándonos percibir el sentimiento de la acción dramática, aleje de
la imaginación toda idea prosaica, con frases y palabras vulgares,
desgastadas y pervertidas por el uso corriente.

Por algo la Iglesia católica, gran maestra en psicología de las
multitudes, conserva el latín en sus ceremonias litúrgicas. ¿Nos
impondría tanto el Miserere, cantado en castellano? Si entendiéramos
de la misa la media, ¿no asomaría alguna vez á los más devotos labios,
sonrisa irreverente, evocada por alguna palabra de esas, que como suele
decirse, nos hace pensar en otra cosa? Bien esta la ópera en italiano;
aunque según va siendo moda en los teatros, pronto será una torre de
Babel cada ópera, y cada artista cantara en lo que mejor sepa y pueda;
uno en italiano, otro en francés, otro en alemán, otro en ruso ...
Y para el caso será lo mismo. Yo he oído muchas veces «Marina» en
castellano, y si me preguntan ustedes el argumento me vería en un apuro
para contárselo. Como decía un buen señor, supongo que será el de todas
las óperas; la tiple y el tenor se quieren, el barítono se opone y al
bajo le es indiferente.

       *       *       *       *       *

Con motivo de unas apreciaciones, publicadas en _The Times_, sobre
Madrid y el carácter madrileño, se ha puesto una vez más en evidencia
lo inconsistente de esos juicios sintéticos de viajero, en los que rara
vez se conoce ó quiere conocerse el favorecido ó desfavorecido, según
los casos.

Eso de englobar á todo un pueblo en juicios tan rotundos como estos: el
inglés es frío y correcto, el parisiense es afable y espiritual, el
español es valiente y caballeroso ... Y llega usted á Londres y
lo primero que se encuentra es un buen golpe de curdas de lo más
incorrecto, y en París, con un cochero, que no es precisamente un
Anatole France, y en España ... encuentra usted de todo, como en
todas partes. No hay virtudes, ni vicios, ni gracias, ni desgracias,
patrimonio exclusivo de ningún pueblo. Además, cada uno habla de la
feria según le va en ella, y si esto es así, aún entre los naturales,
¿qué no será con los extranjeros, cuyo juicio puede estar influído por
tantos accidentes? Desde la comodidad del alojamiento y la calidad de
los alimentos, hasta las relaciones sociales que haya cultivado por su
profesión ó por sus aficiones ¿puede hablar lo mismo de un pueblo el
que haya tratado con preferencia á sus clases comerciales, que el que
haya tratado á sus artistas ó á sus políticos ó á sus militares?

El periodista inglés se lamenta de que los madrileños nos preocupemos
más por los asuntos más ligeros. Aparte de que todo esta en todo y de
lo más ligero puede desentrañarse la más profunda filosofía, ¿no se
ha preocupado nunca toda Inglaterra por un boxeador ó por un caballo
de carreras ó el famoso elefante Jumlo? Y los graves alemanes, tan
entusiasmados, del kaiser abajo, con el travieso zapatero que tan
graciosamente supo burlarse de respetables autoridades?

El articulista dice también que el madrileño tiene muy buen humor.
¿Buen humor? Aquí donde todo el mundo gruñe y protesta y discute por
todo y se dice mil groserías y cada uno lleva dentro un inquisidorcillo
que quisiera imponer en todo su modo de pensar y su regla de
conducta ... ¿Buen humor en Madrid? Hay poco dinero para eso. Por lo
visto el articulista asistió á una junta de accionistas del Banco ó á
la tertulia del ministro de la Gobernación.

       *       *       *       *       *

Sucede en esto del veraneo, que los últimos en marcharse son los
primeros en regresar. Los que no se han movido de Madrid, los miran con
cierto desprecio. Para el caso, tanto da no haber salido como volver
antes que la gente «chic». Justamente lo aristocrático del veraneo es
la coda, que supone dinero de largo; la estación otoñal en Biarritz, la
excursión á París en busca de los últimos figurines y de los primeros
estrenos ... Todo lo que no sea volver á Madrid envueltos en pieles, con
los baúles llenos de modelos y con noticias de la «première» de Donnay
ó de Capús, es degradarse.

¡Y andan algunas personas respetables tan afanadas por ver de animar
Madrid con fiestas y bullas! ¿No ven ustedes que la gente pudiente solo
viene á Madrid á hacer economías? Su única gracia es tener dinero y se
lo dejan por ahí; aquí solo nos traen religiosidad, que cuando se gasta
el dinero va también para Roma ... ¡Como que no saben en Barcelona la
ganga que tiene Madrid con ser la capital de España!

       *       *       *       *       *

Nuestro querido amigo y compañero—como escriben en las dedicatorias
de sus obras, los autores eminentes que quieren halagar á un autor
novel,—Guillermo II, ha tenido un brillante éxito, en el baile de gran
espectáculo «Sardanápalo», estrenado en Berlín.

Ningún género teatral, tan propio para ser cultivado por un emperador,
como este de los grandes bailables pantomímicos, tan parecidos por la
precisión de evoluciones á las maniobras militares. Género, además,
en que huelga toda literatura, género sin palabras inútiles, en que
todo ha de explicarse por la acción misma; género de todo punto
imperialista, en una palabra.

Ahora, si reparamos en que la elección de personaje tan decadente y
desfalleciente, como el sibarita Sardanápalo, más parece en los gustos
de un Luis de Baviera que en los de un Guillermo de toda Alemania ...

Claro es que un Alejandro Magno, un Aníbal, un Julio César, no se
prestan á pasos de bailes. Y ¡quien sabe si Guillermo II no ha puesto
en su obra una delicada ironía y una saludable advertencia! ¿No hay
en los desfallecimientos del mundo moderno, mucho de sardanapalesco?
¿No es el Imperio Germánico, el gran mantenedor de energías, el gran
director de baile, cuya imperiosa voz de mando hace danzar á todos?
Pero, ¿quien tendrá razón al final de las humanas danzas que han de
terminar todas en una general danza macabra? Solo el hecho de haberse
acordado un Guillermo II de un Sardanápalo, para héroe de su obra, nos
dice la obsesión interior de muchas cosas que aparentamos aborrecer
exteriormente, pero que en el fondo admiramos ... Moralizar, es querer
convencernos de que no debemos admirarlas; pero si no las admirásemos
no tendríamos por qué moralizar. ¡Arde Sardanápalo en su pira!
Moralicemos ... Todos, chicos ó grandes, hemos quemado á fuego lento
nuestro Sardanápalo; unos por falta de medios para sostener sus vicios,
otros por falta de valor; pero de cuando en cuando Sardanápalo surge;
unas veces en una obra de arte, como el poema de Byron; otras, en un
baile de gran espectáculo, como el del emperador Guillermo II.

       *       *       *       *       *

Una de las amenidades del verano para los que no veranean, es leer
las revistas de toros y confrontar las versiones de los distintos
corresponsales de provincias. En nada se muestra tanto la falibilidad,
no ya de los juicios humanos, de los mismos sentidos corporales. Donde
uno dice magistral faena, el otro dice: faena desdichada por la torpeza
del torero, y el otro: deslucida por las malas condiciones del toro.
Donde uno dice: volapié magno; el otro dice: bajonazo ignominioso, y el
otro: bajonazo, precedido de siete pinchazos.

Yo no creo que las simpatías personales por este ó el otro diestro,
puedan modificar hasta ese punto las apreciaciones. Prefiero
atribuirlo, como dije, á error de la vista. De todos modos, debiera
evitarse esa disparidad de visiones. El asunto, salvo para las
futuras crónicas de las grandes figuras del toreo, no es de gran
transcendencia. Pero hay gentes suspicaces que por los pequeños asuntos
juzgan de los grandes y no falta quien diga: ¡Ah! la prensa; aquí
tienen ustedes, si en estas cosas tan claras, que entran por los ojos
de miles de personas, dice cada uno lo que le parece, ¿qué será en
otros asuntos? ¡Cualquiera se fía!

Todos estamos interesados en sostener el prestigio de una institución
que cuenta con muchos fieles. No hagamos vacilar la fe de los creyentes
ni perdamos del todo la de los indecisos. ¡Ah! las menudencias, las
pequeñeces, parecen nada y son un mundo. Yo conocía una señora muy
buena cristiana y muy devota, que de pronto dejó de ir á misa y
renunció á toda práctica religiosa. Pero, ¿qué es eso? la preguntaban
sus amigos ... Usted, tan buena cristiana ...

—No me digan ustedes; ya no creo en nada; no vuelvo á poner los pies
en una iglesia ...

—Pero, ¿ha leído usted algún libro, se ha hecho usted protestante?...

—Nada de eso. Es que el otro día tuve una cuestión con un monaguillo.

En esto, como en todo, ¡cuántas veces se pierde la fe, no por dudar
del dogma, ni de verdades fundamentales, sino por haber tenido unas
palabras con un monaguillo!

Conviene juzgar con imparcialidad á los toreros, para que el público no
pueda dudar de la imparcialidad con que se juzga á los que torean al
país.

       *       *       *       *       *

Se juzgó siempre triste destino el del actor, el cantante y el
instrumentista, porque al morir sólo dejan el recuerdo de su arte, sin
otro testimonio de su gloria que la opinión de los contemporáneos.

Por algún tiempo, aún son muchos los que pueden decir: Nosotros le
hemos oído. Después, son unos pocos, algún anciano, reacio á nuevas
admiraciones, que pretende consolarse de lo que el no verá, con lo que
ha visto, y hay que oirle decir con fervorosa devoción, como testigo
electo de un milagro: ¡Yo le oí, señores, yo le oí! Y ponderar
definitivo: ¡No volverá á oirse nada semejante! Después ... ya no queda
ninguna voz viva que atestigüe la razón de la gloria; solo queda la
crónica escrita para asegurar la inmortalidad.

¿Triste? No; ¡envidiable destino! ¿Puede haber gloria más espiritual
que esta que solo deja el destello de un nombre glorioso? Toda la obra
es el nombre mismo. Toda su fama esta encerrada en ese nombre, como en
urna preciosa, de más segura permanencia que monumento cimentado en
obras.

¡Las obras! ¿No hemos visto por ellas al aquilatarse muchas glorias,
obscurecerse unas, desaparecer otras? En cambio, estos nombres sin
obra, van ganando en estimación cada día y los juicios de la posteridad
nada podrán sobre ellos. Por ellos tal vez, á pesar del automóvil y
del aeroplano, pensamos alguna vez con tristeza si no habremos nacido
demasiado tarde. Por ellos también nos envidiarán en lo venidero.
¿Quién nos quitará, sobre las generaciones futuras, sobre la eternidad
del tiempo, la gloria de estos recuerdos, quizás los únicos sin sombra
de tristeza en nuestra vida efímera? ¡Oimos á Julián Gayarre, oimos á
Adelina Patti, oimos á Sarasate, oimos la voz de oro de Sarah y la
admiramos, reina de la actitud y princesa del gesto, como la proclama
el poeta: nos conmovió Leonora Dusse, dolorosa del Arte!... Y la gracia
de esas divinas voces, que al callarse callarán para siempre, es algo
muy nuestro, porque ya otros no volverán á escucharlas, y la emoción
que nos causaron será eterna de toda eternidad en lo humano: porque esa
emoción es todo lo que queda de su arte, y ¿quien podrá decir en lo
futuro, que ese arte no valía la pena de emocionarnos, si su obra es
solo un nombre y ese nombre es nuestra emoción eternizada?

       *       *       *       *       *

¡La buena Prensa! ¡La mala Prensa! Que si la buena no se lee y la mala
cuenta por millares sus lectores ... Esto me recuerda algo que ocurría
hace años, y creo que sigue ocurriendo, en una capital de provincia,
que no he de nombrar, pero que bien pudiera no hallarse muy lejos de
donde en la actualidad se discute tan calurosamente la cuestión de la
buena y de la mala Prensa. Sucedía que eran allí dos comerciantes del
mismo apellido y los dos en géneros comestibles, y de los dos, el
uno era excelente persona, muy cristiano, muy buen esposo, muy buen
padre, y hasta dicen que pesaba corrido. Era el otro persona de mala
reputación y peores costumbres y mal mirado por todos; pero, por
cuanto, los géneros que expendía eran siempre de lo más selecto,
mientras los del primero eran de calidad muy inferior. Y nadie sabe las
confusiones que esto originaba á cada paso. Decían las señoras á sus
criadas: ¿De dónde ha traído usted este chocolate tan detestable?—De
casa de Fulano.—¿Cuál de ellos? ¿el bueno ó el malo?—El que la señora
dice que es tan bueno.—Es que ese es el malo, el bueno es el otro ...
¡nunca acabarás de entenderlo!—Que es lo mismo que les sucede á los
lectores con la Prensa; la buena, que es la mala; la mala, que es
la buena ... Si los de la buena, que es la mala, procuran mejorar el
género, quizás los lectores de la mala, que es la buena, se decidieran
á leerla.

FIN DE LA 1.^a SERIE



      *      *      *      *      *      *



Notas del Transcriptor:

  Se ha respetado la ortografía y la acentuación del original.

  Errores obvios de imprenta han sido corregidos.

  Páginas en blanco han sido eliminadas.





*** End of this LibraryBlog Digital Book "De Sobremesa; crónicas, Primera Parte (de 5)" ***

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