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Title: Cabezas: Pensadores y Artistas. Políticos - Obras Completas Vol. XXII
Author: Darío, Rubén
Language: Spanish
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*** Start of this LibraryBlog Digital Book "Cabezas: Pensadores y Artistas. Políticos - Obras Completas Vol. XXII" ***


  Nota del Transcriptor:


  Se ha respetado la ortografía y la acentuación del original.

  Errores obvios de imprenta han sido corregidos.

  Páginas en blanco han sido eliminadas.

  Ilustraciones han sido eliminadas.  Solo las leyendas correspondientes
  han sido incluídas.

  Letras itálicas son denotadas con _líneas_.

  Las versalitas (letras mayúsculas de tamaño igual a las minúsculas)
  han sido sustituidas por letras mayúsculas de tamaño normal.

  Letras oscuras son denotadas con =signos de igual=.



                                CABEZAS

                             [Ilustración]



                              RUBÉN DARÍO

                                CABEZAS

                              PENSADORES
                              Y ARTISTAS
                               POLÍTICOS

                             [Ilustración]

                             VOLUMEN XXII
                        DE LAS OBRAS COMPLETAS
                            ADMINISTRACIÓN
                       EDITORIAL «MUNDO LATINO»
                                MADRID



            ES PROPIEDAD       (Ilustraciones de E. Ochoa.)



                              PENSADORES
                                   Y
                               ARTISTAS

                             [Ilustración]



[Ilustración]



JACINTO BENAVENTE


Cuando Jacinto Benavente entró a la Real Academia Española, se
preguntaron muchos: «¿A qué va Benavente a la Academia?» Contestaron
algunos: «A hacer lo que todos los académicos hacen; limpiar, fijar y
dar esplendor».

No, no iba a eso. En tal recinto, e intelectualmente hablando, para
limpiar, necesitaría la representación de Hércules; para fijar, la de
Minerva; para dar esplendor, la del mismo Apolo. Iba sencillamente
a demostrar que, por opinión general, quien había logrado todos los
triunfos populares merecía también todos los honores oficiales. He
dicho populares, porque, aunque Benavente sea un autor de _élite_ su
nombre es famoso en todas partes en donde se habla nuestro idioma y aun
en otras.

Benavente representa para España lo que un Capus o un Bernstein para
Francia, o mejor, lo que un Bernard Shaw para Inglaterra. Y aun, en
condiciones especiales, es el único que haya logrado dar verdadero
brillo y resonancia a las Máscaras castellanas.

Poco avisados los que le juzgan con el oído puesto al Boulevard. El
mundo en que se mueven sus tipos, en la mayor parte de sus comedias,
es ese mundo universal que tiene por norma, desde luego, más o menos
aplicada a sus medios respectivos, la vida parisiense; y si no, fijaos
en las escenas de los comediógrafos italianos del día. Ese mundo es _le
monde_. Mas los personajes benaventinos que se mueven y expresan en
el ambiente de Madrid, son de la legítima descendencia clásica; y sus
diálogos chispeantes del ingenio que les presta su creador, no son sino
los antiguos discreteos de Calderón o Lope modernizados.

Ni tan solo en lo cotidiano social y de lo mundano inmediato ha de
entretenerse este cultivador de agudas y frívolas filosofías. De cuando
en cuando le veréis salir con su cara de Shakespeare--pues es harto
semejante a algunos retratos del gran Will--impregnado de esencias
hamletianas, o húmedo de los rocíos de las florestas por donde vayan
las Rosalindas, las Perditas y las Cordelias.

[Ilustración: JACINTO BENAVENTE]

A pesar de su fama de amargor, confiaos a él. Hay entre sus macizos de
floridas espinas muy exquisitos de miel, mucho consuelo humano, mucha
ternura compensadora de desesperanza.

Entrad en su teatro de ensueño y en su teatro de bondad. Dejaos llevar
por la mano que sabe apartar los ramajes hostiles. Él os hará el regalo
de la poética dulzura, del rayo de luna, del canto cristalino del
ruiseñor; y como es conveniente, a su tiempo, en el instante preciso,
os hará una pirueta; y le daréis las gracias por el palmo de narices
con que os gratifique.

Y os dejará plantados. No le sigáis. Él se va, como murmurando, porque
sabe muchas cosas del cielo y de la tierra. No le sigáis. Podréis creer
por el movimiento de sus hombros que se va riendo, pero no podéis
afirmar que no vaya llorando. ¿No acaba de daros vida, vida brutal,
trágica, dolorosa, en esa _Malquerida_ en que ha concentrado todas las
fatalidades y el apocalíptico misterio de la mujer: _Misterium?_

El verdadero poder de Benavente consiste en que es un poeta, en que
posee la intra y supervisión del poeta, y en que todo a lo que toca le
comunica la virtud mágica de su secreto.

Su inquietud viene de la intensa vibración de su espíritu. Estará en
la soledad consigo mismo. Irá a pasar sus horas con sus amigos los
poetas. Luego--no lo dudéis--tras alguna cabriola, entrará a la casa
del Diccionario para hablar con las momias. Y las dejará aún más
estupefactas.

[Ilustración]



[Ilustración]



JOSE ENRIQUE RODO


El oficio de pensar es de los más graves y peligrosos sobre la faz
de la tierra, bajo la bóveda del cielo. Es como el del aeronauta, el
del marino y el del minero. Ir muy lejos explorando, muy arriba o
muy abajo, mantiene alrededor la continua amenaza del vértigo, del
naufragio o del aplastamiento. Así, la principal condición del pensador
es la serenidad.

En la América nuestra no hemos tenido casi pensadores; no ha habido
tiempo, todo ha sido fecundidad verbal, más o menos feliz, declamación
sibilina, _pastiche_ oratoria, expansión, panfleto. Con dificultad se
encontrará en toda la historia de nuestro desarrollo intelectual este
producto de otras civilizaciones: el ensayista.

José Enrique Rodó es el pensador de nuestros nuevos tiempos, y, para
buscar siempre el parangón en el otro plato de la balanza americana,
diré que corresponde a Emerson. Es Emerson latino, cuya serenidad viene
de Grecia, y cuya oración dominical es la salutación a Palas Atenea, la
plegaria ante el acrópolis. Y advertid que, a pesar de lo que se afirme
y comente, Rodó no es un renaniano, en el sentido que en el común
dialecto literario se da a esta palabra. Su tranquila visión está llena
de profundidad. El cristal de su oración arrastra arenas de oro de las
más diversas filosofías, y más encontraréis en él del más optimista de
los ensayistas, que del gordo cura laico biógrafo de N. S. Jesucristo,
abate de Jouarres, _in partibus infidelium_.

Desde sus comienzos, la obra de Rodó se concreta en ideas, en ideas
decoradas con pulcritud por la gracia dignamente seductora de un
estilo de alabastros y mármoles. Solamente que él pigmalioniza, y el
temor de impasibilidad, de frialdad desaparece cuando se ve la piedra
cincelada que se anima, la estatua que canta. Nació con vocación de
belleza y enseñanza. Enseñanza, es decir conducción de almas. A
tal pedagogía es a la que se refiere el Dante en un verso referente a
Virgilio. Cuando apareció su primer opúsculo, _Vida Nueva_, se vió el
surgir de un maestro en su generación, en la generación continental. Su
segundo opúsculo sobre el autor de _Prosas Profanas_, o mejor dicho,
sobre este libro de poesías, le afirmó virtuoso de la prosa, de la
erudición elegante, y en la última parte de su trabajo, profeta. Altas
y generosas especulaciones le ocuparon, y _Ariel_ señala un nuevo
triunfo de su espíritu y una nueva conquista de sus predicaciones,
por la hermosura de la existencia, por la elevación de los intelectos
hispanoamericanos, por el culto nunca desfalleciente ni claudicante
del más puro y alentador de los ideales. Definíase más y más su
personalidad, y se hubiera dicho un filósofo platónico de la flor del
paganismo antiguo, resucitado en tierras americanas. Y tuvo el más
bello de sus gestos, cuando, llevado a las controversias de la Prensa
y a las agitaciones de la Cámara, por los caprichos de la política,
el adorador de los dioses de la Hélade salió a la defensa de nuestro
pálido Dios Cristiano, Desterrado allá, como en Francia, de los lugares
de la Justicia, por obra de la roja cosa jacobina.

[Ilustración: JOSÉ ENRIQUE RODÓ]

Por último, aparece su obra magna hasta hoy, esos _Motivos de Proteo_,
aires mentales, sinfonías, de ideas que llevan dentro tanta virtud
bienhechora, libro que ha sido acogido en todas partes con entusiasmo
y con razonada admiración. Es un libro fragmentario, ¡pero cuan lleno
de riqueza! fragmentario ocasional o decididamente. Ello hace que
su prosecución sea indefinida, y que el encanto y el provecho se
prolonguen en la esperanza después de cada aporte. El tesoro está allí.
Cada vez que Aladino baje, estemos atentos.

[Ilustración]



[Ilustración]



GRAÇA ARANHA


Uno de los críticos que han estudiado la personalidad intelectual de
Graça Aranha--el señor Elysio de Carvalho--hace notar que antes de
que la gloria iluminase el nombre del autor de _Chanaan_, era éste un
escritor de cenáculos «apenas conocido de sus íntimos, que lo sabían
un talento peregrino, un espíritu culto, un artista de raza capaz
de realizar el gran sueño de arte que le acariciaba el alma». Hoy
Graça Aranha ha conquistado los más justos laureles, y es conocido y
celebrado en todo el mundo literario. Mas su universal renombre no ha
hecho más que hacer brillar mejor el puro diamante de su nacionalismo.
Él es brasileño ante todo. Con satisfacción y con orgullo, me decía
hace pocos días: «Me place más ser comprendido por el último de
los estudiantes de mi tierra, que por el primero de los escritores
europeos». Y en el Brasil se le devuelve su afecto con creces. Es de
los que encarnan el alma de la raza, es de los representativos. Él
ha expresado en una prosa impecable y admirable el ideal patriótico,
y ha pintado magistralmente el escenario fabuloso de ese vasto y
vigoroso país, animado como ninguno de las savias de la tierra y de
los fuegos fecundantes del sol. Muchos ilustres varones de pensamiento
tuvo el pasado imperio y tiene la joven república; pero ninguno
había expresado el espíritu nacional, ni tenido tan hermosamente, en
simbólicas figuras, la visión del porvenir, como el joven pensador que
llegaba señalando el rumbo de la vida nueva, y cuyo libro resonante
era--escribía el noble y grande José Verissimo--«nuevo por el tema,
nuevo por la inspiración y concepción, nuevo por el estilo».

_Chanaan_, que tuvo tan estupenda acogida en la patria brasileña,
en toda la América del Sur; y cuando presentada a los públicos de
Europa por el introductor de Ibsen, el diplomático y escritor ruso
conde Prozor--un gran señor de letras--, que fué quien la tradujo al
francés, _Chanaan_ fué conocida mayormente, y el talento del autor
adquirió fama y autoridad internacionales. Así al representarse en
París, por el teatro de l'OEuvre _Malazarte_, que interpretaron actores
como Lugne-Poe, De Max, y esa sutil y encantadora Greta Prozor, flor
teatral cultivada por la maga Suzanne Despres, ya se sabía quién era
el autor, que ofrecía a los exigentes lutecianos un ramo de sus rosas
radiantes y de sus orquídeas tropicales.

Yo he visto al glorioso novelista brasileño en París, en reuniones
en donde ha estado representado el pensamiento francés por sus
personalidades más eminentes; y le he conocido en su propio medio,
frente a aquel espectáculo de ensueño y de fantasía, que es la bahía
de la capital fluminense. El vapor en que íbamos los miembros de las
delegaciones de varios países a la Conferencia Panamericana, había
anclado. Iba con nosotros el ilustre embajador y poderoso intelectual,
que era Joaquín Nabuco. Llegaban a rodear nuestro barco _ferry-boats_
llenos de estudiantes y de músicas, que lanzaban al aire himnos y
vivas. Y un balandro apareció en donde venían varios caballeros de
distinción. Entre ellos me fué señalado por Nabuco uno:--«¡Vea usted,
aquél es Graça Aranha!»--me decía alegre y conmovido el magnífico
anciano, quien admiraba y quería al triunfante joven. Luego nos
presentó, y desde entonces he cultivado con el creador de _Chanaan_ la
más cordial de las amistades intelectuales.

El Brasil es un país de tradiciones aristocráticas, y la cultura
social se impone desde luego. Se ha aprovechado de todo lo que ha
producido la civilización europea, y se ha plasmado una característica
nacional inconfundible, que podría servir de modelo en otras naciones
del continente. Al núcleo principal pertenecen hombres como Graça
Aranha, en quien las distintas situaciones oficiales y sus condiciones
de intelecto y de civilidad han hecho uno de esos representantes
que tanto brillo han dado a la historia diplomática de su tierra.
Individualmente, junta el _gentleman_ al caballero; es esto decir que
su trato no se resiste de sequedad, antes bien, hace transparentarse la
buena fe, la cordialidad y la generosa nobleza. Cuando uno ha tenido la
feliz oportunidad de conocer a cancilleres como el barón de Río Branco
y el doctor Lauro Muller; a embajadores como Nabuco, y en la joven
diplomacia a representantes como Fontoura Xavier, como Barros Moreira,
como Belloso Rebello, como Graça Aranha, comprende cómo los estadistas
brasileños han querido que los que llevan el nombre y la autoridad del
Brasil al exterior, veteranos y nuevos, formen un cuerpo de excelentes,
una _élite_ que pueda, en todo y en cada uno, ser a la Patria motivos
de complacencia. Y Graça Aranha honra no solamente a su patria natal,
sino a su lengua, que es una más grande patria.

[Ilustración]



[Ilustración]



ZORRILLA DE SAN MARTIN


Hace veinte años que vi por la primera vez a este admirable uruguayo.
Los que le conocen me han dicho que, hoy como antes, anima un espíritu
encendido y palpitante aquel cuerpo que crece al resplandor de la frase
oratoria, aquella cabeza de tribuno, aquella cabeza de poeta. Y como
vive de fe y respira esperanza, se diría que una inagotable juventud
conserva firmes sus nervios, airoso su gesto, cálida y vivificante su
palabra, toda energía y ritmo.

Le recuerdo en días de triunfos y de gozos, entre fiestas y pompas
españolas. Las delegaciones de las repúblicas americanas contaban,
como era de razón, sobre todo las tropicales, con sujetos verbosos
y hábiles para el discurso; pero en conjunto, no podíamos presentar
delante de un Castelar, sino al delegado uruguayo, a la sazón ministro
de su país ante Su Majestad Católica. A su fama asentada de gran poeta
unía el dominante prestigio de una elocuencia, si a veces harto fogosa,
por lo mismo plenamente representativa de nuestros entusiasmos y
vivacidades continentales. Su negra y copiosa cabellera se agitaba en
la conmoción de las arengas; el brazo diestro se alzaba como arrojando,
como esparciendo, como regando las oraciones; los ojos, la máscara
toda contribuían a la conquista de los auditorios; y un común orgullo
nos producía a los neomundiales la victoria de aquel hombre generoso
y lírico, que había cantado al épico charrúa Tabaré, y saludaba en
vibradores y musicales períodos, en nombre de las naciones nuevas, a
la regia decaída y maternal España. Con _Tabaré_ y con la _Leyenda
Patria_--que celebraron poetas como Olegario Andrade, autoridades como
Paul Groussac--se colocó Zorrilla de San Martín en el escaso número de
los grandes líricos americanos. Se ha dicho que siempre en el poeta
aparece la amplitud, la exuberancia oratorias. No olvidemos que
ello es una característica de Víctor Hugo, y más cerca y no a tantas
alturas, de Núñez de Arce. Es una elocuencia llena de lirismo, y esto
lo admiramos hasta en el mismo viejo Esquilo. Cuando en mi primaveral
juventud llegó a mis manos el poema épico lírico del célebre uruguayo,
me impresionó por su belleza armoniosa, y por el contagio entusiástico
de lo que antaño se calificaba con el nombre de «inspiración». En
_Tabaré_--«ese extraño y hermoso poema, con el que acaso sean más
justicieras que las actuales las generaciones que vendrán», según el
decir de un meditativo y decoroso pensador que brilla en la juventud
uruguaya, Amadeo Almada--encontré en días en que imperaban endémicas
doctrinas, una novedad sana y un sentido de musicalidad honda y
trascendente, que venían de la influencia de un poeta «menor» pero de
los más dignos de admiración y amor en la España del siglo pasado:
Bécquer. «Mi Gustavo Bécquer, genio admirable y querido, despertador de
mi adolescencia poética», dice Zorrilla de San Martín en una confesión
reciente publicada en _Mundial_. Había, en efecto, un eco del arpa de
Bécquer, pero sinfonizado en un órgano que se diría hecho de las más
robustas y sonantes cañas y bambúes de nuestras selvas americanas.

_Tabaré_ fué celebrado en España y en toda la América latina con loas y
palmas merecidas.

Zorrilla de San Martín reconoce el perjuicio que posteriores
correcciones causaron a su obra... «Quise quitar, ¡pecado de mí!,
ingenuidades en una obra ingenua; quise razonar.» Sí, su obra es
ingenua como una planta, como una flor, como el agua de un manantial,
y ella guardará el frescor y el perfume de la más grata estación de su
existencia.

También ha citado estos conceptos de Carlyle referentes a Dante: «Si
vuestra composición es auténticamente musical, no solamente en la
palabra, sino en el corazón y en la sustancia, en los pensamientos
y articulaciones, en toda la concepción, entonces será poética; mas
no de otra manera. ¡Musical! ¡Cuánto se encierra en esta palabra! Un
pensamiento musical es el que ha penetrado hasta lo más íntimo del
corazón de las cosas, y puesto al descubierto lo más recóndito de sus
misterios...»



[Ilustración]



FRANCISCO GARCIA CALDERON


Un joven sabio; palabras difíciles de juntar en nuestra América. A
Francisco García Calderón siéntanle por igual manera los calificativos
de _savant_ y de _sage_. La gravedad espiritual, el desdén de las
literaturas fáciles, y diremos así de simple adorno, el alejamiento del
_dilettantismo_, y su copioso saber, sostenido por una inteligencia
fuerte y ponderada, le han dado un lugar especial en nuestra reciente
intelectualidad. Habita en París, y busca los jardines apacibles de
la filosofía, en vez de entregarse a las bellas y ligeras letras de
la luminosa capital del _esprit_. Cuando, por la fatalidad que pesa
sobre muchos de los escritores que aquí residimos, «hace periodismo», y
finge de corresponsal a diarios hispanoamericanos, se ocupa en Gabriel
Tarde; en el soliloquio platónico de Renouvier, en Brunetière que juzga
a Renan, en Menéndez Pidal y la cultura española, en los estudios
penales de Dorado Montero, en el fenómeno religioso de los Estados
Unidos, en los ideales de la vida, según William James, y en otros
tópicos semejantes. Como veis, todo eso está muy lejos del _boulevard_.
Sus relaciones intelectuales son las que convienen a semejante monge
laico, fraile de la filosofía. «Monsieur F. García Calderón est un
jeune peroubien qui connait admirablement la France, son histoire,
ses ecrivains, ses philosophes.» ¿Quién escribe esos conceptos? Es M.
Gabriel Seailles, profesor en la Soborna. «Esprit ouvert et curieux,
auditeur et auditeur attentif, ardent, consciencieux intelligent,
vous mettez votre effort et votre joie à penetrer dans la pensée,
dans l'âme des hommes que vous voluez connaître». «Donc s'assimiler
appliquer l'experience de l'âgé mur et même temps garder l'elan, la
foi et même les ilusions de la jeunesse, trover enfin le moyen de
réunir en un tout vivant et harmonieux ces deux ordres de qualités,
en apparence contradictoires, ce est le conseil que, for de vos études
et de vos reflexions, vous donnez à votre Patrie. Je crois bien que ce
conseil convient a tous les hommes, et qu'en tout pays on aura intérêt
et profit à lire un livre tel que le votre.» ¿Quién expresa tales
opiniones? Monsieur Émile Boutroux, del Instituto. Díme con quien andas
y te diré quién eres. Es raro, sí, muy raro, que en nuestros países un
espíritu joven y bizarro, como el de García Calderón, deje el verjel de
los lirios y los mirtos y los laureles para inclinarse al pozo de donde
se espera ver salir el blanco cuerpo de la verdad. Pocos van a las
honduras de los problemas espirituales, pocos se consagran al ejercicio
del pensamiento en los altos asuntos religiosos y morales.

Pocos visten el sayal pesado del estudioso y se encaran con las
gravedades de la vida y de la conciencia humanas. Francisco García
Calderón se ha dedicado a tales tareas. «_Vous n'etes pas mu par un
frivole esprit de diletanttisme_», le dice uno de los sabios que he
dictado anteriormente. Y él mismo declaraba en uno de sus primeros
libros el propósito de «levantarse sobre la parcialidad benedictina del
análisis, sobre la frivolidad estéril de la hora y dar a su espíritu
el grave recogimiento que conviene a la eclosión de futuras obras
durables.»

La obra fundamental, hasta ahora, de nuestro amable pensador, es la
que consagrara a su patria, _Le Perou contemporain_. Es una obra
fuerte de medula, y que indica un vigor de espíritu y un estudio tan
sólido y de trascendencia, que se diría de años mayores. La obra está
escrita, a pesar de la particularidad patriótica, bajo un concepto
universal, y puede ser leída con interés en cualquier parte, pues
su fondo filosófico, su hondura ideológica, llamarán la atención, a
no importa qué hombre de pensamiento, en todo lugar del mundo. La
sagacidad de intelecto de esta «cabeza», que no sólo pertenece al
Perú, sino a todo el continente, se une al vigor y a la rapidez con
que abarca y profundiza cualquier cuestión de interés humano. En tales
especulaciones, y siguiendo cada cual su ideal mental y su modalidad,
se junta con Rodó y con Sanin Cano.

Para contrapesar en la balanza psíquica el valor de tales
especialísimos _mediums_ habría que poner, es indiscutible, en el
platillo opuesto un buen número de toneladas de perlas y de rosas.



[Ilustración]



SANTIAGO RUSIÑOL


Ved aquí al catalán de los jardines, príncipe en el país de Bohemia, de
una Bohemia de oro, de lindos colores, de sutiles letras y de «hierros
viejos». Con su cabeza gris y su barba de _roi-chevalier_, atesora y
comunica juventud, y con su arte fino, su palabra suave y animadora a
un tiempo, su sonrisa fraterna con sus pares, subyugadora con todos, va
llevando su corona de gloria con la misma descuidada naturalidad que
su fieltro característico, en el cual no podríais suponer un invisible
penacho, sino una pluma de seda.

Pinta y escribe y sabe de muchas disciplinas, como los artistas del
Renacimiento. Y mucha música íntima y mucha poesía encuentra el
observador meditativo en su pintura, como mucha sutileza y gracia
pictórica en sus prosas, en que el pensador artista deja ver su alma
profunda y delicada.

Comunicar con Rusiñol es una fiesta para el espíritu. Yo me he
complacido con tales momentos, ya en su morada principesca de Sitges,
ya en la corte madrileña, ya en la divina isla de Mallorca, en la
múltiple Barcelona, en este París que él ama y que le ha sonreído.

¡Sus jardines de España! Los días pasados, Pérez de Ayala, que hace
cantos bellos, hizo uno muy bello. Como al tamborilero de Provenza, eso
debe habérsele ocurrido alguna tarde «que _vió_ cantar a Rusiñol...»
Pues cantan esos jardines de pintura con sus ramas de verde, sus
acordes de oros y rojos, sus árboles ojivales, sus fuentes en que vibra
el cristal fugaz de la pluma de agua.

[Ilustración: SANTIAGO RUSIÑOL]

Tengo a la vista una serie de planchas coloreadas de esos hechiceros
jardines, que son, como dice el gran Santiago el «_paisatge posat en
vers, i els versos escrits en plantes... versos vius, versos am saba
i amb aroma_» y se diría que en la transposición están la misma
vida, la misma armonía y el mismo perfume que en el propio paraíso
vegetal. Son los dulces vergeles mallorquines, con sus aguas, sus
arquitecturas, sus rosales, los edenes moriscos de Granada; arcadas,
templetes, floralias casi religiosas; árboles como ramilletes, como
pinceles, como obeliscos; macizos arcos como en el _Caminal de rosers_
de Aranjuez; bóvedas de verdura; «_les grands jets d'eau sveltes
parmi les marbres_», a la verlainiana caricia de la Luna, pues en
plena tierra del Mediodía pone Rusiñol, a veces, escenarios de fiesta
galante. La _Raixa_ de Mallorca que evoca algo de romano; visiones del
Generalife, con sus canales, sus arbustos en flor, sus tiestos como
cálices; o el _Pati de l'Alberca_, en Granada, en cuyo fondo, reflejado
por el espejo del estanque, parece fuera a surgir alguna figura de
Zobeida, de Leila, o de Lindaraja; o bien los viejos cipreses o los
_bouquets_ de almendros en flor, que primorosamente nieva o sonrosa la
primavera mallorquina; o esa _Glorieta_ de la bailarina, que es como
una decoración de poema; y el fantástico _Recó de boixos_ granadino; y
esa prodigiosa «arquitectura verde» de Granada, en donde parece que por
obra de Alah--¡sobre él la plegaria y la paz!--se animase una princesa
de las Mil y una noches, por ejemplo, Dulce Amiga, y recitase estas
estrofas del poeta:

«¿Vas a escapar lejos de mi, ¡oh, pura sangre de mi corazón! tú,
cuyo lugar está en este corazón adolorido, entre mi pecho y mis
entrañas?--¡Ah! te suplico, oh Tú, el Clemente sin límites, reunir lo
que está separado, Tú, el generoso que distribuyes a tu placer los
beneficios humanos.»

¿Y ese _Jardi del pirata_ en Mallorca, con sus terrazas vecinas, su
fuente redonda, su horizonte marino? ¿Y el _altar de flors_ y el _Jardi
clasic_ y la _Glorieta_ de Aranjuez, que recuerda el Templo del Amor
versallés; y _El Laberinte_ de Barcelona, con sus verdes en sordina,
sus azules angélicos, sus fanfarrias ocres del fondo, sus recortados
macizos y su ambiente al par lírico y galante? ¿Y tantos poemas que
siguen, todos un encanto para los ojos y para el alma?

En horas secas, complázcome en abrir esta provisión de sueños, y al son
de estas flautas y liras de la vista, por obra de Rusiñol, se me abre
un edén de ruiseñores, y mi instante aburrido florece y se encanta.

O bien, para pensar o sonreír, con razonada tristeza o gentil y
filosófico humor, leo algún libro o comedia del autor de _Oracions_ y
de _El Mistich_, en su catalán original, aunque haga algún esfuerzo,
por más que Gregorio Martínez Sierra haya realizado la difícil y
hermosa tarea de verter al castellano la prosa exquisita de nuestro
amigo victorioso.

[Ilustración]



[Ilustración]



FEDERICO GAMBOA


Paso a paso, ganado a puro cerebro y a puro carácter, Federico Gamboa
ha llegado a uno de los más altos puestos del Gobierno de su país: a la
Cancillería mejicana. Hablando de su desaparecido hermano José María, y
de él mismo, escribía hace años en su _Diario_: «Secreta satisfacción
de vernos él y yo ascendiendo por nosotros mismos, sin ayudas que nos
enrojezcan, ni apoyos que nos avergüencen o humillen».

No habrá uno solo de sus compatriotas que no aplauda su reciente
nombramiento, pues sus principios siempre han estado basados, ante
todo, en un profundo amor a su Patria. Oid sus palabras: «La idea de
Patria--la Patria en forma de carta geográfica a veces, y a veces en
abstracción luminosa--, acariciándome de lejos... Desligamiento con
gobernantes y partidos políticos...» Esto demuestra la razón de las
generales simpatías. Ni al César mismo--ese César anciano y fuera del
poder, a quien habrá que aplaudir por las enormes etapas de progreso
que hizo adelantar a Méjico--se acercó nunca Federico Gamboa con bajas
adulaciones o súplicas de granjería. El verdadero valor del nuevo
ministro de Relaciones exteriores de los Estados unidos mejicanos es
completamente individual: lo constituyen el talento, su nobleza de
espíritu, su voluntad, una limpia, larga y honrosa carrera diplomática,
y un alto nombre literario, que contribuye a la gloria de su país.

¿Quién que conozca al Sr. Gamboa no está seguro de que sus prestigios
morales e intelectuales no contribuirán a pacificar y a hacer brillar
en una nueva era la Nación, cuyos intereses internacionales hoy le
toca dirigir? Mas, hablaré de su obra literaria, que es lo que con mi
competencia mejor se aviene.

Es ante todo Gamboa independiente y personal: «Mis escritos y mis
actos siempre obedecieron a mis propias inspiraciones». Pocas páginas
autobiográficas más decisivas y más conmovedoras que la dedicatoria de
_Mi diario_: «PARA MI HIJO; PARA CUANDO SEPA LEER», páginas de gran
literatura y de gran corazón ordenado: _Le coeur a son ordre_, dice
Pascal.

Sabe del mundo, sabe de la vida, lo cual es decir que sabe de amor y de
dolor. Y una vasta piedad impregna toda su obra.

Yo le conocí en Buenos Aires, en la tertulia literaria de Rafael
Obligado. Ya había publicado sus _Esbozos contemporáneos_, _Del natural
y Apariencias_. Se encontraba al frente de la legación mejicana como
encargado de Negocios, por ausencia del ministro Sánchez Azcona. El
ingenio y el _charme_ personal de Gamboa le hacían grato a todos.
Allí dió a la imprenta su volumen de _Impresiones y recuerdos_.
Después vendrán, ya alejado de la República Argentina, _Suprema ley_,
_Metamorfosis_, _Santa_, _Reconquista_ y dos volúmenes del _Diario_.
En estos días debe aparecer _La llaga_, por la Casa «Renacimiento»,
de Madrid. Todo esto, recuerdos y novelas, fuera de su labor para el
teatro. En todo terreno ha recogido aplausos y laureles. Su estilo es
castizo en dicción y libre en ideas. Su filosofía es sana y alta; y si
alguna vez hubiese vacilado en sus creencias, la experiencia vital
y el misterioso influjo de lo divino le han apuntalado el alma. Por
ello, en el fondo de sus novelas, de sus obras dramáticas, hay mucho
de reconfortante. «Las novelas de usted me hacen meditar--le escribía
en una ocasión aquel brillante espíritu que se llamó Gustavo Baz--; y
guarde usted este elogio que, sobre ser sincero, viene de un lector
asiduo de Balzac y de un comentador escuchado de Stendhal.» Y el sutil
Domingo Estrada, entre otros entusiásticos juicios: «_Metamorfosis_, al
menos bajo ciertos puntos de vista, puede compararse con las mejores
novelas de Pereda, de Valera y de Pérez Galdós». Y más adelante: «El
secreto del encanto que su libro produce, y que hace que no se pueda
dejarlo de la mano una vez comenzada su lectura (yo me he pasado
cuatro noches sin poner un pie en la calle; ¡en París!...), finca
principalmente en el estilo. No conozco otro que sea más sencillo sin
vulgaridad, más imaginado sin pedantería, más elegante sin esfuerzo».

No es Federico Gamboa de aquellos pensadores meritorios de quienes
se pueda temer que por los cuidados y pasiones, por la política,
abandonen la labor mental, que constituye lo más característico de su
personalidad. El hombre de estado cumplirá como bueno sus tareas, y
su discreción y su conocimiento de los graves asuntos en que habrá de
ejercitar su pericia no han de quitarle ni la vivacidad y frescura del
ingenio, ni el pensamiento creador ni el _intelletto d'amore_ para su
pasión artística.

Otras obras vendrán, llenas de amor humano y de fe en la suprema
idea, que enriquecerán mayormente el acervo intelectual de su patria
mejicana, o mejor dicho de nuestra América, otras novelas, otras obras
para el teatro; y otros posteriores volúmenes de ese _Diario_, tan
lleno de ideas, tan interesantemente anecdótico y que fué dedicado
desde su primer tomo a un mi joven amigo que ya sabe más que _leer_...
el hijo amado, Miguel Félix Gamboa y Sagaceta.

[Ilustración]



[Ilustración]



AMADO NERVO


En varias ocasiones he escrito sobre la singular personalidad de
Amado Nervo, y siempre con igual simpatía y con el mismo _intelleto
d'amore_. ¡Ha sido tan gentil compañero de sueños, en nuestro París
amado, hace ya tanto tiempo! ¡Y es tan sutil poeta, tan comprensivo
artista y tan dulce filósofo! Con decir que a pesar de los medios a
que necesariamente conduce la diplomacia, su espíritu y su corazón
de sensitivo no han sido contaminados por las promiscuidades de la
carrera...

Yo no leeré nunca sin cierta emoción el libro titulado _El éxodo y
las flores del camino_, en el cual, entre versos deliciosos y prosas
llenas del encanto de la juventud y del prestigio de un buen arte,
recuerda, en conceptos ya de humor, ya de melancolía, nuestras horas
parisienses, nuestra amistad con curiosos ejemplares de humanidad, y la
persecución de los favores de Nuestra Señora y Reina la Belleza.

La evolución de Nervo, desde _Místicas y Perlas Negras_
hasta sus últimas producciones de piadosa, o irónica--¡muy
suavemente!--filosofía, y sus poemas cortos y sentimentales en que un
gran dolor, de los íntimos y profundos, le ha hecho producir rítmicos y
trémulos sollozos y llantos, es de un gran interés en el conocimiento
de su personalidad intelectual. Una faz nueva se le ha reconocido:
sus aficiones a los estudios astronómicos, disciplina que se aviene
convenientemente con los vuelos líricos y las excursiones, en que el
pegásico ímpetu es el conductor.

Su antigua _fe_ había tomado en los últimos tiempos un vago tinte
dubitativo; mas el buen maestro Dolor le ha hecho de nuevo recordar
la senda azul. Y luego, siendo favorecido por la Lira, tendrá siempre
tiempo de ver reflorecer la primavera, con ojos, si conocedores de los
lacerantes duelos, siempre brillantes al resurgir de las auroras y
al inmortal llamamiento de las esperanzas. El poeta está intacto. No
es Amado Nervo el que la duquesa conoce, el que la marquesa invita a
almorzar, el que tiene ya honrosamente marchitos los oros de su casaca
diplomática. El sabe bien que en los salones, y sobre todo delante de
sus colegas--como no sean de la familia apolínea--no está bien confesar
intimidades con las Piérides, ni proclamar afección al viejo y sagrado
laurel, a menos de ser poeta como tal excelentísimo señor ministro,
que lo mismo confecciona un soneto circunstancial que pone asombro en
los más intrépidos jugadores de _bridge_. ¿Sabrá el _bridge_ ya Amado
Nervo?...

Lo que sí sabe y sabrá siempre, es infundir en sus versos, que
se visten de sencillez y de claridad como las horas de cristal
que anuncian la paz de los amables días, un misterio delicado y
comunicativo que nos pone en contacto con el mundo armonioso que crea
su voluntad intensa.

A veces, se creería en un desmayo de energía o en un desvío de forma.
No hay nada de eso. Los conocedores saben lo que hay que saber, para
llegar a conmover lo hondo de nuestro sensorio con los procedimientos
menos complicados, más simples y transparentes. Todo ello está, por
cierto, lejos de la pirotecnia verbal, y de los descoyuntamientos de
pianista que suelen tomarse como distintivos de una fuerza poética
incontestable, y que se achaca al influjo de un modernismo--llamémosle
así--que no hizo bien sino a quienes se lo merecían.

Una particularidad que he advertido en Amado Nervo, desde sus obras
de comienzo, es un vago soplo bíblico que suele hacerse percibir en
estrofas, que se dirían acompañadas de música sacra.

No olvidaré nunca la Semana Santa que pasara en París, allá por el
tiempo de la Exposición, en constante compañía del pintor Henri de
Groux, de otro pintor mejicano, de un joven gallardo aficionado al
teatro, también mejicano, y de Amado Nervo. Una noche, este soñador
se nos desapareció, y hartos de buscarle en los lugares que solíamos
frecuentar, se me ocurrió indicar que probablemente le encontraríamos
en una de las iglesias en donde, por las sagradas celebraciones,
se cantaba canto llano y se sonaban órganos sabios. Le buscamos,
pues, en varias de ellas, y por fin le encontramos, lleno de fervor
místico-artístico, en Notre-Dame, adonde había llegado después de
recorrer Saint-Severin, la capilla de la Sorbonne, Val de Grâce,
Saint-Sulpice, hasta que fué a recalar en la Catedral que, según un
hugólatra, es la _H_ del nom de Hugo.

Había que oir, en aquel tiempo, a Amado Nervo, a quien yo llamara
fraile, o monje del arte. Su unción, su saber de cosas religiosas,
su aire mismo, daban idea de un admirable oblato, de un seguidor de
Huysmans, a quien desde luego el mejicano ponía sobre su cabeza.
¡Todo pasa, en verdad, y la juventud más pronto que todo! De aquellos
años quedaron para el poeta los versos, imperecederos, y un amor,
perecedero, cual la triste carne que Dios nos dió como armadura, frágil
armadura, ante lo inevitable. El poeta ha clamado trenos y elegías.
_¡Mas es suya el alba de oro!_

[Ilustración]



[Ilustración]



ENRIQUE RODRIGUEZ LARRETA


Cuando el autor de _La Gloria de Don Ramiro_ publicó, para gloria suya,
esa obra admirable que le dió fama rápida y triunfante en todo el
mundo literario, yo me llené de entusiasmo, y escribí en España, donde
a la sazón me encontraba, un artículo que expresaba mi sentir, ante
ese esfuerzo que honra, no sólo a la República Argentina, sino a todo
nuestro continente. Y decíale al Sr. Larreta, entre otros conceptos,
que las únicas cosas que le faltaban para la victoria completa eran la
hostilidad y el ataque consecuentes, y se diría indispensables, a toda
realización superior. Ello vino a su tiempo, y sin más consecuencias
que la de consagrar la solidez de la obra.

¿Qué más podría desear el autor de _La Gloria de Don Ramiro_? Encono de
letras semejante habría que buscarlo, en los últimos tiempos, en los
_panfletos_ contra la obra y la personalidad de Hugo, y que él resumía
en el dístico que comienza:

         _Voici le triple aspect de cet homme féroce_...

Yo no conocía al Sr. Larreta, sino por haber conversado con él dos o
tres veces, hará cerca de veinte años, en el antiguo Ateneo de Buenos
Aires. Luego publicó una bella _nouvelle_ de reconstrucción histórica
en la _Biblioteca_, revista que dirigía la autoridad de M. Paul
Groussac. Ya en ese tiempo se hablaba de que tenía el joven escritor
una novela en preparación que le costaba largos estudios, y en la cual
aparecería la personalidad de Santa Rosa de Lima. El plan se llevó a
cabo más tarde. Ya sabemos que la mística flor peruana perfuma, en el
final de la obra combatida y victoriosa, la muerte de Don Ramiro.

Es notorio que el autor argentino es un gran señor y un diplomático
que ayuda al prestigio de su país. En París--le habré visitado, a
sus amables instancias, unas tres o cuatro veces--, sin descuidar
sus tareas oficiales, cultiva en sus vagares las letras y las artes.
He recordado a su propósito al autor de _Zanoni_, a un Irving, a un
Valera, a un Salvador Bermúdez de Castro. El Sr. Larreta, que es joven,
que tiene la felicidad en su noble hogar, en su alto puesto, en su
salud excelente, en su renombre universal, posee junto con su gran
talento una crecida fortuna. Ello es imperdonable. El _homo sapiens_,
que es el _lupus_ hobbesiano, se eriza ante semejante anomalía,
protesta y se indigna. Al hombre muy rico, o simplemente rico, se
le pueden admitir, cuando más, como a Chatelain o MM. de Rotschild,
obras mediocres. Lo demás es un abuso de la suerte o una parcialidad
manifiesta de la Omnipotencia. Pero el Sr. Larreta, que no tiene la
culpa de su excepción, debe sonreír y seguir adelante.

Escritores europeos como M. Remy de Gourmont, M. Maurice Barrés,
M. Henri Roujon, M. Paul Adam, etc., han dicho las excelencias del
único trabajo publicado en volumen por el señor Larreta. La versión
francesa hecha por el primero de esos escritores, da una idea al lector
extranjero de lo que puede ser fundamentalmente la novela en su idioma
original. Pero las calidades de esa escritura flaubertiana, de que
tanto se ha hablado, tan solamente las podemos apreciar los artistas y
conocedores de nuestra lengua.

Intelectualmente, el autor de _La Gloria de Don Ramiro_ está entre las
pocas dominantes figuras de Hispano-América. Su libro es, en su género,
con la honesta abuelita _María_ del colombiano Isaacs, lo mejor que en
asunto de novelas ha producido nuestra literatura neomundial. Hágase
algo superior, y Larreta pasará a segundo término.

Entre tanto...

[Ilustración]



[Ilustración]



LEOPOLDO LUGONES


He visto los comienzos de este otro y americano _Spectacle magnifique_.
Enorme suma de condiciones geniales apoyadas por la más potente y sana
voluntad. Encontrábame en lo vivo de mi sabida campaña intelectual,
en la querida gran ciudad de Buenos Aires, cuando un día se presentó
en nuestra vibradora hermandad del Ateneo un joven que, al mostrar
sus credenciales rimadas, fué considerado ya triunfante. ¡Un astro!
nos comunicamos todos, con el gentil entusiasmo que allí animaba a
coetáneos y menores. Nuestra unanimidad vaticinó cosas grandes. Para
saludar tal orto escogí la más sonante y dorada de mis trompetas.
Y todas las previsiones tenidas se han ido cumpliendo. La obra de
Leopoldo Lugones es, según la expresión de uno de sus críticos, _vasta
y bella como una creación natural_, o bien, _como una vasta serie
panorámica de montañas_. En verdad, las que han atraído mayormente
en esa encantada cordillera, son, por el brillo de sus cumbres, por
la riqueza de sus entrañas, por más de un misterio cabalístico, o
miliunanchesco, _las montañas del oro_. Fijaos bien en las otras
alturas: hay amontonamientos de rocas, entre las cuales históricas
ruinas; hay colinas fértiles, con pequeñas ciudades, jardines y
quioscos de arte; hay aglomeraciones de fábricas con chimeneas y casas
de veinte pisos como las de los yanquis; hay intrincadas y sabias
arquitecturas, y abajo, la extensa pampa con sus bíblicos ganados.
Pero las Montañas del Oro, que conocen bien tan sólo los simbades del
castellano, montañas que consagrará la primavera, y en donde tiene
su palacio la juventud, digo en verdad que atraerán siempre a todos
los buscadores de milagro y cateadores de poesía. ¡Aureo, bravo, caro
Lugones! Vigoroso por temperamento, nutrido de los mejores saberes y
remiso en toda aplastadora apretura escolar, desde muy temprano supo
aprovechar el don, rarísimo si se mira bien, de la autocomprensión
y valorizamiento propio. Tal, por mayor suma de aristocracias,
se denunciara anarquista de los más encendidos. La violencia del
color--¡Aplaudido sea el profeta!--fué con el tiempo comida por el sol,
no sin que hoy subsista el nato combativo caza-coronas y amigo de la
República francesa, a pesar de las Españas ancestrales.

      Antiguamente decían
    a los Lugones, Lunones,
    por venir estos varones
    del gran castillo. Y tenían
    de Luna los sus blasones.

Su genealogía mental--¡por Dios, siempre descendemos, o ascendemos de
alguien, y ha existido el Adán literario!--¿le emparenta con cuáles
antecesores? Pero ningún espíritu encuentro más fraternal para el suyo
que el de Edgar Poe--tanto en todo va buscando su equilibrio nuestra
balanza continental. ¿Mas, a donde no llega la vista, a cualquiera de
los puntos cardinales que se dirija, desde la cumbre de sus montañas?

Listo para todos los combates, apolíneo, hercúleo, perséico, davídico,
ello transmutado en sangre neomundial, su iniciación en la orden del
Arte, queda como un acontecimiento en la historia del pensamiento
hispanoamericano, y no es uno de mis menores orgullos el haberme tocado
ser, en días floridos, Anquises de tal Marcelo.

Todo conquistado: renombre, respeto y consideración en los propios
patrios sanedrines, admiración y afecto entre sus iguales. Todo,
hasta el denuesto regocijador y la parodia plausible. Todo, menos la
verdadera comprensión de ciertas cosas suyas al lado de las cuales se
ha pasado sin penetrar lo que dentro se contiene. Mas, ¿desde cuando es
comunicado a todos el _sckiboleth_?

La obra primigenia de tal héroe, cuyo análisis sea para estudiosos y
minuciosos críticos, háceme pensar en las adolescencias proféticas,
en una pérdida y encuentro, no en el templo entre los doctores,
sino en el bosque entre los leones. Hay allí, sobre todo, un infuso
conocimiento de cosas inmemoriales que se ha transmitido a través de
innúmeras generaciones, y que hace vagamente reconocerse, apenas, con
algún rarísimo _contemporáneo_, en un rápido choque de miradas, o en la
similitud de interpretación de un gesto, de un signo, de una palabra.

Ya en la tarea de ideas, revélase la inagotable mina verbal, la
facultad enciclopédica, el dominio absoluto del instrumento y la
preponderancia del don principal y distintivo: la fuerza. Propaganda
patriótica, ciencia civil, historia, cuento, enseñanza, discurso
ocasional, todo es pletórico, todo está lleno de vital y viril fuerza.
Verdad que oiréis un son de flauta en los Crepúsculos del Jardín.
Acordaos del Polifemo que canta Teócrito y Poussin pinta. Y luego:
_¿Quid dulcius melle et quid fortius leone?_ ¿No habían vibrado antes
en una lengua de potente amor versos capaces de encender estatuas?

No creo yo que en nuestras tierras de América haya hoy personalidad
superior a la de Leopoldo Lugones, quien antes de llegar al medio del
camino de la vida, se ha levantado ya inconmovible pedestal para el
futuro monumento. _Las Montañas del Oro_, _Los crepúsculos del jardín_,
_El imperio jesuítico_, _La guerra gaucha_, _Las fuerzas extrañas_,
_Lunario sentimental_, _Piedras liminares_, _Didáctica_, _Prometeo_,
_Odas seculares_.

Allá en la lejana Córdoba del Plata, una anciana tiembla aún de
temeroso gozo maternal. ¡Misia Custodia, qué nombre el de usted, para
ser llevado en la Catedral de las glorias argentinas!...



[Ilustración]



ENRIQUE GOMEZ CARRILLO


En una de las muchas cartas que conservo del Sr. Gómez Carrillo--de un
interés para más tarde--, hay una en que me agradece el haber venido a
París. ¿Cómo fué ello? Ya lo he contado alguna vez. Dirigía yo, allá
por el año de 1890, en Guatemala, un diario: _El Correo de la Tarde_.
Un día se presentó con unos trabajos un joven, muy joven, de un moreno
dorado, de copiosos cabellos y ojos de soñador, y que manejaba ya
cierta sonrisa caprichosa, con cuyas consecuencias habría de cargar yo
mismo pasando el tiempo. Intimamos. Y entonces yo señalé el camino de
París.

¡El camino de París! ¿Sabría Gómez Carrillo que era el de su tierra
prometida? Cierto que en él, por su madre, había sangre francesa;
pero su padre, historiador notorio y escritor de cepa castiza, era de
puro origen español, severo en dogmas de gramática y de bien decir, y
con entronques aristocráticos en la Península. Era, pues, quizás, el
camino de Madrid el que hubiese tomado, sin mi dichosa intervención, el
futuro autor de tanto libro de prosa danzante, preciosa y armoniosa,
que había de ser tenido después como un parisiense adoptado, y alabado
por escritores de renombre en esta capital de las capitales. Llegó
a París a luchas y luchó. Luchó primero en la inevitable Casa de
Garnier Frères. ¿Quién diría que el escritor sutil y libérrimo hubiera
colaborado en la seria y académica tarea de hacer un diccionario?

Pronto el guatemalteco se saturó de París. Su primera producción, una
_plaquete_ hoy inencontrable, a punto de que creo que el propio autor
no la tiene, suda el más amizclado y enfermizo de los Parises por todas
sus letras. Llegado en pleno hervor simbolista, Gómez Carrillo había ya
conocido a todos los dioses, semidioses y corifeos del movimiento. Era
amigo de Verlaine, de Moreas, de Reynaud, de Duplessis, de todos los
concurrentes a las comidas y reuniones de _La Plume_.

[Ilustración: ENRIQUE GÓMEZ CARRILLO]

Su cultura aumentó día por día en este ambiente de arte; y, relacionado
con España, comenzó a escribir en la Prensa de Madrid, tan constante
y brillantemente, que le han llamado «Príncipe de los cronistas».
Entró con el tiempo a formar parte del cuerpo de corresponsales de _La
Nación_ de Buenos Aires, y su producción adquirió mayores quilates.

Se dedicó, por higiene, a la esgrima, y esas prácticas le convirtieron
en uno de los más conocidos duelistas parisienses. Conoce varias armas,
y creo que también el _box_.

En su obra pasada prevalecen, junto con un inesperado sentimentalismo
que se diría romántico, mucha modernidad, la euritmia, las elegancias
femeninas, la danza, los personajes de la «comedia» italiana, la
anécdota maliciosa, la conversación con sus amigos célebres, la ironía,
el halago, la perversidad, el goce, todo lleno de una sutileza francesa
de modo que se diría escrito, o por lo menos pensado en francés, en
parisiense.

Luego llegaron sus libros de viajes, que le hicieron considerar como
el Loti castellano, pues aparecieron dones de penetración, afinidades
filosóficas, calma y serenidad, además de sus condiciones de paisajista
y descriptor, dueño de una rica paleta, y siempre vibrante ante el
espectáculo artístico o la figura sugestiva. Su libro sobre Grecia
señaló principalmente la nueva manera. Y su libro sobre la Tierra
Santa, adonde hiciera recientemente una visita, es, a mi entender,
lo más firme, lo más sentido, lo más meditado y estudiado de toda su
obra; pues quizás, así fuese por un momento, influencias ancestrales
despertaron en él la verdadera emoción y la seguridad ideal, sin lo
cual nada se escribe de duradero y de firme. Y realizó un bello,
armonioso y erudito libro. Es un escritor dichoso.

¡Antes de aparecer su obra, un obispo de Colombia le ha excomulgado! Lo
cual hará para _Jerusalén y la Tierra Santa_ una singular propaganda.

Le han prologado y alabado sus libros, escritores como Paul, Adam,
Jean Moreas, Emile Faguet, Catulle Mendes, Vicenti, Cortón, quien
estas líneas escribe, y otros nombres más. ¡Si este diablo de hombre
quisiese, aun después de la excomunión, le prologaría ahora un cardenal!

El Gobierno francés le hizo caballero de la Legión de Honor.



[Ilustración]



RICARDO ROJAS


Poned a esta cabeza un turbante de seda, y diréis ser la de un joven
maharadja; un fez, y tendriais a un noble egipcio. De la India, del
Igipto, de Ceylán, de Oriente en su aspecto; y ello no os sorprenderá,
puesto que sabéis de las discusiones sobre las relaciones orientales
prehistóricas, entre los aborígenes americanos y los pueblos de
Oriente: La cabeza de Ricardo Rojas, la cabeza física, es la de un
cacique. A él ello le complace, pues alienta y vive de su América. Un
espíritu seductor y un poeta gentil, Eduardo Talero, cuando Ricardo
Rojas se preparaba para venir Europa, exclamaba: «¿El poeta Rojas en
Europa?... ¿Qué va a hacer? ¿Por qué exponerse a que las grisetas
del bulevar lo miren de hito en hito, sin sospechar que bajo el color
oliva de su rostro hierve el aceite de una lámpara de oro, y que bajo
esas fibras de carbón adusto al peine yacen en huacas de indio las
cristalizaciones del sol más linajudo de la tierra? A Rojas, como a
los demás poetas bien raigales, debía la República coronarles de roble
y ñandubay, y en vez de permitirles estas excursiones por Europa,
ponerles en lo mas intrincado de la selva a recoger mieles líricas
en los panales y los nidos, a ver de olvidar lo que aprendieron
en la escuela y a ponerse en acecho de los sátiros y mafirihadas
aborígenes».--«¡Ah!--Contesta Ricardo Rojas, desde París, no sin
tristeza siquier dominada por su preexistente carácter--¡si la
República coronara de roble y de ñandubay a sus poetas, no buscaran
ellos en el éxodo y las peregrinaciones azarosas el lenitivo de sus
secretas amarguras, ni recurrieran, para el sustento del camino a la
producción forzada y premiosa, que, si no malogra, retarda al menos
la obra donde florece el genio de una raza!»--Y luego... «Yo procuré
ser útil a mi patria y digno de ella en el extranjero. Yo no llevé mi
ofrenda de mirra salvaje a la casa de los pontífices literarios. Yo
desdeñé el elogio fácil de los _maîtres_ que ignoraban mi idioma. Yo me
acerqué a hombres y monumentos con tal independencia mental, que mis
opiniones de meteco sublevaron algo una protesta. Yo dije a públicos
del viejo mundo las esperanzas del nuevo. Yo torné más alto y puro mi
corazón ante las nobles figuras del arte clásico. Yo admiré de Europa
la razón secular de su cultura, e inspirándome en ella, prediqué a mis
lectores del Plata un evangelio de belleza...; la devoción al ideal
como contrapeso a los esplendores materiales. Ahí reside para mí la
diferencia entre las viejas y las nuevas civilizaciones, y al admirar
de estas sociedades la tradición civil de su cultura, no lo hice en
detrimento de las cosas nativas: antes bien, procuré dar nueva vida a
ese culto europeo del ideal como la pasión americana de mi alma, que
enardeció la ausencia.» Este es el hombre. Y al conocerle os conquistan
bondad y talento. Y la primera condición ¡cuán rara ahora en un
intelectual! Su pensar crece ampliamente. Consagrado al culto patrio,
lucha porque se mantenga el principio nacionalista a través de las
invasiones que el mundo todo envía a la proficua tierra argentina. Su
americanismo y su patriotismo tienen muchos puntos de contacto con los
del gran cubano Martí. El trabaja en lo que llama su «evangelización
idealista», y dotado del don pedagógico inculca sus enseñanzas en la
generación universitaria que le escucha. Todo eso en el comienzo de su
camino.

Hace cinco años, en el _manoir_ de Boultous, después de haber yo hecho
la presentación del poeta argentino al príncipe lírico de las analogías
y de las imágenes en lengua francesa, al grande y bueno Saint-Pol-Roux,
llamado el magnífico en los bellos tiempos del simbolismo francés,
nos pusimos a hablar, durante el almuerzo y a la hora del champaña,
de nuestras respectivas edades. Y al decir Ricardo Rojas la suya,
una palabra brota de labios del _maître_ de _réans_, de la señora
de Saint-Pol-Roux, linda y gentil, de los hijos, Divine, Coecilian,
Loredan; y esa misma palabra era: ¡Bravo! Se aplaudía, como un bello
verso o como una música amable, la confesión de la más lozana juventud.

En plena juventud, pues, trabaja ese cultivador de ideales y
constructor de sueños. La producción que ha dado ya, garantiza para
mañana copiosas y firmes obras. Pocos como él poseen igual suma de
inquebrantables y nobles deseos y esa virtud de consagración, sin
aportar constante brega o sacrificio para llegar al punto ambicionado,
que no es sino, en los señalados, una etapa que inicia nuevos caminos y
ascensiones.

Sus calidades de pensador y de estudioso y sus disposiciones
catedráticas, se advierte en obras como _La restauración nacionalista_,
la introducción a la _Bibliografía_ de Sarmiento, y el excelente libro
sobre el abolengo de los argentinos titulado: _Blasón de plata_.
Asimismo, en sus _Cartas de Europa_, hábil, documentada y nutrida labor
de periodismo, pero en donde, como en todo lo de Rojas, encontraréis de
pronto el poder lírico, el tender a la trascendencia, y una armoniosa y
aun elocuente riqueza verbal. Y a esto no dejéis de agregar la emoción,
pues él también es un sentimental, un sensible y un sensitivo.

En estas líneas, concentradas y sintéticas, no quiero ni puedo hablaros
de sus procedimientos, de sus parentescos mentales, de su técnica. Ello
conviene a otra clase de estudio. El poeta se inició con _La Victoria
del hombre_, obra poemal que no se avenía con mis gustos, pero en la
cual hallé, como me acontece con cualquier obra de cualquier escuela
o de cualquier autor, la parte de belleza que podía satisfacerme y
que podía admirar. Luego he leído _Los lises del blasón_, libro de
un excelente artífice, exquisito y frío, trabajado y pulido, y en el
cual se siente el dominio de la forma, erudición poética, y voluntaria
o involuntaria fuerza de asimilación. ¿Mas en quién, aun entre los
mas grandes, no encontrar un antecedente o semejanza en el prodigioso
universo de la Lira?

Este libro de poesías me ha hecho pasar gratos momentos; no seré yo
quien se detenga a señalar lo que por completo no satisfaga. Sólo
afirmaré que si peca, es por exceso en el deseo de perfección, o
por dilectantismo en los descuidos. Marmóreo, amador de lo clásico,
moderno, sapiente o «funambulesco», quien ha escrito esos versos es
un apolonida, un prestigioso tocador del instrumento divino. Yo me
precio de comprender su espíritu y de admirar su feliz consagración.
Mucho debo también a sus gallardos entusiasmos y a su afecto. Gongora,
Banville, Montesquieu, celebrarían más de una de sus ejecuciones. ¿Y
quién no alabará a quien en su retiro compuso esos poemas, varios como
las cosas y los días, en loa del Amor, de la Amistad, de la Belleza, de
la Patria, que fueron tregua y ornamento en medio de la vida amarga
y bella? Vendrán frutos de mayor jugo y más completa sazón; vendrán
productos más temperados y de vastas proyecciones; pero el frescor de
las horas primaverales permanecerá en las cosechas primigenias.

Hay un soneto final en el volumen en que me ocupo, que hace ver un
Ricardo Rojas supersticioso, como cumple a un verdadero interrogador
de los misterios del mundo. Tratan esos catorce versos de la
malhadada profecía de una gitana, que al probar en el poeta su saber
quiromántico, interpretó el fatídico signo de una muerte temprana:

      Deme esa triste dicha de perecer mañana
    La Lívida que acecha mi paso en el camino,
    Cuando aún mi carne llore por el arte divino
    Y arda mi alma en la lumbre de su pasión humana.
      Corte el hilo invisible de mi vida su diente,
    Antes que se marchite la rosa de mi frente;
    Mas concédame, al menos, en mi destino raro,
      Realizar en el mundo la visión de mis sueños,
    Que es dejar a otra frente mi corona de ensueños,
    Y mi amor en el ritmo de poema preclaro.

Las gitanas, como todas las sibilas, suelen con bastante frecuencia
equivocarse, y el poeta tiene posiblemente en su vigor de voluntad el
secreto de su vivir. Después de _Los lises del blasón_, después de _El
Libro de Perséphone_, después de _La Sangre del Sol_, dos libros, estos
últimos, que aun no conozco, han de venir otros más firmes y melodiosos
poemas. Y el patriótico idealista completará también la tarea para la
que ha nacido.

[Ilustración]



[Ilustración]



MANUEL UGARTE


El Sr. Manuel Ugarte, tan ventajosa y profusamente conocido en
la Prensa hispanoamericana, en España, en el elemento socialista
de Francia; que ha sido un ferviente adorador de las musas y de
las gracias; que recientísimamente ha publicado un libro de gran
resonancia, que ha tenido comentadores hasta en el lejano Japón, _El
porvenir de la América latina_, recorre hoy los países de nuestro
continente e islas castellanas, dando en conferencias voces de alarma,
señalando, _gesto_ complementario de su doctrina opuesta, el peligro
yanqui. Ya en Cuba, y a pesar de que ha mentado la soga en casa del
ahorcado, fué recibido con la usual ferviente gentileza que, para
los escritores extranjeros tienen los hombres de letras cubanos. Los
merecimientos de Manuel Ugarte harán, desde luego, que en todos los
países que visite sea acogido con fraternal cordialidad.

Supongo que las prédicas del nuevo cruzado expondrán y desarrollarán el
espíritu de su libro, que él llama sencillo, pero que no lo es tanto
como su modestia lo declara. Hay en él ideas, estilo, entusiasmo, y,
hasta el águila de la cubierta, que lleva en las garras el pabellón de
los Estados Unidos, había de llamar la atención sobre todo al yanqui.
Así fué que, en la tierra de los dólares, fué examinada o combatida
su obra, mayor y más detenidamente que en ninguna otra parte. Tal
libro es un libro _de buena fe_, que diría Montaigne, un libro que,
para el ideal que sostiene, hacía falta. El grito de alarma se había
dado ya líricamente. Vargas Vila, entre otros, había lanzado terribles
clamores; José Martí, más de una vez, había dicho cosas bellas y
proféticas sobre el acecho de los hombres del Norte. Yo mismo, hace
ya bastante tiempo, lancé a Mr. Roosevelt, el fuerte cazador, un
trompetazo, por otra parte inofensivo. Pero esas son cosas de poetas.
El volumen de Manuel Ugarte es trabajo de estudioso, con observaciones
felices, erudición, método, y, aunque el autor no lo quiera,
literatura. Y, sobre todo, ha sido un volumen _sensacional_. Todo ello
es hermoso, plausible y meritorio.

«Claro está--dice Manuel Ugarte--que todo grito de polémica tiene que
levantar objeciones. Unos censurarán la desconfianza que nace acaso de
la contradicción, entre el valor inapreciable de nuestro porvenir y la
debilidad que nos imposibilita para defenderlo. Sois, nos dirán, como
el niño que ha cogido una mariposa y la aprieta en el hueco de la mano
a riesgo de destruirla. Otros criticarán el optimismo, brote espontáneo
de una concepción batalladora y enérgica de la vida. Los más hostiles
pondrán en tela de juicio el interés del estudio. Los más hábiles le
darán un alcance que no tiene. Éstos le motejarán de antipatriótico.
Aquéllos verán en él un síntoma de imperialismo. Y condenada aquí a una
circulación silenciosa por las conspiraciones inútiles, levantada allá
por las olas confusas de las divergencias, la obra estará siempre lejos
de conseguir una aprobación unánime.» Yo no soy de los hostiles, y
digo: el libro es interesante, muy interesante. Aplaudo el optimismo,
porque es bello y saludable. Celebro la intención romántica y generosa.
Y después de aplaudir el libro, aplaudo el viaje. Pero... en cuanto
a los resultados, me declaro absolutamente pesimista. Unos pueblos
en donde el dólar impera ya, están contentísimos según parece. Y en
los otros, hay quienes tienen envidia a los primeros, y desean que el
monstruo les devore. «Conozco al monstruo porque he vivido mucho tiempo
en sus entrañas», decía José Martí, desde New-York. Y los _pueblos
enfermos_ parece que dijesen: «Señor monstruo, le damos las gracias,
puesto que nos va a comer en salsa de oro».

Por lo que toca al autor y oral propagandista, no es detalle secundario
lo que se diga de él. Y yo digo que, aunque el porvenir de la América
Latina sea el previsto fatalmente, Manuel Ugarte, con sus esfuerzos en
el libro, en la Sorbona y en el viaje, habrá ganado el mejor laurel
para su cabeza.

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ANGEL ZARRAGA


Llegó de tierra mejicana a Europa joven, muy joven.

Escribía versos, pintaba cuadros, estaba lleno de ilusiones de gloria.

Los versos y las pinturas revelaban un hermoso y fresco talento, en el
cual se encontraba una cuidada cultura, la decisión y la pasión del
artista nacido y la chispa americana.

Se fué a la madre patria, a España; los versos fueron poco a poco
quedando en segundo término y Angel Zárraga, como poseído de su
verdadera vocación, buscó a los maestros pintores peninsulares, visitó
y estudió el Museo del Prado, entró al taller del admirable técnico
que es Sorolla; aprendió todo lo que pudo aprender; se relacionó con
los intelectuales, fué íntimo de Valle Inclán, de los Baroja; se unió
a los jóvenes que hoy brillan en el arte español. Luego fué a Bélgica,
ensayó tales o cuales novedades, neo-impresionismo, divisionismo; dejó
piafar su juventud ansiosa. La reflexión llegó, y cambió los nuevos
buscadores por los viejos maestros. Quintín, Metsys, Memling, todos los
grandes flamencos fueron admirados y comprendidos por el hijo del país
azteca, que lleva sangre vasca en las venas. En Holanda conoció y trató
a más de un raro de la pintura, como ese misterioso y singular Toorop,
sobre quien se diría ha soplado una ráfaga venida de las entrañas de la
antigua India. Luego, Angel Zárraga pasó a Italia, y fué encantado por
la más maravillosa y deleitable música de los ojos, con los poderosos
creadores del Renacimiento, con los príncipes del dibujo y reyes del
color, con los suntuosos y soberbios decoradores de iglesias y palacios
que dejaron a los siglos sus tesoros de gracia y fuerza pictóricas.
Mas no fueron solamente los italianos, sino otros grandes de otras
partes quienes prefiriera su deseo de perfeccionamiento. Y así ha
escrito Rodolfo Panichi: «Il Rembrandt, il Morone, il Tintoretto, il
Velázquez, il Goya, sono i veri maestri che lo Zárraga ha nell' ánima e
nell' ochio, ed egli si pone il principio che, coi mezzi meravigliosi
dei Veneti del decimosesto secolo e degli Spagnuoli del decimosettimo
si possa esprimere tutta la complessità e l'inquietudine della vita
contemporanea. Egli trascura pertanto ogni artificio di tecnica
moderna, riescendo ad ottenere una luminositá composta, una intonazione
gradevole e poetica, alla quale tuttavia i suoi studi sulla divisione e
sovraposizione del colore devono avergli giovato notevolmente. Cosi, se
c'e talora nei suoi lavori un senso di manierismo nella distribuzione
delle parti principali, e di convenzionalismo negli accessori che
ricordano le composizioni del nostro risorgimento, egli resta però
psicologicamente indipendente». Y es lo cierto que, de su incursión
por el espíritu del arte moderno, han resultado obras que tienen una
característica, un sello personal inconfundible en figuras magistrales,
sólo que, como lo hace notar el mismo Panichi, el tipo de los campos
es distinto, «es el país castellano, son los contornos de Toledo y
de Segovia los que el pintor siente y reproduce: un país lleno de
melancolía y de tristeza...» En España ha encontrado Zárraga muchas de
sus figuras. _La vieja que ora_, arrugada y triste de una pena secular;
_La mala consejera_, la celestina de cara de buho, junto a la muchacha
rozagante, carne de vicio; _La bailarina desnuda y la trotaconventos
maternal_; _La mendiga y la vieja del rosario_ y _El Tríptico_ de las
dos mozas ferrosas y el viejo del escapulario, apretado, amojamado,
pero viviente de su vida sórdida, devota y tradicional.

¡Y las lindas figuras femeninas de Angel Zárraga! La del _Don, Marta
y María_, ascetismo y voluptuosidad; el otro cálido desnudo de la
_Alegoría del Otoño_, cuadro digno de los buenos tiempos de Venecia;
un precioso retrato de adolescente; la dama arrodillada ante el San
Sebastián, un tanto paganizado del _Voto_, que se expuso en el pasado
Salón de Otoño; la hembra de _la femme et le pantin_; y, sobre todos,
esa maravillosa _Novia_, cuadro que con sus dos desnudos es un canto
misterioso a la _arcilla ideal_, al hechizo enigmático de la mujer, y
que, vagamente sugiere en la simbólica Granada entreabierta, el arcano
amoroso y la iniciación de las iniciaciones. Paso a paso, consciente y
con seguridad, va Angel Zárraga camino de la gloria.



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ALBERTO DEL SOLAR


La Real Academia Española, que acaba de abrir sus puertas al escritor
chileno Alberto del Solar en calidad de miembro correspondiente, ha
realizado un acto de completa justicia. Ha tiempo que el autor de
tantos libros plausibles, que acaban de aparecer compilados en una
bella edición de _Obras Completas_, era merecedor de tal homenaje.
Fuera de sus méritos de novelista, de narrador, de poeta, de autor
dramático, ha sido siempre cultivador de la tradición castiza de
nuestra lengua, y no ha transigido ni aun con la singular costumbre,
que creo que se debe a D. Andrés Bello, de usar la i latina como
conjunción en los casos en que todos usamos la _y_ griega o _ye_.
Va bien, pues, Del Solar, entre los que tienen por especial misión
limpiar, fijar y dar esplendor al idioma castellano.

Una de las particularidades que distinguen a Alberto del Solar es su
americanismo, demostrado desde antaño. Desde sus recuerdos sobre la
guerra del Pacífico, en la cual, siendo muy joven, tomó parte por mar
y por tierra, hasta sus últimos trabajos, casi todos, todos puede
decirse, se refieren a nuestra América, y principalmente a Chile, su
patria, o a la República Argentina, patria de sus hijos.

En esos recuerdos a que me he referido brilla un vibrante amor de la
tierra natal, y de sus glorias, y se habla con palabras de verdad y de
entusiasmo--«yo vi, yo estaba allí»--del heroísmo del soldado chileno,
de su terribleza y de su resistencia. Y no hay, desde luego, ninguna
manifestación de odio o rencor al enemigo. En la novela _Huincahual_,
que pasa en tiempos del antiguo Arauco, y que habría regocijado a
Marmontel y logrado la aprobación de Chateaubriand, se trata de luchas
y amores entre personajes de las razas contrarias: la conquistadora
y la autóctona. La narración es clara, sencilla, con justa y precisa
erudición, como que se apoyaba el autor en documentos del eminente
americanista Medina, y de un interés sostenido y atrayente. «Me ha
gustado e interesado tanto, que pienso hablar de ella cuando hable de
otras novelas hispanoamericanas», escribía D. Juan Valera.

En _Rastaquouere_, otra novela, trabaja Del Solar en materia
contemporánea y graciosísima; está muy galanamente escrita, y contiene
muchas y muy saludables enseñanzas.

La novela _Contra la marea_, entusiasmó a poetas como Rafael Obligado,
cuando fué leída en reuniones literarias en casa de ese noble e ilustre
amigo; yo asistí a algunas durante mi permanencia en Buenos Aires. Es
también labor americana, de ambiente argentino, y en ella, como en
_El Faro_, otra novela escrita sin que conociese el autor _La Tour
d'Amour_, de Rachilde, aparece uno de los elementos que ejercen mayor
atracción en la facultad imaginativa y creadora de Alberto del Solar:
el mar.

En las concertadas líneas de esta «cabeza» no podría ni someramente
juzgar ni presentar toda la obra ya numerosa de mi eminente amigo.
Alguna vez--hace ya años--expresé mis elogiosos pensares en el prólogo
de uno de sus libros. Hoy podría agregar que ha contribuído a la
formación del teatro nacional argentino, con la presentación de más
de una obra celebrada a pesar de lo dificultoso de la empresa. De su
comedia _El doctor Morris_, que creo se ha representado también en
inglés, decía el poeta Díaz Romero: «Es una de las obras de teatro
más seductoras que se hayan representado en este país». Y de _El
Faro_, _Chacabuco_ y otros trabajos se han hecho los juicios más
satisfactorios.

Mucho habría que decir del crítico, del conferencista, de algún
excelente ensayo de historia; mas ello no cabría sino en líneas
mayores. Debo, sin embargo, hablar del poeta. Y aquí volveré a recordar
cómo aviva su fantasía, y le mueve a expresarse métrica, sonoramente la
vasta influencia oceánica, advertida desde su infancia en la pintoresca
y encantadora Valparaíso. Cuando aparecieron en _La Nación_, de Buenos
Aires, versos de Del Solar, el hecho causó asombro. Sus colegas de
la prosa se asombraron: ante los mundanos y ante los de los millones
perdió méritos; los poetas, celosos de su ciudad sagrada, le exigieron
el _schiboleth_. Con todos ellos supo entenderse; y al publicar
recientemente su poema _El Diamante azul_, en que siempre aparece la
prodigiosa Thalassa, se ha visto que se trata de un verdadero lírico,
conocedor de nuestro parnaso y de los grandes poetas ingleses, y cuya
factura de corte clásico no le impide vuelos muy modernos, pegaso y
aeroplano. Páginas entusiásticas se han escrito sobre ese hermoso
poema--entre ellas una notable de Luis Berisso--, y en ellas se alaba
el dominio de la expresión y la fuerza imaginativa. Yo he leído con
detención esos resonantes y ágiles versos que expresan un significativo
«mito» y que juntan la gracia de las ficciones y metamorfosis antiguas
a un tema que no puede ser más real, en las férreas y mecánicas
tragedias de nuestros días: el naufragio del _Titanic_. Una leyenda
comentada por los diarios a raíz de la pérdida de aquel colosal barco,
dió motivo a que Del Solar escribiese su conmovedora y musical obra, y
el poema surgió, digno del poeta y de la poesía.

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JACINTO OCTAVIO PICON


La reciente elección de la Real Academia Española ha sido, con
justicia, muy bien recibida en los círculos intelectuales. El elemento
antineo se ha sentido con gran regocijo; pues hubo lucha en el reino
gramatical, y, sin la oportuna llegada de votos importantes como
Galdós y Sellés, es casi seguro que hubiera triunfado el candidato
conservador, el eminente anónimo D. Angel María Decarrete. Picón es un
espíritu simpáticamente vivaz, uno de los mejores escritores de su país
y un _gentleman_ cuya corrección se viste de amabilidad: hice, pues, mi
visita a Picón.

Yo no le conocía personalmente; no obstante, un académico siempre
tiene ante nuestra imaginación cierta gravedad doctoral: así, mi
sorpresa, al ser presentado, no pudo disimularse: nada de lo imaginado,
¡ni siquiera anteojos! En su _garçonniére_, donde preside el más
discreto y elegante gusto en el arreglo y decoración, vive entre libros
y obras de arte: viudo que parece más joven que sus hijos ya hombres.
Hidalgo antiguo con el aspecto de un clubman moderno: dedicado a sus
libros viejos para saber y decir cosas nuevas. Al mirar, los ojos finos
parecen que registran las intenciones; el ademán es franco y noble,
el apretón de manos da la sensación de la sinceridad. Es afectuoso y
varonil, sin melosidades falsas ni chinerías de fórmulas. A poco, ya
estamos viendo una nueva edición del _Quijote_ hecha en Inglaterra; y
con tal causa admiro su conversación erudita, su pericia de bibliófilo
y su seguridad crítica. Me muestra buena parte de sus libros raros, de
sus ejemplares preciosos, con orgullo de buen artesano que supiera la
calidad de sus útiles, con el aire de un maestro de armas que enseñase
sus mejores espadas y floretes. Ya es un curiosísimo libro de refranes,
ya un Quevedo que tuvo entre sus manos la censura de la Inquisición,
con versos y estrofas tachados, que en las ediciones posteriores,
o están reemplazados por puntos suspensivos, o suprimidos; o ya por
mostrar lo que es el lujo aristocrático de la tipografía española,
volúmenes de Monfort, de la imprenta real, o de Sancha.

--«¿Un cigarrillo?»

Tengo que confesar, con verdadero encogimiento, que me es extraño el

    Agréable tabac, charmant amusement
    Qui d'un langage muet entretient en fumant,

como dice el ramplón rimador del _Portrait Universel_; y como se
sorprendiese--¡Un americano que no fuma!--sostengo el honor de nuestro
continente citando a nuestros más ilustres fumadores, comenzando con el
general Mitre.

Le pregunto algo sobre la recepción en la Academia y cuándo se
verificaría.--«Vea usted--me dice--, ha sido costumbre generalmente
adoptada en este Instituto, que los académicos elegidos dejen pasar
tres, cuatro, cinco y hasta nueve años para ingresar en sesión pública
y pronunciar el discurso de reglamento. Yo pienso hacerlo probablemente
a principios de año, quizá en el próximo marzo. Y me salgo de la regla
por varias razones, y no es la menor el que sea D. Juan Valera quien
tenga que contestarme. Nuestro D. Juan está, aunque todavía fuerte, en
una edad muy avanzada, ciego: y una enfermedad a sus años, por leve
que fuera, le impediría ocupar su puesto en mi recepción. Confieso
que prefiero salirme de la costumbre académica a privarme de la honra
y el placer de que sea Valera quien me reciba al ocupar mi sillón.
Además... (y aquí no sé si sea indiscreto como amigo, aunque lleno
mi labor de periodista, al reproducir las palabras del Sr. Picón),
además, los neos se han portado muy mal conmigo en esta emergencia. Los
académicos que me apoyaban, habían anteriormente ayudado a la elección
de un candidato conservador, con la condición de que mi candidatura no
encontraría obstáculo de parte de aquéllos. Pues bien, ahora, si he
podido vencer, ha sido con la oposición de ellos, y gracias a que dos
votos que faltaban llegaron a tiempo, haciendo viaje exprofeso Galdós
de Santander y Sellés de Portugal, en donde a la sazón se encontraban.
Quiero, pues, entrar pronto y ocupar el puesto que me corresponde
entre los de filiación; contribuir a evitar algunas cosas y a realizar
otras...»

Yo miraba a aquel hombre nervioso, vibrante de intelectualidad, en lo
más firme de sus años, extranjero entre calvas y «pelucas», y recordaba
sus páginas valientes de arte y de idea; sus varios pinchazos a la
misma Academia, como aquella graciosa nota de un capítulo de _Dulce
y sabrosa_: «El autor había escrito _manguitos_. La Academia dice
_mangotes_. ¡Paciencia!»; su libertad de juicio, su continuo volar
hacia adelante sin perder por esto sus adoraciones antiguas y cultos
clásicos; sus declaraciones de partidario del progreso moderno y hasta
sus audacias de socialista; y frases como aquella que en un prólogo
suyo le declara «soldado raso, contra todas las ideas casi vencidas de
lo pasado y a favor de las esperanzas de lo porvenir, no triunfantes
todavía». No llega, pues, con las simpatías de los inmortales
ortodoxos. Mas puede decir al entrar las palabras de Warburton a lord
Sandwich: _Orthodoxy my Lord, is my doxy_.

--Lo que será reñido--le dije--, es la elección de presidente, que debe
estar próxima, pues el conde de Cheste enfermo, y cerca de los cien
años, deberá tener pronto reemplazante.

--Sí. Los neos querrán imponer a su candidato y nosotros haremos lo
posible por impedirlo.

--Pero usted atacaría a Menéndez y Pelayo--le pregunté, pensando en el
más meritorio del grupo conservador.

--No se trata de Menéndez y Pelayo. Marcelino, que, con su alto pensar
y su inmenso saber, no se ha sujetado al cenáculo intransigente, ni
se ha prestado a ciertas combinaciones, es ahora poco simpático a
una parte de los académicos de su partido. Así es que, al llegar el
momento de elegir sucesor al conde de Cheste, como habría disidencia al
tratarse de Menéndez y Pelayo, todos por unanimidad votarán a Pidal.

--Debe estar usted muy satisfecho de ir a ocupar el sillón de Castelar.

--Ciertamente, y en esto saldré también de los usos de la Academia:
en que no haré el exordio acostumbrado sino que, como «Castelar» es
el tema de mi discurso, entraré llanamente a hablar de Castelar y su
obra, tal como yo pienso del asunto. Para eso estoy leyendo todo lo que
sobre Castelar se ha escrito. Fuí muy amigo suyo. Ha sido el último de
nuestros grandes estadistas. Hombres, así, soñadores o no, nos hacen
falta...

Aquí la conversación entró en otro terreno. Dos diamantes de energía
pasaron por los ojos penetrantes. Era el hombre amante de su pobre
patria venida a menos; el conocedor de las desgracias actuales y de sus
causas.

--Ha venido usted a vernos en momentos terribles para España. Ha caído
nuestra amada y grande España muy abajo; y lo peor es la espantosa
enfermedad nueva aquí, que ha atacado a esta tierra: la conformidad,
la indiferencia con el desastre, el encogimiento de hombros ante la
ruina. Crea usted: aquí no nos hacen falta inteligencias, no estamos
necesitados de talentos que se encuentran a cada paso: lo que no
tenemos son voluntades, la abulia es la adolencia actual nuestra.

La antigua alma española ha sufrido como una transformación.
Antes se habría puesto el pecho al frente, se habría luchado por
la reconstrucción del perdido poderío; se habrían multiplicado
los esfuerzos. Hoy, apenas se oye el levantamiento de iniciativas
individuales. Y el primero en impedirlas es el Gobierno. Por un lado
apatía, por otro políticas dañosas y descuido de los verdaderos
intereses del pueblo español; saque usted la consecuencia.

Y nuestro eterno enemigo: ¡el expediente! El papelerio cierra el paso
a toda obra, desde la más elevada hasta la más modesta. ¿Cómo va a
prosperar España si lo primero que hay que pasar, para la menor cosa
que implique un adelanto, es una montaña de expedientes y ríos de tinta
oficinesca? Voy a contar a usted un caso:

En cierta provincia hubo un individuo que quiso dotar al pueblo de su
residencia con una cañería. Creyó que para hacer aquel bien municipal
le bastaría con su dinero y con su buena voluntad, y encargó los tubos
y materiales necesarios para llevar a cabo la obra. Pero sucede que,
junto al pueblo de que hablo hay una carretera, y precisamente bajo esa
carretera debía pasar la cañería que conduciría el agua a la población.
Comenzaron los trabajos, pero como había que remover el terreno de
la carretera, la Autoridad manifestó al vecino generoso que tenía
que pedir el permiso necesario para continuar la obra. Se dirigió al
Ministro y en el Ministerio se tardaron largos días para, por último,
ponerle «pase a la Junta consultiva»: la tal Junta consultiva envió
a su vez, después de un tiempo enorme gastado, el expediente a otra
Comisión, creo que de ingenieros oficiales. Allí la cosa tardó no sé
cuántos meses, para pasar después a la Junta y al Ministerio, y ¡no sé
a dónde más! Resumen: mientras los papeles iban de Herodes a Pilatos,
los materiales de la cañería se arruinaron; el pueblo no tuvo agua, el
vecino gastó su dinero y su paciencia; ¡pero triunfó el papel sellado!

Toqué el punto de la intelectualidad, del trabajo mental, de la
producción literaria. No se manifestó Picón muy optimista. Desde
luego, al hablar de la crítica expresó más o menos--con gran placer
de mi parte--, ideas, opiniones y observaciones iguales o semejantes
a las que os he comunicado ya. Pero, llamáronme bastante la atención
revelaciones como ésta: que aquí no puede haber crítica imparcial, o
con simples preocupaciones de arte, por razones de pura consideración
personal y a veces hasta de caridad... Un autor publica un libro,
cuando no es un escritor rico, para tener que echar algo al flaco
puchero de su casa. Ese autor tiene familia, mujer, hijos; conoce a
todo el mundo y todo el mundo le conoce, pues en el de las letras se
vive en Madrid como en familia, y el crítico que «pega un palo», como
dicen aquí, al libro de aquel autor, sabe que contribuirá al hambre de
muchos inocentes. (Desde luego, yo tenía deseos de observarle a este
propósito que en la campaña argentina se necesitan brazos y se hacen
fortunas.)

Lo propio que con los autores acontece con los cómicos. Una infeliz
tiple que sostiene con sus sacrificios artísticos a su familia, tiene
de su parte el buen corazón de la crítica, que no querrá evitarla los
garbanzos. Luego, críticos y autores se ven a cada paso y son más
o menos amigos. «Si _Clarín_ residiera en la Corte y no en Oviedo,
le aseguro que no escribiría con la independencia relativa con que
escribe.»

Y esto traía a mi recuerdo el aspecto de la mayor parte de los
«luchadores por la vida» o _struggleforlifers_ de la pluma que circulan
por Madrid en situaciones lamentables. La perpetua preocupación del
«sablista» en los artículos satíricos y caricaturas, las levitas
melancólicas, los sombreros imposibles, la indumentaria toda
amargamente reveladora en el gremio. ¡Ah! los felices que logran seis
duros en un periódico por un artículo. ¡Ah! los que hablan de cosas
fabulosas, entre envidiosos y asombrados: «¿Sabe usted cuánto le pagan
a Valera por artículo? ¡treinta duros!» «¿Sabe usted cuánto gana Cávia
al mes? ¡Una barbaridad!» ¿Y el joven que mira la suerte del autor de
teatro que logra triunfar, lo cual constituye ciertamente una verdadera
ganga, y se lanza a buscar su Eldorado de las tablas con una pieza que
no le han de representar nunca? ¿Y el soñador infeliz que tiene que
contentarse--¡y gracias!--con dejarse de literaturas y reportear largo
y tendido por doce o quince duros mensuales?

Tal pensaba al despedirme del nuevo académico, al salir de su
encantadora casita de rico, donde se da los lujos que le vienen en
antojo y compra estampas raras y ediciones _princeps_.

Su obra es ya considerable, desde sus _Apuntes para la historia de la
caricatura_, hasta su valioso volumen sobre Velázquez recién publicado,
en la crítica de arte, y desde _Lázaro_ hasta sus _Novelitas_. Pero
para mí, y para todo el que tenga el gusto de lo humano y de lo
pulcro, aparece como el más preciado fruto de su árbol literario esa
_Dulce y sabrosa_, manzana de Garcilaso, novela de maestro, figuración
llena de vida y hechizo. Libro es ese en que se nos presenta el deseo
incontenido de lo lejano, de lo que no poseemos, de lo difícil, antes
que el deseo de lo imposible, tan íntimo en los artistas. _Dulce
y sabrosa_ es la mujer amada, lograda y dejada; pero que luego en
poder ajeno despierta una nueva ansia de posesión y arrastra hasta la
locura por conseguirla. Todos hemos tenido nuestra Cristeta; todos
en lo hondo de nuestro pecho somos un poco Todellas. Y esa fabulación
sencilla y vestida de una realidad que admite una confrontación
inmediata, deja al gustarlo una grata sensación de descanso. Jamás un
final semejante ha establecido más bellamente la libertad del amor como
cuando acaba «esta entre verídica e imaginada historia, con el raro
ejemplo de una mujer que todo lo pospone al deseo de ser amada». En
lo que respecta al estilo, Picón es castizo hasta la medula, pero con
una cultura moderna como la suya, junta a los donaires y elegancias
de sus viejos autores la manera de describir, por ejemplo, y de
sentir ciertas cosas, que poseen los maestros contemporáneos de las
literaturas extranjeras. Lo que constituye una característica suya,
su especialidad, es el modo cómo penetra el arte y cómo agrega, con
elementos plásticos, a la arquitectura de su obra, singulares bizarrías
y gracias. Tanto más que, por haber leído seguramente mucho a los
místicos españoles, hay en el alma de su discurso, casi a cada paso,
un ímpetu espiritual, un deseo de vuelo, un querer y un aspirar a la
altura, que en pocos escritores contemporáneos se pueden hallar en
España. No es un incrédulo este liberal. Cree, ¡al contrario!, en la
eterna Divinidad, esto es, en la eterna justicia, en la eterna bondad
y en la eterna belleza. Por eso se deleita en la construcción de sus
ensueños de regeneración social, quiere a los infelices de abajo, y
canta los besos y celebra las «batallas de amor en campo de pluma» con
las mujeres hermosas.

[Ilustración]



[Ilustración]



FRAY CRESCENTE ERRAZURIS


Esta cabeza religiosa está llena de cordura, de ciencia, de erudición y
de sutileza. Es una de las más fuertes de Chile. Si estáis ante él, sus
miradas agudas penetrarán hasta lo mas hondo de vuestras intenciones.
Si os enseña, tendréis que aprender mucho en saberes humanos y divinos.
Si queréis ser su contrincante, tendréis que prepararos a la derrota.
No solamente se ha ejercitado en disciplinas teológicas y de religión,
conforme con su vocación y estado, sino que se ha nutrido de letras
profanas, de acuerdo con San Buenaventura o San Gregorio Nacianceno,
San Juan Damasceno u Orígenes. Podría, como Sedulio, ser llamado _vir
scholasticissimus_.

Cuenta ya largos años de vida, y ha dado a su patria vigorosos
productos de su entendimiento, y habiéndola servido en el siglo,
continúa en el claustro dándole lustre y sana gloria.

Se dedicó a los estudios históricos, y ello me hace recordar el párrafo
en que Cicerón habla de que: «uno de los principales deberes de los
Pontífices máximos de la antigua Roma, era el escribir lo que se
llamaba «grandes anales», y ponerlos de manifiesto en su casa, para que
todo el mundo tuviese la libertad de tomar lo que quisiera de aquel
tesoro de la república».

La Memoria sobre _Seis años de la historia de Chile_, dió al P.
Errazuris fama de concienzudo narrador y escritor gallardo. El Sr.
Huneeus Gana dice de esta obra, en su libro sobre la producción
intelectual de Chile, que es «por su extensión, y también por su
prolijidad, uno de los libros de mayor erudición histórica que
conocemos, sobre sucesos parciales y épocas determinadas. Abraza la
narración fidedigna y comprobada, escrupulosa y completa, de los días
mas aciagos y sangrientos de toda la Era colonial (23 de diciembre de
1598 a 9 de abril de 1605), es decir, desde la muerte del lamentado
gobernador D. Martín García Oñez de Loyola, hasta la segunda llegada
del gobernador D. Alonso García Ramón». Y agrega con justificado
entusiasmo el Sr. Huneeus: «Esta narración, que atraviesa el campo
áspero y luctuoso de una de las epopeyas más sangrientas y heroicas
de la Humanidad, que refiere minuciosamente las jornadas homéricas y
casi increíbles de Curalaba y Cadeguala, y que narra con serenidad la
espantable destrucción de Villarrica, y las sublimes heroicidades que
allí desplegaron vencidos y vencedores; este libro, que resume, en
fin, el período álgido y crítico de la guerra inmortal entre españoles
y araucanos, y que parece más la obra de un valiente soldado escritor
que la de un fraile literato, debe considerarse, en justicia, como la
obra histórica de más empuje y de más vigorosa unidad que se ha escrito
sobre período alguno de nuestra vida colonial». Tales palabras se
justifican con el conocimiento de la labor fuerte, elegante y minuciosa
de ese estudioso admirable, a quien la soledad y el retiro dará mayor
concentración para sus actividades mentales. Ya sus _Orígenes de la
iglesia Chilena_, que le dan el puesto de un Baronio hispanoamericano,
afianzaron su autoridad y su prestigio. Fr. Crescente será más tarde
un clásico, por su estilo lleno de pulcritud y elegancia, y porque
todo en su obra es ordenado. El ha seguido bien la palabra de San
Agustín: _Illud a me accipiatis volo. Si quis temere de sine ordine
disciplinarum inrerum cognitionem audet irruere, pro studioso illum
curiosum pro docto credulum, pro cauto incredulum fieri._

En la Historia del pensamiento en Chile siempre surge alguna figura
sacerdotal. Desde el ocurrente P. López, el P. Escudero, Fr. Manuel
Oteira, cada cual con sus méritos y sus defectos de época y de
temperamento, el historiador P. Ovalle, el jesuíta P. Diego de Rosales,
Fr. Juan de Jesús María, el P. Suárez de Vidaurre, y los jesuítas
Pastor, Olivares, Bel, Ceballos, Ferrufino, Caldera, Rivadeneira,
Sobriño, el P. Miguel de Olivares, S. J. historiador, el famoso abate
Molina, que escribió en italiano, el obispo Lizarraga, los frailes Oré,
también obispos, como Fr. R. Jacinto Jorquera y Fr. G. de Villarroel,
el P. P. de Torres, Fr. Alonso Briceño, y otros cuantos notables, como
el P. Lacunza, Fr. Antonio Aguilar, el P. Parra y Fr. J. Ramírez,
citados por Huneeus, hasta el gran Fr. Camilo Henriquez, Fr. Melchor
Martínez, hasta los Eizaguirre, Valdivieso, Salas, Orrego, Casanova,
Fernández Concha, Donoso, Jara el crisóstomo, Taforó y otros más, la
Iglesia chilena ha tenido activa y aquilatada representación en la
intelectualidad del país. Y entre todos resalta con aspecto singular y
señalado Fr. Crescente Errazuris, con sus ancestrales cualidades vascas
y sus particularidades del carácter nacional, que hacen de él «un
hombre», incrustado en un ministro del catolicismo.

Y Chile, su patria le respeta y le admira.

[Ilustración]



[Ilustración]



EUGENIO GARZON


Caballeros, he aquí un caballero. Caballero probado en los combates de
su tierra uruguaya, caballero de la pluma, caballero de los salones; y
con todo eso: _quel charmant Garzón!_

Su padre fué un bravo, aquel general Garzón de las guerras patrióticas,
que en la historia del Uruguay es figura épica, y que ha pintado
tan bellamente la palabra del crisóstomo Zorrilla de San Martín.
El Sr. D. Eugenio Garzón nació para hermosas empresas, que ha
llevado a término con su carácter reflexivo y firme, y su talento
de diplomático prodigioso. Este último adjetivo no es mío, es de
ese famoso director de diario--¡saludad!--que se llama M. Gaston
Calmette... «Notre collaborateur mérite tous nos remerciements et tous
vos applaudissements. Son oeuvre patriotique est splendide, presque
feerique: il a rapproche deux continents! Il a uni les republiques
sud-americaines à la republique française, avec une même capitale:
Paris. Dont vous avez fait votre ville d'adoption, en même temps que
vous faisiez du _Figaro_ votre journal de predilection... Je vous
dedande de feter ce diplomate prodigieux...»

Diplomático prodigioso. Él ha contado su aventura figaresca en frases
de sabroso humor, en que vemos cómo su paciencia tesonera logra el
triunfo. ¡Y qué triunfo! El ilustre ministro de la República Argentina,
Sr. Rodríguez Larreta, ha dicho de la obra de Eugenio Garzón en el
_Figaro_, por cierto en un francés amable que intentaré traducir...
«es una obra de arte y una obra maestra de tacto, de noble sagacidad y
de previsión. No os extrañéis si ella produce en ciertos espíritus la
ilusión engañadora de la facilidad, como tantas otras obras maestras».

Una vez lograda la toma de la fortaleza de Villemessant, de Magnard, de
Calmatte, he allí a quien yo llamara en otra ocasión el gaucho-dandy,
en la prosecución de su proficua labor. Y ella es en su apariencia,
sencilla, y en sus resultados, formidable. Son unos pequeños
telegramas, llenos de cifras; unos pequeños telegramas que dicen al
mundo de los negocios y de las grandes empresas económicas, el estado
de progreso, de vitalidad, de las repúblicas hispanoamericanas,
especialmente de aquellas que han logrado grandeza y prestigio por
el desarrollo de su trabajo y de su riqueza. Y esos telegramitas se
ven en los mercados de Europa con un admirable termómetro financiero.
De cuando en cuando, un personaje de nuestros países llega a París,
y Eugenio Garzón conversa con él, y expone en el _Figaro_ miras y
proyectos patrióticos. Y hay en el expositor una serena ecuanimidad,
prudencia, mesura, tacto, claridad y habilidad. Luego Eugenio
Garzón es un solicitado elemento en la vida social de las colonias
hispanoamericanas. Sabidos son su don de gentes, su dandismo discreto,
sus facultades singulares de _causeur_ y la multiplicidad de sus
vinculaciones amistosas, pues quien le trata una vez queda sujeto al
_charme_ de ese gentil filósofo de «monocle» que nos favorece con el
bienhechor contagio de su optimismo.

¿Y el escritor? Probado ha sido en el Río de la Plata en los
entreveros de la polémica política, en las bregas del diarismo. Mas
siempre ha cultivado con esmero su jardín literario, y un libro
ruidoso, sobre el archiduque enigmático Jean Orth, le dió no hace
mucho tiempo renombre europeo, o, mejor dicho, universal. Tiene por
publicar _La entraña del boulevard_, libro parisiense escrito por un
psicólogo y un estilista que no ha perdido la savia criolla, a pesar
de sus asimilaciones de París. _Mundial_ publica un capítulo de esa
obra, y allí se podrán apreciar las condiciones de nervio y brillo
que caracterizan las prosas producidas por esa «cabeza». Su figura
es de aquellas que llaman la atención al presentarse, y nada podría
yo decir mejor de lo que contiene este párrafo del Sr. Larreta: «Su
persona evoca para mí todo lo que en la vieja España servía para
distinguir desde lejos la sangre noble y el honor. Creo ver a veces en
sus espaldas el negro manto de velludo, con la cruz de Santiago o de
Calatrava bordada sobre el lado izquierdo en seda roja. Cuando anda,
pienso en el rumor de las espuelas de oro de los antiguos caballeros de
Castilla; y si lleva ahora «monocle» es, sin duda, porque ese trozo de
cristal hace levantar la cabeza con el mismo gesto altivo e imponente
que suscitaba en el rostro la pluma caprichosa que rodeaba el sombrero
y caía hacia atrás». Ello vale por la figura de un soneto de Heredia; y
Eugenio Garzón es merecedor de tal homenaje.

Célibe--¡Garzón para su _garçonniere_!--es admirador de las damas
hermosas, gusta de las obras de arte, de las grandes empresas, de los
altos ideales, de la elegancia, de la cordura, de la distinción. Es
sobrio y abstemio. Y realiza este prodigio: tener sus mejores amigos
entre políticos, banqueros y poetas.

[Ilustración]



[Ilustración: POLÍTICOS]



[Ilustración]



S. M. EL REY DON ALFONSO XIII


Al entrar en el salón de recepciones--se lo explicará el lector
fácilmente--el poeta prevaleció sobre el ministro. Aquella pompa,
aquella ceremonia, aquel joven descendiente de los más gloriosos reyes,
fueron, por unos instantes, la Historia. Como es costumbre en la corte
de España--costumbre que, a pesar de todo, han infringido algunos
talentosos y verbosos hispanoamericanos--, no pronuncian discurso
ante el Rey sino los embajadores. Yo dije dos palabras para entregar
mis credenciales, y luego, pronto estuvo Don Alfonso en conversación
conmigo. ¿Podría juzgarlo por esa vez? Desde luego que no. Todos
sabemos las preparaciones del Protocolo. Pero, en otras ocasiones, sea
que hablase conmigo, sea que se dirigiese a otros diplomáticos al
lado mío, pude darme cuenta de la seguridad y cordura con que trata
cualquier asunto que inicia. El retrato que en pocas palabras ha
hecho de él un observador como el famoso M. Paoli, es de una absoluta
exactitud: «Sa haute et fine silhouette s'accusait avec une élégante
aisance dans un complet gris clair; un large sourire éclairait son
visage fortement hâle, son visage imberbe d'adolescent qu'ornaid un
grand nez à la barbe courbe bourbonienne, cumpé en bec d'aigle entre
deux yeux très noirs, pleins de flamme et de malice». Y luego la
impresión oficial: «Quelle ne fut pas ma surprise, ensuite, lorsque,
à Orléans, où l'on avait fixé la première étape officielle, je le vis
apparaître, cette fois, en gran uniforme de capitaine général, la
physionomie empreinte d'une singulière noblesse, la démarche altière,
imposant à toux le respect, par l'impressionnante dignité qui se
dégageait de sa personne, ayant le mot juste pour chacun, souceux des
moindres nuances de l'étiquette, évoluant, causant, souriant au milieu
des uniformes chamarrés, avec une aisance souveraine, montrant du
premier coup qu'il connaissait mieux que quiconque son métier de roi».
Su oficio de rey. Arduo oficio en los días actuales. Porque la mayoría
de las gentes no ven sino la parte dorada y legendaria de esas vidas
principales. No saben los cuidados y las inquietudes de hombres que hay
en esos personajes simbólicos que encarnan a los pueblos. Por eso es
absurda, sobre todo, la ciega preocupación anarquista.

Generalmente se quiere ver en el Rey de España un rey _sportmant_ por
su conocida afición a los ejercicios físicos. Ya he dicho en otra
ocasión a ese respecto lo siguiente:

La educación del Rey fué como correspondía. Se procuró, sin fatigar su
espíritu, darle una cultura apropiada, y teniendo muy en cuenta la poca
fortaleza de sus primeros años, se tendió a su mejoramiento progresivo
físico, al cultivo prudente y eficaz del _corpore sano_. De ahí que
desde niño se haya aficionado a toda clase de deportes, sin menoscabo
de sus condiciones intelectuales y sin descuido de una instrucción
tan metódica como variada. Los principales principios científicos
y literarios, la historia y las disciplinas militares le fueron
inculcados. Inútil decir que la religión tuvo la mejor parte, en quien
debía ostentar el hispánico y consagrado título de S. M. Católica, y en
quien tuvo por padrino al Pontífice León XIII. Una vez en el caso de
tomar esposa, eligió a la bella princesa protestante que, convertida
al Catolicismo, trajo sus prestigios y encantos al Palacio de Madrid.
Entre la reina Cristina, maternalmente amorosa, austera y tradicional,
y la reina Victoria, primaveral, reina de cuento azul, se alza la
figura del rey joven, mirando hacia el porvenir en los comienzos del
siglo XX. Es un rey caballero. Es un rey _gentleman_. No es un rey
fanático, ni un rey del pasado. Es de su instante histórico, sin perder
natural y felizmente el antiguo e invariable concepto de la jerarquía,
base de todo Gobierno monárquico. Ama el aire libre, la agilidad, el
vigor. Dichosamente libre de la oratoria, en otros soberanos tan puesta
de manifiesto, sabe hablar cuando la ocasión llega, y sabe conversar.
Posee algo que atrae a las muchedumbres: la simpatía, y algo que seduce
al mundo: el valor. Es uno más de la serie de los ilustres Alfonsos de
España.

Para el soberano de España no haré nunca mejor que repetir la
enumeración de un mi pasado capítulo de mi _España contemporánea_,
sobre los ilustres Alfonsos españoles:

«El I, férrea flor de Covadonga, todavía con la pura savia goda,
fuerte como un roble de sus bosques, lancero formidable de Cristo,
terror de la morería, y en el corazón primitivo un diamante de nobleza;
el II, casi iluminado, favorecido con manifestaciones extranaturales,
hombre de lecturas y meditaciones, Alfonso _el Casto_; el III, _el
Magno_, bizarro y aguerrido desde lo fresco de la juventud, terror
del mogrebita, varón de tanta fe como valor; el IV, quien como más
tarde el César Carlos V buscaría en un monasterio la tranquilidad
espiritual; el V, el de los buenos fueros, legislador y espíritu de
Consejo, también luchador feliz con los infieles y sostenedor de la
fe; el VI, que aparece soberanamente a su lado la figura del mío Cid
el rey de la conquista de Toledo, y que tuvo la previsión de ver hacia
abajo y favorecer al pueblo con leyes bondadosas y fueros justos; el
VII, Alfonso _el Emperador_; el VIII, que perpetuó el nombre suyo en
las Navas de Tolosa; siendo después, al propio tiempo que caballero de
combate, amante de la Sabiduría el IX; el X, formidable figura, cerebro
y brazo, el rey de las Partidas, alquimista y poeta, astrónomo y
filósofo, cuya palabra aun se escucha y se escuchará en los siglos, ya
comience: «Ficieron los omes...», o inicie los balbuceos encantadores
de sus toscas estrofas; el XI, que juntó la habilidad política al
vigor militar, monarca de largas vistas y uno de los más amantes de
sus súbditos; «y a quien verá muy cerca--agregaba--animado por la
palabra maternal, por el inmediato eco de su vida; será su padre. Será
para él el rey modelo y honrará la memoria de _el Pacificador_. A él
le ha tocado un tiempo de decadencia de todo ideal, de despertamiento
de odios, de exacerbamiento de pasiones y violencias sociales, de
locuras colectivas que se traducen en furiosos ímpetus aislados;
de ansia de goces, agonía de esperanzas y luchas terribles por la
consecución del dinero. El Dinero, el Dios de la época. El bíblico
Becerro del Sinaí, multiplicado en los toros auricoronados que se
apacientan en el Far West y en las Pampas, y que se propagan por toda
la redondez de la Tierra entre una creciente desbandada de águilas y
cisnes». Acontecimientos posteriores han puesto a la vista del mundo,
en muy hermosa luz, la figura de ese excelente príncipe, que ha podido
dignamente encarnar la España moderna, conservando las dos virtudes
tradicionales de su país: inteligencia y valor. Recordé al comenzar
este artículo a M. Paoli, el veterano conductor de reyes. Concluiré
con una frase suya referente a Don Alfonso XIII; _C'est un charmeur_.
¿Y cómo podría ser de otro modo puesto que es hijo de aquel rey querido
del pueblo que se llamó Don Alfonso XII y de Doña María Cristina, que
junta a la amabilidad personal más exquisita, la dignidad de las más
rígidas aristocracias?

[Ilustración]



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EL GENERAL D. RAFAEL REYES


La política suele velar con nubes engañosas las proporciones de las
altas figuras. No sean esos vapores transitorios un obstáculo para el
buscador y ensalzador de las bellas verdades.

He conocido a un ex presidente de Colombia, que ha demostrado, antes
de ocupar el más elevado puesto de su patria, como en la tradicional
tierra de los talentos literarios la acción es también demostrativa de
la fuerza vital de tan glorioso país. Reino de sueños, pero asimismo,
con sus héroes y trabajadores, república de energías. Hubiera habido
paz desde luengos años, y ya vería allí el mundo otro emporio de labor
y riqueza hispanoamericano.

Al tratar al general D. Rafael Reyes uno encuentra, desde luego,
esa cultura colombiana, distintiva y propia, que hiciera antaño de
Bogotá la primada de las letras de América, algo como el _Alma mater_
continental. Se sabe que se habla con un militar, con un explorador,
con un varón de hechos, y sin embargo, surge el hombre diserto, el
conversador sagaz, el estudioso y el cultivado; y si se han leído las
narraciones de ese bravo _pioneer_, que supo de bregas y de penas en
el corazón de ásperas selvas, hay que saludar a un descendiente de
aquellos conquistadores, hierro y fe, que asombran a la Historia.
Hablando de tales hazañas del general Reyes, ha escrito estas palabras
Santiago Pérez Triana: «...recorrió en su juventud aquellas inmensas
selvas (las marañas amazónicas) realizando en ellas, en compañía de sus
hermanos D. Néstor y D. Enrique, labores de explorador dignas de los
más heroicos esfuerzos en ese fecundo campo de la actividad humana,
de cuantos registra la historia americana desde las atrevidas y cuasi
temerarias empresas de los conquistadores hasta nuestros días. Cuando
se escriba la historia, cualesquiera que sean los veredictos que ella
pronuncie sobre los hechos de su vida, respecto de los de cualquier
hombre, que en lo general poco pueden vaticinar los contemporáneos,
seguramente habrá una hermosa página en que se consignen los esfuerzos
hechos para llevar la civilización a aquellas regiones de la patria
colombiana, tan remotas de los centros habitados por el general Reyes
y por sus dos hermanos, esfuerzos consagrados, como si fuera por el
martirio, ya que dos de los exploradores pagaron con su propia vida su
atrevida incursión en la selva primitiva».

Pues la obra de este colombiano eminente es de aquellas que en
países europeos se vinculan a la propia grandeza de la Patria, y la
que ha hecho el renombre y el reconocimiento debido a los Brazza, a
los Shakleton, a los Marchand. Las Sociedades geográficas del mundo
han sabido apreciar la labor del general Reyes, y el nombre de este
prestigioso americano ha sido honrado con el elogio de los sabios
europeos.

Cuando, lejos de los combates de partido y las malezas políticas--más
llenas de azares y peligros que las de las florestas vírgenes--el
general Reyes ha venido al viejo continente, ha sido recibido en todas
partes con la imparcial justicia que es debida a sus merecimientos.
Y ha sido sobre todo en la Madre patria, en la tierra de las
hidalguías y de los nobles heroísmos, donde se le han hecho mayores
manifestaciones de cordialidad y de aprecio, como si se viese en
él, a quien, como he dicho antes, es un vástago de los audaces y
luchadores caballeros que hicieron en América poemas de vida y de
acción, cantos de gesta realizados. Nada tiene que ver el consenso
universal de intereses, de pasión, de disensiones de hermanos, en las
interioridades de un país, de un Gobierno o de un partido, cuando
la personalidad tiene sobre las circunstancias del momento altura y
brillo individuales, que aislan el mérito, poniéndole bien lejos de las
lluvias de dardos que casi siempre caen sobre la cabeza de los hombres
públicos, en nuestras arduas y crespas democracias.

La justicia se hace definitiva, con la sanción inapelable del tiempo,
y la Patria no ve sino los hechos meritorios que señalan en el
recuento a los hijos preclaros y beneméritos. Colombia, entre todos
nuestros países americanos, si ha sido caldeada por tantas hogueras de
guerra y agitada por tantos contrarios huracanes de odios fraternos,
de violencias luctuosas, ha sabido siempre tener el orgullo de sus
_élites_, de la progenie que ilustra sus historias y fastos. Y
tened por cierto, que en el futuro, cuando se hable de las energías
memorables que se han dirigido en pro del verdadero progreso y del
engrandecimiento de la patria colombiana, el nombre del general D.
Rafael Reyes quedará ante los ojos de las generaciones futuras, en su
definido, indestructible prestigio.

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CANOVAS DEL CASTILLO

Medalla ocasional.


Preciso es no haber conocido a Cánovas del Castillo para asombrarse del
incidente de corte que hoy preocupa a Madrid.

Cánovas es la energía, muy mucho, y un poco la violencia.

Populares son por la caricatura sus ojos, sus espejuelos, sus bigotes y
su imperante gesto.

Cuando Cánovas ocupa la presidencia del Consejo de Ministros, el gran
Palacio Real, rico y legendario, adquiere su verdadera alma; mientras
la honrada y buena reina extranjera recuerda, el pequeño rey juega, y
la infanta Isabel, distinguida _sportsman_, monta a caballo, inicia
fiestas o caza.

Cánovas es de la raza de aquellos fuertes ministros antiguos que eran
verdaderos tutores de los reyes. Y ese andaluz de Andalucía, ese
andaluz «andalucísimo», tiene un orgullo del peso de su talento.

Si no es cierta, es bien inventada la frase que se asegura dijo al
rey Alfonso XII, en ocasión en que este monarca, a quien él había
colocado en el Trono, le manifestó deseos de agraciarle con el título
de príncipe que ostentara antaño el memorable Godoy: «No se preocupe
Vuestra Majestad de eso. ¡Príncipes los hago yo!»

       *       *       *       *       *

No es el tiempo ya en que la pobre francesa Isabel pasaba por las
torturas de la más apretada e inflexible de las cortes, pero si
hay algún país del mundo en donde la etiqueta sea conservadora y
estricta, es en el país de Felipe II. Y Cánovas, gran cortesano y
gran conservador, tiene el don que hace la fuerza de los hombres: el
carácter.

En vida de Alfonso XII, Cánovas, en sus tiempos de gobierno, fué
siempre el absoluto imperante.

Asimismo profesaba al joven rey un afecto profundo y una lealtad
inquebrantable. A la muerte de Doña María de las Mercedes, y cuando
la reina Doña María Cristina llegó a ocupar su puesto en el trono
de España como nueva esposa de Alfonso, Cánovas fué grande amigo de
la Reina desde el primer momento. Y el anecdotario de esa época es
copioso. Y no es la nota menos saliente el excelente humor del hijo de
Isabel II, que gustaba de la broma, alegre y atrayente Borbón.

Cuéntanse en la corte muchas de esas anécdotas que no sabemos si
quedarán más tarde confirmadas por algún Saint-Simon de la época.

Entre ellas, esta: Cuando la reina Doña María Cristina llegó a Madrid,
y fué esposa de Alfonso XII, no hablaba casi español, y lo comprendía
muy poco. Su real consorte era su profesor.

Un día le dice ella: «Deseo saludar a Cánovas con una frase española
que le agrade, cuando venga mañana».

--«Bien--dice Don Alfonso--dile sencillamente: ¡Qué chispero estás,
Cánovas!»

Al día siguiente, el primer ministro llega y se dirige a besar la mano
de la Reina.

Y ella, arrastrando las erres germánicamente:

--«¡Qué chispeggo estás, Cánovas!»

No se dice lo que contestó el andaluz, pero sí que Alfonso tuvo para
muchos días de buen humor.

       *       *       *       *       *

Cánovas vive en su mansión de La Huerta, como un potentado. Muchas
veces se ha hablado de esa rica morada en donde vive el primer
estadista del mundo actual, según opinan algunos.

Su _serre_ es famosa, la biblioteca mucho más: todo el recinto es
un encanto, y la emperatriz de todo eso y de D. Antonio además,
es la dama elegante y vivaz a quien los amigos de la casa llaman
concisamente «Joaquina»--doña Joaquina de Osma, una espléndida peruana,
exuberante de vida, hermosa y culta, que habla el español con la _erre_
parisiense. Cierto es que en las recepciones de Cánovas lo que más se
oye hablar es francés.

En casa de Cánovas llama la atención de quien observa la profusión de
los desnudos.

Entre tanto rico mueble y obra de arte, mármol, bronce, _bibelot_, el
desnudo se impone. En cada salón os llamará la atención ese detalle.

Sobre todo, en el jardín, si os acercáis a una magnífica gruta,
adornada de enredaderas verdes y frescas, en donde el agua cae y gotea
armoniosamente, veréis una ninfa de tamaño natural, blanca, de mármol
puro y línea admirable y de una gracia mastoidea y calipigia que os
hará pensar en muchas mitologías.

Entre todas esas elegancias, la dueña de casa discurre llenando con su
amable presencia y animando con su conversación los grupos de invitados
en las recepciones.

En esas fiestas el talento del viejo Cánovas chispea.

Quien estas líneas traza, hale visto y oído entre un sinnúmero de
personajes de distintas nacionalidades, con un tacto que revelaba la
frecuencia de la vida cortesana y diplomática, hablar a cada cual
de lo que más de cerca le interesaba, sin olvidar nombres, detalles
personales, títulos de libro, cuestiones, anécdotas y toda suerte de
asuntos. Y el viejo Cánovas, con la firmeza de quien conoce su poder,
vibraba, iba y venía, tan lleno de una brava y contagiosa juventud.

       *       *       *       *       *

En su mesa solía reunir, en la época a que se refieren las anteriores
palabras, a algunos americanos. Sus preferidos eran el mejicano Riva
Palacio, el argentino Quesada, el centroamericano de Peralta, y algún
otro.

Siempre tiene extranjeros notables invitados.

Su mesa es de primer orden; aunque no iguale a la luculeana mesa
de Castelar. Allí, al amor de los mejores vinos, se oye un alegre
brotar de ideas, de ocurrencias, de alusiones, de anécdotas en que
el anfitrión muestra toda su Andalucía, y doña Joaquina su Lima, su
París y su Madrid. Y uno ve al vigoroso ministro, lleno de vida, con
sus cabellos blancos, relampagueándole los ojos, gesteando como un
dominador.

Y se explica que en el Palacio Real Su Majestad la Reina Regente se
apresure a presentarle sus excusas después de un caso como ese de la
salida al balcón.

Doña María Cristina no ha leído las cartas de Isabel de Francia.

20 mayo 1897.



[Ilustración]



JOSE PEDRO RAMIREZ


Es en la vida pública como en la privada, este gran repúblico uruguayo,
como en su credo político y en el civismo que nos muestra en la
historia contemporánea de su nación, algo suave que se desliza por
senderos cercanos a vergeles revestidos de paz y de amor.

Obediente sólo a los deberes de su conciencia, alerta siempre a las
naturales exigencias y necesidades de su patria, toda su existencia la
encamina al cumplimiento del deber; y con facilidad traspasa, alta la
frente, tranquila la mirada, todos los escollos de todas las miserias
sociales por las que pasó, como tantos otros prohombres, como son
concusiones, ignominias y hasta crímenes, que pudieron atajar su paso
por la vida política.

Pero esto pasó ya, y obtuvo gallardamente sus reivindicaciones. Así, en
cierta ocasión, el presidente Batlle, que por cierto estaba de él algo
distanciado, dijo, para hacer callar a determinados murmuradores:

«A fin de que la actitud del Dr. Ramírez no se despoje de la majestad
que le rodea, es necesario no se falte al más humilde de los habitantes
de la República, y el que tal haga, o será castigado o derribará
a dicho ministro, porque su política no es de mañas ni astucias,
sino política de actitudes francas y decididas.» Cuando estalló la
guerra civil, calamidad perniciosa que sufrieron la mayoría de las
jóvenes repúblicas americanas, y después de varias tentativas para
el restablecimiento de la normalidad, que, claro está, resultaron
infecundas, se recurrió a él, como caso extremo. Enfermo como estaba,
prometió su decidido concurso, y lo cumplió con sagacidad y fe. Salió,
pues, a través de campos verdes, que bien podían simbolizar para él
esperanzas; enarbolaba la bandera de paz, y a poco de comenzadas las
negociaciones, por doquiera que pasaba, surgían los vítores y saludos;
y los labradores abandonaban las armas y tornaban a los aperos, y
las mujeres y los niños agitaban sonrientes sus pañuelos en señal
de albricias. Al encontrarse con un regimiento mandado por Mesa, los
bravos soldados, estimulados por sus jefes, levantaban sus quepis y le
saludaban, como debe saludarse a un varón bienhechor, porque ya todos,
militares y revolucionarios, el pueblo entero, parecía aspirar al
consuelo de la paz.

Pero anotad esto también. Más tarde ¡acaso seis años después! la
República hierve nuevamente en otra guerra civil; y de ahí a poco, el
Sr. Ramírez es de nuevo requerido. Noble y lealmente, lleno de bondad y
bríos humanos, se lanza a calmar el estallido que amenaza.

La labor es más costosa, su gestión más ardua; pero al fin logra vencer
dificultades, y si hubo de luchar por conseguir el éxito, mayor es la
gloria que, como nimbo, corona sus esfuerzos; y mayor es la ansiedad
pública, por explotar de júbilo ante el hombre ya dos veces benemérito
de su patria.

Y es de ver en esta ocasión, como en la pasada, al pueblo de todas
las ciudades que corre a amontonarse a su encuentro, vitoreándole,
abrazándole, atropellando a éstos los otros que les siguen; y cómo
desde las terrazas y azoteas, en aceras y balcones, no se ven sino
flores que caen a su paso y llenan su coche, ni se oyen más que
palabras gratas, llenas de sonoridades, que celebran al mensajero de la
concordia.

El Dr. Ramírez presidió en 1886 el ministerio de la Conciliación.
Nadie como él ofreció testimonio más alto de patriotismo e integridad.
Desde entonces, su nombre es popular, su prestigio aumentó, y su
moralidad fué saludable. Pues, ¿quién pudo añadir al ardoroso ímpetu
que señalan sus grandes entusiasmos iniciales, la serenidad equilibrada
y heterogénea que se sobrepone al espíritu, al contraste en la lucha?

Fué periodista, y en el periodismo pasó la parte más agitada de su
existencia; y las páginas más intensas de la vida nacional uruguaya
nacieron de su pluma.

Por esto pláceme mucho, en ocasión en que acaba de ser glorificado por
su patria, ofrecer al prestigioso representante del alma de su país,
a esa figura respetable y respetada, ajena en la actualidad a las
pasiones del momento, un homenaje, la confirmación del reconocimiento
de tan gran patricio, cuyos títulos cívicos y méritos intelectuales
y morales testifican su personalidad política y bienhechora en la
República Oriental del Uruguay.



[Ilustración]



CASTELAR


No hace mucho tiempo he hablado de mi entrevista con Castelar. Debía
ser la última. Ya reposa en San Isidro, junto a los huesos de su
hermana. Su caída ¡buen roble! conmovió al mundo. Cuando le vi, cuando
le hablé por la postrera vez, ya estaba señalado por la Intrusa,
pálido, enflaquecido, viejo, él que fué todo juventud y vida. Partió
al imperio silencioso de lo no sabido, después de haber clarineado su
verbo de poeta de las multitudes hacia los cuatro vientos del espíritu.
Y España queda hoy sin su representativo emersoniano, sin el hombre
noble que fué en su siglo lengua y gesto de su raza, como Italia sin
Garibaldi, Inglaterra sin Gladstone, Alemania sin Bismarck y Francia
sin Hugo. En su tierra ardiente y sonora fué el crisostómico parlante y
el caballero de su ideal. Ahí queda la inmensa Mancha democrática por
donde cabalgó en su pegaso-rocinante; ahí los molinos de viento, ahí
las armas de su lírica grandilocuencia, que nadie moverá; ahí Dulcinea,
sin más enamorado verdadero que el frío y analizador Pi y Margall.
Español de España, español netísimo, con toda España en el corazón y
en el cerebro, era la concreción del orbe cervantino; en el generoso
combate de su ilusión no se ocultaba Don Quijote; como Sancho mismo,
no dejaba de comparecer en su célebre buen apetito. Cuéntase que Taine
en una ocasión, al verle en la redacción del _Journal des Débats_,
preguntó desdeñoso: «¿Es ese el famoso canario español?» Cierto, un
alma de pájaro de Floreal, como el ruiseñor Lamartine, pero a quien no
faltaba la fuerza para la realización de obras enormes, así la libertad
de los negros de las Antillas. Quedará en los siglos el recuerdo de
esta singular figura en el décimonono la más alta de España entre las
altas de la tierra; y aparecerá, a medida que el tiempo vuelque su
urna, rodeado del resplandor que tan solamente ofrece a los preferidos
suyos la divina Poesía. Fué uno de los más potentes órganos de la
Humanidad. Por su boca habló el espíritu de su patria, y, siempre
en obra de bien, si algunas veces no le prestó su apoyo la Verdad,
jamás dejó de escudarle con sus alas mágicas la Belleza. Sus mismos
errores caían vestidos de púrpura. Era el apolonida de la Democracia,
el decorador de sus ambiguos y confusos laberintos. Hermosa llama
latina, de esas llamas guías de pueblos que el Sol de Dios enciende en
las naciones para que señalen los saludables rumbos, o para que a su
rededor se junten los hombres y realicen hechos grandes. Aquella alma
venía de Atenas, cuando fué a encarnarse un día en la fenicia Cádiz;
venía de Atenas, después de haberse impregnado de Oriente; de este
modo explico la pompa asiática de su discurso y el amor a las bellas
líneas, la pasión pitagórica de los celestes números y el imperio de la
música bajo el cual hacía galopar sus cuadrigas de ideas y sus tropas
de palabras. En su huerto, junto a las flores andaluzas, se alzaba un
esbelto y reverdecido plátano, rama un tiempo del que movieran las
brisas de Academo, mientras fluía, como el agua de la fuente de mármol,
la doctrina platónica.

La obra, que fatiga en su masa, es como un inmenso museo, que hay
que admirar por fragmentos: ya un fresco vasto, ya una estatua del
más blanco pentélico, ya un bajo relieve, en que las frases van como
ordenadas teorías de graciosas jóvenes o danzantes efebos. Fué un
gran cultivador del entusiasmo. Y si ya en los postreros años de su
existencia tuvo alguna vez que padecer tristezas y decaimientos, para
morir, viejo gladiador, supo esculpir su última actitud en el discurso
que cierra la diluvial serie comenzada el 1854 en el Teatro de Oriente,
discurso en que volvió a surgir su elocuencia empachada y sonora,
para mostrar el camino que hay que seguir, según su entender, a los
partidarios de la República. Su elocuencia cautivó a las generaciones
que escucharon el decir de sus labios de oro. Se recuerdan sus
discursos como hermosas manifestaciones de la Naturaleza, inusitados
iris o boreales auroras: «Yo le oí tal año». «Yo en tal otro». En el
tiempo de su aparición, el principio democrático era lo más avanzado,
lo más atrayente para los espíritus libres, la fórmula del progreso.
Él se consagró por tal manera, y con pasión tanta, que al saber su
muerte, los españoles demócratas no han podido menos de exclamar:
«¡La democracia ha muerto!» A aquel inconmovible individualista no
pudieron ganarle los mirajes aurorales del movimiento social de estos
últimos años; y discurso suyo hay en que combatiendo al socialismo,
maravilla su esfuerzo de soñador, al resonar delante del muro de la
verdad la suntuosa orquestación de sus líricos argumentos. Porque,
ante todo, fué el orador, el hombre que convence encantando, o que,
aunque no convence, canta y encanta. Parecía que, como en lo antiguo,
un flautista maestro acompañase sus oraciones, tal era la melodiosa
geometría, el hilo armónico, la sucesión de ondas verbales regidas por
un compás, en la musicalidad de los giros; y él propio se escuchaba
como deben hacerlo las aves de más fino canto y los poetas orgullosos
de haber visto cuanto es crespa y dorada la crin del Dios de arco de
plata. No olvidaré una noche, en una recepción dada por doña Emilia
Pardo Bazán, a los delegados americanos a las fiestas colombinas, el
año de 1892. Castelar había concurrido, y como en todas partes en donde
Castelar estaba presente, un corrillo se formó alrededor suyo, en uno
de los salones. Nadie hablaba, fuera de Castelar, porque es sabido
que en su presencia el primer deber era la atención. El tema de sus
palabras se relacionaba con la oratoria, y vino él a recordar a este
propósito a los distintos oradores que había oído en su vida. Y como
su excepcional memoria estaba siempre lista, ilustraba sus recuerdos
con citas y fragmentos de discursos. Así nos pintaba a Gambetta, de
tal guisa que le veíamos encarnado delante de nosotros, y luego decía
una parte de un discurso de Gambetta, a Víctor Hugo, y luego decía un
trozo de discurso de Víctor Hugo, y así de varios oradores extranjeros.
Después llegó a los españoles, y comenzando con Ríos Rosas, recorrió
buena parte de la lista de bravos oradores con que cuenta este país
de varones verbosos, explicando sus maneras y facultades hasta llegar
a él mismo, y entonces se nos transfiguró momentáneamente, se nos
presentó con sus atavíos reales. Y a pedido de un amigo circunstante,
trajo a su memoria una parte de su célebre discurso del 12 de abril
de 1869, pronunciado en ocasión famosa, y que hizo pensar a su propio
contrincante el cardenal Manterola si no tendría ante sus ojos un nuevo
Saulo. Aun veo los ojos iluminados y la mano como guiando el período:
«Grande es el Dios de Sinaí; el trueno le precede, el rayo le acompaña,
la luz le envuelve, la tierra tiembla, los montes se desgajan; pero
hay un Dios más grande, más grande todavía, que no es el majestuoso
Dios del Sinaí, sino el humilde Dios del Calvario, clavado en una
cruz, herido, yerto, coronado de espinas, con la hiel en los labios y
sin embargo diciendo: «Padre mío, perdónalos, perdona a mis verdugos,
perdona a mis perseguidores, porque no saben lo que hacen». Grande
es la religión del poder, pero es más grande la religión del amor;
grande es la religión de la justicia implacable, pero es más grande
la religión del perdón misericordioso: y yo, en nombre del Evangelio,
vengo aquí a pediros que escribáis en vuestro código fundamental la
libertad religiosa, es decir, libertad, fraternidad, igualdad entre
todos los hombres». Se recordarán sus discursos célebres, en lo futuro,
como hoy las históricas arengas de Demóstenes; desde el primero en
que se presentó como aeda y paladín de su amada Democracia, hasta el
último en que ya para morir, apóstol consecuente, dejó su disposición
testamentaria de política, fiel a su credo republicano; señalada la
larga carrera por las innumerables brillantes estaciones, entre las que
más resplandecen el discurso en favor de la libertad religiosa, que
es el de la redención de los esclavos de Cuba, y al cual se refería
cuando oí de su boca la frase admirable: «Yo he libertado a doscientos
mil negros con un discurso»; el del sufragio universal, de ágil y
elástica dialéctica; el de la entrada a la Real Academia de la Lengua,
lección colosal de un lirismo cósmico; el de París, en la Sorbona,
cuando los estudiantes le recibieron con el aplauso clásico, como a un
nuevo Lulio.

Lejos la oratoria amartillada de los hombres del Norte, en la suya
reventaba como una rosa de color perenne el sol Meridional; suya era la
profusión y la riqueza latinas, y nunca se escuchó, en lo inmenso de
los siglos, más rítmico y sonante torrente en cátedra o tribuna. Los
franceses, tan parcos con lo extranjero, le admiraron y celebraron,
en su francés claudicante, o en el español de bronce y plata que no
comprendían al oirle. ¿Qué importa que dijese, como en una ocasión: _La
France, cette «belle soeur» de l'Espagne_? Tras la sonrisa del oyente
venía la tempestad de la ovación, pues el orador soberano triunfaba
contra el mal políglota. Hugo le tenía en su alto valer, y sabida es
la anécdota en que el César de los poetas le ofreció, al sentarse a
su mesa, una silla imperial: «Os he señalado esta silla, en que se
sienta siempre D. Pedro del Brasil.--¡Pues no me siento!»--respondió
Castelar, fiel hasta en esto a su idealizada Aldonza Lorenzo. Nuestro
compañero Ladevese cuenta las acogidas respetuosas y afectuosas, en
casa de madame Adam, de Cernuschi, de la Rattazzi, las intimidades con
políticos como Thiers y Gambetta y Julio Simón. Francia, como el mundo,
veía en Castelar la encarnación de España; de la España caballeresca
e idealista, hidalga y pintoresca. Oxford quiso escucharle, invitó a
su «doctor» honorario para que fuese a dar conferencias, y él declinó
la honra. A América pensó ir en varias ocasiones, pero, por desgracia,
se cumplió lo que yo decía en 1892: «Castelar no irá nunca a América».
Y en América quizás más que en parte alguna, su palabra resonaba como
una campana de gloria. Los yanquis le avaluaban abiertamente: si la
Libertad de Bartholdi tiene la antorcha, Castelar «tenía la palabra».
Sus discursos niagarescos fueron más de una vez por el cable; los
_magazines_ no le quitaban la mira y los dólares venían sin regateo. En
nuestra América de lengua Castellana, no habrá pueblo o villorrio donde
no haya llegado su fama. Creo, sin equivocarme, que en la República
Argentina hay una colonia o villa que lleva su nombre. Y él amaba
a la América nuestra, agradecido. Es el momento de manifestar cómo
fué para ese continente gran parte de su producción, ya en tiempos
de destierro penoso, ya en el apogeo de su existencia, tan solamente
interrumpido su trabajo cuando se excusara con la dirección de los
diarios de que era corresponsal, por verse obligado a suspender la
labor «a causa de tener que ocupar la presidencia de la República
española»; y cómo tenía en el recuerdo de su gratitud a _La Nación_,
de Buenos Aires, y al _Monitor Republicano_, de Méjico, entre todas
las publicaciones que fueron honradas con su colaboración. Y América
toda fué con él siempre simpática, a pesar de aquel resentimiento
memorable, cuando el político lírico quisiera ser político práctico y
pronunciara la trascendente frase: «Antes que republicano soy español».
Pues fué siempre el levita fanático, inspirado ante el fatal resplandor
del ídolo Patria; y a la suya salvara, como se observa justamente
después de la reciente catástrofe, en ocasión en que ejerciendo la
presidencia de la República, estuvo en un cabello que no se rompieran
las relaciones entre España y los Estados Unidos por la cuestión del
_Virginius_. Jovellar estaba en Cuba y se resistía a la entrega del
apresado barco norteamericano, después de los fusilamientos de cubanos
y yanquis que tripulaban la nave revolucionaria, y entonces fué la
palabra de Castelar, jefe del Estado, haciendo entender al general
«que en España nadie comprende que, ni en pensamiento, se resistan a
cumplir un compromiso internacional del Gobierno, y no comprende que
quiera ser Cuba más española que España. Una guerra con los Estados
Unidos sería hoy una demencia verdadera, y aunque fuera popularísima
la guerra, para esto están los Gobiernos, para impedir la locura de
los pueblos. Recuerde V. E. lo que hizo Thiers cuando los franceses
gritaban: ¡A Berlín!; demostrarles que la guerra sería un desastre. Y
ahí se ha capturado un buque en alta mar, se ha fusilado españoles y
extranjeros, sin esperar a conocer el espíritu del Gobierno central,
que preveía grandes catástrofes, y ahora se quiere cometer la última
demencia desobedeciendo al Gobierno nacional. Todos los argumentos de
los Estados Unidos consisten en decir que España no manda en Cuba,
y van ahora a confirmar ese argumento. No se puede discutir un acto
del Gobierno. Hay que obedecerle. Inflúyase en la opinión; tomándose
las debidas precauciones, entréguese el _Virginius_ y la tripulación
superviviente, de la manera que menos pueda herir el sentimiento
público, pero entréguese sin dilación ni excusa. El mayor servicio que
puede prestarse a la Patria, es obedecerla ciegamente. No mencione V.
E. la dimisión mientras no estén cumplidas las órdenes del Gobierno.
Cúmplalas con rigorismo militar. Y no se vuelva a hablar de Bayona:
allí hubo reyes traidores que vendieron la Patria al extranjero; aquí
hay patriotas que quieren salvarla de las locuras de ahí, avivadas
por una incomprensible debilidad». Esto fué en 1873. Cuán distinto
veinticinco años después el criterio de un Gobierno de hombres _útiles_
que llevó al país a la derrota, al vencimiento y a la mutilación, del
criterio de aquel «poeta» que libró a España de un peligro seguro y
supo ser en sus obras y en sus sueños el primer patriota, el primer
español de su tiempo, el más español de los españoles. Porque desde su
Patmos, desde su Guernesey, desde su nube, desde su trípode, sabía ser
certero en su vistazo aquilino. No era tan iluso cuando dió su flecha
tantas veces en el blanco, cuando llegó bizarramente a la primera
magistratura del Estado, y cuando ya en su vejez, al ver con desilusión
que su república cuasi platónica no correspondía a su himno incesante,
se retiró de la lucha, no sin antes declarar su invariable fe en el
ideal por toda su existencia perseguido y su ningún contacto con la
monarquía. Jamás habló a la Reina Regente. Cuando murió su hermana, a
quien él amaba tanto, la Reina le envió su pésame. En San Sebastián un
día se encontró frente a frente Su Genio con Su Majestad. Su Genio se
quitó el sombrero y saludó. Hubo demócratas que murmuraron. ¿Quienes
fueron esos hidalgos que por tan mal lado tomaban la democracia? Aquel
caballero creía en la caballerosidad. Creía en la Patria. Creía en Dios.

En el liberal, en el hombre de «la fórmula del progreso» había un
creyente. Jesucristo aparecía a sus ojos a través de sentimentales
_vitraux_ en que estaban representados su España portadora de la
cruz y su infancia doméstica: la buena madre, quien a la continua es
nombrada por él como origen de sus creencias religiosas. Cuando habla
de asuntos de religión, su órgano se desborda en los más augustos
_magnificat_, o en los más profundos _misereres_. Sus conferencias
sobre la civilización en los cinco primeros siglos del Cristianismo, su
_Redención del esclavo_, muchos de sus discursos, son la glorificación
cristiana expresada por incesantes fervientes ondas de vocablos, de
frases, saturados de un cálido misticismo, de un misticismo español.
Casto como era, se pensó alguna ocasión en que, cuando cansado de
las fatigas de la vida civil quisiera recogerse en el reposo de su
espíritu, se ordenaría sacramentalmente. Y aun él mismo, al admirar un
día cierta antigua casulla de la Catedral de Avila, dió a entender, con
un decir, que no andaban muy en error los que tenían ese pensamiento.
Un poeta de América publicó una vez un futuro sermón de Castelar en San
Pedro de Roma, que al orador hizo amablemente sonreír. No hace mucho
tiempo su entrevista con el Sumo Pontífice avivó la general curiosidad;
y él propio confesó ser la conversación con el Papa de hondo interés,
pero que no estaba autorizado para publicar nada de ella hasta después
de la muerte de León XIII. Y él ha muerto antes, besando un crucifijo.
El Papa blanco ha podido todavía autorizar que se hiciesen, a pesar
de la liturgia, honras fúnebres a su interlocutor ilustre, en San
Francisco el Grande, con todo y ser las honras el día de San Fernando.

En la religiosidad de Castelar hay algo de profano como en la
religiosidad de Murillo. Sus pinturas de las gracias divinas son
como las pinturas de aquel pintor coloreadas de cierto sensualismo,
que en este caso se agrava con la castidad sabida del imaginativo
artífice de la palabra. Al pintar una virgen se nota en su verba cierta
complacencia humana, y sus ángeles imaginados en la gloria o juzgados
en los cuadros de los Museos, semejantes a esos ángeles voluptuosos que
animara Goya en sus frescos de San Antonio de la Florida, nos parecen
mujeres hechiceras, tan carnales como espirituales. La castidad de
Castelar, bien sabida y explotada por los bufones de copla y lápiz en
las enemistades de la política, fué uno de esos casos de absorción
cerebral en que todas las facultades humanas se condensan en la obra
del pensamiento; casos como el de Juan el del Apocalipsis, que Hugo
ha rememorado en página que no perece. ¿Qué unión, qué matrimonio
no habría podido efectuar este dueño de la fama? Célibe y casto
vivió, célibe y casto murió. Y aquí es de recordar al paso al hombre
privado. Supo pasar buenos años hermosamente, como debe vivir antes
que nadie todo artista aristocrático. Se le tacharon alguna vez sus
lujos y grandezas, sin saber que aquel hombre vivió siempre de su
trabajo apenas ayudado por la fraternal simpatía de señalados amigos;
y que si se regalaba con ciertos lujos, no cabía en ello vanidad
ninguna, sino la comprensión de la estética de la existencia, la cual
tiene obligación de procurar, quien como él poseía, como adorador
y sacerdote de la belleza, el don incomparable del gusto. Los que
fuimos favorecidos con la invitación a su mesa, sabemos lo que Luculo
comía en casa de Castelar. Tenía en esto, como en otras cosas, una
cualidad eclesiástica. Comía con el gusto de un _monsignor_ y con el
apetito de un abad. Tenía la amable costumbre que Quincey nos revela
de Kant; siempre había invitados a su mesa, y, siguiendo la regla de
lord Chesterfield, el número de los que se sentaban, él comprendido,
no era nunca inferior al de las Gracias ni superior al de las Musas. Y
el mejor condimento era su charla monopolizadora del tiempo, a la cual
ayudaba su memoria única con el más copioso anecdotario que sea posible
imaginar. Después en su salón, al conversar, según fueren los asuntos,
se dejaba llevar de su fuga tribunicia, y sus palabras se convertían en
párrafos de verdaderos discursos; y su vibración era contagiosa, y él
se trasladaba en un salto invisible, fuera del momento. Cuéntase que
un día aconteciole encontrarse en molestos apuros de dinero. Era en
invierno y la chimenea estaba encendida, como su conversación, sobre un
asunto político, delante de varios íntimos. Llega una carta de América,
con una letra por mil duros. Grata sorpresa que interrumpe un instante
su hablar. Pero continúa, con carta y letra en la mano; el discurso,
a poco, se precipita, y con una frase rotunda y un gesto supremo,
carta y letra hechos nerviosamente una pelota, ya están ardiendo en la
chimenea. Otra vez hizo aguardar largas horas a un personaje político,
cuya presencia en la antesala se le anunciaba repetidas veces, porque
le tenía asidos lengua y pensamiento una disertación sobre Botticelli
y los primitivos. Y de la casa en que aquel obrero tenía el obrador
mental puesto para servicio de tantos diarios y revistas del globo,
salía mucho bien, mucho favor personal, mucho consuelo a los pequeños,
apoyo intelectual a quien lo necesitaba, consejo o aplauso, y la ayuda
eficaz al pobre que le pedía, pues entre los humildes como entre los
grandes, entre las palmas y lauros sobre los cuales sobresalía su
calva cabeza pensadora, resplandecía la virtud moral de aquel hombre
sencillo, de aquel corazón bueno.

Por eso su muerte ha causado un doloroso estremecimiento en España
entera, paralelo al estremecimiento simpático del mundo. Había ido
Castelar a buscar vigor a la orilla del Mediterráneo--el mar tantas
veces cantado en sus hímnicas proas--; había ido después de su último
esfuerzo en la arena política, cuando los republicanos le rodeaban como
al hombre fuerte de las pasadas campañas, creyendo ver en él la salud
de la patria hoy tan maltrecha y extenuada. Pero así estaba el tribuno,
el que sufrió tanto con el gran desastre, y que sintiendo llegar su
última hora, comunicó en una carta a una amiga extranjera: «Muero
con la agonía de España». Una tarde, a la orilla del mar, ve a unos
pescadores y se acerca a ellos. Los peces que se asfixiaban saltando
sobre la tierra, fueron para él triste impresión: «¡Si iré a morir
como estos peces, faltos de oxígeno!» Y así murió. Al día siguiente
de la noticia, mientras el pueblo de Madrid comentaba ya la actitud
de un ministro incorrecto y falto de seso, cerca de la Puerta del
Sol tuve una sensación que jamás se borrará de mi memoria. Un ciego,
de esos que aquí andan por las calles pidiendo limosna, improvisando
coplas de actualidad al son de sus lamentables guitarras, cantaba en
tono doloroso delante de un círculo de transeúntes que aumentaba a
cada paso. Por curiosidad me detuve, al oir en el canto el nombre de
Castelar. El pobre coplero del arroyo, en versos muy malos decía cosas
sentidas y húmedas de llanto sincero; y aun no sé qué arte singular
hacía coincidir su pena con el decir ingenuo, el acompañar de las
cuerdas afónicas de aquel instrumento imposible. Cuando volví la vista,
las mujeres lloraban; los obreros tenían las caras serias y tristes. Y
la maligna política apareció, con el instinto popular que sabe soltar
su avispa certera para que pique en donde se debe, con estrofas como
ésta que recuerdo:

      Don Emilio Castelar,
    Que toda Europa conoce,
    Quiso Dios que se muriera
    Antes que abrieran las Cortes...

En la puerta del Sol, en los cafés, en las calles todas, el rumor se
acentuaba contra el Gobierno y en especial contra el ministro de la
Guerra, general Polavieja. Se acababa de publicar un decreto absurdo en
que se leía: «Resultando: que D. Emilio Castelar ha muerto en honrada
pobreza;--Artículo 1.º, los gastos que ocasionen su enterramiento
y honras fúnebres, serán de cuenta del Estado». Así, frío como
un compromiso, duro como una limosna. ¡Y esto en el país de las
prosopopeyas y fórmulas, en la tierra de «Beso a usted la mano» y donde
para nombrar a un ministro con sus títulos, se llena un medio pliego!
El pueblo irritado no contenía sus censuras. ¡En aquellos momentos,
las Cámaras italianas y portuguesas enviaban su pésame a ese mismo
Gobierno mezquino; el Senado de la República Argentina se ponía de
pie; el autocrático Gobierno ruso manifestaba su pesar; el Instituto
de Francia lamentaba a su ilustre miembro; la Prensa de la tierra se
enlutaba, el pensamiento universal estaba de duelo! Después se supo que
Castelar no tendría honores militares; que se había prohibido a los
artilleros reunirse para tributar homenajes al organizador del Cuerpo
de Artillería, al antiguo presidente que tanto hizo por el ejército;
después, que se autorizaba a los generales que quisiesen concurrir,
para que lo hiciesen con traje de diario y con banda. La Prensa cumplió
con su deber. Se habló claro; se dijeron verdades al rojo blanco.
Entretanto, el cadáver de Castelar llega a Madrid en doloroso triunfo;
y se deposita en el palacio del Congreso. Allí desfiló el pueblo, en
homenaje último al gran pastor de multitudes; por allí pasó, entre
tantas gentes, el ciego que yo oí cantar y de cuya visita al cadáver
habló _El Liberal_. Pues le preguntaron al verle con su guitarra bajo
el brazo, con sus ojos sin sol: «¿Para qué vienes, si no has de verle?»
Y él contestó: «¡Por mí le verá mi lazarillo!» ¿Y el obrero humildísimo
que llegó con su hijita de luto, la cual llevaba un pequeño ramo de
flores, y pidió permiso para ponerlo sobre el féretro, entre tanta
monumental corona?

Y llegó el entierro. Fluía en el ambiente de la tarde la dulzura de
un cielo de acuarela. Madrid se desbordaba como un hirviente vaso.
Suspendida la circulación por las calles que debía recorrer el fúnebre
cortejo, la concurrencia se aglomeraba, los balcones se tupían. La
calle de Alcalá, la Puerta del Sol, la calle Mayor estaban inundadas
por el río humano. Desde temprano se esperó por largas horas. Por fin
apareció a lo lejos el pelotón azul de la Guardia civil de a caballo.
Se abre paso entre el espeso gentío, y comienza el desfile. Van,
precediendo, las profusas coronas; se destaca la de _El Liberal_,
enorme y negra, sobre un fondo de seda blanco; van los recogidos
del hospicio y del asilo de San Bernardino; los grupos de varias
asociaciones; los comerciantes, numerosos; la Academia de la Historia,
el Ateneo, el Círculo de Bellas Artes; ahí distingo a Núñez de Arce,
pálido y como nervioso; ahí va la barbilla canosa de Zapata, junto
al músico Bretón; allí Echegaray, con su aire enfermizo y gastado.
Ahí el todo Madrid de la celebridad: periodistas, artistas, sabios,
académicos. Y el clero, de sobrepelliz, anunciado por la manga de
la parroquia, embudo negro y oro. Y ahí va Castelar muerto, en su
carroza severa. Todo el mundo se descubre, todo el mundo le da su
último saludo. Sobre el féretro no se ve más que un aislado ramito de
flores... ¡es el ramito de la niña del obrero! La guardia de honor
sigue, de soldados de la Civil. De pronto se oye entre la muchedumbre:
«¡Bravo! ¡bien!» Son los militares que vienen, a pesar de la mezquindad
ministerial. ¡Bravo! ¡Bien! Es el penacho blanco de Martínez Campos,
el último gran guerrero, que asiste de toda gala; es Weyler, que viene
sin penacho, pero acorazado el pecho de condecoraciones y medallas,
Weyler, de fama terrible, pero que hoy se conquista por un momento las
simpatías, pequeño, acerado, ceñudo, apretada y reveladora la saliente
mandíbula. ¡Bien! ¡Bravo! Son los penachos, son los entorchados, son
los uniformes de otros tantos generales, de innumerables jefes y
oficiales que honran a Castelar a pesar de todo; es la comisión del
Cuerpo de artilleros, que lleva su ofrenda. ¡Bien! ¡Bravo! Es España
la antigua que aplaude a las espadas que no han echado en olvido la
hidalguía. ¡Viva España!

Y pasan más comisiones y los diplomáticos, llenos de oro, entre los
cuales resaltan el Nuncio y el embajador de China, vestido de seda,
con su botón de cristal y su pluma de pavón. Y luego la presidencia
del Consejo de Ministros, y la Guardia civil que cierra la procesión,
y detrás aún más gente, y más gente. Y el murmullo general se acentúa
contra quienes no han sabido honrar la memoria del más grande de los
españoles de su época, a quien sus mismos enemigos tienen una palma que
ofrecer cuando va camino de la eternidad, a quien no ha habido una sola
lengua española que no haya consagrado una palabra de admiración, como
al hijo que mejor supo sobre la faz del universo, honrar a su madre
patria. Y quienes han herido a esa amada patria con rencores inauditos
ante el cadáver de aquel que supo combatirles frente a frente en su
vida gloriosa y nobilísima, son los mismos que han contribuído a la
desgracia nacional por degenerados o débiles, o ciegos instrumentos de
errores y desidias; son los que han vuelto de la derrota con pasmosa
frescura y a quienes una voz, harto elocuente en el Congreso, condenó a
ser ahorcados con los fajines de sus uniformes... _Militaribus curis et
severitate morum_... ¿No era Castelar tan gran admirador de Tácito?

Siendo la oratoria casi un arte teatral y basado de manera principal en
dotes físicas que el tiempo va aminorando poco a poco, el Castelar de
los últimos años no era sino el reflejo del de las pasadas victorias.
Decía él mismo en un discurso no hace mucho tiempo: «Por esto los
oradores se acaban, por la misma razón que se acaban, cuando no hay
guerra, los héroes. Por esto nuestra imaginación se amortigua, nuestro
entendimiento se atrofia, las en otros tiempos armoniosas cuerdas
bucales marran, el estro lírico plega sus alas, el acento conmovedor
concluye; pues, implacables, la sociedad y la naturaleza destrozan en
sus inmensas y complicadas máquinas a todos aquellos seres que ya no
les sirven para cosa ninguna, y que no han de cumplir fin alguno en
el plan histórico de la Providencia». Pero desde los umbrales de la
ciudad oscura podía él volverse y contemplar la obra que queda fuera
de aquella que tenía la vida de un eco, basada de manera exclusiva en
lo sonoro de su perorar, en lo arrebatador de sus actitudes o en la
cascada de sus alientos; es una serie de edificios de maravillosas
arquitecturas construídos en su república, sobre sólidos terrenos o
sobre montones de arena movediza, o apoyados apenas en el aire en
que flotaban los colores y las líneas de su fantasía; o paisajes,
frescos cíclicos de las luchas de pueblos y Gobiernos, de ideas y de
hombres en el continente europeo, en América, en Asia, en Africa; o
cinceladas alhambras, kioscos de capricho, o preciosas _loggias_ que
improvisaba por deleite de arte; o la novela que le resulta vasto
poema en prosa; o la historia que le resulta himno multiplicado, o la
semblanza de personaje o boceto de idea que le resulta oda fascinante;
o el gran poema en estrofas de prosa, a ondas o a bloques, métrica
ciclópea; o la villa de mármol y de riquezas antiguas que labra
con sus recuerdos de Italia; o el monumento de mármol también, a
Byron, y cien estatuas, y mil bustos, y un millón de camafeos, todos
al amor de un jardín singular en donde mueve el viento armoniosos
laureles griegos y robustas encinas romanas. Y aquel idealista, aquel
optimista, no ha partido contemplando sobre el mundo nubes de color
de rosa que presagien un día de dicha y de tranquilidad, antes
bien muy negros, muy amenazadores nubarrones, mientras se reúnen y
deliberan los congregados de la paz en La Haya. Su último artículo
que ha publicado el _Temps_ hace ver a Francia poco favorable a un
olvido de sus rencores con Alemania; a Alemania, más militarizada
cada día, sin permitir el menor menoscabo en su preponderancia; a
Inglaterra y a los Estados Unidos en un acuerdo tácito para imponer
en el globo la hegemonía de los países de lengua inglesa. Y concluye:
«El descontento del Gobierno italiano, producido recientemente a
consecuencia de sus fracasos diplomáticos en la cuestión de China;
las dificultades suscitadas entre Francia e Inglaterra por el Sudán
y el Nilo; el aumento de la escuadra inglesa, que ha necesitado una
suspensión de la amortización y un déficit de importancia; el cambio
de América, que ha modificado su temperamento industrial y trabajador
para marchar a la guerra y a la conquista; el reparto de la China,
deseado por universales ambiciones; los progresos del ferrocarril ruso
en la Mongolia; los conflictos del Transvaal entre la presidencia
de Krúger y la dictadura del desequilibrado Napoleón del Cabo; las
amenazas contra Portugal y sus colonias; los temores y los espantos,
tan fundados como legítimos de nuestra desgraciada España; la rivalidad
de Turquía y de Grecia, de Francia y de Prusia, de Rusia e Inglaterra;
los motines en Austria; el movimiento interior que reclama y pide
una Alemania más considerable y numerosa que la Alemania actual; los
gérmenes de desacuerdo entre las primeras potencias por consecuencia de
las extensiones territoriales de sus colonias. Todas estas cosas dicen
que después de la Exposición de 1909 no tendremos ni una hora de paz, y
elementos de guerra estarán diseminados y extendidos por todas partes».
Y al finalizar bendice, a pesar de todo, el Congreso de la paz.

En la única, en la eterna, en la que todo entra, en la infinita, ha
penetrado el prodigioso príncipe de la elocuencia castellana, el
estupendo artista de la idea escrita, el predicador de la libertad.
El «canario» de Taine ha volado como un águila. ¿En qué roca celeste
se detendrá, para que su alma diamantina y pura, en la libertad de
la muerte tome un rumbo nuevo, bajo el viento de Dios? España le
levantará un monumento de mármol y de bronce; su nombre irá resonante
por el tiempo como un orbe de oro. Un tiempo quizá llegue en que su
espíritu se regocije, desde la sombra de su misterio, al ver florecido
en una inesperada primavera su ideal. Figuraos una ciudad, Walhalla o
Jerusalén de las almas soberanas que giraron por la tierra, actualmente
cumpliendo con su misión semidivina, ciudad de héroes, de artistas, de
santos, de sabios y de poetas, los genios de la fuerza, los genios de
la belleza, los genios del carácter y del corazón, los genios de la
voluntad. En un aire de luz cruzarán las ondas de los pensamientos como
en una electricidad suprema. La personalidad que subsiste no obstará a
una comunidad de gloria ambiente. Pues bien, yo me imagino a nuestro
bueno y grande Castelar en el coro magno de esos inmortales sintiendo
en un instante del futuro como una voz que le da al oirla un nuevo
esplendor, una inesperada voz de la tierra que llega a conmoverle a lo
infinito. Será cuando España haya vuelto a alzar la cabeza como en días
antiguos, poseída del orgullo de su fuerza nueva, de las palpitaciones
de su nueva sangre. Junto a los boscajes de ensueño de esa sublime
ciudad, Jerusalén o Walhalla, los pensadores y los soñadores siguen en
progresiva ascensión, construyendo las fábricas de sus cálculos, los
palacios de sus fantasías. Me imagino en esa hora del Señor, que el
lírico tribuno sonríe al escuchar en lo eterno, del lado de la tierra,
del lado de las columnas de Hércules, algo semejante a una salutación y
a un trueno: un rugido.

PLATÓN.--¿Qué es eso?

CASTELAR.--¡Es mi león!

30 mayo 1899.

[Ilustración]



                    ÍNDICE


                                           Páginas.


Pensadores y artistas:

  Jacinto Benavente.                              3

  José Enrique Rodó.                              9

  Graça Aranha.                                  15

  Zorrilla de San Martín.                        21

  Francisco García Calderón.                     25

  Santiago Rusiñol.                              29

  Federico Gamboa.                               37

  Amado Nervo.                                   43

  Enrique Rodríguez Larreta.                     49

  Leopoldo Lugones.                              53

  Enrique Gómez Carrillo.                        59

  Ricardo Rojas.                                 65

  Manuel Ugarte.                                 73

  Angel Zárraga.                                 77

  Alberto del Solar.                             81

  Jacinto Octavio Picón.                         87

  Fray Crescente Errazuris.                     101

  Eugenio Garzón.                               107


Políticos:

  Su Majestad el Rey Don Alfonso XIII.          115

  El General D. Rafael Reyes.                   123

  Cánovas del Castillo.                         129

  José Pedro Ramírez.                           135

  Castelar.                                     139



                       EDITORIAL "MUNDO LATINO"
                        APARTADO 502.--MADRID.


                         CATÁLOGO PROVISIONAL
                    (EXTRACTO DEL CATÁLOGO GENERAL)


                            OBRAS COMPLETAS
                          DE RICARDO DE LEÓN
                    (De la Real Academia Española)


                                                            Pesetas.

  Edición del Banco de España. Ocho volúmenes en 4.º,
  encuadernados en tela, con alegorías de Coullaut Valera
  y retrato del autor, por Vacqué                              50,00

  A plazos (5 pesetas mensuales)                               60,00


                       DE FRANCISCO VILLAESPESA

     I.--Intimidades.--Flores de Almendro                       3,00

    II.--Luchas.--Confidencias                                  3,00

   III.--La copa del Rey de Thule.--La musa enferma             3,00

    IV.--El alto de los Bohemios.--Rapsodias                    3,00

     V.--Las horas que pasan. (Veladas de amor)                 3,00

    VI.--Las joyas de Margarita: Breviario de amor.--La
         tela de Penélope.--El milagro del vaso de agua         3,00

   VII.--Doña María de Padilla.--La cena de los cardenales      3,00

  VIII.--El milagro de las rosas.--Resurrección.--Amigas
         viejas                                                 3,00

    IX.--Las granadas de rubíes.--Las pupilas de
         Almotadid.--Las garras de la pantera.--El último
         Abderramán                                             3,00

     X.--Tristitiæ rerum                                        3,00

    XI.--La leona de Castilla.--En el desierto                  3,00

   XII.--El rey Galaor.--El triunfo del amor                    3,00


                            DE RUBÉN DARÍO
                       (Ilustraciones de Ochoa)

            Tomos publicados:

     I.--La caravana pasa                                       3,50

    II.--Prosas profanas                                        3,50

   III.--Tierras solares                                        3,50

    IV.--Azul                                                   3,50

     V.--Parisiana                                              3,50

    VI.--Los raros                                              3,50

   VII.--Cantos de vida y esperanza                             3,50

  VIII.--Letras                                                 3,50

    IX.--Canto a la Argentina                                   3,50

     X.--Opiniones                                              3,50

    XI.--Poemas del otoño y otros poemas                        3,50

   XII.--Peregrinaciones                                        3,50

   XIII.--Prosas políticas                                      3,50

    XIV.--Cuentos y crónicas                                    3,50

     XV.--Autobiografía                                         3,50

    XVI.--El Canto Errante                                      3,50

   XVII.--Viaje a Nicaragua o Historia de mis libros            3,50

  Ediciones especiales de lujo, con decoraciones a mano de
  Enrique Ochoa.


                             HENRIK IBSEN
                            TEATRO COMPLETO

     I.--Catilina. La tumba del guerrero. La castellana de
         Ostrat                                                 3,50

    II.--La fiesta de Solhaug. Olaf Liliekrans. Los
         guerreros en Helgeland                                 3,50

   III.--Los pretendientes a la corona y La comedia del
         amor                                                   3,50

    IV.--Brand                                                  3,50

     V.--Peer Gynt                                              3,50

    VI.--La unión de la juventud. Las columnas de la
         sociedad. La casa de una muñeca                        3,50

   VII.--Emperador y Galileo                                    3,50

  VIII.--Espectros. Un enemigo del pueblo. El pato
         Silvestre                                              3,50

    IX.--La casa de Rosmer. La dama del mar. Hedda Gabler       3,50

     X.--El constructor Solness. El niño Eyolf. Al
         despertar de nuestra muerte                            3,50


                             JOSÉ FRANCÉS

  El año artístico 1915                                         6,00

    --       --       tela                                      8,00

  El año artístico 1916 (con 250 grabados)                     10,00

    --         --          --       --     tela                12,00

  El año artístico 1917 (con 250 grabados)                     11,50

    --         --          --       --     tela                13,00
      En preparación el de 1918.


                    COLECCIÓN DE AUTORES ESPAÑOLES

                                NOVELAS

  _Edmundo González Blanco._--Jesús de Nazareht                 3,00

  _José Francés._--La estatua de carne                          3,00

        --         El alma viajera                              3,50

  _López de Saá._--Los indianos vuelven                         3,50

        --         Bruja de amor                                3,50

        --         Por un milagro de amor                       3,50

  _W. Fernández Flórez._--La procesión de los días              3,00

  _Elías Cerdá._--Don Quijote en la guerra                      2,00

  _V. García Martí._--Don Severo Carvallo                       2,50

  _María Luisa Latil._--Según labremos                          3,00

          --            Genoveva                                2,50

  _Eugenio Noel._--El allegreto de la Sinfonía VII              3,00

  _Rafael Cansinos Assens._--Las cuatro gracias                 3,50

  _Francisco Delicado._--La lozana andaluza                     3,00

  _J. de Lucas Acevedo._--La Caja de Pandora                    3,00

  _Martín de la Cámara._--Vidas llameantes                      3,00

  _Mañara._--Historia en camisa                                 3,00


                          ESTUDIOS Y CRÓNICAS

  _Emiliano Ramírez Angel._--Bombilla-Sol-Ventas                3,00

  _J. M. Carretero._--Lo que sé por mí (dos series)             3,00

  _J. Costa._--Alemania contra España                           3,00

  _Pedro Pellicena._--Los Cosacos                               3,50

  _Margarita de la Torre._--Jardín de damas curiosas            3,50

  _Fola Igurbide._--El Actor                                    3,50

  _Alberto Ghiraldo._--Los nuevos caminos                       3,50

  _Enciso._--El soneto en España                                3,00


                                POESÍAS

  _José Montero._--Yelmo florido (con ilustraciones)            4,00

  _Zurita._--Pícaros y donosos                                  3,00

  _Mauricio Bacarisse._--El esfuerzo                            3,00

  _Eliodoro Puche._--Libro de los elogios galantes y de
                          los crepúsculos de otoño              2,50

          --         Corazón de la noche                        2,50

          --         Motivos líricos                            2,50

  _Emilio Carrere._--El retablo de los poetas. (Antología)      3.50


                                TEATRO

  _Muñoz Seca y López Núñez._--El Rayo                          3,00

  _H. Ibsen._--Dramas líricos                                   2,00

      --       La castellana de Ostrat                          2,00

      --       Espectros                                        2,00


                   LAS GRANDES FIGURAS DE LA GUERRA
                                EUROPEA

  Biografías de los generales: =Alberto I de Bélgica.=
    --=Joffre.=--=Sir Jhon French.=--=Lord Kitchener.= Con
    preciosas fototipias, a                                     3,00


                         COLECCIÓN DE AUTORES
                              EXTRANJEROS

  Traducidas por _Felipe Trigo_, _Rafael Cansinos_ _y
  Pedro de Répide_.

  _Victoriano de Saussay._--La ciencia del beso                 3,50

  _René Emery._--Santa María Magdalena                          3,50

  _Maquiavelo._--Obras festivas: La Mandrágora.--El P.
     Alberico.--La Celestina.--El archidiablo Belfegor          3,00

  _Claudia Lamaitre._--Juegos de Damas                          3,50


                        CELEBRIDADES ESPAÑOLAS


     I.--Bécquer (encuadernados en tela)                        3,50

    II.--Zorrilla        --                                     3,50

   III.--Espronceda      --                                     3,50


                           COLECCIÓN SELECTA

  _Tomás de Quincey._--Los últimos días de Kant                 1,00

  _Kalidasa._--El reconocimiento de Sakuntala                   1,00

  _Rousseau._--Discurso sobre las artes y las ciencias          1,00

  _Luciano de Samosata._--La diosa de Siria                     1,00

  _L. Sterne._--Viaje sentimental de un inglés a Francia        1,00

  _F. Alvarado._--El filósofo rancio. (Cartas)                  1,50


                       COLECCIÓN CIENCIA Y ARTE

  _Ricardo Yesares._--¿Qué quieres aprender? Electricidad.
                             Encuadernado en tela               3,50

          --               ¿Qué quieres ser? Automovilista.
                             Encuadernado en tela               3,50


                             OBRAS VARIAS

  _Sthendal._--Del amor                                         6,00

  _E. M. Segovia_ (Oficial del Banco de España).--Los
                       documentos de crédito                    5,00

  _Rivero._--Legislación de clases pasivas. Volumen de
                    500 páginas, encuadernado en tela          10,00

  _R. Yesares._--Ayuda memoria del mecánico electricista.
                       Un volumen, encuadernado en tela         1,50


                           LIBROS DE CARTAS

  El arte de escribir cartas                                    1,00

  Manual epistolar (encuadernado en tela)                       2,00

  Cartas amorosas                                               0,60

  Epistolario de amor (encuadernado)                            2,00


                         COLECCIONES POPULARES

                         COLECCIÓN «MAC-BULL»

  Obras sensacionales, originales del conocido escritor
    señor _Bedoya_, cuya maestría en esta literatura es
    universal:

  El millonario detective                                       1,50

  El secreto del Kaiser                                         1,50

  La bola de sangre                                             2,00

  El alma de las brujas                                         2,00


                          COLECCIÓN PICARESCA

  Tomos de 130 páginas, de amena lectura de índole
    burlesca y galante, con bonitas portadas en bicolor.
    Van publicados:

  Voluptuosidad y perversión                                    0,50

  En camino de la mala vida                                     0,50

  Corazón de piedra                                             0,50

  Memorias galantes de un { Juventud                            0,50

   abate del siglo XVIII  { Mis amores en París                 0,50

                          { Amores de otoño                     0,50

  Lágrimas de amor                                              0,50

  De flor en flor (Historia de un cínico)                       0,50

  El maldito dinero (Historia de amor y de maldad)              0,50


                          COLECCIÓN FOLLETÍN

  Esta colección contendrá las obras más famosas de la
    Literatura Universal, en elegantes volúmenes de 150 a
    200 páginas, con primorosas cubiertas en color. Van
    publicados:

  El último Mohicano                                            0,50

  El misterio de los Apaches                                    0,50

  Amor salvaje                                                  0,50

  Margarita de Borgoña                                          0,50

  Lucrecia Borgia                                               0,50

  La Dama de las Camelias                                       0,50

  Flecha de oro                                                 0,50

  El Capitán rojo                                               0,50

  Werther                                                       0,50

  El Espía de las rocas                                         0,50

  Manon Lescaut                                                 0,50

  Un viaje a la luna                                            0,50

  Mignon                                                        0,50


                   COLECCIÓN MARAVILLAS DE LA GUERRA

  Narraciones sensacionales del conocido periodista señor
    _López Moya_, cuya fantasía corre parejas con su
    amenidad. Van publicados:

  Azañas de Vedrines                                            0,50

  Proezas de un submarino inglés                                0,50

  Tragedia en los aires                                         0,50

  El misterio de los Zeppelines                                 0,50

  El fantasma del mar del Norte                                 0,50

  Buzo heroico                                                  0,50


                        COLECCIÓN MEFISTÓFELES

  Primorosos volúmenes de sugestiva lectura. Van
    publicados:

  La magia negra                                                0,50

  El A B C del hipnotismo                                       0,50

  Los misterios del sonambulismo                                0,50

  Ocultismo experimental                                        0,50

  Los misterios de las piedras preciosas                        0,50

  Las plantas en las habitaciones                               0,50


                            LIBROS TAURINOS

  _El Caballero Audaz._--El libro de los toreros: epílogo
    de José Francés. (Bomba, Joselito, Gallo, Belmonte,
    Pastor, Gaona, Carpio.) Con fotografías. Libro de
    éxito enorme                                                2,00

  Los amores de los toreros. Cuadernos de gran tamaño y
    muy interesantes para la afición a toros. Van
    publicados: Belmonte.--Pastor.--Gallo--Gallito.
    --Gaona.--Los crímenes del gallismo. Cada cuaderno          0,20





*** End of this LibraryBlog Digital Book "Cabezas: Pensadores y Artistas. Políticos - Obras Completas Vol. XXII" ***

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