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Title: Paris en América
Author: Lefebvre, Renato
Language: Spanish
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*** Start of this LibraryBlog Digital Book "Paris en América" ***


(This file was produced from images generously made


Nota del transcriptor: Consulte la nota del autor al final del libro
en la página “Fé de las principales erratas”. Errores de impresión y
puntuación se han corregido, y las erratas enumeradas, pero algunos
pueden permanecer--reproducido como el texto original.



                                  PARIS
                               EN AMÉRICA

                                   POR
                        EL DOCTOR RENATO LEFEBVRE

                               PARISIENSE
     de la Société des Contribuables de France et des Administrés de
     Paris; des Sociétés Philadelphique et Philarmonique d’Alise et
                             d’Alaise, etc.;
             DE LA REAL ACADEMIA DE LOS TONTOS DE GUISANDO;
     _Pastore nell’ Arcadia in Brenta (detto Melibeo l’Intronato)_;
       Mitglied des Gross-und Klein-Deutschen Narren-Landtages,[1]
        Mitglied der K. K. Hanswurst-Academie zu Gaenserdorf;[2]

                                 MEMBRE
       du Club Tartelon, a Coventry F. R. F. S. M. A. D. D., etc.
             Comandeur de l’Ordre grand-ducal DELLA CIVETTA;
    CHEVALIER DU MERLE-BLANC (LXXXIXᵉ CLASE) AVEC PLAQUE, ETC., ETC.

                              ÆGRI SOMNIA.

                              TRADUCIDA POR
                LUCIO V. MANSILLA--DOMINGO F. SARMIENTO.
                     DE LA DÉCIMA EDICION FRANCESA.

[1] Miembro de las Dietas, grande y chica, de locos Alemanes.

[2] Miembro de la Real Academia de Charlatanes, de Gaenserdorf (ó sea
pueblo de los Patos).

                              BUENOS AIRES
       Imprenta de la Sociedad Tipográfica Bonaerense, Tacuarí 65
                                  1864.



NOTA DE LOS TRADUCTORES.


Como el penetrativo lector vá á verlo, hemos creido conveniente para su
mejor intelijencia introducir en nuestra traduccion algunos neolojismos.
El carácter del libro lo permite. Contiene filosofia y mucho caudal de
enseñanza; pero no es ni un tratado de filosofía, ni una obra didáctica.

El pronombre personal _vous_,--que en el estilo familiar se traduce _Ud._
hemos creido conveniente traducirlo _vos_, siguiendo en esto á algunos
buenos traductores modernos, y la opinion del nuevo Diccionario de
literatos de 1863 que dice--que _vos_ es un término medio entre el _tu_ y
el _Ud._ y que es muy usual entre las personas que ni quieren tutearse ni
tratarse con la frialdad y ceremonia que implica el _Ud._

Por la unidad de la ortografía pondremos siempre _jota_ en las sílabas
_je_--_ji_.



PARIS EN AMÉRICA.


LECTOR:

Hé ahí el nombre del libro, cuya traduccion os ofrecemos. Está dedicado á
la Europa y la América. Lleva ya siete ediciones agotadas, y sin embargo,
continúa todavia despertando la atencion del mundo civilizado.

Su autor se oculta bajo el pseudónimo de Lefebvre, y no podemos deciros
á que viene el misterio, tratándose de una reputacion tan hecha como la
de Laboulaye. Son secretos de la mente, cuyo velo no tenemos el poder de
descorrer.

El rosario de títulos con que Lefebvre se adorna, puede padeceros trivial
é induciros á creer que el charlatanismo ha querido abrirse paso,
lanzando un globo de esploracion. Pero no: Lefebvre es hombre sério y
sesudo,--sério como un metodista, sesudo como un catalan,--y si habla en
tono de broma es que en los tiempos que alcanzamos, los libros y papeles
que mienten y engañan mas son los libros y papeles sérios. Díganlo si no
el _Times_ y el _Monitor_, comparados con el _Punch_ y el _Charivari_; la
_Tribuna_ y el _Mosquito_, Montaigne y Renan.

La sociedad quiere que se la engañe sin reir, y que se la diga la verdad
haciéndola reir. Con su pan se lo coma, como decia frecuentemente el
padre de uno de los traductores: en el pecado lleva la penitencia!

Leedlo y lo vereis. Os aseguramos bajo nuestra _palabra de honor_, que
no sereis como Nemorino, víctima de Dulcamara. Hay en él, algo para
la mujer, algo para el hombre, algo para el comerciante, algo para
el fraile, algo para el gobierno, algo para el pueblo, algo para los
necios, algo para los vivos, en suma, y para acabar en dos palabras la
enumeracion, _mucho para todos_.

Si lo leeis en invierno os aseguramos que no os incomodará la lumbre
de la estufa (si la teneis),--ni el frio (que lo dudamos). Si lo leeis
en verano, la cuestion cambia de aspecto, como es natural, y, es casi
seguro que si estais al rayo del sol lo aguantareis. Es libro para el
hogar,--libro para el campamento,--libro para el _tourist_, y que solo
puede no divertir á los que admiran la organizacion política y social de
la China ó del Mogol.

Si creis que, porque habeis leido á Tocqueville, Chevalier, Grimke y las
correspondencias de Debrin, conoceis la América, os equivocais. Los tres
primeros os habrán dicho y enseñado, como está constituido el gobierno,
os habrán esplicado la complicada y á la vez sencilla maquinaria del
_réjimen representativo_, _democrático_, _federal_. El último os habrá
edificado diciéndoos como se matan los pueblos _libres del todo_, con
los pueblos _libres_ á _medias_,--el Norte con el Sur,--y os habrá
engañado mas de una vez. Pero ninguno de ellos os habrá revelado una cosa
tan interesante como la que ha podido ver y estudiar Lefebvre, sin mas
trabajo que comerse una píldora. Reis eh! Y, sin embargo, vivimos en el
siglo de las _píldoras_. Díganlo sino Brandreth, Torres y el que la ha
hecho tragar á la Francia que _el imperio es la paz_.

Os diremos que cosa es esa,--no sea que nos tacheis de charlatanes,
á nosotros pobres traductores, que tanto aborrecemos en su esencia y
en su forma la literatura _Kerosénica_. Pues esa cosa es: como vive y
debe vivir un pueblo libre, ó diciendo lo que hubiéramos debido decir
primero,--qué clase de bien-estar, de sentimientos, é ideas son las que
desarrolla y debe desarrollar la libertad bien entendida y sínceramente
practicada.

Ya veis que el negocio es de interés para un pueblo, que como el
Argentino, al cual tenemos el honor de pertenecer, nos atrona todos los
dias los oidos hablándonos de libertad,--de instituciones--etc., etc.,....

Leed, pues, á PARIS EN AMÉRICA, y, no nos creais en el resto de nuestra
vida si su lectura no os hace buen provecho. Si la _píldora_ no os cura
la indigestion de malas ideas y de falsas apreciaciones que teneis, desde
sabe Dios cuando os empachásteis con libros franceses del siglo pasado.

Un palabra todavia,--llamadnos _esplotadores_, si os dormis leyendo
nuestra traduccion,--corruptores de la _conciencia pública_, si ella deja
en vuestro corazon, en el de vuestros hijos ó hijas, nietos, viznietos,
tataranietos ó choznos, de ambos sexos, el jérmen de una mala semilla.

Es lo único que en el preámbulo podemos deciros y ofreceros; lo que
debeis darnos en cambio del servicio que creemos rendiros vá en la
_Postdata_[3], con todo lo cual quedamos, lector querido, vuestros--

                         muy atentos servidores.

                                 LUCIO V. MANSILLA--DOMINGO F. SARMIENTO.

[3] Se suprime la Postdata--que salió en el Prospecto suelto.



AL LECTOR.


Lector amigo: te ofrezco este librejo, escrito para tu regalo y para el
mio. No lo dedico ni á la fortuna ni á la gloria,--la fortuna es una
doncella que, hace seis mil años, corre tras los jóvenes; la gloria es
una vivandera que no se complace sinó con los soldados. Soy viejo, no he
muerto á nadie, y por eso no tengo mas deseo que buscar la verdad á mi
modo, y decirla á mi manera. Si no tengo toda la gravedad de un buey, de
un ganzo, ó de un........ (escoje el nombre que quieras), perdóname; los
primeros actos de la vida nos han hecho llorar lo bastante para que nos
sea permitido reir antes que caiga el telon. Cuando se han perdido las
ilusiones de los veinte años, no se toma á lo sério ni la comedia, ni los
comediantes.

Si este librejo te agrada, bueno; si te escandaliza, tanto mejor; si
lo arrojas, no tienes razon; si lo comprendes, eres mas ducho que
Maquiavelo. Házlo el breviario de tus horas perdidas, que no tendrás
de que arrepentirte: _Non est hic piscis omnium_. Las paradojas de la
víspera son las verdades del dia siguiente. ¡Al buen entendedor, salud!

Algun dia, quizá, verás á la débil luz de mi linterna, la fealdad de
los ídolos que adoras hoy dia; quizá tambien, mas allá de la sombra
decreciente, apercibas en todo el encanto de su inmortal sonrisa, á la
Libertad, hija del Evanjelio, hermana de la justicia y de la piedad,
madre de la igualdad, de la abundancia y de la paz. Ese dia, lector
amigo, no dejes estinguir la llama que te confio; alumbra, ilumina á esa
juventud que nos apura ya y nos empuja, preguntándonos el camino del
porvenir. ¡Ojalá! que ella sea mas loca que sus padres, pero de otra
manera, tal es mi deseo y mi esperanza.

Con esto, ruego á Dios te libre de ignorantes y de tontos. En cuanto á
los malos, ese es tu cuento; la vida es un entrevero: has nacido soldado,
defiéndete; ó mejor dicho, recupera de los Americanos la antigua divisa
de la Francia: _¡Adelante! siempre y en todas partes, ¡Adelante!_

                                                         RENATO LEFEBVRE.

New Liberty [Virginia] Julio 4 de 1862.



PARIS EN AMÉRICA.



CAPITULO PRIMERO.

Un espiritista americano.

    “Mr. Jonatás Dream, espiritista y _medium_ trascendental
    de Salem (Mass.) invita á vd. á la velada _psíquica y
    medianímica_, que dará el martes 1.ᵒ de Abril próximo, en su
    hotel, calle de la Luna número 33.”

    “Sonambulismo, éxtasis, vision, prevision, profesía, segunda
    vista, doble vista, adivinacion, penetracion, sustraccion del
    pensamiento, evocaciones, conversacion, poesía, y escritura
    sobre-naturales; pensamientos de ultra-tumba y arcanos de la
    vida futura descubiertos, &a. &a.”

    _Las puertas se cerrarán á las ocho de la noche en punto._


¡Pardiez! decia yo para mi coleto, leyendo y volviendo á leer esta
carta,--deveras que no me disgustaria hacer relacion con un _medium_
americano, cofrade en _pneumatolojia_ positiva y esperimental, porque
habeis de saber que yo tambien soy _espiritista_. ¡Que diantre! Bien
puede uno no ser sino un simple vecino de Paris, y, sin embargo, haber
ovocado yá lo mismo que cualquier otro á César, Napoleon, Voltaire,
Madama de Pompadour, Ninon, Robespierre etc. Algo mas, y lo diré,
aunque repugne á mi modestia: estos ilustres personajes no me han
eclipsado con su jénio: todos me han respondido como si yo mismo les
hubiera soplado la respuesta. Veamos si el Señor Jonatás Dream, con sus
pretenciones de ultramar, tiene mas espíritu, ó mas espíritus que vuestro
servidor, Daniel Lefebvre, médico de la facultad de Paris, discípulo en
espiritismo de Mr. Hornung de Berlin, de Mr. de Keichembach y del baron
de Guldenstuble.--A espiritista, espiritista y medio.

En una hermosa habitacion, al estremo de un salon herméticamente cerrado,
aunque resplandeciente de luces (lo que no sucede jeneralmente en
nuestras reuniones espiritistas) encontré á Mr. Jonatás Dream sentado
delante de una mesa redonda. Tenia la mirada melancólica y el rostro
inspirado de las sibilas. Frente á él estaban sentados media docena
de sus adeptos, con aire recojido. Siempre el mismo público: jentes
nerviosas, mugeres que no han sido comprendidas, sarjentos-mayores ó
viudas retiradas; cada uno escribia en un papel el nombre de los muertos
que queria interrogar; yo hice lo mismo que todos.

Mezclados los nombres en un sombrero, el primero que se sacó fué el de
José de Maistre. Jonatás se recojió por un instante, aplicó la mano
á su oido, para escuchar la voz que le hablaba muy bajo, y escribió
rápidamente lo que sigue:

“--No hay conocimiento estéril; todo conocimiento se parece á aquel de
que habla la Biblia: Adan conoció á Eva, y Eva concibió.”

“--Sin _Credo_ no hay crédito.”

--Eh! eh! me dije, hé ahí unas paradojas que tienen buen aspecto; están
dotadas de toda la ridiculez del padre, me parece solamente, haberlas
visto yá en alguna parte: en lo de Baader, si no me engaño. Despues
de todo, allá arriba no hay propiedad literaria y es muy posible que
por distraccion, se entretengan en robarse las ideas. Hipócrates, vino
en seguida,--tuvo la cortesanía de hablar en francés; he aquí lo que
escribió su intérprete.

--El hombre que piensa mas, es el que dijiere menos. En circunstancias
iguales, el que piensa menos es el que dijiere mejor.

--Ay de mi!--esclamó una mujercita, cuyo rostro descarnado, desaparecia
bajo las ondas de sus cabellos encanecidos--esa es una repuesta de
médico, una repuesta brutal, hecha por los hombres y para los hombres. No
es ese el pensamiento que consume el corazon, es.... Y suspiró.

Se llamó á Nostradamus,--se le pidió su opinion sobre el porvenir de
Polonia, de Francia, y de Italia. La siguiente es la repuesta del gran
adivino, jénio sublime que deja siempre á los otros el cuidado de
entender lo que dice.

      En France, Italie et Pologne,
    Beaucoup d’esprit, peu de vergogne
    En Pologne, France, Italie
    On est sage aprés la folie;
    En Italie, Pologne et France
    Moins de bonheur que d’esperance[4]

Tuvimos que contentarnos con este oráculo, demasiado profundo para
que fuera claro. Despues del hechicero provenzal, le tocó el turno á
Kosciusko. Esa noche el Washington polaco estaba de mal humor, no se le
pudo arrancar nada mas que esta divisa latina; _In servitute dolor, in
libertate labor_; en la esclavitud dolor, en la libertad labor, tres
veces se le interrogó, tres veces dió esta repuesta seca, arrojándónosla
al rostro como un reproche, que ni siquiera comprendiéramos.

El último billete pedia que se interrogasen á Don Quijote, á Tom Jones,
á Robinson ó á Werther, lo que hizo reir al cenáculo, aunque á decir
verdad, no tenia bastante gana. El autor de esta impertinencia, tengo
verguenza de confesarlo,--era yo.--Los muertos y los vivos me fastidian
hace tanto tiempo, que me habria gustado mucho saber lo que pasa en las
cabezas de jentes que jamás existieron.

Jonatás Dream arrojó el aciago billete á la canasta, y anunció que la
sesion habia concluido, despidiéndonos á fuerza de cortesias.--En el
momento en que yo salia, me puso la mano en el hombro, y me rogó que me
quedase.

Una ves solos:--Sois vos cófrade, me dijo riendo de un modo singular,
sois vos quien me ha dirijido una pregunta que esos profanos juzgan
indiscreta?--quizá sois de su parecer. ¡Ciego, que nunca habeis sondado
los arcanos de la eterna verdad!--¿Os imaginais que don Quijote y
Sancho, que Robinson y Domingo, que Werther y Carlota, que Tom Jones
y Sofia, no han existido?--¡Qué!--el hombre no puede crear un átomo
de materia, ¡y suponeis que pueda crear pieza por pieza almas que no
perecerán jamás!--¿No creis tanto en D. Quijote como en todos los
Artajerjes?--¿Acaso Robinson no ha vivido, á vuestro juicio, lo mismo que
los Drake y los Magallanes.

--¡Cómo!--¿el injenioso D. Quijote ha vivido?--¿Y podria yo conversar con
el sabio prefecto de la Insula Barataria?

--Sin duda.--Comprended pues, lo que es un poeta. Es un vidente, un
profeta, que se eleva hasta el mundo invisible. Allí, entre los millones
de seres que han pasado sobre la tierra, y cuyo recuerdo se ha perdido
aqui abajo, él escoje aquellos que quiere hacer revivir en la memoria
de los hombres.--Los evoca, les habla, les escucha, y escribe segun su
dictado. Lo que la necia humanidad, toma por una invencion del artista,
no es mas que la confesion de un muerto desconocido; pero vos que sois
espiritista, ó que teneis pretenciones de tal, ¿cómo es que no reconoceis
una voz extra-natural?--¿Porqué os dejais engañar como la multitud?--¿Tan
poco adelantado estais en las vias de la medianimidad? Al hablar asi,
Jonatás Dream, echó la cabeza hácia atrás, y agitando los brazos,
abriendo y cerrando las manos, avanzó sobre mi, como para ahogarme en su
fluido.

--Cofrade, le dije, veo que sois un hombre de talento, aunque
espiritísta; y no dudo que podais escribirnos un discurcito á la D.
Quijote, ó improvisar algunos nuevos refranes dignos de Sancho.--Pero
estamos solos, y ambos somos agoreros; tenemos el derecho de mirarnos y
hasta el de reirnos mirándonos. No pasemos adelante, os deseo un feliz
éxito. En Francia es cosa sabida; el pueblo que se crée el mas espiritual
de la tierra es naturalmente el que con mas facilidad se deja conducir de
la punta de la nariz. Preguntádselo á las mujeres de París.

--Alto ahí,--esclamó el májico con tono furioso. ¿Me hé engañado
acaso?--¿Sois un falso hermano?--¿Me tomais por un charlatan, por un
mistificador, por un saltimbanqui?--Sabed que Jonatás Dream no ha
dicho jamás una palabra que no fuera verdad. ¡Ah! dudais de mi poder,
caballerito. ¿Qué prueba quereis que os dé?--¿Es necesario que os quite
todas vuestras ideas, lo que no será dificil; es necesario haceros
dormir, que paseis por el frio, el calor, el viento, ó la lluvia, es
necesario....?

--Nada de magnetismo, le dije; sé que en eso hay un fenómeno natural mal
conocido hasta ahora, y del cual abusais.--Si quereis convencerme, no
principieis por hacer dormir.--No estamos en la Academia.

--Y bien, dijo él, fijando en mí sus ojos relucientes, ¿qué diriais si os
transportára á América?

--¿A mí?--Necesito verlo para creerlo.

--Sí, á vos, esclamó, y no solamente á vos, sino á vuestra mujer,
vuestros hijos, vuestros vecinos, vuestra casa, vuestra calle, y si
pronunciais una palabra, á París entero.--Sí, agregó, poseido de una
ajitacion febril, sí, si quiero, mañana por la mañana París estará en
Massachusetts; y en los bordes del Sena no habrá mas que una llanura
desierta.

--Mi querido hechicero, hubiera convenido vender vuestro secreto al
señor Prefecto del Sena; eso nos habria economizado algunos millones
quizá. Durante la ausencia de los parisienses, se les habria hecho un
París nuevecito, recto y monótono como Nueva York; un París sin pasado,
sin monumentos, sin recuerdos; nuestros arquitectos todos, y todos los
maestros administradores se hubiesen enloquecido de puro gozo.

--Os chanceais; dijo Jonatás, teneis miedo....os lo repito: mañana, si
quiero, París estará en Massachusetts, junto con Versalles--¿Aceptais el
desafio?

Sí, ciertamente, lo acepto, respondíle riendo. Y sin embargo, la
seguridad de este demonio de hombre me turbaba. Soy entendido en materia
de fanfarronadas; leo veinte diarios todos los dias, y he oido á mas de
un ministro en la tribuna; pero esa voz de iluminado me imponia, apesar
mio.

--Tomad esta caja, dijo el májico con tono imperioso; abridla, hé ahí dos
píldoras, una para vos, otra para mí, escojed, y no me interrogueis.

--Habia ido demasiado lejos para retroceder--Tragué uno de los glóbulos,
Jonatás tomó el otro y me saludó, diciéndome con voz cavernosa: Hasta
mañana, del otro lado del océano.

Una vez en la calle, me encontré en un estado singular. Corrí de un
aliento á los Campos Eliseos, sin apercibirme de la distancia. Me sentia
mas vivo, mas lijero, mas elástico que nunca lo estuvo creatura humana;
me parecia que saltando tocaria los cuernos de la luna, que se elevaba en
el horizonte. Todos mis sentidos tenian una sutileza increible--Desde la
plaza de la Concordia veia los carruajes que daban vuelta al rededor del
arco de la Estrella, escuchaba el tic-tac de la gran aguja que marca la
hora en el reloj de las Tullerias. La vida corria por mis venas con una
velocidad y un calor desconocidos; me preguntaba si una mano invisible
no me conducia yá al otro lado del Atlántico. Para tranquilizarme, miré
á la apagada media luna que ascendia lentamente en el cielo. Seguro de
no haber cambiado de meridiano, entré en mi casa, avergonzado de mi
credulidad, y me dormí riendome de Mr. Dream y de sus locas amenazas.



CAPITULO II.

¿Es esto un sueño?


Durante la noche tuve un sueño--¿Fué en efecto un sueño? Jonatás sentado
á mi cabecera me miraba con aire burlon.

--¡Qué tal! decia, señor incrédulo--cómo os encontrais despues de la
travesia?--¿El viaje os ha fatigado demasiado?

--El viaje, murmuré; si no me he movido de la cama.

--No; pero estais en América--No os tireis de la cama como un
loco,--esperad á que os dé algunas instrucciones para que la sorpresa no
os mate. En primer lugar, he trastornado vuestra casa. En un pais libre
no se vive como en una caserna, revuelto, sin reposo y sin dignidad. De
cada uno de esos cajoncitos, que llamais pisos, he hecho una habitacion
á la americana, la he dispuesto y amueblado á mi modo, y le he agregado
un jardincito. Para arreglar asi las cuarenta mil casas de París, he
empleado cerca de dos horas; no lo siento; vedos señor de vuestra casa,
es la primera de las libertades. De hoy en adelante no tendreis que
sufrir á vuestros vecinos, ni que hacerles sufrir á su vez. Olores de
cocina y de caballeriza, gritos de niños, de mujeres y de amas, ahullidos
de perros, maullidos de gatos y de pianos: todo se acabó, no sereis en
adelante un número de presidio ú hospital, un harenque aprensado, sois un
hombre; teneis una familia y un hogar.

--¡Mi casa trastornada!--Estoy arruinado; ¿qué habeis hecho de mis
inquilinos?

--Estad tranquilo: estan ahí, cada uno de ellos en una cómoda casita.
Al presente son enfiteutas que os pagarán su renta durante medio siglo,
sin que cada tres años tengais que sorprenderos los unos á los otros, y
engañaros á quien mejor. He colocado á vuestra derecha á M. Leverd, el
especiero, hoy dia. Mr. Green. M. Petit, el banquero del primer piso,
sé ha hecho Mr. Little, y no es un personaje menos notable con sus
millones. M. Reynard[5], el abogado del piso segundo, se llama el señor
Procurador Fox[6], y no perderá por esto una sola de sus picardias. A
vuestra derecha encontrareis al vecino del cuarto piso, el bravo coronel
Saint-Jean, convertido en _the gallant colonel Saint-Jean_, con todos
sus reumatismos, y en fin á Mr. Rose, el farmacéutico, que no es ni
menos importante, ni menos majestuoso desde que se llama, M. Rose, el
boticario. En cuanto á vos, mi querido Lefebvre, vedos convertido, por
derecho de inmigracion, en el señor doctor Smith, miembro de la familia
mas numerosa que haya salido del tronco anglo-sajon. Haced fortuna
matando ó curando á vuestros clientes del nuevo mundo, que no serán
mosquitos, lo que os falta.

Queria llamar; pero los ojos del terrible visitante me clavaban en el
lecho.

--Apropósito, dijo riendo, os sorprendereis un poco, cuando oigais á
vuestra mujer, á vuestros hijos, á vuestros vecinos hablar ingles y
ganguear. Han dejado la memoria en el viejo mundo y ahora son Yankees
_pur sang_. Efecto admirable del clima; notado ya por el príncipe de los
espiritístas, el grande Hipócrates. Los perros dejan de ladrar cuando
se aproximan al polo; el trigo, bajo el ecuador, es una grama estéril;
un Yankee en París cree haber nacido gentil-hombre: un francés en los
Estados-Unidos pierde el horror á la libertad. En cuanto á vos, señor
incrédulo, os he dejado con vuestras preocupaciones y vuestros recuerdos.
Trato de que juzgueis de mi poder, con conocimiento de causa. Sabreis asi
Jonatás Dream es ó no un espiritísta; vedos metido en una piel Américana,
de donde no saldreis mientras no me dé á mí, la regalada gana.

--_But I cannot speak English_[7], esclamé; y me detuve bruscamente,
temeroso de silvar como un pájaro.

--No tan mal, dijo el insoportable burlon; antes de dos dias confundireis
_Shall_ y _will_, _these_ y _those_[8], con toda la facilidad y la gracia
de un Escoces. Adios, añadió levantándose; adios, me esperan á media
noche en casa de la sultana favorita, en el harem de Constantinopla; á
las dos de la mañana debo estar en Lóndres, y veré salir el sol en Pekin.
Una advertencia mas; no olvideis que el sabio no se sorprende de nada.
Si veis á vuestro alrededor alguna figura estraña, no griteis al diablo:
os encerrarian con nuestros _lunáticos_. Seria un obstáculo á vuestras
observaciones.

Me levanté sobresaltado. Tres puñados de fluido, recibidos en pleno
rostro, me dejaron inmóvil y mudo. Con esto, mi traidor me saludó riendo
sardónicamente; en seguida, tomando un rayo de luna, que se arrastraba
por la habitacion, se envolvió en él, atravesó la ventana, y se evaporó
en los aires.--Espanto, magnetismo, ó sueño; no lo sé,--me sentí postrado:

    Y’ venni men cosi com’ io morisse
    E caddi, come corpo morto cade[9].



CAPITULO III.

Zambo.


Cuando volví en mi, era de dia--Mi hijo cantaba á toda voz el _Miserere_
del _Trovador_; mi hija, discípula de Thalberg, ejecutaba con
incomparable _brio_ las variaciones de Sturm sobre un aire variado de
Donner. A lo lejos, mi mujer reprendia á la sirvienta, que la respondía á
gritos. Nada habia cambiado en mi pacífica morada,--las angustias de la
noche eran un vano sueño; libre de esos terrores quiméricos, podia seguir
una dulce habitud, soñar despierto, mientras esperaba el almuerzo.

A las siete, segun costumbre, el sirviente entró en mi habitacion y me
entregó el diario. Abrió la ventana, y entreabrió las persianas; el
resplandor del sol y la vivacidad del aire me hicieron el efecto mas
agradable. Volví la cabeza hacia la luz, ¡horror!--los cabellos se me
erizaron, ni fuerzas tuve para gritar.

Estaba en mi presencia un negro, riente y alegre, con dientes como teclas
de piano, y dos enormes lábios rojos que le cubrian la nariz y la barba.
Enteramente vestido de blanco, como si temiera no parecer bastante negro,
el animal se me aproximó, sacudiendo su cabeza crespa y revolviendo sus
enormes ojos.

--El amo ha dormido bien; dijo cadenciosamente, Zambo está contento.

--Para disipar esta pesadilla cerré los ojos; mi corazon palpitaba á
punto de romperme el pecho; cuando me atreví á mirar,--estaba solo.
Saltar de la cama, correr á la ventana, tocarme los brazos y la cabeza,
fué cosa de un segundo. En frente de mí habia una série de casitas
alineadas como casuchos de naipes, tres imprentas, seis diarios, carteles
por todas partes, el agua desperdiciada desbordando en las acequias. En
la calle jentes atrafagadas, silenciosas, corriendo con las manos en los
bolsillos, sin duda para ocultar en ellos, los revolvers; ni ruido, ni
gritos, ni paseantes, ni cigarros, ni cafées, y hasta donde alcanzaba mi
vista no se veia un solo ajente de policía, un solo jendarme. ¡No habia
remedio! estaba en América, desconocido, solo, en un pais sin gobierno,
sin leyes, sin ejército, sin policia, en medio de un pueblo salvaje,
violento y codicioso. ¡Era hombre perdido!

Mas abandonado, mas desolado que Robinson despues de su naufrajio, me
dejé caer sobre un sillon que inmediatamente se puso á hacerme bailar.
Levantéme temblando, me buscaba en el espejo, ¡ay! y no me encontraba.
Estaba frente á mí un hombre flaco, de frente calva, sembrada de algunos
cabellos rojos, con el rostro descolorido, rodeado de flamíjeras patillas
que caian hasta los hombros. ¡Hé ahí lo que la malignidad de la suerte
hacía con un Parisiense de la Chaussée-d’Antin! Estaba pálido, mis
dientes rechinaban y el frío me llegaba á la médula de los huesos. Séamos
hombres, esclamé, tengo una familia y el nombre francés que sostener.
Es necesario recobrar sobre mis sentidos el imperio que pierdo. La
adversidad es la que hace los héroes!

Quise llamar; no habia campanilla: apercibí un boton de cobre que empujé
á la ventura. De repente apareció Zambo, como esos diablos que salen de
una caja, y sacan la lengua al saludar.

--Fuego, grité, traed me fuego, quiero una gran lumbre en la chimenea.

--¿El amo no tiene fósforos? dijo Zambo, mostrándome los avíos de
encender sobre la chimenea. ¿El amo no puede agacharse? agregó con tono
irónico. En seguida dando vueltas á un tornillo en la parte inferior de
la chimenea y aplicando un fósforo á la leña de fundicion, hizo rutilar
mil lenguas de fuego.

--¡Es permitido, ¡buen Dios! esclamó al salir, incomodar al pobre negro
que está tomando el sol?

--Pueblo salvaje, murmuré yo, aproximándome al fuego y reanimándome al
sentir su calor suave é igual; pueblo salvaje, que no tiene ni palas, ni
tenazas, ni fuelles, ni carbon, ni humo; pueblo bárbaro que no conoce
siquiera el placer de atizar el fuego. Dar vueltas á un tornillo para
encender, estinguir ó arreglar el fuego, es verdaderamente la obra de una
raza sin poesía, que no deja nada á lo imprevisto, y que tiene miedo de
perder un minuto, porque el tiempo es dinero.

Luego que me hube alentado, pensé en mi tocador. Tenía delante de mí,
una mesa de jacaranda atestada de cabezas de cisnes de cobre y de otros
adornos de mal gusto; pero adornada de esas porcelanas inglesas que
regocijan la vista por la riqueza del colorido y del dibujo. Habia sobre
esta mesa, y en profusion, cepillos, esponjas, jabones, vinagres,
pomadas, etc., pero ni una gota de agua. Oprimí de nuevo el boton; Zambo
entró mas atufado que á la salida.

--Agua caliente y fria para vestirme; pronto, estoy de prisa.

--Esto es demasiado, esclamó Zambo; el amo no puede dar vueltas á la
llave del agua fría y á la llave del agua caliente que están en el
rincon? Palabra de honor: esto es echarlo á uno; mi no puede continuar
sirviendo á un amo que no vé jota. Y salió dándome con la puerta en los
hocicos.

--Agua caliente á todas horas y en todas partes, es cosa cómoda; pero es
el invento de un pueblo que no piensa mas que en su _confort_; gracias
á Dios, nosotros no hemos llegado á este punto. Pasarán un siglo ó dos
antes que la noble Francia descienda á este esmero de molicie, á este
aseo afeminado.

Nada refrezca tanto las ideas, como el hacerse la barba. Despues de
haberme afeitado, me encontré otro; comencé hasta á reconciliarme con
mi cara larga y mis dientes de adelante. Si tomara un baño, dije para
mis adentros, acabaria de calmarme,--podria afrontar, con mas coraje, la
vista de mi mujer y de mis hijos: ¡ay de mí! quien sabe si no están mas
cambiados que yo!

Llamé:--Zambo se presentó de nuevo, con el rostro descompuesto.

--Amigo mio: ¿dónde hay un establecimiento de baños en la ciudad?
Enseñadme el camino.

--Un establecimiento de baños, amo, ¿para qué?

Me encojí de hombros.--Imbécil, para bañarse, por lo menos.

--El amo quiere tomar un baño, dijo Zambo, mirándome con una sorpresa
mezclada de espanto. ¿Es para eso que el amo me hace venir desde el fondo
del jardin?

--Sin duda.

--Esto es demasiado, gritó el negro tirándose de las motas. Cómo! hay una
sala de baño al lado de cada dormitorio, y el amo hace subir á Zambo para
decirle: “Mi amigo, ¿dónde puede uno bañarse?” No se burla uno así de un
americano.

Empujando una puertita oculta bajo la tapicería, el negro me hizo entrar
en un gabinete elegante, donde habia una bañadera de mármol blanco.

--Vamos, Zambo, murmuré con tono furioso y cómico á la vez, dá vuelta
la llave para el _Amo_: llave del agua fria, llave del agua caliente;
revuelve el baño, pon las sábanas á calentar; haz de nodriza, Zambo; el
_amo_ no sabe servirse de sus manos.

No tenía otra cosa que hacer sinó callarme, dejaba á Zambo exhalar
su furia y no queria que me sacara la lengua; pero, en mis adentros,
maldecia estas horribles casas americanas, moradas insociables,
verdaderas prisiones, de las que no se puede salir, puesto que en ellas
se encuentra á la mano, todo lo que en Paris tenemos el placer de ir á
buscar fuera de casa, á mucho precio, es cierto, pero muy lejos.



CAPITULO IV.

En casa.[10]


Una vez fuera del baño sin haber conseguido calmarme, descendí muy
pensativo la escalerita que conduce al piso bajo. ¿Qué habian hecho de
mi casa? ¿Bajo qué máscara iba yo á encontrar á mi familia? Entré al
comedor, no habia nadie; pasé al salon, ni un alma. Mientras esperaba, me
entretuve en mirar las dos habitaciones, con el objeto de habituarme al
aspecto de mi nuevo alojamiento.

El comedor, además del alfombrado, tenia por único adorno un viejo y
pesado aparador de jacarandá cargado de tasas de la China y de teteras
de metal inglés, mas brillante que la plata. En frente al armario, habia
tres grabados mediocres. Al centro, Penn tratando con los indios bajo el
álamo de Sthakamaxon; á la derecha el retrato de pié de Washington con su
caballo y su negro; á la izquierda, la imájen del soberano _pro-tempore_,
el honrado y viejo Abád, en otras palabras, el honorable Abraham Lincoln,
antiguo constructor de cercados,[11] presidente, hoy dia de los Estados
Unidos.

¡Hé ahí, esclamé, los jénios protectores de mi nuevo hogar, del hogar
de un francés educado en el culto de la fuerza y del éxito! Un cuácaro
pacífico, un jeneral que pudiendo ser emperador del Nuevo Mundo,
se rebaja hasta el punto de ser el primer majistrado de un pueblo
libre, un artesano que llega á ser abogado á fuerza de trabajo, y por
casualidad.--Presidente de su pais,--tales son los héroes de la América.
En esta tierra semi-salvaje la moral de los paisanos es la misma de
los grandes hombres. ¿Qué puede esperarse de una nacion que tiene
semejantes preocupaciones? ¡No es ella, por cierto, la que le dará un
César al mundo! En la sala habia un piano de palisandra, un escritorio
recargado de papeles y una biblioteca llena de libros. Tres ó cuatro
Biblias figuraban entre las obras de Francisco Quarles, de Bunyan, de
Jeremías Taylor, de Law, de Jonathan Edwards, de Channing, toda jente
muy honrada sin duda; pero cuyos nombres leia por vez primera. No pasé
adelante: la teolojía me desagrada hasta en las noches de insomnio.
Seguian algunos historiadores y moralistas, Franklin, Emerson, Marshall,
Washington-Irving, Prescott, Bancroft, Lothrop-Motley, Tiknor; á
continuacion algunos romances sérios, y una multitud de poetas ingleses,
americanos, alemanes, y hasta españoles. ¿Y la Francia dónde estaba? Ay!
por todo representante de la patria no encontré mas que un Telémaco, con
la pronunciacion figurada ó mas bien desfigurada en inglés. Y pensar que
un dia para celebrar quizá el natalicio de su padre, mi hija, mi querida
Susana, me recitaria con sus lábios seductores el: _Calepso ne povait se
connsolére diou départe d’Youlis!_ Despechado arrojé el libro y pasé al
jardin: era un pedacito de tierra rodeado de cuatro paredes, cubiertas de
yedras y madreselvas; sembrado de lilas, rosales y flores desconocidas;
en el fondo habian un invernáculo pequeño y un kiosco chinesco; abrigo
cómodo para tomar el té, fumar un cigarro ó contemplar las estrellas.
En el jardin no habia nadie, si se esceptúa á Zambo, tendido como una
estátua de bronce sóbre una mesa de mármol blanco. El negro roncaba con
el rostro vuelto hácia el sol y cubierto de moscas, descansando de las
crueles mortificaciones que yo le habia causado. El bribon se aprovechaba
de estar á mi servicio, para no hacer nada y dormir á pierna suelta.

Comenzaba á intrigarme este paseo solitario en los dominios de la Bella
del Bosque durmiente; iba á despertar á Zambo para tener el placer de
reñir con un cristiano, cuando escuché voces que salian del bajo piso, ó
como dicen los Franco-Americanos en su patria, del _basement_, palabra
que faltará durante mucho tiempo al diccionario de la Academia.

Despues de haber descendido algunos escalones, apercibí al fin en una
espaciosa cocina á dos mujeres, que no sintieron el ruido de mis pasos,
tan atareadas estaban. Una de ellas, la que me daba la espalda, pero
á quien reconocí por la voz, era mi querida Jenny, la madre de mis
hijos; la otra, á quien recien iba á conocer, enorme criatura, rubia,
de cinco piés y ocho pulgadas de estatura, y con aspecto mas bien de
granadero escocés que de hija de Eva, era Marta, la cocinera, natural de
Pensylvania, y _tunkeriana_ ó _tunkerista_ de relijion, cosa parecida
á cuácara; escelente persona que resongaba á toda hora y no tenía mas
defecto que tratar de pagano ó de publicano á cualquiera que usára
botones en el vestido ó en la levita. Para esta alma exaltada, el símbolo
del cristianismo no era la cruz, era el broche.

A juzgar por la gravedad de las dos mujeres, y por las palabras que con
tanta vivacidad cambiaban, llevaban á cabo en aquel momento una gran
obra culinaria. Jenny (¿era en efecto madama Lefebvre?) ataba dentro
de una servilleta, una masa disforme de reposteria, colocándola con
cuidado en una cacerola llena de agua. Marta, á su vez, encerró la
preciosa vasija en un horno de hierro, colocado en un costado de la
cocina. Era de construccion monumental, con pisos como una casa, y no sé
cuantos cajoncitos y alacenas de donde se escapaba el vapor. Horno para
cocer, lavadero, asadores, sartenes, agua y aire calientes, y cuanto
es necesario, todo se encontraba en este horno mónstruo, que tenia una
inscripcion, á manera de arco de triunfo:

_G. Chilson’s cooking Range Boston_[12].

Dudo que el mismo Satanás, con los recursos de que dispone, haya
inventado nunca una hornaza mejor calentada que esta.

Cuando todo estuvo en su lugar, despues de haber movido y alineado un
ejército de calderos y calentadores, volvióse mi mujer, dando un grito de
placer al verme.

--Buenos dias, amor mio, me dijo, creo que habeis pasado una buena noche.
¿Veis vuestros preparativos? es un _pudding_ como aquel que encontrásteis
tan bueno, dias pasados. Acabo de pisarlo y amasarlo yo misma. Sé mejor
que Marta, lo es de vuestro gusto. Espero que estareis contento como yo y
que me recompensareis todo el trabajo, ó mas bien todo el placer que me
tomo por serviros.

Diciendo esto, acercóseme cuanto pudo poniéndome la frente. ¡Cosa rara!
era mi mujer, y, sinembargo, no era ella. El mismo rostro, las mismas
facciones, salvo la punta de la nariz que habia enrojecido un poco; pero
no sé que de límpido y de tranquilo en la mirada, de dulce en la palabra,
de afectuoso en la fisonomia, que jamás habia notado en nuestros tiempos
matrimoniales del viejo París. Me sentia amado, cuidado, esto hará
retozar mi corazon. Por eso, sin inquietarme de la presencia de Marta
y de mis veinte años de casado, abrazé tiernamente á Madame Lefebvre,
quiero decir, Mistriss Smith. Perdonadme esposos parisienses, ¡yo estaba
en América!

--Marta, dijo mi mujer quitándose un delantal de cocina, y bajando
su vestido de seda, que habia suspendido, atándolo por detrás. Marta,
ireis á casa de Mr. Green. Su último café no era bueno, era del Brasil,
á mi marido no le gusta sino el de Mauricio, escojed un grano pequeño y
redondo, que yo misma lo tostaré. He visto en el mercado las primeras
fresas, comprad algunas, lo suficiente para poner dentro de una de esas
tortas que haceis tan bien y que mi marido y mis hijos comian con tanto
placer el año pasado. Decidle á Hoffman el floricultor que en todas
partes hay claveles, escepto en nuestro jardin, y que mi marido espera
las tres variedades nuevas que me ha prometido. No olvideis tampoco los
lirios que he escojido para Susana, y los jeránicos para Enrique. En fin,
tomad en la libreria, el último discurso del reverendo doctor Bellows,
_sobre el estado de la nacion_. Es una obra elocuente y patriótica y mi
marido nos la leerá esta noche, ¡él que lee tan bien! Esto nos divertirá
á los niños y á mí!

¡Cuán débiles somos! sentiame atraido y encantado por esta música
nueva, en la que á cada compás aparecia mi nombre y el de mis hijos.
En París, en Francia, eran otras notas, las que yo oía. Mi mujer tenia
todas las virtudes; pero su estremada modestia me hacia la vida un poco
insoportable. _Hacer lo que todo el mundo_, era la divisa de Madame
Lefebvre: Dios sabe, lo que me costaba el no diferenciarnos. Para
estar hospedados _como todo el mundo_, habitábamos un departamento, á
ciento diez escalones de altura, en un hotel, digno de un príncipe, es
cierto, y cuyo portero tenia un sirviente y un limpia suelos. Para estar
servidos _como todo el mundo_ teniamos un lacayo, enorme pícaro borrado
y embustero, gran bribon con pantalones de pana y chaleco rojo, que me
costaba muy caro y me servia en todo al revés, no dejándome vestir, ni
comer ni beber á gusto. Para vestirnos _como todo el mundo_ necesitaba
mi mujer y mi hija, trajes de un precio loco, crinolinas que ocupasen
cada una, una carroza entera, no dejándome lugar sino en el pescante.
En fin para figurar _donde vá todo el mundo_, tenia yo que andar trás
las invitaciones, y sonreir á jentes que despreciaba en mi corazon, con
el mas soberano desprecio. Era la práctica. El buen tono queria que se
adorára á la fortuna y que se arruinára uno por aparecer. Por mi parte,
buen cuidado tenia de no separarme de la buena sociedad. Hubiera sido una
orijinalidad: vicio de pésimo gusto, que la Francia deja á los Ingleses.

Desempeñábamos, gracias á mi mujer y á sus sabios consejos, con decencia,
asi lo creo al menos, un rol difícil. Las jentes que nos veian en el
bosque en todo tiempo, y á la misma hora debian hacernos justicia. Me
atrevo á decir que sosteniamos nuestro rango en París, y que llevábamos
con honor la vida mas ocupada que pueda imajinarse: hariamos veinte
visitas todas las mañanas, y no faltábamos á ninguna reunion. Todo esto
era bueno; pero--¿es necesario que lo confiese? en un pais salvaje, mi
naturaleza ruda recobraba su poder. Estaba contento porque ya no oia
hablar de _todo el mundo_. Me gustaba que mi mujer no se ocupase mas
que de mí, y no viese nada mas allá de su marido, de sus hijos y de su
casa. Me sentia rey de mi morada y estaba tan contento con mis súbditos
que al subir la escalera, pasé mi braso al rededor de la cintura de
Jenny, y abracé á mi mujer por segunda vez; lo que la hizo ruborizarse
prodijiosamente:

--_For shame, mister Smith_[13], murmuró con un tono que me hizo creer
que ella y yo habiamos rejuvenecido veinte años.



CAPITULO V.

Sin dote.


Mientras que Zambo se cansaba de dormir, y mi mujer y Marta preparaban la
mesa y servían el almuerzo, púseme á leer el _Paris-Telegraphe_, enorme y
barato diario que llevaba por lema estas palabras estúpidas: _The world
is governed too much_: el mundo está demasiado gobernado. El tono grosero
de esta hoja me desagradó. ¡A Dios gracias!--á nosotros nos dan mejor
educacion.--No es á nosotros, á quienes un gobierno protector del buen
gusto, dejaria tomar la odiosa costumbre de llamar: _un chat, un chat, et
Rollet un fripon_.

¿Quién creeria, por ejemplo, que el _Paris-Telegraphe_ se atreviera á
herir con el epíteto de ladron y hasta de asesino á un millonario honrado
que, por un error, escusable sin duda, habia suministrado al ejército del
Norte unos sesenta mil pares de calzado, cuyas suelas eran de carton y
habian resistido mal á la humedad de los vivacs? ¡Y haga uno negocios en
un pais, donde se respetan tan poco las grandes especulaciones!

Todo el diario estaba escrito en ese tono deplorable. Nada escapaba á las
invectivas de aquel folletinista insolente, de aquel gacetero miserable.
Tal ley era abominable porque trababa la libre accion de los ciudadanos;
tal majistrado era un Jeffries ó un Laubardemont, porque hacia caer en
un lazo inocente al pícaro que se fiaba en la justicia; tal municipal
era un Verrés ó un nécio, porque concedia á accionistas bien entendidos
un monopolio ventajoso para todo el mundo, como son siempre todos los
monopolios. Tomaos la molestia de gobernar á los hombres, para recibir
diariamente semejantes vejaciones.

Pamfletista desgraciado, me dije yo, si hubieses tenido el honor de vivir
en el pueblo mas amable y mas ilustrado de la tierra, sabrias desde que
naciste, que criticar la ley, el juez ó el funcionario, es crímen de
lesa-majestad social. La infalibilidad de las autoridades, es el primer
dogma de un pueblo civilizado. Maldito sea el inventor del diario, y
sobre todo, del diario libre y barato! La prensa es como el gas; una luz
que os quema la vista, al mismo tiempo que os envenena.

--¿Porqué no se sirve el almuerzo? pregunté bruscamente á mi mujer, con
el objeto de disipar estas ideas desagradables--¿En dónde están los
niños? ¿Porqué no bajan?

--Han salido, amigo mio, y no tardarán en volver. Enrique pronuncia esta
noche su primer discurso en la _Academia de los jóvenes lectores_; y ha
querido asegurarse de la sonoridad de la sala, antes de hablar en público.

--¿Sobre qué tema perorará esta noche nuestro Ciceron de diez y seis años?

--Hé aquí un borrador, dijo Jenny, pasándome con el orgullo de una madre
un papel lleno de palabras sub-rayadas, de interjecciones, de pausas y de
esclamaciones.

El título, escrito en grandes caractéres, me pareció mas respetable que
claro.

    DE LA MORALIZACION DE LAS MUJERES, CONSIDERADAS COMO EDUCADORAS
    DEL JÉNERO HUMANO.

--Cuélgate, Querubin, esclamé yo; ¡el mundo se acabará á fuerza de
virtud! A los diez y seis años, si en algo pensábamos nosotros, no era
por cierto, como el señor mi hijo, en la moral....

--Amigo mio, me dijo Jenny.... Su voz me detuvo de golpe, y tan á tiempo
que me mordí la lengua á la mitad de una palabra, y me sentí ruborizar á
pesar mio.

--Amigo mio, continuó mi mujer, que no se habia apercibido de mi
turbacion: creo que se prepara un cambio en la situacion de Enrique.
Todos los dias me repite, que hace mucho tiempo que está á nuestro cargo
y que esto debe fastidiar al gobernador....

--¿Qué significa eso de gobernador?

--¿No lo sabeis? es el nombre amistoso que nuestros hijos dan á su padre.
En dos palabras, Enrique quiere tomar una profesion.

--Paciencia, señora Smith, tenemos tiempo. Ese cuidado me toca á mí.

--Amigo mio, nuestro hijo ha cumplido ya diez y seis años: todos sus
camaradas tienen una posicion, es necesario que se abra camino. Conversad
con él sobre esto: tiene completa confianza en vos, y nadie puede
dirijirlo mejor.

Púseme á pasearme de un lado á otro, mientras mi mujer miraba por la
ventana, si volvian ya nuestros hijos.

¡Oh hijo mio!--decíame yo,--si, el cuidado de establecerte me pertenece.
Hace mucho tiempo que todo lo he dispuesto para tu éxito. No fué
inútilmente que diez y seis años há, escojí para padrino tuyo á mi amigo
Regelman, entonces subjefe; y hoy dia jefe de oficina en el Ministerio
de Hacienda, Seccion de Aduanas. Si, mi querido Enrique, de antemano,
sin saberlo tú, eres candidato para pretender el supernumerariato del
Ministerio de Hacienda. Dentro de dos dias serás bachiller; y dentro
de tres años, si pasas felizmente tres ó cuatro concursos y eres
protejido vigorosamente, _tu Marcellus eris!_--Te veo ya, sub-jefe, á
los treinta y cinco años, disfrutando de dos mil cuatrocientos francos,
y condecorado como lo fué tu padrino; te veo como tu modelo, dulce,
humilde, político, complaciente con tus jefes; severo, tieso, majestuoso
con tus subordinados; y elevándote de grado en grado hasta la direccion
del personal. A los cincuenta años, si nada engaña á la orgullosa ilusion
de un padre, tu serás el terror y la esperanza de diez mil fracs verdes.
¡Qué fortuna! ¡y qué porvenir!

--Ahí está Enrique, esclamó mi mujer, que habia permanecido en la
ventana. Conversa con M. Green.--Estoy segura que le pide un buen
consejo,--algo mas quizá.

--¿Qué decis, querida mía?--¿Green, el especiero? ¿Mi hijo conversa con
esa jentuza?

--¡Jentuza! replicó mi mujer con aire de sorpresa. M. Green es un hombre
honrado, un buen cristiano, respetado universalmente. _Vale_ trescientos
mil dollars, y hace el mejor uso posible de su fortuna que debe á su
trabajo.

¡Perfectamente! esclamé yo. Bienaventurado pais en donde los especieros
son millonarios, dan consultaciones como los abogados, sino dan
colocaciones, como los ministros. Solicite pues, mi hijo, á S. E. el
Sr. de las ciruelas en conserva y de la Melaza. Pero, llamad á Susana;
supongo que no espera nada del honorable M. Green.

--Susana, está en su leccion de hijiene y de anatomía.

--De anatomía, ¡gran Dios! Mi hija, á los diez y nueve años, aprende
anatomía--¡Si tambien disecará!

--¿Qué teneis, amigo mio?--repuso mi querida mujer, con una tranquilidad
que me volvió el alma al cuerpo. Susana tendrá hijos algun dia. ¿Quereis
que los crie y los cuide á tientas, sin conocer su constitucion? ¿No
habeis repetido cien veces en su presencia que el estudio del cuerpo
humano, hace parte indispensable de toda buena educacion?

--¿Cual es el médico á cuya prudencia se confia el cuidado de enseñarla
anatomía á las jóvenes?

--Es la señora Hope, una de nuestras celebridades médicas.

--¡Mujeres médicos! ¡Oh Moliére! ¿donde estás? Qué ¿en este pais hecho al
revés de los demas, no son los hombres los que cuidan á nuestras madres,
á nuestras esposas é hijas? Son tambien mujeres las que partean á las
señoras de la buena sociedad? Eso no se hace en parte alguna; eso es
indecente, señora Smith,--¡indecente!

--Yo hubiera creido lo contrario, amigo mio; pero vos sabeis mas que
yo. ¿De manera que si alguna vez nuestra hija tuviese una de esas
indisposiciones, graves ó no, que una mujer en su pudor se atreve apenas
á confesarse á sí misma, querríais mas bien que se llamára á un médico?

--Nada de eso; me comprendeis mal, querida mia. Queria decir solamente
que hay antiguas prácticas que son respetables como todos los viejos
errores. Es decir.... no; otro dia os esplicaré eso. ¿Quién acompaña á
Susana á esa leccion de anatomía?

--Nadie.

--¿Cómo nadie? ¿Mi hija que solo tiene diez y nueve años y es bella como
un ánjel, recorre las calles sola y sin un acompañante de respeto?

--¿Por qué no ha de hacer ella lo mismo que sus compañeras? ¿Qué peligro
puede amenazarla? ¿Os imajinais que haya en América un hombre tan
criminal ó tan loco como para faltar al respeto debido á la juventud y
á la inocencia? Padres, maridos, hermanos ó hijos, todos los brazos se
alzarian para herir al miserable; pero jamás se ha visto en este noble
pais semejante indignidad.

Esas son miserias y vicios que es necesario dejar al viejo continente.

--Por otra parte, agregó mi mujer con su dulce sonrisa, creo bien cuidada
á Susana. Alfredo, el último hijo de M. Rose ha vuelto de las Indias.
Le he visto ayer paseándose con su padre y sus ocho hermanos. Nadie me
quitará de la cabeza que Susana y él están comprometidos hace mucho
tiempo.

--¡Comprometidos! ¿Mi hija enamorada del noveno hijo de un boticario? ¿Y
es su madre la que me anuncia friamente una noticia de ese carácter?

--¿Por qué no habria de casarse con el que ella ama? me dijo Jenny
fijando en mí sus hermosos ojos azulas. Amigo mío ¿no es eso lo que yo
he hecho? ¿Me he chasqueado? ¿estais acaso arrepentido?

--¿Pero qué carrera, qué fortuna posée ese jóven?

--Estad tranquilo, amigo mio; Alfredo es un caballero. No se casará con
Susana mientras no tenga una posicion que ofrecerla. Susana esperará diez
años, si es necesario.

--¿Y la dote señora Smith, habeis pensado en la dote? ¿Sabeis lo que
quiere ese jóven galan que compromete á nuestra hija? ¿Sabeis lo que nos
es posible hacer y qué parte tendremos que sacrificar de nuestro diminuto
haber?

--No os comprendo, Daniel. ¿Vendemos acaso á nuestra hija? ¿Es necesario
pagar á un jóven, á un enamorado, para que se decida á aceptar por
compañera, á una jóven encantadora, cuyo aspecto regocija y que es tan
buena como bella? ¿Dónde habeis adquirido esas estrañas ideas, que os
oigo por vez primera?

--¡Sin dote! esclamé yo, ¡en un pais donde de la noche á la mañana todo
el mundo está de rodillas delante de un dollar!

--En América, amigo mio, uno se ama, se casa porque ama y es feliz toda
la vida repitiéndose el uno al otro que se ha escojido por amor. Cada
uno lleva en dote su corazon, y espero que, en una nacion libre, jóven y
jenerosa como la vuestra, no se conocerá jamás otro dote.

--Sin dote, decíame yo, ¡sin dote! Harpagon tenia razon, esto cambia las
cosas. El matrimonio no es ya un negocio. Rica ó pobre, la novia estará
segura de que la aman, que se casan con ella y no con su dinero. El padre
que dé temblando á su hija no tendrá que temer á lo menos, que la entrega
á un especulador innoble. ¡Sin dote! Los pueblos bárbaros tienen algunas
veces, sin saberlo, ciertas delicadezas que harian honor á nuestra
civilizacion.

--Hé aquí á Susana, esclamó mi mujer, que habia vuelto á ocupar su puesto
de observacion. Alfredo está con ella,--lo habia adivinado.

Corrí á la puerta. Mi hija, mi querida Susana, ¡estaba mas bella que
nunca! Sus largos cabellos rubios que caían formando bucles sobre sus
hombros, su mirada risueña, su aire altivo, su andar mesurado la daban
nuevos encantos. Era la inocencia del niño y la gracia de la mujer.
Saltóme al cuello como una loca. La estreché con transporte sobre mi
corazon y la llevé en mis brazos hasta el comedor.

Solamente allí apercibíme de que Susana no habia entrado sola en casa.
Estaba junto á ella el mónstruo que venia á arrebatarme mi alegria y mi
felicidad. Susana le tomó de la mano y me lo presentó de la manera mas
natural.

--M. Alfredo Rose, querido papá--¿no le reconoceis?

¡Demasiado que lo reconocia! ¡Era encantador el miserable! Suspiré y dí
un apreton de manos á aquel futuro yerno; que queria hacerme el honor de
escojerme por suegro sin tomarse siquiera la molestia de consultármelo.¡
Sin dote! bastaba esto para que se creyera con derecho á casarse con la
mujer que amaba.

Hablad pues de decoro á estos bruscos que van siempre recto á su objeto.



CAPITULO VI.

En donde se hace conocimiento con M. Alfredo Rose y el vecino Green.


Mientras que Alfredo y yo permaneciamos el uno frente del otro,
silenciosos ambos y mirándonos, las dos mujeres conversaban entre sí en
voz baja y con estrema vivacidad. La madre sonreía, la hija tenia los
ojos suplicantes.

--Amigo mio, dijo Jenny tomando á los jóvenes de la mano, hé aquí dos
niños que, con la ayuda de Dios, quieren formar una familia cristiana y
os piden vuestra bendicion.

--Mi bendicion! Yo he visto al Papa Pio IX, bendecir á Roma y al mundo,
con esa dulce majestad que hace caer de rodillas á los incrédulos; he
visto á obispos piadosos bendecir la inocencia y el fervor de la primera
comunion. Eso era grandioso y bello: era la santidad que se espandia.
Pero yo, pecador, no me sentia con derecho para bendecir, siquiera á mis
hijos. Abrazé á Susana, abrazé á Alfredo, junté sus manos con las mias y
lloré.

Eran tan felices los ingratos, que no vieron mis lágrimas, y así
escapáronse de mis brazos para correr hácia Jenny, que les recibió
alzando la voz:

--Que el Dios de Abraham y de Sara, díjoles, que el Dios de Isaac y de
Rebeca, de Jacob y de Raquel os bendiga, hijos mios, y os dé una vida
cristiana.

--_Amen_, respondió una voz cuya gravedad me hizo temblar. Era Marta que
se aproximaba con la mirada y el jesto de un profeta.

--Hombre, dijo, toma á esta mujer delante de Dios; mujer, toma á este
hombre delante de Dios, en la buena y en la mala suerte, en la salud como
en la enfermedad, en la vida y en la muerte. No lo olvides, el Eterno lo
recordará.

--No, ciertamente, no lo olvidaré jamás, esclamó Alfredo levantando el
brazo, pongo al Señor por testigo.

Lo confesaré para mi verguenza! apesar de la escelente educacion que
he recibido en Francia, y aunque se me habia habituado á no tratar
sériamente sino las cosas festivas, me sentí conmovido hasta el fondo
del alma, por la solemnidad de este compromiso. Me parecia que mi hogar
se hacia sagrado como el de Abraham, y que Dios, invisible y presente,
descendia para bendecir la union de mis hijos.

La entrada de Zambo disipó estos sérios pensamientos. Habia arrasado el
jardin y el invernadero para poder ofrecer á la novia un ramo enorme.
Acompañó su obsequio de jestos tales y de cumplimientos tan burlescos,
que me eché á reir contra mi voluntad.

--¿Cuándo la boda amito? preguntó el negro. ¿Mañana, pasado mañana,
dentro de ocho dias? Zambo quiere cantar, Zambo quiere bailar.

--Susana, esclamé mirando á mi hija, no está fijado el dia!

--Mi buen padre, esperamos vuestras órdenes respondió la señorita mi
hija, con una falsa modestia que me hizo suspirar.

--Y no esperamos mas que eso, dijo Alfredo, he alquilado y amueblado una
casa, cerca de aquí; en la esquina de la avenida décima cuarta. Todo está
dispuesto para recibir á la que me hace el honor de compartir mi fortuna
y mi nombre.

--Hijo mio, le dije á Alfredo, y este nombre de hijo me ahogó al salir,
Susana os ha escojido, nosotros os adoptamos con los ojos cerrados; pero
perdonad á la lejítima curiosidad y á la inquietud de un padre. ¿Desde
cuándo amais á mi hija?--Y ya que hablais de fortuna--¿cuál será vuestra
situacion, la de ambos, en esa casa cuya felicidad nos toca tan de cerca?

--Deciros desde cuando amo á Susana, me sería difícil; respondió el
jóven. Me parece que la amé desde que nació.--A no dudarlo, la amaba
ya cuando íbamos juntos á la escuela comun, y corriamos á lo largo del
camino, ella era una criatura y yo casi un adolescente. Despues de ese
tiempo, tantas veces hemos jugado, hablado y orado juntos; la he visto
siempre alegre, buena, amable, y tantas veces hemos conversado sin
rebozo, tantas veces he podido apreciar toda la belleza de su alma, que
ha llegado un dia en que he comprendido que Susana era la mujer que Dios
en su bondad me habia deparado.--Cuando Susana tuvo diez y seis años, le
pedí me aceptára por esposo, nos comprometimos, y hé ahí toda la historia
de nuestros amores.

--De manera, dije yo suspirando, que es la estimacion y la amistad la que
os han conducido á eso que vosotros llamais amor--¿Nada de súbito, nada
de fulminante: ni poesía, ni pasion?

--Tengo veinte y cuatro años, dijo el jóven, y amo á Susana. Nunca he
amado, ni amaré á otra que no sea ella; la estimo mas que á nadie en el
mundo; la quiero mas que á mi mismo: ¿es cordura, es pasion?--no lo sé;
pero espero que Susana no me pedirá esplicaciones, y que me permitirá que
la ame del mismo modo hasta mi último dia.

--Perfectamente, hijo mio; sois un sábio; sereis feliz, como mereceis
serlo y tendreis muchos hijos. Entretanto hablemos de dinero.

--Yo no tenia fortuna, dijo Alfredo, y eso aplazaba bastante nuestros
proyectos. Tenia veintiun años y estaba decidido á hacer carrera
rápidamente,--no dudaba del éxito.

--¿Contaríais sin duda con protectores poderosos? ¿con la promesa de un
buen puesto en el gobierno? ¿Vuestro padre quizá habia comprometido en
vuestro favor al primo de la prima de algun Senador?

--No; tenia mi cabeza y mis brazos, respondió, Alfredo y la divisa de
todo Yankee verdadero: _Go ahead! never mind; help yourself_: Adelante!
y sin cuidado; ayúdate á tí mismo: esto vale mas que un apoyo estraño.
En un país que se engrandece tan velozmente como el nuestro, todo hombre
que no es un necio y que tiene voluntad, concluye por encontrar una buena
veta. Empleado como químico en casa de un rico comerciante de índigo, oía
á mi patron quejarse á menudo de que los buques espedidos á la India iban
siempre á media carga. Encontrar un nuevo artículo de flete, era la idea
fija de nuestros armadores. Descubrí uno, en el que nadie habia pensado y
que tenia asegurado su despacho: era el hielo. Jamás se proveerá cantidad
igual á la que puede consumir la India. La dificultad estaba en poder
conservarlo durante el camino. Era un problema que debia resolverse.
Gracias á mi padre he sido educado en un laboratorio; la física y la
química han sido mis primeros entretenimientos. Para aislar mis témpanos
de hielo, necesitaba un cuerpo mal conductor del calórico. Ensayé el
serrin, que no tiene valor alguno entre nosotros. El descubrimiento
estaba hecho: faltaban solo los capitales.

Encontrar dinero para poner en ejecucion una buena idea es cosa fácil en
América, pensé en M. Green, que hace grandes negocios en arroz, café,
especias é índigos. Tuvo confianza en mí y arriesgó una espedicion. Partí
para Calcuta con mi cargamento; no tuvimos merma en el camino, y vendí
mi hielo de modo á ganar el flete de ida y vuelta; y he vuelto despues
de haber establecido allí un mercado ventajoso para veinte años. A mi
llegada tuve ocho mil dollars por mi parte, y vedme al frente de la casa
Green, Rose y compañia. El éxito es seguro. Puedo descontarlo hoy dia
mismo, si quiero. Diez ó doce mil dollars por año: hé ahí lo que por lo
pronto puedo ofrecer á _Madama_ Alfredo Rose, esperando mejor suerte.

--Sesenta mil francos anuales! esclamé, qué bella cosa es el comercio,
cuando sale bien! Miré de mas cerca á mi yerno y le encontré cierto aire
de jénio. En la frente y en la parte inferior del rostro tenia algo de
Napoleon.

Habia olvidado completamente la botica de su señor padre, cuando Zambo
nos anunció á Mr. Rose que venia á tomar parte en el regocijo jeneral.
Por estimable que fuera el exelente hombre, no era un boticario el suegro
que yo ambicionaba para mi hija: habia soñado con un sub-prefecto;
pero qué hacer en un pais primitivo que no ha conquistado todavia esa
centralizacion que la Europa nos envidia?

Con M. Rose entró M. Green, seguido de Enrique. Reconocí al boticario en
ese aire médico que jamás se pierde; pero el especiero con frac negro y
corbata blanca era para mí un mónstruo desconocido. Su lenguaje y sus
maneras no eran menos raras que su traje. Green, el vendedor de aceite
y de café, hablaba con la autoridad y la sangre fria de un hombre que
cuenta los millones por los dedos.

--Vecino, díjome, con afectuosa _bonhomia_, héme aquí medio de la familia
por este jóven, vuestro yerno y mi socio. No quedaremos ahí. Enrique ha
venido á verme: es un muchacho intelijente y que me agrada. He encontrado
una colocacion para él. Alfredo se hace sedentario: no se casa uno para
correr el mundo. Necesitamos entre tanto una persona de confianza en
Calcuta. He pensado en Enrique, apesar de ser tan jóven. Nunca entra uno
demasiado temprano en los negocios. Tres años de residencia en las Indias
le formarán. Le daremos una parte, que si él trabaja, subirá de cuatro á
cinco mil dollars por año. Vos me confiais un niño, y yo dentro de tres
años os volveré un hombre.

¿Qué decis de mi proyecto? ¿os sonríe tanto como á Enrique?

--Oh hijo mio! me dije yo, habia soñado otro porvenir para tí. Quizá
este te convenga mas; quizá no tengas ni el jénio de la política, ni la
flexibilidad necesaria para elevarte al rango de jefe de oficina. El dado
está tirado, serás millonario!

Dí las gracias á Green, quien me dijo al oído:

--Vecino, no pararemos en esto. Conoceis á Margarita, mi duodécima hija,
chiquilla encantadora, que ya tiene diez años y el talle redondo como una
muñeca. Tengo la idea que dentro de seis ó siete años haremos de ella la
señora de Smith. Pensaremos en el jóven y en su fortuna; contad conmigo.

Esto era demasiado! Yo, el doctor Lefebvre, yo un sábio, un _bourgeois_
en mi pais, convertido así en aliado de un especiero, y debiéndole
favores!

Es cierto, amo la igualdad: soy francés, y tengo por evanjelio los
principios de 1789. Que proclamen esta igualdad y la anuncien en todas
partes, lo exijo; que la pongan en nuestras leyes, lo consiento: las
leyes no se aplican jamás; pero que se haga descender esa igualdad á
nuestras costumbres, nunca! El hombre que no hace nada estará siempre
arriba del que se ensucia los dedos trabajando.

Iba á romper el encanto y á rehusar esa fortuna pérfida, cuando por
invitacion de mi mujer, cada uno de nuestros vecinos aceptó una tajada de
jamon y una taza de té....

--Daniel, me dijo Jenny, estamos todos en la mesa, decid la bendicion.

--Querida mia, estoy tan conmovido que no sé lo que hago.--Ocupad mi
lugar y hablad por mi.

--Dios mio, dijo Jenny, bendecid esta casa y á todos los que están en
ella. Bendecid sobre todo á los que se alejan, y que entre ellos, Señor,
no halleis sino corazones puros y obedientes.

Todos respondieron: _Amen_, con voz tan sincéra que el curso de mis ideas
se trastornó. Miré á mis amigos, á mis hijos, á mi mujer: á Green que
con tanta simplicidad hacia la fortuna de mi familia: á Enrique, que á
los diez y seis años, con la resolucion de un hombre y el ardor de un
niño, queria conquistarse á fuerza de trabajo un puesto en el mundo y no
retrocedia ni ante el peligro ni el destierro; á Susana y Alfredo que se
amaban con un amor tan tierno y tan puro, á mi mujer en fin, mi buena
Jenny, que no se ocupaba sino de los demas, atenta y abnegada, la vida
y el alma de la casa, la reina de esta colmena, de donde se escapaba el
enjambre!

Y yo, moscardon inútil, que no sabe sino murmurar, me decia, voy á quedar
solo en este hogar, animado en otro tiempo por la alegria de Susana y de
Enrique. Rose tenía nueve hijos; Green quince: Dios bendice las grandes
familias, y cuando queremos ser mas sabios que él, confunde nuestra
falsa prudencia, condenándonos al aislamiento que nosotros mismos hemos
buscado.

Miraba á mi mujer, jóven todavia, fresca y de una robustez graciosa; y me
decia........no recuerdo lo que me decia, cuando Zambo entró, empujando
la puerta, con aire asustado y gritando:

--Arrebato! arrebato!--escuchad--llaman á fuego.



CAPITULO VII.

El incendio.


Al primer grito de Zambo, el boticario corrió á la ventana, en seguida
volviéndose hácia Green:

--Teniente le dijo, es á nosotros á quienes llaman; el incendio es en la
duodécima avenida.

--Sarjento, soy con vos, dijo el especiero levantándose. Doctor, agregó
golpeándome en el hombro, alerta! el carruaje no espera.

--Bueno! me dije, viéndolos salir acompañados de Alfredo y de Enrique,
hélos ahí que juegan á la guardia nacional. La guardia nacional! es un
regalo que la América nos ha enviado con el ciudadano Lafayette, y que
nos ha aprovechado lindamente! Corred á esa parada inútil, queridos
amigos, y que os haga buen provecho!, por mi parte, me quedo en casa. Qué
es ese carruaje de que habla Green? ¿Se imajina él, que yo voy á correr
como un papanatas, al espectáculo del incendio en un pais donde, segun
dicen, el fuego aparece todos los dias?

Me aproximé á la ventana: torbellinos de humo subian al cielo arrojando
chispas. El fuego tomaba cuerpo.

--Lijero, amo, lijero, el carruaje se aproxima, me dijo derepente Marta.

Me dí vuelta: frente á mi estaba Zambo, con una hacha en la mano, y un
casco de cuero curtido en la cabeza: Marta tenia una chaqueta de paño
negro, y un ancho cinturon jimnástico: era mi uniforme. Yo era bombero!

Bombero! yo! quería protestar contra este nuevo ultraje de la suerte;
pero Marta se habia apoderado de mi. En un abrir y cerrar de ojos, me
hallé vestido, ceñido, con el casco puesto, armado é izado sobre el techo
de un omnibus inmenso que contenia en sus flancos una máquina á vapor,
toda humeante. Dos magníficos caballos negros llevaban al galope bomba y
bomberos.

--No temas nada, Daniel, gritó Marta, con el brazo levantado, vas á
servir á Dios; el Altísimo te arrancará de entre las llamas, como ha
salvado á Sidrach, á Misach y á Abdenago, sus servidores.

Esta bendicion bíblica me hizo temblar; olia á quemado.

--Singular idea, esclamé, la de arriesgar su pellejo por desconocidos,
cuando podria pagarse á los bomberos.

--Qué es lo que decis doctor, interrumpió una voz ágria que me hizo
reconocer á mi vecino Reynard en el _attorney_[14] Fox.--Ciudadanos,
agregó, recitando quizá un viejo alegato, si quereis ser libres, sed
vosotros mismos vuestra policia y vuestro ejército. Darse guardianes, es
darse amos. Mi querido amigo, continuó en tono natural, ¿dónde habeis
tomado esas ideas del otro mundo? ¿no sois amigo de la libertad?

--La libertad ante todo! me apresuré á contestar, un poco avergonzado de
mi debilidad. Correr al socorro de sus conciudadanos es un deber y un
placer que no cedo á nadie; tengo orgullo en ser bombero!

--Menos que Green, querido vecino, respondió el hombre cara de zorro.
Ese sí que vá contento al incendio! El es diabólicamente fino, agregó
hablándome al oido; _devilish smart_, repitió cuatro veces, guiñándome el
ojo, y haciéndome señas con la nariz y la barba.

Abrió su tabaquera, suspiró y tomando dos veces lentamente tabaco:
Nuestro Capitan, dijo, el bravo coronel Saint-John se retira, Green es
teniente y ambicioso. Quiere ser Capitan con el objeto de elevarse mas
alto. El es diabólicamente astuto; pero aunque tiene cuidado de ocultar
sus cartas, yo leo en su juego.

Fox no habia concluido todavia sus insidiosas confidencias, y ya habiamos
llegado: Ninguna policia, ninguna precaucion habia sido tomada; un
pueblo de curiosos estaba alineado en las veredas, y por suerte dejaba
libre el medio de la calle, la máquina fué instalada en un instante,
desencadenados los pistones, el agua corria por todas partes. Mientras
que el teniente reconocia el foco principal del incendio y daba sus
órdenes, púseme á dirijir los tubos con mi amable vecino.

Frente á nosotros estaba una casa presa toda del fuego. Las llamas habian
roto las ventanas y salian en torbellinos. Derrepente, se escucharon
gritos desgarradores en el primer piso. Una figura blanca pasó como una
sombra. Una voz de mujer pedia socorro. Al instante, Green, apoyando una
escalera á lo largo de la pared, subió y desapareció en medio del humo.

Diabólicamente fino, me dijo Fox con un gesto satánico, _devilish smart_;
juega cerrado, el ambicioso!

--Por aquí muchachos, por aquí, gritaba Rose, enteramente ocupado de
ahogar el incendio. Levanté á fuerza de brazo el pesado tubo; pero no
podia quitar la vista de la ventana por dónde Green habia entrado. El
corazon me saltaba, la inquietud me ahogaba.

En el mismo instante reapareció Green, con una mujer en los brazos, y
descendió en medio de los hurras de la multitud.

Apenas en el suelo, la mujer se incorporó:--Mi hijo, gritó, donde está mi
hijo, dónde está mi hija?--Todo su cuerpo temblaba, lloraba, levantaba
los brazos hácia la ventana incendiada y queria arrojarse en aquella
hornaza. Se procuró en vano retenerla, se escapaba de nuestras manos,
corria á la casa, y, rechazada por la llama, retrocedia lanzando gritos
terribles y arrancándose los cabellos.

Todos nos mirábamos. La llama rujia como la tempestad, el techo
incendiado iba á desplomarse. El niño estaba perdido. No sé lo que en ese
momento pasó en mi alma: la vista de aquella pobre madre, las palabras
de Marta, el ejemplo de Green, la idea de que yo era francés, qué sé
yo?--fué una embriaguez que me subió á la cabeza--Corrí á la escalera, y
estuve arriba antes de saber lo que hacia.

Rose quizo detenerme:--Soy padre, esclamé, no dejaré que ese niño muera!

Una vez en la habitacion, tuve miedo. Las llamas silvaban á mi alrededor,
los ensamblados crujian, los cristales estallaban: era aquello un ruido
siniestro. Sofocado por el calor, enceguecido por el humo, llamé, nadie
respondió; grité, ni el éco resonó. Estaba desesperado, cuando una lengua
de fuego roja, atravezando la oscuridad me mostró frente á mi una puerta
cerrada. Romper la cerradura de un hachazo, entrar en la habitacion,
correr á la cuna donde lloraba un niño, apoderarme de este tesoro, fué
cosa de un instante; qué alegria! pero fué corta. Rodeado de humo, casi
afixiado, no sabia donde estaba; el corazon me palpitaba, la cabeza me
daba vuelta, estaba perdido.

--Por aquí, doctor! por aquí, Daniel! gritaba la voz de Rose; avanzad,
pero reculando, atencion!

El consejo era prudente, apenas me habia dado vuelta, un vigoroso chorro
de agua dirijido por la hábil mano del boticario, me inundó de piés á
cabeza, á riesgo de voltearme. Gracias á esta diversion estratéjica, que
contuvo por un instante el fuego y disipó el humo, ví la ventana, corrí á
ella, y enhorquetándome en la escalera; me dejé deslizar hasta el suelo,
negro y humeante como un tison mojado. Un instante despues el techo se
hundia con espantoso estrépito. Marta tenia razon: Dios me habia tratado
como á Abdenago.

Decir la alegria de la pobre madre sería cosa inútil. El mas feliz
era yo, que habia salvado á un niño y sostenido el honor del nombre
francés. Mi locura me habia costado algo: tenia una parte de mis cabellos
chamuscados, una mejilla asada y el brazo izquierdo quemado de puño al
codo:--¿qué era esto despues de lo que habia ganado?

Una hora cuando mas despues del suceso, volvíamos á nuestro barrio,
dejando á los recien venidos el cuidado de estinguir los restos
humeantes. Trepé listamente, y con la cabeza erguida, á ese mismo omnibus
en que por la mañana habia subido tan de mala gana. Fox estaba allí,
guiñando el ojo, como si fuese tuerto.

--Green es pillo, dijo, dándome un codazo en el brazo enfermo, lo que me
hizo estremecer, pero vos sois endemoniadamente mas pillo que él. Hurrah
al capitan Smith! agregó frotándose las manos.

No le respondí: un nuevo espectáculo me ocupaba enteramente.

A lo largo de las veredas estaba alineada una inmensa multitud en un
órden increible. Casi todos los hombres tenian un papel en la mano, que
ajitaban á nuestro paso.

--Hurrah al bravo teniente! Hurrah á Green! gritaban. Hurrah á Smith!
Hurrah al bombero heróico!

--Helos ahí, se decian señalándonos con el dedo. Aquel, es Green; ese
otro, es Smith! Hurrah! Los sombreros se alzaban, flotaban los pañuelos
y las mujeres nos mostraban á sus hijos, que ajitaban sus manecitas como
si nos bendijeran. ¿Por medio de qué misterio sabia ya toda la ciudad
mi nombre y mi accion?--lo ignoraba, y no lo preguntaba. Uno se habitúa
pronto á la gloria; pero la emocion comenzaba á dominarme. Habia tenido
fuerzas para contemplar á la multitud con la modestia y la calma de un
héroe. Al aproximarme á mi casa derramaba lágrimas. El pueblo rodeaba á
Jenny, á mi hija, á Marta que predicaba, y á Zambo que bailaba como un
niño. Me eché en sus brazos, y, apesar de mi figura de deshollinador
sabe Dios, con cuanto cariño abrazó á todos. Creo que estaba tan negro
como Zambo.

Antes de entrar en casa, Jenny me mostró sonriendo la imprenta que estaba
frente, la del _Paris-Telegraphe_, ese diario sedicioso. Un inmenso
cartel se elevaba en lo alto de la casa, y de una media legua podia
leerse lo que sigue:

                             QUINTA EDICION

                            PARIS-TELEGRAPHE

                            HORRIBLE INCENDIO
                      ¡¡¡El bravo teniente GREEN!!!
                     ¡¡¡El heróico bombero SMITH!!!

                             FRASE SUBLIME:
                  ¡Soy padre no dejaré morir ese niño!
                       50,000 ejemplares vendidos
                       EN PRENSA LA SEXTA EDICION

Era aquel el templo donde se distribuía la gloria: ¡allí habia con que
curar la vanidad!

¡Ah!--¡Con qué placer corrí á la sala del baño para meterme en el agua,
emblanquecer mi cara y refrescar mi brazo quemado! Esta vez encontré
admirable la invencion que ponia á toda hora agua caliente en mi
habitacion. En cuanto á Zambo, no quiso dejarme, so pretesto que el _Amo_
tenia necesidad de sus servicios y que no podia pasarse sin él. El buen
muchacho tenia necesidad de hacerme hablar para darse importancia en
la vecindad. Mi gloria era la suya, él era el que habia entrado en las
llamas, por procuracion.

Cuando descendí á la sala, la oficina del _París Telegraphe_, estaba
todavia asediada por los compradores, sin poder dar abasto á los pedidos;
la multitud se estrujaba bajo nuestras ventanas procurando verme. Con mi
brazo en cabestrillo, mi mejilla señalada, y mis cabellos quemados, podia
creerme un héroe.

Muy luego, y para que nada faltase á la alegria de este dia feliz, vino
la música de los bomberos á darme una serenata, con toda la compañia y
Green á la cabeza, que me dirijió un discurso.

En este _speech_, bastante bien redondeado, el especiero con una modestia
conmovedora, se olvidaba á si mismo para no hablar sino del valor que
yo habia desplegado, y, á nombre de la compañia, me rogaba aceptase el
puesto de capitan.

--¡Camaradas! ¡amigos! esclamé, me siento confundido por vuestras
bondades, pero no quiera Dios que olvide el ejemplo que me ha dado el
teniente Green, y el socorro que he recibido de Rose, ¡el bravo sarjento!
Al primero, debo el honor de una buena accion; al segundo, debo la vida.
Permitidme pues que no olvide esta deuda de gratitud y que siempre
considere como mis jefes al excelente Green y al jeneroso Rose. Quiero
permanecer con vosotros, camaradas; como vosotros, simple bombero, en
un pais libre. Orgulloso de vuestra amistad y de vuestro heroismo, no
cambiaria nuestro modesto uniforme por el traje de capitan jeneral. ¡Viva
la América y la libertad!

Mi respuesta tuvo éxito, sobre todo el final que no valia nada. Green se
arrojó en mis brazos; Rose hizo otro tanto, y Fox, llamándome á parte, me
dijo al oido:

--Sois diabólicamente astuto, camarada, veis lejos; pero es lo mismo,
os comprendo. Y guiñó los dos ojos á la vez, lenguaje misterioso cuyo
alcance no entendí.

A una señal de Green, comenzó de nuevo la serenata. Al mismo instante
ví ascender un cuadro á lo largo de la imprenta del _París Telegraphe_,
como un pabellon que se iza en el gran mastelero. Sobre este cuadro
trasparente é iluminado por linternas de colores, se leia la siguiente
inscripcion en caracteres de un pié de alto:

                             OCTAVA EDICION.

                            PARIS-TELEGRAPHE.

                           HORRIBLE INCENDIO.
          _¡¡¡El heróico bombero Smith, el nuevo Cincinato!!!_
              DE QUE MODO LA AMERICA RECOMPENSA LA VIRTUD.
                      100,000 EJEMPLARES VENDIDOS.
                       En prensa la nona edicion.

Qué quiere decir esto? esclamé. Zambo id á buscarme el diario; hay aquí
una broma de mal gusto.

Traido el diario, leí, con gran sorpresa mia, el discurso de Green, y mi
respuesta. Lo habian taquigrafiado é impreso durante la sesion. Lo que
me valia el título de Cincinato: era mi renuncia. ¿Porqué? jamás lo he
sabido; pero la palabra hacia buen efecto en el cartel. Debe ser alguna
cosa un hombre que se llama el _nuevo Cincinato_.

A continuacion de mi _speech_ y bajo el epígrafe ridículo: _De qué modo
la América recompensa la virtud_, se leian las dos cartas siguientes:

                                EL CISNE.

                  COMPAÑIA DE SEGUROS CONTRA INCENDIOS.

                      CALLE DE LAS ACACIAS N.ᵒ 10.

          (_Capital social 10 millones de dollars. Parte de los
               beneficios distribuidos á los asegurados_).

    “Señor:

    “El valor que habeis desplegado en el incendio de esta mañana
    os ha señalado á la atencion del consejo de la compañía.

    “Está vacante el puesto de médico consultante, para examinar
    las heridas y accidentes resultados de el incendio.

    “Esperamos que nos hareis el honor de aceptarlo. Los honorarios
    son de 400 dollars.

                                   El director de la compañía _X. X._

    “Al Dr. Daniel Smith, bombero de la séptima compañia.”

                             LA PROVIDENCIA.

       _Hospicio de niños, sostenido por suscripcion privada de 10
                            dollars por año._

                      CALLE DE LOS NOGALES N.ᵒ 25.

    “Señor:

    “El médico que ha pronunciado las bellas palabras: soy padre,
    no dejaré morir á ese niño, es al que su abnegacion y su
    talento llaman naturalmente á cuidar de los niños expósitos.

    “El puesto de primer médico de nuestro hospicio está vacante;
    esperamos que os dignareis aceptarlo.

    “Servicio: todos los dias de seis á ocho. Honorarios 2,000
    dollars.

                             Los administradores del Hospicio _R. T._

    “Al Sr. Dr. Daniel Smith, bombero de la séptima compañía.”

--Zambo, pregunté: ¿han traido cartas para mí?

--No amo, el cartero no ha venido.

--Es imposible, á menos que no haya alguna mistificacion en este diario.

--Golpean á la puerta, amo, dijo Zambo, escuchad: uno, dos, tres, es el
correo, corro.

El negro me trajo cuarenta cartas, una montaña de papel. Unos enfermos
me preguntaban la hora de mi consulta, otros me rogaban fuese á verles
lo mas pronto posible, cuatro cófrades me llamaban en consulta, seis
farmacéuticos me ofrecian una asociacion, y en fin, cosa rara, dos
cartas cuidadosamente lacradas me anunciaban confidencialmente lo que el
_Paris-Telegraphe_ habia publicado ya, con una indiscrecion, que en el
fondo yo perdonaba.

Ya era célebre! Mi fortuna comenzaba. Un dia, una hora de valor me daban
un nombre y hacía mas por mi en América, que lo que habia conseguido
en el viejo continente durante veinte años de trabajos. Pero, pensé, y
este pensamiento me volvió la humildad de que tenia tanta necesidad, sin
ese diario charlatan, sin esa trompeta que ha lanzado mi nombre á todos
los écos del Nuevo Mundo, habria yo conseguido algo? Mi primera idea,
desde luego, fué dar las gracias al periodista, fuese quien fuera. Era
demasiado tarde, la oficina estaba cerrada, el cartel apagado, mi gloria
desvanecida. Dejé mi visita para el dia siguiente.

La noche la pasé con mis antiguos amigos, mi mujer y mis hijos. Todos
ellos hacíanme repetir los mas pequeños detalles del terrible y glorioso
suceso: Jenny palidecía cuando hablaba de mis peligros y se sonrojaba
cuando referia la alegria de la madre al ver de nuevo á su hijo. Susana
me estrechaba la mano y miraba á Alfredo.

Creo que la conversacion habria durado toda la noche, si Marta no hubiese
colocado sobre la mesa una enorme Biblia, forrada en zapa, y cerrada por
grandes broches de cobre.

--Lée, me dijo; y calma tu vanidad; no olvides la historia de Aman, hijo
de Amadatha, de la raza de Agag; y no olvides que aquí hay un Mardaqueo
que no se arrodillará ante tu presencia.

--Estad tranquila, Marta, le respondí riendo, á mi puerta no hay una
potencia de cincuenta codos de altura, y yo no quiero colgar á nadie.

Jenny abrió la Biblia y nos leyó el tercer capítulo de Daniel, lo que
encantó á la cuácara, desagradó á Zambo y me hizo reflexionar sériamente
sobre la bondad de Dios para conmigo. Cuando nos separamos despues de un
dia tan bien empleado, la noche estaba un poco avanzada. Me arrojé en la
cama fatigado, sufriendo un poco, pero contento de mí mismo: y, toda la
noche soñé con serenatas, carteles, hurrahs y discursos.



CAPITULO VIII.

Truth[15], Humbug[16] y Ca.


Apenas me disperté, corrí á la ventana; queria gozar de mi celebridad
naciente, y contemplar una vez mas mi nombre proclamado por arriba de los
techos. El tablero estaba en su lugar; todos los pasantes le echaban la
vista, pero, oh vanidad de las glorias humanas! he ahí lo que leian:

                           LLEGADA DEL PERSIA.

                       GRANDES NOTICIAS DE EUROPA.

                         _Lóndres--Consol. 93¾._

                   LIVERPOOL--ALGODONES--ALZA DE 20%.

    _Puerco salado (Cleveland) se piden 4,000 barricas á 14 dollars._

                   A los agricultores--ocasion única.

       Cuatro hermosos _asnos de Italia_, padres de primera clase.

         Dirijirse á MM. Ginocchio hermanos. 70. William-Street.

--Pueblo de mercaderes! esclamé mostrando el puño á los pasantes,
raza grosera que hace marchar revueltos y al mismo paso los negocios,
los sentimientos, el algodon y las ideas--doy gracias á Dios de no
pertenecerte. Viva el pais del ideal, viva la Francia, que se la arrastra
siempre con una palabra sonora, la Francia que, alabado sea Dios! no
piensa jamás en sus intereses sino cuando es demasiado tarde! Nuestra
locura vale mas que la prudencia de estos Yankees; nuestra pobreza es mas
noble que su riqueza. Cuatro asnos de Italia, y el precio del puerco, hé
ahi las grandes noticias de Europa para estos colonos ignorantes! Y ni
palabra de Francia, de las nuevas modas, del baile de la Corte, de la
última novela, del último _vaudeville_. Pálidos vándalos, no tengo para
vosotros sino desprecio.

A la vez que daba libre curso á mi justa cólera, no queria dejar de dar
las gracias al periodista que el dia anterior habia hablado de mi. Fuese
quien fuera aquel folletinista, no me convenia deberle una atencion.
Honrarlo con mi visita, era quedar á mano con él.

Entré en una casa de poca apariencia, que tenia por toda muestra
una placa de cobre, clavada en la pared, y sobre la cual se leia:
PARIS-TELEGRAPHE, _Truth, Humbug y Ca. propietarios. directores_. Una
puerta de sarga verde estaba frente á mi, la empujé y me encontré en
presencia de un hombrecillo vestido de negro y abrochado hasta el cuello:
era M. Truth. Sentado delante de un escritorio de jacarandá, tenia en la
mano unas tijeras enormes, cortaba largas tiras de papel de un diario
inglés y las echaba á una especie de buzon de cartas que comunicaba con
la imprenta. Era la redaccion á bajo precio.

--Qué quereis, Señor?--preguntóme sin levantar la cabeza, ni interrumpir
su trabajo.

--Señor, le dije con voz grave y reposada, soy el doctor Daniel Smith,
bombero de la séptima compañía, el mismo cuyo elojio habeis tenido la
bondad de hacer en vuestra hoja de ayer.

--Bien, dijo el periodista continuando sus recortes--¿Qué quereis?

--Daros las gracias, señor: pagar la deuda de agradecimiento.

El hombre miróme con aire sorprendido.

--No me debeis nada, doctor. Publicando vuestra bella accion, he hecho mi
oficio; y me habeis valido ayer mas de doscientos dollars. No me debeis
pues, ningun favor.

Con lo que continuó su trabajo, sin invitarme siquiera á tomar asiento.

--Señor Truth, le dije en tono seco y digno, no me ocupo de los motivos
que os hayan hecho obrar ayer. Me habeis hecho un servicio, soy, y me
reconozco vuestro deudor.

Iba á salir cuando levantó de nuevo la cabeza y fijó en mi sus grandes
ojos negros, cuya espresion dolorosa me hirió.

--Doctor, dijo con voz jadeante, si tratais absolutamente de chancelar
una deuda imaginaria--la ocasion se os presenta. Decidme con toda
sinceridad de qué enfermedad sufro, y cuanto tiempo me queda de vida:

Se levantó, púsose la mano sobre el corazon y se detuvo de repente. Una
asma violenta le oprimia. Le tomé el pulso, escuché su respiracion--le
ausculté--Tenia síntomas que no permitian engañarse.

--Doctor, me dijo Truth, os pregunto la verdad. Cuando se tiene,
como yo, la costumbre de decirla á todo el mundo, se tiene la fuerza
suficiente de escucharla por su cuenta. Tengo necesidad de saber en que
estado me encuentro.

--Teneis, le respondí, una enfermedad al corazon, que está lejos de ser
incurable. Los cigarrillos de stramonio os aliviarán. Pero si quereis
sanar, os son necesarios, el aire puro, la vida tranquila, el descanso
del alma y del cuerpo, cosas todas que no se encuentran en la oficina de
un diario.

--Gracias, doctor, me dijo:--vuestra opinion es la misma que mi
médico me ha dado esta mañana. Es necesario renunciar á las fatigas
de mi profesion; sea, cuanto mas pronto, mejor. Un Yankee nunca mira
atrás.--Doctor, compradme mi diario. Os vendo mi parte por veinte mil
dollars; en seis meses los habreis ganado--¿Aceptais?--

--Peste! esclamé, lijero andais!

Periodista yo! es un honor en el que no he pensado jamás.

--Pensad en él--Para un hombre de bien, es la primera de las
posiciones.--Hay nada mas bello que guiar á sus hermanos por la senda de
la justicia y de la verdad!

Periodista, es un papel que no se estima de lejos, pero que de cerca,
no sé porqué todos quieren ensayarlo. Los periodistas son de la misma
familia de los comediantes: se les desdeña y se les envidia. Estos
jitanos tienen ingenio; frotándose con ellos, uno se encuentra menos
paisano.

No hay una sola mujer hermosa que no sienta placer en acercarse á
las grandes coquetas: no hay un solo hombre de Estado que, en un
momento dado, no lisonjée á los folletinistas, si no es que se enrola
modestamente entre los hacedores de diarios. A pesar mio, la proposicion
de Truth haciale cosquillas á mi vanidad; la idea de dirijir la opinion
me sonreia. Un hombre como yo tiene tantas cosas que enseñar á esa masa
ignorante y estúpida que se llama público! Solo el sentimiento de mi
dignidad me impedia ceder á esta locura.

--Dirijir un diario, dije á mi enfermo es cosa muy dificil, para quien no
ha nacido en esta industria.

--No, nada mas sencillo. Sentaos ahí, cerca de mí, permaneced durante dos
horas, y poseereis el secreto del oficio. En el fondo todo se reduce á
una sola regla de conducta: decir la verdad, nada mas que la verdad, toda
la verdad.

La curiosidad venció? Me eché en un gran sillon de cuero amarillo,
puse el baston entre mis piernas y apoyé mi brazo enfermo sobre la
empuñadura; una vez instalado, abrí mi tabaquera que habia dejado sobre
la mesa y mirando á Truth:

--Mi querido Arístides, le dije, vuestra divisa es bella; pero, aquí para
entre nosotros, no lo es demasiado? En materia de periodismo, yo creia
que la mentira era la regla, y la verdad la escepcion.

--¿Dónde habeis visto eso, doctor maquiavélico? En la vieja Europa,
quizá? En España, en Rusia, en Turquia; en todas partes donde la prensa
es un monopolio en manos del gobierno, los pobres periodistas tienen
permiso para no decir palabra durante seis dias, á condicion de mentir
oficialmente el séptimo; pero en un pais de libertad, en el que cada cual
puede pensar lo que quiere, é imprimir lo que piensa, de qué serviria la
mentira? La verdad es nuestra mercancia, lo que nos compra el público.
Mentir es perder nuestro crédito y arruinarnos vergonzosamente. Nosotros
podemos tener todos los vicios, menos uno. Ved _el Times_ inglés: es
inconstante, injurioso, violento; pero embustero, nunca! Sorprendido en
flagrante delito de mentira, su propietario perderia una renta de cien
mil dollars. No es uno vicioso á ese precio: uno es verídico por cálculo
y virtuoso por interés.

No me alucinaba esta virtud americana. Buscaba una respuesta, cuando
apercibí un hocico de garduña que atravesaba la puerta. Era mi honorable
compañero de armas y vecino el _sollicitor_[17] Fox, que se aproximó
deslizándose sobre el pavimento y nos dió la mano afectuosamente.

--Buenos dias, querido Truth, dijo al periodista sonriéndole. Vengo de
parte de M. Little, el banquero, á conversar con vos de un gran negocio.
Hay dos mil dollars de ganancia para el diario, dos mil dollars, repitió,
acentuando cada sílaba.

--Bien, respondió friamente el periodista; eso corresponde á mi socio.

Tocó la campanilla. Una puertecita se abrió dando paso, no sin trabajo, á
un hombron, á quien su cuerpo enorme, su cabeza calva, sus grandes orejas
y sus dientes delanteros, daban el aspecto de un elefante vestido.

--Buenos dias, doctor Smith, esclamó reventando de risa, buenos dias, os
reconozco por vuestro brazo en cabrestillo. ¿Qué decís de mi tablero de
ayer, querido Cincinato? ¿No valía el de hoy? Truth, los cuatro asnos
están vendidos; Ginocchio nos escribe que suprimamos el aviso. Buenos
dias, Fox, sois tan delgado que os tomaba por la sombra del doctor.
Vosotros los SOLLICITORS, teneis la conciencia tan tierna que los
escrúpulos os enflaquecen. ¿Qué nos traeis?

--Hé aquí de lo que se trata, dijo Fox, mediocremente lisonjeado por
los agasajos de M. Humbug. La casa Little hace un pequeño empréstito
mejicano; diez millones para comenzar. Las acciones son de doscientos
dollars cada una, emitidas á ciento sesenta y reembolsables á la par por
sorteo anual. Diez por ciento de interés y veinte por ciento de beneficio
sobre el capital; es un lindo negocio!

--Para Little, dijo Humbug riendo. Y necesitais anuncios: _Mundus vult
decipi, ergo decipiatur_.[18] Estad tranquilo Fox, os daremos un bonito
lugarcito en el diario. Entre los unguentos de Holloway y las píldoras de
Morrison, vuestro empréstito mejicano será una maravilla.

--Venia para arreglar con vosotros el precio, dijo Fox.

--¿Y sois vos quien pedís la tarifa de los avisos? Un centavo[19] por
palabra, un dollar por cien palabras; en este bosque comun, se _charla_ á
precio fijo, lo sabeis bien....

--Perdon, querido Humbug, respondió Fox guiñando el ojo, me habeis
comprendido mal. Cuando hablaba del precio, no era en la tarifa en lo
que pensaba. Little desearia que el proyecto de esta suscripcion útil
y patriótica fuera insertado en el cuerpo del diario, á fin de que no
tuviese aspecto de aviso. Pagaremos lo que sea necesario. ¿Me comprendeis?

--Lo temo, maese zorro, respondió el hombre sin dejar de reir. Pero como
dice el viejo Plauto:

    _Stultitía est venatum ducere invictos canes._[20]

Os habeis levantado demasiado tarde mi buen Fox. De este lado del agua
no se coje á los zonzos en un lazo tan grande; eso está bueno para los
inocentes del otro mundo. Por lo demás, desde que no se trata ya de los
avisos, dirijios á mi socio. ¿Habeis comprendido lo que se nos pide, mi
querido amigo?

--Perfectamente, respondió Truth con voz acentuada. M. Little tiene
necesidad de mi honor para colocar su empréstito; y me hace preguntar á
qué precio me vendo.

--Truth, querido mio, tomais mal las cosas, dijo Fox en tono insidioso:
sois mas puritano que los peregrinos de Plymouth. No os pedimos mas
que lo que otros diarios nos han prometido; _el Lince_, _el Sol_, _la
Tribuna_, recomendarán nuestro empréstito; así lo espero, al menos:
estamos en trato.

--Puesto que teneis esos diarios, dijo Truth, por qué habeis venido? ¿Que
necesidad teneis de mí?

--Por una razon muy sencilla, mi excelente amigo, dijo Fox con
voz almibarada. En la Bolsa, no se tiene confianza mas que en el
_París-Telegraphe_; es muy natural que tratemos de ponerlo de nuestra
parte. Haremos cuanto sacrificio sea necesario para conseguirlo.

--Señor Fox, esclamó el periodista pálido de emocion, aquella es la
puerta.

--Soy vuestro servidor, señor Truth, dijo el procurador desapareciendo.

--No soy el vuestro, respondió mi cliente. Mañana sabré lo que es ese
empréstito y lo diré.

--Mi querido señor, le dije con la autoridad de mi profesion: agravareis
vuestra enfermedad, no corrijireis á nadie y os hareis de enemigos
mortales.

--Los enemigos son nuestra gloria. Somos soldados: nuestro puesto está en
el fuego.

Diciendo esto se tomó el pecho con ambas manos y se torció en el sillon.

--Doctor, esclamó Humbug, socorredle; no veis que se sofoca? Puede uno
darse semejantes emociones por esta canalla humana! Truth, perro egoista!
os matais adrede para arruinarme á mi, vuestro viejo amigo. Veamos,
miradme.

Truth le tendió la mano sonriendo tristemente. Apesar mio, sentí cierta
lástima por aquel pobre jitano que sacrificaba su vida al mas quimérico y
al mas deplorable de los oficios.



CAPITULO IX.

Donde se le dice su merecido á la verdad.


Cuando la crisis hubo pasado, y el enfermo recobró aliento, Humbug apoyó
ambos codos sobre la mesa, y con una voz que trató de hacer alegre, sin
conseguirlo:

--Mi querido Truth, dijo no resistais por mas tiempo á vuestra
verdadera vocacion; haceos pastor. Los vicios son de buena pasta; se
dejan maltratar sin decir palabra. Todos los domingos se les fustiga
vigorosamente sobre los hombros del prójimo, despues de lo cual se
almuerza en paz y se come lo mismo. Pero esos bípedos que se creen
hombres por que caminan en dos pies, esos lobos con sombrero redondo,
esos zorros con lentes, esos monos encorbatados, esos ganzos con levita
negra, á esos es necesario mirarlos de cerca para reir de su crueldad, de
su avaricia, de su cobardia, de su estupidez. El que los toma á lo serio,
muere con el corazon despedazado.

--Hé aquí á mi sucesor, dijo Truth tomándome de la mano: el doctor será
un buen asociado para vos.

--El doctor! respondió Humbug, es imposible: si tiene traza de cervatillo!

--¿Cual es pues, esclamé, la especie de bestia que produce los
periodistas?

--Para ser un buen periodista, dijo Humbug con gravedad cómica, se
necesita la cara de un perro, el olfato de un perro, la impudencia de
un perro, el valor de un perro y la fidelidad de un perro. La cara de
perro para intimidar á los picaros: el olfato del perro para sentirlos de
lejos, la impudencia del perro para ladrar tras de ellos apesar de sus
gestos y sus amenazas: el valor del perro para saltarles á la garganta:
la fidelidad del perro para irse, detenerse y volver al primer llamado de
la verdad.

--Señor director de los avisos, dijo yo con impaciencia, no suponia que
tuvieseis por la verdad una pasion tan viva y tan desinteresada.

--¿Porqué no, sabio Esculapio? respondió en tono chocarrero. ¿Creeis
que no sé que dos y dos son cuatro? ¿Qué es lo que hace el precio de los
avisos? El número de lectores. ¿Qué es lo que trae lectores? La opinion.
¿Engañando acaso á la opinion se la gana? La verdad es el cuerpo del
diario; los anuncios no son sino la crinolina, ridículo traje, provisto
por la mentira y la vanidad. _Desinit in piscem mulier formosa superné._
¿Quien tiene la culpa? El espíritu y el buen gusto del público.

--Señor, le dije haciendo dar vueltas la tabaquera en mis manos para
apoyar mis palabras, toda verdad no es bueno decirla. Hay algunas que
turban y desgarran la sociedad.

--Si, querido doctor; la verdad es revolucionaria.

--Al fin, esclamé, lo confesais!

--Sin duda. Ved la Reforma. ¿A qué precio ha libertado la conciencia?

--Eso es, dije yo, golpeando con mi baston, eso es!

--Y el Evanjelio, respondió Humbug. Qué trastorno! Una civilizacion
destruida, Jupiter destronado, los Césares despreciados y derribados.
Cuán conveniente hubiese sido que ahogasen en su orijen á esta verdad que
mataba un mundo y engendraba uno nuevo! Eh! bien, querido Hipócrates ¿no
decis nada? ¿Y la Revolucion Francesa?

--Señor, esclamé, no toquemos las cosas sagradas. La resistencia de los
privilejios fué la que hizo todo el mal. Confesad que hay verdades que
asustan.

--Si, como la luz intimida á los ladrones.

--Hay algunas que son odiosas, para quien las escucha.

--Sí, cuando se perturba la embriaguez, ó se recuerdan los remordimientos.

--Hay algunas que son peligrosas para los que las dicen.

--Sí, cuando tienen un corazon de esclavo ó de lacayo. Di la espalda á
aquel sofista desvergonzado que no temia atacar sabias preocupaciones y
sacudir la almohada en que el mundo duerme en paz hace dos mil años. Me
dirijí á Truth, que habia vuelto á empezar sus recortes y que parecia no
escucharnos.

--¿En qué pensais, querido enfermo? le dije; nuestra conversacion os
fatiga quizá.

--Doctor, respondió sonriendo, perdonad la impertinencia de mi fantasia,
pensaba en Pilatos. Escuchaba á este grave administrador decirle á
Cristo: _¿Qué es la verdad?_ y salir sin esperar la respuesta. En tiempo
de Tiberio César, habriais sido un excelente gobernador de Judea.

--Qué! agregó animándose, no sentis que para nosotros los hombres, la
verdad es la vida, y que la mentira es la muerte? Buscad á vuestro
alrededor paises prósperos, ilustrados, honrados, caritativos: ¿no
son aquellos donde cada cual puede decir la verdad, toda la verdad,
sin escepcion de personas, sin respeto á las preocupaciones, á los
privilejios, á los abusos? Buscad los paises miserables, ignorantes, sin
moralidad; ¿no son aquellos donde reina la mentira oficial bajo todas
las formas? Contemplad la grandeza de la Inglaterra, el crecimiento de
la América, la fortuna naciente de Australia. ¿Cual es la fuerza que en
ochenta años ha levantado á nuestros Estados-Unidos de tres millones
á treinta y un millones de habitantes? No os engañeis: es la verdad.
Dejad á los políticos hacer armazones de sistemas y combinar formas de
gobierno; ved cuales son las instituciones vivas de los pueblos libres.
Escuelas, asociaciones, tribuna, prensa, ¿qué es todo esto, sino otros
tantos instrumentos con el objeto de propagar la verdad y captarse todos
los corazones? Contad los diarios de un pueblo y tendreis su rango en la
escala de la civilizacion: es un termómetro que nunca engaña. ¿Porqué?
Es que la verdad no es, en otros términos, sino la ley que gobierna el
mundo moral: es que hay relaciones naturales entre los hombres, como las
hay entre las cosas. Reconocer y respetar esas relaciones, es reconocer y
respetar la verdad, ó mejor dicho, á Dios mismo, presente en el mundo por
su voluntad todo poderosa.

--Querido señor Truth, respondí, un poco conmovido por este flujo de
palabras, Humbug tiene razon: habeis nacido para predicar. Pero la
esperiencia me ha enseñado hace mucho tiempo que la práctica es lo
contrario de la teoria. ¡Cuántas verdades admirables de lejos, se
desvanecen en la prueba! Todos los dias oigo repetir que los hombres son
hermanos, que la mujer es la igual del hombre, que los gobiernos son
hechos para los pueblos........

--¿Y dudais?--dijo Truth.

--No, no dudo _teóricamente_; pero tratad de poner en práctica esas
bellas máximas: ¿á donde iriamos á parar?

--Al reino del Evangelio, respondió el periodista con singular gravedad.
Si teneis un ideal mas noble, decidlo: si no teneis nada que poner, en su
lugar, no desempeñeis el triste papel de Mefistófeles. La humanidad tiene
la necesidad de creer y de esperar.

--Pero doctor encantador, que no creis en la teoria, esclamó Humbug con
risa impertinente, ¿cuando hablais, sabeis lo que decis? ¿cuando dais un
remedio á vuestros enfermos, sabeis lo que haceis?.... No os incomodeis;
si lo sabeis, haceis teoria apesar vuestro; si no lo sabeis ¿qué razon
teneis para estar tan orgulloso de no raciocinar?

Hundíme en el sillon, crucé las piernas y los brazos y mirando á Humbug
en pleno rostro:

--Señor, le dije, escuchadme sériamente, si sois capaz de algo serio.
En teoria, lo diré una vez mas, amo la verdad, la amo tanto como podeis
amarla vos; pero la prensa no es la verdad. Hay en ella una mezcla de
pasiones, de injurias, de mentiras que sublevan todo corazon delicado.
La salvaje libertad que reina en este pais no es de mi gusto. He
refleccionado largo tiempo á este respecto, y os diré, si os dignais
comprenderme, como se puede organizar la prensa, administrar sabiamente
la verdad, abolir la licencia del mal, y no dejar sino la libertad del
bien.

--Impedid á los perros que ladren, esclamó Humbug echándose á reir, y
está hallada la cuadratura del círculo.

--Supongo, continué sin responder á esta patochada, supongo un gobierno
ilustrado, moral, paternal, que no piensa sino en el bien de sus súbditos.

--Doctor, eso es teoria!

--No señor, es observacion. En este gobierno hay ministros
inteligentes........

--Comprendo, dijo el insoportable bromista, ministros ilustrados,
morales, paternales, y que no piensan sino en el bien de sus
administrados.

--Si, señor, y estos ministros tienen bajo sus órdenes millones de
agentes........

--Todos ilustrados, morales, paternales etc., en una palabra, una lejion
de ánjeles con frac negro.

--En nombre del cielo, Humbug, callaos, esclamó Truth. Dejadlo concluir
su cuento de hadas; me parece oir á un Francés que se imajina raciocinar
porque enfila paradojas y surce palabras.

--Señor Truth, respondí secamente, la razon y la esperiencia hablan por
mi boca; escuchadme. En manos de este gobierno, que todo lo sabe, que
todo lo vé, que todo lo entiende, que no tiene ni preocupaciones, ni
pasiones, en esas manos es, decia, en las que pongo el depósito de la
verdad; no quiero por esto darle el monopolio, soy amigo de la libertad,
pero reglamentada, limitada y moralizada! Reduciria el número de los
impresores, de modo de hacer de la tipografia una censura prudente y
discreta, un sacerdocio conservador; en seguida, limitaria el número
de los diarios, de modo de constituir un pequeño número de tribunas,
verdaderas cátedras de donde no se dejaria hablar sino á la decencia
y á la moderacion. Habria periodistas como hay sacerdotes, es decir,
ministros de la verdad que recibirian del gobierno su investidura y su
símbolo. Si, apesar de la sabia direccion del Estado, algun gacetillero
insolente, olvidando la gravedad de sus deberes, faltase al respeto que
debe á la autoridad, personificacion de la justicia y de la verdad,
entonces no recurriria al juri, que tiene la mano pesada y deja deslizar
entre sus dedos mas de una inocencia dudosa; es á la administracion,
siempre paternal y protectora, á quien yo dejaria la santa mision
de confundir la mentira, en caso de necesidad, de contenerla antes
que aparezca--Es á la administracion, siempre prudente, ilustrada,
desinteresada, y que sabe mejor que nadie, lo que la conviene y lo
que la daña, es la administracion la que herirá á la audacia y la
ignorancia; ella ahogará la oposicion naciente como Hércules en la cuna
ahogó las serpientes. Gracias á esta higiene ingeniosa, los diarios
serán un alimento inocente, un remedio en vez de un veneno. La prensa
será una antorcha en manos del gobierno: no se temerá ya el incendio.
Se prepararán preocupaciones útiles, errores saludables; se sujetará la
verdad á las necesidades del Estado á la fuerza de las poblaciones; y si
alguna nueva doctrina aparece en el estranjero, se esperará á que haga
fortuna en el pais de su orijen, antes de molestar á almas tranquilas y
que no aspiran sino al reposo. Hé ahí mi teoria: señor Humbug ¿qué decis
de ella?

_D--d rascal!_ esclamó descargándome sobre el hombro un puñetazo, capaz
de descornar á un buey. ¡Cuán feliz es uno con tener injenio, siempre se
tiene una bestialidad á mano que decir! Con su aire solemne, he visto el
momento en que este socarron mistificaba á un viejo Yankee como yo.

--Señor Humbug, le dije frotándome el hombro, esos argumentos groseros no
son de mi gusto. Pegar no es responder!

--Estrangular tampoco! gritó el periodista riendo. Continuad, doctor;
sois mas entretenido de los que pensais! _Verba placent et vox_. Pero,
adios: ha llegado la hora de hacer el diario; tiempo es dinero--me
arruinais!

Una vez solo con M. Truth, le pregunté, si no estaba sorprendido como yo
de lo que habia de profundo en el sistema que le exponia; si podía poner
en términos de comparacion á la turbulencia y al desorden de la prensa
americana con ese mecanismo compacto que debia en poco tiempo embridar al
pueblo mas ardiente del mundo, y darle la habitud de la moderacion y el
gusto de una inocente libertad.

--Doctor, dijo con dulzura, soy del parecer de Humbug: os reis de nuestra
simplicidad. Esa doctrina, que nos presentais como una invencion nueva,
hace mucho tiempo que la conozco. Es el dogma de la inquisicion: la
verdad hecha cosa oficial, _instrumentum regni_, y monopolizada por
la Iglesia y el Estado. Hace tres siglos que Lutero ha soplado esas
peligrosas quimeras y repuesto á cada cristiano en posesion de su
conciencia y de su derecho. En los primeros dias del mundo la verdad
salió de la caja de Pandora, con tantos otros bienes, que son otros
tantos males en manos inespertas; buscar la verdad, es la obra de
todos,--apoderarse de ella, no pertenece á nadie. No os pagueis de
palabras: Gobierno, ministros, funcionarios, qué es todo esto, sinó
hombres que no son ni mas infalibles ni mas sábios que nosotros? Hacer
de ellos los dispensadores de la verdad, es un sueño. La verdad es de
todo el mundo, como el aire y la luz; lo único posible es ahogarla, no
impedir que los hombres piensen, sino que hablen. ¿Quién se aprovechará
de tan detestable invencion? ¿La autoridad? Será la primera víctima. Se
la engañará sin cesar; bastará un puñado de intrigantes para seducir
al majistrado mas honrado y comprometerlo en las mas locas aventuras.
¿No veis, por otra parte, que dais á vuestro gobierno todo el poder de
hacer mal, con tal que tenga el cuidado de raciocinar mal? ¿Ganarán con
ello los ciudadanos? Desde el momento en que la cosa pública no les
pertenezca, les quitais lo que hay de mas noble, de mas bello, de mas
grande en la vida: el amor á la patria, la pasion de la libertad. Quitad
la ajitacion de la tribuna y de los diarios, y la sociedad no será sino
una agua mansa de donde saldrán la corrupcion y la muerte. ¿Asegurareis,
por lo menos, la prosperidad material, único incentivo de la multitud?
Muy al contrario: la riqueza es el fruto de la libertad. No hay
seguridad, ni rentas, ni comercio, ni industria, sino en los paises donde
pululan esos diarios cuya voz os importuna. El silencio es el triunfo
de los nécios, la noche no es el reino de las jentes honradas; dejadnos
la luz, el ruido y la vida. Recordad que en Roma tambien se gritaba
contra la charlatanería de los tribunos; que un dia Syla los hizo callar,
con gran placer de los utopistas, y que, desde entonces comenzó una
decadencia, de la que el mismo cristianismo no pudo levantar al universo.

--Permitidme, respondí, admirado del curso que tomaba la discusion; no
pretendo haber encontrado la piedra filosofal en política. Todo sistema
tiene sus abusos; es una cuestion de proporcion. Confesad que el lenguaje
de vuestros diarios es espantoso, y que no hay mal mas horroroso que su
licencia desenfrenada.

--Doctor, vos sabeis lo que dice el Evanjelio; _Es en el fruto en lo que
los conocereis_. Encontradme un pais donde haya mas luces, mas caridad,
mas prosperidad material que en América.

--No veo sino escándalo por todas partes, respondí. Los fundamentos
mismos de la sociedad se hunden en esa arena movediza que llamais la
democracia. ¿Qué es lo que respetais? ¿La relijion? Eh bien! que un
pastor falte á su deber, que su conducta sea lijera, en el acto veinte
periodistas se echarán á reir, como el indigno hijo de Noé, en vez de
ocultar á todos las miradas una debilidad cuya deshonra repercute sobre
la Iglesia.

--La verguenza, dijo Truth, es para la Iglesia que patrocina la causa
del culpable, no para la Iglesia que arroja de su seno á un miembro
gangrenado.

--¿Os llevais bien con la justicia? Ayer no mas, vuestro diario atacaba
con cínica acritud á un juez que, en un instante de mal humor, habia
maltratado á no sé que pícaro. ¿Cómo quereis que se respete al juez, si
no es infalible?

--La justicia, dijo Truth, es hecha para el acusado, y no el acusado para
la justicia.

--Que un subalterno, continué yo, salga de sus atribuciones, que por
casualidad olvide la ley, que detenga por inadvertencia á un inocente:
inmediatamente diez diarios aullarán contra la tirania; como perros que
ladran á la luna; incendiarán el pais por la causa del último de los
miserables, qué sé yo? por un mendigo, ó un ladron puesto preso sin que
las formas hayan sido observadas.

--Tendrán razon, dijo Truth; la libertad del último de los miserables
atañe á todos. Desde el momento en que se violen las formas legales,
desde el momento en que un ciudadano es injustamente agredido, todos
están amenazados. El que no comprenda esto no sabe lo que es la libertad.

--Pero, es que algunas veces es necesario cubrir la estátua de la ley y
salvar el pais á despecho de una falsa legalidad.

--Doctor, vos teneis una especie de inclinacion á Pilatos. El tambien
no se detuvo ante una falsa legalidad, le pareció mejor condenar á un
inocente que perder su puesto. Era un hombre habil; no sé por que el
mundo es tan severo con él.

--¿A dónde iriais? continué, cada vez mas irritado de la frialdad de
Truth. Doce ó quince diarios, hé ahí los dueños de la opinion y de la
república.

--Quince diarios, dijo Truth asombrado: ¿qué quereis decir con eso?
Tenemos trescientos; es poco para un millon seiscientas mil almas. Boston
tiene cien para menos de doscientos mil habitantes, es cierto que en
Boston, la ciudad puritana, se comprende la libertad y la civilizacion de
otra manera que en París.

--Trescientos diarios! esclamé, sorprendido por esta cifra formidable.
¿Entonces quién dirije y gobierna la opinion? El primer desconocido
puede, sin mision alguna, erijirse en profeta y lejislador; el primer
soñador puede decir lo que quiera é imponer sus opiniones á la multitud.
Qué atroz despotismo!

--Mi buen amigo, dijo Truth, bajando la voz para colocarme en un
diapason menos ruidoso, no comenceis de nuevo vuestras bromas: ellas
divierten á Humbug á mi me hacen daño. Allí donde todo el mundo puede
hablar, no hay ni _mision_, ni _profeta_, ni _primer desconocido_: hay
un derecho que pertenece á ciudadano, y de que todo ciudadano usa en
su interés particular ó en el interés jeneral. ¿En un pueblo libre,
quién se ha imajinado poder dirijir y gobernar la opinion? ¿Hay un solo
Yankee que no se haga él mismo su regla de conducta, y que no escoja
con conocimiento de causa su partido y su bandera? La prensa es un éco
que repite las ideas de todo el mundo, y nada mas. Esos innumerables
diarios no tienen sino un objeto, acumular los hechos, las noticias, las
ideas, multiplicar y esparcir la luz! Mientras mas hay, cada ciudadano
se encuentra en mejores circunstancias para leer, reflexionar, y juzgar
por sí mismo. Poner la verdad al alcance de todos, hé ahí nuestra
ambicion. El pretendido despotismo de los diarios no existe sino en
vuestra imajinacion. Cuando mas seria posible allí donde un gobierno mal
aconsejado y que hiciera del periodismo un monopolio contra si mismo, no
sufriese sino diez ó quince hojas, obligando asi á los partidos á aliarse
contra él, y cuando su naturaleza tiende á dispersarlos. Pero en América
donde hay ochocientos ó novecientos diarios, donde nacen nuevos todos los
dias, el número de los tiranos ha muerto la tirania.

--Sea; es un réjimen que Aristóteles no ha previsto: una democracia de
papel. En este pais bienaventurado, todo es gobierno, escepto el gobierno
mismo. Vosotros los periodistas [y aqui todo el mundo es periodista],
vosotros, sois mas que la Iglesia, mas que la Justicia, mas que el
Estado! ¿Qué sois pues?

--La respuesta es muy fácil, dijo Truth; somos la sociedad:

--Pero si la sociedad, si el pueblo gobierna, ¿quién será el gobernador?

--Doctor, respondió el periodista sonriendo, cuando andais por la calle,
quién es el conducido? Por amor á una palabra, necesitais muletas?
Cuando gobernais vuestras pasiones [lo que no siempre haceis], ¿quién
es el gobernado? Hay una edad madura para los pueblos como para los
individuos. Compadezco á la China envejeciéndose en una infancia eterna;
pero nosotros cristianos, nosotros ciudadanos de un gran país, nosotros
no somos un pueblo de idiotas y de privados: hace mucho tiempo que hemos
salido de la tutela, y que nosotros mismos hacemos nuestros negocios.
¿Qué es esa soberania del pueblo, que hace setenta años ponemos al
principio de nuestras constituciones, sino una declaracion de mayor edad?

--Las comparaciones no prueban nada, respondí secamente; lo que es cierto
respecto á un individuo, no lo es respecto á una nacion.

--Siempre palabras, doctor. Una nacion, es una coleccion de individuos.
Lo que es cierto respecto á diez, á veinte, á mil personas, es tambien
cierto respecto á un millon. ¿En qué cifra comienza pues la incapacidad?

--No, dije yo, no es cierto que una nacion sea una simple coleccion de
individuos; es cosa muy distinta.

--Es decir que el total de una adicion es cosa diferente de la suma de
todas las unidades?

--Error! esclamé fatigado de discutir con una intelijencia tan limitada.
Hay aquí una diferencia que salta á la vista. ¿Para desembarazarse de
los intereses particulares, cual es la palabra májica que invocan los
hombres de Estado? El interés jeneral. ¿Cuando se quiere anular derechos
y pretensiones que dañan al gobierno, qué se alega? Un interés superior,
el interés social. La utilidad pública, es la negacion de los derechos
individuales: tal es al menos la manera de raciocinar y de obrar en todo
país civilizado. Si bastase escuchar el deseo de la mayoría y sumar los
intereses y las voluntades, os pregunto lo que sería la política: un
oficio de almacenero, un papel al alcance del primer hombre honrado que
se presentára; os figurais á un César, un Richelieu, un Cromwell, un
Luis XIV, escuchando la voz del campecino, ó tomando el voto de algunos
millones de paisanos? ¿A qué quedarian reducidas las combinaciones, las
alianzas, las guerras, las conquistas, todos esos esplendores, todos
esos juegos de fortuna donde triunfan los héroes? Arrastrar una nacion
á la victoria y á la gloria, imponer á la masa popular ideas que no son
las suyas, hacerla servir á una ambicion y á proyectos que en nada le
importan,--hé ahí la obra del jénio! Hé ahí lo que aman los pueblos:
adoran á aquellos que los pisotean. Dejad esas pobres jentes entregadas
á sí mismas, sembrarán sus coles, sus anales serán de dos renglones,
como la moraleja de los cuentos de hadas: _Vivieron mucho tiempo, fueron
felices, y tuvieron muchos hijos_. ¿Qué seria la historia con ese bello
sistema? ¿Y de retórica qué les enseñarian á nuestros hijos?

Yo estaba elocuente, lo sentía. Truth confundido me miraba con un aire
singular.

--Doctor, me dijo, yo no amo los sofismas: pero de todos esos juegos
de injenio no hay ninguno que me sea mas odioso que las paradojas de
otros tiempos, mentiras muertas hace mucho. Me hacen el efecto de una
vieja cortesana que ha olvidado de hacerse enterrar, y que pasea entre
la juventud disgustada, sus afeites, sus falsos cabellos y sus arrugas.
Washington ha enseñado al mundo lo que es un hombre honrado gobernando
á un pueblo libre; la prueba está hecha; el siglo del egoismo político
ha pasado, ahora no hay lugar sinó para la abnegacion. El que esto no
comprenda, el que no escuche la voz de las jeneraciones nuevas, el que no
sienta que la industria, la paz y la libertad son las reinas del mundo
moderno, ese no es sinó un soñador y un insensato. No es á la gloria á
donde camina,--es al ridículo.

--Acabemos de una vez, señor, esclamé levantándome, y apesar mio, llevé
la mano á la empuñadura de mi espada ausente. Si hubiese tenido mi
uniforme de cirujano de la Guardia Nacional, habria obligado á aquel
insolente á empuñar su acero: haciéndole morder el polvo le habria
probado sin réplica que la América no entiende jota de civilizacion, y
que un francés nunca deja de tener razon.



CAPITULO X.

La cocina infernal.


Mientras que Truth sorprendido de mi violencia y fogosidad echaba sobre
mí miradas inquietas, entró Humbug, trayendo un manojo de pruebas que
puso sobre la mesa.

--Alerta! gritó con su gruesa voz, comienza la tarea. _Nunc animis opus,
Ænea, nunc pectore firmo._[21] Doctor, ayudadnos; vuestro brazo derecho
está libre; tomad ese papel y preparad el resúmen.

--Escribid: _Derrota de las tropas federales_. Hé ahí lo que ocupa toda
nuestra primera pájina. Y echó una prueba en el buzon.

--Derrota! dije yo, vais á anunciar al país que ha sido derrotado?
Poned: _Retirada estratéjica, hábil combinacion_; de otra manera vuestra
imprudencia vá á sembrar por todas partes la inquietud y el terror.

--Doctor, sois incorrejible, replicó Truth, una vez mas--al pais se le
debe decir toda la verdad. ¿Creeis que un revés abata á los yankees, y
que, como los niños, se dejarán conducir por la fortuna? Una victoria nos
encontrará indiferentes; una derrota nos valdrá un aumento de enerjía, de
soldados y de dinero. ¿Cuántos hombres muertos?

--Muertos, 3,000; dijo Humbug, heridos 6,000; ausentes 2,400.

--Poned las cifras, replicó Truth; doctor, no las olvideis en el resúmen.
Entretanto, qué ha hecho el Congreso?

--En el Senado, dijo Humbug, una larga discusion sobre la esclavatura. M.
Summer ha hecho abolir la servidumbre en el distrito federal de Colombia.
Es un primer paso. Doctor, escribid: _Admirable discurso del elocuente
senador de Massachusetts_. Hé ahí nuestra primera hoja llena; pasemos al
suplemento.

--Cámara de Representantes, nada de interesante: tres llamamientos al
órden y el tiempo perdido en querellas con el presidente.

--Es la práctica, dijo Truth; pasemos. Ved aquí el artículo político;
escribid, doctor: _Vuelta á la Ley y á la Libertad; el Habeas corpus
restablecido_.

--Qué! dije yo asombrado, es en el momento de una derrota cuando es
necesario concentrar todos los poderes y gobernar _manu militari_, que
restableceis la libertad civil con todos sus peligros! Sabed, pues, por
esperiencia, que este es el instante de suspender todos los derechos.
Nada tranquiliza tanto á un pueblo como sentirse todo entero en manos del
poder. En verdad, vosotros no entendeis nada de política.

--El despotismo no es la fuerza, respondió Truth: un pueblo, mientras mas
libre es, es mas suave, mas obediente y resignado á los sacrificios. Si
quereis que os sostenga, confiaos á él. Continuemos: _Robos de la marina
denunciados á la nacion_. Escribid, doctor, y sub-rayad, á fin de que en
el resúmen pongan esas palabras en relieve.

--Es demasiado atrevimiento, esclamé yo. Pensad en los intereses que
herís, en las quejas que vais á levantar.

--Que se quejen los ladrones, dijo Truth, los espero; tengo pruebas!

--Pruebas, ¿quién os las ha suministrado?

--En todas partes donde hay una tribuna, dijo Truth, hay alguien que
hable. En un pueblo á quien se le impone silencio, los ladrones obran,
los robados se callan; en un pueblo en que todo ciudadano es un miembro
activo de la nacion y tiene derecho de acusar á nombre del país, los
ladrones se ocultan los robados gritan y obran. En Rusia, veinte millones
dados á la policia no impedirian que se robaran millares de millones;
y todavia la comprarian; entre nosotros, donde todo el mundo es la
policia, no se roba un centavo sin temblar. Suprimir la rateria en grande
escala, es una de las ventajas de la libertad. Pasemos á las noticias del
esterior.

--He aquí, dijo Humbug, las tres correspondencias de Lóndres.

--¿Para qué tres correspondencias?--pregunté sorprendido de aquel lujo
inútil.

--Hay tres partidos en Inglaterra, respondió Humbug, necesitamos pues
tres écos para repetir todos los ruidos.

--Primera correspondencia, color del viejo Pam.[22] “Guerra á la América;
la justicia es una bella cosa; pero el algodon vale mas; incendiemos
el mundo para calentar la Inglaterra.” Segunda correspondencia, color
Derby. “El viejo Pam se burla del público, grita á las armas, amontona
fortificaciones y navíos corazados, juega á los soldados, y no quiere mas
que dos cosas: conservar la paz y su puesto. Que nos den el ministerio,
seremos tan patriotas y costaremos mas barato.” Tercera correspondencia,
color Bright y Cobden. “John Bull, mi amigo, vuestro gobierno se burla
de vos. Hace cosquillas á vuestra vanidad para sustraeros vuestro último
chelin. Sed hombre, imitad á vuestro primo Jonathan,[23] haced vos mismo
vuestros negocios; el dia que los pueblos no se hagan cuidar por esos
charlatanes ruinosos que se llaman diplomáticos y grandes políticos,
vivirán como hermanos; tendrán paz y vida baratas.”

--Espero, dije á Humbug, que al dar al público esas tres
correspondencias, agregareis vuestro parecer.

--Absolutamente no, respondió Humbug; Jonathan tiene la costumbre de
hacerse él mismo su opinion; tiene muy buenos ojos para tomar nuestros
espejuelos.

La puerta se abrió bruscamente: tres mujeres jóvenes y elegantemente
vestidas se aproximaron á nosotros; la de mas edad que no tenía veinte y
cinco años, tomó la palabra en un tono á la vez modesto y seguro:

--Señor, dijo á Humbug, venidas enviamos por las señoras costureras de
ropa hecha, os rogamos que anuncieis que vamos á constituir una liga y
que el lúnes próximo tendremos un _meeting_ á fin de buscar el medio
de sacudir la opresion que sufrimos; queremos reconquistar y asegurar
nuestros derechos.

--Los sastres son ricos, dijo Humbug. Antes de reducirlos, será necesario
que os comais vuestras economías. ¿Teneis un millon que mascullar? que
desperdiciar?

--Señor, dijo la mas jóven con aire altanero, con cien dollars de avisos
llenaremos nuestro objeto. Enseñaremos á los señores sastres y al mundo
entero lo que pueden quinientas mujeres, á quienes se les ha puesto en la
cabeza no ceder. Es una leccion que aprovechará á los monopolizadores y á
los tiranos, leccion que hará palidecer sobre sus tronos á los déspotas
del viejo continente. Tened la bondad solamente de poner mañana en el
diario el manifiesto al público, que nuestro comité ha deliberado y
redactado.

Con lo que nuestra amazona alcanzó al periodista un papel doblado en
cuatro; Humbug leyó en alta voz esta impertinente broma, memorable
monumento de la locura y de la perversidad femeninas, en un pais donde
hasta las mujeres mismas creen en la libertad.

                   A LOS PARISIENSES DE MASSACHUSETTS.

                        Las costureras de trajes.

    Para revindicar nuestros derechos desconocidos, para obtener
    justicia, nos, las costureras de ropa hecha de la ciudad de
    París (Massachusetts) nos constituimos en liga: dentro de ocho
    dias nuestros tiranos habrán cedido, no tendremos mas empleo.
    ¿Quién quiere darnos trabajo? no gustamos quedar con los brazos
    cruzados; pero estamos resueltas á no trabajar devalde en
    provecho de gentes que pueden pagar. ¿Quién tiene necesidad de
    una puntada? Nosotros sabemos hacer sombreros, fracs, budines,
    masitas, y tortas; sabemos coser, bordar, hacer punto de
    medias, asar y cocer. Sabemos ordeñar las vacas, hacer manteca
    y queso, engordar gallinas y cuidar un jardin; sabemos asear la
    cocina, barrer la sala, hacer las camas, hachar leña, encender
    fuego, lavar y planchar, y lo que mas, adoramos á los nenes. En
    una palabra, cada una de nosotros, puede ser una cumplida mujer
    casera. Por nuestra inteligencia y nuestro injenio preguntad á
    nuestros antiguos amos. Resolveos pronto señores. ¿Quién quiere
    ojos negros, frentes hermosas, cabellos crespos ó ondeados, el
    encanto y la juventud de Hebe, la voz de un serafin, la sonriza
    de un angel? Viejos _gentlemen_ que necesitais una buena ama
    de llaves, hermosos jóvenes que buscais una mujer activa y
    delicada, hablad, el remate está abierto. A la una, á las dos,
    á las tres: adjudicado. ¿Cuál es el feliz mortal?

              _Dirijirse al Comité de señoras Costureras._

                      calle de los Alamos, N.ᵒ 20.

--Muy bien, señoras, dijo Humbug, el anuncio aparecerá esta tarde en el
diario, y pondremos en el sumario: _Liga de las costureras_, para que
nadie lo ignore.

--Diciendo esto, hizo un profundo saludo y acompañó hasta la puerta á las
costureras, con tanta política como si se tratára de un prefecto.

--¿Es posible, esclamé yo, que en América las mujeres tengan derecho
á hacer lo que se les antoja? ¿No es esto un desmentido dado á la
esperiencia y al buen sentido? _Meetings_ de costureras, coaliciones de
lavanderas, una _liga_ de parteras! La revolucion con frac es odiosa,
pero la revolucion con polleras es ridícula.

--Lo que es ridículo, respondió Truth con su flema ordinaria, es que los
fracs se crean con derecho para oprimir á las faldas.

--Está bien, repliqué. Verted en esas cabezas locas la embriaguez de la
libertad, vereis cuales son las primeras víctimas.

--Doctor, estais lúgubre, dijo Truth; á la menor sacudida que reciben
vuestras antiguas preocupaciones, gritais que el mundo se acaba. Las
mujeres, querido señor, son la mitad del jénero humano, esta es una
verdad profunda que Aristóteles ha comprobado, pero que hace dos mil años
nadie ha comprendido, escepto los americanos. Si nuestras mujeres no nos
acompañan ni en nuestras esperanzas, ni en nuestros temores, nos harán
tomar parte en sus debilidades y en sus caprichos. Necesitamos esposas,
hijas y madres que amen la libertad con pasion, á fin de que los maridos,
los padres y los hijos no pierdan nunca ese santo amor. Esas costureras
os parecen ridículas,--yo las admiro, mientras rio de su anuncio; yo
amo las almas jenerosas que tienen fé en la justicia y que defienden su
derecho. Esas almas son las que hacen un gran pueblo: en eso consiste la
superioridad de nuestro bello pais.

--Acabemos el diario, dijo Humbug; hé aquí los mercados. Algodon, lana,
carbon, hierro, harina, granos, puerco, carnero, vaca, heno, cobre,
azúcar, café. Nada de particular, sino es en las harinas; las _buenas
marcas_ se han vendido á dos por ciento mas que las harinas comunes.

--¿Qué marcas? dijo Truth, tomando el catálago; Colfax, Stevens,
Pennington; es necesario subrayar esos nombres, é imprimirlos en grandes
caracteres. Reis, doctor, no es esta una cosa insignificante. La
responsabilidad individual, es la fuerza y la vida de las repúblicas.
Es necesario que todos lleven inscriptos en la frente lo que son y lo
que hacen. Ligar á la honradez, la reputacion y la fortuna, unir á
la pilleria y la ruina, es el secreto de la moral y del gobierno, es
un problema cuya solucion no ha encontrado ningun lejislador, y que,
sinembargo, la prensa resuelve todos los dias.

--Bello trozo, apropósito de una barrica de harina!

--Y cuya aplicacion vereis al instante, dijo Humbug; aqui teneis:
Mercados de cerdos: veinte barriles averiados, de las marcas de Tomas
y de Williams. Subrayar estos dos nombres indignos,--es echarlos del
mercado.

--No lo hareis, grité, no teneis derecho para ello.

No contento con ser el gobierno; ¿quereis aun ser la policia?

--Lo habeis dicho, respetable doctor, replicó Humbug; somos la policia
y algo mas todavia: somos la conciencia pública. Somos nosotros los que
damos el honor y la fortuna: _Honestus rumor alterum patrimonium est_[24].

Abrid los ojos cuanto querrais si os agrada, y gritad á voz en cuello
si eso os divierte. Pero, si hablais seriamente, en verdad que os han
cambiado en la cuna, no sois un Americano.

--Tú no sabes, me dije, tú no sabes, ignorante, cuanta razon tienes. No
sabes hasta que punto desprecio á un Don Quijote bastante loco para tomar
á pecho el interés de otro, el interés del primer desconocido, y eso sin
mision y sin honorarios. ¡Hé ahí lo que es un pais sin funcionarios! Es
necesario que todos se ocupen hasta de sus propios negocios. ¡Eso es
ridículo! En Francia, una administracion intelijente y compacta me libra
de todo jénero de cuidados: soy rey: se me sirve: gozo en paz de una
prosperidad y de una grandeza que no me cuestan sino mi dinero. Es el
triunfo de la civilizacion, ó yo no entiendo jota.

--Hé aquí la Bolsa, dijo al entrar un jóven hipando por haber corrido.

--¿Nada de nuevo?--preguntó Humbug.

--Nada, sinó el empréstito mejicano.

--¿Qué dicen de él? Eujenio, dijo Truth.

--Fiasco completo, es una fulleria del viejo Little.

--Cómo, una fulleria! dije leyendo el programa de la Bolsa; el empréstito
ha subido un dollar sobre el precio de emision.

--Little ha comprado con una mano lo que vendia con la otra, dijo Truth;
la broma es vieja y entre nosotros nunca hará fortuna. No somos bastante
carneros para eso--Señor Rose, agregó dirijiéndose al recien llegado,
hacedme para mañana un artículo sobre este asunto; ved á los ajentes de
cambio y decidme toda la verdad.

--Estará hecho esta noche, Señor Truth; tendré mas datos que los que
necesito.

--Señor, dije á aquel jóven, cuyo nombre me anunciaba un hijo del
boticario, y, ay de mi! un hermano de mi yerno; los negocios deben ser
muy dificiles con esa costumbre de descubrirlos en provecho del público.

--Señor, respondió Eujenio, en tono desvergonzado, los negocios son tanto
mas fáciles cuanto son mejor conocidos. En la Bolsa, la mentira es la
ruina, la verdad, es la riqueza.

--Bueno, dije para mi, todos dicen la misma necedad. En Paris, centro
de la intelijencia, capital del injenio, todo el mundo sabe que los
negocios que preocupan al público, son aquellos que no entiende. ¿Qué
puede dar un negocio conocido? El cinco ó el seis por ciento cuando mas,
mientras que los desconocidos prometen el quince ó el veinte por ciento:
ahí está el secreto del banquero. Aquí se cambia valor por valor, es un
comercio miserable; en Paris, se compra la esperanza; es la poesia del
juego, es el encanto de la loteria. ¿Qué le importa á un Francés perder
su dinero?--eso es prosa. Devorar las riquezas con el pensamiento,
satisfacer en sueños las pasiones, los caprichos, la ambicion, hé ahí el
ideal; se paga, es cierto, pero, ¿cuándo es caro una ilusion?

--Amigo Humbug, dijo una voz gañidora, aqui teneis dos avisitos que
quisiera insertar en tu diario; me harás una buena rebaja; los tiempos
son malos.

El que hablaba así, era un hombrecillo de larga levita y cubierto con
un inmenso sombrero; su aspecto, su jesto, su traje decian á todo el
mundo:--Miradme, soy cuácaro.

Humbug tomó los dos avisos y se echó á reir.

--Son chuscos, dijo, pero no los entiendo.

Y leyó lo que sigue:

                           QUINTA MONTMORENCY.

    (Seth Doolittle, propietario del Hotel de la Rosa, en
    Montmorency, tiene el honor de prevenir al público que, durante
    toda la buena estacion, los enamorados que se apeen en su casa
    no pagarán mas que la mitad del precio).

--¿Por qué esta escepcion,? pregunté yó.

--Amigo, respondió el hombrecillo, cruzando las manos sobre su vientre y
dirijiendo sus ojos al cielo, nada hay mas bello ni mas respetable que
el amor. Poned á un jóven delante de un vestido blanco y de dos bucles
negros que se ajiten al viento y se sentirá tan celestial, de tal manera
eterizada, que en toda la semana no descendará nunca á probar el asado.
Es un robo hacer pagar el precio comun á esos ánjeles del cielo que no
examinan jamás la cuenta; mi conciencia se opone á esa iniquidad.

--Ese escrúpulo te honra, dijo el exelente Humbug, mordiéndose los
lábios. Pasemos á la segunda insercion:

                             AVISO AMISTOSO.

    (_Dinah D. L._--Se te suplica que no vuelvas. Tu madre goza
    de exelente salud; no puede arreglarse nada; y tu familia se
    encuentra mucho mejor desde que tú la has dejado).

--Este es un secreto de familia, dije yo sonriendo; no tiene esplicacion
alguna.

--Para el público, no; para tí, doctor Smith, sí, repuso el cúacaro.
Se trata de una hermana, tan loca, que por su propio interés, en el
de su familia, y por respeto á la moralidad pública, la hemos enviado
á California como maestra de escuela. Es de temer que la desgraciada
se haya sido detenida en el camino y que quiera volver á las andadas.
Teniendo esto en vista prevenímosla caritativamente,--por medio de un
aviso encubierto, que haria mejor de continuar su camino: no hay lugar
para ella en la casa.

--Eso es admirablemente caritativo, señor Seth, repuse yo alzando los
hombros. Siento no haber reconocido antes de ahora á un hombre tan
galante.

--Algo te habria costado para reconocerme, replicó Seth bajando la vista,
no me has visto jamás; pero la señorita Marta me ha pintado su amo, y el
terrible incidente de ayer con tanta fidelidad, que á primera vista te he
reconocido.

Aquel virtuoso hostelero pronunció el nombre de Marta con una uncion
estraña, y que mas tarde me vino á la memoria; hubiera puesto mas
atencion en ello si un hombre de rostro inflamado no hubiese entrado
bruscamente en la habitacion gritando:--Gran noticia, señor Truth; gran
noticia señor Humbug: el intendente municipal de la ciudad acaba de ser
condenado. Se le ha sorprendido en conversacion criminal con una actriz
del Liceo, está obligado á pagar al marido diez mil dollars de daños y
perjuicios.

--Doctor, dijo Humbug, tomad la pluma, y concluyamos el resúmen: tenemos
un diario bien nutrido, la venta está asegurada. Véamos:

                     Derrota de las tropas federales

                      _3,000 muertos 6,000 heridos_

       ADMIRABLE DISCURSO DEL ELOCUENTE SENADOR DE MASSACHUSETTS,
                    ¡VUELTA A LA LEY Y A LA LIBERTAD!

              _Robos de la marina denunciados á la nacion_,
                         Liga de las costureras
            CONDENACION CRIMINAL DEL INTENDENTE DE LA CIUDAD.

--Vamos, continuó, el dia es bueno, no hemos ladrado mal á los pícaros.
Despues de esto, gritó, á la imprenta; componed, muchachos y dentro de un
cuarto de hora izad el tablero.



CAPITULO XI.

De la máxima protectora,--que la vida privada debe ser sagrada.


Me habia acurrucado en mi sillon, reflexionando en mis adentros sobre el
triste espectáculo que tenia á la vista. Anarquia devorante, espionaje
jeneral, perturbacion universal, el gobierno en manos de todo el mundo,
hé ahí esa prensa tan ponderada! Enregimentad pues, un pueblo con
semejante enemigo á vuestro lado!

--Eh bien, querido doctor, me dijo Truth con voz cariñosa, ya sabeis
ahora como se hace un diario. ¿Os seduce?--¿sereis mi sucesor?

--Nunca! jamás! respondí echando para atras mi asiento por un movimiento
involuntario. Lo que veo me espanta; os jugais con todo lo que me han
enseñado á mirar como respetable y sagrado. Que se ataque á un ministro
ó á los diputados, poco me importa, estoy habituado á ello; en todos
tiempos los ministros han servido de blanco á los señores folletinistas;
el gacetero mas célebre es el que hecha abajo dos ó tres. Si hay paises y
pueblos á quienes divierte esa destruccion, que les haga buen provecho!
Les deseo dos ó tres revoluciones para curarlos.... Pero la vida privada,
señor, debe ser sagrada, entendeis, completamente sagrada.

--¿Quién ha dicho eso?--preguntó Humbug, con un aire pillo que no probaba
sino su ignorancia.

--Señor Humbug, respondí, es M. Royer-Collard, un gran metafísico, que
jamás ha tenido ideas propias; pero que ha fundido en bronce y grabado en
acero las ideas de otro. El es, el ilustre sábio, que ha pronunciado esta
palabra de oro, que debiera fijarse en toda oficina de diario: _La vida
privada debe ser sagrada_.

--Vuestro gran metafísico ha dicho una necedad, respondió Humbug. ¿Acaso
puede uno ser un pícaro en la vida privada y un Fabricio en la vida
pública? ¿Qué es la vida privada? ¿Dónde comienza, dónde concluye? Gritar
al perro rabioso ¿es un ataque contra la vida privada ó contra la vida
pública? Si nuestra marina es robada por impudentes proveedores? es la
vida privada la que se ataca denunciando al ladron? Si el honorable M.
Little, rico con los millones de otro, quiere una vez mas despojar á los
simples en provecho de su codicia insaciable; ¿es atacar su vida privada
decirle á M. Little que es un bribon?

--Señor, dije á aquel impudente, vos no dudais cuanto podria responderos;
pero bastará una palabra. Hé ahí al intendente de Paris que ha cedido á
una desgraciada debilidad. Quizá ha caido en el lazo tendido por alguna
sirena de baja ralea, y á no dudarlo, esta falta no la ha cometido en
calidad de majistrado municipal.

¿A qué viene ese ruido, ese escándalo, esa difamacion de un hombre cuyo
error, no os concierne, al fin del cuento?

--¿Para qué?--dijo Truth con una frialdad digna de Robespierre, para
hacerlo presentar su renuncia. ¿Quereis que prediquemos en nuestras
familias el respeto al vínculo conyugal y el horror al vicio, en
presencia del adulterio entronizado en la casa municipal?--Eso no se
puede. Es el honor de la vida privada lo que nos responde de la virtud
pública. De otra manera, la política es una comedia donde cada uno lleva
una máscara, desempeña un papel y se divierte en hablar de conciencia,
de derechos, de deberes, sin creer palabra de lo que dice. Puede suceder
que los pueblos niños se diviertan con esas farsas peligrosas, y que
concluyen siempre mal; pero en América todo es sério. Que nuestros
corrompidos vayan, si les agrada, á arruinar su salud, y comerse su
dinero del otro lado del Atlántico: entre nosotros es necesario ser
respetable para ser respetado.

--Hé aquí una carta del intendente, dijo un empleado; presenta su
renuncia.

--Señor Truth, esclamé, todavia hay tiempo, detened la impresion del
diario, haced desaparecer una sentencia que no concierne sino á un
simple ciudadano, un juicio que va á hacer la deshonra de un hombre y la
desgracia de una familia. Borrad de vuestro resumen esas líneas odiosas
que hieren con una nueva mancha, y que la justicia no ha previsto, una
falta escusable sin duda. ¿No hay mas que Catones en América?; y, ya que
siempre hablais del Evanjelio, ¿no hay alguno entre vosotros que haya
leido la historia de la mujer adúltera? En nombre del cielo, sed humano.

--Yo no soy ni humano ni cruel, respondió Truth con su tono glacial; no
soy una persona, soy un diario, es decir: un éco, una fotografia. El
resumen quedará como está; lo siento por el culpable; pero, yo tambien
tengo una mision que cumplir, no transijo con la verdad.

--Pero esa mision, esclamé indignado, os la dais vos mismo!

--¿Es menos santa por eso? replicó el periodista. Comprended, pues,
el papel que desempeño. En una sociedad enteramente ocupada de sus
asuntos, de sus intereses, y que sin embargo se gobierna á sí misma
¿cómo se conserva la libertad?--¿Cómo se mantienen y engrandecen las
ideas jenerosas? ¿Cómo se respeta el derecho, cómo se estima la virtud
y se recompensan los servicios? Gracias á la prensa, invencion mas
admirable todavia que la del vapor y la de la electricidad. Nosotros
los periodistas, somos el éco de la sociedad, éco formidable, trompeta
estrepitosa, que aumenta todos los ruidos, los esparce hasta los confines
del hemisferio y va á despertar la conciencia pública mas embotada. El
bien ó el mal, todo nos sirve; el bien, para hacer palpitar de gozo
y de emulacion á todos los corazones; el mal, para sublevarlos de
indignacion y de disgusto. Ayer habeis realizado un acto heróico.--En
Rusia, en España ¿quién lo habria sabido?--algunos amigos, algunos
vecinos, un barrio. Gracias á nosotros, treinta y un millones de hombres
van á repetir el nombre del doctor Smith; tres millones de jóvenes
envidiarán vuestro valor y se prometerán imitarlo. Hé ahí la obra de
esos panfletistas, á los cuales estimais tan poco. Hoy dia se ha dado un
escándalo, una falta cometida por un majistrado. La justicia ha condenado
al hombre, la prensa condena el crímen y lo hace odiar y detestar por
toda la nacion. Mientras mas grande es la caida, mas formidable es la
leccion. Nuestra dureza apesadumbrará á una familia y herirá á algunas
almas tímidas; salvará de una debilidad semejante á millares de hombres
á quienes alentaria la impunidad. Sin duda alguna, nuestro rigor nos
valdrá una enemistad mortal--¿Qué importa?--¿Pongamos en balanza nuestro
deber y nuestro interés? Doctor, sed menos severo con nosotros.--Teniendo
necesidad de estas cualidades para ser periodista, ¿cuántos hombres de
estado serian capaces de desempeñar nuestra mision,--cuántos aceptarian
resueltamente nuestros peligros y nuestra obscuridad?

--Bravo, Truth! gritó Humbug; hablais como un libro, mi buen amigo,--como
un libro que dice la verdad: _Rara avis in terris, nigroque simillima
cycno_.

--Hay ambiciones que se ocultan, repuse, furioso contra Truth y contra
mí mismo (las palabras del sofista me habian conmovido); tal se cree
virtuoso haciendo alarde de severidad, que, en el fondo, sin saberlo, es
juguete de su propio interés y corre tras la fortuna.

--La fortuna, dijo Humbug, no ha sido hecha para los periodistas. Doctor,
amigo, el mundo es un teatro donde figuran tres clases de personas:
espectadores, actores, autores. Los espectadores, sois vos, es Green, es
Rose, son todos esos buenas jentes que no tienen ni vicios ni virtudes
y que viven á la sombra de su viña y de su higuera. Los actores son una
banda celosa que se parece á todas las compañías de teatro. El ambicioso,
los charlatanes elocuentes, el avaro, el cobarde, el tirano, el lacayo,
todos desempeñan su papel con gran placer del público, que aplaude
á menudo, silba algunas veces y paga siempre. Esos primeros actores
necesitan hermosos trajes, palacios, oro, mucho oro. Conocen el capricho
de la multitud y abusan de él. En cuanto á los autores, en cuanto al
poeta que ha creado la palabra á la órden del dia, que ha escrito el
aire en voga, ó inspirado un trozo de literatura, á ese se le arroja un
pedazo de pan y se le desdeña. ¿Qué es la idea para los hábiles? nada
mas que una escarapela, todo está en usarla apropósito. Gritad durante
veinte años que la libertad es la salud de los pueblos, y no sois mas que
un éco, odioso á los que mandan, importuno para los que sirven. Llega
un dia en que el pueblo cansado quiere sacudir el peso que lo abruma,
el primer temerario que inscriba en una bandera la palabra que habeis
repetido veinte años, ese será el elejido de la multitud; honor, dinero,
poder, todo será para él. Una hora hará la fortuna de ese primer papel;
él no tendrá nunca bastante desprecio para el periodista oscuro que, con
veinte años de sufrimientos y de peligros, le ha preparado su triunfo? El
pueblo juzgará como el actor. ¿Quereis una moraleja para mi cuento? Paris
va á nombrar un intendente; estad seguro que se pensará en todo el mundo,
escepto en un solo hombre que honraria ese destino; ese hombre es Truth.
El dia que muera en la demanda, si yo no estoy ahí, no tendrá dos líneas
de elojio en su propio diario. ¡Hé ahí como se recompensa en América la
virtud cívica! y sin embargo, somos el primer pueblo del mundo: _Ab uno
disce omnes_. Juzgad ahora de nuestra ambicion.

--Humbug, amigo mio, dijo Truth, ¿en nada contais el honor de ser amado
y elojiado? La puerta se abrió por segunda vez, y se vió alargarse un
hocico de garduña que no podia pertenecer sinó á M. Fox. Era él, mas
risueño que nunca.

--Señor Truth, dijo con su mas almibarada voz, ¿tendriais la bondad de
anunciar en vuestro exelente diario que el honorable M. Little acaba de
donar diez mil dollars al hospicio de niños, cinco mil dollars á los
pobres de la ciudad y cinco mil á la biblioteca municipal?

--El empréstito mejicano vá bien, dijo Humbug: Little es un judio piadoso
que paga el diezmo al Señor.

--El empréstito mejicano está abandonado, respondió Fox; M. Little se ha
asegurado de que las garantías ofrecidas por el gobierno de Méjico no
eran sérias.

--¿De dónde viene esa jenerosidad sospechosa? preguntó Humbug: ahí
hay una terrible especulacion en juego, y esos veinte mil dollars nos
costarán caro.

--Siempre sospechas,--interrumpí yo, y ¿por qué?

--Es que soy un viejo periodista, respondió Humbug; creo en la virtud de
los banqueros como en la simplicidad de los cuácaros.

--Se os convertirá, viejo pecador, respondió Fox riendo.

--¡Gran noticia en la Bolsa! dijo M. Eujenio Rose, volviendo á entrar.

--El empréstito mejicano ha sido retirado, dijo Humbug, ya lo sabemos.

--Pero lo que no sabeis es que el intendente ha presentado su renuncia, y
que se propone á M. Little para reemplazarlo.

--¡De veras! dijo Fox; eso no es posible. M. Little no me ha dicho ni una
palabra; dudo aun que sus numerosos negocios le permitan desempeñar ese
importante puesto.

--Escelente Fox! esclamó Humbug, si tiene la inocencia de un cordero! Vos
vereis, abogado honrado, como M. Little se decidirá á ese gran sacrificio.

--Pero nosotros somos jentes delicadas, dijo Truth, y por nuestra parte,
no le impondremos una carga tan pesada; combatiremos su eleccion.

--¿Y por qué? esclamó Fox.

--Ese, dijo Humbug, ese es el secreto de la comedia; no se pregunta.

--De manera que, replicó Fox, os encontramos siempre contra nosotros,
virtuosos puritanos, raza orgullosa é insaciable; pero que me condene si
no vengo algun dia á quemaros en vuestro avispero, abejones inútiles que
no sabeis sino fatigarnos el oido con vuestros odiosos zumbidos!

--Fox, amigo mio, dijo Humbug, no pongais mi paciencia y mi brazo á
prueba: os haré pasar por la ventana.

Fox no esperó una amenaza cuya ejecucion era demasiado cierta; por mi
parte, salí, conmovido y turbado con todo lo que habia escuchado. La
razon y la educacion me decian que la prensa es una arma cargada contra
el poder y la sociedad; veinte veces los mas sábios ministros me han
inoculado esta verdad preciosa; pero por otra parte, estaba impresionado
por lo que habia de grande y de jeneroso en la conducta de Truth, de
bravo y de decidido en el papel de Humbug. Tomar á pecho la causa de las
gentes honradas contra todos los bribones, de que rebalza el mundo, estar
todos los dias de caza, y perseguir sin descanso el robo, la injusticia
la mentira, es algo sin embargo. Un pueblo que cuenta con tales hombres
no es un pueblo vulgar.

--Bah! díjeme espantando los escrúpulos vanos, esta es una escepcion.
Lo mas acertado será suprimir los diarios; se dirá que es suprimir el
remedio y no el mal; pero cuando el mal no tiene remedio, uno se resigna;
si uno se muere, al menos muere sin quejarse. Es una gran ventaja... para
los médicos.

Iba á esa altura en mis reflexiones, cuando, del medio de la calle salió
una voz que me llamó,--la voz de Susana. Se aproximaba en un _cabriolet_
de dos ruedas, dirijido por Marta. El caballo era seguro, y Marta era
una muchacha prudente que se servia mas de las riendas que del látigo;
pero en el ángulo de la calle de Taitbout y de la calle de Helder, me
equivoco, en la esquina de la sétima y octava avenida, hay un terrible
empedradito, hecho, segun creo, por algun veterinario interesado, porque,
hace diez años, no se pasa un dia sin que se caigan en él los caballos.
El corcel de Marta estaba predestinado: al aproximarse á mí, la pobre
bestia se arrodilló de repente; Marta fué arrojada por encima de la
cabeza del caballo, Susana cayó en mis brazos, y del choque me echó en
tierra, rodando ella conmigo por el suelo.

Me levanté furioso y cubierto de polvo. Susana tenia el rostro arañado;
Marta estaba ensangrentada.

--¿Estais herida, Marta? esclamé.

--No, señor, no es nada, dijo; la diestra del Eterno me ha sostenido; no
tengo sino la punta de la nariz estropeada.

Y hénos á ambos ocupados en desencillar y levantar el caballo.

Cuando el caballo fué puesto al tiro--Pardiez! esclamé, es una
verguenza que una administracion municipal consienta hace diez años un
rompe-cabezas semejante, á mi puerta, en la calle mas frecuentada de la
ciudad. ¡Y de rabia me entré á la oficina del diario!

--Doctor ¿qué teneis? dijo Humbug siempre riendo; habeis comenzado ya
vuestra lucha electoral con Fox. A juzgar por vuestro traje, no habeis
salido bien parado.

--Lo que tengo, dije, es que es abominable que haga diez años que se
deje un empedrado en semejante estado, es que mi caballo acaba de rodar,
es que mi hija está herida en el rostro, es que la cocinera casi se ha
muerto; estoy furioso, quiero quejarme, pido justicia. Estamos en Paris
en América, la obtendré. La publicidad pondrá á todo el mundo de mi
parte. Dadme una pluma y tinta, voy á dirijiros una carta severa, en que
trataré á la administracion como merece.

--Aquí teneis lo que deseais, dijo Humbug; y además un dollar.

--¿Un dollar? ¿Para qué?

--Pagamos siempre un dollar á los que nos traen un _hecho diverso_; no
os hagais de rogar, doctor; guardadlo y ponedlo en un cuadro con la
fecha. El os recordará que la prensa es la voz de todos, y que habeis
comprendido esta gran verdad el dia que habeis sufrido.

--Humbug, respondí, esas palabras que lanzais al viento con vuestra
lijereza ordinaria, tienen mas alcance de lo que pensais; no las
olvidaré. Por la mañana cuando lea el diario, cada queja me recordará
un sufrimiento que mañana puede ser el mio, un mal que puedo cortar ó
evitar, asocíandome al grito público.

--Bravo! doctor, sois un gran filósofo. Cuando se abren vuestros ojos,
gritais: _Et lux facta est_. No importa eso; pronto os apercibireis
de otra verdad no menos grande: que en resumidas cuentas la libertad
de la prensa no aprovecha sinó á las jentes honradas. Basta esto para
enseñarnos cuales son sus enemigos.



CAPITULO XII.

Una candidatura en América.


Todas estas discusiones me habian perturbado. Cierto, yo no tenia la
debilidad de renegar la fé política que me han dado los maestros de mi
infancia; tengo horror á los renegados. Cuando uno se ha criado en el
error, si la conciencia quiere que uno salga de él, el honor quiere,
que uno persista; es el honor lo que siempre escucha un Francés. Me
habria hecho descuartizar antes que confesar que esos Yankees tenian
razon. Pero, en el fondo del alma, sentia que habia perdido mi primera
inocencia; me habia servido de la prensa y no tenia ya derecho á
sonrojarme. Descontento de mi mismo, dormí con sueño ajitado; así, cuando
me desperté, era de noche todavia. Los sofismas de Truth y de Humbug
habian penetrado en mi ánimo, como flechas en las carnes; buscaba en mi
cama, respuestas que no encontraba, cuando de repente, en medio de la
oscuridad y del silencio, oí una voz que me llamaba desde la calle. Era
la voz de mi hija, un padre no se engaña.

Ponerme mi bata, correr á la ventana, fué cosa de un segundo; me incliné
para ver en la oscuridad de la noche. Mi cabeza tropezó con no sé qué
obstáculo que estalló. Al instante una luz espléndida me deslumbró;
gritos de alegria saludaron mi aparicion. La calle estaba llena de
gente, un cartel inmenso cubria toda la casa; y mi cabeza metida dentro
de una O jigantesca, daba á los pasantes un espectáculo ridículo. Papá,
permaneced ahí, decia Susana, saltando sobre sus lijeros pies y batiendo
palmas: todo París leerá el cartel. _Green for ever_ repetian los Yankees
mientras corrian. _A very good trick_[25] agregaban riendo hasta mostrar
sus grandes dientes.

Me vestí apresuradamente y bajé á la calle. París no era si no un inmenso
cartel; los candidatos de todos los colores: azules, rojos, blancos,
amarillos, verdes, rosados; ostentaban sobre las paredes sus servicios
y sus virtudes. Mi casa estaba consagrada al verde. El nombre de Green
se estendia en mayúsculas de tres pies de alto; frente á mi, la imprenta
habia subido hasta las nubes un inmenso cuadro, en el que se leia:

                               CIUDADANOS
                     DE LA PRIMERA CIUDAD DEL MUNDO.

                          _¡Nada de banqueros!
                           ¡Nada de abogados!
                    ¡Nada de escaladores del poder!_

                      Nombrad al hijo de sus obran:

                         _¡Al patriota jeneroso!
                        ¡Al comerciante heroico!
                       ¡Al buen padre de familia!
                           ¡Al hijo de París!_

                 ¡Nombrad al honrado y virtuoso GREEN!!!

Esta farsa democrática divertia á Susana; M. Alfredo Rose estaba á su
lado, con el venerable boticario y sus otros ocho hijos. Enrique bailaba
de contento como un niño que se encanta con el barullo; por mi parte
tengo poco gusto por esas orjias populares: una frase las reasume: _Mucho
ruido para nada_.

--Vecino, me dijo el farmacéutico, ved ahí á nuestro capitan que vá al
fuego; espero que nos dareis una mano; la oposicion es poderosa; no
triunfaremos sino á fuerza de palabras y de accion.

--Querido señor Rose, le respondí, con vuestro permiso, permaneceré en
casa. En todo esto no tengo interés alguno. Soy un gran señor que tiene
para dirijir sus asuntos un cierto número de intendentes que paga, sin
tomarse siquiera el trabajo de elejirlos; lo que pasa entre mi jente no
me concierne, ¿qué es un intendente municipal de Paris? Un caballero con
casaca bordada que casa á las solteronas y á las viudas inconsolables,
y que dos veces al año sube en carroza de gala para saludar al señor
Prefecto y comer en la casa municipal. Esos si que son grandes honores, y
por lo tanto, nunca se les compra demasiado caro; pero, ¿qué me importa
eso á mí, simple particular, que no tengo mas privilejio que pagar un
presupuesto que no voto? Y no sé á quien representa un intendente; pero
de cierto no es á sus administrados. Así, pues, que lo nombre quien
quiera; yo soy médico y no me incomodo por nada.

Por toda respuesta M. Rose me agarró el brazo y me tomó el pulso.

--Terrible doctor, me dijo, qué malos ratos me dais con vuestras
eternas bromas; os he creido con el cerebro trastornado. Ciudadano de
un pais libre, ¿es á vos á quien hay necesidad de decir que hoy dia
están en juego nuestros mas grandes intereses? ¿No es el intendente
el primer personaje de la ciudad, el representante de nuestras ideas
y de nuestros deseos? Policia, mercados, calles, escuelas, no es el
intendente acompañado de nuestros consejeros, el que arregla todo, con
la soberana voluntad que nuestro voto le confiere? Si tiene superiores
en el Estado, ¿los tiene en la ciudad? ¿Recibe órdenes de alguien? ¿No
es él nuestro brazo derecho, nuestro órgano, nuestro ministro; no es á
nosotros solos á quienes responde de sus actos y de su presupuesto? ¿Y
quereis que semejante eleccion nos haga permanecer indiferentes? Por mi
parte me preocupo muy poco de lo que hacen en Washington los señores
charlatanes elocuentes del Oeste ó del Sud; pero Paris, es mi bien, es
cosa mia; es la tumba de mi padre, es la cuna de mis hijos. Amo todo en
Paris, hasta sus berrugas y sus manchas, amo sus viejas calles donde he
jugado en mi infancia, amo sus nuevos _boulevards_, grandes arterias de
la civilizacion, amo sus iglesias góticas que me hablan del pasado; amo
sus esplanadas y sus escuelas que me hablan del porvenir. Para mi es, que
cuarenta jeneraciones han enriquecido este pedazo de tierra; hay en esto
una herencia que he recibido de mis padres, y que quiero trasmitir á mis
hijos, despues de haberla embellecido. No permito que sin mi voluntad se
toque una piedra ni una institucion de mi querida ciudad, de mi verdadera
patria. ¡Soy Parisiense, Paris es mio!

--Rose! amigo mio! esclamé, sois el Ciceron de los boticarios; pero la
elocuencia tiene el privilejio de decir lo contrario de la verdad. No
es sériamente que hablais de confiar á uno de nosotros, á un simple
ciudadano la policia de semejante _Pandemonium_; se necesita aquí una
mano firme é independiente que nos conduzca á pesar nuestro.

--Papá, dijo Susana, porqué mortificais así al bueno de M. Rose? vos
sabeis bien que el intendente es el que elije los _policemen_; vos mismo
habeis hecho nombrar al que cuida vuestra calle.

--¿Quizá tambien, agregué con aire de lástima, haceis votar los impuestos
municipales por los que los pagan?

--Sin duda, dijo Rose, ¿quién es el que tiene derecho á votar un gasto si
no es el que lo sufre?

--¡Tendreis un lindo presupuesto! ¡Hé ahí un bonito modo de juntar
millones! Y cuando abrís calles nuevas, ¿consultais tambien á los
habitantes, á fin de conjurar contra vosotros el egoismo de los intereses
privados?

--¿A quién se consultaria entonces? preguntó el inocente boticario;
supongo que las calles son hechas para nosotros, y nuestros intereses
privados forman, reuniéndolos, el interés jeneral.

--Perfectamente! perfectamente! esclamé riendo: todos han mamado la
misma leche. Buen Dios! qué necesario seria embutir á martillazos en
estos cerebros estrechos las grandes ideas de la civilizacion moderna!
Si viesen los milagros de la centralizacion, comprenderian al fin que
nuestros negocios nunca son mejor manejados que cuando pasan sin nuestra
voluntad, á manos de aquellos que no tienen en ellos el menor interés! Y
las escuelas, agregué, son tambien los padres de familia los que votan
el impuesto y fijan la cifra del gasto? Tendria curiosidad de conocer el
total.

--El gasto de las escuelas, dijo M. Alfredo, apurado por hacer admirar su
erudicion, todo el mundo lo vota; la educacion es la deuda comun; todos
se hacen un honor en contribuir. Antes de ayer se estableció el impuesto
de 1862: son dos dollars por cabeza, sin contar lo que dá el Estado.

--Diez y seis millones de francos votados por un millon y seiscientos mil
habitantes de Paris, para las escuelas de la gran ciudad! esclamé; eso
jamás se ha visto y nunca se verá: es imposible.

--Papá, repuso vivamente Susana; puesto que Alfredo lo dice, debe ser
verdad.

--Pues entonces, mis queridos amigos, dije á mi vez, es necesario
aullar como los lobos. Si nuestros negocios son verdaderamente nuestros
negocios, si Paris es nuestro y no del Estado; si votamos y consumimos
nosotros mismos nuestro dinero, cosas todas increibles, enormes,
contrarias á la esperiencia y al buen sentido, yo cedo á la locura
comun! Un Parisiense que no es un estranjero en Paris, un Parisiense que
tiene voto en el capítulo municipal, un Parisiense que habla y que se le
escucha, es un fénix que no se vé sinó en América. Vamos á votar, y viva
Green, intendente de Paris.... en Massachusetts!

--Viva Green! gritó toda la pandilla, dirijiéndose á la tienda del
especiero.

--Papá, dijo Susana, abrazadme antes de partir. Sabeis, agregó al oido,
que vuestro nombre figura en la lista?

--¿Qué lista, hija mia?

--La lista de los oficiales municipales. En el _París Telegraphe_ un
comité de electores os propone, como inspector de calles y de caminos, al
lado de M. Humbug á quien quieren nombrar juez de paz. Ved papá; y del
bolsillo de su delantal sacó la señorita el diario. Qué pais aquel donde
una jóven enamorada lée el diario y se interesa en las elecciones!

Tomé el _París Telegraphe_; mi nombre escrito en grandes carácteres y
acompañado de un elojio conveniente, figuraba en cabeza de la lista.
Esto me hizo un efecto singular. Criticar al poder haga lo que haga, es
cosa que entiendo, soy Parisiense. Vituperar y rezongar contra nuestros
amos, es la única parte de libertad que el mismo gran rey no ha podido
quitarnos: es el consuelo y la venganza de nuestro ócio político. Pero,
administrar y mandar, obrar en vez de gritar, salir de la oposicion
para encontrarla á su frente, y reducirla al silencio á fuerza de celo
y de éxito, era para mi una perspectiva desconocida y encantadora; la
ambicion comenzaba ya á filtrar en mi corazon. Pensaba que la víspera
habia sido severo con Humbug (un diario es una influencia), y que quizá
habia hablado demasiado rudamente á Rose y á sus hijos: eran diez
electores!.... Asi me apresuré á abrazar á Susana, y, corriendo hácia
el boticario entablé con él una conversacion confidencial sobre unas
píldoras admirables, inventadas por mí, píldoras destinadas á hacer una
revolucion en la práctica, no menos que la fortuna del médico que las
ha imajinado y del farmaséutico que las venda. Un extracto concentrado
de manzanilla es un remedio heróico que sana en ocho dias la incurable
y dolorosa enfermedad de las jentes de ingenio, la dispepsia. Yo
aguardaba para la academia de medicina las primicias de este maravilloso
descubrimiento; hacia diez años que tenia principiada mi memoria; pero
cuando la ambicion nos invade, adios prudencia! La gloria académica
dejaba de deslumbrarme; la inspeccion de las calles me abria la carrera
política,--era candidato!



CAPITULO XIII.

Canvassing[26].


¿Habeis estado enamorado, caro lector? os acordais cuán vivo era vuestro
corazon, cuán ardiente vuestra mirada, cuán rápido vuestro pensamiento,
cuán lijera la vida: en aquellos dias felices? Pues bien, entonces sabeis
lo que es un candidato. A cincuenta pasos de distancia, á pesar de mi
mala vista, reconocia electores que nunca habia visto; encontraba en
un rincon de mi mollera la historia de una porcion de jentes á quienes
jamás habia hablado, y no solamente su historia, sino la de sus mujeres,
de sus hijos, de sus padres, de sus abuelos y de sus primos segundos.
Echaba á diestra y siniestra promesas y apretones de mano. Familiar con
los pequeños, modesto con los grandes, yo enderezaba todos los entuertos
y componia todas las calles. Ciceron, implorando el consulado, no era
ciertamente ni mas elocuente, ni mas jeneroso, ni mas afable que yo.

Green se unió á nuestro cortejo; era, puede créerseme, un candidato
bastante pobre. Los electores que lo habian puesto en camino no habian
tenido buena mano; sin salir de la calle, les hubiera sido fácil elejir
otro mejor. Un especiero no ha recibido esa alta educacion social
que permite jugarse con los hombres y las cosas. Ninguna adulacion á
la multitud, ninguna de esas promesas que se quedan en el fondo del
escrutinio, ninguna de esas agradables mentiras que son los fuegos
artificiales de ordenanza de todas las elecciones. Green era frio
y tímido como un comerciante que hace un negocio, y que pesa cada
compromiso. Cuando habia estrechado la mano de un elector diciéndole:
_Haré lo que pueda_, ó, _la posicion es dificil_, ó, _nombrad á M.
Little, si lo juzgais mas capaz_, ya le parecia que su papel estaba
hecho. A los reproches afectuosos que le dirijia, me contestaba en un
tono glacial: Mi conciencia no me permite hacer mas; no puedo ofrecer mas
de lo que he de cumplir. ¡Conciencia en un candidato! era un escrúpulo de
almacenero! Cuando se quiere hacer fortuna, se encierra la conciencia
con doble llave la víspera de la eleccion, y no siempre se la saca al dia
siguiente. En Francia todo el mundo sabe esto.

Hubiérame muerto de fastidio en esta procesion electoral, si no nos
hubiera acompañado el enorme y alegre Humbug. Siempre sobre el quien
vive, siempre pronto á la respuesta, seguíanle la pista por las risas que
dejaba en pos de sí. No siempre era agradable la acojida que nos hacian;
en sus odios como en sus amistades, el Sajon muestra una ruda franqueza;
la sal americana no es la sal ática. Pero Humbug era un admirable jugador
de pelota: no habia broma que no recibiera devolviéndola del primer
voleo. Una vez, tocados por él no volvian mas.

--Green, candidato! es una verguenza, decia un egoista de semblante
pálido y de facciones consumidas. ¿Figuraos al especiero en el consejo
de la ciudad? Cuando toquen la campanilla, responderá: _Ya van, ya van,
haced que os despachen._ Que se vaya al infierno, él y todo su séquito!

--Al infierno, dijo Humbug! ¿qué le diremos á tu padre el fallido? que
estás en tu tercera quiebra esperando la cuarta.

--Green, candidato! reponia un dependiente de novedades, dandy de botas
barnizadas que á cada palabra hendia el aire con su inocente varita;
Green, un almacenero que no es capaz de distinguir un asno de un caballo!

--No tengas cuidado, hijo mio, dijo Humbug, se te reconocerá entre mil.

--Bella respuesta, y digna de un hombre que vive de su injenio.

--Si no cuentas mas que con ese capital para vivir, no llegarás, hijo
mio, á ser tan gordo como yo, respondió Humbug, continuando su camino en
medio de las risas de la multitud.

Entramos al Hotel de la Union; nos habian señalado á su dueño como uno
de los electores influyentes de la ciudad. Pero en su casa, si el buen
hombre llevaba las riendas, era su mujer la que le mostraba el camino. A
la primera frase de Green, la fogosa matrona le cortó la palabra:

--Maldita sea la política, dijo.

--Maldita sea la hostería, respondió Green haciendo un profundo saludo á
la señora.

--José, gritó la imperiosa Juno, insultan á vuestra mujer, se os ultraja,
y os quedais ahí como un imbécil. Teneis sangre de pavo en las venas.

A esta voz terrible, José se quedó suspenso, abriendo tamaños ojos. En la
calle creo que el bravo hostelero nos hubiera estrechado la mano de buena
gana: su ancha cara, su lábio pendiente, su gran vientre, no anunciaban
un rayo de la guerra; pero, en presencia de su mujer, juzgó prudente
enfurecerse. Llevar la guerra al esterior, era el medio de conservar la
paz en la plaza.

--Que venga, ese hermoso candidato, gritó con un vozarron que trataba de
hacerlo malo, tengo á su servicio un cabestro para colgarlo.

--Muchas gracias, mi buen amigo, le dijo Humbug con tono almibarado,
tendríamos escrúpulos de privaros de ese mueble de familia.

Hénos á todos riendo mientras huiamos de aquel antro de Polifemo; pero
estaba cortada la retirada. En el umbral de la casa, la señora, erguida
como un centinela armado, detuvo á Humbug, y temblando de cólera:

--Sabeis quien soy yo, le dijo.

--Quién no os conoce y no os admira, repuso Humbug, enderezándose con
fatuidad, sois una niña encantadora, que no habeis llegado todavia á la
edad de la discrecion.

Con lo que la saludó, dejando á la digna matrona mas muda y mas boba que
la mujer de Loth en su última transformacion.

Estas no eran sino escaramuzas; habian reuniones públicas donde se
discutian los títulos de los candidatos; allí se daba la batalla y
se decidia la victoria. Habia llegado el momento de separarnos; era
necesario que cada uno contribuyera con su persona. Me asignaron el
_Liceo_. Entré en aquel inmenso salon, donde se ajitaba una muchedumbre
inquieta. En el acto me reconocieron, y llamaron, todas las miradas se
fijaron en mi; el miedo me cojió, de buena gana habria renunciado á esa
candidatura fatal que me entregaba al público. Ay de mí! era demasiado
tarde.

En frente á mí, un hombre trepado sobre un tablado hablaba y jesticulaba
con estrema vivacidad; escuchábanle en silencio, y en seguida lanzaban
hurrahs y gruñidos terribles: asi es, como se aplaude y se silva entre
los Sajones. Aquel tribuno popular que sublevaba á su albedrio las
pasiones de la multitud, era el abogado del banquero Little, era Fox,
nuestro enemigo.

Apesar de maldecir al perillan, me veia obligado á reconocer en él
cierto talento de que abusaba. Sério á la vez que chocarrero, tenia un
modo de hacer el elojio de sus adversarios que los ponia en ridículo, un
modo de ponderar sus candidatos que los realzaba á los ojos de todos.
Concluyó por una rápida enumeracion de las riquezas que los bancos
esparcian en América. Little se convirtió en un Júpiter que caia en
lluvia de oro sobre el seno de una nueva Danae. A la voz del abogado,
los caminos de hierro, los canales, los vapores vinieron á agruparse
en torno del banquero para hacerle un cortejo electoral, mientras que
con un jesto desdeñoso el orador nos mostraba al especiero nadando en
su melaza ó confundido con la cuenta de sus sardinas y de su bacalao.
Amigos de la paz, esclamó concluyendo, ¿nombrareis por jefe de la ciudad
á ese fabricante de fósforos químicos cuya mercancia se encuentra en
todos los incendios? Amigos de la libertad, ¿elijireis á ese vendedor de
bacalao que alimenta á los esclavos del Sud, y que quebrará mañana si sus
clientes, emancipados por nuestro valor, dejan de tomarle su mercancia
envenenada? No, jamás descendereis á esa verguenza. Por mi parte, Yankee
_pur sang_, amigo de la patria, orgulloso de todas nuestras glorias,
antes que dar mi voto á ese hombre, preferiria mas bien votar por.... Se
detuvo, guiñando el ojo y bajando la voz.... por el que, en su piedad
universal, nuestras mujeres llaman _un pobre anjel caido_; no os lo
nombraré.

Una salva de aplausos saludó al orador; descendió de la plataforma
recojiendo felicitaciones y promesas. En toda asamblea hay siempre una
majada de bobos que siguen balando al último que habla. No le bastaba
aquel éxito al traidor; se vino derecho á mí, me tendió una mano que no
me atreví á rehusar y con voz que resonó en todo el salon. Doctor Smith,
dijo, á vos ahora; juego limpio para todos, esa es la divisa del Yankee.
Me levanté cubierto de un sudor frio; de todas partes gritaban: oid!
oid! Aquel ruido, las miradas fijas en mí, el silencio que siguió, todo
contribuyó á hacerme perder la cabeza; una nube roja pasó por delante
de mis ojos; mi voz se apagó en mi garganta, todo mi cuerpo temblaba
siguiendo los latidos de mi corazon. ¡Cuánto no hubiera dado por comprar
la facundia de aquel miserable! Yo tenia ideas mas nobles que las
suyas, un patriotismo mas sincero: pero el abogado tenia la costumbre,
el oficio; y á mi, ciudadano de un pais libre, ni á hablar me habian
enseñado. Estaba vencido, y vencido sin combate.

Iba á enfermarme de cólera y de verguenza, cuando de repente Enrique mi
hijo, viéndome palidecer saltó sobre la plataforma é hizo señas de que
queria hablar. El cuerpo derecho, la cabeza alta, los piés en escuadra,
la mano izquierda metida en el frac abotonado, saludó graciosamente y
esperó que el tumulto se apaciguára.

--Es su hijo, es su hijo, decian de todas partes. Oid! oid! Todos miraban
al niño con curiosidad; se hizo un silencio profundo, se hubiera sentido
volar una mosca.

--Ciudadanos y amigos, dijo con voz clara y penetrante, no vengo á
combatir al terrible Goliat, al banquero Little; no son piedras lo que
me falta, el Filisteo ha arrojado bastantes en nuestro jardin; pero no
tengo de David sinó la juventud, no tengo la fuerza para medirme con ese
adversario demasiado ejercitado; todo lo que ensayaré es defender á mi
padre y á mi partido; estoy seguro que entre vosotros, nobles corazones,
no hay uno solo que no diga: Ese jóven tiene razon.

--Oid! oid! gritaban de todas partes: habla bien.

--El honorable sollicitor, continuó mi hijo, recalcando la primera
palabra, no ama la especieria. Esto me admira. Hace tal consumo de sal
ordinaria que nos reputaríamos muy felices de ser sus marchantes. Que nos
la dé y le daremos _de llapa_ la azúcar que le falta. El azúcar modera
la bilis; de otra manera todo se vé amarillo, y es uno injusto con sus
compañeros de armas y sus amigos.

No sé de donde sacaba mi hijo esa elocuencia de baja ley, pero era del
gusto de aquella multitud ignorante: reian, aplaudian, las mujeres
ajitaban sus pañuelos. En seguida respondian con una sonrisa: la asamblea
era suya.

--No hablaré mal de los banqueros, continuó mi tribuno de diez y seis
años; los banqueros son como los dentistas, es necesario no hacerlos
nuestros enemigos, quién sabe si mañana no tendremos necesidad de ellos!
¿pero debemos poner en sus manos los intereses de la ciudad? Recuerdo
que mi abuela, una santa mujer de Connecticut, nieta de nuestros padres
los peregrinos, me repetia amenudo que habia oido á sus virtuosos
antepasados, que el banquero sostiene al Estado como la cuerda al
ahorcado: estrangulándolo.

--Tres gruñidos para los banqueros! gritó una voz estrindente, la voz
de algun deudor perdido entre la multitud. Aquel grito tuvo éco, el
salon tembló con esos aullidos que acariciaban mi oido paternal, como lo
hubiese hecho una sonata de Beethoven.

--Mi abuela, continuó el niño exitado por aquellos hurrahs, nos proponia
enigmas para divertirnos en las noches de invierno al lado del fuego; Si,
se metieran, decia ella, en un mismo saco un banquero, un _sollicitor_ y
un sastre, y se sacára á la suerte, ¿quién saldria infaliblemente?

--Un ladron, repitieron veinte oyentes, encantados de encontrar
un recuerdo de la infancia. Enrique se aproximó á la orilla de la
plataforma, puso un dedo sobre su boca, y dijo á media voz:

--Esa es la palabra de que se servia mi abuela, pero hoy dia se dice:
saldria un millonario afortunado.

--Cierto, agregó, yo no quiero mal á la fortuna, espero hacer mi camino
como cualquier otro.

--Y tú irás lejos, mi pequeño jigante, gritó una voz gruesa que conmovió
la asamblea.

--Mostradme, agregó mi hijo animado por aquel sufrajio, mostradme
una fortuna honorablemente adquirida, navíos enviados á la India, á
Terranova, á las Molucas, saludaré en la persona de Green veinte años de
trabajo, de cálculos y de economías. Pero esas riquezas de azar, esos
millones ganados al juego en un dia, no me hableis de eso: es el bien de
otro que pasa al bolsillo del mas hábil. Fortuna sin trabajo, es fortuna
sin honor! (_Oid! oid!_)

--Por otra parte, queridos conciudadanos, ¿es la fortuna lo que
recompensais? ¿O es acaso, el valor y la abnegacion? ¿No es Green el
noble capitan que penetró en una casa incendiada por salvar á vuestra
mujer ó á vuestra hija, quizá? Ese niño que mi padre arrancaba ayer
de en medio á las llamas, ¿no lo habeis adoptado todos? ¡Oh vosotras,
conciencia nuestra, vosotras, estrellas de nuestras almas, madres,
esposas, hijas, hermanas, hablad, señora!: ¿por quién se debe votar?
(_Oid, oid!_)

--Amo á los valerosos que no temen entrar al fuego, continuó mi jóven
Graco, pero no tengo inclinacion alguna á los que viven eternamente en
él. No me admira que el caballero cuyo nombre no se dice, tenga todas
las simpatías de nuestros adversarios: es muy natural que el honorable
M. Fox, escoja su representante en su familia ó entre sus amigos; pero
nosotros, que tenemos alianzas menos ricas, lo que necesitamos á la
cabeza de nuestros negocios comunes, es un hombre honrado. Y ese hombre,
no hay porque ocultarlo, es el hijo de sus obras, es el hijo de la
ciudad, es Green.

--Hurrah á Green! hurrah á Smith! gritó toda la multitud arrebatada por
la emocion. La victoria era nuestra. Enrique me buscaba con los ojos en
medio de aquella batahola. Iba á escapar á su gloria naciente, cuando un
robusto cazador de Kentucky, uno de esos jigantes que se jactan de ser
mitad caballo y mitad cocodrilo, alzó á mi hijo á fuerza de brazo, y le
hizo dar la vuelta del salon. Fué una salva de aplausos capaz de voltear
las paredes. Todos los hombres estrechaban la mano al jóven prodijio,
todas las mujeres lo abrazaban. Yo queria gritar:--¡Soy su padre! Pero
por segunda vez el miedo se me atravesó en la garganta, y suspiré
diciendo por lo bajo: Ay de mí! no ser yo mi señor hijo.



CAPITULO XIV.

Vanitas, Vanitatum.


Cuando la multitud se hubo escurrido, llevando á lo lejos la gloria y
el nombre del futuro Webster, abracé á mis anchas al orador, y tomé de
nuevo con él el camino de casa. Avergonzado del papel mudo á que me
habia condenado mi ridícula timidez, no pude menos de zaherir un poco al
Ciceron en ciernes.

--Hola! bribonzuelo, le dije, ¿dónde has adquirido esa facilidad de
charlar y esa seguridad que nada perturba? Improvisar, declamar, unir el
ademan á la palabra, ese arte perdido desde la antiguedad--¿dónde te lo
han enseñado?

--En la escuela, dijo mi hijo. Tú lo sabes papá, tú que tantas veces me
has hecho recitar mi _Enfield_.[27] ¿He tenido aplomo? ¿He alzado el
brazo mas arriba de la cabeza? ¿Estás contento?

--¿Y todos tus camaradas charlan como tú?

--Sin duda papá. Lindos ciudadanos serian los de un pueblo mudo! Hablar y
jesticular nos es tan necesario como leer y escribir. No hay ninguno de
nosotros que no esté destinado á ser algo en la sociedad, en el comun,
en el Estado. Miembros de un _meeting_ ó de una asociacion, electores,
candidatos, majistrados, senadores, todos tendremos necesidad de
dirijirnos al público: se nos habitúa, pues, desde la escuela. Improvisar
no es dificil y es muy entretenido. En nuestras recreaciones, nuestro
placer es discutir; he hecho ya cien discursos á mis futuros electores.
Pero mi fuerte es el jesto. “La accion, dice Demóstenes, en mi _Enfield_,
la accion! la accion!” Miradme, papá.

Y héteme ahí á mi muchacho que se pasea declamando no sé que discurso de
lord Chatham contra la guerra de América. Camina, se detiene, alza los
ojos al cielo, junta las manos, adelanta con puño cerrado, apoya un brazo
sobre el corazon, y concluye por saltarme al cuello riendo á carcajadas;
mientras que yo, su padre, incapaz de decir una palabra y de mover un
dedo, permanecia confundido ante aquella perversidad precoz, fruto de una
educacion mal sana. Mi hijo no era un prodijio, no era sino un Yankee
criado demasiado hábilmente.

--¡Desgraciado niño! le dije, puesto que te vas á la India, ¿para qué te
servirá ese arte de histrion? Pase todavía si fueras abogado.

--Lo seré algun dia, papá, respondió Enrique. Dejadme ganar diez mil
dollars allá; á mi vuelta estudiaré derecho, y me asociaré con un maestro
esperto.

--¿Y en seguida? pregunté admirado de esa jóven ambicion.

--En seguida, papá, me haré nombrar representante en el Estado de
Massachusetts, y seré senador.

--¿Y en seguida?

--En seguida, papá, seré diputado al congreso, y mas tarde senador de la
Union.

--¿Y en seguida?

--En seguida, papá, seré ministro como M. Seward, si no puedo
conseguirlo, seré presidente como M. Lincoln.

--¿Y en seguida? esclamé, ocuparás sin duda el puesto de Lucifer; porque
tienes la ambicion y el orgullo de un demonio!

--Papá, repuso el niño, inquieto de mi vivacidad, todos mis camaradas
piensan como yo. Nuestros maestros nos han dicho siempre que éramos la
esperanza de la patria y que la república tenia necesidad de nosotros.
Entrar en la carrera política, no es ambicion, es un deber. El ciudadano
que vá mas lejos es el que sirve mejor á su pais.

--Oh! los paganos, los paganos! esclamé: hénos aquí que volvemos á los
escándalos de Atenas y de Roma. El primer deber de un cristiano, señor,
es permanecer en su humildad, es huir de la política, es no mesclarse
jamás en los asuntos de su pais, á menos que la autoridad no os obligue á
ello.

--Papá, no es eso lo que nos han enseñado en el púlpito. El domingo
último, nos han citado á un papa, Pio VII, segun creo, que decia, cuando
no era sino obispo, es cierto: _Sed buenos cristianos, y sereis buenos
republicanos_. Todas nuestras libertades vienen del Evanjelio: Se nos ha
repetido constantemente que la moral de Cristo conduce á la democracia,
es decir á la igualdad fraternal y al respeto del mas ínfimo individuo.
_Amaos los unos á los otros_, ¿qué quiere decir esto, sino que el mas
fuerte debe ayudar al mas débil con su fortuna, con sus consejos y con su
abnegacion?

Me tomé del brazo de Enrique.

--Pobre niño enceguecido por la locura de tus maestros, le dije, mira á
donde va la democracia.

Delante de nosotros caminaba á pocos pasos de distancia, un hombre
encajonado en unas planchas de madera. Sobre aquel cartelon ambulante se
leia, escrito en grandes caracteres:

                                EL LINCE.

                       _Diario de los Demócratas._

                               CIUDADANOS!
               Cuidado con los intrigantes y los necios!!

                          GREEN--SMITH--HUMBUG.
                                    ó
                    EL RIDICULO TRIO DESENMASCARADO.

--Dadme _el Lince_, dije á un vendedor de diarios.

--Hélo aquí, señor, respondió el hombre con tono chocarrero; pero si
quereis reir, os ruego que tomeis _el Sol y la Tribuna_, alli es donde
vereis al _trio_ fustigado lindamente.

El _Lince_ me bastaba, abrí aquella hoja execrable. Green era burlado
cruelmente, á Humbug le decian verdades de á puño; pero á mí, gran Dios;
¿cómo me trataban? Qué de mentiras! qué de injurias! qué abominacion!

Estregué ese miserable panfleto, iba á arrojarlo en el lodo, su verdadero
lugar, cuando en el umbral de mi casa encontré la alegre cara é
impertinente sonrisa de Humbug.

--Triunfais, señor periodista, le dije metiéndole _el Lince_ por las
narices. Elecciones, hé ahí vuestras fiestas, vuestras saturnales de la
calumnia.

--La calumnia, dijo el hombron encojiéndose de hombros, es como el
sarampion: cuando sale á la superficie, sana; cuando se resume mata.

--Solo en vuestras democracias se imprimen semejantes infamias!

--Ya lo creo! respondió el sofista, contento de tomar al vuelo una nueva
paradoja. En las monarquias del Viejo Mundo, se guardan de imprimir la
calumnia, la dicen al oido: es un medio mas pérfido y mas seguro. No
atacan á las jentes de frente, se defenderian: se las asesina por la
espalda; es donde reinan sin rivales, la intriga y la mentira, alli es
donde el principe es la primera víctima de ese veneno que él impide se
exhale. _Summa petil livor._ La calumnia, doctor, es el flajelo y el
castigo del despotismo; en un pais libre es una picadura de avispa; no se
piensa en ella al dia siguiente.

--Señor filósofo, dije secamente, leed ese diario; se trata de vos.

--Razon mas para que no lo lea. Siempre es el mismo tema, con ocho ó
diez sustantivos en epitetos pretencioso, para variar el estribillo.
¿Teneis la audacia de no seguir á los dóciles carneros que arrastran los
hábiles guias? ¿os atreveis á tener una opinion propia y una voluntad?
sois un _orgulloso soñador_ y un _ambicioso fanático_. Decis la verdad
á vuestros conciudadanos; ¿quereis ilustrarlos sobre las condiciones
de la libertad, premunirlos contra los peligros de la anarquia? sois
un infame aristócrata, un _servil admirador de la pérfida Albion_. En
otros términos, abrirle los ojos al pueblo es arruinarla industria de
los conductores de ciejos y echar á la calle á jentes honradas que nada
perdonan.

¿Hablais francamente, llamais por su nombre los abusos, y á los que viven
de ellos?--sois un _adulador de la multitud_, y _un cobarde demagogo_.
Elojios irónicos si vuestra candidatura vá mal,--injurias groseras y
comunes si triunfa: hé ahí la eterna cancion de los diarios y de los
periodistas que no se respetan. Nos parecemos mucho á los órganos de
Berberia. Ese es el placer de los envidiosos, de las comadres, y de las
buenas jentes que tienen el oido falso. Es necesario ser induljente con
las pequeñas miserias de la humanidad.

--Leed el artículo, repuse impaciente; veremos hasta dónde llega vuestra
dulzura.

Una vez que hubimos entrado al salon, donde por fortuna estábamos solos,
Humbug se puso á leer la injuriosa diátriba, mientras Enrique corria en
busca de noticias.

Green no tiene de que quejarse, dijo riendo el morrudo periodista. Por
la manera ruda como le tratan, es claro que sus acciones suben en plaza.
Las mias no van mal. Un _Falstaff descarado_, es cosa linda ese _Sileno
avinado, á quien no falta ni su asno cuando el doctor esta ahí_, es de
una mitolojia que hace honor á la erudicion del escritor. Todo esto es la
_telum imbelle, since ictu_ de un partido agonizante.

--¿Porqué no se impide hablar á esos miserables?

--Doctor ¿habriais encontrado la piedra filosofal? Saber de antemano lo
que esas jentes dirán es un secreto que se busca todavia; el único medio
de evitar ese escándalo que os aterroriza es enmordazar á todo el mundo:
remedio heróico que mata á las jentes para impedirles que vivan mal. ¿Es
esa la medicina que poneis en práctica? Esos pillos, direis son pagados
para ejercer un oficio innoble; abusan de la libertad, la prostituyen;
convengo en ello, pero ese abuso nos garantirá el uso de nuestros
derechos. Hay señoritas que abusan del derecho de pasearse por las
calles, ¿encerraremos por eso á nuestras mujeres en un harem? Hay jentes
que se matan por la glotoneria y la borrachera, ¿nos sujetareis por eso
al réjimen de Sancho en la ínsula Barataria? Por miedo á un incendio,
¿prohibireis los avios de encender y los fósforos? Por miedo á un asesino
¿nos quitareis uno de los primeros derechos de los pueblos libres, el
derecho de tener armas? Toda libertad arrastra consigo un abuso posible:
toda fuerza y todo instrumento hace lo mismo. Suprimir la libertad para
evitar el abuso, impedir el bien para impedir el mal, es hacerle el
proceso á Dios mismo, y probarle que no entendia jota de la creacion.

--Si no podeis evitar la calumnia, esclamé, castigadla; inventad
suplicios terribles; herid al que me quita el honor como heris al que me
arranca la vida.

--Teneis abiertos los tribunales, respondió Humbug; pero el desprecio es
una justicia mas pronta y mas segura. Mañana los electores os vengarán
de las injurias de hoy dia. ¿Es cierto por otra parte que nos hayan
calumniado? Por lo que á mí respecta no me siento herido.

--No sé lo que teneis en las venas, le dije, arrancándole el diario de
las manos. Oid como un anónimo cobarde se atreve á tratar á un hombre
de mi posicion y de mi edad, en seguida os mostraré como se castigan
semejantes infamias.

Y con voz trémula de cólera leí lo que sigue:

    “El doctor es un triple necio: Es un necio de nacimiento á
    quien treinta años de estudio han puesto mas necio todavia; no
    le faltaba mas que un ápice de ambicion para perder el poco
    sentido comun que el trabajo le ha dejado. Se conoce la locura
    de que padece este infeliz que no vé mas allá de sus narices.
    Estúpido admirador del pasado, su ideal es la vieja Europa;
    no vé nada mas bello que esas sociedades decrepitas, donde la
    tradicion romana ó el despotismo de la administracion ahoga
    toda independencia y toda vida. El sábio Smith, la gloria de
    veinte academias desconocidas, es uno de esos tembladores que
    el dia de la creacion, habria gritado: “Deteneos, mi Dios;
    vais á descomponer el Caos!” Se parece á esos conductores
    de los caminos de hierro que dan la espalda al tren que los
    arrastra. No vé, no admira si no lo que huye y desaparece en
    la sombra del pasado; no siente que detras de él se levanta un
    sol y un mundo nuevo: el reinado del individuo, el triunfo de
    la libertad. Que semejante momia se quede en su gabinete de
    curiosidades y reciba la adoracion de los papanatas, nosotros
    no iremos á molestarlo allí; pero á la gran luz de la vida
    pública, ¿qué harán esos ojos estinguidos, esa boca muda,
    ese brazo inútil? Lo que necesita nuestra jóven y gloriosa
    república, son hombres de nuestra época, banqueros que hagan
    avanzar la civilizacion creando dia á dia nuevas empresas y
    acciones, oradores que nos guien hácia los destinos magníficos
    que el porvenir nos reserva. Dejemos á los muertos sepultar á
    los muertos; vengan á nosotros los corazones que se abren á
    todas las grandes aspiraciones sociales, las cabezas que se
    ajitan con las cuestiones palpitantes de la actualidad. Que
    los bobos y los flojos voten por sus viejos ídolos, nuestros
    candidatos son los hombres que la Europa nos envidia, el hábil
    y jeneroso banquero Little, el elocuente y célebre abogado Fox!”

“Mañana la voz del pueblo, saliendo del escrutinio, como el trueno que
sale de la nube, proclamará por toda la América la victoria de los
elejidos de la Democracia: Viva Little, viva Fox!”

--Bravo! dijo Humbug, estais picado doctor. Hé ahí un bello trozo; nada
que ataque vuestro carácter; bromas un poco fuertes, es cierto; pero con
cierto tacto, verbosidad, finura, sin hablar del estilo á la moda. El
mozo que ha escrito ese trozo no es un imbécil.

--Acompañadme á la oficina del _Lince_, dije á mi vez; y vereis como un
triple nécio cachetea á un mozo de injénio; es una leccion que necesita
ese señor.

--¿Estais loco? esclamó el hombron levantándose de una pieza. Si otro
que yo os escuchára, os harian dar una fianza de diez mil dollars ú os
enviarian á la penitenciaria. ¿Nos tomais por los Pieles-Rojas? ¿Sois
cristiano? En las soledades de Arkansas es donde los furiosos discuten
revolver en mano; en Massachusetts no hay mas venganza que la de la ley.
En un pueblo civilizado se habla mucho y se querella vivamente; pero no
se asesina á un rival, ni tampoco se bate uno con él.

--Salvajes! esclamé, que no conoceis ni el punto de honor siquiera!

--Salvaje vos! repuso Humbug riendo. Verdaderamente, doctor, la picadura
os pone feroz. Matar á las jentes ó hacerse matar por ellas ¿de qué puede
servir eso á la causa de la justicia y de la razon? Un duelo no aprovecha
sino al médico ó al sepulturero.

--¿Qué haceis entonces, señor, cuando sois cobardemente insultado por un
folletinista?

--Mi querido doctor, respondió aquel candidato sin verguenza: repito
en voz baja ó en alta voz un proverbio turco, cuya profunda sabiduría
os recomiendo: _El que se pare á tirar piedras á todos los perros que
ladren tras de él, no llegará nunca al fin de su viaje_. Con lo que, voy
á ocuparme de mi eleccion y de la vuestra; haced otro tanto por vuestra
parte; pronto olvidareis al _Lince_ y su retórica.

    _Tu ne cede malis, sed contra audentior ito_[28].

Adios.



CAPITULO XV.

Un recuerdo de la patria ausente.


La llegada de mi mujer y de mis hijos dulcificó mi mal humor: las
noticias eran buenas. Alfredo y Enrique habian recorrido todas las
asambleas, recojiendo bravos y promesas. Jenny y Susana habian visto á
todas sus amigas. Doscientas señoras, las mas respetables de la ciudad,
llevaban al cuello mi fotografia en un medallon: la eleccion estaba
asegurada.

La alegria de nuestra modesta comida concluyó de curar mis heridas. Todos
teníamos solo un corazon y un alma. Mi Jenny estaba mas animada que en
el bautismo de su primojénito. He notado siempre que las mujeres son
naturalmente ambiciosas; un marido jóven y bello, pero que no es nada,
no tendrá nunca el arte de agradarlas largo tiempo; un marido viejo,
recibirá sus mas dulces caricias si la fortuna ó la gloria corona sus
cabellos blancos. Cuando al amor se une esa lejítima ambicion, la mujer
se hace entonces, en toda la belleza de la palabra, nuestra verdadera
mitad. Se vive, se piensa, se sueña á duo, es la felicidad perfecta en la
tierra, felicidad casi desconocida en Francia, donde la moda priva á las
mujeres de los gustos sérios, de las pasiones jenerosas,--felicidad comun
en los Estados-Unidos, donde la opinion invita á las mujeres á tomar
parte. Susana era mas ardiente que su madre: era mi sangre! no hablaba
sino de mi eleccion. Es cierto que ella habia hecho de Alfredo uno de mis
mas grandes electores; ocuparse de mí, era ocuparse de él.

A la noche tuvo lugar una nueva demostracion electoral. Todos los
bomberos, de gran parada y llevando cada uno una antorcha en la mano,
desfilaron bajo nuestras ventanas, con música á la cabeza. Los jóvenes
de la ciudad vestidos con uniformes y trajes diversos, los acompañaban
con largas varas coronadas de linternas. En medio de aquel cortejo, un
inmenso estandarte con un transparente iluminado mostraba á la multitud
absorta dos especies de diablo negros saliendo de las llamas con dos
rollos blancos. El nombre de Green y de Smith, escrito debajo de las
figuras, daba un sentido humano á aquella escena infernal, que aplaudian
á su paso. La mujer y el niño que habiamos salvado eran conducidas en una
volanta tirada por cuatro caballos blancos, y enteramente adornada con
linternas é inscripciones. Era una marcha triunfal, una procesion digna
de los bellos dias de Eleusis. De todas partes estallaban los gritos, los
bravos, y algunas veces tambien ciertos gruñidos, ahogados inmediatamente
por los hurrahs. La oposicion estaba vencida y derrotada por la belleza
de nuestras invenciones. Era difícil que Little tratára de rivalizar
con nuestras maravillas. ¿Qué podia pasear por las calles? ¿Accionistas
arruinados? No se seduce á un pueblo con ese espectáculo de todos los
dias.

A las diez, Jenny nos leyó la Biblia. Habiamos quedado en el quinto
capítulo de Daniel, es decir, en la historia del rey Baltazar, y de la
mano vengadora que escribió sobre la muralla la sentencia de muerte:
_Mané, Thecel, Pharés_. Era para Marta una bella ocasion de profetizar;
no dejó de hacerlo. De buen ó mal agrado, me comparó á Nabucodonosor y
me condenó á _vivir con los asnos salvajes, y á comer la yerba de los
campos, como un buey_, si alguna vez olvidaba que el Altísimo tiene un
poder soberano sobre los hombres, y que instala sobre el trono á quien le
agrada. La leccion me parecia un poco fuerte para un futuro inspector de
calles; pero no hay quizá necesidad de ser rey para tener el orgullo y la
insolencia de Nabucodonosor. ¿Quién sabe si los empleados de Asiria no
eran mas impertinentes todavia que su magnífico soberano?

Me burlé de la sibila; sin embargo estaba conmovido con aquella
candidatura, y demasiado conmovido para conciliar el sueño. Así, apenas
subí á mi cuarto, cargué una pipa con escelente tabaco de Virjinia, y
sentándome cerca de la ventana, traté de adormecer mis sentidos agitados.

La calle estaba desierta, y la luna iluminando con su pálida luz las
casas mudas y cerradas, aumentaba el misterio y la calma de la noche:
todo dormia á lo lejos; todo callaba. El único ruido que turbaba aquel
silencio universal, ó mas bien dicho que lo hacia sentir mejor, era el
tic tac de un _cuco_ colocado á los costados de mi cama. Arrullado por
aquel canto monótono, embotado por el humo del tabaco, dejaba correr
mis ensueños, cuando de repente el reloj se anunció. El rechinar de las
poleas, el jemir de las ruedas y de los correajes anunciaban que iba á
dar la hora. Me levanté para admirar aquella obra maestra de la relojeria
alemana. A mi llegada un gallo de madera pintado, trepado en lo mas alto
del _cuco_, aleteó y lanzó tres gritos agudos. Debajo del gallo se abrió
bruscamente una puerta, mostrándome á París, el Sena, y la casa municipal
en 1830. La Fayette, con peluca rubia, frac azul y pantalon blanco,
abrazaba á la vez á mi infante, un jendarme y una bandera tricolor sobre
la que se leia en letras de oro: LIBERTAD, ORDEN PUBLICO. Once veces sonó
el reloj, y once veces el bravo La Fayette sacudió la cabeza y movió su
bandera; en seguida la puerta se cerró y el gallo galo ajitó sus alas,
gritó mas desapaciblemente que nunca, y la vision desapareció.

Aquel recuerdo perdido, aquella divisa olvidada hace tanto tiempo,
despertaron los sueños dorados de mi juventud. Cuánto palpitaban nuestros
corazones en 1830! Pobres ignorantes, no sabiamos entonces que la
libertad, como todas las queridas, aruina y traiciona á aquellos que
la aman. _Libertad, órden público_; palabras terribles: _Mane, Thecel,
Pharés_ de los tiempos modernos! Hé ahí el enigma que, cada quince años,
la esfinje de las revoluciones propone á la Francia, siempre pronta á
devorar al Edipo que no adivina. _Libertad, órden público_, se diria que
son dos enemigos inmortales, que, vencedores y vencidos á su vez, se
entregan á un combate sin fin, del cual somos nosotros el premio. Llega
un dia en que la libertad vence, el cielo resplandece de alegria y de
esperanza, pero bajo la máscara de aquella divina sirena, es la anarquia
la que triunfa, trayendo tras de sí la guerra civil, atacando todos los
derechos, amenazando todos los intereses, haciendo retroceder de horror
á un pueblo aterrado. En el dia, es el órden público lo que se instala,
sable en mano: dando la paz, imponiendo el silencio, rompiendo bien
pronto la valla y deslizándose por su propio peso al abismo donde cae
todo poder que nada aconseja y que nada contiene. ¿De dónde nace que hace
setenta años que un pueblo honrado, bravo é injenioso, no edifica sino
ruinas, descontento y decepciones?

¿Cómo es que en los Estados-Unidos, donde la libertad enloquece todas
las cabezas, donde nadie habla de órden público la paz interior no es
perturbada jamás? En aquella democracia turbulenta, en aquella multitud
entregada á si misma, sin policia y sin jendarmes, ¿porqué no hay ni
tumultos ni revoluciones? La América no tiene como nosotros, cien mil
funcionarios alineados en batalla, una administracion admirable que
dispone todo; no tiene frente á esa organizacion compacta, un pueblo
docil, ordenado, ocupado, dirijido, reglamentado, y, sin embargo, es
tranquila y próspera. La libertad, garantida en su pleno ejercicio por
la ley, castigada en sus escesos por la justicia, hé ahí el órden público
para los Americanos. Su espíritu limitado no se ha elevado jamás hasta
esa centralizacion tutelar que hace nuestra unidad y nuestra gloria. En
aquel pueblo primitivo, no se ha separado la libertad del órden público,
no se la ha personificado, no la han rodeado de formidables reductos y
de cañones siempre cargados. Nada de administracion jerárquica, nada de
policía preventiva, nada de ordenanzas, nada de funcionarios inviolables,
nada de tribunales privilejiados. Nada de esa sabia mecánica, que en las
naciones civilizadas rompe toda resistencia, y traba á todo individuo.
La ley todo poderosa, el ciudadano dueño y responsable de sus acciones,
el funcionario reducido al derecho comun, la administracion justiciable
ante los tribunales, solo el juez intérprete de la ley: hé ahí todo
el sistema. Es de una sencillez ridícula. No hay en aquel embrion de
gobierno sino leyes y jueces, y sin embargo, la paz y la riqueza reinan
por do quier. Es una estraña burla de la fortuna que nuestros grandes
políticos no han conseguido esplicar todavia. ¿Cómo no se les ha probado
ya á los americanos que son felices contra todas las reglas, y que deben
envidiarnos nuestras revoluciones?

Me dormí con estas bellas reflexiones.

No sé cuanto tiempo hacia que descansaba, cuando me sentí bruscamente
sacudido por una mano vigorosa. A mi lado, sobre mi cama, estaba un
sarjento de jendarmeria. Su vista me alegró. Un jendarme! Yo estaba en
Francia, volvia á encontrar á mi patria.

--Arriba, arriba, señor Lefebvre, me gritó el sarjento, con un acento
gascon que apestaba á ajos desde lejos.

Miré de cerca á aquel amable mensajero; su figura no me era desconocida.
Esa mirada, esa voz, esa risa sardónica,--era el terrible espiritista,
Jonatas Dream, mi enemigo. Al aspecto de aquel traidor, mi gozo se cambió
en terror.

--¿Quién sois? ¿Qué quereis? pregunté yo. ¿Con qué derecho entrais de
noche en casa de un pacífico ciudadano?--Mi casa es mi fortaleza.

--Silencio, paisano, respondió el jendarme. No tengamos la sinrazon de
razonar con la autoridad, que no razona, puesto que siempre tiene razon.
Con lo que abrió su canana y sacó un rollo de papel sellado.

--Número uno, dijo: Al señor Lefebvre; á él en persona ó á quien se diga
serlo. Por haber tenido la imprudencia de criticar en un papel público
á la autoridad municipal, á propósito del empedrado de la calle: se le
amonesta por primera vez, esperando se corrija.

--Vaya una cosa fuerte, esclamé. En lugar de advertirme, la autoridad,
haria mejor en dirijirme sus escusas y cambiar el empedrado.

--Silencio, paisano, repuso el soldado. Como particular, no niego que
el empedrado sea inferior: acabo de levantar dos bestias que se cayeron
frente á esta puerta; pero como jendarme, declaro que vuestra queja
es tan indiscreta como importuna. Si mi coronel me dijera: _Sarjento,
mañana será de noche á medio dia_, yo responderia: _Está bien, coronel_,
y meteria en la sala de policia al primer pilluelo que se atreviera á
negarlo. La consigna dice que el empedrado es bueno; luego debe ser
bueno; solo los malévolos por malicia culpable, pueden hacerse romper la
nuca intencionalmente.

--Cómo, dije indignado, ¿no tengo el derecho de criticar la autoridad que
no hace su deber?

--Al contrario, paisano, repuso el sarjento, quejaos; la autoridad
francesa ama bastante que se la censure; pero es necesario ser político
con ella. Vos no le habeis pedido permiso para criticarla. Habeis estado
grosero, querido amigo.

--Amigazo, os respeto, pero raciocinais como una canana. La autoridad ha
sido hecha para nosotros, supongo, y no nosotros para la autoridad.

--Error colosal, amiguito, repuso el jendarme con un aire de desprecio
que me sublevó. Los que obedecen han sido hechos para los que mandan; los
que mandan no han sido hechos para los que obedecen.

--Pero nosotros somos la Francia, somos el pais.

--El pais, amiguito, dijo el impasible sarjento, se compone de
mariscales, jenerales, coroneles, capitanes, tenientes, prefectos,
intendentes y otras casacas bordadas que yo respeto; el resto es un ato
de conscriptos y de contribuyentes que debe obedecer y callarse....

--¿_Sin murmurar_, no es esto? conozco esa cancion. Ah! si tuviésemos
justicia!

--No tendríais administracion, paisano; seríais un Iroques, como los
ingleses y otros caníbales que hacen lo que quieren. No tendríais el
honor de ser un civilizado y un francés.

--Número dos, continuó. Al señor Lefebvre, por haber tenido la audacia de
pasear de puerta en puerta su triste persona: significacion del señor
Prefecto, que lo destituye de sus funciones gratuitas de miembro de la
oficina de beneficencia, esperando mejor conducta.

--Toda candidatura es libre, esclamé.

--Sin duda, respondió el jendarme, es libre; pero con la autorizacion de
la autoridad.

--Número tres. Al susodicho Lefebvre, por haber distribuido ó hecho
distribuir boletines electorales que llevaban su nombre, ó el de ciertos
_quidams_, igualmente desconocidos y escandalosos: obligacion de
comparecer de hoy en ocho dias hábiles, ante los señores presidente y
jueces que componen el tribunal de policia correccional, para responder
por el susodicho Lefebvre, al delito de distribucion de impresos no
autorizados.

Cómo, ¿no puedo distribuir á mis electores el boletín que lleva mi nombre?

--Lo podeis todo, amiguito, respondió el jendarme,--con autorizacion de
la autoridad. Pero, como si no convenis en ello ¿os imajinais que la
autoridad protectora y tutelar ha de dejar hacer á los papanatas una
tontera que dejeneraria en oposicion? ojalá fuese yo el gobierno, os
encerraria debidamente, esperando mejor oportunidad!

--Número cuatro. Al susodicho Lefebvre por haberse juntado públicamente á
una pandilla de _quidams_, reunidos en una titulada asamblea electoral;
lo que constituye un club, sino es una sociedad secreta, obligacion de
comparecer ante el susodicho tribunal, para verse condenar á prision en
virtud del artículo 291, del Código penal, esperando otra resolucion.

--Número cinco. Al susodicho Lefebvre, por haber incitado á su hijo
menor á pronunciar en el susodicho club un discurso incendiario contra
la honorable y discreta persona de M. Petit, candidato de la autoridad:
obligacion de comparecer ante el susodicho tribunal, como fautor,
complice y ademas como civilmente responsable del susodicho delito;
esperando se corrija.

--Qué ¿no tengo derecho para reunir mis electores, y no tienen ellos el
derecho de saber lo que piensa su representante?

--Tienen todos los derechos, amiguito, respondió el sarjento, pero
siempre con la autorizacion de la autoridad. ¡Linda cosa, seria que en
una caserna dejáran á los soldados reunirse y gritar sin permiso.

--Pero nosotros no estamos en una caserna.

--A palabras necias oidos sordos, repuso el jendarme. Sin embargo,
paisano, quiero condescender hasta ilustrar vuestra ignorancia profunda.
Todo francés ha nacido soldado y ha sido hecho para esperar la palabra de
órden. Cuanto mas mandado está, tanto mas contento se halla. Que no se
altere la obediencia que hace su alegría. Si yo fuera gobierno, colgaria
á todos los hablantines, esperando mejor oportunidad.

--Número seis. Al susodicho Lefebvre, por haber cubierto ó dejado cubrir
las murallas con carteles insignificantes y criminales; _item_ por haber
organizado ó dejado organizar una procesion revolucionaria, y preparado
una asonada inconveniente, que habria estallado á no ser las precauciones
y la vijilancia de la policía, que siempre tiene abierto el ojo;
obligacion de comparecer ante el susodicho tribunal; para verse y oirse
condenar á las penas dictadas por la ley, esperando se corrija.

--Por favor, sarjento, esclamé, por favor, señor jendarme! soy víctima de
un error. En Francia, sin duda, seré un gran culpable; pero estamos en
América, soy inocente. Lo que es un crímen en Francia es un derecho en
los Estados Unidos.

--Hacedme merced de vuestros favores, respondió el inflexible jendarme
sacando de su bolsillo algo que parecian esposas. Como particular, no
tengo el corazon insensible, me lisonjeo de ello, pero, en este momento,
soy el órgano de la ley.

--Entonces la ley es una fanfarronada.

--Silencio, rebelde, basta de conversacion.

Si se les escuchára, serian todos inocentes como un recien nacido.
Inocente ó no, _pekin_[29], sospecho que eres sospechoso, y por
precaucion te apaño.

Diciendo esto, me apretó el brazo con tal fuerza que lanzé un grito de
dolor. Ese grito me recordó. Gracias á Dios, era un sueño.

Encendí el gas para sacudir aquella pesadilla abominable. Horror! en
el fondo de la cama descubrí la sombra de un brazo amenazante, y ese
tricornio y ese pompon que hacen palidecer á los mas atrevidos.

Helado, temblándome el corazon, quedé inmóbil como un criminal que
espera la sentencia de muerte. En aquel momento cantó el gallo del cuco,
el gallo que hace huir á los malos espíritus de la noche; me dí vuelta
hácia la pared.... y lanzé una carcajada. El brazo de que me espantaba,
era el mio, ese tricornio era la sombra de mis cabellos alborotados; ese
terrible pompon, en fin, era la punta de mi.... No concluiré por respeto
al pudor de mis lectoras.

Apagué la luz, y volviéndome á mi cama:

--Oh jendarme, esclamé, bravo y leal soldado, corazon sencillo y
jeneroso, nadie mejor que tú representa el órden público en un pueblo
que no concibe la autoridad sino en uniforme, y la paz sin una espada
en la mano! Espanto del mendigante y del vagabundo, remordimiento del
cazador furtivo, conciencia del hostelero y del vendedor de vino,
relijion y moral del paisano, brazo derecho del señor Intendente, órgano
del señor Prefecto, oh jendarme! yo te respeto y te amo; pero perdona
las temeridades de mi fantasia; yo quisiera que algun dia la miseria no
fuera ya un crímen; quisiera que la policía no impidiera el bien que
superabunda por evitar el mal, que no es mas que la escepcion; quisiera
que la libertad, devuelta á todos los ciudadanos, arrojase de nuestras
leyes delitos que no lo son; quisiera en fin, (¡ho ministro de la
autoridad no os encojais de hombros!) quisiera que solo la justicia te
impartiese órdenes, y que tu mision vengadora se redujera á perseguir á
los pícaros y á encarcelar á los bandidos denunciados legalmente!

Yo sé, oh sarjento! cuanto te hará reir esta utopia americana, pero yo
la lego al siglo vijésimo primero, como el pensamiento que, algun dia,
inmortalizará mi nombre. Entonces pido que en mi ciudad natal, en medio
de la plaza que reemplazará mi calle y mi casa, se me eleve un busto
imajinario encima de una fuente sin agua, y que se grabe en ella la
inscripcion siguiente:

                               AL SOÑADOR
                                   QUE
                                 EN 1862
                          PEDIA QUE LA JUSTICIA
                              SOLO TUVIERA
                 EL DERECHO DE ARRESTAR Á LOS CIUDADANOS
                     Y SOLAMENTE POR DENUNCIA LEGAL,
                        LA JENDARMERIA RECONOCIDA
                            14 DE JULIO 2089.

Y lego mi última pieza de cinco francos á la Academia de inscripciones y
bellas letras, con los intereses capitalizados durante dos siglos, para
que se redacte en _hebreo_ en copto, sanscrito y siriaco, una idea, que
el frances mal inclinado de nacimiento, no ha comprendido nunca, y que su
idioma es impotente para espresarla: _Sub lege libertas_.



CAPITULO XVI.

La eleccion--El sábado.


Llegó al fin la famosa jornada del sábado 5 de Abril, que debia hacer
de un parisiense de la Chausée d’Antin, un miembro de la administracion
municipal de Paris en Massachusetts. A las siete de la mañana, con un
tiempo espléndido, se abrieron ciento veinte escrutinios en medio de una
calma solemne. A la puerta de cada oficina se veian dos largas filas de
electores, que con una paciencia y una decision enteramente sajonas,
esperaban el momento de ejercer su derecho soberano. Habian cesado las
querellas, los enemigos de la víspera cambiaban bromas y apretones de
manos. Ante la resolucion de la mayoria todos se inclinaban de antemano,
reservándose tomar la revancha al año siguiente.

A medio dia se hizo el resúmen del escrutinio, la eleccion fué
proclamada. Green reunió 116,735 sufrajios contra 78,622 dados á Little.
Humbug obtuvo 146,327 votos, mientras que el desgraciado Fox no tuvo
mas que 18,124; en fin, á pesar de algunos boletines disputados por
escrutadores envidiosos, fuí nombrado por 199,999 sufrajios. Jamás
inspector alguno de calles habia sido proclamado por una mayoria tan
imponente. El efecto que produjo en Massachusetts fue grande, y mayor
todavia en Inglaterra. Como el precio de los algodones acababa de subir,
el _Times_ declaró que los Yankees eran salvajes que no hacian elecciones
sino á balazos, y sacó en conclusion que la democracia era ingobernable.
El viejo Pam repitió el mismo tema en el parlamento: probó á los ingleses
que eran el primer pueblo del mundo, y que, por falta de una aristocracia
hereditaria, Jonatás no iba á la pretina de John Bull, verdad un poco
dura, que el honrado John Bull dirijió con su modestia ordinaria,
mientras votaba su mayor presupuesto.

El amable Truth fué quien me anunció mi nombramiento; sentia mucho, me
dijo, no anunciar al público esta buena noticia, pero, desde la víspera
habia vendido su diario á M. Eugenio Rose y se retiraba de la política.

--Haceis bien, le dije. Descansad, y largo tiempo, teneis necesidad de
ello.

--Descansar no es palabra americana, me respondió con una dulce sonrisa.
Jóven ó viejo, enfermo ó sano, un Yankee trabaja hasta la muerte: es
el deber del hombre y del cristiano. He seguido el consejo de Humbug,
he vuelto á los estudios y á los gustos de mi juventud. La iglesia
congregacionalista de la calle de las Acacias me invita á ser su pastor:
he aceptado. Mañana entro en las funciones.

Periodista ayer, pastor mañana, sois un hombre universal; cambias de
profesion como de traje. ¿Qué sereis dentro de seis meses?

--Lo que quiera Dios, respondió el nuevo ministro. Si Humbug estuviese
aqui, él que ha sido á su vez plantador en el Oeste, soldado en Méjico,
abogado en Filadelfia, periodista en París, y que mañana será majistrado,
os diria con una de sus citas favoritas:

    Homo sum, humani nihil á me alienum puto.

Vos mismo, doctor, erais sabio el otro dia, bombero antes de ayer,
candidato ayer, sois hoy dia inspector de calles; el lunes sereis
médico. Me parece que cambiais de papel con bastante facilidad. Hé ahí
una de las grandes virtudes de nuestro bello pais. En la vieja Europa
se nace y se muere en la piel de un personaje de comedia. Toda la vida
es un soldado, juez, abogado, mercader, fabricante, nunca hombre. No
se tienen sino las ideas estrechas y las preocupaciones de su oficio.
Aquí, la profesion poco importa, es el sobre todo que uno se pone y saca
segun las ocasiones: uno es hombre ante todo y en todas partes. Ahí es
donde está la raiz de esa igualdad que hace nuestra gloria y nuestra
fuerza. Clay era un molinero de Kentucky, Douglas y Lincoln plantadores
de Yllinois, el jeneral Banks, el _muchacho de las canillas_, era un
enfardelador de algodon; todos han llegado á ser hombres, por que han
trabajado y sufrido. El que no ha hecho ensayos con la vida no sabe lo
que ella vale. La lucha contra las cosas hace la educacion de la voluntad
y la sabiduria del corazon. La aristocracia producirá almas delicadas,
refinadas, enfermizas; el imperio del mundo pertenece á los advenedizos.
¡El porvenir es nuestro!

--Truth, predicais á las mil maravillas. Cuando hablais siento que teneis
razon; pero, cuando os habeis marchado y reuno mis recuerdos, vuestras
teorias me dan miedo. Si yo tuviera la debilidad de escucharos, me
hariais olvidar todo lo que mis maestros me han enseñado. No importa,
mañana iremos á escucharos. Debe ser orijinal, un simple cristiano
hablando á sus hermanos y esponiéndoles el Evanjelio en el lenguaje de
todos los dias. No me imajino el cristianismo republicano.

Al instante que Truth se separó de mi, vinieron á buscarme para
instalarme en mis nuevas funciones. Jenny, Susana, Alfredo y yo saliamos
en una hermosa calesa junto con Marta, que tenia sin duda interés en
vijilar mi orgullo; Enrique se puso al lado del cochero, Zambo trepó tras
del coche; dos vigorosos trotones, como no se ven sino en América, nos
llevaron á Montmorency, punto estremo de mi jurisdiccion. Tuvimos que
detenernos mas de una vez; cada caminero estaba en su puesto, esperando
al nuevo jefe; aseguré á aquellas buenas jentes mi benevolencia para con
ellos, mientras mi mujer y mi hija prodigaban sus mas graciosas sonrisas.
Habíamos nacido para ser príncipes. La sola cosa que me contrarió fué
encontrar barreras de distancia en distancia. Reconocí en esto esa
mezquindad democrática que hace pagar el servicio á los que aprovechan
de él, para librar de la contríbucion á los que no hacen uso de la cosa;
me prometí corregir aquel abuso, no conocido de la vieja Europa, y
establecer en todas partes una igualdad triunfante. Por lo demas, este
fastidio no llegaba hasta los magníficos ramos que los receptores de
barreras, y los camineros ofrecian á Jenny y á Susana. El carruaje era
una canasta; desaparecíamos en medio de las flores. Se nos arengaba como
á reyes. Aquellas buenas jentes, que, seguramente, no sabian el hebreo,
no dejaron de comparar á mi Susana con el lirio de los campos. Jenny se
sonrojaba de placer, parecia una rosa esponjada. En cuanto á Marta, era
una peonia; se hubiera dicho que la sangre iba á saltar de sus mejillas
carmeses. Bufaba como un buey al fin del surco. ¡Oh mujeres, vuestro
verdadero nombre, es vanidad! En cuanto á mi, muellemente estendido
en un rincon de mi carruaje, no me dejaba embriagar por aquellos
humos de la popularidad naciente; pero en mi alma, en mi conciencia,
encontraba admirables los caminos; maldecia al miserable _mancarron_
que la ante-víspera, habia tropezado en un empedrado mal conservado por
camineros tan galantes.

Llegando á Montmorency, el cochero, sin haber recibido órdenes, nos llevó
derecho al hotel de la Rosa, en casa de Seth, hostelero el cuácaro.
Alfredo y Susana no hallaron compasion cerca de aquel amigo de la bella
juventud. En lugar de tratarnos como á enamorados, nos hizo pagar doble
un almuerzo demasiado malo. Reclamé; pero á su avidez natural, el hermano
Seth reunia el mas insoportable de los vicios que dá la civilizacion: el
pícaro era economista. Me hizo un sermon en tres partes, para demostrarme
que vivir bien y barato, es la miseria de los pueblos sin comercio y sin
industria, mientras que la carestia es la muestra de la civilizacion
mas avanzada, la poblacion reduciendo la oferta, y la riqueza elevando
la demanda. Llegará un dia en que el último de los Rothschild será el
único que se encuentre en estado de pagar un huevo; ese dia marcará el
apojeo de la prosperidad universal. Pagué para economizar, por lo menos
tiempo y palabras. Guárdeme el cielo de discutir con esos fanáticos que
no tienen mas que una idea. Conozco á los tales peregrinos. La Francia,
sus arsenales, su marina, sus ejércitos, su gloria, sus derechos, todo lo
entregarian al Gran Turco si él les prometiera la libertad........ de la
carniceria.

Eran las cuatro cuando nuestra caravana tomó de nuevo el camino de París.
Con gran sorpresa mia cerraban con barras de hierro las puertas y las
ventanas de la hosteria, como si la casa estuviese de duelo. Era un modo
singular de festejar la aproximacion del domingo; pero en aquel pais,
hecho al reves de los demas, es prudente no asombrarse de nada. El amigo
Seth venia con nosotros á la ciudad; montaba un fornido caballo, al que
hacia sombra con su ancho sombrero. A su lado sobre un jumento tordo, de
larga cola, trotaba Marta, erguida, derecha, severa y majestuosa como un
carabinero. Eran dos batidores que marchaban delante de nosotros para
anunciar á los transeuntes nuestra entrada triunfal.

Encontré al pacífico cuácaro, en la primera barrera querellándose con el
receptor.

--Os digo, gritaba este último, que no pasareis sino cuando hayais pagado
el derecho. Sois dos; necesito veinte y cuatro centavos y no doce.

--Amigo, respondia el hostelero, haces mal en calentarte la sangre; eso
no es de un hombre racional ni de criterio. Mira tu tarifa, no me pidas
mas de lo que la ley te permite exijir, de otro modo te harás culpable
del crímen de concusion.

--Hé ahí la tarifa, repuso furioso el del peaje; leed vos mismo,
insoportable charlatan! Ocho centavos por caballo, cuatro centavos por
hombre; ¿está esto claro ó nó?

--Muy claro, dijo el cuácaro; asi tomo por testigos á estas respetables
personas, que he pagado tus doce centavos.

--Y aquella mujer, dijo el receptor, señalando á Marta que trotaba
adelante.

--Y bien, repuso Seth, con su imperturbable gravedad, esa mujer no es un
hombre, su jumento no es un caballo, luego ella no te debe nada.

Con lo que partió al galope, dejando atónito al encargado del peaje.

--Espero, dije al receptor, que levantareis un proceso verbal contra de
ese imprudente.

No, señor inspector, respondió; perderíamos nosotros. Es uno de esos
pillastres astutos que haria pasar un carruaje con cuatro caballos hasta
por sobre nuestras leyes, sin ser nunca multado. Tiene de su parte la
letra de la tarifa.

--El espíritu de la ley lo condena, repuse; su pretension es absurda.

--Entre nosotros, señor, respondió el buen hombre, la ley no tiene
espíritu. No se conoce sino el testo. Si el juez interpretára la ley,
se dice, seria lejislador; el derecho y el honor de los ciudadanos no
tendrian ya garantia.

--Ignorantes! esclamé. ¿No les han enseñado ni el _a_, _b_, _c_, de toda
legislacion! Cuando hay duda en un asunto entre el fisco y un particular
¿no aprovecha la duda al fisco, que representa el interés general?

--Nunca, señor, dijo el encargado del peaje. Siempre se sentencia á favor
del ciudadano. Es necesario que el señor fisco tenga dos veces razon para
ganar su proceso.

--Qué hacer con semejante salvajismo? Me encojí de hombros y dí al
cochero la órden de continuar su camino.

Al entrar á la ciudad creí que la habrian cambiado en mi ausencia. Las
calles y las plazas estaban desiertas; tras de nosotros se estendian
gruesas cadenas que impedian la circulacion. Las ventanas ofrecian un
estraño espectáculo: veíanse en todos los balcones botas alineadas en
batalla y presentando las zuelas á los transeuntes, si es que habia
transeuntes. Siguiendo con la vista dos de aquellas botas; concluí por
apercibir unas piernas humanas, despues un cuerpo caido, y en fin, un
cigarro, cuyo humo azulado subia al cielo. No podia esplicarme que
delito se castigaba con tan cruel suplicio; Zambo á quien interrogué
diestramente, me enseñó que era el placer ó la moda. Todos los sábados
á la tarde, el Yankee trata de darse una aplopejia; algunas veces llega
á conseguirlo. Cuánto mas prudentes no somos nosotros, los franceses,
que en nuestras salas de espectáculos no nos esponemos nunca sino á un
principio de asfixia.

Una vez en casa, me entraron deseos de concluir alegremente aquel dia
feliz; rogué á Susana y á Enrique que cantaran mi aire favorito: _Lá ci
darem la mano_, del D. Juan. Susana me miró y palideció.

--¿Qué tienes? hija querida, esclamé; ¿estás enferma?

--Padre, respondió, vuestro pedido es lo que me aterra. ¿Quereis amotinar
la ciudad bajo nuestras ventanas? ¿Quereis perder nuestra reputacion?
¿Olvidais que ha principiado el sábado y que nada debe turbar el reposo
del Señor?

--Buen Dios, me dije, ¿á caso al transportarnos á América, el traidor
de Jonathan nos habrá cambiado en judíos?--Perdon, hija mia, dije á
Susana, he sufrido una distraccion; los sucesos del dia me hacen perder
la memoria! Anda á buscar mi gran Hipócrates, de la biblioteca; no me
disgustará hacer descansar mi cabeza leyendo un poco de griego. No hay
nada mas refrescante.

Por toda respuesta, Susana se sentó sobre mis rodillas, pasó su mano por
mi frente y me abrazó.

Pobre padre, dijo, ¡cuán fatigado está! Ved, mamá, ha olvidado que la
noche del sábado no se lee sino la Biblia.

Decididamente, yo era judio sin saberlo. Lo que me hizo dudar un poco,
fué que al abrir la Biblia de la familia, encontré en ella los Evanjelios
y pude leer en San Marcos que _el sábado ha sido hecho para el hombre y
no el hombre para el sábado_. Esta palabra me hizo reflexionar, pero para
no herir á nadie, guardé para mí mis reflexiones, y dejando á las dos
mujeres sumidas en su piadosa lectura bajé al jardin.

La tarde estaba hermosa, los árboles exhalaban la frescura de su
vejetacion naciente, el sol se ponia en una nube de oro: todo invitaba á
soñar.

Me sentia cansado, entré en mi kiosco chino, me eché sobre el divan y
encendí un cigarro. Habia á un lado una butaca rústica que no servia
de nada, coloqué mis piernas en el respaldar, y me apercibí para mi
verguenza de que la moda americana tenia mucho de buena.

Descansaba oculto detras de las persianas del kiosco, los ojos fijos
maquinalmente en Zambo, que, en un rincon del jardin, machacaba pedazos
de asperon para limpiar los cuchillos. El pobre muchacho estaba
enteramente ocupado de su trabajo, cuando Marta salió de la cocina, como
una araña que se lanza sobre una mosca.

--Hijo de Cham, dijo, quitándole el martillo de las manos, ¿qué haces ahí?

--Vos lo veis, señorita Marta, rompo piedras.

--Desgraciado, esclamó ella, violas el sábado! Zambo huyó con aire
lastimero, pasó cerca de mi retiro suspirando; en seguida apercibiéndose
de que el gato de la casa habia cojido un pericote!

--Cuidado, Pachá, le dijo resongando, si tú cazas ratas durante el
sábado, te colgará Marta el lunes.

Reia todavia de la tonta figura del negro, cuando dos personas vinieron á
sentarse en un banco que estaba colocado delante del kiosco, y tan cerca
de mí; que no perdí una sola palabra de sus discursos. Reconocí al amable
Seth, que aprovechaba la soledad, el sábado y la noche para hacer un
sermon á la bella Marta.

--Querida hermana, decia con una gravedad grotesca y escuchándose cada
una de sus palabras, hay tres cosas que me admiran sobre manera. La
primera, es que los niños sean tan bobos que tiren piedras y palos á los
árboles, con el objeto de bajar las frutas; si los niños se estuvieran
quietos, llegaria dia en que las frutas caerian por si solas. Mi
segunda admiracion, es que los hombres, en jeneral, y los americanos en
particular, sean bastante locos y bastante malos para hacerse la guerra
y matarse entre ellos; si se estuvieran quietos, todos se moririan
naturalmente. La tercera y la última cosa que me admira, es que los
jóvenes sean bastante irracionales para perder su tiempo corriendo tras
de las muchachas con quienes quieren casarse, si se quedáran en sus casas
é hiciéran fortuna, serian las jóvenes las que irán en busca de ellos.
¿Qué dices á esto Marta?

--Seth, digo que tienes la sabiduria del rey Salomon, pero que tambien
tienes su vanidad.

--Marta, esclamó el cuácaro con voz enternecida, tienes tanto injenio
como belleza.

--Seth, respondió Marta, siempre sofocada, tú no piensas en lo que dices.

--Y tú Marta, repuso el otro, no dices todo lo que piensas.

--Bravo! dije para mí; en América se aman. Es un modo de aprovechar el
sábado, que no se me habia ocurrido. Este pueblo de mercaderes que todo
lo calcula, y que no vive sino para enriquecerse, se ha condenado al
descanso forzoso una noche por semana, á fin de pagar en ese dia la deuda
de la juventud y del amor. Veamos como hará su declaracion Maese Seth.

Despues de mil rodeos, el cuácaro enamorado llegó á la palabra que, segun
todas las apariencias, era esperada hacia mucho tiempo.

--Marta, dijo lanzando un profundo suspiro, Marta, ¿me amas?

--Seth, respondió la buena cristiana, ¿no nos está ordenado amarnos los
unos á los otros?

--Si, Marta, pero lo que te pregunto, ¿es si tú sientes por mi algo de
ese sentimiento particular que el mundo llama amor?

--No sé que responder, balbuceó la tímida paloma; siempre he tratado de
amar igualmente á todos mis hermanos, pero, si es necesario confesártelo,
Seth, á menudo cuando me he replegado sobre mi misma, he pensado que en
esa afeccion jeneral, tú tomabas mucho mas de lo que te pertenece.

La confesion estaba hecha, no habia como desdecirse; oí, así lo creo, un
besote que sellaba los esponsales cuando Marta lanzó de repente un grito
de espanto y se trepó sobre el banco. Un perro enorme, un terra-nova,
habíase lanzado bruscamente en medio del coloquio amoroso. Me levanté
y apercibí en la sombra los dientes blancos de Zambo. El tunante reia
á carcajadas; él era el que por vengarse de la cuácara, habia abierto
la puerta de la casa y lanzado sobre Marta aquel tercero importuno, que
la habia aterrado. Aunque me gustaba poco el cuácaro, no pude dejar de
admirar su firmeza y su dulzura. Lejos de tener miedo del perro, le llamó
y sacando de su bolsillo un pedazo de azúcar, lo ofreció al animal, que
se dejó fácilmente seducir y acariciar.

--Amigo, dijo el santo varon, hablando al perro que lo miraba moviendo la
cola, has venido á perturbarme en el momento mas dulce de mi vida; otro
que yo te hubiera castigado, muerto ó habria tenido derecho de hacerlo;
yo te haré ver la diferencia que hay entre un cuácaro y la jeneralidad de
los hombres. Por toda venganza, me contentaré condarte un nombre feo.

Con lo que halagando al perro que saltaba tras de él para obtener un
nuevo pedazo de azúcar, Seth condujo políticamente al animal hasta la
puerta; en seguida cerrando de golpe la verja, gritó con todos sus
pulmones: _¡Al perro rabioso! ¡al perro rabioso!_

En un abrir y cerrar de ojos desaparecieron todas las botas de las
ventanas; millares de cabezas miraban y amenazaban al enemigo; las
piedras, los palos, los muebles llovian como granizo sobre el animal; un
tiro lo echó por tierra antes que llegára al estremo de la calle; cayó
para no levantarse mas, lanzando un aullido que repercutió en lo íntimo
de mi corazon.

Furioso agarré á Seth por el cuello y lo eché fuera.

--Miserable, le dije, no sé qué me contiene de gritar: _Al cuácaro
rabioso!_ para hacerte matar como ese pobre animal.

--Amigo Daniel, respondió maese Seth recojiendo su sombrero, nos
volveremos á encontrar.

Y se marchó friamente.

--Subid á vuestro cuarto, señorita, dije á Marta. ¿Qué haceis á esta hora
en el jardin?

--Dios mio, señor, dijo ella sollozando, yo no hacia nada malo: buscaba
un yerno para mi madre!

Me ahogaba de cólera: Ah! esclamé, cuántas jentes hay que se dicen y
que quizá se creen virtuosas que obran como aquel cobarde hipócrita! Se
tienen por hombres honrados y santos por que no tocan á su enemigo, pero
lo hacen á un lado, dándole un feo nombre. Calumnia! calumnia! tú no
eres sino la forma del asesinato en los pueblos que hacen alarde de su
civilizacion: ¡Verguenza para los miserables que se sirven de esa arma
envenenada, siquiera sea para matar á un pobre perro!

Fatigado de mi elocuencia solitaria, me acosté, pero no sin pensar en
la triste jornada que me prometian para el dia siguiente los primeros
placeres del sábado naciente: Cuánto echaba de menos la franca alegria
de los domingos parisienses. Franceses, esclamé, pueblo amable y
caballeresco, deja á las naciones groceras que se glorifiquen de su
industria febril y de su libertad fatigante. Arroja lejos de tí á
esos indómitos demócratas, á esos soñadores melancólicos, que si los
escucháras, harian de tí un rival del Inglés y del Americano. Amigo del
vino, de la gloria, y de las bellas, tu lote es el mejor. Deja el imperio
del mundo á esos trabajadores descoloridos que toman la vida á lo sério;
conserva tu incorrejible y encantadora lijereza. Diviértete, francés; has
la guerra y el amor; olvida el mundo y la política; que si reflexionas,
no volverás á reir.



CAPITULO XVII.

Viaje en busca de una iglesia.


Al dia siguiente, me levanté al amanecer. Un hombre público debe dar
el ejemplo, y no me disgustaba hacer admirar á los Yankees el celo y
la vijilancia de su nuevo edil. Mi paseo fué largo, el empedrado me
pertenecia. Seguia con ojo celoso á todos esos pasantes que encajonaban
el paso en hilera como los patos, y que cavaban un surco en mis veredas.
La anarquía reina en la calle; cada uno vá donde quiere y como quiere:
es un escándalo; no comprendo porque no se hace una ley para obligar á
las jentes á caminar segun el deseo del gobierno. A la Francia, reina del
órden y de la decencia, es á quien toca correjir el último abuso.

Al llegar á casa, ví á Zambo, vestido de negro como un _gentleman_, con
chaleco, corbata, medias y guantes de reluciente blancura. Parecia una
gaviota. Apenas me reconoció, corrió á mí, ajitando impaciente los brazos.

--Amo, gritó, todo el mundo está en los oficios: despachaos, se os espera.

Y me puso en la mano un gran libro forrado en zapa y cerrado con broches
de plata.

--¿Las señoras están en misa? le pregunté.

--¡En misa! dijo con aire asombrado. Mi ama es cristiana!

--Imbécil! ¿acaso los católicos son turcos?

--Amo, se dice que los papistas son como los paganos de Africa; tienen
sus _vaudous_.

--Qué cosa es un _vaudou_?

--Amo, es un buen diocesito que uno mismo se hace, y que no es el
verdadero buen Dios.

--¿Sois bastante nécio, esclamé, para creer que los católicos adoran á un
ídolo? Eso queda para vuestros salvajes del Senegal.

--Amo, dijo él abriendo tamaños ojos, los papistas rezan á estátuas; yo
los he visto con ambas rodillas dobladas ante ellas.

--¿Y no habeis comprendido que lo que se invoca no son esas piedras, sinó
los santos, de los cuales las estátuas son la imájen?

--No soy un sabio, amo, dijo el negro con aire contrito: pero el
ministro, que sabe todo, nos ha prevenido á menudo que no hagamos lo que
los papistas, que adoran ídolos.

--Oh predicadores! esclamé, en todas partes sois los mismos! Nada es mas
fácil que conocer la fé católica: basta abrir un catecismo; pero el ódio
no quiere ilustrarse; lo que le es necesario, es ultrajar la mas grande
comunion del globo. Continuad esa obra abominable, digna de vuestro
padre, el diablo. No seremos nosotros, los católicos, nosotros vuestras
víctimas, los que hagamos uso para vosotros de esas represalias terribles
de la calumnia. La verdad nos basta. Todos saben que Lutero y Calvino
son dos pícaros que, por ambicion y codicia, han perdido al espíritu
humano, embriagándolo de orgullo y de libertad. La mentira ha enjendrado
la reforma; la reforma ha enjendrado la filosofia; la filosofia ha
enjendrado la revolucion; la revolucion ha enjendrado la anarquía; la
anarquía ha enjendrado............

--Amo, dijo Zambo, incapaz de comprender mi santa cólera; si los papistas
son cristianos, tanto mejor, me alegro de ello.

--¿Por qué tanto mejor?

--Porque Jesucristo murió por todos aquellos que lo invocan; él salvará á
los papistas así como á los otros cristianos.

--Zambo, amigo mio, le dije con un desden supremo por tanta sencillez,
vos no sereis teólogo jamás. Id á vuestra iglesia: no os retengo. ¿Dónde
están las señoras?

--Mi ama, respondió, está en la iglesia episcopal[30] con toda la
gran sociedad de la ciudad. La señorita está en el templo de los
presbyterianos.

--¿Con su hermano, sin duda?

--No, amo, con el hijo de M. Rose. M. Enrique está en la iglesia de los
baptistas.

--Muy bien, dije lanzando un suspiro; y vos, Zambo, vais sin duda á
juntaros á Marta?

--No, no, amo, esclamó: la señorita Marta es tunkeriana, yo, soy
metodista. Nosotros, los pobres negros, que los blancos rechazan de sus
templos, nosotros somos todos de la misma relijion.

--Comprendo, teneis una iglesia negra y un cristianismo de color. Id,
amigo mio, y orad al Cristo á vuestro modo. En medio de esas sectas
enemigas que se arrebatan los jirones del Evanjelio, el Señor reconocerá
á los suyos. Mientras que Zambo se alejaba á grandes pasos, yo caminaba
lentamente, con la cabeza agachada. El descubrimiento que acababa de
hacer me aterraba. Mi casa, mi refujio en todos los sufrimientos, no era
sino una Babel,--la madriguera de todas las herejías. El marido católico,
la esposa anglicana, la hija presbiteriana, el hijo baptista, la
sirvienta cuácara, el doméstico metodista; cada uno con una fé diferente
y esperanzas contrarias! ¡Qué confusion! ¡Qué anarquía! ¡Tenia el
infierno en mi hogar! Y sin embargo, Jenny me amaba con pasion, los niños
no estaban contentos sinó á nuestro lado, la servidumbre me respetaba:
yo no veia á mi alrededor sinó semblantes contentos y plácidos. Cada uno
leia la Biblia á su modo, cada uno tenia su símbolo particular, y apesar
de esto nadie reñia. En ninguna parte la unidad, en todo el amor, y la
concordia. Era un desmentido dado á las ideas de mi infancia, un misterio
que confundia mi razon.

--No, me dije, no consentiré ese desorden moral. Hay ahí una paz mentida;
esas flores me ocultan el abismo. Si esto continúa, estoy perdido. En
mi casa, ó todos piensan como yo, ó se callan; necesito la uniformidad.
No importa que yo sea un cristiano mediocre; soy católico, en cuerpo y
alma, en la Iglesia, en el Estado, en la familia no debe reinar sino
una sola ley, una sola voluntad. Si es necesario, emplearé rigores
saludables; atemorizaré á mi mujer, amenazaré á mis hijos, espulsaré á
los sirvientes; sacrificaré todo por imponer la obediencia ó el silencio.
Soy Francés, ¡viva la unidad!

En medio de aquellas sabias reflexiones pasaba el tiempo. Daban las diez
cuando entré á la calle de las Acacias. Era una inmensa via que, en
majestad y en lonjitud, no le iba en zaga á la calle de Rivoli, con esta
diferencia que, de cien en cien pasos, un monumento griego, bisantino ó
gótico elevaba altivamente hácia el cielo su campanario ó su cruz. En un
pais donde cada uno se hace su relijion, es natural tropezar á cada paso
con una iglesia.

No era fácil reconocerse en aquel dédalo. Me dirijí á una buena mujer que
caminaba cerca de mi, con su libro en la mano; la rogué me indicára el
templo de los congregacionalistas.

--Nada mas fácil, querido señor, respondió la vieja con una amable
sonrisa. Es un poco lejos, pero con mis indicaciones llegareis sin
trabajo. No hagais caso de las iglesias que estan á vuestra izquierda;
el templo de los congregacionalistas está á vuestra derecha. Contad los
campanarios, no podeis equivocaros. La primera iglesia, añadió, con la
volubilidad de una mujer que recorre su rosario, la primera iglesia es
San Pablo, la capilla católica; la segunda, el convento de las Ursulinas;
la tercera, la iglesia episcopal; la cuarta, el convento de capuchinas;
la quinta pertenece á los baptistas, la sesta á los Holandeses
reformados; la sétima á los luteranos; la octava á los negros metodistas;
la novena es la sinagoga judia; la décima es el templo chino. Vedla allí
con su doble techo, y sus campanillitas. Una vez allí, no tendreis mas
que descender; encontrareis los memnonitas; despues de los memnonitas,
los Alemanes reformados, despues de los Alemanes reformados, los amigos
ó cuácaros, despues de los cuácaros los presbiterianos; despues de
los presbiterianos, los moravos, despues de los moravos los blancos
metodistas; despues de los blancos metodistas; los unitarios, despues de
los unitarios los unionistas; despues de los unionistas, los tunkerianos.
Contad en seguida cuatro iglesias la que se intitula por exelencia de los
_cristianos_, en seguida la iglesia libre, despues la de Swedenborg, y en
fin, la de los universalistas; tendreis por todo veinte y tres templos ó
capillas; el vijésimo cuarto monumento, que poco mas ó menos está á la
mitad de la calle, es la iglesia congregacionalista.

Despues de haberme recitado esta retahila sin tomar aliento, la hada me
hizo una graciosa reverencia y continuó su camino.

--Pardiez! me dije, si el diablo perdiera su relijion (supongo que en
el infierno tienen alguna razon para creer en Dios) la encontraria en
esta calle. Hé ahí un pais donde el ministerio de cultos no debe ser una
prebenda! En Francia, donde el Estado no tiene mas que cuatro relijiones
(no cuento la Arjelia), la administracion tiene algunas veces sus horas
dificiles; pero aquí ¿cómo se hará para repartir el presupuesto y poner
en paz á treinta Iglesias, que cada una tira por su lado, y que sin
duda, se celan y se escomulgan cristianamente? Es este un problema que
no me encargo de resolver. Viva la España! hé ahí un pueblo fiel á la
tradicion y que ha conservado los verdaderos principios! El pais es
un damero donde cada cosa tiene su casilla, donde el cuerpo y el alma
son igual y uniformemente administrados. Gracias al matrimonio de la
Iglesia y del estado, todo es fácil. Se tiene un obispo lo mismo que
se tiene un prefecto, un cura lo mismo que se tiene un intendente; los
funcionarios espirituales ó temporales tienen su puesto señalado en los
mismos cuadros y marchan al mismo paso. Nacimiento, bautismo, educacion,
comunion, conscripcion, confesion, impuestos, prensa, defuncion,
entierro, todo se dá la mano. La iglesia es la autoridad, la autoridad es
la iglesia. Se excomulga á los desertores y á los periodistas, se condena
á galeras á los heréticos. El pueblo, ese eterno niño, es conducido
de grado ó por fuerza, y sin que él se entrometa, al punto que le han
escojido, sin consultarlo. Policia admirable que hacia la felicidad de la
cristiandad antes que el abominable Lutero hubiese desencadenado al mismo
tiempo la libertad relijiosa y la libertad civil, doble peste de la que
el mundo no se curará? Desde que se ha dejado á los hombres el cuidado de
su alma y de su vida, no hay ya ni relijion ni gobierno.

Llegué al convento de las Ursulinas, y entré. Encontrar de nuevo el culto
de mi pais, era aproximarme á la Francia de la que me alejaba un hado
celoso. La iglesia es otra patria; por lo menos, el destierro no nos
espulsa de ella.

La capilla era pequeña, pero estaba ricamente decorada. En el fondo del
santuario, bajo un palio de paño rojo bordado de oro, una madona de
mármol tenia al niño Jesus en sus brazos, y lo miraba con la ternura
inefable de una Vírjen que acaba de dar á luz al Salvador. Plantas raras,
flores desconocidas, manojos de lilas blancas rodeaban el altar que
resplandecia de luces. El órgano dejaba correr sus vagas armonías; el
incienso se elevaba en nubes atravesadas por un rayo de sol, mientras que
detrás de una reja, cubierta por una cortina, las relijiosas y las niñas
cantaban con voz dulce y lenta: _Inviolata, integra et casta est Maria_.
En un instante, y como en un sueño, volví á ver mi juventud que habia
huido, mis amigos que habian desaparecido; cai de rodillas, y lloré.
No, no es idolatría la relijion que llega al corazon por los sentidos:
¿porqué, pues, nuestro cuerpo no ha de servir al Señor lo mismo que
nuestra alma?

Salí del convento y entré á algunos pasos de allí en la iglesia
episcopal. Era la misa católica, menos bien dicha y peor cantada. A la
hora de la plática, un ministro subió á una larga tribuna; tenia bajo
el brazo un gran cuaderno que colocó delante de él y comenzó á hojearlo
lentamente. Era un manuscrito de sermones para todos los domingos y todas
las fiestas del año. Cuando el predicador hubo encontrado el discurso que
buscaba, se puso sus espejuelos y en tono monótono comenzó su lectura,
en medio de la profunda atencion de la asamblea. La que habia escojido,
era la eterna encarnacion y la consubstanciacion del Verbo, uno de
esos misterios que desafian la intelijencia humana, y ante los cuales
los fieles tienen que inclinarse. Pero, nada espanta la audacia de un
teólogo; con un testo, una definicion y dos silojismos, convertiria á San
Pablo y suprimiria la fé.

A juzgar por el silencio que reinaba, el auditorio estaba edificado.
Jenny tenia los ojos fijos en el lector y no perdia una palabra. Se
hubiera dicho que comprendia hasta las citas latinas, griegas y aun
hebraicas, de que la disertacion estaba rellena; no creia que la
escolástica tuviese tantos encantos. Yo me marché despues del primer
punto; tengo horror á esas discusiones estériles. Si se me quisiera
demostrar lo que es indemostrable, me harian escéptico. Acepto el
misterio; el me rodea por todas partes. En la naturaleza como en mi
alma, siento el infinito que me invade, pero mi razon me dice que puedo
sentirlo y no conocerlo, yo que no soy sino un átomo perdido en la
inmensidad. Yo no veo la mano que me sostiene, y que sostiene tambien los
mundos; me abandono á ella y la adoro. Para darse á nosotros, Dios no nos
dice que lo comprendamos, nos pide que lo amemos. Pasando por delante
de los Metodistas pensé en Zambo y entré por curiosidad. La reunion era
numerosa y estaba bastante animada. Las negras, cubiertas de oro y de
alhajas, ostentaban en los bancos la inmensa anchura de su velámen y
los torbellinos de sus miriñaques; los negros cantaban con voz justa y
quejumbrosa, alabando á Dios con todo el ardor de los corazones amantes.
El ministro, un negro de elevada estatura y de figura respetable, tomó la
palabra y pronunció un sermon que me instruyó y me conmovió. Donde habia
recibido aquel negro la educacion teolójica, lo ignoro; era un antiguo
esclavo, que la bondad de Dios, decia, habia rescatado de una servidumbre
menos dura y menos vergonzosa que la del pecado; pero aquel esclavo habia
sufrido y reflexionado: era un hombre! La vida le habia enseñado lo que
no se aprende en la escuela; su lenguaje enérjico y familiar iba recto al
corazon. Apercibíase uno de ello en los estremecimientos del auditorio.

Al comenzar, hizo el elojio del metodismo, relijion bendecida del
Señor, decía, á juzgar por las conquistas que hacía cada dia. Enumeró
estensamente el número de fieles y las riquezas de las iglesias. Cuatro
millones de comulgantes, doce mil pastores, diez y seis mil templos,
setenta y tres millones de propiedades, tal era el fruto de un celo que
no se dormia. A la vieja Europa, que somete la Iglesia al Estado y
la tiene en perpetua minoridad, él opuso la jóven América, que deja á
los cristianos asi el cuidado de su culto como el de su conciencia. La
libertad, decia, cuando está santificada por la relijion, hace milagros
que el viejo mundo, enterrado en sus preocupaciones, no verá nunca.
La Inglaterra, tan orgullosa de su opulencia, corrompe sus obispos,
rodeándolos de un lujo pagano, y degrada á sus vicarios condenándolos
á una miseria sin dignidad, mientras que en las Iglesias vivas de los
Estados-Unidos, la jenerosa piedad de los fieles rodea de bienestar y de
respeto á un ministro que todo lo debe á su grey. Un príncipe se cree un
nuevo Constantino cuando por casualidad elije y dota una capilla: solo
los metodistas del Norte han construido cuatrocientas cincuenta iglesias
en el año de 1860. Los pobres negros de la calle de las Acacias tratan
mejor á su capellan que lo que lo hacen los reyes de Occidente.

--Pero, continuó con una mezcla de agudeza y de injenuidad, ese ministro,
tan bien rentado, debe pagar á los negros, que lo han elejido, una deuda
que los capellanes de los príncipes no siempre chancelan. Esa deuda, es
la verdad. Oid lo que la verdad me obliga á deciros. El negro tiene el
corazon fácil y la mano liberal; eso es bueno, eso es cristiano, pero
algunas veces lleva tan lejos su jenerosidad, que pone en peligro su
alma. Nunca, direis vosotros, hemos oido semejante cosa. Se nos repite
que el cristiano espone su alma cuando cede á la avaricia, cuando se
abandona á la codicia; pero, ¿quién ha enseñado nunca que el hombre se
pierde por exeso de jenerosidad? Hermanos mios, yo os diré cual es esa
libertad pérfida; es la misma que poneis en práctica en la iglesia en el
momento en que escuchais el sermon.

Si yo condenase la cólera ó la coqueteria, la borrachera ó la licencia
¿guardaria cada uno de vosotros para sí esta leccion? ¿se aprovecharia de
ella?--Bien, diria uno de esos hombres que se alimenta con aguardiente,
reconozco ese retrato del bebedor; es de Samuel, mi primo, de quien habla
el ministro. Vaya borracho, toma todo para tí. Bien, diria una de esas
bellas Madianitas que, por enriquecerse con un traje nuevo, impulsa á su
marido á mentir y á engañar. El ministro tiene razon de desenmascarar los
vicios de mis vecinas. Tomad señorita Debora! Recojed, señora Ichabod!
Todo es para vosotras, coquetas, nada es para mí. Asi es, hermanos mios,
que de mis palabras vosotros no reservais nada para vosotros mismos;
el primer tercio se lo dais al prójimo, el segundo á vuestros amigos,
el último á vuestro marido ó á vuestra mujer. Hé ahí el modo como la
enseñanza del Señor es estéril, ved como perdeis vuestra alma por exeso
de generosidad. Cristo es jeneroso, pero de otra manera; es un avaro
que toma todo para sí: nuestros pecados, nuestras miserias, nuestras
debilidades, nuestros sufrimientos; por eso lo vemos sobre la cruz, con
la cabeza inclinada, respirando apenas como un hombre agoviado de dolor.

¿Cuando, pues, hermanos mios, cuando le reclamaremos la parte del peso
que nos corresponde?

¿Cuando aliviaremos de esa carga á nuestro Redentor y á nuestro amigo, á
Cristo, muerto por el esclavo y por el pecador?

A este llamamiento la asamblea se arrodilló, y, en medio de las lágrimas,
una formidable _Aleluya!_ se alzó hasta el cielo. El movimiento fué
admirable; me entristeció. No soy ni aristócrata ni plantador; creo que
el negro no es un mono, puesto que tiene manos y que habla; pero, despues
de lo que acababa de oir, comenzé á sospechar que el negro era un hombre
como yo, y quizá mejor cristiano; este pensamiento me dió miedo. ¡Zambo,
hermano mio! Jesu-Cristo muerto por esas cabezas crespas! era mas de lo
que podia soportar mi orgullo.

--Si eso es cierto, decíame al salir, qué clase de crimen es la
esclavitud! Esa guerra cívil que arruina al Sud, ¿no será el castigo con
que Dios hirió á Cain?



CAPITULO XVIII.

Un chino.


Eran las once y media, Truth debia predicar á medio dia; apresuré el
paso para llegar á buena hora á la asamblea congregacionalista, pero no
pude resistir al deseo de visitar el templo chino. Tenia curiosidad de
ver como habian acomodado el cristianismo los hijos de Confucio en un
pais donde reina la anarquia relijiosa, madre de todas las demas. Una
voz secreta me decia que un viejo pueblo gastado tendria mas tino y mas
sabiduria que la jeneralidad de los protestantes.

Al entrar, lanzé un grito de disgusto. Estaba en una pagoda budista
frente á mi, en lo alto de una plataforma, en un nicho tallado y
torneado estaba un espantoso figuron de madera pintado y dorado, con las
piernas cruzadas. Era Buddha, con su vientre enorme, su cabeza calva, su
chichon en la frente, sus grandes orejas y sus ojos tamaños. Cierto, soy
liberal y me vanaglorio de ello. Hace treinta años que estoy suscrito
al _Constitutionnel_, y no he cambiado desde entonces ni mas ni menos
que mi diario. Como el, y sin saber porque, odio al jesuita, que es el
distintivo de los espíritus fuertes; pero servirse de la libertad para
entronizar la idolatria, eso es demasiado! Acepto el luteranismo, el
calvinismo, el judaismo y hasta el islamismo, con tal que no salga de
Arjelia; pero ir mas lejos ya no es liberalismo, es paganismo. Tanto
valdria volver al culto de Mithra.

En la pagoda no habia sino dos niños, dos horribles chinitos, colocados á
cada lado de la plataforma. A la manera de tostadores de café, cada uno
de ellos daba vueltas á un cilindro horizontal, orlado ó mas bien mechado
de una multitud de papelitos. Era un culto enteramente nuevo para mi.

El ruido de mis pasos hizo salir de una celda vecina á una especie
de monje. Su túnica rojiza y remendada, sus piés desnudos, su cabeza
afeitada, sus ojitos torcidos, su cutis amarillo y arrugado le daban el
aspecto de una vieja disfrazada de capuchino; era un bonzo. Acercóse á
mi, y sin hablar me tendió un plato de madera; puse en él una limosna
para librarme de aquel mendigante.

--Gracias, hermano, me dijo en escelente inglés. Que el divino Fó,[31]
recompense tu caridad. Ojalá, que en la otra vida, no renazcas jamás bajo
las facciones de una mujer ó de un chacal.

Y dejándome suspenso el bonzo con su singular bendicion subió al altar,
sacó de un pequeño armario algunos pedazos de papel plateado ó dorado, y
los quemó bajo la nariz del ídolo.

--¿Qué haceis ahí? le pregunté.

--Hermano, respondió, acabo de cambiar la moneda de diez _centavos_ en
lingotes de oro y plata, y los he ofrecido al señor de la verdad.

--Vuestros lingotes son de papel, y no valen dos ochavos.

--¿Qué importa? dijo el monje, Fó mira la intencion, no el metal.

--Ah! si nuestros ministros de hacienda fuesen Chinos! iba á esclamar;
pero guardé para mi esa refleccion temeraria, y pregunté al bonzo que
hacian aquellos niños, cuyo brazo era infatigable.

--Ruegan por el mundo entero, respondió. En cada uno de esos papeles está
escrita la sílaba sagrada; y diciendo esto, se prosternó gritando: OM!
OM! OM! Cada uno de esos cilindros lleva un millar de esas santas divisas
y hace cincuenta revoluciones por minuto, tres mil por hora, setenta y
dos mil de sol á sol. Son pues, ciento cuarenta y cuatro millones de
oraciones, las que se elevan cada domingo de solo este templo. Durante
la semana hay muchas mas, hago dar vuelta mis cilindros á el vapor; pero
el domingo, en este pais de infidelidad, hasta las máquinas observan el
sábado, y me veo reducido á las manos de estos niños. Me dió horror la
necia credulidad de aquel idólatra.

--¿Cómo os sufren en una tierra cristiana? esclamé. Si existiera
todavia la fé en Israel, haria mucho tiempo que os habrian esterminado,
sacerdotes de Baal.

--Porqué no nos han de soportar, respondió el bonzo con voz tranquila; la
libertad es como el sol, luce para todo el mundo. Los Americanos envian
misioneros á la China ¿porqué los Chinos no han de enviar misioneros
á América? Dicen que la Francia ha hecho la guerra al hijo del Cielo
solo por vengar la muerte de algunos frailes legalmente asesinados por
nuestros mandarines; agregan que ha restablecido en Pekin la iglesia
católica cerrada tanto tiempo há; maldigo la sangre derramada por ambas
partes, mi relijion tiene horror al asesinato y no conoce mas armas que
la paciencia y la dulzura; pero bendigo la libertad conquistada, y pido
que les haga tan buen provecho á los chinos como á los franceses.

--¿Una pagoda en los campos Eliseos?

¿Figurones oficiales?--Buen hombre, estais loco: en Paris, no necesitamos
Chinos. Tenemos bastantes........ de porcelana.

--Me parece, continuó el monje con una calma ridícula, que los derechos
son recíprocos. Si es bello, si es justo abrir una capilla en Pekin
¿porqué ha de ser injusto abrir una pagoda en Paris, y predicar
libremente la libertad?

--Bonzo estúpido, esclamé arrebatado por un celo santo; ¿te atreves
á hablar de verdad? ¿No sientes que tu doctrina es una mentira, y tu
culto una idolatría? Si lo ves, eres un charlatan á quien es necesario
castigar; si no lo ves,--el primer deber del Estado, es cerrarte la boca,
para que con tu ignorancia no le eches á perder sus súbditos. La libertad
del error, es la libertad del veneno, de la tea y del puñal; solo la
verdad tiene el derecho de hablar.

--Yo creia, dijo el Chino, que en Francia y en Inglaterra habia muchas
iglesias cristianas, y hasta sinagogas judias.

--Sin duda, que en Francia mismo el Estado paga todos los cultos
reconocidos; porque la Francia, has de saberlo buen hombre, está á la
cabeza de la civilizacion, ya se trate de libertad relijiosa como de
todas las demas libertades.

--El estado, continuó el bonzo, ¿reconoce entonces tres ó cuatro verdades
relijiosas que se combaten y destruyen mutuamente? Para los cristianos,
por ejemplo, Jesus es un Dios: ¿qué es para los judios?

--Amigo mio, dije á aquel bárbaro, tengo lástima de tu ignorancia. Si tu
pudieras comprender lo que es la verdad oficial, sabrias que ella vive de
contradicciones. Es el sueño de Hegel realizado. La tésis y el antítesis
se mezclan y se confunden en una sintesis admirable.

El bonzo abrió sus pequeños ojos y alzó la cabeza hácia el cielo.
Era visible que las grandes concepciones de la Europa civilizada no
podian entrar en aquel estrecho cérebro. Hubiera creido que habia menos
distancia entre un filósofo aleman y un Chino. Reproduje mi demostracion
bajo otra forma, es decir que cambié las palabras, sin inquietarme de
las cosas: es el verdadero modo de adelantar una discusion.

--La verdad que proteje el Estado, dije al infiel, no tiene nada de
comun con la verdad vulgar. Es una verdad grande, comprehensiva, que
abraza todas las comuniones nacidas de la Biblia, nuestro libro sagrado.
El judaismo, el cristianismo y hasta el islamismo son ramos de aquella
relijion primitiva, tan antigua como el mundo y que tiene de su parte el
número, la moral, la civilizacion. Fuera de esas Iglesias, que se dividen
el universo, no hay sino idolatría y barbárie. Convertiros á cañonazos,
es nuestro derecho y nuestro deber. La verdad jermina en los surcos
sangrientos que abre la guerra; el Dios de los cristianos es el Dios de
los ejércitos, _Dominus Sabaoth!_

--Tú no eres Yankee, esclamó el fanático, cuyo ojos brillaron de repente
con un resplandor estraño. Te observo desde que estás aquí. En la figura
del Sajon hay algo del toro y del lobo; en la tuya hay algo del mono y
del perro. Tienes miedo de la libertad, hablas de lo que no sabes y haces
frases. Tú eres Francés!

Y viéndome mudo de sorpresa:--¿Te atreves, dijo, á hacer del número la
prueba de la verdad?--El número, le tenemos de nuestra parte. ¿Cuántos
sois vosotros los católicos? Ciento treinta millones. ¿Cristianos?
Trescientos millones á lo mas. Nosotros somos quinientos millones de
budhistas; nuestra fé se estiende de Kamschatka hasta el mar Blanco, ella
dulcifica las tribus salvajes, encanta á los Chinos y á los Japoneses,
es decir, á pueblos civilizados ya, en un tiempo en que la Europa era un
bosque y la América un desierto. ¿Hablas de antiguedad? Pero ¿sabes acaso
que en tiempo de Alejandro el budhismo habia tenido ya sus concilios, y
que las inscripciones del rey Azoka, grabadas en las rocas de la India
predicaban al universo la limosna y el sacrificio? ¿No sabes que el
judaismo es una reforma de la relijion alterada por los bracmanes, y que
los Vedas, los libros santos de nuestros antepasados, remontan á los
primeros dias del mundo?--Dejemos á un lado el número y la duracion: son
quizá accidentes felices. ¿Cuál es la relijion que ha predicado primero
la pobreza voluntaria, la abnegacion y la caridad? ¿Ignoras tú que Fó
ha tenido quinientas cincuenta existencias, y que en cada una de esas
encarnaciones se ha sacrificado? El se ha convertido en cordero para el
tigre, en paloma para el halcon, en liebre para el cazador hambriento.
¿No has leido la historia de Vesavantara, dando por caridad sus hijos
y su mujer? ¿No somos nosotros la única comunion que por horror al
asesinato, se abstiene de la carne y de la sangre de los animales? ¿Yo,
no tengo un filtro ahí para beber mi agua, á fin de economizar la vida de
algun arador invisible? De vosotros los cristianos se dice, que vuestra
historia relijiosa no es sino una série de querellas, de guerras y de
carnicerias. Víctimas hoy dia, mañana sois verdugos. Entre nosotros, los
budhistas, no hay sino mártires. En dos mil cuatrocientos años, nuestra
sangre ha sido derramada mas de una vez, se nos ha espulsado de la India;
pero nuestras manos se han conservado puras. No tenemos nada que borrar
de nuestros anales; ¿qué relijion puede decir otro tanto?

--Vuestro Evanjelio anuncia una doctrina admirable; lo sé y no juzgo de
la fé de los cristianos por su conducta. Las palabras y los sufrimientos
de Cristo me han conmovido hasta lo íntimo del corazon. Pero me han
criado en otras ideas: me he consagrado hace veinte años á una vida de
pobreza que me sostiene y me consuela. Como vosotros, los cristianos,
he conservado la fé de mis padres; como vosotros, no puedo acusar á mis
abuelos ni de mentira ni de error. ¿Cuál de nosotros se engaña? ¿Cual
de nosotros tiene la verdad de su parte? Lo ignoro, y no deseo sinó
ilustrarme. Concluyamos con el reinado de la violencia, acabemos con la
ignorancia y el desden; demos pleno curso á todas las creencias; dejemos
á la razon hacer la obra que Dios le ha confiado.--A la luz del dia
desaparecen todas las sombras. Abandonada á si misma, la relijion que
venga de los hombres se deshará como la nieve: la que venga del Cielo se
elevará como una encina y cubrirá la tierra con sus ramas. Abrid el mundo
á la palabra: tengo fé en la libertad; porque tengo fé en la verdad.

--Tú no eres sino un Chino, le dije; y alejándome con un paso majestuoso,
dejé á aquel miserable confundido con mi superioridad.



CAPITULO XIX.

Un sermon congregacionalista.


Cuando llegué á la asamblea, aun no habian comenzado los oficios. Nada
hay tan triste como un templo protestante. Solo bancos de encina,
ensambladuras que oscurecen los muros; nada de cuadros, nada de flores,
nada de luces; algo descolorido y de melancólico que hiela los sentidos.
Diríase que es un culto hecho para los ciegos. Me engaño, habia un
adorno: era un gran carton sobre el cual estaba escrito con cifras
enormes el número 129.

La iglesia estaba llena; pero de una multitud muda. Inmóvil en su asiento
y absorto en su libro negro, cada fiel oraba, como si estuviera solo en
el mundo con Dios. Nada de ruido, ni de sillas que se mueven: nada de ese
encantador cuchicheo y esas reverencias entre las damas, que se felicitan
de hacer admirar su piedad y su vestido; nada de ese desórden amable que
hace que nuestras iglesias se asemejen á un salon de buena sociedad:
aquello era el silencio de un bosque.

Por fin el Ministro entró. Una armonia mas suave que el suspiro del
viento sobre la ola alzóse inmediatamente de todos los bancos. Hombres,
mujeres, niños, todos cantaban con toda el alma, con un ardor y un ímpetu
infinitos. Por vez primera, sentí, que la forma natural de la oracion,
es el canto. Admirado de mi silencio, un vecino me mostró con el dedo
la cifra misteriosa y me ofreció su libro de cánticos en el que estaba
marcada la música. Se cantaba el salmo 129, ó mejor dicho, una imitacion
cristiana de esa plegaria sublime que la Iglesia católica ha adoptado
para los oficios de los muertos. Para llamarla por su nombre, era el
_Deprofundis_, grito de esperanza y de amor, cuya costumbre nos oculta su
belleza.

    N’entends-tu pas mes cris au fond de cet abîme?
        O mon Dieu, je meur loin de toi!
    Écoute-moi, Seigneur je confesse mon crime,
        Pardonne-moi! pardonne-moi!
    Si d’une exacte main tu calculais l’offense,
        Qui subsisterait devant toi?
    Mais c’est toi qui toujours nous offre ta clémence,
        Aussi je m’assure en ta foi.
    Oui! je prends pour appui ta parole éternelle,
        Mon âme espère ton amour;
    Et je l’attends, mon Dieu! comme la sentinelle
        Attend la naissance du jour.
    Courage donc, mon âme! Il est là-haut un père
        Qui te regarde en ta prison;
    C’est lui qui d’Israêl rachète la misère,
        C’est lui qui paiera ta rançon.[32]

Concluido el canto, Truth tomó la palabra.

De Maistre tiene razon en definir así al ministro protestante: _Es un
caballero vestido de negro que dice cosas bastante honestas_; jamás
hombre alguno ha tenido menos apariencia sacerdotal que mi pobre
amigo. Ni traje que lo distinguiera de su grey, ni tribuna alta que le
permitiera dominar el auditorio: hablaba de pié, con una familiaridad
enteramente fraternal. Hubiérase dicho que exprofeso se rehusaba los
recursos de la elocuencia. Esa voz que truena y que se dulcifica, ese
brazo que llama la venganza ó invoca el perdon, esas manos juntas
levantadas hácia el Cielo, esos ojos que buscan á Dios y se iluminan á
su vista, todas esas bellezas del arte cristiano, Truth las ignoraba.
Apenas movia la mano, apenas alzaba la voz, y sin embargo, habia en
aquella palabra sencilla no sé que armonia que conmovia todas las fibras
del corazon. Jamás ese velo del lenguaje que oculta siempre la idea, fué
mas leve ni mas diáfano. No era todavia un orador lo que se oía; era un
hombre y un cristiano. Según una frase banal, Truth hablaba _como todo el
mundo_, es decir, como cada cual quiere hablar: y como nadie lo hace.
Pertenece solo á las grandes almas el espresar familiarmente los grandes
pensamientos. El arte, que no es mas que una imitacion, no puede ir hasta
allí.

Hé aquí, poco mas ó menos cual fué su discurso. ¿Pero cómo describir el
tono de aquella voz conmovida? Las palabras se hielan en el papel: son
flores marchitas que pierden el color y el perfume. Ensayemos sin embargo
de dar una idea de aquella enseñanza, que me hizo una impresion profunda,
tanto mas, cuanto que en aquel modo libre de tratar el Evangelio habia
una audacia y una novedad, que me sorprendieron y asustaron.

                           JUAN XVIII, 37, 38.

    _Entónces Pilatos le dijo: “¿Conque tú eres rey?” Respondió
    Jesus: “Y si es como dices, yo soy Rey.” “Yo para esto nací y
    para esto vine al mundo, para dar testimonio de la verdad: todo
    aquel que es de la verdad, escucha mi voz.”--Pilatos, le dice:
    ¿Qué es la verdad? Y cuando esto hubo dicho, salió......_

    CRISTIANOS, HERMANOS MIOS:

    Entre los nombres que Cristo ha tomado sobre la tierra, no hay
    ninguno que aparezca tan amenudo como el de _Verdad_. Delante
    de Pilatos, en la hora suprema, Jesus se declara Rey; pero de
    un reino que no es de este mundo, el reino de la verdad. La
    víspera de su muerte, en su última comida con los discípulos,
    les deja en adios esta gran palabra: _Yo soy el camino, la
    verdad, y la vida. Nadie viene al Padre sino por mi_[33].
    En otros términos, si queremos traducir á nuestras lenguas
    modernas aquella forma hebraica: _Yo soy la verdad viva que
    conduce á Dios_.

    _La verdad viva_ ¿comprendeis el sentido y el alcance de
    esas palabras? ¿No hay muchos entre vosotros para quienes la
    verdad no es mas que la relacion de las cosas entre ellas,
    una ecuacion, una cifra, una abstraccion? No es para algunos,
    solo una palabra vacia de sentido, un sinónimo de la opinion
    que cambia y se destruye sin cesar? Cuántos son los sábios
    que espontáneamente dirian con Pilatos “_¿Qué es la verdad?_
    ¿La paradoja de ayer, el error de mañana?” Lo único cierto es
    el interés de la hora presente. Agradar al César, gozar, y no
    preocuparse del dia siguiente, es la suprema filosofia de las
    jentes que cuentan morirse enteros. No consintamos esa vuelta
    del escepticismo pagano. Seria condenar nuestro espíritu á
    la servidumbre, nuestro corazon á todas las corrupciones, á
    todas las cobardias. Como en los primeros dias del Evanjelio
    _busquemos la verdad, la verdad nos emancipará_[34].

    Cuando la locomotora atraviesa nuestras calles arrastrando tras
    de ella un largo convoy, ¿por qué os haceis á un lado al oir
    la campana que anuncia su paso? Porque os han enseñado que esa
    masa que avanza os aplastaria con toda la fuerza de su peso,
    multiplicada por su lijereza. Hé ahí una verdad científica
    que para vosotros no es mas que una abstraccion. Ella se ha
    convertido en una conviccion enérjica que guarda y salva
    vuestro cuerpo. Esa conviccion es ahora parte de vosotros; ella
    vive como vosotros.

    En esta ciudad, que se gloria de su civilizacion, hay millares
    de hombres que se embrutecen y se matan por la locura del
    alcohol. ¿Por qué hermanos mios, no os abandonais á esa pasion,
    mas terrible, pero menos culpable que otros vicios de que os
    sonrojais? Es porque sabeis que el alcohol es un veneno que no
    perdona. La ciencia os sirve de virtud, Hé ahí una verdad mas,
    fisica y moral á la vez, que una vez que ha entrado en vuestra
    alma, se identifica con vosotros.

    ¿Es esto todo? No conoceis nobles corazones para quienes la
    lujuria, la ambicion, la avaricia, son mas repelentes aun
    que la embriaguez? Preguntádselo al padre á quien han robado
    el honor de su hija; preguntádselo á la madre cuyo hijo ha
    perecido en alguna rejion lejana, preguntádselo al hombre que
    le disputa á la usura, la vida de su mujer y de sus hijos?
    Esas pobres víctimas, odian por experiencia el vicio que han
    sufrido; otras hay mas felices, deben á la educacion toda su
    ciencia. La piedad de una madre; la abnegacion del maestro,
    es lo que les ha inspirado el instinto que las salva. Hé
    ahí una verdad viva mas, verdad que confesamos por nuestros
    remordimientos, en el momento mismo en que rehusamos escucharla.

    En nuestra república hay patriotas que resisten á los caprichos
    de la multitud. ¿Es esto orgullo, cálculo? No, con tal que
    domine, el orgullo se acomoda á todas las bajezas; el interés
    encuentra su conveniencia en plegarse bajo el viento. Pero una
    alma pura, un espíritu ilustrado vé de mas alto y de mas léjos.
    Hombre ó pueblo, quien dice despota, dice un amo cuyas pasiones
    se descadenan, y que no puede escapar á los bajos apetitos de
    los que lo rodean y lo engañan. Guerras criminales, gastos
    locos, corrupcion en lo alto, miseria é ignorancia en lo bajo,
    hé ahí los frutos de todo poder sin freno, el flajelo de toda
    fuerza que nada modera! El que esto sepa no descenderá jamás al
    oficio de adulador. La verdad aisla y consuela en su soledad á
    las almas que no pueden envilecerse.

    Esas son, direis, vosotros, viejas máximas que andan por
    todas partes. Hace mas de veinte siglos que las enseñan en
    la escuela; y el mundo no anda mejor. ¿Por qué? Es que en
    los libros de donde se la deja, la verdad está muerta; dadle
    vuestro corazon, uníos á ella; y vivirá. Se hará vuestra
    conciencia, vuestro honor, vuestra salud. El espíritu es como
    el cuerpo: no se alimenta con palabras; necesita la sustancia
    de las cosas. Arrojar la libertad á un pueblo esclavo, es
    confiar á niños una arma que hará esplosion en sus manos. ¿Por
    qué? Porque el respeto de sí mismo y el de otro, el sentimiento
    del derecho, el amor de la justicia, esas condiciones
    esenciales de la libertad, no son artículos de ley; no se
    decretan. Son virtudes que el ciudadano adquiere á fuerza de
    paciencia y de ejercicio. Mientras que la libertad no viva
    en las almas, no será sino _un bronce sonoro y una cimbala
    estrepitosa_; cuando haya penetrado en nosotros hasta la médula
    de los huesos, ni la perfidia ni toda la furia de los tiranos
    podrán arrancarla.

    Hay pues verdades vivas que están á la vez en el corazon y
    en nosotros. Ellas son las que nos ponen en relacion con la
    naturaleza y nuestros semejantes. Al revelarnos las leyes del
    mundo físico, nos lo someten; en cada hombre que piensa como
    nosotros, ellas nos hacen reconocer á un amigo y á un hermano.
    Pero esta luz que basta para guiarnos aquí abajo, no enardece
    nuestro corazon. Encanta nuestro espíritu, modera nuestras
    pasiones, ilumina y dulcifica nuestro egoismo; no dá la
    felicidad. El hombre tiene una sed de infinito, una impaciencia
    de la tierra, una necesidad de amar que la ciencia no puede
    satisfacer. Para procurarnos el bien por el cual nuestra
    alma suspira, necesitamos una nueva verdad, que nos ponga en
    relacion con Dios, que esté en nosotros y que esté en él. Esa
    verdad, que no puede ser sino Dios mismo, nos es necesario
    conocerla y amarla.

    Amar á Dios, y en cambio ser amado de él es lo que la sabiduria
    antigua no ha podido nunca comprender; la filosofia moderna
    perece por la misma impotencia. En vano la conciencia busca
    á Dios, en vano le llama con la pasion del náufrago que vá á
    zozobrar, la fria razon está allí para repetirnos que entre
    Dios y el hombre, entre el infinito y la creatura de un
    dia, hay un abismo que nada puede franquear. Una naturaleza
    inflexible, un Ser Supremo, esclavo de sus propias leyes: hé
    ahí todo cuanto puede ofrecernos el mayor esfuerzo de los mas
    grandes espíritus. El amor de Dios es una ilusion, la oracion,
    ese grito del alma, es un vano murmullo que muere en un cielo
    mudo. Calla mortal; ahoga tu corazon, enciérrate en una
    resignacion desesperada; no eres sino un átomo, demolido por la
    rueda de la inexorable fatalidad.

    Y bien hermanos mios, hace diez y nueve siglos que un hombre
    vino á la tierra para anunciar _la buena nueva_, para acercar á
    Dios y á la humanidad. Ese profeta se llamó el Hijo de Dios y
    el Hijo del hombre, (ó lo que no es quizá sino otro nombre del
    mismo misterio) se llamó la luz y la verdad. _Yo soy, ha dicho
    él, él camino, la verdad y la vida. Nadie viene al padre sino
    por mi._ El mundo lo ha escuchado: el mundo lo ha creido. Desde
    el dia en que el verbo se ha hecho carne, en que la verdad
    divina ha tomado cuerpo, la fé, la esperanza, y el amor han
    aparecido aqui abajo y han entrado en el corazon del hombre.
    Ese problema, que la razon declara imposible, donde ella no
    vé sino proposiciones contradictorias, Cristo lo ha resuelto.
    Una verdad viva, una verdad encarnada, que Dios puede amar
    como á un hijo, y que el hombre puede amar como un salvador,
    hé ahí el vínculo de union que ha ligado el cielo y la tierra,
    que ha dado un padre á la humanidad, é hijos á Dios! Ahí está
    el misterio de la revelacion, ahí la prueba de su divinidad.
    Nunca el espíritu del hombre por sí solo se habria elevado
    hasta esa concepcion que confunde nuestra intelijencia, y que
    la ilumina sin embargo con un esplendor infinito. Sí, si Dios
    ama á los hombres, no puede ser sino amándose á sí mismo, en
    la contemplacion de su eterna verdad; sí, sí el hombre puede
    rendir á Dios un culto que no sea una injuria, es cuando adora
    un rayo de esa suprema luz, que no desdeña descender hasta él.

    Amar á Cristo, es amar la verdad, amar la verdad es amar á
    Cristo, Hé ahí el gran secreto del Evanjelio. El que no lo
    comprenda, no es cristiano sino en el nombre.

    Ahora, hermanos mios, entrad en vosotros mismos, y reflexionad.
    ¿Cuando amais á Cristo, qué amais? Por ventura, ¿no es
    al mártir que ha dado su vida por los suyos? ¿No es al
    crucificado, cuyas heridas sangran todavia? Tened cuidado, eso
    no es sino un amor humano: todas las relijiones, todos los
    partidos tienen sus mártires. Cristo exije mas, Cristo es algo
    mas que un cadáver adorado cuyas llagas se besan; Cristo es la
    verdad: á ese título es que os pide vuestro amor. ¿Así es como
    lo amais?

    Vosotros teneis fé, sin duda; creeis en el Evanjelio. ¿Pero
    no es esto una preocupacion hereditaria, un símbolo que no os
    atreveis á mirar de frente, de miedo de encontraros infieles?
    ¿Razonais vuestra creencia; le quitais todo amalgama judaico
    ó pagano que altere su pureza? ¿Haceis de vuestra fé la regla
    de vuestras acciones? ¿Quebrais con el mundo y con vosotros
    mismos? ¿Decis con el profeta y el apóstol: _Yo he creido, por
    que he hablado_? Si es asi, amais á Cristo como él quiere que
    lo amen; amais la verdad.

    Pero si la relijion no es para vosotros sino una ceremonia;
    sino buscais en ella sino un refujio contra la verdad que
    os persigue; si vuestra fé muere en vuestros lábios y no se
    traduce en acciones, si entregados del todo á vuestra fortuna ó
    á vuestro reposo, temeis menos al error que al escándalo; si en
    vuestra cobarde prudencia, dejais á Dios el cuidado de defender
    él mismo su palabra; si vuestra caridad no se emplea sino en
    aliviar las miserias del cuerpo, y no combate la ignorancia y
    el vicio; si no sentis que vuestro primer deber es arrancar las
    almas inmortales de la servidumbre del pecado; si no teneis
    esa santa locura que desafia y pisotea la sabiduria del siglo;
    si vosotros mismos en fin, no haceis las obras que Cristo ha
    hecho aquí abajo, no os engañeis, hermanos mios: quiero creer
    que sois hábiles, prudentes, discretos, sensibles; pero no sois
    cristianos, no amais la verdad.

    Tengo dudas, decis; si yo os creyera, amaria á Cristo.

    Y yo digo: Amadle, y en seguida creereis. Amadle como á la
    verdad viva y que conduce á Dios.

    Os desagradan estas ceremonias, dejadlas; estos dogmas os
    aterran, hacedlos á un lado; quizá es esta una invencion
    humana, quizá lo comprendereis mas tarde; Cristo no ha
    establecido ceremonia ni dogma. Simplificad vuestra fé,
    y como ha dicho el mas creyente y el mas animoso de los
    apóstoles: _No apagueis el espíritu....probadlo todo, guardad
    lo que es bueno_.[35] Hay en el Nuevo Testamento pasajes
    que os confunden, hacedlos á un lado. ¿Qué importa que los
    Evanjelistas difieran entre ellos, si el Evanjelio está siempre
    acorde consigo mismo, si en las palabras de Cristo se vé
    siempre la llama de la eterna verdad?

    ¿Cristo es acaso para vosotros un objeto de escándalo? ¿No
    habeis comprendido todavia que era necesario que la verdad
    se encarnara para que fuese viva y pudiéseis amarla? Y
    bien! Cristo mismo tiene piedad de vuestra debilidad y os
    devuelve vuestra libertad: _Si alguno habla contra el Hijo
    del hombre; le será perdonado; pero si alguno blasfema contra
    el Espíritu-Santo_ (ó en otros términos _el espíritu de
    verdad_,[36]) _no le será perdonado_.[37] Buscad entonces
    la verdad _por ella_ como decis, pero buscadla de buena fé;
    despues de un largo rodeo, la verdad os conducirá á Cristo.

    La verdad, decis, la busco y no la encuentro. No, hermano mio,
    vos no la buscais. El orgullo de vuestro espíritu, las pasiones
    de la carne son las que os retienen, la ciencia se os escapa
    quizá, pero la verdad moral, la verdad religiosa, vosotros
    sabeis donde está.

    Ella está ahí, en vuestro hogar, muda, velada como el Alcesto
    escapado del reino de los muertos, allí os espera.

    Bien lo sabeis, cuando volveis fatigados de la vida y de
    vosotros mismos, allí está ella mirándoos bajo su velo; y esa
    mirada os juzga. Durante la noche, cuando en la sombra, y solo,
    pensais en las ambiciones y quizá en los crímenes del dia
    siguiente; ella está allí, siempre allí, su ojo os sigue en las
    tinieblas; su silencio os hiela. Despreciais á los hombres, os
    jugais de las leyes, pero temblais delante de ese espectro que
    no podeis ni corromper ni matar.

    Vosotros no huireis jamás de ese centinela que vela al rededor
    de vuestra alma. Llegará una hora en que la mano de la muerte
    pesará sobre vuestra frente, en que no vereis sino en una nube
    todo lo que amais; vuestro dinero, vuestros honores, vuestra
    mujer, vuestros hijos. Pero, en medio de la desesperacion y
    de las lágrimas, siempre estará allí, esa figura encubierta,
    pronto á recibiros y á arrebataros al mundo invisible.
    Culpable ó inocente no escapareis á ella; ella será vuestro
    remordimiento ó vuestra esperanza.

    Seguidla pues aquí abajo; seguidla en medio de vuestras
    tribulaciones y de vuestras incertidumbres; seguidla, apesar de
    vuestra incredulidad. Uníos á la verdad, ella os salvará. Sí,
    cuando hayais franqueado la vida, esa figura arrojará su velo,
    y Cristo, visible en fin, en todo el esplendor de su divina
    sonrisa, Cristo os dirá: “Hijo mio, reconóceme, soy la verdad.”


Salí de la asamblea, á las últimas palabras de este discurso y corrí á
una sala vecina. Recibí en mis brazos á Truth, jadeante, casi desmayado.
Le tomé la mano, estaba abrazadora.

--Desgraciado le dije, os matais!

--Amigo mio, murmuró reposando su cabeza sobre mi hombro, hagamos nuestro
deber; lo demas es vanidad.



CAPITULO XX.

Un luncheon[38] de ministros.


El nuevo apóstol fué conducido á su casa por mí, en medio de la multitud
que le felicitaba. Truth, tenia gran necesidad de reposo. Le incité á
echarse un rato en su cama. Pero desgraciadamente tuvo que pagar su
tributo personal permaneciendo de pié. La señora Truth habia preparado un
formidable _luncheon_ para los amigos de su marido, dignándose darme un
puesto entre los invitados.

Jenny y Susana estaban allí, encantadas del sermon que acababan de oir,
sin comprenderlo quizá. Es increible el imperio que la palabra ejerce en
las mujeres. Mas de una vez estando solo en mi cuarto, me he preguntado
á mí mismo, cerrando las puertas con dobles cerrojos, si la mujer no era
naturalmente superior al hombre. Ella tiene pasiones menos violentas y
mayor facilidad de educacion. Cuando Adan se adormecía en su inocencia,
Eva tenia ya curiosidad de saber. Paréceme que si de entonces acá,
nosotros hemos heredado la _bonhomia_ de nuestro primer padre, las hijas
de Eva no han dejenerado de su abuelo. Yo creo, con Moliére, que es
prudente no instruir á este sexo malicioso é inquieto. Manteniendo á las
mujeres en una honesta ignorancia dámosles todos los vicios; pero á la
vez todas las debilidades de la esclava; nuestro reinado está asegurado.
Pero si educamos esas almas ardientes é injénuas, si las inflamamos con
el amor de la verdad, quien sabe si no se avergonzarian muy pronto de la
necedad y brutalidad de sus amos? Guardemos el saber para nosotros solos;
él es quien nos divinisa:

    “_Notre_ empire est détruit si l’homme est reconnu.”

Sentáronse á la mesa, y lo confieso, parecióme una feliz determinacion.
En mi ardor relijioso habia olvidado de almorzar, de suerte que mi
_bestia_ comenzaba á sufrir. La dueña de casa hízome el honor de
sentarme á su izquierda y junto con el té sirvióme dos ó tres tajadas
de jamon de Cincinnati, que me costó gran trabajo devorar decentemente.
Susana hacíame señas con sus grandes ojos, como reprochándome mi
voracidad. En esto reconocí á mi hija; por que en los Estados-Unidos, lo
mismo que en Francia, son los niños los que en toda casa decente le dan
la leccion á su padre.

Asi que mi terrible hambre se hubo aplacado un poco, entablé conversacion
con mi vecina; era esta una excelente y amable persona que adoraba á su
marido, lo cual es costumbre en América. La salud de Truth me inquietaba;
yo tenia para mí que el púlpito le agotaria mas pronto que el diario,
y hé ahí lo que traté de insinuarle diestramente á su mujer. Por no
alarmarla, la dije en términos jenerales que la palabra era un oficio
duro, y que ciertos temperamentos nerviosos y delicados tenian á veces
necesidad de un reposo absoluto. Tarea inútil! La señora Truth no habló
sino de la grandeza de su nuevo estado. El orgullo la embriagaba.

--Ser esposa de un pastor, hé ahí el sueño de todas las jóvenes, me
decia. Si supiérais que pena tuve cuando mi querido Joel renunció á su
primer vocacion para hacerse diarista! Solo el ministerio puede colmar
todos los votos de una mujer; solo así es que ella puede ser la compañera
de su marido, su verdadera mitad, en toda la estension de la palabra.
Tener las mismas penas, los mismos placeres, los mismos deberes.

--Predicais acaso vos tambien, la dije.

--En la Iglesia no, repuso; el apóstol Pablo, nos lo prohibe. Pero
qué! es por ventura solo en el templo donde se ejerce el ministerio y
se anuncia la palabra de Dios? Instruir á las niñas, aconsejar á las
jóvenes, visitar las recien paridas, llorar con las viudas, velar los
enfermos, leerles el Evanjelio, y ayudarles á bien morir, si necesario
fuese; hé ahí diversas obras en que puedo ayudar, y algunas veces, hasta
suplir á mi marido. Joel, añadió, alzando la voz, ¿no es verdad que yo
soy vuestro vicario, y que vos teneis confianza en mi?

A este singular discurso, que, cosa estraña, no sorprendió á nadie
sino á mí, Truth contestó haciendo una seña con la mano y sonriéndose
dulcemente. La mujer de un pastor, convertida en pastor á su vez y en
sub-ministro! Semejante absurdidad no habia nunca crusado mi mente.
Verdad es que siempre he vivido en un pais razonable. El baile y la olla,
hé ahí para una francesa los dos polos de la existencia. Salir de ellos
es un desórden, y lo que es peor, ridículo.

--Sin embargo, continuó la señora Truth, hay todavia algo mas bello que
el ministerio, es la mision.

--Teneis mujeres misioneras? esclamé espantado.

--No, contestó ella; solo los católicos tienen ese privilejio que yo les
envidio. Nosotros no tenemos hermanas de caridad; tenemos simplemente
mujeres de misioneros. Es un papel que siento no poder desempeñar.
Compartir uno las tareas de su marido; participar de sus peligros, eso es
grande á los ojos de Dios. No os asombreis de mi ambicion; soy hija de
ministro; mis dos hermanas se han casado con misioneros. El uno está en
el Cabo, el otro en la China, y las dos bendicen al Señor que les ha dado
una suerte gloriosa.

--Vuestros misioneros casados, contesté yo, no tienen una vida muy ruda,
que digamos. Llevar consigo su mujer, sus hijos, su hogar, es cambiar
apenas de patria. Unid á esto una instalacion cómoda y fija, acompañada
de un buen sueldo, y convenid conmigo en que bajo tales condiciones, no
se necesita una gran virtud para predicar el Evanjelio.

--Deveras? repuso mi vecina, asombrada de mi ironia, añadiendo en
seguida: Ignoro si vale mas atravesar el mundo, sembrar de paso la
palabra de Cristo, y confiar su jérmen á la gracia de Dios, que
encerrarse en un campo limitado para plantar en él, regar y cultivar
hasta la mies de ese precioso grano; pero lo que yo sé es, que la
felicidad de tener uno á su lado lo que se ama, lejos de quitarle nada á
la caridad del misionero, le añade quizá un mérito mas á su abnegacion.
Pedro era casado; dejó por esto de ser escojido para servir de príncipe
á los apóstoles? En el cabo, mi hermana ha establecido una escuela y un
obraje para las negras jóvenes, y sirviéndose así de la civilizacion,
prepara los corazones á recibir el Evanjelio; los Boers han quemado
tres veces la mision, y mi cuñado que es médico, como la mayor parte
de los misioneros, ha perdido la mano sacándole á un pobre cafre una
flecha envenenada. En China los Taí Pings han espulsado á mi hermana de
provincia en provincia. Encuéntrase ahora cerca de Shang-Hai, arruinada,
enferma; pero siempre llena de fé. Su casa es el hospicio de los heridos,
el asilo de las viudas y de los huérfanos; ella es la que en medio de
la fiebre y de una inquietud perpétua, ayuda á su marido á predicar el
Evanjelio. Mas probada que Abraham, Dios le ha exijido ya dos veces la
vida de sus hijos. Feliz de ella, no obstante, que ha sido elejida para
tal sacrificio y que ha podido servir al Señor, aun á costa de lo mas
puro de su sangre!

Yo no contesté nada. En la historia de Abraham hay cosas que me conmueven
mas que el episodio de Isaac. Sea virtud ó fanatismo, esa obediencia es
superior á mis fuerzas; no la comprendo.

Para alejar reflexiones que me perturbaban, díme vuelta del lado de mi
vecino de la izquierda; era el verdadero tipo del Sajon; anchos hombros,
pecho saltado, cuello adornado de una cabeza cuadrada, rasgos abruptos,
frente calva y enormes cejas bajo las cuales brillaban unos ojos
flamantes, la fuerza y la voluntad á la vez. Noé Brown, así se llamaba mi
nuevo amigo, era el pastor á quien Truth sucedia. Aproveché esta ocasion
de instruirme, y le pregunté que era esa iglesia _Congregacionalista_,
cuyo nombre me intrigaba.

--Cómo! dijo Brown; sorprendido de mi ignorancia, no sabeis que es
nuestra vieja iglesia puritana, la que nuestros padres los peregrinos,
espulsados por la intolerancia, trajeran consigo en su primer buque,
la _Flor de Mayo_? Quebrando con las abominaciones é idolatrias de la
Babilonia anglicana, nuestros abuelos quisieron cortar de raiz la herejia
de la jerarquia. A ejemplo de los primeros cristianos, de cada reunion
de fieles hicieron una Iglesia, ó congregacion independiente, república
perfecta, gobernada por los viejos y administrada por el pastor. De ese
centro de independencia y de igualdad nació nuestra comunidad. Allí es
donde está el secreto de nuestra vida y de nuestra grandeza política. La
América no es sino una Confederacion de Iglesias y de comunes soberanos;
es decir, la florescencia del puritanismo. Aquí, lo mismo que en todas
partes, la relijion ha hecho al hombre y al ciudadano á su imájen; una
Iglesia libre, ha enjendrado un pueblo libre.

Esta paradoja, proferida con toda la gravedad puritana me chocó. Si se
creyese en estos fanáticos, su catecismo gobernaria el mundo. Que echen
su vista á la Francia, esa patria de las luces y de la filosofia, y no
tardarán mucho en saber á lo que se reduce la influencia de la relijion
sobre el estado y la sociedad. Uno es allí muy católico en la iglesia,
y, todavia mas, fuera de ella. Tal era lo que yo procuraba demostrarle
á mi predicante; pero el hombre era porfiado como un Sajon forrado
en un Yankee, y cuantas mas eran las pruebas que yo amontonaba para
confundirlo, tanto mayor era su obstinacion.

--Ved sino á los Ingleses, esclamó él. Quien conoce su Iglesia, conoce
su historia. Lores espirituales, asambleas, señoras de la fé, una carta
inmutable en treinta y nueve artículos, un libro de oraciones establecido
por la autoridad de los obispos y del soberano, universidades y escuelas
privilegiadas, enormes propiedades y un patronato considerable; qué
otra cosa han podido producir sino una sociedad aristocrática? Sin
los disidentes, que son la sal de la tierra, mucho tiempo ha que la
Inglaterra estaria momificada lo mismo que el viejo Ejipto.

--Y los franceses? le pregunté yo, con el intento de confundirlo.

--Los franceses, me respondió él, son católicos, monárquicos y soldados,
al paso que los Americanos son protestantes, republicanos y ciudadanos;
cosas que están en su lugar como los dedos de la mano, de suerte que tan
dificil seria hacer de la Francia una República, como de los Estados
Unidos una monarquia. La diferencia entre las Iglesias hace la diferencia
entre las sociedades.

--Podria saber á cuál de las susodichas sociedades le concedeis la
superioridad?

--Juzgad vos mismo, me contestó él; la una es una sociedad de niños, la
otra una sociedad de hombres.

--Veo con gusto que somos del mismo parecer.

--Estoy encantado de ello, repuso él; bebiendo tranquilamente su tasa de
té.

--Es cierto, añadí yo, inclinándome hácia él: mas bien que un pueblo los
americanos son un enjambre de inmigrantes diseminados en el desierto, y
por esto, la libertad tiene quizá pocos inconvenientes. Pero la América
sentirá á medida que envejezca la necesidad de formar una verdadera
sociedad y se plegará á la bandera de la autoridad.

--Caballero, dijo él, poniendo bruscamente su taza sobre la mesa, vos no
me entendeis; yo pienso justamente lo contrario de lo que me decis.

--Cómo así, esclamé yo, tomais por ventura á los franceses por un pueblo
de niños.

--En política, contestóme, no hay que dudarlo. De qué época datan su
libertad, y qué libertad! de 1789; la nuestra data de 1620; nosotros
somos ciento setenta años mayores que ellos; tenemos tres veces mas
esperiencia que ellos, y por consiguiente veinte veces mas sabiduria.

--Luego, es á la América, repuse yo con voz conmovida, á quien discernis
la palma de la civilizacion?

--Evitemos las confusiones de palabras, contestóme con piedad.
Civilizacion, es una palabra complexa, ¿comprende tantos elementos
diversos, que cada pueblo á su turno podria reclamar la prioridad. Qué
es lo que constituye la civilizacion? La relijion, la política, las
costumbres, la industria, la ciencia, la literatura, el arte? Es alguna
de estas cosas? O son todas ellas juntas?

Ved que complicado es el problema. El arte, por ejemplo, que los Jentiles
llamaban la flor de la civilizacion, no brota muchas veces sino un
bástago podrido, asi, entre nosotros los modernos, que vivimos de la
imitacion de los antiguos, yo creo que el pueblo mas viejo es el mas
artista. En Francia se tiene un gusto mas refinado que en Inglaterra;
pero un Italiano tiene naturalmente mas habilidad que un Francés. En
industria, todas las naciones libres valen lo mismo. La ciencia no
tiene patria. En cuanto á la literatura, cada pueblo halla en la suya
la espresion de su pensamiento; dejo á los críticos el placer pueril de
asignarles sus respectivos puestos á Dant, Moliére ó Shakspeare; pero la
relijion, la política y las costumbres forman un pabellon inseparable.
Ahí está la sávia de un pais, su porvenir. En este punto yo le doy
sin vacilar el primer lugar á mi Iglesia y á mi pueblo; yo creo en la
libertad, soy Americano, puritano.

--Mohicano, dije yo para mi coleto, te veo venir: tu no sabes ni siquiera
mentir para pasar por político.

Iba á confundir á tan insoportable predicante, cuando por fortuna suya,
nos levantamos de la mesa. Y dejando ahí á ese espíritu estrecho y
adusto, acerquéme á un jóven pastor, cuyo aire agradable disponía en su
favor. Antes de almorzar, Truth habíame presentado al Sr. Naaman Walford,
como una de las columnas de la nueva Sion. Deseoso de ver ese fénix que
se llama un teólogo razonable; y queriendo ser acojido benévolamente por
el Sr. Naaman,--comencé felicitándole por la exelente adquisicion que su
Iglesia hacia con la persona de mi amigo Truth.

--Perdon, me dijo,--yo soy presbiteriano.

--Presbiteriano, esclamé á mi turno, y venis á complimentar á un rival?
Deveras que vuestra accion revela una bella alma; porque, entre, nosotros
ese ministro á quien le tomais la mano, es un hereje á quien vos mismo
condenais.

--Yo, repuso él muy sorprendido; yo no condeno á nadie,--eso no es
cristiano.

--Me esplico mal, querido Sr. Naaman; queria simplemente decir, que á
ejemplo del divino pastor, que buscaba las ovejas descarriadas de Israel,
vos no temeis el vivir familiarmente con jentes cuyo error detestais.

--El Sr. Truth, me ha edificado esta mañana, contestóme, y no le creo en
error.

Asombrado á mi vez, y creyendo haber oido mal le dije:

--Decidme, señor, ¿creeis que vuestra Iglesia enseña la verdad?

--Sin duda,--de otra manera no permaneceria en ella.

--Entonces, repuse yo, quiere decir que asi como hay dos verdades
hay tambien dos Iglesias; una verdad presbiteriana y una verdad
congregacionalista. Probablemente hay tambien una verdad baptista,
metodista, luterana y hasta una verdad católica. Yo suponia, perdonad mi
ignorancia, que la verdad era una, y que la señal del error consistia en
dividirse al infinito.

--Doctor, dijo Naaman un poco conmovido de mi vivacidad francesa, cuando
estais en el mar, qué es lo que haceis si quereis saber la hora que es?

--Le pregunto la hora al sol, y el sol me la dá. Qué! pretendeis
contestarme con un apólogo? A mi edad, querido señor, se tiene poco gusto
por los ejemplos, y, no se aceptan sino razones.

--Que quereis, doctor, soy jóven y me permito contar con vuestra
induljencia, contestó Naaman, sonriendo amablemente. El sol os dá la
hora. Cuando es medio dia en Paris, podriais decirme que hora es en
Berlín?

--No; todo lo que yo sé,--es que un telégrama espedido de Berlín á
las once se recibe en Paris hácia las diez y media; es decir que
aparentemente llega treinta minutos antes de haber partido. Por lo demas,
importa poco, os lo concedo,--que cuando es medio dia en Paris, sean la
una en Berlin, las dos en San Petersburgo, y, si quereis, las nueve de la
mañana en las Azores y las siete en Quebec. Todo depende del meridiano.

--Asi, dijo Naaman, el sol es el mismo en todas partes y en ninguna marca
la misma hora: qué significa esto?

--Decididamente, repuse yo, vos sois astrólogo, y quereis hacer de mi un
adepto. Os contesto, pues, señor profesor, que es el mismo sol visto de
diferentes puntos.

--Una interpelacion mas, doctor, y os pediré despues gracia por mi
indiscrecion. Entre todas esas horas, cual es la cierta?

--Singular pregunta! la hora es cierta para cada cual, desde que el
sol sale ó parece salir de un punto distinto. Está satisfecho el señor
profesor de su discípulo de barba gris?

--Sí, doctor, veo que estamos conformes asi en teolojia como en
astronomia.

--Señor Naaman, le dije yo,--comienzo á comprenderos. Para vos, la verdad
es el sol, que cada uno de nosotros vé segun el horizonte que nos rodea.
Por consecuencia, cuando para la Iglesia presbiteriana es medio dia,
la hora se ha pasado para los baptistas y no ha llegado aun para los
metodistas. Quién sabe si á los católicos se les coloca en las antípodas?
Y, hé ahí un medio injenioso de armonizar su orgullo con su caridad.

--Señor, dijo Naaman ruborizándose,--vos me ofendeis. Habeis comprendido
mi pensamiento, y sin embargo desconfiais de mis sentimientos. Sí, yo
creo que hay un horizonte distinto para cada iglesia, y, me atreveré á
decirlo, para cada cristiano. El nacimiento y la educacion nos dan el
punto de partida; ahora, toca á nosotros mismos caminar hácia esa verdad
que nos llama,--acercándonos á ella sin cesar á fuerza de estudio y de
virtud. No digo que no haya iglesias mas iluminadas las unas que las
otras por la luz divina; pero al mismo tiempo creo que el mejor cristiano
puede muy bien encontrarse en el seno de la iglesia mas oscura. No hay
la menor duda que es una gran ventaja estar colocado cerca del sol, sin
embargo, esto no es siempre una razon para verlo mejor. Hé ahi, señor,
porque amo á mi Iglesia presbiteriana, y por qué, no obstante amarla
tanto,--no condeno á nadie.

Todo esto era dicho con una ingenuidad encantadora. ¡Qué bella cosa es la
virtud en un alma jóven; es como la sonrisa de la aurora en los primeros
dias de Mayo!

--Mi jóven amigo, le dije yo, vuestras ilusiones tienen algo de seductor;
el sentimiento que las hace nacer es respetable, pero el primer soplo de
la razon las disipará. Si cada cristiano vé la verdad á su modo,--no hay
verdad. Y, hénos aquí de nuevo en el escepticismo de Montaigne. En vano
buscareis un dogma que sea atacado,--una creencia que no se conmueva.
Vuestra teoria tan cristiana en apariencia, nos condena á una duda
invencible, y conduce á la incredulidad universal.

--Doctor, contestóme el jóven con un tono de modestia que me chocó,--me
parece que estais haciendo el proceso al espíritu humano, es decir, á
la obra de Dios. De la diversidad y debilidad de nuestros ojos, podria
tambien concluirse que no vemos nada. Sería la misma lógica y el mismo
sofisma. En los estudios naturales, cada uno de nosotros no toma sino
la parte que puede apropiarse; se ha observado que esta diversidad de
opiniones arruine la ciencia? En la física, por ejemplo, hay una sola
teoria siquiera que escape á la discusion? Negarias por esto que existe
una verdad física?

--La comparacion es mala, mi querido Naaman. Qué queda de la física de ha
treinta años? La verdad de ayer,--es el error de hoy dia.

--No, doctor, el error de ayer ha caido como caen las hojas secas; la
verdad no ha cambiado, por que dándole otro nombre, ella no es otra cosa
sino el conocimiento de la naturaleza, y la naturaleza no cambia.

--Os concedo eso, jóven; pero la verdad relijiosa es de otro órden que la
verdad natural.

--Doctor, repuso Naaman, aunque os concediese esa hipótesis discutible,
no por eso nos entenderiamos. Cualquiera que sea el número y la variedad
de los cuerpos que poblan el mundo, nosotros no tenemos para verlos sino
nuestros ojos; lo que no vemos no existe para nosotros. Cualquiera que
sea el carácter de una verdad, nosotros no tenemos sino nuestro espíritu
para comprenderla. Nuestra alma, es por ventura doble? Para descubrir las
verdades naturales, Dios le ha dado á cada uno de nosotros una facultad
investigadora, inquieta, laboriosa que se llama, la razon. Habrá acaso
en nosotros otra potencia, destinada á recibir sin esfuerzo individual
la verdad relijiosa, á la manera del espejo que refleja el objeto que
se le presenta? Si esa facultad no existe, la diversidad de opiniones
relijiosas es forzosa; depende de la edad, de la educacion, del pais, de
la enerjia natural de nuestro espíritu ó de su actividad.

Si, al contrario, esa facultad existe, todos debemos pensar de la misma
manera, así como todos respiramos del mismo modo, por una ley de la
naturaleza. Pero tal no es el caso, y por ello bendigo á Dios. El le ha
_dejado_ á cada uno de nosotros la libertad de desconocerlo, para darnos
el derecho de amarlo. Esa libertad que os espanta es nuestra mas hermosa
herencia; ella es la que hace de la relijion, un amor, y de la fé una
virtud.

--Naaman, esclamé yo, vos sois el profeta de la anarquia. Vos disipais
el mas bello sueño de la humanidad. _Una fé, una ley, un rey_, tal era
la divisa de la Edad Media, divisa que cada hombre lleva en el fondo de
su corazon. Qué es lo que vos nos ofrecéis en cambio? La confusion. Qué
significa una Iglesia, en la que cada cual habla una lengua distinta, sin
comprender la de su vecino?

--Señor, repuso el jóven ministro, yo amo tanto como vos la unidad.
Cristo nos lo ha dicho: llegará un dia en que no habrá sino _un solo
rebaño_ y _un solo pastor_; yo creo en la palabra de Cristo. Pero la
unidad no es la uniformidad. Contemplad la naturaleza; qué conjunto
admirable! Y, sin embargo, no hay un árbol, una planta, una flor, qué
digo! una hoja, siquiera que se parezca á otra. Dios saca de la variedad
infinita, la unidad viviente y perfecta. Por qué, la ley de la naturaleza
no ha de ser la de la humanidad? Por qué, no ha de tener su puesto, la
voz de cada criatura, en ese concierto de alabanzas que la tierra canta
al Señor? Qué es la esteril monotonia de una nota única, al lado de esa
armonia fecunda? La unidad mia, es la Iglesia universal, esa Iglesia
que abraza todas las almas fieles. Quien ama á Cristo es mi hermano:
lo que yo miro es su amor, no su símbolo. Agustin Crisóstomo, Gerson,
Melachthon, Jeremias, Taylor, Bunyan, Fenelon, Law, Channing, hé ahí los
soldados de ese ejército divino. Qué me importa su rejimiento? Su bandera
es la mia, la bandera de la verdad.

--Bravo! Naaman, dijo Truth, apoyando su mano en el hombro del jóven
ministro; convertidme á ese pagano.

--Vos, sereis el pagano, esclamé yo. Pienso que aqui no hay mas cristiano
que yo, ó si os parece mejor, mas católico, en la verdadera acepcion de
la palabra. Al paso que vosotros destrozais la relijion, abandonándola
á todos los caprichos, solo yo, fiel á los viejos y sólidos principios,
quiero un símbolo único que sea la ley de los espíritus; y para mantener
esa ley de verdad llamo en mi socorro el brazo secular.

--No os lo decia, carísimo Naaman, repuso Truth riéndose. Es un pagano de
la decadencia, uno de esos adoradores de la fuerza que se imajinan que la
verdad se decreta, ni mas ni menos que como se borronean leyes.

--No soy tan ridículo, contesté yo á mi vez, un poco alterado. Yo
tambien amo la verdad, pero no soy ciego como los utopistas. Para ellos
la libertad es una panacea universal que en todas partes cura el mal y
el error; la esperiencia me ha hecho menos confiado. El mundo no es una
academia de filósofos, discutiendo tranquilamente las mas temerarias
tésis; el pueblo, esa hidra de infinitas cabezas, es un conjunto de
criaturas débiles, ignorantes, locas, perversas, criminales; para
contenerlo y dirijirlo se necesita un freno. Ese freno es la relijion,
sostenida, impuesta por una autoridad exterior. Si el poder no se encarga
de la causa de la Iglesia, se acabó el cristianismo; la sociedad queda
entregada al ateismo, á la anarquia, á la revolucion. Hé ahí señores, por
qué razon creo en la necesidad, qué digo! en la santidad de la fuerza,
puesta al servicio de la verdad. Soy pues un pagano, á la manera de San
Agustin, de Bossuet, y de tantos otros cristianos exelentes, sin hablar
de vuestro Calvino; pido que la sociedad le empreste su espada á la
Iglesia; ó en otros términos,que el Estado tenga una relijion.

--Una relijion de Estado, dijo de repente Brown, estirando su cabeza
de perro dogo; quién es ese mónstruo? Y qué! por ventura tiene alma el
Estado para tener una relijion?

--Señor, le contesté secamente, vos teneis sin duda necesidad de un
Estado impío, y de leyes ateas.

--Señor, repuso mi áspero interlocutor, yo no me pago de palabras. Qué
es el Estado? En una monarquía, el príncipe. Así, pues, treinta millones
de cristianos tendrán la relijion de Achab, cuando por casualidad Achab
llegue á tener relijion. Entre nosotros, donde el poder alterna, se
cambiará de fé cada cuatro años. Hé ahí lo que yo llamo, ateismo puro;
creer por órden, es no creer en nada.

--Cuando yo hablo de Estado, le interrumpí, entiendo la sociedad política.

--Bien, repuso él: será la mayoria la que decida del símbolo y de la fé,
despues de discutir y enmendar. Tendremos una relijion parlamentaria.
Se pondrá en discusion la Encarnacion ó la Trinidad y se votará. Qué
comedia! Cosa estraña! desde que el mundo existe, no hay una sola verdad
natural que haya sido descubierta por un solo hombre; son necesarias
muchas pruebas, á veces, hasta el martirio del inventor para que esa
verdad reuna algunos fieles; un siglo no es mucho para conquistarle la
mayoria. Pero en relijion es otra cosa, la mayoria no se equivoca nunca.
Vaya una infalibilidad! Que nos devuelvan el papa, acepto el milagro, y
rechazo el absurdo.

--Señor Brown, le dije, alzando la voz, vos no respondeis á mi objecion.
Si el Estado no tiene relijion,--la ley será atea.

--Siempre palabras, señor, repuso el intratable predicante. El Estado es
una abstraccion; un modo de designar el conjunto de los poderes públicos.
Pero la sociedad es una cosa viva,--es la reunion de todos los ciudadanos
que habitan una misma patria. Y, si esos hombres son cristianos,--si su
moral es cristiana,--como ha de ser atea la sancion que esos hombres le
den á la moral pública,--ó en otros términos, la ley dictada por ellos?
_El buen árbol no puede producir malos frutos_[39].

--Imprudente! esclamé,--cómo podeis imajinaros que si el Estado permite
toda especie de creencias, no ha de sufrir el Evanjelio?

--Vos teneis poca fé, señor, dijo Brown dirijiéndome una mirada terrible,
y olvidais que Pablo ha dicho: _las armas de nuestra milicia no son
carnales_. El cristianismo,--nunca ha sido mas bello, ni mas fuerte
que cuando ha tenido en contra suya al mundo entero. Mirad á vuestra
alrededor, señor, y vereis que en ninguna parte como los Estados Unidos
se mezcla la relijion con la vida; y sin embargo el Estado no la conoce.
No aprisioneis las almas, no las tengais en la noche que las corrompe;
dejadlas en libertad, é iran á Dios.

--Pero, señor Brown, es imposible que el Estado pague todas las
comuniones, y que se haga el tesorero del primer fanático á quien se le
antoje abrir una iglesia.

--Concedo que no pague á nadie, esclamó el adusto puritano. Y, con qué
derecho intervendria? Tiene acaso otro dinero que el nuestro. Cómo! el
judio ha de pagarles á los cristianos para que estos le llamen deicida?
Y yo he de pagarles á los unitarios que me disputan la divinidad de
Cristo? Qué injusticia! qué ultraje á mi fé! Ved ademas qué papel le
dais al Estado. Cuando el lejislador declara que la relijion no es de su
competencia,--proclama el respeto de la conciencia, y, es cristiano por
su misma abstencion. Suponed ahora que proteja diez comuniones distintas,
diez creencias enemigas, qué significará esa tutela insolente sino que
el Estado vé en la relijion un instrumento político, y que no tiene
por todas ellas sino la misma indiferencia y el mismo desprecio? Ese
hermoso sistema, señor, que vos no habeis inventado,--es la política del
paganismo.

--Muy bien, repuse yo, dejad á cada fiel el entretenimiento de su culto,
veremos cuantas iglesias tendreis. Todo el mundo se hará ateo por
economia.

--Os equivocais, mi querido doctor, dijo Truth con amistoso tono. La
prueba está hecha y arguye en contra vuestra. Tenemos cuarenta y ocho
mil iglesias, edificadas todas por los particulares, y cuyo valor se
estima en cien millones de pesos[40]. Cada año erijimos mil doscientos
templos nuevos y el término medio del salario de nuestros pastores es
próximamente de quinientos pesos,[41]--lo que equivale á un presupuesto
de veinte y ocho millones de pesos[42]. Buscad un pais donde el Estado
pague los cultos, estoy seguro que no hallareis uno solo que gaste la
mitad de lo que nosotros gastamos[43]. La razon es sencilla: el Estado
debe ser avaro del dinero que le toma á la comunidad, al paso que el
individuo se complace en enriquecer su iglesia, y no retrocede ante
ningun sacrificio. Nada hay tan pródigo como la fé y la libertad.

--Muy bien, dije yo; pero la cuestion de dinero no es todo: falta la
cuestion política. Darle al primero que se presente el derecho de
establecer una iglesia,--es reconocer todas las asociaciones, es abrirle
ancha arena á la ambicion relijiosa y al fanatismo,--es decir, á lo mas
ardiente y pérfido que hay en el mundo. Suponed que una de esas iglesias
aventaja á las demas,--que se apodera de las almas, y hé aquí un Estado
en el Estado. Entonces sentireis, aun que demasiado tarde,--la falta en
que habeis incurrido al abdicar una proteccion mas necesaria al gobierno
que á la iglesia, una proteccion que no es en el fondo sino la defensa de
la soberania.

--Ahí es donde os esperaba! gritó el puritano entrando en el entrevero
á la manera de un jabalí. Os conozco, señores políticos; ha tiempo que
Spinosa, el príncipe de los ateos y Hobbes el materialista, y Hume
el escéptico me descubrieron vuestro secreto. Necesitais una iglesia
oficial para deshaceros de la relijion. No es la influencia política
lo que os incomoda; ella es nula en un pais de libertad; lo que temeis
es la influencia moral. El cristianismo es por naturaleza,--inquieto,
agresivo, conquistador. Quiere poseer al hombre por entero; sociedad y
gobierno,--todo quiere invadirlo y penetrarlo con su espíritu. Hé ahí
lo que á nosotros nos anima y á vosotros os espanta. Obispos que se
duermen en su púrpura señorial,--pobres vicarios, cuyo celo se modera y
se dirije; una relijion, especie de moral frívola y estéril, que predica
la obediencia al pueblo, hablándole siempre de sus deberes y nunca de
sus derechos,--tal es el ideal que á vosotros os encanta y á nosotros
nos horroriza. Vosotros rechazais la libertad por la misma razon que
á nosotros nos hace detestarla. Nosotros creemos en el Evangelio, y
vosotros le temeis.

--Yo tengo miedo de las asociaciones, le dije,--no del Evanjelio.

--Sí, por que la asociacion es la única forma posible de la libertad.
Necesitais un Estado, cuya omnipotencia nada inquiete,--que no tenga
frente de sí sino individuos aislados y conciencias mudas. El despotismo
romano en toda su fealdad. Nosotros los cristianos--entre el Estado y
el individuo, entre la fuerza y el egoismo,--echamos la asociacion, es
decir, el amor, la caridad, verdadero vínculo de los corazones, verdadero
cimiento de las sociedades. Para difundir la Biblia, para propagar la
palabra divina, para iluminar las almas, para socorrer á los miserables,
para consolar á los que sufren, para levantar á los caidos,--necesitamos
centenares de asociaciones, millares de reuniones. Nosotros queremos
que un pueblo cristiano haga el bien por el concurso libre de todos
sus miembros,--que no encargue á nadie de un deber que solo él puede
desempeñar. Pero todas esas compañias no pueden existir sino bajo una
condicion,--que la iglesia, que es la primera y la mas considerable de
todas, sea señora absoluta en su esfera. La iglesia es, la que con su
libertad cubre y garantiza todas las asociaciones; y, hé ahí como es que
la relijion, lejos de ser un peligro para el Estado,--es la vida misma
de la sociedad. Ved, pues, señor, por qué razon es que nosotros tenemos
necesidad de la libertad relijiosa; la necesitamos por que Cristo nos la
ha dado: y porque ella es la madre de todas las libertades. El que esto
no sabe no es cristiano,--ni ciudadano.

Iba á estrangular á aquel fanático por toda contestacion, cuando sentí
que una manecita tomó la mia. Reconocí á Susana y me sonreí.

--Mi buen padre, dijo despacito; van á ser las dos, es necesario partir.

--Sí,--la hora de ir al bosque. ¿Está el carruaje ahí?

--Papá, es dia del Señor y no se anda en carruaje. Voy á llevaros á la
escuela del Domingo.

--Tienes razon, pensé para mi. Un Parisiense estraviado en este hermoso
pais de libertad, siente gran necesidad de ir á la escuela. Siempre tiene
algo que aprender y mucho que olvidar.

Cuando me ví en la calle, lejos de aquella atmósfera teolójica, recien
respiré.

Uf! dije, bostesando, y que pesados son! Parecen bueyes atados al arado,
trillando siempre el mismo surco. Una hora de relijion y de política, es
demasiado para un francés; hay con que disgustarlo del Evanjelio y de la
libertad. Quién me hablará de algo razonable y divertido,--de pintura,
de ópera, de música ó de guerra? Paris, Paris,--yo tengo necesidad de
lavarme la cara con tu ambrosía.

No sé que locura iba á decirle á Susana, cuando apercibí al hermoso
Naaman, caminando junto á nosotros lo mismo que el pastor que sigue su
oveja. Habia olvidado que estaba en América, y que la señorita mi hija
era por el momento presbiteriana.



CAPITULO XXI.

La escuela del Domingo.


Quién me dirá de donde proviene la debilidad de un padre por su hija?
Consiste en la ilusion de verse reproducido en ella,--lo mismo que la
madre de verse reproducida en el hijo? Para nosotros los de las barbas
grises, los de las caras arrugadas por la vida, será el placer de vernos
renacer bajo una forma graciosa y riente? Será el encanto de un amor
puro, que no desea sino sacrificarse? Lo ignoro, pero lo cierto es que
el inevitable Alfredo no estaba ahí y que yo saboreaba á la manera de un
celoso la dicha de hablar y de reir con Susana. Mirábame en sus límpidos
ojos, cuando una mano colorada engastada en un largo brazo me cojió de
improviso en mi tránsito, y una voz sepulcral me gritó: _Esta noche te
volverán á pedir tu alma_. Al mismo tiempo metiéronme un papel en el
bolsillo de mi frac. Dí vuelta, y al hacerlo, otra voz me gritó: _Piensa
en tu salud_, metiéndome otro papel, en el otro bolsillo de mi frac. A
este ruido acudieron tres hombres negros, levantando los brazos como en
el juramento de los Horacios, y aullando á cual mas, metióme cada uno de
ellos en el seno no una espada, sino un librito. La vision desapareció en
seguida.

--Qué es esto le pregunté á Susana, que reia de mi espanto.

--Padre mio, me dijo,--es la sociedad de los tratados relijiosos que
trabaja por vuestra conversion.

--Muchas gracias! esclamé metiendo en mi bolsillo,--los _Signos de la
bestia, las Rosas de Saron_, y la Trompeta de Jericó; aquí lo enriquecen
á uno, lo mismo que en otra parte lo roban. Qué quieren que haga con
estos tesoros de edificacion?

--Tened paciencia, padre mio, dijo Susana,--dentro de un instante ellos
han de servirnos para hacer felices á algunos.

--Confesad, le dije á Naaman, que abusais de la letra de molde. Comprendo
que distribuyais la Biblia,--desde que ella es vuestra enseña, pero
lo que no entiendo es,--para qué puede servir esa teolojía pueril que
sembrais por las calles.

--Sois demasiado severo, contestó el jóven ministro, pensad en que toda
nuestra relijion está en la Biblia. De la escritura es, de donde cada
uno de nosotros debe sacar la regla de su fé, mediante el libre esfuerzo
de la razon. Un protestante que no lee es un cristiano que no llena
sus prácticas. Qué cosa mas simple que un proselitismo que nos agrupa
sin cesar al rededor de la Biblia? Despertar la conciencia, obligar al
último de los hombres á refleccionar y á leer,--repetirle que solo él
está encargado de su salud, hé ahí el objeto de todas esas publicaciones.
“Piensa en tu alma, solo tú eres responsable de ella,”--tal es la
conclusion uniforme de estos libritos. Si á eso llamais teolojía,--toda
nuestra literatura es teolójica; la menor novela está impregnada del
mismo espíritu. La Biblia es citada en ella á cada pájina, lo mismo
que el té. Lo que nos encanta, no es la pintura de esas borrascas que
devastan el corazon y arruinan la voluntad: es el cuadro de una alma
jóven que, colocada entre la tentacion y el deber, rechaza á Satanás y
llama á Dios. Hasta nuestras ficciones son tratados de educacion.

--Sí, dije yo sonriendo,--es la moral en accion.

--Es algo mejor que eso,--repuso él,--es la relijion en práctica, la
fé que habiendo entrado en el alma inspira toda la vida. Nosotros no
entendemos jota de esa falsa distincion entre la moral y la relijion;
no hay dos conciencias. El hombre natural murió con el último pagano;
nosotros no conocemos sino al cristiano. El que es cristiano lo es en
todas partes: en la iglesia, en la familia, en el comun, en el Estado.

Me parece que el piadoso Naaman aprovechaba con placer esta ocasion de
repetir como nuevo algun viejo sermon, cuando por fortuna, llegamos
al templo presbiteriano. Era la sesta iglesia que visitaba en el
dia,--justísima espiacion de mi pasada tibieza!

Entramos en la sala de lectura,--vasta pieza contigua al templo. Un
millar de niños y de jóvenes, devididos en grupos estaba sentado,
en bancos circulares. De distancia en distancia veíase de pié á los
pastores y pastoras de aquel gracioso rebaño; ó como se les llama,--á los
monitores. Al presentarse Naaman toda la asamblea se levantó; el órgano
tocó una marcha guerrera, y en seguida, todas aquellas jóvenes voces
cantaron en coro, con acompañamiento de timbales:

    “O Christ! nous sommes ta milice;
    Contre l’ignorance et le vice.
    Nous marchons sans honte et sans peur.
    L’amour, l’aumône et la prière,
    Ce sont là nos armes de guerre:
    Notre drapeau, c’est le Seigneur!
    O Christ! notre chef! notre père!
    Nous voulons vaincre la misère,
    Et chasser l’infidélité;
    Ne regarde point à notre âge,
    Donne-nous sagesse et courage:
    Nous défendrons ta vérité”[44].

Qué será? será que hay un encanto secreto en la voz de la infancia?
O será que desprendiéndonos de nosotros mismos, por decirlo así, los
años nos hacen mas tiernos para esas almas, que entran en la vida sin
conocer los peligros. No lo sé. Pero yo me sentí conmovido por el canto
de esos pequeños soldados tan valerosamente enrolados bajo el lábaro del
Evanjelio.

--De aquí veinte años, pensé, cuantos quedarán en sus filas? No importa;
el espectáculo de una juventud que tiene valor y fé es siempre hermoso.
Guárdenos Dios de esos viejos de diez y ocho años que solo creen en su
egoismo,--almas gangrenadas que todo cuanto tocan infestan, y que solo
dejan en pos de ellos corrupcion y muerte.

Susana estaba cerca de mi y de pié. La señorita era _monitora_. Tenia
mucho que hacer, porque habia doble auditorio y la escuela estaba en
revolucion.

--Donde está Dinah? esclamó una voz revoltosa. Dinah es mi querida
preceptora; yo no te conozco á tí.

Susana cojió en sus brazos á la rebelde, que se resistia á ello llorando,
y la dijo dos palabras al oido. La sonrisa volvió en el acto, como el sol
despues de la lluvia.

--Me lo prometes? murmuró la chiquilla.

--Mañana, repuso Susana. La niña echó los brazos al cuello de su nueva
maestra, y la besó en ambas mejillas. La paz estaba hecha, la leccion
comenzó.

Rolaba sobre la historia de Israel en tiempo de los reyes. Por primera
vez, lo confieso con verguenza, hice conocimiento íntimo con el profeta
Eliseo. Era este un excelente hombre cuando no se encolerizaba. Pero
apesar de lo bello de la moral, no le perdono mucho que digamos el haber
hecho que unos osos se comieran á cuarenta niños que se burlaban de su
calva. A este precio yo no querria ser profeta, ni en mi pais.

Dos episodios surtieron el éxito mas completo cerca de los niños; tal
es de vivo en estas almas jóvenes el sentimiento del bien y el mal!
Primero fué la historia de Naaman, jeneral del rey de Siria, implorando
gracia de Eliseo para ser librado de la lepra. Naaman se retiró curado y
convertido; pero convertido con sus reservas políticas, que prueban una
vez mas que no hay nada nuevo bajo el sol.

Al fin, dijo Naaman: Sea como tú quieres: Pero te suplico que me permitas
á mí, siervo tuyo, el llevarme la porcion de tierra que cargan dos mulos;
porque ya no sacrificará tu siervo de aqui adelante holocaustos ni
víctimas á dioses ajenos, sino solo al señor.

Mas una cosa hay solamente por la que has de rogar al Señor á favor de
tu siervo, y es que cuando entrare mi amo en el templo de Remmon para
adorarle, apoyándose sobre mi mano, si yo me inclino en el templo de
Remmon, _para sostenerle_ al tiempo de hacer él su adoracion en el mismo
lugar, el Señor me perdone á mi, siervo tuyo, este ademan.

Respondióle Eliseo: Véte en paz!....[45].

La tolerancia del profeta, escandalizó á los niños, no puedo ocultarlo.
Naaman fué silbado unanimemente, lo mismo que un cobarde que transije
entre su conciencia y su interés. Dia vendrá en que Remmon, Mamon ó Baal
os presentarán una mano llena de dinero ú honores, á condicion de que le
adoreis; feliz aquel que no se incline ante el ídolo, guardando solo para
Dios el sacrificio de su corazon.

En seguida, vino la historia de Giezi, el servidor de Eliseo, hábil
hombre, que se hacia pagar los milagros de su amo, traficando así con la
virtud ajena. Qué furor en el jóven auditorio! y qué gozo cuando Susana,
engrosando la voz para parecerse al profeta, pronunciaba el terrible
anatema:

“Habeis recibido oro y vestidos, para comprar plantas de olivo, viñas,
bueyes, ovejas, criados y criadas.

“Pero tambien la lepra de Naaman se adherirá á vosotros, y á toda vuestra
raza por siempre jamás.

“Y Giezi se retiró, todo cubierto de una lepra blanca como la nieve:”[46].

Todavia existe, esa honrada posteridad de Giezi, aunque un poco cambiada
por el tiempo. Por fuera háse conservado blanca como la nieve; pero la
lepra ha entrado en su alma; no es ya el cuerpo lo que roe.

Esta educacion dada á la infancia por la juventud me encantó, y
cumplimentando por ello al ministro, añadí:

--Pero, pienso que vosotros os reservais el catecismo. La doctrina corria
riesgo de alterarse al pasar por aquellos lábios novicios.

--No, me dijo; tanto para la doctrina como para lo demas, nosotros nos
remitimos al monitor, bajo nuestra vijilancia, bien entendido. Nadie
es hereje á los diez y ocho años, y si algo hay que temer; es mas bien
demasiado apego á la letra.

--Si, pero si esas jóvenes cabezas trabajan?

--Eh bien! dijo el pastor,--ahí estamos nosotros para abrirles el camino.
Nuestra divisa es la de Pablo: _Allí donde está el espíritu del Señor,
allí tambien está la libertad_.

No nos place á nosotros la fé del carbonero,--esa ignorancia crédula
que lo mismo santificaria á un cristiano, que á un mahometano ó á un
budhista. La juventud tiene una crísis del espíritu, lo mismo que una
crísis del cuerpo. Llega para ella una hora en que es necesario luchar
con la verdad, como Jacob con el ángel, y aquel solo se _convence_ que ha
sido _convencido_ por el Evanjelio. Nosotros queremos una fé razonada.

--Y razonadora, añadí yo, porque cada uno de estos monitores debe salir
de aquí con el gusto y la manía de predicar.

--Tanto mejor, dijo Naaman,--para nosotros, todo hombre es sacerdote, y
toda mujer sacerdotiza. Por qué ha de haber menos ardor en la sociedad
relijiosa, que en la sociedad política? El título de Cristiano es acaso
menos bello que el de ciudadano é impone menos deberes que éste?

Yo no contesté nada: eso de considerar á la relijion, lo mismo que un
patrimonio comun de los fieles contrariaba todas mis ideas. Me habian
enseñado que la Iglesia era una monarquia,--no una república. A fuer
de hombre prudente, yo he dejado siempre el cuidado de mi conciencia á
la Iglesia que me ha educado. No es á mí,--sino á mi director á quien
compete el cuidado de mi salud. Por qué, pues, me he de tomar una fatiga
inútil,--encargándome de una peligrosa responsabilidad?

La leccion iba á concluir; Susana me desembarazó de todos mis libritos
con gran alegria de los niños; cantóse un hermoso cántico de despedida; y
la fiesta terminó con una distribucion universal de regalos y apretones
de mano. Rango, fortuna, edad, traje,--todo estaba confundido hacía dos
horas; sentíase uno vuelto á los primeros tiempos del cristianismo, en
que la multitud de los creyentes no tenia sino un corazon y una alma. Y
decir que cada siete dias en el dia del Señor, toda la juventud americana
viene á estas reuniones fraternales á dar y recibir una leccion de amor
y de igualdad! Oh! como efecto moral ninguna enseñanza,--la del mismo
Bossuet,--valdria esta educacion mútua!

Salimos; Alfredo estaba ahí para arrebatarme el brazo de Susana, cuya
felicidad yo no envidiaba; mis ideas comenzaban á tomar otro jiro: mi
corazon sentia, mas que nunca, toda su paternal debilidad. Tiempo es
ya, decia para mis adentros, de que Susana comience á ejercer; como ama
de casa, sus grandes cualidades de monitora. Figurábaseme ya ver en el
porvenir un ejército de nietos mas relijiosos, mas enérjicos y felices
que su abuelo. Y, embebido en estas ideas y mirando á mis enamorados que
caminaban delante de mí, llegué á mi casa.

El resto del dia, lo pasamos hablando de todo lo que habiamos visto ú
oído en la mañana, y Dios sabe cuantas cosas se ven y se oyen el Domingo
en América! Qué son nuestros espectáculos al lado de estas fiestas del
corazon y del espíritu? En mi vida habia pasado dias mas sérios,--nunca,
jamás el tiempo habíame parecido tan corto, ni mejor empleado.

Como de costumbre, la noche terminó con la lectura de la Biblia. Marta
trajo el librote negro, que ya era para mí un amigo. No habia dia que
yo no hallára en él una respuesta á alguna pregunta secreta de mi
alma,--estraña casualidad que confundia mi filosofía.

Habiamos quedado en el séptimo capítulo de Daniel. La vision de las
cuatro bestias apocalípticas que representan las cuatro grandes
monarquias de la antiguedad no me hizo el menor efecto; tengo muy poca
imajinacion para gozar con semejantes sueños gigantescos. No le sucedia
á Marta lo mismo, que á cada paso suspiraba. El Cuerno, _que tenia
ojos como ojos de hombre y una boca que proferia palabras insolentes_,
arrancó un grito de admiracion; estaba toda conmovida cuando el profeta
pintó _al Anciano de los dias, con su ropaje mas blanco que la nieve y
sus cabellos mas blancos que la lana, sentado en un trono de llamas y
servido por un millon de ánjeles, al paso que mil millones permanecen en
silencio ante él_. Lo que para mí no era sino una alegoria, para ella era
la verdad,--es la única manera quizá, que la idea divina tiene de entrar
en un espíritu injénuo,--que para sentir el infinito tiene necesidad de
imájenes.

Despues de estas grandes pinturas vinieron los versículos en que el
profeta anunció el Mesias.

13 “Yo estaba pues observando durante la vision nocturna, y hé aquí
que venia entre las nubes del cielo un _personaje_ que parecía el Hijo
del hombre; quien se adelantó hácia el anciano de _muchos_ dias, y le
presentaron ante él.”

14 “Y dióle este la potestad, el honor y el reino; y todos los pueblos,
tribus y lenguas le sirvieron á él: la potestad suya es potestad eterna
que no le será quitada y su reino es indestructible.”

Escuchando este pasaje, me sentí como Daniel: “Quedé muy conturbado con
estos mis pensamientos, y mudóse el color de mi rostro: conservé empero
en mi corazon esta vision _admirable_.”[47]

Y como nó, acababa de asistir esa mañana misma al espectáculo de ese
trono cuyo reinado dura hace diez y nueve siglos! El cristianismo, cuyos
funerales se anuncian en la vieja Europa, presentábaseme en América,--mas
jóven, mas fuerte, mas triunfante que nunca. Treinta millones de hombres
que viven del Evanjelio, qué enigma para un Parisiense que ha leido á
Diderot, y que, en una noche de invierno, se ha imajinado que comprendia
á Hégel!

Así que entré en mi cuarto comencé á pasearme, ajitado durante largo
rato por una multitud de pensamientos que se rechazaban unos á otros.
Recuerdos de infancia, estudios de la juventud, reflexiones de la edad
madura, ideas nuevas, todo esto, daba vuelta en mi cabeza y hacia en ella
el caos. Parecíame que una voz misteriosa fisgaba á mi alrededor.

Bravo, Daniel, murmuraba aquella irónica voz, conque te haces capuchino.
Héte místico, fanático y ademas de esto ridículo. Antes de poco tambien
vas á ganguear lo mismo que maese Brown, y á hablar mejor que él el
dialecto de Canaan. O Franceses, eternos camaleones! Chinos en Canton,
Beduinos en Arjel, puritanos en Massachusetts, cómicos en todas partes
¿cuándo sereis hombres? Cuando vuelvas á Paris, Daniel, dejarás en la
barrera ese _cant_ insípido, y ese librote negro que las jentes de buen
gusto respetan, sin tocarlo jamás. Un filósofo le saca políticamente el
sombrero al cristianismo,--es menester no ponerse mal con nadie; ir mas
allá es la debilidad de los espíritus estrechos. El dios del siglo diez y
nueve, es el viejo Pan, eclipsado demasiado tiempo por la dolorosa figura
de Cristo. Sumérjete en el infinito, Daniel; adora á tu padre el abismo;
es el culto á la moda,--el único que puede confesar la infalible razon de
nuestros dias.

--No, esclamé, mis ojos se han abierto; he sacudido el penoso sueño en
que nuestra alma se enerva. Esos niños me han enseñado esta mañana el
vínculo sagrado que une estrechamente á la libertad con el Evanjelio.
Si para nosotros todo acaba con el cuerpo,--no tenemos ni derechos
ni deberes; somos un rebaño malhechor, que es necesario apacentar y
castigar hasta que la muerte lo mande á podrirse en la fosa eterna. Solo
es persona aquel á quien la inmortalidad pone en comunion con Dios.
Solo es hombre y ciudadano aquel que puede adherirse á una justicia
viviente,--á una verdad que no muere. El pobre, el enfermo, el esclavo,
el desgraciado, el criminal, no se hicieron sagrados sino el dia en que
Cristo los rescató con su sangre y los cubrió con su divinidad. Adios
Hégel, Spinosa! Adios las palabras puestas en lugar de las cosas! Adios
la materia divinizada! Yo he visto á donde conducen á los pueblos y á los
hombres tales doctrinas, y no quiero, ni los bajos goces de la multitud,
ni la estóica resignacion de los espíritus magníficos. Yo necesito otra
cosa que embriaguez ó desesperacion: necesito vivir! Vivir es creer y
obrar. Perdidas las ilusiones de la juventud y las ambiciones de la edad
madura,--mi razon es quien te llama ¡Oh Cristo! y la esperiencia la que
me arroja de nuevo á tus piés. Devuélveme la esperanza despues de tantas
decepciones; devuélveme el amor despues de tantas traiciones, y que luzca
cuanto antes el dia felíz en que la vieja Europa imitando á la jóven
América, pronuncie un grito que se eleve de la tierra al cielo, un grito
salvador: DIOS Y LA LIBERTAD!



CAPITULO XXII.

Disgustos de un funcionario Americano.


Levantarse con el alba, teniendo el cuerpo y el espíritu bien dispuesto,
envolverse en una gran bata, amacarse en un _rocking chair_[48], y
mientras se fuma una pipa de marilandia, darse, como dicen los Alemanes
_una fiesta de pensamientos_, hé ahí un verdadera placer....cuando no
se tienen treinta años, despues de un dia bien empleado y de una noche
tranquila.

Sentado en la ventana, entreteníame en ver á la ciudad salir de su sueño.
Lecheros, carboneros, carniceros, y especieros corrian por las calles, y
bajando al piso subterráneo por la escalera exterior hacian el servicio
de cada casa sin incomodar á sus habitantes. Habríase dicho que todo
estaba calculado para que nada turbára el santuario en que reposaba el
dueño de casa. La morada de un francés es un cuarto de posada: en él
entra quien quiere; el _home_ de un sajon es una fortaleza, defendida con
cuidadoso celo contra los importunos y los curiosos. Es un hogar, en el
sentido sagrado y misterioso de esta vieja palabra, importada de Oriente.

Mientras admiraba la calzada, barrida y regada ya por mis cantoneros, un
_cabriolé_ tirado por un lijero caballo, llegó cerca de mí metiendo gran
ruido. Me han gustado siempre los caballos, y asi seguia con los ojos, el
aire altivo del troton americano, cuando derrepente el animal se aplastó.
Del fondo del cabriolé, y como lanzado á todo vapor, salió un enorme
sombrero, pasando como una flecha por sobre las orejas del corcel y en
pos de él un hombrecito, envuelto en una larga levita. Era el amigo Seth,
perseguido sin duda por los manes del perro que habia hecho asesinar.

--Marta, esclamé, sacando la cabeza por la ventana. Marta, agua, vinagre;
corred, yo bajo.

Cuando llegué á la calle, el hombre ya se habia levantado y sacudido;
pasóse las manos á lo largo del cuerpo, para asegurarse que no tenia
nada roto, echóse al estomago un vaso de agua, y púsose á descinchar
y acomodar el caballo, sin decir palabra. Marta estaba cerca de él,
temblando como una azogada.

--Entrad, en mi casa, le dije yo á Seth; un poco de descanso os hará
bien; si necesitais algo aquí estoy yo.

--Doctor Daniel, contestó secamente; yo no tengo ninguna necesidad de tus
servicios. Hasta la vista.

Y tomando el caballo de la brida, lo tiró cojiando hácia la casa de Fox,
el _attorney_; Seth venia sin duda á la ciudad por un proceso, y habria
dejado de ser cuácaro si una pierna estropiada ó una cabeza lastimada le
hubiera desviado de su interés.

Vuelto que hube á mi observatorio, cargué una segunda pipa. Sin pasiones,
sin cuidados, gozaba de mi tranquilidad; me daba un placer de niño
siguiendo con los ojos el sol, que de la cima de las casas descendia
lentamente á la calle. Tres golpes aplicados á la puerta me sacaron de mi
fantaseo. Era el vecino Fox, adornado de una cartera bajo el brazo. Su
visita me sorprendió. Sabíale muy contrariado de su derrota electoral, y
no era hombre de olvidar en dos dias ni sus odios, ni su envidia.

--Buen dia, señor inspector de caminos y calles, me dijo entrando en mi
cuarto.

El modo como acentuó estas palabras, me desagradó. Soy la paciencia en
persona; pero no me gusta que se burlen de mí.

--Salud al señor _attorney_, le contesté con balbuciente voz. Podré saber
lo que me proporciona el honor de veros.

--Pues no hay mas, querido doctor, repuso él con una voz burlona, sino
que sois un personaje! Vedos en el camino de la grandeza! Vuestros mismos
adversarios se inclinan ante vuestro talento y fortuna. Qué pueden decir
ahora vuestros envidiosos?

--No entiendo una palabra de lo que me decis, Fox; qué me quereis?

--Yo, me contestó cerrando un ojo, no quiero nada; digo simplemente que
del Capitolio á la roca Tarpeya no hay mas que un paso.

Despues de esta máxima banal, echóse en un sofá, abrió su caja de rapé,
respiró lentamente una narigada, y sacudió unas cuantas veces algunos
polvos que habian caido sobre su chaleco. En seguida, cruzando las
piernas y levantando hácia mi su puntiagudo hocico, púsose á mirarme,
silenciosamente, con el aire de una garduña que espera un conejo.

Intrigado de este manejo, levantéme:

--Tened la bondad de hablar claro, le dije. Qué os trae á mi casa?

--Una bagatela, me contestó, estirándose en su sitio cuan largo era y
haciendo dar vuelta sus pulgares; una verdadera bagatela. Una pequeña
demanda de 500 dollars.[49].

--Yo no os debo nada, asi lo creo al menos, repuse á mi vez, muy
asombrado de aquella pretension.

--Sin duda, querido doctor; á mi no me debeis nada, pero á mi cliente es
otra cosa.

Y esto diciendo, abrió su cartera y sacó de ella la cuenta siguiente:

    Memoria de los gastos de indemnizacion debidos á Seth
    Doolittle, por el Dr. Daniel Smith Inspector de caminos y
    calles, civilmente responsable del mal entretenimiento de los
    mencionados caminos y calles.

        1.ᵒ Varas rotas, y compostura de un tren nuevo            50

        2.ᵒ Herida del caballo en el lomo, depreciacion de la
        susodicha bestia: al mas bajo precio                     150

        3.ᵒ Item mas, al referido señor Seth Doolittle, por
        una rodilla estropeada, un sombrero desfondado, un
        pantalon roto, arañazos en la cara etc., indemnizacion
        calculada, por bajo, por consideracion al doctor         200

        4.ᵒ Por inquietudes, sacudimiento producido en el
        cerebro, pérdida de tiempo, etc. etc.                    100

        5.ᵒ Cuidados diversos, consecuencias de la herida y de
        la caida, consultacion de médico, dictámen de abogado,
        etc., etc.                                          _Memoria._

--Señor, le contesté, lanzándole al rostro su memoria de boticario,--no
me placen las mistificaciones, y me asombra el papel que representais en
esta farsa ridícula.

--Muy bien, dijo Fox, preferís un pleito. Como vecino, habria deseado
ahorrároslo; pero puesto que no lo quereis, hé aquí el emplazamiento.

--Un pleito! esclamé alzando los hombros. Un pleito entablado por
un particular contra un inspector de caminos y calles! contra un
funcionario! contra un hombre público! contra un representante de la
autoridad! Qué comedia! Y el artículo 75 de la constitucion del año VIII?

Cosa estraña, y que me sorprendió á mi mismo, estas últimas palabras las
pronuncié en francés. Estos sajones son tan groseros, tan ignorantes en
administracion, que su lengua es impotente para producir palabras tan
espléndidas, como las que hacen la gloria y la grandeza de las razas
latinas.

--El emplazamiento es para hoy, dijo Fox, con una sangre fria que me
desarmó. Espero que lo aceptareis para no retener inútilmente á mi
cliente en la ciudad. Dentro de un cuarto de hora nuestro nuevo Juez de
Paz, vuestro amigo, Mr. Humbug, terminará este negocio, que, á decir
verdad, no lo es tal.

--Qué! os obstinais en pretender que yo soy responsable de los accidentes
de la calle?

--Quién ha de serlo entónces, si no lo sois vos? repuso el _attorney_.
No habeis solicitado vos mismo y aceptado las funciones de inspector? No
sois vos el ajente y el servidor del pueblo que os ha elejido? Si hay
neglijencia, á quién la culpa, y quién debe sufrir?

--La cuestion no es esa, repuse con justo orgullo. Yo no soy un
empedrador, un obrero á merced del que le paga, soy un oficial del
Estado, un miembro de la autoridad que gobierna, un delegado del soberano.

--Vos sois el vijilante de los empedradores, dijo Fox, vijilante nombrado
por los ciudadanos, y por lo tanto sois responsable ante los que os
nombran. Conoceis algun pais del mundo donde las funciones existan para
provecho de los administradores, y no para provecho de los administrados?
Por mi parte, solo conozco la China con sus mandarines.

--Ignorante, esclamé! leed la ley.

--Leedla mas bien vos, respondió Fox, está en cabeza del emplazamiento.

--Leí el artículo, y bajé la cabeza. Fox tenia razon. Yo habia caido en
el lazo de mi loca ambicion.

Ese pretendido honor que lisonjeaba á mi mujer, á mi hija, y aun á mí
mismo, no era sino una carga llena de inquietudes y peligros. Yo era
esclavo de esa multitud, á la cual saludaba la víspera como triunfador.
En aquel abominable pais, el pueblo es el que manda y el funcionario el
que obedece. Si lo hubiera sabido!

Una reflexion me devolvió el valor. Por muy atrasados que los Yankees
estén, decia yo para mis adentros, no son del todo bárbaros. En Francia,
en el hogar de la civilizacion, tenemos cuarenta mil leyes que se
contradicen; haga lo que haga, la autoridad acaba siempre por encontrar
quien le dé la razon; quién sabe si en los Estados-Unidos no hay tambien
un _Boletin de las leyes_? Consultaré un abogado.

Bajemos, dije al _attorney_. El tribunal ha de estar abierto: Humbug nos
juzgará. Si pierdo mi pleito, sabré al menos á qué atenerme respecto á
esta decantada libertad americana con que me aturden. ¡Chistosa libertad
por cierto es la de un pueblo donde la autoridad, es decir, la nacion
hecha hombre, se inclina ante la decision de un juez de paz!

En la calle hallamos al cuácaro, siempre impasible. A una señal de Fox,
siguiónos en silencio. Marta acercóse á mí suspirando.

--Amo, dijo, en este mismo empedrado fué donde nos caimos el otro dia tu
hija y yo.

¡Oh poder de una palabra! A estas sencillas palabras mis ideas se
trastornaron: ¡Susana, Susana mia, tú eras quien perturbaba mi
conciencia! Cierto, yo tengo una fé política á prueba de las locuras
modernas; con la cabeza en el cadalso, sostendria contra todo el mundo
que la autoridad no se equivoca jamás,--que está perdida si se deja
discutir. Que un caballo, y hasta un cristiano se rompa el pescuezo
en un empedrado mal tenido, es una desgracia; ¡pero qué importa! ¡Los
caballos pasan, los principios quedan! El interés general está arriba
de esas miserias del interés particular.--Hé ahí el dogma conservador
que me han enseñado; yo lo profeso, y sin embargo, cuatro dias antes, la
vista de mi hija herida habíame hecho olvidar mi símbolo. Yo tambien, en
mi loca cólera, hubiera querido encontrar delante de mí un funcionario
responsable, y si lo hubiese tenido habria obrado como aquel miserable
cuácaro, salvo la memoria de dos mil quinientos francos. ¡Qué débil es
nuestro corazon, y cuan infestados no estamos del veneno republicano!

Humbug estaba en su gabinete; entramos en él, Marte no se habia separado
de su bien amado. ¿Era este un nuevo enemigo conjurado contra mí?

--Buen dia doctor, gritó Humbug apenas me vió á lo lejos. Muy bien os
sienta á vos el honrar con vuestra presencia mi modesto tribunal. Nunca
se enseñará demasiado á los hombres á respetar la justicia, hermana de la
relijion:

    _Dicite justitiam moniti et non temmere Divos_.

--Señor majistrado, le dije, no es un amigo sino un litigante quien
comparece ante vos.

--Un pleito, dijo él á su vez, frunciendo su tupido entrecejo. Habeis
olvidado la sábia leccion de nuestros padres? Para poner ó aceptar un
pleito, se necesitan seis cosas: _primo_,--una buena causa; _secundo_,
un buen abogado; _tertio_, un buen consejo; _quarto_, buenas pruebas;
_quinto_, un buen juez, y _sexto_, una buena suerte. Reunir todas estas
condiciones es cosa tan casual, que yo aconsejo á todo el mundo el
atenerse á esta máxima del Evanjelio. “_Si alguien quiere pleitear contra
tí para quitarte tu vestido, dale todavia tu manto._” Ganareis con ello
la tranquilidad de espíritu, y ademas de esto los gastos de justicia.

Mientras que Humbug firmaba algunos papeles, apercibí en un rincon á
Seth y á Marta en gran discusion. Las pocas palabras que cojia al vuelo
no me permitian entender su diálogo. Seth hablaba de _insulto_, de una
buena ocasion, de _arreglos de familia_. Marta suspiraba y jesticulaba,
hablaba de _honradez_ de _Biblia_ y de _casamiento_. Era visible que
los dos tórtolos se picoteaban. Bravo Marta, ella al menos habia tomado
á lo sério esa Biblia que leía todos los dias. Su fidelidad doméstica
triunfaba de su amor, y quizá tambien no la disgustaba asegurarse antes
del casamiento de quien seria el dueño de casa.

--Escojed, pues, dijo ella, apartándose del cuácaro con un jesto de
impaciencia.

--Veamos, veamos, respondió Seth, un poco de calma.

Y esto diciendo, acercóse tranquilamente á Fox, que no tuvo trabajo en
demostrarle que para un hombre prudente hay siempre beneficio en perder
una mujer y ganar un pleito.

El escribano anunció que la hora de la audiencia habia sonado.

Entremos, dijo Humbug; doctor, os doy el primer turno. Los pleitos son
como las muelas enfermas; es menester librarse de ellas lo mas pronto
posible; una vez arrancadas, pronto se las echa en olvido.

--En qué consiste, preguntéle, que hay tan poca jente en la sala?
yo creia que en un pais libre la justicia era el gran asunto de los
ciudadanos.

--Querido doctor, repuso el juez de paz, veis esos tres taquígrafos que
preparan su papel y su pluma? Os diré, pues, como lord Mansfield en
otra ocasion: “El pais está ahí.” Estad tranquilo, antes de dos horas
todo París se ocupará de vuestro pleito. La publicidad de la justicia
es la publicidad de los diarios. Suprimid el extracto y sereis juzgado
en secreto, estrangulado entre dos puertas aunque haya trescientas
personas de por medio. El foro de un pueblo de treinta millones de
almas, el nuestro, es el diario. Merced á él, el menor litigante, el mas
oscuro criminal, tiene por juez, por testigo y abogado, al pais entero.
La prensa, mi buen amigo, creédselo á un viejo periodista, es la única
garantia de la justicia y de la libertad.

En estas palabras de Humbug, yo no ví sino una cosa, ese diabólico
tablero que iban á levantar en la calle, á fin de divertir á todo París,
con mi mala ventura. Para librarme de tal fastidio, tomé una heróica
resolucion. Perderé mi pleito, me dije, pero pondré á los que se rien de
mi parte.

Iba á hablar; pero Fox ya habia leido sus conclusiones y comenzado su
alegato.

--Hay, dijo ajitando su brazo del lado mio, hay ciertos hombres, que
sin jenio, sin talento, sin capacidad; pero aflijidos por una ambicion
ridícula ó por una comezon mal sana, mendigan el sufrajio popular,
imajinándose que las funciones públicas son hechas para satisfacer su
pueril vanidad.

Este exordio me bastaba; curábame poco de que imprimieran lo que pudiera
venir en seguida.

--Permitid, le dije....

--No me interrumpais, esclamó con su mas agria voz, y poniéndose en jaque
como un gallo cuyas plumas se encrespan, no me interrumpais, volvió á
repetir.

--Perdonad honorable _attorney_, repuse yo, antes de pleitear es menester
que haya un proceso, aquí no lo hay.

--Señor juez, continué, nombrado inspector desde hace cuatro dias, podria
escusarme con la novedad de mis funciones, y acusar á mi predecesor de
una neglijencia de que yo no soy culpable; pero Dios no permita que un
oficial público, un mandatario del pueblo incurra en semejantes chicanas.
El cargo obliga; yo quiero ser el primero que dé el ejemplo del respeto
á la ley. Me reconozco responsable de un accidente que lamento, es pues
inútil que ataqueis á un hombre que no sueña en defenderse siquiera.

--Muy bien esclamó el cuácaro, incapaz de contenerse. Amigo Daniel, tú
eres un funcionario segun el corazon de Dios: un Booz, un Samuel; dame
los quinientos _dollars_ ó una fianza bastante y me declaro satisfecho.

--Un poco de paciencia, repliqué yo; estoy pronto á pagar sobre tablas
toda indemnizacion lejítima; pero no quiero discutir siquiera esa
indemnizacion. Defiero el juramento á mi adversario; que este buen
cuácaro sea el que por sí mismo fije la cifra del daño que le he causado.

--No acepto, gritó Seth, furioso y turbado, me gusta mas pleitear; mi
abogado me habia prometido un éxito completo. Un cuácaro presta acaso
juramento? Daniel, no lees el Evanjelio? Cristo ha dicho: “No jures en
manera alguna, ni por el cielo, porque es el trono de Dios; ni por la
tierra, porque esta le sirve de escabel á sus pies; ni por Jerusalem.”

--Basta, dijo Humbug; acabe ahí ese _canto_ inútil. No se te pide que
digas en presencia de Dios, y como Cristo lo enseña: _esto es_ ó _esto no
es_. Entra en tu conciencia, piensa en tu salud. Te exijo la verdad, toda
la verdad, solo la verdad. Con todo lo cual, Dios te ayude.

El cuácaro se rascó la cabeza y miró á su abogado con aire lastimoso. Fox
permaneció mudo. Seth se volvio, y viendo á Marta de pié y silenciosa
cerca de él, palideció y se puso á balbucear. Su conciencia, su interés,
su amor, sostenian una terrible batalla; y es menester decirlo para honor
del cuácaro, el interés no llevaba la mejor parte.

--Aquí está el memorial, dijo él, los hechos son exactos, pero
naturalmente en el precio algo se puede rebajar. Las baras no eran
nuevas; sin embargo será necesario componerlas. Cinco dollars, no es
mucho, no es verdad, Marta?

La muchachona hizo una señal con la cabeza como la estátua del comendador
en la Opera de D. Juan.

--Pongamos cinco _dollars_, repuso el cuácaro con tono lamentable. El
caballo ya estaba maltratado, pero la llaga ha vuelto á abrirse. Esto
vale muy bien cinco _dollars_, no es verdad, Marta?

--Para mí, continuó, no pido nada; pero mi pantalon está roto y he
perdido mi dia. Pongamos diez _dollars_, no te parece Marta?

--Y el abogado, gritó Fox, vas á olvidarlo?

--El abogado, repuso el cuácaro, dichoso de descargar el furor de su
avaricia contra alguien; el abogado es un tonto que me ha dado un
mal consejo. Cinco _dollars_, en pago de diez palabras inútiles, es
demasiado, qué dices Marta?

Y los ojos de Seth resplandecieron viendo que su bien amada echaba á la
risa el percance de Maese Fox.

--He aquí los veinticinco _dollars_, dije yo á mi turno, felicitándome de
quedar á mano á tan poca costa.

--Ah! Marta, esclamó el cuácaro, que ruina es la conciencia. Seguro
estoy de que no la tienen las jentes que hacen fortuna, y si la tienen no
se sirven mucho de ella que digamos.

--Silencio, hijo de Belial! dijo Marta; bendito sea el cielo que me ha
colocado cerca de tí.

--Bravo! doctor, me dijo Fox haciendo una respetuosa reverencia, sois
pasablemente artéro, y no es poca dicha para nosotros que no seais
abogado.

--Pues estais equivocado, cófrade, repuse yo sonriendo, soy del oficio.

--Como así? dijo Humbug.

--Hace algunos años hice una memoria de medicina legal á propósito de
las mujeres que dulcifican indefinidamente el carácter de sus maridos, á
fuerza de láudano discretamente administrado. Esto me valió un díploma
de la universidad de Kharkoff; soy abogado y doctor en derecho entre los
cosacos.

Cófrade, dijo Humbug, con tono solemne, hacedme el honor de sentaros
á mi lado, y vosotros, señores estenógrafos, no olvideis este hecho
maravilloso. Un médico, doctor en derecho de la universidad de Kharkoff,
es cosa que no se vé sino en América. Estoy seguro de que en toda la
vieja Europa no se hallaria un fénix semejante al que poseemos en
París....en Massachusetts. Kharkoff, señores, no lo olvideis, Kharkoff!



CAPITULO XXIII.

La audiencia de un Juez de Paz.


Sentéme al lado de Humbug, teniendo cuidado de echarme respetuosamente
para atrás; y mientras despachaban asuntos civiles sin importancia, me
puse á examinar la sala y los actores.

No habia estrado para que el majistrado quedára mas alto que el
justiciable; una simple barra de madera separaba al tribunal y al
público. Humbug estaba sentado detrás de un gran escritorio, y á su
lado escribía el _clerc_ ó escribano. Frente al juez habia una especie
de palco con reja destinado al acusado; un poco adelante del acusado
habia una mesa para el querellante y los testigos. Nada mas. Lo que
aumentaba la simplicidad del espectáculo, era que nadie llevaba traje
especial. Humbug estaba de frac negro, sentado y con el sombrero puesto;
los abogados no tenian ningun distintivo particular. Allí no se veían
ni capelo, ni toga, ni pelucas. Aquel pueblo primitivo tiene una fé tan
injénua en la justicia, que cree en ella sin ceremonias. Siéntese en
todas partes la grosería puritana. Añadid que habia un puesto de honor
para los estenógrafos. Ellos son los que representan al pueblo, vijilando
á sus majistrados y juzgando á la justicia. Oh democrácia! y son esos
tus trofeos? Y sin embargo, no hay un pais donde se lleve mas lejos el
respeto á la ley y la confianza en el majistrado. Es una de esas rarezas
que prueban hasta la última evidencia que el Sajon ha sido creado para
la libertad, así como el Francés para la guerra y el Aleman para las
cóles, el jamon y la filosofía. Suponer que tan fuerte alimento conviene
á todos los estómagos fué la locura de nuestros padres. Los pobres, no
adivinaron en su ignorancia que hay razas _individualistas_ y razas
_centralistas_ (qué dos lindas palabras!), las unas hechas para cernirse
solitariamente en el espacio á la manera del Milano; las otras para vivir
en rebaños y ser esquiladas como los carneros. La política, la relijion,
la filosofía, la libertad, son cuestiones de historia natural, variedades
que distinguen al _homo civilizatus_ entre todas las bestias de dos ó
de cuatro patas. Admirable descubrimiento! Eterno honor de los grandes
injenios de nuestros tiempos.

Así que hubo terminado la lista de los pleitos civiles, hicieron entrar
á un acusado en el palco. Era un jóven pálido, de largos cabellos y
aire afeminado é impudente. Interpelado por Humbug, dijo su nombre y
su domicilio y que pleiteaba _no culpable_.[50] Sentóse en seguida, y
pasando la mano por los bucles de sus cabellos, miró á sus acusadores con
desdeñosa sonrisa.

--Señor majistrado, dijo un _policemen_[51], teneis delante de vos á uno
de los mas hábiles rateros de la ciudad; entre la multitud donde le hemos
aprehendido habian cortado seis bolsillos en un cuarto de hora. Al fin
hemos cojido á este pícaro, que no nos era desconocido; en el forro de su
frac tenia estas grandes tijeras; pero en sus bolsillos no hemos hallado
nada.

--Hay algun otro testigo, alguna otra prueba? preguntó el juez.

--Nó, señor majistrado.

--Entónces, haced salir á ese _gentleman_[52], y otra vez procurad ser
mas hábiles.

El ladron saludó á Humbug, y se retiró tranquilamente, como un hombre que
no ha dudado un punto de su absolucion.

--Cómo! le dije yo á Humbug, así soltais á ese pícaro?

--Sin duda, no hay cuerpo de delito.

--Pero, y la mala reputacion de ese miserable, y esos bolsillos cortados
y esas tijeras? Qué! no son pruebas?

--Nó, repuso Humbug; esas son simples presunciones. Es muy probable
que ese hombre haya entrado entre la multitud para robar; pero la ley
que castiga el crímen no castiga la intencion. Ella deja lugar á la
hesitacion, al miedo, á los remordimientos. Si fuéramos á condenar á
las gentes por sus intenciones, cuál es el hombre de bien que no habria
merecido ser colgado diez veces en su vida? Y por otra parte, si le dais
al juez el derecho de leer en el alma del acusado, qué es la justicia
humana, sino una hipócrita arbitrariedad? El acto culpable deja de
constituir el delito, y es el capricho ó la preocupacion del majistrado
el que lo constituye.

--Dichoso pais, esclamé, donde la ley proteje al ladron.

--Mas proteje al inocente contestó Humbug.

--Con vuestro sistema de inquisicion, quién escaparia á los
ódios privados ó á las venganzas políticas? Con vuestro derecho
de interpretacion, qué juez no estaria espuesto al error y al
arrepentimiento? Temis es ciega, amigo mio,--ni oye, ni siente. Si
quereis que obre, echad en su balanza un cuerpo de delito, alguna cosa
material, pesada, que haga inclinar el platillo; pero presunciones,
intenciones, recuerdos enojosos, nada de esto tiene peso.

    _Sunt verba et voces, prætereaque nihil._

En aquel momento, una especie de hércules vestido de _policeman_, entró
en la audiencia, asiendo del cuello á un hombrecito que jesticulaba como
un diablo en una pila de agua bendita; no garantizo la exactitud de la
comparacion. El jigante empujó vigorosamente al enano en el palco; en
seguida, acomodándose el frac, cuyo cuello se habia roto, y limpiándose
la cara toda arañada:

--Ved lo que hay, señor majistrado, dijo con voz jadeante; es un rebelde
lo que os traigo.

--Perdon, dije yo á Humbug; supongo que no vais á juzgar sobre tablas un
delito flagrante cometido fuera de la sala.

--Por qué nó? repuso el juez, sorprendido de mi pregunta.

--Y las formas, esclamé. Comenzad por poner á ese hombre preso, dejad que
la policia levante un sumario, en seguida haced deponer una queja, sobre
esa queja proceded á una fria y séria instruccion; hecho esto, fiscalizad
esa misma instruccion, para no dar cabida al error, ni á la pasion. Tomad
quince dias, tomad un mes, tomad tres meses, si es menester, el tiempo no
es nada; pero observad las formas; ellas son las garantias de la libertad.

--Estad tranquilo, doctor; vamos á hacer la instruccion en la audiencia,
en público, con el pais por testigo. Semejante luz disipa todo error y
toda pasion.

    _Solem quis dicere falsum Audet._[53]

El acusado tendrá todas las garantias que pedis, salvo la prision
preventiva, en la que supongo no tiene tanto interés como vos.

--Pues es el caso, continuó el _policeman_, que yo llegué ayer de
mi provincia, y que haciendo esta mañana mi primera ronda, acudió
á mí este señor muy apurado, respirando apenas y colorado como una
remolacha--“_Policeman_, me gritó; al fin os encuentro! Pronto, pronto,
socorro; hay necesidad de vos. “Qué hay?” le contesté. “Hay, respondió,
que van á cometer una muerte abominable, si vos no os interponeis. Veis
aquel jentío que se revuelve; allí hay un hombre que apalea su mujer
con un garrote. Escuchad, gritan al asesino! Corred pronto, evitad una
desgracia.”

--Y quién es ese particular? le pregunté yo.

--“No es grande, me contesta, pero es un salvaje.” Bueno le dije, he
visto peores aun.

Abreviad, dijo Humbug.

--Voy á acabar, mi majistrado; corro y me abro paso por entre la
muchedumbre, que no se movia; el hombre estaba allí, descargando sendos
garrotazos sobre la cabeza de su mujer.

--Le habeis arrestado?

--No, mi juez, dijo el hércules rascándose la oreja y bajando la voz;
era.... era Polichinelle.

--Continuad, dijo Humbug mordiéndose los lábios, mientras que el público
reía de buena gana á la vez que el acusado.

--Sí, mi majistrado. Vuelvo á mi puesto, un tántico contrariado, como era
natural. Y entonces llegan todos los pilluelos de la ciudad, encabezados
por el señor, y silvando á cual mas. “_Policeman_, me gritan, os llaman;
al asesino! al matador! Polichinelle mata su mujer!” Yo me dije: “Me han
jugado una farsa, la ley no la prohibe; he caido en el lazo, callémonos;
es menester que uno pague su aprendizaje.” Sigo caminando pacíficamente,
como si nada hubiera pasado, cuando este señor, que á lo que parece
le han pagado para que divierta la ciudad, se planta delante de mí, y
me dice en alta voz: “Te conozco, te conozco, tú eres un ladron, un
asesino!” Yo, le grito. “Sí, tú, me contesta. Ciudadanos, os pongo á
todos por testigos y jueces. Decid si no ha muerto un Ourang-outang para
robarle la cara?”

--Muy bien señor, le dije, ahora me toca á mí: eso es un insulto, tengo
la ley en mi favor. Seguidme ante la justicia. Quiere huir, y le detengo
del cuello; él me contesta con una trompada en la cara; le tomo, pues, en
mis brazos y aquí está sin rotura. No hay mas!

El acusado se levantó muy corrido, declaró que no negaba los hechos, y
se escusó de su resistencia, diciendo que no habia creido que cometia un
delito jugando como Polichinelle.

--Os equivocais, señor, contestó Humbug con tono chocarrero. Si
conociérais mejor á vuestro digno modelo, sabriais que despues de cada
una de sus proezas se le pone preso en una caja cuidadosamente cerrada.
Seré menos severo con vos; todo no os costará sino diez _dollars_
de multa, y diez _dollars_ por los perjuicios causados á este bravo
_policeman_. Dadle las gracias por su bondad, que si hubiera apretado los
dedos erais hombre muerto.

El hombrecito sacó de una grasienta cartera algunos billetes, que de
bastante mala gana dió al escribano; salió suspirando, saludado afuera
por los silbidos de la multitud que aplaudia al _policeman_. Esta vez
Goliat habia batido á David; es cierto que habia hecho entrar á la
justicia en juego.

Despues del caballero de madame Polichinelli, desfilaron delante de
nosotros los infalibles de la policía correccional: mendigos, vagabundos,
borrachos, calaveras, pendencieros, caballeros de industria, jugadores
y otros pillos; era aquello un cuadro vivo de todas las miserias y de
todos los vicios. Viendo la rapidez y seguridad con que Humbug instruía
y juzgaba cada asunto, viendo sobre todo como el condenado aceptaba sin
quejarse, un castigo previsto,--me reconcilié con el modo de actuar de
los americanos. La publicidad de la instruccion criminal podría muy
bien ser uno de esos descubrimientos modernos que suprimen el tiempo.
Apoderándose en su primer fuego de las palabras de todas las partes, en
lugar de coagularlas en un papel que no conserva de ellas ni el sonido
ni el sentido; poniendo frente á frente acusados, acusadores, testigos y
abogados, el juez americano condensa en algunos instantes la verdad, que
entre nosotros se evapora muchas veces en los mil canales que la enfrian.
Hacer buena y pronta justicia sin menoscabar la libertad,--hé ahí el
problema que estos Yankees han resuelto. La ciencia nos ha engañado á
nosotros,--la casualidad les ha servido á ellos.

Habia un punto, sin embargo, sobre el cual me quedaba algun escrúpulo. Le
pregunté á Humbug si no estaba espantado de su poder. Tener asi en sus
manos la fortuna, el honor, la libertad de tantos acusados, disponer de
todo ello por sí solo,--es una responsabilidad terrible.... No valdria
mas dividirla?

--Nó, repuso Humbug, se opone á ello el interés de la justicia. Formar un
tribunal de tres ó cuatro jueces, no es multiplicar la responsabilidad,
es dividirla; el acusado pierde en ello su mejor garantia. Siendo solo y
estando bajo las miradas del público, me parece que Dios me mira; siento
toda la santidad del deber que desempeño. Cuantos mas cofrades tuviera,
tanto menos comprometido me creeria. Qué es una tercia, una quinta, una
segunda parte de responsabilidad? Y si el juicio es inícuo ó cruel, con
quién se entenderá la opinion?

--Sin embargo, le dije, ved el jurado.

--Es el ejemplo que iba á citaros, me dijo. En este pais la mayoria es
soberana; el número, es el que hace la ley en todo. Solo la justicia está
fuera de esta condicion. El acuerdo de once jurados, no puede arrebatarle
al acusado ni la vida, ni el honor; basta la abstencion de un solo hombre
para tener en jaque su veredicto. De dónde proviene esto? Es que aquí hay
una cuestion moral,--no un problema de aritmética; la voz que absuelve
tiene mas peso quizá que las once que condenan. Así, lo que el lejislador
pide, no es la mayoria,--es la unanimidad. Lo que él necesita, no es una
responsabilidad dividida en doce partes,--son doce responsabilidades.
En esto no hay, como lo veis, ni apariencia de escepcion; es siempre
la misma regla; pero reforzada: unidad de juez, ámplia y completa
responsabilidad.

Este razonamiento me sorprendió, siempre había creido que la unanimidad
del jurado era uno de esos viejos restos de barbárie feudal, que nos
divierten á espensas de la Inglaterra, haciéndonos sentir mejor nuestra
superioridad. Humbug turbaba la serenidad de mi fé. En vano traia á mi
memoria las sábias palabras de Montaigne: “Oh! que dulce, que muelle y
que santa cabecera es la ignorancia y la falta de curiosidad para reposar
en ella una cabeza bien hecha!” La duda es como la lluvia, ningun viajero
se escapa de ella. Franceses! quereis guardar ese lejítimo orgullo, esa
pura satisfaccion de vosotros mismos, que hace vuestra fuerza y vuestro
placer? Pues no perdais nunca de vista vuestras veletas!

Un movimiento que se hizo en el auditorio,--movimiento seguido de un
largo murmullo, nos anunció la llegada de un personaje importante. Un
hombre gordo se adelantó majestuosamente, la cabeza levantada, medio
cerrados los ojos, soplando á cada paso, sin mirar á nadie. Llegado que
hubo á la mesa de los demandantes, saludó á Humbug con un jesto familiar
y aire de proteccion. Era el banquero Little, en cuyas hinchadas mejillas
se leía la insolencia de sus veinte millones.

Tras él, dos _policemen_, conducian á un hombre de gran estatura,
flaco, de cara desencajada, de ojos ardientes y aire de jugador que ha
arriesgado su vida parando á una carta, y que ha perdido. Dejóse caer en
el asiento de los acusados, y se ocultó la cara entre ambas manos.

--Señor, dijo el banquero, esta mañana han presentado en mi casa esta
letra de dos mil dollars, que pongo sobre vuestro escritorio. Mi cajero,
que es un mozo intelijente, vos lo conoceis, Humbug, no hallando este
pago indicado en el cuadro de vencimientos, ha tenido la idea de traerme
el billete, no obstante la insignificancia de la suma. El nombre del
jirante, los endoces, mi aceptacion, todo es falso. Desde esta mañana,
ya se han presentado tres veces con billetes semejantes, que han tenido
cuidado de no dejarme. Es un golpe combinado entre cierto número de
pícaros. Han calculado que me nombrarian intendente municipal, que hoy
estaria ausente y que mi cajero no se atreveria á rechazar jiros con mi
firma al pié. He cojido al señor; ahora toca á la justicia descubrir sus
cómplices.

--Acusado, dijo Humbug, teneis algo qué contestar? Ved que se tomará nota
de todas vuestras palabras, y que se hará uso de ellas en contra vuestra;
reflexionad antes de hablar.

--Por ahora, nada tengo que decir, murmuró el acusado.

--Entonces me obligais á enviaros ante la corte de _assises_ por
falsario, añadió Humbug con voz conmovida. Podeis presentar dos fianzas
de cinco mil dollars cada una? De lo contrario me veré obligado á poneros
preso.

--Veré de encontrar fiadores, respondió el acusado.

--Muy bien. Subid en carruaje con dos _policeman_, y ved á vuestros
amigos. A vuestro regreso, iremos con vos mismo á inspeccionar vuestros
libros, tomando otras precauciones del caso.

--Vais á dejar en libertad á ese falsario? le dije á Humbug. No veis
que tiene cómplices, que los advertirá y lo que es mas, no veis que se
escapará?

--La ley, respondió el juez, no establece la prision preventiva sino para
los crímenes que llevan aparejados la pena capital. En todo lo demas,
se remite á la discrecion del juez. Por qué quieres que le quite á ese
hombre el medio de defenderse? Será para que comparezca como víctima ante
la corte de _assises_, y para que el interés se adhiera, no al robado,
sino al ladron? Serán necesario pruebas, espertas averiguaciones; puede
esto, hacerse á tientas en ausencia del acusado? No tiene acaso el
acusado el derecho de discutir y criticar todos los cargos amontonados
contra él? La instruccion criminal, no es una pena, es la averiguacion de
la verdad.

--Con vuestra falsa humanidad, esclamé, desarmais la sociedad; no es así
como yo entiendo la justicia.

--Cómo la entendeis pues? preguntó Humbug.

--Permitidme una comparacion, repuse. En la sociedad lo mismo que en un
bosque, hay aves de rapiña y animales de presa; son los enemigos que la
policia y la justicia buscan constantemente para cazarlos. La policia los
acecha, la justicia los espera al paso; el majistrado, cazador hábil,
abate y destruye esa ralea maldita. Pedidle al lobo una fianza, ofrecedle
un salvo conducto al zorro, vereis qué se hacen los carneros y los pollos.

Protejer á las jentes de bien, es el primer deber de la justicia; á los
malos no les debe sino castigo y esterminio.

--Caro amigo, dijo Humbug, vuestras bromas son crueles.

    _Quænam ista jocandi_
    Sævitia.

Si hay lobos entre los pobres humanos, lo que estoy lejos de negar,
por lo menos tienen la misma piel que las ovejas; antes de matar al
salteador, es menester reconocerlo. Esa obra requiere una mano mas
delicada que la del cazador. La justicia, no es bajo otro nombre, sino
la sociedad, madre de todos los ciudadanos; hasta la condenacion, ella
cree en la inocencia de sus hijos. Esa confianza maternal no es una
palabra vana; es una ternura activa que proteje y sostiene al acusado,
sin abandonarle un momento. Vos creis sin duda que es el jurado quien
castiga el crímen; desengañaos. La instruccion se hace entre nosotros de
una manera tan franca, tan libre, tan jenerosa, que á decir verdad es el
culpable el que se condena á sí propio, aceptando la expiacion. Seguid
nuestras cortes de _assises_, vereis que lo que desarma al acusado, es la
misma dulzura de nuestros procedimientos judiciales. Si se le ataca, se
subleva; si se le insulta, se ultraja; el orgullo y la cólera sostiene
al malvado lo mismo que al hombre de bien. Pero justificarse cuando solo
los hechos acusan, esponer uno simplemente su conducta, dar cuenta de sus
acciones, es el privilejio de la inocencia. Nada espanta á un criminal
como el sentirse solo cara á cara consigo mismo,--teniendo por testigo y
por jueces al presidente que lo proteje y al jurado que lo acusa. Así lo
mas frecuente es que concluya confesando su falta ó encerrándose en un
silencio obstinado lo que equivale á una confesion. Lo que vos llamais la
debilidad de nuestras leyes, es lo que hace su virtud y su hermosura.

No entiendo una palabra de vuestra filantropia quimérica, le contesté; no
es asi como se entiende y se practica la justicia........

En Kharkoff, entre los cosacos! interrumpió Humbug riendo; ya lo creo,
esos caballeros no son cristianos.

Son cristianos como yo, repuse, pero........

Buenos dias mi juez, gritó, mientras encerraban en el palco á un
hombre de figura violácea, con unos ojos tan resaltantes como los de
una langosta de mar y una voz asmática y ronca: soy yo, Paddy, no me
reconoceis?

Dos veces, en cuatro dias, es demasiado, dijo Humbug.

Escusad, mi majistrado, dijo el acusado, señalando á los
_policeman_,--estos señores tienen la culpa. No tienen piedad con los
pobres. Ayer, domingo, salgo para pasearme tranquilamente, llevando
en la mano una botella de jinebra, á la manera de un cristiano que
no quiere ponerse furioso por no haber hallado que beber en un dia
sábado. Encuentro á este gran diablo allá, le pregunto políticamente el
camino del hospital. “Lo tienes en la mano, me contesta.”--Esto, dije,
enseñándole mi botella, es el consuelo de mi vida.--“Es tu enemigo repuso
él.”--Eh bien, _policeman_ es menester amar á vuestros enemigos. Esto
diciendo bebo á mi salud, y tropieso con Patricio O’Shea, un compatriota
hijo de la verde Erin, muy enemigo de los Sajones. El domingo no
encuentra uno un amigo sin boxear un poco con él: cosa de risa, no es
verdad, mi juez? Todavia no sangrábamos cuando el _policeman_ me atrapa
del hombro diciéndome: “Tienes tres _dollars_ qué pagar?” No, mi bolsillo
tiene un agujero y mi mujer no lo ha compuesto.--“Si no tienes con qué
pagar la multa, añade, porqué te bates?”

_Policemen_, le contesté, teneis razon; cada cual debe divertirse segun
sus medios,--con lo que me largo de bracero con Patricio, siempre
amigos. Pero hé aquí que Patricio se pone á embromarme sobre las últimas
elecciones; es demócrata.--“Tu juez, dijo, (era de vos,mi majistrado, de
quien hablaba), no vale un píto; en cuanto al doctor se asegura que es
brujo.”

Como era natural le cierro la boca de un puñetazo; él me lo devuelve; yo
le doy una sancadilla, y sas tras, doy con él en tierra:--Te ahorco, le
dije, si no confiesas, y le aprieto el pescuezo para que confiese.

Para que confiese qué, preguntó Humbug.

Qué, mi juez! que vos valeis un pito y que el doctor no es brujo.

Paddy, repuso Humbug, con aire serio, os damos las gracias por vuestra
buena opinion respecto de nosotros; pero por haberos emborrachado y
peleado en la calle tendreis que pagar diez _dollars_.

Diez _dollars_! esclamó el borracho, de dónde quereis que los saque?

Si no los encontrais de aquí á mañana, cinco dias de prision os dejarán
chancelado.

--Y mi mujer, y mis hijos? murmuró Paddy.

--Ayer fué cuando debiste pensar en ellos, repuso el juez; hoy es ya
tarde.

Fariceos esclamé, al fin os sorprendo. Con que teneis dos pesos y dos
medidas. Gracias á su dinero, el rico puede permitirse todos los vicios;
el pobre tiene que espiar en prision el único crímen que no perdonais:
la miseria. Es eso equidad? Para un mismo delito, yo no admito sino una
misma pena; encerrad á todos los culpables ó no encerreis á nadie. La
justicia no es sino otro nombre de la igualdad.

--Dichosos lójicos, dijo Humbug, admirables conductores de los pueblos!
se os importa poco matar la libertad, con tal de conducirla en linea
recta al abismo. El dia en que los astutos verdugos hicieron morir bajo
el látigo á los nobles y á las mujeres, sospecho, sublime doctor de
Kharkoff, que vuestro corazon palpitaria, esclamando: Gran victoria de la
igualdad!

--No, no, repuse á mi vez; tengo horror al despotismo; quiero la igualdad
que eleva, y no la igualdad que rebaja; pido que á los siervos se les
trate como á nobles,--no á los nobles como á siervos.

--Muy bien, amigo mio, repuso el juez; pero aquí es donde comienza la
dificultad. Hay siempre un punto en el que, á menos de imitar á Procusto,
el mas perfecto de los lójicos, no llegareis nunca á la igualdad.

Nuestras viejas leyes Sajonas, que vos encontrais duras, y yo hallo
justas y suaves, siempre cuidan de tratar bien á la libertad. Escepto
los crímenes atroces, ellas atacan la bolsa,--no á la persona culpable.
Si el verdadero medio de contener al hombre arrastrado por la pasion es
ponerle delante la responsabilidad que le espera, nada vale lo que las
penas pecuniarias; creed en la esperiencia. Hay paises donde el adulterio
es una gracia; la falta de fé un juego permitido; el duelo una proeza que
honra hasta el malvado. Entre nosotros, no se seduce ni á la mujer ni á
la hija del vecino, ni se mata á las jentes para reparar la injuria que
se les hace. Por qué? Por la muy prozaica razon de que cada una de esas
amables locuras cuesta quince ó veinte mil _dollars_. Nadie tiene interés
en arruinarse para ser la fábula de la ciudad, y lo que es peor aún, un
objeto de burla.

--Tal es la ley, cuya fuerza y sabiduria ha consagrado un uso diez veces
secular. Pero qué hacer cuando el condenado no tiene nada? Debe dársele
al pobre un privilejio de impunidad, sacrificar la libertad por amor
á la uniformidad? Nuestros antepasados han decidido y nosotros hemos
conservado su máxima: _El que no puede pagar con su bolsillo paga con su
piel: luat cum corio_. Entre nosotros la multa es la regla, la cárcel la
escepcion. Porqué? Porque la libertad es el principio; y á decir verdad,
la cárcel no es sino un medio de ejecucion contra un deudor insolvente.
Qué veis de injusto en todo esto?

--No veo la igualdad, repuse.

--Pues bien, doctor, sois ciego. Hay dos especies de igualdad: la una,
que no conviene á las sociedades humanas,--es la igualdad material y
brutal que no toma en cuenta ni la edad, ni el rango, ni la fortuna.
Las mismas penas en condiciones iguales, es la igualdad absoluta, es
decir, la suprema injusticia. La otra igualdad es la que proporciona el
castigo,--no segun la definicion del delito, que no es sino una palabra,
sino segun el acto mismo y segun la persona del culpable. Al rico una
fuerte multa, al pobre una multa suave, y en defecto de paga algunos
dias de prision,--es una ley en la que tanto la justicia y la igualdad
verdaderas se encuentran consultadas no menos que la libertad.

--Paddy! esclamé llamando al borracho que levantó hácia mi sus grandes
ojos con asombro: tomad estos diez _dollars_, buen hombre, idos en
paz á vuestra casa, y no volvais á pecar. Hé ahí mi respuesta, añadí,
volviéndome hácia Humbug: es una protesta contra la iniquidad de vuestras
leyes.

Es la justificacion de su escelencia, respondió él. Si por amor á la
igualdad, hubiéramos establecido la prision como pena de la embriaguez,
qué socorro hubiérais podido prestarle á esa interesante víctima? La
multa, por el contrario, tiene el gran mérito que las almas tiernas
pueden siempre correjir la dureza de nuestros juicios. Y digan lo que
digan los lejistas, esa raza de corazon empedernido, cuando hay lucha
entre la caridad y la justicia, es bueno que la última palabra se diga en
favor de la caridad.

--Gracias, doctor, gritó Paddy, deshaciéndome los dedos entre sus manos;
voy á beber á vuestra salud; el primero que se atreva á decir que sois
brujo, lo aplasto, á fé de cristiano.

--Ved ahí un hombre correjido, dijo Humbug. Ahora si no hay nada mas á la
órden del dia levantemos la sesion.

De allí volvimos á mi gabinete, donde encontramos al Presidente de la
corte, de _assises_ en una gran ajitacion.

--Os esperaba, le dijo á Humbug: héme aquí en un gran embarazo. El jurado
está reunido, el _attorney_ jeneral me falta á su palabra. Me escribe que
está en cama, retenido por tales dolores de entrañas que le es imposible
levantarse.

--Entrañas.... un _attorney_ jeneral! Eso es inverosímil, esclamó Humbug.

--Amigo mio, no riais, y socorredme, dadme alguien que pueda reemplazar á
nuestro acusador público.

--Tomad á este querido Daniel, dijo el juez, siempre dispuesto á
reir. Es el hombre que buscais. Abogado y doctor de la universidad de
Kharkoff. Un prodigio de gravedad, de inflexibilidad, de legalidad y de
sentimentalismo. Teneis ahí en una sola persona,--un Coke, un Mansfield,
un Erskine y demás.

--Venid pronto señor, dijo el presidente, tomándome el brazo; vos me
salvais la vida.

--Permitid, le dije........

--No, no, interrumpió él, no escucho nada. Nada de falsa modestia; sois
doctor, eso basta.

Al mismo tiempo, Humbug me cojió del otro brazo; lleváronme á la sala,
presentáronme al jurado, y me instalaron sin haber podido soplar una
palabra. Humbug se puso despues de mi, y riéndose de mi percance, me
mostró en el banco de la defensa á Fox estupefacto, que me miraba
cerrando los ojos.

--No habia como desdecirse; la suerte que se burlaba de mi me condenaba á
representar una nueva comedia: _el attorney por fuerza_.



CAPITULO XXIV.

Un attorney jeneral.


Querido lector! Os ha empujado alguna vez al agua por sorpresa, una
mano traidora, y sin saber nadar? Pues bien, entonces podeis haceros
una idea de mi triste situacion. No me sentia en estado de decir dos
palabras seguidas, pero retirarme hubiera sido ridículo; no habria habido
bastantes silvidos para mi en toda la ciudad; resolví pues, armarme de
paciencia y sostener mi papel hasta el fin.

Saqué mi cartera, arranqué de ella algunas hojas y me puse á escribir de
memoria algunas de esas bellas fraces que no dicen nada; pero que hacen
el mayor efecto, cuando se las coloca á propósito en una improvisacion
cuidadosamente preparada. Armado así, esperé la batalla, con la firmeza
de un soldado que va al fuego, diciéndose que hará pié.

El primer acusado que condujeron era un malvado abominable, que habia
envenenado lentamente á su mujer, despues de haberle dictado un
testamento; el crímen era flagrante y las pruebas irrecusables, de manera
que el miserable ni siquiera tentó defenderse.

--Me defiendo _culpable_, murmuró con voz trémula, pálido el rostro y
ojos de loco. La muerte, pido la muerte. Que me quiten la vida.

La asamblea quedó en profundo silencio.

Levantéme majestuosamente, puse mi lente á caballo sobre mi nariz, tosí
tres veces, y teniendo mis apuntes en la mano izquierda, mientras movia
mi brazo derecho cadenciosamente, comencé con voz baja y lenta:

“Señor presidente, señores jurados:

“_Nemo auditur perire volens_, no se escucha al que quiere morir, es
una de las grandes y saludables máximas que nos ha legado la profunda
sabiduria de nuestros venerables antepasados, sabiduria bien superior á
la loca ciencia y á la orgullosa razon de las jeneraciones de hoy dia;
_nemo auditur perire volens_ es una máxima que no ha sido inventada
solamente, para protejer al culpable contra su propia desesperacion,
sino para asegurarle á la sociedad la justa satisfaccion de una venganza
lejítima.

“Sí, señores, cuando un crímen execrable ha sido cometido; cuando nuestra
admirable ciudad, rejuvenecida por el esplendor de esas gloriosas
construcciones que hacen honor infinito al jénio prodijioso de nuestra
hábil y sábia edilidad; cuando, decía, nuestra ciudad, Roma moderna, mil
veces mas bella y mas grande que la Roma de los Césares, se despierta al
amanecer, terrificada por la noticia imprevista de uno de esos horribles
atentados que revelan una depravacion incalificable, fruto intoxicado de
una civilizacion que las revoluciones y el periodismo han corrompido;
entonces, entonces, señores, la justicia, que vela siempre, debe cumplir
una mision sagrada, mision tan difícil como grandiosa. En defecto de una
palabra fácil, en defecto de esa elocuencia majistral, gala de tantos de
mis ilustres cólegas, que no nombro, teniendo en consideracion su exesiva
modestia, los magistrados que al menos se inspiran en su conciencia traen
á este recinto su enérjica conviccion, su humilde y firme abnegacion á la
causa del órden, de las leyes y de la sociedad.

“Aquí, señores jurados, se dá un grande y hermoso espectáculo, aquí
vuelve á empezar en todos sus detalles, una trajedia, dolorosa sin duda
para las jentes honradas, pero necesaria á la espiacion del crímen y á la
edificacion del pais entero. En este drama espantoso, el libertinaje hace
la esposicion, la avaricia llena el segundo acto, el veneno es su nudo,
la instruccion, por su maravillosa habilidad, precipita las terribles
peripecias, y así llegamos al desenlace fatal y próximo. Ese desenlace
vengador, está en vuestras manos, señores jurados, vuestro veredicto no
es dudoso. Abrumado, por el peso de su falta, vencido por la justicia, el
culpable ha confesado todo; ahí está ante vosotros agobiado, herido por
los remordimientos. Su condena está escrita sobre su frente malvada, como
lo está en vuestros nobles corazones.

“Que no crea que esa confesion forzada pueda librarle de la afrenta que
ha merecido. En vano aparta su cabeza criminal, en vano aleja sus lábios
impuros del cáliz amargo que su crímen execrable le ha preparado; la ley
ciega y muda, la ley justamente inexorable, la ley santamente implacable,
quiere que apure hasta las heces su maldad. Su suplicio es el castigo del
pasado y la leccion del porvenir.”

--Basta, por Dios, basta, me dijo Humbug tirándome el faldon de mi frac:
_Res sacra miser_[54], amigo mio.

Dejadme pues, le dije, con un jesto de impaciencia. La acusacion nada
tiene que hacer con la humanidad.

--“Es á nosotros, continué animándome, es á nosotros, ministros de la
vindícta pública, es á nosotros representantes de la sociedad ultrajada,
es á nosotros á quienes incumbe el penoso y santo deber de sofocar
hasta las palpitaciones de nuestro corazon de hombre, es á nosotros á
quienes toca remover ese fango y dominar invencibles desagrados, es á
nosotros....”

¡Imprudente! al hacer un jesto magnífico, alcé los brazos, abrí entrambas
manos, y hé aquí que todos mis papeles caen en tierra y mi elocuencia con
ellos; me agaché para recojer todo junto, pero el acusado aprovechándose
de aquella casualidad desgraciada, se levantó bruscamente, diciendo:

--Señor Presidente, ¿hasta cuando sufrireis que el _attorney_ jeneral,
juegue conmigo como un gato con un raton? La ley dice que sois el abogado
del acusado; por qué dejais insultar mi miseria. Espero la sentencia, y
no veo qué ganais con prolongar mi suplicio.

--Tiene razon, dijo un jurado mal enseñado, estamos aquí para hacer
justicia no para oir un sermon.

Quise hablar; el presidente me detuvo haciéndome una seña con la mano,
y cubriéndose, pura y simplemente pronunció la sentencia del culpable,
y la pena de muerte. No hubo ni resúmen, ni palabras bien sentidas, ni
leccion dada al acusado, ni al jurado, ni al público, nada que aumentára
la solemnidad de aquella escena palpitante de interés. Antes por el
contrario, todo se hizo con una familiaridad de mal gusto y como pactando
con el culpable.

--Condenado, dijo el presidente, en adelante no espereis nada de la
misericordia de los hombres, no os resta sino implorar la justicia de
Dios. ¿Cuántos dias necesitais para arreglar vuestros negocios y poner en
órden vuestra conciencia?

--Bastarán tres dias, repuso, tengo prisa de acabar.

--¡Eh bien! contestó el presidente, dentro de cinco dias á contar de la
hora presente, comparecereis ante el único juez que puede perdonaros.

El condenado saludó al presidente con respeto y salió, lanzándome una
mirada que me turbó. ¿No habia yo cumplido con mi deber? ¿Debe uno piedad
hasta á los asesinos?

Introdujeron al segundo acusado. Era este un pícaro descarado, que
habiendo salido de la cárcel dos dias antes se habia hecho culpable de
fractura, de robo y de tentativa de asesinato. Habia roto las ventanas de
una casa de Montmorency, amenazando á una desgraciada sirvienta que la
cuidaba y robádose todo, inclusive el carruaje y los caballos.

La cara de aquel pícaro bastaba para hacerlo condenar. Era la maldad
en persona. Veíase en él á un hombre para quien la sociedad no era mas
que un enemigo, y que tenía tanto desprecio por la ley como odio por el
majistrado; en una palabra, una de esas bestias salvajes que es menester
matar para no ser devorados por ella.

--Acusado, dijo el presidente, ¿os defendeis culpable ó no culpable?

La pregunta es diestra, repuso el ladron, con audaz indiferencia.
¿Culpable ó no culpable? Ni vos ni yo podemos saberlo antes de haber oído
á los testigos.

Señores jurados, esclamé, ¿tenemos acaso necesidad de oír mas? Retened
esa confesion. Hay ejemplo de que un inocente haya hesitado un instante
en proclamar su no culpabilidad? Solo un bandido de profesion puede tener
semejante descaro. Ved si ese miserable no lleva el sello del crímen
impreso en su cara impudente.

--Protesto contra esa teoria, esclamó el defensor del acusado. Aquella
voz perruna me hizo estremecer: una vez mas la irónica fortuna me ponia
en frente de Fox, mi eterno enemigo.

--Sí, continuó, protesto y protestaré siempre, contra una doctrina que
jamás ha sido recibida en los tribunales de la libre América. Vos no
teneis el derecho de torturar las palabras de un acusado para sacar de
ellas una condenacion. Vos no teneis el derecho de interpretar su porte,
su jesto, el tono de su voz para deducir de ello su culpabilidad. Si
permitido fuera invocar esos signos falaces que la pasion esplica á su
antojo, ¿quién escaparia á la elocuencia de los señores _attorneys_
jenerales? ¿Calla el acusado? son los remordimientos que le abruman,
el silencio es una confesion.--¿Protesta con calma? es un descarado,
el descaro es una confesion.--¿Se exalta, se chancea? es un insolente
que ultraja la justicia; el insulto es una confesion. La debilidad, la
enerjía, la humildad, el orgullo, las lágrimas, las cóleras, todo es
confesion para los espíritus mal dispuestos, que solo ven las cosas de
un lado. Eh! señores, comenzad por establecer los caractéres físicos de
la virtud y del crímen. Cuando la ciencia haya realizado los sueños de
Labater, condenareis á las jentes por su cara; hasta entonces dejad á los
decidores de buena ventura, ese arte pérfido y peligroso. La justicia no
conoce sino los hechos, no discute sino los hechos, no falla sino sobre
los hechos. Ahí está su seguridad y su grandeza. Que el señor _attorney_
jeneral guarde su talento para mejor ocasion. Pasemos al exámen de los
testigos.

--Señor Presidente, esclamé yo, solo por respeto á la corte, es que he
sufrido hasta el fin la impertinencia de esas palabras; un _attorney_
jeneral no tiene lecciones que recibir de un abogado, requiero....

--Calma, señor, dijo el majistrado. A la defensa le es permitido todo
salvo la injuria; las palabras del honorable abogado no esceden en nada
el derecho de sus funciones. En cuanto á su doctrina es la que nuestros
precedentes han consagrado. En todas nuestras compilaciones encontrareis
esos principios que yo me hago un honor en profesar.

Caí en mi asiento á la manera de un Titan fulminado. El presidente,
convertido en apóstol de teorias que hacen descender la acusacion
al nivel de la defensa; el presidente, desertor de nuestras filas y
haciéndose cómplice del abogado, era el último golpe! Si esto es lo que
los yankees llaman justicia, yo no la conozco ni por el forro. Recorred
la Europa civilizada, y no hallareis allí nada semejante.

--Muy bien, me dijo el escelente Humbug, para darme un poco de valor.
Hablais como un senador; pero con demasiado celo solamente. Moderaos, mi
buen amigo, hareis mas efecto.

No habia salido todavia de mi sorpresa cuando llamaron á los testigos;
esperaba que solo el presidente los interrogára de concierto conmigo.
Esperanza vana! El presidente era una estátua impasible; frente á él,
el acusado guardaba el mismo silencio. Cuando quise interrogarle, un
grito jeneral me enseñó que, segun la ley yankee, no hay favor sino
para los pícaros. Cualquiera que hubiera visto al majistrado y al
acusado inmóviles y mudos, habría dicho que ajenos á lo que pasaba en la
audiencia, eran los jueces del campo. Los combatientes, ó mejor dicho
las víctimas, eran los testigos, entregados á la merced del abogado,
interrogados, desmentidos, vituperados, hostigados por un hombre sin
carácter público y que no tenia otro título sino defender la dudosa
inocencia de un pícaro envejecido en el crímen. En aquel trastorno de
todas las ideas recibidas, cualquiera habria tomado al acusado por un
testigo, á y los testigos por acusados.

Una de las preguntas hechas por Fox me pareció tan impertinente, que me
opuse á que el testigo contestára.

--Con qué derecho? esclamó Fox, siempre furioso.

--Olvidais le dije, que no os debo cuenta de ningun jénero: soy aquí el
representante del Estado.

--Qué nueva químera es esa? repuso, con su insolencia habitual, en
este recinto no hay Estado. Aqui no hay lugar sino para la justicia,
admirablemente representada por la imparcialidad del majistrado y la
sabiduría del jurado. Vos, sois tan abogado como yo. Yo represento al
acusado, vos representais al querellante, á quien la sociedad os da por
sosten. Vos no teneis un solo derecho que no me pertenezca á mí,--asi
como yo no tengo un solo privilejio que vos no podais revindicar. Si de
otra manera fuesen las balanzas de la justicia no serian de buena ley y
la acusacion seria mas fuerte que la defensa; á qué estaria reducida la
libertad del ciudadano?

--Señor presidente, dije, tambien es esa una de las teorías consagradas
por vuestros precedentes?

--Señor attorney jeneral, repuso con tono pesaroso, vuestra pregunta me
sorprende. En un pais libre puede acaso ponerse en duda la igualdad de la
defensa y de la acusacion?

No me quedaba mas recurso que callarme; dejé á Fox torturar á los
testigos á su gusto. Una sola cosa me consoló. No hay abuso que, al
lado de mil inconvenientes, no lleve aparejado alguna pequeña ventaja.
Habituado desde la infancia á las rudas pruebas de la vida pública, los
testigos no se dejaban intimidar por la aspereza de las preguntas que se
les dirijian. En aquel duelo de palabras, Fox no siempre llevaba la mejor
parte. Es verdad que tenia la piel dura; cada vez se levantaba con nueva
rabia. Jamás se ha defendido la libertad de un hombre con una enerjía mas
desesperada.

Entre los testigos figuraba Seth el cuácaro, personaje importante en
Montmorency, por su calidad de posadero. Seth le tenia mala voluntad
al abogado desde el lance de por la mañana, y así sus contestaciones
envolvian una malicia que me hizo sonreir apesar de mi mal humor.

--Conoces al acusado? preguntó Fox.

--Sí, dijo el cuácaro, le conozco por su desgracia y por la mia.

--¿Te atreverias á afirmar bajo juramento, que es un mal hombre?

--No he dicho nunca que le hubieran acusado de ser un mal hombre, repuso
el amigo Seth con la mayor dulzura.

--¿Qué interés tenia en robar un carruage con caballos?

--Ninguno, que yo sepa, dijo el cuácaro. Hubiera hecho mejor en
comprarlos y no pagarlos, á la manera de los honorables _gentlemen_.
Quizá no tenia el crédito de ellos.

Despues del posadero, vino el turno de la sirvienta; era esta una
gordiflona rubia, de aire cándido y alegre; pero que no carecia de uñas y
de pico, como toda hija de los campos.

--Vos pretendeis, dijo el abogado, que reconoceis al acusado; afirmais
que os ha dirijido amenazas en términos mas que inconvenientes.

--Sí, señor, murmuró poniéndose colorada.

--Hablad mas alto, dijo Fox, los señores jurados no os oyen.

--No puedo, repuso toda turbada.

--Sí, podeis; haced como yo, gritad.

--Vos, es diferente, repuso, es vuestro oficio; desde chiquito os han
acostumbrado á ello.

--Vos afirmais continuó Fox, que el acusado se ha servido de palabras
abominables, tan abominables, señores jurados, que el pudor me impide
repetirlas en público.

--Si, señor, dijo la muchachona, poniéndose cada vez mas colorada.

--Muy bien, repetid esas palabras á la corte y al jurado.

--Señor, dijo ella, irguiéndose, si vuestro pudor no os permite
reproducir esas palabras, no comprendo como es que podeis suponer que el
mio me lo permita.

--Muy bien, repuso Fox sin desconcertarse; el jurado apreciará. Habeis
dicho que el acusado hablaba como un descarado. ¿Sabeis lo que es hablar
como un descarado?

--Lo sospecho, repuso, mirando al abogado de tal manera que la asamblea
se puso á reir y que Fox abandonó el testigo.

Agotada la lista de los testigos, tomé yo la palabra; la cólera me
hacia elocuente, lo sentia, y así me abandoné al placer de declamar.
En una requisitoria que merecia ser estenografiada, hice la historia
completa de aquel bandido. Le cojí del lecho para no dejarle sino ante
el tribunal, donde iba al fin á recibir un justo castigo. Primero, le
pinté á los tres años, como uno de esos niños malditos que no han hecho
jamás sonreir á su madre; en seguida, le acompañé á la escuela, le mostré
perezoso, mentiroso, pendenciero, preludiando al patíbulo con sus robos
de nueces y ciruelas en los árboles del camino. Por una fortuna inaudita,
habia hallado entre los testigos, á tres de sus honrados camaradas, que
veinticinco años antes habian hecho el merodeo con aquel futuro pícaro.
De la escuela pasé al taller, y allí tracé un retrato horrible del hombre
que debia parecérsele. Hice contra la embriaguez, _ese veneno criminal_,
un trozo que arrebató al auditorio; estaba todavia á diez años del
crímen, y el acusado era ya hombre perdido en la opinion del jurado.
Despues de mi discurso, la única cosa que debia sorprender, era que el
acusado no hubiera muerto á su padre. No dudaba que aquel malvado tuviera
el alma parricida; y así lo dije al jurado; pero el cielo le habia
ahorrado al muy pillo el mayor de todos los crímenes; ¡el miserable tenia
la felicidad de ser huérfano!

Mientras que el auditorio estaba suspenso de mis labios elocuentes, miré
al acusado que se torcía bajo el látigo de mis palabras vengadoras.
Herido por mis reproches, incapaz de resistir á sus remordimientos
violentamente despertados, levantóse, é interrumpiéndome:

--Presidente, dijo con voz ronca, si esto debe durar mucho tiempo así, es
bastante para mí, me confieso culpable. Prefiero estar cinco años preso,
antes que escuchar á este caballero.

--Desdichado, dijo Fox, ¿habeis pensado en ello? Retirad esas palabras
funestas.

--No, no, dijo, este caballero me fastidia; daria mi cabeza por hacerlo
callar.

--Acusado, dijo el presidente, reflexionad antes de hacer una declaracion
que os pierde. Pensad que si renovais friamente esa confesion, solo me
resta pronunciar vuestra condena.

--Os doy las gracias, mi presidente dijo, sois un digno majistrado; vos
no pisoteais á un pobre gusano que se halla en desgracia. Qué quereis, no
tengo suerte; si me cayera de espaldas me romperia el pescuezo. Despues
de todo, yo he robado, que justicia sea hecha. Pero ¿qué tiene que hacer
este caballero con lo que le he dicho á mi madre ó he hecho en la escuela
cuando era muchacho?

Mi victoria era completa. Vencido por mi elocuencia mas que por sus
remordimientos, el culpable confesaba su crímen. Para colmo de
felicidad, Fox, cuya lengua audaz yo temia, no podia ni contestarme
siquiera. Faltaba, pues, únicamente que la justicia y la autoridad
cumpliesen con su deber.

Levantada la sesion, uno de los jurados vino donde yo estaba y me
estrechó la mano. Era un orador célebre, un espíritu lleno de recursos
que, mas de una vez en las Cámaras, habia derrotado á sus adversarios
teniendo estos razon. Tal sufrajio agregaba á mi triunfo, un gran
esplendor; asi fué que en vano procuré disimular mi alegria por tan
gloriosas felicitaciones.

--Estoy encantado de vuestro injenioso descubrimiento, me dijo mi nuevo
amigo. En la primera ocasion que se me presente me propongo imitaros y
espero ser tan feliz como vos. Tomar á un hombre al nacer, apoderarse
en su jérmen del vicio, del error, de la preocupacion describiendo
é interpretando su largo desarrollo, eso es admirable. No creo que
haya persona alguna que pueda salir intacta de esa revista histórica;
siguiendo vuestro proceder me siento capaz de demostrar que Caton era un
malvado y Sócrates un atéo.

--Yo no he inventado nada, le dije con modestia; vos me lisonjeais.

--No, me dijo; en este pais jamás se ha razonado de esa manera sutil.
Es una lójica nueva que os hace el mayor honor. Los yankees son jentes
groseras, que persiguen el crímen y no al hombre; para vos el hecho
material no es nada, el hombre es todo. Si no hay prueba suficiente de
la atrocidad que se le imputa, poco importa; ha sido capaz de cometerla?
la presuncion está en contra de él y por otra parte es probable que
haya cometido muchas otras. Hé ahí lo que yo llamo una buena justicia,
una justicia que proteje á la sociedad y que solo se inquieta del bien
público. Sois americano de oríjen?

--Esta brusca pregunta os sorprende, continuó sin averiguar la causa de
mi sorpresa. Perdonad mi indiscrecion; mi madre era francesa y á ella
le debo ciertas ideas que no han entrado jamás en una cabeza sajona.
Esas ideas se acercan mucho á las vuestras, y me inspiran las mas vivas
simpatias por la orijinalidad de vuestro talento.

--Así, por ejemplo, para mí el Estado es todo; y á pesar de la estúpida
charla de ignorantes moralistas, sostengo que no se puede poner en
balanza el interés de todo un pueblo y el pretendido derecho de un
mísero individuo! Soy socialista en el buen sentido de la palabra, el
Estado antes que el individuo! Los yankees, al contrario, espíritus
limitados, méollos estrechos, han traido de Inglaterra una preocupacion
egoista y salvaje. Si un juez le falta al respeto á una vieja gitana,
si un _attorney_ jeneral pierde la paciencia acusando á un pícaro, ó
trae á maltraer á un asesino--en el acto sale un sajon que grita hasta
desgañitarse que se viola la gran Carta, y que se ultraja á la humanidad.
Y en el acto una multitud imbécil acude á la voz del que ladra, haciendo
al rededor del majistrado un ruido semejante al de los perros que siguen
un caballo al galope. Diríase que es un pueblo de ladrones, donde cada
cual tiene miedo de ir al dia siguiente ante la corte de _assises_, y
que defiende la libertad de los demás en el interés de la suya propia.
Gracias á la solidez de mis principios, yo entiendo la justicia de
otra manera. Veo con placer que hay en América dos hombres de la misma
opinion. Nadie es un santo cuando aparece ante el jurado, y yo prefiero
mandar tres inocentes al patíbulo antes que dejar escapar veinte pícaros.
Soy un hombre sólido; tocad aquí; entre los dos reformaremos la educacion
de este pueblo monótono que no tiene sino una palabra en la boca:
Libertad!

Despidióse de mí apretándome la mano de la manera mas cordial; pero cosa
estraña, sus elojios me desagradaron y mi triunfo comenzó á asustarme.

--Si habré ido demasiado lejos, pensaba. Si me habré dejado arrebatar por
el ardor de la persecucion, á la manera de un cazador que solo oye su
pasion? Yo no me he engañado, desde que el culpable confiesa su crímen;
pero las armas de que me he servido han sido lejítimas? Le es permitido
todo á la justicia? El acusado no tiene ningun derecho al respeto?

A pesar mio estos pensamientos me ajitaban. La idea de la venganza
pública no me satisfacía ya. Entreveía vagamente una doctrina mas pura,
doctrina que sometía la justicia humana á los preceptos del Evanjelio; y
decía en mis adentros: para el cristiano toda debilidad es santa, toda
miseria sagrada,--con el niño, con la mujer, con el pobre y hasta con
el culpable, la autoridad debe desconfiar de su fuerza y temer el tener
demasiada razon.



CAPITULO XXV.

Dinah.


Al salir de la audiencia encontré al cuácaro que me felicitó por mi
habilidad; este cumplimiento me hizo un placer mediócre. Humbug, al
contrario, no me dijo nada; hubiera preferido sus reproches; creo que en
aquel momento su cólera me habria hecho bien.

Fox me esperaba en la calle; sus rasgos contraidos, sus ojos brillantes,
revelaban una pasion que ya no puede contenerse.

Debeis estar satisfecho, gritó de lejos en cuanto me vió. Habeis obtenido
un triunfo, una victoria que os honra. Espero no ser el último que os
haga justicia. No faltará un diario que glorifique la elocuencia y la
doctrina del señor _attorney_ jeneral. Un Jeffries, en América, es un
mónstruo nunca visto, que no se verá nunca; es menester admirarlo cuanto
antes.

--Por lo demas, añadió, furioso de mi silencio y cerrando los
dientes,--lo ocurrido no me asombra. No hay nada tan cruel como las
jentes que tienen pesares domésticos, es una raza sin piedad.

--Pesares domésticos, dije alzando los hombros. Habeis perdido el juicio,
señor Fox; habeis olvidado la persona con quien hablais?

--De veras! repuso recalcando, me parece que hablo con el dichoso padre
de la muy amable Susana.

La cara de aquel hombre me espantó; su risa diabólica me heló hasta en la
médula de los huesos.

--Callaos, le dije, os prohibo pronunciar un nombre que todos deben
respetar.

--Vá! contestó con desdeñosa sonrisa, vaya una severidad fuera de lugar.

--Miserable, esclamé cojiéndole del cuello, esplícate ó te deshago aquí
mismo.

--Señores, dijo el abogado procurando desacirse, os hago testigos de esta
violencia. Señor Humbug, vos me hareis justicia!

--Sin duda, dijo el majistrado. Pedidme indemnizacion de daños y
perjuicios por esa respuesta un poco viva, os acordaré un dollar. Pero si
el doctor os reclama á su vez tres ó cuatro mil dollars, os prometo no
perdonaros ni un centavo. Será para mí un placer castigar la calumnia.

--La calumnia! esclamó Fox, echando espuma de rábia. A donde vá todos
los dias esa preciosa señorita, cuyo nombre no puede pronunciarse? Tengo
yo la culpa, de que todas las mañanas, cuando vá al palacio, se la vea
introducirse misteriosamente en una de las casas menos respetables de
la ciudad? A quien puede visitar en la célebre calle del _Laurier_ la
honorable hija del honorable _attorney_ jeneral? Hace algunas horas
que yo la he visto entrar allí; supongo que allí estará aun porque
ordinariamente se detiene bastante rato. Acusadme ahora de calumnia,
doctor, será un escándalo divertido; me vengaré.

Caí en brazos de Humbug. Mi hija insultada! mi Susana difamada! El golpe
era demasiado terrible, demasiado violento para un padre. Mi vista se
nubló; mi cuerpo temblaba, y el dolor y la cólera me ahogaban. Por fin
lloré,--lágrimas de rábia y de desesperacion, que sin dulcificar mi pena,
me devolvieron un poco de imperio sobre mis sentidos y me permitieron
hablar.

--Señor, dije á Fox, la calle del _Laurier_ está á dos pasos de aquí;
vais á seguirme. Humbug, vos vendreis conmigo. Señor Seth, no me
abandoneis; sobre todo no dejeis que ese hombre huya, es menester que
justicia sea hecha, y justicia se hará.

--Tranquilízate, amigo Daniel, repuso el cuácaro, los tres te
acompañaremos. Recalcó sobre estas últimas palabras: _los tres_, miró al
abogado de piés á cabeza, y, arremangándose sus puños, se puso á blandir
en el aire una vara de verga que tenia en la mano.

--Señores, dijo Fox con risa sardónica, estoy á vuestras órdenes. Notad,
os lo suplico, que no soy yo quien se empeña en un paso que dará que
sentir á cierta persona. Aun es tiempo de deteneros; yo no soy cruel;
pero os prevengo que una vez dentro de esa casa, no saldré de ella,
cualesquiera que sean vuestras súplicas y vuestras lágrimas, sino con la
firme resolucion de decir cuanto haya visto.

--Vamos, señor, le dije, me importa un bledo vuestra piedad. Yo caminaba
como un beodo apoyándome en el brazo de Humbug.

--Sospechar de tí, Susana mia y con mi consentimiento, nunca, jamás!
Creo en tu pureza como en la de los ánjeles; pero la seguridad de aquel
hombre me turbaba. Temia un golpe imprevisto, una emboscada, un lazo, qué
sé yo? Ay de mí! cuando se ama, no se tiene coraje sino para sí mismo.

--Esta es la casa, dijo Fox, y aquí teneis al propietario. Levanté la
cabeza; la casa tenia una mala apariencia. Una entrada sombría y húmeda,
unas paredes negras, unos cristales rotos reemplazados por pedazos de
papel, unos arambeles en las ventanas, eran mas que pobreza,--eran
el desórden y la suciedad del vicio. Susana en aquella guarida! era
imposible.

En el umbral de la puerta estaba un hombre despechugado. Tenia las manos
en los bolsillos del pantalon, fumaba su pipa y miraba á los pasantes,
con toda la insolencia de un pillastre, desocupado. Al vernos, alzó su
sombrero desfondado y echándose sobre mí me tomó las dos manos con una
ternura que me hizo horror. Era Paddy, medio borracho, hediendo á vino y
tabaco.

--Buen dia, mi salvador, gritó; cuánto os agradezco que vengais á
ver á un amigo. Entrad, señores; si un vaso de ginebra no os asusta,
encontrareis con quien hablar.

--Paddy, le dije, os pertenece esta casa?

--No, mi salvador, contestó riendo; si este palacio fuera mio, ha tiempo
que lo hubiera bebido. Pertenece á mi mujer; es lindo, no es verdad?

--Alquilais cuartos amueblados? le dije, mostrándole un cartelon.

--Para serviros doctor.

--A quién alojais en esta casa? preguntó Humbug con tono severo.
Parroquianos de mi tribunal?

--Mi juez, dijo el borracho tartamudeando,--no soy bastante rico para ser
severo; á la fortuna se la toma cuando se la halla, y á la virtud se la
atrapa cuando se puede.

--Quién vive en el cuarto del primer piso, preguntó el abogado con aire
picarezco.

--Que te importa á tí, charlatan? respondió el borracho. Eres tú quién
pagas?

--Contestad, dijo Humbug; no olvideis que estais delante de un majistrado.

--Nada tengo que temer, dijo el Irlandés muy conmovido.

Debeis comprender, mi juez, que, en un cuarto de tres dollars por semana,
y pagados de antemano no puede vivir sino jente honrada. Es una dama la
que vive en el primer piso; y añadió á media voz, una linda dama, dulce,
política, poco exijente, la perla de la casa.

--A quién recibe? continuó Humbug, que me veía palidecer.

--Perdonad, mi majistrado; aquí no estamos en la audiencia. La América
es un pais libre, y en pagando, cada cual hace lo que quiere. Si alguien
pasa por esa puerta, no se le mira; y si se le mira no se le vé.

--No os hagais el ignorante, dijo Fox. Pensad que tengo hecho poner en la
cárcel á mas de uno que valia mas que vos. Hace una hora, he visto entrar
en esta avenida á una jóven rubia, con vestido de seda negra y sombrero
de paja; á dónde iba?

Paddy, intimidado, acercóse á mi implorando mi socorro.

--Amigo mio, le dije, tened la bondad de contestar, seguro de que no
tenemos ninguna mala intencion; yo recompensaré vuestra complacencia.

--Mi salvador, dijo, para vos yo no tengo secretos; me habeis socorrido
en mis trabajos y soy Irlandés, está dicho todo. Me arrojaria al fuego
por vos.

--En nombre del cielo, murmuré dándole algunos dollars, hablad, me estais
haciendo morir.

--En bien, doctor, repuso, todos los dias á la misma hora esa señorita
rubia viene á ver á la jóven que vive en el primer piso. Ahora está
arriba.

--Me parece que mi presencia es inútil, dijo Fox con tono irónico; el
_attorney_ jeneral ya no tiene necesidad de mis servicios.

--Señor, le dije, con jesto amenazador, os confundiré por vuestras
indignas sospechas.

Ay Dios! yo hablaba asi para engañarme á mí mismo; no sabia que creer,
estaba desesperado. Humbug me tomó de la mano, y entré con él en aquella
caverna lo mismo que un hombre que corre en busca de la muerte.

La puerta del primer piso estaba abierta. Habia una pieza de entrada y
una especie de cocina, sin cortinas ni muebles. Me detuve para tomar
aliento, contando los latidos de mi corazon. Seth se aseguró de que el
abogado nos habia seguido; cerró en seguida la puerta sin ruido y puso la
llave en su bolsillo. Nada teniamos ya que temer de los importunos.

Yo no estaba en estado de hablar; hice seña á mis compañeros de
permanecer en su puesto y penetré sijilosamente hasta la entrada del
segundo cuarto.

Frente á mí, y dándome la espalda estaba una mujer recostada en un viejo
sofá, y á sus pies, sentada en un taburete de paja una niñita. Al lado de
esta, Susana tenía la Biblia en la mano y leía piadosamente lo que sigue,
que era escuchado con atencion.

“Me han cargado de iniquidades y en su cólera me han aflijido con sus
persecuciones.”

“Mi corazon se ha turbado en mi interior, y el temor de la muerte se ha
apoderado de mi.”

“He temblado de horror y me he envuelto en las tinieblas.”

“Y he dicho: quién me dará alas como á la paloma para poder volar y
reposarme?”

“Me he alejado huyendo y he permanecido en la soledad.”

“Espero á Aquel que me ha salvado de mi abatimiento y del temor de mi
espíritu, y de la tempestad.”

--Oh Susana mia! esclamó la desconocida, despues de Dios tú eres quien me
salva la vida. Cuánto bien me hacen tus palabras! tú, al menos, tú no me
has abandonado.

Me olvidas á mi, dijo la niña.

No, mi queridita, repuso la jóven; tú eres la única que en la Escuela
del Domingo se ha apercibido de mi ausencia; y, en mi familia, quién se
acuerda de mi?

La niña saltó al cuello de su maestra y las tres mujeres se abrazaron
llorando.

Será que hay contajio en las lágrimas? Será que la emocion era demasiado
fuerte para mi? no lo sé; pero fuera dolor ó placer, el hecho es que al
contemplar aquella escena no pude contener mis sollosos.

--Padre mio, esclamó Susana, vos aquí! porqué casualidad?

--Querida mia, la dije estrechándola contra mi corazon y procurando
ocultar mis lágrimas,--los padres son cariñosos; hay dias en que no
tienen que arrepentirse de averiguar donde van sus hijas.

--La curiosidad es un feo defecto, dijo Susana, amenazándome con el
dedo. Un padre bien enseñado le diria á su hija:--La señorita me
permite acompañarla?--Y sin hacerse rogar, la señorita tomaria el
brazo de su padre, como yo lo hago ahora; le conduciria ante una pobre
jóven que tiene necesidad de apoyo, y le diría, haciéndole una linda
reverencia:--Doctor Smith, os pido vuestra amistad para mi querida Dinah.

--Señor, dijo la estranjera, tomándome las manos, bendecidla, es mi ángel
salvador.

Habíase levantado al hablar y la sonrisa asomaba de nuevo en su pálido
rostro, cuando de repente lanzó un grito terrible, y volvió á caer en el
sofá, toda temblorosa y bajando la cabeza.

El cuácaro estaba delante de ella y cruzados los brazos mirábala con aire
furioso.

--Perdon, hermano mio, murmuraba la infeliz, ten piedad de mí!

--Así es como cumples tu palabra! dijo Seth; tu madre te cree en camino
para California; te ha bendecido al partir; será menester que te retire
su bendicion?

--Seth, dijo la jóven anegada en lágrimas, partí, pero el valor me faltó:
tengo necesidad de mi madre y de los que me aman.

--Dí pues, que tenias necesidad de verlo y de perderte.

--No, no, gritó ella, soy una muchacha honrada, él no sabe que estoy
aquí, no lo sabrá nunca. Solo he visto á mi buena Susana.

--Y qué quieres hacer? repuso el cuácaro con una dureza que me lastimó.
Tú lo sabes, en casa ya no hay pan para tí.

--Seth, repuso, no me abrumes; no seré en adelante una carga para vos.
Susana me ha proporcionado un puesto de maestra de escuela en un arrabal
donde nadie me buscará. Viviré de mi trabajo, solo te pido poder ir una
vez por semana á abrazar á mi madre y volver á ver nuestra casa.

En medio de las escenas familiares, nada hay tan embarazoso como la
presencia de un tercero; me retiré con Humbug, cuando en el fondo de la
primera pieza, en un rincon oscuro, apercibí á Fox, que contemplaba un
grabado ahumado. Era el retrato de _Monarca_ hijo de Eclipse, vencedor
del Derby en 1812. Confundir á un pícaro y gozar de su confusion es un
doble placer; así no me hice el menor escrúpulo en saherir al calumniador.

--No os creía tan aficionado al _Turf_, le dije. Despues de cincuenta
años los laureles del _Monarca_ le impiden hablar al mas célebre abogado
de Massachusetts, qué maravilla! vamos, si es cosa de ponerlo en los
diarios.

--Por piedad, Doctor, murmuró él, hacedme salir.

Su rostro estaba tan alterado y su voz tan débil que en verdad me dió
lástima.

No le creía capaz de tantos remordimientos. Hé ahí, pensaba yo cuan mal
se juzga á las jentes. Imajínase que los abogados no son sensibles sino
por cuenta de otros. Qué error!

Iba á entrar en el cuarto para pedirle á Seth la llave que habia
guardado, cuando el cuácaro salió bruscamente, seguido de su hermana toda
descabellada y á quien rechazaba con desprecio. Susana lloraba á lágrima
viva; Humbug intentó interponer algunas buenas palabras; todos estábamos
conmovidos; Fox solamente habia vuelto á su admiracion por _Monarca_;
inmóvil y mudo, hubiérase dicho que queria hundirse en la pared.

--Te lo repito de nuevo, gritó el cuácaro procurando desasirse de las
manos crispadas que le detenian de su vestido, las últimas palabras: “Tú
no volverás á esta casa sino del brazo de un marido.” Puesto que ese
bello desconocido te ha prometido casamiento, házle que cumpla su palabra.

--Es un pleito, esclamé; vamos, dichoso vengador de la inocencia, vamos,
maese Fox, hé aquí el momento de mostraros.

Si un rayo hubiera caido á mis piés, no me habria espantado como la
esplosion que se siguió á mi impertinente chanza. Apenas fijó Dinah sus
ojos en el abogado, se enderezó como una loca riendo y llorando á la vez:

--Gabriel, gritó, mi Gabriel! Hélo aquí, hermano mio, hélo aquí!

No comprendí una palabra de aquella tempestad que acababa de
desencadenar; el cuácaro era mas intelijente. Mientras que Dinah se
echaba al cuello de su Gabriel, Seth hacia jirar sobre su regaton la vara
de verga; y acercándose á Fox que palidecia visiblemente:

--Amigo, le dijo, con tono poco tranquilizador, vuelve en tí y esplícate:
espero.

Entre las ternezas de la hermana y las amenazas del hermano, el abogado
ponia una cara tan aflijida que me alegré de ello. El hombre natural
es un animal malo; no vasta el Evanjelio para hacernos amar á nuestros
enemigos.

Humbug era mejor cristiano que yo.

--Señores, dijo con voz grave y dulce; creo que ha llegado mi turno. En
un negocio tan delicado, la última palabra pertenece al majistrado:

    _Nec Deus intersit, nisi dignus vindice nodus_
      _Inciderit._

Querido Fox, no dudo de vuestras intenciones. Si os pidieran consejo
en semejante caso, sin duda responderíais que un pleito por ruptura
de promesa tendria para el abogado contra quien lo entablaran las mas
enojosas consecuencias; seria no solo una pérdida de fortuna, sino la
ruina de una clientela, hasta la obligacion quizá de cambiar de pais. ¿No
es esa vuestra opinion?

--Sí, murmuró Fox suspirando.

--¿Tendré necesidad de agregar, continuó el exelente Humbug, tendiéndole
la percha al ahogado,--tendré necesidad de agregar,--que un hombre como
vos no tiene que inquietarse de esas consideraciones, por graves que
sean? ¿Que le basta haber empeñado su palabra para cumplirla, no es
verdad?

--Sí, dijo el abogado suspirando de nuevo; siempre he amado á Dinah: lo
que me detenia, son dificultades que....

--Que ya no existen, interrumpió Humbug. Hénos á todos de acuerdo. Esto
vá á concluir como en las buenas comedias: amor, lágrimas é intrigas en
los primeros actos, y por desenlace casamiento.

Fox abrazó á Dinah de bastante mala gana, y le tendió la mano al cuácaro;
Dinah, ruborizada de placer, corrió hácia Susana.

--Amiga querida, la dijo, á tí debo mi felicidad. Y á tí tambien hija
mia, díjole á la niñita, que ya palidecia de celos.

--Todo está muy bueno, dijo Seth, que ya se iba á las nubes. Pero puesto
que estamos aquí y que tenemos al señor juez de paz, nada impide que se
estienda el acta de casamiento sobre tablas.

--Con mucho gusto, dijo Humbug; la señorita Susana nos servirá de
escribano.

Decir y hacer fué todo uno; yo creía que semejantes uniones no eran
buenas sino en el teatro, donde se deshacen entre telones; suponia que el
último tabelion estaba encajonado hacia mucho tiempo; pero en América se
está siempre tan apurado que se ha conservado la vieja usanza. Una vez
de acuerdo los enamorados, no hay necesidad de parientes ni de notario.
Dos sí pronunciados ante un juez de paz os casan hasta la eternidad. La
voluntad es todo,--la formalidad nada. Aquellas jentes no tienen el gusto
de la ceremonia.

Con qué placer salí de aquella casa donde habia entrado con el corazon
turbado! Paddy hizo una cosecha de dollars como para perder la cabeza
durante todo una semana. Jamás la calle del _Laurier_ se habia visto
favorecida por tan honrada y alegre compañia. Yo presidí el cortejo
con mi Susana, la cual daba la mano á su pequeña protejida; Humbug
y Seth formaban la retaguardia; entre nosotros caminaba la nueva
pareja,--Dinah, risueña como la aurora, Fox, cabisbajo.

    Honteux comme un renard qu’une poule aurait pris.

Mas cuando somos felices muy pronto se bebe un poco de verguenza. Si
el imprudente habia jugado al amor con demasiada lijereza, de qué modo
era castigado por su falta? Casándose con una mujer encantadora. A este
precio inocentes conozco yo que se harian criminales.

Era menester preparar á la madre de Dinah para la vuelta de su hija;
era menester tambien que Fox anunciára su casamiento á sus amigos,
disponiendo su casa. Mientras llegaba el gran dia, Susana se llevaria
consigo á Dinah; á mi me estaba reservado el papel de padre y de tutor:
la dichosa tontera que habia hecho me daba algun derecho á ello.

Devolvióse á Fox un resto de libertad de que no podia abusar, y toda la
comitiva hizo alto en mi casa; aquello fué una fiesta, nunca se comió
mas alegremente. Marta abria una boca como un horno, y suspiraba como un
volcan admirando y sirviendo á su cuñada; Susana y Alfredo tenian siempre
alguna cosa que decirse al oido; solo Dinah era admitida como tercero
en aquellos misterios, en que se reia sin cesar. Seth devoraba cuanto
habia sobre la mesa, con la satisfaccion de un hombre que ha terminado
un gran negocio y que come en casa ajena. Humbug, que apesar de su
enorme vientre, comia poco y no bebia mas que agua, se desquitaba de su
sobriedad citandome los mas alegres versos de Horacio, este otro bebedor
que cantaba en ayunas los placeres de la embriaguez:

    Nunc es bibendum, nunc pede libero
    Pulsanda tellus.

En cuanto á mí, recojido en mi mismo, me sentia gozoso, alegre y feliz
como un niño. Pero nada puede dar la medida del contento y animacion de
mi Jenny. No podia estarse quieta, iba, venia, llenaba todos los platos
con _roast beef_[55], papas, jamon, pastel, queso, frutas y tortas,
derramaba á torrentes la cerveza escocesa, el Madera y el vino del Rhin,
para todos los hombres tenia una palabra amable, y una caricia para todas
las mujeres. Un casamiento! era para ella lo mismo que haberse sacado la
loteria grande. Si en la Biblia habia algun versículo que Jenny mirase
como divinamente inspirado entre todos, era la gran palabra que Dios
le dirije á la primer pareja en el Génesis: _Creced y multiplicaos,
diseminaos por la tierra y la sujetad_. La exelente mujer no era ni
Americana ni protestante á medias. El celibato era á sus ojos un crímen,
ó por lo menos una enfermedad que no se podia curar demasiado. Si la
hubieran dejado, no habria consentido ni un soltero en la tierra; me
imajino que habria acabado por casar al Papa con la Italia.



CAPITULO XXVI.

La caridad.


Al dia siguiente, á la hora de almorzar, senti mi corazon muy aliviado.
Dinah á mi derecha, Susana á mi izquierda me daban el aire de un
patriarca en medio de sus hijos. Desde que me hago viejo, nada me place
tanto como ver á mi al rededor esas jóvenes fisonomias, frescas como el
dia que nacen, rientes como la esperanza. Ay de mi! Porqué no podremos
apartarles las escabrosidades del camino! prestarles esa esperiencia que
la vida nos vende tan cara y que de nada nos sirve!

Mi mujer no hacia las cosas á medias. Puesto que yo habia adoptado á
Dinah, y que Fox se casaba con ella, Fox era el protejido de Jenny! Por
consiguiente, habíale puesto su cubierto al lado de su bien amada.

Por lo demás, entró sin el menor embarazo con un ramillete blanco en la
mano y abrazó á su prometida con aire vencedor. Cuando la cólera crispaba
la cara puntiaguda del abogado no era hermoso; tierno y galante era
horrible; hubiérase dicho una serpiente enamorada. Dinah no pensaba así;
en vano yo le decía las cosas mas amables, no tenia ojos sino para su
otro vecino. Raquel habia admirado menos á Jacob, cuando éste daba vuelta
en el desierto la piedra del pozo para abrevar las ovejas de Laban. Las
mujeres tienen en el mas alto grado el instinto de la propiedad, y de
todas las propiedades la que mas les llega al alma es un marido. Pero
al paso que una Francesa es una ninfa cazadora que una vez atrapado el
pájaro no se acuerda mas de él,--la Americana se apodera de su marido con
toda la aspereza y todo el celo de un paisano francés que se ha casado
con la tierra. Es su bien, es su cosa; el desgraciado se convierte en un
pájaro enjaulado, en un esclavo doméstico; pero pájaro acariciado sin
cesar y esclavo cuyos mas mínimos deseos se adivinan. Los americanos
abusan de tal suerte de su independencia fuera de casa, que en volviendo
á ella ya no tienen voluntad. Ese yankee que hace consistir su gloria y
su orgullo en no cederle á ningun hombre, no es en su casa mas que un
marido benigno que oye á su mujer y se complace en obedecerla; suave con
los débiles es intratable con los fuertes. Aquel pueblo tiene el espíritu
al revés, no hace nada como nosotros.

Fox queria salir con Dinah para hacer algunas compras para el casamiento,
Susana se opuso á ello.

--Señor abogado, dijo, lo siento mucho, Dinah me pertenece. La hemos
hallado un puesto de maestra de escuela y está comprometida por seis
meses; hoy debe comenzar sus funciones y no puede faltar á su palabra.
Dentro de algun tiempo me será fácil reemplazarla y podré dejárosla toda
una semana, hoy no es posible.--Papá, añadió, contamos con vos para
nuestra instalacion.

--Querida hija, la dije, no olvides que yo tambien tengo deberes que
llenar en el hospicio de la Providencia, y que estoy en descubierto. Ese
pleito de ayer....

--Eso no es nada, dijo Susana; id inmediatamente á ver á vuestros
enfermitos; nuestra escuela está en la calle Federal, cerca de la de los
Noyers; os esperamos á medio dia.

Llegado que hube al hospicio, pregunté por el director; era este una
mujer, la maestra de Susana, la célebre señora Hope, doctor en medicina y
profesor de hijiene, y vaya otro contrasentido de esos que no se hallan
sino en los Estados-Unidos. Por lo demás era una respetable matrona, que
me acojió como á un cofrade, comenzando inmediatamente la visita conmigo.

El hospicio era un modelo; no he visto en ningun pais una instalacion
tan perfecta. Vastos salones con un pequeño número de camas, anchamente
espaciadas; nada de cortinas, mucho aire, discreta luz, silencio,
limpieza esquisita, nada de ese olor rancio y nauseabundo que hace
del hospital un objeto de repugnancia, y muchas veces una residencia
envenenada.

Por primera vez hallé reunidas todas las condiciones que la hijiene
reclama no menos que la caridad.

Al llamado de la señora Hope acudió un escuadron volante de jovencitas.
Sus vestidos negros, sus delantales levantados, y sus gorras blancas
dábanles un falso aire de hermanas de caridad. Eran las internas del
hospicio, los futuros doctores con faldas de la libre América. Siguieron
mi clínica con la mayor atencion; hízome mucho efecto la sencillez de sus
espiraciones, cuando me esponian el estado del enfermo, y el cuidado con
que tomaban nota de mis palabras y de mis prescripciones; pero como tenia
demasiado buen sentido para tomar á lo sério aquel ensayo quimérico;
preguntéle á la buena señora Hope que esperanza se prometia de aquella
singular educacion.

--Creo, me dijo, que llegarémos á una gran reforma. Estas jóvenes
discípulas que han estado dos años en el hospicio de la Maternidad,
el año que viene irán á la clínica de las mujeres; haremos de ellas
verdaderos médicos.

--Bravo! esclamé, para nosotros barbas grises será encantador el vernos
cuidados por Hipócrates de diez y ocho años con miriñaques y encajes.

--No, me contestó, nosotros no nos ocuparemos de vosotros, señores. Pero
el parto, el cuidado de los recien nacidos, las enfermedades y la locura
de las mujeres, correrá de nuestra cuenta; eso nosotros lo entendemos
mejor que vosotros. A vosotros se os dejará la cirujia y los casos
estraordinarios; pero todo lo que una madre ó una mujer no os confia sino
con pesar, lo tomaremos para nosotras; se os espulsará de un dominio que
vosotros habeis usurpado. Introduciremos el pudor en la medicina; la
preocupacion gritará segun su costumbre, pero las mujeres, los padres
y los maridos estarán con nosotros, y la victoria será nuestra; no lo
creeis asi doctor?

Qué se ha de responder á un fanático, sobre todo cuando ese fanático
es una mujer, es decir un ser débil por naturaleza, aflijido por una
obstinacion orgánica? Corté la discusion y continué mi visita. Las
enfermedades no eran graves y los pequeños enfermos de tan tiernos y
prudentes cuidados que poca cosa me quedaba que ordenar. Solo tuve que
hacer una operacion y de poca importancia. Abrí en el cuello de un niño
un absceso de carácter maligno, y mal colocado. La lijereza de la mano,
la gracia y la elegancia de la cura son la gloria de nuestra escuela
de París; asi obtuve un gran éxito cerca de mis jóvenes discípulos; mi
vendaje, con sus repliegues injeniosos fué dibujado en el acto, y el
dibujo colocado como modelo en la sala de las operaciones. Lo digo en
verdad, viendo tanta intelijencia, tanta bondad y atencion, hubo momentos
en que estuve por admitir que las mujeres sirven para algo mas que para
dar tisana á los niños. _Todo esto no anda muy mal_, hubiera dicho
Montaigne, _pero qué! ellos no usan pantalones_.

Hice á tiempo esta reflexion, y lo digo en honor mio, permanecí fiel á la
antigua relijion de la facultad. Vivan las novedades en política, en ese
terreno son inocentes, pero en saliendo de él viva la preocupacion! La
prueba de que es saludable, es que tiene en su favor la mayoria y que á
los novadores se les lapida. Hallé pues, encantadoras á aquellas jóvenes
heréticas, pero la herejia era abominable, y no cedí.

Terminada la visita pasé al consejo de administracion; la señora Hope
me acompañó, sentándose entre nosotros sin que su presencia llamára la
atencion de nadie. Entre los _trustees_ ó administradores, hallé algunas
caras conocidas: á Rose el boticario, al bravo Coronel Saint John, al
amable Humbug, y á Noé Brown, el insoportable puritano. La directora fué
quién habló primero; espuso en buenos términos, y con las pruebas en las
manos, la insuficiencia de la casa y la necesidad de comprar un jardin
del vecindario para el uso de los convalecientes. Cuando ella terminó,
preguntáronme mi opinion.

--Apruebo en todo esa excelente idea, dije, y estoy convenido de que
dirijiendo y haciendo recomendar á la administracion una memoria tan
neta y tan bien hecha, obtendriamos de aquí ocho ó diez años esa mejora
urjente.

--De qué administracion hablais? preguntó el Coronel, que presidia por
derecho de antiguedad.

--Hablo de la administracion jeneral de los hospicios.

--Qué mónstruo es ese? dijo Humbug riendo. Brown, es el nombre de algun
nuevo Leviathan?

--Tregua á las chanzas, dije á Humbug; supongo que este hospicio
depende, como todos los demas, de una gran administracion protectora y
centralizadora: Es el Estado, es la Ciudad, es una corporacion la que
regla, vijila y organiza la caridad? poco importa; lo evidente es que
siempre se depende de alguna de esas cosas.

--Hé ahí, dijo el grosero Brown, que es lo contrario de la verdad.
Gracias á Dios! nosotros no dependemos de nadie. Hénos aquí reunidos para
aliviar la miseria, ponemos en comun nuestra buena voluntad, nuestro
tiempo y nuestro dinero, sometemos nuestros estatutos al Estado, que
hace de nosotros una corporacion; hecho esto, quién puede tener derecho
á mezclarse en nuestros negocios? Es un crímen la calidad? Es una carga
política ó municipal? Yo soy cristiano y socorro á los pobres á mi
manera, quién puede pues, inmiscuirse en esto, que es para mi uno de los
primeros deberes? Acaso se gana el cielo por procuracion?

--Permitid, le dije; nadie os prohibe que deis vuestro dinero; jamás
tirania alguna llevó su crueldad hasta ahí. Pero el derecho de fundar un
hospital es otra cosa; si al primero que se le presentase le concede la
facultad de abrir esos asilos, á qué desórden no iriamos á parar! Pronto
tendriamos hospicios homeopáticos, y que sé yo!

--Hospicios homeopáticos? dijo Rose, hay tres en la ciudad, y va á
fundarse el cuarto, qué mal hay en eso?

--Rose, amigo querido, esclamé, sois vos un boticario ortodoxo, quién
semejantes monstruosidades profiere?

--Querido Doctor, repuso Rose, nosotros no sabemos ni en relijion
siquiera, lo que es una ortodoxia oficial. Dejámosle á cada cual el
derecho de buscar á Dios, segun su conciencia. Obrando de buena fé, no
podemos ser mas rigurosos con la salud del cuerpo que con la del alma.
Por otra parte, mi buen amigo, ambos somos augurios, y sabemos á que
atenernos sobre la medicina oficial y las píldoras ortodoxas.

--Sea! repliqué; proclamad la libertad del charlatanismo y del
envenenamiento; ya nada me asombra en esta república, que debiera poner
en su bandera la divisa de la abadia de Theleme: _Haz lo que quieras_;
pero os hablaré en nombre de la utilidad y del buen sentido. Con vuestro
sistema de _dejad hacer_, cuántos hospicios teneis?

--Unos cien, cuando mas, dijo la señora Hope. La cifra me asombró; no
creia en esa fecundidad de la caridad anárquica, mas no habia agotado mis
razonamientos.

Unos cien hospicios! esclamé; señores no olvideis esa cifra admirable; si
ella hace honor á los cristianos de París en Massachusetts, preguntaos,
como hombres prácticos, lo que esa multiplicidad, la que esa concurrencia
debe fatalmente producir. Empleos dobles, pérdida de dinero; aquí,
superabundancia; alli, ausencia completa de socorros; despilfarro y
pobreza. Suponed, al contrario, que una vasta administracion reune
esos hilos dispersos, y concentra esas fuerzas estraviadas; colocando
en la cúspide de la pirámide á un hombre vijilante, activo, económico:
en el acto reina el órden, y con el órden todos los beneficios de la
unidad! Jerarquias médicas, clínicas regulares, enseñanza disciplinada,
caja central, farmacia central, en una palabra un verdadero imperio:
el imperio de la caridad, con su jefe, sus ministros y sus súbditos.
No es un sueño; ese ideal, es una verdad en los paises que están á la
cabeza de la civilizacion. Gracias á la maravillosa potencia de la
centralizacion yo afirmo que con un pequeño número de grandes hospicios y
una organizacion vigoroza, me seria fácil duplicar el número de camas de
vuestros enfermos, sin gastaros un dollar mas.

--Estoy convencido, dijo Humbug. Con su talisman, el doctor es capaz de
rehacer el mundo, estirpando de él todos los desórdenes de la libertad.
Pido que por el mismo voto, se pongan en sus manos, las fábricas de
tejer, las fundiciones, los astilleros y demas. Con usinas centrales,
y una jerarquia de injenieros, no dudo que la produccion se doblará,
disminuyendo todos los gastos.

--Sois insoportable, le dije, me tomais por un comunista? Creeis acaso
que ignoro que en industria esa unidad es una quimera?

--Por qué? repuso el eterno burlon. Por ventura en industria la
centralizacion no produce forzosamente la economia de las fuerzas, la
regularidad de la produccion, la jerarquia y la disciplina del trabajo?

--Sin duda, repuse, pero ese es el lado pequeño de la cuestion. Esa
uniformidad mecánica destruye la ley moral de la produccion. Qué
significa esa regularidad ficticia, si ella destruye el ojo del amo,
si anonada el esfuerzo individual, el interés privado, la libre
competencia? Una gota de agua al lado del océano. Lo que yo os propongo
al contrario....

Es exactamente la misma cosa, interrumpió Humbug con vivacidad. Interés
privado, esfuerzo individual, libre competencia, todos esos móviles
que apreciais tan bien, son igualmente los móviles de la caridad; es
menester agregar la abnegacion que solo vive de la libertad. Si el Estado
ó el comun se encarga de socorrer á los pobres en reemplazo mio, si esa
enorme mecánica me desembaraza de la primera de las virtudes, pagaré
arrugando el ceño un impuesto mezquino, y todo estará dicho. Pero dejad
á mi cargo el cuidado de la miseria, y las dulzuras de la limosna, y
os daré hasta mi último cobre. Yo me curo poco de los otros hospicios
de la ciudad, no los conozco; pero este es mio,--esos niños, los amo
como si Dios me los hubiera dado á mi solo. Cuando he terminado mi dia,
cuando me siento triste y fatigado, aquí es donde vengo; en medio de
mis pequeños protejidos es donde olvido mis pesares. Preguntad á estos
caballeros lo que cuesta la caridad voluntaria. Calculando por bajo les
costará el décimo de su renta; apuesto á que si el Estado nos tomára
una veintésima parte, todos gritariamos á la tiranía! Concedo que habrá
dinero despilfarrado y fuerzas perdidas, pero lo que se debe ver es el
fin, y afirmo con las pruebas en la mano, que la caridad individual es
tres y cuatro veces mas fecunda que la caridad organizada. Vuestro
sistema, caro doctor, arroja sin cesar, entre la voluntad y el acto, un
obstáculo que todo lo hiela. Nosotros no somos paralíticos,--dejadnos
obrar, ved lo que un pueblo gana con la libertad. Bajo el punto de vista
político, el Estado tiene el mayor interés en dejarnos la práctica de la
mas amable y sociable de las virtudes; bajo el punto de vista económico
hace un excelente negocio; multiplica los socorros y los estudia y sirve
á la vez á la ciencia y á la humanidad.

--Señores, dijo el Coronel, me parece que nos alejamos mucho de la
cuestion. Nos piden veinte mil dollars por mejorar y agrandar nuestro
hospicio; no tenemos sino una cosa que hacer: suscribamos y dirijamos una
carta de suscricion á nuestros sócios. Yo que no tengo hijos y que he
adoptado esos pequeñuelos, doy el ejemplo, y me suscribo por mil dollars.

La lista pasó de mano en mano: cuando llegó á mí, hice lo mismo que
Rose,--me suscribí por cincuenta dollars.

--Permitidme una reflexion final, dije al Consejo. Veo que compramos,
mediante diez mil dollars un jardin de poca estension, no es muy caro?

--Es el doble de su verdadero valor, repuso la señora Hope, pero el
propietario no quiere deshacerse de él por menos.

--Pues es gracioso! esclamé. Un propietario que coloca su conveniencia
y su egoismo sobre el interés de los pobres! eh! Señores, es menester
espropiarlo; no fomenteis con vuestra debilidad una odiosa especulacion.

--Doctor Smith, dijo Brown, frunciendo las cejas, eso si que es comunismo
de primera clase.

--Vaya, vaya, repuse alzando los hombros, acaso el interés particular no
debe ceder al interés jeneral?

--Sin duda, repuso el puritano; pero nada hay tan peligroso como las
máximas banales. Así es como siempre han muerto la libertad,--con
palabrotas. La propiedad no es un interés, es un derecho. El interés
jeneral es una palabra elástica y vaga, que puede cubrir las pretensiones
mas injustas á la vez que las mas lejítimas. Antes de invocarlo, comenzad
por definirlo.

--Nuestras leyes han definido la cuestion, dijo Humbug. Para nosotros
no hay sino cuatro causas de espropiacion: un camino, una calle, un
ferro-carril, un canal. Pero aunque seamos por excelencia un pueblo
municipal, y aunque la ciudad sea soberana en lo que le concierne,
no obstante, la propiedad es cosa tan santa, que antes de tocarla es
menester que la lejislatura del Estado intervenga; ella es la que aprueba
la traza y la que autoriza la espropiacion, mediante indemnizacion
prévia. Para todo el resto: escuela, hospicio, casa municipal, Iglesia,
la ley coloca el derecho particular primero que un interés que en
resumidas cuentas no viene á ser sino el de una corporacion ó el de
un barrio. A dónde iriamos á parar con vuestro sistema doctor? Me
despojarian de la herencia de mi padre, me arrebatarian mis recuerdos, se
reirian de mis afecciones, turbarian la mas santa de las propiedades, y
para qué? Para edificar un teatro ó una fonda.

--Cómo! esclamé, en una república donde el pueblo manda, osais defender
esas viejas máximas feudales?

--Señor, dijo Brown, vos no entendeis jota de libertad. Cuanto mas
democrático es un pais, tanto mas necesario es que el individuo sea
poderoso y sagrada su propiedad. Nosotros somos un pueblo de soberanos;
todo lo que debilita al individuo nos conduce á la demagojia, es decir al
desórden y á la ruina; todo lo que fortifica al individuo nos conduce á
la democracia, reino de la razon y del Evanjelio. Una nacion libre es una
nacion en la que cada ciudadano es dueño absoluto de su conciencia, de su
persona y de sus bienes; el dia en que, en lugar de hablarnos de nuestros
derechos individuales, nos hablen del interés jeneral, adios de la obra
de Washington; seremos una muchedumbre y tendremos un amo.

--Señores, dijo el Coronel, que se interesaba mediocremente en nuestros
debates, no hay nada mas á la órden del dia, está levantada la sesion.
Os pido perdon de dejaros, añadió. Dicen que hay malas noticias de la
guerra, estoy impaciente por saberlas.

Nada que me disgustaba acabar con el puritano y su áspero lenguaje; pero,
por mi desdicha, habíale caido en gracia, ó mejor dicho, el hombre habia
formado quizá el glorioso proyecto de convertirme á su fanatismo.

--Doctor, me dijo, tengo que pediros un servicio. Acabamos de fundar en
este barrio un _instituto de obreros_[56]. Habrá una biblioteca, un museo
de modelos, dos salas de dibujo, un gabinete de lectura, en una palabra,
todo lo que hace la utilidad de un Club de esa especie. Los mismos
obreros son los que proveerán á los gastos de entretenimiento; lejos de
nosotros el pensamiento de erijirnos en bienhechores, turbando en lo mas
mínimo la obra de la libertad. No debilitar jamás ni la dignidad ni la
responsabilidad de aquellos á quienes beneficiamos, es la primer regla
de la caridad. Pero hay gastos de fundacion que son considerables, la
bolsa de nuestros trabajadores no basta para ellos; necesitamos diez
mil dollars por lo menos. Para obtenerlos, hacemos lecturas públicas
y pagodas. Everett el clásico nos ha prometido su concurso, así como
el elocuente Sumner. Espero que tendremos al filósofo Emerson y al
poeta Longfellow. Por mi parte daré una leccion, en la que mostraré que
reahabilitando el trabajo y levantando al obrero, el Evanjelio ha creado
al mismo tiempo la riqueza y la libertad modernas. Vos no rehusareis el
uniros á nosotros. Dos lecturas sobre la hijiene de los recien nacidos,
por el sábio médico del hospicio de la Providencia, nos atraerian todas
las madres, y nos valdrian cuatro-cientos dollars por lo menos.

--Teneis la autorizacion del Gobierno? le dije.

--Por quien soy, doctor, os digo que os ireis derecho al paraiso,
contestó el porfiado. A fuerza de cuidar niños os habeis puesto como
ellos; no podeis caminar sin andadores. Qué autorizacion se necesita para
ilustrar á los hombres y hacerles el bien?

--Comó! esclamé, podeis dar cursos públicos y hablar de política á los
obreros sin que el Gobierno intervenga?

--Seguramente, dije, si olvidamos nuestros deberes, la ley está ahí, y la
justicia con ella; eso basta.

--No, eso no basta; el Estado no puede abandonar al primer advenedizo el
derecho de hablar á los hombres. Esa ciencia de parada, esa instruccion á
medias le inspira al pueblo una ambicion desastrosa; es poner al pais y
aun á la relijion en el mismo peligro.

--Una media luz vale mas que la noche, reino de los apetitos y de las
pasiones, dijo Brown, y por otra parte, cómo se ha de hallar el dia si
no se le busca? Es menester que hablemos al pueblo, y que nos pongamos
sin cesar en relacion con él. Para nosotros, demócratas y cristianos,
hay ahí una cuestion de vida ó muerte; lo que mata las repúblicas, es
la ignorancia; ilustrad al pueblo si temeis al despotismo. Lo que mata
la relijion es una fé que no razona; ilustrad al pueblo si temeis la
infidelidad. Necesitamos luz en todo y para todo. Si el cristianismo es
una fábula, que caiga; si es la verdad que reine. Creeis que nosotros
los pastores, somos algunos charlatanes que viven del error y de la
credulidad?

--Calmaos, respondí, y no coloquemos tan alto la cuestion. Me
concedereis que dando á los obreros un punto de reunion, fundais un club
en el que serán amos.

--Sin duda, puesto que estarán en su casa.

--Y no veis que á la primer querella con los patrones ese club se
convertirá en un foco de coalicion?

--Si los obreros quieren coaligarse, dijo friamente aquel fanático, quién
se los puede impedir? Los que venden su trabajo tienen tanto derecho como
los que se lo compran. Es un trato que se hace con entera libertad.

--Pero señor, esclamé indignado de aquella estupidez, vos predicais la
anarquía.

--Señor, me dijo con su brutalidad ordinaria, vos hablais un lenguaje que
no es el de la América. La anarquía es la invasion de la libertad ajena,
no la defensa de su propia libertad.

Creedme, añadió alzando al cielo unos ojos inspirados, la cultura del
alma es la salud de las democracias cristianas; ellas no viven sino
por la educacion. Dejad que los obreros léan, se instruyan y discutan:
educadlos, segun el sentido admirable de la palabra, levantadlos hasta
nosotros, levantaos vosotros mismos con ellos, y no tendreis que temer
ni coaliciones, ni comunismo ni todas esas locuras que espantan al viejo
continente. Son enfermedades que la ignorancia enjendra; á nosotros toca
curarlas, doctor. _Sursum corda_, hé ahí mi divisa.

--La acepto con toda mi alma, repuse arrebatado por la fogosidad de aquel
inspirado, contad conmigo.

Una vez solo con Humbug, preguntéle si venia conmigo á la instalacion de
Dinah.

--Tengo interés en no faltar, doctor Paradoja, me dijo con sonrisa
maligna; me divertís mucho con vuestras magníficas teorías. Cuanto mas os
oigo tanto mas aprecio la grandeza de nuestras instituciones.

--Gracias por el cumplimiento, le contesté, parece que mis elojios de la
centralizacion os hacen el efecto de una demostracion de la libertad _per
absurdum_; debiais ser mas caritativo mi buen amigo, y pensar que hay en
la tierra otros paises que la América.

--Os veo venir, me dijo, fanático de la unidad latina, piadoso adorador
de la Francia. Yo tambien amo á los Franceses; los nietos de La-Fayette
son para mi hermanos; pero perdóneme ese pueblo injenioso, si le digo
que hace sesenta años que persigue un problema insoluble. Poner la
libertad en una carta, y el despotismo en la administracion es querer
caminar atado de piés y manos; todo el talento del mundo reunido no lo
conseguiría.

--Deveras, repuse sonriendo de aquella vanidad. Véamos, hombre práctico,
decidnos pues lo que falta á los Franceses para elevarse hasta la
civilizacion de los Yankees.

--Una sola cosa, dijo, con la mayor seriedad. En todos sus sistemas han
olvidado la pieza esencial, sus políticos se parecen á Sam el distraido.

--Quién es Sam el distraido?

--Era el mensajero de mi aldea, dijo alegremente Humbug. Un muchacho
lleno de penetracion y de malicia, osado hasta la temeridad, económico
hasta la avaricia, exacto hasta la minuciosidad,--vamos, la gloria y el
honor del Connecticut. Solo tenía un defecto,--que perdia la memoria.
Un dia que tenia que distribuir mas de cincuenta paquetes en el camino,
viéronle á cada paso inquieto y ajitado.--“Me he olvidado de algo, decia,
pero qué es lo que he olvidado?” Al fin llegó al pais, y hé aquí sus
hijos que salen á recibirle.--“Buenos dias, papá, dónde está mamá?”--Dios
mio! gritó Sam, pegándose en la cabeza,--“hé ahí lo que me faltaba, he
olvidado mi mujer!”

Es lo mismo que les pasa á los Franceses: tomad al azar una de esas
constituciones que les han fabricado por docenas,--hallareis en ella al
Estado y sus derechos, al individuo y sus derechos; pero falta....

--Qué falta? esclamé.

--La sociedad, respondió Humbug. A un lejislador Francés nunca se le ha
ocurrido que la sociedad, es decir, la asociacion bajo todas sus formas,
la libre accion de los individuos reunidos,--tuviera un puesto en la vida
política de la Nacion. Nosotros los Americanos le damos el mas ancho
dominio: el comun, la Iglesia, el hospicio, la escuela, la educacion
superior, las ciencias, las letras. Cada asociacion es para nosotros una
especie de familia agrandada,--y todas esas asociaciones, elevándose
gradualmente forman otras tantas hiladas que arrancan del individuo para
llegar al Estado. La América no es, hablando en verdad, sino una reunion
de familias, que hacen por sí mismas sus negocios. Hay algo de esto en
Francia? Allí solo se vé una cosa,--la administracion, inmenso pólipo que
echa en todas partes sus brotes, que en todo se enreda, que todo lo toma
y lo sofoca:

    _Monstrum horrendum, immane, ingens, cui lumen adeptum._

El pais está cortado en dos partes; de un lado el poder, con todos los
recursos de una centralizacion formidable,--de otro una muchedumbre que
obedece mas ó menos voluntariamente. De ahí todas las revoluciones que
destrozan ese hermoso país, de ahí su eterno absorto. Ora debilitan la
autoridad y la reducen á la impotencia, y creyendo agrandar la libertad,
no llegan sino á la anarquía; ora se echan en el exeso opuesto, y
estrechan todos los vínculos, y creyendo servir al órden, no llegan sino
á lo arbitrario. Deplorable espectáculo el de un noble pueblo, que no
sale del abismo sino para caer nuevamente en él!

--Y el remedio, querido amigo? Quién sabe si el carácter nacional no es
la causa de ese mal éxito perpétuo?

--No creo, dijo Humbug, que haya pueblos nacidos para servir, no
esceptúo ni á los negros; por otra parte no veo que la Francia haya
hecho nunca un mal uso de la asociacion. Gracias á la administracion,
que sobre-nada despues de todas las revoluciones, y se enriquece en
cada naufrajio,--hánles rehusado siempre á los franceses esa apacible
libertad, que atempera y predomina sobre todas las demas. Diez veces
les han dado un voto que no les servia de nada; pero el cuidado de sus
propios negocios todavía lo espera. Reyes durante una hora, hánles
rehusado desde el dia siguiente hasta la facultad de obrar y hablar.
Bajo tales condiciones la esperiencia no está hecha; la soberanía no es
la libertad. Con la primera el pueblo no conquista frecuentemente sino
el derecho de perderse; con la segunda, vive, crece y tiene en sus manos
su fortuna y su honor. Cuando los franceses hayan hecho el ensayo de
gobernarse por sí mismos, podrá condenárseles; hasta entonces nadie tiene
el derecho de acusarlos. La Fayette, cuyos escritos leemos nosotros,
al paso que quizá son desdeñados en Francia, reclamaba hace cincuenta
años esa vida libre, esas reuniones libres que hacen nuestra grandeza.
Si yo tuviera el honor de ser su compatriota,--hé ahí la herencia que
quisiera revindicar. El que á los franceses enseñe que la centralizacion
los esclaviza, que solo la asociacion puede salvarlos, ese hombre habrá
arrancado por siempre jamás el jérmen de las revoluciones, plantando en
fin en una tierra jenerosa el árbol que no nunca se secará. Y, con mas
seguridad que Arquimedes podrá gritar: _Eureka_; porque habrá hallado
simultáneamente dos tesoros mas preciosos que todas las riquezas del
mundo,--la libertad y la paz.

--Bravo, Humbug! esclamé, estais elocuente. Pero mi buen amigo; si
fuérais á contar semejantes fábulas á Paris, en Francia, os silvarian
como á un soñador, esto es, sino os encerraban como á un sedicioso, en
medio á los aplausos de la moderna Atenas.

--Eso no me sorprenderia, dijo; los atenienses de otro tiempo tenian un
filósofo que la Pitia proclamaba ser el mas sabio de los hombres, y fué
por esto que se dieron prisa en matarlo. Los sapientes de la Agora, las
jentes prácticas acusaban á Sócrates de ser un revolucionario y un atéo.
Qué es hoy dia de la memoria de esos grandes hombres de estado que habian
salvado la patria, y que naturalmente se hacian pagar sus servicios? Un
ciudadano no se detiene ante esos obstáculos miserables; defiende la
verdad con una tenacidad invencible, señala el escollo, grita hasta que
la corriente lo ahoga; salva algunas veces á las jentes á pesar de ellas,
y nada espera sino de la posteridad. El reconocimiento es la virtud del
porvenir.

Singular pueblo! murmuré, entre estos almaceneros las convicciones son
pasiones, al paso que entre nosotros, pueblo heróico y teatral, las
pasiones y los intereses son las que...... guardé para mi el resto de la
reflexion.



CAPITULO XXVII.

La escuela.


Charla que charla llegamos á la calle Federal. Frente á nosotros, sobre
un montecillo que dominaba la ciudad y la campaña, alzábase altivamente
un edificio de grande apariencia,--una torre cuadrada flanqueada de dos
alas. Si hubiera estado en un pais civilizado, habria dicho: “Es la
caserna de la jendarmería ó la casa de la prefectura.” En aquel pueblo
sin policía y sin gobierno, era el palacio del Abcdé,--era la escuela!
Una nacion puede ser juzgada por sus monumentos.

--Y bien, doctor, me dijo Humbug, cómo hallais el palacio de nuestra
juventud?

--Muy hermoso exteriormente, le contesté; pero muy mal arreglado. Veo
allá arriba unos muchachones de quince años y unas chiquillas de poco mas
ó menos que entran todos á un tiempo; eso no es propio. En toda escuela
bien organizada se separan los dos sexos; es una precaucion de la que
parece no teneis idea siquiera.

--Dos entradas para niños que van á estudiar en la misma sala, dijo
Humbug? Para qué?

--En la misma sala! esclamé, pensais en ello? Es el colmo de la
inmoralidad.

--No veo de inmoral sino vuestra imajinacion, repuso Humbug riendo.
Nuestros niños, querido doctor, son niños honestos; entre nosotros no se
halla sino:

    _Virgines lectas, puerosque castos._

La escuela es una gran familia, en la que no hay sino hermanos y hermanas
que se disputan el premio del estudio. De dónde sacais vuestras horribles
ocurrencias?

--Entónces, mi buen amigo, los Yankees son ánjeles, machos y hembras.

--Y la Europa repuse, con sus veinte siglos de experiencia, no es mas que
una vieja chocha que no sabe, ni lo que hace ni lo que dice.

--Querido doctor, dijo Humbug, los ingleses han comenzado por burlarse de
nosotros; hoy dia nos imitan. Dentro de diez años no habrá en Inglaterra
una sola escuela en que los dos sexos no estén juntos. En cuanto á los
otros pueblos de Europa, su educacion ha sido clerical durante tanto
tiempo que para despojarse de sus preocupaciones necesitarán mas de un
dia. Nosotros no educamos ni frailes, ni soldados; preparamos hombres á
la vida comun. Porqué, pues, no hacer la escuela á imájen de la familia y
de la sociedad?

--Vosotros sois unos imprudentes! esclamé; jugais con el fuego.

--Somos padres de familia, repuso Humbug; sabemos por esperiencia
que para dulcificar el corazon, formar el carácter, é inspirar ideas
jenerosas nada vale tanto como esa primera comunidad de trabajo y de
estudio:

    _Emolit mores, nec sinit esse feros._

--Lo que es imprudente, insensato,--es la pretendida sabiduría de la
vieja Europa. Separar los niños y las niñas, enseñarles desde la primera
edad que ambos están en un peligro misterioso, turbar y exitar sus
jóvenes imajinaciones, y echar despues de repente y en el momento mas
difícil en el mundo de los hombres ardientes y temerarios, á mujeres
inquietas, tímidas, sin defensa,--es una verdadera locura; pido perdon de
ello á vuestra gravedad, mi querido doctor. Vuestra educacion claustral
es un dique que detiene y aumenta todas las pasiones; nuestra educacion
comun habitúa nuestros hijos á amarse como hermanos y á respetarse
mútuamente.

--Es posible, esclamé, que los peligros de vuestro sistema no os abran
los ojos?

--Preguntádselo á nuestros maestros, repuso: no hallareis uno solo
que no esté orgulloso de nuestras escuelas mistas. Es una invencion
Americana,--una invencion que nos hace honor. Como siempre hemos tenido
confianza en la naturaleza humana y en la libertad; como siempre nos
hemos congregado. En ninguna parte la instruccion es mas fuerte, ni
tan moral, mas grande que en nuestra querida institucion. La emulacion
entre ambos sexos es un aguijon sin par. Por niño que sea, el hombre
se avergüenza siempre de ceder el primer lugar; la mujer es paciente,
y tiene la intelijencia mas abierta; en estos primeros estudios que
no tienen nada de abstractos, ella es siempre la que sale triunfante.
Pero ese no es sino el lado pequeño de la cuestion. Las niñas ganan
con nuestro sistema, tanto en carácter y voluntad, como los hombres en
corazon. Aprenden á conocernos, y, sea dicho entre nos, mi buen Daniel,
nosotros no somos peligrosos sino en tanto que no se nos conoce. Siendo
respetadas, las niñas se respetan á sí mismas; siendo libres se dan el
lugar que las conviene; y en las recreaciones, por ejemplo, una prudencia
natural las separa de sus compañeros. En cuanto á los jóvenes, ellos
adquieren en nuestras escuelas esa delicadeza de sentimientos, esa
política caballeresca que solo la sociedad de las mujeres puede darles.
Qué hay mas salvaje y brutal que el colejial inglés, abandonado á sí
mismo y á la tiranía de sus mayores? Habeis leido á _Tom Brown_? dá
vergüenza de la civilizacion. Preferiría vivir entre los Pieles-Rojas
antes que con colejiales como Eton ó Rugby. Entre nosotros, al contrario,
todos los jóvenes crecen juntos; á los diez y seis, á los veinte años,
sus relaciones son tan simples, tan fraternales como cuando se hallaban
en los mismos bancos. Mas de un casamiento se hace entre esos antiguos
camaradas de escuela; la estimacion, la amistad hacen nacer el amor y le
sobreviven. La Europa, vuestro ídolo, ha imajinado algo tan cristiano y
perfecto?

--Es un sueño, dije.

--Entrad, incrédulo, repuso Humbug; vereis que ese sueño es una verdad.

--Una palabra todavia, le dije. Todos esos niños son santos, por
supuesto. Pero dónde hallareis hombres capaces de educar esas falanjes
celestes? Cuál es el maestro que puede animar á la vez la timidez de
vuestras niñas, y dulcificar la turbulencia de vuestros niños? Dónde ha
de hallarse ese fénix que, en cada comun, responda del honor y de la
virtud de vuestros hijos?

--Entrad, repuso Humbug; vereis desempeñando su tarea á Dinah, vuestra
protejida, y á vuestra querida Susana quizá.

--Estais loco, esclamé, pegando en el suelo con mi baston; es á una mujer
de veinte años á quién le confiais hombres que ya tienen barba en la
cara? Lindo jeneral para tal ejército; como lo respetarán!

--Todavia una preocupacion del viejo mundo, querido doctor. Nada mas
natural en un jóven que ama á su madre que respetar á una mujer; lo que
no lo es,--es obedecer á un maestro que amenaza y castiga. La fuerza
influye poco en el corazon de un niño; cuanto mas jeneroso es, tanto
mayor es su resistencia; contra lo que no tiene defensa, es contra
la dulzura y la afeccion. En este punto tambien, la esperiencia dá un
desmentido á la antigua sabiduria, que no es sino un viejo error. Son las
jóvenes de la Nueva Inglaterra las que, con una abnegacion de misioneros,
se consagran á vivir entre la corrupcion del Sur ó en las soledades
del Oeste, con el objeto de educar á las almas jóvenes, y darlas á la
verdad y á Dios. Tenemos maestros, como los mejores que pueda haber; pero
nuestros mas bien dotados institutores, escollan allí donde una jóven
Yankee hace maravillas. La infancia pertenece á la mujer; es una ley
natural que hemos tenido el mérito de reconocer y de aplicar.

--Amen, contestó, alzando los hombros; vamos á admirar esas tímidas
ovejas y esos dóciles corderos, conducidos por una pastora no menos
inocente que su rebaño.

Entré de mal humor en la sala grande; y sin embargo de no poder sufrir
la sin razon,--lo confesaré con vergüeuza, apenas puse el pié en el
santuario me sentí seducido.

Me hallaba en una vasta pieza, donde el aire y el dia entraban por unas
anchas ventanas; las paredes eran de una limpieza esquisita, y estaban
adornadas de trecho en trecho sea de cartas mudas, sea de cuadros de
historia natural, sea de figuras de física y de jeometria. Cada niño
tenia su pupitre, aislado por cuatro varillas que se cruzaban á su
alrededor. Sentado delante de esa mesa barnizada, que brillaba como un
espejo, solo, y sin vecino; el escolar es maestro de sí mismo; si se
distrae, si no trabaja, solo sobre él recae toda la responsabilidad. El
institutor colocado en un estrado, vijila de una mirada esas largas filas
de pupitres, colocadas unos tras de otros. Vijilancia poco necesaria en
un pueblo ambicioso donde cada cual quiere instruirse para llegar á la
fortuna y al poder! Los vicios de los Americanos les sirven á ellos mas
de lo que á nosotros nos sirven nuestras virtudes.

Dinah estaba ocupada en una pieza vecina. El maestro de la sala grande
era mi Susana. En aquel momento la señorita enseñaba la jeometria á siete
ú ocho muchachones que, déboles esta justicia, escuchaban como buenos
niños á su amable maestra.

--Venid, mi buen padre, dijo Susana toda gozosa; tomad esa tiza,
demostradnos las propiedades del cuadrado de la hipotenusa.

Hacer una demostracion me habria sido difícil; habia sido demasiado bien
educado en la Universidad de Francia, para entender de jeometria; todo lo
que recuerdo sobre el particular se reduce á una vieja cancion que, quizá
tararean todavia al rededor de la Escuela _Politécnica_ con la tonada de
_Calpigi_.

    _Le carré de l’hypoténuse_
    _Est égal, si je ne m’abuse,_
    _A la somme des deux carrés,_
    _Faits sur les deux autres cotés._[57]

Dejé pues á mi Susana trazar sobre la pizarra el triángulo, rectángulo A.
B. C., levantar sobre cada lado un cuadrado &a., &., y me retiré á fin de
que mi hija no tuviera que avergonzarse de la ignorancia paternal.

En una de las salas chicas (lo menos habia ocho,) Dinah interrogaba,
sobre los rios grandes y pequeños de la Francia á unos niños de nueve á
diez años. Sorprendíme de su memoria y de su ciencia, yo Francés, que,
si me hubieran interrogado sobre la América, no habria podido ofrecer en
cambio á aquellos jóvenes eruditos sino el Mississipi, el Hudson y el
Potomac, únicos cursos de agua de que me hayan hablado. Verdad es que la
América nos interesa poco, al paso que la Francia, reina de las letras
y de las artes, debe interesar prodijiosamente á los Americanos. Es la
admiracion de los bárbaros por la civilizacion!

Despues de la geografía vino la lectura en alta voz, y la declamacion. Un
hombrecito de nueve años se levantó, y sin timidez ni descaro, nos recitó
uno de los pasajes mas poéticos del _Hiawatha_ de Longfellow. Aunque
el jóven prodijio, gangueaba un poco, vicio comun en América, díjonos
aquel pedazo con una gran precision de tono y verdadero sentimiento; hay
actores célebres que no se han elevado nunca hasta esa altura.

Despues de la poesía, vino la elocuencia. Un niño, de cabellos
relucientes, se levantó, puso los piés en escuadra, y con voz animada
entonó un himno á la gloria de la América:

    “Amigos y conciudadanos!

“Estais apenas en la infancia, y sin embargo sois ya el primer pueblo
del mundo. Cuál es el héroe del último siglo, el mas grande hombre,
el mejor, el amigo de su pais y de la libertad? El universo contesta:
Jorje Washington, un Americano. Cuál era el primer físico? Franklin,
un Americano. El mas gran teólogo? Jonatan Edwards, un Americano.
Cuál es el mas grande jurisconsulto del siglo XIX? El juez Story, un
Americano. Cuáles son los primeros oradores de nuestra edad? Claye,
Webster, Everett, Sumner, todos ellos Americanos. Cuáles son los primeros
historiadores? Prescott, Bancroft, Lothrop-Motley, Ticknor, Americanos.
Cuál es el primer naturalista? Jacobo Audubon, un Americano. Cuáles son
los mas grandes moralistas y los verdaderos sábios de nuestros tiempos?
Channing, Emerson, Parker, todos ellos Americanos. Cuál es el primer
novelista de nuestros tiempos? Mme. Beecher Stowe,[58] una Americana.
Cuáles son los grandes inventores? Whitney, que ha imajinado la máquina
para pelar el algodon; Fulton que ha creado el buque á vapor; Morse, que
ha hallado el telégrafo eléctrico; Maury, que ha trazado en los mares
rutas infalibles, todos ellos Americanos.

“Valor pues, hijos de los Puritanos; el porvenir es vuestro. Antes de
que el siglo acabe sereis cien millones de hombres; qué será frente á
vosotros la Europa, subyugada y dividida? La naturaleza os ha dado los
mayores lagos, los mayores rios, los mas hermosos puertos; teneis tierras
fecundas, y en cantidad inagotable. Vuestras minas de carbon son tan
grandes como la Francia. La industria os ha dado mas ferro-carriles, mas
buques á vapor, mas buques de todas clases que todos vuestros rivales
juntos. Vuestros hombres son los mas bravos, los mas atrevidos, los mas
injeniosos del universo; vuestras mujeres las mas bellas de la creacion.
Valor pues, raza bendita del cielo! el mundo es tuyo, porque eres á la
vez el pueblo mas cristiano y mas libre.”

--Querido amigo, dije á Humbug, entre todas las virtudes que enseñais á
vuestros santitos, contais la modestia?

--Un poco de indulgencia, doctor, repuso con tono embarazado. Cuando se
educan niños, es bueno forzar un poco el patriotismo. Es el medio de
que mas tarde no se enseñorée el egoismo. Confieso, por lo demas, que
la vanidad es nuestro lado flaco; nuestro prodijioso crecimiento nos
enloquece y nos hace cometer mas de una falta. Pero que nos arroje la
primera piedra aquel que no haya pecado. John Bull está á convencido
de que, _par droit de naissance_,[59] es el rey de los mares; y estoy
seguro que en Francia se repite en todos los tonos que los Franceses son
el primer pueblo de la tierra, y que el mundo no tiene ojos sino para
admirarlo.

--Qué diferencia, esclamé. La Francia es la Francia!

--La América es la América, repuso riendo. Todos los cristianos
están imbuidos de la misma locura; no hay disparate á que no pueda
ser arrastrado un pueblo, gritándole con aplomo “Ingleses robad esa
provincia, sois Ingleses! Franceses, batíos á troche y moche, sois
Franceses! Americanos, sed insolentes con la Europa, sois Americanos?”
El orgullo nacional, es la bandera roja que se tiende al toro cuando se
quiere hacerle caer en un lazo agachando la cabeza. Amigo querido, demos
á manos llenas la educacion, difundamos por todas partes la luz si no
queremos que el pueblo sea el eterno juguete de los charlatanes que se
burlan de sus mas nobles pasiones y de sus mejores instintos.

En aquel momento sonó el reloj; era la hora del recreo. Corrí al patio,
y hallé al amable Naaman, convertido en capitan de una nueva milicia.
Tres ó cuatrocientos niños estaban formados en columna, las mujeres de
un lado y los varones de otro. Abrieron una puerta vidriera que daba al
patio, colocaron en ella un piano, y hé aquí á Susana y á Dinah, tocando
á cuatro manos la marcha de Oberon. Al punto se desplegan las columnas
en órden; se salta, se corre y se hace alto cadenciosamente; la cadena
se hace y se deshace con una precision admirable. Era aquello una mezcla
de danza y de jimnástica que encantaba los ojos, algo de noble, de
atrevido y de gracioso á la vez. No era así como los Griegos ejercitaban
á la juventud? Por primera vez comprendí como era que Platon colocaba la
danza y la música entre los primeros deberes del ciudadano. Yo estaba
deleitado, y á no haber sido un resto de vergüenza y mi barba griz, de
buena gana hubiera tomado parte en aquel _ballet_[60] militar. Por qué no
habia de haber danzado con los niños? No lo hacian los espartanos?

--Mi jóven amigo, dije á Naaman, esto es encantador; mi corazon se
regocija ante este espectáculo, pero sacadme de una duda. Dónde estoy?
Dónde me han conducido? Esta casa elegante, estas mesas de un lujo
esquisito, estos hermosos libros forrados en badana, todo esto,
pertenece sin duda á una escuela particular, donde no se reciben sino
niños ricos. Quién es el director de este bello establecimiento?

--Siempre festivo doctor, dijo el bello pastor. Estais en la escuela
primaria de la duodécima circunscripcion, barrio tercero. Tenemos ochenta
casas de esta especie en nuestra buena ciudad de Paris y no es bastante.

--Muy bien; pero cómo puede el hijo del pobre proveer á los gastos de
esta enseñanza costosa?

--De dónde venís? esclamó Naaman. No sabeis que la educacion es gratuita?
No habeis nunca mirado vuestra cuota de impuestos? Nosotros somos los
hijos de esos puritanos que, á penas desembarcaron en la árida roca de
Plymouth, abrieron escuelas para combatir á Satanás,--que es el verdadero
nombre de la ignorancia. Lo que hay de diabólico en nosotros,--es la
bestia; lo que hay de divino, es el espíritu. La escuela es nuestro
amor y nuestra debilidad; asi ella es el mas grueso capítulo de nuestro
presupuesto, como la guerra ó la marina es el de los pueblos civilizados.
Aquí, en nuestro Massachussetts el gasto de la escuela es poco mas ó
menos la cuarta parte de nuestros gastos generales; en el pequeño Estado
de Maine, monta á la tercera parte, lo que seria para la Francia un
presupuesto de cuatrocientos á quinientos millones.

--Gran Dios! dije para mis adentros, si estas jentes no son locos, qué es
lo que somos nosotros.--Decidme, señor Naaman, quien vota esos fondos, y
como son administradas vuestras escuelas.

--El voto es comunal, respondió; es el conjunto de los habitantes el que
fija la cifra del impuesto; es quizá el único gasto que aumenta todos los
dias con aplauso de los que lo pagan. Sobre este punto no hay partido en
América; todas las comuniones, todas las opiniones rivalizan para hacer
de nuestras escuelas el establecimiento mas rico y mejor dotado del pais.

--Y naturalmente, dije, cada comunion quiere dominar en él.

--No, repuso; esto os asombrará quizá, ninguna influencia de Iglesia
entra en estos muros. Cada leccion comienza por la Oracion Dominical y
una lectura de la Biblia, pero sin ser acompañada de ninguna refleccion.
La enseñanza es cristiana por el espíritu de nuestros maestros; no es
católica ni protestante. Damos aquí á nuestros hijos el medio de buscar
la verdad, les armamos contra la ignorancia, les preparamos á combatir el
buen combate; en cuanto á la enseñanza dogmática, está reservada á la
iglesia y á las escuelas del domingo. Así es como evitamos el perturbar
esas jóvenes conciencias, y no obstante como habituamos á nuestros hijos
á considerarse todos como hermanos en Jesu-Cristo.

--Bien; pero quién os responde de los maestros?

--El Directorio de educacion, dijo Naaman; directorio elejido libremente
por todos los ciudadanos del mismo comun, y que tiene sobre él el
directorio central del Estado. Esas asambleas reunen los hombres mas
considerables del pais. Es una gloria ser llamado á vijilar la educacion;
nuestros mejores ciudadanos, los Horacio Mann, los Bernard, han rehusado
un puesto en el Senado Federal por permanecer de directores de nuestras
escuelas en Massachussetts y en Connecticut.

--Es posible? esclamé.

--Qué tiene de sorprendente? repuso el jóven ministro. Creeis que en un
pais como el nuestro se anda preguntando qué es lo que hace la grandeza
de las naciones? En una República, en un Estado donde el pueblo es
soberano, es menester vencer la ignorancia ó ser muerto por ella; no hay
término medio: Para educar á un pueblo que cree en la verdad y que la
ama, nuestros políticos no han hallado sino un medio,--ilustrarlo: esto
es, hacer del mas insignificante ciudadano un hombre bastante instruido
para que no lo engañen, bastante prudente para gobernarse á sí mismo.

--Y habeis resuelto el problema?

--Sí, dijo, el problema fué resuelto el dia en que tuvimos escuelas tan
bien atendidas y tan completamente gratuitas, que ningun padre se atrevió
ya á rehusarnos sus hijos. Cuando el comun dá todo, hasta los libros, el
papel y las plumas, quién sería bastante loco ó suficiente culpable para
no aprovecharse de la munificencia nacional, y condenar sus hijos á la
ignorancia y la miseria?

--Supongo, le dije, que la educacion es obligatoria. Despues de
semejantes sacrificios, el Estado tiene derecho de obligar á las jentes á
instruirse. El no puede sufrir brutos en la sociedad.

--Hemos rechazado toda coaccion, repuso el jóven pastor. No porque
háyamos dudado de nuestro derecho; pero hemos tenido miedo de adherir á
un beneficio una idea odiosa. La multa y la prision harian odiar nuestras
escuelas; dejamos esas durezas para los gobiernos que se curan mas de
la obediencia que del amor de los ciudadanos. Hacer á la educacion
universal es toda la cuestion, y hemos llegado á ese fin exelente sin
tocar la libertad. Nuestras escuelas, abiertas á todos los niños hasta de
edad de diez y seis años, seducen y atraen aun á los mas rebeldes. En la
Nueva Inglaterra, no hallareis un solo ciudadano, nacido en el pais, que
no haya recibido instruccion de nosotros.

--Bravo! esclamé, hé ahí una obra que hace el mayor honor á los
cristianos de América.

--La política gana con ello, no menos que la religion, repuso; hemos
llegado á un resultado que debe sorprender á los modernos. Mediante
la perfeccion de nuestras escuelas, hemos restablecido, sin saberlo,
la educacion comun, tan querida de los antiguos. Nuestra enseñanza es
bastante elevada para preparar al hijo del rico á entrar al colejio; es
bastante simple para no asustar al hijo del pobre, bastante sustancial
para ponerle en estado de ocupar su puesto en la sociedad, sin que nunca
tenga que ruborizarse de su ignorancia. Aquí es donde toda la juventud
(comprended bien esta palabra; toda la juventud), viene á aprender
la lectura, la escritura, la aritmética, la jeometria y el dibujo.
Añadimos un poco de jeografia, de historia, de física y de química; y no
tememos hablarles de moral y de política á esos niños. Esplicámosle la
constitucion de su pais; son ciudadanos. Gracias á la riqueza y solidez
de nuestras lecciones, el hijo del millonario viene á instruirse al lado
del peon irlandés. Apercibo allí á una de las hijas de Green, jugando con
la hija de una pobre vendedora de frutas de la calle de los Nogales. Aquí
es donde reina la verdadera igualdad, la igualdad en todo, la igualdad
que eleva; aquí se fomenta el patriotismo y el amor á la libertad. Formar
una jeneracion, es formar un pueblo; hé ahí nuestra divisa, hé ahí lo que
hace de nuestras escuelas un lugar querido de todos y sagrado para todos.

--Eso es bueno y grande, esclamé; pero perdonadme un escrúpulo final.
Instruyendo así á los hijos del pueblo, no temeis inspirarles á la vez
una ambicion perversa? No os parece que echais en la sociedad hombres
descontentos de su suerte,--llenos de deseos y necesidades superiores, á
su condicion?

--Esa es una vieja objecion, que desde hace mucho tiempo no tiene curso
en América. Vuestros temores serian fundados, si nosotros abandonáramos
á nuestros hijos desde que salen de la escuela; pero pensad que nuestra
sociedad y nuestro gobierno son dos escuelas que no se cierran jamás.
Y, ademas, todos los hombres ilustrados que tenemos se hacen un honor
y un placer en instruir á los ciudadanos. Ved sino nuestras paredes
cubiertas de avisos; no hay noche en que no haya alguna lectura pública,
literaria, científica. La luz nos innunda; es menester ser dos veces
ciego para quedarse ignorante. Al lado de esa enseñanza libre, colocad
la Iglesia, siempre activa, y esas mil reuniones en las que ricos y
pobres se encuentran asociados sin cesar, para obras de propaganda y de
caridad. Agregad la vida política que remueve todas las ideas y fecundiza
todas las almas. Finalmente, y en primera línea, poned la prensa; es
decir, la palabra pública que no se agota nunca. No hay una Iglesia, una
asociacion, un cuerpo, un individuo que no tenga su diario; hasta los
niños tienen el suyo: el _Child’s Paper_, fundado hace cuatro años, tiene
ya cien mil lectores, el mas viejo de los cuales no cuenta quince años.
Quién puede resistir á esa marea que siempre sube? Quién puede escapar á
esa oleada de civilizacion que empuja á la humanidad hácia un porvenir
mejor?

--Así, sois un pueblo de sábios?

--No, dijo sonriendo. La erudicion como las artes en hija de las naciones
viejas, todavia no la poseemos. Nosotros somos unos advenedizos;
necesitamos un siglo quizá antes de tener esos ócios que permiten una
cultura desinteresada; pero me atreveré á decirlo,--somos el pueblo menos
ignorante que haya visto el sol. Mirad á nuestro alrededor; aquí no hay
paisanos, sino arrendatarios; aquí no hay jornaleros, sino artesanos. Al
salir de su herreria, el obrero se pone un frac negro, y vá á escuchar
una lectura sobre Washington ó sobre los descubrimientos de Livingston,
en Africa. Su vecino, el joyero, irá á trabajar en una escuela de dibujo,
ó seguirá un curso de química. Apesar de sus manos ennegrecidas, ambos
son unos caballeros; aman los placeres del espíritu tanto como vos
podeis amarlos. Id al Oeste, entrad en alguna _log house_[61] perdida
en el fondo de los bosques; sereis recibido por la mujer del azadonero;
la vereis amasando el pan ó batiendo la manteca. Esperad la noche, esa
misma mujer se pondrá al piano, hablará con vos de política, de moral,
y quizá de metafisica. La lectura del _Cocinero Perfecto_ no le impide
el apreciar á Emerson, ni el saborear á Channing. No damos á todos la
riqueza material, aunque el bienestar sea mas fácil de conquistar en
América que en todo otro pais; pero á todos les ofrecemos esa riqueza
que no teme el orin, ni á los ladrones; ponemos al alcance del pobre
esos goces intelectuales que, en toda edad y condicion, son una fuerza y
un consuelo. Haciendo eso, creemos cumplir con la palabra divina, llevar
los hombres á Dios, cultivando su espíritu y su corazon.

Yo miraba aquel hombre con una emocion de que no era dueño; jamás he
visto brillar en una cara humana tanto entusiasmo y tanta fé. Para
Naaman la ciencia y la relijion eran un doble nombre de la verdad; ambas
llenaban su corazon; á entrambas las amaba con el mismo amor.

--Amigo, esclamé, me habeis vencido. Héme aquí como San Pablo en el
camino de Damasco, herido por la luz y escuchando la voz que me grita:
“Es duro dar coces contra el aguijon.” Me rindo, mis ojos se abren;
veo y admiro la grandeza de este pais. Qué vida intensa! El corazon,
el pensamiento, todo está en accion; nada de inconvenientes, nada de
barreras! el hombre es dueño de su destino; tiene la felicidad y la
virtud en sus manos. Aquí no hay mentira oficial,--la verdad es quien
reina; nada de preocupaciones, ni de trabas, en todas partes resuena el
grito de un pueblo embriagado de esperanza: Adelante! adelante hácia un
mundo donde la miseria será curada, donde la fuerza será abatida; donde
el espíritu reinará. Estoy orgulloso de ser ciudadano de este hermoso
pais. Viva la libertad! vivan los Estados Unidos! viva la gran república!

Mi voz fué ahogada por un redoble de tambor seguido de timbales
retumbantes. Dos zuavos entraron en la escuela; el uno corrió hácia
Susana y le tomó cariñosamente las manos,--Alfredo; el otro me saltó al
cuello,--era mi Enrique.

Padre, me dijo, los del Sud han pasado el Potomac; Washington está
amenazado; movilizan nuestras milicias, llaman á los voluntarios; esta
noche partimos. Venid pronto,--mi madre os espera.



CAPITULO XXVIII.

La partida de los voluntarios.


Seguido de mis hijos, salí de aquella apacible morada, donde al fin habia
sorprendido el secreto de la grandeza norteamericana. La ciudad habia
cambiado de aspecto; las casas estaban embanderadas. En cada ventana, el
estandarte federal, ajitado por el viento, desplegaba sus fajas rojas y
azules y sus treinta y cuatro estrellas como una protesta muda en favor
de la union. Acá y allá, un inmenso cartelon anunciaba el desastre del
ejército federal, y llamaba á los ciudadanos á socorrer la patria en
peligro. Batallones armados marchaban por las calles al son de clarines
y tambores. Las Iglesias estaban llenas de voluntarios que invocaban el
Dios de sus padres antes de marchar al combate. En todas partes, los
cantos guerreros se mezclaban á los himnos relijiosos; padres, madres y
hermanos acompañaban á los jóvenes milicianos animándoles. Tomábanse las
manos, lloraban y se abrazaban, alzando los brazos al cielo. Era aquello
el fervor de una cruzada!

Llegué á mi casa muy ajitado. Como buen parisiense, he vivido y crecido
en medio de los tumultos y de la guerra civil; son recuerdos que me
entristecian, pero allí, en aquel entusiasmo que empujaba á todo un
pueblo á las armas, habia algo de tan noble y de tan grande, que me sentí
exaltado.

Ni los peligros que Enrique y Alfredo afrontaban me daban miedo; una voz
secreta me impelia á partir con ellos. No tenia yo tambien, un hogar
y una familia que defender? La América, donde poseía esos bienes tan
queridos, no era mi patria?

A mi puerta hallé á todo un rejimiento de zuavos formado de los
voluntarios del barrio. El viejo coronel Saint-John habia sido izado
sobre un caballo blanco, y el bravo veterano olvidaba sus reumatismos y
sus heridas para guiar á los jóvenes al combate. Al lado del coronel,
Rose, vestido de capitan, marchaba acompañado de sus ocho hijos y de
cuatro hermosos jóvenes hijos de Green. Fox, convertido en teniente,
estaba en medio de un grupo; peroraba, jesticulaba, y no respiraba sino
sangre y carniceria. Su cuello postizo y su tabaquera no se armonizaban
muy bien con su uniforme, y en cualquiera otra ocasion me hubieran hecho
reir; pero hablaba con tanto fuego, que le hallé el aire marcial. Habia
en él otra cosa que un soldado de profesion; era un ciudadano decidido á
morir por su pais.

--Vecino, me dijo Rose, contamos con vos; toca á los viejos dar el
ejemplo. Necesitamos un cirujano para nuestro rejimiento de zuavos, y os
han nombrado por unanimidad; solo nos falta vuestro consentimiento.

--Lo teneis, esclamé; sí, mis buenos amigos, parto con vosotros; allí
estaremos para velar por nuestros hijos, y cuando necesario sea, haremos
fuego con ellos. Viva la Union! Viva la Patria!

Este grito fué repetido en todas las filas, y á él se mezcló el de ¡viva
Daniel! ¡viva el mayor! Las aclamaciones de aquella brava juventud, me
hicieron cosquillas hasta en el fondo del corazon; entré en mi casa la
frente altiva y la miraba brillante. Una vida nueva se despertaba en mi
alma,--yo era feliz!

Jenny, anegada en lágrimas, se echó en mis brazos sin intentar siquiera
conmover mi coraje. Parecíale muy natural que el padre acompañara al
hijo, y que solo las mujeres se quedáran en la casa. Susana estaba
no menos resuelta; veíase en su palidez que se hallaba profundamente
conmovida; sus labios rogaban y sus ojos se alzaban al cielo; pero
no dijo una palabra que pudiera turbar á Alfredo, pareciendo ocupada
unicamente en preparar nuestra partida. Mujeres queridas! ellas tambien
comprendian el deber y amaban la patria.

Algunas horas bastaron para procurarme un uniforme de cirujano. Rose me
regaló una balija exelente; compré revolvers, un sable, un caballo, y á
las tres estuve pronto; debiamos partir á la noche.

Hasta entonces no habia reflexionado, la furia Francesa me habia
arrebatado. Pero en el momento de dejar aquella casa, en la que tantos
dias felices y tan bien aprovechados habia pasado,--esperimenté no sé
que tristeza; parecíame que una vez partido no volveria. Y si volvia,
volverian conmigo mi Enrique, y aquel Alfredo al que ya amaba como á un
hijo?

Procuraba deshechar aquellos tristes pensamientos, que, siempre
rechazados, me asaltaban sin cesar, cuando el viejo coronel entró en mi
casa. Su vista me hizo bien; era uno de esos bravos soldados, pródigos
de su sangre, aváros de la ajena; no podiamos tener un jefe mas honorable
ni mas seguro.

--Coronel, le dije despues de haber recibido sus felicitaciones,--hénos
solos, puedo hablaros sin rebozo. Aquí para entre nosotros, decidme, qué
caso haceis de estas nuevas levas? Bella cosa es el entusiasmo, pero qué
es al lado del ejercicio y de la disciplina? Apesar del valor de esos
buenos jóvenes, esos batallones se desharán al primer fuego.

--Paciencia, mayor, repuso el veterano. Yo soy menos severo que vos,
y sin embargo he hecho la guerra toda mi vida. Dos meses, detras de
los fuertes de Washington cambiarán esos voluntarios en soldados. La
disciplina es mucho sin duda, pero es un oficio al alcance del mas
ignorante. Lo que no se dá, es el corazon, la fé, el amor á la patria.
Ahí es donde está el resorte supremo por mas que digan los que arrastran
sable. Para manejar la bayoneta es menester un brazo vigoroso y hábil;
pero el alma es la que hace la fuerza del brazo. Algunos años de guerra y
de sufrimiento bastan para hacer la educacion de un pueblo y poner á los
dos enemigos en el mismo punto. Entonces queda la enerjía moral; ella es
la que tiene la última palabra; y, es por esto que los mejores ejércitos
son los que se componen de ciudadanos.

--Perdonadme, coronel, le dije, creia que nada valia lo que los viejos
soldados.

--Error; repuso Saint John. En una revista ó en una parada, es posible;
en la guerra es distinto. Buenos cuadros, soldados jóvenes y jenerales
viejos,--hé ahí lo que se necesita. Para marchar sin quejarse, para
obedecer sin murmurar, para desafiar el peligro, alta la cabeza para
marchar á la muerte sonriendo,--no hay sino la juventud. Cuanto mas
intelijente, piadosa y patriótica es esa juventud, tanto mas se puede
contar con ella. En la vieja Europa se tienen otras ideas; allí reina
todavia la preocupacion y la adoracion de la fuerza bruta. Aquí, la
civilizacion nos ha ilustrado. La victoria pertenecerá siempre al jeneral
que, en el momento decisivo, eche sobre un punto dado mayor número de
batallones. Pero en condiciones iguales, un soldado jóven y patriota
valdrá mas que un mercenario envejecido en el oficio. Ved la guerra de
Crimea; ciertamente que los veteranos rusos é ingleses se han batido
bien; pero á quien pertenece la corona? A los conscriptos franceses, esos
heroicos hijos arrancados al arado por un dia, paisanos la víspera,
ciudadanos al dia siguiente! Hé ahí nuestro modelo, hé ahí tambien lo que
haremos de nuestros jóvenes americanos.

--Pero no teneis jenerales, le dije; vuestro pais es una tierra pacífica
que, hasta el presente, ha producido mas agricultores y comerciantes que
Césares.

--Estad tranquilo, repuso el coronel, tendreis jenerales, y mas de los
que querreis. La guerra es como la caza, un oficio muy ordinario; en
que ciertas jentes descuellan desde el primer dia. Tal que es hoy dia
herrero, mecánico, abogado, médico quizá, mañana se despertará jeneral
en el campo mismo de batalla. Abrid la historia; hay épocas estériles en
que las letras, las artes, la industria están muertas; no hay ninguna
en que hayan faltado soldados. El hombre tiene instintos de cazador,
sanguinarios que la paz comprime; pero que no destruye. Venga la guerra,
y tendreis héroes, y haga el cielo que el pueblo los estime en su justo
valor, y que no les sacrifique su libertad.

--Verdaderamente, coronel, le dije, vos hablais de la guerra con poco
respeto.

--Es que la he hecho, dijo tristemente, y sé lo que vale ese juego
sangriento. Que los retóricos tranquilamente sentados en el rincon de la
lumbre, se diviertan en celebrar los combates y la gloria,--yo me encojo
de hombros ante esas paradojas; la guerra es el mayor de los azotes,
el enemigo del trabajo y de la libertad, la ruina de la civilizacion.
Mal haya aquellos cuya ambicion desencadena sobre la tierra esa peste
abominable; pero malditos sean tres veces los que atentan á la patria con
mano parricida! Que Dios nos ayude, y les haremos pagar caro su crímen.
La guerra es tambien el castigo del orgullo y de la locura; cruel leccion
que no se comprende sino cuando es tarde yá.

El ruido de los clarines nos anunció la hora del adios. Bajé teniendo de
la mano á Enrique y Alfredo. Jenny nos abrazó á los tres con el valor de
una mujer y de una madre cristiana. Susana silenciosa y ajitada, nos dió
á cada uno una Biblia, que no debia separarse un momento de nosotros.
Marta habia preparado un sermon profético, pero la pobre dió un terrible
solloso á la primera palabra, y tomando á Enrique en sus brazos, como á
un niño, le inundó de lágrimas y de besos. Yo la estreché la mano, ella
me saltó al cuello, y fué medio estrangulado que monté á caballo.

Al mismo tiempo acudió Zambo ataviado ridículamente; habíase puesto
un cinturon encarnado y azul, un sombrero con plumas y un sable que
arrastraba por el suelo.

--Amo, gritó, llevadme con vos, yo soy bravo. Tengo la piel negra y la
sangre colorada. Si no me matan antes de la victoria, los derrotaré á
todos.

No fué sin dolor que me desembarazé de aquel pobre muchacho. Hícele los
raciocinios mas prudentes para probarle que su coraje era ridículo.
Cuando se tienen cabellos motosos, no se ha nacido para derrotar sino
para ser derrotado. Palabras inútiles! Zambo tenia el ángulo facial
demasiado agudo para comprender los grandes descubrimientos de nuestros
eruditos. El pobre diablo se creía hombre, cristiano, ciudadano, y tenia
la piel negra! Era una locura! Fué menester emplear la amenaza para
hacerle entrar, y así lo hizo, pero refunfuñando. Era tiempo de acabar
aquella triste comedia, las filas estaban formadas, los tambores batian;
partimos.

Mientras estuve cerca de la casa no me atreví á mirar para atras; sentia
que las lágrimas iban á arrazar mis ojos, y no queria derramarlas; pero
al dar vuelta la calle volvíme; las tres mujeres ajitaban sus pañuelos y
nos seguian con la vista. Mi corazon palpitó con fuerza.

--Oh, mi Dios! esclamé, yo te confio todo lo que amo. Lloré por primera
vez, oré y me sentí consolado.

A las cuatro estábamos formados en batalla en la plaza de la
Municipalidad. Green nos pasó revista, y nos habló de la patria con una
emocion que rayó en la elocuencia. Su voz fué cubierta por nuestras
aclamaciones. En seguida todo quedó en silencio y cada cual se recojió
sobre sí mismo. Yo era el único quizá del rejimiento que estaba ajitado,
y cosa estraña! no veia la hora de ir al fuego. En un momento de reposo
pasé por delante de mis compañeros riendo, hablando, jesticulando y
teniendo una palabra para cada soldado; hacía burla á los que estaban
conmovidos, animaba á los que procuraban sonreir, y á todos prometia mi
socorro en el momento del peligro; me sentia ya con la fiebre del combate.

Humbug, que se habia reunido á mí en la plaza, me miraba con aire
sorprendido.

--Qué hombre sois, doctor, me dijo suspirando. Admiro vuestro buen humor
y vuestra alegria. Ayer erais un tímido ciudadano, hoy sois un valiente
soldado. Sois Irlandés? Teneis en las venas la sangre?

    _Non parventis funera Galltæ?_

Nosotros los Sajones, llevamos al campo de batalla,

    _Devota morti pectora liberæ,_

pero no tenemos ni esa gracia, ni esa elegancia, ni esa bravura. Al
veros, no parece sino que el combate es una fiesta y el peligro un
placer. Capaz seríais de darle gana de morir al que menos lo deseara.

El redoble de los tambores ahogó mi contestacion; Humbug me abrazó
tiernamente llamándome en latin la mitad de su alma; un instante despues
habíame separado de mi viejo amigo y para siempre.

La noche estaba hermosa; la luna, que habia salido temprano, iluminaba
en lontananza las praderas bordadas de álamos y cortadas por sauces; en
el horizonte corria un rio de plateadas olas; habia cierto encanto en
dejarse conducir por el caballo y en abandonarse al fantaseo en medio
de aquella hermosa campiña. La felicidad del soldado, consiste en gozar
de la hora presente sin inquietarse del porvenir. Tiempo hacía que me
daba el placer de soñar con los ojos abiertos, cuando dos caballeros se
colocaron cerca de mí. Alzé la cabeza, y con gran sorpresa reconocí al
sombrío Brown y al amable Truth.

--Qué haceis aquí? esclamé. Qué quiere decir ese gran sombrero, esa
levita cruzada y ese sable al lado? Ese no es el traje de un soldado ni
el de un pastor.

--Doctor, dijo el puritano, la guerra es una enfermedad cruel; en ella,
tanto peligra el alma como el cuerpo; vos cuidais del uno, nosotros
cuidamos de la otra; nosotros somos médicos lo mismo que vos.

--Me alegro mucho de teneros por cofrádes, repuse; pero el oficio es
rudo. Un cirujano se hace; la ternura, es en él un mal desconocido; para
que la mano no tiemble es menester que el corazon calle; pero vos, Truth,
¿cómo resistireis al grito de los heridos y á la desesperacion de los
muertos?

Es mi deber, dijo, Dios me dará fuerzas, mientras juzgue que mi servicio
es útil ó necesario. Pertenezco al Señor.

La etapa no era larga; á las ocho hicímos alto. El coronel habia querido
enseñarnos á marchar; la leccion no fué inútil, el rejimiento tenia el
aire de una majada en derrota. Sin embargo, el bravo Saint John felicitó
á todos los novicios, habituándolos poco á poco á que le miráran como á
un padre y á depositar su confianza en él.

Mayor, me dijo, no ríais. Antes de un mes valdremos tanto como los
Prusianos. Cuando un hombre se cree soldado ya lo es á medias; vereis lo
que es un ejército de ciudadanos.

Establecimos el vivac en medio del campo, y despues de encender los
fogones y de atar los caballos á la estaca, cenamos de buena gana con
las provisiones que cada cual habia llevado consigo. Para conscriptos
aquella primera comida al aire libre era una fiesta; la guerra no habia
enjendrado todavia en ellos ni el deseo del bien estar ni el amor del
hogar.

Terminada la cena, y no duró nada, los soldados en lugar de reir y
gritar, se sentaron en silencio sobre sus capotes para oir á los
ministros. Nuestro estado mayor formó el círculo; Truth se colocó en el
centro, y abriendo la Biblia, leyó con voz inspirada el himno que cantó
David cuando Dios le hubo salvado de manos de sus enemigos.

“El Señor es el baluarte mio, y él es mi Salvador. Dios es mi defensa,
en él esperaré: es mi escudo y el apoyo de mi salvacion: él es el que me
ensalza sobre mis enemigos y él es mi amparo.

“Tú eres Señor mi antorcha....

“Quién es Dios fuera del Señor? Y quién es fuerte, sino nuestro Dios?

“Dios es el que me revistió de fortaleza....

“El es el que adiestra mis manos para la batalla, y hace mis brazos
firmes como un arco de bronce.

“Perseguiré á mis enemigos y los esterminaré: no volveré atrás hasta
acabar con ellos.

“Por mas que griten, nadie acudirá á su socorro: clamarán al Señor mas no
los escuchará.

“Disiparélos como polvo de la tierra: los aplastaré y desmenuzaré como
lodo de las calles.

“Viva para siempre el Señor y bendito seas mi Dios. Sea engrandecido el
Dios fuerte que me ha salvado[62].”

Mientras que Truth recitaba esa bella poesía, miré á mi alrededor. Todos
los oficiales escuchaban rezando; sus ojos brillaban de entusiasmo y
de fé. Las últimas llamas de nuestros fogones próximos á extinguirse
iluminaban aquellos nobles rostros, dándoles no sé que brillo misterioso.
Creíame en pleno siglo diez y seis y transportado á un campo de
Cabezas-Redondas.--Es este, decia para mis adentros, es este el pueblo á
que nuestros diarios de Paris niegan todo patriotismo y toda relijion!
No, la tiranía militar no se establecerá nunca en aquella tierra
jenerosa; aquel suelo abierto y fecundado por los puritanos no puede
enjendrar sino la libertad.

Terminada la lectura, estreché la mano de Truth, y aprovechando de mi
privilejio, inspeccioné todas las compañias buscando á mi hijo y á
Alfredo. Hallé á los dos acostados en el suelo, envueltos en sus capotes
y hablando en voz baja. De qué hablaban? era escusado preguntarlo; lo
sabia.

--Hijos, les dije; cuando uno es soldado es menester contemplar sus
fuerzas, y la primer condicion es dormir. Hacedme lugar entre los dos y
soñad con los ojos cerrados.

Con lo cual, abrazé tiernamente á mis dos hijos, cerré con cuidado mi
capote, me eché sobre la cara la capucha, y me dormí tan tranquilo y con
el corazon tan aliviado como si estuviera en mi casa. Cuando el hombre se
consagra á la patria, cuando le es permitido sacrificarse por lo que ama,
la fatiga es dulce y hasta el peligro tiene atractivos.



CAPITULO XXIX.

Un viaje de placer.


En medio de mi apasible sueño, tuve una vision. Un hombre, ó mejor dicho
un fantasma, de mirada burlona, y frente arrugada estaba acostado sobre
mí y me ahogaba. Reconocí á Jonatás Dream; solo él tenia aquella mirada
terrible.

--Eh bien, doctor, dijo con voz chocarrera, la prueba está hecha; supongo
que ahora no dudareis del magnetismo y sus milagros, puesto que en ocho
dias os habeis vuelto Yankee.

--Sí, sí murmuré; y estoy orgulloso de ello. Tengo mujer é hijos segun mi
corazon; tengo una patria que amar, una libertad que servir y defender,
soy dueño de mi vida, creo en el Evanjelio y soy feliz; si esto es un
sueño, por piedad, no me desperteis.

--Bravo gritó la voz, estoy vengado. Ahora, en camino para Francia; á
Paris!

Sentí una mano que apartaba mi capote y se deslizaba bajo mi capucha. Me
levanté sobresaltado, quise gritar, esfuerzo inútil! estaba magnetizado.
Un brazo invisible me cojió de la única mecha de cabellos que quedaba en
mi frente calva, y me llevó por los aires con una espantosa rapidez.

No habia vuelto aun de mi tan natural emocion, cuando me hallé
cerniéndome por el cielo como un pájaro y revoloteando por arriba de mi
casa. El traidor que me habia quitado la palabra, teniéndome siempre
suspendido, me hizo descender hasta la ventana del locutorio[63].
Apercibí en aquel recinto querido, reunidos en derredor de una mesa de
trabajo,--á mi Jenny, á mi Susana y á Marta; el pobre Zambo sentado
en el suelo sollozaba en un rincon. Susana leia el Evanjelio con voz
entrecortada. Jenny y Marta rompian jénero y hacian hilas.

Mi corazon las llamó y las bendijo. Jenny levantó en el acto la cabeza.

--Susana, dijo temblando, me parece oir á tu padre; estoy segura que en
este momento piensa en nosotros.

--Mamá, repuso Susana, que estraño es lo que decís; tengo el mismo
presentimiento.

--Es un efecto magnético, murmuró Jonatás, riendo de una manera
siniestra. Qué decís de esta esperiencia, sabio doctor?

--Dios mio! dijo Jenny, levantándose, tú que me has dado á Daniel y que
me has dicho le amára, protéjele, te lo suplico. Aleja de él y de mis
hijos el peligro y la muerte. Pero ante todo, Señor, hágase tu voluntad y
bendito sea el tu nombre.

--Amén, dijo Susana; amén dijo Marta, y las tres mujeres se pusieron á
llorar, mientras que Zambo se metia un pañuelo en la boca para sofocar
sus gritos.

Oh, mis amores! Yo os abria mis brazos cuando por segunda vez una fuerza
irresistible me lanzó en el espacio sin fin. En un abrir y cerrar de ojos
la gran ciudad desapareció de mi vista y con ella sus luces vacilantes;
despues de la ciudad se evaporaron los campos y los prados, los bosques
y la tierra; solo oí el soplo del viento y los jemidos de la onda. Como
en el fondo de un abismo, apercibí las olas temblando bajo los pálidos
rayos de la luna; estaba á diez mil piés de altura sobre la superficie
del Océano.

--Charlemos ahora, dijo el espantoso brujo cerniéndose sobre mí como un
águila que tiene en sus garras un pichon. Doctor Lefebvre, os devuelvo la
palabra; dadme ahora el placer de gozar de vuestra conversacion.

--Mónstruo, esclamé, cuánto tiempo he de ser tu víctima?

--Mi buen amigo, repuso fisgando, permitidme decíros que no sois
político. Tutear á un hombre á quien se ha visto dos veces es cosa
grosera, algo mas, una torpeza; me bastaria abrir los dedos para
precipitaros en las olas, y no pienso que la jendarmería Francesa, con
toda su vijilancia, pudiera prestaros aquí el menor socorro. Sed pues
amable, y divertidme. Estoy cansado, he perdido mucho fluido, y me es
difícil hacer mas de cien leguas por hora; no estaremos en Paris antes de
mañana al amanecer. Todavia tenemos que vivir juntos una noche; el tiempo
está hermoso y la ruta es agradable; séamos amigos y charlemos.

De qué se puede hablar en las nubes sino de metafísica.

--Señor Jonatás, dije tomando mi mas respetuosa voz, creeis en Dios?

--Dios, esclamó, con tono de profesor, y como si repitiera una leccion,
Dios es una vieja palabra; es la personalizacion del idealismo.

--Hablad Francés, esclamé.

--Sea, dijo, Dios, es la idealizacion de la personalidad.

--Si ese es vuestro Francés, señor brujo, habladme Griego por piedad.

--Pues bien, dijo con tono gracioso, Dios es la categoría del ideal, nada
mas.

--No entiendo jota, le dije.

--Es que no sabeis el Aleman, repuso. La filosofía es una lengua mística
que nos viene de ultra Rhin. Ilustres sabios he visto que la han hablado
durante veinte años sin entenderla; y que no por eso han dejado de ser
aplaudidos.

--Esplicadme vuestro sistema, repuse con afectada dulzura. Vos sois un
gran hombre, un jénio, me gustaría instruirme en vuestra escuela. Tened
tambien la bondad de tirarme un poco menos los cabellos, tengo la cabeza
sensible, y estoy seguro que Absalon filosofaba con trabajo cuando estaba
colgado de su árbol.

--Yo soy discípulo de Spinoza, dijo Jonatás, pero he ido mas lejos que
mi maestro. No hay ni materia ni espíritu en el mundo,--solo hay un
conjunto de fuerzas organizadas, que se dividen á lo infinito; la planta,
el animal, el hombre, son otras tantas formas de esa vida universal,
otras tantas burbujas de agua que brotan en la superficie del Océano de
los seres, y que solo entran en el abismo para volver á salir de él. La
vida y la muerte son simples fenómenos sin importancia; el individuo
desaparece, la especie dura; es lo esencial. Poco importa lo que la rueda
aplasta, con tal que dé vuelta siempre. Hé ahí mi sistema, él acepta todo.

--Y no esplica nada, esclamé. Quién ha creado esas fuerzas?

--En qué pensais, doctor, repuso el májico. Crear, seria perturbar el
órden universal y fatal de las cosas; nunca ha habido creacion. Suponer
un principio,--es suponer una voluntad; eso trastornaria todo el sistema.

--Yo creia, le dije, que los sistemas se acomodaban á los hechos
observados.

--Eso es bueno para los físicos, repuso. Nosotros, al contrario,
acomodamos los hechos al sistema; nosotros somos filósofos.

--Eso es muy injenioso, dije, pero sacadme de una duda; yo creia que el
hombre no era muy antiguo en la tierra.

--Esa es mi opinion, repuso; el hombre apareció hacen doce ó quince mil
años cuando mas,--pero eso no implica una creacion! La naturaleza........

--Qué es la naturaleza, señor Dream?

--Otro nombre para la fuerza Universal.

--Qué es la fuerza Universal?

--Otro nombre para la Naturaleza.

--Gracias por vuestra esplicacion filosófica.

--La Naturaleza, continuó, esperimenta en ciertas épocas un
acrecentamiento de enerjía, una especie de fiebre, y entonces rehace y
transforma ciertas especies segun la necesidad. Así es como el hombre ha
aparecido sobre la tierra; segun todas las apariencias,--es un mono ó un
perro dejenerado.

--Y la palabra, y la conciencia? esclamé.

--Eso es poca cosa, dijo él, consiste en una simple modificacion
fisiolójica. Un poco mas de finura en la composicion de la larinjes, ha
hecho de un grito bestial un lenguaje articulado. Sin aparato nervioso no
hay conciencia posible; por consiguiente, la conciencia es cuestion de
nervios. Una acumulacion de la sustancia gris, un juego de la naturaleza
han bastado para enjendrar al rey de la creacion.

--Pobre rey en verdad, si solo es el mas malo de los animales.

--No, no, dijo Jonatás; porque, gracias á su aparato nervioso tiene
ideas jenerales, y hé ahí lo que hace del hombre una especie aparte. Es
el único animal á quien se le divierte y se le engaña con palabras. El
hombre vé ciertos hechos que se reproducen en serie regular, y que llama
verdades; imajina una verdad universal que comprende y sostiene todas las
verdades particulares; apercibe hermosas cosas y se figura una belleza
que es el modelo y el tipo de todas las demas. Hé ahí el ideal que le
seduce y le consuela,--ó en otros términos, lo que las buenas jentes
llaman Dios.

--Muy bien, dije, conmienzo á entrever lo que es la categoría del ideal.
El alma es un espejo que refleja lo que no existe; ó si os parece mejor,
el hombre se vé á si mismo en ese espejo de aumento, y cual nuevo Narciso
prostérnase ante esa imájen agrandada.

--No tan mal para un novicio, dijo el brujo.

--Luego, en el Universo nada hay superior al hombre?

--Conclusion lójica, dijo Jonatás.

--Si no hubiera habido hombres sobre la tierra, no habría idea de Dios, y
por consiguiente Dios no existiria.

--Maravilloso, dijo, os haceis filósofo.

--No por cierto, esclamé, y no sé si mi manera de ver depende de mi
estraña posicion; pero paréceme que toda esa metafísica está como yo,
suspendida en el aire por un cabello. Qué significa esa naturaleza con
acrecentamientos de enerjía? Una palabra para reemplazar al Ser Supremo,
que en su bondad cria libremente al hombre y al mundo. Qué significa ese
cambio de tejidos, esa metamórfosis de aparatos, sino una frase sonora
que esplica lo desconocido por lo imposible? Qué significa esa fuerza
inconsistente é inmoral? que produce una criatura dotada de conciencia
y de moralidad, una quimera. A la altura en que estoy, las cosas se
juzgan de una manera muy distinta,--no se paga uno de palabras vanas; las
leyes físicas, es decir, un órden intelijente, una creacion constante
y contínua, me revelan y me gritan que una voluntad siempre activa,
omnipresente, sostiene al Universo y le impide disolverse. En ninguna
parte veo la naturaleza, y en todas partes siento á Dios.

--Bravo! tres veces bravo! dijo el májico.

--Entonces lo que esponíais no era vuestro sistema? repuse muy asombrado.

--Sí, ese sistema es mio puesto que lo he robado; pero no creo en él.
Pasando ayer por Tubingue, donde iba á visitar á uno de mis buenos
amigos, honrado teólogo que siempre sueña,--apercibí á un gran metafísico
que, á fuerza de escribir se habia quedado dormido sobre Hegel. De
un golpe le he robado su pipa, sus anteojos y su sistema; cuando se
despierte, solo hallará sus ojos para ver, y su espíritu para razonar.

--Pobre hombre! esclamé; ¿qué hará de esos instrumentos que nunca le han
servido?

--Bah! dijo el brujo, vos no conoceis á los filósofos alemanes. Son
gusanos de seda que viven en los libros; ellos sacan del primer mamotreto
que se les presenta un hilo con el que se envuelven en un buen sistema,
á prueba de luz y de ruido. Mi hombre se desquitará tejiendo un nuevo
capullo. La verdad no es nada, la lójica es todo. Hegel no existe, viva
Schopenhauer! En esa dinastia de soñadores hay siempre un rey.

--Señor, dijo con tono seco, vuestras preguntas son impertinentes.
Cómo os atreveis á preguntarle á un espiritista si cree en Dios? Solo
nosotros sabemos lo que es el alma, solo nosotros tenemos en la mano la
prueba de su inmortalidad.

--Qué es pues el alma? pregunté con impaciencia.

--Es una fuerza magnética, respondió Jonatás. Esa monada creada por
Dios y dotada de conciencia, se hace á sí misma un forro, á la manera
del grano de trigo arrojado en la tierra, que echa raices, y produce un
vástago y espigas. Cuando el cuerpo ha envejecido, el alma siempre jóven
y activa arroja de sí ese forro decrépito, y se vá á un mundo mejor á
buscar una nueva forma para su enerjia inmortal. Ved esos globos que
centellean en el espacio; Júpiter, Saturno, Sirio! son otras tantas
esferas habitadas por espíritus que se elevan. Subir la escala infinita
de la creacion, acercarse siempre á Dios sin conseguirlo jamás, tal es
nuestro destino glorioso. La muerte no es sino un pasaje á una vida mas
intensa. Nada parece aquí abajo, ni siquiera un átomo de polvo; cómo
ha de apagarse la conciencia? Dios es acaso un artista caprichoso, que
destruye la obra maestra de su grandeza y de su bondad?

--Señor, esclamé, esas palabras son bellas y tocan al corazon; pero la
prueba, esa prueba que la humanidad exije hace seis mil años,--dádmela.

Nada mas fácil, repuso Jonatás; remontemonos hasta Sirio, que brilla allá
arriba por sobre nuestras cabezas, allí vereis una de las estaciones que
debeis habitar algun dia. No ha mucho tiempo que visité á Washington.

--La oferta era como tentar á un curioso; pero el maldito brujo ya se
habia burlado de mí; desconfiaba de su májia.

Temiendo los disgustos de un nuevo viaje, rehusé, é hice mal en rehusar;
era aquella una ocasion que quizá no se me volveria á presentar.

--Llegarémos pronto? pregunté á Jonatás.

--Hé ahí una pregunta poco amable, me dijo. Mirad abajo; no veis en el
mar una lucesita. Es el fanal de la _Arabia_, que salia de Boston, el
dia en que os conduje á América; te hallas aun á medio camino de Europa;
todavia tenemos que hacer doscientas leguas, ó sea seis horas de camino.

Suspiré y no hablé mas.

--Mi buen amigo, dijo el odioso májico, estais muy áspero. Si no amais la
discusion, si la metafísica os ataca los nervios, escojed algun asunto
familiar, que nos permita ponernos de acuerdo. Habladme de política.

--Qué pensais de la esclavitud? esclamé; qué pensais de la guerra
fratricida que destroza los Estados Unidos?

A este respecto, las jentes de bien no tienen sino una sola opinion;
supongo que detestais el despotismo, que aborreceis la esclavitud, no es
verdad, señor espiritista, y que sin duda respetais una alma inmortal,
cualquiera que sea la piel que la cubre?

--Hé ahí una pregunta del todo pacífica, dijo: pero es mas delicada de lo
que creeis. No son las leyes las que hacen que un hombre mande ú obedezca.

--Qué es pues?

--Es el fluido magnético, repuso con una flema insoportable. Lo que los
filósofos llaman voluntad, enerjia, potencia, no es otra cosa sino ese
fluido que constituye nuestra alma. Cada cual posee una cantidad diversa
y desigual. La mujer, por ejemplo, es un ser mas magnético que el hombre;
así, resulta que en la mayor parte de los matrimonios, diga el Código
lo que quiera, quien obedece es el marido. Los hijos, que la ley somete
tambien á sus padres, son tiranos domésticos que imponen sus caprichos
á toda la casa y hacen de su madre una esclava. Por qué? Porque son muy
ricos en magnetismo. Los viejos, al contrario, tienen la sangre fria, y
no poseen influencia sobre lo que se les acerca. Los enamorados........

--Gracias, dije bostezando; no hablemos de medicina, hablemos de política.

--Paciencia, dijo Jonatás con tono burlon. Si es cosa probada que
los negros tienen menos fluido que los blancos, la cuestion está
resuelta,--la esclavitud es lejítima.

--Señor, le dije, vuestras paradojas me fatigan.

--Paradojas! esclamó. Vos no sois de vuestro tiempo, doctor Rococó; leed
vuestros grandes historiadores y vuestros grandes políticos, estudiad
la cuestion de las razas, y vereis que la moral no es hoy dia sino la
fisiolojía.

Yo tengo una gran dulzura natural, todos la reconocen, escepto mis amigos
íntimos, quienes, segun el uso, no ven sino mis defectos; pero que se
pongan en mi lugar y comprenderán que ha podido faltarme la paciencia.
Colgado de los cabellos durante seis horas, llevado no sé donde, por no
sé quién, eran bastantes contrariedades para todavia tener la de no ser
de la misma opinion en política.

--Señor, dije secamente á mi enemigo, llevaos á otra parte vuestro lindo
espíritu. No puedo rogaros que salgais, pero os declaro que en adelante
no os escucharé.

--Y cómo hareis, repuso, con voz burlona.

--Una palabra mas, esclamé, es un insulto de que me dareis una
esplicacion.

--Un duelo en estas _serenas_ alturas, dijo el brujo, eso seria orijinal;
reflexionaré; mientras tanto vos me escuchareis de grado ó por fuerza, os
desafio á que os separeis de mí, dejándome burlado.

--Vos no sabeis, le contesté, haciendo rechinar mis dientes,--vos no
sabeis de lo que es capaz un Francés.

--Lo creo capaz de todas las locuras, repuso Jonatás, escepto las locuras
imposibles.

--Imposible! esclamé,--esa palabra no es francesa.

Mas pronto que el rayo, saqué de mi balija un par de tijeras, y corté la
mecha de cabellos que me ponia en manos de aquel miserable.

Caí inmediatamente, jirando de derecha á izquierda como una pandorga
que desciende. En el primer momento, alegre y contento como estaba de
la reconquistada libertad, no me inquieté de aquel descenso rápido, la
reflexion me vino cuando oí el mujido de las olas y los silvidos de
aquilon. Era muy tarde; el mar se abrió para recibirme en sus abismos, y
menos dichoso que Jonás, me rechazó sobre la onda jadeante y helado. No
perdí el valor, y me puse á nadar con un ardor desesperado.

Hacer quinientas leguas de aquella manera primitiva era mucho; pero la
casualidad podia hacer que me encontrase con algun vapor en aquella gran
ruta del oceano, y cobré aliento. Miraba á lo lejos, buscando alguna
luz, y no veia sino tinieblas, cuando el horrible fantasma, dispuesto á
arrebatarme, se dejó caer sobre mí como una golondrina que levanta una
mosca de la superficie del agua.

--Doctor, me dijo fisgando, espero que el baño os habrá refrescado la
sangre; volvamos á tomar la discusion donde la dejamos.

Primero muerto, que escuchar tus detestables sofismas, esclamé, y
cerrando el puño, le asesté á mi enemigo un golpe tan terrible que todos
los huesos de mi mano sonaron. Dí un grito de dolor y........



CAPITULO XXX.

Lo mas corto del libro y lo mas interesante para el lector.


....Me desperté en mi cama.



CAPITULO XXXI.

Algunos inconvenientes de un viaje á América.


Al salir de aquel peligro, ó de aquella pesadilla, no sé como decir,
necesité algun tiempo para reconocerme. Dónde estaba? En qué pais me
habia echado mi verdugo. Las cortinas de la cama estaban cerradas,--las
abrí; el cuarto sombrío y mudo; era aquello el silencio y la media luz
que rodean á un enfermo. Cuando mis ojos se habituaron á la oscuridad
miré á mi alrededor y ví una mesa cubierta de papeles, de libros, de
folletos, apilados al azar; una biblioteca llena de libros encuadernados
á la rústica, en pasta y media pasta, parados los unos y atravesados los
otros; una masa de mamotretos, que se alzaba desde el suelo formando una
pirámide bamboleante que á cada instante amenazaba derrumbarse; todo
estaba en su lugar, y no habia que dudarlo, me hallaba en mi gabinete! en
Paris, en Francia,--de vuelta al fin de mis carabanas. Lo diré? Aquella
vuelta al centro de la civilizacion me hizo un mediocre placer; habíale
tomado gusto á la libertad.

Tiré la campanilla, Jenny entró en puntas de pié, y me preguntó en voz
baja si habia llamado.

--Sin duda, querida amiga, la dije; dadme luz, por piedad, este cuarto es
una tumba.

Jenny entreabrió las cortinas y llamó á Susana, que asomó muy despacio la
cabeza á la puerta, y se detuvo para mirarme con ojo inquieto.

--Y bien, señorita, la dije alegremente, no besais hoy á vuestro padre?

En lugar de echarse en mis brazos, acercóseme con paso tímido y me tomó
la mano llorando.

--Cómo os sentís, papá? murmuró.

--Muy bien, hija mia, salvo la fatiga y la emocion del viaje.

--Ah! dijo Susana.--Ah! dijo Jenny.

Habia en aquel grito un acento tan estraño, que alternativamente miré á
mi mujer y á mi hija; sus rostros estaban alterados.

--Qué teneis? les pregunté. Qué tengo que pueda alarmaros?

--Amigo mio, dijo Jenny, os ruego que guardeis silencio, así lo ha
recomendado el doctor Olybrius.

--Quién es el doctor Olybrius? No es ese fátuo que ha hecho un grueso
volúmen sobre la “Cuaresma considerada bajo el punto de vista de la
hijiene y de la navegacion”. Qué hay de comun entre ese pedante de
sacristia y yo?

--Daniel, repuso Jenny, con tono seco, el doctor Olybrius es el médico
que todo el mundo consulta. Hace ocho dias que tiene por vos los cuidados
de un cofráde y de un amigo.

--Ocho dias! grité sentándome en la cama. Estais soñando, hija querida?
Cómo puede haberme cuidado en Paris vuestro doctor, siendo así que
estábamos en América?

--Escuchadme, Daniel, dijo mi mujer con voz conmovida, escuchadme sin
interrumpirme; va en ello vuestra salud, vuestra vida quizá.

--El mártes pasado, hace ocho dias, habeis vuelto á casa en un estado
deplorable. Habiais consultado no sé qué charlatan; y si he de creerle al
doctor, aquel hombre os ha hecho tomar una pocion de opio, ó de hatchis
que debia mataros. La fuerza de vuestra constitucion, nuestros cuidados
quizá os han salvado. Toda la semana habeis estado en un letargo completo
ó en un delirio espantoso. Habeis tenido visiones terribles, que mas de
una vez nos han hecho temer por vuestra razon. Hoy volveis á delirar,
el doctor Olybrius lo habia predicho; pero añadiendo que esta vuelta á
la salud exijía los mayores cuidados; que, segun todas las apariencias,
necesitaríais de algun tiempo para sacudir todos vuestros sueños y
acostumbraros de nuevo á la vida real, y que en una crísis semejante el
reposo y el silencio eran de absoluta necesidad.

Al oir aquello miré á mi vez con espanto á mi mujer. Qué significaba
aquella fábula, referida con tanta seguridad? Yo estaba seguro de haber
estado en América; un cérebro Francés jamás habria imajinado lo que
yo habia visto; por otra parte, el delirio es incoherente y no deja
recuerdos. Pero si Jenny habia estado en Francia mientras yo vivia en
Massachusetts, quién era pues, esa Jenny Americana, á quien estrechaba
con tanta ternura sobre mi corazon? Sería bígamo sin sospecharlo? Habia
dos Susanas y dos Enriques, el uno en Paris de Francia y el otro en
Paris de América? Era yo doble? Tenia una sola alma en dos cuerpos? Qué
confusion! Qué caos!

Maldito Jonatás! murmuré, que el diablo te lleve, y al espiritismo
contigo! Vaya un lindo embarazo en el que me encuentro!

De repente la verdad me hirió, y me reproché el haber escuchado á mi
mujer, siquiera un instante. No me habia dicho Jonatás que solo yo
conservaria la memoria, y que mi familia se haría Yankee de nacimiento?
Todo se esplicaba de la manera mas natural; Jenny era el juguete de una
ilusion. Si alguien soñaba en mi casa no era yo, era mi mujer. Esta
reflexion tan simple me volvió el valor y mi dignidad.

--Querida mia, le dije á Jenny, no os fieis en las apariencias. Vuestro
Olybrius es un tonto; yo no he estado nunca enfermo, la prueba la teneis
en que mi pulso no tiene mas que sesenta y cinco pulsaciones, en que me
muero de hambre, y en que, con vuestro permiso, voy á levantarme y á
almorzar. Por toda respuesta mi mujer se anegó en lágrimas: es un modo de
razonar que Aristóteles ha hecho mal de olvidar; representa un gran papel
en la retórica conyugal: un marido exitado está medio vencido.

Susana, como hija bien criada no dejó de encarecer á su madre, y se colgó
de mi pescuezo sollozando: Papá! gritó, mi papacito, no os hagais daño,
esperad al doctor.

--Le esperaré de pié, y no en ayunas, repuse; por lo demas, hijos mios,
no quiero aflijiros. Soy médico, y os doy mi palabra de honor de que me
siento muy bien; si mi asercion no basta haced subir á mi vecino Rose; él
es médico y antes de poco os habrá tranquilizado.

La transaccion fué aceptada, entrando muy luego Rose con una cara tan
séria y tan solemne que me reí en sus barbas.

--Buen dia, mi viejo amigo, le dije, tendiéndole la mano.

--A qué debo esta honra, señor doctor, respondió sentándose en mi
poltrona.

--Tened la bondad de tomarme el pulso, y decidles á estas señoras si no
estoy en perfecta salud.

Tomó mi brazo, contó gravemente las pulsaciones de la arteria, y,
volviéndose hácia Jenny, con aire asombrado, dijo:

--Si me fuera permitido dar una opinion, me atreveria á decir que este
pulso está regular, y hasta un poco débil, como el de un hombre que
no ha comido. La crísis ha pasado, si la ha habido, que no me atrevo
á afirmarlo. Creo, añadió desarrugando la frente, que un pollo frio y
algunos vasos de vino de Burdeos están naturalmente indicados; es una
prescripcion que, enfermo ó nó, el señor doctor puede aceptar.

Las dos mujeres salieron para ordenar mi comida; Rose, se levantó y
acercándoseme con el dedo en la boca:

--Confesad, doctor, dijo en voz baja, que en adelante no volvereis á
jugar con el láudano?

--_Tu quoque?_ esclamé. Querido señor, el opio nada tiene que hacer en
este negocio; he sido magnetizado.

--Bueno, dijo: con que vos, doctor, un hombre de fondo, un espíritu
fuerte, creeis en el magnetismo, cuando la Academia de medicina le rehusa
el derecho de ciudad?

--Ha sido necesario ceder á la evidencia, repuse suspirando. Teneis en mi
una víctima de esa deplorable invencion. Me han transportado á América.

Rose retrocedió pálido y confuso.

--Sí, repuse, me han transportado á América, con mi casa y mi calle. Allí
os he visto á vos, Sr. Rose; erais allí un patriota, un bravo, un capitan
de zuavos.

--Callaos, en nombre del cielo, dijo, callaos, si otro que yo os oyera!

--Dudais de mi palabra? le dije, necesitais pruebas?

--No quiera Dios que os dé un desmentido, esclamó el boticario; hemos
servido juntos en las filas de la Guardia Nacional, os tengo por un
caballero y sentiria mucho que os sucediera nada desagradable. Escuchad
el consejo que me dicta el respeto que os tengo. Sed prudente; sed
discreto. Habeis estado en América, sea; vos lo decis, yo lo creo; pero
en vuestra casa todos creen lo contrario. Sois el único de vuestra
opinion. Por consiguiente, ya sabeis el proverbio:

    _Quand tout le monde a tort, tout le monde a raison_[64].

Si os obstinais en hablar de ese viaje magnético, temo que los incrédulos
se venguen á su modo, y que os hagan pasar por un hombre que....

Se detuvo, puso uno de sus dedos sobre mi frente, agachó la cabeza y me
miró con aire compasivo.

--Cómo! esclamé, os imajinais por ventura que tengo trastornado el
cérebro?

--Sin duda que no; no sé á qué atenerme, pero quién puede detener á las
imajinaciones demasiado vivas? vuestra aventura es tan estraordinaria,
que seria prudente que solo vos guardárais el secreto de ella.

--Señor Rose, repuse, sentaos y hablemos, vereis que jamás he tenido la
cabeza mas sana. Cómo están vuestros nueve hijos?

--Muy bien, contestóme, os doy las gracias; todos están ya colocados
inclusive mi Benjamin.

--Alfredo, no es verdad?

--Sí, dijo sonriendo, un lindo mozo de veinticuatro años. Qué gusto para
un padre haber colocado al fin á toda su familia, y haberla colocado bien.

--Qué hacen todos vuestros hijos? Contadme eso, vecino; hablad incrédulo;
aseguraos que tengo el corazon y el espíritu mas jóvenes que á los veinte
años.

--El mayor, dijo, es el único que me ha dado algunos pesares. Era el
retrato de su difunta madre. Porfiado, ambicioso, con ideas siempre
suyas, y no queriendo cederle á nadie me tenia siempre inquieto. Así, he
me visto reducido á hacerlo entrar en la escuela politécnica, de donde ha
salido siendo uno de los primeros. Podia tener un hermoso puesto en los
tabacos, pero es un caballo arisco que no hay como enfrenar. El caballero
ha corrido el mundo con invenciones en su bolsillo; es hoy dia director
de una usina y pretende que hace fortuna. Dios lo quiera! Pero la
industria es un oficio pérfido; solo despues de haberse uno muerto puede
tener la seguridad de haber salido bien. Ese niño me inquieta siempre.

--Mis otros hijos, educados cuidadosamente por mí, no me han dado sino
alegrias. Han recibido una educacion literaria, y gracias á protecciones
hábilmente empleadas, á todos les he colocado en la administracion.
Tengo dos en las aduanas, dos en los derechos reunidos; otros dos son
receptores, el octavo está en las aguas y bosques; en cuanto á mi
Alfredo, hélo secretario particular de un prefecto,--en el camino de las
grandezas. Antes de dos años si le consigo algunas recomendaciones, será
consejero de prefectura con mil ochocientos francos de sueldo.

--Cómo! esclamé, vos, Rose, un patriota habeis hecho de vuestros hijos
dependientes, cuando podiais abrirles una carrera independiente y
hacerlos ciudadanos?

--Doctor, repuso el boticario, he seguido el consejo y el ejemplo de las
jentes de talento. Si el servicio del Estado no es brillante, es seguro.
No se tienen inquietudes ni fatigas, si hay alguna fortunita, se trastea
en la bolsa para mejorarla; procura uno casarse con una mujer que tenga
un lindo dote, y padres que no sean muy jóvenes; vive uno tranquilamente
y envejece á su gusto con una buena jubilacioncita, en el fondo de
alguna ciudad de provincia.

--Es la vida de una ostra.

--Las ostras son dichosas, repuse, es lo principal. ¿Sed fabricante,
comerciante, armador? La revolucion os arruina el dia menos pensado;
despues, es un gobierno fuerte que hace la guerra sin preveníroslo.
¿Y los impuestos que aumentan todos los dias, y las crísis, y la
competencia? Todo se conjura contra el hombre que trabaja. Nuestra
sociedad no es hecha para él. Loco es aquel que corre semejantes
aventuras, cuando nada hay tan cómodo como vivir tranquilo y honrado
sirviendo á su pais. ¡La Administracion es la Francia! Que los
republicanos y los delicados ladren cuanto quieran, por mi parte prefiero
que mis hijos estén con los que comen, no con los que son comidos.

--Y para llegar ahí habeis necesitado solicitar, estirar la mano.

--Sí, dijo riendo, se han hecho algunas bajezas. He caminado á derecha é
izquierda, he implorado, he adulado, pero me he salido con la mia que es
lo esencial. No abrais esos ojazos, doctor: he hecho lo que hace todo el
mundo. No por eso soy menos patriota, y dejo de estar en la oposicion;
estoy en el centro izquierdo, con toda la Francia, y me glorío de ello,
sea dicho entre nos, pero cuando el porvenir de mis hijos está de por
medio, pongo en el bolsillo mis opiniones, las cuales no me sirven de
nada.

--Para encontrarlas en un dia de revolucion, ¿no es verdad? le dije con
ironia.

--Sin duda, repuso con tono plácido. Se sirve al Gobierno, pero no se
pierde uno por él. Una de las grandes ventajas de la administracion
consiste en que las revoluciones le aprovechan; cada quince años hay una
crísis, ¡dichoso aquel que se encuentra en situacion de poder atrapar el
buen número!

--Sois un sábio, señor Rose.

--Un hombre de sentido simplemente, repuso con orgullosa modestia. Ved
por ejemplo á mi Alfredo; ha hecho estudios admirables; ha obtenido el
primer premio de discurso francés en el gran concurso. Si le hubiera
escuchado se habria hecho abogado, bella carrera, pero larga, difícil,
laboriosa y que ahora no conduce á nada. Al paso que con su injenio, su
buen porte y un poco de manejo, ese muchacho no necesita sino dos ó
tres buenas oportunidades para ser subprefecto en diez años, prefecto en
quince y quizá senador.

--Ay, Dios! esclamé, oís ese ruido en la calle?

Rose corrió á la ventana.

--No es nada, dijo, es un caballo que ha rodado y un hombre que ha salido
por las orejas.

--Estoy perdido: ¡tendré que pagar otros quinientos dollars!

--¿Qué teneis, querido señor? dijo el boticario, confuso con mi miedo.
Un desconocido que se rompe el pescuezo en la calle, es cosa que se vé
todos los dias, ¿qué mal puede haceros? es una desgracia de que no puede
acusarse á nadie.

--Eso atañe, al menos, á vuestra administracion, le dije, volviendo en mí
y pensando que ya no estaba en América.

--La administracion nunca es responsable, repuso Rose con tono chusco.
Ella nos cuida á todos á nuestro riesgo y peligros.

--Hay un inspector.

--Sin duda, dijo, pero el inspector depende del prefecto, y este depende
del gobierno, el cual no depende sino de Dios y de su espada. Como decía
mi difunto padre hay tres casos fortuitos y sin remedio: naufrajio,
incendio y hechos del príncipe. Hoy dia contra el naufrajio y el incendio
hay el seguro; contra los hechos del príncipe nos resta lo que tenian
nuestros abuelos,--la resignacion.

--Las cosas no andan así en................

Rose me miró, yo me mordí los lábios y callé.

--Por lo demas, continuó el boticario, pronto os vereis libre de ese
detestable empedrado, que van diez años, hace la desesperacion de los
cocheros; el mes que viene os espropian.

--¿Qué me espropian?

--¿No lo sabeis? repuso; la informacion está abierta hace ocho dias.

--Me opongo, reclamo.

--¡Reclamar! ¿y para qué? dijo con aire paterno. Querido vecino, conoceis
sin duda la historia de la olla de barro y de la olla de hierro. No
os encapricheis, es inútil y algunas veces perjudicial; tratad con la
administracion, os dará por vuestra casa un precio razonable, ¿qué mas
quereis?

--No quiero que me echen de la casa de mis padres; pero tengo los
diarios, escribiré.

--¡Los diarios! dijo el boticario. Ojalá los suprimieran á todos. De qué
nos sirven hace diez años. En otro tiempo, bajo el último reinado, le
decian las verdades á los ministros,--era divertido; hoy dia no sé que
enfermedad les han inoculado, están mudos como peces. No son sino avisos.
Tengo acaso necesidad de pagar cincuenta francos por año porque me manden
á domicilio el prospecto de todos los negocios sucios, cuyas perfecciones
se decantan á cinco sueldos la línea. Si yo fuera gobierno, obligaria á
los diarios á decir la verdad; de lo contrario, me basta el _Monitor_, y
todavia!

--Y sois liberal?

--Liberal y francmason, hasta la muerte, dijo, levantando la mano con
grotesca seriedad. Hace cuarenta años que mi _Credo_ no ha variado jota.
Viva nuestra inmortal revolucion y el Imperio que ha llevado hasta Moscow
los gloriosos principios de 89! Abajo los aristócratas y los emigrados.
Abajo los Jesuitas, que son la causa de todas nuestras miserias! No
soy enemigo de la relijion, el pueblo la necesita, pero quiero curas
patriotas y honrados. Odio á la pérfida Albion, maldigo al autócrata
Ruso, quiero que la Francia liberte á todos los oprimidos: Polacos,
Húngaros, Valacos, Servios, Maronitas, Italianos y Negros. Por lo demas,
amo la paz y las artes; nunca tendremos de sobra para nuestra primera
escena nacional, la comedia francesa, donde he aplaudido al señor Talma,
en _Sila_:

    _J’ai gouverné sans peur et j’abdique sans crainte._

Quiero un gobierno fuerte y patriótico, que escuche á los hombres
honrados y haga callar á los abogados y á los charlatanes. Quiero un
ejército que le haga frente á la Europa, una marina que desafie á la
Inglaterra, canales y ferro-carriles por todas partes; quiero que
el gobierno le dé trabajo y pan al obrero. Quiero ademas un pequeño
presupuesto y pocos impuestos. No entiendo que el Estado engorde con los
sudores del pueblo. Hé ahí mi símbolo; es el de todo buen Francés.

--Y la libertad, le pregunté, no la veo en vuestro programa?

--Os equivocais, repuso. No os he dicho que queria un gobierno enérjico,
una administracion que pulverice todas las resistencias individuales? El
dia en que el Poder, comprendiendo sus verdaderos intereses, os obligue á
ser libres, tendremos libertad y se la impondremos al universo.

--Qué entendeis por la libertad? le pregunté.

--Vecino, dijo, hé ahí una pregunta, que prueba lo sana que teneis la
cabeza. Hay una cáfila de necios que gritan libertad! libertad! sin
ver el lazo que les tienden el fanatismo y la aristocracia. No quiero
esas falsas libertades que solo son el privilejio de la riqueza y de
la supersticion. Patriota, amigo de las luces, no quiero una libertad
relijiosa provechosa solo para los sándios. Para que el pueblo sea
libre es menester embozalar á los frailes. No quiero una libertad de
asociacion, únicamente buena para los capuchinos; no quiero que en nombre
de la caridad se corrompa al pobre con limosnas políticas, dándole
un pan envenenado. No quiero una libertad de educacion que entregue
nuestros hijos á los Jesuitas. No quiero una libertad departamental que
reconstruya el federalismo provincial; no quiero una libertad comunal
que resucite el despotismo del señor y del cura, haciéndonos siervos y
villanos. Mejor es la mano del Estado que esos derechos anárquicos, de
que abusarian las jentes inquietas, los aristócratas, los fanáticos y los
gazmoños. Estoy con el pueblo, viva la igualdad!

Miraba con terror á aquel honrado Beociense, y decia para mis
adentros,--pensar que antes de mi viaje á América yo estaba en ese
grado de inbecilidad! Yo tambien ponia mi patriotismo en la igualdad
de la servidumbre; yo tambien hacia consistir la libertad pública en
la destruccion de todas las libertades particulares, como si despues
de ese anonadamiento quedára otra cosa que el brutal mecanismo de la
administracion. Jonatás! Jonatás! maldito brujo! Porqué me has hecho
estranjero en mi pais, porque no trasportas á América á todos los
franceses, por ocho dias siquiera?

--Y bien, vecino, dijo el boticario, sorprendido de mi silencio, qué
pensais de mis principios? No soy un hombre del siglo? No soy un patriota
y un Francés en toda regla? No son esas las doctrinas que vos habeis
defendido siempre?

--Es verdad, repuse, pero al hacer la enumeracion de todas las libertades
de que tenemos miedo, no veo bien las que nos quedan.

--Bah, me dijo, vos os chanceais. Y la libertad de la panaderia, es acaso
nada? Y el sufrajio universal, no es todo? En la hora del escrutinio
es cuando se reconoce á los hombres que no adulan jamás al poder. Hace
cuarenta años puedo hacerme esa justicia, que nunca he votado sino con la
oposicion. Pueden hacerme mil pedazos,--no cederé.

--Mientras tanto, os dejais espropiar sin decir una palabra.

--Entre nos, la cosa me fastidia, repuso el boticario. Pero qué quereis,
no soy sino un individuo. Como ciudadano desafio á los tiranos; como
simple potentado no he de ir á ponerme mal con la administracion, de
la que tengo necesidad todos los dias. Por otra parte, los principios
están ahí; el interés privado debe ceder ante el interés jeneral. Pensad
que si la conservarán, vuestra casa desbordaria dos centimetros al menos
de la alineacion jeneral. Quién sufriria semejante defecto de simetría?
Nosotros los Parisienses hemos nacido con el compás en los ojos. No
habria pasante á quien no lo chocára esa enormidad y que no gritára hasta
desgañitarse contra nuestra edilidad.

--Sí, dije, los derechos no son nada, la linea recta es todo.

--Señor, dijo el boticario, no hableis mal de la linea recta; me dariais
mala idea de vuestras luces y de vuestro gusto.

--Mucho debeis amar el camino mas corto de un punto á otro, puesto que le
haceis sin pesar, el sacrificio de vuestra industria.

--Si lo amo? dijo; escuchadme, vecino, os haré una confidencia, que estoy
seguro os encantará, como ya ha encantado á todos mis amigos.

Soy todo orejas, como hombre que lo que mas desea es convertirse.

--Ya veis, dijo, lo que hacen de París. Viejas casas, antiguos recuerdos,
todos esos restos de un pasado bárbaro caen bajo el martillo de los
demoledores y son reemplazados por calles rectas y palacios nacidos de
ayer. Es magnético; un Parisiense mismo se pierde en él. Antes de diez
años París será una ciudad completamente nueva: el teatro, la posada y
el café del mundo entero. Eh bien! partiendo de las mismas ideas, he
concebido un proyecto mas atrevido y hermoso; pongo á toda la Francia en
París. La provincia está muerta,--ya no hay ni Auberneses, ni Gascones,
ni Saboyardos; ya no hay ni siquiera Franceses. Todos somos Parisienses.

--La obra es grande, continuó; se trata de fortificar y de concentrar
la unidad nacional, que deja mucho que desear; pero el medio es de los
mas simples; prolongo el _boulevard_ de Sebastopol, de un lado hasta
Bayona, del otro hasta Dunkerque; llevo la calle de Rivoli, de una punta
hasta Brest, de la otra hasta Niza. De paso, derribo todo, á fin de que
nada embarace la linea recta. Qué perspectiva! Qué horizonte! Y el gasto
es nada! Las espropiaciones no costarán caro, el aumento de precio de
los terrenos será enorme, porque siempre se estará en París. Todas las
ciudades no serán ya sino suburbios.

En medio de la via coloco un ferro carril; de ambos lados hago construir
casas con arqueria, á fin de que los pedestres no sufran ni la lluvia
ni el lodo; coloco teatros de trecho en trecho y cafés en todas partes.
París se vuelve asi el paseo del jénero humano. Eso no es todo, llamo
á las artes en mi socorro para dar estilo á mis construcciones. En la
estremidad de ese _boulevard_ de doscientas leguas del lado de Bayona,
erijo una estátua de ciento veinte pies: la gloria; en la otra estremidad
hácia Dunkerque: la victoria. Al fin de la calle de Rivoli, hácia Brest:
un grupo de guerreros; abajo, hácia Niza, ninfas ofreciendo laureles. En
el centro, finalmente, es decir, hácia Bourges, establezco un Walhalla,
un panteon jigantesco. Una columna ó mas bien una pila inmensa formada
de cañones superpuestos, elevará hasta las nubes una especie de Minerva
con pica, casco y coraza. Esa será la Francia, reina de las artes, de
la civilizacion y de la paz. Al rededor de la columna dispongo un vasto
pórtico coronado de granadas y de obuses que estallan; en el interior
coloco las estátuas de todas nuestras glorias nacionales: Duguesclin,
Dunois, Condé, Turenne, Hoche, Kléber, Masséna, Murat, &a; arriba
establezco estátuas simbólicas, cada una de veinticinco pies de alto.
De un lado la Guerra protejiendo la industria y las artes; del otro la
Conquista llevando al estranjero la libertad; en el centro la Fortuna y
la Belleza coronando la valentía. Eso será noble y grandioso, tendremos
asi monumentos patrióticos que inmortalizen un siglo y engrandezcan el
espíritu de veinte jeneraciones. La inmensidad en la uniformidad, qué
ideal!

Los griegos, respondí, hacian, me parece consistir la belleza en la
proporcion y la variedad.

--Los Franceses no son Griegos, esclamó él; somos Romanos; nada nos place
como la enormidad y la simetría; lo jigantesco es lo bello.

Suspiré, bajé la cabeza y no contesté.

--Eh bien, doctor, volveis á caer en el silencio? Qué pensais de mi
proyecto?

--Pienso, le dije, alzando los hombros, que vengo de un pais donde se
ocupan de levantar hombres en lugar de levantar piedras y de construir
monumentos. Los pórticos, las columnas, los arcos de triunfo, las
estátuas, forman en el horizonte una hermosa perspectiva; pero hay algo
mas hermoso, mas grande, algo mas vivo que esparce en la mas estrecha
calle la mas esplendorosa luz, y que hace del antro mas sombrio un
palacio: es la libertad.

--Vamos, repuso, con su tono de autor irritado, con que vuelven á venir
vuestras mariposas negras; siento que mi presencia es indiscreta.

Se levantó, y le dejé marcharse. Qué habia de hacer con aquel loco? Oí
que hablaba con mi mujer en el salon, y percibí el nombre de Olybrius,
y las palabras:--“daos prisa, es tiempo.” Qué significaban aquellas
palabras? No hice caso de ellas, y fué mal hecho. Es menester desconfiar
siempre de los necios.



CAPITULO XXXII.

Una familia Parisiense.


Por fin levantéme, acicaléme, pero no sin echar de menos mi casita de
América. No tenia baño donde reposar mis miembros fatigados, ni fuego en
mi cuarto ni agua caliente; los franceses no han comprendido todavía que
la primera de las libertades domésticas,--consiste en tener uno todo á la
mano, sin necesidad de nadie. Fué menester que tirára la campinilla sin
cesar, y á cada campanillazo se me presentó un lacayo solemne y estirado
que me miró desde arriba de su corbata blanca, y me sirvió con majestuoso
desdén. Oh, mi pobre zambo, dónde estabas tú? Tú eras uraño y ridículo,
pero me amabas.

Una vez afeitado me miré al espejo, esperimentando algun placer de
encontrar mi cara de otro tiempo; no es que fuera linda, pero estaba
habituado á ella; nada hay tan incómodo como buscarse uno bajo una
máscara estraña. En el comedor hallé á mi mujer y á mi hija que me
esperaban con una inquietud mal disimulada. Jenny bordaba un tapiz, para
tener alguna habilidad; Susana festonaba, y de vez en cuando fijaba en mi
sus ojos tristes y azorados. Sentéme á la mesa, y almorcé con escelente
apetito. Ocho dias de emocion y de agua pura me hacian saborear con
delicia un almuerzo francés, y mi viejo vino de Burdeos. Volvía á hallar
la patria; mi corazon volvía á sentir su antiguo calor; y tenia ideas
poéticas, cosa que no me habia sucedido en Massachusetts.--Oh, patria
mía! Yo te amo como un enamorado ama á su querida, riñéndola siempre,
pero deseándole siempre todas las bellezas y todas las virtudes. Oh,
mi Francia querida! tu tienes mas de un defecto de educacion, pero la
naturaleza te ha tratado como á niño mimado. Nada vale la dulzura de tu
cielo, la riqueza de tus mieses, la hermosura de tus frutas, el calor
de tus vinos. Cuando la fiebre de las revoluciones no te enloquece, tus
hijos son políticos, amables, injeniosos; tus hijas son mas listas que
sus maridos. Qué te falta pues, para ser la nacion del mundo mas noble y
feliz? Solo esa libertad de que te burlas, y que no conoces!

--En que piensas, Susana mia?

--En nada, mi buen padre.

--Deveras? pues un pajarito me dice que la señorita piensa en su mas
antiguo amigo.

--No digo que no, padre mio.

--Bien! hija mia, es menester desterrar esos malos pensamientos. Estoy
tan bien de salud que solo me ocupo de tu felicidad. Y á propósito, hija
mia, cuando te casas?

Jenny se levantó como si un resorte la hubiera empujado, Susana se puso
colorada hasta lo blanco de los ojos.

--Dejémonos de niñerias, esclamé. Susanita, pronto tendrás veinte años,
y no eres una de esas tontuelas que al nombre de marido se ponen á
bisquear, mirándose la punta de la nariz. Si tu corazon ha hablado,
dímelo; tengo plena confianza en tí, amiga mia; adopto de antemano el
yerno que me has elejido.

Susana, dijo mi mujer, con voz conmovida, traeme de mi cuarto un poco de
lana para mi tapiz, y esto diciendo, le hizo una señal de intelijencia,
que, traducida en buen francés quería decir: “déjanos solos.”

En cuanto Susana salió, Jenny estalló.

--Daniel, dijo, sois cruel. Qué os ha hecho esa niña?

--Cómo! no puedo preguntarle á mi hija si ama?

--Mi hija, repuso Jenny, no ama á nadie, señor.

Es una niña honesta, que hará lo que ha hecho su madre: esperará al dia
de su casamiento, para amar al esposo que sus padres le escojan.

--Al dia de su casamiento? esclamé. Es un poco tarde. Si el amor no entra
la primera noche, al dia siguiente hallará la puerta cerrada. Dejar su
felicidad á la eleccion de sus padres es peligroso. La mujer se casa para
sí, no para su madre. El deber es una bella cosa, pero no reemplaza esa
primera y santa ternura de un corazon que se ha entregado libremente.

--No sé de donde sacais esas vuestras doctrinas, dijo Jenny con tono
seco; me parece que debiérais respetar vuestra casa para no traer á ella
esas tristes paradojas.

--Pero, mi buena amiga, en todos los paises del mundo las jóvenes escojen
sus maridos. Ved la América!

--Somos Iroqueces? interrumpió mi mujer.

--Ved la Inglaterra, la Alemania, la España misma; allí se casan con el
que aman, y no veo que los matrimonios sean menos felices que en París.

--Vos no teneis sentido comun, Daniel.

--Es decir, señora, que entre nosotros dos hay alguno á quien la
preocupacion, le ciega y que razona torcidamente.

Sí, señor, con la diferencia que vos sois el único de vuestra opinion, y
que en Francia todo el mundo piensa como yo.

Ah! murmuré, hé ahí mi tirano, el señor _todo el mundo_; vuelvo á
hallarlo en mi casa, y no hay duda, mi mujer valia mas en América!

Discutir era inútil, disputar odioso; recurrí á un recurso que le faltaba
á Sócrates; encendí mi pipa, y me puse á soñar.

La paz no duró mucho tiempo. Enrique entró en el cuarto y vino á
abrazarme tímidamente. Miré á mi hijo, y me costó reconocerle. Ya no era
mi ardiente voluntario, siempre dispuesto á partir á la India ó á la
guerra,--era un lindo mozalvete con cara de muñeca. En el medio de la
cabeza tenia una raya á guisa de mujer; añadid una camisa bordada, un
cuello parado, una cinta escocesa de corbata. Vamos, parecia una mujer de
paletot; toda su persona tenia no sé qué de gracioso, de delicado y de
indolente.

--De dónde vienes querido? le dijo su madre.

--De lo de mi peluquero, mamá.

Su peluquero! Mi hijo tenia necesidad de un peluquero! Yo le contemplaba
como á una curiosidad.

Has estado en el picadero, esta mañana? continuó Jenny.

--Sí, mamá, y en la sala de armas.

--Muy bien, dije, esos ejercicios viriles me gustan. Es menester que un
jóven sepa andar á caballo, nadar, boxear, tirar el florete y la pistola;
es menester que el hombre civilizado combata sin cesar la dulzura de una
vida que le enerva; pero, mi querido Enrique, eso no es todo, es menester
tambien adoptar alguna profesion. Tienes diez y seis años; eres un
hombre. Qué piensas hacer?

--Pobre amor mio! esclamó Jenny, dejadlo gozar de sus bellos años;
todavia no es bachiller.

--Pues bien, que se haga bachiller!

--Tengo tiempo, papá, dijo Enrique, bostezando. El año que viene me darás
un repetidor.

--Para qué? preguntéle.

--Todo el mundo toma repetidores, dijo Jenny encojiéndose de hombros.
Ved al hijo de M. Petit, el banquero. No sabia nada, era un idiota. En
tres meses un hombre del oficio le ha metido toda una enciclopedia en la
cabeza; ha asombrado hasta á sus mismos examinadores.

Y tres meses despues era tan ignorante como el primer dia.

--Qué importa? dijo Jenny, era bachiller; es un título que conduce á todo.

--Sed pues bachiller, hijo mio, y no esperes el año próximo; quiero que á
los diez y siete años tengas una profesion.

--Antes debe estudiar derecho! dijo mi mujer.

--Sí, paseándose tres años en el Bosque y en otras partes, salvo
una enfermedad crónica que se llama el exámen. No quiero que pierda
tontamente tres años, los mas bellos de la vida, en la ociosidad, ó en
tristes placeres! Que Enrique adopte primero una profesion, y en seguida
que estudie derecho sériamente. Habla, hijo mio, qué profesion escojes?

--La que querrais papá, respondió abrazando á su madre. Jenny se sonrió
como diciéndole: paciencia, hijo mio, tu padre no tiene sentido comun.

--No tienes ningun gusto, ninguna vocacion? pregunté á Enrique.

--No, papá, eso os toca á vos. En quedandóme, en París, pudiendo montar á
caballo y divertirme con mis amigos, todo me es igual.

--Hijo querido, como nos ama! dijo Jenny alizándole los cabellos.

--Divertirte! esclamé, quién te ha inspirado semejantes principios? Amigo
mio; no estamos en la tierra para divertirnos. El trabajo es la órden de
Dios, el freno de nuestras pasiones, la gloria y la felicidad de la vida.
En América no hay un solo hombre que á tu edad no se baste á sí mismo,
que no tenga el sentimiento de su deber y de su dignidad.

--Daniel, dijo Jenny, con una impaciencia visible, por qué lo atormentas
así cuando no trata sino de agradarte? Esperad un poco; hará lo que hace
todo el mundo.

--Es decir que no hará nada.

--Tendrá un puesto.

--Eso es lo que yo decia, repuse indignado de aquella debilidad maternal.
Un puesto, hé ahí la gran palabra, mi hijo será empleado!

--Todo el mundo lo es hoy dia, dijo mi mujer. Mostradme un hijo de
familia que haga otra cosa! A qué singularizaros?

--Qué! le dije á Enrique, no preferirias ser el artesano de tu fortuna, y
deber tu posicion solo á tu trabajo y á tu talento? La independencia es
acaso nada? No quieres ser abogado, médico, fabricante, comerciante?

--Por qué no le propones que sea almacenero? dijo Jenny, con un desden
que me hirió.

--Muy bien, señora! Pezar azúcar por su propia cuenta, es cosa
vergonzosa; pero cerrar cartas y empaquetar recibos por cuenta del
gobierno, es noble y glorioso! Y, para llegar ahí, es menester rogar,
solicitar, renegar sus opiniones y adular á personas cuya mano no se
tomaria.

--Todo el mundo hace otro tanto, dijo Jenny. Os creis mas sabio y
virtuoso que todo el mundo?

--Oh, preocupacion! preocupacion! esclamé. Pablo-Luis[65], tú teniais
razon: somos un pueblo de lacayos!

Yo estaba furioso, me paseaba á grandes pasos por el cuarto, y daba de
puñetazos sobre la mesa; Enrique bajaba la cabeza, y callaba Jenny estaba
pálida, y apretando los lábios me seguia con los ojos.

--Daniel, me dijo, acabad, os lo suplico, esta escena ridícula; ya sabeis
que soy incapaz de resistir á semejantes emociones. Cuando reflexioneis á
sangre fria, espero que oireis la voz de la razon.

En este momento no sabeis lo que decis.

--Señora, la dije, paréceme que en presencia de mi hijo esas palabras
están fuera de lugar; faltais al respeto que me debeis.

--Amigo mio, contestó, vos estais enfermo.

--Basta! esclamé; esa piedad es impertinente. Os haré ver lo que es
un jefe de familia. A pesar de vuestras preocupaciones y de vuestras
desesperaciones, obligaré á mi hija á que se case por inclinacion, y á mi
hijo á que escoja una profesion de su gusto,--una profesion independiente.

--Daniel, sois un loco, dijo Jenny cruzando las manos.

--Señora yo tengo mi buen sentido, y os enseñaré que soy el amo de mi
casa.

--Está loco! gritó mi mujer anegándose en lágrimas y echándose en brazos
de Enrique, que se puso á llorar á su vez.

En aquel momento abrieron la puerta de par en par, y una voz anunció al
señor doctor Olybrius.



CAPITULO XXXIII.

El Doctor Olybrius.


Entró, lo veo aún.... Una frente calva, con sus correspondientes mechas
de cabello rojo, flotando de derecha á izquierda, unos anteojos de oro,
una sonrisa beata, una triple barba perdida en las profundidades de una
ancha corbata, un frac verde, con una cinta que ostentaba los colores del
arco iris,--todo anunciaba al tonto que ha tenido buen éxito. Detrás de
él caminaban como dos corchetes, el abogado Reynard, que, con sus ojos
de garduña, parecia buscar siempre un agujero para ocultarse en él, y el
grueso Coronel Saint John, apoyado en su muleta, y arrastrando su vientre
y su gota. Qué me queria aquel cortejo grotesco? Ay Dios! iba á saberlo á
espensas mias.

--Buen dia, hermosa dama, dijo Olybrius, tomando la mano de mi mujer y
posando en ella sus lábios; os habeis repuesto de vuestras fatigas y
emociones? Cuidaos señora, cuidaos; el corazon es el órgano débil en las
mujeres; no os dejeis asesinar por vuestra sensibilidad.

--Buen dia, doctor, continuó con aire de caballero, tendiéndome una mano
que no me atreví á rehusar; cuánto me alegro de veros en pié. Así, es en
calidad de amigo y no de médico como me presento. Lo he dicho á estos
señores, que, como vecinos, venian á saber de vuestra salud, y que no se
atrevian á entrar conmigo.

--Buen dia, señor Lefebvre, dijo el Coronel. Carambola que hemos estado
enfermos! Pero la caja es buena; estoy muy contento de veros; voto á
sanes!

Reynard no hizo ningun juramento, pero en el tono mas melífluo me hizo
un cumplimiento tan ambiguo, que me hirió sin saber por qué.

--Cómo os sentís? me dijo Olybrius.

--Muy bien, contesté.

--Tanto peor, dijo él, eso no es natural,--prueba que el veneno no ha
salido del todo. Despues de ocho dias de estragos causados por el ópio,
debiérais estar medio muerto, sin pulso y sin voz.

--Es de hierro, dijo el Coronel. Sopla! qué carabinero habria sido.

--Querido cofrade, dije á Olybrius, vuestro diagnóstico os ha engañado.
Mi caso es tan estraordinario, que en vuestro lugar cualquiera otro sábio
se hubiera olvidado de su latin. No he sido envenenado con ópio; he sido
magnetizado y transportado á América, de donde he vuelto esta noche.

--Arre! con la bola, esclamó el Coronel; yo he mandado un rejimiento de
gascones, que no tenia compañero para la charla y la guerra; pero la
palma es vuestra!

--Querido cofrade, dijo Olybrius, con voz agridulce, yo sé siempre lo
que digo. Los hechos están ahí; nada hay tan brutal como un hecho. Que
vos os imajineis haber estado en América, eso no me sorprende, es efecto
del ópio; pero yo que os he cuidado ocho dias y ocho noches, afirmo que
habeis estado en carne y huesos en vuestra cama, y que no habeis salido
de París.

--Señor, contesté, vengo de un pais donde reina la verdad en toda su
estension. Allí he adquirido horror á las mentiras oficiales y no
oficiales; creed lo que os plazca, yo no puedo deciros sino una cosa:
en cuerpo ó en alma, no sé en cuál de los dos, he pasado ocho dias en
América.

--Efecto del ópio, dijo Olybrius, sacando su caja de rapé y saboreando
una narigada. El cérebro no está despejado, la ilusion persiste. Querido
señor, es menester reaccionar con vuestra razon, de lo contrario los
lóbulos cerebrales se harán el teatro de un desórden grave y persistente.
En semejante caso, vos lo sabeis, el primer remedio es desechar una
idea fija, creyendo las cosas bajo la palabra del médico. Vos no habeis
es-ta-do en A-mé-ri-ca, añadió, escandiendo cada una de esas palabras con
tono imperioso.

--Señor, le dije, me permitireis que me quede con mi opinion.

--Daniel, esclamó mi mujer desolada, en nombre del cielo no insistais,
ved que os perdeis!

--Válgame Dios, querida amiga, repuse sonriendo, y con qué voz me dices
eso. Me parece que oigo á la pobre Rachel en el papel de _Roxane_:

    _Ecoutez Bajazet! je sens que je vous aime,_
    _Vous vous perdez; gardez de me laisser sortir._

Por toda respuesta Jenny alzó los brazos al cielo, y tomando á Enrique de
la mano huyó del cuarto ocultando la cabeza en su pañuelo.

--Mil bombas! dijo el Coronel, por qué aflijís á vuestra mujer! Qué
diablo! se puede mentir para ser agradable á las damas. No sois francés,
con mil de á caballo!

--Querido vecino, dijo el abogado hablando á media voz, como si comenzára
un alegato,--razonemos. Si habeis estado en América, debeis haber visto
aquel país en detalle, debeis conocerlo á fondo; si habeis soñado, no
podeis tener al respecto, sino ideas incompletas, confusas, y, para
decirlo todo de una vez, quiméricas. Permitidme que os dirija algunas
preguntas que os conducirán á la vida real, y que os permitirán que os
convenzais por vos mismo de la falsedad ó verdad de vuestras impresiones.

--Hablad, señor, os escucho.

--Durante vuestra estadía en América, habeis visto á las jentes tirarse
de pistoletazos en la calle? Han colgado á dos ó tres personas por dia,
en virtud de esa ley de la linterna, de esa _Lynch Law_, cuyo nombre nos
han tomado los Americanos, y quizá la idea?

--Señor, contesté, dejad á los diarios esas faramalladas. Los Americanos
son cien veces mas pacíficos y civilizados que nosotros. Hasta el duelo
es allí desconocido.

--Arre! dijo el Coronel, eso es demasiado. Existe acaso un pais donde
no se batan? Entonces en ese convento no hay sino relijiosas del
Sagrado-Corazon?

--Efecto del opio, dijo Olybrius; todo se vé color de rosa.

--Decid color de carbon de piedra, dijo el Coronel. Arre! Pues si yo
estuviera en aquella barraca, á todos les daria de bofetones para ver si
tienen corazon en el vientre.

--Hay un gobierno en América, dijo el abogado, ó al menos habeis
encontrado por casualidad el rastro de él?

--Señor, dije, hay el mas hermoso de los gobiernos: el que administra
menos; el que á los ciudadanos deja mayor libertad para gobernarse á sí
mismos.

--Efecto del opio! repuso Olybrius. Quién no sabe que la América es una
anarquía viva?

--Señor, dije impacientado, daos el trabajo de ir á los Estados
Unidos; hallareis allí un Gobierno Central, treinta y cuatro Estados
particulares, treinta y cinco Senados[66] y treinta y cinco Cámaras de
Representantes. No puedo suponer que sean salvajes los que han imajinado
semejantes combinaciones.

--Arre! dijo el Coronel, treinta y cinco nidos de abogados y de
charlatanes. Si semejantes locuras fueran posibles, yo haria espresamente
el viaje, para hacer saltar por la ventana esas treinta y cinco nidadas!

--Presenten armas, _pré-pá_; y todos los pájaros echan á volar; entonces
si que se tiene un gobierno que no se enfurruña.

--Hay ministerios? repuso el abogado con su voz menos aguda.

--Sin duda.

--Un Ministerio, de Cultos, por ejemplo?

--No, las Iglesias son sociedades independientes. Cada cual puede abrir
un templo sin tener nada que temer de la ley.

--Es imposible, dijo el abogado. Seria entregar la sociedad á las
intrigas de los frailes y á todos los odios relijiosos. Habria todos los
dias una San Bartolomé.

--Señor, respondí, la cosa puede ser imposible, pero existe; y añado que
en ningun pais hay mas tolerancia y caridad.

--Efecto del opio! dijo Olybrius.

--Y no solo la Iglesia es libre, continué, animándome, sino la escuela y
el hospicio tambien. Cada cual puede enseñar, cada cual puede aliviar la
miseria sin necesidad de tenderle la mano al gobierno, ni de dirijirse á
la policia como si tratára de allanar un lugar sospechoso.

--Es un sueño, dijo el abogado, es materialmente imposible.

--Efecto del opio! dijo Olybrius.

--Doctor Olybrius, esclamé, si alguien tiene una idea fija en este
momento, me parece que no soy yo.

--Yo no tengo idea, doctor Daniel, repuso, pongo por testigos á estos
honorables señores; me basta hacer constar que hasta ahora no nos habeis
dicho una palabra que tenga sentido comun.

--Hay un consejo de Estado en América? repuso el abogado, que tenia toda
la tenacidad de un juez de instruccion.

--No, señor, la justicia basta á todo, la administracion está sujeta á
ella.

--Qué quimera! dijo Reynard, un pueblo no viviria seis meses sin esa
admirable separacion de poderes, que hace la gloria de nuestra inmortal
Constitucion. Suponed que la salud del Estado exije que os pongan preso
sin forma de juicio, qué harian en vuestro pais de Hurones?

--Qué harian? El procedimiento está marcado. Emplazarian al audaz que
se colocára sobre las leyes y le condenarian á unos cien mil francos de
daños y perjuicios.

--Y los prefectos, no pensais, que entonces seria un empleo inútil.

--Los prefectos, repuse, no los hay.

--No hay prefectos, esclamó riendo; con que no hay prefectos? Qué quereis
que hagan los ciudadanos, sino se obra por ellos.

--Buen Dios, repuse, harán por sí mismos sus propios negocios. No habeis
pensado en ello todavia, señor hombre de Estado?

--No, dijo secamente, yo no pienso sino en las cosas posibles. Quién
dirije allí el espíritu público, y les enseña á los ciudadanos á pensar?

--Nadie.

--Qué! no hay directorio en la prensa?

--No, señor. En aquel pais de Hurones, como vos lo llamais, cada cual
dice é imprime lo que quiere, bajo la exclusiva garantia de la justicia
y de la ley. Los diarios son considerados allí como un beneficio. Se les
favorece y multiplica en todas direcciones. No se les exije fianza, no
pagan timbre,--nada, nada impide que la luz se esparsa, nada traba la
libertad.

--Sopla! dijo el coronel; vaya un pais donde tendrá que hacer la
jendarmeria.

--Allí no hay jendarmes, señor coronel.

--No hay jendarmes! esclamó. Pues no exijo mas, y digo vecino, que si no
estais loco de atar, que echen abajo á Charenton. No los he visto nunca
de vuestro calibre; no hay jendarmes! Porqué no decis inmediatamente: no
hay ejército, no hay infanteria, no hay caballeria, no hay artilleria, no
hay jenerales, ni coroneles, ni capitanes; aquella sociedad se compone de
paisanos ó Iroqueses, una sociedad nunca vista.

--Coronel, le dije, durante sesenta años la América no ha tenido
necesidad de ejército; cuando la paz y la Union se restablezcan,
licenciará el que tiene, porque como decis, aquella sociedad se compone
de paisanos.

--Basta jóven, dijo frunciendo el ceño. Respetad mi bigote blanco. Tengo
buen jénio, voto vá á sanes! Pero tengo ensartado algunos por haber
charlataneado muchísimo menos de lo que vos lo habeis hecho durante un
cuarto de hora.

--Efecto del opio, dijo Olybrius. Cómo han de vivir sin jendarmes ni
ejército? Podrian á cada hora del dia reunirse en la calle, ó en otra
parte, hablar de política, criticar al gobierno, salir armados y qué sé
yo.

--En efecto, señor, repuse, todo eso se hace y la paz no es turbada. Los
ciudadanos libres, y acostumbrados á la libertad saben conducirse por
sí mismos. Cuando hay necesidad, la ley está ahí, basta un oficial de
policia y un juez para mantener ó restablecer el órden.

--Basta, dijo Reynard, lanzándole una mirada á Olybrius. Doctor, estoy
convencido.

--Y la medicina, dijo el solemne imbécil, dando vuelta su caja de rapé
entre los dedos, cómo es ejercida en ese pais de cucaña?

--Precisamente, respondí, es una de las cosas que me ha llamado mas la
atencion; las mujeres, la practican, y con éxito.

--Arre! dijo el coronel, ojalá hubiera tenido de mayor un guardapiés,
cuando estuve tres meses echado de espaldas en Constantina con una bala
en la pantorrilla! Habria dado todos los medios por una médica.[67] Y
vaya un _calembour_!

--Por supuesto que esa no es la única profesion que las mujeres ejercen;
se han apoderado de la enseñanza; ellas son las que educan á la jóven
América.

--Eso debe hacer lindos soldados, dijo el coronel. Hé ahí una escuela
donde deben enseñar á darse de trompadas, primer aprendizaje de la guerra
y de la civilizacion! Qué produce esa educacion? Tenderos y modistas.

--Produce seiscientos mil voluntarios que se baten como héroes.

--Vamos, vamos, dijo el coronel, no me reciteis el diario. Hace dos años
que mi gaceta me habla todos los dias de esos famosos conscriptos que
corren unos tras de otros sin alcanzarse jamás. Ah! si yo estuviera allí,
solo con mi 14ᵒ de infanteria lijera, cómo me divertiria, satisfaciendo
los votos del gobierno. Estoy harto de América; pido que me hablen de
otras revoluciones, para variar un poco y divertirme.

--Coronel, supongo que no defendeis la esclavitud.

--Un bledo se me dá de vuestros morenitos; pero en cuanto á vuestros
Americanos los exécro. Es una turba de pobretes y demócratas que está
dando el peor ejemplo á la Europa y echando una mancha á la civilizacion.
Así deseo que el Norte se trague al Sud, y que se ahogue tragándolo. Hé
ahí mi política, y hay muchos otros de mi opinion, voto vá á sanes!

--Señor, me dijo Olybrius, levantándose con majestad, permitidme reasumir
en algunas palabras vuestra conversacion. Las contestaciones de estos
señores, vuestros amigos y vecinos,--contestaciones llenas de sentido
y de verdad, han debido convenceros de que vuestro cérebro no se halla
en estado normal. Una sociedad sin administracion, sin ejército, sin
jendarmes, la libertad salvaje de rezar, de pensar, de hablar, de obrar
cada cual á su manera, es á no dudarlo, convendreis en ello, una de
esas abominables pesadillas que solo el opio puede producir. Vuestro
sistema no duraria un cuarto de hora siquiera; es la negacion de todos
los principios y de todas las condiciones de esa civilizacion que hace
la unidad de nuestra gran nacion. Constituyendo una administracion
jerárquica y centralizada,--la sabiduria de nuestros padres hace mucho
tiempo que ha elevado á la Francia al primer puesto, enseñándoles á los
Franceses que la libertad es la obediencia. Nuestra gloria y nuestra
fuerza estan ahí, no lo olvideis querido cófrade, y volved en vos. Esas
ideas anárquicas que turban vuestro cérebro, que jamás entrarán en una
cabeza francesa, os dicen suficientemente que estais enfermo y tanto mas,
cuanto que no lo sentís. Es urjente que os cuideis; añado que solo un
tratamiento enérjico puede devolveros la posesion de vos mismo y la calma
que habeis perdido.

--Porqué no decis inmediatamente que estoy loco y que es menester
encerrarme?

Olybrius suspiró, tomó una narigada de rapé con el índice y el pulgar, la
aspiró lentamente, y me miró con aire contrito.

--Pobre amigo, dijo, estais gravemente atacado, pero yo os salvaré, sí,
os salvaré aun á vuestro pesar.

Sentía que la cólera tronaba en mi corazon, y me contenia á duras penas.

--Señor, le dije, acabemos esta comedias; hace mucho tiempo que dura y
estoy fatigado.

Olybrius se puso colorado hasta las orejas.

--Señor, dijo, engrosando la voz, vos lo tomais en un tono singular.

--No os incomodeis, querido doctor; os dariais un ataque de aplopejía.

--Doctor Daniel, díjo rechinando los dientes, yo no sufro inpertinencias.
Sabe usted con quien habla, mi hombrecito?

--Sí, con un hombron, con un tonto.

--Caballero, dijo, olvida usted que tiene delante un hombre condecorado
por todos los soberanos de Europa?

--Deveras! esclamé, tengo visto muchos. Oid su historia. Se hace empastar
en marroquin colorado un volúmen de necedades, se le depone en la
embajada, y no pasa mucho tiempo sin ser nombrado comendador ó caballero
del Hipopótamo ó del Cóvidor. Cruces! es la limosna que los príncipes
arrojan á los mendigos de la literatura.

--Sabeis señor, repuso, Olybrius, echando espuma de rabia sabeis que
á los treinta y dos años he sido nombrado miembro de la academia de
medicina por unanimidad.

--Pardiez! repuse, ahora veo que tengo mas razon de lo que creía. Si
hubiérais tenido talento habriais tenido enemigos; os hubieran hecho
esperar hasta los cincuenta años y no habriais sido recibido sino por
un voto de mayoria. Los tontos no ofuscan á nadie, y así entran á la
academia como en un molino.

Habia ido demasiado lejos, lo comprendia. El coronel reía á
descostillarse; pero Reynard me miraba de una manera estraña, y Olybrius
se ahogaba. Ví el momento en que cambiándose los papeles, era el enfermo
quien iba á sangrar al médico. El abogado tenia sin duda oro potable en
su gasnate; dos palabras dichas al oído de Olybrius le devolvieron al
imbécil toda su serenidad. Una sonrisa diabólica iluminó los pliegues de
su rostro. Se acercó al coronel, le pegó en el hombro, y le llevó á un
rincon, siempre seguido de Reynard, su fiel consejero.

Esa manera de obrar, ese conciliábulo, tenido en mi casa y sin mí, me
pareció estraño. Me paseaba á grandes pasos, próximo á estallar, cuando
Olybrius salió sin saludarme. Reynard, al contrario, me hizo una profunda
reverencia. El coronel se me acercó con aire alegre. Sus ojos brillaban.

--Sabeis, dijo, frotándose las manos, que lo habeis puesto de lo lindo al
parroquiano?

--He hecho mal? respondí.

--No digo eso, repuso Saint Jean; me habeis dado un gran placer, voto vá
á sanes. Detesto esos paisanos que se hacen cubrir de decoraciones sin
haber jamás arriesgado sino la piel de otros; pero, entre nos, el hombre
no vá contento! Es natural, no es verdad? Dice que le habeis insultado;
exije que le deis una satisfaccion.

--Yo? esclamé.

--Estad tranquilo, dijo el coronel, le he hecho entender la razon, y he
arreglado el negocio.

--Muy bien.

--Os batís.

--Qué nos batimos? dije muy asombrado. Y cuando?

--Al instante,--_sobre la marcha_, como se decia en el rejimiento.

--Es muy peligroso dejar enfriar estas cosas. Por haber esperado
veinticuatro horas he perdido diez ocasiones. Mi carruaje está abajo;
podemos partir; tengo pistolas exelentes, os gustarán. A treinta pasos
he hecho saltar la oreja de un caballerito, que me miraba de reojo so
pretesto de que era visco. Vamos, amigazo, los momentos son preciosos.
Adelante, voto vá á sanes!

--Dentro de un momento soy con vos.

--Vais á abrazar á vuestra mujer é hijos? mal sistema! eso enternece y la
mano tiembla despues. Nada de adioses trájicos; bebed un vaso de Madera y
fumad dos cigarros; eso retempla la moral y le dá nervio al antebrazo.

--No tenia ninguna necesidad de exitar mi valor; la cólera me arrebataba.
Entré en el salon, Jenny pálida y muda estaba allí con sus hijos
abrazados; todo lo habian oído.

--Partís con el doctor? me dijo Jenny con agonizante voz.

--Sí, querida amiga; probablemente estaré ausente algunos dias.

--Volvereis pronto? dijo; en seguida se detuvo como asustada.

--Sí, respondí, volveré pronto si Dios lo quiere. Dejadme abrazaros á
todos antes de partir.

--Adios, mi querido Enrique; recuerda mis consejos. Nada han hecho para
darte voluntad, es una gran desgracia; las pasiones toman en nuestra alma
el lugar que la voluntad no ocupa. Hazte convicciones razonadas y un
carácter enérjico; así es uno hombre. Toma una profesion independiente;
no esperes la fortuna sino de tí mismo. No inclínes la cabeza ante
nadie, no tengas que ruborizarte ante Dios, y no te inquietes del
porvenir. La felicidad no está en las cosas de la tierra, si no en la
alegria de una buena conciencia; la verdadera grandeza es la de un
hombre honrado, que se ha elevado por el trabajo y la virtud. Adios,
sé cristiano y ciudadano; recuerda que para dominar el egoismo que nos
devora, hay dos fuerzas invencibles: el amor de Dios y el amor de la
libertad.

Adios, mi Susanita, escoje tú misma tu marido. No mires ni la posicion
ni el dinero, mira el corazon, en él está la única riqueza que nada
tiene que temer del tiempo ni de los azáres. Toma sobre todo un hombre á
quien estimes y que piense como tú; ten orgullo del padre de tus hijos.
El amor se vá, la confianza y el respeto quedan en el hogar, y con el
tiempo llegan á ser algo mas dulce y santo que el amor. Cuando tengas
hijos, deja espandir sus almas; no les enseñes la cruel sabiduría de esa
sociedad que todo lo reduce al interés; déjalos soñar, como su abuelo,
aunque como él deban sufrir. Los mas desgraciados aquí abajo no son los
que lloran.

--Adios mi querida Jenny, perdonadme si os he ofendido y permitidme
que os dé un último consejo. Vosotras las Francesas, teneis demasiado
espíritu y penetracion; para ser dichosas es necesario mas simplicidad.
Por qué salir siempre? el mundo no puede ofreceros sino ajitacion y
fastidio. Recordad lo que ha dicho San Pablo: “El hombre no ha sido
creado para la mujer, pero la mujer ha sido creada para el hombre.”
Casaos con vuestro hogar, daos por placer el hacer la voluntad de vuestro
marido, y por último sed la reina de esa colmena donde Dios os ha
colocado: en ella está la felicidad que buscais fuera, y que os espera
en vano en una casa desierta. Ah, mi Jenny, porque no hemos nacido en
América,--allí residian el amor y la felicidad!

Mi mujer estaba muy ajitada; lloraba, pero al oír mis últimas palabras se
retiró de mis brazos, sollozando cuando la abrazé. Enrique recibió mis
caricias con aire frio y embarazado; solo Susana se colgó de mi cuello y
me inundó con sus lágrimas.

Volví á abrazarlos á todos, y partí para no volver mas. Bajar la
escalera, subir en el carruaje donde el coronel me esperaba con sus
pistolas, fué asunto de un instante. Pregunté á Saint Jean á donde íbamos.

No lo sé, dijo; seguimos el carruaje de Olybrius, creo que nos lleva
á Saint-Mandé, á algun jardin particular. Desde que han desfigurado
Vincennes y el Bosque para hacer Parques ingleses, no hay donde
divertirse. Batíos en una avenida que dá vuelta; apartad todas esas
jentes que os siguen la pista pisando vuestras pisadas. Nos falta un
campo cerrado en Paris; es una vergüenza para el viejo honor francés,
voto vá á Sanes.

El coronel estaba monótono y se repetia mucho; me apresuré á ofrecerle un
cigarro que le tapó la boca, y, hundiéndome en un rincon del carruaje,
seguí la moda francesa que consiste en reflexionar cuando ya no es
tiempo. A mi edad, y por una causa semejante, aquel duelo era una locura,
á la que me habia dejado arrastrar por un tonto brutal. Iba decidido á
no contestar al fuego de Olybrius; pero eso no me justificaba. Necio
de mi que no habia sido capaz de resistir á una estúpida preocupacion!
En aquel momento si, que recuerdos y remordimientos me trasportaban á
América! Volvia á ver las dulces y leales fisonomías de aquellos buenos
y sincéros amigos que me habian elevado hasta ellos. Truth, Humbug,
Naaman, Green, Brown mismo sonreian á mi alrededor, y con ellos toda
aquella familia Americana que hacia la alegria de mi corazon, sin olvidar
á Marta ni á Zambo. Qué diferencia entre los dos paises! El Paris en
que estaba me parecia una ciudad estranjera, las calles de mi infancia
habian desaparecido, y con ellas mis recuerdos; mis vecinos me parecian
ignorantes, vanidosos, egoistas; sus actos, su lenguaje, todo era
convencional; nada habia en ellos de verdad ni de simplicidad. En ocho
dias, pasados en Massachusetts, respirando la atmósfera de la libertad,
habia vivido mas que en Paris durante cincuenta años. Mis ojos se habian
abierto, el viejo hombre habia desaparecido; mi patria estaba allí donde
me amaban, allí donde vivia; mi alma volaba al otro lado del Océano.

Absorto en aquel fantaséo no volví en mí sino al bajar del carruaje.
Estábamos en el patio de una gran casa, con ventanas de reja,--algo
parecida á un convento, á un colejio ó á una cárcel. En el fondo habia
un jardin que Reynard me designó como lugar del combate, invitándome á
entrar en él, mientras arreglaba con el coronel y dos amigos todas las
condiciones del duelo.

Avancé sin desconfianza; de repente cerraron la reja tras de mí; volvíme,
cuatro hombres vigorosos me cojieron de piés y manos; resistí como un
furioso, grité, ahogaron mi voz. En un abrir y cerrar de ojos fuí llevado
á una sala baja, echado, sujetado y atado en un sofá. En seguida todo se
puso á dar vuelta delante de mi con una increible celeridad; una masa de
agua helada cayó sobre mi cabeza, y me desmayé.



CAPITULO XXXIV.

Un loco.


_Saint-Mandé, casa del Doctor Olybrius._

                                                     20 de Abril de 1862.

--Hay tres clases de personas que la ley desdeña, abandonándolas á
la administracion: las jóvenes, los locos y los periodistas. Pero,
cualquiera que sea su maldad (hablo de los periodistas), ó su falta,
conceptúo que esos miserables no son indignos ni de justicia ni de
piedad. Si son culpables, por qué no se les juzga? Si son desgraciados,
por qué se les trata como á culpables? Es una cuestion que recomiendo á
los filántropos en disponibilidad. Hermoso es sin duda rescatar chinitos;
salvar del fuego á las viudas de Malabar que siguen á sus esposos hasta
la muerte (el ejemplo podria llegar á ser contajioso), pero se me ocurre
que quizá no seria malo defender á la humanidad en Francia, y darle
las garantias del derecho comun, á pobres criaturas, víctimas de la
educacion, del nacimiento ó de la sociedad. Y vaya otro sueño que debo
guardar para mi, sino quiero esponerme de nuevo á las duchas ó á la
sangre.

--Mi suerte está fijada; he jugado contra la preocupacion una partida
peligrosa,--he perdido. Un tonto que se intitula médico, me ha declarado
loco; mis buenos amigos han confirmado con placer la sentencia de la
ignorancia. Héme encerrado y para siempre. Podré apagar en mi cérebro
esta llama que lo ilumina? Podré renegar la verdad? Nó! he conocido la
libertad, he probado con el borde de los lábios esa miel que embriaga, he
entrevisto el eterno ideal, soy un loco! no quiero sanar.

--Los Franceses tienen todavia mas talento del que se atribuyen.
Aprisionar á las jentes que piensan, que razonan y hablan, es un golpe
de mayoria cuyo éxito es infalible. Donde está la fuerza, allí está
la opinion. Adelante, dichosos carneros! ramonead en silencio; decios
balando que sois los reyes del mundo; no son vuestros pastores los que
os rehusarán ese inocente placer. Divertíos, gozad de la vida, nada
teneis que temer; los insensatos están bajo de llave, turbarian vuestra
quietud; cuantos mas son los sabios tanto mas se rie.

--Mi mujer no viene á verme; es tan sensible! la piedad la mataria! Qué
me importa de mis hijos. Pobre Enrique, podria darle mi enfermedad, y
entonces linda fortuna haria! Y tú, Susana, te amo demasiado para hacerte
llorar. Las lágrimas de una hija es la única prueba que puede conmover á
un mártir.

--Mis vecinos no me han olvidado. Rose me escribe que mi aventura no
le ha sorprendido. Reconoce en ella la mano de los Jesuitas; mi mujer
iba con demasiada frecuencia á misa! Ha hallado el rastro de un vasto
complót tramado por los reverendos padres; ellos son, dice, los que
empujan el Norte sobre, el Sud, los que mueven la Europa y preparan la
caida del Sultan. Todas las revoluciones son obra de ellos; ellos son la
causa de todas las miserias; su diario le ha revelado ese misterio de
horror é iniquidad. Rose es un hombre sensato, puesto que se pasea por la
calle,--yo soy un loco puesto que estoy encerrado!

--Hé aquí una carta del coronel. El bravo Saint-Jean se escusa de haber
ayudado á mi arresto sin saberlo.

--Ha querido, dice, cortarle las orejas á Olybrius, el pillo se ha negado
á la operacion. El coronel añade que si ha cometido alguna falta está
pronto á repararla. Para quitarme el derecho de quejarme, me ofrece que
nos levantemos mútuamente la tapa de los sesos. El juego no es igual; no
puedo aceptar su amable proposicion. Saint-Jean me habla de política; la
guerra estalla para él en todas partes al acercarse la primavera, y su
alegria es inmensa. Es un soldado: está convencido de que los hombres
han venido al mundo para matarse unos á otros. Si las madres, al través
de angustias infinitas, educan á sus hijos hasta veinte años,--es para
enviarlos al matadero. El coronel está libre; es un hombre razonable, yo
soy un loco!

Leamos el diario; no soy sino un espectador que, desde su palco enrejado,
mira la comedia y á los actores de su tiempo. Usemos del único derecho
que me resta,--silvemos.

“Acaba de aparecer una nueva obra de Mr. Reynard, nuestro gran orador,
nuestro célebre publicista. Este libro, que no puede dejar de abrirle
al autor las puertas de la academia de ciencias morales y políticas, se
intitula _La Unidad_. Mr. Reynard demuestra de una manera invencible
que todos los sufrimientos y todas las revoluciones de la Francia son
debidas á una causa única: la debilidad de la centralizacion. Hoy dia
que los caminos de hierro y los telégrafos han suprimido la distancia,
la Francia, el pais modelo, puede hallar al fin una constitucion que
le permita realizar sus grandes destinos. El autor reune el poder
espiritual y el poder temporal en las mismas manos,--admirable secreto
para acabar con todas esas disenciones que destrozan al mundo hace
quince siglos; suprime los consejos municipales, los consejos jenerales,
las cámaras, la prensa, y todos esos medios de oposicion, escusables
quizá en una época crítica, en una edad de lucha y de transicion, pero
que ya no tienen razon de ser en un siglo orgánico como el nuestro,
y con la primer raza centralista del globo. Un solo hombre, un Papa
civilizador, colocado en el hogar del Estado, teniendo en su gabinete el
nudo de la red telegráfica, gobernará toda la Francia por su infalible é
irresistible voluntad. Organo de la soberania popular, será la democracia
personificada,--la nacion hecha hombre. Desde ese momento nada podrá
trabar ya el progreso; todas las divisiones habrán cesado; todas las
cabezas de la anarquia habrán caido de un solo golpe.

“Desde que se entra en el detalle, es imposible no ser seducido por
la simplicidad del sistema. Es el sello de las grandes invenciones.
En adelante ya no habrá en Francia sino una alma y un pensamiento. El
pais entero será una gran é injeniosa mecánica, conducida y regulada
por un solo motor. Quién podrá turbar esa gran armonía formada por una
sola nota? Un mismo despacho repetido en los cuarenta mil comunes,
transformará á cuarenta millones de ciudadanos de la noche á la
mañana.--Trabajad, dirá el telégrafo, y en el acto habrá trabajo para
todo el mundo.--Sed instruidos, y la ignorancia cesará.--Sed virtuosos, y
la Bolsa se cerrará.--Sed dichosos, y nuestra dicha se hará.

“Es increible que la humanidad haya vivido tanto tiempo sin realizar este
maravilloso descubrimiento, que inmortalizará el nombre de Mr. Reynard.
Pero qué! el vapor es de ayer; y el telégrafo de hoy dia! Por lo demas,
nuestros reyes han tenido el sentimiento de esa verdad que un hombre
de jénio pone en evidencia ahora. Sin inquietarse jamás del derecho de
la justicia, nuestros soberanos han derribado las resistencias que les
embarazaban; es por esto que la historia admira á los Francisco I, á los
Richelieu, á los Luis XIV, y á los Napoleon. San Simon ha entrevisto esa
bella reforma; pero la gloria de ser su profeta, pertenece sin disputa al
ilustre y profundo Reynard. No hay un solo Francés que no le envidie su
descubrimiento y su éxito.”

--Ay Dios! pensaba, Mr. Reynard se pasea y va donde quiere; se le admira
y se le envidia, es algo mas que un filósofo, es un grande hombre, y
yo........ yo soy un loco!

--Qué veo? El nombre de mi verdugo. Qué ha podido hacer este intrigante?
leamos:

“La Academia de Medicina ha recibido ayer una comunicacion del mas
alto interés. Una de nuestras reputaciones médicas, el célebre doctor
alienista Olybrius, ha leido una memoria sobre el espíritu, el jénio y
la locura. Ha demostrado que, por efecto del nudo simpático, que une
en nosotros las funciones del cérebro con las del estómago,--es este
último órgano el que, en último resorte, produce y domina todas esas
fuerzas nerviosas que la vulgaridad llama _facultades_. El espíritu es
una neuroma, el jénio una gastritis crónica y la locura una gastritis
aguda. En apoyo de su sistema el doctor ha citado un ejemplo de los mas
curiosos,--teniendo actualmente en sus manos un preciosísimo sujeto
para sus esperimentos. Es un cierto doctor F...., que, en su locura,
se imajina que ha sido transportado á los Estados-Unidos, habiendo
permanecido allí toda una semana. Hay en el delirio de este pobre hombre
una mezcla de alucinaciones, de recuerdos y de ideas orijinales, que el
doctor Olybrius sigue y observa con el mayor cuidado. La enfermedad es
aguda en el mas alto grado; el sabio Olybrius no desespera de reducirla
al estado crónico, trasformándola á fuerza de sangrias y de dieta, y
mediante una alimentacion habilmente sistemada. Si lo consigue, el
problema está resuelto. De un loco curado á medias se hará un hombre
de jénio. En el acto que termine la esperiencia, el sabio alienista
presentará el sujeto á la Academia. Es escusado llamar la atencion
sobre las consecuencias de esta prodijiosa invencion. La Francia carece
de grandes hombres, cuando nada le sería mas fácil que fabricarlos
y suministrarlos al mundo entero. En Charenton solo, hay tres mil
enfermos que con un buen réjimen, y en menos de seis meses, podrian ser
transformados en poetas, músicos y artistas de toda especie. Hay allí
cientos de Mozarts y Rafaeles ignorados.

“Esta lectura salpicada de rasgos picantes y de palabras injuriosas,
ha sido escuchada en profundo silencio, frecuentemente interrumpido por
lisonjeros murmullos. No se tiene mas talento que el doctor Olybrius;
oyéndolo hubimos de temer por su salud, pero nos tranquilizamos viendo la
solidez de sus músculos y el vigor de sus pulmones.”

--Triple necio! esclamé; menos necio sin embargo que los que te escuchan!
Tu eres un sabio, un académico, un filósofo, y yo, que te silvo, yo soy
un loco!

--No, yo no volveré á entrar en esa sociedad vanidosa que tiene miedo de
la verdad, y á quien se le atrapa como á las alondras deslumbrándolas con
un espejo. Si la muchedumbre me rechaza, yo la destierro de mi apacible
morada; la soledad me devuelve la libertad. Aquí es donde quiero vivir
y morir, consolado por el evanjelio, rodeado de estos viejos amigos
que son siempre fieles, y que no mienten jamás: Sócrates, Demóstenes,
Ciceron, Dantes, Cervantes, Luis de Leon, Milton. A vosotros tambien,
poetas, oradores, ciudadanos, los hombres os han desdeñado, maldecido,
espulsado, encarcelado, asesinado. Locos y sediciosos durante vuestra
vida, os habeis vuelto sabios y patriotas despues de vuestra muerte. El
mundo eleva altares á las víctimas que ha degollado, y la historia de la
humanidad es la historia de los mártires.

--Por qué no he de tener yo tambien mi hora. Si no soy un grande
hombre,--no he sostenido una gran causa? Quién sabe si mi pais,
disgustado de las insulseces que lo enervan no me perdonará mi salvajismo
y mí aspereza? _Lo que es amargo al paladar es dulce al corazon_, dice
un proverbio; así sucede con la verdad. Ella es sana como el ambiente
de las yerbas y de los bosques, como el viento que pasa por sobre los
ventisqueros y los mares; aquel que ha vivido en ese aire vivo, se sofoca
en las hondonadas y pantanos.

--Espero contra toda esperanza; soy loco. Si fuera cuerdo haria lo que
hacen los hábiles,--me resignaria, gritaria con la muchedumbre. No quiero
esas alegrias que entristecen, prefiero mi cárcel y mi sueño.

--Una vision me consuela todas las mañanas en el silencio de mi pobre
celda. Descubro en lontananza, cimas que blanquean; es la aurora que se
levanta, la aurora de un dia que no veré; qué importa? Qué punto luminoso
es aquel que rompe el horizonte,--despejando la sombra que huye? Es la
nueva Jerusalem, la ciudad del porvenir. Todo está cambiado allí; los
últimos vestijios del Estado pagano han desaparecido; el individuo
manda, es rey. Respetado de todos, lo mismo que él los respeta,--él es
el único dueño de sus acciones, el único responsable de su vida; solo
tiene que temer á las leyes. La Iglesia ha revindicado la independencia
Evanjélica, ha roto esa cadena adúltera que, por desgracia del mundo, le
impusiera Constantino. Vuelta á su divino esposo, ella es el freno, el
consuelo y la esperanza de todas las almas; el Evanjelio es la carta de
la libertad. Desparramada á manos llenas, la educacion abre los corazones
á la verdad; la caridad, obra de todos, ábrele el paso á ese instinto
de union, á esa necesidad de accion comun, que hace la grandeza de las
sociedades. La provincia ha recuperado su antiguo vigor; el amor á la
pequeña patria, ha aumentado, fortificándolo, el á la grande. El comun ha
roto los lazos que lo ataban; vive y obra; llama y retiene á sus hijos
cerca de él. _El Times_ no es ya el órgano de la Francia; la prensa es
libre; cada cual dice lo que piensa, y piensa lo que dice. Encerrado en
sus límites, el Estado no es ya mas que un beneficio. En el esterior
es la espada del pais, en el interior es la ley, solo la ley, nada mas
que la ley. Verdad, justicia, libertad,--vosotras brillais en ese nuevo
cielo, como astros pacíficos; ante vosotras se han eclipsado los flajelos
de la vieja Europa: lo arbitrario, la íntriga y la mentira. La Francia,
dichosa y ufana, se espande en la abundancia y la paz,--sirviendo de
ejemplo y de envidia á las naciones; allí sí que es hermoso vivir; allí
sí que es dulce morir.

--Hé ahí mi sueño; él esparce en mi prision yo no sé que serena
claridad que enardece mi corazon. Qué bello será el dia en que, caidas
las máscaras, los locos sean los sabios y los sabios sean los locos!
Será entonces; allá por los años 2,000, cuando piadosos peregrinos,
tan numerosos como las hormigas, visitarán la celda donde, cual nuevo
Daniel, yo anunciaré el porvenir. Entonces tambien, algunos curiosos,
algunos erúditos que trabajan siempre en no hacer nada, buscarán bajo
los escombros del pasado lo que podian ser ciertas variedades de la
Francia del siglo XIX,--variedades que han desaparecido para siempre
como el perro dogo, eterno lamento de las porteras. Se preguntará qué
es del comedor de Jesuitas, el pantalon de cuero, del inventor de razas
centralistas, del adorador del Dios Estado. Y el padre de familia
recorriendo las salas del Museo de historia natural, mostrará con el
dedo á sus hijos asombrados, un jigantezco bocal, donde, embalsamado
en vinagre, y con sus cruces y sus díplomas, reposará el último de los
Olybrius.

Amen, _Amen_, AMEN, AMEN!



CAPITULO XXXV.

Un sabio.


_El Doctor Olybrius, &a., &a., á la Señora Daniel Lefebvre._

                                                     22 de Abril de 1862.

“QUERIDA SEÑORA:

“Nuestro pobre amigo ha sufrido mucho; está un poco mejor; bebe, come,
duerme; ya no tiene voluntad, es lo esencial.

“La crísis ha sido terrible; asi que quisimos curarle se puso furioso.
Es uno de los síntomas mas característicos de esa funesta enfermedad. El
francés es naturalmente dulce, amable, político, y está siempre pronto á
hacer lo que sus amos, sus amigos ó su mujer le ordenan. Ved la historia
de nuestra gloriosa revolucion. Para salvar á la Francia é inocularle el
amor de la igualdad, de la justicia y de la fraternidad, la Convencion
ha puesto fuera de la ley á todos los Franceses. Ella los ha arruinado,
espulsado, deportado, metrallado, fusilado, guillotinado. Hay uno solo
que haya resistido? Hay hoy dia algo mas justamente popular que esa
inmortal Asamblea? Pero, ay! en cuanto la locura se apodera de él, el
francés se hace voluntarioso y malo. Si le detienen, resiste,--si le
encierran, se subleva; no piensa ni habla sino de libertad. Tal es la
degradacion intelectual y moral que resulta de una violenta neuroma en
las personas debilitadas.

“Nuestro pobre amigo habia llegado á ese estado. Felizmente yo velaba
por él. Dos sangrias abundantes, tres purgas enérjicas, dos duchas
heladas, le han devuelto la calma de que tenia necesidad. La enfermedad
sale, me parece, del periodo agudo: haciéndose crónica dará resultados
sorprendentes en los que fundo la esperanza de mi reputacion.

“En este momento está tranquilo; se ocupa en borronear papel, prueba, á
no dudarlo, demasiado cierta de que está aun lejos de la cura. Os envia
ese fárrago que intitula _Paris en América_; no he querido quitarle
nada, ni siquiera las injurias que me dirije, y que caen á mis piés.
Caballero de veinte y siete órdenes, miembro de treinta y tres academias
estranjeras y de ochenta y dos sociedades de provincia, mi nombre nada
tiene que temer del tiempo ni de la envidia. La Francia ha venerado
siempre á los Olybrius. Guardaos sin embargo de esparcir ó imprimir
semejantes locuras; nada hay tan contajioso como la quimera; el cérebro
del hombre es débil, y la neuroma una enfermedad de que debe precaverse.
Guardad esos papeles; ellos os servirán para hacer pronunciar una
interdiccion demasiado necesaria. No creo que un francés razonable que
conoce su siglo y su pais pueda leer dos pájinas de esos desvarios sin
declarar que su autor es un loco, y que es urjente encerrarlo.

“Vengamos á vos, querida señora, permitidme tocar un punto delicado.
Sensible como sois, necesitais los mayores cuidados: ved el mundo,
rodeaos de visitas, procurad distraeros, el tedio os mataría, os
ordeno las distracciones y el placer. Entrad en la vida, habituaos á
la independencia y á una soledad que todos vuestros amigos procurarán
dulcificar. No abrigueis vanas esperanzas; son emociones que debilitarian
vuestra salud demasiado alterada ya. El pobre doctor no volverá jamás á
su casa. Cualquier forma que tome su enfermedad, si quiera dejenere en
una locura literaria que se parezca al jenio, será siempre prudente y
necesario tener alejado á un hombre tan peligroso asi para su familia
como para la sociedad. Podeis créermelo, querida señora, la ciencia es
infalible y un Olybrius no se equivoca jamás. La locura de amor, se cura
cuando uno es jóven,--los viejos mueren de ella; la locura de ambicion
cede algunas veces á la edad y al desprecio de los hombres; de la locura
de libertad, no se sana jamás.

“Me pongo á vuestros pies, querida señora, etc. etc.”

FIN.



NOTAS


[4] En Francia, en Italia y en Polonia, hay mucho _esprit_ y poca
verguenza; en Polonia, en Francia y en Italia despues de la locura viene
el juicio; en Italia, en Polonia y en Francia, la felicidad es menos que
la esperanza.

[5] Casi homónimo de _renard_.

[6] Casi homónimo de zorro.

[7] Pero no puedo hablar el ingles.

[8] Signos del futuro y del condicional, _este_ y _ese_.

[9] Dante, Inf., V. 141.--Me desmayé como si muriera, y cai, como cae un
cuerpo muerto.

[10] Traducimos _at home_.

[11] Kailsplitter: nombre del que hace los cercos ó alambrados que
dividen las propiedades en los E. U.

[12] _G. Chilson, fabricante de cocinas, Boston._

[13] _¡Qué verguenza! Mr. Smith!_

[14] _Attorney_,--oficial de justicia en E. U.

[15] _Truth_: verdad.

[16] Esta palabra no tiene verdadera traduccion--sus equivalentes pueden
ser farsa, charlatan, pillastre, etc.

[17] SOLLICITOR: oficial de justicia cuyas funciones equivalen á las de
un procurador.

[18] El mundo quiere ser engañado, luego, engañémosle.

[19] El dollars americano está dividido en cien centavos.

[20] Es necedad querer que los perros cazen contra su voluntad.

[21] Eneas, ahora es cuando es necesario enerjía y ánimo resuelto.

[22] El _viejo Pam_ es el nombre familiar que los Ingleses dan á su
primer ministro Lord Palmerston.

[23] _Jonathan_ es el sobrenombre del pueblo americano, _John Bull_, es
el del pueblo inglés.

[24] Una buena reputacion es un segundo patrimonio.

[25] Viva Green--Una buena jugada.

[26] El acto de solicitar votos para una eleccion.

[27] El _Enfield_ ó _Speaker_ es una compilacion de los trozos mas bellos
de elocuencía y de poesía en idioma inglés. Se sirven de él en las
escuelas de América para enseñar á los niños á recitar de memoria ó mas
bien á declamar. La obra está precedida de un tratado sobre la mímica y
sobre el jesto, con dibujos que indican la posicion del cuerpo, de la
cabeza y de los brazos, para cada pasion que se espresa.

[28] _No cedais al infortunio, afrontadlo con mas firmeza._

[29] _Pekin_ nombre que dan los soldados en Francia á todos los
particulares.

[30] Es el nombre de la Iglesia anglicana en los Estados Unidos.

[31] Con esta palabra estropean los Chinos el nombre de Budha.

[32] No oyes mis gritos en el fondo de ese abismo? Dios mio, yo muero
lejos de tí. Escúchame señor, confieso mi crímen, perdóname, perdóname.
Si con exacta mano tú calculáras la ofensa, quién subsistiria delante de
tí? Pero tú eres quien siempre nos ofrece la clemencia. Así yo me aseguro
en tu ley. Sí, yo tomo por apoyo tu palabra eterna. Mi alma espera en tu
amor, y yo te espero Dios mio como la centinela espera la venida del dia.
Valor, pues, alma mia! Allá arriba hay un padre, que te contempla en tu
prision. El es, quien rescata la miseria de Israel. El será quien pague
tu rescate.

[33] San Juan, XIV, 6.

[34] San Juan, VIII, 32.

[35] Thessal., V. 19, 21.

[36] Juan, XIV, 17.

[37] Lucas, XII, 10.

[38] Lo mismo que tente en pié--que tomar las once.

[39] Mateo, VI, 18.

[40] 500 millones de francos.

[41] 2,500 francos.

[42] 120 millones.

[43] En Francia el presupuesto de cultos subió en 1862 á 49 millones
869,936, y nuestra poblacion es una cuarta parte mas que la de los
Estados Unidos. _N. del E._

[44] “Oh Cristo! nosotros somos tu milicia,--contra la ignorancia y el
vicio,--nosotros caminamos sin verguenza ni miedo,--el amor, la limosna y
la oracion,--hé ahí nuestras armas de guerra. Nuestra bandera, es la del
Señor,--Oh Cristo! nuestro gefe! nuestro padre! Nosotros queremos vencer
la miseria,--y estirpar la infidelidad,--no mires nuestra edad,--danos
sabiduría y valor,--nosotros defendemos tu verdad.”

[45] V. Los Reyes cap. V. V. 17, 19.

[46] Los Reyes. V, V. 26, 27.

[47] Daniel VII, 28.

[48] Sillon de amaca muy á la moda en América.

[49] 2,500 francos.

[50] _To plead guilty_ ó _not guilty_, es confesar su crímen ó decirse
inocente. La ley no exije mas declaracion al acusado.

[51] Nombre que se dá á los ajentes de Policía, ó vijilantes.

[52] Caballero.

[53] Quién se atreverá á acusar al sol de mentira?

[54] El desgraciado es cosa sagrada.

[55] Carne asada.

[56] _Mechanic’s Institute._

[57] El cuadrado de la hipotenusa, es igual, si no me equivoco, á la suma
de los dos cuadrados, hechos sobre los otros dos lados.

[58] Era tambien la opinion de Alfredo de Musset. Un dia que le hallamos
echado sobre la _cabaña del Tio Tomas_, que devoraba con ojos llenos de
lágrimas, nos dijo con la mas profunda emocion: “Hé ahí el mas lindo
libro de nuestros tiempos, Mme. Stowe, ha hallado en la _corriente de
su corazon_ efectos de arte que ninguno de nosotros los que nos creemos
artistas, es capaz de encontrar en su espíritu.”

[59] Por derecho de nacimiento.

[60] Comparsa.

[61] Es una especie de cabaña, construida con troncos de árbol.

[62] II Los Reyes, cap. XXII.

[63] En Inglaterra y Estados Unidos, hay en las casas una pieza baja
con ventana á la calle y puerta al zaguan que se denomina así, donde
las familias se reunen, porque allí es donde los visitantes preguntan
jeneralmente por los dueños ó inquilinos de la casa.

[64] Cuando todos se equivocan, todos tienen razon.

[65] Aquí el autor se refiere á Pablo-Luis Courrire.

[66] Aquí el autor padece una lijera equivocacion, por que no todos los
Estados tienen el sistema bi-camarista.

[67] J’aurais donné tous les médecins pour une _médecine_.



Post-Scriptum de los traductores.


Todas las apariencias dicen que el pueblo Arjentino á quien dedicamos
esta traduccion, parece atacado de la locura de libertad, de la cual no
se sana jamás, segun los Olybrius de todos los tiempos y de todas las
zonas. Tanto peor para vosotros, locos de Buenos Aires, en particular,
y de la República en general. Vuestra suerte no admite duda, figurareis
en el vasto hospital de los locos del porvenir, cuyo modelo es la gran
República Norte Americana!

Lloramos por vuestra suerte presente y nos consolamos con la que os está
reservada en lo futuro.

Con todo lo cual, Dios os tenga en su santa guarda y os preserve de
Charlatanes.



TABLA DE LAS MATERIAS.


                                                              PAJINA.

    LOS TRADUCTORES AL LECTOR.                                   III

    AL LECTOR.                                                     V

    CAPITULOS.

         I. Un espiritista Americano.                              1

        II. ¿Es esto un sueño?                                     6

       III. Zambo.                                                 9

        IV. En casa.                                              13

         V. Sin dote.                                             18

        VI. En donde se hace conocimiento con M. Alfredo Rose
            y el vecino Green.                                    24

       VII. El incendio.                                          30

      VIII. Truth, Humbug y Ca.                                   39

        IX. Donde se le dice su merecido á la verdad.             45

         X. La cocina infernal.                                   55

        XI. De la máxima protectora,--que la vida privada debe
            ser sagrada.                                          63

       XII. Una candidatura en América.                           70

      XIII. _Canvassing._                                         75

       XIV. _Vanitas, vanitatum._                                 82

        XV. Un recuerdo de la patria ausente.                     89

       XVI. La eleccion.--El sábado.                              97

      XVII. Viaje en busca de una iglesia.                       106

     XVIII. Un chino.                                            114

       XIX. Un sermon congregacionalista.                        119

        XX. Un luncheon de ministros.                            126

       XXI. La escuela del domingo.                              141

      XXII. Disgustos de un funcionario Americano.               149

     XXIII. La audiencia de un Juez de Paz.                      158

      XXIV. Un attorney jeneral.                                 170

       XXV. Dinah.                                               180

      XXVI. La caridad.                                          190

     XXVII. La escuela.                                          203

    XXVIII. La partida de los voluntaries.                       215

      XXIX. Un viaje de placer.                                  223

       XXX. Lo mas corto del libro y lo mas interesante para
            el lector.                                           231

      XXXI. Algunos inconvenientes de un viaje á América.        232

     XXXII. Una familia parisiense.                              244

    XXXIII. El doctor Olybrius.                                  249

     XXXIV. Un loco.                                             260

      XXXV. Un sabio.                                            266



Fé de las principales erratas.


    PÁJINA.  LÍNEA.  DONDE DICE.     DEBE DECIR.

    III       2.ᵃ    Llevada ya      Lleva ya.
      1       8      ocho en punto   ocho de la noche en punto.
      7       3      Saint Jean      Saint John.
      7      19      palo            polo.
     18       4      two             too.
     39       2      uva             una.
     40      33      covoz           con voz.
     41      25      seinta          sienta.
     66      42      vióse           se vió.
     74       9      elejio          elojio.
     75       2      canvassing      canvassing[26]. [26] El acto de
                                       solicitar votos para una
                                       eleccion.
     76       5      repuesta        respuesta.
     77      11      en tono         con tono.
    117      14      brlllaron       brillaron.
    128       8      misioneras      de misioneros.
     ”       10      esto            eso.
    129      40      predicando      predicante.
    131      28      predicador      predicante.
    143      17      por             para.
    152      36      en este         en aquel.
    171       1.ᵃ    asegurarse      asegurarle.
    179      15      patíbulo que    patíbulo antes que.
    188     final    azada           asada.
    200       ”      horrerdum       horrendum.
    218      23      pardojas        paradojas.
    220      40      Saint Jhon      Saint John.
    220      42      valdremos los   valdremos tanto como los.

NOTA.

En una publicacion que se ha hecho por entregas, apareciendo rápidamente
las unas tras las otras, no es posible exijir la pureza de la correccion
tipográfica, y contamos con la benevolencia del lector para que sean
disculpadas las faltas que pudiera encontrar en la lectura de estas
pájinas, escritas con la precipitacion consiguiente á las exijencias de
la imprenta.





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