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Title: Granada, Poema Oriental, Tomo I - Poema Oriental Author: Zorrilla, José Language: Spanish As this book started as an ASCII text book there are no pictures available. *** Start of this LibraryBlog Digital Book "Granada, Poema Oriental, Tomo I - Poema Oriental" *** (This file was produced from images generously made Nota del Transcriptor: Se ha respetado la ortografía y la acentuación del original. Errores obvios de imprenta han sido corregidos. Páginas en blanco han sido eliminadas. Letras itálicas son denotadas con _líneas_. Las versalitas (letras mayúsculas de tamaño igual a las minúsculas) han sido sustituidas por letras mayúsculas de tamaño normal. GRANADA GRANADA POEMA ORIENTAL PRECEDIDO DE LA LEYENDA DE AL-HAMAR POR DON JOSÉ ZORRILLA TOMO PRIMERO NUEVA EDICIÓN MADRID IMPRENTA Y LITOGRAFÍA DE LOS HUÉRFANOS Juan Bravo, 5.--_Teléfono 2.198_. 1895 [Ilustración] Más de cuarenta años hace que salió á luz este POEMA; y aun cuando su numerosa edición fué bien pronto agotada por el público, no ha vuelto á imprimirse. Vicisitudes de la vida del autor y vicisitudes del POEMA mismo, cuyo tercer tomo se anunciaba constantemente aunque nunca llegara á escribirse, fueron causa de que la obra más extensa de Zorrilla, y en que él cifraba mayor empeño, sea hoy un libro raro, casi desconocido de la generación actual. La viuda del gran poeta deseó reimprimir los bellísimos versos del GRANADA, en memoria de su amante esposo y como legado que él dejó para auxilio de una numerosa familia; pero su intento hubiera sido estéril sin el noble concurso de que la propia interesada da razón más adelante. Esta obra, pues, no sale nuevamente al público para pedir lauros nuevos á la crítica, sino para propagar su lectura entre los que sólo conocen de ella que el peregrino ingenio á quien se debe lleva por sobrenombre EL CANTOR DE GRANADA. [Ilustración] CARTA AL EXCMO. SR. D. JOSÉ MARTÍNEZ DE RODA SENADOR POR LA PROVINCIA DE GRANADA Madrid 1.° de Junio de 1894. MI DISTINGUIDO SEÑOR Y AMIGO: No sé cómo manifestar á Ud. mi agradecimiento por el favor que me hace publicando el POEMA de mi difunto esposo. Demuestra Ud. con ello ser digno hijo de la hermosa comarca que él cantó, á la vez que consecuente con la amistad que Zorrilla le tuvo, y de la cual dejó prueba consignando sus últimos versos en el Álbum de la Ilustre Señora á quien Ud. ha dado su nombre. Gracias, pues, de mi parte, así como de las hijas adoptivas del poeta, favorecidas todas por su generosidad; y aun cuando me consta que Ud. deseaba ser nuestro protector anónimo, yo creo de rigurosa justicia hacer pública esta carta en las primeras páginas del libro, como muestra de un reconocimiento que conservará siempre vivo en su corazón la que hoy se le ofrece amiga y servidora, q. b. s. m., _Juana Pacheco_, _Viuda de Zorrilla_. Este Poema es propiedad de la viuda de Zorrilla, sin cuyo consentimiento no podrá reimprimirse, ni en todo ni en parte. Queda hecho el depósito que previene la ley. [Ilustración] JUICIO ANTICIPADO DE ZORRILLA SOBRE SU OBRA Había pensado (escribe) anteponer á mi poema un académico y razonado discurso en forma de prólogo, obra desde luego de algún amigo mío, persona de alta reputación literaria y de grande autoridad, para que le sirviese de escudo y protección y previniera en su favor la opinión pública, manifestando abiertamente la parcialidad de la suya; pero he desistido de semejante pensamiento, porque he reflexionado que, si el poema fuere bueno, no necesitará de protección; y si fuere malo, no bastarán para protegerle todas las autoridades reconocidas de la Cristiandad y del islamismo. El que crea, sin embargo, que con él pretendo realizar la novena maravilla (dado que el Escorial sea la octava), y asombrar al mundo con un poema épico, está en un error, y me honra mucho suponiéndome tan sobrado de alientos. Mi obra, á la cual notará el discreto que llamo POEMA ORIENTAL, no es más que una enorme leyenda, en la cual otro ingenio más competente hallará reunidos los materiales necesarios para construir el clásico edificio de la magnífica epopeya encerrada en la época de la conquista de Granada. Avergonzado al ver que extranjeros autores han llamado antes que nosotros á las puertas de la Alhambra, ya con el grosero aldabón de la novela descabellada é insulsa, como Florián, ya con el martillo de la juiciosa y galana historia, como Washington Irving, heme arrojado á abrir el cancel de su misterioso alcázar al genio feliz á quien sea dado apoderarse de su encantado recinto. Tales son, y no otras, las limitadas pretensiones de mi POEMA. [Ilustración] FANTASÍA Bruselas, 21 de Febrero de 1852. AL SEÑOR DON BARTOLOMÉ MURIEL EN PRENDA DE AMISTAD Fantasía I ¿Imaginas que son, Muriel amigo, Barreras para mí tiempo y distancia? ¿Piensas que porque Flandes me da abrigo, Mientras tú habitas en la inquieta Francia, Mi voz no puede platicar contigo, Mi pie no puede visitar tu estancia? ¡Error! Por ti los imposibles puedo, Y aunque de Francia parto en Francia quedo. ¿No sabes que el poder de los poetas Es inmenso, Muriel: que cuanto tocan Hechizan con su magia: que, sujetas Á su poder, las almas se convocan Á oirles: que con prácticas secretas Hablan con el ausente, al muerto evocan, Reedifican de un soplo las ciudades Y hacen retroceder á las edades? ¿Sus órdenes no sabes que obedecen Ejércitos de genios que á millares Amigos por doquier les favorecen, Haciéndoles los montes y los mares Transponer: que doquiera se aparecen Sin respetar ni tiempos ni lugares: Para quienes no hay diques, ni barreras, Policías, aduanas, ni fronteras? ¡Mísero amigo mío! ese medroso Són que á los pies de tu callado lecho Percibes con pavor, que tu reposo Turba agitando tu apenado pecho, No es del chisporroteo bullicioso Que alza tu lamparilla, en el estrecho Círculo ahogada del cubierto vaso: Es el rumor de mi imprevisto paso. Soy yo, que los espacios transponiendo De mi secreta magia con el arte, En alcázar fantástico pretendo Tu cairelado lecho transformarte. Soy yo, Muriel, que, ante tu faz abriendo Su dorado cancel, voy á guiarte Á través de una espléndida morada Por misteriosos seres habitada. Sí, yo soy quien asalto tu aposento. Despierta, pues; la inspiración ahora En mis entrañas inflamarse siento Con fuego creador que las devora. Incapaz de guardar mi pensamiento El tropel de delirios que atesora, Va á romper impetuoso sus barreras Y á lanzar en la sombra sus quimeras. Yo, poeta que al mundo fuí evocado Del fondo de una abierta sepultura, Camino de fantasmas rodeado, Sueños de mi creencia y mi locura. Manes que sus sepulcros han dejado Para seguirme por la tierra obscura, Conmigo van y con mi aliento aspiran, Doquier me cercan y doquier me inspiran. Sobre sus alas con errante vuelo Los antros más recónditos visito, De la pasada edad levanto el velo, En sus viejos alcázares habito, El sueño de sus héroes desvelo, Sus caballeros á la lid concito, Y al eco audaz de mi inspirado acento Acuden cabalgando sobre el viento. Á veces á la luz de las estrellas, Por una soledad no conocida Ni habitada jamás, sigo sus huellas Escuchando el relato de su vida En una lengua cuyas frases bellas Una armonía exhalan nunca oída, Y sin auxilio de palabra ó letra En mi encantado corazón penetra. En aquellas fantásticas regiones El tesoro riquísimo se encierra De aquellas misteriosas tradiciones Que la historia veraz de sí destierra, Más que de sus recónditos rincones Tenaz la poesía desentierra, Y que, al amparo de la fe y del arte, Forman en su región un mundo aparte. Allí están las tristísimas bellezas Que lloraron incógnitos amores: Los héroes sin prez cuyas proezas No ensalzaron jamás los trovadores: Armado el paladín de todas piezas, Coronadas las vírgenes de flores, Tendidos los de Oriente sobre chales Ornados con moriscos almaizales. Allí están las purísimas mujeres Que, encerradas en santos monasterios, Conversaron del cielo con los seres De la virtud sondando los misterios: Que oyeron en sus místicos placeres De los santos Querubes los salterios Y cuyo corazón, libre de amores, Se espigó y se secó como las flores. En medio de estos seres ideales, Que no están amasados con la escoria De que fuimos formados los mortales, La vanidad de la mundana gloria Despreció y halló bálsamo á los males De nuestra frágil vida transitoria, Tejido espeso de miserias largas, De días de pesar y horas amargas. Allí es donde, á la luz de las creencias De nuestra infancia, quemo á las memorias De nuestra hermosa patria las esencias De la fragante poesía. Historias Cuyo relato embarga las potencias Son las de estas visiones ilusorias, Compañeras alegres de mis cuitas, De edad mejor imágenes benditas. Espíritus que en torno de mi lecho Velan y por mi bien se multiplican, La pesadilla ahuyentan de mi pecho, Mis penosos ensueños dulcifican, Del corazón en la impureza hecho Los malignos intentos purifican, Y transforman el campo de mi mente En un florido Edén resplandeciente. Ellos en mis vigilias solitarias Me distraen con dulcísimas memorias, Me hechizan con sus himnos y plegarias Y á que escriba me incitan sus historias: Por sus regiones vago imaginarias, Abrazo sus visiones ilusorias, Y en otra creación, con otros seres Paso mi vida, parto mis placeres. Por eso elijo las nocturnas horas Para hacer el relato de mis cuentos, Labrando en las tinieblas incoloras Las torres de mis locos pensamientos. Por eso de sus sombras protectoras, Asaltando á favor tus aposentos, Vengo á hacerte, Muriel, la pobre ofrenda De esta loca y fantástica leyenda. Tú que, amigo sincero, mis pesares Cariñoso y leal has consolado: Tú que del infortunio en los azares Apoyo generoso me has prestado: Tú que con honda fe de mis cantares El poder misterioso has invocado Del duelo y el afán como anatema, Escucharás benigno mi poema. Tú, que sabes del mundo retirarte, Sin que pueda el turbión de sus insanos Delirios en su vértigo arrastrarte: Que de una noble sociedad de hermanos Has sabido en tu cámara cercarte Para escuchar mis cuentos africanos, Quiero que des tu nombre á la portada De mi oriental leyenda de GRANADA. ¡Y ojalá dure la memoria mía Cuanto duren los siglos venideros, Y corra este papel, famoso un día, De la tierra los ámbitos enteros: Para que desde Norte á Mediodía Vayan nuestros dos nombres compañeros, Y el tuyo brille en la futura historia Al resplandor de mi futura gloria! Óyeme pues, Muriel, antes que vuelen Las horas de los sueños y visiones: Antes de que los genios se desvelen Contrarios de mis vagas creaciones, Y las parleras auras les revelen El oculto poder de mis canciones: Antes, en fin, que el Sol con rayos puros Disipe mis poéticos conjuros. Óyeme lejos del tumulto loco De la revuelta sociedad, y fía Que no nos faltará, si yo la evoco, Para escuchar mis versos compañía. Yo, que á mi voz animo cuanto toco, Voy á poblar la atmósfera vacía De multitud de espíritus atentos Que contigo á la par oigan mis cuentos. Al soplo de mi aliento poderoso, Va á circundarnos y á prestarme oído Ese mundo de sombras vagaroso Por tus preciosos lienzos repartido. Ese mundo fantástico en reposo Mantenido hasta hoy, va desprendido Del muro á hacer de mi velada parte: Porque, ¿qué hay imposible para el arte? Yo amo, Muriel, los lienzos y esculturas Que tu curiosa cámara guarnecen; Sus soñadas ó históricas figuras Amigos de mi infancia me parecen: De otra vida anterior memorias puras, Recuerdos que mi sér rejuvenecen, Genios tal vez de mi existencia guías, Que la conducen á mejores días. La causa ignoro, mi razón no alcanza Por qué ha unido, Muriel, mi loca idea Á un porvenir de luz y de bonanza Cuanto el lugar de tu mansión rodea: Mas cuanto en mis delirios de esperanza Mi corazón, supersticioso, crea, Lo veo de tus cuartos y pinturas Ornado con los muebles y figuras. Ellos han escuchado los primeros De mi laüd morisco la armonía, Y, á crëer en fanáticos agüeros, Padrinos son de la fortuna mía. En brazos de esas damas y guerreros Salen mis versos á la luz del día, Y yo de su presencia no renuncio, Crédulo, en mi favor, al fausto anuncio. Yo, en el campo del arte peregrino, Doquier del arte adorador profundo, Que presentado á ser voy imagino En brazos de las artes en el mundo: Y pues me trajo entre ellas mi destino Á desplegar las hojas en que fundo Mi esperanza á la gloria que ambiciono, Á ilusión tan dichosa me abandono. Murillo, Rafaël, Salvator Rosa, Piombo, Teniers, Tiziano, Stein, Morales, Cuyas firmas de mano vigorosa Leo sobre esos lienzos inmortales, Aunque, viles, no logren otra cosa, Para mis pobres cantos orientales, Yo de vuestra presencia los auspicios Acepto con afán como propicios. Y tú, dulce y amante Garcilaso, Cortesano cantor de los pastores, Que cuenco pastoril el áureo vaso Hiciste do libaste tus amores: Tú que entre miel y ámbar á tu paso Sembraste versos que brotaron flores, Ve si á los míos tu dulzura inspiras Desde ese marco en que tenaz me miras. Y vosotros, bizarros personajes, Seres faltos de sér, á quien del caos Para adornar sus fondos y paisajes Sacó el genio vivífico: animaos. Á mis cristianos himnos y salvajes Sonatas africanas despertaos: La poesía en las pasadas eras Movió los montes y domó las fieras. Vivificaos, pues, y en torno mío Agrupaos ¡oh imágenes hermosas Del amor, el pesar, la fe y el brío! Venid ceñidas de fragantes rosas, Ó devorado el corazón de hastío, Visiones del desierto pavorosas, Diana impura, llorosa Magdalena, Vigorosa Judit, robada Elena. Alba severo, incógnitos señores De plegados vuelillos y valonas, Apáticos flamencos fumadores, Zagales cuyas cabras juguetonas Pasto buscan de céspedes mejores: Del marco desprended vuestras personas, Formad una callada fantasía Que auditorio idëal preste á la mía. Revivid á mi acento, yo os conjuro, Creaciones que estáis en el dominio De la imaginación: congreso impuro De dioses ya sin cielo, del triclinio Baja á mi voz, y aunque te sea duro Renunciar del Parnaso al patrocinio, Ven á adorar en mis severos cantos La gloria de otros númenes más santos. Venid lúbrica Venus, rubia Ceres, Diosas en otros tiempos inmortales, Otros genios á ver y otras mujeres Hollando vuestro altar y pedestales. Nuevas Divinidades, nuevos seres De prez y de virtud más celestiales, Dan hoy á una mejor mitología Con más íntima fe más poesía. ¡Gracias, bellas quimeras! ya os percibo; Dejad de mis conjuros al acento La vil materia en que creó cautivo Vuestro ficticio sér un pensamiento. Apréstate, Muriel: al soplo vivo De mi fecundo é inspirado aliento, Voy á abrir á tu atónita mirada El recinto de la Árabe GRANADA. II Mas la planta ¡oh Muriel! ten un momento Antes que huelles su frondosa vega, Porque traidor me asalta un pensamiento. Mal retenida entre tus labios juega La sonrisa del que oye y, caballero, Aunque tenaz no cree, cortés no niega. Que extrañas ¡ay de mí! por ella infiero, Que con sincera convicción cristiana, Hoy en són tan veraz como severo Mi voz resuene, cuando ayer mundana Y de la tierra escándalo profano El vicio y el placer cantó liviana. ¿Quieres saber, Muriel, por qué el mundano Laüd dejando, en harpa vibradora Las glorias de la Cruz canto cristiano? ¿Quiéres saber por qué, bebiendo ahora Mi inspiración en el venero vivo De nuestra Fe, mi voz consoladora Levanto en el tumulto revulsivo De nuestro siglo turbulento, al duelo Del corazón buscando lenitivo? Pues voy audaz á descorrer el velo Que tal misterio encubre, en una historia Que con orgullo y sin temor revelo. Reservada y recóndita memoria Del libro inmaterial del alma mía: Historia sólo para mí: ilusoria, Poética y gentil alegoría Nada más para el mundo, á cuyo oído Jamás imaginé que llegaría. Aparta, pues, del límite florido De Granada, que estás casi pisando, Tu pie, menos feraz y entretenido Sendero agreste tras de mí tomando, Y avancemos, Muriel..... pero medita Que en la región del alma vas entrando. LAS DOS LUCES Es la existencia golfo que se agita Circundando islas mil, cuyo olëaje De la _nada_ en las playas se limita. Naves las almas son en que el pasaje Hacemos de este golfo, cuyo centro El punto es de partida en este viaje. Centro es la cuna: una isla mar adentro En la mitad del golfo colocada, Do alma y cuerpo se salen al encuentro. Al mar cada alma desde allí lanzada Va de una en otra isla escala haciendo, Hasta dar en las playas de la _nada_: Allí en la inmensa eternidad cayendo, Náufrago el cuerpo en la ribera espira Al criador su nave devolviendo. _Amor_, _deleite_, _lujo_, _ambición_, _ira_, _Gloria_, _amistad_, _honor_, _fama_, _y orgullo_, Islas son donde reina la mentira. Desde ellas nos reclama con arrullo Fascinador: de danzas y canciones Nos envía al pasar manso murmullo: Á ellas con falaces ilusiones Nos atrae, y, viajeros perezosos, Vamos haciendo escala en las pasiones. _Fe, ciencia, religión_..... son luminosos Faros que por las varias latitudes Nos guían de estos mares procelosos. «¡Voga!» nos dicen con su luz «no dudes. ¡Voga!» y, pilotos de arte y experiencia, Vamos haciendo escala en las virtudes. Por las pasiones va nuestra existencia Sus riquezas gastando, y adquiriendo Por las virtudes va nueva opulencia. Las naves bien lastradas al tremendo Vaivén resisten y oleaje fuerte: Las vanas ceden al embate horrendo. Era yo joven: mi conciencia inerte Dormía, cuando al mundo audaz y solo Salí fiado en la voluble suerte. Lëal, franco, inexperto, extraño al dolo, Creyendo en cuanto vi con fe sincera, Mío el mundo juzgué de polo á polo. Mi alma entonces, góndola ligera En manos de señor joven y ansioso De vida mundanal y placentera, Se dejaba guiar por el undoso Y turbulento mar de la existencia, Ya á naufragar vecina, ya en reposo Vogando de aura mansa á la influencia: Al sol ardiente y á la tibia luna Meciéndose en el mar con indolencia Siguió siempre mi nave y mi fortuna La dulce poesía, compañera De mi gozo y mi afán desde la cuna: Y con voz ora humilde, ora altanera, Mis placeres canté, mis ilusiones Hechicé, la ventura pasajera De la vida fugaz en mis canciones Celebré; y ora crédulo, ora impío, Templé mi lira con inciertos sones. Abordé en mi demente desvarío Del golfo de la vida las riberas Todas, sin otra ley que mi albedrío. Sus islas visité más hechiceras: _Gloria_, _amistad_, _amor_, _deleite_, oyeron Mis insensatas cántigas primeras: Y doquier por el golfo me aplaudieron, Y de lauros cargáronme la frente, Y embriagándome al fin, me embrutecieron. Triunfé, amé, disipé, reñí insolente. ¿Qué saqué de esta vida vergonzosa? Hastiado el corazón, seca la mente. Mi alma, nave sin lastre, en peligrosa Marcha me conducía abandonado Al olëaje de la mar undosa. Entonces recordé mi sosegada Niñez: cuando mi madre me tenía Sentado en sus rodillas y posada Su mano en mi cabeza, dirigía Mi atención al altar donde radiante Se elevaba una imagen de MARÍA. Y entonces recordé la voz vibrante Del monje que en el púlpito exclamaba: «La existencia más larga es un instante; »Honor, gloria, poder, todo se acaba »Con ella: sólo nuestras obras viven, »Y ¡ay del que con sus obras no se cava »Su tumba! Todos del Señor reciben »Para el bien un talento, y Dios ordena »Que el suyo todos para el bien cultiven.» Recordé que esto oí en la edad serena De la cándida fe, cuando la mente Virgen recibe la impresión ajena Que conserva indeleble eternamente. Hasta entonces jamás mirado había Detrás de mí: tornéme ansiosamente El rastro á ver de la existencia mía: ¿Qué vi? la inmensidad del ocëano Que tras de mí desierta se extendía. La nave de mi alma un solo grano De lastre no llevaba, ni una sola Flor de las islas conservó mi mano. El rumor de una ola y otra ola No más en torno oía, y el profundo Són de la mar que el corazón desola Blando susurre ó muja furibundo. ¿Me comprendes, Muriel? te voy contando La historia de mi alma: lo que al mundo Nadie cuenta jamás: lo que llevando Va cada cual consigo, cuidadoso En el inquieto corazón guardando. Lo que el hombre no dice vergonzoso, Mas lo que á solas piensa en el momento En que cierra su párpado al reposo. Iba yo, pues, al olëaje lento Del golfo de la vida en la barquilla De mi alma vogando, el pensamiento Tornado á mi niñez, de toda orilla Lejos, el corazón triste y vacío De lo pasado, viendo que la quilla Del alma no dejaba entre el bravío Olëaje señal, y nuevo rumbo Dar meditando al barquichuelo mío: Y he aquí que de las ondas al balumbo Avanzando al azar ciego y perdido De olas en olas y de tumbo en tumbo, Vi una isla á lo lejos; decidido Torné á ella mi proa y tomé suelo En país para mí desconocido; La _Isla de la Razón_ era, que el Cielo Puso en mitad del viaje de la vida. La rica nave, el débil barquichuelo Que allí aporta sin rumbo, la perdida Brújula cobra y desde allí dirige Su viaje á fácil playa. Guarecida La _Razón_ de esta isla, en ella rige Como reina, teniendo en su ribera Dos luces siempre ardiendo, y una elige De las dos el que arriba, su postrera Travesía al hacer: cada uno enciende Su antorcha en una y, breve ó duradera, Con esta luz su travesía emprende, Cuerdo ó desatinado, el navegante Que á sí no más en la elección atiende. De saltar en su isla en el instante «De la fe es esta luz, del siglo es esta» Me dijo la _Razón_: y, vacilante En la difícil elección funesta Entre la fe y el siglo, al alma mía Entre las luces de ambos dejó puesta. La antorcha de la fe no despedía Más que un rayo de luz tranquilo y puro, Que por la limpia atmósfera subía Recto á perderse en el azul obscuro De la pura región, que el ojo humano No contempló jamás fijo y seguro. Á la _luz de la fe_ nada cercano Sobre el haz de la tierra se alcanzaba: Pero en la altura del zenit lejano Veíase una estrella y se dudaba Si la luz de la fe de ella venía, Ó la luz de la fe se la prestaba. Yo entre la tierra y la región del día Este rayo común juzgué, y no en vano, Que comunicación establecía. Circundaba este rayo soberano Rico enjambre de abejas luminosas Con alas de oro, cuanto más cercano Al resplandor su vuelo más hermosas: Y en el centro del rayo refulgente Labraban sus panales oficiosas. Quemábalas al fin el foco ardiente Y en lugar de cenizas, convirtiéndolas En bellísimas aves, de repente La luz del rayo místico impeliéndolas, Tomaban vuelo hacia el zenit palomas, Águilas, cisnes, garzas y oropéndolas; Y abrasada su miel, suaves aromas Exhalaba que en la aura derramándose Embalsamaban mar, valles y lomas. La _luz del siglo_, móvil elevándose, Culebreaba con llamas refulgentes De su foco en redor desparramándose, Formando con sus llamas transparentes Un bello árbol de luz que reflejaba Los colores del iris esplendentes. Bajo este árbol radiante vegetaba Innumerable colección de flores, En la que muchedumbre se criaba De mariposas, ricas en colores, Agradables en forma y movimiento, Y en gala incomparables y en primores. Susurro vago y apacible y lento Con sus alas hacían y en contorno De aquel árbol de luz giros sin cuento: Mas al fin deslumbradas y al bochorno Del fuego enloquecidas, acercándose Al foco abrasador, del rico adorno De sus puros colores despojándose, Poco á poco en la luz se iban lanzando Y unas tras otras en la luz quemándose; Y un poco de humo fétido exhalando, Polvo las mariposas se volvían, Su sitio ante la luz á otras dejando. _Más bellas las abejas renacían_ _En la luz de la Fe, y las mariposas_ _Polvo en la luz del siglo se volvían._ ¿Quién de aquestas dos luces misteriosas La alegoría mística no advierte? La miel de las abejas oficiosas, Que en aroma á su luz la fe convierte, Son _las obras_ del hombre, que embalsaman Su memoria triunfante de la muerte. El polvo que de sí cuando se inflaman Las mariposas sueltan, son _las horas_ Que en el siglo sin fruto se derraman. Estériles así ó germinadoras Son, sin fe, mariposas nuestras vidas Y abejas con la fe trabajadoras; Las almas naves á la mar partidas, Ricas, seguras, con la fe vogando, Con el siglo, sin lastre, sumergidas. Todas de la _Razón_ van arribando Á la isla: en sus luces toman fuego Y siguen á las costas navegando. Yo, que ha ya siete lustros que navego Por la existencia, á la _Razón_ arribo Y en su luz tomo de mi antorcha el fuego: Y el escaso talento que recibo Del Señor para el bien, constante abeja Labrando mi panal, con fe cultivo. Pienso que de mi fe duda no deja En ningún corazón mi alegoría, Pues mi alma en sus luces se refleja. ¿Qué es un poeta? Un ave en la sombría Selva del mundo por su Dios lanzada Para llenar sus senos de armonía: Mas no para gorjear desatinada Día y noche, la selva ensordeciendo, Malgastando la voz que le fué dada Para elevarla audaz sobre el estruendo Mundanal, y con fe consoladora La gloria de su Dios enalteciendo. No al poeta se dió la voz sonora Como engañosa voz á la sirena, Ni como al cocodrilo voz traidora; La del poeta el ánimo serena Del hombre por la tierra peregrino: Dulce y divina voz que le enajena, La patria celestial de donde vino Recordándole siempre y aliviando La fatiga mortal de su camino. ¡Ay del poeta que, sin fe cantando, Sólo murmullo efímero levanta Como el agua y el aire susurrando! ¡Ay del poeta que su fe no canta Y la gloria del pueblo en que ha nacido, Enronqueciendo en vano su garganta! ¡Mariposa y no abeja!--Tal ha sido La causa que, tenaz, de esta obra mía En el asiduo afán me ha sostenido. Cambia con mi _razón_ mi poesía, Y á _la luz de la fe_ recapacito Que he sido mariposa hasta este día. Ha siete lustros que la tierra habito, Ave insensata que en la selva trina Con inútil gorjear, y necesito Utilizar la inspiración divina Que al poeta da Dios, el sacrosanto Sino cumpliendo á que mi sér destina. Y he aquí por qué cuando hoy mi voz levanto, _Cristiano y Español, con fe y sin miedo,_ _Canto mi religión, mi patria canto_. Con mi destino cumplo como puedo; Y si sucumbo por llenarle, en suma, Con Dios en paz y con mi patria quedo. Ahora, Muriel, en alas de mi pluma Volvamos al dintel de mi poema; (Puesto que es fuerza que de tal presuma.) En tanto, pues, que en la jornada extrema Tocamos, ven conmigo hacia GRANADA, Regio florón de la oriental diadema. Ven de mi narración la no trillada Senda siguiendo: al arabesco estilo La encontrarás de flores alfombrada. No es un camino real tirado al hilo Derecho y espacioso, mas conduce Por medio de un vergel al regio asilo Del alcázar Muslim, y se introduce Antes por bib-arrambla do las flores Verás más bellas que el Genil produce. Fátima la Zegrí, _perla_ de amores, Cual su nombre lo dice: la Azafía _Cándida_ como el suyo: la en albores Extremada Jarifa: _albor del día_, La dicha así por su beldad, Zoraya: Zaida, que fuego en el mirar tenía: La _espejo_ de constantes Almeraya: Zelinda, la orgullosa Alpujarreña: Borina, prez de la murciana playa: Zora, la voluptuosa Malagueña: Zobeika, la rival de Sarracina: Lindaraja, la ardiente Zahareña, Y cuantas tuvo, de beldad divina Prodigios humanados, nobles moras La conquistada corte Granadina. Hallarás en mi libro encantadoras Leyendas, orientales fantasías, Que más dulces tal vez te harán las horas, En rimas pobres, pues al fin son mías, Pero halagüeñas para aquel que aprecia La Hispana gloria y los pasados días. No encontrarás los númenes de Grecia Invocados en él: genios distintos Asisten á mis héroes en su recia Caballeresca lid; bajo sus plintos Los templos de la Cruz no dan ya paso Á Venus ni á Plutón, ni en los recintos De la Alhambra jamás trotó el Pegaso: Que el rayo vivo de la Fe Cristiana Cegó á las Musas y quemó el Parnaso. Hallarás en mi libro, á la Africana Usanza, algo excesiva galanura, Pues fiel la lira con la acción se hermana Y el tono que la da seguir procura: Mas no el poema juzgues de la vaga LEYENDA DE AL-HAMAR por la lectura. Su narración fantástica divaga Enfática y difusa á cada punto Por su argumento celestial, que halaga Tal vez, mas tal vez cansa; su conjunto Ni en forma, ni en estilo da en efecto De mi poema idea, aunque su asunto Se encuentra al del poema tan afecto Que, á faltar la leyenda, desmembrada Su acción parecería é imperfecto Su plan, como palacio sin portada. Tal es mi obra.--Ahora penetremos, Muriel, en el recinto de GRANADA. ¡Y ojalá que á sus términos extremos, Como á risueño fin de alegre viaje, Al compás de mi cántico lleguemos! ¡Y plegue á Dios que el bárbaro ropaje De mi cuento Muslim vuelva con pompa Manto imperial el albornoz salvaje! ¡Y plegué á Dios que, cuando el canto rompa, Se me torne el laüd que me acompaña La de homérico són épica trompa, Que el eco lleve de mi voz á España! III INSPIRACIÓN ¡Cristiana inspiración, hija del cielo, Que diste sér á mi canción primera, De mi existencia en el placer y el duelo Guía siempre lëal y compañera! Tú que, al vestirme mi mortuorio velo, Dirás conmigo mi oración postrera: Tú que abrirás con el sepulcro al alma De la tranquila eternidad la calma: Tú que, al soplo de un aura perfumada, Con mi espíritu errante has recorrido los desiertos del África abrasada, Pensil de palmas, de serpientes nido: Y los cármenes frescos de Granada, Edén para los Árabes perdido: Y los talleres de Albión obscura: Y de París la bacanal impura: Tú que, perenne, con materna mano Conservaste en mi alma por doquiera De la Esperanza el incorrupto arcano Y de la Fe la inextinguible hoguera: Tú que, al cruzar el arenal mundano, Has templado mi sed rabiosa y fiera Aplicando á mis labios la ambrosía Del cáliz de la dulce poesía; No me abandones hoy que necesito Purificar y esclarecer mi idëa, Al fuego santo del fanal bendito Do inflamó Dios tu inextinguible tea. Hoy que anhelo una voz de eco infinito, Que más que de mortal robusta sea, Para enviar á la tierra en que vi el día En alas de un cantar el alma mía. ¡Inspiración católica, más fuerte Que los tres elementos destructores De la envidia, del tiempo y de la muerte! Ciñe mi sien y mi laüd de flores: Mágico encanto en mis palabras vierte Y, en brazos de los vientos voladores, Del turbio Sena al pobre Manzanares Lleva mi corazón en mis cantares. Vuela y á España di que todavía Sin ira y sin pavor mi voz resuena Sobre el festín de la centuria impía, Que á sus míseros hijos envenena Brindándoles las copas de su orgía, Que la revolución con sangre llena: Dila que hasta que espire en mi garganta Celebrará su gloria y su fe santa. LEYENDA DE MUHAMAD AL-HAMAR EL NAZARITA REY DE GRANADA DIVIDIDA EN CINCO LIBROS Libro de los Sueños. INTRODUCCIÓN En el nombre de Aláh clemente y sumo Que da sombra á la noche, luz al día, Voz á las aves y á las hierbas zumo: Cuya suprema voluntad podría Tornar de un soplo el universo en humo, Y que atesora en mí su poesía, Escrita os doy para su eterna gloria Del príncipe Al-hamar la regia historia. Bálsamo que disipa la amargura, Luz del pesar sombrío ahuyentadora, Es su sabrosa y celestial lectura Risueña como fuente saltadora, Grata como del campo la verdura, Bella como la grana de la aurora, Tierna cual de la tórtola las quejas, Dulce como el panal de las abejas. Destila de sus versos ambrosía Su dulce narración maravillosa: Exhala su fecunda poesía, Grato como la esencia de la rosa, Mágico són de incógnita armonía; Y cual lluvia de Abril, que lenta posa Sus gotas en la flor, vierte en el alma Su amena relación plácida calma. Encierra sus conceptos peregrinos Misteriosa virtud y fuerza varia: Aplacan el rigor de los destinos Elevados á Aláh como plegaria: Regalan á quien lee sueños divinos Leídos en la alcoba solitaria, Cuya influencia y compañía amiga Calman del cuerpo la mortal fatiga. No hay sér bajo el imperio de la luna Que su lección sagrada no comprenda, Ni Aláh produjo criatura alguna Que no sienta placer con su leyenda. El pez á quien abriga la laguna, El ave que del árbol hace tienda, La fiera que entre rocas se sepulta, El reptil que en los céspedes se oculta: Y en su colmena el zumbador insecto, Y en su corteza el röedor gusano, Y el árbol recio en su vigor perfecto, Y el aire inquieto en su vagar liviano, Y el sordo incendio en su humear infecto, Y en su ciego furor el ocëano, Prestan oído respetuoso y grato Al armónico són de su relato. Esculpido en las hojas de sus flores Se guarda en el Edén por altos fines: Y los justos en él habitadores, Los ángeles que velan sus confines, Las hurís que alimentan sus amores Y los genios que pueblan sus jardines, Gozan en descifrar sus caracteres En la paz de sus místicos placeres. Tal es la historia peregrina y bella Que os doy en estas hojas extendida, Para que el pasto y el deleite de ella Os alivien las penas de la vida: Pues la luz que en sus páginas destella Despierta el alma á la virtud dormida, Y eleva el corazón y el pensamiento Á la pura región del firmamento. Y aunque en idioma terrenal y humano Para la humana comprensión la escribo, De espíritu más alto y soberano Su luminosa inspiración recibo. Guía mi corazón, guía mi mano Sér á quien dentro de mi sér percibo, Y el genio ardiente que en mi pecho habita La palabra me da que os doy escrita. Leedla, pues; y el ámbar que perfuma Del Paraíso la mansión divina, Y el resplandor que de la esencia suma Derramando los mundos ilumina, Y el rumor que levantan con su pluma Las alas de Gabriel cuando camina, Embalsame y alumbre y dé contento Á cuantos lean el divino cuento. Nació Al-hamar y sonrió el destino Contemplándole amigo: la fortuna, Fijando un punto su inconstancia, vino Amorosa á mecer su blanda cuna: Y, el curso de su carro diamantino Parando en el zenit, la casta luna Tendió desde él con maternal cariño Tierna mirada sobre el regio niño. Del ángel que custodia su persona Bajo las alas de perfume llenas, Dió sus primeros pasos en Arjona Sobre el tapiz fragante de azucenas Que dan al pueblo natural corona, Sus vegas en redor ciñendo amenas: Y sin dolencia corporal alguna Llegó á la juventud desde la cuna. Ánimo noble y continente bello, Porque inspirara afecto y simpatía, Dióle el Señor. Espléndido destello Puso en sus ojos de la luz del día: La gracia de el del cisne dió á su cuello Dió á su voz de las auras la armonía: Dió á su talle lo esbelto de la palma, Y el temple de los genios á su alma. Dió el carmín de la aurora y de la nieve La limpieza á su tez; dió á su cintura La grave majestad con que se mueve El león, y del corzo la soltura: Del sabio á su palabra dió lo breve, La paz del niño á su sonrisa pura, Y al corazón sin miedo y sin codicia La fe, la lealtad y la justicia. Diestro en la lid, en el consejo sabio, Seguro en la virtud, fuerte en la ciencia, Modesto en la victoria, en el agravio Perdonador y sobrio en la opulencia: En la mano la dádiva, en el labio El consuelo y la paz, de la violencia Castigador, y hermoso en la persona, Nació digno Al-hamar de la corona. Chispa encendida de la fe en la hoguera Su estrella fué. Su celestial influjo En el erial de la vital carrera Por luminosa senda le condujo. La ventura tras él fué por doquiera, Su presencia doquier el bien produjo; Amigos y enemigos le admiraron Y la historia y el tiempo le afamaron. Luchas civiles de la gente mora Le llamaron urgentes á la guerra, Y lidió con honor desde la aurora Hasta que en sombra se sumió la tierra. Llevó al fin su bandera vencedora Del verde valle á la nevada sierra: Y de un día de Abril en la alborada Aclamado por rey entró en Granada. Pequeña población recién tendida En el seno amenísimo de un valle, Por donde Darro en sonorosa huída Abre á sus hondas perfumada calle, Era entonces Granada, y parecida Á africana gentil de suelto talle, Que fatigada en calurosa siesta Á la sombra durmióse en la floresta. Y cuando digo población pequeña Á la de hoy la imagino comparada: Pues no era entonces cual después fué dueña De dilatados términos Granada. Bella ciudad de situación risueña Y de bizarros Árabes poblada, Era ciudad no grande, no opulenta, Mas ya por su valor tenida en cuenta. Á una orilla del Darro que mojaba De sus labradas puertas los umbrales, (Por bajo de la _cádima alcazaba_ Ceñida de murallas colosales) Un barrio se extendía que habitaba Raza de los egipcios arenales Oriunda: gente audaz, de miedo ajena, De negros ojos y de tez morena. Tribu, como nacida en el desierto, En sus gustos voluble y pareceres, De este jardín á su escasez abierto Doblemente apegada á los placeres. Sus blancas azoteas eran huerto Cuidado con afán por sus mujeres, Y sombreaban sus altos miradores Toldos fragantes de enredadas flores. Gozaban de sabrosos alimentos, Ocio oriental y cómodo vestido; Cercaban sus alegres aposentos Blandos cojines de sutil tejido: Revestía sus limpios pavimentos Mármol de Macäel blanco y pulido, Los muros preciosísimo estucado Y el friso trabajoso alicatado. Sostenían los ricos arquitrabes De sus claros moriscos corredores Columnas ligerísimas. Sus naves Adornaban arábigas labores, Sutiles cual la pluma de las aves, Tan brillantes como ella en sus colores; Frutales desde el huerto á las ventanas Alargando limones y manzanas. Sus patios, que en albercas espaciosas Reciben unas aguas cristalinas Al cuerpo gratas y al beber sabrosas, Pilas eran de baño alabastrinas, Sembrado el borde de arrayán y rosas, Donde las bellas moras granadinas El seco ardor de la mitad del año Ahuyentaban de sí con fresco baño. Y en las serenas noches del estío, Á la luz misteriosa de la luna, Al són del agua del plateado río, Y al compás de una cántiga moruna (Dulce recuerdo del país natío Que no se olvida en la mejor fortuna), Sentábanse á danzar en la ribera La alegre _Zambra_, y la _Jeíz_ ligera. Tal fué la tribu y las mansiones tales Que á una margen del Darro se extendían, Mirándose en sus líquidos cristales Á cuyo són los dueños se adormían: Y tan gratas sus casas orientales Eran, tal el contento en que vivían, Que con justicia los que en él moraron El _barrio del deleite_ le llamaron. La otra ribera del sonante río Era una verde y desigual colina, Cuya enramada falda daba umbrío Y ancho tapiz al agua cristalina, Y cuyo lomo, seco en el estío, Fundamento á una torre casi en ruina, Que sirviendo á dos términos de raya Era alminar á un tiempo y atalaya. Domínase en la cumbre de esta altura La extensión de la vega granadina, Rica alfombra de flores y verdura Que tendió ante sus plantas la divina Mano de Aláh: tesoro de frescura, Manantial de salud y peregrina Mansión de toda dicha, cuyas suaves Auras encantan con su voz las aves. Ven desde allí los ojos embebidos Cien alegres y blancos lugarejos, Que de palomas asemejan nidos Entre las verdes huertas á lo lejos; Y montes cien que, por el sol heridos, Descomponen su luz con mil reflejos Que lanza el agua y el metal que encierra Pródiga madre su fecunda tierra. Allí anidan al par todas las aves Y se abren á la par todas las flores: Con la rápida alondra águilas graves, Con la murta el clavel de cien colores; Se respiran allí cuantos las naves De oriente traen balsámicos olores, Y allí da el cielo deliciosas frutas, Y encierran minas las silvestres grutas. Allí, bajo aquel cielo transparente Donde vieron su Edén los Africanos, Hállase aún en ideal viviente La mujer de contornos sobrehumanos, De ojos de luz y corazón ardiente, De enano pie y anacaradas manos, Cuya generación guardarán solas Las árabes provincias españolas. Moran allí esas célicas huríes, Que pintan las muslímicas leyendas Reclinadas en frescos alhamíes, Sobre lechos de azahar, bajo albas tiendas; Cuyos labios de rosas y alelíes Guardan, de ardiente amor sabrosas prendas, Palabras que embelesan los oídos Y besos que adormecen los sentidos. Aquellas celestiales hermosuras Que coloca el Korán en su divina Fantástica mansión de las venturas, Cuya mirada el iris ilumina, Cuyo aliento desparce esencias puras, Cuyo seno y espalda alabastrina, Velando mal sus mágicos hechizos, Negros circundan y flotantes rizos. Vense del cerro aquel gigantes cimas Que eternas cubren seculares nieves, Donde por grietas mil sus hondas simas Ríos destilan en arroyos breves: Y allí, cosechas para dar opimas, Refréscanse al pasar las auras leves, Que bajan luego á fecundar la vega De las fuentes al par con que se riega. Vese también por el siniestro lado El valle de Genil, cuyos raudales Bañan la verde amenidad de un prado Cubierto de avellanos y nopales. Gózase allí de un aire perfumado Con el subido olor de los frutales, Del cantueso, tomillo y mejorana, Que el aura mueve al revolar liviana. Y entre este barrio de delicias lleno Y esta florida y desigual colina, Se extiende el valle cuyo fértil seno Fecunda el Darro que por él camina: Y es el lugar más grato y más ameno, La situación más bella y peregrina De cuantos ríos fertiliza y baña En la extensión de nuestra rica España. Aquí, pues, á la margen de este río, En la aromada falda de esta altura, En una noche límpida de estío, Y al són del agua que á sus pies murmura, Arrobado en extraño desvarío La alameda cruzaba á la ventura Al-hamar, que en paseo misterioso Olvidaba las horas del reposo. Único sér con movimiento y vida En la nocturna soledad errando, Sin que la tierra por su pie oprimida Crujir se oyera con el césped blando De que la tierra inculta está mullida, Algún insomne le juzgó temblando Alma que torna á visitar la huesa Del cuerpo en cuya cárcel vivió presa. Flotaba suelto el alquicel nevado, Blanqueaba del turbante el albo lino, Y relucía en piedras engastado El puño del alfanje damasquino: Y este blanquear y relucir callado, Á intervalos oculto del camino Entre los troncos que al pasar cruzaba, Faz de visión á su persona daba. Y tal avanza silenciosa y lenta Del solitario valle en la espesura, Y al verla calla el ruiseñor que cuenta Sus amores al aura, y á la hondura Del río se desliza soñolienta La culebra enroscada en la verdura, Y el vuelo tiende á la contraria orilla Espantada la tímida abubilla. En tanto el noble príncipe, sumido En el mar de sus propios pensamientos, Ni atiende al ave que ahuyentó del nido, Ni al reptil que saltó, ni á los acentos Que el ruiseñor ahogó: y embebecido Continúa avanzando á pasos lentos, Hasta perderse en la arboleda obscura Que se espesa del valle en la angostura. Formaba esta recóndita arboleda Un extendido bosque de avellanos, Guardador de una espesa moraleda Donde sus utilísimos gusanos Daban por fruto delicada seda, Que labrada después por diestras manos Iba en preciosas telas y tejidos Á todos los mercados conocidos. Brotaba una sonora fuentecilla En medio de esta fértil enramada, Vertiendo sus cristales por la orilla De tilos aromáticos orlada. Hallábase en redor, con maravilla De los ojos, la tierra cultivada, Y (obra admirable de cuidosas manos) Hechos jardín los céspedes villanos. Corría allí suavísimo el ambiente Cargado con la esencia de mil flores, Y al respirarle huían de la mente Los pensamientos tristes, sinsabores Y duelos ahuyentando; y la corriente Del manantial remedio á los dolores Era del cuerpo débil, cuyos males Cedían al beber de sus raudales. Lugar divino en la región humana Colocado era aquél: retiro augusto De algún Genio de estirpe soberana Que el sacro Edén abandonó por gusto: Destierro acaso de una hurí que vana Apreció su beldad más que fué justo: Cita acaso de un Silfo en sus amores: Lecho tal vez del Ángel de las flores. Allí á Al-hamar inspiración secreta Á hallar condujo solitario asilo, Y allí, al mirarse en soledad completa, Irguió la frente y respiró tranquilo: Y á la sombra y al són que esparce inquieta La extensa copa de oloroso tilo, Sentóse alzando la real mirada Al cielo azul de su gentil Granada. Y allí á sus hondos sentimientos dando Pábulo y campo en la mansión del pecho, Con la influencia del lugar hallando Á ellos el corazón menos estrecho, Poco á poco la espalda reclinando Fué de la hierba en el mullido lecho, Y poco á poco deleitosa calma Le aquietó el corazón, le arrobó el alma. El canto de las aves anidadas En el ramaje fresco, el campesino Aroma de las hojas, oreadas Con manso són por el errante y fino Aliento de las brisas perfumadas, Y el suave arrullo del raudal vecino, Daban al sitio en que Al-hamar yacía Célica paz y mágica armonía. Ansiaba el rey grandeza venidera, Gloria, poder, celebridad futura: Ansiaba que su corte la primera Fuése en valor, en lustre y en cultura: Ansiaba darla fama duradera Con prodigios de rica arquitectura: Mas veía al par escaso su tesoro Para hacer realidad sus sueños de oro. Gozaba su exaltada fantasía Con la bella ilusión de sus intentos: Sus soberbios alcázares veía Llenar la tierra y dominar los vientos: Admiraba la gala y simetría Que daba á sus labrados aposentos, Y en sus doradas letras africanas Leía ya las suras musulmanas. Pensaba en las mil torres de los muros Que á su noble ciudad dieran confines, Fuerza rëal y límites seguros: Pensaba en la extensión de sus jardines, Asilos del deleite, y en los puros Baños, y en los ocultos camarines Del voluptuoso Harén de las mujeres, Santuario del amor y los placeres. Y embebecido en pensamientos tales, Y embriagado tal vez con la esperanza De hacer un día sus proyectos reales, Si la fortuna amiga en la balanza Su ambición y poder ponía iguales Guiando el porvenir siempre en bonanza, No percibió el dulcísimo beleño Que iba en sus miembros derramando el sueño. Poco á poco sus párpados cedieron Á lenta pesadez, y sus pupilas La claridad y la visión perdieron; De los árboles mil las verdes filas, De las aves y fuentes se le fueron Borrando las imágenes tranquilas: Y su imaginación quedando en calma, De la vigilia al sueño pasó el alma. Dos veces intentó los ojos vagos Echar en rededor y á los sonidos Atender, para alzarse haciendo amagos; Pero cedieron otra vez rendidos Sus párpados y miembros: anchos lagos De sombra cada vez más extendidos Envolvieron su inquieta fantasía, Y un instante después... el rey dormía. En calma universal, en paz completa Quedó el frondoso valle, y la vecina Corriente del arroyo y la aura inquieta Le arrullaron con suave y campesina Música.--Y en tal cláusula el poeta Interrumpe su historia peregrina, De agua y aire los sones halagüeños Poniendo fin al LIBRO DE LOS SUEÑOS. Libro de las Perlas. En el sagrado nombre del que en el orbe impera Oculto del espacio tras la cortina azul, Que arregla de los astros la incógnita carrera, Señor de las tinieblas, origen de la luz, Del LIBRO DE LAS PERLAS comienzo la escritura En verso claro y fácil á comprensión común. Leed; ¡y plegue al cielo que os sea su lectura Raudal de fe sincera, venero de salud! ¡Oh genios invisibles, que erráis en las tinieblas En grupos impalpables, sobre alas sin color! Vosotros, leves hijos del aire y de las nieblas, Que amigos de las sombras aborrecéis al sol: Vosotros cuya ciencia comprende los mil ruidos Que pueblan el espacio con misterioso són, Y comprendéis los cantos, murmullos y gemidos, Con que susurra el árbol y canta el ruiseñor: Vosotros, que asaltando con silencioso vuelo Los áureos miradores del desvelado rey, Llenáis de miedos vagos sus horas de desvelo Con los siniestros ruidos que á su cristal hacéis; Vosotros, que á la reja del camarín estrecho Do la cautiva sueña con su perdido bien, Con vuestro aliento puro enviáis hasta su lecho Mil bellas ilusiones de amor y de placer: Vosotros, favoritos del genio y la armonía, Que á par de las abejas saltáis de flor en flor, La gota estremeciendo titiladora y fría Con que el rocío baña su virginal botón: De vuestra poesía verted en mí el tesoro: Lo armónico prestadme de vuestra vaga voz, Porque mi mano pueda sacar del arpa de oro Las cláusulas que dignas de mi relato son. Cercadme, sostenedme con vuestro influjo santo En la divina empresa que audaz acometí. ¡Oh genios de la noche! divinizad mi canto, Y EL LIBRO DE LAS PERLAS guiad hasta su fin. Guiad en él mi pluma, Iluminad mi mente, Y á la belleza suma De asunto tan gentil Haced que el pensamiento Se eleve noblemente, Y llegue al firmamento Mi acento varonil. Yo trazo aquí el relato De tan divina historia, Yo pinto aquí el retrato De tan divino sér, Que la palabra humana, Ni la mortal memoria Querrán con ansia vana Contar y comprender. Mi historia es tanto bella Cuanto la lumbre vaga De solitaria estrella En recio temporal: Cual la canción doliente Que caprichosa maga Murmura de una fuente Bajo el fugaz cristal. No hay lengua que la cuente Ni mano que la trace. El cuadro en vuestra mente Fingid más ideal, El tono que á vuestra alma Más predilecto place Dadle, y la luz, la calma Que falta al mundo real. Encima figuraos De secular colina, Cuando el nocturno caos Platea el resplandor De la modesta luna, Que, amante, sin fortuna, Eterna peregrina Del sol tras el amor. Fingíos una extensa Riquísima llanura Cubierta de verdura, Y de caprichos mil Llenadla: figuráosla En la estación viciosa Que abrir hace á la rosa Su pétalo gentil. El céfiro de aromas Cargado nos orea La faz: brotan las lomas Con juvenil vigor Mil hierbas, con que el viento Inquieto juguetea Con manso movimiento Y lánguido rumor. Fingíos una vega, Que parte en cien pedazos De un río que la riega El líquido cristal, Que caprichoso extiende Los transparentes brazos Doquier que el cauce tiende Su lecho desigual: Fingíos esta vega, Cuya cubierta verde Al horizonte llega Y en su extensión se pierde, Poblada de castillos, De caprichosas ruinas, De alegres lugarcillos, De chozas campesinas; De huertos pintorescos, De arroyos cristalinos, De bosquecillos frescos, De móviles molinos, De blancos palomares, Rebaños y yeguadas, Bodegas, colmenares, Establos y toradas: Fingid que en ella alcanza La vista por doquiera La campesina danza, Á que en tranquila holganza Y en amistad sincera, Tras del trabajo ociosa Se entrega bulliciosa La alegre multitud: Fingid este relato Oído al són sencillo (Mas cual ninguno grato) Del tosco caramillo, Y al trémulo y quejoso Balar del cabritillo, Y al canto trabajoso Del soterrado grillo: Fingíos que, lejana, Del monasterio antiguo Doblando la campana Con su clamor despierta Al perro, que está alerta En el redil contiguo Y en demostrar se afana Ladrando su inquietud: Y atento el ojo tiende Al campanario viejo De donde el són se extiende; Y ve el móvil reflejo Del esquilón, que gira, Y el resplandor le admira Del bronce que repele Los rayos de la luz: Fingíos este suelo Tan bello coronado Con un hermoso cielo De transparente azul, En cuyo fondo puro, Quebrando el horizonte, Sobre el perfil obscuro Del apartado monte, Por cima del convento Mansión de la virtud, Pomposas, salutíferas, inmarcesibles ramas Del árbol sacrosanto de la eternal salud, Destácanse en el campo del limpio firmamento Los dos abiertos brazos de la cristiana Cruz. ¿Tenéis en la memoria Tan mágica pintura? ¿Miráis esta llanura Tan bella cual mi pluma pintárosla intentó? Pues es más halagüeña, Más plácida y risueña La celestial historia Que en este libro frágil os voy á contar yo. El LIBRO DE LAS PERLAS Encierra en sus conceptos La historia y los secretos De un Ángel favorito de su inmortal Señor. Venid á recogerlas: Que Dios, que el Paraíso Por cuna darle quiso, Dió á par á sus palabras de perlas el valor. De perlas elegidas En las de más pureza, Más precio y más belleza: Las _perlas de la Gracia_, las _perlas de la Fe_: Las perlas que, vertidas Por su divina mano, Harán del sér humano Que recogerlas sepa un ángel como él fué. Todo en silencio duerme En la arboleda umbrosa Donde Al-hamar reposa: En calma universal Yacer parece inerme Naturaleza entera, Cual si á sopor cediera De atmósfera letal. La cuádriga argentina Del carro de la luna Su curso al mar declina: Y de su carro en pos, Sombría, taciturna, Su negro velo tiende La lobreguez nocturna Ante la luz de Dios. La escasa y vacilante Que radian las estrellas Da apenas espirante Su postrimer fulgor: Reflejo moribundo, Que cuando espire en ellas Hará del ciego mundo Un bulto sin color. Ya lo es. Doquier se carga De espesa sombra, y queda Sumida la arboleda En densa obscuridad. Indefinible encanto Doquier la vida embarga; Exhala pavor santo La muda soledad. Y he aquí que en este punto, Del fondo de la fuente Que arrulla mansamente El sueño de Al-hamar, La faz resplandeciente De un Genio, que ilumina La linfa cristalina, Se comenzó á elevar. Tocó en el haz del agua Su cabellera blonda: Quebró la frágil onda Su frente virginal: Dejó el agua mil hebras Entre sus rizos rotas, Y á unirse volvió en gotas Al limpio manantial. Como vapor ligero Del lago se levanta: Cual de aromosa planta Exhálase el olor: Cual del albor primero Del día que amanece Fantástico aparece El vago resplandor. Del agua cristalina Así elevó serena Su aparición divina El Genio celestial, Cuyo contorno aéreo Rodea alba aureola Que el valle tornasola Con luz matutinal. Al fuego repentino Que en torno á sí derrama, Soltó su alegre trino Despierto el ruiseñor: Su voz de rama en rama Las auras extendieron, Y en cánticos rompieron Mil aves en redor. Dió un paso en la pradera, Y al agitar el viento Su rica cabellera, El aire se aromó; Dejó escapar su aliento, Y cuanto allí vivía Su aliento de ambrosía Con ansia respiró. Y entonces la callada Blanca visión llegando, Donde por sueño blando Vencido está Al-hamar, Los céspedes por lecho, La mano perfumada Le puso sobre el pecho, Y así le empezó á hablar: «Ilustre y venturoso Caudillo Nazarita, Tu místico reposo Bendice al despertar. Tu espíritu, que lucha Con mi visión, se agita Medroso en vano: escucha Mi voz, rey Al-hamar. »Mi voz es la armonía Cuando habla á un sér amigo De Dios, y es lo que digo Más dulce que la miel: Mi origen es el cielo, Mi edad es la del día, Mi esencia es el consuelo, Mi nombre es Azäel. »Yo soy un ángel y era El ángel más perfecto, El sér más predilecto Del sabio Criador. Moraba yo en la esfera Más alta y más vecina Á la mansión divina De mi inmortal Señor. »Un día..... ¡día aciago! Cruzóme fugitivo La mente loca un vago Delirio criminal: Pensé, mirando altivo Mi esencia y mi hermosura, Que no era criatura Á las demás igual. »Imaginé que origen Más puro y soberano Me pudo dar la mano Del Hacedor tal vez: Mas ¡ay! los que su mente Por su altivez dirigen, Verán cuán torpemente Soñó su insensatez. »Apenas un momento Tan orgullosa idea Brotó en mi pensamiento Y en él lugar la di, Tiniebla inesperada Cegó mi mente rea, Y ante la faz airada Del Criador me vi. »Desnudo ante la vista Del Dios que le llamaba, Como arrancada arista Mi sér se estremeció; La luz de su presencia Mi nada iluminaba: Juzgóme, y su sentencia Así me fulminó: «Tres siglos es preciso »Que llores por tu yerro: »Sal, pues, del Paraíso: »El globo terrenal »Te doy para destierro: »Tus nobles atributos »Te dejo: nobles frutos »De tu hálito inmortal. »Que broten de tus lágrimas »En el lugar que mores »El germen de las flores »Y el manantial del bien. »Sé allí su luz vivífica, »Sé tú su astro benigno, »Y vuelve al Cielo digno »Del celestial Edén.» »Dijo: y tendí mi vuelo Llorando hacia la tierra: Caí sobre este suelo, Y en este manantial Do tengo mi retiro Mi espíritu se encierra; Yo soy el que suspiro De noche en su raudal. »Yo soy el que velando En esta margen bella Pródigo vierto en ella La vida y la salud. Tú en ella sin respiro Me vienes estrechando, Y yo la fe te inspiro, La ciencia y la virtud. »Tú luchas por la gloria De tu falaz creencia, Y espléndida existencia Preparas á tu grey: Y yo que sé tu historia, Tu origen y tu sino, Arreglo tu destino Por misteriosa ley. »Sí, tú eres una espada Que blande ajena mano: Tú á impulso soberano Obedeciendo vas: Tú siembras la simiente Que encuentras apilada: Mas siembras diligente Para quien va detrás. »De aquí me desalojas Cuando estos sitios pueblas, De aquí conmigo arrojas La gracia y el pudor: Mas yo vi en las tinieblas Resplandecer tus ojos, Te conocí, y de hinojos Di gracias al Señor. »Su vista rutilante, Que el universo abarca, Posada en tu semblante Desde tu cuna está: Y el dedo omnipotente Sobre tu noble frente Grabó la regia marca Que á conocer te da. »Naciste favorito Del genio y de la gloria; Tu nombre es la victoria, Tu voluntad ley es. Tu tiempo es infinito, Tus huellas indelebles; Los montes son endebles Debajo de tus pies. »¿Tú anhelas un tesoro? Mis lágrimas son perlas: El Darro te trae oro: Plata te da el Genil: Cien minas en tu suelo Posees: despierta á verlas, Y haz de este valle un cielo Para tu grey gentil. »Encumbra este hemisferio Con el poder de Oriente..... Yo en él haré á otra gente Plantar su pabellón. Yo te daré un imperio, Mas tú para pagarme Tendrás al fin que darme Tu fe y tu corazón. »Adiós ¡oh Nazarita! Mi aparición recuerda Cuando el pesar te muerda Con aguijón de hiel: No olvides en tu cuita Que abrió sobre este suelo La fuente del consuelo El ángel Azäel.» Tal dijo: y el divino Sér misterioso alzando La mano que posando Tenía en Al-hamar, Al fondo cristalino Volvióse de la fuente, Que su cristal bullente Sobre él volvió á cerrar. El ámbar que exhalaba Su aliento de ambrosía, La luz que derramaba Su forma, la armonía De que su voz llenaba La selva, y el encanto Con que su influjo santo Divinizó el vergel, Como neblina leve Que desvanece el aura Al punto que se mueve, Se disipó con él: Dudar pudiendo en suma La mente deslumbrada Si fué visión soñada El ángel Azäel. Tornó á la antigua calma Y soledad primera El bosque y la pradera: Y el príncipe Al-hamar, Sintiendo libre el alma Del fatigoso ensueño, De su tenaz beleño Se comenzó á librar. Su mente obscurecida Se iluminó: la historia Del sueño en su memoria Se comenzó á aclarar; Y al fin, el cuerpo suelto De su sopor y vuelto Á la razón y vida, Se despertó Al-hamar. La vista echando en torno Del sitio solitario, Reconoció el contorno; Mas como al ángel no, Sonrisa de desdeño Mostrando el juicio vario Que forma de su sueño, En la ciudad pensó. Pensó que de ella ausente Pasó la noche entera: Pensó en su inquieta gente Y se aprestó á partir, Mirando tras el monte Rayar la luz primera Del sol, que al horizonte Comienza ya á subir. Compuso en la cintura La faja tunecina; La suelta capellina Sobre la espalda echó, Y el aura respirando Del bosque y la frescura Del alba, el césped blando Con leve planta holló. Dió un paso en la pradera, Y alzando repentina La brisa matutina Su vuelo en el verjel, Como una mies ligera Dobló el ramaje umbrío, Y sacudió el rocío Depositado en él. Surcaron desprendidas Sus gotas el ambiente, Cual lluvia transparente, Espesa, universal: El aire deshacerlas No pudo, y esparcidas Quedaron como perlas Sobre la hierba igual. Ráfaga, empero, errante La brisa fué: su impulso, Durante un solo instante, Sin fuerzas espiró. Irguióse la arboleda Con rápido repulso, Y todo al punto á leda Tranquilidad volvió. Vertió desde la cumbre Del monte al hora misma El sol su nueva lumbre: Deshizo su arrebol La atmósfera en su prisma De múltiples colores, Y abriéronse las flores Á recibir al sol. Debajo de la tienda De sus plegadas hojas, Las clavellinas rojas, Los rojos alhelís Mostráronle con franca Exposición su ofrenda En otra perla blanca Cercada de rubís. Detuvo la indecisa Planta Al-hamar: su labio Bañó dulce sonrisa Su sueño al recordar, É incrédulo, si sabio, Juzgándolo quimera, Tornó por la ladera El paso á enderezar. Y por mostrar desprecio De sueños infundados, Los céspedes mojados Pisaba sin temor, Con indignado y recio Paso, truncando altivo El tallo inofensivo De una y otra flor. Mas pronto perturbado Su corazón de nuevo Latió desconcertado, Y comenzó á creer La aparición soñada Del celestial mancebo Inspiración enviada Por celestial poder. De cada flor que rota Derriba, ve que intacta La desprendida gota Resbala, y sin perder Su redondez compacta, En la mullida hierba Entera se conserva, Maciza al parecer. Tendió la regia mano Á la que más vecina Halló; mas al cogerla Reconoció Al-hamar Su sino sobrehumano: La gota cristalina Era una gruesa perla, Cual nunca las dió el mar. Su limpia transparencia, Su peso, su tamaño, Su origen, tan extraño Á cuanto oído fué, Aclaman infinita En número, inaudita En precio la opulencia Del rey que las posee. No tiene en las ignotas Minas que avara encierra Tesoro igual la tierra Ni en piedra, ni en metal: Cada una de las gotas Del celestial rocío De plata vale un río En precio á un reino igual. ¡Bendito el que tesoro Tal poseer le cabe! ¡Bendito el que le sabe Empleo digno dar! ¡Dichoso el Nazarita Amir del pueblo moro, En quien está bendita La estirpe de Nazar! Cayó Al-hamar de hinojos, Y alzando al firmamento Las manos y los ojos, Con exaltada fe, «Señor, dijo, yo admito Un dón tan opulento, Y á dón tan infinito Corresponder sabré.» Y así Al-hamar diciendo, Y el dón agradeciendo Que liberal le envía La mano del Señor, Las perlas recogía..... Y acaba al recogerlas EL LIBRO DE LAS PERLAS. ¡De Aláh sea en loor! Libro de los Alcázares. ¡Granada! Ciudad bendita Reclinada sobre flores, Quien no ha visto tus primores Ni vió luz, ni gozó bien. Quien ha orado en tu mezquita Y habitado tus palacios, Visitado ha los espacios Encantados del Edén. Paraíso de la tierra, Cuyos mágicos jardines Con sus manos de jazmines Cultivó celeste hurí, La salud en ti se encierra, En ti mora la alegría, En tus sierras nace el día, Y arde el sol de amor por ti. Tus fructíferas colinas, Que son nidos de palomas, Embalsaman los aromas De un florido eterno Abril: De tus fuentes cristalinas Surcan cisnes los raudales: Bajan águilas rëales Á bañarse en tu Genil. Gayas aves entretienen Con sus trinos y sus quejas El afán de las abejas Que en tus troncos labran miel: Y en tus sauces se detienen Las cansadas golondrinas Á las playas argelinas Cuando emigran en tropel. En ti como en un espejo Se mira el profeta santo: La luna envidia el encanto Que hay en tu dormida faz: Y al mirarte á su reflejo El arcángel que la guía, Un casto beso te envía Diciéndote:--«Duerme en paz.» El albor de la mañana Se esclarece en tu sonrisa, Y en tus valles va la brisa De la aurora á reposar. ¡Oh Granada, la sultana Del deleite y la ventura! Quien no ha visto tu hermosura Al nacer debió cegar. ¡Aláh salve al Nazarita, Que derrama sus tesoros Para hacerte de los Moros El alcázar imperial! ¡Aláh salve al rey que habita Los palacios que en ti eleva! ¡Aláh salve al rey que lleva Tu destino á gloria tal! Las entrañas de tu sierra Se socavan noche y día; Dan su mármol á porfía Geb-Elvira y Macaël; Ensordécese la tierra Con el són de los martillos, Y aparecen tus castillos, Maravillas del cincel. Ni un momento de reposo Se concede: palmo á palmo, Como á impulso de un ensalmo, Se levanta por doquier El alcázar portentoso Que, mofándose del viento, Será eterno monumento De tu ciencia y tu poder. Reverbera su techumbre Por las noches, á lo lejos. De las teas á la lumbre Que iluminan sin cesar Los trabajos misteriosos, Y á sus cárdenos reflejos Van los Genios sus preciosos Aposentos á labrar. ¿De quién es ese palacio Sostenido en mil pilares, Cuyas torres y alminares De inmortales obras son? ¿Quién habita el regio espacio De sus cámaras abiertas? ¿Quién grabó sobre sus puertas Atrevido su blasón? ¿De quién es aquella corte De galanes Africanos Que le cruzan tan ufanos De su noble Amir en pos? En su alcázar y en su porte Bien se lee su nombre escrito: _Al-hamar_.--¡Aláh bendito, Es la ALHAMBRA!--¡Gloria á Dios! ALHAMBRA ¡Salud, favorita bella Del Amir más poderoso! ¡Salud, tienda de reposo De la gloria y el placer! ¡Vele Dios tu buena estrella, Dichosísima señora! ¿Quién de ti no se enamora Si una vez te llega á ver? Al-hamar vertió en tu seno De sus perlas los tesoros, Te hizo perla de los Moros, Puso reinos á tus pies. Noble Reina, de labores Tu real manto arrastras lleno, Y cada una de sus flores Un soberbio alcázar es. Hermosísima Africana, Ríe y danza voluptuosa: Tu albo seno es una rosa En lo fresco y lo gentil. Regocíjate, Sultana, Ríe y danza sin pesares, Que el compás de tus danzares Llevarán Darro y Genil. Ríe y danza: ¿quién descuella Como tú en poder y gala? ¿Quién compite, quién iguala Tu opulenta majestad? Donde tú sientas la huella Van sembrando los amores La semilla de las flores Que perfuman tu beldad. ¿Dónde está la altiva reina Que á la par de ti se ostente? ¿Dónde está la que su frente Se corone como tú? Son jardines tus cabellos, Que aromado el viento peina Cuando Mayo prende en ellos Tocas de verde tisú. Diadema con que se ciñe Tu Granada, son tus brillos Del color en que se tiñe Roja el alba al purpurar; Tus diamantes son palacios Engastados en cintillos De murallas de topacios, Que deslumbran el mirar. Y esas bóvedas ligeras Cual prendidos cortinajes, Y esos muros como encajes, Delicados en labor, De las manos hechiceras De los Genios han salido, Que en secreto ha sometido Á su dueño el Criador. ¡Regia Alhambra! ¡Áureo pebete, Perfumero de Sultanas! Tus arábigas ventanas Son las puertas de la luz. El Oriente se somete Á tus pies como un cautivo, Y hace bien de estar altivo De tenerte el Andaluz. GENERALIFE Y GRANADA Á VISTA DE PÁJARO Entre lirios mal velado El galán Generalife Da al ambiente enamorado Dulces besos para ti; Como Ondina que ligera Huyendo desde su esquife, Vuelto el rostro á la ribera, Se los da á quien queda allí. ¿Que Sultán su alcázar tiene De jardines enramado, De una peña así colgado En mitad del aire azul? Con los siervos que mantiene El del Bósforo sonoro No hará nunca á fuerza de oro Otro igual en Estambul. Del peñón en la alta loma Semejando está que vuela, Como rápida paloma Que se lanza de un ciprés: Mas si el ojo se asegura De que inmoble está en la altura, Le parece una gacela Recostada entre una mies. Sus calados peristilos, Sus dorados camarines, Sus balsámicos jardines De salubre aire vital, De los Silfos son asilos, Que, meciéndose en sus flores, Cantan libres sus amores En su lengua celestial. Y en las noches azuladas Del verano, oculta cita Trae amantes á las Hadas Sus caricias á gozar: Y al rayar el alba hermosa Que interrumpe su visita, En sus alas de oro y rosa Tornan vuelo á levantar. Atalaya de Granada, Alminar de excelsa altura De la atmósfera más pura Colocado en la región: ¿Qué no ven de cuanto agrada Tus ventanas por sus ojos? ¿Qué se niega á los antojos Del que asoma á tu balcón? Junto á ti los Alijares Ataviados á lo moro En el río de aguas de oro Ven su gala y brillantez; Más allá, sobre pilares De alabastro, _Darlaroca_ Con su frente al cielo toca, Que la sufre su altivez. Á su par los frescos baños De las Reinas granadinas, Cuyas aguas cristalinas Se perfuman con azahar Y se entoldan con las plumas De mil pájaros extraños, Que se van con grandes sumas Á las Indias á comprar. Á tu izquierda el montecillo Cuyo pie Genil evita, Reflejando en sí la Ermita De los siervos de la Cruz: Á tu diestra el real castillo Sobre el cual voltea inquieta La simbólica veleta Del bizarro Aben-Abuz. Más allá los cerros altos (Cuyo nombre y cuya historia Dejarán dulce memoria) Del Padul y de Alhendín: Y allá más los grandes saltos De las aguas de la sierra, Cuya eterna nieve cierra De tus reinos el confín. Á tus pies Torres-Bermejas Con sus cubos pintorescos, Que avanzadas y parejas Aseguran tu quietud: Y bajo ellas, el espacio Respetando del palacio De su rey, los valles frescos Donde habita la salud. ¡Oh pensil de los hechizos, Bien amado de la luna! ¿Qué echa menos tu fortuna En la gloria en que te ves? Abre, avaro, antojadizos Tus moriscos ajimeces, Y ve qué es lo que apeteces Con Granada ante tus pies. De tu vista caprichosa ¿Qué no alcanzan los deseos? Sus mezquitas, sus paseos, Su opulento Zacatín, Su bib-rambla bulliciosa Con sus cañas y sus toros: De valor y amor tesoros Albunést y el Albaicín: Sus colmados alhoriles, Sus alhóndigas rëales, Sus sagrados hospitales, Regias obras de Al-hamar, Todo está bajo tu sombra ¡Oh florón de los pensiles! De tus plantas siendo alfombra Y encantándote el mirar. ¡Oh palacio de la zambra, Camarín de los festines, Alto rey de los jardines, De aguas vivas saltador, Real hermano de la Alhambra, Pabellón de auras süaves, Favorito de las aves, Y del alba mirador: De los pájaros el trino, De las auras el arrullo, De las fiestas el murmullo Y del agua el manso són, Dan al ámbito divino De tu alcázar noche y día Una incógnita armonía Que embelesa el corazón! Encantado laberinto Consagrado á los placeres, Tú escalón del cielo eres, Tú portada del Edén. En tu mágico recinto Escribió el amor su historia, Y á los justos en la gloria Las huríes se la leen. AL-HAMAR EN SUS ALCÁZARES Liberal de sus erarios, Protector del desvalido, Fiel, lëal para el vencido Y del sabio amparador: Por amigos y contrarios Estimado en paz y en guerra, Es la egida de su tierra Al-hamar el vencedor. En la paz, rey justiciero, Oye atento en sus audiencias Y da recto sus sentencias Por las leyes del Korán. En la guerra, compañero Del soldado, buen guerrero, Por valiente va el primero Como va por capitán. Ostentosa en aparato, Costosísima en su porte, Á los ojos de su corte Muestra su alta dignidad: Pero al dar con tal boato Real decoro á la corona, Niega sobrio á su persona Lo que da á su majestad. No dejado, mas modesto En su gala y vestidura, Da á su cuerpo limpia holgura Y elegante sencillez: Y recibe á su presencia, Dondequiera al bien dispuesto, Con cordial benevolencia Al dolor y á la honradez. Franco, afable, igual, sencillo En su vida y ley privada, En su pecho está hospedada La leal cordialidad; Y depuesto el regio brillo, Los amigos de su infancia En el fondo de su estancia Hallan siempre su amistad. Sus más fieros enemigos Los Amires castellanos Le visitan cortesanos Y le piden protección: Y él les trata como á amigos, Con sus nobles les iguala, Les festeja y les regala Sin doblez de corazón. Moderado en sus placeres Cual frugal en sus festines, Da opulento á sus mujeres Mesa opípara en su harén; Pero no entra en sus jardines Tierno amante ó fiel esposo Hasta la hora del reposo, Como á un Príncipe está bien. El Korán cuatro sultanas Le permite, y como tales En sus Cámaras rëales Alojadas cuatro están. Á las cuatro tiene vanas El amor del Nazarita, Mas ninguna es favorita En el alma del Sultán. Las almées y los juglares De más gracia y más destreza Tiene á sueldo, con largueza Atendiendo á su placer: Y en sus fiestas familiares Las prodiga el noble Moro Cuanto pueden amor y oro Por espléndido ofrecer. Es su harén del gozo fuente Y de fiestas laberinto: Estremece su recinto Siempre alegre conmoción, Y resuena eternamente Por los bosques de la Alhambra El compás de libre zambra, De las músicas el són. Al-hamar en tanto, á solas Con sus íntimos cuidados, En el bien de sus estados Piensa inquieto sin cesar; Y sobre las mansas olas De aquel mar de dicha y calma Brilla el faro de su alma, Vela el ojo de Al-hamar. Afanoso, inquieto, activo Mientras dura el día claro, De los débiles amparo, Peso fiel de la igualdad, Sin quitar pie del estribo, Sin dejar puerta, ni torre, Ni mercado, ve y recorre Por sí mismo la ciudad. Por doquier con recta mano La justicia distribuye, Por doquier sagaz se instruye De las faltas de su ley, Y la enmienda soberano Del bien de su pueblo amigo, Porque sirva de castigo Y de amparo de su grey. Así el noble Nazarita, Rey y luz del huerto ameno De Granada, Edén terreno Modelado en el Korán, Sus alcázares habita De virtud siendo rocío, Siendo rayo del impío Y decoro del Islam. Vencedor, nunca vencido, Rey piadoso, juez severo, En la lid buen caballero Y en la paz sol de su fe: De sus pueblos bendecido, De enemigos respetado, Y de fieles rodeado, El excelso Amir se ve. Y así mora el Nazarita Sus alcázares dorados, Misteriosamente alzados Del placer para mansión. Mas ¿quién sabe si él habita Su morada encantadora, Y el pesar oculto mora En su regio corazón? Triste, insomne, solitario, Como sombra taciturna Que á su nicho funerario Un conjuro hace asomar, Á las brechas angulares De su torre de Comares En la lobreguez nocturna Tal vez asoma Al-hamar. Apoyado en una almena De la gigantesca torre, Del río que á sus pies corre Oye distraído el són, Y contempla en los espacios, Que la espesa sombra llena, De su corte y sus palacios El fantástico montón. Pertinaz á veces mira Del fresco valle á la hondura, Sombra, espacio y espesura Anhelando penetrar: Muévese allí el aura mansa No más: de mirar se cansa, Y el rostro vuelve y suspira Melancólico Al-hamar. ¡Cuántas veces en la almena Le sorprende la mañana, Y al afán que le enajena Treguas da su resplandor: Y sin dar un hora al sueño, De Granada vuelve el dueño De sí á echar lo que le afana, De sí mismo vencedor! Mas ¿quién lee sobre su frente El oculto pensamiento Que tras ella turbulento Lleva el alma de él en pos? Sólo Aquél que da igualmente Las venturas y los males, Y las dichas terrenales Con el duelo acota.--Dios. Dios, que tierra y mar divide, La eternidad sonda y mide, Del espacio sabe el límite Y del mundo ve el confín. Dios, cuya grandeza canto, Y con cuyo nombre santo Al LIBRO DE LOS ALCÁZARES Reverente pongo fin. Libro de los espíritus. RECUERDOS ¿Qué flor no se marchita? ¿Cuál es el fuerte roble Que el huracán no troncha Ó el tiempo no carcome? ¿Qué dicha no se acaba? ¿Qué hora veloz no corre? ¿Qué estrella no se eclipsa? ¿Qué sol nunca se pone? ¿Adónde está el alcázar En cuyas altas torres La tempestad no ruge Cuando el nublado rompe? ¿Quién es el que ha cruzado El piélago salobre Sin que su nave un punto La tempestad azote? ¿Quién fué por el desierto Pisando siempre flores? ¿Ni quién pasó la vida Sin duelos ni pasiones? ¿Ni quién es el que en calma Durmió todas las noches Sin que el pesar un punto Tenido le haya insomne? Ninguno. El rey altivo, Como el esclavo pobre, Al reclinar cansados Su frente por la noche. Ya en mendigada paja, Ya en ricos almohadones, Perciben que un gusano El corazón les röe. Es el afán secreto Que agita eterno, indócil Al corazón, y gira Con la veleta móvil Del pensamiento vano. ¡Dichoso el que conoce Que Dios tan sólo llena El corazón del hombre! Por eso el Nazarita, Que aunque de Dios favores Sin tregua ha recibido, Á humanas condiciones Sujeto está, va presa De afanes interiores Rumiando pensamientos Que su atención absorben. Va solo, atravesando El enramado bosque Que cubre el fresco valle, Donde al mullido borde De fuente cristalina Que mana entre las flores, Un sueño misterioso Le embelesó una noche. Va solo, meditando Los agrios sinsabores, Que danle de su reino Civiles disensiones. De Dios pesa la mano Sobre su pueblo y torpe Tal vez contra sí mismo Va á dirigir sus golpes. ¿Qué han hecho al fin sus sabios Proyectos creadores? ¿Qué al fin han producido Tesoros tan enormes Como él ha dispendiado Para elevar el nombre De su gentil Granada Sobre el de cien naciones? Cubrió los verdes cerros De gigantescas moles: Tornó en frondosos cármenes Sus valles y sus montes: Mas la soñada dicha De sus intentos nobles ¿Do está si á los humanos No pudo hacer mejores? Riqueza dió á los Moros, Con la riqueza dióles Poder, victoria, fama..... Mas dió á sus corazones Con ella más deseos Y orgullo y vicio dobles: Y al fin ¿qué es lo que logra? Doblar sus ambiciones. Con ellas la discordia Germina al par: mayores Triunfos tal vez alcancen Sus armas: tal vez logren Á empresas más gloriosas Dar cima, y sus pendones Clavar sobre los muros Que á los contrarios tomen. Mas ¡ay cuando su fuerza Contra ellos mismos tomen! Mas ¡ay cuando su ciencia Se emplee en invenciones De pérfida política, De códigos traidores Que, leyes pregonando, Su destrucción pregonen: Y el reino que él fundara De tanto afán á coste, Por él seguro acaso De extrañas invasiones, Tal vez consigo mismo Luchando se destroce, Y abra á un sangriento circo Su alcázar sus balcones! Tal vez un rey cristiano, Sagaz y fuerte entonces, Desde Castilla viendo Los árabes discordes, La hoguera de sus iras Certeramente sople Y al frente de Granada Presente sus legiones. Así Al-hamar discurre, Con cálculos precoces Llorando por Granada, La flor de sus amores; Así Al-hamar se aflige, Y á solas por el bosque Se mete, absorto y triste Con sus cavilaciones. Era una hermosa tarde De Abril: los resplandores Del sol, que á ocaso baja Manchando el horizonte Con tintas de oro y púrpura, Los pardos torreones Alumbra de la Alhambra Con rayos tembladores. Ya la última montaña Á largo andar transpone El sol: ya dora sólo Los altos miradores De los palacios árabes: Cayendo al fin se esconde Tras la montaña entero, Y allá la mar le sorbe. El pálido crepúsculo, Que va tras él, recoge La luz que al día resta; Da un paso más, y el orbe Con cuanto bello abarca En lúgubres crespones Emboza poco á poco La silenciosa noche. Nubló su espesa sombra Los ojos brilladores Del distraído príncipe, Y al mundo real volvióle: Volver quiso él las bridas De su caballo, dócil Á su llamada siempre, Pero rebelde hallóle. Era el caballo de árabe Raza, leal y noble; Mas por la vez mi primera Su origen desmintióse. La voz de su jinete Desconoció: aplicóle La espuela; y, al sentirla, Feroz encabritóse. Mira Al-hamar en torno Si hay algo que le asombre, Y al extender la vista El sitio reconoce; Junto á la fuente se halla Á cuyo són durmióse Años atrás soñando Con célicas visiones. La idea más recóndita De su cerebro entonces Se levantó espantando Su corazón. Las dotes Divinas del espíritu Que allí le habló: los dones Que recibió del Cielo Desque á él aparecióse: Su celestial historia, Sus celestiales órdenes Que obedeció arrastrado De impulsos superiores: De gloria y de opulencia Las altas predicciones, En todo con sus místicos Oráculos conformes, Todo fué cierto; todo Cual lo soñó cumplióse. ¿No será, pues, su raza Quien sus afanes logre? ¿No es, pues, el Dios que adora El Dios de sus mayores, Y él hizo una diadema Con que otro se corone? Su mente obscurecieron Densísimos vapores: Dudó: tembló dudando: El corazón turbósele, Y así exclamó en la sombra Con temerosas voces, Que ahogó el murmullo manso Del manantial y el bosque: «Espíritu, que el fondo »De ese raudal esconde: »Yo obedecí sumiso »Tus misteriosas órdenes, »Y soy la sola víctima »De tu presencia; tórname, »Pues, á la fe primera, »Ó con tu ley abóname.» Dijo: y, como acosado Por invisible golpe, Saltó el caballo fiero Con repentino bote, Por medio de las sombras Lanzándose á galope: Y el rey arrebatado Á su pesar sintióse. LA CARRERA I Lanzóse el fiero bruto con ímpetu salvaje Ganando á saltos locos la tierra desigual, Salvando de los brezos el áspero ramaje, Á riesgo de la vida de su jinete real. Él con entrambas manos le recogió el rendaje Hasta que el rudo belfo tocó con el pretal: Mas todo en vano: ciego, gimiendo de coraje, Indómito al escape tendióse el animal. Las matas, los vallados, las peñas, los arroyos. Las zarzas y los troncos que el viento descuajó. Los calvos pedregales, los cenagosos hoyos Que el paso de las aguas del temporal formó. Sin aflojar un punto ni tropezar incierto, Cual si escapara en circo á la carrera abierto, Cual hoja que arrebatan los vientos del desierto. El desbocado potro veloz atravesó. Y matas y peñas, vallados y troncos En rápida, loca, confusa ilusión Del viento á los silbos, ya agudos, ya roncos, Pasaban al lado del suelto bridón. Pasaban huyendo cual vagas quimeras Que forja el delirio, febriles, ligeras, Risueñas ó torvas, mohinas ó fieras, Girando, bullendo, rodando en montón. Del álamo blanco las ramas tendidas, Las copas ligeras de palmas y pinos, Las varas revueltas de zarzas y espinos, Las yedras colgadas del brusco peñón, Medrosas fingiendo visiones perdidas, Gigantes y monstruos de colas torcidas, De crespas melenas al viento tendidas, Pasaban en larga fatal procesión. Pasaban, sueños pálidos, antojos De la ilusión: fantásticos é informes Abortos del pavor: mudas y enormes Masas de sombra sin color ni faz. Pasaban de Al-hamar ante los ojos, Pasaban aturdiendo su cabeza Con diabólico impulso y ligereza, En fatigosa hilera pertinaz. Pasaban y Al-hamar las percibía Pasar, sin concebir su rapidez, En más vertiginosa fantasía, En más confusa y tumultuosa orgía, Más juntas, más veloces cada vez: Y atronado su espíritu cedía Á la impresión fatídica, y corría Frío sudor por su morena tez. Y en su faz estrellándose el viento, La ponía en nerviosa tensión, Y cortaba el camino al aliento, Y prensaba el cansado pulmón; Y, golpeando en sus sienes sin tiento De su sangre el latido violento, Sus oídos zumbaban con lento Y profundo y monótono són. Ya creía que, huyendo el camino Del corcel bajo el cóncavo callo, Galopaba sobre un torbellino, Mantenido en su impulso no más; Ya creía que el negro caballo, Por la ardiente nariz y los ojos Despidiendo metéoros rojos, Rastro impuro dejaba detrás. Ya sorbido por denso nublado, Con la lluvia, el granizo y centellas De que lleva su vientre preñado, Cree que va fermentando á la par; Nubes cruza tras nubes, y en ellas, Del turbión al impulso sujetos, Mira mil nunca vistos objetos Remolinos eternos formar. De este vértigo horrible transido Caminaba á las riendas asido, En los corvos estribos seguro Y entre el uno y el otro borrén Empotrado, dejando abatido Por el bruto llevarse en lo obscuro: Y empezaba á perder el sentido Del escape mareado al vaivén. Rendido y las fuerzas perdiendo Al vértigo intenso cedió; Y loco el cerebro sintiendo, Los ojos cerrar no pudiendo La ciega mirada fijó, Tenaz contracción manteniendo No más su equilibrio, y corriendo Cual otro fantasma siguió. Y espacios inmensos cruzando, Y atrás á la tierra dejando, Las vallas de sombra saltando Que cercan el mundo mortal, Creyóse su mente perdida En tierra jamás conocida, Región de otra luz y otra vida, De atmósfera limpia é igual. Y vió que un alba serena Con blanquísimos reflejos Amanecía á lo lejos En esta nueva región: Y el alma, exenta de pena Cruzando el éter tranquilo, Volaba á un eterno asilo En otra inmortal mansión. Suavísimo arrobamiento, Deliquio dulce invadióle, Y encima del firmamento En el Edén se creyó. Luz vaga alumbró su mente Y ante los ojos pasóle El Paraíso esplendente Que Mahomad visitó. El místico y nocturno Viaje del Profeta Juzgó que iba á su turno Sobre el Borak á hacer: Y la ilusión sujeta Á lo que de él relata La bóveda de plata De un cielo empezó á ver. Los astros vió suspensos De auríferas cadenas Y sus lumbreras llenas De espíritus de luz: Espíritus inmensos En formas de caballos, De corzos y de gallos De enorme magnitud. Vió islas encantadas Flotando en los espacios, Con templos de topacios Y muros de marfil: Y casas fabricadas De nácar, cuyas puertas De ébano dan abiertas Sobre jardines mil. Allí sobre alhamíes De cedro y palo-rosa, Bajo la sombra undosa Del tilo y del moral, Yacer vió á las huríes Que, á mil amores tiernas, Conservarán eternas Su gracia virginal. Y atravesó campiñas Fresquísimas y amenas De bosques de ámbar llenas Y cerros de cristal, Y prodigiosas viñas, Que en frutos dan opimos Las perlas en racimos En tallos de coral. Vió grutas pintorescas Por Sílfides moradas, Cubiertas sus portadas Bajo el flotante tul De mil cascadas frescas Que, atravesando prados De hermoso añil sembrados, Van tintas en su azul. Caer las vió en riberas Donde reposan mansos Los monstruos y las fieras De tierra, viento y mar: Y en plácidos remansos, El sueño entreteniéndolas, Vió cisnes y oropéndolas Bañarse y juguetear. Y vió dorados peces En tumultuoso bando Á flor de el agua á veces Pacíficos nadar, Y á veces, elevando Por cima de las olas Los lomos y las colas, La orilla salpicar. Vió luego estos ríos Crecer sin vallares, Perdiéndose en mares De leche y de miel: Y en ellos navíos Do van los amores Meciéndose en flores De uno á otro bajel. Murmullo tras ellos Levantan sonoro Mil góndolas de oro De concha y marfil, Do van Silfos bellos Vogando con velas De chales y telas De seda sutil. Espuma levantan Inquietos remando Los mil gondoleros Que van tripulando Los barcos veleros; Y danzan ligeros Y armónicos cantan Alegre canción: Y mil gayas aves, Que siguen las naves, Al sol esponjando Sus plumas distintas De mil varias tintas De azul, gualda y oro, Imitan en coro Del cántico el són. Al lejos el viento Responde á su acento Allá en la arboleda Moviendo rumor: Y el eco, que atento En lo alto se queda, Burlón le remeda Cual sabe mejor: El cuadro divino, La paz, la ventura, Perfume, frescura, Y luz celestial De aquel peregrino País, torna pura Al rey granadino La calma vital. Y en rápido vuelo Pacífico y blando Los aires surcando Se siente llevar: Y ve que, sin suelo Do fije el caballo El áspero callo, Cruzando va el mar. Del líquido el fondo Contempla pasando, Y alcanza mirando Del agua al trasluz El álveo redondo, Que puebla radiante Cohorte flotante De peces de luz. Sutiles vapores Le impelen süaves Y costas y naves Se deja detrás: Y espacios mayores Cruzando en su vuelo Aborda del cielo Las costas quizás. Avanza y niebla Pálida ve Que el aire puebla, Según pie á pie Ganando va Aquel extenso Espacio inmenso Do errando está: Y le parece Que se ennegrece Mar, niebla y viento En torno de él, Y que se acrece Cada momento El movimiento De su corcel. Anochece, Y obscurece Más apriesa Cada vez El ambiente, Que se espesa Con creciente Lobreguez. El camino Desparece: Y, sin tino Ni destino Que comprenda, Sobre senda Audazmente Carrilada Por un puente De movible Tirantez, Tan delgada Como el hilo En que se echa Descolgada Una oruga, Como arruga Que en tranquilo Lago tiende Cuando hiende Su agua el pez, Tan estrecha Como el filo De una espada, Como flecha Disparada, Cual centella Desatada, Va sin huella Perceptible El perdido Nazarita, Con horrible É infinita Rapidez. Es el puente De la vida, Que la gente Á luz venida Ha por fuerza De pasar. El que intente Y haga entera Su carrera, Y de frente Sin caída La salida Logre hallar, Por las puertas Celestiales Á las huertas Inmortales Como un ángel Ha de entrar, Las delicias Eternales Y los gustos Perenales De los justos Á gozar. Á este paso Tan estrecho, (Cuyo escaso Corto trecho Es camino Tan dudoso De cruzar, Pero fallo Riguroso Del destino Y ley santa Que acatar), Se adelanta Vigoroso El caballo Misterioso De Al-hamar. Temeroso De mirar, Espumoso, Siempre hirviente, Rebramando Eternamente Y azotando Siempre el puente Con horrísono Bramar, Bajo de él Hierve el mar. ISRAFEL Allí está Para ver El que va Sin caer, Y pasar No dejar Al infiel: Y he aquí Que por él Va á pasar El corcel De Al-hamar: Llega, avanza: Ya se lanza, Ya en él entra. Ya se encuentra Suspendido Sobre el puente Sacudido Por el piélago Bullente, Cuyo cóncavo Rugido Se levanta Sin cesar. Aturdido, Sin mirar Á la indómita Corriente Que le espanta, Sin osar Aspirar El ambiente Que le anuda La garganta, Sin que acuda Tierra ó cielo En su ayuda, Vuela y pasa, Justiciero Rey prudente, Juez severo Y valiente Caballero, El primero De la casa De Nazar. El puente Vacila El Príncipe Oscila, Perdido El sentido, Demente, Transido De horror. Ya toca La opuesta Ribera: Ya poca Carrera Le cuesta. ¡Valor! Ya llega: Le ciega El pavor. ¡Ah! ¡Dadle Favor! ¡Salvadle, Señor! Saltó. Pasó Con bien Y allá Cayó De pie. Salvo Fué, ¡Oh! Ya ¿Quién Ve Do Va? Libro de las Nieves. INSPIRACIÓN No hay más que un solo Dios. ÉL solo es grande, Solo infinito, omnipotente solo. Nada hay que para ser no le demande Licencia: ÉL pesa la virtud y el dolo, Y el premio envía ó el azote blande. Todo lo oye y lo ve de uno á otro polo, Y cosa no hay por elevada ú honda Que á su mirada universal se esconda. No hay más que un solo Dios, cuya crëencia Luz es y salvación: doquier la marca Brilla de su poder y de su ciencia. Dios solo es triunfador; solo monarca Del universo es ÉL: su omnipotencia Con ley universal todo lo abarca: Su presencia inmortal todo lo inunda, Todo lo vivifica y lo fecunda. ÉL los mundos arregla ó desordena Según su excelsa voluntad divina: ÉL al tiempo dirige: ÉL encadena Los elementos á sus pies: domina El huracán: tras el nublado truena: Luce á través del alba purpurina: Entapiza con nieve las montañas, Y abrasa con volcanes sus entrañas. El murmullo del agua, el són del viento, El susurro del bosque estremecido Por sus inquietas ráfagas, el lento Arrullo de la tórtola, el graznido Del cuervo vagabundo, todo acento Por ave, fiera ó eco producido, El nombre santo de su Dios pronuncia, Su gloria canta, su poder anuncia. ÉL los errantes astros encamina: ÉL azula la atmósfera serena: ÉL crea y ÉL destruye, alza y arruina: ÉL, infalible juez, salva y condena: ÉL solo ni envejece, ni declina: ÉL solo el hueco de los mundos llena: El orbe encima de su palma cabe: Solo ÉL no yerra nunca: solo ÉL sabe. No hay más que un solo Dios. Los que le niegan Con altivez blasfema, palidecen Cuando al umbral de su sepulcro llegan: Los que en su ciencia ruin se ensoberbecen Y de ÉL se mofan, al morir le ruegan. Por ÉL existen y por ÉL perecen Todos. No hay más que un Dios. Ante su nombre ¿Qué es el orgullo y el saber del hombre? Siglo, que audaz el de la luz te llamas Y por miles de plumas y de bocas El manantial de tu saber derramas: Siglo de ciencia, que el error derrocas, La virtud premias y el ingenio inflamas: Siglo, que dices que á la cumbre tocas De la dicha, que el mundo civilizas Y tu raza de sabios divinizas: Siglo de prensas y de bolsa y agio, Que, en carros de vapor, hasta la luna Intentas difundir el gran contagio De la ciencia, y parar á la fortuna Con tus empresas mil..... ¡siglo de plagio Que, en solos nueve lustros, en sí aduna Más _maestros_, _artistas_ y _doctores_ Que hubo en ciento estudiantes y lectores!.... ¿De dónde vienen los que nacen? ¿Dónde Van los que mueren? ¿Dónde, en qué lejano Lugar se acuesta el sol? ¿En cuál se esconde La luna de su luz? ¿Cuál es la mano Que les guía á los dos? Habla, responde, Orgullo necio del saber humano, Hojea el libro de tu ciencia osada: ¿Qué es lo que sabes de tu origen?--NADA. No hay más que un solo Dios, que nada ignora: ÉL conoce las puertas de la tierra; Abre las de la cuna y de la aurora: Las de la noche y de la tumba cierra. Más allá de las dos ÉL solo mora, ÉL solo sabe lo que allá se encierra; De allá viene, allá va quien nace y muere. ¿Por qué? Su voluntad así lo quiere. Mas detente ¡oh Espíritu divino! ¡Oh Arcángel de la Fe! Tú, cuyo paso Buscando un día al corazón camino Ahogó á las Musas y aplanó el Parnaso: Único fuego que del cielo vino, Calma tu inspiración en que me abraso: No ensayes en el arpa del poeta Los cantos del salterio del Profeta. Mi limitada comprensión humana, Mi ruda voz y tosca poesía Eleve, sí, tu inspiración cristiana Y dignas sean de la patria mía. Enaltece mi ingenio, porque ufana Pueda hijo suyo apellidarme un día, Y de mi nombre, si al olvido vence, La tierra en que nací no se avergüence. Mas dejemos al siglo ir desbocado De los pasados siglos tras la herencia, En el carro del oro arrellanado, Ó suspendido en alas de la ciencia. Dejémosle seguir la ley del hado Según su voluntad ó su conciencia, Sin que perturbe su insensata orgía El himno audaz de la creencia mía. Tiéndeme, pues, tu alas de zafiros, Y lejos de él transpórteme tu vuelo Donde sus carcajadas y suspiros No desgarren del aire el puro velo. De él á través con luminosos giros Álzame adonde, con eterno hielo Cubriendo su cerviz, Sierra Nevada Salutíferas auras da á Granada. Llévame á los recónditos asilos De aquellas misteriosas soledades, Cuyos monstruos de nieve ven tranquilos Nacer y perecer razas y edades. Muéstrame las cavernas y los silos Donde van á dormir las tempestades, Por cima del peñón desconocido En que suspende el águila su nido. Del Supremo Hacedor la sabia mano No creó sin destino esos lugares Inaccesibles al orgullo humano: Ni envueltos en sus mantos seculares De nieve espían sin cesar en vano Esos gigantes blancos tierra y mares. Subamos, pues, sobre las auras leves Al misterioso alcázar de las nieves. LA CARRERA II En las desiertas cumbres que la sierra Á las legiones de la luz levanta, Paso al cielo tal vez desde la tierra: Allí, donde árbol, animal, ni planta, Ni vegeta, ni vaga, ni se encierra Bajo la eterna nieve, y se quebranta Cuanto vida ó calor toma del suelo Al peso de una atmósfera de hielo, Se abre por las montañas un camino, Más bien un tajo, que sus breñas parte Como una faja de planchado lino, El cual dirige al colosal baluarte De la nieve. Jamás tan peregrino Sendero supo fabricar el arte, Ni inspirarle á la mente más risueño Maga oriental en hechizado sueño. Á ambas orillas de su senda blanca Labra caprichos mil el aire helado, Que el ampo trae que el remolino arranca, Dejándole doquier cristalizado. La agua congela y el vapor estanca Y cincela sutil filigranado Del hielo en el cristal, cuyas labores Descomponen la luz en mil colores. Mas como sus espléndidos reflejos De la nieve se estrellan en la alfombra, Y en el mate cristal de sus espejos Mata al color la blanquecina sombra, Todo es blanco doquiera, cerca y lejos: Todo el país descolorido asombra Con su igualdad la vista: blanco el suelo, Blanco el espacio puro, blanco el cielo. Y allá del peñascal en la estrechura, Por el lugar do empieza este sendero Á blanquear en el fin de la llanura, Comienza á negrear bulto ligero. Crece..... se aclara como va la altura Ganando. Es un mortal: un caballero Moro: y, conforme lo veloz que sube, Parto fué su corcel de alguna nube. El ampo de la nieve no desflora Con el herrado casco en su carrera, Y, al ver la forma aérea y voladora De jinete y corcel, se les tuviera Mejor por ilusión fascinadora Que por seres de vida verdadera: Pues ¿quién sino fantásticas visiones Osaran arribar á estas regiones? Mas ¿quién bajo los pliegues ve espumosos Del mullido tapiz de copos leves? ¿Quién conoce los seres vaporosos Que la región habitan de las nieves? ¿Quién sabe qué destinos misteriosos Les dió Aquél que, con dos palabras breves Cuando hizo el orbe, al hielo cristalino Del sol su destructor puso vecino? ÉL solo, Dios. Recóndito misterio Envuelve los contornos liminares De aquel helado y silencioso imperio Escondido entre rocas seculares. Solo ÉL ve lo que encierra este hemisferio, Por entre cuyos blancos valladares La ardua ascensión al último acomete, Cual suelta nube, el Árabe jinete. De peñón en peñón, de risco en risco, El tortuoso camino va siguiendo Sobre su negro potro berberisco, Y á los nublados bajo sí va viendo Fermentar en sus vientres el pedrisco De invisibles torrentes al estruendo, Y según sube hacia la azul esfera Va aflojando el caballo su carrera. ¿Quién es?--Vuela perdido en la distancia: Su forma es vaga sombra todavía. ¿Do va?--¿Y quién su poder ó su arrogancia Sabe? Tal vez á la mansión del día. Genio, tal vez allí tiene su estancia: Mortal, de un filtro acaso se valdría; Mas ya trepa al confín: ya poco á poco Modera su corcel su ímpetu loco. Ya Se Ve Que Dando Se va, Más blando Al freno. Ya no bota De ira lleno, Ni va ajeno De derrota Desbocado, Como mata Que arrebata Desbordado Rapidísimo Turbión. Ya se dilata Su fauce henchida De comprimida Respiración, Y, vïolento, Danza el aliento Que le sofoca De su pulmón, Con resoplido De dolorido Cóncavo són. Doble columna gruesa De fatigoso aliento, Que hace vapor el viento Sutil de esta región, Cual humareda espesa, Por la nariz opresa Vierte tras sí en la atmósfera El árabe bridón. Ya deja la boca herida Más libre al bocado obrar, Y más siente ya la brida Que pudo el señor cobrar. Ya el vértigo loco cediendo Que ciego siguió á su pesar, Va su ímpetu fiero perdiendo Y empieza cansancio á mostrar. Ya su rápido escape acortando Detenerse pretende quizá: Ya se templa, é igual galopando Va en un aire pacífico ya. Y aunque de espuma y de sudor blanquea, Relincha audaz é inquieto cabecea; Y aunque jadeando de fatiga está, Aun piafa y se encabrita y escarcea, Y los ijares con la cola airea, Y corvos saltos de costado da. Ya cambia: ya el trote medido levanta, Y, el cuello engallado, segura la planta, Altivo en la sombra mirándose va. Ya lenta y suavemente su dueño le refrena: Se acorta: ya en el paso su marcha va serena: Recógele: obedece: paró. ¡Loado Aláh! ¡Vertiginoso vuelo! ¡Fantástica carrera! Más rápido su impulso que el de las nubes era: Caballo y caballero volaban á la par En alas de un nublado. La alondra más ligera, Ni el águila más rauda, pujante y altanera, Pudieron un instante su rapidez tomar. Al fin cesó.--Las bridas en el arzón dejando, Los miembros extendiendo, con ansia respirando, Repúsose el jinete sobre la silla al fin: Y absorto, las miradas en derredor tendiendo, Se halló de extensas nieves en un desierto horrendo, Océano de hielo, sin costa ni confín. ¡Ni flor, ni fiera, ni ave por la región extraña Do se contempla aislado!--Sólo hay una montaña Que gruta cristalina taladra por el pie. ¿Y un mar y un paraíso, que ha visto el caballero, De espíritus y genios poblados? ¿Y el sendero Por do hasta allí ha subido?--Delirio, sueño fué. Sobre la nieve intacta ni rastro ve ni huella, Ni marca de camino en rededor sobre ella; Todo es una esplanada inmensa, sola, igual. No hay más que nieve. Es blanca la claridad del cielo: Blanco el espacio: blanca la inmensidad del suelo: Los horizontes blancos. ¿Qué busca allí un mortal? ¿Adónde esta comarca estéril y desierta Da paso? ¿De qué silos recónditos es puerta Su misteriosa gruta? ¿Qué mano la labró? Tal vez en ella moran espíritus dañinos Que á los mortales odian, y los fatales sinos En dirigir se ocupan del que mortal nació. Tal vez es la risueña y espléndida morada De alguna dolorida y encantadora fada, Que el vano amor lamenta que puso en un mortal. Tal vez es la bajada del reino del olvido, Adonde caen las almas después de haber salido De la penosa cárcel del cuerpo terrenal. ¿Quién sabe? El caballero al pie de la montaña Ante esta gruta, que ornan de arquitectura extraña Labores y arabescos de nácar y cristal, Permanecía inmóvil: cuando he aquí que el eco, Hendiendo sonoroso su embovedado hueco, Le trajo estas palabras en canto celestial: «Ilustre y venturoso Caudillo Nazarita, La gloria y el reposo Te aguardan á la par. Tu mente, que no alcanza Misterio tal, se agita Dudosa en vano.--Avanza, Avanza, ¡oh Al-hamar!» Es Al-hamar: el noble monarca granadino. Es él, que arrebatado sobre las auras vino Á dar en esta helada é incógnita región. Es Al-hamar: su nombre retumba por el hondo Cóncavo de la gruta, cuyo vacío fondo Repite de su canto el fugitivo són. Á este eco, en la sonora profundidad perdido, Cual de invisible fuerza magnética impelido El árabe caballo feroz se encabritó. Asir quiso el jinete las bridas, mas fué tarde: Piafando y relinchando con orgulloso alarde Por la sonora gruta el palafrén entró. ALCÁZAR DE AZAEL Lanzóse el bruto indómito, Con arrogante empeño Luchando con su dueño, Que cede á su vigor, Por bajo de una bóveda De fábrica divina, Tan pura y cristalina, De tan sutil labor, Que su techumbre cóncava De transparente hielo La claridad del cielo Deja á través gozar, Y, en un inmenso pórtico De regia arquitectura, Más diáfana y más pura La viene á derramar. Mas ¿qué mirada humana Á penetrar se atreve En esta soberana Morada celestial? ¿Qué mano alza profana El pabellón de nieve, Que los misterios debe Velar de un inmortal? El techo, almohadillado Con planchas de diamantes, La lumbre en mil cambiantes Del sol vierte á trasluz. Y el suelo, trabajado Sobre cristal de roca, Su brillantez provoca Volviéndole su luz. Los límpidos pilares, Do asienta la segura Soberbia arquitectura Su peso colosal, En torno, transparentes, Reflejan á millares Los círculos lucientes Del Iris celestial. Y de este centelleante Alcázar encantado, Que en hielo está labrado Y entre la nieve está, Al interior radiante, Do alguna maga habita, El noble Nazarita Adelantando va. Del luminoso pórtico Del diáfano edificio Apena el frontispicio Magnífico pasó, Entró bajo una espléndida Colgada galería, Que á un patio conducía Que á su remate vió. El firme pavimento Retiembla estremecido Bajo el galope unido De su veloz corcel, Su paso y movimiento El eco prolongado Del hueco artesonado Marcando detrás de él. De aquella galería Cruzó la luenga arcada: Pasó de otra portada Por bajo el arco: entró Al patio, que veía De lejos, y el ardiente Caballo de repente Plantóse y relinchó. Cual la espiral flotante Del humo que despide Pebete en que fragante Perfume ardiendo está, Y ráfaga perdida Por bajo la divide, Y la mitad partida Leve á la altura va: Poder así invisible En paso imperceptible Caballo y caballero, Sin fuerza separó; Y el bruto, cual ligero Vapor desvanecido, De él libre y dividido El príncipe se vió. Miró Al-hamar en torno Y, al contemplar de cerca La fábrica y adorno Del patio de cristal Hecho, ó tallado en hielo, Halló que era un modelo Del patio de la alberca De su Palacio real. Aquel es el arranque De su alta torre: aquellos Los ajimeces bellos Que sobre el patio dan: Aquel es el estanque: Los arrayanes éstos Que, por su mano puestos, En su redor están. Aquellos los pilares Del corredor: aquellas Las bóvedas de estrellas De cedro y de marfil; La estancia de Comares Aquella, do su magia Dejó la _comarajia_ En su labor sutil. Los ricos tiene enfrente Calados pabellones Del patio de leones, Con su oriental jardín: Y allí está el mar bullente, Que al Hierosolimita De Salomón imita; Es otra Alhambra en fin. Es otra Alhambra, pero Más que la Granadina Hermosa; una divina Alhambra celestial. Alcázar hechicero, Labrado con vivientes Materias transparentes De germen inmortal. Los muros trabajados Con ricos arabescos Y flores y estucados Prodigios del cincel, Los gabinetes frescos Que adornan escrituras Divinas, miniaturas Del oriental pincel, Son obra misteriosa De soberano artista, Que ni en humana vista Cabrá, ni en comprensión: Y aquellos tan macizos Muros, y quebradizos Calados de su hermosa Y aérea mansión, En su materia mística Encierran una esencia, Que infunde una existencia Á su insondable sér: Y toda aquella fábrica Tan pura y transparente Es creación viviente De incógnito poder. Mirábala embebido El Nazarita príncipe, Cuando llegó á su oído La deliciosa voz Que oyó de la caverna En la extensión interna Sonar, cuando detúvose Su palafrén veloz. Y la escondida música Que en torno de él resuena De júbilo le llena, Le embriaga el corazón, Y la palabra mística De aquel cantar de gloria Le trae á la memoria Antigua aparición. Dibújase en su mente Un valle de Granada Con una fresca fuente De lánguido rumor, En una perfumada Noche, sin nube alguna El Cielo, de la luna Plateada al resplandor. Y cuanto más escucha Su armónico concierto, Un rumbo va más cierto Tomando el corazón. Triunfante de la lucha Con la ilusión pasada Del valle de Granada, Al comprender su són. --«Salud ¡oh Nazarita! Bien llegues á las nieblas Cuya región habita Tu genio protector. Ha visto en las tinieblas Resplandecer tus ojos: Te conoció, y de hinojos Dió gracias al Señor. »Su vista rutilante, Que el universo abarca, Posada en tu semblante Desde tu cuna está, Y el dedo omnipotente Sobre tu noble frente Grabó la regia marca, Que á conocer te da. »Naciste favorito Del genio y de la gloria: Tu nombre fué victoria, Tu voluntad ley fué. Tu tiempo es infinito, Profundas son tus huellas, Propicias las estrellas Son á Nazar: ten fe. »Avanza, Nazarita; Radiante aquí tu estrella Con viva luz destella, Aquí en tu Alhambra estás: Aquí mana infinita La fuente del consuelo. Avanza, aquí del cielo Más cerca reinarás.» De la celeste música La letra así decía, Y, atento á su armonía, El príncipe Al-hamar Permanecía atónito Sin voz ni movimiento, En dulce arrobamiento Gozando sin cesar. El agua, de que llena La alberca está, ondulante Refleja cada instante, Más vario resplandor, Cual si una luz serena Bajo la linfa clara Recóndita radiara Con trémulo fulgor. Debajo de su planta Percibe que el divino Concierto se levanta, Del manantial detrás, Y al borde cristalino De la colmada alborea, Que está á sus pies, se acerca Cada momento más. Y he aquí que en este punto Del fondo transparente Del agua donde siente La música sonar. De un sér resplandeciente El rostro, que ilumina La linfa cristalina, Se comenzó á elevar. Tocó en el haz del agua Su cabellera blonda: Quebró la frágil onda Su frente virginal: Dejó el agua mil hebras Entre sus rizos rotas, Y á unirse volvió en gotas Al limpio manantial. Aéreo, puro, leve, Cual nube vaporosa Que mansa el aura mueve Y transparenta el sol, Ciñendo de oro y rosa Flotante vestidura, Como el del alba pura Suavísimo arrebol: La paz en el semblante, La gloria en la sonrisa, Apareció radiante El ángel Azäel; Y sus mortales ojos Fijando en la improvisa Aparición, de hinojos Cayó Al-hamar ante él. Del agua se alzó fuera Y, al esparcir el viento Su blonda cabellera, El aire perfumó: Dejó escapar su aliento, Y cuanto allí existía Su aliento de ambrosía Con ansia respiró. Del suelo á la techumbre El místico palacio Reverberó la lumbre De su divina faz, Cuya fulgente aureola Purpúrea tornasola El aire del espacio Y de las aguas la haz. Y he aquí que su alba mano El ángel extendiendo Y alzando y atrayendo Al príncipe hacia sí, Con plácida sonrisa Y acento soberano, Que armonizó la brisa Fragante, hablóle así: «Yo visité en un sueño Tu espíritu en la tierra, Mostrándote halagüeño Tu porvenir en él. Tesoros te di y gloria, Tu esclava hice á la guerra, Grabando en tu memoria La imagen de Azäel. »Iluminé tu ciencia, Colmé de sabios planes Tu humana inteligencia Y al logro te ayudé. Cual tu ambición lo quiso Cumpliendo tus afanes, Terreno paraíso Tu rico imperio fué. »Yo inoculé en tu alma El germen de la duda Para turbar la calma De tu crëencia vil: Para que espuela fuera Con cuya lenta ayuda Á la verdad se abriera Tu corazón gentil. »Brotar hice en tu suelo Para calmar tus penas Las aguas del consuelo, Que á conocer te di: Mas de tristeza llenas Cien noches has pasado, Y al agua no has llegado Cuyo raudal te abrí. »Al verte victorioso, Temido y opulento, Tu corazón atento Sólo á la tierra fué. Dudaste, mas dudando No osaste perezoso El rostro á mí tornando Poner en mí tu fe. »Y hacia el fatal destino Á que traidora guía La falsa fe, te vía Adelantar Luzbel: Y el fin de tu camino Mostrándome decía: _Caer era su sino: Le pierdes, Azäel._ »Lloraba yo abismado En mi amargura, viendo Mi afán tan malogrado, Tan sin valor mi fe: Y, en mi pesar y enojo Postrer esfuerzo haciendo, Con temerario arrojo Entre ambos me lancé. »Luchamos: el Eterno, De mi dolor movido, Caer dejó en su oído Su nombre y dió á mis pies. Sumíle en el infierno: Y en alas de un nublado Te traje arrebatado Adonde en paz te ves. »Los pérfidos espíritus Que en pos de ti traías, Las vanas fantasías De tu crëencia ruin Mostrábante. ¡Quiméricos Esfuerzos! ¡Sueños breves! Aullando, de mis nieves Se quedan al confín. »Mas ¡ay! yo te conquisto Los cielos..... y ¡cuán caro Me cuesta á mí el amparo Que liberal te doy! Dos siglos ha que existo Aquí, expiando un yerro, Y añado á mi destierro Uno, por ti, más hoy. »Á condición tan dura Tu salvación compraba, Nazar; mas yo te amaba Tanto, que la acepté; No supe resignarme Á arrebatar dejarme Tan noble criatura, Y tu alma rescaté. »¡Oh! juzga bien en cuánto Me es cara tu alma buena, Cuando á mi larga pena Cien soles añadí Por ella. Ahora el santo Fallo, inmutable, extremo, Oye que el Juez Supremo Fulmina contra ti. »Hoy mismo, en apariencia, Perecerá á las manos De incógnita dolencia Tu cuerpo terrenal: Más junto á mí existencia Tendrás, hasta que ufanos Habiten los cristianos Tu alcázar oriental. »Yo les haré á Granada Cercar como un enjambre: Con ellos vendrá el hambre, La muerte y el baldón: Y talarán tus tierras, Y en sanguinarias guerras Tu raza aniquilada Será sin compasión. »Tú lo verás: estrella Fatal para tu gente, Tú verterás sobre ella Roja, siniestra luz: Y lidiarás conmigo En pro del enemigo, Sobre el pendón de Oriente Hasta clavar la Cruz. »Ahogado el Islamismo Y desbandada y rota Tu raza, gota á gota Su sangre en ti caerá: Su sangre es tu bautismo, Y este de afán y duelos Misterio, de los Cielos Las puertas te abrirá. »No hay más que un Dios. Justicia En ÉL no más se encierra. Tu empresa fué en la tierra DIOS SÓLO ES VENCEDOR: Por eso te es propicia: Mas nadie entra en su gloria Sin pena expiatoria Hasta del leve error. »Tal es nuestra sentencia: Tal es el purgatorio Que la alta Providencia Nos señaló á los dos. Obra de nuestras manos, En dón propiciatorio Se han de ofrecer, cristianos, Un Rey y un pueblo á Dios. »Tú el Rey: el pueblo el tuyo. Tan sólo dignamente Así me restituyo Al Cielo, que dejé. Apróntate obediente Á dividir conmigo La gloria y el castigo Que para ti acepté. »¡Sús, pues, oh Nazarita! De Dios al pie del trono, Rogándole en tu abono, Le respondí de ti. ¡Sús, pues! Á la bendita Empresa apresta el brío; Mortal, te hice igual mío; Sé digno tú de mí.» Dijo Azäel: estático Á su divino acento, Embebecido, atento, Estúvose Al-hamar: Cedió su noble espíritu Al celestial destino, Y se empezó el divino Misterio á efectuar. «Mira,» le dijo entonces El ángel desterrado: Y (hacia el lugar tornado Que el ángel señaló) El muro en dos partido, Sobre invisibles gonces Girando dividido, El Nazarita vió. Se abrió sobre un espejo En cuyo misterioso Cristal, con el reflejo De un matinal albor, Se alumbra una campiña, Que Mayo lujurioso Con su fecundo aliña Primaveral verdor. Una ciudad, fundada Al pie de una alta sierra, Domina aquella tierra Por donde arroyos mil Serpean: es Granada, Su vega, sus alturas Y las corrientes puras De Darro y de Genil. Espléndida cohorte De Moros atraviesa Por su alameda espesa Llevando un ataúd, Y á la muralla corva De la morisca corte Se agolpa á verles torva Callada multitud. Llegáronse á la puerta De Elvira aquellos fieles Muslimes; allí abierta La turba les dejó Paso, y subiendo á espacio La cuesta de Gomeles, Entrada en el palacio _Bib-el-Leujar_ les dió. La multitud atenta Y silenciosa iba En pos su marcha lenta Siguiendo: y, al tocar La puerta judiciaria, La triste comitiva Paróse voluntaria Dejándose cercar. Entonces, elevando El ataúd en hombros Los que le van llevando, Y puesto junto á él Un Alfakí, inspirando Doquier pavor y asombros, «¡Llorad!--(dijo él llorando) »Con lágrimas de hiel. »¡Llorad toda la vida, »¡Oh huérfanos Muslimes! »¡La flor de los alimes, »¡La palma de Nazar, »¡La gloria del Oriente, »Cayó del rayo herida! »¡Llorad eternamente, »Llorad sobre Al-hamar!» Así con ronco acento El Alfakí clamando, Del ataúd alzando El paño funeral, Al pueblo los despojos Del rey mostró; y al viento El pueblo, al caer de hinojos, Dió un ¡ay! universal. Á este eco de agonía, Que atravesó perdido El aire hasta su oído, Se estremeció Al-hamar. Quitóse del espejo Do escena tal veía, Y se tornó el reflejo Del vidrio á disipar. «¡Ea!--Azäel le dijo-- »Monarca de la tierra, »El ataúd encierra »Tu polvo terrenal; »Mas, de los cielos hijo, »Del ataúd te exhalas. »Desplega, pues, tus alas, »Espíritu inmortal.» Entonces el rey árabe Sintióse aéreo, leve, Cual luz que el aire mueve, Cual nube que va en él. SÓLO ERA YA UN ESPÍRITU, UNA VISIÓN LIGERA, UN ALMA COMPAÑERA DEL ÁNGEL AZÄEL. El silencioso vuelo Ambos á dos alzando, En el azul del cielo Perdiéronse los dos; Y, entre sus auras leves Su rastro abandonando, EL LIBRO DE LAS NIEVES Concluye. ¡Gloria á Dios! EPÍLOGO ¡Gloria á Dios!--De Al-hamar el Granadino Así la historia celestial concluye; Llámala el Musulmán _cuento divino_, Y en _libros_ su relato distribuye. Su sacra inspiración del Cielo vino Y al Cielo desde aquí se restituye; Tradición oriental, es la portada Del oriental poema de GRANADA. Cual dos cisnes que, al par atravesando El mar azul con encontrado vuelo, Isla apartada en su extensión hallando En ella toman anhelado suelo, Reposan juntos, y á partir tornando Tornan la anchura á dividir del cielo, Y de su voz un punto los sonidos Se elevan en el aire confundidos: Como dos peregrinos que una tienda Dividen del desierto en la desnuda Soledad, de Al-hamar en la leyenda Dos poetas ocúltanse sin duda. Uno á Aláh en sus cantares se encomienda, Otro al Dios de la Cruz demanda ayuda. ¿Quién no percibe en ella confundidos Brotar de sus dos arpas los sonidos? Dióles á ambos el Genio soberano La misma inspiración, el mismo aliento: Mas pasando tal vez de una á otra mano De uno y otro el armónico instrumento, El Árabe poeta y el Cristiano Sacan de él á la par distinto acento, Exhalando mezclada su armonía La Árabe y la Cristiana poesía. Confundidos así sus dos cantares Entonan á una voz los dos cantores, Y de la Cruz divina los altares El poeta oriental orna con flores Que tejen las hurís sus tutelares; Pero de un solo SÉR adoradores, «NO HAY MÁS QUE UN SOLO DIOS»--dice el Cristiano; «NO HAY MÁS DIOS SINO DIOS»--el Africano. Tal es la historia peregrina y bella Que os dan sobre estas hojas extendida. Lëedla sin temor: nada hay en ella Que la razón rechace, ó la fe impida; La luz que de sus páginas destella Despierta el alma á la virtud dormida, Y eleva el corazón y el pensamiento Á la pura región del firmamento. Lëedla pues: y el ámbar que perfuma Del paraíso la mansión divina, Y el resplandor que de la Esencia suma Derramado los mundos ilumina, Y el rumor que levantan con su pluma Las alas de Gabriel cuando camina, Embalsame y alumbre y dé contento Á cuantos lean el _divino cuento_. FIN DE LA LEYENDA DE AL-HAMAR. GRANADA POEMA ORIENTAL Cristiano y español, con fe y sin miedo, Canto mi religión, mi patria canto. LIBRO PRIMERO EXPOSICIÓN I INVOCACIÓN En el nombre de DIOS omnipotente, Cuya presencia el universo llena, Cuya mirada brilla en el Oriente, Nutre las plantas y la mar serena, Canto la guerra en que la hispana gente Al África arrojando á la agarena, Selló triunfante con la Cruz divina Las torres de la Alhambra granadina. ¡Espíritu de Dios único y trino, Ángel Custodio de la Fe Cristiana, Único fuego que del Cielo vino, Única fuente que incorrupta mana, Único rayo del fulgor divino, Única inspiración que soberana Eleva al Criador la poesía: Yo invoco tu favor para la mía! Sostén mi voz, mi espíritu aconseja: Mas tolera que en carmen Africano Recoja alguna flor con que entreteja Cairel morisco á mi laúd cristiano: Ni juzgues que mi fe de Ti se aleja, Si algunas veces del harén profano Las alkatifas perfumadas piso, Ó invoco á las hurís del paraíso. Voy la gloria á cantar de dos naciones Por religión é instintos enemigas, Que, fieles á la par á sus pendones, Prodigaron al par sangre y fatigas, Rojas brotar haciendo sus legiones Con la sangre común aguas y espigas: Y cual la de los dos corrió mezclada, Junta debe su gloria ser cantada. Pues no porque en su límpida entereza Conserve yo la fe de los Cristianos Que hicieron del desierto á la aspereza Volver á los vencidos Africanos, Del vencedor loando la grandeza Trataré á los vencidos de villanos. No: siete siglos de su prez testigos Los dan por caballeros si enemigos. Lejos de mí tan sórdida mancilla: Antes selle mi boca una mordaza Que llame yo en la lengua de Castilla Á su raza oriental bárbara raza. Jamás: aún en nuestro suelo brilla De su fecundo pie la extensa traza, ¡Y, honrado y noble aún, su sangre encierra Más de un buen corazón de nuestra tierra! ¡Augusta sombra de Isabel! perdona Si mi ruda canción osa atrevida, Llegando irreverente á tu persona, Del féretro evocarte á nueva vida. Sé que la gloria que inmortal te abona No puede por mi voz enaltecida Ser: mas yo bajo á tu mansión mortuoria No á engrandecer, sino á adorar tu gloria. Díselo así al Católico Fernando, Si en medio de las dichas celestiales Alguna vez, por el Edén vagando, Recordáis vuestras glorias terrenales, La obscura tierra desde el sol mirando: Y al escuchar mis cánticos mortales, Mirad á vuestra gloria, que me inspira, No al rudo canto de mi tosca lira. Y vosotros, guerreros de Castilla, Honor de sus más ínclitos solares, Nobles Condes de Cabra y de Tendilla, Merlos, Téllez, Girones y Aguilares, Cárdenas y Manriques de Sevilla, Fieles Vargas, intrépidos Pulgares, Córdovas generosos de Lucena, Impávidos Clavijos de Baena: Mendozas de alta prez, Portocarreros Y Ponces de León, de cuya historia Sus anales jamás perecederos Henchidos guarda la Española gloria: Y vosotros también, ¡oh caballeros Árabes! dignos de gentil memoria: Muza, postrero campeador del Darro, Indeciso Boabdil, Zagal bizarro, Aly-Athar insepulto, Hamet Rondeño, Lince de las fronteras castellanas, Reduán inalterable y zahareño, Gazul de las doncellas africanas Querido, Hacén tenaz, Ozmín trigueño, Tarfe, horror de las crónicas cristianas; Y vosotras, sultanas granadinas De nombres y leyendas peregrinas: Aija la varonil, matrona osada Jamás rendida á su fatal destino: Zoraya, la cautiva renegada, Por cuyos hijos la discordia vino Á derribar el trono de Granada: Moraima la de Loja, á quien su sino Obligó á encomendar sin esperanza Vida y honor á Castellana lanza; Perdonadme también si mis canciones, Á través de los mármoles tendidos En vuestros solitarios pantëones, Hieren en ronco són vuestros oídos. Sé que merecen más vuestras acciones Que elogios en mi voz mal atendidos: Mas si, en fuerzas escaso, á tal me atrevo, Es porque sé lo que á mi patria debo. Sé que es la empresa donde me he empeñado Dédalo obscuro, inmensurable abismo, Do sólo penetrar han intentado Necia temeridad ó alto heroísmo: Conozco que, en mi orgullo, demasiado Fío en mi corazón, fío en mí mismo: Mas supera la fe mi atrevimiento, Y fío en Dios que abonará mi intento. Deliciosos recuerdos de otros días De honor y de placer, de amor y gloria, Que envuelta en romancescas fantasías Guardáis oculta vuestra bella historia, Exhalada en confusas armonías De himnos de amor y gritos de victoria: Dad á mi corazón, dad á mi aliento Generoso poder, canoro acento. Águilas que os cernéis con corvo vuelo Sobre el Atlas y el Cáucaso; pastores Que sesteáis á la sombra del Carmelo Y bajáis al Jordán los baladores Ganados: y vosotros los que en pelo Montáis salvajes potros voladores, Hijos de los ardientes vendavales Que barren los egipcios arenales; Tribus perdidas y á las de hoy extrañas, Para quienes la Europa no se ha abierto, Que incendiáis al huir vuestras cabañas Y en la Zahara avanzáis el paso incierto; Gacelas de las árabes montañas, Apareadas palmas del desierto; Caravanas errantes á quien ellas Dátiles dan y leche las camellas; Palomas de los cármenes floridos Que bordan las colinas de Granada; Golondrinas leales que los nidos En la Alhambra colgáis; enamorada Raza de ruiseñores que escondidos Gorjeáis de su bosque en la enramada, Arroyos que, á su sombra, bullidores, Laméis su césped y mecéis sus flores; Sierras que cubre el sempiterno hielo Donde Darro y Genil beben su vida; Valles salubres, transparente cielo De la Alpujarra aún mal conocida; De Málaga gentil alegre suelo De la hermosura y del amor guarida; Mar azul cuyo lomo cristalino Á las quillas de Agar prestó camino: Abridme los tesoros encantados De vuestras glorias mil tradicionales; Dadme á beber los que guardáis sagrados De inspiración inmensos manantiales; Germinad en mi mente, no estudiados, Vuestros cantos de amor meridionales, Por que pueda brotar del arpa mía Vuestra oriental y virgen poesía. De sus cuerdas despréndanse sonoras Esas modulaciones nunca oídas Por los pueblos de Europa, y de las moras Tribus por nuestros pueblos aprendidas; Esas notas ardientes, tentadoras, Que aun hoy por tosca mano repetidas Renuevan en los huertos de la Alhambra La de veloz compás morisca zambra. Venid en torno á mí, generaciones Ateridas del Norte, que con pieles Vestís nuestras moriscas tradiciones, Rasgando sus bordados alquiceles: Venid á oirlas en sus propios sones Y lengua original de bocas fieles, Al pobre són de bárbara guitarra Debajo de un peñón de la Alpujarra. Venid, aprenderéis del Mediodía Cuál el origen es de los cantares Que jamás comprendió vuestra alma fría; Sabréis cómo entre bélicos azares Nació la abrasadora poesía De nuestros bellos cantos populares; Y en el lujo oriental de su riqueza, Considerad su bárbara grandeza. Pues por hijos de bárbaros osada Vuestra historia nos da, sea en buen hora: No esa bárbara estirpe renegada Será por mí; mas á admirar ahora Venid el rastro que dejó en Granada La ilustración de nuestra estirpe mora: Y en el lujo oriental de su riqueza Adorad nuestra bárbara grandeza. Sí: yo os voy á contar la historia bella De esos á quien llamáis fieros salvajes, Y fío en Dios que entenderéis por ella Que puede despreciar vuestros ultrajes Quien Alhambras dejó sobre su huella, Quien labró fortalezas como encajes, Y quien colmó por cóncavo arrecife Las albercas del real Generalife. Yo os voy á hablar del mágico recinto De esta por ellos habitada tierra, Y á mostraros lo que este laberinto De jardines y alcázares encierra. En llanto y sangre le dejaron tinto, Pero tan fértil con su amor y guerra, Que la flor más silvestre aromatiza Y el más vulgar recuerdo poetiza. Yo os haré ver, de nácar, concha y oro Sobre arcos, sus balsámicos pensiles, Do brotan junto al cedro el sicomoro, Junto al nudoso abeto las gentiles Palmeras, junto al álamo inodoro El plátano aromado, las sutiles Hebras de la ancha pita entre rosales, Y el fragante limón entre nopales. Yo os haré ver su pueblo primitivo, Mitad rudo pastor, mitad guerrero, Cuyo robusto labrador activo, Cambiado en la ocasión en caballero, Lidió, veloz Numida al golpe esquivo, Con el jinete colosal de acero: Y aplazando con él treguas extrañas, Corrieron toros y jugaron cañas. Yo os haré oir sus cuentos populares Y sus caballerescas tradiciones En torno y al calor de sus hogares; Vendréis á sus nocturnas reuniones Conmigo, sus combates singulares Juzgaréis, sus civiles disensiones Lamentaréis, saldréis á sus campañas Y testigos seréis de sus hazañas. Vendréis á sus palacios construídos Para la guerra á un tiempo y los placeres, Y leeréis en sus muros, revestidos De miniaturas, de oro en caracteres Con sacra fe caballeresca unidos Los nombres de su Dios y sus mujeres: Sin que halléis en la casa que fué suya Nada que en pro de su saber no arguya. De fakíes, de reyes, y vasallos Os contaré los gozos y las cuitas: Os haré penetrar en sus serrallos Y asistir á sus rondas y á sus citas: Y sus muebles, sus armas, sus caballos, Sus bazares, sus baños, sus mezquitas, Desde el hogar hasta la móvil tienda Todo lo váis á ver en mi leyenda. Que es del poeta grande á maravilla El poder, y radiante su mirada, Como un fanal que las disipa, brilla En las tinieblas de la edad pasada. Venid, pues: con las lanzas de Castilla Os voy á conducir hasta Granada: Y, á pesar de sus fieros Africanos, En la Alhambra entraréis con los Cristianos. Tal es, tan grave, tan inmensa y alta La empresa nueva y colosal que intento: Tal es la altura que atrevido asalta Descarriado quizá mi pensamiento; Mas si del vuelo en la mitad me falta Fuerza al impulso ó á las alas viento, Siempre sabré sin deshonor que, en suma, No me faltó el valor, sino la pluma. ¡Tierra oriental, mansión de la alegría, Favorita del sol y de las flores, Santuario del valor, cuna del día, Paraíso del ocio y los amores, Tesoro y manantial de poesía! Voy á cantar tu gloria y tus primores. ¡Tierra de bendición, al Cielo santo Pide la suya tú para mi canto! ¡Salve, ciudad del sol, Granada bella, Amor de Boabdil, huerto florido Que entre nieves estériles descuella, Taza de nardos, de palomas nido, Diamante puro que sin luz destella, Edén entre peñascos escondido, Ilusión de esperanza y sueño de oro Que halaga aún al corazón del Moro! ¡Salve, vergel en donde el alba nace Y donde el sol poniente se reclina, Donde la niebla en perlas se deshace Y las perlas en plata cristalina: Donde el placer sobre laureles yace Y Dios sonríe y la salud domina! Divino objeto de mi canto rudo, Yo al empezar mi canto te saludo. Heme aquí, vueltos hacia ti los ojos, Descubierta al nombrarte la cabeza, Con amoroso afán puesto de hinojos, Rendido adorador de tu belleza, Ofrecerte mis cantos por despojos Si dignos son de tu inmortal grandeza; Tiéndeme, pues, bellísima Granada, Al elevar mi voz una mirada. Y ¡plegue á Dios que mi amoroso acento Por cima de los montes y los mares Lleve á tu Alhambra sonoroso viento Que armonía mejor dé á mis cantares! Y si te dan á ti contentamiento Y algún premio por ellos me buscares, Dame á tu vez ¡oh flor de mis amores! Sepultura al morir entre tus flores. II NARRACIÓN Un siglo de desorden y abandono Para mal de Castilla había corrido, Y cinco reyes afirmar su trono Bajo el regio dosel no habían podido; Y todo un siglo, con civil encono En contiendas sacrílegas perdido, Sólo dejaba al pueblo Castellano Ira en el corazón, sangre en la mano. Débil el rey, el prócer insolente, Hecho el soldado á la rapiña, al oro Aficionado el clero irreverente, Rico el Judío y descuidado el Moro, Fué la justicia inútil é impotente: Nadie atendió al honor, nadie al decoro: Nadie seguro en tan infanda tierra Al deber acudió, sino á la guerra. Constituyóse el noble en soberano, Y el soldado en señor: el caballero Se hizo juez, el obispo cortesano, Soldado el labrador, aventurero El holgazán, bandido el artesano: Y, mucha la ambición, poco el dinero, Robó al débil el fuerte, y en la obscura Tienda el judío vil se hartó de usura. Rebelde á su Monarca la nobleza Alzó banderas y allegó parciales: Cada solar cambióse en fortaleza, Cada escudo en pendón: y por leales Todos dándose á par y con fiereza Temeraria batiéndose, á los males Abrieron ancha puerta, y fué la España Confusa lid, universal campaña. Hasta el Rey portugués entró en Castilla Su esposa haciendo á su sobrina Juana, Y dividióse en bandos cada villa En pro ó en contra de la unión profana. Airado el Santo Padre á tal mancilla, La sacrílega unión declaró vana: Mas, al rayo de su ira, el vulgo ciego En lugar de extinguir avivó el fuego. La fe apagada y el honor extinto, Perenne manantial de desconsuelos, Denso caos, confuso laberinto De pasiones, de crímenes y duelos De la España infeliz era el recinto: Y hundiérase su gloria, si los cielos No la enviaran un astro de ventura Que la alumbrara en noche tan obscura. Grande, digna, legítima, valiente Cual repentino el sol tras un nublado Aparece más puro y refulgente, Apareció ISABEL. Tronó indignado Sobre el clamor de la confusa gente Su regio acento, y su pendón sagrado Alzando en el tumulto de improviso, Postróse el pueblo y la acató sumiso. De ella en pos el Católico Fernando Al frente apareció de sus legiones, En las banderas de Aragón mostrando Las barras á la par de los leones. Todo el que noble se juzgó á su bando, Por honor ó por miedo, sus pendones Unió: y el porvenir con luz más pura Comenzó á esclarecer la edad futura. Monja en Coimbra la Princesa Juana, Sin fe su causa y sin valor su bando, Vencida la arrogancia Lusitana, Rey de Sicilia y Aragón Fernando, Reina Isabel en tierra castellana, Quietos los nobles y seguro el mando Bajo el doble poder de entrambos reyes, Tornó España á su prez, tornó á sus leyes. Acotó la licencia y el cinismo De las viejas costumbres relajadas La Inquisición severa: el Judaísmo Sepultó su avaricia en las moradas De sus obscuras lonjas: á sí mismo Volvió el honor Hispano sus miradas, Y un siglo entero sin virtud ni gloria Vió que manchaba su cristiana historia. Avergonzada entonces la nobleza, Entregó á los monarcas los castillos Con que á la rebelión dió fortaleza: Y arrancando sus puentes y rastrillos, La plebe licenció que la pobreza Llevó á su bando; y, libre de caudillos Tales, volvió el labriego á sembrar grano Y volvió á su taller el artesano. Vióse libre el erial de bandoleros, De cohechos el foro, de judíos El mercado, la plebe de usureros, La sociedad de vagos, y de impíos La fe: vióse el erario con dineros, Con disciplina la milicia, y, bríos Dando á Castilla el genio de otra era, Tornó á su fuerza y dignidad primera. Generación empero entre el bullicio De eslabonadas y feroces guerras Nacida, y avezada al ejercicio De entrar por muros y trepar por sierras, Llegó en ésta el valor á ser un vicio Y el pelear costumbre: y en sus tierras No hallando ya enemigos á las manos, Pensó al fin en los fieros africanos. Como león que hambriento se despierta Y, al tender la mirada adormecida De la llanura en la extensión desierta, Á lo lejos cruzar mal conducida La lenta caravana á ver acierta, Y avanzado la garra entumecida, Crespa la greña y la mirada fosca, Para asaltarla en el jaral se embosca: Así tendió famélica mirada, Despertando al honor, el castellano Hacia el florido reino de Granada, Embalsamado harén del africano. Así Castilla alerta y emboscada De Isabel bajo el trono soberano, Sólo esperaba su orden impaciente Para caer sobre la mora gente. La Católica Reina, sus enojos Con varonil prudencia refrenando, Fijos tenía los atentos ojos En el redil del agareno bando: Y, resuelta á arrancar sus granos rojos Á Granada uno á uno, con Fernando Esperaba en el Cielo oir la hora Del exterminio de la raza mora. Y tenía ya Dios determinado El desastroso fin de aquella gente, Y al término fatal era llegado El poder de las tribus del Oriente. El trono de Al-hamar había ocupado Su penúltimo rey, y, á su occidente Tocando ya la berberisca luna, Huía hacia Castilla su fortuna. La discordia civil vertido había El licor de su copa envenenada En el alma del árabe, y ardía El cráter de un volcán bajo Granada: Mas oculto en la tierra todavía El fuego asolador, aposentada Parecía en la Alhambra la ventura, Firme su solio, su quietud segura. Reinaba allí Muley Hasán: guerrero Más que rey y político, su mano Nunca el cetro empuñó, sino el acero: No temió nunca, sino odió al cristiano. Ni nunca treguas respetó altanero, Ni manchó su decoro soberano El tributo pagándole rendido Por su padre Ismaël que fué vencido. En diez años de próspero reinado, Al porvenir mirando y al decoro De su trono, Muley había logrado Su ejército doblar y su tesoro. De África con los reyes coligado, Prevenido á la lid se había el Moro: Y de víveres y armas hecho apresto, En pie sus plazas de defensa puesto. Numerosos sacó de Berbería Escuadrones de tropas auxiliares, Del desierto veloz caballería, Saeteros de Fez almogavares: Y un pie de sus fronteras no tenía Sin avanzados puestos militares, Ni un cerro de sus reinos á la raya Sin el ojo sagaz de una atalaya. Seguro como un águila en su nido En Granada Muley, por sus fronteros Guardado, y de sus súbditos temido Por los decretos de su ley severos, Reinaba en celebrar entretenido Con sus enamorados caballeros Justas, zambras, saraos deslumbradores En honor de la hurí de sus amores. Es esta la cautiva seductora Que Isabel de Solís niña y cristiana En Martos se llamó, y á quien ahora, En el serrallo de Muley sultana, Zoraya llaman, en la lengua mora _Lucero precursor de la mañana_: Astro en verdad de amor y de hermosura, Mas precursor de asolación futura. Por el ardiente amor de esta cautiva Olvidado Muley de Aija su esposa, De su presencia y de su amor la priva: Y Aija, como oriental, fiera y celosa Y, como Reina y afrentada, altiva, Disimula la rabia que la acosa Alentada no más por la esperanza De tomar en los dos feroz venganza. Un hijo tiene, Abú-Abdilá llamado, Del Rey versátil, y por ella propia En odio de Muley amamantado; Mozo gallardo, de su padre copia. Mas contrario á su padre por el hado Fatal en que nació, traidor acopia El odio hacia Muley que Aija respira, Y el que su estrella personal le inspira. Guárdale la sultana con desvelo Y témele el Monarca por instinto: Ódiale la Zoraya, con recelo De que á sus hijos dañe cuando, extinto, Del amor de Muley la prive el Cielo: Y Abú-Abdilá entretanto, en el recinto De Granada parciales allegando, Sagaz se forma poderoso bando. Sospéchalo Muley; la favorita, En el amor del Árabe fiada, Diestra su odio á su rival excita: Pero menos contra ambos osa á nada Cuanto más el Monarca lo medita. Nace así la carcoma de Granada, Y Hasán en el peligro se adormece, Y el tiempo vuela, y el peligro crece. ¡Escrito estaba y del amor fué pena! Perdió Eva al padre de la raza humana, Á Hércules Deyanira, á Troya Elena, Lucrecia al solio y majestad Romana, Florinda á Don Rodrigo; y la Agarena Gente perdióse por la vil cristiana Que, dando impura á Boabdil hermanos, Dió á sus almas rencor, hierro á sus manos. ¡Escrito estaba! comprendiólo luego El postrimer Monarca granadino; Y, según el Korán, el hombre ciego Torcer no puede su fatal destino. ¡Escrito estaba! lágrimas de fuego Vertiendo del Padul sobre el camino Lo dijo Abú-Abdil, hacia Granada Triste volviendo la postrer mirada. Y escrito estando é inmutable siendo El fallo del destino, hacia su ruina Arrastrado por él iba corriendo Sordo y ciego Muley, á la divina É inexcusable voluntad cediendo: Y, esclavo del amor que le domina, En mantener no más piensa á Granada Esclava de su hermosa renegada. Sólo por eso su grandeza estima, Su prez en mantener piensa por eso: Por eso ardor de combatir le anima, Triunfos soñando su amoroso exceso. Por eso de su alcázar desde encima Del muro y agobiado bajo el peso De su amante ambición, se le veía Mirar la vega al transponer el día. Desde el adarve real de su alcazaba De la Alhambra, Muley con complacencia Del granadino reino contemplaba La amenidad y próspera opulencia: Y al cristiano poder desafiaba Con desdeñosa y bárbara insolencia. Al lejos divisando los pajizos Muros de sus castillos fronterizos. Sonreía el infiel con arrogancia, Mirando las montañas guardadoras De su tierra, y en fértil abundancia Las tribus de sus pueblos moradoras. Sonreíase al ver en la distancia Del África arribar las naves moras, Sobre un mar que parece en lejanía Un ceñidor azul de Andalucía. Embriagábase el Árabe de orgullo Contemplando la espléndida hermosura De su vega, y servíale de arrullo El misterioso són con que murmura La soledad, y el singular murmullo Que armoniza doquier el aura pura, Cuando orea con ala sosegada La región por los hombres habitada. Absorto contemplaba el noble Moro La vega granadí, huerta extendida De su corte á los pies, rico tesoro De ocio y placer y manantial de vida: Y el alma de Muley, en sueños de oro Con pereza oriental adormecida, Se gozaba en mirar desde la altura Por milésima vez tanta hermosura. En aquel cielo azul y transparente, Pabellón de cristal sin mancha alguna, Lucen sobre la tierra eternamente Sereno el rojo sol, blanca la luna. Allí Genil su límpida corriente Vierte con Darro y Monachil á una, Brotando á sus regueros creadores En vasta profusión frutos y flores. Allí el cedro fragante y los almeses Amados de los pájaros campean De Jericó á la par con los cipreses; Las vides de Falerno allí se orean Entre pajizas y preñadas mieses. Que magnolias espléndidas sombrean: Y allí las cañas del Jordán sonoras Zumban entre las palmas cimbradoras. Las de la humana ciencia más ignotas Salutíferas plantas allí quiso Dios fecundar, y de las más remotas Tierras los frutos dió á su paraíso: Los sagrados laureles del Eurotas, Los poéticos tilos del Pamiso, De Estambul los ardientes tulipanes, De Cartago los frescos arrayanes. Por sus fragantes y purpúreas rosas Sus rosas la cediera Alejandría: Por sus morenas hijas voluptuosas Sus hijas la Circasia la daría: El zumo de sus vides deliciosas La campiña de Chipre envidiaría, Su frescura los bosques de la Ausonia, Sus árabes pensiles Babilonia. Tal es la vega de Granada: tales Las delicias que encierra, y que el monarca Desde sus ajimeces orientales Con mirada de halcón ufano abarca. Tal es su reino entero; y en sus reales Alientos le parece ofrenda parca Que llevar á los pies de la que adora, De Zoraya, lucero de la aurora. Por eso se extasía contemplando Sus tierras y su corte defendida Por las bravas legiones de su mando, De mil y treinta torres guarnecida: Y al pensar en la corte de Fernando, En sus tierras aun no establecida, «¡Venga á pedir, exclama, si se atreve, El vil tributo que Muley le debe!» Y he aquí que, concluyendo en estos días El plazo de unas treguas especiales Que acotaban las locas correrías Lícitas por las treguas generales, No pasando la empresa de tres días, No batiendo tambor ni alzando reales, Presentóse en la vega una mañana Un escuadrón de gente castellana. Corto, pero á la lid apercibido, Componíanle apenas cien jinetes Que estatuas parecían de bruñido Sonante acero. El rostro en los almetes Bajo de las viseras escondido Traían: sobre malla coseletes De triples pasadores barrëados, Los caballos de hierro encubertados. Mazas de nueve puntas y afiladas Hachas de desarmar en los arzones: Puñales de Milán y anchas espadas De Toledo en la cinta, los lanzones Al brazo y, en lugar de las rizadas Plumas, una cruz de oro en los crestones Y otra al pecho, diciendo en un letrero: Á SU LUZ VIVO Y Á SU SOMBRA MUERO. Del cristiano escuadrón á la cabeza Marchaba un caballero de Santiago Comendador, templando la fiereza De un potro negro, que al continuo halago De su señor responde con nobleza Cabeceando orgulloso, y al amago Del acicate esquivo, á cada instante Quiere escapar con ímpetu pujante. Era este capitán don Juan de Vera Del solar de Mendoza: Castellano De recto juicio y de virtud severa, Celoso asaz del esplendor cristiano, Conoce y teme la morisma entera Su audaz valor y su pesada mano: Y en el tumulto de la lid confusa, Quien valiente no es su encuentro excusa. Con paso grave y continente altivo Por entre el moro pueblo, que le mira Con ojo torvo y ademán esquivo, Llegó Don Juan al torreón de Elvira: Y vuelto á un renegado que cautivo Trae, con voz que majestad respira Y en Español, mirando á su decoro, Dijo, aunque sabe bien la habla del Moro: «Di al capitán del puesto, en Africano, Que de estas puertas al umbral espera Licencia para hablar al soberano, En nombre de su Rey, Don Juan de Vera: Y que para él y su escuadrón cristiano Pide hospitalidad franca y sincera Por una noche; pues, su real mensaje Cumplido, torna á continuar su viaje.» El renegado en árabe tradujo Lo dicho al capitán, el cual, montando Una yegua que Córdoba produjo Y en sus dehesas pació su césped blando, Por la árabe ciudad les introdujo Hasta que, el alto Bib-Leujar pasando, De sus bosques cruzando el laberinto Les dejó de la Alhambra en el recinto. Regia hospitalidad y alojamiento Cómodo el moro rey, de su alcazaba En una de las torres al intento Dispuesta, dióles: muchedumbre esclava Á sus órdenes puso, cuyo atento Cuidado pronto á su obediencia estaba: Y les sirvió en opípara comida Con caliente manjar fresca bebida. De ella al fin un kadí, severo anciano De barba luenga y paternal mirada, Llegó á Don Juan y díjole: «Cristiano, La luz de Aláh te alumbre. Tu embajada Recibirá mañana el soberano. Huéspedes del monarca de Granada Sois tú y los tuyos esta noche; mide Por tu deseo su largueza, y pide.» «Anciano, replicó Don Juan de Vera, Da gracias á tu rey por su hospedaje, Y dile que jamás de otra manera Á caballeros de mi fe y linaje Que tratára esperé: que á la primera Luz del próximo día mi mensaje Que oiga le ruego: pues la misma tarde Debo partir. He dicho: Dios te guarde.» Retiróse Don Juan á su aposento: Mas no sin ver si su cristiana gente Tenía cerca de él alojamiento Á caballeros tales conveniente; Y, con todo el rigor del campamento Guardado el torreón militarmente, Después de haber sus oraciones hecho Tendióse armado en el morisco lecho. LIBRO SEGUNDO LAS SULTANAS I EL CAMARÍN DE LINDARAJA Era una noche azul, pura, serena Del fructífero Mayo, perfumada Con el aroma de sus flores, llena De la armonía mística exhalada Por las auras y fuentes, que en la amena Soledad de los bosques y los huertos Misteriosas susurran, y alumbrada Por la luna creciente con inciertos, Trémulos y argentinos resplandores: Era una noche, en fin, de esas hermosas Noches de paz, inspiración y amores, En que derrama Dios sobre Granada, Africana dormida entre las rosas, Los rayos de sus ojos creadores Y el aura de su aliento embalsamada: La misma noche en que Don Juan de Vera Huésped del Moro en sus palacios era. Y era un regio y magnífico aposento De la oriental Alhambra, donde el oro, El cobalto y el nácar, en labores Mágicas trabajadas á lo moro, Brillaban desde el techo al pavimento, Á los suaves y tímidos fulgores Que una aromada lámpara esparcía Que en una taza de alabastro ardía. Á un lado de esta cámara ostentosa Y por bajo de un arco que cubría Damasquino tapiz, se abría paso Una estrecha y cruzada galería, Formada de esta estancia por el muro Y un balcón, por do entraba misteriosa De los astros la luz, el aire puro Y el són del agua que, en raudal escaso, Vertía Darro por el valle obscuro. El suelo de esta estancia deliciosa Era de blanco mármol, á pedazos Cubierto de alkatifas argelinas Y cojines de raso azul y rosa: Sus puertas se cerraban con cortinas De telas de oro y seda, que con lazos, Broches y trenzas de ámbar y corales, Se recogían en profusos pliegues Al gusto de los pueblos orientales: Y en el segundo cuerpo de los muros Se abrían dos moriscos ajimeces De exquisita labor y árabes, puros, Elegantes contornos Y calados y espléndidos adornos. Tras de sus celosías iba á veces El Rey ocultamente, de sus serios Afanes esquivándose un instante, Á sorprender los íntimos misterios De las mujeres Moras De esta cámara real habitadoras; Gozando así en secreto Desde aquellas arábigas ventanas Las voluptuosas danzas, las moriscas Cántigas y nocturnas diversiones Á que, con sus esclavas y odaliscas, Se entregaban alegres las sultanas. El balcón, que en el fondo De la estancia se abría Más allá de la estrecha galería, Era otra especie de ajimez, labrado Con el más exquisito y rico adorno Por arquitectos Moros inventado: Y un deleitoso camarín fingía, Cuyas ventanas rodëaba en torno De cedro una movible celosía. Era pues el balcón de aquella estancia Regia y maravillosa Un mirador calado, que aspiraba De su ajimez morisco por los huecos, De los vecinos huertos la fragancia, La música del agua rumorosa, Que en la sombra corría, Y el canto de las aves que albergaba La arboleda del río, y cuyos ecos Murmurador el aire allí traía. Entre este camarín y este aposento, Con caracteres de oro (en una faja De púrpura y azul que se tendía Por bajo el circular cornisamento Del ajimez) escrito se veía Un rótulo miniado, que decía: «MIRADOR DE LA HERMOSA LINDARAJA:» Y á fe que el mirador es un portento De la elegante arquitectura Mora Y un santuario de amor y poesía: Regalo al fin de un Árabe opulento Á la mujer feliz que le enamora. En esta regia cámara moruna, De aquella hermosa noche en las primeras Horas, al suave claro de la luna Y al rumor de las ráfagas ligeras Que entraban por las árabes ventanas, Yacía, al parecer sin pena alguna, Hada gentil de su mansión divina, La más bella y feliz de las sultanas Que habitaron la Alhambra granadina. Los mullidos cojines, apilados Bajo su cuerpo leve, sostenían Muellemente sus miembros delicados: Sus perezosos brazos se tendían Sobre la pluma sin vigor: caían Sus rizos de la faz por ambos lados Sobre sus blancos hombros: ancho, lleno, Del morisco jubón bajo la seda, Al aspirar con hálitos pausados, Se dibujaba su redondo seno Cual dos montones de apretada nieve Que en la redonda copa de ancho pino El aire cuaja lento y manso mueve: Y á través del calzón, de cuyo lino Los pliegues mil su cuerpo peregrino Ceñían, bien bajo el tejido leve Podíanse admirar, y á pesar de ellos, De su cintura y muslo alabastrino La pura tez y los contornos bellos. Su enano pie calzaban Chinelas de brocado: sus tobillos Ajorcas primorosas adornaban Hechas de gruesas perlas, que horadaban Por su grueso mayor áureos arillos: Sus brazos dobles sartas de corales, Sus orejas riquísimos zarcillos: Y, á usanza de las Moras principales, Ostentaba sus uñas nacaradas Con azul costosísimo miniadas. Era en verdad bellísima la Mora, Y merecía bien tanta riqueza, Y ser de tal estancia moradora, Y mandar con despótica entereza, Y obedecida ser como señora. Una mirada de sus negros ojos Más que un alcázar para el Rey valía: Por solo un beso de sus labios rojos Una ciudad frontera vendería: Por el más infantil de sus antojos La cabeza más noble inmolaría: No tenía su amor precio ni raya En la alma de Muley.--Es la Zoraya. Es ella, la sultana favorita Que á solas en su cámara le espera: Y aunque parece que feliz dormita Y que nada la acosa, ni la altera, Secreto afán su corazón agita Y sueña... ¡Como sueña la pantera Con la sangre caliente En que espera aplacar su sed ardiente! Entoldada la luz de sus pupilas Con los cerrados párpados conserva, Sus facciones inmobles y tranquilas: Grata molicie al parecer la enerva: Pero su corazón guarda un intento Harto feroz, cuya afición proterva Se oculta en su reposo soñoliento Como un áspid letal bajo la hierba. Imagen bella, voluptuosa y pura De las hurís que colocó Mahoma En su eternal Edén, por su hermosura Parecía una cándida paloma En la forma ideal de su figura: Un cuerpo de mujer en que se encierra El puro sér de un ángel, á la obscura Región mortal de nuestra baja tierra Enviado, á perfumarla con su aroma Y á derramar en ella su ventura. Pero la torva luz de su mirada, La cortina de sombra que en su frente Tiende su ceño cuando mira airada, La contracción apenas perceptible Con que el extremo de su labio ardiente Arruga su sonrisa, De la escondida peligrosa hoguera Que arde en su doble corazón avisa, Y en la faz de la Mora Con resplandor siniestro reverbera. Muley por su belleza seductora _Luz de la aurora_ la llamó..... y tal era La luz de este _lucero de la aurora_: Tal es Zoraya que á Muley espera. Oyóse al cabo en el jardín vecino, Bajo el abierto mirador cercano, El dulce són de un cántico africano Que una morisca guzla acompañaba: Són con que la anunciaba de contino La llegada del Rey atenta esclava. Estremeció los miembros de la Mora Movimiento nervioso: mas tan leve, Que resbalar no hizo Por su cuello, más blanco que la nieve, El más ligero descompuesto rizo: Ni de su blando lecho Un pliegue solamente descompuso: Ni con respiración más presurosa Se hincharon los contornos de su pecho. Inmóvil, silenciosa, Cual si no le sintiera ni aguardara, En su aparente sueño y perezosa É incentiva postura Dejó la hermosa que Muley llegara El veneno á beber de su hermosura. Envuelto en su alquicel, bajo el plegado Pabellón de la azul tapicería, Apareció Muley: tendió callado Una sagaz mirada escrutadora Por sobre cuanto en derredor había, Y dilató su labio desdeñoso Sonrisa de placer, viendo á la Mora Que sobre los cojines en reposo Con abandono tentador yacía. Llegóse á ella y contempló un instante La tranquila expresión de sus facciones, Por milésima vez con ojo amante Recorriendo voraz las perfecciones De aquel cuerpo, velado escasamente Por el leve ropaje transparente Sobre los apilados almohadones. Llegóse y admiró bajo la pura Nívea tez, á través de su blancura, La red sutil de las azules venas, Cuyo tejido transparente indica Que aquella piel purísima y nevada Encubre el alma ardiente y vivifica La complexión fogosa, enamorada, Que á su tez atribuyen las morenas; Y percibió el aroma con que el baño Su cuerpo perfumó, de que las Moras Granadinas usaban todo el año; Y el rumor escuchó, sensible apenas, De su respiración igual y suave, Y sin poder con su amoroso exceso Sobre su boca de coral, que sabe Y trasciende al alöe de Corinto, Depositó Muley un amplio beso Que crujió de la estancia en el recinto. Abrió Zoraya los ardientes ojos, Y al fijar su mirada Sobre la faz del Árabe, cambiada De colérica en tierna, con acento Más grato que el murmullo soñoliento Que levanta la brisa en la enramada, Díjole, disipando los enojos Que acaso al despertar fingió indignada: «Te esperaba, Señor: aunque dormía, »Mi corazón velaba, y en mi sueño »La leve huella de tu pie sentía »Que á mis amantes brazos te traía, »Bizarro Amir, de mi existencia dueño.» «Apenas en los altos alminares (Contestóla Muley)» la voz sonora »Del _muezín_ anunció la última hora »De la oración del día, »Á favor de las sombras tutelares »Vengo á ti, manantial del agua pura »En que templa su sed el alma mía, »Y heme á tus pies, LUCERO DE LA AURORA, »Que me alumbras doquier con tu hermosura. »Llamásteme en secreto, »Sol de mi corazón, y aquí me tienes »Á tu absoluta voluntad sujeto. »Habla; ¿Qué quieres de tu esclavo? ¿Bienes? »Mi reino es tuyo: véndele. ¿Deseas »Regocijos y zambras? Mis juglares »Llama, mis nobles Árabes convoca; »Y aquéllos con mil juegos malavares, »Y éstos con toros, cañas y torneos, »En fiesta interminable, libre y loca, »Sacien en Bib-arrambla tus deseos. »¿Ó tal vez algún vil desventurado »Tu enojo excita? Nómbrale, y aunque haya »Mi amigo sido ó su niñez pasado »Junto á mí, y yo partido mi grandeza »Con él, te juro por tu amor, Zoraya, »Que te enviaré mañana su cabeza.» Decía así Muley, en la locura De la pasión que el alma le devora, Y sonreía oyéndole la Mora De la pasión del Árabe segura. Sus dedos de marfil entre la cana Barba de Hasán con infantil cariño Pasó y con complacencia la Sultana, Dejándola aromada con su mano: Y con caricia tal, propia de un niño, Trajo á sus pies sobre el cojín liviano Trémulo de placer al Africano. Zoraya entonces, su gentil cabeza En el hombro del Moro reclinando, Y el fuerte talismán de su belleza Contra el alma del Árabe empleando, Así le empezó á hablar, el suave aliento De su boca balsámica de intento Hasta la boca de Muley enviando, Diálogo tal entre los dos trabando: ZORAYA Sabes cuánto te amé. Niña y cautiva Me crié al lado tuyo entre las flores De los jardines de tu Alhambra: esquiva Después á los halagos tentadores De tus bizarros nobles Granadinos, Negué mi juventud y mi belleza Á cuanto no eras tú con entereza..... ¡Sentía ya ligados nuestros sinos! Hizo en ti de los astros la influencia Su efecto al cabo: me encontraste hermosa, Cediste del destino á la sentencia, Y pagaste mi amor, y fuí dichosa. La tierra en que nací y el amoroso Dulce calor del maternal regazo, El acento del padre cariñoso, Su castillo feudal que, en el ribazo De un cerro, se levanta pintoresco Cercado de alamedas, cuyo arrullo Salud le daban y armonía y fresco De despeñadas aguas al murmullo, Todo lo echó por fin de mi memoria: Y, del nombre y la fe de mis mayores Renegando, las puertas de su gloria Perjura me cerré por tus amores. MULEY HASÁN ¿Y cuándo lo olvidé, luz de la aurora? ¿No comprendí tu abnegación y entero Mi corazón te di? Tú eres señora Dél todavía; lo que quieras quiero. ZORAYA Quiero, Señor, decirte lo que acaso No te deje otro afecto libremente Comprender y juzgar: porque traspaso Los límites tal vez de lo prudente Con tan audaz revelación; empero Más que el respeto y la prudencia fuerte Mi cariño por ti, salvarte quiero Aun á peligro de mi propia muerte. MULEY HASÁN ¡Salvarme! ¿Y de qué riesgo? Habla. ZORAYA Un instante Oye en calma, Señor. Yo, que las horas De tu existencia en vela paso amante, Sé por tu bien lo que imprudente ignoras. Tienes, Señor, un hijo cuya estrella Á Granada es fatal, según los sabios Que su horóscopo hicieron. MULEY HASÁN La luz de ella Pende no más de un soplo de mis labios. ZORAYA Y el soplo de tus labios sólo pende De un acero traidor que en tu garganta Le corte. MULEY HASÁN ¿Abú Abdil....? ZORAYA Señor, atiende. MULEY HASÁN Prosigue. ZORAYA De él y de su madre es tanta Por reinar la impaciencia, que á estas horas, Traidores á su rey y de él parciales, Bajo los techos de las casas moras Se afilan en silencio mil puñales. MULEY HASÁN Sé que Aija..... ZORAYA Me detesta. MULEY HASÁN ¡Ay si te mira Sólo un momento con semblante torvo! ZORAYA ¡Y Hay de ti, si la rabia que la inspira No sofocas, Muley! No será estorbo Ya ni el filial ni el conyugal cariño Para intentar el crimen: la serpiente Da emponzoñados huevos, y el que niño Para su padre fué desobediente. Traidor para su rey será mañana. MULEY HASÁN Desecha tu temor, Zoraya mía: Los conozco á los dos: mas será vana Su obstinada ambición: se les espía. ZORAYA ¿Pero ignoras. Señor, que está plagada Tu corte de los suyos? MULEY HASÁN Sé sus nombres. ZORAYA ¿Y sabes que propalan por Granada Que Dios está por él? MULEY HASÁN Pero los hombres Crédito no les dan. ZORAYA Rey, te equivocas: Aly-Athar el de Loja y la Alpujarra Toda con él, sus esperanzas locas Apoyan con la fe y la cimitarra. MULEY HASÁN La fe y mis cimitarras á sus breñas Les volverán. ZORAYA Te engañas: los villanos Reniegan de su fe, según las señas. Pues pactan contra ti con los cristianos. MULEY HASÁN Zoraya, sus delirios ha venido Á contarte algún loco. Te detestan Y ambicionan reinar: mas nunca han sido Del Nazareno amigos. ZORAYA Pues se aprestan Los Nazarenos á su voz..... MULEY HASÁN ¡Patrañas Por derviches lunáticos vertidas! ZORAYA Empresas ciertas, aunque asaz extrañas: Peligrosas, Muley, mas emprendidas. Yo, por ti en vela, presentí el estrago De este huracán que nubecilla asoma; Sé que es tu hijo y te dirán que lo hago Por amor á los míos: pero toma. Tal diciendo Zoraya, de entre el raso De los blandos cojines tunecinos, Prevenidos sin duda para el caso De antemano, sacó dos pergaminos: Y con aquella singular sonrisa En cuya móvil expresión graciosa Algo tal vez siniestro se divisa, Á Muley presentóselos la hermosa: Y al tomarlos Muley: «Mira, le dijo, »Á través de esta tinta venenosa, «El alma de la madre y la del hijo.» Desplególos Muley, aproximándose Al vaso de alabastro transparente Donde la luz ardía, demudándose Su semblante al lëer: con ojo ardiente La Mora le espió, de su creciente Cólera apercibiéndose, y su flecha, Viendo herir en el blanco, dulcemente En el mullido lecho reclinándose, Tornó á la antigua calma, indiferente. Más torvo, más feroz á cada instante Según adelantaba en su lectura Se tornaba del Árabe el semblante. Fulguraban sus ojos: insegura Plegaba una sonrisa repugnante Su desdeñoso labio, y la amargura De la hiel que el escrito rebosaba En su lívida faz amarilleaba. «¡Traidores!--dijo al fin, el pergamino Con los crispados dedos estrujando.-- ¡Traidores! En buen hora, en su destino Con ceguedad estúpida fiando, Abrirse intenten al poder camino Y astutos formen revoltoso bando: ¡Pero poner por escalón del trono Al cristiano!... Jamás se lo perdono. Jamás: jamás.» Y con ahogado acento Repitiendo «jamás,» como una fiera Enjaulada, cruzaba el aposento De uno á otro lado, cual si presa fuera De vértigo infernal. Sagaz, atento Y abierto apenas de la Mora el ojo, Por más que indiferente pareciera, Seguía con afán su movimiento, La progresión pesando de su enojo. De repente Muley frente á la Mora Paróse, y cual si en ella se aprestara La cólera á estrellar que en sí atesora El exaltado corazón, la dijo Con destemplada voz y cara á cara: «¿Y por qué medios, tan sagaz, penetras Los secretos de Aija y de su hijo? ¿Quién te trajo las llaves Del misterio encerrado en estas letras? Si esto es una verdad, ¿cómo la sabes?» --«Señor, dijo Zoraya levantando La cabeza con calma, Desecha tu temor, templa tu ira: Quien vendió á Abú Abdil vendió su alma Al padre del pecado y la mentira. Este secreto de tu raza infando Yace en la tumba ya: libre respira, Muley: la esclava te veló tu sueño Y el mensajero vil de esa escritura, Al descolgarse audaz de tu alcazaba Por la torre del Agua, sepultura Á demandar no más bajó á tu esclava. --¡Á ti, Zoraya!--Á mí; porque yo vivo Tan sólo para ti,--Mas..... no comprendo..... --¿De qué me sirve, pues, tanto cautivo Como me das, Muley? De los traidores Argos les hice yo: de ellos aprendo: Y como ellos también, compro traidores; Me acechan sin cesar, y les acecho: Tus secretos espían, y yo el suyo Bajo á buscar al fondo de su pecho. No tienen mis esclavos otro oficio, Ni Abú Abdil ni Aija un pensamiento Oculto para mí: mi sér, mi vida, Consagrados están á tu servicio. En esos pergaminos te presento La desnuda verdad: está cumplida Mi obligación. Desde hoy nuestra existencia, Señor, está en tu mano. Lee y lee sin pasión: juzga y sentencia: Castiga justo, ó liberal perdona: Tú eres el soberano: Mas escoge entre el hijo y la corona. En cuanto á mí, Señor, yo soy tu esclava; Que en la balanza igual de tu justicia No sea yo jamás peso, ni traba. El noble amor, que abrigo En mi pecho por ti, no es de cristiano Cobarde corazón; yo, pues, contigo Triunfaré ó moriré como sultana Que tu lecho y tu amor no partió en vano, Amir: porque mi sangre es castellana, Pero mi corazón es africano.» Calló Zoraya y se tornó en el lecho Á reclinar tranquila: Y el Rey quedó como de mármol hecho Contemplándola, inmóvil y derecho, Dilatada de asombro la pupila. Jamás la vió ni la creyó dotada De corazón tan varonil y entero, Ni sospechó que su alma apasionada Atesorara amor tan verdadero. Indolente, pasiva, abandonada, Henchida la juzgó de amor sincero Siempre: mas siempre tímida, indecisa, Y á toda intriga al parecer ajena, Con el cariño de su Rey pagada De su dorada esclavitud, precisa Por los preceptos de la fe agarena. Hombre Muley de cabellera cana, Pero de joven corazón y aliento Heroico y viril, halló contento Un alma varonil en la sultana. Absorto de ello en el primer momento En crëer vaciló lo que veía: Bajó á su corazón su pensamiento Y ahogó su voluntad con la alegría: Y cuanto más dudaba, Tanto más en la duda se engreía: Y cuanto más crecía La inacción que su sér paralizaba, El fuego del amor que le hechizaba Más violento en su pecho se encendía. Conocíalo bien la artificiosa Y astuta renegada, y contemplando Llegada la ocasión, que codiciosa Preparó en muchos años con constante Mañoso afán y con prudencia mucha, La máscara arrojó de su semblante Y cara á cara se aprestó á la lucha. Ya era Muley su esclavo: sus antojos Leyes eran para él: sólo tenía Para adorarla corazón, y ojos Sólo para mirar lo que veía Por sus ojos Zoraya. Era ya tarde Para que su razón iluminara Su avasallado corazón: yacía Ciego esclavo á los pies de su señora: Y el Monarca despótico, el guerrero Indomable, el león de las arenas Abrasadas de Zahara, Esclavo de la esclava á quien adora, Era no más que tímido cordero Amarrado de amor con las cadenas. Pero ¡así estaba escrito, y aun lo llora La gente del desierto que en sus venas La sangre guarda de la raza Mora! Por eso fascinado, enloquecido Por su pasión, Muley veía sólo De la Mora el amor apetecido Tanto por él, pero jamás el dolo, Mas nunca la ambición de soberana: Y por eso rendido Á tal fascinación, con ambas manos Tomó los pies enanos De la Mora gentil, y enardecido Por su insana pasión, puso sobre ellos Muchas veces sus labios soberanos. «Sí (exclamó): tú lo has dicho, que conmigo Vencerás ó caerás como sultana: Y has dicho la verdad; tú soberana Conmigo reinarás: yo te lo digo.» Volvió la renegada la cabeza Hacia el Rey otra vez con la sonrisa De un ángel (y la aureola de belleza De una visión que en sueños se divisa Circundaba su faz), y en el sonoro Idioma de los Árabes le dijo: «Amir, tú eres mi dueño y yo te adoro. Te dije la verdad: mas es tu hijo.» Agolpóse la sangre á la mejilla Del Rey á estas palabras, y con rabia Concentrada exclamó: «No es hijo mío Quien favor contra mí pide á Castilla. De la palma jamás la dulce savia Fecundó la mortífera cicuta: No es hijo mío quien mi fe mancilla, Y yo, sin vacilar, contra el impío Alzaré de las leyes la cuchilla. --Piénsalo, Amir.--Mi ley es absoluta. --Muley, en su favor habló el destino. --Yo haré mentir la predicción aciaga, Y su estrella fatal, que nos amaga, Apagaré en mitad de su camino.» Reverberaban de Muley los ojos Y chispeaban los ojos de la Mora Con vívidos destellos: Éstos de la ambición devoradora Con el triunfante resplandor, y aquéllos Con el torvo fulgor de los enojos. Pasaron todavía unos instantes De plática en secreto Uno de otro en los brazos: el objeto De tal conversación le comprendía El corazón no más de ambos amantes: Sólo el susurro de su voz se oía. Á poco, de los brazos de la Mora Desprendiéndose el Árabe, embozóse En su blanco alquicel y hacia el calado Arco del mirador adelantóse. Siguióle hasta el umbral la encantadora Sultana, con un beso regalado Sellando el labio de Muley, quien presto Á desaparecer por la excusada Galería la dijo: «Aláh te guarde, Lucero de la aurora. --Él te acompañe, Amir, dijo Zoraya: Perdona empero al alma enamorada Si duelo te causó.--La llama que arde Inextinguible, inmensa En mi pecho, Zoraya idolatrada, Al amor que en el tuyo se atesora, Digna procurará dar recompensa. --Los destinos, Señor.....--Yo haré que fijos En tu favor los astros permanezcan: Yo te lo juro, luz del alma mía, Tú reinarás y reinarán tus hijos: Deja que el tiempo corra y ellos crezcan.» Dijo el Rey y tomó la galería: Y por verle cruzar el lindo huerto Adonde oculta la escalera baja Y la esclava le espera al entreabierto Postigo, descorrió la celosía Del dorado balcón de Lindaraja Zoraya, y saludóle muchas veces, Mientras en el jardín le distinguía Desde los arabescos ajimeces. Y he aquí que mientras ella contemplaba El jardín, y la espalda al aposento Para mirar á su Señor tornaba, Bajo la celosía que se alzaba De una de las ventanas que en el muro Lateral de la cámara se abrían, Sagaz, osado, atento, Como á la voz secreta de un conjuro Asomó un rostro pálido un momento: Un rostro de mujer en que lucían Dos ojos como rayos en lo obscuro. Clavaron estos ojos en la Mora, Vuelta hacia el huerto aún, una mirada Rencorosa, tenaz, devoradora: Y las palabras lúgubres dejando Una á una á salir con voz ahogada, Cual sin querer la idea formulando En la palabra apenas pronunciada, Murmuró la mujer allí asomada: «¿Tú reinarás y reinarán tus hijos, »Porque hará que los astros permanezcan »En tu favor resplandeciendo fijos?..... »¡Deja que el tiempo corra y ellos crezcan!» Dijo: y, volviendo el rostro la sultana Hacia el rico aposento, Tornó á desaparecer en un momento El rostro de mujer de la ventana. II EL SALÓN DE COMARES Amanecía apenas: los reflejos De la rosada luz del sol naciente Á dorar comenzaban á lo lejos De la ancha sierra la arbolada frente: Y empezaba la aurora purpurina Ostentosa á tender su velo de oro Prendido en el Oriente, Sobre la extensa vega granadina, Ceñidor de verdura, Morisco chal que envuelve la cintura De la ciudad en donde reina el Moro. Comenzaba á sus cárdenos fulgores La tierra fértil á tomar colores, Exhalando de sí el aroma suave De la humedad nocturna, y comenzaba La flor á abrirse, á gorjear el ave, Y la brisa del alba revoltosa Á estremecer del bosque, donde erraba, La cabellera verde y rumorosa. Fresca, gentil, risueña, Á la primera luz de la mañana Se despertaba la ciudad sultana, De cien ciudades orgullosa dueña: La ciudad del amor y de las flores: La ardiente y hermosísima africana, Que reclina su frente soberana Sobre el fresco tapiz de mil colores Que á sus pies tiende su florida tierra, Y cuyas orlas por doquier remata Con caireles de lázuli y de plata, Ya el mar que en torno de ella se dilata, Ya la nevada fronteriza sierra. Asomado á un balcón de la alta torre Llamada de Comares, cuyo asiento El Darro besa que á su planta corre Regando huertas mil en curso lento, Esperaba el Rey árabe la hora De recibir al castellano Vera, Quien no quería que en la Corte Mora La venidera aurora Su embajada sin dar le amaneciera. La gente granadina Con la nueva alarmada De aquella ceremonia, aglomerada Ante Bib-el-Leujar, la matutina Luz aguardaba con afán, curiosa De conocer el fin de esta embajada, Más misteriosa cuanto no esperada. Mil interpretaciones Daba á su objeto el vulgo: comentaban Los viejos y santones Las causas y políticas razones Que pudieron mover al Rey cristiano Á enviar á la ciudad del africano La enseña militar de sus legiones: Mas fatigaban el discurso en vano; Ignoraba hasta el Rey las intenciones Con que vino á su Corte el castellano. Este á su vez, y en tanto, prevenido Para cumplir con su misión, oía, Desde la torre que ocupaba, el ruido Que de ella al pie la multitud hacía. Ya antes del alba con atento oído, Ojo sagaz y espíritu mañero, La situación inspeccionado había De la árabe ciudad el caballero. De pechos en la almena De su torre moruna, Al resplandor de la creciente luna La contempló de fortalezas llena, De muros bien cercada, Bajo un clima feliz y en cultivada Campiña, rica, saludable, amena, Por tres ríos á par fecundizada, Y favorita, en fin, sin duda alguna Del amor, de la próspera fortuna: Y el noble castellano, inteligente En el arte y estudios de la guerra, Vió que estaba en su tierra Bien prevenida la africana gente. Comprendió de Don Juan el buen sentido En la quietud de su nocturna vela, Que había el moro Rey, muy entendido, Coronado sus torres y alminares Por uno y otro atento centinela, Y diestra y sabiamente repartido Sus vigías y puestos militares: Concluyendo por fin Don Juan de Vera De la ciudad entera La nocturna revista, Diciéndose á sí mismo sin reparo Cuánto iba á ser al Castellano caro Lograr de aquella tierra la conquista. Hallábase en la torre todavía El buen Comendador, rectificando Á la primera luz del nuevo día El juicio que hecho por la noche había, Cuando vió que á su torre aproximando Un escuadrón de Moros se venía, La plaza del aljibe atravesando. Dejó la almena, convocó su gente Y, á la plaza bajando, La tendió de los Árabes enfrente. Entonces el wazir, que administraba La justicia del reino Y el gobierno interior de la alcazaba Del granadino Rey, ante la fila De los jinetes árabes saliendo, Fuése para Don Juan, con faz tranquila Y sosegada voz así diciendo: «La fe de Aláh te alumbre, castellano. »Has demandado con la luz primera »Al Rey hablar: ven pues, que ya te espera »Del Consejo en presencia el soberano.» Encontrando la arenga algo altanera Y contemplando al Árabe un momento, «Vamos» dijo no más Don Juan de Vera: Y á paso noble, majestuoso y lento, De la ancha plaza atravesó el espacio Que apartaba no más su alojamiento De las doradas puertas del palacio. De la soberbia torre de Comares En la ostentosa cámara, alfombrada Con alkatifas persas, perfumada Con pebeteros de oro y con millares De extrañas, ricas y olorosas flores Que en sus pensiles dan los Alijares, Esperaba Muley al castellano En medio de su Corte y su nobleza, Queriendo ante los ojos del cristiano Hacer ostentación de su grandeza. Con la rosada luz de la mañana Resplandecía en toda su hermosura La labor africana De aquella estancia regia, que figura Un pabellón de rica filigrana, Trabajo de algún Genio por ventura Según la tradición mahometana. En torno de Muley, sobre divanes De púrpura, los viejos consejeros, Los kadís y los nobles capitanes Del ejército, estaban los primeros. De su Rey menos cerca, De pie, con respetuosos ademanes, Los demás cortesanos caballeros Ocupaban el patio de la alberca Á sombra de sus frescos arrayanes. El estanque y las fuentes del palacio, Ornadas con vistosos surtidores, Poblaban el espacio De caños de cruzados saltadores Que, deshechos en gotas en la altura, Doblaban del ambiente la frescura Como perlas cayendo entre las flores, Que al borde crecen de la alberca pura Llena de pececillos de colores. Del wazir precedido Y de diez caballeros Castellanos Por decoro seguido, Armado de los pies hasta las manos, Del manto de Santiago revestido, Con apostura grave y altanera, Por medio de los nobles Africanos El patio atravesó Don Juan de Vera. Torva mirada de los ojos fieros Del círculo de Moros caballeros Pesó sobre Don Juan desde su entrada, Manteniéndose en él tenaz, clavada, Hasta los pies de el granadino trono; Bien revelando el animoso encono Con que su roja Cruz se ve en Granada. Don Juan, empero, en ademán tranquilo, Y mesurado aunque orgulloso porte, Avanzó hasta el marmóreo peristilo Que da entrada al salón do está la corte: Llegó hasta el trono de Muley, y en tierra, Sin humildad, hincando una rodilla, Presentóle una caja en que se encierra Su regia credencial dada en Sevilla. Tomóla sin abrirla el Africano Con altivo desdén, y del prolijo Ceremonial haciendo al castellano Amplia merced, lacónico le dijo: «Ya te escucha Muley: habla, cristiano.» Púsose en pie Don Juan, y con pausada Voz, que pudo entender el más lejano, De esta manera expuso su embajada: «Yo, Don Juan de la Vera, caballero »Comendador del Orden de Santiago, »En nombre de mi Rey vengo: primero, »Á reclamar el atrasado pago »De tu tributo anual íntegro, entero, »Y después, de Castilla con Granada »La tregua á prolongar, que es acabada.» Dijo Don Juan y enrojeció el semblante Del Árabe la cólera: en la estancia Rumor universal cundió al instante De indignación terrible, la arrogancia De tal mensaje oyendo: más de un guante Se alzó en contestación de su jactancia: Más de un Moro dió un paso hacia adelante, Puesta la mano en el alfanje: empero Sus iras atajó Muley severo. «Cristiano (dijo el Rey con voz airada), »Ve á decir á los Reyes castellanos »Que han muerto ya los Reyes de Granada »Que pagaban tributo á los cristianos: »Que la moneda entonces acuñada »No conocemos ya, ni nuestras manos »Labran ya más metales que el acero »De que forja su arnés el caballero. »Oiste: parte, pues. Yo te perdono »La vida y la embajada. Á la frontera »Del reino salvo llegarás: mi encono »No infringirá mi fe: mas la postrera »Colina al transponer donde mi trono »Se respeta y tremola mi bandera, »De mí hablar oirás, yo te lo juro, »Castellano. Ve en paz, que vas seguro.» «Moros, dijo Don Juan con altanero Mas tranquilo ademán: si mi mensaje Os ofendió, ved bien que el mensajero Ni un punto le ha añadido: mi lenguaje Fué exactamente el de mi Rey: y espero Que ninguno por él me hará el ultraje De esquivar con desdén, si es que me halla, El bote de mi lanza en la batalla.» Dijo Don Juan. Los nobles Africanos, De los valientes siempre apreciadores, Abrieron en silencio á los cristianos Paso, ahogando en el pecho los rencores De raza y religión. Los castellanos Volvieron á montar sus piafadores Corceles: y, dejando á rienda suelta La ciudad, dieron á Castilla vuelta. * * * * * Cuando el sol de aquel día en Occidente Irradiaba sus últimos reflejos, Ya transponía la cristiana gente Los cerros fronterizos. Á lo lejos Les vió desde sus torres impaciente El árabe Monarca, cuyos viejos Mas perspicaces ojos todavía Penetran la confusa lejanía. El brillo de las lanzas castellanas Apenas se sumió en el horizonte, Y apenas, embozada en sus livianas Sombras, la noche á descender del monte Comenzó, cuando Hasán sus africanas Armas pidió diciendo: «Que se apronte »Una hueste elegida y numerosa »Á partir en la noche silenciosa.» «Yo la conduciré.» Llamó en seguida Á su wazir Abú-l'Kazín, que era Gobernador de la ciudad, y «cuida »(le dijo) bien de que se cumpla entera »Mi voluntad. Después de mi partida »Pon á Aija en una torre prisionera »Con su hijo, y á habitar manda que vaya »En el Generalife la Zoraya. »Ten á ésta como mi única sultana, »Á Aija y Abú Abdil como traidores. »Yo á tocar á una villa castellana »Una alborada voy con mis tambores, »Y tardaré lo más una semana »En volver á la Alhambra. ¡Ea, señores, »Á caballo y silencio! los soldados »En Bib-arrambla esperan convocados.» Dijo Muley, su intimación postrera Dirigiendo á sus guardias: y, montando En su caballo de batalla, que era Un árabe veloz, partió tomando La cuesta de Gomeles, con guerrera Planta en la plaza real desembocando: Y, al frente de su hueste, de Granada Salió á empresa de todos ignorada. LIBRO TERCERO ZAHARA I GONZALO ARIAS DE SAAVEDRA Está Zahara en una altura Entre montaña y colina, Sentada en la peña dura Que asoma la cresta obscura Por entre Ronda y Medina. Cuando encienden los cristianos De noche hogueras en ella, No distinguen los paisanos Si son sus fuegos lejanos Luz de atalaya ó de estrella; Y cuando el alba naciente Dora la almenada villa, Se confunde fácilmente Con la armadura que brilla El riëlar de la fuente. Sus atalayas pusieron Los moros en ella un día, De fosos la circuyeron, Y apriesa la abastecieron Porque el invierno venía. Tuviéronla muchos años De los cristianos guardada, Con mil ardides extraños, Causándoles muchos daños En guerra tan prolongada. Á la sombra guarecidos De sus breñas y pinares, Bajaban como bandidos Y robaban atrevidos Alquerías y lugares. Toleraban los cristianos En silencio sus desmanes: Pero pensando á las manos Coger á los africanos De aquel peñón gavilanes. Estaban los insolentes, Aunque pocos, confiados, Conociéndose valientes: Los cristianos, más prudentes, Les cogieron descuidados. Todos los de aquella tierra, Procurándose en secreto Mil utensilios de guerra, Atravesaron la sierra De asaltarla con objeto. Y una noche la asaltaron, Y guardarla no supieron Los Moros que la fundaron; Cinco veces la cobraron Y otras cinco la perdieron. Entonces los vencedores Doblaron su alta muralla, Y abrieron fosos mayores Para guardar previsores La prenda de la batalla. Estrecha y sola una senda Dejaron en todo el cerro, Porque mejor se defienda, Si se empeña otra contienda, Su sola puerta de hierro. Por eso en sus torreones Y en sus anchos murallones Guardó la morisca villa, Sobrepuestos, los blasones De los Reyes de Castilla. Tal es Zahara: y en la altura Del cerro en que está fundada, Y por la fragosa hondura De sus barrancos guardada, Siempre estuviera segura. De los Moros, como el nido De un águila suspendido En inaccesible peña, Si menos la hubiera sido Su fortuna zahareña. Pero su alcaide cristiano Nació con estrella aciaga, Y Dios apartó su mano Del infeliz castellano, Y el rayo de Dios la amaga. Porque ¡ay! ¿qué la han de valer Su muro y torres de piedra, Si los ha de mantener, Sin fortuna y sin poder, Gonzalo Arias de Saavedra? ¡Desventurada es la historia De este buen Gobernador, Bravo capitán sin gloria, Blanco de mala memoria Y de fortuna peor! Desdichada fué su raza: No hubo cálculo ni traza Que al revés no le saliera, Ni bando, opinión ó plaza Que, suya, prevaleciera. Siguió su padre Hernán Arias De Enrique el Rey las banderas Á las de Isabel contrarias, Y perdieron las primeras Sus empresas temerarias. Del de Cádiz se allegó Hernán á los partidarios, Y el encono se extinguió De los grandes sus contrarios, Y Hernán Arias se fugó. De los Moros amparóse Y por los Moros mantuvo Á Tarifa; mas tornóse La suerte: capitulóse, Y Arias que entregarse tuvo. Caballeros en Castilla Intercedieron por él, Y, olvidando su mancilla, Le indultó Doña Isabel Confinándole á Sevilla. Bien único hereditario, En su aljarafe tenía Un torreón solitario, Y allí su infortunio varió Fuése á llorar noche y día. Mas he aquí que maltratado Por el tiempo el edificio, Y él imposibilitado De gastar sólo un cornado De su hacienda en beneficio, En un temblor que agitó Las tierras circunvecinas Su torre se desplomó, Y Hernán Arias pereció Sepultado entre sus ruinas. ¡Desventurado Hernán Arias! Las estrellas tan contrarias Le fueron en paz y en guerra, Que hasta se le abrió la tierra Sin exequias funerarias. Su hijo Gonzalo, heredero De su fortuna fatal, Aunque habido por guerrero Valiente y buen caballero, Lo pasó siempre bien mal. De su padre la memoria, Lo siniestro de su historia Y proverbial desventura, Le hicieron, sin prez ni gloria, Pasar una vida obscura. Dotado de alto valor, De ciencia y destreza rara En la guerra, con honor De alcaide gobernador Le enviaron al fin á Zahara. Dióle la reina Isabel Compadecida este cargo: Pero, dándoselo á él, El mejor panal de miel Se le hubiera vuelto amargo. Era Gonzalo un valiente Y entendido capitán, Tan audaz como prudente: Mas ¿qué hará si no le dan Ni bastimentos ni gente? «Tu lealtad y tu bravura »Tendrán á Zahara segura» Le dijeron, y le enviaron Á Zahara: mas no contaron Con su innata desventura. Sin víveres y sin oro Con que pagar sus soldados, No puede ni su decoro Sostener, ni contra el Moro Tenerles subordinados. Su gente se le rebela Y él, sólo, en continua vela, Su fortaleza recorre, Y hace á veces centinela El mismo en alguna torre. «Si no por obligación, »Por vuestro bien ayudadme,» Les dijo en una ocasión: Y su alférez Luis Monzón Contestóle ébrio: «Pagadme.» Y el pobre Gobernador, Sin influencia y sin pan, Se vió inútil capitán De gentes que sin temor Ni amor hacia él están. Pedía al gobierno amparo De víveres ó dinero: Pero el gobierno reparo No ponía, y el frontero Seguía en su desamparo. Dos veces quiso salir Á correr la mora tierra: Mas sus gentes, al oir Que se trataba de guerra, No le quisieron seguir. Tal era la situación De Zahara en esta ocasión; Tal es el afán que arredra El brío del corazón De Gonzalo Arias Saavedra. Por eso sus castellanos Se están mal entretenidos En casa de los villanos, En pensamientos livianos Con las mozas divertidos; Pues por demás licenciosos Son siempre nuestros soldados, Cuando en puestos apartados Les dejan vivir ociosos, Por libres ó mal pagados. El Rey moro, que sondara Su abandono y su pobreza, Se dijo: «Es cosa bien clara Que me da la fortaleza Quien así la desampara: Conque tomarla es razón.» Y Hasán dispuso á este fin Misteriosa expedición, Dándole gente en unión La Alhambra y el Albaicín. Salió, pues, de la ciudad Muley en la obscuridad, Sin decir de esta salida La razón desconocida, Para más seguridad. Y es fama que el Africano, De Bib-arrambla al pasar Bajo el arco, dijo ufano: «Le tengo de festonar Con cabezas de Cristiano.» Era una tarde nublada De tormenta amenazada: El viento ronco mugía, Y en anchas gotas caía Á espacios lluvia pesada. Cerróse en obscuridad El cielo: la tempestad Desgarró las nubes pardas, Y brilló en las alabardas El relámpago fugaz. Entre la enramada espesa De un pinar de que se ampara, Con la gente de su empresa Iba Muley á hacer presa En la descuidada Zahara. Caídos los martinetes Sobre las mojadas telas Revueltas á los almetes, Caminaban los jinetes El lodo hasta las espuelas. Mohino el Rey por demás, De los pasos el compás Oyendo con mal humor, Iba: junto á él un tambor Y los peones detrás. Tras éstos los saeteros Y hasta cien arcabuceros: Luego los escaladores, Luego trompas y atambores, Y luego los ingenieros. Tras ellos, en pelotones Flanqueados por dos alas De jinetes con lanzones, Muchos negros con escalas Para entrar los torreones. La media noche sería, ¡Espantosa noche á fe! Cuando de la roca umbría Sobre que Zahara dormía Se detuvieron al pie. Contó el Rey cuidadosamente Las hogueras y señales, En que convino prudente Con sus guías, y la gente Partió en dos bandos iguales. Guardando el cerro dejó Los jinetes: apostó Los saeteros mejores, Y él con los escaladores Por el peñasco trepó. La obscuridad, la tormenta, Patrocinan su ascensión Ardua, silenciosa y lenta: Todo Muley lo hubo en cuenta Con astuta previsión. El ruido de sus pisadas Sofoca el ruido del viento, Y las aguas despeñadas Por las ásperas quebradas Con estrépito violento. Tal vez descienden rodando De roca en roca chocando Pedazos de las montañas, Pinos, chozas y alimañas Consigo al valle arrastrando. Tal vez una encina añosa, Arraigada en un peñón Todo un siglo, estrepitosa Se rompe con temerosa Y atronadora explosión. Tal vez algún lobo, fuera De su cueva sorprendido, Bajo una peña cogido Invoca á la muerte fiera Con un espantoso aullido. Tal vez por algún torrente Arrastrada una serpiente De un precipicio á la hondura, Rasga la atmósfera obscura Con un silbido estridente. ¡Horrible noche es aquella, En que, mientras contra Zahara Ronca tempestad se estrella, De la tempestad se ampara Muley audaz contra ella! La villa desventurada, Por el viento sacudida, Por el turbión anegada Y en las tinieblas velada, Reposaba adormecida. Apena en un torreón De su vieja ciudadela, Encogido en un rincón Murmura escasa oración Un cristiano centinela. Tal vez duerme sin afán Al calor de su gabán En su garita, al arrullo Que viento y agua le dan Con su continuo murmullo. Y tal vez, sobre la mano La barba y en la rodilla El codo, sueña el cristiano Una aurora de verano En un lugar de Castilla. II ¡Tremenda noche! La lluvia, Desgajándose á torrentes Por las quebradas vertientes De la sierra, con fragor Á la hondura de sus valles Consigo arrastrando baja Los árboles que descuaja Del vendaval el furor. ¡Tremenda noche! Iracundos Los rebeldes elementos Amagan de sus cimientos Las montañas arrancar: Y, en la cresta de la roca Donde se halla suspendida, Con ímpetu sacudida Tiembla Zahara sin cesar. Á una aspillera asomado De su antigua ciudadela, El buen Arias está en vela, Ocupado en escuchar Los rumores que á su oído En sus alas trae el viento, Y un fatal presentimiento No le deja sosegar. Nada sus tenaces ojos Ven en noche tan cerrada: No percibe ni oye nada En la densa lobreguez, Más que el velo tenebroso Y la voz de la tormenta, Cuya furia se acrecienta Con horrible rapidez. Á sus pies reposa Zahara: Sus tejados ve, á la lumbre Del relámpago, en la cumbre Donde el pueblo se fundó: Mas la roja llamarada Que el relámpago refleja Le deslumbra y no le deja Comprender lo que á ella vió. Al resplandor instantáneo Con que el pueblo se ilumina, Cree tal vez ver la colina Con el pueblo vacilar: Y á veces, en el instante De iluminarse de lleno, Cree ver de Zahara en el seno Vagas visiones errar. Blancos bultos, misteriosas Sombras, móviles reflejos Tras los muros á lo lejos Moverse y lucir cree ver; Cual si, haciendo de ellas vallas, Los espíritus del monte De sus torres y murallas Se quisieran guarecer. ¡Delirios vanos! ¡Quimeras De su débil fantasía! Pasa el pobre noche y día En continua agitación, Y, con fe supersticiosa Creyendo en su fatalismo, Recela hasta de sí mismo, Trastornando su razón. ¡Ilusiones! Arias sólo Oye el vendaval que brama Y el agua que se derrama Por los tejados rodar, Y en los muros del castillo El rumor acelerado De los pasos del soldado Que acaban de relevar. Oye el sordo remolino Con que rueda la tormenta Haciendo girar violenta Las veletas de metal, Y zumbar estremecida La mal sujeta campana, Y temblar en la ventana El desprendido cristal. Todos reposan en Zahara, La atalaya de Castilla: Sólo se oyen por la villa, En la densa obscuridad, El agua de las goteras Y el rumor del vago viento, Que ruge con el acento De la ronca tempestad. Sólo en apartada torre Del mal guardado castillo, Con el fulgor amarillo De una lámpara al morir, Velan algunos soldados Y se siente desde fuera El rumor de una quimera Y jurar y maldecir. Óyense sus carcajadas, Sus apodos insolentes: Pues en esto han tales gentes Contentamiento y placer; Se juntan en borracheras Para acabarlas riñendo, Y vuelven en concluyendo Desde reñir á beber. Y al calor de las orgías Y al vapor de los licores, Disertan de sus amores En obsceno platicar; Pues su lengua irreligiosa, Sin respetos y sin vallas, Sólo de sangre y batallas Ó mujeres ha de hablar. De éstas se miran algunas, Con los soldados más mozos En impúdicos retozos Y deshonesto ademán, Que, osadas y descompuestas, Ó blasfemando ó riñendo, Hasta embriagarse bebiendo Desatinadas están. La trémula llamarada De una hoguera agonizante Presta á su rudo semblante Una expresión más feroz; Y, recibiendo la bóveda La algazara en su ancho hueco, Remeda con largo eco La desentonada voz. Harto de vino y de amores, En dos bancos apoyado, Cantaba un viejo soldado Al són de un roto rabel, É hiriendo á compás la mesa Con plato, jarra ó cuchillo Aullaban el estribillo Ellos y ellas con él. Brindaban, y á cada brindis Insensatos blasfemaban, Y reían y danzaban Completando la embriaguez: Y sus sombras, en silencio, Gigantescas, agitadas, Cual fantasmas convidadas Erraban por la pared. «¡Á ellos!» gritaron voces: Y entraron el aposento, Diez á diez y ciento á ciento, Los moros del Rey Hasán; Y apenas á las espadas Acudieron los cristianos, Les cercenaron las manos En donde tan mal están. Lidiaron acaso algunos: Pero tantos les entraron, Que al fin les acuchillaron Con las hembras á la par. Á los gritos de los Moros Los Cristianos despertaban: ¡Pero los tristes se hallaban Cautivos al despertar! La soñolienta pupila Prestaba crédito apenas Á las cuerdas y cadenas Con que atados dos á dos Por los Árabes se vieron, Á quienes con lengua y ojos Pedían piedad de hinojos En el nombre de su Dios. Las lágrimas de las madres, De los niños los sollozos, Los esfuerzos de los mozos, El dolor de la vejez, Son inútil resistencia: Porque á todos los infieles, Atados como lebreles Les arrastran á la vez. En vano lucha la virgen Desesperada con ellos, Que con sus propios cabellos Mordaza ó cordel la dan: En vano niños y enfermos Yacen sin fuerzas postrados; En tropel como ganados Todos á los hierros van Fueron tristísimas horas Las de noche tan sangrienta. ¡Á quien de ella pidan cuenta, Malas cuentas ha de dar! Mas no Arias, á quien el mundo Con su fe abandona en Zahara, Porque Dios no desampara Á quien de Él se va á amparar. Corazones como el suyo, Almas cual la que le anima, Dios tan sólo las estima En su pristino valor: Aniquilado bien pronto El cuerpo que les encierra, Vuelve su polvo á la tierra Y su esencia al Criador. Creyó al fin Gonzalo Arias, Desde la torre en que vela, Sentir en la ciudadela Un verdadero rumor De voces y de pisadas, Y distinguir en la sombra Muchas gentes agolpadas Á la muralla exterior. Iba el caracol de piedra Á tomar del muro, cuando Por él su escudero entrando Dijo: «¡Los moros, Señor!» Asió al punto Arias Saavedra Un hacha y un triple escudo Que halló á mano, y torvo y mudo Lanzóse hacia el corredor. Por el caracol torcido Se hundió como una callada Sombra, y la puerta ferrada De las almenas abrió. Confuso tropel de moros Llenaba el adarve estrecho: Gonzalo Arias derecho Á los Moros se lanzó. Tendió del primer hachazo Los dos que halló delanteros, Y al querer tirar del brazo La mano de otro segó. Á tan repentino ataque La morisma, acorralada, Abrió círculo espantada Y en el centro le dejó. Mas Arias, que no veía De vergüenza y de ira ciego, Cerróse con ellos luego Con ímpetu asolador: Y, al ver el horrendo estrago Que en ellos su brazo hacía, Ninguno se le atrevía, Embargados de pavor. Pero sobre ellos cargaba Gonzalo Arias con tal brío, Que adelante les llevaba Sin dejarles revolver; Y uno, que frente arrestado Le hizo, entre dos almenas Le derribó atravesado Y en el foso fué á caer. Aquel hombre despechado, De mirada centelleante, De colérico semblante Y de fuerzas de Titán, Sin más que un broquel y un hacha, Pálido y medio desnudo, Peleando solo y mudo Con desesperado afán; Aquel hombre aparecido De repente en medio de ellos, Erizados los cabellos, Cual de un vértigo infernal Poseído, hizo á los Moros Concebir honda pavura, Contemplando en su figura Algo sobrenatural. Un instinto irresistible De temor supersticioso De aquel hombre misterioso En tropel les hizo huir, Cual si vieran, bajo el rostro De aquel hombre temerario, Un espíritu contrario De Mahoma combatir. Abandonó, pues, el muro Todo el pelotón alarbe, Y dejó sobre el adarve Solo á aquel hombre fatal. Crispado, calenturiento, Á las almenas de piedra Asomóse Arias Saavedra Presa de angustia mortal. Allá abajo, en las tinieblas, Por las calles de la villa En la lengua de Castilla Invocar á Dios oyó. «¡Á Dios (dijo con desprecio) Á Dios invocáis ahora! ¡Miserables! Ya no es hora: Sucumbid, pues, como yo.» Y á largos pasos tomando Del castillo la escalera, Fué á dar como una pantera En el patio principal. Un capitán de Granada Allí amarrados tenía Cuantos perdonado había La cimitarra fatal. Arias, de un salto, se puso Delante del africano Y, asiendo con una mano Las bridas de su corcel, Le dió en el frontal de acero Tan descomunal hachazo, Que caballo y caballero Vinieron á tierra de él. Los Árabes que más cerca Del capitán se encontraron, Sobre Gonzalo cargaron Con gritería infernal: Pero dieron con un hombre: Y el primero que imprudente Se llegó á Arias, en la frente Recibió el golpe mortal. El capitán, desenvuelto De su caballo caído, Vino como tigre herido Sobre el alcaide á su vez: Recibió su corvo alfanje El castellano forzudo Dos veces en el escudo, Con serena intrepidez; Y al verle ébrio de coraje Descargarle el tercer tajo, Metióle el hacha por bajo Y el brazo le cercenó. Saltó el pedazo partido Con la cimitarra al suelo, Y el Moro, con un aullido De dolor, se desmayó. Saltó Arias de él por encima Y, del caballo tendido Quedándose guarecido, Volvió la lid á empezar. Acométenle los Moros: Mas ningún golpe le ofende Por delante, y se defiende La espalda con un pilar. Entraba en esto en el patio El viejo Rey de Granada: Mas detúvose á la entrada Á admirar el varonil Aliento de aquel solo hombre Que, sin casco ni armadura, Tiene á raya la bravura De los hijos del Genil. Estaba Gonzalo Arias De sangre y sudor cubierto Tras del caballo, que muerto Á sus plantas derribó, Anhelante de fatiga, Descolorido y rasgado, Como un espectro evocado Del panteón que le guardó. Al ver con cuánta destreza De tantos se defendía, De tan alta bizarría Pagado el viejo Muley: «¡Teneos!» gritó á los Moros; Y, yéndose al Castellano, Le dijo afable: «Cristiano, Ríndete: yo soy el Rey.» No pudo Arias de cansancio Contestar. «Quienquier que fueres (Añadió el Rey), valiente eres: Ríndete á mí y salvo irás.» Arias, ronco de fatiga, Pero con alma serena, Dijo: «Muerto, enhorabuena: Pero rendido, jamás.» «Cristiano, repuso el Moro, Yo soy Muley y rendirte Á mí no será desdoro.» Y Arias dijo: «Y yo, Muley, Soy Gonzalo Arias Saavedra, Y mientras me quede aliento Y en Zahara quede una piedra, La mantendré por mi Rey.» Ahogó la piedad del Moro Respuesta tan arrogante, Y, colérico, «¡Adelante, Saeteros!» exclamó. Atravesado de flechas Hincó Arias una rodilla Gritando «¡Cristo y Castilla Por los Arias!» Y espiró. Cortáronle la cabeza, Y en el arzón delantero La ató un negro de Baeza Por trofeo de valor. Tal fué el fin desventurado Del bravo alcaide de Zahara: La suerte le negó avara Todo, menos el honor. * * * * * Cuando del día siguiente Comenzó á lucir la aurora, Daba á Granada la vuelta La morisma victoriosa. Marchaba Muley delante, Y, en el centro de su tropa, Dos mil cautivos atados Al carro de su victoria. Mandó el Rey que los Cristianos, Guardados por buena escolta, Fueran delante á Granada Por la vereda más corta; Pero prevenido habiéndole Que, por si las tierras próximas Se levantan, con presteza Caminar es lo que importa: «¿En qué está, dijo, el retraso? --En los cautivos que estorban. --Pues bien, dijo con desprecio, Obligadles á que corran, Y lleguen los que llegaren: Los mozos á las mazmorras, Las muchachas al harén Y los viejos á la horca.» III Era la noche del siguiente día En que el fiero Muley salió de Zahara, Vencedor insolente. Era una obscura Y nebulosa noche: no lucía En el cielo la luna: venda impura De nubarrones cárdenos cubría La luz serena de su antorcha clara. Ceñían por doquier el horizonte Negros grupos de nubes apiñadas, De vapores eléctricos preñadas, Y alcanzábanse á ver de monte en monte Del frecuente relámpago, azuladas, Arder las repentinas llamaradas. Á un balcón de la torre de Comares Asomada en silencio, la altanera Aija escuchaba con el alma entera Lejano són de gritos populares Que, por la densa atmósfera perdidos, Traía á sus oídos, De cuándo en cuándo, ráfaga ligera. Tras ella Abú Abdilá sobre su hombro El noble rostro juvenil tendía, Como su madre oyendo con asombro La confusa y extraña vocería Que, en las tinieblas de la noche, el viento Con eco sordo resonar hacía Bajo el techo del cóncavo aposento. --«¡Oyes, hijo Abdilá! con ansia dijo La sultana.--Sí, madre, y no comprendo..... Contestó Abú Abdil. ¡Tal vez maldijo Nuestra fortuna Aláh!» Con ojo fijo La espesa sombra penetrar queriendo, Aija le interrumpió:--«Calla: estoy viendo Moverse algo en el bosque..... ¿Oistes, hijo? --¿Un ruiseñor?--Sin duda: mas no canta Tan recio el ruiseñor..... escucha atento. ¿Le oiste?--Sí.--Pues bien, hijo, ese aliento De un pájaro no cabe en la garganta. --Oid, Señora, oid; más cerca el pío Del ave se oyó ahora.--Es una seña Que viene de las márgenes del río. --Sí, y en hacerse comprender se empeña.» Acercáronse más á la calada Barandilla exterior del antepecho: Mas Aija, de repente y sin ser dueña De sí misma, cubriendo con su pecho El pecho de Abú Abdil, gritó: «¡Hijo mío!» Silbando entró por el postigo estrecho Del balcón una flecha disparada Desde el bosque, y, tocando en la labrada Piedra del arco, rechazó, en el lecho De Abú Abdil cayendo despuntada. «¡Traidores!» exclamó Aija, á nuestra vida También atentan!» Mas alegremente La interrumpió Abdilá, teniendo asida La flecha: «Madre (dijo) trae cosida Una carta.--Lee pues.» Rumor de gente Se oyó en el corredor en este instante, Y una esclava, asomándose á la puerta, Dijo: «¡El wazir!» Para la audaz Sultana Fué cosa nada más que de un momento En el pecho ocultar la carta abierta, La flecha devolver por la ventana, Y serena quedar sobre su asiento. Al punto mismo Abú-l'Kazín, ministro De las venganzas de Muley, entraba El nocturno registro Á hacer que en el salón acostumbraba, Desque la torre de Comares era Del Granadino Príncipe y su madre, Por orden de Muley, prisión severa. Saludó Abú-l'Kazín con afectada Ceremonia, mostrando que lo hacía Sin respeto y en pura cortesía: Aija, en sus almohadones recostada, Ni volvió la cabeza desdeñosa, Ni le otorgó siquiera una mirada; Abú Abdilá, imitando á su orgullosa Madre, no contestó tampoco nada. Abú-l'Kazín entonces, en sombrío Silencio y con feroz torvo semblante, La estancia registró con vigilante Y prolija atención. «Es deber mío,» Dijo al fin, dirigiendo á la Sultana Una mirada donde el odio brilla, Y añadió: «Nuestro Rey llega mañana Vencedor de las armas de Castilla.» Aquí, consigo sin poder, la Mora Díjole: «¿Son por ello esos clamores Que turban el reposo?--Sí, Señora: El pueblo aplaude, como siempre, ahora Á los Reyes que vuelven vencedores.» Una mirada le lanzó de fuego La Mora y con desdén le dijo luego: «Tienes razón, Abú-l'Kazín: mañana, Si volvieren vencidos, por traidores Les silbará la multitud villana. --Vele Aláh por el Rey, y no permita Que el pueblo tenga por traidor, Sultana Á quien abrigue sangre Nazarita! --Eso te digo yo. Los hijos tienen La sangre de los padres, y el que incita Al padre contra el hijo, lo previenen Las suras del Korán, á Dios irrita Y su raza por Dios será maldita. --Sultana, tus palabras.....--El anuncio Son del desprecio en que te tengo.--Holgara La razón en saber.--Está muy clara. --Pronúnciala, Sultana.--La pronuncio: Tu padre, Abú-l'Kazin, fué tornadizo Y traidor á su Dios, y yo detesto Á los hijos de padre que tal hizo. No lo olvides jamás.--¡Oh! lo protesto. --Déjanos, pues, en paz.--La vez postrera Volveré nada más, cuando el severo Rey de Granada de su ley el yugo Imponeros me ordene.--Aguarda fuera Sus órdenes en tanto, carcelero, Hasta que hayas de entrar como verdugo.» Salió el wazir, brillando en su pupila El fuego del rencor: y la Sultana, Luego que oyó el rumor de los cerrojos De la postrera cámara lejana, La carta á desplegar volvió tranquila, Devorando lo escrito con los ojos. Mirábala Abdilá con impaciencia, Procurando leer en su semblante Lo que ella en el escrito. En apariencia, Si el wazir la acechara en este instante. No pudiera, al mirar su indiferencia. Sospechar que el papel era importante. Leyó con avidez, pero serena: Y aquella alma viril, que dominaba Del placer el exceso y de la pena. No dejó percibir á quien miraba El gozo inmenso de que estaba llena. ¡Tanto era altiva, perspicaz y brava! «Hijo mío Abdilá, dijo tras breve Pausa, vas á partir. La muerte fiera. De tu padre á la vuelta, aquí te espera, Y abajo espera quien salvarte debe. No el Cielo señaló tu real cabeza Para ceñir una corona en vano; Tu destino de Rey he aquí que empieza; Cumple, pues, tu destino soberano.» Dijo y le dió la carta, que decía: «Vuelve tu esposo vencedor, Sultana, »Y la guadaña de la muerte impía »Su mano trae; no aguardes á mañana: »Cuando oigas luego que en silbar porfía »El ruiseñor al pie de tu ventana, »Descuelga á tu hijo Abú Abdilá por ella. »Y un buen caballo le valdrá y su estrella. »No temas ni vaciles: los verjeles »De este valle, á tu vista tan tranquilo, »Á un escuadrón de Abencerrajes fieles »Dan á estas horas misterioso asilo. »Mi escritura conoces, no receles, »Sultana, una traición: pende de un hilo »Del Príncipe la vida: mas, burlada »La muerte, volverá..... Rey de Granada. »Aunque en firmar sé acaso que aventuro »Mi cabeza, la suya es lo primero: »Sírvate pues mi nombre de seguro »Y alumbre tu razón Aláh infinito.» Al pie de este renglón, claro y entero, De ALY-MACER el nombre estaba escrito. Leía Abú Abdilá, y á la lectura De la carta fatal palidecía: Y, leyendo en su rostro su pavura, La madre el ceño varonil fruncía. «Hijo de Reyes, como Rey procura Obrar, le dijo al fin. ¿Fortuna impía Te acosa? Acosa, pues, á tu fortuna: Mala es mejor tenerla que ninguna.» Tal diciendo, la intrépida Sultana Llamó en voz baja á sus esclavas. Quiso Abú-l'Kazín dejárselas, por vana Demostración de libertad y viso De autoridad y pompa soberana, En la prisión. Entraron al aviso Todas de su señora, y la severa Sultana las habló de esta manera: «Necesito una escala: en el momento Desgarrad vuestras tocas y almaizales; Los tapices que tiene el aposento Trizas haced: mis lienzos y mis chales Rasgad y, hasta que lleguen al cimiento De la torre, anudad los desiguales Pedazos: no os paréis en necias dudas: Rasgadlo todo, aunque os quedéis desnudas.» Hechas á obedecer, sin más demora Rasgaron la oriental tapicería Que la ostentosa cámara decora, El chal con que cada una se ceñía, El rico pabellón de crujidora Seda que el lecho de Abdilá tenía. Cuanto á las manos se las vino asieron, Y, formando un cordón, le retorcieron. La Sultana y el Príncipe, afanosos, En tal ocupación las ayudaron, Y de esta ocupación con los curiosos Incidentes, que alegre la tornaron, Del alma de Abdilá los temerosos Tristes presentimientos se ahuyentaron: Y rebosaba en gozo y osadía Cuando el largo cordón se concluía. Á poco un risueñor en la enramada Los tres largos silbidos de su trino Precursores lanzó. Corrió agitada La Sultana al balcón, y más vecino Volvió á silbar el ruiseñor: callada É inmóvil escuchó: su oído fino Y ojo avaro alcanzaron, en la hondura, De un hombre el movimiento y la figura. Un momento después, en la maleza Que al mismo pie del torreón crecía, El ruiseñor silbó: la fortaleza Y la continuidad con que lo hacía Su voz, de la que dió naturaleza Al ruiseñor un tanto desdecía De cerca oída: pero al libre viento Era bien fácil confundir su acento. Ató Aija á Abú Abdil por la cintura La punta de los lienzos anudados, De su firmeza y solidez segura; Los brazos un momento entrelazados Tuvieron madre é hijo con ternura Cordial: los labios trémulos, rasados De lágrimas los ojos, no encontraron Palabras, mas sus lágrimas hablaron. Deshízose la madre la primera Del cariñoso lazo, y saltó el hijo Por la baranda del balcón afuera, Teniendo el lienzo las mujeres fijo. «Madre, dijo él, ¡adiós por vez postrera! --¡Hijo de mi alma, adiós! ella le dijo, Y, bajando la voz:--honra tu nombre, No vuelvas sino Rey: lucha y sé hombre.» Dijo: y, á una señal, franqueza dando Las esclavas al lienzo, por la obscura Región del aire, suelto, fué bajando El Príncipe Abdilá: justa pavura Le acongojó cuándo se vió colgando Sobre la inmensa tenebrosa hondura; Vaciló su cerebro y, los antojos Del miedo por no ver, cerró los ojos. Un momento después cuatro forzudos Brazos en las tinieblas de él asieron: Una daga cortó junto á los nudos El lienzo, á hombros tomáronle, y huyeron. Los brazos de las Moras, á tan rudos Esfuerzos no hechos, libres se sintieron De repente del peso, y la Sultana Se echó con ansiedad á la ventana. Miró, escuchó, sin voz, sin movimiento, Parando en su atención hasta el latido Del corazón y el curso del aliento: Pero ni gente, ni señal, ni ruido Se percibía: á la merced del viento El lienzo por abajo desprendido Flotaba, y era todo allá en la hondura Silencio, soledad, sombra, pavura. Apartóse en silencio la Sultana Del ajimez: la tela recogida Poco á poco volvió por la ventana: Mas al entrar la punta suspendida Por fuera del balcón, de la Africana El corazón mortal volvió á la vida; La punta trae de salvación un gaje Infalible: el blasón Abencerraje. Besóle la Sultana, y su altanera Tranquilidad cobró: despidió luego Sus esclavas y, sola, dijo, fiera Reverberando en su mirada el fuego Del corazón: «Que venga cuando quiera Muley.» Y en los cojines con sosiego Tendiéndose, al pesar y al miedo ajena Segura de Abú Abdil, durmió serena. IV Y he aquí que la Sultana Cual Reina soberana, Y acaso en su ventana Detrás de la persiana Oyó sobrecogida Que por la peña hendida Diez hombres que, en huída Corriendo á toda brida que el real Generalife, en esta noche mora, velaba en esta hora, tendida en un diván, cruzar el arrecife, conduce hacia la sierra, veloz y són de guerra, hacia la sierra van. El rostro peregrino Zoraya hacia el camino De polvo un remolino Sombra el país vecino ¿Quien puede á estos parajes Lanzarse en tan salvajes Tan ásperos pasajes Los diez Abencerrajes llegando á la ventana, miró: mas ¡vana empresa! velaba con espesa al ojo más sutil. (se dijo la Sultana) caballos, audazmente salvando?--Solamente que salvan á Abú Abdil. FIN DE LOS VERSOS CONTENIDOS EN EL TOMO PRIMERO. Zorrilla, al publicar este Poema en 1852, ilustró el tomo primero con notas y discursos que, si entonces juzgaba de necesidad para satisfacer á lectores y críticos, hoy parecen excusados, después del casi medio siglo que separa la primitiva de la presente edición. El poeta quiso demostrar que á la factura de los versos había hecho preceder un estudio de la lengua árabe, de la historia del reino de Granada, de las vicisitudes de la conquista y de cuantos personajes iban á figurar en los diversos libros del Poema. Dudaba, tal vez, de que se le tuviese por verídico en las tradiciones, lenguaje, usos y costumbres de los moros; por lo cual puntualizó en multitud de notas la exactitud de los conceptos y hasta la pureza de las palabras. Reconocidas por la crítica estas cualidades en la obra, no es necesario reproducir tan numerosos comprobantes, que, en vez de esclarecer, embarazan la lectura y sonoridad de los versos. Por esto se han suprimido aquí, del mismo modo que una extensa biografía de Mahoma, inserta al final del volumen y que el propio Zorrilla declara ser en su mayor parte traducción de acreditados libros franceses. Hay, sin embargo, en los discursos y desahogos del autor ciertos pasajes que no deben suprimirse, porque corresponden á la historia literaria del tiempo y al carácter peculiar del poeta, tales como la explicación de la dedicatoria á su amigo Muriel y la sátira con que Zorrilla se revuelve contra los censores anticipados de su obra, émulos, á su juicio, tan impotentes como menguados. He aquí la manera con que explica la _Fantasía_ dedicada á D. Bartolomé Muriel en las primeras páginas del libro: «Habiéndome algunos amigos manifestado en París deseos de conocer mi Poema de Granada antes de su publicación, se reunieron una noche en casa del Sr. Muriel para oirme leer algunos de sus libros ó cantos, á pesar de mi propósito de no manifestar su manuscrito. La circunstancia de hallarse presentes á esta lectura D. Fernando de la Vera y D. Cayo Quiñones de León, cuyos antepasados tomaron en la conquista de Granada no poca parte, y á cuyas hazañas consagro en mis versos no pocos recuerdos, me obligaron á continuar en siguientes noches la lectura de mi obra, á cuyo objeto reunió el Sr. Muriel una corta sociedad de amigos en su elegante casa. La amistad cordial que al Sr. Muriel me une, y las agradables horas pasadas en sus aposentos, cubiertos de preciosos cuadros y llenos de artísticas curiosidades, me inspiraron esta fantasía, procurándome la ocasión de darle con ella un público testimonio de mi amistad y de lo caras que son á mi corazón las memorias de la suya.» Sobre las censuras anticipadas y murmuraciones más ó menos cultas que se hacían del Poema cuando aún no se había publicado, escribe Zorrilla lo siguiente: «Á los desocupados escritores de anónimos y á los autores rapsodistas, á quienes apesara desdichadamente la reputación ajena, pero que no pueden labrarse la propia sino royendo los talones de los que van delante de ellos, en su incapacidad de abrirse por sí mismos un camino, les aconsejaré que antes dé seguirme á Granada den una vuelta por Toledo, donde hallarán á mi buen amigo el Sr. D. León Carbonero y Sol, quien, con honra suya y provecho de la juventud, explica en aquella ciudad la lengua árabe, y el cual, con su rica erudición oriental y poética, y su excelente método de enseñanza, les pondrá tal vez con el tiempo en estado de caminar conmigo por los senderos montañosos que conducen á la Real alcazaba de la Alhambra. Á los literatos que, á pesar de lo expuesto, me supongan más ambiciosos intentos ó más vanaglorioso amor propio, dispuestos á no ver de mi obra más que los defectos, hijos naturales de una temeraria osadía ó de una quijotesca vanidad; y á los sabios críticos que quieran aprovechar la ocasión de lucir sobre Granada sus académicas disertaciones y sus artículos enciclopédicos, les contaré solamente un cuento, que estoy sintiendo corrérseme en el papel por los puntos de la pluma, el cual, aunque viejo, espero que les ayude á formar su juicio sobre mi Poema, si lo leen; que sí lo leerán, pues yo procuraré dárselo despacito para que lo rumien y digieran. Lidiaba una tarde en la plaza de Sevilla el famoso Pedro Romero, el diestro de mejor trapo y más certero pulso que pisó jamás arena del redondel. Llegado el caso de estoquear un toro de mal trapío y torcida intención que, empeorado con la lidia, tomaba el bulto y dejaba el capote, comenzó Romero á trastearle cuidadosa y maestramente, arrastrándole la muleta para encariñarle á ella y traerle después sin riesgo á una estocada por los altos y á una muerte de buena ley. Un chusco sevillano, mozo y rico, decidor y zambrero, amigo de los ganaderos y conocedor de las marcas de sus ganaderías, apadrinador de la gente de cuadrilla, acompañador de los encierros y presenciador de los apartados, donde gustaba lucir el potro cartujo, la manta jerezana, la espuela vaquera y el castoreño apresillado, y gran partidario, en fin, de Costillares, hallando sin duda largo el juego de Romero, cuyo riesgo no comprendía, y pareciéndole la ocasión oportuna para zumbarle en presencia de su rival, empezó á decirle con no poco esforzadas voces y dejo no menos provocador:--«¡Bueno, señor incomparable, bueno: que va á llevar ese toro más pasos que las procesiones del Viernes Santo! De matar se trata, que no de pasear esa oveja mansa. ¡Que no se diga que por tanto paso se pasa el tiempo y no se pasa la pavura! ¡Vamos, un puntazo por lo que sea!.... y que no haya que dar á esa espada una compañera sacada de las costillas, como nuestra madre Eva.» La alusión á Costillares produjo el efecto que el chusco deseaba, y aplaudieron sus partidarios y rieron los de los tendidos; lo cual oyendo Romero, dejando plantada á la fiera y á los espectadores suspensos, llegóse bajo el palco del zumbador mancebo, la muleta recogida en la zurda y el estoque suspendido en el dedo corazón, y díjole con aquella sorna peculiar de la gente de plaza:--«Su mercé parece, por sus razones, profesor del arte, y se ve á la legua lo acostumbrado que está á dar lecciones como maestro: conque no le deje por poco, y tome sin cortedad el lugar que le corresponde, que yo estoy pronto á escucharle. Baje, pues, su mercé y hágame su explicación á la cabeza de la res.» Y decía bien Pedro Romero: las lecciones de torear se dan á la cabeza del toro.» París, 15 Abril 1852. JOSÉ ZORRILLA. FIN DEL TOMO PRIMERO *** End of this LibraryBlog Digital Book "Granada, Poema Oriental, Tomo I - Poema Oriental" *** Copyright 2023 LibraryBlog. All rights reserved.